Subido por Jose Angel Orgaz Torres

CRONICAS REALES CARLOS IV

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CRÓNICAS REALES: CARLOS IV
Carlos IV (1748-1819), el Cazador. Nació en Portici, Reino de Nápoles. Fue
bautizado como Carlos Antonio, Pascual, Francisco Javier, Juan Nepomuceno,
José Januario, Serafín Diego. Falleció en Nápoles, Reino de las Dos Sicilias1.
Está enterrado en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial.
Carlos IV
Carlos IV ha pasado a la historia como el inepto sucesor de su padre. A los 40
años se le coronó rey de España. Era hijo de Carlos III y de María Amalia de
Sajonia. Esta criatura era fea y su cabeza tan pequeña, que se intentaba disimular con una peluca empolvada cuando se presentaba en público.
La educación de Carlos Antonio, como la de todos los príncipes borbónicos que
le precedieron, fue muy descuidada; aunque él no dio muestras de interesarse
por los estudios, ni daba para mucho. Su infancia y juventud transcurrieron en
un consentido ocio, pues sus padres tampoco mostraron gran interés en su
educación. Con el paso de los años, se irían desarrollando en Carlos Antonio
las aficiones que predominarían a lo largo de su vida: la relojería, la caza, la
esgrima, la lucha y el boxeo, con palafreneros y mozos de cuadra, que contribuyeron a dotarle de un gran vigor físico. Sus preceptores intentaron moderar
estas aficiones; lo único que consiguieron fue anular su voluntad.
En 1759, al heredar Carlos III la Corona española, Carlos Antonio abandonó
Nápoles y vino a España con su padre. Ese año fue proclamado Príncipe de
Asturias. Su carácter, pese a sus repentinos ataques de violencia, era de una
bondad que rayaba en la estupidez, de muy escaso entendimiento, abúlico,
falto de voluntad y tremendamente obtuso. En lo físico era alto, con propensión
a la joroba como su padre, sostenido por unas piernas que se notaban de un
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El Reino de las Dos Sicilias fue un Estado de la Italia meridional, creado en 1816, que comprendió los
territorios de los reinos de Nápoles y Sicilia. Sus gobernantes fueron miembros de una rama menor de
los Borbones españoles, fundada por Carlos VII de Nápoles y V de Sicilia.
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cazador; la frente huidiza; la nariz, larga y gruesa, inclinada sobre una boca
grande y de labios estrechos; la barbilla recogida; los ojos grandes con un mirar
asustadizo; la tez sonrosada; el pelo rubio oculto bajo un peluquín empolvado
que disimulaba la pequeñez de su cabeza. Dos años antes de morir su padre,
el viajero danés Gotthief señaló: “No se esperan grandes cosas del Príncipe de
Asturias. Es duro, brusco y obstinado, y carece de conocimientos que ya no
tendrá, porque se le ha pasado el tiempo de adquirirlos”.
Cuando Carlos IV accedió al trono, con 40 años, el hispanista francés Desdevises du Dezert, a finales del siglo XIX, decía de él: “era de elevada estatura y de
aspecto atlético; pero su frente hundida, sus ojos apagados y su boca entreabierta, señalaban a su fisonomía con un sello inolvidable de bondad y debilidad” y el marqués de Lema decía de él: “allí donde alcanzaba la tela de su entendimiento se observa que sus juicios son acertados, de buena intención
siempre, pero esa tela es desgraciadamente corta”. Y el historiador Andrés Muriel opinaba: “el rey era de corazón bondadoso y recto, pero para quien su falta
de carácter llevó a dejar los asuntos de gobierno en manos de su esposa: entre
estas imperfecciones de su carácter sobresalía un defecto que fue la causa
principal, por no decir el motivo único, así de los males que han afligido a España como de los infortunios que vinieron sobre el mismo monarca y su familia.
Esposo tierno y complaciente nunca vio sino por los ojos de la reina, a cuyas
voluntades obedeció con constante facilidad. Fue tal su flaqueza en ese punto,
que no gobernó sino en el nombre, pudiéndose afirmarse que abdicó de hecho
el Poder y le depositó en manos de su esposa al poco tiempo de su advenimiento, y que hizo así depender la conservación de su Corona y la paz del
Reino de las pasiones y caprichos de esa mujer liviana”.
Matrimonio con María Luisa de Parma
Al cumplir Carlos Antonio los 16 años, Carlos III creyó que había llegado el
momento de buscarle esposa. Preocupado por la escasa inteligencia, el carácter simplón, y la falta de ambiciones de su hijo, su padre se propuso buscarle
una compañera que supliera sus carencias, sin embargo, Carlos III se dejó llevar más por razones familiares que políticas, recayendo la elección en María
Luisa de Borbón Parma, tercera hija de su hermano Felipe, duque de Parma, y
de Luisa Isabel, primogénita de Luis XV y de María Leczinska, hija del rey de
Polonia, Estanislao I. Eran por tanto, primos hermanos. Este nuevo cruce endogámico, en una sangre ya viciada de antiguo, se dejaría notar en las próximas generaciones. Los embajadores de las potencias extranjeras enviaban
informes a sus gobiernos señalando con frecuencia a María Luisa como la inspiradora y la alma mater de la acción de la política española.
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María Luisa de Parma
Los elogios fúnebres pronunciados en su honor destacaron generalmente su
participación activa en el gobierno de la monarquía, comparándola en algunas
ocasiones a reinas que ejercieron plenamente el poder como Catalina de Rusia, María Teresa de Austria o Isabel de Inglaterra. El dominico Vicente Hernández Medina en febrero de 1819 en el elogio fúnebre celebrado en la iglesia
del convento del Carmen de Valencia otorgó a la reina los atributos del buen
gobernante: “Nadie la he disputado hasta ahora una imaginación feliz, un entendimiento despejado, un talento sublime, una política profunda, una compresión vasta, un manejo y destreza en los negocios arduos y complicados, y un
genio nacido para el trono con no menores disposiciones que las Catalinas, la
Teresas y las Isabelas”.
En una de las tertulias familiares, se habló de los deslices de cierta dama. Carlos Antonio, con toda la ingenuidad del mundo, expresó su opinión sobre los
engaños femeninos: Pienso que los reyes están libres de las preocupaciones
que tienen los maridos porque sus esposas no les engañen, porque una reina
no tiene otro rey cerca que su esposo. Su padre, sorprendido por la candidez
de su hijo, le contestó: “¡Carlos, hijo mío, eres idiota! ¡Las princesas también
pueden ser putas!”.
María Luisa de Borbón Parma nació en Parma, el nueve de diciembre de 1751.
Su padre, Felipe de Borbón, olvidó muy pronto que era español e hijo de Felipe
V “desdeñoso hacia su patria española, cuya lengua fingía no conocer, gozaba
de pocas simpatías entre sus paisanos”. Se notaba que en la Corte parmesana,
imperaba la cultura francesa y en ella fue educada María Luisa. La princesa,
dotada de un genio muy vivo y una mente despierta, no aprovechó las lecciones de su célebre maestro Étienne Bonnot de Condillac2. Como aya tuvo a una
dama flamenca, Marie Catherine de Bassecourt, marquesa de Grigny. El padre
Coloma decía de ella: “Ni aun en esta edad en que el brillo de la juventud embellece por sí solo pudo llamarse hermosa, ni aun siquiera regular en sus facciones; tenía, sin embargo, buen talle, presencia graciosa, modales elegantes,
2
Filósofo ilustrado y economista francés.
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ojos vivos y negros y una de esas bocas grandes y hendidas, a modo de culebra, que prometen para la vejez una ridícula proximidad entre la nariz y la barba”.
Ella misma reconocía no haber tenido inclinación por el estudio y la lectura. En
una carta dirigida a Godoy el 21 de mayo de 1804 le decía: “Soy mujer, aborrezco a todas las que pretenden ser inteligentes, igualándose a los hombres,
pues lo creo impropio de nuestro sexo; sin embargo de las que han leído mucho y habiendo aprendido algunos términos del día y se creen superiores en
talento, tal es la Jaruco3 y otras varias, y no digo nada de las francesas; pero
como soy española, por la gracia de Dios, no peco de ahí”. Aunque como buena italiana tendría un exquisito gusto por el arte, debiéndose en gran parte a
ella, la decoración del palacio de Aranjuez, que fue su lugar favorito de residencia. “Aranjuez está hermosísimo, en cambio ese Madrid tan árido y llevo de
impertinencias lo aborrezco como La Granja” – decía María Luisa. Fue muy
aficionada al lujo cortesano, a las alhajas y a lucir un lujoso guardarropa.
Cuando Carlos III hablaba con su hijo de las posibles candidatas, lo único que
a éste le preocupaba era que fuera princesa. El apocado, sencillo y muy piadoso Carlos Antonio tenía 17 años y era muy respetuoso con su padre. Adoraba a
su madre, adoración que no fue correspondido por María Amalia de Sajonia –
esposa de Carlos III - que sentía verdadera pasión por su hijo Fernando, el único varón a quien la reina nombró en su testamento. Este rechazo y la temprana
muerte de su madre, le causó un profundo dolor sumiéndole en una cruel soledad. Carlos Antonio, criado como un ignorante en materia de amor y mujeres,
depositó en su prima hermana María Luisa todo su afecto.
María Luisa tenía 14 años. Era más bien alta, erguida, de airoso talle, pelo rubio, ojos oscuros y un mirar risueño cuando quería; piel rosácea, rostro ovalado
y una boca grande; ni fea ni guapa, viva y graciosa en sus ademanes; dotada
de un carácter astuto, aunque pudiera aparentar amabilidad y ternura. Apenas
firmado su contrato matrimonial exigió, sin haber abandonado Parma, que se le
tributaran los honores de Princesa de Asturias. Su orgullo ocasionó serios roces con su hermano Fernando. Cierto día, encolerizada, le dijo a éste: “Yo te
enseñaré a respetarme, porque llegará un día en que seré reina de España y tú
tendrás que contentarte con el ducado de Parma”. Su hermano, uniendo la acción a la palabra, le respondió: “En ese caso tendré el honor de dar un bofetón
a Su Majestad la Reina”.
