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Riviere El sujeto de la Psicología Cognitiva

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Texto. El sujeto de la Psicología Cognitiva
Angel Riviére
El sujeto de la Psicología Cognitiva
En 1956, uno de los investigadore s más lúcidos e intuiti vos de la Psicología
Norteamericana, George Miller, publicaba un artículo en Psychological Review, que
comenzaba con la confesión de una extraña inquietud: se sentía perseguido por un
dígito. Treinta años después , aquellos primero s síntoma s de inquietud se han
desarro llado hasta tal punto que es la propia Psicolog ía, en sus aspectos científicos e
institucionales, la que se ve perseguida por un término. El dígi to era, natu ralm ente , el
«mág ico número siet e más/ meno s dos», y hacía referencia a una posible limitación del
sistema humano de procesamiento de la información. El término es, obviamente, la
mágica etiqueta de lo más o menos cognitivo, y hace referencia al paradigma
psicológico por el cual consid eramo s al propio sujet o humano como un sistema de
procesamiento de la información.
Los números tienen una cosa buena: que, como diría Piaget, «se conservan», y no
cambian por mucho que nos persigan. Pero los término s que nos acosan se
desgast an por el uso, llegan a saturar se, y corren el peligro de perder cualquier
signif icado preciso. Ello es especia lmente cierto en el caso de las etiquet as y
nociones centra les de los paradig mas en expansión, que term inan por colapsarse y
vaciarse de sentido en el intento de dar cuenta de fenóme nos muy alejados de su
ámbito explicativo originario, como destaca ba perspicazment e Vygotsk i (1926) en su
ensayo sobre El signif icado histórico de la crisis en Psicolog ía. Y el adjetivo
«cognit ivo», que ha invadid o nuestra s instituciones académicas y laborat orios,
nuestra s teorías e interpr etaciones de los datos, nuestras práctic as de explica ción e
intervención, nuestras publicaciones y disertaciones, remite, indudablemente , a un
paradig ma en expansión. Pocos son los psicólogos que no hacen, en uno u otro
moment o, declaración pública de su conversión o convicción cognitiva. Por eso, cuando
«casi todos somos cognitivos», ha llegado el momento más oportuno de hacer la
pregunta más inoportuna: «¿Y en qué consiste ser cognitivo?, ¿qué es, en realidad, la
Psicología Cognitiva?».
Es impor tante dar alguna, clase de respuesta a esta cuest ión, si no que remos perder
el hilo de la significación de lo que hacemos y decimos. El concepto de lo cognit ivo ha
adquir ido progres ivamente un signifi cado tan pluriform e, y unos límit es tan
impr ecisos, que su emple o repe tido y su carác ter de «emblema paradigmático» no son
garantía (sino todo lo contrario) de un significado compartido. Si no establecemos los
límites de su uso significativo, podemos terminar como aquel millón de persona s, que
lloraban amargam ente porque se habían perdido. Por eso, conviene que dediquemos las
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primeras páginas de este libro al complejo asunto del significado del concepto de
Psicología Cognitiva.
Tenemos la suerte de que la propia Psicolog ía Cogniti va nos proporciona algunos
recursos para enfrent arnos a la difícil tarea de definir la. Frente a la perspectiva clásica
de los conceptos como conjuntos de elementos equivalentes, bien definidos por unos
límites claros y unos determinados atributos sufic ientes y necesarios (Hull, 1920;
Bruner, Goodnow y Austi n, 1966; Bower y Trabasso, 1963; Levine, 1975), algunos
psicólogos cognitivos han desarrollado la idea de que las categorías naturales tienen más
bien unos límites difusos, y sus elementos no son equival entes, sino que definen, un
continuo de «tipicida d» o represent ativ idad, de form a que deter minados ejemplare s
son más representativos o prototípicos del concepto definido. Por otra parte, no habría,
según esta concepc ión, unos atribut os únicos compart idos por to dos lo miembros de
una categoría (Rosch, 1978; Rosch y Mervis, 1975; Mervis y Rosch, 1981).
El concepto de Psicología Cognitiva tiene la estructura de una categoría natur al, y no la
demar cación más neta que suelen tener los conce ptos lógi cos, matemáticos o físicos.
Sus límites son borrosos, y sus ejemplares desigualm ente repre sentat ivos y no
defin idos por unos mismo s atribu tos. Se organiza en torno a ciertos elementos
prototípicos, que son los modelos computacionales y las teorías del procesamiento de la
información (a los que todo el mundo está de acuerdo en aplicar la etiqueta de
«Psicolog ía Cognitiva») y tiene fronteras imprecisas en torno a otros ejemplares teóricos,
como el estructuralismo genético de la Escuela de Ginebra, las ideas sobre la génesis
socio-cultural de las funciones superiores de la Escuela de Moscú, o la perspectiva
«ecologista» de Gibson en el estudio de la percepción. Desde este punto de vista,
pregu ntarse si «Piaget es cognit ivo», por ejemplo; no tiene mucho más sentido que
preguntarse si una lámpara es un mueble. Lo que sí podemos deci r es que las
conc epci ones teór icas de Piag et, y sus métodos empí ricos, no son un prototipo de lo
que se entiende por «Psicología Cognitiva» en sentido estr icto , mien tras que sí lo son
las conc epcion es teór icas de Simo n (1978) o Atiderson (1976) o los procedimientos
de Saul Sternberg (1969 a y b). Pero ello no quie re decir , natur almente, que las
aport aciones de Piaget no sean relevantes para el conocimiento científico de las
funciones de conocimiento, o no perte nezcan a lo que podríamos denominar
«Psicol ogía Cognitiva en sentido amplio».
De las consideraciones anteriores se deduce que sí tiene sentido hablar de «la mágica
etiqueta de lo más o menos cognitivo», como hacíamos en nuestro títu lo. La etiq ueta es
mági ca porqu e parec e prop orci onar, al que la emplea, el marchamo de prestigio social
y académico que tienen, entre otras característ icas, los paradigmas dominantes en las
distintas ciencias. Y lo cognitivo puede ser «más o menos», porque remite a un
concept o con la estruct ura de una cate gorí a natu ral, cuyo s ejem plar es pide n ser
más o meno s típi cos, y se organizan alrededor de prototipos centrales, que son los que
poseen mayor «parecido familiar» y un mayor número de los atributos más pertinentes
en la definición de la categoría.
