1. 2. Fiódor Mijáilovich Dostoievski (Moscú, 11 de noviembre de 1821 – San Petersburgo, 9 de febrero de 1881) fue un novelista ruso del siglo XIX. Autor de Los hermanos Karamázov, El idiota, Crimen y castigo, Los endemoniados, entre otras obras. Detrás de su cita más célebre: «Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos», se esconde todo un profundo pensamiento en torno al SUFRIMIENTO. Lejos de considerarlo como algo negativo sin más, le atribuye ser el origen de todo logro en la vida. Para Dostoievski, las causas más importantes del sufrimiento son la humillación, la vejación y la injusticia, la conmiseración hacia el sufrimiento y la muerte de hombres queridos, la desesperación del alma que ya no puede creer en el sentido del ser, así como la imposibilidad de saciar el anhelo espiritual que vive en nosotros. Sin embargo, todo hombre que no se limita a vivir la vida empequeñecida de una satisfacción puramente material de sus necesidades, sino que vive en la búsqueda de una armonía superior para la humanidad, tiene que verse necesariamente afectado por la visión de estos sufrimientos. Cuanto más grande es la lucidez y el amor, tanto más grande es también el sufrimiento de estos hombres. «Los hombres realmente grandes tienen que padecer en la tierra un gran sufrimiento (stradanie).» Si hubiera que aceptar que todos estos sufrimientos son en vano y que no tienen ningún sentido, este pensamiento sería tan indignante que, a causa de él, todo amor se transformaría en odio contra un universo así establecido y contra su eventual creador. Por otro lado, el sufrimiento tiene la gran significación acrecentadora de ser lo primero que permite al hombre conocimiento y amor en grado supremo. Puede servir como expiación para la injusticia universal, si se lo asume con el propósito correcto. Pero por muy importante que sea el sufrimiento, no es ni puede ser el fin último de nuestra vida, según creen algunos hombres a causa de la desesperación interior en la que se encuentran. El sufrimiento encierra belleza, y el sufrimiento puede ser amado por el hombre, pero tiene que ser superado finalmente en un estadio superior de pureza moral, de belleza espiritual y de alegría perfecta. Sin embargo, la alegría después del sufrimiento se diferencia de la alegría original en que aquélla ha atravesado por el sufrimiento, y de algún modo ha sido iluminada por él. El sentido último del sufrimiento sigue siendo inexplicable, porque nosotros no somos capaces de explicar el misterio de la caída en pecado. No obstante, toda filosofía positiva se diferencia de la filosofía negativa en que atribuye al sufrimiento un sentido, es más, en que intuye que la vida humana se enriquece y se profundiza con el sufrimiento. Desde este pensamiento es comprensible que Dostoievski diga que un hombre pueda ser «DIGNO» o «INDIGNO» del sufrimiento. El sufrimiento es enriquecedor y significativo para la vida humana. Quien ha sufrido mucho –más que quienes le rodean-, puede decirse que Dios le ha visto digno de cargar con este sufrimiento. El sufriente obtiene un derecho ante Dios, o al menos puede expiar su culpa. A través del sufrimiento se le da al hombre una consagración superior, y ante ésta cabe mostrar veneración. Por último, hay que reconocer que nosotros los hombres sólo podemos ser dignos y participar de la dicha de una bienaventuranza eterna con Dios si previamente hemos superado una prueba moral. El hombre sólo se hace merecedor de su dicha merced a la superación y al sufrimiento. La prueba implica necesariamente sufrimiento, pero este sufrimiento conduce a la perfección. «La verdadera visión del mundo sobre la que se fundamenta toda la ortodoxia: no hay dicha en el bienestar, la dicha se compra con el sufrimiento.» Viktor Frankl suele citar una frase de Dostoievsky: “Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos”. Y uno de los comentarios de Frankl que se vale de este pensamiento es el siguiente, consignado en su libro El hombre en busca de sentido, donde relata, como psicólogo, su experiencia en los campos de concentración “Visto desde este ángulo, las reacciones mentales de los confinados en un campo de concentración deben parecemos la simple expresión de determinadas condiciones físicas y sociológicas. Aun cuando condiciones tales como la falta de sueño, la alimentación insuficiente y las diversas tensiones mentales pueden llevar a creer que los reclusos se veían obligados a reaccionar de cierto modo, en un análisis último se hace patente que el tipo de persona en que se convertía un prisionero era el resultado de una decisión íntima y no únicamente producto de la influencia del campo. Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él -mental y espiritualmente-, pues aun en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana… Estas palabras [las de Dostoievsky] retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”. Lo que importa no es tanto por qué sufrimos o para qué, sino cómo vamos a sufrir; qué actitud adoptaremos frente al dolor. Job decidió ser “digno” de sus sufrimientos; llevarlos con entereza y, sobre todo, con plena confianza en la bondad y la sabiduría de Dios.