Subido por Victoro

Moscovici, S. (2011) Prólogo. En El discurso de lo cotidiano y el sentido común.

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Wolfgang Wagner y Nicky Hayes
Fátima Flores Palacios (Ed.)
EL DISCURSO
DE LO COTIDIANO Y
EL SENTIDO COMÚN
La teoría de
las representaciones sociales
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PRÓLOGO
El hombre cotidiano de la calle se ha convertido en el héroe
involuntario de todas las maquinaciones teóricas incitadas en las
ciencias humanas. Inadvertidamente, ha desalojado «al hombre
de las masas», al adoptar el rol en el que es liberado de los impulsos demoníacos de sus predecesores (en el sentido de Goethe) y
aparece modesto y pacífico. El teatro de Shakespeare, caracterizado por sus pasiones tormentosas, fuerzas oscuras y mitos difíciles, es abandonado en favor del teatro de Beckett con sus pensamientos superficiales, diálogo mínimo y clichés metafísicos. El
hombre de la calle, como hombre de masas, juega ese rol (aunque
en formas diferentes) que le corresponde al individuo anónimo en
la sociedad, en la vida cotidiana anodina, en el pensamiento cotidiano, en el campo intangible de la existencia. Por lo tanto, todo lo
que parece familiar, rutinario y lugar común ocupa una posición
superior entre aquellos asuntos que demandan un entendimiento
meticuloso. El interés ha cambiado de la industria a gran escala a
la industria artesanal de los hechos sociales, lo que no representa
una tarea fácil precisamente dada su familiaridad e implica que
fenómenos anónimos y diversos eludan nuestras perspectivas habituales de investigación. Por esto, el cambio de énfasis hacia todo
lo que tiene que ver con la vida y el pensamiento cotidianos, ha
representado un cambio en la mayoría de las ciencias humanas:
un cambio que sucedió aquí y allá, de manera dudosa e indistinta,
en los años sesenta, que ahora se ha convertido en ortodoxia, y
que pronto parecerá un obstáculo. Sin embargo, este libro enmarca la vida cotidiana y el sentido común valiéndose de gusto crítico
y un esfuerzo constante en pos de claridad y discreción, a la vez
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que, según mi opinión, muestra un talento que no ha de menospreciarse, en tanto se considera valioso.
En esta coyuntura, es importante resaltar que aunque todas
las ciencias humanas y aun la filosofía muestran un marcado interés en este concepto y en este campo de la realidad humana, poseen una manera muy diferente de mirar la realidad. Estrictamente
hablando, es verdad que permanecemos en la ciencia del entendimiento humano cuando hablamos acerca de las ciencias populares que son habituales en la vida cotidiana, tales como la psicología popular, la economía política, la física popular, entre otras.
No obstante, podemos hablar de éstas y hacer uso de ellas al
describir a las personas y a las cosas íntimas, al discutir y anticipar
la conducta de otras personas e interpretar sus creencias e intenciones con certeza. Gastamos un espacio considerable de nuestro
tiempo reconstruyendo el mundo en concordancia con éstas.
¿Hasta qué punto son válidas estas ciencias populares? ¿Hasta qué punto podemos desarrollarlas y emplearlas? Con frecuencia, estas preguntas ponen a filósofos, antropólogos y psicólogos
sociales en posiciones encontradas. El origen y el valor de estas
formas de conocimiento se disputan constantemente, aunque,
siendo absolutamente necesarios, pueden engañarnos fácilmente. Cualquiera que sea el caso, una parte considerable de investigación en psicología social ha sido sensible a todo fenómeno que
aparece como rutinario y estereotipado en el entendimiento humano. Haciendo uso de la teoría de estereotipos sociales (dado
que, como Sperber señala, los esquemas, sistemas de escritura y
prototipos pertenecen a la familia de los estereotipos), existen
esfuerzos para demostrar la forma en la que el hombre de la
calle procesa y usa información bajo circunstancias cotidianas.
