Subido por Katherine Peña Perez

Devocional en un año día y noche – Christopher Shaw

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Devocional de un año: De día y de noche. Encuentros
diarios con el Dios de la Palabra
Christopher Shaw
ÍNDICE
Devocional de un año: De día y de noche. Encuentros diarios con el Dios de la
Palabra
NOTA DEL AUTOR
ENERO
1 DE ENERO
2 DE ENERO
3 DE ENERO
4 DE ENERO
5 DE ENERO
6 DE ENERO
7 DE ENERO
8 DE ENERO
9 DE ENERO
10 DE ENERO
11 DE ENERO
12 DE ENERO
13 DE ENERO
14 DE ENERO
15 DE ENERO
16 DE ENERO
17 DE ENERO
18 DE ENERO
19 DE ENERO
20 DE ENERO
21 DE ENERO
22 DE ENERO
23 DE ENERO
24 DE ENERO
25 DE ENERO
26 DE ENERO
27 DE ENERO
28 DE ENERO
29 DE ENERO
30 DE ENERO
31 DE ENERO
FEBRERO
1 DE FEBRERO
2 DE FEBRERO
3 DE FEBRERO
4 DE FEBRERO
5 DE FEBRERO
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7 DE FEBRERO
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9 DE FEBRERO
10 DE FEBRERO
11 DE FEBRERO
12 DE FEBRERO
13 DE FEBRERO
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19 DE FEBRERO
20 DE FEBRERO
21 DE FEBRERO
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23 DE FEBRERO
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25 DE FEBRERO
26 DE FEBRERO
27 DE FEBRERO
28 DE FEBRERO
MARZO
1 DE MARZO
2 DE MARZO
3 DE MARZO
4 DE MARZO
5 DE MARZO
6 DE MARZO
7 DE MARZO
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10 DE MARZO
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24 DE MARZO
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29 DE MARZO
30 DE MARZO
31 DE MARZO
ABRIL
1 DE ABRIL
2 DE ABRIL
3 DE ABRIL
4 DE ABRIL
5 DE ABRIL
6 DE ABRIL
7 DE ABRIL
8 DE ABRIL
9 DE ABRIL
10 DE ABRIL
11 DE ABRIL
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19 DE ABRIL
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JUNIO
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3 DE JUNIO
4 DE JUNIO
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1 DE JULIO
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AGOSTO
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SEPTIEMBRE
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OCTUBRE
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NOVIEMBRE
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3 DE NOVIEMBRE
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5 DE NOVIEMBRE
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DICIEMBRE
1 DE DICIEMBRE
2 DE DICIEMBRE
3 DE DICIEMBRE
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5 DE DICIEMBRE
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25 DE DICIEMBRE
26 DE DICIEMBRE
27 DE DICIEMBRE
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29 DE DICIEMBRE
30 DE DICIEMBRE
31 DE DICIEMBRE
Notas
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Devocional en un año – De día y de noche: Encuentros diarios con el Dios de la Palabra
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Dedicado,
con profunda gratitud al Señor,
a mis tres hijos:
Melanie, Timoteo y Jonathan.
NOTA DEL AUTOR
No ha dejado de asombrarme la cálida acogida que han tenido los libros
que el Señor me ha dado el privilegio de escribir. No recuerdo un tiempo
en mi vida en el que una de las metas haya sido producir un libro. Más
bien, las oportunidades que ofrece el ministerio me sorprendieron y, sin
darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, me encontré sumergido en la
labor de producir reflexiones diarias. El hecho de que las mismas
eventualmente llegaran a formar parte del libro Alza tus ojos se debió
más a la insistencia de mi equipo en Desarrollo Cristiano Internacional,
que a alguna ambición personal.
Desde que publiqué ese primer libro en el año 2005, he recibido
cientos de testimonios de personas que, por la bendita gracia de Dios,
han sido edificadas por la lectura diaria de esos devocionales. Por el
camino muchos me han animado a considerar la tarea de producir otro
libro con una estructura similar a la de Alza tus ojos.
De día y de noche es el fruto de esas inquietudes. Elaborar estas
reflexiones ha sido un arduo emprendimiento, especialmente porque se
realizó en medio de intensas luchas personales. En este período de
pruebas la Palabra ha sido para mí una fuente de consuelo e inspiración.
Una y otra vez el Señor me ha ministrado de maneras asombrosas,
mientras meditaba en los significados más profundos de la Verdad
revelada.
Mi esperanza es que estas reflexiones puedan servir para estimular
un proceso de diálogo con el Señor, abriendo el camino para que él
también pueda traer consuelo, ánimo, corrección y orientación a la vida
del lector. Esto es, para mí, lo más valioso que posee este libro: la
posibilidad de ser un facilitador de encuentros profundamente
renovadores con la persona de Dios.
Buenos Aires
marzo de 2017
ENERO
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15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
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1 DE ENERO
¡Bienaventurado!
Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los
impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la
silla de los escarnecedores. Salmo 1.1 NBLH
Este salmo bien podría ser el prefacio al libro de los Salmos. Mediante
un contraste entre la vida del piadoso y la del impío, el Señor expone los
beneficios que acompañan a quien se alinea con los principios que él ha
compartido con su pueblo. A esta persona se la designa
¡bienaventurada!
Ser bienaventurado se refiere a la alegría que resulta de estar bajo el
favor de Dios. Por eso, la Nueva Traducción Viviente opta por la frase:
«Qué alegría para los que no siguen el consejo de malos, ni andan con
pecadores, ni se juntan con burlones». Se trata de ese espíritu de
celebración que acompaña a quienes disfrutan a diario de las más
abundantes bendiciones de lo alto.
¿Quiénes son estas personas? El salmista comienza describiendo
primeramente aquello de lo que se abstienen y allí podemos observar
algo muy interesante. Los tres verbos que emplea poseen una
progresión: andar, detenerse y sentarse. La persona estaba caminando,
pero luego se detuvo y, finalmente, se sentó. De un estado de
movimiento pasa a un estado de inmovilidad. La acción de sentarse
indica que no tiene intención, en el futuro inmediato, de volver a caminar.
Esta progresión no es accidental. Comunica de manera muy clara el
proceso por el cual caemos en pecado. Quien anda caminando puede
estar expuesto al pecado, pero su mismo movimiento no le permite
quedar atrapado en él. Cuando se detiene, sin embargo, se expone de
otra manera al entorno en el cual está. Y en el momento en que se
sienta, queda en evidencia que ya está cómodo allí.
Es la misma enseñanza que ofrece Santiago, cuando echa mano de
la genial analogía del embarazo para explicar de qué manera se
engendra un acto pecaminoso en nuestra vida (Santiago 1.14-15). El
pecado se inicia con una idea; si la misma no es descartada
inmediatamente, la mente comienza a darle forma y eventualmente
engendra una acción, que constituye la consumación del pecado.
El principio que se desprende de esta observación es que el pecado
es el fruto de un proceso. Nadie cae repentinamente en pecado. El
salmista dice que es bienaventurada la persona que está atenta a este
proceso, para evitar sus malas consecuencias. No juega con fuego.
Sabe que ciertas cuestiones no le convienen, porque lo arrastrarán hacia
otras de las cuales será mucho más difícil salir.
Es en ese primer paso donde se libran las batallas más eficaces
contra el pecado. Cuando escojo no caminar con los impíos, estoy
cerrando la puerta a la posibilidad de acomodarme a sus principios y
construir mi vida basada en sus valores.
HACIA LA PRÁCTICA
¿Cómo convertimos en realidad este principio? Existen ciertas
conversaciones de las cuales es mejor no participar. Existen ciertas
imágenes sobre las cuales me conviene no hacer clic. Existen ciertos
programas de televisión que no me conviene mirar. No se trata de una
lista de prohibiciones, sino de la sabiduría que viene de saber que ciertos
procesos, una vez iniciados, no pueden ser detenidos. La persona
bienaventurada evita aquello que, indefectiblemente, lo va a conducir
hacia el pecado.
2 DE ENERO
Delicia cotidiana
¡Sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en Su ley medita de
día y de noche! Salmo 1.2 NBLH
El primer salmo comienza describiendo a la persona bienaventurada. Lo
es, en primer lugar, porque ha escogido no amigarse con la cultura
maligna y perversa que lo rodea. Esto no quiere decir que ha optado por
vivir aislada, pues su función es diseminar el bien entre aquellos que aún
no han gustado de él. No obstante, los valores que rigen su vida no
provienen de la cultura en la que está inmersa.
No obstante, para avanzar con victoria en la vida no alcanza con
saber qué caminos no transitar. Las personas cuya existencia está
regida por una larga lista de prohibiciones, generalmente se caracterizan
por su postura amarga y legalista en la vida, siempre atentas a señalar el
mal que ven en los demás.
El salmista ha descartado valerse de las costumbres y los valores de
la cultura porque ha encontrado algo mejor para guiar su vida: la ley del
Señor. Declara que encuentra su deleite en las palabras de la ley. Es
decir, le producen una sensación de profundo placer y satisfacción.
Conozco a muchas personas que son sumamente disciplinadas a la
hora de estudiar la Palabra, pero no podrían decir que se deleitan en
ella. Más bien cumplen estrictamente con una disciplina que, entienden,
es parte de los «deberes» de un buen cristiano.
Debemos preguntarnos, entonces, ¿dónde se encuentra el secreto
que permite convertir una formalidad religiosa en algo de lo cual
disfrutamos plenamente? La respuesta, en parte, la encontramos en el
mismo salmo, que señala los beneficios que acompañan a quienes
escogen vivir conforme a la ley del Señor. La razón de la delicia no está
en las minucias de la ley, sino en la convicción de que una vida
direccionada por la Palabra es una vida que gozará de abundantes
beneficios.
El Salmo 19 describe algunos de ellos. «Las enseñanzas del SEÑOR
son perfectas, reavivan el alma. Los decretos del SEÑOR son confiables,
hacen sabio al sencillo. Los mandamientos del SEÑOR son rectos; traen
alegría al corazón. Los mandatos del SEÑOR son claros; dan buena
percepción para vivir. La reverencia al SEÑOR es pura, permanece para
siempre. Las leyes del SEÑOR son verdaderas, cada una de ellas es
imparcial. Son más deseables que el oro, incluso que el oro más puro»
(vv. 7-10, NTV).
La dulzura de la Palabra, sin embargo, encuentra su explicación en
algo más profundo que estos beneficios. Es dulce como la miel, porque
proviene del objeto de nuestra devoción. Así como disfrutamos de cada
palabra en una carta de amor, el salmista se deleita en meditar sobre la
Palabra, porque expresa los tiernos cuidados del Señor hacia su pueblo.
Entiende que los mandamientos y las ordenanzas que contiene la ley
son una de las formas en que Dios expresa su compromiso de guiarnos
por los mejores caminos, aquellos que conducen a lugares de verdes
prados junto a arroyos tranquilos.
REFERENCIA
«¡Cuánto me deleito en tus mandatos! ¡Cómo los amo! Honro y amo tus
mandatos; en tus decretos medito». Salmo 119.47-48 NTV
3 DE ENERO
De día y de noche
¡Sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en Su ley medita de
día y de noche! Salmo 1.2 NBLH
Para el salmista, la lectura de la ley no es un fin en sí mismo, sino un
medio para acceder a los misterios que conducen hacia la persona de
Dios. Es sabrosa porque ha entendido que la misma es fuente de vida.
En ella encuentra todo lo que necesita para vivir una vida plena y
fructífera, y es esa convicción la que lo ha llevado a vivir enamorado de
la ley, de tal manera que medita en ella de día y de noche.
Resulta difícil para nosotros leer este texto sin pensar en el
devocional matutino que se ha vuelto tan parte de nuestra cultura
evangélica. Nos separan 3600 años del concepto que transmite el
salmista. Para entender cabalmente a qué se refiere, debemos descartar
nuestra noción moderna de un tiempo prolijo y limitado en la Palabra.
El salmista no conocía la gran mayoría de los libros que componen
las Escrituras. Cuando habla de la ley, se refiere a los preceptos y
mandamientos que entregó Moisés al pueblo, mayormente contenidos
en los libros del Pentateuco. Es muy probable, también, que no tuviera
acceso a la ley escrita pues los pergaminos que la contenían
generalmente estaban en manos de los sacerdotes.
Meditar en la ley, entonces, claramente se refiere a una actividad
completamente diferente al concepto nuestro de «devocional». La
interacción del salmista con la ley no está restringida a un horario ni
tampoco a un lugar. Más bien, meditaba una y otra vez sobre la Palabra
que conocía, para que esta se convirtiera en parte esencial de su
persona. De esta manera, se aseguraba de que la Palabra de Dios
estuviera siempre a mano para no pecar contra el Señor.
La meditación nos permite movernos más allá de la simple lectura de
la Palabra. Cuando escogemos meditar en ella decidimos llevarla con
nosotros a los lugares donde desarrollamos nuestra actividad cotidiana.
Caminamos por la vida con una actitud interna que busca percibir lo que
el Espíritu nos pueda mostrar. Reflexionamos sobre ella a lo largo del
día, aun mientras estamos ocupados en otras tareas. Quien persevera
en este proceso descubrirá que las Escrituras comienzan a revelar
tesoros que no hubiera descubierto por ningún otro camino.
El corazón de este proceso radica en renunciar al espíritu de apuro
que tanto atormenta nuestra cultura frenéticamente activista. Leemos
dos o tres versículos, a las apuradas, y nos disponemos a atender las
múltiples actividades que nos esperan en el día. La persona que ha
escogido meditar en la Palabra ha descubierto que el Señor no les habla
a los que están apurados. Es necesario asumir una postura de aquietado
reposo frente a la Palabra, tal como el que asumió María cuando se
sentó a los pies del Señor. La lectura de las Escrituras no es la actividad
principal, sino el proceso de considerar cuidadosamente, en lo secreto
del corazón, el verdadero sentido de lo que se lee.
ORACIÓN
«Abre mis ojos, para que vea las verdades maravillosas que hay en tus
enseñanzas». Salmo 119.18 NTV
4 DE ENERO
Conectados a la fuente
Será como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a
su tiempo y su hoja no se marchita; En todo lo que hace, prospera.
Salmo 1.3 NBLH
En mi país existe una zona muy árida por la que pasa un camino
conocido como la «ruta del desierto». El paisaje es absolutamente plano
y la vegetación es muy pobre, porque allí llueve muy poco. El resultado
es que solamente crecen las plantas mejor adaptadas a este microclima.
Un proyecto del gobierno ha consistido en plantar un pequeño
número de árboles, cada diez kilómetros. Por medio de un sistema de
riego por goteo, los mismos crecen, verdes y robustos, en medio del
desolado paisaje desértico. La idea es que el conductor, en este largo
trecho del camino, tenga un lugar donde detenerse y descansar, a la
sombra de hermosos árboles, antes de proseguir con su viaje.
Cuando uno circula por esa ruta puede ver que aparecen, sobre el
horizonte, estos árboles, que se distinguen por el vigor que despliegan
en medio del opaco paisaje patagónico.
La razón por la que se ven tan llenos de vida es sencilla: tienen
acceso al agua que no cae sobre las áridas tierras a su alrededor. El
agua, para estos árboles, es fuente de vida.
El salmista compara la persona bienaventurada a un árbol plantado
junto a corrientes de agua. Las raíces de estos árboles se extienden
hacia el río o arroyo donde encuentran cuantiosa provisión del agua que
necesitan para crecer hacia la plenitud de su estatura. Por esto, los ríos
siempre poseen abundancia de árboles en sus orillas. Es el lugar más
propicio para que crezcan sanos y vigorosos.
La persona bienaventurada tiene las raíces de su vida firmemente
arraigadas en la ley de Dios, la cual alimenta su espíritu y dirige sus
pasos. El resultado es una vida que no se marchita, ni siquiera bajo el
sol abrasador del verano. En las estaciones apropiadas produce un fruto
maravilloso del cual se pueden alimentar otros.
En contraste a esta figura, robusta e inconmovible, se encuentran los
impíos, que son como paja. Esta se caracteriza por no poseer raíces. El
resultado de esta condición es que cualquier brisa los mueve de lugar.
No poseen la estabilidad ni la firmeza que posee el árbol. La paja
tampoco produce ninguna clase de fruto, pues por definición la paja es lo
que queda de una planta que ha muerto.
La bendición de Dios reposa sobre la vida de la persona
bienaventurada, que no posee aptitudes o cualidades superiores al
impío, sino que, sencillamente, ha respondido a la iniciativa de Dios, que
lo ha invitado a ser parte de su pueblo. El impío también recibió esta
invitación, pero decidió no responder a ella porque escogió hacer su
propio camino.
Si escogemos hacer de la Palabra de Dios nuestro deleite,
brillaremos con una singular belleza en medio de una sociedad opaca y
apagada.
CITA
«La Palabra de Dios, bien entendida y cuidadosamente puesta por obra,
constituye el camino más corto para alcanzar la perfección espiritual».
A. W. Tozer
5 DE ENERO
Mensajes contradictorios
Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que
predicas (proclamas) que no se debe robar, ¿robas? Romanos 2.21
NBLH
Parte del desafío al que se enfrenta el buen maestro de la Palabra es
trabajar cuidadosamente el texto de manera que no existan
contradicciones entre un pasaje bíblico y otras porciones de las
Escrituras. A medida que crezcamos en el conocimiento de la Verdad
revelada buscaremos que cada enseñanza posea coherencia con el
mensaje general de la Palabra. De esta manera, nuestro aporte siempre
se sujetará a la revelación que el Señor ha escogido compartir con su
pueblo.
Existe otro mensaje, sin embargo, en el que es más difícil lograr
coherencia. Este es el que proclamamos por la forma en que vivimos. A
veces, el contraste entre nuestras acciones y nuestra enseñanza es tan
marcado que acaba neutralizando el impacto de la Palabra. De hecho,
esta es una de las formas en las que más a menudo pierde efectividad el
ministerio al que hemos sido llamados. Nuestra vida simplemente no
respalda las verdades que pretendemos compartir con otros.
No tenemos que hacer más que hablar con nuestros vecinos y
compañeros de trabajo para percibir los efectos de esta contradicción. La
mayoría de ellos poseen actitudes de sumo escepticismo hacia los
funcionarios públicos y los políticos típicos de nuestro entorno. La razón
es que el discurso público de estas personas rara vez coincide con la
realidad de su vida personal. En muchos casos, las contradicciones son
tan marcadas que pareciera tratarse de dos personas diferentes.
El apóstol Pablo señala, en el pasaje de hoy, que esta contradicción
es inherente a nuestra condición humana. Conocemos la ley, pero no
siempre la guardamos. Sabemos bien lo que nos conviene, pero no
siempre lo practicamos. Nos resulta fácil identificar los errores y pecados
de nuestros semejantes, pero es mucho más difícil resolver esos temas
en nuestra propia vida.
El líder que aspira a ser eficaz debe trabajar incansablemente para
cerrar la brecha que existe entre el comportamiento y las palabras.
Cuanta más coherencia exista entre la forma en que vivimos y el
mensaje verbal que compartimos con los demás, mayor será el impacto
que lograremos en la vida de aquellos a quienes acompañamos en el
ministerio que nos ha sido confiado.
Esta es una de las razones por las que Jesús ganó el corazón de las
multitudes. Ellos percibían que era un hombre que vivía lo que
enseñaba, y por eso «las multitudes quedaron asombradas de su
enseñanza, porque lo hacía con verdadera autoridad» (Mateo 7.28-29,
NTV). La autoridad es el fruto de una vida que gira en torno de una sola
verdad.
Ante este desafío se nos presenta una solución relativamente
sencilla: hablemos menos y vivamos más. Es decir, pongamos el acento
en nuestras acciones y disciplinemos nuestros labios, para que no hagan
alarde de realidades que no reflejan lo que somos.
REFERENCIA
«No solo escuchen la palabra de Dios; tienen que ponerla en práctica.
De lo contrario, solamente se engañan a sí mismos. […] Si miras
atentamente en la ley perfecta que te hace libre y la pones en práctica y
no olvidas lo que escuchaste, entonces Dios te bendecirá por tu
obediencia». Santiago 1.22, 25 NTV
6 DE ENERO
Pisadas que bendicen
Tú has coronado el año con Tus bienes, Y Tus huellas destilan grasa.
Salmo 65.11 NBLH
No acostumbramos atribuirles mucha importancia a los pies; por el
contrario, la mayor parte del tiempo ni siquiera pensamos en ellos. A la
mañana los calzamos y durante el día no hacen más que trasladarnos de
un lado a otro. No nos detenemos a considerar si están a gusto, ni
tomamos en cuenta sus necesidades, a menos que hayamos caminado
una gran distancia. No les damos nunca la importancia que les podemos
dar a los ojos, los oídos o las manos, porque pareciera que no la
merecen. Es que apenas los consideramos una extensión del cuerpo.
Los pies son, efectivamente, una de las partes más olvidadas del cuerpo.
El texto de hoy nos ofrece un interesante contraste. Es tal el nivel de
abundancia y plenitud que existe en el Señor que hasta sus pies
bendicen. «Tus huellas destilan grasa», declara el salmista. Es decir, el
paso del Señor por un lugar deja, literalmente, un rastro de vida. Quienes
le siguen no tienen más que estirar las manos para cosechar una
abundancia de paz, gozo, alegría, provisión y comunión. ¡Y esto es
solamente lo que sale de los pies del Señor!
La imagen de un Dios que, con el solo hecho de caminar, deja una
huella que bendice, revela un importante concepto. En el reino de los
cielos bendecir a los demás no es algo que se programa, ni está
separado de la vida cotidiana que desarrollamos. No apartamos
momentos puntuales en los que nos proponemos bendecir a los demás,
aunque a veces somos conscientes de que el Señor nos está dirigiendo
de manera particular para el bien de nuestros semejantes.
Cuando el Señor irrumpe en la vida de una persona la redime
absolutamente en todos los aspectos. La plenitud que derrama en ella
pasa a ser parte de lo que esa persona es, de manera que ahora su
esencia es enteramente diferente a lo que era antes. En cada acción,
cada palabra y cada gesto se percibe la nueva identidad que posee,
porque resulta imposible esconderla. Por esto, sin proponérselo, el paso
de esa persona por cualquier lugar produce bendición. El movimiento
mismo de la vida lleva a que la sobreabundancia de bien que ha recibido
«rebalse», y «salpique» a todos aquellos con quienes entra en contacto.
Nuestro desafío es caminar bien cerca de Dios, cuyos pasos destilan
grasa. No podremos evitar ser alcanzados por la exuberancia de bien
que acompaña su andar. Y cuánta más sea la abundancia de riquezas
en nosotros, mayor será la bendición que reciben aquellos con quienes
compartimos la vida.
ALABANZA
«Así que, ¡gracias a Dios!, quien nos ha hecho sus cautivos y siempre
nos lleva en triunfo en el desfile victorioso de Cristo. Ahora nos usa para
difundir el conocimiento de Cristo por todas partes como un fragante
perfume. Nuestras vidas son la fragancia de Cristo que sube hasta
Dios». 2 Corintios 2.14-15 NTV
7 DE ENERO
Ejercicio poco productivo
Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Juan
11.21 NBLH
Cuando Jesús llegó a Betania la primera persona que salió a su
encuentro fue Marta. No sabemos si existió en sus palabras un reproche
hacia el Señor. Pero sí muestran que Marta había entrado en esa espiral
sin salida que todos recorremos en tiempos de profunda crisis.
Se trata de ese proceso mental en el que, una y otra vez,
especulamos acerca de lo diferente que habría sido el presente si tal o
cual situación del pasado no hubiera ocurrido. El lamento de Marta era
aún más intenso porque sus palabras eran cien por ciento acertadas. Si
Jesús hubiera estado presente en el momento de la enfermedad de
Lázaro no cabe duda alguna que lo podría haber sanado. No era esta
una expresión profunda de fe por parte de Marta, sino la conclusión
lógica de quien sabía que Jesús había sanado a cientos a lo largo y
ancho del país.
Marta no estaba sola en su lamento. Cuando María llegó, esgrimió
exactamente la misma frase: «Señor, si hubieras estado aquí, mi
hermano no habría muerto» (v. 32). Los judíos que acompañaban a las
hermanas pensaban de igual manera: «¿No podía Este, que abrió los
ojos del ciego, haber evitado también que Lázaro muriera?» (v. 37).
La tentación de volver la mirada hacia el pasado y hundirse en
inútiles especulaciones es universal. Los israelitas volvieron, una y otra
vez, los ojos hacia Egipto cuando las circunstancias en el desierto se
volvían desfavorables. Lo mismo sucedió con Josué cuando su
entusiasmo lo llevó a atacar la ciudad de Hai sin consultar al Señor
(Josué 7). Ante la inesperada derrota que sufrieron sus hombres, la
asombrosa victoria lograda en Jericó pasó al olvido y Josué quedó
atrapado en un inútil lamento: ¿para qué se le había ocurrido cruzar el
río Jordán? Aun Cristo, en Getsemaní, preguntó al Padre si no existiría
algún otro camino que no fuera el de la cruz. No obstante, afirmó su
absoluta disposición de sujetar su mente, su espíritu, sus emociones y
aun su integridad física a la voluntad de Dios.
En esta decisión encontramos la clave para superar los momentos
más duros de la vida. La palabra que mejor describe esta actitud es
rendirse. El que ha escogido rendirse ha decidido dejar de luchar. Y esta
decisión no solamente alcanza las circunstancias particulares que
atraviesa, sino que también impone una quietud sobre aquel lugar donde
se libran nuestras más feroces batallas: la mente.
No hay lamento que pueda cambiar la dura realidad que nos toca
vivir. Pero nosotros sí podemos cambiar. De un estado de angustia y
agitación podemos pasar a la quietud que nos permite declarar: «Bendito
Dios, todo está en tus manos. Me rindo ante tu soberana majestad».
REFLEXIÓN
«Mientras perdure el resentimiento por aquello que habríamos deseado
que no ocurriera, por las relaciones que nos habría gustado que fueran
diferentes, por errores que habríamos preferido no haber cometido, una
parte de nuestro corazón permanecerá aislada, incapaz de producir el
fruto de la nueva vida que tenemos por delante». Henri Nouwen[1]
8 DE ENERO
Un paso necesario
Si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que
Dios Lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Porque con el
corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación.
Romanos 10.9-10 NBLH
La combinación del acto de creer con el hecho de confesar es una a la
que debemos prestar atención. Revela uno de los principios que sostiene
la vida en el reino de los cielos. Toda convicción espiritual abrazada con
el corazón debe, necesariamente, traducirse en una acción concreta.
Esto permite que se libere todo el potencial de esa verdad en la vida de
quien la cree. En este caso, la acción es la confesión, y Pablo considera
necesario aclarar que esta acción debe ser realizada «con la boca».
¿Cuál es la razón por la que añade este detalle? Sencillamente,
porque una convicción invisible debe, necesariamente, traducirse en una
acción visible. La convicción de que hemos sido llamados a la
reconciliación, por ejemplo, debe gestar un proceso en el que nos
acercamos a la persona con quien estamos enemistados y pedimos
perdón por las actitudes o hechos que han generado esta postura. Del
mismo modo, cuando creemos en el corazón que Jesús es el Señor,
alguna manifestación visible de esta convicción es necesaria. En este
caso, una confesión audible es la acción que debe acompañar lo que
hemos creído.
La confesión saca mis convicciones del plano de lo privado y las
inserta en el ámbito público, a vista de los que están a mi alrededor. Este
proceso robustece mi fe en forma inmediata, porque me obliga a adoptar
una postura que puede ser censurada por los demás. Me veré obligado,
ahora, a permanecer firme y, si fuera necesario, a defender mis
convicciones, lo cual es sano para mi propio desarrollo espiritual.
La confesión, sin embargo, posee otra ventaja. Es necesario que yo
mismo escuche, de manera audible, mi propia confesión. Esto rescata
mis convicciones de los confusos y enredados procesos de pensamiento
que ocurren en la intimidad de mi corazón, y las clarifica por medio de
declaraciones puntuales. Yo soy el primer beneficiado cuando decido
confesar, en voz alta, las convicciones que he abrazado en la intimidad
de mi corazón. Cuando escucho mis propias declaraciones, la fe en mi
corazón también crece.
Por esto, el ejercicio de declarar continuamente a mí mismo, con la
boca, las verdades de Dios es algo sumamente provechoso. Afirma las
verdades que he escogido para guiar mis pasos por la vida y me salva
de las interminables especulaciones que son propias de una mente
desordenada.
MEDITACIÓN
El salmista también cree que es necesario expresar algunas verdades en
forma audible. Acosado por el desánimo, se atreve a dialogar con su
corazón: «¿Por qué te desesperas, alma mía, y por qué te turbas dentro
de mí? Espera en Dios, pues Lo he de alabar otra vez. ¡Él es la
salvación de mi ser, y mi Dios!». Salmo 42.11 NBLH
9 DE ENERO
Andar libres
Entonces Jesús gritó: «¡Lázaro, sal de ahí!». Y el muerto salió de la
tumba con las manos y los pies envueltos con vendas de entierro y la
cabeza enrollada en un lienzo. Jesús les dijo: «¡Quítenle las vendas y
déjenlo ir!». Juan 11.43-44
Pocas escenas en los Evangelios poseen tanto dramatismo como el
momento en el que Lázaro salió de la tumba. Las palabras que Jesús
había hablado a Marta, hacía apenas unos momentos, se habían
cumplido con exactitud: «Tu hermano resucitará» (v. 23). La absoluta
improbabilidad de que esto tuviera un sentido literal llevó a Marta a
interpretar las palabras del Mesías en términos simbólicos. Pero estaba
equivocada. Poco tiempo después, Lázaro apareció, en persona, ante el
atónito asombro de todos los presentes.
Quisiera que nos detengamos ante esta figura que ha regresado de
la muerte. Sin duda, su aspecto era extraño en extremo, pues emergía
de la tumba en la misma condición que había sido enterrado. Percibo,
sin embargo, que la imagen nos ofrece una fuerte simbología de la vida,
tal cual la experimentamos muchos de los que estamos en la iglesia.
Lázaro estaba vivo, pero no estaba en condiciones de afrontar aun los
desafíos de la vida. Sus pies y manos estaban atados con vendas, y su
rostro cubierto por un sudario. Por más que hubiera intentado echarse a
andar, no habría llegado muy lejos con semejantes limitaciones. Por
esto, Cristo vio necesario instruir a los presentes: «¡Quítenle las vendas
y déjenlo ir!».
Muchos hemos pasado, en Cristo, de muerte a vida. Recuperamos,
tras conocerlo a él, una perspectiva sana y un propósito loable. Nuestra
existencia ahora tiene sentido. No obstante, no hemos avanzado
grandes distancias por el camino que Jesús nos señala, porque son
muchas las ataduras que aún arrastramos de nuestro estado de muerte.
Aunque hemos vuelto a vivir, nuestra condición sigue siendo muy similar
a la que teníamos cuando estábamos muertos.
Las vendas y ataduras que restringen se refieren a esos aspectos de
la vida pasada a los cuales aún no le hemos dado acceso a Cristo:
relaciones que no han sido sanadas, ofensas que no han sido
perdonadas, hábitos que no han sido abandonados, reclamos a los que
no hemos renunciado. Todo esto constituye un bagaje demasiado
pesado para arrastrar en la nueva vida que hemos recibido. Atados y
restringidos por estas cuerdas invisibles, acabamos estancados en el
mismo lugar. Pasan los años, pero no experimentamos la vida victoriosa
de la cual habla, con tanto entusiasmo, el apóstol Pablo.
¿No será este un buen momento para que sean quitadas esas
ataduras? Al igual que Lázaro requerimos la ayuda de otros para salir
adelante. No te demores en pedir auxilio. No podemos vivir todo lo que
Cristo tiene para nuestra vida hasta que lleguemos a ser genuinamente
libres.
ORACIÓN
Señor, por demasiado tiempo he caminado cargando la mochila del
pasado. Creo que mi herencia, como hijo de Dios, es ser libre de toda
atadura. Hoy decido tomar el primer paso hacia esa libertad. Te pido la
gracia y la valentía para enfrentarme, finalmente, a los fantasmas que
tanto tiempo me han atormentado. En tu nombre, ¡soy libre!
10 DE ENERO
Claro mensaje
Abraham le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se
persuadirán por más que alguno se levantara de los muertos». Lucas
16.31
La historia de Lázaro y el hombre rico demuestra, de manera dramática,
la necesidad de tomar decisiones acertadas en esta vida. El rico, en este
relato, estaba demasiado ocupado en acumular bienes como para
pensar en la vida más allá de la muerte. Así que mucho menos le podría
llegar a interesar el fijarse en un sucio mendigo. Tristemente, entendió
que había errado el camino cuando ya era demasiado tarde. Sufría tales
tormentos en el lugar de los muertos que deseaba que ese mismo
mendigo viniera ahora siquiera a mojarle la lengua con un poco de agua.
¡Pero era demasiado tarde!
El hombre pensó, entonces, en los cinco hermanos que había dejado
en la Tierra. Quizás, si lograba advertirles a ellos, podrían evitar el
espantoso destino que él padecía. ¿Podía acaso Abraham enviar a
Lázaro para que les advirtiera? ¡Cómo no escucharían a un hombre
quien, en este caso, volvería de la muerte con semejante mensaje!
El error del hombre rico fue creer que la razón por la que no había
creído era por la falta de eficacia de los mensajeros con que se había
cruzado en la vida. Si hubiera llegado alguien que hablara con mayor
convicción, que poseía mayor claridad o que demostraba mayor unción,
entonces —estaba convencido— habría aceptado el mensaje. Creía que
los mensajeros que había conocido a lo largo de su peregrinaje terrenal
no habían sido lo suficientemente persuasivos.
Tales fantasías no constituyen más que una distracción del verdadero
problema que todos padecemos: un corazón incrédulo. No es la
ineficacia del mensajero la responsable de nuestra falta de convicción,
sino la dureza de nuestro espíritu.
Para entender cuán acertada es esta realidad no tenemos más que
considerar la historia de Israel. En su gran bondad Dios proveyó al
pueblo mensajeros de la talla de Moisés, Josué, Samuel, Isaías, Oseas,
Jeremías, Amós y aun la persona de su propio Hijo. No obstante,
ninguno de ellos logró mellar el espíritu de incredulidad en el que
estaban sumergidos. No hacían falta más mensajeros. Era necesario
recorrer el camino del arrepentimiento.
¿Existirá esta abundancia de mensajeros en nuestra propia vida?
¡Claro que sí! Inclusive corremos con mayor ventaja, pues nos
acompaña el testimonio de dos mil años de historia de la iglesia. Aun así,
muchas veces escogemos no creer.
La próxima vez que dudes ante una verdad anunciada, no justifiques
tus dudas mirando al mensajero. Examina tu propio corazón.
Seguramente encontrarás allí el obstáculo que impide el ejercicio de la
fe. Si te arrepientes, habrás dado un gran paso hacia la vida abundante.
REFLEXIÓN
«Cristo nunca dejó de trazar una distinción entre la duda y la
incredulidad. La duda exclama: “No puedo creer”. La incredulidad
exclama: “No quiero creer”. La duda es honestidad. La incredulidad es
obstinación. La duda busca la luz. La incredulidad se satisface con la
oscuridad». Henry Drummond
11 DE ENERO
Perdonar
Aun si la persona te agravia siete veces al día y cada vez regresa y te
pide perdón, debes perdonarla. Lucas 17.4
El ejercicio de perdonar a quienes nos han ofendido o lastimado es uno
de los que más desafía nuestra fe. Quizás nos condiciona el vivir en una
sociedad donde la agresión y la venganza son los caminos predilectos
para resolver conflictos. Con seguridad, carecemos de modelos a imitar,
pues en nuestra cultura pedir perdón es considerado como una señal de
debilidad. Y nuestro propio orgullo no deja de ser nuestro amo más
implacable, siempre buscando justificar aun los comportamientos más
groseros y desconsiderados.
No obstante todas estas limitaciones, la exhortación del Señor a ser
generosos a la hora de perdonar permanece. La expresa en términos
que, francamente, nos resultan escandalosos. Si resulta difícil perdonar
una sola vez, ¿cómo lograremos volver a recorrer este camino siete
veces en un solo día?
Seguramente, uno de los elementos que dificulta tanta generosidad
es nuestra tendencia a evaluar si el «arrepentimiento» de la otra persona
es genuino. Cuando regresa una y otra vez en un mismo día,
exclamamos: «¡Tiene que ser una broma!». Ante la indignación que nos
genera la reiteración del pecado, optamos por no perdonar más. Resulta
más que obvio que el pedido de la otra persona no es serio, y por eso no
deseamos siquiera considerarlo.
Hemos confundido, en este punto, nuestro llamado. La exhortación
de Cristo es que extendamos el perdón al prójimo cuantas veces lo
solicite. Nada más que esto. No nos llama a analizar si la acción de la
otra persona es genuina, si es merecedora de nuestro perdón, o a contar
las veces que volvió a cometer el mismo atropello. Nada de esto nos
incumbe. Nuestra parte en este proceso es sencilla: cada vez que la
misma persona se acerca a pedir perdón debemos estar dispuestos a
perdonarla.
¿Cuál es la razón por la que se nos pide transitar este camino?
Hemos sido llamados a esta alocada generosidad por una sencilla razón:
esta es la forma en que el Padre procede con nosotros. ¿Cuántas veces
nos hemos acercado a pedir perdón por el mismo pecado? Son muchas
las ocasiones en las que prometemos no volver a pecar. Sin embargo,
caemos de nuevo, y una vez más nos acercamos al trono de gracia, con
corazón contrito. Cada vez que lo hacemos, el Padre nos extiende
misericordia.
Ante las reiteradas ofensas de nuestros hermanos, nos pregunta:
«¿No deberías tú hacer lo mismo?».
No te preocupes por la transformación que debe vivir el otro. No es
asunto tuyo, sino del Señor. Tú, sé abundantemente generoso en
perdonar, una y otra vez, a la misma persona.
PENSAMIENTO
Extender perdón se vuelve infinitamente más fácil cuando soy consciente
de la abundante bondad a la que accedí por medio del sacrificio de
Cristo. Cuando nos resulta difícil transitar el camino del perdón es tiempo
de hacer memoria de los muchos pecados por los que Dios nos ha
ofrecido misericordia en lugar de juicio.
12 DE ENERO
Quítate las sandalias
Entonces Dios le dijo: «No te acerques aquí. Quítate las sandalias de
los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa». Éxodo
3.5 NBLH
El encuentro de Moisés con el Señor, mientras cuidaba ovejas en el
desierto, nos deja algunas interesantes observaciones sobre el tema de
la santidad. En primer lugar, es necesario aclarar que lo sagrado de la
tierra sobre la que estaba parado no radica en las particularidades
geográficas del lugar. Seguramente Moisés, en sus andanzas por el
desierto, había visto muchos lugares similares a este. Este no poseía
ninguna característica que lo distinguiera del monótono paisaje de la
zona; que fuera, en este instante, «tierra santa» indica que la diferencia
radicaba en la presencia de Dios. De modo que podemos afirmar que el
lugar donde el Señor está es siempre «lugar santo».
En segundo lugar, quisiera señalar que Moisés no sabía que estaba
en un lugar santo. No obstante el desconocer los atributos que le
impartía la presencia de Dios al lugar, no dejaba de ser un sitio santo. Es
posible, entonces, que en más de una ocasión nos encontremos de cara
a una visitación celestial y no seamos conscientes de ello. Nuestra
ignorancia no nos exime de la responsabilidad de asumir una actitud que
honre la manifestación divina. Es necesario, entonces, que le pidamos al
Señor esa particular sensibilidad de espíritu para percibir los espacios y
los momentos que han sido tocados por la radiante presencia de Dios.
El hecho de que el Señor se manifestara mientras Moisés cuidaba las
ovejas de su suegro nos deja una lección adicional. El Señor no se limita
a los horarios ni a los lugares que nosotros hemos designado para su
manifestación. Él irrumpe, de manera sorpresiva, allí donde estamos
ocupados en nuestras actividades diarias.
Por esto debemos transitar por la vida atentos a esas situaciones en
las que el Señor puede tocar nuestra vida. Puede ser ese instante de
introspección en el que Dios susurra una palabra a nuestro espíritu, o
una conversación en la que percibimos que el Señor nos habla
claramente por medio de la otra persona. Quizás se trate de ese
momento en el que pareciera que escucháramos por primera vez la letra
de una canción más que conocida, o aquellas situaciones en las que, en
medio de una lectura, el texto parece saltar de las páginas con un
mensaje vivo y real.
¿Por qué es necesaria esta capacidad de percibir? Porque no
queremos perdernos la riqueza espiritual que posee ese momento. En el
caso de Moisés, su actitud de respeto preparó el camino para que Dios
le hablara. En nuestro caso estas situaciones ameritan un oído atento,
un espíritu humilde y un corazón obediente.
La zarza que ardía nos recuerda que cualquier lugar y momento
puede convertirse en «lugar santo». Lo importante es que no acabemos
exclamando como Jacob: «¡Ciertamente el SEÑOR está en este lugar, y
yo ni me di cuenta!» (Génesis 28.16, NTV).
ORACIÓN
Abre los ojos de mi corazón, Oh Dios, para que te pueda ver en medio
de mis ocupaciones cotidianas. Que la consciencia de tu presencia me
motive a vestirme de santidad, como conviene a los de tu casa.
13 DE ENERO
Mentes disciplinadas
Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti
persevera, porque en ti ha confiado. Isaías 26.3 RVR95
Me gusta la forma en la que se traduce en la versión Reina Valera 1995.
Me ayuda, de manera muy clara, a entender que las batallas más
intensas de la vida se ganan o se pierden en el plano de la mente. Es un
tema que aborda con frecuencia el apóstol Pablo. En Romanos 8, por
ejemplo, señala que «los que viven conforme a la carne, ponen la mente
en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las
cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero
la mente puesta en el Espíritu es vida y paz. La mente puesta en la
carne es enemiga de Dios porque no se sujeta a la Ley de Dios, pues ni
siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a
Dios» (vv. 5-8, NBLH).
La completa paz que describe Isaías está condicionada a una
realidad: debemos encontrar la forma en que nuestros pensamientos
perseveren en Dios. La palabra que escoge el profeta —perseverar—
nos anima a creer que el estado caótico de nuestros pensamientos
puede ser alterado.
Esta observación comunica una enorme sensación de alivio. La falta
de disciplina que caracteriza nuestros pensamientos revela con cuánta
facilidad la mente se acostumbra a deambular de aquí para allá, sin que
nosotros logremos imponerle alguna restricción. Nos sentimos tentados
a rendirnos ante la ilusión de que nuestra mente posee vida propia,
separada de nuestra voluntad. La obstinación de ciertos patrones de
pensamiento solamente sirve para afianzar en nosotros la sensación de
que esta es una batalla que no podemos ganar. No obstante, el profeta
sostiene que es posible anclar con tal firmeza nuestros pensamientos a
la persona de Dios que la intensa lucha que normalmente acompaña
nuestra vida interior se vea desplazada por un estado de deliciosa
quietud y paz.
El proceso que debemos recorrer para alcanzar este estado no es
sencillo. La ley de la vida indica que sujetar la mente requiere la misma
disciplina y esfuerzo que son necesarios para alcanzar un buen estado
físico. No existen aquí los atajos ni las fórmulas mágicas.
Nada ilustra mejor esta realidad que la imagen de Jesús, en agonía
de espíritu, en Getsemaní. Allí, Cristo busca resistirse a la tentación de
ceder a los impulsos de su propia voluntad, para sujetar el espíritu a la
soberana voluntad de su Padre. La batalla fue tan fuerte que debió
regresar tres veces, y «ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y
lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte» (Hebreos 5.7, NTV).
Cuando Jesús se encaminó hacia la cruz, lo hizo en completa paz.
Su lucha había terminado. El Señor se revistió de esa mansedumbre que
es el fruto inequívoco de haber escogido fijar los pensamientos en Dios.
MEDITACIÓN
«Lo que ocupa nuestros pensamientos cuando tenemos tiempo para
pensar en lo que queremos, es lo que somos o lo que pronto seremos».
A. W. Tozer[2]
14 DE ENERO
Valiosa revelación
Y te acordarás de todo el camino por donde el SEÑOR tu Dios te ha
traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte,
probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o
no sus mandamientos. Deuteronomio 8.2 NBLH
En este versículo encontramos resumido el accionar de Dios hacia Israel
durante los cuarenta años en los que el pueblo vivió en el desierto. Las
pruebas, que siempre parecían ser fortuitas, eran orquestadas por el
Señor con un propósito muy claro: saber si existía en el corazón de ellos
la disposición de guardar o no sus mandamientos a pesar de las pruebas
y dificultades que transitaban.
Siempre que he leído este versículo he interpretado que este
conocimiento era algo que procuraba el mismo Señor. Hace poco, sin
embargo, percibí que posiblemente el texto tiene un sentido diferente.
El salmista declara: «Oh SEÑOR, Tú me has escudriñado y conocido.
Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; Desde lejos comprendes mis
pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, Y conoces bien
todos mis caminos. Aun antes de que haya palabra en mi boca, Oh
SEÑOR, Tú ya la sabes toda» (139.1-4, NBLH). Dado el extraordinario
nivel de conocimiento que Dios posee acerca de quiénes somos, queda
claro que él no requiere una prueba para descubrir qué es lo que hay en
nuestro corazón. Tal como el Señor le señaló a Samuel, cuando este fue
a ungir a uno de los hijos de Isaí: Dios no se guía por lo que es visible a
los ojos humanos, sino por aquello que está escondido en el corazón
(1 Samuel 16.7).
El sentido de la palabra «saber», en el texto de Deuteronomio, es:
traer a la luz, mostrar, dar a conocer. Es decir, en la prueba el Señor nos
permite descubrir el verdadero estado de nuestro propio corazón, algo
que él ya conoce. Por esto resulta más acertada la frase que emplea la
Nueva Traducción Viviente: Dios «te puso a prueba para revelar tu
carácter».
¿Por qué tiene importancia para nosotros este conocimiento? Porque
el Señor busca que seamos colaboradores con él en el proceso de
transformación que lleva adelante en nuestra vida. Si desconocemos la
realidad de nuestro corazón, creeremos que es innecesario su trato
hacia nosotros. Pero cuando descubrimos actitudes y convicciones
atrincheradas que lo deshonran, entendemos que necesitamos ser
cambiados por el poder de su accionar en nuestro hombre interior.
Cuando él comienza ese proceso de transformación, ofrecemos menos
resistencia a su trato. Entendemos que, aunque resulte dolorosa, su
disciplina es necesaria. Y por ser necesaria, al final abrazamos el
proyecto de Dios.
Cuando te encuentres en medio de una intensa prueba, considérala
como tu mejor oportunidad de conocerte a ti mismo. Al presentarte
delante de Dios, puedes hacerlo con plena luz sobre las esferas de tu
vida que necesitan ser transformadas.
REFERENCIA
«El sufrimiento me hizo bien, porque me enseñó a prestar atención a tus
decretos». Salmo 119.71 NTV
15 DE ENERO
En el desierto
Por tanto, voy a seducirla, llevarla al desierto, y hablarle al corazón.
Oseas 2.14 NBLH
El mensaje del profeta Oseas es para una nación que se ha prostituido
con muchos amantes. Dios llamó a Oseas a padecer el adulterio en
carne propia, para entender la gravedad del pecado de Israel. Podía
proclamar de corazón el mensaje recibido porque él mismo había
convivido con una esposa entregada a la prostitución. Entendía lo que
era amar sin ser correspondido, o sacrificarse por alguien solamente
para cosechar ingratitud o indiferencia. Para su infiel esposa, otros
hombres siempre resultaban más apetecibles que el infeliz Oseas.
En medio del reiterado adulterio de Israel, el Señor se acerca con
este sorprendente mensaje: «Voy a seducirla, llevarla al desierto, y
hablarle al corazón». El plan, que contradice todos los impulsos de
nuestro mezquino corazón, mantiene la coherencia con el insistente
amor de un Dios que rehúsa darse por vencido. Él es el más obstinado
de los amantes; no entiende de desagravios, ofensas, insultos o
escarnios.
En lo personal, me llama la atención esta frase: «Voy a... llevarla al
desierto». ¿Por qué al desierto? ¿Por qué no a un lugar más romántico y
bello? Precisamente, porque anda en pos de una mujer que
continuamente se distrae, diciendo: «Iré tras mis amantes, que me dan
mi pan y mi agua, mi lana y mi lino, mi aceite y mi bebida» (v. 5). El
desierto es un lugar árido, infecundo, desprovisto de lo más esencial
para sustentar la vida. Carece del pan, del agua, de la lana, del lino, del
aceite y de las bebidas que tan rápidamente seducían a esta mujer en la
ciudad. Allí no tendrá más opción que prestarle atención a su verdadero
marido.
Algún comentarista ha observado que la razón por la que Dios
condujo a Israel al desierto, cuando pudo haber llegado a la Tierra
Prometida en menos de dos semanas, se debe a la necesidad de que
Israel atravesara por este proceso de purificación. Debían no solamente
salir de Egipto físicamente, sino también vivir esa experiencia que les
permitiría desalojar a Egipto de sus corazones. Y no resultó innecesario
el camino que había escogido el Señor. Cada vez que se encontraban en
problemas, volvían la mirada, con nostalgia, hacia el país donde habían
sido esclavos.
En ocasiones, nosotros también somos conducidos al desierto.
Vienen a nuestra vida tiempos en los que todo aquello que nos
entusiasmaba y seducía pierde su atractivo, y la vida se torna gris e
insulsa. Nos identificamos con la multitud de figuras, en la historia del
pueblo de Dios, que fueron también purificadas intensamente en el
desierto.
El Señor mismo ha tocado nuestro entorno para que elevemos la
mirada hacia la fuente de vida. Si descubrimos que estábamos
perdiendo el tiempo en vanidades, habremos accedido a una valiosa
revelación. Si lo abrazamos a él, habremos comenzado a vivir.
ORACIÓN
Señor, dame la capacidad para escuchar tus tiernas invitaciones en cada
una de las pruebas que me toca atravesar. Concede que las dificultades
sean mis mejores aliadas en la búsqueda de una vida de mayor
confianza en ti.
16 DE ENERO
Infructuosa comparación
El fariseo, de pie, apartado de los demás, hizo la siguiente oración: «Te
agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores,
adúlteros. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos!». Lucas
18.11
Si te detuvieras a reflexionar sobre las ocasiones en que criticas a otros,
podrías observar un interesante patrón. Tú siempre sales bien parado en
esas críticas. Es decir, puedes darte el gusto de criticar a los demás
porque tú definitivamente no padeces los errores y egoísmos que te
parecen tan despreciables en la vida de otros. Si tuvieras consciencia de
su existencia, tus críticas no tendrían ese aire de confiada denuncia que
percibimos en la oración del fariseo. Él «gracias a Dios» no era para
nada como aquel cobrador de impuestos.
Es necesario señalar que el hecho de que tú y yo no percibamos en
nuestra propia vida las mismas debilidades que notamos en otros, no es
un indicador confiable de que las mismas no existan. Lo único que revela
esta percepción es lo eficaz que es el pecado a la hora de ocultar su
presencia en nuestro corazón. No nos fiemos de la lectura que podamos
hacer de nuestra propia vida. Tal como señala el profeta Jeremías, el
corazón es más engañoso que todas las cosas y, para colmo de males,
no tiene remedio (17.9).
Existen al menos tres razones por las que es poco fructífero usar a
los demás como punto de referencia para evaluar nuestra propia vida.
En primer lugar, tú y yo no poseemos la capacidad de una lectura
acertada del corazón. Esto no solamente nos entorpece a la hora de
mirar la vida de nuestros semejantes, sino que también complica la
mirada que dirigimos hacia nuestro propio corazón. Nuestras
conclusiones invariablemente van a estar enturbiadas por la miopía de
nuestra visión. El único que lee correctamente los corazones es el Señor.
En segundo lugar, la perversidad del corazón lleva a que siempre
escojamos compararnos con aquellos que nos dejarán bien parados a
nosotros. Es decir, somos sumamente selectivos a la hora de escoger
con quien compararnos. Si queremos saber si somos sacrificados, jamás
escogeríamos compararnos con la Madre Teresa, por ejemplo, porque
invariablemente saldríamos perdiendo.
En tercer lugar, el hecho de que tú y yo descubramos errores en la
vida de los demás no nos ayudará en el día en que tengamos que rendir
cuentas ante el Señor. Ese día no habrá a quién señalar ni con quién
compararse. Cada persona deberá asumir responsabilidad por su propia
vida. No tendremos a quién echarle la culpa, ni tampoco a quién señalar,
para que nuestra falta de brillo no se note tanto. Seremos evaluados
pura y exclusivamente conforme a la vara que usa Dios. Por esto, es
bueno que nos acostumbremos a hacer silencio a la hora de señalar con
el dedo a la persona que está a nuestro lado. Invertimos mejor nuestro
tiempo cuando nos esforzamos por identificar y remediar nuestras
propias flaquezas.
MEDITACIÓN
Por esas perversas vueltas de la vida quizás te sientas tentado, al
finalizar esta lectura, a dar gracias por no ser como el fariseo. Sin darte
cuenta, habrás caído otra vez en la trampa de la comparación. Renuncia
a ese proceso, que de nada aprovecha.
17 DE ENERO
Levadura
Es terrible que se jacten sobre dicho asunto. ¿No se dan cuenta de
que ese pecado es como un poco de levadura que impregna toda la
masa? Desháganse de la vieja «levadura» quitando a ese perverso de
entre ustedes. Entonces serán como una nueva masa preparada sin
levadura, que es lo que realmente son. 1 Corintios 5.6-7
En el texto de hoy Pablo advierte a una congregación, excesivamente
tolerante, acerca de los peligros que implica la presencia de personas,
dentro del cuerpo de Cristo, que deliberadamente andan en pecado.
Lejos de sufrir ellos un proceso de transformación por la acción de sus
hermanos, la iglesia acabará contaminada por las perversas
convicciones que ellos tienen.
La iglesia ha olvidado, insistentemente, que esta exhortación no se
refiere a los que no están en Cristo, sino a los que están dentro del
cuerpo. Al aislarnos de los que aún no han sido redimidos perdemos los
valiosos puentes necesarios para llegar hasta ellos con la Buena Noticia
de salvación. Por esto, Pablo mismo se siente en la necesidad de
aclarar: «No me refería a los incrédulos que se entregan al pecado
sexual o son avaros o estafadores o rinden culto a ídolos. Uno tendría
que salir de este mundo para evitar gente como esa» (1 Corintios 5.10).
No obstante esta aclaración, quisiera hablar de otra dimensión que
encierra este problema. Nuestra relación con los incrédulos debe ser
dirigida por un claro anhelo: despertar en ellos hambre y sed por la
persona de Dios. Observo, sin embargo, que en un mundo gobernado
por los medios de comunicación, muchos hijos de Dios sostienen
relaciones permanentes con personajes del mundo del espectáculo que
no se prestan para sembrar los valores del reino en ellos. Estas
relaciones se viven de manera artificial por medio de las ubicuas
pantallas que han invadido cada espacio de nuestra vida personal. De
esta manera, millones de cristianos andan en «compañía» de personas
cuyos códigos morales son diametralmente opuestos a los del reino. No
se pierden un solo programa de sus animadores favoritos o de las series
que siguen con tanta devoción. Al no permitir un contacto genuino con
estos gerentes del espectáculo, el camino de influencia acaba siendo
unidireccional, de la pantalla hacia la vida del espectador.
El hecho de que muchos creyentes repitan todas las frases, los
chismes y los modismos que giran en torno de estos personajes revela
con cuánta facilidad logran leudar la masa de la iglesia. No debe
sorprendernos el hecho de que pasar veinticinco, cuarenta o sesenta
horas por semana en compañía de personas de dudosa moral acaba
sembrando en nuestro corazón las mismas cuestionables convicciones
que ellos poseen.
Lo alarmante del proceso de la levadura es que es invisible. Actúa
escondida, en el interior de la masa. Del mismo modo, una dieta
permanente de espectáculos televisivos con escaso valor moral también
actuará de manera invisible en los recovecos más escondidos de nuestra
alma.
EXHORTACIÓN
«Que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se
mencionen entre ustedes, como corresponde a los santos. Tampoco
haya obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas,
sino más bien acciones de gracias». Efesios 5.3-4 NBLH
18 DE ENERO
Intenciones puras
Pues hablamos como mensajeros aprobados por Dios, a quienes se
les confió la Buena Noticia. Nuestro propósito es agradar a Dios, no a
las personas. Solamente él examina las intenciones de nuestro
corazón. 1 Tesalonicenses 2.4
Una de las marcas de este período incierto que transitamos ha sido el
infortunado derrumbe de las estructuras que durante siglos han
mantenido en pie a la familia. En una cultura en la que somos testigos de
un notable deterioro en la capacidad de construir relaciones sanas con el
semejante, las bases que sustentan la sociedad se ven seriamente
comprometidas.
El resultado de esta insuficiencia es que llegamos a la adultez sin
poseer las herramientas necesarias para edificar relaciones robustas y
maduras. Nuestro acercamiento al prójimo está viciado por el egoísmo y
la urgencia de encontrar en otros lo que deberíamos haber recibido en el
entorno de nuestro propio hogar de origen.
Este apremio muchas veces yace escondido en lo más profundo del
subconsciente. Enturbia, de manera inevitable, las aparentes buenas
intenciones con las que nos acercamos a los demás. Nos conduce hacia
relaciones donde el objetivo siempre es sacarle algo a la otra persona. El
beneficio anhelado puede ser la aprobación de los demás, el cultivar
vínculos que apacigüen el dolor subyacente que atormenta nuestra
existencia o, incluso, el sacarle un rédito económico al prójimo.
El apóstol Pablo no desconocía esta tendencia, tan antigua como la
existencia del ser humano mismo. Por esto, se siente en la necesidad de
aclararle a la iglesia de Tesalónica: «Como saben, nunca fuimos a
ustedes con palabras lisonjeras, ni con pretexto para sacar provecho.
Dios es testigo. Tampoco buscamos gloria de los hombres, ni de ustedes
ni de otros, aunque como apóstoles de Cristo hubiéramos podido
imponer nuestra autoridad» (vv. 5-6, NBLH).
Sus explicaciones son llamativas por el contraste que revelan frente
al comportamiento de muchos líderes y pastores en estos tiempos,
personas que emplean palabras lisonjeras para sacar provecho de sus
congregaciones, y que muchas veces manipulan de manera descarada a
la gente para construir sus propios reinos. Su ambición es rodearse de
un pueblo que los adula y los obedece ciegamente. Aunque aparentan
ser libres, están atados a los de su alrededor porque han construido sus
ministerios en base a la respuesta que consiguen de los hombres.
¡Qué maravillosa es la preciosa libertad que alcanzamos cuando el
Señor nos libra de la necesidad de agradar o usar a los hombres! No
necesitamos que los demás piensen bien de nosotros. No requerimos su
aprobación, porque hemos decidido vivir buscando agradar a Aquél que
está por encima de todo imperio humano. Hemos entendido que toda
valoración humana está construida sobre presupuestos frágiles y
apreciaciones defectuosas. Solamente nuestro buen Padre celestial ve
con absoluta nitidez las intenciones y las motivaciones escondidas de
nuestro corazón. Por esto, su opinión es la única que realmente tiene
peso. Saberlo nos hace libres de la aprobación o desaprobación de los
demás.
PLEGARIA
Señor, reconozco que mi egoísmo pone en riesgo las relaciones que
disfruto con las personas que más amo. Líbrame de las maniobras que
tienen como objetivo conseguir que las cosas sean siempre como yo
quiero. Enséñame a amar como tú amas, buscando lo mejor para los
demás, aun cuando signifique que yo deba sacrificar mis más profundos
anhelos.
19 DE ENERO
Premio a la obstinación
Les digo, ¡él pronto les hará justicia! Pero cuando el Hijo del
Hombre regrese, ¿a cuántas personas con fe encontrará en la tierra?
Lucas 18.8
En la vida espiritual la perseverancia es una de las cualidades
indispensables para alcanzar la victoria. Tiene un peso incalculable
porque la mayoría de las conquistas en el reino son lentas y trabajosas;
solamente las disfrutamos luego de un prolongado período de esfuerzo.
Requieren la disposición de persistir en caminar en una misma dirección
aun cuando veamos, en lo inmediato, pocos frutos por nuestro esfuerzo.
Cristo sabía que el desánimo sería uno de los enemigos a derrotar en
la vida de sus discípulos. La disparidad entre el esfuerzo invertido y los
frutos cosechados los llevaría a cuestionar si un proyecto realmente valía
el sacrificio que exigía. Por esto, en varias oportunidades les advirtió que
debían perseverar en el camino que les había señalado.
Compartió la parábola de la viuda con el juez injusto, en Lucas 18.18, como parte de ese proceso de formar en ellos esta característica. Su
intención, según el autor, era «enseñarles que ellos debían orar en todo
tiempo, y no desfallecer» (v. 1, NBLH). La viuda, que es el personaje
principal de la historia, logra reivindicar su situación mediante una
porfiada insistencia que no admite una negativa por parte del juez
injusto. La inacción de él no la disuade. Lo acaba agotando con sus
reclamos de una solución justa para la situación que enfrenta.
Jesús señala, en la conclusión de la parábola, cuál es el ingrediente
que permite mantener viva esta obstinación cuando todo invita a
claudicar. Lo hace por medio de una pregunta comprometedora: cuando
él regrese «¿a cuántas personas con fe encontrará en la tierra?» (v. 8).
La fe es una convicción inamovible de que algo inexistente en el
presente será una realidad, visible y palpable, en el futuro. Puede
tratarse de un ministerio, una conversión, los recursos para un proyecto,
la transformación de un pueblo o la plantación de congregaciones donde
no las hay. El elemento que une a todos estos objetivos es la convicción
inamovible de que, en algún momento, dejarán de ser un sueño y se
convertirán en un hecho incontrovertible.
Esta fe solamente puede mantenerse vigorosa cuando existe una
férrea convicción de que el Padre se deleita en responder a las
peticiones de sus hijos. Aunque el tiempo que pasa entre pedido y
respuesta rara vez coincide con nuestro cronograma, la convicción de
que responderá nunca se debilita. Detrás de esa seguridad existe
certeza acerca del corazón bueno y compasivo que posee. El clamor de
sus hijos nunca cae sobre oídos sordos. No nos ignora, ni se fastidia
ante nuestra insistencia. Se ha propuesto hacernos bien, y aun la
demora en responder manifiesta su compromiso de invertir en nuestra
vida.
REFLEXIÓN
«Existe una palabra que describe esta clase de oración, la palabra
“súplica”. Suplicar significa que le sumamos seriedad, intensidad y
perseverancia a nuestro pedido. Es una declaración de que le atribuimos
máxima importancia a la disciplina de orar. Vamos a insistir y no nos
detendremos. Tal como señala Juan Calvino, no repetiremos dos o tres
veces la oración, sino tantas veces como sea necesario, cien o mil
veces». Richard Foster[3]
20 DE ENERO
Enemigo invisible
Pero si no cumplen su palabra, entonces habrán pecado contra
el SEÑOR y estén seguros de que su pecado los alcanzará. Números
32.23
Cuando Josué se enteró de la derrota que habían sufrido sus hombres
ante el pueblo de Hai, rasgó sus vestiduras, se echó polvo sobre la
cabeza y entró en duelo. Su respuesta instintiva ante la crisis que se
había precipitado fue la de elevar al Señor un reproche: «Y Josué dijo:
“¡Ah, Señor DIOS! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para
entregarnos después en manos de los Amorreos y destruirnos? ¡Ojalá
nos hubiéramos propuesto habitar al otro lado del Jordán!”» (Josué 7.7,
NBLH). Creyó que, de alguna manera, el Señor era responsable de la
derrota y debía hacerse cargo de la situación.
Josué actuó por ignorancia. Esto no justifica su reacción, pero sí nos
ayuda a entender por qué fue tan rápido en expresar al Señor su
reclamo. Con la información que él poseía en ese momento, todo
indicaba que los israelitas habían actuado correctamente. No dudó,
entonces, en buscar la razón de la derrota por otro lado.
La respuesta del Señor lo debe haber sorprendido. Habían sido
derrotados porque Dios ya no los acompañaba en la conquista. Y la
razón por la que había dejado de acompañarlos era que el pueblo había
pecado.
El versículo de hoy expresa una verdad incontrovertible acerca del
pecado. Cuando se instala en nuestra vida, los resultados son tan
inevitables como la salida del sol cada mañana. Es decir, no existe una
situación en la que el pecado no deje secuelas en nuestra vida. La ley de
la vida espiritual establece que toda acción contraria a la voluntad de
Dios siempre tiene consecuencias adversas para el ser humano. No
existen excepciones a esta regla.
Podríamos argumentar que Josué desconocía la presencia del
pecado en el pueblo, por lo que se le podría considerar inocente; sin
embargo, la ley del pecado es inapelable. Cuando el pecado se instala
en la vida, las consecuencias no tardarán en sentirse. Y precisamente
por la naturaleza engañosa y sigilosa del pecado, muchas veces no nos
damos cuenta de que se ha instalado en nuestro corazón. Al igual que
un cáncer maligno que anida silenciosamente en algún rincón de nuestro
organismo, el pecado no siempre anuncia su llegada con bombos y
platillos.
El discípulo sabio debe tener absoluta certeza de que el pecado
siempre va a neutralizar su ministerio; nunca estará libre de esta
posibilidad. Pero también debe recordar que el pecado, por su misma
naturaleza engañosa, es difícil de detectar. Por esto, será necesaria la
ayuda del Señor a cada paso. Aunque no sea consciente de la existencia
de algún pecado en su vida, igualmente debe tomarse el tiempo para
que Dios examine su corazón y revele lo que puede estar escondido allí.
Solamente por medio de la mirada punzante del Altísimo podrá descubrir
la presencia de un enemigo que puede echar por tierra sus mejores
esfuerzos por avanzar en el reino de Dios.
REFERENCIA
«¡Escuchen! El brazo del SEÑOR no es demasiado débil para no
salvarlos, ni su oído demasiado sordo para no oír su clamor. Son sus
pecados los que los han separado de Dios. A causa de esos pecados, él
se alejó y ya no los escuchará». Isaías 59.1-2
21 DE ENERO
¡Sorpréndeme!
Abre mis ojos, para que vea las verdades maravillosas que hay en tus
enseñanzas. Salmo 119.18
Uno de los enemigos a combatir, frente a la lectura de la Palabra de
Dios, es el adormecimiento del espíritu. Con frecuencia, percibo que mi
mente está leyendo las palabras impresas sobre la hoja, pero mi corazón
no participa del proceso. Es que la rutina diaria le ha robado la frescura y
el encanto a este ejercicio espiritual.
Creo que no soy el único que lucha contra esta dificultad. En varias
ocasiones, cuando me han invitado a compartir la Palabra en alguna
congregación, he escogido hablar de textos que son bien conocidos para
el pueblo evangélico. No han sido pocas las veces que alguna persona
se me ha acercado, al concluir la reunión, para confesar: «Cuando
anunciaste el pasaje sobre el que ibas a hablar pensé: “Oh no, este
pasaje ya lo conozco bien. ¿Podrá decir algo nuevo sobre este texto?”».
Es allí donde radica parte de nuestro problema. Solamente lo
novedoso atrapa nuestra atención. Como vivimos en tiempos en los que
la aparición de novedades en todos los ámbitos de la vida se ha
acelerado dramáticamente, cada vez es menor nuestra capacidad de
retener el interés en lo conocido. Pareciera que la única forma de vivir
una vida apasionada es que seamos seducidos permanentemente por la
última novedad tecnológica, informática o científica.
El autor del Salmo 119 eleva una sencilla petición al Señor: «Abre
mis ojos, para que vea las verdades maravillosas que hay en tus
enseñanzas». Él entiende bien que se puede efectuar el ejercicio de leer
la Palabra sin conectarse con la vida misma que se esconde detrás del
texto. Las maravillosas verdades de las Escrituras no siempre están a
simple vista. En su sabiduría, el Señor ha escondido las verdades más
preciosas para que puedan ser atesoradas solamente por aquellos que
realmente tienen hambre y sed de justicia. Los apurados, los religiosos o
los que solamente buscan su propio bien no experimentarán, en la
lectura del texto, ese encuentro sobrenatural que impacta en lo más
profundo de nuestro ser, la sensación de quedar atónitos ante la belleza
y magnificencia de su Palabra.
Es precisamente este el sentido de la oración del salmista. Percibe
que el texto lo puede sorprender y seducir con sus atrevidas propuestas.
No obstante, la inteligencia y la diligencia no serán suficientes para
descubrir este tesoro. El Señor tiene en sus manos la llave que destraba
las más ricas manifestaciones de su Palabra, y si él no la activa, nuestra
lectura será vacía y sin propósito.
Qué bueno, entonces, es imitar al salmista cuando nos acercamos a
la Biblia. Antes de abrir sus páginas, susurremos al Señor: «Dame ojos
para ver lo que no se puede ver con la mente. Sorpréndeme hoy con la
lectura de tu Palabra. Atrapa mi corazón con la pureza de tus preceptos.
Siembra tu verdad en los rincones más escondidos de mi ser, para que
ande conforme a tus propósitos».
MEDITACIÓN
«Cuando nos acercamos a estudiar la Palabra lo hacemos con la
intención de escuchar lo que Dios dice y no lo que quisiéramos que él
diga». Richard Foster[4]
22 DE ENERO
¡Qué locura!
Me complazco en las debilidades, en insultos (maltratos), en
privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo,
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. 2 Corintios 12.10
NBLH
Los conceptos que han echado raíz en la iglesia en los últimos cincuenta
años tornan incomprensibles las palabras de Pablo. Todo nuestro
esfuerzo, en la presente cultura, está orientado hacia el afán de
esconder nuestras debilidades, disimular nuestras flaquezas y ocultar
nuestras luchas.
En lo personal, me sentiría mucho más cómodo si el apóstol hubiera
cambiado la expresión «complazco en» por «soporto». Es decir, para
que el poder de Cristo se manifieste en mi vida estoy dispuesto a
soportar toda clase de dificultades. Es que soy conocedor de cuánto
cuesta aceptar las dificultades que son ingredientes inseparables de la
vida. En medio de las pruebas lucho con el desánimo, el fastidio, la
autoconmiseración y la fatiga. Me esfuerzo por cultivar una actitud que
honra al Señor, pero no siempre logro ese objetivo.
Si a mí tanto me cuesta, ¿cómo es que Pablo puede decir que se
«complace» en privaciones? ¿Será que existe aquí algún error de
traducción? Acudo a un léxico del Nuevo Testamento y descubro esta
definición de la palabra griega: «Deleitarse en, complacerse en, estar
contento o satisfecho, preferir, decidir, escoger». De hecho, la Nueva
Traducción Viviente suena aún más alocada: «Es por esto que me
deleito en mis debilidades».
Descarto la opción de un error de traducción. Aunque suene a locura,
el apóstol afirmaba que, si dependiera de él, preferiría una vida repleta
de fragilidades, insultos, privaciones, persecuciones y angustias, a una
vida de fortaleza, armonía, abundancia, adulación y euforias. ¿Cómo se
puede entender semejante declaración?
La verdad es que no se puede comprender. La frase se resiste al
análisis, pero no a la experiencia. Pablo había comenzado a percibir, en
su vida, un patrón. En cada situación donde había experimentado
dificultades la gracia de Dios se había manifestado con mayor
intensidad. Y quien ha gustado de la gracia de lo alto ha comprobado
que nos permite avanzar en desafíos en los que la carne no ha
adelantado siquiera un centímetro. Por lo que había vivido, el apóstol
podía afirmar, sin temor a equivocarse, que ser debilitado era lo mejor
que le podía pasar en el ministerio.
¡Qué lástima que perdamos tanto tiempo tratando de disimular o
esconder nuestra frágil condición! Cuanto más esfuerzo invertimos en
ocultar nuestra verdadera condición, más se apaga en nosotros la gracia
que tanto necesitamos para llevar adelante los proyectos de Dios.
Pregunto yo: ¿No será hora de que nos deleitemos en, complazcamos
en, estemos contentos o satisfechos con, prefiramos, nos decidamos por
y escojamos el camino de la debilidad? ¡Quién sabe lo que podría llegar
a ocurrir en los ministerios que se nos han confiado!
REFERENCIA
«En tres ocasiones distintas, le supliqué al Señor que me la quitara [una
espina]. Cada vez él me dijo: “Mi gracia es todo lo que necesitas; mi
poder actúa mejor en la debilidad”. Así que ahora me alegra jactarme de
mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de
mí». 2 Corintios 12.8-9 NTV
23 DE ENERO
Proceso misterioso
Todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un
espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados. 2 Corintios
3.18 NBLH
En estos días he vuelto a examinar la experiencia de Moisés cuando
subió al monte. El relato de Éxodo revela cuán estrecha era su relación
con Dios, pues testifica que «el SEÑOR hablaba con Moisés cara a cara,
como cuando alguien habla con un amigo» (Éxodo 33.11, NTV). Esta es
la clase de comunión con la que soñamos todos, una relación que
contiene la belleza de los intercambios más íntimos entre dos amigos.
Una de las consecuencias de esta relación era que «cuando Moisés
descendió del monte Sinaí con las dos tablas de piedra grabadas con las
condiciones del pacto, no se daba cuenta de que su rostro resplandecía
porque había hablado con el SEÑOR» (Éxodo 34.29, NTV). Moisés lucía
una señal visible que testificaba de la intensidad espiritual de estos
encuentros con el Señor.
Su vivencia me deja al menos tres impresiones. En primer lugar,
entrar en contacto con Dios es una experiencia transformadora. No es
posible rozarse con el Eterno sin ser profundamente afectado por esa
experiencia. De hecho, una de las marcas de un genuino encuentro
espiritual es que algo en nosotros ha cambiado. Así lo experimentó
Jacob, luego de toda una noche de lucha con el ángel del Señor. Al
amanecer, cojeaba. Isaías, apabullado por la santidad del Altísimo,
expresó horror por la inmundicia de su propia vida. Cuando el encuentro
concluyó, la culpa de su pecado había sido quitada.
En segundo lugar, Moisés no sabía que había experimentado esta
transformación. Como pastor observo cuánta angustia produce en
nosotros el querer «sentir» el obrar de Dios en nuestra vida. Clamamos a
él, en nuestros encuentros, para que toque nuestra vida. Detrás de
nuestro clamor se esconde la obsesión de «sentir algo» cuando nos
ministra. Cuando observamos que otros han sido «tocados» por Dios se
apodera de nuestro corazón cierta desilusión, pues no se han concedido
las mismas experiencias a nosotros que a los demás. Lo que vivió
Moisés nos recuerda que las obras más profundas de Dios no siempre
se perciben con los sentidos humanos.
En tercer lugar, esta transformación fue fruto de una relación de
amigos. Los monólogos que intentamos disfrazar de oración no
transforman, porque no dejan espacio para el intercambio de intimidades
con el Señor. Más bien, son una extensión de nuestra propia fascinación
con nosotros mismos. Dialogar con el Padre significa que incorporemos
a nuestra comunión momentos en que hagamos silencio para escuchar.
De hecho, a medida que crece nuestra comunión es posible que los
tiempos de silencio sean más prolongados que los espacios llenos de
palabras.
Lo que me anima en esta historia es saber que la transformación es
el resultado de algo mucho más importante: la intensidad de mi relación
con él. No necesito entender el proceso por el que soy transformado. Si
busco, de todo corazón, afianzarme en esa relación los cambios vendrán
por sí solos.
OBSERVACIÓN
La vida espiritual no es el resultado de un plan cuidadosamente
elaborado y minuciosamente ejecutado. Es el fruto de una apasionada
relación de amor en la que el crecimiento ocurre de manera
imperceptible y gradual.
24 DE ENERO
Seamos cautelosos
Entonces, después de hacer todas esas cosas, derramaré mi Espíritu
sobre toda la gente. Sus hijos e hijas profetizarán. Sus ancianos
tendrán sueños y sus jóvenes tendrán visiones. Joel 2.28
En el primer sermón que predicó, Pedro apeló a esta palabra del profeta
Joel para despejar el desconcierto que la multitud sentía. El hecho de
que los judíos hablaban en los idiomas de los partos, medos, elamitas,
cretenses y árabes no era más que el cumplimiento de una antigua
profecía. La multiplicidad de las manifestaciones idiomáticas claramente
demostraba que la expresión «toda la gente» trascendía los límites de un
solo pueblo o una sola nación.
En el capítulo 10 de Hechos, sin embargo, descubrimos a un Pedro
envuelto en una profunda lucha personal. Una voz del cielo le ordenaba
que matara y comiera de los animales inmundos que veía en una visión.
Pedro, judío piadoso y puntilloso, se rehusó a obedecer una palabra que
claramente contradecía las enseñanzas de los patriarcas. La aclaración
que vino por parte del cielo —«No llames a algo impuro si Dios lo ha
hecho limpio» (v. 15)— solamente sirvió para profundizar su perplejidad.
Aun mientras intentaba descifrar en su corazón el significado de lo
que había experimentado, a la casa donde se hospedaba llegaron los
mensajeros enviados por Cornelio. Una vez más, el Espíritu intervino y le
dio instrucciones de que fuera con ellos, aunque eran gentiles. El
pescador de Galilea partió hacia la casa del romano, pero su viaje
también estuvo salpicado por la reticencia. Allí, en medio de enredadas
explicaciones, finalmente descifró que Jesús también deseaba alcanzar
a los gentiles.
Poco tiempo después, no obstante, Pedro una vez más dudó de la
validez de un ministerio a «toda la gente». Ante la llegada de un grupo
de judíos a Antioquía volvió a insistir en la circuncisión y se aisló de los
gentiles (Gálatas 2.11-12), hecho por el cual el apóstol Pablo se vio
obligado a confrontarlo públicamente.
Pedro entendía el significado de las palabras contenidas en la
profecía de Joel, pero a la hora de interpretar el texto no lograba
despegarse de su contexto judío. La estructura de su propia cultura era
tan fuerte que le impidió entrar en la plenitud de la Palabra, quedando
atascado en una interpretación que coincidía con sus propios prejuicios.
Su experiencia me asusta un poco. ¿Cuántas veces habré
interpretado textos apelando a los valores de mi cultura personal? El
tiempo me ha demostrado que la Palabra se puede usar para justificar
prácticamente cualquier postura. El evangelio de la prosperidad es
solamente un ejemplo de lo fácil que resulta hacerlo.
Tiendo a confiar ciegamente en mis interpretaciones, aunque ellas
pueden estar seriamente distorsionadas. A la hora de acercarme a un
texto, entonces, hago bien en avanzar con mucha cautela. La
interpretación más obvia no es siempre la más acertada. Necesito
cotejar mis lecturas con las de mis hermanos, como también las de otros
pasajes revelados.
ORACIÓN
Señor, ¿cómo podré conocer el prejuicio de mis propias interpretaciones
si tú no me muestras lo errado de mis convicciones? Aquieta mi corazón,
Señor, y dame la disciplina de guardar silencio ante tu Palabra, para que
tú puedas guiarme cuando escudriño las Escrituras. ¡Líbrame de mi
propia ceguera!
25 DE ENERO
Por una migaja
«Es cierto, Señor», le dijo ella; «pero aun los perrillos debajo de la
mesa comen las migajas de los hijos». Marcos 7.28 NBLH
Mateo y Marcos relatan la historia de una mujer sirofenicia que siguió a
Cristo, a los gritos. La desesperación la impulsó a echar por la borda el
comportamiento que se esperaba de una mujer en un lugar público. Hizo
tanto escándalo que los discípulos, avergonzados, le rogaban al Señor
que la mandara a casa. Ella, sin embargo, tenía un solo objetivo: lograr
que Jesús interviniera en la enfermedad que atormentaba a su hija.
La respuesta del Hijo de Dios nos desconcierta. Primero la ignoró.
Luego le señaló que no era el momento oportuno para ministrar a una
gentil. «Primero debo alimentar a los hijos, a mi propia familia, los
judíos». A esta aclaración le sumó una frase que, algunos suponen,
representaba un dicho común entre el pueblo judío de la época: «No
está bien tomar la comida de los hijos y arrojársela a los perros» (Marcos
7.27, NTV).
No poseemos datos acerca del tono de voz, ni la forma en que Jesús
la miró cuando pronunció estas extrañas palabras. Lo que está claro es
que Dios frecuentemente prueba la fe de los que se acercan a él. El Hijo
del Hombre, a diferencia de otras situaciones en los Evangelios, no
accedió inmediatamente al pedido de la mujer. Para ella, sus palabras
podrían haber sido interpretadas como una injuria. Nosotros sabemos,
por lo que conocemos del corazón revelado del Mesías, que las palabras
de Jesús nunca esconden una actitud de desprecio.
Ante la aparente irreverencia de la respuesta de Jesús, la mujer
podría haber regresado a su hogar, desilusionada. Había hecho lo que
podía, pero no obtuvo respuesta. Él definitivamente no resultó ser la
persona que ella creía. Podría haber respondido con indignación: «Y tú,
¿quién te crees que eres, que me comparas con un perro?». Podría
haber optado por salir a defender su honor, esa prenda que con tanto
denuedo buscamos proteger.
La tenacidad de una madre desesperada, sin embargo, no conoce
límites. La angustiante situación de su hija, sumada a su increíble fe
(Mateo 15.28), la predispuso a recorrer cualquier camino para echar
mano de la sanidad.
¡Y cuánta claridad posee esta mujer acerca de los principios que
operan en el reino de los cielos! No necesita que el Señor la haga
partícipe del banquete que tiene reservado para los suyos. Con apenas
una miga de la mesa, ella estará satisfecha. La mujer entiende que no es
la cantidad lo que importa, sino la calidad. Una miga que procede de las
manos de Jesús vale más que una panadería entera de manos de un
pecador.
¿Hasta dónde estás dispuesto a ir para echar mano de la bendición
de Dios? ¿Estás dispuesto a soportar la humillación, la vergüenza, el
ridículo o la negación? La característica que distingue a los que disfrutan
de la plenitud de vida pareciera ser que no están dispuestos a medir
consecuencias a la hora de salir en pos del Señor. Donde otros vacilan,
retroceden o abandonan, ellos avanzan con una audacia inusual.
¡Yo quisiera ser contado como uno de ellos!
REFERENCIA
«Me buscarán y Me encontrarán, cuando Me busquen de todo corazón».
Jeremías 29.13 NBLH
26 DE ENERO
Ignorancia dañina
Pero todo esto les harán por causa de mi nombre, porque no conocen
al que me ha enviado. Juan 15.21 RVC
Durante su peregrinaje terrenal, Jesús consideró necesario advertirles a
sus seguidores, una y otra vez, que la identificación con su persona
constituía el compromiso de darle la espalda a los sistemas que
gobiernan los asuntos del ser humano. Esta postura no pasaría
desapercibida por vecinos, compañeros de trabajo, amigos y parientes.
Muchos de ellos optarían por combatir a los discípulos por su lealtad
hacia el Hijo de Dios.
Entre aquellos que se les oponían, nadie lo haría con tanto celo y
empeño como los mismos líderes religiosos que se consideraban los
legítimos defensores de los intereses de Dios en la Tierra. Ellos fueron
los que acosaron, incesantemente, a Jesús a lo largo de sus tres años
de ministerio.
Al inicio, esta resistencia se limitó a meros cuestionamientos y
críticas discretas. Con el pasar del tiempo, sin embargo, su pasión por
defender el honor de Dios se convirtió en una campaña de desprestigio.
Sus mejores esfuerzos no lograron mellar la creciente popularidad de
Jesús, quien se veía acompañado por multitudes cada vez más
numerosas. Con el paso del tiempo arribaron a la conclusión de que se
necesitaban medidas mucho más drásticas, y comenzaron a tramar de
qué manera podían deshacerse de esta figura que la gente, arrastrada
por su ignorancia, consideraba un «mesías». Ante semejante blasfemia,
solamente la muerte serviría para restaurar la gloria y honra del Dios de
Israel.
A los discípulos les esperaba un camino parecido al de su Maestro:
insultos, burlas, persecuciones y, aun, la muerte. Es llamativo, sin
embargo, que Jesús advierta que la más severa persecución es el
producto de no conocer el corazón del Padre. Es decir, aquellos que
pretenden defender el buen nombre de Dios son los que menos lo
conocen. Resulta irónico porque ellos mismos consideraban que
precisamente su profundo conocimiento del Todopoderoso avalaba su
comportamiento. Las Escrituras, sin embargo, contradicen abiertamente
estas actitudes de humillación, desprecio, descalificación, juicio y
atropello. Aquel que envió a su Hijo no se identifica con, ni avala, esta
forma de vivir la vida espiritual.
Jesús, el perseguido, es la persona que mejor revela el corazón del
Padre. Hacemos bien en pasar mucho tiempo contemplando su figura,
intentando descifrar el misterio de su persona, porque quien ha logrado
ver con claridad al Mesías «ha visto al Padre» (Juan 14.9, NBLH). Y esta
visión es esencial para que tratemos a quienes nos rodean con el
respeto, la consideración, la ternura y la misericordia que constituyen los
fundamentos del corazón amoroso de nuestro Padre celestial.
Un momento para considerar sus atributos quizás sea lo único
necesario para no dejar un tendal de heridos por nuestro camino. No nos
dejemos arrastrar por nuestra pasión. Permitamos que el Señor examine
las motivaciones de nuestro corazón para que, en nuestro actuar,
edifiquemos a aquellos con los que compartimos la vida.
REFERENCIA
«La sabiduría que proviene del cielo es, ante todo, pura y también ama
la paz; siempre es amable y dispuesta a ceder ante los demás. Está
llena de compasión y del fruto de buenas acciones. No muestra
favoritismo y siempre es sincera. Y los que procuran la paz sembrarán
semillas de paz y recogerán una cosecha de justicia». Santiago 3.17-18
NTV
27 DE ENERO
Los peligros del éxito
Pero cuando llegó a ser poderoso, Uzías también se volvió orgulloso,
lo cual resultó en su ruina. Pecó contra el SEÑOR su Dios cuando
entró al santuario del templo del SEÑOR y personalmente quemó
incienso sobre el altar del incienso. 2 Crónicas 26.16
Ayer volví a leer la historia de Uzías. Los hechos de su reinado están
relatados en 2 Crónicas 26. Reinó por cincuenta y dos años; un reinado
largo y fructífero.
El texto nos dice que hizo lo recto ante los ojos de Dios (v. 4, NBLH),
sin duda un comentario refrescante en medio de la perversa actitud de
otros reyes de Israel. Persistió en buscar al Señor todos los días del
ministerio de Zacarías (v. 5, NBLH) y, como resultado, Dios lo prosperó.
Derrotó a los filisteos y a otros enemigos de Israel, edificó torres y cavó
cisternas en el desierto, plantó viñas y trabajó el campo, acumulando
gran cantidad de ganado. También desarrolló un ejército poderoso y
moderno, equipado con armas que ninguna otra nación tenía. Luego de
muchos años de reinado «su fama se extendió hasta muy lejos, porque
fue ayudado en forma prodigiosa hasta que se hizo muy fuerte» (v. 15,
NBLH).
El texto de hoy, sin embargo, introduce una nota triste a esta
maravillosa historia. Los extraordinarios logros de toda una vida de
esfuerzo y servicio a favor del pueblo acabaron afectando el equilibrio
espiritual de Uzías. Terminó destruyendo, con sus prácticas
abominables, todo aquello que había construido con tanto empeño.
Algo ocurre en el corazón de algunas personas que alcanzan la
grandeza en los proyectos que se les confían. Comienzan a creer que
son responsables de su propia prosperidad y pierden de vista que cada
victoria es un regalo del cielo. La soberbia, que siempre está presta a
golpear la puerta de nuestra alma, los lleva a creer que no hay nada en
la vida que no puedan alcanzar si así se lo proponen. Dejan de incluir a
otros en sus proyectos y quienes los acompañan se convierten en meros
instrumentos para servir exclusivamente a sus propios proyectos. La
caída, tristemente, es solamente cuestión de tiempo.
Uzías creyó que su autoridad real le daba licencia aun para
incursionar en el templo y ofrecer allí sacrificios. Los sacerdotes no
pudieron impedir semejante atropello. Dios, sin embargo, lo frenó,
enviando una lepra que consumió su cuerpo. Murió solo, completamente
aislado del pueblo que había gobernado.
¿Cómo podremos luchar contra la soberbia que tan fácilmente se
instala en nuestro corazón? Se me ocurre que podemos ejercitarnos
diariamente en levantar acciones de gracias a Dios por cada suceso en
nuestra vida. Seamos rápidos en señalar al verdadero Autor de cada una
de nuestras victorias. Imitemos el ejemplo de Pedro, cuando Cornelio se
postró ante él: «Ponte de pie; yo también soy hombre» (Hechos 10.26,
NBLH).
REFLEXIÓN
«Dios concede que sus siervos alcancen el éxito cuando ya no requieren
el éxito para ser felices. El hombre que se exulta ante el éxito y se
derrumba frente al fracaso es carnal. En el mejor de los casos, su fruto
tendrá una lombriz que lo consuma». A. W. Tozer
28 DE ENERO
Desde los cielos
Dios mira desde los cielos a toda la raza humana; observa para ver si
hay alguien realmente sabio, si alguien busca a Dios. Salmo 53.2
Estoy sentado en el aeropuerto, en otra de las interminables esperas
para la salida de un vuelo. Me he ubicado cerca de un gran ventanal que
ofrece una refrescante vista. Más allá de la pista se levantan verdes
montes cubiertos por nubes cargadas de agua. A ratos levanto los ojos y
me deleito en el esplendor de la naturaleza. Mi mirada, sin embargo, es
fugaz. Las montañas no logran atrapar por mucho tiempo mi atención;
son apenas una fuente de recreación para la vista.
Cuán diferente sería mi mirada si, por ejemplo, me acompañara un
amigo que intentara señalar algún objeto en una de las laderas: un
monasterio, una carretera, la caída de alguna catarata o lo que pareciera
ser el principio de un incendio. Ya no serviría una mirada fugaz y
momentánea; tendría que concentrar todo mi esfuerzo en tratar de
identificar el lugar que me indica. Estoy seguro de que la tarea no
resultaría nada sencilla, no solamente porque la distancia no me
permitiría ver claramente los detalles, sino también porque mis ojos ya
no poseen el vigor que poseían cuando era más joven.
El texto que examinamos hoy nos dice que el Señor también está
absorto en un proceso de búsqueda. La mirada del Altísimo puede ser
comparada con el esfuerzo y la concentración que empleo para tratar de
ubicar un punto en las montañas. Su contemplación no es fugaz ni
distraída porque, a sus ojos, cada individuo posee un valor incalculable.
No desea arribar a conclusiones apresuradas ni darse por vencido.
Cuando sus ojos recorren la Tierra, examina cada corazón para ver si
encuentra individuos con ansias de conocerle y deseosos de caminar
con él.
Tristemente, el salmista nos dice que no hay ni uno quien le busque,
ni uno solo (v. 3). Es difícil no sentir la desazón que encierra esta
conclusión, especialmente cuando recordamos que fuimos creados para
vivir en comunión con él.
A pesar de la declaración del salmista, la convicción de que soy una
persona que busca a Dios persiste. Estoy convencido de que me
esfuerzo, aunque no siempre con éxito, por encontrarlo. El arraigado
egoísmo de mi naturaleza humana se rehúsa a aceptar que yo pueda ser
uno más entre el montón de personas que no tienen interés en el Señor.
Sospecho que mi terquedad es parte de la razón por la que se me
hace difícil «encontrarlo». Todavía me cuesta entender que la vida
espiritual no se sostiene por medio de mi esfuerzo por encontrarlo a él,
sino por medio del esfuerzo de Dios por encontrarme a mí. Quizás
necesite relajarme más para dejar que él me encuentre. Seguramente,
mi respuesta a sus iniciativas llevará más fruto que su respuesta a mis
esfuerzos.
REFERENCIA
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con
que nos amó, aun cuando estábamos muertos en (a causa
de) nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia
ustedes han sido salvados), y con Él nos resucitó y con Él nos sentó en
los lugares celestiales en Cristo Jesús». Efesios 2.4-6 NBLH
29 DE ENERO
Asombro
Y, debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún
milagro allí, excepto poner sus manos sobre algunos enfermos y
sanarlos. Y estaba asombrado de su incredulidad. Marcos 6.5-6
Era solamente cuestión de tiempo antes de que el ministerio público de
Jesús llegara a la ciudad donde había crecido, Nazaret. Quienes hemos
intentado compartir la Buena Noticia con parientes y amigos que nos
conocen de toda la vida sabemos lo complicado que resulta ese proceso.
Por esto comprendemos que la recepción en Nazaret no haya sido la
mejor, a pesar de los asombrosos acontecimientos que habían
convulsionado al resto del país. Marcos confirma esto cuando nos dice
que Jesús no pudo hacer ni un solo milagro allí, condicionado por la
incredulidad de la población.
No es la incredulidad de ellos lo que me llama la atención, sino el
hecho de que esto le causó asombro a Cristo. El asombro es una
reacción frente a circunstancias que no son normales. Puede tratarse de
un paisaje imponente, una foto de marcado dramatismo o un momento
de intimidad con un amigo. Nuestro asombro se manifiesta porque la
experiencia nos traslada a un plano que pocas veces frecuentamos.
Los Evangelios no comparten muchas escenas en las que Jesús
experimentó asombro. Más bien, el Hijo de Dios continuamente
sorprendía a las personas con quienes tenía contacto. Se maravillaban
de la autoridad que mostraba y de la forma en que los demonios, los
enfermos y aun la naturaleza reaccionaban ante sus palabras.
No obstante, en esta ocasión, el asombro se apoderó de Jesús.
Entiendo que, en parte, le llamó la atención que sus corazones se
hubieran endurecido de tal manera. No es que otros deslumbraban por
su fe, pero en el caso de la gente de Nazaret existía una obstinada
ceguera que no le dejaba al Mesías siquiera una hendija por la cual
ministrar. Quizás, también, experimentó asombro porque el proyecto
original para el ser humano contemplaba corazones que confiaban
plenamente en Dios. La dureza de ellos, lejos de ser normal, revela cuán
profundas eran sus raíces de incredulidad.
Esta incredulidad definitivamente afectó el ministerio de Jesús.
Marcos señala que «no pudo hacer ningún milagro allí». La falta de fe,
en efecto, le puso un cerrojo a la libertad necesaria para obrar milagros.
¿Qué es lo que alimentaba esta dureza de corazón? Ellos no podían
aceptar que un sencillo carpintero pudiera ser un instrumento en las
manos de Dios. El problema no radicaba en la persona de Jesús. Él
podía y estaba dispuesto a sanar sus dolencias, hablarles al corazón y
desatar sus cadenas. Pero ellos no estaban dispuestos.
El paso de Cristo por Nazaret nos advierte que nuestros prejuicios
pueden convertirse en ataduras que impiden nuestro crecimiento.
Cuando decidimos quien puede y quien no puede ministrarnos, le
ponemos una seria limitación a lo que Dios puede hacer en nuestra vida.
ORACIÓN
Señor, la gente de tu pueblo era conocedora de la Palabra, formada en
una cultura empapada de tradiciones religiosas. Cuando te vieron, sin
embargo, no quisieron recibirte. Me da miedo pensar que puedo estar
atrapado en una dureza similar. ¡Líbrame, Señor! Trae luz a mi vida.
Revela los patrones, las convicciones y las estructuras que deben ser
abandonados para que tú tengas plena libertad en mi vida.
30 DE ENERO
Otra clase de asombro
Al oírlo, Jesús quedó asombrado. Se dirigió a la multitud que lo seguía
y dijo: «Les digo, ¡no he visto una fe como esta en todo Israel!».
Lucas 7.9
Tal como mencioné en la reflexión de ayer, fueron escasas las
situaciones en las que Jesús experimentó asombro. Las muchas y
variadas manifestaciones de los hombres a su alrededor no le
sorprendían porque él «conocía todo acerca de las personas. No hacía
falta que nadie le dijera sobre la naturaleza humana, pues él sabía lo que
había en el corazón de cada persona» (Juan 2.24-25).
La historia que examinamos hoy es el segundo registro en los
Evangelios de una situación donde Jesús sintió asombro. Se dirigía a la
casa de un centurión que requería su intervención ante la enfermedad de
uno de sus siervos. Por el camino, sin embargo, le envió este mensaje:
«Señor, no te molestes en venir a mi casa, porque no soy digno de tanto
honor. Ni siquiera soy digno de ir a tu encuentro. Tan solo pronuncia la
palabra desde donde estás y mi siervo se sanará. Lo sé porque estoy
bajo la autoridad de mis oficiales superiores y tengo autoridad sobre mis
soldados. Solo tengo que decir: “Vayan”, y ellos van, o “vengan”, y ellos
vienen. Y si les digo a mis esclavos: “Hagan esto”, lo hacen». (vv. 6-8).
El centurión entendía cabalmente el funcionamiento de un sistema de
autoridad, porque pertenecía a una institución construida sobre ese
fundamento. En la esfera militar, el ejercicio fluido de la autoridad es
absolutamente esencial para la ejecución de cualquier estrategia.
Quienes forman parte de ese sistema entienden que todos los
movimientos corresponden a un sencillo principio: cuando un jerarca da
una orden, los que están bajo su mando deben obedecer. Este principio
es inviolable y sostiene la vida misma de un organismo militar.
El centurión percibió que en el mundo espiritual opera el mismo
principio. Cuando alguien con autoridad habla, todos los seres que están
por debajo de esa persona tienen que obedecer. Jesús posee más
autoridad que las olas: les ordena que se aquieten y estas deben
obedecerlo. Posee mayor autoridad que la legión de demonios que
dominaba al gadareno: les ordena que salgan del hombre y ellos se ven
obligados a salir. Posee mayor autoridad que la enfermedad: le ordena a
un paralítico que se ponga en pie, y este debe asumir esa posición.
La claridad con la que el centurión comprendía los mecanismos de la
fe asombró a Jesús. A pesar de estar entre un pueblo religioso no había
visto otra expresión comparable a esta. ¡Qué triste!
¿Será que tú y yo también lograremos asombrar a Jesús? ¿Surgirá,
en estos tiempos, una iglesia más sencilla, que se resista a la tentación
de complicar la vida de la fe? Yo anhelo ser instrumento, en las manos
de Dios, para ayudar a que esa iglesia surja con fuerza en nuestro
medio. ¿Quién podrá hacerle frente, cuando se ponga en marcha?
REFLEXIÓN
«La verdadera fe descansa sobre el carácter de Dios y no exige mayores
evidencias que la excelencia moral de Aquel que no puede mentir. Es
suficiente con que Dios lo diga». A. W. Tozer
31 DE ENERO
Temores que matan
He pecado. En verdad he quebrantado el mandamiento del SEÑOR y
tus palabras, porque temí al pueblo y escuché su voz. 1 Samuel
15.24 NBLH
Cuando Samuel confrontó a Saúl, en la ocasión en que este le había
perdonado la vida a Agag, el rey quiso argumentar que había cumplido la
Palabra de Dios. Ante la insistencia del profeta, sin embargo, confesó
que había quebrantado el mandamiento del Señor. Tristemente, este
reconocimiento se vio empañado por la débil justificación que intentó
adosar a su confesión.
Su explicación desnuda una de las razones por las que un líder más
frecuentemente pierde el rumbo en el ministerio: el deseo de agradar a
los que están a su alrededor. El pasaje no indica de qué manera
ejercieron esta presión sobre Saúl. Podemos imaginar que, en la euforia
de la victoria que habían obtenido, algunos comenzaron a mirar con
deseo los magníficos animales que eran parte de los rebaños de Agag.
Los más osados se habrán acercado a Saúl con una «mejor propuesta»
que las terminantes instrucciones que le había dejado Samuel:
«Destruye por completo todo lo que tiene» (v. 3). Quizás Saúl pensaba
que sus soldados merecían alguna clase de recompensa por la victoria
obtenida. Sea cual sea la razón, cedió ante esta presión y los autorizó a
quedarse con lo mejor de los rebaños.
Para Dios la desobediencia no tiene atenuantes. Cuando le comunicó
a Samuel lo acontecido en el campamento de los israelitas, le dijo: «Me
pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha
cumplido Mis mandamientos» (v. 11). El Señor no mencionó la presión
que la gente pudo haber ejercido ni el deseo de Saúl de quedar bien con
ellos ni lo difícil que se hace mantenerse firme cuando el pueblo clama
por otro camino. Desde la óptica del Señor, en el instante que Saúl cedió
ante el pueblo le dio la espalda a Dios.
Quedar bien con los demás es uno de los deseos más
profundamente arraigados en nuestro corazón. Este deseo puede
llevarnos a callar ante el pecado de un hermano, a diluir una enseñanza
para que no parezca tan radical, a cambiar de opinión para no
desentonar con el resto del grupo o a postergar una decisión que
sabemos que va a despertar críticas. Por lo general, nuestras primeras
inclinaciones son las que mejor se alinean con la Palabra de Dios. Luego
aparecen esas pequeñas voces, tan familiares, que trabajan en nuestra
cabeza para sembrar dudas sobre el camino que debemos tomar.
Sea lo que sea aquello que nos motiva a movernos en cierta
decisión, debemos saber que en la gran mayoría de los casos no es
posible quedar bien con los hombres y también con Dios. La decisión es
nuestra. ¡La consecuencia también lo es!
REFERENCIA
«Cuando llegó por primera vez, Pedro comía con los creyentes gentiles,
quienes no estaban circuncidados; pero después, cuando llegaron
algunos amigos de Santiago, Pedro no quiso comer más con esos
gentiles. Tenía miedo a la crítica de los que insistían en la necesidad de
la circuncisión. Como resultado, otros creyentes judíos imitaron la
hipocresía de Pedro, e incluso Bernabé se dejó llevar por esa
hipocresía». Gálatas 2.12-13 NTV
FEBRERO
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1 DE FEBRERO
Una obra incompleta
Josafat fue un buen rey, quien siguió los caminos de su padre Asa.
Hizo lo que era agradable a los ojos del SEÑOR. Sin embargo, durante
su reinado no quitó todos los santuarios paganos, y la gente nunca se
comprometió por completo a seguir al Dios de sus antepasados.
2 Crónicas 20.32-33
Josafat es uno de ese pequeño puñado de reyes que brillaron en Judá.
La Palabra lo dice todo: «Hizo lo que era agradable a los ojos del
SEÑOR». Es decir, como rey se esmeró por guardar la Palabra que
había recibido de Dios, por vivir una vida de santidad y devoción y por
consultar a Jehová en cada una de las decisiones que tomó. Y no
solamente esto; supo gobernar de tal manera que el pueblo llegó a
amarlo profundamente.
Sin duda esta popularidad era, en parte, producto del favor de Dios.
Su esfuerzo por guardar fielmente los mandatos del Señor resultó en
prosperidad para su nación: «Por eso el SEÑOR estableció el dominio
de Josafat sobre el reino de Judá. Todo el pueblo de Judá le llevaba
regalos a Josafat, de modo que llegó a ser muy rico y gozó de gran
estima» (2 Crónicas 17.5).
No obstante este tremendo testimonio, el historiador cierra el relato
de su vida con una posdata que nos deja con un sabor agridulce:
«Durante su reinado no quitó todos los santuarios paganos, y la gente
nunca se comprometió por completo a seguir al Dios de sus
antepasados».
El historiador no provee una explicación acerca de la razón por la
cual este varón, devoto y deseoso de agradar a Dios en todo, nunca
completó la tarea de eliminar por completo los santuarios que tanta
corrupción habían sembrado en el reino del norte, donde Acab convertía
la maldad en un estilo de gobierno. La crónica de la vida de Josafat
declara que en los primeros años de su reinado «quitó en todo Judá los
santuarios paganos y los postes dedicados a la diosa Asera» (17.6).
Es probable que, con el pasar de los años, se haya relajado en un
proceso que requería constante cuidado. La inclinación de nuestro
corazón es siempre hacia lo malo, de modo que la santidad de ayer no
garantiza que hoy vivamos de la misma manera. También es posible que
Josafat no haya tenido conocimiento de algunas áreas en su reinado que
habían escapado a esta limpieza espiritual.
El comentario final sobre su vida se alinea con una de las realidades
que acompañan nuestro peregrinaje terrenal. Nadie es totalmente santo
ni tampoco completamente malvado. Nuestra condición humana es tal
que, a pesar de nuestros mejores esfuerzos por echar mano de una vida
que agrada a Dios, retenemos aspectos de nuestra condición caída.
Estos nos acompañarán hasta el día en que el Rey de reyes nos llame a
su presencia. No debe desanimarnos esta condición. Más bien debe
maravillarnos el que, a pesar de la inclinación de nuestro corazón, Dios
pueda mostrar su gloria en nuestra vida.
EJEMPLO
Pablo es el modelo a seguir: «No quiero decir que ya haya logrado estas
cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de
hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me
hizo suyo». Filipenses 3.12
2 DE FEBRERO
Temor que vence al temor
No teman a los que quieren matarles el cuerpo; no pueden tocar el
alma. Teman solo a Dios, quien puede destruir tanto el alma como el
cuerpo en el infierno. Mateo 10.28
Hace unos días, haciendo alusión a un incidente en la vida de Saúl,
reflexionaba sobre los estragos que produce en nosotros el temor al
hombre. La Palabra está repleta de ejemplos que avalan esta
observación. Los padres del muchacho ciego que había sido sanado por
Jesús no se animaron a confesar el milagro porque los judíos habían
amenazado con expulsar de la sinagoga a los que simpatizaran con el
maestro de Galilea. En el patio del templo, Pedro no se animó a
identificarse como discípulo de Jesús por miedo a las represalias contra
su persona. Años más tarde, para no quedar mal con los judíos, decidió
dejar de comer con los gentiles en la iglesia de Antioquía (Gálatas 2.12).
El afán por agradar a los hombres se nos presenta de muchas
maneras diferentes, cada una muñida de convincentes argumentos para
que escojamos esa opción. No obstante, los caminos del reino no son
los caminos del hombre. Muchas de estas situaciones nos ubican en una
verdadera encrucijada y nos obligan a elegir entre las dos opciones. No
existe una tercera alternativa, pues nos alineamos con Dios o nos
alineamos con los parámetros del mundo. Aun cuando no seamos
conscientes de haber tomado alguna decisión, nuestras acciones
decidieron, por si mismas, la postura que asumiremos en la vida.
Cuando Jesús reunió a los Doce para enviarlos en su primer viaje
misionero, les advirtió que esta encrucijada se les presentaría una y otra
vez. Sabía que enfrentarían una diversidad de situaciones donde
resultaría muy tentador ceder frente a las presiones que les impondrían
los hombres. Esta es una de las constantes en el ministerio. No
obstante, él deseaba que el temor a los hombres fuera vencido por un
temor aún mayor: el de ofender al que tiene poder sobre la vida y la
muerte. En toda situación, entonces, ellos debían considerar
primeramente las consecuencias eternas que podían acarrear por ceder
ante las «inocentes» propuestas de otros.
La enseñanza tiene un interesante corolario; Jesús declara que «todo
aquel que me reconozca en público aquí en la tierra también lo
reconoceré delante de mi Padre en el cielo; pero al que me niegue aquí
en la tierra también yo lo negaré delante de mi Padre en el cielo» (Mateo
10.32-33). Si pudiéramos traducir esta frase al lenguaje de hoy, quizás
Jesús nos diría: «Por cualquiera que se la juegue por mí, yo me la jugaré
por él delante de mi Padre». Es decir, cuando escogemos el camino de
jugárnosla por Jesús, él presenta ante el Padre todos los argumentos a
favor de que nos extienda el más amplio y generoso respaldo. Y si
gozamos del apoyo de Dios, ¿quién nos podrá hacer frente?
MEDITACIÓN
El desafío no es vivir sin temor, sino poseer la clase de temor que
santifica. El temor es una respuesta normal en el ser humano. La
persona que triunfa en el reino es aquella que logra sujetar los temores
naturales a un temor sobrenatural. Es decir, si la vida lo mete en apuros,
prefiere quedar bien con Dios antes que con las personas con quienes
camina a diario.
3 DE FEBRERO
Un tema recurrente
Pero volviéndose El, dijo a Pedro: «¡Quítate de delante de Mí, Satanás!
Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de
Dios, sino en las de los hombres». Mateo 16.23 NBLH
Las buenas intenciones y el cariño de un discípulo, sumados al
vertiginoso crecimiento del ministerio de Jesús, llevaron a que Pedro
rechazara categóricamente el triste desenlace que Cristo anunciaba en
su llegada a Jerusalén. Estaba influenciado por la imagen popular del
Mesías que evolucionó a lo largo de los siglos y estaba fuertemente
condicionado por sus propias expectativas acerca de cómo debía
terminar esta historia. Jesús no dudó de reprenderlo con severidad.
La reprensión es inquietante. No deja de asombrarme que mis
buenas intenciones no sirvan para alcanzar los objetivos que Dios pone
delante de mí. Mi tendencia natural consiste en creer que si lo que hago
posee como meta el bien del Señor, entonces seguramente gozaré del
respaldo y de la aprobación del Padre. Una multitud de experiencias a lo
largo de cuarenta años de caminar con Cristo, sin embargo, me han
demostrado las serias limitaciones que padecen mis buenas intenciones.
No puedo, tampoco, ignorar que Jesús describe a Pedro como una
«piedra de tropiezo». Es decir, lejos de ser una fuente de inspiración y
ánimo, sus palabras bien intencionadas constituían un estorbo para el
cumplimiento del proyecto de Dios en la vida de su Hijo. Eran un escollo
por la sencilla razón de que se inspiraban en perspectivas netamente
humanas, no divinas. No era el Espíritu del Señor lo que impulsó a
Pedro, sino su propio espíritu.
En Romanos 10, Pablo testifica a favor de la pasión de los judíos. No
cuestiona por un instante el fervor que movía a los fariseos a convertirse
en celosos guardianes de la verdad. Pero su celo, señala el apóstol, no
era «conforme a un pleno conocimiento» (v. 2, NBLH). Era un celo que
contenía más elementos humanos que divinos. Y los celos humanos que
se disfrazan de aparente espiritualidad son los que mayores estragos
producen en el reino de Dios. Esta clase de pasión engendró las
Cruzadas, la Inquisición y el martirio de multitudes de hombres y mujeres
piadosos a lo largo de la historia de la iglesia.
Isaías no deja lugar alguno para la duda: «Mis pensamientos no son
los pensamientos de ustedes, Ni sus caminos son Mis caminos» (55.8,
NBLH). No obstante lo categórico de esta declaración, nos resulta difícil
creer que nuestros pensamientos no posean algo de similitud con los
pensamientos del Señor. Por esta obstinación seguimos aferrados a la
idea de que Dios haría las cosas como nosotros las haríamos.
Cuando al Señor se le ocurre una idea, lo más probable es que a mí
no me parezca muy buena porque mis pensamientos no son los de él. Si
no logro convivir con la incomodidad que me producen sus ideas,
acabaré insistiendo en que se hagan las cosas como yo quiero, y eso
constituiría el principio del fin.
MEDITACIÓN
La primera tentación en el desierto buscó movilizar al Hijo de Dios en
base a una sugerencia que no nació del corazón del Padre. Jesús se
resistió a esta insinuación declarando que su vida sería gobernada
solamente por toda palabra que saliera de la boca de Dios.
4 DE FEBRERO
Hacia la fe
Pero nosotros no somos de los que retroceden. Hebreos 10.39 NBLH
Siempre representa un desafío entender el concepto de la fe. Nuestras
ideas se entremezclan con los conceptos populares acerca del tema. La
confundimos con el entusiasmo, el pensamiento positivo o una pasión
por los proyectos que desarrollamos.
No cabe duda de que la fe puede incluir algunos de estos elementos,
pero la fe es mucho más que esto. En su esencia la fe es una postura
espiritual.
La enigmática definición del autor de Hebreos, según la versión
Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy, es que «la fe es la certeza
(sustancia) de lo que se espera, la convicción (demostración) de lo que
no se ve» (11.1). Quizás la inserción de la frase «lo que se espera» es lo
que se presta para la confusión. Creemos que la fe conduce a una
postura de resignada pasividad. La definición del autor, sin embargo, no
se presenta aislada del contexto del libro. Es parte de la dramática
conclusión de los argumentos que presenta en el capítulo 10. En los
versículos 38 y 39 de ese capítulo, declara: «Mas Mi justo vivirá por la fe;
y si retrocede, Mi alma no se complacerá en él. Pero nosotros no somos
de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la
preservación del alma».
La palabra «retroceder» no deja lugar a duda de que la fe se practica
en movimiento. Es decir, cuando estamos involucrados en algún
proyecto que está sustentado en una palabra concreta por parte de Dios,
por el camino encontraremos que se levanta oposición o se presentan
obstáculos que amenazan la realización de ese proyecto. Luchamos,
además, con los sentimientos naturales de fatiga y desánimo que son
parte de cualquier emprendimiento. Nada de esto debe sorprendernos
porque la obra siempre se lleva a cabo en medio de las pruebas.
Podemos titubear e incluso tambalear, pero existe una opción que está
vedada al discípulo de Cristo: volver atrás.
El acto de retroceder significa desandar el camino andado, ceder el
territorio conquistado y devolver al enemigo los prisioneros que fueron
tomados. Implica la nefasta decisión de abandonar el peregrinaje hacia
la Tierra Prometida para volver a la esclavitud y el sufrimiento de Egipto.
«Nosotros», declara el autor de Hebreos, «no somos de los que
retroceden para perdición» [el énfasis es mío]. Es decir, pertenecemos a
un pueblo unidireccional. Solamente sabemos avanzar hacia la
realización de los proyectos que nos han sido confiados.
Este avance necesariamente implica esfuerzo, tal como señala
Pablo: «Porque por esto trabajamos y nos esforzamos, porque hemos
puesto nuestra esperanza en el Dios vivo, que es el Salvador de todos
los hombres especialmente de los creyentes» (1 Timoteo 4.10, NBLH).
Así también nosotros, trabajemos con esfuerzo por aquello que hemos
sido llamados a alcanzar. Resistámonos, a cualquier precio, a la
tentación de volver atrás. Retroceder es, inevitablemente, marchar hacia
la muerte.
INSPIRACIÓN
«Muchos de los fracasos en la vida han sido de personas que no se
dieron cuenta de cuán cerca estaban al éxito cuando decidieron darse
por vencidas». Thomas Edison
5 DE FEBRERO
Una intrigante idea
¡Pero mi labor parece tan inútil! He gastado mis fuerzas en vano, y sin
ningún propósito. Isaías 49.4
La segunda parte del libro de Isaías (capítulos 40–66) describe la
salvación que Dios obrará a favor de la devastada Israel. La figura
central de este proyecto es el «Siervo del Señor». Se le describe en
cuatro cantos que nos ofrecen maravillosos detalles acerca del corazón
del Cristo prometido: Isaías 42.1-13; 49.1-7; 50.4-11 y 52.13–53.12.
En el primer cántico, Dios, Creador de los cielos y la Tierra, presenta
a su siervo y declara cuál será su misión. Describe la ternura y
compasión que caracterizan su obra, como también el compromiso de
perseverar hasta que se haya completado. Los siguientes dos cánticos
se presentan en el formato de un diálogo entre el Padre y el Hijo. Nos
ofrecen una mirada fascinante a la intimidad del Dios trino. Las
respuestas del Mesías nos permiten la visión más nítida de la vida
interior de Jesús en todas las Escrituras.
En el segundo cántico, el Padre describe en términos magníficos el
extraordinario alcance de la obra de su Hijo. La respuesta del Mesías
que leemos en el texto de hoy, sin embargo, nos deja perplejos. La frase
resulta asombrosa porque pareciera indicar que el Señor lucha contra
una profunda sensación de desánimo. Sus palabras nos recuerdan las
emociones que ocasionalmente hemos experimentado nosotros en el
ministerio. Nadie que ha perseverado por un tiempo en el ministerio
queda libre de esa sensación que suele apoderarse del corazón, la de
creer que los frutos no justifican la inversión realizada.
Es difícil para nosotros aceptar que Jesús, siendo Hijo de Dios,
pudiera haber experimentado algo similar. Sospecho, sin embargo, que
la dificultad radica en que no terminamos de entender que, durante su
paso por la Tierra, él fue plenamente hombre. Y es esa plena
identificación con nuestras luchas la que le permite, una vez resucitado,
acompañarnos a nosotros. «Nuestro Sumo Sacerdote comprende
nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas
que enfrentamos nosotros, sin embargo, él nunca pecó» (Hebreos 4.15).
Nos interesa saber de qué manera se sobrepuso a estas
sensaciones, pues sabemos con cuánta fuerza empañan nuestra visión.
El mismo pasaje revela su respuesta: «No obstante, lo dejo todo en
manos del SEÑOR; confiaré en que Dios me recompense» (49.4).
Cristo, que entiende que su perspectiva es limitada, levanta los ojos
al cielo y pide al Padre que haga una evaluación de su servicio. Sabe
que el que justifica y recompensa es Dios. Cuando miramos el ministerio
con ojos humanos, nunca encontraremos en él motivos suficientes para
sentirnos completamente satisfechos. Desde el cielo, sin embargo, la
perspectiva es enteramente diferente. Dios contempla elementos que
nosotros desconocemos; ve realidades que nosotros ignoramos. Por
todo esto, es bueno descansar en la evaluación que él hace de nuestro
ministerio y no en la nuestra.
INSPIRACIÓN
«Y ahora habla el SEÑOR, el que me formó en el seno de mi madre para
que fuera su siervo, el que me encomendó que le trajera a Israel de
regreso. [...] Él dice: “Harás algo más que devolverme al pueblo de
Israel. Yo te haré luz para los gentiles, y llevarás mi salvación a los
confines de la tierra”». Isaías 49.5-6
6 DE FEBRERO
El paso más duro
Y busquen el bienestar (la paz) de la ciudad adonde los he desterrado,
y rueguen al SEÑOR por ella; porque en su bienestar tendrán
bienestar. Jeremías 29.7 NBLH
Esta semana anduve por Babilonia. ¡No literalmente, claro! Pero me di
una vuelta por el capítulo 29 de Jeremías. Procuré entender los anhelos
más profundos de los judíos exiliados en aquel lugar. La tristeza de no
estar en nuestra propia tierra siempre es más intensa cuando no fue
nuestra la elección de abandonar el país. Ellos habían sido testigos de la
destrucción de Jerusalén y padecieron como prisioneros la larga marcha
hacia la capital del imperio conquistador.
Su profunda angustia se convirtió en una fijación: Jerusalén. Solo allí,
creían, recuperarían la vida que anhelaban. Los comerciantes de
ilusiones no tardaron en aparecer en medio del pueblo. Profetas y
adivinos, agoreros y charlatanes, dispuestos a decirle a la gente lo que
quería escuchar. Y absolutamente todos, a una sola voz, confirmaban
que el regreso anhelado a Jerusalén era inminente.
En medio de tanto desconsuelo llegó una carta de Jeremías. Traía un
mensaje radicalmente diferente al que estaban escuchando: «Edifiquen
casas y hagan planes para quedarse. Planten huertos y coman del fruto
que produzcan. Cásense y tengan hijos. Luego encuentren esposos y
esposas para ellos para que tengan muchos nietos. ¡Multiplíquense! ¡No
disminuyan! Y trabajen por la paz y prosperidad de la ciudad donde los
envié al destierro. Pidan al SEÑOR por la ciudad, porque del bienestar
de la ciudad dependerá el bienestar de ustedes» (29.5-7, NTV).
El drama de las fijaciones es que congelan nuestra mirada en una
opción, generalmente fuera de nuestro alcance, que no nos permite
abordar la realidad que vivimos. Creemos que solamente si se produce
tal o cual situación podremos ser realmente felices o que nuestro
bienestar depende, invariablemente, de algún cambio que tienen que
realizar los que están a nuestro alrededor. Es tal la convicción que
poseemos que nos conduce hacia interminables maniobras para tratar
de alcanzar esa anhelada situación.
¿Cuál es el mensaje de Jeremías para esta gente? «Acepten la
realidad que les toca vivir. Métanse, de todo corazón, en la vida que
tienen ahora, no en la vida que quisieran tener».
Así es. A veces tenemos que renunciar a una tan anhelada realidad,
para invertir nuestro esfuerzo en bendecir el lugar donde estamos, aun
cuando quisiéramos que fuera otro. La ironía de este paso, que muchas
veces tomamos en medio de copiosas lágrimas y un espíritu desgarrado,
es que abre el camino para que Dios trabaje en transformar el lugar
donde estamos. Cuando nosotros nos rendimos, él tiene, literalmente,
libertad para hacer lo que quiere. Cuando José bendijo la casa de
Potifar, prosperó. Así también será en nuestra vida.
REFLEXIÓN
«Es fácil mirar las circunstancias que nos rodean y concluir que siempre
hemos estado en el mismo lugar doloroso. Cuanto más oramos y
clamamos para que Dios nos ayude, más parecen surgir mayores
adversidades. El punto de inflexión se producirá cuando comencemos a
alabar a Dios por nuestra situación, en vez de rogarle que mágicamente
nos saque de la misma». Merlin Carothers[5]
7 DE FEBRERO
La Palabra que necesitamos
Hay un hombre más que podría consultar al SEÑOR por nosotros,
pero lo detesto. ¡Nunca me profetiza nada bueno, solo desgracias! Se
llama Micaías, hijo de Imla. 2 Crónicas 18.7
El hombre que pronunció estas palabras fue el rey Acab, el más malvado
de los reyes que desviaron el corazón de las diez tribus del norte. Tuvo
varios encuentros desagradables con Elías, el profeta que mató a
espada a cuatrocientos de sus falsos profetas e hizo cesar la lluvia
durante tres años.
El relato de Crónicas revela que este osado profeta no fue el único
que atormentó la existencia del infame rey. Otro profeta, Micaías,
también lo visitaba periódicamente para traerle de parte de Dios
mensajes acerca del sentir de Jehová sobre la idolatría y crueldad que
caracterizaban su reinado.
Micaías, según el testimonio del propio Acab, era un profeta que lo
fastidiaba en gran manera. Nunca le llevaba un mensaje que resultara
agradable a sus oídos. Cada uno de sus mensajes eran «desgracias»,
según la perspectiva de aquel que había decidido darle la espalda al
Señor. Y no podría ser de otra manera, pues cuando estamos
desalineados con la voluntad del Autor de la vida, lo más probable es
que cada palabra que traiga a nuestra vida sea de corrección.
No nos gusta ser corregidos: recibir una exhortación que nos llama a
modificar o abandonar una actitud o un comportamiento que no
concuerda con los principios del reino. Nuestra tendencia natural es
defendernos con rebuscados argumentos que proponen explicar por qué
no es necesaria la corrección. Muchas veces, nuestras protestas se ven
acompañadas de la decisión de no relacionarnos más con la persona
que osó hablarnos de esa manera, convencidos de que no posee
«discernimiento» acerca de la verdadera condición de nuestro corazón.
El apóstol Pablo nos advierte que una de las características de los
últimos tiempos será una iglesia que busca maestros que le digan lo que
quiere escuchar, no lo que necesita oír. De hecho, ya somos testigos de
una multitud de supuestos profetas cuya característica es la abundancia
de sus proclamaciones favorables para el pueblo. Anuncian prosperidad,
salud, bienestar y crecimiento sin límites. Y, como ha de suponerse,
estos populares «profetas» no carecen de sus enfervorizados
seguidores. ¿Quién no quiere estar cerca de alguien que siempre le dice
lo que quiere escuchar?
Alcanzar la madurez espiritual implica entender que existen
momentos en nuestro peregrinaje en los que Dios traerá a nuestra vida
palabras que francamente nos incomodarán. No serán agradables de
escuchar, ni fáciles de digerir. Serán, sin embargo, las palabras que
necesitamos para hacer las correcciones necesarias a nuestra vida con
el fin de agradarle a él en todo. Estas son palabras de vida, porque nos
conducen hacia la transformación que nos tornará más parecidos a su
Hijo Jesús.
CONSEJO
Si una palabra te incomoda, no te apresures a descartarla. De la mano
del Espíritu tómate el tiempo necesario para examinarla con cuidado. Es
posible que esa incomodidad sea la confirmación de que esta es la
palabra que tanto estabas necesitando. Abrázate a ella y dale gracias al
Señor porque él asume el compromiso de decirnos lo que necesitamos
escuchar, no lo que queremos oír.
8 DE FEBRERO
Amo implacable
Cuando una persona se cae, ¿acaso no vuelve a levantarse? Cuando
descubre que está en un camino equivocado, ¿acaso no da la vuelta?
Entonces, ¿por qué esta gente continúa en su camino de
autodestrucción? Jeremías 8.4-5
Este texto es parte de los muchos llamados al arrepentimiento que el
Señor hizo al pueblo por medio de su profeta. En esta instancia, apela a
preguntas cuyas respuestas resultan obvias, por lo que espera que el
pueblo también entienda lo ridículo de su terca obstinación.
Para apreciar la fuerza de la apelación podemos asumir respuestas
negativas a las primeras dos preguntas. Imaginemos, por ejemplo, que
una persona comienza a cruzar una avenida en la que el tráfico es muy
pesado. En el proceso, sin embargo, su pie tropieza con un desnivel en
el asfalto y la persona se cae al suelo en medio de los dos carriles por
los que circulan los vehículos. Supongamos, por un instante, que esta
persona ha perdido la cordura y decide quedarse allí donde se
desplomó. Existen dos posibilidades: la primera es que se arme un
increíble atascamiento de tránsito mientras los vehículos intentan
esquivar a la persona caída. La otra es que algún conductor distraído la
embista con su vehículo.
Supongamos que ante el caos vehicular se acerca un policía para
intentar ayudar a la persona a levantarse. No obstante, cuando se inclina
para tenderle una mano se queda consternado por la respuesta del
caído quien le dice: «Aquí me tropecé, y aquí me quedaré». El policía
intentará argumentar que no puede quedarse a vivir en medio de la calle,
pero esta persona no atiende razonamiento alguno. Tiene la intención de
permanecer allí donde se cayó, y nadie la convencerá de lo contrario.
Avancemos por el mismo camino con el segundo ejemplo. Alguien
transita por un camino con un destino en mente. Unos kilómetros más
adelante, se encuentra con un cartel que le informa que la ruta por la que
avanza lo lleva en dirección opuesta a la que se había propuesto ir. Qué
raro sería que esta persona dijera: «No pienso cambiar de dirección.
Estoy en este camino y voy a continuar hasta que se termine». Quizás
algún amigo o familiar le indica que este camino lo dejará a 1800
kilómetros de distancia de su destino original. No obstante esta
información, la persona insiste en que no existe posibilidad de volver
atrás.
Estas dos ilustraciones nos presentan situaciones más que ridículas.
Son, en realidad, absolutamente absurdas. Nadie, en su sano juicio,
elegiría quedarse tendido donde se cayó, ni tampoco insistiría en
avanzar por una ruta al descubrir que erró el camino. El orgullo, sin
embargo, es el más cruel de los amos. Nos obliga a asumir posturas
absurdas, aun cuando estamos claramente equivocados. Exige que
defendamos lo indefendible, que insistamos cuando claramente lo sabio
es desistir o que nos abracemos a lo absurdo aun cuando el corazón nos
dice que nuestra postura es insostenible.
INVITACIÓN
Nuestro orgullo necesita de una mano firme que le comunique
claramente quién manda en nuestra vida. Es hora de que le pongamos
límites, de que expongamos sus ridículas propuestas y de que lo
avergoncemos escogiendo seguir las indicaciones de Cristo.
Posiblemente luche, con uñas y dientes, para disuadirnos de este
camino. Con el tiempo, sin embargo, entenderá que en nuestra vida hay
lugar para un solo amo: Cristo.
9 DE FEBRERO
Resultado garantizado
Me dejé buscar por los que no preguntaban por Mí; me dejé hallar por
los que no Me buscaban. Isaías 65.1 NBLH
Conocer mejor al Señor es la meta a la que aspiramos. Es el fruto de un
anhelo que él mismo ha puesto en nuestro corazón. Dios quiere ser
conocido por nosotros. De hecho, tan intenso es ese deseo que, incluso,
se muestra a aquellos que no le buscan, como afirma el texto que hoy
nos ocupa.
Es bueno recordar esto porque a veces luchamos con la sensación
de que Dios juega a las escondidas con nosotros. Lo queremos conocer,
pero él se mantiene oculto o complica el camino que debemos recorrer.
El profeta Oseas, sin embargo, nos da otra óptica del asunto: «¡Oh, si
conociéramos al SEÑOR! Esforcémonos por conocerlo. Él nos
responderá, tan cierto como viene el amanecer o llegan las lluvias a
comienzos de la primavera» (6.3, NTV).
Este precioso pasaje nos asegura que la respuesta de Dios a
nuestros esfuerzos por conocerlo recibirá una respuesta. Esta realidad
es tan cierta como el comienzo de un nuevo día o la llegada de la lluvia
en primavera. Es decir, la respuesta sale del ámbito de lo posible y pasa
al plano de lo seguro. Si lo buscamos, él nos responderá. Así de sencilla
es la propuesta que tiene para nuestra vida.
Solamente resta que tomemos nota del verbo que comunica la
exhortación: «esforcémonos». El término encierra la idea de esmero,
fuerza de voluntad, arrojo y dedicación. Es decir, para entrar en las
profundidades de una relación íntima y transformadora, no bastará con
dedicarle unos minutos apresurados, cada día, ni con asistir fielmente a
las reuniones que organiza mi congregación. Esta es la característica
que a veces está ausente en mis intentos por conocer al Señor. Mis
iniciativas son intrascendentes. Mis oraciones ni siquiera me
entusiasman a mí, porque carecen de esa pasión que caracteriza a los
que están profundamente deseosos de conectarse con Dios. Padecen la
falta de efusión que atrapa nuestra vida en ese estado tibio que el Señor
censura en la iglesia de Laodicea.
