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Índice
Prefacio
Introducción: Crisis
1 Éxito
2 Evangelio
3 Límites
4 Equilibrio
5 Carácter
6 Guerra
7 Siervos
8 Sinceridad
9 Identidad
10 Restauración
11 Longevidad
12 Presencia
Sé líder: 12 principios del evangelio para el liderazgo en la iglesia
Copyright © 2021 por Paul David Tripp
Todos los derechos reservados.
Derechos internacionales registrados.
B&H Publishing Group
Nashville, TN 37234
Diseño de portada e ilustración por Ordinary Folk, ordinaryfolk.co
Director editorial: Giancarlo Montemayor
Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee
Traducción: Gerardo Montemayor
Clasificación Decimal Dewey: 303.3
Clasifíquese: LIDERAZGO/CLERO/ADMINISTRACIÓN DE LA IGLESIA
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de
manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el
fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de
datos, sin el consentimiento escrito del autor.
Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión
Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc. ®. Usadas con permiso. Todos los
derechos reservados.
ISBN: 978-1-0877-3643-3
Impreso en EE. UU.
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A todos los líderes que invirtieron en mí, me pastorearon, me confrontaron,
oraron por mí y me mostraron la paciente, perdonadora y transformadora gracia
de mi Salvador.
PREFACIO
Es uno de los distinguidos e inmerecidos privilegios y deleites de mi vida. No
entrené para hacerlo, no lo vi venir, y me sigue sorprendiendo hasta hoy. He sido
llamado a poner las palabras del evangelio en una página tras otra en un libro
tras otro. Me levanto cada mañana con entusiasmo y aprecio. Al principio, la
escritura no me resultaba natural. Escribía con tanta confianza como una persona
que, arrastrada por el espíritu invernal, patina sobre hielo por primera vez.
Recibí de regreso mi primer manuscrito con las correcciones y comentarios del
editor en rojo, ¡y parecía una carnicería! Pero me he mantenido en ello y estoy
profundamente agradecido de que esto es lo que tengo que hacer con mi vida, mi
tiempo, mis dones y mi conocimiento.
Solo tengo una cosa que ofrecer: las verdades del evangelio del Señor Jesucristo.
Todo lo que hago con cada libro es ponerme las gafas del evangelio y mirar otro
tema en la vida de un creyente o en la cultura de la Iglesia. He dicho en broma
que solo he escrito un libro; simplemente le cambio el título cada año. Debido a
que el evangelio es tan infinitamente profundo, sé que podría seguir escarbando
en él durante el próximo siglo y nunca llegar al fondo. También sé que las
aplicaciones del evangelio a la vida cotidiana son tan amplias y variadas que
nunca me quedaría sin cosas nuevas para examinar desde la perspectiva del
evangelio.
Verás, el evangelio no es solo un conjunto de hechos históricos. Sin duda es eso.
Está basado en actos divinos de intervención y sustitución que si no son reales e
históricos le robarían al evangelio su fiabilidad, promesa y poder. Pero el
evangelio no es solo un conjunto de hechos históricos, sino también una
colección de realidades redentoras actuales. Ciertas cosas son verdaderas ahora,
y son verdaderas para cada creyente, debido a lo que Dios hizo históricamente y
está haciendo actualmente a través de ellas. Hay más. El evangelio es una
identidad viva para todos los que creen. Nos hemos convertido en algo en Cristo,
algo que es glorioso y nuevo y lleno de un nuevo potencial. La buena teología
del evangelio no solo te define quién es Dios y lo que ha hecho; también
redefine quién eres como Su hijo.
Una última cosa. Como dije antes, el evangelio está destinado a ser un nuevo
juego de anteojos que cada creyente utiliza y a través del cual mira la vida.
Déjame decirlo de otra manera. El evangelio de Jesucristo está destinado a ser la
hermenéutica de tu vida, es decir, el medio por el que entiendes y das sentido a la
vida. Esto es importante porque los seres humanos no viven la vida basándose en
los hechos de su experiencia, sino en su interpretación de los hechos. Sean
conscientes de ello o no, cada ser humano es un creador de sentido, un teólogo,
un filósofo o un antropólogo, siempre considerando las cosas por separado para
entender lo que significan. Como líder de un ministerio, estás haciendo un
trabajo teológico no solo cuando predicas, enseñas o diriges, sino también en la
forma en que piensas sobre ti mismo, entiendes tu ministerio y te relacionas con
tus compañeros líderes. Cada libro que escribo tiene el propósito de ayudar a la
gente a mirar algún aspecto de la vida o del ministerio a través de la lente del
evangelio.
A veces este maravilloso trabajo que se me ha dado fluye con facilidad; las
palabras parecen salir volando de mis dedos y llegar a la página del libro. Pero
otras veces parece que paso mucho de mi tiempo de escritura mirando la página
no escrita, debatiendo cómo se dirían mejor las cosas y orando por la sabiduría y
la capacidad que no tengo por mi cuenta. En esos días, no estoy seguro de si el
problema soy yo y la variedad de distracciones y debilidades que traigo al
proceso de escritura o si es el tema y todos los delicados equilibrios que
necesitan ser expresados bien. No me desanimo cuando el trabajo es duro,
porque estoy profundamente convencido de que he sido llamado a hacer este
trabajo, no porque yo sea rico en dones y sabiduría, sino porque mi Señor es
glorioso en todos los sentidos, y me encuentra en mi debilidad con una fuerza
que solo Él puede dar.
