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http://dx.doi.org/10.1590/1806-9584-2016v24n3p715
Larissa Costa Duarte
Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Porto Alegre, RS, Brasil
Fabiola Rohden
Universidad Federal de Rio Grande do Sul, Porto Alegre, RS, Brasil
Entre lo obsceno y lo
científico: pornografía,
sexología y materialidad del
sexo
Resumen: A partir de una comparación entre los discursos de la pornografía y la sexología,
este artículo explora cuestiones sobre las variadas manifestaciones de la sexualidad en la
cultura, la construcción de guiones eróticos y las operaciones a través de las cuales se
materializa el sexo mediante instancias de producción de verdad. Aunque parezca insólito,
sugerimos que estos dos ejemplos son saberes sexuales que comparten referencias y formas
de actuación que nos hacen pensar en la preeminencia de ciertas normas de género y en
las interpretaciones contemporáneas sobre la producción de la materialidad del sexo.
Palabras clave: Sexualidad; pornografía; sexología; antropología del cuerpo.
Introducción
Esta obra tiene una licencia de
Creative Commons.
La sexualidad aparece en las ciencias sociales como
una instancia en la que la articulación entre cultura y
subjetividad emerge de manera particularmente
intrincada y difícil de captar, como un fenómeno que parece
resistirse a cualquier tipo de separación entre lo social y lo
intrapsíquico, incluso en las ocasiones en que estas esferas
se toman como estrictamente analíticas y ciertamente
artificiales. Cuando reflexionamos más específicamente
sobre lo que Michel Foucault (2012) llama una
pedagogía de la sexualidad, o sobre cómo ciertos
"saberes" eróticos son presentados, transitados y,
finalmente, incorporados y performatizados por el
individuo a través de sofisticados procesos, se hace
evidente la necesidad de mirar con más tiempo y
detenimiento las operaciones de apropiación de los
distintos saberes sobre el erotismo y el sexo.
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A través de la comparación entre los casos de la
pornografía y la sexología -que constituyen dos de
estos saberes a los que se refiere Foucault (2012)reflexionamos, a lo largo del presente texto, sobre
cuestiones
más
amplias,
como
las
diversas
manifestaciones de la sexualidad en la cultura, la
construcción de guiones eróticos, las operaciones a
través de las cuales el sexo se materializa y se hace
existir a través de lo que llamamos "género". Partimos
de la idea de que estos dos ejemplos son saberes
sexuales que comparten referencias y formas de actuar
muy significativas que producen cuerpos sexuados a
través de la reiteración y recitación de ciertas normas de
género. Es importante decir que no estamos
discutiendo aquí las inmensas variaciones concretas
tanto de la pornografía como de la sexología
contemporáneas, sino sacando a la luz las líneas de
intersección que parecen caracterizar la trayectoria
inaugural de estos dos saberes en sus marcos más
fundamentales, y en sus contextos de surgimiento,
como mostraremos a continuación.
Para ello, debemos recordar que la visión de la sexualidad
es una
La sexualidad humana como casi indistinguible de la
sexualidad animal -y, por tanto, perteneciente a un
ámbito prehumano y no cultural- sólo fue problematizada
por las ciencias sociales de forma más sistemática cuando
Marcel Mauss (2003) y otros autores sugirieron que los
humanos aprenden cualquier técnica corporal a través de
la observación, el mimetismo, la instrucción formal e informal
y otros recursos sociales. Esta interpretación no tardó en
extrapolarse al estudio de la sexualidad. Al proponer la
teoría de los "guiones sexuales" en la década de 1970,
por ejemplo, John H. Gagnon (2006) y William Simon (apud
Jeffrey ESCOFFIER, 2006) desempeñaron un papel central en el
desarrollo de un enfoque del sexo que no sólo refutaba las
perspectivas biologizantes, sino que ofrecía una
alternativa persuasiva basada fundamentalmente en las
teorías sociales. Jeffrey Escoffier explica, en la
introducción de la colección Una interpretación del
deseo:
[...] Gagnon y Simon introdujeron una concepción
exhaustiva de la conducta sexual como un proceso
aprendido, que no está permitido por impulsos
instintivos o demandas fisiológicas, sino por encajar
en complejos guiones sociales que son específicos de
contextos culturales e históricos particulares. Su
planteamiento destacaba la importancia de la acción
individual y de los símbolos culturales en la
realización de actividades sexuales. Gagnon y Simon
redefinieron la sexualidad, desplazándola desde el
conjunto de pulsiones biológicas y la represión social
a un campo de iniciativa social creativa y acción
simbólica (2006, p. 18).
Según estos autores, desde principios del siglo XX
nos hemos propuesto, como científicos sociales, observar
la
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ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
tendencias específicas de la conducta social, así como las
transformaciones diacrónicas del contenido de las
ideologías sexuales. Sin embargo, hay que destacar dos
puntos en relación con la teoría de los guiones: 1) no es
posible pensar en la noción de técnicas corporales, ni en la
de guiones sexuales, como procesos que no están
profundamente interiorizados y no son deliberados; 2)
estos guiones son expresivamente flexibles, ya que varían
de un individuo a otro y siempre están sujetos a un gran
número de factores socioculturales y subjetivos:
[El supuesto sociológico más importante es el énfasis
[...] en la "asunción de roles", que se refiere a la
capacidad de los actores sociales para predecir
el comportamiento situacionalmente específico de sus
compañeros de acción. Las expectativas del actor
sobre el comportamiento del otro le permiten
enfrentarse a las interacciones de su compañero,
pero
también
contribuyen,
de
manera
fundamental, a la síntesis que hace el actor de su
propio sentido reflexivo del yo. En la teoría del guión,
ni el sujeto humano ni la situación social
constituyen la realidad primaria. Cada uno se
constituye en y a través de prácticas simbólicas
reiteradas. Además, todos están integrados en las
estructuras sociales y las culturas populares. Los
guiones desencadenados por los actores sociales son
sus interpretaciones de las normas sociales, los mitos
culturales y las formas de conocimiento carnal
(ESCOFFIER, 2006, p. 22).
Las investigaciones de Gagnon (2006) y Simon
(apud Jeffrey ESCOFFIER, 2006) mantienen evidentes
aproximaciones con lo que propondría Michel Foucault
(2012), especialmente en el primer volumen de Historia de
la Sexualidad. Pero, aunque ambas son teorías de la
producción discursiva con énfasis en la construcción
social de la sexualidad, las dos tradiciones pusieron
definitivamente el acento en cuestiones distintas:
Foucault y sus seguidores se habrían fijado en las
grandes narrativas históricas y en los regímenes de
regulación sexual, mientras que Gagnon y Simon se
habrían preocupado más por examinar cómo los procesos
históricos y los regímenes de regulación configuran la vida
sexual de los individuos. La existencia de estas dos
perspectivas no hace más que reiterar que los fenómenos
sociales de la sexualidad parecen mejor interpretados
como un flujo ininterrumpido entre la cultura y el sujeto,
como volveremos a proponer en los siguientes apartados.
