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Semana 1 Reflexiones sobre la paz

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REFLEXIONES SOBRE LA PAZ
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REFLEXIONES
SOBRE LA PAZ
El caso del modelo social
de la Unión Europea
Antonio Oscar Donini
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Donini, Antonio Oscar
Reflexiones sobre la paz: el caso del modelo social de la Unión
Europea / Antonio Oscar Donini. – 1a ed. – Buenos Aires: Antonio Oscar Donini, 2019. 100 p.; 20 x 13 cm.
ISBN 978-987-783-291-4
1. Educación Para la Paz. I. Título.
CDD 327.172
Imagen de tapa: Zac Ong en Unsplash
ISBN: 9789877832914
Las opiniones y los contenidos incluidos en esta publicación son
responsabilidad exclusiva del/los autor/es.
Reflexiones sobre la paz
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ExLibrisTeseoPress 71766. Sólo para uso personal
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Para mis nietos: Emilia, Giulia, Francesca y Joaquín, con la
esperanza de que vivan en un mundo de justicia y de paz.
La utopía es posible.
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Índice
El tema de la paz ........................................................................... 11
1. La guerra y la paz ..................................................................... 17
2. El conflicto y la paz ................................................................. 21
3. El terrorismo internacional y la paz ................................... 29
4. La diplomacia y la paz............................................................. 39
5. La ética civil y la paz................................................................ 47
6. La educación para la paz ........................................................ 53
7. La investigación para la paz .................................................. 63
8. El modelo social de la Unión Europea y la paz ............... 69
9. Las Naciones Unidas y la utopía de la paz ........................ 81
Epílogo ............................................................................................ 89
Referencias bibliográficas .......................................................... 97
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El tema de la paz
C. Wright Mills, en su obra titulada Las causas de la tercera
guerra mundial (1960), razonaba que ésta no se produciría
por mera casualidad ni por voluntad de los hados, tampoco
por predeterminación divina o por designios providenciales, sino por las acciones irresponsables de los dirigentes de
la sociedad; es decir, por la estupidez de las “elites del poder
mundial”. Treinta y cuatro años más tarde, Boutros Ghali,
en un interesante reportaje realizado por Germán Sopeña
(La Nación, 17 de marzo de 1994), se lamentaba de que los
mismos dirigentes que durante el período de la Guerra Fría
habían gastado millones de dólares por día en equipamiento
militar, hoy no aceptaban gastar tan solo un millón de dólares
por año para la construcción y el mantenimiento de la paz en
el mundo. Este importante político y diplomático egipcio,
secretario general de la ONU entre 1992 y 1995, consideraba que los dos grandes problemas que hacían peligrar la paz
mundial, y que Naciones Unidas tendría que enfrentar en el
futuro, eran los fundamentalismos y el nacionalismo extremo.
Si bien es verdad que con la finalización de la Guerra
Fría habían disminuido considerablemente los gastos militares, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001
en territorio norteamericano y la guerra antiterrorista iniciada unilateralmente por el entonces presidente de los
Estados Unidos, George W. Bush, catapultaron el gasto
militar global a cifras muy superiores a las del final de
la Guerra Fría. Según datos del Instituto Internacional de
Investigación para la Paz de Estocolmo, casi el 50% del total
de estos gastos militares son efectuados por los Estados
Unidos; China se ha convertido en el segundo país con
mayor presupuesto militar, con un incremento de 194%
entre 1999 y 2008. Según el mismo instituto, el gasto militar
de América del Sur en 2008 fue superior a los 34 millones
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de dólares, con un incremento del 50% en los últimos diez
años. Sin embargo, advierte que “los presupuestos oficiales
de algunos países no son suficientemente confiables, con
lo que resulta muy difícil conocer con exactitud las cifras
reales gastadas en este rubro. Es muy probable que el gasto
militar global sea aún superior al declarado oficialmente”.
En 2017 el presupuesto de defensa de los Estados Unidos fue de 610.000 millones de dólares, y el gasto militar
mundial fue de 1.731 millones de dólares. Más aún, en
febrero de 2018 el presidente Donald Trump presentó su
nuevo plan nuclear para renovar el arsenal estratégico de
los Estados Unidos (sin aumentarlo), señalando a Rusia
como una amenaza para la seguridad del país. La respuesta del presidente ruso Vladimir Putin no se hizo esperar:
“Rusia tiene el mayor arsenal nuclear del mundo con un
nuevo misil invencible cuyo alcance es ilimitado…, y nadie
quiere escucharnos”, expresó en un largo discurso como
respuesta al mensaje de Trump. De todos modos, Estados
Unidos es el país que más invierte en defensa, y Rusia
(66.300 millones) ocupa el cuarto lugar, después de China
(228.000 millones) y Arabia Saudita (69.400 millones). Ahora bien, completando el razonamiento de Boutros Ghali en
el ya citado reportaje, nos atreveríamos a afirmar que las
grandes potencias mundiales contribuirían más y mejor al
fortalecimiento de la paz internacional si detuvieran esta
alocada carrera armamentista e invirtieran anualmente tan
solo el 50% de ese ahorro en mejorar la salud y la educación en el mundo.
La Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización para la Ciencia, la Cultura y la Educación (UNESCO) desde sus inicios han estado empeñadas en difundir y
fomentar los “ideales de paz, respeto mutuo y comprensión
entre los pueblos”; del mismo modo, la Organización Internacional de Educación (OIE) y la Organización Mundial de
la Salud (OMS) han trabajado para que la educación y la
salud no sean un privilegio para unos pocos, sino un derecho humano universal. La educación para la comprensión
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internacional, la paz y los derechos humanos, propuesta
por estos organismos internacionales, se está llevando a
cabo en numerosas universidades, sobre todo en Europa y
Japón. Por otra parte, educar para la paz no significa necesariamente introducir una nueva asignatura en el currículo.
Como escribía Bovet en 1927, la idea de paz y cooperación entre los pueblos puede muy bien trasmitirse a los
alumnos tanto en una clase de historia, de geografía o de
derechos humanos, como en un curso de literatura o de
ciencias naturales.
Cuando el presidente George W. Bush invadió Irak,
en marzo de 2003 (después de un rechazo mayoritario
del Consejo de Seguridad y de numerosas manifestaciones
masivas en favor de la paz en el mundo entero), justificó
la necesidad de una inmediata intervención militar porque
las armas de destrucción masiva, que supuestamente poseía
Sadam Husein, constituían una amenaza para la paz y la
democracia en el mundo. Esta justificación de la guerra no
fue una originalidad del presidente de los Estados Unidos:
salvo raras excepciones, en la historia de la humanidad las
guerras fueron declaradas en nombre de la libertad y en
defensa de la paz. Por otra parte, Bush aseguraba que la
intervención militar sería una acción rápida y espectacular y que ocasionaría muy pocas bajas humanas. Además,
invitaba a los medios de comunicación del mundo entero a
trasmitir “en vivo y en directo” el despliegue y poderío tecnológico de las fuerzas armadas norteamericanas que, sin
duda, “serían recibidas triunfalmente por el pueblo iraquí,
en agradecimiento por su liberación…”.
La realidad fue muy distinta a la que anticipaba el presidente Bush. Mientras la Unión Europea y el mundo entero
contemplaban azorados el desarrollo de una guerra cruelmente desigual, miles de civiles inocentes –principalmente
niños, mujeres y ancianos– morían bajo los escombros y
la destrucción producida por las “bombas inteligentes” de
última generación. Más aún, la relativamente rápida –aunque no fácil– ocupación de Irak no significó el fin de la
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guerra, sino el inicio de una serie interminable de atentados
terroristas contra las fuerzas de ocupación, con el agravante de que los expertos norteamericanos no encontraron el
supuesto arsenal de destrucción masiva, como tampoco lo
habían encontrado los inspectores enviados por las Naciones Unidas. Después de más de diez años de terminada la
guerra, y ya retiradas las tropas de ocupación, se repetían a
diario atentados terroristas contra las organizaciones chiitas (que son mayoría en el país) y contra las fuerzas de seguridad, que provocaron centenares de muertos y heridos, y
graves daños materiales en cada atentado.
Por eso muchos críticos de la política belicista del presidente Bush se preguntaban si la violencia de la guerra era
la mejor estrategia para luchar contra el terrorismo y alcanzar la paz. Aduciendo la autoridad de las Naciones Unidas
y, sobre todo, las lamentables consecuencias de la “guerra
preventiva” que estaba exacerbando viejos odios y resentimientos entre Oriente y Occidente, entre el islam y el cristianismo, hoy pocos dudan de que hubiera sido preferible
optar por el diálogo político, la negociación y los controles
técnicos que de hecho se estaban llevando a cabo por los
organismos internacionales. Porque la violencia engendra
más violencia, como dolorosamente nos viene enseñando la
historia de la humanidad.
Por otra parte, si la finalidad de los terroristas del
11 de septiembre era sembrar el terror en la sociedad, es
indiscutible que lograron su cometido, ya que no es fácil
encontrar otro período en la historia en que la humanidad
se sintiera tan “aterrorizada” e insegura como en nuestros
días. Pareciera que se ha encendido la mecha de un conflicto
mundial en nombre de la religión, que confunde fe religiosa con ideología violenta o fanatismo irracional, que desvirtúa el verdadero espíritu de las tradicionales religiones
monoteístas (el islam, el cristianismo y el judaísmo). Todo
comenzó, según la opinión de muchos analistas de política
internacional, con la inconsulta ocupación de Irak por parte
de los Estados Unidos (luego secundada por Gran Bretaña),
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Reflexiones sobre la paz • 15
que pretendió combatir el fundamentalismo islámico con
otro fundamentalismo (político, religioso o militar) y no
democráticamente, a través del diálogo, la negociación y
otros medios pacíficos.
Tanto el fundamentalismo como el fanatismo, a lo
largo de toda la historia humana, han puesto en peligro
con mucha frecuencia la convivencia social. Aunque no son
sinónimos, ambos fenómenos están íntimamente relacionados. En efecto, el fanatismo tiene, etimológicamente, una
clara connotación religiosa. Proviene del sustantivo fanum,
que significa “el templo”. Pero su uso, desde la Antigüedad,
se extendió a otros ámbitos no religiosos, como el ideológico, político o cultural. A mediados del siglo XX, Palazzini
(1950) definió el fanatismo como la condición de quienes se
sienten investidos de una misión religiosa, civil o social, se
creen únicos poseedores de la verdad, y están dispuestos a
recurrir a todos los medios para hacer triunfar sus ideas.
El fundamentalismo, por su parte, es un movimiento
religioso protestante minoritario, originado a comienzos
del siglo XX en los Estados Unidos, que adhiere al sentido
literal de la Biblia como el fundamento del cristianismo. Del
mismo modo, hay una minoría fundamentalista en el islam,
que considera que la Ley Sagrada del Corán (fundamento
del islam) tiene validez universal. Por consiguiente, no solo
viven literalmente esta Ley Sagrada en su experiencia religiosa personal, sino que están dispuestos a imponerla, aun
por la fuerza, en la vida política y social. En el capítulo 8,
38-39 del Corán se dice: “Di a los que se niegan a creer que
si cesan, les será perdonado lo que hayan hecho […], pero
si reinciden […] combátelos hasta que no haya más oposición y
la práctica de adoración se dedique por completo a Allah”. Sin
embargo, es necesario destacar una vez más que el fundamentalismo religioso no es exclusividad del islam, como
tampoco lo es del protestantismo, y que puede surgir en
cualquier grupo, no solo religioso, sino también ideológico,
político, económico, cultural o moral.
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El fanático y el fundamentalista se identifican en el
hecho de que ambos viven la posesión de su verdad con
una mística cuasi religiosa, y sienten la necesidad mesiánica
de imponer su verdad a los que no la poseen. Este tipo
de maniqueísmo conduce inevitablemente a una violencia
sin límites, porque la confrontación entre la verdad poseída
por el fanático y el supuesto error de quienes no la aceptan
explica –y para el fanático, justifica– la violencia terrorista.
De ahí la imposibilidad de controlar un terrorismo fundamentalista con otro fundamentalismo, como trataremos de
analizar más adelante.
En estas reflexiones sobre la paz trataremos de analizar
las causas y tipos de violencia, los medios para resolver
pacíficamente los conflictos, y la evolución del concepto
de paz, a la luz de la Carta de las Naciones Unidas, de las
investigaciones sobre la paz producidas por el Instituto
Internacional de Oslo y del modelo social adoptado por
la Unión Europea.
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La guerra y la paz
El escritor ruso León Nikolayevitch Tolstoy (1828-1910)
fue un teórico de la no violencia y un activo promotor de la
paz basada en el amor cristiano. Publicó entre 1864 y 1869
los seis volúmenes de su famosa novela histórica titulada La
guerra y la paz. Se trata de una obra maestra de la literatura
universal, no solo por la cantidad y caracterización de sus
personajes de todas las clases sociales de la Rusia imperial
de mediados del siglo XIX, en tiempos de paz y en tiempos
de guerra, sino también por su capacidad narrativa de los
acontecimientos históricos y, sobre todo, por sus profundas reflexiones sobre el hombre y sus circunstancias. Estas
reflexiones filosóficas del autor volcadas en cada página de
su novela, giran en torno a los horrores de la guerra y la
fragilidad de la condición humana, sujeta a los vaivenes del
destino. A lo largo de toda su novela, se respira un claro
sentimiento del autor en contra de la guerra y a favor de
la no violencia.
Tolstoy, universalmente reconocido por sus grandes
novelas, como, además de la mencionada, Ana Karenina y La
muerte de Iván Ilich, entre otras, fue además autor de numerosos ensayos, cuentos, artículos y cartas donde expone
sus ideas y concepciones estéticas, pedagógicas y religiosas.
Partiendo de una ética cristiana de la no violencia, dedicó
los últimos años de su vida a difundir estos ideales de paz y
convivencia universal: “vivir en paz con todos los hombres;
no ser enemigo de nadie; amar a Dios y al prójimo como a
sí mismo”. En efecto, la no violencia tiene profundas raíces
religiosas, tanto en Oriente como en Occidente. La mayoría
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de las religiones orientales son pacifistas, y muchas adhieren a la creencia de que todo ser vivo es sagrado, y como tal
debe ser respetado. El budismo, por ejemplo, considera que
los actos de violencia hacen daño a quienes los sufren, pero
mucho más a quienes los provocan: la violencia produce
mal “karma” al violento. Del mismo modo, el cristianismo
primitivo, siguiendo las enseñanzas del Evangelio de amar
aun a los enemigos por considerar que todos los hombres
son hijos del mismo Dios, y por lo tanto hermanos, se oponía a toda violencia, en particular a la guerra. De hecho,
muchos cristianos fueron condenados a muerte por negarse
a formar parte del ejército romano.
Tolstoy se inspiró, probablemente, en los grandes
humanistas del Renacimiento, como Erasmo de Róterdam
(1466-1536) y Juan Luis de Vives (1492-1540), que propiciaban una formación humana integral y una ética basada
en el amor cristiano, la tolerancia y la paz. Otro escritor
que pudo haber influido en el pensamiento de Tolstoy fue el
pedagogo checo Jan Amos Comenio (1592-1670), que abogaba por la unidad de todo el género humano, por medio de
la educación y de la “pansofía” o ciencia universal. Precisamente a través de la educación, según Comenio, los hombres aprenderían a resolver sus conflictos, no por la violencia, sino por la búsqueda de la verdad. Sin embargo, para
este humanista ruso, como para el resto de los autores occidentales que habían proclamado la necesidad de difundir la
doctrina de la paz para lograr el bienestar y el progreso de la
humanidad, el concepto de paz se circunscribía a “ausencia
de guerra”. Aunque se trata de un concepto “negativo” de
paz, hoy superado, la contribución de estos autores clásicos
constituyó, a nuestro entender, un peldaño importante en la
evolución de la conciencia ética de la humanidad a favor de
la paz. Por otra parte, cuando muere Tolstoy, en 1910, a los
82 años de edad, no había aún estallado la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), ni acontecido el derrocamiento del
zar Nicolás II por la Revolución rusa de 1917. Más aún,
nada hacía presagiar lo que fue la gran destrucción y el
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horrendo genocidio del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) con su secuela de odios, violación de derechos humanos, exterminio de miles de millones de indefensos civiles, incluyendo niños y ancianos, y sobre todo
la amenaza pendiente de que una próxima guerra nuclear
podría significar la destrucción total de la humanidad.
En realidad, toda la historia de la humanidad había
sido, hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial,
una sucesión interminable de guerras provocadas por múltiples causas: guerras de conquista, guerras civiles, guerras
ideológicas, guerras de religión, guerras independentistas,
etc. Durante la Edad Media, convulsionada por frecuentes
guerras entre Estados, los filósofos cristianos comenzaron a
estudiar el fenómeno bélico, desde un punto de vista jurídico y moral, para elaborar una doctrina referida a las condiciones requeridas para que una guerra pudiera ser tolerada,
entre los príncipes cristianos, como legal y éticamente justificada. Estos filósofos encontraron una justificación de la
guerra en la doctrina de la “legítima defensa”.
Posteriormente, en el siglo XVII, homologando esta
doctrina a la relación entre los Estados, y partiendo de la
idea de que la guerra entre los Estados era algo inevitable,
los más importantes juristas de la época consideraron que
la guerra era justa si obedecía a una causa justa y si los
medios utilizados eran legítimos. Entre las causas que justificaban la guerra se mencionaba una agresión provocada
por otro Estado, la reivindicación de derechos fundamentales que habían sido violados sistemáticamente, etc.; entre los
medios que podían utilizarse en una guerra justa se enumeraba, en primer lugar, que la guerra debía ser declarada por
una autoridad legítimamente constituida, que previamente
se hubiera buscado una solución pacífica, que los daños ocasionados por la guerra no fueran desproporcionados con
respecto a la injusticia que había provocado la guerra, etc.
Finalmente, después de la creación de las Naciones Unidas,
en 1948, y como consecuencia de las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, la doctrina de la
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guerra justa comenzó a ser cuestionada por los peligros de
un conflicto armado en una época de gran sofisticación de
los instrumentos bélicos contemporáneos y, en particular,
por la amenaza nuclear.
