Índice Prefacio Introducción: Crisis 1 Éxito 2 Evangelio 3 Límites 4 Equilibrio 5 Carácter 6 Guerra 7 Siervos 8 Sinceridad 9 Identidad 10 Restauración 11 Longevidad 12 Presencia Sé líder: 12 principios del evangelio para el liderazgo en la iglesia Copyright © 2021 por Paul David Tripp Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada e ilustración por Ordinary Folk, ordinaryfolk.co Director editorial: Giancarlo Montemayor Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Traducción: Gerardo Montemayor Clasificación Decimal Dewey: 303.3 Clasifíquese: LIDERAZGO/CLERO/ADMINISTRACIÓN DE LA IGLESIA Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc. ®. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. ISBN: 978-1-0877-3643-3 Impreso en EE. UU. 1 2 3 4 5 * 24 23 22 21 A todos los líderes que invirtieron en mí, me pastorearon, me confrontaron, oraron por mí y me mostraron la paciente, perdonadora y transformadora gracia de mi Salvador. PREFACIO Es uno de los distinguidos e inmerecidos privilegios y deleites de mi vida. No entrené para hacerlo, no lo vi venir, y me sigue sorprendiendo hasta hoy. He sido llamado a poner las palabras del evangelio en una página tras otra en un libro tras otro. Me levanto cada mañana con entusiasmo y aprecio. Al principio, la escritura no me resultaba natural. Escribía con tanta confianza como una persona que, arrastrada por el espíritu invernal, patina sobre hielo por primera vez. Recibí de regreso mi primer manuscrito con las correcciones y comentarios del editor en rojo, ¡y parecía una carnicería! Pero me he mantenido en ello y estoy profundamente agradecido de que esto es lo que tengo que hacer con mi vida, mi tiempo, mis dones y mi conocimiento. Solo tengo una cosa que ofrecer: las verdades del evangelio del Señor Jesucristo. Todo lo que hago con cada libro es ponerme las gafas del evangelio y mirar otro tema en la vida de un creyente o en la cultura de la Iglesia. He dicho en broma que solo he escrito un libro; simplemente le cambio el título cada año. Debido a que el evangelio es tan infinitamente profundo, sé que podría seguir escarbando en él durante el próximo siglo y nunca llegar al fondo. También sé que las aplicaciones del evangelio a la vida cotidiana son tan amplias y variadas que nunca me quedaría sin cosas nuevas para examinar desde la perspectiva del evangelio. Verás, el evangelio no es solo un conjunto de hechos históricos. Sin duda es eso. Está basado en actos divinos de intervención y sustitución que si no son reales e históricos le robarían al evangelio su fiabilidad, promesa y poder. Pero el evangelio no es solo un conjunto de hechos históricos, sino también una colección de realidades redentoras actuales. Ciertas cosas son verdaderas ahora, y son verdaderas para cada creyente, debido a lo que Dios hizo históricamente y está haciendo actualmente a través de ellas. Hay más. El evangelio es una identidad viva para todos los que creen. Nos hemos convertido en algo en Cristo, algo que es glorioso y nuevo y lleno de un nuevo potencial. La buena teología del evangelio no solo te define quién es Dios y lo que ha hecho; también redefine quién eres como Su hijo. Una última cosa. Como dije antes, el evangelio está destinado a ser un nuevo juego de anteojos que cada creyente utiliza y a través del cual mira la vida. Déjame decirlo de otra manera. El evangelio de Jesucristo está destinado a ser la hermenéutica de tu vida, es decir, el medio por el que entiendes y das sentido a la vida. Esto es importante porque los seres humanos no viven la vida basándose en los hechos de su experiencia, sino en su interpretación de los hechos. Sean conscientes de ello o no, cada ser humano es un creador de sentido, un teólogo, un filósofo o un antropólogo, siempre considerando las cosas por separado para entender lo que significan. Como líder de un ministerio, estás haciendo un trabajo teológico no solo cuando predicas, enseñas o diriges, sino también en la forma en que piensas sobre ti mismo, entiendes tu ministerio y te relacionas con tus compañeros líderes. Cada libro que escribo tiene el propósito de ayudar a la gente a mirar algún aspecto de la vida o del ministerio a través de la lente del evangelio. A veces este maravilloso trabajo que se me ha dado fluye con facilidad; las palabras parecen salir volando de mis dedos y llegar a la página del libro. Pero otras veces parece que paso mucho de mi tiempo de escritura mirando la página no escrita, debatiendo cómo se dirían mejor las cosas y orando por la sabiduría y la capacidad que no tengo por mi cuenta. En esos días, no estoy seguro de si el problema soy yo y la variedad de distracciones y debilidades que traigo al proceso de escritura o si es el tema y todos los delicados equilibrios que necesitan ser expresados bien. No me desanimo cuando el trabajo es duro, porque estoy profundamente convencido de que he sido llamado a hacer este trabajo, no porque yo sea rico en dones y sabiduría, sino porque mi Señor es glorioso en todos los sentidos, y me encuentra en mi debilidad con una fuerza que solo Él puede dar. Escribo siempre como un pastor. Esto puede parecerte extraño, pero escribo con una congregación en mi mente. Escribo con amor por la gente que tengo en mente. Escribo con pasión para que conozcan la profundidad de lo que se les ha dado en la asombrosa gracia y el amor ilimitado de Jesús. Y sé que, debido a que la obra de Jesús a nuestro favor es completamente suficiente, puedo ser honesto. No hay daño que el pecado haya hecho o hará que no haya sido abordado por Su persona, Su trabajo, Sus promesas y Su presencia. Escribo convencido de que nosotros, la comunidad de creyentes, podemos ser la comunidad más honesta de la tierra porque no hay nada que pueda ser conocido, revelado o expuesto sobre nosotros que no haya sido cubierto por la obra expiatoria de Cristo. Al final, confío en que mi trabajo no solo dará a la gente una nueva forma de pensar sobre la información del evangelio que encuentran en sus Biblias, sino que en última instancia llevará a una transformación del corazón y de la vida. Escribo con la esperanza de que mis palabras estimulen la fe, el amor, la esperanza, la valentía, la alegría, la humildad, la perseverancia, la misericordia y la generosidad, y que encontremos estas cosas no solo en todos los lugares típicos donde la gente vive y se relaciona, sino también en las relaciones y el trabajo de los encargados de dar liderazgo a la Iglesia. Es con esta esperanza que les ofrezco este libro. Escribo como un pastor que ama a los pastores y tiene un profundo aprecio y respeto por los sacrificios diarios que cada líder del ministerio hace por el bien del evangelio de Jesucristo y la salud espiritual del pueblo de Dios. Como todos los demás libros que he escrito, pienso en él como un libro sobre el evangelio. No es primero una crítica al liderazgo del ministerio, sino más bien un llamado a dejar que el evangelio de Jesucristo forme la manera en que nos vemos como líderes, la manera en que nos relacionamos unos con otros como una comunidad de liderazgo, y la forma en que hacemos nuestro trabajo de liderazgo en el ministerio. Este no ha sido un libro fácil, porque escribí queriendo examinar las cosas difíciles, pero lo hago de una manera que refleja la esperanza y el amor del evangelio. No quería que la honestidad disminuyera la esperanza o que la esperanza debilitara la honestidad. Mi esperanza es que, al leerlo, seas bendecido no solo con esperanza, sino con la esperanza que corrige, protege y establece nuevos objetivos donde sean necesarios. ¡Que Dios los bendiga ricamente a ustedes y a todo lo que hagan en Su nombre! Paul David Tripp 13 de mayo de 2019 Introducción Crisis Amo a la Iglesia. Amo su adoración, amo su predicación, amo su teología evangélica, amo su comunidad, amo su testimonio al mundo, amo sus ministerios de misericordia y amo a sus líderes. Cuando tengo el privilegio de estar ante una reunión de líderes de la Iglesia, siempre me siento lleno de honor y aprecio. Conozco bien el camino que cada pastor recorre porque yo mismo he recorrido ese largo camino. Conozco la carga de ser miembro del núcleo de la comunidad de pastores y líderes de la Iglesia. Tengo demasiado respeto por aquellos que responden al llamado de dar su vida al ministerio de la Iglesia. Sé que el pastor promedio trabaja demasiado, tiene poco personal y no está bien pagado, así que aprecio mucho a aquellos que han elegido vivir esa vida. Soy miembro de una iglesia maravillosa, con un liderazgo piadoso y dedicado y una predicación del evangelio que da vida. Ser parte de su comunidad es una de las alegrías de mi vida. El amor que tengo por la Iglesia es la razón por la que estoy preocupado por sus líderes. Mi preocupación se ha profundizado a medida que he recibido llamada tras llamada después de mi libro El llamamiento peligroso. ¹ La llamada que a continuación mencionaré provino del presidente del consejo de una iglesia local con la que me asocié para un ministerio. Estaba conmocionado, herido, enojado y confundido. Me pidió ayuda, pero no estoy seguro de que quisiera mi ayuda, al menos no la que yo me sentía obligado a darle. Mientras conversábamos, su ira se volvió hacia mí. Quería ayudarlo a él y a sus compañeros líderes a atravesar el oscuro y rocoso camino que recorrerían durante los próximos meses, pero su ira me dijo que no me invitaría a participar. Dejé mi celular después de nuestra charla y la tristeza se apoderó de mí. No era la primera vez, y sabía que no sería la última. Llevo esa tristeza conmigo. Me conduce a la oración, me hace celebrar la gracia de Dios, y me motiva a pensar que podemos y debemos hacerlo mejor. Lo que me preocupó en la llamada de ese día, y muchas otras llamadas similares, no es que mi amigo líder estuviera conmocionado, herido y enfadado. Debería estar sorprendido por la vida hipócrita de su pastor principal. Debería haberle dolido que su pastor amara su placer más de lo que amaba a la gente que había sido llamado a alimentar y a liderar. Quien me llamó necesitaba estar enojado por la violación de todo lo que Dios diseñó para Su Iglesia. Pero lo que me preocupó y me dejó triste después de la llamada fue que no había introspección, ni asombro sobre la naturaleza de la comunidad de liderazgo que rodeaba al pastor caído, y ninguna aparente voluntad de hablar de otras cosas que no fueran qué hacer con el pastor, quien era el foco de su ira. Desearía que esta conversación hubiera sido una excepción, pero no lo fue. Todos hemos sido testigos de la caída de pastores conocidos con una gran influencia y notoriedad, pero por cada caída pública, hay cientos de pastores desconocidos que han caído, han dejado tanto su liderazgo como su iglesia en crisis, o son solo cascarones espirituales de los pastores que una vez fueron. Hemos hablado de idolatrar la fama, de la inmoralidad pastoral y de la seducción del poder, pero escribo este libro porque, muy a menudo, detrás del fracaso de un pastor hay una comunidad de liderazgo débil y fracasada. No tenemos solo una crisis pastoral; estoy convencido de que, basado en conversación tras conversación con los pastores y su liderazgo, tenemos una crisis de liderazgo. ¿Podría ser que la forma en que hemos estructurado el liderazgo de la iglesia local, la forma en que los líderes se relacionan entre sí, la manera en que formamos la descripción del trabajo de un líder y el estilo de vida diario de la comunidad de liderazgo puedan ser factores que contribuyan al fracaso pastoral? ¿Podría ser que mientras los líderes estamos disciplinando al pastor, lidiando con el daño que ha dejado atrás y trabajando hacia la restauración, necesitamos mirar hacia adentro y examinar lo que su caída nos dice sobre nosotros mismos? ¿Podría ser que estemos mirando a los modelos equivocados para entender cómo liderar? ¿Podría ser que, al enamorarnos de los modelos corporativos de liderazgo, hayamos perdido de vista las ideas y valores más profundos del evangelio? ¿Podría ser que hayamos olvidado que el llamado a liderar la Iglesia de Cristo no se resume en organizar, dirigir y financiar un catálogo semanal de reuniones y eventos religiosos? ¿Podría ser que muchas de nuestras comunidades de liderazgo no funcionan realmente como comunidades? ¿Y podría ser que muchos de nuestros líderes no quieren realmente ser liderados, y muchos en nuestra comunidad de liderazgo no valoran la verdadera comunidad bíblica? Sabía que cuando escribí El llamamiento peligroso, que aborda las tentaciones únicas que cada pastor enfrenta, necesitaría escribir otro libro dirigido a la comunidad de líderes que rodea al pastor. He necesitado los años desde que se publicó El llamamiento peligroso, con todas esas tristes y difíciles conversaciones telefónicas, antes de emprenderlo. He necesitado sentarme cara a cara con decenas de pastores novatos y veteranos. He necesitado muchas horas de estudio y reflexión. Pero estoy emocionado de usar mi voz con la esperanza de que encienda una conversación que estoy convencido que necesitamos tener, pero que a menudo no tenemos. Este libro no es una crítica deprimente. Puedes ir a Twitter para eso, el lugar que nos ha revelado a todos que el juicio es mucho más natural para nosotros que la gracia. Quiero proponer un modelo de carácter positivo para la iglesia local o el liderazgo del ministerio. Se ha escrito mucho sobre el don de un líder, sobre tener a las personas adecuadas en los lugares adecuados, sobre las estructuras de liderazgo, y sobre cómo tomar decisiones e impulsar la visión. Todas estas cosas son importantes, pero no son lo más importante. Quiero dirigir tu pensamiento hacia el carácter fundacional y el estilo de vida de una comunidad de liderazgo de una iglesia saludable. Mi esperanza es que el resultado sea la perspicacia, la confesión y la transformación de la comunidad. Jim me llamó porque la vida secreta y sórdida de su pastor principal ya no era un secreto. Como tantas otras situaciones, la computadora era la herramienta que había expuesto el secreto. Al principio, Jim y sus compañeros líderes se negaron. Simplemente no podían creer que estas cosas estuvieran pasando en la vida del hombre con el que habían trabajado y en el que habían confiado durante años. Pensaron que tal vez su computadora había sido hackeada, pero cuando se acercaron a él, cambiaron de opinión, porque negó todo. Ahora tenían que trabajar a través de su incredulidad, así como todas las explicaciones plausibles que su pastor había dado y que, francamente, deseaban creer. Sin embargo, cuanto más cavaban, más incapaces eran de negar la verdad de lo que se había descubierto, y cuanto más descubrían, más tenían que confesar que había mucho sobre este pastor que no conocían. Eran como diez personas en una canoa construida para cuatro y que se dirigía por corrientes rápidas hacia una cascada. Para añadir a su sentimiento de descontrol, esta crisis había destrozado su unidad. Tal vez sea más exacto decir que la crisis había expuesto cuán delgada y frágil era su unidad. Los hombres más leales al pastor discutieron y debatieron con los hombres que pensaban que se precipitaban a juzgar; los que organizaban discutieron con los hombres que tendían a ser más pastorales; y en todos estos debates había demasiado juicio sobre los intereses y motivos de los demás. Mientras tanto, una conmocionada y dolida congregación no obtenía de sus líderes lo que necesitaba. Mientras caminaba con estos líderes a través de su angustia y confusión, involucrándolos en una conversación tras otra, estaba claro que no estaban preparados para lo que estaban enfrentando. No era solo que no estuvieran estructuralmente preparados, sino que, lo que es más importante, no estaban preparados en términos de carácter y relación. El hecho de que faltaran cosas tan básicas complicaba y obstruía su vocación de guiar a su iglesia en ese momento tan difícil. Y en su falta de preparación, pasaron tanto tiempo debatiendo entre ellos como lidiando con la crisis y el hombre en el centro de ella. No son solo las pequeñas y desconocidas iglesias las que no están preparadas. Todos hemos visto a las grandes iglesias lidiar con crisis pastorales similares, y las hemos visto actuar y hablar demasiado pronto, solo para luego retractarse de lo que han dicho y hecho y luego sugerir otro punto de vista y otro curso de acción que pronto también modifican. Hemos visto a los líderes de estas iglesias mostrar su desacuerdo en público. Hemos visto que la lealtad, el poder y la división controlan las decisiones, en lugar de permitir que la sabiduría bíblica los guie. ¿Cuántos pastores más fracasarán, cuántas iglesias más serán dañadas, antes de que humildemente nos preguntemos cómo estamos dirigiendo la iglesia que el Salvador ha confiado a nuestro cuidado? Celebro las maravillosas, vibrantes y sanas iglesias con las que me relaciono en todo el mundo. Me encanta la energía que estamos vertiendo en la plantación de iglesias y la revitalización de la Iglesia. Me encanta que las iglesias centradas en el evangelio hablen cada vez más fuerte como defensoras de lo que es justo y correcto por los que no tienen voz. No estoy para nada deprimido; estoy emocionado. Pero me preocupa que las debilidades de la comunidad de líderes tengan el poder no solo de debilitar la función y el testimonio de lo que parece ser una iglesia muy saludable, sino que también pueden, en lo que parece ser un instante, arrojar a esa iglesia a un atolladero que puede dañar y desviar su ministerio durante mucho tiempo. En algunas situaciones parece que la gloria nunca volverá. Lo que me impulsa a abordar este tema no está basado en mi sabiduría o experiencia, sino en la presencia, el poder, la sabiduría y la gracia de mi Redentor. Al comenzar a escribir este libro, recuerdo una vez más lo que me dio esperanza y motivación cuando escribí El llamamiento peligroso: Mateo 28:1620: Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había indicado. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. Los discípulos habían atravesado un torbellino de cosas inimaginables: el arresto nocturno de su Mesías en Getsemaní, el juicio y la tortura de Jesús, la crucifixión pública, el encontrar Su tumba vacía y Sus apariciones después de la resurrección. Intenta ponerte en su lugar. Intenta imaginar la confusión, los debates internos, el miedo, la duda y la expectativa ante el futuro. Imagina la alegría por Sus apariciones estrellándose contra las luchas por creer en los milagros y el misterio que las acompañaban. Considera lo que sucede a continuación en el contexto de lo que los discípulos enfrentaban emocional y espiritualmente. Jesús, sabiendo que había tanto duda como fe en la habitación, estaba a punto de encargar a este grupo de creyentes temerosos que llevaran el evangelio de la resurrección al mundo. Sí, Él les daría la Gran Comisión a estos hombres en este momento catastrófico. Probablemente yo habría pensado: No están listos, es demasiado pronto. Necesitan conocer mucho más. Necesitan llegar a un entendimiento más profundo de lo que acaba de suceder. Necesitan tiempo para madurar. Pero en medio del momento más asombroso, confuso y gloriosamente alucinante de la historia, Jesús no dudó; simplemente les dijo: «Vayan». Me encantan las palabras que siguen porque nos aclaran por qué Jesús estaba confiado en reclutar a estos hombres, en ese momento, para su misión evangelizadora mundial. Tenía confianza no por lo que había en ellos y por lo que sabía que harían, sino porque sabía lo que había en Él y lo que Él haría. Así que dijo: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra». Les dijo a estos hombres que no había ninguna situación, ningún lugar o comunidad fuera de Su autoridad y gobierno soberano. Quería que entendieran que todo en el cielo y en la tierra estaba bajo Su control. Considera por qué esto era tan vital para estos hombres que necesitaban desesperadamente Su gracia para llevar Su mensaje de gracia a las naciones. No sé si alguna vez has considerado esto, pero la fiabilidad de las promesas de Dios para nosotros es tan grande como el alcance de Su soberanía. Dios solo puede garantizar el cumplimiento de sus promesas donde tiene el control. Puedo garantizar lo que te prometo en mi casa, porque tengo cierta autoridad allí, pero no puedo hacer las mismas promesas para la casa de mi vecino, sobre la que no tengo control. Jesús está diciendo: «Mientras vas, puedes contar con todo lo que te he prometido porque yo gobierno cada lugar donde necesitarás que se cumplan esas promesas». Las promesas de gracia de Dios son seguras porque Su soberanía es completa. Pero Jesús tenía más que decir. Entonces miró a Sus discípulos, con la mezcla de duda y fe en sus corazones, y dijo: «Les aseguro que estaré con ustedes siempre». Estas palabras son mucho más profundas que si Jesús hubiera dicho: «Estaré ahí para ustedes». Jesús está tomando uno de los nombres de Dios: «Yo soy». Dice: «Sepan que dondequiera que vayan, el Yo Soy estará con ustedes, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, aquel sobre el que descansa toda la promesa del pacto, el que es el mismo ayer, hoy y siempre, el que es Alfa y Omega. Yo soy el Yo Soy, y nunca pensaría en enviarlos sin ir con ustedes en poder, gloria, sabiduría y gracia». Los discípulos encontrarían todo lo que necesitaban para lo que se les había encomendado en el poder, la presencia y la gracia del que los enviaba. Es con la misma seguridad que Jesús les dio a los discípulos que escribo este libro. Debido a la completa autoridad de Cristo, a que no podemos escapar de Su presencia y la seguridad de Sus promesas, no debemos tener miedo de examinar nuestras debilidades y fracasos. El evangelio de su presencia, poder y gracia nos libera de la carga de minimizar o negar la realidad. El evangelio de Su presencia, poder y gracia nos da la bienvenida para ser la comunidad más honesta de la tierra. No estamos atorados en nuestro historial. No estamos abandonados a nuestros limitados recursos personales. Porque Él es el mejor regalo para nosotros, nuestro potencial es grande y el cambio es posible. Y así es el evangelio de Su presencia, poder y gracia que me da el valor y la esperanza de escribir sobre un lugar muy importante donde el cambio debe tener lugar. Que la misma gracia te dé un corazón dispuesto mientras lees. UN MODELO El fundamento de todo lo que se propone en este libro sobre la forma, el carácter y la función de la comunidad de líderes de la Iglesia de Jesucristo es este: el modelo de la comunidad que es la Iglesia, y lo más importante, su liderazgo, es el evangelio de Jesucristo. Ahora, sé que esto parece tan obvio como vago, pero estoy persuadido de que no es ninguna de las dos cosas, y que, si la principal fuerza que impulsa el liderazgo en las iglesias locales de todo el mundo fuera el evangelio de Jesucristo, muchas de las cosas tristes que hemos visto en las vidas de los líderes y sus iglesias no habrían sucedido. Quiero invitarte a examinar conmigo un pasaje que establece un fundamento evangélico para todas las relaciones en la iglesia, desde la persona promedio en el banco de iglesia hasta los líderes más influyentes, de mayor cultura y que establecen misiones. Permíteme decir, antes de que leamos este pasaje, que ningún modelo de liderazgo organizativo u orientado a las metas debe opacar los valores y el llamado del evangelio como el modelo estructural y funcional, ni la identidad de los líderes de la iglesia local y del ministerio cristiano. Mientras reflexionaba sobre este pasaje, mi mente estaba puesta en los miles y miles de pastores, líderes ministeriales, juntas de ancianos y juntas de diáconos de todo el mundo, y me he preguntado si las normas de este pasaje son su experiencia normal como líderes. Encontramos el pasaje en la carta de Pablo a los Efesios: Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz (Ef. 4:1-3). Cabe señalar que la primera aplicación de las verdades del evangelio, que Pablo acaba de exponer para los Efesios, es para recordarles que son esas mismas verdades las que deben moldear la forma en que piensan sobre sí mismos y sus relaciones con los demás. Esas verdades serán el fundamento de cualquier estructura comunitaria que construyan. Existen pocas aplicaciones más importantes de las verdades del evangelio de Jesucristo que considerar cómo estas establecen las directrices para la forma en que vivimos, nos relacionamos y trabajamos unos con otros como miembros del cuerpo de Cristo. Y permíteme señalar que no hay ninguna cláusula de excepción para los pastores, ancianos y diáconos o algún modelo diferente de comunidad para ellos en este pasaje o en cualquiera de los pasajes similares. El evangelio, que es nuestra esperanza en la vida y la muerte, también establece las directrices para la forma en que vivimos, nos relacionamos y conducimos entre el «ya» de nuestra conversión y el «todavía no» de nuestro regreso final a casa. Mi propósito aquí no es hacer un estudio detallado de Efesios 4:1-3, sino proponer cómo sus valores evangélicos pueden comenzar a moldear la forma en que pensamos sobre cómo funcionamos y nos relacionamos como líderes de la iglesia. Quiero sugerir que si realmente quieren que sus relaciones sean dignas del evangelio que recibieron, entonces valorarán la humildad, la bondad, la paciencia, el amor compasivo y la paz, y si valoran estas características del evangelio, se preguntarán: «¿Cómo sería mi comunidad de líderes si realmente valoráramos estas cosas más que los puestos, el poder, los logros, los aplausos o el éxito?». Permítanme responder a esta pregunta sugiriendo seis características que marcarán una comunidad de liderazgo formada por los valores del evangelio. 1. Humildad La humildad significa que la relación de cada líder con otros líderes se caracteriza por la aceptación de que no merece el reconocimiento, el poder o la influencia que su posición le otorga. Significa saber, como líder, que mientras el pecado siga viviendo dentro de ti, necesitarás ser rescatado de ti mismo. La humildad significa que amas servir más de lo que anhelas liderar. Significa ser dueño de tu incapacidad en lugar de presumir de tus habilidades. Significa estar siempre comprometido a escuchar y aprender. La humildad significa ver a los compañeros líderes no tanto como instrumentos para alcanzar el éxito, sino para servir a quien los llamó. Significa estar más entusiasmado con el compromiso de tus compañeros líderes con Cristo que con su lealtad hacia ti. Se trata de temer el poder de la posición en lugar de anhelarlo. Se trata de estar más motivado para servir que para ser visto. La humildad es estar siempre dispuesto a considerar la preocupación de los demás por ti, confesar lo que Dios revela a través de ellos, y comprometerse a un cambio personal. La humildad es desatar a tu abogado interior y estar abierto al poder continuo de la gracia transformadora. 2. Dependencia La dependencia significa vivir, como líder, como si realmente creyeras que tu andar con Dios es un proyecto comunitario. Significa que, debido al poder cegador del pecado, renuncio a la creencia de que nadie me conoce mejor que yo mismo. La dependencia significa no tener más miedo a la exposición, porque realmente creo que no hay nada que pueda ser conocido, expuesto o revelado sobre mí que no haya sido ya abordado por la persona y la obra de Jesús. Significa vivir como si realmente creyera que el cristianismo aislado, individualizado e independiente nunca produce buenos frutos. Significa reconocer que cada líder necesita ser dirigido y cada pastor necesita ser pastoreado. La dependencia significa reconocer que la comprensión teológica, la alfabetización bíblica, los dones del ministerio y la experiencia y el éxito en el ministerio no significan que ya no necesites el esencial ministerio santificador del cuerpo de Cristo. Significa confesar que mientras el pecado permanezca en ti, y que alejado de la gracia restrictiva y el ministerio de rescate de los que me rodean, sigues siendo un peligro para ti mismo. 3. Espontaneidad preparada Si reconoces la presencia, el poder de seducción y engaño del pecado, también reconocerás que todos los miembros de tu comunidad de líderes siguen siendo susceptibles a la tentación y continúan en peligro. Sabes que los pecados, pequeños y grandes, infectarán a tu comunidad y obstruirán y desviarán su obra. Vives con el conocimiento de que todos en tu comunidad de liderazgo aún necesitan una gracia rescatadora y santificadora. Así que ponen en marcha planes para hacer frente al pecado, la debilidad y el fracaso que inevitablemente se asomará. No se sorprenderán por negar o minimizar lo que Dios, en Su gracia, revela, sino que lo tratarán con franqueza en un espíritu de amor y gracia. No se preocuparán más por defender la reputación de su comunidad de líderes que por lidiar con sus fracasos. La espontaneidad preparada significa que, debido a que has tomado en serio lo que el evangelio dice sobre las continuas batallas espirituales en el corazón de cada líder, te has preparado para tratar con el pecado que Dios expone, aunque no sepas de antemano lo que Él, en Su gracia, expondrá. 4. Revisión La revisión significa que invitamos a la gente a traspasar los límites normales de las relaciones de liderazgo para mirar en nuestras vidas y ayudarnos a ver cosas que no veríamos por nuestra cuenta. Significa invitar a los compañeros líderes a mirar nuestras almas. Significa invitarlos a interrumpir nuestra conversación privada con conocimientos bíblicos que nos protejan y verdades restauradoras del evangelio. Significa reconocer que la auto examinación es un proyecto comunitario, porque todavía podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que estamos bien cuando estamos en peligro y necesitamos ayuda. Así que todo líder debe estar dispuesto a vivir bajo una revisión bíblica amorosa, llena de gracia, paciente y perdonadora. 5. Protección Todos pecamos, pero no todos pecamos igual. Por razones de historia, experiencia, dones, biología, y un sinfín de otras cosas, no somos tentados de la misma manera por las mismas cosas. Tú puedes ser susceptible a las tentaciones del poder, mientras que alguien más puede ser susceptible a las tentaciones del placer, mientras que yo puedo ser tentado por la atracción de las cosas materiales. Esta comprensión de las diversas seducciones del pecado y la diferente manera en que afectan a cada uno de nosotros es vital para la salud a largo plazo y la prosperidad del evangelio en cada comunidad de liderazgo de la iglesia local. El verdadero amor bíblico no se limita a aceptarte, bendecirte con paciencia y saludar tus fracasos con el perdón. Junto con todas estas cosas, trabaja para hacer todo lo posible para protegerte de las eternas debilidades del corazón que te hacen susceptible a la tentación. Las palabras de Hebreos 13:17 hablan con una claridad motivadora: «Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas». Los líderes son responsables de proteger las almas de aquellos que están bajo su cuidado. Las palabras aquí son específicas y provocativas. No dice que los líderes están comisionados para tomar nota de su comportamiento; por supuesto que eso es cierto, pero hay algo más profundo y fundamental que se ilustra aquí. Son las almas lo que los líderes deben proteger. El alma señala a la persona interior, sus pensamientos, deseos, motivos, debilidades, fortalezas, nivel de madurez, susceptibilidades, etc. Significa conocer a alguien a nivel de su corazón para poder predecir dónde puede traspasar los sabios límites de Dios. Lo que se describe aquí es un nivel de liderazgo protector que solo se dará en el contexto de una relación profunda. Si esta protección está destinada a ser la experiencia de todos en el cuerpo de Cristo, ¿no debería estar presente en el núcleo de la comunidad de liderazgo? Me ha entristecido la cantidad de veces que me han contactado para ayudar a una comunidad de liderazgo a tratar con un líder caído, solo para descubrir que, desde hacía mucho tiempo, había indicadores de debilidad y susceptibilidad particulares que nadie en su comunidad de liderazgo parecía haber notado. Debido a que nosotros, como líderes, no siempre nos vemos con exactitud, y a que no siempre nos percatamos de las áreas en las que somos débiles, todos necesitamos una comunidad protectora que nos vigile, incluso cuando no estamos tan vigilantes como deberíamos. Si vamos a ser protegidos, necesitamos ser conocidos en el nivel donde la tentación es más poderosa, el corazón. 6. Restauración Uno de los más bellos, esperanzadores y alentadores temas del evangelio a través de las Escrituras es el de los nuevos comienzos. Los nuevos comienzos son un sello del poder rescatador, perdonador, restaurador y transformador de la gracia de Dios. Para Moisés, un nuevo comienzo fue una voz desde un arbusto ardiente que lo llamaba a volver a Egipto para liberar al pueblo de Dios, esta vez mediante el poder de Dios. Para David significó ser confrontado por un profeta, confesar el horror de lo que había hecho, y continuar su reinado. Para Jonás significó ser vomitado a la orilla del mar y enviado por segunda vez para llevar el mensaje de Dios a Nínive. Para Pedro, un nuevo comienzo ocurrió en la orilla de Galilea, ya que el Mesías al que traicionó lo perdonó y lo envió de nuevo a servirle. Para Pablo, un nuevo comienzo fue una luz cegadora en el camino a Damasco y palabras de perdón llevadas por un mensajero bastante temeroso. La gracia significa que no estamos estancados en nuestro peor momento ni somos condenados por nuestra peor decisión. La gracia significa que, desde las cenizas del pecado, los líderes pueden levantarse porque el Salvador tiene poder de resurrección. Me pregunto, si utilizamos la forma en que pensamos sobre los líderes y la función de la comunidad de liderazgo, ¿habríamos restaurado a alguno de estos personajes bíblicos? ¿Qué hay de diferente en la forma en que vemos el pecado, la debilidad y el fracaso de un líder y la forma en que Dios mira lo mismo? En ninguno de los casos que he citado se negó, ocultó o minimizó el pecado. En cada situación parece como si lo que se hizo fuera tan grave que no había esperanza para el futuro del pecador. Nuestra tendencia en tales situaciones es pensar que mientras el perdón de Dios demuestra una gracia asombrosa, también dirá: «En cuanto a la utilidad en Mi reino, estás acabado». Pero en esas situaciones bíblicas, cada uno fue restaurado a una posición de liderazgo espiritual. Profundizaré más en este punto en otro capítulo, pero lo que quiero preguntar aquí es: ¿nuestras comunidades de liderazgo funcionan con una mentalidad evangélica y de restauración? Conozco a muchos líderes caídos que fueron desechados y están manteniendo a sus familias haciendo telemercadeo, construyendo casas o vendiendo computadoras. Nunca debemos minimizar el pecado de un líder, ni debemos apresurarnos a restaurar a un líder que aún no ha tratado con los asuntos fundamentales de su corazón, y ciertamente hay algunos casos en los que un líder nunca debe ser restaurado a una posición de liderazgo, pero tampoco debemos abandonar nuestra creencia en el poder restaurador de la gracia de Dios aquí y ahora. La Iglesia necesita desesperadamente una comunidad de liderazgo cuya función no solo esté estructurada para cumplir metas con eficiencia, sino que esté profundamente moldeada por los consuelos y los llamados del evangelio de Jesucristo. Como en cualquier otra relación de la vida humana, si miras a tu comunidad de liderazgo a través de los anteojos del evangelio de Jesucristo, transformará tus expectativas, tus compromisos, tu comportamiento y la forma en que respondes a las dificultades. No es solo un discurso bíblico confuso decir que el evangelio debe ser nuestro modelo para la formación y función de la comunidad de liderazgo que debe guiar a la Iglesia. El enfoque de este libro es el llamado específico del evangelio en la forma en que pensamos sobre el liderazgo. DOCE PRINCIPIOS DEL EVANGELIO Me reúno individualmente de forma regular con diez jóvenes pastores y líderes del ministerio. No hay nada en el ministerio más importante para mí que esto, y hay pocas cosas que disfrute más en el ministerio. Existe una forma real en la que estos hombres son mis héroes del ministerio. Han dado sus vidas para vivir en las trincheras en medio de la batalla espiritual que es la Iglesia. Se enfrentan a toda la gama de alegrías y dificultades que son inevitables en el ministerio. Han sido llamados, como su Mesías, no solo a predicar el evangelio, sino también, como Él, a sufrir por Su causa. Me encanta caminar con ellos a través de los caminos retorcidos, las colinas y los valles, y los días brillantes y las noches tormentosas de la vida de un líder espiritual. Pero una y otra vez me entristece que carezcan del tipo de comunidad rica en el evangelio que todo pastor o líder necesita para estar espiritualmente sano y disfrutar de la longevidad del ministerio. Mis reuniones con ellos me han obligado a pensar en cómo debe ser esa comunidad. Así que este libro está formado por doce principios de liderazgo y comunidad evangélica. Estos principios están profundamente ligados a las relaciones, ya que el evangelio también lo está. Recuerda que el evangelio de la gracia de Dios nos enseña que el cambio duradero del corazón siempre tiene lugar en el contexto de la relación, primero con Dios y luego con el pueblo de Dios. Una forma en que pienso sobre los doce principios que impulsan el contenido de este libro es que son una carta de amor a estos queridos hombres con los que camino y a los que tengo tanto afecto. Mi esperanza es que no solo estos principios los protejan y los bendigan con una larga y saludable vida de ministerio, sino que hagan lo mismo para ustedes y las generaciones de líderes cristianos por venir. — 1. — Éxito Todos los líderes guían mientras al mismo tiempo necesitan desesperadamente todos los recursos de la gracia de Dios. Esta realidad ineludible debe ser una gran influencia en la forma en que los líderes se ven a sí mismos, se conducen y hacen el trabajo al que Dios los ha llamado. No es solo el joven pastor quien necesita la gracia, el pastor que se encuentra en medio de la lucha o el pastor caído; la gracia es el ingrediente esencial en el éxito del ministerio de cualquier persona, en cualquier momento, a cualquier edad, en cualquier lugar y en cualquier tipo de ministerio. El próximo capítulo abordará lo que significa para una comunidad de liderazgo funcionar como la comunidad evangélica que fue diseñada por Dios para ser. En este capítulo quiero considerar cómo lo bueno, el éxito, puede convertirse en algo malo para el liderazgo cuando se ha convertido en algo dominante. Ahora, sé que el éxito no solo es una cosa maravillosa, sino que también es algo vital. La salvación se basa en el éxito. No habría esperanza de perdón, de ayuda para el presente, o de un nuevo cielo y una nueva tierra si no fuera por la imparable ambición del Señor de los señores de tener éxito en lo que solo Él puede lograr al extender Su gracia a Su pueblo y en redimir y restaurar Su mundo que gime. Pero hay más. La gracia salvadora de Dios enciende en los corazones de todos Sus hijos un cambio radical en la ambición. Donde una vez nuestros pensamientos, deseos, palabras y acciones fueron motivados y dirigidos por nuestra ambición de lograr nuestra definición de felicidad personal, por gracia ahora están moldeados por nuestra ambición de que el reino de Dios logre todo lo que Dios ha diseñado para que logre. Donde una vez fuimos ambiciosos por lo que queremos, ahora somos ambiciosos para hacer la voluntad de Dios. Además, Dios nos llama a ser ambiciosos para el crecimiento y la expansión de su reino entre el «ya» de nuestra conversión y el «todavía no» de nuestro regreso a casa. Los seres humanos son triunfadores, destinados a construir y reconstruir, a crecer y expandirse, a arrancar y plantar, a derribar y construir, a soñar y a lograr sueños. Pero toda ambición y todo logro debe inclinarse ante el señorío y la gloria del Señor Jesucristo. Por lo tanto, hay que señalar que el rescate y la reorientación del deseo de nuestros corazones en relación con lo que buscamos lograr es un trabajo en progreso. Desearía poder decir que lo que siempre me motiva a hacer lo que hago y decir lo que digo es una sincera ambición por la gloria de Dios y el éxito de Su reino, pero no lo es. Desearía que la forma en que gasto mi dinero e invierto mi tiempo estuviera siempre motivada por la ambición vertical, pero no lo está. Desearía poder decir que Dios siempre está en el centro de toda ambición de los pensamientos de mi corazón, pero no lo está. Desearía poder decir que siempre quiero que cada logro en mi vida sea un dedo que señale la existencia de Dios y Su gloria, pero no puedo. Así que hay que decir que, para mí, y estoy seguro de que para ti también, la ambición es un campo de batalla espiritual, y también hay que decir que en la comunidad de líderes de la iglesia, la ambición por la gloria de Dios y Su reino se transforma fácil y sutilmente en otra cosa. QUÉ GLORIA: UNA HISTORIA DE ÉXITO Eran jóvenes y ambiciosos. Amaban el evangelio, y amaban su ciudad. Realmente querían lograr grandes cosas para Dios. No solo querían ser predicadores del evangelio; también querían ser hacedores. Creían que la gracia transformadora de Jesús tenía el poder de cambiar cada aspecto de la vida de las personas y las comunidades en las que vivían. Estaban decididos a ser exitosos en el reino y que Dios los usara para rescatar a miles de cautivos. No eran orgullosos; confiaban en la presencia, el poder y las promesas de Dios. En sus reuniones predicaban un mensaje claro y bien aplicado del evangelio e invitaban a la gente a una adoración que exaltara a Dios. Llevaban el evangelio a las calles, no solo proclamando la gracia, sino haciendo actos de misericordia que se dirigían directamente al gemido particular de su comunidad. Trabajaron duro, planearon en grande y confiaron en que Dios produciría resultados. Por supuesto, revisaron y volvieron a revisar su plan, pero a medida que lo hacían, comenzaron a ver resultados. Al principio fue algo monótono, pero al poco tiempo la gente empezó a venir a Cristo, y los ministerios comunitarios se notaron y fueron bienvenidos. Al poco tiempo, superaron tanto a su edificio como a su personal. Buscaron una instalación mucho más grande para albergar mejor lo que querían lograr y contrataron gente para asegurarse de que cumplieran sus objetivos. Nadie en el interior lo habría notado, pero se estaba produciendo un cambio. El agradecimiento a Dios por lo que había hecho había empezado a competir con el orgullo de los logros. Cada vez se invertía menos tiempo en el compañerismo y la adoración durante las reuniones de liderazgo, y cada vez se dedicaba más tiempo a analizar las estadísticas y a trazar estrategias de objetivos. Los líderes se separaron progresivamente del cuerpo de Cristo y se volvieron menos amables, accesibles y responsables. Miles de personas asistieron a múltiples reuniones cada domingo, y millones de dólares eran recolectados cada año. La comunidad de líderes se había convertido en una cultura muy diferente a la humilde comunidad basada en la gracia que una vez fue. Los ancianos ya no funcionaban como los pastores de los pastores o como los guías espirituales y consejeros de la congregación. No, funcionaban semana tras semana como la junta corporativa de una institución religiosa. Lo único que distinguía sus reuniones era un breve tiempo de devoción y oración antes de cada reunión. Los diáconos ya no eran una junta del ministerio de misericordia, sino más bien como los contadores ejecutivos y administradores de propiedades de la iglesia. El crecimiento y el dinero ahora dominaban sus discusiones y su visión. Cada vez más miembros del personal tenían miedo de hacer algo que se interpusiera en el camino del éxito corporativos. Pocos pastores y personal tenían el valor de confesar su lucha personal o el fracaso del ministerio. El personal que era poco exitoso o que cuestionaba las decisiones o los valores era despedido rápidamente. Gran parte del personal estaba desanimado y agotado, pero pocos lo confesaban. Los pastores y miembros del personal agotados renunciaron con pocas ganas de continuar en el ministerio. Nadie parecía preguntarse cómo podía ser la iglesia tal como se describe en el Nuevo Testamento si el liderazgo ya no funcionaba como la comunidad evangélica que debía ser. Nada de esto sucedió de una sola vez, y poco de ello fue intencional, pero cambios sutiles habían alterado radicalmente la cultura, la mentalidad y los valores de la comunidad de liderazgo. Todo estaba enmascarado por las hambrientas multitudes que aún venían y los muchos ministerios que seguían creciendo. La iglesia ya no era solo una interpretación mucho más grande de lo que había sido en sus primeros días; se había convertido progresivamente en algo muy diferente. A nivel del corazón, los líderes habían cambiado, y en poco tiempo, la comunidad de líderes cambiados destruiría, con orgullo de sus éxitos y con un espíritu inaccesible, lo que Dios había construido con tanta gracia. ¿Podría ser que, en tu comunidad de liderazgo, haya señales de que la gloria del éxito ha comenzado a reemplazar la gloria de Dios como el motivador más poderoso en los corazones de sus líderes y de la forma en que los planes de liderazgo evalúan y realizan su trabajo? El éxito orientado por el evangelio es algo hermoso, pero el deseo de lograr se vuelve peligroso cuando se eleva para gobernar los corazones de la comunidad de liderazgo. A continuación, muestro las señales que indican cuando el éxito se ha vuelto peligroso. Utilízalos para evaluar tu comunidad de liderazgo y para el propósito de una honesta autoevaluación como líder. 