1 Las ciencias de la sexualidad
El primer volumen de la Historia de la
Sexualidad
de
Michel
Foucault
(publicado
originalmente en 1976) sigue siendo una de las obras
más significativas para desarrollar
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el argumento de que el conocimiento sexual se
"transmitiría" socialmente por procesos similares a los de
otros conocimientos humanos. El autor propone, en este
primer volumen, que habría dos grandes procedimientos
de producción de la verdad sobre el sexo: mientras que
las civilizaciones antiguas o no occidentales habrían
organizado su conocimiento en torno a un arte erótico
(ars erotica) dedicado a transmitir el conocimiento de los
más experimentados sin especificar ni clasificar sus
detalles, las sociedades occidentales modernas habrían
erigido lo que el autor denomina una ciencia sexual
(scientia sexualis), una hermenéutica del deseo dedicada
a explorar de forma detallada las verdades científicas de
la sexualidad. Lo que distingue a este último modelo es,
de este modo, el hecho de que en él la verdad sobre
El sexo se encerraría en la forma discursiva de la
confesión, y no en la de la instrucción o la iniciación.
Según Foucault, la sociedad occidental habría
articulado el conocimiento del sexo en el auge de la
confesión: "no se trata sólo de decir lo que se hizo -el acto
sexual- y cómo; sino de reconstituir en él y en torno a él
los pensamientos y las obsesiones que lo acompañan, las
imágenes, los deseos, las modulaciones y la calidad del
placer que contiene" (2012, p. 72). El autor también
sugiere que habría habido un proceso histórico en el que
la confesión -que constituiría la base ritual de la
cosmología cristiana- se habría desprendido del
sacramento de la penitencia y habría emigrado a la
"pedagogía, a las relaciones entre adultos y niños, a las
relaciones familiares, a la medicina y a la psiquiatría"
(FOUCAULT, 2012, p. 77). Continúa:
En el punto de intersección entre una técnica de
confesión y una discursividad científica, allí donde era
necesario encontrar entre ellas algunos mecanismos
de ajuste (...) la sexualidad se definía como siendo,
"por naturaleza", un dominio penetrable por procesos
patológicos,
solicitando
así
intervenciones
terapéuticas o de normalización; un campo de
significados a descifrar; un lugar de procesos ocultos
por mecanismos específicos; un foco de infinitas
relaciones causales, una palabra oscura que hay que
desenterrar y escuchar al mismo tiempo.
Además, las ciencias sociales se dan cuenta de que
todos estos discursos se entrecruzan en la concepción de
que la realidad del sexo sólo puede obtenerse a través
del detalle, la catalogación, la reconstitución de los
placeres implicados en las prácticas eróticas. Sin embargo,
es esencial destacar que este modo de producción de los
discursos sexuales está profundamente relacionado con la
emergencia de la llamada "cultura de la materia", es
decir, está enredado en la forma en que la cultura
produjo discursos sobre la diferencia y
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complementariedad sexual que permitió la prevalencia
de un modelo científico basado en los dos sexos
prototípicos (masculino y femenino), como propone Thomas
Laqueur en Inventing Sex (1990), en el que desarrolla su
teoría del modelo de un solo sexo y de dos sexos.
Hird (2004) recuerda que, antes del siglo XIX, la
interpretación médica y filosófica del sexo se organizaba
en torno al concepto de un único cuerpo, de modo que
los genitales masculinos y femeninos se entendían como
una misma estructura que podía manifestarse interna
(vagina) o externamente (pene). Sólo a partir de la
aparición del paradigma de los dos sexos se llegó a
entender la diferencia sexual como algo fijo y
esencializado. De este modo, la idiosincrasia de los
géneros pasó del ámbito del comportamiento y el
temperamento al de la biología y la materialidad. Una
vez iniciada esta transición de modelos, los discursos y
las ciencias de la sexualidad se convirtieron en gran
medida en la demostración de cómo se manifiesta esta
distinción y dónde se puede observar: dos preceptos
ideológicos y características discursivas propias de la
scientia sexualis, pero, más que eso, propias de la
sexología y la pornografía, como intentaremos
demostrar a continuación.
2 Pornografía y sexología
Según Bernard Arcand (1991), todos los discursos
e instancias que se ocupan de la sexualidad humana
tienen que lidiar con una ambivalencia relativa al peso
simbólico del sexo, que se considera simultáneamente
secreto, privado, tabú, pero también determinante y
fundamental. Precisamente por haberse enredado con el
locus donde se constituiría el sujeto -sobre todo con la
consolidación de las investigaciones psicoanalíticas a
principios del siglo XX- la sexualidad se convirtió en esa
"fuerza profunda de la experiencia humana" reiterada en
los discursos de la psicología, el arte, la religión, el
derecho; se convirtió en la fuente de todas las
enfermedades, frustraciones, desviaciones. Siempre según
el autor, de este doble peso surgieron distintas formas de
referirse al sexo: una extremadamente refinada y
aséptica que se traduciría, por ejemplo, en la aparición de
una terminología y de una semiótica extremadamente
higienizada; y otra esencialmente obscena, indecente y
"grosera". Entre los discursos sobre la sexualidad que
optan por la primera vía, podríamos destacar la sexología
y la medicina; la opción por la "vulgaridad" y por la
"indecencia" correspondería a los más cercanos, por
ejemplo, a la pornografía. Estos dos procedimientos de
construcción discursiva pueden parecer muy distintos en la
medida en que la pornografía y la ciencia son productos
de una tradición occidental que "distingue y separa
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muy claramente las actividades del cuerpo y del espíritu"
(ARCAND, 1991, p. 17), y que les atribuye valores muy
diferenciados. Hay razones para creer, sin embargo, que
las aproximaciones entre estos modelos de producción de
conocimiento sobre el sexo son diversas y más que
fortuitas, como intentaremos demostrar a través de una
breve recuperación histórica.
2.1
A pornografía e
a
involuntaria de cadáveres
confesión
Tal vez no haya otro tipo de conocimiento
organizado sobre el sexo más accesible o de mayor
circulación que la pornografía. La incesante aparición
de nuevos subgéneros, técnicas y nichos demuestra
que esta industria se ha reinventado con éxito,
adaptándose rápidamente a la aparición de nuevos
medios y superando los diversos retos comerciales y
legales que se le han impuesto. La pornografía es una de
las piezas centrales en la composición de los guiones
sexuales del individuo moderno y la primera fuente de
información sobre la sexualidad para millones de
personas. Con la llegada y popularización de Internet,
la gestión de estos contenidos se ha vuelto
prácticamente impracticable, de modo que cualquier
individuo, de cualquier edad, puede acceder a
cualquier tipo de datos que se proponga buscar. Sin
embargo, mucho antes de esta "revolución" en la
disponibilidad del conocimiento sexual impulsada por
Internet, otro medio de comunicación tuvo un gran
impacto en lo que podemos llamar esta "pedagogía
social" de la sexualidad: el cine.
