Subido por kimberly rodriguez romero

Morgan Rhodes.- La caída de los reinos - Historia Corta 1 - La Daga Carmesí

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LA DAGA CARMESÍ
UNA HISTORIA CORTA DE LA CAÍDA DE LOS REINOS
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TRADUCCIONES INDEPENDIENTES
El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias
personas que sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y
corregir los capítulos del libro.
El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la
oportunidad de leer esta maravillosa saga lo más pronto posible, sin tener que
esperar tanto tiempo para leerlo en el idioma en que fue hecho.
Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de
lucro, es por eso que este libro se podrá descargar de forma gratuita y sin
problemas.
También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países,
lo compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros
para nuestro deleite.
¡Disfruten la lectura!
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CRÉDITOS
Traducción
Corrección
Vaughan
Vaughan
Corrección Final
Vaughan
Diseño
Michell
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LA DAGA CARMESÍ
Los rayos del sol reflejándose en los carámbanos afuera de la ventana de su
habitación agitaron a Magnus de su sueño. Estiró sus piernas y se sacudió un
escalofrío. Aun mareado, vio que el fuego que mantenía su habitación caliente se
había acabado. El único calor provenía de la chica en su cama.
Lo cual era raro, ya que él no había comenzado la noche con una chica en su
cama.
—Amia… —murmuró, asumiendo que su sirvienta favorita se le había unido en
las pocas horas del amanecer.
—Disculpa por decepcionarte, pero no soy Amia.
La presión de acero frío contra su garganta hizo que sus ojos se abrieran de par
en par. Miró hacia la mirada furiosa de la chica con ojos color café y cabello dorado
y miel mientras ella ponía su pierna sobre su torso, forzando todo su peso sobre él.
Ella estaba completamente vestida en pantalones de piel y una capa de lana.
—No —asintió—. Definitivamente no eres Amia.
Un resplandor de carmesí le hizo creer que ella ya había derramado sangre, pero
entonces se dio cuenta de que la daga afilada que ella sostenía tenía una
empuñadura color carmesí.
—¿Te gustaría adivinar quién soy? —ella preguntó.
—¿Tengo una opción?
—No.
—Muy bien —tragó duro, sintiendo la punta afilada de la daga lo suficientemente
cerca de él para confundir esto como un sueño, y llamó a su ingenio a él –tanto
como pudo juntar en tan corto aviso—. Supongo que eres una hermosa pero letal
asesina, pagada para asesinarme.
—Equivocado. Nadie me pagó.
—Entonces… una asesina sin sueldo.
—No por negociación.
—¿A cuántos has matado?
—¿Hombres? Cuatro. ¿Príncipes con sus cabezas creídas reales atrapadas en
sus culos? Ninguno. Al menos no hasta hoy —sus ojos se entrecerraron—. Adivina
de nuevo quién soy.
Él buscó su rostro, intentando no revelar ni un atisbo de miedo. En sus diecisiete
años, nunca antes había tenido su vida amenazada. Bueno, no de forma tan
descarada, de todos modos. Él tenía enemigos, por supuesto. Muchos quienes se
llamaban a sí mismos amigos cuyas sonrisas y expresiones de amistad caían, él
sabía, cuando les daba la espalda.
Él era el hijo del Rey de Sangre, heredero al trono de Limeros. Todos eran
requeridos por ley a ser corteses y educados hacia él –todos excepto el rey mismo,
claro está.
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—Oh, sí… —continuó— Lo recuerdo ahora. Fue en un banquete, digamos, hace
tres meses. Eres la hija de Lord y Lady Modias, aquella que me pidió el honor de
ser mi compañía mientras estaba ocupado hablando con Lord Lenardo…
—No —ella espetó—. No soy una chica cualquier de una fiesta. Dale un poco
más de pensar, tú, culo pomposo, y estoy seguro que lo adivinarás. Una última
oportunidad.
Esta vez se enfocó con detenimiento. Sobre el color dorado de su cabello… sí,
ahora se veía más familiar. En sus ojos. En la curva de su mandíbula, las pecas en
su nariz y mejillas.
Magnus la imaginó más joven, de pie en una tormenta de nieve y haciéndose
pequeña en la distancia mientras corría lejos de él.
—Kara —susurró—. Kara Stolo.
—Ajá —ella le dio una fría sonrisa—. Ahí está. Sabía que no podías olvidar a la
niña a la que le destruiste la vida.
—No fue mi culpa —dijo, su voz áspera. Incluso para él, eso sonaba como
mentira.
—Sí, definitivamente fue tu culpa —ella siseó, inclinándose cerca y cavando la
daga más profundo en su piel—. Y esta noche pagarás el precio por lo que hiciste.
***
HACE DIEZ AÑOS
Magnus había tomado una decisión muy importante: estaba huyendo de casa.
—Y tú vendrás conmigo —le dijo a su hermana pequeña, Lucia, mientras ellos
yacían en el piso de su habitación de juego.
—¿A dónde vamos? —preguntó ella, mirando sobre uno de los pocos libros que
su padre les había permitido. Contaba la historia de la radiante diosa Valoria en una
forma que permitiera a los niños entender mejor sus leyes y reglas y grandeza. Lucia
gustaba particularmente de los dibujos de la diosa realizando milagros con su magia
de agua y tierra, como creando una cascada de una piedra seca para que sus
humildes ciudadanos pudieran saciar su sed.