Como escriben Vidal y Santidrián (1981: 255), “la doctrina escolástica sobre la guerra (justa) no es válida para
configurar la conciencia actual […] ni siquiera para hacer un
discernimiento ético de la violencia revolucionaria”. Lo cual
“no invalida la carga de reflexión moral que comportan los
tratados clásicos sobre la guerra […] A la luz de esa doctrina, si se hubiera aplicado con rigor y con objetividad, muy
pocas guerras […] entabladas por los hombres podrían ser
calificadas como justas”. Además, la tesis de la guerra justa
sostenida por los filósofos estaba muy lejos aún de la doctrina sancionada por la ONU y de lo que sería, desde la década
de 1950, el nuevo planteo epistemológico del concepto de
paz. Para Galtung (1969: 18 y 1981: 99), pocas palabras han
sido tan usadas y abusadas como la palabra paz, porque la
paz no es solo “ausencia de guerra”, sino ausencia de todo
tipo de violencia. “La paz debe construirse en la cultura y
en la estructura, no solo en la mente humana”; porque “la
teoría de la paz está relacionada con la teoría del desarrollo”; por eso, “llamar paz a una situación en que imperan
la pobreza, la represión y la alienación, es una parodia del
concepto de paz”.
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2
El conflicto y la paz
El término “conflicto” se usa vulgarmente como sinónimo
de violencia. De hecho, si consultamos su acepción en el
diccionario, nos encontraremos con vocablos tales como
“apuro”, “peligro”, “disfunción”, etc., o definiciones como
“momento más violento o indeciso de un combate”, o “situación de difícil salida en que no se sabe qué hacer”, o “situación de desacuerdo o lucha entre individuos o grupos que
puede llegar a la aniquilación del contrario”, etc. Sin embargo, conflicto y violencia son dos conceptos totalmente distintos, y que no necesariamente están relacionados entre sí.
Probablemente esta confusión se originó en el supuesto de
que la violencia era una tendencia natural en el ser humano,
como parecería confirmarlo la historia de la humanidad,
en cuyas páginas se suceden alternativamente (como en la
novela de Tolstoy) largos períodos de guerra y destrucción
interrumpidos brevemente por tiempos de bonanza y de
paz o, mejor dicho, de preparación para la próxima guerra
(pax romana). Es muy probable también que la teoría del
conflicto dialéctico y de la lucha violenta de clases de Marx
–como veremos más adelante– haya contribuido a dar sustento “científico” a esta confusión.
De hecho, cuando los investigadores comenzaron a
interesarse por estudiar el origen de la violencia, lo hicieron
desde dos perspectivas diametralmente opuestas. Algunos
moralistas, filósofos y, más recientemente, científicos sociales consideraron que el hombre era violento por naturaleza;
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22 • Reflexiones sobre la paz
otros, por el contrario, partieron del supuesto de que el ser
humano era naturalmente bueno, solidario y pacífico, pero
que la sociedad lo corrompía y lo incitaba a la violencia.
La concepción belicista que ha dominado la historia
de la humanidad tuvo su fundamentación filosófica en la
obra de Thomas Hobbes (1588-1679). Este autor, en su obra
Leviathan (1651), sistematiza una teoría del origen de la
sociedad a partir del concepto de que el hombre es naturalmente antisocial, egoísta, agresivo y brutal. Para Hobbes, los
hombres en su estado natural eran seres solitarios, independientes e iguales, pero las ambiciones y los intereses de cada
uno, en oposición a los intereses de los demás individuos,
condujeron inevitablemente a una guerra de todos contra
todos. Para cambiar esta situación y, sobre todo, para asegurar su propia supervivencia, los seres humanos decidieron
–mediante un contrato social irrevocable– resignar parte
de su independencia y de sus derechos en una autoridad
con suficiente poder como para imponer la paz y el orden
en la sociedad. Es decir que la civilización está basada, no
en la sociabilidad natural del ser humano, sino en el temor
y el interés individual. Por consiguiente, tanto la paz como
la seguridad, según esta concepción filosófica, solo pueden
mantenerse por la fuerza; el hombre se refugia en la sociedad solo por conveniencia propia: su seguridad depende
exclusivamente del control y el poder absoluto de la autoridad del soberano.
A diferencia de Hobbes, John Locke (1632-1704), filósofo inglés y politólogo contemporáneo suyo, consideraba
que el contrato social no se originaba en el temor y en la
necesidad de protección –como razonaba Hobbes– sino en
la lógica del beneficio común. En 1690 publicó Two Treatises on Government, donde apoya la revolución de 1688 que
transfirió la soberanía, que tradicionalmente detentaba el
Monarca, al Parlamento británico. Para Locke el contrato
social no es irrevocable, ya que el poder reside en la voluntad del pueblo; por consiguiente cuando el Estado hace
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Reflexiones sobre la paz • 23
abuso del poder, el pueblo puede cambiarlo. Este concepto
de “soberanía popular” dio origen a las democracias modernas, a partir de la Revolución Francesa de 1789.
Desde el Tratado de Westfalia, firmado en 1648, la
teoría de que la paz y la seguridad solo se mantienen por
la fuerza se aplicó también a la relación entre los Estados
soberanos. En efecto, la única forma de mantener la paz
entre los pueblos era a través de ejércitos poderosos o de
alianzas entre países, que brindaban protección a los ciudadanos y aseguraban la integridad territorial del Estadonación. Más recientemente, durante la llamada Guerra Fría
de mediados del siglo XX, las dos potencias enfrentadas
–la Unión Soviética y los Estados Unidos– lograron mantener durante cuatro décadas un difícil equilibrio de alianzas, amenazas y negociaciones en los foros internacionales.
Finalmente, con la caída del muro de Berlín y del imperio
soviético en 1989, pareció consolidarse la “paz americana”
que –a semejanza de la antigua pax romana– consistió en la
ausencia de guerra, gracias al control y poderío tanto militar como económico y político de los Estados Unidos. Hasta
no hace muchos años, los filósofos y pensadores sociales
discutían cuáles eran las condiciones de una “guerra justa”,
contraponiéndola a una guerra “injusta” desde un punto de
vista ético y/o jurídico. Hoy es inaceptable hablar de “guerra
justa”, como veremos más adelante.
Entre los defensores de la teoría de que el hombre
en su estado natural (o presocial) era bueno y pacífico, se
destacó Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). En El contrato
social (1762) sostiene que son las instituciones de la sociedad –en particular, la propiedad privada– las que producen
desigualdad entre los seres humanos y, consiguientemente,
rivalidad entre ricos y pobres. Algunas desigualdades son
inevitables porque son naturales; pero hay otras desigualdades, como la acumulación de dinero, posesiones o prestigio
en unos pocos, que no son naturales y que, por lo tanto,
deben desaparecer. Por consiguiente, concluye, la violencia
no es producto de la naturaleza del hombre, sino que es
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24 • Reflexiones sobre la paz
un fenómeno provocado por la sociedad. Los que, como
Hobbes, atribuyen a la naturaleza del hombre tendencias de
crueldad y violencia se equivocan, porque estas características no son naturales, sino adquiridas y provocadas por la
sociedad. Para Rousseau la sociedad humana es producto de
la Voluntad General, contrapuesta a la voluntad de los particulares y, por consiguiente, al disenso. La voluntad general
debe imponerse sobre el disenso. Esta afirmación fue interpretada por algunos autores como una posición favorable
al totalitarismo. Sin embargo, Rousseau rechazó categóricamente la idea de un Estado totalitario al afirmar que la
sociedad es buena cuando permite que todos sus miembros
participen en la formulación de sus leyes. El conflicto que
existe entre libertad y autoridad debe ser resuelto.
Estas dos concepciones contrapuestas del origen de la
violencia en la sociedad se han ido repitiendo a lo largo de
la historia. Sin embargo, cabe señalar aquí que la preocupación de Hobbes no era determinar el origen de la violencia en la sociedad, sino investigar el origen de la sociedad
humana y, más específicamente, el origen de la autoridad
política en la sociedad. Por consiguiente, su concepto de
que el hombre en su estado original era antisocial y violento, y que por conveniencia –para sobrevivir– fue evolucionando paulatinamente de una vida solitaria, insegura
y errante hacia la constitución de pequeñas comunidades
y, finalmente, de la sociedad, era un presupuesto, no una
tesis confirmada. Las tradicionales doctrinas filosóficas del
origen de la violencia parten de presupuestos diversos, que
no han podido validarse científicamente. Hoy resulta inútil
discutir si históricamente existió, hace diez o quince mil
años, el hombre primitivo en su “estado natural”. El mismo
Rousseau aclara que el “estado presocial” no existe, y quizás
nunca existió antes, ni existirá en el futuro. Es lo que Max
Weber llamaría un “tipo ideal de hombre”: es decir, un hombre despojado de todo lo que el ser humano, supuestamente,
adquiere durante el proceso de socialización, por el hecho
de vivir en una sociedad.
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Reflexiones sobre la paz • 25
Independientemente de estas teorías que trataron de
explicar el origen de la violencia en la sociedad –y aun
justificarla, como Marx–, lo que parece importante destacar
en este momento de la historia de la humanidad –después
de las trágicas y dolorosas experiencias de las dos últimas
guerras mundiales– es la “educabilidad” del ser humano.
“¿Podremos vivir juntos?”, fue la pregunta que formuló Jacques Delors en 1996. ¿Podrá la humanidad aprender a vivir
pacíficamente? Para responder adecuadamente a esta pregunta necesitamos definir qué entendemos por paz. Ahora
bien, como decíamos citando a Galtung, el concepto de
paz no es solo “ausencia de guerra” (violencia directa o
personal), sino también “ausencia de injusticia” (violencia
indirecta o estructural). Por consiguiente, el futuro de una
humanidad en paz estará condicionado a la vigencia de un
“orden social justo y equitativo para todos”, como trataremos de exponer en estas reflexiones.
Con el nacimiento de la sociología como ciencia empírica, en el siglo XIX, los fundadores de la nueva disciplina
se ubicaron también en dos campos aparentemente contrapuestos: los sociólogos del consenso y los sociólogos
del conflicto. Como sociólogos no estaban interesados en
investigar si el ser humano era naturalmente violento o
no, ni en conocer el origen de la sociedad humana, sino
en verificar empíricamente cómo se desarrollan las relaciones humanas en un contexto social determinado. Para
los sociólogos del consenso, la sociedad funciona como un
sistema en el que todas las partes están interrelacionadas;
por lo tanto, el orden y el equilibrio son funcionalmente
necesarios para la salud del sistema social. Formaban parte
de la escuela funcionalista (o del consenso) Augusto Comte
–considerado el padre de la sociología–, Emile Durkheim,
Talcott Parsons, Robert K. Merton, Neil J. Smelser, entre
otros. Casi simultáneamente se fue desarrollando la teoría
del conflicto, con dos vertientes distintas: la primera, basada en la lucha de clases y la revolución proletaria, conocida
como la teoría del conflicto dialéctico (Karl Marx y Ralph
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26 • Reflexiones sobre la paz
Dahrendorf); y la segunda, denominada teoría del conflicto funcional (Georg Simmel y Lewis Coser), según la cual
tanto el consenso como el disenso son formas alternativas y
naturales de las relaciones sociales.
Para Karl Marx (1818-1883) la organización económica –y en particular la institución de la propiedad privada–
determina una organización injusta de toda la sociedad.
La estructura de clases, el sistema institucional, los valores
culturales, las creencias, los dogmas religiosos y los sistemas de ideas, son un reflejo de la base económica de la
sociedad. La sociedad es un sistema social caracterizado
por tensiones, incoherencias y conflictos que dan origen a
los cambios sociales. Sin conflictos no hay progreso, y los
conflictos se tornan cada vez más violentos por la lucha de
clases. Por eso, concluye Marx, existen fuerzas inherentes
a la organización económica de toda sociedad que generan
inevitablemente conflictos de clase, cada vez más violentos y revolucionarios. Al final, este conflicto será bipolar,
cuando las clases explotadas “concienticen” sus verdaderos
intereses y formen una organización política –el proletariado– capaz de enfrentar y controlar a la clase capitalista
dominante. Pero, como dijimos anteriormente, no todos los
sociólogos del conflicto coinciden con el modelo dialéctico
y revolucionario propuesto por Marx.
Georg Simmel (1859-1918), por ejemplo, considera
que el conflicto es un fenómeno necesario e inherente a la
estructura de la sociedad. Tanto el conflicto como la armonía, la atracción como el rechazo, son formas alternativas
propias de las relaciones humanas; el disenso y el consenso son procesos no solo normales sino también necesarios
para la interacción social. Por lo tanto, para Simmel, el
conflicto no es un proceso negativo en sí mismo; solo la
“no relación” puede considerarse como totalmente negativa. El conflicto es la esencia misma de la vida social en
cuanto contribuye al cambio social. Por eso, una relación
conflictiva y aun dolorosa es positiva en cuanto los participantes están mutuamente relacionados en la “red social
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Reflexiones sobre la paz • 27
del disenso”. Por consiguiente, una buena sociedad no es la
que está exenta de conflictos, sino la que sabe resolverlos
positivamente.
Más recientemente, Lewis Coser (1956) retomó la concepción de Simmel al considerar que el conflicto puede
contribuir tanto a fortalecer la base de ajuste e integración
del sistema social como a su adaptación y cambio. En este
sentido el conflicto es un proceso natural y necesario porque promueve la creatividad y el cambio en la sociedad;
aunque también puede –cuando falta una regulación adecuada o cuando no se utilizan las estrategias conducentes
a una resolución no violenta– provocar desajustes, violencia y aun la desintegración del sistema social. Sin embargo, el conflicto –bajo determinadas condiciones– ayuda a
mantener la vitalidad y la flexibilidad del sistema social.
Para Coser, el conflicto es funcionalmente necesario para
el ajuste del sistema.
La mayoría de los sociólogos del siglo XX adherían
a una u otra de estas dos corrientes sociológicas, consideradas entonces como antagónicas e irreductibles. Durante
la década de 1950 se agudizaron las críticas contra la teoría funcionalista porque se suponía que no tenía en cuenta la naturaleza conflictiva de la realidad social. Al mismo
tiempo, los sociólogos del conflicto eran criticados porque
consideraban que el proceso dialéctico era la única fuente
del cambio en la sociedad. Hasta que en octubre de 1963
apareció un largo artículo publicado por el sociólogo Pierre
L. van den Berghe en la American Sociological Review (pp.
695-705) que proponía una síntesis de convergencia entre
ambas posiciones.
Para Van den Berghe, ni el modelo del equilibrio funcional excluía el conflicto y el disenso, ni el modelo del
conflicto dialéctico excluía el cambio social producido por
factores externos a la estructura social. A partir de estas dos
premisas, el autor concluía:
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28 • Reflexiones sobre la paz
1. Los sistemas sociales son interdependientes, aunque
el nivel de interdependencia puede variar; la interdependencia puede generar tanto consenso como disenso social.
2. El conflicto puede originarse en diversas fuentes, y
puede producir cambio o integración (equilibrio); del
mismo modo, el consenso puede producir conflicto y
aun desintegración.
Por consiguiente, según este autor, es necesario admitir
que en la vida social coexisten tanto el conflicto como la
cooperación, el consenso como el disenso, la tensión como
el equilibrio, la estabilidad como el cambio, etc. Todos estos
son procesos naturales y necesarios por medio de los cuales
se relacionan e interactúan los seres humanos en la sociedad. Esta es la posición adoptada por los investigadores
sobre la paz. Desde sus orígenes han insistido en que no se
trata de eliminar el conflicto de la sociedad, sino de resolverlo con creatividad y sin violencia, porque el conflicto
–según Galtung– es “un elemento tan necesario para la vida
social, como el aire lo es para la vida humana”.
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El terrorismo internacional y la paz
El 11 de septiembre de 2001 se derrumbó la llamada “Pax
Americana”. Esta situación de “no-guerra” –o “paz negativa”– había perdurado todo el período de la Guerra Fría,
desde 1945 hasta la caída del muro de Berlín, en 1989. El
terrible atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York
y el Pentágono de Washington puso en estado de alerta no
solo a los Estados Unidos, sino al mundo entero. Curiosamente, pocos días antes –el lunes 3 de septiembre de 2001–
se habían retirado abruptamente de la III Conferencia contra el Racismo, organizada por Naciones Unidas en la ciudad de Durban (Sudáfrica), los delegados tanto de Estados
Unidos como de Israel, porque algunos representantes del
Medio Oriente habían comparado el sionismo con el racismo. Es posible que estos dos hechos no estén relacionados,
pero en ambos casos se advierte que en los debates internacionales comenzaban a predominar la incomprensión y el
odio por sobre el diálogo y la tolerancia.
La reacción del “imperio” herido en los símbolos más
representativos de su poderío económico y militar no se
hizo esperar. Los enemigos (Osama Bin Laden y sus cómplices, en particular su supuesto protector Sadam Husein
de Irak, posible fuente de armas de destrucción masiva)
serían perseguidos y castigados severamente. Sin embargo,
el presidente George W. Bush buscó, en primera instancia,
obtener apoyo internacional a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y efectivamente lo logró. El
Consejo de Seguridad convocó a una reunión de urgencia
donde se aprobó por unanimidad la resolución propuesta
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30 • Reflexiones sobre la paz
por Estados Unidos, y exigió a Irak plena colaboración con
los inspectores enviados por la ONU con el objeto de controlar la existencia de armas de destrucción masiva; de lo
contrario, tendría que atenerse a graves consecuencias.
Muchos opinaban, sin embargo, que para Bush, la inspección era solo una excusa para justificar la invasión con
el único objetivo de cambiar el régimen. Por lo tanto, no
importaba que Sadam Husein aceptara, o por lo menos
tolerara la inspección. La invasión ya estaba decidida, con
el acuerdo de Naciones Unidas o sin él. Por eso el mundo entero experimentó una sensación de alivio y esperanza cuando los voceros de la Casa Blanca se apresuraron a
declarar que el presidente Bush consideraba el uso de la
fuerza como el último recurso. Claro que esta declaración
–que por otra parte contradecía, por lo menos implícitamente, el concepto tantas veces esgrimido de la guerra preventiva– venía después de un rechazo mayoritario de los
miembros del Consejo de Seguridad a un ataque armado
contra Irak, y de una imponente manifestación de millones
de personas, en todo el mundo, que condenaban la voluntad
belicista norteamericana claramente expuesta en la nueva doctrina de seguridad nacional de los Estados Unidos.
Como se expresó el entonces canciller de Francia, Dominique de Villepin:
El uso de la fuerza militar no está hoy justificado; lo que
estamos buscando no es el aniquilamiento de Irak, sino el
desarme del régimen iraquí; pero además, un ataque en las
actuales circunstancias agravaría las fracturas culturales de
las que se nutre el terrorismo.