El cuatro de septiembre de 1765, se celebró en Parma la boda por poderes.
Ese mes llegaba María Luisa a España, pudiendo los príncipes consumar el
matrimonio, en medio de los festejos reales que entonces se estilaban.
María Teresa Montalvo O’Farril, condesa viuda de Jaruco, rica hacendada habanera. Fue amante de
José Bonaparte.
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No iba con el carácter de María Luisa la corte de Carlos III, austera y aburrida,
donde los bailes eran cacerías. Casada con un hombre de pocas luces, soso,
apasionado por la caza - al igual que su padre – y los oficios mecánicos, su
vida se convirtió en un aburrimiento y ella que era muy joven, quería divertirse.
Calos Antonio se sintió defraudado al ver a su esposa; el retrato que le habían
enseñado la mostraba más hermosa de lo que en realidad era, esto causó que
en su interior se fuera acumulando una rabia sorda en contra de su esposa. En
cierta ocasión, desayunando los dos, Carlos Antonio se quemó los labios al
beber una jícara de chocolate demasiado caliente y María Luisa no pudo contener la risa. La rabia oculta del príncipe estalló. Le arrojó el contenido de la
taza al pecho de su esposa, produciéndole algunas quemaduras. Su padre,
indignado por la brutal acción de su hijo, ordenó que se le arrestara en sus habitaciones, pero María Luisa intercedió ante su suegro y consiguió que perdonara a su hijo. Ante ese gesto, Carlos Antonio olvidó que no era tan agraciada
en persona, como aparentaba el retrato, y no volvió a disgustarse con ella,
aunque de vez en cuando la llamaba fea. Carlos Antonio se entregó sin reservas a su esposa, pudiendo ésta ejercer sobre su cándido marido una influencia
total.
Había en María Luisa garbo, desparpajo y simpatía. Le apasionaba lo popular,
las verbenas, los bailes, las canciones y se mezclaba con majos, caleseros,
tonadilleras y toreros. Apreciaba mucho, al igual que su marido, la pintura de
Goya y la música de Bocherini4, entonces muy popular.
La rivalidad que existía entre Floridablanca5 y el belicoso Aranda6 se saldó
momentáneamente con el nombramiento de éste como embajador en Paris.
Los aragoneses, partidarios de Aranda – era de Huesca – se agruparon en
torno en torno a los Príncipes de Asturias, formándose en su cámara una corte
paralela a la de Carlos III. Carlos Antonio que no había aprendido nada de política, y María Luisa, inquieta y amiga de enredos, fueron fáciles juguetes en manos de los intrigantes. Por su torpeza se vieron envueltos en una intriga, al escribir unas comprometedoras cartas al de Aranda, que le hicieron creer que se
había fraguado una auténtica maniobra para echar del ministerio a Floridablanca. María Luisa al comprender la gravedad de la situación de la torpeza que
habían cometido, convenció a su esposo para que se pasara al bando de los
4 Luigi Rodolfo Benito Boccherini (1743-1805) fue un compositor y violoncelista italiano afincado en España desde los 25 años, donde desarrolló la mayor parte de su carrera como compositor.
5 José Moñino y Redondo, I conde de Floridablanca, (1728-1808) fue un político que ejerció el cargo de
Secretario de Estado entre 1777 y 1792 (Carlos III) y que presidió la Junta Suprema Central, creada en
1808.
6 Pedro Pablo Abarca de Bolea (1718-1798) fue un noble, militar y estadista ilustrado, X conde de Aranda,
Presidente del Consejo de Castilla y Secretario de Estado de Carlos IV.
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golillas7, también llamado murciano – Floridablanca nació en Murcia - con lo
que Aranda quedó al descubierto, sin ministerio, ni embajada.
Carlos Antonio, alejado momentáneamente de los asuntos públicos, por decisión paterna, se consolaba tocando el violín, desafinando a más no poder, cazando y gozando de la buena mesa. Por la noche solían reunirse en su cámara
varios oficiales de la Guardia de Corps y algunos cortesanos, pasando la velada jugando a la lotería y haciendo música. María Luisa, siempre animada y
graciosa, asistía a todas estas reuniones. El mayor placer de Carlos Antonio,
aparte de la caza, era participar en juegos violentos, habiéndose enfrentado, en
noble lucha, contra palafreneros, mozos de cuadra y cazadores.
Entonces surgió el rumor de que María Luisa mantenía relaciones íntimas con
un tal Diego, Guardia de Corps, que al parecer tocaba muy bien la guitarra. Ante la fuerza que iba adquiriendo el rumor, la princesa escribió una carta al padre
Eleta, confesor de Carlos III, para defenderse enérgicamente de esta calumnia.
La carta fue autógrafa, y aunque María Luisa apenas sabía leer y escribir el
español cuando vino a España, tras 18 años de estancia, se expresaba con
bastante corrección. La lectura de dicha carta demuestra que los príncipes vivían inmersos en una atmosfera de intrigas, capaz de inventar las más estrambóticas fábulas. Si la acusación de adulterio hubiera sido cierta, alguna huella
hubiese dejado, pero no existen pruebas contundentes que confirmen tal acusación. Por otra parte ¿no resulta curioso que esta intriga se formara tras la
tentativa de acercamiento político entre el conde de Aranda y los príncipes?
¿Por qué resultó tan sospechoso que esta calumnia surgiera de cartas anónimas? Posteriormente, el marqués de Villa-Urrutia8 confeccionó una lista de
amantes de María Luisa de Borbón: Eugenio Eulalio Portocarrero y Palafox9,
conde de Teba; Agustín de Lancaster y Araciel, hijo del duque de Abrantes;
Juan Pignatelli, hermano del conde de Fuentes. Después citaba a un tal Diego,
atribuyéndole a éste último la paternidad de la infanta María Isabel y del infante
Francisco de Paula Antonio.
En 1771, después de tres abortos, María Luisa alumbraba a su primer hijo, Carlos Clemente, que fallecería tres años después, teniendo la reina su último parto en 1794, a los 47 años. María Luisa había tenido 14 hijos y diez abortos. En
1789, a los 38 años, ya era una vieja. El embajador ruso, Zinoviev decía de
7 Los “golillas”, partidarios del absolutismo monárquico y centralista, opuestos a la intervención moderadora de la nobleza y decididos a eliminar los organismos intermedios de poder, como los que existían en
Aragón antes del Decreto de Nueva Planta, constituyeron la cábala enemiga del “partido aragonés”; el
programa de Aranda y los suyos difería diametralmente del de los “golillas”: gobierno “monárquicoestamental” respecto a la idiosincrasia regional y, por lo que respecta a Aragón, reivindicación de sus
Fueros decapitados por Felipe V; hay que añadir, al menos en Aranda y algunos más conspicuos del
“partido”, un notable acento militar, puesto en parte más en relieve frente a la actitud leguleya y más “civil”
de los “golillas”.
8 Wenceslao Ramírez de Villa-Urrutia, marqués de Villa-Urrutia (1850-1933) Diplomático e historiador.
Fue embajador en Viena, París y Roma y ministro de Estado (1905).
9 Político y militar, (1773-1834), fue Grande de España y llevó los títulos de conde de Teba, duque de
Peñaranda de Duero y conde de Montijo y de Baños.
7
ella: “Partos repetidos, indisposiciones y, acaso, un germen de enfermedad
hereditaria, la había marchitado por completo: el tinte amarillo de la tez y la
pérdida de sus dientes fueron el golpe mortal para su belleza”.
Comienzo del reinado
En 1788, falleció Carlos III y ascendía al trono Carlos IV, en la plenitud de su
vida, pero carente de energía, talento y firmeza necesaria para dirigir el gobierno de España, que de nuevo iba a sufrir, una vez más, la desgracia de tener un rey, sólo de nombre. Su reinado hundirá a España en un pozo de vergüenzas y claudicaciones.
Carlos IV sometido totalmente a su esposa, a la que creía de superior talento,
que no era precisamente un dechado de virtudes, dejó el gobierno en sus manos y toleró que ésta lo delegara en un favorito. Débil, irresoluto, sin voluntad,
no gobernó nunca y siempre fue gobernado. En su dejación de autoridad comprometió a España, al trono y a su propia dignidad.
Aunque el pueblo pasaba hambre – en algunos lugares hubo motines por la
escasez de pan – las fiestas de coronación fueron espectaculares, como correspondía a tan magníficos príncipes.
Carlos IV heredó de su padre los capaces ministros de su padre, permaneciendo Floridablanca al frente del gobierno, por recomendación de Carlos III. El rey
convocó Cortes para que se jurara Príncipe de Asturias a su hijo Fernando –
futuro Fernando VII – y para suprimir la ley sálica, que excluía del trono a las
hembras, restableciendo el antiguo derecho sucesorio establecido en las Siete
Partidas10, cuya norma permitía que las hembras de mejor línea y grado fueran
llamadas a reinar, con preferencia a los varones más remotos. Sin embargo,
Carlos IV, bien porque tuviera hijos varones y no sintiera la premura y necesidad del cambio, u otra causa, se abstuvo de sancionar y promulgar la ley y su
correspondiente práctica derogatoria, por lo que todos siguieron creyendo que
continuaba vigente la ley Sálica. Este silencio acarrearía graves consecuencia
a la muerte de su hijo Fernando VII.
Los primeros actos de su gobierno se encaminaron a reprimir el abuso de los
acaparadores, la limitación de los mayorazgos, el perdón de atrasos en el pago
de las contribuciones, la bajada en el precio del pan y la protección a las ciencias y al trabajo, lo que causó muy buen efecto en la población, pero que no
tuvieron mayor trascendencia. María Luisa, despótica, frívola, autoritaria, vanidosa, presumida y sin el talento que su esposo le presuponía, despachó desde
el primer día con los ministros y fue la que llevó el peso del gobierno.
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Las Siete Partidas es un cuerpo normativo redactado en la Corona de Castilla, durante el reinado
de Alfonso X el Sabio (1252-1284), con el objetivo de conseguir una cierta uniformidad jurídica del Reino.