La respuesta a nuestra búsqueda está asegurada. El Señor anhela,
ardientemente, tener mayor participación en nuestra vida, compartir las
intimidades de su corazón con nosotros y darnos plena participación en
sus proyectos. Su Espíritu trabaja para seducirnos con estas propuestas,
pero nosotros, muchas veces, no estamos dispuestos a recorrer esa
milla extra que abanica el fuego de su pasión en nosotros.
Si no poseemos esta pasión, no la podemos fabricar. Pero sí
podemos acercarnos al trono de Dios para compartir con él nuestra
tristeza por esa frialdad e indiferencia que observamos en nuestro
corazón. Tan bueno es Dios que soplará sobre nosotros ese fuego
sagrado que ha impulsado, a lo largo de los siglos, la vida de sus santos.
MEDITACIÓN
«Sin pasión, el hombre solo es una fuerza latente que espera una
posibilidad, como el pedernal, el choque del hierro para lanzar chispas
de luz». Henry Amiel[6]
10 DE FEBRERO
Digno ejemplo
Yo tenía cuarenta años cuando Moisés, siervo del SEÑOR, me envió
desde Cades-barnea a que explorara la tierra de Canaán. Regresé y di
un informe objetivo de lo que vi, pero los hermanos que me
acompañaron asustaron tanto al pueblo que nadie quería entrar en la
Tierra Prometida. Por mi parte, seguí al SEÑOR mi Dios con todo mi
corazón. Josué 14.7-8
Estoy disfrutando, en estos meses, de la lectura del libro de Josué.
Proporciona muchas lecciones valiosas para el ejercicio sabio del
ministerio. Aunque el tema principal del escrito es la conquista de la
tierra, nos ofrece un breve comentario sobre la vida del otro espía que se
atrevió a creer que Israel podía entrar en Canaán, Caleb. Una intrigante
frase de su propio testimonio revela la razón de su aprobación ante el
Señor. La versión Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy cita sus
palabras de esta manera: «Pero yo seguí plenamente al SEÑOR mi
Dios».
La frase habla de un corazón completamente entregado, en el que
Caleb no se reservó nada ante la posibilidad de que las cosas no
salieran como estaba esperando. Se dispuso a jugarse enteramente por
el proyecto de Dios.
La actitud que engendra esta clase de entrega es la de una confianza
plena en la persona de Dios. No es la lógica o la factibilidad detrás del
plan de Dios lo que inspira a Caleb, sino su absoluta certeza de que
depositar su destino en las manos del Señor es una decisión cien por
ciento acertada.
La contracara de Caleb la encontramos en la figura del rey Salomón.
El autor de Reyes utiliza, de manera negativa, exactamente el mismo
término para referirse al indeciso monarca de Israel: «Salomón hizo lo
malo a los ojos del SEÑOR, y no siguió plenamente al SEÑOR, como Lo
había seguido su padre David» (1 Reyes 11.6, NBLH). Es decir, siguió al
Señor, pero a medias. Siempre reservó ciertos aspectos de la
administración de su vida para sí mismo. El claro resultado fue que su
corazón se desvió tras las riquezas y las mujeres. En efecto, terminó
siguiendo al Señor con un corazón dividido.
Quisiera ser un hombre que sigue plenamente al Señor. Reconozco
que muchos elementos compiten por mis afectos. No obstante, si
pudiera pedir una sola cosa al Señor, sería que me conceda seguirle sin
reservas, con todo lo que eso implica. Ya he gustado de la experiencia
de seguirle a medias. Es la forma más frustrante de vivir la vida a la que
hemos sido llamados, porque no somos de aquí ni de allá. La indefinición
caracteriza nuestra vida y, como resultado, todas nuestras acciones
carecen del vigor que solamente produce una convicción inamovible.
¿Habrá otros por ahí con inquietudes similares? Oremos los unos por
los otros, para que Dios levante una generación de hombres y mujeres
que le sigan apasionadamente.
ORACIÓN
Señor, no quiero más jugar a ser discípulo tuyo. No quiero ser contado
entre la multitud de curiosos que te siguen a todos lados,
suficientemente motivados para estar cerca, pero no tanto como para
jugarse por tu persona. Aunque me equivoque, como Pedro cuando se
hundió en medio de la tormenta, líbrame de escoger la seguridad de una
embarcación seca. Vísteme de una santa osadía para seguirte
dondequiera que vayas.
11 DE FEBRERO
¡No huyas!
Si tan solo tuviera alas como una paloma, ¡me iría volando y
descansaría! Volaría muy lejos, a la tranquilidad del desierto. Salmo
55.6-7
La angustia que sintió David cuando sufrió la persecución de Saúl debe
haber sido intensa. Es duro encontrarse en circunstancias donde parece
que uno se ha quedado sin amigos. Huye de un lugar a otro, pero nunca
puede permanecer en un solo lugar por mucho tiempo, porque el peligro
de que sea delatado es permanente. En medio de una existencia tan
complicada, el desafío de encontrar alimentos y refugio se complica cada
vez más.
Sin duda, la sensación de estar acorralado lo llevó a escribir las
palabras que leemos en el texto de hoy. El mismo salmo describe la
agonía de su existencia: «Mi corazón late en el pecho con fuerza; me
asalta el terror de la muerte. El miedo y el temblor me abruman, y no
puedo dejar de temblar» (vv. 4-5).
El deseo de huir cuando los problemas parecen no tener fin es
normal y común a todos los hombres. Agotado por la incesante presión,
lo único que uno anhela es un poco de paz y quietud. Cambiar de
circunstancias parece el camino más rápido para alcanzar la
tranquilidad. No obstante, la raíz de nuestra angustia no radica en lo
complejo de nuestro entorno, aunque este contribuya mucho a la
situación.
El problema de fondo es la falta de descanso interior, esa actitud de
reposada confianza en Dios que nos torna invulnerables a los peores
embates de la vida. David reconoce que este es el camino que debe
recorrer. El cambio de circunstancias le puede proveer un alivio
temporal, pero no una solución permanente. Por eso, declara: «Pero
clamaré a Dios, y el SEÑOR me rescatará. Mañana, tarde y noche clamo
en medio de mi angustia, y el SEÑOR oye mi voz» (vv. 16-17).
Solamente Dios tiene la respuesta definitiva a nuestras dificultades, y
la misma se obtiene en la comunión íntima con su persona. Claro,
cuando los problemas son intensos, la búsqueda del rostro de Dios
requerirá una disciplina adicional, pues continuamente vendrá sobre
nosotros la tentación de caer en la desesperación.
David entiende que en tiempos como estos debe redoblar sus
oraciones. Por eso declara que no dejará que pase un momento del día
sin dirigirse a su Señor. Es decir, su día consistirá en una seguidilla de
clamores, ruegos, súplicas y peticiones al único que puede acudir en su
rescate. Insistirá en buscar a Dios hasta que se instale en su corazón
esa convicción inamovible de que el Señor está en control. Cuando
arribemos a esa convicción, no habrá tormenta que pueda inquietarnos.
¡No huyas! Convierte tus deseos de huir en un clamor al único que te
puede conceder paz.
INSPIRACIÓN
En tiempos de intensa necesidad, encuentro útil convertir la oración en
momentos de clamor a lo largo del día. De esta manera, no me absorbo
tanto en actividades que me hacen perder de vista la prioridad de seguir
golpeando las puertas del cielo. Esa es la tarea más importante que
tengo en este momento. El solo ejercicio de orar una y otra vez es capaz
de sembrar tranquilidad en mi atribulado corazón.
12 DE FEBRERO
Confrontación
Al oír esto, el hombre puso cara larga y se fue triste porque tenía
muchas posesiones. Marcos 10.22
En el capítulo 10 de su Evangelio, Marcos relata el encuentro de un
hombre con Cristo. Este varón se acercó a Jesús buscando una palabra
de orientación para su vida: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para
heredar la vida eterna?» (v. 17). La forma en que se desarrolló la
conversación, sin embargo, revela que quizás no estaba tan interesado
en la respuesta a esa pregunta. El uso del adjetivo «bueno», que Jesús
inmediatamente corrigió, muestra que había dividido al mundo en dos
categorías de personas, las buenas y las malas. Jesús era uno de los
buenos. La confiada afirmación de que había guardado la ley desde su
juventud indica que él también se consideraba uno de los buenos.
¿Qué expectativas tenía, entonces, cuando se acercó a Jesús? Mi
propia experiencia me sugiere que probablemente esperaba que Cristo
ratificara las convicciones que ya poseía. Es decir, se acercó buscando
una confirmación de que estaba haciendo las cosas bien, una palmadita
de aprobación sobre su vida por parte de otra persona «buena». Jesús,
sin embargo, lo sorprendió. ¡Y de qué manera! Como si se tratara
apenas de un detalle, le dijo: «Hay una cosa que todavía no has hecho
[...]. Anda y vende todas tus posesiones y entrega el dinero a los pobres,
y tendrás tesoro en el cielo. Después ven y sígueme» (v. 21).
La respuesta lo descolocó profundamente. Me imagino que parte de
esta sensación de desánimo se relacionaba a la diferencia entre sus
expectativas y el desenlace que tuvo el encuentro. Es que el Mesías, con
esa desconcertante precisión para ver el corazón como si estuviera
abierto a la luz del día, había identificado correctamente el objeto de sus
afectos. Su pasión no radicaba en el cumplimiento de la ley, la cual
seguramente guardaba para apaciguar su conciencia. Amaba con locura
los muchos tesoros materiales que poseía.
Observa el final de la exhortación, porque allí está la clave de porqué
Jesús le dijo lo que le dijo: «Después ven y sígueme». Este es el
llamado, ineludible, que lanza a cada ser humano. Para responder a su
pedido es necesario que abandonemos los otros dioses que estamos
siguiendo. Este hombre seguía al dios del dinero.
Cada vez que nos acercamos a la Palabra corremos el mismo riesgo
que este hombre. Podemos utilizar las Escrituras simplemente para
reforzar las perspectivas que ya poseemos, o podemos llegar con un
corazón dispuesto a ser sorprendido. En lo personal, yo siento cierta
incomodidad cuando veo que mi lectura de la Palabra sencillamente
sirve para confirmar las convicciones que ya poseo.
La Palabra, nos recuerda el autor de Hebreos, es como una espada
de dos filos (4.12). Penetra hasta lo más profundo del ser, aun en
aquellos rincones donde todavía pueden estar escondidos los dioses a
los que no hemos renunciado. Debo saber, por tanto, que cada vez que
me acerco a ella, existe la posibilidad de «oír» algo que no quiero
escuchar. Si esto ocurre, la mejor respuesta es el humilde
arrepentimiento.
ORACIÓN
«Examíname, oh SEÑOR, y pruébame; Escudriña mi mente y mi
corazón». Salmo 26.2 NBLH
13 DE FEBRERO
Seguir adelante
Si te cansa competir contra simples hombres, ¿cómo podrás correr
contra caballos? Jeremías 12.5
Algunos días se hace difícil salir de la cama, porque uno tiene por
delante una dura jornada. El solo pensar en todas las dificultades y
luchas que nos esperan, nos desanima. En ocasiones, esta pesadez se
intensifica marcadamente porque la situación con la que luchamos ya
tiene una larga historia. Quizás se trate de una relación que no logramos
recomponer, un hijo que no podemos encaminar o una situación de
injusticia en el trabajo que no conseguimos corregir. Cuando el desgaste
por estas situaciones se hace intenso, enfrentarse a un nuevo día
representa todo un desafío.
¿Qué habrá hecho, entonces, Jeremías para lograr salir de la cama
cada mañana? Esta es la pregunta que intriga a Eugene Peterson, en su
excelente libro Correr con los caballos (Editorial Patmos, 2006). En el
capítulo 25 de Jeremías, el profeta ofrece detalles acerca del frustrante
ministerio que le había sido encomendado: «En estos veintitrés años ha
venido a mí la palabra del SEÑOR, y les he hablado repetidas veces,
pero no han escuchado. Y el SEÑOR les envió repetidas veces a todos
Sus siervos los profetas, pero ustedes no escucharon ni pusieron
atención» (vv. 3-4, NBLH).
Y no solamente no lo escuchaban a Jeremías. En reiteradas
ocasiones fue víctima de las burlas y del escarnio, perseguido y
golpeado por los líderes religiosos en Jerusalén. No encontramos en su
libro indicios de que algunas personas hubieran respondido a su
insistente mensaje acerca del juicio que vendría sobre Judá.
¡Qué difícil seguir adelante cuando vemos que nada cambia! La
resignación gana terreno y la desesperanza se instala en el corazón.
Sentimos que nuestros esfuerzos son inútiles.
¿Cuál era el secreto de Jeremías? Peterson argumenta que para el
profeta el hecho de aguantar no era una opción. Cada día representaba
para él una nueva oportunidad de encontrarse con Dios, de servirlo con
desinterés y de cumplir con sumisión las instrucciones que él le daba. No
salía de la cama para hacerle frente a otra sesión de burlas. Se
levantaba cada día porque tenía una cita con el Señor.
El desafío que le traía el comienzo de un nuevo día era hacer lo que
el Señor le indicara. No había sido llamado a cambiar el corazón de la
gente. No se le había encomendado la tarea de asegurarse de que se
arrepintieran. No era suya la responsabilidad de cómo respondían estas
personas, tercas y rebeldes, a la Palabra que el Señor les enviaba día
tras día, semana tras semana. Su vocación era servir a Dios en lo que él
considerara necesario.
Cuando vivimos para agradarle a él, nuestras circunstancias siempre
son buenas. Podemos estar atascados en la peor de las situaciones. No
obstante, esa realidad presentará particulares maneras en las que
podemos honrar a nuestro Padre. Cuando la meta consiste en vivir una
vida que alegra su corazón, ninguna circunstancia nos es adversa.
DESAFÍO
Desconozco las particularidades de tu situación puntual en esta etapa de
tu vida. Sean buenas o sean sumamente malas, te animo a que le
expreses a Dios: «Señor, muéstrame qué decisiones puedo tomar hoy y
qué acciones iniciar que me afiancen en la fe y traigan gloria y honra a tu
nombre». Su respuesta se constituirá en tus instrucciones para este día.
14 DE FEBRERO
Lugar espacioso
En medio de mi angustia invoqué al SEÑOR; El SEÑOR me
respondió y me puso en un lugar espacioso. Salmo 118.5 NBLH
No poseemos detalles acerca de la razón por la que el salmista se
encontraba en una situación de angustia, aunque el contexto pareciera
indicar que se trataba de un conflicto con otros. No es necesario que el
texto nos provea los pormenores porque la experiencia de angustia es
común a todo ser humano. Puede que se deba a una decisión que no se
puede postergar, a una confrontación necesaria, a la pérdida de un ser
querido o a la traición de quien, hasta ese momento, considerábamos un
fiel amigo. La sensación que produce, sin embargo, es siempre la
misma.
El término que escoge el salmista proviene de la misma raíz que se
utiliza para describir algo que restringe o limita. Una casa, por ejemplo,
puede volverse demasiado pequeña para quienes la habitan. El profeta
Isaías usa la palabra para hablar de una manta demasiado estrecha para
envolver a quien se cubre con ella. La palabra también se puede referir
al proceso de atar o envolver, tal como la que se describe en Job 26.8 u
Oseas 4.19.
Las imágenes ayudan a comprender los efectos que produce la
angustia sobre nuestro espíritu. Cuando se instala en nuestro corazón,
tendemos a sentirnos sofocados, acorralados, atrapados, sin opciones
en la vida y amenazados por circunstancias que nos desbordan. La
parálisis nos envuelve e impide que pensemos con claridad o evaluemos
opciones para salir del apuro.
¿Cómo resolvió el salmista esta sensación? Observa que no le pidió
a Dios que le quitara el miedo. Más bien, convirtió la angustia en el factor
que lo impulsara a llamar al Señor, a solicitar socorro. Y Dios le
respondió, pero no lo hizo quitando las circunstancias que le producían
la angustia. Más bien, obró una transformación en el corazón del
salmista. Esa transformación lo ubicó en un lugar que poseía
características exactamente contrarias a la angustia que lo había
atormentado. Ahora se encontraba en un lugar espacioso.
Una vez más, nos resulta útil la imagen que convoca esta palabra. Se
refiere a un lugar amplio, abierto, libre, tal como podría ser una pradera o
un ancho valle. El profeta Isaías tiene en mente este concepto cuando
exhorta: «Ensancha el lugar de tu tienda, Extiende las cortinas de tus
moradas, no escatimes; Alarga tus cuerdas Y refuerza tus estacas»
(54.2, NBLH).
El salmista nos ayuda a entender que Dios puede obrar una
dramática transformación en tiempos de angustia: produce en nuestro
interior una sensación de libertad y soltura que es radicalmente opuesta
a las circunstancias que vivimos. Aún nos enfrentamos a los mismos
desafíos, pero ahora estamos en condiciones óptimas para afrontarlos.
Nuestro espíritu cuenta con abundante espacio para elaborar una
respuesta adecuada.
INSTRUCCIÓN
No te concentres en lo que produce angustia. Convierte la sensación de
angustia en el trampolín que te impulse a buscar al Señor. En poco
tiempo podrás decir, junto al salmista: «El SEÑOR está a mi favor; no
temeré». Salmo 118.6
15 DE FEBRERO
Libres
Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo,
para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no
seamos esclavos del pecado. Romanos 6.6 NBLH
Nos resulta difícil entender la magnitud de las limitaciones que encierra
la palabra «esclavo». Si alguna vez has visto alguna de las películas de
los esclavos africanos que trabajaban en las plantaciones de algodón,
durante el siglo XIX, tendrás una leve idea de la absoluta desesperanza
que acompañaba la existencia de estos cautivos.
Un esclavo, según el diccionario de la Real Academia Española, es
una persona que «carece de libertad por estar bajo el dominio de otra».
Es decir, no goza de los privilegios que nosotros disfrutamos a diario,
fruto de la posibilidad de elegir. El esclavo no puede decidir ni siquiera
los más pequeños detalles de su propia vida. El amo es el que elige lo
que viste, lo que come, el lugar en que trabaja y la cantidad de horas que
puede descansar. El dueño del esclavo tiene el derecho aun a decidir si
la persona merece vivir o morir. En ningún momento consulta al esclavo
acerca de los deseos o intereses que puede llegar a tener. El esclavo
existe para ser usado y descartado según los antojos de quien lo
adquirió.
Es por todas estas razones que vale la pena meditar en la
declaración del apóstol Pablo. Por medio de la muerte de Cristo, nuestro
viejo hombre fue crucificado para que ya no fuéramos esclavos del
pecado. Esto quiere decir que el pecado ya no es el amo que decide lo
que podemos hacer o no. El pecado no gobierna más nuestra vida.
Esta declaración le asesta un golpe mortal a uno de los conceptos
más arraigados entre los que seguimos a Cristo: la idea de que no
podemos vencer ciertos comportamientos pecaminosos, porque no
tenemos dominio sobre ellos; y que somos las víctimas de conductas
sobre las que no tenemos ningún control. Aferrados a esta falsa
convicción, nos entregamos a ese comportamiento pecaminoso,
resignados, porque no podemos hacer nada al respecto.
El término «destruido» significa que algo llegó a su fin, que fue
invalidado; que su dominio fue desbaratado. Es decir, el pecado ya no
tiene la última palabra acerca de cómo vivo. Ahora, por el poder de
Aquel quien resucitó, puedo escoger otro camino. En otras palabras, soy
libre. No hay absolutamente nada que me pueda atar ni privar de ese
regalo que Dios me ha dado.
El principio de la transformación radica en abrazarse a esta verdad.
No soy un esclavo del pecado. Como ciudadano del reino tengo acceso
a otras opciones de vida. Cuento con el poder del Espíritu Santo y la
ayuda oportuna del Hijo de Dios. No soy víctima. ¡Soy más que
vencedor, en Cristo Jesús!
REFERENCIA
«Un esclavo no es un miembro permanente de la familia, pero un hijo sí
forma parte de la familia para siempre. Así que, si el Hijo los hace libres,
ustedes son verdaderamente libres». Juan 8.35-36 NTV
16 DE FEBRERO
Peligrosa discusión
¡Qué aflicción espera a los que discuten con su Creador! ¿Acaso
discute la olla de barro con su hacedor? ¿Reprocha el barro al que le
da forma diciéndole: «¡Detente, lo estás haciendo mal!»? ¿Exclama la
olla: «¡Qué torpe eres!»? Isaías 45.9
Me fascina el lenguaje que emplea el profeta Isaías en su tarea de
comunicar al pueblo cómo es el corazón de Dios. Sus ilustraciones son
tan ingeniosas que logran transmitir, de manera admirable, el concepto
que encierran.
Te propongo que traslademos la analogía a un ejemplo más acorde al
mundo en que vivimos hoy. Imaginemos, por ejemplo, que hemos
elaborado unas ricas pizzas para compartir con amigos. En lugar de
comprar la masa hemos decidido hacerlas nosotros. Ahora las pizzas
están listas y nos aprestamos a cortar una en porciones para servirla.
Pero al acercar el cuchillo, la pizza exclama: «¡Un momento! Primero me
estuviste manoseando y empujando de un lado para el otro. Luego me
estiraste de manera cruel y me mataste con el calor del horno. Y ahora,
como si todo eso no hubiera sido suficiente, me vas a cortar en
pedacitos. ¿En qué momento vas a pensar en mis sentimientos?».
Considerar este ejemplo despierta una sonrisa en nosotros, porque
roza lo absurdo. Todos sabemos que una pizza no puede hablar y que
sería imposible que ella se dirigiera a quien la elaboró para su propio
consumo, indicándole lo que debe o no debe hacer con ella.
Así de ridículo es que una persona discuta con su Creador. La
palabra, en hebreo, se refiere al acto de reñir, litigar, disputar, contender.
Es la clase de acción que podría iniciar alguien ante un tribunal legal,
cuestionando la forma en que ha procedido el acusado.
Cuando se le considera en estos términos me parece un acto de
osadía descarada. No obstante, nuestra vida y la de los grandes
personajes de la Biblia nos dicen que incurrimos en esta clase de
cuestionamientos con mayor frecuencia de lo que creemos. Se trata de
una actitud en la que ponemos en tela de juicio la sabiduría de Dios al
actuar de cierta manera. Es la postura con la que vivieron y murieron los
israelitas que vagaron por el desierto. Frente a cada dificultad no
dudaban en aclarar que, si hubiera sido por ellos, las cosas se habrían
hecho de otra manera.
Isaías nos dice que gran aflicción espera a quienes cometemos esta
locura. Los cuestionamientos no torcerán el rumbo de nuestra vida ni
transformarán nuestras circunstancias. Tendrán el efecto de erosionar
nuestra confianza en Dios, elemento indispensable para seguir creciendo
en la fe. Y, además, afianzarán la ilusión de que nosotros, más que
siervos, somos socios mayoristas en los proyectos del Señor.
¡Qué paz espera a los que guardan silencio ante su Creador! Son
aquellos que eligen aferrarse a la convicción de que Dios es bueno y
que, ante el misterio de su obrar, declaran: «Señor, no entiendo lo que
estás haciendo, pero me basta con que tú entiendas. Me vuelvo a
postrar ante tu majestad».
REFERENCIA
El Señor pregunta a Job: «¿Quién es este que pone en duda mi
sabiduría con tanta ignorancia?». Job responde: «Soy yo y hablaba de
cosas sobre las que no sabía nada, cosas demasiado maravillosas para
mí». Job 42.3
17 DE FEBRERO
¡Ni con lágrimas!
Ustedes saben que después, cuando quiso recibir la bendición de su
padre, fue rechazado. Ya era demasiado tarde para arrepentirse, a
pesar de que suplicó con lágrimas amargas. Hebreos 12.17
Una de las interesantes respuestas que las lágrimas producen es la
compasión. Quienes ven a una persona genuinamente angustiada,
difícilmente lograrán mantenerse impávidos frente a esa escena.
Querrán buscar la forma de auxiliar o al menos aliviar la carga de la
persona quien llora. Las lágrimas que suben de la profundidad de
nuestra alma suelen tocar algo en el alma de aquellos que están a
nuestro alrededor.
Nadie es tan sensible a las lágrimas como nuestro Padre celestial. Él
es Dios, sobre todas las cosas y también de los quebrantados, y por eso
el salmista se atreve a declarar: «Tú llevas la cuenta de todas mis
angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado
cada una de ellas en tu libro» (56.8).
La promesa que nos deja el apóstol Juan es que al final de los
tiempos, los que han sufrido gran tribulación «nunca más tendrán
hambre ni sed; nunca más les quemará el calor del sol. Pues el Cordero
que está en el trono será su Pastor. Él los guiará a manantiales del agua
que da vida. Y Dios les secará cada lágrima de sus ojos» (Apocalipsis
7.16-17).
El autor de Hebreos, no obstante, nos recuerda una situación en la
que las lágrimas no derritieron el corazón de Dios. Quien las derramaba
era Esaú, al comprobar que su padre no podía deshacer la bendición
que le había otorgado a Jacob. Había perdido, irreversiblemente, los
privilegios del primogénito. Eventualmente, las lágrimas dieron lugar al
odio, lo que despertó en Esaú el deseo de matar a su hermano. No
obstante, ni siquiera por el camino de la violencia logró recuperar lo que
había perdido. Y si bien Jacob obró con astucia y malicia cuando se hizo
pasar por su hermano, el culpable de la pérdida fue el mismo Esaú.
El autor de Hebreos describe a Esaú como una persona profana,
literalmente «no santa». Esaú consideró despreciable aquello que Dios
consideraba valioso. En un momento de carnalidad descontrolada
prefirió un plato de comida a cambio de la sagrada tarea que Dios le
había dado como cabeza de toda una familia.
Algunas actitudes engendran acciones que son irreversibles.
Consideremos, por ejemplo, al creyente que claramente desatiende el
consejo de la Palabra y une su vida al incrédulo. En unos pocos casos
se produce una conversión. En la gran mayoría produce años de
sufrimiento, contiendas y tristeza. Algunas decisiones no tienen vuelta
atrás. Lo hecho, hecho está.
Es bueno, entonces, que acatemos la exhortación inicial que nos hizo
el autor de Hebreos: Prestemos mucha atención a lo que se nos ha
dicho (2:1). Tomemos el tiempo necesario para considerar si lo que
vamos a hacer realmente honra a Dios. Es mejor ser cauteloso que
transcurrir por la vida cargando con un pesado lamento.
REFERENCIA
«Las personas sabias piensan antes de actuar; los necios no lo hacen y
hasta se jactan de su necedad». Proverbios 13.16
18 DE FEBRERO
Amén, y algo más
SEÑOR, escucha mi voz por la mañana; cada mañana llevo a ti mis
peticiones y quedo a la espera. Salmo 5.3
La posibilidad de presentar ante el Señor nuestras peticiones es uno de
los preciosos regalos que brinda nuestra relación con Dios. Ninguna
situación es tan insignificante como para no ser mencionada en nuestras
oraciones, pues él frecuentemente revela su mano bondadosa aun en
los más pequeños detalles de nuestra existencia.
El proceso de elevar a Dios peticiones, sin embargo, acarrea un
peligro. Nuestras oraciones pueden convertirse en un ritual que carece
del espíritu de expectativa que caracteriza las más genuinas plegarias a
Dios. Pedimos, pero no nos acompaña una fuerte convicción de que
nuestra oración recibirá respuesta.
Así pareciera que sucedió en la vida de Zacarías y Elisabet. El anhelo
por tener un hijo los había impulsado a pedirle a Dios que les concediera
ese regalo. Con el paso de los años, es posible que su ruego se
convirtiera en parte de la liturgia cotidiana. A pesar de esto, un día un
ángel se le apareció a Zacarías y le anunció: «Dios ha oído tu oración.
Tu esposa, Elisabet, te dará un hijo» (Lucas 1.13). ¿Cuál fue la
sorprendente respuesta de este varón?: «¿Cómo puedo estar seguro de
que ocurrirá esto?» (1.18). Sus dudas parecieran indicar que Zacarías
oraba por algo que, en el fondo, ¡creía imposible!
El salmista nos presenta esta intrigante frase con respecto a la
oración: «quedo a la espera». Entiendo por esto que él aguarda alguna
clase de respuesta de parte de Dios. No considera cerrado el asunto
después de concluir su oración. Más bien, la oración da lugar a una
santa expectativa, la mirada atenta de quien posee la certeza de que
algo va a ocurrir.
Su postura nos recuerda la decisión que tomó Habacuc: «Subiré a mi
torre de vigilancia y montaré guardia. Allí esperaré hasta ver qué dice
el SEÑOR y cómo responderá a mi queja» (2.1). ¡La imagen es muy
gráfica! Habacuc está atento, esperando que aparezca la respuesta.
Esta actitud expectante es tan parte de la oración como las peticiones
en sí. No hablamos con un dios mudo. Hablamos con un Dios que se
deleita en comunicarse con sus hijos.
Que tus oraciones no mueran cuando dices «amén». Sal a la vida
atento y dispuesto a ser sorprendido. Dios hará algo. No lo dudes. Sería
una lástima que no reconocieras la respuesta que tú mismo le has
pedido al Señor.
MEDITACIÓN
«Vivo en el espíritu de la oración. Oro mientras camino, oro cuando me
acuesto y oro cuando me levanto. Y las respuestas siempre vienen.
Miles y diez mil veces mis oraciones han sido respondidas. Una vez que
me he persuadido que algo es correcto y glorifica a Dios, comienzo a
orar y no me detengo hasta que llegue la respuesta. ¡George Muller
jamás se da por vencido!». George Muller
19 DE FEBRERO
Dios de todo consuelo
Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo.
2 Corintios 1.3
Cuando recordamos al apóstol Pablo solemos pensar en la grandeza de
su ministerio, la osadía de su testimonio y la increíble profundidad de su
exposición de la Palabra. En su segunda carta a la iglesia de Corinto, sin
embargo, Pablo nos permite conocer algo del precio que había sufrido
por la causa de Cristo. Este sufrimiento, no debemos olvidar, forma parte
de las experiencias que están reservadas para todos aquellos que
responden al llamado a ser discípulos de Jesús.
En el caso de Pablo, no obstante, parece que los sufrimientos fueron
particularmente severos. Seguramente el apóstol no se sorprendió por la
intensidad de las pruebas por las que atravesó, pues en el momento en
que fue llamado, el Señor asumió el compromiso de revelarle «cuánto
debe sufrir por mi nombre» (Hechos 9.16).
En medio de situaciones que con frecuencia lo ubicaron de cara a la
muerte, Pablo da testimonio de haber experimentado el indescriptible
alivio que procede del consuelo de Dios.
La palabra que emplea para «consuelo» es parakleseos, término que
está relacionado con la función del Espíritu (parakletos), alguien que ha
sido llamado a ponerse a la par de otro con la intención de asistirlo.
Entendemos, entonces, que Pablo experimentó, una y otra vez, el
consuelo de Dios al comprobar que no estaba solo en sus luchas. Había
alguien que estaba a la par de él, llevando la carga, aliviando el peso,
susurrando palabras de ánimo, renovando las fuerzas y proveyendo una
perspectiva divina de las circunstancias que atravesaba. Todo esto no
era más que el cumplimiento de la promesa que Jesús dejó a los suyos,
poco antes de partir: «Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes
siempre, hasta el fin de los tiempos» (Mateo 28.20).
No obstante este testimonio, muchas veces tenemos la sensación de
estar solos en las pruebas. Cuando ese sentimiento se intensifica,
acabamos hundidos en la desesperanza, la amargura e incluso el rencor.
Quisiera animarte a que no te fíes de tus sensaciones. Los dos que
iban camino a Emaús tenían a Jesús al lado de ellos, pero no lo veían.
No por eso, sin embargo, dejó de estar Jesús. El hecho de que no lo
percibamos no tiene injerencia sobre la verdad declarada. Él está, y está
para ayudar. Declara esta verdad a tu alma. Proclama que el Espíritu de
Cristo te acompaña y socorre, aun cuando tú no lo sientes.
Si insistes en este ejercicio comenzarás a ver pequeñas evidencias
del mover de Dios en tu vida. Con el tiempo, constatarás que la parte
más pesada de la carga la llevaba él. ¡Bendito sea el Padre de toda
misericordia y consuelo!
REFERENCIA
«Aun cuando yo pase por el valle más oscuro, no temeré, porque tú
estás a mi lado. Tu vara y tu cayado me protegen y me confortan».
Salmo 23.4
20 DE FEBRERO
Consolar
Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros
podamos consolar a otros. 2 Corintios 1.4
El apóstol Pablo comienza su segunda carta a los Corintios alabando al
Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien es nuestro Padre
misericordioso y la fuente de todo consuelo. La gratitud y adoración que
expresa se debe a que el apóstol había experimentado en carne propia
el consuelo de Dios en medio de las más horrendas experiencias de
sufrimiento: latigazos, azotes con varas, apedreos, naufragios, cárceles,
cadenas, asaltos, acusaciones, persecuciones, frío, hambre y desnudez.
En medio de tanta adversidad no duda en declarar que Dios es Padre
de misericordia. El término que emplea bien podría traducirse «Padre de
compasión», pues oiktirmos comunica una profunda consciencia y
sensibilidad hacia el sufrimiento de otros. Describe la capacidad de
hacer propio el dolor del prójimo, uno de los más misteriosos atributos de
un Dios que, con frecuencia, imaginamos que mora alejado de la
realidad cotidiana del ser humano. El apóstol, en medio de intensas
experiencias de agonía, pudo comprobar que Dios estaba con él,
acompañándolo en su dolor y proporcionando el incomparable alivio que
experimentamos cuando descubrimos que alguien entiende lo que
estamos viviendo.
Sin duda, una de las formas en que Dios proveyó consuelo a Pablo
fue por medio de la comunidad de fe, a quienes el Señor movilizó para
que acompañaran al apóstol en medio de sus dificultades. En 1
Tesalonicenses 3, por ejemplo, Pablo da testimonio de cuánta alegría le
produjo el reporte que le trajo Timoteo, el cual reavivó su alma (vv. 7-8).
Es por esta razón que el apóstol señala que uno de los fines del
proceso consolador de Dios es que podamos también consolar a otros.
De esta manera, resalta uno de los principios fundamentales que rigen la
vida del pueblo de Dios: toda bendición recibida debe ser compartida
generosamente con otros. El Señor, quien no deja nunca de pensar en
términos de comunidades, pueblos y naciones, siempre espera que sus
hijos no detengan el mover de su gracia en sus vidas. Más bien deben
dejar que siga fluyendo para que alcance la vida de parientes, amigos,
vecinos y compañeros de trabajo.
La disposición a ser instrumentos de consolación en la vida de otros
presupone que transitemos por la vida mirando a los demás con
compasión, tal como lo hizo Jesús, y que pidamos al Señor la
sensibilidad necesaria para percibir quiénes son aquellas personas que
precisan recibir, de manera especial, el consuelo de Dios.
Además de esta disposición, debemos tener siempre presente que la
obra de consolación la hace el Señor. Nuestro rol consiste en estar en el
lugar indicado en el momento oportuno. Si logramos caminar en
sumisión a Dios, él podrá moverse a través de nuestra vida para darle al
otro aquello que solamente él puede dar. Nosotros, por nuestra parte,
habremos disfrutado de la enorme bendición de ser partícipes en la
preciosa restauración que ocurre cuando Dios trae consuelo a los que
viven en aflicción.
REFLEXIÓN
«La compasión es esa fatal capacidad de sentir lo que significa vivir
dentro de la piel de otra persona. Es esa revelación de que nunca podré
experimentar pleno gozo y paz hasta que, finalmente, tú también
encuentres gozo y paz». Frederic Buechner
21 DE FEBRERO
Ayuda memoria
Harán borlas al borde de su ropa y las atarán con un cordón
azul. Cuando vean las borlas, recordarán y obedecerán todos los
mandatos del SEÑOR, en lugar de seguir sus propios deseos y
contaminarse, tal como es su tendencia. Números 15.38-39
Las alarmas fueron inventadas en el siglo XV, pero recién en el siglo
XVIII pasaron a ser instrumentos de uso doméstico. La pregunta que se
impone, entonces, es la siguiente: ¿Cómo hacían las personas para
despertarse antes de que se inventara la alarma?
La respuesta es sencilla: dependían de otros elementos presentes en
la naturaleza, a los cuales habían aprendido a prestar atención: el canto
de un gallo; el movimiento de los animales en el establo; el cambio de
luz en el horizonte, que anunciaba la llegada del alba; o simplemente
una disciplina interna que les permitía saber que era hora de iniciar las
actividades del día. Con el crecimiento de las grandes urbes y el avance
de la industrialización, sin embargo, se fue perdiendo esa conexión con
la naturaleza y la ayuda de una alarma se tornó indispensable.
La falta de ejercicio y el engaño del pecado han entumecido del
mismo modo nuestras capacidades espirituales. En un mundo ideal
nuestro espíritu poseería la destreza necesaria para percibir los
movimientos del Espíritu y distinguir, sin dificultad, los momentos en que
Dios nos está mostrando algo. Al igual que el joven Samuel, sin
embargo, nos cuesta entender cuándo es Dios el que nos está hablando.
«Es cosa mía», solemos decir ante una idea que se introduce
sorpresivamente en nuestra cabeza.
El Señor, en su anhelo de ayudar por todos los medios posibles a su
pueblo a andar en rectitud, también proveyó para ellos un elemento que
les sirviera de recordatorio ante la falta de sensibilidad espiritual que
padece la persona caída.
Se trataba de una especie de alarma visual, un recordatorio que los
llevaría a pensar en la Palabra que habían recibido. Consistía en unas
borlas atadas a las vestimentas con cinta azul, que eran imposibles de
ignorar porque se meneaban con los movimientos de quienes las
vestían. Cuando alguien percibía el bamboleo de las borlas recordaba
que pertenecía a un pueblo llamado a vivir de manera diferente a los
demás pueblos de la tierra.
El principio sigue siendo útil porque aún padecemos esa falta de
sensibilidad espiritual que tornaría mucho más sencilla la vida en el
reino. Podemos recurrir a elementos externos para ayudarnos a recordar
que somos una nación santa, un reino de sacerdotes. Estas ayudas
pueden ser un versículo pegado en el refrigerador, un cuadro colgado en
algún lugar de la casa, un texto como fondo de pantalla o cualquier otro
elemento que estimule nuestra mente a pensar en las cosas de Dios. Yo
encuentro muy útil emplear una alarma, en mi computadora o celular,
que suena periódicamente y me extiende la invitación de volver a
conectarme con el Señor. Una idea genial, que se implementó hace 4000
años, sigue siendo de gran utilidad para quienes aspiramos a una vida
de mayor intimidad con el Señor.
REFERENCIA
«¡Qué asombrosas son las obras del SEÑOR! Todos los que se deleitan
en él deberían considerarlas. [...] Él nos hace recordar sus maravillosas
obras. ¡Cuánta gracia y misericordia tiene nuestro SEÑOR!». Salmo
111.2, 4
22 DE FEBRERO
Enséñanos a orar
Señor, enséñanos a orar, así como Juan les enseñó a sus discípulos.
Lucas 11.1
El pedido de los discípulos sorprende. Eran miembros de una cultura
profundamente religiosa. Desde temprana edad se les enseñaba a los
niños a repetir ciertas oraciones. La imagen de los fariseos orando en las
esquinas y los lugares públicos era algo con lo que todo israelita estaba
familiarizado. Los sacerdotes también incorporaban oraciones a los
diferentes ritos de los cuales participaba el pueblo.
La petición, sin embargo, surge en un momento puntual. El texto de
hoy comienza diciendo: «Una vez, Jesús estaba orando en cierto lugar.
Cuando terminó, uno de sus discípulos se le acercó». Intuyo, entonces,
que inevitablemente los discípulos habían observado la profundidad e
intimidad de las oraciones de Cristo. No percibían en ellas rastro alguno
de religiosidad. Notaban que esta disciplina ocupaba un lugar importante
en su vida, pues el mismo Lucas nos dice que «Jesús muchas veces se
alejaba al desierto para orar» (5.16).
Todo esto confluyó en un pedido: «Enséñanos a orar, así como Juan
enseñó a sus discípulos». ¡Qué maravillosa petición! Reconoce, en
primer lugar, que la oración es algo que se debe aprender. No es tan
sencillo como la frase que solemos usar con los que recién se han
convertido: «Orar es hablar con Dios». Entrar en los misterios de la
oración es un proceso de aprendizaje, y toda persona quien solicita
asistencia para recorrer ese camino es bienaventurada.
Además, los discípulos claramente veían que la oración no podía ser
reducida a un rito religioso, que se repetía como un encanto mágico. No
obstante, con cuánta facilidad caemos nosotros en las frases hechas, los
pedidos sin sentido, las declaraciones que no son fiel reflejo de lo que
pasa en lo secreto de nuestro corazón. Incluso, en ocasiones me he
encontrado orando ¡y no he podido recordar qué es lo que estaba
diciendo!
Creo que, en el fondo, los discípulos anhelaban alcanzar esa
asombrosa grandeza espiritual que percibían en la persona de Jesús y,
de alguna manera, el tiempo compartido con él los había convencido de
que el secreto de todo esto radicaba en la constante disciplina de
oración que practicaba.
La respuesta de Jesús fue ofrecerles una especie de «plantilla», una
oración modelo que cubría los temas más esenciales del reino. La
sencillez de su respuesta indica claramente que una vida de intimidad
con el Padre no pasa por asuntos tan complejos a los cuales solamente
algunos pueden acceder.
Reconocer que necesitamos ayuda para aprender a orar es un
excelente descubrimiento. De hecho, necesitamos ayuda para aprender
a amar, a perdonar, a ser libres del egoísmo, a andar en santidad, a
celebrar las maravillas de nuestra salvación. Confesar nuestra
incapacidad abre el camino para que comience a fluir la gracia de Dios
en nuestra vida y accedamos al privilegio de tener a Jesús por maestro.
Qué bueno, entonces, hacer nuestro el pedido de los discípulos: «Señor,
enséñanos a orar».
PENSAMIENTO
«Si tu vida de oración es tan corta, tan sencilla y tan fácil que no
contiene ni sacrificio, ni esfuerzo, ni sudor, puedes tomar por sentado
que aún no has comenzado a orar». Alexander Whyte
23 DE FEBRERO
Insistencia
Les digo que, aunque no lo haga por amistad, si sigues tocando a la
puerta el tiempo suficiente, él se levantará y te dará lo que necesitas
debido a tu audaz insistencia. Lucas 11.8
Los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar. Es
interesante notar que, a diferencia de los métodos actuales de
enseñanza, ellos le propusieron el tema al Maestro. Y resulta aún más
interesante observar que Jesús accedió a su pedido. No insistió en que
se debían mantener dentro del «programa» que ya había sido
planificado.
En respuesta a ese pedido Jesús les compartió la oración que hoy
conocemos como el «Padrenuestro». Quizás percibió que los discípulos
creían que el tema de la oración solamente pasaba por usar las palabras
correctas. O es posible que su propia experiencia le enseñó que otros
elementos eran tan vitales para la vida de oración como las palabras que
uno dice. Sin saber a ciencia cierta cuál fue su motivación, observamos
que Jesús decidió resaltar dos actitudes que son vitales en el camino de
aprender a orar: la insistencia y la confianza.
El tema de la insistencia lo abordó con una de esas maravillosas
historias cotidianas de las cuales tan fácilmente echaba mano. Una
persona recibe en su casa una visita, quien llega muy tarde. Lo
sorprende sin los elementos necesarios para extenderle una bienvenida
acorde a las costumbres de hospitalidad de la época y la cultura. La
urgencia de la situación lo lleva a acudir a un vecino, aunque sabe que,
por lo avanzado de la hora, ya debe estar en cama. No obstante, prefiere
fastidiar al vecino que quedar mal con la visita.
La respuesta inicial no es alentadora: «No me molestes. La puerta ya
está cerrada, y mi familia y yo estamos acostados. No puedo ayudarte»
(v. 7). Titubea por un instante y, luego, decide volver a golpear la puerta.
Corre el riesgo de ofender al vecino, pero la deshonra de mandar a la
cama a la visita sin comer es más fuerte. Mañana podrá aplacar el enojo
de su prójimo con algún gesto conciliatorio.
El punto que quería dejar en claro el Señor era que la oración raras
veces recibe respuestas instantáneas. Desconocemos lo que ocurre en
las esferas espirituales cuando un discípulo ora. Nuestro Padre pareciera
que se demora en su respuesta para forjar en nosotros un espíritu de
intrepidez férrea que nos libra de las fragilidades del entusiasmo
momentáneo.
Quien desea aprender a orar debe prepararse para combatir el
desánimo, esa voz interna que susurra al oído: «No pierdas el tiempo.
Igual no va a pasar nada». La oración y la insistencia van de la mano,
porque estamos convencidos de que la oración trasciende un momento.
Es un proceso en el que están en juego muchos elementos.
¿Tienes peticiones que quedaron olvidadas por el camino? ¿Por qué
no aprovechar este día para volver a golpear las puertas del cielo? En
algún momento, vendrá la respuesta.
REFERENCIA
«Así que les digo, sigan pidiendo y recibirán lo que piden; sigan
buscando y encontrarán; sigan llamando, y la puerta se les abrirá. Pues
todo el que pide, recibe; todo el que busca, encuentra; y a todo el que
llama, se le abrirá la puerta». Lucas 11.9-10
24 DE FEBRERO
Certeza
Así que les digo, sigan pidiendo y recibirán lo que piden; sigan
buscando y encontrarán; sigan llamando, y la puerta se les
abrirá. Pues todo el que pide, recibe; todo el que busca, encuentra; y a
todo el que llama, se le abrirá la puerta. Lucas 11.9-10
Alguien ha observado en cierta ocasión que muchas de las grandes
conquistas a lo largo de la historia de la humanidad, ya sea en el ámbito
de la ciencia, el arte, la exploración, el deporte o la política, fueron
alcanzadas por personas cansadas y desanimadas que decidieron
seguir adelante a pesar de su fatiga.
Jesús entendía que uno de los grandes obstáculos a vencer en la
oración era el abandono de la búsqueda. Por ello, añadió una clara
exhortación a la historia que contó, que posee una interesante
característica: emplea tres analogías para ilustrar una misma verdad.
Cada una de ellas se repite dos veces. El Maestro consideró que este
principio era tan importante que decidió repetirlo, en distintos formatos,
¡nada menos que seis veces!
Cada analogía infiere un obstáculo a vencer. Para pedir, debemos
superar la vergüenza y el temor a que la respuesta sea adversa. Para
buscar, debemos vencer el desconcierto que nos produce el no tener
certeza acerca de dónde se encuentra aquello que estamos buscando.
Para llamar, debemos subyugar el miedo a ser inoportunos o la
posibilidad de que nadie responda a nuestro llamado.
De esta manera no queda duda de que la persona que se proponga
perseverar en la oración se encontrará con muchas situaciones, por el
camino, que lo incitarán a desistir de su cometido. Quizás las situaciones
más difíciles de superar sean el silencio por parte del Señor o la multitud
de argumentos que golpean nuestra mente en un intento por
persuadirnos de que hemos perdido la causa que enarbolamos.
En cada una de las analogías Jesús empleó el gerundio, para
subrayar el hecho de que la oración es un proceso: «Sigan pidiendo [...],
sigan buscando [...], sigan llamando». Con el propósito de animar a los
discípulos, no dudó en afirmar que podíamos dar por hecho que la
respuesta llegaría. «Todo el que sigue pidiendo, recibirá; todo el que
sigue buscando, encontrará; y a todo el que sigue llamando, se le abrirá
la puerta». Para quienes perseveran en la oración, no son necesarias
esas maniobras de la lógica que solemos emplear para explicar que
ninguna respuesta fue, en realidad, una respuesta.
El gran enemigo a vencer en la vida de oración es el desánimo,
especialmente cuando estamos pidiendo algo que parece absolutamente
imposible. No vamos a encontrar valentía en el cuidadoso análisis de la
factibilidad de que algo ocurra. No debemos buscar por ese lado. La
confianza del que ora sin cesar está puesta en el carácter excepcional
de aquel que promete. Entiende que Dios no es hombre para no cumplir
con su palabra. Por eso sigue orando, sigue llamando, sigue buscando.
Los tiempos de las respuestas no están en nuestras manos, pero seguir
insistiendo es una decisión que podemos tomar cada día.
CITA
«Oramos con los ojos puestos en el Señor, no en las dificultades que nos
rodean». Oswald Chambers[7]
25 DE FEBRERO
Confianza
Ustedes, los que son padres, si sus hijos les piden un pescado, ¿les
dan una serpiente en su lugar? Lucas 11.11
Una petición de los discípulos motivó a Jesús a enseñarles sobre la
oración. El hecho de que añadió dos historias referidas al tema de la
actitud es muy revelador. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos,
que la oración tiene más que ver con la postura de nuestro corazón que
con la precisión de nuestras frases o la pulcritud de nuestras doctrinas.
Existe una postura que es agradable al Señor y otra que está más
orientada a agradar a los hombres. Por esto, podemos encontrarnos
orando para impresionar a los demás o, lo que más asusta, para
impresionarnos a nosotros mismos.
Entre las actitudes que Jesús eligió destacar ya hemos considerado
la perseverancia. La imagen de Jesús en Getsemaní es un buen ejemplo
de la necesidad de insistir en la oración. Él, al percibir que no había
logrado la quietud que anhelaba para su espíritu, volvió dos veces más a
insistir sobre el mismo tema. Recordemos, además, que su oración era
de una intensidad tal que rozaba la desesperación.
El Señor empleó otra analogía para ilustrar una segunda postura que
debe acompañar al que ora: convicción. Apeló al amor natural que todo
padre siente por sus hijos. Aun cuando en algunos momentos un hijo
actúe con rebeldía o malicia, lo seguimos amando porque es carne de
nuestra carne. Nos une un vínculo único, que no es comparable a ningún
otro sobre la Tierra.
Es precisamente este vínculo el que jamás nos permitiría responder
con perversa malicia al pedido que ellos nos puedan realizar. Si pidieran
un pescado para comer no se nos ocurriría darles una serpiente. Si
quisieran comer un huevo nunca se nos cruzaría la idea de darles un
escorpión.
Observamos, en los dos ejemplos que el Señor escogió, que un
padre no solamente no le daría a su hijo lo opuesto, tampoco le ofrecería
algo que pudiera hacerle daño, tal como la herida que podría causar una
serpiente o un escorpión. Esta actitud, que es muy loable, procede de
padres que son malos, pues estamos contaminados por el pecado. Aun
así, el pecado no logra quebrar con facilidad los vínculos de amor que
existen entre un padre y su hijo.
El ejemplo del padre debe servirnos para aferrarnos a una postura de
absoluta confianza en la bondad de nuestro Padre celestial. Si nosotros,
que somos malos, procuramos el bien de nuestros hijos, ¡cuánto más
nuestro bondadoso Padre celestial! Es posible que la respuesta que
recibamos no sea la que estábamos esperando, pero podemos confiar
en que Dios siempre nos dará la que considere mejor para nosotros.
En un mundo contaminado por la malicia, resulta difícil pensar en un
ser cuyo corazón no está afectado por los torcidos caminos del hombre.
Dios, no obstante, es bueno y por eso, sin excepción, obra con bondad.
Al presentarnos delante de él, quizás debamos recorrer, por un tiempo,
el camino de la insistencia. Pero nunca debemos dudar del carácter de
aquel a quien elevamos nuestras peticiones.
RESOLUCIÓN
«Pero yo confío en tu amor inagotable; me alegraré porque me has
rescatado. Cantaré al SEÑOR porque él es bueno conmigo». Salmo
13.5-6
26 DE FEBRERO
Más allá del asombro
Observen las naciones; ¡mírenlas y asómbrense! Pues estoy haciendo
algo en sus propios días, algo que no creerían aun si alguien les dijera.
Habacuc 1.5
Hace unos días veía un video de una mujer valiente, en Alemania, que
se atrevió a interrumpir una ceremonia musulmana celebrada en la
misma iglesia donde nació la Reforma con Lutero. Desde un palco, esta
heroína no dudó en declarar, a viva voz, que los alemanes no son
musulmanes y que Alemania es de Cristo.
El video incluía una entrevista en la que un periodista le preguntaba,
a esta mujer, qué se proponía con ese gesto. Ella le confesó que con
algunas personas estaban orando por una poderosa visitación de Dios
en su país. El periodista, preso de la incredulidad, le respondió: «¿Y cree
que usted sola puede realmente lograr un cambio en Alemania?». La
mujer no dudó en declarar: «¡Para mi Dios… no existe absolutamente
nada imposible!».
¡Qué refrescante e inspirador escuchar a alguien que no solamente
posee semejante convicción, sino que actúa conforme a esa certeza!
Mi observación es que en la iglesia muchas veces seguimos a un
dios para el cual demasiadas cosas le resultan muy complicadas. Es un
dios que apenas posee algunas cualidades mejores que las nuestras.
Por supuesto, no tenemos ninguna dificultad para alinearnos con la
doctrina de un Dios Todopoderoso, pero nuestras oraciones y nuestro
proceder revelan que el dios al que seguimos es bastante débil.
Habacuc luchaba con la sensación de descontrol que veía a su
alrededor, un mundo sumergido en el caos. Le preguntó a Dios qué
estaba ocurriendo y el Señor le respondió con el versículo que hoy
consideramos. La situación no había escapado al control del
Todopoderoso, pero la obra que estaba realizando era tan difícil de
dimensionar que no la creerían si alguien se los relatara. ¡Ni aun
viéndola escaparían del asombro!
Esa sensación de asombro es precisamente la más clara evidencia
de cuán limitado consideramos que es Dios. De vez en cuando, sin
embargo, nos cruzamos con alguien que ha perdido la capacidad de
asombro, no porque no le crea a Dios, sino porque ha entendido que el
Altísimo no es una versión mejorada del ser humano. Es enteramente
diferente a nosotros y, por esto, puede hacer lo que nosotros ni siquiera
logramos imaginar.
El apóstol Pablo era esta clase de persona. En la doxología de la
carta de Efesios, escribe: «Y ahora, que toda la gloria sea para Dios,
quien puede lograr mucho más de lo que pudiéramos pedir o incluso
imaginar mediante su gran poder, que actúa en nosotros» (3.20). Lo
había visto con sus propios ojos. Lo creía con todo su corazón. Lo
proclamaba en su ministerio. Y oraba para que otros se contagiaran de
la misma convicción, de manera que surgiera sobre la faz de la Tierra
una iglesia atrevida, osada, audaz, con proyectos que despertarían
risotadas y burlas en quienes las escuchaban. El avance del reino
siempre ha sido el resultado de las acciones de los valientes que se
atrevieron a creer en lo imposible.
PREGUNTA
La medida de nuestra fe está directamente relacionada con la idea que
tenemos de quién es Dios. ¿Será hora de revisar nuestros conceptos,
para «liberar» todo el potencial del Señor en nuestro medio?
27 DE FEBRERO
Cuando reina el miedo
Elías tuvo miedo y huyó para salvar su vida. 1 Reyes 19.3
No podemos evitar la sensación de sorpresa ante la reacción de Elías.
Este es el mismo varón que desafió a cuatrocientos profetas del
poderoso dios Baal que esclavizaba la vida de los israelitas. No
solamente fue el instrumento escogido para una dramática demostración
del poder de Dios, sino que también supervisó personalmente la
destrucción de estos agoreros. El cáncer que representaba la adoración
de Baal fue erradicado de Israel de un plumazo.
Posiblemente Elías se relajó después de semejante victoria y se dio
el lujo de bajar la guardia. O, quizás, simplemente quedó agotado por el
desgaste espiritual que implicó semejante confrontación. El hecho es
que no tardó en presentarse una nueva amenaza, esta vez proveniente
de la malvada esposa del rey. Desquiciada por la humillación sufrida,
juró ponerle fin a la vida de Elías. La valentía del profeta se vino abajo en
un instante, el miedo se apoderó de su corazón y se echó a correr.
El temor desplaza la fe y paraliza la razón. Es el disparador de
respuestas instintivas que no poseen ninguna lógica. Si no intervenimos
para sujetarnos al Señor, podemos dar por garantizado que acabaremos
haciendo lo malo.
¡Cuántos estragos ha producido el temor en los personajes que son
parte de la historia del pueblo de Dios! Por temor, Abraham, frente a la
hambruna en Canaán, bajó a Egipto y terminó enredado en un
desastroso pleito con el faraón. Por temor, los hijos de Jacob le mintieron
acerca del destino de José y lo condenaron a un luto sin fin. Por temor al
faraón, Moisés intentó persuadir al Señor de no enviarlo de vuelta a
Egipto. Por temor, los diez espías convencieron al pueblo a rebelarse
contra Dios. Por temor, Saúl se tomó la atribución de ofrecer un sacrificio
que no le estaba permitido. Por temor, los israelitas permanecieron
paralizados ante el gigante Goliat. Por temor, Herodes asesinó a todos
los niños menores de dos años de Israel. Por temor, Pedro se hundió en
el mar. Por temor, los discípulos negaron al Señor. Por temor, Ananías
no quiso visitar a Saulo.
Lo mismo acontece en nuestra vida. Por temor, no confesamos a
Cristo, no decimos la verdad, no confrontamos al que está en pecado, no
ofrendamos como debemos, no respondemos a la Palabra del Señor.
El problema no radica en el temor; este es una respuesta natural ante
algo que percibimos como una amenaza. Pero, al igual que otras
emociones, el temor debe ser sujetado a Dios, porque es mal consejero.
Jesús, en Getsemaní, luchó por sujetar la angustia de la cruz a la
voluntad del Padre.
No te desanimes porque sientes miedo. No puedes evitar el temor,
pero sí lo puedes colocar a los pies de Cristo. Si te detienes ante su
trono por un instante, escucharás las mismas palabras que él ha
compartido con su pueblo a lo largo de los siglos: «No temas. Yo estoy
contigo».
CITA
«La preocupación es el asalto de pensamientos ineficientes que se
remolinean alrededor del miedo». Corrie Ten Boom
28 DE FEBRERO
¡No se vende!
Si un hombre tratara de comprar amor con toda su fortuna, su oferta
sería totalmente rechazada. Cantares 8.7
Uno de los regalos más preciosos que Dios le ha dado al ser humano es
la libertad. Que el Señor haya escogido bendecirnos con este obsequio
implica que está dispuesto también a correr el riesgo que implica.
Nuestra libertad significa que somos exactamente eso: ¡libres! Y quien
es libre puede emplear su libertad de la manera que lo desee. En
muchas ocasiones el mal uso de esta libertad acarrea angustias, pleitos
y tristezas para quienes están a nuestro alrededor.
Permíteme emplear un sencillo ejemplo para ilustrar este punto. Una
persona tiene la libertad de escuchar, dentro de su hogar, la música que
le gusta al volumen que más le agrada. No obstante, la libertad de
escuchar a su gusto significa que quizás todos los vecinos del sector
deban sufrir su música. Su libertad, en este caso, comienza a perjudicar
a los de su alrededor. Crecer hacia la madurez, entonces, implica
aprender a usar con responsabilidad la libertad que hemos recibido.
Es este principio el que lleva a Pablo a advertir a la iglesia de Corinto:
«Ustedes dicen: “Se me permite hacer cualquier cosa”, pero no todo les
conviene. Dicen: “Se me permite hacer cualquier cosa”, pero no todo trae
beneficio. No se preocupen por su propio bien, sino por el bien de los
demás» (1 Corintios 10.23-24).
En ninguna esfera de la vida es tan evidente nuestra falta de
comprensión acerca de la importancia de la libertad como en las
relaciones de amor. La mayoría de los compromisos serios de amor
nacen con una gran cuota de egoísmo. Más que enamorarnos de la otra
persona, nos enamoramos de las sensaciones que produce en nosotros
el estar con la otra persona. En algún momento, sin embargo, la otra
persona dejará de producir esas sensaciones. Frente a esta situación,
optamos por comenzar a persuadir a la otra persona para que haga lo
que nos hace sentir bien. Es decir, pretendemos exigirle que nos ame
como a nosotros nos gusta.
Una gran cantidad de relaciones están planteadas en términos de
una interminable puja por ver quién puede manipular a quién para
conseguir lo que quiere de la persona que dice «amar». Poseemos todo
un arsenal de herramientas a nuestra disposición para buscar la forma
de torcerle el brazo al otro: lágrimas, condenación, sermones, enojo,
silencio, regalos, halagos, servicio. Todo vale a la hora de conseguir lo
que uno quiere.
El autor de Cantares es categórico en cuanto a estos intentos. La
persona que intenta «comprar» el afecto de otro cosechará el más
profundo desprecio.
He aquí el verdadero desafío de quienes queremos crecer en el
amor: aprender a amar, sin esperar nada a cambio. Así ama Dios, quien
hace llover sobre justos e injustos. Así ama Cristo, quien murió por
nosotros mientras aún estábamos muertos en nuestros pecados. Por
este camino debemos transitar. ¿Cuál es el primer paso? Comenzar a
respetar la libertad que Dios le ha dado a la otra persona.
ORACIÓN
Señor, no deja de asombrarme la profundidad de mi egoísmo. Empaña
hasta mis intenciones más altruistas, y por eso no ceso de pedirte que,
en tu gran misericordia, me enseñes a amar como tú amas. Haz esa
obra en mí, oh Dios, ¡por amor a tu nombre!
MARZO
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1 DE MARZO
Me importa poco
En cuanto a mí, me importa muy poco cómo me califiquen ustedes o
cualquier autoridad humana. Ni siquiera confío en mi propio juicio en
este sentido. 1 Corintios 4.3
Mi buen amigo, el Dr. Jaime Wilder, ha dedicado años de su vida al
estudio de los procesos de desarrollo del ser humano. Él señala que en
un mundo ideal nuestras primeras experiencias dentro del seno familiar
estarían repletas de experiencias de gozo. La abundancia de gozo es
absolutamente esencial para que crezcamos sanos y podamos, más
adelante, enfrentarnos con éxito a los desafíos de la vida.
En un mundo caído, sin embargo, rápidamente descubrimos que
algunas actitudes y comportamientos son censurados por los de nuestro
entorno íntimo. Quizás no se nos permite llorar, desaparecen las
expresiones físicas de afecto o ciertos temas no pueden ser abordados
con transparencia en las conversaciones. Nuestra reacción es comenzar
a construir una máscara que esconde aquello en nosotros que resulta
ser desagradable a los demás. De este modo, crecemos empleando la
máscara para encubrir nuestro verdadero yo.
El problema es que mantener la máscara requiere mucho esfuerzo y
tiempo. Resulta agotador no poder bajar la guardia y tener que aparentar
lo que uno no es. Vivir escondiendo ciertas facetas de mi persona se
torna un ejercicio cada vez más trabajoso. No obstante, el afán de
quedar bien ante los demás nos impulsa cruelmente. El miedo al «¿qué
dirán?» nos lleva a hacer cosas que carecen de autenticidad y
convicción.
El apóstol Pablo nos sorprende por su total indiferencia ante el «¿qué
dirán?». «Lo que ustedes piensan de mí», les escribe a los corintios,
«me tiene sin cuidado» (paráfrasis). ¡Cuánta libertad encontramos en
esa frase! Arribar a un lugar en la vida donde ya no vivamos
esclavizados a las opiniones de los demás es una verdadera bendición.
Pablo, sin embargo, lleva esta postura un paso más allá, al decir: «lo
que yo pienso de mí mismo también me tiene sin cuidado» (paráfrasis).
Claro, la persona a quien no le importa la opinión de los demás, pero le
da demasiada importancia a su propia opinión, no es más que un
ególatra. El apóstol ha comprendido que ninguna opinión humana tiene
verdadero peso, incluyendo la propia. Sabe que su lectura de quién es,
indefectiblemente estará empañada por el engaño del pecado.
Ante esta realidad, Pablo se apoya sobre la única opinión que es
confiable: la del Señor. Solamente nuestro buen Padre celestial nos ve
tal cual somos. Solamente él posee la capacidad de discernir lo que el
engaño de nuestro propio corazón no nos permite ver.
Cuando comprendemos que la base de nuestra identidad no es lo
que dicen los demás de uno, ni lo que uno dice de sí mismo, hemos
arribado a un lugar de paz indescriptible. Disfrutamos de una libertad
gloriosa, porque ya no estamos atados a la necesidad de vivir tratando
de impresionar. Nuestro Dios nos aprueba porque su Hijo ha presentado
evidencias irrefutables a nuestro favor. ¡Bendita aprobación celestial!
REFERENCIA
«Entonces, ¿quién nos condenará? Nadie, porque Cristo Jesús murió
por nosotros y resucitó por nosotros, y está sentado en el lugar de honor,
a la derecha de Dios, e intercede por nosotros». Romanos 8.34
2 DE MARZO
¡Por nada!
No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Filipenses 4.6
¡Cómo me gustan los contrastes que emplea la Palabra para enseñarnos
una verdad! Nada – todo. Son palabras indiscutiblemente opuestas que
comparten una característica en común: expresan una realidad absoluta
que no admite excepciones. No hay espacio para algo dentro de «nada»,
ni tampoco queda alguna realidad excluida de «todo». Estas dos
palabras abarcan la totalidad de las experiencias, circunstancias y
relaciones que podamos experimentar a lo largo de la vida.
Examinemos, primero, la palabra «nada». La exhortación de Pablo es
que no nos preocupemos por nada. ¿Qué puede incluir este «nada»? La
falta de velocidad en la conexión de Internet; el dinero para comprar el
pan; el pesado tránsito vehicular que entorpece el viaje al trabajo; el día
nublado que amenaza la fiesta al aire libre; la falta de conocimiento para
resolver un problema; los conflictos con un vecino; un despido
inesperado; la pérdida de documentos personales; el robo de un auto; un
diagnóstico de cáncer; la amenaza de una separación.
Habrás observado que a medida que avanza la lista los problemas
son cada vez más graves. Esta tendencia fue intencional, porque
solemos creer que algunos problemas (por lo general «mis» problemas)
definitivamente ameritan la preocupación. Cuando alguien nos insinúa
que no deberíamos estar preocupados, respondemos con fastidio:
«Claro, porque a ti no te toca vivir lo que yo estoy viviendo».
No obstante, Pablo insiste: ¡No se preocupen por nada! No se
admiten excepciones. No existe ni una sola situación cuya gravedad
justifica en nosotros la preocupación. Seguramente que Pablo, en parte,
recordaba que Jesús había enseñado, en el Sermón del monte, que la
preocupación no afecta en lo más mínimo el curso de la vida. El único
resultado que produce son jaquecas, úlceras y malestar. El apóstol lo
sabía, y por eso nos dice: ¡No sirve preocuparse!
Pero la preocupación es un sentimiento terco. Insiste en apoderarse
de nuestra mente. Reclama que mostremos ansiedad. Ante esa
tendencia, Pablo propone no combatir la preocupación con dientes
apretados. Más bien, nos invita a convertir la preocupación en oración.
Cada vez que la preocupación vuelve a golpear la puerta pidiendo
permiso para entrar, podemos convertirla en una invitación a pasar al
trono de gracia, para orar.
¿Sobre cuáles temas podemos orar? ¡Todos! La falta de velocidad en
la conexión de Internet; el dinero para comprar el pan; el pesado tránsito
vehicular que entorpece el viaje al trabajo; el día nublado que amenaza
la fiesta al aire libre; la falta de conocimiento para resolver un problema;
los conflictos con un vecino; un despido inesperado; la pérdida de
documentos personales; el robo de un auto; un diagnóstico de cáncer; la
amenaza de una separación.
Los términos «todo» y «nada» no admiten excepciones. No hay
asunto tan trivial ni tan complejo que no se pueda compartir con nuestro
buen Padre celestial.
Avancemos en la oración. Retrocedamos en la preocupación.
INSPIRACIÓN
«La rama de la viña no se preocupa, ni trabaja, ni corre de aquí para allá
en pos del sol o buscando la lluvia. Nada de eso. Descansa en unidad y
comunión con la viña. Y en el tiempo señalado y de la forma indicada se
hallará fruto sobre ella. Vivamos de esta manera en Cristo Jesús».
Hudson Taylor
3 DE MARZO
Cuando orar no alcanza
Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha
hecho. Filipenses 4.6
El apóstol Pablo nos anima a que no nos preocupemos por nada. Como
alternativa nos ha propuesto que oremos por todo, aun por aquello que
nos parece trivial. Nuestra conversación con nuestro bondadoso Padre
celestial debe ser semejante a la de un niño que comparte todo con sus
padres, aun aquello que es insignificante. Es que la alegría de explorar
las maravillas del mundo no alcanza su plenitud si no involucra a otros
en el entusiasmo que genera cada nuevo descubrimiento.
Algunos temas, sin embargo, no son para nada triviales. Se parecen
a una de las plantas del campo donde yo vivía de pequeño. En
ocasiones, mis hermanos y yo jugábamos en lugares donde el pasto
nunca se cortaba. Era divertido, pero mientras correteábamos de un
lugar a otro, algunas semillas se nos adherían a la ropa. No solamente
pinchaban, sino que, a la hora de quitarlas, se enganchaban de tal
manera en la trama de la tela que era bastante trabajoso removerlas.
Algunas preocupaciones son como estas semillas molestas y
pegadizas. No basta con sacudirse para que se desprendan y caigan al
suelo. Requieren un esfuerzo concentrado y perseverante para quitarlas
una por una. Y, aun así, un descuido puede llevar a que otra vez invadan
la intimidad de nuestros pensamientos y se apoderen de nuestros
sentimientos. Cuando esto ocurre, acabamos dando vueltas una y otra
vez alrededor del mismo problema sin avanzar definitivamente en
ninguna dirección.
Estas preocupaciones requieren otra clase de oración. No es
suficiente decir «Padre, te pido que me ayudes». El apóstol indica esto,
escogiendo la palabra griega para «súplica», término que la Nueva
Traducción Viviente traduce: «díganle». El término «súplica» capta la
intensidad de esta clase de oración. Es más que un pedido; es un ruego
que puede estar acompañado de una intensa angustia, tal como la que
expresa el salmista cuando dice: «Oh SEÑOR, óyeme cuando oro;
presta atención a mi gemido. Escucha mi grito de auxilio, mi Rey y mi
Dios, porque solo a ti dirijo mi oración» (5.1-2).
La imagen más poderosa de esta clase de oración es la del Mesías
en Getsemaní. Literalmente agonizaba delante de Dios. Incluso debió
orar tres veces para desplazar definitivamente el fantasma de la
preocupación, que siempre va de la mano del temor.
En este sentido, orar es una invitación a una labor que implica
esfuerzo, perseverancia y sufrimiento. En estos momentos, quien se
presta a orar entra a un lugar de intensa lucha, donde las huestes de
maldad harán todo lo posible para sembrar el desánimo y la resignación.
¡No tires la toalla! El «abrojo» de la preocupación no pertenece a tu
vida. Dios quiere introducirte en ese espacio de shalom donde la vida es
buena y placentera. No te des por vencido hasta que hayas arribado a
ese lugar, porque fiel es el que prometió conducirte allí. Ora, con clamor,
gemidos, súplicas y lágrimas, hasta que te sea concedida la victoria.
CITA
«Dios ama tanto la oración insistente que son pocas las bendiciones que
nos dará sin ella». Adoniram Judson
4 DE MARZO
Que no falte
Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha
hecho. Filipenses 4.6
El apóstol Pablo nos desafía a cultivar la disciplina de compartir todas y
cada una de nuestras necesidades con el Señor. Es una invitación a vivir
en el marco de una continua conversación con nuestro buen Padre
celestial, quien tiene cuidado de nosotros. La persona quien logra, por
medio de la gracia de Dios, desarrollar este hábito, encontrará que
muchos de los temas que antes le producían ansiedad han dejado de
perturbarla. La oración, en efecto, es el antídoto perfecto para combatir
la angustia.
Así lo descubrió David. Cuando volvió de un encuentro con los
filisteos, encontró que su campamento, en Siclag, había sido arrasado
por los amalecitas. Las mujeres y los niños habían sido llevados
cautivos, y el campamento estaba destruido. Los hombres de David se
angustiaron de tal manera que amenazaron con apedrearlo. David, sin
embargo, «encontró fuerzas en el SEÑOR su Dios» (1 Samuel 30.6). Allí
observamos claramente el contraste entre afrontar los problemas con
nuestras fuerzas y el dejar los desafíos en manos del Señor.
Algunas pruebas son tan intensas que requieren una esforzada labor
de oración, un derramarse en la presencia del Altísimo porque la
angustia amenaza con ahogarnos. Pablo suma a este trabajo un
ingrediente que debe estar presente en todas nuestras conversaciones
con Dios, aun cuando se trate de temas de inusual urgencia. Este
componente es la gratitud.
La gratitud no es normal en el hombre caído. No ignoramos que la
Caída tiene sus raíces en un espíritu de insatisfacción de Adán y Eva
con lo que habían recibido. Dios les había bendecido con una
abundancia que desafía los límites de nuestra imaginación. No obstante,
la serpiente logró convencerlos de que el Señor retuvo algo que era más
valioso que todo lo que tenían: la posibilidad de llegar a ser como él.
Pareciera que ese espíritu de ingratitud reside de manera
permanente en nuestro corazón. Nos hemos acostumbrado a mirar la
vida con cinismo, concentrados en aquello que nos falta, en lugar de
celebrar lo que tenemos. Y como este espíritu es insaciable, no importa
cuántos logros alcancemos o cuántas pertenencias acumulemos:
siempre faltará algo para que seamos completamente felices.
La gratitud requiere un cambio radical de óptica. Nos invita a hacer
un inventario de las muchas bendiciones que disfrutamos, en lugar de
una lista de aquello que nos falta. Inmersos en una cultura de queja,
debemos saber que la gratitud también requiere la gracia de Dios.
Cuando nuestras peticiones están intercaladas con gratitud, esto nos
ayuda a recordar que el Señor es bueno, que reina sobre todas las
circunstancias y que absolutamente todo lo que permite en nuestra vida
es para nuestro beneficio. Recordar esto en medio de las angustias que
suelen producir algunas pruebas nos trae esa certeza que calma nuestro
corazón. Sabemos que somos parte del círculo de amor que une a la
familia de Dios y que, por ende, gozamos de recursos ilimitados para
afrontar hasta los problemas más complejos.
INSTRUCCIÓN
«Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con
alabanza. Denle gracias y alaben su nombre. Pues el SEÑOR es bueno.
Su amor inagotable permanece para siempre, y su fidelidad continúa de
generación en generación». Salmo 100.4-5
5 DE MARZO
Paz que desconcierta
Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos
entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras
vivan en Cristo Jesús. Filipenses 4.7
Las preocupaciones son como un ácido que carcome la vida. Quienes
viven presos de la ansiedad han perdido la capacidad de disfrutar del
vuelo de una mariposa, celebrar la risa de un niño, deleitarse en el sabor
de una rica comida o maravillarse ante la hermosura de una puesta de
sol. La preocupación, como un cáncer, los consume, y los obliga a fijar
los ojos en un solo lugar: su propia angustia.
Pablo no quiere que experimentemos esa clase de vida y, por eso,
nos propone un osado canje: cambiar nuestras preocupaciones por
oraciones. Debemos recordar que el problema no deja de existir como
resultado de este intercambio. El problema sigue presente, pero optamos
por convertir la dificultad en el trampolín desde donde nos lanzamos
hacia los brazos amorosos de nuestro Padre. Entramos a su presencia
con ruegos, súplicas, lágrimas y —el ingrediente que nos salva de la
desesperación— acción de gracias.
Este ejercicio produce un cambio radical en la calidad de vida que
disfrutamos. La angustia, la ansiedad, la falta de apetito y las noches de
desvelo desaparecen. En su lugar se instala en nuestro corazón y
nuestra mente una sensación de paz que, nos advierte Pablo, no se
puede entender.
¿Por qué señala esta particular característica? Estamos
acostumbrados a pensar que la paz está íntimamente ligada a las
circunstancias en las que nos encontramos. Cuando nuestro entorno es
agradable, nuestro salario es amplio, nuestras relaciones son fuente de
alegría y gozamos de las comodidades que nos puede ofrecer un mundo
deseoso de que vivamos sin contratiempos, experimentamos paz. Todo
está como tiene que estar.
Lamentablemente, son muy pocas las veces en la vida que
disfrutamos de esta clase de realidad. Aun aquellos para quienes el
dinero no es un problema afrontan toda clase de dificultades. Es más,
casi me atrevería a decir que cuanto más holgados sean sus ingresos,
mayores serán las dificultades que experimentarán simplemente porque
están construyendo su bienestar sobre un fundamento efímero y
traicionero.
La paz que nos da el Señor, cuando ponemos en sus manos todo
aquello que nos preocupa, no tiene explicación precisamente porque las
circunstancias siguen siendo tan adversas como lo eran antes de orar.
Nada ha cambiado. La tormenta a nuestro alrededor aún arrecia, pero
algo extraño ha sucedido: ha perdido la capacidad de afectar nuestro ser
interior. Mientras suenan los truenos y caen los relámpagos, el hombre
interior está sentado en un lugar de delicados pastos, escuchando el
suave murmullo de las aguas que corren por el arroyo que bordea el
pastizal.
Esto no es fantasía. Pablo está compartiendo con nosotros una
promesa. Si dejamos en manos de Dios nuestras preocupaciones, él nos
dará su paz. Persiste en orar. Reclama. Golpea las puertas del cielo.
Adopta la actitud de la viuda con el juez injusto. La preocupación tiene
que irse, ¡en el nombre de Jesús!
CONVICCIÓN
«Todas las grandes tentaciones aparecen primeramente en la mente, y
pueden ser combatidas y derrotadas en esa esfera. Se nos ha dado el
poder para cerrar la puerta de la mente». Amy Carmichael
6 DE MARZO
Manténgala ocupada
Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo
justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas
excelentes y dignas de alabanza. Filipenses 4.8
Cuando comencé a usar por primera vez una computadora, el sistema
venía cargado en un disco. Cuando uno encendía la máquina debía
insertar el disco para que se cargara el sistema. En otra apertura se
cargaba un segundo disco que contenía el programa que uno deseaba
utilizar para trabajar. En mi caso, este segundo disco generalmente
contenía el procesador de texto, junto con los archivos de mis trabajos.
No era inusual que los discos se dañaran. Ante la inserción de un
disco dañado, aparecía en la pantalla la imagen de una bomba a punto
de explotar. La computadora avisaba de esta manera, al usuario, que el
disco debía ser cambiado por uno en buen estado.
La mente es algo como esta figura de la computadora: si tú entregas
algo que te preocupa al Señor, pero no «cambias» el disco que tienes en
la mente, comprobarás que, a los pocos minutos de haber orado, tus
pensamientos volverán a concentrarse en el tema que te tiene a mal
traer.
Si me permites emplear otra ilustración: piensa en un pequeño que
está jugando con algo que le puede hacer daño; supongamos que se
trata de un cuchillo. La madre sabia sabe que: si le quita el cuchillo y no
le da otra cosa con que entretenerse, el pequeño estallará en llanto. Por
esto, al intentar sacarle el cuchillo se asegurará de tener algún otro
objeto con el que se pueda entretener.
Poseemos mentes muy activas. Solemos creer que tenemos poca
injerencia sobre las actividades de nuestra mente, como si poseyera vida
propia. La verdad, sin embargo, es que la mente se «entretiene» con los
pensamientos que nosotros le ofrecemos.
Para concluir su exhortación sobre las preocupaciones, Pablo nos
deja este principio importante: si tú dejas un tema en manos del Señor,
no olvides que inmediatamente debes darle a la mente otros temas que
la ocupen.
¿No sabes sobre qué temas pensar? El apóstol nos da algunas
pistas: «todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo bello y todo lo admirable». Por si acaso no entendimos la
naturaleza de la consigna, el apóstol concluye: «Piensen en cosas
excelentes y dignas de alabanza».
Como señalaba en el devocional de ayer: esto es un ejercicio.
Estamos acostumbrados a pensar en lo malo; debemos ejercer cierta
disciplina para que la mente se mueva en una nueva dirección. No te
desanimes si encuentras que no pasa mucho tiempo antes de que
vuelvas a pensar en el tema que te preocupaba. Entrégalo nuevamente
en las manos del Señor y ordénale a tu mente que medite en todo
aquello que es excelente y digno de alabanza. Con la perseverancia
lograrás convertir este proceso en un hábito, y esa disciplina cambiará
drásticamente la forma en que vives cada día.
PARA PENSAR
«¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que confían en ti; a todos los
que concentran en ti sus pensamientos!» Isaías 26.3
7 DE MARZO
¿Gestos insignificantes?
Así que Aarón y Hur le pusieron una piedra a Moisés para que se
sentara. Luego se pararon a cada lado de Moisés y le sostuvieron las
manos en alto. Éxodo 17.12
En la iglesia solemos catalogar a las personas según la importancia de
las acciones que realizan dentro de la vida de la congregación. El que
comparte la Palabra es más importante que el que recibe a la gente en la
puerta, decimos. El que dirige la alabanza tiene mayor peso que el que
acomoda las sillas. De esta manera, observamos en el pueblo de Dios
una cantidad de personas acomplejadas porque consideran que lo que
pueden aportar es de muy poco valor para la iglesia.
¡Qué triste! Pablo detectó este mismo espíritu en la iglesia de Corinto
y les advirtió a los que se consideraban poca cosa: «Si el pie dijera: “No
formo parte del cuerpo porque no soy mano”, no por eso dejaría de ser
parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: “No formo parte del cuerpo porque
no soy ojo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?» (1 Corintios
12.15-16). Del mismo modo habló a quienes tenían demasiada alta
opinión de sí mismos: «El ojo nunca puede decirle a la mano: “No te
necesito”. La cabeza tampoco puede decirle al pie: “No te necesito”» (v.
21).
En el incidente que describe el texto de hoy encontramos el ejemplo
perfecto de esta verdad. ¿Cuánto valor puede tener el sencillo acto de
sostenerle el brazo a otra persona? Es un gesto que no requiere ninguna
habilidad ni capacitación especializada. Cuando alguien lo realiza, no
llama la atención por lo heroico de su hazaña, ni se distingue por la
complejidad de la acción emprendida. Es un movimiento que tiene el
mismo peso que rascarse la oreja o frotarse las manos. Es decir,
pareciera entrar dentro de una categoría de acciones que catalogamos
de «insignificantes».
No obstante, el sencillo gesto de Hur y Aarón marcó la diferencia
entre la derrota y la victoria de todo un pueblo. Moisés era el que debía
mantener en alto sus brazos para que los israelitas aseguraran la batalla
contra los amalecitas. En cierto momento la fatiga se volvió tan intensa
que tuvo que bajar los brazos para descansar, pero cada vez que se
tomaba ese respiro los amalecitas comenzaban a prevalecer. Fue
entonces que Aarón y Hur comprendieron que podían asistir a Moisés.
Lo sentaron en una roca y se colocaron uno a cada lado. Tomaron los
brazos fatigados de Moisés en sus manos y los levantaron, haciendo
ellos el esfuerzo por mantenerlos en alto: un sencillo gesto que aseguró
la victoria para el pueblo de Dios.
No le quitemos valor a lo pequeño, a las obras que se realizan en lo
secreto, a acciones tan sencillas como abrazar, susurrar una palabra de
ánimo o sencillamente secarle las lágrimas al quebrantado. Es muy
posible que el Espíritu se mueva por medio de esos gestos
insignificantes y obre en lo más profundo de la otra persona. Si ves una
oportunidad para esta clase de servicio, no la desprecies. Puede que
seas el instrumento escogido de Dios para asegurar una gran victoria.
CITA
«Podemos fácilmente ser demasiado grandes para ser útiles para Dios,
pero jamás seremos demasiado pequeños». Dwight L. Moody
8 DE MARZO
Nada que esconder
Esfuérzate para poder presentarte delante de Dios y recibir su
aprobación. Sé un buen obrero, alguien que no tiene de qué
avergonzarse y que explica correctamente la palabra de verdad.
2 Timoteo 2.15
Las cartas pastorales contienen la sabiduría acumulada por Pablo a lo
largo de toda una vida de ministerio. El joven Timoteo aún debía recorrer
mucho camino, y Pablo se muestra ansioso por proveerle todas las
herramientas necesarias para terminar con éxito la carrera a la que ha
sido llamado.
En el texto que hoy examinamos, lo exhorta a que demuestre intensa
diligencia en presentarse delante de Dios de modo que reciba su
aprobación.
Entiendo que el apóstol no se refiere a una futura aprobación, sino a
la meta que debe dirigir su vida cotidiana. Es decir, Timoteo debe vivir de
tal manera que, a la noche, cuando se acueste, el Espíritu pueda
examinarlo y no encontrar en él comportamientos merecedores de
censura.
El detalle a tomar en cuenta es que debe presentarse delante de
Dios. Los muchos años en el ministerio me han mostrado cuánto
esfuerzo y dedicación invertimos para ganarnos la aprobación de los
hombres; de hecho, mucho más de lo que invertimos en agradar al
Señor.
Para algunos de nosotros agradar a otros es una verdadera adicción.
No logramos vivir en paz si no estamos seguros de que los de nuestro
alrededor piensan bien de nosotros. No soportamos ninguna clase de
crítica, aun cuando sea justificada. La necesidad de ser bien vistos por
los demás nos lleva a recorrer caminos que requieren una enorme
inversión de energía para asegurar la aprobación del prójimo.
¡Cuánto tiempo perdido en un esfuerzo que no tiene valor alguno! No
seremos juzgados por haber usado o no corbata, por la limpieza de
nuestros hogares o por nuestras oraciones piadosas. Dios examinará el
esfuerzo que invertimos en agradarle solamente a él, aun cuando esto
signifique la reprobación de aquellos que más amamos.
Seguramente esta es una de las razones por la que Pablo, en estas
dos epístolas, exhorta cinco veces a Timoteo a que evite las discusiones
necias. Si los hombres no son los que nos aprueban, ¿por qué perdemos
tanto tiempo intentando demostrar que somos inocentes, que no nos
entendieron, que su lectura de tal situación es injusta, que en realidad
quisimos decir otra cosa o que nosotros no somos como ellos nos
perciben? ¡Cuánta energía derrochada, cuánto desgaste para algo de
tan poco peso!
Pablo, en efecto, le está diciendo a Timoteo: «Vive con los ojos
puestos en el Señor. No hagas nada que te lleve a bajar la mirada
cuando él te mira. Que tus palabras alegren su corazón. Que tus obras
señalen que él es tu Dios. Que tus actitudes reflejen el amor generoso e
incondicional que tiene hacia todos. En todo, busca que él pueda decir
de ti, como dijo de Job: “¿Te has fijado en mi siervo Timoteo? Es el mejor
hombre en toda la Tierra; es un hombre intachable y de absoluta
integridad. Tiene temor de Dios y se mantiene apartado del mal”».
CITA
«Estar en Cristo es la fuente de la vida del cristiano; ser como Cristo es
la corona de su excelencia; estar con Cristo es la plenitud de su gozo».
Dwight L. Moody
9 DE MARZO
Cuestión de tamaño
¿Quién ha sostenido los océanos en la mano? ¿Quién ha medido los
cielos con los dedos? ¿Quién sabe cuánto pesa la tierra, o ha pesado
los montes y las colinas en una balanza? Isaías 40.12
¿Cuán grande es tu Dios?
Esta pregunta no es de poca relevancia. Según el tamaño de tu Dios
es el tamaño de tu fe. Un Dios pequeño produce una fe tímida,
temerosa, dubitativa, que ve en cada problema una razón por la cual el
poder del Señor no puede actuar.
La historia del pueblo de Dios está repleta de ejemplos de personas
cuya percepción del Señor los limitaba a la hora de creer en sus
propuestas. Quizás tú pienses que si hubieras visto a Dios abrir el mar
Rojo nunca más dudarías de su poder. No obstante, cuando el Señor le
informó a Moisés que le iba a dar carne al pueblo, Moisés respondió:
«¡Hay seiscientos mil soldados de infantería aquí conmigo y aun así
dices: “Yo les daré carne durante un mes entero”! Aunque matáramos a
todos nuestros rebaños y manadas, ¿podría eso satisfacerlos? O si
pescáramos todos los peces del mar, ¿alcanzaría?» (Números 11.21-
22).
¿Percibes la perspectiva humana en estos pensamientos? Moisés
piensa como hombre y, en este momento, considera que Dios no es más
que otro hombre. La respuesta del Señor corrige lo errado de su
percepción: «¿Acaso mi brazo ha perdido su poder? ¡Ahora verás si mi
palabra se cumple o no!» (Números 11.23).
El profeta Isaías intenta explicarnos cuán grande es nuestro Dios,
porque entender la inmensidad de su poder es clave para nuestra
relación con él.
¿Cuánta agua puedes levantar con tu mano? ¿Media taza, quizás?
Los científicos estiman que los océanos contienen 1335 millones de
kilómetros cúbicos de agua. Si alguna vez has estado parado a orillas
del mar habrás percibido algo de la inmensidad del océano. El profeta no
duda en declarar que el Señor puede levantar el agua de todos los
océanos ¡con una sola mano!
¿Cuánto mide el universo? Nadie sabe. Una aproximación de los
astrónomos estima que el diámetro del universo es de 98 mil millones de
años luz. El Señor conoce la extensión del universo hasta el milímetro.
¿Cuánto pesa la Tierra? Las mejores aproximaciones establecen que
el peso del planeta es 6.875.000.000.000.000.000.000 toneladas. Ni
siquiera sabemos cómo leer ese número. El Señor, sin embargo, coloca
la Tierra en su mano y, sin la ayuda de una balanza, ¡sabe su peso
exacto, en toneladas, kilos y gramos!
¿Sigues creyendo que las dificultades que enfrentas son demasiado
complejas para que Dios obre allí un milagro? Necesitas revisar tu
concepto de quién es Dios. Todos los pensamientos unidos de todos los
habitantes del planeta no alcanzan para comprender quién es él. Espero
que no te desanime el saber eso. ¡Él es grande! Puede hacer, en nuestra
vida, mucho más de lo que creemos o siquiera imaginamos.
¡Decláralo! ¡Créelo! ¡Vive conforme a lo que has proclamado!
ORACIÓN
«Oh SEÑOR, Dios de Israel, no hay Dios como tú arriba en el cielo ni
abajo en la tierra. Tú cumples tu pacto y muestras amor inagotable a
quienes andan delante de ti de todo corazón». 1 Reyes 8.23
10 DE MARZO
Un hombre manso
Ahora bien, Moisés era muy humilde, más que cualquier otra persona
en la tierra. Números 12.3
Hace pocas semanas finalicé un estudio de la vida de Moisés. La
primera imagen de Moisés como adulto es aquella terrible escena en la
que asesina al guardia egipcio para salvar a sus hermanos israelitas. El
texto de hoy describe a un Moisés que ha estado en las manos del
Alfarero al menos cuarenta y cinco años. Y qué figura tan preciosa es la
que emerge con el avance de los años. El contraste entre aquella
persona violenta y este hombre dócil habla del milagro de la
transformación que Dios puede obrar en la vida de cualquiera de
nosotros.
La escena que da lugar a este comentario se produce luego de una
interminable lista de contratiempos y luchas con el pueblo de Dios. En
este caso, sin embargo, son sus propios hermanos los que se levantan
contra él. Miriam y Aarón, quizás motivados por la envidia, cuestionan la
validez de su autoridad sobre el pueblo.
¡Cuán profunda es la angustia que sentimos en lo más íntimo de
nuestro ser cuando aquellos que más amamos nos traicionan! Beber de
esta copa es una experiencia intensamente amarga, y solamente
aquellos que han sido trabajados por Dios logran refrenar el instinto de
argumentar, defenderse, explicar, presentar evidencias o reprochar.
Los que somos más carnales tendemos a enredarnos en discusiones,
para demostrar que lo que dicen no es así. Esas maniobras defensivas,
sin embargo, tienen su precio. Requieren un enorme esfuerzo
emocional, y exponen el corazón a la semilla del rencor, de la amargura
y del enojo.
Moisés optó por no decir nada. En otras ocasiones lo encontramos
postrado en tierra, la imagen más elocuente de lo que significa ser
humilde. Decidió dejar el asunto en manos de Dios porque, después de
todo, el que lo había levantado como líder era el Señor. Le competía al
Altísimo, entonces, intervenir en esta situación, si así lo consideraba
necesario. Moisés, por su parte, prefirió no hacer nada. ¡Cuánto inspira,
en un mundo lleno de agresores, la figura de este hombre que frente a la
embestida prefiere la quietud y el silencio!
Dios intervino en la situación y reprendió con dureza a Miriam y
Aarón. Cuando se retiró, Miriam estaba cubierta de lepra. Y para nuestro
asombro, Moisés ahora intercede ante Dios para que él quite la disciplina
impuesta sobre la que lo cuestionó.
Aquí encontramos la evidencia más significativa de que la actitud de
Moisés no era simplemente una postura. Era manso por dentro, y esa
ternura le permitió invertir las energías que no derrochó en defenderse
para orar por quien le hizo mal.
Esta mansedumbre es un anticipo de otro, quien nos extiende esta
invitación: «Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde [manso] y tierno
de corazón» (Mateo 11.29).
Si te ha seducido la belleza de un espíritu manso, seguramente
querrás unirte a mí para decirle a Jesús: «¡Contágianos, Señor!
Revístenos de esa mansedumbre que tanto escasea entre nosotros
hoy».
REFERENCIA
«Los necios dan rienda suelta a su enojo, pero los sabios calladamente
lo controlan». Proverbios 29.11
11 DE MARZO
Uno más entre nosotros
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda
sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos,
himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de
gracias en sus corazones. Colosenses 3.16 NBLH
Cuando prestamos atención a la reiteración de frases en los Evangelios,
podemos observar que una de las actividades que frecuentemente
practicaba el Señor era la enseñanza de la Palabra. En diferentes
lugares y distintas situaciones observamos que no dejaba pasar las
oportunidades para enseñar y explicar las verdades sobre las cuales
estaba fundamentado el reino de Dios. Esta tarea era importante porque
sus discípulos habían sido llamados a caminar por un sendero en el que
sus vidas proclamaban, de manera muy clara, las verdades que
gobernaban su existencia. La tarea de Jesús, sin embargo, rara vez
requería púlpitos o plataformas. En muchas situaciones Jesús se
encontraba en la casa de algún amigo o pariente, o compartiendo una
caminata con sus discípulos. La conversación, de manera natural y
sencilla, eventualmente viraba hacia la Palabra de Dios.
Es posible que el apóstol Pablo tuviera en mente esta forma de
conversar acerca de la Palabra cuando escribió la exhortación que
encontramos en el texto de hoy. El apóstol se dirigía a un grupo de
personas que mayormente se reunían en las casas. No existía aún el
concepto de un edificio especialmente dedicado a las reuniones. Los
encuentros, por lo tanto, se parecían más a una reunión de familia que a
las reuniones formales y estructuradas que hoy practicamos.
En esa reunión, según el apóstol, la Palabra debe ser una invitada
más. Para comunicar este concepto emplea la palabra «habitar». Es
decir, la Palabra debe ser tan parte del grupo como lo son las personas
que están presentes en el lugar. La presencia de la Palabra, en estas
ocasiones, debe ser rica, abundante, visible, llenando la reunión con el
aroma de su labor purificadora, renovadora y consejera.
¿Cómo se lograba que la Palabra ocupara este espacio? Debemos
recordar que las personas no poseían copias de la Biblia. ¿Cómo
superaban este «obstáculo»? Cuando se reunían, se enseñaban y
amonestaban mutuamente mediante el uso de salmos, himnos y
canciones espirituales. La Palabra, presentada en diferentes formatos,
era compartida por todos y para todos. De esta forma, el cuerpo de
Cristo crecía en sabiduría y conocimiento.
La Palabra habitaba ricamente en medio de la comunidad porque
constituía el alimento básico para el crecimiento de sus miembros. Ante
cada comentario, cada anécdota, cada problema o cada desafío se
buscaba la forma de descubrir qué tenía que decir la invitada de honor
—la Palabra— sobre este tema.
La exhortación de Pablo pareciera indicarnos que no es suficiente
escuchar un sermón. También necesitamos hablar la Palabra a nuestros
hermanos y hermanas, para corregir, animar, orientar y consolar.
Debemos dar testimonio de la forma en que la Palabra ha afectado
nuestra vida en los días que han transcurrido desde el último encuentro.
En resumen: es posible que ocasionalmente algún miembro del
cuerpo pueda faltar a los encuentros de la comunidad, pero la Palabra
no puede faltar nunca. Sin ella, caminamos en tinieblas.
REFERENCIA
«Maravillosos son Tus testimonios, Por lo que los guarda mi alma. La
exposición de Tus palabras imparte luz; Da entendimiento a los
sencillos». Salmo 119.129-130 NBLH
12 DE MARZO
Exquisita imagen
Alimentará su rebaño como un pastor; llevará en sus brazos los
corderos y los mantendrá cerca de su corazón. Guiará con delicadeza
a las ovejas con crías. Isaías 40.11
La Palabra está repleta de imágenes del tierno corazón pastoral del Hijo
de nuestro Padre celestial. El pasaje de hoy lo compara con un pastor de
ovejas, para ayudarnos a entender la clase de cuidado que podemos
esperar de parte de Jesús cuando nos encontramos en tiempos de crisis.
Él ha asumido el compromiso de cuidar a todo el rebaño, asegurando
para sus ovejas el alimento que necesitan para seguir creciendo
sanamente. No obstante, además de ese cuidado hacia todas las ovejas,
trabaja de manera especial con aquellas que se encuentran en
situaciones de crónica debilidad. El Señor ama a todos con la misma
intensidad, pero despliega toda su irresistible ternura hacia los más
indefensos. Es por esto que las Escrituras con frecuencia declaran que
él es Dios «de la viuda, del huérfano y del extranjero». Estas personas
comparten una característica en común: son las más expuestas,
vulnerables e indefensas de la sociedad.
El cordero recién nacido es torpe. Intenta caminar, pero sufre
frecuentes tropezones y caídas. Es la presa ideal para un león o un lobo.
El Señor tomará a los corderos en sus brazos y les evitará el esfuerzo de
trasladarse de un lado a otro, hasta que tengan la fortaleza necesaria
para caminar solos. En sus brazos, nos dice la versión Nueva
Traducción Viviente, «los mantendrá cerca de su corazón».
¿Por qué cuando tomamos en nuestros brazos a un niño asustado, lo
acercamos instintivamente a nuestro pecho? En medio de la angustia y
la preocupación, la agitación se apodera de todo su ser. El pequeño está
asustado, pero el calor del pecho del adulto y el sonido apacible del latir
de un corazón confiado transmiten un mensaje que no se puede
comunicar con palabras. «En mis brazos estás seguro», le dice el gesto.
«Yo cuidaré de ti. No dejaré que nada malo te suceda». Así es el
cuidado de nuestro amoroso Padre celestial en tiempos de profunda
crisis.
En la imagen que emplea Isaías, existe otra oveja que necesita de un
cuidado especial: aquella que recién ha tenido cría. Si bien no existe
momento más lleno de plenitud y alegría que el nacimiento de una nueva
vida, la madre de aquel pequeño cordero ha pagado un alto precio para
dar a luz. Su cuerpo se encuentra debilitado y sus órganos están
sensibles. Requerirá algunos días para recuperarse.
El Señor guiará «con delicadeza» a las que tienen cría. La frase
señala que no intentará apurarlas ni será brusco. Más bien, se pondrá al
lado de ellas y las conducirá a la velocidad que ellas puedan resistir,
ayudando cuando sea necesario y recurriendo a frecuentes paradas para
que no se agoten mientras caminan. El cuidado también tiene como
intención darle una oportunidad a los pequeños corderos que ya pueden
caminar a no atrasarse ni extraviarse.
INVITACIÓN
¿Estás pasando por un momento de profunda angustia? Deja que el
Pastor de Israel te tome en sus brazos y te recueste contra su pecho.
Quédate quietito y permite que el latido de su corazón te llene de paz y
sosiego. Él no te soltará hasta que las heridas de tu alma hayan sanado.
13 DE MARZO
Recordatorio
Por lo tanto, siempre les recordaré todas estas cosas, aun cuando ya
las saben y están firmes en la verdad que se les enseñó. 2 Pedro
1.12
Cuando salimos de caminata por algún sendero en las montañas o por la
ribera de un río, el deleite que nos produce es proporcional al estado de
fatiga que experimentamos. Al partir, desbordamos de entusiasmo y
energía. Estamos bien vestidos y nuestro calzado luce cómodo y limpio.
Con el pasar de las horas, sin embargo, el calzado comienza a apretar
nuestros pies, la ropa se desacomoda y sentimos el calor y la fatiga que
inevitablemente acompañan a un paseo de esta naturaleza. Cuánto más
larga sea la caminata mayor será la sensación de agotamiento, y menor
el encanto del paisaje a nuestro alrededor.
En ocasiones podemos experimentar cierto alivio si nos detenemos
por unos instantes y aprovechamos para sacarnos el calzado y sacudirlo,
para que salgan la tierra y las piedritas que se nos metieron por el
camino. Quizás sea una buena idea quitarse alguna prenda que ya no
cumple la función de abrigarnos. También podemos aprovechar el
momento para volver a acomodarnos la ropa y sacudirnos el polvo que
se nos ha pegado. Y si no existe ningún apuro por llegar al destino, no
estará de más sentarse bajo algún árbol frondoso para refrescarse un
poco.
En la vida espiritual nos sucede algo parecido. Las presiones, los
apremios y los desafíos de cada día suelen desacomodar las verdades
elementales que guían la vida de todo seguidor de Cristo. Olvidando aun
las enseñanzas más básicas, asumimos actitudes y comportamientos
que son más propios de aquellos que nunca han conocido el Camino.
Aunque ya conozcamos muy bien estos principios elementales del
reino, es bueno que alguien nos los recuerde. No es tiempo perdido el
que invierte un líder en volver a repasar las verdades que constituyen el
ABC de la vida espiritual, pues periódicamente necesitamos detenernos
para asegurarnos de que no nos hayamos desviado de aquel
fundamento que Cristo colocó en nuestra vida cuando nos volvimos a él.
Es por esto que el apóstol Pedro no pide disculpas por recordarles a
los receptores de su carta las verdades que ha recibido de Cristo. No
hace más que imitar el ejemplo que recibió del Señor, quien repitió las
mismas verdades una y otra vez a sus discípulos.
Para evitar que este proceso se vuelva monótono, podemos también
imitar la creatividad de Jesús, quien lograba exponer los mismos
principios en historias y contextos diferentes, de modo que sus oyentes
tenían la sensación de estar escuchando algo nuevo. En muchas
ocasiones, sin embargo, no era otra cosa que la reiteración de los
principios ya enseñados.
En esta época donde lo novedoso deslumbra, es bueno recordar que
los antiguos senderos no tienen fecha de vencimiento. Siempre están
vigentes.
REFERENCIA
«Les ordenó a nuestros antepasados que se las enseñaran a sus hijos,
para que la siguiente generación las conociera —incluso los niños que
aún no habían nacido—, y ellos, a su vez, las enseñarán a sus propios
hijos. De modo que cada generación volviera a poner su esperanza en
Dios y no olvidara sus gloriosos milagros, sino que obedeciera sus
mandamientos». Salmo 78.5-7
14 DE MARZO
Él está
Entonces Jacob se despertó del sueño y dijo: «¡Ciertamente el SEÑOR
está en este lugar, y yo ni me di cuenta!». Génesis 28.16
Una de las características sobresalientes de la cultura postmoderna es el
auge de una vida construida en base a las sensaciones. Así como en
otros momentos de la historia se censuraba a quienes daban importancia
a sus emociones, ahora los sentimientos reinan soberanos sobre las
demás facultades que poseemos.
Las estrategias de mercadeo de las grandes empresas alrededor del
mundo no han pasado por alto este giro. En sus publicidades nos invitan,
una y otra vez, a disfrutar de las «sensaciones» que nos producen sus
productos. Un automóvil promete ayudarnos a «sentirnos en control» de
la vida, una bebida propone que «sintamos la alegría del momento», un
teléfono celular nos invita a «sentir cerca a nuestros seres queridos».
Las iglesias también se han visto arrastradas por esta fascinación
con las sensaciones. Una reunión se considera buena si se «sintió» la
presencia del Señor. Los líderes de adoración nos animan a «sentir» el
mover del Espíritu, y nuestras canciones continuamente expresan
nuestros anhelos de «sentir» las caricias, la voz, el consuelo o la paz de
Dios.
En el marco de esta realidad, ¿cómo habría sido el despertar de
Jacob? Con certeza habría declarado: «¡Ciertamente el SEÑOR no está
en este lugar, porque yo no lo sentí!». Lo que dijo al despertar, sin
embargo, fue algo completamente distinto: «¡Ciertamente el SEÑOR
está en este lugar, y yo ni me di cuenta!».
Su honesta confesión nos ayuda a entender cuán limitadas son
nuestras sensaciones a la hora de percibir lo que realmente está
ocurriendo en la esfera de lo espiritual. Dios estaba en el lugar donde
Jacob había decidido pasar la noche, pero cuando se acostó para dormir
no lo sabía. Fue solamente por medio de un sueño que se percató de la
presencia del Señor.
Debo aclarar que las sensaciones no son malas; al contrario, son una
de las preciosas características que Dios le ha dado al ser humano. Es
un regalo poder sentir alegría, tristeza, soledad, pasión o angustia. Son
maneras en las que exteriorizamos nuestras percepciones más
profundas, muchas veces sin poder explicar el porqué de estas
manifestaciones. Lo que resulta peligroso es la importancia desmedida
que, en este tiempo, les hemos dado a nuestras sensaciones,
precisamente por su notable ineficacia para darnos una lectura acertada
de lo que está pasando a nuestro alrededor.
Por medio de un sueño, el Señor le reveló a Jacob una de las
verdades más frecuentemente mencionadas en las Escrituras: «Yo estoy
contigo y te protegeré dondequiera que vayas» (v. 15). Esta promesa no
descansa sobre nuestra capacidad de percibir la presencia de Dios; su
compañía es un hecho irrefutable porque así lo ha declarado, y lo que él
promete, lo cumple.
EN RESUMEN
Vivir confiados en que él está, aun cuando nuestras sensaciones
parecen decirnos lo contrario, es una de las marcas que distingue al
discípulo maduro. Ha aprendido a darles poca credibilidad a sus
sensaciones, porque descansa sobre algo más seguro: el compromiso
de un Dios que nunca falta a su Palabra.
15 DE MARZO
Líderes estúpidos
Los pastores de mi pueblo han perdido la razón. Ya no buscan la
sabiduría del SEÑOR. Por lo tanto, fracasan completamente y sus
rebaños andan dispersos. Jeremías 10.21
¡La palabra «estúpido» es fuerte! Las diferentes versiones de este texto
demuestran lo difícil que resulta traducir del hebreo el verbo ba-‘ar sin
volverse ofensivas. La Nueva Traducción Viviente emplea la frase «han
perdido la razón». La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy prefiere «se
han entorpecido», mientras que la Nueva Versión Internacional escoge
«se han vuelto necios». La Reina Valera Actualizada se atreve a hablar
de pastores que «se han embrutecido». La Palabra de Dios para Todos,
sin embargo, no anda en vueltas: «Los pastores son unos estúpidos, no
buscan consejos del SEÑOR».
Es que, aun a riesgo de ofender, no podemos evadir el hecho de que
el sentido más común de la palabra ba-‘ar sea «estúpido». Cuando se
habla de pastores estúpidos es en referencia a líderes que carecen de
capacidad intelectual, de la inteligencia espiritual necesaria para tomar
decisiones sabias. Con frecuencia, en el contexto hebreo, se asociaba
esta característica con los animales, tal como lo expresa el autor de
Proverbios: «Soy demasiado torpe para ser humano y me falta el sentido
común» (30.2).
¿Cuál es la razón por la que el Señor emplea una palabra tan fuerte
para describir a los líderes de Israel? (Debemos recordar que en el
Antiguo Testamento el término «pastores» hace referencia a los que
habían sido puestos como gobernadores en el pueblo). La estupidez de
estos líderes radica en una sencilla explicación: «Ya no buscan la
sabiduría del Señor». Por esto, fracasan completamente como pastores.
Su fracaso nos advierte que la tarea de pastorear la vida de otros no
es algo que se puede llevar adelante con recursos humanos. El ser
humano es complejo. Nuestras necesidades más profundas son difíciles
de suplir y los desafíos a los que nos enfrentamos a diario someten
nuestra humanidad a las más intensas presiones. Nos basta con
observar el sinnúmero de pruebas que sufrió Moisés mientras intentaba
guiar al pueblo hacia la Tierra Prometida para comprender la magnitud
del reto que encierra el llamado a ser líder.
Moisés, quien llegó a entender las serias limitaciones que poseía, no
dudó en rogarle al Señor: «Si tú mismo no vienes con nosotros, no nos
hagas salir de este lugar» (Éxodo 33.15). La experiencia le había
mostrado que si no gozaba del apoyo del Señor estaría, literalmente,
perdido.
Un pastor inteligente es aquel que entiende que, una y otra vez, debe
buscar el rostro de Dios para resolver los desafíos que se le presentan a
diario. Necesita sabiduría, gracia, compasión, paciencia, discernimiento y
perseverancia. Todos estos elementos están a su disposición en la
persona de Jesús. Buscar el rostro del Altísimo debe ser el compromiso
sagrado de cada día que no podemos —ni debemos— cancelar, sin
importar la urgencia de las tareas que nos enfrentan.
EXHORTACIÓN
Busquemos la forma de evitar echar mano de soluciones «enlatadas»,
de frases baratas, de fórmulas mágicas, a la hora de acercarnos para
ayudar a los que se encuentran en apuros. Cada persona es diferente.
Cada situación es única. Aun cuando pueda guardar similitud con otros
casos similares, no descartemos el ejercicio vital de hacer silencio y
esperar la dirección del Espíritu. Solamente él posee la solución perfecta
para cada situación.
16 DE MARZO
Confío
Confía en el SEÑOR con todo tu corazón, Y no te apoyes en tu propio
entendimiento. Proverbios 3.5 NBLH
El autor Brennan Manning, en una entrevista reproducida en la revista
Apuntes pastorales, señaló: «El esplendor de un corazón que confía
incondicionalmente en el Señor, y es amado por él, le produce más
placer a Dios que la catedral de Westminster, la capilla Sixtina, la novena
sinfonía de Beethoven, un cuadro de Van Gogh, el esplendor de diez mil
mariposas en vuelo o el aroma de un millón de orquídeas florecientes. La
confianza es el regalo que le hacemos a Dios, y él lo encuentra tan
atractivo que Jesús estuvo dispuesto a dar su vida por ello».
Arribó a esta conclusión luego de toda una vida de trabajar sobre los
conceptos que son parte de los fundamentos de una espiritualidad sana.
El énfasis, en muchas expresiones de la iglesia, suele ponerse sobre la
fe, ingrediente que, por cierto, es indispensable para agradar a Dios.
Pero la fe descansa sobre una actitud silenciosa y, muchas veces,
escondida: la confianza. La fe se atreve a creer cosas imposibles porque
confía en la grandeza y bondad del Dios que hace posible esos milagros.
Ejercitar la confianza, no obstante, no nos resulta fácil. Vivimos en un
mundo donde abunda la injusticia, el abandono, la indiferencia, la
corrupción y la violencia. La inocente confianza de la niñez rápidamente
se evapora, para ser reemplazada por una actitud de sospecha que
cuestiona las intenciones de cada una de las personas a nuestro
alrededor. Y el veneno de la desconfianza acaba también afectando
nuestra capacidad para confiar en un Padre que, tristemente, creemos
es igual a los padres que conocemos en la tierra.
Esta es la razón por la abundancia de «argumentadores» en la Biblia,
hombres y mujeres que, al escuchar una propuesta de Dios, prefirieron
apoyarse en su propio entendimiento. Como resultado, eligieron discutir
con el Señor, como si él realmente no supiera lo que estaba haciendo.
La lista es larga: Jacob, Moisés, Gedeón, Jeremías, Zacarías, Pedro,
Marta, los Doce, Ananías y, por supuesto, nosotros.
Por lo general nuestro entendimiento nos presenta argumentos más
que convincentes a la hora de evaluar lo que Dios nos dice. Casi
siempre intenta persuadirnos de que algún detalle se le ha escapado al
Señor y que, por eso, no es sabio seguir su consejo.
El autor de Proverbios quiere evitarnos dolores de cabeza. Nos
aconseja: «no te apoyes en tu propio entendimiento». Es decir, no
confíes en él, no le prestes atención, no permitas que decida lo que vas
a hacer, no le concedas el privilegio de tener la última palabra en tus
decisiones. Una mejor alternativa es confiar en el Señor con todo el
corazón. Sin reservas. Plenamente.
La confianza no se razona; es intuitiva. Nace del corazón, no de la
mente. Se nutre en la comunión con el Señor y, como resultado,
solamente crece por el ejercicio.
INVITACIÓN
Escoge, en este día, darle ese precioso regalo al Señor: «Padre, confío
en ti. No necesito explicaciones ni evidencias. Sé en Quien he creído.
Contra viento y marea elijo, una vez más, confiar en ti».
17 DE MARZO
¡Estás loca!
«¡Estás loca!», le dijeron. Como ella insistía, llegaron a la conclusión:
«Debe ser su ángel». Hechos 12.15
La persecución golpeaba duramente a la iglesia. Los discípulos se
encontraban acorralados por un pueblo hostil al mensaje de salvación,
instigado por Herodes Agripa, quien había ordenado matar a espada al
apóstol Santiago. No se habían repuesto de la muerte de uno de sus
más importantes líderes cuando fue arrestado el mismísimo apóstol
Pedro. Todo indicaba que el enemigo había logrado darle otro durísimo
golpe a la iglesia, que intentaba afirmarse en medio de la persecución.
Esta, sin embargo, no era una iglesia que vivía resignada. Había sido
formada por uno cuya vida se caracterizó por la incesante intercesión.
Los hermanos entendían que las dificultades que vivían constituían un
claro llamado a presentarse ante el trono de la gracia, para buscar la
ayuda oportuna para el difícil momento que atravesaban. Una multitud se
reunió en una casa y, «mientras Pedro estaba en la cárcel, la iglesia
oraba fervientemente por él» (v. 5).
El término fervientemente nos dice que estas no eran oraciones
desprovistas de pasión, construidas con frases gastadas que delatan la
rutina del incrédulo. La iglesia oraba con la urgencia de desesperados,
continuamente, con la insistencia de quienes creen que solo Dios puede
revertir la situación. Su actitud era intensamente audaz; golpeaban las
puertas del cielo para que el Señor librara a Pedro de una muerte
segura.
Es difícil orar de esta manera sin comenzar a imaginar de qué forma
puede llegar la respuesta de Dios. Nuestra mente especula con los
posibles desenlaces que puede tener esta historia. Y esas
especulaciones inevitablemente están limitadas por nuestra condición
humana. Aun cuando le damos rienda suelta a nuestras ilusiones, nunca
podremos comprender las increíbles opciones que maneja «Aquél que
es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que
pedimos o entendemos» (Efesios 3.20 NBLH).
Y así ocurrió. Por medio de una serie de asombrosas intervenciones
Pedro no solamente fue liberado, sino que llegó caminando hasta la casa
en la que sus hermanos oraban con fervor para que Dios lo librara.
Rode, que fue a preguntar quién era el que llamaba, quedó tan
maravillada que ¡se olvidó de abrirle la puerta! En una alocada carrera
volvió a entrar a la casa y compartió las buenas nuevas de que Pedro
estaba a la puerta.
¡Qué increíble respuesta, la de quienes oraban! «¡Estás loca!». Es
decir: «Dios no puede haber respondido de esa manera a nuestras
enfervorecidas peticiones». ¡Cómo limitamos a nuestro Dios, que no es
más que el Creador de los cielos y la Tierra! Estoy convencido, incluso,
de que en algunas ocasiones nos perdemos la respuesta que él nos da,
sencillamente por estar mirando en la dirección incorrecta.
EXHORTACIÓN
Si estás orando por algo imposible, no condiciones tu visión pensando
en las posibles respuestas que pueda dar el Señor. ¡Déjate sorprender!
Dile, con total honestidad: «Señor, no tengo la menor idea de cómo lo
harás, pero esto sí sé: tú no te quedarás quieto ante el clamor ferviente
de tus hijos. ¡Sorpréndeme con tu respuesta, oh Dios!».
18 DE MARZO
Paciente espera
Esperé pacientemente al SEÑOR, Y El se inclinó a mí y oyó mi clamor.
Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso; Asentó mis
pies sobre una roca y afirmó mis pasos. Salmo 40.1-2 NBLH
Existe un interesante contraste en la imagen que nos ofrece este salmo.
Describe el lugar donde se encontraba como: el hoyo de la destrucción,
el lodo cenagoso. Me gusta la frase que escoge la Nueva Traducción
Viviente: «el foso de desesperación».
La característica del pegajoso fango va de la mano de la sensación
de desesperación. Quien ha caminado alguna vez por un sendero
saturado por las lluvias o ha intentado atravesar una zona pantanosa,
conoce, de primera mano, lo trabajoso que es avanzar. El lodo atrapa
ferozmente los pies y dificulta grandemente que uno dé el próximo paso.
Cuánto más intensamente uno lucha por quitar los pies del lugar, más
pareciera succionar el barro viscoso, como si estuviera poseído de una
fuerza demoníaca que intenta tragarse a la víctima que ha atrapado.
Es esta sensación de estar atrapado en el lodo la que provoca una
absoluta impotencia. Pareciera que uno está destinado a quedarse en
este pantano para siempre.
Queda claro que el salmista emplea la analogía para describir una
experiencia personal, como aquellas que tan frecuentemente debemos
enfrentar. Él se sentía agobiado por la inmensidad de la situación que lo
desafiaba. Sabía que sus mejores esfuerzos no lo ayudarían a librarse
de la compleja situación en la que se encontraba. Podía librar batalla con
toda su potencia, pero sería en vano. Algunas circunstancias no ceden,
aun cuando libramos contra ellas nuestros más concentrados esfuerzos.
Observa que el salmista se abstuvo de recorrer este camino.
Tampoco permitió que la resignación se adueñara de su alma. Escogió
una alternativa que marcó un fuerte contraste con la persona que lucha
hasta el agotamiento. Optó por esperar pacientemente en el Señor.
Esta actitud de espera no es pasiva; está acompañada del clamor
insistente del que pide socorro. Pero está construida sobre la inamovible
convicción de que solamente Dios lo puede sacar de la situación en la
que se encuentra. Solamente el Señor tiene la solución y por esa razón
él puede manejar los tiempos. Por eso es necesaria la paciencia, pues le
cede al Todopoderoso la completa libertad para intervenir de la manera
que él considere más apropiada y en el momento que él crea más
oportuno.
La paciente espera del salmista recibe su recompensa. Una vez más
es llamativo el contraste que nos ofrece. La inestabilidad del lodo se ve
reemplazada por la bienvenida firmeza de la Roca. Allí, la fatigada
víctima encuentra el descanso y la seguridad que hasta ahora le eran
esquivos.
Cuando la vida se complica, la respuesta natural es la desesperación.
La persona madura, sin embargo, reconoce en estas complicaciones las
mejores oportunidades para tomarse de la mano del Señor. Levanta los
ojos al cielo y comienza, confiado, a clamar al único que lo puede librar
de la muerte.
CITA
«Desarrollar una fe robusta es padecer grandes tribulaciones. He
aprendido a tener una fe fuerte al mantenerme firme en medio de las
más severas pruebas». Jorge Muller
19 DE MARZO
Devoción pasajera
Nuestros antepasados en Egipto no quedaron conmovidos ante las
obras milagrosas del SEÑOR. Pronto olvidaron sus muchos actos de
bondad hacia ellos. Salmo 106.7
Una escueta frase resume la repetitiva historia de los israelitas en su
paso por el desierto. El entusiasmo por las manifestaciones soberanas
de Dios a su favor les duraba apenas unos días. Luego, volvían al odioso
hábito de quejarse por sus circunstancias, cuestionando el camino que él
había escogido para llevarlos hacia la Tierra Prometida. Una y otra vez
se rebelaron y mostraron una llamativa falta de gratitud ante sus
cuidados en los detalles más pequeños de sus vidas.
No nos apresuremos a condenarlos. El salmista, con refrescante
humildad, reconoce que probablemente todos hubiéramos actuado de la
misma manera. Se atreve a confesar que «hemos pecado como
nuestros antepasados. ¡Hicimos lo malo y actuamos de manera
perversa!» (v. 6). En otras palabras, posee suficiente discernimiento
como para reconocer que la misma obstinada semilla de rebeldía mora
en el corazón de cada ser humano, no importa en qué generación vive ni
de cuántas maravillas haya sido testigo.
La raíz de este mal (del pueblo) radica en que «no quedaron
conmovidos ante las obras milagrosas del Señor». La Nueva Biblia
Latinoamericana de Hoy traduce este versículo: «Nuestros padres en
Egipto no entendieron Tus maravillas». El término que emplea el hebreo
se refiere a demostrar discernimiento, a comprender el significado de los
hechos que ocurren a nuestro alrededor. Es la actitud que tan
admirablemente demuestra María, quien frente al asombroso relato de
los pastores, «guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en
ellas con frecuencia» (Lucas 2.19).
El Señor no realiza milagros simplemente por diversión ni tampoco
para impresionarnos. Existe un mensaje detrás de cada manifestación
sobrenatural. Un buen ejemplo lo encontramos en el relato de la curación
del paralítico: Jesús lo sanó para demostrar «que el Hijo del Hombre
tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados» (Marcos 2.10). La
gente se quedó maravillada por la restauración del hombre que había
sido paralítico, pero lo asombroso del suceso era que Jesús había
recibido autoridad para quitar la carga de condenación bajo la que vive
todo pecador.
El salmista nos llama a cambiar el entusiasmo, que nos producen las
intervenciones de Dios en nuestra vida, por algo más profundo: una
actitud de discernimiento que intenta descubrir lo que estas
manifestaciones revelan acerca de su persona.
REFLEXIÓN
¿Por qué es de tanta importancia este proceso de comprender el
significado de sus obras? Porque nuestra fe no descansa sobre la
abundancia de sus manifestaciones a nuestro favor. De ser así, el pueblo
de Israel habría evidenciado un compromiso inamovible con el Señor.
Pero los milagros, aunque siempre son bienvenidos, no son los que
proveen el fundamento para nuestro confiado caminar con Dios. Lo que
sustenta esa relación es la revelación de cómo es el corazón del Dios
que obra a nuestro favor. Descubrir cada vez con mayor claridad cuánto
nos ama nos conduce a una actitud de reposada seguridad frente a los
desafíos de la vida. No dudamos que nuestro buen Padre celestial va a
trabajar para que siempre recibamos, de sus manos, lo mejor.
20 DE MARZO
¡No te confundas!
Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra
gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra
fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus
malignos de los lugares celestiales. Efesios 6.12
¿Cuántas veces habremos caído en el error de pensar que nuestros
enemigos son las personas que están a nuestro alrededor? Nadie puede
negar que, en ocasiones, aquellos con los que compartimos la vida
actúan con una bajeza sorprendente. También hemos conocido a
aquellos cuyas acciones proceden de un verdadero corazón malvado. Al
igual que Acab o Jezabel, son la cara visible de lo más detestable en el
ser humano.
No obstante, Pablo desea aclarar un punto absolutamente esencial.
Nuestra lucha no es contra personas, por más malvadas que sean sus
acciones. Nuestros verdaderos enemigos no se visten de carne y hueso.
Las personas pueden llegar a ser los instrumentos que emplea el
adversario, pero ellas no deben constituirse en el blanco de nuestra
batalla.
El enemigo contra el que luchamos radica en un mundo invisible,
sombrío, de dimensiones desconocidas, donde gobierna el príncipe de
tinieblas. La malicia de este ser es infinitamente más bestial y cruel que
la del ser humano. Este enemigo no se satisface con perturbar o
atormentar. Su meta final es robar, matar y ¡destruir!
¿Por qué confundimos tan fácilmente el origen de nuestros
conflictos? En parte se debe a nuestra falta de sensibilidad a las
realidades espirituales que nos rodean. Nos falta entrenamiento para
una clase de conflicto que requiere otras herramientas que los
argumentos y razonamientos que intentamos emplear en el plano
humano. Pero también nos juega una mala pasada nuestra constante
tendencia a creer que todo lo podemos resolver nosotros. Frente a una
situación de conflicto desplegamos nuestro arsenal de respuestas,
confiados en que si mostramos suficiente astucia e inteligencia
lograremos vencer a los que, aparentemente, son los que se interponen
entre nosotros y nuestra felicidad.
Es hora de que volvamos a recuperar una perspectiva acertada de
los conflictos que nos acompañan a diario. Un enemigo invisible trabaja
incansablemente para distraernos de la consigna de caminar en
intimidad con el Hijo de Dios. No descansa ni conoce treguas, y es
infinitamente más sagaz que nosotros.
Es por esta razón que Pablo nos recomienda que seamos «fuertes en
el Señor y en su gran poder» (v. 10). Esta batalla no se gana con espada
ni con caballos. Esta batalla se gana en el poder del Espíritu, y solo
vencerán aquellos que acudan al Único que ha vencido a Satanás.
Debemos transitar por nuestro propio Getsemaní, donde con gran clamor
y lágrimas busquemos la intervención de Aquel que reina soberano
sobre todas las cosas. Es allí donde debemos desplegar toda nuestra
destreza e invertir todo nuestro esfuerzo.
No pierdas más tiempo peleando contra meros mortales. No te
distraigas con personas que no tienen injerencia en el destino final de
nuestra vida. Toma toda la armadura de Dios y pelea contra las
verdaderas huestes de maldad. Allí obtendrás las más notables victorias
de tu peregrinaje terrenal.
REFERENCIA
«Pero gracias a Dios, que en Cristo siempre nos lleva en triunfo, y que
por medio de nosotros manifiesta la fragancia de Su conocimiento en
todo lugar». 2 Corintios 2.14 NBLH
21 DE MARZO
Búsqueda desesperada
Levántense durante la noche y clamen. Desahoguen el corazón como
agua delante del Señor. Levanten a él sus manos en oración.
Lamentaciones 2.19
El libro de Lamentaciones proveyó al pueblo, llevado al exilio por los
babilonios, las formas para expresar su desgarradora angustia por la
desolación que había venido sobre Israel. Intentaba mantener viva la
relación con Dios aun cuando la calamidad había arrasado con el
mundo, tal como se conocía hasta ese momento.
Nuestra tendencia, en medio del desconcierto que trae la desgracia,
es recluirnos. Nos sentamos en medio de nuestra congoja y le damos
rienda suelta a un torbellino de preguntas que nos atormentan sin cesar.
El autor de Lamentaciones, que seguramente había sido golpeado tan
intensamente como sus compatriotas, se anima a proponer que la
angustia se convierta en el motor que nos movilice a buscar más
intensamente al Señor. De hecho, se atreve a exhortar: «Que sus
lágrimas corran como un río, de día y de noche. No se den descanso; no
les den alivio a sus ojos» (v. 18).
La intensidad de esta búsqueda del Altísimo es la que me seduce,
aun cuando sea producto de una violenta tragedia tal como la que vivió
Judá. Se trata de algo mucho más profundo que una oración; puede
compararse al momento en el que un vaso se vuelca. Cuando el agua
que contiene se derrama, no sigue un recorrido prolijo y delicado. Se
desparrama sin consideración ni respeto y cubre todo lo que pueda tener
por delante. Así es, también, la persona cuyo corazón ha sido tocado por
la desesperación. No logra limitarse a las frases, gastadas por la rutina,
que impone la religión. Desconoce horarios y espacios «apropiados»
para buscar al Señor. A cada momento golpea, una y otra vez, las
puertas del cielo, porque entiende que desde allí vendrá lo que tanto
necesita para el momento que vive.
Si pudiéramos entender cuán grande es nuestra necesidad de Dios,
aun sin pasar por la amarga experiencia de una calamidad, la
desesperación también pasaría a ser el motor de nuestros más
profundos impulsos. Desaparecería por completo la estructura predecible
de nuestra vida espiritual y nos veríamos arrastrados hacia un incesante
clamor por mayor intimidad con el Señor. Anhelaríamos entrar en esa
maravillosa intimidad que disfrutó Moisés, quien hablaba con Dios cara a
cara, como lo hace un amigo con otro (Números 12.8).
Esta cercanía nunca puede ser alcanzada por medio del esfuerzo
humano. La carne jamás podrá conducirnos hacia una vida espiritual
más profunda. Necesitamos que el Espíritu nos guíe hacia ese lugar
sagrado al que tenemos acceso por medio del sacrificio del Cordero de
Dios. Y las Escrituras dan testimonio de que eso es precisamente lo que
él está haciendo, pues Santiago nos dice que «Dios celosamente anhela
el Espíritu que ha hecho morar en nosotros» (4.5, NBLH). La parte que
nos toca a nosotros es responder a ese celoso anhelo.
INICIATIVA
Una buena manera de iniciar ese peregrinaje es pedirle al Señor que
abra nuestros ojos, destape nuestros oídos y sensibilice nuestro corazón
para que podamos escuchar más nítidamente la voz de nuestro Amante
celestial. Rápidamente descubriremos que todo el día nos llama a
centrarnos en su persona.
22 DE MARZO
Distorsiones fatales
Después de que el SEÑOR terminó de hablar con Job, le dijo a Elifaz
el temanita: «Estoy enojado contigo y con tus dos amigos, porque no
hablaron con exactitud acerca de mí, como lo hizo mi siervo Job».