Algo similar escribió el director del Corrière Della Sera
cuando se preguntaba: ¿Estamos seguros de que una presión internacional constante, una inspección prolongada, una
vigilancia férrea, no obtendría mejores resultados que un
conflicto de consecuencias imprevisibles, especialmente en
los países árabes limítrofes?… ¿Es éste (la guerra) el mejor
modo de dialogar con los árabes moderados? (La Nación,14
de febrero de 2002).
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Reflexiones sobre la paz • 31
Parecía que la humanidad se había desorientado desde
el fatídico 11 de septiembre de 2001. Las Naciones Unidas no pudieron impedir la arbitraria y unilateral intervención militar del gobierno norteamericano contra Irak, en
represalia por el ataque terrorista atribuido a Bin Laden.
Según Kegan (2003),
Estados Unidos continúa atascado en la historia, ejerciendo
el poder en un anárquico mundo hobbesiano en el que las
leyes y las normas internacionales no merecen confianza, y
en el que la auténtica seguridad, junto con la defensa y la
promoción de un orden liberal, aún depende de la posesión y
del uso del poderío militar.
Quizás estuvimos al borde de la “tercera guerra mundial”, preanunciada por Wright Mills poco más de cincuenta años antes; o quizás las elites del poder mundial estaban –sin pretenderlo– iniciando un nuevo conflicto entre
oriente y occidente, o “una guerra de los cruzados y los
sionistas contra el islam”, como afirmó Bin Laden en una
grabación, invitando a los fieles musulmanes a unirse “para
luchar contra los ladrones que quieren ocupar la tierra de
Mahoma y robar su petróleo”.
Después de la invasión a Irak, cuando se produjeron
otros dos atentados terroristas atribuidos también a AlQaeda –en Madrid y en Londres–, la reacción de ambos
gobiernos no se hizo esperar: había que garantizar la seguridad del ciudadano común frente a posibles ataques irracionales de enemigos imprevisibles, aun a costa de restringir
ciertas garantías individuales. De hecho, existía una generalizada opinión en los Estados Unidos de que el gobierno,
por intermedio de la Agencia Nacional de Seguridad y con
la cooperación de algunas importantes empresas de comunicaciones, había tenido acceso a información confidencial
de millones de norteamericanos. Antes del 11 de septiembre
dicha información podía obtenerse solo con autorización
judicial. El imperio de la razón, de la ley y de las libertades
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32 • Reflexiones sobre la paz
individuales, que había sido la gran conquista de la humanidad a través de los siglos, parecía ceder terreno frente al
nuevo escenario del terrorismo internacional.
Más aún, a mediados de 2005 las noticias periodísticas
daban cuenta de un indefenso ciudadano brasileño que,
yendo a su lugar de trabajo, había sido asesinado por la
policía británica, que lo confundió con un posible terrorista.
Este error, o “accidente lamentable” que conmovió al mundo, sumado a la sospecha –luego confirmada– de numerosas violaciones de los derechos humanos perpetradas por
las tropas norteamericanas contra los prisioneros tanto en
Irak como en otras prisiones “clandestinas” en Europa, y
contra presuntos terroristas detenidos en Guantánamo, son
hechos que, según dictamen del 29 de junio de la Corte
Suprema de los Estados Unidos, “podrían haber violado los
derechos humanos”. Lejos de combatir al terrorismo, probablemente lo alimentaban provocando más odio, resentimiento y sed de venganza. Como escribió a mediados del
año pasado Álvaro de Vasconcelos, director del Instituto
Portugués de Asuntos Estratégicos e Internacionales (La
Nación, 22 de agosto de 2005): “Sería un error creer que la
muerte de miles de civiles, los encarcelamientos arbitrarios
y las torturas no contribuyen a propagar el terrorismo en
Irak. Después de todo, los torturados son la mejor propaganda posible para el reclutamiento terrorista”.
La ética y las leyes de la democracia están basadas en
el respeto a la dignidad del ser humano y a las libertades
individuales. Éstas son las armas con las cuales la democracia debiera combatir al terrorismo. Por otra parte, es un
error considerar que todos los musulmanes son terroristas.
Más aún, la inmensa mayoría de ellos no lo son, y rechazan
las prácticas violentas de los terroristas. La finalidad de la
jihad o guerra santa que predica el islam bien puede interpretarse como la lucha interna del creyente para combatir
el mal que hay dentro de cada uno. Por consiguiente, no
estamos en una guerra de Oriente contra Occidente, ni de
cristianos contra el Islam, como de hecho sucedió en épocas
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Reflexiones sobre la paz • 33
pasadas, durante la lejana Edad Media, sino de una minoría
de fundamentalistas fanáticos y violentos contra los que no
piensan como ellos.
El sentir mayoritario dentro de la Unión Europea era
que, de producirse una acción bélica unilateral de los Estados Unidos, al margen de la opinión mundial, no solo provocaría un mayor debilitamiento de la ya débil Organización de Naciones Unidas, sino que podría desencadenar una
guerra sin fin para derrotar al terrorismo. Por eso el papa
Juan Pablo II trató de persuadir a las partes en conflicto
de que agotaran todos los medios con el fin de evitar una
guerra de impredecibles consecuencias.
Terrorismo es un término que ha entrado a formar
parte del vocabulario cotidiano a nivel mundial, sobre todo
a partir del 11 de septiembre. Sin embargo, su concepto
no es fácil de definir con precisión. La principal razón de
esta dificultad consiste en que la acción terrorista puede
tener diversos orígenes y objetivos; puede estar motivada
por razones políticas o ser la obra de criminales comunes o,
simplemente, de enfermos mentales o psicópatas.
En este trabajo nos referimos al terrorismo político,
que consiste en el uso de acciones violentas o “antisociales”
–como la muerte de inocentes o la destrucción indiscriminada–, ejercido por individuos o pequeños grupos, que
tratan de infundir el terror en la población civil a fin de
lograr determinados objetivos políticos. Por consiguiente,
el terrorismo se caracteriza por la violencia, tanto física
como psicológica, que los terroristas utilizan para conseguir un objetivo táctico: la desestabilización de la autoridad
política. Este terrorismo político, de cualquier signo que
sea, interrumpe el diálogo, que es el marco institucional
dentro del cual se debiera llevar a cabo el debate político.
Antiguamente, el terrorismo político estaba circunscrito dentro de los límites de un Estado. Sin embargo, los
atentados del 11 de septiembre fueron acciones provocadas
por un terrorismo internacional, al cual no estábamos acostumbrados. Después de la incertidumbre y el pánico que
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34 • Reflexiones sobre la paz
lograron paralizar momentáneamente al mundo entero por
las impresionantes imágenes mil veces trasmitidas por la
televisión, el gobierno del presidente Bush decidió plantear
su nueva estrategia de seguridad nacional de los Estados
Unidos para combatir al terrorismo internacional: la guerra
preventiva. Es decir que el gobierno de los Estados Unidos estaba decidido a intervenir “preventivamente” contra
cualquier Estado que significara una amenaza potencial o
que protegiera a un grupo considerado una amenaza real o
potencial contra los Estados Unidos, hasta lograr, si fuera
necesario, un cambio de régimen.
Con el Tratado de Westfalia (1648) las relaciones internacionales –salvo raras excepciones– se habían regido por
los principios de la soberanía e igualdad de todos los Estados. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, estas normas
centenarias del derecho internacional, fueron adoptadas
por las Naciones Unidas. Desde entonces rige la prohibición a los Estados del “uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier otro
Estado”. En efecto, los artículos 2 y 51 de la Carta de Naciones Unidas, que expresan el sentir unánime y la conciencia
moral de la humanidad, declaran que es “ilegal que un país
ataque a otro”, y que los conflictos internacionales deben
resolverse, no por la fuerza, sino a través del diálogo. Admite al mismo tiempo
el derecho natural de legítima defensa individual o colectiva,
en el caso en que un miembro del organismo fuera objeto
de una agresión armada, hasta que el Consejo de Seguridad
haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y
la seguridad internacionales.
Solo el Consejo de Seguridad puede decidir si el rearme
de un país constituye, o no, una amenaza o motivo de
intervención. Más aún, en los juicios de Nüremberg se ha
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Reflexiones sobre la paz • 35
equiparado la guerra preventiva a la guerra de agresión y,
por consiguiente, se la ha declarado “crimen de lesa humanidad”.
Para los especialistas, la “guerra preventiva” del presidente Bush pretendió introducir una nueva doctrina en las
relaciones internacionales: la seguridad del pueblo norteamericano está por encima del Consejo de Seguridad y de
los tratados internacionales; por consiguiente, el gobierno
de los Estados Unidos tiene el derecho a la acción preventiva para su legítima defensa. Dicha doctrina, sin embargo,
encontró muchos opositores, no solo en la Unión Europea
y en otras partes del mundo, sino también dentro de los
Estados Unidos. Así, por ejemplo, Bill Clinton se lamentó
de que su país actuara con prepotencia “como si el resto del
mundo no nos importara […] En lugar de apoyar la labor de
los inspectores de la ONU hemos invadido a Irak y dividido
al mundo. Debiéramos aprender a vivir juntos, y a optar por
la cooperación, no por el conflicto”.
El objetivo del presidente Bush era, no solo lograr un
cambio de régimen en Irak, sino al mismo tiempo, advertir
a “los integrantes del eje del mal” –Irak, Irán y Corea del
Norte– que Estados Unidos tenía la decisión y el poder
suficiente para hacerse respetar, y que no estaba dispuesto a
tolerar que ningún país tuviera armas de destrucción masiva. Pasados ya varios años del atentado terrorista en territorio norteamericano y de la guerra contra Irak, muchos
analistas siguen preguntándose si el medio utilizado unilateralmente por Estados Unidos para derrotar al terrorismo
internacional fue el más adecuado. Como escribió Abel Posse (La Nación, 1 de abril de 2003),
Estados Unidos, hasta ahora una relativamente benigna república imperial, ingresa visiblemente en la etapa terminal de
la sinrazón imperial. Identifica el poder militar con la razón
misma, y dispone crear una nueva circunstancia internacional basada en códigos nacidos de la fuerza.
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36 • Reflexiones sobre la paz
Lamentablemente, la guerra de Irak y, sobre todo, las
ulteriores amenazas de ataques nucleares preventivos lanzadas por el Pentágono para disuadir a los integrantes del
eje del mal, y a cualquier otro país que tenga la intención de
usar armas de destrucción masiva, provocaron más terrorismo y, en especial, una reacción violenta de Oriente contra Occidente, que reavivó las luchas religiosas de épocas
lejanas entre el islam y el cristianismo. Por eso la Unión
Europea –que tanto sabe de violencia, muerte y destrucción
después de la dolorosa experiencia de dos guerras mundiales ocurridas durante el siglo XX– había llegado a un
consenso general sobre la necesidad de una convivencia
pluralista y pacífica.
Por esta razón la mayoría de los líderes políticos y
religiosos del mundo adhirieron al mensaje de Juan Pablo
II que convocaba al diálogo a las partes en conflicto en
Irak, para que “las conciencias no cedan a la tentación del
egoísmo, la mentira y la violencia”, y para que se arbitren
todos los medios para evitar una guerra cuyas consecuencias son impredecibles. Por eso también, cuando el presidente Bush decidió unilateralmente invadir Irak, ignorando el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas que
desde hacía 50 años era el ámbito legítimamente aceptado para solucionar los conflictos internacionales, millones
de ciudadanos del mundo entero salieron a las calles para
manifestar su desacuerdo y preocupación por los peligros
que esta decisión implicaba, no solo porque se estaba violando impunemente el sistema de las reglas internacionales adoptadas desde la Segunda Guerra Mundial, sino por
temor a una escalada del terrorismo internacional, ya que
la violencia destruye el marco racional dentro del cual se
debate la política.
El motivo declarado por el presidente Bush de la guerra
contra Irak fue la protección del pueblo norteamericano y
del mundo en general de futuros ataques terroristas. Sin
embargo, nunca el mundo entero se ha sentido más aterrorizado e inseguro que a partir de la invasión a Irak.
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Reflexiones sobre la paz • 37
Al-Qaeda advirtió que habría más atentados y destrucción
mientras las tropas occidentales no se retirasen de la tierra
de Mahoma. Y frente a sucesivas advertencias del presidente Bush de que estaba “dispuesto a usar la fuerza para impedir el desarrollo del plan nuclear de Teherán”, el gobierno
iraní reaccionó violentamente contra lo que denominó “una
guerra psicológica”, aduciendo que el objetivo de su programa atómico era pacífico –la generación de energía eléctrica– y por lo tanto “no-negociable”.
¿Prevalecerá finalmente la doctrina, no ya de la “guerra
justa” –que quedó obsoleta con el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas– sino de la “guerra preventiva”
anunciada “contra el eje del mal” por el presidente Bush?
Conviene recordar que, en un momento dado, frente a la
“advertencia” del gobierno de los Estados Unidos de que
estaba dispuesto a usar la fuerza contra Irán en caso de continuar con la producción de uranio enriquecido, el gobierno
iraní respondió con una violenta amenaza: “Si Estados Unidos comete un error tan grande, Irán tendrá más opciones
para defenderse”. ¿Contribuye a la seguridad del planeta que
las democracias occidentales estén dispuestas a pasar de las
amenazas verbales a los hechos, sabiendo que, muy probablemente, la próxima será una guerra nuclear o con armas
de destrucción masiva? ¿No habrá llegado el momento de
que el imperio de la fuerza y de las amenazas ceda el paso al
imperio de la razón y la paz?
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La diplomacia y la paz
Como acabamos de exponer, en los dos períodos del presidente George W. Bush, la política internacional norteamericana se militarizó en exceso a expensas de la diplomacia.
Pero el 20 de enero de 2009, al asumir la presidencia su
sucesor Barack Obama, se tuvo la sensación de que se estaba
inaugurando un nuevo clima político en los Estados Unidos. Ya en su discurso de asunción del cargo, envió señales
claras de una nueva estrategia: fortalecer las bases de la
democracia en el país y fortalecer las relaciones internacionales para la promoción de la paz. Anunció que su país estaba dispuesto a participar activamente en una nueva era de
paz, con más diálogo, negociación y diplomacia. Más aún,
en directa alusión a la política de su predecesor, afirmó:
Rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad
y nuestros ideales […] Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que ni siquiera podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los
derechos humanos.
Entre sus primeras medidas de gobierno, ordenó el cierre inmediato de la cárcel de Guantánamo y de las otras cárceles que los servicios secretos utilizaban para la detención
de supuestos terroristas, y les pidió al secretario de defensa
y al jefe de las tropas concentradas en el Medio Oriente propuestas para una retirada rápida y digna. Así, efectivamente,
el 31 de agosto de 2010, el presidente dio por terminada la
invasión a Irak. En cuanto a la guerra contra el terrorismo
que había instaurado su predecesor, Obama aclaró: “No es
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40 • Reflexiones sobre la paz
una guerra mundial contra una táctica o contra una religión
(el islam). Estamos en guerra con una red específica (Al
Qaeda) y contra los terroristas que la apoyan”. Pero rechazó
taxativamente la idea de la “guerra preventiva”.
Pocos días después de asumir la presidencia, en una
entrevista trasmitida por una importante cadena de TV del
Medio Oriente, Obama envió un mensaje de respeto y de
paz al mundo musulmán:
Los estadounidenses no somos sus enemigos, aunque a veces
cometemos errores: no hemos sido perfectos. Estados Unidos
no nació como una potencia colonial, y no hay razón para
no restaurar el mismo respeto y la misma colaboración que
Estados Unidos tenía hacia el mundo musulmán hace veinte
o treinta años […] Muchas veces Estados Unidos ha dictaminado qué hacer en lugar de escuchar. Pero ahora escucharemos primero. No podemos decirles a los israelíes o a los
palestinos qué es lo mejor para ellos. Ellos tendrán que tomar
sus decisiones. Pero creo que ha llegado el momento de que
ambas partes se den cuenta de que no están en el camino que
conduce a la prosperidad y seguridad de sus pueblos. Es hora
de volver a la mesa de negociaciones.
La historia universal nos enseña que todos los imperios
que dominaron el mundo, desde la Antigüedad hasta el presente, se establecieron por medio de la fuerza y el poder de
las armas; pero la misma historia nos confirma que ningún
imperio pudo mantenerse sin el manejo de la diplomacia y
el arte de un buen gobierno, que consiste en la negociación
y la búsqueda de consensos.
La nueva política internacional proclamada por Barack
Obama desde que asumió las riendas del poder convenció
al Comité de los Premios Nobel de otorgarle el galardón
máximo de la Paz 2009. Fue una gran sorpresa para el mundo; para algunos, un premio inmerecido. Pero el Comité
consideró que los esfuerzos extraordinarios realizados por
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Reflexiones sobre la paz • 41
el nuevo presidente para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos lo hacían merecedor del premio Nobel de la paz:
Como presidente, Obama ha creado un nuevo clima en la
política internacional […] La diplomacia multilateral ha recuperado un puesto prioritario, con énfasis en el papel que pueden desempeñar la ONU y otras instituciones internacionales
[…] Muy pocas veces alguien había captado hasta ese punto la
atención del mundo y le había dado a la gente esperanzas para
un futuro mejor […] un mundo libre de armas nucleares.
Este fue “el logro” que, según el Comité Organizador
de los premios, hizo acreedor al primer presidente negro de
los Estados Unidos al Nobel de la Paz 2009.
La paz no es un bien que se obtiene de una vez para
siempre, sino que es un objetivo ideal que tenemos que
conquistar cada día. Por eso el Nobel otorgado a Obama
era también un aliciente para seguir trabajando por la paz,
como de hecho lo hizo, no sin enfrentar duros obstáculos.
En sus primeros cuatro años, puso fin a las dos guerras
heredadas de su predecesor: en 2011 logró retirar todas sus
tropas de Irak, y anunció que esperaba terminar la guerra
con Afganistán antes de 2014, sin abandonar por eso la
lucha contra el terrorismo. Otro de sus objetivos fue reducir
a 1000 las armas nucleares estratégicas norteamericanas,
según el tratado firmado en 2009 con Rusia y China. Además, en diciembre de 2012, al día siguiente de la masacre
de Newton (Connecticut) en la que fueron asesinadas 27
personas –de las cuales 20 eran niños de menos de 7 años
de edad– Obama prometió elaborar un plan para limitar el
derecho a la tenencia de armas. Un mes después, en enero
de 2013, envió un proyecto de ley al Parlamento, reconociendo que no sería una lucha fácil, porque se trataba de
limitar una tradición muy arraigada en la sociedad, y para
muchos un derecho amparado por la Constitución.