Este tipo de análisis revela que ciertas características de la mente humana parecen sesgadas y deficientes cuando se trata de
juzgar su propia capacidad, sus posibilidades de aprehender la
realidad y de explicar eventos públicos o privados.
¿Cómo podrían cambiar nuestros juicios ante tales características estereotipadas y aun ingenuas? El peliagudo asunto de cómo
deberíamos liberarnos de las categorías y los juicios del sentido
común ha sido asunto de la ciencia y la filosofía durante tres siglos, las cuales se han dado a la tarea de destruir nuestra fe espontánea en el idioma que hablamos y en el mundo en el que crecimos. No se puede negar el hecho de que la visión del mundo preX
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valeciente en Occidente acerca de la superioridad de la ciencia
depende de todo lo que sea definido como no científico, ya sea la
tradición o los conocimientos tradicionales de las llamadas personas y sociedades primitivas. Esta superioridad aparece de forma
más plausible cuando consideramos lo no científico respecto a su
aspecto de convencionalidad, estereotipo y tendencia a engañar,
esto es, el aspecto que da pie a la duda en la racionalidad de las
personas ordinarias acerca del entendimiento humano en sus actividades diarias y en su entendimiento burdo del mundo físico y
social en el que viven. No podemos discutir los hallazgos de investigación de la «avaricia cognitiva» (cognitive miser) que han demostrado ampliamente las deficiencias humanas. De la misma
forma, no aceptamos los hallazgos sin la precaución expresada
por el filósofo americano Daniel Dennett, en su trabajo La actitud
intencional:
¿Cuán racionales somos? Investigaciones recientes en psicología social y cognitiva [...] sugieren que solamente somos mínimamente racionales, presurosos para hacer juicios o dejarnos
llevar por las características lógicamente irrelevantes de las situaciones; pero esta visión amargada es una ilusión creada por
el hecho que estos psicólogos están deliberadamente tratando
de producir situaciones que provoquen respuestas irracionales, induciendo patologías en un sistema al poner estrés en éste
y, al obtener éxito, siendo buenos psicólogos. Nadie contrataría
a un psicólogo para probar que las personas preferirán elegir
unas vacaciones pagadas en lugar de una semana en prisión si
se les diera la oportunidad de escoger. Al menos no en el mejor
departamento de psicología.
Aunque quizá algo injusto, la ironía de este comentario nos
recuerda cierta verdad que debemos siempre tener en mente. Al
menos Wolfgang Wagner y Nicky Hayes parecen haberlo tenido
en mente cuando mencionan las teorías del pensamiento social
cotidiano y los hallazgos empíricos que tenemos tan poco derecho de ignorar como las cosas que nos enseñan sobre el sentido
común (por ejemplo sobre nosotros mismos). Desde su perspectiva, lo hacen a manera mesurada y hábil. Observamos que los
juicios y las explicaciones cotidianas forman una interrelación
normativa que determina nuestros pensamientos y experiencias
en la vida diaria.
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Empero, lo que hace a este libro original es sin duda alguna
la elaboración del tema que liga la vida y el pensamiento cotidianos con las representaciones sociales. Desde el comienzo y en
múltiples formas, la teoría de las representaciones sociales ha
buscado defender los derechos de las personas ordinarias y el
conocimiento tradicional ante los embates y engaños a los que
han estado subordinados. Comenzaré listando las posiciones temáticas que, según creo, pueden discutirse al respecto.
El primero de estos temas centrales se relaciona con el simple hecho de que la mayoría de nuestras percepciones —lo que
vemos y oímos—, nuestras creencias y nuestra información acerca
de otras personas y cosas, no son directamente fácticos. Nosotros las adquirimos de otras personas, a través de las conversaciones, los medios masivos de comunicación, y a su vez los transmitimos, por lo que su origen es interpersonal o social.
