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P. GABRIEL AMORTH
LA MUJER
QUE VENCIÓ
ALMAL
Traducción: Armando Aguirre Muñoz
Diseño de portada yformación: DCV Jorge Armando Serrano Hernández
"AL SERVICIO DE LA VERDAD EN LA CARIDAD"
Paulinos, Provincia México
Primera edición, 2014
4ª edición, 2019
D. R.© 2014, EDICIONES PAULINAS, S.A. DE C.V.
Calz. Taxqueña 1792, Deleg. Coyoacán, 04250 México, D. F.
Comentarios y sugerencias: [email protected]
www.sanpablo.com.mx
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
ISBN: 978-607-714-126-6
Presentación
Juan Pablo II, en su carta apostólica Tertio millennio adveniente,
encomendaba al Espíritu Santo el cometido de conducir a las
almas a entrar con las justas disposiciones en el nuevo rnilerúo.
Y continuaba: "Confío esta tarea de toda la Iglesia a la mater­
na intercesión de María, Madre del Redentor. Ella, la Madre
del amor hermoso, será para los cristianos del tercer milenio
la estrella que guia con seguridad sus pasos al encuentro del
Señ.or. La humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil
añ.os ofreció al mundo el Verbo encamado, oriente hoy a la
humanidad hacia Aquel que es 'la luz verdadera, la que ilu­
mina a todos los hombres' (In 1, 9)".
Es hermoso pensar en María como en la estrella que nos
conduce con seguridad al Señor. Los Magos siguieron la
estrella y encontraron a Jesús con su madre. Pidamos a la
Virgen que nos lleve de la mano y nos guíe.
En estas páginas, que constituyen el quinto libro que es­
cribo sobre María, siguiendo la estela de la Sagrada Escri­
tura y de la enseñanza eclesiástica, he tratado de recorrer
ese camino que nos hace conocer a la Madre de Jesús y
Madre nuestra. El conocimiento de la Madre nos lleva al
conocimiento del Hijo, porque Dios ha dispuesto que la
relación entre María y Jesús fuera mucho más allá de la
relación natural, para que la Virgen fuese la primera redi­
mida, la primera discípula, la primera colaboradora de su
drvino Hijo.
5
Día
P.
Gabriel Amorth
1
La mujer nueva
Cuando cada año, el 8 de septiembre, la Iglesia celebra la
fiesta litúrgica de la Natividad de María, el pensamiento
más repetido es que surge la aurora, anunciadora del día:
la Natividad de la Virgen prefigura el nacimiento de Je­
sús. El Concilio Vaticano II se expresa con una frase felicí­
sima sobre el nacimiento de la Virgen. El capítulo Vlll de la
constitución sobre la Iglesia Lumen gentium (LG), dedicado
por entero a la Virgen María, afirma en el n. 55: "Con ella,
excelsa Hija de Sión, tras la larga espera de la promesa, se
cumplen los tiempos y se instaura una nueva economía".
Para comprender el papel de María y cómo su aparición
supuso un giro decisivo en el desenvolvimiento del plan
salvífico, conviene adelantar algún concepto sobre el plan
divino en la creación y, por ende, sobre la absoluta centra­
lidad de Cristo. Él es el primogénito de todas las criaturas:
todo ha sido hecho para él y con vistas a él. Él es el centro
de la creación, el que recapitula en sí todas las criaturas:
las celestes (ángeles) y las terrestres (hombres). En cual­
quier caso, creo que Jesús se habría encarnado y aparecido
triunfante en la tierra, pero es difícil decirlo. La realidad
es muy otra. Tras el pecado de nuestros progenitores, que
esclavizó al hombre a Satanás y a las consecuencias de la
culpa (sufrimiento, cansancio, enfermedad, muerte ... ), Je­
sús vino como Salvador, para redimir a la humanidad de
las consecuencias del pecado y reconciliar con Dios todas
las cosas, en el cielo y en la tierra, por medio de su sangre
y de la cruz.
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7
'F@t\lo Ita sido creado en vista de Cristo: de este plantea­
mieiilf© erdstocéntrico depende el rol de toda criatura, de
cada uno de nosotros, ya presente en el pensamiento divi­
no desde toda la eternidad. Si la criatura primogénita es el
Verbo encamado, no se podía no asociar a ella, antes que
cualquier otra criatura, en el pensamiento divino, a aquella
en la que se llegaría a efectuar tal encarnación. De aquí la
relación única entre María y la Santísima Trinidad, como se
manifiesta claramente en la página de la Encarnación.
Centralidad de Cristo y su venida como Salvador: así,
toda la historia humana está orientada al nacimiento de
Jesús, que es conocido como "plenitud de los tiempos".
Los siglos precedentes son "tiempo de espera"; los siglos
siguientes son "los últimos tiempos". Con el nacimiento de
María la historia humana sufre el gran vuelco: cesa el pe­
ríodo de la espera y se inicia el período de la realización.
Ella es la Mujer nueva, la nueva Eva; de ella procede el
Redentor y en ella se da inicio al nuevo pueblo de Dios.
Los primeros Padres, como Justino e Ireneo, ya recurren a
la comparación Eva-María: Eva, madre de los vivos; María,
Madre de los redimidos; Eva da al hombre el fruto de la
muerte; María da a Cristo, fruto de la vida, a la humanidad.
En este punto nos gustaría conocer muchos particulares
respecto a María, pero carecemos de datos. Los evangelios
no son libros histórico-bibliográficos, sino históríco-salvífí­
cos. Son la predicación de la "Buena Nueva". En ellos no
hay lugar para lo que sólo tendría un interés humano, pero
ningún valor para la salvación. Por eso faltan tantas noti­
cias que nos interesarían a nosotros por su valor biográfi­
co, pero que no tienen importancia alguna con respecto al
mensaje que han querido transmitir los evangelistas.
Proponemos algunas de estas preguntas, carentes de res­
puesta segura, pero a las que podemos aproximarnos: al
menos podemos damos cuenta de ciertas opciones cle los
evangelistas.
¿Cuándo nació la Virgen? Respecto al día, antiguamente
se barajaban varias fechas, sugeridas siempre por motivos
de culto y no por motivos históricos. Después se impuso
la fecha del 8 de septiembre, aunque infundada histórica­
mente, y de ella se ha hecho depender la fecha de la concep­
ción de María, nueve meses antes, fiesta de la Inmaculada
Concepción. En cuanto al año, sólo podemos partir de la
fecha del nacimiento de Jesús, también ella incierta perora­
zonablemente calculable, teniendo en cuenta que las chicas
se casaban a la edad de 12-14 años. Puede resultar sugesti­
vo pensar que la Virgen naciera en el año 20 a. C., cuando
Herodes el Grande comenzó la reconstrucción del Templo
de Jerusalén. Es sugestivo porque así, mientras el hombre
construía el templo de piedra, Dios se preparaba su verda­
dero templo de carne. Pero es sólo probable, aunque sea
una fecha que se aproxima a la real, que no conocemos.
¿Dónde nació la Virgen? Entre las diversas ciudades que
se podrían asignar para el nacimiento de María, las dos
más probables que se disputan este honor son Jerusalén y
Nazaret. Ambas gozan de una tradición muy antigua, con
pruebas arqueológicas y culturales. Nos inclinamos por
Nazaret, dado que es allí donde encontramos a esta hu­
milde doncella, rodeada del máximo ocultamiento: pueblo
de media altura, que contaba entonces con unos 200 habi­
tantes que vivían en grutas, a cuya entrada se podía aña­
dir una habitación. Fuera de las líneas de comunicación, a
Nazaret no se la nombra nunca en el Antiguo Testamento,
ni en el Talmud, ni en Flavio J osefo. "¿Es posible que de
Nazaret salga alguna cosa buena?", le preguntará Natanael
a Felipe (In 1, 46).
De María tampoco sabemos a cuál de las 12 tribus de Is­
rael o familia pertenecía. Sin duda a una tribu muy humil­
de, pues en caso contrario Lucas nos lo habría dicho, dado
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![Ue
fieFt.e el detalle de recordarnos la familia de Isabel y de
fa aFt.Giana Ana, las otras dos mujeres de las que se habla en
el Evangelio de la infancia. Dios aprecia la humildad y el
escondimiento; no sabe qué hacer con las grandezas huma­
nas, con lo que cuenta a los ojos de los hombres.
Reflexiones
Sobre María
"Más sublime y humilde que criatura alguna", según ex­
presión de Dante, no poseía ningún título de grandeza hu­
mana. Todo su valor depende de haber sido elegida por
Dios, de haber desempeñado un rol superior a cualquier
exaltación humana (¿quién tiene el poder de elevar a una
mujer a la dignidad de Madre de Dios?) y de haber corres­
pondido siempre plenamente, con inteligencia y libertad, a
las expectativas de su Señor.
Sobre nosotros
También cada uno de nosotros ha sido pensado por Dios
desde la eternidad y debe ganarse ese título de salvación,
para sí y para los demás, que Dios le asigna y hace conocer
a través de las circunstancias de la vida, así como a través
de _lo_s "talentos" (bienes materiales y personales) que ha
recíbído de su Señor. Nuestra grandeza depende de cómo
correspondemos y somos a los ojos de Dios.
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--- -- - ---- -
Maria Santísima
Dios nos ha pensado a cada uno de nosotros desde toda
la eternidad y nos ha asignado una tarea que nos ha he­
cho nacer en el momento y lugar justos, dándonos las do­
tes necesarias para el desarrollo de nuestro rol. Lo mismo
hizo con María. Como además quería confiarle una tarea
extraordinaria, la preparó a conciencia. Podemos resumir tal
preparación con tres palabras, que serán objeto de nuestras
reflexiones en este capítulo y en los dos siguientes: Inmacula­
da, Virgen, Esposa de José.
El primer don, el gran regalo que Dios hizo a María en
el instante de su concepción, fue el hacerla inmaculada,
aplicándole anticipadamente los méritos de la redención
de Cristo. Tenía que ser madre de Aquel que venía para
destruir las obras de Satanás, o sea, el pecado con todas sus
consecuencias. Así, María, concebida inmaculada, muestra
su semejanza con nosotros, porque ella necesitó ser redimi­
da por el sacrificio de la cruz; por otra parte, su condición
de inmaculada la predispone para la altísima misión que se
le confiaría más tarde.
Uno de los títulos marianos más antiguos, muy apre­
ciado por los ortodoxos, es el de Santísima. Expresa per­
fectamente los dos aspectos que pretende representar,
invocando a María Inmaculada.
Un primer aspecto es de puro privilegio: la exención
del pecado original en vista de la maternidad divina. Aquí
debemos contemplar sólo las maravillas realizadas por el
Señor. Pero hay más; hay un segundo aspecto por el que se
afirma que María no cometió la menor culpa actual, aun
11
siencll0 una criatura inteligente y libre. Contrariam ente a lo
~ue JDOdría parecer, en esto palparn os la condición imi table
de María, que tanto puede infl uir en la formación cristiana:
vemos en María la belleza de la naturaleza hum ana im­
pregnada por la gracia. La Inmaculada es un ideal que nos
atrae, sin deslumbrarnos ni alejarnos de la figura de María,
sino que nos impulsa a su imitación con la gracia bautis­
mal, con las gracias actuales y la lucha contra el pecado.
Una de las faltas más grandes de la mentalidad moder­
na contra la humanidad es la de querer abolir el sentido
del pecado y de la tremenda presencia de Satanás. Así se
ignora la redención, que es la victoria de Cristo sobre el
pecado y el demonio; se deja al hombre hundido en su mi­
seria y no se le ayuda a levantarse, a hacerse mejor, a re­
cobrar su belleza original, de criatura hecha a imagen de
Dios. La Inmaculada nos dice: yo soy así por la gracia de
Cristo y por mi correspondencia a la misma; también tú,
correspondiendo a la gracia, debes aspirar a vencer el mal
y a purificarte cada vez más. La Inmaculada no es un ideal
abstracto, formado simplemente para contemplarlo: es un
modelo a imitar.
Es hermoso asimismo recorrer el largo camino que llevó
a la definición dogmática de la Inmaculada Concepción en
1854. La sensibilidad de los creyentes intuyó inmediata­
mente la santidad completa de María y la ensalzó conforme
a su profecía: "Desde ahora me llamarán bienaventurada
todas las generaciones" (Le 1, 48). Nótese que, al procla­
mar a María Santísima, se pretendía subrayar sobre todo
que nunca había cometido culpas actuales, y en tal sentido
se pronunció el Concilio de Trento. Pero ya anteriormente
la reflexión y la convicción del pueblo de Dios habían ido
más allá, intuyendo que la santidad total de María era in­
compatible con la culpa original, por lo que debía haber
sido excluida de ella.
12
Era preciso profundizar la reflexión bíblica y teolégíea
•acerca de esta verdad. Sabemos que los dogmas son "pun­
tos firmes", que no bloquean los estudios y enriquecimien­
tos, sino que los orientan en el sentido justo. Sabemos que
la proclamación dogmática de una verdad significa que
está contenida en la Sagrada Escritura. Pero no todas las
verdades están contenidas con la misma claridad: algunas
han sido afirmadas explícitamente (piénsese, por ejemplo,
en la resurrección de Cristo), otras están contenidas sólo
de modo implícito, y hacen falta tiempo y luz del Espíritu
Santo para ponerlas en evidencia. Por eso no sorprenden
las vacilaciones y dificultades. Es sabido que santo Tomás
de Aquino era contrario a la Inmaculada Concepción por­
que temía que de este modo la Virgen estuviera excluida
de la redención: para ella habría sido una ofensa, no una
exaltación. La duda era real, bien fundada; había que resol­
verla. Y la resolvió Duns Scoto, comprendiendo que Ma­
ría debía su exención del pecado original a los méritos de
Cristo, que se le aplicaron preventivamente. Así, María es
el primero y más bello fruto de la redención.
Otra pregunta que con frecuencia se ha planteado es
esta: si la Virgen fue tentada por Satanás y si habría po­
dido pecar. La Virgen, como todos nosotros, tenía cierta­
mente ese don de la libertad que nos ha dado el Señor y
que respeta en todas sus criaturas superiores. En el pasado,
cuando se acostumbraba exaltar los privilegios, se pensaba
que María tenía una "imposibilidad moral" de pecar. En
cuanto a las tentaciones del demonio, como las tuvo Jesús,
así ciertamente, aunque el Evangelio no hable de ello, las
tuvo también María, pues tal es la condición de la huma­
nidad incluso antes de la culpa original. Hoy, que se insis­
te menos en los dones extraordinarios, se suelen poner de
manifiesto los aspectos más humanos de María: su duro
camino de fe y sus continuos sufrimientos. En esta línea
13
llílSisfe la encíclica Redemptoris Mater, de Juan Pablo II, pero
se formulan también dos consideraciones:
a~ La condición de pecado no es necesaria para la liber­
tad; los ángeles y los santos son plenamente libres, pero
impecables.
b) A la Virgen se le aplicó enteramente la redención de
modo previo: también en nuestro caso la redención logra­
rá su pleno cumplimiento cuando, una vez alcanzada la
gloria celestial, aun permaneciendo criaturas inteligentes y
libres, no tendremos ya la posibilidad de pecar.
Reflexiones
Sobre María
Correspondió perfectamente a la gracia que se le concedió
en plenitud. Concebida inmaculada, en vista de la materni­
dad divina, fue la más fiel oyente y discípula de su Hijo. La
santidad de María, que la aproxima a Jesús lo más posible
para una criatura humana, no la eximió en absoluto del
duro camino de la fe, del sufrimiento y de las cruces más
dolorosas.
Sobre nosotros
La Inmaculada Concepción nos estimula a la lucha ince­
sante contra el pecado, nos exhorta a mejorarnos a nosotros
mismos y a hacer de nuestra vida un camino de conversión
y purificación, para tender a esa santidad a la que Dios nos
llama. Jesús nos invita a ser santos como su Padre, per­
fectos como su Padre, misericordiosos como su Padre. La
Inmaculada nos dice que, con la gracia divina, es posible
conseguir acercarse a la santidad de Dios, en la medida en
que se le consiente a una criatura humana.
14
Tres veces virgen
Hay un libro apócrifo muy autorizado por su antigüedad,
puesto que podría remontarse a los primeros decenios del
siglo u: el Protoevangelio de Santiago. Por este libro cono­
cemos el nombre de los padres de María, Joaquín y Ana;
conocemos también otros episodios, pero han de entender­
se como es debido. La clave de lectura de este libro es su
intención de proporcionarnos relatos inventados para de­
cirnos verdades. Es, en algún modo, como un maestro que
instruye a los niños con fábulas de contenido real. Cuando
este antiguo autor nos narra que María fue presentada a los
tres años en el Templo para ser instruida en él, en realidad
quiere decirnos que María, desde el comienzo de su uso de
razón, se ofreció como templo de Dios. Así también la cele­
bración del 21 de noviembre, que lleva el solemne título de
"Presentación de la Bienaventurada Virgen María" y que
tuvo su origen en el año 543 en recuerdo de la dedicación
de Santa María la Nueva en Jerusalén, en realidad es la fies­
ta de la virginidad de María.
Asimismo la virginidad es un don de Dios cuando es ele­
gida por quien quiere pertenecerle sólo a Él y ponerse a su
total disposición. Es un don que le hizo el Espíritu Santo a
María, como le hiciera el don de la concepción inmaculada.
Afirmamos esto porque la historia de Israel no nos ofrece
nada parecido. Tampoco se sabía que la virginidad consa­
grada fuera un estado de vida agradable a Dios; en efecto,
todas las grandes mujeres de Israel presentadas como mo­
delo y que en ciertos aspectos prefiguran a la Virgen (Sara,
Débora, Judit, Ester... ), eran casadas o viudas. Israel apre15
ciaba sólo la maternidad; la falta de hijos se consideraba
una vergüenza, una maldición, un castigo divino.
¿ Cómo puede haber concebido la Virgen, con un valor
que no tiene explicación humana, el propósito de perma­
necer virgen? Después llegará Jesús a enseñar lo que es
más perfecto, y lo seguirá un puñado de hombres y muje­
res que, a lo largo de los siglos, vivirán enteramente con­
sagrados a Dios. Pero la Virgen no tenía ante sí ningún
modelo de este tipo. Sólo el Espíritu Santo puede haberle
sugerido una opción tan singular y dado la fuerza necesa­
ria para cumplirla. Tal vez comprendiera, desde que tuvo
uso de razón, el gran precepto continuamente repetido por
los piadosos israelitas: "Amarás al Señor con todo tu cora­
zón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" y quisiera
vivirlo de modo absoluto. Pero es inútil querer buscar una
explicación humana a una elección divina. Creo que tam­
bién aquí María tuvo una anticipación de las enseñanzas
de Jesús y fue verdaderamente "hija de su Hijo", por usar
una expresión de Dante.
Creo, igualmente, que actuó con plena libertad y simplici­
dad: sin darse cuenta de que inauguraba o seguía una vida
nueva; sin pasión de ánimo sobre cómo vivir esta opción
que carecía de precedentes, sobre todo cuando sus padres
se la dieron como esposa a José. Es propio de María vivir
una fe absoluta, sin crearse problemas o pedir explicacio­
nes, sino abandonándose enteramente en el Señor. Pablo VI
subraya otro aspecto: con la opción de la virginidad, María
no renuncia a ningún valor humano; seguir el camino de la
virginidad no supone menospreciar el matrimonio o poner
límite a la santidad a que todos estamos llamados. Es seguir
con generosidad una vocación particular del Señor.
María es tres veces virgen: antes, durante y después del
parto. Es necesario exaltar la virginidad en este mundo
donde está tan maltratada, con la consecuencia de que no
sólo sufrimos un pavoroso descenso de vocaciones, sino
16
que con mucha frecuencia resulta destruida la misma uni­
dad de la familia. Parece que viviéramos en un mundo tan
sucio, tan inmerso en el sexo y en la violencia, que el vicio
se pasea con la cabeza alta por nuestras calles, defendido
a menudo por leyes permisivas, mientras pareciera que la
virtud tendría que esconderse avergonzada. Pero el juicio
de Dios y el bien de la sociedad se desarrollan en un senti­
do completamente opuesto.
No hay duda de que la virginidad de María nos remite
también a aquella virtud de la pureza que el Decálogo de­
fiende en dos mandamientos y que san Pablo casi identifi­
ca con la santidad, ilustrando sus motivos de fe como no
había hecho nadie hasta entonces. Él supera el concepto de
simple dominio de sí, importante pero meramente huma­
no, apreciado por los mismos paganos. Es importante que
las mujeres sean respetadas, pero también es importante
que ellas sean las primeras que se respeten. San Pablo nos
invita a dar un salto de calidad. Mientras, reparemos en
que la impureza está indicada en la Biblia con la palabra
griega "porneia" (la palabra "porno" resulta fácil de enten­
der), derivada de un verbo que significa "venderse".
San Pablo parte de este punto para sugerimos tres mo­
tivos de fe, que inculcan horror a la porneia, la impureza:
1) No puedes venderte porque no te perteneces; has sido
rescatado por Jesús a un gran precio, por lo que le pertene­
ces a Él. Pensemos en lo claro que se tenía el concepto de
rescate de un esclavo en aquellos tiempos. 2) Tú perteneces
a Cristo no corno. un objeto externo de su propiedad, sino
como miembro suyo. ¿Te atreverías a tomar un pedazo de
Cristo, un miembro suyo, entregándolo a la prostitución o
la porneia? 3) El cuerpo es sagrado por ser templo del Espí­
ritu Santo. Pensemos en lo respetados que son los lugares
de culto en todas las religiones. ¿Y tú te atreverías a pro­
fanar el templo del Espíritu? ¿Cometerías este sacrilegio?
Debemos reconocer que ninguna religión ni filosofía respe17
tan tant0 el cuerpo humano como el cristianismo: miembro
de Críste, templo del Espíritu, destinado a la resurrección
gloriosa.
"Creo en Jesucristo, pero no creo en la castidad de los
curas", me decía una profesional. "Mi ideal es convertirme
en una 'pornostar'", me confiaba una joven de 16 años. "Pa­
dre, rece por mi hijo, que convive con una mujer casada,
20 años mayor que él", me rogaba una mujer. "¿Cómo es
posible? Nuestra hija, que no salía de casa ni de la Iglesia,
ahora convive con un chico drogado y no quiere ni pensar
en volver a casa", se desahogaba un matrimonio. Podría
continuar; son hechos de todos los días, mientras los perió­
dicos parece que sólo hablan de violencia contra las muje­
res y los niños.
Que nuestra Madre celestial, tres veces virgen, ella que
es la Virgen por excelencia, nos ayude a sanear nuestra
sociedad con su pureza inmaculada. En todos los iconos
ortodoxos la triple virginidad de María se expresa con tres
estrellas: en la frente y en los hombros.
·
Sobre nosotros
El ejemplo de María es modelo y su presencia es inter­
cesión. Todos debemos observar la virtud de la castidad
según nuestro estado. Que la invitación de Pablo: "No os
amoldéis a este mundo" (Rm 12, 2) y los tres motivos de fe
a que hemos aludido nos sirvan de estúnulo para ser ver­
daderos hijos de la Virgen del mejor modo posible. "Bien­
aventurados los puros de corazón (la pureza interior total,
no sólo formal), porque verán a Dios" (Mt 5, 8).
Reflexiones
Sobre María
El candor de María nos encanta. Su secreto fue la obedien­
cia a las solicitudes del Espíritu Santo: se enfrentó con hu­
mildad y decisión a la moda imperante, a los temores de ·
incomprensión y de desprecio, a las dificultades que po­
dían parecer insuperables. Pero así es como quiso Jesús a
su Madre. El que se preocupa por agradar a Dios confía en
su ayuda y tiene la gracia de vencer obstáculos que pare­
cen inquebrantables.
18
19
Un matrlm. onio querido por Dios
Ahora intentaremos reflexionar sobre la tercera condición
querida por Dios para preparar a María a la encarnación
del Verbo: era preciso que la Madre elegida, además de in­
maculada y siempre virgen, fuera esposa. Los motivos son
tantos y algunos, evidentísimos: hacía falta una protección,
una ayuda, un educador; hacía falta que el Hijo de Dios,
dándonos ejemplo de una vida común y transcurrida en el
escondimiento, viviera en una verdadera familia, ejemplar
aunque diversa, conforme al objetivo deseado por Dios.
Pero existía también el designio de dar cumplimiento a las
profecías mesiánicas, según las cuales el Mesías prometido
debía ser "hijo de David".
En aquellos tiempos las chicas se casaban muy pron­
to, entre los 12 y 14 años, y los chicos, a los 17 o 18 años.
Cuando leemos que la ruja de Jairo, resucitada por Jesús,
tenia 12 años, este detalle simplemente nos dice a nosotros
que era una niña; en cambio es un dato importante: esta­
ba en la flor de la edad, cuando un padre se preocupaba
por encontrar un esposo para su hija. Teniendo en cuenta
estas costumbres y la temprana edad, eran los padres los
que disponían todo. En el tiempo adecuado, los padres del
muchacho buscaban a la joven idónea para su hijo, y los
padres de la muchacha buscaban a la persona apropiada
a quien entregársela como esposa. Comenzaban las nego­
ciaciones y se fijaba el mohar, es decir, la compensación en
dinero o en especie que el esposo aspirante debía dar a los
padres de la esposa. Nótese que no era, como en otros pue­
blos, el precio de la esposa; era un pequeño patrimonio "de
20
garantía" que guardaban los padres, pero que pertenecía a
la esposa, la cual entraba en posesión del mismo en caso de
viudez o de divorcio.
Entonces se celebraba el matrimonio, que se desarrolla­
ba en dos tiempos. Primero, en la casa de la esposa y en
presencia de los parientes más cercanos, se hacía la decla­
ración del matrimonio (llamarlo "noviazgo" se presta a
confusión), que surtía todos los efectos jurídicos. La bendi­
ción de los padres confería carácter sagrado a la simple ce­
remonia. Un año más tarde, en el que los esposos seguían
viviendo con sus respectivos padres y el esposo preparaba
la vivienda para la nueva familia, se llevaban ,a cabo las
nupcias solemnes, es decir, la introducción de la esposa
en la casa del esposo, con amplia presencia de parientes y
amigos, una fiesta que duraba normalmente siete días.
También en el caso de María y José las cosas se desarro­
llaron conforme a las costumbres. No creo que María reve­
lara a sus padres su propósito de mantenerse virgen; entre
los hebreos, cuando se trataba de votos particulares, una
mujer debía solicitar el permiso a sus progenitores o alma­
rido. Pero María solía callar y encomendarse enteramente
al Señor, con una fe heroica que a veces, como vernos en
esta ocasión y como veremos en la Anunciación y a los pies
de la cruz, desafía la evidencia de los hechos.
Ocupémonos ahora de José, el esposo elegido por el Se­
ñor, con la mediación de sus padres, para aquella que se
convertiría en la Madre de Dios. El nombre mismo ya nos
recuerda a José, el hebreo, que salvó de la carestía a aquel
primer núcleo del pueblo hebreo formado por la numerosa
familia de Jacob. De san José el Evangelio nos da tres pre­
ciosas informaciones.
Ante todo nos dicen con insistencia, tanto Lucas corno
Mateo, que pertenecía a la familia de David. Es un dato
muy importante. El episodio más significativo de la vida
del rey David se produce precisamente cuando el Señor
21
le p,romete una casa que durará para siempre. La profe­
@ía
entendida muy pronto en sentido mesiánico, entre
rae
otras cosas porque la importancia política de la familia de
David, en los tiempos de Jesús, había desaparecido desde
hacía 500 años, con Zorobabel. Lucas y Mateo, para darnos
la genealogía de Jesús, nos dan la genealogía de José. Está
claro que el matrimonio entre María y José es el anillo de
conjunción que realiza la profecía por la que el Mesías sería
un descendiente de David. El verdadero apelativo con el
cual indicar a José es "padre putativo", "padre nutricio" u
otras expresiones comunes. Es mejor llamarlo "padre daví­
dico" de Jesús.
El Evangelio nos proporciona un segundo dato sobre
José, el oficio: era herrero-carpintero. Así nos enteramos de
la condición económica de la "Sagrada Familia", y de Jesús
mismo con María, después de la muerte de José. Un arte­
sano era considerado socialmente de clase media: pobre,
pero no mísero. Vivía de su trabajo cotidiano, que podía
completarse con los productos del huerto, árboles frutales
y algún animal doméstico.
Una tercera información nos la suministra Mateo, cali­
ficando a José de hombre "justo". El significado bíblico de
este término es muy rico: indica gran rectitud, observancia
plena de la ley de Dios, apertura y disponibilidad total a la
voluntad divina. No cabe duda de que los padres de am­
bos esposos buscarían a la persona adecuada para sus hijos
y de que el Espíritu Santo los asistiría en su decisión.
La condición social de José, un honrado y buen artesano,
nos hace comprender también las condiciones económicas
de la familia de María. A diferencia de los fantasiosos rela­
tos de los apócrifos, que hacen de María hija única y rica
heredera, está claro que también la familia de María era de
condición modesta. Asimismo la vida de la Santa Familia
se distinguiría por este carácter de pobreza decorosa, no de
miseria. Son, pues, humildes el pueblo donde viven, el ofi22
cio de José y después el de Jesús; pobre la condición en que
se encuentran en Belén y la ofrenda que hacen al Templo
con ocasión de la presentación de Jesús 40 días después de
su nacimiento.
María y José pertenecían a aquellos "pobres de Yahvé"
que ensalza la Biblia porque se abandonan confiados al
Señor; el Señor se les revela y los encuentra siempre dis­
puestos a realizar sus grandes planes. La pobreza que el
Evangelio denomina "bienaventurada", hasta proponerla
corno elección voluntaria, no es exaltación del pauperismo
ni de la miseria. Es reconocimiento de la superioridad de
los valores espirituales sobre los pasajeros, tan perseguidos
por los hombres. Es fe en las promesas divinas y constante
apertura a la voluntad de Dios, buscada en sus palabras y
en las circunstancias de la vida.
