1 Cristología José arregui INTRODUCCION: Y VOSOTROS, ¿QUIEN DECIS QUE SOY YO? En un mundo dolorido, en una cultura perpleja, en una Iglesia discutida, en una religión cambiante, volvemos nuestra mirada a Jesús de Nazaret para reaprender a ser cristianos. ¿Qué anunció? ¿Qué opciones hizo en su tiempo? ¿Qué fueron sus "milagros"? ¿En qué Dios creyó? ¿Por qué murió? ¿Qué significa que "resucitó"? ¿Cómo nos "salva"? ¿Qué quisieron y qué queremos decir al confesarle "hijo de Dios"? Sólo unas aproximaciones históricas y teológicas desde su tiempo y el nuestro. Volvemos a Jesús porque necesitamos sentir que él se nos acerca y nos toca, que nos cuenta parábolas y nos cura, que anuncia un mundo nuevo y lo estrena. Empiezo transcribiendo unos textos de autores y perspectivas muy diferentes. Es que nos aproximamos a Jesús desde presupuestos e "intereses" muy diversos. Vale todo aquellos que nos hace vivir más. Vale también todo aquello que nos hace interrogarnos más, aunque nos cree alguna inseguridad que otra. No tengamos miedo a las cuestiones. 1. AUNQUE NO FUERA MAS QUE EL SUJETO DE UNA GRAN LEYENDA "Intente, Carlo María Martini, por el bien de la discusión y del parangón en el que cree, aceptar aunque no sea más que por un instante la hipótesis de que Dios no existe, de que el hombre aparece sobre la Tierra por un error de una torpe casualidad, no sólo entregado a su condición de mortal, sino condenado a ser consciente de ello y a ser, por lo tanto, imperfectísimo entre todos los animales (y séame consentido el tono leopardino de esta hipótesis). Este hombre, para hallar el coraje de aguardar la muerte, se convertiría necesariamente en un animal religioso y aspiraría a elaborar narraciones capaces de proporcionarle una explicación y un modelo, una imagen ejemplar. Y entre las muchas que es capaz de imaginar, algunas fulgurantes, algunas terribles, otras patéticamente consolatorias, al llegar a la plenitud de los tiempos tiene en determinado momento la fuerza, religiosa, moral y poética, de concebir el modelo de Cristo, del amor universal, del perdón de los enemigos, de la vida ofrecida en holocausto para la salvación de los demás. Si yo fuera un viajero proveniente de lejanas galaxias y me topara con una especie que ha sido capaz de proponerse tal modelo, admiraría subyugado tamaña energía teogónica y consideraría a esta especie miserable e infame, que tantos horrores ha cometido, redimida sólo por el hecho de haber sido capaz de desear y creer que todo eso fuera la Verdad. 2 Abandone ahora si lo desea la hipótesis y déjela a otros, pero admita que aunque Cristo no fuera más que el sujeto de una gran leyenda, el hecho de que esta leyenda haya podido ser imaginada y querida por estos bípedos sin plumas que sólo saben que nada saben, sería tan milagroso (milagrosamente misterioso) como el hecho de que el hijo de un Dios real fuera verdaderamente encarnado. Este misterio natural y terreno no cesaría de turbar y hacer mejor el corazón de quien no cree" (U. Eco, en U. Eco - C.M. Martini, ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio, Ed. Temas de hoy, Madrid 1997, 96-97). Aunque Jesús fuera sólo una bella historia "inventada", dice Ecco, tendría el mismo valor que si hubiese existido. Nosotros tendríamos reparos que presentar ante ese planteamiento. Pero creo sinceramente que Ecco apunta a un aspecto muy verdadero: lo que vale en Jesús, no es la "historicidad" de unos dichos y hechos, ni siquiera la "historicidad" de su misma existencia (que, por lo dem ás, es indudable para cualquiera). Lo que vale en la figura de Jesús que nos trazan los Evangelios es la "experiencia" descrita y la experiencia que suscita, la vida que hace vivir. Lo que vale es la proximidad de Dios que nos consuela y transforma y la historia. Eso creyó Jesús, eso nos transmitió, eso nos sigue ayudando a vivir. Eso es mucho más importante que el hecho de si esto o aquello es histórico. De todos modos, nadie discute que existió, y que es una de las personalidades más importantes de la historia de la humanidad (junto con Buda, Mahoma, Gengis Khan...). Jostein Gaarder (el autor de Sofía¸agnósitco él) afirma: "Considero a Jesús el más importante filósofo moral de la historia". 2. LAS PREGUNTAS DE HOY SOBRE CRISTO "¿Quién es Cristo para nosotros hoy? De la respuesta a esta pregunta depende la certeza de la fe cristiana, que actualmente se encuentra en un estado de variada y profunda incertidumbre. Ahí está el pluralismo del mundo occidental, en el cual la fe se torna un asunto privado cualquiera. Ahí está la secularización, en cuyo contexto para muchos la fe llega a ser superflua e indiferene. Sobre todo, ahí está la historia del cristianismo, que para los judíos, para otros pueblos, para la Tierra y los otros seres vivientes, fue y sigue siendo una historia de sufrimiento. ¿Dónde está Dios en el sufrimiento humano infligido por otros? ¿Dónde está el reino de Dios con su paz y su justicia para todos? ¿Tiene la humanidad todavía un futuro después de Hiroshima? ¿Lo tiene la tierra después de Chernobil? Nos hemos vuelto inseguros y buscamos portadores de esperanza para nosotros y para nuestro mundo. Buscamos al 'Cristo'. Dada nuestra actual falta de salidas probamos las respuestas de ayer y procuramos traducirlas a nuestro presente. Cuando no alcanzan, intentamos nuevas respuestas, nuestras propias respuestas. Vivimos con ellas y experimentamos hasta dónde nos pueden llevar y también cuáles son sus límites. ¿Quién es Cristo para nosotros hoy? La respuesta a esta pregunta no es sólo una respuesta de la 3 razón, sino también una respuesta de la vida. Confesar a Cristo y seguirlo son dos caras de la misma moneda: de la vida en comunión con Cristo. Necesitamos una respuesta a esta pregunta con la que podamos vivir y morir. Por consiguiente, toda cristología está ligada a la cristopraxis y debe examinar su credibilidad a la luz de ésta. Creemos en Cristo con todos nuestros sentidos y con nuestra vida entera, así como solamente se puede creer en Dios con todo el corazón y con todos los sentidos" (J. Moltmann). Vivimos una época de "crisis del cristianismo" (imagen de Dios, sacramentos sacralizados y clericalizados, Iglesia clerical y autoritaria, fe dogmática, noción de pecado y perdón, de juicio y salvación, interpretación de la cruz...). Volvemos a Jesús desde los interrogantes de esta crisis. Y volvemos a Jesús desde los dolores y amenazas de nuestro mundo. De otra forma, nos encontraremos con un Jesús muy abstracto que apenas nos removerá por dentro, apenas será creíble en nuestra cultura, apenas transformará el mundo como él quiso y Dios sueña. 3. ¿AMAR A JESUS? "Es posible amar a Jesús por lo que es él mismo y amarle así con un amor verdadero, auténtico e inmediato. Podemos y debemos presuponer de entrada, en nuestro caso, que el que es amado aquí vive verdaderamente y con una vida plena junto a Dios. Y podemos y debemos percibir en la fe que este Jesús toma él mismo la iniciativa de su amor por nosotros (...). Y que, por eso que llamamos la gracia o el don divino del amor a Dios y a Jesús, él hace posible nuestro propio amor a él. Bajo estos dos presupuestos, en todo caso, es realmente posible amar a Jesús más allá de todos los espacios y de todos los tiempos. Leemos su biografía, que no es la biografía de un puro 'haber sido', pues en su resurrección ha adquirido para siempre jamás valor definitivo. Leemos las Santas Escrituras, exactamente como dos seres que se quieren se miran el uno al otro y viven juntos su vida todos los días. Sentimos muy profundamente en la hondura de nuestra existencia, lo que este ser, que no se ha perdido en un sombrío anonimato de Dios, tiene que decirnos concretamente a cada uno. Nos dejamos decir efectivamente por él, para nuestra propia vida, algo importante que no sabríamos sin él: presenta a cada uno, en una síntesis indisoluble, unas normas siempre válidas y un modelo único a imitar. Este síntesis funda un 'seguimiento' de Jesús que es mucho más que el reconocimiento de un ejemplo ilustrador de una norma de vida que sería evidente por sí mismo (...). Estimo que por la naturaleza misma del amor en general y, en particular, por el poder del Espíritu Santo de Dios, se puede amar efectivamente a Jesús de una manera verdaderamente inmediata y concreta, atravesando en el amor el espacio y el tiempo (...). Pues él puede acercarse a nosotros con una extrema proximidad concreta e histórica, justamente por esta razón fundamental: porque parece haber desaparecido en la inasible profundidad de Dios. Y efectivamente se acerca, a condición, claro está, de que nosotros queramos amarle, a condición de que tengamos la audacia de 4 saltarle al cuello (...). Este amor inmediato por Jesús no se da de entrada y de golpe: debe crecer y madurar. La tierna intimidad con la que se verá gratificado es el fruto de la paciencia, de la oración, de un ahondamiento sin cesar renovado de la Escritura; es el don del Espíritu de Dios. Es imposible forzar esa intimidad por una actitud a la vez indiscreta y violenta. Pero tenemos el derecho de decir que el deseo ardiente de un tal amor es ya su comienzo, y que le está prometida su perfección" (K. Rahner). Amar a Jesús. Amar la vida, afirmarla hoy y aquí. Amar la realidad, sintiéndome vivo. Decir a Dios "te amo". Y descubrir que no somos los primeros en amar, que somos amados siempre primero, como somos, donde estamos. Que Dios no mira sino nuestro presente, y en él nos encuentra inocentes como en el primer día de la creación, aunque heridos como Adán y Eva fuera del paraíso. Que Dios nos llama por nuestro nombre propio. Y que nuestra respuesta no puede ser otra que responder, asentir, dejarnos curar, soñar otro mundo, prestarnos a ser sacramentos del Gran Sí a la realidad y al futuro que es Dios. Eso hizo Jesús, y su amor es presente y real como todo amor. Eso es amar a Jesús. 4. PREGUNTANDO OTRA VEZ: ¿QUIÉN ES ESTE HOMBRE? Jesús salió con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo y por el camino les preguntó: - ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le contestaron: - Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que uno de los profetas. El siguió preguntándoles: - Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro le respondió: - Tú eres el Mesías. Entonces Jesús les prohibió terminantemente que hablaran a nadie de él (Mc 8,27-30). Su paso por Galilea, en los márgenes del Imperio Romano, hace 2.000 años dejó huellas imborrables. Provocó un imparable rumor imparable, un rumor que dura y se extiende todavía hoy. ¿Quién fue? O ¿quién es? ¿Es mero pasado que se rememora? ¿O es una presencia? ¿Es una de esas presencias que se poseen y agotan en el presente o es una presencia que se nos evade constantemente hacia un futuro al que nos llama y nos abre camino? ¿Quién es para nosotros? Para nuestro corazón inquieto, para nuestro mundo dolorido, para nuestra historia amenazada? Jesús nos dice: la esperanza tiene razón y no la desesperación, el altruismo y no el egoísmo, la justicia y no la injusticia, la vida y no la muerte. 5 ORACIÓN. ¡Quédate junto a mi! Señor Jesús, De mi cuerpo gastado, sé tú el fortalecedor. De la noche que cae, sé tú la luz. De mis sufrimientos, sé tú el consuelo. De mis faltas pasadas, sé tú el perdón. De mi soledad, sé tú el compañero. De mis rebeldías interiores, sé tú la esperanza. De mi fe, sé tú la fuente. De mi amor, sé tú el fuego. De mis insomnios, sé tú la Presencia. De mi sonrisa, sé tú la dulzura. De mis encuentros, sé tú la Palabra. De mis oraciones, sé tú el Bien Amado. Señor, yo creo que tú eres la Vida y que has vencido a la muerte. Ven a llamar a mi puerta. El día declina y se hace tarde... ¡Quédate junto a mí! (M. Hubaut, franciscano) 1. LOS CAMINOS DE ACCESO A JESÚS Jesús es nuestra nuestro camino en la vida, pero a menudo nos encontramos precisamente con que no sabemos cómo llegar al camino, y nuestra desorientación es entonces doble. ¿Cómo acceder, pues, a Jesús, para que sea nuestro camino? Los caminos son múltiples: todo lo que constituye la vida misma. En las páginas que siguen me fijo en un aspecto muy parcial y, si se quiere, muy superficial: las fuentes escritas que nos permiten conocer al Jesús histórico. La fuente principal son, evidentemente, los evangelios canónicos, pero no conviene despreciar 6 algunos otros textos (cristianos y no cristianos) que confirman la realidad histórica de Jesús y algunos datos fundamentales de su vida. 1. Conocer al Jesús histórico Una observación para empezar. El "Jesús histórico" no equivale al "Jesús real de la historia", es decir, todo lo que hizo y dijo mientras vivió, el Jesús que conoceríamos si se hubiera grabado todo ello en video y lo tuviéramos... "Jesús histórico" tampoco equivale al "Jesús real" de la fe y del seguimiento. Aun cuando tuviéramos unas cintas de video con todas las imágenes y con todas las palabras de Jesús, ello no nos resolvería las cuestiones esenciales de la fe en Jesús y de su seguimiento; tampoco a los discípulos y discípulas, a pesar de convivir con él día y noche, les resultaba fácil entenderle a fondo y, sobre todo, vivir como él... y de esto se trata en el "conocimiento" de Jesús. "Jesús histórico" significa solamente aquella imagen de Jesús que la investigación histórica crítica es capaz de reconstruir con relativa (nunca plena) seguridad. Es bueno que conozcamos esa imagen que nos trazan los investigadores críticos de hoy. Sí, es una imagen muy parcial, pero de la que no podemos prescindir. Ciertamente, es una imagen que tiene una parte de subjetivismo y de arbitrariedad (hay diversas imágenes del "Jesús histórico"), pero que al mismo tiempo es ineludible para el cristiano de hoy. Es importante estar al corriente, al menos en lo esencial, de aquello que la investigación histórica concluye, para creer mejor hoy, para seguir mejor a Jesús hoy. ¿Pero es posible llegar a este "Jesús histórico" con alguna garantía? Uno de los grandes especialistas actuales en la investigación sobre el Jesús histórico abre así el prefacio a su libro La figura histórica de Jesús (Verbo Divino, Estella 2000): "La mayoría de los estudiosos que escriben sobre el mundo antiguo se sienten obligados a advertir a sus lectores que nuestro conocimiento puede ser, en el mejor de los casos, parcial y que la certeza raramente se alcanza. Un libro acerca de un judío del siglo I, que vivió en una región bastante insignificante del imperio romano, debe llevar tal advertencia a modo de prólogo. Sabemos de Jesús por libros escritos pocas décadas después de su muerte, probablemente elaborados por personas que no se contaron entre sus seguidores mientras él vivió. Lo citaron en griego, que no era su primera lengua, y , en cualquier caso, las diferencias entre nuestras fuentes demuestran que sus palabras y obras no fueron conservadas perfectamente. Poseemos muy poco información sobre él, aparte de las obras escritas para glorificarlo. Hoy en día no contamos con buena documentación sobre lugares tan apartados como Palestina; tampoco contaban con ella los autores de nuestras fuentes. No tenían archivos ni documentos oficiales de ningún tipo. Ni siquiera tenían acceso a buenos mapas. Estas limitaciones, comunes en el mundo antiguo, se traducen en abundante 7 incertidumbre. "Admitiendo estas dificultades y muchas otras, los estudiosos del Nuevo Testamento se pasaron varias décadas –aproximadamente de 1910 a 1970– diciendo que nuestro conocimiento sobre el Jesús histórico se podía calificar de entre muy poco y prácticamente inexistente. El exceso lleva a la reacción, y en las últimas décadas nos hemos vuelto más confiados. De hecho, la confianza ha aumentado vertiginosamente, y la bibliografía especializada reciente contiene lo que considero afirmaciones temerarias e infundadas sobre Jesús, hipótesis sin pruebas que las apoyen. "Mi opinión personal es que estudiar los evangelios es un trabajo sumamente duro. Comprendo a los estudiosos que desesperan de encontrar pruebas abundantes y válidas acerca de Jesús. Pienso, no obstante, que el trabajo da buenos resultados en las formas modestas que son de esperar en el estudio de la historia antigua". Abundante incertidumbre, modestia... Cuando nos ponemos a conocer a Jesús, es inevitable asumir de antemano que nos quizá nos tengamos que despojar de muchas ideas recibidas, y que tal vez se nos caerán muchas imágenes. No se perderá con ello nuestra fe en Jesús. No la hemos de perder. Pero es bueno, o incluso necesario, que nuestra fe en Jesús haya pasado por el crisol de la crítica histórica. No podremos mantener largo tiempo una fe que esté en contradicción con los resultados de la investigación histórica sobre Jesús. No podemos seguir imaginando a un Jesús divino con mera apariencia humana, "milagrosamente" venido del cielo a "redimirnos de nuestros pecados", omnipotente, omnisciente, consciente de su ser divino y de su misión redentora... ¿Entonces qué? ¿Nuestra fe se reduce al saber histórico? De ningún modo. Pero nuestra fe en Jesús ha de traducirse en unas imágenes y en unos lenguajes que sean acordes al saber histórico sobre Jesús. Toda la investigación histórica sobre Jesús no es más que una ayuda modesta pero necesaria para el cristiano que quiere confesar y seguir hoy a Jesús como el Mesías de la esperanza. ¿De qué fuentes dispone el investigador? Fundamentalmente los Evangelios canónicos, pero también existen otros documentos escritos que se señalan a continuación. No hacen sino confirman lo que sabemos por los Evangelios (sin añadir nada importante). 2. Algunos testimonios judíos y romanos 1) Flavio Josefo. Nacido en Palestina (37/38 d.C.), luchó primero contra los romanos y luego se entregó a ellos, convirtiéndose en cronista de la guerra de los romanos contra los judíos. En su obra principal Antigüedades judías (historia del pueblo judío) cita a Jesús en dos lugares. La mención más importante es la siguiente: "Por aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio. Porque fue autor de hechos asombrosos, maestro de gente que recibe con gusto la verdad. Y atrajo a muchos judíos y a 8 muchos de origen griego. Y cuando Pilato, a causa de una acusación hecha por los hombres principales entre nosotros, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. Y hasta este mismo día la tribu de los cristianos, llamados así a causa de él, no ha desaparecido" (Ant. 18, 63-64). 2) Talmud (colección de libros que, del siglo II al V, recogen los comentarios rabínicos sobre las enseñanzas judías transmitidas por tradición y consignadas en la Mishna). Los textos rabínicos de los dos primeros siglos no hablan de Jesús (o bien porque les era un perfecto desconocido, o bien porque no tenía para ellos ningún interés). Sí lo hace más tarde el Talmud. La mención más importante, que recoge una tradición antigua, es la siguiente: "Jesús fue colgado en víspera de la fiesta de Pesah (Pascua). Cuarenta días antes, el heraldo había pregonado: 'Lo sacarán para ser apedreado porque practica la magia, seduce a Israel y lo ha hecho apostatar; el que tuviera algo que decir en su defensa debe presentarse y decirlo. Pero si nada se aduce en su defensa, será colgado en víspera de la fiesta de Pesah..." (bSan 43a). 3) Escritores romanos: - Por el año 110, Plinio el joven, procónsul de Asia Menor, escribe a su amigo el emperador Trajano para exponerle su conducta con los cristianos que se multiplican hasta el punto de que los templos paganos quedan desiertos: "Algunos aseguraban que habían dejado de ser cristianos... Afirmaban que todo su delito o todo su error se había limitado a reunirse habitualmente un día fijo, antes del amanecer, para cantar entre ellos, alternativamente, un himno a Cristo como a un dios, y a comprometerse por juramento, no ya a cometer algún crimen, sino a no meterse en robos, ni bandidajes, ni adulterios, a no faltar a la palabra dada, a no negar un depósito cuando se lo reclamaban. Después de ello, acostumbraban separarse para reunirse de nuevo a tomar un alimento, pero un alimento totalmente ordinario e inocente... Yo no he encontrado en ello más que una superstición absurda" (Epist. X, 96-97). - Por el año 115, el historiador romano Tácito describe las persecuciones de Nerón contra los cristianos después del incendio de Roma en el año 64: Nerón, para acabar con las habladurías del pueblo que iba diciendo que el incendio había sido ordenado, "hizo pasar por culpables y someter a tormentos muy refinados a esos que el vulgo llamaba cristianos y a los que odiaba por sus acciones nefandas. Este nombre viene de Cristo, a quien había entregado al suplicio el procurador Poncio Pilato bajo el principado de Tiberio. Reprimida de momento, esta detestable superstición se extendía de nuevo, no sólo en Judea donde había tenido su origen el mal, sino incluso en Roma, adonde afluye y encuentra clientela numerosa todo lo que hay de más afrentoso y vergonzoso" (Anales XV, 44). - Por el año 120, otro historiador romano, Suetonio, escribe en su Vida de Claudio que éste "expulsó 9 de Roma a los judíos que se agitaban constantemente bajo el impulso de Chrestus" (25,4). Cf. Hch 18,2. 3. Evangelios extracanónicos Se llaman así los Evangelios no recogidos en el "cánon" o lista del Nuevo Testamento. Tengamos en cuenta que no fue ningún ángel de Dios quien, desde fuera, reveló a los cristianos qué libros eran "revelados" y cuáles no. Fue un proceso de siglos en el que se fueron adoptando algunos libros y relegando otros. ¿Por qué unos libros sí y otros no? Porque eran utilizados por más comunidades, porque les parecía que reflejaba mejor la fe común, y también –¡cómo no!– por razones de política eclesiástica: por todo tipo de intereses y también de poderes, el "cánon" de unas comunidades se impuso al de otras que fueron quedando cada vez más marginadas...). La mayoría son tardíos y poco fiables, pero hay algunos muy antiguos y fiables. Señalo los principales y cito algunos textos como muestra. 1) Evangelio de Tomás (importantísima y muy antigua colección de dichos de Jesús, del s. I; descubierto junto con otros muchos textos cristianos gnósticos en Nag Hammadi, Egipto, en 1945): "Quien está cerca de mí, está cerca del fuego; y quien está lejos de mí, está lejos del reino" (86); "Y Jesús dijo: 'El hombre se asemeja a un pescador listo, que arrojó su red en el mar, y la volvió a sacar del mar; estaba llena de pececillos. Entre los pececillos, encontró el pescador listo un pez grande y hermoso. Entonces arrojó los pececillos al mar, y escogió sin titubeos el pez grande. El que tenga oídos para oír, que oiga" (8). 2) Evangelio de Pedro (un relato de la Pasión de Jesús, anterior a los evangelios canónicos...). 3) Evangelio de los Nazareos (relectura de Mt, de principios o mediados del s. II): "Le dijo el segundo de los hombres ricos: 'Maestro, ¿qué he de hacer para vivir?' El le dijo: 'Haz lo que está mandado en la ley y los profetas'. El le respondió: 'Ya lo he hecho'. El le dijo: 'Entonces, ve, vende todo lo que posees y repártelo a los pobres, y sígueme'. Entonces el rico comenzó a rascarse la cabeza, pues no le gustó nada en absoluto. Y el Señor le dijo: '¿Cómo puedes decir: he cumplido lo que está en la ley y los profetas? Pues en la ley está escrito: debes amar a tu prójimo como a ti mismo. Y mira: Muchos de tus hermanos, hijos de Abrahán, se cubren con harapos inmundos, mueren de hambre, y tu casa está llena de bienes, y no sale nada de ella para ellos'. Y, volviéndose a su discípulo Simón, que estaba sentado junto a él, le dijo: 'Simón, hijo de Jonás, es má fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos" (cf. Mt 19,16-24). 10 4) Evangelio de los hebreos (de principios o mediados del s. II): "Sólo entonces debéis estar contentos: cuando miréis a vuestros hermanos con caridad". 4. Testimonios cristianos varios (de muy desigual valor) 1) El papiro Oxirrinco (hallado en 1905 en Oxirrinco, Egipto; puede ser del s. I). Jesús discute con el sumo sacerdote sobre la pureza. "Y él los llevó consigo al recinto santo mismo y se paseó por el atrio del templo. Y salió a su encuentro un fariseo, jefe de sacerdotes, por nombre Leví, y habló al salvador. '¿Cómo se te ha ocurrido entrar en este recinto santo y ver estos santos utensilios, sin haberte bañado y sin que tus discípulos ni siquiera se lavasen los pies? Por el contrario, has manchado el templo, entrando en este santo lugar, siendo así que nadie, sin haberse bañado primero, y sin haberse cambiado y vestido, puede entrar, y puede osar contemplar estos objetos sagrados!' En el acto se paró el salvador con sus discípulos y le respondió: 'Y tú ¿qué? Tú estás también aquí en el templo. ¿Estás tú limpio?' Aquél le replicó: 'Sí, estoy limpio, pues me he bañado en la piscina de David, bajando por una escalera y subiendo por la otra, y me he puesto vestidos blancos y limpios, y sólo entonces he venido aquí y he contemplado estos objetos sagrados'. Entonces le dijo el salvador: '¡Ay de vosotros, ciegos que no veis! Te has bañado en esta agua vertida, en la que día y noche están los perros y los cerdos, y te has lavado y has restregado la piel exterior, la que también las cortesanas y tañedores de flauta ungen, bañan, friccionan y pintan para excitar la concupiscencia de los hombres, mientras que por dentro están llenas de escorpiones y de maldades de todo. Yo, en cambio, y mis discípulos, de quienes has dicho que no nos hemos bañado, nos hemos bañando en el agua viva, pura, que desciende del Padre que está en el cielo...". 2) Dichos sueltos ("ágrafas" o supuestos dichos de Jesús "no escritos" en los evangelios). Pablo dice en Hch 20,35: "Porque el Señor dijo: Hay más alegría en dar que en recibir". En un libro de oraciones (Liber graduum) se recoge: "Tal como os encuentren os llevarán". Clemente de Alejandría cita como dicho de Jesús: "Pedid lo grande, así Dios os dará lo pequeño por añadidura". Un dicho muy citado por autores cristianos: "Sed cambistas expertos". 5. Los evangelios canónicos Todos esos textos no nos enseñan prácticamente nada nuevo sobre Jesús. Quedan los evangelios. Éstos son los principales documentos históricos que permiten acceder al Jesús histórico. Y entre los 11 evangelios, en lo que se refiere al conocimiento del Jesús histórico, valen sobre todo los sinópticos: todos están de acuerdo en que éstos constituyen la fuente más fidedigna. De todos modos, desde los años 80, los investigadores hacen un uso creciente de los evangelios extracanónicos, sometiéndolos a los mismos criterios historiográficos que los evangelios canónicos. Además, para interpretar todos estos textos y, por lo tanto, para comprender mejor a Jesús, resulta de sumo valor el conocimiento creciente de la cultura y de la realidad socio-económica del Mediterráneo y de la Palestina del s. I. Ello resulta imprescindible para no fabricar (como hemos fabricado) un Jesús demasiado etéreo, a-histórico, desencarnado, a-político... 6. Nuestros propios interrogantes Ningún saber es "desinteresado". También nuestro saber acerca de Jesús es interesado; la cuestión es, pues, qué interés nos mueve. ¿Cuáles son nuestros intereses, cuestiones, pasiones? ¿Qué nos interesa, que nos preocupa, que nos duele? J. Moltmann afirma que el cristiano ante Jesús debe formularse hoy las siguientes preguntas: "¿Quién es Cristo para las masas superfluas de hoy? ¿Quién es realmente Cristo para nosotros, amenazados por el infierno atómico? ¿Quién es hoy Cristo para la naturaleza agonizante y para nosotros?" No podemos conocer a Jesús si no nos bulle el corazón de preguntas, inquietudes, búsquedas, dolores, solidaridades... 7. La vida, el seguimiento No conocemos realmente sino lo que vivimos. Y sólo conoce a Jesús el que cree en Dios como Jesús y se compadece como él del herido, el que cura y comparte la mesa, el que espera y se entrega, el que anuncia el Reino y se arriesga peligrosamente por su llegada. Hay cristologías que no sirven. A lo mejor son "ortodoxas" en su lenguaje, pero no hacen crecer la gloria de Dios que es que viva el ser humano, en que vivan todos los impedidos de vivir la vida en plenitud, en que vivan todos los condenados a muertes prematuras. "Recordemos que nuestro continente cristiano ha vivido siglos de opresión inhumana y anticristiana sin que la cristología, al aparecer, se diera por enterada y sin que supusiera una denuncia profética en nombre de Jesucristo" (Sobrino). 12 Para orar. AYUDAR A DIOS Sí, Dios mío, pareces bastante poco capaz de modificar una situación que, a fin de cuentas, es indisociable de esta vida. Pero no te pido cuentas de ello. Me parece cada vez más claro, a cada latido de mi corazón, que tú no puedes ayudarnos, sino que nos corresponde a nosotros ayudarte y defender hasta el final la morada protectora que tienes en nosotros. Hay personas –¿quién lo diría?– que en el último momento tratan de poner a salvo sus máquinas aspiradoras y sus cubiertos de plata, en lugar de protegerte a ti, Dios mío. Y hay quienes intentan proteger su propio cuerpo, que, sin embargo, no es más que el receptáculo de mil angustias y de mil odios. Dicen: "¡Yo no he caer en sus garras!", olvidando que mientras estemos en tus brazos no estaremos en las garras de nadie. Esta conversación contigo, Dios mío, empieza a devolverme un poco de calma. Por eso habremos de tener otras muchas, y de ese modo impediré que me rehuyas. Sin duda, conocerás también momentos de escasez en mí, Dios mío, momentos en los que mi confianza ya no te alimentará con tanta abundancia. Pero, créeme, seguiré trabajando para ti, te seguiré siendo fiel y no te echaré de mi recinto. (Etty Hillesum, Diario durante la persecución nazi) 2. JESUS, LA HISTORIA Y LA FE El primer tema planteaba la problemática en torno a la necesidad y posibilidad de conocer al Jesús histórico, que no equivale sin más al "Jesús real" que vivió trabajando gran parte de su vida y, muy al final, predicando y curando de modo itinerante (hasta que se lo permitieron las autoridades). Con meras herramientas de historiografía crítica, llegamos hoy a conocer bastantes datos acerca de Jesús, su mensaje y su actividad. A veces, estos datos históricos alteran bastante nuestra imagen tradicional de Jesús, una imagen basada en una lectura de los evangelios muy condicionada por el dogma y la cristología tradicional. De modo que nos podemos encontrar con dos imágenes de Jesús: el "Jesús de la historia" y el "Cristo de la fe", el Jesús de la moderna lectura histórico-crítica de los evangelios y el Jesús de la 13 lectura dogmática tradicional. (En realidad, hay muchas más imágenes de Jesús: ¿no nos presenta cada evangelio una imagen particular? Más aún: ¿no tiene cada creyente su imagen propia y única de Jesús, más o menos compatible con la imagen de otros creyentes? Así sucede en verdad: no hay dos cristianos que se imaginen o entiendan exactamente igual a Jesús, aunque utilicen las mismas palabras... Eso sí nos podemos entender, aunque no sin equívocos). Nos preguntamos, pues: ¿para qué complicarnos la vida con el "Jesús histórico"? ¿No nos basta con imaginarnos a Jesús y creer en él como "siempre" se ha hecho? Sí y no. 1. A los evangelios precede la vida En el tema anterior quedó claro que los Evangelios canónicos (sobre todo los sinópticos) son la principal fuente de la que dispone el historiador para acceder al "Jesús histórico". Pero ¿cómo leer los evangelios? En primer lugar, es preciso tener en cuenta su génesis. Los Evangelios no llovieron del cielo, no se escribieron de una vez ni fueron redactados por los evangelistas "al dictado divino". Tienen una historia que les precede y que se plasma en ellos. Y los evangelistas son los que les dan la última mano. Se distinguen tres fases en la génesis de los evangelios: 1) La vida y el mensaje de Jesús. Jesús no dejó nada escrito (sólo escribió una vez, pero en la arena...). Jesús no dejó tras sí un texto, sino un rumor: el rumor de un hombre que pasó haciendo el bien y enseñando con autoridad inusitada, el rumor de un crucificado que vivía y se hacía presente en la comunidad. Los Evangelios remiten a una palabra sin texto, a una historia transformadora y viva, a una presencia actual imposible de encerrar. La persona y la historia de Jesús es lo primero y lo fundamental en la génesis de los Evangelios. 2) La vida de las comunidades. Esta se alimentaba del "rumor" de Jesús, del recuerdo y de la transmisión de su mensaje, sus hechos, su presencia actual. La comunidad busca en los recuerdos de Jesús la luz para sus problemas de cada día: qué se ha de predicar y anunciar, cómo hay que celebrar, cómo hay que comportarse, cómo hay que organizar las comunidades, cómo hay que relacionarse con los adversarios (sobre todo los judíos... (predicación, liturgia, catequesis, apologética...). En algunas comunidades se fueron transmitiendo oralmente (e incluso poniendo por escrito) algunos dichos y hechos de Jesús, o colecciones de dichos o de parábolas o de curaciones... A estos "fragmentos" de tradición se llama "formas" y se llama "historia de las formas" al proceso de su transmisión en las comunidades (un proceso que ha dejado huellas y que los especialistas analizan). 3) La redacción final por parte de los evangelistas. Por fin, llegó un momento en que unas determinadas personas se proponen recoger y ordenar todo el material que circulaba en forma de 14 rumor (a menudo también en forma escrita parcial): son los evangelistas. Esto sucedió entre los años 60 y 100 d.C.: el evangelio de Marcos se escribió algo antes del año 70; Mateo y Lucas a mediados de los años 80; Juan hacia el año 90). Los evangelistas, a su vez, son miembros de una comunidad determinada y, al mismo tiempo, poseen cada uno su propia sensibilidad, cultura, idiosincrasia, preocupaciones teológicas... Todo ello se plasma en cada Evangelio. Se llama "historia de la redacción" a la aportación propia de cada evangelistas y al proceso seguido en su trabajo de confección del evangelio correspondiente. 2. Son un testimonio plural Se comprende por todo ello que los Evangelios son distintos unos de otros: no sólo por las distintas situaciones comunitarias y ambientales, sino también por la distinta mentalidad de cada evangelista o último redactor. Un testimonio de la mirada de fe con la que los primeros cristianos miraron a Jesús. No son biografías en el sentido moderno; tienen poco que ver con una consignación exacta de hechos y de palabras. Hay un hecho innegable que nos impide hacer una lectura demasiado ingenua de los Evangelios como crónica literal de hechos: son las diferencias e incluso contradicciones que hallamos en ellos. El Jesús de Juan y el de los Sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) hablan de muy distinta manera y son muy diferentes (un lector que desconociera totalmente a Jesús nunca pensaría que el protagonista de los sinópticos y el del cuarto evangelio es el mismo; salvo, quizá, en lo que respecta a la pasión; nada de lo que Jesús dice y hace en Juan lo dice y hace en los sinópticos...). Jesús sube una vez a Jerusalén según los Sinópticos, varias veces según Juan. Fue condenado a muerte el día de pascua según los Sinópticos, la víspera según Juan. Las versiones del Padrenuestro o de las Bienaventuranzas son diferentes en Mateo y Lucas. La purificación del Templo tiene lugar al comienzo de la actividad pública según Juan, al final según los Sinópticos. En Mateo Jesús reconoce una excepción para la prohibición del divorcio, pero no en Marcos y Lucas. Los evangelios de la infancia de Mateo y Lucas no tienen nada en común salvo las referencias a José y a María, Belén y Nazaret. La figura de Pedro (y de los discípulos) queda muy mal parada en Mc, pero muy bien en Mt. Esas contradicciones son lógicas. La lógica de la fe viva. Las comunidades (y los evangelistas) operan con gran libertad y creatividad: no les importa cambiar palabras de Jesús en función de cómo iluminar mejor las cuestiones que les interesan o que le preocupan. 15 3. ¿Y dónde queda la inspiración? Ningún texto bíblico, tampoco los evangelios, son inspirados en el sentido de que hayan sido dictados por el Espíritu Santo desde fuera... Los evangelios son inspirados en la medida en que recogen y plasman la fe en Jesús propia del redactor y de su respectiva comunidad. No fueron "canonizados" porque fuesen mágicamente inspirados. Sino que los consideramos inspirados porque recogen la inspiración presente en las comunidades concretas. Hasta bastante tarde (finales del s. IV) no hubo un "canon" único y cerrado de escritos del Nuevo Testamento. Durante siglos, hubo escritos que algunas comunidades leían como "palabra de Dios" y que luego quedaron excluidos. Para decidir qué escrito era "canónico", las iglesias utilizaron básicamente dos criterios: que tuviesen como autor a algún apóstol y que se leyesen en todas las iglesias. Pero prácticamente ningún escrito del NT tiene como autor a un apóstol, fuera de Pablo, que no era de los 12; por otra parte, algunas iglesias (con su literatura) fueron siendo marginadas por muy diferentes motivos (también por motivos de política imperial y eclesiástica). En cualquier caso, debemos recorrer el mismo camino que aquellos discípulos: recordar la historia de Jesús desde nuestra historia y mirar a nuestra historia desde la historia de Jesús. 4. Un testimonio verdadero Todos los exégetas están de acuerdo en que Jesús no dijo nunca "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" ni prácticamente nada de lo que Juan pone en su boca, ni muchas cosas que le atribuyen los sinópticos, o en que la Anunciación, la Transfiguración, la resurrección de Lázaro, la multiplicación de los panes y tantísimas cosas más no son históricas... Se plantea una cuestión inquietante: ¿Podemos fiarnos de la historia que nos cuentan los Evangelios? ¿Nos narran a un Jesús verdadero o es una mera invención? Empecemos por acotar el sentido del término "verdadero". Normalmente, tenemos un concepto muy positivista de la verdad: como si "verdad" equivaliera a lo exacto, lo mensurable, lo positivamente constatable. Como si una historia verdadera fuera lo mismo que una historia historiográficamente exacta. Eso es reducir el concepto de verdad y de realidad, o incluso de historia. ¿No es verdad una historia de niños que hace llorar de emoción a las personas mayores? ¿No es verdad una poesía? ¿No es verdad El Principito o El Quijote, aunque nunca hayan sucedido? Los evangelios son un testimonio verdadero, aunque su verdad no reside en la exactitud histórica de los hechos y de las palabras que nos transmiten acerca de Jesús. Lo que "inventan" acerca de Jesús es muy verdadero, pero hay que saber leer y captar (y, sobre todo, vivir) esa verdad, que no reside en la literalidad superficial o en la historicidad positivista. Hay que aprender a leer los 16 evangelios, al igual que hemos aprendido a leer El Principito sin hacernos preguntas absurdas de si existió, sucedió, dijo esto o lo de más allá... La historia de la anunciación por el ángel es muy verdadera, aunque nunca tuvo lugar tal cual. O la Transfiguración, o la multiplicación de los panes, o las resurrecciones de muertos... nos revelan la realidad más real y verdadera, aunque no hayan sucedido. Muchísimos dichos atribuidos a Jesús son verdad, aunque nunca los hubiese pronunciado Jesús (las palabras y las profecías puestas en boca de Dios por los libros del Antiguo Testamento tampoco las pronunció Dios de manera física, pero no por eso dejamos de leerlas como palabra de Dios... De nuevo: hay que aprender a leer sin dogmatismos ni positivismos, con la libertad del fondo del corazón y de la mente). Es la conclusión de la azarosa historia de la investigación sobre el Jesús histórico. La esbozo a continuación. 5. Sobresaltos en la historia de la búsqueda del Jesús histórico Durante 17 siglos, prácticamente nadie cuestión la figura de Jesús presentada por los evangelios. Pero hace 230 años se planteó el problema en toda su crudeza, y se desencadenó una afanosa búsqueda del "Jesús histórico" que todavía sigue muy viva. Debemos mucho a los pioneros de esa investigación, y sus equívocos y errores también nos enseñan. Se pueden distinguir tres fases en la historia de esta investigación: 1) La llamada "primera búsqueda" se inicia en el s. XVIII con un nombre que a menudo ha sido poco menos que maldito: Reimarus (1694-1768), profesor de lenguas orientales en Hamburgo; dejó al morir una obra enciclopédica de 4.000 páginas inéditas sobre el cristianismo. Un discípulo suyo, Lessing, publicó 7 de estos manuscritos. El último de ellos se titulaba La intención de Jesús y sus discípulos. En él Reimarus dice: "hay que distinguir entre lo que Jesús hizo y enseñó realmente en su vida y lo que los apóstoles narraron en sus propios escritos". Jesús fue un judío que quiso promover una sublevación contra los romanos y fracasó en su intento. Es un Mesías fracasado. Pero sus discípulos no se resignaron al fracaso, robaron el cuerpo, proclamaron su resurrección y transformaron su predicación del Reino en espera del futuro mundo apocalíptico. Fue el inicio de una intensísima búsqueda del Jesús histórico, la llamda "primera búsqueda", que duró 200 años. El lema era: "Sí al Jesús histórico, no al Cristo dogmático de los evangelios". Se escribieron muchas "biografías" de Jesús que tomaban como base el evangelio de Marcos. 2) Esa búsqueda entusiasta de 200 años desembocó, sin embargo, en una fase de desencanto y escepticismo, diagnosticada e ilustrada por A. Schweitzer, célebre profesor de cristología. Estudió pormenorizadamente la "historia de la investigación del Jesús histórico" y llegó a la siguiente conclusión: cada historiador de Jesús inventa un Jesús de acuerdo a sus propios gustos: "Es así 17 como cada una de las épocas siguientes de la teología encontró en Jesús sus ideas, no pudiendo revivirlo de otro modo... Cada uno hizo a Cristo a su imagen... Los racionalistas pintan a Jesús como predicador moralista, los idealistas como personificación de la humanidad, los estetas lo alaban como el genial artista de la palabra, los socialistas lo ven como el amigo de los pobres y reformador social, y los incontables pseudocientíficos hacen de él una figura de novela". Es así que Schweitzer dejó la enseñanza de la teología y se fue al corazón de Africa, a trabajar con los leprosos, con quienes vivió hasta su muerte en 1965. Entretanto, se había descubierto que también el Evangelio de Marcos es teológica, es una relectura de fe de la historia de Jesús, de modo que no poseemos ningún documento neutro, imparcial... El gran teólogo Bultmann fue el que dio la formulación teológica radical a este escepticismo: la investigación sobre el Jesús histórico no es exegéticamente posible, es pastoralmente inútil y es teológicamente ilegítima (pues sería como querer apoyar la fe en razones históricas). Lo que importa es la experiencia personal de Cristo, de su mensaje (kerigma), y la "verdad histórica" resulta indiferente. "Sí a Cristo, no a Jesús"... 3) Pero los teólogos difícilmente podían conformarse con ese escepticismo radical y con esa contraposición tan tajante entre la historia y la fe. Fue precisamente un discípulo de Bultmann el que dio la señal de un giro. En una famosa conferencia pronunciada en 1953, dijo: si bien los evangelios son anuncio, kerigma, incluyen sin embargo la historia de Jesús como condición y presupuesto de la fe en el Cristo pascual. Se inició así la llamada "segunda búsqueda" del Jesús histórico, que aún sigue en pie (si bien a partir de los años 80, se habla de "tercera búsqueda": una búsqueda que sitúa mucho más a Jesús dentro de los diversos movimientos judíos de la época sin establecer, como hasta entonces, una ruptura entre Jesús y el judaísmo; por otra parte, esa investigación se apoya mucho en el conocimiento de la realidad cultural y socio-política de la época). Ahí estamos. "Sí al Jesús histórico, pues es el mismo Cristo de la fe de los evangelios y de nuestra fe". En conclusión: la investigación sobre el Jesús histórico es necesaria, aunque insuficiente. ¿Por qué necesaria? Porque no podemos creer de manera a-crítica. No podemos seguir creyendo la historicidad literal de la Anunciación, la Transfiguración, las resurrecciones de muertos o de la inmensa mayoría de los dichos de Jesús en el cuarto evangelio... La investigación del Jesús histórico es necesaria, además, y sobre todo, porque las opciones que hizo Jesús (en relación con Dios, con la ley, con los empobrecidos de la época...) son un criterio fundamental para nuestra fe y nuestra conducta hoy. Pero la investigación sobre el Jesús histórico es insuficiente. ¿Por qué? Porque de lo que se trata es de vivir, de seguir a Jesús, de ser transformados por su encuentro, de hacer la experiencia de Dios y del Reino como la hizo Jesús. La fe cristiana es seguimiento de Jesús. Creer no consiste ante todo en "pensar correctamente acerca de Jesús", sino en seguir su camino, en ser discípulo, en vivir como él vivió. Jesús. No hay más saber real que el de la fe hecha seguimiento. Con saber no basta. 18 Lo decisivo es la vida, y vivir es acoger en nosotros el aliento o el espíritu de Dios como Jesús, de dar aliento y espíritu como Jesús, de transformar la historia en morada de Dios como Jesús. 6. Un testimonio históricamente fiable Dicho eso, que es lo fundamental, hay que afirmar también que los Evangelios (sobre todo sinópticos) nos aportan muchos datos sobre Jesús que tienen buenos visos de historicidad. No hay que leer los evangelios con una obsesión historicista, pero tampoco hay razones para un excesivo escepticismo histórico. No se explica todo, ni muchísimo menos, como producto e invención interesada de las comunidades y de los evangelistas. De otra forma, es más que probable que hubiesen atribuido a Jesús el nombramiento de presbíteros y obispos, o que hubiesen dejado en mejor lugar a la familia de Jesús... Aunque sólo de unos pocos dichos de Jesús podamos establecer con absoluta certeza su autenticidad histórica, conocemos sin duda alguna qué diversos estilos de lenguaje utilizó Jesús: que formuló exhortaciones sapienciales y proverbios, bienaventuranzas y amenazas proféticas, dichos sobre el reino de Dios y sobre el juicio, mandatos para los discípulos (llamada al seguimiento), preceptos legales, probablemente también antítesis. A ello se añaden diversas clases de parábolas... Y tenemos una serie de datos sobre la vida de Jesús que nadie pone en cuestión. Por ejemplo: - Que sus padres se llamaban María y José y que era de Nazaret. - Que tuvo hermanos. - Que fue un judío marginal (porque se automarginó del sistema político-religioso y porque le marginaron). - Que fue bautizado por Juan Bautista para el perdón de los pecados. - Que anunció "el Reino de Dios". - Que limitó su misión a Israel (Mt 10,5-6.23 con 28,19-20). - Que exigió un radicalismo para los misioneros que luego desapareció (Lc 10 con Lc 22,35s). - Que hizo curaciones y exorcismos que fueron entendidos como "milagrosos", pero que no siempre pudo curar (Mc 6,5). - Que la familia le atribuía trastorno mental (Mc 3,20ss). - Que le acusaron de estar aliado con Belcebú (Mt 12,22ss). - Que comió con pecadores (Lc 15...). - Que fue tachado de "comilón y borracho" (Mt 11,19). - Que rechazó ser calificado de bueno (Mc 10,18). 