El segundo tema se relaciona con la calidad de conocimiento
obtenido de esta forma. Aun cuando este conocimiento es parcialmente falso, vago o incluso incoherente, ello tampoco constituye el retrato completo, ya que de otro modo no seríamos capaces de hablarnos, entendernos y llevar una vida satisfactoria.
Adquirimos conocimiento desde muy temprana edad y de forma muy rápida, asimismo lo aplicamos en la vida cotidiana y en
las relaciones con nuestros padres, vecinos y amigos que forman
nuestro «mundo en miniatura». Si contemplamos la debilidad
de este conocimiento compartido, notaremos la frecuencia con
que somos incapaces de describir nuestros sentimientos o asegurarnos de que podemos entender los fenómenos físicos ordinarios y prever las consecuencias de nuestro trato como padres,
maestros o consumidores. A pesar de ello, si nos enfocamos en
sus ventajas, descubriremos campos amplios en los que el conocimiento tradicional es sorprendentemente acertado. Por ejemplo, los estudios de los psicólogos sociales ingleses han mostrado que el público lego es tan capaz como los psicólogos expertos
cuando se trata de describir los rasgos de personalidad de alguien y decidir si es extrovertido o introvertido.
Más aún, este conocimiento parece abarcar «teorías» de notable efectividad y espectro. Cada vez que realizamos una tarea
nueva o conocemos personas en una situación desconocida podemos rápida y fácilmente juzgar qué hacer, cómo interpretar la
situación y nos adaptamos a ella. Podemos debatir nuestro proXII
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pio juicio y considerar los diferentes argumentos con el fin de
determinar lo correcto y lo aceptable. Con frecuencia, los filósofos se han sorprendido de esta habilidad humana y Bertrand
Russell se preguntaba: ¿cómo es posible que los seres humanos,
cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, sean capaces de saber tanto? Seguramente parte de la razón
es que las personas obtienen su conocimiento de otras personas,
amigos, vecinos y maestros más que de la conciencia inmediata,
además adquieren dicho conocimiento a una edad temprana a
través de su cultura y lengua materna.
El tercer tema central se relaciona con el hecho de que nuestro
conocimiento cotidiano consta de una red específica de conceptos, imágenes y creencias compartidas que pertenecen a grupos
humanos particulares (es decir, las representaciones sociales que
todos nosotros producimos y reproducimos). La psicología y la
antropología están interesadas en esta red por diversas razones.
La principal es que ocurren en todas las culturas y, de la misma
manera que el lenguaje, describen los fenómenos básicos. Las representaciones permiten a las personas de un grupo o sociedad
entender su mundo clara y distintamente, para interpretar eventos afortunados o desafortunados, y predecir y juzgar la conducta
de los otros. En este proceso, las representaciones son adquiridas
pública y colectivamente, algunas veces se estandarizan en mitos,
religiones, obras artísticas y los medios masivos de comunicación,
entre otros. Todo esto brinda a las representaciones un estatus
especial como materia de investigación de la psicología social.
El cuarto tema es un intento de clarificar aquello que distingue la teoría de las representaciones sociales de otras formas de
lidiar con el pensamiento y la vida cotidiana. Con frecuencia se
las ha considerado como algo innato (un punto de vista representado hoy en día por Chomsky y Fodor), como un repertorio
de ilusiones y supersticiones ahistóricas estancadas que no han
cambiado en milenios. Esta interpretación ha cambiado a lo largo de 20 años y este libro explica sutilmente por qué ha sucedido. De cualquier forma, nuestra teoría insiste radicalmente en el
origen social del entendimiento humano y del pensamiento cotidiano, así como en el hecho de que éstas se desarrollan en gran
medida en las conversaciones cotidianas y en las acciones colectivas. Más aún, cambian constantemente. Sus contenidos, esto
es, las imágenes y las categorías de lenguaje, cambian en el seno
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de la cultura. Especialmente en nuestra cultura existe un intercambio mutuo entre el arte y la ciencia y el pensamiento cotidiano. Por una parte, el conocimiento «protocientífico», las percepciones y creencias se convierten en ciencia, como muchos investigadores han notado. Por otra parte, las teorías científicas, los
conceptos y las imágenes se extienden entre amplios sectores de
la sociedad hasta el punto en que se convierten en protocientíficas, tal es el caso de la teoría de la «selección natural», la teoría
de la probabilidad o el psicoanálisis, por mencionar sólo algunos ejemplos bien conocidos. Uno podría sostener que cada disciplina académica produce un Doppelgänger* de conocimiento
tradicional; de la economía se produce una economía popular;
de la física nuclear una forma de física nuclear popular; del psicoanálisis un tipo de psicoanálisis de las masas, y muchos más.