Reflexiones
Sobre María
No se sustrajo a las costumbres de su pueblo ni a la obe­
diencia a sus padres. Supo ver en todo ello la obra de Dios,
a pesar de las apariencias. La evidencia de los hechos, o
sea, el matrimonio con José, parecía romper y anular su
propósito de pertenencia total al Señor. No dejó de confiar
en que el Señor, si quería esto de ella, la ayudaría a obser­
var la virginidad incluso en el matrimonio.
Sobre nosotros
Sin duda los padres de José eligieron acertadamente, por
lo que José se sentiría feliz; en un pueblo tan pequeño se
conocían todos muy bien. No buscaron la riqueza o valores
efímeros, sino la virtud. No hay verdadero amor sino en la
luz de Dios y en el deseo de cumplir su voluntad, la misión
que espera de nosotros. La disponibilidad para cumplir
23
la v0hmtad de Dios no deja que nos sintamos frustrados,
alllilq_ue los acontecimientos nos obliguen a abandonar
nuestros proyectos y aspiraciones.
Día5
Exulta, alégrate, goza
Inmaculada, siempre virgen, esposa de José: ahora María __
está preparada para el gran anuncio de su misión. El hecho
se coloca claramente durante el año de espera de la boda,
cuando ya se había hecho la declaración del matrimonio,
por lo que la muchacha ya era esposa de José a todos los
efectos, aunque normalmente, en este período, había abs­
tención de las relaciones matrimoniales, aunque fueran le­
gítimas. El mensajero divino irrumpe poderosamente en la
vida de la Virgen, de modo impresionante. Es casi seguro
que el hecho aconteció en su casa, por lo que sería auténtica
la inscripción que leemos tanto en Nazaret como en Loreto,
donde se cree que tuvo lugar la Anunciación: "Aquí se hizo
carne el Verbo de Dios".
"Chaire, kechariiomene": exulta, o favoritísima de Dios; alé­
grate, tú que estás repleta de las gracias divinas; goza, elegida
por Dios, que te ha colmado de predilección. Así podríamos
traducir el saludo del ángel. Son palabras ricas en significado
y de directa referencia mesiánica; por eso tienen el poder de
turbar a la doncella: comprende que en ellas hay un extraor­
dinario proyecto de parte de Dios, pero no entiende de qué
se trata. "Chaire" no es el saludo hebreo corriente: "shalbm",
la paz contigo; ni el simple "ave", o "salve", que desafortuna­
damente se han impuesto en nuestras traducciones. "Chaire"
(exulta, alégrate, goza) es un saludo particular, usado sólo por
los profetas Joel, Zacarías y Sofonías, y únicamente con refe­
rencia al Mesías: "Exulta, hija de Sión, porque el Señor está
contigo". Al oír que le dirigían estas palabras mesiánicas, re­
feridas expresamente a ella, María experimenta una turbación
24
25
espontánea: reflexiona, sin entender, pero no pregun ta nada,
porque ella es la virgen que espera, cree y no hace preguntas.
Un breve paréntesis. Los biblistas concuerdan en decir­
nos que todo este relato no refleja los esquemas bíblicos de
los nacimientos milagrosos; por ejemplo, cuando a Sara se
le anuncia el nacimiento de Isaac, o a Ana el nacimiento de
Samuel, o a Zacarías el del Bautista. Eventos suplicados y
deseados, imposibles debido a las circunstancias de vejez
y esterilidad, para los que no hacía falta consenso alguno.
En cambio la Anunciación sigue los esquemas bíblicos de
las misiones especiales o de las vocaciones extraordinarias:
tenemos el saludo inicial, el anuncio de la misión y la espe­
ra de la respuesta.
María reflexiona sobre aquel saludo mesiánico, sobre el
hecho evidente de que Dios le pide algo grande. Ella sabe
que el Mesías nacería de una mujer (Protoevangelio) y
que sería concebido por una virgen en el pueblo hebreo¡
no sabe que la mujer predestinada es precisamente ella, la
humilde y desconocida doncella de Nazaret. Y el ángel le
explica: "No temas ... tendrás un hijo ... lo llamarás Jesús ...
será grande, será Hijo de Dios, será rey ... ".
María no duda un solo instante¡ no pide signos, sino ór­
denes: ¿cómo debe comportarse para corresponder plena­
mente a la voluntad de Dios? Su pregunta: "¿Cómo será
esto, pues no conozco varón?", es decir, no tengo relacio­
nes conyugales, es una revelación explícita de su propósi­
to de mantenerse virgen. "¿Tengo que seguir así? ¿Debo
cambiar?" Ella, que es la esclava del Señor, no pone nin­
guna condición a Dios¡ sólo pregunta lo que ha de hacer.
~a ~;spuesta de Gabriel: "El Espíritu Santo vendrá sobre
tí:·• , _no es sólo la explicación de cómo nacerá aquel Hijo,
m el s~ple anuncio de que será el verdadero Hijo de Dios,
p~ro si la confirmación de que su propósito de mantenerse
virgen provenía de Dios y de que lo mantendría incluso en
el matrimonio.
En este punto es Dios el que espera una respuesta de
su criatura. Nos ha creado inteligentes y libres, y nos tra­
ta como tales. El Señor ofrece incluso sus dones excelsos,
nunca los impone. Vaticano II dirá: "Quiso el Padre de la
misericordia que la aceptación de la madre predestina­
da precediera a la encarnación" (LG 56), y añadirá en el
mismo párrafo: "María no fue un instrumento meramente
pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó en la salva­
ción del hombre con obediencia y fe libres". Y la respuesta
llega inmediatamente: "Aquí está la esclava del Señor; que
se haga en mí conforme a tu palabra" (Le 1, 38). Es difícil
imaginar un momento más grande que este en la historia
humana, cuando el Verbo de Dios se hizo carne y vino a
vivir entre nosotros. Vino, y no ha vuelto a abandonarnos:
"Estaré todos los días con vosotros hasta el fin del mundo"
(Mt 28, 20).
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso te­
rrestre, con la perspectiva de la fatiga y de la muerte, no sa­
lieron como unos seres desesperados. Dios les había dicho
una gran palabra, condenando a la serpiente que los había
engañado: "Maldita serás ... Pondré enemistad entre ti y la
mujer, y entre tu raza y la suya; ella te aplastará la cabeza"
(Gén 3, 14-15). Quedaba una esperanza: aquella mujer y su
hijo (su semilla), que derrotarían a Satanás. Pero, ¿cuándo
llegaría aquella mujer? Y, ¿cuándo triunfaría su hijo? La
promesa mesiánica se fue precisando en el largo período
de espera. Con Abraham, Dios se elige un pueblo del que
saldría el Bendito. Entre las diversas tribus de Israel la pre­
dilección cae sobre la tribu de Judá, y entre las familias de
Judá la promesa se centra en la de David. Pero, ¿cuándo y
cómo se realizarían las profecías?
Por fin estamos ante la mujer predestinada y bendita.
Sus padres la han llamado María; el ángel Gabriel la define
como "colmada de celestes favores"; ella misma se presen­
ta como "esclava del Señor". Es ella la mujer prometida, la
26
27
Mii:gen ijU.8 Mara a luz un hijo. El pueblo hebreo esperaba a
un Mesías, a un hombre. Nunca habría podido pensar que
el enviado de Dios fuera su mismo Hijo unigénito. Aquí la
página de la Anunciación se hace aún más importante. Por
primera vez aparece con toda claridad el misterio trinita­
rio, del que sólo había alguna alusión velada en el Antiguo
Testamento: el Padre envía al ángel Gabriel, que ya se le
había aparecido a Daniel para las grandes profecías me­
siánicas, y unos meses antes a Zacarías para anunciarle el
nacimiento del Bautista; el Hijo se encarna en el seno de la
Virgen, uniendo así a su naturaleza divina la naturaleza
humana en la única persona del Verbo; el Espíritu Santo
desciende sobre María para realizar aquel gran misterio
por el cual María, aun permaneciendo virgen, se convierte
en madre, y madre del Hijo de Dios.
Ll~gados a este punto, sólo nos queda contemplar el
admirable modo de proceder de Dios y cómo cumple sus
promesas mejor de lo que el hombre habría podido desear
o soñar.
establece con ella una relación única, irrepetible, superior a
cualquier otra relación con los seres creados,
Sobre nosotros
Estas maravillas de Dios no se realizaron con el objeto de
honrar a María, sino por nuestra salvación. En efecto, des­
cubrimos de inmediato el amor de la Santísima Trinidad
por cada uno de nosotros: Jesús se encarna por nosotros
para salvarnos. Es evidente el rol de María en la realización
de este plan divino, su colaboración con Dios y la gratitud
que le debemos.
Reflexiones
Sobre María
Su grandeza: es grande por haber sido predestinada, por­
que cree, porque está dispuesta a hacer cuanto el Señor
le
· cond"ícíones. Los tres nombres con los que es
. ~1"d e, sin
mdicada:. María significa "arriada por Dios", es el primer
paso hacia lo que Dios quería hacer de ella; "colmada de
favores celestiales" (solemos decir también: "llena de gracia"), es 1 o que e 1 s enor
- esta~ realizando en ella· esclava
del Señor" es la respuesta justa de la criatura humana a las
solicitud ~s ¿·rvinas.
·
L a Trinidad que se revela y obra en ella
la maravilla de las maravillas, la Encarnación del Verbo,
11
28
29
ía 6
Dos madres y dos hijos
"Mira que tu parienta Isabel ha concebido también un
hijo varón en su vejez: con este lleva ya seis meses esa que
llaman la estéril; porque no hay cosa ninguna imposible
para Dios" (Le 1, 36-37). Así le había dicho Gabriel a Ma­
ría, anunciándole que su hijo nacería por obra del Espíritu
Santo, es decir, de un modo totalmente milagroso: Aquel
que había hecho fecundo el seno estéril y viejo de Isabel
tenía el mismo poder para hacer fecundo el joven seno de
María, manteniéndola virgen. La Virgen no había pedido
ninguna señal o prueba. Entonces, ¿por qué le dio el ángel
una señal, y precisamente aquella señal?
La explicación parece fácil. En primer lugar quería rei­
terar a María que en ella se operaría algo completamen­
te milagroso, de lo que no existía ningún ejemplo antes
ni lo habría después: que una virgen concibiera por obra
del Espíritu Santo, permaneciendo virgen antes, durante y
después del parto, conforme a la opción que María había
hecho por inspiración divina. Pero había también otro mo­
tivo, que la jovencísíma madre entendió inmediatamente:
al anunciarle la milagrosa concepción del Bautista, Gabriel
quería darle a entender que había una estrecha relación en­
tre aquellos dos niños, nacidos ambos de modo milagroso,
si bien diverso, y de'cuyo nacimiento Gabriel mismo había
sido el anunciador enviado por el Padre. María comprende
que hay una conexión entre su niño, Hijo de Dios, y el niño
de Isabel; rm vínculo de misión, por el cual el Bautista será
el precursor de Jesús, el que]~ preparará el camino.
30
Así pues, María se apresura a ir donde el plan de Dios ha
comenzado a realizarse. La ciudad montañosa de Judea, en
la que vivía Isabel, se ha venido identificando comúnmen­
te con Ain-Karim, a unos siete kilómetros de Jerusalén. Era
fácil encontrar caravanas que se dirigían a la Ciudad Santa,
a las que solían unirse para hacer el viaje, ciertamente en
compañía de algún pariente. Creemos que no la acompa­
ñ.6 José, su marido, pues en tal caso no habría tardado en
descubrir el gran misterio escondido en su esposa y sería
inexplicable su sorpresa a la vuelta de María a Nazaret.
Partiendo de Nazaret, los 160 km que la separaban de Ain­
Karim le podrían haber llevado cinco o seis días de camino
(iban a pie, ya que entonces existía la costumbre de cami­
nar, que nosotros hemos perdido por completo). Y, por fin,
se registra el gran encuentro que solemos indicar con la
palabra visitación. Lo llamo "gran encuentro" porque no se
trataba de una visita privada de parientes. En el Evangelio
no hay cabida para episodios de carácter personal; el Evan­
gelio es la proclamación de la Buena Nueva, anuncio de la
salvación realizada por Dios, no historiograña.
Aquí nos encontrarnos con una enseñanza que quiere
darnos el evangelista y que tiene un valor perenne: desde
que María concibiera al Hijo de Dios, por obra del Espíri­
tu Santo, adondequiera que vaya contamos siempre con la
presencia de Jesús y del Espíritu. Apenas la jovencísima
parienta pone el pie en su casa y la saluda, Isabel tiene esta
experiencia. No sé qué timbre tendría la voz de María, pero
conozco perfectamente la eficacia de su presencia. Y no es
este el único primado de Isabel; tiene muchos otros: es la
primera que, en presencia de María, está llena del Espíritu
Santo, y la primera que ensalza a María por su materni­
dad: "Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu
vientre"; la primera que reconoce en María a la Madre de
Dios, llamándola "madre de mi Señor"; es también la pri­
mera que anuncia una bienaventuranza evangélica: "Ben31
dita tú que has creído". Nótese que toda la Biblia está llena cubrirá con su sombra". E Isabel, llena de la presencia di­
de bienaventuranz as: es el libro de las bienaventuranzas; vina, repite casi a la letra las humildes palabras de David:
¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí?" Es es­
piénsese sólo en los salmos que empiezan con las palabras
"bendito el que ... "; lo mismo puede decirse del Evangelio, tupendo este realizarse del plan de Dios, que a través de las
que no contiene sólo las ocho bienaventuranz as del sermón anticipaciones veladas del Antiguo Testamento encuentra
de la montaña, aunque éstas tengan un valor programático sus actuaciones en el Nuevo.
La visitación nos recuerda uno de los episodios más go­
particular. En lo tocante a primados, me parece que Isabel
zosos de la vida de María. Después de todo, ¡no son mu­
tiene unos cuantos.
En este punto está claro que los protagonistas del encuen­ chos! La exultación de Isabel y la exultación del Bautista
nos hablan claramente de la alegría que conlleva la pre­
tro son los niños que ambas madres llevan en su vientre.
sencia de María adondequiera que va, dondequiera que
Juan salta de alegría en presencia de su Señor, realizando
es acogida. Porque con ella está siempre tanto la presencia
la profecía pronunciada por Gabriel a Zacarías, a saber, que
de Jesús, que da la gracia de la salvación, como la presen­
el niño sería santificado desde el seno de su madre. Y Jesús
11
inicia su gran obra de santificación. Acaba de ser concebi­
do, pero no es un simple grumo de sangre, como pretenden
los modernos asesinos que han hecho aprobar leyes asesi­
nas: ¡es el Hijo de Dios! Esta es una enseñanza que debe
recordar con claridad toda mujer que concibe un hijo.
Hay otro aspecto que cabe subrayar en este encuentro de
gran valor profético y salvífico: recuerda un episodio bíbli­
co que parece ser una anticipación del mismo. Cuando el
Arca de la Alianza, de la que Dios había tomado posesión
cubriéndola con su sombra para indicar su presencia, fue
devuelta a Jerusalén por el rey David, hizo primero una
parada. El rey tuvo un momento de duda y de terror por
la santidad del Arca cuando Uzá murió de improviso nada
más por haberse atrevido a tocarla. Entonces David la dejó
en la casa de Obed Edom durante tres meses, el mismo
tiempo que María pasó con su prima. Después, cuando se
decidió a hacerla transportar definitivamente a Jerusalén,
sintió toda su indignidad y exclamó:"¿Cómo ha de entrar
a mi capital el Arca del Señor?" (2Sam 6, 9).
Todo aquel episodio era un signo profético. La verda­
dera Arca de la Alianza es María, a quien dijo el ángel: "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
32
cia del Espíritu Santo, que ilumina y hace comprender los
grandes misterios de Dios.
Reflexiones
Sobre María
Es el Arca de la Alianza verdadera y estable, es decir, la
morada de Dios; es más aún, porque es aquella de la que
Dios ha asumido la naturaleza humana para vivir entre no­
sotros corno hermano nuestro. Acoger a María es el camino
para recibir a Jesús y al Espíritu Santo. La primera bien­
aventuranza del Evangelio, "Bendita tú que has creído", es
la bienaventuranza de la fe; a María le corresponde perfec­
tamente la última bienaventuranza proclamada por Cristo
resucitado a Tomás: "Creíste porque me viste. Dichosos los
que crean sin ver" (Jn 20, 29). María es modelo del que cree
sin haber visto.
Sobre nosotros
Tal vez no hayamos comprendido aún quién es María; los
diversos primados de Isabel nos sirven de ayuda y de guía.
33
fila ermos la ilusión de obtener a Jesús y al Espíritu San to
sin pasar a través de María no es conforme al camin o se­
gui do por Dios. La fe, no la sensibilidad, nos dice que la
salvación comienza por acoger a María.
Día7
El canto de la alegria
No transcribo aquí el Magníficat (Le 1, 46-55), pero ruego
al lector que lo tenga muy presente. Al saludo exaltante e
inspirado de Isabel, María responde con un cántico de ala­
banza a Dios que constituye el himno principal del Nuevo
Testamento. Los que tienen el cometido o la buena costum­
bre de rezar por la tarde la plegaria de Vísperas no dejan de
repetir nunca a diario el canto de la Virgen. Isabel, ilumi­
nada por el Espíritu, dirige a María un saludo estupendo,
que nosotros repetimos continuamente al recitar el Avema­
ría; no debe sorprendernos, pues, que la Virgen, más llena
que nunca del Espíritu Santo y templo viviente del Hijo de
Dios, responda con un cántico de extraordinaria riqueza.
Tengamos asimismo en cuenta el estado psicológico de
la joven madre en aquel momento. Ciertamente su cora­
zón, rebosante de alegría por lo que el Señor estaba hacien­
do en ella, se encerraría en su discreto silencio, sin poder
confiárselo a nadie. Ahora, por fin, viendo que su secreto
había sido revelado a su prima, ya feliz por su parte debido
a la inesperada concepción del Bautista, puede prorrumpir
libremente en aquel himno de alabanza, que ciertamente
ya se había ido formando en su interior y que cantaba en su
corazón desde la partida del ángel anunciador.
El Magníficat tiene características únicas. Cada una de
sus expresiones y cada palabra son eco del Antiguo Testa­
mento: podríamos enumerar más de 80 citas. Sin embargo
el resultado no es un centón de textos bíblicos, una especie
de antología de citas, sino un canto nuevo, que revela toda
la frescura y espontaneidad del corazón exultante que lo
34
35
ha compuesto. Marí a es feliz. Es feliz porque Dios la h
elegido sin tener en cuenta su nada, porque Jesús está e
ella: es el Hijo de Dios, pero es también plenamente hij
suyo, carne de su carne y sangre de su sangre; ya lo estrs
cha contra su corazón y sueña con sus ojos, su sonrisa, co
aquel rostro que ciertamente se le asemeja más que cual
quier otro rostro, según Dante. Es feliz porque se encuen
tra con una parienta que la comprende y con la que pueo
desfogar su gozo.
La felicidad de María tiene un solo origen: deriva po
entero de lo que Dios ha hecho en ella. Por eso todas la
alabanzas van dirigidas a Dios. Isabel alaba y bendice ·
María; María alaba y bendice a Dios. Al comienzo paró
del cántico de Ana, otra mujer que había experimentad
el gozo de la maternidad por una gracia extraordinaria da
Señor, siendo estéril, y entona su alabanza a Dios en esper
de su hijo Samuel. Después María recorre, con las referen
cías de su canto, de algún modo, todos los libros histórico
y proféticos de la Biblia, citando en especial los Salmos. SiP
embargo no hay ninguna pesadez en esta acumulación d
referencias, sino toda la espontaneidad de un himno nue
vo. ¿Cómo es posible? Un secreto que todos estamos invi­
tados a descubrir es la belleza de los Salmos: Dios misrru
nos enseña las palabras con las que alabarlo, palabras que
con frecuencia reflejan nuestra situación, el estado de áni
mo en que nos encontramos en ese momento. Las plega­
rias bíblicas no son sólo oración; son también escuela de
oración. Quien las usa habitualmente, como sin duda hacía
María, aprende también a dirigirse a Dios con plegaria
espontáneas, que reflejan los conceptos o las mismas pala­
bras de la Biblia. Por eso el Concilio Vaticano II recomendó
a todos los fieles que rezaran el Oficio divino, especialmen­
te Laudes y Vísperas, que constituyen su núcleo principal
(cfr. Sacrosanctum Concilium, 100).
36
Por otra parte, si analizamos el Magníficat, descubrire­
mos sin dificultad su división en tres partes, de desarro­
llo y contenido completamente distintos. Al comienzo el
canto es estrictamente personal: la Virgen reflexiona sobre
lo que el Señor ha hecho en ella; sin embargo, aunque se
refieran a su persona, los conceptos expresan verdades de
valor universal; todo lo que Dios ha hecho en María tiene
como fin realizar el plan de salvación. El Señor ha dirigido
su mirada a la nulidad de su esclava. Ella siente que no es
nada, una nada que ha sido objeto de la elección gratuita
de Dios, que ha hecho en ella grandes cosas, porque sólo
Él es grande, poderoso, santo. Es una invitación clara a no
mirar ni alabarla a ella, sino a mirar y alabar a Dios: lo que
ella ha llegado a ser, de una grandeza excepcional, es obra
de Dios.
Y prosigue. Pensemos en el valor de esta jovencita que,
en espera de un hijo, se atreve a hacer sobre sí misma una
profecía a la que nadie se habría aventurado: "Desde ahora
me felicitarán todas las generaciones". De no haber tenido
la luz de Isabel, la única que estaba presente, uno pensaría
que aquello era el desvarío de una mujer enloquecida. En
cambio, a dos mil años de distancia, nosotros somos testi­
gos de que esta profecía se ha realizado y se realiza conti­
nuamente, con un aumento impresionante.
La segunda parte del Magníficat tiene un desarrollo to­
talmente distinto. La humildísima María, reflexionando
sobre el comportamiento de Dios, usa un lenguaje casi
violento: los soberbios y sus proyectos se reducen a nada;
los poderosos son derribados de sus tronos y los ricos se
precipitan en la miseria. En compensación son ensalzados
los humildes, y los hambrientos son colmados de bienes.
Se proclama ya la revolución del Sermón de la Montaña,
la proclamación de las bienaventuranzas. Es una revolu­
ción totalmente nueva respecto a los cánticos del Antiguo
Testamento (pienso en Débora, en María, la hermana de
37
e a Dios. "Per Mariam ad Jesum": a través de María se llega
M@is~s~ elil!fu.dit), en los que se exaltaba a Dios por victoria
militares,
Jesús. Por eso el centro y el culto de todos los santuarios
En la tercera parte, María se identifica con su pueblo, e iariarios no es nunca María, sino Jesús eucarístico.
pueblo de la Alianza, depositario de la gran promesa. Citl\
en particular a Abraham, el primer elegido, de quien ella se
siente hija. Dios le había jurado: "En ti serán benditas todas
las familias de la tierra" (Gén 12, 3). María ve realizadas en
sí misma todas las promesas hechas por Dios a Israel por
medio de los padres, pero encaminadas a la salvación de
toda la humanidad.
El pasado es reevocado en vista del futuro; Israel fue sus­
citado para ser depositario de las promesas divinas y se ha
desarrollado en vista de la llegada del Mesías. Ahora ha ter­
minado esta misión, porque se ha realizado en María. De
ella provienen el Mesías mismo y el nuevo pueblo de Dios.
Reflexiones
Sobre María
La humildad no es nunca contraria a la verdad. María es
consciente de la grandeza a la que ha sido elevada, así
como del hecho de que, personalmente, no tiene nada de
qué vanagloriarse: todo es don de Dios, y a Él sólo se ha de
alabar. Es la única vez en que María habla extensamente;
tal vez quiera enseñarnos que es muy importante hablar
con Dios, adorarlo, darle gracias y referir a Él todo lo bue­
no que tenemos.
Sobre nosotros
Las plegarias bíblicas son oraciones y escuela de oración:
ª_prendamos a hacerlas nuestras expresándonos con plega­
nas espontáneas, inspiradas en conceptos bíblicos. Unámo­
nos al_ coro de todas las generaciones que alaban a María,
pero sin detenernos en María: a través de ella se llega siem38
39
Cómo sufre unjusto
"El nacimiento de Jesucristo fue así: estando desposada
María, su madre, con José, se halló, antes de que vivieran
juntos, que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. José,
el esposo de María, quien era un hombre justo, no querien­
do difamarla pensaba repudiarla secretamente. Cuando
esto pensaba, se le apareció en sueños un ángel del Señor,
diciéndole: 'José, hijo de David, no temas recibir a María
tu esposa: porque el ser que ha sido engendrado en ella,
es por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien
pondrás el nombre de Jesús, porque Él librará de sus peca­
dos a su pueblo'" (Mt 1, 18-21).
Notemos la meticulosidad con que Mateo nos narra es­
tos hechos. Es muy importante saber con exactitud cómo se
desarrollaron las cosas, no para satisfacer nuestro interés
histórico que, como ya hemos dicho, rebasa las intencio­
nes de los evangelistas, sino para ratificar dos verdades de
fundamental importancia salvífica: que Jesús es verdade­
ramente Hijo de Dios, concebido por obra del Espíritu San­
to, como nos relata Lucas en la página de la Anunciación, y
el verdadero Mesías prometido, en quien se han realizado
todas las profecías. En particular: que debía ser un descen­
diente de David y que sería concebido por una virgen. Es­
tos son los fines que se propone Mateo, por lo que parte de
un hecho que es cada vez más evidente después de los tres
meses que María ha pasado en casa de Isabel: José se da
cuenta de que su mujer está encinta.
¡Qué días tan dramáticos, de dudas atroces, debe haber
pasado este joven esposo! Hombre justo, deseaba celebrar
40
un santo matrimonio conforme a la ley de Moisés; lo había
contraído con la certeza de haber encontrado a la esposa
ideal: una muchacha que conocía desde el nacimiento (lo
mismo sucedía con todos en aquel pequeño pueblo), por la
que sentía una estima y un afecto inmensos, tales como para
excluir de modo absoluto que se encontraba ante una trai­
ción; si hubiera pensado esto, su deber habría sido denun­
ciar a su mujer como infiel. Quizá sus padres y los amigos
ya se congratulaban con él por el futuro hijo; pero a José le
atormenta algo que no le deja vivir en paz y que crece de
semana en semana junto con una dolorosísima decisión.
Nos asombra el silencio de María; pero si reflexionamos
sobre su personalidad, sobre su modo de comportarse, no
nos debería sorprender y entenderíamos que su silencio le
sugirió el comportamiento más razonable que podía adop­
tarse en aquella ocasión. También ella debe haber sufrido
un dolor tremendo. Leía en el rostro de su esposo, cada vez
más marcados, la duda, el sufrimiento y la incertidumbre
sobre lo que había que hacer, pero estaba convencida de
que no le correspondía a ella intervenir. Lo que había suce­
dido en ella era extraordinario y la actuación más grande
del plan divino. Revelarlo y hacerlo comprender no era de­
ber suyo; un hecho tan extraordinario pertenecía al Padre
que le había enviado el ángel, al Hijo que llevaba en su seno
y al Espíritu que la había fecundado. Por eso calla y espera
cuando callar y esperar son las dos cosas que más cuestan.
Admiramos el silencio de María, pero el silencio de Dios
nos desconcierta. Con Isabel había bastado el sonido de la
voz de María para que el Espíritu le revelase todo. ¡Cuánto
habrá sufrido José por el silencio de María! Pero, ¡cuánto
habrá sufrido también María por el silencio de Dios!
Poco a poco José va madurando la decisión más dolorosa
de todas: está convencido de que se halla ante un misterio,
un hecho más grande que él. Es mejor romper con todo.
Decide dar a su esposa el libelo de repudio de la forma más
41
delicada posible, "en secreto", como dice Mateo (bastaba 1
presencia de dos testigos). Entonces a un hombre le resul
taba muy fácil repudiar a su mujer con cualquier pretexto
El libelo de repudio era considerado una garantía para 1
mujer, que así podía casarse de nuevo. Sólo entonces, cuan­
do José había llegado a tomar esta decisión en medio d
tanto sufr imi ento, llega el ángel para revelarle la verdad
Seam os sinceros; nosotros nos pregun taríamos: ¿por qu
Dios no ha mandado antes al ángel? ¿Por qué ha permi tid,
que sufrieran tanto aquellos esposos, am ados y predilec
tos? Creo que eran los mi smos motivos por los que el Padre
exigió al Hijo el sacrificio de la cruz. Los caminos del Señor
no son nuestros caminos. El Señor nos pide que hagamos
su voluntad, no nos pide que comprendamos sus motivos,
con frecuencia superiores a nuestras facultades terrenas.
En este punto podemos comprender la dicha de José.
"No tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María,
tu mujer", le ha dicho el ángel. Ya no sentía ningún temor:
acudiría tan rápidamente como le permitieran sus fuerza
donde María para decirle que ahora sabía todo, que todo
estaba claro; se apresuraría a fijar el día de las nupcias so­
lemnes; después de tanto temor por tener que renunciar a
su amadísima esposa, ahora tenía la certeza de que no se
separaría nunca de ella. También para la Virgen sería el fin
de una pesadilla, y daría gracias a Dios, que había premia­
do así su confianza, su abandono.
Pero estas son sólo consideraciones personales, huma­
nas. Lo que comprendió José era muy diferente. Compren­
dió que su esposa era nada menos que la Madre de Dios;
que él era el afortunado descendiente de David por medio
del cual se realizarían las profecías mesiánicas; que su ma­
trimonio con María era algo completamente distinto de lo
que se imaginaba: Dios le confiaba precisamente a él a las
personas más queridas y preciosas que existieron jamás:
Jesús y María. Comprendió y aceptó con gratitud su rol,
42
del que se habría sentido absolutamente indigno. Aquí de­
bemos descubrir verdaderamente el plan de Dios con re­
lación a la figura de José. Nos ocuparemos de ello en la
próxima reflexión.