8
A este respecto, decía Jovellanos11: “el primer día de su reinado, el 14 de octubre de 1788, ambos reyes, Carlos IV y María Luisa, recibieron a los Embaxadores de familia y ambos despacharon juntos con los ministros de Marina y Estado, quedando desde la primera hora establecida la participación de la reina
como naturalmente y sin solicitud ni esfuerzo alguno”. Funesta habría de ser
para España la introducción en sus altos destinos de una mujer de las condiciones de María Luisa de Parma. Fueron testimonios los primeros decretos del
nuevo reinado. Uno de ellos fue el nombramiento como cadete garzón de
Guardias de Corps de un muchacho extremeño hasta entonces desconocido:
Manuel Godoy y Álvarez de Faria”.
En 1795, Jovellanos había concluido su informe sobre la reforma agraria encargado por la Sociedad Económica de Madrid. Su “Informe en el expediente
de la ley agraria” es la obra maestra de la Ilustración española. Respondía a
una de las preocupaciones de los reformadores de Carlos III: el impacto desfavorable de las grandes propiedades vinculadas a la Iglesia y la aristocracia sobre la producción agraria. Jovellanos admiraba a Adam Smith12 y sostenía que
la vinculación se debía relajar, si es que no se abolía. El juego libre de mercado
otorgaría a los pequeños agricultores eficientes el control de la tierra, que experimentaría un florecimiento. Jovellanos llevó hasta sus últimas consecuencias
lógicas la noción de libertad económica que había caracterizado las reformas
de Carlos III y la relacionó con el ideal del pequeño agricultor, En su tratado
quedaban unidos en un marco teórico los gérmenes de la economía y la democracia liberales.
La Revolución Francesa
En 1789, estalló la Revolución Francesa llamada a cambiar la faz de Europa y
parte del mundo. José Moñino, conde Floridablanca, aunque encarnaba el espíritu innovador era partidario la autoridad real, pero a sus 60 años, fue incapaz
de comprender – como les pasó a otras eminencias de la época – la Revolución. Lo que sí vio fue la enorme energía que el movimiento llevaba en sí y la
escasez de recursos que tenía para enfrentarse a semejante terremoto. Desapareció una parte de la prensa y, al resto, se les prohibió cualquier alusión directa al gobierno y a sus magistrados. Desde agosto de 1798 se prohibieron las
escarapelas con los colores nacionales franceses y el uso de chalecos con la
palabra liberté así como la entrada de folletos y dibujos que pudieran pervertir o
inquietar cabezas mal compaginadas. Cerró la frontera y envió notas amenazadoras a la Asamblea Francesa, que no las tomó en consideración. Cuando
se conoció en Madrid la detención de Luis XVI en Varennes13, Carlos IV, enérGaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), fue un escritor, jurista y político ilustrado. Magistrado de la
audiencia de Sevilla. Ministro de Gracia y Justicia de Fernando VII.
12 Adam Smith (1723-1790) fue un economista y filósofo escocés, uno de los mayores exponentes de la
economía clásica.
13 La Fuga de Varennes (20 y 21 de junio de 1791) fue un significativo episodio de la Revolución Francesa, en el cual la familia real tuvo un grave decaimiento en su autoridad real, al intentar infructuosamente
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gico, dijo: ¿Cómo no se salvó dándose una muerte valerosa? A mí no me hubieran arrancado vivo de mi capital. Veremos más adelante su reacción durante
el motín de Aranjuez. Floridablanca pretendió que la Asamblea pusiera en libertad a Luis XVI, invocando falazmente el derecho de las naciones monárquicas
a inmiscuirse en los asuntos de Francia. El nuevo embajador francés, JeanFrançois de Bourgoing, de escaso ingenio, traía el encargo de invalidar a Floridablanca, pero no tuvo tiempo de hacerlo. Floridablanca fue apartado ignominiosamente del gobierno, víctima de una intriga tramada por María Luisa y Manuel Godoy, ansioso de ocupar el poder. El anodino Carlos IV le destituyó el 29
de enero de 1792, lo encarceló en Pamplona durante tres años y, después le
mantuvo desterrado fuera de la Corte.
A Floridablanca le sucedió el ya anciano conde de Aranda, cuya inteligencia
era menos luminosa que la de Moñino. Aranda, antiguo amigo de Voltaire, de
sólido prestigioso y amigo de muchos revolucionarios franceses, era monárquico e incapaz de menoscabar las prerrogativas de la corona. Ofuscado por la
marea de acontecimientos, que superaban su capacidad de comprensión, transigió con la Revolución. Pero los sucesos ocurridos el 20 de julio de 1792, fecha del asalto a la Bastilla y que destronarían a Luis XVI, le obligaron a no seguir protegiendo a los revolucionarios, por lo que formuló una consulta al Consejo sobre la conveniencia de declarar la guerra a Francia. No obstante, las
noticias que le llegaron de la derrota del duque de Brunswick, Carlos Guillermo
Fernando de Brunswick, general que mandaba el ejército prusiano, que debía
invadir Paris y restablecer en el trono a Luis XVI, destronado por los descamisados revolucionarios – sans culottes14 -, le obligó a cambiar de opinión. Con
una Hacienda en ruinas, falto de soldados y pertrechos, el conde de Aranda,
ofreció a Francia la neutralidad, aceptada a cambio de que España reconocería
la nueva República. En tan críticas circunstancias, las intrigas palaciegas instigadas por María Luisa, provocaron la destitución de Aranda, que fue sustituido
por Manuel Godoy, que ya se consideraba maduro para gobernar.
escapar al extranjero disfrazada de familia aristócrata rusa. El episodio incrementó la hostilidad hacia la
monarquía como institución, así como contra Luis XVI y María Antonieta como personas.
14 La expresión “sans-culottes” significa literalmente “sin calzones”. Eran los partisanos de izquierdas
miembros de las clases sociales más bajas; típicamente eran quienes realizaban labores manuales.
Constituyeron la mayor parte del ejército revolucionario durante el inicio de la Revolución Francesa. El
término está relacionado con las modas y costumbres del siglo XVIII, ya que los sectores sociales más
acomodados vestían con unos calzones cortos y ajustados (los culottes), mientras que muchos miembros
del Tercer Estado llevaban pantalones largos con dibujos de ardillas porque eran revolucionarios del Tercer Estado (no privilegiados).
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Manuel Godoy
Manuel Godoy
La meteórica ascensión de Manuel Godoy no tiene parangón en la Historia de
España. La fortuna de Godoy y su estrella empezaron a brillar cuando María
Luisa le vio caerse del caballo, Luis, su hermano mayor, escribía a sus padres
una carta fechada el 12 se septiembre de 1788: “Manuel, en el camino de La
Granja a Segovia, tuvo una caída del caballo que montaba. Lleno de coraje lo
dominó y volvió a cabalgarlo. Ha estado dos o tres días molesto, quejándose
de una pierna, aunque sin dejar de llevar una vida normal. Como iba en la escolta de la Serenísima Princesa de Asturias, tanto ésta como el Príncipe se han
interesado vivamente por lo ocurrido. El señor brigadier Tejo me ha dicho que
hoy será llamado a palacio, pues deseaba conocerlo Don Carlos”.
Cándido Pardo, en su Don Manuel Godoy y Álvarez de Faria, Príncipe de la
Paz, le describe así: “Su estatura no pasó de cinco pies y cuatro pulgadas, poco mayor que la ordinaria, y no fue de facciones muy correctas, siendo de boca
grande, aunque con excelente dentadura, que conservó toda su vida; de nariz
prolongada y ancha y ojos pardos y desproporcionados con el arco de sus pobladas cejas rubias; de frente un tanto estrecha y deprimida, donde no hubieran
descubierto ambiciosa protuberancia los frenólogos15. Su mayor hermosura
consistía en una dorada y espesa cabellera y en el brillo de su blancura sonrosada. Fue ágil y bien formado, ancho de espaldas y pecho y de musculatura
bien desarrollada, que hacía de él un mozo apreciado y de gentil presencia”.
Nacido en Castuera, Badajoz, en 1767, Manuel Godoy creció en el seno de una
familia hidalga, pero de escasa fortuna. Gracias a su padre, preocupado por la
educación y el desarrollo espiritual de sus vástagos, recibió una buena formación cultural. Luis, el hermano mayor, fue destinado a la Guardia de Corps16 de
La frenología es una antigua teoría pseudocientífica, sin ninguna validez en la actualidad, que afirmaba
la posible determinación del carácter y los rasgos de la personalidad, así como las tendencias criminales,
basándose en la forma del cráneo, cabeza y facciones.
16 La Guardia de Corps (1706-1814), estaba compuesta por gente escogida, recomendada por la nobleza
y destinada a prestar servicio en la inmediación del monarca y generalmente estaba constituida por tropas
de Caballería. Los soldados del cuerpo de Guardias de Corps tenían la categoría de oficiales; los cadetes
eran capitanes; los exentos y ayudantes, tenientes coroneles; los tenientes eran generales y los capita15
11
Carlos III. En 1784, a los 17 años, Manuel se trasladó a Madrid ingresando al
igual que su hermano en la Guardia de Corps. Ya llevaba cuatro años en la
corte cuando, a raíz de la caída del caballo, fue presentado a los príncipes de
Asturias. Dotado de conversación amena y un trato seductor, se fue granjeando
la simpatía de los príncipes. El 14 de septiembre de 1788 falleció Carlos III, tres
meses después de iniciarse la amistad con los príncipes. El 30 de ese mismo
mes, se produjo el primer ascenso de Godoy; fue nombrado Cadete Supernumerario con servicio en palacio. Con una rapidez meteórica, se le irían concediendo títulos y dignidades: el 15 de noviembre de 1792, fue elevado al cargo
de Primer Secretario de Estado o del Despacho, es decir, Primer Ministro o
“Ministro Universal”, por Carlos IV ;cadete, ayudante general de la Guardia de
Corps, Brigadier, Mariscal de campo y Sargento Mayor de la Guardia, duque de
Alcudia, Grande de España de primera clase, Regidor Perpetuo de la ciudad de
Santiago de Compostela, Caballero del Toisón de Oro, Gran Cruz de la Orden
de Carlos III, Comendador de Valencia del Ventoso, Consejero de Estado, secretario de la reina, Superintendente general de Correos y Caminos, Gentilhombre de Cámara con ejercicio, Capitán General de los Reales Ejércitos, Inspector y Sargento mayor del Real Cuerpo de la Guardia de Corps. A todos estos honores los reyes le añadirán el de “Príncipe de la Paz” por la firma del segundo Tratado de Basilea, en 1795. Más tarde, Godoy fue nombrado Señor de
Soto de Roma y del Estado de Albalá; Regidor Perpetuo de la villa de Madrid y
de las ciudades de Cádiz, Málaga, Écija y Reus, conllevando este último cargo
el título de barón de Mascalbó, Caballero Gran Cruz de la Orden de Cristo y de
la Religión de San Juan, protector de la Real Academia de Nobles Artes y de
los Reales Institutos de Historia Natural, Jardín Botánico, Laboratorio Químico y
Observatorio. En 1801 fue nombrado Generalísimo, título nunca otorgado antes
en España. Finalmente, en 1807, cerca ya de su caída, Carlos IV le concedió el
título de Gran Almirante, con tratamiento de Alteza Serenísima y presidente del
Consejo de Estado. Y por paradojas de la vida, ya exilado en París, se le nombró Caballero Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, fundada por su acérrimo enemigo Fernando VII. Godoy era un apuesto oficial de la
Guardia de Corps, que tenía 25 años cuando le fue otorgado un poder absoluto, superior al que pudo ostentar cualquier gobernante de España, posterior a
él, hasta llegar al General Franco.
