Subido por Eliseo Cortés

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Cientifismo Marxista *
2. Postulados del cientifismo marxista
2.1. Carácter objetivo del mundo exterior o Materia
Se da por sentado como verdad indiscutible que, fuera de nuestros
sentidos e independientemente de nuestras percepciones, existen las
cosas, el mundo de la Materia. La Materia es una realidad objetiva que
existe antes e independientemente de la conciencia que la conoce. Es
objetiva y absoluta.
Este postulado es el talón de Aquiles o columna fundamental en que
se apoya el materialismo marxista. Hay infinidad de textos en que Lenin
afirma este postulado como básico e irrenunciable (Lenin, XIV, pp. 23,
32s, 74, 104, 107s, 113, 116, 120, 122s, 165, 168, 178, 189, 145s, 222, 224,
etc.).
Era ya una tesis abiertamente defendida por Engels (MEW, Bd. 20, pp.
36-38). Lenin lo cita como la gran autoridad en este tema (Lenin, XIV, pp.
32s, 55, 57, 117, 144, 146s, etc.).
Es un tema, por otra parte, ya muy viejo en la historia de la Filosofía y de
la ciencia en general. Es un postulado fundamental en el aristotelismo y en
el tomismo, sistemas calificados por Lenin como «idealistas». Empieza a ser
puesto en duda de forma expresa con la Filosofía Moderna de los siglos XVII
y xvm. principalmente en el empirismo inglés de Berkeley y de Hume. A
finales del XIX es replanteado de nuevo por Mach, Avenarius y su escuela.
El problema se podría plantear así: El mundo exterior a nosotros ¿existe
realmente fuera de nosotros o eso que percibimos es algo que se identifica
con nuestras propias sensaciones? ¿Es algo objetivo o algo meramente subjetivo?
''Ver primera pa1ie en ESPIRITU 40 (1991) 139-148
ESPIRITU XLI (1992) 167-184
168
J. AVELINO DE
LA
PIENDA
Hay razonamientos para todos los gustos. El problema, sin embargo,
no ha tenido hasta el momento una solución indiscutible ni mucho
menos universalmente aceptada. Por tanto, el seguir una u otra respuesta es una cuestión de opción personal y libre; ninguna de las dadas hasta
el momento posee argumentos incontestables para descartar la contraria e imponerse por la vía racional.
La respuesta tal vez con más fuerza tradicional en la escultura europea sea la que defiende la realidad objetiva del mundo exterior: las cosas
existen fuera de nosotros, independientemente de que las percibamos o
no. En esta línea, que espontáneamente sigue el vulgo, se coloca el
materialismo marxista. Pero ni el aval de la tradición ni el del vulgo son
de por sí suficientes para dar mayor cientificidad al postulado en cuestión. La verdad o no verdad de una hipótesis científica no depende del
número de votantes, sino de las razones en que se apoya. Si no fuera así,
el Sol seguiría aún dando vueltas alrededor de la Tierra, porque el vulgo
así lo cree espontáneamente.
En la respuesta contraria se sostiene que sólo nuestras sensaciones
son verdaderamente reales. La cosa exterior, que supuestamente existe
fuera de nosotros y causa esas sensaciones, es sólo, como dice Mach: «un
símbolo mental para designar un complejo de sensaciones relativamente
estable» (Lenin, XIV, pp. 31-44).
El mundo exterior o Materia, en cuanto realidad hopostasiada que existe
por sí misma independientemente de nuestro conocimiento de ella, deja de
ser una realidad científica para los defensores de la nueva ciencia: Mach,
Avenarus, Pearson, etc.
Esta crítica o puesta en duda de la objetividad de la Materia era algo que
llenaba a Lenin de cólera, hasta tal punto que calificaba con los términos
más hirientes a sus adversarios. Para él, quien no admita el carácter objetivo
y absoluto de la Materia es un «reaccionario», un «ignorante de la dialéctica», que se atreve a atentar contra el principio (habría que decir dogma)
número uno del materialismo marxista. (Lenin, XIV, pp. 107-109, 120, 127,
152-154, 159, 160, 246, etc.).
El dogmatismo de Lenin en la defensa de este postulado llega hasta el
punto de afirmar que, si Engels hubiese considerado «cuestión abierta» la
existencia objetiva del mundo exterior, «sería una vergüenza y un deshonor
llamarse marxista» (Lenin, XIV, p. 108). Considera inadmisible y un absurdo
el dudar siquiera de la objetividad de la Materia y se erige a sí mismo en el
intérprete infalible de lo que Marx y Engels quisieron decir al respecto.
Sin embargo, tanto Engels como Lenin son incapaces de demostrar esa
objetividad de la Materia y lo absurdo de la tesis contraria. Lenin se limita a
citar testimonios de Engels, de Feuerbach, de Marx, de Dietzgen, tomados
siempre como argumentos de autoridad; es decir, como razones que hay que
admitir no porque sean convincentes por sí mismas, sino por razón de quien
las dice. (Lenin, XIV, pp. 108-113, 121, 130, 132-134, 137, 144-147, etc.).
Es más, Lenin admite expresamente que la teoría contraria, la que él
llama idealista y solipsista porque niega el carácter objetivo y absoluto de la
Materia, es una teoroía irrefutable.
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Dice: «No hay pruebas, silogismos, definiciones, que puedan refutar al solipsismo (idealista), si éste mantiene consecuentemente su concepción» (Lenin, XIV, p. 257).
Y en otro lugar, citando a Diderot, afirma: «Este sistema (el idealista), para
vergüenza del espíritu humano, para vergüenza de la Filosofía, es el más difícil
de combatir, aunque es el más absurdo de todos» (Lenin, XIV, p. 26).
Hasta eso llega la actitud dogmática, tanto de Diderot como de Lenin,
que parecen protestar con ira contra la misma naturaleza humana porque
no es capaz de demostrar la principal tesis del materialismo marxista y de
refutar con claridad sus contrarias. Si de ellos dependiera, cambiarían la
mente de los hombres de manera que no pudiesen ser otra cosa que materialistas. ¡Menos mal que su privilegiada mente no fue capaz de tal hazaña!
