Subido por Alba Barbó Galdeano

Tema 1. Historia de las RRLL

Anuncio
1.1 Introducción
Es un cambio tecnológico, político-institucional, económico, social y jurídico. El sistema fabril produce cambios
en la organización de las empresas y fabricas ya que estas aumentaran el volumen de producción y es la
iniciación de la explotación del trabajador, tanto por género, como infantil. El estado tiene una mínima y
tímida intervención por lo que no existe la prevención de riesgos laborales, además los trabajadores están a
merced de las empresas en la que suceden numerosos de accidentes laborales e irregularidades.
¿Qué es la Revolución Industrial?
Surgió en GB, aunque otras regiones como China poseía también grandes papeletas. En aquella época había
nuevos elementos (campesinos o trabajadores) pero también había una gran presencia de trabajo artesanal.
Con la aparición de la IRI surgió una pobreza casi extrema que las instituciones intentaron intervenir.

El Antiguo Régimen: ante el aumento de población la respuesta era un crecimiento extensivo lo que
conlleva a la ley de consumo decreciente, ya que no existía innovación, había mucha dependencia de
los acontecimientos climáticos y la zona en la que se trabajaba. Una sociedad estamental que limitaba
la movilidad de los factores de producción. Había crecimiento económico, pero era episódico y
coyuntural; la población crecía más rápidamente que la producción de la tierra. Con la supresión de
dichos obstáculos durante los siglos XVII-XIX se consiguió iniciar unas nuevas transformaciones
técnicas, lo que hizo que apareciesen los excedentes y se dedicasen al comercio. Había zonas rurales
dispersas en las que las mujeres, niñas y niños se empezaban a dedicar al textil.

Pérdida paulatina del peso de la agricultura en la economía. Este proceso no ha impedido que la
producción agrícola sostuviese el crecimiento de la población hasta reducir las fuertes alzas del precio
de los alimentos de 1780-1815 y estabilizar su precio a partir de mediados del siglo XIX.
Mayor importancia de la industria, que permitió la introducción de la mecanización, la división del
trabajo y la especialización de la mano de obra. El crecimiento se halla vinculado a la gestación de una
sociedad urbana que demanda nuevos y mayores servicios y el inicio del éxodo rural, proceso lento
que sólo culminó en muchos países de Europa en la segunda mitad del siglo XX.
Aumento de la productividad, sobre todo en el sector industrial, que acapara una mayor cantidad de
recursos que en épocas anteriores. Pese a la carencia de políticas de redistribución de la renta, este
incremento fue esencial para permitir aumentar la capacidad adquisitiva de amplios grupos sociales en
las últimas décadas del siglo XIX.
Articulación de los mercados nacionales e internacionales:
o Mayor rapidez y abaratamiento del transporte
o Mejora de las vías de comunicación
o Unificación de sistemas de pesos y medidas
o Supresión de gravámenes o aduanas internas
o Unificación legislativa y jurídica en el contexto nacional
o Mayores facilidades para transmitir la información
Mejoras del sistema monetario y financiero
o Unificación monetaria nación
o Creación de patrones monetarios internacionales de referencia
o Mayor fluidez y especialización del sistema bancario
Economías basadas de forma paulatina en fuentes de energía inorgánicas (carbón, petróleo,
electricidad). Ofrecen más posibilidades de almacenamiento, transporte o conversión en otras
energías más eficientes y permiten introducir economías de escala.
Marco institucional y social más proclive al crecimiento. Las sociedades liberales permiten una mejor
asignación de recursos por el mercado al introducir la igualdad jurídica de los derechos individuales y
una unificación normativa de las relaciones económicas.






La cultura, cada vez más vinculada a los grupos burgueses y desde una concepción más laica, plantea una
ruptura con el orden del Antiguo Régimen y defenderá los principios del liberalismo. La nueva teoría
económica emergente desde 1750 se halla más ligada a los principios de una economía de mercado. Gracias a
este nuevo marco institucional, la acumulación de capital ligada al sistema capitalista va acompañada de una
mayor incorporación de innovaciones técnicas al proceso productivo y de la mejora del capital humano,
procesos intensificados bajo la IIRI.
Se inicia un proceso irreversible de crecimiento económico fuerte y autosostenido en la producción de bienes
y la productividad de los factores, generado por la invención y aplicación de nuevas máquinas, el uso de
nuevas energías más potentes (carbón mineral y máquina de vapor), más versátiles y más baratas, tanto en la
producción como en el transporte, empleo de nuevos materiales básicos en la producción industrial y en la
organización del trabajo, que se concentra en la fábrica. Hay un crecimiento económico ya que se han
eliminado obstáculos, se incrementado el capital humano.
En Alemania (en alguno de sus estados) la relación entre estado y banca fue muy importante ya que, aunque
se iniciaron tardíamente en la IRI el hecho de que hubiese un sistema bancario moderno le permitió
“adentrarse” mucho más tarde, pero con la misma maquinaría, es decir sin tener que evolucionar poco a poco.
Fases del desarrollo capitalista



1800-1871: Los hechos más destacados del primer periodo son las revoluciones burguesas y los
primeros procesos de industrialización. Desde 1820 hasta 1998, las regiones más dinámicas fueron
Europa occidental, Países de Inmigración Europea (Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda)
y Japón. La renta per cápita de este grupo de países aumentó significativamente. En Europa, el
crecimiento económico fue extraordinario si se compara con los del siglo anterior. El aumento
considerable de la población europea suavizó parcialmente el influjo benéfico de un crecimiento
económico sostenido. Asimismo, la primera característica del crecimiento económico decimonónico es
su continuidad.
1871-1914: los países occidentales fueron protagonistas de una expansión mundial acompañada por el
éxito de la economía industrial y capitalista y por la difusión, o intento de imposición, de modelos
políticos y culturales.
Etapa de entreguerras: un período de conflictividad política y de inestabilidad socioeconómica. Desde
la segunda mitad del siglo XX, se inicia una etapa de expansión económica y desarrollo del Estado del
Bienestar (1950-1970) que concluye con la crisis de los años setenta.