Job 42.7
Elifaz fue uno de los «amigos» que el desafortunado Job tuvo que
soportar en medio de la devastadora crisis que le tocó atravesar. Era de
esos amigos que se acercan con respuestas sencillas para problemas
complejos, ofreciendo frases piadosas en lugar de lágrimas de
compasión. Estaba convencido de que él poseía una revelación acertada
acerca de las causas de la desgracia de su prójimo y no titubeaba a la
hora de compartir sus confiadas explicaciones.
Podemos leer los discursos de Elifaz en varios capítulos del libro de
Job (4, 5, 15 y 22). En todo momento se muestra deseoso de defender el
buen nombre de Dios, hablando maravillas de sus atributos y grandeza.
Lo que me asusta, al leer estos textos, es que sus palabras están
repletas de la clase de declaraciones categóricas que yo mismo puedo
haber pronunciado en situaciones similares. Y no solamente esto, sino
que muchos de sus argumentos contienen suficiente verdad como para
ser muy convincentes.
No obstante lo meticuloso de los argumentos que Elifaz despliega
para avalar sus conclusiones, el Señor no estaba nada contento con él,
porque ni él ni sus amigos hablaron con exactitud acerca de Dios. Este
término se refiere a aquello que es confiable y acertado. Es decir, Elifaz
cometió el grave error de representar a Job una imagen de Dios que no
coincidía con lo que él verdaderamente es. Al hacerlo, no solamente no
fue de ayuda para Job, sino que sumó condenación y culpa a la vida de
alguien que ya había sido demasiado golpeado.
Las conclusiones de Elifaz coinciden con la perspectiva de muchos
de nosotros. Si una persona ha caído en desgracia, pensamos que «algo
debe haber hecho». Este hombre, que habla mucho más de la cuenta,
acusa a su amigo de ser un charlatán, arrastrado por el engaño del
pecado (15.2-6). Y no duda en defender su lapidaria conclusión:
«¿Acaso él te acusa y trae juicio contra ti porque eres tan piadoso? ¡No!
¡Se debe a tu maldad! ¡Tus pecados no tienen límite!» (22.4-5).
¿Por qué está disgustado Dios? Porque la imagen distorsionada que
compartimos con los demás afecta dramáticamente su relación con el
Señor. ¡Cuántos creyentes creen en un Dios severo, castigador,
implacable y legalista como resultado de lo que han aprendido de sus
líderes! El resultado es que su vida espiritual es amarga y pesada,
porque viven bajo condenación y no bajo gracia.
Una de las razones por las que el Verbo se hizo carne y habitó en
medio nuestro fue para que tuviéramos la oportunidad de conocer al
Padre. En sus gestos, actitudes, dichos y obras, el Hijo reveló quién era
el Dios a quien había rendido su voluntad. Esta es la razón por la que
puede declarar, confiado: «¡Los que me han visto a mí han visto al
Padre!» (Juan 14.9).
REFLEXIÓN
Conocer bien a Jesús, entonces, es la clave para descubrir la verdadera
naturaleza de nuestro amoroso Padre celestial. Mientras transitamos la
aventura de conocerlo mejor, conviene vestirnos de cautela a la hora de
hablar de Dios; no sea que comuniquemos una imagen inexacta de
quién es él.
23 DE MARZO
Testimonio vital
Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En
cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus
propios hijos. Ahora lo llamamos «Abba, Padre». Pues su Espíritu se
une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios.
Romanos 8.15-16
En la carta a los Romanos Pablo describe, con minuciosos detalles, la
salvación y nueva vida a la que accedemos por medio de la muerte y
resurrección de Cristo. Una de las figuras que emplea, para esta
magistral exposición, es la del esclavo, un tristemente conocido
integrante de la sociedad a la que pertenecían los recipientes de esta
carta. En el capítulo seis escribe: «sabemos que nuestro antiguo ser
pecaminoso fue crucificado con Cristo para que el pecado perdiera su
poder en nuestra vida. Ya no somos esclavos del pecado. Pues, cuando
morimos con Cristo, fuimos liberados del poder del pecado; y dado que
morimos con Cristo, sabemos que también viviremos con él» (vv. 6-8).
Seguramente seguía pensando en esta figura cuando escribió las
frases que conforman el texto de hoy. Pablo había sido rescatado de una
severa secta religiosa que exigía fuertes castigos a quienes no cumplían
puntillosamente con las exigencias de la ley. El miedo al castigo se
convertía, entonces, en el motor que impulsaba la devoción a Dios. Le
preocupaba que muchos de los que se convertían se relacionaran con
Dios más como esclavos que como hijos.
El espíritu con que se acercaba un esclavo a su amo siempre
contenía un elemento de miedo. Muchos amos eran crueles. La sociedad
consideraba a los esclavos como objetos de comercio, en lugar de seres
humanos. Un esclavo, entonces, nunca sabía qué clase de trato recibiría
de su amo. Vivía en constante temor de ser castigado no solamente por
sus propios desaciertos, sino también por los fluctuantes caprichos de su
dueño.
¡Qué diferente es el acercamiento de un hijo a su padre! El hijo, si
bien puede sufrir la ocasional disciplina, sabe que goza de una libertad
con su padre que ningún esclavo posee. Puede entrar a su presencia
confiado, en el momento que quiera, porque es uno de los privilegios que
posee por ser hijo.
Pablo desea que nos movamos con esa misma confianza al
acercarnos a nuestro Padre celestial. No debemos acercamos con el
miedo de esclavos, sino con la libertad de hijos. Esta forma de movernos
solamente será posible si logramos escuchar el testimonio que el
Espíritu de Dios le da a nuestro propio espíritu. Todo mensaje en nuestro
interior que contenga un elemento de condenación, de miedo o de
censura no proviene del Señor. Si vivimos con la sensación de que
nuestro Padre se mantiene indiferente a nuestra situación, o se muestra
reticente a intervenir en nuestra vida, es muy probable que estemos
moviéndonos con una imagen distorsionada de quién es Dios.
REFLEXIÓN
Jesús es el más indicado para corregir estas distorsiones. Él declara:
«¡Los que me han visto a mí han visto al Padre!» (Juan 14.9). Nuestro
acercamiento a la persona de Jesús es también un acercamiento al
Padre. La increíble ternura, compasión y bondad de Cristo son
manifestaciones del corazón amoroso del Padre.
24 DE MARZO
¡Intercesor!
Luego me postré hasta el suelo delante del SEÑOR y estuve allí otros
cuarenta días y cuarenta noches. No comí pan ni bebí agua, debido al
pecado tan grande que ustedes habían cometido al hacer lo que el
SEÑOR odiaba, con lo cual provocaron su enojo. Deuteronomio 9.18
La confesión de pecados es una disciplina que parece haber caído en
desuso en esta época. Nos encontramos rodeados de una cultura en la
que la culpa de nuestros problemas invariablemente es de otros. En un
mundo en el que abundan las campañas por los derechos de todos y de
todo, nos hemos acostumbrado al lenguaje del reclamo y de la
exigencia. Nuestros desaciertos y errores no nos importan tanto como
los atropellos y las injusticias que otros puedan cometer contra nosotros.
Por eso no experimentamos, muy a menudo, la profunda congoja que
resulta de descubrir que hemos ofendido al Señor.
Y si no logramos clamar por misericordia por nuestros propios
pecados, ¿qué haremos frente a los pecados de los demás? La reacción
más común es una de airada denuncia, especialmente cuando los
pecados de nuestro prójimo nos han causado un perjuicio a nosotros.
Incluso, podemos llegar a alegrarnos cuando alguno sufre lo que
consideramos el «castigo» por sus obvios pecados. Por lo menos,
podemos disfrutar de la leve satisfacción que produce el saber que la
otra persona recibió «lo que se merecía».
¡Que increíble es la postura de Moisés frente al pecado del pueblo!
No ignoramos que, en algún momento de su peregrinaje, la obstinada
rebeldía del pueblo llevó a este gigante de la fe a pedirle a Dios que le
quitara la vida. La verdad es que lo habían hartado con sus interminables
reclamos y sus constantes quejas.
En este texto, sin embargo, nos encontramos frente al varón pulido
por la mano del gran Alfarero. Su vida evidencia profundas
transformaciones que se manifiestan en comportamientos que nos
resultan incomprensibles. Y esta es una de ellas: la rebelión del pueblo
impulsó a Moisés a subir al monte, donde no comió pan ni bebió agua
durante cuarenta días. ¿Cuál era la razón de este increíble sacrificio?
Moisés pretendía lograr que el Señor perdonara el grosero pecado que
habían cometido cuando fabricaron el becerro de oro.
Cabe señalar que Moisés no fue partícipe de esa aberración. Bien
podría haberse distanciado del pueblo. Pero un corazón profundamente
trabajado por Dios es uno que acaba reconociendo que la semilla del
pecado que tanto ofende en la vida de otros, también se encuentra en su
propio corazón. Puede clamar con desesperación por misericordia,
porque ha entendido cuán profundamente necesita de la misericordia de
Dios en su propia vida. No levanta el dedo acusador, porque él también
se encuentra entre los acusados.
¿Podemos pedirle a Dios que transforme nuestra indignación en
clamor por nuestro prójimo? Para hacerlo, necesitamos primeramente
mirarnos en el espejo y entender que si no hubiera sido por la inmensa
bondad de Dios nosotros también estaríamos destinados a la
condenación.
CITA
«La misericordia de Dios hacia el pecador solamente se equipara a, e
incluso es sobrepasada por, la inmensa paciencia que demuestra hacia
sus santos, hacia ti y hacia mí». Alan Redpath
25 DE MARZO
Arbustos raquíticos
Esto dice el SEÑOR: «Malditos son los que ponen su confianza en
simples seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan
el corazón del SEÑOR». Jeremías 17.5
En el libro Alza tus ojos, compartía una reflexión sobre este mismo texto
(Confianza peligrosa, 23 de mayo). En ella advertía de las
consecuencias negativas que trae el hecho de esperar que los hombres
nos den aquello que solamente Dios nos puede dar.
En estos días he vuelto a leer el versículo, pero las circunstancias de
la vida me obligan a hacer una lectura diferente. Siempre he considerado
este texto a la luz de la multitud de personas a quienes podemos llegar a
apelar para que nos apoyen, avalen, reconozcan, validen, animen o
acompañen frente a los desafíos y los proyectos que son parte de
nuestro peregrinaje terrenal. No son pocas las veces en las que la
desilusión se apodera de nuestro corazón por la falta de respuesta por
parte de aquellos de quienes esperábamos algo más. Y no cabe duda de
que parte de esta desilusión constituye una de las maneras en las que
Dios trata con nuestro corazón, para que aprendamos a apoyarnos
solamente en él. Cuando esta es la conclusión a la que arribamos,
siempre es sano descubrir cuán frágiles son las cuerdas que ligan
nuestra vida a la de nuestros semejantes.
Existe otra perspectiva en este texto que amerita nuestra atención.
También es maldita la persona que pone su confianza en sí misma:
aquella que decide apostar a que con sus propias fuerzas y recursos va
a lograr salir adelante, quien ha entendido que las personas no son muy
confiables a la hora de buscar ayuda, pero aún no ha arribado al punto
de entender que ella misma tampoco es muy confiable en el momento de
resolver las dificultades y encarar los proyectos de la vida.
Esta falta de discernimiento nos lleva a seguir insistiendo en resolver
situaciones aun cuando hemos cosechado, una y otra vez, el fracaso.
Creemos que si le sumamos un poco más de esfuerzo o entusiasmo al
asunto lograremos el resultado que, hasta ahora, nos ha sido esquivo. Al
igual que el paralítico en el estanque de Betesda, estamos obsesionados
con hacer funcionar algo que está destinado al fracaso.
Me gusta la forma en la que la Nueva Traducción Viviente describe a
tales personas: «Son como los arbustos raquíticos del desierto, sin
esperanza para el futuro. Vivirán en lugares desolados, en tierra
despoblada y salada» (v. 6). El arbusto es raquítico precisamente porque
sus raíces no logran conectarse con una fuente rica en nutrientes. Lo
inhóspito del desierto no le provee las sustancias que requiere para
convertirse en una planta robusta y llena de vitalidad.
Así es también nuestra vida, cuando las raíces están puestas en
nuestros propios recursos. Nuestra vida espiritual es frágil y endeble; la
más mínima adversidad nos tumba.
INVITACIÓN
Bendito aquel día en que nos rendimos y exclamamos: «Sé tú, Señor, mi
fuerza y mi salvación». Cuando nos damos por vencidos, el maravilloso
poder de Dios comienza a obrar en nosotros y todo cambia. ¿Por qué no
escoges hoy mismo poner, finalmente, en las manos de Dios esa
situación que te tiene a mal traer? Será, sin duda, la mejor decisión de
este día.
26 DE MARZO
Escudriñar lo inescrutable
Grande es el SEÑOR, y digno de ser alabado en gran manera, Y Su
grandeza es inescrutable. Salmo 145.3 NBLH
La declaración del salmista hace eco de las palabras de otros santos que
descubrieron la misma verdad. Job, por ejemplo, señaló: «Él hace
grandezas, demasiado maravillosas para comprenderlas, y realiza
milagros incontables» (5.9). Del mismo modo, el profeta Isaías afirmó:
«¿Acaso nunca han oído? ¿Nunca han entendido? El SEÑOR es el Dios
eterno, el Creador de toda la tierra. Él nunca se debilita ni se cansa;
nadie puede medir la profundidad de su entendimiento» (40.28). En
efecto, la grandeza del Señor es inescrutable.
El término que emplea el salmista es cheqer. Se refiere al intento de
investigar algo secreto, de descubrir un elemento que, hasta ahora, ha
permanecido escondido en el ámbito de lo misterioso; a sacar a la luz un
tesoro que está hundido en la mayor de las profundidades.
Esta clase de estudio —lenta, cuidadosa, persistente y esforzada—
es la que llevan adelante los más sofisticados investigadores científicos
cuando se proponen, por ejemplo, entender cuál es el origen de una
extraña enfermedad, o analizar las razones de insólitos fenómenos
naturales que, hasta ahora, no se han podido explicar. Para llegar a la
verdad será necesario aplicar los más rigurosos procesos de análisis,
empleando todas las herramientas al alcance de las más privilegiadas
mentes humanas.
El salmista Job y el profeta Isaías declaran que aun la más rigurosa
investigación intelectual y el más minucioso análisis de la persona de
Dios no lograrán ayudarnos a tener una correcta apreciación de su
grandeza.
Ante semejante declaración, por lo tanto, cabe que nos preguntemos
si vale la pena siquiera hacer el intento. ¿Por qué no aceptar que nos
encontramos ante una tarea imposible, y sencillamente desistir? No tiene
ningún sentido ocuparse diligentemente del análisis de algo que se
resiste a ser analizado.
A pesar de esta imposibilidad, hay algo en lo más profundo de
nuestro espíritu que igualmente nos mueve a intentar lo imposible.
Podríamos llamarlo «una curiosidad santa», ese mismo anhelo que llevó
a que Moisés se animara a pedirle a Dios que le mostrara su rostro
(Éxodo 33.18). No pretendemos definir la grandeza de Dios, ni poder
medirla. Nada de esto. Deseamos contemplarla de cerca, experimentarla
con mayor intensidad, palparla con nuestro corazón y no solamente con
la mente.
Este anhelo es el que ha movido la vida de los grandes santos a lo
largo de la historia del pueblo de Dios. No estaban satisfechos con lo
que tenían, aun cuando habían alcanzado grandes conquistas en el
terreno espiritual. Deseaban, ardientemente, explorar las profundidades
insondables de la persona de Dios. Y esta es la oración que el apóstol
Pablo hace por la iglesia: «Espero que puedan comprender, como
corresponde a todo el pueblo de Dios, cuán ancho, cuán largo, cuán alto
y cuán profundo es su amor. Es mi deseo que experimenten el amor de
Cristo, aun cuando es demasiado grande para comprenderlo todo»
(Efesios 3.18-19, NTV).
INVITACIÓN
No te quedes con lo que tienes. Sigue buscando; sigue clamando; sigue
golpeando las puertas del cielo. ¡Aún queda mucho por vivir!
27 DE MARZO
Preocupante enfermedad
Pero tú eres puro y no soportas ver la maldad. ¿Serás indiferente ante
la traición de ellos? ¿Guardarás silencio mientras los perversos se
tragan a gente más justa que ellos? Habacuc 1.13
Uno de los males que nos aqueja, como seres humanos, es la
indiferencia. Se trata de ese estado en el que una persona, una cosa o
una situación no logra despertar en nosotros ninguna clase de emoción.
La indiferencia, ante algunos temas que realmente tienen poco peso
para la marcha de la humanidad, es loable. Entrar en un acalorado
debate acerca de quién se lleva el título del mejor jugador de fútbol del
planeta, o cuál es el lugar ideal para unas buenas vacaciones, no son
asuntos que van a cambiar el rumbo de nuestra vida. Desplegar cierta
indiferencia ante estos temas es una señal de que hemos alcanzado
algo de madurez en la vida.
El problema se presenta cuando contemplamos al mundo a nuestro
alrededor con indiferencia. Es decir, cuando los males de nuestra
sociedad, el sufrimiento de nuestro prójimo, la injusticia que padecen los
más indefensos, los atropellos de los corruptos o las calamidades que
devastan la vida de millares no logran movilizar nuestros sentimientos.
Cuando esto ocurre, es una señal segura de que algo en nuestro espíritu
se ha apagado.
Una de las ironías incomprensibles de la vida es que esta tendencia,
que es común a toda la humanidad, parece acentuarse en quienes
hemos gustado del generoso amor de Dios. Al igual que el levita y el
sacerdote en la parábola del buen samaritano, no logramos quebrar ese
espíritu religioso que afianza en nosotros un interés que solamente
abarca nuestra propia existencia.
Las palabras del profeta Habacuc revelan que si hay algo que
distingue a nuestro Dios es que él nunca experimenta la apatía. El Señor
es tan puro que no soporta ver la maldad. Cuando contempla la
injusticia, la opresión, la malicia o el atropello, reacciona con furia e
indignación. Del mismo modo, cuando percibe la angustia de los
afligidos, escucha el clamor de los indefensos o ve las lágrimas de los
atribulados, su corazón se llena de tierna compasión hacia ellos.
La intimidad con el Padre necesariamente nos conduce a llorar por lo
que él llora y por lo que a él lo entristece, y a llenarnos de indignación
por aquello que también a él lo indigna. Cuando la indiferencia se ha
instalado en nuestro corazón, es una señal segura de que hemos
perdido nuestra conexión con Dios.
¡Roguemos a nuestro buen Padre celestial que nos libre de la
enfermedad de la indiferencia! Reclamemos esa bendita sensibilidad que
conmueve nuestras entrañas cuando nos encontramos frente a
situaciones que quebrantan los principios del reino.
Multitudes esperan, en silencio, la llegada de un buen samaritano que
esté dispuesto, en el nombre de Dios, a traer alivio, consuelo y sanidad a
la vida de los más necesitados, o a denunciar aquello que es inaceptable
entre personas creadas a imagen y semejanza de un Dios de amor.
CITA
«Anhelo un amor que no puede más que amar. Amar, como lo hace
Dios, por amor al amor». A. B. Simpson
28 DE MARZO
No te dejes convencer
Más engañoso que todo, es el corazón, Y sin remedio; ¿Quién lo
comprenderá? Jeremías 17.9 NBLH
Hace unos años tuve la oportunidad de visitar, con uno de mis hijos, el
parque de diversiones de Universal Studios. Allí uno puede ver algo de
las elaboradas estructuras que emplea la industria cinematográfica para
crear las ilusiones necesarias para producir una película.
En un momento, nos encontramos en una calle que tenía toda la
apariencia de pertenecer a un pueblo del siglo XIX. Allí estaba la tienda
de comercios generales, muy parecida a la que veíamos en la serie de
los Ingalls. En la vereda de enfrente se encontraba el bar con sus
puertas giratorias, escenario de incontables grescas entre pandillas
rivales. Más allá, la oficina del sheriff y, a unos edificios de distancia, la
iglesia: el lugar donde los pulcros ciudadanos de la ciudad cumplían con
sus deberes religiosos.
Al llegar al final de la calle nos asomamos para ver la parte trasera de
todos estos edificios. Para nuestra gran sorpresa descubrimos que
ninguna de estas construcciones poseía paredes, recintos o techos. Las
detalladas fachadas que tanto nos habían impresionado no pertenecían
a edificios construidos. Eran simples murales, apuntalados con
desordenadas estructuras de madera. ¡El supuesto pueblo no era más
que una ilusión!
Así, nos dice Jeremías, es nuestro corazón. Posee una hermosa
fachada que esconde un mundo de mentiras, motivaciones malvadas y
egoísmo desenfrenado. Frente a cada una de las complejas situaciones
que atravesamos en la vida, solemos consultar a nuestro corazón; y el
mensaje que nos da es infalible: nosotros siempre somos inocentes y
hemos actuado con la mejor de las intenciones. ¡Los equivocados son
los demás! Y cuanto más examinamos la evidencia que nos ofrece el
corazón, más convencidos estamos de que nuestra perspectiva es cien
por ciento confiable.
El Señor, en cambio, es contundente cuando habla de los males del
corazón: ¡No tienen remedio! No importa cuán astutos o sinceros
seamos, no podremos nunca desenmascarar los sutiles engaños que
nos susurra al oído el corazón.
No obstante, deja abierta una puerta de esperanza: «Yo, el SEÑOR,
escudriño el corazón, Pruebo los pensamientos, Para dar a cada uno
según sus caminos, Según el fruto de sus obras» (v. 10, NBLH). Nuestro
Dios es el único que conoce las verdaderas motivaciones que se
esconden detrás de nuestras piadosas palabras y nobles acciones.
Solamente él ve el egoísmo, los intereses creados, la manipulación y el
afán de controlar que contaminan todo lo que hacemos.
El profeta Jeremías nos dice que es maldito el hombre que cree las
mentiras de su propio corazón.
Necesitamos silenciar el clamor de esa multitud de voces interiores,
para invitar al Señor a que nos examine. Esto es para valientes, pues
seguramente él sacará a la luz aspectos realmente desagradables de
nuestra humanidad. Si en lugar de argumentar nos atrevemos a
humillarnos y reconocer lo que realmente somos, les habremos dado un
gran golpe a las ataduras que, inevitablemente, produce el pecado.
DESAFÍO
Si es más que serio tu compromiso con erradicar de tu vida el engaño
del pecado, puedes dar otro paso aún más osado. Pídele a alguna
persona que posea madurez espiritual que te hable con sinceridad
acerca de lo que cree que debes corregir en tu vida. Te sorprenderás de
lo que podrá compartirte.
29 DE MARZO
Interpretaciones apresuradas
Mientras Ana oraba al SEÑOR, Elí la observaba y la veía mover los
labios. Pero como no oía ningún sonido, pensó que estaba ebria.
1 Samuel 1.12-13
Ana vivía el más horrible de los martirios. No lograba quedar
embarazada y, lejos de encontrar el consuelo y la compasión para
sobrellevar su dolor, había sido convertida en objeto de burlas por parte
de Penina, la otra esposa de Elcana. Año tras año, Penina la provocaba
con sus hirientes comentarios, añadiendo aún mayor intensidad a la
angustia de ser estéril.
En una de las oportunidades en las que, como familia, subieron a la
ciudad de Silo para adorar al Señor, la desazón de Ana la condujo a
derramar su alma ante el Todopoderoso. El historiador nos dice que
«Ana, con una profunda angustia, lloraba amargamente mientras oraba»
(v. 10).
Podemos imaginar el desconsuelo con que rogaba a Dios por un hijo.
Abrumada por la tristeza, seguramente se hamacaba por la intensidad
de sus peticiones, mientras derramaba profusas lágrimas en la presencia
del Señor. Sus oraciones probablemente consistían más en gemidos que
en frases bien articuladas.
Elí, el sacerdote, observó su comportamiento y rápidamente llegó a lo
que consideraba una acertada conclusión: la mujer se había «pasado de
copas», y ahora se comportaba indecentemente en presencia del Señor.
No dudó en censurarla: «¿Tienes que venir borracha? —le reclamó—.
¡Abandona el vino!» (v. 14).
¡Qué rápidos somos para juzgar a los de nuestro alrededor! Con
cuánta facilidad llegamos a conclusiones acerca de quiénes son o qué
es lo que está ocurriendo en sus vidas. Y nuestras conclusiones muchas
veces se basan en las precarias observaciones realizadas en unos
breves instantes de contacto con la otra persona. Miramos su rostro, su
postura, su vestimenta o su comportamiento e inmediatamente llegamos
a una conclusión, la cual generalmente es desfavorable. Y unos
segundos más tarde ya la estamos condenando, basados
exclusivamente en lo que hemos observado.
Lo más triste de este proceso es que creemos, a ciegas, que nuestra
lectura es siempre acertada y, por eso, no dudamos en condenar. Pero el
sacerdote no pudo haber estado más equivocado acerca de lo
observado en Ana. Él creía que ella estaba ebria. Pero ella, en realidad,
buscaba fervientemente el rostro del Señor. Lejos de un comportamiento
vergonzoso, Ana daba testimonio de su profunda fe y se convertiría en
inspiración para generaciones de mujeres atormentadas por la
esterilidad.
Qué bueno sería que mostráramos el mismo celo por evaluar nuestra
propia vida y que nos abstuviéramos de ser tan implacables con nuestro
prójimo. Necesitamos vivir en entornos donde abunden la compasión y la
misericordia. Abstenernos de juzgar, por temor a estar equivocados, nos
ofrece una invalorable oportunidad para corregir nuestras primeras
percepciones, las cuales generalmente están plagadas de desaciertos.
Extendamos a los demás la misma generosidad que anhelamos para
nuestra propia vida. Si nos vamos a apurar, que sea para compartir con
los demás el generoso amor de nuestro Padre celestial.
CITA
«La compasión curará más pecados que la condenación». Henry Ward
Beecher
30 DE MARZO
Autor y consumador
Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. Hebreos
12.2 NBLH
El autor del libro de Hebreos, al igual que Pablo en la exhortación de
Colosenses 3.1, nos anima a que caminemos por la vida con los ojos
puestos en Jesús. Lo que Pedro descubrió en un instante, al desviar la
vista hacia las olas embravecidas, debe convertirse, para el discípulo
maduro, en un estilo de vida. Aun cuando nos rodean circunstancias que
son completamente desconcertantes o adversas, debemos mantener fija
la mirada en la persona de Cristo.
¿Por qué es necesaria esta postura? Porque, según este texto, Jesús
es el principio y el fin de nuestra fe, el impulsor y el destinatario, el
fundador y el director, el conquistador y el gobernador. Es decir, todo
comienza en la persona de Jesús y, también, todo termina en la persona
de Jesús.
La palabra «autor» es la que escoge la versión Nueva Biblia
Latinoamericana de Hoy para traducir el término griego archegón. Este
es, a su vez, la combinación de dos palabras: arche, que significa «el
primero o precursor», y ago, que se refiere a «la acción de dirigir o
liderar». De esta manera, entonces, la palabra archegón podría
entenderse como una referencia a quien ha sido pionero en asuntos de
la fe: aquel que abrió un nuevo camino que, hasta ese momento, era
desconocido.
Entiendo por esta frase que en la persona de Jesús encontramos los
orígenes de la fe. En el mismo jardín de Edén Dios proclamó que un día
el Hijo aplastaría la cabeza de la serpiente. Todos los grandes
personajes del Antiguo Testamento «vieron desde lejos» el cumplimiento
de las promesas, en la persona de Jesús (Hebreos 11.13, NTV). Del
mismo modo, las gloriosas figuras en la historia de la iglesia se
inspiraron en el ejemplo de aquel que mostró, en su peregrinaje terrenal,
de qué manera se vive una vida impulsada por la fe.
El versículo, sin embargo, declara que Jesús también es el
consumador de la fe. Es decir, no solamente ha sido pionero en el
desarrollo de la fe, sino que además cumple la función de perfeccionar
en sus seguidores el ejercicio de la fe. Al igual que el padre del hijo que
padecía síntomas de epilepsia, todos nosotros sus discípulos podemos
acercarnos confiados a pedirle que nos ayude en nuestra incredulidad
(Marcos 9.24). De hecho, el autor de Hebreos nos anima a que nos
acerquemos «con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios.
Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos
ayudará cuando más la necesitemos» (4.16, NTV).
¿Cómo no intentar vivir por la fe, entonces? Toda nuestra fragilidad,
nuestros titubeos y nuestra ansiedad se ven revestidos por la gloriosa
provisión del Hijo de Dios. Su llamado a transitar por el camino de la fe
no es una misión imposible, sino una invitación a tomarnos de su mano y
dejar que él nos enseñe cómo vivir este desafío. A cada paso, será
nuestra inspiración y nos dará los medios necesarios para disfrutar de
las más increíbles aventuras.
CITA
«Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la
mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar de
honor, a la derecha de Dios». Colosenses 3.1 NTV
31 DE MARZO
Llamado a la imprudencia
Los príncipes de Isacar estuvieron con Débora y Barac; siguieron a
Barac a toda prisa hasta el valle. Pero en la tribu de Rubén hubo gran
indecisión. Jueces 5.15
Israel vivía bajo la cruel opresión que perpetuaba contra ellos Sísara, el
comandante militar escogido por el rey cananeo que los había
subyugado. Imagino que, en esos veinte años, el estupor y la indignación
lentamente cedieron para dar lugar a la resignación y la inacción. Al igual
que sus antepasados que sirvieron como esclavos en Egipto, los
israelitas habían dejado de soñar con una vida distinta a la horrible
existencia que conocían.
Un día, sin embargo, llegó la Palabra de Dios a Débora; era un
llamado para reunir a todos los guerreros de Israel y hacerle frente al
ejército de Sísara. Algunas tribus, como Isacar, Benjamín, Zabulón y
Efraín, se animaron a responder, aunque no lograron reunir más de diez
mil valientes. Sus adversarios poseían un impresionante arsenal de
novecientos carros de guerra, lo que les ofrecía increíble movilidad a la
hora de controlar el territorio conquistado.
El cántico triunfal de Débora, testimonio elocuente de la gran victoria
que el Señor les otorgó, registra también la pusilánime e insensible
respuesta de algunas de las otras tribus. Las décadas de opresión les
habían robado el arrojo que, a la hora de salir a la batalla, es el
ingrediente que marca la diferencia entre la victoria y la derrota. Mientras
vacilaban acerca del rumbo a tomar, se quedaron al margen de uno de
los más grandes despliegues del poder de Dios a favor de su pueblo.
El Señor reclama de los suyos cierta cuota de valentía. Las
propuestas que trae a nuestra vida, marcadas por el orden y el
cuidadoso análisis de cada situación que vivimos, no dejan espacio para
medir las consecuencias. Son momentos en que, como cuando Pedro
vio a Jesús caminando sobre el agua, uno debe lanzarse a la conquista
de lo inconquistable para arrebatar del ámbito de lo imposible los
alocados proyectos que tienen su origen en un Dios que no respeta
nuestras limitaciones.
Los grandes movimientos que afectaron la marcha de la iglesia
nacieron en corazones atrevidos, donde el Señor encontró el terreno
fértil para plantar una visión de algo mucho más grande que lo que el
mundo, hasta ese momento, había visto. Esa visión prendió como fuego
en la vida de quien la recibió, y lo revistió de un atrevido coraje, el fruto
de una respuesta contundente: «Aquí estoy, Señor. ¡Cuenta conmigo!».
El análisis y el cálculo tienen su lugar en la vida. Sin duda, algunas
situaciones ameritan una gran cuota de sabiduría. En términos
generales, sin embargo, la gran mayoría de las obras que Dios ha
preparado de antemano «para que andemos en ellas» exigen una actitud
mucho más decidida. No estamos dando un salto al vacío. Estamos
respondiendo con osadía a las propuestas que el Espíritu imprime sobre
nuestro espíritu.
CITA
«La seguridad es, mayormente, una superstición. No existe en la
naturaleza y tampoco existe entre los hijos de los hombres. El evitar el
peligro es tan inseguro, a la larga, como el exponerse a él. La vida
consiste en una osada aventura o no es nada». Helen Keller
ABRIL
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1 DE ABRIL
¡Qué receta!
Pero ustedes, queridos amigos, deben edificarse unos a otros en su
más santísima fe, orar en el poder del Espíritu Santo y esperar la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, quien les dará vida eterna.
De esta manera, se mantendrán seguros en el amor de Dios. Judas
20-21
El título de esta reflexión puede ocasionar confusión. La Biblia no es un
libro de recetas. No nos presenta fórmulas para seguir al pie de la letra y
que nos garanticen un resultado seguro. Es, más bien, el relato de la
búsqueda incansable de Dios por entablar una relación íntima y
apasionante con nosotros. Cuando intentamos reducir esa relación a una
lista de requisitos, acabamos perdiendo la esencia de lo que mantiene
encendida la pasión de nuestro corazón.
No obstante esa aclaración, ocasionalmente nos encontramos con
textos que resumen, de manera admirable, el desafío que tenemos por
delante. Este texto de Judas puede ser incluido en esa lista de pasajes.
En dos magistrales oraciones logra identificar los elementos que son
clave para permanecer seguros en el amor de Dios, ese bendito estado
en que cesan los cuestionamientos y desaparecen las dudas acerca de
la forma en que obra el Señor. No será porque hemos logrado entender
su proceder, que es inescrutable, sino más bien porque habremos
alcanzado tal nivel de familiaridad con él que su bondad hacia nosotros
se convertirá en una certeza absoluta. En medio de las luchas, los
contratiempos, los golpes y las tristezas propios de nuestro peregrinaje,
podemos creer, sin titubear, que nuestro Padre celestial es bueno y que
su misericordia es para siempre.
Judas cree que tres acciones son necesarias para alcanzar este
estado. La primera, que examinaremos hoy, es el compromiso de
edificarnos los unos a los otros en la fe. La exhortación se basa en la
convicción de que convertirse en discípulo es un proceso, no una
experiencia acabada. Cuando tomamos la decisión de confiar en la obra
suficiente y salvadora de Cristo, apenas hemos dado el primer paso.
Serán necesarios muchos otros pasos para construir sobre el
fundamento que dejó el Hijo de Dios con su muerte en la cruz. Aquellos
que se quedan en el recuerdo de ese primer enamoramiento,
inevitablemente caerán en el estancamiento.
La exhortación de Judas golpea fuertemente contra el concepto que
prevalece en la iglesia hoy: que cada uno se edifica a sí mismo. Si esto
fuera posible no sería necesaria la iglesia. El cuerpo de Cristo, sin
embargo, con sus flaquezas y fracasos, es el espacio donde otros suplen
lo que yo no tengo, y yo aporto lo que otros no tienen.
La iglesia no cumple esta función si vivimos desprovistos de
iniciativa. Nuestro llamado consiste en acercarnos a otros para edificar,
animar, exhortar, corregir, sostener o consolar. Es una vocación sagrada
que debemos ejercer día tras día, semana tras semana. De nuestra
intervención depende el crecimiento de nuestros hermanos. De su
intervención depende el nuestro.
REFERENCIA
«Arráiguense profundamente en él y edifiquen toda la vida sobre él.
Entonces la fe de ustedes se fortalecerá en la verdad que se les enseñó,
y rebosarán de gratitud». Colosenses 2.7
2 DE ABRIL
Orar, en el Espíritu
Pero ustedes, queridos amigos, deben edificarse unos a otros en su
más santísima fe, orar en el poder del Espíritu Santo y esperar la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, quien les dará vida eterna.
De esta manera, se mantendrán seguros en el amor de Dios. Judas
20-21
Judas nos ofrece una resumida descripción del camino que debemos
recorrer para alcanzar esa seguridad, en el amor de Dios, que nos
permite afrontar las dificultades de esta vida sin titubear ni retroceder en
el ejercicio de la fe.
El primer punto, sobre el que reflexionamos ayer, es el llamado a
involucrarnos activamente en la edificación los unos de los otros. Esto se
refiere a algo mucho más intencional que simplemente asistir a las
mismas reuniones juntos. Mucho de lo que ocurre en nuestras reuniones
no entraría dentro de la definición de lo que Judas considera la tarea de
edificar. Debe existir un intercambio de vida entre los miembros de la
iglesia para que se produzca la edificación deseada.
El segundo elemento es un llamado a orar en el poder del Espíritu. El
texto original, en el griego, simplemente habla de orar en el Espíritu, pero
como la manifestación del Espíritu siempre está asociada con el poder
de Dios, los traductores de la Nueva Traducción Viviente aciertan en
añadir la palabra «poder».
La oración que mejor conocemos es la enumeración de una serie de
temas que nos preocupan, generalmente referidos a nuestra propia vida;
aunque también en ocasiones sumamos algún pedido que involucra a
otra persona. El ejercicio de orar, para la vasta mayoría de nosotros,
consiste en un monólogo. Nosotros hablamos, y Dios escucha.
Esperamos que el fruto de esta acción sea que algunas de nuestras
peticiones reciban una respuesta favorable.
La oración en el Espíritu se refiere a algo enteramente diferente. Es
la acción de ser guiados por el Espíritu a compartir con Dios aquello que
el Señor mismo quiere que le digamos. Cada súplica, cada ruego, cada
expresión de alabanza es el fruto de las inquietudes que el mismo
Espíritu va manifestando en nuestro ser interior. De esta manera,
entonces, la oración comienza a convertirse en un diálogo. Seguimos
elevando expresiones al Señor, pero son en respuesta a lo que él mismo
nos sugiere. La dinámica es similar a lo que expresa el Salmo 2, donde
el Señor le dice a su siervo: «Tan solo pídelo, y te daré como herencia
las naciones, toda la tierra como posesión tuya» (v. 8).
Esta dinámica nos salva de perder tiempo en peticiones inútiles. Nos
permite discernir los asuntos que verdaderamente tienen peso en el
reino del cielo. Nos ofrece una perspectiva acertada sobre los peligros
reales que enfrentamos a diario, y permite que oremos por asuntos que
no lograríamos conocer por otro camino que el de la revelación divina.
Orar de esta manera es comenzar a explorar todo el potencial que tiene
el increíble privilegio de poder acercarnos a Dios para conversar con él.
CITA
«La verdadera oración consiste en Dios, el Espíritu Santo, hablándole a
Dios, el Padre, en el nombre de Dios, el Hijo. El corazón del creyente es
el cuarto de oración». Samuel Zwemmer[8]
3 DE ABRIL
Dulce espera
Pero ustedes, queridos amigos, deben edificarse unos a otros en su
más santísima fe, orar en el poder del Espíritu Santo y esperar la
misericordia de nuestro Señor Jesucristo, quien les dará vida eterna.
De esta manera, se mantendrán seguros en el amor de Dios. Judas
20-21
Judas resume, para los lectores de su carta, las actividades necesarias
para permanecer seguros en el amor de Dios. Intenta, de esta manera,
evitar los altibajos a los que somos tan susceptibles en esta vida, repleta
de imprevistos y reveses.
Hemos reflexionado sobre el llamado a la edificación mutua y a la
oración en el Espíritu. De más está decir que, cuando es el Espíritu el
que dirige nuestras oraciones, recibimos mucha claridad acerca de las
oportunidades y los momentos apropiados para acercarnos a otros con
la intención de contribuir a su edificación.
El tercer ingrediente, en esta resumida instrucción, es la espera de la
misericordia de nuestro Señor que resultará en vida eterna. Podemos
notar, de inmediato, la ausencia de un concepto de salvación asegurada
simplemente porque en algún momento de nuestra vida decidimos recibir
a Cristo. La salvación, en el Nuevo Testamento, siempre se presenta
como un estilo de vida. Por eso, el apóstol Pablo exhorta a la iglesia
filipense a que se ocupe «en su salvación con temor y temblor» (2.12,
NBLH).
La actitud de espera a la que nos exhorta Judas no es, de ningún
modo, pasiva. Al contrario, tiene que ver con un estado de apasionante
anticipación, un saborear por adelantado lo que será la vida una vez que
alcancemos la gloria de la comunión ininterrumpida con Dios. Es la clase
de expectativa que podríamos sentir cuando pensamos en un viaje para
el que hemos ahorrado y planificado durante mucho tiempo, o la boda de
uno de nuestros hijos. Sabemos que la experiencia probablemente sea
mucho más rica de lo que podamos imaginar, pero pensar en los
diferentes matices del evento trae una cuota inusual de placer a nuestra
vida.
La espera, en este caso, se refiere a la misericordia que sustenta la
recuperada relación con Dios. Cristo se acercó a nosotros por
misericordia; consideró con compasión nuestra condición de perdidos; y
escogió, por pura bondad, ofrecerse a sí mismo en sacrificio por
nosotros; y es su misericordia la que nos provee de todos los elementos
necesarios para vivir en victoria durante nuestro peregrinaje terrenal.
Nada de lo que hacemos o lo que somos amerita que se nos pague
con el regalo de la vida. No podemos apelar, como lo hicieron algunos en
Mateo 7, a las cosas que hicimos para traerle gloria al Hijo de Dios (vv.
21-23). Nuestra única esperanza es la increíblemente generosa bondad
de Dios. Y es bueno que recordemos cada día que todo lo que tenemos
y disfrutamos es una manifestación de la infinita misericordia del Señor
hacia nosotros. Aferrados a la convicción de que él es bueno, confiemos
en que hallaremos gracia en el día del juicio.
REFERENCIA
«Espero en el SEÑOR; en Él espera mi alma, Y en Su palabra tengo mi
esperanza. Mi alma espera al Señor Más que los centinelas a la
mañana; Sí, más que los centinelas a la mañana». Salmo 130.5-6 NBLH
4 DE ABRIL
El punguista
Atrapen todos los zorros, esos zorros pequeños, antes de que arruinen
el viñedo del amor, ¡porque las vides están en flor! Cantares 2.15
Cantares documenta las declaraciones amorosas de dos personas que,
obligadas por las circunstancias, se encuentran momentáneamente
separadas. Emplea elaboradas poesías y cánticos para expresar, en
términos puros y decorosos, los aspectos más bellos del amor que los
une, apelando a muchas analogías tomadas de la naturaleza.
En medio de esas declamaciones, nos encontramos con este pedido,
por parte de un grupo de jóvenes, que pretende proteger la belleza de
este amor tan intenso y puro.
Los que se dedicaban al cuidado de las viñas entenderían de
inmediato el mal que intentaban evitar estos defensores del amor. La
época de la primavera, en la cual los viñedos florecían con toda belleza,
coincidía con el momento en que los zorros tenían sus crías. La
necesidad de proteger sus pequeños les llevaba a cavar madrigueras
entre las raíces de las vides. De esta manera llenaban la viña de
guaridas, muchas veces conectadas por túneles que socavaban las
raíces de la planta; el daño resultante a menudo la acababa matando.
Lo notorio de este proceso es que las madrigueras no eran visibles a
menos que el labrador caminara por los surcos y examinara con cuidado
los lugares donde la vid surgía de la tierra. De no hacerlo, descubriría
que lentamente sus vides comenzaban a secarse.
En Argentina existe otra clase de zorro, el «punga». Es el mismo
individuo que en otros países se le conoce como ratero, caco, carterista
o ladronzuelo. Estos personajes se mueven en la calle, en los
transportes públicos o en los lugares donde es fácil que la gente se
distraiga. Se aprovechan de esa desatención para sustraer de las
carteras y los bolsillos objetos de valor. Por lo general, la persona que
sufre la pérdida de algún objeto no se da cuenta hasta que lo busca y no
lo encuentra. No sabe en qué momento ni en qué lugar perdió el celular,
la billetera o los documentos.
Así ocurre también con la pérdida de nuestra vitalidad espiritual. En
ocasiones somos derribados por un tremendo golpe por parte del
enemigo. Pero en la mayoría de los casos nuestra confianza en Dios se
ve erosionada imperceptiblemente por la suma de pequeños incidentes,
a lo largo del día, de las semanas y de los años, que sustraen de nuestro
corazón la alegría, la esperanza, la gratitud, el respeto y la cortesía. En
su lugar, quedan instalados la amargura, el enojo, el rencor y el
pesimismo.
Los zorros y los pungas se aprovechan de la falta de cautela de sus
víctimas. Del mismo modo, el discípulo distraído es presa fácil para el
enemigo. Conviene, por lo tanto, prestar atención a cada situación por la
que atravesamos. El enemigo no descansa en sus intentos por socavar
nuestra fe. Nosotros, por nuestra parte, no podemos darnos el lujo de
relajarnos; es demasiado lo que está en juego.
CITA
«A una actitud de vigilancia y oración se le debe sumar el vivir
debidamente ocupados. La gracia huye ante el ocio, y el enemigo llenará
todo lo que Dios no llene». Juan Wesley
5 DE ABRIL
Siempre a la ofensiva
Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de
los que tienen fe para la preservación del alma. Hebreos 10.39 NBLH
El telón de fondo del libro de Hebreos es la experiencia de los israelitas
durante su peregrinaje por el desierto hacia la Tierra Prometida. Fueron
incontables las ocasiones en las que cuestionaron el proceder del Señor
y miraron con fantasiosa añoranza todas las «maravillas» que habían
dejado en Egipto.
No es una generación que inspire por su ejemplar ejercicio en
asuntos relacionados a la fe. No obstante, su triste testimonio sirve, al
menos, como advertencia acerca de la manera en que no debemos
enfrentar los desafíos que se nos presentan en nuestro peregrinaje
terrenal. Y es precisamente esta advertencia la que lleva al autor de
Hebreos a instar a sus lectores a hacer todo lo posible por retener firme
su confianza en Dios.
En ese contexto, declara que esta nueva generación del pueblo de
Dios no se identifica con los que «retroceden». Este término define la
actitud de dar marcha atrás sobre una decisión tomada. El factor que
influye sobre este cambio es el miedo, el cual se alimenta de
circunstancias que, a primera vista, parecen completamente adversas.
Existe una clase de retroceso, típicamente en situaciones de
conflictos bélicos, que posee un valor estratégico. Permite que un
ejército, en una situación de desventaja, vuelva a un lugar donde pueda
fortalecer sus tropas y acceder a una posición más favorable para las
batallas que debe pelear. Esta clase de retirada no solamente es sabia,
sino que también puede convertir una derrota segura en una posible
victoria. La decisión que acompaña esta clase de repliegue
generalmente exige una gran cuota de valentía y firmeza, para que la
retirada no acabe en una desastrosa derrota.
Otros retrocesos, sin embargo, son el fruto de la cobardía. La
decisión no es estratégica, sino el resultado de la falta de dominio sobre
el miedo. Esas retiradas siempre implican ceder el terreno que se había
ganado, muchas veces como fruto de una campaña esforzada y llena de
sacrificios. Volver atrás es entregarle, una vez más, el dominio de ese
territorio al enemigo.
El pueblo de Dios, declara el autor de Hebreos, es un pueblo de
avanzadas. Osamos lanzarnos a la conquista de objetivos imposibles,
porque marchamos en el nombre del Rey de reyes. Estamos poseídos
de una valentía inusual, no por lo grandioso de nuestros atributos, sino
porque sabemos bien en quién hemos creído. Podemos asumir las
aparentemente arriesgadas posturas de la fe porque entendemos que
esa es la característica que nos distingue de todos los demás pueblos.
EXHORTACIÓN
Si te encuentras frente a tu «mar Rojo» o a tu «Jericó», no permitas que
el temor sea el factor que decida qué acción tomarás. Si el Señor te trajo
hasta aquí, no es para que vuelvas atrás, sino para que conquistes lo
que te mandó a conquistar. No des lugar al desánimo. Fortalécete en él y
sigue avanzando con firmeza. La sangre de Jesús nos garantiza la
victoria.
6 DE ABRIL
¿Se puede?
Sin embargo, tú debes ser intachable delante del SEÑOR tu Dios.
Deuteronomio 18.13
¡Que tremendo desafío parece encerrar este llamado por parte del
Señor! Algunos de los significados asociados con la palabra intachable
son: entero, completo, íntegro, intacto, perfecto, incuestionable, sin
defecto. Es la característica que posee el obrar del Señor, según lo
declara David: «El camino de Dios es perfecto. Todas las promesas del
SEÑOR demuestran ser verdaderas» (2 Samuel 22.31). Y la exhortación
se replica en los Evangelios, cuando Jesús, hablando sobre el reto de
ejercer misericordia, exhorta: «Pero tú debes ser perfecto, así como tu
Padre en el cielo es perfecto» (Mateo 5.48).
El desafío de vivir vidas íntegras, perfectas, sin defecto, pareciera
estar tan alejado de nuestras posibilidades que nuestra primera reacción
consiste en descartar este llamado como algo frustrantemente
inalcanzable. Conocemos demasiado bien nuestras limitaciones,
nuestras avaricias, nuestro egoísmo atrincherado, como para encontrar
en nuestro interior algo que nos motive a creer que podemos llegar a ser
perfectos, como nuestro Padre celestial lo es. Desanimados, desistimos
hasta de explorar la posibilidad de vivir la vida en esta dimensión.
Detengamos nuestra reflexión, por un instante, para hacernos una
pregunta: Si esta propuesta está fuera de nuestro alcance, ¿sería justo
de parte del Señor poner sobre nuestros hombros semejante carga?
¿Acaso no es suficiente el peso de la culpa con que vivimos, para que se
nos añada aún mayor exigencia?
Basta con que nos refiramos a lo que sabemos del corazón amoroso
de nuestro Padre, para responder, de manera contundente, que él
definitivamente no nos pediría algo que no podemos hacer. No obstante,
nuestras dudas son muy fuertes. Al igual que Moisés, frente al desafío
de ser el vocero de Dios ante el faraón, creemos que no damos con la
talla de lo que el Señor espera de nosotros. Me atrevo, sin embargo, a
insistir en lo obvio: si Dios llama, es porque se puede.
Debemos, por lo tanto, examinar la propuesta con mayor cuidado.
Está claro que no se espera de nosotros que alcancemos un estado en
el que ya no pequemos. Entendemos, por lo revelado en la Palabra, que
la condición de seres caídos nos acompañará todos los días de nuestro
peregrinaje terrenal.
La clave del llamado que hoy nos ocupa está en el contexto del
capítulo. Moisés le dice a Israel: «Cuando entres en la tierra que el
SEÑOR tu Dios te da, ten mucho cuidado de no imitar las costumbres
detestables de las naciones que viven allí» (v. 9). Nuestra forma de vivir
debe proclamar que somos ciudadanos de otro reino. Cuando nos
conducimos por la calle, cuando hacemos negocios, cuando nos
relacionamos con nuestros vecinos, cuando administramos nuestras
finanzas, cuando convivimos con nuestra familia, se debe poder ver que
son otros los principios que gobiernan nuestra vida.
Esta vida diferente no es el fruto de un esfuerzo por ser diferentes,
sino el resultado de la decisión de permitir que, en todo, los deseos del
Autor de la vida sean los que dirijan nuestros pasos.
CITA
«Abandona la lucha. Relájate en la omnipotencia del Señor Jesús.
Contempla la hermosura de su rostro y él te transformará a su imagen.
Tú contemplas; él transforma. No existe otro camino hacia la santidad».
Alan Redpath
7 DE ABRIL
Remedio agridulce
Para aprender, hay que amar la disciplina; es tonto despreciar la
corrección. Proverbios 12.1
Quizás, como reacción a los excesos del pasado, hoy vivimos en un
tiempo en el que la disciplina es una conducta vista con malos ojos. Los
padres de esta generación, informados por los enunciados de la
psicología, consideran que es inapropiado imponerle alguna forma de
disciplina a sus hijos, aun cuando es evidente que los pequeños están
totalmente fuera de control. De igual manera, los jóvenes se rebelan
contra la disciplina de los horarios y las rutinas de trabajo, prefiriendo
vivir según lo que sientan hacer en el momento. Si su cuerpo les dice
que es mejor seguir durmiendo, no se resisten, aunque sean las tres de
la tarde.
La verdad es que a ninguno de nosotros nos gusta la corrección.
Cada vez que alguna persona cercana a nosotros levanta coraje para
señalarnos algún aspecto de nuestro comportamiento o alguna actitud
que debe ser revisado, nos ponemos «a la defensiva». Argumentamos
que no nos conoce tal cual somos, o que le falta discernimiento. Nos
ofendemos porque consideramos que se ha tomado una libertad que no
le corresponde. Además, pareciera que nos esforzamos por evitar la
mala sensación que nos produce el que alguien nos diga lo que no
queremos escuchar.
El autor de Proverbios, sin embargo, no teme ofender. Sin ninguna
consideración ni delicadeza, nos dice que la persona que desprecia la
corrección ¡es tonta! De hecho, algunas traducciones emplean una
palabra aún más fuerte: «estúpida». Esta persona, desde la perspectiva
del autor de Proverbios, carece de la claridad espiritual y la inteligencia
mental como para entender el tremendo valor que tiene la disciplina en el
proceso de crecer hacia la madurez.
Nuestro Padre celestial tampoco está preocupado por ofender. Según
el autor de Hebreos: «el SEÑOR disciplina a los que ama y castiga a
todo el que recibe como hijo» (12.6). Se atreve a declarar que el hijo que
carece de disciplina no es verdaderamente hijo, porque cualquier padre
amoroso no querrá, de ninguna manera, privar a sus hijos de semejante
beneficio. De manera que el autor también nos anima: «Hijo mío, no
tomes a la ligera la disciplina del SEÑOR y no te des por vencido cuando
te corrige» (12.5).
¿Cuál es el beneficio tan valioso de la corrección? Nos libra de las
distorsionadas inclinaciones de nuestro propio corazón, aquellas que no
logramos identificar sin la ayuda de otros. Nuestros desaciertos, nuestros
pecados y nuestras rebeliones permanecen escondidos ante la miopía
espiritual que padecemos; pero las personas a nuestro alrededor los ven
con claridad. Si ellos, por amor a nosotros, no pueden corregirnos,
estamos condenados a caminar una y otra vez por el camino del error.
La persona que aspira a seguir creciendo en intimidad con Dios tiene
que amigarse con la disciplina y la corrección. Deberá poseer un espíritu
enseñable y disfrutar de la clase de relaciones donde otros tienen la
libertad de hablarle la verdad. El fruto de esta corrección compensará,
con creces, cualquier momentánea incomodidad que resulte de la
disciplina.
CONFESIÓN
«SEÑOR, sé que tus ordenanzas son justas; me disciplinaste porque lo
necesitaba». Salmo 119.75
8 DE ABRIL
Un perro muerto
Mefiboset se inclinó respetuosamente y exclamó: «¿Quién es su siervo
para que le muestre tal bondad a un perro muerto como yo?».
2 Samuel 9.8
Mefiboset tenía apenas cinco años cuando su padre, Jonatán, y su
abuelo, Saúl, cayeron en el campo de batalla. Las costumbres de los
reyes de la época exigían que un nuevo rey diera muerte a todos los
integrantes de la familia del rey derrotado. La niñera, temiendo lo peor,
huyó del palacio con el niño en brazos. Tal era su desesperación por
encontrar un lugar seguro, que tropezó por el camino. El pequeño cayó
violentamente al piso y sus pies parecen haber sufrido múltiples
fracturas, de manera que nunca más volvió a caminar.
Imaginamos que, inválido y desposeído de toda herencia, debe haber
experimentado la más cruel existencia. Una familia que aún guardaba
cierta lealtad por la casa de Saúl le dio albergue, pero en el nuevo orden
político el que alguna vez fue el heredero del trono de su abuelo pasó al
olvido.
Lo que ignoraba este varón era que su padre había formalizado un
sagrado pacto con el nuevo rey. Los dos se habían comprometido,
solemnemente, a cuidar de sus respectivas familias si alguno de ellos
caía en batalla. Cuando David se afianzó en el trono, buscó la forma de
cumplir con su promesa, por lo cual hizo averiguaciones acerca de la
existencia de posibles descendientes de Saúl. Con cierta dificultad pudo
dar con el paradero de Mefiboset, y lo mandó llamar.
Cuando Mefiboset escuchó de labios del rey que David deseaba
mostrarle la bondad de Dios (v. 3), respondió con la descalificadora frase
que contiene el texto de hoy: «¿Quién es su siervo para que le muestre
tal bondad a un perro muerto como yo?».
Entiendo que el repentino cambio en su fortuna puede haber
desconcertado a un hombre a quien la vida solamente le había
propinado disgustos. Quizás un verdadero sentido de humildad lo llevó a
responder con esta sorprendente frase. Sospecho, sin embargo, que
aquí nos encontramos frente a algo mucho más profundo. He observado
en mi vida, y en la de muchos con los que he compartido mi peregrinaje
espiritual, que en el fondo simplemente nos cuesta aceptar que Dios
quiera darnos algo bueno. No solamente no creemos ser merecedores
de su bendición, sino que, incluso, dudamos que él tenga deseos de
hacernos bien.
Formados por un mundo que maldice, condena y descalifica, hemos
comprado el mensaje de que no valemos nada. Cuando el Señor se
acerca, recorriendo los caminos que solamente él puede recorrer,
exclamamos como Pedro: «Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí?»
(Juan 13.6).
El principio del cambio radica en creer que Dios, a diferencia de
nosotros, no hace acepción de personas. Su espíritu generoso lo
conduce a desear lo mejor para todos, sin excepción. Pero se encuentra
con este obstáculo por el camino: nosotros no estamos dispuestos a
recibir su bendición.
INVITACIÓN
No intentes entender el proceder de Dios. No analices si das con la talla.
Haz a un lado tu hábito de evaluar tus méritos y simplemente abre tu
corazón. Celebra su generosidad. Acéptala con gratitud. Comparte con
otros lo recibido.
9 DE ABRIL
Camino al «fracaso»
Diles todo esto, pero no esperes que te escuchen. Adviérteles a gritos,
pero no esperes que te hagan caso. Diles: «Esta es la nación que no
obedece al SEÑOR su Dios y que rechaza ser enseñada. Entre ellos la
verdad ha desaparecido; ya no se escucha en sus labios». Jeremías
7.27-28
Llevo varios meses en compañía del profeta Jeremías. Cada mañana
paso un tiempo transitando por el camino del desdichado mensajero de
Dios. Entiendo por qué se le ha llamado «el profeta de los lamentos». No
encontramos indicios, en el relato bíblico, de que alguien se haya
compadecido de él, ni que lo hayan visto con buenos ojos. Todo lo
contrario: fue objeto de burlas y persecuciones constantes.
En el texto de hoy, Dios vuelve a pedirle algo que nos resulta
incomprensible. Le manda al profeta a que hable al pueblo todo lo que él
le ha mandado. Incluso lo exhorta a que les advierta, a los gritos, del
peligro en el que se encuentran. Junto a estas instrucciones, sin
embargo, viene una amonestación: que Jeremías no se hiciera ilusiones,
¡nadie le iba a prestar atención!
¡Qué terrible tarea! Ir a hablarle a un pueblo que no lo escucharía,
según lo que Dios le había anticipado. El profeta le pide explicaciones: si
no lo iban a escuchar, ¿cuál era el sentido de ir? ¿Por qué hacerle
perder tiempo en una tarea que no iba a dar ningún fruto? ¿Para qué
sumarle frustraciones a un hombre que ya vivía al límite del fiasco?
Las preguntas dejan al descubierto nuestro afán por entender.
Queremos saber el porqué de las exigencias de nuestro Señor. Y detrás
del «porqué» está el inevitable deseo de analizar la factibilidad de la
misión, de considerar los diferentes aspectos de la propuesta y de pesar
los riesgos. Este proceso, ineludiblemente, engendrará argumentos,
objeciones, salvedades, diferencias o mayores explicaciones. En última
instancia, no lograremos escapar de la tentación de comparar la forma
de proceder del Señor con la manera en la que nosotros hubiéramos
hecho las cosas.
Caminar con el Señor es un llamado a sujetar el entendimiento a la
obediencia. No quiere decir que no debemos usar nuestra mente ni
emplear la capacidad para razonar, que él mismo nos ha dado. Significa
que cuando el razonamiento entorpece el camino de la obediencia, es el
razonamiento el que debe ser sacrificado, no la obediencia.
La Palabra nos ofrece una multitud de testimonios que avalan la
declaración del Señor, por boca del profeta Isaías: «Así como los cielos
están más altos que la tierra, así mis caminos están más altos que
sus caminos y mis pensamientos, más altos que sus pensamientos»
(55.9). Él no piensa como nosotros pensamos, por lo que sus pedidos
pocas veces resultarán comprensibles.
Jeremías optó por la confianza; no la seguridad que le generaba la
misión, sino la certeza que poseía de que Dios sabía lo que estaba
haciendo. Aferrado a esta convicción, obedeció. Y en su ejemplo
encontramos el camino para nuestros propios desafíos. Confiemos en el
Señor; él sabe lo que está haciendo.
CITA
«La fe no es creer sin evidencias, sino confiar sin reservas». Elton
Trueblood
10 DE ABRIL
Ancla segura
Esta esperanza es un ancla firme y confiable para el alma; nos
conduce a través de la cortina al santuario interior de Dios. Hebreos
6.19
Los que procuran refugiarse en el Señor pueden amarrarse a la
confianza que inspiran sus promesas y a la entereza de su carácter. Él
cumplirá indefectiblemente lo que se ha propuesto.
Para ayudarnos a entender el efecto que puede tener esta postura
sobre nuestra vida, el autor emplea una de las geniales alegorías que
aparecen con tanta frecuencia en las Escrituras: un ancla.
La capacidad de una nave para deslizarse por el agua se ve facilitada
por ese fenómeno peculiar que permiten los líquidos: la flotación. Este
efecto reduce al mínimo la resistencia que experimenta la embarcación.
Además, por estar en el agua, se evita el desafío de los obstáculos que
existen sobre la tierra: árboles, rocas, ríos, montañas, acantilados y otras
manifestaciones de la naturaleza que pueden entorpecer grandemente el
avance hacia un objetivo.
La misma libertad de movimiento que tanto facilita el movimiento del
barco en el agua, se vuelve un problema, sin embargo, a la hora de
detenerse. No tiene a qué aferrarse, ni tiene modo de evitar el arrastre
natural de las corrientes que son parte del mar. Aun cuando baje las
velas o apague el motor, continuará deslizándose por el movimiento
natural que hay en el agua.
Los navegantes resolvieron este problema con la invención del ancla.
De esta manera, proveyeron para las embarcaciones un punto de fijación
que no existe en la superficie. Cuando el capitán de un buque escoge
detenerse en un lugar, lo primero que hace la tripulación es bajar el
ancla. Esta se arrastrará por el fondo del mar hasta lograr enterrarse lo
suficiente como para sujetar el buque. No importa cuán profundo esté el
ancla, porque la cadena es la que une la firmeza del ancla con la libertad
del barco y, efectivamente, lo inmoviliza.
Es posible que se desate una fuerte tormenta sobre la superficie, con
lluvias torrenciales y olas embravecidas. Lo que ocurre alrededor del
barco, sin embargo, no afecta en lo más mínimo la firmeza del ancla,
pues la tormenta no penetra las profundidades del mar. El ancla
permanece inmóvil, aun en medio de una violenta tempestad, y esta
inmovilidad es la que le da seguridad al barco.
Así es el discípulo que ha amarrado su vida a la persona de Jesús y
sus incondicionales promesas. Él reina de manera inconmovible, una
roca firme que ninguna tormenta puede afectar. El discípulo, en cambio,
puede encontrarse en medio de burlas, cuestionamientos, pruebas,
dudas, desánimo y persecución. Todas estas condiciones podrían
fácilmente disuadirlo de seguir caminando con Jesús. Una vez que se
suelta de la mano de Cristo, queda a la deriva «zarandeado por las olas
y llevado de aquí para allá por todo viento de enseñanza» (Efesios 4.14,
NVI).
La confianza imperturbable en Dios es la cadena que lo sujeta al
ancla: la persona de Cristo mismo. Ninguna tormenta logrará desviarlo
de su cometido, que es seguir a Jesús dondequiera que vaya.
REFERENCIA
«Mi corazón está confiado en ti, oh Dios; mi corazón tiene confianza.
¡Con razón puedo cantar tus alabanzas!» Salmo 57.7
11 DE ABRIL
Retener la fe
Pero Cristo (el Mesías) fue fiel como Hijo sobre la casa de Dios, cuya
casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin nuestra confianza
y la gloria de nuestra esperanza. Hebreos 3.6 NBLH
El autor de Hebreos, en versículos previos a este, nos exhorta a
examinar con cuidado el proceder de la persona de Jesús, con la
consigna específica de comprender su fidelidad.
Ahora en este versículo, menciona el desafío de retener «hasta el fin
nuestra confianza», lo que quita cualquier duda con respecto al porqué
de la exhortación previa. El objetivo es que nosotros imitemos la firmeza
de Cristo ante las pruebas y dificultades que nos presenta la vida.
Según el Diccionario de idiomas bíblicos (de Swanson), la palabra
griega para «retener» es katecho-. Es llamativo el sentido de este
término, que se traduce como evitar, entorpecer, impedir, retener, poseer,
controlar.
Encontramos un excelente ejemplo, en este sentido, en Lucas. Luego
de una noche intensa de ministerio, Jesús se levantó de madrugada para
orar. Las multitudes que se habían reunido la noche anterior salieron a
buscarlo, y cuando lo hallaron «procuraban detener a Jesús para que no
se separara de ellos» (4.42, NBLH). Ellos no querían que Jesús
prosiguiera hacia otras aldeas, y decidieron intentar retenerlo por la
fuerza.
Cuando descubrí que este mismo término se emplea en referencia a
la confianza en el Señor (de la cual depende nuestra fe), de inmediato
me vino a la mente una imagen. En las competencias de salto ecuestre
suele ocurrir algún incidente en el que uno de los caballos, al llegar a un
obstáculo, se asusta. El jinete experimentado quien ama a su animal no
lo castigará por haberse desviado de la pista. Más bien, se inclinará
hacia delante, le acariciará el cuello y le susurrará palabras de ánimo. El
objetivo es aquietar el espíritu de nerviosismo e inspirarle confianza,
para que vuelva a intentar superar el mismo obstáculo que antes lo
asustó.
La imagen es por demás clara. Podemos pensar en la fe como una
postura mental frágil y asustadiza. Frente al primer problema, se siente
tentada a huir. El autor de Hebreos, sin embargo, desea que nosotros
cumplamos, con nuestra fe, el mismo trabajo que el jinete llevó adelante
con su caballo. Debemos sujetar a nuestro espíritu y hablarle palabras
de ánimo, basadas en las incomparables promesas de Dios, de manera
que recupere la valentía y se atreva a hacerle frente a aquello que
considera una amenaza.
Le necesidad de este ejercicio deja en claro que la fe es frágil. El
autor va a ilustrar esta fragilidad apelando a las muchas instancias en las
que el pueblo de Dios, atravesando el desierto, se olvidó de la
intervención de Dios a favor de ellos y dudó de sus buenas intenciones.
No obstante esta fragilidad, la fe se vuelve robusta y osada con el
uso. Cuando nos acostumbramos a mantenernos firmes en
circunstancias adversas, la fe crece y se anima a hacerle frente a
desafíos mayores. Para que esto suceda, sin embargo, será preciso que
ejercitemos sobre ella la disciplina adecuada, para que no «huya» cada
vez que la necesitamos.
REFERENCIA
«¿Por qué te desesperas, alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí?
Espera en Dios, pues he de alabarlo otra vez Por la salvación de Su
presencia». Salmo 42.5 NBLH
12 DE ABRIL
Por la fe vivirá
¡Mira a los orgullosos! Confían en sí mismos y sus vidas están
torcidas. Pero el justo vivirá por su fidelidad a Dios. Habacuc 2.4
La frase que Dios compartió con Habacuc nos resulta familiar porque
Pablo la cita en sus cartas: Gálatas (3.11) y Romanos (1.17). El autor de
Hebreos también recuerda a sus lectores que el justo por la fe vivirá
(10.38), un resumen del mensaje meticuloso de esa epístola.
El texto no deja dudas acerca de la forma en la que deben vivir los
justos. Si nos preguntáramos, sin embargo, cuál es la postura opuesta a
este estilo de vida, creo que la mayoría de nosotros responderíamos que
es la duda. La persona que no tiene fe es aquella que ha caído presa de
la incertidumbre y la vacilación.
Cuando el Señor respondió al reclamo de Habacuc, angustiado por el
aumento de la maldad que observaba por doquier, no escogió contrastar
al justo con la persona temerosa y titubeante. Más bien eligió hablar de
los orgullosos, de modo que entendemos que la falta de fe es el
resultado de una postura de arrogancia, y no de timidez.
¿Cómo se puede entender esto? Vivir por fe es una invitación a la
confianza. Aquellos que demuestran fe poseen la certeza inconmovible
de que Dios puede y quiere intervenir en la situación en la que se
encuentran. Esta seguridad, a la vez, descansa sobre una convicción: lo
que el Señor puede hacer por nosotros siempre será mejor que lo que
nosotros podamos lograr por nuestros propios medios.
El orgulloso se caracteriza por su desconfianza en los demás. No
cree que exista alguien que pueda entender o hacer mejor las cosas que
él. No confía en los otros, porque toda su confianza está puesta en su
propia persona. Y esa misma postura afecta la forma en que se relaciona
con Dios. No está convencido de que la intervención del Señor en su
vida sea lo mejor que le pueda ocurrir, por lo que prefiere descansar
sobre sus propios razonamientos, sus propias apreciaciones, sus propios
métodos.
Cuando el Señor habla del orgulloso, el texto hebreo dice literalmente
que «su cuello está inflado». Los escritos del Antiguo Testamento
frecuentemente hacen referencia a la dureza de cuello como una
aflicción que sufren los soberbios. En un mundo donde, en señal de
sumisión, se inclinaba el rostro, el de cuello inflado no podía hacer ese
movimiento. Su alma torcida lo había convencido de que no era
necesario sujetarse a nadie.
La invitación a vivir por fe es algo que no puede ser aceptado si no
existe la disposición de permitir que otro dirija nuestra vida.
Inevitablemente, el Señor nos conducirá por caminos que chocarán con
nuestro sentido de lo que es apropiado. En esas instancias, vivir por fe
significará rendir nuestra voluntad a los designios divinos, para decir, al
igual que la madre de Jesús: «Aquí tienes a la sierva del Señor; hágase
conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1.38, NBLH).
CITA
«Una actitud de completa sumisión y absoluta confianza es, por
supuesto, la clave para trabajar en nuestra salvación con temor y
temblor. Constituyen las marcas del cristiano verdaderamente espiritual».
Juan F. Walvoord
13 DE ABRIL
Pueblo confiable
¿Acaso la nieve desaparece de las cumbres del Líbano? ¿Quedan
secos los arroyos helados que fluyen de esas montañas distantes?
Pero mi pueblo no es confiable, porque me ha abandonado. Jeremías
18.14-15
Algunos fenómenos de la naturaleza son tan predecibles que le otorgan
al ser humano un grado de seguridad en medio de un mundo repleto de
incertidumbre. Podemos esperar, con absoluta confianza, que la luz
aparezca al finalizar aquel espacio de tiempo que llamamos «noche». De
igual manera sabemos que el verano indefectiblemente dará paso al
otoño, y luego llegará el invierno. Y la aparición de los brotes verdes, en
las ramas de las plantas, señalará que ha llegado la primavera.
Lo mismo ocurre con las cumbres del Líbano y los arroyos helados
que fluyen de montañas distantes. Un suceso absolutamente predecible
y cíclico a lo largo del año, para los israelitas, era que los picos quedaran
cubiertos por la nieve y que, en épocas de deshielo, las aguas corrieran
con fuerza por los ríos. Por esto, las preguntas que efectúa el Señor son
de carácter retórico; él no espera una respuesta. Si estas
manifestaciones de la naturaleza cesaran, la población experimentaría
una sensación de alarma en sus corazones; algo que debía ocurrir
indefectiblemente habría sido interrumpido.
La Nueva Traducción Viviente interpreta acertadamente la
transmisión de la analogía al pueblo de Dios. El texto hebreo
sencillamente señala: «mi pueblo ha dejado de recordarme». Al
contrastar la actitud de los israelitas con los previsibles ciclos de la
naturaleza, sin embargo, el Señor claramente expone la falta de
confianza que le genera su pueblo.
Esta declaración, de por sí, es llamativa. Cuando hablamos de
confiabilidad, generalmente pensamos en uno de los estupendos
atributos de Dios. «Todo el cielo alabará tus grandes maravillas, SEÑOR;
multitud de ángeles te alabarán por tu fidelidad. [...] ¡Oh SEÑOR Dios de
los Ejércitos Celestiales! ¿Dónde hay alguien tan poderoso como tú, oh
SEÑOR? Eres completamente fiel» (Salmo 89.5, 8).
En este texto, sin embargo, la mirada está invertida. El Señor mira a
su pueblo y dice, seguramente con tristeza, que no son confiables. Es
decir, no se puede esperar de ellos que se comporten de manera
predecible en medio de la gran diversidad de circunstancias que ofrece
la vida. A diferencia de los montes del Líbano que siempre estarán
cubiertos de nieve, nunca se tendrá certeza acerca de la reacción del
pueblo de Dios.
Sería maravilloso poder dar testimonio de que, como pueblo suyo,
nuestra actitud y nuestro comportamiento, en las buenas y las malas,
serán siempre los mismos. En medio de los acontecimientos más
extraordinarios, como también en las batallas más intensas de la vida,
algo no cambiará nunca: nosotros, su pueblo, lo contemplaremos a él
con la misma devoción y confianza que desplegamos cada día.
ORACIÓN
Concédenos esa estabilidad, Señor. Deseamos ser la clase de pueblo
del que tú puedas testificar: «Son absolutamente confiables. No importa
cuales son las circunstancias que enfrentan, puedo contar con su
incondicional devoción siempre». Obra en nosotros para que cada vez
sean menos las ocasiones en las que dejemos de adorarte, de buscar tu
rostro, de pedir tu consuelo y dirección.
14 DE ABRIL
Perdón con propósito
SEÑOR, si llevaras un registro de nuestros pecados, ¿quién, oh Señor,
podría sobrevivir? Pero tú ofreces perdón, para que aprendamos a
temerte. Salmo 130.3-4
La declaración del salmista sorprende con un inesperado giro. Nuestra
experiencia indicaría que el resultado natural del perdón es la gratitud o
la devoción. No obstante, el texto claramente señala que una de las
metas que busca lograr el Señor, cuando nos extiende su perdón, es
enseñarnos acerca del temor.
Parte de nuestra dificultad radica en los conceptos que asociamos
con el temor. Condicionados por la imagen de un Dios severo y exigente,
que se gloría en señalar nuestros desaciertos y nuestras faltas, nos
cuesta creer que el objetivo no se refiere a inculcarnos miedo, susto,
alarma o pánico. Todos estos sentimientos son los que con mayor
frecuencia se emplean como sinónimos del temor.
Pero el salmista no emplea como punto de partida el implacable juicio
de Dios, sino una profunda consciencia de su propia pequeñez como ser
humano. Ha efectuado un inventario de su vida y la multitud de sus
pecados lo han abrumado. Entiende que si Dios actuara en
consecuencia con su perfecta justicia, no habría forma alguna de que
pudiera sobrevivir. La multitud de sus pecados exigen un solo desenlace:
la muerte.
El Señor, sin embargo, no lo ha condenado. Lo deja profundamente
consternado porque ha escogido hacer lo impensable: le ha extendido su
perdón, algo que contradice abiertamente el sistema de recompensas y
merecimientos en el que estamos inmersos.
La asombrosa generosidad de Dios es lo que despierta en nosotros
un espíritu de reverente respeto. ¿Quién es este ser que logra escapar,
tan notablemente, de las mezquinas expresiones de amor en las que
estamos sumergidos los seres humanos? ¿Cómo es que él nos puede
ofrecer perdón, cuando resulta tan difícil encontrar razones que
justifiquen semejante regalo? El inagotable amor del Altísimo se resiste
ferozmente al análisis.
A la mayoría de nosotros nos cuesta aceptar, en lo más íntimo de
nuestro ser, que Dios pueda amarnos de esta manera. No obstante,
cuando logramos deshacernos de los intentos por entender este
magnánimo gesto, para disfrutar del obsequio recibido, comenzamos a
crecer en temor.
Este temor es una mezcla de asombro y reverencia. Se trata de la
clase de sensación que sentiríamos si nos encontráramos ante un
pianista de extraordinario virtuosismo o un brillante deportista. Las
evidentes limitaciones de nuestras propias capacidades hacen que
nuestra admiración cobre dimensiones impensadas, pues la distancia
que nos separa de estos genios es infranqueable.
Contemplar las exageradas manifestaciones del amor de Dios es un
ejercicio que le hace bien a nuestro espíritu. Nos salva de caer en la idea
de que existe algún mérito en nuestra vida. Torna más fácil que seamos
la clase de personas que comenzamos a explorar la posibilidad de
extenderles a los de nuestro alrededor el mismo generoso amor que
tanto bien nos ha hecho a nosotros.
CITA
«Oh Israel, espera en el SEÑOR; porque en el SEÑOR hay amor
inagotable; su redención sobreabunda. Él mismo redimirá a Israel de
toda clase de pecado». Salmo 130.7-8
15 DE ABRIL
Solamente dos opciones
Si regresas a mí te restauraré para que puedas continuar sirviéndome.
Si hablas palabras beneficiosas en vez de palabras despreciables,
serás mi vocero. Tienes que influir en ellos; ¡no dejes que ellos influyan
en ti! Jeremías 15.19
El profeta Jeremías, abatido por el desánimo, acudió al Señor en busca
de consuelo. Golpeado por la persecución y el desprecio, no dudó en
declarar: «Es por tu causa que sufro» (v. 15). Y, para que no existiera
duda al respecto, señala su proceder, el cual consideraba intachable:
«Cuando descubrí tus palabras las devoré; son mi gozo y la delicia de mi
corazón, porque yo llevo tu nombre, oh SEÑOR Dios de los Ejércitos
Celestiales. Nunca me uní a la gente en sus alegres banquetes. Me
senté a solas porque tu mano estaba sobre mí y me llené de indignación
ante sus pecados» (vv. 16-17).
Coincido con el diagnóstico que hace Jeremías de su propia vida. No
encuentro en su comportamiento motivo de censura. Y por esto, también
me identifico con su lamento. El profeta no logra ver cuál ha sido el
beneficio de semejante compromiso. «¿Por qué, entonces, continúa mi
sufrimiento? ¿Por qué es incurable mi herida? Tu ayuda parece tan
incierta como el arroyo estacional, como un manantial que se ha
secado» (v. 18).
El lamento no logra disfrazar un reproche. Efectivamente, Jeremías
está diciendo: «Señor, yo me jugué por ti, pero tú no te has jugado por
mí. Fui fiel, pero tú no has sido fiel».
La respuesta del Señor sorprende. No felicita al profeta por su
encomiable compromiso. Más bien señala que su vida ha sido
contaminada por el mismo espíritu de desconfianza e incredulidad que
ha visto en aquellos cuya compañía intenta evitar. Es que mantener la
distancia de los que se deleitan en el pecado nunca ha sido una buena
forma de resolver el problema del pecado en nuestra propia vida.
La exhortación al profeta claramente contempla solo dos opciones en
la vida: influenciamos a los demás, o los demás nos influencian a
nosotros. No existe una tercera alternativa, una postura «neutral» en la
que logramos mantenernos al margen de la sociedad. No se esquivan
las fuerzas de maldad mediante un distanciamiento geográfico. La
propuesta del Señor es radical: las fuerzas de maldad solamente se
neutralizan cuando las derrotamos. Y la única forma de derrotarlas es
mediante el reemplazo. Los valores y principios del reino de los cielos
deben imponerse sobre los sistemas perversos del mundo.
Cuando adoptamos, en este presente siglo malo, una postura pasiva,
el enemigo avanza sobre nuestra vida. No importa si somos conscientes
o no de sus artimañas. Él aprovecha nuestra necedad para sembrar en
nosotros sus valores y principios.
La única forma de resistirse a esta corriente es uniéndose a otra de
mayor peso y fuerza. El mundo a nuestro alrededor representa un
llamado a salir a conquistar, en el nombre de Cristo, el reino de las
tinieblas. ¡El enemigo tiembla cuando ve a un discípulo en pie de guerra!
REFLEXIÓN
Un detalle importante en las palabras de Jeremías nos señala el camino
a seguir. No podemos impactar a otros simplemente intentando ser
buenas personas. Nuestra vida debe encarnar los principios del reino, y
para eso será necesario convertir en nuestra delicia la Palabra de Dios.
16 DE ABRIL
Declaración matinal
¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Te deseo más que cualquier cosa
en la tierra. Puede fallarme la salud y debilitarse mi espíritu, pero Dios
sigue siendo la fuerza de mi corazón; él es mío para siempre. Salmo
73.25-26
Los primeros minutos de la mañana son, quizás, los de mayor injerencia
sobre el día que comienza. Es en ese breve lapso de tiempo que la
dirección de nuestros pensamientos será decisiva para todo lo que
vivamos a lo largo del día. El estado de somnolencia que acompaña
nuestro despertar, sin embargo, muchas veces socava la disciplina
necesaria para evitar que la mente rápidamente gravite hacia reflexiones
que siembran desánimo, preocupación y apatía. El resultado es que
salimos de casa derrotados, aspirando solamente a sobrevivir otro día
más en un mundo que nos es adverso por donde lo miremos.
El autor del salmo, Asaf, también luchaba contra el desánimo.
Cansado de sus interminables luchas, miró con envidia a los orgullosos y
vio que prosperaban a pesar de su maldad. «Pareciera que viven sin
problemas; tienen el cuerpo tan sano y fuerte. No tienen dificultades
como otras personas; no están llenos de problemas como los demás»
(vv. 4-5). El contraste con su propia vida era marcado: «En todo el día no
consigo más que problemas; cada mañana me trae dolor» (v. 14).
Las implacables conclusiones de esa odiosa comparación llenaron su
corazón de amargura y convirtieron sus mañanas en un suplicio. Todo
parecía indicar que su esfuerzo por vivir una vida de santidad y
compromiso solamente le había producido dolores de cabeza (v. 21).
La interacción del salmista con Dios le permitió recuperar una
perspectiva más acertada de la vida. No eran mejores circunstancias ni
mayores riquezas lo que requería para una vida de gozo y plenitud. Lo
que necesitaba era más de Dios. Fuera del Señor no había
absolutamente nada que lo pudiera satisfacer. Entendió que aun cuando
su cuerpo se enfermara o su espíritu se debilitara, a aquel tesoro podría
aferrarse hasta el último día de su vida.
Es bueno que nos apropiemos de la conclusión de Asaf; no sea que
acabemos desperdiciando nuestro esfuerzo echando mano de aquello
que apenas dura un momento.
Los primeros minutos de la mañana son especialmente oportunos
para este ejercicio, precisamente porque es el momento del día cuando
más propensos somos a mirar la vida con desánimo. Las
preocupaciones, las responsabilidades, los problemas y las dificultades
parecen ser más intensos cuando despertamos. Si optamos por declarar,
ni bien despertamos, «Señor, ¿a quién tengo en el cielo sino a ti? Te
deseo más que cualquier cosa en la tierra. Puede fallarme la salud y
debilitarse mi espíritu, pero Dios (tú sigues) siendo la fuerza de mi
corazón; (eres) mío para siempre», habremos establecido claramente
cuáles son nuestras prioridades para el día que tenemos por delante.
Quien sale a la vida armado de la convicción de que fuera de Dios
nada es importante, difícilmente cederá ante la amargura, el desánimo o
la preocupación.
DECLARACIÓN
«Un solo día en tus atrios, ¡es mejor que mil en cualquier otro lugar!
Prefiero ser un portero en la casa de mi Dios que vivir la buena vida en la
casa de los perversos». Salmo 84.10
17 DE ABRIL
Clama a mí
Clama a Mí, y Yo te responderé y te revelaré cosas grandes e
inaccesibles, que tú no conoces. Jeremías 33.3 NBLH
El profeta Jeremías vivía momentos de intensa angustia. El rey
Sedequías, cansado de los interminables mensajes de destrucción que
proclamaba el profeta, había dado órdenes de que fuera enviado a la
cárcel. Mientras tanto, Jerusalén tambaleaba bajo los efectos de un
sofocante sitio por parte del ejército babilónico. La caída de Judá, que
Jeremías había anunciado durante más de dos décadas, era inminente.
En medio de esa situación tan calamitosa, el Señor le da el mensaje
que leemos en el texto de hoy. Representa una brisa fresca de
esperanza en medio de un panorama absolutamente sombrío. Dios le
extiende, por medio de esta invitación, la oportunidad de elevar los ojos
por encima de la calamitosa realidad en la que se encuentra. El más allá
ofrece un estupendo panorama que testifica con creces acerca de lo que
ocurre cuando el Señor decide intervenir en el caos que resulta de la
rebelión y la desobediencia.
El deseo del Señor es animar el corazón de su siervo con una visión
a la que no podría acceder salvo por revelación. Esta visión le dará
acceso a cosas grandes y escondidas. El término «grande» indica que la
magnitud de la revelación supera todo lo que el profeta pueda imaginar.
Se trata de información tan extensa, profunda y ancha que resulta
imposible medir sus dimensiones.
Esta información es, a la vez, inaccesible. Es decir, todas las
habilidades de estudio y capacidades para la observación que pudiera
poseer Jeremías no le darían acceso a esta información. Podría dedicar
una vida entera a intentar descifrar lo que le esperaba a Israel luego del
exilio, pero llegaría a la muerte completamente frustrado. La única forma
de adquirir esta información sería que Dios decidiera compartirla.
La invitación que Dios le extiende a Jeremías no deja lugar a dudas
de que está deseoso, precisamente, de darle acceso a esta información.
No obstante, existe una condición: Jeremías debe clamar a él. La
palabra «clamar» contiene una intensidad de propósito que la distingue
de una simple «petición». Se refiere a una acción decidida y enérgica, en
la que se solicita al otro una respuesta específica.
Tengo la sensación de que Dios anhela darnos más participación en
los misterios de su obrar. Desea traer mayor revelación a nuestra vida
para que podamos zambullirnos en las profundidades de su ser. Ha
decidido, sin embargo, limitar su revelación según nuestro compromiso
de clamar. Nuestro silencio y nuestra inacción frecuentemente sellan el
acceso a cosas mayores.
La oración ferviente, insistente, perseverante ha sido una de las
marcas que ha caracterizado la vida de todos los héroes de la fe.
Poseídos de una pasión que los consumía, buscaban ardientemente el
rostro de Dios. Y esa búsqueda incansable invariablemente producía en
ellos una profundidad de vida que no habrían alcanzado por ningún otro
camino.
Hemos recibido la invitación. Queda en nosotros escoger de qué
manera responderemos.
MEDITACIÓN
«El más grande privilegio que Dios te concede es la libertad de acercarte
a él en todo momento. No solo te ha autorizado a hablar con él; también
te ha invitado. No solamente te lo ha permitido; es lo que espera de ti. El
Señor anhela tu comunicación con él». Wesley Duewel[9]
18 DE ABRIL
Magistral intercesión
Simón, Simón (Pedro), mira que Satanás los ha reclamado a ustedes
para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe
no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos.
Lucas 22.31-32 NBLH
Una distinguida procesión de santos, tales como Abraham, Moisés,
Nehemías, Daniel, Ezequiel y Habacuc, entre otros, revela que el
ministerio de la intercesión siempre ha sido uno de los ejes centrales en
el ejercicio de un llamado. No ha de sorprendernos, entonces, que la
intercesión fuera una parte integral del ministerio del Hijo del Hombre.
El texto del Evangelio de Lucas revela varios puntos de interés para
el que aspira a crecer como intercesor. El primero tiene que ver con la
revelación de la prueba. Si Jesús se sintió movido a interceder por sus
discípulos, ¿en qué momento se enteró de que Satanás pidió permiso
para zarandear a los Doce? No sabemos si fue en un sueño, una
visitación celestial, una visión, una palabra puntual o una percepción en
el interior de su espíritu. Lo importante es que a Jesús no se le escapó
esta revelación. Evidentemente transitaba por la vida atento a la realidad
invisible, mucho más de lo que nosotros solemos estar.
Un segundo punto es que Jesús percibió la verdadera naturaleza de
la prueba. El enemigo, como corresponde, debe hacerse del permiso
necesario para avanzar con sus planes. De esta manera queda
claramente expuesto que nunca logra salirse de la soberana voluntad de
Dios. Nada —ni siquiera las más feroces pruebas— se escapa de las
manos de aquel quien reina sobre todas las cosas.
En el marco de esos propósitos eternos la prueba tendría, sobre los
Doce, el mismo efecto que se logra cuando se zarandea el trigo. La
acción permite separar lo bueno de lo malo, y la prueba serviría
admirablemente para purificar la vida de los discípulos, una meta
siempre apetecible.
Esta percepción nos ofrece una tercera observación: Jesús evitó caer
en la tentación de pedir que la prueba fuera quitada. Nuestra limitada
perspectiva nos lleva a creer que no existe mejor bien que vivir sin
sobresaltos. Jesús sabía que las pruebas y las aflicciones son una parte
integral de nuestro llamado. Reconocía la sabiduría del salmista, cuando
este declara: «El sufrimiento me hizo bien, porque me enseñó a prestar
atención a tus decretos» (119.71, NTV). Por esto, Jesús eligió orar para
que pudieran salir airosos de la prueba, aun cuando significara un
momento muy duro para ellos.
Por último, Jesús buscó animar a sus discípulos frente a la prueba.
Lo hizo poniendo el acento sobre el hecho de que él ya había orado por
ellos, algo mucho más importante que la prueba en sí. Los invitó a
enfocarse en la vida después de la prueba, pues inevitablemente
deberemos volver al ruedo cuando haya pasado la tempestad. De esta
manera, Jesús les dio un voto de confianza. Aunque ellos sufrirían el
impacto de la prueba, él creía que serían capaces de volver a ponerse
de pie. No se había equivocado al llamarlos a ser sus discípulos.
CITA
«El discernimiento constituye el llamado de Dios a la intercesión, nunca
a la crítica». Corrie Ten Boom
19 DE ABRIL
Lo que tienes
Pero Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en
el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!». Hechos 3.6 NBLH
Si modificamos el texto de hoy podremos realizar un interesante
ejercicio. Quitaremos la segunda parte del versículo, para que el
incidente se lea de la siguiente manera: «Había un hombre, cojo desde
su nacimiento, al que llevaban y ponían diariamente a la puerta del
templo llamada la Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban
al templo. [...] Él los miró atentamente, esperando recibir algo de ellos.
Pero Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro”» (vv. 2, 5-6).
El desenlace de la historia modificada es patético cuando lo
comparamos con el original. La expectativa que genera la escena
termina en una frase que nos deja desinflados y tristes. Esperábamos
algo dramático, pero al final Pedro y Juan no pudieron hacer nada por él.
Este desenlace tan penoso es, no obstante, un reflejo más fiel de
nuestra frecuente respuesta frente a los desafíos que se nos cruzan a
diario. Nos encanta la atrevida osadía de Juan y Pedro. Cuando nos
encontramos ante desafíos similares, sin embargo, lo primero que
solemos hacer es fijarnos en nuestra falta de recursos. Quisiéramos
invertir más en las misiones, pero no tenemos los recursos económicos.
Nos gustaría dedicarnos a hacer discípulos, pero no disponemos de
tiempo. Anhelaríamos desarrollar algún ministerio, pero no poseemos las
habilidades. Soñamos con hablar de Cristo a los de nuestro alrededor,
pero carecemos de iniciativa.
No poseemos la exclusividad de esta actitud. Cuando recorremos las
Escrituras, observamos que esta respuesta es común a la gran mayoría
de los que fueron convocados a alguna misión extraordinaria: Abraham,
Sara, Moisés, Gedeón, Jeremías, los Doce. La lista es larga, porque esta
perspectiva refleja la esencia de nuestra humanidad: limitada y
temerosa.
Pedro, gracias a Dios, no se enfocó en lo que no tenía; apenas lo
mencionó al pasar. Había aprendido, en las aventuras que había vivido
con el Mesías, que sus limitaciones no representaban, de ninguna
manera, una limitación para el obrar de Dios. Es más: Pedro entendía
que era poseedor de otros tesoros que nada tenían que ver con su
escasez económica. Su condición de siervo, encomendado a la tarea de
hacer discípulos de todas las naciones, venía con un importante
respaldo: la autoridad del Mesías resucitado. A la hora de ministrar, no
dudó en hacer uso de toda la plenitud de los recursos que Dios había
puesto a su disposición.
Los recursos con que contaban los apóstoles son también nuestros.
Es nuestro deber combatir la tendencia natural a actuar con timidez y
vergüenza, conforme a lo que no tenemos. Podemos unirnos a la forma
de trabajar de los apóstoles, predicando el evangelio en toda su plenitud,
«en palabra y en obra, con el poder de señales (milagros) y prodigios, en
el poder del Espíritu» (Romanos 15.18-19, NBLH).
CITA
«Amado, suelta tus temores antes de que infundan desánimo. Deja de
contagiar de temor a los de tu alrededor y asume tu postura de fe. Dios
ha sido bueno y continuará manifestando su bondad. Seamos fuertes y
de buen ánimo, pues el Señor peleará por nosotros si nos plantamos
sobre la fe». Francis Frangipane
20 DE ABRIL
Dios de toda gracia
Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda
gracia, que los llamó a Su gloria eterna en Cristo, Él
mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá, y establecerá. A
Él sea el dominio por los siglos de los siglos. Amén. 1 Pedro 5.10-11
NBLH
¡Qué maravilloso el compromiso asumido por Cristo con cada uno de
nosotros! Lejos de abandonar sus proyectos a mitad de camino, o
realizarlos de manera desprolija, el Señor se ha propuesto hacer de
nuestra vida una verdadera obra de arte, una genial restauración de toda
la belleza con la que fuimos creados.
El apóstol Pedro resume este compromiso en el texto que hoy nos
ocupa. Sus palabras habrían tenido especial significado para una iglesia
golpeada por la violenta persecución del Imperio romano.
Él poseía la firme convicción de que este sufrimiento era normal, por
lo que los exhortaba a que no se sorprendieran por el fuego de prueba
que había venido sobre ellos (4.12). No obstante, enciende una llama de
esperanza al señalar que la disciplina, intensa y profunda, tiene fecha de
vencimiento. Tal como afirmaba el apóstol Pablo, la tribulación era
pasajera (2 Corintios 4.17).
En épocas de extrema dificultad, como también en períodos de
mayor quietud y sosiego, el que lleva adelante el proceso de
transformación, en nuestra vida, es el Dios de toda gracia. Que Pedro
haya escogido este atributo, de entre todos los que posee el Altísimo,
nos ayuda a entender que este proyecto requiere una intervención
sobrenatural. Es decir, no poseemos nosotros mismos las capacidades,
la visión ni la inteligencia necesarias para llevar adelante nuestra propia
transformación.
La gracia se refiere a ese especial beneficio que recibimos de Dios y
que está totalmente desvinculado de nuestros méritos, nuestras
capacidades o nuestro esfuerzo. Gracia es ese milagro que se
manifiesta cuando la esperanza yace moribunda. Es el recurso que
sorprende cuando la pobreza golpea a la puerta. Es la fuerza que llega
cuando el agotamiento susurra que es un buen momento para rendirse.
Es el camino que se abre cuando la confusión nubla la visión. Es la
respuesta que aparece cuando el silencio se vuelve insoportable. Es la
consolación que sana las heridas más profundas del alma y restaura el
gozo, en medio de las luchas y los contratiempos de la vida.
El apóstol Pablo, anclado en su propia historia de sufrimiento, nos
recuerda que la tierra en la que mejor germina la gracia es la impotencia.
Por eso, en un arrebato de pura locura, declara que su mayor gloria son
las debilidades, los insultos, las privaciones y las persecuciones que
sufre por causa de Cristo (2 Corintios 12.10).
Necesitamos la obra de ese Dios de gracia. No necesitamos un dios
que bendiga nuestros esfuerzos por hacer las cosas a nuestra manera.
Necesitamos un Dios que intervenga cuando caemos extenuados y
declaramos: «Yo me rindo. De ahora en adelante sé tú mi Señor».
CITA
«Cuanto mayor sea la perfección a la que aspira una persona, mayor
será su dependencia sobre la gracia divina». Hermano Lorenzo
21 DE ABRIL
Obra completa
Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda
gracia, que los llamó a Su gloria eterna en Cristo, Él
mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá, y establecerá. A
Él sea el dominio por los siglos de los siglos. Amén. 1 Pedro 5.10-11
NBLH
El apóstol Pedro declara que Dios nos llamó a su eterna gloria. La
palabra «llamar», en el griego, expresa algo más que una invitación. Se
trata de una convocatoria sagrada, una citación por parte de nuestro
Hacedor. Nuestra decisión de responder en obediencia es la que trae
gloria a su nombre, pues nos lleva a alinearnos con los propósitos
eternos de la creación.
Para que podamos participar plenamente de la gloria del Eterno, es
necesaria una transformación, pues el pecado ha desfigurado nuestra
humanidad. Pedro identifica cuatro aspectos de este proyecto de
transformación. El primero es que nos perfeccionará. Se trata de un
trabajo de restauración en el que la meta es volvernos a esa condición
en la que vivimos conforme a los propósitos de Dios.
Una buena ilustración es la imagen de los hijos de Zebedeo
concentrados en reparar las redes que se habían dañado durante la
pesca (Mateo 4.21). Ese trabajo, minucioso y paciente, era fundamental
si las redes iban a volver a ser útiles para la pesca de la próxima noche.
Del mismo modo, Dios busca reparar en nosotros todo aquello que ha
sido dañado por el pecado para que podamos recuperar nuestro destino
original, que es vivir para su gloria.
Un segundo componente se refiere a ser afirmados. Este proceso
apunta a que adquiramos firmeza en la intención de proceder por el
camino señalado. Se refiere al anhelo del Señor por impartirnos todos
aquellos componentes necesarios para que nuestra vida pierda la
inestabilidad propia de las vacilaciones y dudas. Ya «no seremos
arrastrados de un lado a otro ni empujados por cualquier corriente de
nuevas enseñanzas» (Efesios 4.14, NTV).
La firmeza de propósito requerirá un estado espiritual robusto y
esforzado. El Señor trabajará, por lo tanto, en fortalecer nuestro ser para
que podamos resistir las tormentas, las aflicciones y los contratiempos
propios de la vida. El fervor inicial lleva a que asumamos con ligereza el
compromiso de seguir a Cristo. El paso del tiempo, sin embargo, nos
somete a un proceso riguroso en el que solamente quedarán aquellos
cuya transformación va más allá del entusiasmo pasajero.
El cuarto elemento consiste en ser establecidos. Se refiere a la base
sobre la que somos construidos. La mejor descripción de este proceso la
provee el apóstol Pablo, en Efesios: «Echarán raíces profundas en el
amor de Dios, y ellas los mantendrán fuertes» (3.17, NTV). Las raíces
proveen a la planta la estabilidad que requiere para resistir los más
fuertes embates de la vida. Puede azotarla el sol, el viento o la lluvia y
seguirá con vida, siempre y cuando las raíces mantengan su vínculo con
el entorno sustancioso y seguro que provee la tierra.
REFLEXIÓN
Todo este proceso de transformación es el que se propone realizar el
Señor en nuestra vida. Para que dé su fruto, es necesario que, una y
otra vez, desistamos de los intentos por reformar nuestra propia vida. Si
nos rendimos ante el Señor cada día, él hará lo que solamente él sabe
hacer.
22 DE ABRIL
Ejército que no es
De modo que los filisteos y los israelitas quedaron frente a frente en
montes opuestos, separados por el valle. 1 Samuel 17.3
La historia que relata la extraordinaria hazaña de David al derrotar a
Goliat ha inspirado al pueblo de Dios durante generaciones. La riqueza
del texto es tal que bien podríamos construir una vida de devoción
empleando los principios espirituales expuestos en esta sola narración.
En el transcurso de los próximos días, entonces, intentaremos identificar
algunas de las verdades que pueden ayudarnos a transitar por el mismo
camino de osado compromiso que recorrió el hijo de Isaí.
El historiador describe, en los primeros versículos del capítulo, el
escenario en el que se desarrollará la dramática confrontación. Los
filisteos, eternos enemigos de los israelitas, salieron una vez más a librar
batalla contra el pueblo de Dios. Escogieron acampar frente a uno de los
valles por los que pasaba una importante ruta de conexión entre Judá y
Filistea. Saúl respondió a esta provocación acampando con su ejército al
otro lado del valle. De esta manera, los dos pueblos quedaron
enfrentados.
Si nos detenemos a meditar por un instante en esta escena,
podremos observar que algo no está bien. Más allá de la aparición del
gigante que causaba pánico entre las tropas, resulta extraño que el
ejército de Saúl no librara combate contra los filisteos.
La pasividad de las tropas es llamativa porque los ejércitos existen
para un propósito, que es pelear contra los enemigos que amenazan con
subyugar al pueblo. No fueron creados para impresionar con sus
desfiles, aunque este ritual forme parte de la cultura militar. La función de
un guerrero es desplegar sus habilidades de luchador en situaciones
reales de conflicto.
De alguna manera, la imagen de este ejército inofensivo me lleva a
pensar en nuestro desempeño como iglesia. Cuando Cristo anunció la
edificación de su iglesia, expresó la convicción de que ni las mismas
Puertas del Hades lograrían frenar el osado avance de su pueblo (Mateo
16.18, NBLH). Comprometido con arrebatar vidas al enemigo, este
ejército se atrevería a ingresar hasta la misma antesala del infierno para
lograr su cometido. Nadie lograría detenerlo en el desempeño de su
vocación.
Cuando transformamos este llamado en una convocatoria a reunirnos
para hablar de lo que le vamos a hacer al enemigo, o para cantar acerca
de su inevitable derrota, perdemos nuestra razón de ser. Hemos pasado
a vivir para el desfile, en lugar de hacerlo para la guerra. Nuestra
pasividad no perturba a las huestes de maldad, porque ellas solo le
temen a la acción beligerante.
Nuestras reuniones cumplen su propósito cuando nos afianzan en el
compromiso de ser letales fuera del ámbito de la reunión. Salimos
renovados en nuestra convicción de seguir avanzando en todos los
lugares donde Dios nos abra una puerta para conquistar, semana tras
semana, nuevo territorio enemigo. Cuando las tropas del enemigo nos
ven reunidos, deben saber que, en breve, entraremos otra vez en
combate.
REFERENCIA
«Los guerreros de Efraín, aunque estaban armados con arcos, dieron la
espalda y huyeron el día de la batalla. No cumplieron el pacto de Dios y
se negaron a vivir según sus enseñanzas». Salmo 78.9-10
23 DE ABRIL
Líder que no es
Cuando Saúl y todo Israel oyeron estas palabras del Filisteo, se
acobardaron y tuvieron gran temor. 1 Samuel 17.11 NBLH
El relato de la derrota de Goliat a manos de un osado pastor de ovejas
está repleto de lecciones valiosas para nuestro propio peregrinaje
espiritual. La forma en la que procedieron los diferentes personajes de la
historia nos provee severas advertencias y nos revela principios
importantes para asegurarnos de la victoria.
En el texto de hoy, podemos hacer una observación sobre el
desempeño del líder del pueblo, quien era el rey Saúl. Un líder debe
afrontar una diversidad de desafíos en el ejercicio de su responsabilidad.
Quizás ninguno de estos desafíos pone a prueba, tan acabadamente,
sus capacidades como la forma en la que responde en situaciones de
crisis. Allí se podrá ver si realmente posee los atributos que lo destacan
de la gran mayoría de los hombres o si simplemente está ocupando un
puesto para el que no está capacitado.
En tiempos de crisis, el pueblo mira a sus líderes para que ellos los
orienten en cuanto al camino que deben transitar. Un líder con autoridad
espiritual no cede ante el pánico de la gente ni toma decisiones
apresuradas. Tal como lo hiciera David en Siclag, frente al campamento
que habían arrasado los amalecitas (1 Samuel 30), o Moisés cuando el
pueblo construyó el becerro de oro (Éxodo 32), el líder probado busca el
rostro de Dios y luego actúa conforme a las directivas que recibe de lo
alto.
Saúl, lejos de recorrer este camino, se sumó al miedo paralizante que
experimentaban sus hombres. Es decir, pasó a ser uno más en medio de
un ejército desconcertado y perturbado.
Debemos ser justos con Saúl. Las dimensiones del gigante eran
verdaderamente aterradoras. El historiador nos dice que salía a
amenazar a los israelitas «un campeón llamado Goliat, de Gat, cuya
estatura era de casi tres metros (6 codos y un palmo). Tenía un casco de
bronce sobre la cabeza y llevaba puesta una cota de malla, y el peso de
la cota era de 5,000 siclos (57 kilos) de bronce. Tenía también grebas de
bronce en las piernas y una jabalina de bronce colgada entre los
hombros. El asta de su lanza era como un rodillo de telar y la punta de
su lanza pesaba 600 siclos (6.84 kilos) de hierro; y su escudero iba
delante de él» (1 Samuel 17.4-7, NBLH).
Goliat hace resaltar nuestra pequeñez e insignificancia. No logramos
esconder nuestro miedo al ser confrontados por semejante adversario. Y
así podría ser el efecto de un diagnóstico de cáncer, la muerte de un ser
querido, un accidente que termina en discapacidad o las amargas
secuelas de un violento asalto. Nuestra fragilidad se acentúa en tiempos
difíciles.
El llamado a refugiarse en Dios nunca cobra tanta importancia como
en estos momentos. Necesitamos imperiosamente sacar nuestros ojos
del gigante para fijarlos en el rostro de Aquel que se ríe de las ridículas
demostraciones de poder de las que se jacta el hombre. ¡Ninguna
amenaza lo asusta!
CITA
«La valentía es contagiosa. Cuando un hombre corajudo se pone de pie,
otros cuyas piernas tiemblan se atreven a seguirlo». Billy Graham
24 DE ABRIL
Humilde pastor
David era hijo del Efrateo de Belén (Casa del pan) de Judá, llamado
Isaí, y éste tenía ocho hijos. [...] Pero David iba y venía de donde
estaba Saúl a Belén para apacentar el rebaño de su padre. 1 Samuel
17.12, 15 NBLH
¡Qué tremendo el contraste que existe entre la figura de David y la de
Goliat! El gigante, cuyas dimensiones examinamos ayer, encarnaba al
hombre de guerra por excelencia. Aguerrido, audaz, impertinente y
provocador, Goliat había arrinconado a todo un ejército de guerreros
experimentados.
En medio de las reiteradas apariciones del gigante frente a los
aterrorizados israelitas, el historiador introduce al héroe de la historia, un
varón tan insignificante que podría pasar completamente desapercibido.
El hecho de que tuviera la responsabilidad de cuidar las ovejas de su
padre nos revela cuán poco peso tenía dentro de su propia familia.
Separados por tres mil años de historia y condicionados por una
cultura urbana, hemos construido una imagen romántica del pastor que
guarda poca relación con la onerosa carga que significaba ocuparse de
las necesidades incesantes de un rebaño. El pastor no solamente vivía
atado a sus animales, por la asistencia que estos requerían en todo
momento, sino que también debía sobrellevar las largas horas de tedio
que irremediablemente generaba su ocupación.
La combinación de sacrificio y aburrimiento hacía que la tarea de
pastorear a las ovejas fuera asignada a los miembros más insignificantes
de la familia, y esta es una de las razones por las que, ante la visita de
Samuel, ni siquiera se molestaron en llamar a David (1 Samuel 16.11).
Sus tres hermanos mayores habían salido en pos de la gloria que
significaba ser parte del ejército de Saúl. La vocación de guerreros les
ofrecía amplias oportunidades para ganar distinción y reconocimiento, e
incluso obtener el favor del rey, si su desempeño en el campo de batalla
fuera distinguido.
El destino de los héroes y las heroínas de la fe, sin embargo, no lo
deciden los hombres, sino aquel que ordena los pasos conforme a sus
propósitos eternos. La insignificancia de David lo era solamente para los
hombres. El Señor, quien mira en lo secreto, había puesto sus ojos sobre
este joven y lo había apartado para una sagrada vocación: pastorear a
su pueblo escogido. La soledad de su trabajo con las ovejas sería la
escuela en la que David desarrollaría las características que Dios le
requería como rey de Israel.
El contraste entre David y Goliat sería, también, el medio que
escogería el Señor para desplegar el esplendor de su gloria. La
diferencia entre uno y otro no dejaría lugar a dudas de que la victoria no
descansaba sobre cualidades físicas ni mentales. Goliat poseía todas
estas cualidades en abundancia. Los hermanos de David también
aspiraban a convertirse en esa clase de hombres. El hijo menor de Isaí,
sin embargo, transitaba por otro camino. En su mundo, la dependencia
de las ovejas era asunto de vida o muerte. Y él escogió vivir del mismo
modo: en absoluta dependencia del Dios que tiene poder sobre la vida y
la muerte.
EXHORTACIÓN
«Confía en el SEÑOR con todo tu corazón; no dependas de tu propio
entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará
cuál camino tomar». Proverbios 3.5-6 NTV
25 DE ABRIL
Santa indignación
David les preguntó a los soldados que estaban cerca de él: «¿Qué
recibirá el hombre que mate al filisteo y ponga fin a su desafío contra
Israel? Y a fin de cuentas, ¿quién es este filisteo pagano, al que se le
permite desafiar a los ejércitos del Dios viviente?». 1 Samuel 17.26
Los israelitas estaban paralizados por el miedo que habían soportado
durante cuarenta días a causa del desafío que lanzaba, desde el valle, el
gigante Goliat. Su enorme estatura y aspecto temerario hacían temblar
hasta al más probado guerrero de las tropas de Saúl.
¿De dónde provenía este miedo? Resulta tentador creer que Goliat
era la fuente de esta turbación. Pero los miedos nunca se originan en lo
adverso de nuestras circunstancias, sino en la ausencia de seguridad
que existe dentro de nuestro propio corazón. Los israelitas temían
porque creían que su integridad física dependía enteramente de sus
propias capacidades. Al comparar sus aptitudes con las de Goliat, se
sentían en clara desventaja.
Si David hubiera realizado este análisis, también se habría llenado de
temor, pues sus habilidades para la guerra eran infinitamente menores a
las de Goliat. No obstante, la respuesta de David revela que a él le
preocupaba algo más importante que su propia integridad física. Le
molestaba profundamente que a ese filisteo incircunciso se le permitiera,
una y otra vez, ridiculizar a los escuadrones del Dios viviente.
La medida de nuestra estatura espiritual queda expuesta claramente
cuando nos indigna más lo que ofende el nombre de Dios que lo que
ofende nuestra propia sensibilidad. Los gigantes de la fe, en las
Escrituras, fueron personas que poseían un extraordinario celo por la
gloria del Todopoderoso. Ningún sacrificio era demasiado costoso a la
hora de defender los intereses del Señor.
Este es el espíritu que se apoderó del Mesías cuando contempló el
grosero comercio que realizaban los mercaderes en el templo. Su
indignación lo llevó a voltear las mesas y echar a latigazos a las
personas que comerciaban con la necesidad espiritual del pueblo (Juan
2.15). Observamos la misma devoción en Moisés cuando se encontró
con el abominable becerro de oro que había construido Aarón (Éxodo
32.19-20). Así ocurrió, también, cuando Esdras se enteró de que muchos
líderes de Israel se habían casado con mujeres de otros pueblos. Se
rasgó las vestiduras e hizo duelo, sentado en silencio, por la profunda
congoja que le causaba la afrenta perpetuada contra el Señor (Esdras
9.3).
Esta es la indignación que se apodera del corazón de David. La
respuesta no es ensayada ni es el producto de un legalismo despiadado.
Es la manifestación más genuina de un hombre enamorado. El objeto de
su amor, Dios mismo, ha sufrido una afrenta. Su ser se conmueve al
saber que se ridiculiza al receptor de su devoción. Su pasión no le
permite permanecer en silencio. Los israelitas serían testigos de que
cualquiera que se levanta contra Dios tiene que enfrentarse con su
siervo, David.
ORACIÓN
Oh, Señor, cuánta pequeñez de espíritu siento cuando considero que mi
indignación generalmente gira en torno de las afrentas que he sufrido.
Dame esa pasión por tu persona, Señor, que me lleve a librar batalla a
favor de tus causas cada vez que se me presente la oportunidad.
26 DE ABRIL
Problemas de conciencia
Eliab, su hermano mayor, oyó cuando él hablaba con los hombres; y
se encendió la ira de Eliab contra David, y le dijo: «¿Para qué has
descendido acá? ¿Con quién has dejado aquellas pocas ovejas en el
desierto? Yo conozco tu soberbia y la maldad de tu corazón, que has
descendido para ver la batalla». 1 Samuel 17.28 NBLH
A David lo llenó de indignación la imagen del gigante de Gat, desafiando
a viva voz a los escuadrones del Dios viviente. Comenzó a averiguar
acerca de la recompensa que se le daría a quien lograra derrotar a
Goliat. Con el tiempo, sus preguntas llegaron a oídos de su hermano
mayor, quien explotó en ira hacia David.
No poseemos ningún indicio de que David haya sido una persona
soberbia, ni de que su corazón estuviera lleno de maldad. Al contrario,
las inocentes averiguaciones del pastor de ovejas revelan una actitud de
honesta curiosidad. El relato tampoco nos permite sumarnos a la
conclusión de Eliab, quien acusaba a su hermano de haber llegado al
campamento israelita con la sola intención de ver la batalla. En realidad,
había ido por instrucción de su padre, quien deseaba enviarles
provisiones a los hijos que estaban en el ejército.
Una de las verdades que emerge en toda situación de conflicto entre
dos personas es que solemos denunciar en los demás aquello que más
despreciamos en nuestra propia vida. Es decir, tendemos a ver en los de
nuestro alrededor aquellas actitudes y posturas que atormentan nuestra
propia existencia. Por esta razón, nuestras críticas frecuentemente
revelan más acerca de nosotros que de las personas que señalamos con
el dedo.
Nadie es tan implacable con los demás como la persona que conoce
una verdad, pero no la vive. Tiende a expiar su sentido de culpa con
enérgicas denuncias hacia los que están a su alrededor. Eliab era un
guerrero preparado para enfrentar a los enemigos de Israel, pero, al
igual que el resto del ejército, no estaba haciendo aquello para lo cual
había sido llamado.
En este contexto, reacciona con furia cuando alguien pretende hacer
lo que él no está haciendo. Es la misma reacción de fastidio que se
apodera de nosotros cuando miramos con desprecio a quien adora sin
reservas a Dios. Nosotros, por la razón que sea, no lo estamos haciendo
y nos molesta ver que otros sí lo están. Así reaccionó Mical cuando
David danzó delante del arca de Dios (2 Samuel 6.16). Su desprecio no
es una revelación del mal comportamiento del rey, sino de su propia
amargura.
El remedio para nuestra inacción no es criticar a quienes nos rodean.
Es, más bien, arrepentirnos de nuestra desobediencia y corregir el mal,
optando por hacer lo que deberíamos haber hecho desde el principio.
Mis malas reacciones hacia los demás me invitan a examinar
cuidadosamente mi propia vida. Es muy probable que exista en mí algún
área donde he dejado de honrar a Dios como él se merece.
REFERENCIA
«No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea
bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes
las oigan». Efesios 4.29
27 DE ABRIL
Batalla estratégica
Y dijo David a Saúl: «No se desaliente el corazón de nadie a causa de
él; su siervo irá y peleará con este Filisteo». 1 Samuel 17.32 NBLH
Las preguntas de David acerca de la recompensa que le esperaba a
quien derrotara a Goliat finalmente llegaron a oídos de Saúl. Durante
cuarenta días y cuarenta noches ni un solo soldado israelita había
respondido al premio que ofrecía el rey: algo más que apetecible, por
cierto.
Ante la ausencia de interesados, el rey mandó llamar a David. Las
palabras con que este saludó a Saúl revelan que el joven e inexperto
pastor poseía mayor sabiduría que el veterano monarca de Israel.
La frase «no se desaliente el corazón de nadie a causa de él»
significa, literalmente, que no decaiga o se derrumbe el ánimo de ningún
hombre. Con esta sencilla exhortación David identifica al verdadero
enemigo a derrotar: las actitudes secretas del corazón. Entiende, con
asombrosa madurez, que las batallas de la vida se ganan o se pierden
en este ámbito.
Es este principio el que impulsa a Jesús a buscar el rostro de su
Padre en Getsemaní. Por delante lo espera la espantosa muerte en la
cruz, un método de ejecución que los romanos habían empleado desde
que ocuparon las tierras de Israel. La agonía que significa la crucifixión
amenaza con descarrilar el propósito de Cristo de caminar en obediencia
hasta el final. Frente al torbellino de sensaciones y temores que
seguramente golpean su determinación, el Mesías decide encarar su
más importante batalla en la soledad de un jardín.
Mateo testifica de la intensidad del conflicto que Jesús
experimentaba, cuando comparte las palabras que habló a sus
discípulos: «Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de
la muerte» (Mateo 26.38, NTV). Lucas, por su parte, señala que Jesús
«estaba en tal agonía de espíritu que su sudor caía a tierra como
grandes gotas de sangre» (Lucas 22.44, NTV).
Juan, Pedro y Jacob no entendieron la importancia de esta batalla, y
se quedaron dormidos (Lucas 22.45, NTV). La victoria en la cruz, sin
embargo, se ganó en Getsemaní; allí Cristo logró aquietar su espíritu y
sujetar su voluntad a los deseos del Padre.
El autor de Hebreos señala que el ejemplo de Cristo revela el camino
que debemos recorrer cada uno de nosotros frente a los desafíos que
nos presenta la vida. Nos anima a que pongamos los «ojos en Jesús, el
autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de El
soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra
del trono de Dios» (12.2, NBLH). Este ejercicio nos ayudará a no
cansarnos, ni ceder ante el desánimo de nuestro corazón (12.3).
Muchos años antes de que se escribieran estas palabras, David
reveló que entendía que el enemigo a vencer eran los temores que
residían en su propio corazón. La clave de su victoria frente a Goliat
radicó en su disposición de sujetar su espíritu al poder de Dios.
CITA
«No luches en tus propias fuerzas. Échate a los pies del Señor Jesús y
espera en él por esa confianza de que él está contigo y trabaja en ti.
Esfuérzate en la oración. Permite que la fe llene tu corazón para que
seas fuerte en el Señor, y en el poder de su potencia». Andrew Murray
28 DE ABRIL
Los ridículos del Señor
«¡No seas ridículo!», respondió Saúl. «¡No hay forma de que tú puedas
pelear contra ese filisteo y ganarle! Eres tan solo un muchacho, y él ha
sido un hombre de guerra desde su juventud». 1 Samuel 17.33
El rey Saúl hizo llamar a David cuando se enteró de que había alguien
interesado en la recompensa que ofrecía por derrotar a Goliat. Imagino,
sin embargo, que la pequeña llama de esperanza que se encendió en el
corazón del pusilánime rey se debe haber extinguido rápidamente. La
persona que tenía delante de él ¡era apenas un muchacho!
Me gusta la expresión que inserta la Nueva Traducción Viviente: «¡No
seas ridículo!». Resume, en una frase, el fulminante escepticismo que se
apoderó del corazón de Saúl. Todo lo que veía en el aspecto de David le
decía que no había forma de que este mancebo pudiera enfrentarse al
gigante que los tenía paralizados de miedo.
Saúl delata, en su lectura de las posibilidades de victoria, la razón por
la cual él y sus hombres habían caído presos del temor. Sus ojos
estaban puestos en aquello que se puede ver, y lo visible era
deprimentemente inadecuado para sacarlos del callejón sin salida en
que se encontraban.
Los improbables héroes de la fe, en la historia del pueblo de Dios,
poseen esa característica en común: sus aptitudes para la misión a la
que se los llama son ridículamente inapropiadas. Por eso el Abraham sin
descendencia, el Jacob tramposo, el Moisés tartamudo, el Jeremías
temeroso, el Pedro derrotado o el Juan Marcos fracasado no
impresionan a primera vista. El apóstol Pablo, sin embargo, declara que
«Dios eligió lo que el mundo considera ridículo para avergonzar a los
que se creen sabios. Y escogió cosas que no tienen poder para
avergonzar a los poderosos» (1 Corintios 1.27).
El error que cometió Saúl es el mismo que había cometido un hombre
mucho más santo que el desobediente rey de Israel: Samuel. Cuando
este fue enviado a la casa de Isaí para ungir al nuevo rey, también se
dejó llevar por las apariencias. El Señor debió corregir su perspectiva,
diciéndole: «No juzgues por su apariencia o por su estatura, porque yo lo
he rechazado. El SEÑOR no ve las cosas de la manera en que tú las
ves. La gente juzga por las apariencias, pero el SEÑOR mira el corazón»
(1 Samuel 16.7).
La reacción de Saúl nos recuerda lo engañosas que son las
apariencias. Cuando miramos a una persona, lo que vemos nos ofrece
una lectura muy limitada de lo que ella es. Haremos bien en darle poca
credibilidad a nuestras impresiones. Lo que realmente tiene peso, en la
vida de los que están a nuestro alrededor, rara vez se ve con ojos
humanos. Necesitamos que el Dios de los cielos nos conceda ver como
él ve, para que nuestra óptica se ajuste más a la óptica de él.
REFLEXIÓN
Esta miopía que dificulta una lectura acertada de los demás también nos
afecta cuando miramos nuestra propia vida. Rara vez logramos una
lectura acertada de quiénes, en realidad, somos. El Señor ve cualidades
y gracias en nuestra vida que nosotros no percibimos. Es bueno, ante los
desafíos que él nos proponga, que confiemos en esa óptica mucho más
acertada que la nuestra.
29 DE ABRIL
Desde lo secreto
Lo he hecho con leones y con osos, y lo haré también con este filisteo
pagano, ¡porque ha desafiado a los ejércitos del Dios viviente! ¡El
mismo SEÑOR que me rescató de las garras del león y del oso me
rescatará de este filisteo! 1 Samuel 17.36-37
La conclusión a la que arribó Saúl, al mirar a David, es categórica: «¡No
hay forma de que tú puedas pelear contra ese filisteo y ganarle! Eres tan
solo un muchacho, y él ha sido un hombre de guerra desde su juventud»
(v. 33). Según su opinión, le faltaba la clase de experiencia necesaria
para poder hacerle frente a un experto de la talla de Goliat.
Era verdad que David nunca se había enfrentado a otro hombre en
combate. También era cierto que nunca había salido a la batalla con dos
ejércitos como espectadores. Su respuesta, no obstante, revela que el
joven contaba con muchas batallas en su haber.
Esta no era, de ninguna manera, la primera situación de peligro que
le había tocado enfrentar. En más de una ocasión había tenido que
defender a las ovejas de su padre de los feroces ataques de un oso o un
león. En esas situaciones David salió a enfrentarse a las bestias con
toda la furia de aquellos que creen en la justicia de su causa. Con
admirables despliegues de coraje, el joven pastor había logrado rescatar
de la boca de las fieras a los corderos robados y había eliminado la
amenaza matando a los animales que podían volver a atacar el rebaño.
Las hazañas logradas, mientras desempeñaba sus tareas como pastor,
le servirían como fundamento para el desafío que representaba Goliat.
Su historia nos ofrece una valiosa lección. Resulta complicado
practicar en público aquello que no forma parte de nuestra vida cuando
estamos a solas. Cuando asistimos a nuestros encuentros como pueblo
de Dios, por ejemplo, difícilmente entraremos en el espíritu de adoración
que propone la reunión si no estamos acostumbrados a adorar en la
intimidad de nuestra vida personal. Del mismo modo, nos resultará
tedioso participar en una reunión de oración si el diálogo con el Señor no
forma parte de nuestro caminar diario.
Cuando buscamos identificar la razón del éxito de David frente a
Goliat, debemos remitirnos a esas experiencias que cultivó cuando nadie
lo estaba mirando. No esperó el momento del combate para aprender
cómo luchar con adversarios mucho más feroces que él. No intentó
echar mano, en ese momento, de habilidades que no había desarrollado
en lo secreto de su vocación pastoral.
Podemos, por un tiempo, mantener la apariencia pública de una vida
de devoción y compromiso. Mantener esta fachada, sin embargo,
requiere mayor esfuerzo que vivir una vida de genuina intimidad con el
Señor. No debemos conformarnos, entonces, con impresionar a los
demás cuando podemos participar de algo mucho más apasionante y
significativo: las aventuras de fe que Dios tiene preparadas para los
suyos, en el marco de nuestras actividades cotidianas.
REFERENCIA
«El SEÑOR es mi fortaleza y mi escudo; confío en él con todo mi
corazón. Me da su ayuda y mi corazón se llena de alegría; prorrumpo en
canciones de acción de gracias». Salmo 28.7
30 DE ABRIL
El Señor contigo
Así que Saúl por fin accedió: «Está bien, adelante. ¡Y que
el Señor esté contigo!». 1 Samuel 17.37
El rey Saúl expresó sus temores acerca de la misión que intentaba
realizar el joven David. La desigualdad de condiciones que presentaba el
combate lo llevó a descartar la posibilidad de una victoria. David, sin
embargo, argumentó que el mismo Dios que lo había asistido en
situaciones de extrema peligrosidad también lo ayudaría en esta
situación.
La construcción de las frases del hijo de Isaí merece nuestra
atención. Su testimonio está repleto de declaraciones en primera
persona: «Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del
rebaño, yo lo persigo. [...] Si el animal me ataca, (yo) lo tomo de la
quijada y (yo) lo golpeo. [...] (Yo) lo he hecho con leones y con osos, y
(yo) lo haré también con este filisteo pagano. [...] ¡El mismo SEÑOR que
me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este
filisteo!» (vv. 34-37, énfasis del autor).
Solemos escuchar con sospecha a la persona que habla mucho de sí
misma. En este caso, sin embargo, el hecho de que David hable de sí
mismo nos ofrece un claro indicio de que su experiencia con Dios es
personal. No encuentra inspiración en las aventuras de otros ni se
entusiasma con lo que el Señor hizo en la vida de terceros. Su
convicción, profunda e inconmovible, encuentra sus raíces en vivencias
espirituales personales, de la mano de Dios.
No quiere decir que sea negativo regocijarse en lo que el Señor ha
hecho en la vida de otros. Esta es, definitivamente, parte de la riqueza
de pertenecer a un mismo pueblo. La historia de otros puede motivarnos
a vivir vidas de mayor compromiso y pasión. No obstante, es triste
cuando los únicos testimonios que poseemos son de lo que Dios ha
hecho en la vida de otros. La ausencia de testimonios personales revela
que nuestra experiencia de vivir y caminar con el Señor es mayormente
«de oídas». Necesitamos ilustrar los principios de la vida espiritual
tomando el testimonio de otros porque nosotros no hemos visto de qué
manera operan esas verdades en nuestra propia vida.
Esta es la razón por la que el consejo de Saúl al joven David suena
tan hueco. «¡Qué el Señor esté contigo!», le dijo el rey quien no se
animó a creer que el Señor también lo podía acompañar a él para
enfrentar a Goliat. Si creía que Dios podía estar con David, ¿por qué no
se apropió de esa convicción para su propia vida?
La verdad es que resulta mucho más fácil animar a otros a vivir
confiados en el Señor que vivir nosotros mismos aferrados a la
convicción de que él está con nosotros. Cuando nuestra espiritualidad
consiste mayormente en frases para los demás, pasamos a ser
espectadores del obrar de Dios. Nuestra vocación, sin embargo, es la de
vivir intensamente todo lo que Dios tiene preparado para nosotros. ¡No
nos perdamos ninguna de sus aventuras!
CITA
«Haz todo el bien que puedas, de todas las formas posibles, a todas las
personas que puedas, en todos los lugares posibles y en todos los
momentos que puedas, durante todos los años que te sean concedidos».
Charles Wesley
MAYO
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1 DE MAYO
Armadura prestada
Después Saúl le dio a David su propia armadura: un casco de bronce y
una cota de malla. David se los puso, se ciñó la espada y probó dar
unos pasos porque nunca antes se había vestido con algo semejante.
«No puedo andar con todo esto» le dijo a Saúl. «No estoy
acostumbrado a usarlo». 1 Samuel 17.38-39
En el devocional de ayer vimos como Saúl intentó animar el corazón de
David con una frase que tenía poco peso, porque esas palabras no
reflejaban la experiencia de su propia vida.
Quizás un sentimiento de culpa, por no haber dado el ejemplo como
rey, lo movió a Saúl a ver de qué manera podía ayudar a David a salir
bien preparado para la batalla. Seguía convencido de que la balanza
estaba fuertemente inclinada hacia el lado de Goliat. Buscó, entonces, la
forma de darle a David alguna ventaja adicional, aunque fuera mínima.
Movido por este deseo, decidió prestarle su armadura, aquella que le
había servido muy bien en incontables batallas al frente de las tropas
israelitas. David, sumiso a los deseos del rey, se puso el equipamiento e
intentó dar unos pasos con él, pero le resultó imposible. La armadura,
pesada y grande, entorpecía sus movimientos.
El resultado de este experimento era predecible. La armadura era de
Saúl, no de David. Si Dios iba a usar a David para derrotar al gigante de
Gat, lo iba a hacer siendo David lo que era. No necesitaba de alguien
que imitara a Saúl, sino de una persona que, con las características
especiales que poseía, se atrevíera a confiar plenamente en el Señor.
El principio es importante porque es muy tentador transitar por la vida
imitando a los demás. De hecho, la iglesia sufre la presencia de muchos
imitadores, personas que pretenden ser lo que no son. Las frases de un
líder de alabanza, por ejemplo, no son propias, sino las de un músico de
renombre que es conocido en el ambiente evangélico. El proyecto del
pastor no es el fruto de su esfuerzo por entender lo que Dios quiere
hacer con la congregación, sino el método importado de alguna mega
iglesia. Los gestos de un predicador no son propios, sino los
movimientos de un famoso evangelista.