La ciencia contiene teorías explícitas y más o menos objetivas, la
versión popular se formará sobre la base de las representaciones
sociales, esto es, se legitimará por un consenso implícito.
En resumen, aunque el punto de vista que prevalece puede
parecer paradójico, el conocimiento cotidiano y el entendimiento humano son creaciones históricas que corren en paralelo con
las creaciones científicas y artísticas. Algunos ejemplos son estilos de decoración, moda, publicidad y planeación urbana que se
dan de forma paralela con estilos de pintura, arquitectura o alfarería. Sin embargo, es un hecho plausible —quizá demasiado
plausible para emitir un juicio concluyente— que las representaciones sociales contribuyen a la expansión del conocimiento científico y del arte en nuestra vida cotidiana. Esto parecerá una
exageración —y quizá lo sea— aunque merece una investigación
altamente innovadora para demostrar hasta qué punto lo es.
El quinto tema central se relaciona con nuestros esfuerzos
para tratar a la persona lega y al científico, el aficionado y el
experto, con el mismo nivel de respeto. Al respecto hemos rechazado categóricamente hacer al experto el modelo a seguir por el
amateur, elevando brevemente su forma de conocimiento y pensamiento a criterios universales que deben ser válidos para to* Doppelgänger, término que proviene del alemán y significa el doble fantasmagórico de un ser humano viviente, que además incomoda a éste. La palabra
proviene de doppel que significa «doble» y gänger que es «andante». Normalmente el término no se traduce. De otra forma se usa como «el que camina al lado»,
«gemelo malvado», fenómeno de bilocación o simplemente doble [N. de la T.].
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dos; por ejemplo, la forma en que la lógica occidental fue vista
en el pasado como el criterio de racionalidad para todas las lógicas existentes en el mundo. Sin considerar los aspectos ideológicos, está claro que esta actitud que sigue siendo ampliamente
difundida contamina los procesos psicológicos y sociales con un
error, ya que un buen número de investigaciones a lo largo de los
últimos 20 años han mostrado que el experto resuelve mejor una
gama de problemas que un aficionado, quien comete varios errores y sesgos. Pero si comparamos cualquier tarea que esta o aquella persona ha realizado, no podemos demostrar la forma en la
que cada uno la hizo; y aun si pudiéramos, ¿de qué nos serviría?
¿Se deberían corregir los errores de los aficionados y hacerlos
expertos? Si un individuo fuera entrenado para convertirse en
especialista en todas las áreas de su vida cotidiana, ello resultaría en un enorme estrés cognitivo.
De la misma manera, somos de la opinión que es imposible
que el pensamiento científico reemplace al pensamiento cotidiano, y con su característica indiferencia objetiva logre hacerle frente a las creencias, deseos e ideas que están profundamente ligadas con la vida de una persona o de una comunidad. Así, la persona común, el hombre de la calle, continuará existiendo, y será
su ciencia popular y no la del experto la que gobierne las interacciones en la vida cotidiana como hasta ahora.