Como conclusión, nos limitaremos a hacer notar que la
profecía de Isaías, "una virgen concebirá", recibe la expli­
cación exacta sólo en Mateo. A menudo las profecías del
Antiguo Testamento contienen acentos velados que sólo se
aclaran en el momento de la realización. Tampoco en este
caso resultaba clara la expresión. El mismo término usado
por Isaías, almah, podía indicar una muchacha o una joven
esposa. Sólo con la extraordinaria maternidad de María y
la referencia de Mateo comprendemos su sentido exacto:
una virgen.
Reflexiones
Sobre María
La maternidad divina no la libró del sufrimiento. Tal vez,
la duda de José y la incertidumbre sobre sus decisiones
constituyeran su gran sufrimiento; pero mucho más gran­
des y continuas serán las futuras. Con razón nos hace notar
santa Teresa de Ávila que el Señor envía más cruces a los
que más ama. Su elección no le dio tampoco a la Virgen
una comprensión de los planes de Dios que la preservase
de dudas, incertidumbres e interrogantes sin respuesta.
Sobre nosotros
Con frecuencia el camino de nuestra vida sigue un curso
del todo distinto de nuestras previsiones. José es para no­
sotros un gran modelo de disponibilidad. El Señor no está
obligado a darnos explicaciones sobre su comportamiento;
Él busca al que hace su voluntad, aunque a menudo no nos
dice ni hace comprender sus motivos. Unas veces nos exige
43
una mferw:erntión activa; otras veces nos pide un abandono
confiado. Tener paciencia, callar, esperar, son virtudes que
generalmente nos cuestan bastante más que actuar.
.P
1a g
Esposos felices unidos por Dios
"No tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu
mujer": era el deseo más grande de José, que en medio de
aquel sufrimiento personal sobre todo temía el tener que
renunciar a su esposa. Despejada felizmente toda duda,
sólo faltaba proceder a las nupcias solemnes, o sea, a la
introducción de la esposa en la nueva casa, que el esposo
había ido preparando mientras tanto. También los pobres,
para aquella ocasión única en la vida, con la ayuda de sus
parientes, ponían el mayor cuidado para solemnizar al
máximo la fiesta. Es fácil pensar que también las nupcias
de José y María tuvieran carácter festivo, con la numerosa
presencia de parientes y amigos, alegradas por música y
cantos, durante siete días, corno solía hacerse entonces.
Pero entre los dos esposos existía un secreto que sólo co­
nocían ellos: la presencia del Hijo de Dios, el que los había
unido y para quien vivirían. Por ello José no podía ignorar la
sacralidad del gesto de introducir a María, la nueva y autén­
tica Arca de Dios, en su casa. Es muy fácil, habida cuenta del
conocimiento que todos los hebreos tienen de la Biblia, que
pensara en el texto sagrado: "Convocó David a todo Israel
en Jerusalén para trasladar el Arca del Señor ... También dijo
David a los jefes de los levitas que de entre sus hermanos es­
cogiesen cantores provistos de instrumentos musicales, sal­
terios, cítaras y címbalos, que entonasen cantares de alegría,
haciendo resonar su voz" (1Crón 15, 3ss.).
Pero esto no bastaba. Había que ocuparse de otro asunto
que nos hace comprender la grandeza de José por el rol
que Dios le había confiado y que él aceptó con entusiasmo.
44
45
También él quizá dijera, consciente de su poquedad, la
palabras de David y de Isabel sobre el Arca de la Alíanz,
y a la verdadera Arca de Dios: "¿Quién soy yo para que 1
madre de mi Señor y el Señor mismo vengan a mi casa?
Y comenzaría a darse cuenta de los motivos que le hacíai
entender su rol.
Un motivo seguro por el que él había sido elegido, m
tivo repetido por el ángel en el anuncio a María y por e
ángel que se le había aparecido en sueños: él era un hijo de
David, un miembro de la casa de David; por medio de él,
en virtud de su matrimonio con María, el Mesías cumpliría
la profecía de pertenecer a la familia de David. A nosotros
tal vez nos parezca poco; habríamos preferido que fuera
María la que perteneciese al linaje davídico. En cambio no
fue así. Debemos tener en cuenta que a menudo las pro­
fecías mesiánicas son genéricas y que Dios las realiza con
gran libertad. Desde el principio, cuando el profeta Natán
promete a David una casa estable (cfr. 2Sam 7, 16), es natu­
ral pensar en una dinastía real de tiempo indeterminado.
En cambio la dinastía davídica terminó con la deportació
en Babilonia. A la vuelta del exilio, el único personaje im­
portante, entre los descendientes de David, es Zorobabel;
pe~o vivió cerca de 500 años antes de Cristo. Después la
estirpe de David no volvió a tener ninguna importancia
política, y las palabras de Natán fueron interpretadas cada
vez más en sentido mesiánico. Dios las realizó con el matri­
monio entre María y José.
Pero José entendió también algo mucho más importante:
corr_iprendió quién era su esposa y el niño que había con­
cebido. María era la mujer tan esperada, profetizada en el
Génesis; la virgen que alumbraba, preanunciada por Isaías
como un signo de salvación; el hijo, concebido por obra del
Espíritu Santo, era el mismo Hijo de Dios y Dios como el
Padre. Comprendió que el silencio de María había tenido
un doble fin: salvaguardar el secreto sobre la identidad de
46
aquel niño, secreto que Jesús mismo irá revelando poco a
poco, con mucha discreción; y el no revelar su identidad
personal de Madre de Dios.
Creo que es este el momento en que José reflexionó se­
riamente sobre sí mismo, comprendiendo lo que Dios
esperaba de él al confiarle a Jesús y María. Si antes tenía
una estima a María corno para excluir a toda costa su in­
fidelidad, después esta estima se transformó en auténtica
veneración: José es el auténtico, gran y primer devoto de
María santísima. Pero hay más. En los primeros siglos del
cristianismo la figura de José era más estudiada y conocida
que hoy. Pienso, por ejemplo, en el gran arco cubierto de
mosaicos de Santa María la Mayor en Roma, que se remon­
ta al año 432, en recuerdo del hecho de que el año anterior,
en Éfeso, María había sido proclamada Madre de Dios. Ob­
servando las diversas escenas, vemos que José destaca en
cuatro de ellas: es visto como el jefe de la Sagrada Familia
y de la Iglesia, representante del obispo, testigo y custodio
de la virginidad de María, protector y educador de Jesús.
Respecto a Jesús mismo, el secreto que guarda José en su
corazón, junto con María, es la identidad divina de aquel
hijo. Pero es también la misión de aquel niño, que el ángel
le había revelado con las palabras: "Le pondrás el nombre
de Jesús, porque Él librará de sus pecados a su pueblo" (Mt
1, 21). Aquí tenemos delineado el cometido por el que el
Hijo de Dios se hizo hombre: para salvar, redimir del peca­
do y reabrir así las puertas del cielo. Precisamente él, José,
sería el formador, el educador, en el aspecto humano, del
Hijo de Dios, para prepararlo para su misión.
En este punto no es dificil comprender el "sí" gozoso de
José, no menos gozoso que el fiat de María, al rol que le
asignaba el Padre. Su matrimonio sería distinto de lo que
él creía y se proponía, pero era inmensamente más grande.
Cuando Dios llama a una misión extraordinaria, siempre
exige renunciar a los proyectos y visiones humanas. Así
47
©E>r@ con Abraham , cuando le invitó a dejar su casa y su
tierra y partir, sin decirle adónde lo llevaría. Así también
con los profetas (basta pensar en Am ós), que sólo pensaban
en continuar el humil de trabajo de sus padres; lo mismo
hizo con los apóstoles, invitándoles a dejarlo todo para se·
guirlo. Y así sigue obrando con todo aquel a quien llam a C\l
una dedicación total a ÉL
ción: con tal que cumplamos la voluntad de Dios, nuestra
vida en todo caso será un éxito. Y además de la ayuda de
María invoquemos la ayuda de José, sintiéndonos confia­
dos a él como miembros del cuerpo místico.
Cuando, el 8 de diciembre de 1870, Pío IX proclamó a
san José "patrono de la Iglesia universal", a muchos les pa­
reció que invocaba a un protector más en el momento en
que estaba por desaparecer el poder temporal de los papas.
En cambio se trataba del reconocimiento de un dato evan­
gélico: confiando a José la persona de Jesús, Dios le confió
también su cuerpo místico, la Iglesia.
Reflexiones
Sobre María
Su confianza, su abandono en Dios, tuvieron plena recom­
pensa, si bien tras muchos dolores. Desde aquel momento
María cuenta con la ayuda de alguien de la máxima con­
fianza, que compartirá con ella las alegrías y las penas­
como ya comparte con él los secretos de su identidad y de
la de Jesús. Las relaciones entre María y José, desde el mo­
mento en que su unión había sido querida por Dios en fun­
ción total de Jesús, eran de extremo respeto y colaboración;
no existían las relaciones conyugales corrientes, pero había
un amor verdadero, ese amor que no está en los sentidos.
Sobre nosotros
La disponibilidad a los planes de Dios, expresados por
nuestras dotes y por las circunstancias, a menudo puede
inducirnos a renunciar a proyectos y metas. El plan de Dios
sobre cada uno de nosotros es siempre un plan de salva48
49
/>
12110
Belén, la casa del pan
"Por aquellos días se publicó un edicto de César Augusto
ordenando que se hiciera un censo de todo el imperio". Así
nos introduce Lucas, en 2, 1, en el gran evento de la Nati­
vidad. Dios se sirve de las causas segundas, que a noso­
tros nos parecen completamente accidentales, para llevar
a cabo sus designios. El profeta Miqueas había profetizado
que el Mesías nacería en Belén, y el Señor se sirvió de esta
circunstancia para que Jesús naciera precisamente allí.
Belén, que significa "casa del pan" (reparemos en la refe­
rencia eucarística), era una aldea situada a siete kilómetros
de Jerusalén; ahora es una pequeña ciudad en constante
crecimiento, por lo que casi está unida a la gran ciudad.
En la Biblia encontramos mencionada varias veces a Belén.
De allí salió Noemí con sus dos hijos casados, que murie­
ron sin dejar herederos. Entonces Noenú volvió a su casa
natal, acompañada por una de las nueras, la moabita Rut.
El relato bíblico, en el libro que debe su nombre a Rut, nos
refiere con admiración la gran opción de esta extranjera.
Invitada por Noemí a volver a su casa, como la otra nuera,
Rut hizo una elección arriesgada y de fe: "Tu pueblo será
mi pueblo, tu Dios será mi Dios" (Rut 1, 16). Se casará con
Booz y merecerá formar parte de la genealogía del Mesías,
convirtiéndose en la bisabuela de David. En Belén David
será ungido rey por Samuel, cuando aún reinaba Saúl, en
presencia de sus hermanos.
Son grandes acontecimientos para un pueblo tan peque­
ño. Pero el acontecimiento más grande, que hará a Belén
conocida en el mundo, será el nacimiento de Jesús.
so
Con ocasión del censo, José se hace acompañar por Ma­
ría. Notemos que las mujeres no estaban obligadas a inscri­
bir su nombre; quizá José no quisiera separarse de María
en la proximidad del parto, o tal vez quería hacer inscribir
a María en el censo, entre los componentes de la familia de
David, para que también el niño figurara entre los miem­
bros de tal familia. "No alcanzaron lugar en la hospede­
ría" (Le 2, 7). Creo que la elección provisional de los santos
progenitores fue dictada por la conveniencia, teniendo en
cuenta el evento que estaba por cumplirse en María. Se­
guramente los habrían acogido los parientes, tan hospita­
larios entre los hebreos. Pero las casas constaban de una
sola habitación, donde se tendían alfombras por la noche
para descansar todos juntos. No era la mejor solución. En
la caravanera había habitaciones tranquilas, pero de paga,
y por consiguiente no idóneas para los pobres; se podían
cobijar bajo el porticado, junto con todos los demás, pero
tampoco esta solución era satisfactoria. Era preferible una
gruta aislada, donde los pastores y el ganado se albergaban
en ciertas ocasiones. Era un privilegio pobre, pero discreto,
tranquilo.
Y aquí es donde nace Jesús, según nosotros como un cha­
bolista. Y sin embargo, ¡cuánta majestad a su alrededor! Aún
hoy, contemplando Belén desde el "campo de los pastores",
especialmente a la hora de la puesta del sol o de noche, uno
se queda encantado ante el paisaje rodeado de colinas, la
vegetación y el cielo completamente terso. Sobre todo, Jesús
era acogido por los dos corazones más puros del mundo.
Los bizantinos expresan todo esto con una bella plegaria
natalicia: "¿Qué te ofreceremos, oh Cristo, por haber apare­
cido en la tierra como hombre? Cada criatura creada por ti
te ofrece su reconocimiento: los ángeles, el canto; los cielos,
una estrella; los magos, los dones; los pastores, su admira­
ción; la tierra, una gruta; el desierto, un pesebre. Pero noso­
tros te ofrecemos por madre a la Virgen María".
51
San Francisco, con su gran sensibilidad, quiso reprodu­
cir al natural la escena de la Natividad; así difun dió los
belenes que en los días de Navidad contemplamos en las
iglesias, en las casas, con frecuencia en las mismas plazas,
en los camin os y en los escaparates de las tiendas. Nosotros
repetimos con confianz a, en medio de las preocupaciones
que nos angustian, las consoladoras palabras de Isaías:
"Nos ha nacido un niño ... se nos dio un hijo" (Is 9, 5): el
Hijo de Dios.
María brilla más que nunca en Navidad por su máxima
elevación: Madre de Dios. En el Evangelio no leemos nun­
ca esta expresión, pero María es considerada y llamada de
manera continua "madre de Jesús" y se dice claramente
que Jesús es Dios. Por lo tanto, cuando los primeros escri­
tores cristianos usaron el términ o Theotokos ( engendradora
de Dios) no encontraron ninguna oposición. Fue Nestorio
el que se opuso a este título porque había incurrido en un
error cristológico: creía que en Jesús había dos personas,
la divina y la humana, por lo que María era sólo madre
de la persona humana de Cristo, madre únicamente de un
hombre. Surgió la polémica que determinó el Concilio de
Éfeso en el año 431. La preocupación del Concilio fue prin­
cipalmente cristológica: definió que en Jesús hay una sola
persona, la persona del Verbo que, encarnándose en María,
asoció la naturaleza humana a la divina. Por consiguiente
María es verdadera Madre de Dios, ya que su hijo es real­
mente Dios.
Para no incurrir en errores es importante comprender
debidamente esta verdad. Nunca se ha pretendido hacer
de María una diosa; ella sigue siendo siempre una humil­
de criatura como nosotros, que ha tenido necesidad de ser
redimida en Cristo. Y tampoco ese título significa que Dios
necesite una madre que le transmita la divinidad. El título
de "Madre de Dios" es un título cristológico: significa que
Jesús, nacido de María, es verdadero Dios. Con tal título
52
se afirma que Jesús es Dios desde el primer instante de su
concepción. Por ello María es verdaderamente madre de
un hijo que es Dios. Por ello la proclamamos con razón
"Madre de Dios".
Para los católicos estos conceptos resultan claros. Pero
debernos saber expresarlos también con exactitud, para
responder a las eventuales objeciones. Añadiremos que
tampoco los ortodoxos y los protestantes tienen dudas so­
bre los dos grandes dogmas marianos definidos desde la
antigüedad, anteriores a cualquier escisión: María, Madre
de Dios, y María siempre virgen. Las dificultades, espe­
cialmente para algunas confesiones de la Reforma protes­
tante, se refieren a los dos últimos dogmas marianos de
prornti.lgación más reciente, la Inmaculada Concepción
y la Asunción. Respecto a estas verdades tienen posicio­
nes diversificadas; varias confesiones las proponen como
posibilidad en la que uno puede creer o no. Pero quizá la
dificultad mayor procede de otros títulos marianos que no­
sotros atribuimos a la Virgen, y del culto que le tributamos.
Reflexiones
Sobre María
El día del nacimiento de Jesús fue ciertamente uno de los
días más gozosos de su vida, por lo que no sintió las moles­
tias de la precaria situación. La grandeza de María, Madre
de Dios, no restó nada a su humildad, a su costumbre de
atribuir todo al don gratuito de Dios. Por eso ella se nos
ofrece más que nunca con su materna atracción.
Sobre nosotros
Pensemos en la alegría de la Navidad con sentido religioso
para dar gracias al Padre, adorar al Hijo y abrimos a la
iluminación del Espíritu Santo. Podemos reflexionar sobre
53
la aeogída que dispensamos a un Dios hecho hombre. Es
importante saber ver la humildad de su venida para com­
prender que ha venido para salvar y redimir. Cuando vuel­
va en el esplendor de la gloria, vendrá para juzgar y dar a
cada uno lo que se merezca. Confiémonos a la Madre de
Dios para que nos haga conocer cada vez más al Hijo de
Dios e hijo suyo.
Día
11
La fe de los más pequeños
Dios prefiere decididamente a los pequeños, los pobres, las
personas que según la mentalidad humana no cuentan. Era
justo que el primer anuncio del nacimiento del Mesías se le
hiciera al pueblo hebreo, y este es uno de los significados
principales de todo el episodio. Pero después se nos reve­
lan los gustos de Dios en la elección de los primogénitos.
Los pastores no gozaban entonces de buena fama, a pesar
de la importancia que tema el pastoreo en la economía de
Israel. Baste pensar que no podían ser elegidos jueces ni
dar testimonio en los tribunales. Diríamos que no teman
plenos derechos civiles. Y precisamente a ellos Dios les
hace la revelación angélica con estas palabras: "Os doy la
buena nueva de un acontecimiento que causará gran ale­
gría a todo el pueblo, a saber: que hoy os ha nacido en la
ciudad de David un Salvador, el cual es el Cristo Señor. Os
doy estas señas: hallaréis un niño envuelto en pañales y
recostado en un pesebre" (Le 2, 10-12).
Isaías ya había profetizado, entre las señales mesiáni­
cas, que el Evangelio sería anunciado a los pobres. Aquí
tenemos la primera realización de ello. Y es que los pobres
están siempre dispuestos a creer y a moverse. La señal de
reconocimiento es bastante significativa, no es genérica,
como podría parecernos a nosotros. Además de indicar la
pobreza humana de aquel niño, ayuda a encontrarlo. Inclu­
so en las familias más pobres, cuando una madre esperaba
un hijo, se preparaba una canasta, una cuna donde poner­
lo. El hecho de que un niño fuera colocado en un pesebre
quería decir no sólo que era pobre, sino que pertenecía a la
54
55
gente que estaba de paso. Llegados a Belén, no resultaría
difícil informarse si había una mujer que estuviera de paso
próxim a a la maternidad y conseguir indicaciones sobre su
paradero.
Los pastores ven y creen. Ven a un pequeño dando vagi­
dos y creen que aquel es el Mesías prometido. Felices por
ello, son los primeros que se convierten en pregoneros de
Cristo, anunciando la buena nueva de que ha nacido el Sal­
vador. Dicen con sencillez cuanto han oído a los ángeles y
lo que han visto, sin temor ni respeto hum ano; no se plan­
tean el problema de si les creerán o se mofarán de ellos, les
basta dar testim onio de los hechos. Y por ellos conocernos
el estupendo canto angélico: "Gloria a Dios en los altísimos
cielos; paz en la tierra a los hombres de buena voluntad"
(Le 2, 14); en nuestra liturgia no dejará de repetirse ese can­
to, ni tampoco se olvidará a los pastores en las representa­
ciones del pesebre.
Las palabras angélicas parecen casi programáticas; son
ya un compendio de la obra de Cristo, que viene para dar
gloria a Dios y paz a los hombres. Dos objetivos intensos
y estrechamente unidos: sólo dando gloria a Dios y obser­
vando sus leyes puede haber paz en el corazón de cada
hombre y en la sociedad hum ana. Cuando los hombres
reconozcan a Dios por Padre, se darán cuenta de que son
hermanos y vivirán corno tales.
El episodio de la visita de los pastores termina con una
frase un poco misteriosa, que Lucas repite también como
conclusión del hallazgo de un Jesús de 12 años en el tem­
plo. Parece queremos decir que el corazón de María es el
cofre que conserva aquellos recuerdos: "María guardaba
en el corazón todas aquellas cosas, considerándolas" (Le 2,
19). Se nos comunica una meditación sapiencial que María
hace de los diversos episodios de la vida de su hijo; pero
parece precisam ente que el evangelista quisiera revelamos
la fuente de sus informaciones. No olvidemos que Lucas, al
56
comienzo de su Evangelio, afirma que escribe los aconteci­
mientos "así como nos los han trans mitido los que fueron
desde el principio testigos presenciales" (1, 2) de ellos, e
insiste sobre esto añadiendo que se ha decidido a escribir
ºdespués de haberme informado minuciosamente de todo
desde sus principios" (1, 3).
Queremos insistir sobre estos pasos porque es muy im­
portante conocer la fuente de información de san Lucas, no
sólo con relación al episodio de los pastores, sino respecto
a toda aquella parte de su libro conocida como "evangelio
de la infancia", es decir, respecto a cuanto hemos dicho. El
recuerdo de los testigos oculares (no se contentó con testi­
monios indirectos) y de la investigación desde los orígenes
da razón a los Padres y exegetas, que opinan que la fuente
de información de Lucas fue la Virgen misma.
Prefiero resumir, a este propósito, lo que escribe un bi­
blista contemporáneo, Aristide Serra, profesor de la Ponti­
ficia Universidad Marianum, el cual afirma:
1. Dentro de la primera comunidad apostólica, María era
la única "testigo ocular" de la Encarnación y de los años
de la vida privada de Jesús; mientras que eran muchos los
testigos de su vida pública.
2. Pentecostés habilitó a todos no sólo a comprender a
fondo, sino a "testimoniar" lo que habían visto y oído, aun­
que no todos estuvieran llamados a"evangelizar". Además
María demuestra, en el Magníficat, que es plenamente cons­
ciente de las grandes cosas que Dios había obrado en ella.
Le incumbía, por tanto, la obligación, tan inculcada por el
Antiguo Testamento, de hacer conocer de una generación a
otra las grandes obras de Dios.
3. Con estas premisas no parece posible imaginar que la
Virgen permaneciera callada, replegada sobre sí misma, ce­
losa de los misterios divinos de que había sido protagonista.
Es lógico suponer, en cambio, que volcase sobre la Iglesia los
tesoros que guardaba en su corazón y que no le pertenecían.
57
e110 es justo imaginar a María siempre pronta a "testi­
moniar" los hechos a los apóstoles y a aquellos que, para
enseñar o escribir, recurrían a ella como a la única fuente
segura. Sabemos que Lucas formaba parte de ellos.
No debería sorprendernos el que, después de todo lo
que Lucas ha escrito sobre la Virgen, una tradición lo con­
siderara como "el pintor de María". En varias iglesias se
veneran imágenes marianas que se precian del título de
"Virgen de san Lucas". Se trata siempre de iconos del tipo
llamado "odigitria" (la que indica el camino). Los más anti­
guos se remontan al siglo v1, y los más famosos, a los siglos
xn-xm. Está claro que no son obra de san Lucas, que sólo fue
"pintor" de María en cuanto escritor de los hechos princi­
pales de su vida.
~©F
pastores ven y dan testimonio; María conoce y no duda en
revelar las grandezas de Dios. Todo cristiano debe sentirse
obligado a dar testimonio de la fe que lo anima.
Reflexiones
Sobre María
Es la primera que nombran los pastores cuando se acercan
a la gruta. Parece que ya es ella la que presenta a Jesús,
iniciando así su preciosa misión: aquel niño nacido de ella
no es para ella, es para el Padre y para la humanidad. En
lugar de mirarlo con actitud posesiva, lo presenta y ofrece,
colaborando desde el principio a su misión.
Sobre nosotros
Es necesario que nos hagamos pequeños, "hacerse como
niños", para comprender los secretos de Dios. Esto sig­
nifica una apertura de ánimo y una humildad que todos
poseemos. La vida de la Iglesia nos presenta también a mu­
chas personas de cultura, o con puestos de gran prestigio y
responsabilidad (incluso reyes y princesas), dotados de tal
humildad de corazón y disponibilidad para con Dios que
los hacía aptos para comprender y vivir su doctrina. Los
58
59
/
1a
12
El nombre de la salvación
"Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al
niño, le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que ha­
bía dicho el ángel antes de que fuera concebido en el seno
materno" (Le 2, 21). La circuncisión, practicada asimis­
mo por otros pueblos, se convierte en un rito sagrado con
Abraham, cuando Dios se la impone como signo de per­
tenencia al pueblo elegido. Obligaba a practicar las leyes
dadas por Dios y, aunque se tratara de un signo externo,
no era una simple formalidad: cada vez más a menudo los
profetas hablaban de "circuncisión del corazón", es decir,
de abrir el ánimo al amor de Dios y del prójimo. Hoy, para
pertenecer al nuevo pueblo de Dios, Jesús instituye el bau­
tismo, en el cual se pronuncian las promesas que resumen
los principales compromisos del cristiano.
También con Jesús se observó aquel rito, que efectuaba
en casa el padre u otra persona práctica; y desde ese mo­
mento pasó a formar oficialmente parte del pueblo hebreo,
pertenencia que nadie ha impugnado. Un rito y un nombre:
después de aquel evento la salvación ya no dependía de
ese rito, sino del nombre. El nombre tenía gran importan­
cia para los hebreos por los familiares, que habían llevado
el mismo nombre, y por las figuras bíblicas que recordaba.
Por otra parte, cuando el nombre era impuesto por el Cielo,
o cambiado por voluntad divina, adquiría una importancia
aún mayor, pues indicaba la misión que quería el Padre.
Jesús significa "Salvador": "Él salvará a su pueblo de
sus pecados", le había dicho el ángel a José. Es una misión
nueva respecto a lo que esperaba el pueblo del Gran Pro60
feta: esperaba la liberación de los romanos y la grandeza
política. Pero supone infinitamente más. Jesús ha venido
para destruir la obra de Satanás, como afirma Juan; para
liberar a todos aquellos que se encuentran bajo el yugo del
demonio, según dice san Pedro a Comelio. Es el nombre de
la salvación y de la gracia. Pensemos sólo en algunos textos
evangélicos: "Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os
lo concederá"; "En mi nombre echaréis demonios y cura­
réis a los enfermos"; "El que da un solo vaso de agua en mi
nombre no perderá su recompensa". Pedro y Juan, cuando
hacen el primer milagro en el nombre de Jesús, curando al
paralítico que mendigaba a la puerta del templo, procla­
man en alta voz: "Sabed todos vosotros y todo el pueblo de
Israel que este se encuentra sano entre vosotros en virtud
del nombre de Jesucristo. Y no hay salvación en ningún
otro, pues no se nos ha dado a los hombres ningún otro
nombre debajo del cielo para salvamos" (Hch 3 y 4, 10.12).
Un gran predicador, san Bemardino de Siena, repartía
por todas partes placas y cuadros para que los pusieran eh
las puertas de las casas, o hacía grabar, en el dintel de la
entrada, un sol radiante en el que figuraban tres letras: JHS
(]esus hominum Salvator, Jesús Salvador de los hombres).
Cuando predicaba en una ciudad, quería que en las puer­
tas de entrada de las casas de todas las familias hubiera
una alusión al nombre que salva. Tratemos de entenderlo:
el nombre de Jesús tiene una fuerza extraordinaria, pero no
es una palabra mágica. La fuerza procede de la fe del que
invoca la persona del Señor. Se le invoca con ese nombre,
que indica su misión, habiéndose encarnado "por nosotros
los hombres y por nuestra salvación", como repetimos en
el Credo. El que crea que va a obtener algún efecto invo­
cando el nombre de Jesús mecánicamente, sin una fe pro­
funda en su persona divina, no conseguirá nada.
Pero el episodio sobre el que estamos reflexionando
contiene también otra verdad de excepcional importan61
cía. Sólo en esta ocasión, en que se celebra la circuncisión
(pertenencia al pueblo hebreo) y la imposición del nombre
de Jesús (el que salva), se evidencia una realidad nueva,
perturbadora, una auténtica ruptura. Desde ese momen­
to la salvación ya no depende de la circuncisión, sino del
nombre de Jesús. A nosotros hoy nos cuesta comprender la
dificultad casi trágica en que llegaron a encontrarse aque­
llos primeros cristianos, que eran hebreos piadosos y muy
practicantes. Ellos siguieron frecuentando el templo cada
día como fieles observantes de las leyes que Dios había
dado a sus padres. Pero la dificultad surgió cuando em­
pezaron a convertirse los paganos y estalló con toda su vi­
rulencia cuando Pablo y Bemabé empezaron a predicarles
con tanto éxito. Entonces es cuando se plantea el problema:
¿deben someterse éstos a la circuncisión? Nótese que la cir­
cuncisión comportaba asimismo la observancia de todas
las leyes dadas al pueblo elegido.
Fue la primera gran dificultad que se afrontó en el tiem­
po apostólico. Se diría posteriormente que el mundo es­
taba pronto para hacerse cristiano, pero que nunca habría
aceptado hacerse hebreo. Pablo advirtió la gravedad del
peligro cuando empezó a predicar que la circuncisión ya
no servía, porque la salvación dependía de la fe en Jesucris­
to. Fue impugnado fuertemente por los judea-cristianos, es
decir, por los cristianos provenientes del judaísmo en todas
las localidades a donde iba. Entonces se sometió la cues­
tión a los apóstoles, reunidos en Jerusalén: es el llamado
primer Concilio. Hubo una discusión enconadísirna. Ten­
gamos en cuenta la mentalidad de aquellos hebreos que
se habían hecho cristianos: vivían en la fe de sus padres
las promesas que se habían realizado en Jesús, hebreo, cir­
cuncidado, observante de la ley, atendiendo empero a la
sustancia. Debemos comprender asimismo las dificultades
teológicas: si era necesaria la circuncisión, se negaba que
la salvación dependiera de la fe en Jesucristo. Además, se
62
bloqueaba de golpe la evangelización extendida a todos los
pueblos. Los apóstoles, iluminados por el Espíritu Santo,
dieron plena razón a Pablo: basta de circuncisión, ya no
sirve, concluyeron.