¿Y cuáles son los atribut os que definen , en mayor grado, a los ejemplares típicos de la
Psicología Cognitiva? En los capítulos introductorios de los textos de nuestra disciplina,
suelen establecerse estos atributos haciendo una especie de contrapunto con los rasgos
que definirían al paradigma dominante en la psicolog ía científ ica norteamericana de los
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años cuarenta: el conductis mo. Se suele decir, por ejemplo, que la Psicología Cognitiva
nos ofrece la imagen de un sujet o acti vo, que no se limit a a responder pasi vamen te a
los estímulos del medio, sino que los elabora significativamente, organizando su actividad
con arreglo a planes y estrategias que controlan y guían su conducta (Mille r, Galanter y
Pribram, 1960). Se contraponen las explicacion es en térmi nos de «cadenas» de
elementos, que se determinan o condic ionan de forma lineal, a las nociones
explicativas de la Psicolog ía Cognitiva, que presu ponen una determinación jerárquica y
recursiva del comportamiento. Se compara la parsimonia reduccionista de las
explicaciones E-R con la proliferación de conceptos internos de la Psicolog ía Cognitiva,
referidos a estrategias, planes, procesos y representaciones, esquemas y estructuras
que organizan las funciones de conocimiento. Se destaca la diferencia entre la
epistemología racionalist a que defienden algunos de los teóricos más perspicaces de la
Psicología Cognitiva, como Jerry Fodor (1975) o Zenon Pylyshyn (1981). Así, se ofrece el
cuadro del paso del conductismo a la Psicología Cognitiva en términos de una
sustitución revolucionaria de un paradigma dominante por otro (Lachm an, Lachman y
Butterfield, 1979; Weimer y Palermo, 1973; Arnau, 1982; De Vega, 1984), y esta
imagen tiene mucho de cierto.
Sin embar go, los rasgos de continuidad entre el conductism o y la Psico logía Cognitiva
son, probablemente, mayores y más profundos que lo que se perfila en el cuadro anterior,
como ha destacada Leahey (1981). El respeto a los métodos objetivos y las suspicacias
hacia la introspección y la conciencia (Nisbett y Wilson, 1977; Evans, 1980), el empleo de
modelos explicativos mecanicistas (aunque varíe el tipo de máquina que se emplea
como metáfora), y una perspectiva más bien solipsista en el análisis de la génesis del
comportamient o son, por ejemplo, característic as en que se identif ican algunos
modelos conductistas con las teorías computacionales más estrictas de la Psico logía
Cognitiva.
En cualquier caso, el intento de explicar el origen del paradig ma cogni tivo en términos
exclusivamente internos a la Psicología, de sustitución de un paradigma por otro en
función de las anomalías del primero, ofrece una imagen empobrecida de la génesis y,
lo que es peor, de la significación de la Psicología Cognitiva. Como ha señalado De Vega
(1984), la «emergencia del cognitivismo se debe no sólo a la crisis del conductismo sino a
ciertos factores sociales, históricos o al influjo de otras disciplinas científicas» (p.28). La
Psicología Cognitiva es, en realidad, una de las manifestaciones más claras y genuinas
del Zeitgeist científico, la organización tecnológica y ciertos intereses product ivos
dominantes en las socieda des tecnol ógicamen te más desarro lladas en la segunda
mitad de nuestro siglo. Es expresi ón, si se me permite decirlo así, de una «compulsión
hacia la información, la computación y la representación» que tiene un significado mucho
más profundo e influyente que el de un cambio de paradigmas en una ciencia
partic ular. No es extraña, por eso, la ubicación de los modelos explicativos más
prototípicos de la Psicología Cognitiva en el marco de «las ciencias de lo artificial,
(Simon, 1968), cuyo desarrollo ha sido considerable en un mundo que, como dice Simon,
«es un mundo creado por el hombre, un mundo artificial más que natural» (p.16).
Tampoco es extraña, en este contexto, la creciente reivindicación de una Ciencia
Cognitiva, concebida por unos como un saber unitario y por otros como una red
interdisciplinar, y de la que la propia Psicolo gía Cognitiva constitu iría un aspe cto
part icul ar (Nor man, 1981 ; Kint sch, Mille r y Pols on, 1984 ; Gardner, 1985). Todo ello
—el auge de la Psicología Cognitiva, el desarrollo de las cienc ias de lo artif icial, la
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reivindicació n de una Ciencia Cogn itiva es, a un tiempo, consecuencia y causa de la
evolución de la sociedad post-industrial en el trecho de tiempo que nos ha tocado vivir.
Hay que recu rrir , por tanto, a la «hist oria exter na», y no sólo a la historia interna de la
Psicología, para explicar el origen y la significación de la Psicología Cognitiva. Los
intereses educativos, los desarrollos tecnológicos en el área del tratamiento de la
información, los avances de la cibernética y la ergonomía, la propia importancia de los
símbolos y representaciones en los siste mas de inter cambi o de las soci edade s
avan zadas , están en ese orig en. Pero ello no quiere decir que la Psicología Cognitiva
sea una mera expresión ideológica, como ha pretendido Sampson (1981). Aunque
reconozcamos que ha implicado, en sus formulaciones más prototípicos, las formas de
reducción subjetivista (esto es, la primacía de las estructuras y procesos del sujeto en la
explicación del conocimiento) y de reducción individualista, que él atribuye a nuestra
ciencia, lo cierto es que el desarrollo de la Psicología Cognitiva ha supuesto también el
estudio empírico y objetivo de viejos problemas epistemológicos, la acumulación de una
enorme cantidad de datos relevantes sobre los procesos, estructuras, representaciones
y limitaciones de la mente, y una comprensión teóric a mucho más profunda que la que
se poseía anteriormente de los mecanismos subyacentes a las funciones superiores y
más complejas de conocimiento (De Vega, 1984). Ha supuesto, finalmente, y esto es lo
más importante, una modificación profunda del modelo o la imagen de sujeto con que
hacemos psicología, de las explicaciones que damos de sus funciones, y de la
perspectiva metateorica en que tiende a situarse el estudio científico del comport amiento.
En otras palabras: el desarr ollo de la Psico logía Cognitiva ha implicado una
transformación sustancial en el objeto mismo de la Psicología.
Comencemos por el aspecto más externo y verificable: el referido a la acumulación de
datos empíric os sobre las funcio nes superiores, es decir: sobre los proces os de
percep ción, memori a, lenguaj e y pensam iento. Para analizar el crecimiento de las
investigaciones sobre estos y otros procesos, en Psicolo gía Experiment al, podemos
ser virn os de la ley est ablecida por Price (1973) , según la cual todos los aspecto s
mensurables de una ciencia crecen con arreg lo a una ley de crecimient o expone ncial.