Al inaugurar su segundo mandato, en enero de 2013,
reafirmó nuevamente su posición pacifista:
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42 • Reflexiones sobre la paz
Creemos, dijo, que la paz y la seguridad verdadera no requieren una guerra perpetua […] Demostraremos el coraje de tratar de resolver nuestras diferencias con otras naciones pacíficamente, no porque seamos ingenuos, sino porque creemos
que el entendimiento puede eliminar de forma más duradera
las sospechas y los miedos.
Y pocos meses más tarde, en un discurso programático
frente a los estudiantes de la Universidad de Georgetown,
anunció una iniciativa de su gobierno para reconvertir la
contaminante industria norteamericana:
Me niego, dijo, a dejar a vuestra generación un planeta sin
solución […] Quiero que quede claro ante el resto del mundo
que Estados Unidos se compromete a reducir su emisión de
gases contaminantes […] Estados Unidos será un líder mundial en la lucha contra el cambio climático.
Esta iniciativa para promover el uso de energías alternativas en la industria y reducir las emisiones de gases de
efecto invernadero, junto con la legalización de miles de
inmigrantes indocumentados y la reducción de los arsenales nucleares norteamericanos, probablemente serán el
legado político más significativo de la presidencia de Obama.
Sin embargo, no fue fácil para el primer presidente de
color de los Estados Unidos poner en funcionamiento todo
lo que había prometido en su programa de gobierno. A fines
de mayo de 2013 –después de cinco años en la presidencia– criticó al Congreso por seguir oponiéndose al cierre
de la cárcel de Guantánamo. “No se justifica, dijo, que el
Congreso impida cerrar una cárcel que nunca debiera haber
existido”. Y para mostrar su decisión de lograr su objetivo,
ordenó que el Pentágono buscara otro lugar para llevar a
cabo los juicios militares a los detenidos y designó un abogado de su confianza para que siguiera los pasos del cierre
definitivo de Guantánamo. En este mismo discurso anunció
cambios en la estrategia de la lucha antiterrorista.
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Reflexiones sobre la paz • 43
No podemos recurrir a la guerra en todas partes donde ha
echado raíces una ideología terrorista. Tenemos que reducir
el extremismo en sus orígenes: una guerra permanente con
aviones no tripulados o despliegues militares, es una guerra
perdida de antemano […] Para mí y para aquellos que están
en mi cadena de mando las muertes de civiles nos perseguirán mientras vivamos. Por eso, antes de cualquier ataque,
debemos tener la certeza de que no habrá civiles muertos
ni heridos.
La prolongada y grave crisis de la guerra civil en Siria
fue otro serio problema para la presidencia de Obama. Este
conflicto, que se había iniciado en 2011 y había dejado ya un
saldo de más de 100.000 muertos y millones de refugiados
en los países limítrofes, dividió a los miembros del Consejo
de Seguridad de la ONU y produjo entre ellos un duro
enfrentamiento. Por una parte, Estados Unidos y algunos
de sus aliados tradicionales querían intervenir militarmente
para castigar al régimen de Bashar al-Ásad que, supuestamente, había violado la prohibición de usar armas químicas
contra las poblaciones rebeldes; por la otra, Rusia y China,
simpatizantes del régimen sirio, estaban firmemente decididos a oponerse a cualquier intervención militar en Siria:
con el veto, en el Consejo de Seguridad; militarmente, si
fuera necesario. La intransigencia de Washington y de Moscú había paralizado las negociaciones, y hacía que muchos
se preguntaran si la Organización de Naciones Unidas
estaba efectivamente capacitada para controlar el mantenimiento de la paz en el mundo. Se tuvo la sensación de que
estábamos volviendo a los tiempos de la Guerra Fría.
El diplomático sueco Hans Blix, director general del
Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA)
desde 1981 hasta 1997, y que había dirigido las inspecciones de la ONU en Irak, en una entrevista publicada el 29
de agosto de 2013 en El País afirmó que Obama cometería el mismo error de Bush si interviniera militarmente en
Siria, sin escuchar primero los informes de los inspectores de la ONU: sería una nueva derrota para la diplomacia
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44 • Reflexiones sobre la paz
internacional. Casi un mes más tarde, el 11 de septiembre,
el secretario general de la ONU se lamentaba por la lentitud
de la diplomacia para resolver el conflicto sirio: “el fracaso
colectivo de evitar crímenes atroces en Siria en los pasados
dos años y medio permanecerá como un pesado lastre en el
prestigio de la ONU y sus Estados miembros”. Afortunadamente, la reacción antibelicista mundial y de una mayoría
del pueblo norteamericano, junto con la oportuna intervención de la diplomacia vaticana y los oficios del secretario
general de Naciones Unidas lograron evitar lo que, según
muchos expertos, hubiera sido una intervención militar de
imprevisibles consecuencias para toda la región.
Ya sea para ganar tiempo en las negociaciones o, según
sus propias palabras, “para dar un ejemplo democrático”,
Obama anunció sorpresivamente que, antes de intervenir
militarmente en Siria, solicitaría autorización del Congreso.
Pero quien abrió un camino inesperado para descomprimir
la tensión fue John Kerry, secretario de Estado norteamericano. Respondiendo a la pregunta de un periodista en
una conferencia de prensa en Londres, se atrevió a insinuar que, si Bashar al-Ásad entregaba de inmediato todos
sus arsenales químicos para su destrucción, podría quizás
evitar un ataque militar. Esto fue aprovechado por Rusia,
que instó a los dirigentes sirios a poner sus armas químicas bajo control internacional y a incorporarse a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ).
Éste fue un salvavidas que el presidente sirio no podía desaprovechar: Al-Ásad reaccionó inmediatamente afirmando
que Siria ponía a disposición y control de los inspectores
de Naciones Unidas todo su arsenal químico, y que estaba dispuesto a firmar el convenio contra la proliferación
de armas químicas. Confiado en estas promesas, y después
de un acuerdo entre Washington y Moscú, el Consejo de
Seguridad aprobó a fines de septiembre una resolución para
erradicar el arsenal de armas químicas del régimen sirio.
Finalmente, el 27 de octubre el gobierno de Siria entregó
a los inspectores de la OPAQ una información detallada
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Reflexiones sobre la paz • 45
del arsenal y programa de armas químicas, y un plan para
que todas sus fábricas y depósitos de material tóxico estén
destruidos para mediados de 2014.
Todos los actores que intervinieron en estos acontecimientos –incluido el presidente sirio– se consideraron
victoriosos: Bashar al-Ásad, porque había logrado detener
un inminente ataque aéreo de los Estados Unidos; Vladimir Putin, porque había sido el protagonista indiscutible
en todo este proceso negociador; Barack Obama, no solo
porque pudo evitar una derrota segura en el Congreso, sino
también porque su gobierno necesitaba ocuparse urgentemente de los problemas que aquejaban a su país, como
la economía y la ley de inmigración, entre otros. Además,
como había dicho en otras ocasiones, refiriéndose a Irak
y Afganistán: “he sido elegido para terminar guerras, no
para empezarlas”. De todos modos, a pesar de este dudoso
triunfo diplomático compartido, nada cambió en Siria. En
marzo de 2018, al cumplirse siete años de una interminable
guerra civil, se registraba más de medio millón de víctimas,
casi 6 millones de ciudadanos sirios refugiados fuera del
país, y más 13 millones de los que habían permanecido en el
país, con urgente necesidad de ayuda humanitaria. Pero lo
más grave aún es que el régimen sirio seguía siendo acusado
de usar armas químicas en sus bombardeos y de no respetar
la tregua humanitaria (“interrupción total de los combates durante un mes en todo el territorio”) impuesta por la
Resolución 2401 de la ONU. Este fracaso del Consejo de
Seguridad (y no es el único) debe atribuirse a la debilidad de
origen de las Naciones Unidas, cuya autoridad quedó coartada por el “derecho al veto” de las grandes potencias (como
desarrollaremos en el capítulo correspondiente). Esto quedó claramente demostrado, una vez más, cuando el 13 de
abril de 2018 Estados Unidos y sus aliados (Gran Bretaña
y Francia) bombardearon sorpresivamente objetivos sirios
relacionados con la producción y almacenamiento de armas
químicas. Lamentablemente, en Siria la diplomacia ha sido
superada por la política: el gobierno dictatorial de Al-Ásad
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46 • Reflexiones sobre la paz
tiene un aliado incondicional en el presidente Putin, que
lo apoya militarmente; pero el norte del país está controlado por las Fuerzas Democráticas Sirias (kurdos y árabes,
opuestos al gobierno) apoyados por países aliados y por
tropas norteamericanas. Por eso, algunos expertos consideran que Siria, una vez terminada la guerra civil, puede
quedar fragmentada.
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La ética civil y la paz
En un mundo globalizado en el que –por diversas razones
que han sido brevemente esbozadas en este trabajo– se
ha reavivado un viejo y olvidado conflicto entre Oriente
y Occidente (islamismo y cristianismo), bastó una chispa
para provocar un incendio de grandes proporciones en los
alrededores de París y de otros centros urbanos de Francia,
y que luego se extendió a otros países de la Unión Europea.
La chispa fue la muerte trágica de dos jóvenes islámicos de
origen africano, ocurrida el 27 de octubre de 2005, cuando
trataban de eludir la persecución de la policía. A partir de
ese momento se multiplicaron los actos vandálicos en los
barrios pobres habitados mayoritariamente por inmigrantes africanos musulmanes (con una población de alrededor
de cinco millones) que se sentían excluidos de los beneficios de la Francia del primer mundo. No se trataba necesariamente de inmigrantes ilegales; muchos de ellos habían
inmigrado legalmente hacía más de veinte años y sus hijos
eran franceses de nacimiento, pero nunca se habían sentido
integrados a la sociedad. Tampoco eran jóvenes radicalizados –como sucedió en el famoso mayo de 1968–, sino
ciudadanos exacerbados por el hecho de sentirse excluidos
y discriminados en su propio país, por el color de la piel y la
religión. El desempleo y la marginación fueron el caldo de
cultivo que hizo estallar la rebelión juvenil en estos barrios
pobres donde reinaba la inseguridad, la prostitución y la
droga, y donde la policía pasaba sin detenerse, y con las
ventanas de sus automóviles cerradas.
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48 • Reflexiones sobre la paz
Diversos analistas han propuesto diferentes interpretaciones del fenómeno francés. Sin excluir la posibilidad de
otras interpretaciones –ya que la complejidad de los fenómenos sociales no puede ser explicada sino a través de una
pluralidad de factores concomitantes–, coincido con la opinión de quienes atribuyen este conflicto a la falta de políticas “proactivas” del Estado en favor de la plena integración
de los barrios de inmigrantes y de la defensa de las minorías.
En realidad, la protesta y la violencia vienen de lejos. Se
calcula que en los once primeros meses de 2005 se incendiaron más de treinta mil automóviles. ¿Cómo es posible
mantener la paz social cuando subsiste la injusticia? O como
afirmó el alcalde socialista Claude Dilain, aludiendo a los
disturbios de París: “Cuando los jóvenes sufren diariamente
la injusticia social, es difícil pedirles que respeten la ley”
(La Nación, 03/11/05).
Diez años antes, Jacques Delors, en su informe sobre la
educación para el siglo XXI, publicado por UNESCO con el
título La educación encierra un tesoro (1996), había planteado
la necesidad del diálogo y de una ética global para superar los conflictos que dividían a la humanidad. Enumeraba
cuáles eran los valores universales que la educación debía
cultivar para promover una ética mundial: el reconocimiento de los derechos humanos, el afán de equidad social y de
participación democrática, la comprensión y tolerancia de
las diferencias y el pluralismo cultural, la preocupación por
el prójimo, el espíritu de solidaridad, el espíritu empresarial,
la creatividad, el respeto de la igualdad entre los sexos, una
mente abierta al cambio, y el sentido de las responsabilidades en lo que hace a la protección del medio natural y el
desarrollo sostenible.
Nuestro progreso económico y social, según Delors, no
ha sido equitativo; no hemos logrado evitar ni disminuir
la destrucción del medio ambiente; la violencia y las guerras que han venido ocurriendo desde la finalización de la
Segunda Guerra Mundial han dejado un saldo de más de
20 millones de seres humanos muertos. Para ser capaces de
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Reflexiones sobre la paz • 49
vivir juntos en un mundo globalizado necesitamos programar estrategias que contribuyan a un desarrollo humano
sustentable, a un entendimiento mutuo entre los pueblos, a
una renovación efectiva de la democracia, y a una cultura
de la empatía y el diálogo, porque de ello depende la supervivencia de la humanidad. Y concluía:
Cuando Oriente y Occidente sean capaces de aprender uno
de otro en beneficio mutuo y de adoptar cada cual lo que
el otro tiene de mejor […] entonces los valores universales
cuya implantación deseamos se impondrán poco a poco y ese
surgimiento de una ética mundial será una vuelta a las raíces
profundas de todas las culturas.
En 2001, Leonardo Boff publicó un pequeño libro titulado Ética planetaria desde el Gran Sur, donde plantea que
la gravedad de los problemas globales que enfrenta hoy la
humanidad exigen una “revolución global” y nos obliga a
discutir la urgente necesidad de un ethos mundial, una “Ética
mundial fundada en las tradiciones religiosas”. Siguiendo al
pensador suizo Hans Küng, define la ética mundial como “el
consenso básico con respecto a valores vinculantes, criterios irrevocables y actitudes fundamentales, afirmados por
todas las religiones, a pesar de sus diferencias dogmáticas,
y que pueden ser compartidos incluso por los no creyentes”. Sin embargo, Marciano Vidal considera que la propuesta de Küng, presidente de la Fundación Ética Global,
debería ser superada, y para ello propone una ética civil,
que se identifica con el grado de maduración ética de la
sociedad, y se define como “la afirmación de la conciencia
ética de la humanidad, con independencia de toda cosmovisión religiosa”.
Ahora bien, este “grado de maduración ética de la
sociedad” fue precedido por muchos siglos de luchas encarnizadas entre Oriente y Occidente y entre grupos antagónicos que trataban de imponer por la fuerza su propia cosmovisión religiosa, política o ideológica. La culminación de
estos enfrentamientos en Europa tuvo lugar después de casi
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50 • Reflexiones sobre la paz
dos siglos de intolerancia religiosa que los historiadores han
denominado “las guerras de religión”, y que solo terminaron
con un pacto de tolerancia: que se respete a cada región su
propia religión (cujus regio, ejus religio). A partir de entonces
comenzaron los Estados, muy lenta y gradualmente, a tolerar cierto disenso ideológico dentro de la sociedad. Pero la
humanidad tuvo que recorrer un largo y doloroso camino
hasta llegar hoy a una casi unánime convicción de que para
vivir juntos en nuestro mundo globalizado, no solo es necesario, sino valioso y positivo, aceptar la diversidad cultural
y la pluralidad ideológica y moral. En esta aceptación de la
diversidad se basa la ética civil.
Por consiguiente, la ética civil es un “ideal de vida
en una sociedad democrática y secularizada” y se define
como “el mínimo moral común aceptado por el conjunto de
una determinada sociedad dentro del legítimo pluralismo
moral”; no parece que debiera referirse a los valores morales de las religiones, sino más bien al dinamismo moral de
los individuos, sociedades, culturas y tradiciones sin necesidad
de una referencia explícita a los valores religiosos. Porque
de hecho los valores religiosos, que ciertamente constituyen
un lazo muy fuerte de unidad entre los miembros del grupo,
suelen con frecuencia ser fuente de divisiones y conflictos insuperables entre diferentes religiones. Por otra parte,
como afirma Boff, “por debajo de las diferencias religiosas
se encuentra el ser humano, que testimonia la presencia
de un mismo ethos básico”. Precisamente este “ethos básico”
humano es el que fundamenta la ética civil. La Unión Europea puede ser un caso testigo de la importancia de este
nuevo paradigma de las relaciones internacionales basado
en una ética civil, como veremos más adelante.
Sin embargo, en una serie de publicaciones aparecidas
en 2005, la periodista italiana Oriana Fallaci justificaba la
“guerra preventiva” contra el islam, y rechazaba toda posibilidad de diálogo entre los musulmanes, que “tratan de destruir nuestros principios y valores”, y los que ella etiqueta
como “ingenuos occidentales”. Esta posición intransigente
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Reflexiones sobre la paz • 51
de la conocida periodista se basaba en el supuesto de que el
diálogo intercultural es imposible. Con ello se oponía tanto
a las Naciones Unidas como a la Iglesia Católica, particularmente a partir del Concilio Vaticano II, y más recientemente a la Unión Europea en su conjunto, que consideran que el
diálogo intercultural no solo es posible, sino necesario para
el futuro de la humanidad.
Ahora bien, para que el diálogo sea posible entre todos
los seres humanos es necesario que haya un consenso mínimo de premisas y valores referidos a la persona y a la
sociedad. Este “consenso mínimo” es lo que Rubio (1980)
denomina “ética secular”; Cortina (1986), “ética mínima”;
González de Cardedal (1985), Vidal (1992) y otros prefieren
la denominación “ética civil”; y Küng (2004) o Boff (2001),
“ética global” o “ética planetaria”. Todos estos autores, desde
ópticas muy diversas, coinciden en que la humanidad necesita hoy una ética común, intercultural, para poder vivir
juntos en esta era de la globalización.
Cuando Oriente y Occidente sean capaces de aprender uno
del otro en beneficio mutuo, y de adoptar cada cual lo que
el otro tiene de mejor […] entonces los valores universales,
cuya implantación deseamos, se impondrán poco a poco, y
ese surgimiento de una ética mundial será una vuelta a las
raíces profundas de todas las culturas (Delors, 1996).
Para Marciano Vidal (1992: 54-55), la ética civil exige:
la laicidad o no confesionalidad de la vida social, la existencia
del pluralismo de proyectos humanos y la aceptación de una ética
no religiosa, basada en la racionalidad humana. En estas tres
características de la ética civil “pueden, y deben, coincidir
creyentes y no creyentes”. Sin embargo, la ética civil convive
con opciones éticas derivadas de cosmovisiones religiosas,
“no por la aceptación o rechazo de la religión, sino por la
aceptación de la razonabilidad compartida y por el rechazo
de la intransigencia excluyente”.