1. El éxito se vuelve peligroso cuando domina a la comunidad de liderazgo. Permítanme comenzar reconociendo que Dios nos ha ordenado hacer ministerio donde el dinero es una preocupación necesaria, donde hay aspectos de negocios que son necesarios para lo que hacemos, donde la planificación estratégica es importante, y donde el crecimiento numérico de la iglesia requiere más propiedades, edificios más grandes, un mayor enfoque en el mantenimiento de las instalaciones, y una comunidad de empleados en crecimiento progresivo para dotarlo de personal. Ninguna de estas cosas es mala o peligrosa; son necesidades de una administración sabia de un ministerio en crecimiento. Pero estas cosas no deben llegar a ser tan dominantes como para que empiecen a cambiarnos a nosotros y a la forma en que pensamos sobre nosotros mismos y el ministerio al que hemos sido llamados. No podemos permitirnos pasar de ser pastores y líderes del ministerio a ser la junta directiva de una empresa religiosa. No podemos permitirnos pasar de ser humildes y accesibles servidores del evangelio a ser orgullosos y no tan accesibles hombres de negocios. Los planes para lograr el éxito en una iglesia local no son necesariamente enemigos del humilde ministerio evangélico, pero a medida que se experimenta el éxito del ministerio y el crecimiento numérico, son difíciles de mantener en un equilibrio adecuado. Cuando los pastores, predicadores y líderes humildes y apasionados por el evangelio se transforman con el tiempo en administradores o visionarios centrados en la institución, tienden a perder parte de su pasión por el evangelio, y la iglesia o el ministerio sufren como resultado. Sí, debemos ser ambiciosos para la expansión del reino de la gloria y la gracia de Dios, pero también debemos reconocer que mientras el pecado siga residiendo en nuestros corazones, el éxito es una zona de guerra espiritual que no solo está plagada de bajas de pastores o líderes, sino que ha dejado heridos a muchos que todavía están en el ministerio. Observa las advertencias para nosotros en la historia espiritual de Israel, mientras saboreaban el éxito y la prosperidad de la tierra prometida: Porque yo fui el que te conoció en el desierto, en esa tierra de terrible aridez. Les di de comer, y quedaron saciados, y una vez satisfechos, se volvieron arrogantes y se olvidaron de mí (Oseas 13:5-6). ¿Se ha vuelto dominante la búsqueda de logros institucionales en tu ministerio? No respondas demasiado rápido. 2. El éxito se vuelve peligroso cuando controla nuestra definición de liderazgo. Los requisitos para el ministerio en la Iglesia de Jesucristo son radicalmente diferentes de la forma en que típicamente pensamos sobre la composición de un verdadero líder. Quiero escuchar lo que la gente en una iglesia o ministerio dice después de anunciar que alguien tiene verdaderas cualidades de liderazgo. Quiero escuchar lo que piensan que son esas cualidades. ¿Debería la gente recibir una posición, autoridad o liderazgo en un ministerio o iglesia porque han tenido éxito en el ministerio, porque tienen el impulso de hacer un trabajo, porque han manejado bien sus finanzas, porque son comunicadores persuasivos, o porque tienen un currículum impresionante? Considera, por un momento, la naturaleza radical de las cualidades que Dios dice en 1 Timoteo 3:2-7 hacen de un líder ministerial fiel, el tipo de líder que toda iglesia o ministerio influyente necesita: Intachable Esposo de una sola mujer Moderado Sensato Respetable Hospitalario Capaz de enseñar No borracho No pendenciero No amigo del dinero Amable Apacible Gobierna bien su casa No un recién convertido Que hablen bien de él los que no pertenecen a la iglesia Quiero hacer dos observaciones sobre el éxito a largo plazo en el ministerio. Primero, en un sentido general, Dios quiere que los pastores y líderes tengan éxito porque ama a Su reino y a Su novia, la Iglesia, pero desde la perspectiva de Dios, la fidelidad a largo plazo que produce frutos en el ministerio está arraigada en el carácter humilde y piadoso. Una segunda cosa que esta lista de cualidades de los líderes enfatiza es que, en última instancia, Dios es el que alcanza el éxito; nuestra vocación es ser herramientas útiles en Sus poderosas manos. Debido a que no somos soberanos sobre la situación en la que ministramos, porque no tenemos el poder de cambiar los corazones de las personas, porque a menudo estorbamos en lugar de ser parte de lo que Dios está haciendo, y porque no podemos predecir el futuro, no tenemos la capacidad para lograr el crecimiento o el éxito del ministerio por nuestra cuenta. Somos llamados a la fidelidad que, por cierto, solo Dios puede producir en nosotros, y Dios es soberano sobre el milagro de la gracia redentora y la expansión de Su reino. ¿En qué parte de tu comunidad de liderazgo te has enfocado más en el hacer que en el ser? 3. El éxito se vuelve peligroso cuando moldea nuestra visión del fracaso. Estoy persuadido de que cuando un enfoque en los logros domina una comunidad de liderazgo, tiende a tener una definición errónea de fracaso. El fracaso no es la incapacidad de producir los resultados deseados. Hay tantas cosas en el ministerio, en este mundo caído, sobre las que nunca tendremos control que influyen en los resultados. Si el trabajo duro, disciplinado, fiel, bien planificado, apropiadamente ejecutado y alegre del ministerio no garantiza resultados, entonces la falta de resultados deseados no debería definir el fracaso del liderazgo. Recuerden las palabras de Pablo en 1 Corintios 3:7: «Así que no cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino solo Dios, quien es el que hace crecer». El verdadero fracaso es siempre una cuestión de carácter. Está enraizado en la pereza, el orgullo, la falta de disciplina, la autoexigencia, la falta de planificación, la falta de gozo en el trabajo y la falta de perseverancia en las dificultades. El fracaso no es primero una cuestión de resultados; el fracaso es siempre primero una cuestión del corazón. Es un fracaso cuando no he invertido el tiempo, la energía y los dones que Dios me ha dado en el trabajo que Dios me ha llamado a hacer. La pereza y la infidelidad del ministerio son un fracaso. Sin embargo, si una comunidad de líderes se enfoca demasiado en los resultados o en los logros, tenderá a faltarle el respeto a un líder que no ha logrado los resultados deseados, aunque haya sido un fiel administrador de los dones y oportunidades que Dios le ha dado. En lugar de recordarse a sí mismos que dependen totalmente de Dios para cultivar las semillas que han plantado y regado, esa comunidad de líderes tenderá a pensar que han puesto a la persona equivocada en el trabajo, dejarán de lado a ese líder y buscarán a alguien más para hacer la tarea. No puedo decirle cuántos fieles pastores y líderes he aconsejado que han llegado a considerarse fracasados porque su trabajo no logró lo que ellos y la comunidad que los rodeaba esperaban que lograra. En el ministerio, el éxito y el fracaso no son una cuestión de resultados, sino que se definen por la fidelidad. La fidelidad es lo que Dios nos pide; el resto depende enteramente de Su soberanía y del poder de Su gracia. ¿Cómo define tu comunidad de líderes el fracaso, y cómo determina la forma en que se ve a un líder cuyo trabajo no ha producido los resultados deseados? 4. El éxito se vuelve peligroso cuando silencia la comunicación honesta del líder. Debido a lo que Dios ha hecho por nosotros en la persona y la obra de Jesucristo, nuestras comunidades de líderes se han liberado para ser las comunidades más honestas de la tierra. Somos libres de confesar nuestra debilidad porque Jesús es nuestra fortaleza. Somos libres de confesar el fracaso porque todos nuestros fracasos han sido cubiertos por Su sangre. Somos libres de tomar el crédito por lo que solo Dios puede producir. Somos libres de estar respetuosamente en desacuerdo unos con otros porque obtenemos nuestra identidad y seguridad de nuestro Señor y no unos de otros. Somos libres de confesar actitudes erróneas y acciones en contra de los demás porque la gracia nos permite reconciliarnos. Somos libres del atractivo del poder y la posición porque nos hemos liberado de buscar horizontalmente lo que solo se puede encontrar verticalmente. Y somos libres, gracias a la obra de Cristo, de hablar de estas cosas y confesar cómo luchamos con ellas. Pero en las comunidades de líderes dominadas por el éxito basado en los logros, ese tipo de charla honesta tiende a ser silenciada. No es silenciada intencionalmente por una persona, sino por los valores de la comunidad de liderazgo. En las comunidades de liderazgo enfocadas en los logros, los líderes tienden a temer confesar sus debilidades o admitir el fracaso. Tienden a negarlo y a ocultar a sus compañeros líderes. Me ha dolido hablar con líderes que están en contacto regular con una comunidad de liderazgo, pero me dicen que no tienen a nadie con quien hablar de sus debilidades o confesar su miedo al fracaso en el ministerio. No es que hayan estado ministrando solos, pero los valores funcionales de su comunidad ministerial hacen difícil que piensen que pueden ser honestos en sus luchas y encontrar comprensión y gracia. Piensa conmigo sobre el peligro de un líder del ministerio que siente que no puede ser honesto con nadie. Ninguno de nosotros es independientemente fuerte. Todos arrastramos a nuestro ministerio un catálogo personal de debilidades, y lo haremos hasta que estemos en el otro lado. Dios nos ofrece su gracia capacitante porque todavía la necesitamos. La negación de la debilidad nunca es un camino hacia las cosas buenas. Todos fallamos de alguna manera, todos los días. A menudo el fracaso es el taller de trabajo que Dios utiliza en nuestras vidas para reformarnos para ser lo que necesitamos ser con el propósito de que seamos herramientas más exitosas en Sus manos. Y, por cierto, se nos ordena en las Escrituras que confesemos nuestras faltas unos a otros. Hablaré más sobre esto en el próximo capítulo. Ocultar, negar y tener miedo mantendrá a una comunidad ministerial sin salud espiritual, y la falta de salud espiritual prohibirá la longevidad del ministerio que es un ingrediente necesario para lograr resultados a largo plazo. ¿Tus líderes se sienten libres de confesar sus debilidades y fracasos personales, sabiendo que cuando lo hagan, serán recibidos con gracia? 5. El éxito se vuelve peligroso cuando hace que los líderes vean a los discípulos como consumidores. Aquí está el peligro: en el ministerio de la iglesia local es mucho, mucho más fácil construir cosas relacionadas a la iglesia que edificar personas. Construir instalaciones, multiplicar ministerios y planificar un catálogo anual de eventos es mucho más satisfactorio en el corto plazo que el trabajo a largo plazo, a menudo frustrante y desalentador, del liderazgo que se entrega a la obra del evangelio de edificar una comunidad de discípulos de Jesucristo. Por lo tanto, es tentador definir el ministerio por las cosas de la iglesia que hemos construido, administrado y mantenido en lugar de por el número de personas que están en el proceso de tener sus vidas siendo transformadas por el trabajo progresivo de la gracia transformadora. Sí, hay instalaciones que necesitan ser diseñadas y construidas, hay programas que necesitan ser establecidos y dotados de personal, y hay eventos que necesitan ser planeados, pero estas cosas no deben ser vistas como el corazón del trabajo del ministerio al que hemos sido llamados como una comunidad de liderazgo, y no deben dominar nuestra energía, esfuerzos, conversaciones y decisiones ministeriales, y seguramente no deben definir la forma en que evaluamos el éxito del ministerio. Nuestra pasión y energía ministerial deben enfocarse en hacer todo lo que podamos para guiar a las personas confiadas a nuestro cuidado hacia un amor más profundo y un servicio a Jesús para que todo lo que hagamos sirva a este propósito de hacer discípulos. Cuando este llamado principal es reemplazado por la construcción de instituciones, los discípulos potenciales se convierten en consumidores. Tienden a ver la iglesia como un lugar con un conjunto de instalaciones y un catálogo de eventos, y compran lo que creen que satisfará sus necesidades o las de su familia. La iglesia no es una parte vital de sus vidas, como un órgano o una extremidad del cuerpo físico. En cambio, la iglesia es solo un evento al que asisten, saliendo de sus vidas para hacer cosas de la iglesia y volviendo a sus vidas cuando el evento termina. Un discípulo no tiene esa separación en su pensamiento. Para él, ser parte del cuerpo de Cristo es una identidad que no solo define un conjunto de reuniones a las que asiste, sino que redefine todo en su vida. Todo en él (sus relaciones, su trabajo, su tiempo, su dinero) está siendo transformado porque es parte de la comunidad transformadora de discípulos llamada «la iglesia». Este trabajo es mucho, mucho más difícil y requiere mucha más paciencia y gracia que alcanzar las metas de las instalaciones y programas, y el evangelio nos dice por qué. Tenemos el poder de construir cosas de la iglesia, pero no tenemos ningún poder para edificar a la gente. Cuando se trata de edificar a la gente, somos completamente dependientes de la gracia transformadora. El Salvador es el que edifica a la gente y nos usa como Sus herramientas, pero trabaja a Su manera y en Su propio tiempo. ¿Qué buscas construir y cómo sabrás que has logrado tus objetivos? Es cierto que el éxito del ministerio se vuelve peligroso cuando convierte a los potenciales discípulos en consumidores. ¿Cómo ha influido la forma en que han construido la iglesia y la forma en que piensan sobre su trabajo como líderes en la manera en que su congregación piensa sobre la iglesia y su relación con ella? 6. El éxito se vuelve peligroso cuando nos tienta a ver a las personas como obstáculos. No podemos permitirnos estar tan empeñados en lograr grandes cosas para Dios que desarrollemos actitudes negativas hacia las personas desordenadas que están destinadas a ser los objetos del ministerio al que hemos sido llamados. Dios sabía que si colocaba Su Iglesia en un mundo caído sería ineficiente y un poco caótica. Pero el desorden del ministerio es el desorden de Dios, un desorden que lleva a los líderes más allá de los límites de su propia sabiduría y fuerza para confiar en la presencia, el poder y las promesas del que los envió. No puedo resistirme a repetir una historia que he escrito en otro lugar, porque es un ejemplo de este punto. Estaba enseñando una clase de ministerio pastoral y contando a mis alumnos historias de la gente desordenada y a veces difícil que Dios me llamó a dirigir, cuando un alumno me interrumpió y dijo: «Bien, profesor Tripp, sabemos que tendremos estos inconvenientes en nuestra iglesia; díganos qué hacer con ellos para que podamos volver al trabajo del ministerio». En su opinión, estas personas eran obstáculos en el camino del ministerio más que el enfoque de su ministerio. ¡Por supuesto que el ministerio es un desastre! La Iglesia es una comunidad de personas imperfectas que viven en un mundo caído y todavía necesitan la gracia perdonadora y transformadora de Dios. La Iglesia no está hecha para que los líderes o los que son guiados se sientan cómodos, sino para que sean personalmente transformados. Es importante que como líderes no perdamos de vista que hemos sido llamados a personas que necesitan un cambio fundamental de corazón y de vida, mientras que confesamos que nosotros, como ellos, a menudo estamos en el camino de lo que Dios está haciendo en lugar de ser parte de él. La Iglesia nunca será una comunidad de personas espiritualmente maduras si los líderes están tan ocupados buscando el éxito sin tratar a las personas inmaduras con paciencia y gracia. El liderazgo de la Iglesia es un ministerio para edificar a las personas; funcionar de cualquier otra manera es tanto antibíblico como peligroso. ¿La forma en que han definido el ministerio ha impactado negativamente la forma en que ven y dirigen a las personas imperfectas que están destinadas a ser los receptores de ese ministerio? 7. El éxito se vuelve peligroso cuando hace que los líderes tomen el crédito por lo que nunca podrían haber producido por sí mismos. En el liderazgo de la Iglesia puede ser que el logro de metas sea más peligroso espiritualmente que lidiar con obstáculos en el camino del fracaso. Cuando una comunidad de liderazgo parece estar en una carrera exitosa, con números en aumento, ministerios saludables y multiplicándose, y gente creciendo, los líderes son fácilmente tentados a tomar el crédito por lo que solo Dios, en Su presencia, poder y gracia, puede producir. Esta tentación trae a la mente la advertencia de Dios a los hijos de Israel cuando entraron en la tierra prometida: El Señor tu Dios te hará entrar en la tierra que les juró a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob. Es una tierra con ciudades grandes y prósperas que tú no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes que tú no acumulaste, con cisternas que no cavaste, y con viñas y olivares que no plantaste. Cuando comas de ellas y te sacies, cuídate de no olvidarte del Señor, que te sacó de Egipto, la tierra donde viviste en esclavitud (Deut. 6:10-12). Si tomas el crédito como líder, en lugar de reconocer al que te envió y al único que produce el fruto de tus labores, alabarás menos, orarás menos y planearás más. Las comunidades de liderazgo tienen problemas cuando asignan más poder a su planificación que a su oración. Cuando te atribuyes el mérito de lo que no podrías haber producido por ti mismo, te asignas a ti mismo la sabiduría, el poder y la justicia que no tienes. Entonces empiezas a evaluarte como capaz en lugar de necesitado, como fuerte en lugar de débil, y como autosuficiente en lugar de dependiente. Tu orgullo por los logros no solo te hace un líder orgulloso, sino que también consume la vida de tu comunión personal con Dios y tu compañerismo con Su pueblo. Tu vida devocional es secuestrada por la preparación y la planificación, y eres menos dependiente y abierto al ministerio del cuerpo de Cristo. Además, debido a que tus éxitos te han hecho sentirte digno y con derecho, eres tentado a concederte un estilo de vida y lujos que pocas de las personas a las que has sido llamado a servir serán capaces de tener. (Por favor, detente aquí un momento y lee Amós 6:1-6). Demasiadas comunidades de líderes en la Iglesia de Jesucristo están pobladas por líderes que, debido al éxito del ministerio, se han vuelto inaccesibles y controladores. Es triste cuando los proclamadores de la gracia de Dios han llegado a sentirse menos que dependientes de la gracia de Dios al cumplir con su llamado al ministerio. Dios ha usado la debilidad de mi cuerpo dañado por la enfermedad para revelarme que mucho de lo que pensaba que era fe en Cristo no era fe en absoluto. Era el orgullo por la experiencia, el orgullo por los logros, el orgullo por la fuerza física y la capacidad de producir. Esta es una tentación que toda comunidad de líderes enfrenta, particularmente cuando Dios le ha concedido a esa comunidad el éxito. Hay dos cosas que debemos considerar aquí. Primero, Dios no nos llama al liderazgo del ministerio porque seamos capaces, sino porque Él lo es. Segundo, como líderes no debemos temer a la debilidad, porque la gracia de Dios es suficiente. Son nuestros delirios de fuerza los que debemos temer porque nos impedirán buscar y celebrar esa misma gracia. 8. El éxito es peligroso cuando se convierte en el principal lente de la autoevaluación del líder. Todo ser humano se autoevalúa constantemente y siempre busca algún tipo de estándar que lo ayude a medir los logros personales. Los que están en el liderazgo no son la excepción. A veces se evalúan formalmente, pero la mayoría de las veces lo hacen de manera sutil y no verbal. Los líderes revisan constantemente su historial, evalúan su desempeño actual y calculan su potencial. Nada de esto está mal, y todo ello forma parte de lo que significa ser un ser humano racional y productivo. Pero el éxito como medida dominante de liderazgo es un mal enfoque y da una falsa visión de la condición de aquellos en una comunidad de liderazgo. Una vida productiva y a largo plazo en el ministerio es siempre el resultado de la condición del corazón del líder. Los líderes piadosos, debido a la humildad de corazón combinada con una fe anclada en el poder de la gracia de Dios y la fiabilidad de Sus promesas, son capaces de manejar las tormentas, las derrotas y las decepciones que son la experiencia ineludible de la vida de todo líder. Debido a su humildad, se vuelven cada vez más agradecidos, abiertos y dependientes de sus compañeros líderes. Y debido al reconocimiento de su necesidad de la gracia de Dios, no toman el crédito por lo que solo Dios puede hacer. Sí, deberíamos evaluar si los líderes están haciendo su trabajo con disciplina, fidelidad y alegría. Y, sí, porque somos apasionados por el evangelio y la extensión del reino de Dios, deberíamos estar trabajando para lograrlo. Pero no debemos estimar más el hacer sobre el ser. Piensa en los amados líderes cuyos ministerios se derrumbaron; raras ocasiones se dejaron de lado estos líderes porque no lograron ciertas metas. Más bien, en la vida de un líder fracasado tras otro, el fracaso fue más una cuestión de carácter que de productividad. ¿La productividad del líder ha causado que no cuestiones la salud espiritual de tus líderes? 9. El éxito se vuelve peligroso cuando nos tienta a reemplazar la oración con la planificación. Tal vez cada comunidad de líderes de la Iglesia debería consultar Santiago 5:118 como un constante recordatorio y advertencia. El fruto en el ministerio no es el resultado de nuestra sabia planificación y diligente ejecución, sino de la amorosa operación de la gracia rescatadora y transformadora de Dios. Él produce el fruto; nosotros no somos más que herramientas en Sus manos redentoras. Él nos llama, nos recluta para Su trabajo, produce compromiso en nuestros corazones, da visión a nuestras mentes, nos capacita para ser fieles y disciplinados, pone a las personas bajo nuestro cuidado, suaviza sus corazones para escuchar el evangelio, produce convicción y fe en sus corazones, capacita su obediencia, transforma sus vidas y los llama a Su obra. Por supuesto que debemos planear, por supuesto que debemos trabajar para ser buenos administradores de las personas y los recursos que Dios nos confía, y por supuesto que debemos evaluar continuamente cómo lo estamos haciendo, pero al dedicar tanto tiempo y energía a estas cosas, no debemos dejar que la oración se convierta en un hábito superficial, ligado al principio y al final de las reuniones de liderazgo. Como dije antes, la falta de oración en una comunidad de líderes es siempre el resultado de poner el crédito donde no se debe. Tu comunidad de líderes está en problemas si los líderes están más entusiasmados con una reunión de planificación estratégica que con una reunión de oración. Un catálogo de logros del ministerio debería provocar que oremos más, porque queremos honrar a quien ha dado éxito a nuestro trabajo, queremos seguir reconociendo que no podemos hacer lo que hemos sido llamados a hacer sin la gracia capacitante, y necesitamos protección de las tentaciones que trae el éxito. ¿Qué tan apreciados son los momentos de oración entre tus líderes? ¿Con qué frecuencia se reúnen un día o un fin de semana solo para orar juntos? ¿La experiencia y el éxito del ministerio han hecho que tus líderes dependan aún más del Señor? ¿Tienen momentos de adoración juntos? ¿Se reúnen a veces con el único propósito de «contar sus bendiciones»? ¿El éxito produce la adoración de Dios entre tus líderes o la autocomplacencia? ¿En tu comunidad de líderes la planificación es lo principal y la oración es secundaria? ¿Es tu comunidad de líderes una comunidad agradecida, humilde y necesitada de oración? Deberíamos ser muy trabajadores, buscando lograr grandes cosas en nombre de Dios. Deberíamos ser líderes con una visión cada vez más amplia para la difusión del evangelio de Jesucristo. De todas las maneras posibles deberíamos buscar el reino de Dios y Su justicia. Deberíamos hacer planes radicales y tomar medidas radicales para el evangelio. Nunca debemos quedarnos satisfechos con los logros, porque siempre hay más trabajo del evangelio por hacer. Pero siempre debemos recordarnos unos a otros que el éxito es un campo de minas espiritual. El éxito tiene el poder de cambiarnos, de cambiar lo que creemos que somos y lo que creemos que somos capaces de hacer. Lamentablemente, el éxito puede convertir a los humildes siervos en dictadores orgullosos, controladores e inaccesibles. Pero hay una poderosa gracia, aquí y ahora, para esta lucha. El que nos llamó va con nosotros. El que nos llamó nos da poder. El que nos llamó nos redarguye. El que nos llamó nos protege. Abre los ojos de nuestros corazones a los peligros que no veríamos sin Él, pero no lo hace como nuestro juez, sino como nuestro Padre y amigo. Acerquémonos a Él con confianza, con clamores de ayuda, confesando nuestras debilidades y con el compromiso de ser buenos soldados en esta batalla. Recordemos que Él lucha por nosotros, incluso cuando no tenemos el instinto de luchar por nosotros mismos. —2— Evangelio Había derramado mi vida por esa señora. Ella y su familia habían ocupado más de mi tiempo y energía que cualquier otra familia de nuestra iglesia. Debo confesar que cuando la veía acercarse al final de un servicio, o cuando mi esposa, Luella, me decía que estaba al teléfono, me preguntaba: «¿Y ahora qué?». Luché con el caos de su vida y las sutiles y no tan sutiles demandas que hizo, pero estaba decidido a pastorearla a través de sus problemas. Pensé que había sido paciente y comprensivo, pensé que había sido cuidadoso y fiel, pero ella se había convertido en uno de mis mayores detractores. No solo era muy crítica conmigo, sino que expresaba libremente sus críticas a los demás. Hería mis sentimientos. Me hacía enojar. Hubo momentos en los que me pregunté si ser pastor era lo que quería hacer. Luché contra mi ira y resentimiento, pero hubo momentos y días en los que perdí la batalla, y mi concentración se vio interrumpida al repetir en mi mente lo que me gustaría decirle a esta mujer. Si me hubieran dejado solo, me habría endurecido y vuelto cínico, o habría sido derrotado y buscado una salida. Pero no estaba solo. Estaba rodeado de una comunidad evangélica íntima, cariñosa, alentadora y protectora. Se me concedió el derecho a ser absolutamente honesto sobre lo que estaba pasando, y sabía que sería recibido con gracia. Mi ceguera fue recibida por una comunidad que buscaba ayudarme, libre de condenas. La comunidad que me rodeaba era paciente y comprensiva. Los líderes me llevaban a desayunar o a almorzar y me predicaban el evangelio con amor. Los brazos de la misericordia me rodeaban y no me dejaban ir. No lo vi entonces, pero lo veo ahora: esta comunidad me protegió de mí de forma amorosa, amable, honesta y alentadora. Con todas las interminables demandas del liderazgo del ministerio, estos líderes se tomaron un tiempo conmigo sin hacerme sentir como un estorbo. Esto puede ser una exageración, pero si lo es, no lo es por mucho: sin el ministerio de esa comunidad de líderes, quizás no estaría en el ministerio hoy. Estoy seguro de que muchos de ustedes pueden identificarse con mi experiencia. Y, si han servido mucho tiempo en el liderazgo de la iglesia local, seguramente tendrán sus propias historias como esta. Se han visto sorprendidos por las críticas. La gente en la que han invertido les ha dado la espalda. Sus cualidades han sido cuestionadas. Amigos queridos han dejado su iglesia. Han atravesado temporadas en donde se han sentido solos e incomprendidos. Han fantaseado con dedicarse a otra cosa o al menos a hacer lo mismo, pero en otro lugar. Ha habido momentos en los que han tenido miedo de confesar lo herido y enojado que están. Han estado deseosos de ser animados. Han anhelado que alguien los acompañe para ayudarlos a lidiar con su lucha sin sentirse juzgados. No siempre han sido líderes felices y satisfechos. Ustedes también tienen historias que contar. EL LIDERAZGO DE LA IGLESIA ES DIFÍCIL Si te has dedicado a edificar a la gente, has aceptado el llamado a sufrir por el bien del evangelio. El liderazgo en la Iglesia no es cómodo ni predecible. No es un lugar seguro para buscar tu identidad y seguridad interior. No solo la Iglesia está llena de gente imperfecta con pecado que aún reside en su interior en medio de una guerra espiritual continua; tu comunidad de líderes está llena de lo mismo. Nadie en tu comunidad de liderazgo está libre de pecado. Nadie está completamente maduro espiritualmente en todos los sentidos. Todos tus líderes necesitan todo lo que la Iglesia está destinada a proporcionar. Así que su liderazgo está interna y externamente desordenado. Esta es la elección de Dios. Él sabe que tu iglesia o ministerio está situado en un mundo que está terriblemente roto por el pecado. Él sabe que todos a los que ministras son personas en proceso. Él sabe que esto hará que lo que has sido llamado a hacer sea difícil. Pero hay que decir que las dificultades, el desorden y la imprevisibilidad del ministerio es Su taller de trabajo de la gracia. Hoy habrá pastores y líderes que perderán su corazón y su camino en medio de las dificultades del ministerio, y muchos de ellos perderán su camino porque no son advertidos, animados, confrontados, apoyados y amados por un grupo de líderes que funcionan como una comunidad de gracia. Verás, las cosas difíciles del ministerio están destinadas por Dios para redimir. El Salvador quiere que las cosas que a menudo nos golpean sean una herramienta para edificarnos. Lo que nos hace querer renunciar, nos fortalece para las batallas venideras. El logro institucional no es el objetivo final del Redentor, sino un medio para un objetivo más grande y glorioso: el rescate y la transformación de Su pueblo. Por lo tanto, tu núcleo de liderazgo debe ser una comunidad pastoral donde los líderes son cuidadosa e intencionalmente pastoreados y donde las estrategias para pastorear a los pastores son consideradas tan importantes como las estrategias misioneras. Las comunidades pastorales saludables, que dejan un legado de productividad evangélica a largo plazo, producen fruto porque son comunidades de gracia. En lugar de que los logros moldeen la manera en que la comunidad de liderazgo se forma y opera, el evangelio lo hace. Es el evangelio el que nos dice quiénes son los líderes, qué necesitan los líderes, cómo deben relacionarse los líderes entre sí, cómo debe funcionar la comunidad de líderes, cuáles deben ser sus valores, cómo enfrentar la decepción y el fracaso, y cómo identificar y nutrir a los futuros líderes. No deberíamos mirar primero al mundo empresarial para copiar sus valores formativos y sus formas de operar, sino a las verdades, identidades y principios de sabiduría del evangelio de Jesucristo. No debería haber una influencia más poderosa en la formación del liderazgo, la misión, la comunidad y la metodología que el evangelio de la gracia de Dios. El evangelio es más que la gracia del rescate pasado y la esperanza futura. Aunque es ambas cosas, también es mucho más que eso. El evangelio nos proporciona una lente para mirar y entender todo lo que tratamos en la Iglesia y el liderazgo del ministerio, mientras que también proporciona una orientación sobre cómo debemos hacer todo lo que somos llamados a hacer como líderes en la Iglesia de Cristo. Si somos llamados a la misión del evangelio, debemos, como líderes, ser una comunidad empapada del evangelio, que funcione basada en él. Permíteme sugerir con cierto detalle cómo es eso. UNA COMUNIDAD DE LÍDERES MOLDEADA POR EL EVANGELIO Una comunidad evangélica debe ser nutrida Ningún líder, no importa cuán exitoso o prominente sea, está libre de la necesidad de ser nutrido. No se me ocurre un pasaje que capte mejor por qué los líderes necesitan ser nutridos, de qué necesitan ser nutridos y cómo esa nutrición se lleva a cabo, que Hebreos 10:19-25. Permíteme decir primero que edificar y nutrir una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable es como plantar un jardín. Para que una planta florezca, debe ser plantada en un suelo nutritivo; debe ser regada regularmente y deshierbada constantemente, o no tendrá lo que necesita para crecer, florecer y producir frutos. Así es con cada iglesia o líder del ministerio. Cada líder necesita tener su corazón, su vida y su ministerio firmemente plantados en los nutrientes correctos del evangelio de Jesucristo, para que obtenga su identidad, su significado y su propósito, la paz interior y el sentido del llamado del evangelio. Al igual que la planta del jardín que parece saludable, pero que sigue necesitando ser regada, así todo líder, sin importar cuán influyente y espiritualmente maduro sea, necesita un cuidado espiritual continuo de la comunidad de líderes que lo rodean. Y cada líder tiene malas hierbas en su vida que necesitan ser arrancadas. Ese trabajo de deshierbe, para todos nosotros, es un proyecto comunitario. Ahora, leamos este pasaje maravillosamente útil: Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura. Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la promesa. Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca (Heb. 10:19-25). Con este pasaje, es útil comenzar primero de abajo hacia arriba. ¿Cómo es una comunidad de liderazgo espiritualmente sana y productiva? En primer lugar, está poblada por personas que, sin importar a qué se enfrenten, tienen una confianza inquebrantable en la presencia, el poder y las promesas del que los envió. Así que hacen su trabajo con confianza y valentía, no por el orgullo del éxito o la confianza en sus dones, sino porque su trabajo está encendido, animado y moldeado por las verdades que confiesan. Debido a que el ministerio es una guerra espiritual, trabajan para hacer todo lo que pueden para despertar en los demás una vida de amor vertical y horizontal y un compromiso de gastar su tiempo, energía y recursos para llevar a cabo la buena obra a la que Dios los ha llamado. Así que esto significa que sus reuniones no son solo para el propósito de la planificación financiera, misionera y estratégica, sino para alimentar la confianza y el compromiso del evangelio en los demás. Ahora vayamos a la parte superior del pasaje. En el centro del trabajo de nutrir una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable y productiva no está un plan, sino una persona, Jesús. Él es nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestra dirección, nuestro guía, nuestro protector, y el supremo nutriente de aquellos a los que ha llamado para dirigir Su Iglesia. Hizo lo que nunca pudimos hacer por nosotros mismos: abrir el acceso a la comunión íntima con Dios. Ahora, lo que estoy a punto de decir aquí es muy importante. Como líderes, no solo trabajamos para desarrollar la cooperación y la confianza mutua junto con la unidad funcional, sino que trabajamos para acercarnos cada vez más al Salvador. Estamos haciendo más como comunidad de liderazgo que cultivar relaciones ministeriales saludables que resulten en cooperación y productividad misionera; también estamos cultivando en cada uno de nosotros una devoción más profunda al Salvador. La protección más poderosa de los peligros que cada líder enfrenta no es su relación con sus compañeros líderes, sino un corazón que se rige por un amor profundo por Jesús. Es el amor por Jesús lo que tiene el poder de aplastar el orgullo del líder. Es el amor por Jesús lo que enciende y protege nuestro amor mutuo. Es el amor por Jesús lo que convierte los logros del ministerio en una razón para adorar. Es el amor por Jesús lo que protege a un líder tanto del miedo al hombre como del miedo al fracaso. Es este amor lo que nunca debemos dejar de cultivar en el otro, y si vamos a hacer eso, debe tener prominencia y prioridad en las decisiones que tomemos en nuestra vida y en el trabajo que desarrollamos juntos. ¿Dirían tus líderes que su comunidad ha nutrido su crecimiento en la gracia y por lo tanto su productividad evangélica? Una comunidad evangélica es honesta Tenemos que considerar lo que Santiago escribe a la Iglesia que estaba en la dispersión. Después de que él da una larga dosis de cristianismo práctico para el día a día, agrega: La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y, si ha pecado, su pecado se le perdonará. Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz (Sant. 5:15-16). ¿Te suena radical o poco práctico el pensamiento de que los líderes se confiesen regularmente sus faltas para recibir el rescate de las poderosas oraciones de sus compañeros líderes? Esa clase de calidez rescatadora y protectora solo es posible mediante el evangelio de Jesucristo. Una iglesia o una comunidad de liderazgo simplemente no puede hacer su trabajo si los líderes son silenciados porque tienen miedo de lo que otros puedan pensar de ellos. No puede hacer su trabajo si los líderes esconden el pecado que les roba la unidad de corazón que los mantiene enfocados tanto en su necesidad continua como en el trabajo de sacrificio al que han sido llamados. El miedo a parecer débiles y necesitados nos robará la ayuda que necesitamos para la salud espiritual. Aquí está la realidad que debería darnos humildad a todos: hay pecado en cada iglesia y comunidad de liderazgo porque el pecado aún reside en el corazón de cada líder. Así que, o bien negamos nuestro pecado y lo ocultamos a los demás, o admitimos su presencia y lo confesamos a los demás. Pero si la aceptación y el respeto de los compañeros líderes o del líder más poderoso es más importante para nosotros que la honestidad dentro de nosotros mismos, ante Dios, y en relación con los demás, damos lugar para que el pecado germine, crezca y tome el control. Las comunidades en las que caen los líderes son a menudo comunidades en las que no solo no se fomenta la confesión, sino que se silencia por toda una serie de temores no expresados. Necesito trabajar en una comunidad de líderes que se caracterice por el perdón y la oración ferviente para poder confesar el cansancio, mis fallas y la infidelidad de mi corazón a aquellos que me pueden conducir a donde hay ayuda. Existe toda una serie de idolatrías del liderazgo (posición, poder, éxito, aclamación, recompensa, etc.) donde es necesario confesar e interceder regularmente. Si tenemos miedo de confesar el pecado ante lo que debería ser la comunidad espiritualmente más madura de la iglesia, estamos viviendo tristemente en un estado de amnesia evangélica funcional, no importa lo robusto que sea nuestro entendimiento teológico del evangelio. El evangelio de la gracia de Dios es una bienvenida a la franqueza personal y comunitaria, porque sabemos que no se puede conocer, revelar, exponer o confesar nada sobre nosotros que no haya sido ya cubierto por la vida, el sacrificio y la victoria de Jesús. No hay nada oscuro que viva más allá del alcance de la gracia de Dios. Ocultar el pecado es una carga. Fabricar evasivas a preguntas probatorias se vuelve agotador. Actuar como si estuvieras bien cuando no lo estás, te despojará de tu vitalidad. Una de las señales de una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable es el grado en que una confesión sincera, humilde y honesta no solo es posible, sino que es un ingrediente regular de la vida y el trabajo de esa comunidad. ¿Los miembros de tu comunidad temen ser honestos sobre sus pecados, debilidades y fracasos? Si es así, ¿qué cambios deben hacer? Una comunidad evangélica es humilde El gran apóstol Pablo, un hombre con una fe valiente y un corazón apasionado por la misión del evangelio, fue también un ejemplo de humildad. Tal vez una de las tentaciones más peligrosas, aunque seductoras, que los líderes enfrentan es el deseo de parecer, ante los compañeros líderes y ante los que dirigen, más justos de lo que realmente son. Un devastador cambio espiritual puede tener lugar en el corazón de un líder, a menudo de forma inconsciente. Vivir y ministrar para la gloria de Dios está siendo cada vez más reemplazado por la glorificación personal. La imagen que ellos proyectan cobra más relevancia en el ministerio de lo que realmente son ante Dios. La auto glorificación, como el goteo, el goteo del agua que remodela una roca, comienza a remodelar sus corazones. La humildad es reemplazada por el orgullo, la aclamación y el éxito. La estima y los aplausos de los demás se vuelven demasiado valiosos. El orgullo hace que la jactancia sustituya a la confesión, y las muestras de fuerza sustituyen a las peticiones de ayuda. La salud a largo plazo y la productividad evangélica de una iglesia o comunidad de liderazgo está directamente relacionada con la humildad de los miembros de esa comunidad. La humildad es un fruto del gobierno del evangelio en tu vida. El evangelio te humillará porque requiere que confieses que los mayores peligros de tu vida viven dentro de ti y no fuera de ti. El evangelio te llama a correr a Dios para ser rescatado porque tu mayor problema eres tú. El evangelio te dice que no importa cuánto tiempo hayas conocido al Señor o el éxito que hayas tenido en Su obra, necesitas Su gracia tanto como lo hiciste en el primer momento en que creíste. El evangelio no trabaja para hacerte independiente y autosuficiente, sino para que voluntariamente dependas de Dios y de la comunidad de gracia que ha puesto a tu alrededor. Me encanta el ejemplo de humildad en la vida del apóstol Pablo. Claramente no habría pronunciado las siguientes palabras si hubiera estado motivado por proteger su reputación y prominencia a los ojos de los demás: Hermanos, no queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos en la provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de tal peligro de muerte. En él tenemos puesta nuestra esperanza, y él seguirá librándonos. Mientras tanto, ustedes nos ayudan orando por nosotros. Así muchos darán gracias a Dios por nosotros a causa del don que se nos ha concedido en respuesta a tantas oraciones (2 Cor. 1:8-11). Considera que estas son las palabras de un gran hombre de fe, con sus dones y comprensión teológica, un hombre que se cuenta entre los apóstoles. Se podría pensar que tenía un corazón tan lleno de la valentía del evangelio y la confianza en Dios que nunca experimentó un momento de duda o pánico. Pero escuchen sus humildes palabras. No solo está confesando el miedo y la desesperación, sino también la tentación de ser autosuficiente. Está confesando la necesidad de que Dios le muestre de nuevo que su esperanza no puede estar en sí mismo, sino que debe descansar en Dios y, además, que todavía necesita la ayuda de la oración de los demás. De esta manera, Pablo no es un cuadro al que miramos y al que deseamos parecernos, sino que es una ventana a la impresionante gracia salvadora del Redentor. El orgullo del líder produce cultos a la personalidad, mientras que la humildad del líder estimula la adoración a Dios. Una comunidad de líderes enraizada en el evangelio está marcada por la humildad, y esa humildad engendra una confianza en las personas que va más allá de la confianza en los líderes. Engendra en la gente una confianza en la presencia y la gracia del Redentor y un deseo de vivir de una manera que le da toda la gloria. ¿Tu comunidad de líderes es conocida por su humildad? Una comunidad evangélica es paciente Como líder en el ministerio me siento confrontado y animado por el llamado de Santiago a la paciencia en el ministerio: Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo espera el agricultor a que la tierra dé su precioso fruto y con qué paciencia aguarda las temporadas de lluvia. Así también ustedes, manténganse firmes y aguarden con paciencia la venida del Señor, que ya se acerca. No se quejen unos de otros, hermanos, para que no sean juzgados. ¡El juez ya está a la puerta! Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre del Señor. En verdad, consideramos dichosos a los que perseveraron. Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job, y han visto lo que al final le dio el Señor. Es que el Señor es muy compasivo y misericordioso (Sant. 5:7-11). Con dolor debo confesar que no soy un hombre paciente. Soy naturalmente orientado a los proyectos y a los objetivos. Es difícil para mí esperar, y me irrito fácilmente mientras espero. Es fácil pensar negativamente de las personas, lugares y circunstancias que me han hecho esperar. El hecho de que, en este punto de mi vida ministerial, esté más dispuesto a esperar es, en sí mismo, un argumento a favor de la existencia y el poder de la gracia transformadora de Dios. Es vital para todo líder reconocer que el llamado a la paciencia es un aspecto significativo e ineludible del llamado al ministerio. La impaciencia en una comunidad de liderazgo provocará que sea un estorbo, en lugar de una ayuda, en lo que Dios está haciendo en sus vidas y en las vidas de aquellos que han sido llamados a liderar. Como líderes, somos llamados a esperar porque vivimos en un mundo caído donde las cosas no funcionan como Dios quiere. El quebrantamiento del mundo seguramente interrumpe el mejor de nuestros planes. Somos llamados a esperar porque lideramos a personas imperfectas que no siempre escuchan bien, piensan bien, eligen bien o siguen bien. Se nos exige paciencia porque no somos soberanos. Para lograr los objetivos de nuestro ministerio, muchas cosas sobre las que no tenemos control tienen que alinearse. Además, no controlamos la obra del Espíritu que produce la convicción, el compromiso, la unidad y la cooperación en los corazones de las personas. Somos llamados a esperar porque la espera es una de las herramientas más regulares de la gracia de Dios. Desde la perspectiva del evangelio, la espera nunca es solo para obtener lo que has estado esperando, sino, más importante aún, sobre los buenos cambios en ti que Dios produce a través de la espera. La disposición a esperar con un corazón paciente es una clara señal de que tu comunidad de liderazgo ha sido y está siendo moldeada por el evangelio. El orgullo por los logros, la identidad basada en el éxito e idolatrar al poder son el suelo en el que crece la impaciencia, y esa impaciencia siempre da como resultado una cosecha de malos frutos, tanto en los líderes como en los que lideran. La impaciencia los tienta a tratar de controlar cosas que no tienen poder de controlar, a crear cambios que no pueden crear, y a mover lo que no tienen capacidad de mover. Nada bueno resulta cuando un líder se asigna un poder que no tiene. Los líderes que no están dispuestos a esperar valoran más la planificación, el programa y los objetivos que las personas. Esto hace que piensen y traten a las personas como obstáculos en el camino de su liderazgo en vez de como aquellos a los que deben servir. Así que no administran bien los dones de la gente, dando tiempo y espacio para la expresión, y no dan tiempo para que Dios trabaje la perspicacia y la voluntad en los corazones de la gente. Todo esto crea una cultura de temor en el ministerio, donde la gente se siente más restringida e impulsada que comisionada y pastoreada. La gente tiende a temer interponerse en el camino de este ministerio de rápido movimiento, más de lo que temen ser dejados atrás por él. Pero cuando el evangelio se nutre en los corazones de los líderes, estos se dirigen con un robusto descanso en la soberanía de Dios, Su sabiduría, Su gracia convincente y transformadora, Su amor por la Iglesia, Su fidelidad a Sus promesas, Su voluntad de intervenir, y Su tiempo, que siempre es el correcto. ¿Cómo ha interferido la impaciencia en el trabajo del ministerio al que Dios ha llamado a tu comunidad de líderes? Una comunidad evangélica perdona No puedo pensar en un pasaje más importante para el liderazgo que el llamado a un estilo de vida evangélico que hace Pablo en Efesios 4:29-32. Tu comunidad ministerial está poblada por personas que aún luchan con el pecado y aún están creciendo en la gracia, así que el pecado, la debilidad y el fracaso desafiarán su unidad e interferirán con su trabajo. En el liderazgo del ministerio, es imposible no estar lidiando con el pecado y el fracaso de alguna manera. De cierta forma, de algún modo, cada líder con el que trabajes te decepcionará. Ha habido momentos en los que mis palabras y acciones han decepcionado a mi equipo de ministerio. Cuando esto sucede, debemos lidiar con el pecado, la debilidad y el fracaso de otros, ya sea con el perdón y la sabiduría restauradora o con la negación sutil, la amargura, la ira, o la deslealtad de la calumnia. Los diversos caminos para tratar con el fracaso se establecen de manera práctica en Efesios 4: Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo. «Si se enojan, no pequen». No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol, ni den cabida al diablo […]. Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo (Ef. 4:25-27, 29-32). Debo aclarar que no hay que confundir el perdón con el permiso, en el que el mal se deja pasar. Cuando un líder responde de esa manera, no lo hace porque ama al que le hizo daño, sino porque se ama a sí mismo y no quiere pasar por la molestia de los momentos tensos e incómodos que podrían resultar si dice la verdad con amor. Pablo comienza este maravilloso llamado al perdón con una invitación a decir la verdad, y más tarde describe cómo debería ser esa verdad. Está formada por un deseo de edificar de una manera apropiada al momento, buscando afianzar al líder ofensor una vez más en la gloria y la gracia que le corresponde como hijo de Dios. Cualquier otra forma de hablar en un momento de fracaso no es saludable a los ojos de Dios, es inútil para el líder ofensor y perjudicial para la unidad de esa comunidad de líderes. Esto significa que tenemos que clamar a Dios para que nos ayude con nuestra ira, con nuestra tendencia a aferrarnos a una ofensa demasiado tiempo, dando espacio a la amargura, y nuestra tendencia a ceder a la tentación de hablar sin amor a otros sobre la persona ofensora. Admitiré, y los animaré a hacerlo también, que la ternura de corazón no es natural en mí, que necesito un compromiso más profundo con la bondad y una voluntad de ser más rápido en perdonar. Pero he aprendido que cuanto más sumerjo mi corazón en la maravilla del perdón de Dios, más dispuesto estoy a perdonar a los demás. Esto es lo que todo líder necesita enfrentar. Si vamos a vivir y ministrar juntos en comunidades de liderazgo espiritualmente sanas, necesitamos orar fervientemente para que Dios nos rescate de nosotros, nos rescate del orgullo que hace que estemos más centrados en el fracaso de los demás que en el nuestro, nos rescate de nuestra tendencia a hablar de forma perjudicial cuando estamos decepcionados, nos rescate de la tentación de repetir un fracaso una y otra vez en nuestras mentes, y nos rescate de responder demasiado rápido con el juicio de la ira para que podamos responder con una gracia tierna y perdonadora. Cuando miro al pasado, a más de cuarenta años de liderazgo en el ministerio, lo hago con deleite por cómo Dios me ha hecho crecer y me ha usado, pero también con punzadas de dolor. Sé que he sido perdonado, pero hay momentos y conversaciones que desearía poder quitar de la mente y los oídos de la gente. A lo largo de los años, mi cosecha no siempre ha sido una buena cosecha del evangelio, sino a menudo el fruto de mi fracaso en extender a mis compañeros líderes la misma gracia que me ha sido prodigada. Escribo esto porque estoy seguro de que no estoy solo. Hay demasiados líderes enojados en la Iglesia de Jesucristo. Hay demasiados chismes en nuestras filas de líderes. Demasiados de nosotros somos más rápidos para juzgar que para perdonar. A lo largo del camino en el ministerio, muchos de nosotros hemos perdido nuestros tiernos corazones. Demasiados de nosotros somos rápidos para separarnos de las personas que nos han fallado de alguna manera. Muchos de nosotros tenemos dificultad en darle oportunidad a Dios para hacer crecer a un líder joven e inmaduro. Demasiados de nosotros perdonamos rápidamente en nosotros mismos lo que luchamos por perdonar en los demás. El perdón sirve, la ira domina y controla; no es difícil discernir cuál de estos es el camino del evangelio. Nuestras comunidades de liderazgo realmente necesitan ser infundidas con la gracia de Dios que perdona, rescata, transforma y libera. Todo lo que necesitamos hacer es navegar por Twitter para ver cuán rápido nos juzgamos con severidad y hablamos de los demás de forma poco amable. Estas respuestas nunca defienden el evangelio, sino que corrompen su mensaje y obstruyen su crecimiento. Pero no me desanimo, porque creo en el poder rescatador y restaurador de la gracia de Dios. He visto sus frutos en mi propio corazón y en los corazones de los demás. ¡Oremos por nuevas olas de esa gracia a través de nuestras comunidades de liderazgo! ¿El perdón está produciendo el buen fruto del crecimiento personal y la unidad en tu comunidad de liderazgo? Una comunidad evangélica es estimulante Me conmueve el deseo de Pablo de animar y me aflige que no es más que un valor formativo en nuestras comunidades de liderazgo de la iglesia y del ministerio: Siempre que oramos por ustedes, damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues hemos recibido noticias de su fe en Cristo Jesús y del amor que tienen por todos los santos a causa de la esperanza reservada para ustedes en el cielo. De esta esperanza ya han sabido por la palabra de verdad, que es el evangelio que ha llegado hasta ustedes. Este evangelio está dando fruto y creciendo en todo el mundo, como también ha sucedido entre ustedes desde el día en que supieron de la gracia de Dios y la comprendieron plenamente. Así lo aprendieron de Epafras, nuestro querido colaborador y fiel servidor de Cristo para el bien de ustedes. Fue él quien nos contó del amor que tienen en el Espíritu. Por eso, desde el día en que lo supimos, no hemos dejado de orar por ustedes. Pedimos que Dios les haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual, para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación, dando gracias con alegría al Padre. Él los ha facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz. Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados (Col. 1:3-14). No hay mucho que necesite agregar a este hermoso pasaje sobre el carácter y el contenido del estímulo evangélico. Solo añadiría que, dado que el ministerio es una guerra espiritual, que se libra en el terreno del corazón de cada líder, y debido a que esa guerra se libra en el contexto de un mundo terriblemente quebrantado que no solo no funciona como Dios quiere, sino que también regularmente pone tentaciones en nuestro camino, el liderazgo del ministerio está marcado por la lucha y la decepción. Así que nunca hay un momento en una comunidad de liderazgo, no importa quién esté en la comunidad o dónde haga su trabajo, a qué agenda se haya comprometido y a quién haya sido llamado a liderar, en el que no se necesite estímulo. El estímulo centra a los líderes en la gloria de lo que Dios ya ha hecho y en Su poder para hacer aún más, y al hacerlo, edifica la esperanza, la valentía y la confianza frente a cualquier dificultad, desafío u obstáculo que pueda haber en su camino de liderazgo. El estímulo captura los corazones de los líderes con el evangelio y protege sus corazones del desánimo y los sentimientos de incapacidad. El aliento del evangelio es también una defensa contra el peligro siempre presente del orgullo por los logros, porque pone el crédito donde se debe, es decir, a los pies del Salvador. ¿Son tus líderes más aptos para animar que para criticar y juzgar? Una comunidad evangélica es protectora Ser una comunidad protectora significa entender que la perspicacia espiritual personal, que protege a los líderes de la seducción espiritual, el engaño y el peligro, es el resultado de la comunidad. Todo líder necesita protección para poder liderar bien y a largo plazo. Presta atención a cómo el escritor de Hebreos presenta ese tipo de comunidad: Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado. Hemos llegado a tener parte con Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio (Heb. 3:12-14). Si el pecado nos ciega, y lo hace, y si el pecado aún permanece en nosotros, y lo hace, entonces, incluso como líderes del ministerio, hay focos de ceguera espiritual en nosotros. Así que es vital que todos abandonemos el pensamiento de que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Si hay lugares en los que todavía sufrimos de ceguera espiritual, entonces hay errores en la forma en que nos percibimos a nosotros mismos e interpretamos nuestras palabras y comportamiento. Si, como líder, niegas la posibilidad de ceguera espiritual personal y confías en la exactitud de tu percepción, no estás humildemente abierto y accesible a los compañeros líderes que Dios ha puesto cerca de ti para ayudarte a ver lo que no verás por ti mismo. Así que todos necesitamos una comunidad de liderazgo amorosamente protectora que nos ayude a ver cosas que necesitamos ver, pero que no podemos contemplar por nosotros mismos. Si la perspicacia espiritual personal es el fruto de la gracia de Dios, entonces una comunidad de liderazgo moldeada por el evangelio funciona como un instrumento para ver en los corazones de los miembros de esa comunidad. Sé que necesito esta protección porque tiendo a ser ciego a mi ceguera. Es difícil escapar de que el escritor de Hebreos nos llama a admitir humildemente que la gracia de la perspicacia espiritual personal es el producto de la comunidad. ¿Tu comunidad de liderazgo funciona como una comunidad protectora, dándose mutuamente perspectiva donde es necesario, protegiendo así a los líderes del engaño del pecado? Una comunidad evangélica es restauradora Los líderes de la Iglesia lideran las líneas del frente de la guerra espiritual. Habrá bajas, y por lo tanto cada comunidad de líderes del ministerio debe comprometerse con el trabajo de restauración. Discutiré esto mucho más a fondo en un capítulo posterior, pero por ahora, considera cómo Santiago termina su carta: Hermanos míos, si alguno de ustedes se extravía de la verdad, y otro lo hace volver a ella, recuerden que quien hace volver a un pecador de su extravío lo salvará de la muerte y cubrirá muchísimos pecados. Me temo que, ante los errores, el fracaso o la caída de un líder, muchas de nuestras comunidades ministeriales están mucho más condicionadas a deshacerse de ese líder que a trabajar en su restauración. La restauración no debe ser confundida con ser suave con el pecado. La restauración del evangelio nunca minimiza el pecado. El evangelio nunca valora la eficiencia por encima del carácter. La restauración del evangelio nunca se cede ante la posición y el poder. La restauración del evangelio nunca pone las necesidades de la institución sobre el corazón de la persona. La restauración del evangelio nunca compromete las cualidades ordenadas por Dios para el liderazgo del ministerio. Pero una comunidad de liderazgo que ha sido moldeada por el evangelio, de manera que sus miembros son humildemente conscientes de sus propias susceptibilidades y de la medida en que están siendo perdonados y protegidos, no se apresura a juzgar y separar, sino que alegremente da y hace lo que sea necesario para rescatar y restaurar a este ser querido que ha cedido al pecado. Trataré este tema con más detalle en el capítulo 10. ¿Tiene tu comunidad de liderazgo un historial de restauración de líderes? Si nosotros, como líderes, vamos a dirigir a aquellos que han sido confiados a nuestro cuidado, a dar su tiempo, energía y recursos a la causa del evangelio en su generación y en su lugar, debemos funcionar como una comunidad del evangelio para que tengamos la humildad de luchar juntos, la valentía de hacer grandes cosas y la perspicacia de confesar y abandonar aquellas cosas que puedan estorbarnos. Así que recordamos el perdón masivo que hemos recibido y que nuestro Salvador lucha por nosotros para que el evangelio nos moldee, incluso cuando no tenemos la visión o el sentido para luchar. —3— Límites Fue un momento revelador, más de lo que yo quería que fuera. Estaba un poco avergonzado en el momento de la exposición, pero fue bueno para mí enfrentarme a lo que había en mi corazón. Estaba hablando en una gran conferencia de hombres y me preguntaron si podía elegir un superpoder, ¿cuál sería? Otros habían elegido la capacidad de volar o ser increíblemente fuerte, pero inmediatamente dije: «Ojalá tuviera el poder de crear diez días en una semana». Al hacerlo, me enfrenté una vez más al hecho de que detesto los límites. Quiero más tiempo para poder hacer más de lo que el tiempo permite. Quiero más fuerza para poder lograr más. Quiero más sabiduría para no tener que invertir tanto tiempo investigando y aprendiendo. Quiero ser infinito y todopoderoso. Sí, es verdad; todavía hay momentos en mi vida en los que quiero ser Dios. Me gustaría poder decir que soy libre de la frustración de los límites que Dios me ha puesto, pero no puedo. Desearía poder decir que nunca soy tentado de trabajar fuera de esos límites, pero no puedo. Desearía no tener que pagar más el precio de negar esos límites, pero aún lo hago. En el ministerio es tentador tratar de hacer más de lo que se puede hacer de forma realista y saludable. Es tentador escribir descripciones de trabajo que piden más de lo que las personas pueden manejar responsablemente. Y es tentador dejar que un líder trabaje más allá de sus límites porque su trabajo parece esencial para el éxito de la empresa del ministerio. Ella representaba a miles de esposas solitarias, frustradas y desanimadas del ministerio que han visto a sus maridos entregarse al ministerio mientras negaban los límites que Dios les había puesto. Ella había visto a su marido desgastarse y agotarse progresivamente. Ella había visto al ministerio robarle el ejercicio, el sueño, la comunidad saludable, la meditación devocional tranquila y la buena dieta. Pero lo más desalentador era que lo había visto convertirse en un padre ausente y un marido distraído y distante. Vivía y trabajaba como si no tuviera límites, y su familia pagaba el precio. Ella trató de hablar con él sobre ello, pero cuando lo hizo, él se ponía a la defensiva. Su opinión era que estaba haciendo el trabajo del Señor. Estaba usando los dones que Dios le había dado. Vivía con amor a la iglesia, celo por el evangelio y compromiso con el reino de Dios. Su actividad y su celo le cegaron los ojos ante el peligro en el que estaba y en el que había puesto su matrimonio y su familia. Cuando ella intentaba hablar con él, él terminaba enfadado, herido y desanimado. Pero en este fin de semana juntos, ella estaba decidida a hablar porque tenía miedo de lo que pasaría si las cosas continuaban como estaban. Esta vez ella no habló de él, sino que le dijo que todo había terminado; que no podía seguir viviendo de esta manera. La conclusión para ella fue esta: «Soy yo o tu ministerio. No puedo continuar así». Ojalá pudiera decir que esta es la única historia que he oído, pero es así. Me temo que, en la emoción, las oportunidades y la actividad del ministerio, muchos de nuestros líderes olvidan, niegan o ignoran que tienen límites. El único ser ilimitado en el cosmos es su Creador. Todo y todos han sido diseñados por Dios con límites, y nunca funciona, nunca resulta en nada bueno, tratar de vivir, ministrar y dirigir fuera de los límites que Dios ha establecido. Identificar esos límites y lo que significa para la forma en que una comunidad de liderazgo toma decisiones y hace su trabajo es un aspecto vital de lo que esa comunidad necesita hacer para asegurar que sus miembros se mantengan espiritual, física y emocionalmente saludables. Cada líder tiene dones y límites asignados por Dios. Es peligroso enfocarse en uno sin recordar humildemente el otro. Si eres un líder, no lo sabes todo, no puedes hacerlo todo, no eres completamente maduro, y no tienes energía inagotable. No eres solo un conjunto de fortalezas, dones y experiencias, sino también un conjunto de debilidades y susceptibilidades. Es aquí donde el evangelio es un estímulo tan dulce. No tenemos que temer nuestros límites porque Dios no nos envía por nuestra cuenta; a donde nos envía, también va. No tenemos que maldecir nuestras debilidades porque nuestras debilidades son un taller de trabajo para Su gracia. No tenemos que esconder o negar nuestras áreas de inmadurez porque Dios es capaz. Nuestros límites y debilidades no estorban lo que Dios puede hacer a través de nosotros, pero nuestra negación de los límites y nuestros delirios de fuerza independiente sí. Así que quiero considerar con ustedes cuatro áreas de límites que Dios, en Su sabiduría creadora, ha establecido para nosotros y cómo el constante reconocimiento y la humilde admisión de estos límites ayudan a una comunidad de líderes a evaluar sus planes, asignar su trabajo y evaluar su salud. CUATRO LÍMITES 1. Tienes dones limitados En la enseñanza de Pablo sobre los dones en el cuerpo de Cristo se encuentra el claro entendimiento de que los dones son limitados (ver Efesios 4:1-16 y 1 Corintios 12:4-31). La imagen de Pablo sobre el cuerpo humano argumenta esto poderosamente. El ojo ha sido diseñado específicamente para la vista, y porque es así, no tiene la capacidad de recoger objetos. El diseño determina los límites. Lo mismo es cierto para cada don que se ha dado a los miembros del cuerpo de Cristo y, por lo tanto, es cierto para cada líder dotado por Dios para el ministerio en Su Iglesia. Ningún líder está diseñado para saber o hacer todo. Ningún líder está diseñado para hacer su trabajo solo. Es peligroso para cualquier líder ser tan dominante que los dones de los demás no se expresen, dejando a ese líder hacer cosas para las que no fue dotado por Dios. Ningún líder, por tener dones poderosos, debe verse a sí mismo como la persona más inteligente del lugar. La inteligencia es un subconjunto de los dones. Todo líder necesita confiar en las contribuciones de otros líderes que son inteligentes en formas que él no lo es. El ministerio siempre debe hacerse en una comunidad humilde, respetuosa y sumisa porque los dones que Dios nos ha dado llegan a nosotros con límites incorporados. Por la gracia de Dios soy un líder influyente, pero me levanto cada día y hago el trabajo que me ha sido asignado por personas que trabajan conmigo y que son inteligentes en formas que yo no soy porque traen dones a nuestro trabajo que yo no tengo. Sería necio y orgulloso tratar de dominar cada discusión, tomar cada decisión y asignar cada tarea. Todo líder necesita evaluar humildemente no solo sus fortalezas, sino también, y lo que es más importante, sus debilidades. Solo cuando humildemente reconozco los límites de mis dones puedo rodearme de gente que tiene un don en formas que yo no tengo, es inteligente en formas que yo nunca seré, y es fuerte en áreas donde soy débil. Me temo que una de las razones por las que la comunidad de liderazgo ministerial está rota es que hemos idolatrado a los líderes dominantes que no reconocen los límites de sus dones, que no respetan los dones dados por Dios a sus compañeros líderes, y que se les ha permitido pensar que son inteligentes, dotados y fuertes en formas que no lo son. Así que tratan de hacer lo que no fueron diseñados por Dios para hacer, tratan de manejar lo que no fueron diseñados para manejar, y tratan individualmente de hacer lo que solo se hará correctamente en una comunidad con otros líderes igualmente dotados. El orgullo por los propios dones junto con la devaluación de los dones de los demás es una receta para el desastre del liderazgo. El liderazgo independiente y dominante es la negación funcional de lo que la Biblia enseña sobre la naturaleza del cuerpo de Cristo y el don de los llamados por Dios para dirigirlo. Si los dones dados por Dios tienen límites, el ministerio de producción de frutos es siempre el resultado del reconocimiento y el empleo de una comunidad de dones que opera en cooperación con los demás. Ningún don debe ser estimado por encima de otro, y ningún don debe dominar la exclusión de otros. Los líderes deben impulsar los dones de los demás, estar dispuestos a escuchar y a someterse a la sabiduría de los demás que están dotados de maneras que ellos no lo están. Los líderes humildes se rodean no de clones del ministerio, sino de líderes que tienen dones que ellos no tienen y por lo tanto son inteligentes en formas que ellos no lo son y fuertes en áreas en donde ellos son débiles. Este tipo de comunidad siempre producirá una calidad y longevidad de frutos que nunca serán producidos por un líder dominante. No es bíblico que un líder se diga a sí mismo que no necesita la plena expresión de los dones de los demás para hacer el trabajo que Dios le ha dado. Pero hay más que decir sobre los dones del liderazgo del ministerio. Hemos sido testigos de demasiados líderes poderosamente dotados que empiezan a verse a sí mismos, debido a sus dones, como con derecho a un nivel de poder, posición y estilo de vida que otros no tienen. Hay que decir que cuando se da un don maravilloso, el único que tiene derecho es el Dador divino. Tiene derecho a nuestro honor, gratitud y culto y a nuestro compromiso de administrar bien ese don. Recibir un don me dice que no soy autosuficiente, sino más bien que estoy necesitado y soy dependiente. Me dice que no tengo la capacidad de hacer el trabajo de Dios sin los dones de Dios. No puedo atribuirme el mérito de mi don precisamente porque es un don. Mi don no me hace digno de la deferencia, afirmación o sumisión humana, porque mi don no apunta a mí, sino a quien me lo ha dado. Mi don no debería hacerme arrogante y presumido. No debería hacerme pensar que lo merezco. Y los dones que me han sido dados nunca fueron diseñados para funcionar de forma aislada de los dones de los demás. Es triste ver a líderes que son influyentes solo por sus dones tomar el crédito por lo que nunca podrían haber hecho sin estos dones, que han sido dados a ellos por la mano de Dios. Es triste ver a los líderes usar sus dones para acumular poder, aclamación y lujos. En lugar de pensar que los dones nos otorgan ciertos derechos, tal vez deberíamos ver nuestros dones como un llamado a estar dispuestos a sufrir. Permíteme explicarte. Sí, es un gran honor tener el don de predicar el Evangelio, de discipular a los hijos de Dios y de dirigir Su Iglesia. Pero escucha las palabras de Santiago: «Hermanos míos, no pretendan muchos de ustedes ser maestros, pues, como saben, seremos juzgados con más severidad» (Sant. 3:1). O escucha a Lucas: «A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún más» (Luc. 12:48). Con los dones de liderazgo del ministerio viene una pesada carga de responsabilidad. El tamaño de lo que esperas de ti mismo, el tamaño de tu responsabilidad, y el tamaño del justo juicio de Dios están relacionados con el tamaño de los dones que te ha dado. En realidad, cuando Dios te da el ministerio y los dones de liderazgo, te está llamando a estar dispuesto a sufrir. Debido a tus dones sufrirás una clase y severidad de tentación que otros no enfrentan. Debido a la naturaleza pública de tus dones, sufrirás una adulación peligrosa y una dura crítica. Las exigencias de tu vida ministerial te tentarán a descuidar tu vida devocional personal. El atractivo del ministerio público te tentará a descuidar el ministerio privado del matrimonio, la familia y la amistad. Tus dones te tentarán a ser exigente, irritable e impaciente con gente que tiene menos dones o que piensas estorbas lo que quieres. Serás tentado a confundir tus dones con tu nivel de madurez espiritual. Sí, es cierto: tus dones significan que has sido llamado a sufrir por el bien del Dador y lo que pretende hacer a través de ti (ver 2 Cor. 1:3-11). Ningún líder está dotado en todos los sentidos, y todo líder sufre por los dones que se le han dado. Reconocer los límites de los dones dados por Dios y la responsabilidad y el sufrimiento que vienen con esos dones es una parte esencial de una comunidad ministerial que establece y mantiene su producción de frutos, sino también su salud espiritual continua. Una comunidad de liderazgo que humildemente reconoce los límites de los dones dados por Dios establecerá una cultura ministerial de cooperación respetuosa, agradecida y alegre. 2. Tiene tiempo limitado El tiempo se ha fijado para nosotros; no tuvimos voto, y no tenemos capacidad de escapar. La estructura del tiempo que da forma a la existencia de todas las criaturas de Dios estalla en la página de Génesis 1. En uno de sus primeros y más significativos actos como Creador, Dios establece la estructura de siete días, junto con la estructura del descanso sabático. Como líder, simplemente no puedes ignorar los límites que te impone este plan y mantener la salud espiritual y relacional y un ministerio eficaz a largo plazo. Parece ridículamente obvio decir, pero no obstante importante, que nunca tendrás treinta horas en un día, y nunca tendrás nueve días en una semana. Y siempre necesitarás el descanso del sábado sin importar cuán maduro seas o cuántos líderes trabajen a tu lado. Cada límite que Dios nos ha puesto ha sido fijado porque Dios sabe a quién ha creado; sabe cómo fuimos diseñados para vivir y en el amor no requiere más de nosotros de lo que somos capaces de hacer. Los límites no solo revelan Su sabiduría, sino que también expresan Su amor. Los límites no son una prisión; son una gracia. No puedes permitir que tu comunidad de líderes asigne más trabajo a un líder de lo que se puede hacer en el tiempo que tiene asignado para trabajar. No puedes pedirle a una persona que amontone trabajo sobre trabajo, día tras día, sin días de descanso. Hay pocas cosas más importantes para una comunidad de liderazgo espiritualmente sana que considerar los límites de tiempo que Dios diseñó para Su creación desde el principio. Otra observación sobre las limitaciones de tiempo en las que vivimos. Estas eran parte del plan perfecto de Dios para la gente y para el mundo que aún no había sido dañado por el pecado. Si en un mundo perfecto estas fueron vistas como una necesidad para la gente libre de pecado, ¿cuánto más significativas son para nosotros ya que ahora lidiamos con las agotadoras complicaciones, desalientos, quebrantamientos y tentaciones del mundo pecaminoso y con nuestro propio corazón dividido y sus motivos conflictivos? El pecado nos hace presionar los sabios y amorosos límites de Dios. El pecado causa que neguemos nuestras susceptibilidades y que nos asignemos más poder del que tenemos. El pecado nos tienta a pensar que sabemos más y que no necesitamos lo que Dios sabía que todos necesitaríamos. Pero permítanme hacer aún más práctica la importancia de que una comunidad de líderes reconozca y se someta a los límites de tiempo dados por Dios. Quiero pintar una imagen en tu mente. Imagina un triángulo de círculos conectados, con un círculo en la parte superior y dos círculos conectados que forman la parte inferior del triángulo. Así que hay tres círculos conectados del mismo tamaño. Esos círculos están destinados a representar las tres dimensiones vitales de tu vida. El círculo superior es tu vida espiritual (sé que toda la vida es espiritual), es decir, tu vida de adoración personal, devoción y disciplina espiritual. El círculo inferior izquierdo es tu vida relacional, es decir, el matrimonio, la crianza de los hijos, el cuerpo de Cristo, los amigos y los vecinos. El círculo inferior derecho es tu vida laboral, es decir, tu vida de ministerio evangélico y de liderazgo en la iglesia o en el ministerio. Estas son las tres áreas principales de tu vida que Dios ha diseñado para llenar tus 24 horas de los 7 días de la semana, junto con el sábado de ocio y descanso. Arriba, abajo, a la derecha o a la izquierda de esta pirámide de círculos conectados de tu llamado y responsabilidades, no tienes nada, porque nunca tendrás 29 horas en un día o 10 días en una semana. Ahora, esto significa que a medida que una de estas áreas de tu vida crece, no puede crecer hacia fuera, porque no hay exterior. Dios eligió darte solo veinticuatro horas en un día y siete días en una semana, y nunca tendrás nada más. Así que, si uno de estos tres círculos crece, necesariamente causará que otro se reduzca. Aquí es donde una comunidad de liderazgo se mete en problemas. Cuando sin querer niega los límites de tiempo dados por Dios, asigna más trabajo ministerial de lo que un líder puede hacer sin reducir la cantidad de tiempo que puede invertir en otras áreas vitales e inevitables de su llamado y sus responsabilidades. ¿Cuántas familias del ministerio han sido dañadas porque el trabajo del ministerio comenzó a ocupar el tiempo de la familia? Así que más ministerio significa que el líder pasa menos del tiempo necesario invirtiendo en su matrimonio, criando a sus hijos, conviviendo con su familia de la iglesia y sirviendo a sus vecinos. Como líderes en el cuerpo de Cristo, tenemos que dejar de actuar como si el equilibrio de la familia y las responsabilidades del ministerio fuera la ineludible paradoja de la vida del ministerio. Dios es demasiado sabio, cariñoso, paciente y amable para hacernos eso. Tenemos que resistir una cultura de liderazgo de «esfuérzate más, haz más» que resulta en expectativas poco realistas, idolatría del éxito, y todo un conjunto de malos frutos. He escrito y hablado de esto antes, pero también debo mencionarlo aquí: en el Nuevo Testamento no hay una discusión larga o detallada de la tensión entre el ministerio y la familia que parece que damos por sentado. Esta discusión no existe, porque el Señor de la Iglesia nunca nos llamaría a un área que nos obligara a descuidar o desobedecer otra área. Una de las razones por las que hay tanta tensión es que tendemos a ignorar o negar los sabios y amorosos límites de tiempo que Dios ha establecido para nosotros. Es realmente posible tener una familia espiritual y relacionalmente sana (círculo de compañerismo y amigos) y tener una vida de ministerio dedicada y productiva al mismo tiempo. Los límites de tiempo es otro argumento para que el ministerio se haga siempre en comunidad, de modo que ningún líder intente o se le asigne hacer más de lo que puede hacer responsablemente mientras también da el enfoque adecuado a las otras cosas a las que Dios le ha llamado. ¿Tus líderes están trabajando demasiado tiempo y demasiado duro? ¿Sus responsabilidades asignadas están creando tensión con otras áreas de la vida? ¿Tienen un mecanismo para monitorear esto? ¿Están tus líderes desgastados? ¿Han visto a los líderes sufrir de agotamiento? ¿Has hablado con sus esposas o amigos para ver cómo se han afectado esas relaciones? ¿Están tus líderes demasiado ocupados para dar el tiempo adecuado a los devocionales de adoración, al estudio meditativo de las Escrituras y a una robusta vida de oración? ¿Es esta preocupación una parte regular de sus discusiones juntos como comunidad de líderes? ¿Proporcionas sábados de descanso para tus líderes? ¿Con qué frecuencia surge el tema del tiempo cuando se reúnen? ¿Está el ministerio y el deseo de acumular logros equilibrado con un compromiso de salud relacional y espiritual en cada uno de tus líderes? Al pensar en los límites de tiempo ordenados por Dios, ¿qué cambios se necesitan en tu comunidad de liderazgo? Una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable siempre hace su trabajo con los límites de tiempo diseñados por Dios a la vista. 3. Tienes energía limitada Permíteme decirlo desde el principio: ninguno de nosotros es infinito, autosuficiente o autosustentable. Todos tenemos una energía limitada junto con ciertas debilidades y somos sustentados por la gracia divina. Así que una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable que produce frutos de ministerio a largo plazo es consciente de que cada líder es creado por Dios como una dualidad. No somos una comunidad de almas desencarnadas. Todo lo que eres y todo lo que haces está moldeado por el hecho de que eres tanto espiritual como físico. Al escuchar sobre la iglesia y la comunidad de líderes del ministerio, se menciona mucho sobre la salud espiritual, pero poco sobre la salud física. Por el plan de Dios, tú y yo tenemos energía limitada, y no administrar nuestro físico minará seriamente cualquier energía natural que tengamos. La salud física debe ser parte de la conversación y la responsabilidad compartida de cada miembro de la comunidad de liderazgo. Así como nos preocupamos por la salud espiritual de los demás, debemos preocuparnos y cuidar la salud física de los demás. Esto no debería ser un tema tabú. No debería ser visto como algo intrusivo. Los líderes no deberían resistirse o ponerse a la defensiva cuando este tema se ponga sobre la mesa. Es una de las formas en que somos llamados a amarnos y a pastorearnos unos a otros. Aquí es donde las palabras de Pablo en 1 Corintios 9:24 -27 cobran relevancia, ya que como parte de su llamado al evangelio mantiene su cuerpo bajo control. Puede que estés pensando, ¿control por quién, para qué? La respuesta es, control por el Cristo del evangelio para el bien de la difusión del evangelio. Lo que Pablo está diciendo es que hasta que el Señor regrese, tendremos pasiones que chocan en nuestros corazones. Tal vez es mi pasión por la comida chocando con mi pasión por invertir mis energías en el ministerio del evangelio. Tal vez mi pasión por relajarme choca con la aptitud que necesito para levantarme y pelear la batalla espiritual todos los días. Para terminar la carrera y no ser descalificados, todos debemos decir no a las pasiones del cuerpo para poder correr la carrera del ministerio o del liderazgo a la que hemos sido llamados. Someter nuestro cuerpo no comienza con la dieta y el ejercicio, sino con la búsqueda y confesión de ídolos del corazón que interfieren con la disciplina a la que hemos sido llamados y que la gracia hace posible. Verás, la disciplina en nuestro cuerpo físico no es una adición a nuestro llamado al ministerio evangélico; es una parte significativa del mismo. Hace varios años me miré y tuve que admitir que no solo tenía sobrepeso, sino que lo tenía por una aceptable gula cristiana. Así es como me pasó (y sé que no estoy solo). Si ganas medio kilogramo al mes, no te darás cuenta, pero son seis kilogramos al año y treinta kilogramos en cinco años. Mi alimentación era una forma aceptable de idolatría, que no representaba el poder del evangelio y me robaba la energía natural. Sabía que las dietas no funcionan, porque no puedes morirte de hambre para siempre. Así que confesé mi pecado, cambié completamente mi relación con la comida, y me puse a hacer ejercicio. En el transcurso de varios meses perdí 20 kilogramos y he mantenido ese peso durante muchos años. Cuando un líder atraviesa los treinta, cuarenta y cincuenta años, no puede seguir comiendo como antes, y seguramente no puede seguir las pasiones alimenticias que tenía. Sé que estoy hiriendo algunas susceptibilidades, pero estoy convencido de que la gula en el liderazgo de la iglesia y del ministerio nos está robando tanto la consistencia del evangelio como la energía física. La iglesia es afectada por enfermedades relacionadas al estilo de vida como la presión arterial alta, la diabetes y el hígado graso. Un líder del ministerio me dijo una vez que su médico le dijo que, si perdía 25 kilogramos, ya no necesitaría su medicación para la diabetes y la presión sanguínea. El ejercicio regular estimula la energía. Tal vez muchos de nosotros estamos cansados todo el tiempo no por las rigurosas exigencias del ministerio, sino por la falta de ejercicio físico riguroso en nuestra rutina normal. Es mi amor por mi Salvador y Su evangelio lo que me provoca a comer con disciplina. Es mi amor por el evangelio lo que me hace levantarme e ir al gimnasio o subirme a mi bicicleta mañana tras mañana. Hay mañanas en las que esto es muy difícil de hacer, y hay veces en las que invento excusas, pero para mí, estos no son temas secundarios; van directo al corazón de cómo el evangelio me da poder para vivir y al corazón de la carrera del evangelio que he sido llamado a correr como líder del ministerio. Sé que esta conversación es difícil, pero es una que necesitamos tener. Nunca juzgaría a los demás por su peso, pero creo que debemos hablar sobre la salud física en nuestras conversaciones de liderazgo y comunidad. Debido a que nuestro Señor creó tanto nuestro yo espiritual como nuestro yo físico, porque conoce nuestra batalla con nuestras pasiones, y porque el evangelio nos permite tener conversaciones sinceras, deberíamos alegrarnos de poder poner temas difíciles sobre la mesa ante un Dios de amor glorioso y con la comunidad de amor con la que nos ha bendecido. Esta conversación no se trata de ser legalista o sentencioso, sino de vivir con alegría en la libertad del evangelio, que no solo es nuestro mensaje central, sino la esperanza diaria de todos en nuestra comunidad de líderes. Una comunidad de liderazgo espiritualmente sana no solo se preocupa por la salud espiritual de sus líderes, sino también por su bienestar físico. 