No queda, por tanto, más salida que reconocer que, ante el problema de
la realidad objetiva y absoluta de la Materia, caben como igualmente posibles ambas respuestas: la que la afirma y la que la niega. Es decir, se trata de
una opción libre, salvo que los prejuicios de cada uno sean tales que le
impidan tratar el problema con ecuanimidad y elegir libremente.
El científico, no atado por prejuicios, tomará una u otra respuesta simplemente como un postulado, una creencia o hipótesis que se pide que se
acepte para luego trabajar sobre ella. De hecho hay científicos para una y
otra teoría.
Sin embargo, cuando alguien, como Engels o Lenin, no sólo opta por uno
de los dos postulados: el de la objetividad de la Materia, sino que, además, lo
quiere convertir en una verdad indiscutible, entonces ese postulado ya no es
un postulado científico, sino un dogma metafísico y religioso. Y, quien lo
profesa así, no es un científico, sino un cientifista.
No le calificaría de cientifista, si reconociera que su actitud intransigente
está basada en razones metafísicas o religiosas. Pero el Marxismo se declara
a sí mismo como algo radicalmente alérgico a la metafísica y a la religión,
como algo estrictamente científico.
Lenin condena visceralmente a todos aquellos, incluidos muchos teóricos marxistas, que no acepten sus tesis sobre este tema. Les carga de
calificativos más propios de un predicador fanático que de un moderado
científico. Para él, esos tales son: «abjuros», «apóstatas», «reaccionarios»
(Lenin XIV, pp. 10, 171, 222, 338), «mentirosos» (p. 292) «payasos que se
titulan profesores» (p. 121) «autores de sistemitas idealistas» (p. 140), «hipócritas» (p. 175), «profesores reaccionarios» (p. 178), «fideistas» y «oscurantistas» (p. 203), «charlatanismo intelectual» (p. 207), «matadores de pulgas» (p.
211), «lacayos diplomados de la burguesía» (p. 337), «traidores» (p. 242),
etc.
Estos y otros muchos calificativos del mismo estilo se repiten decenas de
veces. El lector puede valorar por sí mismo si un tal lenguaje revela una
actitud científica o más bien fanático-religiosa.
Sin embargo, todo ello no es obstáculo para que Lenin diga que el
principio de la existencia objetiva de la Materia es el elemento principal que
marca la diferencia entre la ciencia y la religión y que todo el que lo niege
borra esa diferencia. (p. 116).
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AVELINO DE LA PJENDA
Pero habría que responderle, en primer lugar, que hay muchas religiones
que no ponen en duda la existencia objetiva de la Materia; en segundo lugar,
no se trata de una cuestión estrictamente religiosa, sino filosófica. Y, en
tercer lugar, por muy científico que sea este principio, cuando se le quiere
imponer dogmáticamente a los demás, pierde su carácter científico para
convertirse en metafísico y religioso.
2.2. Todo es Materia y sólo Materia
Un segundo postulado, complementario del anterior, prácticamente
idéntico con él para el creyente marxista, consiste en la creencia de que esa
realidad objetiva y absoluta es toda ella Materia y sólo Materia (Lenin, XIV,
pp. 120, 122, 166).
Se trata de un postulado metafísico y de una creencia que tampoco se
puede demostrar. No creo que ningún teórico marxista haya recorrido todo
el Universo para comprobar si efectivamente todo lo que existe es material o
no. Pero, aunque lo recorriese todo, tampoco podría demostrar con su sola
experiencia que sólo existe la Materia. Lo único que podría deducir es que
con su experiencia meramente sensible sólo percibe cosas materiales. De eso
a concluir que sólo existen cosas materiales hay una gran diferencia y se da
un salto totalmente gratuito. Además, se cae en un subjetivismo que en otros
textos se combate con tanto fervor.
Dice Lenin expresamente: «Sólo existe lo que se percibe ... »
Y, como sólo se perciben cosas materiales, añade: «No hay otro ser que el
ser material» (Lenin, XIV, pp. 122, 166).
Resulta realmente difícil ver qué coherencia puede haber entre textos
como éste y aquellos otros en los que Lenin rechaza airadamente la hipótesis
idealista, según la cual el mundo exterior se puede interpretar subjetivamente, como idéntico con mis propias sensaciones y no como algo objetivo.
Pero la actitud dogmática de Lenin le lleva a la actitud arrogante de
identificar la realidad objetiva con lo que sus sentidos perciben y a eliminar
de ella todo lo que no perciben, que no parece ser poco.
Cerrar el campo de la realidad a sólo lo que nuestros sentidos perciben
es, sin duda, empobrecer el campo de nuestro conocimiento y las posibilidades de progreso de la Humanidad.
Lenin, en muchas ocasiones, recurre, como a un argumento de autoridad, al punto de vista de la Humanidad para confirmar sus teorías. Pero está
claro que sólo recurre a él cuando le interesa. Tal es el caso que nos ocupa:
Se acoge al «realismo ingenuo» de la Humanidad para confirmar su creencia
en la realidad objetiva del mundo exterior. No aclara, no obstante, si su
coincidencia es con el punto de vista de la Humanidad sabia o de la
ignorante; si es con el punto de vista de un Sócrates, de un Copérnico, un
Galileo, etc., o del punto de vista de quienes les condenaron. (Lenin, xrv, pp.
60s).
En segundo lugar, si el punto de vista de la Humanidad es un argumento
a favor siempre, ¿por qué no se toma ese punto de vista a favor de la religión,
CIENTIFISMO MARXISTA
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puesto que ésta se da en toda la historia de la Humanidad? Si la Humanidad
creyó con tanta frecuencia en la existencia del mundo espiritual, ¿por qué
Lenin ahora se empeña en reducirlo todo al mundo material?
Por otra parte, habría que preguntar a Lenin quién pone el criterio para
determinar cuál es el verdadero punto de vista de la Humanidad . Para él, sin
embargo, está claro, como para todos los creyentes fanatizados de otras
religiones: se creen siempre poseedores infalibles de la verdad. Por eso, el
único verdadero punto de vista de la Humanidad es el del materialismo
dialéctico marxista.
En cualquier caso, el postulado que dice: todo es Materia y sólo Materia,
es ya muy viejo; y lo es no sólo en cuanto a la expresión en sí, sino también
en cuanto al contenido, al menos en buena parte de él. Es una expresión
común a todas las formas de materialismo.