No nos beneficiamos, en el cuerpo de Cristo, cuando los miembros
nos estamos esforzando por ser lo que no somos. Cada uno de nosotros
encarnamos una combinación única de experiencias, características y
capacidades que son irrepetibles. El Señor no se equivocó al hacernos
de la forma en que nos hizo. Poseemos todo lo necesario para cumplir el
llamado que él ha puesto sobre nuestros hombros. Solamente podremos
responder a ese llamado cuando estemos convencidos de que no
necesitamos ser otra persona que la que somos. Las bendiciones más
maravillosas fluyen cuando honramos la genuina identidad con la que
fuimos creados. El camino por delante requiere que usemos nuestra
propia armadura.
ORACIÓN
Señor, quiero darte gracias por haberme hecho tal cual soy. Perdona las
veces en las que he despreciado mi propia persona, pues de alguna
manera he ridiculizado la obra de tus propias manos. Quiero ser un
instrumento útil en tus manos, Señor, con las capacidades, los dones y
las características particulares que tú me has dado. Me ofrezco a ti, tal
cual soy.
2 DE MAYO
Cinco piedras
Tomó cinco piedras lisas de un arroyo y las metió en su bolsa de
pastor. Luego, armado únicamente con su vara de pastor y su honda,
comenzó a cruzar el valle para luchar contra el filisteo. 1 Samuel
17.40
David intentó vestirse con la armadura de Saúl, pero le resultó
demasiado pesada y torpe como para usarla en una situación de
combate. Descartó la opción de intentar salir a la batalla vestido como
otro hombre. Saldría como David porque se sentía cómodo siendo la
persona que había sido toda su vida.
La armadura de Saúl incluía las armas que usualmente se usaban en
combate: una espada, un escudo y una lanza. David, sin embargo, no
tenía experiencia en el uso de estas armas, pues nunca había formado
parte del ejército del rey. Cuando descartó la armadura de Saúl, también
decidió desechar las armas que le ofrecía. Bajó al arroyo y escogió cinco
piedras lisas para disparar con su honda.
La consternación debe haberse apoderado de muchos de los que
observaban al joven. Poseídos del mismo escepticismo que el rey Saúl,
no podían evitar la sensación de que esta historia iba de mal en peor.
David no solamente carecía de la experiencia básica que le habría
ofrecido ventajas mínimas para el combate, sino que ahora escogía
armas más apropiadas para un pasatiempo que para la guerra.
La elección de David es coherente con su decisión de no usar la
armadura de Saúl. Él entendía que no podía ser otra persona que la que
era. Y junto a esta convicción, también creía que si Dios lo iba a usar
debería ser con las capacidades que poseía. Su especialidad era el uso
de la honda. Muchas veces le había sido útil en el trabajo de defender a
sus animales. Ahora la iba a emplear para derrotar a Goliat.
Del mismo modo que el Señor no nos llama a vivir imitando a nadie,
también nos anima a creer que podemos serle útiles con los dones que
él nos ha dado. Este punto, fácil de entender, no es tan sencillo de
aceptar en la vida real. Cuando Dios llamó a Moisés para representarlo
ante el faraón, el pastor de Madián miró sus propias capacidades y dudó
de la sabiduría de la propuesta. Él definitivamente no era el hombre
adecuado para cumplir con esa misión. De alguna manera insinuaba que
a Dios se le había escapado tomar nota de las limitaciones que padecía.
Entiendo, sin embargo, que Dios lo llamó precisamente por las
características que tenía. Si no hubiera sido el hombre ideal para aquella
misión, el Señor habría llamado a otro. Pero lo llamó conociendo bien
quién era y cuáles eran las capacidades que poseía.
Cuando Dios llama, también capacita. Todo lo que necesitamos para
el camino por delante ya lo hemos recibido. Quizás no seamos
conscientes de la riqueza que poseemos, pero el Señor sí la conoce. No
se ha equivocado. Nuestra vida, con los dones que nos ha dado, es
exactamente lo que él está buscando para hacer avanzar su reino en el
lugar donde nos ha puesto.
REFERENCIA
«Entonces el SEÑOR lo miró [a Gedeón] y le dijo: “Ve tú con la fuerza
que tienes y rescata a Israel de los madianitas. ¡Yo soy quien te envía!”».
Jueces 6.14
3 DE MAYO
Error de cálculo
Goliat caminaba hacia David con su escudero delante de él, mirando
con desdén al muchacho de mejillas sonrosadas. «¿Soy acaso un
perro» le rugió a David «para que vengas contra mí con un palo?». Y
maldijo a David en nombre de sus dioses. «¡Ven aquí, y les daré tu
carne a las aves y a los animales salvajes!» gritó Goliat. 1 Samuel
17.41-44
David había intentado vestir la armadura de Saúl, pero le resultó
demasiado incómoda para gozar de la libertad de movimiento que exigía
el enfrentamiento con Goliat. Armado solamente con su vara y su honda,
se acercó al gigante, dispuesto a librar batalla en el nombre del Señor.
No es difícil imaginar la indignada furia con la que el gigante de Gat lo
contempló. Durante cuarenta días había desafiado a los escuadrones de
Saúl. Rugía por un adversario digno de sus habilidades para el combate.
La falta de respuesta por parte de los israelitas debe haber alimentado
peligrosamente su sensación de ser invencible. Ahora, sin embargo, se
sentía genuinamente insultado. ¿Lo mejor que podían ofrecer era este
muchacho de mejillas sonrosadas? ¡No parecía tener siquiera edad para
afeitarse! Goliat expresó su indignación con los más groseros insultos,
asegurando que convertiría la vida del joven en alimento para los
animales de carroña.
Ya hemos considerado la forma en que Saúl intentó disuadir a David,
convencido de que este no tenía posibilidad alguna de salir airoso del
combate. Aquí, sin embargo, nos encontramos frente a la persona que
va a pelar contra David, el mismo Goliat. Y este comete el error más
básico de un enfrentamiento entre dos personas: subestima la amenaza
que representa su rival. El exceso de confianza lo lleva a creer que lo
que tiene por delante no es más que un sencillo «trámite».
No puedo dejar de pensar en los tres discípulos dormidos mientras
Jesús agonizaba en Getsemaní. El Mesías sabía bien a quién se
enfrentaba. Los discípulos, debilitados por el cansancio, no entendían la
magnitud de la confrontación que sucedía a escasos metros de donde
ellos dormitaban. Cuando Jesús los descubrió, no dudó en advertirles:
«Velen y oren para que no cedan ante la tentación, porque el espíritu
está dispuesto, pero el cuerpo es débil» (Mateo 26.41).
Pedro describe al enemigo «como un león rugiente, buscando a
quién devorar» (1 Pedro 5.8). Quien ha visto a un león en su hábitat
natural sabe que no se trata de un animal ansioso por recibir nuestras
caricias. Al contrario, su sola presencia inspira temor y respeto.
Del mismo modo, constituye un grosero error subestimar las
artimañas del enemigo de nuestras almas. Se nos ha llamado a estar
atentos, «para que Satanás no se aproveche de nosotros. Pues ya
conocemos sus maquinaciones malignas» (2 Corintios 2.11). Aunque ya
ha sido derrotado, sigue activo en el mundo y la cultura que nos rodea,
buscando siempre socavar el fundamento de nuestra esperanza.
Velemos y oremos, para no ceder ante la tentación.
CITA
«Nunca subestimes el problema al que te enfrentas ni subestimes tus
capacidades de resolverlo». Robert Schuller
4 DE MAYO
Batalla del Señor
Todos los que están aquí reunidos sabrán que el SEÑOR rescata a su
pueblo, pero no con espada ni con lanza. ¡Esta es la batalla
del SEÑOR, y los entregará a ustedes en nuestras manos! 1 Samuel
17.47
El ejército de Saúl se mantuvo paralizado durante cuarenta días frente al
desafío que les proponía el gigante de Gat. Convencidos de que no
había entre ellos un hombre en condiciones de hacerle frente, cayeron
presos del miedo y de la inacción. David, sin embargo, se atrevió a
responder a la afrenta que significaban las descaradas amenazas de
Goliat.
En primer lugar, quisiera volver a señalar que el temor de los
israelitas no radicaba en la imponente estatura de Goliat. Su miedo nacía
de la convicción de que quien saliera a hacerle frente contaba solamente
con sus propios recursos. David, en cambio, había puesto su confianza
en el Dios que había derrotado a incontables enemigos de Israel a lo
largo de su historia como nación. «Tú vienes a mí con espada, lanza y
jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del SEÑOR de los ejércitos» (v.
45, NBLH).
En segundo lugar, observamos que David había identificado la
verdadera naturaleza de la amenaza de Goliat. No había desafiado a
Saúl ni a sus hombres, sino al Dios de los escuadrones de Israel. Este
agravio sacaba el conflicto del plano netamente humano y lo ubicaba en
un marco claramente espiritual. Las fuerzas de maldad se habían
levantado contra todo lo justo, lo recto y lo bueno que representaba el
reino de Dios. En este contexto resultaba imposible ignorar los insultos
de Goliat.
Lo tercero que notamos es que David entendía perfectamente cuál
era su parte en esta batalla y cuál la parte que le correspondía al Señor.
«El SEÑOR te entregará hoy en mis manos, y yo te derribaré y te cortaré
la cabeza» (v. 46, NBLH). Dios iba a darle la victoria, de la misma
manera que sacó a Israel de Egipto, que destruyó a Jericó y que echó a
los madianitas de delante de Gedeón. El Señor le daba participación a
David en esta victoria, otorgándole el privilegio de cortarle la cabeza al
filisteo. El joven pastor, sin embargo, sabía bien quién era el que decidía
el desenlace del conflicto.
Lo último que observamos en las palabras de David es la motivación
que lo mueve a enfrentarse a Goliat. El deseo más profundo de su
corazón no consiste en cosechar gloria y honor para sí mismo. Su
anhelo consiste en infundir en otros el mismo temor reverente hacia la
persona de Dios que caracteriza su propia relación con el Altísimo.
Busca borrar la vergüenza de un ejército que no se había animado a
representar correctamente al Señor ante las naciones que lo rodeaban.
La victoria que Dios iba a otorgarle, como todas las obras que él realiza,
serviría como testimonio «para que toda la tierra sepa que hay Dios en
Israel» (v. 46, NBLH).
INSPIRACIÓN
«Él hace mis pies como de ciervas, Y me afirma en mis alturas. Él
adiestra mis manos para la batalla, Y mis brazos para tensar el arco de
bronce. Tú me has dado también el escudo de Tu salvación; Tu diestra
me sostiene, Y Tu benevolencia me engrandece». Salmo 18.33-35 NBLH
5 DE MAYO
Matar al gigante
Entonces David corrió y se puso sobre el Filisteo, tomó su espada, la
sacó de la vaina y lo mató, cortándole la cabeza con ella. 1 Samuel
17.51 NBLH
La dramática confrontación entre David y Goliat echa por tierra el
escepticismo de Saúl, la ira de Eliab y el miedo de los más
experimentados guerreros de Israel. Con un solo tiro, certero y punzante,
David logró que el gigante se derrumbara estrepitosamente sobre el
suelo. Atónitos, los israelitas no podían creer que el hombre que les quitó
el sueño durante cuarenta días había caído tan fácilmente.
Mientras el gigante yacía en el suelo, aturdido por la pedrada en su
frente, David aprovechó el momento para cortarle la cabeza. De esta
manera, le puso fin a la vida de Goliat. Su proceder nos recuerda que no
basta con neutralizar, momentáneamente, a los enemigos que nos
acechan. Debemos completar la tarea derrotándolos definitivamente.
Esta fue la consigna que Moisés le dio al pueblo cuando entraron en
la Tierra Prometida: «Cuando el SEÑOR tu Dios te haya introducido en la
tierra donde vas a entrar para poseerla y haya echado de delante de ti a
muchas naciones [...] y cuando el SEÑOR tu Dios los haya entregado
delante de ti, y los hayas derrotado, los destruirás por completo. No
harás alianza con ellos ni te apiadarás de ellos. No contraerás
matrimonio con ellos; no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás sus
hijas para tus hijos. Porque ellos apartarán a tus hijos de seguirme para
servir a otros dioses» (Deuteronomio 7.1-4, NBLH).
Las instrucciones, que parecen demasiado tajantes, no dejan lugar
para la convivencia pacífica con el enemigo. Solamente la destrucción
librará a Israel de su nefasta influencia. Del mismo modo, nosotros
somos llamados a destruir aquellos enemigos que representan una
amenaza a nuestra vocación de vivir en santidad. Cuando se carece de
la disciplina necesaria para poder mantenerse fuerte en medio de las
tentaciones, se necesitan respuestas más radicales.
Así también les enseñaba Jesús a los discípulos: «Si tu mano —
incluso tu mano más fuerte— te hace pecar, córtala y tírala. Es preferible
que pierdas una parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al
infierno» (Mateo 5.30, NTV). Si no logramos, por ejemplo, vencer al
monstruo de la pornografía, entonces debemos tomar pasos para
decapitarlo. Es mejor transitar por la vida sin computadora que pasarse
los días en inefectivas resoluciones que no logran mellar el hábito que
amenaza con destruir nuestra existencia.
Es por esto que Goliat no podía permanecer con vida. La amenaza
que representaba para Israel debía ser quitada de una vez y para
siempre. Así lo entendió David y por eso no se quedó satisfecho con
simplemente derribarlo.
Un compromiso radical con Cristo exige posturas extremistas.
Quienes estamos dispuestos a jugarnos enteramente por él seremos
también los que tendremos amplia participación en sus victorias más
resonantes.
CITA
«Todo cristiano debe ser tanto conservador como radical. Conservador
en lo que a guardar la fe se refiere y radical en lo que a vivir la fe se
refiere». John Stott
6 DE MAYO
No con espada
Así David triunfó sobre el filisteo con solo una honda y una piedra,
porque no tenía espada. 1 Samuel 17.50
La extraordinaria hazaña del joven pastor de ovejas, al derrotar al
gigante filisteo, ha inspirado a generaciones de fieles seguidores del
Señor. Contiene una gran riqueza de principios espirituales útiles para
todos aquellos que también han sido llamados a enfrentarse a sus
propios gigantes.
El historiador cierra el relato de la victoria obtenida con la conclusión
que contiene el texto de hoy. «Así David triunfó sobre el filisteo con solo
una honda y una piedra, porque no tenía espada». De esta forma, nos
invita a meditar en las características de esta batalla para que
alcancemos mayor comprensión de la manera en que Dios afianza sus
más notables conquistas.
El detalle de que David no tenía espada no deja lugar a dudas de que
esta batalla no se peleó con las armas que se usaban en las guerras
convencionales. La espada, la lanza y la jabalina formaban parte del
equipamiento que empleaban tanto los israelitas como los filisteos. Salir
a la guerra sin estos elementos constituía una verdadera locura. El joven
pastor de Belén, sin embargo, le hizo frente a Goliat con solamente una
honda y un cayado.
De esta manera, el Señor demuestra que él claramente no padece
las limitaciones que sufrimos los seres humanos. De hecho, la historia de
sus intervenciones revela que él se deleita en recorrer los caminos más
impensados a la hora de lograr sus propósitos. La derrota de Goliat
muestra cuán poca relevancia les da el Señor a las convenciones que
nosotros consideramos sagradas.
Los hombres formados y preparados para pelear contra Goliat no
quisieron asumir ese compromiso. Paralizados por el miedo, postergaron
una y otra vez la posibilidad de intervenir en la historia que se
desarrollaba delante de sus propios ojos. El Señor, sin embargo, se
había propuesto alcanzar sus objetivos; por lo cual simplemente levantó
a otro que, con su proceder, avergonzó a los que más sabían.
Observamos el mismo principio en la entrada triunfal de Cristo a
Jerusalén. Los fariseos, indignados por el recibimiento que le ofrendó la
gente, lo instaron a que los hiciera callar. Jesús no dudó en responder:
«Si ellos se callaran, las piedras a lo largo del camino se pondrían a
aclamar» (Lucas 19.40). Es decir, si las personas que debían adorarlo
como rey no lo hacían, entonces Dios levantaría adoradores de las
mismas rocas, si fuera necesario. El Mesías no se vería privado de la
adoración que le correspondía.
Así también ocurrió en la parábola de la fiesta de bodas. Los que
habían sido invitados no quisieron participar. Quizás lo prudente hubiera
sido cancelar la fiesta, pero el rey ordenó que salieran a la calle e
invitaran a todos los que se encontraban por el camino. La conclusión es
ineludible: la fiesta seguirá, estemos presentes o no.
REFLEXIÓN
David nos provee de inspiración porque poseía las mismas limitaciones
que nosotros. Esto no le impidió, sin embargo, seguir al Señor con un
atrevimiento que convertía en ridículas las muchas habilidades de los
que estaban mejor equipados. Las grandes conquistas en el reino de
Dios no son de los capaces, sino de los osados.
7 DE MAYO
Repercusiones
Esto hizo que Saúl se enojara mucho. «¿Qué es esto? —dijo—. Le
dan crédito a David por diez miles y a mí solamente por miles. ¡Solo
falta que lo hagan su rey!». Desde ese momento Saúl miró con recelo
a David. 1 Samuel 18.8-9
La increíble derrota de Goliat a manos de David significó una gran
victoria para Israel. Cuando regresaron de vencer a los filisteos «mujeres
de todas las ciudades de Israel salieron para recibir al rey Saúl. Cantaron
y danzaron de alegría con panderetas y címbalos. Este era su canto:
“Saúl mató a sus miles, ¡y David, a sus diez miles!”» (vv. 6-7). El hijo de
Isaí efectivamente se había convertido en el hombre más celebrado en
Israel.
Sin darse cuenta, David mostró, con su comportamiento, el camino
que podría haber recorrido Saúl si hubiera confiado en el Señor. Su
buena actuación en el campo de batalla podría haberle servido al rey
para que este revisara su propia vida y, quizás, buscara a Dios con una
actitud de humildad.
Tristemente, Saúl nunca dio indicios de poseer esta clase de
grandeza espiritual. Solamente aquellos que poseen certeza acerca de
su identidad y se saben amados por Dios se atreven a ser enseñados
por personas que, en teoría, deberían ellos estar formando. Un líder
generoso habría disfrutado del reconocimiento que le daba el pueblo a
uno de los suyos. Saúl, sin embargo, se llenó de furia y miró a David a
través de los distorsionados lentes de la envidia.
El autor Eugene Peterson señala que la victoria de David significó
que debió sufrir por haber hecho lo bueno[10]. Es la clase de sufrimiento
que desconcierta porque no logramos identificar el motivo por el que
somos atacados. Cristo lo padeció, al exponer el sofocante legalismo de
las instituciones religiosas de su época. También advirtió que esta
experiencia acompañaría a sus discípulos. Por esto, muchos años más
tarde, Pedro animó a los que él había formado, diciendo: «Queridos
amigos, no se sorprendan de las pruebas de fuego por las que están
atravesando, como si algo extraño les sucediera. [...] Si los insultan
porque llevan el nombre de Cristo, serán bendecidos, porque el glorioso
Espíritu de Dios reposa sobre ustedes» (1 Pedro 4.12, 14).
Esta clase de sufrimiento es difícil de sobrellevar a menos que
veamos en él la mano segura del Alfarero, trabajando para darle a
nuestra vida un brillo sin igual.
David debió finalmente huir al desierto, porque el odio de Saúl se
había convertido en obsesión: eliminarlo a cualquier precio. En el
desierto, sin embargo, David afianzó su confianza en Dios y creció en
estatura, a pesar de los mejores esfuerzos de su enemigo por matarlo.
Con el tiempo, llegó a ser el rey que Israel tanto necesitaba, un hombre
que nunca cerró la puerta a que Dios siguiera tratando con su vida.
INVITACIÓN
No pierdas demasiado tiempo examinando tu vida en medio del
sufrimiento. Si tienes pecados que confesar, confiésalos; cuentas que
arreglar, arréglalas. Algunos sufrimientos, sin embargo, no revelan lo que
está mal en tu vida, sino el mal que padece quien te ataca. Habrás
neutralizado su maldad si logras convertir la situación en una
oportunidad para seguir creciendo.
8 DE MAYO
Atención necesaria
Cuídense a sí mismos y cuiden al pueblo de Dios. Alimenten y
pastoreen al rebaño de Dios —su iglesia, comprada con su propia
sangre— sobre quien el Espíritu Santo los ha designado ancianos.
Hechos 20.28
El paso de los años generalmente se ve acompañado por la aparición de
dolores y molestias y la disminución de las capacidades físicas. El
decaimiento de la salud generalmente nos provee el estímulo para
hacernos los chequeos médicos necesarios. Los profesionales de la
salud, a su vez, aconsejarán cierto régimen de cuidado para detener el
avance de los males que comienzan a asomar.
Lo que se puede hacer para frenar el avance de los años, sin
embargo, es limitado. Muchos de los problemas con los que luchamos
son el fruto de no haber cuidado adecuadamente el físico en el momento
en que debimos haberlo hecho. Los problemas de sobrepeso, los
dolores de columna o el colesterol elevado son el resultado de años de
descuido y abuso del cuerpo. Con el tiempo, la vida nos pasa factura por
la mala administración de los recursos que hemos practicado.
El mismo nivel de descuido puede descarrilar el desempeño del
ministerio. De hecho, una multitud de pastores y líderes ha sufrido la
interrupción de su trabajo por el intenso agotamiento físico, emocional y
espiritual. Durante años se entregaron a la obra como si sus recursos
fueran ilimitados, hasta que finalmente descubrieron que padecían las
mismas debilidades y restricciones que todas las personas, pero para
ese entonces el daño ya estaba hecho.
El apóstol Pablo desea evitar esa clase de situaciones cuando
exhorta a los ancianos de Éfeso a que se cuiden a sí mismos. La frase,
en el griego, es un llamado a prestar atención a lo que ocurre en la vida
de uno mismo, a no ignorar los síntomas que pueden alertarnos de que
algo no está bien. Es una invitación a examinarnos cuidadosamente para
detectar a tiempo aquellos males que podrían, finalmente, neutralizar el
trabajo que realizamos a favor del pueblo de Dios.
Resulta interesante observar que este llamado precede al de cuidar
al rebaño del Señor; y este orden no es al azar. Las personas en quienes
estamos invirtiendo dependen de nuestra salud espiritual del mismo
modo que los niños requieren padres saludables para crecer sanos.
Cuando los padres están incapacitados por alguna razón, la tarea de
acompañar a sus hijos se torna compleja y trabajosa.
El líder sabio es el que ha entendido un principio elemental en el
ministerio: invertir en nuestra propia vida es una de las formas en que
mejor invertimos en los demás. Cuidar nuestros propios recursos y velar
por la salud de nuestra relación con Dios es también velar por el
bienestar de las personas que Dios nos ha confiado. Las personas no se
benefician tanto por aquello que hacemos, como por lo que somos. Y lo
que somos requiere que prestemos cuidadosa atención a nuestra salud
física, mental, emocional y espiritual.
REFERENCIA
«Ten mucho cuidado de cómo vives y de lo que enseñas. Mantente firme
en lo que es correcto por el bien de tu propia salvación y la de quienes te
oyen». 1 Timoteo 4:16
9 DE MAYO
Lágrimas que hablan
Al acercarse a Jerusalén, Jesús vio la ciudad delante de él y comenzó
a llorar, diciendo: «¡Cómo quisiera que hoy tú, entre todos los pueblos,
entendieras el camino de la paz!». Lucas 19.41-42
El profeta Isaías dice de Cristo, en su cuarto canto mesiánico, que era un
«varón de dolores y experimentado en aflicción» (Isaías 53.3, NBLH).
Solemos asociar esta profunda angustia con el desprecio, la
incomprensión y la persecución que lo acompañaron durante gran parte
de su ministerio público. De hecho, el contexto del pasaje de Isaías se
refiere, precisamente, a la violenta oposición de la que sería objeto.
El texto de hoy nos permite ver que Jesús experimentó una clase de
dolor que se relaciona íntimamente con su vocación pastoral. Esta
angustia es el resultado de percibir la desesperante condición de los que
más necesidad tienen, y no poder hacer nada al respecto.
Cuando el Señor se acercó a Jerusalén, camino hacia la cruz, la miró
desde uno de los montes que la rodea. En esa mirada vio mucho más
que casas, edificios, plazas y calles. Vio más que la gente que se movía
de un lado para otro en el desempeño de sus actividades cotidianas.
Percibió, en lo profundo de su corazón, el destino que le esperaba a la
ciudad santa, un destino que deparaba sufrimiento, muerte y, finalmente,
destrucción. La población de la ciudad, sin embargo, ignoraba por
completo el cataclismo que venía sobre ella.
El corazón de Jesús se quebrantó porque deseaba, con todo su ser,
evitarle a su pueblo este trago amargo. Había trabajado de manera
incansable para que conocieran la verdad y, a la luz de esa revelación,
se arrepintieran de su obstinada rebeldía. Jerusalén, sin embargo, no
supo reconocer el día en que fue visitada por el mismo Señor (Lucas
19.44). El pastor de Israel estuvo en medio de ellos y no lo percibieron.
Las lágrimas del Señor nos permiten ver la profundidad de su amor,
la tierna manifestación de un corazón que agonizaba por el dolor y la
ceguera de quienes no tenían consciencia del verdadero estado de su
vida. Es la misma aflicción que padeció el apóstol Pablo cuando
relaciona su esfuerzo por formar a Cristo en los demás con dolores de
parto (Gálatas 4.19). En su carta a los corintios confesaba: «está sobre
mí la presión cotidiana de la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién
es débil sin que yo sea débil? ¿A quién se le hace pecar sin que yo no
me preocupe intensamente?» (2 Corintios 11.28-29, NBLH).
Ese corazón tierno, compasivo, sufrido y amoroso de Cristo sigue
latiendo hoy. No logra mantenerse indiferente a nuestras luchas, dolores
y frustraciones. Sus lágrimas lo impulsan a interceder perpetuamente,
delante del Padre, por nuestras necesidades. Su anhelo de vernos
disfrutando de la vida plena que Dios ofrece a todos los que se acercan
a él lo impulsa, literalmente, a mover cielo y tierra a nuestro favor. Su
vocación pastoral no cesará hasta que haya completado la obra que
comenzó el día que se cruzó por nuestro camino.
CITA
«Las lágrimas que se derraman por uno mismo son una señal de
debilidad. Las lágrimas que se derraman por otros son una señal de
fortaleza». Billy Graham
10 DE MAYO
El Señor reina
¡El SEÑOR reina, estremézcanse los pueblos! Salmo 99.1 NBLH
A veces subo a una plataforma, para compartir la Palabra, y suelo
comenzar con esta declaración: «El Señor reina». Resulta interesante
observar los rostros de quienes están sentados en la congregación. En
muchas reuniones la frase no despierta ninguna clase de respuesta. La
gente se queda mirando, como quien escucha un insignificante titular de
las noticas: «Nuevos conflictos en Siria», «Cambio de gabinete del
primer ministro francés» o «Japón retoma la caza de ballenas».
Son frases que no nos conmueven porque representan realidades tan
alejadas de nuestro entorno cotidiano que nos dejan completamente
indiferentes. Que Japón decida seguir matando ballenas, por ejemplo,
nos tiene sin cuidado porque nuestras preocupaciones son otras. ¿Qué
injerencia puede tener sobre nuestra vida el hecho de que el primer
ministro de Francia haya cambiado de gabinete? Ninguna. Por esto, no
mostramos ninguna clase de reacción.
Cuando esta indiferencia también se manifiesta frente a la frase «El
Señor reina», nos dice mucho acerca de nuestra experiencia cotidiana
de la soberanía de Dios. La reacción pareciera indicar que la frase
tampoco se relaciona mucho con nuestra existencia, repleta de desafíos,
dificultades y frustraciones.
Para el salmista, sin embargo, el silencio y la indiferencia no son
aceptables. Espera que los pueblos tiemblen ante esta realidad, que las
naciones se estremezcan al considerar que Dios está por encima de
todos los movimientos, las estrategias, las proyecciones y las iniciativas
de los hombres. Y la expectativa del poeta no se limita a este salmo. En
el Salmo 93 espera que los torrentes alcen su voz ante esta verdad (v.
3). En el Salmo 96 ordena que la frase se diga entre las naciones (v. 10).
En el 97 exhorta a la tierra a regocijarse (v. 1).
Entiendo, por estas reacciones, que es necesario comprender las
implicancias de esta declaración. Necesitamos encontrar la forma de
entender lo que implica el reino soberano de Dios sobre todas las cosas.
Podemos lograr este objetivo si sustituimos el verbo «reina» por otros
sinónimos de la acción de Dios. En lugar de «reina», podríamos declarar
que el Señor controla, gobierna, crea, ordena, dirige, provee, protege,
satisface, actúa, interviene, cubre, redime, salva, consuela, sana,
levanta, bendice.
Cuando meditamos en esta lista de acciones, comenzamos a
entender por qué el salmista cree que la tierra debe estremecerse frente
a la frase «El Señor reina». Es una declaración de la magnífica
soberanía del Todopoderoso, un testimonio de su absoluta autoridad
sobre todas las cosas, un reflejo de que el imperio, la majestad, el
dominio, la gloria y el señorío son suyos, por los siglos de los siglos. No
existe institución humana que lo pueda destronar. No ha nacido el
hombre que pueda hacer descarrilar sus planes. No existe un problema
tan complejo que él no pueda resolverlo. No se ha manifestado una
situación que él no pueda revertir.
INVITACIÓN
¡El Señor reina! Bendito sea su nombre, desde ahora y para siempre.
Adorémoslo en la hermosura de su santidad. Postrémonos ante el trono
de su majestad.
11 DE MAYO
Precioso amor
¡Cuán preciosa es, oh Dios, Tu misericordia! Por eso los hijos de los
hombres se refugian a la sombra de Tus alas. Se sacian de la
abundancia de Tu casa, Y les das a beber del río de Tus delicias.
Salmo 36.7-8 NBLH
El amor de Dios conmueve el corazón del salmista. Asombrado, declara
que es precioso. Escoge una palabra en hebreo que significa: algo de
excepcional belleza por ser poco común entre los hombres, como un
diamante rojo, la más rara y cara de todas las piedras preciosas. Esta
clase de amor deslumbra porque escasea tanto en nuestro entorno.
Lo que maravilla al salmista es que el amor de Dios posea esta
cualidad: es inagotable. Tal como lo comunica la imagen que emplea del
río, podemos beber de ese amor de Dios y nunca lograremos vaciar las
aguas del torrente. Desconocemos el origen de tanta agua, pero
podemos ver que el río fluye por su cauce día tras día, semana tras
semana y año tras año. Del mismo modo, el amor de Dios fluye sin
interrupción de su trono de gracia hacia todos los hombres. Nunca
disminuye ni se seca el abundante caudal de su bondad.
El amor de Dios se convierte en inagotable porque se construye
sobre la fidelidad y el compromiso del Señor hacia nosotros. No
contempla méritos, virtudes, esfuerzos realizados, cantidad de tiempo
invertido ni el retorno recibido por la inversión. Está sellado por el
compromiso que él mismo ha asumido, tal como se lo anunció a
Abraham: «Yo confirmaré mi pacto contigo y con tus descendientes
después de ti, de generación en generación. Este es el pacto eterno: yo
siempre seré tu Dios y el Dios de todos tus descendientes» (Génesis
17.7, NTV).
Ante semejante tesoro espiritual, los hombres nos sentimos
impulsados a acudir a su presencia. Esa experiencia es altamente
beneficiosa para nuestro espíritu; realidad que el salmista capta en tres
analogías.
La primera: es como encontrar un refugio donde ampararnos de las
inclemencias de la vida. La sombra de su presencia trae quietud,
frescura y protección a nuestro corazón atribulado. No debemos perder
de vista, sin embargo, que solamente gozamos de este socorro cuando
optamos por correr a él.
La segunda: él nos alimenta de la abundancia de su propia casa. La
frase se refiere a disfrutar de una comida especialmente elaborada,
poseedora de excepcionales sabores y aromas. Se trata de la clase de
banquete preparado para agasajar a un huésped distinguido. Comer de
manera tan exuberante nos deja con una maravillosa sensación de
saciedad.
Y la última: la abundancia de la mesa se acompaña bebiendo del río
de sus delicias. La imagen recuerda el río que salía de la tierra del Edén
y regaba el huerto (Génesis 2.10). Sus delicias sacian nuestros anhelos
más profundos, y llenan el corazón de riquezas que no pueden ser
obtenidas por ningún otro camino.
¡Cuán precioso es tu amor inagotable, oh Dios!
INSPIRACIÓN
El SEÑOR pasó por delante de Moisés proclamando: «¡Yahveh! ¡El
SEÑOR! ¡El Dios de compasión y misericordia! Soy lento para enojarme
y estoy lleno de amor inagotable y fidelidad. Yo derramo amor inagotable
a mil generaciones». Éxodo 34.6-7 NTV
12 DE MAYO
Enigmático pedido
Y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para
que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios. Efesios
3.19 NBLH
Pablo dobla las rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo para
elevar peticiones a favor de la iglesia en Éfeso. La riqueza y la sabiduría
de sus oraciones merecen nuestra más cuidadosa atención.
Observamos en ellas una claridad que contrasta con los vagos y
restringidos pedidos que solemos ofrecer nosotros.
En el texto de hoy, sin embargo, Pablo efectúa una declaración que
claramente parece contradecir el pedido que eleva a favor de la iglesia.
Su oración es que los discípulos del Señor puedan conocer el amor de
Cristo, pero a la vez siente la necesidad de aclarar que conocer este
amor está fuera del alcance del conocimiento humano. ¿Cómo se puede
entender que le pida al Señor que conceda aquello que trasciende las
capacidades de incluso los más iluminados hijos de Dios?
Es necesario señalar, en primer lugar, que la clase de conocimiento a
la que aspira Pablo no se refiere a la acumulación de información que
normalmente asociamos con el conocimiento. Cuando afirmamos que
alguien es una persona «con mucho conocimiento» acerca de un tema,
nos referimos a que ha realizado un profundo estudio de dicho asunto. El
concepto que maneja el apóstol, sin embargo, se refiere al conocimiento
que es fruto de la experiencia. Es la clase de revelación que lo llevó a
Job a exclamar, luego de sus alocadas discusiones con el Creador:
«Hasta ahora solo había oído de ti, pero ahora te he visto con mis
propios ojos» (42.5, NTV).
Por otro lado, debemos recordar que el amor de Dios,
incomprensiblemente misterioso, constituye uno de los aspectos de su
persona que es más difícil de comprender. Su amor excede
completamente a todos los perversos sistemas de mérito y recompensa
que tanto limitan nuestras propias experiencias de amor. El amor de Dios
es espléndidamente acogedor, exageradamente perseverante,
excesivamente abundante, absurdamente generoso. Una y otra vez
tropezamos frente a sus alocadas expresiones de amor porque
intentamos entenderlas dentro de las limitaciones de nuestra propia
cultura egoísta y utilitaria.
Es por esto que la oración del apóstol constituye un pedido para que
nos afiancemos en un viaje de exploración que tiene principio, pero no
tiene fin. Al igual que el mismo Pablo, podremos llegar al ocaso de la
vida con la misma firmeza de propósito que poseíamos en nuestros
primeros años en Cristo. A pesar del vasto tesoro de conocimiento que
poseía Pablo, escribía: «No quiero decir que ya haya logrado estas
cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de
hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me
hizo suyo» (Filipenses 3.12, NTV).
REFLEXIÓN
«Lo más importante que produce la oración es la experiencia de ser
amados por Dios. Es como sumergirse en una tina de agua caliente y
dejar que el amor de Dios nos rodee y nos cubra. Orar es como tomar el
sol. Cuando uno pasa mucho tiempo en el sol, la gente lo nota».
Brennan Manning[11]
13 DE MAYO
Postrado en tierra
Job se levantó y rasgó su vestido en señal de dolor; después se rasuró
la cabeza y se postró en el suelo para adorar. Job 1.20
Una de las imágenes más estremecedoras que nos ofrecen las
Escrituras es la de Job postrado en tierra, exclamando: «Bendito sea el
nombre del SEÑOR» (v. 21, NBLH). La figura rendida nos recuerda otras
escenas similares en los relatos bíblicos: la de Isaías ante el trono de
Dios, la de los magos ante el pequeño Jesús, la del siervo injusto ante el
rey, la del ciego ante el Hijo del Hombre o la de Juan ante Aquel que vive
por los siglos de los siglos. Podría también referirse a un momento en la
vida de cualquiera de los miles de héroes de la fe que han adornado, con
su santidad, la historia del pueblo de Dios.
Lo que le añade un dramatismo sin igual a esta escena no es el acto
en sí, sino el contexto que rodea esta expresión de adoración.
En el lapso de un solo día, una violenta confabulación de eventos
arrasó con todo lo que Job conocía —riquezas, comodidades, familia y
prestigio— y convirtió su mundo en un desierto amargo, vacío y
desolado. Los saqueadores arrasaron con sus bueyes y mataron a filo
de espada a sus criados. Cayó fuego del cielo y consumió sus ovejas,
junto a los pastores que las cuidaban. Los caldeos atacaron y se llevaron
sus camellos, y asesinaron también a los criados. Un viento huracanado
volteó la casa en la que estaban sus hijos e hijas y, cayendo sobre ellos,
les quitó la vida.
¿Cómo puede un hombre soportar semejante devastación sin caer en
la demencia absoluta? Imaginamos que la agonía y el desconsuelo lo
hundieron en un tormento que lo dejó desorientado, incapacitado aun
para las tareas más sencillas de la vida cotidiana.
El relato suma sorpresas. Job, desgarrado por la calamidad, declara:
«Desnudo salí del vientre de mi madre Y desnudo volveré allá. El
SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; Bendito sea el nombre del SEÑOR»
(1.21, NBLH).
Confieso que el hombre «postrado en tierra» me produce
incomodidad. Nuestra espiritualidad, restringida a horarios y lugares
específicos, no nos prepara para esta escena. ¿Acaso no son
necesarios músicos y una persona que dirija para que podamos
«adorar»?
Nuestro desconcierto con Job crece cuando recordamos cuán a
menudo nos quejamos por las injusticias de la vida —siempre que se
refieran a nuestra vida, claro está—, y con cuánta facilidad convertimos
cada contratiempo y dificultad en una oportunidad para reclamarle a Dios
una existencia más benigna.
La imagen de Job postrado en tierra nos recuerda que el corazón de
la adoración consiste en la entrega, en el rendirse ante uno quien es
infinitamente mayor que nosotros. Adorar es inclinarse ante la majestad
en lo alto, sin meditar en lo propicio o lo favorable de las circunstancias.
Job nos muestra que siempre es un buen momento para postrarse en la
presencia de Dios.
CITA
«Los momentos en que Dios aparentemente nos ha abandonado son los
mejores para que nosotros nos abandonemos en las manos del Señor».
François Fénelon[12]
14 DE MAYO
Hacer silencio
Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches
sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy
grande. Job 2.13 NBLH
Una terrible calamidad golpeó, en lo más profundo de su ser, la vida de
Job. Poco tiempo después recibió la visita de tres amigos, quienes se
sentaron con él en medio de su congoja.
Imitemos a estos tres y acerquémonos al patriarca con reverencia.
Estamos en presencia de un santo. Si guardamos silencio, es posible
que el Espíritu descubra, ante nuestros ojos, el secreto de la devoción de
Job.
¿Por qué está postrado en tierra Job? Es un gesto que no tiene lugar
en nuestro mundo. Las reverencias, la cortesía, inclinar la cabeza o
levantar el sombrero pertenecen a una época anticuada, pasada de
moda. La nueva cultura exige que trabajemos más en exigir que nos
respeten que en tratar con respeto a los que comparten con nosotros la
vida. En los tiempos de Job, sin embargo, postrarse era una señal
fácilmente reconocible como un acto de reverencia. Quienes lo
observaban no guardaban dudas acerca de quién era el que recibía el
honor y quiénes los que lo ofrecían.
Job, postrado en tierra, no deja duda alguna acerca de quién es Dios
y quién es el ser creado. Echado en el suelo, proclama, para todos los
que lo observan, que se encuentra en una posición de completa
vulnerabilidad, de extrema fragilidad. Solamente la buena voluntad del
Soberano podrá salvarlo de una muerte segura. No patalea ni reclama.
No demanda ni exige. Entiende que no posee derechos, y por eso está
rendido ante otro quien es infinitamente mayor que él.
Entiendo que Job no se postra solo. Trae consigo la multitud de
preguntas que azotan su mente, y que lo acosan con una furia inusitada:
«¿Cómo pudo ocurrir esto? ¿Qué he hecho para merecer semejante
injusticia? ¿Por qué Dios ha permitido que me golpeara la catástrofe?
¿Por qué no me quitó también a mí la vida?». Estas interpelaciones
atormentan, porque el desconcierto que provoca un mundo que
creíamos entender es aún más doloroso que la crisis que vivimos.
Job rinde ante el Soberano el más profundo anhelo del ser humano:
la necesidad de obtener una respuesta ante el atroz sufrimiento que nos
provoca el vivir en un mundo caído. Entiende que entre su humanidad y
el alto existe un insondable misterio que ningún hombre puede penetrar.
Los caminos del Soberano no son sus caminos; ni los pensamientos del
Soberano son los pensamientos del postrado patriarca. Percibe que las
respuestas no servirán para calmar su dolor; más bien darán lugar a
nuevas y tortuosas interrogantes. Prefiere no transitar por este camino,
porque el consuelo que busca no es racional, sino espiritual.
Rendirse no es negar la existencia del dolor. Es buscar la forma de
canalizar el sufrimiento hacia el trono de gracia. Significa que seguimos
comprometidos a permanecer bajo sujeción, aun cuando nuestras
emociones han sido saqueadas por la tragedia.
DECLARACIÓN
«Que todo mi ser espere en silencio delante de Dios, porque en él está
mi esperanza. Solo él es mi roca y mi salvación, mi fortaleza donde no
seré sacudido». Salmo 62.5-6 NTV
15 DE MAYO
Bendito sea
Desnudo salí del vientre de mi madre Y desnudo volveré allá. El
SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; Bendito sea el nombre del SEÑOR.
Job 1.21 NBLH
¿Cuál es la convicción que le permite a Job, inmerso en la tragedia,
efectuar semejante declaración? No contabiliza la catástrofe como
pérdida porque nada de lo que poseía era suyo. Reconoce su verdadera
condición en la tierra, la de un peregrino que vive de prestado. Sus
bueyes, sus ovejas y sus camellos eran prestados. Sus criados eran
prestados. Aun sus hijos e hijas eran prestados. Llegó al mundo sin nada
y así se irá de él. Todo lo que logre disfrutar, en ese espacio intermedio
entra la vida y la muerte, es pura dádiva celestial.
Mas Job percibe algo más profundo. La figura más triste en este
mundo es la persona que gasta su «dinero en lo que no es pan, Y su
salario en lo que no sacia» (Isaías 55.2, NBLH). No perdió nada porque
lo único que alguna vez había poseído es aquello que le fue dado: la
vida misma. Esta convicción, en su expresión más pura y absoluta, es lo
que resulta cuando vivimos conectados con el Eterno. Lo podemos
perder todo y, aun así, conservar la vida. Ni siquiera pasar de este
mundo al venidero puede quitarnos esta riqueza. Job sabe que todo lo
demás —patrimonios, comodidades, familia y prestigio— pasará, mas lo
eterno perdurará para siempre.
En una cultura obsesionada con la búsqueda del placer y la
realización personal, las palabras de Job suenan a blasfemia. Nos
preocupan su autoestima, la negación en la que quizás se haya
sumergido, las secuelas emocionales y psicológicas que puedan resultar
de semejante catástrofe. Job, sin embargo, declara: «Bendito sea el
nombre del Señor».
La raíz de la palabra «bendecir» es «arrodillarse». Es decir, Job no
solamente se postra con su cuerpo, sino que su espíritu también se
inclina ante el Señor. Desconoce nuestro hábito de mostrar una cara a
los demás mientras, en lo secreto de nuestro interior, nos aferramos a
una postura contraria. Bendecir es hablar bien del Señor, enumerar sus
bondades, testificar de su misericordia. Es acomodar el corazón para
que acompañe plenamente las acciones del cuerpo postrado.
Nos desconcierta la respuesta de Job porque generalmente
bendecimos el nombre de Dios cuando todo marcha bien, cuando la vida
nos sonríe, cuando abundan los momentos agradables, los amigos y los
medios para vivir a la medida de nuestras expectativas. En medio de las
calamidades, sin embargo, la historia es otra. En esas situaciones nos
identificamos más con la reacción de la esposa de Job: «¿Aún
conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete» (2.9).
No obstante, con una obstinación enervante, Job insiste en señalar:
«¿Aceptaremos el bien de Dios pero no aceptaremos el mal?» (2.10). La
más pura expresión de sus convicciones sigue siendo la declaración:
«Bendito sea el nombre del Señor».
REFLEXIÓN
«No podemos alabar verdaderamente a Dios si no estamos agradecidos
por aquello por lo cual lo alabamos. Y no podemos estar realmente
agradecidos a menos que creamos que nuestro Padre omnipotente y
amoroso está obrando para nuestro bien». Merlin Carothers[13]
16 DE MAYO
Dios es bueno
A pesar de todo, Job no pecó porque no culpó a Dios. Job 1.22
Cuando la vida nos golpea con tanta ferocidad, como la tragedia que se
desató sobre la figura de Job, es difícil mantener la firmeza de propósito.
Hasta los más maduros tambalean y, en ocasiones, se derrumban por
completo. No conocemos bien el fundamento sobre el que estamos
parados hasta que somos sacudidos por una tremenda calamidad. No
obstante, el historiador no titubea a la hora de testificar acerca del
comportamiento del patriarca. «A pesar de todo», nos dice, «no pecó
porque no culpó a Dios».
Me gusta la forma en que lo expresa la Nueva Traducción Viviente.
Nos permite entender que la actitud de Job es excepcional, pues la gran
mayoría de nosotros nos habríamos entregado a los más amargos
reclamos hacia el Señor. La destrucción que visitó la casa de Job no
logró debilitar su integridad.
¿Qué es lo que sostiene la fe de este varón? Es la convicción
inamovible de que Dios es bueno. Se resiste a creer la mentira del
diablo, instalada en el corazón del hombre desde el mismo momento de
la Caída, de que el Creador actúa para perjudicarnos; que busca
hacernos mal. Su obstinada declaración, «Bendito sea el nombre del
Señor», no se refiere al horror de los hechos que han destrozado su
hogar. En cambio, mantiene su mirada fija en el corazón del Padre, un
corazón que se derrama en amor por sus hijos.
Job sabe que no puede haber contradicción entre los hechos y las
intenciones de Dios, y por eso desconfía de sus propias interpretaciones
al respecto. Al declarar que Dios es bueno, afirma que aquel que cuida
de su vida sabe lo que está haciendo, aun cuando sus acciones resulten
incomprensibles para nuestra forma de razonar. En esa convicción
encuentra el descanso que tanto necesita. ¡Jehová verdaderamente es
su pastor!
Aunque Job postrado en tierra nos desconcierta, reconocemos en su
postura una profundidad y una entrega que resulta irresistible por lo
inusual que es. Percibimos que en su corazón existe una intensidad
espiritual que despierta en nosotros el deseo por experimentarla. ¿Será
que nos atreveremos a explorar este camino?
El Dios que acompañó a Job en el momento más negro de su vida es
el mismo que hoy extiende sus manos hacia nosotros. Con infinita
ternura nos susurra: «No temas. No te haré mal. Confía en mí, y yo te
daré la vida en toda su plenitud».
Si confiamos, es posible que en un futuro no muy lejano nos
postremos en tierra y declaremos: «Bendito sea el nombre del Señor».
REFLEXIÓN
«La confianza perfeccionada es la oración perfeccionada. La confianza
busca recibir lo que ha pedido y lo recibe. La confianza no es la
convicción de que Dios puede bendecirnos o que nos bendecirá, sino
que bendice, aquí y ahora. La confianza siempre obra en tiempo
presente. La esperanza mira hacia el futuro, pero la confianza, hacia el
presente. La esperanza espera. La confianza posee. La confianza recibe
lo que la oración adquiere. De esta manera, entonces, lo que la oración
requiere, en todo momento, es una firme y perdurable confianza». E. M.
Bounds
17 DE MAYO
Dios en acción
Yo soy el SEÑOR. Te libertaré de la opresión que sufres y te rescataré
de tu esclavitud en Egipto. Te redimiré con mi brazo poderoso y con
grandes actos de juicio. Te tomaré como pueblo mío y seré tu Dios.
Entonces sabrás que yo soy el SEÑOR tu Dios, quien te ha librado de
la opresión de Egipto. Te llevaré a la tierra que juré dar a Abraham, a
Isaac y a Jacob; te la daré a ti como tu posesión exclusiva. ¡Yo soy
el SEÑOR! Éxodo 6.6-8
El primer intento de Moisés por convencer al faraón de que dejara ir a
Israel tuvo resultados catastróficos. Despertó la furia del monarca, quien
decidió duplicar la carga de trabajo del pueblo de Dios mientras le
restringía la materia prima que requería para su labor. Los israelitas no
tardaron en señalar a Moisés como el culpable de este nuevo infortunio.
En ese contexto de desánimo, Dios le dice lo que leemos en el texto
de hoy. Observamos que la frase «Yo soy el Señor» se repite tres veces.
Si nos concentramos en repetir, en medio de cualquier crisis que nos
toque atravesar, que «Él es el Señor», comprobaremos rápidamente que
el desánimo y el temor huyen. La declaración posee poder para disipar
las tinieblas, porque consiste en algo más que palabras. Es la afirmación
de la soberanía absoluta que le permite al Señor ubicarse por encima de
todo problema, apuro, revés, infortunio, tribulación u obstáculo. Nada
empaña el ejercicio de su dominio sobre todas las cosas.
Cuando leo el texto, también me saltan a la vista los verbos que
resumen el compromiso del Señor hacía su pueblo: «te libertaré», «te
rescataré», «te redimiré», «te tomaré», «te llevaré» y «te daré». ¡Qué
maravillosa declaración de intención! ¡Qué admirable descripción de la
seriedad del proyecto de Dios hacia su pueblo! Encierra todas las etapas
en el increíble proceso de transformación que él obra en la vida de
quienes hemos respondido a la invitación de ser parte de su pueblo.
Al leer esta lista, no podemos dejar de asombrarnos frente al hecho
de que Dios estará presente en cada etapa de nuestro peregrinaje hacia
la «Tierra Prometida». No habrá ocasión en la que se ausente, o retire
su mano amorosa de nuestra vida. Seguirá trabajando en nosotros con
singular devoción, para echar por tierra las condiciones que atentan
contra la plenitud de vida que nos ofrece. Nos sacará de nuestra prisión
(te libertaré), nos salvará de aquello que nos oprime (te rescataré),
pagará el precio por nuestra libertad (te redimiré), asumirá un pacto
eterno con nosotros (te tomaré), nos conducirá por los senderos de la
vida (te llevaré) y nos regalará vida, y vida en abundancia (te daré).
INVITACIÓN
«Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y bendiga todo mi ser Su santo nombre.
Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y no olvides ninguno de Sus beneficios.
Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus
enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de
bondad y compasión; El que colma de bienes tus años, Para que tu
juventud se renueve como el águila». Salmo 103.1-5 NBLH
18 DE MAYO
Yo creo
El mensaje de la cruz es ciertamente una locura para los que se
pierden, pero para los que se salvan, es decir, para nosotros, es poder
de Dios. 1 Corintios 1.18 RVC
Cuando intentamos someter las declaraciones de Dios a los probados
procesos de un razonamiento cuidadoso y prolijo, el resultado, por lo
general, es la incredulidad. Sus afirmaciones no se ajustan a la lógica ni
a la evidencia que tenemos delante de nosotros. Seguros en la
convicción de que nuestras conclusiones se resisten al más riguroso
análisis, nos aferramos a nuestra actitud de escepticismo frente a la
palabra que él ha hablado.
Otras personas, sin embargo, al escuchar exactamente la misma
palabra demuestran un entusiasmo contagioso. No dudan en proclamar
que el solo hecho de que Dios haya declarado algo constituye suficiente
evidencia, para ellos, de la confiabilidad de esa declaración. La
consecuencia es que en sus vidas comienza a obrar el poder de Dios,
mientras que en nuestra vida se produce un estancamiento espiritual que
sofoca toda pasión por el Señor.
El apóstol Pablo identifica estas diferentes reacciones en el texto que
hoy consideramos. Para algunos, pensar en un Dios que sacrifica a su
Hijo en una cruz para redimir a la humanidad resulta tan ridículo que
despierta en ellos la burla y el desdén. Otros, sin embargo, encuentran
en este hecho la respuesta a los anhelos más profundos se su ser, y se
entregan con gozo a la nueva vida que se les ofrece en Cristo Jesús.
¿Dónde radica la diferencia entre una persona y la otra? La
declaración del Señor es exactamente la misma, pero las respuestas son
radicalmente distintas. El autor de Hebreos identifica, con singular
claridad, la raíz del problema: «a nosotros se nos ha anunciado las
buenas nuevas, como también a ellos. Pero la palabra que ellos oyeron
no les aprovechó por no ir acompañada por la fe en los que la oyeron»
(Hebreos 4.2, NBLH).
El ingrediente faltante es la fe, esa disposición a creer en lugar de
examinar. La llave que desata el poder de la Palabra es la disposición
nuestra de abrazarnos a ella aun cuando toda la evidencia pareciera
indicar que la proclamación es una locura.
Un buen ejemplo de estas posturas diferentes lo ofrecen los doce
espías. Diez de ellos no supieron sumarle fe a la palabra que Dios les
había dado. Se enredaron en un pantano de argumentos y
razonamientos necios. Caleb y Josué, sin embargo, creyeron que el
Señor era poderoso para cumplir lo que había prometido. Su convicción
le sumó fe a la palabra y selló su plena participación en la conquista de
la tierra. Los otros diez perecieron en el desierto.
Para ejercer la fe, la mente también debe sujetarse al Señor.
Necesitamos entender que nuestras capacidades de razonamiento son
limitadas. Los mejores argumentos no siempre nos conducen hacia la
verdad. En algún momento debemos aquietar nuestra mente y
animarnos a decir: «Si tú lo dices, Señor, yo lo creo».
CITA
«“Sea hallado Dios veraz, aunque todo hombre sea hallado mentiroso”
es la declaración de fe más genuina». A. W. Tozer
19 DE MAYO
Habitó entre nosotros
El Verbo (La Palabra) se hizo carne, y habitó entre nosotros. Juan
1.14 NBLH
El sufrimiento en nuestro prójimo saca a relucir, como ninguna otra
realidad, nuestra ineptitud. Los escasos recursos emocionales que
poseemos pronto se ven sobrepasados frente al desconsuelo, a la
congoja o a la aflicción de nuestro prójimo. Balbuceamos frases huecas,
proferimos explicaciones desatinadas o recitamos versículos gastados.
Quizás tal abundancia de torpezas motivó al autor de Proverbios a
observar: «El corazón conoce su propia amargura, Y un extraño no
comparte su alegría» (14.10, NBLH).
Nuestra evidente incompetencia frente al dolor subraya el contraste
con el asombroso camino que recorrió el Hijo de Dios. La frase «habitó
entre nosotros» (v. 14) encierra mucho más que la implementación de un
plan de salvación. Revela lo que el autor Henri Nouwen considera uno
de los aspectos más enigmáticos del amor de Dios, el deseo de hacerse
uno con los que sufren.
Este camino resulta inexplicable precisamente porque nuestro
concepto de ayudar al prójimo consiste en buscar la forma de sacarlo,
cuanto antes, del lugar de angustia en que se encuentra. El apuro por
salvarlo, sin embargo, suele engendrar soluciones que no proveen alivio
al necesitado. Una intervención exitosa requiere, indefectiblemente, un
cabal conocimiento de la situación por la que atraviesa la persona que
pretendemos rescatar.
Es este principio el que conduce al Padre a enviar a su Hijo para que
more entre nosotros. La compasión exige llegar hasta los afligidos, los
abatidos, los angustiados, los ignorados, los oprimidos, los olvidados y
los quebrantados, para vivir entre ellos y apropiarse de la agonía de su
existencia. Solamente cuando esta identificación es completa y sin
reservas, se torna posible comenzar a elaborar una solución que en
realidad satisfaga las verdaderas necesidades que tienen.
El autor de Hebreos señala las consecuencias radicales de esta
identificación. Cristo ha experimentado en carne propia la soledad, la
traición, la injusticia, la incomprensión, la tristeza, la desilusión y los
cuestionamientos que inevitablemente acompañan a todo ser humano.
Todo esto lo ubica en un lugar de privilegio a la hora de intervenir en
nuestra vida. Por nuestra parte, saber que apelamos a uno que nos
entiende puede revestirnos de osadía. Logramos acercarnos con
confianza al trono de la gracia para recibir misericordia y encontrar
gracia para la ayuda oportuna «porque no tenemos un Sumo Sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha
sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado» (4.15-16, NBLH).
Cristo nos dejó este mismo encargo, a la hora de ser instrumentos de
alivio en sus manos: «Sean compasivos, así como su Padre es
compasivo» (Lucas 6.36, NVI). ¿Qué implica esto? La disposición de
sentarse con el que llora y llorar con él, de apropiarse de la angustia y
del dolor de los que comparten con nosotros la vida. En esa
identificación se crearán los espacios necesarios para que el Dios de
todo poder traiga consuelo, renueve las fuerzas y obre sanidad y
restauración en la vida de los quebrantados.
REFERENCIA
«Por tanto, el SEÑOR desea tener piedad de ustedes, Y por eso se
levantará para tener compasión de ustedes. Porque el SEÑOR es un
Dios de justicia; ¡Cuán bienaventurados son todos los que en El
esperan!». Isaías 30.18 NBLH
20 DE MAYO
Compasión
Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban
angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Mateo 9.36
NBLH
La compasión es una de las características que mejor define el paso del
Hijo del Hombre por la Tierra, el motor que mueve su ministerio. Los
autores de los Evangelios testifican, una y otra vez, que la compasión
movilizaba el corazón de Jesús. Cuando pensó en las multitudes que,
con hambre de la Palabra, lo habían acompañado, les dijo a los
discípulos: «Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días
que están aquí y no tienen qué comer» (Mateo 15.32, NBLH). Marcos
nos dice que la compasión fue lo que movió a Jesús a tocar al leproso
para que fuera sanado (Marcos 1.41). Lucas señala que cuando Jesús
vio a la viuda de Naín, «su corazón rebosó de compasión» (Lucas 7.13,
NTV).
Esta cualidad le permitió mirar a las personas y percibir, en su
espíritu, los dolores más profundos de su existencia, y el agobio, el
cansancio y la desesperanza en que vivían. Esa percepción, a su vez,
produjo una reacción gemela en el Mesías, tal como afirmó el profeta
Isaías: «Cuando ellos sufrían, él también sufrió» (Isaías 63.9). Es esta
experiencia de intensa angustia personal la que lo motivó a buscar la
forma de traer alivio a los que sufren, pues los dolores nuestros se
convierten en sus dolores.
Lo opuesto de la compasión es la indiferencia. La actitud apática e
insensible frente al sufrimiento del prójimo es la evidencia de un corazón
duro y, muchas veces, legalista. Es la postura que nos lleva a creer que
el sufrimiento del otro «por algo debe ser». No necesitamos intervenir
porque la otra persona merece lo que le ocurre, o está bajo «el trato del
Señor».
Tristemente, el grupo que más frecuentemente cae en esta actitud es
el mismo pueblo de Dios. No fue una simple ocurrencia lo que llevó al
Señor a incluir, en el inicio de la parábola del buen samaritano, a un
levita y un sacerdote. Ambos pasaron al lado del hombre golpeado por
los ladrones, pero no hicieron absolutamente nada para ayudarlo. Jesús
veía, una y otra vez, que la oposición más feroz al compromiso de
hacerle bien a la gente procedía de aquellos que, supuestamente, se
consideraban custodios del amor de Dios.
Cuando percibimos que esta dureza comienza a convertirse en un
estilo de vida, se deberían encender las alarmas en nuestro interior.
Como pueblo de Dios hemos sido llamados a ser la cara visible del
corazón compasivo de nuestro Padre celestial. Cristo, cuyo compromiso
permanece inamovible, es el modelo a seguir: «Alimentará su rebaño
como un pastor; llevará en sus brazos los corderos y los mantendrá
cerca de su corazón. Guiará con delicadeza a las ovejas con crías»
(Isaías 40.11). La señal más clara de que mantenemos viva nuestra
conexión con él es que cada vez nos conmueva más la angustia de
nuestro prójimo.
REFLEXIÓN
«La compasión nos pide que vayamos a los lugares de dolor y que
entremos a los espacios de sufrimiento para compartir el quebranto, el
temor, la confusión y la angustia de la otra persona». Henri Nouwen
21 DE MAYO
Contemplar su hermosura
Una cosa he pedido al SEÑOR, y ésa buscaré: Que habite yo en la
casa del SEÑOR todos los días de mi vida, Para contemplar la
hermosura del SEÑOR Y para meditar en Su templo. Salmo 27.4
NBLH
El texto de hoy no solamente expresa el anhelo más profundo del
corazón de David, sino también un compromiso que guiará sus pasos a
lo largo de la vida. El deseo que arde como una llama en su corazón e
impulsa sus acciones es: disfrutar de mayor intimidad con Dios. Al igual
que el intrépido pedido de Moisés, quien hablaba con el Señor como un
amigo lo hace con otro, el profundo deseo de David era ver el rostro de
Dios (Éxodo 33.18).
La frase que emplea David para articular este profundo deseo es:
«contemplar la hermosura del Señor». Es una expresión que conocemos
bien. Nos hemos apropiado de ella para comunicar a Dios el anhelo más
profundo de nuestro corazón, ya sea por medio de la letra de una
canción o el ruego de una oración.
No obstante la familiaridad con el concepto, sospecho que existe algo
de desconcierto a la hora de descifrar exactamente de qué manera
practicamos la disciplina de contemplar la hermosura del Señor. Quizás
sea bueno, primero, meditar en lo que significa la acción de contemplar
dentro del contexto normal de la vida.
El acto de contemplar generalmente se lleva a cabo cuando nos
encontramos frente a algo cuya belleza es tan majestuosa que no basta
una simple mirada. Podría tratarse de una puesta de sol, un lago perdido
entre las montañas, los montes nevados de una cordillera o la imponente
grandeza del mar. Sea cual fuere el objeto de nuestro deleite, el acto de
contemplarlo requiere que nos aquietemos para observar
minuciosamente la diversidad y variedad de manifestaciones que posee
aquello que miramos. Es un proceso en el que miramos con los ojos,
pero también con el espíritu, pues en ese proceso nuestro ser se
conecta con el corazón del Creador de tanta belleza.
Hasta aquí el concepto no presenta dificultades. El problema
comienza cuando queremos trasladar la disciplina al plano de nuestra
relación con el Señor. ¿Cómo logramos apreciar los detalles de un ser a
quien no vemos? ¿De qué manera se lleva adelante el proceso de
«observar minuciosamente la diversidad y variedad» de facetas que
posee nuestro gran Dios?
La respuesta, entiendo, es la adoración. A diferencia de la alabanza,
la adoración se deleita en lo que él es, más que en sus obras. Por medio
de la adoración, entonces, le ponemos palabras a lo que apreciamos de
la belleza de su ser. Nuestras afirmaciones obligan a nuestro espíritu a
detenerse para considerar la excelencia de su persona.
La adoración pura y genuina nos rescata de las preocupaciones, la
ansiedad y el individualismo que empañan nuestra experiencia espiritual.
Nos traslada a un plano donde lo único que existe es Dios y donde,
atrapados por su radiante esplendor, comenzamos a habitar en su
presencia.
INSPIRACIÓN
«Todas nuestras voces se agolpan a tus puertas.
Todas nuestras olas mueren en tus playas.
Todos nuestros vientos duermen en tus horizontes.
Los deseos más recónditos, sin saberlo, te reclaman y te invocan».
Ignacio Larrañaga[14]
22 DE MAYO
No podemos callar
Nosotros no podemos dejar de hablar acerca de todo lo que hemos
visto y oído. Hechos 4.20
La euforia que acompañó el nacimiento de la iglesia, con la dramática
conversión de cinco mil hombres, sin contar a mujeres y a niños (v. 4),
sufrió su primer revés cuando fueron arrestados Pedro y Juan. Jesús, sin
embargo, había advertido a sus discípulos que iban a padecer la misma
oposición que él había sufrido en carne propia. No debe haber
sorprendido a estos dos apóstoles, entonces, que los líderes religiosos
intentaran hacerlos callar.
La respuesta de Juan y Pedro, frente a estas amenazas, revela la
fuerza de la convicción que se había apoderado de sus corazones. No
podían dejar de hablar de todo lo que habían visto y oído.
La frase es llamativa por el contraste que representa frente al silencio
—en ocasiones sepulcral— de muchos discípulos. El Señor es tema de
conversaciones y motivo de comentarios solamente cuando están
reunidos con otros que son también del pueblo de Dios. Y aun estas
conversaciones se ven restringidas mayormente al ámbito de los
encuentros formales que programa el liderazgo de la iglesia. Durante el
día, durante infinidad de oportunidades que se prestarían para compartir
la vida que hemos hallado en Jesús, el testimonio no aparece.
El problema no radica en el silencio en sí, sino en lo que revela esa
reticencia a hablar del Señor. Nuestras conversaciones giran, de manera
natural, hacia aquellos temas que son centrales a nuestra vida.
Compartimos acerca de una serie televisiva que nos ha atrapado durante
sus primeros episodios. Mostramos un nuevo celular que compite, en
sofisticación, con cualquier computadora. Analizamos el buen o mal
momento que está transitando nuestro equipo de fútbol. Comentamos
una nueva tendencia en la cultura que hace tambalear las estructuras de
la sociedad. Los temas que nos interesan son, por lo general, una buena
muestra de los afectos de nuestro corazón.
Juan y Pedro hablaban de lo que habían visto y oído. Es decir, su
testimonio procedía de una experiencia real y genuina. Resultaba
imposible hacerlos callar porque las amenazas no podían apagar el
fuego de una vida en la que habían sido testigos de las más asombrosas
vivencias a la par de Jesús.
Cuando intentamos resolver el problema de la falta de testimonio
asumiendo la disciplina de testificar, es fácil caer en argumentaciones
estériles que carecen de convicción. Nuestra tarea no es la de convencer
a los demás por medio de una lógica bien desarrollada. Nuestro llamado
es hablar de lo que estamos viviendo en el día a día, mientras
caminamos con Jesús. Solamente esa experiencia encenderá la pasión
de compartir con los demás la vida que Dios nos ha dado.
INSPIRACIÓN
«Por segunda vez llamaron al hombre que había sido ciego y le dijeron:
“Es Dios quien debería recibir la gloria por lo que ha pasado, porque
sabemos que ese hombre, Jesús, es un pecador”. “Yo no sé si es un
pecador” respondió el hombre, “pero lo que sé es que yo antes era
ciego, ¡y ahora puedo ver!”». Juan 9.24-25
23 DE MAYO
Todo y todos
Que todos alaben el nombre del SEÑOR, porque su nombre es muy
grande; ¡su gloria está por encima de la tierra y el cielo! Salmo 148.13
El preámbulo del Salmo 148 consiste en una resonante exclamación:
«¡Alabado sea el SEÑOR!» (v. 1). A diferencia de otros salmos, el autor
ofrece escasas explicaciones para justificar esta declaración. Se
concentra, más bien, en invitar a toda la creación a reconocer en Dios la
gloria de su existencia. Él es el destino final y apropiado de toda
disposición del corazón a inclinarse ante otro.
Su declaración cobra mayor fuerza cuando consideramos que
muchos de los pueblos que rodeaban a Israel adoraban el sol, la luna y
las estrellas. El salmista, sin embargo, exhorta a que todo lo que se
encuentra en el firmamento se una a la alabanza de aquel que está por
encima de todas las cosas, porque todo lo creado se origina en la obra
del Creador, «pues él dio la orden y todo cobró vida. Puso todo lo creado
en su lugar por siempre y para siempre. Su decreto jamás será
revocado» (vv. 5-6). Es correcto, entonces, que todo lo que existe en el
universo alabe al Señor.
Este «todo» posee dimensiones absolutamente impensadas. Incluye,
literalmente, todo ser que se mueve en los cielos, en la tierra y debajo de
la tierra. El llamado no solamente se extiende a los ángeles, los reyes de
la Tierra, los gobernantes y jueces, los muchachos y las jovencitas, los
ancianos y los niños, sino que también abarca todo el reino animal.
Esta inclusión es llamativa porque normalmente no pensamos en que
los animales tengan consciencia de la existencia de Dios. El salmista, sin
embargo, pareciera indicar que todos llevan en su ser rastros de las
huellas digitales de quien los creó. Por esto, también extiende la
exhortación a las criaturas de las profundidades de los océanos, a los
animales salvajes, al ganado, a los animales pequeños que corren por el
suelo y a las aves.
El llamado a alabar al Señor recorre caminos impensados cuando se
invoca a aquellas cosas que consideramos inanimadas. El salmista
extiende su invitación a todos los ejércitos celestiales; el sol, la luna y las
estrellas brillantes; los altos cielos; y los vapores que están más allá de
las nubes. También llama al fuego, el granizo, la nieve, las nubes, el
viento, el clima, las montañas y todas las colinas, los árboles frutales y
los cedros a que alaben el bendito nombre de Dios.
¿Cómo lograremos mantenernos al margen de semejante coro de
aclamación? ¿De qué manera podremos permanecer quietos ante tanto
júbilo? ¿Cuál será el inconveniente o el problema, tan complejo, que nos
impide unirnos a tamaña celebración? No podemos resistirnos a este
torrente. Unamos nuestras voces a las de todo lo creado y gritemos junto
al salmista: «Que todos alaben el nombre del SEÑOR, porque su
nombre es muy grande; ¡su gloria está por encima de la tierra y el
cielo!».
REFERENCIA
«Es bueno dar gracias al SEÑOR, cantar alabanzas al Altísimo. Es
bueno proclamar por la mañana tu amor inagotable y por la noche tu
fidelidad». Salmo 92.1-2
24 DE MAYO
Un hocico, hocico es
Una mujer hermosa sin discreción es como un anillo de oro en el
hocico de un cerdo. Proverbios 11.22
¡Cuánto valor posee una buena ilustración! Con una sola imagen logra
comunicar una verdad que no alcanzaríamos a explicar ni utilizando gran
cantidad de palabras.
El autor de Proverbios compara a una mujer sin discreción con un
anillo de oro en el hocico de un cerdo. Para quienes han tenido la
oportunidad de trabajar con cerdos, la imagen es risible. Aunque
disfrutamos de la carne que los cerdos nos dan, no son animales que se
caracterizan por lo atractivo de su aspecto. Cuando los comparamos con
las estilizadas líneas de un leopardo o una gacela, los cerdos se ven
torpes y redondos, como una salchicha con pies. Además, un intenso y
desagradable hedor delata su presencia dondequiera que estén.
Vestir a este animal con un anillo de oro es un despropósito. No
importa cuál sea el valor del adorno que lleva en el hocico, nada logrará
disfrazar el hecho de que el que la viste no es más que un cerdo.
El mismo problema padece la mujer bella que carece de discreción.
La falta de buen criterio, sabiduría y sentido de ubicación empaña de tal
manera sus atributos físicos que dejan de ser atractivos. No obstante,
existe una industria dentro del mundo del entretenimiento que comercia
precisamente con la indiscreción de las que son, muchas veces, algunas
de las mujeres más atractivas de la Tierra. Estas mujeres, sin embargo,
parecen gloriarse en desplegar sus indiscreciones ante cualquier cámara
que esté dispuesta a filmarlas. Cierta franja de horarios, en la televisión,
se destina a programas cuyo único propósito es identificar, analizar y
comunicar sus indiscreciones al mundo.
La preocupación desmedida en la apariencia física motivó a Pedro a
exhortar a las mujeres: «No se interesen tanto por la belleza externa: los
peinados extravagantes, las joyas costosas o la ropa elegante. En
cambio, vístanse con la belleza interior, la que no se desvanece, la
belleza de un espíritu tierno y sereno, que es tan precioso a los ojos de
Dios» (1 Pedro 3.3-4). La mujer de corazón bello es irresistiblemente
más atractiva que la hermosura de la mujer indiscreta.
Este no es un asunto solamente de mujeres. Los hombres podemos
animar a las mujeres a cultivar esta clase de belleza, rechazando la
obsesión por el cuerpo que domina la cultura machista de nuestro
entorno. Embellecemos a nuestras mujeres cuando dejamos de tratarlas
como objetos y rescatamos el incalculable valor que poseen como
personas. Estimulamos su crecimiento cuando nos enfocamos en las
cualidades, los dones y la gracia que poseen, y cuando les damos plena
participación en nuestra vida, como las compañeras y amigas que deben
ser.
CITA
«La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora».
José Ortega y Gasset[15]
25 DE MAYO
Llenos del Espíritu
Después de esta oración, el lugar donde estaban reunidos tembló y
todos fueron llenos del Espíritu Santo. Y predicaban con valentía la
palabra de Dios. Hechos 4.31
¡Qué preciosa es la experiencia de una visitación sobrenatural que
produce la llenura del Espíritu en aquellos que participan de ella!
Despierta en nuestro interior el anhelo por experiencias más genuinas y
profundas con el Señor. Deseamos nosotros ser vestidos del poder, del
arrojo y de la autoridad que poseían los valientes protagonistas del libro
de los Hechos. Sus vidas, respaldadas por señales, milagros y prodigios,
impactaban con fuerza a la población con la que entraban en contacto.
La llenura del Espíritu le da mayor protagonismo, en nuestra vida, al
Ayudador que nos fue enviado por pedido de Jesús. Él nos muestra lo
que debemos decir cuando otros nos persiguen (Marcos 13.11). Nos
reviste de poder para la obra que Dios nos ha confiado (Lucas 24.49).
Solo el Espíritu da vida eterna (Juan 6.63). Él nos convence de pecado y
nos guía a toda verdad (Juan 16.8, 13). El Espíritu transforma los
corazones (Romanos 2.29) y los llena de amor (Romanos 5.5). Él nos
libra del poder del pecado (Romanos 8.2) y nos guía hacia una vida de
plenitud (Romanos 8.11). Es el Espíritu el que reparte dones al pueblo de
Dios para que sirvan en diferentes ministerios (1 Corintios 12.4).
¿Cómo no vamos a buscar, entonces, experiencias donde podamos
vivir en mayor comunión con el Espíritu? Entendemos, por el imponente
testimonio de las Escrituras, que la presencia del Espíritu en nuestra vida
es el ingrediente que transforma nuestros pasos titubeantes y temerosos
en avances osados y seguros.
Quisiera, sin embargo, señalar dos condiciones que se desprenden
de nuestro texto para alcanzar la llenura del Espíritu. La primera es que
la iglesia no la estaba buscando; no estaban orando para que el Espíritu
la llenara. De hecho, ninguno de los relatos del derramamiento del
Espíritu que leemos en el libro de los Hechos revela que ocurrió como
fruto de un pueblo que clamaba por esta experiencia. En esto se
diferencian de nosotros, pues solemos buscar esa visitación sin entender
que fue una manifestación soberana y libre de Dios.
La segunda condición que observamos es que la llenura fue la
respuesta de Dios a un pedido específico de la iglesia: frente a las
amenazas y la persecución, deseaban que el Señor les diera lo
necesario para seguir haciendo la obra que se les había confiado. La
plenitud del Espíritu no era para el deleite de los reunidos, sino para la
capacitación que requerían para volver a echar mano al arado.
Me atrevo a afirmar, entonces, que la llenura del Espíritu no es
primordialmente para nuestro propio beneficio, sino para el bien de
aquellos a quienes hemos sido enviados. El Espíritu se derrama para
que nosotros podamos, también, derramar nuestra vida a favor de otros.
MEDITACIÓN
«Por estar desprovistos de recursos humanos, estos hombres dependían
enteramente del poder del Espíritu de Dios. Hoy, la iglesia posee
abundantes recursos: edificios, riquezas, seminarios, bibliotecas,
instrumentos, películas; la lista es larga e impresionante. Notamos, sin
embargo, escasas evidencias del poder del Espíritu en nuestras
congregaciones». David Watson[16]
26 DE MAYO
Poderosa arma
Que el mundo entero glorifique al SEÑOR; que cante su alabanza. El
SEÑOR marchará como un héroe poderoso; saldrá como guerrero
lleno de furia. Lanzará su grito de batalla y aplastará a todos sus
enemigos. Isaías 42.12-13
El llamado a que el mundo entero glorifique al Señor es el resumen de la
invocación que realiza Isaías en los versículos anteriores. En un espíritu
similar al del Salmo 148, insta a los que navegan los mares, a los que
viven en costas lejanas, a las ciudades del desierto y a las aldeas de
Cedar, a que junto al pueblo de Dios «grite alabanzas desde las cumbres
de los montes» (v. 11).
El pasaje parece señalar una razón para tantas expresiones de júbilo:
«El Señor marchará como un héroe poderoso». La alabanza y la
celebración anticipan lo que finalmente hará Dios a favor de su pueblo. Y
esta interpretación coincide con otros textos del profeta en los que se
emite un llamado a celebrar un evento que no ocurrirá por mucho
tiempo. Así lo observamos en Isaías capítulo 49, por ejemplo: «Griten de
júbilo, cielos, y regocíjate, tierra. Prorrumpan, montes, en gritos de
alegría, Porque el SEÑOR ha consolado a Su pueblo, Y de Sus afligidos
tendrá compasión» (v. 13, NBLH).
Quisiera sugerir otra posible interpretación de este texto: que el
Señor marche como un héroe no es el motivo de la alabanza, sino su
resultado. Dicho de otra manera, la alabanza desenfrenada del pueblo,
que proclama a viva voz que no hay otro Dios como nuestro Dios,
moviliza al Señor y abre el camino para que intervenga poderosamente
en nuestras circunstancias.
En las Escrituras encontramos al menos tres ocasiones que avalarían
esta interpretación. La primera es cuando Dios dio órdenes a los
sacerdotes de Josué para que marcharan alrededor de los muros de
Jericó, acompañados por el arca, mientras tocaban sus trompetas. No
movieron ni un dedo para asaltar la ciudad ni hizo falta. El Señor la
entregó en sus manos (Josué 6:1-20).
La segunda ocasión fue cuando el rey Jeroboam, al frente de las
tropas rebeldes de la casa de Israel, rodeó a los hombres de Judá. El
destino de estos parecía estar sellado. Los de Judá, sin embargo,
clamaron al Señor, lanzaron un grito de guerra y tocaron trompetas. Dios
intervino a su favor y derrotó a Israel (2 Crónicas 13.14-15).
La tercera ocasión ocurrió durante el reinado de Josafat.
Amenazados por las tropas de Amón, Moab y Seir, los de Judá salieron
a su encuentro. El rey dio órdenes a los cantores de que «caminaran
delante del ejército cantando al SEÑOR y alabándolo por su santo
esplendor» (2 Crónicas 20.21, NTV). La confusión se apoderó del
enemigo y sufrieron una gran derrota a manos de Dios.
Hay poder en la alabanza pura y genuina. Las tinieblas huyen ante un
pueblo que proclama la grandeza de Dios. El Señor se pone en pie de
guerra cuando los suyos se entregan sin reservas a declarar que no hay
dios como nuestro Dios.
CONCLUSIÓN
«Cualquier clase de oración da lugar a que el poder del Señor se
manifieste en nuestra vida. Pero la oración de alabanza libera más poder
de Dios que cualquier otra forma de oración». Merlin Carothers[17]
27 DE MAYO
Otro Pedro
La noche antes de ser sometido a juicio, Pedro dormía sujetado con
dos cadenas entre dos soldados. Otros hacían guardia junto a la
puerta de la prisión. Hechos 12.6
Cuando pienso en la imagen de Pedro durmiendo plácidamente entre
dos soldados, no puedo evitar pensar en aquella otra escena que
sucedió durante la feroz tormenta que se desató sobre el mar de Galilea.
En aquella ocasión, el Señor mismo les había dado instrucciones
para que cruzaran al otro lado del lago. El día había sido largo y las
demandas de las multitudes incesantes. Probablemente el cansancio se
hizo notar cuando cesó el ministerio a las personas. Marcos nos dice que
Jesús se había recostado sobre una almohada y se había dormido. Su
sueño era tan profundo que ni siquiera la tempestad logró despertarlo.
Esta serena escena de reposo no inspiró a los discípulos. Al
contrario, les pareció una falta de responsabilidad por parte de Cristo. No
dudaron en despertarlo de la peor manera, con un reproche: «¡Maestro!
¿No te importa que nos ahoguemos?» (Marcos 4.38). La ansiedad y el
desconcierto que experimentaron en medio de esa situación fueron tan
intensos que se atrevieron a descargar contra el Señor su frustración.
La escena que hoy consideramos encierra tanto peligro como aquella
tempestad. La violenta persecución que padecía la iglesia ya había
desembocado en el martirio de Esteban y de Santiago. Las
probabilidades de que también mataran a espada a Pedro eran muy
altas. No observamos en él, sin embargo, ninguna de las señales de un
hombre atrapado en un remolino de ansiedades y temores. Más bien,
dormía tan plácidamente como lo había hecho Jesús en medio de la
tormenta.
¡Qué maravillosa transformación proclama la postura de Pedro,
dormido entre dos guardias a los que está encadenado! No lo habríamos
reconocido si Lucas no hubiera compartido con nosotros el nombre del
prisionero. Pero allí está Pedro, tan carente de ansiedad y nerviosismo
que disfruta plenamente del dulce reposo del sueño.
Este Pedro nos anima a creer que Dios puede producir en nosotros
las más asombrosas transformaciones. No hay condición que pueda
resistirse a la profunda obra renovadora del Espíritu. Por medio de esa
preciosa labor convirtió a Pablo, un celoso asesino de discípulos, en un
intrépido apóstol que ha influenciado la marcha de la iglesia. Esa misma
acción permitió que Moisés, un iracundo justiciero, se convirtiera en el
hombre más manso de la Tierra.
Su meta no es darnos «un lavado de cara», efectuando pequeñas
modificaciones a una vida ordenada. Su objetivo es que lleguemos a ser
irreconociblemente diferentes a lo que éramos. La transformación que
sufrimos debe ser tan radical como la que experimenta la oruga cuando
se convierte en mariposa.
ORACIÓN
Señor, no permitas que me quede por el camino, ni que me dé por
vencido en aquellas áreas de mi vida que parecen impermeables a tu
obra. Atráeme a ti de tal manera que tu vida comience a ser mi vida; tu
corazón, mi corazón; tus prioridades, mis prioridades. Quiero mostrar, oh
Dios, claras evidencias de que tú me has transformado tan
profundamente que ni siquiera yo mismo me reconozco.
28 DE MAYO
Oraciones de rutina
Zacarías le dijo al ángel: «¿Cómo puedo estar seguro de que ocurrirá
esto? Ya soy muy anciano, y mi esposa también es de edad
avanzada». Lucas 1.18
Zacarías había salido sorteado para ministrar, junto con su grupo, en el
templo. Él se encontraba en el santuario cuando, repentinamente, se le
apareció un ángel. Ante esta manifestación celestial el terror se apoderó
de su corazón.
Inmediatamente, el ángel buscó la forma de calmarlo. Dios no está en
el negocio de asustar a nadie. «¡No tengas miedo, Zacarías! Dios ha
oído tu oración. Tu esposa, Elisabet, te dará un hijo, y lo llamarás
Juan. Tendrás gran gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su
nacimiento» (1.13-14).
Quisiera que nos detengamos un instante en la explicación que
ofrece el ángel: «Dios ha oído tu oración». El texto de hoy nos dice que
Zacarías era muy anciano, y su esposa de edad avanzada. Si bien no
podemos precisar su edad, parece evidente que ya había pasado el
tiempo de engendrar hijos. De no ser así, Zacarías no habría dudado.
Lo llamativo es que la visita del ángel se produce en respuesta a sus
oraciones. Imagino, entonces, que la tristeza de no haber tenido hijos
pesaba sobre el corazón de esta pareja. El temor de Dios los había
impulsado a pedir que el Señor revirtiera esta situación. Quizás esta
plegaria pasó a ser parte de su rutina diaria. Los años pasaban, sin
embargo, y la llama de la esperanza lentamente se apagaba. No
obstante, seguían, aunque fuera por costumbre, pidiendo por un hijo.
Increíblemente, Dios respondió. Esto no lo debería haber sorprendido
a Zacarías. Si pudo darle vida al vientre estéril de Sara, abrir el mar
Rojo, hacer llover maná del cielo, detener el curso del sol o proteger a
tres hombres arrojados a un horno de fuego, ¿qué dificultad podía
impedir que Dios les diera un hijo en los años de su vejez?
No obstante las impresionantes credenciales del Señor, Zacarías no
creyó las buenas nuevas que le anunciaba el ángel. Su reacción sirve
para advertir que nuestra incredulidad es mucho más profunda de lo que
percibimos. Es posible que estemos orando con desesperación por un
asunto, mientras que, en los más escondidos rincones de nuestro
corazón, se encuentren sepultados el escepticismo y la resignación.
Esta es la razón por la cual, cada vez más, me identifico con la
exclamación del padre del hijo que padecía epilepsia: «¡Sí, creo, pero
ayúdame a superar mi incredulidad!» (Marcos 9.24). Estamos tironeados
entre esas dos posturas: creemos, pero también dudamos; tenemos fe,
pero también temor.
La maravillosa conclusión de esta historia es que Dios igualmente
respondió, ¡bendito sea su nombre! Podemos acercarnos a él con
nuestras contradicciones y nuestras motivaciones impuras. Él sabe
separar lo bueno de lo malo e interpreta de la mejor manera nuestra
imperfección. Él nos visita en la condición en que estemos, no en la que
deberíamos estar.
INSPIRACIÓN
«De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad. No sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo
intercede por nosotros con gemidos indecibles». Romanos 8.26 NBLH
29 DE MAYO
Por caminos impensados
Entonces el SEÑOR me preguntó: «¿Qué ves, Jeremías?». «Higos —
contesté—, algunos muy buenos y otros muy malos, tan podridos que
no pueden comerse». Jeremías 24.3
El sufrido ministerio del profeta Jeremías se vio plagado de dificultades.
El Señor lo llamó a anunciar la destrucción de Jerusalén y el cautiverio
de Israel a manos de los babilonios. Su mensaje fue rechazado, en
ocasiones de manera violenta, por los habitantes de la tierra. Después
de todo, Jeremías era el único que insistía en este mensaje, en medio de
una multitud de «profetas» que anunciaban el bien para el pueblo de
Dios.
En este capítulo, Jeremías comparte una visión en la que vio una
canasta llena de higos. Algunos de ellos se veían muy apetecibles,
mientras que otros estaban tan putrefactos que solamente se podían
echar.
El Señor le proveyó una explicación para esta sencilla imagen. «Los
higos buenos representan a los desterrados que yo envié de Judá a la
tierra de los babilonios. Velaré por ellos, los cuidaré y los traeré de
regreso a este lugar. Los edificaré y no los derribaré. Los plantaré y no
los desarraigaré. Les daré un corazón que me reconozca como
el SEÑOR. Ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, porque se volverán
a mí de todo corazón» (vv. 5-7).
Esta parte de la revelación, que desborda con promesas de
bendición, era para los que habían salido para Babilonia. Y es
precisamente ese punto el que hacía tropezar, una y otra vez, a los
israelitas. Jeremías había anunciado por muchos años que la salvación
estaba en el exilio.
Imagino los indignados argumentos del pueblo. ¿Cómo podía el Dios
que había jurado a Abraham que esta tierra sería perpetuamente de su
descendencia enviarlos a vivir en una nación pagana? Josué y su
ejército habían luchado duro para conquistar la tierra que el Señor les
regaló. Y, ¿no les habían contado sus padres acerca de las muchas
veces que Dios intervino para echar fuera a las naciones que
pretendieron ocupar esa tierra? No tenía sentido alguno que la bendición
para el pueblo estuviera en otro lado que no fuera la tierra que Dios
mismo había jurado bendecir.
El mensaje de Jeremías nos enseña que, en ocasiones, el Señor
puede pedirnos que transitemos por un camino que, en otro tiempo,
habríamos considerado anatema. Quizás nos pida que hagamos algo
que antes habríamos denunciado como inapropiado. Quizás nos pida
que nos acerquemos a personas que en el pasado mirábamos con
desdén. Quizás nos pida que le demos la espalda a un proyecto por el
que hemos luchado toda una vida.
Cuando percibimos que el Señor nos dirige de esta manera, es mejor
rendirse. Cuanto más luchamos contra su voluntad, más sufriremos. La
bendición está en abrazarse a Babilonia, aunque haya sido mi enemiga
durante décadas. Nuestro ser se rebelará, una y otra vez, contra este
paso. La bendición, sin embargo, no está en Israel. Está en Babilonia.
REFLEXIÓN
Me hace bien recordar el ejemplo de José. No quería ser esclavo. No
eligió ser esclavo. No merecía ser esclavo. No obstante todas estas
justificaciones, esclavo era. En algún momento él se abrazó a esa
realidad y decidió ser el mejor esclavo que podía. La bendición de Dios
fluyó, como fruto de esta postura.
30 DE MAYO
Quebranto
Cuando oí de este asunto, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué
pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté atónito. Esdras 9.3
NBLH
Necesitamos ubicarnos en el contexto del libro de Esdras para
comprender mejor la reacción de duelo del sacerdote. El pueblo de Dios
había padecido un desgarrador exilio a manos de los babilonios. Durante
setenta largos años se vieron obligados a vivir en una tierra que no era la
suya, trabajando para el bien de la nación que había arrasado con
Jerusalén.
En el año 539 a. C., el rey Ciro, de Persia, decretó que un grupo de
estos exiliados podía emprender el regreso a Israel, bajo el liderazgo de
Zorobabel. Los que retornaron comenzaron con la reconstrucción del
templo y volvieron a ofrecer sacrificios a Dios. Cuando Esdras regresó,
integrando un segundo grupo, descubrió que el pueblo disfrutaba de
muchas bendiciones. Los persas les habían dado todo lo que
necesitaban para emprender el proceso de reconstruir su vida en Israel.
El rey había devuelto 5400 piezas de oro y plata que habían sido
extraídas del templo por Nabucodonosor. En resumen, la vida les
sonreía de manera increíble.
En medio de la profunda gratitud por las muchas bendiciones que
Dios había derramado sobre sus vidas, sin embargo, llegó a Esdras un
alarmante reporte: «El pueblo de Israel, los sacerdotes y los Levitas no
se han separado de los pueblos de las tierras y sus abominaciones [...]
sino que han tomado mujeres de entre las hijas de ellos para sí y para
sus hijos [...] es más, la mano de los príncipes y de los gobernantes ha
sido la primera en cometer esta infidelidad» (vv. 1-2).
La reacción de Esdras revela el grado de estupor que le produjo esta
noticia. Su congoja es comprensible porque fue precisamente por estas
prácticas que Israel había sido enviado al exilio: su permanente
coqueteo con los dioses de otras naciones. Muchos años atrás,
Jeremías denunciaba esta infidelidad, declarando: «¿Ha cambiado
alguna nación sus dioses, Aunque ésos no son dioses? Pues Mi pueblo
ha cambiado su gloria Por lo que no aprovecha. Espántense, oh cielos,
por esto, Y tiemblen, queden en extremo desolados» (Jeremías 2.11-12,
NBLH).
Una de las señales de un corazón comprometido con Dios es la
angustia frente a situaciones que ofenden su nombre. Observamos la
profundidad de la tristeza de Esdras en que rasgó sus vestiduras, la
práctica que acompañaba situaciones de duelo, y arrancó pelo de su
cabeza, una forma de mostrar su disgusto por lo acontecido.
Debemos preocuparnos cuando el pecado ya no nos duele; cuando
caemos en la trampa de creer que el pecado es solamente aquello que
groseramente viola las leyes de Dios. La persona que ama
profundamente al Señor experimenta congoja ante realidades que dejan
indiferentes a la mayoría. Sabe que el pecado es un asunto tan serio que
le costó la vida al Hijo de Dios.
MEDITACIÓN
«Los cristianos hemos sido llamados a una vida de continuo
arrepentimiento, una disciplina indispensable para una existencia de
santidad saludable». J. I. Packer[18]
31 DE MAYO
Avergonzado
Dios mío, estoy avergonzado y confuso para poder levantar mi rostro a
Ti, mi Dios, porque nuestras iniquidades se han multiplicado por
encima de nuestras cabezas, y nuestra culpa ha crecido hasta los
cielos. Esdras 9.6 NBLH
Esdras, profundamente conmovido por la noticia de que los israelitas
habían quebrantado el mandamiento del Señor tomando para sí esposas
de entre los pueblos paganos que los rodeaban, entró en un período de
agónico duelo. Se rasgó las vestiduras y arrancó pelo de su cabeza.
Luego, se sentó en silencio durante todo un día.
Finalmente se levantó de su humillación, para caer de rodillas en la
presencia de Dios y levantar al cielo sus manos (v. 5). En ese estado de
profunda congoja elevó la oración que leemos en el texto de hoy.
Lo primero que llama la atención es que el dolor de Esdras no era por
algo que él había hecho, sino por causa del pecado de sus hermanos.
Nos sorprende, porque nuestra reacción frente al pecado del prójimo es
el de la denuncia acalorada. Deseamos dejar en claro, con nuestra
acusación, que de ninguna manera somos partícipes del comportamiento
que censuramos en el otro. Al contrario, nuestra indignación revela cuán
aborrecible nos resulta lo que la otra persona ha hecho.
El espíritu con que se acerca Esdras al Señor revela la convicción de
que no existen personas, sobre la faz de la tierra, que estén libres de la
maldición del pecado. Absolutamente todos hemos sido contaminados
por la misma maligna enfermedad. Lo que observamos en los demás no
es más que una muestra visible de lo que también anida en nuestro
propio corazón.
Esta consciencia es la que impulsa a Esdras a incluirse entre
aquellos que han ofendido al Señor. Se siente completamente abrumado
por una profunda sensación de vergüenza. Esta percepción es, sin lugar
a dudas, la señal más clara de que experimenta un genuino espíritu de
arrepentimiento.
Cuando esta sensación no está presente, tendemos a caer en la
confesión que busca aliviar la culpa. La vergüenza, en cambio, resulta de
la congoja que nos produce el solo hecho de pensar en lo que hemos
hecho. Estamos quebrantados por el dolor y esto afecta,
dramáticamente, la forma en que nos acercamos al trono de gracia. No
cumplimos con una formalidad religiosa. No realizamos un sencillo
trámite. Procuramos que Dios nos rescate de nuestro duelo, para que no
muramos de tristeza.
No podemos fabricar esta sensación de vergüenza. Solamente la
experimentan aquellos que caminan en intimidad con Dios. Su dolor es
proporcional a la cercanía que disfrutan con el Todopoderoso. La falta de
vergüenza, entonces, debe ser algo que nos alerta al verdadero estado
de nuestra vida espiritual. Podemos usar esto como un trampolín para
impulsar una mayor búsqueda de comunión con el Señor.
REFERENCIA
«El cobrador de impuestos se quedó a la distancia y ni siquiera se
atrevía a levantar la mirada al cielo mientras oraba, sino que golpeó su
pecho en señal de dolor mientras decía: “Oh Dios, ten compasión de mí,
porque soy un pecador”». Lucas 18.13 NTV
JUNIO
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1 DE JUNIO
Culpables
Y ahora, Dios nuestro, ¿qué diremos después de esto? Porque hemos
abandonado Tus mandamientos, que por medio de Tus siervos los
profetas nos ordenaste. Esdras 9.10-11 NBLH
La profunda tristeza del sacerdote Esdras radicaba en que el pueblo
había desperdiciado la nueva oportunidad que Dios les había dado.
«Desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy hemos
estado bajo gran culpa, y a causa de nuestras iniquidades, nosotros,
nuestros reyes y nuestros sacerdotes hemos sido entregados en mano
de los reyes de estas tierras, a la espada, al cautiverio, al saqueo y a la
vergüenza pública, como en este día. Pero ahora, por un breve
momento, ha habido misericordia de parte del SEÑOR nuestro Dios,
para dejarnos un remanente que ha escapado y darnos un refugio en Su
lugar santo, para que nuestro Dios ilumine nuestros ojos y nos conceda
un poco de vida en nuestra servidumbre» (vv. 7-8).
A pesar de la severa lección que había dejado la amarga experiencia
del exilio, Israel había vuelto a transitar por el mismo camino que había
significado, en los días de Jeremías, juicio y disciplina. ¿Cómo podía ser
que no habían aprendido nada de la costosísima corrección que había
caído sobre ellos?
Las palabras de Esdras, que constituyen un verdadero modelo para
la oración de confesión, carecen de todo argumento o explicación que
pueda servir para justificar lo que ha pasado. Podría haber apelado a la
fragilidad espiritual del pueblo o advertido que la ausencia de mujeres
israelitas le había obligado a suplir la necesidad de esposas buscando
entre las naciones paganas de la zona. Mas Esdras no cedió a la
tentación de sumarle vergüenza a su confesión buscando explicar lo
inexplicable.
Ese fue el camino que recorrieron Adán y Eva cuando esgrimieron
que ellos no eran culpables de su propia rebeldía. Fue el argumento que
esgrimió Aarón cuando Moisés lo confrontó por el becerro de oro; no
había sido idea suya, sino del pueblo, según él. Fue la patética
respuesta de Saúl cuando Samuel le exigió una explicación de por qué
no había cumplido con la Palabra de Dios. A ninguno de ellos le
favoreció sus débiles argumentos. No lograron desviar el juicio que vino
sobre sus vidas.
La confesión, en su expresión más pura y genuina, nunca se esconde
detrás de razonamientos necios. No evade responsabilidades ni procura
minimizar la gravedad de la situación. Declara los hechos tal cual
ocurrieron y reconoce que es merecedora de la disciplina de Dios. El
pecado del pueblo no tenía otra explicación que la que Esdras ofrece:
«hemos abandonado Tus mandamientos».
Allí se encuentra el origen de todos los males. Si hubiéramos actuado
conforme a las instrucciones del Señor, no estaríamos en la situación en
que estamos. Pero nuestra naturaleza, rebelde y porfiada, siempre nos
impulsa a hacer las cosas «a nuestra manera». Por esto, la confesión
siempre va de la mano de un renovado compromiso a vivir bajo los
designios de Dios. Confesar es reconocer que solamente en su Palabra
encontramos la vida que tanto anhelamos.
CITA
«La confesión de obras de maldad es el primer paso hacia las buenas
obras». Agustín de Hipona
2 DE JUNIO
Misericordia
Oh SEÑOR, Dios de Israel, Tú eres justo, porque hemos quedado un
remanente que ha escapado, como en este día. Ahora, estamos
delante de Ti con nuestra culpa, porque nadie puede estar delante de
Ti a causa de esto. Esdras 9.15 NBLH
Esdras, quebrantado por la noticia de la infidelidad de sus compatriotas,
se presenta delante del Señor para confesar su pecado. Acongojado en
lo más profundo de su ser, no intenta disfrazar ni disimular la gravedad
de la situación.
Recuerda la calamidad que le tocó vivir a Israel a manos de los
babilonios. Jerusalén fue arrasada, el templo saqueado y el pueblo
llevado encadenado hacia el exilio. Allí debieron soportar las burlas, la
opresión y la servidumbre a la que fueron sometidos. Muchos perecieron
sin volver a pisar otra vez la Tierra Prometida. Esdras, sin embargo, se
resiste a caer en el papel de víctima. «Y después de todo lo que nos ha
sobrevenido a causa de nuestras malas obras y nuestra gran culpa, […]
Tú, nuestro Dios, nos has pagado menos de lo que nuestras
iniquidades merecen» (v. 13).
La persona que se acerca a confesar su maldad lo hace bajo la
convicción de que ni siquiera merece estar en pie. Hace suya la pregunta
del salmista: «SEÑOR, si llevaras un registro de nuestros pecados,
¿quién, oh Señor, podría sobrevivir?» (130.3, NTV). Aun cuando haya
escogido humillarse, practicando un verdadero duelo por la insoportable
maldad de sus obras, no pierde de vista que el privilegio de acercarse al
trono de gracia es algo absolutamente inmerecido. Por esto, en el texto
de hoy, Esdras confiesa estar delante del Señor, aunque «nadie puede
estar delante de Ti a causa de esto».
Esta falta de mérito es la que le da un brillo especial a la misericordia
de Dios; algo que le permite escoger un camino diferente al que
naturalmente se recorrería en determinada situación. La rebeldía del hijo
pródigo, por ejemplo, naturalmente engendraría abandono; el padre, sin
embargo, lo bendijo. La ira del hijo mayor naturalmente conducía al
rechazo, mas el padre le habló con ternura. La negación de Pedro
naturalmente desembocaba en una ruptura de su relación con Cristo;
Jesús, sin embargo, volvió a escogerlo como compañero de ministerio.
Disfrutar de la misericordia significa atreverse a recibir lo que no
merecemos, alegrarse en regalos que no esperábamos y sorprenderse
por caricias que no sembramos. Cuando vivimos pendientes de la
inmensa misericordia de Dios, comenzamos a morir al mal de estos
tiempos: el desagradable hábito de reclamar por nuestros derechos. Las
interminables exigencias acaban agobiando nuestra existencia y rara vez
logran lo que pretendemos. Cuando finalmente comprendemos que todo
es gracia inmerecida, logramos relajarnos para rendir nuestros aparentes
derechos a sus pies. Si él hubiera actuado conforme a lo que
merecíamos, ni siquiera estaríamos vivos.
REFLEXIÓN
«Que tus ojos se llenen de lágrimas por causa del pecado, pero no dejes
de fijar tu mirada en el Hijo del Hombre, levantado, como la serpiente
que levantó Moisés en el desierto. De esta manera, todos los que hemos
sido picados por la antigua serpiente podremos mirar a Jesús y vivir. La
desolación de nuestro pecado es el desierto sobre el cual el Señor hace
caer la lluvia de su misericordia». Charles Spurgeon
3 DE JUNIO
Impactante testimonio
Al ver la confianza de Pedro y de Juan, y dándose cuenta de que eran
hombres sin letras y sin preparación, se maravillaban, y reconocían
que ellos habían estado con Jesús. Hechos 4.13 NBLH
Pedro y Juan fueron los causantes de un verdadero tumulto en Jerusalén
cuando levantaron a un cojo que solía mendigar en una de las puertas
del templo. La explicación del suceso, que Pedro proveyó, provocó la
conversión de 5000 hombres. Aún no terminaban de ministrar a estas
personas, sin embargo, cuando el capitán de la guardia del templo junto
a algunos de los sacerdotes se les echaron encima y los arrastraron
hasta la cárcel.
Al día siguiente fueron interrogados, y demostraron la misma
convicción que habían evidenciado frente a las multitudes. Los
gobernantes, ancianos, escribas y sacerdotes, en medio de quienes
estaban, no pudieron evitar una sensación de asombro cuando
escucharon sus argumentos.
Me interesa identificar el motivo por el que quedaron maravillados.
Según el testimonio de Lucas, fueron dos los elementos que causaron
ese fuerte impacto en las mismas personas quienes los acusaban. El
primero fue la confianza de estos dos apóstoles. La palabra, en griego,
indica la firme disposición de avanzar por un camino sin importar los
riesgos o el costo que pueda implicar dicha decisión. Se trata de la
combinación de una actitud de franqueza con valentía. No encontraron
en estos hombres la timidez que delatara una falta de convicción en lo
que proclamaban.
El segundo elemento que causó asombro fue el hecho de que eran
hombres sin letras. No sabemos si esto indica que no sabían leer ni
escribir, pero definitivamente carecían de la educación formal necesaria
para estar enseñando al pueblo acerca de las verdades de Dios. Eran,
en el idioma de nuestros tiempos, hombres cuya falta de cultura estaba a
la vista.
Fueron estos dos elementos los que convencieron a sus acusadores
de que Juan y Pedro habían estado con Jesús. Considera esa
conclusión por un instante. Los apóstoles se distinguían por una
característica que automáticamente los excluía de los círculos religiosos
más prestigiosos de la época; eran hombres ordinarios que solamente
habrían sido considerados para tareas manuales o para trabajar la tierra.
¡Que tremendo testimonio acerca de la clase de personas que le
resultan atractivas al Señor! Pasa por alto a los sofisticados, los
educados, los cultos y los respetuosos, y se rodea de los arrebatados,
los torpes, los impetuosos y los apasionados. Con ellos puede
implementar su visión de establecer una iglesia pujante y victoriosa
sobre la faz de la tierra.
Debemos volver a examinar nuestra experiencia espiritual, tan prolija
y ordenada, para preguntarnos si no estamos necesitados de una
pequeña revolución. Necesitamos recuperar el espíritu de sencillez y
arrojo que sacudió la sociedad del primer siglo: que la gente arribe a la
conclusión de que seguimos a Jesús debido a la forma en que
encaramos la vida.
ORACIÓN
Despiértanos, oh Dios. Líbranos de las rutinas y las costumbres que han
adormecido nuestro espíritu. Sacude nuestro letargo. Sedúcenos con
visiones de apasionantes y arriesgadas aventuras de la mano de Jesús.
Sálvanos de transitar por esta vida desapercibidos.
4 DE JUNIO
Oportunidad desperdiciada
El SEÑOR habló de nuevo a Acaz: «Pide para ti una
señal del SEÑOR tu Dios que sea tan profunda como el Seol (región
de los muertos) o tan alta como el cielo». Pero Acaz respondió: «No
pediré, ni tentaré al SEÑOR». Isaías 7.10-12 NBLH
Acaz ocupa un lugar en el panteón de los reyes abominables que
reinaron sobre Judá. Introdujo muchas prácticas repugnantes en la
nación e incluso llegó a ofrecer a sus hijos en sacrificio a los dioses a
quienes adoraba. El historiador resume, de manera escueta, el trágico
paso de Acaz por Judá: «De esta manera, siguió las prácticas
detestables de las naciones paganas que el SEÑOR había expulsado de
la tierra al paso de los israelitas» (2 Reyes 16.3, NTV).
A pesar de la maldad de su corazón, Dios le proveyó de una palabra
cuando se vio amenazado por los reyes de Damasco e Israel. Por medio
del profeta Isaías le hizo saber que la campaña de estos dos no
prosperaría. Acaz, sin embargo, no era un hombre acostumbrado a
escuchar al Señor.
Dios, en su inmensa misericordia, le advierte a él y a los reyes que lo
acompañaban: «Si ustedes no lo creen, de cierto no permanecerán»
(7.9, NBLH). Cuando percibe el escepticismo del rey, el Señor le hace un
ofrecimiento que, francamente, nos desconcierta. ¡Jamás habríamos
sido tan generosos con un hombre tan perverso! El Señor lo invita a que
pida una señal que avale la palabra recibida por boca del profeta. La
oferta es generosa porque puede pedir lo que se le ocurra. El Señor le
da, literalmente, carta blanca en este asunto.
La respuesta de Acaz es patética. Intenta ser más bueno que Dios
mismo y opta por rechazar el magnánimo gesto que se le ha extendido.
Isaías no tarda en descargar contra el rey su fastidio: «Oigan ahora,
casa de David: ¿Les parece poco cansar a los hombres, que también
cansarán a mi Dios?» (v. 13).
¿Qué nos pasa que tan fácilmente dejamos pasar oportunidades para
ver cómo se activa el poder de Dios en el ámbito donde nos movemos?
¿Por qué nuestra experiencia en Cristo es tan tímida y retraída? El
Espíritu nos ubica ante la posibilidad de orar por un enfermo y solamente
atinamos a balbucear: «Voy a estar orando por esta situación». Se nos
cruza la posibilidad de compartir la Buena Noticia y no logramos más
que dejar, escondido sobre el escritorio, un tratado.
La exhortación que Dios le dio a Josué es también para nosotros.
«Esfuérzate y sé valiente». El reino avanza por la acción de personas
que intentan percibir en cada situación si el Espíritu los está invitando a
que se involucren. Dios permanece activo en nuestro mundo. Busca
hombres que se unan a los alocados emprendimientos que propone.
CITA
«¿Alguna vez has escuchado la voz? Te llama, como una seductora, a
que abandones la monotonía de la vida para comenzar una aventura.
Amenaza con dejarte en el tedio si rehúsas arriesgar todo lo que tienes
para llegar a ser todo lo que puedes. Cuando la ignoras, la voz pierde
fuerza y, finalmente, deja de llamarte». Erwin McManus[19]
5 DE JUNIO
Tengo esperanza
Esto traigo a mi corazón, Por esto tengo esperanza: que las
misericordias del SEÑOR jamás terminan, Pues nunca fallan Sus
bondades; Son nuevas cada mañana; ¡Grande es Tu fidelidad!
Lamentaciones 3.21-23 NBLH
Cuando leemos el texto de hoy, en medio de nuestras actividades
cotidianas, seguramente exclamamos «amén». Expresa, en términos
maravillosos, los atributos más preciosos de Dios: su fidelidad, su
bondad y su misericordia. Nos entusiasma la declaración de Jeremías
porque nosotros también hemos sido beneficiados por estas cualidades.
Jeremías no escribió estas líneas en medio del júbilo y de la
celebración. La tradición dice que después de la destrucción de
Jerusalén y el saqueo del templo por parte de las tropas de
Nabucodonosor, el profeta se alejó de la devastación de la ciudad y se
refugió en una cueva. Desde allí contemplaba la desolación que había
venido sobre su pueblo. La gran mayoría de los pobladores habían sido
llevados en cadenas a Babilonia. Las magníficas construcciones que
había levantado Salomón yacían en ruinas.
La congoja de Jeremías no conocía límites. Había sufrido
intensamente durante décadas de infructuosas advertencias a Judá.
Ahora agonizaba solo, en medio de los escombros de lo que alguna vez
fue una pujante ciudad.
Su lamento describe las muchas aflicciones que ha experimentado.
Anduvo en tinieblas y no luz, se consumieron su carne y su piel, y sus
huesos fueron quebrados. Se llenó de amargura y fatiga. Dios había
hecho que sus cadenas fueran pesadas. Clamaba por auxilio, pero no
recibía respuesta. Sus caminos se habían vuelto tortuosos y se sentía
desolado. Se había convertido en objeto de burla ante el pueblo. Su
alma había sido privada de la paz y había olvidado lo que significaba la
felicidad.
Nos encontramos ante un cuadro de extrema atribulación. Jeremías
está hundido en el más absoluto tormento. Su dolor no tiene consuelo.
Los años de ministerio no lograron cambiar el amargo destino del pueblo
de Dios.
Es en ese contexto que el profeta trae a su memoria las verdades
eternas que rodean al Señor. Sus bondades no fallan. Su misericordia no
tiene fin. Su fidelidad es tan inmensa que se resiste a ser medida.
Meditar en estas verdades reanima su corazón, y declara:
«“El SEÑOR es mi porción,” dice mi alma, “por tanto en Él espero.”
Bueno es el SEÑOR para los que en El esperan, Para el alma que Lo
busca» (vv. 24-25).
Jeremías marca el camino que debemos recorrer en tiempos de
aflicción. Aun en medio de la más intensa tristeza debemos atrevernos a
declarar las bondades de Dios. Cuando la vida duele, debemos
levantarnos y comenzar a proclamar a viva voz nuestra confianza en el
Señor. La convicción de que él sigue siendo bueno y que cumplirá en
nosotros sus propósitos ahuyenta las tinieblas y le devuelve la vida a
nuestra alma. Es un ejercicio que no puede depender de nuestros
sentimientos. Es un acto de resistencia frente a los azotes del destino.
EXHORTACIÓN
Decide, ahora mismo, proclamar las maravillas de aquel que nos llamó
de tinieblas a luz. Dale gracias por la situación en la que te encuentras,
aun cuando todo se vea oscuro. Levanta tus manos y declara, delante de
las huestes de maldad, que sigues confiando en el Señor con la misma
intensidad que el primer día.
6 DE JUNIO
Fortalecidos por su poder
También pedimos que se fortalezcan con todo el glorioso poder de
Dios para que tengan toda la constancia y la paciencia que necesitan.
Mi deseo es que estén llenos de alegría y den siempre gracias al
Padre. Colosenses 1.11-12
En ocasiones nos cruzamos con porciones, en los escritos de Pablo,
donde el misterio y la intensidad de lo que intenta compartir lo llevan a
construir sus oraciones de manera compleja. En el texto de hoy, expresa
el contenido de una oración a favor de los hermanos que eran parte de la
iglesia en Colosas.
Su deseo es que sean fortalecidos con todo el glorioso poder de
Dios. Los términos «fortalecidos» y «poder» poseen la misma raíz. Se
trata de la palabra dúnamis de la cual derivan las palabras «dinamita»,
«dinámico» y «dínamo». Todas comunican un extraordinario nivel de
intensa energía. La fortaleza que anhela el apóstol se refiere a una
potencia que nos capacita para ciertas tareas y desafíos. Es decir, no se
nos reviste de poder simplemente para disfrutar de la experiencia. La
fuerza que opera Dios en nosotros es para que podamos hacerles frente
a las particulares dificultades que se nos presentan, soportar la oposición
y persecución que nos toca vivir o sobrellevar las pruebas y
adversidades que son propias de esta vida.
La manifestación de esta fortaleza en nuestra vida es llamativa, pues
a primera vista no pareciera guardar relación con la potencia. Las
características que nos otorga este proceso de ser fortalecidos son la
constancia y la paciencia. No podemos prescindir de estas dos
cualidades para tener una vida de victoria.
La constancia o perseverancia se refiere a la capacidad de resistir la
adversidad y la presión, debido a una actitud de fortaleza interior. Es
decir, las complicaciones y los contratiempos que acompañan cualquier
emprendimiento no me lograrán disuadir del propósito que he abrazado.
La perseverancia es fundamental en el ejercicio de la vida espiritual
porque ningún logro se conquista sin esfuerzo. No existen las victorias
fáciles. Cada conquista requiere un esfuerzo disciplinado que se
sostiene a lo largo del tiempo. Sin perseverancia, nuestra vida quedará
regada por un tendal de buenas intenciones que nunca llegaron a
materializarse.
El segundo elemento es la paciencia; es lo que nos permite respetar
los tiempos que Dios establece para finalizar un proyecto o completar un
proceso. Los tiempos del Señor muchas veces son más extendidos que
los nuestros, y la falta de paciencia nos ha llevado, en más de una
ocasión, a la triste decisión de tomar cartas en el asunto. En una
sociedad donde todo es instantáneo, no nos sienta bien esperar. No
obstante, el Señor no tiene apuro alguno porque sus obras son eternas.
Tanto la perseverancia como la paciencia son el fruto de una obra
sobrenatural. No las generamos nosotros. Es su glorioso poder obrando
en nuestra vida lo que nos permite adquirir características que no
poseemos naturalmente.
REFERENCIA
«También nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque
sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia. Y la resistencia
desarrolla firmeza de carácter, y el carácter fortalece nuestra esperanza
segura de salvación». Romanos 5.3-4
7 DE JUNIO
Mis ojos te ven
Porque Mis ojos están puestos sobre todos sus caminos, que no se Me
ocultan, ni su iniquidad está encubierta a Mis ojos. Jeremías 16.17
NBLH
Por lo general, cuando recibimos alguna visita en nuestro hogar
tendemos a cuidar nuestro comportamiento, especialmente si se trata de
una persona con la que tenemos poca confianza. Intentamos mostrar
nuestros mejores modales, y extendemos una inusual cortesía a los
demás miembros de la familia. Durante la comida reinan la amabilidad y
la consideración, aun cuando al volver a estar solos esos
comportamientos lleguen a desaparecer como por arte de magia. Con
visitas, la familia se vuelve irreconocible durante por lo menos un par de
horas porque ignoramos qué libertades podemos tomarnos.
Desconocemos qué clase de humor es apropiado para el encuentro. No
logramos relajarnos en nuestro trato mutuo porque deseamos que la
visita se lleve una muy buena imagen de quiénes somos, aunque este
retrato sea completamente falso. Esto sucede porque la necesidad de
impresionar a los demás es uno de los males que nos esclavizan en este
tiempo de relaciones superficiales y, en muchos casos, artificiales.
Supongamos, por un instante, que la visita no se va a retirar una vez
que haya finalizado la comida. Más bien, ha llegado con una clara
consigna: nos acompañará a lo largo de todo el día, sin importar dónde
estemos o qué actividades desarrollemos. Nos acompañará cuando nos
metemos en el baño. Estará a nuestro lado mientras cocinamos. Se
pegará a nosotros mientras conducimos nuestro vehículo en medio del
tránsito alocado de nuestras ciudades. Estará a nuestro lado y observará
el contenido de nuestras búsquedas cuando decidamos pasar un rato
navegando por Internet. Incluso estará presente cuando tengamos
alguna desagradable discusión familiar o cuando nos acostemos aún
enojados con algún miembro de la familia.
¿Cómo afectaría este panorama nuestro comportamiento diario? Lo
más probable es que la presencia de este extraño nos obligaría a evitar
o modificar muchos de los comportamientos y hábitos en los que hoy
incurrimos. A causa de la vergüenza, nos esforzaríamos por vivir una
vida de mayor excelencia que la que tenemos.
El salmista nos dice que esa persona que observa cada una de
nuestras situaciones es el mismo Señor (Salmo 139:1-5). Sus ojos están
puestos sobre nuestros caminos. Nos ve insultar a alguien que nos cruzó
el auto, discutir con un comerciante o agredir a un vecino. Nos observa
cuando herimos a nuestros seres queridos con nuestro sarcasmo o
nuestras burlas. Nos observa cuando miramos una página pornográfica
o incurrimos en conversaciones que lo deshonran. Ninguna de nuestras
acciones está escondida ante sus ojos.
Podríamos, quizás, susurrarle a nuestra alma en una diversidad de
situaciones: «El Señor me está mirando. No haré nada que manche su
santo nombre». La sola consciencia de su presencia a nuestro lado todo
el día puede llegar a motivarnos a tener una vida de mayor santidad y un
compromiso más serio.
REFLEXIÓN
«Si piensas que puedes caminar en santidad sin practicar una comunión
perpetua con Cristo, has cometido un grave error. Si anhelas ser santo
debes vivir pegado a la persona de Jesús». Charles Spurgeon
8 DE JUNIO
Tierra de cultivo
Pues ambos somos trabajadores de Dios; y ustedes son el campo de
cultivo de Dios, son el edificio de Dios. 1 Corintios 3.9
Las analogías tomadas del mundo de la agricultura son frecuentes en las
enseñanzas de Pablo y Jesús. Revelan cuán importante es que un buen
maestro de la Palabra se sirva de ejemplos que provienen del mundo de
las personas a quienes enseña. Esto facilita que rápidamente puedan
conectar la analogía con el principio espiritual que comunica, pues se
basa en una imagen con la que todos se pueden identificar.
El apóstol, molesto por una discusión infantil que había dado lugar a
la formación de bandos en la iglesia, aclara que todos los que trabajan
en el ministerio son colaboradores en un mismo emprendimiento. En los
proyectos del Señor no existe, bajo ningún concepto, espacio para la
competencia, pues todos buscan un mismo beneficio: extender el reino
de Dios y glorificar el nombre del Señor.
Consideremos, entonces, la labor que encierra cultivar la tierra. La
planta madura, lista para ser cosechada, es el fruto de un concentrado
esfuerzo por parte del labrador. El primer desafío consiste en quitar
todas las plantas que quedan de la cosecha anterior, junto a las hierbas
que han aparecido con el paso del tiempo. Luego el labrador deberá
colocar el arado a sus bueyes y comenzar con el arduo proceso de dar
vuelta la tierra, preparando los surcos en los que serán desparramadas
las semillas. Una vez finalizado este proceso, colocará en una bolsa las
semillas y caminará por los surcos, esparciendo las semillas por todo el
campo. En algunos casos será también necesario tapar con tierra las
semillas.
El trabajo no termina allí. Después deberá esperar a que las lluvias
activen el crecimiento de las semillas, o regarlas por medio de canales
que desvían las aguas hacia el campo. Y ahora comienza la parte más
difícil del proceso: esperar el crecimiento de las plantas, algo que
solamente produce el Señor. Finalmente, después de unos meses, se
podrá comenzar con el proceso de la cosecha.
La analogía nos resulta útil para recordar que formar a Cristo en otros
no es cuestión de un curso de dos o tres semanas. Requiere una
inversión esforzada y paciente. El fruto no surge por arte de magia. Es el
resultado del trabajo perseverante y sufrido de alguien que está
dispuesto a invertir todo lo necesario en la vida de otro, hasta que este
alcance la estatura necesaria para repetir ese proceso en los demás. Del
mismo modo que no existen los atajos en el cultivo de la tierra, tampoco
se puede acortar el camino para formar un discípulo. No obstante, es
una inversión en la que bien vale la pena el esfuerzo. Un discípulo
formado es una herramienta poderosa en las manos del Señor.
MEDITACIÓN
Cristo invirtió tres largos e intensos años en formar a los Doce. Nosotros
no podemos aspirar a hacer un mejor trabajo en menos tiempo.
Dispongamos nuestro corazón a comprometernos, a largo plazo, con
aquellos que Dios ha confiado en nuestras manos.
9 DE JUNIO
Hacer el bien
Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo,
cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos.
Gálatas 6.9
Una de las descripciones más acertadas del ministerio de Cristo nos la
provee el apóstol Pedro, cuando ofrece su testimonio a Cornelio: «Y
saben que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con
poder. Después Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los
que eran oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos
10.38). Esa frase «anduvo haciendo el bien», escueta y concisa, resume
la multitud de milagros, liberaciones, consolaciones e intervenciones que
fueron parte integral del ministerio de Jesús en su paso por la Tierra.
Hacer el bien es, también, la vocación que Cristo ha dejado a los
suyos. Luego de resucitado les dijo a los Once: «Como el Padre me
envió a mí, así yo los envío a ustedes» (Juan 20.21). Nuestro llamado es
admirablemente sencillo. Desprovistos de todo interés en lo que los
demás puedan darnos, o en la forma en que respondan a nuestra
intervención, debemos caminar por la vida con el objetivo de hacerles
bien a aquellos que están a nuestro alrededor.
¿Cuál es ese bien? Puede tratarse de una palabra de ánimo, de una
acción para socorrerlos en una situación difícil, de prestar el oído para
que compartan sus angustias, de acompañarlos en un proceso que los
llena de temor, de regalar un abrazo al que está desanimado, de
visitarlos cuando caen enfermos o sencillamente de darles paso, en la
calle, cuando necesitan cruzar antes que nosotros. Las posibilidades son
ilimitadas.
Hacer el bien, sin embargo, encierra un peligro: podemos cansarnos.
El término que emplea Pablo proviene del mundo del agricultor. Se
refiere a la fatiga natural que resulta de un prolongado esfuerzo en un
determinado proyecto. Se trata de ese cansancio profundo, en los
huesos, cuando hemos invertido tiempo de manera desmedida en
alguna labor que nos ocupa.
El cansancio de hacer el bien proviene de estar pendientes del
prójimo, algo que no nos brota naturalmente. Por naturaleza somos
egoístas, por lo que estar atentos a lo que está ocurriendo a nuestro
alrededor solamente lo logramos por medio del esfuerzo.
El apóstol también menciona que debemos combatir la tentación de
darnos por vencidos. La palabra que emplea significa, literalmente,
«desmayar». Se usaba para describir el estado al que llegaban los
cosechadores cuando trabajaban bajo el sol abrasador del día. El calor
drenaba sus fuerzas.
Entiendo que esta referencia nos recuerda que hacer el bien requiere
fuerzas divinas. Quien lo realiza en el poder de la carne rápidamente se
agotará, o caerá en el resentimiento propio de quienes ven que siempre
sirven, pero nadie les sirve a ellos. El contexto de este versículo nos
invita a vivir en el poder del Espíritu. La gracia y la compasión que él
provee serán esenciales para cumplir con nuestra vocación.
REFERENCIA
«¡Amen a sus enemigos! Háganles bien. Presten sin esperar nada a
cambio. Entonces su recompensa del cielo será grande, y se estarán
comportando verdaderamente como hijos del Altísimo, pues él es
bondadoso con los que son desagradecidos y perversos». Lucas 6.35
10 DE JUNIO
Mujer golpeada
No, hijas mías, regresen a la casa de sus padres, porque ya soy
demasiado vieja para volverme a casar. Aunque fuera posible, y me
casara esta misma noche y tuviera hijos varones, entonces, ¿qué?
¿Esperarían ustedes hasta que ellos crecieran y se negarían a casarse
con algún otro? ¡Por supuesto que no, hijas mías! La situación es
mucho más amarga para mí que para ustedes, porque el SEÑOR
mismo ha levantado su puño contra mí. Rut 1.12-13
En el devocional de ayer meditábamos sobre la exhortación del apóstol
Pablo a que no nos cansáramos de hacer el bien. Según señalaba en la
reflexión, esta vocación forma parte de la médula de nuestro llamado y,
además, imita el ejemplo que nos dejó Cristo en los años que caminó en
medio de nosotros.
La bellísima historia de Rut nos provee una de las más
conmovedoras ilustraciones de la bondad convertida en estilo de vida, y
revela, de manera admirable, el espíritu misionero que debería haber
caracterizado al pueblo de Israel.
Cuando Noemí declara que el Señor ha levantado su puño contra
ella, no exagera. La vida que ella y su esposo habían construido en
Moab se derrumbó en un breve lapso de tiempo. Primero perdió a su
esposo, y luego fallecieron los únicos dos hijos que poseía.
Necesitamos entender algo de la cultura de esos tiempos para
percibir la dimensión de la calamidad que esto significaba para ella. Las
viudas generalmente podían apoyarse en la bondad de sus hijos, para
no quedar completamente desprotegidas en una sociedad donde ser
mujer y estar sola constituía una sentencia segura a una vida de
penurias y privaciones. Esta alternativa, sin embargo, le fue arrebatada
de las manos cuando perdió a sus dos hijos.
La desesperación la impulsó a volver a su tierra, donde quizás
gozaría de la generosidad de alguno de sus parientes. Resignada,
emprendió el viaje de regreso, pero pesaba sobre ella una preocupación:
sus dos nueras eran ahora, también, viudas. Y Noemí no tenía manera
de proveerles otro hijo, conforme a lo establecido por la ley
(Deuteronomio 25.5), para que se casara con alguna de ellas.
La angustia de Noemí nos habla de un corazón compasivo y
generoso. Se le observa refrescantemente libre de las actitudes de usura
y egoísmo que tantas veces caracterizan nuestras propias ambiciones,
aun en lo que a la vida espiritual respecta. Nuestras oraciones giran en
torno a nuestras necesidades, nuestros anhelos; lo que quisiéramos
experimentar, tener o lograr. Rara vez clamamos, con la misma pasión,
por las necesidades, los anhelos y las ambiciones de aquellos que están
a nuestro alrededor.
Noemí convirtió en suyas las necesidades de sus nueras y propuso
una solución que, a su entender, les ofrecía la mejor oportunidad de salir
adelante en la vida. Su desprendida actitud es digna de imitación.
ORACIÓN
Señor, líbranos de una vida en la que nuestra única preocupación es
nuestra propia existencia. Revístenos del mismo espíritu generoso y
desinteresado que observamos en Noemí. Queremos amar como ella
amó.
11 DE JUNIO
Atar suertes
No me pidas que te deje y regrese a mi pueblo. A donde tú vayas, yo
iré; dondequiera que tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu
Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán.
¡Que el SEÑOR me castigue severamente si permito que algo nos
separe, aparte de la muerte! Rut 1.16-17
La preocupación de Noemí por la desprotección que enfrentaban sus
dos nueras la llevó a animarlas a que volvieran a su gente. Ella,
golpeada por el infortunio, había emprendido el camino de regreso a
Israel con la esperanza de encontrar algún socorro entre los parientes
que tenía en aquella tierra.
A una de las nueras, Orfa, la sugerencia de Noemí le pareció buena.
Se despidió de su suegra y regresó hacia su pueblo. A Rut, sin embargo,
la posibilidad de separarse de Noemí le produjo tal angustia que se
aferró a la opción que ella expresó en el texto de hoy.
No me cabe duda de que el espíritu noble de Noemí había impactado
la vida de Rut, pues observamos en ella el mismo generoso compromiso
que evidencia su suegra. Rut, sin embargo, era joven y gozaba de
mejores posibilidades de reconstruir su vida que Noemí, y estas
oportunidades definitivamente radicaban entre los hombres de su propia
nación, los moabitas.
La respuesta de Rut es inequívoca. Para bien o para mal, escoge
atar su suerte a la de su suegra. El compromiso no posee cláusulas de
rescisión. Rut no deja una puerta abierta para abandonar a su suegra si
la situación se vuelve insostenible. Al contrario, se abraza
completamente al camino que ha emprendido, asumiendo los siguientes
compromisos: irá dondequiera que vaya Noemí; vivirá dondequiera que
le toque vivir a Noemí, ya sea en una casa, en una carpa o debajo de un
árbol; adoptará como suyo el pueblo de Noemí, lo que implica renunciar
a sus propios orígenes moabitas. El paso más radical de este pacto es
que les dará la espalda a sus propios dioses para abrazarse al Dios de
Noemí. Es una decisión intensamente personal, pero no titubea a la hora
de tomarla. Y su compromiso no posee fecha de vencimiento; seguirá a
su suegra hasta que la muerte las separe.
¿Cómo no usar la palabra «virtuosa» al hablar de Rut? Su corazón
embellece la vocación de ser mujer y ofrece una noble imagen de la
grandeza que puede alcanzar una persona cuyas prioridades han sido
rendidas al Señor.
Su ejemplo puede señalar las dimensiones que puede alcanzar
nuestro compromiso con Cristo. También a él podemos decirle: «A donde
tú vayas, yo iré; dondequiera que tú te encuentres, me encontraré. Tus
anhelos serán los míos. Lo que me pidas, yo lo haré. Lo mío será tuyo y
tu pueblo será mi pueblo. Tu Padre será mi Dios, todos los días de mi
vida, hasta que tú me lleves a tu presencia».