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52 • Reflexiones sobre la paz
En este contexto, la ética civil es la afirmación de la
conciencia ética de la humanidad, con independencia de
cualquier cosmovisión religiosa. Por definición, la ética civil
no es ni religiosa ni antirreligiosa, es “laica”, no confesional. Forma parte del consenso general de la sociedad, y al
fundarse en una racionalidad ética compartida – si no por
todos, por la mayoría– se transforma en un ideal de vida
democrática y madura (Vidal, 1984: 12-13). Esta ética civil
se expresa formalmente hoy en la Declaración de los derechos
humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948. Posteriormente la
misma Asamblea General fue explicitando estos derechos
humanos en ulteriores documentos aceptados por todos
los países representados en las Naciones Unidas, como la
Declaración de los derechos del niño (1959), el Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales (1966), el Pacto
internacional de derechos civiles y políticos (1966), la Declaración
sobre eliminación de la discriminación de la mujer (1967), la
Declaración sobre la protección de las personas contra la tortura y
otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes (1975), la
Declaración sobre el derecho de los pueblos a la paz (1984), y así
sucesivamente hasta llegar a los últimos tratados o protocolos internacionales, como el Protocolo de Kioto, el Tratado para
la prohibición de las pruebas nucleares, contra las minas terrestres, contra el uso de armas de destrucción masiva, y otros.
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La educación para la paz
Ya a comienzos del siglo XX, y más específicamente,
antes de que se produjera la Primera Guerra Mundial
(1914-1918), muchos educadores y pensadores sociales
europeos responsabilizaban a la escuela tradicional de
fomentar el odio y la rivalidad entre las naciones vecinas, a
través de sus planes de estudio y de sus métodos de enseñanza. Consideraban que los programas escolares –sobre
todo los de historia y geografía– fomentaban un etnocentrismo exagerado, y que sus métodos de una disciplina
rígida y autoritaria, propias de la época, contribuían a formar una juventud muy militarizada, competitiva y poco
solidaria.
Juan Bautista Alberdi, en su libro El crimen de la guerra,
había escrito ya en 1868: “Formad al hombre de paz si
queréis ver reinar la paz entre los hombres”. Casi medio
siglo más tarde iba a estallar en Europa la Primera Guerra Mundial, que sembró destrucción y muerte por todo
el continente: más de 9.000.000 de militares y 5.000.000
de civiles muertos o desaparecidos, además de las pérdidas
materiales que se calculan entre los 200 o 300 billones de
dólares. Precisamente, a partir de las trágicas consecuencias de esta llamada “Gran Guerra”, muchos líderes de las
grandes potencias europeas comenzaron a preocuparse por
arbitrar medios para consolidar la paz y evitar futuras guerras en el mundo.
Como primera medida se creó, en 1919, por iniciativa
del presidente Wilson, la Sociedad de las Naciones, con el
objeto de promover los ideales de la paz mundial y de
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54 • Reflexiones sobre la paz
mediar en la solución pacífica de posibles conflictos internacionales. Lamentablemente, por razones de índole política, la Sociedad de las Naciones careció desde sus orígenes
de la autoridad e independencia necesarias para cumplir su
misión. Todas las decisiones debían ser aprobadas por unanimidad por todos los Estados miembros. La impotencia del
organismo para promover la paz y resolver los conflictos
quedó manifiesta cuando, en 1936, no pudo evitar el estallido de la guerra civil española, que fue solo un preludio de la
Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Sin embargo, a pesar de esta debilidad de origen, la
Sociedad de las Naciones obtuvo algunos logros importantes a favor de la paz. Uno de ellos fue la creación, en
1926, de la Oficina Internacional de Educación (OIE). Este
organismo, en su primer programa de trabajo, mencionaba
entre sus objetivos, “fomentar el desarrollo de las virtudes
cívicas de la juventud y contribuir a la formación de un
espíritu de paz y comprensión internacional”. En cumplimiento de estos objetivos, la OIE llevó a cabo numerosas
actividades tendientes a dar a conocer la importancia de la
Sociedad de las Naciones para la cooperación internacional
y la paz mundial.
Quizás la actividad de mayor trascendencia que pudo
concretar la OIE fue la organización de un Congreso Internacional sobre “La paz por la escuela”, que se realizó en la
ciudad de Praga en 1927, cuando todavía no habían desaparecido todas las secuelas de la guerra. Se trataba de un
proyecto de educación moral de la niñez y juventud para
prevenir la posibilidad de una segunda guerra mundial. Los
trabajos leídos en dicho congreso fueron publicados por
Bovet (1927) en un volumen titulado La paz por la escuela.
Entre las conclusiones de este primer congreso se estableció que los Estados-miembros celebraran cada año el “Día
internacional de la paz”, y sugería como fecha el 18 de mayo,
día en que se recordaba la Primera Conferencia de Paz,
realizada en la ciudad de La Haya en 1899. Asimismo, se
instaba a que en todos los países se creara una Conferencia
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Reflexiones sobre la paz • 55
Nacional en celebración del Día de la Paz, “para que todos
los niños y jóvenes tomen conciencia de la necesidad de la
comprensión y cooperación internacional para el mantenimiento de la paz mundial”.
La sugerencia de celebrar el Día Internacional de la Paz
fue recogida con entusiasmo por el presidente del Consejo
Nacional de Educación de Argentina, Dr. Ramón J. Cárcano, en 1932. Elaboró un proyecto en el que ordenaba que
todas las escuelas del país dedicaran cada año, el día 11
de noviembre (fecha en que se firmó el Pacto de San José
de Flores) para celebrar el Día de la Paz; y que en todas
las escuelas y colegios del país, se explique a los niños “las
condiciones esenciales de la paz, que no es sumisión al más
fuerte, sino una orientación moral opuesta a la guerra”, para
que reflexionen y comprendan las nefastas consecuencias
de la guerra y los beneficios de la paz y armonía entre
las naciones.
Lamentablemente, el proyecto fracasó porque fue
duramente criticado por el entonces ministro de Guerra,
general Rodríguez, quien adujo, entre otros argumentos,
que “la prédica de la paz disminuiría el espíritu viril de
nuestro pueblo y de nuestra raza”, y “conspiraba en contra
de la carrera militar” (citado por Batro, 1984). Resultó así
frustrada la solemnidad de una celebración anual, de carácter nacional, como proponía Cárcano, y quedó reducida a
una simple recordación dentro del ámbito de cada escuela,
que poco a poco fue cayendo en el olvido. Huelga todo
comentario, sobre todo después de la tragedia de la Segunda
Guerra Mundial y, para nosotros los argentinos, después de
la dolorosa experiencia de la guerra de Malvinas.
Si bien es verdad que hubo algunas iniciativas de educación para la paz con anterioridad a la Primera Guerra
Mundial, es indudable que solo a partir de ese conflicto
internacional comenzaron a proliferar proyectos como el
de la Sociedad de Naciones, creada en 1919 con el objeto
de “difundir los ideales de paz y solidaridad para prevenir futuros conflictos internacionales”, o el de la Oficina
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56 • Reflexiones sobre la paz
Internacional de Educación, creada en 1922, “para contribuir a la obra de acercamiento moral de los pueblos por
medio de la escuela”, entre otros muchos organismos privados, nacionales e internacionales.
En 1932, el educador Jean Piaget publicó su obra clásica El juicio moral en el niño, donde exponía tres diferentes
niveles de apreciación moral de los niños según la edad.
Años más tarde, la teoría de Piaget fue perfeccionada y
ampliada por diversos autores norteamericanos, en particular por Lawrence Kohlberg –cuyas investigaciones aparecieron en más de veinte publicaciones sobre el tema del
desarrollo moral, desde su tesis doctoral (1958) en la Universidad de Chicago– y otros, como James R. Rest, que
publicó en 1979 Development in judging moral issues, con un
prefacio escrito por el propio Kohlberg.
La teoría del desarrollo moral de Kohlberg, que continúa el pensamiento de Piaget, describe el crecimiento evolutivo que puede observarse en el niño desde los primeros
años de vida hasta la adolescencia. A través de la educación,
según el autor, y utilizando la técnica de la discusión de
dilemas morales, el ser humano puede ir desarrollando su
sentido ético. La conclusión a que llega Kohlberg es que
las etapas del desarrollo del sentido moral tienen íntima
relación con el tema de la libertad en un camino de creciente autonomía.
El niño, cuando nace, comienza en una etapa de anomía
(premoral); luego, a través de la educación, va evolucionando hacia una etapa de heteronomía, en que se obedecen las
normas por interés personal; el punto de referencia ético
no es la bondad o maldad de la acción, sino la reacción de
los adultos (el castigo o el premio); luego sigue la etapa de la
socionomía: la bondad o maldad de una acción ya no depende
solo de los adultos, sino también del grupo de pares; finalmente se llega a la etapa de la autonomía: en que el individuo
es capaz de discernir lo bueno y lo malo de sus acciones a
partir de ciertos principios y valores morales que ha internalizado: en esta etapa, la bondad o maldad de una acción se
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Reflexiones sobre la paz • 57
mide por el daño que se produce al otro. Por consiguiente,
el ejercicio de la autonomía es un camino hacia la madurez
moral, que supone un sujeto con sentido de solidaridad para
con los demás, y con sentido crítico frente a la sociedad.
En otras palabras, el proceso de la educación moral es
una dinámica de crecimiento gradual hacia una libertad responsable; su contenido consiste en una reflexión profunda,
tanto sobre los valores fundamentales del ser humano y de
la sociedad, a los que hacíamos referencia al hablar de la
ética civil, como sobre el concepto positivo de paz, propuesto por Galtung y el Instituto Internacional de Investigación
sobre la Paz. En esta línea ideológica de la “no violencia”
y de fomentar la paz por la educación, comenzando por
la formación del niño desde que nace, sobresalen –entre
otros nombres notables– María Montessori (1870-1952),
Martin Luther King (1929-1968) y Mohandas Karamchand
Gandhi (1869-1948).
Montessori es hoy universalmente reconocida por el
método de enseñanza que lleva su nombre, y por propiciar una “ciencia universal de la paz” –como ya lo había
propuesto Comenio en el siglo XVII– para lograr una paz
definitiva para la humanidad. Entre sus obras escritas cabe
destacar Educazione e Pace, publicada en Italia en 1949, que
reúne todas sus conferencias pronunciadas en diversos países de Europa, desde 1932 hasta 1938 –casi en los umbrales
de la Segunda Guerra Mundial–, sobre la necesidad de educar a la juventud para la paz: “Construir la paz es obra de la
educación; la política solo puede evitar la guerra”.
Martin Luther King fue un activista social que movilizó
a las minorías de color de los Estados Unidos en defensa de sus derechos civiles, sin recurrir a la violencia. No
fue un educador ni fundó ninguna escuela, pero a raíz de
su asesinato en 1968, sus seguidores crearon en Atlanta el
Centro Martin Luther King para difundir sus ideas sobre la
lucha social y la no violencia, como valores fundamentales
de la democracia.
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58 • Reflexiones sobre la paz
Mahatma Gandhi ha pasado a la historia como el símbolo de la no violencia. Su filosofía pacifista se fundamenta
en un auténtico humanismo y una profunda religiosidad
personal, en la que se armonizan principios evangélicos
del cristianismo occidental con tradiciones milenarias de
las religiones orientales. Su ejemplo de vida, su liderazgo
carismático y sus escritos son un legado coherente de cómo
es posible resolver los conflictos a través de actitudes no
violentas, como la desobediencia civil o la no cooperación
frente a las estructuras o leyes injustas. Sin embargo, para
Gandhi aun en el conflicto hay que privilegiar la confianza,
la comprensión de los puntos de vista del otro e incluso la
amistad con el oponente, porque es imposible que uno mismo pueda realizarse negando la realización de los demás,
como veremos más adelante.
No obstante, no fue suficiente “fomentar la paz por la
educación” para detener el estallido de la Segunda Guerra
Mundial en 1939. No solo Europa, sino la humanidad entera sufrió las consecuencias del holocausto más grande de
la historia producido por una guerra en la que murieron
millones de seres humanos y en la que entró en escena un
elemento nuevo, de insospechadas consecuencias para el
futuro de la humanidad: la bomba atómica. Como escribió
años más tarde Filho (1964: 18):
El ideal de la convivencia pacífica entre los ciudadanos y
entre los pueblos solo se logrará alcanzar cuando las naciones
se modelen según una filosofía política que sustente ese ideal,
y cuando no puedan existir entre las naciones situaciones de
gran tensión determinadas por muchas y diferentes circunstancias, entre las cuales la de desarrollo social y económico
son de capital importancia.
Al finalizar el conflicto mundial, después del sorpresivo
ataque nuclear a Hiroshima, se llegó a un acuerdo internacional para sentar las nuevas bases de la convivencia internacional. Así nació, a fines de 1945, la ONU (Organización
de Naciones Unidas), en reemplazo de la desprestigiada
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Reflexiones sobre la paz • 59
Sociedad de las Naciones, y la UNESCO (Organización
para la Ciencia, la Cultura y la Educación) para “fomentar
entre la juventud los ideales de paz, respeto mutuo y comprensión entre los pueblos, y estudiar la manera de intensificar en el plano internacional y privado las actividades en
este campo…” (UNESCO, 1983a: 5). Desde sus comienzos
la ONU trató de difundir los ideales de la paz, la necesidad del desarme mundial y, sobre todo, la defensa de los
derechos humanos. En efecto, la Asamblea General de las
Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948, proclamó la
Declaración Universal de Derechos Humanos, y solicitó a todos
los Estados miembros su publicación, que sea “divulgada,
expuesta, leída y comentada, principalmente en las escuelas
y demás establecimientos de enseñanza, sin distinción alguna”. A esta declaración de la ONU siguieron algunas más
específicas, como la Declaración de los derechos del niño, en
1959; la Declaración contra la discriminación racial, en 1966;
la Declaración contra la discriminación de la mujer, en 1967;
la Declaración de Estocolmo sobre medio ambiente humano, en
1972, la Declaración sobre la protección de todas las personas
contra la tortura, tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes,
en 1975, entre otras.
El fundamento de la educación para la paz de la UNESCO está explícito en el artículo 26, 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la
personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los
derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las
naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá
el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el
mantenimiento de la paz.
En 1953 la UNESCO inició un Plan de Escuelas Asociadas para desarrollar trabajos y programas especiales con
el objetivo de lograr nuevos métodos y materiales de enseñanza para la educación para la paz y la comprensión
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60 • Reflexiones sobre la paz
internacional y al mismo tiempo facilitar el intercambio
de información, estudiantes y docentes entre escuelas de
diferentes países. Se inició el Plan con unas treinta escuelas
asociadas de quince países miembros. Actualmente las instituciones asociadas son cerca de 5.000, distribuidas en la
mayoría de los países miembros de la ONU.
La educación para la paz, que tuvo sus orígenes en
1928 por iniciativa del educador Pièrre Bovet, y que fue
quizás el principal logro de la Sociedad de las Naciones,
tomó nuevo impulso con la creación de la UNESCO. En los
documentos constitutivos de la UNESCO, se expresa que
“debido a que las guerras se inician en la mente de los hombres, es precisamente en la mente de los hombres donde se
deben poner los cimientos de la paz”. Las iniciativas de la
UNESCO para promover la cultura de la paz en las escuelas
son numerosas, y se han visto acompañadas por otros organismos internacionales y de la sociedad civil para apoyar
el esfuerzo de los gobiernos de implementar y actualizar
sus programas formativos en este campo. Actualmente son
muchas las universidades de Europa, América y Japón en
que las investigaciones, cursos y seminarios sobre la paz han
adquirido una importancia significativa.
En América Latina, comenzaron a instituirse los sistemas educativos ya a fines del siglo XIX, con un claro sentido
de contribuir a la consolidación de la paz y a la formación
de la ciudadanía. Pero solo a partir del siglo XX comenzó
a efectivizarse el ingreso universal a la educación básica
o primaria. Este derecho universal a la educación que se
sanciona en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
(1948) se vincula íntimamente con el deseo de superar la
violencia y de vivir en paz. Dichas aspiraciones están presentes en el pensamiento fundacional de la escuela pública
latinoamericana (Reimers, 2010). En este sentido es destacable el proyecto de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI)
“Metas Educativas 2021: la educación que queremos para
la generación de los Bicentenarios”, que surge del acuerdo
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Reflexiones sobre la paz • 61
de los ministros de Educación iberoamericanos en la Conferencia de 2008 en San Salvador, y que expresa como uno
de sus objetivos prioritarios “educar ciudadanos en escuelas
democráticas y solidarias”. Este proyecto concreta en sus
metas las orientaciones de Naciones Unidas para incluir en
los contenidos curriculares la formación para la cultura de
la paz y la democracia (UNESCO/OREALC, 2008; Naciones Unidas, 1999).
Una educación para la paz debe esmerarse en brindar
una formación capaz de desarrollar valores, actitudes y
habilidades socioemocionales y éticas que promuevan una
convivencia social en la que todos participen y compartan plenamente (UNESCO/OREALC, 2008), lo que debiera redundar en el reconocimiento y puesta en práctica de
los derechos humanos. En ese sentido, por medio de una
formación basada en estos contenidos, se contribuye a la
construcción de una cultura de paz que abarque más allá de
las relaciones interpersonales a nivel micro y se extrapole
a las relaciones internacionales y entre los países. De ahí
que una cultura de paz pueda ser definida también como el
respeto de los principios de soberanía, integridad territorial
e independencia política de los Estados (Naciones Unidas,
1999). De este modo, no solo se enfatiza la importancia
de una cultura de paz, sino que también se pronuncia una
condición necesaria para ella: la democracia. Una educación
para la paz y la democracia debe reconocer y fomentar la
igualdad de derechos y oportunidades, principalmente de
las mujeres, que históricamente han sufrido exclusiones y
discriminaciones; debe respetar el derecho a la libertad de
expresión, así como satisfacer las necesidades de desarrollo
y protección del medio ambiente (Naciones Unidas, 1999).
La escuela, en ese sentido, se transforma en un lugar
privilegiado para la transmisión de los valores propios de
una conciencia ciudadana y democrática. Por eso se ha
incluido en el proyecto Metas Educativas 2021 una muy específica, la número 11. En el marco de la meta general 5 sobre
el mejoramiento de la calidad de la educación y el currículo
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62 • Reflexiones sobre la paz
escolar, la meta específica 11 propone “potenciar la educación en valores para una ciudadanía democrática activa
tanto en el currículo como en la organización y gestión de
las escuelas” (OEI, 2010).
