Un vejete sabio predica en el parque

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LATERCERA Sábado 31 de enero de 2015
Sociedad
Cultura
E
n una breve nota
que sirve como introducción al texto
central de este libro –un conjunto
de máximas enumeradas desde el
número 1 al 259–, un personaje
desconocido nos explica que lo
que leeremos a continuación
consiste, precisamente, en los
dichos que cierto anciano “de figura robusta y rolliza”, más bien
chicoco, pronunció en público,
prácticamente a lo largo de un
año, en un rincón poco transitado de algún parque en Alemania. Con el correr del tiempo se
fue formando una pequeña audiencia alrededor del excéntrico
hablante (su figura por momentos recuerda a la de un predicador callejero, claro que en este
caso nuestro hombre luce un
sombrero bombín), misma audiencia desde donde salieron las
3 personas que, una vez desaparecido el vejete, decidieron reunirse para poner por escrito, en
la medida de lo posible, toda la
sabiduría que éste compartió
con un público casual y con
aquellos que, cautivados por sus
decires, decidieron persistir.
“Al final sólo quedamos 3. ¿Por
qué razón decidimos dar cuenta
de nuestras conversaciones con
el señor Zeta a unos contemporá-
CRITICA DE LIBROS
Un vejete sabio
predica en el parque
Juan Manuel Vial
Crítico literario
Reflexiones del señor Z. es un libro de máximas
dictadas en un parque. El protagonista, un anciano
cínico e inteligente, recuerda en muchos aspectos al
autor, el gran escritor alemán Hans Magnus
Enzensberger.
neos que no habían oído hablar
nunca de él? Naturalmente, él es
el auténtico autor de nuestro
compendio, aunque, hasta donde
sabemos, nunca escribió negro
sobre blanco ni una sola de sus
frases. De hecho, no podemos garantizar la corrección de nuestras
anotaciones. Por un lado, porque, como él mismo nos advirtió
en una ocasión, la memoria engaña; por otro, porque a menudo
discutimos entre nosotros”.
Una de las primeras frases para
el bronce que pronuncia el señor
Zeta es: “Contradíganme, pero
sobre todo contradíganse ustedes
mismos. Uno sólo debe mantenerse fiel a aquello que no dice”.
El sesgo filosófico-práctico de sus
dichos frecuentemente contiene
un saludable componente de cinismo, lo que lo convierte, pese
al misterio jamás aclarado sobre
su persona y sus circunstancias,
en un personaje simpático e incluso cercano. Además, salta a la
vista que el anciano es un tipo
culto e inteligente. Cuando se le
pregunta su opinión sobre los
ateos, por ejemplo, responde que
lo que más le irrita de ellos vendría a ser “su dogmatismo”.
Adorador de la máquina de afeitar, despreciador de la educación
(“Como legítima defensa contra los
niños podía tener su justificación,
pero su inconveniente era que los
adultos se creían más listos que sus
hijos”), enemigo de las personas
que creen en un control absoluto
por parte de la razón, sarcástico
con el trabajo de los diseñadores
contemporáneos, celador del sueño ajeno (“Lo único seguro es que
el ser humano no puede hacer ningún mal mientras duerme. Por ello
nadie debería nunca despertar a
nadie, a menos que se queme la
casa”), admirador de la poesía de la
Szymborska, lector de Mandelstam, seguidor hasta cierto punto
de Montaigne, contrario a que se
elogie a alguien por ser trabajador,
el señor Zeta también se presentó
como un hombre flemático: “La ira
pasaba rápido, pero consumía mucha energía. Tampoco la cólera duraba toda la vida. La indignación,
en cambio, actuaba a largo plazo.
No había que despilfarrarla por
motivos insignificantes”.
Lúcido, irónico y provocador,
el protagonista de Reflexiones
del señor Z. puede perfectamente ser el alter ego del autor del libro, el gran escritor alemán
Hans Magnus Enzensberger. Hay
entre ellos muchas similitudes.
Pero tal vez ninguna de ellas sea
tan evidente como la eficacia en
estimular los debates que hoy en
día verdaderamente importan:
“Antes”, dijo Z., “se hablaba muy
a menudo del lumpenproletariado. ¿No va siendo hora de ocuparse de una vez, para variar, de
la lumpenburguesía?”.
REFLEXIONES DEL SEÑOR Z.
Hans Magnus Enzensberger.
Anagrama, 2014.
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