Es un postulado que no se diferencia mucho de aquél del panteísmo que
dice: todo es Dios y sólo Dios. La definición de las expresiones «materia» y
«Dios» es lo suficientemente amplia en ambos postulados como para que en
uno y otro puedan caber contenidos muy similares, si no idénticos.
El panteísta diviniza todo lo que ve y lo que existe para él. El marxista
materializa todo cuanto ve y existe para él. El panteismo, por tanto, materializa a Dios y el materialista dininiza a la Materia. Al fin, los dos se encuentran
en el mismo campo de la realidad: aquella que cada uno ve y cree que existe .
Uno se llamará ateo y el otro teista. Pero ¿qué importan las palabras, si las
actitudes son muy parecidas o incluso idénticas?
Sentado este postulado fundamental materialista, el resto de la ontología
marxista no es más que mera deducción. Si se trata de definir lo que es la
vida, por ejemplo, se dirá que la vida es una forma de movimiento de la Materia.
Esta fórmula, aparentemente clara, es, sin embargo, difícil de comprender para todo aquél que no crea en las cualidades divinas que el materialista
atribuye a la Materia. Esta dificultad es atestiguada incluso por ciudadanos
soviéticos que se confiesan ateos. Un ejemplo es el testimonio de A.I.
Smirnova, bióloga atea. Los Jzvestija de 25 de Marzo de 1964 publicaron una
respuesta mediocre a una de sus cartas, que parece ser una muestra de la
numerosa correspondencia recibida por la redacción del periódico del
Soviet de Diputados de Trabajadores de la URSS. Escribía Smirnova: «El
problema de la vida inquieta a la gente y ésta teme a la muerte. La fórmula:
la vida es una forma de movimiento de la Materia, es difícil de comprender y,
además, no aporta ni consuelo ni alegría». (Chambre , 1974, trad. 1979, p.
330).
2.3. El espacio y el tiempo existen objetivamente
De los dos postulados fundamentales antes descritos se derivan otros
muchos, que, por estar basados en ellos, ya no necesitan detalladas aclaraciones. Uno de esos postulados derivados es el que afirma que el espacio y el
tiempo existen objetivamente.
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J.
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Es decir, no son formas apriori de nuestra sensibilidad, como diría Kant.
Son propiedades esenciales de la Materia, que existen fuera e independientemente de nuestras sensaciones. La Materia es espacio-temporal. (Lenin, XIV,
pp. 165-167, 171).
Con este postulado, el materialismo marxista retrocede a actitudes filosóficas griegas y medievales, haciendo caso omiso de la Filosofía Moderna, que
a partir de Descartes ya toma una actitud crítica ante la llamada realidad
objetiva del mundo exterior.
El tiempo y el espacio son, para el marxista, realidades absolutas de las
que se pueden dar muchas representaciones relativas (Lenin, XIV, pp. 169s).
Se retrocede así también a la visión newtoniana del espacio y del tiempo.
Si combinamos este postulado con el segundo, según el cual sólo existe la
Materia, tenemos lo siguiente: Toda realidad es siempre y necesariamente
material y, por tanto, espacio-temporal, es decir, tridimensional y cambiante. Todo cuanto se conciba fuera del espacio y el tiempo es un absurdo
(Lenin, XIV, pp. 167 y 172).
Pero se podría razonar: Si todo cuanto existe es material, ¿mi concepto
de punto geométrico también lo es? Si todo lo material es espacio-temporal
y, por tanto, tridimensional y cambiante, ¿cuántas dimensiones tiene mi
concepto de punto geométrico y hacia qué cambia? Si tiene tres dimensiones, entonces el concepto de punto geométrico es una contradicción, un
absurdo. Y, sin embargo, es un concepto clave en la geometría euclidiana,
cuyos servicios a la ciencia no parecen muy discutibles.
También se podría preguntar cuántas dimensiones tiene la conciencia. Si
tiene tres, ¿por qué no se la localiza espacialmente y se la mide con exactitud? Hasta ahora el Marxismo se ha limitado a decir, como si de una fórmula
sacramental se tratara, que la conciencia se deriva de la Materia y que se
reduce a una función del cerebro.
Pero Lenin, a falta de argumentos propios, recurre una vez más al
argumento de autoridad diciendo que este principio marxista estuvo siempre acorde con las Ciencias Naturales, aunque para que esa concordancia
sea verdad haya que eliminar de esas Ciencias Naturales a todos los científicos que las cultivaron sin creer en la realidad objetiva del espacio y el
tiempo y en la reducción de la conciencia a la mera Materia. (Lenin, XIV, p.
171).
Sospecho que muchos científicos modernos estarían dispuestos a ceder a
Lenin el calificativo de «científico» y renunciar ellos mismos a él con tal de
no verse obligados a creer por principio tales postulados.
Lenin sostiene, además, que todo cuanto el hombre perciba fuera del
espacio y del tiempo son cosas irreales, absurdas o meras fantasías (Lenin,
XIV, p. 167, 173).
De ahí se deduce que esa Humanidad, a cuyo punto de vista recurre
Lenin con frecuencia, crea constantemente muchos absurdos y fantasías y
temo que, dentro de ella, también el mismo Lenin. Y es que la Humanidad,
sobre todo a través de sus religiones, ha creido, parece que desde muy
antiguo, si no desde siempre, en seres espirituales, no espacio-temporales.
Querer desarraigada de esta tan vieja costumbre parece una empresa tan
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cargada de utopismo y fantasía que la hace irrealizable. De hecho, el fracaso
del Marxismo en la lucha contra la religión así lo atestigua.
Por otra parte, cuando Lenin afirma que todo cuanto se conciba fuera del
espacio y del tiempo es pura fantasía, es un absurdo o es una cosa irreal,
parece caer en cierta incongruencia. En efecto, dice que sólo existe la
Materia y que ésta es objetiva y absoluta. Pero, si esas fantasías (la religión,
por ejemplo) son mero producto material de un cerebro material, parece
lógico decir que son reales y objetivas. Pertenecen a la única realidad
existente: la Materia, son producto de ella misma. La religión es un producto
material y, por tanto, tan real como el materialismo marxista. Ambos son
productos del cerebro humano.