Ante el cariz que tomaba le Revolución Francesa, temieron los reyes que la
marea revolucionaria les inundara y su ánimo flaqueó. Posiblemente, los reyes,
nes, Grandes de España y Capitanes Generales del ejército. Al principio, el efectivo total fue bastante
reducido, pero más tarde se llegaron a constituir seis compañías o brigadas: unas de italianos y otras de
flamencos y españoles e incluso de americanos de noble estirpe hasta completar, al terminar el siglo XVII,
unos mil hombres. Tan desproporcionado cuerpo para el propósito que debía cumplir y las exageradas
prerrogativas de que disfrutaba, sin que el verdadero prestigio ganado por brillantes acciones militares o
las cualidades sobresalientes de sus individuos los distinguiesen de los demás cuerpos, propició su desaparición. Posteriormente, esa función fue desempeñada por el cuerpo de Guardias Alabarderos y el escuadrón de la Escolta Real.
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dentro de su escaso conocimiento y capacidad para manejar las riendas del
Estado, pensaron en una persona de total confianza, un amigo leal que pudiera
remplazar a Floridablanca, que estaba perplejo por estos acontecimientos, que
no sabía cómo reaccionar, ni qué medidas tomar, sino amenazando a Francia,
discutir con los embajadores franceses y cerrar la frontera a cal y canto.
Godoy tenía 20 años y María Luisa, que cumplía los 37, ya había tenido cuatro
abortos y diez hijos. Esta mujer-coneja, aquejada de indisposiciones, que había
tenido que sustituir todos sus dientes por otros artificiales, y cuya piel, antes
tersa y blanca, se había vuelto arrugada y amarilla, ya había perdido sus encantos y su belleza, aunque le quedaba la innata coquetería de toda mujer que
intenta parar los estragos de la vejez. Era evidente que María Luisa se sentía
atraída por Manuel Godoy, en quien había depositado toda su amistad y confianza. Pero el pensamiento más íntimo de la reina era poner lo más pronto
posible, las riendas del gobierno en manos de una persona en las que, tanto
ella como el rey, confiaran ciegamente. Para eso, la reina procuró que Godoy
fuera adquiriendo conocimientos en el arte de gobernar, y consiguió que asistiera a todas las conferencias que se celebraban sobre asuntos políticos, en la
cámara del rey. No le fue difícil el conseguirlo, ya que contaba con la débil y
habitual complacencia del monarca. Tampoco le costó mucho esfuerzo convencerle para que se destituyera al conde de Aranda.
No fue la impericia de Godoy en el arte de gobernar, lo que molestó, ni su juventud, lo que ocasionó un profundo malestar, sino su rápido encumbramiento
y el origen que del mismo se presuponía, aunque no fuera totalmente cierto, lo
que levantó tanto malestar y murmuración, por más que el pueblo siempre había aborrecido a los validos, especialmente a los que provenían de las reinas.
El gran pecado de Godoy fueron las enormes riquezas y honores que acumuló
en tan poco tiempo, algo que sus coetáneos no le perdonaron.
Era bastante conocido, en los círculos donde se movía Godoy, que estaba muy
enamorado de Pepita Tudó, rumoreándose que eran amantes. Pepita Tudó,
con la que tuvo descendencia, no le abandonaría en la desgracia del destierro.
Merced a la protección regia, Godoy, el amigo leal, obtuvo del rey el nombramiento de Primer Secretario de Estado. Godoy desde el primer momento, intentó salvar la vida de Luis XVI. Para ello, ofreció la retirada de las tropas españolas de las fronteras y una alianza entre Francia y España y poniendo a disposición del embajador español, José Ocáriz, un crédito de tres millones de francos, para que se ganara la voluntad de la Convención francesa – mediante sobornos - prometiendo reconocer al nuevo gobierno, pero ninguna de estas disposiciones dio resultado. Luis XVI fue guillotinado17 el 21 de enero de 1793.
El nombre de guillotina proviene del cirujano francés Joseph Ignace Guillotin, diputado en la Asamblea
Nacional francesa, que la recomendó para su uso en las ejecuciones en sustitución de los métodos tradicionales.
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La ejecución de Luis XVI y la no aceptación de la neutralidad española causaron la rotura de hostilidades entre Francia y España. Tres cuerpos de ejército
españoles penetraron en Francia, consiguiendo algunos éxitos y la toma de
varias ciudades. Francia aparecía desunida por el regicidio. El Marne, Anjou,
Bretaña y la Vendée se alzaron en armas contra la República. Tolón también
se sublevó contra los revolucionarios, y en su ayuda se envió a la escuadra
española, mandada por Lángara18. Allí se reveló por primera vez el genio de
Napoleón Bonaparte, entonces capitán de Artillería, que obligó a los defensores
a evacuar la plaza. En 1794, el Consejo de Estado deliberó sobre la conveniencia de continuar la guerra, pero Aranda se manifestó por la suspensión de
hostilidades, surgiendo entre Godoy y Aranda un violento altercado que molestó mucho al valido, partidario de continuar la guerra. Según la opinión de Olaechea y Ferrer Benimeli: “lo que en aquel Consejo sucedió fue únicamente la
excusa para llevar a cabo la eliminación de un sujeto peligroso, de la misma
forma que se iban eliminando todos los partidarios de Aranda” entre los que se
encontraban los duques de Osuna, del Infantado, de Medinaceli, de San Carlos
y de Sotomayor y el conde de Altamira. La actitud de Aranda le valió el destierro en Jaén y luego el confinamiento en la Alhambra de Granada. Ya en libertad, se retiró a Ricla, en Zaragoza, donde falleció. La dictadura de Godoy comenzó sin cortapisas.
La segunda campaña fue desastrosa para España. Muertos los generales Antonio Ricardos y Carrillo de Albornoz19 y Alejandro O’Reilly20, les sustituyó Luis
Fermín Carvajal Vargas y Brun, conde de la Unión, que sufrió graves reveses,
muriendo en la campaña. Los franceses recuperaron las plazas perdidas, cruzaron la frontera y llegaron hasta Miranda de Ebro. Ante tamaños descalabros,
Godoy se avino a iniciar conversaciones de paz con Francia, que se firmaron
en Basilea, en julio de 1795. En virtud del cual, Francia devolvía a España todas las plazas conquistadas a cambio de la parte española de la isla de Santo
Domingo21, y la autorización para comprar ganado lanar, yeguas y caballos de
Andalucía. El que más ganó fue Godoy, a quien los reyes le concedieron el glorioso título de “Príncipe de la Paz”.
La vergonzante paz de Basilea levantó contra Godoy las iras de una parte de la
nobleza y de lo más sano de España. El valido, desoyendo las protestas, firmó
con Francia en 1796 el Tratado de San Ildefonso, que fue tan perjudicial para
España como lo fueron los Pactos de Familia. Consecuente con este pacto
Juan Cayetano de Lángara y Huarte (1736-1806) fue un marino, militar, matemático y cartógrafo que
ejerció el cargo de Ministro de Marina y Director General de la Armada con Carlos IV.
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El general Ricardos (1727-1794) fue cofundador de la Real Sociedad Económica de Madrid. Al ascender a Teniente General e inspector de Caballería, creó el Colegio Militar de Ocaña, en donde introdujo
nuevos métodos de formación moderna para la oficialidad del Arma. Cuando España declaró la guerra a
la república Francesa, tras la ejecución de Luis XVI, Godoy se asesoró de él. Carlos IV lo promovió
a Capitán General de Cataluña.
20 El conde irlandés Alejandro O'Reilly, nacido Alexander O'Reilly (1722-1794), fue el segundo gobernador
español de la Luisiana colonial, mariscal de campo y capitán general de Andalucía.
21 Actual isla La Española. Lugar del primer asentamiento europeo en América.
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ofensivo-defensivo, España declaró la guerra a Inglaterra, lo que trajo en 1797
la derrota de la escuadra española, mandada por el teniente general José de
Córdova y Ramos, en el cabo San Vicente, aunque los ingleses no pudieron
tomar Cádiz. También los ingleses fracasaron en el intento de desembarcar en
la isla de Tenerife, donde el almirante Nelson perdió un brazo. El pueblo pasaba miseria y necesidad, la nación se empobrecía y la situación económica era
ruinosa. Ante tales calamidades, los reyes renunciaron a la mitad de su nómina
para los gastos secretos, y muchos particulares contribuyeron con donativos
para paliar la situación del tesoro, lo que no evitó que subieran los impuestos.
La situación inglesa era similar, por lo que ambos contendientes, de momento,
depusieron las armas. Francia inició conversaciones con Inglaterra, a las que
España no fue invitada; las relaciones con el Directorio se hicieron tirantes.