Magnus había mirado a las imágenes, pero a sus siete años de edad no
compartía el mismo interés y entusiasmo por la lectura que su hermana de cinco
años tenía.
—Al Sur —le dijo a ella—. A Auranos.
Ella ladeó su cabeza, sus rizos negros como un cuervo rebotando.
—¡Pero si apenas estuvimos ahí! ¡Y te lastimaste! ¿Por qué querrías volver?
Él tocó el vendaje en su mejilla derecha que cubría la herida, una que de seguro
iba a dejar una horrible cicatriz. Él sabía que no podía decirle a su hermana sobre
la herida, no más de lo que ella ya sabía. Ella estaría devastada si supiera que fue
su padre quien la había hecho, una cruel reacción al pobre intento de Magnus de
robar una brillante y enjoyada daga.
El robo era considerado ser tan malo como matar en Limeros, teniendo los
castigos más severos.
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Su garganta se cerró y lágrimas amenazaron con caer, pero las forzó a quedarse
dentro. Él era el hermano mayor, y necesitaba ser fuerte. En Auranos, había
conocido a la familia real Bellos, quienes habían sido tan amables y cálidos y
hospitalarios –tres cualidades que los Damoras no compartían. La memoria de su
hija, la Princesa Cleiona, quien tenía la misma edad que Lucia, con su cabellera
dorada que hacía juego con el sol Auraniano, le dio la esperanza desde su regreso
al frío y melancólico Limeros de que su futuro podía ser igual de brillante.
Pero una vez que regresaron, nada había cambiado. Odiaba estar aquí. Y él
odiaba a su padre.
Pensó que si se aventuraba allá y lo pedía amablemente, la familia Bellos lo
podría aceptar en su familia.
—Sólo confía en mí, Hermana —le dijo a Lucia—. Empaca lo que valoras y
vámonos.
Ella sacudió su cabeza.
—No me puedo ir y tampoco tú. ¡Le voy a decir a Papá!
—No —él agarró su muñeca, furia creciendo como fuego dentro de él—. No
puedes decirle. Por favor, ¡prométeme que no dirás nada!
Ella dejó ir un tembloroso suspiro pequeño, sus hombros cayendo.
—Muy bien. Lo prometo.
—Volveré por ti. Algún día. ¿De acuerdo?
Ella asintió, y su labio inferior comenzó a temblar.
—Te voy a extrañar mucho.
Magnus besó su frente y se puso de pie con piernas temblorosas. La
determinación se infló en su pecho mientras tomaba su mochila con un cambio de
ropa y varias monedas de oro en una bolsa de tela que le había robado a su padre,
pasaba cerca de su niñera, quien dormía en una silla justo afuera de su habitación,
y avanzaba por el pasillo con determinación. Ni un solo guardia estacionado a través
del palacio le preguntó algo sobre su destino mientras pasaba al lado de ellos. Por
todo lo que ellos sabían, se dirigía a la capilla a rezarle a la diosa.
Levantó la capucha de su capa de tela. La había tomado de un hijo de un sirviente
para pasar desapercibido, pero él sabía que la delgada tela haría poco para
mantenerlo caliente. La abrazó con fuerza y se encaminó a sí mismo hacia la noche
fría mientras dejaba el palacio. Había una villa pequeña a tres kilómetros de viaje
desde el palacio que sería su primer destino. Ahí usaría sus monedas que había
robado para sobornar a un adulto para ayudarle a obtener pasaje en un barco a
Auranos. No le diría a nadie quién era.
Una tormenta se empezó a formar en el cielo oscuro, nubes gruesas bloqueando
la luna y todas las estrellas. Guiado sólo por antorchas puestas en el camino, los
tres kilómetros se sintieron como cien, pero finalmente llegó a la villa. Temblando,
empujó la puerta de un salón común, ocupada con clientes comiendo cena y
quejándose del clima.
—Mira esto —dijo un señor masticando algo de carne gruesa con la boca abierta,
asintiendo hacia él—. Llegó algo de entretenimiento.
—No lo sé —su amigo mofó hacia Magnus—. No parece en lo absoluto como
algo entretenido. Dime, niño. ¿Dónde está tu madre en una noche fría y amarga
como esta? ¿Le gustaría calentarme un poco?
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Ambos hombres se rieron ruidosamente ante eso, pedazos de carne volando de
la boca del primer hombre.
Magnus entrecerró sus ojos.
—¡Cómo se atreve a hablarme así!
—Oh, bueno, perdóneme, pequeño lord —dijo mientras siguieron riéndose.
Magnus se mordió su labio inferior. No quería que supieran que él era el príncipe.
Él era simplemente un niño que buscaba una forma de viajar a un lugar mejor.
—Tengo dinero —dijo—. Quiero ir a Auranos.
—¿Tengo cara de barco para ti? —Dijo el segundo hombre— ¿O tal vez de
caballo con una carrosa detrás de mí? Esfúmate, pequeño.
—Espera —dijo el primer hombre, su mirada afilándose en el rostro de Magnus,
ésta parcialmente oculta por la capucha de su capa— ¿Dijiste que tienes dinero?
—Yo… —Magnus empezó a dudar, percibiendo peligro.
Estúpido, se dijo a sí mismo. Fue tan estúpido decir algo así.
—No importa —se dio la vuelta, pero el hombre le agarró la muñeca, trayéndolo
cerca.
—Trae para acá —dijo el hombre con desprecio—. En lo personal unas monedas
me serían útiles. Gasté la última en esta comida.