Es verdad que cuanto más sofisticado y científico sea nuestro medio ambiente, haremos uso de él como mentecatos tecnológicos. ¡Exige más conocimiento preparar una sabrosa carne
asada que usar una computadora mágica! Por esto, todas estas
comparaciones entre las cualidades del experto y los defectos
del aficionado sólo pueden dar como resultado nuestro entendimiento distorsionado respecto a los talentos de cada uno. Según
el filósofo inglés Paul Grice parte del problema:
[...] puede surgir de la proposición concebida impropiamente en
las mentes de algunos autodenominados expertos entre «nosotros» y «ellos»; entre lo que es lo privilegiado e iluminado, por una
parte, y la muchedumbre por otra. Pero esto no es de ninguna
manera la única postura posible que el letrado puede adoptar frente
al vulgar; quizá se consideren cualificados por su extensa educación y trabajo para hacer avanzar más y manejar mejor sus intereses, los cuales ellos mismos derivan de sus años mozos; después de todo, los profesionales más capacitados comenzaron como
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aficionados. O quizá consideren que desarrollan un campo en nombre de la raza humana. Desafortunadamente para muchos, los
logros y la cultura de esa raza la cual encauzan algunos miembros
en ciertas direcciones, la mayoría no está equipada en absoluto
para contribuir a su progreso. En tal caso, reconocer los derechos
de la mayoría con el fin de dirigir los esfuerzos de la minoría que
forma esta élite experta, es muy distinto de tratar a la mayoría
como si fueran constituyentes de la élite cultural [Estudios en la
forma de las palabras, p. 378].
Precisamente debido a esto los criterios y modelos se imponen.
La mayoría de estos temas se tratan con gran cuidado a lo largo
del libro, en congruencia con la intención de enriquecerlos con contribuciones de la filosofía y la antropología. Esto se logra con una
energía intelectual idónea que expone la teoría de una manera estimulante, con numerosos estudios que la sustentan. Debo confesar
que leer este libro me ha enseñado mucho, me ha impresionado
con un buen número de enfoques originales que no había considerado anteriormente. Los autores se enfrentan muy lúcidamente a
aspectos difíciles e ilustran ideas complejas en términos concretos,
una hazaña por la que cada lector se sentirá muy agradecido.
El concepto de «representaciones sociales» quizá tenga una
larga historia, incluso puede ser una historia exitosa, hasta el punto
que debe ser considerado al menos a la par que el concepto de
carisma, ideología o Weltanschauung. Sin embargo, desde su introducción, se ha enfrentado a una oposición confusa a la cual no
ha podido superar. Uno puede atribuirlo al hecho de que al menos
hasta hace poco había una carencia de una teoría específica acerca de la organización interna y de los procesos de las representaciones sociales. A pesar de ello, esto no basta para explicar la naturaleza de la oposición. Con frecuencia me he preguntado por qué
es tan difícil aceptar el concepto a pesar de lo fructífero que ha
resultado en las ciencias humanas desde que Durkheim delineó
su primer modelo. Comprensiblemente, ello me causa gran preocupación en tanto que he dedicado una gran parte de mi vida a
construir esta teoría y me parece que forma la base coherente de
la psicología social. Sin asumir alguna autoridad en este campo,
considero que existen dos causas que subyacen a esta oposición:
a) Una causa es que la teoría y el concepto de las representaciones sociales le otorgan racionalidad a las creencias colectivas y al
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pensamiento, ya sea de tipo religioso, en mitos o conocimientos
tradicionales. Se manejan directamente como sistemas cohesivos
de conceptos e imágenes, semejantes a prácticas o rituales, que se
vuelven independientes de su origen y existen en su propio derecho.
Sin embargo, estos sistemas no son sólo cohesivos; también
son sistemas abstractos en el sentido de que los conceptos tienen
el mismo carácter de generalidad e idealización que un concepto
filosófico o científico; además sus relaciones se pueden deducir
y establecer justo como las de la conservación de la energía o la
comparación del tiempo y el espacio. Quizá no estamos tratando con abstracciones que sean fácilmente comparables con las
de la física y las matemáticas, aunque sí parecen efectivamente
comparables con las que ocurren en la etnología o la geografía.
