Subido por Juan Ramón Vargas Lara

Laudes Sábado XXXIV Ordinario

Anuncio
Señor abre mis labios
Y mi boca proclamará tu alabanza
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su
descanso.
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso».
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.
Señor, yo sé que, en la mañana pura
de este mundo, tu diestra generosa
hizo la luz antes que toda cosa,
porque todo tuviera su figura.
Yo sé que te refleja la segura
línea inmortal del lirio y de la rosa
mejor que la embriagada y temerosa
música de los vientos de la altura.
Por eso te celebro yo en el frío
pensar exacto a la verdad sujeto,
y en la ribera sin temblor del río;
por eso yo te adoro, mudo y quieto,
y por eso, Señor, el dolor mío
para llegar hasta ti se hizo soneto. Amén.
Por la mañana proclamamos, Señor, tu
misericordia y de noche tu fidelidad.
Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes
sobre arpegios de cítaras.
Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.
Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.
Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos no temerán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.
El justo crecerá como una palmera
y se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el
principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Por la mañana proclamamos, Señor,
tu misericordia y de noche tu fidelidad.
Aleja, Señor Jesús, de nosotros
nuestro oprobio y haz que tus acciones sean siempre nuestra
alegría y nuestro júbilo, las obras de tus manos; que quienes
hemos sido plantados por mano apostólica en tu casa sigamos
dando fruto por la fe, la esperanza y el amor en los atrios del
Padre, nuestro Dios. Tú, que vives y reinas por los siglos de
los siglos. Amén.
Dad gloria a nuestro Dios.
Escuchad, cielos, y hablaré;
oye, tierra, los dichos de mi boca;
descienda como lluvia mi doctrina,
destile como rocío mi palabra;
como llovizna sobre la hierba,
como sereno sobre el césped;
voy a proclamar el nombre del Señor:
dad gloria a nuestro Dios.
Él es la Roca, sus obras son perfectas,
sus caminos son justos,
es un Dios fiel, sin maldad;
es justo y recto.
Hijos degenerados, se portaron mal con él,
generación malvada y pervertida.
¿Así le pagas al Señor,
pueblo necio e insensato?
¿no es él tu padre y tu creador,
el que te hizo y te constituyó?
Acuérdate de los días remotos,
considera las edades pretéritas,
pregunta a tu padre y te lo contará,
a tus ancianos y te lo dirán:
Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad,
y distribuía a los hijos de Adán,
trazando las fronteras de las naciones,
según el número de los hijos de Dios,
la porción del Señor fue su pueblo,
Jacob fue la parte de su heredad.
Lo encontró en una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos:
lo rodeó cuidando de él,
lo guardó como a las niñas de sus ojos.
Como el águila incita a su nidada,
revolando sobre los polluelos,
así extendió sus alas, los tomó
y los llevó sobre sus plumas.
El Señor solo los condujo
no hubo dioses extraños con él.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de
los siglos. Amén.
Dad gloria a nuestro Dios.
Reconocemos, Señor,
humildemente, que nos hemos portado mal contigo, que
hemos sido una generación malvada y pervertida; haz que la
doctrina de Moisés, tu siervo, que acabamos de escuchar,
descienda como llovizna sobre nosotros y, dando un fruto del
ciento por uno en obras de conversión, nos conduzca a ti, el
Padre y Creador que nos ha hecho y que no deja de revolar
sobre nosotros como el águila incita a su nidada, para
llevarnos a la patria definitiva, donde cantaremos tu amor, por
los siglos de los siglos. Amén.
¡Qué admirable es tu nombre, Señor, en toda la
tierra!
Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.
Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos;
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder?
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por las aguas.
Señor, dueño nuestro,
¡que admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el
principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
¡Qué admirable es tu nombre, Señor,
en toda la tierra!
Señor, dueño nuestro, tú que
creaste al hombre y lo coronaste de gloria y dignidad, para que
cantara tu nombre admirable en toda la tierra, haz que,
contemplando el cielo y las estrellas, reflexionemos sobre tus
obras y vislumbremos tu eterno poder y tu divinidad; que no
seamos necios y, en vez de tributarte la alabanza y las gracias
que mereces, cambiemos tu gloria inmortal por las imágenes
mortales, obra de nuestras manos. Te lo pedimos por
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con
los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo
sentir entre vosotros, sin apetecer grandezas; atraídos más
bien por lo humilde.
Te aclamarán mis labios, Señor, cuando salmodie para ti.
Te aclamarán mis labios, Señor, cuando salmodie para ti.
Mi lengua recitará tu auxilio.
Cuando salmodie para ti.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Te aclamarán mis labios, Señor, cuando salmodie para ti.
Guía nuestros pasos, Dios de Israel, por el camino
de la paz.
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el
principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Guía nuestros pasos, Dios de Israel,
por el camino de la paz.
