Subido por Alegerson 98

ENSAYO DE CASTIDAD

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LA CASTIDAD DE JESÚS
El presente ensayo pretende dar una visión global del voto de castidad
basándose en los escritos de “La castidad: Amar con ternura” de Pepa Torres
(Carmelita anunciata) y “Ser y vivir para los demás desde la castidad consagrada”
de Macario Diez Presa (Claretiano).
Muchas veces al hablar del voto de castidad nos encontramos ante una fuerte
encrucijada. El valor de la castidad queda ceñido a la vida consagrada o clerical y,
por si fuera poco, se malinterpreta. La castidad queda reducida a la genitalidad o la
falta de relaciones sexuales o coito, es así, como reprimimos algo que es netamente
humano y tan lleno de posibilidades como es la castidad. Es por eso, que la castidad
evangélica y consagrada debe de definirse por su misticismo, más allá de su
funcionalidad, la dimensión mística de la castidad se expresa mediante las
libertades que ganamos al profesar libre y voluntariamente este voto. Es por esto
por lo que decimos que castidad se traduce en amar desde y con ternura, por los
demás, con Dios y, todo esto, amparado por la libertad. No es fácil observar esto
desde una perspectiva netamente humana, por tanto, tenemos de ejemplo a Jesús
de Nazareth, un hombre (así es, de carne y hueso), que amó tiernamente (Jn 8, 1011), se donó hasta el extremo (Mc 15, 37), que mira hacer la voluntad del Padre (Jn
6, 38) y, todo esto lo hizo en libertad (Jn 11, 25-26). Necesitamos ver y vivir la
castidad desde la mirada y el corazón de Jesús, que tocó, sufrió, lloró, pero
permaneció en el Padre y eso le dio fuerza para seguir adelante.
En la actualidad, en un mundo donde vivimos el momento, donde nos da
miedo tocar al otro, donde la superficialidad e inmediatez reina en la cultura general,
ciertamente, es una locura (por no decir tontería) vivir en castidad evangélica. El
mundo de hoy necesita ver ganancias y verlas ya, no es algo sencillo de entender,
por ende, personas que optan por amar no desde la privatización, sino, desde la
soltura y la entrega. Cuando un religioso o religiosa está en la escena de un colegio
o de una plaza de mercado, siempre atrae las miradas y, muy seguramente, las
personas piensan: ¿Cómo le hace él o ella para vivir sin sexo? Porque en la
actualidad, la vida religiosa es sinónimo de vida en celibato o en “continencia
perfecta”. Por tanto, como religiosos o religiosas, estamos invitados a vivir no desde
esa sintonía, desde lo que nos falta, estamos llamados a vivir desde lo que podemos
ser. Como ya he dicho, vivir desde la castidad evangélica, nos tiene que remitir a
Jesús, un hombre que se encarnó para vivir con nosotros (resaltemos que no utilicé
la palabra como, si entendemos este cambio, podremos comprender a lo que nos
llama la castidad), y desde esta dimensión humana llevó a cabo el proyecto más
importante: el Reino de Dios y la voluntad del Padre.
Pero, si la castidad no es algo funcional (es porque está en la tradición de la
vida religiosa y/o en las Constituciones), no es tampoco algo que se tenga que
entender desde lo que carecemos, entonces como se podría definir la castidad
consagrada. Pues en Jesús encontramos las respuestas. Al inicio declaraba que
estamos invitados a vivir con y desde la ternura, es la misma ternura con la que
Jesús tocó a la mujer encontrada en adulterio, esa ternura que es capaz de curar
todo lo que nos ha dejado heridos (Jn 8, 10-11), capaz de volvernos a la dignidad.
Jesús no sermoneó a la mujer, le abrió los ojos, la toco y la levantó, esa es la ternura.
Otro ejemplo es María, la ternura de una madre que acoge a un niño y es capaz de
entregarse completamente al plan de Dios. Por tanto, no hay que tener miedo a
tocarnos, abrazarnos, acariciarnos, pero desde la perspectiva de ternura de Jesús,
una caricia que es fuente de vida nueva. Estamos llamados y llamadas a vivir una
fraternidad desde la ternura, a vivir en comunidades donde las relaciones sean
desde la ternura y la igualdad, desde el abrazo y el acoger.
En este orden de ideas, la castidad, que es amar desde la ternura de Jesús,
es también dejarlo todo. Al estar en la cruz, Jesús entregó su espíritu, es decir,
entregó todo por amor. La castidad evangélica desde Jesús es entregarlo todo, pero
esa entrega tiene nombre, se llaman: los más necesitados. Así es, no es una
entrega mística a un ser utópico y etéreo, es a nuestros hermanos y hermanas
desde la misión, siempre encontraremos a alguien necesitado, es ahí donde la
castidad de Jesús es la clave. Jesús dio su vida por los demás, al entregarse de
lleno a la voluntad del Padre, y esta es otra característica principal, si bien, la entrega
tiene nombre (la misión), nos entregamos con Dios desde la castidad, dentro de esa
entrega cotidiana y real, buscamos la voluntad del Padre, la voluntad de aquél que
nos ha enviado, de aquél que nos amó primero. Es ahí donde adquiere una
experiencia mística y espiritual la castidad, he dicho que no lo es, pero la castidad
se tiene que vivir desde la relación cotidiana con Dios, desde la oración y la
comunión con Él. Por tanto la castidad evangélica, es una invitación a vivir una vida
espiritual que nos lleve al encuentro con el otro, ser “contemplativos en la acción”.