En los lineamientos curriculares de la mayoría de los
países latinoamericanos se han fortalecido y actualizado,
en los últimos años, contenidos y actividades relacionados con la educación para la paz y los derechos humanos,
acompañados por iniciativas de organismos internacionales
y de la sociedad civil, como Amnistía Internacional, entre
otros (Reimers, 2010). Así, por ejemplo, tomando como
modelo el Observatorio Europeo de la Vida Escolar, que
tiene su sede en la Universidad de Bordeaux (Francia) y
que desde 1998 desarrolla varias líneas de investigación con
otras universidades de la UE, se han creado, entre otros, el
Observatorio de Violencia y Convivencia Escolar en Perú
y el Observatorio Argentino de Violencia en las Escuelas.
Dichos observatorios buscan promover y difundir estudios
e investigaciones que tienen como propósito no solo ayudar
a prevenir la violencia escolar sino también a brindar información útil para elaborar propuestas pedagógicas eficaces
para la construcción de una ciudadanía democrática y pacífica (Etxeberría, 2001; Lavena, 2002; Noel et al., 2006).
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La investigación para la paz
Así como la “educación para la paz” nació en la década de
1920 como reacción frente a la destrucción y muertes producidas durante la Primera Guerra Mundial, de la misma
manera la “investigación para la paz” surgió en la década
de 1950 como respuesta a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Pareciera que tenía que sobrevenir el
horror del mayor genocidio de la historia, y la muerte y
desolación producidas por la bomba atómica, para que la
humanidad buscara desesperadamente una solución definitiva al problema recurrente de la violencia de la guerra.
Las primeras investigaciones aparecieron en los Estados Unidos con la publicación de la Revista de Resolución
de Conflictos (1957) y el Centro de Investigación sobre la
Resolución de Conflictos (1959). En ese mismo año se creaba en Oslo (Noruega), bajo la dirección de Johan Galtung,
un Departamento de Investigación sobre Conflictos, que
en 1966 se transformó en lo que hoy es el mundialmente
reconocido Instituto Internacional de Investigación sobre la
Paz. Además, también durante ese año, en Suecia comenzó
a funcionar el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). Dicho Instituto Internacional de Estocolmo
de Investigaciones sobre la Paz está financiado por el Parlamento sueco, y publica, entre otros trabajos, el World Armaments and Disarmament SIPRI Yearbook (Anuario Mundial del
SIPRI sobre Armamentismo y Desarme en el Mundo), que
se considera una fuente indispensable de información sobre
el armamentismo mundial y su impacto en la ecología.
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64 • Reflexiones sobre la paz
Johan Galtung -acompañado por un equipo interdisciplinario de expertos dedicados a investigar los problemas
relacionados con la paz- comenzó a publicar en 1964 la
revista Journal of Peace Research, que pronto se convertiría en
una fuente de consulta indispensable para los investigadores de todas partes del mundo. Posteriormente se sumó otra
publicación titulada Boletín de Propuestas para la Paz. En la
nota editorial del primer número de Journal of Peace Research
Galtung (1964) explicaba que el concepto de paz dominante en occidente, era un concepto limitado e inadecuado.
Tradicionalmente, la paz ha sido definida como “ausencia
de guerra”. Sin embargo, explica el autor, lo que conspira
contra la paz, no es propiamente la guerra, sino la violencia,
todo tipo de violencia. Por eso, “cualquier análisis de la paz
debería vincularse con un análisis de la violencia, porque así
se revelan más facetas en los conceptos, lo que nos permite
hacer más elecciones concientes” (Galtung, 1985, 103).
Ahora bien, Galtung distingue dos tipos de violencia:
la violencia directa o personal, en la que un sujeto comete
un acto violento en contra de otro u otros, y la violencia
indirecta o estructural, quizás menos palpable que la directa,
pero no por eso menos frecuente y difundida. La guerra es
una forma de violencia directa, como lo es la agresión física,
el asesinato, etc. La violencia indirecta se llama estructural,
porque no es producida por un actor directo, sino que está
inserta en las estructuras sociales. Esta violencia indirecta se expresa a través de las injusticias o “desigualdad de
oportunidades” ya sea en la distribución de la riqueza, de
la educación, de los servicios de salud, etc. (Galtung, 1985,
36-39). Esta violencia es evitable, dice el autor, e impide la
autorrealización humana; es decir, pone trabas a la satisfacción de las necesidades básicas del ser humano en sociedad.
Esto le permite a Galtung introducir una distinción fundamental entre dos tipos de paz: la paz negativa y la paz positiva.
La paz negativa consiste en “ausencia de violencia directa
o personal”; mientras que la paz positiva, es “ausencia de
violencia indirecta o estructural”. Para Xesús R. Jares (1999,
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Reflexiones sobre la paz • 65
97-98) la concepción positiva de paz presupone que la paz
“no es lo contrario de guerra sino de su antítesis que es la
violencia […]”, y que
la violencia no es únicamente la que se ejerce mediante la
agresión física directa […] sino que también se debe tener en
cuenta otras formas de violencia, menos visibles, más difíciles
de reconocer pero también generalmente más perversas en la
provocación de sufrimiento humano.
Por consiguiente, este nuevo concepto de “paz estructural” propuesto por Galtung, está íntimamente relacionado
con la justicia social y el desarrollo humano, y es positivo, en
cuanto considera que la paz no consiste en la mera ausencia
de guerra, sino que es el resultado de la existencia de estructuras sociales justas en la sociedad. Este concepto positivo
de paz lo encontramos también en los fundamentos de la
ética civil, y ha sido consagrado en la Carta de las Naciones
Unidas cuando se afirma que la paz y estabilidad entre las
naciones se basa en la democracia, el respeto de los derechos humanos y el desarrollo económico y social. Uno de
los primeros pedagogos que relacionó el concepto de paz
con el de desarrollo, como si fueran sinónimos, fue Paulo
Freire en su obra Pedagogía del oprimido (1974) , adelantándose, en cierto modo, al concepto de paz estructural. En
efecto, para Paulo Freire (1986) “la paz se crea y se construye con la edificación incesante de la justicia social”.
El concepto de paz no es unívoco, sino que varía según
las culturas. En la cultura occidental, estuvo siempre ligado al concepto de “pax romana”, definido como “el período comprendido entre dos guerras”. Dicho período era, de
hecho, un tiempo de preparación para la próxima guerra.
Para Galtung (1985) este concepto de paz se define adecuadamente como “período de no guerra” o “ausencia de
guerra”, por consiguiente es una definición “negativa” de
paz. Quizás el fracaso del sistema educativo europeo que,
como dijimos, se esforzó por formar ciudadanos para la
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66 • Reflexiones sobre la paz
paz, durante el período comprendido entre las dos grandes
guerras del siglo XX, se originó en que se partía de una
concepción equivocada de paz: su objetivo era “oponerse a
la guerra” sin preocuparse por luchar contra las estructuras
injustas de la sociedad.
En este sentido, violencia estructural es sinónimo de
injusticia social. Dicho en positivo: paz es sinónimo de justicia social; justicia social es sinónimo de desarrollo; desarrollo es sinónimo de derechos humanos y de democracia (Galtung, 1969, 185; 1985, 107). Esta teoría de la paz
positiva, ya aparece claramente expresada en la Carta de
las Naciones Unidas (1945) y en numerosas publicaciones de
UNESCO sobre educación para la comprensión internacional (1959, 1983a, 1986), investigación sobre la paz (1981), y
otras, como La educación para la comprensión, la cooperación
y la paz internacionales y la educación relativa a los derechos
humanos y las libertades fundamentales, con miras a fomentar una actitud favorable al fortalecimiento de la seguridad y
el desarme (1983b). Años más tarde, Galtung introdujo una
tercera forma de violencia: la cultural, afirmando que la paz
debe construirse no solo en la mente humana y en la estructura, sino también en la cultura. Como ejemplo de violencia
cultural cita la violencia de género, de la cual hoy tanto se
habla; y a la que podríamos añadir otros casos similares de
violencia cultural, como la xenofobia, y todo tipo de discriminación (social, étnica, sexual, política, religiosa, etc.). En
mi opinión, más que de una tercera forma de violencia, se
trata de una de las modalidades de la violencia indirecta,
porque la cultura forma parte de la estructura social.
La teoría de la paz positiva y las investigaciones en
que se fundamenta, no pretenden eliminar el conflicto, sino
la violencia en cualquiera de sus formas. Como expusimos
anteriormente, el conflicto es un proceso natural, necesario
e inevitable para el desarrollo y el cambio en la sociedad
humana. A diferencia de la violencia, que es un fenómeno
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Reflexiones sobre la paz • 67
negativo o disfuncional para la sociedad, el conflicto es un
factor fundamental para la supervivencia y el progreso de
la humanidad.
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8
El modelo social de la Unión Europea
y la paz
Los antiguos romanos consideraban que para lograr la paz
era necesario estar bien preparados para la guerra (si vis
pacem, para bellum); o como decía un poeta romano, “dulce
et decorum est pro patria mori” (es dulce y honroso morir
por la patria). Hoy la Unión Europea está proponiendo al
mundo otra consigna: “si quieres la paz, cultiva la justicia”.
En otras palabras, para lograr la paz, hay que fortalecer el
derecho internacional, proteger las libertades individuales
y los derechos humanos universales, y difundir la democracia, no a través de la guerra, sino de la cooperación, la
ayuda humanitaria y la inclusión de todos los excluidos. Se
trata de una visión positiva y optimista de la humanidad, en
contraposición a la concepción tradicional según la cual la
defensa y seguridad de las naciones depende fundamentalmente de la protección que brindan las armas.
Con la finalización de la Segunda Guerra Mundial surgió en Europa una generación de notables políticos que
dedicaron sus energías a la reconstrucción del “viejo mundo” y a plasmar lo que hoy se conoce como la Unión Europea (UE). Los visionarios de esta nueva Europa fueron Konrad Adenauer, Robert Schumann, Alcide De Gasperi, Paul
Henri Spaak y Jean Monnet.1 Entre los objetivos planteados
1
Entre estos políticos estuvo también el primer ministro de Gran Bretaña,
Winston Churchill, que apoyaba el proyecto, y que, en un discurso pronunciado en Zurich en 1946, habló entusiasmado de los “Estados Unidos de
Europa”. Pero, con el cambio de gobierno, y “para no dañar su inquebranta-
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70 • Reflexiones sobre la paz
por estos fundadores, uno de los primeros –quizás el más
importante– fue el de alejar definitivamente de Europa los
horrores de la guerra. En efecto, después de muchos siglos
en que los problemas y conflictos internacionales se habían
resuelto por la fuerza y el dominio militar, en 1951 se
llegó a un acuerdo de lo que en un principio se llamó la
“Comunidad del Carbón y el Acero”, firmado por Francia
y Alemania, respaldados inicialmente por Bélgica, Holanda,
Italia y Luxemburgo. Dicho acuerdo fue ratificado el año
2000 por un nuevo acuerdo firmado en Lisboa con el objetivo de transformar a la UE en una economía dinámica y
competitiva basada en el conocimiento. Por eso la Unión
Europea –a diferencia de los Estados Unidos– pretende ser
una “superpotencia” basada no en el poder de las armas,
sino en la inclusión, la solidaridad, el diálogo y la resolución de conflictos.
Pero en lo que más se distingue el “modelo social
europeo” del “modelo norteamericano” y de las anteriores
superpotencias que dominaron el mundo es en el concepto
de soberanía y la firme decisión de preservar la paz. Como
escribe Rifkin en El sueño europeo (2004: 377):
Estos países [de la Unión Europea] se han ido despojando
cada vez más del legado histórico de la soberanía del Estadonación, y prefieren trabajar de una forma asociada y sujeta
al derecho internacional, al que se someten. Como dijo Jean
Monnet en un discurso pronunciado en Washington en 1952,
“no estamos haciendo una unión entre Estados, sino una
unión entre pueblos”.
ble relación con los Estados Unidos”, Londres se alejó del bloque. Sin
embargo, después de más de 15 años, en los cuales Inglaterra crecía menos
que Alemania, y en los que Europa se mostraba pujante y poderosa, tanto
política como económicamente, solicitó su admisión al bloque. Esta fue
rechazada categóricamente dos veces (en 1961 y en 1966) por el veto del
presidente de Francia, Gral. Charles de Gaulle. Finalmente, Gran Bretaña
fue admitida a formar parte de la Comunidad Económica Europea en 1973.
En un referéndum realizado en 1975, el 67% de los británicos votó a favor
de su ingreso a la Unión Europea, con la única condición de no adherir al
euro, para mantener su moneda.
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Reflexiones sobre la paz • 71
No está de más recordar aquí que el concepto de soberanía fue definido por Jean Bodin en el siglo XVI para
justificar el “poder absoluto, perpetuo e ilimitado de los
príncipes soberanos […] para dictar leyes para sus súbditos”.
El poder absoluto se justificaba, según Bodin, porque los
príncipes eran “lugartenientes de Dios, y por lo tanto no
estaban de ningún modo sometidos al imperio de otros,
porque –después de Dios– nada había mayor sobre la tierra
que los príncipes soberanos…”. Este principio de soberanía
se transfirió luego a los Estados-nación. Hoy, sin embargo,
ya no es así: la soberanía de las naciones dista mucho de ese
“poder absoluto” de los soberanos del siglo XVI. Más aún,
ningún Estado –en este mundo globalizado y multipolar–
es autosuficiente. De hecho, todos los Estados, incluso los
más poderosos, están sujetos a determinadas normas del
derecho internacional.
El sueño europeo es un sueño de inclusión y cooperación,
no de exclusión o autonomía. Los europeos tratan de “vivir
en un mundo que se gobierne por consenso”. Esto no significa que el Estado-nación necesariamente vaya a desaparecer, pero parte de la autoridad y del control político que
tradicionalmente ejercían los Estados miembros de la vieja
Europa hoy han sido transferidos a las comunidades locales
y sobre todo a las uniones regionales. Por consiguiente, los
ciudadanos españoles, por ejemplo, ostentan su identidad
de tales, y al mismo tiempo, su identidad como catalanes
y como europeos; pero por encima de las disposiciones
y prerrogativas del Estado español, deben su lealtad a los
principios fundacionales de la Unión Europea. Como escribe Robert Kagan (2003), “Europa está […] accediendo a un
mundo autosuficiente de leyes y normas, de negociación y
cooperación transnacional. Está penetrando en un paraíso
poshistórico de paz y relativa prosperidad, en lo que es la
realización de la paz perpetua de Immanuel Kant”.
No debe extrañar que el sueño norteamericano y el
europeo sean tan diferentes, porque sus orígenes también
lo fueron. El sueño norteamericano nació de las ansias de
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72 • Reflexiones sobre la paz
libertad y progreso de los peregrinos que, huyendo de Europa perseguidos por sus ideas religiosas reformistas, consideraban que Dios los había conducido –como a los antiguos
hebreos– a la “tierra prometida”, para transformarla, con
el esfuerzo individual y el sacrificio de todos, en un nuevo
paraíso terrenal. Esto explica la convicción del pueblo norteamericano de ser un “pueblo escogido” y que considera
–como afirma la doctrina calvinista–, que “el éxito es la
mejor señal de predestinación”. El sueño europeo, por el
contrario, nació de los horrores y destrucción de dos guerras mundiales, y del temor a una posible “tercera guerra
nuclear” de consecuencias impredecibles.
El presidente de la Comisión Europea, Romano Prodi,
en un discurso pronunciado en el Instituto de Estudios Políticos de París en 2001, se refería al novedoso enfoque político –de paz e inclusión– de la Unión Europea, perfectamente planificado por el “genio de los padres fundadores” que
lograron una transformación gradual hasta llegar a una plena integración regional, pasando por una unión aduanera y
de cooperación económica, y superando definitivamente las
ambiciones y confrontaciones del pasado. Como sintetiza
Rifkin (2004: 383), el nuevo experimento europeo es
el resultado de un sentimiento de total repugnancia por el
tipo de conducta bárbara que los seres humanos son capaces
de asumir en relación con sus semejantes. […] La esencia del
sueño europeo es la superación de la fuerza bruta y el establecimiento de la conciencia moral como principio operativo
capaz de regir los asuntos de la familia humana.
La ayuda humanitaria para el desarrollo del mundo es
uno de los pilares de la política internacional de la Unión
Europea. En efecto, la contribución económica ofrecida por
Europa, en los últimos años, asciende a más del 50% del
total aportado; mientras que la contribución de los Estados Unidos no llega al 40% (Rifkin, 2004: 390-391). En
cuanto a la integración de los inmigrantes, Mario Mauro,
vicepresidente del Parlamento Europeo, considera que se
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Reflexiones sobre la paz • 73
necesita una estrategia común para encontrar una solución;
que Europa se equivoca cuando piensa que los inmigrantes son un peligro para los trabajadores locales; que Europa necesita de los inmigrantes porque tiene una población
envejecida, debido a la ausencia de hijos en la familia europea durante los últimos veinte o treinta años. Lo que se
necesita son buenas políticas de integración que ofrezcan
posibilidades de trabajo y de crecimiento.
De todos modos, hay que reconocer que la capacidad
de absorción de inmigrantes que tiene Europa es mucho
menor que la necesidad y el hambre de los millones de
africanos que luchan por ingresar al continente –legal o
ilegalmente– en busca de trabajo y de una vida más humana.
Por eso, en el año 2005, los países de la Unión Europea
decidieron destinar 400 millones de euros (duplicando la
cifra anterior) para ayudar a los países de donde proviene la
mayor parte de los inmigrantes. También se decidió adoptar
una política migratoria firme pero que, al mismo tiempo,
respete la dignidad humana de las personas y las buenas
relaciones con los países de origen (La Nación, 06/11/05).
Este “original enfoque político” trae aparejado también
un nuevo concepto del papel de las fuerzas armadas, y consiguientemente, un cambio fundamental en la formación
militar, ya que su objetivo no es “hacer la guerra” para la
defensa territorial, sino prepararse para el mantenimiento
de la paz mundial: prevenir o contener la violencia, y crear
las condiciones para restablecer la paz entre las partes, en
caso de que surjan conflictos armados. Mientras que el soldado tradicional está dispuesto a matar y morir en defensa
de su patria, el soldado de la Unión Europea está dispuesto a dar su vida para defender la paz. Por consiguiente,
además de aprender el manejo de las armas, estos soldados están especialmente entrenados para la negociación, la
resolución de conflictos, la ayuda humanitaria (protección
de refugiados o de las poblaciones civiles víctimas de desastres naturales), la creación de corredores humanitarios, y
las misiones de paz cuando surgen conflictos armados de
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74 • Reflexiones sobre la paz
cualquier tipo. Como se afirma expresamente en el Tratado de Roma de 1957, la finalidad de la creación de la
Comunidad Europea era lograr la “unión entre los pueblos
europeos” –que durante siglos han vivido divididos por
conflictos sangrientos– a fin de “sentar las bases de unas
instituciones que la orienten hacia un destino que será, a
partir de ahora, común”.