Desde entonces, los más afrancesados, incluido Godoy, comenzaron a volver
sus ojos a Inglaterra. Francia procuró la caída del valido español, consiguiendo
que Carlos IV desterrara a Godoy, reemplazado por Saavedra y Jovellanos y
que pronto fueron sustituidos por Urquijo22 y Soler23, que siguieron las indicaciones del Directorio. Godoy, aunque alejado del ministerio, no dejaba de influir
en los asuntos del gobierno.
Características de los reyes
María Luisa seguía siendo tan frívola como cuando era Princesa de Asturias.
Todo tenía que adaptarse a sus caprichos y a que no se contradijeran sus pasiones. La corte, aunque a la reina le gustaban las fiestas y diversiones, no ganó en brillo, porque la reina prefería las fiestas populares. La rivalidad que mantuvo con la duquesa de Alba, María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, duró años, hasta que ésta fue invitada a abandonar la corte.
Quizá la mano de la de Alba estuviera mezclada en alguna campaña de difamación contra la reina, que no perdonaba la manera de molestar a la soberana
y no reparaba en gasto ni sacrificio alguno cuando se trataba de satisfacer sus
rencores. Los espías que la duquesa tenía en Paris, le informaban rápidamente
de los trajes nuevos que la reina encargaba. Tanto era así que el día en que la
reina recibía sus trajes, las doncellas de la duquesa se paseaban por El Prado
y por la calle de Alcalá con vestidos idénticos. Goya, que se había convertido
en el amante de la castiza Cayetana, compartía los odios de la duquesa y empleaba su arte para ridiculizar la caricatura de reyes que tenía España, obteniendo su mayor triunfo en sus Caprichos.24
22 Mariano Luis de Urquijo y Muga (1769-1817) fue un político de los tiempos de la Crisis del Antiguo
Régimen. Fue Secretario de Estado y del Despacho de Carlos IV y de José I Bonaparte.
23 Miguel Cayetano Soler y Rabassa (1746 – 1808), fue un abogado y político ilustrado español que entre
1798 y 1808 desempeñó el cargo de Secretario de Estado y del Despacho de Hacienda del gobierno
presidido por Godoy durante el reinado de Carlos IV.
24 No está claro si la duquesa de Alba, fue la modelo de las majas de Goya. Hay autores que creen que la
modelo fue Pepita Tudó, la querida de Godoy.
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A partir de 1789, la agitación se incrementó. La desconfianza reinaba entre los
cortesanos. El jefe de la policía presentaba a María Luisa un informe diario, que
ella leía con gran interés, de todo lo que ocurría en la Villa y Corte. A pesar de
todo, no pudo silenciar a la opinión pública, ni pudo impedir que pasquines y
libelos circularan libremente por Madrid.
El cándido Carlos IV no se percataba de nada. Hacía su vida normal, siguiendo
un horario prestablecido, como si no pasara nada. Se levantaba a las cinco de
la mañana, oía dos misas y se hacía leer pasajes bíblicos. Tras el desayuno
bajaba a los talleres, se despojaba de la casaca, se subía las mangas por encima de los codos y trabajaba mano a mano con los carpinteros, armeros y
mecánicos, con los que charlaba y bromeaba. Luego revisaba los caballos, hablaba campechanamente con los mozos de cuadra sobre los problemas de algún caballo, herrajes, piensos, etc. Luego charlaba con su familia: su hermano,
hermana e hijos. Después comía el famoso puchero: carne de buey, gallina,
chorizo, coles, garbanzos y zanahorias y en la que sólo bebía agua. A la una, la
reina - que no el rey - despachaba con Godoy, y la hora en que, con buen o
mal tiempo, salvo en Semana Santa en que acudía a las procesiones, el rey
partía para la caza, que entre soldados, ojeadores, puestos de guardia y sirvientes de las armas, movilizaba diariamente a unos 700 hombres y 500 caballos. Era de noche cuando volvía a palacio y junto a la reina daba audiencia a
los ministros, en lo que empleaba media hora. Después tocaba el violín, su instrumento favorito, verdadero suplicio para los músicos que le acompañaban,
pues desafinaba mucho y nunca iba a su compás. Luego jugaba una partida de
tresillo con dos viejos cortesanos, en la que fatigado por la caza, se solía quedar dormido con las cartas en la mano. Cuando el maestre sala anunciaba la
cena, se despertaba y cenaba con gran apetito. A las once, agotado de tan intenso trabajo, el rey de las Españas daba las órdenes oportunas para el día
siguiente, se retiraba a sus habitaciones y dormía beatíficamente.
En Aranjuez, orilla del Tajo, Carlos IV mandó construir un pequeño arsenal
donde él y sus obreros fabricaban fragatas y bergantines en miniatura. La “flotilla” era transportada a un pequeño lago donde el monarca, a la vista del pueblo, maniobraba sobre una de las fragatas que iba tirada por una chalupa de
remos. Después de dar varias vueltas atracaba, y las aclamaciones de los aduladores oficiales de la marina, que contemplaban el espectáculo, le hacían
creer que era un consumado marino. Otra de sus aficiones consistía en montar
nacimientos formado por lujosas y hermosas figuritas modeladas en escayola;
sin olvidar la afición a los relojes, de los que poseía varios cientos, vanagloriándose de que todos estuvieran sincronizados y dieran las horas al mismo
tiempo. De hecho, el propio monarca era un gran relojero. El relojero francés a
su servicio, François-Louis Godon, recibió el encargo de adquirir las mejores
piezas del mercado francés y, durante su reinado, se destinó un gran presupuesto a esta actividad, que desarrollaron artesanos de la talla de Félix Bau-
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sac, Salvador López o Ramiro González Perea entre otros. Cuando abandonó
España en 1808, Carlos IV gestionó personalmente el traslado de los relojes,
las piezas que más amaba entre sus tesoros. También coleccionaba objetos de
todo tipo: monedas, instrumentos musicales – fue él quien compró la colección
de violines Stradivarius del Palacio Real. El desinterés de Carlos IV por los
asuntos del gobierno queda perfectamente reflejado en los comentarios que le
hizo a Napoleón en Bayona: Todos los días, hiciera el tiempo que hiciera, yo
partía después de desayunar y oír misa y cazaba hasta la una continuando inmediatamente después de la comida hasta el oscurecer. Por la noche Manuel
tenía el cuidado de decirme si los asuntos iban bien o mal y yo iba a acostarme
para hacer todos los días lo propio a menos que una ceremonia importante me
obligase a quedarme. La actitud del soberano era campechana y en las recepciones se complacía en dar fuertes palmadas en las espaldas a los asistentes.
Los receptores de las palmadas, que les hacían tambalearse, las aceptaban
con amable alegría.
María Luisa se levantaba más tarde, a las ocho, y tras recibir a la aya de los
infantes, ordenaba los paseos de éstos. Ante la desidia del rey, María Luisa
llegó a trabajar sola, tanto que la firma de los despachos le llevaba al rey unos
pocos minutos. Todos los días, como se ha mencionado, mantenía una entrevista en el despacho con Godoy, donde discutían los problemas políticos y a lo
largo de la jornada, aunque ya hubiera hablado con el valido, le escribía para
informarle con detalle de todo lo que había ocurrido en el transcurso de la jornada o para pedirle consejo. La reina, que carecía de dientes – en 1800 ya no
le quedaba ninguno y tres obreros se ocupaban incesantemente en hacerle
dentaduras postizas -, comía sola, o en compañía de algunas camaristas, después de que lo hubiera hecho el rey, pues se le preparaba una comida especial. La familia real asistía con mucho agrado a los toros, fiesta que tuvo que
prohibir Godoy, al morir en una de estas corridas el célebre matador, Pepe Hillo25. Aunque María Luisa no asistió a esta corrida, se sintió muy apenada por la
tragedia, comunicándoselo a Godoy en una de esas cartas. La superstición de
la reina le hacía cubrirse de reliquias cuando había fuertes tormentas. El resto
de la jornada lo pasaba en tertulias, juegos de sociedad y cabildeos políticos.
A María Luisa la dominó la pasión por el mando. Desde los primeros días de su
matrimonio hizo sentir su influencia sobre su marido. Ante la ineptitud, mansedumbre y pocas luces que demostraba Carlos IV, no dudó la reina en acompañar a su esposo al primer Consejo que éste presidía como rey. La sorpresa de
la corte fue enorme; por vez primera una reina de España, en vida del rey, se
inmiscuía en el gobierno. La sorpresa de los ministros fue aún mayor, cuando
de sus labios, supieron que la voluntad del rey era la de trabajar con ellos cinco
José Delgado Guerra, conocido como Pepe-Hillo (1754-1801) fue un torero. Se le considera junto
a Costillares, de quien fuera discípulo, y Pedro Romero, con quien tuvo una conocida rivalidad, como uno
de los que fijaron las reglas y el estilo de la corrida de toros.
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horas y media, cuatro días a la semana, y que la reina asistiría al Consejo. María Luisa intervino en todos los asuntos sin cortapisas, interrogando a los ministros sobre multitud de negocios, viva, curiosa y vehemente. Mientras Carlos IV
se entregaba a una vida metódica de buen burgués, sin entender nada de las
difíciles cuestiones que se debatían en el Consejo, asistiendo a sus deliberaciones con hastío y gesto aburrido, herencia de su abuelo Felipe V. Ni siquiera
como ejecutor de las órdenes de su esposa, y menos aún con la energía que
ella deseaba, fue capaz de gobernar el perezoso y abúlico Carlos IV. Con toda
probabilidad, María Luisa, con el beneplácito de su esposo, ya había pensado
en buscar a alguien que supliera la nula capacidad del rey para el ejercicio del
poder, y pudiera gobernar de acuerdo a sus deseos, sin menoscabar el respeto
que se le debía al monarca. Es indudable que Manuel Godoy les cayó simpático desde un principio, y vieron en él las cualidades que andaban buscando, por
lo que propiciaron su rápido ascenso, que no se debió a la pasión amorosa de
María Luisa, sino a la incapacidad de unos reyes y a las circunstancias políticas.