El desarrollo económico quizá sea el fenómeno que más que cualquier otro caracteriza la época
contemporánea. Además, Maddison destaca que el crecimiento económico ha variado significativamente,
habiendo una edad de oro de crecimiento muy acelerado entre 1950 y 1973 y una fase de deterioro
significativo después de 1973, aunque los resultados en esta última fase han sido mejores que en cualquier
período anterior a excepción de la edad dorada. Así mismo destaca que el desarrollo capitalista ha tendido a la
convergencia de posguerra en los niveles de renta per cápita y productividad entre los países avanzados. No
obstante, el desarrollo económico del siglo XX y las dinámicas de divergencia y convergencia han sido
complejas y se han visto transformadas por guerras, perturbaciones. La tercera característica del desarrollo
económico mundial es la existencia de grandes disparidades en los resultados de diferentes regiones del
mundo
En conjunto, en Europa, entre 1913 y 1998, se vivió un espectacular crecimiento del PIB (de casi 7 veces), el
mayor crecimiento histórico. Sin embargo, el crecimiento ha sido menor que el logrado en otras partes del
mundo. La economía mundial aumentó más de doce veces, los grandes países de reciente colonización inglesa
de América del Norte y de Oceanía por catorce veces, En consecuencia, el resultado del menor crecimiento
europeo ha sido una pérdida de la posición económica hegemónica en el mundo.
El menor crecimiento de la población europea explica el declive relativo de la economía europea. No obstante,
esta evolución ha propiciado un aumento relativo del bienestar per cápita europeo. En 1998 en Europa sólo
vivía el 13,5 por ciento de la población mundial y su PIB representaba el 26 % del total, estos porcentajes
muestran que el bienestar europeo había casi doblado el promedio mundial.
Los cambios institucionales
La etapa contemporánea se inicia con la quiebra de los estados absolutistas y el nacimiento del estado
moderno. Desde finales del siglo XVIII se inicia un ciclo de revoluciones políticas que sientan las bases de las
ideologías y sistemas politicos contemporáneos. El absolutismo inglés se derrumba a mediados del siglo XVII,
el francés duró hasta finales del siglo XVIII, mientras que el absolutismo prusiano sobrevivió hasta finales del
siglo XIX y el ruso quedó abolido en el siglo XX.
Cambios políticos
Los regímenes absolutistas del AR se fueron transformando en sistemas políticos representativos y
constitucionales, en regímenes constitucionales con sistemas electorales censitarios S XIX y en regímenes
democráticos con sufragio universal S XX (las mujeres somos ciudadanas desde el periodo entre guerras).
El pensamiento político liberal establece otras limitaciones a las prerrogativas de los gobernantes,
estableciendo una serie de derechos individuales que son connaturales al hombre y por tanto son inviolables
(libertad de conciencia, expresión, reunión, etc. –en los primeros textos constitucionales no se incluye la
libertad de asociación). El Estado liberal garantizará a cada ciudadano el derecho a estar representado,
mediante el ejercicio del voto (primero mediante sufragio censitario que se ampliará en fases sucesivas hasta
el sufragio universal masculino a partir de los años 70 –en Alemania en 1871, en España en 1890, en Italia en
1912 o en Austria en 1907) y el sufragio femenino a partir del siglo XX), en las asambleas legislativas (centrales
y locales).
El estado liberal paulatinamente fue asumiendo funciones civiles, asistenciales (el tratamiento de la pobreza
pasó a ser una cuestión de orden público) y docentes. Dichas funciones civiles son el matrimonio, nacimientos
y defunciones que en el AR se encargaba la Iglesia; pasamos de la caridad de organizaciones privadas (iglesia) a
que los estados pasen a crear instituciones para atender a pobres, madres… pasamos a un estrado asistencial.
En España tardamos un poco más, tuvimos que esperar al último cuarto del S XIX.
Además, otra novedad del pensamiento liberal es la defensa del derecho de los pueblos a la independencia (el
principio de la nacionalidad), que se concretará en la constitución de estados nacionales, en la modificación
del mapa político de Europa fijado a partir del Congreso de Viena de 1815 hasta el período de entreguerras, en
la desmembración de viejos imperios coloniales y en el nacimiento de un nuevo imperialismo.
Las revoluciones burguesas implicaron también el final de la sociedad estamental y privilegiada y la afirmación
de la igualdad fiscal e igual ante la ley. Asistimos al nacimiento de una sociedad de clases: igualdad ante los
tribunales, fiscal y servicio militar igualitario e obligatorio, aunque no se garantiza la igualdad económica.
Cambios jurídico-institucionales
Se eliminan las restricciones feudales que impedían la libre circulación de la tierra: se suprime la propiedad
feudal y se afirma un nuevo concepto de propiedad plena, burguesa y capitalista, se elimina la servidumbre y
otras obligaciones feudales.
Se garantiza la libre iniciativa empresarial, aboliendo los gremios y los privilegios y monopolios de compañías
comerciales Se inicia el proceso de formación de un mercado nacional (eliminando aduanas interiores,
monopolios reales y señoriales sobre la actividad comercial).
Se introducen reformas fiscales con el propósito de racionalizar el ingreso y el gasto público; se eliminan las
restricciones al comercio exterior.
La revolución agrícola y transición demográfica
La primera revolución agrícola fue un paradigma de la revolución inglesa; mientras que la 2ª (revolución verde:
utilización desde pesticidas, fertilizantes, mecanización…) data de mediados del S XX, que trajo el desarrollo de
una agricultura industrializada, desde los años 70 con una revolución biotecnológica que hoy en día suscita el
debate sobre los efectos o no en la salud y en el medioambiente, que dicho debate creo una nueva revolución:
neoecologismo.
Las transformaciones en el sector agrario y la transición demográfica.