Lenin diría, no obstante, que la religión es un mal producto y el materialismo un buen producto. Pero esto trae muchos interrogantes. ¿Cómo es
posible que la sacrosanta Materia de lugar a productos tan malos como la
religión? Además, si son productos materiales, o son buenos por ser materiales o, si son malos, la Materia es mala, ya que se identifica con ellos.
¡Ah! Pero es que el que veamos estas incongruencias en el Marxismo se
debe a que no entendemos la dialéctica. Esta salida es el estribillo que repite
el creyente marxista siempre que alguien le acusa de ser contradictorio. La
dialéctica es la palabra mágica, es el comodín o «piedra filosofal» que
resuelve, en último término, todas las dificultades, teóricas y prácticas, con
que tropieza la ideología marxista. Su función ideológica es similar a la de la
palabra «misterio» en el cristianismo: ante él, para poder entender algo,
primero es necesario creer. Y, siempre que algo aparece como incomprensible, pero que, sin embargo, debe ser creído, se le llama «misterio». El
creyente marxista lo llama «dialéctica».
2.4. Las leyes de la Naturaleza existen objetivamente
Un cuarto postulado, simple consecuencia de los anteriores, presupone
que las leyes de la Naturaleza (entre ellas la de la causalidad) existen
objetivamente, independientemente de la conciencia humana que las conoce y formula. (Lenin, XIV, pp. 145s).
Como gran argumento, Lenin cita a Engels, el cual, según él, «no admitía
ni sombra de duda sobre la existencia de las leyes objetivas de la causalidad y
de la necesidad de la Naturaleza ... »
Engels subraya en particular el concepto dialéctico de la causa y el efecto:
La causa y el efecto son representaciones que sólo rigen como tales en su
aplicación al caso aislado, pero que, examinando el caso aislado en su
concatención general con la imagen total del Universo, convergen y se
diluyen en la idea de un trama universal de acciones y reacciones, en que las
causas y los efectos cambian constantemente de sitio y en que lo que ahora y
aquí es efecto, adquiere luego y allí carácter de causa, y viceversa» (Lenin,
XIV, p. 146).
Es decir, que, si hasta ahora siempre fue el fuego la causa del humo, en
virtud de esa milagrosa dialéctica, el humo producirá el fuego; si el fuego
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J.
AVELINO DE LA PIENDA
producía la quemadura, ahora la quemadura producirá el fuego; si el choque
de corrientes eléctricas producía la chispa, ahora la chispa producirá el
choque de corrientes, etc. En virtud de esa mágica dialéctica todo se irá
poniendo patas arriba. Y eso es simplemente científico.
Pero no sólo eso. En el texto citado de Engels he subrayado estas dos
expresiones: imagen total del Universo y trama universal. Según toda la
historia de la Filosofía, son expresiones que sólo tienen sentido en boca de
un metafísico; es decir, de esos que Lenin llama «fideistas», «filósofos reaccionarios», etc. Y, sin embargo, las escribió Engels y ahora las hace suyas Lenm.
2.5. La Materia es esencialmente dialéctica
Es un postulado que, junto con los anteriores, completa el fundamento
del materialismo marxista.
Sólo quiero destacar aquí que el carácter dialéctico de la Materia es la
nota con que los marxistas quieren diferenciar su materialismo de todo otro.
Los demás materialismos han sido metafísicos. El marxista quiere ser dialéctico y, por eso mismo, antimetafísico y científico.
Sin embargo, la visión universal que se quiere dar con la dialéctica es
claramente metafísica. El tener que someterse a esa visión se convierte, con
frecuencia, en una pesadilla para los científicos que trabajan bajo regímenes
comunistas.
Por otra parte, tampoco se demuestra en absoluto que aquellos científicos que no comulgan con la dialéctica marxista tengan especiales dificultades para llevar a cabo su labor científica.
Vistos estos cinco postulados, ya se va descubriendo cómo la Materia,
con su carácter objetivo, absoluto y dialéctico, se ha convertido en el gran
fetiche del materialismo marxista, en una idea sagrada que sólo los profanos
e infieles se atreven a profanar. Y, si lo hacen, es porque son unos ignorantes
y unos incrédulos.
Si el creyente cristiano da el paso que va desde una experiencia del orden
del Universo a la creencia en un Dios ordenador y transcendente, el creyente
marxista da un paso muy similar: desde la realidad material y concreta que
le es dada en su experiencia particular pasa a la creencia en la Materia
universal, como origen último de todas las cosas materiales y que transciende toda experiencia particular.
Ahora bien, si es lógicamente ilegítimo el paso que da el cristiano, no lo
es menos el que da el marxista. Si el de éste es legítimo, también lo será el de
aquél. Si el paso del cristiano es religioso y no científico, ¿en virtud de qué
privilegio es científico y no religioso el paso del marxista?
2.6. La Naturaleza es lo primario y la conciencia, lo secundario
Entrando ya en otro grupo de postulados, aunque derivados de los
CIENTIFISMO MARXISTA
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anteriores, el creyente marxista sostiene que la Naturaleza es lo primario y la
conciencia lo secundario. Es decir, la Materia es el origen de todo y de ella
se deriva el espíritu.
A este respecto, Lenin cita siempre la autoridad de Engels sobre el tema.
El que lo haya dicho Engels le basta. Dice: «Engels toma el conocimiento y la
voluntad del hombre, por un lado, y la necesidad de la Materia, por otro, y,
en lugar de cualquier definición, dice sencillamente que la necesidad de la
Naturaleza es lo primario y la voluntad y la conciencia del hombre, lo
secundario» (Lenin, XIV, p. 178s; vease p. 90).
Ni Engels ni Lenin pierden el tiempo en explicar en qué consiste esa
necesidad de la Naturaleza ni a qué queda reducida la libertad de la conciencia, que sería lo más científico. ¿Para qué van a dar definiciones comprometedoras? Es preferible la nebulosa de la ambigüedad. Uno y otro se limitan a
repetir esa prioridad de la Naturaleza sobre la conciencia, como si de una
fórmula sacramental se tratara, la cual produce, según sus creyentes, aquello que significa por el sólo hecho de pronunciarla debidamente (Lenin, XIV,
p. 216).
2. 7. La conciencia es el producto supremo de la Materia y se reduce a una
mera función del cerebro
Es éste un postulado complementario del anterior. Dice Lenin: «Lo
psíquico, la conciencia, es el producto supremo de la Materia, es una
función ... del cerebro humano» (Lenin, XIV, pp. 18, 82, 218).