CITA
«El amor, a diferencia del “estar enamorado”, no es un sentimiento. Es
una profunda unidad que se mantiene por medio de la voluntad, y se
fortalece deliberadamente por medio del hábito. Se refuerza por la gracia
que ambas personas solicitan y reciben por parte de Dios». C. S. Lewis
12 DE JUNIO
Generoso cuidado
Booz se acercó a Rut y le dijo: «Escucha, hija mía. Quédate aquí
mismo con nosotros cuando recojas grano; no vayas a ningún otro
campo. Sigue muy de cerca a las jóvenes que trabajan en mi campo.
Fíjate en qué parcela están cosechando y síguelas. Advertí a los
hombres que no te traten mal. Y cuando tengas sed, sírvete del agua
que hayan sacado del pozo». Rut 2.8-9
Noemí había sufrido grandemente en la tierra donde ella y su esposo se
habían radicado. Aunque habían prosperado, la muerte la visitó y perdió
a su compañero, junto a sus dos hijos. Regresó a Israel acompañada por
su nuera, Rut, quien no quiso abandonarla. Decidida a asistir a Noemí en
todo lo que estuviera a su alcance para hacer, Rut salió a los campos
para ver si podía juntar algunos granos para ellas.
El cuidado hacia los demás debía ser una de las características
distintivas del pueblo de Dios, una nación llamada a bendecir porque
había sido bendecida (Génesis 12.3). Esta consigna constituía el
fundamento de su identidad como pueblo. El Señor esperaba que ellos
se movieran por la vida mostrando el mismo cuidado y la misma
misericordia que habían experimentado por parte de Dios.
Él es especialmente tierno hacia los más desprotegidos de la
sociedad, aquellos que no tienen a quien recurrir en situaciones de crisis.
El salmista señala: «El SEÑOR protege a los extranjeros que viven entre
nosotros. Cuida de los huérfanos y las viudas, pero frustra los planes de
los perversos» (146.9). Él traslada también esa perspectiva a su pueblo.
«No te aproveches de los extranjeros que viven entre ustedes en la
tierra. Trátalos como a israelitas de nacimiento, y ámalos como a ti
mismo. Recuerda que una vez fuiste extranjero cuando vivías en Egipto.
Yo soy el SEÑOR tu Dios» (Levítico 19.33-34).
Es por esto que la ley de Moisés exige que aun una actividad tan
terrenal como la cosecha sea realizada con consideración hacia el
prójimo menos afortunado. Un espíritu tierno y compasivo debe guiar la
labor de quienes trabajan el campo: «Cuando recojas las cosechas de tu
tierra, no siegues el grano en las orillas de tus campos ni levantes lo que
caiga de los segadores. Harás lo mismo con la cosecha de la uva, no
cortes hasta el último racimo de las vides ni recojas las uvas que caigan
al suelo. Déjalas para los pobres y para los extranjeros que viven entre
ustedes. Yo soy el SEÑOR tu Dios» (Levítico 19.9-10).
Booz encarna al Israel que soñaba el Señor. Es sensible al
necesitado, generoso con lo suyo y puntilloso en cumplir con los
parámetros establecidos para la cosecha. Revela un corazón tierno y
compasivo, como el del Dios que ama. Su proceder revela que la
consideración y el cuidado mutuo pueden permear las actividades más
insignificantes, de manera que proclamemos con nuestras acciones que
servimos a un Dios que es bueno para con todos.
MEDITACIÓN
«La amabilidad continua puede mucho. Así como el sol puede derretir el
hielo, la amabilidad logra que los malos entendidos, la falta de confianza
y la hostilidad se evaporen». Albert Schweitzer
13 DE JUNIO
Él te ayudará
También sé todo lo que has hecho por tu suegra desde la muerte de tu
esposo. He oído que dejaste a tu padre y a tu madre, y a tu tierra natal,
para vivir aquí entre gente totalmente desconocida. Que el SEÑOR,
Dios de Israel, bajo cuyas alas viniste a refugiarte, te recompense
abundantemente por lo que hiciste. Rut 2.11-12
La situación de Noemí y Rut, recién llegadas a Belén, era precaria. Al no
haber hombres en la casa, carecían del cuidado y de la protección que
gozaban otras familias. No obstante, Rut decidió salir durante la
cosecha, para recoger las espigas que quedaban al borde del campo. El
dueño del campo, según la ley mosaica, debía dejar una franja sin
cosechar para que las viudas, los pobres y los extranjeros pudieran
aprovisionarse de la abundancia de sus conciudadanos.
Booz, el dueño del campo, vio a la joven trabajando intensamente
para recoger suficientes granos para llevar a su casa. Conmovido, se
acercó a ella y le extendió una generosa invitación. La animó a que no
fuera a otras parcelas, sino que recogiera todo lo que quisiera de las
parcelas que le pertenecían a él. También le extendió la cortesía de que
se sirviera, cuando quisiera, del agua que proveía para sus labradores.
El narrador de esta historia registra la humilde respuesta de la
moabita: «Entonces Rut cayó a sus pies muy agradecida. “¿Qué he
hecho para merecer tanta bondad?”, le preguntó. “No soy más que una
extranjera”» (2.10). Observamos en sus palabras que era plenamente
consciente de las serias desventajas con las que corría como extranjera.
La persona que proviene de otras tierras no cuenta, en el lugar donde ha
escogido hacer su morada, con parientes, amigos, contactos o personas
dispuestas a extenderle ayuda. Al contrario, con frecuencia los
extranjeros son blanco de las propuestas de inescrupulosos individuos
que se aprovechan de su situación vulnerable.
Rut, sin embargo, se había ubicado bajo la ley del Dios al cual se
había abrazado. La consigna, para los que lo aman, es clara: «Confía en
el SEÑOR y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra y
prosperarás. Deléitate en el SEÑOR, y él te concederá los deseos de tu
corazón. Entrega al SEÑOR todo lo que haces; confía en él, y él te
ayudará» (Salmo 37.3-5).
Booz no era el único que había notado el sacrificio y esfuerzo de la
joven a favor de su suegra. El Señor mismo, galardonador de los que
confían en él y hacen el bien, la había recompensado generosamente.
No hay forma de equivocarse en la vida cuando nuestra meta es
hacer el bien. Recibiremos recompensas seguras porque así lo ha
prometido el Señor, pero también desarrollaremos una actitud que trae
beneficios para nuestro corazón. Nos salva de la obsesión por nuestro
propio bien y nos permite deleitarnos en la alegría de poder contribuir al
bienestar de otros.
DECISIÓN
«¿Deseas arrebatar tu día de las garras de la monotonía? Emprende
una obra exageradamente generosa, una acción que no goce de
reintegro, un gesto de amabilidad que no pueda ser compensado, una
gestión por la que no se te pueda pagar». Max Lucado
14 DE JUNIO
Contagiar a otros
Cuando Rut regresó a trabajar, Booz ordenó a sus trabajadores:
«Déjenla recoger espigas aun entre las gavillas, y no se lo
impidan. Además, arranquen de los manojos algunas espigas de
cebada y déjenlas caer a propósito. ¡Permítanle recogerlas y no la
molesten!». Rut 2.15-16
Booz, un hombre bueno y generoso, fue mucho más allá de lo que
establecía la ley. Bien podría haberse sentido satisfecho porque, según
lo ordenado por Moisés, dejaba los bordes de sus parcelas para que se
sirvieran los pobres y necesitados. La persona verdaderamente
comprometida con el Señor, sin embargo, no tiene interés en cumplir
solamente con la letra de la ley; interpreta el espíritu que encierra el
mandamiento y busca incorporar ese sentir a su vida.
Por esto invitó a Rut a que viniera y comiera con sus cosechadores.
«Ella comió todo lo que quiso y hasta le sobró» (v. 14). Esto constituye la
evidencia más clara de que Booz no le ofreció de lo que le sobraba, sino
que le dio plena participación en lo que él poseía.
Cuando terminaron de comer, habló con los hombres que recogían la
cosecha. Los instó a que le permitieran recoger granos de donde
quisiera. Incluso los animó a que dejaran caer, a propósito, espigas de
cebada, para que se ahorrara el esfuerzo de tener que cortar ella misma
los tallos de las plantas. Sus instrucciones fueron claras: «¡Permítanle
recogerlas y no la molesten!».
Hemos sido llamados a imitar a Jesús a quien, según señalaba en un
devocional anterior, Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder para
que anduviera haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el
diablo (Hechos 10.38). Este es nuestro modelo. Desprovistos de
intereses escondidos o motivaciones espurias nos deleitamos en
hacerles bien a todos los que se nos cruzan por la vida, cada día. No
consideramos méritos ni posición social o económica. Absolutamente
todos son blancos legítimos para una acción que resulte en un bien para
sus vidas.
La persona sabia, sin embargo, entiende que la consigna no termina
allí. Jesús enseñó a los suyos a vivir del mismo modo que él vivía. Booz
entendió que su responsabilidad incluía el desafío de enseñar esta
filosofía de vida a la gente sobre la que tenía influencia, por lo que no
dudó en contagiar a sus labradores del mismo espíritu generoso que
dirigía sus propios pasos.
Nuestro llamado se extiende más allá del desafío de ser individuos
que hacen el bien. Debemos trabajar de tal manera que otros aprendan
también esta forma de vivir. Debemos extender la invitación a los de
nuestro alrededor, cada vez que podamos, a que también se inicien en la
aventura de andar por la vida buscando oportunidades para hacer el
bien. El objetivo a alcanzar es la formación de una comunidad de
personas unidas por un deseo en común: compartir la bondad de Dios
con la mayor cantidad posible de personas.
MEDITACIÓN
«Cuando la sabiduría y experiencia de una generación no es transmitida
a la que sigue detrás de ella, se produce una ruptura que frena
significativamente el avance del proyecto de Dios». Juan José
Churruarín[20]
15 DE JUNIO
Inversión a largo plazo
De modo que Rut trabajó junto a las mujeres en los campos de Booz y
recogió grano con ellas hasta el final de la cosecha de cebada. Luego
siguió trabajando con ellas durante la cosecha de trigo, a comienzos
del verano. Y todo ese tiempo vivió con su suegra. Rut 2.23
Cuando Noemí volvió a su tierra natal en estado de indigencia, su nuera,
Rut, decidió refugiarse en las leyes mosaicas acerca de la cosecha.
Salió de la casa y comenzó a juntar granos de los bordes de los campos,
los cuales estaban destinados a ayudar a los pobres y necesitados. El
dueño del campo era Booz, quien, observando su desinteresado
servicio, pronto la invitó a que recogiera todo lo que quisiera, de modo
que regresó a su casa con una gran abundancia de granos.
El historiador nos dice que esta situación se extendió hasta el final de
la cosecha de la cebada y, luego, acompañó la cosecha del trigo. De
esta manera Rut trabajó, con el mismo perfil modesto y esforzado,
alrededor de dos meses. Cada día regresaba a la casa de su suegra con
el fruto de sus labores. La condición de las dos mujeres seguramente
mejoró notablemente gracias a la generosidad de Booz, quien no se
cansó en ningún momento de hacer el bien.
La asistencia que dura por un instante produce un alivio
momentáneo, pero rara vez alcanza para resolver los problemas más
apremiantes que sufren los necesitados. Las soluciones que generan
una verdadera transformación requieren un compromiso que perdura a lo
largo del tiempo necesario para su implementación.
Observamos este mismo compromiso en la historia del buen
samaritano. Sin duda, el hombre que yacía al costado de la ruta,
golpeado, se habría beneficiado algo de los primeros auxilios que le
brindó el samaritano. En la parábola, sin embargo, el samaritano se
desvió de su camino y lo llevó a una posada. Allí le encargó al dueño
que supervisara la recuperación del lastimado y se comprometió a cubrir
los gastos que este proceso pudiera generar.
Así es, también, el compromiso de nuestro buen Padre celestial con
nosotros. A pesar de que solemos acentuar el interés que tiene por
salvarnos, la obra que él se ha propuesto abarca nuestra transformación
completa. Así lo expresa Pedro en el texto que hemos examinado en
otra oportunidad: «En su bondad, Dios los llamó a ustedes a que
participen de su gloria eterna por medio de Cristo Jesús. Entonces,
después de que hayan sufrido un poco de tiempo, él los restaurará, los
sostendrá, los fortalecerá y los afirmará sobre un fundamento sólido»
(1 Pedro 5.10). Los pasos de este extraordinario proceso encierran un
trabajo paciente y perseverante que solamente se completará en el
glorioso día en que regrese nuestro Señor.
Nosotros también debemos esforzarnos más allá de las simples
obras de caridad, para comprometernos en la «redención» de aquellos
que padecen una diversidad de aflicciones.
REFERENCIA
«El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene
esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia». 1 Corintios 13.7
16 DE JUNIO
Mujer virtuosa
«¡El SEÑOR te bendiga, hija mía!», exclamó Booz. «Muestras aún más
lealtad familiar ahora que antes, pues no has ido tras algún hombre
más joven, sea rico o pobre. Ahora, hija mía, no te preocupes por
nada. Yo haré lo que sea necesario, porque todo el pueblo sabe que
eres una mujer virtuosa». Rut 3.10-11
La relación tierna y bondadosa que existía entre Booz y Rut finalmente
floreció y se transformó en una historia de amor. El minucioso cuidado de
Booz hacia Rut gestó una idea en el corazón de la suegra de esta,
Noemí. La envió una noche a que se recostara, según las costumbres de
la época, a los pies de Booz, algo que constituía un pedido de que
cumpliera con sus obligaciones de pariente y la tomara como mujer.
La narración muestra que en todo momento Rut se movió con una
actitud de profundo respeto y pureza. Esperó a que Booz se acostara y
luego llegó hasta donde estaba cuando ya no había más luz. Se ubicó en
la posición que ocupaban los siervos y se levantó temprano, para
retirarse del lugar, antes de que fuera empañado el testimonio de Booz
por los comentarios de sus obreros.
Su forma de proceder es coherente con el estilo de vida que había
cultivado desde que llegó a Belén, y Booz da testimonio de que todo el
pueblo había notado las virtudes de una mujer cuyo proceder había sido
intachable en todas las áreas de la vida.
El comentario de Booz ofrece el corolario perfecto al mensaje que
une los diferentes incidentes en el libro de Rut. En la vida de Rut se
cumplió la promesa que contiene el Salmo 37.3-4: «Confía en
el SEÑOR y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra y
prosperarás. Deléitate en el SEÑOR, y él te concederá los deseos de tu
corazón». Su afán por honrar a Dios y hacer todo el bien posible a su
suegra Noemí abrió las puertas para que el Señor la prosperara y
también le concediera los anhelos más profundos de su corazón.
La historia de Rut, sin embargo, no gira en torno al beneficio
exclusivo que cosechó ella. Booz testifica de cómo su comportamiento
virtuoso impactó a toda la gente de la zona, especialmente porque era
una extranjera. Este es el fruto claro y medible de vivir con el objetivo de
hacer el bien en todas las oportunidades que a uno se le presentan. Los
que observan esta forma de actuar, que es llamativa por ser
marcadamente distinta a la de la mayoría de los habitantes de la tierra,
no pueden evitar la admiración y el respeto que esto despierta.
Así ocurrió en la vida de la Madre Teresa. Millones de personas sin
ninguna inclinación religiosa se vieron seducidas por la vida de una
persona que se entregó sin reservas a hacer el bien a los más olvidados
de la tierra.
REFLEXIÓN
«No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin
sentirse mejor y más feliz». Teresa de Calcuta[21]
17 DE JUNIO
Epílogo
Entonces Noemí tomó al niño, lo abrazó contra su pecho y cuidó de él
como si fuera su propio hijo. Las vecinas decían: «¡Por fin ahora
Noemí tiene nuevamente un hijo!». Y le pusieron por nombre Obed. Él
llegó a ser el padre de Isaí y abuelo de David». Rut 4.16-17
Cuando Noemí regresó a Belén, luego de perder a su esposo y sus dos
hijos, les pidió a sus vecinas que no la llamaran más por su nombre:
«Más bien llámenme Mara, porque el Todopoderoso me ha hecho la vida
muy amarga. Me fui llena, pero el SEÑOR me ha traído vacía a casa.
¿Por qué llamarme Noemí cuando el SEÑOR me ha hecho sufrir y el
Todopoderoso ha enviado semejante tragedia sobre mí?» (1.20-21).
Imaginamos que luchaba con una profunda sensación de amargura
por los duros golpes que había recibido durante los años de su estadía
en tierras de Moab. Regresaba sin futuro, desprovista de herederos y
obligada a buscar algún benefactor que se apiadara de su penosa
condición.
El autor del libro comparte la cronología de bendiciones que
sucedieron debido al desinteresado servicio de su nuera Rut. No
solamente logró encaminarse en lo material, sino que conquistó el
corazón de un pariente quien asumió la responsabilidad de cuidar a
ambas mujeres, tomando a Rut por esposa. Ella concibió un hijo, el cual
representaba la culminación de la obra redentora en la vida de la
desdichada Noemí.
Noemí tomó ese hijo como si fuera suyo. Sus vecinas vieron que el
Señor le había vuelto a dar un heredero, y ellas escogieron un nombre
para el niño: Obed (que significa «adorador»), como testimonio de la
bondad que el Señor le había mostrado en medio de su aflicción. Noemí
crió al niño y lo formó en las verdades que sustentaban la vida de los
israelitas, de modo que el pequeño acabó insertado en el linaje que
engendró al rey David y del cual surgiría, finalmente, el Mesías.
De esta manera observamos de qué forma la vida de una extranjera
puede ser redimida por la gracia de Dios. No solamente encontró un
hogar en medio de los israelitas, sino que pasó a ser una de las figuras
benditas en la historia del pueblo escogido.
Cuando nos abrazamos de todo corazón al Señor y a su Palabra,
Dios lleva a cabo una profunda obra de transformación en nosotros. No
importa de dónde procedemos o cuál haya sido nuestro historial, él nos
redime y convierte en algo precioso y útil para sus proyectos eternos.
Por esto, una pareja estéril se convierte en padres de naciones; un
asesino, en vocero de Dios ante el faraón; un estafador, en fiel seguidor
de Jesús; y un acérrimo opositor de la iglesia, en un osado apóstol de
Cristo.
La historia del pueblo de Dios está repleta de extraordinarios
testimonios de lo que logra su maravillosa gracia cuando nos ponemos
de todo corazón en sus manos.
REFERENCIA
«Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con
Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también
hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos
firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios». Romanos
5.1-2 NBLH
18 DE JUNIO
Onesíforo
Que el Señor muestre una bondad especial con Onesíforo y toda su
familia, porque él me visitó muchas veces y me dio ánimo. Jamás se
avergonzó de que yo estuviera en cadenas. 2 Timoteo 1.16
La cárcel es el lugar desagradable donde, suponemos, viven aquellos
que merecen estar encerrados por los crímenes que han cometido.
Encontrarse en la cárcel, entonces, no es motivo de alegría. Al contrario,
aun cuando uno sea inocente, el mero hecho de estar preso confiere un
estigma de vergüenza y condenación.
Pablo experimentó esto cuando estuvo encarcelado en Roma.
Muchos habían cuestionado su ministerio. Ahora que se encontraba en
la cárcel, no faltarían quienes señalarían que esto constituía una clara
señal de desaprobación de Dios sobre su vida. Le comparte a Timoteo:
«Todos los de la provincia de Asia me abandonaron, incluso Figelo y
Hermógenes» (2 Timoteo 1.15). También señala: «En mi primera
defensa nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron»
(2 Timoteo 4.16, NBLH).
La experiencia del abandono es amarga en extremo, especialmente
cuando lo sufrimos de manos de aquellos que considerábamos nuestros
amigos. Ante los golpes inesperados de la vida, nuestra angustia se
intensifica notablemente al constatar que muchos optan por mantener la
distancia o, en los casos más descarados, darnos la espalda. El silencio
de quienes deberían apoyarnos es, en ocasiones, más difícil de digerir
que la prueba en sí.
En medio de esta dolorosa situación, sin embargo, un hombre se
esmeró por transitar un camino diferente: Onesíforo. No lo hizo
simplemente por cumplir con una obligación. El apóstol testifica que
«cuando vino a Roma, me buscó por todas partes hasta que me
encontró» (2 Timoteo 1.17, NTV). Percibimos aquí la perseverancia que
surge de un corazón amoroso.
El esfuerzo de Onesíforo llevó un precioso fruto. Cada una de sus
visitas llenó de ánimo a Pablo. El término que se emplea podría
traducirse «me refrescaron». En medio de las opresivas y asfixiantes
condiciones de la cárcel, las visitas de este hombre santo llegaron a la
vida de Pablo como una brisa fresca que le infundía ánimo y aliento.
No resulta tan complicado ocuparse de la persona que está en
dificultades. Lo más difícil es vencer la inercia de la inacción, o la
convicción de que «seguramente algún otro se está ocupando de
acompañarlo». Ante la duda, debemos tomar la iniciativa de acercarnos.
No necesitamos aparecer con la solución que resolverá su problema. Lo
que más necesita, en ese momento, es saber que a alguien le importa lo
que está padeciendo. Con una visita o, incluso, un simple llamado,
podemos ayudar a alguien a saber que no está solo. Para quien se
encuentra sumergido en la angustia ese gesto puede valer mucho más
de lo que nos damos cuenta.
REFERENCIA
«Entonces el Rey dirá a los que estén a su derecha: “Vengan, ustedes,
que son benditos de mi Padre, hereden el reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo. Pues tuve hambre, y me alimentaron. Tuve
sed, y me dieron de beber. Fui extranjero, y me invitaron a su
hogar. Estuve desnudo, y me dieron ropa. Estuve enfermo, y me
cuidaron. Estuve en prisión, y me visitaron”». Mateo 25.34-36
19 DE JUNIO
Administrador de secretos
Que todo hombre nos considere de esta manera: como servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios. 1 Corintios 4.1
NBLH
El espíritu de competencia que se había instalado en la iglesia de
Corinto había sembrado gran confusión en la congregación. Algunos
argumentaban que la persona con mayor jerarquía era Pablo; otros
diferían, y creían que el de mayor peso era Apolos.
Las discusiones giraban en torno del aporte que cada uno había
realizado al crecimiento de los hermanos. Pablo se sintió obligado a
intervenir para volver a instalar una clara visión de cómo se producen los
avances en la obra del Señor. El texto de hoy nos provee una de las más
sencillas, y a la vez profundas, definiciones del rol que cumple la
persona que edifica a la iglesia de Cristo.
El apóstol escoge la palabra «administrador» para describir su
trabajo. El sentido del término se refiere a quien supervisa y distribuye
los tesoros de otro. Trae a la mente la asombrosa claridad de visión que
poseía Juan el Bautista, quien entendía que las personas a quienes se le
había concedido ministrar no le pertenecían. Del mismo modo, el apóstol
Pablo, autor de algunos de los más extraordinarios tratados teológicos
en la historia de la iglesia, reconoce que nada de eso es fruto de su
inteligente y esforzado estudio de la Palabra.
¿Cuáles son los tesoros que administraban Pablo y Apolos? Los
misterios de Dios. No indica, con esta frase, que ellos poseían todas las
respuestas acerca de los aspectos más secretos de la persona de Dios.
Tampoco se consideraban poseedores de un conocimiento que los
ubicara por encima de los demás. Más bien, se les había dado una
capacidad especial para entender las profundidades de Dios, con el
propósito de instruir y edificar al pueblo de Dios. La frase que escoge la
Nueva Traducción Viviente arroja mayor claridad sobre la función que se
les había encomendado: «la tarea de explicar los misterios de Dios».
Su perspectiva difiere marcadamente de un estilo de liderazgo que
intenta acaparar el conocimiento para frenar el desarrollo de aquellos
que potencialmente pueden llegar a constituirse en «amenazas». La
iglesia, durante siglos, imitando el modelo de los sacerdotes del Antiguo
Testamento, alimentó esta brecha entre los supuestos «profesionales» y
los laicos.
El maestro generoso y bien orientado entiende que lo que ha recibido
como una revelación especial no es para él, sino para ser compartido
con el pueblo. Se deleita en abrir los misterios de la Palabra, no con el
propósito de informar, sino para la edificación de todos aquellos que
aspiran a seguir creciendo en el conocimiento de la Verdad. No está en
el negocio de curiosear en la Palabra, ni en perderse en interminables
argumentos que no aportan nada al crecimiento del pueblo. Sigue el
ejemplo de Jesús, quien con paciencia presentaba las verdades eternas
del Padre en un formato que hasta los más sencillos podían entender.
Esa es nuestra labor. Ese es nuestro privilegio.
REFERENCIA
«Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del SEÑOR, y a
practicarla, y a enseñar Sus estatutos y ordenanzas en Israel». Esdras
7.10 NBLH
20 DE JUNIO
Hacia el conocimiento
El burlón busca la sabiduría y nunca la encuentra; pero para el
entendido, el conocimiento es cosa fácil. Proverbios 14.6
Una de las ironías que acosa la existencia del burlón es que carece
precisamente de aquello que se jacta de poseer: conocimiento. El burlón
es aquella persona que no desperdicia oportunidad para ridiculizar la
perspectiva de otros. Sus comentarios están repletos de ironía,
sarcasmo y expresiones peyorativas. No importa cuál es el tema que se
aborde, el burlón siempre sabe más que los demás presentes. Su
convicción de ser experto en todo lo lleva a mofarse de las opiniones de
los demás.
El autor de esta sección de Proverbios ofrece una imagen gráfica que
nos ayuda a entender a esta persona. «El vino produce burlones»,
declara (20.1). Si alguna vez has estado en presencia de una persona
que se excedió en el consumo del alcohol, habrás observado que
lentamente comienza a perder la cordura que normalmente muestra en
la vida. Eleva el tono de voz, echa por la borda el espíritu de reserva y
dice cosas que nunca diría si estuviera en su sano juicio. Algunos,
incluso, envalentonados por el efecto del vino, desafían a los presentes a
pelear con ellos o se enredan en acaloradas discusiones que terminan
en insultos y empujones.
El principal problema del burlón es su convicción de que no necesita
ayuda para crecer en conocimiento. Nadie le puede enseñar nada. Odia
ser corregido (Proverbios 15.12). Su orgullo lo ha convencido de que
todo lo puede solo, y por eso mira con tanto desprecio a los débiles que
necesitan la asistencia de otros.
El autor de este proverbio compara al burlón con el entendido. Este
último no tiene dificultad para crecer en conocimiento. Su facilidad, sin
embargo, no se debe a un intelecto privilegiado ni a una mayor disciplina
de estudio. La diferencia radica en su actitud. La persona entendida
percibe que todo lo que sabe no es solamente el fruto de sus propias
reflexiones, sino también el de las observaciones y los aportes de otros.
Discierne que nadie desarrolla sus ideas aislado del diálogo honesto y
respetuoso con los demás. No es selectivo acerca de quién puede y
quién no puede enseñarle algo. Percibe que todos, a su alrededor,
pueden contribuir a su desarrollo como persona.
La característica sobresaliente del entendido es su humilde deseo de
agradar a Dios. Esa postura es la que más facilita su crecimiento en
sabiduría, tal como lo afirmaba Cristo mismo: «Todo el que quiera hacer
la voluntad de Dios sabrá si lo que enseño proviene de Dios o solo hablo
por mi propia cuenta» (Juan 7.17). La consciencia de la dureza y la
rebeldía de su propio corazón llevan al entendido a desconfiar de sus
propias opiniones. Comparte sus perspectivas con una actitud de
respeto porque percibe que lo que sabe es mucho menos de lo que no
sabe.
CITA
«El hombre que piensa que puede vivir sin los demás está equivocado.
Aquel que piensa que los demás no pueden vivir sin él está aún más
errado». Refrán jasídico
21 DE JUNIO
Pureza de intención
Rechazamos todas las acciones vergonzosas y los métodos turbios.
No tratamos de engañar a nadie ni de distorsionar la palabra de Dios.
Decimos la verdad delante de Dios, y todos los que son sinceros lo
saben bien. 2 Corintios 4.2
La iglesia de Corinto sufría bajo las enseñanzas de falsos maestros que
se habían infiltrado en la congregación. Ellos cuestionaban la integridad
del apóstol Pablo e insinuaban que sus credenciales para el ministerio
eran espurias. El apóstol se vio obligado a escribirles una carta en la que
aclaraba algunas de las acusaciones en su contra. En ella afirma:
«Podemos decir con confianza y con una conciencia limpia que, en todos
nuestros asuntos, hemos vivido en santidad y con una sinceridad dadas
por Dios» (1.12).
Esta declaración constituye la esencia del ministerio del apóstol
Pablo: una vida de santidad y una forma de proceder marcadas por la
claridad. Sus cartas, por ejemplo, «fueron transparentes, y no hay nada
escrito entre líneas ni nada que no puedan entender» (1.13). Aun
aquellas declaraciones que resultaban algo más complejas, como
reconoció el apóstol Pedro (2 Pedro 3.16), no eran producto de artilugios
intelectuales ni maniobras para sembrar la confusión. Al contrario, Pablo
se atreve a declarar confiadamente: «Si la Buena Noticia que
predicamos está escondida detrás de un velo, solo está oculta de la
gente que se pierde» (2 Corintios 4.3).
Esta forma de proceder fue fruto de una decisión clara y concreta
acerca del método apropiado para el desarrollo del ministerio.
Rechazaban, de manera categórica, todas las acciones vergonzosas y
los métodos turbios que buscaban engañar a la gente y torcer la verdad
de Dios para beneficio propio.
Ese otro estilo de liderazgo carente de escrúpulos ya se había
manifestado en algunas de las congregaciones que Pablo conocía. En
algunos grupos en nuestros tiempos, sin embargo, estas estrategias se
han institucionalizado y se han convertido en la marca que los distingue.
Sus líderes apelan a las más groseras técnicas para conseguir que las
personas les den lo que quieren. Puede tratarse del desvergonzado
despojo de sus pertenencias, del descarado comercio de milagros o la
vulgar manipulación de las emociones. En cada una de estas situaciones
el líder pretende echar mano de un beneficio personal por medio de la
deshonestidad ministerial.
Es nuestro deber resistirnos a todo aquello que pretenda obligar a las
personas a hacer algo que no harían por decisión propia, ya sea dentro
del ministerio o en el marco de nuestras relaciones cotidianas. El amor
puro y sincero se expresa en un respeto incondicional por los derechos y
las libertades que posee cada individuo. Podemos invitar, e incluso
persuadir, pero no nos es lícito obligar. Tampoco debemos permitir que
otros nos manipulen ni que intenten manejarnos por medio de la culpa.
Las mejores decisiones siempre son fruto de la reflexión seria y
cuidadosa.
REFERENCIA
«Como anciano igual que ustedes, les ruego: cuiden del rebaño que Dios
les ha encomendado. Háganlo con gusto, no de mala gana ni por el
beneficio personal que puedan obtener de ello, sino porque están
deseosos de servir a Dios. No abusen de la autoridad que tienen sobre
los que están a su cargo, sino guíenlos con su buen ejemplo». 1 Pedro
5.1-3
22 DE JUNIO
Más allá del temor
El rescate de la vida de un hombre está en sus riquezas, Pero el pobre
no oye amenazas. Proverbios 13.8 NBLH
El contexto de nuestra amada América Latina ratifica, con creces, lo
acertado de la observación del autor de Proverbios. En muchas
situaciones donde el rigor de la justicia debería caer sobre aquellos que
transgreden las leyes, una suculenta gratificación económica alcanza
para neutralizar a las autoridades encargadas de hacer respetar los
códigos legales. Es la maldición que mantiene de rodillas a nuestras
naciones, pues donde reina la inmoralidad es imposible afianzar el
progreso que es fruto del esfuerzo y del trabajo honesto.
Los pobres no gozan de la impunidad que disfrutan los más
adinerados. No poseen los recursos necesarios para escapar de las
exigencias de las instituciones que velan por el cumplimiento de las
leyes. Cuando la pobreza es extrema, sin embargo, ellos también viven
más allá del alcance de las autoridades. No tenemos que hacer más que
pasar por algún asentamiento ilegal para ver que disfrutan de
electricidad que no pagan, conexiones de Internet que no solicitaron y
edificios que no fueron aprobados por los entes reguladores de la
ciudad.
¿Cuál es la razón por la que nadie interviene para poner en regla
estas situaciones de irregularidad? Los pobres, tal como señala nuestro
texto, no oyen amenazas. No se le puede quitar algo a la persona que
nada tiene. Por esto, las multas y las penalidades no funcionan en estas
comunidades.
La imagen nos sirve para reflexionar acerca de la realidad que
acompaña a quien ha muerto en Cristo. Tal persona ha perdido sus
temores, pues nadie le puede quitar lo que ya no posee. El apóstol Pablo
nos ofrece un excelente ejemplo de esto cuando testifica de la realidad
que le tocó vivir en Asia. Las aflicciones pusieron en riesgo su misma
vida, de modo que señala: «Esperábamos morir; pero, como resultado,
dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en
Dios, quien resucita a los muertos» (2 Corintios 1.9, NTV).
Pablo y sus acompañantes se encontraban en circunstancias en las
que no había ningún recurso a su alcance que pudieran ofrecer para
rescatar sus vidas de la muerte segura. Frente a esta realidad se
aferraron por completo al Señor y a la certeza de que sus vidas eran
intocables, aun si tuvieran que transitar por la experiencia de la muerte
física. El perderlo todo sirvió para hacerles crecer en confianza.
Cuando los temores gobiernan nuestra vida podemos estar seguros
de que seguimos aferrados a realidades y pertenencias que
consideramos propias. El temor señala que en este tema también
debemos morir. Puede que se trate de nuestra reputación, nuestro
futuro, nuestros bienes, nuestro prestigio o nuestra seguridad. Si
optamos por entregar cada uno de estos intereses en manos del Señor,
no habrá chantaje por parte del enemigo que pueda atemorizarnos.
Aquellos que lo han perdido todo no oyen amenazas de ningún tipo.
REFERENCIA
«Pero yo hago oídos sordos a sus amenazas; me quedo callado ante
ellos como quien no puede hablar. Opté por no oír nada, y tampoco
respondo. Pues a ti te espero, oh SEÑOR. Tú debes responder por mí,
oh Señor mi Dios». Salmo 38.13-15 NTV
23 DE JUNIO
Empleados ejemplares
Y los que tienen amos que son creyentes, no les falten el respeto,
porque son hermanos, sino sírvanles aún mejor. 1 Timoteo 6.2 NBLH
He perdido la cuenta de las veces que algún hermano me ha dicho: «¡No
trabajo más con evangélicos! Poseen peores hábitos de trabajo que los
más indolentes empleados en el mundo».
Siempre siento gran tristeza cuando escucho esto, pero debo
reconocer que la realidad tiende a confirmar la observación. Cuando un
cristiano trabaja para otro cristiano se toma libertades y atribuciones que
jamás se tomaría en un contexto «no cristiano». Cree que ser hermano
de quien lo emplea inhibe a este último de establecer exigencias acerca
de la forma y los plazos para trabajar. Supone que el llamado a vivir en
amor constituye una licencia para abusar de la bondad del otro, y se
ofende cuando se le llama la atención sobre su falta de responsabilidad,
como si fuera una descortesía marcarle sus errores.
Parte de la razón por la que existe una falta de ética laboral en la
iglesia es porque se provee de muy poca enseñanza sobre el tema. El
hábito de restringir la vida espiritual al ámbito de nuestras reuniones
tiende a afianzar en las personas la convicción de que no hay nada de
malo con vivir de otra forma cuando estamos en el ámbito laboral.
El apóstol Pablo no olvidó enseñar sobre este tema. El contexto lo
provee un extenso pasaje sobre las dinámicas que deben gobernar las
relaciones en todos los ámbitos de la vida. En lo laboral, instruye:
«Esclavos, obedezcan a sus amos terrenales con profundo respeto y
temor. Sírvanlos con sinceridad, tal como servirían a Cristo. Traten de
agradarlos todo el tiempo, no solo cuando ellos los observan. Como
esclavos de Cristo, hagan la voluntad de Dios con todo el corazón»
(Efesios 6.5-6, NTV).
Aunque no somos esclavos, las pautas sirven para todo el que
trabaja para otro. Debe, en primer lugar, mostrar un profundo respeto y
temor por la persona que lo emplea. Esto descarta, automáticamente,
toda intención de aventajarse de quien lo emplea o de hablar mal de él.
En segundo lugar, Pablo anima a que tengamos por objetivo agradar al
Señor, no a nuestro empleador. Es decir, debemos imprimirle a nuestro
trabajo la misma excelencia que caracteriza todo lo que ofrecemos a
Dios. En tercer lugar, el apóstol cuestiona la holgazanería en el trabajo,
donde el esfuerzo se evidencia solamente cuando el empleador está
presente. Nuestro trabajo debería caracterizarse por la constante
responsabilidad y disciplina, porque nuestro Amo celestial siempre está
presente.
El resumen de la enseñanza es: hacer las cosas «de todo corazón».
Es una invitación a invertir lo mejor de nosotros a favor de quien nos
emplea; a dedicarle la pasión y la seriedad que les dedicaríamos a
aquellos proyectos que más amamos. Actuar de esta manera trae
bendición para nosotros, para nuestros compañeros y para la persona
que nos emplea. Sobre todo, damos gloria a Dios con un testimonio
intachable en el lugar de trabajo.
REFERENCIA
«Los esclavos siempre deben obedecer a sus amos y hacer todo lo
posible por agradarlos. No deben ser respondones ni robar, sino
demostrar que son buenos y absolutamente dignos de confianza.
Entonces harán que la enseñanza acerca de Dios nuestro Salvador sea
atractiva en todos los sentidos». Tito 2.9-10 NTV
24 DE JUNIO
El valor de lo urgente
Los nuestros tienen que aprender a hacer el bien al satisfacer las
necesidades urgentes de otros; entonces no serán personas
improductivas. Tito 3.14
El tema de las buenas obras es recurrente en las instrucciones que
Pablo le da a su discípulo Tito. Lo anima a mostrarse como un ejemplo
de buenas obras (Tito 2.7). Declara que Cristo «se dio por nosotros,
para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Si un pueblo para
posesión Suya, celoso de buenas obras» (2.14, NBLH), y exhorta al
joven pastor a que busque la forma de que la iglesia esté ocupada en
buenas obras (3.8).
Hemos de entender, por la insistencia de esta instrucción, que las
buenas obras son integrales a nuestra identidad como pueblo de Dios.
En nuestras acciones a favor de otros manifestamos el corazón de un
pueblo que ha sido transformado por el Señor, cuya característica
sobresaliente es su amor insistente, generoso e incondicional. El tiempo
que pasamos en su presencia nos contagia de ese mismo espíritu que lo
mueve a él.
Al cerrar su carta a Tito, el apóstol Pablo nos ofrece una pista de
cómo llevar adelante esta vocación de ser un pueblo de buenas obras.
En primer lugar, notemos que hacer el bien es algo que se aprende. No
fluye naturalmente de corazones egoístas y malvados. El proceso de
convertirnos en discípulos, entonces, requiere un proceso de aprendizaje
que nos conduce a pensar mucho más en el prójimo.
La palabra que el apóstol escoge para el proceso de hacer el bien
indica, en el griego, que el pueblo de Dios debe prestar mucha atención
a las oportunidades que se le presentan. Es decir, debe estar pendiente
de lo que está ocurriendo a su alrededor, en una continua búsqueda de
situaciones propicias para sembrar bendición en otros. Significa que, al
igual que nuestro Señor Jesucristo, caminaremos por la vida con ojos
para ver lo que otros no ven. Escucharemos el clamor de un Bartimeo,
veremos el tormento del gadareno o percibiremos la angustia de un
pueblo que se ve como ovejas sin pastor.
De todas las situaciones que podamos percibir, las más propicias
para nuestra inversión son aquellas de necesidad urgente. Hablamos
aquí de escenarios donde la asistencia es absolutamente esencial. No
puede ser demorada ni postergada, porque la situación es crítica.
Invertir en las urgencias de las personas posee un gran valor
estratégico. No solamente porque los rescatamos de situaciones que
pueden ser calamitosas, sino porque sus defensas tienden a
desaparecer cuando la vida los apremia. Su apertura a lo espiritual suele
acentuarse en estos momentos. Y cuando Dios interviene en sus vidas,
muchas veces se convierten en los más radicales y comprometidos
seguidores de Cristo.
En todos los lugares donde existen necesidades apremiantes la
iglesia debe decir «presente», proveyendo un bien concreto y real a la
vida de quienes sufren. El impacto de este gesto irá mucho más allá del
alivio temporal que produce.
CITA
«Anhelo poseer el amor que no puede hacer otra cosa que amar.
Amando, al igual que Dios, por amor al amor». A. B. Simpson
25 DE JUNIO
Llamado al esfuerzo
El alma del perezoso desea mucho, pero nada consigue, Sin embargo,
el alma de los diligentes queda satisfecha. Proverbios 13.4 NBLH
Una de las características preocupantes de la cultura actual es el anhelo
por descartar los principios y las instituciones que han sido parte de la
sociedad durante milenios. Este movimiento se ve impulsado por la
convicción de que hemos sufrido demasiado tiempo bajo las
restricciones anticuadas que nos imponen perspectivas obsoletas acerca
de la vida. La frenética carrera revisionista resultante no muestra ningún
respeto por nada ni nadie y, en ocasiones, pareciera que impulsa
cambios simplemente por amor al cambio.
Un concepto que también ha sufrido serias revisiones es el del
trabajo esforzado. Un interminable desfile de jóvenes que amasan
obscenas fortunas porque poseen algún talento comerciable pareciera
avalar la idea de que el camino del sacrificio está pasado de moda.
Cientos de millones que sueñan con disfrutar de las mismas riquezas
postergan todo esperando en vano el gran golpe de fortuna que los
salvará del anticuado concepto de ganarse el pan con el sudor de la
frente.
En esta reflexión, sin embargo, no quiero enfocarme en las
particularidades de esta sociedad postmoderna. Quisiera invitarte a que
pensemos en otra clase de pereza, la espiritual. El texto que hoy
examinamos describe a la perfección la realidad que acompaña la vida
de multitudes de fieles. Su espiritualidad está caracterizada por una gran
cantidad de deseos. Quisieran saber más de la Palabra. Anhelan vivir en
mayor intimidad con el Señor. Añoran experiencias más radicales en
Cristo. Sueñan con vidas de oración de mayor trascendencia. Incluso, se
estimulan unos a otros compartiendo anécdotas de figuras del pueblo de
Dios que inspiran por su compromiso con el Señor
Todos estos deseos son buenos y apetecibles. Muchos de ellos se
ven avalados por diferentes textos de la Palabra que describen los
beneficios y las bendiciones particulares que disfrutan aquellos que viven
en mayor intimidad con Dios.
El texto de hoy nos advierte, sin embargo, que el perezoso no
consigue nada porque no logra convertir sus deseos en una acción
concreta para su realización. Los deseos estimulantes y motivadores no
son suficientemente intensos como para llevar a muchos a esforzarse.
Tristemente, pasan los años y los anhelos se ven reemplazados por la
resignación o el escepticismo.
Ser diligente significa renunciar a la idea de que existen atajos,
fórmulas mágicas o maneras de acceder a una vida más intensa sin la
disposición de pagar el precio necesario. El diligente está dispuesto a
levantarse más temprano para pasar más tiempo buscando el rostro de
Dios o aplicar mayor disciplina al estudio de la Palabra porque está
convencido de que el Señor se muestra a aquellos que le buscan y lo
hacen de todo corazón.
CONCLUSIÓN
El sabio entiende que no es su esfuerzo el que asegura la bendición,
porque todo lo que disfrutamos es por gracia. No obstante, también
entiende que las leyes del esfuerzo y del logro son inviolables. Las
grandes conquistas del mundo siempre han sido el fruto de disciplina,
sacrificio y trabajo. Ese principio es tan válido hoy como lo ha sido desde
el principio de los tiempos.
26 DE JUNIO
Recuperar el equilibrio
Es inútil que te esfuerces tanto, desde la mañana temprano hasta
tarde en la noche, y te preocupes por conseguir alimento; porque Dios
da descanso a sus amados. Salmo 127.2
La tendencia a invertir excesivos esfuerzos en el trabajo, con el objetivo
de prosperar en la vida, es tan antigua como la existencia del ser
humano. Esta es una de las razones por las que el Señor ordena que
tomemos un día por semana para descansar de nuestras labores. Es
una forma de recordarnos que no es la abundancia de nuestra energía la
que asegura nuestro bienestar.
En estos días, sin embargo, los avances de la tecnología han
borroneado los límites que separaban, en otras épocas, el trabajo del
descanso. La ubicua presencia de aparatos electrónicos, en todos los
ámbitos de nuestra existencia, posterga el momento en que nos
desconectamos de nuestro ámbito laboral. El resultado es que el día de
trabajo se extiende mucho más allá de lo que es sano o productivo.
Acabamos atrapados en estilos de vida que desconocen el valor del
ejercicio, de la pausa o de las relaciones, o el mérito de invertir en la
familia. Todo entonces gira en torno de las interminables exigencias que
resultan cuando lo único que existe es el trabajo.
La gran ironía de esta alocada existencia es que el objetivo final de
tanto esfuerzo es echar mano de los mismos beneficios que se están
sacrificando por avanzar en el trabajo: la posibilidad de descansar y
disfrutar más de la vida, y de asegurar un mejor porvenir para los hijos y
un futuro sin mayores sobresaltos para uno mismo.
El salmista no anda con vueltas a la hora de descalificar esta forma
de encarar la vida: «Es inútil que te esfuerces tanto». La razón es
sencilla: Dios da descanso a sus amados. Es decir, ese objetivo vago y
lejano de que algún día vamos a tener lo suficiente como para disfrutar
del verdadero descanso, no está a nuestro alcance. El que tiene poder
para librarnos de toda preocupación y conducirnos hacia una vida de
reposo es el Señor. Solamente él puede aquietar la tendencia arraigada
a vivir atrapados por la ansiedad, impulsados por esos demonios
internos que no nos permiten disfrutar de la vida porque estamos
demasiado ocupados construyendo algo en que nos deleitaremos
cuando ya estemos tan desgastados y arruinados que la vida habrá
perdido su sabor.
La Palabra nos anima a trabajar con esfuerzo y responsabilidad, pero
también nos invita a confiar en el Dios que provee abundantemente para
sus hijos. El único día que tenemos para disfrutar plenamente de la vida
es hoy. No sabemos si mañana estaremos para deleitarnos en el fruto de
nuestro esfuerzo. Hoy es un buen momento para volver a trazar claros
límites entre el trabajo y el descanso. Es la forma más contundente de
proclamar que nuestra confianza no está puesta en nuestro esfuerzo,
sino en el Dios que da descanso a sus amados.
REFLEXIÓN
«No importa cuán loables sean nuestras preocupaciones, en el momento
que se convierten en la razón de nuestra existencia pasan a ser
idolatría». Richard Foster[22]
27 DE JUNIO
Complicación innecesaria
Dios hizo perfecto al género humano, pero éste se ha buscado
demasiadas complicaciones. Eclesiastés 7.29 NVI
Hace un tiempo, me encontraba luchando con un problema al que no le
podía encontrar la salida. Pasaba gran parte del día buscando, en vano,
la forma de resolver esta dificultad, perdía el sueño por la noche e
invertía incontables horas orando por una solución. El resultado de todo
este esfuerzo, sin embargo, es que el problema seguía atormentando mi
existencia.
Un día, cansado de luchar con esta dificultad, dialogaba con el Señor
mientras retornaba a mi hogar. «Señor», le decía con cierto fastidio, «no
puede ser que este problema sea tan difícil de resolver. Tiene que haber
una forma de salir adelante».
Las palabras no habían salido de mi boca cuando sentí que el Señor
me hablaba, con absoluta claridad: «El problema no es complicado. El
complicado eres tú». La frase golpeó en lo más íntimo de mi ser, porque
identificaba la verdadera complicación en la gran mayoría de nuestros
problemas: uno mismo.
La esencia de nuestro llamado la resumió, de manera magistral,
nuestro Señor Jesucristo cuando, «llamando a un niño, lo puso en medio
de ellos, y dijo: “En verdad les digo que si no se convierten y se hacen
como niños, no entrarán en el reino de los cielos”» (Mateo 18.2-3,
NBLH).
Los niños son nuestro modelo porque viven vidas de asombrosa
sencillez. No los encontramos preocupados por los asuntos que tanto
afligen la existencia de los adultos. No han aprendido a vivir enredados
en interminables especulaciones acerca del futuro ni en sus cabezas dan
vuelta, una y otra vez, las injusticias que han padecido a manos de otros.
Viven plenamente insertados en el presente y su objetivo es disfrutar, a
pleno, de cada momento que les toca transitar.
Esta postura es posible porque el fundamento sobre el que están
parados es una confianza inquebrantable en la suficiencia de sus padres
para resolver cualquier dificultad que se les pueda presentar. Suponen
que ellos proveerán alimento cuando llegue el momento de comer, que
tendrán la respuesta para cada una de sus preguntas y que les
proveerán consuelo y protección frente a los dolores que puedan sufrir.
Sin embargo, cuando crecemos perdemos esta perspectiva inocente,
para adquirir una postura mucho más enredada y compleja frente a la
vida. Por esto Jesús llamó a sus discípulos a volver a ser como niños,
porque las mañas que nos acompañan a los adultos inevitablemente le
suman complicaciones innecesarias a la vida.
Gran parte de nuestras dificultades en la vida se resolverían si
lográramos recuperar ese espíritu de sencilla confianza en nuestro Dios,
lo que permite que busquemos su dirección e intervención ante cada
dificultad que se nos presenta. Nuestras circunstancias pueden ser
complejas, pero esta no es razón para que también nuestro espíritu se
enrede en interminables especulaciones. Optemos, más bien, por venir a
él, una y otra vez, con esa sencilla e inocente expectativa que solíamos
esgrimir cuando éramos niños.
REFERENCIA
«No dejen que el corazón se les llene de angustia; confíen en Dios y
confíen también en mí». Juan 14.1 NTV
28 DE JUNIO
Tan cerca
Porque, ¿qué nación grande hay que tenga un dios tan cerca de ella
como está el SEÑOR nuestro Dios siempre que Lo invocamos?
Deuteronomio 4.7 NBLH
Una de las limitaciones que padecemos, en relación al mundo espiritual
invisible, es nuestra falta de percepción de lo que ocurre en ese ámbito.
El Señor puede estar presente en un lugar, por ejemplo, y ninguno de
nuestros cinco sentidos nos alerta a esa realidad. Así lo vivió Jacob
quien, al despertar de un sueño revelador, exclamó: «¡Ciertamente
el SEÑOR está en este lugar, y yo ni me di cuenta!» (Génesis 28.16,
NTV).
También el Señor puede responder, de manera inmediata, a una de
nuestras oraciones sin que nosotros nos demos cuenta de que haya
sucedido algo. Así sucedió en el caso de Daniel, quien se había
propuesto entender los misterios de Dios. Un ángel se le apareció y le
explicó: «No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te
propusiste en tu corazón entender y humillarte delante de tu Dios, fueron
oídas tus palabras, y a causa de tus palabras he venido. Pero el príncipe
del reino de Persia se me opuso por veintiún días, pero Miguel, uno de
los primeros príncipes, vino en mi ayuda, ya que yo había sido dejado allí
con los reyes de Persia» (Daniel 10.12-13, NBLH).
No obstante estas serias limitaciones, no dejamos de confiar
plenamente en los sentidos que funcionan tan admirablemente bien en el
ámbito del mundo natural. Tendemos a creer, entonces, que si no
percibimos ningún indicio de la presencia o el accionar de Dios, esto
claramente indica que él no está. De allí se desprenden las frases que
solemos compartir con nuestros hermanos: «Lo siento lejos al Señor»,
«Yo oro, pero Dios no me escucha» o «No siento nada cuando el Señor
está ministrando a su pueblo».
El autor del libro de Deuteronomio anima al pueblo de Dios a
maravillarse por el increíble y asombroso privilegio que gozan. No hay
otra nación, bajo el sol, que posea un Dios que esté tan cercano a ellos
como lo está el Señor cada vez que lo invocan. Es decir, aunque no
percibamos nada, el Señor siempre responde cuando su pueblo lo
invoca.
La palabra «invocar» se refiere a llamar a alguien procurando su
ayuda en medio de circunstancias apremiantes. Lo que Moisés quería
que supiera el pueblo de Dios, que aún deambulaba por el desierto, era
que el Señor siempre responde a un pedido de socorro. No siempre
percibimos la forma en que lo hace, pero su respuesta está garantizada
porque él mismo se ha comprometido a estar atento al clamor de su
pueblo. El solo acto de invocar su nombre debe llenar nuestro corazón
de esperanza, porque sabemos que él ya ha respondido. El tiempo
mostrará de qué manera lo ha hecho.
EXHORTACIÓN
Si la invocación es la acción que acerca a Dios a su pueblo, entonces
nosotros deberíamos ser personas para quienes invocar su nombre sea
tan natural como cepillarnos los dientes o tomar un vaso de agua. Cada
día nos presenta decenas de situaciones que representan una invitación
a pedir su socorro. ¡No las desaprovechemos!
29 DE JUNIO
La peor esclavitud
Porque amaban más la aprobación humana que la aprobación de Dios.
Juan 12.43
El asombroso evento que precipitó el regreso de Lázaro de la muerte
había impactado profundamente a muchos en Israel. Poco tiempo
después lo vieron comiendo con Jesús en una cena que habían
organizado para honrar al Mesías. Su testimonio representaba una
afrenta para los líderes religiosos que trabajaban incansablemente para
convencer a la población de que el Nazareno era un fraude. Las obras,
sin embargo, hablaban por sí solas y «hubo muchos que sí creyeron en
él —entre ellos algunos líderes judíos—» (v. 42).
El impacto que tenía Jesús sobre la vida de la gente no podía ser
detenido. No solamente el pueblo creía en él, sino que muchos de los
líderes que anteriormente se habían opuesto a él ahora no lograban
resistirse a su poderoso ministerio. Juan, sin embargo, añade un
comentario que resta algo a la conversión de tantas personas: «Pero no
lo admitían por temor a que los fariseos los expulsaran de la sinagoga»
(v. 42).
El relato, entonces, señala que estas personas creyeron en la
persona de Jesús, pero su creencia carecía de la convicción necesaria
para romper con la atadura de querer agradar a los hombres.
Reconocieron en Jesús una persona con autoridad espiritual como
nunca antes habían visto, pero su convicción no los condujo a rendirse a
sus pies para darle la libertad de que él obrara en lo más profundo de
sus corazones, librándolos de aquellos vicios que atormentan nuestra
existencia.
De estos vicios, el más difícil de combatir es aquella mirada hacia los
costados que constantemente mide de qué manera será tomado nuestro
comportamiento por aquellos que están a nuestro alrededor. Sofoca toda
intención de autenticidad porque no podemos actuar según nuestras
propias convicciones, sino según los parámetros y los lineamientos
establecidos por otros. Escondemos nuestras convicciones para evitar la
censura por parte de aquellos que comparten la vida con nosotros.
El resultado es que acabamos viviendo una vida que no es la
nuestra. La ropa que vestimos es la que han escogido para nosotros los
dueños de la moda, las frases que pronunciamos son las que agradan
los oídos de los que nos oyen, la forma en que adoramos es la que ha
elegido la mayoría, la vida que vivimos es la que impone la cultura que
nos rodea.
Una maravillosa y liberadora experiencia espera a aquellos que se
atreven a decidir, por si mismos, quienes serán en la vida. Solamente lo
pueden hacer cuando mueren al deseo de impresionar a los de su
alrededor o crucifican la necesidad de pertenecer al grupo. Pueden
entregarse, de todo corazón, a la vida que Cristo ofrece, porque
solamente les importa que el Señor los mire con buenos ojos. Han
entendido que para lograr esto será necesario, muchas veces, escoger
entre Dios y los hombres.
REFERENCIA
«Les digo la verdad, a todo el que me reconozca en público aquí en la
tierra, el Hijo del Hombre también lo reconocerá en presencia de los
ángeles de Dios. Pero el que me niegue aquí en la tierra será negado
delante de los ángeles de Dios». Lucas 12.8-9
30 DE JUNIO
Mientras iban
Cuando esto sucedió, los demás habitantes de la isla que tenían
enfermedades venían a él y eran curados. Hechos 28.9 NBLH
Pablo había sido apresado y era trasladado a Roma para ser sometido a
juicio. Por el camino, sin embargo, una violenta tormenta azotó la
embarcación que lo transportaba. Durante catorce largos días lucharon
por salvar la nave, pero finalmente se dirigieron hacia una bahía donde
la embarcación encalló sobre las rocas. Las violentas olas comenzaron a
destruirla y la tripulación se vio obligada a nadar hasta la costa.
Allí fueron bien recibidos por los habitantes de la isla. En breve, Pablo
tuvo la oportunidad de orar por el padre de un tal Publio, uno de los
hombres principales que habitaban en ese lugar. Su padre padecía fiebre
y disentería, pero fue sanado luego de que Pablo le impusiera sus
manos. La noticia corrió como reguero y pronto los habitantes de la zona
comenzaron a desfilar delante de Pablo para que también orara por
ellos. Muchos fueron sanados.
La historia ilustra la dinámica del ministerio que proponía Jesús
cuando les dijo a los suyos: «vayan y hagan discípulos de todas las
naciones» (Mateo 28.19, NTV). La dinámica con la que trabajó el Mesías
indica que el énfasis de estas instrucciones no radica en «ir», sino en
«hacer». Ellos debían imitar el mismo ejemplo que él les dejó, el cual
resume Pedro cuando dice: «Dios ungió a Jesús de Nazaret con el
Espíritu Santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a
todos los oprimidos por el diablo» (Hechos 10.38).
El «hacer» lo proveemos nosotros, bajo la dirección del Espíritu, pero
el «ir» lo provee la vida misma. Es decir, no programamos el «ir», sino
que aprovechamos las circunstancias que la vida nos provee. Pablo no
planificó llegar a esta isla, pero la vida se encargó de llevarlo a este lugar
y, una vez allí, el apóstol se encargó de cumplir con la parte que a él le
tocaba.
Es por no haber entendido esta dinámica que la iglesia invierte
mucho esfuerzo en programar eventos «para hacer». Estos programas
son poco efectivos porque están divorciados del contexto en que vive el
pueblo. Una iglesia efectiva es aquella que motiva a sus miembros para
que se dediquen a hacer el bien dondequiera que la vida los lleve cada
día. De esta manera, pueden bendecir y ministrar a otros mientras están
en el mercado, caminan por la calle o esperan ser llamados en el
consultorio médico.
Cuando entendemos que el «ir» surge de las actividades naturales de
la vida cotidiana, podemos enfocar nuestros esfuerzos en discernir y
aprovechar aquellas circunstancias donde el Espíritu nos invita a unirnos
a lo que él está haciendo a nuestro alrededor. Esta clase de iglesia
jamás pasará desapercibida en la sociedad en que existe.
REFLEXIÓN
«Si hoy fuera tu último día de vida, ¿harías lo que estás haciendo? ¿O
amarías más, darías más generosamente, perdonarías más fácilmente?
¡Hazlo entonces! Perdona y da como si fuera tu última oportunidad. Ama
como si no existiera el mañana, y si llega el mañana, vuelve a amar de la
misma manera». Max Lucado
JULIO
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1 DE JULIO
Conocer, creer, comprender
Pero tú eres mi testigo, oh Israel —dice el SEÑOR—, tú eres mi siervo.
Tú has sido escogido para conocerme, para creer en mí y comprender
que solo yo soy Dios. Isaías 43.10
Este mensaje está dirigido a «la gente que tiene ojos pero está ciega;
que tiene oídos pero está sorda» (43.8), personas que han escogido
confiar en ídolos de madera y piedra, en lugar del Dios viviente. El
profeta, sin embargo, les recuerda la esencia de su llamado, como parte
del pueblo de Dios.
Ese llamado consiste en tres pasos, dentro del marco de la relación
que el Señor propone para Israel. El primero es la posibilidad de
conocerlo. Este conocimiento implica un acto de revelación por parte del
Señor, el proceso por el cual escoge revelar su verdadera naturaleza y
mostrarse a los hombres tal cual es. El incidente que mejor ejemplifica
este proceder es aquel en que José, conmovido por la presencia de sus
hermanos, decidió salir del anonimato y darse a conocer ante ellos
(Génesis 45.1, NBLH). Él había estado todo el tiempo con sus
hermanos, pero las posibilidades de que llegara a ser el primer ministro
de la nación más poderosa de la tierra eran tan absurdamente remotas
que ellos no lo habían reconocido. Era necesaria una acción por parte de
José para que ellos lo reconocieran.
Del mismo modo Dios está cerca de nosotros, pero las serias
limitaciones que padecemos como seres humanos no nos permiten
descubrir su presencia a nuestro alrededor. Se hace necesario un acto
de pura gracia, para que podamos descubrir al Dios que habita en medio
nuestro.
El segundo paso es creer. La revelación no tiene como objetivo
satisfacer una curiosidad de los hombres, sino despertar en ellos una
actitud de confianza en el Dios que se manifiesta entre nosotros. El
término, en hebreo, se refiere a las oportunidades que el Señor provee
para comprobar que él es fiel y confiable, algo que experimentamos
cuando decidimos poner a prueba aquellas cualidades que son
reveladas en su manifestación hacia nosotros. El creer constituye una
invitación a comprobar la excelencia de sus cualidades al depositar
nuestra fe en él.
El tercer paso de este proceso es comprender. Se refiere a incorporar
las convicciones mentales que resultan de la experiencia de caminar con
el Señor, discernir, percibir, entender y arribar a las conclusiones que
naturalmente se desprenden de la experiencia. De esta manera,
observamos que las convicciones intelectuales, a diferencia de los
procesos que recorre una sociedad orientada hacia el intelecto, son el
último paso de una experiencia anclada en una vivencia personal con el
Señor.
La combinación de estos tres elementos produce una vida espiritual
robusta y sana. La revelación va de la mano con la vivencia y la
reflexión. Estas características apuntan a una ineludible conclusión:
¡solamente él es Dios!
REFLEXIÓN
«Considera a Jesús. Conoce a Jesús. Descubre qué clase de persona
es aquella que dices amar y adorar y en quién confías. Mora a la sombra
de Jesús. Satura tu alma de los caminos de Jesús. Obsérvalo.
Escúchalo. Míralo con asombro. Déjate abrumar por su forma de ser».
John Piper
2 DE JULIO
El peor castigo
Pero no, mi pueblo no quiso escuchar; Israel no quiso que estuviera
cerca. Así que dejé que siguiera sus tercos deseos, y que viviera
según sus propias ideas. Salmo 81.11-12
Cuando los niños son bien pequeños gustosamente aceptan la ayuda de
un adulto con aquellos desafíos que los superan. Puede ser, por
ejemplo, para atarse los cordones, abrochar los botones de un abrigo o
cortar la carne que tienen servida en el plato. Conscientes de sus
propias limitaciones, rápidamente acceden al socorro que ofrecen los
padres, los tíos o sus propios hermanos.
Con el pasar del tiempo, sin embargo, esta disposición comienza a
desaparecer y se afianza el espíritu de independencia que tan bien
representa la cultura de este presente siglo malo. Ya no quieren que se
les ayude. Prefieren intentar por su propia cuenta e incluso fracasar
antes que pedir socorro a aquellos que están en mejores condiciones de
ayudarlos. En ocasiones, es tan fuerte el espíritu de rebeldía que optan
por quedarse sin el posible beneficio que recibirían con la ayuda de un
adulto.
Por supuesto, parte de esta independencia se debe al camino normal
que recorre el ser humano en el proceso de aprender a defenderse por
sí mismo. Cuando la obstinación se convierte en un estilo de vida, sin
embargo, la persona se arriesga a tener que descubrir las soluciones
mediante caminos complicados y engorrosos, pues está condenada a
repetir los errores que otros ya han corregido.
El salmista describe un proceso similar en la vida espiritual. El pueblo
de Dios, al igual que un niño testarudo y obstinado, no quiere escuchar.
Percibimos en esta actitud una postura de terca rebeldía que se resume
en la frase: «A mí nadie me va a decir lo que tengo que hacer». Hoy esa
actitud se ha convertido en una filosofía de vida.
El Señor respeta esta decisión, tal como respetó la decisión del joven
rico de darle la espalda o la del hijo menor de abandonar la casa de su
padre con su parte de la herencia. Es uno de los preciosos regalos que
Dios nos ha dado: la libertad de escoger nuestros propios caminos.
En ocasiones, el Señor no opta por disciplinar nuestra actitud de
obstinada rebeldía. Sencillamente permite que cosechemos de la
necedad de nuestras propias elecciones fallidas e imperfectas. Al igual
que el hijo pródigo, acabamos malgastando nuestra vida en lo que no
aprovecha, para finalmente terminar en el chiquero. No hace falta
intervención de lo alto para corregir esto; basta con que cada uno de
nosotros suframos las consecuencias de nuestra limitada perspectiva de
lo que es bueno.
La gran esperanza es que, habiendo arruinado nuestra existencia,
poseamos la valentía necesaria para confesar que deberíamos haber
aceptado la ayuda ofrecida oportunamente. La buena noticia es que
nuestro amoroso Padre celestial siempre estará listo para retomar la
relación que tan apresuradamente descartamos.
ORACIÓN
Señor, nuestro orgullo es un verdadero tirano. Odia que nos humillemos
y que pidamos ayuda en tiempos de necesidad. Líbranos de semejante
tiranía. Danos la valentía de reconocer cuando no podemos solos, para
que tú puedas intervenir en nuestra vida y darnos ayuda oportuna.
3 DE JULIO
Gracia barata
¡Seguro que no estarás enojado para siempre! ¡Sin duda puedes
olvidar lo que he hecho! Hablas de esta manera, pero sigues haciendo
todo el mal posible. Jeremías 3.5
Participé, unos años atrás, de un encuentro de jóvenes. En esa ocasión
asistió una buena cantidad de muchachos que habían nacido dentro de
la iglesia. Su actitud de fastidioso escepticismo proclamaba que, para
ellos, la vida espiritual poseía poco atractivo. Los años de vida religiosa
los habían inoculado contra cualquier propuesta de una aventura
apasionante con la persona de Jesús.
No obstante su indiferencia, durante varios días del encuentro nos
esforzamos, con el equipo de líderes, por seducir sus corazones con el
mensaje del amor de Dios. Intentábamos por todos los medios
interesarlos en una relación personal con el Señor, hablando de lo
mucho que él los amaba y de cómo podía despertar en ellos una pasión
que los sorprendería.
Con el pasar de los días comencé a sentirme incómodo con nuestra
proclama. Las verdades de la Palabra siempre se mantienen en tensión,
de modo que cuando caemos en el error de enfatizar tanto una sola cara
de la moneda, corremos el riesgo de caer en herejías.
Nuestro mensaje se ajustaba a una tendencia que ha marcado a la
iglesia en estos tiempos. La aceptación y el perdón incondicional de Dios
han pasado a ser los ejes centrales de muchas de las prédicas que hoy
se escuchan en diferentes púlpitos. El espíritu de tolerancia que ha
impregnado la cultura actual, con su mensaje de que todo es lícito si está
respaldado por el amor, también ha afectado a los que seguimos al
Señor. Anunciamos un mensaje en el que Dios siempre está dispuesto a
recibirnos, no importa qué hayamos hecho ni de qué manera vivamos.
Al igual que todas las distorsiones de la Palabra, esta también se
basa en una media verdad. El mismo profeta identifica el principio que
sostiene esta convicción: «¡No estarás enojado para siempre! ¡Sin duda
puedes olvidar lo que he hecho!». Son muchos los textos que hablan de
la abundante misericordia del Señor hacia su pueblo, por lo que no erran
al afirmar que él no estará enojado para siempre.
En esta perspectiva, sin embargo, falta un pequeño detalle: «Hablas
de esta manera, pero sigues haciendo todo el mal posible». En
ocasiones hay quienes creen que, como Dios es generoso en perdonar,
pueden seguir pecando tranquilamente porque él nunca se cansará de
extender su misericordia.
Esa postura se burla de Dios porque torna innecesaria la confesión.
Cuando una persona vuelve, una y otra vez, por el mismo camino de
maldad, proclama con sus hechos que su compromiso con el Señor es
poco serio. El verdadero arrepentimiento requiere un espíritu de tristeza
por haber dañado la relación más importante que disfrutamos. Exige la
decisión de intentar, por todos los medios posibles, apartarse del mal
para no seguir lastimando una relación que se construye sobre el
fundamento del amor.
REFLEXIÓN
«La gracia barata consiste en predicar el perdón sin exigir el
arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina, la comunión sin la
confesión… La gracia barata es gracia sin discipulado, gracia sin la cruz,
gracia sin la persona de Jesucristo». Dietrich Bonhoeffer
4 DE JULIO
Sin cambios
Hablas de esta manera, pero sigues haciendo todo el mal posible.
Jeremías 3.5
El profeta Jeremías condenó la actitud de los israelitas que trivializaba la
misericordia que Dios les ofrecía. Confiados en el eterno deseo de
buscar la reconciliación con su pueblo, los judíos habían caído en el
error de creer que no hacía falta ninguna expresión de arrepentimiento.
Era innecesario porque el Señor, de todas maneras, los iba a perdonar.
Jeremías corrigió el error de esta percepción señalando que el
perdón no se ofrece a aquellos que se empecinan en hacer todo el mal
posible. Es decir, cuando no hay un cambio de comportamiento, la
confesión se convierte en una burla.
La advertencia de Jeremías me lleva a reflexionar en la forma en que
vivo el día a día. Nuestro llamado, según lo expresa el apóstol Pedro, es
inequívoco: «Por lo tanto, vivan como hijos obedientes de Dios. No
vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus
propios deseos. Antes lo hacían por ignorancia, pero ahora sean santos
en todo lo que hagan, tal como Dios, quien los eligió, es santo. Pues las
Escrituras dicen: “Sean santos, porque yo soy santo”» (1 Pedro 1.14-16).
La santidad exige que mi forma de vivir se distinga de la vida de
aquellos que andan en tinieblas. No puedo dejar de reflexionar, sin
embargo, que en muchos sentidos no se aprecia ninguna distinción entre
mi vida y la de aquellos que no conocen al Señor. Poseo los mismos
malos hábitos al conducir que mis vecinos. Practico las mismas
maniobras de evasión impositiva que ellos. Me divierto mirando los
mismos programas que a ellos les divierten. Visto la misma ropa sensual
que impone la moda del momento. Me abrazo a los mismos valores
perversos que ellos enarbolan. En resumen, lo único que me diferencia
de aquellos que andan en tinieblas es que los domingos asisto a una
iglesia.
Esta forma de vivir consiste en «seguir haciendo todo el mal posible».
No se trata de elaborar una lista de prohibiciones que rijan nuestra vida,
pues esa sería la fórmula perfecta para un legalismo sofocante que
apague todo indicio de vida. No obstante, debemos recuperar una forma
de vivir donde examinemos todas las esferas de nuestra vida para
asegurarnos de que en ningún punto nos estemos burlando de la
inmensa misericordia de nuestro Padre celestial.
Una vida espiritual sana es aquella en que la confesión pasa a ser
una disciplina diaria. Somos conscientes de las muchas y variadas
maneras en que ofendemos a nuestro Dios y eso nos produce un dolor
intenso. Por esto, nos acercamos a él con congoja en el corazón,
deseosos de vivir una vida que le agrada en todo. Damos gracias por su
amor, pero no deseamos abusar de un regalo que le costó la vida a su
Hijo.
REFERENCIA
«Ahora bien, ¿deberíamos seguir pecando para que Dios nos muestre
más y más su gracia maravillosa? ¡Por supuesto que no! Nosotros
hemos muerto al pecado, entonces, ¿cómo es posible que sigamos
viviendo en pecado?». Romanos 6.1-2
5 DE JULIO
Vencer, o ser vencido
Dos años y medio más tarde, el 18 de julio del año once del reinado de
Sedequías, abrieron una brecha en la muralla de la ciudad. Jeremías
39.2
Llevo casi dos años acompañando a Jeremías en su peregrinaje como
profeta del Altísimo. Hoy llegué al capítulo donde sus insistentes
profecías se cumplieron, en toda su espantosa magnitud.
¡Cuánto deben haber sufrido los atribulados habitantes de Jerusalén!
Las hordas babilónicas, que habían conquistado a una nación tras otra,
llegaron a las puertas de la ciudad en enero del año 588 a. C. Durante
los siguientes treinta meses emplearon la estrategia más efectiva para
lograr la rendición de una ciudad fortificada: el sitio. Nadie podía entrar ni
salir de la ciudad. Los habitantes refugiados detrás de sus imponentes
murallas se vieron obligados a depender exclusivamente de las
provisiones que habían logrado almacenar ante una eventualidad de
esta naturaleza.
Resulta imposible para nosotros, inmersos en una realidad
completamente diferente, entender la desesperación de la población.
Con el pasar de los días se volvía más difícil conseguir los alimentos
básicos para seguir sobreviviendo. En un sitio similar, implementado por
el ejército alemán contra Leningrado durante la Segunda Guerra
Mundial, la crisis llegó a diezmar de tal manera los recursos de la
población que fallecían diez mil personas por mes.
El profeta Jeremías llevaba años declarando, con inusual insistencia,
que la única salvación descansaba en rendirse, para ser llevados al
exilio. Su mensaje cayó sobre oídos sordos y él sufrió una dura
persecución por su actitud «antipatriota». A lo largo del sitio permaneció
preso, aunque el rey Sedequías lo consultó en secreto para ver si Dios
había modificado en algo su palabra. Jeremías le aseguró que el
mensaje seguía siendo el mismo que había proclamado durante los
últimos veinte años: rendirse, para bendición, o resistirse, para muerte.
¡Qué cosa más espantosa es el orgullo que aflige nuestra existencia!
Aun de cara a una calamidad de proporciones inimaginables, no
estamos dispuestos a «dar el brazo a torcer». Sedequías no era rehén
del ejército babilónico, sino de su propia, implacable suficiencia. Recibió,
una y otra vez, palabras de orientación por parte del profeta. No podía
alegar ignorancia. Optó, sin embargo, por aferrarse a la testaruda
convicción de que Dios aparecería para salvarlo. Cuando finalmente
cayó la ciudad, el rey fue apresado y lo obligaron a ver cómo ejecutaban,
uno por uno, a sus hijos. Luego le sacaron los ojos y lo llevaron en
cadenas a Babilonia.
Se requiere una inusual valentía para rendirse y aceptar que el
camino que hemos transitado no es el que Dios quería. El orgullo, como
he señalado anteriormente, es un amo implacable. No está dispuesto a
retroceder ante nadie ni nada. Si dejamos que reine en nuestra vida, nos
conducirá indefectiblemente hacia la muerte.
EXHORTACIÓN
No pelees más contra el Señor. Si él te ha señalado un camino y te has
resistido a aceptar sus instrucciones, hoy es un buen día para rendirte.
Humíllate ante Dios. No esperes, como el hijo pródigo, hasta el momento
en que estés sentado en medio de los cerdos. Escoge hoy volver a los
brazos amorosos de tu Padre, para que él te bendiga generosamente.
6 DE JULIO
Transformación
El Espíritu del SEÑOR Soberano está sobre mí, porque el SEÑOR me
ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres. Isaías 61.1
El pasaje que proclama el inicio del ministerio público de Jesús marca,
con trazos magníficos, la increíble envergadura de la transformación que
propone lograr en aquellos que escogen responder a su invitación a la
vida. Cuando lo leo, me resulta asombroso que, por momentos, dude del
poder del Señor para obrar un cambio profundo en aquellas personas
que, a mi entender, «no tienen arreglo». No obstante mi vergonzosa
incredulidad, al Mesías no lo intimida la magnitud de los problemas que
enfrenta el ser humano.
Existen al menos tres formas en que podemos apreciar la
profundidad del impacto que él puede causar. En primer lugar, podemos
elaborar una lista de la clase de personas a quienes puede tocar con su
ministerio. Allí están los que sufren penurias económicas, los de corazón
quebrantado, los cautivos, los prisioneros, los que viven atrapados en el
lamento, los que yacen entre las cenizas, los que están vestidos de luto
o han quedado atrapados en la desesperación. Todas estas personas
comparten una característica en común: son parte de un pueblo que
sufre, y el Mesías llega para traer alivio a los que padecen toda clase de
aflicción.
¿Puedes pensar en alguna persona cuya condición no esté incluida
en esta lista? Cristo está interesado en acercarse a las personas que
sufren, con la Buena Noticia de una vida totalmente diferente a la que
padecen en estos tiempos. Estas personas que son como ovejas sin
pastor, rodeadas de lobos rapaces, conmueven lo más profundo de su
ser. El Señor las mira a ellas con compasión y llega para traer el alivio
necesario para curar sus heridas.
La segunda manera en que podemos dimensionar el poder de su
ministerio consiste en enfocar nuestra mirada en las acciones que llevará
a cabo a favor de esta multitud de afligidos. Él viene a consolar, a
proclamar libertad, a anunciar el tiempo favorable del Señor, a dar una
corona de belleza, una gozosa bendición, una festiva alabanza, a hacer
justicia, a ungir a esta multitud como sacerdotes del Señor. Los olvidados
de la tierra, aquellos a quienes el mundo pasa por alto, serán los
escogidos para ministrar en nombre del Dios que creó el universo y todo
lo que en él habita.
La tercera forma de apreciar la magnífica transformación del
ministerio de Cristo consiste en describir las acciones que esta multitud
de desgraciados realizarán una vez que hayan sido sanados. Según
Isaías, los que antes apenas lograban sobrevivir de un día para otro,
ahora se han convertido en enormes robles que proclaman la gloria del
Señor. Ellos reconstruyen, reparan, resucitan, plantan y cultivan. Es
decir, se han convertido en personas que reproducen en otros la
magnífica transformación que han experimentado por el accionar de
Cristo en su propia vida.
INVITACIÓN
Quisiera animarte a que, en este día, vuelvas a creer que Cristo puede
hacer una diferencia en la vida de esa persona por la que dejaste de orar
hace mucho tiempo. Pídele perdón al Señor por ponerle límites a lo que
él puede hacer. Comienza otra vez a orar por ese milagro ¡que
solamente Jesús puede hacer!
7 DE JULIO
Hacia la adoración
Mientras comía, entró una mujer con un hermoso frasco de alabastro
que contenía un perfume costoso, preparado con esencias de nardo.
Ella abrió el frasco y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Marcos 14.3
Esta escena nos ofrece una de las imágenes más gráficas del acto de
adorar. Contiene varios componentes que resultan de interés para
quienes deseamos crecer en nuestra vida de devoción al Señor.
Primero, es llamativo que este acto haya ocurrido mientras Jesús
comía. Le resta algo de solemnidad, cosa que muchas veces intentamos
imprimir sobre nuestros encuentros de adoración. En medio del bullicio
de la mesa, los aromas de la comida, los movimientos de los presentes
—una escena absolutamente ordinaria— esta mujer entró a la casa y
adoró a Jesús. Nadie los había convocado a una reunión de adoración,
ni tampoco el pasaje nos da indicios de que los demás presentes
estaban ocupados en adorar a Jesús. Me atrevo a afirmar, entonces,
como primera observación, que no existe lugar ni momento sagrado para
adorar. El verdadero adorador adora en medio de las situaciones más
comunes de la vida cotidiana.
Lo segundo que llama la atención es el elevado costo de su ofrenda
de adoración. Cuando la contemplo, siento una enorme vergüenza por
las veces en que he sacado del bolsillo el primer billete que tenía al
alcance para «adorar» a Dios a través de mi ofrenda. Siento cuán poco
vale mi adoración cuando no puedo siquiera levantar los brazos al cielo
porque los músculos de mis hombros protestan ante el esfuerzo que
implica, o mis rodillas se rehúsan a doblarse para postrarme en su
presencia.
La adoración que parece tocar el corazón de Dios es aquella que, en
las palabras del rey David, nos significa un sacrificio. Es la figura de Job
quien, en medio de su agónica pérdida, elige inclinarse ante el
Todopoderoso. Son los ancianos, en Apocalipsis, quienes arrojan delante
del trono del Altísimo las coronas que ganaron por medio de
incomparables sufrimientos. Es David, quien sacrifica su buen nombre y
la pompa de su puesto, para bailar desenfrenadamente en presencia del
Dios de su salvación.
Lo tercero que observo es que el perfume rápidamente llenó la
habitación con su deliciosa fragancia. Todos los que estaban presentes
percibieron, de inmediato, que alguien había actuado de manera inusual
ante el Mesías. Este elemento quizás sea el más llamativo, pues
poseemos la convicción de que la adoración es un acto intensamente
privado. Nos entregamos a las más puras expresiones de adoración
cuando estamos solos. No obstante, me atrevo a afirmar que la
adoración privada nunca alcanza su más plena expresión hasta que toca
la vida de aquellos que están a nuestro alrededor. La adoración que
permanece escondida en la intimidad de nuestra recámara puede delatar
que aún sufrimos las limitaciones que imponen el temor y la vergüenza.
Si es genuina, sin embargo, deberá finalmente irrumpir sobre los
espacios públicos de nuestra vida. Es allí donde es más necesaria la
fragancia dulce e irresistible del verdadero adorador.
CITA
«La adoración es el anhelo espontáneo del corazón por adorar, honrar,
magnificar y bendecir a Dios. No pedimos otra cosa que atesorarlo. No
buscamos más que exaltarlo. Nos enfocamos exclusivamente en su
bondad». Richard Foster
8 DE JULIO
El adorador molesto
Algunos que estaban a la mesa se indignaron. «¿Por qué desperdiciar
un perfume tan costoso?». Marcos 14.4
Ayer reflexionaba sobre el gesto de la mujer que, en un arrebato de pura
generosidad, derramó un frasco de perfume sobre la cabeza de Jesús.
El sacrificio era enorme, porque el costo de esta loción, preparada con
esencias de nardo, equivalía al salario de un año. El tamaño de la
ofrenda revela la profundidad del impacto que había tenido Jesús sobre
el corazón de ella.
El Mesías no solamente recibió con agrado este acto de adoración,
sino que profetizó que se hablaría en todo el mundo de lo que había
hecho esta mujer, en todo lugar donde se proclamara la Buena Noticia
del reino. De esta manera, puso su sello de aprobación sobre lo que fue,
en esencia, uno de los más puros y genuinos actos de adoración
relatados en los Evangelios.
¡Qué triste resulta, entonces, observar la reacción de los que estaban
presentes! El relato nos dice que «la regañaron severamente» (v. 5).
Las Escrituras parecieran indicar que una de las marcas que más
distingue al verdadero adorador es la reacción adversa que produce en
los que son testigos de ese gesto. Consideremos, por ejemplo, la dura
respuesta de la mujer de Job, cuando el patriarca se postró delante de
Dios y exclamó: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo
estaré cuando me vaya. El SEÑOR me dio lo que tenía, y el SEÑOR me
lo ha quitado. ¡Alabado sea el nombre del SEÑOR!» (Job 1.21). La
esposa, visiblemente molesta, lo animó a que maldijera a Dios y se
muriera (Job 2.9).
Tampoco podemos olvidar la mirada llena de desprecio que dirigió
Mical hacia su esposo, el rey David, mientras este bailaba de manera
desenfrenada delante del arca del pacto. Cuando su esposo finalmente
regresó a casa, Mical destilaba sarcasmo y socarronería: «¡Qué
distinguido se veía hoy el rey de Israel, exhibiéndose descaradamente
delante de las sirvientas tal como lo haría cualquier persona vulgar!»
(2 Samuel 6.20).
Semejantes manifestaciones de amor, entre aquellos que practican
una pulcra religiosidad, se ven incultas y exageradas. Es la incomodidad
que podría experimentar el soltero al ver una pareja perdidamente
enamorada. Sospecho, sin embargo, que en el fondo existe una especie
de envidia por la intimidad que la otra persona disfruta con Dios.
PREGUNTA
Quisiera que te unieras a mí y que juntos nos hagamos una pregunta:
«¿Nuestra adoración molesta a otros?». No estoy hablando de que tu
mano levantada le tape la visión al que está sentado en la fila de atrás, ni
que por cantar desentonado irrites al que tiene mejor oído musical. Me
refiero a esa clase de expresión de amor que ha muerto, definitivamente,
a lo que piensan los demás. Que no nos da vergüenza adorar de manera
generosa y profunda, porque estamos perdidamente enamorados de
nuestro Dios.
Me gustaría pensar que, de aquí a poco tiempo, quizás algunos se
estén quejando de nuestros excesos a la hora de adorar a Cristo. Será
un buen indicador de que tu vida espiritual, y la mía, avanzan hacia
nuevas profundidades en Dios.
9 DE JULIO
No olvides
Bendice, alma mía, al SEÑOR, Y no olvides ninguno de Sus
beneficios. Salmo 103.2 NBLH
Este salmo extiende una eufórica invitación a todo el mundo a unirse a
una gozosa celebración de la bondad de Dios. Nadie queda excluido de
este convite. Llama a todo lo creado a sumarse al reconocimiento de que
los beneficios que gozamos, por la gracia del Señor, son innumerables.
Lo interesante de la invitación es que David primeramente le habla a
su propia alma, a su corazón, y lo exhorta a bendecir al Señor. El hecho
de que comience por su propia vida revela una profunda sabiduría, pues
no podemos animar a otros a practicar aquello que nosotros no vivimos.
Y, a decir la verdad, en el mundo abundan los que tienen buenos
consejos para los demás, pero escasean aquellos que van delante del
pueblo mostrando con su ejemplo qué es lo que están esperando de los
demás.
Me siento en la obligación, también, de señalar algo que
probablemente te resulte obvio. No obstante, no quisiera que dejemos de
ver que es necesaria una exhortación para alabar al Señor. El salmista
deja en claro que la alabanza no le es natural al ser humano, y nuestra
experiencia nos confirma que esto es así. Somos, por naturaleza,
personas quejosas, siempre lamentándonos por aquello que nos falta
para «ser felices». David le pone un freno a esta tendencia normal
cuando le habla, con cierta severidad, a su propia alma y le dice:
«¡Bendice al Señor!» y, casi a modo de advertencia para los que nos
gusta hacer todo a las apuradas, agrega: «no olvides ninguno de Sus
beneficios».
La palabra ninguno es bien radical. No deja espacio para que algunas
mercedes del Señor sean pasadas por alto, aunque nos resultaría
imposible identificar absolutamente todos los beneficios que gozamos,
pues son muchos los que tomamos por sentado como un derecho
adquirido. No obstante esta limitación, David quiere que reflexionemos
en todas las bendiciones que podamos recordar.
Para ayudarnos en este proceso, menciona algunos de los que más
lo han impactado. El Señor perdona todos sus pecados; ninguno es tan
grosero que no lo puede indultar. El Señor sana todas sus
enfermedades, ya sea que se trate de un dolor de cabeza, una herida
emocional, una raíz de amargura o una lesión de guerra. El Señor lo
redime de la muerte; es decir, lo saca de esas situaciones donde parece
que todo está perdido. El Señor lo corona de amor y tiernas
misericordias, adornando su vida con lo más bello y precioso que ofrece
al ser humano. Colma su vida de cosas buenas, tales como una cama
para dormir, buenos amigos, momentos de risa, paisajes ante los cuales
deleitarse, comidas para saborear y agua fresca para calmar la sed. El
resultado de estas y muchas otras acciones conduce a que la juventud
de David se renueve como la del águila. Aunque pasen los años,
conserva la misma vitalidad y alegría de vivir que poseía cuando era
joven e inocente.
INVITACIÓN
Sigamos el ejemplo de David e intentemos recordar la mayor cantidad de
bendiciones celestiales que podamos. El mero ejercicio hará surgir de
nuestro interior una gratitud que rebose en un cántico de alabanza pleno
y sentido, tal como aquellos que les gusta escuchar al Señor.
10 DE JULIO
Toda la Palabra
Está bien —contestó Jeremías—, oraré al SEÑOR su Dios, como me
lo han pedido, y les diré todo lo que él diga. No les ocultaré nada.
Jeremías 42.4
Necesitamos conocer un poco el contexto para entender el compromiso
que asumió Jeremías con el pequeño remanente que aún vivía en tierras
de Judá. Un puñado de rebeldes habían asesinado al gobernador que
instalaron los babilonios luego de saquear Jerusalén. Este remanente
logró sofocar una rebelión y acabar con la vida de sus líderes, pero
tenían sobrados motivos para temer una durísima represalia por parte
del ejército caldeo. Ante el miedo decidieron, como tantos en otras
generaciones, huir hacia Egipto. Allí estarían seguros y podrían iniciar
una nueva vida.
En un momento de lucidez, sin embargo, recordaron que la forma
correcta de moverse, como pueblo de Dios, consiste primeramente en
buscar dirección de lo alto. Acudieron al profeta Jeremías —cuya
autoridad espiritual había quedado demostrada de manera contundente
con la caída de Jerusalén— para que él consultara al Señor a favor de
ellos. El texto de hoy contiene la respuesta que el profeta les dio.
Jeremías llevaba largos años ministrando como vocero de Dios. La
experiencia le había enseñado que no siempre sería portador de los
mensajes que la gente quería escuchar. En reiteradas ocasiones la
palabra que el Señor le daba iba directamente en contra de las
aspiraciones del pueblo. Por esto, había sufrido escarnio, injurias,
persecución y prisiones. No obstante, entendía que no estaba en sus
manos elegir qué mensaje transmitir. Él era apenas un vehículo para que
la Palabra de Dios llegara a los oídos de aquellos a quienes había sido
enviada.
La aclaración de Jeremías sirve de advertencia al grupo que había
venido a consultarlo. Era muy posible que el Señor revelara algo que
echara a perder los planes que tenían. El profeta quería que ellos
tuvieran en claro que corrían ese riesgo, pero él no iba a comprometer el
mensaje para quedar bien con ellos.
Encuentro gran inspiración en la postura de Jeremías. Hemos sido
llamados a hablar toda la Palabra de Dios a aquellos que el Señor cruza
por nuestro camino, sin ocultar nada. Este relato me anima a ser fiel al
Dios que me ha llamado, aun cuando corre peligro mi buena reputación.
Este recordatorio es de especial importancia en estos tiempos en los
cuales cada uno acomoda el mensaje a su parecer. Escogemos la parte
de la Palabra que nos gusta y convenientemente pasamos por alto
aquellas porciones que nos desafían o incomodan.
Cuando observamos el ministerio de Jesús, es llamativo el número
de veces que describió, sin disfrazar nada, el precio que iban a pagar los
discípulos por seguir al Mesías. La aparente dureza de sus palabras
llevó a que muchos dejaran de seguirle (Juan 6.66). Del mismo modo
procedía el apóstol Pablo, como lo hizo con los tesalonicenses: «cuando
estábamos con ustedes, les advertimos que las dificultades pronto
llegarían, y así sucedió, como bien saben» (1 Tesalonicenses 3.4).
EXHORTACIÓN
Seamos fieles mensajeros a la hora de transmitir la Palabra. No
caigamos en la soberbia de agregarle nada, ni tampoco cometamos la
imprudencia de restarle algo. Soltemos la Palabra tal cual la recibimos, y
dejemos que el Espíritu haga su trabajo en los corazones de quienes la
escuchan.
11 DE JULIO
Loable actitud
Nos guste o no, obedeceremos al SEÑOR nuestro Dios a quien te
enviamos con nuestro ruego. Pues si le obedecemos, todo nos irá
bien. Jeremías 42.6
Un pequeño remanente de habitantes de Judá, que se había salvado de
ser deportado a Babilonia, buscó a Jeremías para que consultara al
Señor acerca de lo que debía hacer. Un acto de insensatez por parte de
algunos rebeldes había puesto en peligro el futuro tranquilo que, poco
tiempo atrás, les había sido obsequiado por el mismo general que había
supervisado la caída de Jerusalén.
Ante la advertencia de que el profeta no se guardaría absolutamente
nada de lo que Dios pudiera decirle, los líderes respondieron con la
categórica declaración que leemos en el texto de hoy.
El compromiso que asumen tiene mucho valor precisamente porque
aún no sabían cuál sería la respuesta del Señor. Nuestra humanidad
muchas veces exige ver cómo serán las cosas antes de jugarnos
enteramente por una palabra. Somos más parecidos a Jacob quien, fiel a
su estilo, condicionó su lealtad al «negocio» que podía hacer con Dios.
Luego de que el Señor se le apareciera, hizo un voto: «Si Dios en verdad
está conmigo y me protege en este viaje, y si él me provee de comida y
de ropa, y si yo regreso sano y salvo a la casa de mi padre, entonces
el SEÑOR ciertamente será mi Dios» (Génesis 28.20-21).
¿Observaste todas las veces que se repite la palabra «si»? Si Dios
está conmigo, si Dios me protege, si Dios me provee de comida, si Dios
me provee de ropa, si me lleva sano y salvo a la casa de mi padre.
¡Cuántas condiciones afectan su compromiso!
Qué diferente es la actitud de David, quien había pecado pidiendo un
censo del pueblo. Dios envió al profeta Gad para que el rey escogiera
entre tres posibles castigos. David no eligió ninguno, sino que exclamó:
«Mejor que caigamos nosotros en las manos del SEÑOR, porque su
misericordia es grande, y que no caiga yo en manos humanas»
(2 Samuel 24.14). No sabía cuál iba a ser el castigo, pero poseía una
confianza tan absoluta en la bondad de Dios que sabía que lo peor que
le podría llegar de la mano del Señor sería siempre mejor que lo que
pudiera hacerle el hombre.
Esta confianza se basa en saber cómo es el corazón de Dios. No
está atada a las circunstancias ni tampoco a los caprichos personales.
Es incondicional porque sabe a ciencia cierta que el Padre nunca nos
conducirá por caminos que afectarán adversamente nuestro crecimiento
hacia la medida de la plenitud de su Hijo. Por eso, puede rendirse
completamente a la voluntad del Señor. Escoge hacer «oídos sordos» a
los cuestionamientos que surgen instintivamente cuando el Señor nos
habla. Ha entendido que aquel que guía sabe bien lo que mejor
contribuirá a ese proceso de crecimiento, y por eso se entrega de todo
corazón a hacer su voluntad, ¡inclusive antes de saber cuál es esa
voluntad!
PREGUNTA
¿Será que nosotros poseemos el mismo espíritu de Jacob, que
negociaba bendiciones a cambio de lealtad? Hoy es un buen día para
desechar todo condicionamiento y hacer nuestra la actitud de esta gente:
«Señor, te obedeceremos, sea lo que sea lo que nos digas».
12 DE JULIO
Respuesta adversa
Les dijo: «Ustedes me enviaron al SEÑOR, Dios de Israel, con su
petición y esta es la respuesta: “Permanezcan aquí en esta tierra”».
Jeremías 42.9-10
Jeremías pasó diez días orando, buscando una palabra de orientación
de parte de Dios, para un grupo que había pedido que el profeta
intercediera por ellos. Por la grave crisis que enfrentaban habían
pensado descender a Egipto, pero consideraron importante consultar a
Dios primero. Por su parte, Jeremías había prometido no guardarse nada
de lo que el Señor le mostrara, aun cuando la Palabra que recibiera
fuera contraria a los deseos del grupo.
En demasiadas ocasiones Dios le había dado al profeta palabras que
contradecían abiertamente lo que la gente quería. Por esta razón, no
gozaba de popularidad. De hecho, era tal la oposición que sufrió que
cayó en una profunda crisis. Elevó un reproche a Dios, diciendo:
«Oh SEÑOR, me engañaste, y yo me dejé engañar. Eres más fuerte que
yo, y me dominaste. Ahora soy objeto de burla todos los días; todos se
ríen de mí. Cuando hablo, me brotan las palabras. Grito: “¡Violencia y
destrucción!”. Así que estos mensajes del SEÑOR me han convertido en
objeto de burla» (Jeremías 20.7-8).
En esta ocasión, Dios volvió a darle un mensaje que era contrario a lo
que la gente quería. Deseaban embarcarse en un viaje hacia Egipto para
buscar la protección del faraón, pero el Señor les dijo: «Permanezcan
aquí en esta tierra». La directiva los mandaba a hacer lo opuesto de lo
que tenían pensado.
Así ocurre cuando Dios nos habla. Muchas veces no nos pide un
pequeño ajuste a nuestro rumbo, sino un giro de 180 grados. Cuando
Pablo se encaminó para Asia, el Señor se le apareció en un sueño y lo
desvió hacia Macedonia, que quedaba en la dirección opuesta. Cuando
llamó a Pedro le pidió que abandonara sus redes para abrazarse a una
nueva vocación. Y a los israelitas que insistían en permanecer en Israel,
frente a los embates del ejército caldeo, los mandó a que se entregaran
al enemigo para buscar una nueva vida en Babilonia.
Esta dinámica me lleva a considerar cuidadosamente el historial de
«palabras» que Dios trae a mi vida. Si siempre escucho lo que quiero
escuchar, si su mensaje siempre coincide plenamente con lo que yo
pienso, es posible que no esté escuchando la voz de Dios, sino la mía.
Debemos entender que esta ha sido parte de la dinámica de
comunicación del Señor a lo largo de los siglos. Él, con frecuencia,
rectifica nuestras tendencias naturales pidiéndonos que nos movamos
en dirección opuesta a nuestra voluntad, algo que pone a prueba nuestra
disposición de obedecerle. En ocasiones traerá a nuestra vida
corrección, reprensión, revelación de pecado o un llamado a renovar
nuestro compromiso. Si nuestra reacción inicial es de fastidio, es muy
probable que el Señor haya dado en el blanco, identificando algún área
de nuestro ser que aún no se ha ajustado a los valores del reino de Dios.
ORACIÓN
Señor, te lo decimos con absoluto temor, porque somos conscientes de
nuestra propia fragilidad, pero queremos pedirte que no dejes de
decirnos lo que necesitamos escuchar. No queremos que nos endulces
los oídos con palabras lisonjeras, sino que podamos sujetar nuestro
espíritu a lo que tú quieras decirnos.
13 DE JULIO
Formalidad religiosa
El SEÑOR les ha dicho: «¡No se vayan a Egipto!». No olviden la
advertencia que hoy les di. Pues no fueron sinceros cuando me
enviaron a orar al SEÑOR su Dios por ustedes. Dijeron: «Solo dinos lo
que el SEÑOR nuestro Dios dice ¡y lo haremos!». Jeremías 42.19-20
Ante la posibilidad de huir hacia Egipto, un remanente de sobrevivientes
de Judá consultó al profeta Jeremías. Él accedió a su pedido, pero les
advirtió que Dios podía darles una respuesta que echaba por tierra sus
planes. Ellos no dudaron en asegurarle que, aun cuando no les gustara
la palabra que él les diera, estaban decididos a hacer lo que Dios les
indicara.
No sabemos de qué manera Jeremías descubrió que sus intenciones
no eran sinceras. Quizás logró discernir esta realidad en el mismo
momento en que se acercaron a él. Es posible, también, que el Señor le
advirtiera que no lo iban a escuchar. Así se lo había indicado en otras
ocasiones: «Diles todo esto, pero no esperes que te escuchen.
Adviérteles a gritos, pero no esperes que te hagan caso» (Jeremías
7.27). Es por esto que Jeremías se sintió en la obligación de
confrontarlos.
Así nos movemos también nosotros. En muchas ocasiones la
búsqueda de orientación no es más que una formalidad religiosa. Aun
antes de que recibamos una respuesta, ya hemos decidido el camino
que vamos a seguir. Lo que deseamos, en el fondo, es que el Señor
simplemente ponga su sello de aprobación sobre nuestros propios
planes.
Esta dinámica se da mucho en el marco de la consejería pastoral.
Las personas se acercan a su pastor buscando una palabra de
orientación para una dificultad que enfrentan. Nosotros intentamos
silenciar el corazón para poder ofrecerles una palabra de parte de Dios.
Ellos la reciben y nos agradecen el tiempo dedicado a ayudarlos, pero ni
bien salen a la calle deciden hacer lo que tenían planeado antes de
consultarnos.
La verdad es que no nos gusta que otros nos digan lo que tenemos
que hacer. Luchamos como fieras para defender nuestra independencia
y, por esta razón, el proceso de consultar al Señor no pasa más allá de
un sencillo trámite.
Esta decisión de actuar conforme a nuestros propios criterios no tiene
que ver con una diferencia de opiniones, sino con un espíritu de
desobediencia. No me refiero a la obediencia al pastor o al consejero,
que son tan humanos como nosotros, sino a la obediencia al Señor. En
ocasiones, no existe duda alguna de que Dios claramente nos ha
hablado. Sin embargo, lo que nos ha dicho no es de nuestro agrado, y
por eso decidimos no hacerle caso.
Notemos la palabra «decidir». La desobediencia es el fruto de una
decisión, no de la ignorancia. Necesitamos, como lo hizo Jesús en
Getsemaní, sujetar nuestros deseos a la voluntad del Padre. Debemos
exclamar: «No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya». ¡Este es el
camino que conduce hacia la verdadera libertad!
REFLEXIÓN
«La salvación sin obediencia no existe en las Escrituras. Sin obediencia
no puede haber salvación, pues la salvación sin obediencia es una
imposibilidad que se contradice a sí misma». A. W. Tozer
14 DE JULIO
Aceptar con humildad
¡Mentira! ¡El SEÑOR nuestro Dios no nos ha prohibido ir a
Egipto! Baruc, hijo de Nerías, te ha convencido para que digas esto,
porque él quiere que nos quedemos aquí para que los babilonios nos
maten o nos lleven al destierro. Jeremías 43.2-3
El apóstol Santiago exhorta a sus lectores: «Mis amados hermanos,
quiero que entiendan lo siguiente: todos ustedes deben ser rápidos para
escuchar, lentos para hablar y lentos para enojarse. El enojo humano no
produce la rectitud que Dios desea. Así que quiten de su vida todo lo
malo y lo sucio, y acepten con humildad la palabra que Dios les ha
sembrado en el corazón, porque tiene el poder para salvar su alma»
(Santiago 1.19-21).
La fórmula que propone incluye tres acciones: rápidos para escuchar,
lentos para hablar y lentos para enojarse. Es decir, debemos resistirnos
a la tendencia natural de hablar sin pensar, y de enojarnos cuando
escuchamos algo que no nos gusta. En lugar de esto, debemos
esforzarnos por prestar atención al Señor. Pero solamente pueden
asumir esta postura aquellos que desean, desde lo más profundo de su
corazón, agradar a Dios en todo.
El camino que propone Santiago es el que debía haber recorrido el
remanente que consultó a Jeremías acerca de la voluntad de Dios para
sus vidas. Cuando el profeta les trajo una palabra que claramente
contradecía lo que ellos querían hacer, estallaron en ira. Leemos, en el
texto de hoy, el reproche que le dirigieron.
¡Cuánta creatividad demostramos a la hora de justificar nuestra
desobediencia! Adán no hizo absolutamente nada incorrecto; el Señor, y
la mujer que le había dado, eran los responsables de la situación
(Génesis 3.12). Aarón tiró los aros y brazaletes al fuego y el becerro de
oro salió, solito, de entre las llamas (Éxodo 32.24). Saúl no desobedeció
al Señor; fue el pueblo el que escogió guardarse lo mejor del ganado
(1 Samuel 15.15).
Cuando caemos en elaboradas explicaciones acerca del por qué una
palabra que hemos escuchado en realidad no es para nosotros,
podemos estar casi seguros de que esa Palabra es precisamente la que
necesitábamos escuchar. Nuestro orgullo, siempre dispuesto a dar
batalla a la hora de sujetarse al Señor, no acepta que nos humillemos y
recibamos con mansedumbre la Palabra. Cuando la aceptamos, sin
embargo, y decidimos ponerla por obra, la bendición cae sobre nuestra
vida, tan seguro como el sol sale cada mañana.
La obediencia no siempre nos resulta agradable. En ocasiones
debemos optar por este camino con los dientes apretados, porque todo
nuestro ser eleva una protesta frente a nuestra intención. No obstante,
debemos aferrarnos a la convicción que habían declarado estos judíos
cuando inicialmente se acercaron a Jeremías: «Nos guste o no,
obedeceremos al SEÑOR nuestro Dios a quien te enviamos con nuestro
ruego. Pues si le obedecemos, todo nos irá bien» (Jeremías 42.6).
MEDITACIÓN
La obediencia es el resultado de una convicción, tan fuerte como una
roca, de que nunca perderemos si seguimos las instrucciones del Señor.
Debemos entender que nuestro ser siempre protestará, pero por la
gracia de Dios podemos ignorar los argumentos que se nos presentan
para inducirnos a la desobediencia. ¡Sujetar nuestro espíritu al Señor es
siempre la mejor decisión!
15 DE JULIO
Astuto contragolpe
La primera vez que fui llevado ante el juez, nadie me acompañó. Todos
me abandonaron; que no se lo tomen en cuenta. Pero el Señor estuvo
a mi lado y me dio fuerzas, a fin de que yo pudiera predicar la Buena
Noticia en toda su plenitud. 2 Timoteo 4.16-17
El diccionario de la Real Academia Española define la palabra
«contragolpe»
como
una
«reacción ofensiva contra el avance del equipo contrario». Es decir, se
intenta neutralizar un ataque asumiendo una postura contraria a la que
espera el enemigo: la huida. En lugar de la fuga, la persona, el grupo o el
ejército escoge contraatacar a los que iniciaron la agresión. En
ocasiones, esta maniobra toma por sorpresa a los atacantes y asegura
una victoria inesperada.
El testimonio de Pablo revela que el apóstol optó por dos inteligentes
contragolpes en medio de una situación de extrema adversidad. Aunque
los historiadores difieren acerca del juicio que le hacían, el consenso
pareciera indicar que el apóstol se refiere a su primera audiencia en
Roma. La iglesia sufría una feroz persecución bajo las órdenes de uno
de los emperadores más crueles del imperio, Nerón.
El golpe que recibió el apóstol fue que ninguna persona lo acompañó
en esta audiencia. El término que se emplea en el griego se refiere a
aquella persona que está dispuesta a asesorar legalmente al acusado o
a dar buenas referencias de su carácter. Luego de tantos años en el
ministerio, Pablo debe haber sentido como una puñalada al corazón que
en su hora de mayor necesidad no pudiera contar con el apoyo de nadie.
Ante esta realidad, implementó su primer contragolpe. El enemigo
pretendía sembrar en su corazón la amargura, el rencor y el odio hacia
aquellos que decían ser sus amigos. Un Pablo envenenado no tendría
posibilidades de defenderse ante las acusaciones que se le hacían. El
apóstol, sin embargo, optó por recorrer, con gozo, el mismo camino que
Cristo (Lucas 23.34) y Esteban (Hechos 7.60). No solamente perdonó a
los que lo habían abandonado, sino que intercedió para que el Señor no
tomara en cuenta esta acción tan reprochable en el día del juicio.
En este gesto observamos una de las marcas que más distingue a la
persona santa: maneja con tal destreza las afrentas que la amargura no
tiene oportunidad de anidar en el corazón.
El segundo contragolpe fue considerar que la audiencia era el marco
perfecto para predicar el evangelio al juez. En lugar de derrochar energía
en defenderse antes las acusaciones que habían elevado contra su
persona, adoptó una postura ofensiva y «asaltó» el reino de las tinieblas
proclamando al juez que el mismo juez era, en realidad, la persona en
necesidad de liberación. De esta manera, no permitió que su condición
de prisionero limitara la vocación que se le había encomendado: la de
predicar la Palabra hasta lo último de la Tierra.
MEDITACIÓN
¿Cómo logró Pablo revertir una situación tan adversa? Declara que «el
Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas». Este es el secreto de su
osada respuesta: no perdió su conexión con el Señor. Si tomamos
consciencia de que él siempre está a nuestro lado, podemos salir airosos
de cualquier agresión contra nosotros.
16 DE JULIO
Preciosa corona
Él perdona todos mis pecados y sana todas mis enfermedades. Me
redime de la muerte y me corona de amor y tiernas misericordias.
Salmo 103.3-4
Cuando cumplí veinte años el Señor me regaló la posibilidad de viajar a
Gran Bretaña. Durante mi estadía visité muchos lugares de gran interés
histórico. Uno de esos lugares fue la famosa Torre de Londres. Se trata
del castillo donde, en el pasado, residieron los reyes de Inglaterra. Hoy,
además de ser un museo, es el lugar donde se guarda la corona de la
Reina Isabel II.
Ninguna descripción logra hacer justicia a la magnificencia de esta
obra de arte. Su intrincado diseño y delicada estructura están elaboradas
de piezas de oro, plata y platino, las cuales han sido decoradas con 2868
diamantes, 273 perlas, 17 zafiros, 11 esmeraldas y 5 rubíes.
La indescriptible belleza de esta corona la ha convertido en un
atractivo turístico. Para verla uno debe descender a una bóveda
subterránea donde la más sofisticada tecnología de seguridad resguarda
este incomparable tesoro de cualquier intento de robo.
Cuando la corona está en exhibición atrae a muchas personas que
quieren deleitarse en la magnífica creación de los geniales artesanos
que la construyeron. Pero cuando esta corona es colocada en la cabeza
de una persona, inmediatamente comunica un mensaje a quienes la ven.
Ese individuo ha sido apartado para una tarea especial y está revestido
de poder, majestad, honra y autoridad.
Esa es, a fin de cuentas, la función de una corona. Nos dice mucho
acerca de la persona que la luce. Por eso es tan llamativo que el
salmista declare que el Señor nos corona, no con oro, plata o piedras
preciosas, sino con aquello que más valor posee en el mundo espiritual:
el amor y las tiernas misericordias de Dios.
Quien luce esta corona, entonces, proclama al mundo que ha sido
alcanzado por un amor que no tiene punto de comparación con lo que el
hombre considera «amor». Entre nosotros, aun las expresiones más
sublimes de amor se ven opacadas por el espíritu mezquino, egoísta y
áspero del ser humano caído. El amor que corona nuestras cabezas
fluye de un corazón que ama de manera insistente y asombrosamente
generosa. No contempla méritos en el ser amado, y su expresión más
nítida es la tierna misericordia, esa capacidad de extenderles compasión
a los que no la merecen. Es el amor de un Dios que «da la luz de su sol
tanto a los malos como a los buenos y envía la lluvia sobre los justos y
los injustos por igual» (Mateo 5.45).
Los que portamos esta corona también hemos sido apartados para
un rol elevado: amar a nuestros pares con la inexplicable generosidad
del Padre, extendiendo a cuanta persona se nos cruce por el camino la
misma tierna misericordia que nosotros disfrutamos a diario.
EXCLAMACIÓN
¿Qué podemos decir, Señor? Al igual que Pedro, cuando le lavaste los
pies, nos sentimos tentados a exclamar: «¿Tú nos coronas a nosotros?
¿No deberíamos, acaso, nosotros ser los que te coronamos a ti, Rey de
reyes y Señor de señores?» No obstante, recibimos este regalo con un
corazón humilde y contrito, reconociendo que te place honrarnos de esta
manera. Gracias, Señor; ¡muchas gracias!
17 DE JULIO
Advertencia
Esas cosas sucedieron como una advertencia para nosotros, a fin de
que no codiciemos lo malo como hicieron ellos, ni rindamos culto a
ídolos como hicieron algunos de ellos. 1 Corintios 10.6-7
Existen al menos dos maneras en que podemos beneficiarnos de la
observación de quienes nos han precedido en la fe. La primera gira en
torno de aquellas figuras que nos proveen un ejemplo inspirador. Si nos
esmeramos por estudiar con detenimiento los detalles de su peregrinaje
terrenal, podremos identificar valiosos principios que señalan un camino
que nosotros también podemos recorrer. En este ejercicio, no obstante,
es importante que nuestra pesquisa no finalice en el individuo, sino en el
Dios que transformó a aquella persona en fuente de inspiración para las
generaciones futuras.
La segunda manera es observando los errores que han cometido
otros, y es esta disciplina la que tiene en mente el apóstol Pablo en el
texto de hoy. El pasaje gira en torno de aquella desdichada generación
de israelitas que perecieron en el desierto. A pesar de haber sido
testigos de las más extraordinarias manifestaciones del poder, de la
protección y de la provisión de Dios para sus vidas, cayeron, una y otra
vez, en actitudes de incredulidad e idolatría.
Desde la comodidad de quienes conocen el desenlace de esa triste
historia resulta más que sencillo señalar con el dedo a esa nación tan
terca y obstinada. Al igual que el fariseo que oraba de pie junto al
cobrador de impuestos (Lucas 18.9-14), podemos fácilmente quedar
atrapados en la falsa sensación de que nosotros, «gracias a Dios», no
sufrimos de las obvias falencias que ellos poseían.
Jesús, sin embargo, contó esa parábola precisamente porque lo
acompañaban «algunos que tenían mucha confianza en su propia
rectitud y despreciaban a los demás» (Lucas 18.9). Esta es, de hecho, la
trampa en la que más frecuentemente caemos. El mero hecho de juzgar
al prójimo revela una despreciable actitud de superioridad en nuestro
corazón que, tarde o temprano, nos llevará a caer de manera
estrepitosa.
Pablo comparte la misma preocupación al pensar en la congregación
en Corinto, tan castigada por una diversidad de pecados morales. Con el
deseo de evitar que caigan en males mayores, los llama a meditar sobre
el camino que recorrió Israel, con el propósito de identificar cuáles serán
los lugares donde más fácilmente el enemigo podrá golpearlos.
Si queremos beneficiarnos de esta clase de análisis, será necesario
adoptar una postura de absoluta humildad. Debemos tener la certeza de
que, de haber vivido junto al pueblo que pereció en el desierto,
probablemente nosotros también habríamos caído en inmoralidad e
idolatría. Del mismo modo, si hubiéramos estado presentes en el
momento en que Jesús fue arrestado, nosotros también habríamos
huido.
No debemos tenerle miedo a nuestra condición frágil, porque es el
medio por el cual se manifiesta la gloria de Dios en toda su
magnificencia. No obstante, es necesario estar atentos a las limitaciones
que impone una vida que ha sido afectada por el pecado. Hacemos bien
al andar con cuidado.
REFERENCIA
«Si ustedes piensan que están firmes, tengan cuidado de no caer. Las
tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros
atraviesan». 1 Corintios 10.12-13
18 DE JULIO
Cuando se olvida
Así son las sendas de todos los que se olvidan de Dios. Así perecerá
la esperanza del impío, Porque es frágil su confianza, Y una tela de
araña su seguridad. Job 8.13-14 NBLH
La telaraña es una de las extraordinarias maravillas de la creación de
Dios. La compleja estructura construida con cientos de delicadas hebras
posee una asombrosa simetría que difícilmente lograríamos nosotros si
emprendiéramos el mismo proyecto. Cuando los rayos del sol la
iluminan, o queda cubierta por las gotas de una lluvia, podemos apreciar
plenamente cuán asombrosa es esta creación.
La tela le sirve a la araña para atrapar los insectos de los cuales se
alimenta. Cuando quedan atascados en los hilos de la tela no logran
librarse, aun cuando luchen con todas sus fuerzas. Los científicos
señalan que, en proporción, la densidad y la fuerza que poseen estos
hilos es comparable a las del acero. Cada hebra es suficientemente
robusta como para mantenerse intacta ante las desesperadas maniobras
de un insecto por escapar de la telaraña. Pero si nosotros quisiéramos
empujar con la mano la misma telaraña se rompería de inmediato,
porque no ha sido construida para resistir semejante embate.
El libro de Job escoge este elemento de fragilidad para describir la
confianza de la persona que se olvida de Dios. Su confianza se quiebra
ante la primera señal de adversidad. El más pequeño de los problemas
desata una tormenta de dudas, cuestionamientos y quejas hacia la
persona de Dios.
La analogía me lleva a pensar en las muchas ocasiones en que la
confianza en Dios que he declarado con tanto entusiasmo en una
reunión de alabanza o estudio de la Palabra se esfuma apenas unas
horas después cuando la vida me golpea con alguna crisis inesperada.
En ocasiones, nuestra confianza ni siquiera nos acompaña hasta la
puerta de salida de la reunión. Ni bien salimos del edificio volvemos al
hábito de la preocupación que es parte de nuestra existencia cotidiana.
¿Qué podemos hacer para que nuestra confianza sea más robusta,
para que resista las tormentas por las que indefectiblemente deberemos
atravesar? La respuesta que nos ofrece el texto de hoy es no olvidarnos
de Dios. Es decir, nuestra mente debe ocuparse constantemente en
deleitarse en su persona y reflexionar sobre las muchas maravillas que
ha obrado en nuestro medio. Este ejercicio de meditar sobre quién es
Dios alimenta nuestra confianza y le da la fuerza necesaria para que se
mantenga intacta en medio de las situaciones más complejas.
¿Por qué es importante que nuestra confianza sea fuerte? Porque la
confianza es la base sobre la que se construye una vida espiritual sana.
Solamente logramos movernos en fe cuando existe una confianza que la
sustenta. Nos atrevemos a creer lo imposible porque conocemos bien el
corazón del Dios en quien hemos creído.
Por esto, es buena la disciplina de aprovechar bien el tiempo de cada
día para orientar los pensamientos hacia el Señor. Aquella persona que
logra deleitarse de continuo en el Señor será la que sigue avanzando
aun cuando arrecian las peores tempestades.
CITA
«No siempre podemos ver la mano de Dios, pero siempre podemos
confiar en su corazón». Charles Spurgeon
19 DE JULIO
¡De pie!
Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu
Dios temerás (reverenciarás). Yo soy el SEÑOR. Levítico 19.32 NBLH
La lectura del libro de Levítico muchas veces resulta tediosa por la larga
lista de instrucciones que contiene. Si logramos, sin embargo,
insertarnos en el contexto en que fue escrito, podremos encontrar en él
una gran riqueza. Las directivas que transmite Moisés al pueblo nos
permiten, como siempre, ver algo del corazón de Dios.
Debemos recordar que Israel no poseía una clara identidad como
nación. Durante cuatrocientos años habían convivido a la par de los
egipcios. Luego de la muerte de José, la buena voluntad de este pueblo
hacia los descendientes de Abraham comenzó a disiparse y, finalmente,
acabaron sirviendo como esclavos del faraón.
Es aquel, entonces, el pueblo que Moisés saca de Egipto. Era una
multitud que debía construir, de la mano del Señor, una nueva identidad.
El fundamento lo provee esta declaración: «si me obedecen y cumplen
mi pacto, ustedes serán mi tesoro especial entre todas las naciones de la
tierra; porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán mi reino de
sacerdotes, mi nación santa» (Éxodo 19.5-6, NTV).
El Señor los llama a una vida en la que todas las esferas de su
existencia cotidiana deben ajustarse a los parámetros de ser un reino de
sacerdotes, una nación santa. Por eso existe el libro de Levítico, con sus
minuciosas instrucciones para cada faceta de la vida. No bastaba con
simplemente modificar el estilo de vida que habían practicado en Egipto;
debían experimentar una radical transformación cultural.
Entre las muchas indicaciones que les deja Moisés, encontramos la
del texto de hoy, referida a la actitud hacia los ancianos. He escogido
reflexionar sobre este texto porque en la cultura occidental los ancianos
reciben poca honra. Se les mira con cierta lástima, y es raro que alguien
celebre la sabiduría y la experiencia que son el fruto de toda una vida de
sacrificio y esfuerzo.
La cultura bíblica posee una perspectiva completamente diferente
ante los ancianos. Declara que «la gloria de los jóvenes es su fuerza; las
canas de la experiencia son el esplendor de los ancianos» (Proverbios
20.29, NTV). Se nos manda a ponernos en pie en presencia de los
mayores, en señal de respeto y reconocimiento, porque Dios honra a los
ancianos.
Este gesto está pasado de moda. En otros tiempos, uno se inclinaba
ante los ancianos o hacía silencio, pero nuestra cultura utilitaria los ha
relegado a ser reliquias del pasado. Entre los que somos parte del
pueblo de Dios, sin embargo, no debe ser así. Cuando un anciano llega
a nuestro hogar o entra al lugar donde estamos congregados,
deberíamos ponernos de pie y apresurarnos a prestarles el servicio que
se merecen. Lo hacemos, como señala el texto, no solamente a modo de
honra, sino porque es una de las muchas maneras en que expresamos
nuestro amor hacia Dios. Los amamos a ellos porque el Señor los ama
de manera especial.
RESOLUCIÓN
En esta semana, propongámonos hacer el bien a algunos de los
ancianos que son parte de nuestra comunidad. Démosles gracias porque
enriquecen nuestra vida con su presencia. Que ellos sepan, sin lugar a
dudas, que no han sido relegados al olvido.
20 DE JULIO
Crítica que edifica
La crítica constructiva es, para quien la escucha, como un pendiente u
otras joyas de oro. Proverbios 25.12
El diccionario de la Real Academia Española nos ofrece esta definición,
entre otras, de la palabra «crítica»: es la inclinación a «enjuiciar hechos y
conductas, generalmente de forma desfavorable». Se refiere al hábito,
tan arraigado en nuestra humanidad, de señalar lo malo en el prójimo.
En nuestra cultura de América Latina gran parte de nuestras
conversaciones giran en torno de las críticas. Esta clase de plática tiende
a avivar en nosotros el descontento y la depresión frente a una realidad
que, de por sí, ofrece pocos motivos para celebrar.
La Nueva Traducción Viviente ha optado por el término «crítica
constructiva» para describir aquella reprensión, según el texto hebreo,
que se ofrece con sabiduría. Esta clase de crítica es la única que
realmente debemos practicar los unos con los otros.
¿Cuáles son los elementos que la distinguen de aquellas críticas que
solamente se concentran en señalar lo malo en el prójimo? La primera y,
quizás, más importante característica es que se le ofrece a la persona
que la necesita. Es decir, se abstiene de ese despreciable hábito de
hablar mal de otros a sus espaldas. Esta crítica no consiste en participar
de conversaciones acerca de otros en asuntos que no son de nuestra
incumbencia. De esta manera, la crítica constructiva evita alimentar el
recorrido destructivo de los chismes y las calumnias.
El segundo elemento que distingue a la crítica constructiva es que el
sabio entiende el momento indicado para ofrecerla. No todos los
momentos son apropiados para un comentario de esta naturaleza,
especialmente si los ánimos de la otra persona se encuentran exaltados.
La persona madura sabe esperar el momento oportuno en que la otra
persona se encontrará con la mejor disposición para recibir la crítica.
La crítica constructiva también presupone que existe una actitud
receptiva en la otra persona, el deseo de ser corregido y animado por los
que son parte de la comunidad de fe. Los aportes de otros, aun cuando
no se ofrezcan con el mejor espíritu, siempre pueden enriquecer nuestra
vida si hacemos a un lado la tendencia casi instintiva a defendernos, y si
escuchamos con una actitud de respeto.
El otro elemento que diferencia a la crítica constructiva de otras
intervenciones es que evita poner el acento sobre aquello que está mal.
Es constructiva precisamente porque intenta ayudar a la persona a
reflexionar sobre los posibles caminos que puede recorrer para mejorar
su desempeño en determinada tarea o para adquirir un hábito que aún le
resulta esquivo. Si bien el punto de partida para la exhortación es aquello
que necesita ser corregido, el grueso del intercambio no gira en torno a
este tema, sino a la posibilidad de explorar las formas en que se podría
resolver esta debilidad. Sobre todo, la otra persona debe percibir, en
quien ofrece la crítica, la disposición de acompañarla en el proceso de
trabajar sobre ese aspecto de la vida.
REFLEXIÓN
«La forma en que respondemos a la crítica dependerá de la forma en
que respondemos a los elogios. Si los elogios producen humildad, las
críticas edificarán. Si los elogios inflan, entonces las críticas resultarán
devastadoras». Warren Wiersbe
21 DE JULIO
Asombrosa revelación
Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre;
antes de que nacieras, te aparté y te nombré mi profeta a las naciones.
Jeremías 1.5
Existe un elemento maravillosamente misterioso en lo que el Señor
comparte con Jeremías. Hace eco a las palabras del Mesías, en Isaías:
«El SEÑOR me llamó desde antes que naciera; desde el seno de mi
madre me llamó por mi nombre» (Isaías 49.1). El apóstol Pablo también
se atreve a hacer una afirmación similar: «Pero aun antes de que yo
naciera, Dios me eligió y me llamó por su gracia maravillosa» (Gálatas
1.15).
Cuando nos llega la feliz noticia de un embarazo, no sabemos
siquiera si seremos los padres de un varón o una nena. Desconocemos
por completo qué aspecto físico tendrá, qué clase de carácter poseerá o
qué destino le espera en esta vida. Pasarán años, después de que haya
nacido, antes de comenzar a descifrar, a tientas, quién es esta persona
que ha llegado para ser parte de nuestra familia. Muchos años más
pasarán antes de que exista cierta claridad acerca de su vocación en la
vida. En muchos casos, solamente se alcanza luego de una serie de
tentativas incursiones en diferentes direcciones.
Qué tremendo es saber que el Señor ya conocía íntimamente a
Jeremías, aun antes de que sus padres lo hubieran concebido. ¡Existe
algo tan increíblemente profundo en esta frase! Revela la dimensión en
la que habita nuestro Dios, algo que está más allá del paso de los días,
los años y los siglos. Aunque desconocemos el significado acabado de
esta declaración, seguramente este conocimiento llevó a que el Señor
actuara en el entorno de Jeremías y ordenara aun los detalles más
minuciosos de su vida. De esta manera se vería revestido de las
cualidades y herramientas que requería el ministerio profético al cual
había sido llamado.
El Señor añade un detalle importante a su declaración: «te nombré mi
profeta a las naciones». A pesar de la marcada reticencia que había
mostrado Israel por compartir con otras naciones la bendición de
caminar con el Creador de los cielos y la Tierra, Dios tenía en mente
alcanzar a todas las naciones con su buena voluntad. Este profeta,
entonces, no debía hablarle pura y exclusivamente a Israel, sino que su
llamado también consistía en llevarles la Palabra de Dios a otras
naciones, una dimensión mucho más amplia de lo que normalmente
acompaña nuestro esfuerzo por hacer avanzar el reino.
Entiendo que Dios no pretendía que Jeremías lograra dimensionar el
sentido completo de la declaración que acompañaba su llamado.
Solamente el paso de los años le mostraría al profeta lo que implicaba
esta extraordinaria revelación. Por el momento, el Señor deseaba
extenderle a Jeremías una invitación a alinearse con los propósitos
eternos que Dios tenía para su vida.
MEDITACIÓN
Nosotros también podemos maravillarnos ante la grandeza del Señor,
pues el salmista declara «Tú formaste mis entrañas; Me hiciste en el
seno de mi madre» (139.13, NBLH). Podemos confiar plenamente en
este Dios, quien nos conoció ¡aun antes de que fuéramos concebidos!
22 DE JULIO
¡Te has equivocado!
Oh SEÑOR Soberano —respondí—. ¡No puedo hablar por ti! ¡Soy
demasiado joven! Jeremías 1.6
Cuando Dios se le apareció por primera vez a Jeremías, escogió
revelarle algo increíblemente asombroso: «Te conocía aun antes de
haberte formado en el vientre de tu madre; antes de que nacieras, te
aparté y te nombré mi profeta a las naciones» (v. 5). Antes de que
naciera, el Señor lo había apartado para ser el vocero del Altísimo.
Habríamos esperado de Jeremías que, ante semejante revelación, se
postrara rostro en tierra y exclamara: «¿Quién se compara con
el SEÑOR en todo el cielo? ¿Qué ángel poderosísimo se asemeja en
algo al SEÑOR? Los poderes angélicos más altos quedan en reverencia
ante Dios con temor; él es mucho más imponente que todos los que
rodean su trono. ¡Oh SEÑOR Dios de los Ejércitos Celestiales! ¿Dónde
hay alguien tan poderoso como tú, oh SEÑOR?» (Salmo 89.6-8).
¡Nada de eso! El pensamiento de Jeremías se alinea con el de la
multitud de hombres y mujeres que creen que Dios cometió un error
cuando se fijó en ellos. Al igual que Sara, Moisés y Gedeón, lo primero
que viene a la mente de Jeremías son sus limitaciones. Es demasiado
joven para esta tarea.
Me causa cierta gracia esta respuesta, porque intenta persuadir al
Señor aludiendo a algún detalle que, por casualidad, se le ha escapado.
El que ofrece este argumento está convencido de que si Dios tuviera en
cuenta el elemento mencionado desistiría de su llamado.
La respuesta de Jeremías, como la de tantos otros, deja al
descubierto dos temas fundamentales para responder de manera
correcta al llamado de Dios. En primer lugar, Jeremías no se conoce a sí
mismo. Es consciente de ciertas limitaciones, pero desconoce por
completo todo lo que el Señor ha invertido en su vida para capacitarlo
para esta tarea. Ese desconocimiento lo lleva a rechazar el llamado.
La respuesta de Jeremías muestra que tampoco conoce al Dios que
lo está llamando. Su dios es demasiado parecido a los seres humanos
que comparten con él la vida. Posee serias limitaciones a la hora de
evaluar si una persona da con la talla para una misión tan importante
como esta.
Estas dos falencias son las que más contribuyen a que nos
descartemos como participantes activos en los proyectos de Dios.
Cuando esto sucede, quedamos relegados al rol de espectadores
pasivos, anhelando en secreto una mayor participación en las aventuras
de fe que vive el pueblo de Dios, pero convencidos de que nunca será
así. Creemos, erradamente, que los que viven estas aventuras poseen
cualidades superiores a las nuestras.
Lo que realmente los distingue de nosotros, sin embargo, es que han
decidido creer lo que Dios declara acerca de ellos. Son conscientes de
que la historia del pueblo de Dios ha sido escrita por hombres y mujeres
frágiles que creyeron, contra viento y marea, que Dios podía moverse a
través de sus vidas, porque no hay nada imposible para él.