Así se operó la ruptura definitiva entre Sinagoga e Iglesia:
somos salvados por la fe en Jesucristo, aquel que reconcilia
en sí al pueblo de la antigua alianza y al nuevo pueblo de
Dios. Posteriormente la Iglesia sufrió problemas análogos,
si bien no tan trágicos como aquel primer dilema; proble­
mas en cualquier caso que, mal comprendidos y resueltos,
bloquearon el Evangelio. Piénsese, por ejemplo, en la in­
comprensión de los ritos chinos y malabares en tiempos de
Benedicto XIV. Hubo tiempos en los que parecía que fuera
necesario occidentalizarse para ser cristiano. La apertura de­
cisiva, aunque todavía sin aplicar totalmente, se operó con
el Vaticano II, especialmente en la constitución pastoral Gau­
dium et spes, donde se proclama el respeto de las culturas, en
las que es preciso valorar todo lo que es compatible con el
cristianismo.
Reflexiones
Sobre María
La Virgen vio la primera sangre derramada por su Hijo
y sus sufrimientos; tal vez viera en ello algo profético. La
alegría de llamar a Jesús por su nombre, significativo de
aquella misión de la que ella ya se había beneficiado con
antelación: comprendió que aquel nombre sería una bendi­
ción para toda la tierra.
Sobre nosotros
Reflexionemos sobre el bautismo, dado por voluntad de Je­
sús en nombre de la Trinidad, que nos hace miembros del
nuevo pueblo de Dios, partícipes de la naturaleza divina,
63
miem.~rns de Cristo, uni dos a su misión sacerdotal, proféti­
ca y real, y nos confiere el Espíritu Santo. Invoquemos con
fe el nombre de Jesús, profundizando su fuerza.
Día 13
Jesús ofrecido al Padre
Dios había ordenado a Moisés que todos los primogénitos
fueran rescatados porque le pertenecían a Él. Era un re­
cuerdo de aquella décima y definitiva plaga de Egipto que
había exterminado a todos los primogénitos de los egip­
cios, respetando a los primogénitos de los hebreos. Fue el
episodio culminante que indujo al faraón a dejar salir al
pueblo elegido.
En los tiempos de Cristo bastaba enviar al templo la
ofrenda de cinco siclos de plata, correspondiente más o
menos al salario de dos meses de trabajo; debía ir acom­
pañada de dos animales (los pobres daban dos pichones),
uno para el holocausto y el otro para la purificación que
debía hacer la madre. Cuando el primogénito era varón,
todo esto se efectuaba 40 días después del nacimiento.
Lucas quiere subrayar que los dos jóvenes esposos hi­
cieron todo en cumplimiento de la ley dada a Moisés; pero
en realidad describe el comportamiento de María y de José
con particularidades únicas, que dejan entrever que ellos
realizaron escrupulosamente aquel rito, ordenado de una
forma que velaba la realidad, sólo cumplida con Jesús.
Ante todo no estaba prescrito que los esposos fueran al
templo. La iniciativa, aunque la proximidad entre Belén
y Jerusalén hacía fácil este homenaje no exigido, nos dice
que se hizo más de lo debido. En la Biblia no encontramos
ningún otro ejemplo parecido. Después Lucas habla de "su
purificación", incluyendo a José. También este detalle re­
vela un fin profundo. Los santos cónyuges, por indudable
inspiración divina, ofrecieron realmente aquel hijo al Pa64
65
cüe, al que era el verdadero Padre desde todos los puntos
de vista. Pero ya resulta evidente que es ofrecido por los
pecados, que es su misión. Por eso Lucas ha aunado a José
y María: los dos esposos se convierten en los representan­
tes de todo el pueblo, a fin de que la ofrenda de Jesús se
hiciese en un contexto de purificación.
El valor de este episodio resulta profético. No olvidemos
que Lucas ve siempre a Jerusalén como la ciudad de lapa­
sión. A nuestro entender, el rito de purificación de la madre
no tiene aquí importancia algun a; en cambio tiene enorme
importancia la ofrenda del Hijo, verdadera ofrenda sacrifí­
cial. María se asocia a ella comprendiendo su significado,
aunque intuya sólo vagamente que se trataba de un presa­
gio ·y de una anticipación de una ofrenda muy diversa, la
de la cruz. La cruz será la salvación de toda la humanidad,
y Jesús ya es proclam ado "luz de los pueblos".
En efecto, en este punto se inserta un hecho que comple­
ta y explica plenamente la ofrenda sacrificial que acaban
de hacer: el encuentro con el anciano Simeón. Este piadoso
israelita había recibido una promesa del Espíritu: "Nomo­
rirás sin haber visto antes al Mesías" (cfr. Le 2, 27-30). Es el
Espíritu el que lo impulsa a acudir al templo ese día y es
asimismo el Espíritu el que, en medio del acostumbrado
ir y venir del lugar sagrado, lo conduce hasta los jóvenes
esposos. Se dirige a la madre sorprendida para pedirle un
favor: quiere tener al niño entre sus brazos, quiere mirar­
lo bien, para pronunciar una plegaria estupenda, que hace
comprender a los santos cónyuges que el Señor le ha reve­
lado la verdadera identidad de aquel niño. Es una plega­
ria que se repite todas las noches en las Completas, y que
podría resumirse así: "Ahora, Señor, puedes dejar que tu
siervo se vaya en paz, según tu palabra, porque mis pro­
pios ojos han visto tu salvación ... "; y al niño lo llama "luz
de los pueblos y gloria de Israel" (cfr. Le 2, 29-32).
66
Pero en este punto el encuentro con el santo anciano ad­
quiere otro sesgo. Tal vez se ensombreció el rostro de Si­
meón mientras se dirigía a su madre, la verdadera Madre,
para enunciar una doble y dolorosa profecía sobre el niño
y sobre ella misma, tan plenamente asociada a la misión de
su hijo. Quién sabe lo dolorosas que resultarían aquellas
palabras para el corazón de María: "Este niño está destina­
do en Israel para que unos caigan y otros se levanten; será
signo de contradicción": palabras tremendas, que pesarán
sobre cada uno de nosotros cuando seamos juzgados en
base a nuestra acogida o a nuestro rechazo de Jesús y de
sus enseñanzas. De nuestra respuesta y de nuestro com­
portamiento dependerá el que Jesús sea para nosotros sal­
vación o ruina. No son menos duras las palabras proféticas
que dirige a la madre: "Y a ti una espada te traspasará el
corazón, para que sean descubiertos los pensamientos de
todos" (cfr. Le 2, 34-35).
La profecía sobre Jesús muestra con claridad que na­
die puede permanecer indiferente frente a su persona. Él
mismo llegará a decir: "El que no está conmigo está contra
mí". Aquí en la tierra muchos se hacen la ilusión de po­
der adoptar más o menos este comportamiento: "Señor, no
tengo nada contra ti, pero déjame en paz; así estaremos los
dos perfectamente". Como si no dependiéramos totalmen­
te de Dios, en quien "vivimos, nos movemos y existimos",
según la expresión de Pablo en el discurso dirigido a los
atenienses (cfr. Hch 17, 28). Como si no hubiéramos sido
creados por Dios en vista de Cristo y para Cristo; por con­
siguiente, si el Señor no nos sostuviese, nos hundiríamos
en la nada. Como si pudiéramos tratar con Dios de igual a
igual, imponiendo nuestras condiciones.
La profecía de María es más difícil de explicar: ¿por qué
es necesario que una espada le traspase el alma, es decir,
atraviese toda su vida, para desvelar los pensamientos re­
cónditos de los corazones humanos? En estas palabras po67
dríarn os ver una uni ón de los sufrimi entos de María a los
sufrimi entos de su Hijo, y una alusión a la separación final
del juicio.
En este punto, estando María y José estupefactos, les ser­
viría de bálsam o la presencia de la anciana Ana, también
ella llena del Espíritu Santo, que demuestra haber recibido
una revelación plena sobre la auténtica identidad de Jesús,
por lo que alaba al Señor y habla de aquel niñ o señalándolo
como el Salvador a aquellos que esperaban la redención de
Jerusalén (cfr. Le 2, 36-38); o sea, se dirige a los pequeños, a
quedar en la sombra en este episodio; sin embargo, si nos
fijamos en los protagonistas, es José el que mejor nos repre­
senta: participa y recibe los frutos de la redención.
cuantos tienen el corazón dispuesto a aceptar los planes de
Dios y esperan con confianza su desenvolvimiento.
Reflexiones
Sobre María
La vemos más que nunca en actitud de ofrenda: se ofrece
no sólo a sí misma, sino que ofrece a aquel hijo que es suyo,
y sin embargo no es para ella. Se lo ofrece al Padre para sal­
var a los hombres de sus pecados. La admiración con que,
junto con José, asiste a estos hechos, nos dice cómo el Señor
la iba preparando poco a poco, a través de un duro camino
de fe. La profecía sobre Jesús es bivalente: de alegría y de
dolor. Pero la profecía sobre ella es sólo una promesa de
sufrimiento constante.
Sobre nosotros
Ofrecerse al Padre para que cumpla en nosotros sus desig­
nios. Tomar decididamente una posición con relación a Cris­
to. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Cómo trato de conocerlo para
poder obedecerle? ¿Me doy cuenta de que su ofrenda sacri­
ficial es por mi salvación, pero que depende de mí para que
me sea aplicada como redención? La figura de José parece
68
69
El homenaje de los paganos
Mateo nos cuenta la visita de los Magos al niño (cfr. Mt
2, 1-12). Estos sabios, llegados de Oriente, con mucha pro­
babilidad de Arabia, eran expertos en astronomía, ciencia
muy estudiada desde tiempos antiguos. Dios se adapta a
las diversas costumbres y mentalidades: para anunciar a
los pastores que ha nacido Jesús, tratándose de hebreos
que conocen perfectamente por la Biblia la existencia de
los ángeles, se sirve de esos mensajeros celestes; en cambio,
para advertir a estos sabios paganos, se sirve de un signo
conforme a sus conocimientos: una estrella extraordinaria,
seguramente milagrosa, hasta el punto de indicar un even­
to portentoso y que los condujera a la casa de la Sagrada
Familia. Por consiguiente no se la puede identificar con un
cometa o con los astros celestes que nosotros conocemos.
Podemos situar este episodio aproximadamente un año
antes del nacimiento de Jesús: lo deducimos del hecho de
que Herodes, calculando el tiempo de la aparición de la es­
trella, hace matar a los niños de dos años para abajo con un
cierto margen de seguridad. Nosotros estamos acostumbra­
dos a colocar las figuras de los Magos en los belenes o na­
cimientos, porque la Epifanía cae cerca de Navidad y nos
resulta cómodo utilizar el nacimiento preparado anterior­
mente. Pero el Evangelio dice que los Magos encontraron
al niño y a su madre "en una casa". Es muy probable que
el alojamiento provisional en la gruta durara poco, tal vez
sólo los 40 días en los que una madre no podía salir de casa
después del parto. Mientras tanto José habría buscado un
albergue adecuado, retomando su trabajo; así le ahorraría
70
al recién nacido las molestias del viaje de vuelta a Nazaret.
Es de suponer que se cobijara de un modo satisfactorio, tan­
to por lo que respecta a la casa corno al trabajo, ya que, de
vuelta de Egipto, su primera intención será regresar a Belén.
En este hecho se ha reconocido desde siempre la impor­
tancia salvífica de esta visita: como Jesús se había revelado
a los hebreos en la persona de los pastores, ahora se revela
a los paganos en la persona de los Magos. Los dones tienen
un valor simbólico que la tradición ha explicado así: con el
oro se reconoce la realeza de Cristo; con el incienso se rinde
homenaje a su divinidad; la mirra preanuncia su sepultura.
Merced a los tres dones se ha llegado a la conclusión de
que los Magos fueron tres, aunque la antigüedad nos trans­
mita números dispares.
También este homenaje de los paganos fue ciertamente
gozoso: una alegre sorpresa para la familia, que interrum­
pe por un día su escondimiento habitual. Pero también en
esta ocasión, a la alegría por el reconocimiento tributado
al niño, por los dones y por la festiva acogida, no tarda en
asociarse el dolor. El final es decididamente trágico. Los
Magos son advertidos en sueños de que no vuelvan a He­
rodes, y a José le comunican, también en sueños, que huya
en seguida a Egipto, es decir, al extranjero, 'porque "Hero­
des va a buscar al niño para matarlo" (Mt 2, 13).
La historia nos habla de Herodes el Grande como un
genial constructor de edificios grandiosos, además de re­
constructor del templo de Jerusalén; pero nos informa asi­
mismo de su excepcional crueldad, especialmente contra
los rivales políticos o los que se presumen como tales. En­
tre sus muchas masacres recordamos que mandó matar a
tres de sus hijos y dos mujeres. Celosísimo del poder, había
logrado que los romanos le dieran el título de rey y no le
pasaba ni por el pensamiento la existencia de posibles riva­
les. Por eso se turba ante la pregunta de los Magos: "¿Dón­
de ha nacido el rey de los judíos?" Para un soberano tan
71
GiiU el era aígo muy sencillo matar a los niñ os del poblado
de Belén de dos años para abajo (cfr. Mt 2, 16-18). Se calcula
que su número oscilara entre 20 y 30. No dudó en come­
ter este horrible crimen apenas se percató de haber sido
burlado por los Magos, que habían vuelto a sus países sin
pasar por donde él y comunicarle dónde estaba el niño,
futuro rey. Fue un infanticidio atroz, como la supresión de
cualquier vida humana. Pero esto no evita el horror por el
horrible asesinato de seres inocentes que, con la aproba­
ción de leyes aberrantes, son eliminados en nuestros países
considerados civilizados.
La profecía de Simeón empezó pronto, demasiado pron­
to, a verificarse: Jesús será signo de contradicción y a María
la traspasará una espada. Los pastores y los Magos fue­
ron en busca de un niño para adorarlo; Herodes lo busca
para matarlo. La presencia de Jesús, aunque ha venido por
nuestra salvación, a algunos les resulta incómoda. Pode­
mos imaginar que el anuncio hecho por el ángel del peli­
gro inminente que amenazaba al niño pusiera alas en los
pies de los miembros de la Sagrada Familia (cfr. Mt 2, 1315). Huyen inmediatamente, compartiendo de este modo
la suerte de los prófugos, de los perseguidos políticos, de
aquellos que se ven obligados por la perfidia humana a de­
jar todo y a todos para afrontar lo desconocido en tierra
extranjera.
Sabemos que el evangelista Mateo escribió su relato te­
niendo presentes sobre todo las exigencias de los judeo­
cristianos, por lo que procura subrayar la realización de
las profecías. Al referirnos a la presencia de Jesús en Be­
lén, recuerda tres profecías. La primera es precisamente
que el Mesías nacería en Belén, conforme a la indicación
preanunciada por Miqueas (cfr. Miq 5, 1). Después, como
comentario de la matanza de los inocentes, se remite a lo
que escribe Jeremías sobre el llanto de Raquel (31, 15): re­
memora así el llanto de las madres a quienes les matan el
72
hijo. Por fin cita la profecía de Oseas (11, 1): "A mi hijo de
Egipto había llamado", para decirnos que también habían
sido profetizados el exilio de Jesús y su posterior regreso.
Especialmente, en los dos últimos casos, notamos una cier­
ta libertad de interpretación y adaptación: es muy signifi­
cativa para hacernos comprender que la Sagrada Escritura
abunda en significados. Con frecuencia nos presenta figu­
ras o episodios que se prestan a múltiples interpretaciones.
A veces ciertas referencias que a nosotros se nos pasarían
por alto, son iluminadas por el Espíritu Santo, que es el
autor principal de la Biblia.
En el episodio que acabamos de considerar, de la pia­
dosa visita de los Magos a la cruel matanza de Herodes,
hay una sucesión de hechos, comportamientos y estados
de ánimo que merecen la máxima atención. El centro de
todo es la persona de Jesús y es Él quien suscita reacciones
tan diversas, según acojamos o rechacemos su presencia.
Reflexiones
Sobre María
Vemos en ella una rápida alternancia de alegrías y dolores:
alegrías cuando el Hijo es reconocido, amado, adorado; y
dolor cuando no le comprenden o le persiguen. Es justo
pensar también en la pena que sentiría por la matanza de
los inocentes: ¿qué culpa habían tenido? ¿Es posible que
precisamente su hijo, el Hijo de Dios, fuera ocasión para
que se desencadenase tanta perfidia? Tal vez también en
esta ocasión la fe de María se viera sometida a una dura
prueba: el Hijo de Dios se veía obligado a huir por causa de
un pérfido y mísero hombre.
73
Tam bién este episodio nos invita a reflexionar sobre nues­
tras posiciones: con los Magos o con Herodes. Ser cristia­
nos y vivir como cristianos puede resultar a veces muy
incómodo y suscitar la inquina de los demás. ;Cuántas
persecuciones se han sufrido a lo largo de la historia pa­
sada y contemporánea! Por nuestra parte cabe la tentación
de unirn os al más fuerte o a la moda, o bien secundar las
pasiones o los propios intereses. Incluso nuestra mi sma fe
puede entrar en crisis por el comportamiento de Dios, que
no interviene según nuestros modos de ver.
74
Día 15
Vuelta a casa
"Estate en Egipto hasta que yo te avise", le había dicho
el ángel a José (cfr. Mt 2, 13). El cielo velaba sin duda por
aquella santa familia. La fuga había sido precipitada por
el temor de que los persiguieran y alcanzaran antes de lle­
gar a la frontera. Es muy probable que la pequeña familia
tomara la ruta de la caravana que desde Berseba llevaba
al mar, pasando cerca de Gaza; otra ruta costeaba el Medi­
terráneo hasta Alejandría. Era la famosa vía maris ( camino
del mar), que seguramente José conocería por los relatos de
los comerciantes y beduinos: un recorrido de cerca de 400
km, que requeriría unos 20 días de camino.
¿Dónde se establecerían? Las tradiciones que ponen la
residencia de la Sagrada Familia en las cercanías de El Cai­
ro, probablemente junto a un grupo de familias hebreas,
que no era difícil encontrar en Egipto, son bastante unáni­
mes. A pocos kilómetros de El Cairo, en una localidad lla­
mada Matarieh, hay un sicómoro muy antiguo, conocido
como "árbol de la Virgen". Pero no sabemos nada preciso,
salvo el hecho de que su estancia en Egipto se prolongó
hasta nuevo aviso. Se alojarían lo mejor posible, dentro de
la precariedad propia de los exiliados o de los temporeros,
que viven animados por la esperanza de poder regresar
pronto a su tierra. Es razonable pensar que José practicara
su oficio, comenzando todo desde el principio: el esfuerzo
por ganarse el aprecio y la confianza y, naturalmente, una
nueva clientela.
Se cree que el exilio no duraría mucho. Cuando ordena
la matanza de los inocentes, Herodes estaba próximo a la
75
muerte. Finalm ente es de nuevo un ángel el que, siempre en
sueños, le dice a José: "Levántate, toma al niño y a su madre
y vuelve a tu tierra de Israel, porque ya murieron los que
querían quitarle la vida al niñ o" (Mt 2, 20). Por fin recibe el
ansiado anuncio para poder volver a la patria. No sólo ha
muerto Herodes, sino "los que ... "; tal vez el ángel quisiera
tranquiliz ar totalm ente a José de que ya no quedaba nadie
que pudiera atentar contra la vida de Jesús; o pretendió re­
petir las palabras que Dios le había dicho a Moisés cuando
huyó de Egipto para salvarse de las manos del faraón: "Ya
murieron todos los que te querían matar" (Éx 4, 19).
De nuevo la minúscula fami lia se ponía en camin o, si­
guiendo más o menos el itinerario de la ida, pero con muy
diverso talante: ya no había ningún peligro y no se dirigían
hacia lo desconocido, hacia un país extranjero, sino que
volvían a su tierra, a su pueblo, con los parientes y ami­
gos. A lo largo del viaje, antes de llegar a Belén, donde José
había pensado quedarse, se entera por los compañeros de
viaje y los viandantes de la situación que iba a encontrar.
Herodes había hecho un testamento, ratificado por los ro­
manos, según el cual repartía Palestina entre sus dos hijos.
Judea y Samaria pasaban al dominio de Arquelao; Galilea
y Perea, al de Herodes Antipas. Era un verdadero proble­
ma, porque Belén, situado en Judea, quedaba en manos de
Arquelao. Era este uno de los peores hijos de Herodes: de
su padre no había heredado la grandeza, sino sólo la cruel­
dad y la vida disoluta, tanto que Augusto lo destituyó y lo
exilió a Galia en el año 6 d. C., por sus vicios y masacres.
Con razón, pues, José tiene un momento de vacilación al
volver a un lugar en donde reinaba un hombre tan perver­
so. Una vez más un ángel en sueños le confirma lo fundado
de sus temores, por lo que decide volver a Nazaret, su pue­
blo natal. Al llegar aquí, podemos imaginamos la festiva
acogida que recibiría por parte de los parientes y amigos.
Recuérdese también una peculiaridad de los hebreos: toda
76
propiedad, casa o terreno, por pobre que fuera, era con­
servada con gran respeto al legítimo propietario, aunque
éste se ausentara por mucho tiempo. Podemos pensar en la
alegría de volver a su propia casita, por modesta que fuese.
El pequeño Jesús, que tendría unos tres o cuatro años, se
presentaba en Nazaret por vez primera y sería el centro de
la alegre acogida.
En este punto Mateo, tan escrupuloso a la hora de no pa­
sar por alto ninguna actuación profética, presenta un verda­
dero rompecabezas para los pobres biblistas: afirma que la
elección de Nazaret la hizo para que "se cumpliese lo que
habían dicho los profetas: 'Se le llamará Nazareno"' (2, 23).
Es una referencia vaga, de la que no tenemos confirmación.
Marcos y Lucas hablan con más simplicidad y claridad de
Jesús "nazareno", es decir, habitante de Nazaret. Sabemos
que los primeros cristianos eran llamados "nazarenos",
o sea, seguidores de una persona procedente del oscuro
poblado de Nazaret, con un dejo de desprecio. Sólo en la
ciudad cosmopolita de Antioquía, donde se efectúan las pri­
meras conversiones en masa de paganos, empieza a usarse
el nombre de "cristianos" atribuyéndoselo a los seguidores
de Cristo, nombre que será definitivo.
Por los usos y costumbres del tiempo podemos hacernos
una idea de la vida cotidiana de la pequeña familia. Jesús,
hacia los cinco años, empieza a frecuentar regularmente la
sinagoga y a iniciarse en el oficio de su padre. María cuida
la casa y el huerto y va todos los días a buscar agua a la
fuente, reviviendo los días de su infancia. Toda la jorna­
da está jalonada por la oración; para los hebreos no hay
distinción entre tiempos sagrados y profanos: toda acción
se vuelve sagrada por la bendición que la acompaña, algo
parecido a las oraciones que se recitan antes de las comi­
das. Conocemos un centenar de estas bendiciones que le
ofrecían a Dios cada una de las acciones. La vida modes­
ta, humilde, en apariencia casi insignificante del Hijo de
77
Dios y cae sus santos padres nos enseña el gran valor de las
acciones comunes hechas con amor y ofrecidas a Dios. La
santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino
en realizar santamente los quehaceres de cada día.
Día 16
Un niño desconcertante
Reflexiones
Sobre María
Su tranquila permanencia en el país extranjero: así lo quiere
el Padre, así lo quiero yo. La alegría del regreso a la patria,
la alegría de ver crecer a su hijo y de educarlo en el ambien­
te hebreo. Su confianza plena en José y la satisfacción de sa­
ber que estaba iluminado por Dios. El humilde desarrollo
de la vida cotidiana, que escondía a todos la grandeza real
del hijo y la suya. La fatigosa vida de entonces: la casa, el
huerto (es seguro que María tenía las manos callosas, como
la trabajadora del campo), el cuidado de los animales do­
mésticos, la molienda del trigo para hacer el pan ...
Sobre nosotros
Saber esperar los planes de Dios con plena disponibilidad
y confianza. Los caminos de Dios son a menudo los más
costosos. La dedicación al trabajo cotidiano para ganarnos
el pan con el sudor de nuestra frente, la monotonía de la
vida de cada día; hacer todo con amor, ofreciéndoselo a
Dios: este es el camino normal en el que nos santificamos.
78
Solemos indicar este episodio como "la pérdida y el ha­
llazgo de Jesús en el templo" (cfr. Le 2, 41-51). En realidad
el hecho nos induce a reflexionar sobre la misión de Jesús
maestro, sobre su consciencia de ser el Hijo de Dios y so­
bre la redención por medio de la cruz. Un acontecimiento
de gran importancia profética, el único que nos narran los
evangelios, interrumpiendo casi el largo silencio sobre los
añ.os pasados por Jesús en Nazaret.
Un estudio pormenorizado, al que aquí nos limitaremos
a aludir, nos habla del alcance real del episodio. Jerusalén,
para san Lucas, como ya hemos dicho, es la ciudad de la
crucifixión; su relato evangélico se desarrolla como un úni­
co itinerario de Jesús hacia Jerusalén, donde sufre la pa­
sión. También las otras dos veces en las que Lucas habla de
la presencia de Jesús en la Ciudad Santa hacen referencia
directa al Calvario. Ya lo vimos cuando Jesús fue presen­
tado en el templo: la profecía de Simeón sobre el niño y
sobre la madre contienen una referencia preciosa. También
en este episodio del niño de 12 años, aunque no aparezca
a primera vista, está implícita la referencia al misterio pas­
cual, que confiere al hecho un significado de preanuncio y
preparación.
Este es su profundo valor. La pérdida de Jesús y su des­
aparición son un indicio de lo que será su muerte. Los tres
días de búsqueda con la ansiedad de volverlo a ver guar­
dan relación con los tres días que pasó en el sepulcro. El
feliz hallazgo es un preanuncio de su gloriosa resurrección.
79
Tenemos, pues, un vislumbre del drama de la cruz, con
su aspecto de atroz sufrimiento orientado a la gloriosa con­
clusión. Por eso el hecho es visto corno anticipación pro­
fética y preparación para el misterio pascual, misterio de
muerte y de resurrección, de dolor que se transforma en
gozo, de derrota convertida en victoria.
Detengámonos en algún detalle. Los escribas y fariseos
se mostraban muy acogedores, en los locales contiguos al
templo, con los jóvenes que acudían a Jerusalén con oca­
sión de la Pascua. Era un momento precioso para tratar
con aquellos grandes expertos en Sagrada Escritura, que
dedicaban la vida a su estudio y a la predicación. Con fre­
cuencia se trataba de personajes famosos, cuyas sentencias
eran referidas incluso en las aldeas más remotas. En fami­
lia era el padre el que leía y explicaba la Biblia; después se
contaba con la instrucción en las sinagogas, donde podía
intervenir cualquiera de los presentes. Pero en Jerusalén se
encontraban aquellos a quienes nosotros llamaríamos teó­
logos famosos o profesores universitarios.
La inteligencia de Jesús y sus respuestas causan estupor.
No hay que pensar en su enseñanza, "hecha con autori­
dad". Es más probable que los doctores se admiraran al ver
que aquel niño venido de Nazaret, es decir, de un pueblo
sin importancia alguna y carente de escuelas rabínicas, tu­
viera tanto celo y tanto conocimiento de la Palabra de Dios,
y supiera responder tan sabiamente a las preguntas que se
le hacían. Tampoco cabe pensar que demostrara originali­
dad; más bien habría despertado admiración por su amor a
la Palabra de Dios y por su celo al interpretarla de un modo
más conforme al espíritu que a la letra.
El hecho de que se quedara en la ciudad sin que sus pa­
dres se percataran se explica fácilmente si pensarnos en
cómo se efectuaban los viajes en caravana: partían en gru­
pos, hacia la primera etapa establecida; los chicos podían
ir con quien quisieran. Sólo al llegar al destino se recompo80
nían las familias, y cuando llegaban los últimos contingen­
tes se descubría quién faltaba. Así, después del primer día
de la partida y el segundo día del regreso, con otra carava­
na, finalmente al tercer día los padres encontraron a su hijo
donde sin duda habían pensado que estuviera.
No hay duda de que la importancia del episodio se in­
crementa con la pregunta de María, puesta una vez más
en primer plano, y la misteriosa respuesta de Jesús: "Hijo,
¿por qué nos has hecho esto?" Tal vez, dado el conocimien­
to que la madre tenía del hijo, el interrogante incluía mu­
chas posibles explicaciones: "¿Has tomado alguna decisión
particular, en vísperas de alcanzar la mayoría de edad, a
los 13 años? ¿Estás ya realizando un programa propio?
¿Nos hemos equivocado quizá en algo? ¿Hay un viraje en
tu vida?" Explota con amabilidad el dolor que han sufrido
aquellos días. "Tu padre y yo te buscábamos angustiados".
Angustiados, destrozados ... : Lucas usa el mismo término
del que se servirá para indicar las penas del infierno. Y
para aquellos santos padres fueron exactamente tres días
de infierno.
Entonces se oyen las primeras palabras de Jesús que re­
fieren los evangelios: "¿Por qué me buscabais?" No es fácil
comprender una pregunta que responde a otra pregunta.
Tal vez fuera una referencia a cuando los padres le habían
ofrecido al Padre, con una oblación a la que María se había
asociado plenamente. Aún más misterioso resulta el otro
interrogante: "¿No sabíais que yo debo ocuparme de las
cosas (o de la casa) de mi-Padre?" Aquí se aprecian clara­
mente tres contraposiciones: la casa del Padre y la casa de
los progenitores; la obediencia al Padre y la obediencia a
los progenitores; la persona del verdadero Padre respecto
al padre davídico, que no es humillado sino reconducido
a su rol.
