pautas de jaime bonet - Verbum Dei Costa Rica

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1. NUESTRA
MISIÓN CONSISTE EN LLEVAR A LOS HOMBRES AL
ENCUENTRO DE DIOS EN CRISTO; AL ENCUENTRO CON CRISTO.
Este es, diría yo, nuestro carisma y misión específica. Y ¿por qué? Porque precisamente el
seguimiento de Cristo es fruto de nuestro encuentro diario con Él, y cada encuentro diario con Él
estrecha más y más este seguimiento. Y porque seguirle consiste en seguirle no cuerpo presente,
sino de forma vivencial, humanamente, con acto humano perpetuado, acción constantemente
actualizada; implica, pues, adherirme a Él con toda mi mente, con todo mi corazón, con toda mi
alma y con todas mis fuerzas, hasta que los dos seamos uno, como Él es uno con el Padre (Cf.
Jn 10,30).
Sólo así conseguiremos el fruto y objetivo propio de la intencionalidad de Jesús al llamarnos en su
seguimiento, igual que será la intencionalidad nuestra al hablar: ponernos en contacto y poner a
nuestras gentes en contacto y formar a nuestras gentes: llevarles de tal modo al encuentro con
Cristo que le conozcan, sean uno con Él, hasta el punto de que dejemos de ser nosotros para
pasar el mismo Cristo. Es el punto de mira al que apuntamos desde la primera intervención o
tema en nuestro apostolado - llevar a la gente a que descubran y se entusiasmen por el supremo
ideal de la persona humana: ser otro Cristo. Fue el supremo ideal y logro de Pablo: Ya no soy yo
quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
Esta transformación en Cristo, es el efecto y fruto propio de nuestra plena adhesión a Él, de
nuestro contacto vivencia con la Persona de Cristo, con el SER, identidad de Dios que es Amor; es
el resultado, efecto y fruto del trato amoroso u oración con Cristo, Dios verdadero y hombre
verdadero; cuando la oración es adhesión plena, o consigue la adhesión plena de nuestro ser al
Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rm 8,39).
Cuando con la gracia del Espíritu Santo, alcanzamos esta oración de comunión y unión; oración
transformante, que no es otra cosa que dejarme amar por Cristo y sólo por Él.
Cuando sólo le sigo a Él -tal como he profesado ante el Cielo y ante los hombres- seguirle,
consagrarme a Dios en amor perfecto -cerrado y defendido por la cerca o valla de los votos de
pobreza, castidad y obediencia- Huerto cerrado, fuente sellada para el Amor con mayúscula (Ct
4,12)
Esta transformación es obra del Amor de Dios que de su parte no falla, porque el amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado
(Rm 5,5).
En el mismo sentido, canta San Juan de la Cruz: “¡Que gran obra hace el Amor después que lo
conocí; que si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor y al alma transforma en sí!.”
Supone que me dejo invadir y poseer por el Amor de Dios, que vino a prender Jesús en la tierra:
He venido a prender un fuego en la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta
que se cumpla! (Lc 12,49-50).
Este amor prende en nosotros en la oración si le damos nuestro permiso, nuestro sí efectivo. Es
decir, si dialogamos, respondemos y correspondemos al Amor de Cristo. Entonces, nos puede
vencer y doblegar, purificar y transformar, como la chatarra en la fragua; penetra en nuestro
interior sin poderlo evadir ni soslayar, tal como expone Jeremías: Me has seducido, Yahvéh, y
me dejé seducir; me has agarrado y me has podido... Había en mi corazón algo así
como un fuego ardiente, prendido en mis huesos y, aunque yo trabajaba por ahogarlo,
no podía (Jer 20,7-9).
Así se acerca Dios en Cristo a nosotros. Y así se manifiesta y se revela, cuando entramos en
contacto, a fuego vivo, con Él por el ejercicio de oración hecha honradamente con Él; esto es, tal
como nos hemos comprometido: cuando le escuchamos a Él en la oración, escuchamos sus
Palabras: Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en
vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que
me ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él...si alguno me
ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada
en él. Él que no me ama, no guarda mis Palabras (Jn 14,20-23)
Por la oración discernimos su voluntad: lo bueno, lo agradable, lo perfecto (Rm 12,1-2). Y
su voluntad es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4)
Amor quiero y no sacrificio; conocimiento de Dios más que holocaustos (Os 6,6).
Esta oración de unión, propia de la vía unitiva de la que nos habla San Ignacio de Loyola en las
etapas de la vida espiritual- es oración transformante, por la que Jesús quiere transformarnos
hasta que le reproduzcamos y seamos puramente su Amor: el Amor perfecto, deber y derecho
especial de todos los consagrados. Que sea Él en nosotros, a cuya imagen fuimos creados (Gen
1,26) y en Él elegidos antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su
Amor (Ef 1,4). Esta oración hace de todo nuestro ser, alma y cuerpo, fermento del Reino de Dios
en la tierra y fragua de discípulos de Cristo, que arden en el mismo Amor transformante, prendido
por el mismo Cristo en nuestros corazones, por la presencia continua y actuante del Espíritu Santo
y de toda la Trinidad en nosotros.
Por lo que si seguimos a Cristo, nos hacemos uno con el Amor Trinitario, germen de la genuina
Vida comunitaria de fraternidad universal: Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi
Padre (soy uno con Él) y vosotros en mí, uno conmigo, y yo en vosotros (Jn 14,20).
A ello va la misma oración de Jesús: Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me habías
dado para que sean uno como nosotros somos uno. No ruego sólo por éstos sino
también por aquellos que por medio de su palabra creerán en mí (habrán aprendido a
orar, me conocerán y serán mi Amor) para que todos sean Uno. Como tú, Padre en mí
y yo en ti, que ellos también sean uno como nosotros para que el mundo crea, Yo les
he dado la gloria (el Espíritu) que tú me diste para que sean uno como nosotros
somos uno, yo en ellos y tú en mí para que sean perfectamente uno... Padre justo,...
yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer para que el amor
con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos (Jn 17,11.20-23.26).
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