Atisbos Analíticos 172 abril 2013, Humberto Vélez r, presidente de ECOPAIS, Fundación Estado*Comunidad*País, “UN NUEVO ESTADO PARA UN NUEVO PAÍS”. [email protected], EXPRESIDENTES, CARRANCEROS Y MARCHANTES: UN REALINEAMIENTOS POLÍTICO. En este 2013 se están cumpliendo 500 años de la publicación de “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo .Para traer a la memoria algunas ideas del ginebrino con pertinencia para la comprensión del presente actual, había sido invitado a un panel organizado entre el departamento de filosofía de la Universidad del Valle y el programa de Ciencia Política de la Universidad Javeriana de Cali. Por estos días, mientras enhebraba algunas miradas al respecto, me fui topando con distintas tesis maquiavelianas sobre los problemas de la guerra y la paz. Pero, en dificultades me fui encontrando para darle forma orgánica a una posición para llevar al panel, pues mi constructo intelectual se vio conmovido y sacudido y perturbado por dos o tres sucesos de coyuntura nacional que, de nuevo, me llevaron a preguntarme en qué tipo de sociedad habitaba. Por ventura, la medida pero dichosa esperanza que me acompaña de que muy pronto dejaremos de matarnos, por lo menos, en el frente de la confrontación interna armada, inhibió, en parte, mi ya casi definitivo pesimismo sobre lo social colombiano. Lo primero fue ese agarrón, gaminesco e inmaduro -manejado con efectismo y truculencia por los Medios de difusión- entre tres ex presidentes - Uribe, Pastrana y Samper- en el que, como gallitos frustrados, desde un destartalada gallera, se recriminaron los unos a los otros por no haber sido capaces de haber dado un primer paso vigoroso hacia la pacificación, fuese el que fuese el método seguido. Uribe, sin vergüenza alguna, es decir, con cinismo, apareció cuestionando y criticando lo mismo que él no había hecho o que hizo de modo disfuncional y perverso y que ahora, como vergonzante, silencia; Pastrana, por su parte, se olvidó de que cuando se abrió al despeje territorial, lo hizo no por “un acto magnificente de un gobierno benévolo” sino, más bien, sobreimpuesto por el ascenso y auge militar que evidenciaron las Farc en la década del 90; y Samper, finalmente, aprovechó los efectos de la pelea para brindarle al presidente Santos su apoyo a la propuesta pacificadora procurando brindarle una mano para que no llegara tan rápido a la condición de ex-presidente. El segundo evento fue aparentemente limpio, y hasta doloroso y con muchas bendiciones obispales. Se trató de la serena muerte de Víctor Carranza. Sin embargo, lo que esta muerte evidenció, a mí personalmente me aplastó y alarmó. Aunque mi concepción del hombre colombiano es optimista - en este país habita mucha gente sencilla y buena - sin embargo, es gente que, por desgracia, habita en un cuerpo social dañado en cuyo piso físico casi no hay sitio donde colocar el pie sin mancharse de sangre ni espacio simbólico en el cual reclinar el espíritu sin heder la putrefacción. Mientras en la zona esmeraldífera un obispo vestido con sus pomposas ropas oficiosas y acompañado por casi todas los curas de las parroquias de la región, hacía la más elevada apología de un personaje “admirable” que sólo tuvo sus “pecadillos” y provocó algunas “controversias”, pude aprehender cómo allí, desde décadas atrás,(con la aceptación tácita del Estado real y del bipartidismo, con los apoyos, el electoral de los votantes y el armado de los paramilitares y el judicial de los jueces y el político-administrativo de todas las autoridades de la zona y el cultural de casi todos los lugareños y el financiero de la banca nacional y el gremial de los ganaderos y el hipócrita y multiplicador de los Medios), había tomado forma el más perfecto y legitimado para-estado que ha habido en la historia política del país: El paraestado de la zona de las minas y del mercado de las esmeraldas. Un paraestado protegido y v blindado en su exterioridad, interioridad y funcionalidad. Y su presidente vitalicio había sido el más poderoso señor colombiano de la guerra que, como prototípico admirado ciudadano de paz, había muerto en su cama casi en olor de santidad haciendo un llamado a sus amigos esmeralderos para que continuaran en paz haciendo pactos de paz en el para-estado que les dejaba. Así se lo entregó a Dios y al país Monseñor Gutierrez, “Fue un caballero interesado por la paz, por el bien de la comunidad. Como obispo acogí su bondad y la ayuda que me dio”. Un tercer evento de estos días, más que trágico, merece el calificativo de paradojal y casi inédito. En el último mes, el país ha contemplado dos movilizaciones socio-ciudadanas, históricas por lo novedosas. En la