Este invest igado r ha calculado en 10 años el índice de duración en psicología
experimental. Sin embargo, en el caso de los estudios sobre las funciones superiores, la
tasa de crecimiento exponencial fue mucho más alta en los 30 años transcurridos cutre
1946 y 1976. Si tomamos como índice las publicaciones reseñadas en Psychological
Abstrac ts, veremos que, mientra s que el número total de publicacio nes citadas se
multiplicó por 5 en ese período, el de artículos y libros sobre percepción, memoria,
pensamient o y lenguaje se multiplicó por 16 (pasando de 78 a 1.275). En otros
términos: se duplicó 4 veces, lo que proporciona un índice de duplicación de siete años y
medio. Esta duplicación continuada en períodos tan breves da lugar a una situación
peculiar, a la que Price denomina «contemporaneidad»: los creadores de la Psicología
Cognitiva (Simon, Miller, Bruner, etc.) son, en este momento, investigadores productivos
y, en bastantes casos, relativam ente jóvenes. Debemos tener en cuenta que la
producción en Psicolog ía Cognit iva se duplica en la mitad de tiempo que en la
mayoría de las ciencias experimentales (en que el índice de duplicación medio es de
15 años) , para las que Price (1973 ) calcu la un índice de cont empora neidad del
87,7%.
Este rápido crecimient o expone ncial se manif iesta tambi én en la aparición de
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numerosas revistas y manuales de Psicología Cognitiva: entre las primeras, podemos
citar el Journal of Verbal Learning and Verbal Rehavior (1962), Cognitive Psycholog y
(1970), Cognition (1972), Memory and Cognition (1973) y, con una perspectiva más
general, Cognitivo Sciencie (1977), así como el interés otorgado a los ternas cognitivos
por revistas más clásicas, como el Journal of Experimental Psychology, que dedica un
monográfico por cada númer o a este tipo de temas, y Psychological Review , que ha
dado acogi da a problemas y polém icas teór icas muy rele vante s en Psico logía
Cogn itiva, como por ejemplo el debate sobre la signifi cación de las imágenes
mental es entre Pylyshyn (1981) y Kosslyn (1981). En cuanto a los manuales, una lista
exhaustiva sería demasiado farragosa. Baste con citar los de Reynolds y Flagg (1977),
Bourne, Dominowski y Loftus (1979), Glass, Holyoak y Santa (1979), Wickelgren (1979),
Anderson (1980), Claxton (1980), Moates y Schumacher (198 0), Reed (198 2), Wes sell s
(198 2), Delc laux y Seoa ne (198 2), Cohe n (1983), Matlin (1983), Eysenck (1984) y De
Vega (1984). Las monografías específ icas con la etiqu eta cogni tiva const ituyen ya una
cadena inter minable, aunque no siempre está claro qué se quiere significar con esta
etiqueta.
Por muy impresionantes que puedan ser los índices cuantitativos de crecimiento, hay que
insistir en el problema del significado, y analizar más a fondo el tejido epistemológico
de base que se ha relaciona do con ese crecimiento. Algunos filósofos (vid., por ejemplo,
Bueno, 1985; Fuentes, 1983, 1985; Coulter , 1983; Rorty, 1979) y psicólogos (Sampso n,
1981, y Skinner, 1985, por ejemplo) sospecha n que, a pesar de su crecimiento, la
Psicología Cognitiva tiene problemas profundos en ese tejido, como esos niños gorditos
y de meji llas rosadas, con buen peso, y una anemia sever a por debaj o de tan
reluciente desarrollo.
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CAPITULO 1
EL CONCEPTO DE LA PSICOLOGIA COGNITIVA
Cuan do nos enfr entam os a la tare a de definir el tejid o epistemológ ico a partir del cual
se ha desarrol lado la Psicolog ía Cognitiva, nos encontram os con dificul tades
relaci onadas con el carácter difuso del concepto que queremos definir. El intento de
establecer unos atributos comunes a los distintos «subparadigmas» (Mayor, 1980) del
estudio psicológico del conocimiento puede tener unos resultados tan decepciona ntes
como los que tiene el esfuerzo por determinar cuáles son los atributos comunes a todos
los muebles, a partir del concepto natural que las personas tenemos de ellos: suelen
ser de madera, pero los hay metálicos o de cristal, susceptibles de ser movidos, excepto
cuando son armarios empotrados, útiles cuando no exclusivamente ornamentales, etc.
Del mismo modo, los atribut os con que podemos caracterizar del modo más general a
la Psicología Cognitiva deben entenderse como «tendencias», o rasgos que suelen darse
en los ejemplares teóricos más típicos, pero que no son compartidos necesariamente por
todos los subparadigmas, y cuya defi nició n exige que nos situemos en un nivel de
abstr acción muy alto, tratando de establecer los aspectos más comunes, es decir
aquellos que determinan un cierto «parecido familiar» entre los ejemplares teóricos más
típicos de la Psicología Cognitiva. Hechas estas salvedades, podemos enfrentarnos a
nuestra elusiva tarea.
Probab lemente, lo más genera l y común que podemos decir de la Psico log ía
Cog nit iva es qu e re fier e la exp lic ación de la con duc ta a ent ida de s mentales, a
estados, procesos y disposiciones de naturaleza mental, para los que rec lam a - un niv el
de dis cur so pro pio , que es dis tin to de aquel que se lim ita al establecimien to de
relaci ones entre eventos y conduct as externa s (tal como se da, por ejemplo, en el
análisis experimental de la conducta) y del referido a los pro cesos fis iol ógi cos
sub yac ent es a las fun cio nes men tal es. Adem ás, ese nivel de disc ur so tam poco es
re duct ible al qu e ut ili zan las pers onas cua ndo «d an ra zo ne s» de su s pr op ia s
co ndu ct as o la s de lo s de má s en té rm in os de int enc ion es con sci ent es o
con ten ido s men tal es que cre en rec ono cer int ros pec tivamente o atribuyen a los otros.
En es te ni vel de disc ur so se sitú an las op er ac iones y es tr uc tu ras de qu e nos
hablan los mi em br os de la Esc uela de Gi nebr a, las co mpu tac iones so br e
rep res ent aci one s de los pro pos ici ona lis tas , las imá gen es men tal es de Kos sly n o
Shepa rd, los pro toti pos de Ros ch, los esq uem as de Bra nsf ord o Rum elhar t, e
in cl us o la s af fo rd an ce s de qu e ha bl a Gi bs on , au nq ue és te tr at e de de sp ojarlas
de todo carácter representacional.