En lo que se refiere al papel desempeñado por la agricultura, éste fue fundamental para el crecimiento
económico moderno. La revolución técnica en la agricultura se ha postulado como condición necesaria para la
revolución industrial y el desarrollo económico. Según Bairoch, las transformaciones agrícolas permitieron
alimentar a una población cada vez más numerosa y urbanizada, proporcionaron mano de obra y capital a
otros sectores de la economía, crearon corrientes de exportación (facilitando tanto el crecimiento del
comercio como el nacimiento de sectores agroindustriales) y demanda para los productos industriales
(demanda que abarca desde bienes de consumo hasta factores de producción –maquinaria, abonos,
pesticidas, etc- y para los servicios.
La revolución agrícola no es un proceso simultáneo en el tiempo. En Inglaterra se inicia la primera revolución
agrícola antes del siglo XVIII, en Francia, Suiza, Alemania y Dinamarca en la segunda mitad del dieciocho; hacia
1820-1830 en Austria, Suecia e Italia; y en el último cuarto del siglo XIX en España y en Rusia.
La disminución del tiempo de reposo de las tierras, la recuperación y saneamiento de nuevas tierras, la
adopción de nuevos cultivos (el maíz, la patata, plantas hortícola y frutícolas, etc.), la mejora de los utensilios o
instrumentos de trabajo, la selección de semillas y de animales reproductores, la mejora de las prácticas de
abonado tradicionales y el empleo de nuevos fertilizantes, la introducción y difusión de las máquinas, la
extensión del regadío.
Transición demográfica, hay que recordar que estuvo muy vinculada al aumento de la producción y
productividad agraria ya que garantizó el abastecimiento de la población y la mejora de la dieta. El crecimiento
demográfico es un requisito de la revolución industrial y, al mismo tiempo, es una consecuencia de las
transformaciones socioeconómicas e institucionales.
Europa experimentó un crecimiento de sus cifras absolutas de población y sus tasas de crecimiento,
convirtiéndose en el área más poblada del mundo, con unas densidades de población relativamente más altas
que en otros continentes. No obstante, el crecimiento demográfico no fue homogéneo a escala regional,
siendo Europa Noroccidental la región que protagonizó un mayor crecimiento.
La ampliación de la demanda actuó como un poderoso estímulo de cara al cambio en el sector agrícola
(concretables en la aplicación de procesos de rotación de cultivos más intensivos y en un impulso al
movimiento de cercamiento de los campos) y a la mejora en los sistemas de transportes, favoreciendo el
desarrollo de un moderno mercado nacional.
En este largo intervalo temporal que media entre finales del siglo XVIII y la primera década del siglo XX, Europa
abandona el antiguo régimen demográfico e inicia la transición hacia un nuevo régimen demográfico.
En todos los países se produce una caída de ambas tasas. Las tasas de crecimiento natural, calculadas a partir
de la diferencia entre las tasas de natalidad y de mortalidad, superaban por lo general el 10 por mil. Las
disparidades entre los países en las tasas de natalidad y de mortalidad.
El proceso de transición demográfica se inicia en los países de Europa occidental a finales del siglo XVIII con el
inicio del control de la mortalidad; otros países como Italia, España, Alemania y Rusia inician dicho proceso con
mayor retraso. El proceso de modernización demográfica se completa a partir de 1870 con el control de la
fecundidad matrimonial, a excepción de Francia, pionera en el control de los nacimientos.
Durante el siglo XIX, a los progresos en la organización económico-social se añaden los obtenidos en el control
de las enfermedades infecciosas, de la vacunación contra la viruela. Fue un progreso laborioso puesto que aún
en el siglo XIX las enfermedades epidémicas afectaron duramente a la población, de la misma manera que
finalizada la primera guerra mundial lo hará la pandemia de gripe, por no hablar de los estragos, aún más
graves, de las dos guerras mundiales, de las guerras civiles, de las deportaciones masivas y del holocausto.
A partir del último cuarto del siglo XIX, las reformas de la sanidad pública (el inodoro, el alcantarillado, la
conducción del agua) desempeñaron un papel de primer orden de cara a explicar la caída de las tasas de
mortalidad. En cuanto al impacto de la medicina en el control de la mortalidad. Sin embargo, también es cierto
que, aunque no se disponían de tratamientos específicos eficaces, las ciencias biológicas y médicas a finales
del siglo XIX ya habían sentado las bases de una serie de actuaciones contra enfermedades infecciosas, como,
por ejemplo, el control del agua y de los alimentos o el aislamiento de los enfermos de cara a la interrupción
de la transmisión de enfermedades.
Los cambios técnicos en la agricultura: la colonización y cultivo de nuevas tierras; el aumento de la
productividad, que permitió el aumento del excedente; la introducción y difusión de nuevos cultivos (patata,
maíz, hortalizas, etc.), que permitieron una diversificación de la dieta.
Aumenta la renta de las familias y desciende el porcentaje de la renta destinada a la adquisición de cereales,
aumentando el consumo de otros productos como la carne. La mejora en los sistemas de transporte y en la
organización comercial, que permitió una distribución más adecuada de los recursos alimenticios.
En cuanto al control de la mortalidad infantil hay que destacar los éxitos iniciales anteriores a 1890, que se
concretaron en unas tasas de mortalidad infantil próximas al 150 por mil. A partir de 1890 se logran rebajas
substanciales de dichas tasas gracias a una serie de factores: el recurso a la lactancia artificial se había
convertido en un método seguro gracias a la pasteurización de la leche; la depuración de las aguas había
reducido el riesgo de las enfermedades gastrointestinales y se habrían difundido algunos tratamientos eficaces
(difteria).
El control de la natalidad se vincula con el control de la mortalidad infantil. A menor mortalidad infantil menor
fecundidad. El control de la fecundidad se vincula con las clases sociales, siendo las clases medias pioneras en
la práctica de dicho control. El control temprano de la natalidad se relaciona con tasas elevadas de
urbanización. Esto significa que el control de los nacimientos se inicia antes en el mundo urbano y se extiende,
por influencia cultural, desde la ciudad hacia el campo.