ORACIÓN
Señor, no quiero quedar relegado al rol de espectador en el reino. Quiero
ser un instrumento en tus manos para salvar, sanar, liberar, levantar y
consolar. Tú me hiciste, Padre. Úsame conforme al conocimiento que tú
tienes acerca de quién soy yo.
23 DE JULIO
Otro carril
No digas: «Soy demasiado joven» —me contestó el SEÑOR—, porque
debes ir dondequiera que te mande y decir todo lo que te diga.
Jeremías 1.7
La respuesta de Jeremías, frente a la magnífica declaración del Señor,
consistió en escudarse en los pocos años que tenía, quizás aludiendo a
su falta de experiencia. El hecho es que Jeremías no se consideraba
calificado para esta misión, para la cual Dios lo había formado aun antes
de que fuera concebido.
La respuesta del Señor no deja lugar a dudas en cuanto al elemento
distintivo que posee un ministerio exitoso. No se construye sobre las
capacidades y aptitudes que posee la persona llamada. Pasa por otro
carril completamente diferente. Es un asunto de obediencia: «debes ir
dondequiera que te mande y decir todo lo que te diga». Es como si el
Señor le dijera a Jeremías: «¿Puedes caminar?», y Jeremías
respondiera: «Claro que puedo caminar». Y luego le preguntara:
«¿Puedes abrir la boca para hablar?». «Por supuesto que sí». Entonces
el Señor le señalara: «Si puedes hacer estas dos cosas, estás en
condiciones de ser mi profeta a las naciones».
Es una lástima que nosotros le demos tanta importancia al asunto de
la aptitud para el ministerio. En tantas ocasiones nos excusamos de
involucrarnos en una situación porque «no sabemos qué decir» o «no
sabemos qué hacer», cuando lo único que el Señor espera de nosotros
es que respondamos a la invitación de estar presentes en los lugares
donde él está obrando. Él dará las palabras; él proveerá el
discernimiento; él suplirá la sabiduría o los recursos necesarios.
Entender esto simplifica mucho la propuesta de involucrarse en un
ministerio. Podemos revestirnos de cierta osadía porque sabemos que
nuestra obediencia será respaldada por la generosa provisión de Dios.
Cuando nos ponemos en marcha y nos movemos en obediencia a su
llamado, él comenzará a liberar los dones y la gracia que requerimos
para cada situación. Proveerá los recursos necesarios y nos dará los
medios para ministrar con efectividad.
Esta dinámica de ministerio presupone que existe en nosotros cierto
grado de sensibilidad a la guía del Señor. No me refiero a leer la Palabra
para conocer su voluntad, aunque la lectura de las Escrituras siempre es
provechosa. Más bien, me refiero a esa intimidad cotidiana con Dios que
nos permite percibir los lugares y momentos en que se está moviendo
alrededor de nosotros, para unirnos a esa obra que él está llevando a
cabo.
Es la misma dinámica con la que se movió Jesús en su ministerio.
Aclaró que su misión no era fruto de su propia iniciativa. Al contrario,
afirmó: «Les digo la verdad, el Hijo no puede hacer nada por su propia
cuenta; solo hace lo que ve que el Padre hace. Todo lo que hace el
Padre, también lo hace el Hijo» (Juan 5.19).
INVITACIÓN
El Señor nos invita a que andemos en las obras que él «preparó de
antemano para que anduviéramos en ellas» (Efesios 2.10, NBLH). No te
quedes fuera de este desafío. Súmate a la multitud de personas que
viven increíbles aventuras con el Señor, porque han escogido seguirle en
todo momento.
24 DE JULIO
No les temas
No le tengas miedo a la gente, porque estaré contigo y te protegeré.
¡Yo, el SEÑOR, he hablado! Jeremías 1.8
Dios se le apareció a Jeremías para compartir con él una magnifica
revelación: «Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu
madre; antes de que nacieras, te aparté y te nombré mi profeta a las
naciones» (v.5). La declaración saca la existencia de Jeremías del plano
terrenal y la ubica firmemente en una dimensión eterna. Es parte de algo
que comenzó mucho antes de que naciera y que continuará mucho
después de que sus huesos hayan vuelto a ser polvo.
Lo que el Señor le compartió a Jeremías no lo impresionó. Más bien,
inmediatamente pensó en una razón por la que Dios, de alguna manera,
se había equivocado al considerar que él podía llegar a ser profeta a las
naciones. Al igual que nosotros, Jeremías se miraba a sí mismo con ojos
críticos, y se tenía poca confianza para llevar adelante semejante
llamado.
El conocimiento íntimo que poseía el Señor de la persona de
Jeremías le permitió saber que la verdadera razón por la que no quería
aceptar el llamado no tenía que ver con su juventud. Jeremías conocía
las turbulentas vidas que habían llevado muchos de los profetas que lo
antecedieron, precisamente porque su vocación los enfrentaba con un
pueblo rebelde y terco. En el fondo, Jeremías temía lo que la gente le
podía hacer, y el Señor percibió ese miedo.
He hablado mucho en este libro acerca de los efectos del temor
sobre nuestra vida. Ningún temor nos limita tanto como el temor a la
gente. No nos gusta la sensación que produce el no pertenecer a un
grupo, por lo que nos esforzamos por adecuar nuestro comportamiento y
nuestras palabras a lo que la mayoría considera aceptable. Tristemente,
esto nos roba la posibilidad de ser genuinos, porque acabamos jugando
el papel de alguien que no somos. Por temor a la gente no nos
atrevemos a decir lo que realmente pensamos, o a hacer lo que
realmente queremos hacer.
El Señor sabe que en un ministerio efectivo solamente hay lugar para
una clase de temor: el temor a Jehová. Es esta convicción la que lleva al
apóstol Pablo a declarar: «Queda claro que no es mi intención ganarme
el favor de la gente, sino el de Dios. Si mi objetivo fuera agradar a la
gente, no sería un siervo de Cristo» (Gálatas 1.10). Por esta misma
razón, el Señor lo llama a Jeremías a ser libre del temor a la gente, para
aferrarse a una promesa: «estaré contigo y te protegeré».
Cuando estamos con otros, lo único que nos permitirá ser genuinos y
actuar conforme a los principios del reino de Dios será la convicción de
que él está con nosotros y respaldará nuestro proceder. No perderemos
el temor a la gente hasta que nuestro Dios sea más grande que las
personas que nos rodean.
REFERENCIA
«Queridos amigos, no teman a los que quieren matarles el cuerpo;
después de eso, no pueden hacerles nada más. Les diré a quién temer:
teman a Dios, quien tiene el poder de quitarles la vida y luego arrojarlos
al infierno». Lucas 12.4-5
25 DE JULIO
Una iglesia sana
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolos en
nuestras oraciones, teniendo presente sin cesar delante de nuestro
Dios y Padre su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su
esperanza en nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 1.2-3
NBLH
Al finalizar su inmejorable descripción del amor, en 1 Corintios 13, el
apóstol Pablo señala el fundamento de toda obra espiritual. «Tres cosas
durarán para siempre: la fe, la esperanza y el amor; y la mayor de las
tres es el amor» (v. 13, NTV). En la iglesia de Tesalónica, Pablo pudo
observar la forma en que la fe, el amor y la esperanza revelaron un
poderoso mover del Espíritu.
En la reflexión de este día quisiera meditar sobre la obra de fe de
esta congregación. La palabra «obra» se refiere al trabajo relacionado a
una vocación en la vida. De esta manera, por ejemplo, Pedro señala que
«Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10.38,
NTV). El «bien» que hacía era la manifestación visible de su llamado, y
trabajaba cada día para cumplir con fidelidad esta vocación.
Quizás hayas observado que Pablo no habla de obras de fe, en
plural, sino de la «obra de fe». Este detalle nos ayuda a entender que la
fe, correctamente entendida, se manifiesta en un estilo de vida que
agrada al Padre. Todas las acciones individuales que resultan de esta
forma de vivir conforman una sola obra, la manifestación visible de una
convicción invisible. En el caso de los hermanos de Tesalónica, el trabajo
de fe los llevó a abandonar a sus ídolos (v. 9), para recibir la palabra en
medio de mucha tribulación (v. 6) y compartir con otros la salvación (v.
7).
La fe nunca se refiere a un ejercicio intelectual. No consiste en
asentir algunas verdades ni abrazarse a ciertas doctrinas. Es, más bien,
una postura que requiere una acción, pues la fe solamente cobra vida
cuando la traducimos en obra. De esta manera, entonces, la
manifestación visible de la fe es la obra que expresa esa convicción
espiritual.
Este es el eje que sostiene el argumento del autor de Hebreos. En el
capítulo 11 busca ilustrar de qué manera se vive la fe. Nos provee de
una larga lista de figuras del Antiguo Testamento que, por la fe, llevaron
a cabo diferentes acciones. Todos, sin excepción, entendieron la fe como
una forma de encarar la vida.
Nuestro trabajo diario será, entonces, convertir la fe en una forma de
movernos por la vida. Descartar la ansiedad, la desesperación y el
pesimismo para avanzar, ante cada desafío, con la seguridad y la paz
que caracterizan a quienes están convencidos de que Dios ordena sus
pasos y vela por sus intereses. Podemos asumir esta postura porque
hemos entendido que la fe afecta todos los aspectos de nuestra
existencia. Es, de hecho, la columna vertebral de la vida espiritual.
CITA
«El vivir diariamente por fe en Cristo es lo que distingue al cristiano
saludable del enfermizo, al santo victorioso del santo derrotado». A. W.
Pink
26 DE JULIO
Sacrificio de amor
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolos en
nuestras oraciones, teniendo presente sin cesar delante de nuestro
Dios y Padre su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su
esperanza en nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 1.2-3
NBLH
Una sensación de profunda gratitud se apodera del corazón de Pablo al
considerar el maravilloso testimonio de la iglesia en Tesalónica. Habían
logrado combinar la fe, el amor y la esperanza de tal manera que el
testimonio de su nueva vida impulsó dramáticamente el avance del
evangelio en toda la región.
En la reflexión de ayer meditaba sobre el significado de la frase «obra
de fe». Hoy quisiera que nos concentremos en el segundo elemento que
distinguía a esta congregación: su «trabajo de amor».
No existe un término en español que traduzca adecuadamente la
palabra griega kopos. Se refiere a una intensa labor que requiere un
sacrificio, muchas veces físico. Es la clase de trabajo que debió realizar
el samaritano para socorrer al hombre que encontró tirado al costado del
camino. Debió sacrificar su comodidad, sus bienes, su tiempo y sus
planes para ayudarlo.
Sin duda, los hermanos de Tesalónica se movían de esta manera
porque habían recibido ese mismo ejemplo del apóstol Pablo. Durante el
tiempo que vivió en medio de ellos, observaron sus trabajos y fatigas, la
forma en que, trabajando de día y de noche, buscaba no ser carga para
ninguno de ellos mientras proclamaba el evangelio (1 Tesalonicenses
2.9).
Este estilo de ministerio radicaba en una firme convicción: «me alegro
de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta
de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por Su cuerpo, que es la
iglesia» (Colosenses 1.24, NBLH). Pablo entendía que la obra se llevaba
adelante guardando un inviolable principio espiritual: no se puede hacer
un discípulo sin pagar un precio para lograrlo.
Esta es, seguramente, la razón por la que abundan los creyentes,
pero escasean los discípulos. Hemos querido reducir la intensa labor de
amor, que requiere afianzar a una persona en los caminos del Señor, a
unos sencillos cursillos que transmiten algunas verdades básicas de
doctrina. No estamos dispuestos a pagar el costo que significa invertir
esforzadamente en la vida de otra persona. El resultado es una iglesia
que no logra la clase de impacto que logró la congregación en
Tesalónica.
Pablo
testifica
a
favor
de
ellos,
diciendo:
«Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no
sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de
ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos
necesidad de decir nada» (1 Tesalonicenses 1.8).
Esta es la clase de iglesia que hace temblar al enemigo. Está
compuesta por un ejército de discípulos que avanzan por la región
arrebatando vidas del reino de las tinieblas y levantando, en todos lados,
discípulos comprometidos que están dispuestos a seguir a Cristo hasta
lo último de la tierra.
REFERENCIA
«Ustedes conocen la gracia generosa de nuestro Señor Jesucristo.
Aunque era rico, por amor a ustedes se hizo pobre para que mediante su
pobreza pudiera hacerlos ricos». 2 Corintios 8.9 NTV
27 DE JULIO
Esperanza inamovible
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolos en
nuestras oraciones, teniendo presente sin cesar delante de nuestro
Dios y Padre su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su
esperanza en nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 1.2-3
NBLH
El testimonio de la iglesia de Tesalónica impactó toda la región, pues la
profunda transformación de sus vidas había dado que hablar, y mucho,
sobre el poder de este Cristo a quien ellos decían servir. Entre las cosas
que Pablo había escuchado menciona que «también comentan cómo
ustedes esperan con ansias la venida, desde el cielo, del Hijo de Dios,
Jesús, a quien Dios levantó de los muertos. Él es quien nos rescató de
los horrores del juicio venidero» (1 Tesalonicenses 1.10, NTV).
Esta firme esperanza es el tercer elemento que contribuye a que una
congregación crezca de manera sana y robusta. La palabra en griego
que se traduce «firme» se refiere a una postura de rigidez,
especialmente en lo que a convicciones concierne, que le permite a una
persona resistir los embates de las tempestades y presiones de la vida.
Es la clase de fortaleza que posee un maratonista, que le permite seguir
avanzando hasta completar la carrera que se extiende a lo largo de 42
kilómetros.
En este tiempo he estado meditando mucho sobre el papel que juega
en nuestra vida la esperanza. Esta se refiere a una confiada expectativa
acerca del cumplimiento de algún evento futuro. Es decir, poseemos
seguridad de que algo que aún no ha sucedido va a suceder, y esa
confianza afecta la manera en que vivimos el presente.
El peregrinaje de Israel a través del desierto nos puede servir de
ejemplo. Habían salido de Egipto impulsados por una esperanza, la
promesa de que llegarían a una tierra que fluía con leche y miel (Éxodo
3.8). Su confianza en esa promesa, sin embargo, carecía de la fuerza
necesaria para sobrevivir las adversidades con las que se enfrentaron en
el camino. De hecho, cada vez que tuvieron alguna prueba pusieron en
duda las posibilidades de que esa esperanza se concretara. El resultado
fue que transitaron por la vida con una actitud derrotista y amargada,
convencidos de que habían sido estafados al salir de Egipto.
La actitud de Caleb y Josué, sin embargo, fue enteramente diferente.
Eran parte de esa generación, pero —según el testimonio del propio
Caleb— eligieron seguir a Dios de todo corazón (Josué 14.8). La
expectativa de que, sin dudas, Dios cumpliría lo que había prometido, los
vistió de la valentía y fortaleza necesarias para sobrellevar aun las
pruebas más duras. En ningún momento pusieron en tela de juicio la
esperanza que los sostenía.
El ejemplo de la iglesia de Tesalónica me inspira. Necesito tener los
ojos puestos en la esperanza que poseo en Cristo no solamente de vida
eterna, sino también de vida en plenitud, aquí y ahora. Cuando esa
esperanza es inamovible, salgo a la vida con otra actitud. Camino con la
frente en alto porque estoy del lado de los vencedores.
EXHORTACIÓN
«Pon tu esperanza en el SEÑOR y marcha con paso firme por su
camino. Él te honrará al darte la tierra y verás destruidos a los
perversos». Salmo 37.34 NTV
28 DE JULIO
Salmo de vida
No te inquietes a causa de los malvados ni tengas envidia de los que
hacen lo malo. Salmo 37.1
Dios me ha ministrado una y otra vez por medio de este precioso salmo.
Es tal la riqueza que contiene que si este fuera el único salmo al que
tuviéramos acceso igualmente tendríamos una abundancia de principios
para una vida de santidad. Meditar en los muchos consejos que ofrece
nos guía, de manera segura, hacia una vida de paz y bendición.
La temática del salmo gira en torno de las injusticias que observamos
a nuestro alrededor. Los malvados prosperan y, aparentemente, gozan
de una impunidad que les permite avanzar sin impedimento con sus
diabólicas maquinaciones. Los que se esfuerzan por vivir una vida que
agrada a Dios muchas veces parecen cosechar una recompensa muy
magra en comparación al esfuerzo invertido en hacer lo bueno.
Este panorama, que David observaba en su tiempo, es también real
en nuestra era. A los permanentes agravios que sufrimos, a manos de
gobernantes inescrupulosos, se suman las injusticias que observamos
en el ámbito de nuestra vida personal. Estas nos afligen y atormentan de
tal manera que vivimos en un estado de amargura permanente. De
hecho, he observado que cuando la amargura ha ganado terreno en mi
vida, lo primero que hace mi mente, al despertar, es recordar alguna
injusticia sufrida. Como un niño que recoge su juguete favorito, los
pensamientos se aferran a este agravio y me obligan a repasar, con sus
lastimosos detalles, la experiencia sufrida.
Comenzar el día de esta manera me predispone a salir a la vida con
enojo y resentimiento. Mi corazón se resigna a que el nuevo día
seguramente sumará nuevas injusticias a mi existencia. Salgo de casa
cargado. Me cuesta sentir entusiasmo para afrontar las tareas y los
proyectos en los que debo concentrar mis esfuerzos. Mi andar se vuelve
pesado y desagradable, como quien intenta caminar por un sendero que,
por haber caído en desuso, está cubierto por una densa vegetación.
El salmista luchaba con las mismas sensaciones, y por eso se
esfuerza en acercarnos sabios consejos. Nos exhorta con frases cortas y
punzantes: «no te irrites»; «no tengas envidia»; «deja la ira»; «abandona
el furor»; «apártate del mal».
Al leer estas exhortaciones nos damos cuenta de que la actitud que
alimenta un espíritu rencoroso en nosotros puede ser combatida. Si el
salmista nos anima a abandonar una actitud cínica y negativa hacia la
vida es porque esta posibilidad está al alcance de todos los que se
proponen vivir conforme a los preceptos que nos ha dejado el Señor.
David nos ofrece algunas alternativas para canalizar la energía que
hoy derrochamos en alimentar este círculo vicioso de malos
pensamientos. Mediante consejos sabios y declaraciones perceptivas
intenta conducirnos hacia una vida centrada en la persona de Dios, para
disfrutar plenamente de los beneficios que eso trae.
ORACIÓN
Señor, queremos asumir una actitud generosa hacia aquellos que nos
han agraviado. Tú has sido bueno y misericordioso hacia nosotros, en
gran manera. Rogamos tu misericordia para aquellos que aún no la han
saboreado. Queremos ser, en tus manos, instrumentos para bien.
Úsanos para sembrar bendición en la vida de otros.
29 DE JULIO
No te irrites
No te inquietes a causa de los malvados ni tengas envidia de los que
hacen lo malo. Pues como la hierba, pronto se desvanecen; como las
flores de primavera, pronto se marchitan. Salmo 37.1-2
Si alguna persona alguna vez tuvo sobrados motivos para vivir
amargada, esa persona fue David. Durante largos años vivió como
fugitivo, escapando de la obsesiva persecución del rey Saúl. La
aclamación que le había ofrecido el pueblo a David, despertó en Saúl un
odio visceral que lo llevó a dedicar gran parte de su vida a buscar la
forma de atrapar a David y terminar con su vida.
Cuando el salmista comienza hablando de los malvados, lo hace con
conocimiento de causa. La palabra, en hebreo, se refiere a aquellas
personas que merecen ser castigadas por la forma en que se han
comportado en la vida. No se trata de aquellos que, sin darse cuenta,
lastimaron a otros. Estas personas son las que, según la Nueva Biblia
Latinoamericana de Hoy «practican la iniquidad». Son los que viven
violando las leyes y transgrediendo las normas morales que rigen la vida
de una comunidad. Son, por naturaleza, rebeldes, arrogantes y
despectivos.
Lo que nos invita al enojo es que estas personas no parecen sufrir
ninguna consecuencia por la forma en que pisotean a los demás. Al
contrario, prosperan y muchas veces de manera obscena.
Frente a esta realidad David comienza su salmo con una exhortación:
«No te irrites» (NBLH). La exhortación se repite en el versículo siete:
«No te irrites a causa del que prospera en sus caminos», y una vez más
en el versículo ocho: «No te irrites, sólo harías lo malo». El término se
refiere a encender un fuego, a excitarse, a hacerse mala sangre, a
enardecerse. Es una respuesta instintiva que, una vez que se activó,
resulta muy difícil de controlar.
Es precisamente por esa falta de capacidad para dominar la ira que
David señala, en el versículo ocho, que solamente haríamos lo malo. «El
que pierde los estribos con facilidad provoca peleas», señala el autor de
Proverbios (15.18), y Santiago nos recuerda que «el enojo humano no
produce la rectitud que Dios desea» (1.20).
El primer paso para combatir la ira, entonces, consiste en arribar a la
convicción de que perder los estribos nunca es una buena opción para la
persona que busca agradar a Dios. El descontrol que acompaña el enojo
no nos permite permanecer bajo la dirección del Espíritu y, por eso,
acabamos haciendo o diciendo cosas que lastiman profundamente a los
demás.
David nos exhorta a evitar el enojo, pero si este se ha convertido en
un hábito en tu vida o la mía, debemos saber que no lograremos
destronar el enojo con nuestro propio esfuerzo. El comienzo de un
cambio radica en confesar que hemos cedido demasiadas veces a la ira,
y en presentarnos ante el Señor, día tras día, para pedirle que obre en
nosotros la transformación necesaria para vivir vidas apacibles.
CITA
«Si la ira es por una gran causa, se convertirá en furia. Si es por una
pequeña causa, se convertirá en enfado. De esta manera la ira siempre
es terrible o ridícula». Jeremy Taylor
30 DE JULIO
¡Relájate!
¡Ya no sigas enojado! ¡Deja a un lado tu ira! No pierdas los estribos,
que eso únicamente causa daño. Salmo 37.8
David había sufrido en carne propia la injusta persecución por parte de
un hombre que quería quitarle la vida, simplemente porque envidiaba
sus logros. Por largos años debió huir de cueva en cueva, siempre
atento a las interminables maniobras del malvado Saúl. Lo acompañaba
una multitud de hombres que también habían sufrido agravios e
injusticias a manos del rey. El entorno en que vivía era más que propicio
para que la ira se convirtiera en el motor que movía su existencia.
Él, sin embargo, también había visto las terribles manifestaciones que
producía en Saúl la ira descontrolada. Cuando se apoderaba del rey un
espíritu de furia era capaz de matar aun a los que más cerca estaban de
él. La violencia e incoherencia de su comportamiento habían convencido
a David de que la ira nunca conduce a buen puerto.
Un estudio cuidadoso del texto de hoy nos da algunas pistas
prácticas acerca de los caminos que podemos tomar para distanciarnos
de las reacciones airadas. La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy
traduce este versículo: «Deja la ira y abandona el furor; no te irrites, sólo
harías lo malo».
El término «ira» se refiere a la fuerte emoción que produce un agravio
real o supuesto. La palabra «furor», en cambio, se relaciona más con el
veneno, la ponzoña o la rabia que se desprende de la ira. Es decir, la
emoción que experimentamos cuando somos agraviados engendra, a su
vez, sentimientos y actitudes que rápidamente amargan nuestra
existencia. Quedarán en estado de ebullición hasta que alguna situación,
muchas veces insignificante, produzca una masiva explosión que mutile
a los que están presentes en el momento del estallido.
David nos anima a dos acciones. La primera es: «deja la ira». Esto
significa ponerle fin a un comportamiento que venimos practicando hasta
este momento. El verbo «deja» es imperativo. Se nos está dando una
orden, por lo que se supone que está a nuestro alcance cumplirla. La
palabra se refiere al proceso de relajarse, de aflojarse, de soltar o dejar a
un lado. Los sinónimos señalan un proceso por el que se disipa la
tensión que estamos experimentando.
La palabra «abandona» aborda un concepto similar. Me deshago de
algo que venía cargando, dejo atrás un hábito, desmantelo una
estructura que me llevaba a actuar de cierta manera.
Todo esto pareciera apuntar a que abandonar el enojo es fruto de una
decisión. El tiempo que separa esa decisión de la consumación del
hecho lo definirá el grado de insistencia que mostremos en mantenernos
firmes en la decisión tomada. Será necesario volver a afirmar esta
decisión una y otra vez, antes de que veamos algún progreso en nuestra
manera de manejar las situaciones conflictivas. La valentía de tomar la
decisión, sin embargo, nos habrá encaminado hacia la transformación.
ORACIÓN
Señor, hoy quiero pedirte perdón por las veces en que he traído
deshonra a tu nombre con mi enojo. Me comprometo, delante de ti, a
dejar de lado la ira, a relajarme, a confiar en que tú harás justicia a favor
de tus elegidos. Descanso en ti, oh Dios. Tu paz me cubre.
31 DE JULIO
Otra óptica
Los malvados conspiran contra los justos; les gruñen de manera
desafiante. Pero el Señor simplemente se ríe, porque ve que el día de
su juicio se acerca. Salmo 37.12-13
David, en este salmo, nos ha mandado a no irritarnos por causa de los
malvados. En una serie de exhortaciones referidas al tema nos anima a
que dejemos de lado la ira, que soltemos el deseo de hacer justicia por
mano propia y que nos relajemos frente a la aparente impunidad de los
malvados.
La razón por la que nos invita a tener esta actitud, que es contraria a
nuestra inclinación natural, es porque caminamos con un Dios que no
pasa por alto la maldad de los perversos. Nos invita a que nos retiremos
de la situación para mirarla desde lejos, con una perspectiva eterna en
lugar de terrenal. Cuando logramos este paso, entendemos que los que
practican iniquidad «como la hierba, pronto se desvanecen; como las
flores de primavera, pronto se marchitan» (37.2).
Este es el mismo camino que debió recorrer Asaf, en el Salmo 73. Su
corazón se llenó de amargura (v. 21) cuando vio la prosperidad de los
arrogantes. Su angustia procedía de comparar su vida con la de ellos, lo
que lo obligó a una pregunta que parecía poseer una respuesta negativa:
«¿Conservé puro mi corazón en vano? ¿Me mantuve en inocencia sin
ninguna razón? En todo el día no consigo más que problemas; cada
mañana me trae dolor» (vv. 13-14). No obstante su angustia, recorrió el
camino que insinúa David y allí descubrió otra perspectiva: «Entonces
entré en tu santuario, oh Dios, y por fin entendí el destino de los
perversos» (v. 17).
En algún momento de su peregrinaje David había descubierto esta
verdad, y eso le había permitido responder de otra manera cuando los
impíos «(sacaban) sus espadas y (ponían) cuerdas a sus arcos para
matar al pobre y al oprimido, para masacrar a los que (hacían) lo
correcto» (Salmo 37.14). También emplea una llamativa frase para
ayudarnos a entender lo insignificante de los avances que creen lograr
los malvados: «El Señor simplemente se ríe».
Cuando leo esta frase me imagino la risa que nos produce ver a los
niños intentando llevar a cabo acciones que son propias de adultos. Las
personas malvadas, a quienes describe David en el salmo, imaginan que
son intocables, que nadie puede echar a perder sus planes ni frenar sus
ambiciones. Precisamente por esa convicción actúan con tanta
arrogancia.
Necesitamos mirar al mundo con los ojos del Señor. La mirada
horizontal, desde nuestra humanidad, nos llena de desesperanza,
frustración y amargura. Pero la mirada que logramos desde los cielos
nos permite ver que los malvados tienen los días contados. Puede que
su reino dure diez, veinte o treinta años; sin embargo, cuando lo
comparamos con la extensión de tiempo que significa la eternidad, no
representa siquiera una gota de agua en el océano. Podemos esperar
confiados; cuando el tiempo sea propicio, el Señor hará justicia.
REFERENCIA
«Aprendan una lección de este juez injusto. Si hasta él dio un veredicto
justo al final, ¿acaso no creen que Dios hará justicia a su pueblo
escogido que clama a él día y noche? ¿Seguirá aplazando su
respuesta? Les digo, ¡él pronto les hará justicia!». Lucas 18.6-8
AGOSTO
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1 DE AGOSTO
Nada se le escapa
El SEÑOR dirige los pasos de los justos; se deleita en cada detalle de
su vida. Salmo 37.23
David nos anima, en el Salmo 37, a no afligirnos por la aparente
impunidad de los malvados. Nos ha llamado a abandonar las reacciones
típicas de la carne, como el enojo, la ira, el deseo de venganza y la
amargura. Una de las razones por las que nos exhorta de esta manera
es porque la justicia de los que practican la iniquidad está en manos de
Dios.
El texto de hoy resume otro de los fuertes argumentos del salmista.
Así como Dios va a castigar la maldad de los perversos, también cuida
de la vida de los suyos. Tal como afirma el texto de hoy, él se deleita en
cada detalle de nuestra vida. El hecho es que nos basta con leer este
salmo para percatarnos de que el Señor está presente en todos los
aspectos de nuestra vida, sin importar el peso o la importancia de ese
detalle.
El espacio limitado de esta reflexión no nos permite abordar todo lo
que el Señor, en su gran bondad, realiza a favor de los suyos, pero
quisiera mencionar algunas de las acciones que recuerda David. Dios
nos prospera (v. 3) y nos ayuda (v. 5). Él hace resplandecer nuestra
inocencia como el amanecer, y que la justicia de nuestra causa brille
como el sol de mediodía (v. 6). Nos hará poseer la tierra (vv. 9, 11, 22,
29, 34) y viviremos en paz y prosperidad (v. 11). Él nos cuida cada día y
nos hace partícipes de una herencia eterna (v. 18). Evita que seamos
avergonzados en tiempos difíciles y proveerá fielmente para nuestras
necesidades (v. 19). Nos levanta cuando tropezamos (v. 24). ¡Nunca nos
abandona! (vv. 25, 28). Evitará que seamos condenados cuando nos
lleven a juicio (v. 33). Nos promete un futuro maravilloso (v. 37). Nos
rescata en tiempos difíciles y se convierte en nuestra fortaleza (v. 39) y
refugio (v. 40).
La multitud de beneficios que disfrutamos por caminar con el Señor
tiene que despertar en nosotros un espíritu de celebración. ¡Somos tan
increíblemente dichosos! Las bendiciones que rodean nuestra vida no
pueden jamás ser comparadas con las miserables ganancias que
disfrutan los malvados. Nada de lo que ellos tanto codician en esta vida
se podrán llevar al más allá. Nosotros, sin embargo, disfrutamos de una
riqueza que será nuestra en perpetuidad.
Cuando nos detenemos a meditar en la abundancia de bienes que el
Señor ha derramado sobre nosotros, nos damos cuenta lo ridículo que
fue inquietarnos por el bienestar de los malvados. ¿Por qué perdimos
tiempo en acumular amargura y rencor cuando teníamos sobrados
motivos para festejar nuestra buena fortuna?
Cuando vuelvo a leer el párrafo que enumera algunos de los
beneficios que disfruto, no puedo más que exclamar: «¡Bendito Dios, tú
has sido exageradamente bueno con nosotros, tu pueblo!».
REFLEXIÓN
Recordar todo lo que hemos recibido del Señor es un ejercicio tan
beneficioso, que la Palabra nos exhorta una y otra vez a practicar la
disciplina de la gratitud. ¡Vale la pena invertir tiempo en este ejercicio
todos los días!
2 DE AGOSTO
Dependencia completa
Confía en el Señor y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra y
prosperarás. Salmo 37.3
Este salmo contiene una serie de exhortaciones para los que aman los
caminos de Dios. El contexto lo provee el accionar de los malvados,
especialmente en lo que se refiere a su maltrato de los justos. David, que
había sido víctima de una despiadada persecución por parte del rey
Saúl, describe la clase de situaciones que tiene en mente, cuando
escribe: «Los perversos sacan sus espadas y ponen cuerdas a sus arcos
para matar al pobre y al oprimido, para masacrar a los que hacen lo
correcto» (v. 14).
La respuesta que espera de nosotros, frente a esta clase de
injusticias, es que no le demos lugar al enojo ni a la amargura. Nos
exhorta a que dejemos de lado a la ira como método para resolver
conflictos.
David nos invita a invertir las energías que requiere actuar con enojo,
en algo mucho más productivo: confiar en el Señor. A primera vista
pareciera que esta alternativa no demanda ningún esfuerzo. La
convicción de que otro hará justicia a nuestro favor, sin embargo, no es
algo que abrazamos con facilidad. Todo nuestro ser se rebela ante la
postura de inacción que asumimos.
La palabra que se emplea en hebreo, traducida «confía», posee
connotaciones interesantes. Se trata de una actitud de confianza que no
posee el más mínimo rastro de sospecha. Es una postura que conduce a
la completa dependencia en el Señor. De hecho, algunos comentaristas
consideran que está relacionada con una palabra del árabe que significa
«postrarse en el suelo». Nos recuerda a Moisés quien, frente a la
rebelión del pueblo, cayó rostro en tierra (Números 14.5). Esta postura
fue posible porque había arribado a la conclusión de que Dios bien podía
defenderlo solo.
David repite la misma exhortación en el versículo siete: «Quédate
quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que él actúe».
Aquí recibimos información adicional de lo que se espera de nosotros.
Es un llamado a estar quietos, a callarnos y a detenernos en silencio.
Cuando pensamos en las reacciones violentas que normalmente
engendra la ira, esta postura señala un dramático contraste. Esta
instrucción, al igual que la exhortación a no enojarse, también es
presentada mediante el uso de un imperativo.
El hecho es que nosotros tenemos que tomar autoridad sobre las
emociones que amenazan con conducirnos hacia la necedad. Debemos
ordenarles que se aquieten y esperen el accionar de Dios. Esta espera,
sin embargo, no indica resignación. La palabra significa, más bien, una
postura de expectativa, producto de la certeza de que el Señor va a
intervenir. Es el mismo término que se emplea para la mujer que ha
comenzado con el trabajo de parto. Esperamos con una sensación de
anticipación, porque estamos convencidos de que, en cualquier
momento, el Señor irrumpirá en escena y ordenará todo según su justicia
perfecta.
CITA
«Si el Señor nos llama a esperar, hagámoslo de todo corazón, pues
bienaventurados son los que esperan en él. Vale la pena esperarlo a él.
La espera nos beneficia. Pone a prueba la fe, ejercita la paciencia,
fortalece la sumisión y endulza la bendición, cuando llega». Charles
Spurgeon
3 DE AGOSTO
Haz el bien
Confía en el SEÑOR y haz el bien; entonces vivirás seguro en la tierra
y prosperarás. Salmo 37.3
Llevamos varios días de reflexión en este precioso salmo, que aborda
uno de los temas que más pone a prueba nuestra dependencia del
Señor: los ataques de los perversos contra los justos. Luchamos con el
deseo de hacer justicia por mano propia. De hecho, David mismo se
había encontrado dos veces en situaciones que sus seguidores
consideraban «un regalo del cielo» para ajustar cuentas con el rey Saúl
(1 Samuel 24 y 26). Él, sin embargo, rehusó aprovechar estas
oportunidades porque confiaba plenamente en que Dios, en su tiempo
perfecto, haría justicia a favor de su elegido.
Podemos, entonces, recibir las exhortaciones que el salmista
comparte con nosotros con absoluta confianza. David había demostrado
que habían dado fruto en su propia vida y, por abrazarse a ellas, gozó de
una autoridad espiritual que ningún otro rey, en la larga historia de Israel,
alcanzó.
Ayer reflexionamos sobre el llamado a canalizar nuestros esfuerzos
hacia una postura de callada expectativa. Hoy le sumamos a esta actitud
una exhortación adicional, la de hacer el bien. El llamado aquí es a evitar
la tentación de pagar mal con mal. Nos indica que el camino a seguir,
frente a la perversidad y la malicia, consiste en actuar con integridad y
excelencia moral. Esta forma de comportarnos parece más sencilla de lo
que es en realidad. La sociedad tiende a presionarnos para que nos
adaptemos al comportamiento de la mayoría. Cuando conducimos, por
ejemplo, la agresividad de los conductores a nuestro alrededor nos invita
a que actuemos con la misma desconsideración.
El camino que señala David es definitivamente el del reino. Jesús
animó a sus discípulos del mismo modo: «¡Amen a sus enemigos!
Háganles bien. Presten sin esperar nada a cambio. Entonces su
recompensa del cielo será grande, y se estarán comportando
verdaderamente como hijos del Altísimo, pues él es bondadoso con los
que son desagradecidos y perversos» (Lucas 6.35). Del mismo modo
exhorta el apóstol Pablo: «No dejen que el mal los venza, más bien
venzan el mal haciendo el bien» (Romanos 12.21).
El principio que dejan estos textos es claro: nadie puede moverse
victoriosamente a través de la vida si lo único que posee es una lista de
lo que no debe hacer. Esto nos obliga a una postura defensiva, y nos
conduce hacia una existencia exageradamente tímida. Vivimos
atormentados, intentando evitar lo malo. Mucho mejor que esto, es
invertir nuestro esfuerzo en lo bueno. El mero hecho de que nos
hayamos abocado a tomar la ofensiva, mediante acciones que agradan a
nuestro buen Padre celestial, nos permitirá cobrar una injerencia en la
vida que no hubiéramos logrado siguiendo el otro camino. Cuando nos
dedicamos a hacer el bien comenzamos a ser instrumentos de influencia
para el cambio.
REFERENCIA
«Queridos amigos, nunca tomen venganza. Dejen que se encargue la
justa ira de Dios. [...] En cambio, “Si tus enemigos tienen hambre, dales
de comer. Si tienen sed, dales de beber. Al hacer eso, amontonarás
carbones encendidos de vergüenza sobre su cabeza”». Romanos 12.1920
4 DE AGOSTO
¡Deléitate en él!
Deléitate en el SEÑOR, y él te concederá los deseos de tu corazón.
Salmo 37.4
David ha compartido con nosotros, en un extenso salmo, algunas
advertencias acerca de los peligros de caer en actitudes de ira por causa
de los que practican iniquidad. Una y otra vez nos anima a dejar a un
lado nuestra obsesión con ellos, para construir una vida en torno a la
persona de Dios y los designios que él ha dejado para su pueblo. Al vivir
de esta manera construiremos sobre el firme fundamento que permitió a
este gran rey convertirse en un hombre conforme al corazón de Jehová.
El texto de hoy resume, en cierta medida, el mensaje central del
salmo, y describe, por medio de una preciosa frase, nuestra vocación
como pueblo de Dios. El término «deleitarse» posee ricas connotaciones
asociadas con la idea de consentirse a uno mismo, darse un gusto,
recrearse en el Señor. Al pensar en estos conceptos, queda muy en
claro que David no se refiere a una rutina religiosa ni al cumplimiento de
una formalidad espiritual. Más bien, tiene en mente la clase de
experiencia que nos podría ofrecer una puesta de sol, un magnífico
panorama de las montañas, una deliciosa cena o el cálido encuentro con
un amigo del alma.
En estas situaciones nos disponemos a disfrutar al máximo la
experiencia, y descartamos por un momento nuestra preocupación por el
paso del tiempo. El deleite que nos produce maravillarnos en la
extraordinaria gama de colores que visten el cielo cuando el sol baja
hacia el horizonte, por ejemplo, es tan intenso que decidimos quedarnos
contemplando el cielo hasta que llega la completa oscuridad. Del mismo
modo, David espera que disfrutemos del Señor saboreando
intensamente las preciosas cualidades de su persona, y recorramos con
nuestro espíritu la multitud de beneficios y bendiciones que ha
derramado sobre nuestra vida.
El proceso de estar con él, simplemente para disfrutarlo, producirá un
beneficio adicional: los deseos de nuestro corazón nos serán
concedidos. Entiendo que esto encierra dos posibilidades. En primer
lugar, los deseos de nuestro corazón son aquellos anhelos más
profundos de nuestro ser. Quizás no coincidan con lo que, en realidad,
pedimos en nuestras oraciones. El Señor, que sabe interpretar lo que
deseamos decirle, responde no tanto a las palabras que contienen
nuestras oraciones, sino a los sentimientos y anhelos que no sabemos
expresar verbalmente.
En segundo lugar, esta frase se refiere al proceso de deleitarnos a
diario en el Señor; lo que nos conducirá, indefectiblemente, a sentir una
carga por aquellas cosas que representan los anhelos más profundos en
el corazón de Dios. Nuestros deseos, por lo tanto, acabarán alineándose
a los deseos de Dios, de manera que dejaremos de pedir por aquello
que, en otro tiempo, nos parecía importante. La comunión con el Señor
ha reordenado las prioridades de nuestra vida, y hoy compartimos con él
los anhelos que lo mueven a intervenir en los asuntos de esta Tierra.
REFERENCIA
«Así que, sea que coman o beban o cualquier otra cosa que hagan,
háganlo todo para la gloria de Dios». 1 Corintios 10.31
5 DE AGOSTO
Hacia la pureza
La voluntad de Dios es que sean santos, entonces aléjense de todo
pecado sexual. Como resultado cada uno controlará su propio
cuerpo y vivirá en santidad y honor, no en pasiones sensuales como
viven los paganos. 1 Tesalonicenses 4.3-5
Hace unos días, leí un artículo en uno de los diarios más conocidos de
Argentina. Aunque el tema que aborda no es nuevo, las estadísticas
volvieron a disparar las alarmas ante lo que aparenta ser un verdadero
aluvión de inmoralidad.
Según este artículo, el 80 por ciento de la población que navega en
Internet mira pornografía, y la gran mayoría de estos usuarios lo hace en
solitario. La facilidad con que se accede a imágenes de contenido
pornográfico nos ha llevado a enfrentarnos a índices de adicción sexual
de proporciones jamás conocidas por el ser humano hasta este
momento.
La inmoralidad sexual, sin embargo, no es una característica solo de
estos tiempos. En la cultura griega se asumía que el hombre buscaría
ciertos placeres fuera de su propio matrimonio. Consideraban que la
abstinencia sexual imponía una carga indebida sobre los instintos
naturales del ser humano. Por esto, Pablo se siente en la obligación de
marcar algunas pautas en cuanto a la vida sexual de los que caminan
con Cristo.
Emplea un término llamativo, para ir en pos de la santidad, que la
Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy intenta traducir con la enigmática
expresión «que cada uno de ustedes sepa cómo poseer (tener) su propio
vaso». Lo que sucede es que el apóstol emplea un verbo que significa
procurar, comprar u obtener, especialmente con esfuerzo. Era una
palabra que frecuentemente se empleaba en transacciones económicas.
La frase ha sido objeto de debates a lo largo de los siglos, pero el
contexto parece indicar que Pablo esperaba que los varones se
esforzaran por guardar su cuerpo para Dios y la mujer con quien
compartían la vida. La promiscuidad lleva a «comerciar» los deseos
sexuales, por actividades que desfiguran el propósito divino para la
relación entre un hombre y una mujer. El uso de este verbo en particular
pareciera indicar que el apóstol entendía que la persona que optaba por
la santidad debía estar dispuesta a asumir el costo de dicho
compromiso.
Para avanzar en la dirección correcta es preciso recordar la
secuencia del pecado que describe Santiago, en el capítulo uno de su
epístola. Nadie cae en el pecado en un instante; cada pecado es el fruto
final de un proceso. Para poder combatir el pecado necesitamos
identificar el primer paso en ese proceso, para cortar la semilla del mal
antes de que crezca.
El hecho de que el 80% de la población usuaria de Internet mire
pornografía pareciera indicar que esta batalla es imposible de ganar.
Pablo, sin embargo, cree que es posible vivir en santidad en una
sociedad arrastrada por la impureza moral. Armados con su misma
convicción, pidamos a Dios que nos supla de la gracia necesaria para
transitar por un camino distinto al de la gran mayoría de la población.
CITA
«El más maravilloso secreto de la vida de santidad no radica en imitar a
Cristo, sino dejar que la perfección de Cristo se manifieste en nuestros
cuerpos mortales». Oswald Chambers
6 DE AGOSTO
La iglesia en acción
Cuando nos encontremos, quiero alentarlos en la fe pero también me
gustaría recibir aliento de la fe de ustedes. Romanos 1.12
Cuando era joven y, probablemente, mucho más necio de lo que soy
ahora, un grupo de pastores me invitaron a darles un curso sobre
exégesis de la Palabra. Estos pastores pertenecían a una denominación
con una sólida tradición en el manejo de las Escrituras, y algunos de
ellos llevaban muchos más años en el ministerio que yo. Acepté la
invitación, aunque con cierto temor de no dar con la talla de lo que se
esperaba de mí.
El primer día del curso me encontraba ordenando mis apuntes y
esperando la llegada de los pastores cuando entró por la puerta un
misionero veterano, un verdadero santo del evangelio. Su presencia me
descolocó, pues yo no desperdiciaba ninguna oportunidad de sentarme a
escucharlo a él exponer la Palabra, basado en una vasta trayectoria de
servicio al pueblo de Dios. Me acerqué para preguntarle qué hacía en
este lugar. Para mi gran sorpresa me respondió: «He venido para
aprender algo sobre la exégesis de la Palabra», y luego, mirándome fijo
a los ojos, declaró: «Tú tienes mucho para enseñarme y yo quiero
aprender de ti».
¡Qué tremenda lección representó para mí la actitud de este gran
varón de Dios, un hombre que, por edad, bien podía ser mi padre! Con
inmensa humildad se sentó en una de las mesas y preparó su cuaderno
para tomar notas de lo que yo iba a compartir.
Creo que la razón por la que me impactó tanto su actitud es porque
nos hemos acostumbrado a otro estilo de iglesia. En esta, los que ya han
transitado mucho tiempo en el ministerio rara vez se sientan a escuchar
a los que tienen menos experiencia que ellos. Es más común la actitud
de los líderes que, en otra oportunidad, me invitaron a capacitar a sus
pastores. Me hablaron mucho de cuánto creían en la importancia de este
evento. No obstante, durante los tres días que duró, no vi participar a
uno solo de ellos. Con sus hechos estaban proclamando, con mucha
claridad, que no se consideraban necesitados de capacitación.
El apóstol Pablo, en el texto de hoy, revela que esperaba que en la
iglesia se diera otra clase de dinámica. A pesar de ser el apóstol, sin
lugar a dudas, preeminente entre los apóstoles, él anhelaba llegar a
Roma para edificar y ser edificado. Es decir, no entendía el proceso de
edificación como un camino de una sola dirección sino, más bien, un
diálogo en el que mutuamente llegan a ser edificados.
Para que esto sea posible, debemos considerar que todos los
miembros del cuerpo son valiosos. Cuando valoramos de esta forma a
nuestros hermanos y hermanas, siempre estaremos atentos a la
oportunidad de ser enriquecidos por ellos, sin importar las credenciales
que puedan tener para llevar adelante esa tarea. Si pertenecen al
Cuerpo, ya son poseedores de tesoros que todos necesitamos.
ORACIÓN
Señor, líbrame de arribar a ese punto en la vida donde ya no creo que
los demás tengan algo que enseñarme. Envía, en ese día, a alguien que
me amoneste. Permíteme llegar a la vejez con el corazón inocente de un
niño.
7 DE AGOSTO
Disciplina indispensable
A la mañana siguiente, antes del amanecer, Jesús se levantó y fue a
un lugar aislado para orar. Marcos 1.35
Nuestro texto de hoy comienza con la frase «a la mañana siguiente»; por
lo que, inmediatamente, entendemos que será necesario saber qué pasó
el día anterior para comprender el significado de tan sencillo acto por
parte de Jesús.
Marcos nos dice que cuando llegaron a Capernaúm el Señor vivió un
día intenso. Enseñó en la sinagoga, liberó a un hombre poseído de un
espíritu inmundo y luego ministró a la suegra de Pedro, que estaba
postrada con una fiebre. «Esa tarde, después de la puesta del sol, le
llevaron a Jesús muchos enfermos y endemoniados. El pueblo entero se
juntó en la puerta para mirar. Entonces Jesús sanó a mucha gente que
padecía de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios»
(1.32-34).
El texto no nos dice a qué hora terminó de ministrar al último enfermo
y de expulsar el último demonio. Marcos solamente nos dice que eran
muchos los necesitados. Jesús se entregó a la tarea de sanar, consolar,
liberar y proclamar, tal cual lo había anunciado el profeta Isaías al hablar
del Cristo (Isaías 63.1-3).
No me cabe duda de que debe haber sufrido un enorme desgaste
físico y emocional. Los discípulos aún eran muy novatos como para
aliviar su tarea. Cuando uno se entrega a ministrar a las necesidades del
pueblo, acaba agotado, pues impartir de la gracia que hemos recibido
tiene un costo, como lo ilustra claramente la sanidad de la mujer con la
hemorragia continua (Marcos 5.25-34).
Frente a esta sensación de profunda fatiga estoy seguro de que yo
hubiera optado por quedarme un ratito más en la cama al otro día.
Buscaría, de esta manera, reponer las fuerzas que perdí en la
ministración del día anterior. Jesús, sin embargo, no se quedó
remoloneando en la cama. Buscó otra clase de renovación, aquella que
solamente se consigue en intimidad con el Padre.
El texto nos dice que se levantó antes del amanecer. Mientras los
discípulos dormían, salió a buscar un lugar solitario donde pudiera
disfrutar de la comunión con su Padre.
Entiendo que esto no se refiere a lo que hoy llamamos el
«devocional». Los Evangelios parecieran indicar que Jesús estaba en
permanente diálogo con su Padre. No obstante, había momentos en los
que requería de una intensa experiencia de comunión, lejos del bullicio y
las demandas de las multitudes. Sabía que «el Dios eterno, el SEÑOR,
el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su
entendimiento es inescrutable. El da fuerzas al fatigado, Y al que no
tiene fuerzas, aumenta el vigor» (Isaías 40.28-29, NBLH).
Una buena noche de descanso ayuda, pero jamás podrá darnos esa
profunda renovación que llega solamente por haber pasado tiempo en la
presencia de Dios.
REFLEXIÓN
Esta característica parece ser el común denominador de todos los
héroes y las heroínas de la fe, a lo largo de la historia del pueblo de
Dios. Fueron personas que no mezquinaron el tiempo que dedicaban a
buscar al Señor, en la intimidad y la soledad de esos espacios donde se
disfruta de esa comunión sagrada que renueva y transforma.
8 DE AGOSTO
Oraciones fragantes
Y cuando tomó el rollo, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro
ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y
llevaba copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del
pueblo de Dios. Apocalipsis 5.8
Las escenas de adoración que se describen en el libro de Apocalipsis
trascienden todo lo que nosotros hayamos podido conocer en la tierra.
Allí, la multitud de seres reunidos alrededor del trono proclaman, día y
noche, que el Cordero es digno de recibir la honra, la gloria, las riquezas
y el poder. Miles de millones de ángeles se unen a los ancianos para
cantar un potente coro, el cual despierta la adoración de «toda criatura
en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar» (Apocalipsis
5.13).
Juan lucha por describir lo que ve. Nuestro idioma no logra abarcar
las extraordinarias dimensiones de lo que, con dificultad, perciben sus
sentidos. Y entre aquellas misteriosas descripciones que nos ofrece, se
encuentra la del texto que hoy nos ocupa.
El incienso constituía un importante componente de la adoración en
Israel. Moisés recibió del Señor detalladas instrucciones acerca de la
preparación del incienso que se usaría en el tabernáculo. También fue
advertido: «Nunca usen la fórmula para elaborar incienso para ustedes;
está reservada para el SEÑOR, y deben tratarlo como algo santo»
(Éxodo 30.37). Es por esto, quizás, que el salmista se atreve a pedirle al
Señor: «Acepta como incienso la oración que te ofrezco, y mis manos
levantadas, como una ofrenda vespertina» (Salmo 141.2).
La mayoría de los comentaristas opta por ver un significado simbólico
en la asociación de las oraciones con el incienso. El texto, sin embargo,
no nos dice que el incienso es como la oración del pueblo, sino que es la
oración del pueblo. No ha de extrañarnos, entonces, que nuestras
peticiones, plegarias y súplicas no van al cielo acompañadas de
incienso, sino que se convierten en un aroma que agrada profundamente
el corazón de Dios.
El proceso por el cual sucede esto cae dentro del misterio que rodea
a la persona de Dios. Lo que tiene valor es considerar que existen
oraciones que le resultan una delicia al Señor, porque están
perfectamente alineadas con sus propios deseos. Así sucedió en la
oración que elevó Salomón al inicio de su reinado. Sus peticiones fueron
tan acertadas, que las Escrituras declaran: «Fue del agrado a los ojos
del Señor que Salomón pidiera esto» (1 Reyes 3.10, NBLH).
Más allá de las palabras que la componen, la oración que honra a
Dios es aquella que se efectúa en una actitud de absoluta dependencia e
incuestionable confianza en su persona. La postura del que ora debe
proclamar la grandeza de aquel a quien se invoca.
REFLEXIÓN
Resulta muy fácil caer en la rutina cuando oramos. Las palabras están,
pero el corazón no acompaña. Esta clase de oración no pasa más allá
de una formalidad religiosa. El texto de hoy, sin embargo, nos invita a
endosar nuestras oraciones con una reverente actitud de adoración. Nos
llama a derramar nuestra vida delante del trono de gracia, en sacrificio
vivo. Las oraciones que surjan de esta postura sin duda llenarán el cielo
del precioso perfume que despide el incienso.
9 DE AGOSTO
Menudo desafío
Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a
ustedes, para que Dios reciba la gloria. Romanos 15.7
Este versículo resume la enseñanza de Pablo en el capítulo anterior,
donde abordó el tema de las diferentes perspectivas de los hermanos en
la iglesia de Roma. Estas habían dado lugar a pleitos acerca de lo que
se podía o no comer, y de cuáles eran los días señalados para ciertos
ritos. La evidente animosidad hacia aquellos que poseían opiniones
distintas lo llevó a preguntar: «¿Por qué, entonces, juzgas a otro
creyente? ¿Por qué menosprecias a otro creyente? Recuerda que todos
estaremos delante del tribunal de Dios» (14.10).
Pablo anhelaba que la iglesia fuera una expresión viva de la unidad
que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por eso se atrevía a
orar: «Que Dios, quien da esa paciencia y ese ánimo, los ayude a vivir
en plena armonía unos con otros, como corresponde a los seguidores de
Cristo Jesús. Entonces todos ustedes podrán unirse en una sola voz
para dar alabanza y gloria a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo»
(Romanos 15.5-6).
El texto de hoy nos señala el camino a seguir para lograr esa
armonía, que es indispensable para que Dios se mueva en y por medio
de una congregación. La exhortación es que nos aceptemos los unos a
los otros con la misma admirable generosidad con que Cristo nos ha
aceptado. Tal como señala el autor Brennan Manning[23], Cristo no nos
ha amado por lo que deberíamos ser, sino por lo que en realidad somos,
con todos nuestros errores y nuestras pequeñeces.
El ejemplo perfecto de esta exhortación nos lo ofrece la historia del
regreso del hijo pródigo. El relato dice que «cuando todavía estaba lejos,
su padre lo vio llegar. Lleno de amor y de compasión, corrió hacia su
hijo, lo abrazó y lo besó» (Lucas 15.20). Debemos recordar que este hijo
probablemente llegó a la casa con los harapos y la suciedad que su
ruina financiera le dejó. No obstante lo repulsivo de su aspecto, el Padre
lo abrazó y lo besó, una y otra vez.
El hijo mayor ilustra la actitud a la que deben sobreponerse los
creyentes. Con actitud de indignación y severo juicio se rehusó a
extenderle al hermano la misma cortesía que el padre. Esta es la
respuesta que el apóstol Pablo quiere que la iglesia, a toda costa, evite.
No obstante, es muy fácil mirar con desprecio a algunos de nuestros
hermanos, impulsados por la soberbia de creer que lo que nosotros
somos es fruto de nuestro buen trabajo.
Para recibir con ternura y bondad a los que son mis hermanos es
necesario recordar, una y otra vez, cuánta generosidad ha demostrado el
Señor hacia mi persona. Debo tener presente que, a pesar de la multitud
de falencias y errores que acompañan mi existencia, el Padre jamás me
ha dado la espalda. Cuando la gratitud se apodere de mi corazón por
tanto amor inmerecido, no tardará en extenderse hacia aquellos que
también gozan del mismo beneficio.
CITA
«Anhelo la clase de amor que no puede más que amar. Amar, al igual
que lo hace Dios, por amor al amor». A. B. Simpson
10 DE AGOSTO
Aspiraciones desmedidas
¿Buscas grandes cosas para ti mismo? ¡No lo hagas! Yo traeré un
gran desastre sobre todo este pueblo; pero a ti te daré tu vida como
recompensa dondequiera que vayas. Jeremías 45.5
Baruc, el escriba de Jeremías, pasó por una crisis similar a la que
experimentó el mismo profeta. Jeremías, cansado de las burlas, la
indiferencia y la persecución que despertaba su ministerio, maldijo el día
en que nació (Jeremías 20.14). Su experiencia es parecida a la de
Moisés y Elías. Ambos profetas experimentaron tal desaliento en el
ministerio que llegaron a desear la muerte.
A primera vista, el lamento de Baruc es muy parecido al de Jeremías
en su propia crisis. «¡Estoy repleto de dificultades! ¿No he sufrido ya lo
suficiente? ¡Y ahora el SEÑOR ha añadido más! Estoy agotado de tanto
gemir y no encuentro descanso» (45.3).
Entiendo el fastidio de Baruc y me compadezco de su lamento,
porque he atravesado situaciones similares. Son aquellas temporadas en
las que la vida parece consistir en un contratiempo detrás de otro. En
medio de las tribulaciones nuestra confianza en el Señor comienza a
tambalear y, eventualmente, gana terreno el lloriqueo y la
autoconmiseración. Sentimos lástima por nuestra propia situación.
Resulta interesante notar que en otros casos el Señor respondió con
ternura ante esta actitud de fastidio (ver Números 11.16-17 y 1 Reyes
19.5-6). En las palabras que leemos en el texto de hoy, sin embargo,
resulta evidente que el Señor no percibió una condición de verdadero
agotamiento en Baruc, sino el fastidio por no poder avanzar en sus
aspiraciones inapropiadas. Por esto, el Señor no responde a la queja
que expresa con palabras Baruc, sino a aquella actitud incorrecta de su
corazón.
Israel se encontraba en medio de un tiempo de juicio, y el Señor
había decidido una severa disciplina para el pueblo. Nadie se salvaría de
esta situación. No obstante, las palabras del Señor parecen indicar que
Baruc aspiraba a un bienestar y reconocimiento que ninguna otra
persona tendría. Es decir, deseaba un trato privilegiado por parte de
Dios, que el resto del pueblo no podía disfrutar.
Parte del llamado al pueblo de Dios es a compartir los padecimientos
de las personas a quienes aspiran compartir la Buena Noticia de
salvación. Esta identificación es la que ejemplifica Jesús, quien
«renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un
esclavo» (Filipenses 2.7). La cercanía al pueblo es la condición que le
permite ser efectivo en el ministerio. El pueblo lo percibe como «uno de
los nuestros». No existen barreras que dificulten su llegada a la vida de
los demás.
Del mismo modo, no es bueno aspirar a que nosotros seamos
eximidos de las dificultades y las pruebas que viven la gran mayoría de
nuestros compatriotas. Esa condición de privilegio neutralizaría nuestros
esfuerzos por extender el reino entre los menos afortunados.
REFLEXIÓN
Es bueno recordar que Josué y Caleb, a pesar de haber sido fieles
espías, padecieron junto al pueblo los cuarenta años de castigo que Dios
impuso a Israel por haber creído a los diez espías incrédulos. Recibieron
su premio cuando se les concedió entrar a la Tierra Prometida, pero esto
no los salvó de vivir en el desierto durante cuatro décadas.
11 DE AGOSTO
Virtud que corona
La mujer virtuosa es corona de su marido, pero la que lo avergüenza
es como podredumbre en sus huesos. Proverbios 12.4 NBLH
Una de las herramientas poéticas que emplea a menudo el libro de
Proverbios es el uso de los contrastes. En un contraste se presentan dos
figuras que se encuentran en extremos opuestos de una misma realidad.
En el texto que hoy nos ocupa, la misma realidad está representada
por la mujer que cumple el rol de esposa dentro del matrimonio. En un
extremo se ubica la mujer virtuosa. Quizás recuerdes que esta fue la
característica que Booz encontró atractiva en Rut. Cuando la descubrió
durmiendo a sus pies, declaró: «Ahora, hija mía, no te preocupes por
nada. Yo haré lo que sea necesario, porque todo el pueblo sabe que
eres una mujer virtuosa» (Rut 3.11, NTV). No debemos pasar por alto
que su virtud es reconocida por todo el pueblo.
La lectura de Rut nos ofrece una noción más acabada de lo que
significa ser una mujer virtuosa. No obstante, vale la pena señalar que la
palabra se refiere a alguien de excelencia, que posee cualidades que la
convierten en una persona admirable, tales como el esmero, la
integridad, la perseverancia y la compasión. El autor de Proverbios nos
dice que tal mujer se constituye en corona para su marido.
La corona es un adorno que proclama a los demás la honra y
grandeza de la persona que la luce. En este sentido, entonces, la mujer
virtuosa trae honra y reconocimiento público a su esposo; lo engrandece
por la noble actitud con que se mueve en la vida. El sentido es similar al
que emplea el apóstol Pablo al referirse a la congregación en Tesalónica.
«Después de todo, ¿qué es lo que nos da esperanza y alegría?, ¿y cuál
será nuestra orgullosa recompensa y corona al estar delante del Señor
Jesús cuando él regrese? ¡Son ustedes!» (1 Tesalonicenses 2.19, NTV).
En el extremo opuesto se encuentra la mujer que avergüenza a su
marido. El término «avergonzar», en hebreo, se refiere más a una
humillación pública que a la vergüenza que se pueda sufrir en la
intimidad del hogar. El comportamiento de esta mujer deja en claro a los
demás el desprecio que ella siente por su esposo.
¿Por qué esta mujer es como podredumbre en los huesos de su
marido? Existe un anhelo en el corazón del varón, muchas veces
escondido, que tiene que ver con su condición de hombre. Ese deseo
consiste en llegar a ser el héroe en la vida de su esposa, el que la cuida,
protege y provee fielmente para sus necesidades. De alguna manera,
aspira a despertar admiración en su esposa por el esfuerzo que hace por
cubrir todas sus necesidades. La identidad del varón está fuertemente
ligada a ese anhelo, de manera que cuando se ve frustrada, su
masculinidad sufre un golpe que le duele en lo más íntimo de su ser.
REFLEXIÓN
Si eres mujer, tienes a tu alcance la oportunidad de darle algo a tu
marido, aquello que no le puede dar ninguna otra persona en el mundo.
Honra a tu esposo con la forma en que te mueves en público. Habla bien
de él. Consúltalo. Resalta sus virtudes. Respétalo. Engrandece su
persona, reconociendo lo valioso que es para tu vida y la de tu familia.
12 DE AGOSTO
Valen oro
Muchos se dicen ser amigos fieles, ¿pero quién podrá encontrar uno
realmente digno de confianza? Proverbios 20.6
En algunos de mis escritos he mencionado la tristeza que me produce
escuchar a hermanos que, por diversos motivos, han dejado de asistir a
una congregación. El comentario siempre revela la misma consternación:
«Fui parte de esa congregación durante veinte años y, sin embargo, el
día que no aparecí más ni una sola persona se acercó, ni buscó la forma
de comunicarse conmigo para preguntarme qué me sucedía».
Independiente de los motivos, que no viene al caso analizar, el
desconsuelo que expresan estas personas tiene que ver con la
desilusión de descubrir que una realidad que tenían por segura, no era
más que una ilusión. Y nadie parece tener tanta capacidad para construir
estas ilusiones como los que somos parte del cuerpo de Cristo. Mientras
nos vemos las caras, semana tras semana, nos derramamos en
expresiones de afecto y cariño los unos por los otros. Todo pareciera
indicar que gozamos de vínculos a prueba de fuego.
Estos vínculos de afecto, sin embargo, son tan frágiles que se
quiebran por el mero hecho de dejar de verse un día por semana. Las
personas que ya no asisten a nuestras reuniones rápidamente pasan al
olvido, mostrando cuán superficial era el vínculo que nos unía a ellos.
El hecho es que nada expone con tanta crueldad la verdadera
condición de nuestras amistades como las pruebas. En tiempos de
dificultad podemos diferenciar a los que son amigos incondicionales de
aquellos que son simples «conocidos».
El autor de Proverbios intenta ayudarnos a entender que los buenos
amigos no son fáciles de encontrar. La mayoría de las personas que
conocemos jamás pasarán al plano de la buena amistad. No es realista
pensar que tendremos muchos buenos amigos. La gran mayoría de
personas solamente tiene cuatro o cinco amigos que lo son siempre, sin
importar la situación que estén atravesando. Son la clase de personas
con las que podemos construir el mismo compromiso que disfrutaban
Jonatán y David, una de las más preciosas amistades que describe la
Palabra. Y precisamente porque eran amigos, siguieron unidos aun
cuando ya no existía la posibilidad de verse las caras.
El texto de hoy nos invita a algunas conclusiones. La primera
consiste en tener expectativas realistas acerca de lo que podemos
esperar de nuestros hermanos en la fe. La gran mayoría nunca saldrá
del plano de «conocidos», y no hay nada de malo con esto. Nosotros
también seremos «conocidos» para algunos de ellos.
En segundo lugar, contar con un puñado de amigos nos convierte en
personas bendecidas en gran manera. Un buen amigo es un regalo tan
precioso como la vida misma. No desperdiciemos las oportunidades que
Dios nos da para expresarles a estos amigos nuestra gratitud por el
amor que nos han extendido.
INVITACIÓN
La tercera conclusión es que el proverbio nos inquieta a preguntarnos si
nosotros podremos asumir el compromiso de ser amigos para algunos.
Es un llamado sagrado y exigirá de nosotros un sacrificio importante. Los
frutos que cosecharemos de extender el regalo de la amistad a otros, sin
embargo, son abundantes. Trabajemos para ser algo más que
«conocidos» en la vida de aquellos que Dios pone en nuestro camino.
13 DE AGOSTO
No te apures
El entusiasmo sin conocimiento no vale nada; la prisa produce errores.
Proverbios 19.2
Hace unos años atrás participé de un proyecto comunitario en el que le
reparamos la vivienda a una persona mayor. Los organizadores habían
reunido un buen grupo de voluntarios y aspiraban a completar el trabajo
en un solo día. Cuando nos asignaron nuestras responsabilidades, a mí
me pidieron que desarmara una parte del techo y derribara la pared que
la sostenía. El encargado de la obra me mostró de qué manera debía yo
realizar esa labor.
Ni bien se fue a supervisar a los otros equipos comencé a trabajar
con gran entusiasmo en la tarea que se me había asignado. Con un
mazo, y por medio de furiosos golpes, comencé rápidamente a
desmoronar la pared que sostenía parte del techo. Lo que no me di
cuenta es que debía desmantelar el techo al mismo tiempo que
derribaba la pared. Cuando lo recordé, ya me había quedado sin pared y
el techo comenzó a inclinarse peligrosamente. El supervisor, algo
molesto por mi insensatez, rápidamente apuntaló el techo para que
pudiera proceder con su desmantelamiento.
El entusiasmo es una característica loable. El diccionario de la Real
Academia Española lo define como una «exaltación y fogosidad de
ánimo» frente a algo que se admira o nos cautiva. No son pocas las
veces que, inspirado en el osado ejemplo de la mujer cananea, de
Bartimeo, o de los cuatro amigos del paralítico, le pido al Señor que me
libre de una fe temerosa o indiferente. Anhelo vivir mi vida espiritual con
esa exaltación y fogosidad que distingue a los que están
verdaderamente enamorados del Señor.
El entusiasmo sin conocimiento, sin embargo, es un problema. Me
lleva a cometer la clase de errores que cometí en aquel proyecto de
reparación. Actúo sin el beneficio de la inteligencia y la sabiduría, que
me orientan hacia una inversión más eficiente de mis esfuerzos. Me
llevan a que actúe primero, y luego piense, como le pasó a Pedro en el
monte de la transfiguración. Sugirió la construcción de tres enramadas
porque «realmente no sabía qué otra cosa decir pues todos estaban
aterrados» (Marcos 9.6).
Es por esto que me atrae tan profundamente el ministerio de Jesús.
La Palabra nos dice que hubo ocasiones en que las demandas de las
multitudes eran tan intensas que «ni él ni sus discípulos encontraron un
momento para comer» (Marcos 3.20). No obstante la intensidad de su
ministerio, no encuentro indicios en los Evangelios de que el Hijo del
Hombre alguna vez haya vivido «a las corridas» o bajo prisa. No permite
que otros impongan sobre su vida un ritmo que le robe la posibilidad de
estar atento a las indicaciones del Padre.
Y esta es la razón por la que es tan importante detenerse antes de
entrar en acción. Ese momento de quietud, para analizar y meditar sobre
el camino a seguir, le permite al Padre ofrecernos la orientación y la
sabiduría que no poseemos por nuestra propia cuenta. De esta manera,
entonces, encontramos la forma de sujetar también nuestro entusiasmo
al señorío de Cristo.
CITA
«Aunque siempre voy de prisa, nunca estoy apurado, pues me he
propuesto no trabajar en más proyectos que los que pueda llevar a cabo
con un espíritu de perfecta quietud». John Wesley
14 DE AGOSTO
Amorosa persuasión
Por esta razón la cercaré con espinos. Cerraré su paso con un muro
para que pierda su rumbo. Oseas 2.6
Los profetas de Dios siempre fueron llamados a encarnar el mensaje que
traían al pueblo. Es por esto que los encontramos recibiendo
instrucciones para tomar ciertas acciones que se convertirán en la
demostración visual de su proclamación verbal. Ninguno de los profetas,
a mi entender, recibió un llamado tan duro como Oseas, a quien Dios
mandó que tomara como esposa a una prostituta. Su libro relata el
calvario que sufrió mientras su esposa iba, una y otra vez, tras sus
amantes. Esta experiencia constituía la más fiel representación de lo que
el Señor padecía con Israel.
A pesar de esto, el amor de Dios no le permitió darse por vencido. Tal
como mencioné en otra reflexión sobre este mismo profeta: Dios «es el
más obstinado de los amantes; no entiende de desagravios, ofensas,
insultos o escarnios». Busca una y otra vez la forma de seducir el
corazón de un pueblo que continuamente se desvía del camino.
Una de las características de ese amor divino que más nos cuesta
entender es su relación con la libertad que nos ha dado. Dios nos ama
intensamente, pero nunca viola nuestra libertad ni nos obliga a seguirle.
Nos creó con la libertad de escoger y, a pesar de que muchas veces
tomamos malas decisiones, respeta esa autonomía. Es por esto que, por
ejemplo, Jesús dejó ir al joven rico a pesar de que el texto nos dice que
cuando lo miró sintió profundo amor por él (Marcos 10.21).
La maniobra de cercar con espinos a la prostituta dificulta su
proceder, pero no interfiere directamente con su voluntad. Ella sigue
gozando de la libertad para escoger, solamente que el Señor ha
acomodado de tal manera las circunstancias para que le sea más fácil
escoger el camino correcto y más difícil hacer lo malo. «Cuando corra
tras sus amantes, no podrá alcanzarlos. Los buscará pero no los
encontrará. Entonces pensará: “mejor me sería volver a mi esposo
porque con él estaba mejor que ahora”» (v. 7).
Cuando observo esta estrategia de amor me maravillo de la
profundidad del compromiso que Dios ha asumido con nosotros. No
puede torcernos el brazo, pero sí trabaja a nuestro alrededor buscando,
por todos los medios, seducirnos con su tierna compasión.
Quizás estés experimentando algo similar a la persona que se siente
rodeada por espinos. La vida se te ha vuelto adversa. Todo es lento y
trabajoso. La carga que llevas es pesada y luchas con el desánimo. Si es
así, posiblemente las circunstancias son portadoras de un mensaje de
amor por parte de tu Padre celestial. Quizás necesites volver a tu primer
amor, o retroceder sobre una decisión mal tomada.
Yo puedo dar testimonio del enorme alivio que experimentamos
cuando finalmente tomamos esa preciosa decisión: «mejor me sería
volver a la casa de mi Padre», porque también he atravesado por
momentos de obstinada rebeldía. El Señor, sin embargo, nunca dejó de
buscarme, ¡bendito sea su nombre!
SUGERENCIA
Si quieres comprender más cabalmente el amor de Dios expresado en
este libro te recomiendo leer Amor redentor, de Francine Rivers[24]. Es
la más extraordinaria representación de la vida de Oseas que he
conocido.
15 DE AGOSTO
Las moradas de Dios
Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre
es Santo: «Yo habito en lo alto y santo, y también con el contrito y
humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para
vivificar el corazón de los contritos». Isaías 57.15 NBLH
Este maravilloso texto aparece en medio de un pasaje que condena con
severidad la infatuación de Israel con los ídolos. El profeta enumera las
abominables prácticas que llevaban adelante para congraciarse con los
dioses que representaban. En medio de esa denuncia, el Señor
extiende, como es su costumbre, una invitación a que Israel vuelva a la
comunión con él.
La forma en que se presenta el Señor nos recuerda aquella
extraordinaria visión de Isaías en el inicio de su ministerio. En ella vio «al
Señor sentado sobre un trono alto y sublime» (Isaías 6.1). Entiendo que
esto no hace alusión a una distancia física, sino a la excelencia moral
que lo separa del hombre. Su santidad lo ubica en un espacio donde no
existe ninguna de las manifestaciones de maldad que acompañan
nuestro propio peregrinaje.
Él habita «en la eternidad», nos dice la Nueva Traducción Viviente.
Es aquella dimensión de la vida en la que no existe noción del tiempo,
donde el presente es perpetuo.
Esa sencilla declaración pareciera ubicar a Dios más allá del alcance
de cualquier aspiración que tengamos por conocerlo. Su exaltación, sin
embargo, es diferente a la que ostentan los ricos y famosos que
conocemos en este mundo. Aquellos que han llegado a posiciones de
cierto renombre tienden a distanciarse cada vez más de los habitantes
más humildes de la tierra. Se rodean de lujos y viven estilos de vida que
son radicalmente diferentes a las luchas y los sufrimientos de la vasta
mayoría de los habitantes de la Tierra.
Lo misterioso de Dios es que también habita con los contritos y
humildes de espíritu. Su grandeza no lo excluye de morar entre los más
insignificantes de la Tierra.
La palabra «contrito» hace referencia a la persona quebrantada.
Debo aclarar, sin embargo, que no se trata de cualquier quebrantado,
sino de aquellas personas quebradas por el peso de su propio pecado.
La maldad que hay en su propio corazón les produce una profunda
tristeza. Del mismo modo, «el humilde» hace referencia a todos aquellos
que, sin importar los logros que hayan alcanzado, poseen una correcta
perspectiva acerca de sí mismos frente a la majestad de Dios. Toda su
grandeza no es más que la manifestación de la gracia del Señor en sus
vidas.
El Señor no solamente se deleita en vivir con estos quebrantados,
sino que también lleva a cabo una obra de restauración en sus vidas. Lo
mueve el deseo de que sus espíritus recuperen la belleza y la
profundidad de vida para las cuales fueron creados. Estas son las
personas que acaban experimentando la más radical transformación,
pues el privilegio de rozarse con el Altísimo irremediablemente deja
rastros de su presencia en sus vidas y un irresistible aroma de santidad.
REFERENCIA
«Dios bendice a los que lloran, porque serán consolados. Dios bendice a
los que son humildes, porque heredarán toda la tierra». Mateo 5.4-5 NTV
16 DE AGOSTO
Buena medicina
La ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, pero la buena
palabra lo alegra. Proverbios 12.25 NBLH
La ansiedad es una de las manifestaciones más comunes en nuestra
experiencia cotidiana. Uno de los diccionarios que consulté me ofrece
esta definición: «Un estado de preocupación, nerviosismo o falta de
tranquilidad ante una situación cuyo desenlace es incierto». Una visita al
dentista, por ejemplo, produce ansiedad porque no estoy seguro si el
tratamiento va a ser doloroso o no. Una entrevista de trabajo produce
ansiedad porque no sabemos si seremos aceptados o no para el puesto
que ofrece la empresa.
El autor de Proverbios nos dice que cuando la ansiedad se instala en
el corazón del hombre, lo deprime. Es una carga pesada que dificulta su
movimiento a través de la vida. No logra reunir la energía necesaria para
enfocarse en las tareas y las relaciones que debe llevar adelante, porque
toda su mirada está puesta en aquella situación que lo tiene atrapado en
la incertidumbre.
Este texto no exagera acerca de los efectos negativos que produce la
ansiedad en nosotros. De hecho, los trastornos que produce la ansiedad
crónica son tales que la medicina la identifica como una enfermedad de
la psiquis.
Son muchos los textos en la Palabra que nos animan a no darle lugar
a la ansiedad. Compartí, en este libro, varias reflexiones acerca del texto
de Filipenses capítulo cuatro, que nos anima a no preocuparnos por
nada (v. 6). En el sermón del Monte, Cristo mismo dedicó toda una
sección de su enseñanza a la vanidad de las preocupaciones (Mateo
6.25-34).
Sabemos, entonces, que no debemos preocuparnos, pero igualmente
experimentamos situaciones de ansiedad, porque la fragilidad de nuestra
humanidad no puede ser erradicada completamente.
Quisiera que nos concentremos, en esta reflexión, en el socorro que
llega para el ansioso a través de la «buena palabra», que convierte su
preocupación en alegría. ¿Cuál es esta buena palabra? Los amigos de
Job le trajeron muchas palabras al patriarca, pero ninguna de ellas fue
buena.
El significado del término, en hebreo, es una palabra que es
deseable, placentera, buena y amigable. Es decir, es la palabra que cabe
a la perfección en la situación del afligido.
Para esto es necesario, primeramente, comprender cabalmente la
sensación de angustia que vive el otro. Esta comprensión es la que me
ahorrará pronunciar refranes y frases gastadas que no le ayudan en
nada. También evitará que le llame la atención por estar ansioso, algo
que rara vez induce un cambio. El hecho es que la «buena palabra»
procede de un corazón sensible a la situación de la otra persona. Tiene
más que ver con la actitud y la forma en que es pronunciada, que con el
contenido mismo de la palabra.
Si no recibes de parte de Dios esta clase de palabra para el ansioso,
es mejor mantener el silencio. Las palabras pronunciadas a destiempo
muchas veces suman ansiedad, en lugar de traer quietud y alegría al
corazón del afligido.
REFLEXIÓN
Siempre es bueno tomarse un momento de quietud antes de hablar. Tal
como señala Proverbios: «En las muchas palabras, la transgresión es
inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente» (10.19). Si vamos
a hablar, que sea para edificación.
17 DE AGOSTO
Una ironía
La gente arruina su vida por su propia necedad, y después se enoja
con el SEÑOR. Proverbios 19.3
El libro de Proverbios tiene mucho que decirnos acerca del necio. Es la
persona que vive como si no existiera un Dios a quien debemos rendirle
cuentas. Su actitud es la que expone el salmista: «Sólo los necios dicen
en su corazón: “No hay Dios”» (Salmo 14.1). Son personas que
desprecian la sabiduría y la disciplina (Proverbios 1.7), a quienes les
falta sentido común (Proverbios 10.13), pero no se avergüenzan de
demostrar su ignorancia introduciendo sus opiniones aun en
conversaciones de las cuales no están participando (Proverbios 10.14;
18.2). Son increíblemente ingenuos y se creen todo rumor que escuchan
por ahí (Proverbios 14.15). Vuelven a cometer, una y otra vez, los
mismos errores (Proverbios 26.11), porque carecen de la capacidad de
aprender de sus propios desaciertos. No poseen capacidad para
administrar con sabiduría sus ingresos (Proverbios 21.20) y viven
metidos en pleitos por la insensatez de sus dichos (Proverbios 18.6).
No ha de sorprendernos que a estas personas les vaya mal en la
vida. Su manera de encararla constituye la fórmula perfecta para el
desastre. Ellos, no obstante, no dejan que nadie les diga cómo deben
vivir ni permiten que otros tengan la osadía de querer corregirlos. Al igual
que el remanente de Israel que se rebeló contra la palabra que les trajo
Jeremías, estos declaran con actitud de soberbia: «¡No escucharemos
tus mensajes del Señor! Haremos lo que se nos antoje» (Jeremías
44.16).
El autor de Proverbios comparte con nosotros una verdadera ironía:
estos que le han dado la espalda al Señor toda la vida, son
suficientemente descarados como para culpar a Dios por los problemas
que han creado. Al igual que un niño caprichoso, poseen una definición
distorsionada del amor de Dios. Creen que si verdaderamente está
comprometido con ellos debería hacerse cargo de las consecuencias de
sus propios caprichos. A su entender, Dios debería amarlos según su
propia y torcida perspectiva de lo que es el amor.
Al leer esta descripción del necio quizás te sientas tentado, como yo,
a darle gracias a Dios por librarte de ser un necio. ¡Espero que no lo
hagas! La triste realidad es que todos, sin excepción, andamos en la
necedad de nuestros caminos. Quizás nuestra vida no se caracterice por
los extremos que describe el autor de Proverbios, pero todos poseemos
cierto grado de tozudez y aprendemos a golpes.
Cuando contemplo el grado de estupidez en el que vive el necio me
maravillo de que el Señor, en su inmensa bondad, me haya librado de mi
propia insensatez. ¿Qué hubiera sido de mi vida si el Señor no me
hubiera rescatado? ¿En qué problemas estaría metido, si no fuera por la
gracia de Dios? No es mérito mío que haya adquirido, después de tantos
años, algo de sabiduría. Es, más bien, testimonio de la paciente y
bondadosa obra de Dios en mi vida.
GRATITUD
«Sublime gracia del Señor que un infeliz salvó; Fui ciego mas hoy miro
yo, perdido y él me halló». John Newton
18 DE AGOSTO
Sensaciones engañosas
Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad,
entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios. Aun
si nos sentimos culpables, Dios es superior a nuestros sentimientos y
él lo sabe todo. 1 Juan 3.19-20
El mensaje del apóstol Pablo es inequívoco. Por medio de una
cuidadosa y detallada explicación de lo que significó la muerte del
Mesías, finalmente llega a esta categórica conclusión: «Por lo tanto, ya
no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús» (Romanos
8.1). Los que vivimos en Cristo hemos sido librados de las nefastas
consecuencias que el vivir bajo el peso de una culpa agobiante produce
en el ser humano.
La consecuencia de este estado la describe Pablo en un capítulo
anterior de Romanos: «Por lo tanto, ya que fuimos declarados justos a
los ojos de Dios por medio de la fe, tenemos paz con Dios gracias a lo
que Jesucristo nuestro Señor hizo por nosotros» (5.1). Esta paz hace
eco del concepto de Shalom en el Antiguo Testamento. Se refiere no
solamente a la ausencia de conflictos, sino a un estado de bienestar y
armonía en las relaciones, acompañado por un espíritu de perpetuo
gozo. Celebramos, a diario, que el Señor ha sido extremadamente bueno
con nosotros.
La verdad, sin embargo, es que nuestra existencia muchas veces
sufre los tormentos de la culpa. El apóstol Juan reconoce, en el texto que
hoy nos ocupa, que es posible que nos sintamos culpables, aun cuando
no lo somos. No ignoramos que nuestro enemigo nos acusa día y noche
delante de Dios (Apocalipsis 12.20). Su arma predilecta consiste en
apelar al sentido de culpa que tan rápido aflora en nuestro interior.
Cuando este se hace fuerte, vivimos atrapados en el lamento: «si
solamente viviera más comprometido»; «debería orar más»; «no me
esfuerzo lo suficiente en servir al Señor»; «tendría que ser mejor de lo
que soy».
Este manto de condenación nos roba de la libertad y la alegría que
son parte de nuestra herencia en Cristo Jesús. El problema es que la
culpa nos resulta natural porque hemos crecido en un mundo rodeados
por personas que señalan con el dedo acusador. Nosotros mismos
hemos sido culpables de juzgar a otros. Cuando nuestra cultura está
caracterizada por la condenación, no le es complicado al enemigo volver
a ubicarnos en un lugar donde vivimos esforzándonos por escapar de la
culpa que sentimos.
El apóstol Juan apela a algo más seguro que nuestros sentimientos:
Dios, que está por encima de todas las cosas y es el único que posee
una lectura correcta de nuestro corazón. El desafío para nosotros es
aprender a aquietar esas voces internas (en ocasiones, deberemos
tomar autoridad y ordenarles en el nombre de Jesús, que se sujeten al
Señor) para poder escuchar la voz del Padre. El hijo pródigo llegó bajo
un manto de condenación y había elaborado un plan para volver a
congraciarse con su padre. Este no lo escuchó; ya lo había perdonado.
Ya no estaba bajo condenación. Ahora, debía aprender a vivir en esa
nueva condición.
REFERENCIA
«¿Qué podemos decir acerca de cosas tan maravillosas como estas? Si
Dios está a favor de nosotros, ¿quién podrá ponerse en nuestra contra?
[...] ¿Quién se atreve a acusarnos a nosotros, a quienes Dios ha elegido
para sí?» Romanos 8.31, 33
19 DE AGOSTO
Llamado a la reflexión
Ahora pues, así dice el SEÑOR de los ejércitos: «¡Consideren bien sus
caminos!». Hageo 1.5 NBLH
Dios, tal como señala el autor de Hebreos, recorre muchos caminos a la
hora de comunicarse con nosotros. Esta diversidad de caminos no
solamente revela el insistente deseo del Señor de comunicarse con los
suyos, sino que también deja en claro que nosotros, su pueblo, somos
lentos para entender lo que nos dice. Por esto, cuando no entendemos
por un camino, el Señor explora otras opciones con tal de asegurarse de
que, finalmente, comprendamos lo que nos quiere decir.
Una de las formas que emplea son las circunstancias que
acompañan nuestra existencia. Este es el caso particular del pueblo que
había regresado del exilio con la consigna de reconstruir el templo. La
inmensidad de la obra, sin embargo, pronto los desanimó y decidieron
concentrarse en sus propias vidas. Sus esfuerzos, sin embargo,
producían pocos frutos. «Han sembrado mucho pero cosechado muy
poco; comen pero no quedan satisfechos; beben pero aún tienen sed; se
abrigan pero todavía tienen frío. Sus salarios desaparecen, ¡como si los
echaran en bolsillos llenos de agujeros!» (1.6, NTV).
La vida les era contraria en todo. No lograban satisfacción en ninguna
de las esferas donde invertían sus esfuerzos. Esta sucesión de
desgracias no era el fruto de los caprichos de la naturaleza. No obstante,
a nadie se le había ocurrido preguntarse si el Señor intentaba decirles
algo. Finalmente, Dios mismo los llamó a detenerse a reflexionar sobre
la realidad que atravesaban.
La palabra «consideren» encierra una invitación a reflexionar sobre la
situación, a analizar los hechos para ver si percibían algo que, a simple
vista, no se veía. El Señor les ayuda en este proceso diciendo: «Es por
causa de ustedes que los cielos retienen el rocío y la tierra no produce
cosechas. Yo mandé la sequía sobre sus campos y colinas; una sequía
que destruirá el grano, el vino nuevo, el aceite de oliva y las demás
cosechas; una sequía que hará que ustedes y sus animales pasen
hambre y arruinará todo aquello por lo que tanto han trabajado» (1.1011, NTV).
Este incidente debe llevarnos a ser más sensibles a lo que está
ocurriendo en nuestra propia vida. No toda adversidad es una señal de
que el Señor nos está queriendo decir algo. En ocasiones, el Señor está
trabajando en silencio para moldear nuestro carácter a su imagen. No
obstante, nuestra primera responsabilidad, cuando la vida se nos vuelve
adversa, es detenernos para examinarnos y reflexionar. Es posible que
él intente hablarnos de algo que, hasta ahora, no hemos logrado percibir.
Será de inestimable ayuda atravesar este proceso de la mano de
hermanos maduros y confiables. Nuestra tendencia a ver lo que
queremos ver nos puede jugar una mala pasada, pero la intervención de
otros puede ayudarnos a ver con mayor claridad el mensaje que Dios
intenta darnos.
SALVEDAD
No toda adversidad encierra un mensaje. En ocasiones, constituye un
llamado a la perseverancia, porque el enemigo se ha propuesto
complicarnos la vida. Es por eso que el discernimiento es absolutamente
esencial. Solamente el Espíritu puede darnos la luz que requerimos para
entender la situación que atravesamos.
20 DE AGOSTO
Hacia cosas mayores
La futura gloria de este templo será mayor que su pasada gloria, dice
el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales, y en este lugar, traeré paz. ¡Yo,
el SEÑOR de los Ejércitos Celestiales, he hablado! Hageo 2.9
El templo que construyó Salomón se había convertido en una de las
glorias de la antigüedad. Personas de todas las naciones habían viajado
para ver la asombrosa belleza de aquel lugar. Ahora, sin embargo, yacía
en medio de los escombros y el abandono, que habían resultado de su
destrucción por parte de los babilonios.
El Señor deseaba motivarlos a la construcción de un nuevo templo.
Lo que tenía en mente, sin embargo, era algo infinitamente más bello
que aquella maravilla arquitectónica que construyó Salomón. En el
marco de esta visión comparte con ellos el texto que hoy leemos: «La
gloria postrera de esta casa será mayor que la primera» (Hageo 2:9,
NBLH).
Entiendo que la gloria a la que se refiere el Señor no se relaciona con
la belleza de la construcción, pues el templo que levantaron los judíos
que habían vuelto del exilio fue mucho más modesto que el anterior.
Pero un día, el Cristo llenaría el templo con la gloria de su presencia, el
mismísimo Hijo de Dios caminando entre los hombres.
La importancia del texto es que existe una tendencia en nosotros,
como seres humanos, a desperdiciar energías intentando recuperar la
gloria de tiempos pasados. Lo he observado en especial en grupos que
vivieron momentos de profundo avivamiento. Sus cultos fueron
memorables y la presencia del Señor claramente se percibía en cada
encuentro. Con el pasar de los años y las décadas, sin embargo, ese
fuego se perdió.
El recuerdo de aquella gloria conduce, muchas veces, a buscar de
qué forma se puede volver a experimentar lo mismo. En cada prédica y
encuentro no se deja pasar la oportunidad de mencionar lo notorios que
fueron aquellos días. Vivir de los recuerdos, sin embargo, solamente
sirve para incrementar la frustración con la presente mediocridad. Para
los más jóvenes se vuelve un fastidio escuchar a sus mayores siempre
hablando de personas y eventos que ellos no conocieron de primera
mano.
El Señor desea que recordemos el pasado para celebrar su
intervención bondadosa en nuestra vida, pero nuestra mirada siempre
tiene que estar puesta firmemente en lo que viene por delante. El futuro,
desde la perspectiva de Dios, siempre será más glorioso que los tiempos
pasados. Es por esto que Jesús no duda en decirles a sus discípulos:
«Todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún
mayores, porque voy a estar con el Padre» (Juan 14.12).
Imitemos el ejemplo de Pablo: «Olvido el pasado y fijo la mirada en lo
que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la carrera
para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo
Jesús» (Filipenses 3.13-14).
REFERENCIA
«No recuerden las cosas anteriores ni consideren las cosas del pasado.
Yo hago algo nuevo, Ahora acontece; ¿no lo perciben? Aun en los
desiertos haré camino y ríos en los lugares desolados». Isaías 43.18-19
NBLH
21 DE AGOSTO
Nada que perder
Un hombre con lepra se acercó, se arrodilló ante Jesús y le suplicó
que lo sanara. «Si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio» dijo.
Marcos 1.40
La lepra es una de las peores aflicciones que debe soportar el ser
humano, especialmente por la fuerte estigmatización que padece el que
la sufre. Se ha conocido, como enfermedad, por al menos 4000 años. Al
igual que sucede en algunos grupos en nuestros tiempos, que creen que
toda enfermedad es producto de algún pecado, también en los tiempos
bíblicos la gente consideraba que la lepra era una señal del castigo
divino. Las historias de Miriam, Giezi y el rey Uzías ilustran que, en
ocasiones, Dios usó la lepra como una forma de disciplinar a quienes lo
habían deshonrado. No obstante, no encuentro evidencia que avale esas
conclusiones lapidarias que condenaban a estas personas a una vida de
ostracismo.
En los tiempos de Jesús los leprosos no podían vivir dentro de las
ciudades amuralladas. Dondequiera que se encontraran estaban
obligados a usar una vestimenta rasgada en señal de duelo, tenían que
andar con la cabeza descubierta y tapar su barba con un manto, quizás
en un lamento por la lenta muerte que padecían. Debían gritar: «impuro,
impuro» cuando se trasladaban de un lugar a otro, para evitar que la
gente se acercara y fuera contagiada de su enfermedad. Tampoco
podían participar de un saludo, ya que en el Medio Oriente los saludos
incluyen un abrazo.
El contacto físico es el primer sentido que desarrollamos. Los
científicos consideran que el contacto del bebé con la madre es uno de
los elementos que más contribuye a su estabilidad emocional y el
proceso de maduración. Hoy se considera que el tacto es también uno
de los medios de comunicación que emplea el ser humano. A través de
él damos a conocer una variedad de sentimientos, incluyendo la tristeza,
la angustia, la alegría, el enojo o la frustración.
No podemos imaginar, entonces, la agonía que experimentaban
estos desdichados enfermos que habían sido excluidos no solamente del
regalo de una caricia, la calidez de un abrazo, o el calor de un apretujón
de manos sino también de las múltiples relaciones que disfrutamos a
diario.
Un hombre con lepra, sin duda movido por los extraordinarios relatos
que se contaban de la persona de Jesús, se acercó a él. La palabra, en
griego, implica que se le cruzó y lo miró a los ojos. Es decir, rompió las
barreras que se le habían impuesto con la esperanza de ser librado del
tormento en que vivía. Sus palabras contienen una súplica: «Quiero ser
sano».
Me atrae la desesperación de este hombre. Le salió al cruce a Jesús
para pedirle algo inimaginable: ser libre de la lepra. Me inspira a posturas
más arriesgadas en mi propia fe, a animarme a salir en pos de lo
imposible. Este hombre, que había tocado fondo en la vida, no tenía
nada que perder y quizás ese elemento lo revistió de una inusual
valentía.
CITA
«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos ha
venido avanzando contra viento y marea, y los que se esfuerzan logran
aferrarse a él». Mateo 11.12 NVI
22 DE AGOSTO
Caricia del cielo
Movido a compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó. «Sí quiero»
dijo. «¡Queda sano!». Marcos 1.41
Un leproso había salido al encuentro de Jesús. En una actitud de
sumisión se arrodilló delante de él y le suplicó: «Si tú quieres, puedes
sanarme y dejarme limpio». No percibo ninguna duda en sus palabras.
No sabemos de dónde nació una fe tan robusta, pero él está convencido
de que Jesús lo podía sanar. Lo que no tiene por seguro es si Jesús
realmente quiere sanarlo.
En esa pregunta queda develado uno de los grandes obstáculos a
vencer cuando nos acercamos a Dios. Nuestras oraciones revelan que
nosotros tampoco sabemos si Dios quiere, pues le endosamos a
nuestras peticiones argumentos y frases que intentan «convencer» al
Señor de lo noble de nuestra causa.
Me gusta la forma en que se expresa el leproso. Emplea pocas
palabras. Es su actitud la que importa porque posee claridad acerca del
poder que posee Jesús. No son necesarias las frases rimbombantes ni
las argumentaciones acerca de la legitimidad de su pedido. Lo único que
le falta es que Jesús confirme que quiere hacer lo que le pide.
El texto nos dice que Jesús fue movido a compasión por el leproso.
Volvemos a encontrarnos otra vez con esta asombrosa característica,
esa reacción en lo más íntimo del ser que le permite a Jesús sentir la
agonía, el desconsuelo y la desesperanza de este leproso como si lo
viviera en carne propia.
La compasión, sin embargo, se diferencia de la lástima en que
siempre se traduce en una acción. El proceder de Jesús posee una
belleza indescriptible, porque le da al leproso lo que, seguramente, más
necesitaba en la vida: el regalo de una caricia humana. ¡Cuántos años
hacía que este hombre no sentía el calor del contacto con otra persona!
Cuánta falta le hacía ese gesto de aceptación, ese mimo que le
comunicaba, mejor que mil palabras, que para Dios no era una persona
inmunda.
Luego, con la misma admirable sencillez que había desplegado el
leproso, Jesús le dio la respuesta que esperaba: «Sí quiero. Queda
sano». En ese «quiero» está representada toda la bondad del Padre,
que sufre por la viuda, el huérfano, el desamparado, el extranjero y el
quebrantado. Es un Padre que anhela hacerle bien a sus hijos y que
sufre por causa de nuestra indiferencia. Se lamenta: «Estaba listo para
responder, pero nadie me pedía ayuda; estaba listo para dejarme
encontrar, pero nadie me buscaba. “¡Aquí estoy, aquí estoy!”, dije a una
nación que no invocaba mi nombre» (Isaías 65.1).
Abracémonos a esta verdad: Dios es bueno y, por esta razón, le
encanta hacer el bien a sus hijos. Que esta convicción sea la que
sostenga nuestra oración cuando nos acercamos a pedirle algo. Venimos
ante un Padre generoso y podemos compartir con él lo que tengamos en
el corazón, porque él siempre nos recibirá con amor. Es posible, incluso,
que extienda su mano y nos acaricie el alma, para que sepamos que
somos muy especiales a sus ojos.
CITA
«¡Oh, si conociéramos al Señor! Esforcémonos por conocerlo. Él nos
responderá, tan cierto como viene el amanecer o llegan las lluvias a
comienzos de la primavera». Oseas 6.3
23 DE AGOSTO
Un encargo
Al instante, la lepra desapareció y el hombre quedó sano. Entonces
Jesús lo despidió con una firme advertencia. Marcos 1.42-43
Un leproso se acercó a Jesús para preguntarle si deseaba sanarlo. El
Señor, movido a compasión, extendió su mano y lo declaró sano. Las
palabras que emplea Marcos, en griego, nos indican que la lepra
literalmente lo abandonó. Nos ofrece la imagen de un manto que cayó al
piso, ante las palabras de Cristo. El resultado fue que el hombre quedó
completamente sano.
No podemos imaginar la euforia que debe haber experimentado el
leproso. Quizás estalló en llanto porque finalmente era libre, o comenzó
a danzar con alegría. El hecho es que Marcos, que es escueto con los
detalles, nos dice que Jesús le habló inmediatamente. El término usado
implica que el Señor le dio una estricta advertencia, quizás anticipándose
a la oposición que despertaría este milagro: «No se lo cuentes a nadie.
En cambio, preséntate ante el sacerdote y deja que te examine. Lleva
contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a los que son sanados de
lepra. Esto será un testimonio público de que has quedado limpio» (v.
44).
Esta indicación se debía, en parte, al hecho de que Jesús no
deseaba atraer la multitud de curiosos que entorpecían grandemente su
ministerio. Pero es probable que también deseaba evitar una
confrontación con las autoridades religiosas, que podían cuestionar lo
que había ocurrido si la sanidad del hombre no recibía la aprobación del
sacerdote. Fuera cual fuera la razón de esta prohibición, Jesús
claramente no quería que este hombre anduviera por allí contando lo
que había experimentado.
Lo mandó, en cambio, a que se presentara ante las autoridades
correspondientes, con la ofrenda designada, para que su testimonio
llegara por medio de los caminos tradicionalmente establecidos para una
sanidad. La forma de proceder se encuentra claramente explicada en
Levítico 14. El sacerdote debía examinar a la persona y cumplir con un
elaborado ritual antes de que pudiera declararlo limpio. Luego de esto, la
persona podía volver a integrarse a la sociedad.
El proceder de Jesús muestra el cuidado que ejerció para no violar la
ley y así despertar el rechazo de las autoridades religiosas. Advirtió a
sus discípulos acerca de su misión: «No malinterpreten la razón por la
cual he venido. No vine para abolir la ley de Moisés o los escritos de los
profetas. Al contrario, vine para cumplir sus propósitos» (Mateo 5.17).
En estos tiempos turbulentos, donde la sociedad descarta a dos
manos todos los principios y las estructuras que han gobernado la
existencia del ser humano durante siglos, es refrescante ver que Jesús
no practicó esta clase de ministerio revolucionario. Cuestionó la
interpretación de las leyes que hacían las autoridades religiosas, pero
nunca descartó los preceptos eternos de la Palabra, los cuales no tienen
fecha de vencimiento. Debemos tener cuidado que, en nuestra obsesión
por lo nuevo, no mutilemos el evangelio que ha sido el fundamento de la
iglesia a lo largo de la historia.
CITA
«Les digo la verdad, hasta que desaparezcan el cielo y la tierra, no
desaparecerá ni el más mínimo detalle de la ley de Dios hasta que su
propósito se cumpla». Mateo 5.18
24 DE AGOSTO
Triste desenlace
Pero el hombre hizo correr la voz proclamando a todos lo que había
sucedido. Como resultado, grandes multitudes pronto rodearon a
Jesús, de modo que ya no pudo entrar abiertamente en ninguna
ciudad. Marcos 1.45
¡Con cuánta facilidad echamos por tierra la buena obra del Señor! Un
leproso, que había suplicado al Señor que lo sanara, recibió una
respuesta positiva a su petición. Jesús lo sanó, pero luego le advirtió
severamente que no contara nada a nadie, sino que procediera a
presentarse ante las autoridades religiosas para que ellos certificaran su
sanidad. Esto, le aclaró, se constituiría en el testimonio que tocaría la
vida de muchos.
El siguiente versículo comienza con la fatal palabrita «pero». Nos
advierte que la persona hizo exactamente lo opuesto de lo que se le
había mandado hacer, y enseguida nos invade la tristeza, pues el
versículo nos dice que su desobediencia no benefició en nada a la
persona que lo había sanado. Al contrario, produjo semejante alboroto
en la población que a Jesús se le tornó imposible ingresar a las ciudades
por causa de las multitudes que se agolpaban para verlo. Esta clase de
popularidad no era la que estaba buscando el Mesías.
Intentemos ponernos en lugar del leproso. ¿Por qué procedió de esta
manera? La Palabra no nos ofrece ninguna explicación, pero podemos
especular con algunas conjeturas basados en lo que sabemos de
nuestro propio proceder. El pedido de Jesús contradecía los impulsos
naturales de este hombre, que quería salir a gritar «a los cuatro vientos»
lo que Dios había hecho por él. Quizás pensó que el pedido del Mesías
se originaba en una exagerada humildad. O es posible que haya
experimentado tanta indiferencia por parte de las autoridades religiosas,
que lo último que deseaba hacer era buscar la validación de ellos. No
podemos estar seguros de sus motivaciones, pero sí podemos afirmar
que escogió desobedecer las instrucciones que recibió.
Las Escrituras nos ofrecen una larga lista de personajes que hicieron
oídos sordos a los pedidos del Señor para obrar conforme a su propia
sabiduría. Sospecho que al leproso le resultaban tan incomprensibles las
instrucciones del Señor, que creyó que debía existir algún error en ellas.
Cometió el fatal error de creer que él podía mejorar lo que Dios quería
hacer.
No dudo de que obró con buenas intenciones. Pedro también obró
con buenas intenciones cuando intentó impedir que Jesús avanzara
hacia la muerte en una cruz. No obstante, recibió una dura reprensión
por parte de Jesús (Mateo 16.23).
Nuestras buenas intenciones no alcanzan para hacer avanzar el
reino. Lo único que sirve es seguir las instrucciones que recibimos del
Señor. Debemos resistirnos, a toda costa, a la tentación de mejorarlas,
modificarlas o adaptarlas a nuestro parecer. El Señor sabe lo que está
haciendo. Solamente espera de nosotros que le sigamos, aun cuando no
entendamos lo que se propone. Nuestra obediencia será premiada
cuando entendamos que actuar conforme a su Palabra le trae mucha
gloria al Autor de la vida.
CITA
«La voluntad de Dios frecuentemente nos producirá desconcierto, pero
su voluntad siempre será suficientemente clara como para seguirle. Los
caminos de Dios quizás no sean claros, pero los nuestros sí lo son;
sabemos lo suficiente como para ser obedientes». Dwight L. Moody
25 DE AGOSTO
Fin del camino
Cierto día el SEÑOR le dijo a Moisés: «Sube a una de las montañas al
oriente del río, y contempla la tierra que le he dado al pueblo de Israel.
Después de verla, al igual que tu hermano Aarón, morirás». Números
27.12-13
El libro de Éxodo revela que «dentro de la carpa de reunión,
el SEÑOR hablaba con Moisés cara a cara, como cuando alguien habla
con un amigo» (Éxodo 33.11). Entre amigos no existen los secretos, y
seguramente esta es una de las razones por las que Dios le reveló a
Moisés que había llegado el tiempo de reunirse con los que lo habían
precedido en la fe.
En su gran bondad, el Señor lo invita a que suba al monte Abarim,
ubicado al este del río Jordán. En este gesto le ofrece un regalo de
incalculable valor: desde las alturas del monte podría contemplar la
Tierra Prometida por la que el anciano profeta había sufrido tantas
tribulaciones. Aunque el hebreo emplea una palabra comúnmente
asociada con «ver», también posee la connotación de «contemplar»,
«examinar con detenimiento» e, incluso, con «deleitarse» en la vista que
le ofrecía esta elevada cumbre.
Resulta conmovedor observar que el Señor le comunicara con la
naturalidad con que se le habla a un amigo, que su peregrinaje terrenal
estaba por llegar a su punto final. Los que hemos puesto nuestra firme
esperanza en Dios sabemos que esto no es más que un paso hacia una
dimensión increíblemente más sublime que cualquier cosa que hayamos
podido experimentar en la Tierra.
Las instrucciones del Señor de alguna manera señalan que, al igual
que en todas las grandes transiciones de la vida, es bueno y necesario
que nos preparemos para este proceso con un espíritu apacible y
confiado. El deseo que nos debe mover es que aun en la muerte seamos
un ejemplo de cómo afrontar los retos de la vida con la gracia del Señor.
Jesús, a quien tantas veces hemos contemplado en Getsemaní,
avanzó hacia la muerte con una paz que lo protegió de las bestiales
torturas de los romanos. «Fue oprimido y tratado con crueldad, sin
embargo, no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al
matadero. Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores, no abrió su
boca» (Isaías 53.7). Del mismo modo, Esteban mostró un ejemplo
conmovedor de paz y compasión, en contraste con la violencia de
quienes lo apedreaban (Hechos 7.59-60).
Vivir en Cristo nos permite tener una percepción singular de la
experiencia de pasar de esta vida hacia la presencia del Señor.
Entendemos que, tal como enseñó Pablo, «cuando nuestros cuerpos
mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se
cumplirá la siguiente Escritura: “La muerte es devorada en victoria. Oh
muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?”»
(1 Corintios 15:54-55).
REFLEXIÓN
Es bueno que oremos, desde ahora, para que Dios nos conceda la
gracia para atravesar por esta experiencia de tal manera que, aun en la
muerte, glorifiquemos y honremos el nombre de aquel que ha sido, a lo
largo de nuestra vida, nuestro gran Pastor.
26 DE AGOSTO
Asombrosa petición
Entonces Moisés respondió al SEÑOR: «Ponga el SEÑOR, Dios de los
espíritus de toda carne, un hombre sobre la congregación, que salga y
entre delante de ellos, y que los haga salir y entrar a fin de que la
congregación del SEÑOR no sea como ovejas que no tienen pastor».
Números 27.15-17 NBLH
La respuesta de Moisés a la noticia de que había llegado la hora de
reunirse con sus antepasados me conmueve en lo más profundo de mi
ser. ¡Qué glorioso testimonio de la profunda transformación que había
experimentado como fruto de la obra de Dios en su vida!
No debemos olvidar que Moisés nunca quiso ser el que sacara a
Israel de Egipto. Fue solamente cuando el Señor se enojó por sus
continuas excusas, que finalmente accedió a hablar con el Faraón
(Éxodo 4.14). Pero de ninguna manera podemos afirmar que emprendió
con entusiasmo la misión que se le había encomendado.
A la reticencia que sentía por servir a Dios en esta tarea se le
sumaron las interminables tribulaciones que sufrió primeramente a
manos de los egipcios, y luego por parte de las mismas personas que
intentaba salvar. Aun cuando finalmente llegaron al desierto, su tarea de
liderar al pueblo de Dios fue marcada por toda clase de contratiempos.
El pueblo lo cuestionó, se rebeló en contra de él, se entregaron a la
idolatría, mostraron continua ingratitud e incluso fue traicionado por su
propia familia.
Los constantes reclamos de un pueblo caprichoso y rebelde
finalmente quebrantaron su voluntad, y se descargó con un airado
reclamo hacia el Señor: «¿Por qué has tratado tan mal a Tu siervo? ¿Y
por qué no he hallado gracia ante Tus ojos para que hayas puesto la
carga de todo este pueblo sobre mí?» (Números 11.11). Su desánimo
era tan profundo que, incluso, se atrevió a decirle al Señor: «Y si así me
vas a tratar, Te ruego que me mates si he hallado gracia ante Tus ojos, y
no me permitas ver mi desventura» (Números 11.15).
Con un historial de tanto sufrimiento a causa del pueblo, uno
pensaría que Moisés celebraría poder librarse de la dura misión de
conducir a una nación tan obstinada. Nos sorprende, sin embargo, con
esta tierna petición: «Señor, no los dejes sin pastor».
Es una señal de la estatura espiritual que había alcanzado este varón
que había llegado a amar al pueblo con ese mismo increíble amor que
Dios tiene por nosotros. Poseído de una visión eterna de los hechos,
anhelaba ver que el pueblo quedara en buenas manos aun no estando él
presente. A pesar de los muchos maltratos que había sufrido a manos de
los israelitas, Moisés los amaba con un corazón verdaderamente
pastoral.
MEDITACIÓN
Crecer en Cristo significa también crecer en el amor que sentimos por su
pueblo, con todas sus debilidades y desaciertos. Los amamos con
compasión, porque así nos ama nuestro Pastor. Anhelamos que logren
alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo y estamos dispuestos a
colaborar, por todos los medios posibles, para facilitarles el proceso. Los
bendecimos, porque son una parte inseparable de esa gran familia de la
cual también nosotros somos parte.
27 DE AGOSTO
Transición ordenada
Y el SEÑOR dijo a Moisés: “Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en
quien está el Espíritu, y pon tu mano sobre él; y haz que se ponga
delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación, e
impártele autoridad a la vista de ellos». Números 27.18-19 NBLH
El anuncio de su inminente partida impulsó a Moisés a pedirle al Señor
que esto no ocurriera sin que antes nombrara una persona para conducir
al pueblo, y que ellos no fueran como ovejas sin pastor.
Al Señor le agradó la petición de Moisés y le dio detalladas
instrucciones acerca de cómo debía ser el proceso de nombramiento de
un nuevo líder. En estos detalles encontramos los lineamientos para
iniciar procesos similares en nuestras propias congregaciones. Esto nos
ahorrará caer en las situaciones de crisis que típicamente surgen cuando
un líder no ha pensado acerca del proceso de sucesión para su
congregación.
En primer lugar, observamos que esta transición debe ser realizada
de manera pública. Moisés debía imponer sus manos sobre Josué
enfrente del sumo sacerdote y de todo el pueblo. Este paso le permite
ver al pueblo quién es la persona designada como sucesor del líder
saliente. Es una de las mejores maneras de evitar los amargos pleitos
que tantas veces ocurren cuando no se ha nombrado a un nuevo líder.
Los que quedan atrás suelen pelearse, muchas veces de manera
desvergonzada, por ocupar el puesto que dejó el líder saliente.
En segundo lugar, se le instruye a Moisés a imponerle las manos a
Josué. El acto posee un poderoso elemento simbólico que indica la
transferencia de alguna virtud de una vida hacia otra. Es especialmente
significativo en esta ocasión porque Moisés le transfiere autoridad a la
vida del nuevo líder. Esto es más que una sencilla ceremonia. Es un
evento que implica revestir de un especial poder espiritual al nuevo líder,
elemento que será absolutamente esencial para el correcto desempeño
de su llamado.
En esta imposición de manos el Señor ordena a Moisés: «Pondrás
sobre él parte de tu dignidad a fin de que le obedezca toda la
congregación de los Israelitas» (v. 20). El término «dignidad» se refiere a
la majestad, la honra, el poder, el peso y el esplendor que había
adquirido el patriarca a lo largo de toda una vida de servicio. Esa
dignidad le permitía hablar al pueblo con autoridad, pues gozaba de un
reconocimiento especial.
Cuando compartimos nuestra dignidad con líderes más jóvenes o,
incluso, con nuestros hijos, abrimos nuestro círculo de influencia para
incluirlos a ellos. Les damos acceso a personas y espacios a los cuales
no accederían por sus propios medios. Ofrecemos nuestro respaldo a
sus vidas, sabiendo que nuestra palabra tiene mucho peso sobre la
manera en que otros los verán. Mostramos, de todas las maneras
posibles, que ellos gozan de nuestra plena confianza.
LLAMADO
Esta forma de moverse exige de nosotros un espíritu especialmente
generoso. No podemos quedar atrapados en los celos o en las
mezquindades de un liderazgo que se siente amenazado por los
avances de los más jóvenes. Al contrario, celebremos su crecimiento y
anhelemos, incluso, que ellos nos superen en todos los ámbitos de la
vida, porque su grandeza traerá mayor gloria al Dios a quien hemos
servido durante tantos años.
28 DE AGOSTO
Exhortación al pueblo
¡Así que sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni sientas pánico frente
a ellos, porque el SEÑOR tu Dios, él mismo irá delante de ti. No te
fallará ni te abandonará. Deuteronomio 31.6
La partida de Moisés era inminente. Conforme a lo que Dios le había
hablado, él no tendría la alegría de acompañar al pueblo en la entrada a
la Tierra Prometida. No obstante, Dios le concedió la petición de ver
instalado un nuevo líder que guiaría al pueblo en esta siguiente etapa.
Luego de la ceremonia de nombramiento de Josué, Moisés habló al
pueblo las palabras que leemos en el texto de hoy. Emprenderían una
nueva aventura, totalmente diferente a la vida nómada que habían
llevado durante cuarenta largos años en el desierto. Esta nueva etapa
les presentaba el desafío de tomar posesión de la tierra que el Señor
entregaba en sus manos, pero también con la difícil obligación de
destruir las naciones que en ella habitaban.
Entiendo que las palabras que Moisés habla al pueblo se refieren
específicamente a animarse a creer en el liderazgo de Josué, el líder que
había sido escogido por Dios para esta particular etapa. Él iba a
impartirles instrucciones frente a cada desafío que enfrentarían, y ellos
debían tener la misma disposición por obedecerlo que habían mostrado
hacia Moisés.
El cambio de liderazgo en el pueblo de Dios siempre plantea retos
muy específicos. Debemos resistirnos, ante todo, a comparar al nuevo
líder con el que estaba anteriormente. Se viven tiempos nuevos y ningún
líder es exactamente igual al que lo precedió. Las comparaciones,
además de ser odiosas, muchas veces suman una cuota de presión a la
vida del nuevo líder, que dificulta aún más su tarea de direccionar al
pueblo correctamente.
Por otro lado, es importante demostrarle a este nuevo líder el mismo
respeto y honra que se le extendieron al líder saliente. Esto requiere que
el pueblo sea generoso en permitirle al nuevo líder suficiente espacio
como para cometer sus propios errores, sin caer bajo la condenación ni
la descalificación que tan rápidamente expresamos cuando las cosas no
salen bien. Es necesario recordar que el líder saliente alguna vez
también fue joven e inexperto. Pudo crecer y alcanzar gran estatura
espiritual precisamente porque estuvo rodeado de personas generosas
que estuvieron dispuestas a confiar en él, aun cuando estaba
atravesando un proceso de aprendizaje.
Lo que nos permite ser tan magnánimos con nuestros nuevos líderes
es la convicción de que Dios está con nosotros. Confiamos en que el
Señor cubrirá nuestros desaciertos y convertirá nuestros errores en
lecciones valiosas para nuestro crecimiento. Él es el Rey soberano sobre
el pueblo y, como tal, velará por su bienestar. Nosotros, y nuestros
inexpertos líderes, estamos bien cubiertos por la bondadosa compasión
de nuestro Padre celestial.
EXHORTACIÓN
Evita criticar a tus líderes. Nuestras críticas no aportan nada al
crecimiento, y muchas veces siembran el descontento en otros. En lugar
de señalar los errores, asumamos el compromiso de cubrir sus vidas en
oración. La tarea que se les ha encomendado no es sencilla. Necesitan
de todo el cariño y el apoyo que les podamos extender.
29 DE AGOSTO
Llamado a la valentía
No temas ni te desalientes, porque el propio SEÑOR irá delante de ti.
Él estará contigo; no te fallará ni te abandonará. Deuteronomio 31.8
Al nombrar a Josué como el nuevo líder del pueblo, Moisés lo animó con
la frase: «esfuérzate y sé valiente», la cual repitió tres veces. Como para
dejar en claro las opciones que debía descartar, el Señor señaló: «No
temas ni te acobardes, porque el SEÑOR tu Dios estará contigo
dondequiera que vayas» (Josué 1.9, NBLH).
Normalmente asociamos la valentía con la necesidad de enfrentarse
a alguna situación en la que son obvias las desigualdades. David, por
ejemplo, requirió una enorme cuota de valentía para enfrentar a Goliat.
Juan el Bautista necesitó coraje para hacerle frente a Herodes.
En el caso de Josué, sin embargo, sospecho que la valentía tenía
que ver con otra clase de conflicto. Al avanzar en la lectura de la
conquista de la Tierra Prometida observo que Dios le pidió que haga
cosas que parecían descabelladas. Para conquistar Jericó, por ejemplo,
lo mandó a marchar durante seis días alrededor de la ciudad fortalecida.
El séptimo día debía repetir el procedimiento siete veces. La promesa de
Jehová le garantizaba que, ante el grito de los guerreros, los muros se
desplomarían.
La lucha principal de Josué, ante estas instrucciones, no fue con
ningún enemigo de carne y hueso. Más bien, tenía que lidiar con la
multitud de voces que se levantaban a protestar ante lo absurdo del plan
que debía implementar para tomar Jericó. Sus hombres estaban listos
para salir a pelear y hacerles frente a los guerreros de Jericó. Canalizar
el entusiasmo y la pasión de sus soldados por medio de un desfile
alrededor de la ciudad, convertía en una parodia todas las probadas
estrategias militares de la época.
Josué debía ser valiente porque corría el riesgo de ser
incomprendido, de hacer el ridículo. Algunos dudaban de su capacidad
como líder. Otros creían que había perdido la cordura. Y en su interior
tuvo que luchar con sus propias dudas, su timidez y falta de fe. La
valentía es lo único que le permitiría ejecutar las instrucciones del Señor.
Debía descubrir que seguir a Dios no es para cobardes.
La valentía no se refiere a una particular fortaleza de carácter. Más
bien, es la capacidad de aquietar el espíritu y dejar los temores al pie del
trono de gracia. Se refiere a la capacidad de desarrollar la convicción de
que la victoria no depende de nuestro esfuerzo ni de nuestras
capacidades, sino del Dios que nos ha confiado la misión. Es creer
contra viento y marea que, si seguimos al pie de la letra sus
instrucciones, inevitablemente resultarán en bendición.
EXHORTACIÓN
«Amado, suelta tus temores, no sea que acabes siendo pusilánime. Deja
de despertar temores en los de tu alrededor y asume, en fe, una postura
de valentía. Dios ha sido bueno y continuará manifestando su bondad.
Enfrentemos los días por delante con la expectativa de ver, una vez más,
la bondad del Señor. Seamos fuertes y valientes, pues el Señor peleará
por nosotros si escogemos vivir por fe». Francis Frangipane
30 DE AGOSTO
Iré delante de ti
No temas ni te desalientes, porque el propio SEÑOR irá delante de ti.
Él estará contigo; no te fallará ni te abandonará. Deuteronomio 31.8
Moisés le había rogado al Señor que no lo dejara morir sin antes ver que
el pueblo gozara de la seguridad que le otorgaba poseer un pastor que
velara por sus vidas y les guiara en la desafiante conquista de la Tierra
Prometida. A Dios le agradó esta petición y le concedió el privilegio de
nombrar a Josué, delante de todo el pueblo. Moisés no dudó en animar
al nuevo líder a ser valiente y resistirse, a toda costa, a liderar desde el
temor.
Seguramente, su exhortación se basaba en la experiencia de
comprobar una y otra vez que el Señor había sido fiel en sacarlo de las
más complejas situaciones. También recordaría los malos momentos que
experimentó como resultado de haber cedido al temor, por lo que
deseaba evitarle, al nuevo líder, esas amargas experiencias.
El motivo al que apela Moisés en esta exhortación, es que «el
propio SEÑOR irá delante de ti. Él estará contigo; no te fallará ni te
abandonará». Está convicción se basaba en lo que él mismo había
experimentado. Aun en los peores momentos de rebeldía del pueblo,
podía dar testimonio de que el Señor jamás lo había abandonado. De
hecho, él creía que la compañía de Dios era tan importante para el
desempeño de un liderazgo efectivo, que se había atrevido a decirle al
Señor: «Si tú mismo no vienes con nosotros, no nos hagas salir de este
lugar. ¿Cómo se sabrá que me miras con agrado —a mí y a tu pueblo—
si no vienes con nosotros? Pues tu presencia con nosotros es la que nos
separa —a tu pueblo y a mí— de todos los demás pueblos de la tierra»
(Éxodo 33.15-16).
Es bueno que tomemos nota del hecho de que el Señor se
compromete a estar siempre con el líder, pero en ningún lugar
observamos que promete quitarle las pruebas por las que deberá
atravesar. Josué, al igual que Moisés, debería transitar por momentos de
incomprensión, cuestionamientos, decisiones mal tomadas, y también
sería testigo del pecado del pueblo. El Señor no le evitaría todos esos
infortunios, pero estaría a la par de él en cada circunstancia adversa,
para extenderle la gracia y la fortaleza necesarias para poder sobrellevar
con éxito las pruebas que le tocaría atravesar.
Es importante que entendamos esta realidad. Se ha hecho popular
una forma de presentar el evangelio en la que se promete, a aquellos
que se entregan a Cristo, una vida sin sobresaltos. La Palabra, sin
embargo, pareciera indicar que los que escogemos caminar con él
seremos expuestos aún a mayores pruebas que los que no le conocen.
Es parte del precio que debemos pagar por ser sus discípulos. A cambio,
él nos da vida, y vida en abundancia.
REFERENCIA
«Cuando pases por aguas profundas, yo estaré contigo. Cuando pases
por ríos de dificultad, no te ahogarás. Cuando pases por el fuego de la
opresión, no te quemarás; las llamas no te consumirán». Isaías 43.2
31 DE AGOSTO
Hacia la constancia
Pero deseamos que cada uno de ustedes muestre la misma solicitud
hasta el fin, para alcanzar la plena (a plenitud la) seguridad de la
esperanza, a fin de que no sean perezosos, sino imitadores de los que
mediante la fe y la paciencia heredan las promesas. Hebreos 6.11-12
NBLH
El autor de Hebreos felicita a los destinatarios de su carta, recordándoles
que «Dios no es injusto. No olvidará con cuánto esfuerzo han trabajado
para él y cómo han demostrado su amor por él sirviendo a otros
creyentes como todavía lo hacen» (6.10, NTV). Se siente en la
obligación, sin embargo, de añadir la exhortación que leemos en el texto
de hoy.
Posiblemente, el autor mismo había experimentado las vicisitudes
que padecen aquellos que se entregan al ministerio de amar a otros por
medio del servicio. Es un llamado que produce enorme satisfacción en
quien lo ejerce, pero también está cargado de situaciones que son
difíciles de soportar.
El ministerio de Jesús nos provee todos los ejemplos necesarios para
entender los riesgos que encierra amar a otros. Son frecuentes las
situaciones en las que uno se siente usado, como aquellos que
buscaban al Mesías porque les había dado de comer (Juan 6.26). En
otras situaciones, el servicio despierta resentimiento y oposición, como
sucedió con el endemoniado de Gadara. La gente de la zona le rogó que
se fuera (Marcos 5.17). Son muchas las ocasiones en que la gente da
por sentado el esfuerzo que uno realiza, y ni siquiera se molesta en
agradecer el servicio recibido; como ocurrió con los diez leprosos,
cuando solamente uno de ellos volvió para darle las gracias a Jesús
(Lucas 17.17). A veces las personas en quienes hemos realizado nuestra
mejor inversión nos dejan solos, como ocurrió con Jesús en Getsemaní.
Mientras él agonizaba, sus tres amigos dormían (Mateo 26.40). En otras
situaciones, servimos a pesar del encarnado egoísmo de aquellos a
quienes amamos, tal como sucedió en la Última Cena. A ninguno de los
discípulos se le ocurrió realizar la tarea que Jesús mismo llevó adelante
(Juan 13). Y de todas las experiencias negativas que podemos cosechar,
en el proceso de servir a otros, ninguna parece herir nuestro ser tan
profundamente como la traición, experiencia a la que Jesús se expuso
en la persona de Judas.
Por todas estas razones y una multitud de otros motivos, aquellos
que hemos sido llamados al ministerio de amar a otros a veces nos
sentimos tentados a desistir del cometido. Pareciera que los sinsabores
son mucho más grandes que las alegrías.
El autor de Hebreos, consciente de esta tentación, animó al pueblo
de Dios a demostrar el mismo entusiasmo y celo hasta el final. La razón
es clara: quien logra sobreponerse a estas angustias ha comenzado a
amar como Dios ama. A pesar de nuestra infidelidad, él nunca se da por
vencido. Sigue insistiendo, porque el amor es más fuerte que cualquier
golpe que podamos recibir en el proceso de servir a otros.
REFERENCIA
«El amor es paciente y bondadoso. [...] No exige que las cosas se hagan
a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. [...]
El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene
esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia». 1 Corintios 13.4-
7 NTV
SEPTIEMBRE
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15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26
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1 DE SEPTIEMBRE
Voluntarios para la brecha
Busqué entre ellos alguien que levantara un muro y se pusiera en pie
en la brecha delante de Mí a favor de la tierra, para que Yo no la
destruyera, pero no lo hallé. Ezequiel 22.30 NBLH
Una de las formas en que se diseñaban los muros defensivos de una
ciudad, en tiempos del Antiguo Testamento, consistía en abrir pequeñas
brechas a lo largo de su construcción. Estas servían para que allí se
ubicaran las personas que no solamente cumplían con la función de
centinelas, sino que se constituían en la primera defensa contra
cualquier ataque por parte de un enemigo. Estas personas anticipaban la
llegada del enemigo con acciones para entorpecer sus movimientos,
mientras llamaban a los habitantes de la ciudad a ocupar los puestos
que les correspondían para su exitosa defensa.
El profeta Ezequiel emplea el simbolismo de esta función para hablar
de la sagrada tarea de representar al pueblo delante de Dios. Las
Escrituras nos presentan varios ejemplos de esta clase de acción.
Cuando el faraón quiso tomar por esposa a la mujer de Abraham, el
Señor se le apareció y le dijo que la única manera que podía escapar del
juicio era pidiendo a Abraham que intercediera por él (Génesis 20.7). Del
mismo modo, cuando Israel cometió la abominación de construir un
becerro de oro Moisés dijo: «Ustedes han cometido un gran pecado, y
ahora yo voy a subir al SEÑOR. Quizá pueda hacer expiación por su
pecado» (Éxodo 32.30, NBLH). En otra instancia, se desató una
devastadora plaga contra el pueblo rebelde y obstinado. Aarón,
siguiendo las instrucciones de Moisés: «se puso entre los vivos y los
muertos y se detuvo la plaga» (Números 16.48, NTV). En el Nuevo
Testamento, Jesús intervino, en oración, para que la fe de Pedro no
disminuyera en medio de la prueba que tendría que vivir (Lucas 22.32).
El texto de hoy nos comunica dos importantes verdades. La primera
verdad es que se nos ha concedido el privilegio de ocupar lugares en la
brecha, para interceder por situaciones que no cambiarán salvo por la
oración ferviente de los santos. El mejor ejemplo de esta clase de
oración, a mi entender, la ofrece Epafras. Pablo dice de él que vive
«siempre esforzándose intensamente a favor de ustedes en sus
oraciones, para que estén firmes, perfectos y completamente seguros en
toda la voluntad de Dios» (Colosenses 4.12, NBLH).
La segunda verdad que se desprende de este texto es que escasean
las personas que están dispuestas a asumir este compromiso. El Señor
comunica su tristeza a Ezequiel porque no halló una sola persona en la
tierra que estuviera dispuesta a interceder por la protección de su
pueblo. No obstante, la tarea de interceder delante de Dios a favor de
individuos, familias, pueblos y naciones sigue siendo tan necesaria como
lo fue en el tiempo de Ezequiel. Por alguna razón que no logramos
entender, el Señor a veces escoge intervenir solamente luego de que
clamamos delante de su trono en favor de otros.
INVITACIÓN
Luchemos «a brazo partido» en contra del hábito de las oraciones
egoístas. Abramos el círculo de nuestra influencia y luchemos en los
lugares celestes a favor de aquellos que requieren, con urgencia, una
visitación de lo alto.
2 DE SEPTIEMBRE
Trabajo esforzado
Y saben que tratamos a cada uno como un padre trata a sus propios
hijos. Les rogamos, los alentamos y les insistimos que lleven una vida
que Dios considere digna. 1 Tesalonicenses 2.11-12
La relación del apóstol Pablo con la iglesia que fundó en Tesalónica
parece haber sido especialmente tierna. En su carta da testimonio de la
clase de relación que entabló con ellos, apelando a las figuras de una
familia para describir las cualidades de ese trato. «Fuimos como
niños entre ustedes» (v. 7), por la inocencia con que se movieron, no
deseando sacar ningún provecho del hecho de ser apóstoles. También
se relacionó con ellos «como una madre que cría con ternura a sus
propios hijos» (v. 7, NBLH).
