Jesús histórico Los enemigos de la fe han concretado el lugar de la lucha: ellos van a decir que no hubo revelación real, sino sólo subjetividad. Es la tesis protestante. Lo que hubo fue mitología. Pero basta con que yo lo sienta. Es la aceptación del subjetivismo, es decir, de que la fe es una locura particular, y del deísmo, que consiste en decir que Dios es lejano. El contagio del subjetivismo en la iglesia católica fue el fideísmo de Bautain, Bonald y Bonnetty que fueron condenados por el Vaticano I. También el contagio de todo eso produjo el relativismo religioso que caracteriza al racionalismo y semirracionalismo, que niegan la necesidad, novedad o verdad de la revelación, condenado primero por el Vaticano I y Pío IX, después, como modernismo, por Pío X, y finalmente por el Vaticano II en la Dei Verbum y la Congregación de la doctrina de la fe en la Dominus Iesus. Porque las afirmaciones de la objetividad de la Revelación cristiana corresponden a la fe católica. Pero la objetividad no se demuestra por esa pertenencia. Lo católico no se demuestra por ser católico. Estaríamos en una petición de principio. La objetividad la podemos demostrar por dos vías: observando la verdad de los testimonios logrados con criterios objetivos, y observando, por otro lado, la falsedad y las razones espurias y corruptas de los que atacaban dicha objetividad. En cuanto a lo primero, interesa destacar que la historicidad de Jesús la defendieron en su tiempo incluso los enemigos de la fe cristiana. Tenemos el testimonio de los paganos Plinio el Joven en su carta a Trajano del año 1121, de Tácito en sus Annales de Roma del 1152 y de Suetonio en su “Vida de Claudio”, donde dice que los cristianos provocan discusiones a causa de un tal Cristo. Entre los judíos destaca Flavio Josefo que alude a Cristo dos veces en sus “Antigüedades Judías” del año 93 en que menciona a “Santiago, hermano de Jesús a quien llaman Cristo” y, en otro lugar del mismo libro, cuenta cómo de Jesús se decían cosas asombrosas, que murió en la cruz y que sus seguidores decían que resucitó. El testimonio es claro que y está respaldado por el Talmud también afirma la existencia y muerte de Jesús.l 1 Plinio el Joven, prefecto de Bitinia, a Trajano el emperador. Baste decir de ella que hay muchos cristianos, que confiesan a Cristo como Dios y son buenos. Pregunta si los debe perseguir. Es señal de que la confesión de la divinidad de Cristo como específicamente cristiana no es señalada sólo por los de dentro sino por los de fuera. ¡Y estamos en el 112! 2 Tácito en sus Anales del año 115 al 117 recuerda el incendio de Roma que Nerón atribuye a los cristianos, de los que tiene mala opinión, pero que siguen a un tal Cristo, que bajo Tiberio fue condenado por Poncio Pilato. Así sabemos que tal condena no es invento del evangelista o de la primitiva comunidad cristiana. El testimonio de los descubrimientos arqueológicos también es claro: tenemos a Roberts que descubre en Egipto un papiro del 125 de nuestra era que contiene el capítulo 18 de San Juan. Luego para esa fecha ya estaba escrito Juan. Estos son los datos. Lo demás está sacado de los mismos evangelios. Por tanto, no teniendo otras fuentes, todos estamos en el mismo punto de partida, y, por tanto, nada se puede argüir en nombre de conocimientos pretendidamente exclusivos, como hacían los gnósticos, puesto que todo hay que sacarlo de las evidencias que ofrecen los evangelistas. Pero recordemos que, en nombre de la naturaleza y sus leyes, hubo un movimiento que negó a Dios la posibilidad de influir en el transcurso de la historia. No existía la Revelación, sólo la naturaleza, que parecía automática e independiente de Dios. Una naturaleza concebido como una enorme maquinaria de leyes irrevocables y de resultados previsibles que la ciencia ha de descubrir. Por eso es bueno explicar cómo