El crecimiento de la población de los países desarrollados se debe al control de la mortalidad, que ha
propiciado el aumento de la esperanza media de vida, y a las migraciones. En Europa occidental y, en general
en los países desarrollados, la incidencia de la mortalidad por enfermedades epidémicas ha disminuido
notablemente. No obstante, en los años 1918-1919 se vivió un incremento de las cifras de fallecidos con
motivo de la epidemia mundial de gripe. Desde finales del siglo XIX y a lo largo del siglo XX, las mejores
instalaciones sanitarias y médicas han propiciado el control de la mortalidad de carácter epidémico y han
permitido, asimismo, una reducción de la mortalidad posparto y de la mortalidad infantil. A lo largo del siglo
XX, las tasas de natalidad han disminuido en mayor medida que las tasas de mortalidad. Como consecuencia,
el crecimiento de la población es mucho más lento y la estructura demográfica ha cambiado notablemente. El
aumento de la esperanza de vida y las bajas tasas de fecundidad en los países desarrollados ha propiciado el
envejecimiento de la población y ha supuesto un importante aumento de los gastos de sanidad.
Desde 1820, la población de Latinoamérica ha crecido con mayor rapidez que la de Europa occidental. Este
rápido crecimiento demográfico se debe principalmente a unas tasas de natalidad más elevadas, puesto que el
descenso de las tasas de mortalidad se inició más tarde y la caída fue menor. Asimismo, la migración de origen
europeo con destino a Latinoamérica explica en parte el diferencial del crecimiento demográfico anterior a
1913, reduciendo su influencia sobre el crecimiento poblacional desde entonces.
En cuanto a la evolución demográfica de Estados Unidos, hay que destacar que desde 1820 la población de
dicho país ha crecido a un ritmo notablemente más rápido que el de los países de Europa occidental. Si bien las
tasas de mortalidad han sido similares, la tasa de natalidad ha seguido siendo más alta en EEUU, aunque ha
descendido tanto como en Europa occidental. La inmigración se ha mantenido en un alto nivel en EEUU. Antes
de los años sesenta, la mayoría de los inmigrantes procedían de Europa, circunstancia que explica en buena
medida el diferencial de crecimiento demográfico entre Estados Unidos y Europa Occidental. Desde la segunda
mitad del siglo XX, los países pobres han logrado éxitos notables en el control de la mortalidad. La OMS
consiguió reducir el impacto de la mortalidad provocada por agentes epidémicos en los países menos
desarrollados, a partir de la aplicación de medidas de salud pública como la vacunación, la purificación del
agua y el rociado contra los mosquitos. De cualquier modo, la mortalidad infantil en los países pobres es diez
veces más elevada que la cifrada para los países ricos. Mientras que en los países ricos no hay problemas de
desnutrición infantil, en los países pobres este problema afecta al 38 por ciento de los niños y el
analfabetismo, inexistente en los países ricos, es de un 39 por ciento en los países pobres. Además, en los
países pobres se siguen manteniendo elevadas tasas de natalidad. Si en Europa la media de hijos por mujer se
cifra en 1.64, en África oriental y occidental se estima un promedio de seis hijos por mujer.
Las transformaciones técnicas: Nuevas fuentes de energía, maquinismo y transportes.
El aumento de necesidades (alimentación, alojamiento, vivienda, transporte, etc.) y recursos (energía,
materiales) generados por la expansión económica y humana que, a lo largo del siglo XVIII presenciaron las
sociedades europeas, les llevó a la puesta en práctica de nuevos inventos, nuevos procedimientos de
transformación y a la explotación de nuevos recursos y materiales.
La máquina de vapor de James Watt se generalizó como motor mecánico, aplicándose tanto a los procesos
productivos (agricultura e industria) como a los transportes dando paso a la época del maquinismo. La ventaja
de la máquina de vapor fue su generalización. Es decir, su capacidad de aplicarse a una gran variedad de
condiciones de producción y de valor de uso. Su aplicación ocasionaba, además, un salto considerable de la
productividad humana del trabajo. De esta manera, la máquina de vapor se colocaba en el centro de un nuevo
sistema tecnológico en el que se tejía una red de tecnologías periféricas relacionadas con la central.
La tecnología del vapor requería un uso intensivo de energía calorífica. Los requisitos de energía se habían
multiplicado fruto de la expansión económica de los países europeos más avanzados. El uso de energías
tradicionales quedaba escaso para satisfacer las nuevas necesidades.
El carbón mineral (principalmente hulla y carbón de cok) se convirtió en la alternativa energética de la primera
revolución industrial (transición energética). Todos los países que a lo largo del siglo XIX dieron el paso hacia la
industrialización, lo hicieron, en mayor o menor grado, sobre la base de llevar a cabo una transición
energética. Como combustible necesario para el funcionamiento de la máquina de vapor, permitió la
mecanización de los procesos productivos. De esta manera se pusieron en práctica algunos procesos de
mecanización del campo (segadoras a vapor, trilladoras a vapor, etc.) y sobre todo impulsó la mecanización
industrial, fundamentalmente la mecanización de las industrias de bienes de consumo, destacando, dentro de
éstas, la industria textil.
La puesta en práctica de la máquina de vapor en el campo de los transportes ocasionó, además, una auténtica
revolución en este sector (ferrocarril y navegación a vapor), cuyas consecuencias comentaremos más adelante.
A su vez, el carbón mineral propició un uso abundante y más barato de energía calorífica en aquellos sectores
de uso más intensivo de esta energía. La industria de hierro y acero, así como las industrias derivadas de ésta,
una vez superadas las limitaciones energéticas, tuvieron un impulso importante, dando lugar al desarrollo de
los altos hornos siderúrgicos. El hierro y el acero se difundieron como material relativamente barato,
sustituyendo a la madera en la construcción urbana y obras públicas (puentes, pilares, armazones y toda gama
de tinglados metálicos). Junto al gran desarrollo siderúrgico que se convirtió (junto al textil) en otro de los
sectores líderes de la primera revolución industrial, se expandieron sectores relacionados, como el sector de
construcciones metálicas. La actividad minera, tanto carbonífera como metalúrgica, tuvo también un gran
impulso. Supuso un salto cualitativo hacia la internacionalización de la economía, definida como la primera
globalización o la primera era global.