4. Tienes una madurez limitada He escrito extensamente sobre la madurez en El llamamiento peligroso, así que no diré mucho aquí, pero la limitada madurez espiritual de cada miembro de la comunidad de liderazgo debe ser asumida por todos en esa comunidad. Lo que quiero decir con esto es que cada líder es una persona en proceso de santificación. No importa cuánto tiempo llevemos en el liderazgo, no importa cuán bien entrenados, no importa cuán maduros teológicamente, todos estamos todavía en necesidad de un futuro desarrollo espiritual. Todos tenemos puntos ciegos. Todos tenemos áreas de susceptibilidad a la tentación. Cada uno de nosotros tenemos debilidades de carácter. Todos necesitamos el poder de rescate, convicción y transformación del evangelio. Así que una comunidad de líderes no debe hacer suposiciones sobre sus líderes que les impidan tener una preocupación por el evangelio entre ellos y conversaciones comunitarias sinceras. Las comunidades de liderazgo deben comprometerse a pastorear a cada miembro de esa comunidad. No podemos permitir que ningún miembro viva en aislamiento y separación espiritual. Dios nos ha llamado no solo a la labor externa del ministerio del evangelio, sino también al liderazgo «unos a otros». Lo repetiré a lo largo de este libro: mi experiencia, al tratar con pastores caídos o que abandonaron, es que a su alrededor había una comunidad de liderazgo débil o disfuncional que fracasaba, en el amor y el cuidado pastoral, en proteger a ese líder de sí mismo. Todo líder necesita ser objeto de un discipulado continuo, todo líder necesita que se le confronte en momentos, todo líder necesita los consuelos del evangelio, todo líder necesita ayuda para ver lo que no vería por sí mismo, y todo líder necesita que se le conceda el amor y el estímulo para tratar con los vestigios del viejo yo que aún están dentro de él. Si esto es así, entonces no podemos estar tan ocupados imaginando, diseñando, manteniendo, evaluando y rediseñando el ministerio que tenemos poco tiempo para cuidar de las almas de los que están dirigiendo esta obra del evangelio. Una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable se anticipa al continuo crecimiento espiritual personal de cada uno de sus miembros. Hasta que no estemos en el otro lado ministraremos, nos relacionaremos y viviremos con límites. Esos límites no estorban lo que Dios pretende hacer a través de nosotros, porque todos son el producto de Su sabia y amorosa elección. Lo que nos llama a hacer es posible dentro de los límites que Dios ha establecido y de los que no podremos escapar con éxito. Por lo tanto, es parte de nuestro llamado del evangelio tener esos límites siempre presentes en las conversaciones de nuestra comunidad de líderes. Debemos resistir la tentación de vivir fuera de esos límites o asumir que todos estamos tratando con nuestros límites de manera humilde y sabia. Dios no teme llamar a personas limitadas al liderazgo del evangelio, así que no debemos tener miedo, con humildad y esperanza evangélica, de poner esos límites sobre la mesa, no solo una vez, sino una y otra vez, sabiendo que tendremos que mantener este compromiso hasta que la obra de Dios en nosotros se complete. —4— Equilibrio Es algo con lo que tenemos que lidiar cada día, algo que hace que la vida sea agotadora y dura, algo que reconocemos mejor a nuestro alrededor que dentro de nosotros: el mundo en el que vivimos está triste y dramáticamente desequilibrado. El mundo tal y como Dios lo creó fue diseñado con un equilibrio perfecto. ¿Qué es el equilibrio? Es todo lo que está en su lugar correcto haciendo lo que se supone que debe hacer. No podemos ni siquiera imaginar un mundo así, donde todo es predecible, y no hay nada de qué preocuparse, donde la vida es más fácil de vivir, las decisiones son más fáciles de tomar, y las relaciones son más fáciles de mantener y disfrutar. Así es como se supone que debe ser por el diseño de Dios: la creación en su lugar adecuado haciendo lo que se supone que debe hacer, la paz reinando desde los valles más profundos de la tierra hasta los cielos más altos. Sin problemas, disfunciones y sin peligros inminentes a la vuelta de la esquina, todo, en todas partes y en todos los lugares, en equilibrio. La Biblia tiene un nombre para el equilibrio: shalom. Shalom es que todo esté en su lugar correcto, haciendo lo que se supone que debe hacer, de la manera en que Dios lo quiso hacer. Shalom era la forma en que debía ser, pero como una copa de cristal fino ahora en pedazos en el suelo, shalom se ha hecho añicos. El mundo está desequilibrado, tanto que Pablo dice en Romanos 8 que el mundo entero gime. Gime necesitando ayuda. Gime y necesita reparación. Gime en el dolor del desequilibrio. Gime por un redentor. Pero es importante notar que Pablo nos dice que no es solo el mundo creado el que gime; nosotros también gemimos. ¿Por qué? Bueno, gemimos porque el desequilibrio que ha infligido a nuestro mundo no está solo fuera de nosotros; eso ya sería bastante difícil. No, también está dentro de nosotros. Estamos desequilibrados. Nuestros corazones luchan por mantener las cosas en su sitio, así que no siempre pensamos, deseamos, vivimos, nos relacionamos, planeamos y decidimos con un sentido adecuado del equilibrio. Ciertas visiones, deseos, y cosas creadas toman un mayor peso en nuestros corazones de lo que deberían tomar y sacan nuestras vidas fuera de balance. Lo que es importante para Dios no siempre es importante para nosotros. Lo que Dios sabe que es necesario para nosotros no siempre es necesario para nosotros. No siempre atesoramos lo que Dios dice que debemos atesorar. Las cosas engullen más espacio en nuestros corazones de lo que deberían, y las cosas que deberían tener prominencia en nuestros corazones a menudo no la tienen. El quebrantamiento, el drama, el dolor y la tristeza en nuestras vidas son el resultado no solo del desequilibrio que nos rodea, sino también del desequilibrio que todavía existe dentro de nosotros. Afortunadamente, por el poder de la gracia divina y transformadora estamos siendo llevados progresivamente a un mayor equilibrio, y vivimos con la certeza de que algún día el equilibrio se restaurará plenamente, dentro y alrededor de nosotros, y las cosas estarán donde deben estar, haciendo lo que deben hacer. Cada comunidad de líderes debería discutir periódicamente estas cosas. La Biblia tiene otra forma de hablarnos sobre el desequilibrio. Es un término que, en la superficie, parece un término religioso, pero que en realidad es un vocabulario que Dios nos ha dado para entender las luchas funcionales más fundamentales de todo ser humano: la idolatría. La idolatría no es solo cuando un dios religioso reemplaza al único Dios verdadero, y no es solo cuando tu corazón está gobernado por una cosa malvada. En su forma diaria más fundamental, la idolatría es cuando las cosas buenas están desequilibradas en nuestros corazones. La idolatría es cuando las cosas toman un mayor peso que Dios en nuestros corazones. Considera las palabras de Romanos 1:23, 25: Y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles […]. Cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén. Pablo expande su definición de idolatría desde la dimensión religiosa formal a la dimensión de la adoración más profunda, es decir, la función motivadora más profunda del corazón. La idolatría es tu corazón desequilibrado. Las palabras aquí son importantes. La idolatría es cuando la gloria de Dios el Creador se cambia por la gloria de la cosa creada. Es interesante e importante notar que la palabra hebrea para gloria, kavod, en su raíz significa o connota «peso». Piensa en tu corazón, como un líder, como una antigua balanza con pesos a cada lado. En un lado está el peso del Creador, y en el otro lado está el peso de la criatura. En el diseño de Dios, el peso del creador se supone que es mucho más pesado que cualquier cosa en el lado de la criatura. Tristemente, el pecado desequilibra la balanza, causando que las cosas creadas tengan más control sobre tus pensamientos, deseos, elecciones, palabras y acciones que el que tiene Dios. Esto significa que mientras el pecado viva dentro de ti, lucharás por mantener las cosas en tu vida y ministerio en un equilibrio adecuado. Estoy convencido, al examinar mi propia vida de liderazgo en el ministerio y al ayudar a otros a hacer lo mismo con la suya, que nuestras vidas se desequilibran, no primero por las demandas de la descripción de nuestro trabajo o la multitud de oportunidades de ministerio que están ante nosotros, sino por la falta de equilibrio en nuestros corazones. En el ministerio las cosas buenas se convierten en cosas dominantes. Los líderes son tentados a mirar al ministerio para proveerles lo que nunca se pretendió proveer. La posición de liderazgo, el poder, el respeto, la aclamación y el éxito comienzan a tomar más peso en nuestros corazones de lo que nunca deberían tomar. Y, debido a ello, nos hacen tomar malas decisiones y participar en decisiones lamentables. Por miedo a no conseguir las cosas que creemos que necesitamos, trabajamos más tiempo, nos esforzamos más, controlamos más, delegamos menos y tomamos más crédito. Los buenos hábitos piadosos se quedan atrás en nuestro impulso ministerial. Las relaciones necesarias no se mantienen adecuadamente. El culto privado se vuelve superficial, si no se abandona por completo. Aquí está la aterradora realidad. En el ministerio, la forma en que persigues a tus ídolos es haciendo ministerio. Esta realidad debería estar en los pensamientos y conversaciones de cada comunidad de liderazgo ministerial. Tomemos la oración, por ejemplo. Pensarías que la oración es el acto más puramente divino en nuestras vidas, pero incluso la oración se convierte en algo totalmente diferente cuando nuestros corazones están desequilibrados. Si en una reunión de liderazgo, ensayas tu oración antes de decir las palabras, ese ensayo no es impulsado por tu adoración a Dios sino por algo totalmente distinto. ¡Dios escucha el ensayo! Tal oración no es un acto de adoración, sino un medio de engrandecerse en la mente de aquellos que te escucharán orar. Quieres parecer humilde, contrito, adorador, agradecido y teológicamente preparado, no ante Dios, sino ante las otras personas que están en el salón. Si la oración puede servir al propósito de algo más que honrar a Dios, buscar Su ayuda y comprometerse con Su servicio, entonces todo lo demás en la vida de un líder del ministerio también puede hacerlo. Cada cosa buena que toma más peso de lo que Dios pretendía se convierte en algo malo, algo perturbador y peligroso. No está mal querer ser respetado por tus compañeros líderes. De hecho, podrías argumentar que no puedes hacer tu trabajo como una comunidad de liderazgo sin un saludable respeto mutuo. Pero ese respeto no debe tener más peso en tu corazón que el honor de Dios. ¿Podría ser que las vidas de muchos líderes del ministerio estén desequilibradas no porque se les pida hacer demasiado o tratar con demasiadas oportunidades de ministerio sino porque tienen corazones desequilibrados? Mientras el pecado siga viviendo dentro de nosotros, el equilibrio será un tema para cada líder del ministerio y debería ser una consideración para cada comunidad de liderazgo. Verás, si empiezas a desear cosas fuera del ministerio y del liderazgo que no deberías desear, otras áreas del llamado no recibirán la atención que necesitan. Las partes más privadas de tu vida (matrimonio, familia, cuerpo de Cristo, comunidad, culto privado y estudio devocional, salud física, salud financiera) comenzarán a sufrir abandono. Los resultados negativos del descuido de esas cosas privadas en tu salud emocional, espiritual y física comenzarán a afectar negativamente tu función como líder. Por ejemplo, la tensión regular en tu hogar puede causar que estés tenso al iniciar tu día de trabajo, haciéndote fácilmente irritable e impaciente con tus compañeros líderes. La deuda puede crear preocupación y ansiedad que llevas contigo al considerar cosas importantes y de peso con tus compañeros líderes. Una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable debería estar siempre considerando y discutiendo el equilibrio en las vidas de sus líderes. Siempre debería estar buscando amorosamente evidencia de desequilibrio en cualquiera de sus líderes. Debería preocuparse por la salud del matrimonio de cada líder, la relación de cada líder con sus hijos, la vida devocional de cada líder, el bienestar físico de sus compañeros líderes, etc. Deben preocuparse por esas cosas no solo porque aman a cada líder, sino también porque funcionan como indicadores clave de que algo está desequilibrado en su corazón y en su vida. En este lado de la eternidad, es una muestra de amor asumir una lucha de equilibrio del corazón (Creador vs. creado) en los miembros de tu comunidad de líderes, y al hacerlo, debes buscar señales de desequilibrio. Una guerra de deseos y motivos aún continúa en todos nuestros corazones y solo cesará cuando nuestro Salvador nos haya dado la bienvenida a Su reino final. ¿CÓMO ES UN CORAZÓN EQUILIBRADO EN LA VIDA DE UN LÍDER? Aquí está el resultado final. La característica número uno que toda iglesia o ministerio debería querer en cada uno de sus líderes, y que debería ser regularmente monitoreada y alentada, es un corazón en equilibrio. ¿Cómo se ve un corazón en equilibrio en la vida de un líder? A continuación, sugiero una lista. (Todas las características aplican tanto a las mujeres líderes como a los hombres líderes). Su liderazgo está formado por la fe, no por el miedo. Dirige desde la humildad y la necesidad, no desde el orgullo y la confianza en sí mismo. Se siente incómodo con la falta de coherencia entre su persona de ministerio público y su conducta privada. Es rápido en otorgar gracia porque sabe cuánto necesita esa misma gracia. No ama el poder y la posición más de lo que ama a Dios y al pueblo al que Él lo ha llamado a servir. Administra los dones de los demás en lugar de usar esos dones para ganar posición y poder para sí mismo. Está tan entusiasmado y comprometido con guiar a su familia como con su trabajo de liderazgo público. Se resiste a estar a la defensiva, y es humilde y accesible hacia los demás y rápido para confesar el pecado. No se atribuye el mérito de cosas que nunca podría producir por sí mismo sin la soberanía y la gracia de Dios y en asociación con otros. No usa el llamado y la posición del ministerio para construir un reino propio. Se preocupa más por vivir y dirigir de una manera que agrade a Dios que por recibir alabanzas de los que lo rodean. Defiende lo que es correcto, pero de manera amable, paciente y comprensiva. No busca su identidad en su papel de líder, sino que descansa en su identidad en Cristo. Permite que la gente a su alrededor se sienta amada y nutrida, incluso en lugares donde el ministerio es duro y la comunidad de liderazgo parece dividida. Nunca habla de forma negativa fuera de la comunidad de liderazgo sobre aquellos con los que ha sido llamado a asociarse en el ministerio. Su liderazgo está más impulsado por el cuidado de la grey que por la política. Encuentra mayor alegría en el evangelio que en el éxito de cualquier institución del ministerio. Descansa en el sabio y amoroso control de Dios, por lo que no necesita estar en control. Siempre trata la diversidad de una manera que promueve la unidad. No desprecia la debilidad, sino teme los engaños de la fuerza independiente. Se conduce con un corazón generoso, más listo para dar y servir que para exigir y recibir. Su liderazgo está marcado más por el amor que por el poder. Es comprensivo, paciente y perdonador. Siempre está comprometido con la reconciliación y la restauración, no importa lo costoso que sea. No hay tensión constante en su vida entre el ministerio y la familia. Ve su cuerpo físico como un instrumento de su vocación, y porque lo hace, le da la atención y el cuidado adecuados. En su corazón, tiene sus apetitos y deseos bajo control. No se irrita más por el pecado, las debilidades y los fracasos de los demás que por los suyos propios. No exige a los demás lo que no está dispuesto a hacer él mismo. No está celoso o intimidado por los dones, experiencias y éxitos de sus compañeros. Su liderazgo público está siempre conectado y guiado por un robusto culto personal y estudio meditativo. Está tan comprometido con los sábados de descanso como con el logro de objetivos. La santidad personal lo motiva más que la posición de liderazgo o el éxito del ministerio. No aprovecha las ventajas de su liderazgo con el propósito de obtener beneficios personales. No anhela el poder, sino que lo cede voluntariamente a otros. Se lo conoce más por alegre que por quejumbroso. Se sienta voluntariamente bajo la instrucción de otros y sopesa las opiniones de los demás con humildad y gracia. Dirige con tristeza y alegría, siempre lamentando la presencia destructiva del pecado, mientras celebra el poder de la gracia redentora. Su liderazgo es más un extenso acto de adoración que un compromiso con el avance de su carrera. Ama a Jesús más que a sí mismo. Ama a la iglesia más de lo que se ama a sí mismo. Renuncia a cosas valiosas por amor a sus compañeros líderes y a aquellos que juntos han sido llamados a liderar. Sus hijos no sienten que el ministerio les ha robado a su padre. Anhela que el evangelio transforme lo más profundo de su corazón y está abierto a los instrumentos de transformación del evangelio que Dios ha puesto en su vida. Dirige con la mentalidad de un embajador y nunca con la mentalidad de un rey. Cuando se equivoca o ha hecho algo malo, se somete voluntariamente a una confrontación amorosa y a la disciplina de Dios. Es dueño de sus errores y nunca defiende lo que no debe ser defendido. Su ministerio está moldeado por las promesas del evangelio y no por los «y si…» de un corazón ansioso. Todo lo que hace en el ministerio se hace para la gloria de otro. Ahora, no sé a ti, pero esta lista me mata. Me recuerda, una vez más, que a menudo mi corazón está desequilibrado. Me predica una y otra vez que no todo lo que hago en mi vida ministerial es el resultado de la sumisión al señorío de Jesucristo, el deseo de la gloria de Dios, y el descanso en Su presencia, Sus promesas, Su poder y Su gracia. Hay otros señores que luchan en mi corazón, que desafían el peso que solo Dios debería tener en mis pensamientos, deseos, elecciones y acciones. Solo cuando Dios está en el lugar que le corresponde en mi corazón, las personas y las cosas están en el lugar que les corresponde en mis pensamientos, deseos y acciones. Líder, tú eres como yo. Esto no es algo en lo que debamos pensar una vez que realicemos tareas de nuestros ministerios. No, esta es una lucha continua y debe estar regularmente en nuestras conversaciones de la comunidad de liderazgo. Todos hemos visto líderes que hemos respetado y con los que nos hemos asociado en el ministerio caer en desequilibrio y hacer cosas en el contexto de su ministerio o vida privada que nos han dejado sorprendidos y tristes. Hemos visto un materialismo escandaloso; abuso de autoridad; mal uso del dinero de Dios; amor al poder y a la posición; el uso de los dones, el poder y la posición para seducir y maltratar a otros; el ocultamiento de los errores; la construcción de cultos a la personalidad; matrimonios rotos; niños enfadados; compañeros líderes heridos; falta de voluntad para someterse al consejo, la confrontación y la disciplina amorosa; el uso de la perspicacia teológica y la manipulación bíblica para defender lo que no debe ser defendido; etc. Pero tal vez no deberíamos sorprendernos. La guerra del equilibrio todavía hace estragos en nuestros corazones, y si no es reconocida por nuestras comunidades de líderes, y si no se convierte en parte del cuidado evaluativo y protector que regularmente hacemos unos con otros, me temo que habrá más bajas por venir. No se trata de intentar ser el Espíritu Santo en la vida de los líderes. No se trata de ciclos de una morbosa, deprimente y agotadora autoevaluación. No se trata de reemplazar el espíritu de gracia con el juicio y la crítica. Se trata, sin embargo, de admitir humildemente que entre el «ya» y el «todavía no», somos un ministerio inconcluso en un mundo caído. Hay tentación a nuestro alrededor, y todavía tenemos áreas de susceptibilidad en nuestros corazones. Todavía somos capaces de anhelar lo que no deberíamos anhelar. Todavía somos tentados a dar paso a cosas que deberíamos resistir. Incluso en el liderazgo del ministerio del evangelio, todos somos capaces de estar llenos de nosotros mismos y olvidarnos de Dios. Hay lugares donde incluso el pecado gana terreno o donde el perdón es una gran lucha. Hay momentos en los que queremos resistir más de lo que queremos que nuestro Señor se complazca. Aún tenemos momentos en los que el miedo momentáneo supera nuestra esperanza en el evangelio. Sin embargo, la gracia nos libera de la carga de negar esa lucha; la gracia nos libera de la agotadora forma de actuar como si fuéramos algo que no somos y de tener miedo de mirar hacia los lugares en donde hay desequilibrio y donde nos rigen cosas que no deberían gobernarnos. La presencia de la gracia de Dios aquí y ahora nos da la bienvenida para ser humildemente abiertos, honestos con nosotros mismos y con los demás, estar dispuestos a considerar lo que es difícil de admitir, listos para confesar y perdonar, y dispuestos a pasar por momentos tensos e incómodos en un deseo de amarnos, protegernos y rescatarnos mutuamente. La gracia permite que una comunidad de liderazgo funcione como una robusta comunidad evangélica en la que la franqueza, el cuidado y el amor protector son la norma. SEÑALES DE UN CORAZÓN DESEQUILIBRADO Si te preocupa la salud espiritual y el éxito a largo plazo de tu comunidad de líderes, entonces te interesarás por ella y buscarás señales de desequilibrio en la vida de tus líderes. Mi propósito aquí no es exagerar cada una de estas señales, ya que todas ellas son bastante claras, sino más bien ofrecerlas como una ayuda para el cuidado espiritual mutuo que debería ser el trabajo regular y alegre de cada comunidad de liderazgo en el ministerio. Y les recordaré de nuevo que hacemos esto con una sólida confianza en el poder rescatador, perdonador, transformador, capacitador y liberador del evangelio y por un corazón lleno de amor abnegado por aquellos con los que Dios nos ha llamado a liderar. Esta no es una lista exhaustiva, sino una muestra de las áreas a mirar con amor mientras se comprometen al cuidado mutuo de los líderes. Problemas matrimoniales y familiares. Adicción al trabajo. La falta de compromiso con una vida devocional. No respeta con regularidad los días de descanso. Relaciones insalubres de ministerio o de liderazgo. La falta de una relación regular y significativa con la comunidad del cuerpo de Cristo. Deuda. Comunicación problemática. Ira. Desánimo, depresión o agotamiento. Mala salud física. Resistencia a la crítica amorosa y al cuidado espiritual. Se conduce de manera dominante o controladora. Relaciones sin reconciliar. Sí, el mundo y todo lo que hay en él vivió una vez en perfecto equilibrio. Todo estaba donde debía estar, desde los cielos más altos hasta los rincones más profundos del corazón humano. Tristemente, el pecado rompió el magnífico equilibrio del shalom, y el equilibrio ha sido una lucha desde entonces. Jesús, cuyo corazón estaba equilibrado en todos los sentidos, vino a vivir la vida que el pecado nos hizo imposible de vivir, a morir la muerte que merecíamos y a resucitar como un Rey salvador y conquistador, para que el equilibrio se restaurara en nuestros corazones. Su primer acto de restauración fue restaurarnos a Dios, porque es solo cuando Dios tiene Su justo peso en nuestros corazones que todo lo demás tiene el peso apropiado. Él ahora trabaja mediante Su Espíritu para restaurar el equilibrio de nuestro corazón en todos los sentidos y en todas las situaciones. Debido a que ese trabajo está incompleto, el equilibrio sigue siendo un problema en la forma en que una comunidad de liderazgo ama y protege a sus miembros. Pero seguimos adelante con confianza y esperanza porque sabemos que no solo nuestras labores no serán en vano, sino también que nuestro Señor lucha por nosotros incluso cuando fallamos en la lucha por nosotros mismos y por los demás. —5— Carácter Los valores de la comunidad de líderes determinan la forma en que la comunidad piensa y realiza su trabajo y, lo que es más importante, la forma en que cada miembro se relaciona con todos los demás miembros. Ahora bien, lo que he escrito parece bastante obvio, pero lo que parece obvio no siempre es obvio cuando se consideran las oportunidades, responsabilidades y relaciones del liderazgo en el ministerio. A lo largo del camino, en la vida y el trabajo de una comunidad de liderazgo, se produce un sutil cambio de valores. No hablo aquí de valores formales, sino de lo que esa comunidad considera importante. Este cambio de valores es sutil, pero transforma fundamentalmente la manera en que los líderes hacen su trabajo. A medida que ocurre, la comunidad de líderes experimenta una creciente discontinuidad entre sus valores formales y sus valores funcionales. Este cambio se repite una y otra vez: lo que un grupo de líderes confiesa que valora ya no es lo que realmente valora. Lo que dicen que es lo más importante, no lo tratan como lo más importante. Lo que confiesan que quieren en cada líder, en realidad no lo quieren en cada líder. Ya no son la misma comunidad de líderes con los valores que una vez tuvieron, pero nadie parece saberlo, y nadie hace sonar las alarmas de advertencia, y nadie parece entender que la labor de los líderes ha adquirido un carácter muy diferente y que los líderes están en peligro. En realidad, este capítulo es una extensión y una aplicación específica del capítulo anterior. LO QUE DIOS DICE QUE ES IMPORTANTE Una comunidad de líderes está espiritualmente segura y preparada para una vida de ministerio productiva y a largo plazo solo cuando lo que es importante para Dios no solo es teológicamente importante para ellos, sino también funcionalmente importante. La vida y el trabajo de una comunidad de liderazgo está moldeada no solo por los dones de sus líderes, su vasta experiencia, la fuerza de sus personalidades públicas, la habilidad empresarial o la visión y la planificación estratégica, sino sobre todo por sus valores. Lo que más valoran moldea la forma en que se relacionan entre sí, lo que anhelan lograr y lo que denominan éxito. Así que es importante para una comunidad de liderazgo seguir preguntando: «¿Lo que es importante para Dios sigue siendo importante para nosotros?». La raíz de muchos de los desgarradores fracasos de liderazgo que todos hemos presenciado es este sutil y progresivo cambio de valores. Cuando la iglesia o el ministerio se derrumba, los líderes que lo dirigen ya no son lo que eran, y no valoran lo que hacían antes. La mayoría de las veces, este movimiento se produce en pequeños incrementos a lo largo de muchos años, tan pequeños y lentos cambios que es difícil de notar. La ilustración que sigue podría ser malinterpretada, pero creo que ilustra bien cómo los cambios de valores se producen sutilmente. Estos cambios son muy parecidos a cómo los hombres de mediana edad tienden a tener sobrepeso. No hablo de personas que tienen problemas fisiológicos que no pueden controlar y que dan lugar a un aumento de peso. Como dije antes, si ganas medio kilogramo cada mes, tú y la gente que te rodea no lo notarán, pero eso significa seis kilogramos al año, treinta kilogramos en cinco años, y sesenta kilogramos en diez años. Para ese entonces ya eres una persona completamente diferente, pero no solo físicamente. A lo largo del camino has tenido que negar que comes mucho más de lo que necesitas, que tienes que comprar continuamente ropa de mayor tamaño, y que no puedes subir unas escaleras sin perder el aliento. Te has sentido cómodo con engañarte a ti mismo con la creencia de que estás bien cuando no lo estás. Haces una broma pesada cuando pides el filete de medio kilogramo solo para ti, pero tu broma es una indicación de algo triste, y la gente que está contigo no debería reírse. Sé que algunos pensarán que soy exagerado, pero el hombre de mediana edad con sobrepeso que acabo de describir no solo ha cambiado la talla de su cinturón; ha cambiado los valores, y lleva consigo la evidencia empírica de ese cambio. Tristemente, algo muy similar les sucede a los líderes de la iglesia y del ministerio. Por eso es importante no suponer la permanencia de los valores de tu ministerio o que tus líderes no cambiarán. Para añadir a esto, porque cada líder en cada ministerio todavía tiene el pecado residiendo en él, la guerra por el gobierno de tu corazón todavía está en marcha. Cada líder es susceptible. Ningún líder es incapaz de ser tentado. Cada líder a veces quiere lo que no debería querer, tiene problemas para controlar sus emociones, y se arrepiente de algo que hizo o dijo. Pero hay más. Cada líder de cada ministerio también hace su trabajo en el contexto de un mundo donde el mal está por todas partes, donde lo que Dios dice que es feo será presentado como atractivo. Y debo añadir un elemento más aquí. Cada líder de cada ministerio trabaja en un mundo donde el enemigo acecha, buscando desviar, engañar y destruir. Por lo tanto, es muy importante que, como líderes, estemos siempre comprometidos y abiertos a hacernos preguntas sobre los valores y a ser confrontados amorosamente cuando haya una razón para que un compañero líder nos haga personalmente esas preguntas. Quiero mirar dos pasajes en las Escrituras que nos dicen lo que Dios piensa que es importante en la vida y el ministerio de aquellos que ha llamado para dirigir Su obra del reino en la tierra. El primero es muy familiar para cualquiera que haya considerado el llamado al ministerio: Se dice, y es verdad, que, si alguno desea ser obispo, a noble función aspira. Así que el obispo debe ser intachable, esposo de una sola mujer, moderado, sensato, respetable, hospitalario, capaz de enseñar; no debe ser borracho ni pendenciero, ni amigo del dinero, sino amable y apacible. Debe gobernar bien su casa y hacer que sus hijos le obedezcan con el debido respeto; porque el que no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios? No debe ser un recién convertido, no sea que se vuelva presuntuoso y caiga en la misma condenación en que cayó el diablo. Se requiere además que hablen bien de él los que no pertenecen a la iglesia, para que no caiga en descrédito y en la trampa del diablo (1 Tim. 3:1-7). Lo que debería llamar la atención de todo líder sobre esta lista de cualidades, lo que salta a la vista, es que por encima de todo lo que se puede desear en un líder, Dios valora el carácter. Debo decir que no estoy seguro de que siempre lo hagamos. Creo que hay veces en las que nos atraen más los líderes de gran personalidad, poderosos comunicadores y que producen resultados. Hay otra cosa que me impresiona aquí: la lista nos dice que, a los ojos de Dios, el carácter supera el rendimiento. Solo hay una mención en toda la lista de cualidades que se podrían llamar un «don de rendimiento»: la enseñanza. Todo lo demás en la lista es sobre lo que mueve, motiva y dirige el corazón del líder. Todo lo demás es sobre lo que un líder valora más en la vida y en el ministerio. Líderes que tienen carácter, dirigen con carácter, modelan lo que es verdaderamente importante, y animan lo mismo en otros. ¿Realmente buscamos líderes que sean conocidos por su gentileza? ¿Estimamos a los líderes que tienen su visión y sus emociones bajo control para que no sean controladores, exigentes o fácilmente irritables? ¿Qué tan arriba está la hospitalidad en la lista de lo que valoramos en un líder? ¿Consideramos cómo un líder ha manejado su dinero como una ventana válida a los valores de su corazón? ¿Somos demasiado tolerantes con los «sabelotodos» dominantes del ministerio? ¿Realmente valoramos el amor matrimonial abnegado y la paternidad tierna y compasiva cuando consideramos lo que es importante en un líder? Todas estas son cuestiones de valores críticos. Un líder que es contencioso valora más tener la razón y el control que lo que Dios dice que es correcto en su corazón y en su vida. Un líder que no tiene autocontrol no puede negarse nada porque valora lo que quiere más de lo que valora lo que Dios quiere para él. Cada cualidad de carácter en esta lista es una ventana a lo que Dios valora más en el corazón y la vida de aquellos que ha llamado a liderar. Así que nunca hay un punto en el que una comunidad de liderazgo deba dejar de preguntarse: «¿Hay todavía evidencia concreta en nuestro trabajo ministerial y nuestras relaciones con los demás de que valoramos lo que Dios dice que es más importante?». Siempre deberíamos buscar cambios sutiles en los valores que nos han cambiado progresivamente y en la forma en que hacemos nuestro trabajo. Aquí hay otra pregunta que debemos hacernos siempre: «¿Hemos cerrado los ojos ante ciertas deficiencias de carácter en un líder debido a la eficacia de su desempeño en el liderazgo?». O aquí hay otra forma de hacer esta pregunta: «¿Hay alguien en nuestra comunidad de liderazgo a quien hayamos dejado de responsabilizar debido a la efectividad de su ministerio?». Hay otro pasaje que captura poderosamente lo que Dios valora más en los líderes que llama a Su obra. Este pasaje captura lo que Dios valora en un líder. Debo admitir que encuentro en este pasaje uno de los recordatorios más motivantes, desafiantes, convincentes y alentadores de toda la Escritura al contemplar lo que Dios me llama a hacer como Su representante. Es una declaración de valor que me deja caer de rodillas en la debilidad y el fracaso y me hace clamar por el perdón y la gracia capacitante al reconocer que caigo por debajo de Su estándar una y otra vez. Por eso, es un pasaje al que regreso regularmente, y se ha convertido en un consistente clamor de ayuda a mi Señor que ha marcado mi vida de oración. Tómate un tiempo, ahora mismo, para reflexionar sobre las palabras de Pablo en 2 Corintios 5:16-21: Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos así. Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios». Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. En este pasaje Pablo desenvuelve la actividad redentora que produce el celo evangélico que forma, moldea, motiva y dirige su ministerio. Nos muestra enormes realidades evangélicas que nunca deben pasar desapercibidas en lo que queremos para nuestros propios ministerios, lo que queremos conseguir como líderes del ministerio, y lo que deseamos de nuestros compañeros líderes o de la seductora atracción del poder y la posición del liderazgo. Somos parte de la asombrosa obra de Dios donde nos recrea en Cristo, nos reconcilia consigo mismo, no nos recrimina más nuestros pecados y luego se vuelve y nos confía el mensaje de estas gloriosas realidades. Como líderes, nunca debemos perder de vista este pasaje. Esto es lo que hace para todos los que confían en Jesús: destruye las falsas identidades y cualquier resto de orgullo en la justicia personal; elimina las mentiras y acusaciones de Satanás contra cualquier hijo de Dios; y desaparece el miedo que haría que la gente se escondiera. Lo que se nos ha confiado es hermoso y cambia la vida en todos los sentidos. No importa cuál sea tu ministerio, tu posición de liderazgo, las tareas diarias que te han sido asignadas, o los líderes que trabajan a tu lado, es este evangelio el que debe estar en tu mente y llenar tu corazón momento a momento mientras haces tu trabajo. El peligro en el liderazgo de la iglesia y el ministerio es que algo más comience a tomar el lugar del evangelio en tu mente y corazón, y si lo hace, ya no valorarás lo que tu Salvador valora o te comportarás de una manera que le agrade. Ahora, hay una palabra cargada de valor en 2 Corintios 5:16-21 que es tanto el resumen como el énfasis del pasaje. Pablo dice: «Así que somos embajadores de Cristo». ¡Qué palabra tan pintoresca y cargada de contenido! Piensa en lo único que un embajador está encargado de hacer dondequiera que esté, con quienquiera que esté y en lo que trabaje. La única tarea de un embajador es representar. El liderazgo de la iglesia y el ministerio está diseñado por Dios para ser representativo en todos los sentidos que la palabra embajador connota. Los líderes no pueden pensar primero en sí mismos como embajadores de la iglesia o del ministerio que dirigen o como embajadores de un plan estratégico particular o como embajadores de las metas del ministerio personal. Deben liderar con el conocimiento de que lo que más valora Dios en un líder es que lo represente bien. En cada tarea, en cada relación, en público o en privado, somos llamados a una mentalidad de embajador, a valores de embajador y a un funcionamiento de embajador. Ahora, ¿qué significa esto en la práctica? Significa que, en la medida de mis posibilidades, confiando en el derramamiento de la gracia capacitante, me comprometeré a representar fielmente el mensaje, los métodos y el carácter del Rey salvador que me comisionó. Cada mensaje que comunicamos en privado o en público debe ser probado por nuestra vocación de embajador. Cada metodología que empleamos como comunidad de liderazgo debe ser evaluada sobre la base de nuestra vocación de embajador. Todas nuestras actitudes y acciones deben ser medidas por nuestro llamado a representar fielmente el carácter del que nos envió. Cuando pienso en el mensaje, los métodos y el carácter del Rey, mi mente se dirige a 1 Pedro 2:23: «Cuando proferían insultos contra él, no replicaba con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a aquel que juzga con justicia». Que en todo sentido, en todo lugar, en cada reunión, en cada relación, no importa cuán excitante o dura sea, lo representemos bien. Los líderes hambrientos de poder han dejado de ser embajadores. Los líderes controladores e intimidatorios ya no son embajadores. Los líderes sexistas que no respetan los dones que Dios les ha dado a las mujeres y que incluso pueden relacionarse con ellas de manera inapropiada han abandonado su vocación de embajadores. Estimar la grandeza por encima de la humildad y la piedad significa que se han alejado funcionalmente de su comisión de embajadores. Usar los dones y posiciones dadas por Dios de manera egoísta, materialista o para glorificarse a sí mismos es un abandono de su posición de embajador. El progreso institucional que compromete el evangelio es un abandono del llamado a ser embajador. Liderar mediante la manipulación o la intimidación no es el estilo de vida de un embajador. No ser paciente, abnegado, tierno, amoroso, perdonador, humilde, servicial, gentil, fiel y amable es un fracaso para liderar como embajador del Rey salvador que te envió. Estoy persuadido de que, si hiciéramos de la vocación de embajador nuestra norma de liderazgo, no solo no permitiríamos más cosas en nuestros líderes que hemos acostumbrado a permitir, sino que estaríamos llenos de tal remordimiento por lo mal embajadores que somos que caeríamos de rodillas en confesión y buscaríamos la gracia rescatadora, perdonadora y capacitante de Dios y confesaríamos públicamente nuestra debilidad y fracaso a aquellos a los que Dios nos ha llamado a liderar. Es hora de que los líderes confiesen que en muchos lugares y de muchas maneras no hemos representado bien a nuestro amado Señor. Es hora de llorar y arrepentirse mientras celebramos la gracia que nos da un nuevo comienzo. Es hora de confesar que la ambición personal a menudo mueve y moldea nuestro liderazgo más que el evangelio. Es tiempo de confesar que como líderes nos hemos entregado a la tentación de ser embajadores de algo más que nuestro Señor. Es hora de admitir humildemente que no podemos servir a los ídolos del liderazgo y ser embajadores al mismo tiempo. ¿Cuántas veces vamos a contemplar la misma historia triste de la caída de un líder del ministerio, y la destrucción de la comunidad de liderazgo que lo rodeaba, antes de que nos comprometamos de nuevo con los valores de Dios y con nuestro llamado a ser embajadores y clamemos que Él, en amor, nos rescate de nosotros mismos? CÓMO OTRAS COSAS SE VUELVEN IMPORTANTES Toda comunidad de líderes debe reconocer que el ministerio es una intersección de muchas motivaciones que compiten entre sí y que son conflictivas. Sería maravilloso si cada líder de cada iglesia y comunidad de liderazgo ministerial pudiera decir: «Mi corazón es puro e incapaz de ser tentado por cualquier motivación que compita con mi lealtad a Cristo y Su evangelio de gracia». El problema es que mientras el corazón de cada líder está siendo purificado por la gracia santificante, no es completamente puro ni está más allá de la tentación. Vinod Ramashandra, en su libro Gods That Fail [Los dioses que fracasan], señala que, para la comunidad creyente, los ídolos más poderosos y seductores son los que se cristianizan fácilmente. Sus palabras son una señal de advertencia para todos los líderes del ministerio. Así es como nos desviamos: un líder del ministerio persigue otros propósitos además de su vocación de embajador haciendo ministerio. Un líder cuyo corazón ha sido capturado por otras cosas no abandona el ministerio para perseguir esas otras cosas; usa la posición, el poder, la autoridad y la confianza del ministerio para conseguir esas cosas. Cada comunidad de liderazgo necesita entender que el ministerio puede ser el vehículo para perseguir toda una serie de idolatrías. De esta manera, el liderazgo del ministerio es una guerra, y no podemos abordarlo con la pasividad de las suposiciones de los tiempos de paz. Tristemente, los nobles líderes del ministerio se convierten en líderes indignos del ministerio, y debido a que sus corazones han sido secuestrados, son los embajadores de falsos dioses (poder, fama, cosas materiales, control, aclamación, dinero, o el respeto del mundo), mientras siguen haciendo ministerio. En la vida de un ministerio, los líderes cambian. A veces ese cambio es una sumisión más profunda al señorío de Jesucristo y a la vocación de embajador, pero a veces es una desviación hacia el servicio de otros maestros. Todos los que han leído este libro han sido testigos de la triste desviación que puede tener lugar en el corazón, la vida y el ministerio de un líder. Como señalé anteriormente, cada vez que hay una caída pública de un líder conocido, mi primera pregunta es: «¿Por qué la comunidad de líderes circundantes no lo vio y lo abordó antes de que llegara a este horrible lugar?». Pregunto esto porque hay un par de suposiciones que podemos hacer. Primero, sabemos que el líder ha cambiado porque si hubiera sido en los primeros días lo que es ahora, nunca habría sido llamado, contratado o nombrado para este puesto de liderazgo. Segundo, los cambios no ocurrieron de la noche a la mañana. Ocurrieron poco a poco durante años. Esto significa que no solo había muchas evidencias de un cambio en su vida, sino un creciente conjunto de pruebas de un cambio en las sensibilidades del corazón y las lealtades del corazón. Así que parece correcto volver a hacer la pregunta con la que empecé este párrafo. ¿Cómo es que una comunidad de liderazgo con base bíblica, comprometida con el evangelio y al servicio de Cristo no se mueve para confrontar amorosamente a un líder que ha cambiado, buscando rescatarlo de sí mismo y protegerlo de los falsos dioses del ministerio? Voy a responder a mi pregunta de una manera que molestará y tal vez incluso enojará a algunos de ustedes, pero por favor denme la oportunidad de explicar. La razón por la que a menudo somos demasiado pasivos frente a la evidencia preocupante en las actitudes y acciones de un líder es, con frecuencia, que los logros superan al carácter. De manera regular he escuchado declaraciones como las siguientes: «Pero él era un predicador tan talentoso». «Pero miren el número de personas que han venido a Cristo». «Pero miren cómo ha crecido nuestra iglesia». «Pero piensen en el número de iglesias que hemos plantado». «Pero nunca hubiéramos tenido este ministerio si no fuera por él». «Pero mira los recursos del evangelio que ha producido». Pocas comunidades de liderazgo reconocen que han llegado a valorar el desempeño por encima del carácter, pero el desempeño se convierte en la lógica detrás de no tratar con cuestiones de carácter. Aquí está la lógica inadecuada: «Miren lo que este gran hombre ha hecho por Dios; ¿debemos realmente empañar su ministerio?». Así que una comunidad de líderes acepta lo que no debería aceptar, se queda en silencio cuando debe hablar, y es pasivo cuando debe actuar. No ha habido ningún cambio de valores formales en su confesión de fe, pero a nivel funcional la comunidad de liderazgo llega a valorar el éxito del ministerio más que el carácter piadoso y la lealtad de los embajadores. No es solo que uno de sus líderes haya cambiado; toda la comunidad de liderazgo ha cambiado, y en muchos casos, parece que no lo saben. Veamos cómo se produce a menudo este cambio. Mi propósito no es argumentar que así es como siempre sucede, sino que estos pasos son típicos de la forma en que tiende a suceder. En el comienzo del ministerio de un líder existe un alto nivel de preocupación por el carácter y mucho estímulo amoroso y responsabilidad. Al conocer a un líder, se le observa cuidadosamente