Es una respuesta oscura tanto para María como para
José, puesto que el Evangelio afirma: "Ellos no cornpren81
Esfam. g0zando del hallazgo, que es un preludio
del gozo pascual, Pero viene espontáneo pensar en la ob­
servación de Isaías: "Verdaderamente eres un Dios oculto"
(Is 45, 15). Es quizá una velada preparación a los muchos
sufrimientos que María sufrirá sin entenderlos de inmedia­
to. También para ella hay porqués que no tienen respuesta
en esta tierra, como los habrá para el mismo Jesús cuan­
do grita desde la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
abandonaste?" (Me 15, 34). La respuesta sólo llegará más
tarde, y la dará Jesús mismo a los discípulos de Emaús;
,,¿No era necesario que el Cristo padeciera tales cosas para
entrar luego en su gloria?" (Le 24, 26). La respuesta no vie­
ne ni de la cruz ni de la muerte, sino de la resurrección.
Como conclusión del episodio vemos que los santos es­
posos no preguntan más; se fían de Dios y vuelven a casa,
donde Jesús se porta como un hijo obedientísimo,
file
@lil:".
y no lo consiguen... todo el vasto campo del mal y del do­
lor. Debemos fiarnos de Dios; las explicaciones llegarán más
tarde, y sólo se comprenderán en la otra vida. Conformarse
con la voluntad de Dios es verdadera sabiduría, aunque no
comprendamos los motivos que la provocan. Este episodio
reitera el primado absoluto de Dios, incluso con relación a
las personas más autorizadas y queridas. Los deberes para
con Dios se imponen a cualquier otro tipo de deber.
Reflexiones
Sobre María
El Señor no la libró ni del dolor ni del tormento de no en­
tender. Para una madre siempre es penoso no compren­
der a su propio hijo. María se fío siempre de Dios a ojos
cerrados, sin pretender explicación alguna. La ocasión de
este gran dolor fue la visita ritual a Jerusalén. A veces el
Señor nos pide los sacrificios más grandes precisamente en
los momentos que menos los esperamos. Sin embargo esta
prueba fue para María justamente un don, una prepara­
ción necesaria.
Sobre nosotros
No nos sorprendamos cuando la vida nos presente tantos
porqués a los que no podemos dar respuesta. El niño que su­
fre el síndrome de Down, los esposos que desean tener hijos
82
83
Día 17
Un silencio precioso
Tras el episodio de la estancia en el templo, a los 12 años,
los evangelios no vuelven a hablarnos de Jesús hasta que
empieza la vida pública: guardan silencio sobre un pe­
ríodo de cerca de 20 años, es decir, sobre el tiempo más
largo de su vida terrena. Y sin embargo, este tiempo que
vive obedeciendo a sus padres y dedicado al trabajo, este
lapso de maduración humana y espiritual, en el que Jesús
"crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y
ante los hombres" (Le 2, 52), tiene mucho que enseñarnos
si nos esforzamos un poco por penetrar en aquel silencio.
Hemos dicho que María conservaba y meditaba en su cora­
zón todo lo que se refería a su Hijo divino; también hemos
recordado que, conforme al uso hebreo, no se substraería
nunca a la obligación de dar testimonio cuando se presen­
taba la ocasión. ¿No habrá hablado nunca de estos 20 años?
Es posible; pero en este caso son los evangelistas los que
han guardado silencio porque, corno no nos cansaremos
de repetir, su finalidad no era histórico-biográfica, sino de
anuncio del mensaje de la salvación.
Sin embargo, nosotros tratarnos de penetrar en aquel
silencio, porque Jesús vivió también este período por no­
sotros los hombres y por nuestra salvación. Jesús es siem­
pre el gran y único Maestro: cuando habla, cuando actúa y
cuando calla. Tal vez sea esta monotonía cotidiana la que
tanto tiene que enseñarnos por parecerse mucho al desen­
volvimiento normal de nuestras jornadas.
Un escritor contemporáneo, un hebreo tan abierto y res­
petuoso con los católicos, no duda en afirmar que estos
84
fueron los años más "hebreos" de la vida de Jesús, es decir,
los años en los que vivió y fue educado como un hebreo
piadoso, conforme a la ley dada por Dios al pueblo elegi­
do, sin particularidades, siguiendo sólo los usos generali­
zados en aquellos lugares y en aquella época. Me refiero
al escritor Robert Aron, que ha tratado de profundizar su
investigación valiéndose del gran conocimiento que ha ido
adquiriendo sobre aquellos tiempos. A él le debemos dos
libros interesantes y útiles: Los años oscuros de Jesús y Así
oraba el hebreo Jesús.
También Pablo insiste en el hebraísmo de Jesús y en los mé­
ritos del pueblo hebreo. "Pero al cumplirse el tiempo, mandó
Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redi­
mir a los que estábamos bajo la Ley, para que recibiéramos la
adopción de hijos" (Gál 4, 4-5). Y añade: "De ellos [los israeli­
tas] ha surgido el Cristo en cuanto hombre, el que está sobre
todo, el Dios bendito eternamente" (Rrn 9, 4-5).
No podemos silenciar el vuelco radical que el Concilio
Vaticano II imprimió al modo de mirar al mundo hebreo:
una mirada de reconocimiento por la manera como se fue
preparando en el pueblo elegido la venida del Mesías; por
eso el nombre más justo y bello con el que podemos llamar
a los hebreos es el que les diera Juan Pablo II cuando visitó
la sinagoga de Roma: "nuestros hermanos mayores".
Pero el hecho principal sobre el que creo quisiera adoc­
trinarnos el Hijo de Dios es que la santidad no consiste en
hacer grandes obras, sino en vivir con rectitud cada día.
Serían años tranquilos, pero no idílicos. La vida pueblerina
de entonces era dura y llena de fatiga, sostenida por la ple­
garia constante y el amor recíproco. No parece precisamen­
te que el comportamiento de Jesús llamara la atención por
alguna peculiaridad, puesto que sus compaisanos, cuando
inicie su vida pública, se admirarán al enterarse de los mi­
lagros que hacía. También esto parece un signo de que, en
aquellos años, Jesús no hizo nunca nada de extraordinario.
85
fü í:Mgtllila vez t0mé la palabra para explicar la Sagrada Es­
critura en la sinagoga, cosa fácil de pensar en un pueblo
tan pequeño, lo haría con mucho celo, pero sin la autoridad
que mostrará en la vida pública. ¿Podía hacer más y mejor?
¿Es posible que el Hijo de Dios desperdiciara sus talentos
durante tanto tiempo en el ocultamiento? También en esto
hay una gran enseñanza: no existe nada más perfecto que
hacer la voluntad de Dios, y Jesús esperaba serenamente
las indicaciones del Padre.
Pero hay un episodio que ciertamente sucede en estos
años, aunque los evangelios no hablen de él, por ser de
valor privado: la muerte de José. Durante la vida pública
de Jesús no volverá a aparecer, y María tendrá que vivir
con los parientes, según la costumbre de las mujeres solas.
Además, cuando los sinópticos refieren la admiración de
los nazarenos por lo que Jesús ha empezado a hacer, Lucas
se expresa con estas palabras:"¿No es este el hijo de José";
en cambio, y extrañamente, Mateo y Marcos dicen: "¿No
es este el hijo de María?" Parece una señal de que sus corn­
paisanos ya se habían habituado hacía tiempo a ver a Jesús
solo con su madre.
Entre María y José, con un objetivo y unas vicisitudes co­
munes, se debe haber desarrollado un amor cada vez más
intenso. Creo que se puede decir que nunca un esposo ha
sido amado como José ni una esposa como María. Tal vez
sólo un amor tan casto, debido a un fin sublime, puede al­
canzar delicadezas y afinidades de ánimo tan profundas.
María irá descubriendo cada vez más el tesoro del esposo,
apoyo y amigo que le había dado el Señor.
Por otra parte, para Jesús, que fue el primero que llamó
abbá (papá) a José, él fue realmente la imagen del Padre.
José le dio todo lo mejor que un padre puede darle a un
hijo: la educación humana, un nombre respetado, el cono­
cimiento de Dios, y le enseñó a rezar y a trabajar con un
constante ejemplo de vida recta. Por eso me parecen re86
ductivos ciertos nombres acomodaticios atribuidos a José,
como padre putativo, padre nutricio, etc. José es el padre
davídico de Jesús: ante todo le dio la pertenencia a la casa
de David, conforme a las profecías.
Solemos :invocar a José como padre de la buena muerte,
porque ciertamente expiró atendido amorosamente por Jesús
y María; es imposible pensar en una asistencia mejor. ¿Roga­
rían ellos por su curación al Padre? Sin duda; pero, corno hará
después Jesús en el huerto de los Olivos, subordinando su petición a la voluntad de Dios. El hombre justo había terminado
su misión y estaba maduro para el Cielo.
Jesús no lloró sólo por el amigo Lázaro y por la ciudad
de Jerusalén. Y María, independientemente de su gran do­
lor, dio inicio a una nueva misión, común a tantas mujeres:
la de ser un modelo para las viudas.
Reflexiones
Sobre María
Más que nunca vernos cómo se santificó en la vida de arna
de casa, una vida muy dura en aquellos tiempos para la
gente pobre. Las fatigas comunes de cada día hacen que 1~
s:intamos más que nunca nuestra hermana. Cada jornada,
jalonada por la oración y el trabajo, era un don de Dios: se
desvivía por el Hijo de Dios; pero todas las madres y pa­
dres se desviven por los hijos de Dios, ya que Jesús dijo que
lo que hacemos a los demás se lo hacemos a ÉL
Sobre nosotros
La reflexión principal gira en torno a la comprensión del
valor de la vida común, escondida, monótona, si se le ofre­
ce al Señor y se vive en gracia. Por eso es necesario que
esté entretejida de oración. También la vida del que es viu­
do, de quien está solo, de quien no ha realizado el sueño,
87
'
file UN amor o de una familia es preciosa si se vive
en gracia. Y, como dice la Biblia, la muerte de los justos es
preciosa a los ojos de Dios.
!![Uiz ~,
Día 18
Las bodas de Caná
El Evangelio de Juan es el último en orden de tiempo. No
repite lo que ya se encuentra en los sinópticos, sino que nos
dice cosas que no hallamos en los otros evangelios. Respec­
to a María, el apóstol predilecto nos narra dos intervencio­
nes en exclusiva: en Caná y junto a la cruz.
El marco del episodio salvífico de Caná es una gozosa
fiesta nupcial. Nos encontramos en los comienzos de la
vida pública de Jesús, cuando, tras dejar Nazaret, se había
hecho bautizar por Juan en el Jordán; después, durante 40
días de ayuno en el desierto, se había enfrentado cara a
cara con Satanás, el adversario. Reunidos los primeros dis­
cípulos, participa en las bodas de Caná, un poblado próxi­
mo a Nazare t. María llega antes que Él. El evangelista pone
de relieve esta presencia, como para insinuar que donde
está María está Jesús; o quizá fue ella misma la que hizo
invitar a su Hijo, que llega cuando ya han empezado aque­
llas bodas que, según hemos dicho, duraban normalmente
siete días.
La fiesta nupcial es sólo el marco de hechos mucho más
importantes; baste pensar que no se concede ninguna re­
levancia a los esposos, protagonistas de la fiesta. La im­
portancia es otra. Tengamos en cuenta, por de pronto, uno
de los objetivos del relato, que resalta a primera vista: la
consecuencia de este milagro de Jesús, llamado justamen­
te "signo", consiste en manifestar su divinidad, aunque se
la irá descubriendo poco a poco, de modo que suscitará
en sus primeros seguidores la fe en Él. En efecto, el relato
88
89
teumin a mm las palabras: "Y sus discípulos creyeron en Él"
(cfr. Jn 2, 1-11).
Pero hay también otros significados, sobre los cuales el
evangelista se detiene más largamente. Provienen de la
presencia de María, de su iniciativa y del breve diálogo que
mantiene con Jesús y después con los sirvientes. Hay una
ocasión: la madre de Jesús (como la llama siempre Juan,
que no usa nunca su nombre), probablemente parienta de
los esposos, corno era costumbre en tales ocasiones, pronta
a echar una mano en el desarrollo de la fiesta, se percata de
un grave inconveniente que habría dejado en mal lugar a
los esposos y habría también aguado el festivo encuentro.
No pide nada explícitamente: Dios no necesita nuestros
consejos. Dice simplemente: "No tienen vino".
La respuesta del Hijo, que para algunos exegetas resulta
dificil de interpretar, ha de entenderse en el conjunto del
contexto: "Mujer, ¿qué quieres de mí? Aún no ha llegado
mi hora". Las primeras palabras las encontrarnos otras ve­
ces en la Sagrada Escritura para indicar un rechazo. Aquí el
significado es claramente otro, y ha de entenderse a la luz
de todo el episodio.
También el apelativo "mujer", si bien respetuoso, podría
parecer que rebajara en cierto modo el nombre de "madre",
que cabría esperar. En cambio contiene una referencia bí­
blica precisa, que jalona el rol de María en cinco momentos
fundamentales de la historia humana:
1) "Pondré enemistad entre ti y la mujer" (Gén 3, 15):
es el primer anuncio de María, que coincide con el primer
anuncio de la salvación.
2) "Al cumplirse el tiempo, mandó Dios a su Hijo, na­
cido de mujer" (Gál 4, 4). Pablo expresa de este modo la
humanidad plena de Cristo.
3) Aquí en Caná, la palabra "mujer" resuena corno un
vuelco, y lo veremos en seguida, porque Jesús se apresta a
dar la nueva ley.
90
4) En la cruz, la misma palabra, mujer, conferirá a María
una nueva maternidad.
5) Al final del mundo aparecerá la mujer vestida de sol,
como gran signo de salvación. Entonces Jesús le confirma a
María: tú eres esa mujer que tiene un papel tan fundamen­
tal en la historia humana.
"Mi hora todavía no ha llegado". En el Evangelio de
Juan, la hora de Jesús indica siempre el misterio pascual.
Aquí quizá fija una cita cuando, tras un período de separa­
ción, llegue la hora y se encuentren de nuevo en el Calvario.
La respuesta de Jesús no es ni viene entendida como un re­
chazo, pues después hace el milagro. Tiene, por el contrario,
un significado muy profundo, según el cual María, inser­
ta como hemos visto en todo el plan de la redención, aquí
desempeña un rol de mediación que conviene descubrir. En
efecto, dirige a los sirvientes esta invitación: "Haced todo lo
que Él os diga", que no es sólo el testamento de María (las
últimas palabras que nos refiere de ella la Biblia), ni tampoco
lo que, a través de los siglos, irá repitiendo cada vez que deje
oír su voz en las apariciones extraordinarias: aquí el signifi­
cado es aún más profundo.
Según los biblistas, Juan sigue en esta narración el gran
esquema de las alianzas bíblicas, la primera de las cuales es
la del Sinaí, renovada después varias veces a lo largo de la
historia de Israel. En las alianzas hay siempre un mediador.
En el Sinaí es Moisés; en Caná, María. Se repite siempre.
una frase que indica la acogida de las palabras de Dios. En
el Sinaí el pueblo dice: "Haremos lo que Dios nos diga";
en Caná es la Virgen la que dice: "Haced todo lo que Él
os diga". En el Sinaí Dios responde a esta disponibilidad
dando las normas de la antigua alianza, el Decálogo; en
Caná, Jesús responde a la disponibilidad de los sirvientes
dando el vino nuevo. El vino viejo, que se ha terminado,
representa la antigua alianza; el vino nuevo, que es mejor
y es puesto a disposición en abundancia, indica la nueva
91
ali~ a, la doctrina nueva del Evangelio que Jesús se apres­
ta a predicar y en la cual los discípulos ya creen, alentados
por aquel primer signo.
Ah ora descubrimos el valor del marco gozoso que ofrece
la fiesta nupcial; a menudo las bodas son recordadas por
el Evangelio corno un signo del Reino de los Cielos, de las
bodas eternas con el Cordero; o sea, la felicidad eterna del
paraíso. Este es, pues, el sentido general de todo este episo­
dio. En el marco festivo de las bodas, Jesús pone en marcha
la nueva alianz a dando el vino nuevo, es decir, su doctrina.
El rol de María está bien subrayado, y ese primer milagro
es importante para reforzar la fe de los discípulos.
que cumpliera su primer milagro para amenizar una fiesta
nupcial. Que nunca falte su presencia entre los esposos y
en las familias.
Reflexiones
Sobre María
"Per Mariam ad [esum": cuando se recurre a María se en­
cuentra a Jesús. Su poder de intercesión no está nunca en
contraste con los planes divinos, sino que es un coeficiente
para llevarlos a cabo. No les pide a los sirvientes que le
obedezcan a ella, sino a Jesús. Sus últimas palabras, "Ha­
ced todo lo que Él os diga", compendian perfectamente sus
deseos, sus sugerencias, lo que nos encomienda a cada uno
de nosotros.
Sobre nosotros
No hacen falta milagros para tener fe; nos basta la Pala­
bra de Dios. Renovemos nuestra fe en la persona de Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre, como comprendie­
ron y creyeron los apóstoles. Renovemos nuestro pacto
de alianza con el Maestro divino: los votos bautismales,
la adhesión a todas las enseñanzas del Evangelio. Y con­
fiemos en la poderosa intercesión de María, a quien Dios
siempre escucha. Pensemos en la bondad de Jesús, bondad
pendiente incluso de las exigencias humanas: es hermoso
92
93
/
1.a 19
En lo escondido de Nazaret
"Después de esto [del milagro de Caná] bajó a Cafarnaúm
en compañía de su Madre, de sus hermanos y de sus dis­
cípulos; pero no duraron muchos días ahí" (In 2, 12). Son
los únicos días en que María tiene la satisfacción de acom­
pañar a su Hijo durante la vida pública. Así puede ver el
pequeño centro del lago de Genesaret, elegido por Jesús
como punto de apoyo para su predicación en Galilea. Des­
pués María vuelve a Nazaret, donde permanece durante la
vida pública de su hijo.
En aquel tiempo no existía seguridad social, pero no
había espacio para la soledad. Baste pensar en las muchas
veces que la Biblia alienta y elogia a quien cuida del huér­
fano y de la viuda. Cuando una mujer viuda se quedaba
sola, se iba a vivir con sus parientes. Yo creo que María
procedería también así todo el resto de su vida. Entre la pa­
rentela de Jesús, rica como todas las parentelas orientales,
cabían todas las actitudes posibles respecto a la misión em­
prendida por el Hijo de Dios: estaban sus seguidores, que
permanecerán fieles a Él incluso después de la muerte, en
Jerusalén, y es fácil pensar que la Virgen fuera a vivir con
ellos; estaban los adversarios, que lo tenían por loco, y que
intentaron interrumpir su ministerio; y estaba ciertamente
la gran masa de los indiferentes.
Para comprender mejor la posición de Jesús durante su
vida pública debemos remitirnos a los usos hebreos. El tra­
bajo era muy estimado como medio necesario y obligatorio
de subsistencia. También Jesús, mientras vivió privada­
mente en Nazaret, se mantuvo con su trabajo. Pero cuando
94
uno se dedicaba a la misión de rabbi, es decir, a predicar de
tiempo completo la Sagrada Escritura, dejaba de trabajar y
vivía de limosnas, tanto él como sus discípulos; así podía
moverse libremente de un.lugar a otro. Por poner un ejem­
plo afín a nosotros, pensemos en el comportamiento de las
órdenes mendicantes hasta la última guerra. Siempre había
alguien encargado de hacer la colecta: se consumía lo que
servía al convento, lo demás se distribuía entre los pobres.
Lo mismo hacían Jesús y los apóstoles: vivían de limosna y
daban las sobras a los pobres.
También en este punto san Pablo rompió con los esque­
mas del hebraísmo. Mientras predicó en ambiente paga­
no, donde este uso no era conocido ni tampoco habría sido
apreciado, renunció a este derecho hebreo y continuó ejer­
ciendo su oficio. Varias veces repite, no sin cierto orgullo,
que proveyó con el trabajo de sus manos a su manteni­
miento y al de sus colaboradores.
Pero volvamos a la vida de María en Nazaret. ¡Qué
distinta era de cuando vivía en su casa, con las personas
que más amaba y la amaban! Alguno podrá sorprenderse
porque la Virgen, que estaba sola, no formara parte de las
mujeres que seguían a Jesús. El motivo es evidente. El pe­
queño grupo apostólico no tenía necesidad, como podría­
mos pensar nosotros, de que le lavaran la ropa o le hicieran
la comida. Todo hebreo sabía hacer frente a sus necesidades
personales. Sólo necesitaba ayuda en dinero o en especie.
El Evangelio afirma claramente, enumerando a las mujeres
que seguían a Jesús y a los apóstoles, que "los asistían con
sus bienes". También María Magdalena, que no tiene nada
que ver con la pecadora innominada ni tampoco con María
de Betania, debía ser una persona acomodada. En cambio
la Virgen, siendo pobre, no habría podido contribuir a los
gastos; por eso no sigue a su Hijo.
Ciertamente llegaría a sus oídos el eco de sus discursos o
sus milagros, así como las diatribas con los escribas y fari95
seos. &n0s se alegrarían con ella por un hijo como aquél y
otros la criticarían por el mismo motivo. Es muy probable
que siguiera acudiendo al templo en ocasión de la Pascua
(luan nos habla de tres pascuas pasadas por Jesús en Jeru­
salén durante su vida pública; de esta información deduci­
mos que la vida pública de Jesús duró tres años); entonces
escucharía directamente a su Hijo. Como lo escucharía en
la desafortunada visita a Nazaret, que provocó en Jesús el
decepcionante juicio: "Nadie es profeta en su tierra". Inclu­
so sus queridos paisanos lo querían matar arrojándolo por
un precipicio. Todavía hoy existe en Nazaret una pequeña
iglesia dedicada a Santa María del Temblor, para recordar
la angustia de María en aquella ocasión.
Los sinópticos refieren una excepción, que más bien pa­
rece debida a la voluntad de los parientes que a una inicia­
tiva de María. "Su madre y sus hermanos vinieron a verlo;
pero no podían llegar hasta donde estaba, por causa del
gentío. Entonces le dieron este recado: 'Tu madre y tus her­
manos están allá afuera y te quieren ver'. Pero Él respondió
a los mensajeros: 'Mi madre y mis hermanos son éstos que
escuchan la palabra de Dios y la guardan'" (Le 8, 19-21).
Es una respuesta breve, que tiene doble valor. En primer
lugar Jesús anuncia un nuevo parentesco con Él, que no se
basa en lazos naturales, sino en la escucha de la Palabra. En
segundo lugar nos indica la verdadera grandeza de María:
es grande, más que por su maternidad, porque escucha al
Hijo y cumple su Palabra: es su discípula más fiel.
¿Habrá habido otros encuentros entre Jesús y María, no
consignados en los evangelios? Es probable, pero en este
caso los evangelistas les atribuyeron un valor privado.
Ciertamente que el corazón de María, sus pensamientos
y preocupaciones estaban constantemente pendientes del
Hijo y de su actividad. Creemos que el Señor quiso ofre­
cemos una gran enseñanza en este período de la vida de
María: cómo se puede colaborar eficazmente en la acción
96
apostólica incluso en el ocultamiento de una vida común
ofrecida con amor a Dios, en la aceptación de su volun­
tad cotidiana y ofreciendo a tal fin las oraciones, fatigas
y sufrimientos que la vida presenta. Por esto, volviendo
a nuestros tiempos, vemos asociados como patronos de
las misiones a san Francisco Javier, el gran predicador del
Oriente, y a santa Teresa de Lisieux, que nunca se movió
de su convento.
Reflexiones
Sobre María
Sin duda que le habrá costado inmensamente que la de­
jaran de lado. Después de haber dedicado su vida y su
actividad directamente a la persona del Hijo, se veía arrin­
conada, pero aceptó con generosidad total el querer del
Padre. Habrá comprendido que este escondimiento no re­
sultaría inútil, en espera del gran trato recibido en Caná,
cuando llegara la hora de Jesús. A su vez es un ejemplo
para nosotros con la oración y con la vida conforme a las
enseñanzas del Hijo, modelo para todo seguidor suyo.
Sobre nosotros
El verdadero parentesco e intimidad con Jesús se adquie­
ren escuchando y cumpliendo sus palabras; lo que importa
es la vida conforme a las enseñanzas de Cristo, no sirven
las veleidades al seguirlo: "No quien dice 'Señor, Señor',
sino el que hace ... ". Cuando la espera escondida cuesta
más que la acción directa, pensemos que lo que importa
siempre es cumplir la voluntad de Dios.
97
Mujer, ahí tienes a tu hijo
"Junto a la cruz estaban su Madre, y María la de Cleofás,
hermana de su Madre, y María Magdalena. Mirando Je­
sús a su Madre ahí presente y al discípulo a quien Él tanto
amaba, dijo a su Madre: 'Mujer, ese es tu hijo'. Luego dijo
al discípulo: 'Esa es tu Madre", y desde aquel momento el
discípulo se hizo cargo de ella" Un 19, 25-27).
Es la hora de Jesús, la hora por la que se ha encarnado.
Y María vuelve a ocupar el primer plano: para ella es la
segunda anunciación, en la que viene proclamada Madre
de todos los hombres.
Según su costumbre, Juan no la llama por su nombre,
sino conforme a su rol. Aquí el rol de María está bien re­
calcado por una palabra que hemos evidenciado, porque
se repite cinco veces en tan sólo tres versículos: "Madre".
Desde aquella hora la Madre de Jesús es proclamada tam­
bién Madre nuestra: "Mujer, ese es tu hijo". Para Jesús,
este es el cumplimiento de su acción mesiánica terrena; la
muerte sobrevendrá muy pronto. Para María es el inicio
de una nueva maternidad: ¡cómo le hubiera gustado morir
con su hijo! Pero su misión no había acabado ni está aca­
bada aún. Jesús no tiene ninguna preocupación por confiar
a María a alguien: ya está con los parientes y seguirá con
ellos. Somos nosotros los que necesitamos una madre.
"Ella es tu madre". En este punto el discípulo preferi­
do de Jesús realiza un gesto muy significativo, un gesto
que indica comprensión y aceptación de la nueva relación
creada por Cristo. Esta vez no se necesitaba el consenso de
María: ella estaba ya completamente consagrada a su obra;
98
su consenso pleno y definitivo, sin condiciones ni límites,
ya había sido pronunciado con el fiat dado al ángel Ga­
briel. En este punto era el creyente en Cristo, el discípulo
amado, el que debía expresar la aceptación: "Y desde aquel
momento el discípulo se la llevó con él. .. con sus bienes".
Hemos añadido: con sus bienes de creyente, porque Juan
representa a los discípulos que han creído en Jesús y han
recibido los bienes necesarios para salvarse: la fe, la Euca­
ristía, el Espíritu Santo, María.
Juan comprende que María es un bien necesario para la
salvación y la acoge como tal. "¿Se puede ser cristiano sin
ser mariano?", se preguntará Pablo VI en el santuario de
Nostra Signara di Bonaria (Cagliari), el 24 de abril de 1970.
Dios ha querido darnos a Jesús por medio de María: no se
puede prescindir nunca de esta elección hecha por el Pa­
dre. Si no comprendemos el rol de María con Jesús, nunca
comprenderemos el rol de María con relación a cada uno
de nosotros. Volveremos a insistir sobre esta acogida, base
de la consagración a María y de la maternidad de María
sobre la Iglesia.
Pero en este punto nos apremia detenernos en un argu­
mento que, a nuestro parecer, tiene gran importancia y so­
bre el cual en general se pasa de largo: los sentimientos de
María en aquel momento. Es evidente su inmenso dolor.
La liturgia aplica a la Virgen el paso de las Lamentaciones
(1, 12): "Oh, vosotros, todos los que pasáis por este camino,
deteneos a mirar si hay dolor como este dolor que me abru­
ma el alma"; como si quisiera decirnos que nunca ha habi­
do un dolor como aquel. Los poetas nos han transmitido el
Stabat Mater, las diversas "lamentaciones" de María sobre
el Hijo muerto, el Llanto de [acopone da Todi; pintores y
escultores han reproducido Piedades y Dolorosas ante las
cuales el pueblo reza con fervor. Todo esto es verdad; pero
hay otros sentimientos sobre los que conviene reflexionar,
porque nos dan la medida de la fe heroica de María.
99
rl\ñte tod.0 en el ánim o de María no hay lugar para nin­
guna forma de rencor, de rebelión o de resentimiento o co­
sas semejantes. Veía en torno a sí sólo a personas que Jesús
acababa de confiarle como hijos. El Concilio Vaticano II nos
dice que en aquel momento ella se asociaba con ánimo ma­
terno al sacrificio de Jesús, "consintiendo amorosamente
en la inm olación de la víctima engendrada por ella" (LG
58). Consintiendo: es la palabra más fuerte y más nueva de
ese gran docum ento mariano. No consentía sin duda en el
mal, en la muerte, en las blasfemias, en los desafíos verba­
les. Consentía en la voluntad de Dios, en aquella voluntad
que Jesús había aceptado plenamente. Una voluntad tre­
menda que le hace sangrar el corazón más que el martirio.
Y sin embargo lo acepta con adhesión total: así lo ha que­
rido el Padre, así lo ha querido Jesús, y a esta voluntad ha
dado su dolorosa adhesión también María.
Hay otro aspecto no menos importante que nos hace
comprender de qué fuente, de qué luz le venía a María una
fuerza tan heroica, una adhesión de fe tan total a la muerte
del Hijo. Ella comprendió, y en aquel momento ella sola,
el valor de lo que estaba sucediendo, el valor de aquella
muerte. Tal vez la Virgen, en todo el discurrir de su vida,
sobre todo durante la actividad pública de Jesús, habrá
sentido resonar en su interior continuamente las emocio­
nantes palabras proféticas de Gabriel: "Será grande y el
Señor le dará el trono de David, su padre: reinará sobre la
casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" (cfr. Le
1, 32-33). Palabras halagadoras, que dejaban presagiar un
porvenir glorioso, un éxito sin precedentes.