Visto desde nuestros días, este postulado no sólo no es una tesis comúnmente admitida en las Ciencias Naturales, sino que más bien aparece como
una tesis en declive.
En cualquier caso, el que el cerebro produce la conciencia es algo que no se
puede comprobar por medio de la observación y que, por tanto, no se puede
describir fehacientemente. Más bien se trata de una hipótesis con la que se
quiere eliminar infinidad de problemas que plantea la conciencia humana;
pero al no poder ser demostrada, no los elimina de hecho, sino que los soslaya.
Como el mismo Lenin reconoce, ya Wund, padre de la Psicología Moderna,
confirmaba la indemostrabilidad de esta hipótesis. (Lenin, XIV, p. 82).
Por otra parte, da la impresión de que Lenin quiere compensar esa
minusvaloración de la conciencia humana diciendo que es el producto
supremo de la Materia (p. 218). Sin embargo, esta apreciación una vez
sentado el monismo materialista, es decir, que sólo existe la Materia, parece
poner de nuevo al descubierto las incongruencias de esta metafísica.
Si sólo existe la Materia y todo es material, ¿en qué se basa Lenin para
poder distinguir entre productos supremos o ínfimos de la Materia? ¿O es
que la Materia, la sacrosanta Materia, tiene partes mejores y partes peores?
¿Cómo es posible que la Materia misma, por boca de Lenin, pueda considerar unas partes de sí misma como menos nobles y otras como más nobles o
«supremas»?
¿De dónde toma la Materia el criterio para hacer esas distinciones dentro
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de sí misma? Es como si el cristiano dijera que en Dios hay partes muy
nobles, otras menos nobles y otras ínfimamente nobles.
La respuesta marxista a estos interrogantes es ya muy conocida: son
cuestiones que sólo puede plantear quien no ha comprendido la dialéctica,
quien no cree en ella.
2.8. El ser social determina la conciencia
En el postulado anterior se sostiene que la conciencia es una función del
cerebro humano . Si alguien pregunta cómo se desarrolla esa función y cómo
el individuo va formando su conocimiento de la realidad tiene la respuesta
marxista en un nuevo postulado. Según él, las fuerzas de producción determinan las relaciones de producción, y una y otras determinan el modo de
pensar y de expresarse de los individuos y los pueblos. Es decir, el ser social
determina la conciencia, la infraestructura económica determina las superestructuras culturales.
(MEW, Bd. 3, 1969, pp. 21, 28-31, 37-39. -Bd. 20, 1971, pp. 147-170. Bd.
19, 1969, pp. 208-209. Lenin, XIV, pp. 205, 212).
Este postulado se complementa con otro según el cual las leyes que rigen
la sociedad y la historia humanas son leyes de la misma naturaleza que
aquellas que rigen el mundo de la Física.
Es decir, se parte de un monismo fisicista que no es más que otra forma
de expresar el monismo materialista en el que el marxista cree de antemano,
a pesar del carácter dialéctico de la Materia.
Por tanto, el decir que las fuerzas y las relaciones de producción determinan la conciencia no es más que una aplicación de los postulados anteriormente vistos y que se pueden resumir en dos: Todo cuanto existe es sólo
material y la Naturaleza es lo primario, la conciencia lo secundario.
Las fuerzas de producción pertenecen ontológicamente a la Naturaleza.
Son, por tanto, anteriores a la conciencia. Lo primario, lo originario, es
siempre lo material inconsciente. La conciencia y sus creaciones culturales:
religión, filosofía, arte, ciencias, formas políticas, etc., son siempre realidades cuya existencia depende siempre de fuerzas inconscientes, naturales: las
fuerzas de producción.
Por eso, el Marxismo cree que cambiando las relaciones de producción,
se cambiará por sí sola la manera de pensar de los pueblos. Dice Marx: «Al
cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda
la inmensa estructura erigida sobre ella» (Marx-Engels, 1975, I, p. 348).
En esa lógica se basaban Marx y Engels cuando profetizaron la desaparición automática de la religión en el mundo marxista. Sin embargo, Nikolaj
Zernov testifica lo contrario en su obra: La rinascita religiosa rusa del XX
secolo. En ella se ofrece una interesante introducción a la filosofía religiosa
rusa. Escrita originalmente en inglés, es traducida al ruso y circula clandestinamente en la URSS. En ella se recoge el renacer de una nueva y vigorosa
conciencia cristiana bajo el régimen comunista y de una teología de la
liberación de signo bien distinto de las promarxistas de Hispanoamérica.
CIENTIFISMO MARXISTA
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Tanto el renacer del fenómeno religioso, precisamente bajo los regímenes
comunistas, como el hecho de que el Marxismo se ve obligado a recurrir a la
fuerza para amortiguar las creencias religiosas son ya una demostración de que
al menos no está nada claro ni está confirmado en la praxis el que el modo de
producción determina en un pueblo totalmente su modo de pensar.
Este postulado marxista es, por tanto, sólo una creencia y el querer
imponerla como un principio científico indiscutible es caer en el cientifismo. Y su debilidad científica se acentúa aún más cuando se le quiere dar un
valor universal.
Por otra parte, Marx y Engels apoyan este principio en el análisis del
Capitalismo europeo del siglo XIX. Pero ese Capitalismo es un fenómeno de
la cultura europea, cuya transferencia a otras culturas más bien obedece a
una cantidad etnocentrista que a datos históricos verificables.
Max Weber ha puesto de manifiesto otra interpretación del Capitalismo
en la que la religión, lejos de aparecer como un mero resultado del factor
económico, se presenta como factor determinante: el Capitalismo es, dice
Weber, producto de una actitud ético-religiosa (Weber, 1904, trad. 1984).
Cuando menos, por tanto, es problemático saber quién determina a
quién: si el factor económico al modo de pensar o si el modo de pensar a lo
económico. Tal vez haya que pensar en una determinación mútua.
Desde el punto de vista ontológico sigue siendo científicamente tan
defendible la prioridad del espíritu sobre la materia como la de la materia
sobre el espíritu. Y es que no es cuestión de ciencia demostrable, sino de
creencia. Quien quiera imponer su creencia como ciencia ya no actúa como
científico, sino como cientifista.