19 - Que presentía que iba a ser lapidado como un profeta (Lc 13,34). - Que hizo un gesto profético de destrucción del templo. - Que fue acusado por el Sanedrín y fue crucificado por Pilato. - Que muchos discípulos confesaron que Dios le había "resucitado" o "glorificado", y que ellos se habían encontrado con él. 7. La historia de Jesús nos sigue transformando Volvemos a la historia de Jesús porque sigue transformando nuestra historia. Y porque él nos sigue llamando a transformarla con él y como él. Jesús contaba historias y así transformaba la historia. Nosotros seguimos contando la historia de Jesús, contando sus historias, contando la historia como él la contaba... Y lo hacemos para transformar nuestra historia, nuestro presente: con sus heridas y terrores, sus sombras y naufragios, sus desiertos y patíbulos, sus muertes y vacíos; y también con sus signos y luces, sus anuncios y promesas, sus progresos y ascensos, sus profetas y testigos. Necesitamos narrar de nuevo la historia pasada, para abrir un futuro a nuestro presente. En compañía del hombre, queremos volver a la compañía de Jesús de Nazaret, para encender y reavivar en nosotros la llama, quizás la mecha humeante, de la fe frágil, de la esperanza tímida, de la compasión amenazada. Por eso seguimos narrando la historia de Jesús. Para orar. TE DOY TODA MI PERSONA Señor Jesús, te doy mis manos para hacer tu obra. Te doy mis pies para andar tu camino. Te doy mis ojos para ver como tú ves. Te doy mi boca para decir tus palabras. Te doy mi mente para que puedas pensar a través de mí. 20 Te doy mi espíritu para que puedas orar en mí. Sobre todo, te doy mi corazón, para que puedas amar en mí al Padre, y a toda la humanidad. Te doy toda mi persona, para que puedas crecer en mí, de manera que seas tú, Jesús nuestro Señor, quien viva y actúe y ore en mí. Entrego a tu cuidado, Señor, mi alma y mi cuerpo, mis oraciones y mis esperanzas, mi salud y mi trabajo, mi vida y mi muerte, mis padres y mi familia, mis amigos y mis vecinos, mi país y la humanidad entera, hoy y siempre. (Lancelot Andrewes) 3. LAS RAICES DE JESUS (1) Nos preguntamos sobre el origen, la familia, la lengua, la formación, el estado civil.. de Jesús. Constituyen parte de las "raíces" de Jesús. También Jesús tuvo raíces. Merecen nuestro interés y cariño: nos acercan a lo terreno, humilde, sencillo de Jesús. De Dios mismo. ¿Y qué conocemos sobre el nacimiento, la infancia y la primera juventud de Jesús? Menos de lo que quisiéramos, pero más que lo que sabemos del nacimiento e infancia de la mayoría de los personajes famosos de la antigüedad en torno al Mediterráneo. En todo este tema sigo mucho a J.P. Meier (Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico, Verbo Divino, 1998; es el primer volumen de cuatro ya publicados, y otro por publicar. Meier es un exegeta moderado, para muchos demasiado; es, pues, muy "fiable"). 1. ¿Qué hay detrás de un nombre? Jesús (Josué/Yehoshua) significa "Yahvé ayuda" o "Yahvé ayude". Ese es su nombre, y eso es 21 Jesús. Su nombre es ya toda una "cristología". En Jesús se nos muestra Dios como "ayuda": ¿hace falta más cristología? Jesús era un nombre muy común en su época. Josefo menciona en sus escritos unos veinte hombres llamados Josué o Jesús, y al menos 10 de ellos pertenecen a la época de Jesús de Nazaret. Tuvo un nombre muy común... También ahí podemos encontrar una lección. Miremos también a los nombres de sus familiares más próximos. Llevan, como él mismo, nombres que recuerdan a los patriarcas, el éxodo de Egipto y la entrada en la tierra prometida, y este hecho no es probablemente casual. Su padre se llamaba José, nombre de uno de los doce hijos de Jacob. Su madre era María (Miryam), nombre de la hermana de Moisés. Sus cuatro hermanos se llamaban Santiago (= Jacob), José, Simón (= Simeón) y Judas (= Judá). Todos estos nombres son reveladores de la atmósfera que respiraba Jesús entre los suyos. Su familia participaba en el despertar de la identidad nacional y religiosa judía, una identidad que se definía mirando al pasado de los patriarcas, idealizándolo. Más tarde, Jesús adulto elegirá doce hombres que serán la representación simbólica de los doce patriarcas de las doce tribus y, por tanto, de la restauración de todo Israel en la sueña Jesús. 2. ¿De Belén o de Nazaret? Toda la tradición evangélica coincide en afirmar que Jesús procedía de Nazaret. Mc y Jn presuponen implícitamente que Jesús nació allí: Mc le llama "el Nazareno" (Mc 1,24; 10,47; 14,67; 16,6), y califica a Nazaret como "su pueblo" (Mc 6,1). Felipe dice a Natanael: "Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés...: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret" (Jn 1,45). El hecho de que procediese de Nazaret le restaba credibilidad a los ojos de los jefes judíos (Jn 7,52). Sin embargo, las tradiciones de Mt 2 y Lc 2 refieren que nació en Belén. Son prácticamente los dos únicos lugares de todo el NT que lo indican. Es verdad que son tradiciones independientes: Mt y Lc no se copian, sino que recogen cada uno por su lado una tradición que necesariamente es anterior a ambos. Pero incluso Mateo y Lucas, en todos los demás lugares, hablan de "Jesús de Nazaret", "Jesús el Nazareno" o "Jesús el Nazoreo". El único lugar del NT, fuera de los relatos de la infancia, donde aparece "Belén" es Jn 7,42: "No afirma la Escritura que el Mesías tiene que ser de la familia de Davi y de su mismo pueblo, Belén?" (un texto muy ambiguo). ¿Cómo pudo surgir, entonces, la tradición de que era de Belén? Belén es en la tradición bíblica la ciudad de David, y existía la creencia de que el hijo de David mesiánico había de nacer en Belén. La tradición sobre el nacimiento de Jesús en Belén habría nacido seguramente a partir de la fe en un Jesús que es Mesías y, por tanto, hijo de David. Belén es, pues, una "ficción teológica e interpretación posterior" (H. Köster). Es una forma de decir que Jesús es "hijo de David", el Mesías. 22 Jesús nació, pues, seguramente en Nazaret. Nazaret era un poblado judío que se alzaba, lejos de las vías comerciales, sobre una ladera en la zona montañosa de Galilea.El poblado era de tan escasa relevancia política y económica que nunca aparece mencionado en las fuentes antiguas (AT, Josefo, Talmud).. Tendría entre 1000 y 2000 habitantes, artesanos y pequeños labradores, que vivían en cuevas, unas veces naturales y otras excavadas en piedra calcárea, algunas ampliadas con un salidizo cubierto. ¿Perdemos con ello toda la carga de fe, de ternura y emoción que evoca Belén? No, en absoluto. Incluso podemos seguir diciendo que Jesús "nació en Belén" entre pastores, con un lenguaje simbólico y poético que es imprescindible. Lo importante no es dónde nació físicamente, sino lo que su nacimiento nos hace esperar y soñar. Lo que importa es confesarle a Jesús "hijo de David", es decir, figura de las esperanzas y vida que anticipa su cumplimiento, y no precisamente por medios de grandeza y de poder. 3. ¿Madre virgen? He aquí un punto sumamente sensible de la fe y de la discusión teológica. Muchos cristianos han dejado de "creer" en la concepción y el nacimiento "virginal" de Jesús y, por ello, en la virginidad fisiológica de María. A otros muchos cristianos les escandaliza tal postura y siguen sosteniendo que la concepción de Jesús sin intervención de varón forma parte constitutiva de la fe cristiana. La enseñanza oficial de la Iglesia da la razón a los segundos; la exégesis y la teología se inclinan cada vez más hacia la primera posición. Se pueden distinguir tres posturas: 1) La fe tradicional, apoyada en una lectura literal de los evangelios de la infancia de Mateo y de Lucas: Jesús fue concebido "milagrosamente" por María sin concurso de varón alguno. María fue físicamente virgen durante toda su vida, e incluso dio a luz a Jesús de manera milagrosa, sin que el himen se rasgara. 2) La fe tradicional a pesar de la exégesis histórico-crítica moderna: reconoce que la exégesis actual deja en el aire la concepción virginal de Jesús o incluso se inclina a negarla, pero piensa que el cristiano ha de seguir sosteniendo la fe en la concepción de Jesús sin varón, no ya por argumentos exegéticos, sino porque la Iglesia así lo ha creído durante muchos siglos, porque lo afirma el dogma y porque lo sigue manteniendo la enseñanza oficial de la Iglesia actual. 3) La lectura crítica de los evangelios de la infancia y la reinterpretación de la fe en el dogma de la concepción virginal de Jesús y de la virginidad de María: el relato de la anunciación y del nacimiento de Jesús no nos quieren transmitir noticias de tipo histórico o biológico, sino un mensaje de fe y de esperanza, y la fe y la esperanza no dependen del modo físico en que Jesús ha sido concebido y 23 dado a luz. Pienso sinceramente que esta tercera es la postura más coherente con la exégesis crítica, con la antropología teológica (valoración positiva de la sexualidad), con la imagen de Dios (que no interviene puntualmente en el mundo rompiendo a capricho el curso de la naturaleza). Voy a exponer a continuación algunos datos que, a mi modo de ver, nos invitan a reinterpretar (no a negar) la fe en la concepción virginal de Jesús, así como en la maternidad "virginal" de María. En cuanto a los datos exegéticos, sigo básicamente a Meier. Es importante, en primer lugar, tener en cuenta que, estrictamente hablando, sólo se habla de la concepción virginal en dos versículos a lo largo de todo el NT: Mt 1,18 ("Su madre María estaba prometida a José y, antes de vivir juntos, resultó que había concebido por la acción del Espíritu Santo") y Lc 1,35 ("¿Cómo será esto, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra"). Y vale también aquí lo dicho a propósito de Belén: Mt y Lc son independientes y, por lo tanto, recogen una tradición anterior. La "concepción virginal" de Jesús no es una "leyenda tardía" creada a finales del siglo I. Pero hay que afirmar claramente: no es la tradición más antigua. Tampoco es una tradición unánime, ni mucho menos: ni Mc, ni Pablo, ni Juan conocen esa tradición. Estos últimos dan por supuesto que Jesús era hijo de María y de José. Las comunidades desde las que escriben Marcos y Juan, así como las comunidades a las que escribe Pablo, no "creen" en la concepción virginal física de Jesús. Algunos aducen, no obstante, dos textos de Mc y Jn que, según ellos, confirmarían que Jesús no nació de José: Mc 6,3 y Jn 8,41. Según Meier, Mc 6,3 ("No es éste el carpintero, el hijo de María?") no quiere decir en modo alguno que la gente considere irregular el origen de Jesús (hijo ilegítimo, de padre desconocido), sino que quiere decir: "Si te conocemos de toda la vida. Si eras el carpintero del pueblo. Si conocemos bien a tu madre y a tus hermanos y hermanas, que todavía viven aquí, y que hoy están con nosotros en esta sinagoga. ¿Cómo te atreves a dártelas de especial? ¡Tú no vales más que nosotros!". Puede ser que signifique que José había muerto ya (en Lc 7,12 se habla de "el hijo de la viuda de Naín"). En cuanto a Jn 8,41 ("Nosotros no somos hijos ilegítimos", dice Meier: "Ver en los versículos 39-41 una soterrada referencia a la ilegitimidad física de Jesús es, en mi opinión, excesivamente imaginativo". También le llaman "samaritano" (Jn 8,48), aunque por supuesto no lo era. La cosa es seguramente mucho más sencilla. Hay que tener en cuenta que en la antigüedad, también en la Biblia, es muy común atribuir un nacimiento extraordinario a los personajes importantes. Así tenemos en la Biblia que Isaac, Sansón, Samuel, Juan Bautista... son presentado como hijos de madre estéril. Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús, habla de "nacimiento virginal" de algunos personajes bíblicos. Y también fuera de la Biblia el motivo es muy conocido: según la leyenda, son hijos de madre virgen algunos grandes personajes de la historia de las religiones (Buda, Krishna, el descendiente de Zoroastro...), algunos personajes de la mitología 24 greco-romana (Perseo, Rómulo...), algunos reyes de Egipto, Grecia y Roma (los faraones, Alejandro Magno, Augusto...), algunos filósofos y pensadores religiosos (Platón, Apolonio de Tiana...). Hasta aquí los datos que ofrecen los exegetas. La exégesis histórico-crítica pone, pues, muy en tela de juicio la historicidad de la tradición de que Jesús sea hijo de madre virgen. A pesar de todo, ¿la fe literal en la concepción virginal biológica de Jesús sería un elemento irrenunciable de la fe cristiana, por el mero hecho de que la Iglesia (mayoritariamente) lo ha creído así durante muchos siglos? No me parece coherente. Hemos visto, por otro lado, que en los orígenes del cristianismo hubo iglesias (la mayoría) que no pensaban en absoluto en la concepción virginal física de Jesús. Pero es que además, y con toda probabilidad, ni siquiera a Mateo y a Lucas les interesaba propiamente afirmar la concepción virginal en su versión física. Los evangelios utilizan muy a menudo géneros literarios, lenguajes figurados, que sería absurdo entender a la letra. Es muy posible que el motivo de la concepción de Jesús sin intervención de varón forme parte de ese lenguaje simbólico, al igual que el nacimiento en Belén, o la anunciación por el ángel, o la historia de los magos, o la aparición de los ángeles a los pastores... En cualquier caso, pienso con muchos creyentes y con muchos teólogos, que, al igual que no es objeto de fe el lugar geográfico en que nació Jesús (si Belén o Nazaret), tampoco es objeto propio de la confesión de fe la forma concreta en que fue concebido (si con semen masculino o sin él...) o la forma en que nació Jesús (si como todos los niños o, como dirá luego el dogma, de manera "milagrosa", "como un rayo de luz, sin romper ni rasgar"...). Al evangelio (y, por lo tanto, al dogma) no le interesa informarnos sobre aspectos biológicos o ginecológicos, sino decirnos quién es Jesús, qué es para nosotros. ¿Qué quiere decir, pues, el relato del evangelio? Quiere decirnos que Jesús no es cualquiera, que viene de Dios, que es para la humanidad un regalo extraordinario de Dios, que Dios mismo se nos regala en él, que Dios nos hace a todos plenamente hijos e hijas. Quiere decirnos también que Dios se nos da en Jesús gracias a la fe probada y profunda de María, gracias a su grandeza no reconocida de mujer, gracias a la pobreza y a la humildad que creen en la propia dignidad, gracias a la disponibilidad incondicional en el día a día, gracias también a la libertad y a la autonomía de que esta mujer fue capaz (en una cultura en la que la mujer casada estaba absolutamente subordinada al marido, la opción por la "virginidad" de muchas mujeres ha tenido siempre un componente de reafirmación de la propia autonomía respecto del varón; la "virginidad" de María es, pues, entre otras cosas, una manera simbólica de afirmar la dignidad y la autonomía de María, a pesar de que estaba casada con José). Creo que por ahí va el mensaje del evangelio de la concepción virginal de Jesús. No se trata de realidades físicas, sino de la presencia cercana y liberadora de Dios en nuestra carne y sangre, en la trama de nuestras relaciones, en la historia de nuestra finitud y de nuestros sueños. 25 ¿Es incompatible con la fe cristiana el pensar que Jesús nació de padre y madre? No lo puedo creer. ¿Es incompatible la paternidad de Dios con la paternidad de José? Creo que sería una barbaridad afirmarlo (hasta el mismo Ratzinger lo negó en su tiempo de profesor de teología). Por supuesto, quien no tenga dificultad en seguir imaginando que así fue, no hay ningún problema, pero creo que no se debiera exigir hoy a todos los cristianos que "crean" que Jesús fue concebido físicamente sin intervención de varón. En fin, así veo las cosas. Y con ello, a mi modo de ver, nada se pierde del mensaje esperanzador y liberador del evangelio. De todos aquellos que reciben y acogen a "la Palabra que es la luz, que está en el mundo y que viene a los suyos" (¡ojalá nos contemos entre ellos), dice el evangelio de San Juan: "Estos son los que no nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios". San Juan no tendría ninguna dificultad en reconocer que todos somos "hijos de Dios y de madre virgen". ENCUENTRO CON JESUS Jesús, silenciosamente sales a mi encuentro en el camino de mi vida, como experiencia de tu gracia interior. Sales a mi encuentro en el prójimo, al que debo entregarme sin esperar nada a cambio; en la fidelidad a la conciencia, a la que debo seguir sin percibir ganancia alguna; en el amor y en la alegría, que no son más que promesa y me cuestionan si merece la pena creer en el amor y alegría eternos; en la oscura agua de la muerte, que lentamente asciende desde el pozo de mi corazón; en las tinieblas de la muerte, que se muere a lo largo de la vida; en la monotonía de los pesados servicios de la agitación diaria; sales a mi encuentro por doquier, Tú, el Intimo, el Innominado o el Llamado por tu nombre. En todo busco a Dios para huir de la nada asesina y no puedo abandonar el ser humano que soy, al que amo. Pues todo te confiesa a ti Dios-Hombre. Todas las cosas claman hacia ti, en quien como hombre ya se tiene a Dios sin tener que abandonar al hombre y en quien como Dios ya se puede encontrar al hombre sin temor a encontrar solamente lo absurdo. Yo te invoco. La fuerza última de mi corazón pugna hacia ti. Déjamo hallarte, encontrarte en toda mi vida. Poniendo mi mano sobre tus llagas te digo juntamente con el incrédulo y buscador Tomás: "Señor mío y Dios mío". Amén. (K. Rahner) 26 LAS RAÍCES DE JESÚS (2) 4. ¿Jesús tuvo hermanos? La sola pregunta puede parecer a más de uno demasiado provocadora. ¿De dónde se saca que Jesús tuviese hermanos? No es una invención moderna: lo dice muchos textos del Nuevo Testamento y el mismo Flavio Josefo; el Evangelio de Marcos nos da incluso sus nombres. ¿Será que eran "primos hermanos"? ¿O tal vez eran solamente "hermanastros" (hijos de un matrimonio anterior de José)? Y si eran hijos de María, ¿dónde queda su virginidad? He ahí las cuestiones que habrá que abordar. Y si llegáramos a la conclusión de que lo más probable es que Jesús tuviese hermanos, hijos de su mismo padre y padre, ello no quitaría nada a nuestro hermano Jesús, ni a nuestra hermana y madre María (ni al buen José). Afirma Theissen: "La amplitud de la tradición es impresionante: aparecen hermanos carnales del Señor, dentro del cristianismo, en diversas franjas de tradición y contextos literarios, y una vez fuera del cristianismo". He aquí los textos: 1) Flavio Josefo: cuenta cómo lapidaron a Santiago "hermano del Señor, llamado Cristo". 2) Pablo en 1 Cor 9,5: "¿No tenemos derecho a que nos acompañe una mujer cristiana lo mismo que los demás apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Pedro?". Y en Gal 1,19: "No vi a ningún otro apóstol, fuera de Santiago, el hermano del Señor". 3) Mc 3,31ss: "Llegaron su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar" (no puede haber sido invención cristiana que su familia le busque pensando que estaba loco... Además, está en coherencia con la relación crítica que los evangelios atribuyen a Jesús respecto de su familia y del sistema familiar patriarcal). Mc 6,3 (= Mt 13,55-56) menciona a cuatro hermanos: "¿No es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿No están sus hermanas aquí entre nosotros?" (Santiago, José, Simón y Judas) y "hermanas" (más de una). 4) Jn 2,12: "Después, Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos cuantos días". En 7,3 (sus hermanos lo dijeron"), 7,5 (Sus hermanos hablaban así, porque ni siquiera ellos creían en él), en 7,10 (cuando sus hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús). 5) Hch 1,14: "Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste". La frecuencia y unanimidad de testimonios es, pues, impresionante. Pero ¿se trata de hermanos de 27 verdad o solamente de "primos hermanos"? Los exegetas son hoy bastante unánimes: no se trata de primos de Jesús; ésta es la interpretación tardía de Jerónimo (siglo IV, después de que el Concilio de Nicea proclamase el dogma de la virginidad de María). Luego se generalizó esta tesis de Jerónimo. Pero resulta que en griego (la lengua del Nuevo Testamento) existía una palabra para decir "hermano" (adelphós) y otra para decir "primo" (anépsios) (cf. Col 4,10). Por eso escribe Meier: "En el Nuevo Testamento no existe ni un solo caso donde, indiscutiblemente, 'hermano' signifique 'primo', ni siquiera 'hermanastro', mientras que hay abundantes ejemplos donde tiene el sentido de hermano consanguíneo". En arameo sí que un mismo término podía significar hermano y primo, pero no en griego, y los autores del Nuevo Testamento conocían bien el griego. Y en conclusión: "Si, prescindiendo de la fe y de la doctrina posterior de la Iglesia, pedimos al historiador o exegeta un juicio sobre el Nuevo Testamento y los textos patrísticos que hemos examinado, vistos simplemente como fuentes históricas, la opinión más probable es que los hermanos y hermanas de Jesús lo eran verdaderamente". Y también: "La opinión más plausible desde un punto de vista puramente filológico e histórico es que los hermanos y hermanas de Jesús eran realmente tales. Al menos algunos escritores de la Iglesia mantuvieron viva esta interpretación de los textos del Nuevo Testamento hasta finales del siglo IV". Esta conclusión queda confirmada por el hecho de que, tras la pascua, sus hermanos se adhiriesen al movimiento de Jesús, y por el hecho de que Santiago (que no era de los "Doce") ocupase un puesto de privilegio en la iglesia primitiva y presidiese la comunidad de Jerusalén, incluso por encima de Pedro, y fuese objeto de una persecución judía y víctima de linchamiento por su posición destacada, y que él y Judas fuesen considerados como autores fingidos de unas cartas cristiano-primitivas. (Recuérdese que hay tres "Santiagos": dos pertenecen al grupo de los "Doce" y el tercero es el "hermano del Señor", y fue éste el jefe de la Iglesia de Jerusalén). ¿Perdería algo Jesús si hubiese tenido hermanos? En absoluto. Ganaría en consanguinidad con nosotros. ¿Y la virginidad de María? La verdadera virginidad, la virginidad esencial, no es cuestión de tener relaciones sexuales o no tenerlas, sino de poseer un corazón entero, un corazón sincero, un corazón libre y servicial, un corazón humilde y cortés. ¿Sería más meritoria y grande María si no hubiese tenido relaciones sexuales con su marido? Afirmarlo me parecería una barbaridad. 5. ¿Letrado o analfabeto? Según los investigadores, la tasa de alfabetización en la Grecia clásica se situaba entre el 5 y el 10%. Y el nivel de alfabetización en la cuenca oriental del Mediterráneo descendió con la entrada de Roma en escena. En cuanto a Palestina, el pueblo judío había creado un cuerpo de Escrituras sagradas hacia el siglo I (lo prueba Qumrán), y no es extraño que tuviesen en alta estima la capacidad de leer y comentar los 28 textos sagrados; hay indicios de que en tiempo de Jesús había una alfabetización bastante extendida entre los judíos palestinos. Pero dicha alfabetización, para la inmensa mayoría, tenía lugar en el seno de la familia: era el padre el que la impartía, y estaba reservada exclusivamente a los hijos, al menos en general). ¿Y Jesús? A pesar de ser de familia pobre, parece probable que supiese leer (aparece en el evangelio enseñando y discutiendo sobre la Escritura. Jn 7,15: "¿Cómo es que entiendes de letras sin haber estudiado?". Dentro de su familia, Jesús habría recibido una formación religiosa intensa y profunda, incluido el aprendizaje del hebreo bíblico, al menos para leer (la lengua hablada era el arameo, que se parecía al hebreo como el español al latín). Por ser Jesús primogénito, José le habría dedicado especial atención, no sólo en la cuestión práctica de enseñarle el oficio, sino también formándolo en las tradiciones religiosas y en los textos del judaísmo. Además de José, también la sinagoga de Nazaret desempeño tal vez una función alfabetizadora, en el caso de que ya en aquella época funcionase como una especie de "escuela elemental" religiosa", aunque no hay certeza al respecto. De modo que Jesús procede, sí, de un ambiente campesino, pero es capaz de leer y comentar las Escrituras; se sitúa por encima de la mayoría de los hombres y mujeres del mundo grecorromano de la época. Hablaba arameo, conocía el hebreo, y seguramente también bastante griego (una lengua muy común en la Palestina de la época). 6. ¿Un pobre carpintero? Que era "carpintero" lo dice solamente un versículo del Nuevo Testamento: Mc 6,3a ("No es éste el carpintero, el hijo de María...?". Mt 13,55 copia a Marcos, pero dice: "No es éste el hijo del carpintero?", para suavizar el rebajamiento que pudiera significar que Jesús mismo fuese carpintero. Pero seguramente lo fue: ¿cómo habrían inventado los cristianos algo que, según los criterios de la época, desdecía de Jesús? El "carpintero" (tekton) fabricaba o arreglaba aperos de labranza, trabajaba la piedra y la construcción, etc. Era un artesano. Requería esfuerzo y fuerza muscular. ¿Era pobre? "Jesús no era, probablemente, más pobre ni menos respetable que casi cualquier otra persona de aquel pueblo o, incluso, de la mayor parte de Galilea. La suya no era la pobreza desoladora, humillante, del jornalero o del esclaro rural" (Meier). Algunos exegetas opinan que Jesús era un labrador a quien, como a tantos otros de su época, los crecientes impuestos y deudas habían obligado a vender sus tierras y a reconvertirse en "carpintero" de segunda o de tercera, que pertenecía a una clase inferior a la de los humildes campesinos propietarios de una pequeña. 29 7. ¿Casado o celibe? Dejemos sentado en primer lugar: contra lo que se oye a menudo, el celibato no era desconocido ni vergonzoso entre los judíos en tiempo de Jesús. Al contrario, había corrientes que lo practicaban y lo recomendaban. Así lo hacían, en el s. I, algunos esenios (por ejemplo en la comunidad monástica de Qumrán; aunque parece seguro que en ella había también matrimonios con hijos). Conocemos bastante bien a los "terapeutas", un monasterio mixto por hombres y de mujeres judías que llevaban una vida intelectual, espiritual, contemplativa (ascética, pero confortable) en un paraje idílico de Egipto, al menos según lo describe (idealizadamente) Filón de Alejandría. Ya en el Antiguo Testamento encontramos al menos una figura religiosa célibe, Jeremías, e interpretaciones posteriores añadieron algunas otras. El judaísmo no encontró inconveniente en presentar como célibe a Moisés. En tiempo de Jesús, es probable que Juan Bautista fuera célibe. El celibato elegido "por vocación" tampoco era completamente desconocido en el mundo pagano grecorromano del sigo I d.C.: hombres destacados en el ámbito de la filosofía y de la religión podían, por diversas razones, permanecer solteros. Ejemplos célebres: el filósofo estoico Epicteto, el místico pitagórico y maestro itinerante Apolonio de Tiana. Epicteto propone el celibato para el filósofo cínico ideal. En conclusión: en el siglo I, tanto en el mundo judío como pagano, el celibato era una elección viable, aun siendo rara y a veces mal vista. ¿Y Jesús? No podemos tener una absoluta certeza sobre el estado civil de Jesús, pero hay fuertes indicios de que era célibe: 1) Si hubiera estado casado, no se comprende la total ausencia de noticias o de mención sobre su mujer e hijos. 2) Es muy posible que en el dicho de Mt 19,12 ("Hay eunucos que han nacido, otros hechos por manos de hombres y otros que lo son por el Reino de Dios") Jesús se esté refiriendo a sí mismo. Muy probablemente, Jesús fue, pues, célibe. ¿Por qué? "Por el Reino de Dios", afirma él. Claro que eso no se ha de entender, como se ha entendido a menudo, en el sentido de que Dios prefiera el celibato al matrimonio, o la continencia sexual a unas relaciones sexuales humanas y humanizadoras; o como si el celibato fuera la forma de pertenecer "sólo a Dios", o de que sólo Dios llene del todo a una persona; o como si el celibato fuera la forma mejor de dedicar más energías a la misión. El estar casado o el compartir la vida y el cuerpo con otra persona no es de por sí (¡sólo faltaría!) obstáculo alguno para pertenecer enteramente a Dios o para que Dios le llena plenamente o para dedicarse enteramente a una misión; al contrario, es precisamente "sacramento" de la plena comunión con Dios y de la plena dedicación a los demás. ¿Por qué fue, pues, Jesús célibe? En sus circunstancias personales (culturales, religiosas...) se sintió llamado a esa forma concreta de vida, de acogida del misterio del gran Amor y del gran 30 servicio a la esperanza del Reino. ¿Qué cambiaría si en vez de haber "elegido" el celibato, éste le hubiese venido "impuesto" por unas circunstancias? No cambiaría nada fundamental: la cuestión es vivir como "vocación" aquello que la vida nos va imponiendo. Como "vocación" quiere decir: como forma de confianza concreta en Dios, de amor concreto a sí mismo, a Dios y a todas las criaturas, de autorrealización y de fidelidad a la misión descubierta día a día: el Reino de Dios en el mundo. 8. Marco cronológico 1) Nacimiento. Jesús nació durante el reinado del emperador Augusto (37 a.C.-14 d.C.), como lo indica Lc 2,1. ¿En qué año? No hay forma de saberlo con certeza. Pero lo más probable es que haya nacido hacia el final del reinado de Herodes el Grande, que murió en el año 4 a.C.; así lo sugerirían las historias (legendarias y simbólicas) de los magos y de la matanza de los inocentes (Mt 2,1-23), así como Lc 1,5 (En tiempos de Herodes, rey de Judea, hubo un sacerdote, llamado Zacarías...). La mayoría sitúa el nacimiento de Jesús entre los años 6/4 antes de Cristo (aunque algunos lo discuten). El "año 0" lo calculó un monje del s. VI (Dionisio el Exiguo) a partir de la combinación de dos noticias: Lc 3,1 (El año quince del reinado del emperador Tiberio... vino la palabra de Dios sobre Juan) y Lc 3,23 (Cuando comenzó Jesús su ministerio, tenía Jesús unos treinta años). La noticia de Lc 2,1s, según la cual Jesús habría nacido durante el censo de Quirino no hace sino complicar el asunto, pues Quirino fue gobernador de Siria a partir del 6 d.C., y fue en los años 6/7 cuando hizo el primer censo romano público, cuando Judea se incorpora a la provincia de Siria (Jesús debía de tener ya unos 10 ó 12 años, si, como he dicho, había nacido poco antes de la muerte de Herodes). 2) Duración de su actividad. Lucas sitúa en el "año quince de Tiberio" la predicación de Juan y el inicio de la actividad pública de Jesús; ese año corresponde al 28 ó 29 d.C. Jesús tenía entre 33 y 35 años ("unos treinta años", como dice Lc 3,23). Su ministerio duró entre año y medio y dos años y medio. Su actividad pública fue extremadamente breve. Pasó casi toda su vida llevando "vida normal" como todos los demás. Seguramente tuvo contacto con grupos judíos antes de lanzarse a predicar el Reino de Dios. 3) Muerte. Lo único casi seguro es la fecha de su muerte: el año 30, un viernes, de acuerdo a Mc 15,42 (Al caer la tarde, como era la víspera de la preparación de la fiesta, es decir, la víspera del sábado...), Jn 19,31 (Como era el día de la preparación de la fiesta de pascua), Lc 23,54 (Era el día de la preparación de la pascua y estaba comenzando el sábado). 31 9. Marco geografico: Nazaret, Cafarnaún, Jerusalén El marco geográfico de Jesús está delimitado por estos tres nombres. Casi toda su vida la pasó en la pequeña aldea de Nazaret en la montaña galilea. Allí convivió día a día con la miseria creciente de los campesinos. Allí se empapó del dolor de la gente más humilde, de sus gozos fundamentales, de su esperanza difícil, de sus grandes interrogantes. Fue un perfecto desconocido como todos sus paisanos. ¿Desconocido también quizá para sí mismo? Pero allí fue despertando su conciencia, en contacto vital con el hálito, el dolor, la esperanza de los judíos. Allí fue conociendo lo que latía en el fondo de la conciencia de su pueblo, de sus compatriotas judíos, de sí mismo: la promesa de liberación de Dios. Lo lento, lo cotidiano, lo oscuro... Llegado un momento, deja Nazaret y se traslada a Cafarnaún (Mt 4,12-13): lugar poblado de pescadores y agricultores, en una importante vía de comunicación entre Tiro y Sidón y la Decápolis (vía que abría Galilea a los paganos). Ahí se sitúa el centro de la vida pública de Jesús. Allí llamó a sus primeros discípulos (Mc 1,16ss). Allí encontró acogida en casa de Pedro (Mc 1,29; 9,33). Allí tuvo su base para su actividad itinerante. Al final de su vida, Jesús se encaminó con los discípulos a Jerusalén para la fiesta de pascua. Jesús se movió sobre todo en Galilea, pero como todo buen judío miraba a Jerusalén como su centro espiritual y es muy probable que acudiese allí de manera regular para celebrar las fiestas judías principales, para gozar la cercanía de Dios, para soñar la renovación de Israel, y seguramente también para indignarse del poder religioso y político que allí reinaba. Para rezar. EN CRISTO LO TENEMOS TODO Todo lo tenemos en Cristo. Si ardes en fiebre, él es la Fuente que refresca; si estás oprimido por tus culpas, él es la Liberación; si necesitas auxilio, él es la Fuerza; si tienes miedo de la muerte, él es la Vida; si deseas el cielo, él es el Camino; si huyes de las tinieblas, 32 él es la Luz; si necesitas nutrirte, él es el Alimento. (San Ambrosio de Milán) 5. LA EPOCA DE JESUS NOTA sobre el tema de la semana pasada: En el cuarto párrafo de la primera página, en el punto 2), faltan los signos de interrogación en la frase de 1 Cor 9,5: "¿No tenemos derecho a que nos acompañe una mujer cristiana lo mismo que los demás apóstoles, los hermanos del Señor y el mismo Pedro?". *** La semana pasada le dejamos a Jesús abandonando Nazaret a los 30 y pico años y estableciéndose en Cafarnaún, para emprender una vida enteramente nueva. Hoy vamos a aproximarnos a la realidad que le tocó vivir a Jesús, que le dolió, que quiso curar, para la que anunció y anticipó una transformación radical. Jesús no es un meteorito caído del cielo. Es un judío que pertenece a la historia de Israel, larga (¡y corta!) historia de esperanzas y desengaños. Forma parte de una larga lista de nombres célebres que ha dado esa pequeña franja de tierra llamada Canaán, Israel y Palestina. Una tierra que, aun siendo pequeña y pobre, ha sido disputada por muchos imperios antiguos y modernos. Una tierra que es punto de encuentro (y desencuentro) de tres continentes (Asia, África y Europa), de las tres grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, Islam), de muy diversas confesiones cristianas. Una tierra por la que aún hoy siguen suspirando y combatiendo sangrienta y dramáticamente dos pueblos, cargados ambos de tragedias y derechos. Esa es la tierra de Jesús, como la tierra de Moisés, Isaías, Jeremías, Juan Bautista y tantos otros personajes de talla gigante. Jesús tiene raíces en esa tierra y en una época determinada. Es imposible entenderle si no es desde ahí. Por eso, es imprescindible aproximarnos a la Palestina concreta de su tiempo. Se trata de una época de vivo malestar político, social y religioso. 1. Malestar político: una tierra ocupada Un investigador ha escrito: "La historia del judaísmo palestino entre Daniel y Bar Kokba es una 33 historia de sangre y lágrimas". El profeta Daniel es de mediados del siglo I a.C.: Bar Kokba, creyéndose Mesías, se levantó contra Roma en el 132 d.C. y provocó el arrasamiento de Jerusalén y la expulsión de los judíos de su ciudad santa. En tiempo de Jesús Palestina era una tierra ocupada por los romanos, que habían entrado en ella con Pompeyo en el año 63 a.C. (su presencia allí durará hasta la invasión árabe en el siglo VII). Roma concedió a Herodes el Grande el reinado sobre Palestina (40 a.C.). Fue un "rey asociado", vasallo, de Roma. Era de origen idumeo y fue considerado siempre por los judíos como extranjero usurpador. Fue un gran constructor: restauró Samaría, fundó Cesarea y otras ciudades, construyó teatros, y hasta un hipódromo cerca de Jerusalén, hizo grandes donaciones a ciudades helenísticas, patrocinó unos Juegos Olímpicos, y protegió a los judíos de la Diáspora en todo el Imperio romano. En el año 20 a.C. inició la obra con la que quiso ganarse la simpatía de todos los judíos: la construcción en Jerusalén de un templo de impresionante lujo y suntuosidad. Su gran preocupación era mantener el favor de los romanos. Su gran obsesión: que alguien le suplantara en el trono. Era duro y cruel: mató por celos a su mujer y por miedo a varios de sus hijos. Un gobernador de la época escribió: "más vale ser cerdo (hus en griego) que hijo (huiós) de Herodes". Encerró a varios judíos notables, con la orden de matarlos en el momento en que él muriera, para que así hubiese lágrimas a su muerte. La "matanza de los inocentes" es, evidentemente, una leyenda, pero hay que situarla sobre ese trasfondo. Murió en el año 4 a.C. Durante su reinado, hacia el año 6 a.C., nació Jesús. A su muerte, hubo un movimiento bastante generalizado de levantamientos contra Roma, que fueron ahogados en sangre uno tras otro. En su testamento, Herodes había dividido el reino en 4. Los más importantes: Herodes Arquelao y Herodes Antipas. Herodes Arquelao heredó Judea. Pero fracasó en su reinado, fue depuesto el año 6 d.C. y a partir de ese momento se instauró en Judea el régimen de los procuradores o prefectos. Pilato fue procurador de Judea y Samaría del 26 al 36 p.C. Herodes Antipas, en una carta, le pinta como intransigente, duro, obcecado, cruel y avaricioso. Normalmente, los prefectos procuraban llevarse bien con las familias sacerdotales, y eran projudíos. No así Pilato, que era antisemita y provocó a menudo a los judíos: una vez trasladó las enseñas imperiales de Cesarea a Jerusalén (hubo 5 días de protesta multitudinaria; Pilato los encerró en un estadio para matarlos a todos, pero tuvo que ceder); construyó un acueducto para Jerusalén con dinero del Templo, por lo que los judíos se manifestaron en masa (hubo muchos muertos entre los manifestantes, entre los que Pilato había infiltrado soldados propios); hizo una matanza de galileos que protestaban, hecho conocido por Flavio Josefo que Lucas recoge (Lc 13,1-4); intentó acuñar moneda con inscripciones, lo que constituía una profanación para los judíos; masacró a muchos samaritanos que se habían reunido a la espera del Mesías en Garizim (por este hecho fue destituido por el emperador). Herodes Antipas recibió Galilea. Naturalmente, estaba estrechamente sometido a la autoridad 34 romana, pero tenía muchas pretensiones de grandeza. Emuló a su padre Herodes el Grande y quiso ser, como él, simplemente "Herodes", rey de toda Palestina y mecenas de todos los judíos de la Diáspora. Como su padre, llevó a cabo grandes construcciones (ciudades enteras totalmente helenísticas dentro de Galilea, como Séforis y Tiberíades, y gran cantidad de obras monumentales dentro y fuera de su reino. Para sufragar los gastos, no tenía más que un recurso: gravar hasta límites increíbles los impuestos de los pobres campesinos de su reino. Durante su gobierno actúan Juan Bautista, a quien encarceló y ejecutó, y Jesús. En Judea la tensión parece más palpable, pero está muy presente también en Galilea. 2. Malestar cultural: entre judaísmo y helenismo, entre judíos y paganos En la época del NT, Galilea estaba rodeada de repúblicas-ciudad helenísticas: Sidón, Tiro y Tolemaida en la costa mediterránea, la Decápolis (confederación de diez ciudades-Estado helenísticas) al este, Sebaste (en el centro de Samaría) estaba muy helenizada. "Galilea era un enclave judío" (G. Theissen). También Herodes Antipas promovió la cultura helenística incluso en el corazón de Galilea: reconstruyó Séforis, haciendo de ella una floreciente ciudad helenística (Séforis era un pueblo a 6 km de Nazaret; tras un levantamiento, fue arrasado por el general romano Varro, que crucificó allí a 2.000 judíos; Jesús era un niño cuando sucedió eso); Antipas fundó también Tiberíades y lo convirtió en capital del reino (infringiendo doblemente las normas judías: por un lado, fue edificada sobre un cementerio y, por otro, colocó figuras de animales en el palacio que se construyó). No solamente la lengua, sino también las ideas filosóficas y la religiosidad helenística eran ampliamente conocidas en Palestina. Muchos judíos veían peligrar su identidad tradicional, su modo de vida, sus instituciones seculares, la religión de los padres de la que estaban tan orgullosos. En amplias corrientes y grupos de la población crecía un sentimiento de odio, no solamente a Roma, sino a todos los paganos. Se extendía el deseo de renovar el judaísmo, de recuperar la pureza amenazada, de restaurar el Israel cada vez más disperso (las "Doce tribus" de la antigua tradición bíblica). Jesús compartía en buena medida estos sentimientos (salvo el odio a los paganos). Se sentía llamado a promover la renovación de Israel en todos los sentidos. Se dirigió exclusivamente a los judíos. Ciertamente, tuvo contacto con las zonas rurales de las ciudades-Estado helenísticas vecinas, pero no se dirigía a los paganos de allí, sino a las minorías judías de la región: a "las ovejas perdidas de Israel". Pero, a la vez, acogerá a los paganos que se acerquen a él, elogiará su fe, los verá sentados en la mesa del Reino... Todo ello servirá luego para que algunos cristianos (con Pablo a la cabeza) emprendan, con gran oposición de otros cristianos, la predicación entre paganos (si 35 Jesús lo hubiese hecho, no hubiese habido tantas resistencias; pero si Jesús hubiese rechazado a los paganos, difícilmente hubiesen podido Pablo y sus partidarios justificar su nuevo camino). 3. Malestar socio-económico: tensión entre pobres y ricos, entre ciudad y campo En toda Palestina, y de manera especial en Galilea, se iba implantando el sistema de latifundios: unas pocas familias poseían casi toda la tierra. ¿Cómo se había llegado a esto, pues la tierra había pertenecido tradicionalmente a las familias campesinas que la cultivaban? La culpa la tenía el drástico aumento de los impuestos llevado a efecto primero por Herodes el Grande y luego por su hijo Herodes Antipas: ya de antes debían entregar el diezmo de todos las ganancias para los sacerdotes, y el tributo especial del templo; a todo ello añadió Herodes Antipas un altísimo impuesto especial que equivalía algo así como a la tercera parte de toda las ganancias. Al no poder todos esos impuestos, muchos campesinos se veían obligados a vender las tierras (que las adquirían las familias de los grandes sacerdotes o la familia de Herodes y de sus ricos partidarios). Al vender sus tierras, los campesinos se encontraban ante un futuro cruel: o bien cultivar sus tierras como arrendatarios (lo que no hacía, a la larga, sino agravar la situación, pues a todos los impuestos se añadía ahora la renta), o bien hacerse jornaleros del campo (contratados al día, como en la parábola de los trabajadores de la viña), o bien buscar otro oficio. Muchos se hacían "artesanos" o peones de construcción; otros muchos se arrimaban a a poblaciones más grandes, sobre todo a Jerusalén, donde buscaban trabajo (por ejemplo en la construcción del Templo). Añádase a ello la superpoblación (se calcula que había 1 millón de habitantes en Palestina, de los cuales 600.000 eran judíos). La miseria aumentó de manera drástica. Los caminos se llenaron de enfermos y de mendigos. Había una gran tensión entre la ciudad (donde viven los propietarios y la clase alta de los sacerdotes y funcionarios) y el campo. Jesús miraba muy de cerca esa situación. En sus parábolas, habla de préstamos (Mt 18,23-35), de jornaleros (Mt 20,1-12), de malestar de unos arrendatarios con sus señores (Mc 12,1-12). Y llama la atención que, en los Evangelios, Jesús nunca aparece en una ciudad (excepto en Jerusalén, al final). No se puede entender a Jesús sin tener en cuenta la situación sociológica y económica de su tiempo (no sólo desde ella, pero tampoco sin ella). Cuando Jesús dice "Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios", se dirige a gente realmente pobre que anhela un cambio de situación. Jesús fue de los que miraron la historia desde su "reverso" (Gustavo Gutiérrez). 36 4. El malestar religioso Esa situación provocaba una profunda crisis religiosa. Unos se preguntan: ¿Cómo puede Dios permitir esta situación? Algunos la interpretan como castigo de Dios por el "pecado" del pueblo, es decir, por haber abandonado la alianza, inseparable de la pureza judía en la forma de vida (que incluye no solamente la dimensión "religiosa", sino también la política y la socioeconómica). Muchos ven en la actual situación una obra de los "demonios" (personificación del mal). Otros esperan el castigo divino para los malvados, fácilmente identificados con los paganos, responsables de todas las desgracias. Y son cada vez más numerosos los que se proponen intervenir con las armas en nombre de Dios o para ayudar a Dios. 5. Grupos y corrientes: el judaísmos fragmentado Refiriéndonos a Jesús, solemos hablar demasiado fácilmente de "judíos" o de "judaísmo", como si fuera una realidad homogénea. Nada más lejos de la realidad. Desde hacía siglo y medio, desde la época de los macabeos, el judaísmo había ido fragmentándose progresivamente. Judas el Macabeo, una vez vencido al poder extranjero, seléucida, y restablecida la independencia judía, había usurpado el sumo sacerdocio, pero muchos se habían opuesto, dando lugar a un creciente enfrentamiento interno. Así se habían originado la mayoría de los grupos y corrientes judías que se oponían en tiempo de Jesús: 1) Los esenios que vivían en comunidades (la de Qumrán es la más importante), habían desertado del templo y se consideraban los hijos de la luz, el ejército de puros de los que Dios se va a servir para llevar a cabo su intervención última e inminente. 2) Los fariseos, gente piadosa preocupada de ser "santos en la vida ordinaria" y en todos los aspectos (de ahí la importancia de los ritos de pureza para cualquier circunstancia), y de ideas más bien abiertas (además del Pentateuco, leían a los Profetas en la sinagoga, y habían adoptado ideas religiosas novedosas, como la esperanza de la resurrección y la existencia de ángeles y demonios). 3) Los saduceos, gente acomodada, ligada a los grandes sacerdotes, colaboradores con el poder herodiano y el poder romano, política y religiosamente conservadores (sólo leían la Torá, el Pentateuco, en la sinagoga, y rechazaban la esperanza de la resurrección). Además, habían surgido recientemente nuevos movimientos de renovación judía, como el movimiento mesiánico (que abogaba por la lucha armada; sus líderes se llamaban mesías) y el movimiento profético (que esperaba la llegada inminente del Profeta como Moisés anunciado en el Deuteronomio). Dentro de este último acababa de surgir el movimiento bautista, fundado por Juan el Bautista, que esperaba la llegada inminente del juicio de Dios y practicaban un bautismo para el 37 perdón de los pecados (como alternativa al templo). Había un clima generalizado de profundo descontento, y el descontento había dado lugar a una corriente espiritual y literaria ampliamente extendida en la población: la apocalíptica, compartida por esenios, fariseos, movimientos mesiánicos, proféticos y el movimiento de Juan Bautista. La apocalíptica es un grito a Dios en situación desesperada: esperan el "fin del mundo", una especie de cataclismo cósmico final, o, tal vez mejor, la transformación del orden actual del mundo; para expresarlo, recurren a un lenguaje simbólico de imaginación encendida (viajes celestes, cifras, personajes celestes, animales singulares...); Dios va a intervenir para cambiar la situación. 