Linda Williams (1999) sitúa los orígenes de la
videopornografía a mediados del siglo XIX, época en la
que el fotógrafo Eadweard Muybridge desarrolló la
técnica de visualización de imágenes secuenciales que
conduciría, fatalmente, a las modernas operaciones
cinematográficas de captura de vídeo. La sensación de
movimiento ilusorio creada por el innovador artificio
favorecía innegablemente las actividades de movimiento
y frenesí, como en la anecdótica historia perpetuada sobre
Muybridge de que inventó la técnica movido por una
única e irresoluble pregunta: si había un momento
durante el trote de un caballo en el que las cuatro patas
del animal abandonaban el suelo. Aunque la duda
sonaba como una confesión de las limitaciones
orgánicas de la visión humana, al mismo tiempo
profesaba que esta mirada podía ser mejorada: como
las patas de los equinos que se ciernen momentánea y
repetidamente en el aire, un sinfín de verdades sobre
nuestros cuerpos parecían estar a punto de revelarse ante el
objetivo.
Fue con esta prerrogativa que el fotógrafo realizó
su mejor trabajo, y uno de los más
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ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
importante y completa de su tiempo: la colección de
imágenes que, en 1887, llamó Animal Locomotion. La
obra reúne unas 20.000 imágenes de hombres,
mujeres, niños y animales fotografiados secuencialmente,
en movimiento. Se puede decir que, desde el principio,
Muybridge vio en su obra un potencial científico muy
explícito: la captación de la locomoción, que tanto le
fascinaba, y los detallados registros visuales de las
actividades retratadas parecían -y serían- fundamentales
para una nueva comprensión de nuestra propia
corporeidad. Toda la pericia y el refinamiento técnicos;
toda la dedicación empírica; todo el esfuerzo de
catalogación y clasificación de las imágenes de
Muybridge estaban, de este modo, en plena
consonancia con un tecnicismo y un tipo de producción
académico-científica.
Según
Williams
(1999),
las
"preguntas
académicas" del fotógrafo no tardaron en dar lugar a
"respuestas pornográficas". Como instrumento científico
para explorar la mecánica de los cuerpos, la cámara de
Muybridge parecía mucho más apropiada para lo que
Williams llama "los movimientos agresivos de la
propulsión masculina" (1999), que para los movimientos
"naturalmente" femeninos de girar, de enviar besos, de
tocarse. El autor también advierte que las mujeres
retratadas en Animal Locomotion parecen siempre
invitadas a componer una puesta en escena; a participar
en una fantasía mucho más elaborada y performativa que
en las representaciones de los hombres. La sofisticación
fetichista es evidente en los ensayos en los que se
fotografía a dos mujeres bañándose juntas, jugando en el
patio trasero, o simplemente sentadas, desnudas,
mientras fuman en una construcción de escenas
ligeramente, pero a propósito, eróticas. Para Williams
(1999), es precisamente en este momento de emergencia
del aparato cinematográfico y en este ejercicio de
observación de los cuerpos que aparece ante las
cámaras, por primera vez, el problema de la diferencia
sexual metafísica que funda el género cinematográfico
pornográfico.
Las películas de ciervos -como las llaman los
historiadores del cine porno- fueron los primeros
cortometrajes amateur de contenido sexual explícito
producidos con la nueva tecnología. Estas películas,
destinadas a un público masculino de clase alta, se
proyectaban a menudo en burdeles y clubes masculinos ya
en los primeros años del siglo XX. Linda Williams comenta
estas producciones primordiales recordando que "la
propia crudeza, la cruda 'realidad' de la forma, como la
ausencia, por ejemplo, de sonido o de actores
profesionales, [era] un valor crucial para el público cuya
principal preocupación era ser educado sobre los
mecanismos ocultos del funcionamiento sexual" (1999, p.
59). También subraya la centralidad de la revelación
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gráfica de los papeles de los
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En la historia, un anillo mágico
es capaz de hacer que las
mujeres
confiesen
sus
experiencias
sexuales
más
privadas, pero no a través de la
palabra, sino a través de "esa
parte de ellas que tiene la
mayor autoridad sobre el
asunto",
sus
"joyas"
(DIDEROT, 1986).
1
cuerpos y órganos añadiendo que, incluso para un
público masculino homogéneo, "ver y satisfacer la
curiosidad por el pene erecto era al menos tan importante
como ver las maravillas femeninas 'de un mundo invisible'"
(WILLIAMS, 1999, p. 81).
No es de extrañar, de este modo, que exista, en la
pornografía convencional, la necesidad de mostrar la
eyaculación externa del pene como el clímax definitivo -la
sensación de cierre- de todos los actos sexuales
representados. Para Williams (1999), todas las
"modalidades sexuales" que se despliegan a lo largo de
un vídeo explícito no son más que etapas que conducen a
la resolución del conflicto del protagonista -el falo- que se
resuelve en el momento del orgasmo. La eyaculación
condensa con éxito la propuesta del género porno: es, de
forma casi literal, el "anillo mágico" de las fábulas de
Diderot; 1 una "verdad" sobre la sexualidad; una "confesión
involuntaria"; una figura retórica sobre el sexo. El orgasmo
masculino consigue la "máxima visibilidad" que persiguen
casi todos los esfuerzos de la ciencia: funciona como un
testimonio casi irrefutable de la autenticidad de lo que
profesa; como la prueba de que lo que se muestra en la
pantalla es el propio sexo, y no una representación o una
parodia del sexo.
Sin embargo, Williams señala una reflexión que no
puede dejar de mencionarse: la "frecuente insistencia
del género en el hecho de que la solitaria confesión
visual de la "verdad" por parte de los hombres coincide
con la realización orgásmica de las mujeres" (1999, p.
101). Una vez más, se pone de manifiesto la dificultad
del cine porno mainstream para imaginar el placer
femenino fuera de una economía falocéntrica. Y una vez
más, la invisibilidad intrínseca del cuerpo femenino se
evoca en un discurso que se hace eco fatalmente de los
ecos psicoanalíticos que pueblan la imaginería de la
pornografía clásica. El fetiche parece ser la respuesta
obvia a la limitación técnico-visual: el orgasmo de la mujer
está marcado por el resto del cuerpo: por la expresión del
rostro, por los gemidos y la manifestación vocal, por el
movimiento del cuerpo. No por casualidad, el encuadre
clásico del cine erótico opta por mostrar en primer
plano el pene -desvinculado, siempre que sea posible,
de un cuerpo masculino visible- y una mujer mostrada
siempre de cuerpo entero.
De nuevo, si la confesión es central para la
conformación de una ciencia de la sexualidad, es fácil
entender las posibilidades que se abren ante un
procedimiento capaz de captar cuerpos animados, como
lo hizo el cine de Muybridge y el cine moderno. Más que
la admisión del individuo, la técnica de la captura de
vídeo pretende registrar una flagrancia, una confesión
involuntaria de los cuerpos sintetizada en el emblema del
orgasmo. Así, además de
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FABIOLA ROHDEN Y LARISSA COSTA DUARTE
ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
Según Steven Marcus (apud WILLIAMS, 1999), la captura
de la imagen en movimiento parece haber sido lo que el
lenguaje pornográfico siempre estuvo esperando, ya que
el vídeo goza innegablemente de un "privilegio
epistemológico" sobre otros tipos de registro dentro del
paradigma oculocéntrico de la ciencia moderna
(MENESES, 2005, p. 36). Si en el momento de la aparición
de la cinematografía, los aparatos sociales, psíquicos y
tecnológicos están trabajando juntos para canalizar el
descubrimiento científico del movimiento de los cuerpos en
nuevas formas de conocimiento y placer, también se
establece que la nueva tecnología es un avance hacia la
comprensión de cómo se distinguen, excitan y comportan
los cuerpos femeninos y masculinos, una empresa
compartida por la sexología.