Ya casi al finalizar, me gustaría destacar uno de los aspectos más
fundamentales del voto de castidad (y es prácticamente de todos los otros votos):
la libertad. Se es casto por el Reino de manera libre o no se es. Esto también va en
contra de la cultura de las renuncias. Sí, la castidad es una renuncia (y jamás hay
que olvidar esta dimensión), pero la renuncia es en libertad y, nuevamente, en Jesús
encontramos estas dimensión, él es el que entrega la vida, no los otros lo que se la
quitan. Es decir, Jesús hace hincapié en la libertad de entregar la vida, pero veamos
el precio que él pagó, la cruz. Por tanto, la entrega de nuestra vida desde la castidad
evangélica, tendrá un precio muy similar. Esta dimensión de la libertad nos recuerda
la fragilidad humana, muchas veces vemos la libertad como una potencialidad
(hacer lo que queramos), pero no lo vemos como una realidad que nos invita a
reconocer nuestros límites y la responsabilidad. Que veamos la castidad como una
libertad, nos debe anclar siempre a la realidad humana; somos religiosos y
religiosas de barro (Cor 4, 7-12). Necesitamos cuidar nuestra castidad, porque
nosotros hemos optado por ella, nos hemos arriesgado a vivir desde esta manera
de amar, por tanto, la libertad no es sinónimo de “dejar”, debe ser sinónimo de
“aceptar”, aceptar las renuncias como potencialidades. De esta manera podremos
decir con autenticidad: Yo soy el que entrego la vida.
En este ensayo me permitiré añadir una figura que, sin lugar a dudas, vivió y
amó desde la propuesta de castidad de Jesús y del Reino, ella es María. En los
párrafos anteriores realicé mención de ella, quisiera ahondar brevemente en su
actuar. Es evidente que ella, desde su ser madre, amó con y desde la ternura. Por
otro lado, María entregó todo, su vida, sus planes a Dios, al igual que su hijo, supo
poner la confianza en el Padre, que hizo cosas maravillosas en ella. Además, se
puede decir que María es la mujer de la escucha y la contemplación, no por nada
guardaba todas las cosas en su corazón y las meditaba y reflexionaba, atenta y
solícita a la voluntad del Padre hasta decir “Hágase en mí según su palabra”. Y si
hablamos de la libertad a la que nos hemos estado refiriendo, María es el ejemplo
de una mujer que aceptó las consecuencias de su decisión, que aceptó las espadas
que atravesaron su corazón. Pero que como consecuencia vivió en una auténtica
libertad que la hizo ser libre para amar, tanto que es la madre de la Iglesia naciente.
La castidad evangélica involucra a todo el ser humano, es por eso por lo que
no es muy fácil de entender, es compleja. Se malinterpreta y se reduce a la
corporalidad y a la perdida de derechos reproductivos. Sin embargo, estamos
llamados a la castidad evangélica (y tiene apellido, es evangélica) y esto debe ser
sinónimo a una castidad centrada en Jesús. Un Jesús que fue tan humano como
cada uno de nosotros y nosotras, que caminó entre el polvo y la gente de la antigua
Israel. Él es nuestro modelo que, como ya lo he dicho: ama con y desde la ternura
de un Padre-Madre, que fue capaz de restaurar la dignidad de alguien en concreto;
entrega su cuerpo hasta la muerte, no a medias tintas, Jesús muere y entrega todo
lo que tiene a todos y cada uno de nosotros; escucha la voluntad del Padre, vive su
castidad por los demás con Dios como centro y ancla; y vive desde la libertad, no
desde una libertad superficial, mas bien, conoce lo que atrae entregar la vida y por
eso la entrega. Si somos perceptivos, he escrito en presente, es decir no en pasado,
creo que el objetivo de la castidad evangélica es ser como Jesús fue en el presente.
Nos lleva a amar con y desde la ternura (fraternidad), a entregarlo todo por los más
necesitados (misión), a escuchar la voluntad de Padre en nuestras vidas
(espiritualidad) y, sobre todo, nos hace ser humanos (hombres y mujeres) viviendo
en libertad. Veamos a María, la mujer que se entregó por amor a los demás, con el
Padre y en la auténtica libertad que emana de seguir su voluntad.
En conclusión, creo que la vivencia del voto de castidad es realmente
desafiante, como en realidad lo son todos los votos. Pero la idea de tener a Jesús
como centro y, de una manera muy especial, a María como modelo de castidad,
podría resultar un camino potencial para desarrollar mi afectividad y sexualidad
dentro de mi proyecto de vida. Realmente, el voto, al igual que la afectividad y la
sexualidad, involucran toda la persona y, yo quisiera subrayar la dimensión de la
libertad. Desde la libertad se puede ver que la castidad es tan humana como divina,
libremente la elegimos, para ser libres de amar con y desde la ternura, para amar a
todos sin privatización o dependencia; esto nos lleva a entregar la vida por amor a
los demás a ejemplo de Él; y tratando de hacer consciente la voluntad y la voz de
Dios en nuestra vida. La castidad, por tanto, para mí, es el voto del amor.
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