En otras palabras, el objetivo de la formación militar y
de la política exterior y de seguridad de la Unión Europea es
defender y difundir la paz. Los europeos buscan la seguridad, no en la fuerza de las armas, sino en el fortalecimiento
del derecho internacional, y en especial, en una legislación a
favor de los derechos humanos universales, en consonancia
con los principios proclamados por las Naciones Unidas.
Más aún, mientras que el gasto militar de las principales
potencias del mundo alcanzaba el billón y medio de dólares
a fines de 2009, según el Instituto Internacional de Estudios
para la Paz de Estocolmo, la Unión Europea lo redujo en
4.000 millones de dólares. Curiosamente, esta importante
reducción del presupuesto militar europeo coincidía con
una creciente inversión para las misiones internacionales
para el mantenimiento de la paz.
El tradicional concepto de defensa nacional, basado
en la disuasión por la capacidad ofensiva de los ejércitos,
se ha ido transformando paulatinamente en un novedoso
concepto de seguridad defensiva, basada en la cooperación y
confianza mutua entre los Estados, que eliminan las hipótesis
de conflicto y las amenazas a la paz. La nueva Europa no solo
se opone a la guerra, sino que además adhiere firmemente
a los derechos humanos fundamentales, por lo cual rechaza la pena de muerte, aun para los criminales de guerra.
Este enfoque de política internacional hizo que la Comisión
Europea suscribiera el Protocolo de Kioto y los sucesivos
tratados internacionales que prohíben las pruebas nucleares, el uso de armas de destrucción masiva y de las minas
terrestres, entre otros.
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Reflexiones sobre la paz • 75
A mediados del siglo XVIII el economista François
Fresnay, al describir con admiración el esplendor y grandeza cultural del Imperio chino de la época, lo comparaba
con lo que podría ser una Europa unida: “Nadie negará
que este Estado (China) es el más bello del mundo, el que
posee mayor densidad de población, y el reino más próspero que conocemos. El Imperio chino es como sería toda Europa
si estuviera unida por medio de un solo soberano”. Hoy la Unión
Europea está integrada por 28 países miembros, con más de
500 millones de habitantes (alrededor del 8% de la población actual) y con un ingreso promedio per cápita de más
de 30.000 dólares. Esta nueva realidad política mundial se
ha transformado en un gigante comercial que exporta más
de lo que importa, y cuyo PBI (16,3 billones de dólares en
2012) supera el de los Estados Unidos.
Desde el Tratado de Roma de 1957 y la creación del
Euro en 1960, todo parecía funcionar de acuerdo con la
“utopía” de los fundadores de la Unión Europea. Pero llegó
el categórico “no” de los franceses al referéndum propuesto
para aprobar la Constitución, y luego los actos vandálicos
ocurridos en 2005 en algunos barrios pobres de París habitados por inmigrantes africanos musulmanes. Esta explosión de violencia se extendió rápidamente por todo el territorio, y puso en estado de alerta a las autoridades de los
países vecinos. Más recientemente, la grave recesión económica originada en 2008 en los Estados Unidos se extendió
por Europa y el mundo entero, lo cual afectó seriamente
las economías regionales y provocó la desaceleración de la
economía mundial. Esto contribuyó a un aumento de la tasa
de desempleo en la Unión Europea. Como escribe el sociólogo alemán Ulrico Beck en un reciente ensayo titulado Una
Europa alemana, “casi uno de cada cuatro europeos menores
de 25 años no encuentra trabajo, y muchos salen adelante
con contratos temporales de bajo coste”. Todos estos acontecimientos están, sin duda, poniendo a prueba el experimento europeo. Hoy muchos europeístas se preguntan si
el sueño europeo todavía tiene futuro. El mismo Rifkin, al
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76 • Reflexiones sobre la paz
final de su obra (2004: 497) se preguntaba: “¿Tendrán los
europeos la paciencia de seguir defendiendo una forma de
gobierno multiestratificada, abierta y orientada a la gestión
de procesos si tuvieran que enfrentarse a agitaciones sociales y a disturbios en las calles?”.
A pesar de que la Unión Europea está atravesando un
período difícil, y de que muchos desconfían de la capacidad de liderazgo de los gobernantes actuales para llevar a buen término los valores proclamados por la Unión
Europea –inclusión, integración y contribución al desarrollo mundial–, es justo reconocer que las cosas pueden ir
mejorando en un futuro no muy lejano. Aunque existe una
corriente antieuropea dentro de la misma Europa, y algunas
tendencias de un nacionalismo exagerado –aun entre algunos eurodiputados–, son muchas más las voces de quienes
quieren recuperar el espíritu que animó a los visionarios del
siglo pasado al poner los cimientos de esta nueva Europa, y
continuar viviendo su utopía. Como escribió Alain Touraine (2010: 29) en una página del periódico español El País,
para que esto se convierta en realidad los europeos deben
cesar de ser los comparsas de un Estados Unidos que, pese a
la pérdida de su hegemonía, sigue siendo el país más poderoso. Nadie puede desear una ruptura entre las dos orillas
del Atlántico. Pero Estados Unidos y Europa deben crear dos
modelos de desarrollo con tantas diferencias como elementos comunes entre ellos, lo que supone imperativamente que
los europeos acepten las cargas como las ventajas de un rol
planetario. ¿Cómo los europeos, que inventaron el espíritu
de las Luces y la creencia en la razón y en los derechos
humanos, podrían aceptar pasivamente lo que corre el riesgo
de ser el fin del modelo occidental, es decir, de la asociación del progreso científico y el técnico, la destrucción de
los privilegios y el reconocimiento de los derechos fundamentales de cada cual?
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Reflexiones sobre la paz • 77
Más recientemente, Beck (2012: 46-47), en su ya citado
ensayo, considera que la crisis europea requiere una solución audaz y revolucionaria. El autor parte de la definición
de crisis propuesta por Antonio Gramsci: “la crisis es el
momento en que el viejo orden se extingue y es preciso
luchar por un nuevo mundo venciendo resistencias y contradicciones”, para llegar a la conclusión de que
todo podría ser mucho más fácil si las personas, los grupos
de interés y los políticos renunciaran a la anticuada idea de
soberanía nacional y comprendieran que el único camino
para recuperar la soberanía es a través de Europa y sobre la
base de la cooperación, el acuerdo y la negociación (Beck,
2012: 46-47).
Beck es consciente de que esta solución política de
urgencia podría ser rechazada como ilegal por los “ortodoxos del Estado nación, que quieren conservar una política
presidida por las reglas vigentes”. Reconoce que su propuesta no es simpática porque restringe las democracias nacionales, pero considera que en esta emergencia está “legitimada” porque es la única forma de adelantarse al peligro que
amenaza con la supervivencia de la Unión Europea. Lo que
está en “situación de riesgo” no es el euro –como supone la
mayoría de la opinión pública mundial– sino la vigencia de
los valores europeos. “¿No sería conveniente –se pregunta
Beck– añadir el cargo de un presidente europeo que pudiera
ser directamente elegido por los europeos, concretamente,
en una contienda electoral que generara una opinión pública en toda Europa?”.
El domingo 11 de noviembre de 2018 se celebró en
París el primer centenario del fin de la Primera Guerra
Mundial con la presencia de los dirigentes más importantes del mundo. En su discurso de apertura el presidente
Emmanuel Macron dio una clara respuesta a la pregunta de
Beck, al insistir en la necesidad de mantener los ideales de
los fundadores de la Unión Europea, y de evitar el nacionalismo, que definió como “una traición al patriotismo”.
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78 • Reflexiones sobre la paz
Por eso consideró que era necesario dar por inaugurado
en este día el Foro de la Paz y la Democracia, que deberá
celebrarse todos los años en memoria de este importante
acontecimiento. A continuación, la canciller de Alemania,
Ángela Merkel, centró también su discurso en el “fortalecimiento de la UE” y en los peligros del nacionalismo: “la
Primera Guerra Mundial –dijo– nos mostró lo destructivo
que puede ser el nacionalismo […] No nos dejemos arrastrar
por los intereses nacionales”.
Una semana más tarde, el 18 de noviembre, ambos
líderes políticos volvieron a encontrarse en el Parlamento
alemán, para honrar la memoria de las víctimas de la Gran
Guerra. En su discurso, el presidente francés insistió nuevamente en la necesidad de “refundar a Europa”. Necesitamos una Europa unida y fuerte para “enfrentar al fanatismo
y al nacionalismo sin memoria…”. Pocos meses después,
cuando un periodista le preguntó si él se consideraba un
nacionalista o un globalista, Macrón respondió categóricamente: “Ni nacionalista, ni globalista; soy un ‘patriota
francés’”. Esta definición alude al concepto de “patriotismo
constitucional” que nació en la Alemania posterior al nazismo y fue adoptado y desarrollado por el filósofo Jürgen
Habermas. En una entrevista publicada por el periódico
español El País el 10 de mayo de 2018, Habermas lo define
como la construcción de una “sociedad posnacional” en la
que los ciudadanos adhieren a una constitución común sin
negar sus respectivas entidades nacionales. Precisamente
este concepto de “patriotismo constitucional” es la base de
sustentación de lo que hoy es la “ciudadanía europea”. Europa está atravesando un momento crucial: debe definir su rol
mundial. Pero “no podrá desempeñarlo si se conforma con
jugar un papel secundario en la escena mundial…”.
¿Podrán los 28 miembros actuales de la Unión Europea
superar sus diferencias y, como sugiere Beck, atreverse a
“una solución audaz y revolucionaria”? ¿Podrán los actuales dirigentes políticos de Europa “renunciar a la anticuada idea de soberanía nacional”? ¿Podrá la UE revertir el
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Reflexiones sobre la paz • 79
auge de los partidos populistas de extrema derecha que hoy
gobiernan a más de cien millones de europeos? Es decir:
¿podrá la Unión Europea dar el salto cualitativo que soñaron sus padres fundadores y, finalmente, transformarse en
los “ESTADOS UNIDOS DE EUROPA”?
Este cambio estructural de Europa sería una inspiración para el mundo y, en particular, para nuestro débil y
conflictivo MERCOSUR. ¿Por qué no soñar, entonces, en
un nuevo MERCOSUR ampliado y transformado en los
“ESTADOS UNIDOS DE AMERICA DEL SUR”?
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9
Las Naciones Unidas
y la utopía de la paz
A principios de octubre de 2005 se anunció desde Noruega
que el Premio Nobel de la Paz había sido otorgado al Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y a su
director Mohammed El-Baradei “por sus esfuerzos dedicados a impedir que la energía nuclear se utilice con fines
militares”. Sin duda fue una merecida recompensa a un
organismo internacional dependiente de la ONU, cuyos
técnicos habían trabajado incansablemente en Irak para
evitar la guerra, convencidos de que ese país no poseía
armas de destrucción masiva, como posteriormente –ya
demasiado tarde–, después de la invasión, fue verificado y
reconocido por el propio gobierno de los Estados Unidos.
Luego, en medio de una guerra de amenazas entre
Estados Unidos e Irán, la OIEA aprobó por amplia mayoría una resolución por la que se solicitaba a su director
El-Baradei que preparase un informe técnico sobre Irán
para ser analizado por la junta en el plazo de uno o dos
meses. Como primera medida, El-Baradei instó a las partes
en conflicto a que siguieran negociando, que mantuvieran
la calma y, sobre todo, solicitó a Irán que cooperase con el
organismo. Aunque para el gobierno del presidente Bush el
director del OIEA había sido demasiado blando y condescendiente, primero con Irak y luego con Irán, los líderes de
la Unión Europea se mostraron muy complacidos de que
el Premio Nobel de la Paz hubiera sido otorgado a quienes
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82 • Reflexiones sobre la paz
desde hacía tiempo, pero en particular en estas dos circunstancias recientes, habían trabajado arduamente a favor de la
paz y de la seguridad en el mundo.
Ocho años más tarde, a mediados de octubre de 2013
el Premio Nobel de la Paz sería otorgado a otro organismo
dependiente de la ONU, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ), con sede en La Haya.
Este organismo internacional había logrado ya que 189
países adhirieran a la Convención sobre Armas Químicas,
vigente desde 1997, que prohíbe tanto su producción como
su almacenamiento, y que su utilización fuera condenada
como crimen de guerra y, por consiguiente, un delito de
lesa humanidad. La OPAQ se viene ocupando de la difícil
y complicada tarea de controlar y destruir las armas químicas; lo hizo en Irak después de Sadam Hussein, en Libia
con Muamar Al-Gadafi y, más recientemente, en Siria con
Bashar al-Ásad.
El principal problema que enfrenta la OPAQ es que aún
quedan países que no han adherido a la Convención (como
Israel y Egipto), y algunos que lo han hecho (incluidos Rusia
y Estados Unidos) no han entregado su arsenal por razones de seguridad. Más aún, algunos gobiernos autoritarios
que se vieron forzados a entregar una información detallada de su armamento químico lograron burlar los controles internacionales. Sucedió con Gadafi, presidente de
Libia, que en 2003 se había comprometido a entregar todo
su arsenal químico para su destrucción. Cuando años más
tarde fue derrocado, en 2011, los inspectores internacionales descubrieron que había mantenido ocultas en una base
aérea varias toneladas de gas mostaza. Además, el proceso
de control y destrucción de las armas químicas es no solo
riesgoso, sino también largo y difícil. La total destrucción
del arsenal químico de Sadam Husein, después de su derrota
en la primera guerra del Golfo en 1991, significó el trabajo de tres años para la Comisión Especial de expertos
de Naciones Unidas.
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Reflexiones sobre la paz • 83
De las cenizas aún humeantes de la Segunda Guerra
Mundial había nacido la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945,
para liberar a las generaciones futuras de los horrores de la
guerra, para reafirmar la fe en los derechos humanos fundamentales, para establecer las condiciones bajo las cuales
puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones
surgidas de los tratados y leyes internacionales, y para promover el progreso social y mejores niveles de vida,
como se declara en el preámbulo de la Carta de las
Naciones Unidas. Al finalizar la Primera Guerra Mundial,
había nacido la Sociedad de las Naciones con el mismo
objetivo de preservar la paz entre las naciones, pero fracasó treinta años después por razones políticas y falta de
autoridad e independencia, como expusimos en un capítulo anterior.
La Organización de las Naciones Unidas está formada
por los siguientes Órganos:
• Una Asamblea General, órgano de carácter consultivo,
en la que todos los Estados miembros tienen voz y voto.
• Un Consejo de Seguridad, órgano de carácter deliberativo, en el que algunos de sus miembros tienen derecho al veto.
• Un Secretariado, órgano técnico-administrativo.
• Un Consejo Económico y Social, dividido en una Comisión de Derechos Humanos y una Comisión de la
Mujer. También dependen de este Consejo la Organización Internacional del Trabajo y la UNESCO.
La ONU – que actualmente cuenta con más de 190
países miembros– había logrado, con el correr de los años,
autoridad moral y prestigio entre las naciones del mundo,
a pesar de algunos altibajos producidos por acusaciones e
incluso escándalos de corrupción. Sin embargo, el rechazo
del presidente Bush a esperar los resultados de los expertos
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84 • Reflexiones sobre la paz
internacionales designados para investigar la supuesta existencia de armas de destrucción masiva en Irak, y su decisión
de invadir el país en 2003, no solo en contra de la opinión
casi unánime de la Asamblea General, sino además violando
abiertamente el artículo 2 de la Carta de la ONU, terminaron
por restarle credibilidad y dejar gravemente herido al único
organismo que había sido durante seis décadas el ámbito
natural donde los conflictos internacionales se habían tratado de resolver a través del diálogo y la negociación.
El secretario general de las Naciones Unidas, Kofi
Annan, después del fracasado esfuerzo por evitar la guerra en Irak y de las repetidas acusaciones de corrupción
administrativa, decidió abocarse a lo que podría haber sido
una profunda reforma para “restaurar la confianza en la
integridad de la ONU, su imparcialidad y su capacidad de
acción”. Con ocasión de los actos realizados para celebrar el
sexagésimo aniversario de la creación del organismo, se discutieron temas tan fundamentales como su reforma administrativa, la reestructuración y ampliación del Consejo de
Seguridad, la creación de un nuevo Consejo de Derechos
Humanos y el desarme nuclear, entre otros. El mismo presidente Bush que tres años antes, despechado por el rechazo de la Asamblea General a respaldar la invasión a Irak,
la había menospreciado considerándola poco relevante, se
unió a la celebración de los 60 años augurando que las
reformas propuestas fortalecieran a la ONU, y la hicieran
eficiente, responsable y libre de corrupción.
Lamentablemente, las más importantes reformas propuestas por el secretario general quedaron para ser discutidas en otra ocasión…, es decir, nunca. Según Kofi Annan,
muchos países poderosos no estaban dispuestos a hacer
concesiones que limitaran sus privilegios. Solo se obtuvieron mínimos consensos sobre derechos humanos, protección de las poblaciones víctimas de crímenes de guerra o de
lesa humanidad, compromiso para que los países más ricos
contribuyeran al desarrollo de los más pobres de acuerdo
con las Metas del Milenio, necesidad de que, para el año
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Reflexiones sobre la paz • 85
2015, todos los niños del mundo tuvieran acceso a una
educación primaria, creación de un fondo para la democracia con el objeto de ayudar a los países que salen de una
dictadura, etc. Pero no se logró acuerdo sobre la ampliación del Consejo de Seguridad, sobre el desarme y la no
proliferación nuclear, sobre la eliminación de los subsidios
y barreras comerciales, ni sobre la reforma administrativa
que otorgaba más poderes y mayor control al secretario
general.
No fue esta la primera vez que se proponía una amplia
reforma de la Organización de Naciones Unidas. Desde
hace tiempo, por ejemplo, existe un Secretariado cuyo objetivo es promover la creación de un quinto órgano –una
Asamblea Parlamentaria– dentro de la ONU. Dicha asamblea estaría formada, en un primer momento, con delegados
de los parlamentos de los países miembros, y tendría funciones meramente consultivas. Posteriormente, sus miembros serían elegidos por los ciudadanos de cada país miembro, de modo que esta asamblea democrática tuviera poder
de decisión, especialmente en asuntos sociales y económicos. Lo que se pretende es que ella tenga mayor legitimidad
que el Consejo de Seguridad y la actual Asamblea General,
cuyos miembros no son elegidos democráticamente, y además, los representantes de las grandes potencias detentan
todavía el privilegio del derecho al “veto”. Tampoco esta
propuesta ha entrado en la agenda oficial de la ONU, a pesar
de su racionalidad y de estar respaldada por centenares de
importantes políticos del mundo, numerosas personalidades de la cultura y ONG.