y por qué se comenzó a dudar de la historicidad de los evangelios. No fue por los mismos evangelios sino porque se negaba la posibilidad del milagro. Y eso se llama prejuicio. Ese mismo movimiento empezó a negar los milagros y a presentar la historia sin que Dios intervenga en ella. Reimarus (+1768) es uno de los exponentes de la Ilustración europea. Influido por el deísmo escribió Wolfbüttelscher Ungennant (Anónimo de Wolfenbüttel) en que arriesga la idea de que Jesús era un celota fracasado, a cuyo fracaso los discípulos no se resignaron haciéndolo resucitar, es decir, propagando la mentira de la resurrección. Lo propio es desconfiar del Evangelio. D. Strauss (1840), que escribirá en Tubinga la vida de Jesús, inventa aquello del mito. Piensa que el sentimiento religioso se ha transformado en historia haciendo decir a ésta milagros que sirven para ensalzar a nuestro líder. Cristo se creyó Mesías, pero no hizo milagros. Éstos se le han atribuido. Kähler (1892) establece en su Der sognnate historische Jesu und der geschichtliche, biblische Cristus la división entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe en el mismo sentido que Strauss. Dice que entre los dos no hay nada en común. Es imposible llegar a la verdadera historia, a los hechos brutos. Wrede (Göttigen 1901) que escribe sobre el mesianismo en el Evangelio de Marcos, niega la conciencia mesiánica de Jesús y para justificar la comunidad que Jesús no hablara de esta conciencia inventó el secreto mesiánico consistente en que Jesús prohibió que se dijera que Él era el Mesías. Simplemente ese secreto se lo inventó el redactor. Schweitzer escribió el secreto histórico de la vida de Jesús (París 1961) y presentó a Jesús como un iluso que cree en la llegada inminente del reino de Dios y se encontró con la muerte. Imaginó que su muerte era el comienzo del Reino, pero todo fue en vano. Fue Pablo el que transformó el mensaje insistiendo en que el reino había llegado mediante el acceso a Cristo, crucificado y resucitado. Bultmann, como los anteriores, niega la relación entre Jesús y Cristo, historia y fe. Afirma el carácter creativo de mitos de la primitiva comunidad y en su Neues Testament und Mithologie de 1941 afirma que el mito es la representación inmanente de lo trascendente. Se trata como mito la concepción virginal de Jesús, milagros, conciencia de su divinidad y resurrección. Dice que lo que vale es el significado que eso tiene para nosotros. No nos interesa el qué sino el para mí. Yo puedo ver en la cruz el juicio de Dios que me pide que confíe en la acción salvadora de Dios. Es un convencimiento protestante, sin motivos y sin historia, es decir, irracional. Según Bultmann, la revelación no nos proporciona contenidos. Hay una actividad creadora de la comunidad. El único significado de la Revelación es la interpelación de Dios. Pero extraña, dado que no hay historia, tanto interés en saber qué ocurrió realmente como tiene la Formgeschichte, la escuela que tiene su origen en Bultmann. Y es, en realidad, la malicia de causar escándalo. Escándalo que les acaba perjudicando. Hoy nadie les lee. Porque han conseguido arrancar la fe. Comienza, a partir de aquí, un proceso inverso, el proceso de crítica a los críticos y, por tanto, de recuperación del valor histórico de los evangelios y de su significado religioso. En primer lugar tenemos la Redaktiongeschichte. La escuela de la redacción o Redaktiongeschichte va a reprochar a Bultmann no haber estudiado la intención del escritor sagrado, tarea que Marxsen hizo sobre san Marcos y Bornkamm sobre Mateo, así como Conzelmann sobre Lucas. Hablan del proceso de formación de los evangelios a partir de los hechos y dichos de Jesús. ¿Qué están diciendo? Si hay una intención pedagógica en los escritores hay una selección de textos, y deja de tener importancia decisiva el orden