Sin ningún tipo de esfuerzo, el hombre le arrancó a Magnus su bolso con fuerza
suficiente para hacer temblar sus huesos. Abrió los cordones y miró dentro, sus
cejas levantándose.
—Muy bien. ¿Robaste esto? ¿Hay más de donde vino esto? Dime cómo lo
obtuviste, niño.
Antes de que mirara hacia él, Magnus se giró y dejó el salón común, dejando su
bolso atrás, respirando tan rápido por su pánico en escapar que estaba seguro que
sus interiores se congelarían.
Había comenzado a nevar, largos copos cayendo en su rostro y juntándose en
su cabello. Levantó su capucha, envolviéndose con su capa mientras el viento
oscilaba y la nieve golpeaba su rostro y cabello.
Comenzó a caminar, sin saber cuál dirección tomar. Detrás de él, podía ver el
palacio Limeriano en la distancia –un castillo negro masivo e inminente sobre la
villa, sus torres picudas y oscuras partiéndose en el cielo nocturno. Se preguntaba
si su padre había notado su ausencia ya. Magnus tocó su mejilla vendada y le dio
la espalda al castillo. No, él nunca regresaría. Preferiría morir congelado que ver a
su padre una vez más.
Caminó en círculos, intentando tener un plan, intentando averiguar una forma de
abordar un barco sin una sola moneda para gastar o una sola posesión a su nombre
más que las prendas en su espalda. La noche creció más oscura, y cuando Magnus
detuvo su divagación sin dirección por un momento, miró a su alrededor y se dio
cuenta con un sentimiento nauseabundo en su estómago que estaba perdido.
Un grito a su izquierda llamó su atención, viniendo del camino entre dos tiendas
de la villa. Tentándose, se movió lo suficientemente cerca para vislumbrar el pasillo.
Era el hombre que había tomado su bolso de monedas antes. Un hombre mucho
más grande lo tenía presionado contra las afueras de un edificio. Él tenía una daga
larga y plateada con una empuñadura color carmesí en su garganta. En su otra
mano tenía el bolso de Magnus.
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—Debes tener más —el hombre grande bufó—. Vamos, sé un buen compañero
y comparte tus riquezas.
—Fue un niño —el primer hombre escupió—. Obtuve eso de un niño pequeño.
—Estoy seguro que sí.
El primer hombre se giró y se encontró con la mirada de Magnus.
—¡Ese niño justo ahí!
La atención del ladrón se giró a Magnus. Magnus palideció mientras veía la
cicatriz enorme sobre toda la mejilla izquierda del ladrón.
—Bueno, mira nada más —dijo el ladrón, levantando una ceja gruesa y negra—
. En verdad eres un niño pequeño.
El primer hombre tomó la oportunidad de apartar al hombre y deslizarse lejos.
El ladrón pesó la bolsa de monedas en su mano y estudió la forma debilucha de
Magnus.
—No lastimo a niños. De hecho no lastimo a nadie, a pesar de lo que viste.
Intimidación, claro que sí. Pero la sangre de nadie se derramará por mi culpa —le
mostró la daga a Magnus—. Pinté la empuñadora de rojo para recordarme eso. He
derramado suficiente sangre en el pasado, pero esa parte de mi vida se acabó.
—Papi —una pequeña voz dijo desde las sombras—, ¿ya puedo salir?
El ladrón siseó un suspiro.
—Aun no, Kara.
—Pues ya salí —una pequeña niña rubia llegó al lado del señor, poniendo su
mano en la de él mientras él envainaba la daga— ¿Quién eres tú? —le preguntó a
Magnus.
Su cabello brillante y dorado –le recordaba tanto al de la princesa en el sur. Sólo
verlo le tranquilizó.
Antes de que pudiera responder, probablemente con la primera mentira que
viniera a él sobre su verdadera identidad, el ladrón habló.
—¿Qué? ¿No reconoces al heredero al trono, el hijo del mismísimo Rey Gaius
Damora? —El ladrón inclinó su cabeza— Saludos, Príncipe Magnus. ¿Me puedo
atrever a preguntar qué hace afuera en tan horrible noche?
Magnus lo miró en shock y con poco más que un rasgo de pánico girando en sus
intestinos.
—¿Sabes quién soy?
—Así es. Trabajé para tu padre recientemente. Fui uno de esos guardias que
pequeños príncipes como tú no suelen notar —hizo una pausa, como si esperara
que se asentara la noticia—. Este no es un lugar seguro para usted, majestad.
—No estoy asustado —incluso mientras lo decía, escuchó un vergonzoso temblor
en su voz que contradecía sus palabras.
—Oh, pero deberías estarlo.
Magnus intentó verse tan espléndido y compuesto como su padre siempre
demandaba que se viera. Si este hombre había sido un guardia del palacio, de
seguro sabía cómo tomar órdenes.
—¿Cuál es tu nombre?
El hombre inclinó su cabeza.
—Soy Calum Stolo, su majestad. Y esta es mi hija, Kara.
Estaba funcionando. Mantuvo este tono de ordenar en su voz, intentando sentirse
mucho más maduro y cuerdo que un niño de siete años.
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—Muy bien. Calum, te ordeno que me encuentres un pasaje para abordar un
barco hacia Auranos. Deseo irme inmediatamente.
—Mm hmm —Calum miró abajo hacia su hija— ¿Qué crees que deba hacer?