Los precios de transporte se redujeron, lo que aumentó el tráfico de personas y mercancías. Los precios de las
mercancías disminuyeron considerablemente, favoreciendo el crecimiento empresarial al posibilitar a muchas
empresas operar a mayor escala. También facilitó el transporte de personas lo que estimuló los procesos
migratorios tanto interiores como internacionales. En definitiva y como consecuencia de lo expuesto el
desarrollo de los nuevos sistemas de transporte favoreció la unificación del mercado interior y la integración
del mercado mundial.
El segundo círculo de difusión de la revolución industrial aparece a partir de 1870 y abarca el resto de Europa
desde Escandinavia hasta el Mediterráneo, incluyendo también a Rusia. Fuera de Europa, Japón conseguirá un
rápido desarrollo industrial.
1.4 Empresas y empresarios
En este periodo (1760-1860) de tiempo convivieron las 3 lógicas: los gremios, sistema de trabajo por encargo y
las fábricas. Además, tal y como pasa hoy en día las fabricas impulsaran los trabajos a domicilio, es decir la
externalización.
La pragmática de Carlos III de 1767 ya había instaurado el libre mercado de trabajo en las faenas agrícolas37.
La obra “revolucionaria” consistió en soltar los frenos antiguo-regimentales a esa libertad. El decreto de 1 de
julio de 1811 que abolía los señoríos, el de 4 de enero de 1813 que autorizaba la privatización de baldíos y
terrenos de propios y el de 8 de junio de 1813 declarando la libertad de cercamientos y arrendamientos,
llevaban cosidos sin mencionarlo la intención de acelerar el proceso de proletarización del campesinado. Allí
donde las relaciones sociales eran más transversales e igualitarias, la privatización de la tierra reforzó el
equilibrio social pre-existente; donde una oligarquía había conquistado el poder local, la privatización de los
bienes comunales y un dinámico mercado de la tierra acentuaron la tendencia a la proletarización de la
población campesina. En cuanto al trabajo en el medio urbano, la regulación liberal prosiguió lo ya avanzado
por el ordenamiento antiguo-regimental en materia de flexibilización de las ordenanzas gremiales. El decreto
de 8 de junio de 1813 que declaraba la libertad de empresa se ha tomado como el acta de defunción de los
gremios; una defunción que no se hizo definitiva –se restituyeron sus ordenanzas por Fernando VII en 1815 y
luego en 1823– hasta el decreto definitivo de 2 de diciembre de 1836. Entonces fueron borradas de iure las
trabas a la contratación que ya no existían de facto.
La extensión del capitalismo y sus reglas de juego realzaron el papel del empresario como coordinador del
proceso productivo, y de la empresa privada como modelo organizativo, a costa por ejemplo de sistema
productivos cooperativos o comunales, o de la lógica mercantilista de las antiguas monarquías absolutas. La
explicación hay que buscarla en la ampliación de las oportunidades de negocio derivadas de un crecimiento de
los mercados y un cambio tecnológico, en un marco institucional favorable a la iniciativa individual y a la
propiedad privada.
Además del aumento de la población hicieron falta otros requisitos para promover el desarrollo económico:
uno de ellos fue la concentración de la población en núcleos urbanos. El acelerado proceso de urbanización
sólo fue posible con un aumento paralelo de la productividad agraria, de la extracción de materias primas
destinadas a combustible doméstico, de redes de abastecimiento de agua, o de más rápidos y baratos medios
de transporte que acercaran las mercancías a los consumidores.
Asimismo, las innovaciones mecánicas que tuvieron lugar desde finales del siglo XVIII han sido consideradas
por muchos economistas e historiadores como el principal motor del crecimiento económico, sin duda, a lo
largo del siglo XIX existió una clara relación entre crecimiento económico, máquinas y motores aplicados a los
procesos de producción. Sin embargo, la innovación tecnológica no fue por si sola garantía de éxito. Por otro
lado, muchas de las máquinas descritas como revolucionarias dieron lugar a malos o tardíos negocios, bien
porque no se ajustaron a las características del contexto económico o institucional donde se ubicaron, porque
no se dieron soluciones adecuadas a problemas técnicos o porque eran inversiones excesivas para abastecer a
mercados demasiado estrechos. Además, era necesario mano de obra suficiente y experta para manejar las
nuevas máquinas y mercados amplios para absorber la producción.
Por esas razones, los especialistas han terminado valorando la importancia que, en el despegue industrial,
tuvieron los sistemas de producción tradicionales –la industria domiciliaria (putting-out, verlagsistem), el taller
manufacturero artesanal, la cooperativa-, donde el trabajo humano y no tanto la máquina, era el verdadero
protagonista.
Nacimiento y desarrollo del sistema fabril
El modelo de organización que va a nacer como consecuencia de la Revolución Industrial fue la fábrica
moderna. Como tal hemos de entender la forma de organización de la producción que consiste en la
agrupación de los trabajadores en unas mismas instalaciones y edificios –juntos o próximos entre sí- bajo la
vigilancia de unas personas encargadas de su control. Representa, pues, una organización del trabajo
centralizada que permite una mejor división de las tareas, el empleo de máquinas cada vez más complejas y
que, en consecuencia, obtiene una mayor producción y sobre todo una más elevada productividad.
La centralización de la producción en un espacio determinado permitía a los empresarios reducir los costes de
transporte y, a través de un control más estricto de la mano de obra, reducía el fraude y ejercía un mayor
control de calidad sobre el producto; también reforzó el control del empresario sobre los recursos y los medios
de producción y sobre los conocimientos asociados al proceso productivo. La división del trabajo incrementó la
destreza de los trabajadores, ahorro capital físico y humano y trajo consigo un aumento de la productividad y
de la producción. Por el contrario, la fábrica exigía una inversión de capital fijo más elevado, sus mayores
costes fijos la hacían poco flexible para adaptarse a las fluctuaciones de la demanda y se veía obligada a pagar
unos salarios más altos.
Las razones de dicha diversidad y complementariedad
Es indudable que la aparición de la tecnología moderna, de la mano de las nuevas máquinas e inventos, trajo
consigo un incremento de la productividad del trabajo y un aprovechamiento de las economías de escala.