cronológico o geográfico de los mismos, sin negar su historicidad. No es mucho, pero es algo. Los escritores sagrados tienen un motivo especial para ordenar de un modo distinto las palabras o los hechos. No se entra en la historicidad de los milagros. De Käsemann a los exegetas católicos Käsemann, discípulo de Bultmann, explicó que le extrañaba que la Iglesia, que en las cartas de Pablo ya tenía el significado de la vida de Jesús. Recordemos que Bultmann había dicho que los mitos, o sea los milagros, eran necesarios a los autores sagrados para expresar la fe, pero que lo importante era el mensaje, es decir, la fe que se proclamaba y transmitía. El milagro ni era verdadero ni era necesario. Käsemann indica que también entonces sabían dar mensajes sin milagros, y la prueba está en San Pablo, que no trae ninguno. Por eso extraña que se necesitara inventar una vida de falsos milagros para justificar algo que no los necesitaba. Por tanto, concluye Käsemann, la Iglesia tuvo la pretensión de decir lo que pasó, lo histórico, aunque resultase escandaloso. Porque, sin eso, tampoco era creíble el mensaje. Lo lógico era por eso afirmar que no hay mensaje creíble sin la manifestación de Dios. J. Jeremias, también protestante, estudió las expresiones propias de Jesús, como aquello de “en verdad en verdad os digo”3. También es innovación de Jesús el uso del “Abba”, para llamar al Padre y el uso del paralelismo antitético para poner, contra la costumbre, el acento en el segundo término: “Quien busque su vida la perderá pero el que la pierda por mí la encontrará” (Mt 10,39). También las parábolas de Jesús, contra la costumbre de los rabinos, tienen una urgencia escatológica y una interpelación a la conciencia. Además, todo el mundo, para afirmar algo divino, se apoyaba en la escritura. Jesús se apoya en sí mismo y usa el “Yo divino”, es decir, un yo de tal autoridad que sólo Dios lo puede pronunciar: “Yo te lo digo: levántate” (Lc 7,11-17). “Pero yo os digo”4. La exégesis católica actualmente no admite la invención del contenido esencial de los evangelios. Aportación de Schürmann y la escuela de Upsala Schürmann, exégeta católico, dice que el mito es pensar que todo comenzó después de la Pascua5. Hace notar que la primera comunidad cristiana fue prepascual (Mt 10,5-6) y tenía un mensaje que dar, el del Reino,para lo cual fue enviada (Lc 10), cuyo contenido se puede observar en los 3 Los demás en Palestina ponían el “en verdad” (el “Amén”) al final de la frase y no al principio, como suele hacer Jesús. 4 Aparece cinco veces en Mt 5. 5 En realidad lo que ha ocurrido es que se ha trasladado el caso de la doctrina de la evolución que hizo crisis respecto del relato del Génesis sobre la creación a los milagros del Nuevo Testamento. logia de Cristo, que resultaban únicos respecto de las sentencias de los otros rabinos. La escuela de Upsala (Riesenfield y Gerardson) han observado también un dato olvidado por Bultmann, que la cultura hebrea era fundamentalmente memorística, ya que carecían de los medios de escritura de que disfrutamos, y que, por tanto, eran capaces de retener en su memoria más de lo que ahora podemos, incluso con métodos mnemotécnicos como frases en verso o retruécanos. Recordemos que Jesús se ayudaba precisamente con sus parábolas y con sus moralejas que en lengua aramea suenan en verso. La Iglesia, a su vez, emplea parádosis6 que los rabinos utilizaban para transmitir resúmenes de importancia (“os comunico lo que yo he recibido”), especialmente evidentes en los temas de la Eucaristía (1Cor 11, 23-26) y la resurrección (1Cor 15, 3-5)7. La Iglesia era una comunidad con autoridad, sometida a los apóstoles, que eran garantes de la doctrina y de los hechos que se contaban, y por eso rechazaba la falsedad como ocurrió con los apócrifos. 