Celebremos la sabiduría y la bondad de Cristo, que ha querido
ser amado y servido en los hermanos, especialmente en los
que sufren, y supliquémosle insistentemente diciendo: Señor,
acrecienta nuestro amor.
Al recordar esta mañana tu santa resurrección, te pedimos,
Señor, que extiendas los beneficios de tu redención a todos
los hombres.
R./ Señor, acrecienta nuestro amor.
Que todo el día de hoy sepamos dar buen testimonio del
nombre cristiano y ofrezcamos nuestra jornada como un culto
espiritual agradable al Padre.
R./ Señor, acrecienta nuestro amor.
Enséñanos, Señor, a descubrir tu imagen en todos los hombres
y a saberte servir a ti en cada uno de ellos.
R./ Señor, acrecienta nuestro amor.
Cristo, Señor nuestro, vid verdadera de la que nosotros somos
sarmientos, haz que permanezcamos en ti y demos fruto
abundante para que con ello sea glorificado nuestro Padre que
está en el cielo.
R./ Señor, acrecienta nuestro amor.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Con la confianza que nos da nuestra fe, acudamos ahora al
Padre, diciendo como Cristo nos enseñó:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
Que nuestra voz, Señor, nuestro espíritu y toda nuestra vida
sean una continua alabanza en tu honor, y ya que toda nuestra
existencia es un don gratuito de tu liberalidad, haz que
también cada una de nuestras acciones te esté plenamente
dedicada. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los
siglos de los siglos. Amén.
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve
a la vida eterna.
Amén.
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Noviembre 26, 2022.
PORTADA: San Leonardo de Porto Maurizio. 1763.
Iglesia de San Paolo en Monte dell'Osservanza. Bologna, Italia.
Este santo ha sido uno de los mejores predicadores que ha tenido
Italia, y logró popularizar por todo el país el rezo del santo Víacrucis.
Nació en Porto Maurizio, hoy Imperia (Liguria, Italia), el 20 de
diciembre de 1676, en el seno de una familia de marineros.
A los trece años fue enviado a Roma, a estudiar humanidades, retórica
y filosofía en el célebre Colegio Romano o Gregoriano de los Jesuitas,
a la vez que se formaba espiritualmente como congregante de los
oratorios de san Felipe Neri y del padre Caravita.
A los veintiún años decidió entrar en la Comunidad de los franciscanos
de la Reforma, con el propósito de imitar fielmente la vida de san
Francisco de Asís. Y lo logró, sobre todo en la penitencia heroica, en la
altísima contemplación y en el celo apostólico. Vistió el hábito y el
cordón el 2 de octubre de 1697, en la provincia reformada romana. Fue
ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1702 y lo destinaron a
enseñar filosofía. Pero contrajo una grave afección pulmonar cuya
curación, cinco años después, en su tierra natal, atribuyó a la
intercesión de la Virgen. A partir de entonces se dedicó de lleno a la
predicación.
En 1709 fue trasladado al convento de San Francisco al Monte de
Florencia, desde donde trabajó incansablemente en el establecimiento
y organización de los conventos-retiros de la Orden, donde una
selección de religiosos, observantísimos entre los observantes,
pudieran vivir la pureza de la regla franciscana en un intransigente
aislamiento del mundo.
Nombrado guardián de San Francisco al Monte, durante nueve años
exigió a sus hermanos la más rigurosa obediencia a los estrictos
reglamentos de la reforma. No recibían ayuda en dinero de nadie ni
cobraba por la celebración de las misas. Vivían únicamente de lo que
recogían por las calles pidiendo limosna de casa en casa. Su convento
se llenó de religiosos muy fervorosos y con ellos empezó a predicar
grandes misiones por pueblos, campos y ciudades, uniendo este
apostolado al más estricto cumplimiento de los reglamentos de su
comunidad, y dedicando largos tiempos al silencio y a la
contemplación. Decía que hay que hacer penitencia para que el cuerpo
no esclavice el alma y que es necesario dedicar buenos tiempos al
silencio para tener oportunidad de que Dios nos hable y de que
logremos escuchar sus mensajes.
En 1717 fundó un "super-retiro" en la cercana colina de L'Incontro (El
silencio para tener oportunidad de que Dios nos hable y de que
logremos escuchar sus mensajes.
En 1717 fundó un "super-retiro" en la cercana colina de L'Incontro (El
Encuentro), dotándole de unos férreos "Propósitos" o estatutos
calcados en el austerísimo espíritu de San Pedro de Alcántara y del
Beato Buenaventura de Barcelona. Su objetivo era alcanzar "trato
íntimo y comercio interior con Dios Uno y Trino". La base estaba en
crear lo que él llamaba el "País de la fe, donde en olvido de todas las
criaturas hablaré y conversaré con Dios". Tres debían ser las obras
principales del día: la Misa celebrada con cilicio, previa confesión, el
oficio divino meditando la Pasión de Cristo, y la oración mental, pan
cotidiano que debía extenderse a todas las horas libres de la jornada.