por la forma en que hace su trabajo y se relaciona con los demás. Está rodeado por el tipo de comunidad que todo líder necesita. Pero a medida que los meses y años pasan y los dones del líder dan fruto de manera abundante, los líderes a su alrededor empiezan a cerrar los ojos y los oídos. Tal vez es la ira en una reunión, o una mala actitud hacia un empleado, o algo inapropiado dicho sobre una mujer. Este poderoso y efectivo líder tiene ahora el poder de silenciar las voces del evangelio necesarias en su comunidad de liderazgo. Los compañeros líderes se sienten cómodos resistiendo los impulsos del Espíritu Santo. Se dicen y se hacen cosas que saben que están mal, y cuando suceden, hay un freno en su espíritu, no responden a los impulsos y se sientan en silencio. Al poco tiempo, en lugar de enfrentarse a los errores con la gracia, en sus propios corazones o en la conversación con sus compañeros líderes, ellos comienzan a dar «explicaciones». Como comunidad de líderes se convencen a sí mismos de que tal vez el mal no es realmente tan malo. Producen en sus propios corazones, y en el de los demás, perspectivas y explicaciones alternativas que hacen que lo malo parezca menos malo. Si permitimos que todo esto suceda, no pasará mucho tiempo antes de que esta comunidad de liderazgo comience a defender al líder cuando las acusaciones provienen de personas a las que ha agraviado, en lugar de tratar esos males con un compromiso de pureza ética y de carácter que se atenúe con la gracia. Esta comunidad evangélica, otrora cariñosa, vigilante, rescatadora y protectora, se ha transformado en una comunidad de defensores y abogados. El poder y la actuación de este líder lo ha dejado desprotegido. El éxito de su ministerio es amado por sus compañeros líderes más que él. El castillo que ha construido se ha convertido en algo más valioso que su alma. Los líderes se han acobardado en silencio cuando se ha resistido a la preocupación amorosa y a la confrontación, en lugar de amarlo con el tipo de amor robusto e implacable que viene cuando el temor de Dios ha derrotado al temor del hombre. Ningún líder puede ser abandonado. No se debe permitir que ningún líder aleje a sus compañeros que tienen preocupaciones piadosas. Ningún líder debe imponer su lealtad de manera que comprometa la integridad del evangelio y la moralidad. El fruto del ministerio de algún líder no debe resultar en que su corazón no sea protegido. Todo líder, no importa cuán poderoso y exitoso sea, debe estar dispuesto a mirarse en el espejo confiable de la Palabra de Dios. Ninguna comunidad de líderes debe comprometer su integridad para lograr su visión. Ningún líder debe ser intocable por la comunidad evangélica que Dios ha puesto amorosamente a su alrededor. Todo líder necesita una gracia confrontativa y restauradora. El ministerio es una guerra diaria de valores. Pero no debemos tener miedo o desanimarnos, porque no estamos solos en esta batalla. Cada líder del ministerio es el objeto de la gracia santificante de Dios. Cuando se trata de los verdaderos valores de nuestros corazones, la santificación expone progresivamente, condena, reclama y restaura. Nuestra esperanza no es que siempre lo hagamos bien, sino que Dios nunca abandone Su obra santificadora. Podemos estar dispuestos a transigir, pero Él nunca lo estará. Podemos ceder al miedo, pero Él no tiene miedo. Podemos ser engañados al no ver las cosas con claridad y precisión, pero Su visión de nosotros es siempre perfecta. Su presencia y trabajo en y a través de nosotros es nuestra esperanza, y debido a esto, podemos comprometernos a hacerlo mejor. Podemos ser dueños de nuestras debilidades y nuestros fracasos y aceptar Su invitación a empezar de nuevo. —6— Guerra Fui tan ingenuo. Pensé que mientras tuviera conocimientos teológicos, educación bíblica, y fuera llamado y posicionado por Dios como un líder en Su Iglesia, estaría bien. Entré en el ministerio con una mentalidad de tiempos de paz. No tenía ninguna idea de las tentaciones a las que me enfrentaría. Tenía poca conciencia de los ataques que se harían contra mi carácter, mis dones, mi visión y mis metodologías. No estaba preparado para la batalla, así que por momentos cedí a cosas a las que debería haberme resistido. Escuché a gente a la que no debería haber escuchado. Llegué al punto en que me sentí desanimado y abatido, tan desanimado en un momento dado que nada parecía más atractivo que dejar el puesto de liderazgo del ministerio al que una vez me sentí honrado de haber sido llamado. Los líderes que no son conscientes de que el ministerio es una guerra espiritual, empiezan a ministrar con corazones secuestrados, visión distorsionada y motivaciones equivocadas. Pueden haber cambiado significativamente, como consecuencia de la guerra espiritual, pero estar ciegos al grado en que son diferentes. El liderazgo en la Iglesia de Jesucristo no es solo una batalla por la fidelidad teológica, la pureza del evangelio y la integridad metodológica; también es siempre una guerra por el corazón de cada líder. Más líderes fracasan porque han perdido la batalla por su corazón que por los cambios en su teología o visión del evangelio. De hecho, a menudo sucede que la desviación teológica no es más que un síntoma visible de un corazón que ya ha desviado. Quiero meditar con ustedes sobre cómo se ve una comunidad de líderes que se prepara para la guerra espiritual y hace el trabajo que Dios le ha llamado a hacer con una mentalidad de tiempos de guerra. LA VIDA ENTRE EL «YA» Y EL «TODAVÍA NO» ES UNA GUERRA Está implícito en casi todas las páginas de la Escritura, y esto es una advertencia aleccionadora para cada uno de nosotros. La vida, aquí y ahora, es realmente una guerra espiritual momento a momento. Las Escrituras manejan la guerra espiritual de una manera diferente a la de muchos de nosotros. A menudo hablamos de ella como algo inusual, extraño, aterrador y dramático. Pensamos en cuerpos poseídos por demonios agitándose en el suelo, gente echando espuma por la boca, ya sabes, las cosas de las que están hechas las películas. No quiero decir que no haya momentos dramáticos y físicos de guerra espiritual, pero quiero enfatizar que la Biblia normaliza, en lugar de dramatizar, la guerra espiritual. Debido a que vivimos en un mundo caído, a que realmente hay un enemigo, Satanás, porque hay maldad y tentación a nuestro alrededor todo el tiempo y porque el pecado todavía nos hace susceptibles de ser atacados, vivimos todos los días en una zona de guerra. Toma el tiempo para leer los siguientes pasajes que hablan de diversas maneras de la presencia y la normalidad de esa guerra. Esta no es una lista exhaustiva de pasajes sobre el tema, pero es suficiente para darte una idea de la advertencia aleccionadora de las Escrituras para cada uno de nosotros. Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales (Ef. 6:12). Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas (2 Cor. 10:3-4). La noche está muy avanzada y ya se acerca el día. Por eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias. Más bien, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa (Rom. 13:12-14). Porque esta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren (Gál 5:17). Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida (1 Ped. 2:11). «Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos» (Luc. 22:31-32). Pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo (Rom. 7:23). Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús (2 Tim. 3:12). En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que resistir hasta derramar su sangre (Heb. 12:4). Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo (Juan 16:33). Pase lo que pase, compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo. De este modo, ya sea que vaya a verlos o que, estando ausente, solo tenga noticias de ustedes, sabré que siguen firmes en un mismo propósito, luchando unánimes por la fe del evangelio y sin temor alguno a sus adversarios, lo cual es para ellos señal de destrucción. Para ustedes, en cambio, es señal de salvación, y esto proviene de Dios. Porque a ustedes se les ha concedido no solo creer en Cristo, sino también sufrir por él (Fil. 1:27-29). Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando, como si fuera algo insólito. Al contrario, alégrense de tener parte en los sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se revele la gloria de Cristo (1 Ped. 4:12-13). Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza. Manténganse firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, protegidos por la coraza de justicia, y calzados con la disposición de proclamar el evangelio de la paz (Ef. 6:13-15). Comparte nuestros sufrimientos, como buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim. 2:3). Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado (Heb. 3:13). Luego oí en el cielo un gran clamor: «Han llegado ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios; ha llegado ya la autoridad de su Cristo. Porque ha sido expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios» (Apoc. 12:10). Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes (1 Cor. 16:13). Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas» (Jos. 1:9). Entonces Josué les dijo: «No teman ni den un paso atrás; al contrario, sean fuertes y valientes. Esto es exactamente lo que el Señor hará con todos los que ustedes enfrenten en batalla» (Jos. 10:25). Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos (1 Tim. 6:12). Así que nos sentimos orgullosos de ustedes ante las iglesias de Dios por la perseverancia y la fe que muestran al soportar toda clase de persecuciones y sufrimientos (2 Tes. 1:4). Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos. Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables (1 Ped. 5:9-10). Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar (1 Ped. 5:8). Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado (Gál 6:1). Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos (Ef. 6:18). Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno (Mat. 6:13). Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil (Mat. 26:41; Mar. 14:38). Pero, mientras mantenían a Pedro en la cárcel, la iglesia oraba constante y fervientemente a Dios por él (Hech. 12:5). Por último, hermanos, oren por nosotros para que el mensaje del Señor se difunda rápidamente y se le reciba con honor, tal como sucedió entre ustedes. Oren además para que seamos librados de personas perversas y malvadas, porque no todos tienen fe (2 Tes. 3:1-2). Por último, fortalézcanse con el gran poder del Señor (Ef. 6:10). Tú me armaste de valor para el combate; bajo mi planta sometiste a los rebeldes (2 Sam. 22:40). [Dios es el que] me arma de valor y endereza mi camino; da a mis pies la ligereza del venado, y me mantiene firme en las alturas; adiestra mis manos para la batalla, y mis brazos para tensar arcos de bronce. Tú me cubres con el escudo de tu salvación, y con tu diestra me sostienes; tu bondad me ha hecho prosperar. Me has despejado el camino, así que mis tobillos no flaquean (Sal. 18:32-36). Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser (Ef. 3:14-16). Ningún soldado que quiera agradar a su superior se enreda en cuestiones civiles (2 Tim. 2:4). Queridos hermanos, he deseado intensamente escribirles acerca de la salvación que tenemos en común, y ahora siento la necesidad de hacerlo para rogarles que sigan luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez por todas a los santos (Jud. 1:3). No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en nuestro sano juicio (1 Tes. 5:6). El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme? Cuando los malvados avanzan contra mí para devorar mis carnes, cuando mis enemigos y adversarios me atacan, son ellos los que tropiezan y caen. Aun cuando un ejército me asedie, no temerá mi corazón; aun cuando una guerra estalle contra mí, yo mantendré la confianza (Sal. 27:13). Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse alerta y perseveren en oración por todos los santos (Ef. 6:18). Ahora bien, si lo que estos pasajes describen, que cada creyente vive en un estado diario de guerra espiritual y que por lo tanto debe vivir con los ojos abiertos, el corazón comprometido, la mente alerta y el equipo de protección en su lugar es cierto, ¿cuánto más es cierto para aquellos líderes que nuestro Señor ha levantado para que se pongan al frente de la batalla para dar advertencia y dirección? Ninguna comunidad de líderes debe ser ingenua. Ninguna comunidad de liderazgo debe hacer su trabajo con una mentalidad cómoda de tiempos de paz. Deberíamos ser realistas, conscientes y estar alerta. No debemos ser deprimentemente paranoicos, porque nuestro capitán ya ha luchado la batalla y ha ganado la victoria final en nuestro nombre, y está en nosotros, con nosotros y para nosotros. Pero no debemos olvidar el entorno en el que hacemos nuestro trabajo y la susceptibilidad que aún vive dentro de cada uno de nosotros. No solo somos líderes, construyendo la casa de la fe; también somos soldados bajo ataque en el campo de batalla de la fe. ¿Cuántas bajas más vamos a sufrir antes de empezar a tomar en serio la guerra que hace estragos a nuestro alrededor y dentro de nosotros? Como líderes designados por Dios, necesitamos planear estratégicamente la evangelización, el discipulado, el crecimiento de la iglesia, la plantación de iglesias y la revitalización de la iglesia, pero al mismo tiempo también debemos hacer estrategias juntos para la batalla ineludible que se desatará en nosotros y a nuestro alrededor mientras hacemos este trabajo. ESTRATEGIAS PARA LA BATALLA ¿Cómo podemos elaborar estrategias juntos como comunidades de liderazgo para la batalla? Permítanme sugerir tres maneras. 1. Cada líder debe aceptar humildemente sus susceptibilidades y ser cada vez más consciente de ellas. He visto en mi propia vida y en la de otros líderes que el orgullo espiritual te deja expuesto a un ataque espiritual. Ningún líder está a salvo pensando que es impermeable a los ataques. Una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable siempre está atenta y alerta a los peligros espirituales de la vida en un mundo caído y de la vida como líder de una iglesia o de un ministerio. Tal vez no haya mejor defensa contra el ataque espiritual que la humildad; es decir, un sentido de necesidad constante de la gracia protectora y fortalecedora que nos motiva a vigilar el peligro y clamar por la ayuda de Dios y la amorosa ayuda de los compañeros líderes. El peligro aquí es que el conocimiento teológico, los dones poderosos, la experiencia del ministerio y el éxito pueden distorsionar la forma en que un líder se ve a sí mismo. Hasta que no estemos en el otro lado de la eternidad, estas cosas nos hacen susceptibles a un ataque espiritual. Las cosas que he enumerado aquí no solo no nos protegen de los ataques, sino que pueden ser indicadores de que estamos en un peligro aún mayor. Por supuesto que el enemigo quiere dañar la Iglesia de Jesucristo y la reputación del Cristo de la Iglesia. ¿Qué mejor manera de hacerlo que capturar y herir moralmente a uno de los líderes de la Iglesia? La arrogancia teológica nos hace vulnerables a la guerra espiritual. El orgullo por el éxito del ministerio te pone en peligro en la batalla. La falta de apertura al cuidado pastoral y la preocupación de los compañeros líderes te expone al peligro. Rodearse de líderes que ya no están dispuestos a desafiarte o son demasiado temerosos de hacerlo, te deja expuesto. No clamar una y otra vez para que Dios no solo te proteja del enemigo, sino que te proteja de ti mismo, te deja expuesto a los ataques. Los líderes que olvidan que no solo son predicadores, pastores y planificadores, sino también soldados en una guerra en curso los deja vulnerables al peligro. Cualquier falla en un líder que le impida vivir de manera humilde y alerta es peligrosa. Compañeros líderes, debemos recordar quiénes somos, debemos tener en cuenta dónde vivimos, y debemos estar alerta a las artimañas del enemigo. Nada de esto debe ser deprimentemente pesimista u oscuramente introspectivo; no debe ser paralizante, y nunca debe provocar que nos olvidemos de Dios. Recuerden, las advertencias de Dios son siempre herramientas amorosas de Su gracia protectora. Recuerden también que hemos sido llamados a ser guiados por un Salvador victorioso, que sufrió por nuestra victoria y que se preocupa más por la salud, la seguridad y el éxito de Su Iglesia de lo que nosotros nunca lo haremos. Él sabe quiénes somos a nivel del corazón, conoce la naturaleza del mundo en el que vivimos, y sabe los tipos de ataques que enfrentamos, porque Él los enfrentó. Si tu comunidad de liderazgo funciona como una comunidad evangélica, entonces su humilde confesión de las áreas personales de susceptibilidad no será peligrosa porque será recibida con una comprensión infundida de misericordia, oración intercesora y estrategias de ayuda, todo ello alimentado por la confianza en la presencia y la gracia del Salvador. Lo que es peligroso son las ingenuas suposiciones de seguridad en tiempos de paz y las orgullosas evaluaciones de invulnerabilidad personal que silencian una conversación que todo líder necesita tener regularmente con aquellos en su comunidad de liderazgo. El evangelio nos da la bienvenida a ser honestos porque ofrece ayuda divina para cada área de nuestras vidas. Y, por último, no debemos permitir que nuestro deseo de ser respetados por nuestros compañeros líderes nos impida confesar dónde estamos siendo atacados y dónde tendemos a sucumbir. 2. Como comunidad de líderes, la guerra espiritual personal y corporativa debe ser una parte regular de nuestra conversación y tener un enfoque central en nuestras oraciones. Me encanta cuando las comunidades de liderazgo piensan cuidadosamente y planean estratégicamente los ministerios que Dios ha ordenado para Su Iglesia. Tengo un profundo respeto por la insatisfacción del evangelio, es decir, con que no estemos satisfechos con un cierto nivel de crecimiento espiritual en las personas que Dios nos ha llamado a liderar, que seguimos anhelando que más personas vengan al reino, y que trabajamos para ver más iglesias plantadas. Me encanta cuando la visión del evangelio y la energía de una comunidad de liderazgo no disminuye, sino que crece y crece. Me encanta cuando sangre joven llega a una comunidad de liderazgo que ha crecido un poco pasiva y respetuosamente interrumpe, produciendo una nueva visión y un nuevo celo. Dios llama a Su pueblo a estar en marcha, sin descansar nunca, hasta que escuchemos las palabras: «Vengan, porque ya todo está listo» (Luc. 14:17). Agradezco a los expertos que han estudiado la historia de la Iglesia, las vidas de los líderes que nos han precedido, el éxito de las estrategias y planes de los ministerios. Me alientan los líderes que nunca dejan de escuchar, examinar y aprender. Pero me preocupa mucho cuando una comunidad de líderes no tiene tiempo ni lugar para conversaciones honestas y protectoras sobre la guerra espiritual, dentro y fuera de nosotros, que es la vida regular de cada líder en cada iglesia y ministerio en todas partes. Necesitamos hablar con humildad y honestidad; necesitamos escuchar con atención y simpatía; y necesitamos hablar con sabiduría, consuelo, aliento y advertencia. Existen momentos en los que, por lo que hemos oído y aprendido, necesitamos enfrentarnos con amor a un líder con el que hemos estado regularmente. Con el objetivo de protegerlo, debemos interponernos en su camino, negándonos a respaldar o apoyar algo que es espiritualmente peligroso o una prueba de que el enemigo ya ha obtenido una victoria en el corazón de este líder. Estas conversaciones y acciones son duras; la mayoría de las veces son tensas e incómodas (lo que en la mayoría de las relaciones se quiere evitar), pero realmente no se puede ser una comunidad de líderes, alimentada por el amor al evangelio, y evitarlas. (Para un ejemplo del Nuevo Testamento, ver Gálatas 2). No podemos permitirnos negar la evidencia de que un líder está bajo un asedio espiritual o ha sido engañado para traspasar los límites de Dios debido al temor a las conversaciones incómodas, las preguntas sobre nuestros motivos, o el rechazo que podamos recibir. No podemos dejar que la actividad del ministerio excuse que no nos mantenemos alerta y nos protegemos unos a otros. La guerra espiritual, si es tan normal como la Biblia la presenta, debe estar siempre en el radar de nuestro ministerio. La batalla está en curso; la reconoceremos en y alrededor de nosotros y responderemos apropiadamente como una comunidad de liderazgo, o, cualquiera que sea nuestra posición confesional con respecto a la guerra espiritual, funcionaremos como si no existiera, y al hacerlo, expondremos a nuestra comunidad de liderazgo al peligro. Cuando se trata de la gran guerra espiritual, la victoria de nuestro capitán nos da la bienvenida para ser humildemente honestos y funcionalmente valientes. Que vivamos y lideremos juntos con esa victoria a la vista. 3. Debemos examinarnos y defendernos contra los artilugios de Satanás. Es muy importante entender que la herramienta principal que el enemigo usa para atacar, desacreditar, derrotar y hacer a un lado a los líderes del ministerio es el ministerio. El ministerio en sí mismo está lleno de tentaciones que juegan con las complicadas lealtades, deseos y motivaciones del corazón de cada líder. Los deseos de las cosas buenas se transforman en cosas peligrosas porque se han convertido en cosas dominantes. Las cosas que está bien querer se convierten en cosas que ahora controlan. Junto a ello está el hecho de que nuestro sentido de identidad está siempre en un estado de flujo, es decir, siempre estamos pensando en quiénes somos, definiéndonos y redefiniéndonos. El fracaso de un ministerio puede redefinir a un líder en formas que lo hacen vulnerable a un ataque. El éxito del ministerio también puede redefinir a un líder y exponerlo a nuevos engaños y seducciones. La aclamación pública puede alterar la forma en que pensamos sobre quiénes somos y qué necesitamos. Los líderes que alguna vez guiaron con mentalidad de servicio evalúan su historial y se sienten cómodos actuando con exigencia. La confianza y el respeto de los compañeros líderes nos tientan a dar paso al miedo al hombre, convirtiéndose, como resultado, en personas poco sensibles al ataque espiritual y a nuestra salud espiritual. El liderazgo del ministerio no es una fortaleza contra el ataque espiritual; es la línea del frente de la batalla. La experiencia teológica no te protege de los ataques, pero el orgullo del conocimiento puede ser una de las cosas que te hace susceptible. Los dones poderosos no alivian tu vulnerabilidad, porque el engaño del pecado puede significar que eres mejor predicando el evangelio a otros que a ti mismo. Un fuerte sentido del llamado al ministerio no te libera de los ataques; más bien, los sentimientos de ser diferente y especial pueden, en realidad, ser lo que el enemigo usa para llegar a tu corazón, haciendo que bajes la guardia. El deseo de tener éxito, que en sí mismo no es malo, puede convertirse en competitividad, celos y desunión del liderazgo, exponiendo a los líderes a una ira y amargura sutiles o no tan sutiles. La cercanía e intensidad del ministerio diario puede tentar a los líderes a traspasar los límites relacionales protectores de Dios, haciendo al líder vulnerable a las tentaciones románticas y sexuales. Incluso el manejo de los fondos del ministerio puede tentar a un líder a empezar a usar lo que se ha dedicado a la productividad del evangelio para su comodidad y lujo personal. La guerra que acabo de describir tiene lugar en el corazón y la vida de un líder del ministerio y dentro de una comunidad de liderazgo sin que ninguno de esos líderes se mueva ni un centímetro o abandone el trabajo del ministerio que hace regularmente. Por lo tanto, necesitamos estudiar, discutir, y diseñar estrategias para protegernos de los artilugios particulares que Satanás puede usar para dañar la comunidad de liderazgo de la que somos parte o para destruir nuestra vida y ministerio o el de un compañero líder. Nuestro Salvador está alerta y posee todas las herramientas necesarias para la batalla. Mi oración es que nosotros también estemos alerta, listos para usar las herramientas divinas para derrotar lo que nunca podríamos derrotar por nuestra cuenta, antes de que el enemigo establezca una fortaleza. —7— Siervos Es un tema bíblico que necesita ser estudiado, enseñado y recordado una y otra vez porque es radicalmente contrario a la intuición. El término más usado para un líder espiritual en las Escrituras es «siervo». Por lo tanto, es vital que cada comunidad de liderazgo haga su trabajo, entendiendo que lo que Dios ha llamado a cada líder a ser define cómo Dios lo ha llamado a hacer lo que ha sido llamado a hacer. ¿Cuál es la motivación en el corazón de un verdadero siervo? La alegría de un verdadero siervo no es el poder; la alegría de un verdadero siervo no es el control; la alegría de un verdadero siervo no es la aclamación; la alegría de un verdadero siervo no es la comodidad; y, por supuesto, la alegría de un verdadero siervo no es la posición. Lo que le da a un siervo alegría es el servicio. ¿Por qué el servicio es tan poco natural para nosotros? ¿Por qué amamos ser conocidos como siervos y no siempre amamos el llamado a servir? ¿Por qué pensamos que las oportunidades de servir son una interrupción, una molestia o una carga? ¿Por qué calculamos el costo y olvidamos las riquezas que se nos han dado? ¿Por qué la postura y la actitud de servicio no es normal en los corazones y las vidas de aquellos a quienes Dios ha llamado a dirigir las iglesias y los ministerios del evangelio? Creo que la respuesta es clara. En 2 Corintios 5:15 Pablo argumenta que el ADN del pecado es el egoísmo. El pecado es el enfocarnos en nosotros mismos, el ensimismamiento, la autodefensa y buscar nuestra propia gloria —el egoísmo en el sentido más puro de lo que significa esa palabra. Así que mientras remanentes del pecado aún residan en nuestros corazones, seremos vulnerables a la tentación de construir la vida a nuestro alrededor— lo que queremos, lo que creemos que necesitamos, y lo que nos hace estar contentos y cómodos. Estoy siendo redargüido mientras escribo. Debo enfrentar que, como cualquier otro pecador, mi ídolo por defecto soy yo mismo, y debido a ello, mi anhelo por defecto es lo que encuentro cómodo, agradable y excitante. Así que, es un argumento a favor de la presencia y el poder de la gracia rescatadora y perdonadora cuando cualquier pecador encuentra la alegría en el autosacrificio y la negación a sí mismo, lo que constituye la vida normal de un siervo. Se necesita la gracia para liberarnos de la poderosa inercia del individualismo del pecado. Se necesita el poder omnipotente para liberarnos de la profundidad de nuestra lealtad a nosotros mismo. Y es demasiado fácil ceder a la atracción del pecado. También es vital para todo líder recordar que la lucha del egoísmo es el enfoque no solo del rescate y el perdón de nuestra justificación, sino también de la labor transformadora de nuestra santificación. Líder, tu Salvador te ha rescatado de ti, te está rescatando de ti, y continuará rescatándote hasta que ese rescate ya no sea necesario. Si los líderes a tu alrededor evaluaran tu actitud y tus acciones como un líder, ¿podrían decir: «Tiene un corazón de siervo»? LA LUCHA DE LOS SIERVOS: CASO DE ESTUDIO No hay que buscar mucho en el Nuevo Testamento para descubrir ejemplos puntuales de la naturaleza contra natura del llamado de Cristo para que sus líderes elegidos sirvan. Entender y encontrar alegría en Su llamado a servir fue una gran lucha para los discípulos. Examinemos un pasaje, en Marcos 9:30-37, donde esta lucha se hace evidente: Dejaron aquel lugar y pasaron por Galilea. Pero Jesús no quería que nadie lo supiera, porque estaba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo matarán, y a los tres días de muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que quería decir con esto, y no se atrevían a preguntárselo. Llegaron a Capernaúm. Cuando ya estaba en casa, Jesús les preguntó: —¿Qué venían discutiendo por el camino? Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido entre sí quién era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: —Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Luego tomó a un niño y lo puso en medio de ellos. Abrazándolo, les dijo: —El que recibe en mi nombre a uno de estos niños me recibe a mí; y el que me recibe a mí no me recibe a mí, sino al que me envió. He incluido el contexto aquí porque el contexto es muy importante para entender la poderosa inercia del egoísmo. Jesús y sus discípulos iban camino a Capernaúm, y durante el viaje Jesús habló con detalle sobre Su muerte. Podríamos pensar que los discípulos estuvieran conmocionados y tristes. Podríamos esperar que sus corazones estuvieran llenos de una combinación de dolor y compasión. Esperaríamos que en ese momento no pensaran en sí mismos, sino en su Señor. Pero en realidad fue todo lo contrario. En lugar de pensar en el sufrimiento de su Señor, discutieron sobre cuál de ellos era el más grande. Es extraño e inapropiado, y la conversación es escandalosamente insensible y egoísta, pero también es trágicamente normal. Mientras caminaban, Jesús observó la intensa discusión, así que cuando llegaron a su destino les preguntó de qué habían estado hablando. De repente, estos hombres se quedaron extrañamente en silencio. No querían confesar el tema de su conversación. No había pasado mucho tiempo desde que Jesús hablara de Su muerte y los discípulos estaban discutiendo sobre quién era el más grande. En lugar de lamentar el sufrimiento y la muerte del grandioso, argumentaban que ellos eran grandes. En lugar de estar desconsolados ante la idea de la humillación de Jesús, se centraron en su propia exaltación. Ahora, escribo lo siguiente para mí, pero también para ti. Es tan fácil para mí separarme de estos hombres, separarme de este tipo de respuesta y negar que esta también es mi lucha. Pero la Biblia nos recuerda que estas cosas han sido escritas para nosotros porque somos como estas personas. Aún no estamos completamente libres de la inercia que vivía en los corazones de los discípulos y que impulsaba sus discusiones. Este pasaje fue diseñado como un espejo en el que nos miramos y nos vemos como realmente somos. La respuesta de Jesús es a la vez sabia e ingeniosa. Esencialmente dice: «Sí, han sido llamados a ser grandes, pero el camino hacia la grandeza no es el poder y la posición; el camino hacia la grandeza es el servicio». Al hacerlo, puso de cabeza la comprensión típica del poder, la posición y los derechos de un líder. Los líderes que no sirven no son en realidad líderes. Usan su poder y posición y a los que han sido llamados a liderar para conseguir por sí mismos lo que creen que merecen. Los verdaderos líderes no creen que el ministerio al que han sido llamados a liderar, y aquellos a los que han sido llamados a liderar, les pertenezcan. Un verdadero líder sabe que la gente no es el objeto de su poder y control, sino el enfoque de su sacrificio y servicio. Cada líder del ministerio lleva la identidad de siervo, y cualquier líder que comienza a pensar en sí mismo de una manera diferente está en peligro espiritual y ha abandonado el verdadero carácter de su llamado. Un tiempo después de esto, en el Evangelio de Marcos, tuvo lugar otro evento en el que los discípulos respondieron de manera similar. Está registrado para nosotros en Marcos 10:35- 45: Se le acercaron Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo. —Maestro —le dijeron—, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir. —¿Qué quieren que haga por ustedes? —Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda. —No saben lo que están pidiendo —les replicó Jesús—. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo bebo, o pasar por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado? —Sí, podemos. —Ustedes beberán de la copa que yo bebo —les respondió Jesús— y pasarán por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo. Eso ya está decidido. Los otros diez, al oír la conversación, se indignaron contra Jacobo y Juan. Así que Jesús los llamó y les dijo: —Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. Qué conversación tan provocativa; podemos aprender mucho de ella. Dado que la Biblia dice que hablamos desde el corazón, es apropiado considerar los corazones de Santiago y Juan cuando traen su petición a Jesús, y de los otros discípulos cuando reaccionan a la petición. Es importante que no pasemos por alto el egoísmo detrás de las palabras de los discípulos, pero también es importante que entendamos que todavía hay semillas de lo mismo en todos nosotros. Santiago y Juan se acercan a Jesús y le dicen (mi paráfrasis): «Jesús, esto es lo que nos gustaría que hicieras; nos gustaría que ejercieras tu poder mesiánico para darnos lo que queremos, y lo que queremos es sentarnos a tu lado en la gloria». A primera vista, esta petición parece mucho más escandalosa que cualquier otra que le pidamos al Señor, ¿pero lo es? Debo confesar que ha habido momentos en los que he estado espiritualmente descontento porque el Señor no ha ejercido Su poder para hacer las cosas más fáciles o cómodas. Me alejo de una reunión difícil, una conversación complicada o una crítica injusta y pienso: «¿Por qué el ministerio tiene que ser tan difícil?». En ese momento, no solo hablo conmigo mismo, sino que me quejo con mi Señor. Hay veces en las que estoy tentado a desear que el ministerio sea más un trono que una cruz. Hay momentos en los que estoy cansado del sacrificio y el sufrimiento, y deseo que Dios use un poco de Su poder para hacerlo menos incómodo. A veces no quiero servir; quiero que me sirvan, no solo las personas que me rodean, sino también el que me ha llamado. De esta manera, estoy muy agradecido por la forma en que este pasaje me expone, y confío en que ustedes también lo estarán. Pero Jesús dice más. Deja muy claro que no debemos adoptar los modelos humanos. Los líderes gentiles amaban su autoridad, amaban ejercerla y amaban recordársela a la gente. Jesús les recuerda a los discípulos que no han sido llamados al señorío, sino al servicio. No han sido llamados a brillar por su poder y posición, sino a llevar con ellos la mentalidad de un esclavo. Luego se usa a sí mismo como ejemplo. Si alguien tenía derecho al poder, posición y autoridad en la tierra, era el Hijo del Hombre, pero no vino a ejercer Su poder para ser servido, sino para servir, incluso hasta la muerte. Todos haríamos bien en tener a Jesús como un modelo de liderazgo más influyente que los modelos culturales o corporativos que a veces buscamos. ¡Estos pasajes son una acusación contra los líderes del ministerio que exigen, controlan, abusan de su poder y se enfocan en su posición! ¿Por qué los líderes del ministerio se enojan cuando alguien no está de acuerdo con ellos o cuestionan sus planes? ¿Por qué los líderes del ministerio se intimidan con los dones de otros líderes? ¿Por qué los líderes tratan a la gente que les rodea como si estuvieran allí para servirles en vez de al revés? ¿Por qué los líderes del ministerio hablan sin respeto a los compañeros líderes o al personal de apoyo, a veces usando un lenguaje que no deberían usar? ¿Por qué los líderes del ministerio evitan las conversaciones difíciles que deben tener? ¿Por qué los líderes del ministerio construyen alianzas extraoficiales con otros líderes para que sus ideas triunfen? ¿Por qué es difícil la unidad y natural la división? La respuesta a todas estas preguntas es que es muy difícil para nosotros servir con voluntad, paciencia, alegría, amor y sacrificio. Puede que no seamos tan audaces como Santiago y Juan, pero hay pruebas entre nosotros de que su lucha es también nuestra lucha. LIDERAR ES SERVIR, SERVIR ES ESTAR DISPUESTO A SUFRIR Simplemente no existe un llamado al liderazgo del ministerio que no sea también un llamado a una vida de servicio, y no existe un llamado al servicio que no sea también un llamado a sufrir. Mientras viajo alrededor del mundo, converso con jóvenes líderes del ministerio, y en estas conversaciones escucho los mismos temas una y otra vez. Estos jóvenes líderes me hablan de su agotamiento, de lo exigente que es el ministerio, de lo mucho que necesitan un descanso o un ajuste en su horario, y de lo difícil que son las personas que dirigen. Varias cosas han venido a mi mente mientras he escuchado estas conversaciones. Por supuesto, es sabio conocer nuestros límites, construir un horario razonable y saber cuándo es piadoso decir no. Pero hay algo que está pasando en los corazones y las vidas de estos líderes y las comunidades de liderazgo que me deja preocupado. Antes de hablar sobre mi preocupación, quiero hacer una observación pastoral. Dios es soberano, y escribe tu historia, y porque lo hace, tiene el control de dónde has sido posicionado en el ministerio y todas las cosas que se te encomiendan allí. Tu queja sobre el horario nunca es solo sobre el horario; tu queja sobre el agotamiento nunca es solo sobre lo cansado que estás, y tu queja porque nunca pareces tener el descanso que crees que necesitas nunca es solo sobre el tiempo. Todas las quejas horizontales tienen un componente vertical. Aunque no sea consciente de ello, mi queja sobre el mal servicio en un restaurante no es solo una queja sobre mi mesero, sino también sobre el gerente que lo entrenó y supervisa su trabajo. Refunfuñar sobre las dificultades horizontales es a la vez una queja contra el que preside esas dificultades. Y esto es lo mortal. Una vida de quejas silenciosas o no tan silenciosas martillea tu confianza en la sabiduría, bondad y fidelidad de Dios. Te hace descansar menos en Su cuidado. ¿Por qué? Bueno, porque tiendes a no buscar y confiar en alguien en quien ya no confías. Una comunidad de líderes que ha desarrollado una cultura de quejas está, debido a ello, en peligro espiritual. Es difícil servir de buena gana y con alegría al maestro en el que no confías de la manera en que lo hacías antes, sin importar lo que tu teología formal te diga sobre Su sabiduría, bondad y fidelidad. Ahora a mi preocupación. Estoy convencido de que la vida y el ministerio de un líder que se caracteriza por quejas o sentimientos de insatisfacción indica un malentendido fundamental de la naturaleza de la Iglesia y el llamado del ministerio. La vida de la Iglesia no fue diseñada para ser cómoda. ¿Qué es la Iglesia? Es un conjunto de personas inacabadas, que aún lidian con el egoísmo del pecado y la seducción de la tentación, viviendo en un mundo caído, donde hay engaño y disfunción por todas partes. No hay nada cómodo o fácil en ella. Es esperado que la Iglesia sea desordenada y caótica, porque el desorden tiene la intención de sacarnos de nuestra autosuficiencia y egoísmo para convertirnos en personas que realmente aman a Dios y a nuestro prójimo. Dios pone a personas imperfectas al lado de personas imperfectas (incluyendo a los líderes), no para que se sientan cómodas unas con otras, sino para que funcionen como agentes de transformación en las vidas de los demás. Simplemente no experimentarás gozo de ser parte de este plan a menos que encuentres gozo en vivir un estilo de vida de abnegación y de servicio voluntario. Nos quejamos de las dificultades, molestias, carga de trabajo y demandas del liderazgo del ministerio porque somos demasiado importantes para nosotros mismos. Nos preocupamos demasiado por nuestra propia comodidad. Llevamos la cuenta de los sacrificios que tenemos que hacer. Nos quejamos de nuestra falta de control sobre nuestros horarios. Notamos demasiado cómo los demás nos responden. Fantaseamos demasiado a menudo con tomarnos un descanso. Nos lastimamos con demasiada facilidad, nos desanimamos con demasiada facilidad, nos agobiamos con demasiada facilidad y vivimos al borde del agotamiento. Así que queremos mayor poder y control, es decir, mayor soberanía sobre nuestras vidas ministeriales de la que un siervo nunca tendrá. Como líder, no has sido llamado a ser un amo; has sido llamado al servicio. El amo que te llamó no vivió la vida que le corresponde a un amo, sino la vida de un siervo que sufre. Cada momento de Su vida, desde la paja que atravesó su piel infantil hasta los clavos que atravesaron sus manos y pies, fue de sufrimiento. Cada comunidad de liderazgo está llamada a seguir la mentalidad, actitudes, sumisión, y voluntad del amo-siervo que los llamó, equipó y envió. El liderazgo enfocado en uno mismo resulta en un descontento desmotivador, deseo de control, y una pérdida de alegría –lo cual es un indicador de un malentendido fundamental de la posición y estilo de vida al que has sido llamado. Quiero decir aquí, como he dicho en capítulos anteriores, que el llamado al servicio, y la lucha que este llamado enciende en el corazón, debe ser parte de la conversación regular de cada comunidad de liderazgo ministerial. Toma un tiempo con tu comunidad de liderazgo para reflexionar sobre los siguientes versículos y pregúntense si describen la mentalidad, las actitudes, las relaciones y la funcionalidad del ministerio de los líderes de su comunidad. Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre (Hech. 5:41). Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre (Hech. 9:16; sobre el llamado de Dios a Pablo a través de Ananías). El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues, si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria (Rom. 8:16-17). Así está escrito: «Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!» (Rom. 8:36). Firme es la esperanza que tenemos en cuanto a ustedes, porque sabemos que, así como participan de nuestros sufrimientos, así también participan de nuestro consuelo (2 Cor. 1:7). ¿Son servidores de Cristo? ¡Qué locura! Yo lo soy más que ellos. He trabajado más arduamente, he sido encarcelado más veces, he recibido los azotes más severos, he estado en peligro de muerte repetidas veces (2 Cor. 11:23). Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe. Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte (Fil. 3:8-10). Si resistimos, también reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará (2 Tim. 2:12). Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado (Heb. 11:25, sobre Moisés). Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que hablaron en el nombre del Señor (Sant. 5:10). Pero ¿cómo pueden ustedes atribuirse mérito alguno si soportan que los maltraten por hacer el mal? En cambio, si sufren por hacer el bien, eso merece elogio delante de Dios (1 Ped. 2:20). ¡Dichosos si sufren por causa de la justicia! «No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar» (1 Ped. 3:14). Pero, si alguien sufre por ser cristiano, que no se avergüence, sino que alabe a Dios por llevar el nombre de Cristo (1 Ped. 4:16). Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables (1 Ped. 5:10). Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias (Mat. 5:11). Por causa de mi nombre todo el mundo los odiará, pero el que se mantenga firme hasta el fin será salvo (Mat. 10:22). El que se aferre a su propia vida, la perderá, y el que renuncie a su propia vida por mi causa, la encontrará (Mat. 10:39). Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos recibirá cien veces más y heredará la vida eterna (Mat. 19:29). ¡Por causa de Cristo, nosotros somos los ignorantes; ustedes, en Cristo, son los inteligentes! ¡Los débiles somos nosotros; los fuertes son ustedes! ¡A ustedes se les estima; a nosotros se nos desprecia! (1 Cor. 4:10). No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús (2 Cor. 4:5). Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal (2 Cor. 4:11). Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Cor. 12:10). Porque a ustedes se les ha concedido no solo creer en Cristo, sino también sufrir por él (Fil. 1:29). No hay duda: el servicio es la descripción bíblica de cada seguidor de Jesucristo. ¿Cuánto más, entonces, es cierto de aquellos que son llamados a ser líderes? No sé ustedes, pero yo encuentro estos pasajes profundamente convincentes y alentadores a la vez. Estos pasajes exponen inmediatamente el pobre siervo que soy. Detesto cuando las cosas se interponen en mi camino. Me impaciento rápidamente con molestias y retrasos aparentemente innecesarios. Desearía poder decir que estoy bien con que me desafíen, discutan, contradigan o debatan. Me encantan las semanas predecibles y estar rodeado de gente que me aprecie. Lucho por amar a la gente que critica mi amor. Así que clamo por la ayuda de mi Salvador, y quiero estar rodeado de líderes que también clamen a Él. Y me maravillo, una vez más, de que el Señor me use, que nunca piense que fue un error llamarme, que nunca esté disgustado conmigo, y que reciba mi lucha con un amor sin límites, una paciencia incalculable y unas misericordias que son nuevas cada mañana. También sé que escucha mi anhelo y que, por gracia, moldea mi corazón en forma de siervo. Pero hay algo más hermoso y alentador que considerar. El llamado a una vida de alegre servidumbre y sufrimiento voluntario es en sí misma una gracia. Al llamarme a negarme a mí mismo, Dios me libera de mi esclavitud. El enfoque en uno mismo nunca lleva a la felicidad, nunca produce satisfacción, y nunca resulta en un corazón satisfecho. Cuanto más se centra un líder en sí mismo, más piensa en cómo el ministerio le incomoda, y menos experimentará la verdadera alegría y la satisfacción duradera. El llamado a la servidumbre es la herramienta que tu Señor usa para liberarte de tu desalentadora y debilitante esclavitud hacia ti mismo. El llamado al servicio no es solo para la gloria de tu Señor y el beneficio de los demás, sino que es la gracia de Dios para ti como comunidad de liderazgo. Este es el mundo contracultura del llamado al ministerio. El camino a la libertad es el servicio, el camino a la grandeza es la esclavitud, y el camino al gozo profundo y duradero –un gozo que la gente y las circunstancias no pueden quitar– es negarse a sí mismo. Solo la gracia del Redentor hará que un líder del ministerio encuentre gozo en el mundo contracultura del liderazgo al que ha sido llamado. Líder, ¿has experimentado este gozo, o has sido secuestrado por los delirios del poder? Ahora, quiero ser honesto contigo. El evangelio de Jesucristo nos permite ser honestos sobre las cosas que dudamos en hablar o queremos ocultar porque las cosas que queremos minimizar, ocultar o negar han sido abordadas plenamente por la vida, muerte y resurrección de Jesús. Al haber viajado por todo el mundo y conversado constantemente con líderes del ministerio, creo que a muchos de nosotros no nos va bien con nuestro llamado a servir y sufrir. La arrogancia teológica hipercrítica no es el fruto del corazón de un siervo. Buscar gente para refutar en Twitter no es lo que ocupa el corazón de un siervo. El orgullo por el éxito contradice la humildad del siervo. La falta de respeto a los dones de las mujeres para la salud del cuerpo de Cristo no refleja el corazón de siervo de Jesús. Tratar a tu iglesia o ministerio como si te perteneciera, niega el llamado a servir. Resistirse al consejo amoroso, la preocupación, el cuidado y la reprimenda de los compañeros es resistirte a tu posición de siervo. Ejercer tu posición de liderazgo de una manera más política que pastoral no fluye del corazón de un siervo. Tratar a los miembros del personal como si estuvieran ahí para ti en vez de junto a ti sirviendo al Señor sucede cuando olvidas tu llamado de siervo. Cualquier comportamiento despectivo, irrespetuoso, impaciente, enojado, intimidatorio es fracasar en adoptar con gozo el estilo de vida de un siervo. Las conversaciones de los líderes del ministerio que regularmente están marcadas por la queja son el fruto de sentirse con derecho, no con un llamado al servicio. Enfadarse por los pequeños inconvenientes del ministerio cuando hemos sido llamados a seguir a nuestro Salvador en Su sufrimiento, demuestra lo fácil que es alejarse de lo que nuestro Maestro nos ha llamado a ser y hacer. Líderes, este ha sido un capítulo muy difícil de escribir. No escribo para condenar, sino para alentar. La nueva identidad y el potencial que tenemos en Cristo nos dicen que podemos hacerlo mejor. No porque seamos capaces, sino porque el que está con nosotros, por nosotros y en nosotros es capaz. Su gracia nos da la bienvenida profundamente alentadora a un nuevo comienzo. Hay muchas cosas en el liderazgo del ministerio que debemos confesar y abandonar para siempre. La gracia nos libera de esconder, defender, excusar o racionalizar cosas que no tienen cabida en el corazón y la vida de un siervo de Jesús. ¿Por qué es esto tan importante? Es importante porque en el corazón de cada esperanza que el evangelio nos ofrece ahora y en el futuro hay un siervo sufriente. Sin su voluntad de humillarse y negarse a sí mismo, sin su voluntad de convertirse en un siervo, sin su voluntad de sufrir incluso hasta la muerte, no habría perdón, no habría Iglesia, no habría líderes que se levantaran para llevar a cabo la misión del evangelio, y no habría ningún mensaje que llevar. El sufrimiento del siervo está en el corazón de la historia de la redención y el mensaje del evangelio. ¿No debería estar también en el corazón de nuestra misión del evangelio y la funcionalidad como líderes de la Iglesia y el ministerio? ¿No es imposible estar en la misión del evangelio y al mismo tiempo negar esa misma misión en la forma en que pensamos y nos comportamos? Mi oración es que seamos capacitados por la gracia de Dios para estar alegremente dispuestos, como líderes, a vivir el evangelio del siervo que sufre, que es nuestra razón de existir, en todo lo que decimos y hacemos, en el lugar donde el Salvador nos ha colocado. —8— Sinceridad Recibí la llamada ansiosa del miembro de un consejo, probablemente porque había escrito El llamamiento peligroso, por lo que pensó que yo estaría bien informado, sería comprensivo y estaría a salvo. ² No necesitaba decirme por qué llamaba; sabía por la naturaleza de emergencia de la llamada y el nerviosismo de su voz que el pastor principal se había desmoronado de alguna manera. Lo que no sabía era que esta conversación y mi posterior implicación en la crisis sería la semilla que haría florecer este libro. El pastor principal acababa de dirigir la reunión anual de la iglesia. Estaban sucediendo cosas emocionantes en la iglesia y en la forma en que estaba impactando a la comunidad que la rodeaba. Las finanzas eran sólidas, y el futuro se veía brillante. Se había comunicado bien y había dirigido el tiempo de preguntas y respuestas que siguió con un oído atento y respuestas útiles. La reunión había tenido lugar un sábado por la noche, con una cena y mucho tiempo para la convivencia. El domingo por la mañana había anunciado una nueva serie de sermones y había planteado cuidadosamente el viaje bíblico que harían juntos. Todo parecía retratar a un buen líder de una buena iglesia que estaba haciendo las cosas buenas que Dios había diseñado para él. El hombre que me llamó describió en detalle lo que pasó el lunes por la noche cuando la junta se reunió para un informe de liderazgo de la reunión anual y para discutir algunas otras logísticas. Cuando la reunión estaba a punto de comenzar, el pastor principal parecía un poco nervioso y no se sentía a gusto, pero nadie prestó mucha atención. Uno de sus compañeros líderes había dirigido la oración y luego le entregó la reunión, pero en lugar de abordar el informe planeado, habló con gran emoción y como alguien que se está quitando una pesada carga de encima. Dijo: «No puedo seguir haciendo esto. No quiero predicar más sermones. No quiero dirigir más reuniones. No quiero hablar con nadie más sobre sus problemas. Ni siquiera estoy seguro de querer continuar con mi matrimonio. En caso de que se lo pregunten, no he engañado a mi esposa, y no he malversado nada del dinero de la iglesia. Ya he terminado, y no voy a seguir pasando por esto. Detesto lo que estoy haciendo. Lo encuentro agobiante y agotador, y no puedo imaginarme seguir haciéndolo. No tengo otro plan que hacer lo que estoy haciendo ahora mismo: renunciar. No puedo decirles lo aliviado que estoy de que mañana ya no seré pastor. No quiero hablar con ustedes sobre esto. No quiero que oren por mí, y no iré a un consejero. Sé que querrán ayudar, pero yo no quiero ayuda. Quiero que me dejen en paz y que me dejen en libertad para seguir adelante. Si me dejan sin dinero, no me detendré. He terminado y no hay nada que pueda deshacer esto». Continuó: «En caso de que se lo pregunten, todavía creo en la Biblia y en la obra de Jesucristo, pero ya no creo que deba estar en el ministerio. Mi matrimonio es malo, tan malo que tampoco puedo imaginarme seguir con él. Mi esposa no tiene la culpa; es solo que la relación también se ha vuelto cansada y agobiante, y ya no tengo esperanza ni deseo de intentarlo. No sé a dónde iré, y no sé qué haré, pero hay una cosa de la que estoy seguro: nunca volveré a ser pastor, ni aquí ni en ningún otro lugar». Con esas palabras se levantó y se fue. Uno de sus compañeros lo siguió por el pasillo, rogándole en el camino que volviera y hablara un poco más y dejara que ellos respondieran, pero el pastor no dijo nada, se subió a su coche y se marchó. El hombre que fue tras él volvió a la sala de reuniones con lágrimas en los ojos, ante un grupo de líderes sorprendidos y silenciosos. El miembro del consejo que me llamó dijo que no habían sabido nada de él desde entonces. No quiso contestar a sus llamadas. Nunca había vuelto a entrar en el edificio de la iglesia, y vivía separado de su esposa. Sabía que la pregunta candente que me harían sería: «¿Qué hacemos ahora?», pero esa no era la pregunta que me atormentaba después de colgar el teléfono. Mi pregunta era: «¿Qué pasó con este líder y la comunidad de líderes que permitió que esto sucediera?». Está muy claro que el triste y doloroso drama de ese lunes por la noche no fue un evento aislado, sino el final de un proceso oscuro, solitario y debilitante. Este pastor principal había estado llevando su carga durante mucho tiempo. Había estado luchando por cumplir con los deberes de su vocación durante mucho tiempo. Él y su esposa habían estado luchando durante mucho tiempo. No había disfrutado de la predicación durante mucho tiempo. No le gustaban las reuniones del ministerio desde hace mucho tiempo. Había fantaseado con otra vida durante mucho tiempo. Había considerado diferentes maneras de escapar muchas veces. Se había vuelto hábil en ocultar su angustia mientras hacía su trabajo. Daba mil respuestas a las preguntas de la gente y era bueno para poner una cara pública. Pero su habilidad para ocultar la realidad solo profundizó su angustia. Todo esto había crecido y se había desarrollado mientras estaba en contacto regular con sus compañeros líderes. Estaban juntos en reuniones formales, en situaciones de ministerio, en conversaciones casuales en el pasillo, y en momentos de compañerismo. Había estado con su comunidad de líderes en retiros de liderazgo de fin de semana, en conferencias de liderazgo, y durante el trabajo misionero de corto plazo. Cada reunión del consejo comenzaba con una cena con catering, acompañada de una robusta conversación alrededor de la mesa y un tiempo de conversación personal y oración. Sin embargo, lo que les dijo en la fatídica noche del lunes fue una completa sorpresa. Esta historia no es solo sobre un líder que perdió su camino, sino sobre una comunidad de liderazgo ministerial que de alguna manera no le proporcionó lo que necesitaba cuando más lo necesitaba. ¿Cómo terminó una profunda vida ministerial con una impactante revelación personal? ¿Cómo es que esta comunidad ministerial no conocía al hombre que creían conocer? Permítanme decir de nuevo, como he escrito antes: una vida cristiana aislada, independiente, separada y oculta es ajena al cristianismo del Nuevo Testamento. El cristianismo bíblico es completa y fundamentalmente relacional. Nadie puede vivir fuera de los ministerios esenciales del cuerpo de Cristo y permanecer espiritualmente sano. Nadie es tan maduro espiritualmente como para ser libre de la necesidad del consuelo, las advertencias, el estímulo, la reprimenda, la instrucción y la perspicacia de los demás. Todo el mundo necesita compañeros de lucha. Todos necesitan ser ayudados para ver lo que no pueden ver sobre sí mismos por sí mismos. Esto incluye a los líderes. No basta con hacer actividades de liderazgo juntos, porque no hay un momento en el tiempo en que cada líder esté libre de la necesidad de la comunidad evangélica. Cada líder, para estar espiritualmente sano, necesita ayuda espiritual. Mientras caminaba con estos líderes a través de esta dramática y difícil situación, me hizo empezar a preguntarme cuántos pastores/líderes están ocultando cosas que necesitan ser comunicadas, y que no se pueden ocultar con éxito por mucho tiempo. Empecé a preguntarme cuántos líderes miran a su comunidad de líderes y simplemente no creen que puedan hablar con total sinceridad y superar la situación juntos. Me pregunto cuántos líderes han estropeado tanto las cosas privadas y corporativas que parece imposible creer que los líderes a su alrededor responderán al problema con gracia y ofrecerán ayuda para salir adelante. Me hizo preguntarme cuántos líderes de iglesias y ministerios no tienen una buena relación con sus esposas y sus hijos, pero no creen que sea posible admitirlo ante sus compañeros líderes. Me hizo preguntarme cómo las comunidades de liderazgo funcionan juntas de tal manera que permite a los miembros ser prácticamente desconocidos y sufrir solos. Podríamos pensar que un líder en problemas miraría a los líderes en la sala con él y diría: «Son personas como yo. Saben lo que significa luchar. Entienden el desánimo y saben que todos tomamos decisiones pecaminosas. Sé que estos líderes me aman. Sé que trabajarán para consolarme, rescatarme, restaurarme y animarme. Estos líderes me ofrecen un lugar seguro para ser real y sincero. Puedo hablar y no tener miedo». Podríamos pensar que este sería el caso, pero no lo es. Dudamos y nos retrasamos, no solo porque somos autoprotectores o nos gusta nuestro pecado, sino también porque no estamos seguros de que nuestra comunidad de liderazgo ministerial nos amará con el amor del evangelio en los momentos en que más lo necesitamos. Una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable es espiritualmente saludable cuando es un lugar seguro para los líderes que luchan por hablar con sinceridad y esperanza. SINCERIDAD EN EL LIDERAZGO: UN ESTUDIO DE CASO BÍBLICO Quiero examinar contigo un ejemplo bíblico del tipo de sinceridad que estoy pidiendo aquí y sus resultados. Lee cuidadosamente las siguientes palabras del apóstol Pablo. Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren. Pues, así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo. Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y, si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Firme es la esperanza que tenemos en cuanto a ustedes, porque sabemos que, así como participan de nuestros sufrimientos, así también participan de nuestro consuelo. Hermanos, no queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos en la provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de tal peligro de muerte. En él tenemos puesta nuestra esperanza, y él seguirá librándonos. Mientras tanto, ustedes nos ayudan orando por nosotros. Así muchos darán gracias a Dios por nosotros a causa del don que se nos ha concedido en respuesta a tantas oraciones (2 Cor. 1:3-11). Te he proporcionado el contexto, pero lo que realmente me interesa, para nuestra discusión, es el segundo párrafo. Presta mucha atención a la forma en que Pablo habla de su difícil situación. Parece no tener ningún deseo de protegerse a sí mismo. Los líderes del ministerio con los que me reúno regularmente a menudo comparten experiencias personales, pero dejan fuera las que los involucran a ellos. Hablan de lo que pasó y de lo que otras personas hicieron y dijeron, pero me dan poca idea de la lucha de su propio corazón mientras todo esto sucedía. Tengo que escarbar un poco para llegar a la lucha espiritual detrás de la dificultad de la situación. Ahora, sabes que incluso el mejor de los líderes del ministerio no siempre hace todo bien. Sabes que a veces se desanima por las dificultades en casa o en el ministerio. Sabes que hay momentos en los que lucha con la impaciencia, la ira, la frustración o la envidia. Sabes que no todos los líderes del ministerio alrededor de la mesa experimentan regularmente alegría en el Señor y en servirlo. Sabes que los líderes del ministerio se sienten agobiados por las responsabilidades del ministerio y el trabajo que viene con ellas. Sabes que los líderes del ministerio son tentados a dar paso a pensamientos y deseos que no deberían albergar o seguir. Sin embargo, rara vez en nuestras comunidades ministeriales hablamos de estas cosas. Ahora, volvamos a Pablo. En el pasaje anterior, Pablo no solo describe la dura situación, sino que habla con sinceridad sobre la lucha de su corazón. ¿Qué más sincero y qué más humildemente honesto podría ser que al utilizar estas palabras: «Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte» (vv. 8- 9)? Es difícil pensar en que estas palabras desesperadas salen de la boca de Pablo. Aquí está él, el gigante del evangelio; Pablo, que nos brinda la exégesis de nuestra fe; Pablo, nuestro ejemplo del poder transformador del evangelio, revelando su experiencia de desesperación total. Pablo, sí, el apóstol Pablo, pasó por una situación en la que pensó: «Esto es todo; se acabó». Sí, es cierto que Pablo era un hombre como nosotros. Pablo era un hombre capaz de desesperarse espiritualmente. Pablo no estaba libre de la fragilidad de corazón, ni yo, ni ningún líder que este leyendo este libro. Pero lo notable aquí, dada la cultura de liderazgo ministerial en la que la mayoría de nosotros vivimos y trabajamos, es que Pablo no tiene ninguna duda, ningún problema, compartiendo la profundidad de la lucha de su corazón. Líder, ¿te sientes cómodo con este nivel de sinceridad? ¿Tu comunidad de liderazgo acoge con agrado las confesiones de debilidad y lucha? ¿Hay formas sutiles de menospreciar a los líderes que son débiles? ¿Tu cultura de liderazgo silencia las confesiones de lucha? ¿La forma en que defines a un líder prohíbe a los líderes confesar sus dudas y desesperación? ¿Es tu comunidad tan rica en amor paciente y cuidado evangélico que cada líder se siente cómodo con el tipo de sinceridad que se necesita para la salud espiritual a largo plazo? ¿Ocultas tu verdadero ser a tus compañeros líderes, y crees que los demás también lo hacen? ¿Ha tenido tu comunidad de líderes momentos de sinceridad seguidos de estímulo, consuelo, promesas de ayuda, advertencia y oración? ¿Conoces realmente a los líderes con los que convives? ¿Qué haría que un líder de tu comunidad tenga miedo a ser abierto y honesto sobre las luchas de su corazón? Es muy posible estar comprometido a liderar sólidos ministerios evangélicos y, sin embargo, estar negando el mismo evangelio en tu comunidad de liderazgo. Esconderse en el miedo, el silencio, la negación, la defensa y la falta de humilde sinceridad es más la cultura del Edén roto que la del Calvario victorioso. En el centro de la maravillosa nueva y radicalmente diferente vida a la que somos bienvenidos, basada en la persona y el sacrificio de Jesús, está la bienvenida a la confesión. Somos llamados amorosamente a salir de la oscuridad, a salir de detrás de los árboles a la luz y al aire libre, no porque no tengamos cosas que esconder, sino porque la gracia significa que ya no tenemos que esconderlas. Aquel de quien nos hemos escondido es ahora nuestro Padre, y las cosas que hemos escondido han sido completamente expiadas. Y está muy claro en el Nuevo Testamento que la libertad vertical que Dios nos ha dado para ser humildemente honestos con Él está destinada a dar forma a la forma en que vivimos y nos relacionamos con los demás. Debido a que podemos ser honestos con Dios, también podemos ser honestos entre nosotros. Por eso Santiago dice con audacia: «Confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz» (Sant. 5:16). Una comunidad de liderazgo moldeada por el evangelio será una comunidad que alentará y permitirá la confesión, donde la honestidad de los líderes no solo es una protección constante, sino que fomenta una dependencia cada vez más profunda de Dios. Las comunidades que practican la confesión tienden a ser comunidades humildes que practican la adoración y la oración. Los líderes sinceros tienden a ser tiernos y amables cuando las personas que son llamadas a liderar se equivocan y necesitan confesar algo. Cuanto más goza un líder de estar en una comunidad que practica la confesión, más se dará cuenta de su necesidad de gracia, y debido a ello, tenderá a otorgar esa misma gracia. En una comunidad de líderes que practican la confesión, el orgullo de los líderes se reduce y la adoración a Dios crece. Es en el campo de la devastación y la humillación de la confesión donde crecen los líderes siervos. En el dolor de la franqueza personal, la lujuria por el poder disminuye y la pasión por el evangelio crece. ¿No fue este el resultado en la vida de Pablo? El pasaje termina con una dependencia más profunda de Dios y una humilde oración comunitaria. Esta es la cultura que toda comunidad de liderazgo necesita fomentar y alentar. ¿Cómo podemos llevar a la gente a refugiarse en el evangelio si los líderes no nos refugiamos en él? ¿Cómo podemos llamar a la gente a salir de su escondite si nos estamos escondiendo? ¿Cómo podemos llamarlos para que se ocupen de las cosas que seguimos negando? ¿Cómo podemos animarlos a confesar cuando tenemos miedo de hacerlo? ¿Cómo podemos llamarlos a que se amen los unos a los otros, pase lo que pase, cuando no estamos haciendo lo mismo como una comunidad de liderazgo? ¿Cómo podemos invitar a la gente a tener plena confianza en el evangelio cuando nuestra cultura de liderazgo está sutilmente moldeada por una falta de confianza funcional en el mismo? Líderes, el evangelio de Jesucristo nos enseña que podemos hacerlo mejor. ¿QUÉ NOS HACE CALLAR? ¿Por qué la humilde sinceridad no es una parte regular de nuestra cultura de liderazgo ministerial? ¿Por qué no estamos más preparados para confesar el desánimo o la lucha espiritual? ¿Por qué nos sentamos en silencio mientras vemos a nuestros compañeros líderes alejarse del tipo de personas que Dios los llama a ser? ¿Por qué muchos de nosotros estamos más a la defensiva que accesibles? ¿Por qué parecemos estar más preocupados por el pecado de los demás que por el nuestro? ¿Qué silencia la humilde sinceridad evangélica en nuestras comunidades de liderazgo? Bueno, quiero sugerir algunas respuestas a estas preguntas. Mi esperanza es que provoque un autoanálisis y una discusión en tu comunidad de liderazgo. 1. Orgullo de la madurez personal El orgullo es un gran problema para todos los líderes del ministerio. Adquirimos conocimiento, ganamos experiencia, obtenemos éxito, cierta posición y admiración, y al hacerlo nos ponemos en peligro espiritual. El orgullo es una tentación que toda comunidad de líderes debe conocer y vigilar. Lamentablemente, demasiados líderes cambian a lo largo de la vida del liderazgo de su ministerio. La actitud humilde, amable y de servicio disminuye a medida que aumenta el conocimiento, el éxito y la prominencia. Lo escuchamos en la forma en que los líderes hablan de sí mismos y en la forma en que hablan y se relacionan con los demás. Si el conocimiento, la experiencia, el éxito y la posición en el ministerio han comenzado a distorsionar tu sentido de ti mismo, si han causado que olvides quién eres realmente y lo que necesitas diariamente, no serás rápido para admitir tu pecado, debilidades y fracasos a ti mismo o a los demás. El orgullo y la confesión son enemigos. No trabajan en cooperación, sino en constante oposición. Si el ministerio ha llegado a definirte, el evangelio no lo hará. Tal vez muchos líderes están callados porque han caído en la ilusión de que realmente no tienen nada que confesar o no ven dónde necesitan el amor pastoral y la ayuda de sus compañeros líderes. 2. Capacidad para minimizar el pecado Es uno de los aspectos más poderosos de la espantosa y destructiva decepción del pecado. Mientras el pecado esté dentro de nosotros, todos llevamos con nosotros una peligrosa habilidad para participar en nuestra propia ceguera espiritual. Debería ser una advertencia para cada comunidad de liderazgo en todas partes que todos los miembros de su comunidad sean regularmente tentados a pensar que su pecado es algo menos que el pecado. Somos capaces de nombrar nuestra ira como el celo por lo que es correcto. Somos capaces de llamar a nuestra impaciencia un deseo de seguir adelante con la misión del evangelio. Somos tentados a llamar a los chismes como «compartir peticiones de oración». Ser hambriento de poder y control se convierte en el ejercicio de los dones de liderazgo que Dios nos ha dado. Toda comunidad de liderazgo necesita orar para que vean el pecado como algo oscuro, despreciable, destructivo y deshonroso para Dios, tal y como es en realidad. Cada comunidad de liderazgo necesita pedir ayuda regularmente, admitiendo que el pecado no siempre parece pecaminoso. Necesitamos buscar el rescate divino de nuestra capacidad de erigir argumentos en favor de nuestra rectitud que desacreditan la pena del evangelio y la confesión humilde. Cualquier comunidad de liderazgo que se haya sentido cómoda, individual o corporativamente, con la minimización del pecado está en un peligro espiritual real y presente. 3. Necesidad del respeto de los demás Esta es mi tentación, y si eres un líder, también es tu tentación: nos importa demasiado lo que los compañeros líderes piensen de nosotros. Existen ocasiones en las que doy más importancia a la opinión de un colega del ministerio que a la de mi Señor. Anhelo ser respetado y amado. Me preocupa demasiado que se hable bien de mí. Deseo demasiado que mis compañeros afirmen mis ideas y den importancia a mis planes. Presto demasiada atención a cómo me responden los líderes. Soy muy tentado, como todo líder de alguna manera lo es, a preocuparme demasiado por lo que los demás piensen de mí. Las relaciones equilibradas en una comunidad de liderazgo son algo difícil de alcanzar; necesitamos mucha gracia para lograrlo. Por un lado, estoy en una guerra espiritual mano a mano con mis compañeros líderes, así que necesitamos tener una relación de respeto y confianza. Por otro lado, no puedo dejar que su aceptación y respeto sea lo que controle la forma en que me relaciono con ellos. Si me preocupo demasiado por lo que piensan de mí, expondré mis fortalezas mientras escondo mis debilidades y fracasos. Si los tengo en el lugar apropiado de mi corazón, los veré como herramientas de gracia dadas por Dios y seré libre de ser sincero con ellos sobre mis asuntos del corazón y de la vida. Cada comunidad de liderazgo necesita orar por la gracia para conseguir este equilibrio. 4. Identidad en el ministerio Si el liderazgo del ministerio es tu identidad, entonces Cristo no lo es, y tampoco recibes la plenitud de todo aquello que transforma tu vida y que es el resultado de Su persona y Su obra. La identidad del liderazgo del ministerio produce miedo y ansiedad y nunca producirá la humildad y la valentía que vienen con la identidad en Cristo. Mirando horizontalmente, como un líder, en búsqueda de tu identidad, significado, propósito y sentido interno de bienestar es pedirle a las personas y tu posición que hagan por ti lo que solo tu Mesías puede hacer. Esto producirá ya sea orgullo por el éxito o miedo al fracaso, pero nunca el tipo de humildad y valentía de corazón que resulta en humilde accesibilidad. El ministerio como fuente de identidad nunca dará como resultado relaciones sanas en forma de evangelio entre tus líderes, el tipo de relaciones en las que se fomenta la sinceridad, la confesión es recibida con gracia, y los lazos de amor, aprecio, afecto, comprensión y respeto se fortalecen. 5. Duda funcional del evangelio Sí, es posible formar parte de una comunidad de líderes que tiene el evangelio como mensaje central y la difusión del evangelio como misión central, pero cuyos líderes son silenciados por la duda del evangelio. Demasiados líderes que luchan con problemas en sus corazones, vidas y relaciones tienen sus respuestas moldeadas más por un catálogo de dudosos «y si…» que por las promesas del evangelio que producen esperanza. Los líderes no pueden imaginar cómo su confesión resultará en algo bueno, así que se esconden detrás del silencio, las negaciones o la falta de respuestas. En lugar de estar agradecidos por la gracia siempre presente que es suya en Cristo y la comunidad de gracia que los rodea, dudan de la gracia del rescate y perdón y temen a las mismas personas encargadas de ser herramientas de esa gracia. El evangelio está cargado de promesas de perdón y restauración. El evangelio nos ofrece el consuelo de un nuevo comienzo. El evangelio nos promete que las cosas buenas a las que Dios nos llama producirán el bien en nuestras vidas, aunque ese bien parezca diferente de lo que esperábamos. El evangelio nos recuerda que las dificultades en las manos del Señor son una herramienta para rescatar, perdonar, transformar y brindar la gracia. El evangelio nos dice que Jesús venció la tentación en todos los sentidos porque nosotros no lo haríamos y que tomó el rechazo del Padre para que nunca tuviéramos que hacerlo. Esto es lo que toda comunidad de líderes necesita afirmar: salir de la clandestinidad produce el bien, admitir lo que has negado produce el bien, confesar el pecado produce el bien, aceptar en qué eres débil produce el bien, y decir no a la soberbia y pedir ayuda, aunque haya fracasos en el camino, produce el bien. ¿Nos permitiremos estimar la identidad y la posición del ministerio más de lo que estimamos un corazón humilde y limpio ante el Señor y en relación con los compañeros líderes que nos ha puesto alrededor? ¿Tememos la pérdida de una posición de liderazgo más de lo que tememos dar espacio al pecado para hacer su malvada obra en nuestros corazones y vidas? ¿Realmente creemos que nuestro Redentor es amable, tierno, amoroso y bueno? ¿Creemos realmente que todos Sus caminos son correctos y verdaderos? ¿Nos permitiremos pensar que Su camino es más peligroso que el nuestro? ¿Dejaremos que la duda nos silencie cuando nuestro Salvador nos llama a confesar y ser sanados? Este ha sido un capítulo difícil de escribir. Me ha hecho examinar por qué me resulta difícil decir: «Me equivoqué; por favor, perdóname». Me ha obligado a preguntarme por qué a veces me resulta difícil hacerme cargo de mis debilidades y buscar ayuda. Y ha profundizado mi anhelo de estar en una nutrida comunidad evangélica con otros líderes, donde sabemos que somos amados y encontraremos gracia, donde sabemos que somos necesitados, y donde la humilde sinceridad es lo habitual, no la excepción. Para esto, todo líder necesita gracia, y esa gracia es nuestra, operando ahora por la vida, la muerte y la resurrección de nuestro compañero líder y amigo, el Cordero, el Señor, el Salvador, Jesús. Es solo por Su poder que nuestros temores son silenciados y nuestras bocas se llenan de humildad, esperanza, confesión y alabanza. Que descansemos en Él, y que, al descansar, salgamos de nuestro escondite y hablemos. Y al hablar, experimentaremos cosas buenas de Él que son mucho mejores que las cosas malas que temíamos. —9— Identidad Me senté al entrar a la reunión. Yo era el nuevo, y no podía creer lo que estaba escuchando. Este líder al que admiraba y era mi ejemplo a seguir, estaba confesando cosas que no se me hubiera ocurrido confesar. Les contaba a las personas que estaban en la reunión sobre una persona a la que estaba llamado a liderar y amar, pero que había llegado a detestar. Había desarrollado tal antipatía hacia esta persona que temía verlo, apenas toleraba hablar con él y se quejaba de él. Estaba sorprendido, no porque pensara que este líder era perfecto, sino porque no tenía miedo de admitir su imperfección ante los compañeros líderes con los que trabajaba cada día. Mi respuesta fue: «¡De ninguna manera!». Yo era nuevo en este escenario. Quería que la gente alrededor de la mesa pensara bien de mí y confiara en mí, así que de ninguna manera iba a ser tan revelador. Estaba más enfocado en construir una identidad que en compartir mi corazón. No dije casi nada durante esa reunión, pero me senté en mi oficina con el corazón inquieto. Había una guerra dentro de mí, una guerra de deseo. Estaba encantado de que me ofrecieran un asiento alrededor de la mesa. Era más de lo que pensaba que lograría en el ministerio. Me abrumaba el hecho de ser ahora un colega de los líderes que había admirado durante algunos años. No quería ser el débil. Quería ser fuerte, un contribuyente a la par de los otros líderes en la sala. Pero también sabía que, si el orgullo por la posición controlaba mi corazón, no correría a la gracia del evangelio o a la ayuda y protección de la comunidad evangélica que me rodeaba. Arraigar mi identidad en el liderazgo del ministerio me haría ocultar detalles importantes sobre mí mismo, controlar las conversaciones, competir por la posición, negar las debilidades mientras proyectaba mis fortalezas, y una serie de otros peligros espirituales. Estoy agradecido de que Dios dispusiera que me enfrentara en esa primera reunión al peligro de obtener mi identidad del liderazgo del ministerio. Así que quiero ampliar la conversación sobre este punto que ya mencioné en el capítulo anterior. Obtener nuestra identidad del ministerio no solo es una experiencia de ministerio peligrosa y miserable, sino que también interrumpe el tipo de comunidad ministerial que necesitamos y que es provechosa a la salud espiritual de los compañeros líderes. HABLEMOS DE LA IDENTIDAD Quiero tomarme un tiempo para desarrollar un poco de teología bíblica sobre la identidad con la esperanza de presentar un argumento sobre la importancia de este tema y su impacto en la salud espiritual y la funcionalidad de cualquier comunidad de liderazgo en el ministerio. La Biblia está llena de declaraciones y terminología de identidad: criatura, Creador, hombre, mujer, niño, padres, hijo, hija, Hijo de Dios, hijos de Dios, Maestro, discípulo, cuerpo de Cristo, peregrinos y extranjeros, y la lista sigue y sigue. Pensar en la identidad y en las identidades que nos asignamos a nosotros mismos es una parte significativa de nuestra racionalidad. Verás, fuimos diseñados por Dios para ser constantes intérpretes. Todo lo que hacemos cada día está enraizado en interpretaciones fundamentales sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, sobre el bien y el mal, sobre el significado y el propósito, sobre las relaciones y sobre la motivación, y esta es solo una pequeña muestra de la larga lista de interpretaciones que moldean la forma en que vemos, pensamos, elegimos, actuamos y hablamos. Esto significa que ninguno de nosotros, desde el líder más influyente hasta el seguidor menos influyente, responde a la vida basándose en los hechos aislados de nuestra existencia. Más bien, todas nuestras respuestas son el resultado de cómo hemos interpretado esos hechos. Precisamente por eso puede haber dos líderes en la misma organización que tengan respuestas muy diferentes al mismo conjunto de hechos circunstanciales. Nunca dejaremos de interpretar, porque fuimos creados por Dios para buscar el significado y la comprensión. Todos tenemos un profundo deseo de darle sentido a la vida. Todo esto fue creado dentro de nosotros por Dios para llevarnos a él para que viviera en el centro de la forma en que nos entendemos a nosotros mismos, entendemos la vida, y le damos sentido a nuestras circunstancias. En uno de mis primeros libros, Instrumentos en manos del Redentor, ³ escribí que esta es la razón por la que Dios, después de crear a Adán y Eva, comenzó a hablarles. Sin Dios, no habrían sabido cómo darle sentido a la vida. En el jardín, Dios les dio los elementos fundamentales de una estructura interpretativa de Dios para que pudieran hacer interpretaciones válidas de la vida en la tierra. Por ejemplo, entender «criatura» como una pieza básica de su identidad lo cambia todo. Si he sido creado por alguien, entonces ese alguien tenía un propósito en mente al crearme, así que entender ese propósito es vital para mi buen funcionamiento. Ya lo he insinuado, pero permíteme decirlo abiertamente: puede que no haya una interpretación más importante y que moldee más la vida de los seres humanos que la identidad. En el perfecto plan de Dios, el hombre y la mujer que Él hizo y sus hijos y los hijos de sus hijos estaban destinados a obtener su sentido fundamental de la identidad de manera vertical. Así es como debían conocerse a sí mismos, cómo entenderían su significado y propósito, y cómo encontrarían ese sentido interno de bienestar que toda persona desea. Esta identidad vertical debía darles una guía para su vida diaria y erigir límites protectores alrededor de sus corazones. Así que la desobediencia de Adán y Eva fue profundamente más que el consumo de alimentos prohibidos. Fue un rechazo a su identidad como criaturas del Dios Altísimo y la adquisición de una identidad que no tenía a Dios en el centro. Y con ese triste rechazo, la identidad humana se convirtió no solo en un pantano de confusión, sino en el campo de batalla de la guerra espiritual. Desde la caída, la gente busca horizontalmente lo que fue diseñado para encontrar verticalmente. Le piden a la gente, los lugares y las cosas que hagan por ellos lo que solo la identidad en el Señor puede hacer. Y lo que la gente no entiende es que dondequiera que busque la identidad, eso ejercerá el gobierno sobre su corazón y, al hacerlo, dirigirá la forma en que vive su vida. Las cosas que nunca fueron destinadas a ser fuentes de identidad humana se convierten en eso, creando interminables capas de dificultad y quebrantamiento. Un trabajo es una maravillosa provisión de Dios, pero si se convierte en tu identidad, te dejará infeliz y destruirá tu familia. Tu matrimonio es una relación humana significativa, pero si se convierte en tu identidad, le pedirás a tu cónyuge que sea tu mesías personal, colocando en tu cónyuge una carga que nunca podrá soportar. Tu cuerpo es un aspecto significativo de quien eres, pero si lo miras como tu fuente primaria de identidad, entonces el envejecimiento, la debilidad o la enfermedad te robarán tu sentido de identidad. La depresión es una experiencia emocional profundamente personal y poderosa, pero si la tomas como tu identidad, te hará aún más daño espiritual y emocional. Siempre existe la tentación de este lado de la eternidad de buscar la identidad horizontalmente, pero mirar allí nunca otorga lo que se busca y nunca resulta en una cosecha de buenos frutos. Por eso el Nuevo Testamento insiste en inculcar en cada creyente una identidad en Cristo y mostrar cómo se ve eso en términos de la forma en que pensamos y abordamos nuestra vida cotidiana. Veamos algunos ejemplos del Nuevo Testamento: Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! (2 Cor. 5:17). Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped. 2:9). He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí (Gál 2:20). Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes (Juan 15:15). Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios (Juan 1:12). El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y, si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues, si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria (Rom. 8:16-17). Pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3). Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús (Gál. 3:26). Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús (Rom. 8:1). En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo (Fil. 3:20). Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese cuerpo (1 Cor. 12:27). ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios (1 Cor. 6:19-20). Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica (Ef. 2:10). Y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad (Ef. 4:24). Está muy claro en estos pasajes, y en muchos más, que la identidad en Cristo tiene la intención de ser el elemento que define la forma en que un creyente da sentido a quién es y a lo que se supone que debe hacer. Cualquier otra identidad perturbará su corazón, lo expondrá a varias idolatrías, le pedirá a la creación lo que no puede dar, y lo hará salir de los sabios y amorosos límites de Dios. Debido a que la identidad es la base de cómo damos sentido a la vida, es tanto una guerra espiritual como una de las formas en que el evangelio nos devuelve la cordura y la seguridad. Ahora, soy consciente de que lo que me he tomado el tiempo de exponerles es, para la mayoría de los líderes del ministerio, no tanto un conjunto de nuevas enseñanzas, sino una revisión de enseñanzas ya conocidas. Quiero que reflexionen sobre la importancia de este tema, en particular en lo que se refiere a la salud espiritual de una comunidad de líderes del ministerio. Cada líder de cada comunidad de liderazgo está haciendo su trabajo con algún sentido de identidad. No es ni exacto ni seguro suponer que los líderes del ministerio siempre funcionan desde su identidad en Cristo. La identidad de un líder del ministerio es un lugar de tentación y un campo de batalla espiritual y, tristemente, no siempre permanece constante. Es claro para mí que un aspecto significativo de la desviación, y luego la caída de los líderes del ministerio, comienza con un intercambio de identidad. Este intercambio no es un evento dramático, sino más bien un proceso sutil y a menudo de larga duración. Probablemente nadie entra en el ministerio diciendo: «Voy a hacer del ministerio mi identidad», pero a lo largo del camino, algo sucede. Las cosas de las que hemos hablado a lo largo de este libro, que son el fruto de atender el llamado de Cristo y entregar los dones para que Él los utilice, comienzan a convertirse en marcadores de identidad. La experiencia teológica, el conocimiento bíblico detallado, los años de experiencia en el ministerio, el éxito, la aceptación, el respeto y el amor a las personas, y las fortalezas de los propios dones y el poder de influencia y posición empiezan a estar donde un líder busca saber quién es. Es increíblemente irónico que el fruto de la identidad de un líder en Cristo sea lo que lo tienta a buscar su identidad en otro lugar. En algún lugar, sin un rechazo consciente de su teología evangélica, ha cambiado la estabilidad de la identidad vertical por la inestabilidad de la identidad horizontal. Debido a que ha hecho este intercambio, su corazón está expuesto a una variedad de idolatrías del ministerio (por ejemplo, conocimiento, poder, control, posición, éxito, aclamación, comodidades), y no es la misma persona y no funciona de la misma manera que en los primeros días de su ministerio. Esto está sucediendo ahora mismo a los líderes de todo el mundo. ¿Cómo podemos no preocuparnos por esta situación? ¿Cómo no puede formar parte de nuestra conversación habitual como líderes mientras intentamos protegernos unos a otros y mantener la salud espiritual de nuestras comunidades de líderes? ¿Cómo no podemos examinar los pecados de nuestros propios corazones y la conducta de nuestras vidas, tratando de saber si hay pruebas de que nosotros también hemos hecho ese peligroso intercambio? El liderazgo del ministerio es realmente un lugar miserable para buscar nuestra identidad; esto es espiritualmente peligroso y destruye a los líderes. Nada bueno se produce en un líder que a lo largo del camino ha intercambiado la identidad en Cristo por alguna forma de identidad en el ministerio. PERFIL DE UN LÍDER QUE HA INTERCAMBIADO SU IDENTIDAD Si la identidad en el ministerio es un campo de batalla para cada líder del ministerio, y si el intercambio de la identidad en Cristo a la identidad en el ministerio es a menudo sutil y por lo general se lleva a cabo durante un período prolongado de tiempo, entonces es importante identificar algunos de los síntomas que se verán cuando un líder está buscando obtener de su liderazgo en el ministerio lo que estaba destinado a obtener de Cristo. La siguiente es una lista que puede ayudarnos, pero seguramente no es exhaustiva. Miedo Cuando buscas horizontalmente tu sentido del yo, tu valor diario, tu razón para seguir adelante, y tu descanso y seguridad interior, estás demasiado atento a las opiniones, respuestas, reacciones y situaciones que te rodean. Observas con gran intensidad cómo la gente responde a ti, y escuchas con demasiado cuidado lo que la gente está diciendo y cómo lo dicen. Te percatas de las discusiones o planes donde te han incluido. Te preocupa el progreso de los demás y envidias silenciosamente los éxitos de su ministerio. Tu atención descontrolada aplasta la paz de tu corazón, dejando en su lugar la preocupación, la inquietud, la ansiedad y el miedo. Es un círculo vicioso, porque cuanto más prestas atención, más encuentras razones para preocuparte, y cuanto más te preocupas, más prestas atención. Es espiritualmente derrotista, relacionalmente insalubre, y motivadoramente paralizante. La razón por la que experimentas miedo es que estás pidiendo al liderazgo del ministerio que te dé lo que no fue diseñado y no es capaz de dar. En tu posición como líder del ministerio, has sido llamado a ser un embajador del Salvador, pero esa posición de liderazgo no puede darte lo que solo el Salvador es capaz de dar. El éxito del ministerio no te dará el bienestar que buscas, porque a los éxitos del ministerio a menudo les siguen los fracasos. El aprecio y el respeto de la gente no te ofrecerá el valor que buscas, porque la persona que te alabó hoy te criticará mañana. El aprecio de los compañeros líderes no te dará la plenitud espiritual que anhelas. Ningún otro líder es capaz de funcionar como tu mesías personal, porque él o ella también está en la batalla. La emoción de la posición es fugaz, pronto da paso a la carga de la responsabilidad. Cuando buscas horizontalmente lo que ya te han dado verticalmente, las cosas que buscas siempre te fallarán. Hay muchos líderes entre nosotros que hacen demasiadas cosas por miedo y no por fe. A muchos de nosotros nos mueve la ansiedad. Muchos de nosotros somos profundamente afectados por las críticas de los demás. Demasiados nos preocupamos mucho porque nuestras opiniones triunfen, nuestros sermones sean aplaudidos, o porque le gustemos a la gente. Demasiados de nosotros, en el sufrimiento de la vida del ministerio, no toleramos bien el sufrimiento. Demasiados de nosotros desarrollamos actitudes negativas hacia las personas con las que somos llamados a ministrar o a las que somos llamados a ministrar, porque anhelamos que nos aprecien y cooperen con nosotros. Buscar horizontalmente nuestra identidad y paz es una carga, es agotador y autodestructivo. Para algunos de nosotros, nos hará fantasear con mudarnos a otro lugar de liderazgo del ministerio o renunciar por completo. Existen ocasiones en que he mirado con demasiada intensidad, escuchado con demasiada atención, he dejado que alguien me afecte profundamente y he sentido que el desánimo me invade. Todo esto ha sucedido mientras Jesús me amaba, me colmaba de Su gracia, cumplía todas Sus promesas, me bendecía con dones, me llamaba a ser parte de Su misión redentora, y me proveía de Su gracia capacitadora, protectora, transformadora y liberadora. Eso significa que, en esos momentos, como líder del ministerio había perdido mi mente evangélica. Debido a ello, me entregué a la locura de sentirme pobre y buscar ser alimentado, cuando en realidad era rico y estaba bien provisto. Orgullo Cuando se trata de la identidad en el ministerio, el miedo y el orgullo tienen la misma raíz. Aunque el miedo y el orgullo pueden tener manifestaciones muy diferentes, ambos se presentan cuando un líder busca donde no debe buscar algo que ya ha sido suministrado. Cuando buscas en el liderazgo valor, seguridad y una razón para continuar, necesitas que tu ministerio cumpla. Así que no solo prestas demasiada atención, sino que también tomas el crédito por lo que nunca podrías ganar, producir o lograr por ti mismo. La lucha de un líder con el orgullo está a menudo relacionada con el intercambio de identidad que hemos estado discutiendo. Debido a que un líder necesita que su posición en el ministerio le dé lo que nunca debió dar, necesita verse a sí mismo como más esencial de lo que realmente es. Y porque busca que el ministerio le dé su sentido de valor, está tentado a asignarse a sí mismo más poder para producir resultados de lo que cualquier líder jamás tendrá. En su búsqueda de descanso y estabilidad espiritual, una y otra vez hace malos cálculos espirituales, sumando dos y dos y obteniendo cinco. Ningún líder tiene el poder de crear cambios. Ningún líder es capaz de determinar los resultados. Ningún líder puede controlar la respuesta de la gente, y mucho menos el flujo de los eventos. Ningún líder tiene la habilidad de ablandar los corazones, de hacerlos fieles, humildes y valientes. Ningún líder puede controlar las opiniones de sus compañeros. Ningún líder puede hacer que la gente tenga hambre del evangelio. Ningún líder es un agente de cambio; más bien, cada líder del ministerio es una herramienta en la caja de herramientas del que solo tiene el poder del cambio en sus manos. El orgullo de un líder por los logros del ministerio no es solo un engaño egoísta; es un robo, ya que toma crédito por lo que solo el Redentor puede hacer. Es una burbuja fina que pronto se romperá, porque no es verdad, y no da los nutrientes espirituales que todo líder necesita. Altibajos emocionales Las verdades del evangelio, es decir, las realidades radicales de la presencia, las promesas, el poder, el amor y la gracia del Salvador, son la única roca de estabilidad para un líder del ministerio. Es realmente cierto y hay que decirlo una y otra vez: todo el resto del terreno es arena movediza. Por cada alta montaña del liderazgo en el ministerio, hay muchos valles oscuros. Por cada persona que te ama y te aprecia, hay gente que te malinterpreta y te juzga mal. Por cada maravilloso momento de unidad, hay momentos en los que parece que has sido despedazado. Por cada momento en que te sientes preparado y capaz, hay momentos en que te enfrentas a tu debilidad y falta de preparación. Por cada cosa que te gusta hacer en tu posición de liderazgo, hay otras que odias hacer. Por cada temporada de alegría, hay temporadas de tristeza. Tal es el ineludible flujo del liderazgo del ministerio. Tu ministerio no puede darte la paz que sobrepasa el entendimiento, pero Jesús sí. Tu ministerio no puede ofrecerte un amor ininterrumpido, pero Jesús sí. Tu posición de liderazgo no puede darte valor en la oscuridad, pero el Salvador, que camina contigo, lo hará. El liderazgo de tu ministerio no siempre te hace sentir digno, pero el que derramó Su sangre por ti sí lo hará. Tu ministerio no puede satisfacer tu alma hambrienta, pero el pan de vida y el agua viva sí. Cuando un líder del ministerio se alimenta de comida espiritual que no puede satisfacer, se siente espiritualmente lleno por un momento, solo para estar hambriento una vez más. Líder, nunca experimentarás salud y estabilidad espiritual a largo plazo si buscas que tu posición y función en el ministerio te dé lo que el Salvador te ha prometido y te está entregando. Estoy convencido de que la volatilidad emocional y la inestabilidad en el liderazgo están a menudo enraizados en el intercambio de identidad que hemos estado examinando. Control Las personas más controladoras a las que he aconsejado o con las que he trabajado siempre han demostrado ser las más temerosas. Cuando buscas en algún lugar lo que no puedes encontrar allí, tiendes a tener miedo, y la manera de calmar tu miedo es controlar lo que necesita ser controlado para tratar de garantizar que encuentres lo que estás buscando. El Salmo 112:7 dice sobre el hombre justo: «No temerá recibir malas noticias; su corazón estará firme, confiado en el Señor» Me encantan esas palabras. Un líder cuya identidad y seguridad está en el Señor se libera del miedo, incluso ante las malas noticias. Su corazón es firme, no se tambalea, no es inestable o débil. No está libre de miedo porque tiene el control. No está libre de miedo porque no tiene nada que temer. Está libre de miedo porque tiene su estabilidad, su sentido del bienestar, en lo vertical. No necesita tener el control, porque no necesita que las cosas a su alrededor vayan bien para que su corazón esté firme. Cada líder en cada comunidad de liderazgo está descansando en el control completo y perfecto del Padre celestial sobre cada persona y cada situación o buscando tomar el control en sus manos. Cada líder busca la firmeza de corazón ya sea vertical u horizontal, y cuando sus ojos están puestos en lo horizontal, anhela más control sobre las personas, planes y circunstancias de lo que cualquier líder estaba destinado o calificado para tener. El deseo de control es un síntoma de miedo, y el miedo es un síntoma de confianza en un salvador sustituto que simplemente no puede entregar lo que tu corazón anhela. Sensibilidad Ya he hablado sobre la sensibilidad, así que no le dedicaré mucho tiempo aquí. Cuando necesitas que las cosas y la gente que te rodea te den lo que no están diseñadas para dar, te preocupas demasiado por las respuestas y los resultados, y debido a ello, eres demasiado sensible a lo que sucede a tu alrededor. Te tomas a ti mismo y a los demás demasiado en serio. Consideras las respuestas de la gente como algo mucho más importante de lo que realmente son. Te preocupas demasiado por lo que los resultados dicen de ti, tus dones, tu perspicacia, tu compromiso y tu fidelidad. Tiendes a ofenderte cuando la intención no era herirte. Tiendes a tomar como personal lo que no es personal, apropiándote de mensajes en eventos y conversaciones cuando no son para ti. Todo esto crea un enfoque egoísta que perturba las relaciones de un líder y altera la salud espiritual y la unidad de la comunidad de líderes que lo rodea. Líderes, ¿hay alguna evidencia en su corazón, sus relaciones o su liderazgo de que en algún lugar del camino se ha producido este intercambio de identidad? ¿Hay alguna manera de que estés buscando horizontalmente aquello con lo que ya has sido bendecido en Jesús? ¿Es el miedo, el orgullo, el control o la sensibilidad un indicador de algo que deberías examinar? ¿Tienes un corazón firme, seguro y en reposo? ¿Es el liderazgo del ministerio una carga temerosa o un gozo? No debes temer examinar tu corazón, porque lo que encuentres allí ya ha sido abordado por la persona y la obra de Jesús. Quiero cerrar este capítulo hablando con aquellos de ustedes que se han desanimado por lo que han leído. Sí, es cierto que la vida de un líder del ministerio es un desastre, pero es el desastre de Dios. Tu Señor conoce el pecado y la debilidad de la gente que ha elegido para dirigir Su Iglesia. Sabe que hay momentos en los que buscamos las cosas equivocadas para nuestra estabilidad espiritual. Sabe que a veces somos demasiado temerosos, demasiado controladores, demasiado orgullosos, demasiado sensibles, y demasiado necesitados de afirmación y éxito. Conoce todas nuestras susceptibilidades, pero aun así nos eligió para guiar a Su pueblo en Su misión redentora. No está sorprendido ni consternado por nuestra lucha, y no va a renunciar a nosotros. Nos encuentra en nuestras debilidades, aplasta nuestros ídolos, expone nuestros corazones, y luego nos acerca una vez más y nos dice: «Los he llamado a mi servicio, no porque sean capaces, sino porque yo lo soy. Descansa tu corazón en mi gracia y no busques en otra parte lo que solo yo puedo darte». Y con esas tiernas y amorosas palabras nos concede otra vez otro nuevo comienzo. — 10 — Restauración Me llamó con un poco de pánico porque no sabía a quién más llamar. (Había acudido a una de mis clases.) Llamaba porque había encontrado a su pastor principal, quien era su mentor, en lo que parecía ser un colapso emocional, siendo completamente irracional, diciendo cosas que no tenían sentido. Llevó a su pastor a casa, y mientras el pastor murmuraba en su casa, mi antiguo alumno me llamó y me pidió ayuda. Llamé a su pastor, me presenté, le expliqué por qué lo llamaba, y le ofrecí mi ayuda psicológica si era necesario. Agradeció mi preocupación y me dijo que había pasado por una semana de ministerio agotadora, que no había dormido mucho y que había tenido un pequeño colapso físico. Oré con él, pero me quedé bastante preocupado y pensando que escucharía de él o a alguien cercano a él otra vez. Unas semanas después, recibí otra llamada de otro hombre que no conocía. Estaba muy disgustado y dijo que lo que iba a decirme necesitaba una acción inmediata, pero que tenía que hacerse de forma confidencial. Me estaba llamando después de programar una cita con el mismo pastor principal de hace unas semanas. La única vez que pudieron reunirse fue después de las horas normales de trabajo del pastor principal. Cuando el hombre llegó a la oficina del pastor, la mayoría del personal se había ido a casa, y un conserje lo dejó entrar en el edificio. Se dirigió a la oficina del pastor y llamó a la puerta, pero no hubo respuesta. Dudó por un momento y luego metió la cabeza en la apertura de la puerta. Vio al pastor con la cabeza abajo en el escritorio y lo llamó. Alarmado por la falta de respuesta, fue a sacudir al pastor para ver si estaba bien, y en el momento en que se acercó, lo golpeó el olor a alcohol. Supo de inmediato que su pastor no estaba enfermo ni dormido; estaba ebrio. Salió corriendo del edificio de la iglesia, con el corazón acelerado, y me llamó, porque habíamos desarrollado un poco de amistad, y no tenía ni idea de qué hacer a continuación. Le dije que llamara al presidente de la junta de ancianos. Fue como una bomba lanzada en medio de la iglesia. Los líderes nunca imaginaron que un problema así caería sobre ellos. Nunca habían pensado que algo así podría estar sucediendo en la vida de este pastor que era tan efectivo y parecía tan comprometido. Preguntas importantes se arremolinaban en las mentes de los ancianos sobre qué hacer a continuación y qué significaba esto para la vida y el ministerio de la iglesia. Y pronto me pareció obvio que el plan era dejar de lado al pastor, darle una amorosa indemnización y encontrar un nuevo pastor principal. Aquí estaba un hombre que claramente había recibido el ministerio, el liderazgo, la predicación y los dones pastorales. Aquí había un hombre que había evangelizado y discipulado a muchos. Aquí estaba un predicador y maestro que había dado a su congregación conocimientos bíblicos y teológicos, y estaba a punto de ser dejado de lado como si fuera una mercancía, ya no era útil ni un líder querido, dotado por Dios y hermano en Cristo. El plan parecía más bien lo que un equipo de la NFL haría con un jugador debilitado que las acciones de una iglesia que cree en el poder de la gracia para rescatar y restaurar. Pregunté si había alguna manera de que pudiera reunirme con los ancianos. Mi esperanza era que pudiera darles un plan alternativo. Hice lo mejor que pude en la reunión para hacer dos cosas. Primero, prediqué a estos maravillosos pero asustados hombres el poder y la belleza de la gracia restauradora de Dios y Su promesa de un nuevo comienzo. Y luego expuse un posible plan de restauración que incluía a los ancianos y los diáconos, las esposas de los ancianos para cuidar a la esposa del pastor caído, niñeras para estar de guardia cuando fuera necesario, asesoramiento en adicciones, un sistema de responsabilidad amorosa y apoyo continuo durante el proceso de restauración. Era un largo camino y a veces iba desde lo desalentador hasta lo aparentemente inútil, pero Dios estaba trabajando en este proceso. A través del ministerio amoroso de muchos, estaba restaurando a este hombre, reclamando sus dones, y reformando su trayectoria. No se le hizo ninguna promesa al pastor de su regreso al ministerio, solo promesas de apoyo continuo, ayuda, consejo y aliento. TODO EL MUNDO CREE EN LA GRACIA HASTA QUE UN LÍDER LA NECESITA Cada iglesia o comunidad de liderazgo del ministerio debe ser una comunidad restauradora si va a tener salud espiritual a largo plazo y eficacia en el ministerio. Un compromiso con el espíritu, las actitudes y las acciones de restauración es vital. Como he escrito antes, puede que no haya nada más importante, humillante o que forme una cultura para una comunidad de liderazgo ministerial que tener en cuenta en todo momento que cada miembro de la comunidad está en medio de su propia santificación. Ningún líder está libre de pecado, ningún líder está exento de la gran batalla espiritual por la atención y el gobierno de su corazón, y ningún líder se ha graduado de su necesidad de gracia. Cada líder se queda corto del estándar de Dios en palabra, pensamiento o acción de alguna manera, de algún modo, todos los días. Todo líder todavía tiene momentos en los que piensa cosas que no debería pensar, desea lo que no debería desear, y actúa o habla de manera equivocada. Ningún líder es inmune a un momento de orgullo o a un destello de lujuria. Ningún líder está por encima de la ira, los celos o la impaciencia. Todo líder lucha en algún momento con el miedo al hombre o el orgullo por el éxito. Los líderes de los ministerios son muy capaces de faltar al respeto a los miembros del personal o de mirar al sexo opuesto de manera equivocada. Ningún líder tiene un matrimonio perfecto o es un padre perfecto. Ningún líder tiene motivos completamente puros y no mezclados. Aquí está el resultado final: ningún líder de ninguna comunidad ministerial en ningún lugar está completamente conformado a la imagen de Jesucristo. Así que, si es cierto que cada líder está en medio de la continua obra de la gracia santificante de Dios, entonces también es cierto que todavía hay presencia de pecado residual en el corazón de cada líder. Y si hay presencia de pecado residual en sus corazones, los líderes fallarán, pecarán y caerán. A veces la ira le roba a un líder su efectividad. A veces la envidia interrumpe el tipo de relaciones que todo líder necesita para su salud espiritual y la productividad de su ministerio. A veces el orgullo de la posición y los logros se interpone en el camino de la actitud de servicio que cada líder del ministerio debería tener. A veces el pecado crece hasta que el líder se vuelve adicto y esclavo del pecado. A veces un líder se rinde en su búsqueda personal de Dios y sigue adelante en un estado de sequedad espiritual. A veces la disfunción familiar o la infidelidad marital existe junto al ministerio público de un líder. Todos los líderes necesitan cuidado espiritual, pero algunos caen y requieren de una amorosa, firme y bien administrada gracia restauradora. A medida que viajo por el mundo y converso con líderes del ministerio de una amplia variedad de antecedentes eclesiásticos y culturales, he visto que cuando se trata de la lucha de los líderes con el pecado, tendemos a hacer suposiciones no bíblicas que nos hacen ser ingenuos y no estar preparados para las batallas que enfrentaremos en la vida y el ministerio de los líderes en nuestras comunidades. No es seguro suponer que un graduado de seminario está espiritualmente bien. No es seguro concluir que un líder muy dotado está donde debe estar en su relación con Jesús. No es necesariamente cierto que un líder teológicamente perspicaz sea espiritualmente maduro. La efectividad del ministerio no debe ser confundida con la limpieza de corazón. Lo que sabes sobre la persona pública de un líder no significa que no tengas que preocuparte por su vida privada. Las suposiciones que una comunidad de líderes hace sobre la condición espiritual de sus líderes, suposiciones que permiten a la comunidad ser pasiva en lugar de pastoral, dan como resultado una comunidad conmocionada y no preparada cuando un compañero líder cae de alguna manera y necesita cuidado y restauración. Si el pecado de un líder es revelado a la comunidad de líderes que lo rodea, es porque Dios ama a ese líder. Ha colocado a ese líder en una comunidad íntima de fe, y ha revelado ese pecado para que la comunidad pueda funcionar como su brazo de convicción y gracia restauradora. Toda comunidad de líderes tiene momentos en los que son llamados a ser agentes de la misericordia restauradora de Dios. Este llamado viene en pequeños momentos privados, así como en grandes momentos públicos y dramáticos. Si has hecho suposiciones no bíblicas, no estás preparado para estos momentos de ministerio, y rápidamente se transforman en pánico o ira, castigo y separación. Ha sido triste ver, ante la caída de un líder, cuántas comunidades de liderazgo responden de una de dos maneras, ninguna de ellas restaurativa. En la primera forma, una comunidad de liderazgo, en su incapacidad de creer lo que se ha revelado sobre un líder que creían conocer y en el que podían confiar, se levanta casi inmediatamente en defensa del líder. Minimizan o descartan completamente lo que se ha revelado mientras afirman conocer a este líder y están seguros de que nunca haría aquello de lo que se le acusa. Continúan proclamando públicamente su lealtad al líder a cargo y cuestionan la validez de las acusaciones y los motivos de los que han presentado la información. El resultado es que el líder no obtiene la condena y el cuidado restaurativo que necesita de la comunidad de gracia que lo rodea. Peor aún, el pecado que se ha apoderado de su corazón y ha empezado a controlar su vida tiene espacio para echar raíces aún más profundas y asentarse con más firmeza. Si has prestado atención a la comunidad de liderazgo del ministerio en la última década, lo has visto suceder una y otra vez. En la segunda forma, el grupo de liderazgo nuevamente no está preparado para el llamado restaurador que Dios les ha hecho. En su conmoción por lo que ha sucedido, se sienten engañados y embaucados. La compasión por el que está atrapado en el pecado es reemplazada por la ira. La atención pastoral da paso a respuestas adversas, que son más punitivas que pastorales. Rápidamente comparten de manera pública detalles que nunca debieron ser compartidos y que dañan a su compañero líder y a su familia. Pronto rompen la relación con el líder, y porque lo han hecho, su comunicación con él es ahora legal en lugar de pastoral. Ya no se lo considera parte de su comunidad de líderes, así que negocian algún tipo de paquete de indemnización y siguen adelante. No me malinterpreten aquí; no estoy argumentando que no haya momentos en que una comunidad de liderazgo deba separarse de un líder caído y recalcitrante, sino que estoy argumentando que esto debe suceder al final de un intento de restauración de todo corazón y lleno del evangelio. Lo triste de las dos respuestas típicas que he compartido es que no están comprometidas con ningún tipo de propósito pastoral y restaurador. Cuando un líder ha caído o se enfrenta a algún tipo de acusación, y recibo la llamada, en muchas ocasiones he recibido respuestas sorprendentes y a veces enojadas de la comunidad de líderes cuando les he expuesto que deben buscar la restauración bíblica. Permítanme decir de nuevo: si el pecado sigue existiendo, y lo hace, entonces cada comunidad de liderazgo debe estar comprometida y preparada para la restauración. UNA HISTORIA DE RESTAURACIÓN La conclusión primero: cada comunidad de liderazgo debe comprometerse a representar, en su cultura de liderazgo y relaciones, el corazón restaurador del Redentor. Hay pocos lugares donde observamos con mayor detalle el celo del Señor por restaurar a un líder rebelde que en la historia de Jonás. Quiero tomarme un tiempo con ustedes para reflexionar sobre lo que aprendemos del corazón de Dios en esta historia. Aunque seguramente conocen bien la historia, voy a incluir pasajes de Jonás en nuestra discusión para recordarles el corazón de Jonás y el corazón de su Señor. La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay: «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia». Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor (Jon. 1:1-3). Hablando de rebelarse contra el plan y el llamado del Señor, ¿podría haber un ejemplo más claro que Jonás? Su respuesta al llamado de Dios es dar la vuelta e ir al otro lado del mundo conocido. Lo que observamos en el corazón de Jonás es que cree en la ilusión de que puede huir de la presencia del Señor. Si pensamos que es posible escapar de la presencia de Dios, ¡nos hemos vuelto espiritualmente locos! Jonás es llamado a ser un ministro del evangelio. «¿El evangelio?», te preguntarás. Sí, si se lo llama a dar un mensaje de advertencia, se lo llama a representar la voluntad del Señor de dar a la gente la oportunidad de escuchar, examinarse, confesar y volverse. Esta es la obra del evangelio. Si todo lo que Dios quisiera hacer es juzgar a la gente, no les advertiría primero. La advertencia de Dios es un hermoso aspecto de Su gracia. Recuerda, la forma en que el evangelio funciona es que tenemos que escuchar las malas noticias antes de que las buenas noticias signifiquen algo para nosotros. Pero Jonás no quiere ir a un lugar difícil o comunicar un mensaje difícil a gente que no conoce en una cultura que no entiende o respeta. Así que huye de Dios y de Su llamado. Jonás es un rebelde y un necio, pero no lo sabe. Si yo hubiera estado a cargo, el Libro de Jonás habría sido muy corto, dos versículos, para ser exactos: «Jonás, si huyes de mí, estás acabado. No me faltan profetas». Pero estoy dispuesto a confesar que mi respuesta no refleja el corazón y el camino de mi Señor. La primera pista del propósito restaurador del Redentor la encontramos en el versículo 4: «Pero el S eñor ». Estas son tres de las palabras más importantes jamás escritas. Representan el propósito de rescate, protección y restauración de Dios. Aquí hay una imagen de la belleza y la esencialidad de la interrupción divina. Pero esta interrupción no ocurre por el justo juicio de Dios, sino por su paciente gracia. Jonás no lo sabe todavía, pero está a punto de ser llamado no solo al lugar al que Dios lo llamó, sino también al Señor que lo llamó. Es importante entender que el drama que está a punto de ocurrir, que nos da un panorama de la magnitud del poder soberano de Dios, es el drama de la restauración. Dios envía un gran viento, tan grande que aterroriza a los marineros experimentados. Para entender por qué esta dificultad les ha llegado, los marineros echan a suertes, que caen sobre Jonás. Así que le preguntan quién es y qué ha hecho. Presta mucha atención a la respuesta de Jonás. Él responde: «Soy hebreo y temo al Señor, Dios del cielo» (Jon. 1:9). La declaración de identidad de Jonás es interesante. Por su identidad cultural es un temeroso de Dios, pero en cuanto a su respuesta al llamado de Dios, no actúa como alguien que teme al Señor. De esta manera, sus palabras nos confrontan con la diferencia que puede existir en un líder entre su teología confesional y su teología funcional. Toda comunidad de líderes necesita comprometerse con la restauración por esta misma razón. A menudo hay una sutil y progresiva separación que tiene lugar en la vida y el ministerio de un líder entre su confesión formal y la forma en que vive su vida y se conduce en el ministerio. La posibilidad de esta deriva debería ser una preocupación para toda comunidad de líderes. Presta atención a lo que el Redentor, en Su soberanía, está organizando para Jonás: Así que tomaron a Jonás y lo lanzaron al agua, y la furia del mar se aplacó. Al ver esto, se apoderó de ellos un profundo temor al Señor, a quien le ofrecieron un sacrificio y le hicieron votos. El Señor, por su parte, dispuso un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien pasó tres días y tres noches en su vientre. Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde el vientre del pez (Jon. 1:15-2:1). Sí, Dios no había abandonado a Jonás ni Sus planes para él. Ahora, pensarías, si no supieras toda la historia, que este es el final. Jonás fue arrojado al mar enfurecido –Dios, en Su justicia, le había dado a Jonás lo que merecía– pero este no era el final. Dios dispuso a un pez para que se tragara a Jonás. Piensa en las palabras «dispuso un enorme pez». Este es el increíble alcance de la autoridad del Señor. Tiene el poder de disponer un pez como herramienta en Su restauración de un profeta descarriado. Debido a que todo vive bajo Su gobierno, Dios usa lo que sea necesario para lograr lo que se propone en la vida de aquellos que ha llamado para que lo representen. Se puede ver que algún tipo de cambio tuvo lugar en Jonás, porque el hombre que estaba tan empeñado en escapar de la presencia de Dios comenzó a orar a la misma persona de la que esperaba escapar. En los versículos que siguen, podemos escuchar a escondidas esa profunda oración y abrir una ventana al corazón de Jonás. El versículo 10 nos da pistas de lo que Dios tenía en mente para Jonás a través de Su instrumento designado, el pez: «Entonces el Señor dio una orden y el pez vomitó a Jonás en tierra firme». Sí, es cierto: a veces la gracia restauradora parece vómito. La gracia reconstituyente no siempre se ve agradable y atractiva o se siente cálida y afirmativa, sino que es incómoda y dura. La historia de Jonás nos predica el corazón de la restauración. La restauración es mucho más profunda y fundamental que hacer lo necesario para que un líder vuelva rápidamente a su posición en el ministerio. Seguramente Jonás necesitaba mucho más que eso, como el resto de la historia deja claro. El corazón de la gracia restauradora de Dios es Su celo por rescatarnos. Jonás necesitaba más que un rescate de la tormenta, los peces o la gente de Nínive. El problema de Jonás era Jonás, así que, para ser restaurado a Dios y a Su llamado, Jonás necesitaba ser libre de su esclavitud a sí mismo. Me encanta el primer versículo de Jonás 3. Lo encuentro profundamente alentador y esperanzador. También me da una visión de un aspecto del corazón de Dios que estoy llamado a representar en mi relación y ministerio con mis compañeros líderes: «La palabra del Señor vino por segunda vez a Jonás». De esto se trata la restauración: nuevos comienzos. Entre el «ya» y el «todavía no», es lo que el evangelio de la gracia de Dios ofrece a cada líder del ministerio. Es increíble que el llamado de Dios venga a Jonás, o a nosotros, aunque sea una vez, pero frente a nuestra insensatez, rebelión y vagabundeo, es increíble que incluso venga a nosotros por segunda vez. Que Dios pueda ver dentro de nuestros egoístas e inconstantes corazones y aun así decida usarnos es increíble. Jonás el que huye se ha convertido en Jonás el predicador. Jonás, que corrió lo más lejos posible de Nínive, después caminó por sus calles proclamando el mensaje de Dios, y los resultados fueron hermosos. Es aquí donde podríamos pensar que finalmente estamos al final de la historia y de la obra restauradora de Dios, pero no es así. Consideremos la reacción de Jonás al arrepentimiento de Nínive: Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse. Así que oró al Señor de esta manera: —¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo! (Jon. 4:1-3) La ira de Jonás y su pregunta sobre la sabiduría de la respuesta de Dios a Nínive nos alerta sobre la realidad de que, aunque Jonás había sido restaurado a su llamado al ministerio, aún no estaba completamente restaurado a nivel de su corazón. Cuando debería haber sido humillado y animado por el poder y la presencia de la gracia de Dios, estaba enfadado por el don de la gracia a personas que no creía que lo merecían. Jonás estaba tan enojado que quería morir. Nos enfrentamos aquí con que la restauración de un líder no puede ser solo formal, situacional o de localización, sino que siempre debe ser profunda en el corazón. La restauración que no es profunda en el corazón pone a ese líder y a su comunidad en problemas adicionales porque el centro del problema, el corazón del líder, no ha sido restaurado. Lo que sucedió después es tan importante; nos da tanta perspectiva como cualquier otra parte de la historia de Jonás: Jonás salió y acampó al este de la ciudad. Allí hizo una enramada y se sentó bajo su sombra para ver qué iba a suceder con la ciudad. Para aliviarlo de su malestar, Dios el Señor dispuso una planta, la cual creció hasta cubrirle a Jonás la cabeza con su sombra. Jonás se alegró muchísimo por la planta. Pero al amanecer del día siguiente Dios dispuso que un gusano la hiriera, y la planta se marchitó. Al salir el sol, Dios dispuso un viento oriental abrasador. Además, el sol hería a Jonás en la cabeza, de modo que este desfallecía. Con deseos de morirse, exclamó: «¡Prefiero morir que seguir viviendo!» Pero Dios le dijo a Jonás: —¿Tienes razón de enfurecerte tanto por la planta? —¡Claro que la tengo! —le respondió—. ¡Me muero de rabia! El Señor le dijo: —Tú te compadeces de una planta que, sin ningún esfuerzo de tu parte, creció en una noche y en la otra pereció. Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no habría yo de compadecerme? (Jon. 4:5-11). Dios, sabiendo que Jonás aún necesitaba una obra de restauración del corazón, estableció una ilustración física para exponer el corazón de Jonás. La respuesta de Jonás a la gracia de Dios no fue el asombro y la gratitud; no, fue la ira. Estaba enojado porque la misericordia se extendía a un grupo de personas que él creía que no la merecían. A nivel de su corazón, Jonás estaba completamente fuera de sintonía con el mensaje de Dios, Sus métodos y Su carácter. Esto significa que, aunque Jonás finalmente fue a donde Dios le dijo que fuera e hizo lo que Dios le dijo que hiciera, en su corazón había abandonado su vocación de embajador. No debemos suponer que porque un líder todavía está haciendo sus deberes ministeriales asignados está espiritualmente donde Dios quiere que esté. Ahora, podríamos pensar que esto sería suficiente, que Dios finalmente se había cansado de la resistencia y la ira de Jonás. Pero mientras Jonás estaba fuera de la ciudad haciendo pucheros, Dios seguía trabajando para restaurarlo, una vez más usando la creación como Su herramienta. Noten que Jonás es un libro sin fin, porque mientras Jonás seguía resistiendo y enojado, Dios seguía encontrándose con él con una gracia restauradora. Jonás no termina con un resumen o una conclusión; termina con una pregunta. Es una pregunta de un Señor paciente y bondadoso que tenía la intención de dar a Jonás una visión de su corazón, llevándolo a la confesión y al arrepentimiento. Mi oración es que cada comunidad de liderazgo del ministerio modele el corazón restaurador del Señor. La restauración nunca minimiza la realidad dañina del pecado, pero mientras toma el pecado en serio, también cree en el poder de la gracia restauradora. Cree en el poder de Dios para cambiar un corazón y reconstruir una vida. La restauración no está motivada por ver cuán rápido podemos hacer que un líder vuelva a la silla del ministerio, es el anhelo de que el líder vencido conozca la salud espiritual del corazón y la vida. La restauración no se trata de apartarse de un líder del ministerio, incluso si necesita ser removido de su posición y sus deberes ministeriales, sino volverse hacia él con una gracia que toma en serio tanto el pecado como la restauración. La restauración no es más que otra área en la que somos llamados como líderes a tomar en serio nuestro llamado a ser embajadores. Ningún líder es impermeable a las tentaciones, porque ningún líder está libre de pecado y santificado. Nadie. Los líderes son susceptibles a la ceguera espiritual. Los líderes no siempre comparten el corazón de Dios. Los líderes no siempre encuentran alegría en lo que Dios les ha llamado a hacer. Los líderes pueden tener malas actitudes y pueden ocultar pecados secretos. Los líderes no siempre son sumisos al Señor al que han sido llamados a servir. Los líderes no siempre tratan a las personas con la misma gracia que Dios les ha concedido. Los líderes son capaces de perder su camino. Es amorosamente protector tomar el pecado en serio en la vida de un líder y recordar que el ministerio es una guerra espiritual. Así que cada comunidad de líderes necesita estar comprometida y preparada para esos momentos tristes y difíciles cuando el Salvador al que sirven los llama a restaurar. No podemos ser tan protectores de la institución, la iglesia, que descartemos a los líderes y miembros de la iglesia como si estuvieran rotos y ya no necesitaran consuelo y consejo. Soy muy consciente de que hay mucho que pensar cuando se trata de los planes específicos y el proceso de restauración, por lo que me he comprometido a escribir un libro sobre ese tema. Que cada comunidad de liderazgo represente el corazón del Señor que está tan bellamente retratado para nosotros en el libro de Jonás. Y que recordemos, con honestidad y humildad de corazón, que la gracia que extendemos a los demás es siempre la gracia que también necesitamos nosotros mismos. Que nuestros corazones se llenen de gratitud al considerar que todos hemos sido restaurados por la gracia de Dios, todos estamos siendo restaurados ahora mismo por esa misma gracia, y todos seremos finalmente restaurados por alguien que no se dará por vencido hasta que Sus misericordias restauradoras nos hayan reconstruido completamente a Su propia imagen. Y que esa gratitud de corazón moldee nuestra respuesta a los compañeros líderes cuando el pecado asome su horrible cabeza. — 11 — Longevidad Me dijeron estas palabras cuando sentía temor, desánimo, cansancio, en resumen, me sentía abatido. No quería que nadie me hablara. Era un fracaso, y estaba huyendo. Ya no podía imaginarme una vida de liderazgo pastoral. En algún momento había sido una pasión, un sueño que parecía demasiado bueno para ser verdad, pero la pasión se había transformado en una carga, una que ya no quería llevar. Había encontrado un lugar seguro para refugiarme, y no podía esperar para dejar atrás el ministerio y refugiarme allí. Ya lo había anunciado, y mi corazón ya estaba cerrado al presente y abierto a lo que había de venir. Había tenido todas las conversaciones difíciles que creía que debía tener. Había terminado y no quería tener otra conversación incómoda, en la que casi me juzgaran. Cuando se acercó a mí, esperaba que fuera un rápido: «Hola, estamos orando por ti», pero era más, mucho más. Me dijo: «Paul, sabemos que eres inmaduro, pero no te hemos pedido que te vayas». Luego dijo: «¿De dónde va a sacar la iglesia líderes maduros, si los líderes inmaduros huyen? No te vayas». Me quedé paralizado por un momento ante el poder de sus palabras. Eran palabras del evangelio, y yo lo sabía. Eran palabras llenas de sabiduría por años de paciencia. Creo que sus palabras fueron más sabias de lo que él se imaginó. En esa breve frase estaba la verdad de que la clave de la eficacia del liderazgo ministerial es la longevidad. Las semillas del evangelio necesitan tiempo para madurar y crecer, y la clave de la longevidad es la madurez espiritual, porque quitar las hierbas y regar el jardín que es la iglesia es un trabajo tan pesado. Supe en ese momento que no podía huir ni lo iba a hacer. Des-renuncié, si es que existe tal cosa, y me quedé por muchos años más. Si me conoces, me has oído compartir esta historia antes, porque fue y es tan profundamente influyente. Yo era el líder, pero necesitaba que me guiaran. Yo era el pastor, pero necesitaba ser pastoreado. Era el principal portavoz del evangelio, pero necesitaba que se me predicara el evangelio. Llegó de manera poderosa y efectiva, un viento rápido del Espíritu contra el que no podía luchar. Llegó como las sabias palabras de mi Padre, que sabía que no debía resistir. Vino como la amable bienvenida de mi Salvador para correr hacia Él y no alejarme de Él en mi angustia. Pero fue poco más que una frase la que cambió para siempre el curso de mi vida y mi ministerio. Una frase, pronunciada con valentía y a tiempo, de un hombre a otro una tarde, pero lo cambió todo. Verás, toda comunidad de líderes debe entender que no existe el ministerio individual. El ministerio de cada líder es un proyecto comunitario. Cada líder necesita el ministerio de otros líderes para crecer en el tipo de madurez que le permita dirigir bien a largo plazo y terminar bien. Todo líder necesita líderes que se interpongan en su camino cuando esté a punto de elegir el camino equivocado. Cada líder necesita que otros líderes le digan la verdad cuando parece que no puede decirse esas verdades a sí mismo. Todo líder, para poder dirigir bien y durante mucho tiempo, necesita líderes compañeros que lo ayuden a ver el pecado que está demasiado ciego para ver si se lo deja solo. La longevidad es el fruto de la madurez espiritual, y la madurez espiritual es el resultado de la longevidad, y ambos son el fruto de la comunidad evangélica. Me encanta la ilustración de longevidad que aparece en Isaías 61:1-3: El Espíritu del S eñor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del S eñor y el día de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de duelo, y a confortar a los dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia, plantío del S eñor , para mostrar su gloria Qué hermosa y provocativa ilustración. ¿Cuál es la buena noticia del evangelio para los pobres? Que serán «robles de justicia». ¿Por qué un roble es alto y fuerte? La respuesta es la longevidad. Los robles son poderosos y majestuosos porque han resistido años y años de sol marchito, ráfagas de viento y frío amargo. Año tras año, estación tras estación, crecen en fuerza. Año tras año y temporada tras temporada crecen sus raíces más y más profundamente en el suelo nutritivo hasta que son virtualmente inamovibles. Se necesita madera densa, corteza dura y raíces profundas para soportar las duras condiciones que un roble debe resistir para durar por generaciones, pero necesitan pasar generaciones para que la madera, la corteza y las raíces crezcan. Si este es un cuadro de la solidez espiritual a largo plazo que es el plan de Dios para todos sus hijos, ¿cuánto más se necesita para los líderes del ministerio? En la base y en las húmedas sombras de un roble a menudo se encuentran hongos. Sus características son opuestas a los robles que están por encima de ellos. Los hongos crecen de la noche a la mañana y desaparecen rápidamente. No son fuertes y no tienen raíces profundas. Puedes tirar uno con el golpe de tu dedo. Mucho crecimiento, rápido y de corta duración no es lo que Dios busca; por eso eligió el roble y no el hongo para su ilustración. Él va tras los robles, la madurez espiritual a largo plazo, no solo para nuestro bien eterno sino también para la demostración interminable de su gloria. Así que cada comunidad de liderazgo del ministerio debe valorar y planificar para longevidad, lo que significa que cada comunidad de liderazgo del ministerio debe valorar y planificar la madurez espiritual. Cada líder necesita continuar madurando para poder mantenerse fuerte en las ráfagas de viento, la lluvia torrencial y las frías nieves del ministerio. Ningún líder debe ser considerado tan maduro como necesita ser y que ha alcanzado su máxima madurez. Nadie. Todo líder debe anhelar perseverar y saber que la madurez espiritual es la clave para prevalecer mucho tiempo. Cada comunidad de líderes debe tener claro que los dones no son lo mismo que la madurez espiritual. La alfabetización bíblica no es lo mismo que la madurez espiritual. Debemos tener claro que la perspicacia teológica no es lo mismo que la madurez espiritual. El éxito en el ministerio no es lo mismo que la madurez espiritual. La popularidad no es lo mismo que la madurez espiritual. El entendimiento estratégico no es lo mismo que la madurez espiritual. Dios está trabajando para producir robles de justicia, por lo que cada comunidad de liderazgo debe trabajar para producir este mismo resultado en cada uno de sus miembros. Había trabajado en el ministerio por mucho tiempo y en diferentes puestos