2.2 Sexología: de Iwan Bloch a Masters y
Johnson
Mientras que el repertorio simbólico asociado
predominantemente a la pornografía se estableció en torno
a las nociones de vulgaridad, degradación, exceso,
libertinaje; también a finales del siglo XIX surgió un
enfoque más "aséptico" y supuestamente más científico de
las cuestiones relativas a la sexualidad, que reclamaba su
legitimidad a través de una asociación con los estudios
biomédicos y con las prácticas académicas de
recopilación, organización y descripción. Si es injusto
atribuir a los victorianos la institución de la
definición y categorización de la diferencia como centro
del ejercicio científico, parece seguro decir que
perfeccionaron y persiguieron este proyecto de manera
célebre. La aparición de la noción de "población" en el
siglo XVIII, por ejemplo, y la constatación de que el
"futuro y la fortuna" de una sociedad "están ligados no
sólo al número y a la virtud de los ciudadanos, no sólo
a las reglas del matrimonio y de la organización de la
familia, sino al modo en que cada uno utiliza su sexo"
(FOUCAULT, 2012, p. 32), hizo que la conducta erótica de los
sujetos fuera objeto de escrutinio, de intervención y del
interés directo del Estado y de la ciencia. Erwin J. Haeberle
añade:
La Ilustración incurrió en una discusión vigorosa y
rápidamente secularizadora de la ética sexual y
produjo los primeros programas públicos y
privados de educación sexual, así como nuevas
clasificaciones y documentaciones de los tipos de
comportamiento sexual. En el siglo XIX, las
nuevas preocupaciones por la superpoblación, la
psicopatía sexual y la degeneración permitieron
que surgiera el concepto de "sexualidad" y dieron
lugar a intensos esfuerzos por parte de diversos
frentes para construir un conocimiento intelectual
sólido sobre este tema cada vez más complejo.
Investigación biológica,
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FABIOLA ROHDEN Y LARISSA COSTA DUARTE
Los estudios médicos, históricos y antropológicos de
von Baer, Darwin, Mendel, Kaan, Morel, Magnan,
Charcot, Westphal, Burton, Morgan, Mantegazza,
Westermarck, Krafft-Ebing, Schrenck-Notzing y otros
sentaron las bases de la investigación sexual en su
sentido moderno y más específico. Finalmente, a
finales del siglo XX, el trabajo pionero de Havelock
Ellis, Sigmund Freud e Iwan Bloch consolidó la
investigación de las cuestiones sexuales como
una empresa legítima por derecho propio (1983, p.
3).
Es precisamente a Iwan Bloch (1872-1922) a quien
se atribuye la concepción de una empresa científica y
académica destinada a comprender el sexo, y fue también
este autor quien utilizó por primera vez el término sexología
(sexualwissenschaft, en el original) para referirse a tal
proyecto. Bloch es descrito por Haeberle como un
hombre de "gran erudición" que contaba con una
biblioteca de más de 40.000 ejemplares; de estas lecturas
habrían surgido los estudios comparativos transculturales
por los que el autor sería conocido. Los primeros trabajos
de Bloch sugerían que numerosas prácticas sexuales
consideradas patológicas por la medicina del siglo XIX
eran concebidas por otras sociedades como totalmente
adecuadas. Con esto en mente, el autor sugirió que una
disciplina centrada en la investigación de la sexualidad
humana tendría que ir mucho más allá de un enfoque
médico: para tener éxito, tendría que estar constituida
"por la unión de todas las demás ciencias - de la biología
general, de la antropología y la etnología, de la filosofía y
la psicología, de la historia de la literatura y de la historia
de la civilización misma" (BLOCH apud HAEBERLE, 1983, p.
7). En 1914, Bloch rescató del ostracismo una revista
médica sobre sexualidad que había cerrado sus
actividades
en
1909,
la
Zeitschrift
Fur
Sexualwissenschaft. El segundo intento de establecer la
publicación fue un éxito y pronto se convirtió en el
principal vehículo de comunicación de la recién fundada
Sociedad Médica de Sexología y Eugenesia de Berlín. La
revista se mantuvo impresa hasta 1932, cuando las
tensiones políticas locales (especialmente la creciente ola
de antisemitismo en Alemania) dispersaron a sus
editores. Desde estos acontecimientos hasta el final de la
Segunda Guerra Mundial, la sexología pasó por un largo
periodo de estancamiento, en el que se produjo poco
material.
Sin embargo, la década de 1940 vería un
renacimiento de la investigación sexológica de la mano
del norteamericano Alfred Kinsey. Para comprender
mejor el contexto de la producción de esta última, es
necesario destacar el impacto que tuvieron las dos
guerras mundiales en la sociedad en lo que respecta a
la organización de los roles sexuales y de género.
Cuando los hombres se convirtieron en
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Estudos Feministas, Florianópolis, 24(3): 715-737, septiembre-diciembre/2016
ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
Enviadas sistemáticamente a los frentes de batalla, las
mujeres se enfrentaron a la necesidad de mantener el
funcionamiento normal de las ciudades y mantener a sus
familias. Esta toma del espacio público por parte de las
mujeres tuvo un impacto irreversible en las relaciones de
género y en todo un orden social erigido en torno a ellas.
Por lo tanto, existía un gran malestar en torno a las
cuestiones relacionadas con el género, el matrimonio y la
sexualidad, y una gran demanda para su investigación en
el período mencionado. La investigación de Kinsey fue
directamente al encuentro de estas cuestiones, confirmando
las ansias de que el comportamiento sexual de la población
estuviera pasando por una transformación significativa pero, al mismo tiempo, dio a la gente la "esperanza de
que habría soluciones científicas a la crisis del género y la
hete- rosexualidad" (IRVINE, 2005, p. 17). La difusión y amplia
aceptación cultural del psicoanálisis; el debate social en
torno a temas como la prostitución, el aborto y las
enfermedades venéreas; la aparición de las teorías de la
diferencia sexual derivadas de los estudios sobre las
hormonas también se toman como factores contextuales
importantes para el rescate de la sexología en la
posguerra.