De todos modos, la ONU –con sus luces y sombras–
ha logrado mantenerse fiel a sus objetivos estatutarios de
defender la paz y seguridad entre las naciones, promover los
derechos humanos, cooperar en la construcción de la justicia y el desarrollo económico y social de todas las naciones.
Además, la llegada de Barack Obama a la presidencia de
Estados Unidos, y su declaración de que su país no podía
seguir desempeñando el papel de policía y de control del
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86 • Reflexiones sobre la paz
orden en el mundo, parecía abrir la posibilidad de que la
ONU lograra finalmente constituirse en el árbitro natural
que la sociedad internacional hoy requiere para solucionar los conflictos, no a través de la fuerza y el poder de
las armas, sino del derecho internacional y de la justicia,
la negociación, la inclusión y el respeto por los derechos
humanos. En este contexto, por ejemplo, en 2009 el Consejo
de Seguridad de Naciones Unidas aprobó por unanimidad
un dramático llamado a todos los países del mundo a frenar
la producción de armas nucleares. Barack Obama, presidente pro tempore del Consejo anunció exultante:
La resolución histórica que acabamos de adoptar consagra
nuestro compromiso común de avanzar hacia el objetivo
de un mundo sin armas nucleares […] También sienta las
bases de un amplio marco de acción para reducir los peligros
nucleares mientras trabajamos en pos de esa meta.
La importancia de esta resolución del Consejo de Seguridad radica en que “el equilibrio del terror” –como definió
Foster Dulles a la Guerra Fría– hoy resulta muy difícil de
sostener, porque la proliferación de las armas nucleares no
solo se da entre las grandes potencias tradicionales –USA,
Rusia y China– sino que se ha extendido a otros Estados,
como Israel, Pakistán, India, Corea del Norte. Lamentablemente, a pesar de sus intentos, el presidente Obama no
obtuvo del Senado norteamericano la ratificación del tratado que prohíbe las pruebas nucleares, pero dio un gran
paso al firmar con Rusia y China un tratado para reducir
significativamente sus arsenales nucleares estratégicos. Más
recientemente, a principios de abril de 2013, Ban Ki-Moon,
siendo secretario general de las Naciones Unidas, lanzó un
urgente llamado a la humanidad para recordar que solo
faltaban mil días para el 5 de abril de 2015, la fecha prevista para que se cumplieran las Metas de Desarrollo del
Milenio. En su mensaje reconoció que las medidas adoptadas hasta ese momento habían contribuido a aumentar
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Reflexiones sobre la paz • 87
considerablemente el número de niños y niñas que asistían
a la escuela primaria y a reducir la pobreza y la mortalidad
materna e infantil en el mundo; sin embargo, lamentaba que
había objetivos que todavía no se habían cumplido satisfactoriamente: por ejemplo, decía, son muchas las mujeres que
mueren durante el parto y que podrían salvarse; hay muchas
comunidades donde la infraestructura sanitaria básica no
ha llegado aún; las desigualdades injustas siguen aumentando en el mundo. Es decir que queda mucho por hacer…,
aunque las Metas del Milenio han demostrado que, cuando
existe voluntad política, está a nuestro alcance terminar con
la pobreza extrema y la injusticia estructural en el mundo
para afianzar la paz.
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Epílogo
El miércoles 7 de enero de 2015, en el centro de París,
dos terroristas franceses de origen musulmán fuertemente
armados, encapuchados y vestidos de negro irrumpieron en
la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo, al grito de
“Aláh es grande”. A sangre fría ejecutaron a doce personas,
comenzando por el director de la publicación, Stéphane
Charbonnier, y dejaron una decena de heridos, algunos de
ellos de suma gravedad. Este sorpresivo asalto duró escasos
diez minutos. Los atacantes huyeron en el mismo Citroën
negro en el que habían venido.
Esa misma noche miles de franceses se autoconvocaron
en las principales ciudades del país para condenar el atentado. El presidente François Hollande se acercó a la sede de
la masacre para solidarizarse con las víctimas y convocó a
toda la población, para el domingo siguiente, a una marcha
masiva a la Plaza de la República en París en defensa de
la libertad de expresión y de los valores republicanos del
pueblo francés. Mientras miles de policías buscaban a los
terroristas, identificados como los hermanos Said y Cherif
Kouachi, un tercer terrorista de origen musulmán, Amedy
Coulibaly irrumpía en un mercado Kosher, asesinaba a cuatro clientes judíos y hería a otros. El atacante fue abatido
por los efectivos que custodiaban el lugar. Casi simultáneamente, el 9 de enero, los hermanos Kouachi fueron ultimados por la policía a pocos kilómetros al norte de París, lo
que puso fin a tres días de terror y angustia para Francia y
para la Unión Europea. Al-Qaeda se atribuyó la autoría del
ataque a Charlie Hebdo, mientras que el terrorista Coulibaly se proclamó miembro del Estado islámico.
Efectivamente, el domingo 11 de enero un millón y
medio de manifestantes, presididos por el presidente de
Francia François Hollande y por unos cincuenta líderes
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políticos de toda Europa, colmaron la Plaza de la República
en París, mientras otros millones de manifestantes marcharon en las principales ciudades de la Unión Europea y del
mundo entero para protestar contra los ataques del autodenominado “Estado Islámico” o “Ejército Islámico” (EI). Inesperadamente, la respuesta de los terroristas a esta condena
generalizada y categórica fue iniciar una interminable cadena de ataques sorpresivos en diversas partes de Europa: en
Finlandia, en Bélgica, en Francia, en Alemania, en España,
en Inglaterra, etc. Sin embargo, sería un error pensar que
estos ataques son el preludio de un enfrentamiento entre
Oriente y Occidente, o entre el islam y el cristianismo. Es
verdad que algunas organizaciones islámicas interpretan la
Guerra Santa (yihad) como una lucha armada para imponer el islam en el mundo. Pero la inmensa mayoría de los
musulmanes (un 80%) entienden la yihad no como una guerra santa contra los “infieles”, sino como una lucha interior
del propio creyente musulmán en el “camino de Aláh”.
Los hechos que marcaron un cambio radical en el mundo, después de terminada la Guerra Fría, fueron el sorpresivo atentado terrorista contra las “torres gemelas” de Nueva
York y el Pentágono de Washington, el 11 de setiembre de
2001, y la apresurada reacción y sucesivos errores políticos
del entonces presidente de los Estados Unidos, George W.
Bush; en particular, la inconsulta y unilateral invasión a
Irak, la destitución y condena a muerte de su presidente
Sadam Husein y la declaración de guerra a los supuestos
“integrantes del eje del mal”. Esta injustificada declaración
de guerra del presidente Bush (h) exacerbó aún más la
violencia de los terroristas, que encontraron en la Unión
Europea un campo propicio para sus objetivos de venganza.
En efecto, muchos jóvenes europeos de origen musulmán,
cuyos padres o abuelos habían inmigrado a Europa después
de la Segunda Guerra Mundial, nunca terminaron de asimilarse a la cultura europea, y siguen viviendo en los barrios
marginales de las grandes ciudades, con pocas posibilidades de dar un salto cualitativo en su vida. Estos jóvenes
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Reflexiones sobre la paz • 91
de origen musulmán, nacidos y educados en Europa pero
que nunca se sintieron integrados a la cultura europea, fueron el instrumento ideal utilizado por los terroristas para
cometer sus crímenes.
Por eso, apenas ocurrieron los primeros actos de violencia en París, el gobierno francés anunció la implementación de importantes decisiones políticas tendientes a acelerar la integración. En efecto, el primer ministro Villepin
reconoció que para superar la crisis provocada por la violencia terrorista, era necesario que la igualdad de oportunidades fuese una realidad para todos. Por lo cual, como
primera medida, el gobierno sancionaría con fuertes multas
a quienes realicen actos de discriminación; además se facilitaría la igualdad de oportunidades para todos, tanto a nivel
trabajo como educación, para lo cual habría exenciones fiscales para las empresas que invirtieran en los suburbios
pobres. Además, los jóvenes con dificultades de aprendizaje recibirían especial apoyo, y si lo deseaban, desde los
14 años podrían optar por aprender un oficio a cargo del
Estado. En Alemania, donde viven más de siete millones de
extranjeros, había resultado posible su integración y crecimiento económico (a pesar de las dificultades inherentes
a un mercado fluctuante) porque el Estado alemán pagaba
un seguro de desempleo de 400 euros mensuales a todo
residente desocupado. Por eso el comisionado alemán para
la migración y los refugiados, comentando los sucesos de
París, pudo afirmar: “los inmigrantes en Alemania no quieren quemar autos, sino manejarlos”.
Pero estas medidas nacionales, que son necesarias para
resolver los problemas locales, son insuficientes para resolver los problemas institucionales y la actual crisis global de
la Unión Europa. Es decir que, a pesar de los espectaculares progresos realizados a favor de la integración política
y económica de los 28 países del bloque y la vigencia del
euro, quedan aún por resolver muchos problemas, algunos
de ellos agravados sin duda por la actual crisis mundial.
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Quizás el problema más importante que sacude los
cimientos de la UE, en opinión de muchos expertos, es la
ausencia de un liderazgo político que sea capaz de reavivar la ilusión y la fe en el sueño europeo. Europa necesita
urgentemente la democratización de sus instituciones. Por
ejemplo, los 28 miembros del Consejo de la Unión y los 28
Comisarios de la Comisión Europea no son elegidos por la
ciudadanía, sino designados por sus respectivos gobiernos
de cada país. La única institución elegida democráticamente es el Parlamento europeo, que carece de autoridad para
legislar. En efecto, para aprobar sus directivas o normas
debe someterlas a la supervisión del Consejo Europeo. La
democratización de la Unión Europea, con un gobierno
y un Parlamento con autoridad, elegidos por los ciudadanos de todos los países miembros, daría más estabilidad
y mayor integración al bloque por contar con autoridades
legitimadas por el voto popular y con instituciones afines
al sentir mayoritario del electorado. Como escribió Gianni
Vattimo (2008: 200-202), después de haber sido miembro
del Parlamento europeo durante cinco años: el parlamentario europeo es
alguien que no cuenta nada políticamente […] Si Europa
hubiera devenido un verdadero sujeto político, un Estado,
aunque federal, podríamos decir que habíamos salido de la
prehistoria, porque por primera vez un Estado nuevo habría
nacido no de una guerra, sino por voluntad de los ciudadanos. Pero no nació.
De hecho, la UE no ha encontrado aún la fórmula
para transformarse en un gran Estado: los “Estados Unidos de Europa”.
Otro problema de vital importancia para la UE es
el demográfico. Europa está envejeciendo rápidamente, no
solo porque ha aumentado la expectativa de vida de la
población, sino fundamentalmente porque ha descendido
dramáticamente la tasa de natalidad desde hace aproximadamente treinta años. Ahora bien, para revertir esta tendenteseopress.com
Reflexiones sobre la paz • 93
cia poblacional, la UE debería implementar a corto plazo,
políticas públicas de inmigración, y, a mediano y largo plazo, políticas que incentiven la natalidad. La enorme crisis de
refugiados que huyen de la guerra, el hambre y la miseria no
ha sido bien aprovechada por la Unión Europea para elaborar y poner en práctica una política de inmigración amplia y
coherente con los valores humanitarios de la nueva Europa.
El problema de los refugiados en el mundo, según Naciones
Unidas, se ha transformado hoy en una verdadera tragedia
para toda la humanidad. Pero esta tragedia se ha manifestado recientemente con características nunca imaginadas en
Europa, cuando los gobiernos de Italia y Malta se negaron
a recibir como refugiados a 630 migrantes provenientes
del norte de África. Afortunadamente, después de navegar
varios días sin rumbo por el Mediterráneo, lograron desembarcar en Valencia. Sin embargo, el gobierno español envió
un serio mensaje a Marruecos exigiéndole que “controle sus
costas”, como antes lo había hecho el gobierno de Italia aludiendo a las “mafias que lucran con la inmigración ilegal”.
Sin embargo, pareciera que la UE está encontrando una
solución consensuada entre sus miembros con la propuesta
de crear centros de acogida de refugiados tanto en Europa
como en otros países del norte de África. Estos centros ayudarían a descomprimir la presión de los migrantes sobre las
fronteras europeas, y contribuirían a la identificación y preparación de los futuros migrantes para un ingreso seguro y
ordenado en la UE. De esta manera se evitarían también los
frecuentes y trágicos naufragios en el Mediterráneo.
Hay otros problemas pendientes que se refieren al
pleno empleo y a una mayor inversión en investigación y
desarrollo, agravados ambos, sin duda, por la actual crisis
económica. Pero el problema último en el tiempo que se le
planteó a la UE fue el desmembramiento del Reino Unido
(Brexit), debido al referéndum del 23 de junio de 2017, en
que un ajustado 51,9% votó en contra de la permanencia en
el bloque. En un principio pudo parecer un rudo golpe para
Europa. Pero como afirma Aldecoa Luzárraga (2017: 34),
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94 • Reflexiones sobre la paz
El Brexit significó un gran problema para el Reino Unido […]
En el caso de la UE el Brexit no amenaza su existencia […]
La construcción europea nació y se desarrolló sin el Reino
Unido; y durante sus cuarenta y cuatro años de pertenencia
a la Unión Europea éste ha dificultado su funcionamiento y
especialmente su profundización.
De hecho, el Reino Unido se opuso sistemáticamente a
la construcción de una economía social de mercado y, sobre
todo, a la integración de una Europa Federal. Es verdad que
con la salida del Reino Unido, la UE perdería población y
riqueza, y dejaría de ser miembro en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero se fortalecería internamente porque
ganaría en unidad, coherencia y libertad de acción para
desarrollar su modelo político.
Ahora bien, aunque el modelo de la Unión Europea,
en estos últimos decenios, está atravesando una grave crisis
institucional, hay que recordar que una de las caras de
toda crisis es la oportunidad para el cambio y el crecimiento.
La situación conflictiva y agónica que vive hoy la Unión
es propia de una “Europa joven”, en expansión, que está
proponiéndose –y proponiendo a toda la humanidad– un
sueño nuevo, capaz de dar respuesta a los desafíos del siglo
XXI: una utopía sin excluidos y con justicia para todos. Por
eso, vale la pena –en especial frente al fracaso del conflicto
creado desde el atentado terrorista contra las torres gemelas– mirar el futuro con ojos esperanzados. Vale la pena
soñar que la convivencia pluralista es posible en un mundo
con igualdad y libertad para todos; que los valores éticos
pueden superar los fundamentalismos y sobreponerse a las
ambiciones personales o de grupo, y que la paz mundial
y el bienestar de toda la humanidad algún día podrán ser
los objetivos de la política y las relaciones internacionales.
La vigencia del sueño europeo contribuirá, sin duda, a que
la utopía sea posible.
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Reflexiones sobre la paz • 95
Muchos creemos que la Unión Europea, con sus avances y retrocesos, puede servir de “modelo” para crear en el
mundo una nueva cultura de paz.
La política exterior europea se fundamenta en la difusión de
la paz y la inclusión, más que en la acumulación de poder […]
No es la fuerza de las armas, sino la capacidad negociadora,
y la apertura al diálogo […] lo que constituye la característica
de este nuevo tipo de superpotencia (Rifkin, 2004).
En efecto, la política de defensa y seguridad de la Unión
Europea se orienta por caminos distintos de los que caracterizaban la defensa y seguridad en un pasado reciente y,
por supuesto, muy lejos del nuevo concepto de “guerra preventiva” introducido por el presidente Bush (h). Ni siquiera
se trata de la defensa territorial basada en la vieja idea del
Estado-nación, sino de una nueva idea “transnacional” del
mantenimiento de la paz, de intervención humanitaria y,
sobre todo, de la “utilización del apoyo económico” como
el mejor instrumento de la política exterior para lograr la
armonía y cooperación entre los pueblos.
Por eso, el 10 de diciembre de 2012, el Comité Internacional Noruego que otorga el Premio Nobel de la Paz,
lo entregó a la Unión Europea “por haber contribuido, a
lo largo de seis décadas, al avance por la obtención de la
paz y la reconciliación, democracia y derechos humanos
en Europa”.
Sin embargo, la Unión Europea que ha logrado sellar la
“paz negativa”, es decir, “nunca más la guerra entre los países de la Unión”, necesita todavía consolidar la paz “positiva
o estructural”. De hecho, la defensa de la “paz estructural”
que propone la ONU sigue siendo un objetivo lejano, no
solo para Europa, sino para toda la humanidad, una utopía,
como la isla imaginaria de Tomás Moro, sede de una vida
social y política ideal.
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96 • Reflexiones sobre la paz
Etimológicamente, “utopía” significa “no-lugar”, o
lugar inexistente, ideal. Lo cual no quiere decir que la utopía
sea algo inaccesible o imposible. Para Tomás Moro, la comparación de las pautas de la sociedad real en la cual vivimos
con las pautas de “Utopía” debiera servir de energía positiva
o impulso interior para acercarnos más y más al ideal: es
decir, a un mundo con eudaimonía que, según la filosofía de
Aristóteles, es la fuente de la verdadera felicidad.
El sentido ético alcanzado por la humanidad a través
de los siglos y las lecciones aprendidas en las páginas de
la historia universal nos sugieren que la utopía de la paz
propuesta por Naciones Unidas, y que –como acabamos de
exponerlo en el capítulo anterior– está de alguna manera
expresada en el modelo social de la Unión Europea, es una
meta difícil, siempre inacabada, pero no por eso imposible.
Como decíamos en el capítulo de las investigaciones sobre
la paz, citando a Galtung, lo que se contrapone a la paz
no es la guerra sino la violencia, y en particular la violencia estructural o indirecta. Ahora bien, esta violencia es la
más difícil de erradicar, porque al estar encarnada en las
estructuras sociales y en la cultura dentro de la cual hemos
sido socializados, forma parte de nuestra personalidad. Solo
cuando la utopía de la paz estructural sea adoptada como
el “modelo social” para la verdadera “patria grande” que
es nuestro mundo globalizado, las estructuras sociales de
todas las naciones comenzarán a ser cada vez más justas y
equitativas, más democráticas e inclusivas, más pacíficas y
eudemónicas, es decir, plenas de felicidad.
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