2.9. El conocimiento humano tiene en la ignorancia su punto de partida
Con el postulado anterior ya entramos en la teoría marxista del conocimiento. Dentro de esta teoría, y siguiendo la lógica impuesta por los postulados anteriores, el Marxismo propone como verdad científica una idea que ya
es muy vieja en la historia de la Filosofía. Se trata de la afirmación de que el
conocimiento humano tiene en la ignorancia su punto de partida (Lenin,
XIV, p. 94).
Pero esta afirmación es, por sí sola, lo suficientemente ambigua como
para poder ser admitida sin dificultad. La cuestión, no obstante, se complica
cuando se quiere determinar el grado de ignorancia del que parte el conocimiento humano.
Muchos filósofos sostienen que nacemos con un cierto grado de conocimiento: se trata del conocimiento innato. Este tiene distintas formas de ser
interpretado: Platón, Descartes, Leibniz, Kant, K. Rahner, etc. Cuando el
Marxismo sostiene que nuestro conocimiento parte de la ignorancia parece
excluir cierto innatismo de ideas, como el platónico, pero no deja claro si
quiere excluir o no de forma absoluta toda clase de innatismo.
Este postulado se clarifica un poco más a la luz de otros postulados gnoseológicos.
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J.
AVELINO DE LA PIENDA
2.10. Las sensaciones son el único origen de nuestro conocimiento
Este postulado defendido por Lenin (XIV, p. 117) es común a otras formas de
materialismo y a muchos otros sistemas de pensamiento no materialistas.
Locke lo había formulado con estas palabras: nihil in intellectu quod prius
non fuerit in sensu (nada hay en el entendimiento -científicamente válidoque primero no haya pasado por los sentidos). Se excluye en él toda clase de
innatismo material o de contenidos de conocimiento. El hombre nace, como
ya decían en la Edad Media, tanquam tabula rasa; es decir, con su mente
parecida a una tabla completamente limpia de toda escritura o grabación .
Hasta aquí, pues, nada original en la teoría marxista del conocimiento.
2 .11 . Las sensaciones son meras imágenes, copias o reflejos de la realidad objetiva
Los dos postulados anteriores adquieren un sentido más concreto si se
les añade este otro: existe una realidad objetiva que no es dada en las
sensaciones y de la que éstas son meras imágenes, copias o reflejos (Lenin,
XIV, pp. 94, 117-136, etc.).
Una vez más, Lenin quiere apoyarse, para imponer su creencia, en el
testimonio de la Humanidad. Dice que este principio es «la única e inevitable conclusión que se hacen todos los hombres (subrayo) en la práctica
humana viva» (XIV, pp. 94, 52). Es decir, es el sentir común de los hombres,
según Lenin, pero siempre que se excluya de entre ellos los que han tenido
la capacidad de someter a crítica esa creencia; esos tales coinciden precisamente con un ingente número de científicos modernos.
Con la defensa de este principio, el Marxismo retrocede históricamente a
lo que comúnmente se defendía en el aristotelismo medieval. Precisamente
del análisis crítico de esta actitud medieval nacerá la Filosofía Moderna, que
tanto le estorba a Lenin.
De esta manera, Lenin retrocede a actitudes ingenuas, muy propicias
para la siembra de teorías metafísicas y religiosas o dogmáticas. Corta de raíz
las actitudes analizadoras y críticas.
2.12 . La verdad absoluta se constituye de la suma de verdades relativas
Este postulado (Lenin, XIV, pp. 122-128) parece recoger la teoría perspectivista de la verdad, según la cual cada punto de vista sobre la realidad tiene
su parte de verdad, complementaria con la de otros puntos de vista, pero
nunca la verdad total. Entendido así, sería un postulado abierto, no dogmático.
Pero no es así. Poco que se profundice en el sentido marxista que se le da,
aparece enseguida el sentido totalitario y dogmatizante que encierra. Entre
las verdades relativas, que juntas dan la verdad absoluta, jamás se encontrarían las opiniones y teorías de aquellos, incluso aunque sean marxistas como
CJENTIFISMO MARXISTA
179
Bogdánov, que no sigan ciegamente el materialismo dialéctico, tal como
Engels y Lenin lo entienden. Esas verdades relativas , que, juntas dan la
verdad absoluta, son sólo las verdades marxista-leninistas.
Y, si a alguien le parece un absurdo decir que la verdad absoluta es la
suma de verdades relativas, que no se preocupe. Ese es un misterio más de
los muchos que se dan en la dialéctica marxista y que sólo se pueden
comprender, si previamente se cree en ella (Lenin, XIV, p. 125).
2.13. El materialismo marxista es científico y la religión es anticientífica
La actitud cientifista del Marxismo se revela también, bajo un aspecto
especialmente significativo, cuando sus teóricos contraponen el materialismo marxista y la religión. En esa contraposición presentan su materialismo
como algo necesariamente identificado con la ciencia y la religión como
algo anticientífico. Se trata de una pretensión cientifista más.
Para Engels, la ciencia hace inútil e innecesaria la religión; hace superflua toda idea de un ser creador. Razona de esta manera: «En ninguna parte
se trata peor a Dios que entre los hombres de ciencia que creen en él... ¡Lo
que tiene que sufrir Dios a manos de sus defensores! En la historia de la
moderna ciencia de la Naturaleza Dios es tratado por sus defensores como lo
fue Federico Guillermo III por sus generales y oficiales en la campaña de
Jena. Una división del ejército tras la otra rinde sus armas, una fortaleza tras
otra capitula ante la marcha de la ciencia, hasta que, por último, todo el
infinito reino de la Naturaleza es conquistado por la ciencia, no quedando ya
lugar para el Creador ... » (MEW, Bd. 20, 1971, pp. 470-471).
Al leer este texto, presuntamente ateo , se me ocurre, en primer lugar,
exclamar también: ¡Lo que tiene que sufrir la ciencia a manos de ciertos
defensores! Si antes el creyente obligaba a Dios a darle explicación de todo
lo que el hombre era capaz de preguntar, Engels, ahora, exige eso mismo a
la ciencia. Para ello, supone, igual que el creyente en Dios, que la ciencia es,
por principio, capaz de responder a todos sus interrogantes y a los de todos
los hombres. Es decir, se supone en la ciencia una capacidad ilimitada para
conquistar el «infinito reino de la Naturaleza».