Considerado, hasta hoy, uno de los nombres
más importantes en los estudios sobre el comportamiento
sexual, Kinsey emprendió una ambiciosa investigación, en
la que se entrevistó a miles de ciudadanos estadounidenses
sobre sus prácticas eróticas, revelando que éstas diferían
expresamente de la moral imperante. Su ataque dio lugar a
dos voluminosos "informes": Sexual Behavior in the Human
Male (1948) y Sexual Behavior in the Human Female
(1953). La primera se convirtió en una obra
inmediatamente célebre, garantizando al investigador un
gran interés mediático y la financiación pública y privada
de sus investigaciones. El segundo trabajo, sin embargo,
puso en jaque la disparidad entre la ideología sexual
profesada por Kinsey, y la imperante en la sociedad
estadounidense de los años cincuenta. De hecho, el
estudio de la conducta sexual de los hombres ya
apuntaba a una tensión cuando los datos sobre el
comportamiento homosexual se apropiaron en favor de la
persecución de los hombres homosexuales, en contra de
las expectativas de Kinsey de que condujera a una mayor
aceptación de estas prácticas. Cuando, cinco años más
tarde, el investigador propuso que las mujeres mantenían
una actividad sexual extramatrimonial y homosexual
y que tenían un potencial erótico que podía ser similar al
del sexo opuesto, la tensión se hizo insostenible: Kinsey
perdió la financiación de la Fundación Rockefeller (su
principal inversor) y tuvo dificultades para continuar sus
investigaciones. Según Irvine (2005), la fundación no
quiso participar en la indignación moral y política que
suscitaron las investigaciones de Kinsey sobre las
mujeres.
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Gagnon nos recuerda que "a partir de los datos
socio-históricos, se hace evidente que la actuación
orgásmica de las mujeres fue predominantemente
inobservada o ignorada en la bibliografía de los siglos
XVIII y XIX sobre la sexualidad" (2006, p. 131). De este
modo, Kinsey parece haber dado un énfasis sin
precedentes a esta cuestión: habló del placer sexual
femenino, separó el placer y la reproducción, destacó los
beneficios de la masturbación y trató a las mujeres como
agentes sexuales. Además, el autor fue uno de los primeros
investigadores en destacar el clítoris como centro del placer
femenino, poniendo en jaque el protagonismo de la
penetración como práctica erótica. Sin embargo,
prevaleció una perspectiva más general, en la que las
mujeres serían vistas como menos inclinadas al sexo. Al
destacar los aspectos biológicos de la sexualidad
vinculados a nuestra ascendencia mamífera, Kinsey
argumentó que la capacidad sexual del individuo
dependía de la estructura morfológica y la capacidad
metabólica, los órganos del tacto en la superficie del
cuerpo, las hormonas y los nervios. Debido a una
diferencia en estas estructuras, las mujeres tendrían una
menor capacidad sexual. El hallazgo de esta menor
capacidad surgió de los datos de su investigación, en la
que las mujeres declararon tener menos actividad sexual
y orgasmos. Kinsey, que rechazaba las explicaciones
socioculturales de las diferencias entre hombres y
mujeres, fue incapaz de percibir que esta relativa "falta
de inclinación" de las mujeres hacia el sexo se debía a las
convenciones morales y sociales. Destaca, por tanto, su
negativa a considerar la determinación cultural que, al
menos desde el siglo XIX, prescribe un modelo de mujer
basado en la restricción del sexo a la procreación. Hay
que añadir que Kinsey también hizo hincapié en la noción
de que las mujeres tendrían una sexualidad más
compleja, con prácticas sexuales que con menor
frecuencia desembocan en el orgasmo (la gran medida de
la satisfacción sexual que se persigue) y, de este modo,
más difíciles de investigar.
Pero retrocedamos un poco para reflexionar sobre los
aspectos ideológicos y metodológicos del trabajo de
Kinsey. En primer lugar, hay que destacar la convicción
del autor en la sexología como empresa científica y, por
tanto, neutral en cuanto a valores. Irvine destaca que,
para Kinsey, "sólo la observación directa podía
proporcionar información fiable sobre los fenómenos
materiales; y para [él], el sexo era esencialmente un
fenómeno material" (2005, p. 19). Kinsey era, sobre todo,
un científico y un taxonomista, y estas características
quedaron muy marcadas en su obra. Así, su metodología
se centró expresamente en la recogida y organización de
datos y su posterior clasificación. Como ya hemos
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mencionada, esta recopilación se hizo principalmente
mediante entrevistas individuales con una duración media
de dos horas. La observación directa del acto sexual
también fue fundamental en su práctica investigadora, de
modo que Kinsey presenció y registró en vídeo las
actividades sexuales de varios voluntarios, material que hoy
está en posesión del instituto del mismo nombre. Este
recurso sigue siendo utilizado por los profesionales del
área tanto con fines de investigación como terapéuticos,
y puede ser, sobre todo, un ejemplo interesante para
pensar en cómo el uso de una misma tecnología en el
registro de un mismo tipo de evento -en este caso, las
prácticas eróticas- puede producir un material que,
posteriormente, será leído como obsceno o científico.
Volveremos sobre este punto al final del texto.
Por último, destacaremos algunas características
de la obra de Kinsey que son fundamentales para la
conformación de la sexología como área de investigación:
1) la perspectiva de que estos estudios beneficiarían a
hombres y mujeres al proporcionar una mejor
comprensión de la sexualidad del otro y evitar, por
ejemplo, las separaciones motivadas por la insatisfacción
sexual; 2) la adopción del orgasmo como unidad de
medida de la respuesta sexual; 3) la predilección por las
explicaciones psicofisiológicas en detrimento de los
análisis culturales; 4) la aproximación a la sexualidad de
hombres y mujeres a través de una retórica de
similitudes y discrepancias. Estas nociones marcan la
sexología de manera significativa hasta hoy, pero son
especialmente importantes para entender la empresa
planteada por sus sucesores, como veremos a
continuación.
Con el colapso de la respetabilidad de Alfred
Kinsey, la sexología pasó por un periodo de
estancamiento y desinterés antes de que William
Masters y Virginia Johnson retomaran el proyecto de
establecer un área de investigación y terapia centrada
en el problema de la sexualidad. Potenciando y
dando centralidad a la noción de que la calidad de las
prácticas eróticas era en gran medida responsable del
éxito o el fracaso de las relaciones entre hombres y
mujeres, Masters y Johnson estuvieron dispuestos a
desafiar la resistencia de los primeros años de investigación
-durante los cuales fueron acusados de "pornógrafos" en
lugar de científicos- para emprender, en la década de
1960, lo que se convertiría en la mayor investigación
de este tipo desde los Informes Kinsey. Aprovechando
el trabajo de Masters como ginecólogo, la pareja "llevó la
sexología al laboratorio" y utilizó el acercamiento con la
biomedicina para legitimar su trabajo. Sin embargo, la
práctica de las entrevistas, tan central para Kinsey, dio paso
a un mayor énfasis en la observación directa de la
masturbación y las relaciones sexuales, de nuevo,
muchas de ellas grabadas en vídeo. Masters y Johnson
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observaron
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al menos 694 individuos seleccionados, teniendo como
criterio principal la capacidad de actuar sexualmente frente
a las cámaras en el entorno del laboratorio. Esta
observación dio lugar a su contribución más notable a la
sexología: la descripción de las cuatro fases de lo que
llamaron el "ciclo de respuesta sexual": deseo, excitación,
orgasmo y resolución. Este modelo de respuesta sexual se
convertiría en un parámetro para la investigación y terapia
sexual moderna, incluyendo la base para la clasificación de
los trastornos sexuales en el Manual de Diagnóstico y
Estadística de los Trastornos Mentales III y IV (DSM-III y
DSM IV) (RUSSO, 2004; RUSSO e VENÂNCIO,
2006). Mientras que para Kinsey la naturalidad del sexo
venía dada por lo que las personas decían que hacían, para
Master y Johnson estaba representada por las respuestas
fisiológicas observadas en el laboratorio y que constituirían
el nuevo estándar del sexo a buscar a través de la terapia
sexual. Es importante recordar que sus hallazgos y la
promoción que tuvieron en el campo fueron
fundamentales para el establecimiento de un nuevo
mercado clínico para el tratamiento de la sexualidad.