Kara se encogió de hombros.
—¿Llevarlo a un barco?
—No creo que esa sea una buena idea.
—¿Por qué huiste? —le preguntó Kara.
De nuevo, su cabello le hizo pensar en Auranos –sus días cálidos, sus prados
verdes, y constante cielo azul.
—Porque odio a mi padre.
—Todos odian a tu padre —dijo Calum, y luego frunció el ceño—. Bueno, no
todos. Algunos simplemente le tienen miedo. Pero sé una cosa sobre el Rey Gaius
que me lleva a no obedecer su orden, majestad.
Decepción chocó a través de él, y Magnus giró una mirada dura hacia el hombre
alto.
—¿Qué?
—Si se entera de que su único hijo y heredero se ha perdido, personalmente
destruirá los tres reinos de Mytica hasta las ruinas de norte a sur buscándolo. ¿Tiene
idea alguna de cuánta gente saldrá herida? ¿Asesinada? ¿Todo porque usted
decidió que quiso irse a vivir su vida privilegiada y mimada?
—Usted dijo que ya no le gustaba el derramamiento de sangre —Magnus
furiosamente apuntó a su vendaje— ¡Él me hizo esto! ¡Lo llamó una lección y me
juró guardar el secreto!
Calum no habló por un momento mientras en silencio acariciaba su propia
cicatriz.
—Me disculpo por su dolor, su majestad. De verdad. Pero la vida es una serie de
heridas. Nuestras cicatrices son como los anillos en el tronco de un árbol, mostrando
su progreso a través de la vida. Como sanamos y nos movemos hacia adelante a
través de la adversidad… eso es lo que hace la diferencia. No podemos huir de
nuestros problema; necesitamos enfrentarlos —su expresión creció seria, su frente
arrugándose—. Venga. Lo llevaré de vuelta a casa.
Magnus intentó discutir, quería gritar y despotricar y hacer demandas. Pero ¿y si
este hombre tenía razón? ¿Su padre realmente mataría a tanta gente por su
decisión de huir?
Sí. Claro que lo haría.
Con su corazón pesando, Magnus permitió de mala gana que Calum Stolo y su
hija lo acompañaran de vuelta al palacio. Tan pronto como entraron a los suelos del
palacio, los guardias se apresuraron a rodear al trío. El sonido de pies pesados vino
del camino congelado, y los guardias abrieron paso a un Rey Gaius furioso.
Sin embargo, la ira del rey no estaba enfocada en Magnus. Estaba enfocada en
Calum.
—¿Te atreves a robarme a mi hijo? —el rey gruñó— ¿Para qué? ¿Pedir rescate?
¿Es eso lo que pensaste?
Un guardia arrancó el bolso de monedas de Calum y se lo dio al rey, quien lo
inspeccionó con cuidado.
—Magnus, ven aquí.
Con sólo un segundo de duda, Magnus fue hacia su padre.
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El rey sacudió el bolso enfrente del rostro de Magnus.
—¿Él te robó esto?
No, Magnus las robó de su padre. Pero la admisión de esto murió en su lengua.
En su lugar, se encontró a sí mismo asintiendo, lágrimas de vergüenza saliendo de
sus ojos, tan asustado que estaba ahora temblando. Magnus miró a Kara, quien
apretaba fuertemente la mano de su padre, y rápidamente miró a otro lado,
avergonzado por su mentira.
—Estás en casa —su padre puso su mano firme en su hombro, y luego se agachó
frente a él—. Estás a salvo. Gracias a la diosa.
—Su majestad… —comenzó Calum.
—Silencio —el rey se paró a su completa altura intimidante, su rostro una
máscara de odio—. Te permití dejar tu puesto, Stolo, ya que no podías continuar
haciendo tu trabajo al nivel que lo requería por tu herida. ¿Y es así como me pagas
por mi amabilidad? ¿Secuestrando a mi hijo y robándonoslo? —Asintió hacia los
guardias— Llévenlo a los calabozos. Quiero que lo ejecuten inmediatamente.
—¡No! ¡Papi! —un llanto se escapó de Kara mientras su padre era arrastrado
lejos por los guardias hacia el calabozo.
—¡Dejen ir a mi hija! —Demandó Calum— Ella no tiene nada que ver en esto.
—Sí —el rey asintió y sacudió su dedo—. Dejen ir a la niña. Ella puede
congelarse ahí afuera esta noche, para lo que me importa.
Los amplios ojos de Kara estaban sobre Magnus, expectante, como si esperara
que él pudiera decir algo para detener esto.
Pero Magnus no tenía palabras. No podía admitir la verdad, no ahora. Su castigo
sería mucho peor que cualquier herida en la mejilla. Las mentiras –especialmente
hacia el rey mismo– eran usualmente castigadas con la lengua del mentiroso siendo
arrancada de su cabeza.
Lo lamento tanto, pensó mientras la pequeña niña –lágrimas corriendo por sus
mejillas llenas de pecas– se giraba y corría lejos hacia la noche fría y nevada.
***
La memoria de ese horrible momento estaba tan fresca hoy como si hubiera pasado
tan sólo ayer.
—Deseas matarme —dijo Magnus, su garganta seca.
—He querido matarte por diez años —afirmó Kara.
—Tal vez pueda pelear por mi vida.
Ella se rió ante eso.