6 El sustantivo paradosis, del verbo paradídomi, entregar, aparece 120 veces en el Nuevo Testamento. Es signo de una comunidad que no inventa. También aparece constantemente y en el mismo sentido la palabra paratheke (depósito) en las cartas a Timoteo y las de los Tesalonicenses (2Tim 3, 14; 4, 1ss; 2Ts 2, 15.25; 3,6; 1Ts 3,4; 5,27). Martyría o testimonio tiene el significado de haber estado presente; es el caso de Matías (Hech 1,15ss). Diakonía tou logou (servicio de la palabra) era una expresión típica de los que debían guardar fielmente la Torá que el Nuevo Testamento aplica a los apóstoles (Hech 6,4). 7 El lenguaje de Pablo en ese caso no es el propio, sino el recibido por tradición. Con esto queda suficientemente observado que la negativa a aceptar la historicidad de los milagros, puesto que sólo ellos son objeto de duda, no proviene de otra cosa sino de la negativa a aceptar que Dios pueda penetrar con su Revelación el curso de unos acontecimientos que, a juicio de los que la niegan, sólo son regidos por las leyes naturales, por el azar o por la libertad humana. Pero no hay realmente un respeto suficiente a la misma ciencia histórica ni, mucho menos, a la fe que hemos recibido. Criterios de historicidad La ciencia exegética, que no es una simple rama de la ciencia histórica, aunque parte de sus conclusiones, sin embargo, ha señalado unos criterios para establecer la seguridad en la historicidad de los acontecimientos que transmiten las Escrituras. Son los siguientes8: 8 Dahl, Mussner, Rigaux, Schürmann, Conzelmann, Trilling, Leon Dufour, Martini, McArthur, Perrin, De la Potterie, Caba, Mceleny, Lührmann, Lambiasi, Letzen Deis, Latourelle Múltiple fuente (Triple tradición, Quelle, fuentes propias de los sinópticos, Juan), sobre todo si hay entre ellas independencia en el tiempo o en el espacio9. Aunque puede ser auténtico y aparecer en sólo una fuente como la parábola del Hijo Pródigo (Lc 15, 11-31) Discontinuidad. Un dato totalmente contrario a la mentalidad de la comunidad primitiva. Nadie excepto la realidad puede proporcionarlo10. Conformidad. Todos los exégetas están de acuerdo en que Jesús predicó el Reino. Todo lo que tenga conexión con el Reino tiene también el mismo grado de seguridad. Explicación necesaria. Algo que si no ocurrió deja sin sentido lo demás. Por ejemplo, si Cristo no instituyó la Eucaristía no se entiende cómo se extendió por todas partes de modo tan homogéneo, único y universal. Estilo propio de Jesús. Es el estilo de su innegable autoridad y sencillez a la vez, misericordia, etc. Naturalmente, si coinciden los estilos entonces aumenta la seguridad. Pero la seguridad en una parte es un indicio de la seguridad en el conjunto. Por otro lado la historicidad fundamental coincide con nuestra fe, como dice DV 19. 9 Por ejemplo “Hijo del Hombre” aparece en todas. El caso del título de Hijo del Hombre también es un caso de discontinuidad. Ni siquiera lo entendió la comunidad primitiva. 10 Latourelle, en concordancia con DV 19, afirma que los exegetas católicos tienen que aceptar que el Evangelio ha trasmitido sin deformarlo lo que dijo y ocurrió en la persona de Jesús. ¿Quién es Jesús? La pregunta, que la primitiva comunidad contesta con el título de Dios, la hizo Jesús (Mt 16,13-14)11. Eso significa en primer lugar que fue Jesús el que tuvo la pretensión de manifestar su divinidad a sus seguidores. En Teología I, ustedes han podido observar cómo se ve esa pretensión justamente a través de algunos indicadores: La exigencia enorme, que sólo Dios puede pedir, de considerarle más que el padre y la madre y de seguirle por encima de todo otro seguimiento, con cualquier sacrificio. 