6. Figuras de la esperanza "El pueblo estaba a la espera...", dice Lucas de manera expresiva (Lc 3,15). Y la esperanza adopta muchas y contradictorias figuras, precisamente porque es difícil esperar. Algunos parecen esperar a un Mesías, el "hijo de David", que restablezca la independencia política de Israel bajo la monarquía de la dinastía davídica desaparecida 5 siglos atrás; él habrá de traer la liberación política, habrá de purificar el templo y restablecer el auténtico culto; se trata de una esperanza muy utópica, política y subversiva. Otros esperan la llegada del Profeta de los últimos tiempos semejante a Moisés o semejante a Elías (cf. Dt 18,15.18; Mal 3,1.23), que habrá de introducir de nuevo al pueblo en la Tierra prometida a través del Jordán, y habrá de realizar grandes signos y curaciones como Moisés y como Elías; él ha de traer la auténtica palabra y el auténtico juicio final de Dios. Muchos esperan la realización de la profecía de Daniel que había hablado de "un como hijo de hombre", imagen del Israel restaurado de los últimos tiempos que Dios habría de erigir como juez de todas las naciones paganas. Al parecer, esta figura colectiva de "un como hijo de hombre" se convirtió en algunos círculos apocalípticos en misteriosa figura individual proveniente del cielo para llevar a cabo el juicio definitivo: "el Hijo del hombre". Jesús hablará de este "Hijo del hombre" (refiriéndose seguramente no a sí mismo, sino a otro), y los primeros cristianos identificaron a Jesús crucificado con el Hijo del hombre: Dios lo había resucitado, exaltado o glorificado, e iba a venir pronto para traer la liberación que él había proclamado pero no acababa de realizarse. Marana tha ("Ven, Señor Jesús"), oraban y seguimos orando. De ningún modo se ha de pensar, pues, que todo el mundo estaba esperando al Mesías. Y las formas de esperanza que acabo de señalar de ningún modo eran incompatibles entre sí. Los límites del lenguaje y de las representaciones eran muy fluidos y flexibles. Y la esperanza no era fácil, como nos sucede hoy. Pero donde había un rescoldo de fe, volvía a brotar una llama de esperanza, como nos sucede también hoy, a pesar de todo. 38 7. Jesús, un estilo original Jesús y su movimiento forman parte de una larga cadena de movimientos de renovación judía que, ante la dominación romana y la difusión creciente de la cultura helenística, intentaron conservar o recuperar la identidad judía. Jesús no quiso romper en nada con el judaísmo, sino que como otros muchos quiso renovarlo desde dentro. No se le puede entender en contraste con el judaísmo, sino como uno de los muchos que quisieron reavivar la fidelidad a la fe de los padres y restaurar la tierra hollada por el poder opresor. Ciertamente, eso lo hizo con un estilo y con un mensaje que le caracterizan. En concreto, el movimiento de Jesús tuvo una "fuerte tendencia integradora hacia dentro y hacia fuera" (G. Theissen). En su manera de ser y actuar, Jesús no fue esenio: como ellos, es social y religiosamente crítico, critica las riquezas y se distancia del Templo; pero no se aparta y no segrega, ni forma una comunidad de "hijos de la luz", sino que come con pecadores. Jesús no fue tampoco un fariseo: como ellos, quiere vivir la fidelidad en todo, y tuvo una relación muy cercana con ellos (le invitaban a su casa, tuvo amigos entre ellos); pero ataca el legalismo, no se separa de los "impuros". Jesús no fue un zelota: como ellos, aspira a la liberación política del pueblo, y lleva a cabo una radical crítica socia, y tuvo un discípulo "zelota"; pero renunció a la violencia (Mt 5,38-45). Jesús no fue un apocalíptico propiamente dicho: sí esperaba una intervención divina inminente, y utilizó el lenguaje apocalíptico, y habló de Satán y de juicio; pero no hallamos en él nada de revelaciones reservadas a unos pocos, sino que Dios se manifiesta a los pequeños (Mt 11,25s; Lc 11,1-4), y tampoco se dedicó a observar señales y hacer cálculos sobre el fin (Lc 17,20s; Mc 13,32). En su estilo de predicación se parece a los escribas o "letrados", rabbís: predica y tiene discípulos, y es llamado rabbí (Jn 3,26; Mc 9,5; 10,51; 11,21; 14,45); pero es él quien escoge a sus discípulos, y no habla, como ellos, en nombre de otro maestro, sino con autoridad (Mc 1,22), en nombre propio, y no se dedica ante todo a explicar la Escritura. Fue más bien un profeta como los antiguos. Pero, a diferencia de ellos, nunca dice "oráculo de Yahvé", sino "yo os digo"... Entre los personajes de su tiempo, sólo uno le impresionó: Juan Bautista. Arrastrado por su mensaje de conversión, se hizo bautizar por él y fue discípulo suyo. Pero pronto se separó también de él y emprendió su propio camino. Es esencial la relación de Jesús con el Bautista no sólo para captar la vinculación de Jesús con el judaísmo de la época, sino también para captar su novedad. 39 Para orar. CRISTO, TE AMO Cristo, te amo, no porque hayas descendido de una estrella, sino porque me enseñaste que el hombre está hecho de sange, de lágrimas, de angustia... Sí. Tú nos enseñaste que el hombre es Dios, un pobre dios crucificado como Tú, y aquél que está a tu izquierda, en el Gólgota, el mal ladrón, también es dios. (L. Felipe) 6. EL BAUTISMO DE JESÚS (1) Decíamos al final del tema anterior que Juan Bautista fue el personaje de la época que más impresionó y atrajo a Jesús. A la humilde e inquieta aldea de Nazaret llegaban, una vez más, noticias excitantes. Un profeta había aparecido en el desierto al otro lado del Jordán, en Judea. Uno más. En efecto, después de cuatro siglos en los que la profecía parecía haber enmudecido definitivamente, en los últimos tiempos surgían de vez en cuando personajes que se presentaban como profetas que convocaban al pueblo al desierto, para desde allí, a través del río Jordán, repetir aquella entrada triunfal en la Tierra Prometida que habían realizado siglos atrás sus padres, las tribus hebreas conducidas por Moisés y Aarón. Estos profetas modernos invitaban a un gesto profético de reconquista –esta vez pacífica– de la tierra ocupada por el poder romano, pagano y opresor. Dios estaba con el pueblo. Dios les volvería a dar la Tierra. Pero para ello era preciso convertirse a Dios, volver a la Alianza, recuperar la identidad cultural-política-religiosa de Israel, practicar la justicia social inherente a la Alianza de Dios. 40 Ahora los rumores hablaban de un tal Juan. Sobre los orígenes de Juan, no sabemos nada. El Evangelio de Lucas nos lo presenta como primo de Jesús, pero es evidentemente una reconstrucción literaria. ¿Era hijo de un sacerdote (Zacarías), como el mismo evangelio de Lucas refiere? No sabemos nada. En Nazaret se hablaba de su mensaje resuelto y poderoso, de su anuncio del juicio inminente de Dios. Pero poseía un elemento novedoso y característico: un bautismo en las aguas del Jordán que otorgaba el perdón de los pecados y disponía para el nuevo tiempo que estaba a punto de inaugurarse. ¿Sería Elías en persona que volvía a la tierra y preparaba los caminos de Dios en el desierto? En su sencilla y dura vida cotidiana, Jesús no dejaba de dar vueltas a esas noticias y de preguntarse. Sentía cómo una llamada poderosa iba tomando forma en su corazón. Tenía "unos 30 años" (seguramente, unos 33/35). Era un hombre en plena madurez. ¿No era ya momento de decidirse? 1. El bautismo de Juan Los ritos de agua se conocen en infinidad de religiones. Eran especialmente comunes en el Próximo Oriente antiguo, sobre todo en Persia y Babilonia: Simbolizaba (y realizaba) la purificación interna, así como comunicación de vida nueva. En los siglos I a.C. y I. d.C., Siria y Palestina, sobre todo Transjordania, eran un "semillero de grupos baptistas": los habitantes del monasterio de Qumrán cultivaban con muchísimo esmero, a lo largo del día, diversos ritos de purificación (todavía se ven las sofistacadas canalizaciones de agua que traían agua desde la montaña y la distribuían por todo el monasterio). Nos es muy conocida la figura de un tal Bannus que se pasaba los días y las noches lavándose repetidamente con agua fría en una represa del Jordán... También Juan utilizaba un rito de agua. Pero era especial: era único, no se repetía, y era "para el perdón de los pecados". ¿De dónde había recibido Juan este rito? Se han señalado dos analogías lejanas: 1) El bautismo de prosélitos: un rito de iniciación de los paganos que se convertían al judaísmo. Pero no hay constancia clara de que existiese ese bautismo antes del período cristiano. De todos modos, tal bautismo no era para el perdón de pecados, sino para marcar el paso del mundo gentil al judío. 2) También las lustraciones de Qumrán podrían ofrecer un contexto, más que una semejanza, para interpretar el bautismo de Juan. Pero existe un abismo entre los lavados rituales de los qumranitas y el bautismo de Juan: los qumranitas (como los judíos en general) se lavaban a sí mismos, mientras que Juan era el que bautizaba a quienes se acercaban a él; por otra parte, los baños de Qumrán 41 eran repetidos, mientras que el bautismo de Juan era único, irrepetible (al igual que nuestro bautismo). Lo lógico es, pues, pensar que fue el mismo Juan quien "inventó" el rito del bautismo. Se trataba de un rito religiosamente revolucionario, pues se proponía como alternativa al Templo y a todo su sistema sacerdotal centrado en los sacrificios cruentos. Juan había roto con el Templo y su sistema religioso. También los esenios lo habían hecho, pero no tanto con el templo en sí, sino con el sistema actual del templo. Los esenios sostenían que el templo estaba profanado por la actual dinastía sumo-sacerdotal que lo regía (una nueva dinastía usurpadora, la asmonea, impuesta por los Macabeos siglo y medio atrás) y, en consecuencia, esperaban el retorno del antiguo sacerdocio sadocita (de Sadoc) y la "purificación" del templo. Juan es mucho más radical: el templo ya no cuenta, ni éste ni otro. Y, si como sugiere Lucas, Juan era hijo de sacerdote, su ruptura con el sistema adquiere un relieve aún mayor. La comunión con Dios no la dan los sacrificios ofrecidos en el templo; y los interminables ritos de purificación que habilitaban para ofrecerlos no servían de nada. El perdón de Dios es su proximidad bondadosa, y hace falta purificar y convertir el corazón para acogerla. Es lo que ofrece el bautismo de Juan, junto con un fuerte mensaje de juicio y amenaza para quienes no se conviertan. 2. Juan, un mensaje político El mensaje de Juan y su bautismo constituían, pues, una alternativa al orden religioso vigente. Pero poseía también un innegable carácter político. Herodes Antipas tenía razones políticas para sentirse inquieto con Juan el Bautista y su éxito creciente. Y serán razones fundamentalmente políticas las que le llevarán a encarcelarle y cortarle la cabeza... ¿Cuáles eran esas razones? La historia de su matrimonio con Herodías, esposa de su hermano Felipe, tiene más trasfondo del que parece. Herodes Antipas (uno de los hijos de Herodes el Grande, que a la muerte de éste había heredado Galilea) tenía grandes ambiciones. No se contentaba con ser el rey de una parte de Palestina, sino que quería unir a su corona todos los territorios que habían pertenecido a su padre Herodes el Grande. En particular, quería vincular a su reino el territorio de Judea que había heredado su hermano Herodes Arquelao (el cual había fracasado y había sido depuesto por Roma en el año 6 d.C., siendo Jesús niño; desde entonces, Judea era regida directamente por Roma a través de "procuradores"; en ese momento era procurador Poncio Pilato). Pues bien, Herodes Antipas pretendía ser rey de toda Palestina, y se llamaba a sí mismo "Herodes" sin más, emulando a su padre. Hacía grandes esfuerzos por ganarse la simpatía de los judíos de Judea (que quedaban fuera de su territorio), e incluso a los judíos de la Diáspora judía, haciéndoles grandes donaciones y construcciones. Se comportaba como el "patrón" y mecenas de todos los judíos (a costa de subir los 42 impuestos, claro está). Para lograr esos propósitos, le vendría de maravilla el tener por esposa a una descendiente de la dinastía asmonea (la de los Macabeos), con la que la inmensa mayoría de los judíos se sentían identificados. [Los matrimonios han servido siempre a los intereses políticos de las monarquías]. La esposa de su hermano Felipe era, justamente, de "sangre" asmonea... Pero Herodes Antipas ya estaba casado, por decisión del emperador Tiberio, con la hija del rey de Nabatea. Los obstáculos eran fuertes, pero Herodes Antipas estaba determinado a eliminarlos para lograr sus propósitos: decidió repudiar a su esposa legítima, hija del rey de Nabatea, y contraer matrimonio con la mujer de su hermano (que, para mayor embrollo, resultaba ser sobrina suya, de Antipas). Cuando Antipas repudia a su esposa, su suegro el rey de Nabatea lo recibió como una afrenta, y preparó su ejército para la guerra (ya de antes, había una fuerte tensión política entre Antipas y el rey de Nabatea). Las ambiciones y la estrategia de Antipas venían a comprometer el difícil equilibrio territorial de la zona. Juan Bautista alzó el grito contra el matrimonio de Herodes Antipas con la mujer de su hermano. Y los motivos, evidentemente, no eran únicamente ni en primer lugar de tipo "moral" (el "incesto" que cometía el rey y el hecho de que arrebatara la mujer a su hermano). Con su crítica pública y firme, Juan se enfrentaba a toda la política de Antipas, a sus ambiciones "mesiánicas" de erigirse en rey de todos los judíos y a su política de hostilidad con el reino de Nabatea. Juan era un peligro. Y Jesús se apuntaba al movimiento de Juan. 3. Jesus bautizado por Juan: un "escándalo" para los cristianos Una de las cosas que con más seguridad sabemos de Jesús es que recibió voluntariamente el bautismo de Juan para el perdón de los pecados. Este hecho no pudo ser inventado por la comunidad cristiana, porque creaba graves dificultades a la conciencia cristiana. Y ello por dos razones de gran alcance. Por un lado, Jesús aparece recibiendo un bautismo "para el perdón de los pecado". Pero, para ellos, ¿no era Jesús el justo? ¿Cómo es posible que haga fila con los pecadores, con el resto del pueblo (Lc 3,21)? Por otra parte, al ser bautizado por Juan, Jesús se subordina a aquel; téngase en cuenta que el movimiento de JB estaba vivo en época cristiana y siguieron bautizando después de la muerte de Jesús (Hch 18,24-25; 19,1-3) (en realidad, todavía hay cristianos mandeos que se reclaman de Juan Bautista); posiblemente existía una rivalidad entre seguidores de Juan y seguidores de Jesús. El hecho de que Jesús se haga bautizar por Juan le presenta como inferior a éste y da argumentos a los seguidores de Juan, sus rivales... Así pues, el bautismo de Jesús por Juan ponía a los cristianos en un auténtico embarazo. Esa es una razón decisiva de que no pudieron inventarlo los cristianos y de que, por lo tanto, es histórico. 43 La historia misma de la redacción de los evangelios da prueba de que el bautismo de Jesús por Juan resultaba incómodo. Cada evangelista trató, a su manera, de difuminar el hecho y de salir del aprieto como mejor pudo. Se fue reescribiendo el relato y suavizando progresivamente la afirmación del hecho histórico: 1) Marcos, el más antiguo, refiere el hecho sin más: "Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán" (Mc 1,9). 2) Mateo antepone un diálogo entre Jesús y Juan: "Entonces llegó Jesús desde Galilea y se dirigió a Juan para que lo bautizara. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: 'Soy yo el que necesito que tú me bautices, y ¿eres tú el que vienes a mí?' Jesús le respondió: 'Deja eso ahora: pues conviene que cumplamos lo que Dios ha dispuesto'. Entonces Juan accedió" (Mt 3,14-15). 3) Lucas ya no dice que Jesús bautizado por Juan, y afirma el hecho como de pasada: "Un día en que se bautizó mucha gente, también Jesús se bautizó [no dice que Juan le bautice]. Y mientras Jesús oraba se abrió el cielo" [en realidad, la noticia del bautismo de Jesús es mera una frase subordinada: "habiéndose bautizado Jesús...] (Lc 3,21-22). Lucas refiere un bautismo sin bautista. 4) Juan elimina completamente el relato, y ni siquiera dice que Jesús fuese bautizado, sino solamente que es él el que bautiza con el Espíritu Santo (Jn 1,19-28); no es el pecador que necesita ser bautizado, sino el que "soporta" o "quita los pecados del mundo" (Jn 1,29). 5) El Evangelio de los ebionitas (evangelio judeocristiano de la primera mitad del s. II), después de la voz del cielo, presenta a Juan arrodillándose y diciendo a Jesús: "Por favor, Señor, bautízame tú". 6) Y el Evangelio de los Hebreos (evangelio de medios judeocristianos, una paráfrasis del Evangelio de Mateo, que recoge tradiciones muy antiguas, de la primera mitad del siglo II) refiere este diálogo: "He aquí que la madre del Señor y sus hermanos le decían: 'Juan Bautista bautiza para el perdón de los pecados; vayamos a recibir el bautismo de él'. Pero Jesús les dijo: '¿Qué pecado he hecho yo para ir a recibir el bautismo de él? A no ser que lo que he dicho sea fruto de la ignorancia' ". ¿Por qué se hizo bautizar Jesús? No podemos conocer la psicología de Jesús. Pero lo lógico es pensar que, en Juan, Jesús reconoce la cercanía de la intervención de Dios. Y quiere disponerse para acoger esa intervención inminente de Dios haciéndose bautizar. Se siente miembro de un pueblo, siente un vivo anhelo de renovación personal y colectiva, va reconociéndose con creciente claridad llamado a contribuir a esa transformación de los corazones y de las estructuras. Intuye una misión. Y se pone en la fila con todos los demás. Confiesa el perdón de Dios, la cercanía acogedora y bondadosa de Dios para sí y para todos. Se dispone para vivirla, anunciarla, encarnarla. Jesús se apartó de la religión oficial predominante, y se apunta al carismático y marginal Juan. Pero, al colocarse en la fila de los "pecadores", ¿es que Jesús se reconocía pecador? En el próximo tema trataremos de aclarar este punto y de poner de relieve el mensaje consolador y renovador que contiene para nosotros el relato del bautismo de Jesús. 44 Para orar. CRISTO, EL TODO DEL HOMBRE Reconocemos y proclamamos que Tú, Jesús, eres el Cristo, eres el Salvador; Tú eres el que da sentido, valor, esperanza y gozo a la vida de los hombres. Tú, Jesús, eres el que libera al hombre de las cadenas de la maldad y de las cadenas externas o interiores de cualquier esclavitud. Tú, Jesús, eres el que nos hace buenos y fuertes; Tú, el que nos da razones por las que vale la pena vivir, amar, trabajar, sufrir y esperar. Tú, Jesús, eres el que nos obliga a considerarnos hermanos. Tú, el que infunde en los corazones tu Espíritu de sabiduría, de fortaleza, de gozo y de paz. Tú, Jesús, eres el que haces de todos nosotros una unidad mística y visible, un cuerpo social animado por tu Palabra y por tu gracia. Tú eres el que nos hace "Iglesia". (Pablo VI) 7. EL BAUTISMO DE JESÚS (2) 4. Un bautismo para el perdón de los pecados El bautismo de Jesús por Juan constituyó, pues, un quebradero de cabeza para los primeros cristianos, y ello por dos motivos fundamentales: porque el "superior" (Jesús) aparece como "inferior" a Juan Bautista, y porque el "justo" aparece recibiendo un rito de perdón. Nos detenemos en este segundo punto. Parece incontestable que Juan entendía su bautismo como rito de perdón (y no como un mero rito de pureza como eran los habituales ritos de agua). El que su bautismo otorgase el perdón ya extrañaba a Flavio Josefo, y extrañaba aún más a los cristianos, pues éstos atribuían (desde muy 45 pronto) el perdón de los pecados a la "muerte expiatoria" de Jesús y luego al "bautismo en nombre de Jesús". De hecho, entre las fuentes cristianas, sólo Marcos y Lucas dicen que el bautismo de Juan era "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Mc 1,4; cf.. Lc 3,3). Mateo, al hablar del bautismo de Juan, omite esa fórmula y la utiliza, significativamente, en el contexto de la última cena para describir los efectos de la muerte de Jesús ("Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados": Mt 26,28). El Evangelio de Juan hace decir al Bautista que Jesús es el "cordero de Dios que carga con los pecados del mundo". Queda claro, pues, Juan atribuyó realmente a su bautismo un efecto absolutorio de los pecados. Eso no lo pudieron inventar los cristianos, pues les resultaba embarazoso. Así pues, Jesús fue adonde Juan para recibir el "perdón de los pecados". ¿Es que Jesús se veía pecador? Es una cuestión llena de trampas. En efecto, nosotros vinculamos demasiado "pecado" con "culpa personal" y sentimiento de culpabilidad. Los cristianos, especialmente los católicos, hemos comprendido el pecado y el perdón en una clave muy individualista y muy jurídico-penalista: el pecado como culpa personal, y el perdón como "absolución" judicial. Hemos ligado el pecado con "conciencia" de culpabilidad y el perdón con liberación de la angustia. Es preciso liberarnos de esos esquemas para entender bien categorías como pecado y perdón, y para comprender bien el gesto de Jesús cuando se acerca a recibir el bautismo. También, por supuesto, para no seguir deformando nuestro sacramento de la "penitencia" (horrible nombre). En el Israel antiguo no se entendía el pecado en esa clave individualista y culpabilista. La "confesión de los pecados" no consistía en recitar una larga lista de culpas personales, lo que habría convertido el culto a Dios en una "reflexión narcisista del penitente sobre sí mismo" (Meier). Muchas confesiones del AT son pronunciadas por individuos que no han participado en los males concretos que confiesa, pero se sienten profundamente implicados en ellos y en la suerte del pueblo en su conjunto (cf. por ejemplo Esd 9,6-15; Neh 9,36-37). Lo mismo se hacía en Qumrán para el ingreso de los candidatos en la comunidad: el levita relata la historia de los pecados de Israel y los candidatos dicen: "Hemos cometido iniquidades, hemos transgredido, hemos pecado, hemos hecho el mal, nosotros y nuestros padres antes que nosotros...". No interesaba tanto la culpabilidad jurídica, menos aún la culpabilidad del individuo. Hay un mal, muchos males, en los que estamos involucrados todos. Yo quiero hacerme cargo, "responsabilizarme" de esos males. En eso consiste el "pedir perdón". Pero Dios nos dice a todos y a cada uno: "¡Ánimo! En medio de todos esos males de los que sois en primer víctima y también autores, yo estoy siempre con vosotros, a favor vuestro. Luchad conmigo contra el mal, y sabed que yo estoy siempre de vuestra parte, siempre de tu parte". En eso consiste el "perdón" de Dios. Jesús se confiesa pecador en ese sentido: se siente miembro de un pueblo que padece una situación de opresión y que, al mismo tiempo, es en buena medida autor de esa opresión. Jesús se solidariza con esa situación. No le importa tanto su "culpa" personal (a nadie nos debe importar si 46 "tenemos" o no "culpa"). Tampoco le importa "si Dios le perdona" o no: no es ése su planteamiento, pues Dios no es un Señor ofendido ni un juez que pronuncia sentencia. Jesús se siente profundamente miembro activo de su pueblo oprimido y opresor. Y, sobre todo, siente profundamente que Dios está con el pueblo oprimido y opresor, y con cada uno, y que por ello está cerca la liberación. No se trata de una liberación de la angustia de la culpabilidad. No parece que Jesús tuviera mucha conciencia o angustia de culpabilidad (¡ojalá no la tuviéramos tampoco nosotros!). Pero Jesús se siente plenamente envuelto en la compasión activa de Dios y plenamente responsable de cooperar con ella (¡ojalá nos sintiéramos también nosotros así!). Jesús mira la figura de Juan y su rito como "sacramento" de la presencia compasiva de Dios y como llamada a una responsabilidad libre de falsas culpabilidades. Barrunta un nuevo tiempo, el tiempo de la ternura activa y transformadora de Dios, y quiere entrar en ese nuevo tiempo, quiere incluso anticiparlo. De la mano de Juan, se sumerge en las aguas del Jordán para sumergirse en el nuevo tiempo que intuye y espera y él mismo anunciará pronto. 5. El cielo abierto No podemos adentrarnos en los secretos de la psicología de Jesús. Sería apasionante y aleccionador saber qué sintió Jesús al sumergirse en las frías aguas del Jordán. Sin duda, iba bien preparado y predispuesto. Y tal vez, tuvo una experiencia fuerte que le marcó profundamente para el resto de su vida. Pero el conocimiento de la vivencia psicológica de Jesús en aquel momento no es esencial. Lo esencial es lo que nosotros hoy estamos llamados a vivir. Y de eso nos habla en primer lugar el Evangelio. "Describe" con un lenguaje simbólico y literario lo que "sucedió" a Jesús y lo que nos está "sucediendo" a nosotros, en la medida en que el agua del bautismo sigue murmurando en el fondo de nuestro ser, en la medida en que seguimos renaciendo del seno de esas aguas de vida. Los cristianos releyeron el bautismo de Jesús por Juan a partir de su fe en Jesús como el inaugurador de los nuevos tiempos de Dios, los tiempos de la misericordia incondicional de Dios. Vieron el bautismo de Jesús como la irrupción de una gran novedad. Y lo expresaron combinando dos géneros literarios que ya existían: el género literario de la epifanía (el cielo, la voz, la paloma) y el género literario de la vocación ("Tú eres mi hijo"). "El bautismo de Jesús es interpretado como inicio de la acción salvífica de Dios en su 'Hijo predilecto' que, lleno del Espíritu, es enviado a Israel" (E. Schillebeeckx) Vamos a decir algo sobre cada uno de esos elementos simbólicos y expresiones estereotípicas con los que atestiguan el significado del bautismo de Jesús como irrupción de Dios como gracia nueva en nuestro mundo rutinario. En primer lugar, el cielo abierto. "En cuanto salió del agua, vio rasgarse los cielos" (Mc 1,10). El bautismo significa para Jesús –su bautismo significa para nosotros– una manifestación de Dios: 47 epifanía. Se pensaba que el cielo estaba cerrado desde el último "profeta escritor" (Malaquías: s. V a.C.). Dios parecía callar, indiferente. Y si Dios está ausente y mudo, alejado y encerrado en su cielo, ¡qué gran desamparo para la tierra y el pueblo! Se esperaba que Dios volvería a hablar por el profeta de los últimos tiempos: "¡Ah si rasgases los cielos y descendieses!" (Is 63,19). Precisamente, Juan Bautista será considerado por los cristianos (incluso tal vez por Jesús mismo) como el profeta Elías que había de volver a inaugurar los nuevos tiempos de la profecía, de la presencia renovada de Dios, de la renovación y reconciliación de todas las cosas. Pero, en la perspectiva cristiana, es Jesús el que realmente inaugura, no solamente anuncia, el nuevo tiempo. Cuando se sumerge en el Jordán, es como si el cielo se abriera, como si Dios volviera a hablar. Es como si se pusiera de manifiesto que Dios, en realidad, nunca ha dejado de estar cerca y de hablar al corazón, desde el corazón. El cielo nunca ha estado cerrado, y lo vemos en el bautismo de Jesús. 6. El Espíritu que renueva "... y al Espíritu descender sobre él como una paloma". Juan había anunciado un "bautismo de Espíritu y de fuego": salvación y juicio. Los cristianos dicen: "He ahí en Jesús al Espíritu de Dios". El fuego no aparece, el Espíritu sí. El Espíritu de Dios sobre las aguas, sobre Jesús. El Espíritu de Dios en el corazón de cada criatura. El Espíritu como una paloma. No se sabe exactamente qué simboliza la paloma. Se sabe que es un antiquísimo símbolo de las diosas del Oriente Antiguo y, por lo tanto, símbolo femenino de la divinidad, del "rostro femenino de Dios". Pero no parece que en el relato del bautismo se utilice directamente en ese sentido (aunque como sentido oculto puede estar presente). Tampoco parece que sea alusión directa a la paloma que volvió al arca de Noé (por sugerente que pueda ser esa lectura). Se dan tres interpretaciones principales (que no son necesariamente excluyentes, pues el lenguaje simbólico posee siempre una gama abierta de sentidos, a veces incluso contradictorios en la superficie): 1) Según una interpretación, la paloma evocaría el "espíritu que aleteaba sobre las aguas" (Gn 1,2). El Espíritu aletea sobre las aguas del Jordán, sobre todas las aguas de todos los bautismos. En Jesús se inaugura la nueva creación, la restauración de todos los seres curados de sus heridas. 2) Según otra interpretación, la paloma simbolizaría, como en la tradición judía, al pueblo de Israel. Jesús inaugura un nuevo pueblo, la renovación de Israel. Pero más allá de los límites étnicos y religiosos, más allá de unas fronteras siempre violentas, Jesús inaugura un pueblo abierto, una 48 comunidad de pueblos, una nueva humanidad de pueblos hermanos. 3) Una tercera interpretación entiende la paloma como símbolo del amor de Dios (así aparece en el Cantar de los cantares). En los tres casos, el Espíritu es el que recrea, y Jesús es aquel en quien posa. El Espíritu "se posa" en Jesús, mora entre nosotros. La nueva creación, mejor la humanidad nueva, es posible, desde dentro de las aguas, desde dentro de la creación y de cada criatura. 7. "Tú eres mi hijo" "Se oyó entonces una voz desde los cielos: 'Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco' " (Mc 1,11). Eso dice exactamente el cielo, cuando habla y no cesa eternamente de hablar. Los Evangelistas lo han expresado combinando dos textos del AT: "Este es mi siervo a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco" (Is 42,1: primer "poema del Siervo") y "Voy a proclamar el decreto del Señor; él me ha dicho: 'Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy' " (Sal 2,7: una salmo utilizado en la entronización del rey, en el que Dios declara al rey como hijo suyo, idea habitual en las culturas antiguas del Oriente Medio). La cita es ligeramente diferente en cada no de los sinópticos: Mateo dice "Este es mi hijo amado en quien me complazco". Lucas dice "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy (Sal 2,7). Is 42,1 utilizaba un término que podía significar (tanto en hebreo como en griego) lo mismo "hijo" que "siervo". Los evangelistas despejan el equívoco y utilizan huiós que significa solamente "hijo". Tú eres hijo, hija. Eso te dice sin cesar el cielo. Pero "hijo de Dios", en el Nuevo Testamento, es de manera particular una forma de decir "Mesías". No es una denominación metafísica sobre la constitución ontológica de Jesús, sino una denominación funcional. Expresa la misión de Jesús, más bien que su "esencia" (o su misión constituye su esencia). En el relato del bautismo, a los evangelistas les interesa subrayar la mesianidad de Jesús. El bautismo es como la constitución de Jesús en cuanto Mesías. Este título (hijo de Dios, Mesías) estuvo relacionado en primer lugar con la Resurrección, y luego se aplica al bautismo (más tarde, en Mt y Lc, a su concepción y nacimiento, y más tarde aún, en Juan, a su "preexistencia"). Ser hijo consiste en realidad ser mesías, un ser amado y liberado por Dios para liberar amando. El bautismo significa para Jesús ser nombrado y constituido como hijo, como mesías. E igualmente para nosotros. Tú eres hijo e hija, tú eres mesías, tú eres llamado como Jesús a sentirte amado/a por Dios y a anunciar a todas las criaturas que son hijos e hijas libres y que Dios les ama. 49 8. ¿Qué mesianismo? "A continuación, el Espíritu lo impulsó hacia el desierto, donde Satanás lo puso a prueba durante cuarenta días" (Mc 1,12). ¿Qué mesianismo es el inaugurado en el bautismo? ¿Será un mesianismo de la satisfacción de todos los deseos (el pan). del poder sin límites (los reinos que "Satanás" muestra a Jesús), de la utilización fácil de Dios ("tírate y Dios te recogerá y todos verán que Dios está contigo")? El relato de las tentaciones aclarará el equívoco: Jesús se encamina al desierto, donde volverá a hacer y transformar la vivencia larga de Israel en el desierto, los 40 años en busca de la libertad siempre diferida. El triunfo fácil e inmediato es la tentación: la abundancia del pan, un Dios a disposición de sí, la posesión de reinos. Jesús no inaugura un mesianismo triunfante y fácil, sino un mesianismo que atraviesa el desierto. No un mesianismo triunfante, sino un mesianismo tentado. Ahí es donde se manifestará la auténtica filiación. No un mesianismo de la magia, el prestigio y el poder, sino un mesianismo de la escuchaobediencia de la palabra que hace vivir, de la confianza en Dios que funda, de la adoración que libera. He ahí la filiación y el mesianismo de Jesús. El don de nuestra filiación y la misión a la que el agua del bautismo nos sigue llamando. Para orar. BENDITO SEAS, SEÑOR, POR EL REGALO DEL AGUA Bendito seas, Señor, por el agua de la fuente, alegre y humilde canción de tu creación viviente; tu Espíritu, agua viva e interior, canta en mí: "Yo soy la Ternura de Dios, que crea al hombre e inventa el futuro de la tierra". Bendito seas, Señor, por las aguas del Jordán, que relatan con su rumor el Éxodo, la Alianza y la entrada de tu pueblo amado en la Tierra prometida; tu Espíritu, guía de nuestras pascuas, canta en mí: "Yo soy la Nube de fuego que ilumina la ruta de los peregrinos". 50 Bendito seas, Señor, por las aguas de Caná, que anuncian la pasión de Jesucristo, las Bodas de tu Hijo que desposa a nuestra tierra; tu Espíritu, fuente de la verdadera alegría, canta en mí: "Yo soy el vino nuevo del festín del Reino". (M. Hubaut) 8. EL BAUTISMO DE JESÚS (3) 9. Jesús, discípulo de Juan Tras habernos aproximado, aunque sea a tientas –y eso sí, haciendo una lectura teológica del Evangelio, más bien que psicológica–, a la experiencia vivida por Jesús en su bautismo, y tras haberlo acompañado al desierto para allí atravesar las tentaciones de un mesianismo fácil, volvemos a preguntarnos sobre las relaciones entre Juan Bautista y Jesús. Al hacerse bautizar por Juan, Jesús se ha apuntado al movimiento de aquél, y nada indica que la pertenencia de Jesús al movimiento del Bautista fuese cosa de un día. Probablemente, estuvo algún tiempo con Juan. ¿Fue discípulo suyo, es decir, se quedó establemente con él, conviviendo con él y aprendiendo de él? No se dice expresamente, pero parece deducirse indirectamente: Jesús aparece en el círculo del Bautista, sus primeros discípulos proceden de ese entorno (allí han podido conocer a Jesús): Al día siguiente, Juan se encontraba en aquel mismo lugar con dos de sus discípulos. De pronto vio a Jesús que pasaba por allí, y dijo: “Éste es el cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron decir esto, y siguieron a Jesús (Jn 1,31-37); además, Jesús imita la práctica de Juan de bautizar a los discípulos, imitación que debió de crear cierta rivalidad. Así pues, Jesús fue discípulo de Juan. Compartió la vida con él y maduró junto a él el profundo sentimiento de que la intervención liberadora de Dios era inminente, y se dispuso no solamente a acogerla, sino también a promoverla por su propio camino, como pronto se verá. 10. Jesús Bautista Parece que, una vez bautizado por Juan, también Jesús bautizaba. Los sinópticos no dicen nada de 51 esta actividad bautista de Jesús, pero sí lo dice el evangelista Juan: "Jesús se fue con sus discípulos al país de Judea; y allí se estaba con ellos y bautizaba" (Jn 3,22); "Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquél de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van a él" (Jn 3,26); "Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan - aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos") (Jn 4,1). Parece incluso que Jesús siguió bautizando aun después de haberse separado de su maestro Juan y que nunca dejó de hacerlo. El rito pasó posiblemente de Juan a Jesús y de éste a la Iglesia, aunque adoptando significados distintos. Así quedaría resuelto el problema de cuándo y por qué la Iglesia introdujo la costumbre de bautizar: no hizo en realidad sino continuar la costumbre que le venía desde Jesús y que éste había adoptado de Juan. Jesús fue bautista y sus discípulos, muchos de ellos bautizados directamente por él, fueron también bautistas. También nosotros somos bautistas, no solamente bautizados. En primer lugar, somos bautizados “en el nombre de Jesús”, es decir: nos unimos con su persona, acogemos su noticia liberadora, hacemos nuestras sus opciones de vida (solidaridad con los últimos, compasión con los heridos, confianza en la misericordia de Dios), asumimos su riesgo (la cruz), celebramos y vivimos su vida más poderosa que la muerte. Así formamos la comunidad de los bautizados, de los hermanados en la liberación y en la esperanza de Jesús. Pero no solamente somos bautizados, sino que todos somos también bautistas. No en balde cualquier bautizado (e incluso un no bautizado) puede bautizar “canónicamente”. ¿Qué cosa mejor podemos hacer sino bautizar en el nombre de Jesús o en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, imprimiendo sobre la frente de toda persona la promesa y el sello de Jesús. No bautizamos para "borrar el pecado original", sino para anunciar la gracia originaria y para decir a todo hombre y a toda mujer: “Tú eres hij@, eres amad@, eres libre. La gracia es más originaria y más fuerte que todo daño. Nada te podrá separar de Dios, porque Dios no se separará jamás de ti. ¡No tengas miedo y que nadie deba tenerte miedo!” 11. Jesús deja a Juan El proceso de maduración –conversión, vocación..., como se le quiera llamar– de Jesús culmina en su separación de Juan. Antes había dejado la casa, se había hecho bautizar, había estado un tiempo con él; durante todo este tiempo Jesús va percibiéndose como hijo, va descubriendo a Dios como Padre, y va sintiendo la presencia y actuación del espíritu en su vida. Jesús no lo supo todo desde el principio. No lo vivió todo de una vez. Su experiencia, como la nuestra, está marcada por la ley (¿por qué no decir, más bien, “por el sacramento”?) del tiempo. 52 Y en un momento determinado, toma la crucial decisión de dejar a Juan y emprender su propio camino. Jesús fue un hombre decidido, y no precisamente porque siempre lo tuviese todo claro ni porque un ángel le dictara al oído lo que debía hacer en cada momento. Estuvo muy atento a la voz de Dios en el fondo de su ser y en la trama de los acontecimientos de su tiempo. Deja, pues, a su maestro Juan. Eso sí, aun cuando se aleje de Juan, seguirá llevando a Juan consigo. Nunca se desprenderá de su impronta. El mensaje y el estilo de vida de Jesús seguirán teniendo grandes semejanzas con los de Juan: como Juan, espera la intervención definitiva de Dios en la historia (no tanto “el fin del mundo”, cuanto la transformación del mundo); como Juan, abre su mensaje a todos los judíos (no solamente a los puros, sino también a los pecadores); como Juan, critica las riquezas, y de manera especial a Herodes Antipas; como Juan, llama a la conversión urgente del corazón y de la conducta; como Juan, también anuncia el castigo para los que no aceptan el mensaje (aunque con una perspectiva muy distinto, como se dirá enseguida); como Juan, reúne discípulos en torno a sí; como Juan, bautiza a sus discípulos; como Juan, extiende su ministerio a todo Israel, pero sólo a Israel; como Juan, lleva vida itinerante; como Juan, lleva vida célibe (casi con toda certeza); como Juan, critica duramente el templo y todo su sistema. 12. Diferencias entre Jesús y Juan Pero con eso no está dicho todo, ni siquiera lo principal. En efecto, junto a todas esas semejanzas que se acaban de señalar, destacan grandes diferencias entre Jesús y Juan. Su estilo de vida y el tono de su mensaje son muy distintos. Señalo a continuación las diferencias fundamentales: 1) El modo de vida: Juan habitaba en el desierto; Jesús abandona el desierto y se dirige de nuevo a Galilea, donde emprende un nuevo modo de vida, itinerante, recorriendo aldeas y caminos, frecuentando las casas, conviviendo con la gente; su área de actividad fue geográficamente muy reducida: la orilla noroeste del lago de Genesaret y las localidades vecinas, por ejemplo Cafarnaún, Betsaida, Corozaín; tuvo una relación particular con Cafarnaún, donde gozó de la hospitalidad de la familia de Pedro; alguna vez atravesó igualmente el territorio de las 10 ciudades helenísticas o Decápolis, llegando hasta Tiro y Sidón). Juan llevaba una vestimenta muy particular; Jesús no se distingue en su indumentaria del resto de la gente. Juan era un asceta; a Jesús le llamarán comilón y borracho (Mt 11,18-19) (y alguna razón hubo para ello). Juan y los suyos ayunaban a menudo; Jesús y sus discípulos, por el contrario, no ayunan, pues el Reino de Dios es perdón, liberación y fiesta. 2) El mensaje: Juan amenazaba con el juicio y enseñaba cómo librarse de él; Jesús anuncia una buena noticia: el Reino de Dios como gracia. No la ira, sino el amor de Dios. Para el Bautista, lo inminente es el juicio de Dios, y el castigo para los que no se conviertan; también Jesús anuncia el 53 juicio y el castigo, pero éstos están enteramente englobados en el mensaje del Reino de Dios, y el Reino de Dios un acontecimiento de salvación, es la manifestación de la misericordia universal y regeneradora de Dios, la curación de todas las enfermedades, la victoria sobre todos los poderes del mal. Juan anuncia que ya no hay tiempo ("el hacha ya está puesta en la raíz del árbol estéril": Mt 3,10); Jesús abre un tiempo de prórroga, de nuevo plazo de gracia (la parábola del árbol estéril es para insistir en ese tiempo nuevo de gracia: Lc 13,6-9); la inminencia del castigo se trueca en nueva oferta de gracia. Es el tiempo en que Dios sigue haciendo salir el sol sobre buenos y malos (Mt 4,45), el tiempo en que la semilla puede crecer. 3) Las curaciones: de Juan no se narran curaciones; los relatos de curaciones ocupan buena parte de la memoria de Jesús. Es muy posible, incluso, que haya sido la constatación de que por su medio sucedían curaciones lo que ha provocado en Jesús la conciencia de su “superioridad” respecto de Juan, la conciencia de que el tiempo final ya estaba inaugurándose, de que era un tiempo de gracia y de liberación, y de que él era precisamente el enviado último de Dios. Volveremos a ello en el capítulo de los “milagros”. 13. ¿Anunció Juan a Jesús? Los Evangelios han llevado a cabo una “apropiación cristiana” de la figura de Juan. Presentan a Juan totalmente supeditado a Jesús. Esto sucede sobre todo en el evangelio de Juan: en éste, Juan Bautista no es más que "testigo de Jesús, el Hijo de Dios" (Jn 1,7-8.15.29-34); Juan rechaza cualquier título, incluso el de profeta (1,19s); el bautismo de Juan no sirve más que para revelar a Jesús (1,31) como aquel que bautiza con Espíritu (1,31). Eso no responde a la realidad histórica, aunque sí es para los cristianos una “realidad teológica”. Con los documentos que poseemos, se puede afirmar con seguridad que Juan nunca dio un testimonio directo en favor de Jesús. Se puede incluso pensar que fue en la cárcel donde Juan se planteó interrogantes sobre sí mismo y sobre Jesús. Le llegan noticias sobre el mensaje de gracia y las curaciones realizadas por Jesús, y duda de sí mismo: ¿Será que yo estaba equivocado cuando anunciaba el juicio y el castigo inminente? ¿Será verdad que lo que irrumpe es, por el contrario, un tiempo de gracia? ¿Será que este Jesús que un tiempo fue mi discípulo y luego se fue es "el que iba a venir" que él anunciaba? Pero es tan distinto del que él anunciaba... Mateo y Lucas (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23) nos narran que Juan decide enviar a Jesús una delegación para preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?. Es el único texto donde Juan se pronuncia acerca de Jesús y parece tener un núcleo histórico. Juan duda. Junto con la respuesta, Jesús le invita ahora a que sea él, Juan, quien se adhiera al nuevo movimiento de Jesús: "¡Dichoso el que no se escandaliza de mí!" No se nos dice que Juan haya reaccionado positivamente, que Juan lo haya 54 reconocido como “aquel que había de venir”. Seguramente le costaba mucho reconocerlo, pues Jesús no respondía a la figura de fuego que él había anunciado, sino que venía anunciando un tiempo de gracia y curando cuerpos y almas. Por todo ello, se puede afirmar con mucha fiabilidad que Juan no fue un testigo de Jesús. Juan no fue históricamente “precursor de Jesús”. ¿Cómo entender, entonces, los textos evangélicos que nos lo presentan como tal? No se trata de descripción de un hecho histórico, sino de expresión de nuestra vocación común: ser como Juan respecto de Jesús. Como Juan, todos estamos llamados a ser precursores de Jesús, a abrirle camino, a ser sus humildes y libres testigos, a alegrarnos de él como el amigo del novio con el protagonismo de éste... Los versículos que el Benedictus (cántico de Zacarías) aplica a Juan valen para cada cristiano: "Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados" (Lc 1,76-77). 14. La "superioridad" de Jesús respecto de Juan De todos modos, la superioridad de Jesús en relación con Juan no es una mera invención de los cristianos o de los evangelistas. Jesús mismo se consideró superior a Juan. Y no por presunción, o por megalomanía, o por orgullo, sino por las curaciones que Dios hacía por medio de él. Juan no hacía curaciones, no “expulsaba espíritus malignos” que atan a los seres por dentro; Jesús sí lo hacía. Y, como se ha apuntado más arriba, fue seguramente ese don de curaciones lo que convenció a Jesús de que él era aquel que Juan anunciaba como “el que debía venir” (con esa expresión, Juan se refería probablemente a Dios mismo) y de que, por lo tanto, era superior a Juan. En efecto, como se lee en un texto de Qumrán (El Apocalipsis del Mesías) se decía del Mesías: “Curará a los malheridos, hará vivir a los muertos y anunciará buenas noticias a los humildes”. Jesús se vio reflejado en esa figura. Por eso le pide Jesús a Juan, con cortesía y humildad, que reconozca que en sus hechos se está realizando el cumplimiento de las esperanzas: “Dichoso el que no se escandaliza de mí” (es decir: “¡Dichoso el que no encuentra en mí motivo de tropiezo!”) (Mt 11,6). Por lo demás, en la medida en que Jesús era consciente de que con él se inauguraba el tiempo de gracia y curación, consideraba que todos aquellos que estaban teniendo la fortuna de vivir estos nuevos tiempos eran superiores a Juan: “Os aseguro que entre los hijos de mujer no ha habido un mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él” (Mt 11,11). Los exegetas críticos consideran estas palabras como pronunciadas por Jesús. Indirectamente, constituyen la expresión más clara de la conciencia que poseía Jesús de su propia grandeza. Y de la nuestra. ¡Ojalá percibiéramos y ayudáramos a percibir la dicha del reino de Dios 55 presente! Para orar. BENDITO SEAS, SEÑOR, POR EL REGALO DEL AGUA Bendito seas, Señor, por el agua que brotó del costado de tu Hijo clavado en la cruz; tu Espíritu, fuerza de la humildad, canta en mí: "Yo soy la Herida que salva al hombre que cree". Bendito seas, Señor, por las aguas del pozo de Jacob y por todas las aguas que brotan de la roca en nuestros desiertos; tu Espíritu, aliento del universo, canta en mí: "Yo soy el Agua viva que aplaca vuestra sed". Bendito seas, Señor, por las aguas de mi bautismo, por las que me sumergiste en las aguas de la muerte de Jesucristo para resucitarme y vivir para siempre con él; tu Espíritu, Pentecostés de fuego, canta en mí: "Yo soy la Vida eterna de los hombres que renacen para la nueva Tierra". 