Masters y Johnson continuaron con muchas de las
posturas ideológicas de Kinsey: a pesar de ser
considerados como "radicales" por muchos de sus críticos,
los investigadores tenían, en el centro de su proyecto
terapéutico, una preocupación expresa por la institución
del matrimonio. La aproximación con la medicina y el
énfasis dado a la fisiología del sexo son marcas
importantes de su empresa y también muestran una gran
proximidad con los principios propuestos por Kinsey. Una
última aproximación con esta última se refiere a la
declinación de una perspectiva sociocultural como eje
importante de comprensión del fenómeno de la
sexualidad. Esta característica parece especialmente
curiosa, ya que, al mismo tiempo que estos
investigadores asumían una postura vanguardista en
relación con la sexualidad femenina y su potencial erótico
y
orgásmico,
rechazaban
con
vehemencia
las
explicaciones que introducían en la discusión los efectos
psicosociales de una socialización diferenciada y de la
opresión de género experimentada por las mujeres incluso en un período de ascenso del movimiento y las
teorías feministas, como los años 60 y 70-.
Otro
punto
importante,
siguiendo
las
interpretaciones de André Béjin (1987a), es que la
sexología del siglo XX, que tiene en los trabajos de Kinsey
y Masters y Johnson exponentes fundamentales, pudo
centrarse ya no en las antiguas perversiones y anomalías,
muy del gusto de los médicos del siglo XIX, sino en las
continuidades de las disfunciones sexuales. Esto abrió la
posibilidad de crear una "clientela" cada vez mayor para
los sexólogos contemporáneos. A este movimiento
corresponde la creación de instituciones educativas
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especializados y la creación de clínicas de tratamiento
específicas. Además, mientras que la proto-sexología del
siglo XIX había desarrollado sumariamente su etiología,
permitiendo sólo un control a posteriori y represivo, en
articulación con las prisiones y los manicomios, la
nueva sexología refinó su etiología y desarrolló medios
de control a priori y a posteriori, traducidos en
orgasmoterapias y profilaxis de las disfunciones sexuales.
Una función pedagógica cada vez más centrada en la
información ganaría la escena.
Si la sexología parece haberse conformado en
torno a enfoques e interpretaciones muy variados
de la sexualidad, un factor parece aglutinar las
perspectivas bajo un mismo proyecto: el de la
medicalización. Según Irvine, "la tarea de la sexología era
redefinir los problemas sexuales en términos de
enfermedad y disfunción y ofrecer soluciones en forma de
terapia, fármacos o cirugía. Al poner a disposición los
conocimientos médicos y científicos [...], estableció la
legitimidad y construyó un mercado" (2005, p. 237). Ya
sea por la indicación de fármacos, la intervención
quirúrgica o el tratamiento psicológico, la "medicalización
del sexo ha hecho proliferar nuevas categorías,
vocabularios y jerarquías sexuales (...) ha producido
nuevas formas de medición, diagnóstico y clasificación
sexual, así como técnicas terapéuticas para definir y
lograr la satisfacción sexual" (IRVINE, 2005, p. 6).
También parece claro que la sexología ha tenido, a
lo largo de su historia, dificultades para tratar la categoría
"género". De hecho, en momentos políticos centrales -como
el surgimiento del movimiento feminista y la crisis del sidalos sexólogos son recordados por haber adoptado posiciones
marcadamente conservadoras. Mientras que Kinsey
ofrecía una lectura naturalizadora de las prácticas
homosexuales -y cabe señalar que rechazaba la idea de
la homosexualidad como identidad psicosocial-, sus
sucesores tuvieron dificultades para tratar estas prácticas en
el marco de la "normalidad", especialmente cuando se
asociaban a comportamientos concebidos como propios
del sexo opuesto (el caso de los "niños feminizados" y las
"niñas masculinizadas"). La patologización de estos casos
está, por supuesto, relacionada con la posterior
concepción de la "disforia de género", utilizada
principalmente como diagnóstico de las personas
transexuales. Además, el género es un factor fundamental
para entender cómo las disfunciones masculinas se
interpretan casi exclusivamente desde el punto de vista
anatómico
(siendo tratadas, preferentemente, con
fármacos), mientras que las femeninas, a pesar de los
esfuerzos
de
médicos
y
farmacéuticos,
siguen
relacionándose
más
fácilmente
con
factores
psicoemocionales y, por ello, más con otro tipo de terapias
e intervenciones. Mientras que las mujeres son
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sujeta, por tanto, a trastornos del deseo, baja
capacidad sexual y orgánica, falta de libido de orden
emocional u orgánico, trastornos psíquicos de diverso orden,
la sexualidad de los hombres parece totalmente
relacionada con el rendimiento del pene y las
disfunciones genitales (ROHDEN, 2009).
Una vez más, la sexología parece fundamentarse
en el paradigma confesional en el que Foucault (2012)
sitúa las "ciencias de la sexualidad": mientras las
personas "confiesan" sus historias, experiencias y bloqueos
en los consultorios terapéuticos, sus cuerpos operan
en los laboratorios -como sucede en la pornografía- como
vías de manifestación de la naturaleza. Si la confesión
representa un papel central en la producción de la
sexualidad -y si en el mundo occidental el
conocimiento sobre el placer deriva, al mismo tiempo,
del placer de entender el placer-, entonces estas
diferentes modalidades de conocimiento operan como
instancias en las que la sexualidad puede ser definida y
materializada.
3 Otros enfoques
Vale la pena, ahora, retomar algunas cuestiones
propuestas al principio de este artículo. Se puede decir
que, respetando los perspicaces y a veces incómodos
análisis foucaultianos, todos los discursos producidos en
torno al sexo en los dos últimos siglos contribuirían a
componer las dinámicas en torno al saber, el placer y el
poder que nos han guiado. De este modo, la propia
producción analítica realizada por las ciencias sociales,
como sería el caso de este texto, también formaría parte
del mismo proceso. Esto no significa que todos los distintos
saberes en torno a la sexualidad se hayan movido en la
misma dirección. En el caso de las ciencias sociales, en
particular, el modelo de comprensión predominante
ha enfatizado la preeminencia de la dimensión cultural o
discursiva, prestando atención a la inmensa
variabilidad conductual asociada a la socialización. Es esta
concepción más general la que también permite entender
las diferentes producciones en torno al sexo como
integradoras de este gran marco de referencias en torno
a la sexualidad. En esta dirección y siguiendo la
argumentación de Gagnon (2006), podríamos decir que
diferentes tipos de conocimiento ayudarían a conformar
las "escenas culturales" en las que se basa el
"comportamiento sexual" de los individuos. En la síntesis
realizada por Escoffier:
Gagnon y Simon intentaron sustituir las teorías
biológicas o psicoanalíticas del comportamiento
sexual por una teoría social de los guiones sexuales.