Mortificación y ascetismo para adquirir las virtudes de fe, esperanza y
caridad, humildad, modestia. Prácticas devocionales para cada día,
semana y mes: meditación de la Pasión, Vía-crucis, los siete dolores de
la Virgen, jaculatorias. Silencio absoluto, abstinencia absoluta de
carne... Así hasta 66 propósitos, fruto de 20 años de experiencia como
religioso austero, ansioso de perfección. Cinco veces los revisó, a lo
largo de su vida, sometiéndolos siempre a la firma de su confesor, en
señal de obediencia y sometimiento.
San Leonardo se retiró más de una vez en la soledad de "El Encuentro",
para meditar en absoluto silencio. Solía decir: "Hasta ahora he estado
predicando a otros. En estos días tengo que predicarle a Leonardo". En
su espiritualidad buscó siempre el equilibrio entre soledad ("estar
ocupado en Dios" y acción (estar ocupado por Dios").
Por cuarenta y tres años, desde 1708 hasta su muerte en 1751, Lorenzo
de Porto Maurizio se dedicó a la predicación de las misiones populares,
que él llamaba "campaña contra el infierno". Sus temas principales,
recogidos en sus obras escritas "Cuaresma" y "Sermones de la Misión",
eran las grandes verdades de fe: cielo, infierno, purgatorio, gravedad
del pecado el escándalo... Su "Reglamento de misiones", compuesto en
1712, coincide en lo substancial y en muchos detalles con el método
corriente de las misiones populares más recientes. Cada misión
duraba de 15 a 18 días, con la entrega de un gran crucifijo que se
plantaba en el palco y se presentaba al pueblo como compendio de lo
que iba a consistir toda la predicación: "Jesucristo crucificado". Se
empleaban ciertos recursos para mantener el clima de misión: la
disciplina, la procesión penitencial, el cuadro del "condenado", las
procesiones del entierro de Jesús y la Virgen del Amor Hermoso, el
toque de la campana del pecador a las 9 de la noche... La misión
procesiones del entierro de Jesús y la Virgen del Amor Hermoso, el
toque de la campana del pecador a las 9 de la noche... La misión
concluía con la solemne inauguración del Vía-crucis, la "gran batería
contra el infierno". En los días siguientes, Leonardo daba sucesivas
charlas al clero, y ejercicios espirituales a las religiosas, antes de
retirarse en la ermita más cercana, a "predicar la misión a fray
Leonardo".
Su sola figura, austera, delgada y ardiente en fe y caridad, era ya una
predicación. Su retórica, sencilla y directa, al contrario que la ridícula y
vana oratoria barroca de la época, no rehuía los signos exteriores que
pudieran mover a contrición, lágrimas y abundancia de elementos
dramáticos, e incluso trágicos. Un párroco escribía: "Bendita sea la
hora en que se me ocurrió llamar al Padre Leonardo a predicar en mi
parroquia. Sólo Dios sabe el gran bien que ha hecho aquí. Su
predicación llega al fondo de los corazones. Desde que él está
predicando no dan abasto todos los confesores de la región para
confesar los pecadores arrepentidos".
Turbas inmensas acudían a escucharlo, de modo que tenía que
predicar en las plazas, por falta de espacio en las iglesias. Y todos
quedaban impresionados por su ardiente llamada a la penitencia y
piedad cristianas. Era frecuente que el auditorio entero prorrumpiera
en sollozos. Numerosas y admirables eran las conversiones. San
Alfonso María de Ligorio lo consideraba "el más grande misionero de
nuestro siglo". Predicó en toda Italia. En el diario de su inseparable
compañero fray Diego de Florencia hay anotadas 339 misiones, y los
prodigios obrados en ellas.
San Leonardo fue a Roma a predicar unos días con motivo del Jubileo
extraordinario de 1740, y allá lo retuvo el santo Padre predicando, por
seis años, en la ciudad y sus alrededores. Regresó diez años después,
durante el Jubileo de 1750, y logró cumplir algo que había deseado
durante muchos años: poder inaugurar un Vía-crucis en el Coliseo de
Roma, aquel gran anfiteatro con capacidad para 80,000 espectadores,
construido en tiempos de Vespasiano y Tito, en el año 70, que había
estado siempre estado destinado a fines no religiosos. Desde san
Leonardo se ha venido celebrado el Vía-crucis cada Viernes Santo en
el Coliseo, presidido casi siempre por el Papa. San Leonardo dejó
escrito: "Me queda la satisfacción de que el Coliseo haya dejado de ser
simplemente un sitio de distracción, para convertirse en un lugar donde se reza".