Pues bien, esta es la fe heroica de María que desafía a
la evidencia más clara de los ojos: mientras observa a Je­
sús que agoniza y muere, María comprende que se están
cumpliendo las palabras proféticas de Gabriel. Es verdad
que se realizan del modo más impensado y atroz, pero se
realizan. Para los demás, aquella muerte es un fracaso, el
100
fin de un sueño, de una gran esperanza, corno dirán des­
consolados los dos discípulos de Emaús. Para María no es
así, porque comprende que precisamente en ese momento,
contrario a toda expectativa humana y tanto más a toda ex­
pectativa materna, se están realizando el triunfo de Cristo,
su victoria sobre el pecado y sobre la muerte, la redención
de la humanidad.
Surge entonces espontáneo otro pensamiento: María
comprende que el mundo es salvado y ella misma redimi­
da por aquella muerte. Precisamente en fuerza de aquella
muerte terrible ella es todo aquello que es: inmaculada,
siempre virgen, Madre de Dios ... Debido a aquella muerte
la felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha
hecho grandes obras en ella. Nunca es tan grande María
corno en ese momento del fiat doloroso; nunca había podi­
do demostrar hasta tal punto una fe tan profunda. Así es
como Cristo reina y salva. El corazón sangra, pero ella pro­
nuncia su "gracias". Da gracias por sí misma y por todos
nosotros: ella está salva y nosotros también. El sentimiento
culminante de María, a los pies de la cruz, es una profunda
gratitud.
Reflexiones
Sobre María
Jesús perdona desde la cruz; María recibe ese perdón dado
a cada uno de nosotros aunque pequemos. Nos enseña a
saber ver la mano de Dios también en el dolor y en las es­
peranzas truncadas. Nos enseña lo que es la verdadera fe,
que cree incluso contra lo que parece evidente. Nos enseña
a dar gracias a Jesús por su sacrificio.
101
'S.ovr.e noso'lffí.os
t!1r,i: examen profundo sobre el valor del sacrificio de Cristo,
sobre su poder redentor, sobre nuestra gratitud y corres­
pondencia, para €]_Ue no resulte vano en nosotros. ¿Hemos
acogido a Manía como verdadera Madre en el plano de la
salvación? ¿Hemos aprendido a creer, a esperar, a perdo­
nar de corazón, a dar gracias incluso cuando sufrimos?
La obediencia de Cristo rescata la desobediencia de Adán;
la participación de María rescata la participación de Eva.
Pero nuestra obediencia es indispensable para recibir los
frutos de la redención.
102
Día 21
El sábado, día de Maria
Se diría que, en el gran triduo pascual, casi existe un vacío,
una pausa de espera y de silencio entre la crucifixión y la
resurrección. Pero ese vacío es colmado por una persona
que tiene el corazón lleno de esperanza y de certeza, por­
que su fe, y sólo su fe, no se ha venido abajo. Cuando Dios
la preanuncia en el Génesis, es ella el signo de que vendrá
el Salvador; su nacimiento es saludado como el surgir de la
aurora que anuncia el sol, Cristo. El Sábado Santo es el día
típico de María, y se está difundiendo cada vez más la cos­
tumbre de celebrar ese día "la hora de María". El mundo
únicamente espera en ella, porque sólo ella espera la hora
del triunfo.
Los demás, no. Para los demás ese sábado sigue siendo
un día angustioso, del que sólo quedan recuerdos doloro­
sos, incógnitas y tinieblas. Los pensamientos de los prin­
cipales testigos sólo podían abrigar recuerdos tristes: la
muerte atroz de Jesús, con su entorno humillante, aún más
indigno por el comportamiento de sus amigos. Se había
consumado la traición de Judas, que había puesto fin a su
vida de apóstol ahorcándose a causa de la desesperación:
Satanás había entrado realmente en él. Pedro, impulsivo y
generoso, tras su triple negación, no tenía otra alternativa
que derramar lágrimas amargas de arrepentimiento. Los
demás apóstoles no habían sabido hacer cosa mejor que
huir; no lograban superar el miedo de que los descubrie­
ran, por lo que se mantenían en casa con las puertas bien
cerradas. También las mujeres, las seguidoras fidelísimas
de Jesús, en medio del llanto sólo tienen una preocupa103
ción práctica: llevar a cabo el embalsamamiento del cuer­
po muerto de Cristo, dado que aquel viernes por la tarde
tuvieron que sepultarlo deprisa por la llegada del "gran
sábado".
Era evidente en todos el derrumbe de toda esperanza,
la impresión de que "todo estaba acabado". No les pasaba
por la cabeza que "todo estaba por empezar". Nadie pen­
saba que aquella sangre derramada por la nueva alianza
abría el camin o del nuevo pueblo de Dios. La resurrección
llegará como una de esas sorpresas en las que cuesta creer,
sufragada por pruebas que se subseguirán en cadena. Pri­
mero el sepulcro vacío, y los ángeles que proclaman: "No
está aquí: ha resucitado" (Le 24, 6). Después, las diversas
apariciones a particulares, a grupos, a un contingente de
cerca de 500 fieles (cfr. lCor 15, 6-8). La liturgia pascual se
caracterizará por el gozoso canto dirigido a la Virgen: "Rei­
na del Cielo, alégrate, porque tu Hijo ha resucitado, como
había prometido".
Pero mientras, en aquel sábado de silencio, la única an­
torcha de la fe de la humanidad que permanece encendida
es la de María. Para ella habría supuesto una gran libera­
ción poder morir con su Hijo; pero tenía que iniciar la nue­
va misión de Madre nuestra, recibida precisamente allí del
Hijo agonizante. También a esto ha dicho sufiat. Su misión
comienza justamente ese sábado, cuando ofrece a Dios algo
precioso, de lo que nadie se percata: una fe inquebrantable.
Sólo ella cree y piensa en lo que ninguno cree ni piensa;
sólo ella está preparada para el gran evento, que ningún
otro espera. Habrá reflexionado quizá en aquel tercer día
en que había encontrado a Jesús en el templo, o repensado
en un tercer día, cuando su Hijo se reunió con ella en Caná
y transformó el agua en vino; después, el día Jueves Santo,
Él había transformado el vino en sangre. O volvería a re­
cordar las palabras que probablemente le contaron, cuando
Jesús, preanunciando la pasión, concluía siempre con una
104
frase que los apóstoles no lograban entender: "Y al tercer
día resucitaré". Es seguro que su corazón estaba lleno de
esperanza, de certeza.
Sin embargo, aquel sábado discurría de una manera ex­
traña. Los guardias se turnaban para vigilar un sepulcro
sellado, que tenía un cadáver dentro, como si el hombre
pudiera poner límites a la omnipotencia de Dios. Todo el
pueblo que había ido a la ciudad estaba de fiesta porque ce­
lebraba la Pascua; no se daba cuenta de que aquella Pascua
era el signo profético de una gran realidad, que ya se había
realizado en el dolor y estaba para convertirse en la alegría.
Un sepulcro objeto de estrecha vigilancia, la celebración de
un rito que había dejado de tener sentido: son dos entre los
muchos anacronismos de aquella jornada en la que sólo se
mantiene firme la fe de María, la certeza de lo que está por
suceder y que trastocará definitivamente las perspectivas
de la vida humana.
Así, el sábado se convertirá en el día de María, el día de
preparación para el Domingo de Resurrección, que suplan­
tará el sábado hebreo como día festivo para los cristianos.
Se operará una lenta profundización cultual y litúrgica para
llegar, en el siglo IX, a una oficialización del sábado dedica­
do a María, con misa y oficio propios de la Virgen. Pero el
primer arranque, el punto de partida, será precisamente la
importancia que tuvo la Virgen aquel Sábado Santo.
Surge finalmente el alba del domingo. Un pequeño gru­
po de mujeres se dirige de madrugada al sepulcro. Son las
mismas que habíamos visto a los pies de la cruz; pero falta
una, la más importante. ¿Cómo es que no está María con
ellas? Es una ausencia significativa. Tal vez se le haya apa­
recido ya el Señor resucitado, aunque el Evangelio no lo
diga. O quizá está tan segura de su resurrección que no
comete el error de las otras mujeres, de buscar al Viviente
entre los muertos. Podemos imaginarla como nos parezca,
105
:¡;Jer© es se~© que ella no va al sepulcro porque la retiene
un motivo consistente.
Las mujeres, admirables por su celo y fidelidad, se en­
contrarán con una sorpresa: el sepulcro está vacío. Este
evento hace que las mudas piedras adquieran una impor­
tancia particular: por el hecho de estar vacías se convierten
en los primeros testigos de la resurrección de Cristo. Por
eso el santo sepulcro se convertirá en el lugar más venera­
do, amado y visitado por los cristianos.
Después vendrán las diversas apariciones del Resucita­
do, por lo que los discípulos de Jesús se transmitirán uno a
otro el grito gozoso: "¡Jesucristo está vivo!" Aún hoy, des­
pués de dos mil años, la tarea de los cristianos consiste en
gritar a todos los hombres: "¡Jesucristo está vivo!" Esta es
la Buena Nueva que los puede salvar.
Sirve para todos la observación de que los grandes dolores
y sufrimientos ponen a prueba nuestra fe: o se fortalece o
se pierde. También nosotros tenemos necesidad de recurrir
a la doble ayuda de la oración y de la Palabra de Dios.
Reflexiones
Sobre María
Su fe es heroica, pero no cabe duda de que tenía unas bases
que la sostenían, las mismas bases sobre las que se asien­
ta también nuestra fe: la oración incesante y la meditación
profunda de las palabras y de las obras realizadas por el
Hijo. Sin estas ayudas tampoco se habría sostenido su fe.
Cuando la Biblia nos habla de la fe de Abraham, nos dice
que creyó contra toda esperanza, es decir, contra toda evi­
dencia de los hechos. Juan Pablo II llegó a decir que la fe de
María fue más grande que la de Abraham. Abraham no vio
morir al Hijo; María, sí. Y a pesar de ello creyó.
Sobre nosotros
Las promesas de Dios nunca fallan, como tampoco fallan
su amor y su ayuda. Cuando las cosas marchan bien, es
fácil tener fe; pero la fe se prueba en las contrariedades.
106
107
Día
22
Fuego del Cielo
Pentecostés le ofrece a san Lucas la ocasión para resaltar
una vez más la presencia de María en el nacimiento de la
Iglesia. El texto sagrado nombra a los 11 apóstoles reunidos
y añade: "Todos éstos estaban dedicados continuamente a
la oración, animados del mismo espíritu, acompañados de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de los_her­
manos de éste" (Hch 1, 14). Vemos de inmediato la impor­
tancia que se da a la presencia de María que, además de los
apóstoles, es la única persona cuyo nombre se indica, con
la precisión de la gloriosa calificación de Madre del Señor.
No muchos días antes había tenido lugar un episodio
importante, en el que ciertamente tomaron parte todas las
personas mencionadas arriba, aunque no se diga expresa­
mente: la ascensión de Jesús al cielo (cfr. Me 16, 19; Le 24,
51; Hch 1, 9-10). Es un episodio importante y gozoso: con
su resurrección se subraya la glorificación del cuerpo hu­
mano de Cristo y la entrada de su naturaleza humana en su
gloria, como dice Jesús mismo a los discípulos de Emaús.
Con la ascensión también la humanidad de Cristo adquie­
re ese poder de intercesión que usa inmediatamente para
enviar al Espíritu y que sigue usando en favor nuestro. An­
tes de subir al cielo, Jesús hace una última recomendación
a los suyos: que no se alejen de Jerusalén hasta que sean
bautizados con el Espíritu Santo; precisamente del Espíritu
Santo recibirían la fuerza para ser sus testigos en Jerusalén
y en toda Judea y Samaria, hasta los confines de la tierra.
Podemos suponer con cuánta alegría asistiría también la
Virgen a esta ascensión del Hijo al Padre, preludio de cuan108
do vendría a tomarla de modo definitivo para no volverse
a separar. Mientras tanto, en un acto de obediencia al Hijo,
ora invocando la venida del Espíritu. Es preciosa esta pre­
sencia suya, afirmada expresamente, porque es el comien­
zo de aquella presencia y asistencia que María no cesará de
ejercer sobre la Iglesia y sobre cada uno de sus hijos. Nos
gusta verla así, como se nos describe en esta última mención
que el Nuevo Testamento hace de ella: presente y en actitud
de oración. Por ello no nos cansaremos nunca de invocarla:
"Ruega por nosotros, pecadores ...". El Concilio Vaticano II
subraya la función de María en Pentecostés, para implorar
sobre los apóstoles "el don del Espíritu, que ya la había cu­
bierto en la anunciación con su sombra" (LG 59).
El Espíritu, descendiendo en forma de lenguas de fuego,
hace una referencia inmediata a la Palabra: aquella Palabra
divina que el Espíritu tiene la misión de recordar y pro­
fundizar, y los apóstoles el deber de predicar. Inician los
primeros sucesos con los discursos de san Pedro: tres mil,
cinco mil personas piden el bautismo ... (cfr. Hch 2, 41). Tal
vez sólo entonces san Pedro comprendiera el significado
de las palabras de Jesús: "En adelante serás pescador de
hombres" (cfr. Me 1, 17); precisamente él, el pescador que
se habia quedado atónito al recoger, en una sola redada,
153 peces grandes. Ahora es la Iglesia la que comienza su
camino con una explosión inicial que recuerda la profecía
de Isaías: "¿Acaso nace un país en un día? ¿Acaso una na­
ción puede nacer de un tiro? ... ¿Yo, que hago nacer, cerraría
el seno materno?" (Is 66, 8-9). Y María es miembro y Madre
de este nuevo pueblo.
Tendemos a preguntarnos qué frutos habrá derramado
sobre María esta nueva efusión del Espíritu Santo. Es fácil
suponer que, además de un aumento de unión con Dios y
de paz, más luz para comprender las palabras y la vida del
Hijo: aquellos mismos episodios que la habían asombrado
o no había comprendido le resultarían cada vez más cla109
ros. Es verdad que ya había descendido muchas veces el
Espíritu sobre ella con efectos particulares: para sugerirle
el camin o de la virgini dad total; para cubrirla con su som­
bra a fin de hacerla fecunda; para guiarla y sostenerla en
las diversas etapas de la vida; sobre todo para ilumin arla
a los pies de la cruz. Es fácil pensar que la nueva efusión
de Pentecostés, además de iluminarla cada vez más sobre
la vida de su Hijo, le diera con profusión las gracias nece­
sarias para cumplir su nueva misión de Madre nuestra y
Madre de la Iglesia.
Conviene reflexionar sobre esta particularidad: el Espí­
ritu Santo puede ser recibido varias veces, sin límites, con
creciente aumento de frutos. Desciende sobre nosotros en
el bautismo y con más fuerza aún en la confir mación; y
después, todas las veces que lo invocamos, porque el Señor
ha dicho: "El Padre celestial dará el Espíritu Santo a aque­
llos que se lo piden" (Le 11, 13). Por eso no debemos can­
sarnos nunca de invocarlo, para poder escuchar y seguir
su voz cada vez con mayor claridad, una voz muy diversa
de la voz de la carne y del mundo, y para llegar a esa plena
imitación de Cristo que el Señor espera de nosotros.
La vida de la Virgen termina en el ocultamiento. Es el
momento de los apóstoles, de los evangelistas, de los diá­
conos. Se alternan éxitos y persecuciones, pero la Buena
Nueva se va abriendo camino. María santísima seguiría
todo, alentando y participando. Se registraron también los
primeros martirios: el diácono Esteban y después el após­
tol Santiago, hermano de Juan. La presencia de María les
serviría a todos de consuelo, mientras su testimonio ilumi­
naba a los escritores sagrados sobre cuanto sólo ella cono­
cía, especialmente acerca del nacimiento y de la infancia
de Jesús.
¿Dónde pasaría sus últimos años? Creo que no volve­
ría a moverse de Jerusalén. Según la tradición, los pasó en
Éfeso con el apóstol Juan; pero esta tradición es tardía y se
110
presta a interpretaciones diversas, en su origen, por los do­
cumentos descubiertos recientemente. Un obispo de Éfeso,
en el siglo IX, Eutimio, lamenta que los ataques de los ban­
doleros hicieran casi imposible que los peregrinos fueran
a Jerusalén a rezar en el sepulcro de la "Dormición de Ma­
ría" para celebrar la fiesta de la Asunción. Esto explicaría
por qué se construyó entonces en Éfeso la pequeña iglesia
de la Dormición. Si contáramos con más pruebas históricas
sobre el desenvolvimiento de los hechos, resultaría que la
iglesia-recuerdo de Éfeso habría sido construida no por la
presencia de María en aquella ciudad, sino por motivos de
culto. En cualquier caso, cuando el Señor quiso, la Virgen
fue asaltada por la "hermana muerte", a la que dijo su úl­
timo fiat.
Reflexiones
Sobre María
La alegría de contemplar, con la fe, la presencia de Jesús a
la derecha del Padre, después de la ascensión, y la espera
de su vuelta. Su oración junto con los apóstoles, que ella
continúa con la Iglesia y con cada uno de nosotros. El efec­
to sobre ella de la venida del Espíritu Santo. El consuelo
que da en los tiempos de persecución: todos estos sufri­
mientos habían sido preanunciados por el Señor. Su serena
vuelta a la casa del Padre.
Sobre nosotros
Confiar plenamente en la oración hecha en nombre de Je­
sús, porque Él intercede incesantemente por nosotros. In­
vocar continuamente al Espíritu Santo, especialmente en
los momentos de mayor necesidad de luz, para vivir según
la voluntad de Dios y crecer en nuestra conformación con
Cristo. Fiarnos de la presencia de María junto a nosotros
111
F©r haTuer recibido la misión de ser Madre. Pensar en l_a
muerte con serenidad: ella nos hace alcanzar la meta defi­
nitiva de nuestra existencia.
Día23
Enterrunente glorificada
¿Cuál fue la participación de María en la resurrección de
Cristo? Nosotros querríamos saber siempre todo e inme­
diatamente, pero el tiempo, a los ojos de Dios, tiene un va­
lor muy diverso. Creemos que la verdadera participación
de María en el evento pascual fue su asunción. San Pablo
nos recuerda lo que nos sucederá a cada uno de nosotros,
en la resurrección de la carne, conseguida gracias a la resu­
rrección de Cristo, cuando también nuestros cuerpos resu­
citarán incorruptibles e inmortales. Todo esto sucedió con
María inmediatamente después de la muerte. Aún perma­
nece vivo en el recuerdo de muchos lo que sucedió el 1 de
noviembre de 1950, cuando Pío XII proclamó solemnemen­
te el dogma de la Asunción en la Plaza de San Pedro. Fue
en verdad el día culminante de aquel Año Santo. Se trata­
ba, por tanto, de una verdad contenida en la Biblia, pero de
modo implícito; para que emergiese con toda claridad se
necesitó una larga profundización.
Es interesante el procedimiento seguido por el Papa, que
recalcó lo que hiciera Pío IX para llegar a la proclamación
del dogma de la Inmaculada Concepción. Anteriormente,
en 1940, Pío XII había instituido una comisión para inter­
pelar al pueblo de Dios, a través de todos los obispos del
orbe, y enterarse de lo que creían y deseaban los fieles.
Tengamos presente un principio que expresó el Concilio
Vaticano II así: "La universalidad de los fieles no puede
equivocarse cuando, desde los obispos hasta los fieles lai­
cos, presta su consentimiento en materia de fe y de moral"
(LG 12). Es un caso de verdadera y propia infalibilidad.
112
113
El resultado fue sustancialmente unánim e. Así Pío XII
"confirm ó la fe de los hermanos", corno recomendara Jesús
a san Pedro, afirm ando: "Al final de su vida terrena la In­
maculada Madre de Dios, María siempre virgen, fue asun­
ta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (Munificentissimus
Deus). Como se ve, es declarada la asunción de María. No
se quiso recargar el texto con un pronunciamiento acerca de
si María había muerto o no. Era una cuestión que se había
debatido en el pasado, teniendo en cuenta que en María no
existía la culpa original, culpa que sometió a la humanidad
a la muerte. Hoy los estudiosos están de acuerdo en que,
así como Jesús se sometió a la muerte, también moriría Ma­
ría. Juan Pablo II lo afirmó corno convicción personal. Pero
creemos que hoy la cuestión no provoca polémica.
Nos interesa más bien observar cómo las definiciones
dogmáticas son provocadas o por disputas y errores, por lo
que exigen una respuesta oficial precisa, o por el deseo de
afirmar solemnemente una verdad en la que se cree desde
siglos y que celebra la liturgia, aunque no esté contenida
explícitamente en la Sagrada Escritura. Primero, pues, se
precisan los términos y dirimen las dificultades, e incluso
después de la definición dogmática se siguen estudiando
los fundamentos y las consecuencias de la aserción de fe.
En el pasado se insistía sobre todo en la grandeza de una
persona poniendo de relieve sus privilegios; hoy se prefie­
re destacar los servicios prestados por ella en el plan de la
salvación; son dos aspectos que no están en contraste, sino
que se integran, siendo ambos verdaderos. Por eso, en el
pasado, en la Asunción se propendía a resaltar el cumpli­
miento de la redención, siendo María glorificada en cuerpo
y alma, lo cual se expresaba en Teología con la expresión:
enteramente redimida. Se ponía de manifiesto la conformi­
dad de María con el Hijo: era justo que fuera asociada a su
glorificación, habiendo sido asociada a toda la obra de la
redención, especialmente al misterio pascual. Se insistía en
114
la conveniencia de que fuera glorificada aquella carne de
la cual Jesús había recibido su carne, y se añadía: así como,
por los méritos de Cristo, se le aplicó preventivamente la
exención de la culpa original, así es justo que se le aplique
preventivamente el fruto de la resurrección.
Son todos argumentos válidos, que se siguen defendien­
do en nuestros días. Pero se prefiere añadir otros motivos.
Todos los privilegios se le han otorgado a María en vista
de una finalidad que supera la esfera personal; tampoco la
Asunción escapa a este criterio. Por ello no se le concedió
a María sólo ·para honrar su persona, sino en vistas de un
evento salvífica. María recibió de Jesús una nueva misión,
que durará hasta el fin del mundo: la maternidad sobre to­
dos los hombres en orden a la salvación. Su misión sobre
la tierra no ha acabado, como ha acabado para los demás
hombres, que sólo podrán contribuir con la plegaria en la
comunión de los santos. Para María no es así. Era, pues,
necesario que se encontrase en la entereza de su persona,
hecha de alma y cuerpo, para cumplir con esta misión con
respecto a nosotros.
Ahora el cuerpo de María, como el cuerpo de Jesús, ya
no está ligado a los vínculos del espacio y del tiempo. Por
eso es incesante su presencia junto a cada uno de nosotros.
Para ofrecer un ejemplo de ello me remitiré a las aparicio­
nes de Jesús resucitado. Daba la impresión de llegar o de
irse, aunque las puertas estaban cerradas. Por eso los teó­
logos se esforzaban por entender las propiedades de un
cuerpo resucitado, entre ellas la sutileza ... La realidad es
otra. Jesús dijo claramente que permanecería siempre con
nosotros hasta el final de los tiempos, por lo que siempre
está presente. Cuando quiere aparecerse, hace visible esta
presencia; después, acabada la finalidad, la hace de nuevo
no perceptible por los sentidos humanos, pero esta presen­
cia continúa.
115
ID© mis:m:0 sucede con María. Además, su presencia ya
no tiene las limitaciones de espacio y de tiempo, por lo que
en fa tierra vivía sólo en un lugar y con las limitaciones
temporales que todos tenemos; por eso también su activi­
dad sólo podía estar limitada por las horas que pasan y no
vuelven, Ahora ya no es así. Su atención materna hacia no­
sotros no tiene límites y, como dice Vaticano II, es una obra
que continúa hasta que todos los hombres sean conducidos
a la Patria bienaventurada (cfr. LG 62).
De este modo nos resulta fácil comprender los motivos y
las consecuencias de la asunción de María: asunta al cielo,
está viva, es nuestra verdadera Madre que continúa siem­
pre junto a nosotros con una presencia de lo más activa,
aunque no la veamos; pero es una presencia constante y
plena, porque ya no está ligada a los límites del espacio
y del tiempo, que también ella tenía en la vida terrena. Es
una presencia materna y eficaz en orden a la salvación, pre­
sencia que nosotros comprendemos a través de los títulos
con los que nos dirigimos a ella: mediadora de todas las
gracias, refugio de los pecadores, abogada, auxiliadora...
Sobre nosotros
Creer que María está siempre a nuestro lado, sentirla cer­
cana, aunque no la veamos. De aquí el continuo y confiado
recurso a ella. Sólo en el cielo sabremos cuánto le hemos
costado y lo que ha hecho por nosotros, los peligros de que
nos ha librado, las sugerencias que nos ha hecho, las fuer­
zas que nos ha infundido, las gracias obtenidas; y todo esto
sin que ni siquiera nos diéramos cuenta. El que reflexione
seriamente sobre estas verdades de la constante presencia
junto a nosotros de Jesús y María vivirá con confianza y
nunca se sentirá solo.
Reflexiones
Sobre María
La contemplamos, plenamente redimida, en la felicidad de
toda la persona humana, alma y cuerpo, a la cual aspiran
los mismos santos y a la que tendemos todos: verdadera
primicia de la humanidad glorificada por los méritos y en
dependencia del Cristo glorioso. Reparemos en los dones
que Dios le ha hecho, entre ellos el de haberla ascendido
al cielo en alma y cuerpo para beneficio nuestro. Por eso la
vemos ocupándose de cada uno de nosotros.
116
117
Día 24
Apareció una gran señal en el Cielo
Sólo Dios es eterno. Por ello antes del tiempo solamente
existía Dios en el dinamismo de amor ínsito en las tres
personas unidas en la única naturaleza divina. Después
la creación -ángeles, cosmos, hombres y animales- vio
expresarse externamente este amor, dando vida sólo a las
criaturas bellas y buenas, en las que se complació el Crea­
dor. Pero el don más hermoso, que constituye la grandeza
de las criaturas superiores (la inteligencia y la libertad), in­
dujo a la soberbia y a la rebelión primero a una parte de los
ángeles y después, por instigación de éstos, a los progeni­
tores. Así entraron en el mundo el pecado, el mal, el dolor,
la muerte y el infierno, cuando Dios había creado a todos
para ser eternamente felices.
El odio de Satanás contra Dios lo llevó y lo lleva a incitar al
hombre a la rebelión y al pecado. Pero la misericordia infini­
ta de Dios preanuncia la salvación contra las consecuencias
de la culpa original: enviará a su mismo Hijo, que vendrá
como redentor. Será hijo de una mujer. Esta mujer, anuncia­
da en seguida, es puesta por Dios mismo corno la enemiga
de Satanás. Es el primer anuncio de María, en los albores de
la vida humana. Este es el texto del protoevangelio, o pri­
mer anuncio de la redención: "Pondré enemistad entre ti y
la mujer [es Dios el que crea esta inconciliable rivalidad],
y entre tu raza y la suya, ella [o sea, el hijo de esa mujer] te
aplastará la cabeza y tú le morderás el talón" (Gén 3, 15).
María es ya preanunciada como signo de salvación y
como enemiga de Satanás en un texto que debe profundi­
zarse en su auténtico significado. Reproducimos la traduc118
ción de la Conferencia Episcopal Italiana. La traducción
griega, llamada de los Setenta, introducía un pronombre
masculino, esto es, una referencia precisa al Mesías: "Él te
aplastará la cabeza". Mientras que la traducción latina de
san Jerónimo, llamada Vulgata, traducía con un pronom­
bre femenino: "Ella te aplastará la cabeza", propendiendo
a una interpretación totalmente mariana, preferida por los
Padres más antiguos, desde Ireneo en adelante.
Está claro que quien vence a Satanás es Jesús; la acción
de María depende sólo y siempre de la del Hijo. El Concilio
Vaticano II precisa con exactitud: "La Virgen se consagró
totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al
misterio de la redención con Él y bajo Él" (LG 56). Por eso
son legítimas todas las efigies que presentan a María en
trance de aplastar la cabeza de la serpiente, siempre que
este texto sea visto corno cooperación a la obra del Hijo,
que ha venido para destruir las obras de Satanás.
Al final de la historia humana vemos en la Biblia la repe­
tición de la misma escena: vuelve a aparecer la mujer como
signo de salvación y reaparece en actitud de lucha contra
Satanás. Leamos el texto: "Apareció en el cielo un gran pro­
digio: una mujer envuelta del sol como de un manto, tenía
la luna bajo sus pies, y en la cabeza llevaba una corona de
doce estrellas ... Enseguida apareció otro prodigio también
en el cielo: un enorme Dragón rojo con siete cabezas y diez
cuernos ... aquella Antigua Serpiente que también lleva el
nombre de Diablo y de Satanás, el seductor del mundo en­
tero" (Ap 12, lss.). ¿Quiénes esa mujer? Con frecuencia en
la Biblia una misma figura puede representar una multipli­
cidad de sujetos. Esa mujer puede representar a la Iglesia
o al pueblo hebreo; seguramente representa a María, dado
que su hijo es Jesús.
Así, María es el signo de la salvación desde el principio
hasta el fin de la humanidad. A san Bernardo le gustaba
decir y escribir: "María es toda la razón de mi esperanza".
119
'Wna G'lll1i0sidad: esta frase estaba escrita en la puerta del
Padre Pío; quién sabe las veces que el santo religioso la re­
petiría. Pero en este punto se nos invita a reflexionar sobre
el papel de María en el fin del mundo.
Conocernos perfectamente la parte fun damental que
desempeñó en la primera venida de Cristo. Pero después,
cuando Cristo subió al Cielo y los apóstoles siguen miran­
do con María en esa dirección, vienen dos ángeles a in­
terrum pir el encanto y a declarar: "Ese Jesús que ha sido
arrebatado al cielo de entre vosotros, vendrá del mismo
modo que lo habéis visto irse hacia el cielo" (Hch 1, 11). El
Señor vendrá; el Señor volverá; Maranathá: Ven, Señor Je­
sús. La tensión escatológica, la espera de la parusía (vuelta
gloriosa de Cristo), es típica de los tiempos de fe viva, aun­
que no sepamos su fecha, por lo que el Evangelio nos invita
a estar siempre preparados, corno debernos estar siempre
preparados para la llegada de la "hermana muerte".