primera, una protesta clasista, una burguesía cafetera casi en quiebra, tan cercana a la historia biográfica del actual presidente, acompañó hasta poco antes de su desenlace final la movilización nacional de una masa de cafeteros empobrecidos, que presionaban por reivindicaciones todas ellas ligadas a su ya casi crisis estructural. Por su parte, el pasado 9 de abril el presidente Santos, neoliberal por convicción y por acción, participó, después de haberla apoyado públicamente semanas antes, una movilización organizada por la Marcha Patriótica, anti-neoliberal también por convicción. Como decir, el establecimiento y la izquierda marchando juntos en apoyo al proceso OSLOLA HABANA, así como como a las víctimas del conflicto interno armado. Como podrá observarse, la apuesta por la paz produjo en el régimen político un importante realinderamiento: por un lado, el establecimiento neoliberal y el anti-establecimiento anti-neoliberal marchando cogidos de la mano, y, del otro, la extrema derecha opuesta, por convicción y por venganza con Santos, a toda negociación política del conflicto interno armado, y el Polo del MOIR, que, aunque apoya la apuesta de paz, no salió a la marcha alegando que para Santos la causa de la paz era la causa de su reelección. En ese contexto, los Atisbos Analíticos, que busca producir pensamiento estratégico funcional a la causa de la paz, no puede si no identificarse con la ORACIÓN POR LA PAZ DE William Ospina, “Hace 65 años se alza desde esta tribuna un clamor por la paz de Colombia. 65 años es el tiempo de una vida humana. Eso quiere decir que toda la vida hemos esperado la paz. Y la paz no ha llegado, y no conocemos su rostro. Es un pueblo muy paciente, un pueblo que espera 65, 70, 100 años por la paz. Cien años de soledad. Un pueblo que trabaja, que confía en Dios, que sueña con un futuro digno y feliz, porque, a pesar de lo que digan los sondeos, no vive un presente digno y no vive un presente feliz. Ahora comprendemos que un pueblo no puede sentarse a esperar que llegue la paz, que es necesario sembrar paz para que la paz florezca, que la paz es mucho más que una palabra. Y hay que saber que lo primero que rompe la paz es el egoísmo. El egoísmo que se apodera de la tierra para beneficio de unos cuantos, que se apodera de la ley de todos para hacer la riqueza de unos cuantos, que se apodera del futuro de todos para hacer la felicidad de unos cuantos. De ahí nacen las rebeliones violentas, y de ahí nacen los delitos y los crímenes”. Al recordar por estos días a Maquiavelo, digamos que para él, en el contexto del tiempo florentino del siglo XVI, las guerras eran casi inevitables, pues encontraban su origen en la ambición humana. Nicolás se duele ante los horrores de las guerras, “…visteis arder vuestras casas, robar los vestidos, asesinar vuestros súbditos, encarcelarlos, violar vuestras mujeres, destruir vuestras posesiones, sin poder poner remedio alguno” ( En “Palabras para decir”) y la guerra “no le es grata Dios”. Esto, “podría llevarnos a pensar que en el reverso de la moneda está inscrito PAX, que si la violencia y la rapiña son consecuencias de la ausencia de Estado, el fin último del Estado debe ser la paz. Desdichadamente, el problema no es así de sencillo. La guerra es inescapable. Está arraigada en el vicio cardinal de la ambición…Y los Estados actúan con las mismas pasiones que los hombres”, ha escrito, en “Maquiavelo en el Infierno” ( pgs. 218-22), el polítólogo Sebastián de Gracia, quizá el mejor presentador y comentarista del conjunto de la obra del florentino. Si se ha estudiado que en Colombia la expectativa de vida al nacer es de 74 años, 65 años de vida, como lo ha dicho William Ospina, son ya una vida humana. Eso significa que casi todos los colombianos actuales, además de tener afectadas por las violencias, de muchos modos y en variados grados, la salud mental, ignoramos lo que es pacificación- la paz negativa o ausencia de guerra- y, con mayor razón, ignoramos lo que es paz. Esto no obstante, una experiencia acumulada durante siglos nos ha enseñado que la historicidad o mutabilidad es una nota definitoria de todo lo humano. Lo que por la mañana es, al medio día puede no ser y por la noche ser lo contrario. Como decir, y eso depende de nosotros el conjunto de la ciudadanía, las guerras que hoy son, mañana pueden no ser y, dentro de algún tiempo, ser vida digna y feliz no para unos cuantos sino para todos. Como se habrá podido observar, la causa de la actual pacificación se ha transformado en una causa nacional, pero la causa de la paz, la de la revolución social, es una causa popular, la del pueblo que organizado, se ha transformado en poder popular.