—Tristemente, no creo que puedas. Te he estado vigilando últimamente. He
atestiguado tus clases –esgrima… muy apenas te veías interesado en levantar el
arma, no se diga en querer aprender cómo pelear con ella. Si ganas cualquier
combate, es sólo porque tu oponente lo permite. La arquería está para reír, pero
después de todo he escuchado que desprecias la cacería. ¿Por qué aprender a
apuntar con un arco? No ha habido una guerra en generaciones, y estás todo suave
y cómodo aquí detrás de las murallas del palacio. ¿No parece que quieras huir más,
verdad? Así que no, no creo que puedas pelear propiamente por tu vida justo ahora,
no sin tener tu garganta rebanada.
Él quería argumentar con ella, pero sabía que era la verdad.
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—¿Eso crees, verdad?
—Venga ya, el Príncipe de Limeros es bien conocido por una cosa… su
profundamente malhumorado sentido del humor. ¿No tienes una mejor refutación
para mí? ¿Te gustaría compararme con las chicas que te siguen por ahí, babeando
sobre ti, esperando por una oportunidad de que voltees hacia ellas? ¿Aquellas que
pretenden no encontrar la cicatriz de tu rostro repulsiva?
Se estremeció.
—Tus palabras son tan afiladas como tu daga. ¿Es la daga de tu padre, verdad?
—Me tomó un tiempo obtenerla de vuelta. No fue hasta hace poco, de hecho.
Esta daga era importante para él, representaba la nueva vida que quería seguir la
cual no implicaba nada de la violencia que era requerida cuando trabajaba para tu
padre. La nueva vida que robaste de él.
—Nunca quise que lo ejecutaran —su mandíbula se tensó—. Entiendo tu
necesidad de venganza, pero debe haber otra forma. Sé que no me crees, pero lo
que pasó… me arrepiento profundamente.
—¿En serio? —Ella ladeó su cabeza— Entonces pruébalo.
—¿Cómo? ¿Muriendo lentamente? ¿O preferirías que fuera rápido?
—Cuando recuperé la daga de un guardia quien decidió venderla a una herrería
de la villa, también descubrí la verdad después de todo este tiempo. Mi padre no
fue ejecutado como el rey ordenó.
Los ojos de Magnus se abrieron de par en par en shock.
—¿Qué?
La expresión de ella permaneció seria en lugar de llenarse con alivio sobre las
noticias.
—Así es. Él está en el calabozo. Aún. Después de todos estos años. Al menos
—ella continuó, preocupación deslizándose a través de sus ojos cafés— eso es lo
que me han dicho. No quiero aferrarme a la esperanza, no después de todo este
tiempo, pero si hay una ligera posibilidad… —su atención regresó al rostro de
Magnus, y la punta de la daga se deslizó más cerca hacia su garganta— me
ayudarás a liberarlo.
—¿En serio? ¿Y si no lo hago?
—Entonces te mataré y encontraré otra forma de liberar a mi padre. Así de
simple.
—Simple, claro —miró la daga carmesí cuidadosamente—. Preferiría que nadie
supiera que una chica que se ve tan pequeña e inocente como tú me haya forzado
a su mando amenazándome de muerte. De todos modos, probablemente no me
creerían.
—Las mujeres pueden ser peligrosas —le dijo Kara—. Especialmente aquellas
que se ven pequeñas e inocentes.
—Tengo que recordar eso.
—En efecto. Andando.
—Necesito vestirme apropiadamente. No estoy vistiendo nada más que una
camiseta de dormir.
—Me di cuenta —ella asintió hacia una silla de madera al lado de la fogata
extinta—. Mientras roncabas pacíficamente, me tomé la libertad de juntar tu capa y
botas. No necesitas nada más.
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Lentamente, teniendo cuidado de la daga que ella aun insistía en sostener a
centímetros de su piel, Magnus se deslizó fuera de la cama. Mantuvo sus ojos en
Kara mientras se ponía sus botas negras de cuero y se puso su capa sobre su
delgada camiseta gris de dormir. Sus piernas se sentían desnudas incluso aunque
estuvieran cubiertas por la prenda de lana.
—Dirigirás el camino —ella apuntó con la daga—. Muévete.
—De todas formas, ¿cómo entraste aquí? —le preguntó él mientras salían de su
habitación y se movían por el pasillo.
—Tengo mis formas. Una chica aprende mucho en diez años cuando nadie la
protege. ¿Pensaste aunque fuera una vez en mí después de todo este tiempo? O
¿te olvidaste de mí en el momento que le mentiste al rey sobre lo que hizo mi padre?
Él quería girarse hacia ella y mirarla, pero mantuvo su mirada fija en el pasillo de
piedra, iluminado por antorchas, que les llevaría a su destino.
—Pensé sobre ti, pero deduje que también estabas muerta. Recuerdo que era
una noche frígida y quizás una de las peores tormentas de nieve del año. ¿Cuántos
años tenías, seis en aquél entonces?
—Siete.
—La misma edad que yo.
—Supongo que sí. Hay guardias más adelante. Por favor siga el juego, majestad.
No me gustaría añadir más cicatrices a su actual colección.
¿Era esta chica tan hábil con la espada que se sentía en tanta confianza en medio
del palacio, rodeada de enemigos? Una sola palabra de él a un guardia que pasaran
significaría el fin de su vida en meros momentos.