Pero, ¿cuál será el rol de María en esa ocasión? Los san­
tos, especialmente san Luis María Grignion de Montfort,
piensan que la Virgen jugará un papel importantísimo y
patente. El libre "sí" de María, por voluntad divina, prece­
dió a la Encamación del Verbo. María, en la primera veni­
da de Cristo, fue madre y colaboradora del Redentor, pero
del modo más discreto posible. Para la segunda venida del
Señor, que será una vuelta gloriosa, el rol de María sigue
en pie: será ella la que preparará a "los apóstoles de los
últimos tiempos", como le gusta decir a Montfort, y la que
liderará la lucha contra el dragón rojo. Este es el motivo de
la señal que aparece en el cielo, la mujer vestida de sol.
Mientras, la enemistad perdura y es una lucha sin tregua.
Pablo es muy claro al respecto: "Revestíos de la armadura
de Dios para que podáis resistir a los mañosos ataques del
diablo. Porque nuestra guerra no es contra carne y sangre,
sino contra los jefes, contra los poderosos, contra los tira120
nos de este mundo de tinieblas: contra esos espíritus ma­
lignos que vagan por el aire" (Ef 6, 11-12).
María sale victoriosa, gracias a su Hijo, y nos ayuda en
esta lucha. ¿Cuál es su secreto? Un día, un exorcista de
Brescia interrogó al demonio: "¿Por qué sientes tanto terror
cuando invoco a la Virgen María?" Y oyó que le respondía
con una estupenda apología: "Porque es la más humilde
de todas las criaturas, y yo soy el más soberbio; es la más
obediente, y yo soy el más rebelde; es la más pura, y yo soy
el más sucio". Otro exorcista, al enterarse de esta respuesta,
a distancia de muchos años pregunta a Satanás: "Has elo­
giado a María porque es la más humilde, la más obedien­
te y la más pura de todas las criaturas. ¿Cuál es la virtud
de la Virgen que más te hace temblar?" Y la respuesta fue
inmediata: "Es la única criatura que puede vencerme por
completo, porque no la ha rozado ni la menor sombra de
pecado".
La lucha de cada uno es fuerte; nos jugamos nada menos
que nuestra salvación eterna. Pero no hay que temer: con­
tamos con la gracia que nos mereció Jesús y con la ayuda
de la Virgen María.
Reflexiones
Sobre María
El papel de María, sin duda, ha ido profundizándose y
descubriéndose cada vez más a lo largo de la historia de
la Iglesia. A la vez ha aumentado progresivamente su cul­
to tanto litúrgico como popular. Su fuerza contra Satanás,
debida a las cuatro virtudes enumeradas, es también un
modelo para nosotros. Desconocemos los planes de Dios
sobre María para preparar la parusía; pero conocemos la
ayuda que nos presta ahora, como Madre nuestra, en or-
121
Día .25
Sobre nosotros
Reexaminar nuestro compromiso de conversión y purifi­
cación continua, nuestra preparación. El Evangelio nos re­
comienda que estemos vigilantes, siempre prontos para la
venida del Señor: la muerte puede sorprendernos en cual­
quier momento. Recurramos a la ayuda de María, a sus
invocaciones, a sus plegarias, especialmente en la lucha
contra las tentaciones. Y confiemos en el poder de María
para interceder por nosotros.
Madre de la Iglesia
Tras una larga elaboración, precedida de dos disensos, el
Concilio Ecuménico Vaticano II aprobó, el 21 de noviembre
de 1964, la constitución Lumen gentium sobre la Iglesia, que
contenía un capítulo, el octavo, enteramente dedicado a la
Virgen María. Como culminación de ese capítulo, Pablo VI
promulgó, ante todo el Concilio, el título atribuido a María
de "Madre de la Iglesia", con la finalidad de reconocer una
verdad ampliamente contenida en el documento mariano
aprobado y que en parte compensaba otros títulos, desea­
dos por gran parte de los padres conciliares, sobre los que
se había preferido no hacer declaraciones oficiales. El pri­
mer título fue el de mediadora universal de gracias.
Estas son las palabras del Papa:
Nos proclamamos a María santísima Madre de la
Iglesia, es decir, de todo el pueblo de Dios, tanto de los
fieles como de los pastores, que la llaman Madre amo­
rosísima ... En efecto, así como la divina maternidad es
el fundamento de su especial relación con Cristo y de
su presencia en la economía de la salvación operada por
Cristo Jesús, también constituye elfundamento principal
de las relaciones de María con la Iglesia, por ser la madre
de aquel que, desde el primer instante de la Encarnación
en su seno virginal, se constituyó en cabeza de su cuerpo
místico, que es la Iglesia. María, pues, como Madre de
Cristo, es también Madre de todos los fieles y de los pas­
tores, esto es, de la Iglesia.
122
123
Es un título con gran contenido. Aunque la proclamación
solemne se hizo en 1964, ya lo encontramos sustancialmen­
te comprendido en la maternidad de María para con todos
nosotros, como es ilustrada por los padres Ireneo, Epifanio,
Ambrosio, Agustín ... Vaticano II había tenido dudas sobre
este título, que proclama a María no sólo Madre de los indi­
viduos sino también de la comunidad eclesial. Y sin embar­
go ya había incluido en el documento mariano la expresión
usada por Benedicto XN en 1748: "La Iglesia católica, ins­
truida por el Espíritu Santo, venera a María como Madre
amadísima con afecto de piedad filial" (LG 53).
Los motivos de la vacilación eran dos. Ante todo, se
quería hacer resaltar que María es también miembro de la
Iglesia, y como tal aparece su presencia en Pentecostés y
su participación sucesiva en la comunidad de Jerusalén.
Es verdad que María es miembro de la Iglesia; pero tam­
bién es verdad que María es igualmente tipo y modelo de
la Iglesia misma: entrambas vírgenes y madres, engendran
a los hijos de Dios por obra del Espíritu Santo. Pablo VI,
citando a Cromado de Aquilea, dirá: "No se puede hablar
de Iglesia si no está presente María" (Marialis cultus, 28).
Un segundo temor era este: que el título "Madre de la
Iglesia" se prestase a equívocos, como si la Iglesia hubie­
ra nacido de María y no de Cristo. También este temor es
justo, pero basta explicar las cosas. Ya hemos visto que el
título de "Madre de la Iglesia" se podía prestar a equívo­
cos mucho mayores sin una explicación adecuada. El títu­
lo "Madre de la Iglesia" subraya la cooperación de María
en el nacimiento de la Iglesia y en toda su obra. Es una
cooperación subordinada y dependiente de la acción de
Cristo; pero es una cooperación evidente, desde la Encar­
nación a Pentecostés y desde Pentecostés a la parusía. Por
ello subraya perfectamente el rol que desempeñó y sigue
desempeñando María por voluntad del Señor: la Iglesia ha
sido querida por Cristo, no por los hombres. Es el nuevo
J.24
pueblo de Dios, ya que "Dios quiso santificar y salvar a los
hombres no individualmente y sin conexión alguna entre
sí, sino que quiso constituir un pueblo que lo reconociera
en verdad y lo sirviese fielmente" (LG 9). Aunque inme­
diatamente antes se afirma que "en todo tiempo y nación
es acepto a Dios todo el que lo teme y practica la justicia";
afirmación sumamente importante, porque es verdad que
el camino real de la salvación es indicado por el Señor con
las palabras: "El que crea y sea bautizado, se salvará; el que
no crea, se condenará" (Me 16, 16); pero es igualmente ver­
dad que Dios quiere la salvación de todos. Jesús murió por
todos, por lo que Dios se reserva también otros caminos
para salvarnos que nosotros desconocemos.
Es preciso insistir en el hecho de que la Iglesia fue fun­
dada por Cristo, que Él la quiso para prolongar su misión,
que la ama y la dirige con su gracia y le ha dado como
alma al mismo Espíritu Santo; que María es su Madre y
como tal la asiste ... : todas estas verdades importantes y
que se han de tener muy presentes, porque hoy, en general,
no es amada la Iglesia. Los mismos cristianos la ven como
algo exterior a ellos ("la Iglesia son los curas", afirma cierta
mentalidad corriente); los errores más perniciosos de nuestros días versan sobre las falsas concepciones que se tienen
sobre la Iglesia.
Ciertamente, la Iglesia refleja, de forma analógica, el mis­
terio de Cristo, por lo que se habla con razón de "misterio
de la Iglesia". El misterio de Cristo consiste en que es Dios
y hombre: sus contemporáneos veían a un hombre como
los demás, que tenía necesidad de comer, dormir y descan­
sar; sin embargo, aquellas apariencias humanas, limitadas
y débiles, encubrían la realidad de su persona divina, en
la que se unían las naturalezas humana y divina. Era un
misterio difícil y tremendo; por lo que Jesús, cada vez que
actuaba como Dios (perdonando los pecados o afirmando:
Antes de que existiese Abraham existo yo"), inmediata11
125
,---
meRte e--Jia ta<lliiacfa de blasfemo. También en la Iglesia late
un misterio: está formada por hombres débiles y pecado­
res cerno los demás, pero a estos hombres se les han dado
poderes divinos: predicar con la eficacia del Espíritu la Pa­
labra divina, perdonar o no los pecados, consagrar la Euca­
ristía ... Es el misterio de la Iglesia: santa y humana.
Un aspecto particular, que merecería una profundización
muy distinta, es que la maternidad de María sobre la Iglesia
no concierne sólo a católicos o cristianos, sino a todos los
hombres, puesto que la Iglesia ha sido constituida para la
salvación de todos. Así se expresaron los obispos latinoame­
ricanos en los documentos de Puebla (1979): "María tiene
un corazón grande como el mundo e implora al Señor de la
historia en favor de todos los pueblos". Jesús dijo a Pedro:
"Apacienta mis corderos ..., apacienta mis ovejas" (Jn 21,
15-17), es decir, a toda la humanidad. Creo que la atracción
irresistible que Juan Pablo II ejerció sobre todos los pueblos
fue un signo de esta universalidad. En sus viajes, como en
Tailandia, donde hay pocos cristianos, reunió a multitudes;
asimismo a su funeral acudieron jefes de Estado de las más
diversas creencias. No podía tratarse de simple atención al
representante de los católicos. Creemos que, a impulsos del
Espíritu Santo, todos intuyeron una relación personal con
aquel blanco Padre llegado de Roma.
San Cipriano afirmaba: "No puede tener a Dios por Pa­
dre quien no tiene a la Iglesia por Madre". Que María, Ma­
dre de la Iglesia, nos haga comprender y amar esta verdad.
la Iglesia. El pueblo de Dios es sensibilísimo a esta presen­
cia, como atestiguan su culto, sus santuarios, su invocación
continua. María lleva a Jesús; Jesús nos ha dado la Iglesia:
si no seguimos este itinerario de gracia, el cuidado <q_ue dis­
pensa la Virgen al pueblo de Dios resultará vano.
Sobre
nosotros
Comprender el misterio de Cristo, Dios y hombre; com­
prender el misterio de la Iglesia en sus aspectos humanos y
divinos. El título de María "Madre de la Iglesia" nos mani­
fiesta su amor y su cuidado por esta obra del Hijo. A ejem­
plo de María, es necesario que sepamos conocer y amar a
la Iglesia, si queremos agradar al Señor y participar de los
frutos de la redención.
Reflexiones
Sobre María
Es significativa la presencia de María en la Ascensión, en
Pentecostés, en la primera vida de la Iglesia. Más significa­
tiva aún es su presencia en estos dos milenios de vida de
126
127
Día26
El Corazón Inmaculado de Maria
En la Biblia el corazón expresa todo el compendio de la
vida interior del hombre, por lo que con frecuencia Dios se
dirige al corazón para actuar en profundidad sobre la per­
sona entera; y cuando, con el profeta Ezequiel, promete dar
un corazón nuevo, indica una conversión total a Él por par­
te de su pueblo, que se había desbandado por completo.
Por ello, hablar del corazón de María significa penetrar en
su interioridad, en su relación con Dios y con los hombres.
La frase, repetida por Lucas, de que María guardaba los he­
chos meditándolos en su corazón, hace mención directa del
corazón de María; pero es sólo el arranque inicial de todo
un desarrollo que ha ido creciendo a lo largo de los siglos y
que ha explotado sobre todo en los últimos tiempos.
La reflexión patrística sobre el corazón de María ha in­
sistido, especialmente con Agustín, en ver en ello "el cofre
de todos los misterios", en particular del misterio de la En­
camación, llegando a la afirmación de que "María concibió
en el corazón antes que en el vientre". En la Edad Media
se desarrolló cada vez más la devoción al corazón de Ma­
ría que más tarde, con san Juan Eudes (muerto en 1680),
adquirirá una rigurosa explicación teológica y recibirá
oficialmente un culto litúrgico. De aquí cobraron impulso
los desarrollos más recientes, que podemos individualizar
en tres acontecimientos. En 1830, la Virgen se le apareció
a santa Catalina Labouré y le pidió que acuñase la famo­
sa "medalla milagrosa", que se difundió por el mundo en
millones de ejemplares, e hizo reproducir en el reverso los
128
dos corazones de Jesús y María, aunándolos por tanto en la
devoción de los fieles.
Un segundo acontecimiento significativo fue la repercu­
sión que tuvo en el campo mariano cuando, a caballo de
ambos siglos, exactamente en 1899, León XIII consagró el
mundo al Sagrado Corazón de Jesús. Ya entonces se pensa­
ba que el tiempo para proceder también a la consagración
del mundo al corazón de María estaba maduro, puesto que
el Señor quiso asociar a la Virgen Madre a toda la obra de
la salvación. No se llegó a esta realización, pero se produjo
igualmente un impulso a la devoción al corazón de María
y a los estudios sobre esta devoción.
No cabe duda de que el mayor desarrollo se registró con
las apariciones de la Virgen en Fátima, en 1917. Se puede
decir que, así como para la devoción al Sagrado Corazón
de Jesús sirvieron de gran estímulo las apariciones a santa
Margarita María Alacoque, las apariciones a los tres pastor­
cilios de Fátima dieron un impulso decisivo a la devoción
al corazón de María. Hacía tiempo que se había genera­
lizado un apelativo nuevo. En el pasado se hablaba sólo
de "corazón purísimo" o "corazón santísimo" de María, y
otras expresiones parecidas. Después de 1854, es decir, tras
la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción,
se empezó a difundir la expresión "Corazón Inmaculado
de María", que significa "Corazón de la Inmaculada". En
la aparición del 13 de junio en Fátima, la Virgen dijo: "Dios
quiere establecer en el mundo la devoción a mi corazón
inmaculado". Después pidió que se consagrara Rusia a su
Corazón Inmaculado; a la beata Alessandrina Maria da
Costa (1904-1955) le había pedido quese le consagrara el
mundo. Desde entonces no se pueden contar los santua­
rios, parroquias, comunidades religiosas y asociaciones
que surgieron con este título.
¿Cuál es el valor de esta devoción, encaminada sobre todo
a invocar la intercesión de María sobre nosotros? En primer
129
-
--
luga11 0.e0em0s tener en cuenta lo que nos dice el Concilio
Vaticano II: "La misión maternal de María para con los hom­
bres no oscurece ni disminuye en modo alguno la mediación
única de Cristo, sino que más bien sirve para demostrar su
eficacia. Pues todo el influjo salvífica de la Santísima Virgen
sobre los hombres no proviene de una necesidad ineludible,
sino del beneplácito divino y de la superioridad de los mé­
ritos de Cristo; se apoya en la mediación de Éste, depende
absolutamente de ella y de la misma saca todo su poder. Y,
no sólo no impide la unión inmediata de los creyentes con
Cristo, sino que la fomenta" (LG 60).
Todo esto es muy importante para comprender lo que
significa María para nuestra vida de creyentes. Es Dios
quien quiso servirse libremente de María para encarnarse;
se quiso someter a ella en su vida mortal; quiso asociar a
sí a María en la obra de la salvación; quiso continuar la
redención de todos los hombres con María, para transmitir
a cada creyente la vida divina; quiso unir a sí a María en
la gloria celestial, haciéndola partícipe de su realeza. No
debe, pues, sorprendemos, como dijo la Virgen misma, que
el Señor quiera que el corazón de María sea honrado junto
con el corazón de Jesús. No se trata de sentimentalismo,
sino de un compromiso profundo, que abarca todo el ser.
Lo contrario de esta devoción es el formalismo, ese forma­
lismo que llegó a arrancar a Jesús el lamento: "Este pueblo
me honra sólo con los labios, porque tiene su corazón lejos
de mí" (Mt 15, 8).
En la historia de las escuelas de espiritualidad, la devo­
ción al corazón de María ha demostrado ser una fuente ines­
timable de vida interior. Así se deduce de la espiritualidad
de Helfta, de las benedictina, franciscana y dominicana. Más
tarde, es interesante notar cómo san Francisco de Sales ve,
en el corazón de la Virgen, el lugar de encuentro de las almas
con el Espíritu Santo; es importante ponerlo de manifiesto
130
frente a aquellos que temen que los devotos de María le atri­
buyan a ella el rol específico del Espíritu Santo.
Por una parte, el corazón de María comprende todo el
misterio de María, visto como misterio de gracia, de amor,
de plena correspondencia y de don total que María ha hecho
de sí misma a Dios y a la humanidad. Por la otra, no pode­
mos pasar en silencio esos llamamientos marianos que han
sido ocasión para que se desarrollara esta devoción. Baste
pensar en Fátima: además de la invitación a la conversión y
a la plegaria, además del recuerdo de las grandes verdades
corno los novísimos, se da un relieve particular a la Euca­
ristía (piénsese en la comunión reparadora de los primeros
sábados de mes) y al impulso a una generosa reparación.
Baste citar, a este propósito, el aliciente expresado con las
palabras: "Rez.ad, rezad mucho por los pecadores ... Puesto
que muchas almas van al infierno porque no hay quien se
sacrifique y rece por ellas" (Fátima, 19 de agosto de 1917).
Parece que volviéramos a oír el eco de las palabras de
Pío XII: "Misterío verdaderamente tremendo y que jamás
se meditará bastante, el que la salvación de muchos de­
penda de las oraciones y voluntarias mortificaciones de
los miembros del cuerpo místico de Jesucristo dirigidas a
este objeto, y de la cooperación que pastores y fieles, sin­
gularmente los padres y madres de familia, han de ofrecer
ª. nuestro divino Salvador" (Mystici corporis, 42). ¡Coopera­
ción con el Salvador! Este misterio tremendo nos muestra
que la devoción al Corazón Inmaculado de María subra­
ya un amor que salva y que nos invita a participar en el
mismo amor salvífica, colaborando con Jesús a la salvación
eterna de nuestros hermanos.
131
Reflexiones
Sobre María
El corazón de María simboliza su amor total, de todo su
ser, a Jesús y a los hermanos de Jesús, esto es, de modo
diverso, a todos sus hijos. El corazón de una madre invita
y convence con fuerza y dulzura. Honrar el Corazón de la
Inmaculada significa honrar un corazón totalmente puro:
del pecado y de todo condicionamiento humano. Por lo
que impulsa a la confianza y a la imitación.
Sobre nosotros
Mirando al Corazón de María no se siente sólo una atrac­
ción que impulsa a la confianza; debe darse también una
disponibilidad a la imitación, a abrirse a Dios con todo el
corazón, a seguir las amonestaciones maternas de María. Y,
¿cómo no recordar el corazón sufriente de María, su cora­
zón traspasado, a causa de nuestros pecados?
132
Día27
Las apariciones marianas
Las apariciones en general, y particularmente las aparicio­
nes marianas, tan frecuentes en estos últimos siglos, nos
interpelan sobre su valor y sobre la actitud que adoptar
con relación a las mismas. Lógicamente, aquí pretendemos
hablar sólo de las apariciones con garantía de seriedad, no
de ese pulular de pseudovidentes, pseudocristianos, etc.,
de los que el mundo está lleno en nuestros días, que dicen
y escriben ríos de mensajes a menudo catastróficos (esto es
ya un indicio seguro de falsedad), y que por tanto no serán
objeto de nuestra consideración. Pero existen las aparicio­
nes auténticas, a cuyo respecto es condenable una actitud
previa de descrédito que no tiene nada que ver con la vir­
tud de la prudencia, y que pueden revelarse como auténti­
cas intervenciones queridas por Dios.
No sólo la historia de la Iglesia, sino toda la Historia Sa­
grada está salpicada de apariciones. Conviene, pues, tener
presente una primera distinción entre apariciones bíblicas
y extrabíblicas. Las apariciones referidas en la Biblia, por
ejemplo a Abraham, a Moisés, a los profetas, a san José
(incluso en sueños puede enviar Dios sus mensajes), a san
Pedro, a san Pablo ..., forman todas parte integrante de la
revelación divina y tienen el valor inspirado de la Sagrada
Escritura.
Las apariciones extrabíblicas, aunque estén oficialmente
aprobadas por la autoridad eclesiástica, siguen siendo apa­
riciones privadas que no añaden nada al patrimonio de la
fe, y cuya importancia es muy diversificada: para un indi­
viduo, para una ciudad, para una situación pasajera. Pero
133
pueden tener también gran importancia desde el punto de
vista pastoral. Pensemos, por ejemplo, en las apariciones de
Guadalupe, de Lourdes, de Fátima. Conviene sin embargo
reiterar, respecto a todas las apariciones privadas, que no
añaden nada a la revelación pública. El Concilio Vaticano
II afirma con decisión esta realidad: "No cabe esperar otra
revelación pública antes de la manifestación glor~osa de
nuestro Señor Jesucristo" (Dei Verbum 4). No hay espacio
para la denominada "venida intermedia de Jesucristo", de
la que tanto hablan ciertos sedicentes videntes modernos.
Algunos ejemplos. Tienen una importancia personal el
crucifijo que habló a san Francisco, y muchas apariciones
a santos, que inspiraron su vocación y misión. Tuvo im­
portancia para la ciudad de Vicenza (Italia), atacada por la
peste, la aparición de la Virgen a Vicenza Pasini, en 1476,
aunque diera lugar a la construcción del santuario de Mon­
te Berico, que sigue siendo el santuario más frecuentado
del Véneto. Tuvo importancia para una región la aparición
de la Virgen en La Salette, en 1846, donde la Virgen recordó
a sus habitantes el deber de santificar las fiestas, observar
los viernes y no blasfemar; aunque posteriormente el san­
tuario ha adquirido una importancia supranacional.
Pero ha habido apariciones marianas de importancia
pastoral inmensa, hasta para marcar una época y perdurar
en el transcurso de los siglos. Si tuviéramos que decir cuá­
les han sido, a nuestro entender, hasta ahora las aparicio­
nes marianas más importantes en la historia de la Iglesia,
no dudaríamos en recordar las de Guadalupe, en Ciudad
de México, donde al parecer los conquistadores pretendían
imponer el cristianismo a la fuerza. La Virgen, aparecién­
dose en la semblanza de una niña azteca del lugar, mostró
a aquellas poblaciones, especialmente en América Latina,
la fe cristiana como una religión revelada también directa­
mente para ellas.
134
Recordemos después las apariciones de Lourdes, de 1858,
a cuatro años de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción. En este caso el valor fue grandísimo. Ante todo
el hecho extraordinario de la aparición y los milagros que
se sucedieron tuvieron la importancia de una respuesta del
Cielo al racionalismo imperante: fue precisamente Dios el
que confundió la sabiduría de los sabios con la necedad de
una niña casi analfabeta, pero embajadora de la Virgen. La
importancia pastoral es todavía evidente; cabe incluso pre­
guntarse a qué se habría reducido la fe en Francia de no ha­
ber sido por Lourdes.
Por fin Fátima, que es la gran aparición mariana queri­
da por Dios para iluminar nuestro oscuro siglo, ensombre­
cido por el ateísmo y las guerras. El aspecto religioso es
predominante: la invitación a la oración y a la conversión,
el recuerdo de las tres grandes verdades del paraíso, del
infierno y del purgatorio, todo esto da a estas apariciones
una gran importancia pastoral, pero que repercute en la
vida pública. El 13 de julio de 1917 dijo la Virgen: "La gue­
rra está por acabar [la I Guerra Mundial]. Pero si no dejan
de ofender a Dios, en el pontificado de Pío XI empezará
otra peor". Está claro que la Virgen no viene a predicar des­
gracias, sino a enseñarnos cómo evitarlas; y la II Guerra
Mundial pudo evitarse. Nótese también que no es Dios el
que castiga: son los hombres quienes, al alejarse de Dios, se
castigan a sí mismos.
El gran mensaje continúa: "Si escuchan mis peticiones,
Rusia se convertirá y habrá paz. Si no, extenderá sus erro­
res por el mundo, suscitando guerras y persecuciones a la
Iglesia ... Al final mi corazón inmaculado triunfará, el San­
to Padre me consagrará Rusia, que se convertirá [piénsese
en lo que sucedió en el Este europeo tras la consagración
del mundo al Corazón Inmaculado de María, por obra de
Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1984], y se le concederá al
mundo algún tiempo de paz". Es un mensaje de impor135
fancia excepcional, que preanuncia todo el futuro del siglo
que estaba por termin ar. "Las guerras son causadas por los
pecados de los hombres", repetía la pequeña Jacinta por
sugerencia de su gran Mamá.
¿Qué valor tienen estas apariciones? Me parece que re­
sulta claro: están en conexión directa con el plan de la sal­
vación dado para la humanidad y en relación directa con la
vida humana, incluso social, política y económica. Es inútil
crear falsas barreras para relegar la fe a las sacristías. En un
mundo en el que parece dominar el sexo, la violencia y el
error (basta hojear las páginas de los periódicos y escuchar
y ver los noticieros), la Virgen invita encarecidamente a sus
hijos a la plegaria y a la conversión. Corno Jesús, que en
su agonía del Getsemaní decía: "Velad y orad, para que no
entréis en tentación" (Mt 26, 41). También el mensaje ma­
gen como recuerdo de su testamento: "Haced lo que Él os
diga", es decir, como un urgente recuerdo de las palabras de
Cristo: "Si no os arrepentís, todos pereceréis" (Le 13, 5).
riano de Fátima termina con las doloridas palabras: "Que
no ofendan más a Dios, nuestro Señor, que ya está muy
ofendido".
Reflexiones
Sobre María
No cabe duda de que las apariciones de María a todos los
niveles, bien sean de valor personal o cósmico, forman par­
te de su misión de Madre nuestra, que Jesús le confió desde
la cruz. Sería un error no ponerlas siempre en relación con
las palabras reveladas, de las que son fiel eco y aplicación a
la actualidad. Pero no sería menos equivocado minusvalo­
rar su importancia y, con frecuencia, su urgencia.
Sobre nosotros
Es seguramente una equivocación la actitud de quien corre
de una aparición a otra en busca del último mensaje. Es una
curiosidad inútil. Debemos escuchar las palabras de la Vir136
137
Me consagr o a ti
La consagración a María enaltece una ~storia muy antia aunque en los últimos añ.os se ha ido desarrollando
gu'
cada vez más. Resulta espontáneo, como punto d e partiºda,
remitirse a algunos textos bíblicos. Hay muchos, pero elegi­
ré dos. San Pablo: "Os exhorto por la misericordia de Dios
a ue le ofrezcáis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo
y ;gradable: ese es el culto racional vues~o" (Rm 12, 1).
San Pedro: "Vosotros sois 'una raza escogida, un sacerdo­
cio real, una nación santa, un pueblo propio de Dios', para
que proclaméis las grandezas de ese que os ha llamado .ª
salir del seno de las tinieblas para penetrar en su maravi­
llosa luz" (lPe 2, 9). Un pueblo que participa de la función
real, profética, sacerdotal de Cristo, es por s~ naturaleza un
pueblo de consagrados. Enton~es, ¿por ~ue consagrarse a
María, es decir, a Dios por medio de Mana? La respuesta es
obvia: para comprender y vivir la consagración bautismal.
Juan Pablo II, el 25 de marzo de 1984, renovó la c~nsa­
gración del mundo al Corazón Inmaculado de~ Mana _en
unión con todos los obispos del orbe, que el dfa antenor
habían pronunciado las mismas palabras de consagración
en sus diócesis. La fórmula elegida comienza con las pala­
bras de la plegaria mariana más antigua, que se remonta al
siglo ID: "Bajo tu amparo nos acogemos ... ". Es i~teresan­
te recordar que tal plegaria ya es un acto de confi~a en
María por parte del pueblo. En efecto, las consagrac1o~es
colectivas son antiquísimas y anteriores a las consagracio­
nes individuales.
138
He aquí un botón de muestra. Es bellísima la consagra­
ción de san Ildefonso de Toledo (muerto en 667), aunque
el primero que usó la expresión "consagración a María"
fue posteriormente san Juan Damasceno (muerto en 749).
En toda la Edad Media hay una competición de ciudades
y municipios que "se ofrecen" a María, entregándole a
menudo las llaves de la ciudad en sugestivas ceremonias.
Pero es en el siglo xvn cuando se inician las grandes con­
sagraciones nacionales: Francia en 1638, Portugal en 1641,
Austria en 1647, Polonia en 1656. Italia llegó tarde, en 1959,
porque no había conseguido aún la unidad nacional y por­
que las propuestas anteriores no se habían llevado a cabo.
Tras las apariciones de Fátima, las consagraciones se mul­
tiplicaron cada vez más: recordemos la consagración del
mundo, pronunciada por Pío XII en 1942, seguida en 1952
por la consagración de los pueblos rusos, siempre por el
mismo Pontífice. Las imitaron muchas otras y casi siempre,
como conclusión de la Peregrinatio Mariae, se terminaba con
la consagración a su Corazón Inmaculado.