Una ca ra ct er iz ac ió n mu y se me ja nt e a és ta , es la qu e es ta bl ec e Ga rd ne r (1 98 5)
pa ra la ci en ci a co gn it iv a en ge ne ra l, cu an do di ce qu e «l o pr im er o qu e
ca ra ct eri za a la cie nci a cog nit iva es la creen cia de que, par a hab lar de las
acti vi da de s co gn it iv as hu ma na s, es ne ce sa ri o ha bl ar de re pr es en ta ci on es
me nt al es y po st ul ar le ni ve l de an ál is is co mp le ta me nt e in de pe nd ie nt e de l
bi ol óg ic o o ne ur on al , po r un a pa rt e, y el so ci ol óg ic o o cu lt ur al po r ot ra >> (p .6 ).
Si n emb ar go , la ide a de un nivel de aná lis is «co mp let ame nte ind epe ndi ent e » del
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biológi co y soc ioc ult ura l, o irr edu ctible al de la con cienc ia y el de las re lacion es
fu nc iona les en tr e su ces os y co nd uc ta s ext er na s no s enf re nta , de en tra da, a
alg uno s de los pel igr os más ser ios del tej ido epi ste mol ógi co a que hacía mo s
ref ere nc ia: un a co nsi de ra ción de ma siado ra dica l de la idea de «c om pl et a
in de pe nd en ci a >> es la que es tá po r deb aj o de ci er ta s te nd en ci a so li ps is ta s
y du alist as, y de la dif icu lta d par a dar cue nta de la n atu ral eza pra gm áti ca y
ad ap ta ti va de l co no ci mi en to y de la fu nc io na li da d d la co nc ie nc ia , en el
paradigma representaciónal-computacional dominante en Psicología Cognitiva (vid.
Riv iér e, 1986).
Po r ot ra pa rt e, na da má s co me nz ar nu es tr a de fi ni ci ón , ya en co n tr am os
ej em pl ar es te ór ic os qu e no en ca ja n bi en en el la : pa ra lo s se gu id or es de
Vyg ots ki, en la Esc uel a Soc io-cul tur al de Mos cú, las fun cio nes sup eri ore s que
pre ten dem os est udi ar los psi cól ogo s del con oci mie nto , son pre cis ame nte el
resu lt ado de una génesis so cioc ultu ra l, de la inte ri or iza ción de paut as de
in terac ció n, y con sti tuy en la tra ma fun dam ent al de la con cie nci a hum ana
(Vygot ski, 197 9; Riv iér e, 198 4), cuy a exp lic aci ón es un obj eti vo ese nci al de la
Psi cología . Ade más , el pro ces o de int eri or iza ción, que da lug ar a las fun cio nes
super iore s,
im plica
una
re or ga nizac ión
fu nc ional
de
los
pr oc es os
neur of isiológi co s, a la qu e la Ps ic ol og ía no pued e perm an ec er aj ena. En ot ra s
pa labr as , el núcleo de la co nc epción exp li ca ti va de los disc ípu lo s de Vyg ot sk i
pare ce con si st ir , pr ec is am en te , en ne ga r la po si bi li da d de un a «c om pl et a
in de pe ndenc ia» del niv el me nt al o re pre sen ta cional co n re sp ect o a los ot ro s
planos : el fe nomé nico (o plano de la co nc ienc ia), el «m áq uina» (e n el ni vel
neur olisiológico) y el sociocultural.
¿Diremos entonce s que lo que hacen los psicólo gos de la Escuela de Moscú no es
Psi col ogí a Cog nit iva ? Des de lue go, no es si nos ate nem os al sig nif icad o más
estr icto del tér mino , que limita su ref eren cia al sub para digma de pr oc es am ie nt o de
la info rm ac ió n, o, má s aú n, al núcl eo co mp ut ac io na l -re pr es entac ional de es e
para digm a. Sí, en ca mb ió, si nos lim it am os a la defin ici ón que nos otr os (y no
Gar dne r) pro pon íam os de est e pri mer atr ibu to de la Psicología Cognit iva: «referir la
explic ación de la conduct a a entidades mental es, par a las que rec lam a un niv el de
dis cur so pro pio». Pues la afi rma ció n de la génesis sociocultural de las funciones
superiores no ha signific ado, para los psic ólog os de Mosc ú, un inte nto de redu cción
de tale s func ione s a su génesi s soc iocult ur al. Muy al contrario, Vygots ki recl amab a
un nivel de auto nom ía (y, por cons igui ente , de disc urso prop io de expl icac ión) a
part ir de la const itución del mundo simbólico, y de 1,11: 1 conci encia con una
estru ctura semiótica, que reobraría sobre las funciones neurofisiológicas del nivel inferior,
modificándolas e integrándolas en funciones ya propiamente psicológicas.
En su formulación más débil, y que podría referirse a los distintos subpara digm as de la
Psicología Cognitiva, la afirmación de que ésta remite la explicación de la conducta a
entidades mentales que se incluyen en un nivel de discurso propio, diferenciable del de
los planos de conciencia «externas» entre medio y conducta procesos neurofisiológicos y
socioculturales, no debe inte rpre tars e como un enunci ado de inde pend enci a genétic a
(ni, meno s aún, onto lógi ca) entr e el plan o cogn itivo y esos otros plan os. Se tra ta,
más bie n, de un enu nci ado de est rat egi a cie n tíf ica : es úti l sit uar la ex plic ació n del
comp orta mien to, cuando los sujete; recu erda n, reco nocen, razona n, comp rend en,
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etc., en el plano de las estructuras, rep res ent aciones y pro ceso s del cono cim ient o,
el cual se def ine por un gra do de ent idad (est o es, de auto nom ía) fu nc iona l.
Por ahor a (y si quer emos mant enern os en el nivel muy general de cara cter iza ció n en
que est amos), est a ide a de aut ono mía fun cio nal deb e int erp reta rs e en un se nt id o
mu y dé bi l: tr at a de ex pr es ar , simp le me nt e, el he ch o de qu e en la co nd uc ta se
dan ci er ta s re gu lari da des y fo rm as de de te rm inac ió n que van más all á de lo que
pue de exp res ars e med ian te cad ena s aso cia tiv as de izq uie rda a der ech a, y que no
pue den des cri bir se sin pér did a de inf orm aci ón su st ancial, en té rm inos de
re laciones
pr obabil ísti ca s
co nduc ta -med io,
pr ocesos
neu rof isiol ógi cos ,
inf lue nc ias soc ial es o cu ltu ral es, o « ra zon es» int enc io nal es con sci ent es de que
se sir ven las per son as par a dar cue nta de su com por tamiento.