9. EL REINO DE DIOS (1) El "reino" o "reinado" de Dios fue el centro y la sustancia del mensaje de Jesús. Más aún, el eje y la entraña misma de la vivencia y de la conducta de Jesús. Si queremos saber quién es Jesús, hemos de saber qué es el reino de Dios. Y para saber qué es el reino de Dios, nada mejor que conocer cómo lo anuncia y, sobre todo, cómo lo practica Jesús. "Si queremos saber qué es exactamente el misterioso 'reino de Dios' hemos de 56 dirigir nuestra mirada a Jesús. Por otro lado, si queremos entender quién es en verdad Jesús, es menester que experimentemos el reino de Dios" (J. Moltmann). Sólo conoce a Jesús quien tiene experiencia del reino de Dios, y quien conoce de verdad a Jesús tiene experiencia del reino de Dios. Y sólo conoce quien vive: el que vive como Jesús, lo conoce; el que vive el reino de Dios, conoce a Dios y su reinado, y conoce a Jesús. El reino de Dios: es el sueño del ser humano y de todos los seres. Es un sueño nunca realizado. "Porque es nuestro el exilio y no el Reino" (J. A. Valente). Pero llevamos en nuestra raíz la esperanza de reinado cumplido de Dios. Esa esperanza nos porta. Y sólo conoce al ser humano y a todo ser el que experimenta en sí el dolor y la esperanza que llevan todos los seres dentro de sí. ¿Hay un fundamento para seguir esperando que se cumplirá el sueño de todas las criaturas? Nuestro fundamento es que Dios lo sueña también. El sueño solidario, compasivo, de Dios es el cimiento de nuestra esperanza. 1. Un vocabulario que hoy disuena "Dios es rey", "Dios reina", "reino de Dios"... Estamos habituados a ese lenguaje, pero no deja de ser extraño. ¿Será que, en una cultura en la que la inmensa mayoría de la gente considera –y con razón– la monarquía como una institución obsoleta y anacrónica, Dios sigue siendo aún monárquico? ¿Será que Dios es el monarca absoluto del mundo, rey de reyes? Sin duda, es un vocabulario que disuena y provoca rechazo en estos tiempos que corren. Pero ahí está, tan presente en la Biblia y en el lenguaje de Jesús. De todos modos, reconozcámoslo: Jesús difícilmente hubiese admitido que se celebrara una "fiesta de Cristo Rey". Se cuenta en el Evangelio que una vez quisieron proclamarlo rey, y que Jesús huyó al monte... (Jn 6,15). No está de más ser sensibles a estas dificultades de lenguaje, al rechazo y a los malentendidos ligados a determinadas imágenes que tal vez nos sean familiares pero que resultan un escollo para mucha gente, incluso quizá para nosotros mismos. ¿Qué hacer? ¿Eliminar totalmente de nuestra teología y de nuestra cristología categorías como rey, reinado...? Quizá sea más realista, al menos en la fase en que nos hallamos, tratar de entender bien lo que significan esas categorías. Es posible que nos encontremos con sorpresas. Es posible que nos encontremos con una lógica muy poco monárquica en la Biblia y, muy particularmente, en Jesús. 2. El reinado de Dios en el Antiguo Testamento 57 La expresión griega que se traduce como "reino de Dios" (basileia tou theou) tiene tres sentidos: realeza (cualidad real) de Dios, reinado (ejercicio de la realeza), reino (situación creada por el reinado de Dios). El segundo sentido (sentido dinámico) es el que prevalece casi siempre: la expresión designa, pues, el "ser rey" de Dios efectivo y eficaz, el ejercicio de la realeza divina en nuestra historia. De todos modos, Jesús no nos explica nunca en qué consiste la basileia de Dios. Y no lo explica porque lo supone conocido de sus oyentes. Éstos conocían las Escrituras (que los cristianos llamaron luego "Antiguo Testamento") y en las Escrituras queda claro en qué consiste la realeza de Dios, su reinado efectivo y la situación que crea Dios cuando reina. Es verdad que la expresión "reino de Dios" es prácticamente inexistente en el AT (sólo aparece una vez en el tardío libro de las Crónicas), pero se presenta muy a menudo a Dios como rey, y se afirma que reina y quiere reinar, para que todas las criaturas puedan ser libres, hermanas y felices. He aquí unos cuantos datos histórico-exegéticos sobre la realeza/reinado de Dios en el AT: 1) Ya la religión pre-israelita imaginaba y llamaba a Dios "rey". Melquisedek significa "mi rey es el Dios Sadek" (cf. Gn 14,18). 2) La institución de la monarquía llevó a los israelitas a reconocer que Dios es rey, más aún, el único rey verdadero, de quien el rey humano no es sino representante o ha de serlo (de hecho, casi siempre no será sino un usurpador, y deformará el reinado de Dios). Numerosos salmos antiguos celebran la entronización de Dios como rey en el templo de Sión: "¿Quién es ese rey de la gloria? Yahvé Sebaot, él es el rey de la gloria" (Sal 24,10). 3) Durante el exilio y tras él, se acentuará la confesión de que Dios es rey. En el Sal 93 leemos: El Señor es rey; está vestido de esplendor; / el Señor está vestido y ceñido de poder; / firme e inconmovible está la tierra (Sal 93,1). Y en el Salmo Decid a las naciones: / "¡El Señor es rey!"... / Que se alegren los cielos y se regocije la tierra, / que resuene el mar y cuanto lo llena, / que exulten los campos con todos sus frutos, / que griten de júbilo los árboles del bosque, / ante el Señor, que viene a gobernar la tierra: / gobernará el mundo con justicia, / a las naciones con fidelidad (Sal 96). Y fue tomando forma la esperanza de que algún día Dios sería enteramente rey sobre toda la realidad: ¡Qué hermosos son sobre los montes / los pies del mensajero que anuncia la paz, / que trae la buena nueva / y proclama la salvación, / que dice a Sión: "Ya reinatu Dios" (Is 52,7). Con el tiempo, esta esperanza profética fue revistiéndose de trazos apocalípticos (por ejemplo: la contraposición entre "este mundo" y "el otro mundo", la esperanza de la victoria sobre los paganos, y la esperanza de que Dios establecerá el reino de Israel como un reino eterno: "En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido y cuya soberanía no pasará a otro pueblo": Dn 2,44). 4) En la época intertestamentaria (al final del "Antiguo Testamento" y comienzo del "Nuevo Testamento"), fue tomando más relieve la corriente apocalíptica, y en ella se irá subrayando cada 58 vez más una doble oposición: la hostilidad entre el reino de Dios y Satanás por un lado, y la oposición entre el reino de Dios y los paganos por otro lado. El Reino de Dios, que en el origen es una realidad presente (Dios es el rey del mundo) y que en los profetas se convierte en una realidad intramundana esperada para el futuro (algún día, Dios será plenamente rey en este mundo), se convirtió en la apocalíptica en realidad transhistórica y transmundana (Dios será rey en otro eón, en otro mundo, tras la desaparición de éste eón o mundo presente). En un escrito apocalíptico judío inmediatamente anterior a la era cristiana o contemporáneo de los orígenes cristianos se lee: "Entonces se manifestará su reinado sobre toda la creación. Entonces llegará el fin del diablo y con él desaparecerá la tristeza... Porque de su trono real se levantará el Celestial y saldrá de su morada santa, inflamado de cólera en favor de sus hijos... y la tierra temblará, quedará quebrantada hasta sus confines... Porque se levantará el Dios altísimo, el único eterno, y aparecerá para castigar a las naciones, y destruirá todos sus ídolos. entonces, Israel, ¡serás feliz!... Dios te elevará... (Testamento de Moisés 10,1-9). "Pero cuando Roma extienda su imperio sobre Egipto..., entonces el reinado inmenso del Rey inmortal brillará sobre los hombres; un príncipe puro vendrá a someter todos los cetros de la tierra por los siglos del tiempo que se acelera" (Oráculos sibilinos 3,46-50). 3. El "lenguaje apocalíptico" de Jesús Jesús estaba familiarizado con estos motivos. Toma de las Escrituras y del lenguaje de su tiempo las imágenes y los términos para anunciar la esperanza que le mueve. Hace suyo también, al menos en parte, el lenguaje de la apocalíptica, que encontramos en el libro de Daniel, en los escritos de Qumrán, en muchos libros judíos de la época, así como en el Apocalipsis del Nuevo Testamento. Lo encontramos también en los Evangelios sinópticos en boca de Jesús. Por ejemplo: "Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares. Habrá hambre... Pasada la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará resplandor; las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestes se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria. Él enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo (Mc 13). Evidentemente, no hemos de entenderlo de manera literal, como si Jesús estuviese anunciando una especie de destrucción atómica del mundo y de todos sus habitantes. Hay que entenderlo, más bien, como una manera gráfica e hiperbólica de anunciar un cambio histórico espectacular. Es posible, sí, que Jesús, en línea con la mentalidad y el género literario apocalípticos, contase con algún tipo de "fin del mundo". Pero es claro que no le interesaba propiamente el fin del mundo, sino su transformación por Dios en un mundo de justicia y de fraternidad. "Podríamos incluso indicar que el 59 único 'cataclismo' que Juan o Jesús esperaban era la humillación venidera de aquellos magnates y gerifaltes herodianos que habían abandonado los valores israelitas tradicionales por la seductora ideología de Roma" (R. A. Horsley). Guerras, terremotos, hambre... Así sigue siendo hoy, al igual que ayer. ¿El mundo habrá de seguir así eternamente? Tememos que siga siendo así, pero esperamos otra cosa, y somos responsables de que sea de otra forma. Somos responsables de que, de la tierra y del cielo, venga "el hijo del hombre", es decir, la nueva humanidad, la nueva creación. No "vendrá del cielo" lo que no nazca de la tierra. En medio de todas las noches, miedos e incertidumbres, nos sentimos animados en lo más íntimo por esa esperanza activa de Dios en el fondo de nuestro ser. Por lo demás, hay diferencias notables entre Jesús y el lenguaje apocalíptico habitual: en Jesús no hallamos huella de los complejos cálculos sobre la fecha del acontecimiento final esperado, cálculos que eran muy del gusto de la apocalíptica. Y algo más importante: en Jesús desaparece la referencia a la "victoria de Dios sobre los paganos". 4. ¿Qué es el "reino de Dios" para Jesús? ¿Qué significa, pues, para Jesús "reino de Dios"? Es aquello que ocurre cuando reina Dios, Yahvé, en lugar de otro poder cualquiera. ¿Y qué ocurre cuando Dios reina? Algo que tiene poco que ver con lo que ocurre cuando reinan los reyes. En efecto, "rey" nos sugiere poder heredado dinásticamente y ejercido arbitrariamente, sin control democrático. "Rey" nos evoca sangre azul, riqueza y lujo de unos pocos en la corte; miseria y sumisión de la mayoría en el pueblo. ¿El reino de Dios tendrá algo que ver con eso? No. Es, más bien, exactamente lo contrario: en la Biblia, ser rey significa ser "defensor del extranjero, de los huérfanos y de las viudas" (aunque apenas se hayan conocido reyes así). Que Dios es rey quiere decir que interviene en el mundo a favor de los que no tienen ningún defensor. El Salmo 146 lo dice de manera bien expresiva: Él hace justicia a los oprimidos, / y da pan a los hambrientos. / El Señor da libertad a los cautivos, / el Señor abre los ojos a los ciegos, / el Señor levanta a los humillados, / el Señor a ama a los justos; / el Señor protege al emigrante, / sostiene a la viuda y al huérfano. / ¡El Señor reina por siempre, / tu Dios, Sión, por todas las edades! ¡Aleluya! He ahí en qué consiste para Dios ser rey. He ahí lo que esperaba y anunciaba Jesús. Puede traducirse de mil maneras. Significa que la paz, la justicia y el amor reinan entre los hombres y en la naturaleza. O, como dice E. Schillebeeckx: "El reino de Dios es un mundo nuevo en el que el sufrimiento ha sido abolido, un mundo totalmente redimido o de hombres salvados que conviven bajo el imperio de la paz y en ausencia de toda relación amo-esclavo". O como escribe L. Boff: el reino es "la tierra de los justos y de los buenos" (y habría que añadir: "felices"). O también: "El reino 60 es otro nombre para la revolución absoluta, para la resolución por la justicia de todos los conflictos, para la reconciliación con las propias raíces, con los demás, descubiertos como hermanos y hermanas, con la naturaleza vivida como nuestra madre y hermana, con Dios experimentado como padre y madre de infinita ternura, y nosotros mismos, considerándonos hijos e hijas de Dios, de verdad" (L. Boff). J. Moltmann lo dice con otra imagen: "El reino de Dios es Dios que ha llegado a su descanso, que habita en su creación y hace de ella su morada. Todas las criaturas se tornan sus compañeras de casa". Esa bella esperanza, traducida a la situación concreta de su tiempo en Galilea, le inspiraba a Jesús la palabra y la conducta. Sin duda, Jesús creía que la llegada del reino de Dios traería consigo una reforma agraria, una redistribución de las tierras cuya propiedad se estaba concentrando en unas pocas manos. La economía de la solidaridad se estaba convirtiendo en aquel tiempo en economía de la ganancia para provecho de unos pocos, y estaba provocando el aumento de la miseria para la mayoría. El reino de Dios conllevaba, pues, para Jesús, y ha de conllevar para nosotros, una auténtica revolución socio-política. El reino de Dios no se reduce, ciertamente, a esta dimensión socio-política, pero la comporta necesariamente. No hay reino de Dios sin transformación de las estructuras sociales, económicas y políticas que son producto y origen de injusticias. "Resignarse con lo que existe es convertirse en portavoces de la derrota humana" (Colectivo ITACA). 5. El "reino de Dios": causa de Jesús y causa nuestra Aun aquellos que consideran que es imposible reconstruir el anuncio original de Jesús admiten que el anuncio del reino de Dios constituye el núcleo en torno al cual gravitan la enseñanza y la actividad histórica de Jesús. "El plazo se ha cumplido. El reino de Dios está llegando" (Mc 1,14): ahí se resume todo el mensaje de Jesús. El reino de Dios fue "el asunto" central del mensaje de Jesús. Fue su causa primera, incluso única. Hay datos que imponen esta conclusión. Tenemos, por un lado, la impresionante frecuencia con la que los Evangelios la ponen en labios de Jesús la expresión "reino de Dios" (Mateo utiliza casi siempre la expresión equivalente "reino de los cielos", siguiendo una costumbre judía de evitar pronunciar o escribir el término "Dios" y de reemplazarlo, entre otras cosas, por "cielo"). Esa expresión se halla en boca de Jesús 57 veces, sin contar los lugares paralelos. Y esta frecuencia, por otro lado, contrasta fuertemente con el hecho de que la expresión reino o reinado de Dios sólo se utiliza una vez en todo el AT (1 Cro 28,5), y es muy poco frecuente en la literatura judía de la época de Jesús (Qumrán, Filón, Josefo, comentarios de libros bíblicos...). La expresión es también rara en el NT fuera de los sinópticos. En realidad, el vocabulario del "reino de Dios" (con un sentido también muy político) fue sustituido por el vocabulario de la salvación (con un 61 sentido más bien "espiritual" o espiritualista). Por influjo de Pablo y de la mentalidad religiosa helenística, los cristianos pasaron a preocuparse del "perdón de los pecados" y de la vida después de la muerte más que de la transformación de la situación socio-económica y política. Este desplazamiento fue paralelo a la disminución de los cristianos de origen hebreo (hasta su práctica desaparición) y al aumento progresivo de los cristianos provenientes del "paganismo" helenístico (que muy pronto se harán con las riendas de la teología y de las instituciones eclesiales). Para Jesús, sin embargo, el "reino de Dios" (con su innegable dimensión política) era lo primero y lo último. Lo "último" para Jesús no es la Iglesia, ni tampoco lo que hemos solido entender por "reino de los cielos", es decir, el cielo más allá de la muerte. Lo "último" para Jesús no es tampoco su propia persona, pues Jesús no se predicó a sí mismo, sino el reino de Dios. Lo "último", para Jesús, no es ni siquiera "Dios" en abstracto, sino el Dios del reino, el Dios que escucha al pobre y quiere implantar la justicia en la historia. Lo "último" es, pues, el reino como promesa de Dios para la humanidad sufriente. Si la esperanza activa del reino de Dios fue lo "último", lo decisivo, lo único fundamental para Jesús, así ha de ser también para nosotros. La esperanza del reino se erige en criterio y en medida de todo lo que somos y llevamos entre manos. La esperanza nos juzga (no nos juzgan el castigo ni la amenaza). Sin esa esperanza, de nada valen "nuestros libros y nuestros mapas" (L. Boff), tampoco nuestras instituciones y empresas, por muy "espirituales" y "religiosas" que sean. "El reino de Dios no existe por causa de la Iglesia, pero la Iglesia sí existe por causa del reino de Dios. Todos los intereses propios de la Iglesia debe, por tanto, subordinarse al interés de Jesús en el reino de Dios " (J. Moltmann). "Primero el reino de Dios, luego la Iglesia. Primero el reino de Dios, luego el Estado. Primero el reino de Dios, luego la economía. Primero el reino de Dios, luego la propia identidad" (J. Moltmann). Para orar. "GRANDES ANTÍFONAS" DE ADVIENTO Día 17 de Diciembre Oh Sabiduría, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín y ordenándolo todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la salvación. Día 18 de Diciembre Oh Adonai [Señor], Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí le diste tu ley, ven a librarnos con el poder de tu brazo. 62 Día 19 de Diciembre Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos, ante quien los reyes enmudecen y cuyo auxilio imploran las naciones, ven a librarnos, no tardes más. Día 20 de Diciembre Oh llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Día 21 de Diciembre Oh sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Día 22 de Diciembre Oh Rey de las naciones y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra. Día 23 de Diciembre Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro. 10. EL REINO DE DIOS (2) 6. El Reino de Dios, buena noticia El Bautista había anunciado el juicio de Dios con acentos temibles: la inminente "venida" de Dios iba a ser como la horquilla que agita la parva al viento para separar el grano, como el fuego que quema la paja, como el hacha que tala de raíz todo árbol sin fruto. Así hablaba el Bautista, y a nadie extrañaba que Dios fuese así. Eso sí, debían prepararse para evitar lo peor: había que "convertirse" si se quería huir del castigo divino. 63 Esta predicación del Bautista no era nueva. La intervención "escatológica" (final, definitiva) de Dios había tenido siempre en el judaísmo una vertiente de condena y otra de salvación. ¿Y no es así como los predicadores cristianos han predicado hasta hace bien poco? Ahora ya no se lleva, pero un difuso temor al "castigo de Dios" sigue estando presente en el fondo de muchos creyentes; y un fondo de mala conciencia subyace en muchos sermones sobre la bondad (un tanto vacía, la verdad) de Dios. Miremos a Jesús. También él comparte la doble idea de salvación/ perdición con todas las corrientes judías de la época: con la apocalíptica, con los predicadores de conversión como Juan el Bautista, o con los zelotas que querían erradicar el mal encarnado en los romanos. Pero el juicio y la gracia no son para Jesús dos desenlaces paralelos, de probabilidad similar. En el mensaje de Jesús el aspecto de la condena queda claramente postergado, aunque no desaparece del todo (en seguida tendremos que preguntarnos cómo entenderlo). A diferencia del Bautista, para Jesús lo inminente no es el juicio de Dios, sino la gracia de Dios. El juicio vendrá, sí, pero como buena noticia. El reino de Dios es buena noticia, no otra cosa. Es eu-aggelion: un término que se utiliza 70 veces en el Nuevo Testamento (de ellas, 60 veces en Pablo). Este término designa siempre el mensaje gozoso de Jesús, o bien el mensaje gozoso acerca de Jesús; designa incluso los textos que lo recogen y transmiten (los "cuatro evangelios"). Jesús es un evangelio, una buena noticia. Es decir: 1) Una noticia: el mensaje y la vida de Jesús es algo novedoso, algo que no conoceríamos de otra forma. 2) Una noticia buena: es anuncio y promesa de "salvación", la salvación como puro regalo; la cercanía liberadora de Dios, su acercamiento que produce alegría. 3) Una noticia buena en polémica con otras noticias: la buena noticia no viene del poder imperial, sino del mensaje, de la vida, de la pascua de Jesús. El acceso de un emperador al trono era calificado también de euanggelion, pero los cristianos protestan y contestan que la buena noticia venga del imperio. Viene de Dios tal como Jesús lo anuncia y practica. 7. Creer con gozo, anunciar con gozo "Jesús afirma que la llegada del reino de Dios es bueno y lo sumamente bueno (...). Esto es lo sumamente importante que dice Jesús: Dios se acerca, se acerca porque es bueno y es bueno para los hombres que Dios se acerque" (J. Sobrino). Con un lenguaje más abstracto, K. Rahner escribió: Dios ha roto para siempre la simetría de ser posiblemente salvador o posiblemente condenador. Dios es por esencia salvación, y cuando se acerca no puede ser sino para salvar. En eso está empeñado Dios, no en otra cosa. ¿Creemos que su empeño será lo decisivo? ¿Creemos que la bondad de Dios y su proyecto bueno para todos es más poderoso que todos los 64 imperios y emperadores con sus malas noticias? Dios va llevando a cabo, oscuramente, obstinadamente, su labor mesiánica, liberadora. Es la promesa de Dios para nosotros y en nosotros. "Su presencia inefable y suave nos transmite un gran alivio: Él no tiene, como nosotros, un cubo de basura donde tirar lo desechable. Por su misericordia consigue que, de un modo u otro, todo resulte bien: para algunos de nosotros será en el principio de la vida, para la mayoría será en la mitad, y para todos al final. Incluso con vientos contrarios, el barco enfurecido de la vida, gracias a su misericordia, termina llegando a puerto seguro. Por eso Él es Dios. No nos es permitido negarle la magia, aquella capacidad de poder transformarlo todo" (L. Boff). No le neguemos a Dios esa magia, y no nos neguemos a nosotros mismos la gracia de creerla. En consecuencia, el reino de Dios es "algo que debe ser anunciado con gozo y debe producir gozo (...). El gozo del que lo anuncia y del que recibe es esencial a que en el anuncio esté en juego una buena noticia, cosa frecuentemente olvidada en la misión de la Iglesia, muchas veces más interesada en comunicar una 'verdad' que debe ser ofrecida y recibida ortodoxamente, sin preocuparse de presentarla con gozo y de verificar si ha generado o no gozo" (J. Sobrino). 8. ¿Y el juicio qué? Como se ha dicho más arriba, Jesús compartió con todas las corrientes de su época la vieja (viejísima y recientísima) convicción de que la intervención final de Dios era de juicio y de salvación. Así, a los convidados desconsiderados que rehúsan la invitación a la gran cena, les dice el anfitrión (que representa a Dios): "Os digo que ninguno de aquellos que habían sido invitados probará mi cena" (Lc 14,24). A los discípulos enviados a anunciar la Buena Noticia advierte Jesús: "Si no os reciben ni escuchan vuestro mensaje, salid de esa casa o de ese pueblo y sacudíos el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio será más llevadero para Sodoma y Gomorra que para ese pueblo" (Mt 14-15). En la impresionante parábola del "Juicio final", refiriéndose a los de la izquierda afirma Jesús: "Irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna" (Mt 25,46). ¿Cómo comprender estas palabras de Jesús? ¿No contradicen la afirmación de que el reino de Dios es sólo buena noticia, y que lo es para todos? ¿No sigue dibujando Jesús, en contra de lo que se ha dicho más arriba, un paralelismo entre salvación y condena? De ningún modo. Si tal fuera el caso, Jesús no sería evangelio. Pero como las palabras de Jesús que hablan de juicio, castigo, tinieblas, fuego, rechinar de dientes... están ahí, se impone una aclaración, y unas reflexiones pueden ayudarnos a ello: 1) Jesús no fue iluso, un soñador romántico. Vivió en un mundo violento, lleno de injusticia, miseria y odio. No predicó la resignación, ni bendijo el status quo. No anunció a un Dios indiferente e imparcial ante la situación, sino a un Dios amante de la vida y de la justicia, un Dios que condenaba la 65 situación de injusticia y venía a transformarla. 2) Para expresarlo, Jesús utiliza las ideas y las imágenes (apocalípticas) propias de su tiempo (fuego, "infierno", separación de salvados y condenados...). No dejan de ser imágenes culturales de su época. Y como tales imágenes, son tan relativas como la idea que se hacía Jesús del mundo (el cielo arriba, el infierno abajo, el cielo poblado de ángeles de diversas clases, el infierno también poblado de espíritus malignos...). Es inevitable la pregunta: ¿qué quería expresar Jesús en el fondo con todas esas imágenes y categorías de la época? 3) Con esas palabras e imágenes de juicio, Jesús no quería de ningún modo describir el futuro tribunal de Dios, sino llamar a la conversión en el presente. Jesús no habla del futuro, sino del presente, o habla del riesgo futuro únicamente para suscitar el cambio de actitud en el presente. Es fundamental esta observación: todos esos dichos que hablan del castigo, en realidad, tienen como única intención "salvar a los amenazados con la condena" (G. Theissen). Por lo tanto, el anuncio del castigo no es en ningún caso definitivo, ni es lo definitivo. 4) Además, lo novedoso en Jesús, lo que revela su auténtica perspectiva, más allá de las ideas y de las imágenes de la época, es su anuncio de perdón, un perdón ofrecido por Dios a todos de manera incomprensible y gratuita. Ahí están las maravillosas parábolas de la misericordia. Y sucede más de una vez que, al citar el AT, Jesús cambia el texto eliminando la referencia al castigo; así, por ejemplo, cuando el Bautista, desde la cárcel, le pregunta si es él el enviado de Dios, Jesús le responde citando indirectamente varios textos de Isaías (29,18-20; 35,4-6; 61,1-2): "Id y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia"; pero tiene buen cuidado de eliminar todas las referencias al castigo que se encuentran en los mencionados textos de Isaías; lo mismo ocurre en la escena programática de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19). Jesús hace una lectura parcial y "sesgada" del AT: deja de lado, intencionadamente, las menciones del castigo de Dios, y ahí revela lo más genuino y propio de su fe, de su imagen de Dios, del "reino de Dios" que anuncia. No habrá castigo. 5) Además, ¿no era ya éste el núcleo más íntimo y el "dogma definitivo" del AT? Dios jura: "No maldeciré más la tierra" (Gn 8,21); "Ésta es mi alianza con vosotros: ningún ser vivo volverá a ser exterminado" (Gn 9,11). ¿Hay algo más que decir y que temer tras este solemne juramento de Dios? Y en el conjunto de su mensaje, de su vida, de su muerte, ¿no llevó Jesús al extremo –el extremo de la Cruz– este dogma veterotestamentario del no-castigo? ¿Y qué es la cruz sino la inversión del esquema jurídico-penal, pues el justo es condenado, pero muere perdonando a los que lo condenan y matan? (En realidad, los que condenan y matan al justo nunca "saben lo que hacen", y con cuanta mayor "mala intención" lo hagan, menos lo saben. Si lo supieran de verdad, no lo podrían hacer. Así mira Dios las cosas en Jesús). De modo que Pablo podrá sacar la conclusión lógica: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?¿Quién acusará, si Dios es el que salva? ¿Quién será 66 el que condene? (Rm 8,31-33.34) 6) Por lo tanto, el reino de Dios significa esperanza de liberación final para todos los seres humanos, para todas las criaturas. Ése es el proyecto, la voluntad de Dios: que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), y ser todo en todas las cosas (1 Cor 15,28). ¿No creeremos en el sueño y el empeño de Dios más que en nuestros errados empeños de muerte? Pero se podría preguntar: ¿Y si alguien optara libremente por excluirse de esa voluntad salvadora de Dios? Pues significaría el colmo del autoengaño. Sólo por absoluta falta de libertad y supino error decimos a Dios que no. Pero, a pesar de todo, seguimos esperando en Dios, en el poder de su amor para ir suscitando en nosotros la verdadera conciencia y la verdadera libertad. Creer en Dios significa creer que la bondad de Dios acabará por hacer buenos y felices también a los "malos". En conclusión, no hay simetría entre juicio y gracia. La llegada del Reino es algo bueno para todos, buenos y malos. Dios es pura bondad, pura voluntad de bien. Y poderoso como el bien absoluto para eliminar todo mal y toda maldad. Es preciso esperar que también los malos (nosotros) serán liberados de su maldad. El poder de Dios consiste en hacer prevalecer el bien en todos los malos. 9. El Reino para los pobres El reino de Dios es buena noticia para todos, pero no es buena de la misma manera para unos y para otros. Primero lo es para los más pobres. Ellos son los preferidos y los privilegiados. Los pobres son los primeros destinatarios del reino. Este "privilegio" de los últimos es crucial para entender bien en qué consiste el reino de Dios que Jesús anuncia. Como dice J. Sobrino, "contenido y destinatarios del reino se esclarecen mutuamente". Pero ¿quiénes son los pobres? Hay dos acepciones de pobre o dos componentes de la pobreza: 1) "Pobres" son, en primer lugar, los que viven bajo algún tipo de opresión real o sufren algún tipo de necesidad básica: hambrientos y sedientos, desnudos, forasteros, enfermos, encarcelados, los que lloran... Los que "viven encorvados" bajo alguna carga (en el AT se les llama los anawim, "encorvados"). "Pobre es todo el que se ve privado de sus derechos y es oprimido por los poderosos" (G. Theissen). Pobres son los impedidos de vivir, "los que mueren antes de tiempo" (G. Gutiérrez). En otras palabras, son los "pobres económicos": los que carecen de algún mínimo vital. 2) "Pobres" son, en segundo lugar, los marginados y despreciados por la sociedad vigente, los mal vistos por su conducta moral o por su profesión (pastores, pescadores, médicos, recaudadores, sobre todo estos últimos, que eran odiados, pues vivían de robar, como tantísimos hoy, todos nosotros también un poco). Son los "pobres sociológicos". Ahora bien, carencia y marginación van normalmente juntos: los pobres económicos son mal vistos, y los pobres sociológicos acaban normalmente por empobrecerse económicamente. 67 Pues bien, los pobres definen en qué consiste el Reino y en qué consiste para Dios ser rey, ser Dios: compasión gratuita con el que sufre. El Reino es ante todo para los pobres. No por sus méritos y virtudes, sino porque Dios es misericordia y justicia, y atiende en primer lugar a los que más sufren y necesitan. La soberanía de Dios es misericordia con los débiles, rehabilitación de las víctimas, reinserción de los excluidos. Cuando llega el reino de Dios, "los pobres ya no son los sufrientes objetos de la opresión y la humillación, sino sujetos con la dignidad propia de ser los primeros hijos de Dios" (J. Moltmann). Dios es parcial. Dios es Padre de huérfanos y protector de viudas (Sal 68,6). Y así hace Dios justicia a todos. Dios no sería realmente imparcial y justo si dejase a cada uno donde se halla, si dejase a los pobres a su propia suerte. Jesús hace visible y efectiva esa parcialidad de Dios. No hay más que mirar la lista de personas con las que más se relacionó. "Las gentes hacia las que Jesús dirigió su atención nos la refieren los Evangelios con diversos términos: los pobres, los ciegos, los lisiados, los cojos, los leprosos, los hambrientos, los miserables (los que lloran), los pecadores, las prostitutas, los recaudadores de impuesto, los endemoniados (los poseídos por espíritus impuros), los perseguidos, los pisoteados, los presos, todos los que trabajan y se sienten agobiados, la plebe que no sabe nada de la ley, las multitudes, los pequeños, los ínfimos, los últimos, los niños... las ovejas perdidas de la casa de Israel. Hay aquí una referencia a un sector perfectamente definido e inequívoco de la población, Jesús suele referirse a ellos como los pobres o los pequeños" (A. Nolan). Ésos son los preferidos de Jesús. "Dichosos vosotros, los pobres –les dijo Jesús–, porque pronto dejaréis de serlo, porque Dios es Señor y está a vuestro favor, y pronto cambiará vuestra suerte o vuestra desdicha". 10. ¿Y los ricos? ¿Y qué pasa con los ricos? Jesús fue severo con las riquezas y a veces también con los ricos. Llama "injustas" a las riquezas (Lc 16,9), porque en realidad son efecto y/o causa del empobrecimiento de los pobres. La parábola del rico y del pobre Lázaro (Lc 16,19-31) lo pone bien de manifiesto: hay un rico porque hay un pobre, y viceversa. Y Dios está del lado del pobre ("Lázaro" significa "Dios ayuda", y es el único personaje de todas las parábolas al que Jesús pone nombre propio, con toda intención evidentemente). Por eso, "no podemos servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24). El dinero provoca dos fatídicos males: deshumaniza al rico y aplasta al pobre en la miseria. Jesús llega a decir: "¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!" (Lc 6,24). ¿Es que Jesús estaba contra los ricos? No. Jesús no estaba propiamente contra los ricos (se dejó invitar a menudo por ellos). Pero estaba a favor de los pobres, y quiso que los ricos también lo 68 estuvieran, y hasta tal punto que ya no hubiera pobres. Y, para ello, quiso liberar a los ricos de su riqueza. Jesús pidió tres cosas a los ricos: no pongáis vuestra confianza en las riquezas (Lc 16,12); no acumuléis riquezas (Lc 12,21-34: parábola del rico insensato que construyó grandes graneros pensando que ya tenía resuelta la vida para muchos años, y de pronto se murió), compartid vuestras riquezas (Mc 10,21: "venderlo y darlo a los pobres", dice Jesús). Jesús "toma partido por los pobres, para poder también salvar a los ricos y liberarlos de estar pagados de sí mismos" (J. Moltmann). Y para concluir este tema, creo que puede ser útil añadir unas observaciones: 1) Creo que las sentencias de Jesús acerca de las riquezas y de los ricos –y hoy mucho más que entonces– se dirigen no tanto a unos individuos concretos, sino a las grandes estructuras económicas que, siendo la manifestación más cruel de la injusticia, son a la vez la causa más directa de las injusticias. 2) Jesús no estableció, tampoco en esto, ninguna casuística. Y de ningún modo quiere culpabilizar y angustiar a nadie. A nadie le hace bueno la angustia. 3) El reino de Dios también es buena noticia para los ricos que somos: nos anuncia que podemos liberarnos del apego a las riquezas y de nuestra injusticia y que podemos volvernos generosos y ser precisamente así más felices. Nada es imposible para la alegría de Dios. Para orar (en Navidad). TE DIRÉ MI AMOR Te diré mi amor, rey mío, en la quietud de la tarde, cuando se cierran los ojos y los corazones se abren. Te diré mi amor, rey mío, con una mirada suave, te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace. Te diré mi amor, rey mío, adorándote en la carne, te lo diré con mis besos, quizá con gotas de sangre. 69 Te diré mi amor, rey mío, con el amor de tu madre, con los labios de tu esposa y con la fe de tus mártires. Te diré mi amor, rey mío, oh Dios del amor más grande. Bendito en la Trinidad, que has venido a nuestro valle. Amén (Rosa Mª Riera) 11. EL REINO DE DIOS (3) 11. ¿Jesús predicó el Reino de Dios como algo presente o como algo futuro? El sueño de Dios para el mundo, que es la esperanza que tenemos puesta en Dios, ¿para cuándo será? ¿Cuándo se hará de día en la noche de la historia? ¿Cuándo habrá una paz verdadera, la paz de la justicia, y cuándo se realizará una justicia verdadera y universal en paz? ¿Cuándo serán felices y justos todos los seres? ¿Cuándo será Dios? ¿Cuándo seremos por fin? ¿Será después de la muerte? ¿Será después del "fin del mundo"? ¿Será en un incierto e inimaginable más allá? Son preguntas que nos interesan, quizás nos inquietan. Muchas de ellas no tienen respuesta alguna. Otras son tal vez, y simplemente, preguntas mal formuladas. De todos modos, puesto que Jesús es nuestro primer criterio y referencia, volvemos a él: ¿qué pensaba Jesús sobre estas cuestiones u otras similares? Como hemos visto ya, una cosa es segura: Jesús habla de la realización definitiva del reinado de Dios, del pleno cumplimiento de todas las esperanzas. En ese sentido, el mensaje es "escatológico", es decir, "referente a lo último"; pero la expresión "lo último" no designa tanto un tiempo, sino más bien una plenitud. No obstante, no podemos eludir la pregunta: ¿para cuándo anunció Jesús esa plenitud? Pues bien, quizás ni tan siquiera él lo tenía claro. Era un profeta, y no se preocupaba de la geometría o de la cronología del Reino, ni de ningún tipo de "sistema teológico" sin fisuras ni contradicciones. Así lo vemos también en lo que se refiere al Reino de Dios: algunas afirmaciones hablan de su realización como algo inmediato o incluso presente, otras afirmaciones lo anuncian 70 para un futuro indeterminado. Estas diferencias en el lenguaje de Jesús han dado pie a las más diversas lecturas: 1) Según algunos, Jesús habría anunciado un reino de Dios futuro "después del mundo presente", en una línea apocalíptica (A. Schweitzer: escatología consecuente); 2) Según otros, por el contrario, Jesús habría vivido intensamente la inminencia del Reino y el sentimiento de su realización (Ch. Dodd: escatología realizada); 3) Según otros, Jesús predicó el Reino como algo inminente; luego, al ver que tardaba, empezó a hablar del reino como futuro; 4) Según otros, Jesús habló del reino como algo futuro con la imaginería propia de la apocalíptica, pero lo que le importaba era la actitud que cada uno adopta ante el mensaje (R. Bultmann: escatología existencial); 5) Otros, por fin, hablan de que hay en Jesús una tensión entre el "ya" y el "todavía no" (O. Cullmann: escatología tensa). Entre los autores actuales, Crossan y Borg afirman que Jesús sólo habló de un reino de Dios presente y que todas las referencias al futuro del reino provienen de la Iglesia. Por el contrario, P. Sanders afirma que Jesús sólo habló de la llegada de un reino en un futuro inminente. Ninguno de los dos extremos corresponde seguramente al mensaje de Jesús: parece seguro que en Jesús convivían tanto la perspectiva del presente como la del futuro, y que él no se preocupó de hacer un sistema coherente, como nos gustaría a nosotros (tan cartesianos todavía). 12. El reino futuro en la predicación de Jesús Hay un gran número de dichos de Jesús (considerados auténticos) que hablan de un reino de Dios futuro, y es muy difícil negar que esa perspectiva futura estuviese presente en la enseñanza de Jesús. El hecho de que también Juan Bautista comparta esa idea lo hace aun más verosímil. He aquí algunos dichos auténticos de Jesús que lo corroboran: 1) "Venga tu reino" (Mt 6,10; Lc 11,2). Significa: "Ven a reinar". Jesús pide la intervención definitiva de Dios, en "el último día" esperado, para liberar a su pueblo Israel. Lo que da por supuesto que Dios no reina todavía plenamente. La misma perspectiva de futuro la hallamos en las tres peticiones "nosotros": "Danos el pan" (el pan de la mesa cada día y el pan del "banquete de los últimos tiempos"), "perdona nuestras deudas" (en el "juicio final"), "no nos dejes caer en la tentación" (en la "prueba final"). 2) "En verdad os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el reino de Dios" (Mc 14,25; cf. Lc 22,18). Las alegres comidas de Jesús simbolizaban el festín final en el reino de Dios. Su "última cena" no representa un acontecimiento aislado, sino que es la "última" de una serie de comidas. Jesús presiente su muerte cercana, y por lo tanto ya no podrá participar en más comidas, pero tiene la firma esperanza de que Dios y su causa acabarán triunfando, y de que se sentará de nuevo a comer y a beber vino en el banquete del Reino. 71 3) "Vendrán muchos de oriente y de occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el reino de Dios" (Lc 13,28-29/Mt 8,10). Los "muchos" son seguramente los "paganos". Aunque Jesús no extendió a los paganos su mensaje del reino, sí les abrió la esperanza del reino "final" y de su mesa festiva. Esto resultaba novedoso en la predicación apocalíptica que no mencionaba a los paganos sino como objeto del castigo divino en el juicio final. De cualquier modo, este dicho es claro indicio de que Jesús está pensando en un mundo nuevo futuro, en un futuro en que se reconciliarán para siempre judíos y gentiles. 4) Las tres bienaventuranzas originarias de Jesús, las referentes a los pobres, los hambrientos y los tristes (las otras pueden ser creaciones de la comunidad pospascual): "Dichosos los pobres, porque de ellos es el reino de Dios. Dichosos los que (ahora) lloran, porque serán consolados. Dichosos los que (ahora) pasan hambre, porque serán saciados" (Lc 6,20s; Mt 5,3s.6). Estas bienaventuranzas muestran que Jesús anunció una intervención próxima de Dios que iba a reformar la situación del pueblo en todos los planos. 5) Los "dichos de entrada": "No todo el que me dice: '¡Seño, Señor!' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la volunta de mi padre que está en los cielos" (Mt 7,21 y otros muchos dichos, en los que Jesús formula unas exigencias éticas, o afirma que los publicanos y las prostitutas "entrarán antes", etc.). En resumen, hay razones para pensar que Jesús creía inminente la venida del reino, con algún tipo de "fin del mundo" en la línea apocalíptica (no pensaba necesariamente en cataclismos cósmicos, aunque en la apocalíptica eran comunes tales imágenes). Pero esa realización plena de las esperanzas mesiánicas no se realizó. ¿Se equivocó Jesús? Sí y no. Jesús se equivocó en la medida en que estaba pensando en un acontecimiento muy próximo y hasta en cierto modo espectacular. Es posible que al final haya contado con que esa intervención divina tendría lugar después de su muerte, o incluso con ocasión de su muerte. De todos modos, parece que Jesús no puso fecha a la llegada del reino. No le importó ni el cómo ni el cuándo exactos, a diferencia de lo que hacían los círculos apocalípticos. Hay tres textos que parecerían indicar lo contrario: "En verdad os digo: hay algunos aquí presentes que no morirán sin haber visto al reino de Dios venir con poder" (Mc 9,1). "En verdad os digo: todo esto sucederá antes de que pase esta generación" (Mc 13,30). "En verdad os digo: no habréis pasado todas las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre" (Mt 10,23). Parece, sin embargo, que estos "dichos de plazo" fueron creados por la comunidad pospascual para consolar a los cristianos desanimados por la tardanza de la llegada del Reino... 13. El Reino presente en la predicación de Jesús El mensaje y la praxis de Jesús, en su totalidad, no se pueden explicar tan sólo en términos de 72 futuro. Es más: lo característico de la predicación de Jesús no es la promesa del Reino futuro, ni tampoco la coexistencia del presente y del futuro, sino la convicción de que el Reino futuro ha comenzado ya. He aquí algunas afirmaciones de Jesús (consideradas, también éstas, como auténticas de Jesús) que hablan del reino como realidad ya presente: 1) "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado" (Mc 1,14s; Mt 4,17). No dice "se está cumpliendo el plazo", sino "se ha cumplido" (el verbo griego está en tiempo perfecto). Y no dice "se está acercando", sino "se ha acercado" (también en tiempo perfecto). Dios ya ha comenzado a ejercer su plena soberanía liberadora. Sin embargo, Jesús hablaba en arameo, y en arameo no existe el verbo en "tiempo perfecto", de modo que este dicho por sí solo no aclara la cuestión. Los dichos que se señalan a continuación son mucho más decisivos. 2) "Si yo expulso los demonios con el dedo [Mateo dice espíritu] de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt 12,28 y Lc 11,20). Es la "prueba capital" de que el reino de Dios era para Jesús algo ya presente. En las ideas apocalípticas de la época, la existencia humana se asemejaba a un campo de batalla dominado por las fuerzas de "Satanás". Jesús tuvo la certeza de que esa fuerza del mal ya estaba siendo vencida por Dios, y las curaciones que realizaba (en forma de exorcismos, en particular) eran la señal más clara de ello. 3) "Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis y no lo vieron; quisieron oír lo que oís y no lo oyeron" (Lc 10,23-24). En los Salmos de Salomón (escrito judío de la época) se decía: "Dichosos los que vivan en esos días para ver los bienes que el Señor mostrará a la edad venidera bajo el sobrio mando del Ungido del Señor" (18,6). Jesús expresa la conciencia de que se ha cumplido esa bienaventuranza anunciada. 4) "En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él" (Mt 11,11 y Lc 7,28). En lo esencial, es un dicho auténtico de Jesús. El que acoge el alegre mensaje de Jesús y goza de las curaciones ya está gozando del Reino, y es superior a Juan. 5) "La ley y los profetas (llegan) hasta Juan. Desde ahí, el reino de Dios padece violencia y los violentos lo conquistan" (Mt 11,12-13 y Lc 16,16). Se discute si los "violentos" son adversarios o adeptos del Reino (seguramente éstos, pues adversarios violentos los había también antes; "violentos" serían los "esforzados"), pero lo indiscutible es que presupone que el Reino es algo presente. 6) La postura que adoptó Jesús respecto del ayuno confirma esta misma idea: "¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no tiene sentido que ayunen" (Mc 2,19). Las bodas han empezado ya. Ya no tiene sentido ayunar. Así pensaba Jesús, y con ello escandalizó. 7) "He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo" (Lc 10,18). Muchas afirmaciones 73 apocalípticas esperaban para el fin el triunfo sobre Satanás. ¿Tuvo Jesús alguna experiencia visionaria de esa caída del "poder maligno"? ¿Pudo coincidir esa "visión" con su "experiencia vocacional"?. En cualquier caso, en sus exorcismos Jesús adquirió la certeza de que se estaba dando el triunfo de Dios sobre todas las fuerzas del mal que se esperaba para el "fin". 8) "El reino de Dios ya está dentro de vosotros" (Lc 17,21). No quiere decir que el reino es algo espiritual que está "dentro, en el corazón", sino más bien: "el reino de Dios está disponible, está a vuestra disposición, podéis tomar posesión de él". 