—Para responder tu pregunta —dijo Kara—. Me hice amiga de varias mujeres
sirvientas que estaban de compras en la villa la semana pasada. Me encontraron
un trabajo aquí como sirvienta también después de que les dije cuánto necesitaba
el dinero para sobrevivir. Chicas muy amables, ellas son. No tuvieron ni una idea de
que mentía con cada palabra que dije.
—¿Siguen vivas? —preguntó firmemente.
—Claro que están vivas. No soy una asesina.
—Dijiste que habías matado a cuatro hombres.
—Cuatro hombres quienes todos merecían sus muertes, créeme. Sé que
inclusive mi padre hubiera aprobado tal violencia. ¿Cuánto nos falta? —preguntó
mientras él la llevaba fuera del palacio, pasando los jardines congelados, y abajo
por un camino que guiaba a un conjunto de escaleras cinceladas en el acantilado
en el cual el palacio yacía.
—Ya casi llegamos. No suelo venir aquí muy seguido.
—Estoy segura de ello —le dijo con tanto desdén que él finalmente le miró sobre
su hombro— ¿Qué estas mirando? —preguntó ella.
—A alguien con más veneno en sus venas del que yo tengo.
—Ahórrese dichas observaciones, majestad —dijo sin un dejo de respeto—. No
necesito tu lástima o empatía. Todo lo que necesito es mi padre.
—Diez años —dijo él—. Es un largo tiempo si él realmente ha sido encarcelado
aquí abajo. Ese tipo de tiempo puede cambiar a alguien. Hacerlo más oscuro,
molesto, indiferente… loco, inclusive.
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—Sigue avanzando —ella le pegó en su omóplato con su daga, y él le dirigió una
mirada de odio hacia ella—, o te encerraré en algún lugar por una década, y podrás
averiguar si eso es verdad.
Sólo un centinela estaba de pie en la entrada del calabozo, una enorme puerta
de acero que requería a un hombre tan grande y musculoso como este guardia para
abrirla.
—Su alteza —el guardia hizo una reverencia ante la presencia de Magnus
mientras él bajaba su capucha para mostrar su rostro.
—Deseo entrar en el calabozo —dijo quedamente.
El guardia levantó su cabeza larga, su frente fruncida.
—Apenas es de mañana.
—¿Y?
—Y… parece una petición un poco inusual —miró a Kara de pie detrás de
Magnus—. Alteza, ¿está todo bien?
Una palabra. Una sola palabra: No. Eso sería todo lo que tomaría para acabar
esto.
Magnus tocó su cuello donde Kara había presionado su daga. Odiaba el que le
dijeran que hacer sin tener elección en el tema. Agregando a eso la amenaza de
muerte si no cumplía y la acusación de que era un mentiroso y un cobarde que no
sabía cómo pelear…
El heredero al trono tenía que ser respetado por todos, sin importar lo que ese
respeto requiriera. Su padre le mostró eso con cada orden, cada acción, cada
ejecución que ordenara. Cada ley que él creara. Cada vez que había golpeado a
Magnus, lo había ayudado a hacerse más fuerte.
Magnus intentaba decirse esto a sí mismo cada noche antes de dormir, aunque
su sueño usualmente estuviera plagado de pesadillas –incluyendo aquellas con el
rostro de Calum aquella noche nevada mientras era separado de su hija.
Un día, sin embargo, el trono sería de él, y él sería aquel lo suficientemente fuerte
para crear leyes y demandar ejecuciones. Un rey que no se permitiría a sí mismo
ser amenazado por una mera chica cargando nada más que la daga de su padre y
una boca llena de amenazas vacías.
Una palabra de Magnus a este guardia, y este disgusto se acabaría.
Dirigió otra mirada sobre su hombro para ver que había un brillo de sudor en la
frente de Kara. Sus manos estaban escondidas bajo las mangas de su capa,
presumiblemente también sosteniendo la daga. La mirada de ella se disparó del
guardia a él. La mente de Magnus destelló con esa noche nevada de hace diez
años. Ella tenía la misma mirada en su rostro que tenía ahora –sus ojos azules
abiertos de par en par, sus labios en una línea recta y delgada.
Ella estaba asustada.
Magnus se giró completamente al guardia.
—¿Cuál es tu nombre?
—Francis, alteza.
—Francis, suena bastante a que estás discutiendo conmigo. ¿Lo estás?
—¿Discutiendo? No, su alteza, en lo absoluto.
—Dije que deseaba entrar en los calabozos, y aun así la puerta no está abierta
para entrar en ellos. Tal vez mi padre debería saber sobre tu indecisión en hacer
exactamente como te digo que hagas.
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—Para nada, su alteza. Mis disculpas —Francis fue hacia la puerta, puso sus
manos enguantadas en el mango, lo giró y, con sus músculos flexionándose,
empujó la puerta hacia dentro.
—Bien —asintió Magnus mientras entraban a los calabozos—. Nos
acompañarás. Mi amiga y yo estamos buscando un prisionero con el nombre de
Calum Stolo. Supuestamente, ha estado aquí por diez años.
El guardia frunció el ceño.
—Calum Stolo…
—Debe haber un tipo de registro, alguna forma de organización. Debo admitir, no
tengo idea de cómo este calabozo es controlado, pero asumo que tú sí.
—Sí, por supuesto. Lo revisaré inmediatamente —Francis dijo, haciendo una
reverencia, y entonces el enorme guardia se retiró a hacer tal cual el príncipe le
había ordenado.