Adem ás , aunque ta les reg ular idades pueda n co rr es ponder de una fo rma má s o
me nos «r ea li st a» a re gu lari da de s qu e se cl an en el mu nd o re al (c om o
pr et en de n lo s te ór ic os de co nc ep ci on es má s «e co logi st as », entr e lo s qu e se
cu enta n Gi bs on , 19 66 , y, en lo s úl ti mo s añ os , Ne is se r, 1976 ) no pu ed en
expresarse mediante el simple establecimiento de relaciones puntuales entre las
variaciones de las energías físicas del mundo y las variaciones de las conductas del
organismo.
En otras palabras , por muy «ecológ ico», adaptat ivo y rea lista que sea lo que el
org ani smo «po ne te su par te» en a ac tiv ida d de con oci mie nto lo cierto, es que pone
algo de su parte, que organiz a y est ructur a, que extrae regularidades que van más allá
de la variación «aquí y ahora» de los parámetros de energía con que se describe
físicamente el medio.
De nuevo, este segundo atributo de autonomía funcional vuelve a situarnos ante
concepciones que encajan con gran dificultad en é l significado clásico del término
«Psicología Cognitiva» y que, incluso, se apartan intencionadamente de ella. Me refiero,
naturalmente, a las teorías de Gibson y los gibs onian os sobre la perc epción y otras
func iones (vid., por ejemplo, Gib son, 1950, 1966 y 1979, y Turvey, ct. al., 1981). Para
Gibson, el mundo y los organismos están constituidos de forma que éstos obtienen la
mayor información que necesitan para su adaptación de una forma «directa»,
extrayéndola de las ricas variac iones de las energías del medio. Por ejemplo, cuando
percibimos objetos en un espacio de tres dimens iones, la información espacial
relevante está ya en la luz, y no es necesario infer ir dist ancias, o relacionar
informaciones de distint os sentidos, o recurr ir a la experi encia pasada para percibir la
tercera dimensión. No es preciso recurrir a procesos de «inferencia inconsciente» como
los que proponía Hemholt z. El propio estímulo contiene suficiente información como
para explicar que el medio sea percibido en tres dimensiones . Un estím ulo que no se
conc ibe simplemente en términos de la energía puntual que se transduce por los
receptores, sino como estructura objetiva relacionada con las invariant es y relaciones a
que da lugar la reflexión de la luz en las superficies, ángulos, etc. de los objetos
(Fernández Trespalacios , 1985). En definitiva el mundo físico contiene un grado de
estru cturación suficiente como para explicar muchos de los fenómenos perceptivos que
tradicionalmente se han atribuido a organizac iones impuestas por el sujeto que percibe.
Podríamos decir, metafóricamente, que éste lo que tiene que hacer (como la propia
Psicología) es «abrir los ojos» y extraer esa estructura objetiva, en vez de inventar ó
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construir una estructura subjetiva.
Como ha señalado Fernández Trespalacios, «la concepción de Gibson es una
concepción ecológica y una teoría de la percepció n directa. La estimulación que el
organismo consigue operando en el mundo es función del medio ambiente y la percepción
es función de la estimulación» (1985, p.74). En este sentido, Gibson se opone
explícitamente a los intento s de explicar la percepción en términos de computaciones y
representaciones de naturaleza constructiva y, desde el momento en que el paradigma
computacional-representacional es el que suele considerarse como <<prototipo>> de la
Psicología Cognitiva, se opone también a ese paradigma y esta lejos de considerarse a si
mismo como un psicólogo cognitivo.
Prescindiendo ahora de los aspectos específicos de la teoría ecológica de la percepción,
que no vienen al caso, y del mérito de los gibsonianos en destacar la natura leza
adaptativa de las funciona de conocim iento, en su crítica al carácter excesivamente
solipsista-del paradigma dominante, lo cierto es que no tendría ningún sentido hablar de
autonomía funcional si los procesos de cono cimi ento cons isti eran sola ment e en
func ione s bott om-up de extr acci ón de las estructuras reales del mundo. Sin embargo,
esta posición es difícil de defender por muchas razones, que me limitaré a enunciar
brevemente.
En primer lugar, se plantea la complej a cuestión del signifi cado del con cepto de
«estr uctura real» del mundo, y de la consis tencia cient ífica que pueda tener este
concepto, en Psicol ogía, más allá del enunciado de que exist e una correspondencia
adaptativa entre la conducta de los organismos y los contextos en que ésta se produce.
Son los científicos en nuestra calidad de sistemas cognitivos, los que establecemos esa
estructura gracias a las regularidades que abstraemos porque somos capaces de
percibir, conservar información en la memoria e inferir o generar información nueva a
partir de la previamente poseída. No se trata de negar lo que llamamos <<lo real>>
posee, quizás, una estructura objetiva independiente de la que conozcamos o no. En
todo caso, éste es un problema ontológico, con el que ya se estrellaron repetidamente los
realistas y nominalistas de la escolástica medieval, y que no pueden pretender resolver la
Psicología del conocimiento. La func ión de ésta es más bien la de determina cuales son
los procesos, las estructuras y las representaciones los esquemas que empleamos para
abstraer esas regularidades. «Estoy convencido —dice Gibson— de que la invarianela
proviene que la realidad, y no de ningún otro origen. La invariancia en el ambiente óptico
no se construye o deduce, sino que se descubre» (citado por Royce y Rozemboom,
1972, p.239): El problema es precisament e ése: ¿cómo se descubre? ¿Sería posible el
«descubrimiento» de la invariancia del ambiente óptico o de cualquier otro ambiente si el
organismo no conservara, en alguna clase de memoria —aunque pudiera ser tan breve y
huidiza como las memorias sensoriales—, representaciones de experiencias anteriores
para compararlas con la inform ación actualment e extraída? Creo que sin algún
mecanismo de comparación y, por tanto, de conservación de información, el organismo
no podría establecer ni las invariancias perceptivas más elementales, estaría sometido a
la «exclavitud de lo particular » (en la gráfica expresión de Bruner, et. al., 1956) y su
conducta no sería, en absoluto, adaptativa.