9) Todas las parábolas de crecimiento: la semilla que va creciendo (Mc 4,26-29), el grano de mostaza y la levadura (Lc 13,18-21). Lo grande viene de comienzos modestos, pero el comienzo es decisivo, y ya está. 14. Anticipar el futuro de Dios en nuestro presente En conclusión: Jesús estaba fuertemente imbuido por el sentimiento de que el Reino de Dios ya era una realidad presente, aunque fuese en forma de germen inicial. Jesús compartió seguramente algunas ideas apocalípticas sobre el fin del mundo y el más allá. Pero, llamativamente, no se encuentra en él la expresión "mundo futuro" tan habitual en la apocalíptica. El acento de Jesús está en que el mundo nuevo ha de realizarse, o al menos iniciarse, en este mundo, es más, ya se está realizando. La levadura del Reino ya está transformando la masa, ya está dando al mundo sabor del pan nuevo. Claro está, esa transformación ha de seguir realizándose, como la semilla ha de convertirse en germen, en planta, en fruto. ¿El Reino es presente? ¿Es futuro? Es presente y futuro. El presente y el futuro no pueden separarse. El Reino futuro no es lo que vendrá "después" del presente, sino la presencia dinámica de Dios que está queriendo transformar toda la realidad desde dentro. Nada se realizará sino desde dentro. Y a nosotros, junto con todas las criaturas, nos toca asumir y extender esa energía transformadora de Dios que trabaja en el corazón de la realidad. Sin prisa y sin pereza. Sin impaciencia ni apatía. Tanto la impaciencia como la pereza son manifestaciones de la falta de esperanza. La esperanza nos convence de que Dios está activo en todo y de que todo es don. La esperanza nos convence a la vez de que tenemos la misión de encarnar y hacer efectiva la presencia graciosa de Dios. Así vivió Jesús. Así anticipó el Reino de Dios. Lo de menos, para él y para nosotros, es que sepamos responder a muchas de las cuestiones que formulaba al comienzo del tema: ¿Cuándo y cómo se realizará el reino de Dios pleno? ¿Habrá un "fin del mundo"? ¿El "otro mundo" será otro cosmos o será una realidad acósmica? No sabemos, simplemente, y en todo le toca más a la 74 astrofísica que a la teología predecir lo que será el futuro del cosmos... (y los astrofísicos tampoco lo tienen nada claro). Lo decisivo es otra cosa: que vayamos transformando el presente de acuerdo al sueño de Dios, y así hagamos presente el futuro de Dios en nuestra realidad. A ello se dedicó Jesús. 15. Cambios de acento en la esperanza de la Iglesia antigua Jesús anunció y promovió la transformación integral de la realidad personal, social, religiosa, política...; la iglesia mayoritaria pronto perdió la actitud crítica e inconformista de Jesús, se acomodó al imperio romano, y la esperanza del Reino desapareció o se deformó. Apunto algunos cambios de acento que se dieron muy pronto entre los cristianos. 1) De la esperanza del reino se pasó a la esperanza de la parusía de Cristo. Jesús anunciaba el reino de Dios; pero este lenguaje desapareció muy pronto, y se pasó a creer que Cristo ya era Señor en el presente, como si lo único que faltara fuese que "volviese"... 2) De la expectación inminente se pasó a la expectación constante. La primera generación cristiana vivió en la expectación inminente. Pero con la tardanza de la "parusía", se planteaba una grave crisis de duda, como lo pone de manifiesto la primera carta de Clemente (hacia el año 96) que advierte contra quienes van diciendo: "Esto lo oíamos ya al tiempo de nuestros padres, y hete aquí que hemos envejecido y nada de eso nos ha ocurrido"; Clemente llama "a mantener la esperanza y aguardar pacientemente". "Aguardaremos, pues, en todo tiempo el reino de Dios... porque no conocemos el día de la manifestación de Dios". 3) De la súplica de la llegada se fue pasando a la súplica del retraso. Jesús esperaba el "fin" en cuanto final de una situación intolerable de dolor e injusticia y en cuanto cumplimiento del sueño de Dios y de las esperanzas humanas. Poco a poco, fue imponiéndose el "miedo al fin". Se pasó de la petición de la pronta llegada del fin (Marana tha!: Ap 22,20) a la súplica por su retraso, y de la esperanza en la parusía a una esperanza en su retraso. "Más vale que el mundo siga como está", se decían... Los primeros Santos Padres mantienen muy viva la espera del próximo fin, y a los cristianos toca precisamente acelerarlo. Muy pronto, la perspectiva será inversa: el mundo sigue en pie gracias a la súplica de los cristianos que retrasan el fin. San Justino (s. II) escribe: "Dios tarda en cumplir la catástrofe y la disolución de todo el mundo con la destrucción de los ángeles malos, de los demonios y de los hombres, debido a la semilla de los cristianos, en cuya generación encuentra un motivo para ese retraso". Arístides (primera mitad del s. II) escribe al emperador Adriano: "Tampoco alimento duda alguna de que sólo por la plegaria intercesora de los cristianos persiste todavía en el mundo". También para Tertuliano (s. II-III), el fin del mundo significaría la disolución del imperio romano, y los cristianos han de rezar para que eso no suceda: "Tenemos un motivo apremiante para orar por los 75 emperadores, incluso por la prosperidad de todo el Imperio y por el poder romano; sabemos, en efecto, que la terrible catástrofe que pende sobre la tierra y la misma clausura del tiempo, que nos amenaza con terribles calamidades, no se retrasa más que por la tregua otorgada al Imperio romano. No deseamos en modo alguno pasar por esa experiencia y, al pedir que sea diferida, contribuimos a la larga duración del imperio romano". Esa evolución de la esperanza (de la desesperanza más bien) hubiese extrañado mucho a Jesús. No debemos incurrir en el catastrofismo apocalíptico, pero no podemos acomodarnos al status quo. La alternativa es la esperanza de Jesús activa y paciente, serena y crítica, confiada y transformadora. Así anticipó en su vida el "cumplimiento del Reino". Por eso le confesamos como "Cristo" o Mesías. Pero él no será Mesías del todo, hasta que todos los seamos y las esperanzas de justicia y de paz se realicen plenamente. PARA ORAR Hoy que sé que mi vida es un desierto, en el que nunca nacerá una flor, vengo a pedirte, Cristo jardinero, por el desierto de mi corazón. Para que nunca la amargura sea en mi vida más fuerte que el amor, pon, Señor, una fuente de alegría en el desierto de mi corazón. Para que nunca ahoguen los fracasos mis ansias de seguir siempre tu voz, pon, Señor, una fuente de esperanza en el desierto de mi corazón. Para que nunca busque recompensa al dar mi mano o al pedir perdón, pon, Señor, una fuente de amor puro en el desierto de mi corazón. 76 Para que no me busque a mí cuando te busco y no sea egoísta mi oración, pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra en el desierto de mi corazón(Liturgia de las Horas) 7. LAS CURACIONES, SIGNO DEL REINO Abordamos la cuestión de los “milagros” de Jesús. Supongo que la mera mención del término “milagros” suscita en muchos cierta incomodidad: “A estas alturas del siglo XXI, ¿van a venir a hacernos creer en milagros?”. Pues depende. Depende de lo que entendamos por “milagro”. Lo cierto es que no se puede hablar de Jesús sin hablar de esas acciones suyas que han sido designadas con ese término: "milagros". Fueron seguramente la clave principal de su éxito popular, y una de las razones decisivas de la irritación que provocó en las autoridades. Y, de hecho, los “relatos de milagros” ocupan casi la mitad del Evangelio de Marcos (sin contar el relato de la pasión). Es decir: no se puede hablar de Jesús sin hablar de los “milagros”. Pero aquí crece nuestra perplejidad: ¿podemos todavía hablar de “milagros” o creer en ellos? En ese dilema incómodo nos hallamos. En un tiempo no lejano, los “milagros “ eran “la hija predilecta de la religión” (Goethe): eran uno de los argumentos fundamentales para probar la existencia de Dios, la divinidad de Jesús, la santidad de unos hombres (más que de unas mujeres)... Hoy parece que la situación se ha invertido. Los “milagros” nos crean desazón. Los “milagros” no pueden probar nada, pues ellos mismos necesitarían ser probados primero, y es imposible probarlos... Hoy preferimos ser creyentes sin “milagros”. De acuerdo, está bien. Pero ¿significa eso que tenemos que eliminar de nuestra vida, de nuestra visión de la realidad, de nuestra fe en Dios, la confianza sencilla en que lo imposible es real, la confianza natural en que la realidad está henchida de posibilidades, abierta a la novedad, al sueño, a Dios? Volvemos a la cuestión: ¿qué entendemos por “milagro”? ¿Cómo entendemos los “milagros” del Evangelio? ¿Podemos hoy esperar “milagros”? 1. Más allá del racionalismo fideísta y agnóstico Las reflexiones de este tema quieren contribuir a despejar el dilema: seguir creyendo en los 77 “milagros” como antes o ignorarlos del todo. Quiero ayudar a leer los numerosos relatos de “milagros” de los Evangelios con simplicidad y libertad, sin perder energías y sin rompernos la cabeza con nuestros planteamientos racionalistas e historicistas tan recurrentes: que si tal relato de “milagro” es histórico o no lo es, que si hay que creerlo o es imposible de creer, que si hay que creerlo porque está en el Evangelio o hay que quitarlo del Evangelio porque es increíble... Digo que son cuestiones historicistas y racionalistas, y lo mismo da que se expresen en una versión “creyente” o en una versión “increyente”. El fideísmo es el racionalismo de los creyentes, y consiste en pensar que la fe consiste en “creer en esto y en lo de más allá”, y creer porque sí, porque lo ha revelado Dios o porque lo manda la Iglesia. Puro racionalismo con nombre de fe. La increencia (absoluta, descreída) es el racionalismo en versión increyente: “aquí no hay más que lo que se prueba y se verifica con la razón lógica y las ciencias positivas”. Puro fideísmo, fe ciega en la razón lógica y en las ciencias positivas. El fideísta dice: “hay que creer los milagros a la letra”. El descreído dice: “no puede haber milagros, luego más vale pasar por altos esos relatos; no tienen nada que ofrecerme”. El fideísmo y la increencia descreída son las dos caras del mismo racionalismo, o del mismo historicismo. Hay que ir más allá. O no hay que ir tan lejos: basta leer los relatos de “milagros” sin complicadas prevenciones, y disfrutar de ellos, y dejar que toquen nuestra imaginación y nuestra alma. “Sin prevenciones” no significa “de manera acrítica”, pues esto sería volver al fideísmo. Se trata simplemente de palpar en los relatos de los evangelios la presencia de Jesús capaz de transformar, liberar, curar. Se trata de aproximarse a los “milagros” de Jesús con simplicidad, con la misma simplicidad con la que Jesús los hizo. Pero ¿qué hizo Jesús? No hizo muchas cosas espectaculares. Nunca exhibió sus poderes. Nunca “rompió las leyes de la naturaleza” (¿qué es eso?). Jesús acompañó, Jesús acogió, Jesús consoló, Jesús denunció, Jesús liberó. Jesús curó almas y cuerpos. Y estamos llamados a hacer eso mismo. La lectura de los relatos evangélicos de “milagros” pueden disponernos a ello, en la medida en que aumentan en nosotros la sensibilidad, la compasión, la confianza. La conciencia de una llamada, pero también el consuelo de una presencia que nos cura y libera. Pero de nuevo formulo la pregunta: ¿a qué llamamos “milagro”? ¿Por qué pongo comillas al término? Y ¿por qué el título de este tema no habla de “milagros”, sino de “curaciones”? 2. “Milagro”: un concepto problemático para la ciencia y para la fe El Diccionario de Casares define el milagro como sigue: "Acto del poder de Dios superior al orden natural y a las fuerzas humanas". Por ejemplo: que un tumor canceroso grave desaparezca de repente, o cosas por el estilo. Habría, pues, milagro, cuando se da una intervención de Dios en el 78 mundo que rompe o supera las leyes del “orden natural”. “Orden del mundo” e “intervención de Dios”: henos aquí con dos ingredientes del milagro que resultan más que problemáticos, y que suscitan objeciones muy serias (yo diría que definitivas) tanto en el creyente como en el científico. 1) ¿Qué diría un médico ante la curación repentina de un tumor grave? Diría, por ejemplo: “Realmente no me lo explico y no sé qué decir. Debe de haber algún factor biológico, o psíquico o energético, que ha alterado el desarrollo habitual de este tumor, pero desconozco cuál”. Cualquier médico sabe que no lo sabe todo sobre el cuerpo humano... Y si alguien le dijera que “ha sido Dios”, alzaría los hombros mirándole entre benévolo e indiferente. Y lo mismo haría un médico creyente. 2) Pues ¿qué diría un creyente, sea o no médico, ante una inexplicable curación repentina? Yo hablo de mí, y yo diría lo mismo que dice cualquier persona ante un hecho excepcional e incomprensible: “No sé qué leyes o fuerzas de la materia o del espíritu han intervenido aquí”. Y si alguien me insistiera en que “ha intervenido Dios”, yo según el caso me callaría o le diría: “¿Cómo sabes que ha sido Dios el que ha intervenido? Pero bueno, concedamos que sí, que ha intervenido Dios haciendo variar el funcionamiento de la naturaleza. Pero ese caso, ¿por qué no intervino también Dios para curar a tal y tal niño/a, a tal y tal amigo/a, a tal y tal persona, a tantísima pobre gente que se muere dejando detrás un mar de pena?”. Ésta es la objeción teológica decisiva contra una interpretación “sobrenaturalista” del “milagro”. Ni para la física ni para teología tiene sentido la contraposición entre “natural” y “sobrenatural”. En efecto, esa contraposición supondría una imagen mecanicista, determinista y cerrada del mundo, de la materia, del cosmos: el mundo sería como un enorme engranaje mecánico que funciona siempre de la misma manera, según unas leyes fijas. Ésa es la imagen del mundo propia de la física mecanicista de Newton. Pero hace mucho tiempo que las ciencias superaron esa imagen de la realidad. La física cuántica nos presenta, por el contrario, una imagen muy abierta de la materia en lo infinitamente pequeño (partículas subatómicas) y en lo infinitamente grande (las innumerable galaxias en expansión). La física nos habla de que la materia está en estado de “indeterminación” y es impredecible, de que a veces se comporta como onda y a veces como partícula, de que es pura energía y posibilidad, capaz de inventar algo que nunca se puede predecir enteramente y de antemano, de que de que el límite entre la materia y el espíritu es muy fluido, de que la vida y el espíritu emergen del seno de la materia como de una gran matriz o del seno de una madre (materia, matriz, madre), de que el futuro está abierto a nuevas posibilidades imposibles de predecir... En esta imagen de la materia, no tiene sentido decir que, cuando sucede algo inexplicable, ha actuado una fuerza exterior llamada “Dios”... La contraposición entre sucesos “naturales” y “sobrenaturales” tampoco tiene sentido para la fe que quiere comprenderse a sí misma en coherencia con las ciencias actuales y en coherencia con una imagen de Dios que hoy nos resulta creíble (tal vez habría que decir mejor: “que nos resulta creíble a muchos creyentes de hoy”, pues no vamos a pensar que la única fe coherente es la nuestra, 79 mirando con desdén a los que siguen pensando y creyendo de otra manera). Hemos pasado de la imagen intervencionista de Dios a una imagen de Dios absolutamente trascendente y absolutamente inmanente a la materia y a la vida y al espíritu que emergen de la materia. Dios es Creador y corazón de la materia, creador y corazón del cosmos, creador y corazón de cada criatura. Voy a desarrollar un poco más esta reflexión teológica. 3. Dios no interviene sólo cuando quiere y desde fuera No puedo creer en un Dios que interviene en el mundo directamente y desde fuera, como si fuese un factor intramundano. No puedo creer en un Dios que cura sólo ocasionalmente, sólo cuando “le da la gana”, dejándonos colgados con nuestra pregunta lacerante: ¿por qué a Dios le dará la gana unas veces sí y otras veces no? Yo no pretendo, por supuesto, descifrar el misterio de Dios. En absoluto. Pero necesito que Dios sea un misterio que nos sobrepasa, nos funda, nos envuelve y nos salva. El carácter misterioso de Dios no puede consistir en que Dios abrigue unas “razones ocultas”, unas razones que al parecer nos oculta (pero, Dios mío, ¿por qué nos habría de ocultarlas el Dios del amor y de la vida?), unas razones ocultas por las que deja morirse desesperado a un pobre hombre o a una pobre mujer, “permite” que pueblos y continentes enteros sean hundidos en la miseria, consiente que dos niños sean arrollados y muertos en presencia de sus padres desesperados... No me vale el que aunque sea con la mejor intención se apele a unas “razones de Dios” que ni mi razón ni mi corazón pueden comprender. Pues esas “razones” se parecerían mucho a lo que llamamos “arbitrariedad”, y la arbitrariedad no es ningún misterio; la entendemos de sobra, porque la experimentamos de continuo en nosotros y en todos los poderes y en todos los poderosos de este mundo. Dios no puede ser así. Dios no puede curar sólo cuando quiere. No puedo creer en los milagros entendidos como intervenciones ocasionales y arbitrarias de Dios. Tampoco puedo creer en los milagros entendidos, simplemente, como “intervenciones” de Dios. Dios no está fuera del mundo, sino en el corazón del mundo, en la entraña de la realidad, en la trama de la historia con su libertad limitada y abierta. Dios no interviene sólo a veces. Interviene siempre. Mejor dicho, no “interviene”, porque siempre está ahí dentro, en cada criatura y con cada criatura, en la creación y con la creación entera. Dios está hablando, empujando, atrayendo, curando siempre, sin cesar. Si la creación aún gime y nosotros gemimos, no puede ser porque Dios deja de actuar por unas razones que él sólo conoce. No sabemos por qué, pero no puede ser porque Dios así lo quiere o lo permite. Quiero creer en un Dios que está con toda criatura que sufre, acompañándola sin cesar, “sufriendo” con ella, esperando con ella, haciendo con ella y por ella todo lo que puede, pero desde dentro de la realidad, no desde fuera... En conclusión, ni para la ciencia ni para la teología tiene hoy sentido hablar del “milagro” como un 80 hecho “sobrenatural”, obra de un Dios que actuaría ocasionalmente como agente externo, o que actuaría de ordinario de manera “natural” y a veces de manera “sobrenatural”. Ese concepto de “milagro” no sólo resulta problemático para las ciencias y para los agnósticos. Resulta también inaceptable para buena parte de los creyentes y de los teólogos de hoy. Pero es que, además, ese concepto de milagro es ajeno a la Biblia y a Jesús. Razón de más para revisarlo. 4. Los “milagros” en la Biblia y el judaísmo Se discute que en la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) se utilice siquiera el término “milagro”. Si hallamos a menudo términos traducidos por “portentos”, “señales”, “maravillas”, pero en muchas traducciones de la Biblia buscaremos en balde el término “milagro”. En cualquier caso, buscaremos en balde en la Biblia el concepto de una “intervención sobrenatural” de Dios... La Biblia desconoce los conceptos natural y sobrenatural. Ni su imagen de mundo ni su imagen de Dios son compatibles con esa contraposición. Le es totalmente ajena la imagen de una “naturaleza” cerrada, regida por leyes infalibles (la imagen mecanicista del mundo, propia de la ciencia y de la filosofía del siglo XIX). Para el judío, el mundo es más bien creación de Dios y está constantemente en las manos de Dios; el mundo no funciona porque esté dotado de leyes, sino porque Dios lo sostiene de manera permanente. En ese mundo que es su criatura, Dios interviene constantemente y en todo, e interviene siempre para salvar (a veces también para castigar, sobre todo a los enemigos, pero siempre en orden a salvar a su pueblo, o al justo, o a la parte de justo que hay en cada uno...). Dios está siempre cerca y actúa siempre. Y actúa siempre para salvar a su pueblo. Lo que conoce el creyente bíblico son actuaciones “ordinarias” y actuaciones “extraordinarias” de Dios. Pero en eso tiene mucho que ver la capacidad de captar la acción de Dios. Para el que no sabe mirar, todo puede ser “ordinario” (en el sentido de banal, sin relieve, sin mensaje, sin poder liberador...). Para el que sabe mirar, lo más ordinario se convierte en señal de Dios, en palabra y acción salvadora de Dios. Así, aunque nuestros términos resulten bastante extraños en la lógica bíblica, podría decirse: se da un "milagro" cuando la intervención de Dios, su bondad salvadora, se hace por lo que fuere más palpable. La presencia bienhechora de Dios puede hacerse especialmente palpable por diferentes motivos: puede ser porque el hecho resulta de por sí llamativo (como cuando “las aguas del mar se separan” en el relato del Éxodo), o porque el “ojo” del creyente es más sensible y perceptivo. No tiene nada que ver con que Dios actúe o no (lo hace siempre), y no tiene nada que ver con la contraposición natural-sobrenatural (no existen estos conceptos, porque no existe la idea de una naturaleza cerrada). Para quien sabe sentir y mirar, todo es “milagro”, todo es presencia activa y bienhechora de Dios. 81 En esta misma línea, hay que señalar que la Biblia no pone acento alguno en lo "milagroso" en el sentido de “prodigioso”, sino en la dimensión de “signo”. Y tanto un hecho normal como un hecho singular pueden adquirir igualmente el valor de “signo”. Un ejemplo ilustrativo: en el libro del Éxodo (cap. 14), hay una versión más normal ("naturalista") (v. 16: el mar se secó simplemente porque el viento lo fue secando, como solía suceder...) y hay otra más prodigiosa ("sobrenaturalista") (v. 21: el mar se secó de repente, porque Dios intervino directamente...). Tanto el hecho normal como el hecho extraordinario pueden convertirse en signo de la misma presencia liberadora de Dios. Y según esta lógica, el que la presencia y acción permanente de Dios se manifieste en hechos “normales” o en hechos “extraordinarios” no tiene ninguna importancia. Por consiguiente, podríamos decir: según la Biblia, es “milagro” (aunque este término no es bíblico) todo hecho (ordinario o extraordinario) que al judío le hace cercano y visible la mano amorosa de Dios, todo aquello que le recuerda la alianza y le suscita confianza en el presente y en el futuro. Así se comprende que, dentro del judaísmo, exista toda una corriente que mira los “milagros” o “signos” con cierto recelo y escepticismo. Para los místicos judíos (los hassidim: corriente nacida en la época de los Macabeos, que resurgió en la Edad Media y luego en el s. XVIII), los “signos” extraordinarios (que se han solido llamar “milagros”) no son necesarios, ni hay que andar "pidiendo signos". Los rabinos contemporáneos de Jesús eran muy prudentes respecto de lo maravilloso en general; pensaban que los “signos” deben ser objeto de discernimiento; no cualquier “signo” es signo de Dios. "La Torá es más importante que el milagro", decían. Un rabino dirá: "Dar al hombre el pan cotidiano es un prodigio más maravilloso que separar las aguas del Mar Rojo". A los que “buscan signos” extraordinarios, Jesús se lo echará en cara: Jesús, dando un profundo suspiro, dijo: “¿Por qué pide esta generación una señal? Os aseguro que a esta generación no se le dará señal alguna” (Mc 8,12) . En cuanto a Pablo, dirá en tono de reproche que “los judíos piden signos” (1 Cor 1,2223). La cuestión es, pues, saber mirar en cualquier hecho (cotidiano o singular, ordinario o extraordinario) la presencia salvadora de Dios. El que sabe mirar ve a Dios en cualquier niño, en cualquier persona que sufre, en cualquier persona buena, y hasta en cualquier brizna de hierba o en cualquier piedrecilla del camino. Abre los ojos y mira. PARA ORAR Estate, Señor, conmigo siempre, sin jamás partirte, y, cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo; porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo de si yo sin ti me quedo, de si tú sin mí te vas. 82 Llévame en tu compañía, donde tú vayas, Jesús, porque bien sé que eres tú la vida del alma mía; si tú vida no me das, yo sé que vivir no puedo, ni si yo sin ti me quedo, ni si tú sin mí te vas. Por eso, más que a la muerte, temo, Señor, tu partida y quiero perder la vida mil veces más que perderte; pues la inmortal que tú me das sé que alcanzarla no puedo cuando yo sin ti me quedo, cuando tú sin mí te vas. (Liturgia de las Horas) 13. LAS CURACIONES, SIGNO DEL REINO (2) 5. Los “milagros” en los ambientes populares del tiempo de Jesús En el punto anterior quedó dicho que la Biblia no utiliza el término “milagro”, que viene del latín (miraculum), sino otros términos traducidos por “prodigio”, “portento”, “maravilla”. En realidad, eso significa miraculum; lo que pasa es que este término se asoció en la teología cristiana con la idea de “intervención sobrenatural” de Dios, y ahí se enreda el tema, además de que se aleja de la perspectiva bíblica. También se dijo que los rabinos miraban con cierto recelo el gusto por lo maravilloso. Enseñaban que es más importante dar pan al hambriento que el prodigio más grande de la Biblia, atribuido a Moisés: dividir las aguas del Mar Rojo. Lo más importante es saber mirar la realidad más humilde y cotidiana como maravilla y como presencia de Dios que consuela y renueva. Es milagro el ojo que ve, el oído que oye, la mente que piensa, el corazón que ama, el ave que vuela, la piedra que es... Pero al pueblo sencillo siempre le han gustado lo portentoso o lo “milagroso”. Así sucedía también en tiempo de Jesús. La gente del mundo helenístico acudía gustosa a los santuarios en los que se obtenían curaciones “milagrosas” (por ejemplo, al templo del dios sanador Esculapio, en Epidauro en la Turquía actual, donde actuaba el célebre curandero Apolonio de Tiana, del que se cuentan muchas curaciones e incluso alguna resurrección). En Jerusalén acudían a la piscina de Betesda; en sus soportales, nos dice el evangelio de Juan, “había muchos enfermos recostados en el suelo: ciegos, cojos y paralíticos”, esperando que alguien les sumergiera en la piscina cuando el agua se moviera (5,2-3.7). Junto a la misma piscina de Betesda se ha encontrado una estatua del dios 83 Esculapio. Las curaciones de Jesús se sitúan en este ambiente popular cargado de expectativas, sobre todo en Galilea. Entonces, como hay, la gente pobre padecía más los efectos personales y socioeconómicos de la enfermedad que las capas pudientes. Los exorcismos y las curaciones son, pues, fenómenos que afectan más de cerca a la clase más inculta y más pobre, mientras que los más ricos y cultos se muestran recelosos (ellos padecen menos enfermedades y tienen mejores recursos que un “curandero” como Jesús...). El hecho de que abunden tanto en los evangelios ya es sin más un indicio de que Jesús estuvo cerca de las clases populares. El éxito popular de Jesús se debió en buena parte a sus curaciones (a pesar de que también él se mostró más bien crítico con el afán de los “signos milagrosos”). 6. Dimensión social de la enfermedad y de la curación Una referencia a la vertiente sociológica de las enfermedades ayuda mucho a situar y entender bien las curaciones de Jesús. La enfermedad no es un mero fenómeno biológico. Es también un fenómeno social y político. Hay que tener muy en cuenta la estrecha relación entre enfermedad y sociedad: 1) En primer lugar, es la sociedad la que decide en buena medida quién está sano y quién enfermo: en una sociedad que desprecia a los gordos, los gordos se verán enfermos y tal vez llegarán a estarlo; en una sociedad que niega, margina y condena a los homosexuales, es muy probable que un homosexual desarrolle patologías en su personalidad; un disidente político o religioso fácilmente se convierte (o es convertido) en un personaje “excéntrico”... 2) En segundo lugar, la interpretación social de una circunstancia física cualquiera puede ser decisiva para la propia salud psíquica e incluso física de una persona. Es muy distinto que a alguien que tiene "lepra" se le diga que tiene una "erupción cutánea" o se le llame "leproso" y se le considere maldito de Dios. Es muy distinto que a un chico que sufre accesos de epilepsia le diga alguien: “Estás poseído por el demonio. Podemos probar a hacer unos exorcismos...”. O que le diga un médico: “Bueno, ¡qué se va hacer! Tienes una enfermedad, y tendrás que resignarte...”. O que otro médico le diga: “¡Enhorabuena, chaval! Tienes tal lóbulo del cerebro más desarrollado y activo de lo normal. Aunque esto podrá traerte pequeñas complicaciones...”. 3) Hay enfermedades inducidas por la propia sociedad, por determinadas estructuras sociales negativas. El paro puede provocar enfermedades físicas, debido al complejo de inferioridad, a la baja autoestima. El hecho de que nuestra sociedad considere como “modelos” a chicas jóvenes y superdelgadas está en el origen de la anorexia de muchas chicas. Es decir, una sociedad puede hace que alguien se sienta acogido o marginado, sano o enfermo, confiado o desesperado, en 84 manos de Dios o en manos del diablo. En una palabra, la sociedad puede sanar o puede enfermar. La enfermedad y la salud son también espejo de la propia sociedad. Por todo ello, las curaciones de Jesús no tienen solamente un significado y una dimensión psicológica y "religiosa" o teológica (volveremos a ello), sino también socio-política. Al curar, Jesús se pone del lado de la gente humilde, responde a las esperanzas y necesidades de la clases más bajas. Les muestra que Dios está con el pueblo pobre enfermo, atento a sus esperanzas. Jesús los curaba, más que nada, haciéndose cercano a ellos, dejándoles acercarse, haciéndose samaritano. Es más: al curarlos, Jesús les enseña que ellos tienen poder de curarse a sí mismos, pues Dios está con ellos. “Tu fe te ha curado”, les dirá Jesús. Jesús no curaba a los enfermos desde fuera, como por un poder mágico, sino a través de la fe y del poder de los propios enfermos. Así es como Dios cura. Así “interviene” Dios siempre. La “intervención” de Dios está muy ligada a la manera de pensar, de sentir y de esperar de una determinada época. “¿Por qué Dios hacía tantos “milagros” antiguamente, en tiempo de Jesús o en la Edad Media o en el siglo XIX, y hoy no los hace?”, se pregunta a veces. Es muy posible que en tiempos antiguos no hayan tenido lugar tantos fenómenos “milagrosos” como se cuenta... Pero también es muy posible que la “intervención” de Dios en cada época tenga lugar (o sea percibida) de manera distinta: en una cultura o en un pueblo que espera intervenciones “milagrosas” o extraordinarias de Dios, dicha “intervención” de Dios se manifestará en forma de “milagros” mucho fácilmente que en nuestra época. Es Dios el que cura siempre, pero Dios cura siempre desde el propio ser humano y desde el mundo. En consecuencia, el hecho de que en nuestro tiempo se den menos curaciones “milagrosas” no significa que Dios está hoy más lejos o que ya no cura. Todas las curaciones, también hoy, nos vienen de Dios, aun cuando sean el médico o la penicilina o el Prozac los que nos curan. Jesús comunicaba ánimo y esperanza al pueblo en general y a los enfermos en particular. Les infundía la esperanza en que Dios los iba a curar. Y así era como Jesús los curaba. Así era como les revelaba que Dios es sanador, que a cada ser humano y a todos los seres los llama a vivir sanos y felices, y que a cada ser humano y a todos los seres les puesto dentro de sí el maravilloso poder de curarse. 7. Taumaturgos populares en tiempo de Jesús Recojo tres relatos de “milagros” más o menos contemporáneos de Jesús: 1. Eleazar el exorcista. Vivió en tiempo del emperador Vespasiano que reinó entre el 69-79 d.C. Flavio Josefo narra un exorcismo del que fue testigo ocular: “Yo mismo vi cómo uno de los nuestros, llamado Eleazar, libraba a los posesos de los malos espíritus en presencia de Vespasiano, de sus 85 hijos, de los jefes y del resto de los guerreros. La curación se produjo del siguiente modo: Eleazar sostuvo debajo de la nariz del poseso un anillo portador de una de aquellas raíces medicinales recomendadas por Salomón, hizo olerla al enfermo y éste expulsó al mal espíritu por la nariz. El poseso se desvaneció en el acto, y Eleazar, invocando el nombre de Salomón y pronunciando sus sentencias, conminó al espíritu a no volver más a aquella persona. Y para demostrar a los presentes que poseía realmente tal poder, Eleazar colocó no lejos de allí una copa o jofaina llena de agua y ordenó al mal espíritu que, al salir de la persona, volcara la copa o jofaina y convenciera así a los asistentes de que había abandonado al hombre”. Los evangelios dejan claro que también los discípulos de los escribas expulsaban demonios, al igual que Jesús: “Si yo expulso los demonios con el poder de Belcebú, vuestros hijos ¿con qué poder los expulsan? (Mt 12,27). Y nos hablan también de alguien que lo hacía en nombre de Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo” (Mc 9,38). Ahora bien, los exorcistas judíos expulsan al demonio siempre “en nombre” de alguien; Jesús, en cambio, no menciona a nadie. Además, Jesús considera sus exorcismos como “signos del reino de Dios” (“Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reino de Dios”: Mt 12,28) y como señal de que “Satanás” ha sido vencido (“He visto a Satanás cayendo del cielo como un rayo”: Lc 10,18). 2. Hanina ben Dosa. Es del s. I d.C. y actuó en Galilea, como Jesús. Fue un hombre de gran piedad y pobreza. La tradición talmúdica narra sus hechos prodigiosos. Una vez, estando en oración, le mordió una culebra y, a consecuencia de ello, murió la culebra, “pues lo que mata no es la culebra, sino el pecado”. He aquí cómo narra la curación del hijo de Gamaliel: “Sucedió una vez que el hijo de Rabbán Gamaliel cayó enfermo. Éste envió dos alumnos de los sabios a casa de Rabí Hanina ben Dosa. Tan pronto como los vio, subió a la habitación de arriba e imploró a favor de Gamaliel a la Misericordia [Dios]. Al bajar, les dijo: ‘Id, la fiebre lo ha dejado’. Le preguntaron: ‘¿Eres profeta?’ Él les contestó: ‘No soy profeta ni hijo de profeta (Am 7,14), pero he aprendido por experiencia que, si mi oración fluye de mi boca, el enfermo es favorecido; si no, sé que es rechazado’. Ellos se sentaron, escribieron y anotaron la hora exacta. Cuando volvieron a casa de Rabbá Gamaliel, éste les dijo: ‘¡Por el culto! No habéis quitado ni añadido, pero el hecho ha sucedido así: a la misma hora [que habéis anotado] la fiebre lo dejó... y nos pidió de beber’ “. Nos recuerda muy de cerca la curación del hijo del centurión (Jn 4,46-54), por la gran semejanza de los hechos y por algunas expresiones que son idénticas (hay que decir, de todos modos, que la tradición escrita referente a Ben Dosa es muy posterior a su actividad). Entre los taumaturgos judíos del comienzo de nuestra era se cuenta también Honi, que hizo llover trazando círculos en el suelo. A propósito de estos carismáticos taumaturgos, es interesante señalar que la tradición rabínica les 86 atribuye la filiación divina. Dios mismo llama a Hanina Ben Dosa “hijo mío”, y de Honi se dice que era “como un hijo de casa” ante Dios. Este mismo Honi aplica a Dios el apelativo de Abbá. 3. Apolonio de Tiana. Es el sanador helenístico más célebre. Murió por el año 97 de nuestra era; por consiguiente, vivió en la época de la formación de los evangelios. El escritor Filóstrato nos narra numerosos “milagros” de Apolonio. Entre otros, la resurrección de una joven: “He aquí un prodigio de Apolonio: Murió una joven a punto de casarse; el prometido seguía el féretro suspirando de pena por el matrimonio fallido. Toda Roma se lamentaba con él, pues la joven pertenecía a una familia distinguida. Apolonio pasó por allí. ‘Poned en tierra el féretro les dijo. No lloréis a esta joven’. Preguntó cómo se llamaba. La mayor parte de la gente pensaba que pronunciaría algunas palabras, tal como suele hacerse en los funerales para hacer brotar las lágrimas. No dijo nada, sino que, tocándola y murmurando algo imposible de oír, despertó a la joven de lo que parecía ser la muerte. La joven lanzó un grito y volvió a casa de su padre, lo mismo que Alcestes resucitado por Hércules. La familia de la joven quería dar como regalo a Apolonio una gran cantidad de dracmas; pero él dijo que se las dieran a la joven como regalo de matrimonio. ¿Encontró acaso una chispa de vida que no habían visto los médicos? ¿Recalentó y reanimó la vida totalmente extinguida? No sé exactamente lo que pasó, ni yo ni todos los que estaban allí”. LIBRA MIS OJOS DE LA MUERTE Libra mis ojos de la muerte, Dales la luz que es su destino. Yo, como el ciego del camino, Pido un milagro para verte. Haz de esta piedra de mis manos Una herramienta constructiva; Cura su fiebre posesiva Y ábrela al bien de mis hermanos. Que yo comprenda, Señor mío, al que se queja y retrocede; que el corazón no se me quede desentendidamente frío. 87 Guarda mi fe del enemigo, (¡tantos me dicen que estás muerto!). Tú que conoces el desierto, Dame tu mano y ven conmigo. Amén (Liturgia de las Horas) 14. CURACIONES, SIGNOS DEL REINO (3) 8. No todos los “milagros” son históricos En el punto anterior me refería a la existencia de otros taumaturgos tanto judíos como helenistas contemporáneos de Jesús. También en el Primer (Antiguo) Testamento se conocen (Elías, Eliseo...), al igual que en el Nuevo (los Hechos de los Apóstoles presentan a Pedro haciendo varios “milagros”, no así a Pablo...). Ahora bien, de ningún personaje de la antigüedad se han narrado tantas acciones “milagrosas” como de Jesús (ya sabemos que en la historia de la Iglesia tuvo una gran fortuna el “género del milagro”, pero esa es otra historia...). Los evangelios contienen unos 30 relatos de “milagro” sigo escribiendo el término entre comillas, por el equívoco inherente; 16 de ellos se recogen en el evangelio de Marcos. Son muchos, muchísimos, sobre todo si tenemos en cuenta que la “actividad pública” de Jesús no duró más de dos años, seguramente menos. Significa, pues, que el recuerdo de Jesús quedó profundamente asociado a esas acciones. Sin volver a incurrir en el historicismo y el racionalismo que se señalaron en los primeros puntos del tema o, mejor aún, para liberarnos de ellos, es preciso que despejemos una primera cuestión: ¿Serán históricas todas las acciones prodigiosas que se cuentan de Jesús? Pues ciertamente no. Lo cual no significará que esos relatos no sean “verdaderos” en un sentido más profundo y real. A ello habremos de volver. Hay diversos planos de verdad y de realidad. Para creer hoy con una fe profunda y lúcida, responsable con la cultura actual, es preciso distinguir esos planos y ser rigurosos y honestos. Pues bien, el rigor y la honestidad nos impiden pensar que todos los hechos “milagrosos” del Evangelio son históricos. Prácticamente todos los exégetas actuales están de acuerdo en ello: Jesús no hizo todos los “milagros” que se cuentan de él. Por supuesto, pudo hacer acciones llamativas o paranormales (curaciones...) que no están recogidas en los evangelios, pero tenemos todas las razones para pensar que no hizo todas las que se le atribuyen. Tras analizar todos los relatos evangélicos de milagros, los investigadores llegan a las siguientes conclusiones: 88 1) En los Evangelios se percibe una clara tendencia a acentuar, engrandecer y multiplicar las acciones “milagrosas” de Jesús. Es normal. Así ha sucedido con todas las leyendas que se han ido formando alrededor de grandes personajes. Así sucedió también con Jesús. Se fue formando una “leyenda” en torno a su actividad taumatúrgica (de todos modos, los evangelios que llamamos “canónicos” son en general mucho más sobrios que algunos de los evangelios llamados “apócrifos”, y mucho más sobrios que la leyenda milagrera de algunos santos como San Francisco o San Antonio...). Unos cuantos ejemplos sobre esta tendencia a acentuar y aumentar: en Mc 1,34, Jesús cura a muchos enfermos, mientras que en el lugar paralelo de Mt 8,16 (posterior a Marcos e inspirado en él) cura a todos los enfermos; en Mc 10, 46-52, Jesús cura a un ciego, mientras que en el lugar paralelo de Mt 20, 29-34 cura a dos ciegos; en Mc 5, 1-20, Jesús cura a un poseso, mientras que en Mt 8,28-34 cura a dos; en Mc 1,30, la suegra de Pedro tiene fiebre (nada de importancia), mientras que en Lc 4,38 tiene una gran fiebre (algo grave y alarmante...); en Mt 15,37-38, Jesús da de comer a cuatro mil hombres y sobran siete cestos, mientras que en Mt 14,20-21 da de comer a cinco mil y sobran doce cestos... 2) Hay un gran paralelismo literario entre los relatos evangélicos y otros relatos de “milagros”, como lo ponen de manifiesto los textos recogidos en el punto anterior. La creencia en los “milagros” era común. El estilo narrativo de los “milagros” era también común. Prácticamente todos los relatos siguen el mismo esquema (presentación, exposición del problema, núcleo del relato, conclusión), contienen los mismos elementos y motivos (postración, gritos de socorro, dificultad del caso, oración, constatación de la curación, reacción, despedida, orden de silencio, difusión de la fama...). 3) Según una opinión casi unánime, algunos relatos son proyecciones de experiencias pascuales o de la fe pascual en Jesús Señor. Retrotraen a la vida de Jesús la fe pascual y la escenifican en forma de relato. A este grupo pertenecen: la transfiguración (Mc 9,2-8) la multiplicación de los panes (Mc 6,32-44; 8,1-10) las resurrecciones de muertos: la hija de Jairo (Mc 5,22-24.35-43), la joven de Naín (Lc 7,11-17), Lázaro (Jn 11,1-44) y los milagros efectuados en la naturaleza: tempestad calmada (Mc 4,35-41), Jesús caminando sobre las aguas (Mc 6,45-52), pesca milagrosa (Lc 5,4-11 y Jn 21,1-6), la higuera seca (Mc 11,2026). Estos milagros en la naturaleza son, en realidad, relatos de epifanía, al igual que la Transfiguración. 89 Así pues, todos estos milagros no habrían tenido lugar históricamente (salvo quizá la multiplicación de los panes: pudo tratarse de una comida festiva y simbólica del banquete del fin de los tiempos, narrada en forma de "milagro de multiplicación"). Serían proyecciones e ilustraciones narrativas de la fe pascual. 9. La “verdad” de los “milagros” no históricos Ahora bien, el hecho de que no sean históricos no significa de ningún modo que sean “mentira”, que no merezcan ser leídos, que no los debamos “creer”. Son “verdaderos”: expresan la verdad más honda y más bella, y hemos de “creerlos” de corazón. Pero “creer” no significa creer que tal o cual suceso ha tenido lugar (¿de qué nos serviría eso?), sino acoger en el corazón y en la vida el mensaje consolador que nos comunican, la presencia salvadora que nos ofrecen: en eso consiste creer. Todos esos relatos rezuman un clima pascual; quieren representar la manifestación y el dinamismo del resucitado, la presencia de Jesús que sacia a los hambrientos, somete las fuerzas hostiles del mar y vence a la muerte. Eso es lo que hemos de “creer”. Están totalmente fuera de lugar algunos intentos que algunos teólogos “racionalistas” (Paulus, Reimarus y otros) llevaron a cabo para explicar esos “milagros” desde un punto de vista historicista. Así, explicaban la multiplicación de los panes diciendo que Jesús pidió a sus discípulos que pusieran en común lo que tenía cada uno, y así llegó para todos, y les pareció que se habían multiplicado los alimentos; o explicaban que Jesús no anduvo sobre las aguas, sino sobre unas tablas a ras del agua que los discípulos no veían; o que, cuando la tempestad rugía, Jesús gritó a sus discípulos atemorizados para que callaran, y el mar se calmó en aquel momento por casualidad... “Creer” estos relatos literalmente y explicarlos de manera racionalista viene a ser lo mismo, y ni una cosa ni otra nos sirve. Hemos de aprender a leer una lectura “evangélica” (no historicista ni racionalista) de los relatos de “milagros no históricos”. Por ejemplo: El relato de la transfiguración escenifica la manifestación de Jesús resucitado: él es el hombre que ha llegado a la vida cargando sobre sí la cruz de la solidaridad esperanzada, es “el Hijo amado”, compañero de Moisés y de Elías, y aun más grande que ellos. La multiplicación de los panes nos anuncia que Jesús es el profeta, más grande que Elías (cf. 2 R 4,42-44), que había de venir al final de los tiempos a saciar al pueblo hambriento; que Jesús es el que prepara el banquete copioso de los últimos tiempos, con manjares suculentos y con vinos de solera (Is 25,6-9); que Jesús es el que da de comer a la humanidad hambrienta de hoy, al igual que Dios dio de comer al pueblo de Israel en el desierto (y no hay otro modo de multiplicar el pan sino compartir el que tenemos); que Jesús es el que conduce a la muchedumbre pobre y sufriente a 90 través del desierto hacia la tierra prometida, al banquete del nuevo pan. El relato de Jesús caminando sobre el agua (mientras los discípulos se esfuerzan en pescar sin éxito) nos invita a no temer y a sentir en nuestra impotencia la presencia confortadora de Jesús resucitado. La escena de la tempestad calmada nos testifica que, en Jesús resucitado, Dios es más fuerte que todas las fuerzas del mal. Los relatos de resurrecciones de muertos quieren anunciarnos que la muerte no es el final, que la vida vencerá también en los muertos, que Dios, al igual que Jesús, enjugará tantas lágrimas provocadas por la muerte. La narración de las bodas de Caná Juan quiere decirnos que Jesús es el vino mejor de las bodas que Dios quiere celebrar con la humanidad y con toda la creación. Todos esos relatos “no históricos” no son, pues, mentira, sino buena noticia en forma narrativosimbólica. La pregunta más importante que debemos formularnos en relación con un relato evangélico cualquiera de milagro no es si el hecho ocurrió o no "históricamente", sino qué mensaje, qué buena noticia, nos está transmitiendo. Y lo más no es “si ocurrió”, sino si sigue ocurriendo hoy, si hacemos que ocurra. 