Consecuencias económicas de la crisis del 29 Álvaro Bracamonte Sierra* Pese a que el periodo de entreguerras fue notablemente inestable en materia económica, nadie previó la extraordinaria generalización y profundidad de la crisis del 29 iniciada con el crack de la Bolsa de Nueva York precisamente un día de octubre de aquel año. El derrumbe bursátil pronto salpicó a toda la economía: entre 1929 y 1931, la producción industrial disminuyó aproximadamente un tercio en Estados Unidos y en una proporción parecida en Alemania. Westinhouse, que en ese tiempo era el mayor conglomerado del sector eléctrico de Estados Unidos, perdió dos tercios de sus ventas entre 1929 y 1933 y sus ingresos netos descendieron 76 por ciento en sólo dos años. En general, se produjo una reducción en la producción de artículos de primera necesidad dado que sus precios caían estrepitosamente. La deflación, principalmente en alimentos y materias primas, caracterizó a esos años lo que tuvo consecuencias devastadoras para todos aquellos países que comercializaban esas mercancías en la Unión Americana: el comercio mundial disminuyó 60% en cuatro años (1929-1932). Entre quienes trabajaban por un salario, la principal consecuencia de la crisis fue el desempleo a una escala inimaginada; en sus peores momentos, los índices de paro se situaron en aproximadamente 30 por ciento en Estados Unidos y en un 25% en promedio en Europa (Alemania tuvo momentos en que registró cerca del 50% de desempleo). La imagen dominante de la época era la de los comedores de beneficencia y los ejércitos de desempleados que desde los centros fabriles marchaban para denunciar a los responsables de esa trágica situación. Las repercusiones de la Gran Depresión fueron traumáticas para el liberalismo económico: esta doctrina prácticamente fue desterrada de las aulas en las escuelas de economía y también dejó de ser la referencia en el diseño de políticas económicas. Volvió por sus fueros en los ochenta cuando un renovado liberalismo, personificado en Ronald Reagan y Margareth Thatcher, dominó la escena mundial. Especialmente la recesión de la economía norteamericana tuvo efectos demoledores para la economía mexicana y sobre todo para la de Sonora. Considerando que Estados Unidos absorbía el 40 por ciento del comercio registrado en ese periodo y que durante la crisis redujo en 70 por ciento sus importaciones, resultaba fácil advertir las dificultades que provocaría la reducción en la demanda estadounidense de materias primas. Éste fue el caso para las regiones que vendían cobre y productos de la ganadería, que eran precisamente los que comerciaba Sonora. La recesión del 29 fue para nuestra entidad un verdadero tsunami. José Carlos Ramírez (1991) señaló que la grave caída del comercio, explicada por el cierre de la frontera a la exportación de ganado y productos minerales a Estados Unidos, debilitó a tal grado la recaudación fiscal que imposibilitó al gobierno para intervenir y detener la debacle de la economía regional. “El Estado, en esas condiciones, se encontraba casi inhabilitado para hacerle frente a la constante baja en el precio del cobre y del ganado, así como a la tarifa arancelaria Hawley-Smooth, que para 1932 habían prácticamente detenido la producción de los centros mineros más importantes. Sus abundantes decretos destinados a compensar en parte el daño a los propietarios y los trabajadores de las minas no pasaron más allá de simples paliativos ya que, a pesar de que ofrecieron condiciones ventajosas para las empresas, éstas no pudieron evitar la quiebra (como fue el caso de la Moctezuma Copper Company que cerró en septiembre de 1931)”. La reorganización de la economía regional fue inevitable: a partir de entonces la minería no volvió a ser el centro de la estructura productiva de la entidad. Sirven estos trozos de historia para ponderar las posibles consecuencias que traería la depresión que amenaza la economía de Estados Unidos. Los actores y las circunstancias son distintos, pero algo debemos aprender de dichos pasajes. Por ejemplo, sigue siendo cierto que la economía de Sonora depende de la estadounidense: el turismo está sujeto a los visitantes de Arizona; las exportaciones de las maquiladoras y la Ford se concentran en el mercado norteamericano. Hace unos días, el propio gobernador indicó que el 60 por ciento del valor producido en la agricultura se exportaba y no se requiere ser un mago para suponer que, en su inmensa mayoría, tienen el Norte como destino. Vale más, entonces, no guardar mucho optimismo respecto a que Sonora no resentirá demasiado los estragos de la crisis. Creo que tarde o temprano empezará a mostrarlos. Hay que recordar que la economía norteamericana aún no entra en recesión: lo que tenemos en este momento es una crisis financiera que irremediablemente contaminará al resto de la economía. Así ocurrió en el 29 y ya conocemos las consecuencias para la economía sonorense. *Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de Sonora, [email protected]