Si la refle xión anter ior es correcta, quier e decir que la función de abs traer
regular idades en .el medio, el «descub rimient o» de invari ancias, como las que se dan
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en los fenóm enos de const ancia de brillo , forma, color, locali zación , tamaño, etc.,
exige necesariam ente la conservació n de la infor mación en algu na clase de memoria.
La func ión de las memor ias sensoriales, que se ha cuestionad o desde la crítica de
Neisser (1976) a la artificialidad de los fenómenos estudiados mediante técnicas
taquistoscópicas, podría estar relacion ada con esa funci ón centr al de los mecan ismos
perce ptivos de extracción de regu laridades . Pero, pres cindiendo ahor a de la
natur aleza de la memoria necesaria para los fenómenos de constancia, lo importante es
que éstos ya requier en que el organism o ponga de su parte alguna estruct ura, agregue
algo que no está en la variación puntual de la energía física, complemente las
func ione s bott om-up con proc esos top -down que serían inexpli cabl es sin estructuras
de representación en el propio organismo.
Puede parec er que la discus ión nos ha llevad o demas iado lejos , más allá, del hilo de
la caracterización general que nos proponíamos. Pero no es cierto del todo: nos
permi te compr ender mejor un tercer atribut o gener al de la Psicolo gía Cogniti va, que
se añad e a los de refe renc ia a enti dade s ment ales y suposición de cierto grado de
autonomía funcional en éstas, que habíamos establecido anteriormente. Me refiero al
hecho de la psicología cognitiva, en todas sus variantes, presupone la idea de que las
funciones de conocimiento no sólo están determinadas por funciones «de abajo arriba»
sino también, en mayor o menor grado, por funciones de arriba a abajo, por procesos
que determinan niveles estructurales inferiores desde otros superiores. Me atreveré,
incluso, a decir esto mismo de un modo más tajante: si la conducta de los organismos, o
de sus procesos de conocimiento, no estuvieran determinados (por muy parc ialm ente
qué lo estén) «des de arriba» , la Psic olog ía Cognitiva no sería necesaria. La
parsimonia nos oblig aría, en tal caso, a presc indir de sus representaciones y
esquemas, sus mapas cognitivos e imágenes mentales, sus planes y estrategias, sus
operaciones y estructuras, sus modelos mentales, en una palabra.
Es evident e que si la conduct a de los organis mos estuvie ra absolut amente
determinada por las variaciones de los estímulo s del medio, en su calidad de energías
físicas (y no de estímulos percibidos o significativos), no habría, ninguna justificación para
postular la intervención de entidades mentales con -algún grado de autonomía funcional.
Como ha destacado Yela (1974), el reduccionismo de Watson se basaba en una
confusión entre estímulos proximales y distales, entre las energías físicas que afectan a
los receptores y aquello a que responden los organismos. Sin embargo, éstos son
conceptos distintos, desde el momento en que las propias «respuestas» obedecen a
regular idades cuya descr ipción no se agota mediante el establ ecimiento de
corre spondencias puntuales con las puntuales variaciones de las energías físicas del
medio.
¿En qué términos es posible, entonces, realizar la descripción de tales regularidades?
Para decirlo de un modo muy genera l, es preciso recurrir a formas de organización del
propio sujeto, de su conocimiento o de su actividad, así como a las relaciones entre
estos diferentes «niveles de organización», en que creo que podernos situar las
explicaciones cognitivas.
Para el intento de caracterización global de la Psicología Cognitiva, he elegido el término
«formas de organización», porque en este nivel podemos sacar provecho de su propia
ambigüedad. Otros términos, como «estrategias», «estructuras», «reglas», «esquemas»,
«procedimientos», «operaciones», etc. nos comprometerían excesivamente con
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subparadigmas específicos o niveles específicos de descripción. Y, en definitiva, todos
esos términos hacen referencia a formas de organización cuya. Justificación proviene de su
capacidad para dar cuenta de regularidades de conducta que nos obligan a recurrir a algo
que influ ye «desde dentr o hacia afuer a» (y no solo en la dirección inversa) en la
regulación del comportamiento. A algo que, además, está efectivamente organizado, y
cuyo modo de intervención, no puede explicitarse con descripciones de intercambios
bioquímicos, fisiológicos, etc., sino de formas de conocimiento de representación.
Ahora, el concepto de autonomía funcional que justifica de los psicólogos cognitivos a
entidades mentales, comienza a adquirir cuerpo. Esas entidades mentales son,
esencialmente, formas de organización «interna», necesarias para explicar las
regularidades de conducta y la necesidad de describirlas con un nivel de discurs o
.propio se fundam enta en el hecho que su caracte rizaci ón no se resuelv e en términos
de intercambios o estructuras de energía, sino en términos de estructur as e
intercambi os de información (en el sentido no-técnico) o, mejor de-conocimiento. Talesformas de organización serían «irreconocibles» (podemos decir que serían invisibles) si
no hubiera alguna clase, por muy vaga y limitada que sea, de determinación- top-down del
comportamiento.
Al hablar de «formas de organización» estam os apuntando a un atribu to central de la
Psicología Cognitiva que, como todos los demás, nos sitúa ante algunos de los peligros y
limitaciones más obvias de sus perspectivas explicativas. En primer lugar, debemos
destacar el hecho de que los distintos sub-paradigmas de nuestra ciencia se han
caracterizado, realmente, por un compromiso con las formas y han tendido a dejar de lado
los problemas más relacionados con los contenidos del conocimiento. Solo recientemente
se atisban signos de un mayor interés por los contenid4 que resulta necesario para
ofrecer una perspectiva contextual de las funciones de conocimiento, y para compr ende r
su función adaptati va. En segundo lugar, tales form as han tendido históricamente a
identificarse con formalizaciones importadas de la lógica, las matemáticas, la inteligencia
artificial o la gramática, configurando lo que de De Vega ha denominado «metapostulado
logicista» de la psicología cognitiva, que establece que «las representaciones y/o procesos
mentales humanos son isomorfos con respecto al sistema de reglas formales lógico o
matemáticos y gramaticales ha tenido un coste que iba mas allá del puro uso instrumental
de tales formalismos para expresar realidades psicológicas, desde el momento en que
llevó a una «imagen logicista» del sujeto qué, para hablar o comprender emplearía sus
conocimientos tácitos de las reglas morfo-sintácticas de la gramática generativotransformacional,(Miller y McKean, 1964, Savin y Perchonock, 1965; Mehler, 1963;
McMahon, 1963; Slobin, 1966; Gough, 1965, 1966, etc.), cuya evolución cognitiva podría
describirse en términos de estructuras cada vez más poderosas y reversibles, que le
acercarían progresivamente a un «modelo final» de sujeto competente en esquemas de
inferencia definidos por la lógica de clases, proposiciones y relaciones (Inhelder y Piaget
1955) un procesador optimo de la información (Levine, 1966, 1969, 1975), que construiría
«conceptos óptimos», semejantes alas clases lógicas, mediante estrategias activas de
formación y comprobación de la hipótesis (Bruner, Goodnow y Austin, 1956), y realizaría
operaciones lógicas sobré la información al razonar (Hunter, 1957), un sujeto que
ajustaría sus juicio s de semejan za al modelo métri co euclidiano (Atneave, 1950;
Torgerston, 1965; Shepard, 1962) y sus prediccione s intuitiva s a las leyes bayesiana s
del cálcu lo de probabilidade s (Ed wards, 1968; Peterson y Beach, 1967), etc.