Recayó en María Luisa, que no se distinguía precisamente por su discreción y
disimulo, la mayor culpa en la elevación del favorito, causa y fuente del odio
popular y cortesano – el choricero le llamaban –, de los desaciertos políticos,
de los altercados domésticos, de la maledicencia que se tejió en torno a sus
personas y de las desastrosas consecuencias que se derivaron por la dejadez
en el ejercicio del gobierno. Carlos IV se felicitaba por haber encontrado un
hombre en quien depositar su confianza, su afecto y las arduas tareas del gobierno, lo que le permitía disfrutar de sus recreos favoritos. No es de extrañar
que Godoy, de modesta posición económica, se sintiera fascinado al verse mimado por los favores de una reina y el afecto e intimidad de un monarca, que
llegó a hacerle pariente suyo por matrimonio. El matrimonio de Godoy con María Teresa de Borbón y Villabriga, hija del infante Luis, el benjamín de Felipe V,
cumplió los deseos de la reina María Luisa al ver a su plebeyo introducido en
los círculos cortesanos con pleno derecho. No sería totalmente justo culpar a
Godoy de su encumbramiento, sino a unos reyes que ciegamente se empeñaron en elevarle a tal altura que casi le pusieron a su propio nivel social.
Godoy fue menos culpable como ministro que como valido. No era malvado ni
tirano; solo cuando alguien intentaba minar su posición, él se defendía para
mantener su valimiento. En la última época le cegó la pasión al ir entregando
España a Napoleón, engañándole por que le hacía soñar con la posibilidad de
ser rey de una parte de Portugal.
Godoy, elevado a tan alta posición, se creía querido y hasta popular, al ver la
cantidad de personas, de toda índole social, que se disputaban el honor de hacerle la corte y agasajarle. Sin embargo, el odio contra él crecía. Todo lo que
ocurría dentro de las fronteras españolas: alianzas, guerras, paces, eran censurables a su torpeza. Si crecían las necesidades económicas y la miseria del
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pueblo, Godoy tenía la culpa. Si se le pedían al clero aportaciones para aliviar
las necesidades de la Real Hacienda, la animadversión contra el valido crecía.
La sociedad se ofendía al ver al condecorado, con el título de príncipe, a quien
poco antes había escoltado a sus reyes como simple Guardia de Corps. El
ejército no podía soportar como Generalísimo a quien nunca había tomado parte en batalla alguna. El mismo Príncipe de Asturias, Fernando, le odiaba, pues
veía como el prepotente valido se convertía en el más íntimo amigo y confidente de su madre, lo que le hacía pensar que pudiera usurparle el trono. El preceptor de Fernando, Juan Escóiquiz, a la cabeza del partido fernandino, creo
una oficina clandestina de propaganda política, con el único objeto de desacreditar a Godoy y a los reyes. Los rumores de la difamación pública empezaron a
crecer, cebándose en las supuestas relaciones del valido y la reina, de las de
Pepita Tudó con el valido, las de aquél y éstas con otras y otros, y las de Carlos IV con Godoy. Lo que empezó con rumores en los corros pasó a la imprenta. Se confeccionaron carteles en los que se representaban a María Luisa, a
Godoy y al rey en posturas obscenas. Algunas de estas acuarelas, sobre todo
las pintadas por Goya, eran tan indecentes que el mismo Fernando no se atrevió a publicitarlas. Una vez impresos los carteles se repartían en lugares poco
recomendables. Uno de los más suaves representaba a Carlos IV como rey de
copas de la baraja y María Luisa como la sota de bastos. Es reseñable que en
muchos pasquines aparecía la palabra “ajipedobes”, que para comprenderlo
había que leerlo de derecha a izquierda.
Fernando y su partido utilizaron métodos vergonzantes y abyectos, poniendo
de manifiesto las flaquezas de los reyes, sus padres, y para desacreditar a Godoy. No hubo delito ni abominación que no les fuera imputado. Una familia real
enfrentada y dividida, y un gobierno desprestigiado y sin unidad, propiciaron la
ocupación francesa. En la voluminosa correspondencia cruzada entre María
Luisa y Godoy no se ha encontrado nada, ni una sola palabra, a menos que
utilizaran una secretísima clave imposible de descifrar hoy en día, que insinúe
una relación adúltera. El Archivo Secreto de Fernando VII – así llamado porque
éste rey recopiló cuantos documentos pudo de la época y los mandó guardar
en sus propias habitaciones, en un armario secreto que mandó construir y que
fue descubierto durante la Primera República -. Estudiados los legajos, tampoco apareció nada que pudiera probar las adúlteras relaciones. Varios historiadores estudiaron los documentos, entre ellos, Ángel Fernández de los Ríos
(1821-1880), que dejó escrito en su Guía de Madrid: “Asombrados quedamos
de su extrema importancia y empezamos a dudar si tan a oscuras está hecha
la historia de los tiempos modernos, que será preciso hacerla de nuevo en visto
de los ignorados y precisos datos salidos de la tumba en que fueron sepultados”.
Napoleón Bonaparte
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Napoleón, elevado al Consulado, apreció enseguida el papel decisivo que para
sus planes podría representar España; su preocupación fue ganarse a Carlos
IV, y sobre todo a Godoy, con espléndidos regalos. A tal efecto nombró a su
hermano Luciano embajador en España. El ministro Urquijo aconsejó a Carlos
IV que protestase esta designación, pero Luciano, dejando su comitiva en Vitoria, se presentó de improviso a caballo, y con un solo criado en El Escorial,
consiguiendo ganarse la simpatía del bonachón Carlos IV. Luciano prometió
muchas cosas, hasta la posibilidad de casar al Príncipe de Asturias con una
hermana de Napoleón, con lo que también se ganó la voluntad de la estúpida
María Luisa de Parma. En diciembre de 1800, caía el ministro Urquijo y Godoy
volvía al poder.
Napoleón Bonaparte
En 1801, Carlos IV firmaba con Napoleón el segundo tratado de San Ildefonso
que encadenaba a España a las ambiciones napoleónicas. Napoleón, ante la
negativa lusa de cerrar sus puertas a los navíos ingleses, obligó al rey español
a declarar la guerra a Portugal, a pesar de que su hija era la esposa del heredero de aquél reino. Godoy, nombrado Generalísimo, encabezó la fuerzas francoespañolas. Pero la campaña sólo duró ¡dos días! Las tropas portuguesas,
peor armadas y preparadas que las españolas, apenas opusieron resistencia.
Se tomaron varias plazas entre ellas Olivenza y Jurumeña26. Desde Campomayor27 envió Godoy a los reyes un ramo de naranjas que sus soldados le habían
ofrecido, lo que motivó que se diera el nombre de Guerra de las Naranjas a
esta expedición militar. Godoy escribió a María Luisa: “La tropas que atacaron
al momento de oír mi voz, luego que llegué a la vanguardia, me han regalado
de los jardines de Yelbes28 dos ramos de naranjas, que yo presento a la reina”.
Los reyes se trasladaron a Badajoz para firmar la paz ordenando la celebración
de grandes festejos para agasajar a Godoy por las pruebas “del genio militar y
político que había demostrado”.
La intención de Napoleón era ocupar militarmente Portugal, pero su hermano
Luciano, no hizo caso a las instrucciones de su hermano ya que corría el peli26
Los dos pueblos pertenecen actualmente a la provincia de Badajoz.
Alentejo, Portugal.
28 Yelbes es una pedanía del municipio de Medellín, perteneciente a la provincia de Badajoz.
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gro de incumplir las promesas que había hecho a Carlos IV y de poner al descubierto los planes del ya emperador de Francia, por lo que éste se negó a ratificar el tratado. Los reyes, indignados, se negaron a recibir a Luciano ordenándole que abandonase España, cosa que hizo rápidamente cargado con los numerosos y valiosos regalos que le habían hecho Godoy y los monarcas. Introduciendo algunas modificaciones, Napoleón terminó por firmar el tratado. Godoy protestó enérgicamente contra las intenciones francesas de enviar nuevos
contingentes de tropas; pero Napoleón le contestó que su audacia sólo podría
ser interpretada como una manifestación de que los reyes de España estaban
cansados de su trono y deseaban compartir la misma suerte que los demás
Borbones. Así Napoleón descubrió claramente su juego.
La ruptura del tratado de Amiens, en 1802, entre Francia e Inglaterra, dio paso
a nuevas hostilidades y a una gran lucha diplomática. Napoleón, que acusaba a
Godoy de inclinarse hacia Inglaterra, le obligó a firmar un pacto de neutralidad,
por el que España se obligaba a pagarle seis millones de francos por el incumplimiento de las cláusulas del pacto de San Ildefonso. Un error del primer británico, William Pitt, el joven (1759-1806), que intentaba formar una tercera coalición contra Napoleón, forzó a España a abandonar la neutralidad. Al ordenar
Pitt que se limpiaran los mares de barcos españoles, se produjo el apresamiento de varios navíos procedentes del Perú, con cuatro millones de pesos, lo que
obligó a España a romper con Inglaterra y acercarse a Francia.
España, una vez más, se vio obligada a utilizar sus escasos medios de que
disponía para luchar contra los ingleses. El plan napoleónico consistía en que
las armadas francesas y española apartara a la inglesa de la costa inglesa, para después él, con el ejército que tenía preparado en Boulogne, invadir Inglaterra. En mala hora se confió el mando de la escuadra combinada al almirante
francés Pierre-Charles-Jean-Baptiste-Silvestre de Villeneuve, marino de escasa
resolución y del que decía Federico Gravina “que pesaba el pro y el contra como si fuese oro”. Después de la derrota en Finisterre, frente al almirante Robert
Calder, cuyas naves eran inferiores en número, Villeneuve se dirigió a Vigo para reparar averías y desembarcar a los heridos. El 20 de agosto de 1805, fondeaba en Cádiz. Al conocer Villeneuve la llegada a Madrid del almirante François Étienne de Rosily-Mesros, enviado por Napoleón para sustituirle, salió
precipitadamente de Cádiz, en contra del parecer de los marinos españoles,
dispuesto a probar fortuna y acallar el mal concepto que Napoleón tenía de él.