11 Esa escena es auténtica, por la localización extraña y por llamar Satanás a Pedro. Si no fuera verdad que Jesús le llamó así, no lo hubieran puesto. Además, los hebraísmos son evidentes: “Puertas del Infierno” “Carne y sangre” “Reino de los Cielos” “Atar y desatar”. La historicidad de la pretensión de Jesús de ser el Hijo de Dios incluso antes de la Pascua, se funda, entre otros, en el texto bíblico de Mt 16,13-14. En ese texto, que no es construcción de la comunidad primitiva, como afirman los mejores exégetas (localización clara y sin embargo no emblemática en la Biblia, criterio de discontinuidad, rechazo de Jesús contra Pedro por pretender apartarle de la cruz, criterio de discontinuidad) Jesús acepta la excepcionalidad de su misión, que, en Marcos (1,1) sólo tiene sentido desde la divinidad y por eso concluye con esta misma confesión de fe (Mc 15,39). La pretensión de perdonar los pecados. La autoridad con que modifica los mínimos de la Ley en temas como el matrimonio (Mt 19,7), el adulterio, el juicio y el odio al otro… : Yo os digo… Tal autoridad es el tema de la controversia con los fariseos y sacerdotes (Mt 21,23) que aparece especialmente en Juan (8). La interpretación del Antiguo Testamento referida a sí mismo como Mesías e Hijo de Dios en Mt 22,41-45, que es tan evidente que nadie se atreve a hacerle más preguntas. Pero sobre todo la afirmación ante los sacerdotes en el juicio, tan clara que no hace falta ser discutido su sentido (Mt 26, 64). Eso, demostrar la divinidad de Cristo, es el objetivo del evangelio de Marcos (1,1) puesto que es el título que pone a su evangelio y de los demás, por lo que se ve en Juan (1,1; 5, 18…) por ejemplo. Wrede, como hemos visto, indica que Jesús no tuvo esta pretensión, y que la comunidad quiso ocultar esa falta de pretensión divina de Jesús indicando con falsedad que el silencio de Jesús en torno a esto fue provisional y pretendido (“Callen por ahora”). Sin embargo, De la Potterie indica: “La orden de callar no se entiende bien sino a la luz de la segunda parte del evangelio. Sólo después de la revelación de la pasión, muerte y resurrección… no habrá peligro de una falsa concepción mesiánica” (La confesión mesiánica. Brescia 1967 J. Caba El Jesús de los evangelios. Madrid 1977. Pg.144) Jesús evita sistemáticamente que le llamen Mesías y, sin embargo, acepta el título de Hijo del Hombre. Por otro lado, al hablar del Padre habla de Él sintiéndose Hijo en sentido único y trascendente, y lo hace saber a quien tenga oídos, pero también evita publicarlo constantemente hasta el momento en que, ante el Sanedrín de su pueblo, y condenado por la falsa acusación de hacerse rey de este mundo, no haya inconveniente de presentarse de modo claro como Dios. Es cierto que constantemente aparecen (Antonio Piñero o Puente Ojea, por ejemplo), voces que, a partir de Schweitzer, van a negar la posibilidad de llegar realmente al Jesús histórico, pero también hay autores imparciales como Meier, que afirman dicha posibilidad. Cristología implícita Käsemann hizo, contra su maestro Bultmann, una investigación sobre textos secundarios en el Nuevo Testamento en que de forma implícita daba a entender su divinidad. Bultmann había insistido en el tema de los títulos de Jesús para decir que habían sido atribuidos por la naciente comunidad, y que no correspondían a las afirmaciones del Jesús histórico, desde su propia hipótesis. Käsemann deja eso de lado para insistir en textos donde la huella de la comunidad no es tan evidente por lo insignificante de los mismos. Son esos que aparecen en Teología I: los textos sobre dejarlo todo por el Reino (Lc 18,29; Mt 19,29), o la demostración a Juan de la llegada del Reino (Lc 7, 22-23), o la réplica a la acusación de posesión de los fariseos (Mt 12,28), o aquello del novio que impide ayunar (Mc 2,19). La idea que se desprende es que Jesús en persona es el Rey del Reino y la salvación y el perdón los confiere en nombre propio (Mc 2,10). A diferencia de Buda, Jesús es, él mismo el Salvador y la Salvación (como dice Guardini) y acogerle es acoger a Dios (Mt 10,32-33).