10. Pero Jesús hizo curaciones extraordinarias Los dos puntos anteriores han querido dejar claro que Jesús no es el Mesías/Liberador/Salvador porque haya realizado acciones extraordinarias y que no hizo todos los “prodigios” que se le atribuyen en los evangelios. No obstante, es preciso afirmar con la misma rotundidad: Jesús realizó acciones curaciones extraordinarias y llamativas. No hay ningún exegeta histórico-crítico que hoy lo niegue. Bultmann, el encomiable pionero de la moderna lectura crítica de los evangelios lectura desmitologizada, pero teológica (no historicista) afirma: "Sin duda ninguna, [Jesús] curó enfermos y expulsó demonios". ¿Curó a muchos? ¿Curó a pocos? No importa. Ciertamente hizo curaciones. Pero no debieron de ser sólo unos contados, pues a las curacione debió en buena parte su éxito popular. Justamente, la actividad curativa junto a otros rasgos que se señalaron en su momento diferencia a Jesús de Juan el Bautista. He aquí algunos argumentos irrebatibles por los que podemos afirmar con certeza que Jesús realizó curaciones "extraordinarias": Flavio Josefo presenta a Jesús como "autor de hechos asombrosos". A la vista de los “exorcismos” (curaciones en forma de expulsión diabólica) que Jesús practicaba, algunos adversarios sospecharon que Jesús estaba aliado con el diablo, más concretamente con el 91 “jefe de los demonios” (Belcebú): “Con el poder del príncipe de los demonios expulsa a los demonios” (Mc 3,22). Sus adversarios no discuten el que Jesús haya realizado tales curaciones/exorcismos, sino el origen de su poder; esa acusación no pudo ser inventada por los cristianos. Además, parece que los mismos cristianos tendieron a silenciar los exorcismos de Jesús, pues resultaban difíciles de comprender y se prestaban a malentendidos: Mateo (que sigue de cerca de Marcos) ha eliminado en su relato la curación del “endemoniado” de la sinagoga de Cafarnaún (Mc 1,23-27). El Evangelio de Juan no menciona ningún exorcismo. Se dio una polémica acerca de las curaciones de Jesús en sábado (Mc 3,1-6; Lc 13,10-17). No negaban que Jesús hiciera tales curaciones, sino que las hiciera en sábado. A raíz de algunas acciones extraordinarias de Jesús, “unos decían que era Juan el Bautista resucitado de entre los muertos, y que por eso actuaban en él poderes milagrosos; otros, por el contrari, sostenía que era Elías; y otros que era un profeta como los antiguos profetas” (Mc 6,14-16). Esta opinión no pudo surgir después de la Pascua entre los cristianos. Parece que “no pudo hacer milagros” en Nazaret, su pueblo, a causa de su incredulidad (Mc 6,5). Tampoco esta tradición pudo originarse entre los cristianos. Se mencionan “milagros” de los que no tenemos noticia en los evangelios: Jesús se puso a increpar a las ciudades en las que había hecho la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados en vosotros, hace tiempo que, vestidas de saco y sentadas sobre ceniza, se habrían convertido” (Mt 11,20-21). En los evangelios no se nos narra ningún milagro (ni gesto alguno) realizado por Jesús en esas localidades. La fama de exorcista de Jesús debió ser tal, que movió a algunos a utilizar el nombre de Jesús como medio para exorcizar: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se o hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo”. Jesús replicó: “No se lo prohibáis...” (Mc 9,38-39). En conclusión, Jesús realizó curaciones extraordinarias, sobre todo en forma de exorcismos. Luego la tradición fue magnificando y multiplicando esas curaciones, y presentándolas como pruebas de la identidad mesiánica de Jesús. Pero no cabe duda de que las hizo. 11. Exorcismos y curaciones Jesús hizo “curaciones” y “exorcismos”. Cuando se trata de una enfermedad física, se habla de “curación”, y cuando se trata de “expulsión del demonio” se habla de “exorcismo”. Pero en aquel tiempo en la antigüedad en general no era fácil distinguir entre ambos, pues apenas se distinguían enfermedades físicas y las que hoy denominamos “psíquicas” o “psicosomáticas” 92 (tampoco hoy resulta fácil distinguir con claridad si determinadas enfermedades son físicas o psicosomáticas). Como en todas las culturas antiguas, en tiempo de Jesús abundaban los exorcistas y curanderos. Apenas si se podía diferenciar entre médicos, curanderos y exorcistas (hoy diríamos “medicina convencional” y “medicinas alternativas”). La creencia en las fuerzas demoníacas era muy viva, y estaba muy extendida la idea de que podían entrar e instalarse en las personas y provocar enfermedades (tales creencias son muy comunes aún hoy en muchas culturas). También enfermedades físicas se atribuían normalmente a fuerzas espirituales hostiles, pero eran sobre todo las enfermedades “psíquicas” las que se achacaban al “diablo”. Era lógico, pues, que Jesús entendiese como exorcismos las curaciones de esas enfermedades. Algunos casos evangélicos presentan un cuadro claro de epilepsia. La creencia en los demonios y los ritos de exorcismos se encuentran en el Medio Oriente (Sumeria, Acadia, Babilonia, Asiria) y en Egipto miles de años antes de Cristo. Llama la atención que en la Biblia hebrea no se encuentran prácticamente tales creencias y ritos; por el contrario, abundan en la literatura judía del s. I antes y después de Cristo. La sociedad vivía de miedo al “demonio”. ¿Qué es el demonio? Es el nombre que damos a la fuerza del mal o a la fuente del mal que no controlamos (no hemos de pensar que sean “espíritus” con existencia independiente de Dios y del mundo...). Lo importante es que Jesús desdemoniza al ser humano y al mundo, libera a la persona de tabúes y temores, viene a decir que el ser humano no está sujeto a ningún poder que sea superior al poder de la ternura de Dios. Jesús estaba convencido de que Dios es más fuerte que el fuerte que esclaviza y daña. Jesús estaba convencido de que las “fuerzas demoníacas” habían caído ya (“He visto a Satanás cayendo del cielo...”: Lc 10,18) o estaba ya atado (“¿Cómo uede entrar uno en casa de un hombre fuerte y saquear su ajuar, sino lo ata primero”: Mt 12,29). Jesús desdemoniza el mundo, y sobre todo a los seres humanos. Los libera de las fuerzas que le oprimen, le deshumanizan. Fue "médico de cuerpos y almas" (S. Agustín), y así encarnó a Dios. Justamente, en la cultura helenística del tiempo de Jesús, se consideraba “hombres divinos” a algunos personajes dotados del poder de pronunciar oráculos y de curar; el más famoso entre los “hombres divinos” era Apolonio de Tiana, el taumaturgo que actuaba en el templo de Esculapio en Epidauro. De nadie como de Jesús decimos los cristianos que es “hombre divino”. Y lo decimos ante todo porque acoge, consuela, libera y cura. ¿Cómo curaba Jesús? No curaba por artes “mágicas” (¿en qué consisten éstas?). No curaba por intervención “sobrenatural” de Dios. Curaba porque confiaba en Dios, en sí mismo, en las personas enfermas. Creía en un Dios que es pura bondad sanadora y que habita el corazón del mundo y del ser humano. Confiaba, y la confianza despertaba la “fuerza sanadora” de la naturaleza, de la materia, del espíritu. La confianza hace emerger a Dios en el corazón de la realidad. En los evangelios se dice a menudo que Jesús curaba tomando de la mano como a la suegra de Pedro (Mc 1,31), tocando como al leproso (Mc 1,41), imponiendo las manos (Mc 6,5). Tomar de la mano y 93 acompañar es la mejor terapia. Para orar. DIOS MÍO, TE BUSCARÉ UN ALOJAMIENTO ¡Qué grande es, Dios mío, la angustia interior de tus criaturas terrenas...! Te doy gracias por haber hecho venir a mí a tanta gente tu toda su angustia. Me están hablando con calma, sin tomar precauciones, y de pronto se revela su angustia en toda su desnudez. Y tengo delante de mí a un pobre y pequeño ser humano, desesperado y preguntándose cómo va a seguir viviendo. Ahí es donde empiezan mis dificultades. No basta con predicarte, Dios mío, para exhumarte, para sacarte a la luz en los corazones de los otros. Es preciso despejar en el otro el camino que lleva a ti, Dios mío. Te agradezco que me hayas dado el don de leer en el corazón de los demás. A veces, las personas son para mí como casas con las puertas abiertas. Entro, vago a través de los pasillos, de las habitaciones. La disposición es un poco diferente en cada casa. Sin embargo, todas son semejantes , y debería ser posible hacer de cada una de ellas un santuario para ti. Y te lo prometo, Dios mío, te buscaré un alojamiento y un techo en el mayor número de casas posible. Es una imagen divertida: me pongo en camino para buscarte un techo. Hay tantas casas deshabitadas., y te introduzco en ellas como al Huésped más importante que puedan recibir. (Etty Hillesum, Diario durante la persecución nazi) 15. CURACIONES, SIGNOS DEL REINO (4) 12. La curación por la fe ¿Qué es lo que curaba a los enfermos? Era ante todo su propia fe, la fe que en ellos 94 suscitaba Jesús. Un dato llamativo de los evangelios nos lleva a pensar así: el término "fe" (pistis) o "creer" (pisteuein) aparecen en los evangelios sobre todo en el marco de los relatos de curaciones. Cosa llamativa. Y más llamativo aún el lazo que establece Jesús entre la fe y la curación: la curación es consecuencia de la fe, y no a la inversa. Encontramos, sí, unos casos muy contados que parecen contradecir lo que acabo de afirmar: en Jn 2,11 se dice que los discípulos creyeron en él por el signo de las bodas de Caná (Juan nunca habla de “milagros” o “portentos”, sino de “signos”); en Jn 6,14 se afirma que la gente reconoce a Jesús como profeta a raíz del signo de la multiplicación de los panes; pero ésa sería, en opinión de los expertos, una interpretación hecha por la comunidad pospascual y por los evangelistas. Jesús no curaba para demostrar quién era, para probar su “divinidad”, para mover a la gente a creer en él o en Dios. En eso consistía precisamente la tentación que le pone el “diablo”: “Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”, o “tírate del pináculo abajo, para que Dios te mande un ángel y se entere la gente de quién eres ”, le dice el “diablo” (Mt 4,3.6). En la misma línea hablan, burlándose, los espectadores de la cruz: “¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos!” (Mc 15,32). Jesús no curaba para suscitar la fe, sino que curaba suscitando la fe, la confianza profunda: "tu fe te ha curado" repite Jesús una y otra vez (a la hemorroísa en Mc 5,34; al ciego de Jericó en Mc 10,52; a un leproso en Lc 17,19); o también: “que suceda según tu fe” (al centurión que tenía un criado enfermo en Mt 8,13; a dos ciegos en Mt 9,29; a la mujer cananea en Mt 15,28). La fe puede curar. La fe lo puede todo o “todo es posible para el que cree” (Mc 9,23). La fe puede mover montañas (Mc 11,22-24)... Como contraprueba, se nos dice expresamente que en su pueblo de Nazaret Jesús no pudo hacer ningún milagro (Mc 6,5), porque no creían (Mt 13,58). He ahí el mayor don que hizo Jesús a los enfermos: devolver la fe en sí mismos y dotarles así de capacidad para curarse. "Contra todo paternalismo milagrero, esto es lo más característico de los milagros de Jesús y la suprema discreción de Dios: curar haciendo que los seres humanos se curen a sí mismos” (J. Sobrino). El hombre se da a sí mismo a Dios por su fe. Así obra Dios, con suma discreción, desde dentro y desde “abajo”. Dios obra a través de las fuerzas de la creación. La fe es la profunda convicción vital de que Dios es esa misteriosa fuerza de bien que opera en el seno de toda la realidad, material y espiritual. Todas las fuerzas de la creación (las "espirituales" y las "materiales", también la medicina y los medicamentos y todas las técnicas terapéuticas) son obra de Dios, acción curativa de Dios. Cuando una pastilla me hace sentirme mejor, está “actuando” Dios. Podemos, pues, pensar que, cuando se da una curación, sucede a través de las fuerzas físico-espirituales humanas y cósmicas o, si se quiere, “a través de la energía” capaces de transformar la realidad. El creyente entiende los hechos extraordinarios, al igual que los hechos más ordinarios y cotidianos siempre que sean hechos de curación y de liberación como manifestación de la presencia de Dios en su creación, como signo visible de la providencia global de 95 Dios, de la voluntad salvífica de Dios para toda la historia, como auténtico "milagro" sí, pero no según el esquema décimonónico de un Dios que interviene en el mundo como "causa segunda", rompiendo las "leyes naturales".). La realidad es pura apertura, y está habitada por una fuerza transformadora, liberadora, sanadora, por la “presencia curativa de Dios”, y estamos llamados a activar esa fuerza, esa presencia de Dios, como lo hizo Jesús. ¿Cómo? Acogiendo, acompañando, alentando, tomando de la mano. 13. Signos del reinado de Dios ¿Cómo entendió Jesús sus acciones curativas? 1 No como gestos de poder, sino como gestos de liberación (espiritual y política). Jesús no hizo las curaciones para exhibir sus poderes; de hecho, en los evangelios, los gestos curativos de Jesús no se designan como "prodigios" (en griego thaumata, de ahí “taumaturgo”), sino como “acciones dinámicas” (dynameis), como “señales” (semeia) o simplemente como "obras" (erga). Jesús no hizo las curaciones para impresionar, ni para ganar dinero (consta que Apolonio de Tiana sí cobraba). Curaba para liberar (del hambre, del dolor, de la negación de la dignidad, de la culpabilidad, de todas las fuerzas que esclavizan a la persona por dentro y por fuera). Y, por supuesto, Jesús hubiese sido igual de creíble aunque no hubiese realizado ninguna acción extraordinaria de liberación. Lo que manifiesta a Dios no es la forma extraordinaria, sino el hecho de la liberación. 2. Como signos del Reino. Las curaciones eran para Jesús el signo más claro de que Dios estaba inaugurando su reinado del tiempo “final” o pleno. Las curaciones eran la buena noticia del Reino ya en acción. Cuando Juan Bautista, encarcelado, al tener noticias acerca de Jesús y lleno de dudas, manda unos emisarios para que le pregunten si es él el profeta de los últimos tiempos, Jesús les da este encargo: “Id a decir a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11,5). Más que ninguna otra cosa, fueron sus exorcismos los que le convencieron de que Dijo ya estaba reinando: "Si expulso demonios, es que ha llegado el reino de Dios" (Mt 12,28). En un libro de la apocalíptica judía un poco anterior a Jesús se decía: "Y entonces aparecerá el reino de Dios sobre toda la creación, y Satanás ya no existiría, y con él desaparecerá la tristeza". Eso es precisamente lo que está sucediendo, pensaba Jesús. "Yo veía a Satanás caer del cielo como un 96 rayo" (Lc 10,18). Esta fue una de las convicciones fundamentales de Jesús: el poder del mal estaba siendo vencido ya. Dios está de nuestro lado, nada puede parar su victoria cercana. Jesús compartió también la idea apocalíptica de la personificación del mal en Satanás, pero lo que le distingue es su certeza de que “Satanás” está vencido; sus fuerzas (los "demonios") huyen ante Jesús. "Cuando el Dios viviente viene a su creación, las fuerzas del suplicio se ven obligadas a ceder y las atormentadas criaturas pueden sanarse" (J. Moltmann). 3. Como signos de la compasión de Dios. Los milagros son, en último término, expresión de la compasión de Jesús y, de este modo, signo de la compasión de Dios. "Compasión": una palabra crucial en los Evangelios. Tanto el término hebreo como el griego traducidos por "compasión" vienen de una raíz que significa "entrañas". La “compasión” son las entrañas sensibles, maternales, de Dios. Entrañas que se traslucen en la vida de Jesús. Y es significativo que, en los cuatro Evangelios, Jesús no realiza ningún “milagro” para castigar a nadie (sí lo hace en un evangelio apócrifo; también se le atribuyen tales acciones punitivas a Apolonio de Tiana; y a Pedro y Pablo en los Hechos de los Apóstoles: Hch 5,1-10 y 13,4-12). He aquí una serie de textos en que hallamos el término compasión: Jesús vio mucha gente y, compadecido de ellos, curó a sus enfermos (Mt 14,14); sintió compasión de un leproso (Mc 1,41), de dos ciegos (Mt 20,34), de quienes no tenían qué comer (Mc 8,2; Mt 15,32), de quienes estaban como ovejas sin pastor (Mc 6,34; Mt 9,36), de la viuda de Naím cuyo hijo acababa de morir (Lc 7,13). En cuatro narraciones de milagros, Jesús cura en respuesta a la petición "ten misericordia de mí" (dos ciegos en Mt 20,29-3la mujer cananea en Mt 15,22; el padre de un “endemoniado” en 17,15; el leproso en Lc 17,13). Por eso escribe A. Nolan con razón: "Tal vez sea posible entender a Napoleón sin entender la historia del sufrimiento de su tiempo, pero ciertamente no es posible entender a Jesús si no es sobre ese trasfondo". 14. Curad a los enfermos Mateo escribe: Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando todas las enfermedades" (Mt 9,35). Es evidente que es una afirmación sumaria exagerada. Jesús no curó a todos. Pero sus curaciones suscitan la esperanza de la curación plena, la esperanza del cumplimiento del Reino en el que no habrá lágrimas, dolor ni muerte. ¿Y los que no fueron curados? ¿Y todos los llantos que han seguido después? Si Dios es bueno y rey omnipotente, si le conmueven nuestros dolores y tiene poder para curarlos, ¿por qué 97 existe todavía tanta tristeza, tanto dolor? No tenemos respuesta. Jesús mismo vivió y murió con ese interrogante hiriéndole el alma: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). No hemos de afirmar demasiado alegremente que “el Reino ya ha llegado” y que “las esperanzas se han cumplido”. El incumplimiento de las esperanzas es evidente y nos desgarra la fe. Pero no la impide, como no impidió la fe de Jesús. ¿Qué hizo Jesús? En medio de sus interrogantes, siguió confiando y combatió el mal, los dolores, la injusticia. Y así se convirtió en sacramento de Dios, en anticipo de la curación plena y definitiva. Y a eso nos llamó: “Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, expulsad a los demonios; gratis habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10,8). Dios quiere curarlo todo, curar a todos, pero no puede si no es a través de nosotros y del mundo en su conjunto. Debemos ayudar a Dios a vencer y desterrar toda tristeza de la creación. Los relatos de milagros son una protesta contra la enfermedad, un recuerdo de la esperanza ("clamores del Reino" cumplido: González Faus), una invitación a la acción. ¿De qué serviría "creer” en las curaciones de Jesús, si no las prolongáramos hoy? El objeto de los relatos de curaciones es que actualicemos hoy las curaciones y seamos terapeutas. Para eso es la Iglesia, y para eso debieran ser todas sus instituciones: para curar. Una Iglesia que no cura no es signo del Reino y no es testigo de Jesús, no es Iglesia. Otra cuestión es que la visualización y la sacramentalización del Reino en la Iglesia de hoy no ha de tener necesariamente, ni tiene principalmente, la forma de lo maravilloso o "milagroso". Todo gesto que libera y humaniza, por pequeño que sea, aunque llegue solamente a una sola persona necesitada, es un milagro. Como decía el rebino, "es mayor milagro dar a un hombre el pan de cada día que separar las aguas del Mar Rojo". A pesar de todo, seguimos esperando de manera activa. Y el Dios solidario de los sufrientes es apoyo y esperanza para el que sufre y para el que combate el sufrimiento. "Lejos de los discursos de justificación (permisión, castigo, armonía del conjunto), que no hacen más que añadir una nueva miseria, se nos dice aquí, 'con toda simplicidad' y sin reservas, que el mal es aquello contra lo que no hay más respuesta que la oposición. Y que este combate es el de Dios" (A. Gesché). Dios está de nuestro lado en todos nuestros dolores y en todas nuestras luchas contra el mal. 15. ¿Tiene sentido pedir a Dios “cosas imposibles”? En una enfermedad terminal, el creyente pide la curación con toda naturalidad. ¿Por qué no? Igual que pedimos el pan de cada día que debemos ganar con nuestro trabajo. Todo viene de Dios y todo viene del mundo (o de nuestra acción en el mundo). Nada viene directamente de Dios. No 98 pedimos a Dios para que suceda algo que de otro modo no sucedería, o para impedir algo que de otro modo sucedería. Eso sería pura magia. No pedimos para que Dios “intervenga” de manera “sobrenatural”. El caso extremo: ¿Tiene sentido hacer rogativas para que llueva? Sí puede tener sentido pedir porque no llueve (es humano y creyente mostrar la necesidad a Dios en todo momento), pero no tendría sentido pedir "para que llueva" (como si lloviera porque nosotros pidamos: eso sería un rito mágico). ¿Para qué pedir entonces? Pedir tiene sentido sólo como una manera de expresar nuestra nuestra finitud necesitada y nuestra fe en que todo nos viene de Dios, fuente de todo don y de todo bien; y también nuestra radical confianza vital, la confianza en que, pase lo que pase, Dios estará con nosotros y nosotros estaremos en sus manos. A pesar de ello, hay quienes niegan que la oración de petición tenga sentido (A. Torres Queiruga). No sé si debemos ir tan lejos. Pero, para que tenga sentido, hemos de tener claro que no “pedimos” para que Dios cambie (pues Dios está queriéndonos dar en todo momento lo mejor). Para tener sentido, la oración de petición ha de ser una manera de cambiar nosotros, nuestra actitud vital profunda y nuestras actitudes concretas. De modo que, si optamos por seguir pidiendo a Dios, deberíamos tener en cuenta estas condiciones: 1) Habremos de pedir sólo aquello que nos parece posible y deseable que suceda (no puedo pedir que a alguien le crezca de golpe el brazo que le falta, o que vuelva a la vida física un cadáver, o que me convierta en multimillonario...). 2) Habremos de pedir sabiendo que todo nos viene de Dios, pero a través del mundo y de nosotros mismos. 3) Habremos de pedir sabiendo que ignoramos todas las posibilidades de la realidad en su forma material o espiritual. Por supuesto que pueden suceder cosas que nos parecen "inexplicables", pero todo sucederá según la energía presente en la materia (en su forma más material o más espiritual). 4) Habremos de pedir de modo que contribuyamos a que se realice lo que pedimos (es como "ayudarle a Dios" a que suceda lo que le pedimos...). Está bien “pedir lo imposible” en la medida en que nos proponemos hacer real lo imposible. 5) Habremos de pedir en la confianza de que, pase lo que pase, Dios está con nosotros padeciendo, ayudándonos y necesitando ser ayudado. K. Rahner escribió: “La herejía más peligrosa por el momento es creer en Dios sólo cuando nos ayuda o, mejor, sólo porque debe ayudarnos”. Dios no nos puede ayudar si no le ayudamos nosotros. Lo expresó bellísimamente Etty Hillesum en algunas oraciones de su diario, en vísperas de ser embarcado en un vagón hacia Auschvitz. 99 Para orar. NOS CORRESPONDE A NOSOTROS AYUDARTE Sí, Dios mío, pareces bastante poco capaz de modificar una situación que, a fin de cuentas, es indisociable de esta vida. Pero no te pido cuentas de ello. Me parece cada vez más claro, a cada latido de mi corazón, que tú no puedes ayudarnos, sino que nos corresponde a nosotros ayudarte y defender hasta el final la morada protectora que tienes en nosotros. Hay personas –¿quién lo diría?– que en el último momento tratan de poner a salvo sus máquinas aspiradoras y sus cubiertos de plata, en lugar de protegerte a ti, Dios mío. Y hay quienes intentan proteger su propio cuerpo, que, sin embargo, no es más que el receptáculo de mil angustias y de mil odios. Dicen: "¡Yo no he caer en sus garras!", olvidando que mientras estemos en tus brazos no estaremos en las garras de nadie. Esta conversación contigo, Dios mío, empieza a devolverme un poco de calma. Por eso habremos de tener otras muchas, y de ese modo impediré que me rehuyas. Sin duda, conocerás también momentos de escasez en mí, Dios mío, momentos en los que mi confianza ya no te alimentará con tanta abundancia. Pero, créeme, seguiré trabajando para ti, te seguiré siendo fiel y no te echaré de mi recinto. (Etty Hillesum, Diario durante la persecución nazi) 16. LA LÓGICA DEL REINO: LAS PARÁBOLAS (1) El “Reino de Dios”, que se hace palpable en las curaciones, se realiza y tiene lugar también en las parábolas de Jesús. Curaciones y parábolas: ambas traducen el Reino de Dios, cada una a su manera. Las curaciones (“milagros” por antonomasia) son la realización del reinado de Dios para el cuerpo y el alma; las parábolas son la expresión verbal del reinado de Dios para el oído y la mente, para toda la vida. Las curaciones son el reinado de Dios en obra; la parábolas son el reinado de Dios en palabras, en relatos. Las curaciones son acciones elocuentes sobre el reinado de Dios; las parábolas son narraciones eficientes sobre el reinado de Dios. Claro que la palabra y el relato, si son verdaderos, hacen suceder lo que dicen y lo que cuentan... Así ocurre con las parábolas de Jesús. 100 La buena noticia se hace acontecimiento en las curaciones; los acontecimientos de cada día se convierten en buena noticia en las parábolas. De curación en curación y de parábola en parábola, Dios sigue transformando nuestra historia dolorosa, y su presencia en nuestro se va haciendo real, y Dios y las criaturas alcanzan el reposo, la paz, el consuelo. 1. Las parábolas son historias más que simples imágenes o metáforas Los trabajadores de la viña, El hijo pródigo, El buen samaritano, Lázaro y el rico y tantas otras parábolas merecen ser colocados en la cima de la religiosidad y de la literatura universal. Jesús estaba dotado de un extraordinario genio para crear y contar historias, y las parábolas son la mejor prueba de ello. "Jesús es parábola y narra parábolas" (E. Schillebeeckx), y lo hace de manera magistral. ¿Pero a qué llamamos “parábola”? El término no tiene un significado del todo preciso. La Biblia griega utiliza la palabra parabollé para traducir el término hebreo mashal, vocablo hebreo que significa “máxima aguda”, “enigma”, “reflexión por medio de una comparación”... y cosas por el estilo: diferentes recursos de los que se sirve un sabio para transmitir sus enseñanzas. Pero, en su sentido técnico estricto, “parábola” es otra cosa: un cuento, un relato tomado de la vida ordinaria, una comparación convertida en historia narrada. La parábola cuenta siempre una historia. No se trata, pues, de una simple metáfora, comparación o imagen, como por ejemplo: “El árbol bueno da buenos frutos” (Mt 7,17), “El vino nuevo se guarda en odres nuevos” (Mt 9,17), “Sed prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas" (Mt 10,16), "Donde está el cadáver, allí se juntan los buitres" (Mt 24,28), “Fijaos en lo que sucede con la higuera: cuando sus ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, conocéis que se acerca el verano” (Mt 24,32), "Cuando veis levantarse una nube sobre el poniente, decís enseguida: ‘Va a llover’, y así es” (Lc 12,54). Son imágenes llenas de belleza y expresividad, pero no son propiamente parábolas. La parábola es un cuento que narra una historia tomada de la vida cotidiana y conocida, para explicar otra historia desconocida: la llegada del Reino y sus consecuencias. No obstante, los límites entre la parábola y otras imágenes no son del todo precisos: así, las imágenes del vino nuevo y los odres, del vestido nuevo y el remiendo, de los chavales que juegan en la calle y no se ponen de acuerdo (Mt 11,16-17)... algunos las consideran como parábolas, otros como simples comparaciones. De ahí que algunos cuenten sesenta y tantas parábolas de Jesús en los evangelios, mientras que otros cuentan solamente treinta. 101 2. Jesús, maestro incomparable en el género ¿Dónde aprendió Jesús a inventar y a narrar parábolas? Era un recurso muy común en la época. En el AT, sin embargo, encontramos muy pocas narraciones que se puedan considerar parábolas en sentido estricto: la fábula de Yotán (Jc 9,7-21), la parábola de Natán (2 Sm 12,1-4), la parábola del cardo y del cedro (2 R 14,9), la parábola de la viña ingrata (Is 5,1-7), y algunas alegorías de Ezequiel (17,3-10; 19,2-9.10-14...). Pero esta forma de instrucción religiosa floreció y era muy frecuente en tiempo de Jesús. Los escritos rabínicos posteriores contienen igualmente numerosas parábolas. El pueblo judío ha producido grandes cuenta-cuentos. Jesús no inventó, pues, el género de las parábolas. Pero, por lo que se conoce, se puede afirmar que Jesús fue el primero en generalizar el género de las parábolas, el primero que utilizó la parábola como forma corriente de enseñanza para la gente sencilla, y lo hizo con el objeto de hacerles comprensible y efectivo su mensaje acerca del reino de Dios: Con muchas parábolas como éstas Jesús les anunciaba el mensaje, acomodándose a su capacidad de entender. No les decía nada sin parábolas (Mc 4,33-34). [Algunos exegetas, sin embargo, han pensado que las parábolas no eran el género utilizado para anunciar el mensaje a la gente sencilla, sino para discutir con los adversarios; en las parábolas se trataría según ellos de “discusiones de sobremesa”, lo cual explicaría la extraña afirmación de Mc 4,10-12: “A vosotros se os ha comunicado el misterio del reino de Dios, pero a los de fuera todo les resulta enigmático”, así como de Mc 4,34: A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado. Esta tesis no se sostiene hoy en día]. Según los investigadores, casi todas las parábolas que se encuentran en los evangelios tal vez incluso todas provienen del mismo Jesús. Un argumento fuerte para sostenerlo es que, mientras que las parábolas abundan en los evangelios y en todas las fuentes acerca de Jesús, no se encuentran apenas en el resto del NT (y en ningún caso poseen la maestría y belleza de las parábolas evangélicas). Así pues, las parábolas de Jesús son excepcionales por su número y por su calidad. Como he indicado, el género era conocido en la época, pero no cabe duda de que alcanza en Jesús, dentro del judaísmo conocido, el máximo nivel literario. 3. Un estilo característico de Jesús Era el estilo característico de Jesús para dirigirse al pueblo sencillo, en particular a la gente del campo: campesinos, pastores, pescadores, artesanos pobres... Las parábolas constituyen la mejor prueba del estilo popular de Jesús, de su encarnación en la vida, de su genio literario y poético. La mejor muestra del lenguaje de Jesús, pero no solamente de su lenguaje, sino también de su manera de ser: cercano a la gente humilde, atento a sus oyentes, solidario de los pequeños, 102 admirador de la naturaleza, buen conocedor de la vida campesina, observador agudo de la vida cotidiana, poseedor de una aguda inteligencia, de un corazón sensible, de una rica imaginación, de fino humor. Su palabra debía de poseer una fuerza, un encanto y un atractivo casi irresistible para el pueblo humilde de Galilea (y de Judea). Jesús les hablaba de los sucesos normales de la vida cotidiana, y le entendían todos: las faenas y el esfuerzo de cada día, los conflictos y los problemas de cada día, las relaciones familiares y sociales de cada día. El sembrador que siembra a voleo (Mc 4,3-9), el pescador que echa la red y separa los peces (Mt 13,47-50), el pastor que ha perdido una oveja (Lc 15,4-7), la mujer que amasa el pan (Mt 13,33), el ciudadano que da un banquete (Lc 14,15-24), el creyente que sube al templo (Lc 18,9-14), el hijo que se va de casa (Lc 15,11-31), el extranjero herido en el camino (Lc 10,29-37), el propietario que paga al final de la jornada a los jornaleros contratados (Mt 20,1-16), el odio al terrateniente (Mc 12,1-12)... Jesús les narraba la vida corriente, la de todos los días, pero lo hacía de modo que podían caer en la cuenta de que Dios estaba a su lado y de su lado, podían percatarse de que el reinado de Dios estaba llegando a ellos y los tiempos difíciles estaban llegando a su fin. 4. Algunas parábolas rabínicas 1. Una parábola de Yojannán ben Zakkay (hacia el año 70 d.C.), recogida en el Talmud. Rabí Elieser dijo: “Arrepiéntete un día antes de la muerte”. Los discípulos preguntaron a R. Elieser: “¿Sabe el hombre qué día morirá?” Contestó: “Por eso debe arrepentirse hoy; quizá muera mañana; así pasará todos sus días en penitencia. Igualmente dijo Salomón en su sabiduría: ‘Lleva siempre vestidos blancos y no falte el perfume en tu cabeza’ [Ecl 9,8]. R. Yojannán ben Zakkay contó una parábola: “Un rey invitó a sus siervos al banquete sin fijarles la fecha. Los prudentes, después de ataviarse, se sentaron ante la puerta del rey, preguntando: ‘¿Falta algo en la casa del rey?’ Los necios, en cambio, se fueron a trabajar, diciendo: ‘¿Puede haber un banquete sin preparativos?’ De pronto, el rey llamó a los siervos; los prudentes entraron ataviados como estaban; los necios, en cambio, entraron desaseados. Entonces el rey felicitó a los prudentes y se enojó con los necios diciendo: ‘Los que se ataviaron para el banquete siéntense, coman y beban; los que no se ataviaron quédense de pie, mirando’”. 2. Una explicación o midrash de Dt 4,30. "Y te volverán al Eterno, tu Dios" [Dt 4,30]. Rabí Samuel Pargerita dijo en nombre de Rabí Meir [hacia el año 150 d.C.]: "¿Con qué se puede comparar esto? Con el hijo degenerado de un rey; éste envió a su educador para decirle: ‘Recapacita, hijo mío’. Pero el hijo mandó decir a su padre: ‘¿Con qué cara voy a volver? Me da vergüenza’. Entonces el padre mandó decirle: ‘Hijo mío, ¿un hijo se avergüenza de volver a casa de 103 su padre? Si vuelves, ¿no vuelves donde tu padre?’. También envió Dios a Jeremías a los israelitas cuando éstos habían pecado. Le dijo: ‘Ve y di a mis hijos: recapacitad’. ¿Cómo puede demostrarse esto? Por Jer 3,12: ‘Ve y proclama este mensaje hacia el norte, etc.’ Los israelitas contestaron a Jeremías: ‘¿Con qué cara vamos a volver a Dios?’ ¿Cómo puede demostrarse esto? Dice el v. 25: ‘Nos acostamos sobre nuestra vergüenza y nos cubre el sonrojo, etc.’ Entonces Dios les mandó este mensaje: ‘Hijos míos, si volvéis ¿no volvéis a vuestro padre?’. ¿Cómo se puede demostrar esto? Por Jer 31,9: ‘Seré un padre para Israel’”. 3. Rabí Bun bar Hiyya, un notable doctor de la ley, murió joven, hacia el año 325 d.C. Sus antiguos maestros, y más tarde colegas, se reunieron para rendirle los últimos honores, y uno de ellos, Rabí Ze'era, pronunció la oración fúnebre, que comenzó con una parábola. Ocurre así principió como con un rey que había contratado un gran número de trabajadores. Dos horas después de comenzar el trabajo, vino a ver a los obreros. Entonces vio que uno de ellos se había distinguido de todos los demás por su actividad y habilidad. Lo tomó por la mano y paseó con él hasta el atardecer. Cuando vinieron los trabajadores para recibir su jornal, recibió aquél la misma suma que todos los demás. Entonces murmuraron y dijeron: “Hemos trabajado todo el día y éste sólo dos horas, y a a pesar de ello, le has pagado el jornal entero”. Sin embargo, el rey respondió: “Con esto no os hago ninguna injusticia: este trabajador ha realizado en dos horas más que vosotros en todo el día”. Igualmente así concluyó la oración fúnebre Rabí Bun bar Hiyya ha realizado en 28 años de su vida más que algunos doctores encanecidos en 100 años (Es la misma parábola que Jesús cuenta en Mt 20,1-16, pero con una diferencia muy significativa). Para orar Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga (la llevaron tus hombros) que en mis hombros pusiste; pero a veces encuentro que la jornada es larga, que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste, que el agua del camino es amarga..., es amarga, que se enfría este ardiente corazón que me diste; y una sombría y honda desolación me embarga, y siento el alma triste hasta la muerte triste... 104 El espíritu débil y la carne cobarde, lo mismo que el cansado labriego, por la tarde, de la dura fatiga quisiera reposar... Mas entonces me miras..., y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas, con la cruz que llevaste, me es dulce caminar. (Liturgia de las Horas) 17. LA LÓGICA DEL REINO: LAS PARÁBOLAS (2) 5. Narran el Reino y el Reino acontece No es fácil saber con precisión lo que Jesús quiso decir con cada una de las parábolas. Cada una poseía seguramente más de un sentido en labios del mismo Jesús, o se prestaba a más de una lectura. Las parábolas son relatos abiertos y su enseñanza es igualmente abierta, plural. Difícilmente se puede afirmar: “Quiere decir exactamente esto y nada más”. Las historias son siempre abiertas. Y no digamos las historias sobre Dios, sobre su presencia misteriosa y dinámica en nuestro mundo. Las parábolas no son discursos teológicos, no pretenden “describirnos” con exactitud a Dios o “el juicio final”, ni quieren ofrecernos un código moral preciso... Pero una cosa es segura: las parábolas hablan del reino de Dios. A través de las historias que narra, Jesús narra la historia del reino: cómo es, cómo llega, qué produce... Casi todas tienen al reino de Dios como tema explícito: "¿Con qué compararemos el reinado de Dios? ¿Qué parábola usaremos?" (Mc 4,30). Algunas parábolas narran simplemente un hecho de la vida: "Salió el sembrador a sembrar" (Mc 4,3). Otras refieren que el reino de Dios es semejante a algo: es como un grano de mostaza (Mc 4,31), o semejante a la levadura (Mt 13,33), o a un tesoro escondido en un campo (Mt 13,44), o a una red que se echa en el mar y que recoge toda clase de peces (Mt 13,47). Otras, por último, comparan el reino de Dios a personajes humanos: es semejante a un hombre que sembró buena semilla (Mt 13,24), o a un comerciante de perlas (Mt 13,45), o a diez vírgenes que salieron al encuentro del novio (Mt 25,1). En este último caso, no se compara el Reino con un “sembrador” o con “diez vírgenes” o con un “mercader”, sino con el conjunto de la historia narrada. La traducción correcta sería: "Con el reinado de Dios sucede como cuando un sembrador... ". En cualquier caso, las parábolas no sólo narran el reino de Dios. Hacen que acontezca lo que 105 narran. Es imposible quedarnos con el mensaje, dejando de lado el relato de la historia. El relato es eficaz. Si se cuenta bien, hace que lo contado suceda en el momento. Las parábolas son “acontecimientos de palabra”, pero hacen que lo narrado acontezca: Dios se hace presente, ejerce su reinado, llama e interpela, consuela y conforta. El reino de Dios llega al corazón. Debiéramos contar el evangelio de Jesús de tal modo que se realizara. Así es como Jesús contaba las parábolas. Las parábolas apelan a la actitud profunda de cada oyente. Comprometen, interpelan, transforman. No nos deja indiferentes, nos implican, nos transforman. Obligan a tomar postura: ¿seremos como la semilla sin raíz del pedregal o como la semilla en tierra buena? (Mc 4,1-9). ¿Seremos trigo bueno o cizaña? (Mt 13,24-30). ¿Seremos como el hijo pródigo que vuelve a casa o como el hijo mayor que no se aleja de casa, pero no conoce al padre? (Lc 15,11-32). ¿Seremos fariseo arrogante o publicano humilde? (Lc 18,9-13). ¿Seremos sacerdote y levita sin compasión o samaritano misericordioso? (Lc 10,25-37). ¿Seremos como las muchachas que, al salir al encuentro del novio, no cogieron aceite o como aquellas que sí lo cogieron? Es preciso optar. No podemos ser meros oyentes. Las parábolas tienen como objetivo hacernos protagonistas de la historia. No se trata de “entender lo que quieren decir”, sino de realizarlo. 6. Las transformaciones de las parábolas Por lo dicho en el punto anterior, las parábolas son historias que se cuentan y se escuchan cada vez como nuevas. Así sucedía en las primeras comunidades en las que se transmitieron oralmente antes de ser puestas por escrito. En la transmisión sufrieron notables transformaciones, como sucedió con todos los dichos de Jesús. Las comunidades cristianas y/o los evangelistas las adaptaron a las preguntas y necesidades concretas de las comunidades: el retraso de la “segunda venida” de Jesús como juez liberador, el conflicto con los judíos, la conducta práctica de cada día, las relaciones entre dirigentes y comunidad, la necesidad de presentar la figura de Jesús con categorías adecuadas... Así, las parábolas sufrieron muchas transformaciones y desplazamientos de acento. Por ejemplo: Muchas parábolas se convierten en “alegorías”, es decir: cada elemento de la parábola adquiere un sentido concreto (cosa que en las historias de Jesús no tenían seguramente); así sucede en la parábola del sembrador: cada clases de tierra se convierte en imagen de una determinada actitud de fe (Mc 4,13-20); seguro que Jesús no dio aplicaciones tan detalladas... Otras muchas se “moralizan”; así ocurre, por ejemplo, con la parábola del banquete de bodas: Jesús la contó para expresar que el reino de Dios es como un banquete de bodas, y que increíble y afortunadamente todos estamos invitados, y que hemos de aceptar la invitación, pero en el evangelio de Mateo se transforma en invitación a entrar al banquete con un vestido adecuado (Mt 106 22,1-14). A menudo sucede también que las parábolas se “eclesializan”; por ejemplo: la parábola de los dos hijos, que Jesús la refirió seguramente a las autoridades judías y a los fariseos, pero que en el evangelio de Mateo se convierte en una llamada a los miembros de la Iglesia o a sus responsables (Mt 21,28-32; lo mismo sucede con la parábola del hijo pródigo...). Bastantes veces ocurre que las historias de Jesús se “escatologizan”, es decir: lo que Jesús contó para expresar que el reino de Dios estaba llegando o iba a llegar de inmediato se convirtió en una parábola que invita a esperar “la segunda venida” (de Jesús) con paciencia y actitud vigilante, a pesar de que se retrasa más de lo previsto; es típico de este desplazamiento de sentido la parábola de las “diez vírgenes” (Mt 25,1-13), o la parábola de los criados que esperan que el amo “vuelva” de un largo viaje (Mt 24,43-51) o de las bodas (Lc 12,35-48). Por último, muchas parábolas fueron “cristologizadas” en las comunidades: las imágenes utilizadas por Jesús para referirse a Dios se convierten en imágenes de Jesús (esposo, rey, ladrón, comerciante...). Por supuesto, muchas parábolas han sufrido todos o varios de estos desplazamientos a la vez 7. Parábolas de la naturaleza Transcribo unos párrafos de J. Moltmann que me parecen especialmente bellos y sugestivos (tomados del pequeño gran libro Cristo para nosotros hoy, Trotta, Madrid 1997): “En el cuarto capítulo del evangelio de Marcos hallamos un grupo de parábolas que han sido tomadas de la relación de los seres humanos con la naturaleza: las parábolas del sembrador, de la semilla y del grano de mostaza. Son imágenes de un comienzo, del desarrollo vital de la esperanza. El que ‘sale a sembrar’ desparrama la semilla sobre la tierra porque espera que crezca y lleve fruto. Así es en el reino de Dios: las semillas se siembran en nuestra vida para que crezcan y nos hagan fructificar. Los comienzos son pequeños, pero si son ‘de Dios’, los efectos serán grandes y maravillosos. El reino brota como el grano de mostaza, el ‘más pequeño de todos’, que sin embargo cuando ha crecido produce un árbol tan grande que las aves del cielo anidan en él. La semilla crece automáticamente, por sí sola, día y noche. Su fuerza interior se desarrolla hasta ser hierba, luego espiga, después un campo de trigo abundante. Si se observa no solamente el sentido figurado sino también el sentido original, es posible ver el ‘reino de Dios’ como revitalización de la naturaleza. Por consiguiente, Mc 13,28s compara el reino de Dios con el ‘verano’. La naturaleza misma se torna parábola: así como en la primavera los árboles se enverdecen, asoman las flores y la semilla crece en los campos, de la misma manera el reino de Dios es la primavera definitiva de la creación. La 107 nueva vida se inicia, todas las criaturas se llenan de vida y dan fruto. Llama la atención que las parábolas se tomen de la primavera y del verano, pero no del otoño o del invierno. Del ciclo natural del ‘devenir y morir’ se elige únicamente el devenir como parábola del reino de Dios. ¿Por qué? Porque el reino de Dios no es otra cosa que la nueva creación de todas las cosas para la vida eterna” (15-16). “Las parábolas tomadas de la naturaleza hacen que el reino de Dios apele a todos los sentidos. Huelo una rosa y huelo el reino de Dios. Gusto del pan y gusto del reino de Dios. Camino por un colorido campo en flor y palpo el reino en el que todo puede crecer y desarrollarse, el reino en el que hay suficiente para todos" (16). Para orar. ¡SEÑOR JESUS! Mi fuerza y mi fracaso eres Tú. Mi herencia y mi pobreza. Tú mi justicia, Jesús. Mi guerra y mi paz. ¡Mi libre libertad! Mi muerte y vida, Tú. Palabra de mis gritos, silencio de mi espera, testigo de mis sueños, ¡cruz de mi cruz! Causa de mi amargura, perdón de mi egoísmo, crimen de mi proceso, juez de mi pobre llanto, razón de mi esperanza, ¡Tú! Mi tierra prometida eres Tú... La pascua de mi pascua, 108 ¡nuestra gloria por siempre, Señor Jesús! (Pedro Casaldáliga) 18. LA LÓGICA DEL REINO: LAS PARÁBOLAS (3) 8. Una lógica desconcertante Las parábolas no son solamente historias más o menos bonitas (que algunas lo son, y mucho). Meier afirma: "La parábola contiene a veces una marcada vena polémica. Con sus sorpresas, sus paradojas y sus súbditos cambios en la línea de pensamiento, puede constituir un 'ataque' contra la percepción que los oyentes tienen de Dios, de la religión, del mundo y de sí mismos". No se pueden escuchar las parábolas de manera indiferente y fría. Narran muchos sucesos insólitos y argumentan a menudo en sentido contrario al convencional, al consenso general: no es habitual que el padre corra al encuentro de su hijo (Lc 15,20); no es habitual que una semilla de trigo produzca el ciento por uno (Lc 8,8); no es habitual que un amo pague lo mismo al que ha trabajado sólo una hora que a los que han trabajado todo el día (Mt 20,9-10); no es habitual que un samaritano (extranjero y hereje) sea presentado como modelo de projimidad (Lc 10,33-37); es difícil de comprender que el publicano vuelva a caso reconciliado con Dios y el fariseo no (Lc 18,14); es difícil de entender por qué "al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará incluso lo que tiene" (Mt 25,29). Casi todas las parábolas contienen este tipo de paradojas o algún elemento de choque. Schillebeeckx escribe: "Una parábola se mueve siempre en torno a algo 'escandaloso' o, por lo menos, paradójico e insólito. La parábola vuelve a menudo las cosas del revés; es un ataque a los convencionalismos de nuestra mentalidad y nuestra existencia. La parábola quiere hacer pensar al oyente incorporando un elemento de 'extrañeza' y de 'sorpresa' a un hecho normal y corriente... La intención es obligarnos a considerar nuestra vida, nuestro comportamiento y nuestro propio mundo desde una perspectiva distinta. Las parábolas abren nuevas posibilidades de vida, muchas veces opuestas a nuestros comportamientos convencionales; permiten una nueva experiencia de la realidad". Y no hemos de pensar que las parábolas resultaban menos “escandalosas” para los oyentes de su época que para nosotros. La parábolas están inventadas para provocar, y Jesús tenía la misma habilidad para anunciar el consuelo del Reino que para hacer afirmaciones provocadoras. Es que la buena noticia no consiste en dejarlo todo tranquilamente como está. No hay buena noticia si no se denuncian y no se sacuden las conductas, actitudes, mentalidades y estructuras que provocan tanta mala noticia en nuestra vida 109 y en el mundo, que despojan al ser humano de su humanidad y a todos los seres de su dignidad. El Reino proclamado y sacramentalizado por Jesús es "buena noticia" para todos los aquellos cuya vida está amenazada en este reino nuestro de la tierra. Ahora bien, y por eso mismo, esta buena noticia resulta desconcertante, paradójica; responde a una lógica y a una práctica que contradicen la lógica y la práctica que rigen nuestra vida, la lógica y la práctica vigentes en una humanidad deshumanizada, deshumanizadora. Es esta dimensión de desconcierto y perplejidad la que expresan las parábolas de Jesús. Jesús provoca para despertar y convertir, para inculcar una nueva lógica, la lógica “extravagante” y sumamente sabia del reino de Dios. Una nueva práctica. Una nueva manera de organizar la sociedad. Una nueva religión. Un Dios nuevo. ¿Cuál es la lógica y la práctica de la buena noticia del reino de Dios? ¿Cuáles son los ejes y los pilares de esta nueva manera de ser y de pensar, de esta nueva religión, de este nuevo mundo? Pueden resumirse en estos tres: una esperanza contra toda esperanza, una misericordia sin medida, una libertad arriesgada. 