En el texto de hoy, el apóstol emplea la analogía de un padre, y
menciona tres actividades puntuales que realizaron con el objetivo de
que vivieran una vida que Dios considera digna. De esta manera, dejó en
claro que la aprobación de sus vidas no debía proceder de su propia
evaluación, sino de la apreciación que pudiera realizar el Señor.
Las tres actividades que desempeñó el apóstol cuando estaba con
ellos, nos dan una clara idea del esfuerzo que encierra la tarea de hacer
discípulos. Se trata de algo mucho más complejo que la simple
transmisión de algunas verdades básicas acerca de la fe cristiana. De
hecho, el esfuerzo es comparable con el arduo trabajo de formar a
nuestros propios hijos; un proyecto que se extiende a lo largo de muchos
años y que exige poner en práctica una variedad de dinámicas a medida
que ellos van creciendo.
Parte del trabajo de Pablo con los hermanos de Tesalónica consistió
en hacerles algunos «ruegos». El término implica un insistente llamado a
responder a la verdad con una acción concreta. Algunas versiones optan
por utilizar el verbo «exhortar» para comunicar la seriedad de este
llamado. El hecho es que siempre resulta más sencillo comprender una
verdad solo con la mente, que ponerla por obra. La exhortación es un
llamado a vivir conforme a las convicciones que confesamos.
A su tarea el apóstol le suma el aliento, y qué agradecido que estoy
que lo haya mencionado. Algunos líderes y padres creen que la única
forma de motivar a los que están formando se limita a señalar lo que
están haciendo mal. Esto invariablemente conduce a la frustración,
porque la persona comienza a sentir que sin importar lo que haga, nunca
dará con la talla de lo esperado. Nuestro llamado, sin embargo, consiste
en celebrar y reconocer cada acierto en la vida de las otras personas,
también en consolarlas cuando cometen errores y animarlas a que
vuelvan a intentar lo que no lograron la primera vez.
Por último, Pablo menciona que también empleó la insistencia. El
término, en griego, proviene de la misma raíz que «testificar». Entiendo
por esto que Pablo reforzaba sus argumentos a favor de ciertos tipos de
conducta, apelando al testimonio incontrovertible de quienes los habían
precedido en la fe. Sus ejemplos debían servir como inspiración, para
que los discípulos creyeran que ellos también eran capaces de alcanzar
esas mismas alturas.
REFERENCIA
«Es por eso que trabajo y lucho con tanto empeño, apoyado en el gran
poder de Cristo que actúa dentro de mí». Colosenses 1.29 NTV
3 DE SEPTIEMBRE
Diligente esfuerzo
Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te
olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu
corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos
y a tus nietos. Deuteronomio 4.9 NBLH
Ayer reflexionamos sobre el trabajo que implica el proceso de formar a
Cristo en otras personas. Es una tarea que requiere sacrificio,
perseverancia, paciencia e insistencia, pues el progreso es lento y los
logros trabajosos.
En el texto de hoy deseo enfocarme en la parte que nos toca a
nosotros, cuando somos los que estamos en proceso de formación. El
contexto de esta advertencia se encuentra en el marco de una preciosa
afirmación: «Pues, ¿qué gran nación tiene un dios que esté tan cerca de
ellos de la manera que el SEÑOR nuestro Dios está cerca de nosotros
cada vez que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene decretos y
ordenanzas tan justas e imparciales como este conjunto de leyes que te
entrego hoy?» (4.7-8, NTV).
Verdaderamente, el pueblo de Israel era bendecido en gran manera,
pues gozaban de la posibilidad de caminar en intimidad con Dios.
Contaban también con una serie de decretos y ordenanzas que les
permitía vivir conforme al diseño con el que fueron creados.
Nosotros, que somos parte del pueblo del nuevo pacto, también
disfrutamos de las mismas bendiciones, por lo que este llamado de
Moisés posee tanta relevancia para nuestra vida como tenía para la vida
de aquel pueblo que estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida.
Resulta llamativo que se nos inste a guardar con diligencia nuestra
alma. La palabra «diligencia» es difícil de traducir. Se emplea trescientas
veces en el Antiguo Testamento, y el sentido más común se refiere a
destinar nuestro mejor esfuerzo al trabajo de cuidar nuestra alma.
Si nuestra alma requiere de tal esfuerzo para mantenerse pura,
podemos asumir que la posibilidad de que se corrompa es muy real. La
verdad es que nos desviamos del camino con demasiada facilidad, casi
sin darnos cuenta de lo que está ocurriendo. Por esto, debemos invertir
el mejor de nuestros esfuerzos en cuidar de ella.
¿Dónde debemos invertir este esfuerzo? Moisés sugiere que no
olvidemos lo que nuestros ojos han visto. Nos llama a tener siempre en
cuenta las maravillas de las obras del Señor, de las cuales hemos sido
testigos en el pasado, y que no se aparten de nuestro corazón. Interpreto
que esto hace referencia no solo a recordar los hechos, sino a saber
interpretar el significado de los mismos. Israel cayó precisamente porque
no supo interpretar las maravillas del Señor (Salmo 106.7).
Para evitar este proceso de olvido, se nos ofrece una sencilla receta:
contarlas a nuestros hijos y a nuestros nietos. En el proceso de compartir
con ellos las historias del maravilloso proceder de Dios en el pasado, nos
aseguraremos que también estén siempre presentes en nuestro propio
corazón.
REFERENCIA
«Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los
manantiales de la vida». Proverbios 4.23 NBLH
4 DE SEPTIEMBRE
Quien calla, ¿otorga?
Mientras ustedes hacían todo esto, yo permanecí en silencio, y
pensaron que no me importaba. Pero ahora los voy a reprender,
presentaré todas las acusaciones que tengo contra ustedes. Salmo
50.21
Uno de los desafíos que nos presenta la vida espiritual es que
caminamos junto a un Dios que no utiliza los mismos medios que
nosotros para hablarnos. Nuestra falta de sensibilidad a su voz lleva a
que muchas veces no percibamos lo que quiere decirnos. Pero también
es verdad que el Señor frecuentemente guarda silencio. De hecho, los
grandes héroes de la fe fueron forjados al enfrentarse al desafío de
caminar con un Dios de silencios.
El silencio de Dios puede conducirnos a una conclusión fatal: creer
que él permanece indiferente frente a la forma en que nos movemos en
la vida. Este error es especialmente dañino cuando nuestra vida transita
por el camino del pecado. Creemos que la falta de reprensión, por parte
del Señor, implica que en realidad no le importa que actuemos de forma
pecaminosa. Acabamos adoptando una postura descarada frente al
pecado, convencidos de que no afecta en nada nuestra relación con él.
Esta es la clase de actitud que denuncia el salmista: «rechazan mi
disciplina y tratan mis palabras como basura. Cuando ven ladrones, les
dan su aprobación, y se pasan el tiempo con adúlteros. Tienen la boca
llena de maldad, y la lengua repleta de mentiras. Se la pasan
calumniando a su hermano, a su propio hermano de sangre» (vv. 17-20).
El silencio de Dios no significa, de ninguna manera, aprobación. Al
contrario, el día del juicio es una de las certezas que proclama la
Palabra. Para algunos llegará durante su peregrinaje terrenal, como
ocurrió con Herodes, que murió comido por gusanos «porque él aceptó
la adoración de la gente en lugar de darle la gloria a Dios» (Hechos
12.23). Lo mismo aconteció con Ananías y Safira, que creyeron que
nadie descubriría la deshonestidad con que se habían movido al
ofrendar al Señor (Hechos 5.5-10).
Para otros llegará cuando estemos «delante de Cristo para ser
juzgados. Cada uno de nosotros recibirá lo que merezca por lo bueno o
lo malo que haya hecho mientras estaba en este cuerpo terrenal»
(2 Corintios 5.10). De este proceso no se salvará nadie.
No cometamos el error de creer que el silencio de Dios indica que es
indiferente a nuestra forma de vivir. Más bien, tengamos por regla de
vida la exhortación de Santiago: «En todo lo que digan y en todo lo que
hagan, recuerden que serán juzgados por la ley que los hace libres»
(Santiago 2.12).
Nuestro deseo más profundo debe ser agradar al Señor en todo, sea
palabra o hecho. No debe motivarnos tanto el hecho de que seremos
juzgados, sino el deseo de alegrar el corazón de aquel que ha sido tan
increíblemente bondadoso con nosotros.
REFLEXIÓN
Los momentos que mayor disciplina requieren son aquellos en que nadie
nos ve. Es allí donde nos sentimos tentados a bajar la guardia y hacer
aquello que no haríamos nunca si otros estuvieran con nosotros.
Vivamos en privado con la misma moderación que vivimos en público.
5 DE SEPTIEMBRE
Mensaje irrefutable
Porque nuestro evangelio no vino a ustedes solamente en palabras,
sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción;
como saben qué clase de personas demostramos ser entre
ustedes por el amor que les tenemos. 1 Tesalonicenses 1.5 NBLH
Vivimos en un tiempo en el cual, en nuestro continente, la población se
muestra escéptica a la hora de escuchar a figuras que poseen cierto
perfil público. Es que se ha vuelto una costumbre hablar de aquello que
mejor recepción gozará entre los que escuchan, sin importar si esas
palabras se relacionan o no con la realidad. En el ámbito político, en
especial, son moneda corriente los discursos llenos de afirmaciones y
promesas que la persona no tiene la menor intención de guardar. En
resumen, la palabra de una persona hoy está completamente
desvalorizada.
El apóstol Pablo comprendía las limitaciones que posee un mensaje
que consiste en meras palabras. Por esta razón, nos dice que le sumó a
sus palabras poder, las manifestaciones del Espíritu Santo y una plena
convicción, tal como lo expresa en su carta a los romanos: «No me
atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de
mí para la obediencia de los Gentiles, en palabra y en obra, con el poder
de señales (milagros) y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de
manera que desde Jerusalén (Ciudad de Paz) y por los alrededores
hasta el Ilírico he predicado en toda su plenitud el evangelio de Cristo»
(15.18-19).
El desafío de compartir a Cristo con aquellos que andan en tinieblas
es más necesario que nunca. Naciones enteras han abandonado su
lealtad histórica al cristianismo y se han declarado ateas. El mundo
padece un estado de confusión generalizado que inevitablemente
conduce hacia el caos. En medio de una existencia tan angustiante, urge
la necesidad de mensajeros que prediquen el mensaje en toda su
plenitud.
¿Qué implica esta responsabilidad? En primer lugar, que debemos
demostrar con nuestra vida que las verdades que proclamamos son
eficaces para producir una indudable transformación. En segundo lugar,
debemos estar poseídos por una inusual convicción de que Cristo es,
verdaderamente, la única respuesta a los problemas del ser humano.
Esa convicción nos proveerá de un celo y una autoridad que no
poseemos cuando nuestra convicción es apenas una postura intelectual.
A esto debemos sumarle las evidencias del poderoso actuar del
Espíritu Santo, no solamente en nuestra vida, sino también en quienes
están a nuestro alrededor. Una cuidadosa lectura del libro de Hechos
mostrará que los apóstoles siempre buscaban que Dios respaldara la
proclamación de su Palabra con señales, prodigios y milagros. Debemos
atrevernos no solamente a llamar a otros al arrepentimiento, sino
también a imponerles las manos a los enfermos, a echar fuera
demonios, a consolar a los afligidos y a levantar a los caídos. La
manifestación poderosa del Señor, en estas obras, hablará más fuerte
que la multitud de argumentos que podamos emplear para convencer a
las personas de la verdad.
ORACIÓN
«Permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda
confianza, mientras extiendes Tu mano para que se hagan curaciones,
señales (milagros) y prodigios mediante el nombre de Tu santo Siervo
(Hijo) Jesús». Hechos 4.29-30 NBLH
6 DE SEPTIEMBRE
Sorprendente declaración
Él es el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él. Ya que es el
Señor del cielo y de la tierra, no vive en templos hechos por hombres,
y las manos humanas no pueden servirlo, porque él no tiene ninguna
necesidad. Él es quien da vida y aliento a todo y satisface cada
necesidad. Hechos 17.24-25
El texto de hoy forma parte de la explicación que ofreció el apóstol Pablo
al Concilio Supremo de la ciudad de Atenas. En sus prédicas por la
ciudad se había cruzado con algunos filósofos epicúreos y estoicos, los
cuales cuestionaron la validez del mensaje que traía. Lo llevaron ante el
Concilio para que las autoridades de Atenas evaluaran mejor lo que el
apóstol intentaba explicarles.
Pablo, con su excepcional comprensión de quién era la persona de
Dios, ofrece una exposición magistral acerca de sus cualidades. En
medio de su descripción encontramos esta llamativa declaración: «las
manos humanas no pueden servirlo, porque él no tiene ninguna
necesidad».
Resultan llamativas las palabras precisamente porque la frase «servir
a Dios» es una de las que más frecuentemente escuchamos en el
ámbito de la iglesia. Las personas expresan deseos de servir a Dios,
hablan de dejar sus trabajos para poder servirlo a tiempo completo y
continuamente dan testimonio de cómo sirven al Señor en una
diversidad de ministerios. El apóstol Pablo, sin embargo, parece
contradecir abiertamente este concepto tan arraigado en nuestra cultura
cristiana, cuando declara de manera categórica: «las manos humanas no
pueden servirlo».
El concepto de «servicio», en el Nuevo Testamento, se entiende
mejor cuando hablamos de servir al prójimo. Dios, como señala el
apóstol, no tiene absolutamente ninguna necesidad, así que nuestro
servicio a él no puede suplirle nada. Quienes nos rodean, en cambio,
requieren toda clase de servicio. Por esto, nuestro supuesto servicio a
Dios se plasma en buenas obras hacia el prójimo.
Esta es la razón por la que Jesús declara: «Ni aun el Hijo del Hombre
vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en
rescate por muchos» (Mateo 20.28). No lo hace sencillamente por dejar
un ejemplo, sino porque en realidad su Padre no tiene necesidad de
servicio. El servicio que busca el Padre es que nosotros nos unamos a él
en buscar la forma de tocar la vida de nuestro prójimo. En este sentido,
nuestro servicio a Dios es indirecto, pues «cuando hicieron alguna de
estas cosas al más insignificante de estos, mis hermanos, ¡me
lo hicieron a mí!» (Mateo 25.40).
Entender esta verdad nos puede conducir a corregir nuestras
expresiones. En realidad, no servimos a Dios, sino con Dios. El detalle
parece menor, pero cuando logramos entender que estamos trabajando
a la par de él, nuestro esfuerzo se canaliza de otra manera. Ya no es
más nuestro empleador ni tampoco somos nosotros sus empleados. Más
bien, somos socios en un mismo proyecto: lograr que el reino se
extienda hasta lo último de la Tierra.
REFERENCIA
«Jesús los llamó: “Vengan, síganme, ¡y yo les enseñaré cómo pescar
personas!”». Mateo 4.19
7 DE SEPTIEMBRE
Tonterías, y algo más
Pero a los hombres el relato les pareció una tontería, y no les creyeron.
Sin embargo, Pedro se levantó de un salto y corrió a la tumba para ver
por sí mismo. Lucas 24.11-12
¡Cuántas limitaciones sufrimos a la hora de entender lo que está
sucediendo en el reino de los cielos! Cristo había anunciado claramente
a los discípulos, en más de una ocasión, que sería entregado a la
muerte, pero luego resucitaría. No obstante, cuando las mujeres
regresaron de la tumba, maravilladas por lo que habían descubierto allí,
los discípulos tildaron su relato de «tontería». El término en griego indica
algo sin sentido, inexplicable, incoherente, un disparate. Queda claro,
entonces, que los discípulos no mostraron inclinación alguna por creer a
las mujeres.
El siguiente versículo comienza con la esperanzadora frase «sin
embargo». Nos indica que alguien va a actuar, aunque lo que ha
escuchado suene ridículo. Y me encanta descubrir que esa persona es
Pedro, el que tantas veces se metió en problemas por ser precipitado.
Observo, también, que los verbos indican que, a pesar de las dudas,
¡ganó la curiosidad! Se levantó de un salto y corrió hacia la tumba para
ver por sí mismo.
Estos no son los movimientos de una persona envuelta en dudas.
Más bien, parecieran ser las acciones de alguien que, aun cuando podría
quedar en ridículo, está dispuesto a explorar cualquier camino que le
conduzca hacia las manifestaciones sobrenaturales de Dios.
El proceder de Pedro es digno de imitación. El reino está poblado de
personas que, aun asediadas por las dudas, se atreven a buscar más
allá de lo que la lógica y el razonamiento les dictan. Son aquellos
individuos que se lanzan a caminar por el agua sin detenerse a pensar
en lo que están haciendo.
Si hemos de darle mayor protagonismo al deseo de vivir más
intensamente para Dios, debemos hacer a un lado la tendencia a querer
que todo lo que sucede a nuestro alrededor se ajuste a los prolijos y bien
definidos parámetros que hemos creado para entender la vida. Muchas
de las manifestaciones de Dios parecen «tonterías». ¿Un hijo para una
pareja estéril? ¡Tonterías! ¿Derribar los muros de una ciudad desfilando
a su alrededor? ¡Tonterías! ¿Derrotar a un ejército de 132.000 hombres
con apenas 300 soldados? ¡Tonterías! ¿Alimentar a 5000 con apenas
dos panes y cinco peces? ¡Tonterías!
Dios nos desafía a abrazar lo que, a nuestro modo de entender, son
«sus tonterías». Quienes nos animamos a acercarnos a esas tonterías
con el deseo de ser alcanzados por la gloria del Altísimo, podremos vivir
aventuras de las cuales la gran mayoría del pueblo de Dios está
excluida. La cautela y el deseo de entenderlo todo nos acabará ubicando
en el rol de meros espectadores, personas que pueden relatar lo
sucedido pero que no participaron plenamente de las disparatadas ideas
de Dios.
DESEO
Que el Señor, en su bondad, nos revista de esa curiosidad que permite
que exploremos incluso las manifestaciones más ridículas, con la
esperanza de que, en algunas de ellas, nos topemos con el Dios que se
deleita en recorrer caminos que el ser humano no transita.
8 DE SEPTIEMBRE
Camino a Emaús
Sucedió que, mientras hablaban y discutían, Jesús mismo se acercó y
comenzó a caminar con ellos; pero no lo reconocieron, pues sus ojos
estaban velados. Lucas 24.15-16 NVI
La celebración de la Pascua, con su trágico desenlace, había finalizado y
dos de los seguidores de Jesús probablemente volvían a su ciudad de
origen. Esta se encontraba a unos 11 kilómetros de Jerusalén, por lo que
aprovechaban el trayecto para hablar sobre todo lo sucedido en esos
últimos días. Seguramente, como suele ocurrir con aquellos golpeados
por la angustia, intentaban encontrar una explicación a la muerte de
Cristo que les proveyera algo de consuelo.
En medio de sus deliberaciones, Jesús los alcanzó como quien
camina hacia el mismo destino, y se puso a la par de ellos. Era el mismo
Jesús con quien habían experimentado tantas increíbles aventuras.
Lucas nos dice, sin embargo, que sus ojos estaban velados por lo que
no lograron reconocerlo.
Lo que nos interesa descubrir es la razón por la que sus ojos estaban
velados. El texto, fiel al estilo de los Evangelios, sencillamente narra lo
que sucede y se abstiene de interpretaciones. La reacción de los
discípulos al relato de las mujeres, que volvieron eufóricas del sepulcro,
nos ofrece una pista de cuál podría ser el problema que estos dos
discípulos padecían.
Nos enfrentamos aquí a una situación muy similar a aquella en que
apareció Jesús caminando sobre el agua. Juan resume la reacción de
los discípulos cuando dice que «estaban aterrados» (6.19, NTV). Pero,
¿por qué reaccionaron de esta manera? Porque sus mentes
sencillamente no poseían la capacidad de concebir que un hombre
pudiera caminar sobre el agua. La limitación de sus propias facultades
los condujo a la única explicación posible: «¡Es un fantasma!» (Mateo
14.26, NTV).
Los que caminaban hacia Emaús estaban convencidos, al igual que
el resto de los discípulos, de que Cristo estaba muerto. Habían sido
testigos de su cruel crucifixión y posterior sepultura. Aunque el mismo
Mesías les había anunciado en varias oportunidades: «El Hijo del
Hombre será traicionado y entregado en manos de sus enemigos. Lo
matarán, pero tres días después se levantará de los muertos» (Marcos
9.31, NTV), no lograban ensanchar de tal manera las estructuras de sus
mentes como para aceptar semejante acontecimiento.
Es por esto que nos encontramos frente a una de las más profundas
ironías de las Escrituras: Jesús caminaba con ellos, vivo y real, pero
ellos no lograban reconocerlo. Las limitaciones de sus propias mentes
habían producido esa ceguera que ahora los afligía.
La escena nos deja una poderosa conclusión: las convicciones que
gobiernan nuestra mente pueden convertirse en el mayor escollo a la
hora de experimentar, en toda su plenitud, la vida que hemos sido
llamados a vivir. Los dos que iban camino a Emaús son dignos
representantes de multitudes de generaciones que no han reconocido
las manifestaciones sobrenaturales del Señor, simplemente porque no
caben dentro de las estructuras mentales que poseen.
REFLEXIÓN
La mente ejerce una increíble influencia sobre nuestra vida. Vemos y
creemos lo que nuestra mente nos permite ver y creer. Es por esto que
tiene tanta importancia la transformación que viene por la renovación de
la mente (Romanos 12.2). ¡El Señor debe derribar las estructuras que
nos mantienen ciegos!
9 DE SEPTIEMBRE
El poder de una mentira
Él les preguntó: «¿De qué vienen discutiendo tan profundamente por el
camino?». Se detuvieron de golpe, con sus rostros cargados de
tristeza. Lucas 24.17
Dos de los discípulos regresaban a Emaús, luego de los terribles
sucesos que habían acabado con la vida de su amado Mesías. Mientras
caminaban, Jesús los alcanzó y comenzó a caminar a la par de ellos.
Sus ojos, nos dice Lucas, estaban cegados y no lograban identificar que
esta persona era el Cristo resucitado.
Ayer reflexionábamos sobre el hecho de que esta ceguera
probablemente fuera producto de las limitaciones mentales que ellos
poseían. Es lo mismo que les sucedió a los fariseos. No se permitían
creer que posiblemente Jesús fuera el Mesías. Su postura
absolutamente cerrada les llevó a comportamientos absurdos, tales
como la ridícula búsqueda de una explicación lógica para la curación del
ciego, en Juan capítulo nueve.
Intentaban resolver, por la vía del razonamiento, algo que solamente
se podía entender por el camino de la fe. Juan testifica que «había una
profunda diferencia de opiniones entre ellos» (9.16). Llegó el momento
en que se tornó casi imposible negar que algo sobrenatural había
ocurrido, pero admitirlo significaba que debían reacomodar todos sus
conceptos acerca de quién era Jesús, y no estaban dispuestos a recorrer
este camino.
Creer en una mentira acarrea graves consecuencias. Una de ellas es
que afecta nuestras emociones. Los dos discípulos caminaban cargados
de tristeza. La palabra que emplea Lucas indica que su mirada era
sombría y pesimista, como si hubieran sido derrotados. Las maravillosas
esperanzas que habían albergado para un glorioso futuro junto al Mesías
quedaron violentamente despedazadas cuando los romanos crucificaron
a Jesús. La convicción de que aún permanecía muerto permitió que una
pesada tristeza se instalara en sus corazones. Cristo, sin embargo, no
estaba muerto, sino que caminaba ¡al lado de ellos!
Así de poderoso es el efecto de la mentira. ¡Cuántas veces hemos
permitido que una mentira condicione nuestro comportamiento! «Estoy
solo», decimos, aunque la Palabra insistentemente nos asegura que,
aun caminando por el valle de la sombra de muerte, el Señor estará con
nosotros (Salmos 23.4). «Mi situación no tiene arreglo», declaramos con
desesperación, aunque el profeta Jeremías nos asegura que nada es
imposible para Dios (Jeremías 32.17). «No doy más», decimos con
desesperanza, aunque Pablo declara que Dios no permitirá que seamos
tentados más allá de nuestras fuerzas (1 Corintios 10.13).
Nuestras emociones se acomodan a lo que pensamos. Pensamientos
incorrectos generan emociones incorrectas. Es por eso que resulta tan
importante examinar las declaraciones de nuestros labios, para ver si se
ajustan a la verdad revelada de Dios. Cuando no son ciertas estas
declaraciones, debemos tomar autoridad sobre ellas y rechazarlas en el
nombre de Jesús, y luego declarar lo que la Palabra dice sobre nuestra
realidad. Nuestras emociones eventualmente se acomodarán a lo que
hemos escogido creer.
REFERENCIA
«Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino
poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo
especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la
obediencia de Cristo». 2 Corintios 10.4-5 NBLH
10 DE SEPTIEMBRE
Cuando reina la confusión
Algunos de nuestros hombres corrieron para averiguarlo, y
efectivamente el cuerpo no estaba, tal como las mujeres habían dicho.
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios son! Les cuesta tanto creer todo
lo que los profetas escribieron en las Escrituras». Lucas 24.24-25
Cuando Jesús les preguntó a los dos que iban camino a Emaús acerca
de lo que hablaban, se apoderó de ellos el asombro. ¿Cómo podía ser
que este hombre no supiera nada sobre los eventos que habían
convulsionado a Jerusalén? Rápidamente se aprestaron a ofrecerle un
breve relato de lo acontecido. «Las cosas que le sucedieron a Jesús, el
hombre de Nazaret —le dijeron—. Era un profeta que hizo milagros
poderosos, y también era un gran maestro a los ojos de Dios y de todo el
pueblo. Sin embargo, los principales sacerdotes y otros líderes religiosos
lo entregaron para que fuera condenado a muerte, y lo crucificaron.
Nosotros teníamos la esperanza de que fuera el Mesías que había
venido para rescatar a Israel» (vv. 19-21).
En su relato queda develada la profundidad de su desilusión. Se
habían aferrado a la esperanza de que Jesús fuera el que rescataría a
Israel. Pero sus expectativas quedaron sepultadas en la inesperada
traición y crucifixión del Mesías. Convencidos de que permanecía
muerto, caminaban completamente abatidos.
Hemos observado que las ataduras que provienen de una mentira no
nos permiten reconocer la presencia de Jesús en nuestro medio y,
además, afectan profundamente nuestro estado de ánimo. Nuestros
sentimientos se alienan con lo que pensamos. En el texto de hoy
podemos identificar una tercera consecuencia de vivir bajo la convicción
de una mentira: no lograr descifrar el significado de los movimientos de
Dios en nuestro medio.
Las mujeres que bajaron al sepulcro fueron las primeras en anunciar
que el cuerpo no se encontraba allí adentro. Además, relataron cómo un
ángel les había anunciado que Cristo estaba vivo. Pedro y Juan fueron a
investigar el asunto (Juan 20.3) y confirmaron que lo que las mujeres
decían era verdad. Nadie del grupo, sin embargo, lograba descifrar el
significado de aquel misterio. Estos dos discípulos seguramente
intentaban disipar el espíritu de perplejidad que crecía a medida que
intentaban entender la situación.
Cuando una mentira controla de tal manera nuestra mente que
estamos absolutamente convencidos de su veracidad, perdemos la
capacidad de interpretar acertadamente el movimiento del Espíritu en
nuestro medio. Todo resulta confuso e insondable. Ante la falta de
claridad tendemos a elaborar explicaciones que nos alejan, aún más, de
la verdad.
Jesús los llamó «necios» por su falta de capacidad para creer lo que
había sido anunciado no solamente por los profetas, sino también por él
mismo. El problema de raíz, entonces, tiene que ver con la falta de fe.
No es que no supieran que era posible que Jesús se levantara de los
muertos. En realidad, no creían que fuera posible, y esa incredulidad
diezmó sus facultades espirituales. Efectivamente caminaban en
tinieblas, aunque poseían toda la información necesaria para entender lo
sucedido.
CITA
«Toda incredulidad es, de hecho, la creencia de una mentira». Horacio
Bonar
11 DE SEPTIEMBRE
Clase magistral
«¿Acaso no profetizaron claramente que el Mesías tendría que sufrir
todas esas cosas antes de entrar en su gloria?». Entonces Jesús los
guió por los escritos de Moisés y de todos los profetas, explicándoles
lo que las Escrituras decían acerca de él mismo. Lucas 24.26-27
Los dos discípulos que iban camino a Emaús sufrían los tormentos de la
profunda desilusión que les produjo el violento final de aquel que habían
tenido por el Cristo. Convencidos de que había muerto para siempre,
abandonaron la esperanza que les había infundido. A pesar de los
sucesos extraños de aquel día y de que, sin saberlo ellos, Jesús ahora
caminaba con ellos, seguían convencidos de que el Mesías estaba
muerto.
Esta postura afectó dramáticamente todos los aspectos de su vida,
incluyendo sus sentimientos, su capacidad de discernimiento y aun su
aspecto físico, pues sus semblantes delataban la profunda tristeza que
sentían.
El extraño que los acompañaba los sorprendió con una explicación
que ya estaba en los escritos de Moisés y de todos los profetas. Cada
uno de los textos que citaba indicaba que lo que había ocurrido con el
Mesías era exactamente lo que se había profetizado de él. Ellos, sin
embargo, seguían sin entender.
Esto nos lleva a sumar una consecuencia adicional a las ataduras
que producen las mentiras. Entorpecen nuestra capacidad de entender
las Escrituras. Aun cuando contamos con un maestro de la talla de
Jesús, que pacientemente nos explica texto por texto todo lo que
necesitamos saber, seguimos sin entender lo que la Palabra tan
claramente señala.
No se trata aquí de falta de inteligencia, sino de la ausencia de
elementos espirituales, los que se apagan cuando elegimos creer una
mentira. Esta es una de las razones por las que muchos, estudiando con
diligencia la Palabra, solamente encuentran textos que confirman lo que
ellos ya creen. La Verdad no los confronta, ni los exhorta, ni los limpia,
porque no logran una verdadera interacción espiritual con la Palabra de
Dios.
Esta condición es la que padecían los fariseos. En una de las muchas
confrontaciones que sostuvo con ellos, Jesús les dijo: «El Padre mismo,
quien me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han oído su
voz ni lo han visto cara a cara, y no tienen su mensaje en el corazón,
porque no creen en mí, que soy a quien el Padre les ha enviado.
Ustedes estudian las Escrituras a fondo porque piensan que ellas les
dan vida eterna. ¡Pero las Escrituras me señalan a mí!» (Juan 5.37-39).
Estoy convencido de que una de las metas que el Señor tiene para
nuestras vidas es derribar, una y otra vez, las estructuras mentirosas
sobre las que hemos construido nuestro concepto de la vida espiritual.
Cada vez que pienso que me estoy acercando a una mejor comprensión
de quién es Dios, él se encarga de derribar mis conclusiones. En mi
peregrinaje debo arribar al punto en el cual me siento cómodo con lo
impredecible que es el Señor.
ORACIÓN
Señor, dame luz para entender las mentiras que aún anidan en mi
corazón. Que tu Espíritu las desenmascare para que pueda renunciar a
ellas y reemplazarlas por tu verdad.
12 DE SEPTIEMBRE
¡Por fin!
Al sentarse a comer, tomó el pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo
dio a ellos. De pronto, se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Y, en
ese instante, Jesús desapareció. Lucas 24.30-31
Los dos que iban camino a Emaús habían sido alcanzados por Jesús,
quien entabló con ellos una conversación. Al ver lo afligidos que estaban,
les explicó que era necesario que el Mesías sufriera lo que había sufrido.
Recorrió las Escrituras desde Moisés hasta el último de los profetas
presentando los textos, uno tras otro, para demostrarles que nada
extraño había ocurrido.
El relato de Lucas nos dice que sus corazones ardían mientras él les
explicaba las Escrituras (v. 32). Esto no es más que el mover del Espíritu
en ellos, intentando despertar sus facultades espirituales para que
pudieran entender la Verdad. Ellos percibían que algo estaba ocurriendo,
pero su estado no les permitía interpretar correctamente lo que
significaba ese ardor. Al igual que el joven Samuel, escuchaban la voz
del Señor, pero no sabían que era él quien les hablaba.
Aunque Jesús amagó a seguir de largo, ellos insistieron que se
quedara a cenar con ellos. Algo se había despertado en su interior y
querían entender mejor todo lo que habían vivido en los últimos días. El
Señor accedió a su pedido y cuando tomó el pan y lo bendijo, finalmente
fueron abiertos los ojos de ellos. Quizás lo que no entendieron por el
camino del razonamiento lo pudieron entender por medio de ese gesto,
que les resultaba tan familiar que no podía ser otro que Jesús quien lo
realizaba.
¡Bendito momento de iluminación! El Señor no se da por vencido. Tal
como afirma el autor de Hebreos, Dios nos habla por muchos caminos y
en muchos momentos para que podamos entender lo que nos quiere
decir (Hebreos 1.1-2). Ese amor insistente, perseverante, terco,
generoso, es la fuente de nuestra salvación. El Señor no deja de
buscarnos, aun cuando no estamos interesados en que nos busque. No
obstante, él ha propuesto que nos va a rescatar del foso en que hemos
caído y no descansará en sus intentos por lograrlo.
Cuando tengamos la sensación de que somos nosotros los que
estamos haciendo todo el esfuerzo, podemos dar por sentado que
nuestra perspectiva se ha desviado de la verdad. La realidad es otra,
como señala el profeta Isaías: «Me dejé buscar por los que no
preguntaban por Mí; Me dejé hallar por los que no Me buscaban. Dije:
“Aquí estoy, aquí estoy,” a una nación que no invocaba Mi nombre»
(65.1, NBLH).
Nuestro desafío consiste en hacer menos esfuerzo propio, para
prestar más atención a la insistente voz de nuestro Amante celestial.
«Dios celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros»
(Santiago 4.5, NBLH). Todo el día él nos llama. Quizás debamos prestar
más atención a esos momentos en que nuestros corazones arden dentro
de nosotros; es el Señor que nos está hablando.
REFERENCIA
«¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho? ¿Puede no sentir amor
por el niño al que dio a luz? Pero aun si eso fuera posible, yo no los
olvidaría a ustedes. Mira, he escrito tu nombre en las palmas de mis
manos». Isaías 49.15-16
13 DE SEPTIEMBRE
Maldita incredulidad
Entonces, justo mientras contaban la historia, de pronto Jesús mismo
apareció de pie en medio de ellos. «La paz sea con ustedes», les
dijo. Pero todos quedaron asustados y temerosos; ¡pensaban que
veían un fantasma! Lucas 24.36-37
Repasemos lo que ha ocurrido antes de la escena que describe este
texto. Temprano por la mañana unas mujeres bajaron al sepulcro y lo
encontraron vacío. Un ángel les dijo que Jesús había resucitado. Ellas
les contaron a los discípulos lo sucedido y dos de ellos, Pedro y Juan,
fueron a constatar la noticia. Mientras tanto, el Señor se puso a caminar
a la par de dos de sus seguidores que volvían a Emaús, llenos de
tristeza por todo lo que había sucedido con la muerte de Cristo. Jesús,
luego de usar las Escrituras para explicarles que esto era necesario,
finalmente se les reveló al compartir con ellos el pan.
Ellos regresaron a toda prisa a Jerusalén para contar lo que habían
vivido. Allí se encontraron con que Jesús también se le había aparecido
a Pedro (v. 34). Ahora, mientras contaban todo lo que les había
acontecido, Jesús mismo volvió a aparecer en medio de ellos.
¿Cuál fue la reacción de los que estaban presentes? Otra vez se
quedaron atrapados en el terror, pensando que se les había aparecido
¡un fantasma!
Seguramente la misteriosa manera en que apareció en medio de
ellos contribuyó al terror que sentían. No obstante, no puedo dejar de
preguntarme: ¿cuántas veces debe él mostrarse vivo antes de que ellos
entiendan que ha resucitado?
El problema que les seguía complicando la vida: las dudas. Jesús
mismo lo confirma: «¿Por qué están asustados? —les preguntó—. ¿Por
qué tienen el corazón lleno de dudas?» (v. 38).
Una duda es la percepción que resulta de un análisis lógico de una
situación, y que indica que la realidad que se nos presenta es poco
probable o confiable. Intentamos encontrar paralelos, en la vida, que nos
ayuden a explicar lo que estamos viendo.
Conforme al espíritu paciente y compasivo con que se movía, Jesús
les ofreció un camino por el cual podían deshacerse de sus temores:
«Miren mis manos. Miren mis pies. Pueden ver que de veras soy yo.
Tóquenme y asegúrense de que no soy un fantasma, pues los
fantasmas no tienen cuerpo, como ven que yo tengo» (v. 39).
Increíblemente, ni siquiera esta opción produjo un cambio, pues
Lucas señala que «aun así, ellos seguían sin creer, llenos de alegría y
asombro» (v. 41).
La actitud de los discípulos nos permite entender que la incredulidad
nos acechará todos los días de nuestra vida. Debemos estar atentos a
sus manifestaciones en nuestro andar diario. Lograremos grandes
avances cuando renunciemos a la necesidad de entender a Dios y
simplemente aceptemos que resulta inútil querer entender de qué
manera procederá en tal o cual situación.
REFERENCIA
«Sé que todo lo puedes, y que nadie puede detenerte. Tú preguntaste:
“¿Quién es este que pone en duda mi sabiduría con tanta ignorancia?”.
Soy yo y hablaba de cosas sobre las que no sabía nada, cosas
demasiado maravillosas para mí». Job 42.1-3
14 DE SEPTIEMBRE
Benditos
Ellos le contaron: «¡Hemos visto al Señor!». Pero él respondió: «No lo
creeré a menos que vea las heridas de los clavos en sus manos, meta
mis dedos en ellas y ponga mi mano dentro de la herida de su
costado». Juan 20.25
Hemos recorrido los eventos que sucedieron luego de que Cristo
resucitó. Sus seguidores, limitados por su tendencia a creer solamente lo
que podían explicar con la mente, experimentaron muchas dificultades
para aceptar que el Mesías había vuelto a la vida. Eventualmente, sin
embargo, entendieron que se encontraban ante el más grande milagro
de la historia, y el asombro se apoderó de ellos.
Uno de ellos, Tomás, no había estado presente en ninguna de las
oportunidades en que Jesús se había aparecido a sus seguidores.
Cuando sus hermanos le contaron lo sucedido, respondió con la triste
frase que leemos en el texto de hoy.
Es triste, primeramente, porque deja en evidencia cuán poco confiaba
en sus hermanos. Descartó el testimonio de ellos para aferrarse a la
postura de que solamente creería lo que él mismo podía comprobar con
sus propias facultades. Esta actitud nos empobrece increíblemente,
porque reduce nuestra experiencia espiritual al plano de lo personal,
convirtiendo en innecesaria la existencia del cuerpo de Cristo. Si
solamente tiene validez aquello que puedo experimentar yo,
personalmente, entonces las vivencias de mis hermanos me tendrán sin
cuidado.
Sospecho que esta es una de las razones por las que despierta poco
entusiasmo en nosotros el testimonio de nuestros hermanos. Los
escuchamos, por respeto, pero no nos generan un entusiasmado
asombro porque, en última instancia, no lo vivimos nosotros.
La otra razón por la que entristece la respuesta de Tomás es que
Jesús se había mostrado al grupo en una gran diversidad de situaciones.
Parece mentira que sea necesario otra demostración adicional para que
este discípulo crea. Si seguimos la lógica de Tomás, será necesario que
el Cristo resucitado se le aparezca personalmente a cada persona que
decide creer en él.
Su gran amor por los discípulos lo llevó a presentarse, para que
Tomás pudiera realizar la prueba que, según él, despejaría sus dudas. El
Señor, sin embargo, se dirigió a él con una dura exhortación: «Ya no
seas incrédulo. ¡Cree!» (v. 27). Fue en ese momento que Tomás
finalmente se convirtió, exclamando: «¡Mi Señor y mi Dios!» (v. 28).
Seguramente, Jesús se alegró por la transformación en la vida de
Tomás. No obstante, aclaró: «Tú crees porque me has visto; benditos los
que creen sin verme» (v. 29).
Esa frase señala un camino más noble que el que recorrió Tomás. Es
un llamado a que no caigamos en la trampa de exigirle al Señor pruebas
para creer, pues la abundancia de pruebas no necesariamente produce
fe, como claramente vemos en los israelitas que acompañaron a Moisés
en el desierto.
REFLEXIÓN
La fe es una postura espiritual que contradice la corriente de este
mundo. Cree porque ha entendido que Dios no es uno de nosotros. Esa
sola conclusión nos libra de la necesidad de tratarlo a él como si fuera un
dios a semejanza e imagen de los hombres. Podemos confiar en él
precisamente porque no es hombre, para fallarnos.
15 DE SEPTIEMBRE
Promesa a largo plazo
Después el SEÑOR le dijo: «No, tu siervo no será tu heredero, porque
tendrás un hijo propio, quien será tu heredero». Génesis 15.4
Cuando Abram cumplió setenta y cinco años, salió de la tierra de sus
padres en obediencia a una promesa que el Señor le dio: «Haré de ti una
gran nación». Aunque él y Sarai no habían podido tener hijos, la palabra
anunciaba de manera implícita que, en algún momento de sus vidas,
iban a tener un hijo. Esta era la condición indispensable que le permitiría
a Dios convertir la descendencia del patriarca en una gran nación.
Quizás Abram, por los largos años de fallidos intentos por engendrar
un hijo, cedió a la tentación de creer que esta promesa se refería a algo
más simbólico que real. No obstante, cuando tenía alrededor de ochenta
y cinco años, el Señor se dirigió a él con las palabras que encontramos
en el texto de hoy. No se trataba de una herencia simbólica, sino que él
iba a tener su propio hijo.
Para que Abram entendiera las dimensiones del proyecto que tenía
en mente: «El SEÑOR llevó a Abram afuera y le dijo: “Mira al cielo y, si
puedes, cuenta las estrellas. ¡Esa es la cantidad de descendientes que
tendrás!” Y Abram creyó al Señor, y el Señor lo consideró justo debido a
su fe» (15.5-6).
Resulta inspirador leer que Abram le creyó al Señor. Esta decisión no
debe haberle resultado fácil. En todos los años que había estado junto a
su esposa, Sarai, nunca habían podido consumar un embarazo. A pesar
de esto, y contra toda lógica humana, Abram escogió creer lo que Dios le
estaba diciendo. Pasarían otros catorce años antes de que finalmente
Sarai quedara embarazada.
La pregunta que me despierta esta historia es: ¿por qué el Señor le
anunció a Abram un suceso con catorce años de anticipación? ¿Por qué
no optó por decirle que iba a ser padre de un hijo unas pocas semanas
antes del hecho, tal como ocurrió con Zacarías, o con María? ¿Cuál era
el sentido de hacer una promesa que demoraría tanto en cumplirse?
La respuesta parece encontrarse en las palabras del apóstol Pablo:
«También nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque
sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia. Y la resistencia
desarrolla firmeza de carácter, y el carácter fortalece nuestra esperanza
segura de salvación» (Romanos 5.3-4).
La demora en el cumplimiento de su promesa le permitiría a Dios
desarrollar en Abram las cualidades indispensables para que llegara a
ser el padre de una nación. Pero la esperanza, que es la convicción
segura de que algo que no existe hoy existirá en el futuro, también le
permitiría a Abram caminar por la vida con otra postura.
La esperanza nos libra del desánimo y el pesimismo. Más bien,
andamos con la confiada certeza de que somos partícipes de una
realidad que, indefectiblemente en algún momento, se manifestará en
toda su plenitud. Por esto, el paso del tiempo nos es indistinto. Si el
Señor lo ha prometido, podemos darlo por hecho.
ORACIÓN
«Mantengámonos firmes sin titubear en la esperanza que afirmamos,
porque se puede confiar en que Dios cumplirá su promesa». Hebreos
10.23
16 DE SEPTIEMBRE
Firme resolución
Aunque las higueras no florezcan y no haya uvas en las vides, aunque
se pierda la cosecha de oliva y los campos queden vacíos y no den
fruto, aunque los rebaños mueran en los campos y los establos estén
vacíos, ¡aun así me alegraré en el Señor! ¡Me gozaré en el Dios de mi
salvación! Habacuc 3.17-18
El libro de Habacuc se diferencia de los otros libros proféticos en que
registra, mayormente, un diálogo entre el profeta y Dios. Las
circunstancias en las que se escribió eran calamitosas. Las diez tribus
del norte habían desaparecido, y ahora Babilonia amenazaba con
destruir el reino de Judá. A esta situación se le sumaba la obstinada
rebeldía y la idolatría desenfrenada de los habitantes de Jerusalén.
Habacuc volcó su angustia ante el Señor: «¡Hay violencia por todas
partes!, clamo, pero tú no vienes a salvar. ¿Tendré siempre que ver
estas maldades? ¿Por qué debo mirar tanta miseria? Dondequiera que
mire, veo destrucción y violencia. Estoy rodeado de gente que le encanta
discutir y pelear. La ley se ha estancado y no hay justicia en los
tribunales. Los perversos suman más que los justos, de manera que la
justicia se ha corrompido» (1.2-4).
No nos cuesta entender el desánimo del profeta. Vivimos en un
mundo igualmente caótico, en el que las estructuras y los valores que
han guiado a los pueblos durante siglos se desploman por todas partes.
Las economías regionales tambalean. Los índices de violencia han
llegado a cifras alarmantes, y los conflictos bélicos se suceden con
desconcertante frecuencia. Miramos atónitos las calamidades
humanitarias que resultan de estas guerras y no logramos comprender
tanto sufrimiento humano.
El Señor respondió a los reproches del profeta señalando que ya
había puesto en marcha un plan para disciplinar a su pueblo. Ese plan
traería desgracias aún peores que las que estaba viendo en ese
momento Habacuc. A pesar de eso, Dios le pidió que no abandonara la
práctica de vivir en fidelidad hacia él.
Es por esto que el libro termina con el texto que hoy leemos.
Habacuc imagina, ante esta palabra profética, que el mundo puede
volverse completamente irreconocible. Describe una realidad donde ni
siquiera las certezas de la naturaleza existen. Las higueras ya no
florecen, las vides no producen uvas, no se levantan las cosechas, los
rebaños yacen muertos y los establos están vacíos.
En medio de este escenario de dimensiones apocalípticas, sin
embargo, una realidad permanecerá para siempre: la práctica de
alegrarse en Dios. El hecho de hacer énfasis en el gozo marca un fuerte
contraste con la triste realidad que lo rodea. Elige, por un acto de
voluntad, celebrar cada día las bondades del Señor, recordar sus
misericordias y declarar que Dios triunfará sobre el mal. Dejará de mirar
todo el mal que ve a su alrededor y fijará sus ojos en la eterna fidelidad
del Señor para con su pueblo.
REFLEXIÓN
¿Te sientes abrumado por la maldad que ves a tu alrededor? ¿Te
desaniman las malas circunstancias que atraviesas? Habacuc nos invita
a reordenar nuestras prioridades para hacer de Dios nuestra delicia
cotidiana. Alegrémonos en él. ¡Le hará bien a nuestra alma afligida!
17 DE SEPTIEMBRE
Valioso esfuerzo
La herencia de fácil comienzo no tendrá un final feliz. Proverbios
20.21 NVI
No existe mejor ejemplo del principio que ilustra este proverbio, que la
historia del hijo pródigo. El sentido, en el hebreo, es que la persona que
toma posesión de su herencia cuando aún es joven, es movido
principalmente por un espíritu de codicia. Esto nos sirve para alertarnos
de que no le dará un buen uso al bien que obtiene.
Y así ocurrió en la conocida parábola que contó Jesús. El texto nos
dice que «se mudó a una tierra distante, donde derrochó todo su dinero
en una vida desenfrenada» (Lucas 15.13, NTV). Sospecho que la razón
de esta mudanza se debe a que anhelaba estar lejos de las restricciones
que le imponía el padre. Sea cual fuere su motivación, el desenlace es el
que anuncia el autor de Proverbios. No tuvo un final feliz, sino que acabó
en la penuria más absoluta, con tanta hambre que le envidiaba la comida
a los cerdos que cuidaba.
La razón por la que la herencia de fácil comienzo acaba mal es
porque no está acompañada por el sacrificio que hicieron quienes
generaron esas riquezas. El heredero joven no entiende nada de las
noches de desvelo, de las largas jornadas de trabajo, o de los años de
cuidadosa administración que fueron necesarios para acumular el tesoro
que ahora disfruta. Al no haber transitado este camino, no posee la
disciplina necesaria para cuidar su tesoro. Más bien, lo despilfarra con
desenfreno porque cree que volver a adquirir otra suma similar será tan
sencillo como le fue obtener esta primera herencia.
En otro pasaje con una advertencia similar, el autor de Proverbios
señala: «La persona digna de confianza obtendrá gran recompensa,
pero el que quiera enriquecerse de la noche a la mañana, se meterá en
problemas» (Proverbios 28.20). La razón es que para enriquecerse de la
noche a la mañana deberá tomar atajos que, más adelante, le costarán
caro. La ley de la vida establece que las riquezas que más se disfrutan
son aquellas que son el resultado del esfuerzo responsable y sacrificado.
Así también ocurre en el ámbito de la vida espiritual. No existen
caminos rápidos para alcanzar la grandeza espiritual ni la sabiduría que
resulta del lento paso de los años. Es por eso que tiemblo cuando veo
que un joven avanza a velocidad vertiginosa en el ministerio. Sus logros
no dejarán de impresionar y muchos creerán que le espera un futuro
brillante. Tristemente en la gran mayoría de los casos estos jóvenes se
quedan por el camino, intoxicados con su propia grandeza. Su desprecio
por la senda de la disciplina y el sacrificio, que siempre debieron recorrer
los gigantes de la fe, acaba derribando lo que pudieron construir en poco
tiempo.
REFLEXIÓN
La Palabra nos llama a un espíritu de paciente perseverancia en nuestro
avance hacia la madurez espiritual. No existen atajos ni métodos
mágicos. Es cuestión de recorrer, todos los días, el mismo camino
disciplinado. Los cambios más profundos y preciosos en nuestra vida
solamente aparecen con el paso del tiempo. Nuestra vocación es la
fidelidad. El premio a esa disposición lo da el Señor, en el tiempo
propicio.
18 DE SEPTIEMBRE
Poemas de Dios
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo
Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviéramos en ellas. Efesios 2.10 NBLH
Algunos versículos resumen admirablemente nuestra vocación. Este es
uno de esos textos en el que Pablo, en una frase, identifica los
ingredientes indispensables para encasillar la vida dentro de los
perfectos propósitos de Dios.
Mi buen amigo el Dr. Jim Wilder me ayudó a entender el significado
de la expresión «hechura». La palabra en griego es poeima, de la cual
se deriva nuestra palabra «poema». Su sentido es lo que ha sido creado
especialmente por las manos de Dios. Con el tiempo, sin embargo, la
expresión comenzó a asociarse con una de las formas más antiguas del
arte, la poesía, que requiere una destreza creativa particular. La frase,
entonces, podría traducirse «somos poemas de Dios».
La particularidad de un poema es que emplea versos, estrofas y
ritmos para representar de manera especial la belleza, el misterio o las
tragedias de la vida. Estas combinaciones se conocen como «la métrica»
de una poesía. En la cultura clásica occidental el acento de la métrica
gira en torno de los sonidos de las palabras. Es decir, se construían las
estrofas de tal manera que tuvieran cierta musicalidad. Un buen ejemplo
lo provee esta estrofa de la poesía Todavía, de Mario Benedetti:
No lo creo todavía
estás llegando a mi lado
y la noche es un puñado
de estrellas y de alegría.
En su creación, la palabra «todavía» rima con «alegría», y la palabra
«lado» con «puñado».
El apóstol Pablo, sin embargo, piensa en la estructura hebrea de la
poesía, donde la creatividad no se expresa en la rima de los sonidos,
sino en la similitud de ideas. El Antiguo Testamento está repleto de
ejemplos, tal como esta estrofa (de Isaías 9.2, NBLH):
El pueblo que andaba en tinieblas
Ha visto gran luz;
A los que habitaban en tierra de sombra de muerte,
La luz ha resplandecido sobre ellos.
El primer concepto, en este caso, se repite con una leve variación en la
segunda estrofa.
¿Qué significa declarar que somos poema de Dios? Hemos sido
creados para poder tener pensamientos similares a los de Dios. Cuando
se alinean con los del Señor, lo que hagamos será bueno porque
coincidirá con lo que Dios quiere hacer. Este maravilloso misterio nos
ayuda a entender por qué Cristo podía afirmar que sus obras y sus
palabras eran las que el Padre hacía y hablaba. Caminaba en tal
intimidad con el Padre que sus pensamientos estaban perfectamente
sincronizados con los pensamientos de Dios.
REFLEXIÓN
El libro de Hebreos nos recuerda que el pacto de Dios con su pueblo fue:
poner sus leyes en el corazón y escribirlas en su mente (Hebreos 10.16).
Parte del desafío que significa crecer en Cristo implica aprender a
distinguir aquellos pensamientos que son similares a los de Dios.
Solamente practicando aprenderemos a vivir mejor sintonizados con la
mente del Señor.
19 DE SEPTIEMBRE
En Cristo Jesús
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo
Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviéramos en ellas. Efesios 2.10 NBLH
Ayer reflexionábamos sobre el particular sentido que posee la palabra
«hechura». Se refiere a esa misteriosa capacidad, que nos ha otorgado
el Señor, para tener pensamientos similares a los pensamientos de él.
Poseer este atributo no es un detalle menor. Nos permite vivir una
vida que le agrada, al estar direccionada por los pensamientos del
Señor. Cuando los pensamientos provienen de nuestra humanidad, las
obras que hacemos, aun cuando sean bien intencionadas, no producen
el mejor fruto.
Un buen ejemplo de esto es el intento de Pedro por impedir que
Cristo avanzara hacia la muerte en la cruz. Lejos de ganarse el cariño y
el aprecio de Jesús, fue reprendido con dureza. Cristo fue tajante cuando
le explicó por qué rechazaba la exhortación del discípulo: «no estás
pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo
16.23, NBLH). Las palabras de Cristo no hacen más que confirmar la
declaración del profeta Isaías: «Mis pensamientos no se parecen en
nada a sus pensamientos —dice el SEÑOR—. Y mis caminos están muy
por encima de lo que pudieran imaginarse» (Isaías 55.8, NTV).
Pablo es consciente de esta enorme distancia que nos separa de
Dios
cuando
pregunta:
«¿Quién
puede
conocer
los pensamientos del Señor? ¿Quién sabe lo suficiente para enseñarle a
él?». Nos sorprende, sin embargo, con una atrevida declaración:
«nosotros entendemos estas cosas porque tenemos la mente de Cristo»
(1 Corintios 2.16, NTV).
Es por esto que, en el texto que consideramos, añade un importante
detalle: «somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús». Cristo es el
arquitecto de este increíble milagro en la mente. Por medio de su
muerte, él nos aseguró que pudiéramos, una vez más, disfrutar de la
intimidad con Dios. Y es en el marco de esa intimidad que comenzamos
a pensar como él piensa.
Una buena ilustración de este proceso es la armonía que existe en un
matrimonio que lleva muchas décadas de vida compartida. Ha logrado
un nivel tal de conocimiento mutuo que cuando uno habla, el cónyuge
puede completar sus frases. Aun en el silencio son capaces de discernir
lo que puede estar pasando por la mente del otro. Esto no es el
resultado de una técnica, sino más bien de la intensidad de la relación
que han disfrutado durante tanto tiempo.
El hecho de que el Señor obre esta transformación en nosotros
implica que debemos aprender a caminar de otra manera a la que
estábamos acostumbrados. Debemos comenzar a identificar aquellos
pensamientos similares a los de él, para actuar en consecuencia. Este
proceso no está libre de riesgos, pero son los mismos que acompañan
todo proyecto de aprendizaje. Cometeremos errores, confundiremos
mensajes, volveremos a actuar de manera impulsiva. No obstante, si
perseveramos nos sentiremos cada vez más cómodos siguiendo los
pensamientos que son similares a los de Dios.
REFERENCIA
«Los que están dominados por la naturaleza pecaminosa piensan en
cosas pecaminosas, pero los que son controlados por el Espíritu Santo
piensan en las cosas que agradan al Espíritu». Romanos 8.5 NTV
20 DE SEPTIEMBRE
Vocación única
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo
Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviéramos en ellas. Efesios 2.10 NBLH
Hemos examinado la declaración de Pablo de que somos «hechura
Suya», «la obra maestra de Dios» (NTV), una nueva creación que nos
permite poseer la mente de Cristo. Esta posibilidad facilita de gran
manera nuestro andar diario, pues nuestros pensamientos, al ser
similares a los pensamientos del Señor, nos guían por la senda de la
justicia y la paz.
Esta maravillosa transformación que Dios ha obrado en nosotros por
medio de Cristo, busca alcanzar un solo objetivo: hacer buenas obras.
Pablo menciona esta misma intención en su carta a Tito: «Él dio su vida
para liberarnos de toda clase de pecado, para limpiarnos y para
hacernos su pueblo, totalmente comprometidos a hacer buenas
acciones» (2.14, NTV).
Este objetivo nos conduce a vivir una vida similar a la que vivió el
Mesías durante su peregrinaje espiritual. Según el testimonio que el
mismo Pedro comparte con Cornelio y su familia: «Y saben que Dios
ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder. Después
Jesús anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que eran
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10.38,
NTV).
Poseemos, entonces, en Cristo, el modelo a seguir. Por lo que
observamos en los Evangelios, Jesús transitó por la vida atento a las
indicaciones del Espíritu. Cada vez que percibía en su mente que el
Señor quería que hablara ciertas palabras o realizara ciertas acciones, él
obedecía. Es por esto, quizás, que el ministerio de Jesús se resiste a
nuestros intentos por encontrar un método particular de ministerio. No
posee el orden de un proyecto con una visión y una misión claramente
definidas, tal como las concebimos nosotros. Más bien, el Señor se
dedicaba a hacer buenas obras mientras transitaba por la vida.
Entender este principio nos libra de la idea de que las buenas obras
deben ser planificadas e insertadas dentro de un programa específico de
la iglesia. El hecho de que Dios nos ha convertido en sus poemas
significa que, a lo largo del día, podemos identificar pensamientos que
son similares a los de él, los cuales nos invitan a realizar determinadas
acciones que resultan en un bien para aquellos que están a nuestro
alrededor.
Este bien posee muchas aristas. Puede tratarse de una ofrenda para
ayudar a un necesitado, de un gesto de gratitud hacia alguien que nos
ha bendecido, una palabra de ánimo para el decaído, una oración por un
enfermo, compartir la Buena Noticia con otro o regalar una palabra que
alegra el corazón de alguien que se nos cruza por el camino.
El concepto importante aquí es recordar que la realización de estas
buenas obras es el cumplimiento de nuestra vocación. Para esto hemos
sido creados. Hacerle bien a nuestro prójimo debe ser la expresión
natural y normal de nuestra fe en Dios. Hemos sido bendecidos por el
Señor y, en consecuencia, debemos mostrarnos solícitos por bendecir
también a aquellos que se nos cruzan por el camino en nuestro andar
diario.
CITA
«Dondequiera que vaya una persona, siempre se topará con alguien que
lo necesita». Albert Schweitzer
21 DE SEPTIEMBRE
Construir sobre lo construido
Porque somos hechura Suya, creados en Cristo
Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviéramos en ellas. Efesios 2.10 NBLH
En estos días hemos examinado este texto en el que Pablo resume, con
admirable sencillez, nuestra vocación espiritual. Fuimos creados con la
capacidad de poseer la mente de Cristo, de manera que nuestros
pensamientos sean similares a los pensamientos de Dios. Esa aptitud
nos habilita para andar por la vida proclamando con buenas obras lo que
Cristo ha hecho en nosotros.
Hoy quisiera reflexionar sobre una característica muy particular que
poseen estas obras. El apóstol declara que Dios las preparó de
antemano para que anduviéramos en ellas.
Si consideramos algunos ejemplos de las Escrituras, lograremos
comprender mejor el concepto que intenta comunicar Pablo. Cuando
Josué se preparó para tomar la ciudad de Jericó, por ejemplo, el Señor
le dijo: «Mira, he entregado en tu mano a Jericó, y a su rey con
sus valientes guerreros» (Josué 6.2, NBLH). La ciudad ya era de ellos; lo
único que debían hacer era tomar posesión de ella, siguiendo las
instrucciones que el Señor les daba.
Lo mismo sucedió con el temeroso Gedeón. Por medio de un sueño,
Dios le mostró que «el SEÑOR ha entregado en manos de ustedes el
campamento de Madián» (Jueces 7.15, NBLH). Esta es una de las
razones por las que el Señor le quitó el 99 por ciento de sus guerreros.
La victoria ya estaba asegurada, y Gedeón solamente necesitaba
caminar en ella.
Así también ocurrió cuando Dios envió a Samuel a ungir a David por
rey. El momento en que Samuel derrama aceite sobre la cabeza del
joven pastor de Belén no es el instante en que se convierte en rey. Más
bien, es la confirmación de que Dios ya lo había escogido, hacía tiempo,
para esa tarea.
Observamos el mismo principio en el llamamiento del profeta
Jeremías. No se convierte en profeta en el momento en que Dios le
habla, sino que en ese diálogo el Señor le revela que: «Antes que Yo te
formara en el seno materno, te conocí, Y antes que nacieras, te
consagré; Te puse por profeta a las naciones» (Jeremías 1.5, NBLH).
En el Nuevo Testamento, la historia del hombre ciego (Juan 9), nos
ofrece otro buen ejemplo. Los discípulos querían enredarse en una
discusión acerca del origen de su aflicción. Jesús, sin embargo, percibió
en el hombre una oportunidad preparada de antemano «para que las
obras de Dios se manifiesten en él» (v. 3, NBLH).
¿Cuáles son las implicaciones de este principio? Señala claramente
que no necesitamos inventar nada nuevo ni pasar tiempo analizando con
qué proyecto podemos honrar más al Señor. Más bien, necesitamos
discernimiento para percibir cuáles son las obras que él está realizando
a nuestro alrededor, para unir nuestro esfuerzo a lo que él ya está
haciendo. Esto torna mucho más sencillas las buenas obras, pues gran
parte del trabajo ya lo ha realizado el Señor. El camino está allanado;
nosotros solamente necesitamos caminar por él.
REFERENCIA
«Puedes hacer todos los planes que quieras, pero el propósito del
SEÑOR prevalecerá». Proverbios 19.21 NTV
22 DE SEPTIEMBRE
Silencio elocuente
Esta es la nación que no obedece al SEÑOR su Dios y que rechaza
ser enseñada. Entre ellos la verdad ha desaparecido; ya no se
escucha en sus labios. Jeremías 7.28
El Señor describe, por medio de su profeta Jeremías, la realidad de un
pueblo que hacía tiempo que le había dado la espalda. No obstante, el
contexto de este texto revela que Israel aún guardaba las formas y
continuaba considerándose pueblo de Dios.
El texto de hoy resulta interesante porque nos ofrece una pista sobre
cómo llegar a conocer el corazón de una persona. Se trata simplemente
de prestar atención a los temas de sus conversaciones. Tal como lo
señaló el Señor Jesús: «de la abundancia del corazón habla su boca»
(Lucas 6.45, NBLH).
No me refiero aquí a las conversaciones donde alguien ha impuesto
un tema, ni tampoco de las cosas que podamos decir dentro del contexto
de nuestras reuniones. En esos casos, el entorno obliga a la persona a
expresarse de acuerdo con ciertos parámetros comunes a la cultura
evangélica. Más bien, me refiero a aquellas conversaciones
improvisadas, fruto de un encuentro casual o de un momento de
relajación entre amigos. Los temas que se abordan en estos
intercambios son los que mejor revelan las prioridades, los intereses y
las preocupaciones que anidan en nuestros corazones.
En el texto de hoy el Señor señala que «la verdad ha desaparecido;
ya no se escucha en sus labios». Es decir, en los diálogos y las
conversaciones que el pueblo sostenía a diario, raras veces se
mencionaba al Señor o la ley que él había dejado al pueblo. De ese
síntoma el Señor puede diagnosticar la enfermedad que afecta a una
nación desobediente que rehúsa ser enseñada.
Esta observación es valiosa porque nos permite acceder a una salida
al problema del engaño de nuestro corazón. Precisamente por lo
mentiroso que es nos resulta difícil discernir el verdadero estado en que
se encuentra. Prestar atención a las conversaciones, sin embargo,
resultará más revelador que un examen minucioso de nuestro espíritu o
el de otros.
De esta manera, si queremos saber lo que realmente es importante
para alguien, no necesitamos más que hacer silencio y dejar que hable.
Los temas que surjan naturalmente nos dirán todo lo que necesitamos
saber acerca del verdadero compromiso que pueda tener esa persona
con el Señor.
Si deseamos llevar este proceso hacia un plano más personal,
podemos intentar el ejercicio de ser espectadores de nuestras propias
conversaciones. ¿Cuáles son los temas que naturalmente surgen en
ellas? ¿En qué dirección se mueven nuestras pláticas cuando nos
encontramos en un entorno informal? Las respuestas a esas y otras
preguntas que nos podamos hacer nos ofrecerán una mirada bastante
acertada de los verdaderos tesoros que tenemos en nuestros corazones.
No lograremos erradicar lo que hay en nuestro corazón simplemente
analizando su contenido. Un buen diagnóstico, sin embargo, es esencial
para comenzar a buscar del Señor la transformación que tanto
anhelamos.
REFERENCIA
«Una persona buena produce cosas buenas del tesoro de su
buen corazón, y una persona mala produce cosas malas del tesoro de su
mal corazón». Lucas 6.45
23 DE SEPTIEMBRE
Cuestión de óptica
El camino de los perezosos está obstruido por espinas, pero la senda
de los íntegros es una carretera despejada. Proverbios 15.19
Una de las herramientas que más emplea el autor de Proverbios es la
del contraste. En el texto de hoy se compara al perezoso con el íntegro,
para ofrecer un marcado contraste entre los caminos que cada uno
recorre.
A veces caemos en la trampa de creer que a algunas personas la
vida les ha sido muy generosa, mientras que otros lo único que han
recibido son problemas. Dentro del marco de la iglesia admiramos a
aquellos para quienes el camino de la fe parece consistir en una victoria
detrás de otra, mientras que nosotros luchamos día a día con la
sensación de no avanzar nada. Creemos que a ellos les ha ido bien
porque Dios les ha dado oportunidades que nosotros nunca recibimos, y
por eso nuestra admiración no deja de teñirse con cierto espíritu de
envidia.
El autor de Proverbios señala que el camino del perezoso está
obstruido por espinas. La palabra, en hebreo, se refiere literalmente a un
cerco construido con espinas. Es decir, está rodeado de dificultades y le
resulta imposible avanzar por la multitud de problemas que debe
afrontar.
Quizás te sientas tentado a mirar con lástima a este pobre infeliz. La
verdad, sin embargo, es que el cerco de espinas que lo rodea solamente
existe en su cabeza. El holgazán es alérgico al trabajo, pero no le gusta
reconocerlo. Para evadir la verdadera raíz de sus problemas, imagina
que en cada proyecto y cada oportunidad existe un obstáculo
insuperable. En otro texto, el autor declara: «El perezoso afirma: “¡Hay
un león en el camino! ¡Sí, estoy seguro de que allí afuera hay un león!”»
(Proverbios 26.13).
Sus excusas son ridículas, pero a él le sirven para no moverse del
lugar en que se encuentra. El camino del íntegro es una carretera
despejada. Aquí también se emplea un término interesante. La palabra,
en hebreo, significa, literalmente, un terraplén levantado o ensanchado.
Entiendo por esto que el camino del íntegro no estaba despejado al
principio, pero por su insistencia logra quitar los obstáculos y comienza a
avanzar cada vez más seguro porque la pasión con que trabaja le abre
camino donde otros tropiezan y caen. Por eso, al mirarlo, nos deja con la
sensación de que todo le resulta fácil. La verdad, sin embargo, es que se
enfrenta a los mismos obstáculos que todos los demás.
No puedo dejar de aplicar esta analogía a la vida espiritual. Cierto
grado de grandeza se conquista solamente por medio del esfuerzo y la
disciplina. Los grandes santos se levantan a la madrugada para buscar
el rostro del Señor. Los pequeños dicen: «Me voy a resfriar si me levanto
tan temprano». Los héroes de la fe dicen: «Bendice alma mía, a
Jehová». Los perezosos dicen: «La verdad es que, en este momento, no
estoy de ánimo para alabar al Señor».
REFLEXIÓN
Te habrás dado cuenta de que aquí el problema es la actitud. Dos
personas, ante las mismas circunstancias, poseen visiones
completamente diferentes. Uno ve solamente oportunidades; el otro
solamente percibe dificultades. ¿Con cuál de los dos nos vamos a
alinear tú y yo?
24 DE SEPTIEMBRE
Palabra oportuna
El hombre se alegra con la respuesta adecuada, Y una palabra a
tiempo, ¡cuán agradable es! Proverbios 15.23 NBLH
Hace unos días tuve la oportunidad de compartir varios días con dos
personas que fueron golpeadas por una durísima tragedia. Me
comentaban que, entre las estrategias que tuvieron que emplear para
pasar por aquella terrible tempestad, una de ellas consistió en pedirle a
Dios que los guardara de hermanos que hacían comentarios
inapropiados sobre lo acontecido. Me dio tristeza escuchar que debieron
pedirle al Señor que los guardara de sus propios hermanos en Cristo,
pero también soy testigo de la multitud de veces que nuestras palabras
lastiman en lugar de sanar.
La verdad es que somos torpes a la hora de hablar. En ocasiones, lo
que decimos es como echarle limón a una herida abierta en el corazón
de quien escucha. En otras oportunidades, convertimos en trivial algo
que es absolutamente serio. En otras situaciones aconsejamos un
camino que claramente no cuadra con lo que el Señor está haciendo en
la vida de la persona a quien quisiéramos ayudar.
El autor de Proverbios entiende estos desaciertos, y por eso exclama:
«una palabra a tiempo, ¡cuán agradable es!». En otro proverbio declara
que «el consejo oportuno es precioso, como manzanas de oro en
canasta de plata» (Proverbios 25.11, NTV).
Lo primero que podemos decir sobre la buena palabra es que, según
el texto de hoy, es adecuada. Esta palabra es el consejo perfecto para la
consulta recibida, la respuesta exacta a la duda planteada, el consuelo
ansiado para el corazón dolido. Es decir, la palabra se amolda con
precisión a los requerimientos de la situación.
Esto nos ayuda a entender por qué, en este mismo capítulo, el autor
de Proverbios señala que «el corazón del justo piensa bien antes de
hablar» (15.28, NTV). Ese momento de quietud, antes de hablar, deja
espacio para que Dios pueda orientar los pensamientos y ayudarnos a
entender las dimensiones que están representadas en las palabras de la
otra persona. Una vez que hemos logrado un verdadero discernimiento
espiritual de la situación podremos, quizás, ofrecer una respuesta que se
ajuste a las necesidades de la otra persona.
Lo segundo que observamos es que la palabra agradable es la que
se habla a tiempo. El hebreo indica un momento adecuado, la estación
correcta. Quiere decir que existen situaciones en que la palabra es
buena, pero la ocasión es mala. Cuando una persona está enojada, por
ejemplo, no es sabio intentar corregirla. Cuando alguien está hundido en
la tragedia, no le ayuda que le recitemos versículos. Debemos distinguir
el momento para hablar. Si no es apropiado, podemos guardar la palabra
en espera del tiempo oportuno.
La palabra justa, hablada en el momento correcto, posee toda la
belleza de una flor que anuncia la llegada de la primavera. La flor nos
atrae precisamente porque se abre en el momento del año en que el
invierno ya resultaba demasiado extenso.
REFLEXIÓN
Es bueno que adquiramos disciplina a la hora de hablar. El objetivo es
que nuestras palabras sean pocas, pero buenas. Quien logra hablar de
esta manera goza de gran sabiduría, y será buscado por muchos a la
hora de pedir un consejo.
25 DE SEPTIEMBRE
Pruébense
Examínense para saber si su fe es genuina. Pruébense a sí mismos.
Sin duda saben que Jesucristo está entre ustedes; de no ser así,
ustedes han reprobado el examen de la fe genuina. 2 Corintios 13.5
Estaríamos perdidos si la exhortación del apóstol Pablo solamente
consistiera en la primera frase: «Examínense para saber si su fe es
genuina». Ya he mencionado, en varias de mis reflexiones, el drama que
representa intentar una correcta lectura de nuestro corazón. Por su
inclinación al engaño, siempre tiende a mostrarnos lo que queremos ver.
Por esto, examinarnos a nosotros mismos fácilmente nos podría
conducir a la conclusión de que todo está como tiene que estar.
El contexto de la exhortación, sin embargo, nos provee algunas
pistas acerca de lo que debemos buscar en esta examinación. En esta
carta en particular, Pablo debió responder a las acusaciones que
aseguraban que él no era un apóstol genuino. El apóstol nos ofrece una
mirada íntima de su vida a la que no accedemos en ninguno de sus otros
escritos.
Entre los argumentos que presenta, declara: «Cuando estuve con
ustedes les di pruebas de que soy un apóstol. Pues con paciencia hice
muchas señales, maravillas y milagros entre ustedes» (12.12). Y es
dentro de ese marco que Pablo demuestra estar convencido de que
«Cristo no es débil cuando trata con ustedes; es poderoso entre
ustedes. Aunque fue crucificado en debilidad, ahora vive por el poder de
Dios» (13.3-4).
El sentido del término «examinar» es someter a algo o alguien a una
prueba para identificar la verdadera naturaleza que posee. El objetivo de
esta prueba consiste en comprobar si los creyentes viven firmemente
anclados en la fe.
Como señalé al principio de esta reflexión, si la prueba consistiera
simplemente en contestar una pregunta, de seguro que todos
responderían de manera afirmativa. Pero Pablo no está interesado en
argumentos y vanas palabrerías, sino en evidencias que delaten, de
manera inequívoca, la presencia de Cristo en medio de ellos.
Estas evidencias no consisten solamente en ser testigos de que él
obra señales, milagros y prodigios en medio de ellos, sino en la
transformación profunda que conduce hacia la semejanza con el Hijo de
Dios (2 Corintios 3.18). Su temor es que «cuando vaya de nuevo, Dios
me humille ante ustedes. Y quedaré entristecido porque varios de
ustedes no han abandonado sus viejos pecados. No se han arrepentido
de su impureza, de su inmoralidad sexual ni del intenso deseo por los
placeres sensuales» (12.21).
Este proceso de examinación de nuestras vidas también debe
producir evidencias incontrovertibles de que Cristo está presente y activo
en nosotros y nuestro entorno. Debemos identificar hechos concretos
que testifican acerca de lo que él está haciendo en nuestro medio. La
razón es evidente: Cristo siempre está activo, y en todo lugar donde él
se hace presente comienza una revolución. Nada permanece igual, pues
su presencia todo lo transforma. Nuestra vida debe dar muestras de que
ese poder actúa también en nosotros.
CITA
«El mismo Jesús que cambió agua en vino puede transformar tu hogar,
tu vida, tu familia y tu futuro. Él aún está en el negocio de hacer milagros
y su negocio es la transformación». Adrian Rogers
26 DE SEPTIEMBRE
Otros valores
No insultes al sordo ni hagas tropezar al ciego. Debes temer a tu Dios;
yo soy el SEÑOR. Levítico 19.14
El libro de Levítico contiene una serie de instrucciones que buscaban
convertir a Israel en una comunidad de amor y compasión hacia el
prójimo. No debemos olvidar que la única vida que habían conocido,
hasta ese momento, era la de los esclavos.
La existencia del esclavo es particularmente brutal y cruel. Los
esclavos pronto descubren que deben adoptar posturas de dureza frente
al dolor si es que aspiran a sobrevivir al régimen implacable que impone
la esclavitud. Los israelitas que avanzaban hacia la Tierra Prometida, sin
embargo, debían erradicar esa dureza si se iban a convertir en el pueblo
de Dios, una nación que viviría según los valores que el Señor establece.
En el capítulo 19 estas instrucciones permiten ver, de manera
especial, el corazón tierno y misericordioso del Señor en los cuidados
que él muestra hacia los más débiles, tales como los pobres, los
extranjeros, los jornaleros y los ancianos.
En el texto de hoy el Señor prohíbe conductas que delatan cierto
elemento de crueldad. Por ejemplo, insultar a los gritos a un sordo o
poner un obstáculo en el camino a un ciego muestra un corazón
particularmente perverso, pues esta persona se divierte o ensaña con
aquellos que padecen una severa aflicción física. Esta clase de
comportamiento recuerda los peores excesos del régimen Nazi, donde
los que sufrían discapacidades eran enviados a campos de exterminio
por ser considerados menos que humanos.
El principio que encierra esta instrucción es que no debemos ceder
ante la tentación de ridiculizar, humillar o burlarnos de los atributos
físicos de nuestro prójimo. La razón es que ninguno de nosotros pudimos
hacer algo para escoger los rasgos particulares que poseemos. El color
de nuestra piel, nuestra estatura, el tamaño de nuestra cabeza o lo
pronunciado de nuestra nariz son características con las que nacimos.
Los conceptos de belleza en un mundo caído, sin embargo, se basan
precisamente en aquellos atributos sobre los cuales tenemos poco o
ningún control: nuestros rasgos físicos.
En el pueblo de Dios, sin embargo, reinan los parámetros que son
parte del tierno corazón del Señor. Él se muestra especialmente
amoroso hacia aquellos que la sociedad tiende a rechazar. Si pasamos
tiempo con él, comenzaremos a incorporar a nuestras vidas sus mismos
valores. Y ese es el argumento que el Señor despliega cuando aboga
por los derechos del sordo y el ciego: «debes temer a tu Dios». Por amor
a su nombre debemos imitar su postura, y esto consiste en tratar a todos
con respeto y consideración porque así los trata nuestro Dios.
Resiste el impulso a ser arrastrado por los valores efímeros del
mundo. Pídele al Señor que te dé un corazón capaz de descubrir la
belleza que posee cada ser humano sobre la faz de la tierra, sin importar
sus particularidades físicas. Ante sus ojos, todos poseen un valor
incalculable y Cristo dio su vida por cada uno de ellos.
CITA
«Dónde crece el amor, crece la belleza, pues el amor es la belleza del
alma». Agustín de Hipona
27 DE SEPTIEMBRE
Cántico triunfal
Cantaré al SEÑOR, porque ha triunfado gloriosamente; arrojó al mar al
caballo y al jinete. El SEÑOR es mi fuerza y mi canción; él me ha dado
la victoria. Él es mi Dios, y lo alabaré; es el Dios de mi padre, ¡y lo
exaltaré! Éxodo 15.1-2
Cuando el pueblo de Dios llegó al otro lado del mar Rojo, luego de la
asombrosa intervención del Señor, entonaron esta canción al Señor.
Hubo gran celebración porque Dios había demostrado de manera
contundente su maravilloso cuidado hacia el pueblo. No solamente había
neutralizado la amenaza que representaba la soberbia tozudez del
faraón, sino que todo el ejército egipcio había sido destruido cuando las
aguas del mar se desplomaron sobre ellos.
No se requiere de mucha creatividad para imaginar el espíritu de
absoluta euforia que predominaba en el campamento de los israelitas. El
relato nos dice que «la profetisa Miriam, hermana de Aarón, tomó una
pandereta, se puso al frente, y todas las mujeres la siguieron, danzando
y tocando sus panderetas» (v. 20). Suponemos que los festejos se
prolongaron hasta altas horas de la madrugada, o incluso a lo largo de
varios días. ¡Israel finalmente se había librado del yugo de la esclavitud!
Tomemos un momento para rebobinar la historia y observemos a los
israelitas antes de que se abriera el mar Rojo. Cuando llegaron a orillas
del mar se dieron cuenta de que no tenían forma de avanzar. De pronto,
aparecieron las tropas del faraón y los israelitas no tardaron en
reaccionar. «¿Por qué nos trajiste aquí a morir en el desierto?», le
preguntaron a Moisés. «¿Acaso no había suficientes tumbas para
nosotros en Egipto? ¿Qué nos has hecho? ¿Por qué nos obligaste a salir
de Egipto? ¿No te dijimos que esto pasaría cuando aún estábamos en
Egipto? Te dijimos: “¡Déjanos en paz! Déjanos seguir siendo esclavos de
los egipcios. ¡Es mejor ser un esclavo en Egipto que un cadáver en el
desierto!”» (Éxodo 14:11-12).
¡Qué dramática es la diferencia de esta escena con los eufóricos
festejos que ocurrieron del otro lado del mar Rojo! Pareciera que nos
encontráramos frente a dos grupos de personas completamente
diferentes. La triste verdad, sin embargo, es que se trata del mismo
pueblo.
Usemos la creatividad nuevamente e imaginemos que las letras del
texto de hoy representan un cántico que entonaron los israelitas antes de
cruzar el mar Rojo. Es decir, no habían visto la extraordinaria
intervención de Dios a su favor, pero poseían convicciones tan firmes de
que el Señor no los abandonaría, que se entregaron a adorarle, sin
reservas, antes de que él abriera el mar Rojo.
Es difícil imaginarse esta situación, ¿verdad?, personas celebrando la
victoria de Dios, antes de que se las haya otorgado. No obstante, es el
camino que recorren los verdaderos gigantes de la fe. Celebran por
anticipado los triunfos que el Señor les va a conceder. Esta es la
expresión más pura de un corazón que confía plenamente en el Señor.
No adora con el periódico del lunes en la mano; eso lo podemos hacer
todos. Adora cuando el desenlace es incierto.
CITA
«Cuando le confiamos completamente cualquier situación difícil a Dios,
agradeciéndole y alabándolo por ella, su poder se manifiesta». Merlin
Carothers[25]
28 DE SEPTIEMBRE
Más allá de la estupidez
¡Sí, ellos rinden culto a ídolos que hicieron con sus propias manos!
Jeremías 1.16
Al leer el texto de hoy uno no puede reprimir una sonrisa, por la escena
tan ridícula representada en esta frase: un ser humano postrado ante un
ídolo ¡que él mismo había fabricado!
Este es uno de los argumentos que el Señor frecuentemente
despliega por medio de sus profetas. Isaías, por ejemplo, se burla de la
insensatez del proceso por el que un ídolo llega a ser un ídolo. Pregunta:
«¿Quién, sino un tonto, se haría su propio dios, un ídolo que no puede
ayudarlo en nada?» (Isaías 44.10). Luego describe los detalles del
proceso de fabricación del ídolo, con lo cual queda expuesto aún más lo
absurdo del camino recorrido: «Quema parte del árbol para asar la
carne y para darse calor. Dice: “Ah, ¡qué bien se siente uno con este
fuego!”. Luego toma lo que queda y hace su dios: ¡un ídolo tallado! Cae
de rodillas ante el ídolo, le rinde culto y le reza. “¡Rescátame! —le dice
—. ¡Tú eres mi dios!”. ¡Cuánta estupidez y cuánta ignorancia!» (44.1618).
¿Cómo es que un ser humano inteligente puede ceder ante una
práctica tan increíblemente estúpida? Creo que la respuesta no la
encontramos en el ídolo en sí, sino en lo que lo motiva a fabricar esa
imagen. Detrás de este necio procedimiento está el profundo deseo de
relacionarse con un dios que podamos manejar a nuestro antojo. No
experimentamos ningún problema con realizar ciertos sacrificios a esta
imagen tallada, ni tampoco nos resistimos a apartar algunos días para
honrarla de manera especial. Lo que anhelamos evitar, a toda costa, es
que este dios nos maneje la vida a nosotros, que nos diga por qué
camino debemos transitar y que nos exija un nivel de lealtad que no
estamos dispuestos a conferirle a nadie.
El temor a ser controlados se multiplica cuando observamos que en
los relatos bíblicos el Señor tiende a irrumpir en las vidas sin aviso
previo, y por lo general las termina desviando hacia una nueva dirección.
No deseamos asumir el riesgo de convivir con un Dios que pueda
interrumpir nuestra ordenada y predecible existencia, ni que se mueva
en los tiempos que él quiera y no en los nuestros. Ante esta posibilidad,
optamos por un dios que nosotros podamos manejar.
Cometemos un grosero error si creemos que, por haber evolucionado
como cultura, somos libres de la necedad que lleva a los seres humanos
a postrarse ante imágenes hechas con sus propias manos. El espíritu
que los condujo a ellos a esas prácticas sigue tan vivo en este tiempo
como lo estuvo en los días de Jeremías. Nuestra cultura evangélica
también ha sido afectada por el espíritu de control que naturalmente
aflora en el ser humano.
REFLEXIÓN
Para vivir intensamente nuestra relación con el Señor debemos
renunciar, una y otra vez, al anhelo de imponer nosotros los espacios,
los tiempos y las formas en que nos conectamos con él. En resumidas
palabras, debemos atrevernos a darle permiso a que nos interrumpa
cuántas veces quiera, rindiendo ante él los temores que tanto
condicionan nuestra existencia.
29 DE SEPTIEMBRE
Andar entre ellos
Vivan sabiamente entre los que no creen en Cristo y aprovechen al
máximo cada oportunidad. Colosenses 4.5
Una de las áreas en que nos generamos una crisis como iglesia, es en
nuestras relaciones con los que no conocen al Señor. Cuando una
persona se convierte es común que la absorbamos de tal manera en las
actividades de la congregación que acaba perdiendo las relaciones que
tiene con las personas de su entorno. Incluso en algunos casos se
dañan las relaciones con su misma familia.
Cuando esto sucede, la iglesia pierde las vías naturales por las que
puede compartir la Buena Noticia con otros. Esta situación la obliga a
recorrer un camino poco natural, que es el de organizar encuentros
especiales para tratar de alcanzar a los que andan en tinieblas. Los de
afuera, sin embargo, raras veces acceden a asistir a estos encuentros
que los sacan de su entorno común.
El hecho es que, cuando obramos de esta manera, hemos
efectivamente invertido el orden de la misión que se nos ha confiado. La
Palabra indica que Cristo tomó la iniciativa de salir a buscarnos a
nosotros, mientras estábamos muertos en nuestros pecados (Efesios
2.5). Dejó los lugares celestiales y se despojó de sí mismo para venir a
habitar entre aquellos que más ayuda necesitaban (Filipenses 2.6-7).
Los encuentros evangelísticos que organizamos, en cambio, requieren
que los incrédulos vengan a nosotros, en lugar de nosotros salir a los
lugares donde ellos se mueven y viven.
En el texto de hoy Pablo señala el camino más efectivo para alcanzar
la vida de aquellos que no conocen al Señor. El término «vivan»
significa, literalmente, «anden o caminen». Cuando pensamos en estas
palabras inmediatamente viene a nuestra mente la forma en que Cristo
se movía entre el pueblo. Andaba de ciudad en ciudad, de pueblo en
pueblo, y por el camino aprovechaba las oportunidades que se le
presentaban.
Para lograr este cometido es necesario que andemos con sabiduría.
Es decir, necesitamos inteligencia y discernimiento para percibir
situaciones que son propicias para sembrar la semilla del reino. La
Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy traduce así el texto de hoy:
«Anden sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el
tiempo». La frase «aprovechando bien el tiempo» significa, literalmente,
redimiendo o comprando las oportunidades mediante un buen uso de
ellas.
Pablo no se refiere aquí a eventos formales y organizados, sino a las
múltiples situaciones en las que nos encontramos a diario: en una fila
para pagar una cuenta, esperando en el consultorio del médico,
conversando con un compañero de trabajo, en una charla con un cajero,
o a la espera de que llenen de combustible el tanque de nuestro
vehículo.
Jesús convirtió momentos ordinarios en oportunidades para
encuentros extraordinarios, tal como observamos en su conversación
con la mujer que fue a buscar agua. Nosotros hemos sido invitados a
transitar por la vida atentos al mover de Dios, de tal manera que
percibamos en una situación común posibilidades que otros no ven.
CITA
«El evangelismo no es la tarea de unos pocos profesionales
capacitados, sino la ineludible responsabilidad de cada persona que
pertenece a la compañía de los que caminan con Jesús». Elton
Trueblood
30 DE SEPTIEMBRE
Conversaciones sazonadas
Que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal,
para que sepan cómo deben responder a cada persona. Colosenses
4.6 NBLH
El apóstol Pablo nos anima a caminar por la vida atentos a las
oportunidades que pueden ser propicias para sembrar la semilla del
reino. Estas no se refieren solamente a aquellas situaciones donde
verbalmente podemos compartir la Buena Noticia con otros, sino también
a otros momentos donde podamos intervenir mediante una oración, un
gesto de amabilidad, un acto de servicio o el sencillo regalo de escuchar
el lamento de quien está afligido.
La vía de entrada que más frecuentemente abrirá la puerta para esta
clase de situaciones, sin embargo, es la conversación. Es una de las
acciones en las que más tiempo invertimos a lo largo del día, aun si los
intercambios son breves o fugaces. Pablo nos anima a que cada una de
nuestras conversaciones sea siempre con gracia. Es decir, que posean
un elemento que las distinga de los intercambios verbales normales de la
gran mayoría de personas.
Muchas de las conversaciones que podemos entablar con aquellos
que no conocen al Señor giran en torno a las cargas, los desafíos y las
dificultades de la vida. Las personas andan cargadas y no tardan en
comunicar sus luchas con quienes están dispuestos a escucharlas.
Quizás los preocupe la inseguridad y la violencia que son parte de
nuestra existencia en estos tiempos. Puede ser que se quejen por la
corrupción que perciben en el gobierno, o por las injusticias que padecen
a manos de sus empleadores.
Cuando ellos orientan sus comentarios en esa dirección nosotros nos
encontramos frente a dos opciones: podemos elegir sumarnos a sus
lamentos, de manera que acabemos los dos aún más desanimados o
molestos de lo que estábamos al principio, o podemos introducir un
elemento de gracia. No es que nos mostremos indiferentes a sus
lamentos, sino que, con delicadeza, podemos intentar direccionar la
conversación hacia temas que imparten vida y ánimo al corazón.
Pablo elige comparar esta capacidad con la acción de sazonar la
comida con sal. El buen cocinero sabe que la sal debe colocarse en su
medida justa para que complemente los sabores del alimento. Si falta
sal, la comida se sentirá sosa; pero si contiene cantidades excesivas de
sal, no se podrá comer. Del mismo modo, una conversación sazonada
con gracia introduce un elemento edificante sin aspirar a presentar, en
un solo intercambio, la totalidad del evangelio.
Jesús es un buen modelo a seguir. Observamos que en sus
conversaciones muchas veces introduce solamente lo necesario para
despertar en la otra persona una curiosidad por lo espiritual. En
ocasiones, simplemente plantea una pregunta. En otras, orienta la
conversación con destreza para que desemboque en temas más
provechosos. No se trata de una técnica, sino más bien del resultado
natural de un genuino interés por el bienestar eterno de los que
comparten con nosotros la vida.
ORACIÓN
Señor, concédeme ser un instrumento de tu gracia en este día, de tal
manera que traiga bendición a la vida de alguien que aún no te conoce.
Dame los ojos para ver aquellas situaciones propicias para extender el
reino.
OCTUBRE
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1 DE OCTUBRE
Dimensión escondida
Tú y tus hombres de guerra marcharán alrededor de la ciudad una vez
al día durante seis días. Siete sacerdotes caminarán delante del arca;
cada uno llevará un cuerno de carnero. El séptimo día, marcharán
alrededor de la ciudad siete veces mientras los sacerdotes tocan los
cuernos. Josué 6.3-4
Solo requerimos de unos segundos para leer el texto de hoy. Relata, sin
embargo, los eventos de una increíble semana. Es posible que la
velocidad de nuestra lectura no nos permita captar el dramatismo de lo
que vivieron los israelitas en esta primera conquista en la Tierra
Prometida.
Cuando leo los detalles de las instrucciones que el Señor le dio a
Josué no puedo evitar la pregunta que surge de nuestra cultura
pragmática, obsesionada con el ahorro de tiempo. ¿Por qué Dios no le
entregó la ciudad luego de simplemente dar una vuelta alrededor de
ella? ¿Por qué fue necesario repetir el mismo procedimiento a lo largo de
seis días? Y, ¿por qué el último día tuvieron que dar siete vueltas a la
ciudad antes de que se desplomaran los muros?
La pregunta revela cuán enfocados estamos en lograr las metas que
nos proponemos. Cuando nos trazamos un objetivo, invertimos toda
nuestra energía en ello. No nos detenemos a pensar mucho en el
proceso que recorremos para alcanzarlo porque el premio consiste en
alcanzar la meta. Lo demás es completamente secundario.
En los proyectos de Dios, sin embargo, siempre existen al menos dos
objetivos claros. Uno es aquel que el Señor va a alcanzar por medio de
la persona o las personas que participan de su proyecto. El otro objetivo
es lo que Dios va a lograr en la vida de aquellos que son parte del
proyecto, algo que con frecuencia perdemos de vista.
Desde esta perspectiva, entonces, la toma de Jericó es solamente
una meta entre muchas otras metas que trabaja el Señor. Una de ellas,
sin duda, es fortalecer la fe de los israelitas, y nada logra tan
admirablemente esta meta como la demora en la resolución del
proyecto.
Intentemos ponernos en las sandalias de quienes habían sido
llamados a dar vueltas alrededor de la ciudad. Es posible que el primer
día hayan cumplido la misión con gran entusiasmo y, quizás, el segundo
también. ¿Qué habrán pensado el quinto o el sexto día? Seguramente
las dudas comenzaban a turbar sus mentes, y algunos se habrán
preguntado: «¿Y si esto no funciona?».
En este libro hemos hablado mucho sobre la importancia de la
perseverancia. Seguir adelante, aun cuando no se observa ningún
cambio visible, es bueno para nuestro espíritu. Le hace bien al corazón
porque lo obliga a transitar por el camino de la confianza. Y un corazón
que confía plenamente en el Señor vale más que mil muros caídos.
REFLEXIÓN
Es bueno tener presente que en cada proyecto que nos confía el Señor,
él estará también trabajando en nuestras propias vidas. No importa
cuántos años tengamos en el camino del Señor ni las victorias que
hayamos obtenido en el pasado. El Señor no abandona nunca su
compromiso de formar en nosotros un corazón parecido al de su Hijo.
Por esto, hacemos bien en prestar atención a esta dimensión escondida
de la obra.
2 DE OCTUBRE
Desfigurados por la desesperación
Tiempo después, el rey de Aram reunió a todo su ejército y sitió
Samaria. Como consecuencia, hubo mucha hambre en la ciudad.
2 Reyes 6.24-25
El sitio es uno de los métodos más crueles que se emplean, en el marco
de un conflicto bélico, para subyugar al enemigo. Se trata de una
maniobra por la cual el ejército atacante rodea una ciudad y le corta
todos los caminos por los que sus habitantes se abastecen de alimentos
y productos básicos para su existencia.
El texto de hoy no dice cuánto tiempo duró el sitio contra Samaria,
pero describe la pavorosa situación que existía dentro de la ciudad. El
hambre era tan intensa que la cabeza de un burro se vendía por ochenta
piezas de plata, lo que equivalía a una verdadera fortuna. Hasta el
estiércol de paloma se había convertido en un valioso bien, a causa del
hambre que cada día atormentaba la existencia de los ciudadanos.
En medio de ese terrible panorama, dos mujeres llegaron a un
horroroso acuerdo: ¡decidieron comerse a sus propios hijos! Primero se
comieron al hijo de una de ellas, pero cuando llegó el momento de
comerse al hijo de la otra la madre, esta no pudo cumplir con su palabra
y lo escondió.
Nos resulta difícil entender que alguien pueda llegar a tal grado de
desesperación que contemple acciones que jamás consideraría en el
marco de una vida normal. La historia, sin embargo, está repleta de
ejemplos similares. Durante la desastrosa retirada del ejército de
Napoleón de Moscú, en medio de un cruento invierno, el hambre de los
soldados era tal que se juntaban alrededor de los que caían por el
camino, esperando el momento en que fallecieran para comerse los
cuerpos de sus compañeros.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán sitió a
Leningrado durante 872 días. En un momento el hambre era tan intensa
que fallecían cien mil personas por mes. La desesperación llevó a que la
población comenzara a ver casos de canibalismo, mientras que otros se
alimentaban de los cadáveres que los rodeaban.
Es poco probable que nosotros, algún día, nos encontremos en una
situación similar. La historia, sin embargo, nos alerta sobre una verdad:
cuando una crisis profunda azota nuestras vidas, somos capaces de
comportamientos que nos tornan irreconocibles.
Es por esto que tiene tanta importancia aprovechar bien los días
buenos. Al igual que el consejo de José al faraón, es bueno
aprovisionarnos de riquezas espirituales para los eventuales años de
vacas flacas. No sabemos en qué momento nos puede tocar atravesar
por una abrumadora crisis. No obstante, sabemos que lo que nos
sostendrá en esos días será lo que pudimos construir en nuestras vidas
cuando el sol brillaba y todo se veía bien. La persona con una fe endeble
se desmoronará en medio de la crisis, mas la persona con una vida
espiritual robusta podrá mantenerse en pie. No esperemos que llegue la
tormenta para buscar al Señor.
REFERENCIA
«Con todo mi corazón te he buscado; no dejes que me desvíe de tus
mandamientos. En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar
contra ti». Salmo 119.10-11 NBLH
3 DE OCTUBRE
Chivo expiatorio
Entonces el rey juró: «Que Dios me castigue y aun me mate si hoy
mismo no separo la cabeza de Eliseo de sus hombros». 2 Reyes 6.31
La ciudad de Samaria sufría un agónico sitio que había llevado a la
población a niveles de hambre que jamás había experimentado. En
medio de la desesperación que produce la obsesión por encontrar algo
para comer, dos mujeres decidieron matar a sus propios hijos para
alimentarse. Una de ellas fue a ver al rey para quejarse porque su vecina
no había cumplido con su parte del grotesco pacto, sino que había
escondido a su hijo.
El espanto se apoderó del corazón del rey al ver el extremo al que
estaban llegando los habitantes de la ciudad. En medio del horror, hizo
un voto: «Que Dios me castigue y aun me mate si hoy mismo no separo
la cabeza de Eliseo de sus hombros».
Ayer reflexionábamos sobre los comportamientos irreconocibles que
pueden generar situaciones de profundas crisis. Y entre esos
comportamientos, uno de los más predecibles consiste en buscar a
quién culpar por el mal que nos toca atravesar. En este caso, el rey
consideró que el profeta de Dios era responsable de todo el sufrimiento
que padecía la gente, y decidió matarlo.
Así reaccionaron los hombres de David, cuando regresaron de una
campaña y encontraron que los amalecitas habían arrasado con su
campamento, llevando cautivas a sus esposas e hijas. Los hombres que
habían peleado a la par de David en incontables batallas, comenzaron a
hablar de apedrearlo (1 Samuel 30.6). David, en cambio, buscó el rostro
de Dios.
Del mismo modo, Marta y María dejan entrever, en su lamento, que
creían que Jesús era el responsable de la muerte de Lázaro, pues si él
hubiera estado presente se podría haber evitado el trágico desenlace
que llevó a su sepultura (Juan 11.21, 32).
Encontrar a un culpable por la crisis que nos toca atravesar nos
permite canalizar toda nuestra frustración y enojo hacia una persona.
Desatamos sobre ella toda la furia que nos produce la impotencia de no
poder cambiar la situación en la que nos encontramos. Este mecanismo,
sin embargo, rara vez produce algún alivio; lo único que consigue es que
acabemos distanciados de aquellos que injustamente culpamos por algo
que es propio de la vida en un mundo caído.
Buscar a un chivo expiatorio en medio de la crisis no es el camino
indicado. Más bien, necesitamos el alivio y el consuelo que solamente
nos puede proveer el Señor. Es por esto que David, en medio de la
angustia que le producía ver su campamento devastado, buscó
fortalecerse en el Señor. La respuesta a nuestra angustia consiste en
buscar el rostro de Dios, no para que nos dé explicaciones, sino para
que nos ministre y podamos salir adelante otra vez.
REFERENCIA
«Oré al SEÑOR, y él me respondió; me libró de todos mis temores. Los
que buscan su ayuda estarán radiantes de alegría; ninguna sombra de
vergüenza les oscurecerá el rostro. En mi desesperación oré, y
el SEÑOR me escuchó; me salvó de todas mis dificultades. Pues el
ángel del SEÑOR es un guardián; rodea y defiende a todos los que le
temen». Salmo 34.4-7
4 DE OCTUBRE
Palabra profética
Esto dice el SEÑOR: «Mañana, a esta hora, en los mercados de
Samaria, siete litros de harina selecta costarán apenas una pieza de
plata y catorce litros de grano de cebada costarán apenas una pieza
de plata». 2 Reyes 7.1
Samaria se encontraba sitiada por el ejército del rey Aram. El hambre
azotaba a la población y la gente recurría a prácticas aborrecibles en un
esfuerzo por aliviar la desesperación que sentía. Frente a esta realidad,
el rey de Israel decidió apresar a Eliseo para matarlo. Envió a uno de sus
funcionarlos para buscarlo, pero cuando llegó a la casa del profeta
encontró que la puerta estaba cerrada, pues Dios le había advertido
acerca de los perversos planes del rey.
El rey mismo decidió ir hasta la casa de Eliseo, donde dejó al
descubierto su falta de confianza en Dios: «¡Todo este sufrimiento viene
del SEÑOR! ¿Por qué seguiré esperando al SEÑOR?» (2 Reyes 6.33).
La respuesta del profeta es la que encontramos en el texto de hoy.
Contiene una asombrosa profecía, tan radicalmente diferente a la
horrorosa situación que se vivía en la ciudad, que el funcionario
reaccionó con irónica incredulidad: «¡Eso sería imposible aunque
el SEÑOR abriera las ventanas del cielo!» (7:2).
La ridícula declaración del funcionario no amerita análisis. El hecho
es que si Dios hubiera decidido abrir las ventanas del cielo podría haber
descendido sobre la ciudad la más abundante provisión del Señor. No
obstante, el grado de incredulidad es tal que ni siquiera en el mejor de
los desenlaces puede imaginar que algo logre destrabar la terrible crisis
que vive la población.
Una de las formas en que el Señor nos trae alivio en medio de
situaciones de desesperanza, es con palabras de esperanza acerca de
un futuro lleno de bendición. Consideremos, por ejemplo, las palabras de
Cristo al Pedro derrotado y desanimado, en Juan 21.16: «Cuida de mis
ovejas». Le revelaba un ministerio para el que había sido llamado, que
no se canceló por las tres negaciones del discípulo.
Del mismo modo, Dios se le apareció a Abraham cuando la espera
de su promesa se le hacía larga, para recordarle el futuro glorioso que
había preparado para sus descendientes (Génesis 15). Así también le
habló Isaías a la golpeada Israel, describiendo la gloriosa manifestación
del Señor en un futuro no tan lejano (Isaías 40.1-6).
Nosotros también podemos esperar, en momentos de profunda crisis,
que el Señor se acerque con palabras que reaviven nuestra esperanza.
No me refiero aquí a las frases insensibles de quienes no saben qué
decir, sino a las que provienen de aquellos que poseen autoridad
espiritual. Debemos recibir con fe estas palabras, aunque el presente
nos siga causando una profunda angustia y dolor. La esperanza que
imparten a nuestra alma es como un bálsamo para el corazón; nos
ayudan a recordar que el Señor no se ha olvidado de nosotros y que
ninguna aflicción dura para siempre.
ORACIÓN
«Dame el amor que mis pasos dirige, la fe que nada desconcierta, la
esperanza que ninguna desilusión apaga, la pasión que arde como un
fuego. No dejes que me hunda como una piedra. Haz de mí tu
combustible, oh fuego de Dios». Amy Carmichael
5 DE OCTUBRE
La locura del perdido
Sucedió que había cuatro hombres con lepra sentados en la entrada
de las puertas de la ciudad. «¿De qué nos sirve sentarnos aquí a
esperar la muerte?», se preguntaban unos a otros. 2 Reyes 7.3
Hemos estado reflexionando sobre situaciones que surgieron como
resultado de la terrible hambruna que golpeaba a Samaria al estar
sitiada por el ejército enemigo. En medio de escenas de absoluta
desesperación, el relato repentinamente introduce a los cuatro leprosos
mencionados en el texto de hoy.
Estos hombres, por su condición de enfermedad, no moraban dentro
de la ciudad, sino que estaban afuera, a las puertas de la misma. Si la
gente en la ciudad no tenía salvación, mucho menos la tenían estos
cuatro que yacían abandonados fuera de la ciudad.
Se pusieron a pensar y acordaron que no tenían nada que perder si
bajaban al campamento del enemigo para pedir alimentos. Entendían
que era posible que el enemigo los matara, pero sabían que la muerte
igualmente les llegaría si permanecían donde estaban. Decididos a
probar suerte con el enemigo, ni bien se puso el sol salieron hacia el
campamento de quienes los sitiaban.
Cuando llegaron se encontraron con la increíble sorpresa de que el
campamento había sido abandonado. «El Señor había hecho que el
ejército arameo escuchara el traqueteo de carros de guerra a toda
velocidad, el galope de caballos y los sonidos de un gran ejército que se
acercaba. Por eso se gritaron unos a otros: “¡El rey de Israel ha
contratado a los hititas y a los egipcios para que nos ataquen!”. Así que
se llenaron de pánico y huyeron en la oscuridad de la noche;
abandonaron sus carpas, sus caballos, sus burros y todo lo demás, y
corrieron para salvar la vida» (vv. 6-7).
¡Los leprosos no podían creer su buena fortuna! Entraron al
campamento y, con un desenfreno alocado, comenzaron a comerse todo
lo que tenían por delante.
Me gusta la presencia de estos cuatro leprosos en la historia. No son
personas que inspiran por su fe, ni tampoco son modelos de compromiso
con el Señor. No obstante, son los escogidos para disfrutar de las
primicias de la gran victoria que el Señor le había dado a Israel.
De alguna manera, estos varones dejan en claro que las grandes
aventuras no necesariamente están reservadas para los gigantes de la
fe. Son más frecuentes las situaciones donde, casi por accidente,
tropezamos con un milagro. No obstante, estos hombres poseían algo
que es digno de imitación. Se movieron porque habían arribado a la
conclusión de que no tenían nada que perder. Esa convicción es,
muchas veces, lo único que necesitamos para abrazarnos al Señor.
Los Evangelios están repletos de personas desesperadas que
decidieron confiar en el Señor como último recurso. Jesús no censuró su
fe poco ortodoxa. Al contrario, los premió con experiencias que
superaban ampliamente sus más alocadas ambiciones. Movernos hacia
Dios, aun cuando sentimos resignación, siempre es una buena decisión.
REFERENCIA
«Cuando finalmente entró en razón, se dijo a sí mismo: “En casa, hasta
los jornaleros tienen comida de sobra, ¡y aquí estoy yo, muriéndome de
hambre! Volveré a la casa de mi padre». Lucas 15.17-18
6 DE OCTUBRE
Día de buenas noticias
Finalmente se dijeron entre ellos: «Esto no está bien. Hoy es un día de
buenas noticias, ¡y nosotros no lo hemos dicho a nadie! Si esperamos
hasta la mañana, seguro que nos ocurre alguna calamidad. ¡Vamos,
regresemos al palacio y contémosle a la gente!». 2 Reyes 7.9
Los cuatro leprosos que se atrevieron a dejar el sitio que sufría la ciudad
de Samaria, se encontraron con un campamento enemigo abandonado.
El historiador nos dice que «fueron de carpa en carpa, comieron y
bebieron vino, sacaron plata, oro y ropa, y escondieron todo» (v. 8).
El comportamiento inicial de los cuatro leprosos revela que ni siquiera
ellos se escapan de las mezquinas actitudes que tanto empañan
nuestras relaciones con los demás. Su primer instinto fue acaparar todo
lo que podían para ellos, sin detenerse siquiera a pensar en los que
padecían hambre en la ciudad.
No pierdo de vista que ellos nunca habían recibido nada de nadie,
pues su condición de leprosos los condenaba a vivir al margen de la
sociedad, ignorados por muchos y evitados por el resto. No poseían un
historial que los pudiera inspirar a ser generosos hacia los demás. No
obstante, más allá de su condición de leprosos, el egoísmo del ser
humano caído está siempre presente en cada una de nuestras acciones.
En algún momento, sin embargo, se dieron cuenta de que no estaban
haciendo lo bueno. La abundancia de Dios no se acapara; se comparte.
Tal como he señalado en otras reflexiones, la bendición del Señor
siempre procede del deseo de hacerle bien a una comunidad, y no
solamente al individuo.
¡Cuánta dificultad tenemos para aceptar este concepto! De hecho, no
podemos dejar de notar que el comportamiento de los leprosos posee
inquietantes paralelos con nuestras propias actitudes. Si somos sinceros,
debemos confesar que nos molesta que el Señor quiera extender a otros
la misma generosidad que nosotros hemos disfrutado.
Jesús trabajó incansablemente para mostrar, por medio de acciones
y palabras, el corazón amoroso de su Padre celestial. Se topó
continuamente con las barreras que se levantan cuando alguien rompe
los esquemas populares de lo que significa amar. No obstante, no se dio
por vencido. Aun de cara a la cruz se vistió de sirviente y les lavó los
pies a sus discípulos, mostrando el camino que debían ellos recorrer en
el futuro (Juan 13). Mostró una y otra vez que el amor de Dios no puede
ser administrado del mismo modo que administramos nuestras finanzas.
Se nos ha permitido gustar de él para que, con una actitud de absoluto
desprendimiento, invitemos a cuantas personas podamos a que se unan
a esta experiencia.
Es bueno que sepamos que cada uno de nosotros debemos luchar
contra esa corriente que nos impulsa a querer acaparar lo que Dios nos
da, para disfrutarlo solamente nosotros. Será necesario pasar mucho
tiempo con Jesús para tener una actitud más generosa y desprendida.
Debemos clamar continuamente al Señor para que nos enseñe a amar
como él ama.
REFERENCIA
«Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no
sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la
fe de ustedes en Dios se ha divulgado». 1 Tesalonicenses 1.8 NBLH
7 DE OCTUBRE
Se quedaron afuera
Entonces la gente de Samaria salió corriendo y saqueó el campamento
de los arameos. Así se cumplió ese día, tal como el Señor había
prometido, que se venderían siete litros de harina selecta por una
pieza de plata y catorce litros de grano de cebada por una pieza de
plata. 2 Reyes 7.16
Samaria había padecido una terrible hambruna como resultado del sitio
al que la sometió el rey de Aram. En medio de una situación
absolutamente desesperante, el profeta Eliseo había anunciado que todo
volvería a la normalidad en el plazo de 24 horas.
Cuatro leprosos fueron los que descubrieron, por accidente, que los
arameos habían abandonado su campamento. El Señor había sembrado
el pánico entre ellos al hacerlos escuchar el estruendo de muchos
carros, lo que los llevó a pensar que estaban bajo ataque. Abandonaron
todo su equipamiento y huyeron para salvar sus vidas.
Los cuatro leprosos, que se dieron un festín, eventualmente volvieron
a la ciudad para compartir las buenas noticias con la población. Dos
figuras, sin embargo, quedaron al margen del saqueo del campamento
de los arameos.
El primero fue el rey. Cuando los cuatro leprosos compartieron la
noticia de que el campamento estaba vacío, este reaccionó con
incredulidad: «Yo sé lo que pasó. Los arameos saben que estamos
muriendo de hambre, por eso abandonaron su campamento y están
escondidos en el campo; esperan que salgamos de la ciudad para
capturarnos vivos y tomar la ciudad» (v. 12).
Su cautela sería perfectamente comprensible si él mismo no hubiera
escuchado la declaración del profeta Eliseo. El hecho de que la había
oído convierte su cautela en incredulidad y, tal como dice el refrán
popular, «No hay peor ciego que el que no quiere ver». Aunque
seguramente le llevaron provisiones del campamento arameo, no me
cabe duda que sus festejos se vieron opacados por su actitud incrédula.
Los festejos más plenos fueron para los que creyeron de todo corazón
desde el primer momento.
La otra persona que quedó excluida de la celebración fue el
funcionario que reaccionó con incredulidad ante la profecía de Eliseo. El
profeta le había dicho que no participaría de los festejos, y así sucedió.
Murió pisoteado por la estampida de gente que salía de la ciudad hacia
el campamento arameo.
Estos dos ejemplos nos dejan una conclusión: los planes de Dios
avanzan aun cuando nosotros escojamos no creer en ellos. Lo que
cambia es nuestra participación en la celebración que le sigue a sus
victorias. Nos veremos relegados al rol de espectadores, porque la
celebración más alocada se dará entre aquellos que no dudaron. La
alegría no tendrá límites porque Dios demostrará, de manera
contundente, que la confianza en él siempre está depositada en el lugar
correcto. Nosotros, en cambio, nos quedaremos con el sabor agridulce
de no habernos entregado de todo corazón a lo que Dios proponía.
ORACIÓN
Señor, quiero ser contado entre aquellos que no vacilan a la hora de
creer en tus declaraciones. Dame la osadía que necesito para asumir el
riesgo que implica creer cuando todo parece indicar lo contrario. Quiero
vivir una vida más atrevida, para que mis celebraciones sean, también,
más desenfrenadas.
8 DE OCTUBRE
Vale la pena
¡Qué asombrosas son las obras del SEÑOR! Todos los que se deleitan
en él deberían considerarlas. Todo lo que él hace revela su gloria y
majestad; su justicia nunca falla. Salmo 111.2-3
Declarar que las obras del Señor son asombrosas es reconocer que
exceden lo normal, lo cotidiano, lo ordinario. Esa sola característica
indica que tales obras merecen mayor consideración que aquello que se
encuadra dentro de lo común.
Las características sobrenaturales que poseen estas obras deberían
despertar la curiosidad incluso de las personas más indiferentes. No
obstante, algunos vivimos en tal estado de adormecimiento que ni
siquiera lo extraordinario logra conmovernos. Por esto, el salmista suma
a su asombro lo que considera una inevitable conclusión: «Todos los que
se deleitan en él deberían considerarlas».
El verbo «considerar» indica que estas obras deben ser examinadas
con cuidado, estudiadas con detenimiento, analizadas no solamente con
la mente, sino también con el corazón. Es precisamente porque
contienen un elemento sobrenatural, que la mente carnal, mediante una
mirada fugaz y apresurada, no podrá apreciar todos los elementos que
contribuyen a que estas obras sean asombrosas.
¿A cuáles obras se refiere el salmista? A lo largo del salmo sugiere al
menos algunas de ellas. Él da alimento a todos los que le temen, porque
es fiel al pacto que ha hecho con ellos (v. 5). Desplegó su gran poder al
entregarle a su pueblo la tierra que les había prometido (v. 6). Porque es
bueno y justo, ha dejado a su pueblo los mandamientos que requieren
para vivir una vida de integridad (v. 7). Quien encamina su vida conforme
a estos mandamientos descubre que son confiables y siempre señalan la
verdad (v. 8). Pagó el rescate necesario por su pueblo y ha garantizado
el pacto que hizo con ellos (v. 9).
Además de estas manifestaciones de la grandeza del Señor,
podemos detenernos a examinar las maravillas de su creación, ya sea
que se trate de las increíbles capacidades de la mente humana, la
imponente majestuosidad de las montañas o la delicada belleza que
posee el ala de una mariposa. Dondequiera que miremos encontraremos
obras que invitan a que las examinemos con cuidado, para lograr una
apreciación acabada de todo lo que comunican.
El estudio cuidadoso de sus obras no se realiza solamente para
valorar los increíbles matices que posee cada una de ellas, sino también
para conocer mejor a quien las ha realizado; pues el salmista declara
que: “Todo lo que él hace revela su gloria y majestad”. De esta manera,
sus hechos también señalan el camino que podemos recorrer para
conocerlo mejor. Requerirá de nosotros la disciplina mental y el esfuerzo
necesarios para poder descubrir, más allá de lo que es inmediatamente
aparente, los misterios de su persona, escondidos en cada una de sus
obras.
INVITACIÓN
Vale la pena invertir tiempo y trabajo en el proceso de estudiar las obras
del Señor. Pídele que te dé un espíritu de «santa curiosidad», para que
puedas profundizar tu observación más allá de lo obvio. Esfuérzate por
observar, con mucha atención, todo aquello que lleva la firma del Señor.
9 DE OCTUBRE
Hablar bien
Amados hermanos, no hablen mal los unos de los otros. Si se critican
y se juzgan entre ustedes, entonces critican y juzgan la ley de Dios. En
cambio, les corresponde obedecer la ley, no hacer la función de
jueces. Santiago 4.11
En una cultura donde hablar mal de otros es prácticamente un
pasatiempo, ¡qué difícil suena lo que nos pide el texto de hoy! No
obstante, Santiago no anda con vueltas. Esta no es una recomendación,
sino una exhortación, que es consecuencia del cumplimiento de la ley
suprema que ya ha mencionado en el capítulo dos: «Ama a tu prójimo
como a ti mismo» (v. 8).
Para no caer en el hábito de hablar mal de otros necesitamos
entender algo de la dinámica que esconde esta práctica. Santiago señala
que quien habla mal de otro se ha constituido en juez, y en esa
capacidad se ubica por encima de aquel a quien juzga. Es decir, cree
que puede señalar el mal en su prójimo porque está convencido de que
él mismo no padece ese problema. Santiago, sin embargo, señala que
solamente «hay un Legislador y Juez, que es poderoso para salvar y
para destruir», y pregunta, con su característica franqueza: «pero tú,
¿quién eres que juzgas a tu prójimo?» (4.12, NBLH).
En esto el apóstol no hace más que reiterar la exhortación que él
mismo había oído del propio Jesús: «No juzguen a los demás, y no
serán juzgados. Pues serán tratados de la misma forma en que traten a
los demás. El criterio que usen para juzgar a otros es el criterio con el
que se les juzgará a ustedes» (Mateo 7.1-2). Al señalar que seremos
juzgados apelando a los mismos argumentos que nosotros hemos
empleado, Jesús claramente nos está indicando que juzgar al prójimo es
jugar con fuego.
Para entender esto, pensemos en algunas posibilidades. Podemos
hablar mal de nuestros gobernantes por la forma en que roban
descaradamente del pueblo a quien deberían proteger. Nuestra denuncia
se apoya en la convicción de que Dios desaprueba a quien roba. Con
ese mismo criterio él nos juzgará a nosotros por ese lapicero que nos
llevamos «prestado» del trabajo. O pensemos en la casi universal
condenación, entre los evangélicos, de aquellos que fuman. El principio
por el que señalamos como mala esta práctica se basa en que el cuerpo
es el templo del Espíritu Santo. El Señor echará mano de ese mismo
argumento para preguntarnos por qué, si sabíamos esto, no mantuvimos
un buen régimen de ejercicio, fuimos más moderados a la hora de comer
o no dormimos la cuota de horas necesarias para un buen descanso.
Estos ejemplos claramente nos muestran que no estamos por encima
de nadie. Nuestra condición de pecadores nos excluye de la posibilidad
de tirarles piedras a los demás.
INVITACIÓN
Cuando hablamos es mejor recorrer otro camino. Hablemos bien de
nuestros hermanos y, si no tenemos nada bueno que decir, guardemos
silencio. Hablar bien del otro no es simplemente un hábito; es el fruto de
una manera de ver a los demás. Cuando somos más conscientes de
cuánto el Señor nos ha perdonado a nosotros, podemos ser más
misericordiosos con quienes nos rodean.
10 DE OCTUBRE
Problemas que bendicen
Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar cualquier tipo de
problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse
mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la
fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Santiago
1.2-3
En Alza tus Ojos compartí una reflexión sobre este texto. En estos días,
sin embargo, he vuelto a leer el pasaje en el marco de las pruebas que
me ha tocado atravesar. Santiago señala con sencilla claridad los
beneficios de los problemas, ofreciendo una óptica que nos permite
convertirlas en oportunidades para crecer.
El contexto práctico del pasaje lo provee cualquier tipo de dificultad
que pone a prueba nuestro carácter. En esta descripción están incluidas
todas las adversidades que son comunes a la existencia del ser humano.
Puede tratarse de una demora en el tránsito, un lavarropas que dejó de
funcionar, un resfrío inesperado, un aumento en la cuenta de
electricidad, o asuntos más serios, tales como la pérdida de un ser
querido, situaciones de persecución por la fe o un repentino despido
laboral. No es la dimensión de la dificultad lo que importa aquí, sino el
potencial que posee este problema para hacer descarrilar nuestra fe.
Algunas personas se alteran hasta por los problemas más
insignificantes, mientras que a otros los contratiempos más duros los
tienen sin cuidado.
El apóstol nos invita a tener una actitud de plena alegría cuando nos
enfrentamos a una prueba. Es llamativo que nos llame a «alegrarnos
mucho», porque cuando surgen los problemas lo primero que
desaparece es el gozo. Este se ve desplazado por el fastidio, la
irritación, la tristeza o la amargura. La razón es que nuestra miopía
espiritual no nos permite ver más allá de la dificultad que tenemos
delante de nuestras narices. Convencidos de que la resolución de este
problema es lo único que importa, no nos detenemos a pensar en los
posibles beneficios que podemos extraer de las pruebas.
Poner los ojos sobre los beneficios, sin embargo, es lo que genera en
nosotros la actitud de gozo. Santiago señala que una prueba puede
producir en nosotros constancia. El término que emplea se refiere a la
capacidad de mantenerse firme en medio de las tribulaciones. Es decir,
guardar un comportamiento y una actitud que honren al Señor, a pesar
de las pruebas.
¿Por qué la prueba nos ofrece una oportunidad para desarrollar la
constancia? Porque la dificultad representa un obstáculo en nuestro
camino que, inevitablemente, entorpece nuestro avance hacia las metas
que nos hemos propuesto. La prueba amenaza con impedir que
logremos nuestro cometido, pero también nos recuerda de que no
avanzamos por la tenacidad de nuestro esfuerzo ni lo terco de nuestras
intenciones. Logramos progresar en la vida por la acción del Espíritu a
nuestro favor.
Y el Espíritu se mueve con mayor libertad en nuestros corazones
cuando mostramos actitudes que honran al Señor. Por esto, la prueba
debe ser el momento en que nos afianzamos en la práctica de bendecir
el nombre del Señor en todo tiempo.
REFERENCIA
«También nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque
sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia. Y la resistencia
desarrolla firmeza de carácter, y el carácter fortalece nuestra esperanza
segura de salvación». Romanos 5.3-4
11 DE OCTUBRE
Perfectos y completos
Así que dejen que crezca, pues una vez que su constancia se haya
desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará
nada. Santiago 1.4
Santiago nos sorprende con un llamado a celebrar con mucha alegría las
diferentes pruebas que se nos cruzan por el camino. Esto marca un giro
radical en las reacciones que solemos mostrar en medio de las
dificultades. En lugar de ventilar nuestra frustración, angustia o nuestro
fastidio, el apóstol nos está diciendo que es posible vivir con gran alegría
las adversidades.
Para lograr este giro en el comportamiento es necesario que
tomemos consciencia del tremendo potencial que encierran las pruebas.
Son una de las herramientas que más emplea el Señor en la vida de sus
hijos. Con solo repasar el peregrinaje de los grandes santos a lo largo de
la historia del pueblo de Dios, podremos constatar que este es el común
denominador en la vida de todos ellos. A cada uno le tocó vivir su fe en
medio de severas aflicciones, las cuales sirvieron para pulir sus vidas, tal
como la acción del fuego para refinar la plata y el oro (Proverbios 17.3).
El resultado de este proceso es que seamos completos y perfectos.
Esta frase, que es común al Nuevo Testamento, se refiere a alcanzar ese
estado de madurez espiritual que nos permite vivir plenamente el
proyecto de Dios para nuestras vidas. Nos ubicamos en el lugar para el
cual fuimos creados y donde podemos sacar el máximo potencial a los
dones que hemos recibido. Contamos, además, con todas las
herramientas necesarias para resolver los desafíos que nos presenta la
vida mientras caminamos en fidelidad con el Señor.
El crecimiento de la paciencia produce en nosotros este estado. La
razón es sencilla: una vida repleta de dificultades nos recuerda
permanentemente cuánto necesitamos de la gracia del Señor. Por otro
lado, las pruebas resaltan el principio de que todas las conquistas
importantes en la vida son el fruto de la perseverancia. No existen las
victorias sencillas, aunque el mundo del mercadeo se empecina en
convencernos de lo opuesto.
Pero lo más importante de las pruebas es que nos permiten
ubicarnos dentro de la dimensión eterna del tiempo. Nosotros vivimos
acelerados, y esperamos que todo lo que emprendemos se pueda lograr
dentro de los plazos irreales que nos planteamos. El Señor, sin embargo,
trabaja con la lentitud y la precisión de un verdadero artesano, desde la
eternidad y hacia la eternidad. En ese contexto, para él un día, una
semana o un año transcurren en apenas un abrir y cerrar de ojos.
Las pruebas son normales en la vida, pero estoy convencido de que
ocurren con irritante frecuencia precisamente porque somos tan lentos
para convertirlas en oportunidades para crecer. De alguna manera se
nos vuelve a ofrecer esa posibilidad una y otra vez a lo largo de los días,
las semanas y los años.
INVITACIÓN
La próxima vez que te encuentres frente a una prueba, tómate unos
segundos para aquietar tu espíritu. Cuando recuerdes que es posible
que crezcas más en medio de una prueba bien manejada que en cien
reuniones con tus hermanos, comenzarás a celebrar la gran bendición
que encierra cada dificultad.
12 DE OCTUBRE
Recurso adicional
Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la
dará; no los reprenderá por pedirla. Santiago 1.5
Santiago nos llama a vivir con plenitud de gozo cada una de las
situaciones adversas por las que atravesamos todos los días. Declara
que «Dios bendice a los que soportan con paciencia las pruebas y las
tentaciones, porque después de superarlas, recibirán la corona de vida
que Dios ha prometido a quienes lo aman» (v. 12), y nos anima a buscar
la forma de convertir cada dificultad en una oportunidad para crecer
hacia nuestro pleno potencial en Cristo Jesús.
Existen situaciones, sin embargo, en que es posible que no contemos
con todos los elementos necesarios para afrontar la crisis que tenemos
por delante. Quizás se trate de un inexplicable revés en nuestras
circunstancias, una inesperada pérdida que nos desconcierta o un golpe
a nuestras vidas que ha hecho tambalear las estructuras de la fe. Podría
tratarse de las devastadoras pérdidas que sufrieron Job o José, el revés
que le significó a David convertirse en un fugitivo o el abandono de los
amigos que experimentó Jesús en su hora de mayor necesidad.
Tales pruebas son tan intensas que tienden a dejarnos
desconcertados, y las respuestas normales que nos han servido en otras
dificultades ahora no dejan el mismo fruto. Ante situaciones como esta,
Santiago nos anima a recurrir a Dios para pedirle sabiduría.
La sabiduría es la combinación de la inteligencia con la madurez
espiritual, aquella cualidad que nos permite actuar con singular aplomo
en situaciones en las que la gran mayoría tambalea. Toda sabiduría
procede de lo alto, y es por ello que Santiago nos orienta a acercarnos a
Dios con toda confianza, porque el Señor es generoso a la hora de
responder a sus hijos.
Advierte, sin embargo, que nuestro pedido de sabiduría debe
realizarse en un espíritu de absoluta convicción en la bondad de Dios.
«Cuando se la pidan, asegúrense de que su fe sea solamente en Dios, y
no duden, porque una persona que duda tiene la lealtad dividida y es tan
inestable como una ola del mar que el viento arrastra y empuja de un
lado a otro. Esas personas no deberían esperar nada del Señor; su
lealtad está dividida entre Dios y el mundo, y son inestables en todo lo
que hacen» (vv. 6-8).
La persona de lealtades divididas no posee firmeza en su
compromiso de actuar conforme a los principios del reino en medio de la
prueba. No se atreve a afirmar, como lo hizo Job: «Hasta que muera, no
abandonaré mi integridad» (27.5, NBLH). Esta persona pide sabiduría,
pero lo que hará una vez que la reciba lo decidirá más adelante. Cuando
clamemos por sabiduría, porque nuestro anhelo más profundo es hacer
lo que le agrada a Dios, entonces podremos estar seguros de que el
Señor se apresurará a proveernos la luz que necesitamos.
ACLARACIÓN
Es posible que la respuesta sabia del Señor no sea más que una
palabra: «espera», o una frase: «confía en mí». No siempre arroja luz
sobre la situación particular que estamos enfrentando, sino que nos
orienta a la postura más apropiada frente a la prueba.
13 DE OCTUBRE
Jamás
Cuando sean tentados, acuérdense de no decir: «Dios me está
tentando». Dios nunca es tentado a hacer el mal y jamás tienta a
nadie. Santiago 1.13
Santiago intenta proveernos una perspectiva diferente sobre las pruebas,
al explicar que estas son, en realidad, tremendas oportunidades para
crecer en la fe. Si reaccionamos de la manera correcta ante las
dificultades de la vida lograremos crecer en constancia, ese elemento
que nos permite seguir avanzando por los caminos de Dios aun cuando
las circunstancias nos invitan a desviarnos.
La posibilidad de que nos despistemos convierte a las pruebas en
situaciones con un desenlace incierto. Pueden ser generadoras de gran
crecimiento espiritual, tal como hemos visto en las últimas reflexiones, o
pueden ser las detonantes de actitudes que atrasen significativamente
nuestro desarrollo. La resolución la determinamos nosotros con la
respuesta que escogemos tener frente a las pruebas.