Asimismo, en aquellos otros sectores donde el nacimiento de inventos es más tardío la competencia entre
antiguas y nuevas formas de empresa tardó en producirse: en la industria textil, la minería o la siderurgia, que
aparecieron a mediados del siglo XVIII, éstos no fueron aplicados rápidamente en todas las empresas. De ahí
que hasta 1830 la protoindustria siga estando muy presente, ya que todavía eran muy pequeñas las
diferencias de productividad entre las empresas mecanizadas y las que no lo estaban. La situación comenzó a
cambiar desde mediados del siglo XIX fruto tanto de la mayor difusión de las nuevas tecnologías como, sobre
todo, de la revolución de los transportes. Por otra parte, la pervivencia de los talleres artesanales quedó
garantizada cuando se trató de talleres especializados o bien cuando mantuvieron ventajas en mercados
locales.
En consecuencia, esa diversidad de tecnologías y sistemas productivos está íntimamente relacionada con el
tipo de producto y el tamaño del mercado al que va dirigido, que condicionan la escala, la tecnología empleada
y el coste medio de reproducción, y con las estructuras sociales e institucionales predominantes.


Inglaterra, un país afectado por un importante crecimiento demográfico y urbano, un mayor grado de
asalarización de la población y un mercado interior dinámico. En el caso inglés, las empresas optaron
en mayor medida por producir mercancías más baratas y homogéneas que propiciaron la implantación
de máquinas y factorías.
Francia donde el lento crecimiento demográfico, unos porcentajes más bajos de población urbana y la
presencia de una abundante burguesía agraria perfilaban un mercado interior menos dinámico y
fragmentado. En el caso francés, el taller artesanal y la industria doméstica bastaron para satisfacer la
demanda de las comunidades rurales, manteniéndose también un sector artesanal y empresas fabriles
especializadas en la elaboración de productos de alta calidad para los mercados urbanos y para la
exportación.
En síntesis, el tejido industrial decimonónico presentó una estructura fragmentada, dual: unas pocas
empresas, de mediano tamaño, convivían con otras muchas minúsculas que, como satélites, dependían de las
primeras y solían ubicarse a su alrededor. Así, durante décadas, convivieron viejas y nuevas unidades
productivas, faenas mecánicas y manuales, trabajos concentrados y dispersos.
La empresa capitalista durante la primera fase de la revolución industrial
La mayor parte de las empresas en los inicios de la industrialización eran familiares, situación que, en muchos
casos, perdurará hasta avanzado el siglo XX. En estos momentos hay una total confusión y mezcla entre
propiedad de la empresa y dirección de la misma, como la hay entre el capital de aquélla y la fortuna de los
propietarios. Las razones de tales hechos son múltiples, pero una de las principales es que los capitales que se
necesitaron para la financiación de las primeras empresas capitalistas no fueron muy grandes, tanto para su
creación como para sus funcionamientos posteriores. De ahí que su origen parta de la fortuna familiar, seguida
por la autofinanciación o por el recurso a otras posibilidades de financiación como la búsqueda de nuevos
socios, el recurso al préstamo de familiares, amigos o conocidos. El préstamo bancario comenzará a ser
frecuente a partir de mediados del siglo XIX, cuando las fuertes inversiones que se requieren para crear
compañías ferroviarias o para utilizar las tecnologías de la segunda revolución industrial obligaron a las
empresas a recurrir a los bancos o constituirse como sociedades anónimas.
En el mundo de los negocios de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX la incertidumbre y el riesgo eran
todavía muy elevados: unas instituciones poco desarrolladas (una legislación mercantil escasa y difícil de
cumplir) y un sistema de comunicación muy lento, que dificultaba las relaciones a larga distancia y el control
de los agentes o empleados de las empresas situados en plazas alejadas. Por todo ello, tal y como era práctica
habitual en las empresas precapitalistas, se mantuvo la importancia de los lazos personales, especialmente los
familiares, en el mundo de los negocios. La familia siguió siendo fuente de capital físico y humano. La empresa
individual es aquella cuya propiedad y dirección recae en un único socio. La empresa familiar sería aquella
donde una o varias familias están abrumadoramente representadas, bien entre sus socios, bien en su Consejo
de Administración. Asimismo, es necesario subrayar el papel de dichas empresas en el crecimiento económico
en las primeras etapas de la industrialización. Las empresas familiares sacrificaron beneficios por crecimiento a
largo plazo, tendieron a repartir menos dividendos que las grandes sociedades anónimas y, sobre todo, que su
reparto fue mucho más irregular.
Los orígenes sociales y la formación de los empresarios
Con la revolución industrial se abre la posibilidad de nuevos negocios, propiciando también procesos de
movilidad social ascendente. Asimismo, el éxito empresarial no siempre se consiguió. La literatura sobre la
historia empresarial ha documentado también las quiebras empresariales. En cuanto al origen socioprofesional
de los empresarios, éste varió de un sector a otro, se pueden fijar una serie de características comunes acerca
de su origen.




Elevada proporción de hombres de negocios que proceden de familias con una tradición empresarial.
La gran mayoría provienen de familias cuyo padre era económicamente independiente: empresario,
agricultor, artesano o tendero.
Apenas existió movilidad social ascendente, sólo una pequeña minoría procedió de la clase obrera o de
los estratos más bajos de la clase media.
Los problemas de dirección con los que tuvieron que enfrentarse por primera vez todas las industrias
fueron los siguientes: reclutamiento y formación de la mano de obra, disciplina, control de la
producción, cálculo y contabilidad.