9. Una esperanza contra toda esperanza Jesús no fue un optimista ligero. Fue muy realista. Tenía los ojos abiertos. Sabía de los muchos obstáculos con que tropieza el reino de Dios en el mundo. Sabía que las tres cuartas partes de la semilla se pierde (como sucedía de hecho en la agricultura de aquel tiempo): o porque cae en el camino y se la comen los pájaros, o porque cae entre zarzas y éstas la ahogan, o porque cae entre piedras y carece de tierra (cf. Mc 4,1-7). Y sabía que aún la semilla buena que cae en tierra buena y germina está amenazada por la cizaña que crece al lado, sin que sepamos de dónde viene esta “cizaña” o quién la ha sembrado (Mt 13,36-43). Parece que todo nuestro esfuerza es baldío y está condenado al fracaso. A pesar de todo, Jesús no pierde la esperanza. A pesar de todos los obstáculos, a pesar de todos los enemigos, Dios obra callada pero afanosamente en el corazón de todo ser y en el corazón del mundo. Es una fuerza discreta e imparable: como la del trigo que brota y crece y grana y madura (Mc 4,26-29), como la de la levadura que fermenta y levanta y llena de sabor de pan la masa informe (Mt 13,33), como la semilla de mostaza tan pequeña que crece hasta dar cobijo a los pájaros y a sus misteriosos nidos (Mc 4,30-32). Y es impresionante cómo la semilla que ha sobrevivido a tantas amenazas produce tanto fruto: un treinta o un sesenta o un ciento por uno (Mc 4,8; Lucas dice solamente “ciento por uno”). Cuando en aquella época una semilla daba a lo sumo ente un ocho y un doce por uno... La esperanza no es fácil. Es difícil y probada. Sale derrotada muchas veces, pero posee una fuerza poderosa que la hace revivir una y otra vez, como el germen invisible y poderoso de una semilla 110 enterrada. La esperanza es, pues, al mismo tiempo firme y duradera. Y el fundamento de la esperanza no es nuestro empeño, no es nuestra fuerza, sino la obra oculta de Dios. La esperanza no consiste, ciertamente, en cruzarse de brazos y estar a la espera. La esperanza es esforzada y eficiente, pero no es impaciente, ansiosa o calculadora. No podemos anticipar ni violentar el reino de Dios, como no podemos hacer crecer la plantita recién germinada tirando de ella. Necesita tiempo, para crecer como por sí misma. El creyente tiene que ser como el labrador: pone todo su empeño a favor del reino de Dios y lo espera todo de la gracia de Dios. Hacer como si todo dependiera de nosotros y esperar como si todo dependiera sólo de Dios. Trabajar como si fuéramos a vivir muchos años hasta llevar a buen término nuestra obra, y vivir como si fuéramos a morir mañana (como si ya no pudiéramos hacer nada más y nadie nos lo pidiera). El Reino no puede hacerse presente sino a través de nuestro esfuerzo. Dios no cura y no libera sino cuando las criaturas curamos y liberamos. Pero nosotros no podemos curar y liberar cuando todo lo fiamos al empeño, al cálculo y a la estrategia. Cuando nos liberamos de nuestro propio protagonismo, es entonces cuando dejamos que Dios actúe. Jesús estaba profundamente convencido: el reino de Dios está actuando y, sea lo que sea, no se frustrará. Logros o fracasos personales, profesionales, espirituales o morales, ¡qué más da! 10. Una misericordia sin medida ¿En qué basaba Jesús semejante esperanza? Sin duda, y sencillamente, en Dios. Tampoco su fe estuvo libre de oscuridades. Pero por encima o por debajo o en medio de todos las vicisitudes del ánimo humano, Dios estaba siempre ahí, aun cuando él no lo sintiera, como nos pasa a nosotros. Dios estaba como misericordia entrañable, y en él descansaba Jesús su esperanza y, cuando no podía más, también su desesperanza. Dios es pura gratuidad, pura gracia más allá de todo lo que imaginamos e incluso deseamos. ¡Pero qué otra cosa desearíamos en el fondo que Dios fuese gracia desmedida y que la gracia fuese el misterio último de la realidad! Una gracia/gratuidad que va más allá de todo interés, de toda ley de intercambio, de toda justicia razonable, de todo mérito... Los personajes de muchas parábolas apuntan a ese exceso de la gracia: el dueño de la viña que paga lo mismo al trabajador que trabajó mucho y al que trabajador que trabajó poco (Mt 20,1-15); el que da pan al hambriento, acoge al extranjero, visita al enfermo y al encarcelado, sin saber que todo eso se lo hace a Jesús mismo, o a Dios mismo; el que perdonó al que debía mucho (Lc 7,41-42); el samaritano que curó y vendó al herido del camino, y lo montó en su cabalgadura y le pagó el hospedaje (Lc 10,30-36). ¿Tiene sentido todo eso? No lo tiene desde la perspectiva de la economía, de la empresa, de la ley. 111 Tampoco desde la perspectiva de nuestras relaciones habituales. La ley ordena que se paguen las deudas, si son justas. La empresa requiere que se haga sólo aquello que produce ganancia directa o indirectamente. La justicia es necesaria, y sin ella no puede haber gratuidad. Pero la gratuidad de Dios desborda la justicia. Y, a decir verdad, sólo la gratuidad podrá hacer que se dé la paz, la reconciliación, la fraternidad/sororidad verdadera entre todos. Incluso la verdadera justicia requiere el “exceso” de la gratuidad... Sólo la gratuidad, la bondad, puede curar al mundo de raíz: "Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que da la derecha" (Mt 6,3). “Cuando des un banquete, no invites a tus amigos, ni a tus familiares o parientes o vecinos... Invita a los pobres, paralíticos, cojos y ciegos. Entonces serás dichoso, porque no podrán pagártelo” (Lc 14,12-14). Dios es la fuente de toda gratuidad, la fuente de toda bondad. Es un Dios diferente. No es el Dios que reflejan nuestras medidas y leyes religiosas (siempre de intercambio). No es a imagen de nuestros miedos, angustias y culpabilidades. Dios es bondad asombrosa. Bondad absoluta. Y cuanto hace lo hace sin otra razón o interés que la bondad. Y por la bondad transforma al ser humano y al mundo. Contra todas las apariencias, sólo la bondad y la gratuidad pueden mover el mundo. 11. Una fe arriesgada en la libertad Junto con el trigo ha aparecido la cizaña. Los trabajadores quieren arrancarla enseguida, y es lo más lógico. Pero no es la lógica del dueño del campo, la lógica de Dios y de su reinado: "No, no sea que junto con la cizaña arranquéis también el trigo" (Mt 13,29). Los labradores que escuchaban a Jesús difícilmente estarían de acuerdo con él: es preciso arrancar la cizaña antes de que crezca y madure, pues de otro modo echará sus semillas en la tierra. También la Iglesia ha seguido la lógica de los labradores apresurados: “Hay que arrancar la cizaña a tiempo sea como sea. Es peligroso dejar que crezcan y maduren juntos el trigo y la cizaña. Es preferible echar a perder unas cuantas plantas de trigo y no dejar crecer la cizaña. La libertad es peligrosa; es preciso ponerle límites. El bien y la verdad están autorizados para emplear la fuerza contra la mentira y el mal. La Iglesia tiene derecho para imponer la verdad y el bien a la fuerza, para obligar a los que no quieran someterse”. Con esta lógica se hicieron las “santas cruzadas”, y se instituyó la “santa Inquisición” y el “Santo Oficio” y todas las santas instituciones desgraciadas destinadas a imponer la verdad y el bien. No es ésa la lógica del reinado de Dios: “Dejad que crezcan juntos”. Esta parábola es, como dice González Faus, "el más utópico canto a la libertad". La libertad es arriesgada, sí, pero más arriesgado en encadenar la libertad. La mentira y el mal traen grandes daños, pero los daños más graves han sido producidos por la voluntad de imponer la verdad y el bien. No se puede a la fuerza el reino de Dios. "El bien es algo tan grande, tan frágil y tan gratuito que sólo puede brotar de la 112 libertad" (González Faus), con todos sus peligros. Aquel que, sin arriesgar sus “talentos”, cava un hoyo en la tierra y los guarda allí no solamente no ganará nada, sino que además perderá aquello que quiso guardar; sólo el que arriesga puede ganar (Mt 25,14-30). Sólo el riesgo de la libertad es fecundo. Ciertamente, la libertad humana es una aspiración, más que una posesión; la libertad de la persona y de la sociedad está condicionada por mil condicionamientos y ataduras. Por consiguiente, es preciso ayudar a la libertad, pero difícilmente le podrá ayudar la coacción. Sólo la gratuidad puede liberar la libertad. La bondad es la que hace libre a la persona y a la sociedad. Y el reino de Dios puede brotar solamente de la bondad y del riesgo de la libertad. 12. El gozo de Dios y nuestra conversión Dicho de otra forma: en última instancia, sólo desde el gozo del bien llegamos a ser buenos y libres de verdad. El reino de Dios es su gozo con las criaturas, o el gozo de volver a encontrar lo perdido. Y nuestra conversión consiste en acoger el gozo de Dios y dejarnos mover por él. Es lo que expresa Jesús con las parábolas de Lc 15: la oveja perdida, la dracma perdida, el hijo perdido. Un pastor, una mujer, un padre que se alegran al encontrar lo perdido. El reino de Dios “no es otra cosa que el gozo de Dios por haber vuelto a encontrar a sus criaturas perdidas” (J. Moltmann). “Se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. ¿Y nuestra conversión? “El reino de Dios está cerca, convertíos”. Pero ¿qué significa conversión? Esta palabra ha llegado a significar “enmienda” de una conducta inmoral, o pena sufrida para purgar unas faltas... Según las parábolas de Jesús, la conversión es otra cosa muy distinta. “No es otra cosa que ‘ser hallado’ y ‘volver a casa’ desde la alineación, que ‘volver a la vida’ y compartir el gozo de Dios. Experimentamos el reino de Dios cuando ocurre algo semejante en nosotros, cuando florecemos y crecemos como las flores y los árboles en la primavera, cuando volvemos a la vida porque sentimos el infinito amor del que brota todo lo que tiene vida. Cuando experimentamos la vitalidad de Dios en su alegría por nosotros, cuando nuestras energías vitales reviven: entonces el ‘reino de Dios’ deja de ser un señorío ajeno para transformarse en la fuente de la vida. Entonces sentimos el reino de Dios como el amplio espacio en el cual nos podemos desarrollar, pues en él ya no existe el conflicto. Cuando experimentamos el reino de Dios de esta manera volvemos a percibir la plenitud de posibilidades que nos brinda nuestra vida” (J. Moltmann). Para orar. “Oración para pedir amor” (S. Ignacio de Loyola) 113 Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. 19. LA COMENSALÍA, SIGNO DEL REINO (1) Jesús curaba acercándose a los enfermos y dejando que los enfermos se acercaran a él. O tocándolos y dejando que le tocaran. En una sociedad que margina a los enfermos y hace que los marginados se vuelvan enfermos, la resocialización es la mejor medicina. Y es el signo más hermoso del reinado de Dios. Pues bien, no hay mejor signo de ese acercamiento y de esa resocialización terapéutica que el compartir la misma mesa. He ahí uno de los aspectos más atractivos y significativos de Jesús: la comensalía; a nadie niega un lugar en su mesa, ni se niega a ser comensal de nadie. La curación y la comensalía son dos signos inseparables del reinado de Dios. El curado se sienta a la mesa con todos los demás; el que se sienta a la mesa con los demás se cura. Y el reinado de Dios resplandece. Nuestra tierra debiera ser una única gran mesa para todos, llena de frutos humildes y sabrosos, fruto de nuestro trabajo y regalo de Dios. Si compartiéramos lo que tenemos, habría suficiente para todos. Y Dios sería feliz, viendo a todos sus hijos e hijas "como brotes de olivo alrededor de la mesa" (Sal 128,3-4). 1. Comilón y borracho Tomemos el evangelio de Marcos, simplemente por ser el más breve, y leámoslo de comienzo a fin. En esas pocas páginas nos encontramos con muchas cosas maravillosas, y una de las que llamativas es la cantidad de veces en que aparece Jesús comiendo o la cantidad de veces en que se mencionan la comida o cuestiones relacionadas con la comida. Recojamos simplemente las menciones: Nada más curar a la suegra de Pedro, Jesús y los discípulos aparecen sentados y la suegra de 114 Pedro les sirve: La fiebre la dejó y se puso a servirles (1,30). Tras la vocación de Leví, no encuentra mejor modo de celebrarlo que una comida festiva en su casa con muchos publicanos y pecadores. Mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron con él y sus discípulos... Los maestros de la ley del partido de los fariseos, al ver que Jesús comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?” Jesús lo oyó y les dijo: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (2,15-17). También en el siguiente pasaje se trata de comida: a Jesús le toman cuentas por no ayunar y responde que no es tiempo de ayunar. Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decir a Jesús: “Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayuna y los tuyos no?” Jesús les contestó: “¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras el novio está con ellos, no tiene sentido que ayunen” (2,18). La gente le apretuja por todos los lados, de modo que no le dejan ni comer tranquilo, y este detalle merece ser recogido en el evangelio. Volvió a casa, y de nuevo se reunió tanta gente que no podían ni comer (3,20). Tras resucitar a la hija de Jairo, mientras la gente queda atónita, Jesús les insistió mucho en que nadie se enterase de aquello, y les dijo que dieran de comer a la niña (5,43). El evangelista nos informa por segunda vez debe de ser importante de que la gente no dejaba a Jesús y sus discípulos comer en paz. Jesús les dijo: “Venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer (6,31). Jesús y los discípulos tratan de marcharse a escondidas, pero en vano; entonces, los discípulos pretenden que Jesús despida a la gente a las aldeas de alrededor, y se compren algo de comer. Pero Jesús les replicó: “Dadles vosotros de comer”. Y manda que se sienten en corros y les distribuye los panes y peces de que disponen, y llega para todos. Comieron todos hasta quedar saciados (6,32-44). En el capítulo siguiente, los fariseos y escribas se quejan de que los discípulos de Jesús comen sin hacer la purificación de las manos. Jesús les enseña en contra de lo que dice la Biblia y de en contra de una creencia sagrada y ancestral que ningún alimento es impuro, que todo eso no son más que tradiciones humanas, que las impurezas las llevamos dentro y que lo que importa a Dios es todo aquello que tiene que ver con las relaciones mutuas de ayuda y des respeto (7,2-5). En el capítulo siguiente, de nuevo se nos narra que Jesús se encuentra con mucha gente que no tiene nada que comer. Jesús dice: Me da lástima esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen nada que comer. Si los envío a sus casas en ayunas, desfallecerán por el camino... Manda que se sienten en el suelo y hace que los discípulos repartan los panes y unos pocos pececillos que tienen. Comieron hasta saciarse. Sólo entonces los despide Jesús, saciados de evangelio y de pan (8,1-10). 115 Al salir de Betania, Jesús tuvo hambre. Al ver una higuera con hojas, se acercó a ver si encontraba algo en ella. Pero no encontró más que hojas. Jesús se enfada mucho, a pesar de que no era tiempo de higos (11,14). Es que para Jesús es el nuevo tiempo en que todos, hasta los árboles, estamos sujetos al sagrado deber de los últimos tiempos: dar de comer. En los últimos días de Jerusalén, vemos a Jesús sentado a la mesa en casa de Simón el leproso (14,3). Allí llega una mujer con un frasco de perfume de nardo puro. Un gesto de largo alcance: es una mujer la que “ordena” a Jesús como mesías, y lo hace entrando a una casa y a una mesa “ajena”... Jesús prepara con todo cuidado una cena para despedirse de sus discípulos y despertar en ellos la esperanza del gran banquete del reino de Dios. Y les deja el signo de la comida como recuerdo suyo y como signo del reino: el pan partido, la copa de vino que se van pasando. Hay que alegrarse, aunque la muerte le amenaza: pronto llegará el día en que podrán beber alegremente de nuevo en el reino de Dios (14,12-25). No es extraño que Jesús resucitado se aparezca a sus discípulos cuando éstos están sentados a la mesa (16,14). Lucas y Juan subrayan mucho más el hecho de que Jesús resucitado se hace presente en la mesa compartida, y que la comida se convierte en marco privilegiado para acoger y sentir la presencia de Jesús resucitado (Lc 24,41-42; Jn 21,12-13). Es lógico que los discípulos de Emaús le reconozcan al partir el pan (Lc 24,30). También nosotros. No puede ser casual e insignificante que, en un evangelio tan breve, se mencione tantas veces el motivo de la mesa, de la comida, del compartir el pan. La comida, la mesa abierta, es expresión del estilo y de la conducta, del mensaje y de la promesa de Jesús. Jesús no es asceta, como Juan Bautista, los esenios, los cínicos. No ha anunciado la ascesis y el ayuno, sino una comida festiva que saciará y alegrará a todos. No es, pues, de extrañar que a Jesús le hubieran tachado de comilón y borracho, además de amigo de publicanos y pecadores, y ambas cosas están estrechamente ligadas (Mt 11,19). El hecho de que Jesús aparezca tantas veces sentado a la mesa o dando de comer y anunciando un futuro banquete era una buena noticia para un pueblo que padecía hambre. El evangelio que anunciamos debiera ser buena noticia para quienes hoy mueren de hambre. En la medida en que no lo es, es que no llega a ser aún del todo el evangelio de Jesús. Y estamos encargados de que lo sea. Para orar. HERMANO MÍO, HERMANA MÍA (Es un “Padrenuestro” rezado a nuestros hermanos y hermanas 116 del mundo. Una buena forma, me parece, de rezarlo al Padre-Madre del cielo que nos cobija y de la tierra que nos sustenta) . Hermano mío que estas aquí al lado, hermana mía con quien comparto, seguro, la tierra que pisamos. No es mucho pero es lo esencial. Respetado sea tu nombre; en todas las lenguas del mundo. Hagamos juntos una tierra que no explote a nadie; que a nadie relegue a los márgenes. Una tierra en la que todo aquello que es un regalo; el agua, el alimento, el viento, el suelo...esté en manos de todos; y de esta forma el reino de Aquel al que llamamos Padre vaya viniendo a la tierra, al mar, a cada rincón donde un hermano se siente amado y dispuesto a amar. Que nuestro pan, hermano, sea el de hoy, y si hoy alguno de los dos no tiene pan, llame a la puerta del otro, tal vez nos quedemos con el estómago medio vacío, pero nunca con el corazón reseco; porque mi mesa es tu mesa, y mi casa, no es mi casa, es casa de todos. Y perdóname si en algún momento todo esto se me olvida; y de repente creo que nuestro Padre no es tan y es más mío, perdóname y ayúdame. Recuérdame entonces que el dolor del mundo es también mío y que si yo voy diciendo que mi Padre es nuestro, no puedo volver mis ojos, parar mis manos. Y no te preocupes, este pacto es mutuo. Si yo en algún momento me siento ofendido por ti, te lo haré saber. De esta forma podremos construir de nuevo; que la forma de librar del mal a nuestra tierra es sintiendo sus males, y a partir de la vida compartida con el hermano... construir, caminar, amar. A si sea. Hermano. (Roberto Borda de la Parra) 20. LA COMENSALÍA, SIGNO DEL REINO (2) nuestro 117 2. La mesa que separa ¿Con quién come Jesús? También este aspecto es muy revelador. Sentarnos a comer juntos no es algo baladí. No es igual el que, en una familia, cada uno coma por su lado lo que encuentra en el frigorífico o el que, al menos una vez al día, se sienten todos en la misma mesa. Cuando celebramos un banquete con mucha gente, no nos resulta indiferente quién se siente al lado y enfrente. La mesa nos reúne, nos pone el uno junto al otro o el uno frente al otro, cara a cara; y el que se sienta al lado o enfrente nos hace sentirnos contentos y cómodos, o nerviosos e incómodos. No es indiferente que en la mesa podamos expresarnos como somos o tengamos que fingir. En tiempo de Jesús existían, por otro lado, normas religiosas y sociales rígidas en relación con la mesa. Y cuando en una religión prevalecen los ritos y las normas, se convierte en fuente de división, en vez de lugar de comunión. También la mesa se convierte fácilmente en lugar de división, no de comunión. En tiempo de Jesús, cualquiera no podía sentarse a la mesa con cualquiera, aunque fuera amigo. Había que cumplir unas normas estrictas de pureza ritual y, en consecuencia, había que tener máximo cuidado de no sentarse con nadie que no poseyese la pureza ritual, pues el contacto con él conllevaba la pérdida de la propia pureza y, en consecuencia, le inhabilitaba para participar en el culto y para la comunión con Dios. Por ello, antes de asistir a cualquier banquete sin miedo a perder la pureza ritual, era imprescindible saber quién iba a participar en el banquete, qué es lo que se iba a comer, quién y cómo lo había preparado... Además, y para entenderlo, hay que tener muy presente un rasgo de la cultura mediterránea antigua (y no tan antigua) que subrayan los estudiosos del Nuevo Testamento: la importancia del honor. Dicen los especialistas en antropología cultural que el honor, junto con el patronazgo, era el valor supremo en la cuenca del Mediterráneo de aquella época. El honor: aparecer a los ojos de los demás como honorable, ocupar el primer puesto, poseer fama o buena fama... La ofensa ha de ser vengada y “reparada” (y, por cierto, el ser engañado por la esposa será la suprema ofensa para un varón que se precie; también se consideraba que el esposo perdía su honor, si su esposa se dejaba ver demasiado fuera de casa...). Y, junto con el honor y muy ligado a él, el patronazgo: el ser servidor y súbdito de un gran señor, el contar con protectores poderosos (o con recomendaciones y enchufes, diríamos hoy). El clientelismo. La sociedad se concibe como una pirámide cuyo vértice es el emperador, y el honor de un individuo se mide fundamentalmente por el lugar ocupado en la escala social, es decir, por la cercanía o lejanía respecto del emperador. (También la religión se organizaba según el modelo del honor y del patronazgo. Dios era el gran patrón. Y era preciso respetar rigurosamente el escalafón). Pues bien, la mesa era el lugar por antonomasia donde se revelaba el lugar social y el honor de los comensales. 118 3. Jesús: la mesa abierta Jesús rompió radicalmente con el modelo social y religioso basado en el honor, el patronazgo, la jerarquía. Y lo hizo, de modo especial, en todo lo referente a la mesa y a las comidas. En los evangelios se nos dice una y otra vez, y en esto no hay ninguna duda histórica: Jesús fue comensal de mucha gente de dudosa o de mala reputación; comía con publicanos y pecadores (Mc 2,15); se hacía invitar a casa de publicanos, para sorpresa y alegría de Zaqueo (Lc 19,5); y permitía que mujeres señaladas públicamente como pecadoras acudieran a su mesa y lo tocasen (Lc 7,37). Eso jamás lo hubiera hecho un esenio, ni un fariseo; los esenios solamente podían comer con esenios, y los fariseos sólo podían hacerlo con gente "pura". Por eso se enfurecían algunos creyentes puristas: “¿Cómo es que come con pecadores y publicanos?” (Mc 2,16). “Ése acoge a los pecadores, y hasta come con ellos” (Lc 15,2). “Si fuese profeta, sabría qué clase de mujer es ésa, una pecadora” (Lc 7,39). No sólo le llamaron “comilón y borracho”, sino también “amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,19), y esta segunda acusación era más grave que la primera. Y más consoladora para nosotros. Por malos o llenos de defectos que nos veamos, nunca debiéramos dudar de esto: Jesús nos acoge con gusto a su mesa, y es un gusto para él que le invitemos a la nuestra. Jesús no “excomulgó” a nadie. Pero si Jesús sólo hubiese comido con publicanos y pecadores, no dejaría de resultar sospechoso. Como el comer sólo con justos, el comer sólo con pecadores puede ser maniqueísmo. Los pecadores se convertirían en justos y los justos en pecadores, y no habríamos adelantado gran cosa: el mundo seguiría dividido en dos, y la mesa seguiría siendo signo de división. Jesús no da muestras de maniqueísmo. Come con publicanos y pecadores, pero también con fariseos, y lo hace a menudo con éstos (Lc 7,36; 11,37; 14,1). Cualquier ideología tiende a volverse rígida: aquí los justos, ahí los malvados. Si Jesús come con pecadores, no es por ideología agresiva para con los justos, sino porque le empuja la fe en el reino de Dios que trae reconciliación y paz; el reino de Dios pide reintegrar a los excluidos de la mesa, pero no excluir de la mesa a los que se sientan en ella. Entonces se realiza la comensalía. Y la comensalía es uno de los signos más hermosos del reino/reinado de Dios, junto con la curación: “Vendrán muchos de oriente y occidente, del norte y del sur, a sentarse a la mesa en el reino de Dios” (Lc 13,29). Y la exclusión de la mesa es el antisigno más claro del reino; que el rico haga fiesta y banquetee cada día, mientras el pobre Lázaro está a su puerta hambriento y herido: eso es lo que más niega el reino de Dios y lo que más duele a Dios (Lc 16,19-21). Dios quiere que todos se sienten a la mesa: aquello que supuestamente son de casa y aquellos que vagan por los caminos, aquellos que supuestamente son paisanos y aquellos que son 119 extranjeros (Lc 14,16-24). “Vete por los caminos, por todas partes y haz que entre la gente, hasta que se llene la casa” (Lc 14,23). Vete, para que se realice así el reino de Dios. Después de la Pascua, se plantearon graves problemas entre los cristianos, precisamente a cuenta de la mesa y las comidas: algunos judeocristianos no aceptaban de ninguna forma compartir la mesa y por tanto la “fracción del pan” o la “cena del Señor” o la eucaristía, que estaba ligada a una comida con pagano-cristianos. En Antioquía se dio un duro enfrentamiento nada menos que entre Pedro y Pablo. Pedro era de una línea más bien moderada: no defendía tan rigurosamente como Santiago la vigencia de la ley judía para los cristianos, pero tampoco era tan liberal como Pablo, que defendía que la ley judía no regía para los cristianos, fuesen de origen judío o pagano. Durante su estancia con la comunidad de la gran capital Antioquía (actual Siria), Pedro compartía sin mayores reparos la mesa (y la “eucaristía”) con cristianos procedentes de la gentilidad. Pero con ocasión de la visita de unos judeocristianos rigurosos partidarios de Santiago (dirigente de la Iglesia madre de Jerusalén; no era uno de los Doce, sino hermano de Jesús), le entró miedo de ser acusado por los partidarios de Santiago y se separó de la “mesa” (y de la “misa”) de los cristianos gentiles. Esto enfureció a Pablo, que se enfrentó abiertamente (Gal 2,11) y públicamente (Gal 2,14) con Pedro. Pablo éste es uno de sus enormes méritos luchó para hacer que se impusiera la lógica de Dios y de Jesús, la ley de la mesa común: que todos puedan comer juntos (1 Cor 11,17-34); sólo así la comida cotidiana será "cena del Señor", y la cena del Señor se convertirá en figura y anticipo del banquete del Reino. 4. Una mesa de iguales Al observar Jesús cómo los invitaos escogían los mejores puestos, les hizo esta recomendación: “Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el lugar de preferencia... Ponte en el lugar menos importante” (Lc 14,7-8). De nuevo aparece Jesús muy provocador. Atenta contra la base misma de la cultura social mediterránea de la época: el honor. El aparecer como honorable ante los demás valía más que la vida misma. Claro que, al aconsejar que ocupen los últimos puestos, Jesús no señala una estrategia para que el propio honor quede puesto más de relieve al ser elevado de puesto delante de todos por el anfitrión (“no sea que el anfitrión te mande a un puesto más bajo delante de todos”, “para que el anfitrión te suba de puesto delante de todos”). El pasaje podría prestarse a esta lectura, pero no es la correcta. Jesús se coloca en la perspectiva de sus oyentes, pero rompe su lógica. Tampoco se trata de un simple consejo de humildad. Es mucho más. Jesús trastoca y desmantela la escala de valores de aquella sociedad: desprecia lo que la sociedad aprecia, honra lo que la sociedad deshonra. Es un gesto de revolución social y cultural. Con su actitud ante los puestos a ocupar en la mesa, Jesús destruye los fundamentos sociales y culturales 120 de aquella época. Se comprende que alguien haya escrito: "A Jesús le mataron por su manera de comer". Como siempre, también aquí la postura política, cultural y teológica son inseparables. Pero también aquí, como siempre, el motivo vital de Jesús es teológico: “El que se ensalza Dios lo humillará, el que se humilla Dios lo ensalzará” (Lc 14,11). Dios es la razón de Jesús. Es el Dios de los pequeños y de los últimos. El Dios de los que carecen de honor y de los deshonrados. El Dios de los que están al fondo de la mesa o fuera de ella. El Dios que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Lc 1,52). Es la fe en Dios y la certeza de que Dios viene a reinar lo que lleva a Jesús a soñar una sociedad no dividida por el honor. Todo esto queda magníficamente refrendado en las palabras de Jesús en su cena de despedida. Los discípulos discuten a ver quién es “el más importante” entre ellos. Jesús les corta enérgicamente: “Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen autoridad reciben el nombre de bienhechores. Pero vosotros no debéis proceder de esta manera. Entre vosotros, el más importante ha de ser como el menor, y el que manda como el que sirve. ¿Quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc 22,25-27). Dios no es el Gran Patrón, sino el humilde servidor. En el mundo nuevo, todos serán iguales en la misma mesa, y todos los comensales poseerán el rango del gran Anfitrión; por lo tanto, nadie tendrá que despreciarse a sí mismo, y en consecuencia nadie tendrá que esforzarse en aparentar poseer más honor que nadie. En la mesa del reino de Dios no habrá rivalidad y competencia por el honor, ni habrá división, pues todos se estimarán a sí mismos. Todos los seres tendrán su dignidad y su honor. Y en vez del deseo de honor, será el deseo de servir el fundamento de la nueva sociedad: “El que quiera ser más grande entre vosotros será vuestro servidor. Y el que quiera ser primero será esclavo de todos” (Mc 10,43-44). Para orar. DIOS DE MI VIDA "Contigo quiero hablar, y ¿de qué otra cosa puedo hablar sino de ti? Porque ¿podría existir algo que no tuviera desde la eternidad su patria y último fundamento en ti, en tu espíritu y corazón? ¿Acaso no son siempre mis palabras una expresión que se refiere a ti? Porque, ¿qué podría decir de ti, sino que tú eres mi Dios, Dios de mi principio y fin, Dios de mi alegría y de mi indigencia, Dios de mi vida? ¡Dios de mi vida! Pero ¿qué es lo que digo en realidad cuando te llamo mi Dios, el Dios de mi vida? Si, manteniéndome a la orilla de tu infinitud, hubiera gritado hacia las lejanías sin caminos de tu ser, juntas todas las palabras, que he recogido en la pobre angostura de mi finitud, nunca te 121 hubiera yo acabado de decir. ¡Señor, cuán perplejo se halla mi espíritu cuando te hablo de ti! ¿Cómo te puedo nombrar en otra forma que el Dios de mi vida? Pero ¿qué he dicho con ello si ningún nombre es adecuado para ti? Y por eso una y otra vez estoy tentado a alejarme de ti a escondidas, hacia los objetos que son más comprensibles que tú, que son más hospitalarios a mi corazón que tu inhospitalidad. Mas ¿a qué otra parte deberé ir? Si fuera un hogar para mí la estrechez de la cabaña, con sus pequeñas y familiares chucherías, si lo fuera la vida terrena con sus grandes alegrías y dolores, ¿no estaría todo ello circundado por tus lejanas infinitudes? De modo que ¿hacia dónde he de huir de ti cuando toda la nostalgia por la infinitud y todo reconocimiento de mi finitud te encuentra a ti? Por eso, ¿qué otra cosa tengo que decir de ti sino que eres aquel sin el cual yo no puedo ser, que tú eres la ilimitación , en la cual sólo yo, hombre de lo finito, debo vivir? Y cuando digo esto de ti, entonces me he dado mi nombre verdadero, que siempre repito en el salmo de David: soy todo tuyo. Soy aquel que no se pertenece a sí mismo, sino a ti. No sé más de mí ni más de ti –tú–, Dios de mi vida, infinitud de mi finitud. Me has mandado amarte. Amarte a ti mismo muy íntimamente, amar tu propia vida, perderme a mí mismo dentro de ti, sabiendo que tú me recoges dentro de tu corazón, que yo puedo hablarte a ti, el incomprensible misterio de mi vida, con tuteo cariñoso, porque tú eres el amor mismo. Solamente en el amor te encuentro a ti, Dios mío. Allí se abren los portones de mi alma. Allí me puedo desasir y olvidar. Allí fluye todo mi ser por encima de los rígidos muros de mi pequeñez y de mi temerosa autoafirmación, que me ha encerrado en mi propia pobreza y vaciedad. Todas las fuerzas de mi alma fluyen a tu encuentro y no quieren volverse atrás, sino perderse en ti, que eres , por el amor, el más íntimo centro de mi corazón, y estás más cerca de mí que yo mismo. ¡Dios de mi vida! ¡Incomprensible! Sé mi vida. ¡Dios de mi fe, fe que me conduce a tu oscuridad en dulce luz de mi vida! ¡Sé tú el Dios de mi esperanza, que consiste en que tú serás el Dios de mi vida, que es el eterno amor! (K. Rahner). 21. LA COMENSALÍA, SIGNO DEL REINO (3) 5. Amigo de “pecadores” Despectiva y malintencionadamente, a Jesús le llamaron "amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11,19; Mc 2,15-17; Lc 15,1-2). Yo agradezco mucho que los evangelios sinópticos hayan recogido ese insulto. Ese insulto a Jesús es toda una revelación. Y toda una bendición para nosotros. Amigo de pecadores. Pero ¿quiénes son los “pecadores”? El término tiene tres acepciones: 122 1) El sentido principal es el moral: “pecadores” son aquellas personas que eran o a las que se consideraba: el matiz es importante moralmente pecadoras, culpables, de acuerdo con el código moral vigente. 2) Hay personas que, por su profesión, están en situación de impureza ritual quasi-permanente (por ej.: carniceros en contacto con la sangre, pastores en contacto con animales, publicanos en contacto con paganos, y éstos además “ladrones” por oficio la verdad, no más que todos nosotros...). La impureza ritual les inhabilitaba para participar en el culto, para ofrecer sacrificios a Dios para el perdón de los pecados y, por consiguiente, se consideraba que estaban fuera de la comunión con Dios. 3) Hay otra clase de personas en realidad, una muchedumbre... que, debido a su ignorancia en cosas de ley, fácilmente faltan en cualquier cosa, aunque no lo sepan. Son la gente llamada en la época “gente del país”, el bajo pueblo, carente de recursos y de cultura. A esa gente del campo sin pan ni cultura se les miraba con recelo y muchos “justos” como sucede también hoy les consideraban a menudo como “pecadores”, sin más. Las tres categorías de personas se parecen en una cosa: en el desprecio que les tienen los justos. 6. La mesa, lugar de perdón Pues bien, a toda esa clase de personas personas que infringían los mandamientos de Dios por debilidad o malicia, recaudadores de impuestos que robaban y se ganaban el desprecio de la gente, pueblo inculto que desconocía los mandamientos de Dios vemos a todos esos acudir a Jesús, sobre todo a la mesa de Jesús. Acudían a Jesús porque necesitaban aliviar su peso y curar sus heridas, las heridas internas autoinfligidas o infligidas por el odio y el desprecio de los demás; necesitaban sentir la cercanía de Dios, el consuelo de ser mirados con bondad y ser acogidos... Y todo eso les ofrecía Jesús, cuando ellos se sentaban a la mesa de Jesús o Jesús se sentaba a la mesa de ellos: se les disipaba el sentimiento de culpabilidad y de remordimiento, saboreaban la dulce amistad de Dios, la luz de una mirada amiga les iluminaba los ojos. Jesús les bendecía y “absolvía” con su mirada y su presencia. Se sentían acogidos, y en eso consiste la absolución. Llama la atención cuántas veces aparece en los evangelios el tema del perdón, Jesús perdonando (¿cómo de otro modo podría ser buena noticia?). Es uno de los rasgos más característicos, más maravillosos y más consoladores de Jesús: de sus ojos, de sus palabras, de sus manos, emanaba el perdón de Dios, Dios como perdón. Comunicaba el perdón de Dios con su mirada, sus palabras, sus gestos. Pero Jesús utiliza pocas veces la fórmula “tus pecados te son perdonados”. El perdón no adopta en él en primer lugar la forma de una “absolución”, sino la forma de una acogida cercana y bondadosa. 123 Y es que: ¿qué significa “perdón de Dios”? Este término nos confunde muy fácilmente. El perdón de Dios no es una sentencia absolutoria de Dios, sino la compañía cordial y tierna de Dios. El perdón de Dios no es una humillante declaración de clemencia divina, sino una promesa de solidaridad incondicional de Dios. Ese es el perdón que necesitamos. Ese es el perdón que sentían los “pecadores” que se acercaban a Jesús, a los que Jesús se acercaba: el paralítico de Cafarnaún a quien su enfermedad señalaba como pecador en la opinión de la gente (“Hijo, tus pecados te son perdonados: Mc 2,5), la mujer pecadora pública en casa de Simón el fariseo ("Si muestra tanto amor, es señal de que Dios le ha perdonado los pecados”: Lc 7,47), la mujer que traen los fariseos y escribas al haberla sorprendido en flagrante adulterio ("Yo tampoco te condeno": Jn 8,11), Zaqueo que siente que su corazón egoísta y sus manos se abren en el encuentro con la salvación ("Hoy ha llegado la salvación a esta casa": Lc 19,9), Pedro cuyo interior se enternece y consuela ante la mirada de Jesús (“El Señor se volvió y miró a Pedro... Y, saliendo afuera, lloró”: Lc 22,61-63), los verdugos que ven a Jesús orando en favor de ellos (“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”: Lc 23,34), el crucificado “culpable” que recibe la promesa gozosa de Jesús el crucificado inocente (“Hoy estarás conmigo en el paraíso”: Lc 23,43). Jesús narró en una parábola maravillosa desde todos los puntos de vista en qué consiste para Dios el perdonar, y en qué consiste para el “pecador” el ser perdonado: la parábola del hijo perdido y del amor del padre (Lc 15,11-32). La exigencia del hijo menor, su alejamiento, el hambre. La toma de conciencia, el recuerdo de la casa, el retorno. El recuerdo del padre, su mirada de lejos, su carrera apresurada. El abrazo, el anillo, la fiesta... Y el hermano mayor... El perdón no es la sentencia absolutoria que el juez pronuncia y que el reo escucha con zozobra, ni un “perdón” humillante que concede de arriba abajo un soberano y que se acoge con la cabeza baja. ¿Qué es el perdón? Es la nostalgia de la casa y los ojos bondadosos del padre, el retorno del hijo y la carrera del padre, el abrazo entre padre e hijo, los mejores vestidos y el alegre banquete. Jesús convirtió la mesa en lugar de perdón, en espacio de experiencia del perdón. Comiendo pan y bebiendo vino con los pecadores, Jesús les anuncia el amor y la alegría de Dios, y los pecadores se sienten sumergidos en ese amor y en esa alegría. “Celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,23-24). No hay lugar para la condena y el reproche, no es momento de mirar atrás y lamentarse, no es tiempo para expresiones de arrepentimiento y confesión de pecado. Es tiempo de abrir el camino a un futuro nuevo en la paz y en la alegría de Dios. ¿Y todo ello por qué? "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos... No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9,12-13). La razón es la necesidad y la herida de los pecadores, no el mérito ni el arrepentimiento ni la penitencia. Jesús trató a los pecadores como enfermos, más bien que como “culpables”. 124 7. La mesa, el perdón, la curación La mesa, el perdón, la curación: en esos tres aspectos se puede resumir todo lo que Jesús dijo e hizo. Curaba “perdonando” (es decir, acercándose, acogiendo, tomando de la mano, mirando con buenos ojos, reconociendo la dignidad...) y “perdonaba” haciéndose comensal. Curaba haciéndose comensal y a los curados los convertía en comensales. "Aceptar a los despreciados es la curación social que Jesús trae a los 'pecadores y publicanos’. Así llega el reino de Dios al mundo de los humillados e injuriados y rompe las cadenas espirituales del desprecio por sí mismo" (J. Moltmann). La mesa, el perdón y la curación: ésas son las tres tareas fundamentales que Jesús nos ha confiado: Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esa casa"... Comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya (Lc 10,5.8.9). La paz, la comensalía, la salud. Es lo que Jesús nos ha enviado a anunciar y ofrecer. Nos llama a curar dando paz y a construir la paz reuniendo a todos en una única mesa. En nuestro mundo en el que tanta gente es excluida de la mesa, en el que tantos excluidos enferman y son condenados a morir, en el que tantas injusticias niegan la paz y tantas violencias desgarran la justicia, ¿cómo anunciaremos el reino de Dios, cómo lo construiremos? Tratando de hacer efectiva la paz del perdón y la curación de todas las enfermedades. O en una palabra: reuniendo a todos comensales de la misma mesa, haciendo que todos sean partícipes por igual de los dones de Dios, del fruto de la tierra y del trabajo humano. ¡Ojalá viéramos a todos los hijos e hijas de nuestra madre Tierra, a todos los hijos e hijas de Dios Padre-Madre, reunidos alrededor de una misma mesa como brotes de olivo. Esa es la bendición de quien respeta al Señor (Sal 128,3-4). Pero sería para el mismo Dios el gran gozo, la gran bendición. Para orar. ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS POR SU MANIFESTACIÓN Te doy gracias, me inclino y me arrodillo ante ti, Señor del universo y santísimo Soberano. Tú te has compadecido de mí, me has honrado y me has glorificado. Antes de ser creado el cosmos por ti, ya me tenías a mí entero en ti mismo, pero me has glorificado y me has honrado haciéndome a tu imagen. Tú, nuestro buen Maestro, has concebido en mí el deseo de ti. Tú te manifiestas a aquellos que viviendo todavía en el mundo se acercan a ti deseando contemplarte. Los que creen en ti reciben tu Espíritu. Siendo tú invisible e ilimitado, eres visto y tienes cabida dentro de nosotros. Tú, el Maestro que has creado el universo, para unirte a los hombre que tú mismo has modelado, les has convertido en portadores de Dios y les has hecho hijos tuyos. ¿De dónde iba yo a saber, Señor, que tengo a un Dios así, a un Maestro así, a un protector 125 así, padre, hermano y soberano, a ti que has sido pobre por mi causa y que has tomado la forma de un esclavo? En verdad, Maestro mío amigo de los hombres, no sabía absolutamente nada de todo esto. Al escuchar a tu heraldo Pablo que exclamaba diciendo: “Lo que ni el ojo vio ni el oído oyó ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman”, estaba convencido de que era imposible para alguien que vive en carne llegar a la contemplación de aquello. Creía que sólo a aquel le habías mostrado esto gracias a tu prodigalidad e ignoraba, desdichado de mí, que ello tiene lugar por iniciativa tuya en todos los que te aman. ¿De dónde, cómo habría podido saber que todo el que cree en ti se convierte en miembro tuyo haciendo resplandecer por la gracia a la Divinidad ¿quién lo creerá? y que será bienaventurado al haberse convertido en miembro bienaventurado del bienaventurado Dios? (Simeón el Nuevo Teólogo, monje bizantino del siglo X) 22. DISCIPULOS Y DISCIPULAS DE JESÚS (1) Jesús empezó quizá actuando solo, pero pronto reunió un grupo de discípulos en torno a sí. Así lo habían hecho también Buda, Confucio, Sócrates. Y Juan Bautista, de quien Jesús fue discípulo durante algún tiempo. El reino de Dios nos reúne. El reino nos necesita en grupo, pero también nosotros necesitamos sentirnos acompañados para poder ser profetas del reino. Evidentemente, Jesús no “instituyó” ninguna Iglesia, ninguna “estructura eclesial” propiamente dicha: una doctrina, una liturgia, un gobierno... Jesús puso en marcha un movimiento, que a través de muchas circunstancias y vicisitudes históricas desembocará en iglesias organizadas, y mucho más tarde en una Iglesia centralizada. Al principio, encontramos junto a Jesús un grupo de hombres y de mujeres que le acompaña a todas partes haciendo con él vida itinerante; también encontramos un grupo más amplio de personas que, viviendo en sus casas y siguiendo en sus tareas, son sin embargo discípulos de Jesús, le apoyan, lo reciben, le “siguen”. Todos ellos forman el "movimiento de Jesús". También nosotros nos sentimos y queremos ser discípulos de Jesús. Nos empuja su movimiento, y queremos empujarlo. Nos mueve la alegría a menudo tan oculta de la misma buena noticia y la esperanza difícil del reino de Dios. Somos Iglesia de Jesús. Pero ¿cómo es la “Iglesia” que Jesús quiso? 1. Diferentes llamadas en los evangelios 126 En el origen del discípulo y de la Iglesia está la conciencia de haber sido llamado. La voluntad y la decisión de uno son imprescindibles, pero son despertadas por la llamada de otro: por la llamada de Jesús y, en último término, por la llamada de Dios. Eso es lo que significa originariamente el término “Iglesia” (Ekklesia): “comunidad de llamados”. La llamada de Jesús se presenta de diversas maneras en los evangelios, y es normal, pues el Espíritu actualiza la llamada de Dios de modos muy diversos, según el temperamento y las circunstancias de cada persona: 1) A veces, son los mismos discípulos los que se acercan a Jesús, porque quieren seguirle: Yendo de camino, alguien le dijo: "Te seguiré a donde vayas" (Lc 9,57). No saben todavía hasta dónde es “donde vayas”, hasta dónde tendrán que seguirle. Se lo explica Jesús con sus palabras y, sobre todo, con su vida: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). Deberán vivir más “inquietos” que los animales más inquietos, sin residencia estable, con el ancho mundo de Dios por morada, siempre itinerantes y en camino. Cuando es uno mismo el que decide ser discípulo, es normal que ponga condiciones: "Te seguiré, Señor, pero déjame despedirme primero de mi familia” o “ir antes a enterrar a mi padre” (Lc 9,59.61). Lo mismo le pidió el joven Eliseo al viejo profeta Elías, cuando éste lo llamó para que continuara su misión profética; en aquella ocasión, Elías se lo concedió: “Vete a despedirte de tus padres, y vuelve luego” (1 Re 19,20). Pero ahora es distinto: anunciar al pueblo la alegría del reino de Dios, preparar al pueblo para acoger el reino de Dios, es una tarea mucho más urgente, y es preciso dejar de lado hasta los deberes familiares, e incluso los deberes religiosos más sagrados (enterrar al padre); desconocer la noticia y la presencia del reino del reino de Dios es como estar muertos: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el reino de Dios... El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios” (Lc 9,61-62). Hay que vivir. Hay que hacer vivir. Es el reino de Dios el que ha de mover la voluntad y el proyecto del discípulo. Entonces, la privación se convierte en libertad. Queda privado de morada y de familia, pero no de alegría y de sueños. 2) Otras veces, es Jesús quien llama directamente, con autoridad: "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres" (Mc 1,6); “Sígueme” (Mc 2,14). Es sorprendente. No eran los escribas quienes elegían a sus discípulos, sino a la inversa: eran los discípulos los que solían elegir a sus maestros. En el evangelio no sucede así: en muchos pasajes, es Jesús el que llama a sus discípulos, y lo hace sin rodeos, sin dar explicaciones, sin hacer bellas promesas. Llama directamente, con concisión. Ven sígueme. Todo está en juego, y todo merece la pena, pero no es posible saberlo sin seguirle (cf. Jn 1,39). Existen también otras diferencias llamativas entre los discípulos de los escribas y los de Jesús: los discípulos de los escribas solían residir en un lugar fijo, mientras que los discípulos de Jesús (un 127 grupo al menos) son itinerantes; los discípulos de los escribas solían tener con sus maestros una relación temporal, mientras que los discípulos de Jesús tienen con él una relación permanente; los escribas no admitían mujeres discípulas, pero Jesús sí. 3) Y otras veces, por fin, la invitación a seguir a Jesús llega al discípulo por mediación de otro: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41), dice Andrés a su hermano Pedro. La llamada llega a Pedro por medio de Andrés, y a Natanael por medio de Felipe. Y así se prolonga y se extiende la llamada de Jesús que constituye la Iglesia. 