Hubo un silencio en el corredor oscuro, y Magnus miró alrededor del alto techo
sobre ellos, cincelado en el acantilado. El goteo de agua era un sonido constante
aquí, y las voces hacían eco contra las paredes de piedra. Tres túneles guiaban el
corredor, y Francis desapareció por el de en medio.
Kara no había dicho ni una sola palabra desde que él se había ido. Tampoco
había sacado su daga carmesí de su escondite de nuevo.
—Realmente vas a ayudarme —susurró al fin ella.
—Voy a intentarlo.
Ella dejó salir un suspiro tembloroso.
—Príncipe Magnus… gra…
El levantó su mano.
—No me lo agradezcas aún. Francamente, ninguna gratitud de tu parte es
necesaria, nunca. Si hubiera sabido que tu padre aún estaba vivo… —suspiró—
para ser sincero, no sé qué hubiera hecho. Pero si puedo arreglarlo hoy, lo intentaré
de verdad.
Ella asintió mientras el guardia regresaba con un rollo.
—Dijo Calum Stolo —Francis deslizó su dedo índice por la página—. Sí, aquí
está un registro de él. Parece que murió hace dos años, asesinado por otro
prisionero.
—¡No! —gritó Kara.
Francis se tensó ante el sonido de su llanto. Magnus no podía ver sus ojos. De
hecho, quería mirar a cualquier otro lugar que no fuera Kara.
No podía acabar aún. No tan fácil como así. El sonido del llanto de Kara lo cazaría
por el resto de sus vidas.
Magnus apretó sus dientes.
—Revisa de nuevo.
Francis acercó el pergamino a su pecho.
—Su majestad, acabo de revisar y…
Magnus se acercó a él, agarrando el frente de la túnica del guardia con una mano.
—Revisa de nuevo —le espetó.
—Sí, señor. Por supuesto, señor —Francis estiró el papel arrugado ante él. La
frente del guardia se arrugó—. No, no. Mis disculpas, mi vista no es tan buena como
solía ser. Ese era el registro sobre éste. Calum Stolo está aquí… sí, encerrado por
diez años.
16
La presión en el pecho de Magnus se suavizó por una fracción.
—¿Por qué fue pospuesta su ejecución por tanto tiempo?
—Su alteza, no lo sé. Usualmente cuanto alguien ha estado aquí por muchos
años, significa simplemente que su existencia ha sido olvidada.
—Llévame a él —dijo Kara firmemente.
Francis levantó una ceja hacia ella.
—Joven dama…
—Has exactamente lo que ella diga —Magnus dijo con tanta orden en su voz
como pudo. Este no era el tiempo de vacilar, especialmente ahora que habían
encontrado esperanza nueva. Había hecho su decisión, y él vería esa decisión hasta
el fin, cualquiera fuera éste.
El guardia asintió, y Magnus y Kara lo siguieron derecho hacia abajo por el
pasadizo, el cual llevaba a un pasillo lleno de puertas de acero. Magnus llevó su
manga a su nariz para bloquear el hedor de fluidos corporales, carne putrefacta, y
de muerte. Él deseaba que también pudiera bloquear sus oídos de los lamentos y
llantos desesperanzados que reverberaban detrás de las puertas.
—No reacciones —dijo Magnus quedamente a Kara, ahora caminando a su
lado—. Lo que sea que veas, no reacciones de ninguna forma que pueda alarmar a
este guardia. No queremos meter a ninguno de sus amigos en esto, ¿de acuerdo?
Ella asintió con un simple movimiento de su cabeza.
—De acuerdo.
Francis los guió todo el camino hacia el final del pasillo y luego hacia abajo por
un tramo de escaleras, más en lo profundo del calabozo, a otro pasillo.
—Aquí —puso su mano en una de las puertas de acero.
—Ábrela —dijo Magnus.
Esta vez, Francis no discutió en lo absoluto. Tomó un anillo de llaves de su
cinturón, rápidamente escogiendo una y deslizándole en la cerradura. Con un
sonido chirriante, giró el cerrojo y abrió la puerta.
Dentro de la celda cuyas paredes no eran más amplias que unos cuatro o cinco
metros estaba sentado un hombre, su espalda contra la pared, su rostro sucio y
cicatrizado cubierto con una barba larga, sus ojos vacíos.
Kara se movió hacia él, pero Magnus atrapó su brazo para detenerla. Mantuvo
su rostro en blanco, vacío de cualquier emoción.
—Él se irá con nosotros —le dijo Magnus al guardia—. Oficialmente lo perdono
de todos sus crímenes.
—Su alteza, un perdón puede ser sólo dado por el rey mismo.
Sólo un guardia a la vista. Tal vez había otros, pero Magnus no había visto a
ningún otro. Sólo un testigo.
Pero ¿qué iba a hacer él? ¿Matarlo? Magnus nunca había matado nada en su
vida. Kara no había estado equivocada en su observación sobre sus pobres
habilidades de combate, no que él hubiera escogido matar a este guardia
simplemente por pararse en su camino.
Había otras formas para un príncipe real para obtener lo que quería.
—Dime, Francis. ¿Puede un buen, honorable, y leal guardia como tú ser
sobornado para liberar a un prisionero del que todos, principalmente el rey mismo,
se han olvidado? —preguntó Magnus lentamente.
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—¿Alteza? —Francis le dio una mirada de sorpresa, pero también era una que
mantenía un atisbo de interés.