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En los últimos años, ese sujeto ha cambiado tanto que resulta práct icamente
irreconocible: las estructur as con que produce y comprende el lenguaje están
agujereadas de difusas influencias semánticas y pragmáticas (Clark y Clark, 1977), su
competencia final en el manejo de tareas lógicas es más bien limitada y específica de
ciertos campos (Wason, 1966, 1968), sus categorías difusas y de límites imprecisos
(Rosch, 1978), su razonamiento frecuentemente alógico (Evans, 1972) y guiad o por
«modelos menta les» más que por reglas formales (Johnson-Laird, 1983), y sus
estimaciones de semejanzas y predicciones intuitivas están influidas por sesgos
irrepresentables en la métrica euclidiana o el cálculo de probabilidades (Tversky, 1977;
Kahneman y Tversky, 1973). A medida que ha crecido el sujeto de la Psicología Cognitiva se
ha hecho menos lógico, más difícil de formalizar, quizá más impredictible y divertido
también. Si el interés principal de los psicólogos cognitivos de la primera generación
parecía residir en demostrar a toda costa la lógica seriedad formal de las competencias
cognitivas de su sujeto, el interés de lo psicólogos de la segunda generación parece
residir, en gran parte, en mostrar sus sorprendentes limitaciones y sesgos, las
deformaciones (fin un sentido muy literal, de divergencia con respecto a las formas
pretendidamente normales) con qué procesa la información del medio.
¿Quiere decir esto que la Psicología Cognitiva ha renunciado a determinar las formas de
organización atribuibles al sujeto, o su estructura de conocimiento? Creo que no. La
creciente divergencia con respecto a los formalismos de la lógica y la lingüística, el
descubrimiento de sesgos en el modo de procesar o representar el conocimiento, son, por
el contrario, muestras evidentes de la intervención activa de las formas de organización
de la acción, el conocimiento y el sujeto. Manifestaciones del hecho de que las funciones
de conocim iento no se limitan a acomodar se a una axiomát ica objetiva o ex terna , sino
que expres an un orden inter no, que no es un calco del orden de lo real, ni una sombra
de las formas ideales que elaboran los lógicos, matemáticos y lingüistas. Un orden quizá
mas vinculado a la «racionalidad biológica» que a la racionalidad lógica (De Vega, 1981;
Riedl, 1983). El problema que se plantea, entonces, no es el de la afirmación de la
influencia de las formas inter nas, sino más bien el de los límite s de la form alización, y
de la utilidad de los formalismos lógicos, lingüísticos, computacionales, etc., para
expresar las funciones reales de conocimiento.
Si observa mos el desarrollo de la Psicologí a Cognitiva en los últimos treint a años
vemos que, mientras la primera etapa estuvo caract erizada por una actit ud de
importación de los sist emas nota cionales de las cien cias formales por parte de los
psicólogos cognitivos, la mas reciente empieza a definirse por el hecho de que es la propia
Psicología Cognitiva la que exige de los lógicos, los matemáticos, los lingüistas y los teóricos
de la inteligencia artificial el desarrollo de formalizaciones asimilables a la naturaleza real de los
procesos y representaciones del conocimiento: lo s ma rc os , gu io ne s y es qu em as , los
conjuntos borrosos y las formalizac iones lingüísticas de fuerte impregnación semántica
o pragmática (como las gramáticas de casos o las que asignan un pap el cen tra l al
com pon ent e léx ico )- se han con ver tid o pro gre siv ame nte en nociones de uso muy
común en las ciencias formales. El ideal logicista de las ciencias formales esta siendo
completado (cuando no sustituido) por una aspi ración más «naturalista», condic ionada
en gran parte por el fuert e desa rrollo y la influencia de la Psicología del conocimiento, y
por las exi gen cia s de la int eli gen cia art ifi cia l, que lle van la bús que da, de sis tem as
de rep res ent aci ón que aqu ell as funci one s en que la ver sat ili dad , rap ide z,
«in tel igen cia » de los sis tem as nat ura les sig ue sie ndo muy sup erior a las que
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tie nen los sis tem as artificiales de procesamiento de la información.
Este desarrollo plantea dos cuestiones, cuya elaboración desborda por completo los
objet ivos de éste libro , pero que no podem os dejar de mencionar: ¿hasta qué punto
puede ser formalizable la organización «natural» de las funciones de conocimiento? Y
hasta que punto se apartan efectivamente estas funciones del ideal logicista sostenido
tradicionalmente por las ciencias formales? La rep ues ta a una y otr a es, en gra n
par te, comú n son cue sti one s que no pare cen tene r una solu ción a prio ri. No pare ce
posi ble estable cer de antemano las posibili dades de represent ación formal de las
funciones naturales de conocimiento, ni decretar, de una vez por todas, su grado de
logicidad. Solo la paciente elaboración de una Psicología del conocimiento natural y social
ira dando respuestas matizadas a estas cuest iones. Todo parece indi car que estas
respuestas se caracterizan, precisamente, por su carácter matizado y contextual:
probablemente, el ideal de definir un solo formalismo universal para las funciones de
conocimiento deba ser abandonado, porque la mente se carac teriza por la capacidad de
forma lizar con distintos lenguaj es en funci ón de variab les contextuale s, intencional es,
etc: (Rivière, 1986), y, por es variable en función de factores con-textuales e inter o
intraindividuales. Es decir, para enfrentarnos a los problemas de formalizabilidad y
logicidad, sería necesario que los psicólogos cognitivos empleáramos la flexibilidad y
versatilidad que utilizamos cotidianamente cuando resolvemos problemas naturales en un
medio natural y problemas sociales en nuestro ambiente social.