2. Dios nos llama en la vida El ser humano es un ser llamado. Llegamos a ser nosotros mismos gracias a la llamada, la mirada, la palabra de otro. Y en la palabra y en la llamada que nos vienen de otro, vamos percibiendo que el misterio de Dios totalmente otro y absolutamente íntimo nos envuelve y nos funda. En la llamada de Jesús, los discípulos de Jesús han reconocido la llamada de su propio interior, la llamada del pueblo sufriente, la llamada de los tiempos difíciles y, en última instancia, la llamada del Dios grande y cercano que les invita a la fiesta y a la lucha por el reino. Siempre es Dios el que llama, pero Dios llama siempre por mediaciones: a través del propio deseo y de las propias facultades, a través de la profecía y la compañía de una persona concreta, a través del grito y la necesidad de los sufrientes... Los discípulos, movidos por la presencia y la promesa de Dios, lo han dejado todo, porque se les pide todo y porque se les da todo: dejando bueyes y campos, Eliseo se convirtió en profeta y “taumaturgo” en favor de los pobres; Simón y Andrés dejan sus redes y sus barcas, Santiago y Juan dejaron a su padre y empleados, para convertirse en “pescadores de hombres”, es decir, en liberadores de hombres y mujeres, en la esperanza del reino de Dios, en la lucha por el reino de Dios. Para orar. TÓMAME DE LA MANO ¡Dios mío, tómame de la mano! Te seguiré de manera resuelta, sin mucha resistencia. No me sustraeré a ninguna de las tormentas que caigan sobre mí en esta vida. Soportaré el choque con lo mejor de mis fuerzas. 128 Pero dame de vez en cuando un breve instante de paz. No me creeré, en mi inocencia, que la paz que descenderá sobre mí es eterna. Aceptaré la inquietud y el combate que vendrán después. Me gusta mantenerme en el calor y la seguridad, pero no me rebelaré cuando haya que afrontar el frío, con tal que tú me lleves de la mano. Yo te seguiré por todas partes e intentaré no tener miedo. Esté donde esté, intentaré irradiar un poco de amor, del verdadero amor al prójimo que hay en mí. (Etty Hillesum, Diario durante la persecución nazi) 23. DISCÍPULOS Y DISCÍPULAS DE JESÚS (2) Los que recibieron, de maneras diversas, la llamada de Jesús se hicieron no solamente discípulos, sino seguidores de Jesús. Jesús no les ofrecía ante todo una enseñanza, y no les pedía ante todo un aprendizaje. Les ofrecía el mensaje del reino de Dios, y les pedía vivir como mensajeros. El mejor término para designar y describir ese modo de vida es el seguimiento. ¿En qué consistía para ellos y en qué consiste para nosotros ser seguidores de Jesús? Señalo algunos rasgos fundamentales. 3. Compañeros de Jesús Un grupo de discípulos y discípulas abandonaron su anterior modo de vida, su profesión, incluso su familia, y siguieron a Jesús. Iban con él de un lado a otro, compartiéndolo todo con él. No eran meros "discípulos" que aprenden de su maestro unas doctrinas, sino que eran compañeros de vida: comían juntos, oraban juntos, buscaban juntos, y dormían en casas de amigos o al raso. También los discípulos de los escribas hacían vida común con el maestro, pero vivían en un lugar fijo. Hoy ya no nos es posible acompañar a Jesús literalmente. Pero también hoy nos llamamos y somos seguidores de Jesús. El seguimiento no consiste en primer lugar en aprender y en enseñar las enseñanzas de Jesús. Dígase lo que se diga, da la impresión de que para la Iglesia lo fundamental son las ideas y las creencias. Pero no es eso. El seguimiento tampoco consiste en primer lugar en sentir una emoción y un sentimiento de calor interior. Está en boga la religión del “sentirse bien”. Pero no es eso. El seguimiento de Jesús tampoco consiste en primer lugar en cumplir fielmente las 129 normas dictadas por Jesús. El cristianismo europeo de los últimos siglos ha sido muy moralista, aunque hoy no lo sea tanto. Tampoco es eso. El seguimiento de Jesús no es ideología, no es psicologismo, no es moralismo o mera imitación de conductas: tales han sido desde el principio las tentaciones cristianas básicas. ¿Qué es seguir? Es tener con Jesús una relación estrecha. Es que su memoria y su presencia estén muy vivas en nosotros. Es reavivar sin cesar en nosotros la memoria conmovedora del crucificado y la experiencia del resucitado. Es hacer de su fe nuestra fe y hacer de su esperanza nuestra esperanza. Es apropiarnos de sus criterios y de sus actitudes y de su conducta, adecuándolas a nuestro tiempo. 4. Itinerantes con Jesús Al igual que Jesús, también sus discípulos fueron “carismáticos itinerantes” (G. Theissen). Vivían sin residencia fija, al igual que el maestro. En una o en varias ocasiones, Jesús los envió de dos en dos, sin recursos materiales de ningún tipo, a anunciar en los pueblos y aldeas la proximidad del reino de Dios: “No llevéis oro, ni plata ni dinero en el bolsillo; ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado; porque el obrero tiene derecho a su sustento (Mt 10,9-11). Van sin nada. Nada en sus manos, nada en sus pies (Lc 10,3). Ni muda para el día siguiente, ni armas contra nadie y contra nada. No poseen nada y, por lo tanto, no son esclavos de nada ni enemigos de nadie. No tienen nada que defender, ni nadie de quien defenderse, ni nadie a quien agredir. Van sin bienes ni seguridades. Viven a merced de Dios y de su reino, y su estilo mismo de vida es signo del reino Un nuevo estilo de vida que se convierte en signo del reino. Jesús los envía más desprovistos y desnudos que los esenios y los cínicos: los esenios utilizaban calzado, y los cínicos también a menudo; esenios y cínicos llevaban un bastón, por si fuera necesario contra ladrones y animales salvajes; era característico de los cínicos el manto de doble forro y el zurrón. Jesús no es, pues, sin más un “campesino cínico”, como afirma Crossan. De todos modos, la diferencia más significativa entre Jesús y los cínicos no radica en esos detalles materiales, sino en el mensaje del reino de Dios y en la confianza en que Dios los cuidará. Por otra parte, los cínicos no entraban en las casas, y los discípulos de Jesús sí. Además, éstos no eran ascetas, a pesar de ser tan pobres. ¿Es radicalismo? Es más bien radicalidad. El radicalismo es ceñudo, rígido, intolerante, agresivo, un tanto sectario. La radicalidad es bondadosa, comprensiva, libre, flexible. De todo habría sin duda entre los discípulos de Jesús, como de todo sigue habiendo en nosotros. Pero los discípulos de Jesús nunca debieran ser radicales sin radicalismo. 130 5. La Buena Noticia y la curación Van sin nada, pero van llenos a rebosar. Llevan el mensaje más bello que anunciar: que Dios será rey muy pronto, y que todas las miserias desaparecerán. Y llevan el mejor regalo que ofrecer: la paz y la salud. “Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Si hay allí gente de paz, vuestra paz recaerá sobre ellos; si no, se volverá a vosotros (...). Si al entrar en un pueblo, os reciben bien, comed lo que os pongan. Curad a los enfermos que haya en él, y decidles: ‘Está llegando a vosotros el reino de Dios’” (Lc 10,5-11). La paz, la curación de las enfermedades, el anuncio del reinado próximo de Dios: he ahí el tesoro que los discípulos de Jesús, cuando van sin nada, llevan consigo. Su mensaje es el mensaje de Jesús, y su poder es el poder de Jesús. El mensaje de la buena noticia y el poder de curar, en un mundo donde hay demasiada mala noticia y demasiado poder que daña. Para ser portadores de buena noticia y sanadores, tienen que "entrar en las casas", hacerse comensales, conocer de cerca y hacer propios y amar la dignidad y la vergüenza de cada hombre y de cada mujer. Y todo ello deben darlo gratis, pues también ellos lo han recibido. Ésa era la forma de vida de los discípulos itinerantes de Jesús: “Ellos se marcharon y fueron recorriendo las aldeas, anunciando el evangelio y curando por todas partes” (Lc 9,6). 6. Marginados como Jesús En una sociedad configurada por el dinero, el éxito y el poder, aquel que escoge ser pobre, itinerante y pequeño escoge la marginación. Se condena a vivir al margen en todos los campos sociales: fuera de la casa, de la familia, de la sociedad. Se exilian en el interior de su propia patria. Pero los discípulos de Jesús no eligieron la pobreza únicamente para ser más libres (como fue en buena parte el caso de Buda y de lo cínicos), ni en busca de ascesis, ni con el propósito de cumplir mejor las normas de la pureza ritual (como habían hecho los esenios de Qumrán), sino para ayudar a los pobres y marginados a superar su pobreza y marginación. Era ante todo cuestión de solidaridad. “Vete, vende cuando tienes y dáselo a los pobres, para que tengas tu tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (Mc 10,21). Y ello comportaba riesgos. Los que oprimen no toleran al que libera, ni los que enferman al que cura, ni los que representan el imperio del dinero a los que anuncian el reino de Dios. El conflicto se hace inevitable, tanto con la sociedad en general como con los gobernantes; a este conflicto social se refiere en los evangelios la expresión “llevar la cruz”: El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt 10,38). Uno de los conflictos más dolorosos es el que se plantea con la propia familia; así le sucedió a Jesús: Sus parientes, al enterarse, fueron para llevárselo, pues decían que estaba 131 trastornado (Mc 3,21); y así sucederá a los discípulos: “Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues no, sino división. Porque de ahora en adelante estarán divididos los cinco miembros de una familia, tres contra dos, y dos contra tres. El padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, y la nuera congtra la suegra” (Lc 12,51-53). Es doloroso, pero el discípulo ha de estar dispuesto para ello: “Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26). Para orar (en la semana santa y todos los días santos) Ando por mi camino, pasajero, y a veces creo que voy sin compañía, hasta que siento el paso que me guía, al compás de mi andar, de otro viajero. No lo veo, pero está. Si voy ligero, él apresura el paso; se diría que quiere ir a mi lado todo el día, invisible y seguro el compañero. Al llegar a terreno solitario, él me presta valor para que siga, y, si descanso, junto a mí reposa. Y, cuando hay que subir monte (Calvario lo llama él), siento en su mano amiga, que me ayuda, una llaga dolorosa. (Liturgia de las Horas) 24. DISCÍPULOS Y DISCÍPULAS DE JESÚS (3) Los Doce y Pedro 132 7. ¿Por qué los Doce? Los discípulos/as eran más de doce, por supuesto. Pero parece bastante seguro que Jesús designó un grupo especial de doce (una razón importante para pensar así es que, si ese grupo lo hubiesen inventado los cristianos después de la muerte de Jesús, difícilmente hubiesen incluido en él al “traidor” Judas). Pero ¿con qué finalidad designó Jesús al grupo de los Doce? Los designó para que fueran imagen y representación de las doce tribus de Israel, es decir, de todo Israel. A Jesús le gustaban los gestos simbólicos, las “profecías en acción”. El nombramiento de un grupo de doce discípulos fue uno de estos gestos simbólicos de Jesús (como los banquetes con los pecadores, la entrada en Jerusalén, la “destrucción” del Templo o la cena de despedida). Jesús estaba firmemente convencido de que eran los últimos tiempos, y de que Dios habría de reunir a todo su pueblo disperso. Y él se sentía justamente llamado a ser el mensajero y el mediador de dicha reunificación: Dios le enviaba a anunciar la buena noticia del reinado de Dios a las “doce tribus”, a promover la restauración definitiva de Israel, a reunir por fin a los israelitas de Palestina y a los israelitas dispersos por todo el mundo (la Diáspora). El grupo de los Doce representa al pueblo entero, al pueblo restaurado de los últimos tiempos. Jesús no los nombró para ser dirigentes o jefes del resto de discípulos, sino para representar al pueblo renovado y reconstruido de los últimos tiempos. No les dio ninguna función jurídico-administrativa (no los hizo predecesores de los obispos y del Papa...). En cualquier caso, en vida de Jesús, los Doce no poseyeron una posición de superioridad o de autoridad entre los demás discípulos. Y aun después de Pascua, los Doce no desempeñaron ningún cargo directivo en la comunidad de Jerusalén, salvo Pedro (pero Santiago, el hermano de Jesús, que no pertenecía al grupo de los Doce, tuvo en la comunidad de Jerusalén una categoría igual o superior a la de Pedro). No sabemos que otros miembros del grupo de los Doce hayan gobernado comunidades cristianas. Por el contrario, Pablo, que no era de los doce, fue el dirigente carismático de muchas comunidades. En los Hechos de los Apóstoles se les atribuye a los Doce la función de ser "testigos cualificados" de la vida y de la Pascua de Jesús. Así lo expresan las palabras puestas en boca de Pedro con ocasión de la elección del “sucesor” de Judas: “Se impone que uno de los que nos acompañaron durante todo el tiempo que el Señor Jesús estuvo con nosotros (...), entre a formar parte de nuestro grupo, para ser con nosotros testigo de su resurrección” (Hch 1,21-22). Pero es difícil saber qué función concreta tuvieron los Doce después de la Pascua. Su papel fue desapareciendo paulatinamente. En conclusión, del hecho de que Jesús designase un grupo especial de doce no extraigamos conclusiones abusivas referidas a la “organización jerárquica” de la Iglesia. Sólo mucho más tarde se elaboró la “teología de la sucesión”, pero tiene muy poco que ver con la intención de Jesús y la 133 historia de las comunidades cristianas hasta el s. III-IV. Hablamos de “Doce Apóstoles”, como si “apóstoles” lo fueran únicamente los Doce. Sólo en Lucas es así, pues éste llama “apóstoles” exclusivamente a los Doce, tanto en el Evangelio como en los Hechos. Pero no sucede así en Pablo, que no era de los Doce y sin embargo se llama a sí mismo apóstol (cf. Ga 2,7-8); para Pablo, son apóstoles todos los enviados por Jesús a anunciar la buena noticia (cf. 1 Cor 15,5-7). Tú y yo también somos tan apóstoles como Pedro y Pablo. Apóstol significa “enviado” y, puesto que Jesús nos envía a todos los que nos llama, todos los discípulos somos apóstoles. Efectivamente, todos los discípulos somos enviados a constituir una nueva humanidad que reúna a todos los pueblos. Cuando todos los pueblos de la tierra, grandes y pequeños y no ya las “doce tribus” de Israel y se reúnan en dignidad e igualdad, y cuando todas las criaturas formen realmente una gran comunidad, entonces se constituirá el “nuevo Israel” y la nueva creación de los últimos tiempos, y ése es nuestro encargo y nuestra meta. 8. ¿Y qué hay de Pedro? En todas las listas de los Doce (Mc 3,16-19 y paralelos), Simón Pedro aparece en primer lugar (y Judas Iscariote en el último), y este dato es significativo. Es señal de que Pedro era “el primero” entre los Doce. El nombre mismo de “Pedro” expresa algo de eso. Jesús le dio a Simón el sobrenombre de Kefa (es decir, “piedra” o “roca”), seguramente porque fue él, juntamente con su hermano Andrés, el primero en ser llamado por Jesús o el primero en haberle seguido; el nombre aparece 10 veces en el NT en su forma helenizada (Cefas) y pone de manifiesto, en cualquier caso, que ocupaba el primer puesto entre los Doce. El sobrenombre Kefa (o Cefas) fue traducido al griego como Petros, es decir, “Piedra”; por lo demás, en Mt 16,18 se pone en boca de Jesús un juego de palabras entre Petros (piedra) y petra (roca): “Tú eres ‘Pedro’ y sobre esta ‘roca’ edificaré mi iglesia”, como dando a entender que Jesús puso a Simón Pedro como cimiento de la Iglesia. Pero dicen los expertos que esas palabras y las siguientes (“te daré las llaves del reino...”) no son palabras pronunciadas por Jesús, sino puestas posteriormente en su boca (por lo demás, sólo aparecen en el Evangelio de Mateo). De todos modos, es claro que Pedro ocupaba un puesto singular y destacado entre los Doce. Aparece siempre como portavoz. 134 9. Pedro, imagen del discípulo con sus luces y sus sombras Pedro es imagen y espejo de todos los discípulos o seguidores. Y debemos mirar a la figura de Pedro que nos trazan los evangelios para aprender lo que somos, para conocer nuestras propias luces y sombras: Se pone en camino hacia Jesús antes que ningún otro, pero en cuanto aparece el peligro le entra el miedo y empieza a hundirse, y no tiene más remedio que gritar a Jesús: “Señor, sálvame” (Mt 14,30). La confesión de Jesús le brota fácilmente de los labios y del corazón: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios...” (Mt 16,16); pero a la vez es de poca fe y dubitativo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado? (Mt 14,31). De confesión en confesión y de duda en duda, deberá aprender que la fe es don del Padre del cielo (Mt 16,17). Está, sí, decidido a ser enteramente seguidor de Jesús, y lo es, pero una y otra vez pretende que el camino de Jesús sea un camino fácil de éxitos, y habrá de escuchar de labios de Jesús las palabras más duras que en los evangelios se dirigen a nadie: “¡Apártate de mí, Satanás!” (Mt 16,23). Daría, sí, la vida por Jesús: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y hasta la muerte” (Lc 22,33); pero no ha llegado más allá del patio del sumo sacerdote, y declara una y otra vez que no tiene nada que ver con Jesús (Mc 14,66-71). Confiesa a Jesús como Maestro y Señor, pero no se le mete en la cabeza que el señorío de Jesús consiste en ser servidor, en lavar los pies; tendrá que consentir en que Jesús le lave los pies, y aprender a lavar también él los pies a los otros (Jn 13,6-15). Quiere a Jesús sin duda, pero tendrá que abandonar declaraciones de amor demasiado grandilocuente y aprender a hacer declaraciones de amor más humildes y verdaderas: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17). Le corresponde confirmar a sus hermanos temerosos, pero para ello tendrá que vivir convirtiéndose constantemente a Jesús:“Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Está habituado a disponer de sí y de los demás, pero tendrá que aprender a que otro le ciña y le conduzca a donde no quiere, tendrá que aprender a servir y a dar su vida (Jn 21,18). Por fin, a él le corresponde apacentar las ovejas, pero no el controlar a nadie: “Señor, y éste ¿qué?”... “¿A ti qué te importa? Tú sígueme” (Jn 21,20-22). Para orar. VIVIR POR LA GRACIA Señor Jesucristo, sólo nos encontramos a nosotros mismos en tu Espíritu y Tú mismo estás en 135 nosotros cuando en ti nos perdemos. Tu lejanía, la lejanía del Dios eterno, la lejanía de tu luz deslumbrante, la lejanía de tu santidad inmaculada, la lejanía de tu amor devorador, de tu incomprensible e impetuoso amor, se ha vuelto próxima. Todo esto ha entrado en contacto con nuestro corazón porque poseemos el Espíritu Santo. El es quien da plenitud a todos los abismos insondables de la vida. El se hace fuente de Vida en nosotros. El es la dicha sin fronteras, una dicha que ha reconducido a sus originales fuentes los riachuelos de nuestras lágrimas, aun cuando en alguna ocasión hayan amenazado con inundar el valle de nuestra existencia. El es el Dios de nuestra interioridad, la santidad del corazón, su júbilo oculto y singular, incluso en aquellos momentos en que rozamos la desesperación y decaen nuestras fuerzas. El se hace cargo de nuestro ánimo, infundiéndole esperanza en los instantes de abatimiento y desconfianza. El nos llena de amor como amor que nos ama, y así nos habilita para que amemos con generosidad y alegría, aunque tantas veces parezca nuestro corazón frío, pequeño y estrecho. Vive en nosotros. Que tu Espíritu nos llene. Creemos que tu fuerza llevará a la victoria nuestra propia flaqueza. Creemos que tu verdad se ha sobrepuesto ya a nuestros engaños. Creemos que tu libertad nos está liberando de nuestras estrecheces. Vive en nosotros. Haz que tengamos el coraje de creer que tu bendición se derrama sobre esta tierra nuestra, pues no sólo el cielo está lleno de tu gloria. Amén. (K. Rahner) 25. DISCÍPULOS Y DISCÍPULAS DE JESÚS (4) Una comunidad de hermanos/as y de iguales Miremos ahora al interior del grupo de Jesús. Jesús era un carismático itinerante; se fiaba del dinamismo y del impulso del Espíritu libre de Dios más que de todas las estructuras y normas. Por consiguiente, no se preocupó de organizar su grupo dotándolo de normas concretas de funcionamiento. Es vano buscar en él la legitimación de las actuales estructuras de la Iglesia. Jesús no pensaba en el futuro de su grupo, sino en el futuro de justicia y de bienaventuranza que esperaba del reinado inminente de Dios. No obstante, Jesús sí se preocupó, y mucho, de las relaciones entre los miembros de su grupo. Ahí sí podemos aprender cosas esenciales para la Iglesia de hoy y de siempre. ¿Qué tipo de relaciones habrán de vivir, pues, los discípulos entre sí? Jesús no dejó una normativa al respecto. Todo lo que es posible decir lo condensó en una palabra: hermano/a. Esa palabra expresa mejor que ninguna 136 otra cómo ha de ser la Iglesia hacia dentro y hacia fuera. Y esa palabra expresa mejor que ninguna otra cuál es la tentación y el pecado principal de los discípulos de Jesús: dominar a otros. 1. “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” En una escena muy ilustradora referida por Marcos, a Jesús le pasan aviso de que fuera le esperan su madre y sus hermanos/as. Jesús les responde: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: “Éstos son mi madre y mis hermanos” (Mc 3,31-34). Jesús se distancia llamativamente de su familia. Rechaza la estructura familiar dominante de su época: la estructura patriarcal (o matriarcal) basada en la autoridad y en la subordinación. Jesús rompe con los moldes familiares de su tiempo. No debiéramos olvidarlo cuando a veces nos empeñamos tanto en “mantener la institución de la familia”. Sí, es cosa santa y decisiva la familia, pero las estructuras familiares han ido cambiando a través de los siglos. Es claro que hoy están cambiando. ¿Se opondría Jesús a algunas transformaciones de la familia que a nosotros tanto nos cuesta asumir? En la “familia de Jesús”, no hay “padre”. No hay tampoco “madre”. Ni, en consecuencia, hermanos y hermanas integrados en un sistema de subordinación. El compañerismo y la fraternidad de iguales sustituyen al patriarcado/matriarcado. Jesús no considera a sus discípulos como súbditos y siervos. No los mira de arriba abajo. Sólo el que tiene poca confianza en sí y poca autoestima necesita dominar a otros. Jesús no necesitaba hacerlo. Está seguro de la tarea que Dios le encomienda, está seguro de sí, y por eso irradia “autoridad” (cf. Mc 1,27) y por eso trata a sus discípulos como amigos (cf. Jn 13,14). Puesto que Jesús nos ha tomado a todos como hermanos, podemos ser hermanas y hermanos unos de otros. Y ésa es la primera condición para poder constituir una comunidad. Y cuando somos de verdad hermanos, entonces llegamos a ser de verdad “madres de Jesús”, porque lo concebimos, lo gestamos y lo damos a luz en el mundo. 2. Hermanos entre sí “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Ni llaméis a nadie padre vuestro en la tierra; porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo. Ni os dejéis llamar guías, porque uno sólo es vuestro guía: el Mesías. El mayor entre vosotros será el que sirva a los demás” (Mt 23,8-11). Se produjo entre ellos una discusión 137 sobre quién debía ser considerado el más importante. Jesús les dijo: “Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas, y los que tienen autoridad reciben el nombre de bienhechores” (Lc 22,24-26). No hay palabras que expresen mejor cómo ha de ser “hacia dentro” la comunidad de Jesús, ni texto que diga mejor que en la Iglesia es indispensable la democracia una democracia verdadera, no una mera democracia formal representativa que sólo se ejerce cada cierto tiempo en las elecciones . El saber, la autoridad, el poder... pertenecen únicamente a Dios, y nadie debe adueñarse de ellos ni acapararlos para sí, ni siquiera para el “tiempo del mandato”. En ese sentido podría hablarse de “teocracia” (poder de Dios) y de “cristocracia” (poder del Mesías), pero aclarando que el poder de Dios consiste en crear y promover; el único poder del Mesías (Cristo) es el de liberar y curar. Para eso ha de servir el poder en todas sus formas. Así pues, Dios y Cristo de ninguna manera legitiman ningún sistema político o religioso “teocrático”, que suele ser siempre de tipo jerárquico y suele sacralizar un poder supuestamente recibido de Dios o de su representante de manera directa. El poder de Dios que crea y libera, por el contrario, reside en el corazón de todas las criaturas y de todos los seres humanos y en sus relaciones mutuas. El poder reside abajo, en lo más bajo y se manifiesta en relaciones de igualdad, participación, correlación y corresponsabilidad. Por ello, el poder de Dios deriva del pueblo o de la comunidad hacia sus representantes, no a la inversa, y ha de servir únicamente para que todos sean más libres y más hermanos. Miremos a la institución eclesial. En la lógica de Jesús no es concebible el sistema monárquicoteocrático actual de la institución eclesial, en la cual una cúspide sagrada detenta un poder absoluto supuestamente recibido de Dios por vía quasi-hereditaria (“ordenación”). Una Iglesia que quiera ser de verdad “teocrática” y ejercer el poder como Dios lo ejerce ha de ser necesariamente democrática. Y será de verdad democrática cuando en todos los campos sea fraterna, corresponsable, relacional. Que los/las dirigentes de las comunidades sean elegidos/as por las propias comunidades es una condición mínima y necesaria, pero no suficiente. La cuestión del poder nos afecta a todos, no solamente a los miembros de la “jerarquía” eclesial (expresión que constituye una contradicción en los términos): allí donde nos movemos (familia, trabajo, voluntariados, grupos y movimientos sociales...) ¿procuramos de verdad ser cauce de ese poder creador de Dios? ¿Ejercemos y fomentamos la máxima participación, correlación, corresponsabilidad y democracia posible? 3. Sin padre La familia en tiempo de Jesús era muy patriarcal y constituía el fundamento y el soporte de 138 una sociedad autoritaria. Por eso resulta doblemente revelador el hecho de que Jesús se muestre tan crítico para con la familia. Es patente que tuvo tensiones con su propia familia: su familia pensaba que estaba trastornado (Mc 3,20-21); se distanció claramente de “su madre y sus hermanos”, como acabamos de ver (Mc 3,31-35); al discípulo que quería el sagrado deber de enterrar a su padre antes de seguirle le dice: “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,21-22); afirma que “el que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí” (Mt 14,37); es llamativo que en Mc 3,35 no menciona a los miembros de la familia en su orden normal, de arriba abajo (padre, madre, hermanos...), sino en el orden inverso, de abajo arriba: “Ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (sin mencionar siquiera al padre). Pero el texto más revelador a este respecto es Mc 10,28-30: “Mira nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”, le dice Pedro. Y Jesús le responde: “Os aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre [obsérvese de nuevo la inversión del orden] o hijos o tierras por mí y por la buena noticia, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madre, hijos y tierras, aunque con persecuciones; y en el mundo futuro la vida eterna”. Jesús menciona al padre entre las cosas que se dejan, pero no entre las que se recuperan. Es muy extraño. El que deja la familia por Jesús hay mil formas de hacerlo y no tiene nada que ver con la “vida religiosa” ni siquiera con el celibato tendrá una nueva familia, pero una familia “sin padre”. La comunidad de Jesús es una familia, pero “sin padre” (y “sin madre”, se podría añadir), es decir, sin nadie que tenga un poder absoluto. También esto debiera darnos mucho que pensar en nuestra Iglesia. 4. Autoridad al mínimo Jesús da muy pocas órdenes en el evangelio. Manda poco. También este aspecto es muy característico de la conducta de Jesús según los evangelios: no habla ni actúa en nombre de la autoridad, sino que se gana su autoridad con su forma de hablar y de actuar. Mirando al vocabulario, nos encontramos con el siguiente dato: el término más duro para decir “mandato” (epitamao) Jesús lo utiliza casi siempre sólo con los “demonios”, para obligarlos a salir de la persona “poseída” y a dejarla libre (Mt 8,26; 17,18...); algunas veces lo utiliza también con las personas curadas o con los discípulos, pero es para que no pregonen que Jesús es Mesías (Mt 12,16; 16,20...). Por otro lado, el NT tiende a no utilizar el término “poder”; se utiliza 93 veces el término eksousía (“autoridad”), pero casi siempre referido a Dios o a Cristo; solamente siete veces referido a los discípulos: de ellas cinco veces para designar el “poder” que Jesús les otorga para expulsar demonios (Mc 3,15; 6,7...), y sólo dos veces para designar el poder de Pablo (2 Cor 10,8 y 13,10). Jesús no enseñó cómo se habían de organizar en detalle las diversas comunidades (ni 139 siquiera prevería su existencia, pues pensaba que la manifestación del reino de Dios era inminente...). De todos modos, en su comportamiento y en sus enseñanzas dejó claramente sentado que nadie posee la autoridad, sino solamente Dios, y que la autoridad de Dios consiste en liberar y hacer ser, y que el ejercicio de la autoridad entre los discípulos ha de ser absolutamente democrático, mucho más democrático aun que en los regímenes políticos formalmente democráticos. No sería buena señal que en la Iglesia se ejerza y se apele mucho a la autoridad. 5. Perdonarse No es posible hablar de la comunidad de discípulos de Jesús sin hacer mención de las ofensas y de las injusticias que cada día tienen lugar entre los hermanos. ¿Qué hacer en tal caso? “Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda? ¿Siete veces?, pregunta Pedro a Jesús. Jesús le responde: “No te digo siete veces, sino setenta veces siete” (Mt 18,21-22). Perdonar es difícil. ¡Cuán difícil es perdonar! Perdonar no es olvidar ni consentir con la injusticia. Perdonar es curar el recuerdo herido por la ofensa recibida o infligida. Perdonar requiere sinceridad, franqueza, firmeza. Perdonar requiere ante todo fe en la bondad del que me ha ofendido. Perdonar significa mirar atrás sólo para caminar adelante. Perdonar significa perdonarse. Perdonar significa ser paciente consigo y con el otro. ¿Y qué pasa cuando alguien impide gravemente la vida común? Entonces se ha de poner en práctica la “corrección fraterna”, con la máxima discreción, con vistas a recuperar al hermano o a la hermana sin humillarle: “Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas” (Mt 18,15). Y si no hace caso a uno dice Jesús que vayan dos, y si tampoco les hace caso a los dos, que se plantee en comunidad (Mt 18,16-17). ¿Quién tiene la última palabra? No la tiene uno, ni dos, sino la comunidad entera. Es la comunidad la que cuenta con el poder de atar y desatar, es decir, el poder de expulsar al hermano fuera de la comunidad o de acogerlo de nuevo dentro de ella (Mt 18,18). Obsérvese que este poder de atar y desatar, que Jesús otorga a Pedro en Mt 16,18, aquí (Mt 18,18) por el contrario se lo da a toda la comunidad de discípulos/as (así sucede también en Jn 20,23). Por supuesto, “expulsar” a alguien sólo puede tener sentido en vistas a poder volver a acogerlo. Nadie en la comunidad tiene, pues, el monopolio de nada, y menos aun el monopolio del perdón. Todos necesitamos el perdón, y todos estamos llamados a ser de múltiples maneras signo y fuente del perdón/compañía/acogida que es Dios. Jesús tiene siempre ante los ojos una comunidad sin privilegios y sin escalas de categoría. 140 6. Sacramento de un mundo nuevo Solamente así podemos ser Iglesia y sólo así puede la Iglesia ser Iglesia de Jesús y desempeñar su misión. La misión del grupo de Jesús no era la subsistencia ni la expansión del propio grupo. Se constituyó para acoger y para promover el reino de Dios, el mundo nuevo que Jesús anunció. Ese anuncio les había convocado en torno a Jesús, y era su razón de ser. Sigue siendo nuestra razón de ser como Iglesia. Y en su manera de vivir y, sobre todo, de relacionarse entre sí, el grupo de Jesús debía ser un espejo, una imagen del mundo nuevo que esperaban y anunciaban. También nosotros debemos querer e intentar serlo, con todas nuestras limitaciones, heridas y contradicciones. La Iglesia como tal debe querer e intentar serlo hoy, con todas sus rémoras y ambigüedades. ¿Cómo puede proclamar que el reino de Dios trae paz, si en ella hay rivalidades y luchas de poder? ¿Cómo puede proclamar que el reino de Dios trae la bienaventuranza de los pobres y de los hambrientos y sedientos, si hay cristianos ricos y pobres, saciados y hambrientos? ¿Cómo puede proclamar que el reino de Dios consuela a los tristes, si no nos consolamos mutuamente? ¿Cómo puede proclamar que el reino de Dios cura a los enfermos, si no nos acogemos y curamos unos a otros? ¿Cómo puede anunciar que Dios reúne a las “tribus” dispersas, si no nos entendemos entre nosotros? La Iglesia debe ser no solamente anunciadora, sino ella misma como tal debe ser anuncio del reinado y del reino de Dios. Para orar. LA HORA DE GETSEMANI Mis "Horas santas" auténticas son las horas en las que los afanes del cuerpo y del alma me pesan hasta destruirme, las horas en que Dios me coloca delante del cáliz de la amargura, las horas en las que lloro mis pecados, las horas en las que grito a tu Padre, ¡oh Jesús!, sin encontrar escucha aparente. Son las horas en las que la fe se hace una tortura, la esperanza parece transformarse en desesperación, el amor parece haberse muerto en mi corazón. Cuando se cierna sobre mí la angustia de tu Getsemaní, Jesús, permanece a mi lado. Concédeme la gracia de decir sí. Sí a lo más amargo. Sí a todo. Dame la gracia de orar, cuando el cielo esté plomizo y me sienta sepultado en el silencio de Dios, cuando todas las estrellas de mi vida se apaguen, cuando la fe y el amor parezcan muertos en mi corazón y cuando mis labios balbuceen fórmulas de oración que resuenen como mentiras para mi corazón destruido. 141 Que la fría desesperación, que quiere matar mi corazón, sea entonces una oración que confiese todavía tu amor. Que la impotencia paralizante de un alma en agonía, que no tiene nada donde agarrarse, sea todavía un grito que se alza hacia tu Padre. Ayúdanos en esa hora, no para sentirnos fuertes, sino para que tu fuerza triunfe en nuestra debilidad. Haznos ser los hombres de tu consuelo. (K. Rahner) 26. DISCÍPULOS Y DISCÍPULAS DE JESÚS (5) Jesús y las mujeres La Iglesia de Jesús, en contra de Jesús, ha humillado a la mujer. Ha sido para ella causa de innumerables sufrimientos añadidos a los sufrimientos de la vida en las que la mujer tiene ya de por sí tanta parte. Debemos reconocerlo con dolor y con pesar: durante siglos, la Iglesia ha infamado, sometido, maltratado, marginado a la mujer. A ojos de muchos, la Iglesia es la institución más patriarcal y machista de Occidente. No deja de ser muy preocupante. ¿Qué nos enseña Jesús? Jesús no nos ofrece, tampoco en este campo, ninguna solución ni receta atemporal. Lo que dijo e hizo respecto de la mujer ya es de por sí más que suficiente para desautorizar 20 siglos y pico de historia patriarcal en la Iglesia. Pero tampoco debemos tener reparo en reconocer que la misma tradición de Jesús "está dominada ampliamente por un lenguaje androcéntrico y un patriarcalismo estricto” (G. Tehissen). Por ejemplo: llama a Dios “padre” no “madre”; eligió a doce varones para representar a las doce tribus de Israel; se refiere a la mujer como objeto de deseo del varón y no a la inversa (“todo el que mira con malos deseos a una mujer ya ha cometido adulterio con ella”: Mt 5,28). Es normal que Jesús estuviese marcado por la cultura de su época y de su religión. Pero, por otro lado, la conducta y la enseñanza de Jesús fueron radicalmente “contraculturales” en lo relativo a la mujer. Fue un auténtico reformador e incluso revolucionario. Ahí es precisamente donde se pone de manifiesto lo específico y peculiar de Jesús, el espíritu que le animaba por dentro, el aire fresco que le movía. Recojo unos cuantos datos. 1. Jesús desoculta a la mujer y el mundo femenino En una cultura androcéntrica que pone al varón en el centro y en la cúspide de la sociedad, y lo 142 considera como realización acabada del ser humano, el hombre suele ser el portavoz y el lenguaje mismo se masculiniza. No hay más que recorrer los textos de la eucaristía: la mujer no aparece para nada, todo está dicho en masculino, Dios es masculino, todos los adjetivos referidos a los participantes son masculinos, en el mejor de los casos somos “hermanos”, el pan es fruto del trabajo del “hombre”... El lenguaje tiende a ocultar a la mujer y todo el mundo femenino. También a Jesús le sucede esto alguna vez: cuando quiere explicar cómo Dios quiere darnos todo lo mejor, habla del padre que da pan a su hijo (Mt,9), pero no habla de la madre que ha amasado y cocido ese pan... Pero lo que realmente llama la atención es que en general sucede justamente lo contrario: cómo el lenguaje Jesús visibiliza el mundo vital de las mujeres. Jesús desoculta a la mujer, la saca a la luz y la trae al lenguaje. Sorprende, por un lado, la cantidad de escenas de la vida de Jesús con presencia de mujeres. El caso más llamativo lo tenemos en Mc 14,2-9: una mujer “unge” a Jesús como Mesías (no se trata de un mero gesto femenino de cariño, sino de un acto de unción, impensable en una mujer...). Y si nos fijamos en el lenguaje de Jesús, nos sorprende la cantidad de dichos de Jesús en que habla de la mujer junto al varón: junto a la parábola del grano de mostaza que siembra un varón, tenemos la de la levadura que una mujer mezcla con la masa del pan (Mt 13,31-33) (la mujer es sacramento de la solicitud de Dios, de su ternura y empeño); junto a la parábola del pastor y de la oveja perdida, la parábola de la mujer que ha perdido una moneda (Lc 15,3-10) (la mujer, no solamente el hombre, es imagen de cómo Dios nos busca y se alegra de encontrarnos); junto a la parábola del amigo importuno (Lc 11,5-8), la parábola de la viuda importuna (Lc 18,1-8) (la mujer, no solamente el varón, es puesta como modelo de actitud ante Dios; lo primero se “daba por supuesto”, lo segundo no); cuando Jesús recuerda la historia de Israel, trae a la memoria a la vez figuras masculinas y femeninas: junto a Jonás y los ninivitas, menciona a Salomón y la reina del Sur (Mt 12,41-42); junto a Eliseo y Naamán el leproso, menciona a Elías y la viuda de Sarepta (Lc 4,25-27); junto al trabajo del hombre en el campo, menciona molienda de la mujer en el molino (Mt 24,40-41); junto a la producción masculina del vino, menciona el trabajo textil de la mujer (Mc 2,21); junto al cultivo masculino del campo, menciona la labor femenina de costura (Mt 6,26-28). Son ejemplos sin analogías conocidas en el entorno. 2. Jesús cura a las mujeres 143 Jesús curó a muchas mujeres, devolviéndoles no solamente la integridad física, sino también la dignidad, y reincorporándolas plenamente a la comunidad. O, mejor, las cura precisamente reincorporándolas a la comunidad. Algunas mujeres curadas por Jesús: María de Magdala, a la que curó de una enfermedad grave (eso quiere decir que Jesús “expulsó de ellas siete demonios” (Lc 8,2); la mujer curada en sábado, declarada "hija de Abrahán" (Lc 13,10-17); la hija de la sirofenicia (Mc 7,24-30) (es muy llamativo que esta mujer, siendo mujer y pagana, es la única persona de los Evangelios que “gana” a Jesús en la argumentación y le convence, y así lo reconoce Jesús). Pero Jesús no sólo hizo a las mujeres objeto de curación, sino que las hizo sujeto de su propia curación. Dice a la hemorroísa: “Mujer, tu fe te ha curado”. Y obsérvese que en esta ocasión, como en otras muchas, Jesús rompe todos los tabúes sociales y religiosos ligados a la menstruación. La hemorragia era un estigma social, y causa de impureza religiosa; no podía participar en el culto, ni relacionarse con otras personas (eso era realmente lo que la “enfermaba”). La mujer rompe el tabú del contacto, y esta infracción la considera Jesús como acto de fe (Mc 5,25-34). Por ahí va la verdadera religión, más allá de todas las normas humanas a veces absurdas y tantas veces opresoras. 3. La mujer, sujeto de derechos La mujer no podía disponer de sí. Estaba mal visto que no se casara, pero no podía casarse con quien quisiera, y una vez casada pasaba a depender enteramente de su marido. Un rabino decía: "Se compra a la mujer por dinero, por contrato y por relaciones sexuales. Se compra al esclavo pagano por dinero, por contrato y por toma de posesión. Así pues, ¿hay alguna diferencia entre la adquisición de una mujer y la de un esclavo? ¡No!". La mujer es objeto de compra, de contrato laboral, de goce. No puede elegir, y puede ser comprada. Entre los dichos de Jesús, hay al menos dos que contradicen y desautorizan abiertamente ese estado de cosas: “Si uno se separa de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera; y si ella se separa de su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10,11-12). En aquel tiempo, sólo el varón tenía derecho de repudiar a la esposa y de casarse con otra. Jesús, por el contrario, sitúa al varón y a la mujer al mismo nivel de derecho. Si él lo posee, también ella. La mujer no es una posesión del marido. “Algunos no se casan... por causa del reino de Dios” (Mt 19,12). La mujer puede elegir el celibato con la misma libertad que el varón, y en ese caso no dependerá del marido. La razón que aduce Jesús no es la mera emancipación femenina, sino el reino de Dios, ¿pero pueden separarse ambas 144 razones? Quien escoge el reino de Dios escoge la plena libertad que ofrece Dios, se case o no se case, y la libertad de la mujer respecto del varón es una de las dimensiones necesarias de esa libertad que ofrece el reino de Dios. 4. La mujer, discípula y profeta Llama la atención cómo Jesús conversa públicamente con las mujeres, contra la costumbre de la época. También lo hace con la mujer samaritana (Jn 4,6-27) y con la mujer pagana (Mc 7,24-30). A diferencia de lo que era costumbre entre los rabinos, Jesús las admitió en su grupo de discípulos itinerantes en igualdad de plano con los varones: “Estaban allí María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y lo habían asistido cuando estaba en Galilea. Habías, además, otras muchas que habían subido con él a Jerusalén” (Mc 15,4041). “Iban con él los doce y algunas mujeres que había liberado de malos espíritus y curado de nefermedades” (Lc 8,2). Algunas mujeres, al igual que algunos hombres, habían dejado sus casas y sus familias y se habían hecho discípulas itinerantes de Jesús, libres de varones, tan libres como los varones. Fue un gesto provocador de Jesús. Una de las confesiones más completas de Jesús la hallamos en boca de Marta de Betania (Jn 11,27). Algunas mujeres se presentan como modelo de discípulos: María de Betania (Lc 10,38,42), las mujeres junto a la cruz (Mc 15,41-42), María de Magdala, primera testigo de Jesús resucitado (Jn 20,11-18). Las casas de algunas adeptas sedentarias se convertirán en centros de las nacientes comunidades locales (cf. Mc 1,29-31; Lc 10,38-42; Hch 12,12...). En cuanto al argumento, aducido a menudo, de que Jesús no hubiese elegido ninguna mujer entre los 12, ya se dijo que no tiene valor alguno en lo que respecto a la igualdad actual de varón y mujer a todos los efectos eclesiales. Recordemos algunas razones: 1) Los 12 no son dirigentes de comunidades, no es una institución de gobierno, sino que tienen solamente un valor simbólico: representan a las 12 tribus del Israel reunificado de los últimos tiempos; 2) En aquella cultura, las 12 tribus sólo podían ser representados por varones; 3) Jesús no pensó en que fuesen a tener “funciones de gobierno” en las comunidades, y menos aún en que fuesen a tener “sucesores”; 4) Si elegimos sólo varones para “sacerdotes” u “obispos”, porque Jesús sólo eligió varones para el grupo de los doce, por la misma razón únicamente varones judíos podrían ser sacerdotes u obispos, puesto que los 12 eran judíos. Si esto es absurdo, y lo es, también es absurdo el argumento aplicado a las mujeres. La mujer ya no es, pues, solamente esposa y madre, pecho y vientre, en función exclusiva del esposo y de los hijos. La vocación y la felicidad de la mujer no se limitan al vientre y al pecho: son oyentes, discípulas, seguidoras, practicantes de la voluntad liberadora de Dios (Lc 11,27-28), y lo 145 son al igual que los varones. Jesús ha elevado a la mujer “del vientre al oído” (Mercedes Navarro), haciéndolas oyentes de la palabra (téngase en cuenta que un dicho rabínico rezaba: “Quien enseña la Torá a su hija, le enseña la prostitución”). Pero Jesús no convirtió a la mujer en mero “oyente”. También la hizo sujeto de la palabra, profeta. Cuando envía a predicar el reino de Dios, hemos de pensar que era un grupo constituido por varones y mujeres. Las hizo misioneras, apóstoles. 5. María de Magdala El caso de María de Magdala es muy ilustrativo. Su figura tuvo una relevancia especial en la primera generación cristiana. Gregorio Magno (en el siglo VI) la identificó con la pecadora de Lc 7, y así se la representado desde entonces, pero no corresponde a la realidad. Fue liberada por Jesús de "siete demonios" (Lc 8,2), es decir, curada de enfermedad grave. Hay muchos datos e indicios de que esta mujer ocupó un puesto relevante en la comunidad primitiva; es llamada frecuentemente "super-apóstol". Pero no sin la oposición de algunos varones, en concreto de Pedro. En el Evangelio apócrifo de Tomás (no posterior a mediados del s. II), Pedro se queja ante Jesús de que María venga con ellos: "¡Que se aleje María de nosotros, pues las mujeres no merecen la vida!". A lo que Jesús le responde: "He aquí que yo la atraeré para hacerla hombre. Así también ella se convertirá en Espíritu viviente, semejante a vosotros hombres. Toda mujer que se hace hombre entrará en el reino de los cielos" (118). El argumento puesto en boca de Jesús no nos vale (eso de que Jesús la vaya a convertir en “varona” para estar a la altura de los varones), pero lo fundamental es otra cosa: Jesús le reconoce el mismo rango que a los doce. Y otra cosa importante: Pedro siente que María le hace sombra... Hay otros textos de evangelios apócrifos que corroboran la rivalidad entre Pedro y la Magdalena. Algo de eso debió de existir, al menos en algunas comunidades. CONCLUSION: "Jesús, en cuanto representante de la humanidad liberada y de la palabra liberadora de Dios, manifiesta la kénosis del patriarcado" (Rosemary Radford Ruether). Para orar. TE REGALARÉ TODAS LAS FLORES QUE ENCUENTRE La lluvia y la tempestad de los últimos días han destrozado el jazmín de detrás de la casa. Sus flores blancas flotan desparramadas más abajo, 146 en los charcos negros que se han estancado sobre el tejado del garaje. Pero en alguna parte de mí este jazmín continúa floreciendo, tan exuberante y tan tierno como en el pasado. Y esparce sus efluvios alrededor de tu morada, Dios mío. ¡Fíjate cómo cuido de ti! No te ofrezco sólo mis lágrimas y mis tristes presentimientos. ¡En este domingo ventoso y grisáceo, te traigo este jazmín oloroso! Y te regalaré todas las flores que encuentre en mi camino; son muchas, ya verás. ¡Así te sentirás todo lo bien que sea posible en mi casa! Y para poner un ejemplo al azar: si, encerrada en una estrecha celda, viera flotar una nube a través de la reja de mi estrecha ventana, te la llevaré, Dios mío, si aún tengo fuerzas para ello. (Etty Hillesum, Diario durante la persecución nazi)