El 19 de octubre, la escuadra francoespañola se hizo a la vela, y el 21, a la altura del cabo Trafalgar, avistaba a la del almirante Horacio Nelson. La indecisión de Villeneuve y una desacertada maniobra, por él ordenada, trastocó todo
el plan previsto, permitiendo a los ingleses embestir perpendicularmente a la
línea española, mientras la retaguardia francesa estuvo inactiva. De nada sirvió
la capacidad, la pericia, el valor, y el sacrificio de las vidas de los marinos españoles: Federico Carlos Gravina y Nápoli, Cosme Damián Churruca y Elorza,
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Ignacio María de Álava, Cayetano Valdés y Flores Bazán y Peón, y otros muchos. El mismo Nelson perdió la vida. La armada española quedó destruida y
aniquilada para mucho tiempo. Según una gran mayoría de historiadores, Villeneuve se suicidó.
La derrota de Trafalgar acrecentó las fuerzas del partido antifrancés y la impopularidad de Godoy, que seguía adulando a Napoleón, con la esperanza de
medrar personalmente. Pero el emperador, una vez conseguido su adhesión al
bloqueo continental de Inglaterra, y un subsidio de 24 millones de reales, pronto se olvidó de sus promesas. Godoy, desairado, se volvió hacia Inglaterra creyendo que la estrella de Napoleón declinaba; pero la victoria de éste en Jena29
contra Prusia, las derrotas que infringió a los rusos en Eylau y en Friedland, las
dos en 1807, y con la paz de Tilsit (Rusia), también en el mismo año, le hizo
volver al lado francés, reiterando al emperador sus promesas de fidelidad. Napoleón fingió creérselas, pero ya no se fiaba de Godoy, pues estaba convencido que en cuanto pudiera atacaría a Francia por el Sur. La inicialmente vaga
idea que se había ido forjando Napoleón de anexionarse España, se transformó en una decisión sin vuelta atrás. Durante su cautiverio en Santa Elena, le
comentó a Charles Tristan, marqués de Montholon, a propósito de Godoy: “El
agravio no podía quedar impune; merecía una declaración de guerra, y fue lástima que yo no diese ese paso, franco y leal, cuando regresé de Tilsit”.
Godoy, queriendo granjearse la benevolencia del emperador, le reveló el odio
que le profesaba el príncipe Fernando, muy influido por su esposa. A través de
Eugenio Izquierdo, su agente en Paris, gestionó que le nombrara regente de
Portugal, aunque luego propuso que se dividiera en dos partes, una de ellas
para él. Napoleón aceptó el pacto, aunque con modificaciones. Godoy descuidó
los intereses de España y sólo se preocupó en asegurarse un reino, con lo que
abrió las fronteras a los franceses. El 23 de octubre de 1807, firmaba el Tratado
de Fontainebleau. Un artículo secreto estipulaba que se permitiría el paso de
28.000 soldados franceses para dirigirse a Lisboa, y que otros tantos españoles
se unirían al ejército francés. Ya, antes de ratificarse el Tratado, Napoleón tenía
dispuestos 40.000 hombres en la frontera, al mando del general Jean-Andoche
Junot, duque de Abrantes.
Mientras ocurrían esos acontecimientos, Fernando y su camarilla, opuestos a la
política profrancesa defendida por Godoy, de la misma manera que se habían
opuesto a un acercamiento a Inglaterra, por llevar la contraria al valido, intrigaban en contra de los reyes. Descubierta la intriga, Fernando fue detenido y confinado en sus habitaciones. Carlos IV perdonó a su hijo al pedirle éste perdón y
29 Jena es una ciudad del centro-este de Alemania, en el estado de Turingia, situada en el valle del río
Saale. Jena está a 250 km del sur de Berlín, a 370 km del norte-oeste de Múnich.
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delatar a sus cómplices. La atmosfera cortesana se volvía cada vez más desagradable y espesa.
El 18 de junio de 1807, el general Junot cruzaba el Bidasoa al frente de su
ejército, e invadía Portugal, cuyos reyes tuvieron el tiempo justo de embarcarse
rumbo a Brasil. El 22 de diciembre, sin conocimiento del gobierno español, otro
cuerpo de ejército francés, al mando del general Pierre-Antoine Dupont de l'Étang, traspasaba la frontera. El nueve de enero de 1808, un tercer ejército a las
órdenes de Bon Adrien Jeannot de Moncey, llegaba hasta los límites de Castilla. Nuevas tropas francesas entraron en España adueñándose de Barcelona,
del castillo de Montjuich y de la ciudadela de Pamplona. El número de soldados
franceses acantonados en España alcanzaba ya los 100.000 y Napoleón envió
a su cuñado, Joaquín Murat, gran duque de Berg, para que se pusiera al frente
de todo el ejército francés.
Fernando VII
La propaganda del partido fernandino había hecho creer que la entrada en España de los franceses tenía por único propósito la caída de Godoy y la exaltación al trono de Fernando – futuro Fernando VII. Pero, si alguna duda les quedó a los avisados monarcas españoles y al valido de cuáles eran las verdaderas intenciones de Napoleón, la realidad de aquél ejército, posesionándose de
España, la disipó. Ante la gravedad de la situación, Godoy, aconsejó a Carlos
IV y a María Luisa de Parma que salieran rápidamente para Sevilla, desde
donde, si las circunstancias lo exigían, podían embarcase para América, al
igual que habían hecho los soberanos portugueses. Con esa idea, los reyes y
Godoy se trasladaron a Aranjuez.
Motín de Aranjuez
Pero antes del viaje real al Real Sitio hubo un consejo de ministros en Madrid,
en donde casi llegan a las manos el que hacía de portavoz del gobierno español y ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, marqués de Caballero, y Godoy, estando delante los reyes, el príncipe, y lógicamente todos los
ministros. Todo porque Caballero, se negó a firmar cualquier decreto que supu-
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siese la huida de la familia real y por vez primera se enfrentó a Godoy, especificando lo que era su vida al lado de la familia real y diciendo al rey claramente
que tal resolución no significaba otra cosa que la guerra. Las palabras de Caballero desembocaron en que los demás ministros hicieran lo propio, contándole al rey lo que habían callado durante más de 15 años. La consecuencia es
que todo estaba desacreditado: los reyes, el príncipe, la Corona y sus ministros
y, por supuesto Godoy.
La noticia de que los monarcas tenían la intención de abandonar Madrid corrió
como un reguero de pólvora. Los fernandistas corrieron la voz de que Godoy
había entregado España al emperador francés, para evitar que Fernando fuera
proclamado rey. Carlos IV intentó calmar los ánimos desautorizando el proyectado viaje, pero todo fue en vano. Gentes forasteras fueron llegando a Aranjuez
dispuestas a impedir el viaje real. Manos ocultas30 conducían, excitaban y pagaban al populacho, que vigilaba y controlaba las salidas del Real Sitio. En la
noche del 17 al 18 de marzo de 1808, el pueblo cercó el palacio de Godoy,
rompió las puertas, penetró en el edificio destruyendo todo cuanto encontró a
su paso. Enfurecido por no encontrar al valido, tiraron los muebles por las ventanas; al día siguiente, acuciado por el hambre, la sed y el cansancio Godoy se
entregó a los soldados de la Guardia de Corps; estuvo escondido muchas horas en un cubículo debajo de alfombras y esteras. Los soldados le maltrataron
y lo llevaron ante Fernando. El final del todopoderoso valido había tocado su
fin, así como el del infausto Carlos IV.
El rey, débil y achacoso, llamó a los jefes de su guardia y les preguntó si podía
contar con las tropas. La respuesta que recibió fue: “Sólo el Príncipe de Asturias podía componerlo todo”. Convencido de que el motín había sido dirigido
por su hijo, y creyendo que la única forma de evitar la muerte de su gran amigo
Manuel, pasó por aceptar lo que pedían los amotinados, por lo que se vio obligado a abdicar la corona en su hijo Fernando, en las primeras horas del 19 de
marzo. Con este acto finalizaba el reinado de Carlos IV. Mientras Godoy fue
conducido desde Aranjuez a Villaviciosa de Odón (Madrid), donde quedó encarcelado.
El gran peligro que corría Godoy de perder la vida, motivó el que María Luisa
suplicara a Murat que intercediera para lograr la libertad de su también gran
amigo Manuel. Su conducta, imperdonable, constituyó una absoluta falta de
patriotismo y un olvido incomprensible de sus obligaciones como reina. Las
cartas que envió a Murat son poco edificantes: “El pobre Príncipe de la Paz,
que se halla encarcelado y herido por ser amigo nuestro, apasionado nuestro y
afecto de toda la Francia, sufre todo por haber deseado el arribo de vuestras
tropas y haber sido el único amigo nuestro permanente”. Napoleón, enterado
de los acontecimientos, escribió a Murat: “No importa el medio que empleéis
30
Uno de los cabecillas ocultos fue el conde de Montijo, conocido por el apodo del “Tío Pedro”.
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para sacar de su encierro al prisionero. Lo principal es que salga de España.
Deseo verle en Bayona antes de tomar partido alguno”. Murat cumplió las órdenes, liberó a Godoy y lo envió a Bayona.
Cuatro días después de su abdicación, Carlos IV escribió una carta al emperador, contándole lo ocurrido, y que entre otras cosas le decía: Yo no he renunciado en favor de mi hijo sino por la fuerza de las circunstancias, cuando el estruendo de las armas y los clamores de una guardia sublevada me hacían conocer bastante la necesidad de escoger la vida o la muerte, pues ésta última se
hubiera seguido después de la reina. Yo fui forzado a renunciar; pero asegurado ahora con plena confianza en la magnanimidad y el genio del hombre que
siempre ha mostrado ser amigo mío, yo he tomado la resolución de conformarme con todo lo que este mismo grande hombre quisiera disponer de nosotros y de mi suerte, la de la reina y la del Príncipe de la Paz. Napoleón convenció a los reyes para que fueran a residir a Francia. Los destronados reyes viajaron despacio pues el reuma que padecía el achacoso Carlos IV no le permitía
hacer largas jornadas. Llegaron a Bayona el 30 de abril.