Santiago desea despejar toda duda en cuanto a la responsabilidad
por el desenlace, cuando aclara que Dios no es tentado ni tienta. Saber
esto es de particular importancia en los tiempos en que vivimos, cuando
nadie parece ser responsable de nada. La filosofía predominante es que
nuestros males invariablemente son por culpa de otros. Esa mentalidad
fácilmente acaba atribuyéndole a Dios situaciones en las que él no tiene
ninguna participación.
La declaración del apóstol ofrece claridad sobre dos principios
absolutos. En primer lugar, Dios nunca es tentado a hacer el mal. El que
intenta llevarnos por el camino del mal es el enemigo de nuestras almas,
el padre de mentiras. Cuando Santiago declara que Dios no es tentado a
hacer el mal, revela que Satanás nunca puede entablar batalla contra el
Señor como lo hace con nosotros.
Esto echa por tierra uno de los mitos arraigados en la cultura popular,
de que Dios y el diablo están entrelazados en un terrible combate que
tendrá, en los últimos días, su desenlace. El diablo no lucha con Dios,
porque es un ser creado y Dios es su creador. Como tal, Dios mora en
una dimensión a la cual el enemigo solamente tiene acceso cuando Dios
se lo permite.
El segundo principio es que Dios no se ocupa de tentarnos a hacer el
mal. El compromiso del Señor consiste en procurar aquello que resultará
en bendición para nuestras vidas. Por esto, él puede conducirnos a
situaciones donde somos tentados, como ocurrió en el caso de Jesús;
pues el texto afirma que fue el Espíritu el que lo condujo al desierto para
ser tentado (Mateo 4.1). No obstante, el trabajo de tentar fue realizado
por el mismo diablo (Mateo 4.3, 5, 8).
Observamos en esta dinámica las dimensiones que abarca la
declaración de Pablo, en Romanos ocho: «Dios hace que todas las
cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según
el propósito que él tiene para ellos» (v. 28). El enemigo no puede
avanzar tanto como para salir del reinado absoluto que el Señor ejerce
sobre todas las cosas. Aun cuando obra con malicia, Dios lo puede
emplear para lograr sus propósitos, los cuales son siempre buenos.
REFERENCIA
«Así que no se dejen engañar, mis amados hermanos. Todo lo que es
bueno y perfecto es un regalo que desciende a nosotros de parte de
Dios nuestro Padre, quien creó todas las luces de los cielos». Santiago
1.16-17
14 DE OCTUBRE
Tampoco el diablo
La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen
y nos arrastran. Santiago 1.14
En el contexto de las tribulaciones que nos pueden tocar a lo largo de la
vida, Santiago se sintió en la necesidad de corregir un error en sus
lectores. Algunos decían que Dios los estaba tentando en estas
situaciones, pero el apóstol aclara que el Señor jamás participa en
alguna acción para hacernos caer deliberadamente. Sus acciones
siempre son en pro de nuestro crecimiento.
La otra cara de la moneda la representa esa escuela de pensamiento
que considera que toda tentación procede directamente del enemigo.
Mediante este argumento, un reconocido evangelista justificó su caída
en adulterio declarando: «El diablo me obligó a hacerlo».
La verdad, como señala Santiago, es muy distinta. Nosotros somos
los responsables del desenlace que pueda tener en nuestra vida una
situación de tribulación. Puede contribuir a nuestro crecimiento o puede
descarrilarnos del camino de la fe.
Para explicar esta realidad Santiago echa mano de una genial
analogía (la cual examinaremos mañana), la del proceso de gestación,
embarazo y nacimiento. La tentación, señala, procede de los deseos de
nuestra propia naturaleza caída. Tal como señalara el Señor, lo que
procede del corazón es lo que contamina al ser humano (Mateo 15.18).
Aquello que radica en nuestro interior, sin embargo, solamente puede ser
activado por nosotros mismos. Nadie posee el poder o la autoridad para
llevarnos por un camino que no deseamos transitar.
Es precisamente por eso que Santiago describe el proceso de caída
como uno de seducción. El acto de seducir es un intento de persuadir a
una persona, mediante argumentos o acciones específicas, para que
haga lo que el seductor quiere.
Santiago señala que el principal agente de seducción son nuestros
propios deseos. Es decir, nuestra carne nos presenta argumentos,
muchas veces muy convincentes, de que tomemos un camino contrario
a la voluntad de Dios. El enemigo contribuye en este proceso, en
ocasiones vulnerando nuestras defensas con sus dardos encendidos,
para plantar en nuestro corazón la semilla de la duda.
La confrontación de Jesús con el diablo, en el desierto, ilustra muy
claramente este proceso. El diablo esgrime argumentos muy persuasivos
en un intento de lograr que el Hijo de Dios actúe en contra de la voluntad
de su Padre. Incluso emplea versículos de la Palabra para este fin.
Nuestro desafío consiste en tomar consciencia de este proceso, que
en ciertas ocasiones es tan fugaz que no nos damos cuenta de que la
semilla de la desobediencia ya quedó plantada. En otras situaciones, sin
embargo, nos encontramos enredados en una feroz discusión entre el
«viejo hombre» y el «nuevo hombre». Ese es el momento en que
debemos actuar con firmeza, pues ya no somos más esclavos del
pecado. Con la gracia de Dios podemos decidir de qué manera vamos a
reaccionar en una situación particular.
REFERENCIA
«Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino
poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo
especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la
obediencia de Cristo». 2 Corintios 10.4-5 NBLH
15 DE OCTUBRE
Nacimiento indeseado
Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando
el pecado es consumado, engendra la muerte. Santiago 1.15 NBLH
Santiago intenta ayudarnos a entender el proceso por el cual una prueba
acaba convirtiéndose en ocasión para una derrota espiritual. Usando la
analogía de la gestación de un ser humano nos ha explicado que somos
arrastrados por los malos deseos que anidan en nuestros propios
corazones. Estos nos presentan una diversidad de argumentos y
razonamientos para que actuemos de manera contraria a la voluntad del
Señor.
Cuando esos razonamientos se hacen fuertes en nosotros, nace una
idea, la semilla de lo que, eventualmente, se convertirá en una acción.
Ese pensamiento es el que debemos arrebatar antes de que tenga la
oportunidad de echar raíces en nuestro corazón. Una vez que comenzó
a fortalecerse, será cada vez más difícil revertir la dirección por la que
nos impulsa. Por eso es importante cortar esos pensamientos cuando
apenas son una idea incipiente.
Es en este punto que resulta útil la analogía del embarazo, pues nos
recuerda que un bebé no aparece, repentinamente, de la nada. Existe un
período extendido de gestación en el que se va formando esa pequeña
vida dentro de la madre, hasta que llega el día en que ella da a luz. Del
mismo modo, debemos ser conscientes de que el pecado nunca es una
decisión instantánea. Más bien, existe un proceso de gestación en el que
la idea de algo malvado va tomando forma en nuestro interior, y
eventualmente culmina en una acción específica.
El hecho de que no seamos conscientes de este proceso no indica,
de ningún modo, su inexistencia. El pecado es el resultado de un
proceso, tal como lo vemos en la caída de Adán y Eva. La serpiente se
acercó y entabló un diálogo en el que sembró la duda sobre la bondad
de Dios y especuló con las posibles consecuencias de la desobediencia.
Notamos, a diferencia de Jesús en el desierto, que la mujer participó de
este diálogo; lo cual constituye un error fatal, pues el enemigo es
infinitamente más astuto que nosotros. Cuando comenzó a germinar la
idea de comer del fruto prohibido, desencadenó en una acción: tomar el
fruto y probarlo.
La acción en sí no constituye el fin de la vida, pero es el principio del
fin. Esa primera acción se verá seguida por otras acciones, las cuales
eventualmente se convertirán en estilo de vida, y esa forma de vivir,
señala Santiago, acaba en la muerte.
Es por esto que vuelvo a insistir que el momento en que nuestra
lucha contra el pecado es más efectiva es en su etapa incipiente. Al igual
que José con la mujer de Potifar, debemos huir ante la mera posibilidad
de pecar. José sabía que, si permanecía, no tendría las fuerzas para
mantenerse firme. Con gran sabiduría decidió escapar antes de que
fuera demasiado tarde. Con la ayuda del Espíritu, nosotros también
podemos disciplinar nuestra mente para que se sujete al Señor.
CITA
«Cuando un hombre piensa que posee la fuerza suficiente y confía en
sus capacidades, puedes anticipar su caída. Quizás pasen años antes
de que salga a la luz, pero el proceso ya ha comenzado». D. L. Moody
16 DE OCTUBRE
Mejor prevenir que curar
El prudente se anticipa al peligro y toma precauciones. El simplón
avanza a ciegas y sufre las consecuencias. Proverbios 22.3
Es posible que el autor de Proverbios tuviera en mente alguna clase de
ataque, cuando habla de la persona prudente, pues el hebreo declara
que cuando este ve el peligro, literalmente «se esconde». El simplón, sin
embargo, avanza como si nada y acaba enredándose en dificultades que
podrían haberse evitado.
La prudencia se refiere a esa particular cualidad por la que una
persona puede mirar su entorno y percibir los espacios donde existe un
elemento de riesgo. Cuando navega por Internet, por ejemplo, entiende
que no le conviene hacer clic sobre ciertas imágenes o determinados
vínculos. Estos lo conducirán a páginas donde se verá expuesto a
material que comprometerá su santidad. Al percibir este peligro, elige no
avanzar por esos caminos.
La prudencia también describe la capacidad de anticiparse a las
consecuencias futuras de una decisión. La habilidad para distinguir los
problemas que acarreará esa decisión, conduce al prudente a analizar
cuidadosamente sus opciones antes de tomar una decisión al respecto.
Entiende, por ejemplo, que si no establece límites para el
comportamiento de sus hijos cuando son niños, deberá pagar las
consecuencias cuando estos entren en la adolescencia.
En esta época de cambios vertiginosos, la prudencia es más
necesaria que nunca. Los cambios se suceden con una velocidad tan
vertiginosa que no nos dan tiempo para considerar las implicaciones que
esconden. Arrastrados por una cultura que cree que todo cambio es
señal de progreso, nos sentimos tentados a abrazar lo nuevo con gran
entusiasmo.
Así ha ocurrido con la revolución tecnológica de la que hemos sido
testigos en los últimos treinta años. Hemos pasado a ser una sociedad
que vive en torno de los celulares, las tabletas, las computadoras y las
pantallas plasma. El entusiasmo con el que hemos incorporado todos
estos dispositivos a nuestras vidas no nos ha dado el tiempo para
analizar, con cuidado, las consecuencias de vivir gran parte de nuestras
vidas en un mundo virtual. La sociedad, sin embargo, ya comienza a
padecer los síntomas de males tales como la adicción al Internet, la
obsesión con chequear el celular cada dos minutos, la depresión que
produce en muchos su exagerada dependencia de Facebook y los
trastornos físicos en una población que duerme poco, come mal y
practica un sedentarismo absoluto.
La prudencia nos llama a pesar las ventajas y desventajas de estas
innovaciones, para usarlas con sabiduría. El simplón avanza de manera
atropellada, intentando resolver los problemas cuando ya los tiene
encima. El prudente, en cambio, toma medidas para evitar las
dificultades que resultan de la falta de preparación.
Cuando recordamos que Jesús se anticipó a un problema que iba a
enfrentar Pedro, vimos que la prudencia nos llama a vivir atentos a los
peligros espirituales que están a nuestro alrededor. El enemigo anda
como león rugiente y se devorará a los simplones, quienes ni siquiera se
percatan de su presencia.
CITA
«El coraje es solamente una virtud cuando la dirige la prudencia».
François Fénelon
17 DE OCTUBRE
Conocer no alcanza
Es cierto, ellos conocieron a Dios pero no quisieron adorarlo como
Dios ni darle gracias. En cambio, comenzaron a inventar ideas necias
sobre Dios. Como resultado, la mente les quedó en oscuridad y
confusión. Romanos 1.21
En los primeros párrafos de su carta a los romanos, Pablo desarrolla un
argumento que muestra, de manera contundente, que ningún ser
humano puede apelar a la ignorancia para salvarse del justo juicio de
Dios. Todos, declara, «conocen la verdad acerca de Dios, porque él se la
ha hecho evidente. Pues, desde la creación del mundo, todos han visto
los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver
a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su
naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a
Dios» (vv. 19-20).
A pesar de esto, en el texto que hoy consideramos señala que no
quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias por sus abundantes
manifestaciones de bondad hacia ellos.
La declaración del apóstol Pablo revela que no alcanza con conocer
a Dios, si ese conocimiento no conduce hacia una vida de devoción a su
persona. Santiago coincide con esta perspectiva, cuando señala que
incluso «los demonios creen, y tiemblan» (2.19, NBLH). Son
suficientemente inteligentes como para reconocer la increíble autoridad
que posee el Creador de los cielos y la Tierra. Ese conocimiento, no
obstante, no produce ninguna clase de transformación en sus malvadas
existencias.
La falta de transformación que resulta de un conocimiento
desprovisto de piedad, me ayuda a entender por qué en nuestras
congregaciones vemos a tantas personas cuyas vidas espirituales se
han estancado en una religiosidad árida e insípida. Son personas que
poseen mucha información acerca de Dios porque han asistido, durante
años, a las reuniones que organiza la iglesia. Pero nunca le han sumado
a ese conocimiento una vida de devoción, ni manifiestan la gratitud que
surge espontáneamente en aquellos que disfrutan del Señor en la vida
diaria.
Pablo señala que esta forma de «vivir» conduce a pensamientos
inútiles, vanos, desprovistos de algún valor para la práctica de la piedad
y, añade, los corazones de estas personas se oscurecieron. Parece
mentira que esto pueda ocurrir en alguien que posee conocimiento
acerca de la persona de Dios. Pero la triste realidad es, que si ese
conocimiento no se traduce en una forma de vivir acaba sembrando
confusión en la mente.
Me preocupa que yo pueda quedar atrapado en la rutina de la vida
cristiana, perdiendo ese vínculo vital con el Señor. Es bueno que tenga
presente las serias limitaciones que posee el conocimiento cuando se
divorcia de la devoción. Debo estar atento a lo que está ocurriendo en mi
interior, alerta a los síntomas de confusión y necedad que marcan la vida
que ha dejado de honrar a Dios.
ORACIÓN
«Quiero aprender a escucharte; quiero saber qué es amarte, de tu
verdad yo saciarme. Enamórame de ti, Señor. Que tu presencia me
inunde. Haz de mí un odre nuevo, cámbiame, renuévame, enamórame,
enamórame de ti, Señor». Abel Zavala
18 DE OCTUBRE
Vasos de barro
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros.
2 Corintios 4.7 NBLH
En ninguna de sus cartas Pablo habla con tanta franqueza acerca de sus
intensos sufrimientos por causa del evangelio, como en la segunda carta
a los de Corinto. En ella describe, con tremendo detalle, la gran fragilidad
que lo acompañó en el desempeño de su ministerio como apóstol.
La frase que emplea para describir esa condición es «vasos de
barro». Se refiere a la clase de recipientes que habían existido, durante
siglos, como parte de los utensilios que se empleaban en la casa para
servir la comida o para guardar tesoros. Aunque eran muy prácticos y
útiles, poseían una característica que requería que se les manejara con
cuidado: eran sumamente frágiles; un pequeño golpe bastaba para que
se formara en ellos una grieta, o se despedazaran.
Al comparar nuestra condición humana con vasos de barro, Pablo
elige resaltar la tremenda fragilidad que acompaña nuestra existencia.
No se requiere de grandes pruebas para que queden expuestas nuestras
limitaciones, debilidades y pequeñeces. Aun los problemas y las
dificultades más insignificantes pueden servir para mostrar lo precario de
nuestra condición como seres humanos.
No obstante esta realidad, hemos sido criados en una cultura donde
se censura la debilidad. Como resultado, hemos pasado gran parte de
nuestras vidas intentando mostrarnos mucho más fuertes de lo que en
realidad somos, con la esperanza de que esto despierte en los demás
respeto y admiración.
Uno de los argumentos centrales de esta carta, sin embargo, es que
nuestra fragilidad es el medio ideal para que brille el precioso tesoro que
significa tener a Cristo en nuestras vidas. Es por medio de nuestras
limitaciones que Dios encuentra su mejor oportunidad para mostrar la
extraordinaria grandeza de su poder. El nacimiento de Isaac, por
ejemplo, es asombroso precisamente porque Sara no había podido tener
hijos a lo largo de su vida. De igual manera, la osada predicación de
Pedro, en Hechos, es maravillosa precisamente porque antes él había
negado tres veces al Señor.
Debemos entender, entonces, que parte del trabajo de Dios en
nuestras vidas tendrá como objetivo exponer nuestras debilidades.
Mientras sigamos intentando disfrazarlas, él continuará trabajando para
que salgan a la luz. Solamente cuando dejemos de trabajar para
esconderlas, el Señor podrá usarlas para desplegar toda su gloria en
nuestras vidas.
Entender esta realidad es lo que llevó a Pablo a una increíble
confesión: «Es por esto que me deleito en mis debilidades, y en los
insultos, en privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por
Cristo. Pues, cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12.10,
NTV). El apóstol había descubierto la forma de convertir sus debilidades
en fortalezas.
REFLEXIÓN
Nosotros también podemos convertir nuestras debilidades en fortalezas.
Debemos renunciar al deseo de esconderlas. Más bien, adoptemos una
postura de absoluta honestidad al reconocer su existencia en nuestra
vida. Luego, acerquémonos al Señor, no para pedirle que las quite, sino
para pedir que él muestre su glorioso poder por medio de nuestras
limitaciones. Sin duda, quedaremos asombrados por las formas en que
Dios se manifiesta en nuestras vidas.
19 DE OCTUBRE
Debilidad en acción
Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos.
2 Corintios 4.8-9 NBLH
El apóstol se describe como un vaso de barro en el que se ha
desplegado la extraordinaria grandeza de Dios. Sus debilidades son el
medio ideal para que brille, en toda su intensidad, la preciosa gracia del
Señor.
Para ilustrar esta verdad, señala cuatro experiencias que fueron parte
de su peregrinaje como apóstol. La primera consistió en sentirse afligido.
El término que emplea, en griego, se refiere a la sensación de sentirse
apretado, como quien se encuentra en un lugar extremadamente
estrecho.
Una buena ilustración del sentido de esta palabra son las multitudes
que apretaban y empujaban a Jesús cuando fue tocado por la mujer con
la hemorragia continua. Los discípulos se mostraron sorprendidos por la
pregunta del Señor: «¿Quién me tocó?». Pedro le respondió: «Maestro,
la multitud entera se apretuja contra ti» (Lucas 8.45, NTV).
Si alguna vez te has encontrado en medio de una multitud como esta,
sabrás que la experiencia despierta ciertas sensaciones de pánico. El
movimiento se ve restringido por los cuatro costados. La única forma de
avanzar es arrastrando lentamente los pies al compás del movimiento de
la multitud. Se requiere cierta disciplina para sofocar la sensación de
ahogo que produce la muchedumbre.
Pablo indica que en muchas ocasiones se encontró en situaciones
donde su movimiento se vio completamente restringido, tal como le
sucedió en Damasco. Su conversión y posterior prédica despertó la ira
de los judíos que vivían en la ciudad. Decidieron buscar la forma de
matarlo, pero el complot llegó a oídos del apóstol. Los hermanos lo
escondieron y, por la noche, «lo bajaron en un canasto grande por una
abertura que había en la muralla de la ciudad» (Hechos 9.25, NTV). Así
también le ocurrió en Macedonia. Allí, dijo Pablo, «no hubo descanso
para nosotros. Enfrentamos conflictos de todos lados, con batallas por
fuera y temores por dentro» (2 Corintios 7.5, NTV).
Lo interesante del texto que hoy examinamos es que esas
experiencias no produjeron en Pablo las respuestas que normalmente
provocan. No se sintió agobiado. El término que emplea significa,
literalmente, «sentirse limitado o sin salida». Es en esta respuesta
anormal que se manifiesta la extraordinaria grandeza de Dios. La
reacción humana que hubiéramos esperado en esta situación, se vio
desplazada por una postura que solamente puede ser atribuida a la obra
de Cristo en Pablo.
Para que esta respuesta se manifestara, sin embargo, fue necesario
que Pablo fuera conducido a lugares donde las circunstancias lo
acorralaban por los cuatros costados. Sin esa experiencia, no se hubiera
manifestado la debilidad que convertía en necesaria la maravillosa
manifestación de Dios en él. Y esta manifestación se pudo ver
precisamente porque Pablo no intentó resolver esa situación con sus
propias fuerzas. En medio de las restricciones que le imponían las
circunstancias, el apóstol se entregó en manos del Señor, y él suplió lo
que necesitaba para salir adelante.
CITA
«La fe, verdadera y real, no es otra cosa que la debilidad del hombre
apoyándose en la fuerza del Señor». D. L. Moody
20 DE OCTUBRE
Más debilidad en acción
Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados;
perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos.
2 Corintios 4.8-9 NBLH
Ayer reflexionamos sobre la forma en que la debilidad de Pablo propició
el espacio necesario para que se manifestara la extraordinaria grandeza
del Señor. Vivir de esta manera requiere que asumamos que nuestra
fragilidad humana es lo que mejor permite que se luzca la gloria de Dios.
Pablo menciona otras tres experiencias en las que vio esta
manifestación de la gracia. En ocasiones se sintieron perplejos. El
término, en griego, se refiere al estado de confusión que resulta de no
lograr entender bien una situación. Son momentos en los que Dios nos
lleva por caminos en los que aún no existe ninguna claridad acerca de la
razón por la que nos guía en esa dirección. Muchas veces este
entendimiento solamente llega con el tiempo, tal como sucedió con José.
En algún momento, durante su experiencia como esclavo en Egipto,
entendió que Dios lo había puesto allí para preservar la vida de toda una
nación.
En el caso de Pablo, esta confusión no produjo en él la
desesperación normalmente asociada con esta experiencia. Su debilidad
permitió una manifestación sobrenatural del Señor en su vida.
Pablo también se refiere a experiencias en las que fue perseguido.
Por causa de la persecución, el apóstol sufrió cárceles, azotes, latigazos
y, en una ocasión, lo apedrearon; también estuvo a la deriva en el mar
(2 Corintios 11.23-25). El resultado normal de vivir de esta manera sería
sentirse abandonado, entregándose de lleno a la autoconmiseración o la
amargura. Pablo declara, sin embargo, que nunca se sintió solo. Y esto a
pesar del hecho de que frecuentemente sus hermanos lo abandonaron,
tal como testifica en su segunda carta a Timoteo (1.15; 4.16).
Sin duda alguna, estas experiencias produjeron en él la sensación de
haber sido derribado. El término nos hace pensar en el boxeador que ha
recibido un fuerte golpe por parte de su adversario y cae,
estrepitosamente, a la lona. En ocasiones, tales como las que atravesó
en la provincia de Asia, la opresión y el agobio fueron tan intensos que
llegó a pensar que no saldría de allí con vida (2 Corintios 1:8). Pablo
vuelve a ilustrar la bendición que representa la debilidad, cuando
declara: «De hecho, esperábamos morir; pero, como resultado, dejamos
de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios,
quien resucita a los muertos» (v. 9, NTV).
Allí queda expuesto el principio que permite la intervención de Dios
en nuestras vidas: «dejamos de confiar en nosotros mismos y
aprendimos a confiar solo en Dios». La manifestación de nuestras
debilidades debe ser el momento en que levantamos la bandera blanca y
nos damos por vencidos. Derrotados, nos acercamos al Señor para
pedirle que él se haga cargo de la situación que a nosotros nos ha
vencido. No necesitamos sugerirle cómo resolver la situación ni en qué
dirección debe moverse. Es suficiente presentarnos ante él tal cual
somos, confiados en que su poder se manifestará en nuestra debilidad.
CITA
«Si te aferras a tu vida, la perderás; pero, si entregas tu vida por mí,
la salvarás». Mateo 10.39 NTV
21 DE OCTUBRE
Entregados a muerte
Porque nosotros que vivimos, constantemente estamos siendo
entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal. 2 Corintios 4.11 NBLH
Pablo compara nuestra humanidad con un vaso de barro, pues posee
todas las debilidades de una vasija fabricada con lodo. Sirve para las
tareas cotidianas dentro de la casa, pero no se le puede exponer a tratos
bruscos porque se partirá al instante. Esta condición de fragilidad es lo
que permite que la gloria de Dios se vea con mayor nitidez, pues el
contraste entre la una y la otra es muy acentuado.
Para que podamos experimentar la manifestación más plena de la
presencia de Cristo en nuestras vidas, somos continuamente
«entregados a muerte». Es importante que tomemos nota de la voz del
verbo, en la frase que emplea Pablo: estamos siendo entregados. Esto
claramente indica que no somos nosotros los gestores de estas
acciones, sino que es otro el que nos entrega. Hemos de entender,
entonces, que el Señor trabaja activamente en nuestras vidas para que
seamos entregados a muerte, una y otra vez.
Esta experiencia de muerte se refiere al proceso por el que aquello
que existe deja de existir. Es decir, aquellas características de nuestra
vida que aún no permiten que la gloria de Dios se manifieste en toda su
plenitud, deben desaparecer. Esto quiere decir que la muerte se
convertirá en una experiencia cotidiana, a medida que el Señor nos
exponga a situaciones que son propicias para que rindamos ante él
aquello que aún no ha sido sometido a su señorío.
La muerte, según el texto de hoy, es por causa de Cristo. En el
contexto de la carta, se podría decir que Pablo pensaba en las muchas
aflicciones que había padecido por causa del evangelio, tal como el
Señor se lo había anunciado cuando se convirtió (Hechos 9.16). No
obstante, podemos también entender que la frase se refiere, en un
sentido más amplio, a los propósitos que Dios tiene para sus hijos. Él
nos eligió para que llegáramos a ser como su Hijo (Romanos 8.29), para
que fuéramos partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1.4), hasta que
«lleguemos a la plena y completa medida de Cristo» (Efesios 4.13, NTV).
La vida de Jesús solamente se puede manifestar en nosotros a
medida que seamos vaciados de nosotros mismos. Esto, sin embargo,
no es un proceso que podemos lograr por nuestros propios medios. Esta
transformación es el fruto de nuestra entrega, el paso que damos cuando
hemos agotado todos los caminos para resolver nuestra situación por
nuestros propios medios.
Para facilitar este proceso, Jesús nos conduce por un camino similar
al que transitaron los israelitas que salieron de Egipto. Una y otra vez
nos expone a situaciones que son propicias para afianzar nuestra
confianza en Dios. Cada vez que, como Juan el Bautista, elegimos
menguar, Cristo crecerá en nosotros y se manifestará en bendición para
los demás.
REFERENCIA
«Él murió por todos para que los que reciben la nueva vida de Cristo ya
no vivan más para sí mismos. Más bien, vivirán para Cristo, quien murió
y resucitó por ellos». 2 Corintios 5.15 NTV
22 DE OCTUBRE
Renovación diaria
Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro
cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día.
2 Corintios 4.16
El apóstol Pablo señala las consecuencias de ser vasos de barro para
que brille la gloria de Dios a través de nuestras vidas. En nuestro andar
diario somos entregados a muerte, para que la vida de Cristo se
manifieste cada vez con mayor fuerza en nosotros.
Esta experiencia de muerte, sin embargo, encierra un misterio.
Normalmente la muerte es el resultado de un proceso de paulatino
debilitamiento que eventualmente lleva a que los órganos del cuerpo
dejen de funcionar. La persona que transita este proceso, lentamente
sucumbe a la insensibilidad y el letargo. Pablo, sin embargo, declara en
el texto de hoy: «nunca nos damos por vencidos». Se refiere, por
supuesto, a ese vigor espiritual que caracteriza a los que viven cada vez
más entregados al Señor.
La frase, en el original, señala que nunca se desaniman. La Nueva
Biblia Latinoamericana de Hoy traduce esta frase: «por tanto no
desfallecemos». Hemos de entender que este proceso despoja a la
carne de fuerza, pero transfiere al espíritu toda la energía y vitalidad que
fluyen del Cristo resucitado.
De esta manera, entonces, se produce un proceso que recorre
caminos paralelos, pero en direcciones opuestas. El hombre exterior,
que constituye nuestra humanidad, se encuentra en un proceso de
continuo decrecimiento a medida que la muerte se hace cada vez más
presente en nuestras vidas. El hombre interior, sin embargo, se
encuentra en un proceso de continuo crecimiento, a medida que el
espíritu cobra, cada vez, mayor fuerza al habitar la plenitud de Cristo en
vasos de barro.
El maravilloso misterio que encierra este proceso nos ayuda a
entender por qué Pablo, ya anciano, podía declarar con tanta claridad:
«Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de
los muertos. ¡Quiero sufrir con él y participar de su muerte, para poder
experimentar, de una u otra manera, la resurrección de los muertos! No
quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado
la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para
la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo» (Filipenses 3.10-12).
Para Pablo nunca llegaría el día en que su vida en Cristo cayera en
esa rutina diaria que en ocasiones adormece el espíritu. Se esforzaba,
aun en su vejez, por alcanzar la meta para la que había sido llamado por
Jesús. Olvidando las victorias de ayer, salió en pos de nuevas
conquistas espirituales que le permitieran experimentar más nítidamente
el poder de Cristo.
Este es el camino señalado para los escogidos del Señor. No se
retiran nunca de la carrera; están siempre vigentes porque le dan
permiso a Cristo para que siga obrando en ellos, cada vez con mayor
libertad. Vuelven a morir cada día, para vivir en el poder del Cristo
resucitado.
REFERENCIA
«Hasta los jóvenes se debilitan y se cansan, y los hombres jóvenes caen
exhaustos. En cambio, los que confían en el SE Ñ O R encontrarán
nuevas fuerzas; volarán alto, como con alas de águila. Correrán y no se
cansarán; caminarán y no desmayarán». Isaías 40.30-31
23 DE OCTUBRE
Otra mirada
Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio,
fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas
que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no
podemos ver permanecerán para siempre. 2 Corintios 4.18
El extraordinario proceso de muerte, que describe Pablo en el pasaje
que hemos considerado en estos días, desemboca en la conclusión que
contiene el texto de hoy.
Vivir haciéndole frente a los innumerables contratiempos que facilitan
ese proceso de muerte podría convertir el corazón en tierra fértil para
que brote un espíritu de lamento, queja y amargura. Algunos de los
grandes santos en la historia de Israel, tales como Moisés, Elías o
Jeremías, cayeron presos de este espíritu. Y no podemos más que
conmiserarnos con ellos porque Pablo ha señalado que somos, apenas,
vasos de barro. Nuestra humanidad no se lleva bien con los conflictos,
las adversidades y los reveses que son tan parte de nuestro andar
cotidiano.
Pablo, no obstante, se anima a describir esta interminable sucesión
de problemas como «pequeñas» dificultades de corta duración (4.17). La
frase indica que recibir treinta y nueve azotes, experimentar la violencia
de un apedreo o pasar meses encarcelado representaban apenas
¡molestas distracciones! Tenían tan poco peso, en comparación con los
eventos que señalaban el triunfante avance del reino, que ni siquiera
ameritaban más que una breve mención en una carta.
Nosotros, sin embargo, que conocemos de primera mano los
devastadores efectos de un asalto, un despido, una larga batalla con una
enfermedad o las injusticias y la marginación que resultan de confesarse
seguidores de Cristo, nos sentimos algo desconcertados ante la
aparente liviandad de Pablo. ¿El apóstol poseía una grandeza de la cual
nosotros nunca llegaremos a disfrutar? ¿Acaso reposaba sobre su vida
una cuota de gracia mayor a la que nosotros podemos acceder?
La sencilla respuesta radica en la óptica del que sufre. Pablo no
miraba lo que se veía, sino lo que no se veía. Lo que se ve resulta
deprimente, en el mejor de los casos. Basta con mirar un rato el noticiero
para sentirse completamente desanimado por el entorno en el que nos
encontramos. Pero Pablo fijaba la vista en otra realidad.
Esa otra realidad se refiere a Satanás, que cae como un rayo como
resultado de los avances de la iglesia. Describe a Cristo, que reina
soberano sobre todas las cosas. Tiene que ver con un Abogado que
intercede ante el trono de gracia, día y noche, por los santos. Abarca la
abundancia de riquezas que hemos heredado por la muerte del Cordero
de Dios. Considera el poder del Espíritu Santo a nuestra disposición, el
mismo que levantó a Jesús de entre los muertos. Todo eso, y mucho
más, vuelve insignificantes las momentáneas tribulaciones de esta vida.
INVITACIÓN
Disciplina los ojos de tu corazón para que no pases tiempo meditando en
lo adverso de tus circunstancias ni lamentándote por las injusticias de la
vida. Orienta tu mirada hacia la gloriosa transformación que el Señor
obra en tu vida por medio de estas circunstancias. Relájate en las manos
del Alfarero. Deja que te dé la forma que él quiere darte.
24 DE OCTUBRE
La carga del ministerio
¿De dónde se supone que voy a conseguir carne para toda esta
gente? No dejan de quejarse conmigo diciendo: «¡Danos carne para
comer!». ¡Solo no puedo soportar a todo este pueblo! ¡La carga es
demasiado pesada!». Números 11.13-14
Esta es una de las tantas situaciones en las que Israel se volvió contra
Moisés. El problema se suscitó cuando los extranjeros que viajaban con
ellos comenzaron a quejarse porque no disfrutaban de las comidas que
habían gustado en Egipto (v. 4). Muy pronto los israelitas se unieron a
sus lamentos y no tardaron en exigirle a Moisés que les proveyera de
carne.
La respuesta de Moisés consistió en ventilar la frustración del pueblo
en un reproche hacia la persona de Dios: «¿Por qué me tratas a mí, tu
servidor, con tanta dureza? ¡Ten misericordia de mí! ¿Qué hice para
merecer la carga de todo este pueblo? ¿Acaso yo los engendré? ¿Los
traje yo al mundo? ¿Por qué me dijiste que los llevara en mis brazos
como una madre a un bebé de pecho? ¿Cómo puedo llevarlos a la tierra
que juraste dar a sus antepasados?» (vv. 11-12).
En ocasiones el pueblo al que hemos sido llamados a ministrar nos
agobia con sus incesantes peticiones y sus permanentes reclamos.
Pareciera que no importa cuánto esfuerzo realizamos por servirlos,
siempre existe un grupo que no se siente satisfecho.
En momentos así es fácil sentir que la carga del ministerio es
demasiado pesada para que la llevemos nosotros, personas con las
mismas fragilidades que aquellos a quienes pretendemos edificar. El
desánimo se apodera de nuestros corazones y nos sentimos tentados a
abandonar la obra que venimos desarrollando.
Moisés, que había enfrentado con éxito muchas otras crisis, parece
haber agotado los recursos espirituales de los que disponía. El
problema, sin embargo, no pasa por sus capacidades como líder, sino
por la pérdida de visión. La gente volcó sus reclamos a Moisés y él
perdió de vista que su función como líder no consistía en suplir las
necesidades del pueblo, sino en llevar esos reclamos al Señor. No
obstante, por la forma en que se dirige al Señor observamos que
claramente consideraba que el problema lo debía resolver él.
Cuando olvidamos nuestra verdadera función en el ministerio, las
necesidades de las personas comienzan a abrumarnos. No es nuestra
responsabilidad resolver sus problemas, sino llevar sus cargas ante el
Señor; depositarlas a sus pies y esperar que él nos dé instrucciones
acerca de cómo proceder. Si no incorporamos esta dinámica a nuestros
ministerios, la carga de la obra acabará rápidamente con nuestros
recursos.
El Señor percibió el agobio de Moisés y le pidió que nombrara
personas que lo ayudaran en el desempeño de sus funciones. La
respuesta de Dios revela su corazón compasivo, que lo lleva a velar por
el bienestar de quienes sirven al pueblo. Aun con estos colaboradores,
sin embargo, Moisés necesitaba recuperar una dinámica más sana para
el ministerio.
CITA
«Cuando surge la ansiedad le pone fin a la fe, y cuando surge la
verdadera fe le pone fin a la ansiedad». George Mueller
25 DE OCTUBRE
Más que una lista
Ustedes han muerto con Cristo, y él los ha rescatado de los poderes
espirituales de este mundo. Entonces, ¿por qué siguen cumpliendo las
reglas del mundo, tales como: «¡No toques esto! ¡No pruebes eso! ¡No
te acerques a aquello!»? Colosenses 2.20-21
Pablo estaba preocupado porque en la iglesia de Colosas había
aparecido una enseñanza que parecía mezclar conceptos del judaísmo
con algunas filosofías griegas. Los hermanos de la congregación
intentaban vivir su vida en Cristo siguiendo una serie de estrictas normas
acerca de lo que podían o no podían hacer.
No me sorprende esta tendencia. Una de las manifestaciones más
comunes de nuestro afán por controlar nuestra relación con Dios es la
tendencia a reducir la vida a una lista de requisitos. Puede que esta lista
sea larga y severa, o corta y liviana. Lo importante es que el
cumplimiento de los requisitos de esa lista me permite a mí concluir con
mi parte de la relación. Lo demás queda en manos del Señor.
¡Y cómo nos gustan nuestras listas! Tres pasos para vencer la ira.
Cinco principios para un matrimonio feliz. Las siete características de un
verdadero discípulo. Cinco verdades fundamentales para una vida de
oración fructífera. No tenemos más que recorrer los estantes de nuestras
librerías para constatar que casi todo en la vida puede ser reducido a
una lista. Y creemos, neciamente, que el cumplimiento fiel de las
acciones que proponen esas listas garantiza el éxito de nuestros
emprendimientos.
El apóstol Pablo les señala a los colosenses: «Esas reglas son
simples enseñanzas humanas acerca de cosas que se deterioran con el
uso. Podrán parecer sabias porque exigen una gran devoción, una
religiosa abnegación y una severa disciplina corporal; pero a una
persona no le ofrecen ninguna ayuda para vencer sus malos deseos»
(2.22-23).
Su conclusión es tan categórica como la que comparte con los
romanos: «La mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no
se sujeta a la Ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que
están en la carne no pueden agradar a Dios» (8.7-8, NBLH). La carne
nunca puede combatir a la carne. Nuestras listas pueden ser muy
impresionantes, pero no pueden lograr lo que solamente el Espíritu
puede hacer.
Por esto, la exhortación de Pablo consiste en transitar por otro
camino. «Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo,
pongan la mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en
el lugar de honor, a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo,
no en las de la tierra» (3.1-2). Es decir, construyamos nuestra vida
espiritual en el marco de la relación que la sustenta. Esto quiere decir
que debemos descartar nuestras listas, porque una relación nunca
puede ser reducida a una lista de pasos a tomar. Nuestra relación con
Dios, por ser viva y dinámica, está en permanente fluctuación. Requiere
de nosotros que nos adaptemos y movamos según las particularidades
de cada momento.
CITA
«Cuatro de los diez mandamientos se refieren a nuestra relación con
Dios, mientras que los otros seis se refieren a nuestra relación con las
personas. Los diez, sin embargo, tratan el tema de relaciones». Rick
Warren
26 DE OCTUBRE
Somos iguales
Todo sumo sacerdote es un hombre escogido para representar a otras
personas en su trato con Dios. Él presenta a Dios las ofrendas de esas
personas y ofrece sacrificios por los pecados. Y puede tratar con
paciencia a los ignorantes y descarriados, porque él también está
sujeto a las mismas debilidades. Hebreos 5.1-2
El autor de Hebreos ha presentado a sus lectores un concepto
novedoso: Jesús como Sumo Sacerdote, aunque no según la orden de
Aarón, sino de Melquisedec. No obstante, las funciones del sumo
sacerdote les eran familiares y ayudaban a entender mejor el rol que
Cristo realiza en sus vidas.
El texto de hoy señala uno de los principios fundamentales para un
ministerio construido sobre la compasión y la ternura. El sumo sacerdote
es escogido de entre los hombres. El hecho de que sea uno de nosotros
nos recuerda que no goza de ninguna característica especial. De hecho,
está sujeto a las mismas limitaciones que cualquiera de nosotros padece
en la carne. El término que emplea, el autor de Hebreos, significa que
está rodeado por debilidades y flaquezas morales. Es decir, no importa
hacia qué lado mire, siempre verá sus propias limitaciones.
Servir en un rol de liderazgo, sin embargo, tiende a borrar esta
consciencia. El hecho de que las personas nos busquen para que los
ayudemos con sus problemas, nos consulten ante las decisiones que
deben tomar, o busquen nuestro consuelo en tiempos de crisis, se presta
para que pensemos que poseemos algo que ellos no poseen. De alguna
manera, esa percepción rápidamente se puede convertir en un espíritu
de superioridad que nos conduzca a posturas de encubierta altivez.
Podemos llegar a hablarles con esa confianza que poseen aquellos que
se consideran por encima de las fragilidades que afligen a la mayoría de
los habitantes del mundo.
Un liderazgo efectivo se construye con la convicción de que nosotros
luchamos con las mismas dificultades que aquellos que pretendemos
ayudar. De hecho, es esta característica la que más nos ayudará a
mostrarnos comprensivos y misericordiosos a la hora de extenderle una
mano a los necesitados.
El autor de Hebreos argumenta que esta es una de las razones por
las que Cristo debió encarnarse y caminar entre nosotros. Esa
experiencia le permitió a nuestro Señor enfrentar «todas y cada una de
las pruebas que enfrentamos nosotros» (Hebreos 4.15). Su profunda
consciencia de nuestras limitaciones es lo que, a su vez, nos infunde la
confianza que necesitamos para acercarnos a su trono, sabiendo que él
comprenderá perfectamente las dimensiones que presenta cada uno de
los problemas que enfrentamos.
Es bueno que, al compartir la Palabra, evangelizar o aconsejar a las
personas, lo hagamos con un ojo siempre puesto en nuestras propias
debilidades. Recordar la intensidad de algunas de nuestras propias
batallas por vivir en santidad, nos permitirá ser muy pacientes con
aquellos a quienes pretendemos acompañar. Y que los demás se sientan
comprendidos, quizás contribuya más a su edificación que todas las
sabias palabras que podamos compartirles.
CITA
«Solamente la imperfección se queja de lo imperfecto. Cuanto más
perfectos seamos, más tiernos y callados seremos hacia los defectos de
los demás». François Fénelon
27 DE OCTUBRE
Tarea de hombres
Y el ángel contestó: «¡Dios ha recibido tus oraciones y tus donativos a
los pobres como una ofrenda! Ahora pues, envía a algunos hombres a
Jope y manda llamar a un hombre llamado Simón Pedro». Hechos
10.4-5
La historia de la conversión de Cornelio nos provee una fascinante
mirada a las maneras en que el Espíritu trabaja en varios frentes a la
vez, para lograr que todas «las piezas» de un proyecto celestial caigan,
en el momento preciso, perfectamente en su lugar.
La Palabra nos dice que, a pesar de su origen romano, «era un
hombre devoto, temeroso de Dios, igual que todos los de su casa. Daba
generosamente a los pobres y oraba a Dios con frecuencia» (10.2).
Podemos observar, en su forma de proceder, que su devoción hacia Dios
se había manifestado en una actitud compasiva y bondadosa hacia los
menos afortunados de la sociedad.
El resultado de su búsqueda del Señor fue que Dios envió un ángel a
visitarlo. A pesar del pavor que se había apoderado de él, Cornelio se
atrevió a preguntarle qué quería. La respuesta la leemos en el texto de
hoy: instrucciones para que fuera a buscar a Pedro, quien le traería
mayor entendimiento sobre aquello que su alma anhelaba.
Cuando leo este relato no puedo evitar la pregunta que parece
asomarse: si el Señor se tomó el trabajo de enviar un ángel para visitar a
Cornelio, en respuesta a sus oraciones, ¿por qué el ángel no le ahorró
tiempo y esfuerzo, explicándole lo que Pedro, con cierta torpeza,
eventualmente le expondría? ¿Cuál es la razón por la que el Señor llamó
a Pedro para hacer esta tarea, cuando el ángel bien la podría haber
realizado sin ninguna dificultad?
La respuesta nos la ofrece la reacción de Cornelio a la visita del
ángel. Lucas nos dice que «Cornelio lo miró fijamente, aterrorizado» (v.
4). Nos encontramos frente a un oficial del ejército más poderoso de la
tierra, un hombre acostumbrado a los horrores de la guerra. No obstante,
esta aparición lo llenó de espanto.
La reacción de Cornelio es común a todas las personas que, en las
Escrituras, recibieron la visita de un ser celestial. Aún no he encontrado
algún relato donde la persona no haya sentido miedo frente a este
suceso. El ángel no es, entonces, el más indicado para darle la Buena
Noticia de Cristo.
El hecho es que los hombres escuchan con respeto y atención a
otros hombres. Uno posee autoridad para hablarle a otro simplemente
porque es peregrino en el mismo camino, sufre las mismas tribulaciones
y disfruta las mismas alegrías. Por esto, logramos una comunicación
efectiva y fluida cuando hablamos con seres que son iguales a nosotros.
Es este mismo principio que llevó a Cristo a tomar la forma de
hombre y habitar en medio nuestro. Logró su mejor conexión con
nosotros cuando se vistió de nuestra misma humanidad.
REFLEXIÓN
El Señor ha encomendado en nuestras manos la tarea de compartir la
Buena Noticia con aquellos que comparten con nosotros la vida. Si no lo
hacemos nosotros, no lo hará nadie. Somos los instrumentos ideales
para esta consigna, y por eso él ha escogido depender enteramente de
nuestra fidelidad en cumplirla.
28 DE OCTUBRE
Inimaginable
Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios
ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo.
Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y
no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya
no existirán más». Apocalipsis 21.3-4
Muchas de las descripciones que ofrece el apóstol Juan, en el libro de
Apocalipsis, detallan realidades tan alejadas de todo lo que hemos
podido conocer que las palabras no logran penetrar el misterio de las
visiones que le fueron concedidas. En el precioso texto de hoy, sin
embargo, se nos ofrece una extraordinaria visión de lo que será la vida
en ese cielo nuevo y esa tierra nueva.
El pasaje es indescriptiblemente bello porque ofrece una escena de
maravillosa serenidad y bienestar, señal de que las agónicas
convulsiones de la humanidad han llegado a su fin. Representa el
cumplimiento, en toda su plenitud, de las antiguas profecías que
anticipaban un momento en la historia de la humanidad donde el Señor
establecería su reino para siempre.
Varios elementos en este texto brillan de manera especial. El primero
es que el hogar de Dios está entre su pueblo. La frase indica,
literalmente, que ha hecho su tienda entre los hombres, tal como anunció
Cristo en Juan 14: «Todos los que me aman harán lo que yo diga. Mi
Padre los amará, y vendremos para vivir con cada uno de ellos» (v. 23).
Para que se entienda el verdadero significado de este asombroso
acontecimiento, Juan añade esta declaración: «Él vivirá con ellos, y ellos
serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos». Es decir, ¡el Señor será
nuestro vecino! El hecho de que nos encontremos en otra dimensión de
espacio, sin embargo, indica que esto no hace referencia a una
ubicación geográfica. Dios estará con todo su pueblo todo el tiempo.
Y este Dios se moverá entre su gente llevando a cabo una labor de
infinita ternura. Secará cada una de las lágrimas en el rostro de cada uno
de sus hijos. La imagen nos recuerda el gesto delicado de un padre que
consuela a su hijo, haciendo correr su dedo por la mejilla del pequeño
para secar las lágrimas que ha derramado.
En este lugar maravilloso ya no sufriremos más las tribulaciones que
son tan parte de nuestra existencia humana: el duelo, la tristeza, el llanto
y el dolor. Estas cuatro palabras, en el griego, se refieren al más
punzante de los dolores, la que produce la pérdida de un ser querido, la
traición de un amigo, la injusticia de un prójimo o la indiferencia de la
iglesia. En esa nueva vida todo será plenitud de gozo, comunión perfecta
y delicias para siempre.
GRATITUD
Señor, gracias por dejarnos una visión de lo que viene. Saber que esto
es lo que nos espera nos permite afrontar las tristezas y angustias de
esta vida con mayor entereza. Entendemos que nuestro dolor es solo por
un tiempo, pero la alegría de vivir en intimidad contigo será para
siempre. ¡Bendito sea tu nombre!
29 DE OCTUBRE
Conversiones radicales
Por ese tiempo, se generó un grave problema en Éfeso con respecto al
Camino. Comenzó con Demetrio, un platero que tenía un importante
negocio de fabricación de templos de plata en miniatura de la diosa
griega Artemisa. Él les daba trabajo a muchos artesanos. Hechos
19.23-24
Pablo trabajó en la ciudad de Éfeso durante dos años. Su ministerio
impactó fuertemente a la población de la región, no solamente por la
elocuencia con que exponía la Buena Noticia de salvación, sino porque
contaba con el respaldo del poder del Espíritu. Lucas testifica que «Dios
le dio a Pablo el poder para realizar milagros excepcionales. Cuando
ponían sobre los enfermos pañuelos o delantales que apenas habían
tocado la piel de Pablo, quedaban sanos de sus enfermedades y los
espíritus malignos salían de ellos» (vv. 11-12). De esta manera «el
mensaje acerca del Señor se extendió por muchas partes y tuvo un
poderoso efecto» (v. 20)
La tremenda respuesta de la gente y el impactante avance del reino
en toda la zona, sin embargo, tuvieron un resultado inesperado.
Produjeron una crisis económica para quienes vivían de la fabricación de
ídolos. El golpe fue tan fuerte que se levantó una revuelta popular que
puso en peligro la vida de Pablo y sus seguidores.
Esta reacción inesperada muestra las formas en que la conversión de
las personas puede impactar a toda una sociedad. Los cambios eran tan
contundentes que abandonaban muchas de las prácticas que, hasta ese
momento, habían considerado algo normal en sus vidas. «Muchos de los
que llegaron a ser creyentes confesaron sus prácticas
pecaminosas. Varios de ellos, que practicaban la hechicería, trajeron
sus libros de conjuros y los quemaron en una hoguera pública. El valor
total de los libros fue de cincuenta mil monedas de plata» (vv. 18-19).
Todo esto refleja el hecho de que el avance del reino no pasó
desapercibido por aquellos que no se habían convertido. La iglesia
comenzó a hacer sentir la presencia de Cristo en medio de ellos, por
medio de las dramáticas transformaciones que vivían sus integrantes.
Entiendo que Cristo visualizaba esta clase de existencia para su
pueblo: un grupo de osados guerreros que incursionaban de tal manera
en la vida de una ciudad que acababan haciendo tambalear las
estructuras sobre las cuales existía. Por la forma en que viven los que
han entregado su vida para ser discípulos de Jesús, le dan la espalda a
las prácticas y los hábitos que caracterizan a la mayoría de la población.
El nuevo estilo de vida que adoptan no puede evitar los inevitables
choques que resultarán de esta decisión.
Los conflictos solamente se darán, sin embargo, cuando la
conversión sea absoluta. La nueva forma de vivir transformará su
manera de comer, de vestirse, de hacer negocios, de conducir, de
relacionarse con los vecinos, de administrar el dinero y de vivir en
familia. A esa clase de transformación debemos aspirar cuando
compartimos la Buena Noticia con los que aún andan en tinieblas.
CITA
«Nunca necesitamos publicitar el fuego. Donde hay fuego todos corren a
mirar. Del mismo modo, si tu iglesia está llena de fuego no tendrás que
publicitarlo. La comunidad ya lo habrá notado». Leonard Ravenhill
30 DE OCTUBRE
Anhelo público
Yo proclamo firmes promesas en público; no susurro cosas oscuras en
algún rincón escondido. No le habría dicho al pueblo de Israel que me
buscara si no fuera posible encontrarme. Yo, el SEÑOR, solo digo la
verdad, y solo declaro lo correcto. Isaías 45.19
En medio de la exasperación que expresa el Señor por la ciega lealtad
de los israelitas a sus ídolos, nos encontramos con el texto de hoy. El
profundo anhelo que muestra por guiar los pasos de su pueblo lo lleva a
eliminar todas las complicaciones y los obstáculos que entorpecen la
comunicación con ellos. Quiere que cada uno de sus hijos entienda, con
sencilla claridad, lo que él desea para sus vidas, y por eso pronuncia sus
firmes promesas en público. Tal como lo hace un padre amoroso, busca
el camino más simple para enseñar a su pueblo.
Al resaltar la transparencia de su comunicación, el Señor les presenta
una alternativa a los caminos torcidos y complicados que tendrían que
recorrer para descifrar lo que los falsos dioses querían decir. Muchas de
esas predicciones dependían de la astucia de los astrólogos, que
pasaban largo tiempo estudiando el movimiento de las estrellas para
descifrar allí cambios climáticos, pronósticos de lluvia y vaticinios sobre
la cosecha. Sus comunicados, en el mejor de los casos, eran imprecisos
e incompletos. En la mayoría de los casos solamente podían hablar de
aquello que ocurriría en el futuro inmediato.
El eje central de la comunicación del Señor gira en torno a la
invitación a buscarlo, tal como lo expresa la exhortación del Salmo 105:
«Busquen al SEÑOR y a su fuerza, búsquenlo continuamente» (v. 4).
El punto que desea dejar en claro el Señor, sin embargo, es que esta
exhortación no procede de los hombres, sino del mismo Dios que anhela
intensamente tener comunión con su pueblo. No obstante, quiere que su
pueblo responda con un ardiente fervor por encontrar a aquel que desea
ser encontrado.
Las palabras de Isaías nos recuerdan la explicación que le ofreció
Pablo al concilio en Atenas: «Su propósito era que las naciones
buscaran a Dios y, quizá acercándose a tientas, lo encontraran; aunque
él no está lejos de ninguno de nosotros. Pues en él vivimos, nos
movemos y existimos» (Hechos 17.27-28).
La conclusión a la que nos deben conducir estos textos es que la vida
de comunión con Dios es mucho más sencilla de lo que creemos. Todas
las veces que tengamos la sensación de que es pesada y requiere de
grandes esfuerzos, podemos dar por sentado que, como el hijo mayor en
la parábola del pródigo, estamos trabajando por algo que ya es nuestro.
La comunión con el Señor no se logra con dientes apretados, sino por
los relajados intercambios que son típicos entre dos buenos amigos. El
Señor nos pide que lo busquemos, pero para facilitar el proceso él se
ubica en lugares donde es demasiado fácil encontrarlo. Disfrutemos de
una relación en la que el Señor ya ha hecho todo.
CITA
«Ponle fin a las luchas y el esfuerzo. Relájate en la omnipotencia del
Señor Jesús. Contempla su bello rostro. Mientras tú lo contemplas, él te
transformará». Alan Redpath
31 DE OCTUBRE
Enigmática exhortación
Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús.
2 Timoteo 2.1 NBLH
Las cartas pastorales que Pablo escribió a Timoteo revelan el espíritu de
tierno cuidado con que velaba por el bienestar de los líderes que había
formado. Escribió esta epístola desde una prisión en Roma, donde
permanecía encadenado. Comparte con Timoteo que muchos le habían
dado la espalda por la vergüenza que significaba estar así (1.15). El
apóstol, sin embargo, declara confiadamente: «no me avergüenzo de
ello, porque yo sé en quién he puesto mi confianza y estoy seguro de
que él es capaz de guardar lo que le he confiado hasta el día de su
regreso» (1.12, NTV).
Es en este marco de persecución que Pablo comparte la exhortación
que leemos en el texto de hoy. Es llamativo porque pareciera encerrar
una contradicción. Hemos meditado, en varias reflexiones, sobre la
forma en que el Señor se glorifica por medio de nuestras debilidades.
Muchas de sus obras más asombrosas las realizó con personas que no
poseían capacidad alguna para lograr lo que él proponía.
El llamado a ser fuerte, sin embargo, aparentemente impulsa a
Timoteo a moverse en la dirección opuesta a la que Pablo había
proclamado a los corintos: «Así que ahora me alegra jactarme de mis
debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí»
(2 Corintios 12.9, NTV).
Es por esto que Pablo aclara que la fortaleza de la que debe echar
mano Timoteo debe ser en la gracia. Es decir, no lo está llamando a
buscar fuerzas en su propia persona, sino a procurar esa acción
bondadosa de Dios a nuestro favor, que suple aquello que no poseemos
naturalmente. Por esto, Timoteo necesitará ser consciente de sus
propias limitaciones, porque por esa puerta entrará la gracia necesaria.
Esta exhortación de Pablo se basa en el mismo principio expresado
en el primer capítulo: «Por eso quiero que reavives el fuego del don que
Dios te dio cuando te impuse las manos. Porque el Espíritu que Dios nos
ha dado no nos hace cobardes, sino que él es para nosotros fuente de
poder, amor y buen juicio» (1.6-7, PDT).
¿Cómo debe proceder Timoteo para que pueda adquirir la fortaleza
que proviene de la gracia? Deberá convertir en un hábito la búsqueda
del rostro de Dios ante cada desafío que se le presenta. Deberá
acostumbrarse a dejar a los pies del trono de gracia cada problema que
surge. Deberá solicitar, ante cada proyecto que emprenda, que el Señor
lo supla de las herramientas y actitudes necesarias para llevar adelante
la obra del ministerio. En resumen, deberá construir su ministerio
alrededor de la persona de Cristo, de modo que Jesús sea el principio y
el final de todo lo que hace.
REFLEXIÓN
Nosotros, como miembros de la iglesia de Cristo, también debemos
movernos en el mismo espíritu que Timoteo, pues Pablo nos exhorta:
«sean fuertes en el Señor y en su gran poder» (Efesios 6.10, NTV). El
mejor lugar para cultivar esta fuerza es de rodillas, indicando con nuestra
postura nuestra completa dependencia del Señor.
NOVIEMBRE
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1 DE NOVIEMBRE
Inversión estratégica
Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso
encarga (confía) a hombres fieles que sean capaces de enseñar
también a otros. 2 Timoteo 2.2 NBLH
A lo largo de muchos años de ministerio público he tenido el privilegio de
enseñar la Palabra de Dios a grupos en casi todos los países de América
Latina. Ha sido una honra ministrar a la iglesia de Cristo de esta manera.
La experiencia me ha mostrado que a cada encuentro asisten
algunas personas que son estudiantes entusiastas de la Palabra.
Dondequiera que se organice algún evento relacionado a la exposición
de las Escrituras, ellos estarán presentes. Su entusiasmo, sin embargo,
no se extiende al deseo de compartir con otros las riquezas que
adquieren en estos seminarios. Su afán por conocer mejor los misterios
de la Palabra se debe a un interés puramente personal y egoísta. Si
pudiéramos preguntarles acerca de la razón por la que están presentes
confesarían, sin titubear: «¡Porque me encanta estudiar la Palabra de
Dios!».
Pablo quiere evitar que Timoteo invierta en personas que no van a
hacer nada con lo recibido. La dinámica correcta en el reino de los cielos
es la que el Señor practica con el hombre de Gadara, que había sido
librado de una multitud de demonios. Quería subirse a la barca con
Jesús cuando él se retiraba del lugar. Jesús, sin embargo, se lo impidió,
señalándole el camino que debía recorrer a partir de ese momento: «Ve
a tu casa y a tu familia y diles todo lo que el Señor ha hecho por ti y lo
misericordioso que ha sido contigo» (Marcos 5.19, NTV).
El texto que hoy consideramos representa cuatro generaciones de
creyentes: Pablo, quien invirtió en Timoteo, quien a su vez debería
invertir en hombres fieles, quienes, a su vez, deberían invertir en otros.
En esta cadena observamos que existe una dinámica que no se detiene
en ninguna generación. Es decir, el Señor echó a rodar una pelota que
llegó a Pablo, quien la pasó a Timoteo, quien la pasó a hombres fieles,
quienes la pasaron a otros, y así sucesivamente.
La clave de este proceso se encuentra en la frase «hombres fieles».
Timoteo debía estar atento a las oportunidades para invertir en personas
que demostraban el compromiso y las capacidades necesarias para
invertir en otros. Entiendo, por esto, que Timoteo necesitaba de mucho
discernimiento para distinguir quiénes eran estas personas, de manera
que no se viera atrapado edificando a quienes no tenían la intención de
invertir en nadie.
No me cabe duda de que estas instrucciones seguían el modelo que
había usado Jesús. Él enseñó a las multitudes en muchas ocasiones,
pero destinó su mayor esfuerzo a invertir su tiempo en los Doce, que
continuarían con la labor que él había comenzado. Y de entre los Doce,
tres recibieron una inversión aún más intensa. De esta manera, el Señor
se aseguraba el futuro de la iglesia que estaba por nacer.
INVITACIÓN
Cada vez que recibes alguna bendición de parte del Señor, no te limites
a darle gracias por ese regalo. Pídele: «Señor, dame al menos una
persona con la que pueda compartir esto que he recibido de tu mano
bondadosa».
2 DE NOVIEMBRE
¿Qué hace aquí Rahab?
Fue por la fe que Rahab, la prostituta, no fue destruida junto con los
habitantes de su ciudad que se negaron a obedecer a Dios. Pues ella
había recibido en paz a los espías. Hebreos 11.31
El capítulo 11 del libro de Hebreos reúne a las figuras del Antiguo
Testamento que vivieron con la convicción de que «sin fe es imposible
agradar a Dios» (v. 6). La lista incluye a personas quienes, a lo largo de
los siglos, han inspirado con su ejemplo de compromiso y devoción al
Señor; figuras como Noé, Abraham, Isaac, Moisés y David.
En medio de esta multitud de individuos extraordinarios nos
tropezamos con Rahab, una mujer que salvó a dos espías, enviados por
Josué para traer un informe sobre la ciudad de Jericó. El rey se enteró
que habían entrado a la ciudad y que se hospedaban en la casa de
Rahab, por lo que envió a los soldados para arrestarlos. Rahab los
escondió debajo de unos manojos de lino, en la terraza; desvió a los
soldados para que dedicaran tiempo y esfuerzo buscando a los espías
fuera de la ciudad, mientras ella procuraba la forma de ayudarlos a
escapar con vida.
Su proceder muestra a una mujer poseída de una inusual valentía.
No obstante, nos choca que el autor de Hebreos no haya por lo menos
intentado disimular el oficio de Rahab. Nos dice, con singular claridad,
que Rahab era una prostituta.
Cuando leemos el relato en el libro de Josué, no encontramos ningún
indicio de que Rahab haya abandonado la prostitución. En la ciudad se
le conocía como una ramera y los hombres que se hospedaron en su
casa también lo sabían. Cuando habló con los espías, tampoco dio
señales de haberse apropiado del Dios al que ellos servían. «Sé que
el SEÑOR les ha dado esta tierra» les confesó (Josué 2.9), y luego
declaró: «El SEÑOR su Dios es el Dios supremo arriba, en los cielos, y
abajo, en la tierra» (v. 11).
No obstante estas cuestionables credenciales, Rahab ingresa a la
lista de personas que inspiran por su fe. Y no solamente esto, el
Evangelio de Mateo afirma, en la genealogía, que Jesús era un
descendiente directo de esta mujer.
¿Por qué se incluye a una prostituta en la lista de Hebreos 11? La
respuesta es sencilla. La historia del pueblo de Dios fue escrita por
hombres y mujeres que padecían todas las fragilidades comunes del ser
humano. La Biblia no intenta disfrazarlas ni editarlas. Tampoco pretende
que nosotros los tengamos como modelos a seguir. Simplemente nos
permite ver cómo el gran relato de la obra redentora de Dios tocó estas
vidas y produjo en ellas asombrosos resultados. Sus modestas
cualidades permitieron que la gloria del Señor brillara con mayor
intensidad.
REFLEXIÓN
Rahab nos recuerda que la gracia del Señor no excluye a nadie. No
necesitamos alcanzar algún ideal para ser partícipes de los proyectos
que él lleva a cabo. Nos invita a caminar juntos, aun cuando cargamos
con el bagaje de vidas imperfectas e incompletas. No te enfoques en tus
imperfecciones, sino en la invitación que permanece siempre.
3 DE NOVIEMBRE
Llamado a la unidad
Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de
amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y
compasión, hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir,
conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo
propósito. Filipenses 2.1-2 NBLH
El texto de Filipenses 2.1-11 nos ofrece una de las más preciosas
descripciones del camino que recorrió Cristo para reconciliarnos con el
Padre. Pablo la emplea para ilustrar la clase de vida que espera de los
creyentes en la iglesia de Filipos.
Normalmente se presentaba primero el ejemplo y luego la
exhortación que se desprendía de esta ilustración. Pablo, sin embargo,
comienza con un llamado a la iglesia, el cual proveerá el contexto para
mostrar de qué manera el Hijo de Dios vivió estos principios en su
peregrinaje hacia la cruz.
Las directivas prácticas que el apóstol comparte con sus lectores,
provienen de una exhortación que les ha dejado en la primera parte de la
carta: «Sobre todo, deben vivir como ciudadanos del cielo,
comportándose de un modo digno de la Buena Noticia acerca de Cristo»
(1.27, NTV). Él advierte la necesidad de entender a qué se refiere con
una vida digna, y en el texto de hoy provee algunas respuestas.
El apóstol entiende que las motivaciones que nos impulsan son
diferentes. Por esto, menciona varias opciones para apelar a su llamado
a la unidad: algún estímulo en Cristo, algún consuelo de amor, alguna
comunión del Espíritu, algún afecto y compasión. Sea lo que sea aquello
que nos motiva, Pablo nos llama a utilizar esa motivación para vivir
según los principios que expone en este pasaje.
Observamos, en el texto de hoy, la reiteración de la palabra «mismo».
Pablo anhela que esta iglesia se mueva con el mismo sentir, disfrute el
mismo amor, trabaje para un mismo propósito y viva en un mismo
espíritu.
Este llamado no ignora la hermosa diversidad de dones y
personalidades que contiene el cuerpo de Cristo, pero resalta el principio
de que la iglesia solamente puede avanzar si todos escogen moverse en
la misma dirección. Un ejército no puede ponerse en marcha si no existe
acuerdo acerca del objetivo a alcanzar, el ritmo de la marcha o los
momentos asignados para el descanso.
Esta visión de la iglesia le asesta un fuerte golpe al espíritu de
competencia y rivalidad que muchas veces percibimos entre los
diferentes ministerios de una congregación. Ninguno de estos alcanzará
su pleno potencial a menos que aprenda a amar a todos por igual, a
trabajar con un solo objetivo en mente y a nutrirse de una sola fuente.
Esto quiere decir que debemos entender que la diversidad de
expresiones es buena y natural, y no constituye un llamado a los
conflictos, sino que es una oportunidad para amar generosamente a
todos por igual. Cada miembro y cada ministerio de la iglesia merece
nuestro más pleno apoyo.
REFERENCIA
«Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el nombre que Me has dado,
para que sean uno, así como Nosotros somos uno». Juan 17.11 NBLH
4 DE NOVIEMBRE
Ambiciones dañinas
No hagan nada por egoísmo (rivalidad) o por vanagloria. Filipenses
2.3 NBLH
El apóstol Pablo llama a los filipenses a vivir en la unidad que resulta de
tener un mismo sentir, practicar un amor libre de excepciones, disfrutar
de la comunidad que construye el Espíritu y trabajar para un mismo
objetivo.
Esa meta debe ser la misma que guiaba el ministerio de Juan el
Bautista: engrandecer a la persona de Cristo, buscando la forma de que
nosotros pasemos desapercibidos. En todos los ministerios y proyectos
que conforman parte de la vida de la congregación local, el deseo de
cada miembro del cuerpo debe ser señalar a Cristo con sus palabras,
acciones y actitudes, como el principio y el fin de todas las cosas. Para
que no quede ninguna duda al respecto, Pablo añade la exhortación que
leemos en el texto de hoy: no hagan nada por egoísmo o vanagloria.
La palabra «egoísmo» posee interesantes connotaciones en el
griego; originalmente se refería al jornalero que trabajaba por día. Estos
trabajos frecuentemente eran motivo de airadas disputas entre los que
aspiraban a ser contratados. Eventualmente, la palabra pasó a tener un
sentido negativo. Se refiere a aquella persona cuyo único interés es el
provecho personal que le puede sacar al trabajo, y describe una
ambición inmoral. Es decir, se utiliza para designar a aquella persona
que invierte lo mínimo e indispensable en el trabajo, porque solamente le
interesa el beneficio que le pueda dar.
Pablo hace mención de este mismo espíritu cuando señala, en su
carta a los gálatas, que uno de los frutos de la carne es la «ambición
egoísta» (5.20, NTV). También emplea el término cuando declara que
Dios «derramará su ira y enojo sobre los que viven para sí mismos»
(Romanos 2.8, NTV).
La vanagloria se refiere a un sentido de orgullo basado en una
ilusión. Es decir, me jacto de algo que creo haber logrado con mi propio
esfuerzo, cuando en realidad todo lo que poseo y todo lo que soy son
producto de la gracia de Dios. En la Nueva Traducción Viviente se opta
por traducir esta palabra con una frase que lo dice todo: «no traten de
impresionar a nadie».
Tristemente debemos confesar que muchos ministerios en la iglesia
sufren de ambiciones egoístas y vanagloria. Por eso somos testigos de
la rivalidad que considera a otros como competidores en lugar de socios
en el trabajo de extender el reino. Buscamos la forma de operar para que
nuestro ministerio obtenga mayores recursos, crezca más y sea
reconocido. Nuestras conversaciones giran solamente en torno de lo que
nosotros estamos haciendo. No nos interesa escuchar lo que otros
pueden estar haciendo porque, en el fondo, estamos convencidos de
que lo nuestro es más importante que lo de ellos.
Pablo nos llama a deponer tales actitudes. No glorifican al Señor ni
tampoco producen la clase de crecimiento a la que debemos aspirar
como cuerpo de Cristo.
EJERCICIO
Todos estamos convencidos de que, gracias a Dios, ¡no somos egoístas!
No obstante, resulta interesante prestar atención a nuestras
conversaciones y oraciones. Tomemos nota de cuántas veces se repiten
las palabras «yo, mi y mis» en los diálogos que sostenemos con otros.
Esto nos dará un diagnóstico mucho más confiable de las actitudes que
gobiernan nuestras vidas.
5 DE NOVIEMBRE
Un camino mejor
Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que
ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también
procuren interesarse en los demás. Filipenses 2.3-4
La humildad es una de esas características difíciles de identificar. Ni bien
consideramos que la poseemos, se nos escapa de las manos. Por esto,
resulta más fácil observar la humildad en hechos concretos, que
analizando la actitud que la define.
Pablo nos ofrece dos caminos bien prácticos para cultivar la
humildad. El primero de ellos consiste en considerar a los demás como
mejores que nosotros mismos. Vale la pena aclarar que el apóstol no
declara que los demás son mejores que nosotros. Delante del Señor
somos todos iguales y cada uno de nosotros posee el mismo valor. El
Nuevo Testamento desconoce las jerarquías y los privilegios que tanto
atraen a la cultura que nos rodea.
No obstante esta aclaración, yo puedo escoger el estimar a mi
prójimo como mejor que yo. Lo interesante de esta postura es que la otra
persona no trabaja para ubicarse por encima de mí, que es el camino de
la vanagloria. Más bien, yo lo ubico en esa posición aun cuando, quizás,
esa persona no desee ese honor.
Cuando adopte esta postura, entonces, me resultará más natural
querer escuchar, que hablar; señalar lo que otros están haciendo, que
llamar la atención a lo mío; luchar por los derechos de los demás, en vez
de exigir que se respeten los míos. Me mostraré más dispuesto a recibir
consejos y reprensiones cuando considere que los que me rodean son
superiores a mí.
Y un resultado que se desprende de esta postura es la disposición de
velar por los intereses de los demás antes que los propios. Puede que se
trate de algo tan sencillo como, en un encuentro de la iglesia, servirle
comida al otro antes de servirme yo. O quizás se manifieste en acciones
más profundas, como promocionar el ministerio de otros o buscar
recursos económicos para invertir en los proyectos de otros, y no en los
míos. La expresión más auténtica de este sentir la observaremos en la
intimidad de nuestras oraciones. Sabremos que vamos por buen camino
cuando elevemos a Dios más peticiones a favor de los demás, que por
nosotros mismos.
El orgullo sufre cuando escogemos dar preferencia a los demás.
Alimentado por una insaciable necesidad de ser el centro de todo, el
orgullo no soporta que elijamos ubicarnos por debajo de otros. Esta
forma de vivir, sin embargo, es la que nos conduce hacia la humildad.
Quizás en un primer momento lo hagamos por simple obediencia. Por el
camino, sin embargo, descubriremos cuánta alegría y satisfacción se
cosecha de una vida puesta al servicio de los demás, pues es más
bienaventurado dar que recibir.
ORACIÓN
Señor, solo tú me puedes librar del egoísmo que radica en mi corazón.
Quiero transitar por el camino de Jesús, que vino a servir y no a ser
servido. Permíteme crecer en el afecto y el amor hacia los demás,
sirviéndoles en aquello que más puede beneficiar a su crecimiento
espiritual. Sé que su alegría será también la tuya, y la mía.
6 DE NOVIEMBRE
Modelo a seguir
Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no
consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse.
Filipenses 2.5-6
Pablo nos anima a vivir en unidad, desechando toda actitud y
comportamiento que fomenta la rivalidad y la división. Nos llama a dar un
lugar de preferencia a nuestros hermanos, velando por sus intereses con
el mismo celo que demostramos por nuestros propios asuntos.
Nos ofrece un modelo a seguir en la persona de Jesús, describiendo,
en uno de los pasajes más conocidos del Nuevo Testamento, el camino
que recorrió hacia la cruz. En su descripción resalta las actitudes y
acciones que mejor ilustran las exhortaciones que nos ha hecho en los
versículos que examinamos en estos días.
Comienza señalando el estado en el que existía Cristo antes de
tomar forma de hombre: era Dios. Para nosotros resulta demasiado difícil
entender todo lo que encierra esa frase. Pablo nos ayuda con los
detalles que nos proporciona en otro texto: «Él ya existía antes de que
las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación porque,
por medio de él, Dios creó todo lo que existe en los lugares celestiales y
en la tierra. Hizo las cosas que podemos ver y las que no podemos ver,
tales como tronos, reinos, gobernantes y autoridades del mundo
invisible. Todo fue creado por medio de él y para él» (Colosenses 1.1516). ¡Estas credenciales son más que impresionantes!
A pesar de ser el principio y el fin de todas las cosas, Pablo señala
que no consideró su condición de Dios como algo a qué aferrarse. El
término «aferrarse» posee connotaciones similares a las que
examinábamos, hace algunos días, en el término «egoísmo». Se refiere
a algo que uno toma por la fuerza, de modo que involucra una actitud de
cierta violencia.
Cuando escucho la palabra «aferrarse» no puedo evitar la imagen de
un puño cerrado, golpeando una mesa o un escritorio, exigiendo que se
respeten «mis» derechos, que se hagan las cosas a «mi» manera, que
se me cumplan «mis» gustos, que se defiendan «mis» privilegios, que se
atiendan «mis» necesidades, que se consideren «mis» opiniones. Es el
proceder de alguien en cuya vida solamente hay lugar para una sola
persona: ella misma.
Jesús abre el puño. No se aferra a todos los privilegios y los
derechos que le correspondían como Dios. No argumenta, ni discute, ni
patalea porque no le gusta el camino que tiene por delante. No asume la
postura infantil de esperar que el otro dé el primer paso. Ve la necesidad
del hombre y decide hacer algo al respecto, aunque ese algo requiere
que él renuncie a su condición de Ser Supremo sobre toda la creación.
Es un acto tan contrario a lo que acostumbramos ver en nuestro entorno,
que nos cuesta entender la profundidad de lo que esto significó para
Cristo. Nos deja, sin embargo, un claro ejemplo a seguir.
REFERENCIA
«En el principio ya existía el Verbo (la Palabra), y el Verbo estaba con
Dios, y el Verbo era Dios. […] El Verbo (la Palabra) se hizo carne, y
habitó entre nosotros». Juan 1.1, 14 NBLH
7 DE NOVIEMBRE
Renuncia
Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo
cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la
humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano.
Filipenses 2.6-7
Pablo ha llamado a los filipenses a moverse en un mismo espíritu, un
mismo sentir y un mismo propósito. Deben deponer actitudes egoístas y
ambiciones personales, para pensar en el bien de todos. A modo de
ilustración ha escogido describir el camino que recorrió Cristo en el
proceso de redimir a la humanidad.
El primer paso que debió dar Cristo fue el de no aferrarse al hecho de
que él era Dios mismo. Para lograrlo, renunció a sus prerrogativas
divinas. La frase es la traducción del verbo kenoo, que significa
literalmente «vaciar el contenido». Entendemos por «vaciar» que hizo a
un lado todos los privilegios y atributos que le correspondían como Dios.
Se vació de la honra, la majestad, la gloria, el poder, la sabiduría y la
potestad que le pertenecían.
El término que emplea la Nueva Traducción Viviente nos ayuda a
comprender mejor el proceso que emprendió. Cuando uno renuncia a
algo, escoge no retener o recibir aquello que por derecho le
corresponde. Por ejemplo, Jean Paul Sartre, reconocido filósofo y
escritor francés, recibió el premio Nobel de Literatura en 1964. Este
premio no solamente otorga gran prestigio a la persona que lo gana, sino
que también incluye una significativa suma de dinero. Sartre, sin
embargo, era conocido por su antipatía hacia los reconocimientos y, por
primera vez en la historia de la institución que otorga los premios, optó
por renunciar al galardón.
Tales actitudes son raras entre nosotros, donde la búsqueda de
mayores privilegios y reconocimientos son algo que motiva a la gran
mayoría de personas. Por esto resulta tan incomprensible la actitud que
asumió Cristo al vaciarse de sí mismo para tomar la forma de un
esclavo. Esta condición establece los parámetros para su peregrinaje
terrenal, en el que buscó la forma de servir a la humanidad en su más
apremiante necesidad. Se resistió tenazmente a los intentos de la gente
por convertirlo en rey y enseñó a sus discípulos que «ni aun el Hijo del
Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su
vida en rescate por muchos» (Mateo 20.28).
Es en la ocupación de servir a los demás que encontramos el camino
adecuado para que no nos atormenten las insaciables demandas de
nuestro ego, que no cesa en sus intentos de imponerse en todo los
órdenes de la vida. Para servir, sin embargo, será necesario renunciar a
aquellas cosas a las que podríamos legítimamente aspirar, pero
escogemos dejar de lado por amor al prójimo.
ORACIÓN
«Líbrame, Jesús mío, del deseo de ser amado, del deseo de ser
alabado, del deseo de ser honrado, del deseo de ser venerado, del
deseo de ser preferido, del deseo de ser consultado, del deseo de ser
aprobado, del deseo de ser popular». Rafael Merry del Val[26]
8 DE NOVIEMBRE
Camino descendente
Y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre,
se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como
morían los criminales. Filipenses 2.7-8
Pablo ilustra la clase de vida que espera de los filipenses, describiendo
las actitudes que adoptó el Señor y las consecuencias que acarrearon.
Me impacta con fuerza la frase «y nació como un ser humano»,
porque se trata de aquel que «ya existía antes de que las cosas fueran
creadas y es supremo sobre toda la creación» (Colosenses 1.15).
Reconozco que ninguna analogía logrará captar la increíble distancia
que recorrió Cristo cuando nació en un humilde pesebre. No obstante,
me atrevo a hacer algunas comparaciones, con todas las limitaciones
que posean. Es como si la estrella más candente del universo hubiera
decidido convertirse en una humilde vela. O como si un guepardo, un
felino de singular belleza que alcanza velocidades de 120 kilómetros por
hora, se hubiera convertido en una lombriz. O como si el monte Everest,
con su imponente majestuosidad, se hubiera convertido en una cueva,
en medio del desierto.
Jesús, a diferencia de las películas de ciencia ficción, no aparece
repentinamente entre los seres humanos. Toma la forma de un diminuto
embrión y recorre el camino que ha recorrido cada persona sobre la faz
de la tierra, para eventualmente nacer a la vida en forma de un pequeño
e indefenso bebé. No existen palabras que logren captar lo
increíblemente asombrosa que es esta transformación, que no es un
cambio hacia algo mejor, sino hacia algo infinitamente más limitado,
pequeño, débil y frágil de lo que era Jesús cuando existía en forma de
Dios.
Frente a esta realidad nos sentimos tentados a exclamar: «¡Basta
ya!». Alcanza y sobra con el tremendo camino recorrido». Pablo, sin
embargo, nos dice que el proceso no se detiene allí. Una vez que Cristo
adoptó la forma de hombre continuó con el mismo proceso, y se humilló
a sí mismo en obediencia a Dios. Es decir, una vez más renuncia a sus
derechos, privilegios y posibilidades para sujetar completamente su vida
a la voluntad de aquel que lo envió.
Encuentro gran provecho en reflexionar sobre la frase «se humilló a
sí mismo». Qué refrescante toparse con una persona que se concentra
en humillarse a sí misma, en lugar de humillar a otros. El atropello y la
opresión son tan parte de la cultura caída de este mundo que, en
ocasiones, ni siquiera somos conscientes de posturas y frases que
significan humillación para el prójimo. Jesús, sin embargo, continúa con
ese proceso de vaciarse a sí mismo, aun siendo hombre.
El ejemplo del Mesías nos ayuda a entender más cabalmente a qué
se refería Pablo cuando, al inicio de este pasaje, nos dejó la siguiente
exhortación: «Sean humildes, es decir, considerando a los demás como
mejores que ustedes. No se ocupen solo de sus propios intereses, sino
también procuren interesarse en los demás» (Filipenses 2.3-4).
CITA
«Cristo es la humildad de Dios encarnada en naturaleza humana; el
Amor Eterno humillándose a sí mismo para vestirse con el ropaje de la
mansedumbre y la ternura, para ganar, servir y salvarnos». Andrew
Murray
9 DE NOVIEMBRE
Muerte de cruz
Se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como
morían los criminales. Filipenses 2.8
Cuando comencé a trabajar sobre el texto de hoy comencé a llorar.
Contemplar al Hijo del Hombre agonizando sobre una cruz despierta en
mí una profunda congoja. No logro comprender con mi mente tan
limitada que, por amor, acabó en ese horrendo madero. No hemos
conocido ni visto esta clase de amor entre los hombres, y por eso nos
cuesta tanto entender este sacrificio a nuestro favor.
La crucifixión es una de las formas de ejecución más crueles que
haya concebido el ser humano. Es representativa de toda la furia de un
enemigo que deseaba infligirle al condenado el mayor grado de
sufrimiento posible. La muerte, que era agónica y lenta, se producía por
asfixia, cuando la persona no podía sostener más su cuerpo erguido
como para seguir respirando. En ocasiones, la persona tardaba días en
morirse, mientras que la gente pasaba a su lado y escuchaba sus
espantosos gemidos.
Cristo mismo revela el tremendo desafío que le significaba la cruz
cuando les confesó a los tres discípulos que lo acompañaban: «Mi alma
está muy afligida, hasta el punto de la muerte» (Mateo 26.38, NBLH).
Lucas añade un detalle: «Y estando en agonía, oraba con mucho fervor;
y Su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la
tierra» (Lucas 22.44, NBLH). Serían necesarios tres intensos momentos
de clamor antes de que Cristo lograra aquietar su alma para la prueba
que tenía por delante.
Entiendo que esta agonía no se debía exclusivamente a la macabra
muerte que representaba la crucifixión. Jesús se encontraba ante un
momento en la eternidad donde, por primera vez, experimentaría la
separación completa de su Padre. Tal como señala el profeta Isaías: «Él
fue traspasado por nuestras rebeliones y aplastado por nuestros
pecados. Fue golpeado para que nosotros estuviéramos en paz, fue
azotado para que pudiéramos ser sanados. Todos nosotros nos hemos
extraviado como ovejas; hemos dejado los caminos de Dios para seguir
los nuestros. Sin embargo, el SEÑOR puso sobre Él los pecados de
todos nosotros» (53.5-6).
Esta es la razón por la que, en medio de la agonía de la muerte,
Jesús exclamó «“Eli, Eli, ¿lema sabactani?”, que significa: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (Mateo 27.46). Esa punzante
exclamación revela la profundidad del camino que recorrió el Señor para
lograr la reconciliación, una vez y para siempre, entre Dios y los
hombres.
El motor que impulsa al Mesías hasta la muerte es la sujeción a la
voluntad del Padre. Su ejemplo nos muestra que la obediencia a Dios no
es negociable. Nuestra declaración de que Cristo es nuestro Señor nos
ubica en la misma dinámica, donde debemos renunciar a dirigir nuestros
propios pasos y darle ese privilegio a Dios. La vida entera será necesaria
para aprender a vivir en completa y absoluta sumisión a él.
REFERENCIA
«Dios desembarcó en este mundo ocupado por el enemigo, en forma
humana. Cristo encarnó la perfecta entrega y humillación. Perfecta,
porque era Dios; entrega y humillación, porque era hombre». C. S. Lewis
10 DE NOVIEMBRE
Camino ascendente
Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre
que está por encima de todos los demás nombres. Filipenses 2.9
Pablo nos ha exhortado a vivir de tal manera que no rompamos la unidad
de la iglesia. Nos ha llamado a deponer toda actitud de ambición
personal y la búsqueda de un reconocimiento por parte de los hombres.
A modo de ejemplo, señala el camino que recorrió el Hijo del Hombre. La
muerte de Cristo en la cruz marca el punto final de un recorrido
descendente en que Jesús escogió, una y otra vez, humillarse a sí
mismo.
En el texto de hoy observamos cómo recorre un camino ascendente.
Se refiere al mismo camino que ambicionaban recorrer los filipenses,
pero con una importante diferencia: Jesús no es el impulsor de este
recorrido. El Padre lo levanta de entre los muertos, el Padre lo exalta
hasta un lugar de alto honor, el Padre le confiere un nombre que es
sobre todo nombre, el Padre le otorga toda autoridad y lo corona de
gloria.
Este desenlace es el claro cumplimiento del principio que Jesús
enseñó a sus discípulos: «Aquellos que se exaltan a sí mismos serán
humillados, y los que se humillan a sí mismos serán exaltados» (Lucas
14.11). En ambos casos la acción la realiza Dios y es contraria al camino
que recorre el individuo. El que busca exaltación acaba humillado; el que
busca humildad acaba exaltado.
La palabra que Pablo emplea para este proceso de exaltación
resume lo que significa conferirle un honor que va mucho más allá de lo
que se consideraría apropiado; esto es, elevar a una persona a una
posición de alta estima. Es decir, lo elevó muy por encima de todos los
honores y reconocimientos que pueda el hombre concederle a su
prójimo.
A este lugar de máxima elevación le sumó el nombre. En el griego, la
construcción de la frase indica que no se trata de un nombre entre
muchos nombres, sino «el nombre» que ningún otro ser en el universo
posee. Este gesto es un acto de gracia del Padre hacia el Hijo, y el peso
de ese nombre avala la posición exaltada a la que ha llegado Jesús.
La historia que mejor nos ayuda a entender el significado de este
proceso, es lo que vivió José cuando fue tomado del lugar más bajo (un
esclavo olvidado en la cárcel), y fue elevado a la posición de más alto
honor (primer ministro) en la corte del faraón.
El peregrinaje de Jesús muestra cuán lejos puede llegar una persona
que transita por el camino de la humildad y el servicio. Cuanto más
grande sea la humillación, mayor será el impacto sobre los demás. Por
esos misterios propios del reino, cuando cesamos de buscar algo el
Señor nos lo concede puramente por gracia. Nos puede conceder
semejante privilegio porque sabe que ya hemos muerto al deseo de ser
reconocidos, aplaudidos o admirados.
REFERENCIA
«Ahora Cristo está muy por encima de todo, sean gobernantes o
autoridades o poderes o dominios o cualquier otra cosa, no solo en este
mundo sino también en el mundo que vendrá». Efesios 1.21
11 DE NOVIEMBRE
Desenlace final
Para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y
en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo
es el Señor para la gloria de Dios Padre. Filipenses 2.10-11
Hemos examinado el peregrinaje de Cristo desde el momento en que se
despojó a sí mismo de sus derechos y privilegios para convertirse en un
siervo obediente aun en la muerte, hasta la exaltación muy por encima
de toda autoridad, gobierno, institución o individuo. Su ejemplo nos
indica de qué manera podemos vivir, como iglesia, con un mismo sentir,
conservando el mismo amor, unidos en espíritu y dedicados a un mismo
propósito.
Todo esto desemboca en el gran objetivo que mueve el corazón del
Padre, que consiste en reconciliar al mundo consigo mismo. Por un
tiempo el Señor se moverá conforme al espíritu que representa la
imagen de Apocalipsis 3.20: «¡Mira! Yo estoy a la puerta y llamo. Si oyes
mi voz y abres la puerta, yo entraré y cenaremos juntos como amigos».
Él respetará la libertad que nos ha dado para abrir o no esa puerta.
Solamente el Señor conoce la duración de este tiempo de libre
elección. Llegará un día, sin embargo, en que se cumplirá la profecía de
Isaías: «He jurado por mi propio nombre; he dicho la verdad y no faltaré
a mi palabra: toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua me declarará
su lealtad» (45.23).
En ese tiempo, toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra
se doblará.
La flexión de la rodilla es el acto visible de una postura interior de
adoración, un gesto de reconocimiento hacia la persona de Jesús. Este
gesto de sumisión se verá acompañado por una confesión de que él ya
no es siervo, sino Señor. Algunos lo declararán con júbilo, mientras que
otros lo deberán hacer por temor. No obstante, no habrá un solo ser en
el universo que no proclame, como lo hacen los millones de ángeles
alrededor del trono, que el Cordero que fue sacrificado es digno «de
recibir el poder y las riquezas y la sabiduría y la fuerza y el honor y la
gloria y la bendición» (Apocalipsis 5.12).
Conforme a la dinámica que existe en la Trinidad, sin embargo, todos
estos acontecimientos resaltarán la gloria del Padre. De esta manera, se
cumple la oración que Jesús mismo elevó en Juan 17: «Padre, ha
llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que él, a su vez, te dé la gloria a
ti» (v. 1). Observamos que aun aquí, en el desenlace de los tiempos,
Jesús se niega a aferrarse a algo que, por mérito y reconocimiento, le
podrían pertenecer. En todo reina un espíritu de bondadosa gracia, la
misma que Pablo anhela que se manifieste en la vida del pueblo de Dios.
REFLEXIÓN
La gloria de esta escena final es la única y verdadera gloria. Todas las
demás glorias son meras ilusiones. Por esto se nos ha exhortado a que
no hagamos absolutamente nada en la vida buscando otra gloria que no
sea la de Cristo.
12 DE NOVIEMBRE
Disciplina de cada día
Pusiste a prueba mis pensamientos y examinaste mi corazón durante
la noche; me has escudriñado y no encontraste ningún mal. Salmo
17.3
David había tomado una determinación en cuanto a la forma de
conducirse cada día. «Estoy decidido a no pecar con mis palabras. He
seguido tus mandatos, los cuales me impidieron ir tras la gente cruel y
perversa. Mis pasos permanecieron en tu camino; no he vacilado en
seguirte» (vv. 3-5).
Observamos, en este compromiso, el deseo firme de no ofender a
Dios en nada. Reprimió los deseos de venganza que surgieron en su
corazón, por amor al Señor, y también se cuidó de no pecar con su boca
ventilando con palabras su bronca. Su compromiso fue tan profundo que
se atrevió a declarar: «no he vacilado en seguirte».
No obstante la firmeza de la intención, esto no garantiza que David
logrará vivir una vida libre del pecado. Cada día nos presenta una
infinidad de oportunidades para ofender al Señor, con nuestra forma de
proceder o simplemente con pensamientos que no lo honran. Por esto,
David le suma a su compromiso un ejercicio por las noches. Abre su
corazón para que el Señor lo examine y pruebe sus pensamientos.
La palabra que emplea para «prueba» significa hacer una cuidadosa
examinación con el objetivo de establecer la verdadera condición de
algo, incluyendo sus cualidades, imperfecciones y fallas. Del mismo
modo, el término «examinar» por lo general se emplea en los ensayos,
para descubrir la calidad de un metal. De esta manera, entonces, David
se ha sometido durante la noche a una rigurosa inspección por parte del
Señor.
Su proceder nos deja un interesante ejemplo a seguir. Cuando el día
se termina, los eventos y sucesos que han transcurrido aún permanecen
frescos en nuestra mente. Una vez que nos durmamos la mente se
ocupará de catalogar esas experiencias, separando las significativas de
las insignificantes. Por esta razón constituye una buena disciplina
terminar el día transitando por el mismo proceso al que se sometió
David.
Seguramente, ciertas ofensas salten a la vista y las podamos
confesar en el mismo instante de cometerlas. Esto, sin embargo, no nos
hace libres del pecado. Necesitamos que aquel que escudriña con
cuidado los corazones pueda examinarnos y sacar a la luz aquello que
constituye una afrenta a su nombre. Será necesario aquietar el espíritu
para prestar atención a lo que el Señor pueda mostrarnos.
El valor de esta disciplina es que nos permite terminar el día con las
cuentas en cero. Nos podemos acostar en paz porque no quedan
asuntos pendientes entre nosotros y el Señor. Y esta bendición se
extenderá al nuevo día, pues estaremos en mejores condiciones de
seguir el camino de David: «Al despertar, me saciaré
cuando contemple tu semblante» (Salmo 17.15, NBLH). Al despertar, la
falta de culpa por los pecados que ya han sido confesados nos permitirá
entregarnos de todo corazón a la adoración de nuestro Dios. De esta
manera, nos aseguramos de que cada día comience y termine en el
Señor.
REFERENCIA
«Los que encubren sus pecados no prosperarán, pero si los confiesan y
los abandonan, recibirán misericordia». Proverbios 28.13
13 DE NOVIEMBRE
Inclinación preocupante
No obstante, aun con estas palabras, a duras penas Pablo y Bernabé
pudieron contener a la gente para que no les ofreciera sacrificios.
Hechos 14.18
Cuando Pablo y Bernabé llegaron a la ciudad de Listra comenzaron a
predicar la Buena Noticia de salvación, tal como venían haciéndolo en
las ciudades que visitaban. Mientras hablaban, Pablo vio que entre la
gente que se había juntado a escucharlos estaba un hombre que había
sido lisiado desde su nacimiento. Percibió en su espíritu que el hombre
tenía fe para ser sanado y actuó en consecuencia, y le ordenó que se
pusiera en pie y caminara.
El hombre sembró el asombro entre todos los presentes cuando se
puso en pie de un salto y se echó a caminar. La maravillosa intervención
del Señor, sin embargo, tuvo un giro inesperado. La multitud atribuyó el
milagro a los apóstoles, exclamando: «¡Estos hombres son dioses en
forma humana!» (v. 11). En poco tiempo se produjo un movimiento
espontáneo, producto de la conclusión a la que habían arribado: «El
sacerdote del templo y la multitud llevaron toros y coronas de flores a las
puertas de la ciudad, y se prepararon para ofrecerles sacrificios a los
apóstoles» (v. 13).
Cuando Pablo y Bernabé se percataron de lo que ocurría se rasgaron
las vestiduras, horrorizados, y salieron corriendo a impedir que la gente
procediera con su cometido. Intentaron explicarles que esta señal era
una manifestación de la bondad de Dios y que ellos apenas eran los
instrumentos humanos por medio de quienes se había producido esta
manifestación sobrenatural. A pesar de esto, como señala el texto de
hoy, les resultó difícil convencer a la gente de que no eran dioses.
La reacción de la gente en Listra revela que el ser humano tiene esa
necesidad de adorar, con la que fue creado, pero el error del pecado lo
lleva a volcar este deseo en objetos y personas que no merecen ser
adorados. El fenómeno que se produjo en Listra continúa hasta el
presente, donde observamos la enloquecida adulación que grandes
segmentos de la población muestran hacia deportistas, músicos, actores
o estrellas del mundo de la farándula.
En el ámbito de la iglesia he sido testigo de las mismas inclinaciones,
ya sea hacia los músicos más conocidos o a los pastores que poseen los
ministerios más impactantes. Muchas personas muestran una reverencia
hacia ellos que roza la adoración. El círculo más íntimo de estas
personas los trata como si fueran «dioses en forma humana»,
extendiéndoles una honra desmedida y practicando una obediencia que
posee matices enfermizos.
El líder sabio reacciona con horror ante las manifestaciones de
adulación. Entiende la necesidad que posee el ser humano de adorar,
pero lo canaliza hacia el único que es digno de recibir nuestro
reconocimiento. Recuerda que, si el Hijo del Hombre no permitió que lo
llamaran «bueno», y se sintió en la necesidad de aclarar que «solo Dios
es verdaderamente bueno», no puedes dejar de hacer lo mismo.
REFERENCIA
«Cuando Pedro entró en la casa, Cornelio cayó a sus pies y lo
adoró; pero Pedro lo levantó y le dijo: “¡Ponte de pie, yo soy un ser
humano como tú!”». Hechos 10.25-26
14 DE NOVIEMBRE
Más que palabras
Mientras estuvo aquí en la tierra, Jesús ofreció oraciones y súplicas
con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte. Y
Dios oyó sus oraciones por la gran reverencia que Jesús le tenía.
Hebreos 5.7
El autor de Hebreos ha dedicado parte de su epístola a demostrar que
Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, nos puede entender porque él sufrió en
carne propia todas las limitaciones que afligen nuestra existencia. Esa
experiencia lo ubica en el lugar ideal para extendernos, los unos a los
otros, la ayuda necesaria en medio de las tribulaciones que
experimentamos.
El texto de hoy nos permite observar a Jesús en una de las
situaciones en que su humanidad sufrió más intensamente: su paso por
Getsemaní. De cara a la cruz, experimentó una angustia tan intensa que
confesó a tres de sus discípulos que sentía que se moría. La
abrumadora tristeza lo impulsó a buscar el mismo socorro que el autor
de Hebreos nos anima a que busquemos nosotros. Y, al igual que el Hijo
del Hombre, debemos presentarnos ante el trono de gracia con
oraciones, súplicas, clamor y lágrimas.
La forma en que se presentó delante de Dios nos ofrece una
interesante mirada al misterio de la oración; esta es intensa,
desesperada, urgente, apremiante, dolorosa y angustiante. Nos
encontramos ante un hombre que, literalmente, derrama su alma en
presencia del Señor y, entre sollozos y gemidos, comparte su necesidad
con el Padre.
Conocemos las palabras que dirigió al Padre porque los Evangelios
las registran. Sin embargo, el autor de Hebreos elige señalar que su
oración fue oída por la «gran reverencia» que Jesús tenía hacia la
persona de Dios. De esta manera, resalta el hecho de que a la hora de
orar la actitud del corazón pesa más que el contenido de las palabras. Es
posible, incluso, que nuestras peticiones sean confusas e imprecisas,
porque la angustia de la situación por la que atravesamos no nos permite
descifrar bien qué es lo que deberíamos estar pidiendo.
No obstante esta posibilidad, el texto de hoy pareciera indicar que el
Señor interpreta posturas, más que palabras. En el caso de Jesús, sus
palabras son claras, pero su actitud de reverente sumisión es aún más
elocuente que el contenido de su petición. Y es esa postura lo que hace
que su petición sea escuchada por el Padre.
Cabe señalar que esta actitud no se puede asumir a la hora de
presentarse ante el Padre en oración. Si somos arrogantes en el
transcurso normal de la vida no podremos, como por arte de magia,
convertirnos en personas de profunda reverencia en el momento de orar.
Es por esto que la oración no puede estar divorciada de la forma en que
vivimos. No es un rito religioso, sino una extensión de una postura que
hemos asumido frente a los desafíos de la vida.
En un sentido, entonces, nuestra oración comienza mucho antes de
que nos arrodillemos para hablar con el Señor. Tiene sus orígenes en el
compromiso que asumimos de vivir en absoluta sumisión al Padre.
REFERENCIA
«Con mis manos hice tanto el cielo como la tierra; son míos, con todo lo
que hay en ellos. ¡Yo, el SEÑOR, he hablado! Bendeciré a los que tienen
un corazón humilde y arrepentido, a los que tiemblan ante mi palabra».
Isaías 66.2
15 DE NOVIEMBRE
Escuela del sufrimiento
Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que
sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote
perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos
los que le obedecen. Hebreos 5.8-9
El texto de hoy es el que le sigue al que describe la agónica tribulación
de Jesús en Getsemaní. Allí «ofreció oraciones y súplicas con gran
clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte» (v. 7).
El intenso sufrimiento que experimentó en aquel momento de
profunda soledad lleva al autor de Hebreos a señalar que «Jesús
aprendió obediencia por las cosas que sufrió». No ignoramos que todas
las figuras que fueron instrumentos útiles en las manos del Señor
debieron también transitar por la escuela del desierto. Sin embargo, en el
caso del Hijo de Dios no podemos evitar cierta sensación de
desconcierto, pues el mismo autor de esta epístola no ha dudado de
señalar que fue igual a nosotros en todo, pero sin pecado (4.15). Nuestra
convicción de que el sufrimiento es necesario para quebrar el espíritu de
rebeldía que produce el pecado, no nos ayuda a la hora de entender por
qué fue necesario que Jesús aprendiera obediencia.
La obediencia está íntimamente ligada a uno de los regalos más
preciosos que hemos recibido del Creador: la libertad. Ser libres implica
gozar del privilegio de elegir, y este privilegio es el mismo para
pecadores y no pecadores. No estamos obligados a transitar ningún
camino que no hayamos previamente escogido. Esto no elimina, de
ninguna manera, las consecuencias que puedan tener nuestras
elecciones. Es uno de los contrapesos que impulsa el uso responsable
de la libertad.
Y esta es, precisamente, una de las principales metas en la
capacitación de un siervo útil en las manos de Dios. Debe aprender a
emplear con responsabilidad la libertad que ha recibido. Jesús, por lo
tanto, no escapó de la capacitación que Dios ha reservado para todos
aquellos que ha escogido incluir en sus proyectos.
La forma más eficaz de llevar adelante esta capacitación consiste en
exponer al siervo a situaciones de sufrimiento. La obediencia no se
aprende en un aula o leyendo un libro acerca del tema. Se asimila en el
contexto de las decisiones complejas que son parte de nuestra
existencia terrenal. Y las oportunidades para el aprendizaje se
multiplican cuando las decisiones a las que nos enfrentamos tienen
mayor peso en el rumbo de nuestra vida. No está en juego lo mismo
cuando elijo qué canal de televisión voy a mirar, que cuando decido si
voy a operarme o no de un cáncer maligno. Cuanto más intensa y
agónica sea la decisión, mayor será la oportunidad de aprender a ser
obediente.
REFLEXIÓN
El sufrimiento se presta de manera admirable para este proceso de
aprendizaje, porque nos sentimos tentados a recorrer cualquier camino
con tal de procurar el alivio que tanto anhelamos. Ante la multitud de
opciones que ofrece una situación de sufrimiento, el escoger sujetarse a
Dios, para hacer lo que él demanda de nosotros, deja un precioso rédito
espiritual.
16 DE NOVIEMBRE
Interesante ejercicio
Por tanto, esforcémonos por entrar en ese reposo, no sea que alguien
caiga siguiendo el mismo ejemplo de desobediencia. Hebreos 4.11
NBLH
Ayer reflexionábamos sobre la manera en que Dios le enseñó a Cristo la
obediencia por medio del sufrimiento (Hebreos 5.7). La obediencia está
relacionada con el uso responsable e inteligente de la libertad con la que
hemos sido creados. Jesús se convirtió en el Sumo Sacerdote perfecto
precisamente porque, tal como señala Pablo, se hizo «obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2.8, NBLH).
El telón de fondo del libro de Hebreos es el peregrinaje del pueblo de
Israel por el desierto. Dios permitió que su pueblo transitara por muchas
pruebas para enseñarles obediencia. El triste resultado de este proceso
lo
resume
el
salmista:
«Por
cuarenta
años
Me
repugnó aquella generación, Y dije: “Es un pueblo que se desvía en su
corazón y no conocen Mis caminos”» (95.10, NBLH). De allí se
desprende la exhortación del texto de hoy: esforcémonos para no caer
en el mismo espíritu de desobediencia que los condenó a morir en el
desierto.
Quisiera proponerte que intentemos un interesante ejercicio.
Imaginemos que la historia del pueblo, que leemos en Éxodo y Números,
es otra. Supongamos que lograron pasar con éxito las pruebas que Dios
permitió en sus vidas. ¿Cómo se leería el relato de su peregrinaje por el
desierto?
Tomemos, por ejemplo, la primera gran prueba que enfrentaron, en la
que se encontraron acorralados frente al mar Rojo. «Al acercarse
Faraón, los Israelitas alzaron los ojos, y vieron que los egipcios
marchaban tras ellos. Entonces los Israelitas tuvieron mucho miedo y
clamaron al SEÑOR» (Éxodo 14.10, NBLH). Mas algunos de ellos se
levantaron y dijeron: «Pueblo de Israel, ¡No teman! El Señor prometió
que nos llevaría a una tierra que fluye leche y miel, y eso hará, pues Dios
no es hombre para no cumplir lo que promete». E inmediatamente el
pueblo se calmó y comenzó a alabar al Señor por su grandeza.
O consideremos el momento en que arribaron a un lugar en el
desierto en el que no había agua (Éxodo 17). El pánico comenzó a correr
por el pueblo, pero algunos valientes levantaron la voz y dijeron:
«Hermanos nuestros, ¿por qué ceden ante el temor? ¿Acaso no ha sido
bueno Dios con nosotros? El que nos ha provisto de maná y codornices
¿no podrá también darnos agua?». Entonces el pueblo se calmó y
celebró con gozo que caminaba con un Dios que tenía cuidado de ellos.
¿Y qué si al regreso de los doce espías, el pueblo hubiera decidido
alinearse con los dos que creyeron? «Entonces Caleb calmó al pueblo
delante de Moisés, y dijo: “Debemos ciertamente subir y tomar posesión
de ella, porque sin duda la conquistaremos”» (Números 13.30, NBLH). Y
el pueblo creyó a Caleb, y hablaron de apedrear a los diez espías porque
habían intentado desviar el corazón del pueblo hacia la rebeldía.
REFLEXIÓN
Este ejercicio nos muestra que las historias en nuestra vida pueden tener
otro desenlace. La prueba que llega para enseñarnos obediencia, es una
certeza. Cada uno, sin embargo, será artífice del desenlace que tiene
cada situación. Crecer hacia la perfección depende de la decisión de
permanecer firmes en la Palabra que hemos recibido.
17 DE NOVIEMBRE
Sorprendente alegría
Los apóstoles salieron del Concilio Supremo con alegría, porque Dios
los había considerado dignos de sufrir deshonra por el nombre de
Jesús. Hechos 5.41
Los líderes religiosos de Jerusalén se encontraban ante un problema
que se les escapaba de las manos. Seguramente habían pensado que
con la muerte de Jesús el movimiento que él había impulsado perdería
fuerza. Sus seguidores, sin embargo, habían asombrado al pueblo
obrando los mismos milagros que se le atribuían al hombre de Galilea, y
multitudes se convertían, día tras día, a esta nueva «secta».
Decidieron arrestar a Pedro y Juan. «Entonces el Concilio los
amenazó aún más, pero finalmente los dejaron ir porque no sabían cómo
castigarlos sin desatar un disturbio» (Hechos 4.21). Ni bien los soltaron,
ellos volvieron a reunirse con sus hermanos y pidieron, con unanimidad
de espíritu, que el Señor les concediera valentía para seguir predicando
a pesar de las amenazas que habían recibido.
Continuaron ministrando en los lugares públicos, tal como habían
aprendido de su Maestro. Pronto fueron arrestados nuevamente, «pero
un ángel del SEÑOR llegó de noche, abrió las puertas de la cárcel y los
sacó. Luego les dijo: “¡Vayan al templo y denle a la gente este mensaje
de vida!”» (Hechos 5.19-20). Y así lo hicieron. Ni bien amaneció,
entraron al templo y comenzaron a ministrar.
La guardia del templo no tardó en llegar y volvieron a apresar a los
apóstoles, con cierto temor, porque no lograban entender de qué manera
habían escapado de la cárcel. Esta vez, sin embargo, el ambiente en el
Concilio estaba cargado de furia. Algunos hablaban de ejecutar a los
prisioneros, pero Gamaliel logró aplacar los ánimos con su sabio
consejo. Los apóstoles, sin embargo, no salieron ilesos de esta
situación; fueron sentenciados a recibir azotes.
La ley estipulaba que un israelita no debía recibir más de 40 azotes
(Deuteronomio 25.3). Este límite, sin embargo, no debe haber importado
mucho al considerar el atroz dolor que producía cada latigazo sobre la
espalda expuesta de la víctima. Los látigos empleados solían tener
pedazos de huesos atados a sus flecos, de manera que laceraban
horriblemente la piel del prisionero.
Imagino que los discípulos terminaron con todas las vestimentas
ensangrentadas por el castigo recibido. Lucas no nos ofrece ningún
detalle de su condición, pero sí escoge resaltar la actitud con la que
emprendieron el camino a casa: estaban llenos de gozo, no por lo que
les había sucedido, sino porque se les había considerado dignos de
sufrir del mismo modo que su Señor.
Esta clase de gozo requiere tener una perspectiva espiritual de la
persecución. La misma es posible cuando entendemos que esta es la
confirmación de que somos verdaderamente discípulos de Cristo. Revela
que representamos una genuina amenaza para el enemigo, y
demuestra, de manera clara y contundente, que el Espíritu glorioso de
Dios reposa sobre nuestras vidas (1 Pedro 4.16). Por esto Pedro, quien
fue uno de los protagonistas de este incidente, declara: «no es nada
vergonzoso sufrir por ser cristianos. ¡Alaben a Dios por el privilegio de
que los llamen por el nombre de Cristo!».
REFERENCIA
«Dios los bendice a ustedes cuando la gente les hace burla y los
persigue y miente acerca de ustedes y dice toda clase de cosas malas
en su contra porque son mis seguidores». Mateo 5.11
18 DE NOVIEMBRE
Asombroso poder
Como resultado del trabajo de los apóstoles, la gente sacaba a los
enfermos a las calles en camas y camillas para que la sombra de
Pedro cayera sobre algunos de ellos cuando él pasaba. Hechos 5.15
Cuando era niño solía jugar con mis hermanos a intentar pisarnos la
sombra los unos a los otros. Resultaba divertido porque era difícil
«atrapar» la sombra del otro. Aun cuando lográbamos pisarla, no era
posible retenerla. De alguna manera este fenómeno nos impulsaba a
explorar las intrigantes cualidades que posee la sombra. Aunque es
visible, no tiene peso ni forma definida.
Cuando considero esta realidad me asombra el texto de hoy. Los
apóstoles estaban revestidos de tan increíble poder que a algunos
enfermos les bastaba que la sombra de ellos los tocara para que fueran
sanados.
Este testimonio es parte de las intensas manifestaciones del Espíritu
que acompañaban el crecimiento de la iglesia. Lucas señala que «los
apóstoles hacían muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente.
Y todos los creyentes se reunían con frecuencia en el templo, en el área
conocida como el pórtico de Salomón» (v. 12). El impacto de su
ministerio era tan fuerte que: «multitudes llegaban desde las aldeas que
rodeaban a Jerusalén y llevaban a sus enfermos y a los que estaban
poseídos por espíritus malignos y todos eran sanados» (v. 16).
El relato no hace más que confirmar el cumplimiento de la profecía
que Jesús pronunció acerca de los que creían en él. «Les digo la verdad,
todo el que crea en mí hará las mismas obras que yo he hecho y aún
mayores, porque voy a estar con el Padre» (Juan 14.12).
A pesar de estas palabras, el testimonio de Lucas me llena de
asombro. Intento imaginar cómo deben haber sido esos días en que los
milagros, las señales y los prodigios eran parte de la experiencia
cotidiana de la iglesia, un tiempo en que todos eran sanados.
De seguro que no se apoderaría de mí la misma fascinación con este
texto si fuera parte de una iglesia con semejante testimonio. Pero la
verdad es que vivimos en tiempos donde nuestro testimonio ha perdido
gran parte del impacto que podría tener. Las manifestaciones del poder
de Dios se limitan a las emociones que nos producen ciertos momentos
en la alabanza, o a las caídas que experimentamos cuando alguien ora
por nosotros.
Es posible que nuestra obsesión por ministrarnos a nosotros mismos
haya apagado el mover del Espíritu en nuestras congregaciones. Las
señales, los milagros y los prodigios que realizaban los apóstoles se
hacían primordialmente entre los que no creían, para que supieran que
la palabra predicada era Palabra de Dios.
ANHELO
Jesús pronunció su profecía sobre todos los que creían en su nombre.
Por esto, el texto de hoy me mueve a clamar: «¡Despierta, oh SEÑOR,
despierta! ¡Vístete de fuerza! ¡Mueve tu poderoso brazo derecho!
Levántate como en los días de antaño» (Isaías 51.9). Hago mía la
oración de Habacuc: «Aviva, oh SEÑOR, Tu obra en medio de los años,
En medio de los años dala a conocer» (3.2, NBLH), y ruego al Padre:
«Permite que tus siervos te veamos obrar otra vez, que nuestros hijos
vean tu gloria» (Salmo 90.16).
19 DE NOVIEMBRE
Refrigerio espiritual
Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean
borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del
Señor. Hechos 3.19 NBLH
Pocas experiencias producen una sensación de tan profundo alivio como
la confesión de pecados. Es un proceso desagradable para la carne
porque implica que uno debe humillarse y reconocer que actuó de
manera contraria a lo que Dios espera de nosotros. El sinsabor que
representa la confesión, sin embargo, se ve ampliamente recompensado
por el alivio que produce no cargar más con la pesada mochila de la
culpa.
La mejor descripción del agobio que resulta de no confesar los
pecados, lo provee el salmista: «Mientras me negué a confesar mi
pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. Día y noche tu
mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al
calor del verano» (32.3-4, NTV). La misma sensación se presenta en el
Salmo 31: «Ten misericordia de mí, SEÑOR, porque estoy angustiado.
Las lágrimas me nublan la vista; mi cuerpo y mi alma se marchitan.
Estoy muriendo de dolor; se me acortan los años por la tristeza. El
pecado me dejó sin fuerzas; me estoy consumiendo por dentro» (vv. 910, NTV).
Estos textos nos ayudan a entender que el pecado no es meramente
un asunto espiritual. Cuando se afianza en una vida, todo el ser sufre las
consecuencias, incluyendo el cuerpo. David, que pasó muchos años en
el desierto, compara la pérdida de energías con la veloz desaparición del
agua ante el abrasador calor del sol. Los síntomas describen una
sensación de pesadez que hace que todo en la vida resulte difícil, como
quien intenta atravesar un espeso pantano. El progreso es lento y
demasiado trabajoso.
Sin dudas, esta experiencia llevó a David a exhortarnos: «Por lo
tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que
no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio» (32.6, NTV). Y es
probable que Pedro también pensara en el profundo alivio que había
traído a su vida el hecho de que el Señor no le hubiera echado en cara
que lo negó tres veces.
Nuestro texto indica que este refrigerio espiritual proviene
directamente del Señor. No es simplemente la consecuencia de ya no
estar bajo la condenación de nuestra propia conciencia, sino el fruto de
un renacimiento espiritual. El pecado impide que Dios trabaje en
nuestras vidas y cierra la puerta al mover del Espíritu.
Cuando decidimos ponernos a cuenta con el Señor, el Espíritu
recupera, una vez más, la libertad para moverse en nuestras vidas como
él quiere. Puede retomar el trabajo de sanar, restaurar y afianzar en
nosotros la obra redentora de Cristo. Por eso la confesión produce más
que un alivio momentáneo. Tal como señala Pedro, le da paso a tiempos
de renuevo similares a los que se viven durante la época de la
primavera. Es un momento en que recuperamos el vigor espiritual y
vuelve la pasión por todo aquello que se relaciona con nuestro caminar
con Cristo.
REFERENCIA
«Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el SEÑOR les borró la culpa de
su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia!» Salmo 32.2
NTV
20 DE NOVIEMBRE
Planes inútiles
¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas
vanas? Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman
unidos contra el SEÑOR y contra Su Ungido, diciendo: «¡Rompamos
sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas!». Salmo 2.1-3
NBLH
Cuando leo este texto me cuesta entender que fue escrito ¡hace tres mil
años! Describe con escalofriante exactitud lo que vemos ocurrir en una
nación tras otra en estos tiempos de frenética emancipación moral. En
cada país donde alguien asume la presidencia, pareciera que su
intención fuera demostrar que es aún más osado que sus colegas de
otras naciones. La población, intoxicada con los aparentes beneficios de
este movimiento, celebra la llegada del consumo libre de drogas, la
posibilidad de definir el matrimonio en los términos que a uno le plazca e,
incluso, la seductora insinuación de que ya no es determinante el sexo
con el que uno nace. Según los antojos de cada individuo es posible
anular lo que, hasta ahora, la genética ha determinado.
El salmista se muestra sorprendido e indignado ante el enojo de las
naciones y sus interminables maquinaciones. Todos sus esfuerzos
apuntan a un solo objetivo: librarse de lo que, imaginan, es la opresiva
esclavitud que Dios les ha impuesto. Esta rebeldía es tan antigua como
el ser humano mismo. La serpiente logró despertar en la mujer ese
espíritu, apelando a la misma sensación: insinuaba que, de alguna
manera, si lograban deshacerse de la restricción que Dios les había
impuesto serían como él y gozarían de la misma libertad.
La ilusión de ser libres impulsa la revolución social de la que somos
testigos en estos tiempos. No queremos que nadie nos diga cómo
debemos vivir ni que otros nos impongan restricciones. Cada uno, reza
el nuevo mantra, es libre de vivir como quiere. La verdadera libertad, sin
embargo, no consiste en la posibilidad de hacer lo que se nos antoja. La
misma naturaleza de la vida requiere ciertas leyes y principios que la
ordenen y le provean la estructura necesaria para su existencia.
Consideremos un sencillo ejemplo. Imaginemos que cada conductor
decide que va a conducir de la manera que se le antoja. Escoge la
velocidad, la dirección y los lugares por los que va a transitar su
vehículo. No hace falta mucha astucia para entender que en muy poco
tiempo tendríamos una situación de absoluto caos en el tránsito. De la
misma manera, no se pueden violar indefinidamente las leyes que
gobiernan la vida sin eventualmente caer en un caos, que es la condición
que resulta cuando no existe ninguna clase de ley.
Esta ilusión de libertad es simplemente una nueva expresión de la
esclavitud al pecado. La verdadera libertad es aquella capacidad de
ponerle límite a mis propios caprichos y deseos, para vivir conforme a los
propósitos de aquel que me creó.
REFERENCIA
«Les digo la verdad, todo el que comete pecado es esclavo del
pecado. Un esclavo no es un miembro permanente de la familia, pero un
hijo sí forma parte de la familia para siempre. Así que, si el Hijo los hace
libres, ustedes son verdaderamente libres». Juan 8.34-36 NTV
21 DE NOVIEMBRE
El Señor se ríe
El que se sienta como Rey en los cielos se ríe, el SEÑOR se burla de
ellos. Luego les hablará en su ira, y en su furor los aterrará. Salmo
2.4-5 NBLH
El texto de hoy nos ofrece un marcado contraste con los versículos que
examinamos ayer. En ellos, los reyes y gobernantes se levantan llenos
de indignación para proponer una batalla que le ponga fin a la esclavitud
que, imaginan, Dios le ha impuesto a la humanidad. El Señor no
responde a esta rebelión con desesperadas maniobras para neutralizar a
sus enemigos. Está sentado y se ríe.
Ya nos hemos cruzado con esta frase en el Salmo 37. Cada vez que
la leo me causa gracia, por lo inesperado de la reacción del Señor. Me
recuerda a una caricatura que mostraba a dos pulgas en el lomo de un
perro San Bernardo. Las pulgas se veían diminutas en comparación al
enorme tamaño del perro. No obstante, estaban involucradas en una
acalorada discusión para definir ¡cuál de las dos controlaba al perro!
Así de ridículas le deben resultar al Señor las interminables intrigas
entre los seres humanos, las frenéticas maniobras para acceder a mayor
poder, las incesantes pujas por dominar a los de nuestro alrededor. Las
torpes maniobras del ser humano por deshacerse de Dios desconocen
por completo la intensidad de su compromiso en buscar la forma de
seducir nuestro corazón. Creen que con descartar algunos de los
mandamientos que Dios ha establecido para una vida de rectitud, se han
deshecho del Señor. No saben que nos ama demasiado como para
simplemente abandonarnos.
Ese amor lo conducirá también a reprenderlos con dureza, tal como
hizo Cristo cuando Pedro quiso impedir que fuera a Jerusalén para ser
entregado a la muerte. El Señor no puede dejar impune la rebeldía del
hombre; su propia justica exige que él intervenga, aun cuando las
maniobras de los hombres le resulten absurdas.
Su ira arde con especial intensidad porque las maquinaciones de las
naciones son contra su Ungido. Ningún padre permanece indiferente
ante los ataques contra sus hijos. El Señor se levantará con furor para
disciplinar la impertinencia de los que han usurpado la autoridad que él
mismo les ha dado. Y en esa disciplina él revelará su verdadera
naturaleza, de tal manera que quedarán aterrados.
El objetivo de esta acción, según los propósitos eternos de Dios, no
es producir en ellos un estado de pavor. Más bien es conducirlos hacia el
arrepentimiento, tal como lo expresa el salmista: «Como fuego que
consume el bosque, Y como llama que incendia las montañas, Así
persíguelos con Tu tempestad, Y aterrorízalos con Tu torbellino. Cubre
sus rostros de vergüenza, Para que busquen Tu nombre, oh SEÑOR»
(83.14-16).
No nos sumemos al movimiento de estos tiempos que intenta
desechar los principios que el Señor ha establecido para una vida de
rectitud. Vivamos en sumisión a él, confiados en que su Palabra es una
lámpara que guía nuestros pies y una luz para nuestros caminos (Salmo
119.105).
REFERENCIA
«Dios se sienta sobre el círculo de la tierra; la gente que hay abajo le
parecen saltamontes. [...] Él juzga a los poderosos del mundo y los
reduce a nada». Isaías 40.22-23 NTV
22 DE NOVIEMBRE
Un Rey diferente
Pero Yo mismo he consagrado a Mi Rey sobre Sion, Mi santo monte.
Ciertamente anunciaré el decreto del SEÑOR que me dijo: «Mi Hijo
eres Tú, yo Te he engendrado hoy». Salmo 2.6-7 NBLH
El salmista se muestra sorprendido e indignado por la sublevación de las
naciones y las maquinaciones de los reyes de la tierra, que se juntan
contra el Señor y su Ungido.
Meditábamos ayer sobre el contraste entre las perversas maniobras
de estos gobernantes y la risa que le produce al Señor observar sus
intentos por alcanzar la «independencia». El texto de hoy nos ofrece otro
contraste. Por un lado, se encuentran los reyes rebeldes que han
decidido vivir según su propio parecer. En contraposición Dios declara
que él mismo ha establecido su propio Rey. Es decir, ha elegido un Rey
que se distinguirá radicalmente de los demás reyes de la tierra.
La característica sobresaliente de este Rey será su particular relación
con Dios. En su primera declaración anuncia lo que Dios ha decretado:
«Mi Hijo eres Tú, yo Te he engendrado hoy». Esta relación, entonces,
provee el contexto desde el cual ejerce su reinado este hijo, que es el
Mesías esperado.
Su reinado también marcará un contraste con el reinado de los reyes
de la tierra, pues este Rey vivirá en completa sumisión al Padre.
Declarará: «Mi alimento consiste en hacer la voluntad de Dios, quien me
envió, y en terminar su obra» (Juan 4.34, NTV). Explicará que «el Hijo no
puede hacer nada por su propia cuenta; solo hace lo que ve que el
Padre hace. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo» (Juan
5.19, NTV). Su juicio será justo «porque llevo a cabo la voluntad del que
me envió y no la mía» (Juan 5.30, NTV). Cuando abra la boca, dirá: «Mi
mensaje no es mío sino que proviene de Dios, quien me envió» (Juan
7.16, NTV).
La ironía de este Rey, que según los gobernantes de la tierra vive en
un estado de total esclavitud, es que es el único que puede libertar
verdaderamente a aquellos que lo han rechazado por buscar mayor
independencia. Su relación de plena confianza en el Padre lo libra de las
interminables maniobras y maquinaciones de aquellos que no cesan en
sus intentos por emanciparse de Dios.
Cuando escogemos caminar con este Rey nosotros también
accedemos a la verdadera libertad. Él rompe las ataduras de la
amargura, el resentimiento, el enojo, la envidia y los celos que resultan
de buscar entre los hombres aquello que deberíamos buscar del Señor.
Sujetarnos a él es la primera experiencia de genuina libertad a la que
podemos acceder, pues nos ubicamos bajo el reinado de un Rey como
ningún otro. Su nombre es: «Consejero Maravilloso, Dios Poderoso,
Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin.
Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado
David por toda la eternidad» (Isaías 9.6-7, NTV).
REFERENCIA
«No hay condenación para los que están en Cristo Jesús […] Porque la
ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús te ha libertado de la ley del
pecado y de la muerte». Romanos 8.1-2 NBLH
23 DE NOVIEMBRE
Pídeme, y te daré
Tan solo pídelo, y te daré como herencia las naciones, toda la tierra
como posesión tuya. Las quebrarás con vara de hierro y las harás
pedazos como si fueran ollas de barro. Salmo 2.8-9
El texto de hoy revela cuán diferente es la dinámica en el reinado del
Mesías, en comparación a los reinos terrenales. El Padre quiere hacerle
un regalo a su Hijo: las naciones rebeldes que se han levantado en su
contra. Normalmente, cuando deseamos hacerle un regalo a una
persona intentamos sorprenderla con el gesto. Parte de nuestro deleite
será disfrutar de la inesperada alegría que le producirá el obsequio. En
ocasiones, sin embargo, no sabemos bien qué podemos regalarle a una
persona. Si gozamos de suficiente confianza le pediremos que nos dé
algunas sugerencias o nos acercaremos a algún familiar en busca de
asistencia.
El Padre, en cambio, ya sabe lo que quiere obsequiarle al Hijo, pero
nos sorprende al instruir al Hijo que debe pedir ese regalo. Nuestra
confusión revela cuán poco entendemos del profundo respeto sobre el
que está construida esta relación. El Hijo no hace nada sin que el Padre
se lo diga. El Padre, por lo tanto, sugiere que le pida las naciones por
herencia. El Padre, sin embargo, no está en el negocio de obligar. Le
señala lo que le gustaría que hiciera y espera que el Hijo, en señal de
sumisión, actúe conforme a los deseos de su Padre. De esta manera, se
conserva el espíritu de honra que caracteriza la relación.
Esta escena revela el alcance de la soberanía de Dios. Él decide lo
que es más apropiado para el Hijo, e instruye a este sobre la forma de
alcanzar aquello que solamente el Padre le puede dar. Lo único que el
Hijo tiene que hacer es pedir, pero el Padre no actuará si el Hijo no pide.
Esta dinámica nos permite entender mejor el significado de la frase
que nos dejó Jesús: «Si Me piden algo en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan
14.14, NBLH). Si lo comparamos con el sentido del Salmo dos, Jesús
nos está diciendo: «Yo deseo darles regalos de parte de mi Padre.
Permítanme que yo les diga lo que deben pedirme. Si piden lo que yo les
digo, no les quepa la menor duda que yo se los daré».
Me llama la atención lo osado de la propuesta del Padre. Dios no
quiere darle un municipio o una aldea. ¡Quiere entregarle las naciones!
Se requiere de extraordinaria convicción para pedir algo tan
increíblemente inmenso, y aparentemente inalcanzable. Del mismo
modo, el Hijo nos propone algo asombroso. Nos dice que vayamos y
hagamos discípulos de todas las naciones. Las extraordinarias
dimensiones de este proyecto nos obligan a recorrer el mismo camino
que el Hijo. Debemos pedir por aquello que, humanamente hablando, es
absolutamente imposible.
INSPIRACIÓN
En 1850 Dios puso una carga por China en el corazón de un hombre.
Viajó a aquellas tierras y comenzó a trabajar en el proyecto. En
quinientos años, menos de cien misioneros habían visitado China.
Hudson Taylor se atrevió a pedirle al Señor cien nuevos misioneros para
los siguientes diez años. Cuando falleció, más de ochocientos
misioneros trabajaban a lo largo y a lo ancho de aquella nación.
24 DE NOVIEMBRE
Amonestación
Ahora bien, ustedes reyes, ¡actúen con sabiduría! ¡Quedan advertidos,
ustedes gobernantes de la tierra! Sirvan al SEÑOR con temor
reverente y alégrense con temblor. Salmo 2.10-11
David comenzó el salmo con una pregunta que revela su asombro ante
la necedad de las naciones: «¿Por qué están tan enojadas las naciones?
¿Por qué pierden el tiempo en planes inútiles?».
Esa ira es el fruto de una convicción: la vida es horrible porque
estamos sometidos a las sofocantes restricciones que Dios ha impuesto
sobre nosotros. Debemos deshacernos de ellas y destrozar las cadenas
que nos atan a perspectivas anticuadas e inapropiadas para los tiempos
que vivimos. No queremos que nadie nos imponga ninguna limitación.
Deseamos vivir libres.
Observamos que el Señor se ríe de esta ridícula pretensión. La
encuentra divertida porque sabe que esta aparente emancipación
simplemente conduce a una mayor esclavitud. La libertad que necesita el
ser humano debe enmarcarse dentro de los límites establecidos en el
mismo momento de la creación. Esos límites le pusieron fin al caos y el
vacío que existía antes de que el Espíritu de Dios se moviera sobre la
faz de las aguas (Génesis 1.2).
Dios, por lo tanto, levanta a su propio Rey, quien disciplinará a las
naciones con vara de hierro. La intención de esta disciplina es la
redención. Por esto, en el texto de hoy, el salmista les habla
directamente a los reyes y los gobernantes de la tierra. Los llama a que
a
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