de liderazgo, pero sentía que era casi imposible continuar. Me sentí como si me hubieran sorprendido, descubierto desprevenido y sin estar preparado. Mi vida parecía estar fuera de control, y el futuro parecía nublado en el mejor de los casos. Sentí miedo, así como debilidad e incapacidad, por primera vez en mucho tiempo. Me sentía solo, sin palabras para describir a los demás lo que me estaba pasando. Ya no saltaba de la cama con emoción, sino que me quejaba al salir. No anticipaba las oportunidades de ministerio del día; las temía, abrumado por su tamaño y mi debilidad. Quería retroceder el reloj a cuando me sentía más fuerte y preparado. Pero el reloj nunca volvería atrás, y yo nunca tendría la fuerza que una vez tuve. Dios tenía otro plan, con el que luché aún más que con mi debilidad física. Era una batalla física, pero más importante, una batalla profundamente espiritual. Para poder continuar, necesitaba más que una resolución personal; necesitaba una comunidad bíblica vibrante, amorosa, valiente y fiel. Dios me bendijo con esa comunidad. Mis compañeros líderes me encontraron en mi debilidad, me enfrentaron en mi duda, y me consolaron en mi sufrimiento. Por mucho que luchara, sabía que no estaba luchando solo. Dios hace visible Su presencia invisible a través de personas que están presentes cuando se necesita el consuelo de Su presencia. Dios envía sus amorosas palabras de advertencia a un líder a través de sus compañeros líderes que están dispuestos a confrontar y proteger. Dios hace visible Su consuelo invisible a través de agentes de consuelo que envía cuando se necesita aliento. Dios tiene la intención de que la comunidad evangélica sea representativa, donde somos unos a otros la mirada de Dios, el toque de Sus manos, Sus palabras y Su presencia. Todo líder que se convierta en un roble de justicia afrontará duras tormentas en su vida y ministerio. Tal vez será un fracaso en el ministerio, la rebelión de un hijo, una traición en el ministerio, una batalla contra algún pecado, una controversia debilitante en la iglesia, una enfermedad física o angustia financiera, la muerte de un ser querido, o un momento de desaliento espiritual o una crítica a su carácter o habilidades, pero todo líder se enfrentará a tormentas de algún tipo. Demasiados líderes son derribados por las tormentas de la vida en este mundo caído. Demasiados líderes dejan el ministerio derrotados o rotos de alguna manera. Demasiados líderes tienen ministerios a corto plazo. Demasiados líderes fallan en experimentar el gozoso fruto de la longevidad del ministerio. Y permítanme decir aquí que la longevidad del ministerio no solo se trata de aguantar por mucho tiempo sino de crecer en madurez, y porque hay crecimiento en madurez, hay una cosecha creciente de frutos a largo plazo. Es más que la resistencia; es la resistencia que produce un fruto duradero del evangelio. Ya he dado pistas de la respuesta, pero quiero abordar claramente la cuestión aquí: «¿Por qué la longevidad del liderazgo es tan vitalmente importante?» Estoy profundamente convencido de que la Iglesia de Jesucristo ha sido demasiado influenciada por el corto período de atención, la siguiente cosa mejor, la gratificación instantánea, y la cultura fácilmente aburrida de la sociedad en la que vivimos y trabajamos. Somos tentados a perseguir la próxima gran fase de adoración y prestar demasiada atención al próximo líder joven y atractivo; estamos demasiado influenciados por las luces de los medios sociales, demasiado interesados en las estrategias para obtener resultados rápidos y exitosos, y demasiado dispuestos a buscar la clave de esto o aquello que lanzaría nuestros ministerios a un estrato diferente. Somos tentados a preferir lo rápido y despreciar lo lento. Somos tentados a estimar lo nuevo y despreciar lo viejo. Nos atraen las nuevas ideas en lugar de las antiguas verdades. Somos tentados a buscar nuevos y mejores caminos en lugar de los antiguos caminos probados y verdaderos. Somos tentados a centrarnos en el momento presente y no en nuestro legado potencial. La cultura que nos rodea tiende a carecer de paciencia y de estima por el proceso a largo plazo, y me temo que hemos empezado a carecer de paciencia también. Se podría argumentar que hay pocas cualidades espirituales más importantes para un líder del ministerio que la paciencia. Primero, vives en un mundo roto donde todo se hace más difícil por su disfunción. También ministras y diriges a personas que no siempre desean seguirte, se distraen fácilmente y son tentados diariamente, y a menudo pierden su camino. Junto con esto, tú y la gente que diriges son golpeados con las tormentas de la vida, de modo que a veces sus vidas se ven alteradas. Finalmente, y esto es lo más importante, estás llamado a ser el embajador de alguien que es infinitamente paciente y ha decidido que el cambio duradero es más a menudo un proceso y no un evento. La justificación, que es un evento que altera radicalmente la vida, es también la primera etapa en un proceso a largo plazo de transformación personal del corazón y de la vida. ¿Cómo no quedarnos asombrados por la paciencia de Dios mientras nos abrimos camino en la gran historia de la redención? ¿Cómo no asombrarnos por los miles de años entre la caída en el Edén y la victoria en la tumba vacía? ¿Cómo no nos dimos cuenta de la voluntad de Dios de enviar profeta tras profeta tras profeta con esencialmente la misma advertencia y bienvenida? ¿Cómo no nos dimos cuenta de la asombrosa paciencia de Jesús con sus discípulos o con las iglesias disfuncionales de las epístolas? ¿Cómo no podríamos consolarnos por el hecho de que en la paciencia el juicio de Dios todavía espera mientras su misericordia obra? ¿Cómo podríamos pasar por alto que nuestra esperanza diaria está conectada con la gracia paciente de nuestro Salvador? Tanto la historia central de la Biblia como nuestras historias individuales son retratos de un Redentor siempre fiel y paciente. No habría reino de Dios, Iglesia de Jesucristo, ni pueblo de Dios, ni población en los nuevos cielos y la nueva tierra si no fuera por la infinita paciencia del Señor. Dios es paciente en el amor, el juicio, la soberanía, la sabiduría, el poder y la misericordia. Está dispuesto a hacer lo mismo en ti y para ti una y otra vez hasta que eches raíces y florezcas. Está dispuesto a decirte lo mismo una y otra vez hasta que lo escuches y lo vivas. Él recibe tu debilidad con paciencia y no con disgusto. Responde a tus andanzas con la paciencia de gracia rescatadora y no con condenación. Él pacientemente te levanta cuando caes. Sana pacientemente las heridas que tú mismo te has hecho. Pacientemente se interpone en tu camino cuando quieres tu propio camino. Nunca se cansa de ti. Nunca te da la espalda y se aleja. Se entrega pacientemente al trabajo que ha comenzado en ti, y continuará pacientemente hasta que su trabajo esté hecho. Su trabajo es un proceso, no un evento. La redención es un trabajo de longevidad. La redención es un trabajo de legado. La redención requiere paciencia. Así que, si algún líder de cualquier comunidad de liderazgo va a llegar a ser espiritualmente maduro para poder experimentar el fruto de la longevidad del ministerio, debe ser bendecido por una comunidad evangélica de líderes que trabajen pacientemente, que contribuyan a su madurez. Esta comunidad no debe entrar en pánico cuando su inmadurez sea expuesta, cuando sean reveladas sus debilidades espirituales, cuando está más a la defensiva de lo que debería, más seguro de sí mismo de lo que es apropiado, cuando pierde el rumbo por un momento, cuando quiere huir o cuando falla de alguna manera. Sí, hay momentos en que un líder rebelde y renuente que no se somete, confiesa y se arrepiente debe ser removido de su posición de liderazgo, pero cuando esto sucede, debe ser al final de un largo proceso de paciente rescate, confrontación y restauración de la gracia. Hacer estrategias para la longevidad del ministerio significa responder con la gracia paciente ante la inmadurez espiritual de un líder, buscando ser parte de la obra de Dios de rescate y transformación. LIDERAZGO ESPIRITUALMENTE MADURO: UNA ILUSTRACIÓN ¿Cómo es una comunidad de liderazgo espiritualmente madura? Considera el hermoso retrato en 2 Corintios 4:1-11: Por esto, ya que por la misericordia de Dios tenemos este ministerio, no nos desanimamos. Más bien, hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas; no actuamos con engaño ni torcemos la palabra de Dios. Al contrario, mediante la clara exposición de la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana en la presencia de Dios. Pero, si nuestro evangelio está encubierto, lo está para los que se pierden. El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús. Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas,[a] hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal. He citado un pasaje bastante largo porque creo que la descripción de Pablo del carácter de su ministerio y su propia mentalidad de ministerio es muy importante y hermosa. Es una mejor ilustración de lo que yo podría describir, del tipo de madurez espiritual en un líder de ministerio que lleva a dar fruto a largo plazo. A continuación, se presentan tres características de su ministerio que definen la madurez espiritual e impulsan la longevidad del ministerio. Humildad Pablo escribe que solo hay una cosa que es la razón por la que tiene este ministerio: la misericordia de Dios. Ha renunciado a las formas vergonzosas, solapadas y maliciosas. Esas actitudes y acciones en el liderazgo del ministerio nunca son sobre el éxito del evangelio, la salvación y el crecimiento de los demás, o la gloria del Salvador. Se trata de la búsqueda de un mayor poder personal, prestigio, posición y control. Eso significa que son el fruto de un líder de corazón orgulloso. Pablo se compara a sí mismo con una vasija de barro, aún más, una vasija de barro agrietada, en la que la luz del poder de Dios se muestra a través de ella. Esta ilustración es una reprimenda a la imagen de liderazgo machista, estilo artes marciales, fuerte y agresivo que está demasiado presente en nuestros círculos de liderazgo y merma la reputación del evangelio y daña a la gente. La debilidad de un líder ministerial no es un obstáculo para una vida ministerial vibrante, pero es un ingrediente vital si esa debilidad le hace correr hacia la gracia de Dios para recibir ayuda momento a momento y estar abierto al ministerio de los demás. Finalmente, Pablo escribe que no está en el centro de su visión del ministerio, sino que el bien de los demás es su motivación y meta. Y lo dice «por el bien de ustedes» (2 Cor. 4:15). Valentía Pablo es valiente en su ministerio del evangelio. Se caracteriza por una «clara exposición de la verdad» (4:2). No hay temor del hombre o de las circunstancias que le harían comprometer la confrontación, el consuelo o el llamado del evangelio de ninguna manera. Pablo muestra valor ante el sufrimiento, no viviendo con el miedo a ser destruido. Me hace preguntarme cuánto de lo que hacemos como líderes del ministerio está impulsado por el miedo y no por la fe. Finalmente, se ve una hermosa ilustración de lo que sucede cuando la humildad se mezcla con la valentía, cuando Pablo escribe que «… a nosotros los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal». (4:11). Nota, esto no es una queja sobre las dificultades del ministerio. Se trata de un líder que ha muerto a sí mismo y a todos sus deseos de consuelo y afirmación. La gloria del yo ha sido reemplazada por la gloria de Cristo, por lo que Pablo está dispuesto a soportar lo que nos llevaría a muchos de nosotros a salir del ministerio. Pero hay más. Esperanza Tal vez la esperanza es la característica más importante de todas por el fundamento de la esperanza de Pablo. No está en la fuerza de su personalidad, su habilidad con las palabras, la agudeza de su mente, su capacidad para motivar a los demás, el conocimiento que ha acumulado, o su historial de éxitos. Todo lo que dice sobre lo que le da esperanza está arraigado en la presencia, el poder, las promesas y la gracia de su Redentor. Ha sido humillado por el evangelio de Jesucristo, tiene valentía por el evangelio de Jesucristo, y tiene una esperanza sólida por el evangelio de Jesucristo. Su esperanza está arraigada en que es por gracia, y solo por gracia, que entiende el evangelio de la gracia. Escribe: «… Dios […] hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo» (4:6). Pablo explica cómo Dios convierte la muerte en vida y cómo ha sido bendecido con los asombrosos recursos del poder de Dios. Se basa en la realidad de que, aunque externamente se esté consumiendo, es bendecido con misericordias renovadoras cada día. Y descansa en la seguridad de una gloria eterna que hará que este sufrimiento presente parezca ligero y efímero (4:17). La madurez espiritual en la vida y el ministerio de un líder del ministerio consiste en ser humillado por el evangelio, ser valiente por el evangelio e infundir una esperanza sólida por el evangelio. Como líderes no somos naturalmente humildes, valientes o esperanzados. Pasamos naturalmente del orgullo al miedo y viceversa. Para ser tal como fuimos diseñados y hacer lo que fuimos llamados a hacer como líderes, necesitamos la gracia, que estamos llamados a proteger y proclamar a los demás, ministrada a nosotros de una manera que progresivamente transforma nuestros corazones. Esto significa que, para liderar, necesitamos ser rescatados diariamente de nosotros mismos. Como líderes no somos tan humildes o valientes o tan esperanzados como podríamos ser por la gracia. Todos necesitamos crecer en una mayor madurez para poder experimentar una longevidad fructífera, y para ello necesitamos una comunidad evangélica fiel y amorosa. LA ELABORACIÓN DE ESTRATEGIAS PARA LA LONGEVIDAD DEL LIDERAZGO DEL MINISTERIO Así que, ¿cómo se fomenta el crecimiento continuo de la madurez de los miembros de su comunidad de liderazgo y, al mismo tiempo, se protege de las tentaciones de egoísmo que todo líder de ministerio enfrenta? Quiero responder a esta pregunta importando un modelo que he usado durante mucho tiempo. No se me ocurre ninguna herramienta más nueva o mejor para martillar en su cultura de liderazgo que esta. Es un modelo de confrontación bíblica. Ahora, no se desanime por la palabra confrontación. La confrontación bíblica no se trata de dedos puntiagudos, una cara roja, una voz fuerte, y palabras acusadoras y condenatorias. Mejor dicho, es ayudar amorosamente a alguien a ver lo que no está viendo para que pueda enfrentarlo y crecer. Así es como funciona el crecimiento del evangelio: no puedes afligirte por lo que no ves, no puedes confesar lo que no te ha afligido, y no puedes arrepentirte de lo que no has confesado. Este modelo de confrontación amorosa, que produce crecimiento está organizado en cuatro partes. 1. Consideración. ¿Qué necesitamos ver, y cómo podemos ayudar a nuestros compañeros líderes a verlo? Debido a la dinámica de la ceguera espiritual, no siempre nos vemos a nosotros mismos con precisión, así que todos necesitamos instrumentos de visión para ayudarnos. No debemos permitirnos pensar que somos graduados de la gracia o que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Porque como líderes hemos sido acogidos por la gracia de Dios, podemos ser humildes y accesibles, por lo tanto, protegidos y con la capacidad de crecer. 2. Confesión. ¿Qué pensamientos, actitudes y acciones necesitamos confesar individual y colectivamente, haciendo una confesión humilde y honesta a Dios y a los demás cuando sea necesario? Una comunidad de liderazgo en el ministerio que crece en gracia será una comunidad de confesión. No habrá cosas ocultas en oscuros armarios que temamos o que seamos demasiado orgullosos para admitir. Una comunidad llena de gracia no deja que el pecado crezca e infecte. No funciona en torno a circunstancias y patrones cuestionables, o hábitos. En una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable, la confesión no es inusual y torpe, sino una parte regular de su cultura de la gracia. 3. Compromiso. ¿Cómo nos llama Dios, individualmente y como comunidad de liderazgo, a vivir nuevos pensamientos, actitudes, palabras y acciones? El conocimiento es un paso hacia el cambio, pero no es solo el cambio. La confesión es un paso más hacia el cambio, pero si esa confesión no va seguida de un compromiso con un nuevo camino que honre a Dios, entonces no es ni una verdadera confesión ni un cambio. Si la confesión es el resultado de ojos que ahora ven y un corazón afligido, será seguida por un deseo de gracia rescatadora y transformadora. Cada comunidad de liderazgo debe ser constantemente impulsada hacia adelante y madurar por nuevos compromisos con el llamado de la gracia de Dios. 4. Cambio. ¿Cómo podemos arraigar estos nuevos compromisos, individualmente y en conjunto, en nuestra vida rutinaria y ministerio como una comunidad de liderazgo? Debemos considerar dónde nos llama Dios para cambiar la forma en que operamos, las actitudes que tenemos hacia los demás y hacia aquellos a los que servimos, y la forma en que nos relacionamos con los demás y con aquellos a los que servimos. ¿Cómo nos llama Dios a cambiar la forma en que pensamos y hacemos los «negocios» del ministerio? ¿Qué cambios tenemos que hacer y cómo se harán? Debemos recordar que el cambio no se ha producido hasta que se ha producido. No se sigue a Dios hablando de seguirlo, sino siguiéndolo con gozosa humildad y sumisión. Que Dios nos encuentre con su gracia para que no solo estemos dispuestos, sino que lo hagamos con gozo. Así que les he dado un modelo práctico para crear estrategias para el tipo de longevidad del liderazgo en el ministerio que solo es el resultado de una comunidad de liderazgo que continúa creciendo en madurez espiritual, individual y colectivamente. Y estoy lleno de esperanza para cada comunidad de liderazgo alrededor del mundo, porque realmente creo en el asombroso poder de la gracia rescatadora, perdonadora y transformadora de Dios, y que se nos han dado «… todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda». (2 Ped. 1:3). Entre el «ya» de nuestra conversión y nuestro llamado al ministerio y el «todavía no» de nuestra vuelta a casa, Dios ya nos ha dado a cada uno de nosotros todo lo que necesitamos para ser lo que se supone que debemos ser y hacer lo que se supone que debemos hacer aquí y ahora. Es la generosidad y la seguridad de este evangelio de la gracia lo que me hace escribir con esperanza. Espero que tú también tengas esperanza, de una manera que te infunda humildad y valor a largo plazo. — 12 — Presencia Fue un golpe devastador a mi espalda, llevado a cabo por personas en las que confiaba. Había fundado una escuela cristiana, escrito su filosofía de educación, ayudado en el diseño de su currículum, contratado y dirigido a todos sus profesores. Había reunido una comunidad alrededor de la escuela que la amaba y trabajaba para hacerla saludable. No era un líder perfecto. Era joven y cometí muchos errores. Teníamos algunos problemas en las instalaciones y problemas financieros, pero eso no es raro en una escuela cristiana independiente. Dirigí un consejo que parecía unido y listo para tratar las necesidades de la escuela. Estaba dispuesto a entregar el liderazgo de la escuela a otro porque sabía que no podía hacer lo que se necesitaba y al mismo tiempo servir como pastor de tiempo completo. Desde mi perspectiva, el próximo líder no estaba en el horizonte. Ese jueves por la noche ocurrió lo inimaginable. Mediante una estrategia cuidadosamente planeada por un grupo del consejo, fui expulsado como presidente del consejo y destituido de todo el liderazgo de la escuela. Estaba confundido y triste. Nunca olvidaré esa noche cuando entré a mi casa más tarde. Debí lucir devastado, porque mi esposa, Luella, me preguntó qué pasaba. Le dije: «¡Me han echado de la escuela!». Ella tampoco podía creer lo que había pasado. Había sido el director de la escuela durante años, sin sueldo, mientras pagaba la colegiatura de mis hijos. No sabía que había perdido la confianza de mis compañeros. No sabía que había tanta desunión entre nosotros. No sabía que no tendríamos la oportunidad de hablar de nuestros problemas antes de que me expulsaran. No lo sabía. Cuando pasas por algo similar, la amargura se encuentra a la vuelta de la esquina, como me pasó a mí. En los siguientes días, en lugar de recordar la grandeza, la gracia y la presencia de mi Salvador, recordaba una y otra vez todas las formas en que había servido a esta escuela. Con cada recuerdo me amargaba más. «¿Tienen idea de todas las cosas que he hecho por ellos?», me preguntaba una y otra vez. Sentía que me habían robado, como si me hubieran quitado algo que me pertenecía. La escuela había sido mi bebé. Era muy valiosa para mí. Era una valiosa pieza del ministerio. Me estaba predicando un falso evangelio a mí mismo, y no lo sabía. Pero mi Salvador fue fiel y comenzó a recordarme el verdadero evangelio, el que lo tiene a Él en el centro y no a mí. Con lágrimas en los ojos empecé a aceptar que la escuela no era mía, nunca lo había sido. Dios me había dado la visión y los dones que empleaba allí. Dios había levantado una comunidad de apoyo. Dios había provisto los recursos para que pudiéramos tener un edificio. Dios nos había dotado y conectado con maravillosos profesores dedicados. Dios había trabajado la visión y el compromiso en los corazones de los padres para que estuvieran dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para enviar a sus hijos a nuestra escuela. Y los niños de esa escuela no me pertenecían a mí, sino al Señor. No solo habían sido creados por Él para vivir para Su gloria, sino que también habían sido elegidos por Dios para estar en familias de fe, familias que persiguen un enfoque claramente cristiano en su educación. Todo lo que la escuela era, era resultado de la presencia de Dios. Había un líder principal, presente y activo en cada parte, que había llevado a la escuela hasta este punto, y ese líder no era yo. No hay forma de que yo, con mis dones y habilidades para liderar, pudiera haber producido esos resultados. No tengo la sabiduría, el poder y el control necesarios. La escuela no fue un testimonio de mi perspicacia y trabajo duro, sino de la presencia y gracia de Dios. Había sido destituido de la escuela injustamente, pero Dios no había sido destituido. Él todavía estaba presente. Era Su escuela y no mía, y tenía derecho a hacer con ella lo que quisiera. Durante mi trabajo en la escuela, algo me había sucedido. No lo supe hasta esa desastrosa noche. En mi enfoque diario sobre lo que podía y debía hacer, cómo lo haría, con quién lo haría y cómo se financiaría, me había convertido en una presencia amnésica. Estaba tan ocupado estando presente que había perdido de vista los increíbles estímulos y protecciones que solo se encuentran cuando un líder mantiene sus ojos en la gloria de la presencia del Señor. Cosas malas suceden a los líderes del ministerio y a las comunidades cuando el trabajo del liderazgo del ministerio comienza a olvidar la presencia del Señor. No hablo de volverse teológicamente liberal, sino de la peligrosa brecha que a menudo comienza a crecer en el liderazgo del ministerio, entre nuestra teología confesional y nuestra teología funcional. Hay momentos en que lo que decimos que creemos no parece estar guiando nuestras acciones, reacciones y respuestas, o el estado de nuestras emociones. Ahí estaba yo, no había cambiado mi teología en lo más mínimo, pero me había vuelto autocentrado y autodependiente, y lo que en realidad pertenecía a Dios, lo veía como algo que me pertenecía a mí (aunque si me hubieras preguntado, por supuesto habría dicho que la escuela pertenecía al Señor). Cuando me quitaron la escuela de las manos, tomé un rumbo emocional y espiritual hasta que el Señor me encontró en Su gracia y me recordó la realidad transformadora de Su presencia. Puede que no tengas una experiencia como esa, pero si eres un líder de una iglesia o ministerio, probablemente estés concentrado y ocupado, y también puedes estar en peligro de estar tan centrado en ti mismo que te hayas convertido en una presencia amnésica. Liderar un ministerio sin la presencia del Señor llenando los ojos de tu corazón es peligroso para cualquier líder o comunidad. Si vemos la creación y no vemos la gloria y la presencia de quien lo creó todo y controla hasta hoy, entonces es posible ver tu ministerio y olvidar que todo lo bueno que hay es obra de manos más grandes que las tuyas. ESTUDIO DE CASO 1: PRESENCIA Y GLORIA Como medio para dirigir la atención al poder protector de los líderes que recuerdan siempre la presencia y la gloria de Dios, he decidido usar el sueño de Daniel 4 y Nabucodonosor como caso de estudio. El mensaje principal del evangelio de Daniel es recordarnos que Dios gobierna las naciones y la historia humana en Su plan de redención para nuestro bien y Su gloria. Al mismo tiempo, parece importante preguntarse por qué hay tantos detalles en Daniel. ¿Podría ser que los detalles estén ahí para ilustrar una vez más la lucha humana fundamental y la obra transformadora de la gracia de Dios en respuesta a ella? A continuación, hay una porción de Daniel 4 (vv. 24-37), quien interpreta el confuso sueño de Nabucodonosor. Este rey pagano es diferente en muchas formas a cualquier líder de ministerio; por otro lado, hay algo importante en común: la tentación a la autoglorificación. Estará ahí hasta que el pecado sea completamente erradicado de nuestros corazones. El centro del pecado es la autoglorificación. Pablo nos recuerda en 2 Corintios 5:15 que Jesús vino para que los que viven ya no vivan para sí mismos. Nabucodonosor es presentado en las Escrituras como un ejemplo radical de lo que se esconde en el corazón de todos. De esta forma, este pasaje debería exponernos, condenarnos y animarnos a todos. Nabucodonosor es realmente un hombre, igual que nosotros. «La interpretación del sueño, y el decreto que el Altísimo ha emitido contra Su Majestad, es como sigue: Usted será apartado de la gente y habitará con los animales salvajes; comerá pasto como el ganado, y se empapará con el rocío del cielo. Siete años pasarán hasta que Su Majestad reconozca que el Altísimo es el Soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere. La orden de dejar el tocón y las raíces del árbol quiere decir que Su Majestad recibirá nuevamente el reino, cuando haya reconocido que el verdadero reino es el del cielo. Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy a dar: Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva a ser la de antes». En efecto, todo esto le sucedió al rey Nabucodonosor. Doce meses después, mientras daba un paseo por la terraza del palacio real de Babilonia, exclamó: «¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!» No había terminado de hablar cuando se escuchó una voz que desde el cielo decía: «Este es el decreto en cuanto a ti, rey Nabucodonosor. Tu autoridad real se te ha quitado. Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes; comerás pasto como el ganado, y siete años transcurrirán hasta que reconozcas que el Altísimo es el Soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere». Y al instante se cumplió lo anunciado a Nabucodonosor. Lo separaron de la gente, y comió pasto como el ganado. Su cuerpo se empapó con el rocío del cielo, y hasta el pelo y las uñas le crecieron como plumas y garras de águila. Pasado ese tiempo yo, Nabucodonosor, elevé los ojos al cielo, y recobré el juicio. Entonces alabé al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para siempre: Su dominio es eterno; su reino permanece para siempre. Ninguno de los pueblos de la tierra merece ser tomado en cuenta. Dios hace lo que quiere con los poderes celestiales y con los pueblos de la tierra. No hay quien se oponga a su poder ni quien le pida cuentas de sus actos. Recobré el juicio, y al momento me fueron devueltos la honra, el esplendor y la gloria de mi reino. Mis consejeros y cortesanos vinieron a buscarme, y me fue devuelto el trono. ¡Llegué a ser más poderoso que antes! Por eso yo, Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios (Dan. 4:24 –37). Hay una advertencia que toda comunidad de ministerio debe escuchar y considerar constantemente con atención. Si no estamos viviendo enfocados en la presencia y la gloria de Dios y como el motivador principal de todo lo que decimos y hacemos, lo que decimos y hacemos será impulsado por la gloria a nosotros mismos. Todo ser humano está orientado a la gloria, porque esa orientación está destinada a llevarnos a Dios. Así que todos vivimos siempre para algún tipo de gloria. Es importante entender que este es uno de los principales campos de batalla espiritual en el liderazgo del ministerio. Para los líderes del ministerio, el éxito es más peligroso espiritualmente que el fracaso, más poder a diferencia de ningún poder, nos tienta a dominar, la aclamación es una potencial trampa espiritual más que el rechazo, y la experiencia lleva consigo más tentaciones que las incógnitas al comenzar. Es vital que ministremos y dirijamos siempre enfocados en la presencia y la gloria de Dios. Si no lo hacemos, este pasaje nos advierte tres cosas que invariablemente sucederán. El versículo 27 nos alerta sobre la primera: «Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad […] Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos…». Si la gloriosa presencia de Dios no llena nuestros ojos y gobierna nuestro corazón, no lideraremos a la sumisión al Señor y al amor por los demás, sino a nosotros mismos y a nuestra gloria. Nota que el versículo 27 se refiere a los dos grandes mandamientos: amar a Dios sobre todo (practicar la justicia) y amar al prójimo como a uno mismo (mostrar misericordia a los oprimidos). Cuando, como líderes, estamos diariamente asombrados por la presencia y la gloria de Dios (no me refiero a la teología confesional, sino de nuestra conciencia), llevamos a cabo nuestro trabajo con gozo cumpliendo los dos grandes mandamientos, trabajando para la gloria de Dios y el bien de los demás. Pero si nos convertimos en presencias y glorias amnésicas, nuestras acciones serán impulsadas por motivos muy diferentes. Me sorprende el grado de egoísmo que se acepta regularmente en nuestra comunidad de liderazgo en el ministerio, y me entristece ver esas tentaciones en mi corazón. Podemos ver la autoglorificación del liderazgo en el ministerio en las publicaciones de Twitter, en las fotos de Instagram y en todo Facebook. Se ve en las demandas innecesarias que los oradores hacen regularmente. Lo ves en el derecho pastoral y la impaciencia. Lo podemos ver en las reuniones de liderazgo, donde hay demasiada vanagloria. Hay demasiada confianza en uno mismo y en la importancia de uno mismo entre nosotros. Hay momentos en que somos similares a los discípulos discutiendo sobre quién va a ser el más grande en el reino. No debemos olvidar la presencia y la gloria de Dios, no sea que dejemos de hacer lo que hacemos por lealtad a Él y amor a los demás, y lo hagamos por nosotros mismos. Daniel 4:30 nos alerta un segundo peligro de perder de vista la presencia y la gloria de Dios: «… ¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!». ¡Qué declaración tan alucinante y espiritualmente falsa! Era imposible que Nabucodonosor estuviera en su posición solo por su poder. El libro de Daniel es un argumento contra tal perspectiva del engrandecimiento propio. Pero esta dinámica espiritual debe ser una advertencia a cada comunidad de liderazgo en el ministerio. Si no estamos haciendo nuestro trabajo enfocados en la presencia y la gloria de Dios, tomaremos crédito por lo que nunca podríamos instituir, producir y controlar por nuestra cuenta. A los líderes se nos da demasiado crédito por los resultados de nuestro ministerio, y deberíamos resistirlo. La gente tiende a pensar que tenemos mucho más poder y sabiduría de la que realmente tenemos. El éxito del ministerio es un testimonio de quién es Dios y lo que está dispuesto a hacer a través de nosotros por gracia. No tenemos ninguna habilidad para controlar todas las cosas que necesitan para el éxito del ministerio. No tenemos control sobre nuestros dones. No tenemos el poder de volver los corazones de las personas al Señor. Somos herramientas en las manos de alguien con un poder, una gloria y una gracia impresionantes, y nada más. Las instituciones evangélicas que hemos construido han sido construidas por Su poder y Su gracia, por lo que se levantan como monumentos a Su presencia y Su gloria y no a nosotros. Como dice Romanos 11:36: «Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén». Hay una tercera cosa en este pasaje de Daniel en la humillación de Nabucodonosor. Si Dios solo quería traer juicio sobre Nabucodonosor, no habría un sueño y su interpretación. El sueño y su interpretación eran las advertencias de Dios. Incluso las advertencias más duras en las Escrituras son expresiones de gracia, Dios dando a la gente una oportunidad más para escuchar, examinar, confesar y arrepentirse. Así que la humillación de Nabucodonosor no fue un juicio sino gracia. Y al entregar su gloria a la gloria del Señor, su realeza fue devuelta aún más grande que antes. Dios no entregará Su gloria a alguien más. No quiere que nos atribuyamos el mérito de lo que solo Él puede hacer. Así que nos llevará a esos momentos en los que nos enfrentamos a la humillación de nuestra propia devastación. Esos momentos en los que todo se derrumba. Cuando el pecado es expuesto o cuando el liderazgo del ministerio es eliminado, no es un juicio, sino un misericordioso rescate. Sabemos que nuestro juicio fue soportado por Jesús, así que Dios nos humilla porque nos ama y nos atrae una vez más a Él, para vivir y liderar una vez más dentro de los sabios y amorosos límites que ha establecido para nosotros. Cada comunidad de liderazgo en el ministerio debe recordar una y otra vez, la presencia y la gloria de Dios. Esta cultura de la gloria de Dios es una protección contra la autoglorificación, y evitará que nos atribuyamos crédito por los éxitos del ministerio que nunca podríamos producir nosotros mismos. ESTUDIO DE CASO 2: PRESENCIA Y GRACIA Hay otra razón para mantener la presencia de Dios siempre presente: la necesidad de que los líderes del ministerio continúen recordándose a sí mismos sus inagotables recursos de protección y gracia, porque la fuente de esa gracia ha prometido nunca dejarlos ni abandonarlos. Recordemos al ejército de Israel acampando en el valle de Ela, listo para luchar contra el ejército filisteo. Dios ha prometido esta tierra a los hijos de Israel y se ha comprometido a liberar Su poder para derrotar a los enemigos que encontraran allí. Este relato de la derrota del gigante guerrero filisteo se encuentra en las Escrituras como otro recordatorio de que Dios no solo defenderá a Su pueblo, sino que no permitirá que nada ni nadie se interponga en el camino de Su gran plan de redención. Al mismo tiempo, la forma en que sus hijos interactúan con Su plan es instructiva. «Cada vez que los israelitas veían a Goliat huían despavoridos» (1 Sam. 17:24). Esta es la reacción que tuvieron los líderes del ejército israelita cuando vieron a Goliat por primera vez y recibieron su desafío. Se aterrorizaron y huyeron, y así lo hicieron durante cuarenta días. Al leer su respuesta, debe parecer muy equivocada. Están aterrorizados no solo a causa de Goliat, sino, fundamentalmente, porque están en medio de una amnesia teológica devastadora. Este es el ejército de Dios todopoderoso, que está con ellos y para ellos. Ningún poder en la tierra es capaz de decirle a Dios lo que tiene que hacer, interponerse en Su camino o derrotarlo. Los hombres de Israel tienen miedo no solo porque Goliat es grande y poderoso, sino porque han olvidado. Cuando un líder olvida la poderosa y gentil presencia del Señor, también olvida quién es y qué es suyo como hijo de Dios. La amnesia lleva a la confusión de identidad. Porque han olvidado la gracia de Dios, que los elegiría, liberaría de la esclavitud, preservaría en el desierto, les daría una tierra de leche y miel, y pelearía sus batallas por ellos; están haciendo los cálculos equivocados. La realidad no son estos soldados de tamaño normal contra este enorme guerrero filisteo; es este filisteo enclenque contra Dios todopoderoso. Ahora, ¿quién predecirás que ganará esa batalla? David aparece, enviado por su padre, Isaí, para llevar provisiones a sus hermanos, e inmediatamente se molesta por la escena, y dice: «… ¿Qué dicen que le darán a quien mate a ese filisteo y salve así el honor de Israel? ¿Quién se cree este filisteo pagano, que se atreve a desafiar al ejército del Dios viviente?» (17:26). Y David se ofrece para bajar al valle y enfrentarse a este feroz guerrero. David no se ofrece como voluntario porque esté delirando, tiene una visión exagerada de sus habilidades, o porque está lleno de sí mismo. Lo que dice a continuación nos permite saber por qué tiene tanto valor: «… ¡Nadie tiene por qué desanimarse a causa de este filisteo! […] Si este siervo de Su Majestad ha matado leones y osos, lo mismo puede hacer con ese filisteo pagano, porque está desafiando al ejército del Dios viviente» (17:32, 36). Por su propia experiencia, David está convencido de la gracia de la presencia y el poder de Dios. Está convencido de que Dios cumple sus promesas. Esto significa que David está convencido de que Dios está ahí con Él en el valle, y que porque lo está, David será capaz de hacer cosas en el poder de Dios que nunca podría hacer por sí mismo. «El Señor, que me libró de las garras del león y del oso, también me librará del poder de ese filisteo…» (17:37). David está diciendo: «Ya he experimentado el poder de Dios en momentos de peligro». Su recuerdo de la gracia de la presencia y el poder de Dios es la única fuente del valor que tiene en este momento, y que traería terror a los corazones de soldados experimentados. La derrota de Goliat es un testamento no solo del valor de David, sino de la presencia del Señor y el ejercicio de Su poder en nombre de Israel. Tal vez no sea necesario decirlo, pero lo diré de todos modos: un liderazgo efectivo y a largo plazo en el ministerio requiere valor. Te enfrentarás a la oposición. Soportarás acusaciones, malentendidos y preguntas sobre tus calificaciones. A veces, las relaciones serán tensas y las cargas familiares te agobiarán. La enfermedad física y la debilidad a veces pueden hacer que el ministerio parezca imposible, te sentirás débil e incapaz, que no estás a la altura de la tarea que Dios te ha asignado. El enemigo se burlará y te tentará. A veces tu trabajo no dará ningún fruto visible. Estarás tentado a desear un lugar o ministerio más fácil. Puede haber momentos en los que te sentirás infravalorado y menospreciado. A veces te sentirás sobrecargado por tratar de equilibrar el ministerio de la familia con tu ministerio del evangelio, y parece que no vas bien en ninguna de las dos cosas. Es un honor para todo líder del ministerio ser un embajador del Salvador. Debería traerte gozo, deberías pellizcarte para asegurarte de que no sea un sueño, y debe ser lo que te levante cada mañana, listo para otro día de servicio. Es maravilloso ser llamado a estar al lado del evangelio cada día de tu vida y ser un líder en el movimiento mundial del evangelio. Pero también hay que decir que el llamado al liderazgo del ministerio es un llamado al sufrimiento. Jesús advirtió a los discípulos que sufrirían como Él. Pablo dice que hemos sido elegidos no solo para creer en Cristo sino también para sufrir por Él (Fil. 1:29). Es en esos momentos difíciles, no deseados e inesperados de penuria en la vida de un líder del ministerio que la presencia amnésica es tan debilitante y devastadora. Cuando, como líder, en un momento de dificultad, olvidas la gracia de la presencia de Dios y Su compromiso de mostrar Su poder por ti, te vuelves un blanco fácil para las crueles mentiras del enemigo. Él quiere que te preguntes «¿qué pasaría si?» con ansiedad. Quiere que vuelvas y cuestiones tu vocación. Quiere robarte el valor y el deseo de continuar. Quiere crear caos dentro de ti y desunión entre tus compañeros. Atacará tan a menudo como pueda y tomará cualquier ventaja que le des. Como líder del ministerio, debes recordar una y otra vez que no luchamos contra carne y sangre, sino contra las fuerzas espirituales de las altas esferas. Y mientras recuerdas quién es el que realmente se opone a ti, también recuerda la presencia, la gloria y la gracia del que está contigo y para ti. Lo que cada líder del ministerio enfrentará no puede soportarlo o derrotarlo, y es precisamente por eso que Dios ha prometido que no te dejará, abandonarte simplemente no es opción. Como líder del ministerio, la presencia de Dios es tu esperanza, la presencia de Dios es tu confianza, la presencia de Dios es tu refugio, la presencia de Dios es tu valor, la presencia de Dios te llama a la humildad y a la dependencia, y la presencia de Dios es tu constante motivación para continuar. El liderazgo del ministerio, en su centro, se trata de una comunidad de líderes que practican juntos la presencia del Señor. Escribí este libro porque amo la Iglesia de Jesucristo y tengo un profundo afecto por todos los que han rendido sus vidas y dones al liderazgo del ministerio. Me encanta pasar tiempo con los líderes jóvenes. Me encanta animarlos en su trabajo y advertirles de los peligros que se avecinan. Me encanta cualquier momento que paso con pastores experimentados que han servido y sufrido con gozo. Y, porque mi corazón está en la Iglesia, me preocupa la salud espiritual de la comunidad de líderes que pastorean a su gente y dirigen sus ministerios. Este libro no trata sobre el trabajo estratégico de la comunidad de líderes del ministerio, sino sobre la protección y preservación de su profundidad espiritual para que pueda hacer su trabajo y den frutos a largo plazo. En realidad, este libro es sobre el Señor de la Iglesia, sobre Su amor por los embajadores que ha llamado para representarlo, y cómo satisface todas sus necesidades con una gracia gloriosa y fiel. ¿Qué tipo de liderazgo ministerial espero que este libro estimule? Dejaré que el apóstol Pablo responda: «Nosotros, colaboradores de Dios, les rogamos que no reciban su gracia en vano. Porque él dice: “En el momento propicio te escuché, y en el día de salvación te ayudé”. Les digo que este es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación! Por nuestra parte, a nadie damos motivo alguno de tropiezo, para que no se desacredite nuestro servicio. Más bien, en todo y con mucha paciencia nos acreditamos como servidores de Dios: en sufrimientos, privaciones y angustias; en azotes, cárceles y tumultos; en trabajos pesados, desvelos y hambre. Servimos con pureza, conocimiento, constancia y bondad; en el Espíritu Santo y en amor sincero; con palabras de verdad y con el poder de Dios; con armas de justicia, tanto ofensivas como defensivas; por honra y por deshonra, por mala y por buena fama; veraces, pero tenidos por engañadores; conocidos, pero tenidos por desconocidos; como moribundos, pero aún con vida; golpeados, pero no muertos; aparentemente tristes, pero siempre alegres; pobres en apariencia, pero enriqueciendo a muchos; como si no tuviéramos nada, pero poseyéndolo todo. Hermanos corintios, les hemos hablado con toda franqueza; les hemos abierto de par en par nuestro corazón» (2 Cor. 6:1–11). Que Dios forme en tu corazón el espíritu expresado en estas palabras, y te bendiga con toda la gracia que necesites para guiar en Su nombre. 1. Paul David Tripp, El llamamiento peligroso: Enfrentando los singulares desafíos del ministerio pastoral (Graham, NC; Publicaciones Faro de Gracia, 2019). 2. Paul David Tripp, Dangerous Calling: Confronting the Unique Challenges of Pastoral Ministry [El llamamiento peligroso] (Wheaton, IL: Crossway, 2012). 3. Paul David Tripp, Instrumentos en manos del Redentor: Cómo personas necesitadas de transformación pueden ayudar a otros necesitados de transformación (Publicaciones Faro de Gracia, 2019).