Los resultados o beneficios de su resurrección Provee un fundamento firme para nuestra fe. Provee una certeza del perdón de pecados. Tenemos un sumo sacerdote comprensible, misericordioso y fiel en el cielo. Asegura al creyente de todo el poder necesario para la vida y el servicio. El creyente tiene la certeza de resurrección e inmortalidad. Garantiza la certeza de un día de Juicio. Provee un fundamento firme para nuestra fe. En primer lugar, la resurrección provee un fundamento firme para nuestra fe en Dios. “Y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que nuestra fe y esperanza sean en Dios” (I P. 1:21). Sólo Dios puede levantar a los muertos. Él probó que Él es Dios cuando levantó a Jesús. En segundo lugar, la resurrección provee un fundamento firme para nuestra fe en Jesucristo. Su resurrección es una firme afirmación de que Él es todo lo que declaró ser, el verdadero Hijo de Dios. “Que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Rom. 1:4). Cristo no fue hecho Hijo de Dios por su resurrección, sino declaró serlo. Si Cristo hubiera permanecido en la tumba, no hubiera habido ninguna razón para creer que Él era diferente de todos aquellos que habían muerto antes de Él. Los judíos pidieron dos veces a Jesús que les mostrara una señal por la cual pudieran creer. En cada caso les dio una señal que señalaba hacia su muerte y resurrección. La primera fue aquella de Jonás, estando tres días y tres noches en la barriga del pez (Mt. 12:38–40). La segunda señaló a la destrucción y reedificación del templo de su cuerpo (Jn. 2:18–21). Provee una certeza del perdón de pecados. Aquellos que creen en Él pueden tener la certeza del perdón de pecados. “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9). La justificación del pecador está confirmada por la resurrección de Jesucristo. “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4:25). Solamente por su resurrección el creyente puede tener la confianza de que Dios estuvo satisfecho con el sacrificio que Cristo hizo en su favor. En verdad, el nuevo nacimiento es logrado a causa de su resurrección. “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (I P. 1:3). Tenemos un sumo sacerdote comprensible, misericordioso y fiel en el cielo. “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Heb. 2:17). “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Rom. 8:34). “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25). Asegura al creyente de todo el poder necesario para la vida y el servicio. El apóstol Pablo expresó el deseo más grande de su vida cuando dijo: “A fin de conocerle, y el poder de su resurrección” (Fil. 3:10). El gran milagro que siempre incitaba la fe en los seguidores de Dios en los días del Antiguo Testamento, era la liberación de los hijos de Israel de Egipto. Vez tras vez los profetas incitaban la fe en la gente recordándoles lo que Dios había hecho por sus padres en el Mar Rojo. La demostración más grande del poder de Dios en el Nuevo Testamento es el levantamiento de Jesucristo de los muertos. De verdad que esto parece ser el metro con el cual el poder de Dios es medido. Pablo ora que los santos en Efeso puedan saber “cual la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándolo de los muertos” (Ef. 1:19, 20). Este fue el poder que derrotó la muerte. Note otra vez en Efesios 1:19 que la “supereminente grandeza de su poder” es “para con nosotros los que creemos.” Esto es suficiente para cada día y cada emergencia. El creyente tiene la certeza de resurrección e inmortalidad. “Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (I Tes. 4:14). “Sabiendo que el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús y nos presentará juntamente con vosotros” (II Cor. 4:14). “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Jn. 14:19). (Vea también Jn. 5:28, 29; 6:40; Rom. 8:11; I Cor. 15:20–23.) En Romanos 5:14 leemos, “reinó la muerte desde Adán hasta Moisés …” Como un monarca temido en trono sepulcral, la muerte continuó reinando sobre los hijos de los hombres. Cada generación subsiguiente se había levantado llena de esperanza, sólo para caer ante el mismo enemigo mortal. En Oseas 13:14, Dios había desafiado: “Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh Seol”, pero aún la muerte reinaba. ¡Ahora, con la resurrección de Jesús, la muerte había sido derrotada! Cristo derrotó a la muerte, no por eludirla, sino por soportarla y conquistarla. “Por medio de la muerte Él destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo” (Heb. 2:14). El “poder de su resurrección” conquistó “el imperio de la muerte.” En una de las últimas imágenes que tenemos del Salvador Él tiene “las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:18). Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (I Cor. 15:54–57) Garantiza la certeza de un día de Juicio. Habrá un tiempo de juicio tanto para los devotos como para impíos. “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hch. 17:31). Evans declara: La resurrección de Cristo es el testimonio fiel de Dios al hecho de un día de juicio venidero. El uno es tan seguro como el otro.104 (Vea Hch. 10:42; Jn. 5:22, 25–29.)