La ciencia adquiere en Engels poderes que antes se consideraban exclusivos de la divinidad. Pero esto no es nuevo. Lo que resulta chocante es que se
atribuya a la ciencia un poder ilimitado de explicación de todos cuantos
temas y cuestiones puedan surgir en torno a la Naturaleza. Esto revela que
Engels no es consciente de las limitaciones intrínsecas de todo conocimiento científico; de su carácter esencialmente asintótico; de que siempre se
apoya en postulados, principios o supuestos no demostrados ni demostrables. En conversación reciente con el prestigioso neurobiólogo Dionisio
Pérez y Pérez sobre este tema, me dijo con cierto pesar: «Lo que más me
fastidia es el tedio que siento cuando compruebo las limitaciones del conocimiento científico».
Engels, que no era un investigador de punta, no parece sentir ese tedio,
no experimentó de cerca esas limitaciones. Tal vez por eso mismo y porque
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J. AVELINO DE LA PIENDA
más bien se limitó a celebrar sus descubrimientos, atribuye a la ciencia
unos poderes ilimitados, que poco tienen, si tienen algo, de científicos y
sí tienen mucho que ver con el fenómeno tan frecuente en nuestros días
de la mitificación de la ciencia, de la superstición y de la beatería científica.
Una cosa es la fe en Dios basada en la ignorancia de la Naturaleza y
otra muy distinta es la apertura al Ser Absoluto basada en la conciencia
de las limitaciones intrínsecas de todo lo humano, incluida la ciencia.
Tan supersticioso puede ser un creyente en Dios que basa su fe en la
ignorancia de la Naturaleza como aquél que se tiene por científico y, por
eso, por necesariamente ateo, basando su ateismo en la fe en los poderes
ilimitados de la ciencia. El primero dice: lo que yo no se, Dios (ser
transcendente) me lo puede explicar. El segundo dice: lo que yo no
puedo explicar científicamente ahora, la ciencia del futuro (un nuevo
ser transcendente a mi situación actual) me lo explicará.
Pero ¿qué garantías tiene este segundo de que la ciencia del futuro le
va a explicar eso que espera de élla? ¿Cómo puede estar seguro de que la
ciencia futura no va a entrar en contradicción con la ciencia de ahora,
en nombre de la cual se espera en el maravilloso poder de aquélla?
Engels considera un reto fundamental para el Marxismo el «sustituir
el culto del hombre abstracto, médula de la nueva religión feuerbachiana, por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico»
(MEW, Bd. 21, 1972, p. 290).
Pero una cosa son los objetivos propuestos en teoría y otra muy
distinta los frutos dados. En lugar de «la ciencia real del hombre y de su
desenvolvimiento histórico», lo más que consigue es una teoría más del
hombre y de su historia, con claros fundamentos metafísicos, y una
nueva religión.
Para Lenin, la diferencia más radical entre la ciencia y la religión
consiste en que lo esencial de la ciencia es el supuesto de que existe la
verdad objetiva de la Materia y el de que sólo élla nos la puede dar a
conocer. La religión, por el contrario, ni reconoce ni es capaz de
conocer esa verdad objetiva. (Lenin, XIV, p. 116.
El materialismo marxista, el único científico, se presenta como esencialmente antirreligioso. No obstante, esa oposición entre materialismo dialéctico y religión tiene mucho más de actitud maniquea, que de actitud científica. Sería mucho más acorde con la realidad decir que se trata de una
oposición, no entre ciencia y religión, sino entre distintas corrientes metafísicas y más o menos religiosas.
Lenin, quiere, además, avalar su cientifismo sosteniendo que el materialismo es esencialmente ateo (XIV, p. 275, 277). Pero esto tampoco es nuevo
ni le libera de ser a la vez religioso. Históricamente se puede comprobar que
toda religión es esencialmente atea respecto a aquellos dioses en los que no
cree.
A pesar de todo, Lenin propone su materialismo como un arma universal
contra la fe religiosa (XIV, p. 399). Toma así una actitud muy similar a la de
aquellos creyentes que se esfuerzan en armarse espiritualmente contra los
CIENTIFISMO MARXISTA
181
ataques del Diablo y de los incrédulos. Lenin habla de la religión como
quien habla del Mal en sí mismo, de una obra del espíritu maligna, en un
estilo caracteristico de las actitudes religiosas más fanáticas.
2.14. Todo lo que no es marxista es idealista: no hay «tercera vía»
Según Lenin, entre materialismo marxista e idealismo no cabe una tercera vía. Es decir, o se está con él o se está contra él. Se trata aquí de aplicar al
campo científico el maniqueismo marxista.
Todo sistema filosófico, todo ensayo científico, que no esté de acuerdo
con la visión materialista de la realidad es considerado como erróneo o falso
y es arrojado al saco del «idealismo» (Lenin, XIV, pp. 90, 127, 138, 140, 146).
Y todos los sistemas idealistas están cargados de «subterfugios», «absurdos»,
«invenciones» (pp. 94s), etc.
En virtud de esta actitud maniquea, se niega toda posibilidad de una
«tercera vía» de superación entre el materialismo marxista y el idealismo
(XIV, pp. 146, 190, 195, 228, 261, 287, 324, 326).
Al maniqueísmo marxista no le interesan terceras vías. Una tercera vía
iría contra sus pretensiones absolutistas y totalitarias. Le interesa que todos
los sistemas filosóficos estén con él o contra de él. A nivel político, para el
marxista, todo lo que no está con él es fascista. Es sólo otra manifestación de
la misma actitud maniquea.
3. La sociologia Marxista
La lista de postulados anteriormente descrita se recoge en la creencia o
postulado recopilador según el cual la Sociología es la nueva ciencia suprema, la nueva ciencia modelo, por la que se han de orientar todas las demás
(Kernig y otros, 1975, 1, pp. 94, 98, 99s, 112, 113). Por supuesto, no se trata
de una sociología cualquiera, sino de una Sociología muy concreta, entre las
muchas que hoy existen; la Sociología marxista.