En esta teoría afirmaban que los individuos utilizan su
capacidad
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interactivo, así como el material de la fantasía y los
mitos culturales, para desarrollar guiones (con pistas
y diálogos adecuados) como forma de organizar su
comportamiento
sexual.
[Nuestros
guiones
interpersonales ayudan a los individuos a organizar
su propia representación y la representación de los
demás para instar y ejercer la actividad sexual,
mientras que los guiones intrapsíquicos organizan las
imágenes y los deseos que despiertan y mantienen el
deseo sexual de los individuos. Los entornos culturales
configuran
los
guiones
interpersonales
e
intrapsíquicos en el contexto de los símbolos
culturales y los roles sociales genéricos (como los
basados en la raza, el género o la clase) (2006, p.
21).
Nuestro argumento, aquí, es que tanto la
pornografía como la sexología, en el marco de sus
referencias históricas más tradicionales, se convirtieron
también en estas fuentes de referencias culturales más
difundidas sobre el sexo. Si admitimos esta hipótesis,
cabría preguntarse qué tipo de "guiones" nos habrían
ayudado a crear. Ciertamente, no se trata de prácticas
concretas localizadas, sino de patrones de referencia que
parecen muy comunes. Por un lado, es fácil situar, en el
espectro sugerido por Arcand (1991), a la sexología como
fuente legítima de producción de un discurso autorizado
sobre el sexo, mientras que la pornografía estaría en el
plano de lo obsceno. La primera representaría la fuente
(o la incitación) del conocimiento, mientras que la
segunda correspondería mejor a la fuente (o la
incitación) del placer. Pero, como ya nos dijo Foucault
(2012), el conocimiento y el placer no pueden separarse
en la era de la scientia sexualis. Y es esta asociación la
que permite hacer del sexo un lugar de poder. A partir de
ella se hacen negociaciones, se elaboran redefiniciones,
se configuran cuerpos y sujetos en permanente disputa.
Cuando observamos -en paralelo- la constitución
de la pornografía y la sexología, percibimos que las
disputas en estos dos campos se traducen, por
sorprendente que sea, en algunos puntos comunes. La
definición de lo que es, cómo debe ser y quién tiene
derecho al placer y al conocimiento sexual parece ser el eje
más fuerte alrededor del cual se alinean muchas
prácticas. Y lo más evidente en torno a ellos parece ser la
insistente producción de una radical diferencia de género
que, una vez más, se traduce en términos de una
supuesta biología innata. Si recuperamos los estereotipos
ligados a la imagen de la mujer en la pornografía, se
destaca su rostro y el uso de artificios que sólo evocan un
deseo que no es evidente. En sexología, también
aparecen como dotados de una sexualidad más oscura y
compleja, difícil de aprehender. Además, el propio
femenino se traduce en términos de ausencia: del falo, del
deseo,
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de la capacidad orgánica, de la eyaculación. Se podría
decir que las mujeres habrían dificultado el trabajo de los
pornógrafos y sexólogos. Sin embargo, una versión más
completa de la historia nos hace pensar que habrían sido
los productores de una imagen de la sexualidad
femenina en estos términos.
También cabe señalar que, en cuanto a la
constitución de estos dos saberes, destacan el
privilegio de la materialidad, la búsqueda de lo
empírico y la posibilidad de transponer comportamientos
y deseos en términos de imágenes y clasificaciones.
Como hemos sugerido, la pornografía y la sexología
se han beneficiado enormemente de los artefactos
tecnológicos asociados a la imagen para producir sus
distintivas versiones femeninas y masculinas de la
confesión a través del sexo. Estas imágenes, tomadas
como pruebas y no como representaciones, que sí lo son,
han servido para crear modelos clasificatorios de actos,
prácticas, tipos de deseo, identidades, personas. Esto se
debe, en parte, a que ambos forman parte de un
proyecto de diferenciación entre los sexos que culminó
con las interpretaciones del cuerpo sexuado -el cuerpo
masculino o femenino- y la imposibilidad de
intermediación que caracteriza al modelo de dos sexos.
En este sentido, tanto la pornografía como la sexología
son extremadamente pedagógicas, ya que el núcleo de
su esfuerzo es establecer parámetros de normalidad y dar a
conocer la apariencia del deseo sexual, el orgasmo y los
cuerpos (con énfasis, por supuesto, en los genitales).
Aquí, como en gran parte de la ciencia moderna, la
visión se traduce en un imperativo capaz de transformarse
casi en la única fuente de verdad. En relación con esto,
no se cuestiona cómo se produce la visión, ni cómo
refleja realmente los compromisos implícitos en un punto
de vista o una ubicación determinados. Por el contrario,
como sugiere Haraway (1995), podríamos pensar en la
visión no como un mero reflejo de una perspectiva neutral
y una representación de la existencia de una única verdad,
sino como una operación inevitablemente comprometida
con objetividades particulares o situadas. Para el autor, la
visión nunca es una operación pasiva. Siempre es parte
activa de ciertos procesos y tiene agencia "construyendo
traducciones y formas específicas de ver, es decir, formas
de vida" (HARAWAY, 1995, p. 22). Siguiendo esta
dirección, cuando analizamos el proceso de creación de
un modo de visión sobre la sexualidad y la propia
visibilidad promovida por la pornografía y la sexología,
debemos preguntarnos sobre qué puntos de vista se
están proyectando o qué compromisos políticos se están
actualizando.
El problema que tratamos de evidenciar es
justamente el borrado de la historia de estos procesos de
producción de la verdad, que crearon estas imágenes
tan
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ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
de lo que serían las enormes diferencias entre las
sexualidades de hombres y mujeres. Las imágenes
producidas tanto en la pornografía como en la sexología
han sido y siguen siendo transmitidas como simples
ilustraciones de la naturaleza y no como traducciones
de las disputas políticas en torno al sexo. Estas
disputas han estado bien marcadas por la dificultad de
concebir alternativas en cuanto a la representación de
la feminidad y la masculinidad que sean, al menos, más
plurales.