La consagración es un acto complejo, que se diversifi­
ca en cada caso: una cosa es cuando un fiel se consagra
personalmente, asumiendo precisos compromisos, y otra
cuando se consagra un pueblo, toda una nación o incluso
la humanidad; es justo expresarse en estos casos de diver­
sas maneras, como hizo Pío XII al final de la primera consa­
gración del mundo, para la cual usó tres verbos: consagro,
entrego, ofrezco.
Como no se puede decir todo, me limitaré a algún pen­
samiento sobre la consagración individual, bien explicada
teológicamente por san Luis María Grignion de Montfort,
a quien Juan Pablo II tomó como modelo, con su lema Totus
iuus, deducido del mismo Montfort, que a su vez lo había
tomado de san Buenaventura.
Recordaremos dos motivos. El primero nos lo ofrece el
ejemplo del Padre, que nos dio a Jesús por medio de María,
139
@©ruiá:m.:M©sel0 a eUa. EJe el10 se infiere que la consagración
<1!onsiste en Ee@olilo<!'.eE que la divina maternidad de la Vir­
gen., a ejemp>lo de esta elección del ~adre, es el primer motivo que nes impulsa a la consagración. .
,
.
m segundo motivo es el ejemplo del rmsmo_Jesus, Sabi~~­
ría encamada. Él se encomendó a María no solo para recibir
la carne y sangre, sino para ser criado: educad~ y crecer bajo
su minada en sabiduría. edad y gracia. ¿Podnamos encon­
trar una fonmadora mejor que la que eligió Jesús?
Añadamos algunas consecuencias o, en otras palabras,
los c;:ompromisos <1_1_ue se asumen.
,
1) El compromiso de imitar a María, que ~o ~s solo la
Madre del Señor, sino también su discípula mas fiel, la que
siempre le dijo que sí, sin condiciones. Es n~ce~ario com­
prender cada vez más a María para poderla ímitar en sus
vi:r,tudes, tan gratas a Dios.
.
2) Tenemos que obedecerla, porque ella nos aruma c?n­
tinuamente a obedecer a Jesús. Por eso la consagración
a María forma parte del plan para vivir como cristianos.
Montfort la identifica con una renovación de los ~oto_s bau­
tismales; por ello es una renovación d~ nuestra fidelidad a
Dios, a ejemplo y con la ayuda de la Virgen.
.
.
3) Consagrarse es acoger a María en nu~stra vida, a e~em­
plo de Juan. María se tomó muy en seno su materru~ad
sobre nosotros: nos trata como hijos, nos ama como h110s,
provee a todos como a hijos. A nosotros nos corresp~nde
reconocer esta maternidad espiritual, acoger a Mana en
nuestra vida de creyentes, hacer operante esta presencia,
favoreciendo su acción sobre nosotros.
4) No se puede acoger a María si no acogemos a los her­
manos, que también son hijos de María. No se puede ac~­
ger a María y sentirse hijos suyos sin acoger a _la Igl:s1a
Y sentirse hijos de la Iglesia. Ciertas frases tan difundidas
corno: "Creo en Dios, pero no creo en 1 os curas ,, , "Acepto a Cristo, pero no a la Iglesia", no tienen sentido sobre
140
en quien se consagra a María, Madre de fa Iglesia.
El mandamiento nuevo no se limita a prescribís que ame­
mes al prójimo como a nosotros mismos, sino <4ue e~ge":
"[Amaos] como Yo os he amado" (Jn 15, 12). No se ama a la
Madre si no se ama a todos sus hijos.
5) Y un pensamiento conclusivo: nos consagramos a Ma­
ría entre otras cosas porque confiamos en Sl!l! poderosa in­
tercesión. Es Dios quien la ha hecho tan grande y poderosa
en beneficio nuestro. Sabemos lo débiles que somos: enco­
mendémonos entonces a María para que rece por nosotros
"ahora y en la hora de nuestra muerte": los dos mementos
más importantes de la vida.
Por lo dicho vemos, pues, que la devoción a María no
consiste sólo, como desafortunadamente sucede con mu­
chos, en recurrir a ella cuando pasamos por una necesidad.
No se ama a una persona si sólo vamos donde ella cuando
queremos pedirle algo.
Me parece que esta breve panorámica puede servimos
de ayuda. Empecemos, siguiendo los consejos de Mon­
tfort, por vivir aunque sea sólo el primer paso de la consa­
gración: hacer todo con María. Veremos que nuestra vida
cambiará totalmente en pocos días.
Reflexiones
Sobre María
Todos los títulos de María y las relaciones con ella tienen
el centro en su maternidad para con Jesús y con nosotros.
Si ha pedido expresamente que se le consagren el mundo,
Rusia y los pueblos, es porque así lo quiere el Señor: con­
sagrados a ella, nos conduce a amar a Jesús, a observar sus
palabras. Vemos en esto un gran bien tanto para los indivi­
duos como para la sociedad humana.
Sovl'e nosofros
N0 :¡;,ensemos que somos más inteligentes que Dios _Padre,
que confié su Hijo unigénito a María. Es un dar~ ejemplo
del earñíno a seguir. Reflexionemos sobre los motivos y los
compromisos de la consagración para renovarla y vivirla
plenamente. P0r su naturaleza la consagración no es un acto
aislado, sino una tarea que se ha de vivir un día tras otro.
Día29
Una cadena de Avemarías
Al empezar a hablar del rosario, el pensamiento se dirige
inmediatamente a la definición que del mismo dio Pablo
VI: "Compendio de todo el Evangelio". La característica
fundamental de esta oración es la de ser, al mismo tiempo,
oración y meditación de los principales misterios cristia­
nos. Por eso la Virgen propone en Fátima el rosario como
antídoto contra el ateísmo: el hombre actual tiene más ne­
cesidad que nunca de rezar y meditar las grandes verdades
reveladas. No nos sorprendamos, por consiguiente, ante la
insistencia de los pontífices en recomendar esta oración
(piénsese, por ejemplo, en las 12 encíclicas sobre el rosario
de León xm) y en que se insista tanto sobre esta oración
en las apariciones de Lourdes o Fátima. Juan XXIII, con su
actuar afable y tan simpático, afirmaba: "Hijitos, la jornada
del Papa no ha terminado si no ha recitado los 15 misterios
del rosario".
El rosario no nació de golpe; es fruto de una lenta evolu­
ción, y lo comprenderemos mejor si recorremos su larga his­
toria de cinco siglos, desde el XII al xvn. Se parte del siglo XII,
cuando se difunde el Avemaría, limitada a la primera parte.
Anteriormente se recitaba sólo el saludo angélico (tenemos
testimonio de ello en una antífona del siglo vt), pero no con
la repetitividad que tuvo después. Por su parte los monjes
recitaban los 150 salmos de la Biblia, tal como se sigue ha­
ciendo en la Liturgia de las Horas. Los coherrnanos laicos,
que a menudo no sabían ni siquiera leer, rezaban 150 Pa­
drenuestros en lugar de los salmos, y para ayudarlos, por
comodidad de conteo, se usaban coronas con 150 cuentas.
142
143
Nótese que el uso de coronas para contar las oraciones ya
estaba en boga entre los cristianos y en otras religiones in­
cluso muchos siglos antes de Cristo. Cuando, en la segunda
mitad del siglo XII, se sustituyeron los Padrenuestros por las
Avemarías, nació el Salterio mariano.
Sólo al final del siglo xv entró en uso la segunda parte del
Avemaría; además el cartujo Enrique de Kalkar tuvo la feliz
idea de subdividir las 150 Avemarías en 15 decenas, interca­
ladas por un Padrenuestro. Esta plegaria se fue difundiendo
cada vez más y se multiplicaron las cofradías del rosario. Poco
después se empezó a acompañar el rezo del rosario con la me­
ditación de episodios evangélicos. Corresponde al dominico
Alano de La Roche (muerto en 1478) el mérito de haber lla­
mado al Salterio de la Virgen "Rosario de la Bienaventurada
Virgen María", nombre con el que se quedó. Fue asimismo
mérito suyo la subdivisión en tres partes de cinco decenas
cada una; y fue él también quien sugirió que se reflexionara
sobre los misterios de la Encarnación, pasión y glorificación
de Cristo y de María. Por fin san Pío V, en 1569, escribió el
primer documento pontificio que dio reconocimiento oficial
al rosario.
Así es como, a través de esta evolución de cinco siglos, se
llegó a sintetizar en el rosario plegaria y meditación. Noso­
tros nos distraemos mucho, especialmente cuando rezamos.
Corremos así el riesgo de reducir el rosario a una repeti­
ción mecánica de Avemarías, mientras la mente divaga por
cuenta propia, absorta en pensamientos muy distintos de
los misterios enunciados. Por ello debemos proponernos un
serio compromiso para devolver al rosario su dignidad y
eficacia. Cuando lo recitamos en grupo, debemos seguir un
ritmo único, sin correr ni ralentizar, como se hace en un can­
to colectivo. Pero, cuando lo recitamos solos, es aconsejable
un ritmo lento, contemplativo. Es verdad que las décimas se
subsiguen con un sistema repetitivo; es esto precisamente lo
que hace más necesaria la meditación de los misterios.
144
Bernardita se sentía feliz cuando, al recitar el rosario en
la gruta los días de las apariciones, veía que la Virgen pasa­
ba con ella las gruesas cuentas de su rosario. Pero, aunque
no la veamos, pensemos que la Virgen está siempre delante
de nosotros. El rosario, por otra parte, es una plegaria tan
humilde, que se adapta a todas las posibilidades. Lo mejor
es cuando podemos rezarlo con tranquilidad en la iglesia
o en casa. Pero puede llenar también nuestros retazos de
tiempo en el autobús, paseando por la calle, conduciendo
el coche o esperando nuestro turno en una tienda. Rezán­
dole solos, rezamos por todos; si estamos en grupo, el rosa­
rio mismo, formado por cuentas mantenidas juntas por un
solo hilo, nos invita a la unión de ánimos.
El r'itrno de la vida actual ha roto la unidad de la familia:
se está poco tiempo juntos y a veces, incluso en esos mo­
mentos, ni siquiera nos hablamos, porque es el televisor el
que dicta su ley ... Pío XII insistía en el restablecimiento del
rosario en familia: "Si rezáis el rosario todos unidos, disfru­
taréis de paz en vuestras familias y tendréis la concordia en
vuestras casas". "La familia que reza unida permanece uni­
da", repetía en todas partes el americano Patrick Peyton, el
infatigable apóstol del rosario en familia. Y Juan Pablo II
nos recuerda: "Nuestro corazón puede encerrar, en estas
decenas del rosario, los hechos que acompañan la vida de
la familia, de la nación, de la Iglesia, de la humanidad. El
rosario marca el ritmo de la vida humana".
Es también la oración de la paz, la oración que abraza a
todo el mundo. Otro gran apóstol del rosario de nuestro
tiempo, el obispo Fulton Sheen, había ideado una corona
de cinco colores, que sigue usándose mucho: una decena
de cuentas verdes para recordar a África, famosa por sus
verdes bosques; una decena para la roja América, habitada
un tiempo por los pieles rojas; una decena blanca para Eu­
ropa, en homenaje a la vestidura del Papa; una decena azul
para Oceanía, inmersa en el azul del Pacífico; una decena
145
amarilla pa:11a el inm enso continente asiático. Así, al fin de
la corona del rosario, se ha abrazado al mundo.
El hombre de hoy tiene más necesidad que nunca de
pausas de silencio y reflexión. En este mundo en extremo
ruidoso necesitarnos silencio para orar. Si además creemos
en el poder de la oración, estamos convencidos de que el
rosario es más fuerte que la bomba atómica. Es una plega­
ria que compromete y requiere cierto tiempo, no podemos
negarlo; mientras que nosotros estarnos habituados a ha­
cer las cosas deprisa, especialmente cuando tratamos con
Dios ... El rosario podría ayudarnos a superar ese riesgo
contra el que Jesús prevenía a Marta, la hermana de Láza­
ro: "Te afanas por muchas cosas, y sólo una es necesaria".
También nosotros corremos el mismo peligro: nos preocu­
parnos y apurarnos por tantas cosas contingentes, olvidan­
do lo único necesario, que es nuestra relación con Dios. El
fundador de la Famili a Paulina, el beato Padre Santiago
Alberione, solía repetir a sus hijos e hijas: "Nos pueden
sustituir en todo, salvo en una cosa: en salvarnos el alma,
en santificamos. O piensas tú en esto o ningún otro puede
Sobre nosotros
Preguntémonos si hemos comprendido la importancia y la
riqueza del rosario. ¿ Con qué empeño y frecuencia lo reza­
mos? Ha llegado quizá el momento de hacer un propósito
concreto. Para el Padre Pío, como para muchos otros san­
tos, la corona del rosario era el arma (así la llamaba) para
derrotar al enemigo.
suplirte". Es hora de abrir los ojos.
Reflexiones
Sobre María
En el rosario, afirmaba Pablo VI, meditamos los misterios
de Jesús en compañía de aquella que más reflexionó sobre
ellos y los compartió. La formación de esta plegaria ha con­
tribuido a su riqueza. Meditemos alguna vez el Avemaría,
palabra por palabra, dirigiéndonos a María con amor de
hijos y haciéndole experimentar de nuevo la alegría que
sintió al oír las palabras de Gabriel o de Isabel, y que la
estimulan a ayudamos en la súplica añadida por la Iglesia.
146
147
Día30
Mediadora de todas las gracias
En la fase previa al Concilio Vaticano II, que terminó en
la primavera de 1960, casi 500 obispos y prelados habían
pedido que se definiera la mediación universal de María,
pero prevaleció la decisión de no promulgar ningún dog­
ma nuevo. Ya en 1921 el cardenal Mercier había presentado
al Papa una petición en tal sentido, obteniendo inmedia­
tamente una misa y oficios propios para las diócesis de
Bélgica. El último llamamiento oficial lo hizo el cardenal
Confalonieri, en nombre del capítulo de Santa María la
Mayor, el 2 de marzo de 1984. La respuesta del cardenal
Ratzinger, después Benedicto XVI, en el sentido de que no
se creía necesaria una pronunciación tan solemne, es inte­
resante por su motivación: "La doctrina sobre la mediación
universal de María santísima ya se encuentra propuesta
adecuadamente en los diversos documentos de la Iglesia".
Es decir, es doctrina segura y enseñada oficialmente.
Con estas premisas no pretendernos defender una causa
ya superada, sino ilustrar este título mariano. Toda la his­
toria de la Iglesia nos muestra que el recurso a la interce­
sión de María ha sido constante en todas las circunstancias
de la vida, desde la más antigua plegaria mariana de la
que ya hemos hablado, Bajo tu amparo, hasta las antífonas
e invocaciones de la liturgia y los populares testimonios de
los exvotos, hoy tan revaluados.
El título de "mediadora" dado a María se remonta al me­
nos al siglo VI y se difundió sobre todo en el siglo XIJ. Es co­
nocida la enseñanza de san Bernardo: "Veneramos a María
con todo el ímpetu de nuestro corazón, de nuestros afectos
148
y de nuestros deseos. Así lo quiere Aquel que estableció que
nosotros recibiéramos todo por medio de María".
No hay duda de que el único mediador entre el hombre
y Dios es Jesús y que "nadie llega al Padre si no es por mí"
(In 14, 6). Pero debemos entender el sentido exacto de las
palabras para no ser fetichistas. Cada vez que usamos un
adjetivo atribuyéndoselo a Dios y a un hombre, aunque la
palabra suene lo mismo, es usado con significado diverso.
Pongamos un ejemplo. El típico atributo divino, exclusi­
vo de Dios, es la santidad: sólo tú eres santo, sólo Dios es
santo. Esto no impide llamar santos a Pablo, Pedro, Fran­
cisco. . . Pero la palabra adquiere otro significado. Dios es
santo en sentido absoluto, originario, perfecto; podríamos
decir también que Dios es la santidad. Pablo es santo en
sentido relativo, limitado, derivado, dependiente de la san­
tidad de Dios, de la que se hace partícipe por don divino.
Nunca podremos decir que Pablo es la santidad. Compren­
dida esta diferencia, podremos seguir diciendo que sólo
Dios es santo y que Pablo es santo: el significado es diver­
so, por lo que no existe ninguna contradicción.
Podemos hacer la misma aplicación a propósito de la
perfección de Dios y de su misericordia, dado que el Señor
nos invita a ser santos, perfectos y misericordiosos como
el Padre. En referencia a Dios, se trata de atributos absolutos y originarios, por lo que podríamos decir que Dios es
la perfección o la misericordia. Referidos al hombre, estos
mismos atributos tienen un valor limitado, dependiente:
son una participación de los atributos divinos concedida
por la gracia de Dios. El mismo concepto vale también para
el atributo "mediador": referido a Jesús tiene un valor ab­
soluto, originario, exclusivo. Referido a un hombre tiene
un valor limitado, subordinado, participado. Entonces la
palabra "mediadora" atribuida a María deja de asustamos:
tiene un sentido relativo y subordinado, como participa­
ción en la única mediación de Cristo. Ciertamente, debido
149
-
a la misión uni versal de María, tiene una extensión que no
alcanz a en ninguna otra criatura hum ana.
A la luz de estos conceptos, no sólo no dudamos en lla­
mar a María "mediadora de todas las gracias", sino que
llamamos mediadores también a los apóstoles, a los misio­
neros, a cuantos predican o dan testimonio del Evangelio.
Son mediadores los párrocos, los padres que educan a sus
hijos en la fe cristiana y los catequistas. Es mediador todo
el que ejerce cualquier clase de apostolado, incluso en esa
forma preciosa y escondida que es el apostolado de la ora­
ción y del sufrimiento. Está claro, en todos los casos, que
se trata de una forma de mediación subordinada y depen­
diente de la de Cristo, que no deja de ser único mediador
por el hecho de hacer a otros partícipes de esta prerrogati­
va suya.
Son conceptos que el Concilio Vaticano II expone con
claridad precisamente a propósito de María, por lo que se
puede decir que, aunque ese Concilio no proclamó el dog­
ma de la mediación universal de María, expresó todos los
principios sobre los cuales se funda. En efecto, dice: "La
mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita
en las criaturas diversas clases de cooperación, participada
de la única fuente. La Iglesia no duda en confesar abierta­
mente esta función subordinada de María, la experimenta
de continuo y la recomienda a la piedad de los fieles, para
que, apoyados en esta protección maternal, se unan con
mayor intimidad al Mediador y Salvador" (LG 62).
La extensión de esta participación de María a la media­
ción de Cristo es proporcional a la participación que ella
tuvo en la obra del Redentor y a la misión de Madre nues­
tra que sigue desempeñando. Santos y teólogos insisten en
que por María hemos tenido a Cristo, fuente de toda gra­
cia; por eso recibimos también todas las gracias que nos
vienen a través de ella. La maternidad divina, conviene re-
150
cordarlo, es la fuente principal de toda la obra de María y,
por tanto, también de su mediación.
La misión que ahora está desempeñando María para con
la humanidad es sintetizada así por el Concilio Vaticano II:
"Asunta al cielo, no ha dejado esta función salvadora, sino
que con su múltiple intercesión sigue obteniéndonos las
gracias de la salvación eterna". Y prosigue: "Cuida de los
hermanos de su Hijo ... hasta que sean conducidos a lapa­
tria bienaventurada" (LG 62). Son expresiones muy claras,
que hacen legítimo el que llamemos a María "mediadora
de todas las gracias", cuando se ha llegado a comprender
su significado de dependencia y participación en la única
mediación de Cristo. Justamente por eso el pueblo cristia­
no ha recurrido siempre a María en todas sus necesidades.
Reflexiones
Sobre María
Está claro que los títulos marianos no ofuscan, sino quepo­
nen de manifiesto la misión de salvación y de gracia que
nos viene de Cristo. Los textos oficiales de la Iglesia con­
tienen con claridad los fundamentos por los que llamamos
a María "mediadora de todas las gracias". Además de las
citas del Concilio Vaticano II que hemos referido, recorde­
mos: Adiutricem populi, de León XIII (1895); Ad diem illum,
de san Pío X (1904); Miserentissimus, de Pío XI (1928), y el
radiomensaje de Pío XII del 13 de mayo de 1946.
Sobre nosotros
Comprender la extensión y los límites de los títulos maria­
nos. No temer nunca que, al alabar a María, le sustraiga­
mos algo a Jesús; todo lo contrario: se glorifica la fuente de
todos los dones recibidos de María. Invocar a la Virgen con
151
@of.lnam.z a; el im:echo de que ella intervenga en todas las gra­
cias no es una dificultad mayor, sino una ayuda superior
para obtenerlas.
Día 31
Madre que reúne a la familia
"Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus
ovejas ... Tengo también otras ovejas que no son de este co­
rral, y necesito traer acá a esas también; oirán mi voz, y
de todas se hará un solo rebaño con un solo Pastor" (jn
10, 11-16). Es el gran sueño de Jesús: un solo rebaño, como
hay un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo. Hoy el
problema del ecumenísmo, de la unidad de los cristianos,
es un motivo que sigue vivo, aunque lejos de solucionar­
se. El Señor rezó para que seamos una sola cosa, como Él
y el Padre, y que esta unión sea el motivo para hacer que
el mundo crea en Jesucristo (cfr. Jn 17, 20-21). Encambio
los cristianos se presentan escandalosamente divididos.
¿Cómo ha sido posible?
En el tiempo de Nestorio se registró una primera esci­
sión: el Concilio de Éfeso se pronunció sobre la persona de
Jesús y de María en el año 431, pero los nestorianos siguen
existiendo en nuestros días. En 1054 se dio la gran escisión
del Oriente ortodoxo por motivos que hoy nos cuesta com­
prender. Después de casi 500 años se llegó a la gran escisión
de la Reforma protestante en 1517, seguida poco después,
en 1534, por la escisión de los anglicanos. Desde entonces
los fraccionamientos son incontables, creando surcos cada
vez más profundos, agravados por guerras, persecuciones
y discriminaciones. Una Babel frente a la cual nos pregun­
tamos: pero, ¿son estos los cristianos, los verdaderos segui­
dores de Cristo?
Hoy se busca el acercamiento, el diálogo. Es famoso el
encuentro del papa Pablo VI con el patriarca Atenágoras,
152
153
después con el primado de la Iglesia anglicana y por últi­
mo con el Consejo ecuménico de las Iglesias. Parece que
sólo el Papa pide perdón a todos por las equivocaciones
del pasado. Recordemos las innumerables excusas expre­
sadas por Juan Pablo II. Es un hecho que sólo él, Juan Pablo
II, con su ascendiente espiritual, pudo reunir a todas las re­
ligiones en Asís. Lo mismo ha seguido haciendo y fomen­
tando Benedicto XVI .
Pero sin mucha oración y conversión por parte de todos,
como indica el Concilio Vaticano II, no se llegará nunca a la
unidad, por lo que la Octava de oración por la unidad, que
se ha ido imponiendo cada año del 18 al 25 de enero, nos
parece una de las iniciativas más bellas y fructuosas. Pero
incluso cuando hay encuentros siguen doliendo las divi­
siones. Recuerdo, en el ya lejano 1984, una peregrinación
de anglicanos a Lourdes: se hizo la oración en común, pero
después, durante la celebración eucarística, los anglicanos
se limitaron a asistir con compostura al rito de los católicos
sin participar en él. ¡Qué tristeza!
¿Qué rol tiene María en el movimiento ecuménico? ¿Es
Madre de unidad o motivo de división? León XIII no du­
daba en afirm ar: "La causa de la unión de los cristianos
pertenece específicamente al oficio de la maternidad es­
piritual de María". Pero, ¿es así? En apariencia se notan
refuerzos y concepciones tan distantes que parece que no
tienen solución. Si además se va un poco al fondo se ve que
las verdaderas diferencias conciernen no tanto a María sino
a la concepción de la Iglesia, al rol del papado y a la inter­
pretación de la Sagrada Escritura que, dejada a la libertad
individual, puede transformarse en instrumento de perdi­
ción, como advierte san Pedro (cfr. 2Pe 3, 16).
Es un hecho que todo el mundo protestante, frente a un
pontificado tan marcadamente mariano corno el de Juan
Pablo II, se sintió obligado a reestudiar la figura de María.
Para muchos fue un feliz redescubrimiento el comentario
154
de Lutero al Magníficat. Sobre todo pesa en el mundo pro­
testante la barrera del silencio acerca de la figura de María.
Lo afirmaba claramente un calvinista tan abierto como el
hermano Roger Schutz, fundador de Taizé: "Tras cuatro si­
glos de división, la conspiración del silencio mantenido en
tomo a María hace imposible todo encuentro. Al comienzo
de la Reforma no existía esta conspiración de silencio". Es
un silencio que se está superando lentamente, sobre la base
común de la Biblia. Pero el camino es largo. No es como
cuando varios partidos políticos se ponen de acuerdo para
formar un gobierno: cede un poco el uno y otro poco el
otro, para llegar a un programa común. En este caso se tra­
ta de algo muy distinto y las tácticas no cuentan.
La vía de la unión parte de la certeza de que es Cristo el
que la quiere. Los coloquios permiten muchas aclaraciones
porque, tras siglos de separación, cada uno está cargado
de prejuicios sobre los otros, atribuyéndoles ideas que no
tienen e ignorando realidades que sí existen. Cuando, ha­
blando a católicos, les decíamos que entre los protestantes
hay monasterios de monjas (por ejemplo, "Las Hermanas
de María") y monasterios benedictinos y franciscanos, los
oyentes miraban estupefactos, sintiendo cosas que nunca
hubieran imaginado. Lo mismo pasa cuando se habla de
María a los protestantes, naturalmente sobre la base de la
Sagrada Escritura. A pesar de ello, cada vez es más fácil
encontrar familias de protestantes rezando en santuarios
marianos.
La posición de los protestantes con relación a María está
muy diferenciada. Ya hay diferencias desde los primeros
tiempos entre Lutero, Calvino y Zwinglio. Podemos repe­
tir que, en línea de máxima, no existen dificultades respec­
to a los primeros grandes dogmas marianos anteriores a
cualquier escisión: María, Madre de Dios y siempre Virgen.
Los dogmas más recientes o son negados o son dejados a
la libre interpretación. Pero donde la diferencia es mayor
155
es res¡D,eGto a1 culto, que los protestantes han abandonado
desde hace demasiados siglos. Y confesemos también que,
incluso de la parte católica, el culto a la Virgen debe ser de­
purado cada vez más de elementos que lo deterioran, que
a veces lo han desfigurado: fanatismo, integrismo.
Concluimos con las optim istas palabras de Pablo VI:
La piedad hacia la Madre del Señor se hace sensible a las
inquietudes y a lasfinalidades del movimiento ecuménico,
es decir, adquiere ella misma una impronta ecuménica. Y
esto por varios motivos. En primer lugar porque los fieles
católicos se unen a los hermanos de las Iglesias ortodoxas,
entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de
alto lirismo y de profunda doctrina al venerar con parti­
cular amor a la gloriosa Theotokos y al aclamarla "Es­
peranza de los cristianos"; se unen a los anglicanos, cuyos
teólogos clásicos pusieron ya de relieve la sólida base es­
criturística del culto a la Madre de nuestro Señor, y cuyos
teólogos contemporáneos subrayan mayormente la impor­
tancia del puesto que ocupa María en la vida cristiana; se
unen también a los hermanos de las Iglesias de la Reforma,
dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las
Sagradas Escrituras, glorificando a Dios con las mismas
palabras de la Virgen (Marialis cultus, 32).
Reflexiones
Sobre María
El verdadero conocimiento de María lleva a la unidad;
toda madre es fuente de unión entre los miembros de una
misma familia. La unidad es un don de Dios que ha de
impetrarse con mucha oración; y para esto hay que pedir
incesantemente la intercesión de María.
Sobre rurscriroe
Hay que sentir este problema a nivel general, no dejarlo
como prerrogativa de los peritos. Por parte de los fieles
será útil rezar con este fin, informarse sobre los pasos que
se van dando, participar lo más intensamente que se pueda
en la Octava anual de oración y mirar con amor a todos los
seguidores de Cristo, compartiendo su anhelo: que se haga
un solo rebaño bajo un solo pastor.
Invitamos, por fin, a repetir la hermosa plegaria del her­
man? Sch1:1-tz: "Oh Dios, tú has querido hacer de la Virgen
Mana la figura de la Iglesia. Ella recibió a Cristo y lo ha
dado al mundo. Envía sobre nosotros tu Espíritu Santo
para que, muy pronto, estemos unidos visiblemente en un
solo cuerpo y difundamos a Cristo entre los hombres que
no pueden creer".
El documento de Pablo VI termina afirmando que el culto
a la Virgen es vía que conduce a Cristo, fuente y centro de
la comunión eclesial.
156
157
Índice
Presentación
Díal
La mujer nueva
Día2
María Santísima
Día3
Tres veces Virgen
Día4
Un matrimonio querido por Dios
Día5
Exulta, alégrate, goza
Día6
Dos madres y dos hijos
Día7
El canto de la alegría
Día8
Cómo sufre un justo
Día9
Esposos felices unidos por Dios
Día 10
Belén, la casa del pan
Día 11
La fe de los más pequeños
Día 12
El nombre de la salvación
Día 13
Jesús ofrecido al Padre
Día 14
El homenaje de los paganos
158
5
7
11
15
20
25
30
35
40
45
50
55
60
65
Día 15
Vuelta a casa
Día 16
Un niño desconcertante
Día 17
Un silencio precioso
Día 18
Las bodas de Caná
Día 19
En lo escondido de Nazaret
Día2O
Mujer, ahí tienes a tu hijo
Día21
El sábado, día de María
Día22
Fuego del Cielo
Día23
Enteramente glorificada
Día24
Apareció una gran señal en el Cielo
Día25
Madre de la Iglesia
Día26
El Corazón Inmaculado de María
Día27
Las apariciones marianas
Día28
Me consagro a ti
Día29
Una cadena de Avemarías
Día3O
Mediadora de todas las gracias
Día31
Madre que reúne a la familia
75
79
84
89
94
98
103
108
113
118
123
128
133
138
143
148
153
70
159
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