Bayona
Con Carlos y María Luisa camino de Bayona, a Napoleón sólo le faltaba una
pieza para disponer de España a su antojo. El emperador convenció al incauto
Fernando VII, necesitado de su reconocimiento para poder gobernar, de la necesidad de mantener una entrevista con objeto de estrechar su alianza. Pero
Napoleón, que había prometido llegar hasta Burgos, le atrajo con engaños hasta Vitoria. Tampoco se dejó ver en esa ciudad, y el servil Fernando, temeroso
de que su padre hablara con el emperador antes que él, aceleró la marcha y
llegó a Bayona diez días antes que sus padres. Volvería a España al cabo de
seis años.
El dos de mayo de 1808, las fuerzas de Murat quisieron sacar de Madrid al resto de la familia real. El pueblo reunido ante el palacio real, al ver aparecer la
carroza, fuertemente protegida, que llevaba al lloroso infante Francisco de Paula, atacó a la escolta y comenzaron los levantamientos contra la ocupación
francesa. Había comenzado la Guerra de la Independencia.
En Bayona, Napoleón mantuvo conversaciones con Carlos y Fernando, exigiéndoles que renunciaran la corona en su favor. Mientras el pueblo madrileño
luchaba contra los franceses, entregando su sangre en defensa de estos necios Borbones, Carlos IV entregaba la corona española a Napoleón, como si no
tuviera más hijos a quien legarla. Las propuestas que le había hecho su hijo
Fernando para llegar a un acuerdo no fueron suficientes para aplacar el rencor
del anciano monarca, quien, azuzado por la reina, envió esta odiosa carta a su
hijo: Habéis revuelto mi Palacio; habéis sublevado a mis Guardias de Corps
contra mí; vuestro propio padre ha sido vuestro prisionero. Mi Primer Ministro,
al que yo había elevado y adoptado en mi familia, ha ido de calabozo en cala-
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bozo. Al arrancarme mi corona es la vuestra la que habéis roto. La habéis despojado de lo que tenía de augusta, de lo que la hacía sagrada a todos los hombres. Vuestra conducta conmigo, vuestras cartas interceptadas han levantado
un muro de bronce entre vuestra persona y el Trono de España.
Fernando, después de vergonzosas discusiones con su padre, renunció a la
Corona a cambio de un millón de reales de renta, y de quedar confinado en
Valençay31. Carlos IV también renunció a cambio del palacio de Compiègne32 y
el de Chambord33, como residencias, y de una pensión anual de 30 millones de
reales. Carlos y Fernando dieron el espectáculo de las escenas más vergonzosas de la historia de España. Ante tanta indignidad, el pueblo, que no tenía tantos blasones, dio una lección de orgullo y patriotismo. Una vez más, los españoles iban a derramar su sangre en defensa de una dinastía que no había sabido conservar su trono con dignidad, y que se había mostrado abyecta en su
servilismo a Napoleón.
Carlos IV, María Luisa de Parma y Manuel Godoy partieron para Fontainebleau
y, después para Compiègne. Pocos meses después, pretextando hacer economías, Napoleón les redujo la pensión y los reyes empezaron a pasar apuros
económicos. Al declinar la estrella de Napoleón, Carlos y María Luisa escribieron a su hijo Fernando, ya rey de España, para que les permitiera regresar y
acabar su días, alejados de la política, en su querido palacio de Aranjuez. Pero
Fernando VII lo consideró contraproducente, por lo que los padres tuvieron que
trasladarse a Roma, alojándose en el palacio Barberini. Allí también se encontraban Godoy, su esposa María Teresa de Borbón y Villabriga, su hija Carlota y
Pepita Tudó, la amante de Godoy. Toda la familia al completo.
Los años y la vejez fueron minando la salud de Carlos y María Luisa. La reina
estaba enferma, con “mal de costado, me creo morir”. Por aquellas fechas Carlos IV tuvo un ataque de reumatismo tan fuerte que no convalecerá en mucho
tiempo. María Luisa que había cumplido los 67 años, era ya una anciana de
boca desdentada, flácidas carnes y escaso cabello, imposibilitada por el reuma
y la fractura de las piernas. Ninguna de estas circunstancias, ni la pérdida de
todo su poder, habían influido en la conducta de Godoy, que entonces tenía 52
años, para mantenerse fiel y leal hasta la muerte, cuando ya nada podía esperar de ella, sino la gratitud de una moribunda. Su salud mejoró algo, pero no la
de Carlos IV, que decidió marchar a Nápoles con la esperanza de que la suavidad de su clima aliviara sus dolores reumáticos. Los esposos no volverían a
verse. María Luisa de Parma falleció el cinco de enero de 1819, a las dos de la
madrugada. Carlos IV, que no había podido acudir a Roma, comunicó desde
Nápoles a su hijo Fernando VII la muerte de su madre. La infanta María Luisa –
Valençay es un municipio francés, situado en el departamento francés del Indre y la región Centro.
Compiègne es una ciudad francesa situada en el departamento del Oise, en la región de Picardía.
33 El castillo de Chambord, en la región de los Países del Loira, es uno de los castillos más reconocibles
en el mundo debido a su arquitectura renacentista francesa.
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reina de Etruria34 hasta que Napoleón se anexionó el reino -, que había permanecido junto a su madre hasta los últimos momentos, escribió a su hermano
Fernando VII los pormenores de la muerte de su madre: “Cuando S.M. empeoró yo no me moví de su antecámara, con mi hermana y mi cuñado nos estuvimos asta que no existía. Me llena de amargura el no haber podido recibir su
última bendición pues no entramos en el Quarto. Cuando yo vi que la cosa iba
mal digo la verdad que dixe que era ora de quitarle de su lado a Manuel (que
no la ha dejado ni siquiera un momento) y de hacer entrar a los curas”. Godoy
permaneció al lado de María Luisa hasta el último suspiro de ésta.
Carlos IV sobrevivió a su esposa unos pocos días más. En una carta a Godoy,
le dijo: Amigo Manuel: No te puedes imaginar como he quedado después del
terrible golpe de la muerte de mi querida esposa, después de 53 años de un
feliz matrimonio. Yo he estado bastante atropeyado; pero gracias a Dios ya estoy mucho mejor. No dudo que en la enfermedad la habrás asistido con todo el
esmero posible; pero habiendo faltado la reina, no es decente que Carlota viva
en mi casa. Yo la señalo mil duros al mes, y así, llévatela a vivir fuera contigo, y
harás bien ejecutándolo antes de que yo vaya a Roma. Esto no impide que
vengas a verme siempre que quieras y quedo, como siempre, el mismo.Carlos.
Fallecimiento
El 13 de enero, día anterior a su partida de Roma, Carlos IV sufrió un violento
acceso de fiebre seguido por un agudo ataque de gota. Consciente de su gravedad, pidió ver a su hermano Fernando, pero éste estaba cazando y prefirió
seguir con su actividad cinegética en vez de visitar a su hermano que ya había
fallecido. El 19 de enero de 1819, moría en Nápoles Carlos IV, a los 70 años.
Se hermano Fernando llegó tres días después.
Fernando VII ordenó la incautación de cuantos objetos de valor se encontraran
en el palacio Barberini. Los cadáveres de Carlos y María Luisa fueron embarcados en la fragata Sirena. Con ellos viajaron 28 fardos, que contenían todos
sus objetos de valor. Sus restos mortales reposan en el Panteón de los Reyes
de El Escorial.
Godoy desposeído de todas sus riquezas y empobrecido, a pesar de haber publicados sus Memorias, que tuvieron una aceptable acogida en París, donde
vivía sólo, había vivido con muchas apreturas, de la pensión que le asignaron
sus protectores María Luisa y Carlos, y a la muerte de éstos vivió de la que le
asignó el rey Luis Felipe de Francia, por la ayuda que había prestado a los
emigrantes galos durante la Revolución. Leal con Pepita Tudó, la mujer que
había amado toda su vida, se casó con ella tras el fallecimiento de María TereEtruria fue una antigua región histórica situada en el centro de Italia, en las regiones de Toscana, Lacio
y Umbría.
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sa de Borbón, demostrando la falsedad de su bigamia. Al final de su larga vida,
Isabel II le rehabilitó y devolvió parte de sus bienes que se le habían confiscado
en 1808, pero como la causa en contra de Godoy todavía coleaba, y que nunca
llegó a sentenciarse, el ministerio de Hacienda devolvió a Godoy la totalidad de
sus bienes en España. Aunque todavía diez años después, Godoy no vio dinero alguno a causa de una exposición que el diputado José Prats e Izquierdo
hizo en contra de Godoy. Lo único que el ya anciano Godoy pudo conseguir es
que se vendiera el palacio de Buenavista, comprándola un genio de las finanzas de la época, José de Salamanca, pero el dinero en su totalidad no llegó a
Godoy debido a complicaciones burocráticas reales o con nefasta intención. Al
final, él no quiso, o no pudo volver a España. Murió en Paris, el cuatro de
1851a los 87 años. Está enterrado en el cementerio parisino de Pére Lachaise.
EPÍLOGO
Carlos IV fue el último rey de España que presidio un conjunto de inmensos
dominios y fue el postrero en el que en cuyo reinado, España tuvo consideración de primera potencia. En Estados Unidos de América los dominios españoles abarcaban Luisiana, California, Arizona, Nuevo México, Texas y La Florida;
toda América Central y la del Sur excluido el Brasil; Cuba, Puerto Rico y la parte española de la isla de Santo Domingo y ciertos archipiélagos de Oceanía; las
Filipinas, las Marianas, Guam, las Carolinas, etc.
Carlos IV recibió una España compacta, unida en los ideales de fervorosa adhesión al rey y a la Iglesia católica; un ejército disciplinado y eficaz y una magnífica marina. Contó con un equipo compuesto por hombres inteligentes y con
gran experiencia de gobierno. Todo esto se liquidó en una ingente y rapidísima
almoneda de la que no hay ejemplo en la Historia. Se debió a la fuerza de las
circunstancias, a la ineptitud y a la ceguera, a la tenacidad de los errores del
rey desventurado y de la princesa cuya presencia en el tálamo regio fue la mayor de las desventuras.
Bibliografía
RÍOS MAZCARELLE, Manuel. Diccionario de los Reyes de España.
GIMÉNEZ LOPEZ, Enrique. El reinado de Carlos IV.
LOZOYA, Marqués de. Historia de España.
CARR, Raymond. Historia de España.
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