La tendencia a la herencia, al reclutamiento de los nuevos empresarios en el seno de las familias ya
establecidas era evidente. El recurso a familiares y amigos era un elemento imprescindible de cara al
reclutamiento de mano de obra, personal de dirección e incluso de cara a la financiación (capital familiar y
personal). Asimismo, insiste en que son casi universales los ejemplos de empresas que creaban cargos
directivos para los miembros de la familia, produciéndose con posterioridad su admisión como socios y
creando así las dinastías familiares de la tipología moderna. De cualquier modo, las resistencias y los temores a
la dirección asalariada se fueron suavizando gracias a la creciente formación de los directivos y a la creación de
un clima de confianza entre directores y miembros de la familia a partir del trabajo cotidiano, que en no pocos
casos terminaba en la incorporación del director a la empresa bien a través de su transformación en socio o
mediante su vinculación a la familia mediante enlaces matrimoniales.
1.5 La organización del trabajo y las relaciones laborales: las clases trabajadoras, nivel de vida, organización y
conflictividad social.
Con la llegada del liberalismo cambian las concepciones existentes sobre el trabajo desapareciendo todo tipo
de reglamentación que limitaba la libre concurrencia de éste al mercado de trabajo. La Ley Chapelier francesa
de 1791 abolió los gremios prohibiendo a su vez todo tipo de coalición obrera. En España el Real Decreto de la
Regente María Cristina de 1834 estableció que las asociaciones gremiales se ponen fin de esta manera a un
modelo de organización.
España: La sociabilidad obrera en los años cincuenta y sesenta del siglo XIX y las disputas laborales con los
patronos obligaron a las autoridades locales a dictar normas para afrontar cada caso; normas de distinto
talante en función del equilibrio de fuerzas en cada lugar o del carácter moderado o progresista de los
gobernantes. Más permisivo fue el bando del gobernador civil de 30 de abril de 1855 que apelaba a patronos y
trabajadores a “reconocer ambas clases la necesidad de conciliar sus recíprocos intereses en armonía con los
principios de libertad”, y a ese fin recomendaba a los señores alcaldes de los pueblos manufactureros la
constitución de “comisiones mixtas permanentes para dirimir las cuestiones fabriles”52. La negociación
colectiva nacía con carácter exclusivamente local. Las sociedades obreras siguieron funcionando
clandestinamente incluso después del decreto que las prohibiera en 1857. Una década más tarde y, dado que
“movimientos sociales surgen de día en día que no pueden ser sometidos sin dolorosa violencia”, el 28 de
noviembre de 1868, pocas semanas después del golpe militar que destronó a Isabel II, se promulgó el decreto
ley que aprobaba el derecho de asociación, sancionado después en el artículo 17 de la constitución de 1869,
aunque condicionado al respeto a la “moral pública” recogido en el artículo 198 del Código Penal de 1870.
El desarrollo de la sociedad liberal e industrial llevó a una nueva concepción, valoración y clasificación del
trabajo. El trabajo pasó a tener una consideración central en la nueva sociedad como factor de producción
capaz de crear riqueza. No era una valoración de un trabajo concreto sino del trabajo en un sentido
homogéneo, en su categoría abstracta.
Esta valoración no coincidía con la que corresponde a los trabajadores, es decir de aquellos cuya única
propiedad es su fuerza de trabajo por cuya venta obtienen el medio de subsistencia, el salario. El trabajador en
el nuevo espacio fabril se vio controlado y vigilado. Cada vez más su trabajo se alejaba del conjunto del
proceso, realizando una fracción de éste arrebatándole al obrero el esfuerzo psicológico e intelectual que
exigía. La progresiva mecanización de los procesos productivos cambió la relación entre trabajador y medios
de producción. El valor de esta mercancía pasó a medirse en tiempo, siendo el jornal la unidad retributiva más
desarrollada.
Así, la relación individual marcó la modalidad contractual en la mayor parte del periodo estudiado. De esta
manera, se pretendía crear un ámbito de libertad para que las partes fijen o varíen sus condiciones de trabajo.
Serán pues los convenios “libres e individuales” los que fijarán la jornada laboral y el salario. De esta manera se
garantizaría el principio de igualdad de las partes ya que evitaría que organizaciones colectivas antepusieran
sus intereses sobre los de los individuos poniendo en peligro el principio de libertad individual. En la práctica
las condiciones de trabajo pasaron a depender de la voluntad empresarial, pudiendo esta parte además
modificar las condiciones establecidas durante La formación de trabajo asalariado y la heterogeneidad de la
clase obrera.
La revolución industrial supuso el surgimiento de nuevas clases sociales, la burguesía y las clases
trabajadoras. Con la fábrica apareció un nuevo tipo de trabajador, el obrero industrial, cuyas
condiciones de trabajo eran muy distintas de las de los obreros manuales tradicionales. El moderno
obrero industrial se caracteriza por no ser propietario de los medios de producción y por vender su
fuerza de trabajo en el mercado a cambio de un salario. Desarrolla su actividad en las fábricas, con
máquinas y sometido a una estricta disciplina.
Así como la difusión del sistema de fábrica fue gradual, también los fue la formación de la nueva clase
obrera. Todavía en Inglaterra en 1830 el obrero industrial característico no trabajaba en una fábrica
sino en un pequeño taller o en su propia casa (como artesano o trabajador manual) o, como peón, en
empleos más o menos eventuales. Asimismo, dentro de la fábrica trabajan peones, obreros
especializados, artesanos, mujeres y niños y obreros de las ciudades. Las diferencias entre los
trabajadores eran muy acusadas.
De cualquier modo, en el contexto de la primera revolución industrial no fueron generales ni la mecanización
de los procesos productivos, ni la proletarización de la mano de obra. Además, la proletarización tampoco fue
homogénea y mucho menos lineal. Su inicio había sido, en el caso de la industria doméstica, anterior a la
misma mecanización de la manufactura. Ni todos los trabajadores se transformaron en obreros industriales
por el mero hecho de entrar en funcionamiento la máquina de vapor, ni el industrialismo provocó su
inmediata transformación en asalariados.
El incremento de la fuerza de trabajo asalariada




La población creció relativamente más que el capital y que los recursos naturales disponibles;
Por la expansión de la economía de mercado;
Por la enajenación de medios de producción que tradicionalmente pertenecían al campesinos
y artesanos;
Por la intervención gubernamental destinada a liberar la mano de obra sometida o a
convertir los ociosos en asalariados.