Más allá de componer estas llamadas ciencias de la
sexualidad, tanto la pornografía como la sexología son
una parte fundamental del funcionamiento de lo que
Judith Butler llama la "matriz de inteligibilidad" del género
(1993). Esta proposición es fundamental para nuestro
análisis, ya que la negación por parte de esta autora de la
interpretación de un cuerpo repetidamente imaginado
como anterior al género -incluso dentro de la dicotomía
sexo/género propuesta por el feminismo- nos permite
vislumbrar el alcance del poder de estos regímenes
discursivos sobre la sexualidad con respecto a la
materialidad del sexo. Butler sugiere que el cuerpo debe
leerse no como el portador de un sexo sobre el que se
inscribirá un género, sino como una entidad que llega a
existir a través de las marcas del género. Afirma:
El sexo se entiende a través de los signos que indican
cómo debe leerse o entenderse. Estos indicadores
corporales son el medio cultural por el que se lee el
cuerpo sexuado. Ellos mismos son corpóreos, y
operan como símbolos de tal manera que no hay
manera de distinguir claramente entre lo que es
verdaderamente
material,
y
lo
que
es
verdaderamente cultural sobre el cuerpo sexuado. No
pretendo sugerir que los símbolos culturales
produzcan por sí solos el cuerpo material, sino sólo
que el cuerpo no se hace sexualmente legible sin
estos signos, y que estos símbolos son irreductible y
simultáneamente culturales y materiales (2004).
Butler trata de llamar la atención sobre el hecho
de que un cuerpo sexuado no puede ser incompatible
con el género al que corresponde, porque los cuerpos
que no reproducen esta coherencia entre género y sexo
serían culturalmente incomprensibles y necesitarían ser
normalizados. Según el autor, esta compulsión se
produciría porque sería precisamente el encuadre
discursivo del género el que produciría el sexo y lo haría
existir, como explicaremos a continuación.
Para Butler (1993; 2003; 2005), el género sería, por
tanto, un proceso (político, cultural, social) de
construcción y materialización de los cuerpos, una
performance que estaría siempre incompleta, pero que
habría logrado
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FABIOLA ROHDEN Y LARISSA COSTA DUARTE
para producir la impresión de rigidez que llamamos
materia. Para el autor, el género no es, por tanto, algo que
se tiene, o que se es, sino algo que se hace. Es la
capacidad de actuar en la medida en que esta
coherencia garantiza la inteligibilidad y la integridad
del individuo.
Las representaciones de la feminidad y la masculinidad
se sustentan, principalmente, en dos funciones: la
repetición y la cita. Son estas dos operaciones las que
garantizan la impresión de fijeza a la "naturaleza" y al
cuerpo al reiterar las normas de género y producir
efectivamente lo que sólo parecen describir. Todo el
complejo arsenal de gestos, posturas, acciones, aspectos
físicos y deseos que conforman el género no existe, por lo
tanto, en un cuerpo material previamente sin sentido. Es el
cuerpo el que "gana" materialidad y significado a través
de la actuación de citar y recitar esta estructura. La
mención constante de la norma asegura al sujeto que su
viabilidad como tal estará garantizada. Butler subraya
que el género, sin embargo, no puede ser visto de
ninguna manera como un voluntarismo al que se puede
querer pertenecer o no pertenecer, y la feminidad, en
particular, "no es el producto de la elección, sino la
citación obligatoria de la norma, cuya compleja
historicidad es inseparable de las relaciones de
disciplina, regulación, castigo" (1993, p. 232).
Recurriendo a los planteamientos de Butler (1993;
2003; 2005), sugerimos, por tanto, que, en sus
planteamientos en cuanto a la construcción de una
visibilidad del sexo marcada por el contraste entre
hombres y mujeres, la pornografía y la sexología
producen una insistente recitación de ciertas marcas
de género -un género que es constantemente
interpretado desde una matriz o hegemonía heterosexual
que intenta fijar una jerarquía entre hombres y mujeres a
través de la biologización de la diferencia sexual y la
insistencia en una inevitabilidad de la reproducción.
Siguiendo la línea dejada por Foucault (2012), el sexo, el
género y el deseo son pensados como efectos de una
determinada formación de poder. Incluso las categorías
de identidad se conciben como "efectos, de instituciones,
prácticas y discursos cuyos puntos de origen son
múltiples y difusos" (BUTLER, 2003, p. 9 [énfasis en el
original]). Para Butler, estas instituciones más amplias se
corresponden con el falocentrismo y la heterosexualidad
obligatoria que se traducen y son accesibles a través de
la performatividad de género, definida por la "práctica
reiterativa y citativa por la que el discurso produce los
efectos que nombra" (1993, p. 154).
Los discursos pornográficos y sexológicos, en los
términos y contextos que aquí describimos, producen los
"efectos"
simultáneamente
"nombrados"
de
una
sexualidad femenina marcada por la carencia en contraste
con una exuberante sexualidad masculina demostrada
FABIOLA ROHDEN Y LARISSA COSTA DUARTE
en muchos
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ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
"evidencia". Recurriendo a imágenes que hacen (o
producen) visibles las diferencias y a argumentos que
enfatizan el contraste de la actuación de los cuerpos, los
argumentos políticos o las orientaciones ideológicas se
transforman en verdades, ya se traduzcan en lenguaje
científico u obsceno. Es más, estos discursos componen
guiones que citan y recitan las normas de género al
tiempo que informan a los sujetos sobre las actuaciones
que les corresponden y que deben reproducir y
representar para que se garantice su integridad como
individuos y su inteligibilidad cultural.
Para concluir, debemos volver a la pregunta
sobre los diferentes tipos de conocimiento en torno a la
sexualidad. Siguiendo el camino trazado por Foucault (2012),
Gagnon (2006) y Butler (1993; 2003; 2005), no podemos
pensar en términos de naturalezas particulares intrínsecas
a estos diferentes discursos. Al fin y al cabo, todos forman
parte de la creación continua y dinámica de nuestras
creencias y prácticas en torno al sexo y al género. En
este sentido, si la producción de las ciencias sociales
sobre la sexualidad tiene alguna diferencia con otros
campos, no se debe a la ausencia de una pretensión de
verdad. Pero, tal vez, se deba a la insistencia en admitir
que todas las producciones, las imágenes, las
clasificaciones están profundamente arraigadas en los
contextos culturales y que siempre debemos interrogarnos
sobre las relaciones de poder y las contingencias que
implica su producción.
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[Recibido el 05/05/2015,
reenviado el 02/11/2015
y aceptado para su publicación el 12/11/2015]
FABIOLA ROHDEN Y LARISSA COSTA DUARTE
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Estudos Feministas, Florianópolis, 24(3): 715-737, septiembre-diciembre/2016
ENTRE LO OBSCENO Y LO CIENTÍFICO: PORNOGRAFÍA, SEXOLOGÍA Y MATERIALIDAD DEL SEXO
Entre lo obsceno y lo científico: pornografía, sexología y materialidad del sexo Resumen:
A partir de una comparación entre los discursos de la pornografía y la sexología, este artículo
explora cuestiones sobre muchas manifestaciones de la sexualidad en la cultura, el desarrollo
de guiones eróticos y las operaciones a través de las cuales se materializa el sexo mediante
regímenes de producción de verdad. Aunque parezca insólito, sugerimos que ambos ejemplos
son formas de conocimiento sexual que comparten referencias y medios de acción, incitando a
pensar en la distinción de algunas normas de género, y en las interpretaciones contemporáneas
sobre la producción de la materialidad del sexo.
Palabras clave: Sexualidad; Pornografía; Sexología; Antropología del cuerpo.
Estudos Feministas, Florianópolis, 24(3): 715-737, septiembre-diciembre/2016
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