Esto genera un conflicto con la mayoría de las opiniones (ya
sean científicas o no) que rechazan otorgar este nivel de racionalidad y abstracción a las creencias y opiniones colectivas. No
pueden aceptar que la ciencia popular o los mitos y las clasificaciones sociales se aborden desde el mismo punto de vista que las
formas de conocimiento fiables. La razón por la que se considera imposible tratar con ellas desde la misma perspectiva, es que
la racionalidad —la posibilidad de hacer una elección estudiada
y calculada— se puede atribuir al individuo, y de ninguna forma
a la colectividad.
b) Esto da origen a otra fuente de oposición en la que consideramos que no sólo compartimos, sino también producimos
nuestras creencias, imágenes y experiencia en común. Esto sería
una versión radical de lo que se entiende por representación y de
cómo describimos y explicamos eventos en nuestra vida colectiva —una versión que incluso ni aquellos que albergan la mayor
simpatía por una perspectiva social estarían preparados para
secundar. Es más fácil, y probablemente más comprensible, pensar que son los individuos dentro del ámbito social los que describen y explican fenómenos más que considerarlos como miembros de un grupo que realiza dichas tareas en conjunto. Debo
confesar que mi idea personal de la teoría en ocasiones ha sido
receptora de esta interpretación radical, en tanto que considero
que la dicotomía entre lo social y lo individual es hasta cierto
punto anticuada. No obstante, es absurdo insistir en esta imagen de un individuo en un ámbito social, ya que a lo largo de los
siglos, generaciones sucesivas han creado un amplio rango de
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fenómenos tales como mitos, religiones, lenguajes y conocimiento
experto, y ello no puede ser visto sólo como el trabajo de los
individuos, ni su psicología puede explicarlo. Hasta ahora, la
mayoría de nosotros ha dudado en aceptar la idea alternativa de
una psicología colectiva, aun cuando ésta parece un imperativo
en la mente de Wundt o de Freud. Seguramente poseemos un
modelo de esta psicología, la cual es por supuesto el conocimiento
y la vida cotidiana. Esto es razón suficiente para investigar el
significado de los fenómenos colectivos hasta donde fuere posible. Sin embargo, el concepto quizá parece «abstruso» o «extremo», y por ello incita un contragolpe en una cultura que piensa y
siente tantas cosas desde el punto de vista individual.
Éste es un asunto complejo. Sin embargo, sentí la necesidad
de hablar acerca de estos aspectos «difíciles» de la teoría de las
representaciones sociales y de la oposición que han afrontado.
No obstante, ello es lo que convierte a la teoría en valiosa y atractiva, permitiéndonos entenderla y adoptarla al estudiar fenómenos en su totalidad, en los que las ciencias humanas diversas están sólo parcialmente interesadas. Sin lugar a dudas, ello se debe
a que ofrece lucidez en una gama amplia de sucesos, hecho que le
ha valido la aprobación de muchos investigadores en gran parte
del mundo, a pesar de que desafortunadamente la psicología social dominante no la toma en cuenta. Si éste no fuera el caso,
sería imposible entender por qué, a lo largo de 30 años, numerosos investigadores han retomado la teoría y han contribuido a ella
en gran medida hasta llevarla a la posición que hoy ocupa. De
hecho, esto significa que la teoría ejerce una influencia tanto en la
cultura como en la ciencia, y no podemos cerrar nuestras mentes
ante este estado de las cosas. Wolfgang Wagner y Nicky Hayes son
conscientes de esto, y por ello la presente obra va más allá de las
fronteras de nuestra disciplina y nuestro método. Trata directamente con los problemas sociales contemporáneos en una forma
precisa y aguda. Sólo podemos reconocer el esfuerzo de los autores, y agradecerles el resultado logrado; un resultado que estará al
servicio de muchos en los años subsecuentes.
SERGE MOSCOVICI
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