En cuanto a los orígenes de la clase obrera se han formulado diversas explicaciones. Cuatro fueron las fuentes
originarias de los trabajadores fabriles, con una importancia variable según la región o el sector productivo: la
mano de obra campesina, la inmigración, el artesanado urbano y la industria rural Junto al origen agrario y
campesino, procedente del flujo migratorio del campo a la ciudad, la nueva clase obrera se nutrió en parte de
la inmigración de población rural y campesina, procedente de otros países. La presencia de este colectivo de
trabajadores genera problemas de aculturación y competencia en los mercados de trabajo, reservándose a
dichos trabajadores los trabajos más duros y peor remunerados. La clase obrera surge también del interior de
las ciudades: la creciente participación de mujeres y de menores, incluso niños y niñas, en los nuevos empleos
fabriles; la proletarización de sectores del artesanado tradicional, que son derivados hacia el trabajo asalariado
en las nuevas fábricas o al trabajo a domicilio, a menudo conservado las tareas y la especialización originarias.
Además, la clase obrera está rodeada de sectores proletarios o semiproletarios, pero no de fábrica. El trabajo a
domicilio y en pequeños talleres recibe con frecuencia un impulso por los procesos de crecimiento económico.
1. Las dimensiones de las empresas determinan la condición obrera.
2. Según el sector productivo o actividad: trabajadores agrarios, industriales y trabajadores del sector servicios.
3. Según el grado de proletarización: proletarios propiamente dichos u obreros fabriles, trabajadores
semiproletarios que trabajan de diversas maneras fuera de los talleres fabriles, pequeños productores
independientes (artesanos o menestrales) y una serie de formas de transición situadas entre los grupos
anteriores.
4. Las clases obreras modernas se dividen, en su interior, según los sectores en los que trabajan, el grado de
especialización que poseen, las rentas y la continuidad ocupacional. Diferencias que nacen en la fábrica y en el
mercado de trabajo y se reflejan después más notablemente a nivel social, en aspectos tales como la calidad
de vida, tipo de consumo, mayor o menor escolarización…
5. La habilidad o el oficio es el principal criterio de división interna de las clases trabajadoras hasta principios
del siglo XX. La revolución industrial provocó la desaparición de algunos oficios tradicionales, manteniéndose
otros muchos y creándose sectores donde se requería un grado importante de especialización, sobre todo el
periodo comprendido entre mediados y finales del siglo XX.
6. Según el grado de cualificación, edad y género, los obreros fabriles se dividen, a su vez, en distintas
categorías: varones adultos cualificados, varones adultos sin cualificar, mujeres y niños y niñas. La
heterogeneidad de los trabajadores se tradujo en la formación de un sistema jerárquico en su seno.
El inicio de las resistencias obreras
A lo largo del siglo XIX asistimos a un amplio desarrollo asociativo, en algunos casos espontáneos con objetivos
puntuales y, en otros casos, con carácter permanente y objetivos a largo plazo.
En muchas ocasiones estas distintas funciones aparecen mezcladas en una sola organización. Este proceso
cristalizó y se visualizó entre finales del XIX y principios del XX y los sindicatos fueron los instrumentos y
vehículos principales de la configuración de una identidad colectiva y de un lenguaje de clase.
A lo largo de la primera mitad del siglo XIX presenciamos un proceso de formación de la clase obrera. Desde
unos colectivos sociales más o menos disgregados por la nueva realidad económica industrial, se pasó a su
conformación como clase, con decisiones y actitudes más definidas y homogéneas. En este proceso de
formación de clase, las experiencias compartidas, la ideología, el lenguaje o la cultura fueron determinantes.
A nivel organizativo, desde un asociacionismo disgregado a nivel local, fragmentado por oficios, de
composición ideológica variada y una clara autonomía en sus prácticas sindicales irá evolucionando hacia
organizaciones cada vez más conectadas a nivel nacional, hacia la formación de sindicatos de industria y
después sindicatos generales o de clase.


Mutualismo: Respondían a la preocupación de los trabajadores por la protección ante la enfermedad y
ante otros avatares del destino. Junto a organizaciones que reunían de forma exclusiva a trabajadores
de un mismo oficio o únicamente a obreros, no faltaron las sociedades mixtas en las que participaban
los empresarios o miembros de otras clases (artesanos, pequeños comerciantes, etc.). En muchos
casos quedaban al margen los trabajadores peor pagados (entre ellos las mujeres) pues no
garantizaban el pago de unas cuotas regulares. El Estado que se inició en algunos países a finales del
XIX, presionado por la clase obrera, fue reduciendo la necesidad de crear este tipo de sociedades, ya
que se originaron en un momento de predominio de un Estado liberal que no intervenía ni en materia
económica, ni social y laboral.
Sociedades de resistencia. Sociedades de oficio: heterogeneidad de los trabajadores se tradujo en la
formación de un sistema jerárquico en su seno. De la división de los procesos de trabajo resultaba un
mercado de trabajo segmentado, en este caso, determinado por la dualidad entre trabajadores
cualificados y no cualificados, en el que el trabajo infantil y femenino reunía las condiciones de mayor
precariedad.
Las formas de conflictividad laboral


Ludismo: Fue una de las manifestaciones de los trabajadores en las primeras etapas de la
industrialización. Se caracterizó por su rechazo a la introducción de maquinaria moderna en la
industria. Sus acciones de protesta en muchas ocasiones se basaban en la destrucción de maquinaria y
propiedades. Este movimiento sacudió a la Europa industrial en sus primeros años de industrialización.
La Huelga: Las huelgas van a ir tomando el relevo a los motines y progresivamente traspasarán los
ámbitos del oficio y dejaran de ser pulso localizados para presionar a un patrono y convertirse en
grandes movilizaciones colectivas para llegar a acuerdos y transacciones que afectan a colectivos
amplios de trabajadores. Esta nueva forma de conflicto laboral se fue extendiendo con la
consolidación del sistema industrial. En España el derecho de Huelga fue reconocido en 1906.
1.6 Estado asistencial
SALORT I VIVES CAP.3
Descargar