La conclusión que se obtiene de las reflexiones anteriores es que el objetivo de definir las
formas de organización que se ha marcado históricamente la Psicología Cognitiva, no tiene
por qué comprometer con una perspectiva formalista o logicista de su objeto, por mucho
que se haya comprometido históricamente la Psicología Cognitiva con esta clase de
perspectivas. Tampoco supone un compromiso con una posición racionalista, a pesar de
la influencia racionalista en el paradigma dominante.
En otro mome nto señalaba que estas «for mas de organizac ión» puede n situarse en
tres planos, que permiten establecer distintos niveles de generalidad-especifidad y, en
ciert o modo, de molecularis mo-molar idad en las teo rí as co gn it iv as : es tá , en pr im er
lugar, el plano del sujeto cognitivo. Después, el plano del conocimiento representado
deforma más o menos permanente. Y, finalmente, el plano de la actividad. Aunque esta
distinción no había sido establecida anteriormente, creo que puede constituir un recurso
heurístico para el análisis de las teorías cognitivas. Antes de emplear el recurso, conviene
aclarar que los tres planos no son, en absoluto, independientes, y que los modelos
cognitivos suelen remitirse, de forma implícita o explicita, a todos ellos. Sin embargo,
también es conveniente advertir que las diferentes teorías cogni tivas tiend en a situa rse
prefe nteme nte en uno de estos planos , y de ellos deriva la utilidad de su decisión.
El nivel mas general de formas de organización mental, funcionalmente autónomas, en
que puede situarse la Psicología Cognitiva, es el del sujeto cognitivo como tal. Y antes de
nada, conviene que nos enfrentemos a una pregunta más bien inquietante: ¿quién es
ese sujeto? Desde luego, no es el que solemos entender por tal en nuestra vida
cotidiana. No suele serlo , por lo menos. Es decir: no suele ident ifica rse el sujet o
cogni tivo con ese marco de auto-referencia al que atribuimos, en nuestros intercambios
sociales y reflexiones personales, unas ciertas intenciones y metas, un determi nado
senti do de la ide nti dad per son al, una con cienc ia de seg und o orden de ciertos
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contenidos, objetivos y razones de conducta. Dicho en otras palabras: el sujeto Cognitivo
no se identifica con el «sujeto de atribución de la Psicología natural» (Humphrey, 1984).
La confusión entre uno-y otro sujeto (que es bastante frecuente) provoca serios
malentendidos sobre las metas que se ha establecido históricamente la Psicología
Cognitiva en casi todas sus variantes.
Estas consideraciones dejan flotando una cuestión que constituye uno de los más
formidables retos explicativos con que se enfrenta actualmente la Psicolo gía Cog nitiva
¿Cuá les son las relaciones entr e el sujeto cognitivo y ese otro al que hem os
lla mado <<s uje to de atr ibu ció n de la psi col ogía nat ura l»? El as un to es co mpl ej o
y ex ig e, en tr e ot ras c os as , da r cu en ta de la fun ci on al id ad cognitiva de la
conciencia y, especialmente, de las formas más específicamente humanas e ella. Las
resp uest as prop iame nte cogniti vas a este pro blema son, por ahora, muy expectativas
(vid. Johnson-Laird, 1983; Dennett, 1980; Pinillos, 19 83) y las más elaborad as y
«cogniti vas» han sufrido fuertes cri ticas (Br oadb ent, 1984). En cualquier caso, lo
que nos interes a ahora es que el sujeto cognitivo no puede identificarse con el sujeto
personal. Como ha destacado Dennett (1978) , las explica ciones cognitivistas se sitúan
en un nivel sub-personal: «Si uno está de acuerdo con Foder en que el objetivo de la
Psicología Cogn itiva es re pr ese nt ar pro cesos psicoló gi cam ente re ale s qu e se dan
en las perso nas, y puest o que la adscr ipció n de cree ncias y deseos sólo está
relacionada indirectamente con tales procesos bien podemos decir que, creencias y
deseos no son objeto propio de estudio de la Psicología Cognitiva. Dicho de otro modo , las
teorías cognitivas son o deben ser teorías del nivel sub-personal, en que desaparecen las
creencias y los deseos, para ser reemplazados por repre senta ciones de otros tipos y
sobre otros temas» (Dennett, op. cit., p. 101).
Algunos investigadores no están de acuerdo en que las teorías cognitivas deba n o
pueda n situarse en ese nive l sub-persona (Cou lter, 1984) , pero lo cierto es que
históricamente no se ha dado la identidad sujeto cognitivo-sujeto personal, y eso es lo
que aquí interesa.
'
Sin embargo, una vez establecido lo que no es el sujeto cognitivo (lo que no ha sido en la
historia de la Psicología Cognitiva), vuelve a plantearse nuestra pregunt a anteri or ¿qué
es entonce s?, ¿cómo se ha definid o históri camen te? En pocas palabras, podemos decir
que se ha definido en términos de una cierta arquitectura funcional (por emplear la feliz
expresión de Pylyshyn, 1980), que expresa una forma de organización del sistema
cognitivo como tal, y que —por ello mismo— establece unos límites de competencia en el
funcionamiento cognitivo del sujeto. Esta definición es intencionadamente muy general, de
modo que permite incluir concepciones de las distintas «psicologías cognitivas».
En efect o: una caract erística de todos los su b-paradigmas cognit ivos es la suposición
de que el agente de conducta no es un organismo vacío, ilimitadamente moldeable, sino
que se define funcionalmente por una cierta organización, una determinada estructura o
arquitectura. El «diseño» de esa arquitectura es variable, según los intereses temáticos y
marcos teóricos de los modelos cognitivos, pero la suposición de que ese diseño es un
recurso explicativo necesario para dar cuenta de la conducta y las funciones de
conocimient o es común: de é l hablan Vygot ski y Luria, cuando se refie ren al carác ter
«sistemático» de la concienc ia y a su estruct ura interfuncional (Vygot ski, 1934), o
Piaget cuando define estructuras operatorias, que delimitan la competencia lógica en el
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desarrollo (Piaget , 1968, 1971), y Chomsk y, cuando tra ta de definir, a partir de ciertos
universales lingüísticos, un mecanismo innato de adquisición del lenguaje (Chomsky,
1981) o Anderson (1976), cuando trata de demostrar la equivalencia de su modelo ACT
con la máquina de Turing.
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