No pasó mucho tiempo después de eso para que Magnus y Kara se fueran del
calabozo con Calum Stolo entre ellos. Él caminaba lentamente, rígido, y sin hacer
ni un sonido. Sin decir ni una palabra. Pero él aún podía caminar, lo cual Magnus
tomó como una señal razonablemente buena.
Magnus los acompañó a la villa que estaba a tres kilómetros donde los conoció
por primera vez hace diez años. Rara vez venía aquí, especialmente solo. Esta
mañana sería una excepción.
Kara observó a su padre cautelosamente, quitando el cabello gris de su frente.
—Papi, ¿puedes oírme?
Magnus no quería alejarse, no aún. Después de todo lo que había aprendido en
tan corto tiempo de Kara y su padre, él necesitaba saber si todo esto había valido
la pena. Si el hombre no estaba mejor que un vegetal, su culpa sobre esa noche
tormentosa continuaría. Y las pesadillas… tan infrecuentes como se habían vuelto
con los años, él quería que pararan.
Miró al rostro del hombre en la sombra de la villa. Una panadería había apenas
abierto por hoy, y el aroma de pan recién horneado luchaba contra el hedor del
padre de Kara, por tanto tiempo un prisionero.
—¿Estás ahí, Calum? —Preguntó despacio Magnus— Me disculpo en verdad
por como esa noche terminó. Lo digo en serio.
Calum parpadeó una vez. Y luego otra.
Y luego su mano se disparó y se enganchó en la garganta de Magnus tan fuerte
como el lazo de un verdugo.
—Tú… —Calum logró decir, sus labios despegándose de sus dientes podridos,
mugre cubriendo su cicatrizado rostro— Me dejaste ahí, todos estos años…
—Yo… no… sabía… —Magnus no podía respirar. No podía pensar. Para ser un
hombre que había estado en una celda del calabozo por una década, tenía la fuerza
de diez caballos.
—¡Papi! —Dijo Kara en un llanto— ¡Papi, él no sabía! ¡Él no sabía que estabas
ahí! Él creía que estabas muerto. Él es la razón por la que te pude liberar. Eres libre.
¡Papi, eres libre!
Calum se congeló ante el sonido de su voz; su agarre en la garganta de Magnus
se aflojó. Se giró para mirar a su hija, y sus ojos se ampliaron como si la estuvieran
viendo por primera vez.
—Kara…
Soltó a Magnus y colapsó en un fuerte abrazo en los brazos de su hija. Le tomó
varios momentos antes de girarse de ella para mirar a Magnus de nuevo.
—No lo sabías —dijo, la duda aun cubriendo sus palabras.
Magnus sacudió su cabeza.
—No. Pero sabía que querías que pagara por todo el sufrimiento que pasaste
desde entonces. Merezco castigo por lo que he hecho, por lo que hice. Lo acepto.
Calum dejó salir un sonido seco y sibilante, ya fuera una tos o una risa.
—Eras sólo un niño.
—Esa no es una excusa.
—No, no es una excusa. Pero es una razón. Eras un niño de siete años aterrado
de su padre. Lo vi en tus ojos –ese miedo. Pensé que tu vida podría ser diferente
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con él de lo que experimenté en su empleo como un guardia, que te valoraría y
trataría como oro. Pero no lo hace, ¿verdad? Ni siquiera ahora.
Este hombre tenía grandes habilidades de observación.
—Mi padre hace lo que hace porque él es rey y sabe lo que es mejor.
—Bah. Tu padre hace lo que hace porque es un cerdo bastardo y apestoso. Por
decir lo menos —miró hacia los ojos de Kara, y una profunda paz cayó sobre sus
facciones—. Soy libre.
Ella asintió.
—Sí. Finalmente.
Calum se giró de nuevo a Magnus.
—Tenemos familia en Terrea. Creo que es ahí a donde iremos a continuación.
Necesito recuperarme muy lejos de este reino congelado —dudó—. Huiste lejos esa
noche que nos conocimos por una razón. ¿Aún quieres huir?
Magnus tragó el nudo en su garganta.
—Algunas veces, lo deseo. Mientras mi padre esté vivo, admitiré que ese deseo
de huir aún existe.
—Entonces huye de nuevo —dijo Kara, acercándose para tomar su mano con las
de ella, su mirada tentándolo con esperanza—. Con nosotros.
La sugerencia le hizo sonreír. Huir, a los diecisiete, y empezar una nueva vida
muy lejos de aquí. Otra familia, otro reino, otro futuro.
—Me temo que no puedo —dijo, alejándose de su tacto y dando unos pasos
hacia atrás—. Verán, el cumpleaños número dieciséis de mi hermana está cerca.
Hay un banquete real planeado, uno el cual debo atender.
—Altera… —Kara empezó a decir.
Magnus sacudió su cabeza con determinación.
—Soy heredero al trono, y mi futuro sostiene nada más que poder y grandeza.
¿Por qué siquiera quisiera alejarme de eso para empezar una vida nueva en otro
lugar? —dejó las palabras asentarse, esperando por un impulso que lo abrumara,
por él para que hiciera exactamente lo que ellos sugerían y decirle adiós a Limeros
por siempre.
El impulso definitivamente estaba ahí pero no lo suficientemente fuerte para que
él actuara.
—Buena suerte —dijo, asintiendo—. A ambos.
Entonces, manteniendo la mirada de Kara por un largo momento, se giró y se
hizo caminó de vuelta a su padre, su madre, su hermana, y el único hogar que
habría de conocer.
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