El Marxismo se cree a sí mismo como la ciencia suprema. Como el
Marxismo es fundamentalmente Sociología, de ahí que la Sociología marxista se tome como la ciencia suprema. Lenin, repitió hasta la saciedad que el
Marxismo es pura ciencia e incluso «el despliegue supremo de toda la
ciencia histórica, económica y filosófica de Europa» (Kernig y otros, 197 5, 1,
p. 98).
Esta misma lógica fue utilizada durante la Edad Media respecto de la
Teología. El teólogo cristiano creyó y defendió que la doctrina cristiana en
su formulación teológica constituía el despliegue supremo de toda la ciencia. Comparese, por ejemplo, los textos anteriores de Lenin con este de San
Buenaventura: «Es manifiesto que todas las ciencias están subordinadas a la
Teologióa, por lo cual ésta toma ejemplos y utiliza una terminología perteneciente a todo género de conocimientos ... Todas las ciencias han de contri-
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J. AVELINO DE LA PIENDA
buir a que Dios sea glorificado. Sin la iluminación que desciende desde lo
alto es vano todo conocimiento»
Si donde dice «Teología» y «Dios» ponemos «Sociología marxista» y
«Socialismo» o «Partido Comunista» o «Revolución», seguramente que muchos creyentes marxistas tomarían este texto como perteneciente a sus más
genuinos libros sagrados.
Según Lenin, el Marxismo no sólo coincide con la moderna ciencia de la
Naturaleza, sino que logra, por primera vez, el desarrollo de una auténtica
Sociología al aplicar los métodos científicos-naturales a la sociedad (Kemig y
otros, 1, 197 5, p. 98). En efecto, en esta Sociología se parte del presupuesto de
que las leyes que rigen los hechos sociales son de la misma naturaleza que las
leyes que rigen los hechos de la Naturaleza. Este presupuesto, a su vez, se apoya
en este otro: todo lo material es real y todo lo real es material.
Sentados estos presupuestos, la Sociología marxista toma como clave de
su estructuración y desarrollo la creencia de que las fuerzas de producción
son el determinante más radical de todas las creaciones culturales de la
mente humana, como ya se explicó más arriba.
El carácter metafísico de todos estos postulados ya ha sido explicado en
apartados anteriores. En el se apoya, por tanto, el carácter también metafísico y dogmático de esta Sociología.
Por otra parte, a la Sociología marxista se le atribuye una misión religioso-salvífica, llamada por los marxistas «revolucionaria». Según Lenin, «la
función de la ciencia en la preparación y el ejercicio de la praxis revolucionaria consiste en dar la verdadera palabra para la lucha. Es decir, hay que
saber representar esta lucha de modo objetivo, como resultado de un sistema determinado de relaciones de producción; y hay que comprender la
necesidad de esta lucha, su contenido, su recorrido y sus condiciones de
desarrollo. No se puede dar la palabra para la lucha sin investigar, hasta en
lo más mínimo, cada forma individual de esta lucha, sin perseguir, en cada
uno de sus pasos, su cambio de una forma a la otra, para poder determinar la
situación en cualquier momento dado» (Kemig y otros, 1975, 1, p. 99).
Es, por tanto, una idea concebida en función de la Revolución marxista.
Con ella se trata de dar a esta Revolución un ropaje científico con el que
adquiera más fuerza y consistencia.
Es la ciencia del Proletariado y su Revolución, pero es una ciencia que no
hace el Proletariado, sino sus representantes, los teóricos marxistas, que, a la
vez, son los dirigentes del Partido Comunista. El Partido, pues, es el gran
portador y guardian de esta ciencia, pero siempre para servir a los intereses
del Proletariado. Una vez más, el Partido se revela como poseedor de toda
clase de poder, incluido ahora el poder científico.
La sociología marxista es, por tanto, una ciencia partidista. Pero Lenin no
se avergüenza de ello. Es más, afirma expresamente el carácter partidista y
clasista de la ciencia, y especialmente de la Sociología (Kernig y otros, 1975,
1, pp. 99 y 102). Y no sólo eso. Según él, toda clase, siempre que ha
desempeñado un papel ascendente, estuvo del lado del materialismo y de la
ciencia, mientras la reacción, por el contrario, estuvo del lado del idealismo
y de la religión. (Kernig y otros, 1975, 1, p. 100).
CJENTIFJSMO MARXISTA
183
Lenin hace de esta afirmación suya una ley sociológica. Pero, si como ley
la tomamos, resulta que es aplicable también al Marxismo cuando sube al
poder. Es decir, es materialista y científico mientras lucha en la oposición,
pero se vuelve reaccionario, idealista y religioso en cuanto está en el poder.
Que esto último se cumple es algo que la historia del Marxismo parece
confirmar ampliamente. Pero, que el Marxismo es científico cuando aún
lucha por alcanzar el poder, es, cuando menos, algo muy discutible.
En nombre del cientifismo marxista, se toma el materialismo dialéctico e
histórico como premisa de todo trabajo científico, tanto en el campo de las
Ciencias Naturales como en el de las Ciencias Sociales. En su nombre se
impusieron en la URSS meticulosas censuras sobre los trabajos científicos
de una y otra rama (Kernig y otros, 1975, 1, p. 100). Toda publicación
científica que no esté de acuerdo con los dogmas del materialismo marxista
es censurada. Esta presión ideológica perdura aún hoy en todos los regímenes comunistas (Chambre, 1974, trad. 1979, p. 80).
Este tipo de manipulación ideológica y religiosa de la ciencia tiene una
larga historia. Ya en la Edad Media, por citar un conocido ejemplo, el
progreso y la ciencia estaban a la vez potenciados y limitados por las
creencias cristianas entonces dominantes. Estaban potenciados en el sentido
de que esas creencias constituían el estímulo más radical para todo esfuerzo
cultural. Las grandes creaciones culturales de la Edad Media fueron promovidas por motivos religiosos: Arte, Filosofía, organización política, etc.
Por otra parte, la religión imponía limitaciones importantes al progreso
en cuanto que todo aquello que de una u otra manera no estuviera de
acuerdo con la visión religiosa del mundo entonces reinante era sistemáticamente prohibido y perseguido. La Teología era la ciencia suprema, que
imponía sus normas a todas las demás. La ciencia, la razón, estaba controlada por la fe. Toda investigación y todo descubrimiento se hacía bajo los
auspicios de la religión.
J. AVELINO DE LA PIENDA
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