El Duque de Médicis envió un navío con la orden expresa de volverlo a
El Duque de Médicis envió un navío con la orden expresa de volverlo a
llevar a Florencia porque allá necesitaban mucho de su predicación. En
aquel siglo XVIII racionalista, frívolo y decadente, en Toscana, se
difundía, más que en otros lugares, el jansenismo hipócrita y frío.
Lorenzo lo combatió con todo el ardor de su corazón, propagando por
doquier las devociones marianas, la del nombre de Jesús y, sobre todo,
la práctica del Vía-crucis, del que fue el más eminente y convencido
promotor, y del que difundió numerosos cuadros. San Leonardo
estimaba muchísimo la meditación y contemplación del doloroso
camino de Cristo, desde el palacio de Herodes hasta el Calvario y el
sepulcro. Lo imponía como penitencia en las confesiones, y en sus
sermones no se cansaba de recomendarlo. En todas las parroquias
donde predicaba dejaba instaladas solemnemente las 14 estaciones del
Viacrucis, que logró erigir en 571 parroquias de Italia.
También propagaba la devoción del Santísimo Sacramento, la del
Sagrado Corazón de Jesús y la del Inmaculado Corazón de María, que
entonces eran mucho menos conocidas que ahora. Fue san Leonardo
quien tuvo una idea que después obtuvo mucho éxito: recoger firmas
en todo el mundo para pedir al Sumo Pontífice la declaración del
dogma de la Inmaculada Concepción. Esto no se llevó a cabo hasta el
siglo XIX, pero el resultado fue extraordinario: millones de firmas
llegaron a Roma, casi como un plebiscito a favor de la Concepción
inmaculada de María.
Curiosas y accidentadas, pero plenamente logradas, fueron las
misiones en la Isla de Córcega, que estaba en un estado lamentable de
abandono espiritual. Fue la más difícil de sus misiones. "En cada
parroquia -nos cuenta él mismo- encontramos divisiones, odios, riñas,
pleitos y peleas. Pero al final de la misión hacen las paces. Como llevan
tres años en guerra, en estos años el pueblo no ha recibido instrucción
alguna. Los jóvenes son disolutos, alocados y no se acercan a la iglesia,
y lo grave es que los padres no se atreven a corregirlos. Pero, a pesar de
todo, los frutos que estamos consiguiendo son muy abundantes".
Aparte de la predicación, dirigía espiritualmente a muchas personas
por medio de cartas. Ochenta y seis de ellas las dirigió a una misma
persona, tratando de llevarla hacia la santidad. También dejó algunas
obras escritas, desde simples propósitos, hasta tratados de ascética y
predicación.
"Deseo morir en misión, con la espada en la mano contra el infierno",
decía en uno de sus Propósitos. Y así fue. En 1751, mientras misionaba
"Deseo morir en misión, con la espada en la mano contra el infierno",
decía en uno de sus Propósitos. Y así fue. En 1751, mientras misionaba
en los montes de Bolonia, su amigo el papa Benedicto XIV, que lo
llamaba el "gran cazador del paraíso", le mandó regresar a Roma, para
predicar retiros y ejercicios a religiosos y monjas. En noviembre de
1451, muy anciano y consumido por la fatiga y la penitencia, después
de 43 largos años de trabajo misionero por todo el país, emprendió su
último viaje. El Papa le mandó que ya no lo hiciera a pie, sino en
carroza, pero el carruaje se destrozó por el camino, y tuvo que seguir a
pie, lo cual lo fatigó inmensamente. El 26 de noviembre, apenas entró
en Roma, cayó en cama, en su amado retiro de San Buenaventura, en
el Palatino. En seguida envió un mensaje al Papa contándole que había
obedecido su orden de volver a esa ciudad. A las nueve de la noche llegó
un monseñor con un mensaje muy afectuoso del Sumo Pontífice. Una
hora después moría nuestro santo. Los soldados tuvieron que
intervenir para contener a la multitud que quería ver al santo y llevarse
alguna reliquia suya. "Perdimos un amigo en la tierra -dijo el papapero ganamos un santo en el cielo". Antes, en cierta ocasión, encendido
en celo apostólico, Leonardo había escrito: "Cuando muera
revolucionaré el paraíso y obligaré a los ángeles, a los apóstoles y a
todos los santos a que hagan una santa violencia a la Santísima
Trinidad, para que mande hombres apostólicos, y llueva un diluvio de
gracias eficacísimas que conviertan la tierra en cielo".
Fue beatificado el 19 de junio de 1796. Pío IX lo canonizó el 29 de junio
de 1867. El 17 de marzo de 1923, Pío XI lo nombró patrono de los
sacerdotes que se dedican a las misiones populares. La iconografía lo
representa con el crucifico misionero en el pecho, o en actitud de
mostrarlo al auditorio.
FUENTE: Frate Francesco
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