Escribo siempre como un pastor. Esto puede parecerte extraño, pero escribo con
una congregación en mi mente. Escribo con amor por la gente que tengo en
mente. Escribo con pasión para que conozcan la profundidad de lo que se les ha
dado en la asombrosa gracia y el amor ilimitado de Jesús. Y sé que, debido a que
la obra de Jesús a nuestro favor es completamente suficiente, puedo ser honesto.
No hay daño que el pecado haya hecho o hará que no haya sido abordado por Su
persona, Su trabajo, Sus promesas y Su presencia. Escribo convencido de que
nosotros, la comunidad de creyentes, podemos ser la comunidad más honesta de
la tierra porque no hay nada que pueda ser conocido, revelado o expuesto sobre
nosotros que no haya sido cubierto por la obra expiatoria de Cristo.
Al final, confío en que mi trabajo no solo dará a la gente una nueva forma de
pensar sobre la información del evangelio que encuentran en sus Biblias, sino
que en última instancia llevará a una transformación del corazón y de la vida.
Escribo con la esperanza de que mis palabras estimulen la fe, el amor, la
esperanza, la valentía, la alegría, la humildad, la perseverancia, la misericordia y
la generosidad, y que encontremos estas cosas no solo en todos los lugares
típicos donde la gente vive y se relaciona, sino también en las relaciones y el
trabajo de los encargados de dar liderazgo a la Iglesia.
Es con esta esperanza que les ofrezco este libro. Escribo como un pastor que
ama a los pastores y tiene un profundo aprecio y respeto por los sacrificios
diarios que cada líder del ministerio hace por el bien del evangelio de Jesucristo
y la salud espiritual del pueblo de Dios. Como todos los demás libros que he
escrito, pienso en él como un libro sobre el evangelio. No es primero una crítica
al liderazgo del ministerio, sino más bien un llamado a dejar que el evangelio de
Jesucristo forme la manera en que nos vemos como líderes, la manera en que nos
relacionamos unos con otros como una comunidad de liderazgo, y la forma en
que hacemos nuestro trabajo de liderazgo en el ministerio. Este no ha sido un
libro fácil, porque escribí queriendo examinar las cosas difíciles, pero lo hago de
una manera que refleja la esperanza y el amor del evangelio. No quería que la
honestidad disminuyera la esperanza o que la esperanza debilitara la honestidad.
Mi esperanza es que, al leerlo, seas bendecido no solo con esperanza, sino con la
esperanza que corrige, protege y establece nuevos objetivos donde sean
necesarios.
¡Que Dios los bendiga ricamente a ustedes y a todo lo que hagan en Su nombre!
Paul David Tripp
13 de mayo de 2019
Introducción
Crisis
Amo a la Iglesia. Amo su adoración, amo su predicación, amo su teología
evangélica, amo su comunidad, amo su testimonio al mundo, amo sus
ministerios de misericordia y amo a sus líderes. Cuando tengo el privilegio de
estar ante una reunión de líderes de la Iglesia, siempre me siento lleno de honor
y aprecio. Conozco bien el camino que cada pastor recorre porque yo mismo he
recorrido ese largo camino. Conozco la carga de ser miembro del núcleo de la
comunidad de pastores y líderes de la Iglesia. Tengo demasiado respeto por
aquellos que responden al llamado de dar su vida al ministerio de la Iglesia. Sé
que el pastor promedio trabaja demasiado, tiene poco personal y no está bien
pagado, así que aprecio mucho a aquellos que han elegido vivir esa vida. Soy
miembro de una iglesia maravillosa, con un liderazgo piadoso y dedicado y una
predicación del evangelio que da vida. Ser parte de su comunidad es una de las
alegrías de mi vida.
El amor que tengo por la Iglesia es la razón por la que estoy preocupado por sus
líderes. Mi preocupación se ha profundizado a medida que he recibido llamada
tras llamada después de mi libro El llamamiento peligroso. ¹ La llamada que a
continuación mencionaré provino del presidente del consejo de una iglesia local
con la que me asocié para un ministerio. Estaba conmocionado, herido, enojado
y confundido. Me pidió ayuda, pero no estoy seguro de que quisiera mi ayuda, al
menos no la que yo me sentía obligado a darle. Mientras conversábamos, su ira
se volvió hacia mí. Quería ayudarlo a él y a sus compañeros líderes a atravesar el
oscuro y rocoso camino que recorrerían durante los próximos meses, pero su ira
me dijo que no me invitaría a participar. Dejé mi celular después de nuestra
charla y la tristeza se apoderó de mí. No era la primera vez, y sabía que no sería
la última. Llevo esa tristeza conmigo. Me conduce a la oración, me hace celebrar
la gracia de Dios, y me motiva a pensar que podemos y debemos hacerlo mejor.
Lo que me preocupó en la llamada de ese día, y muchas otras llamadas similares,
no es que mi amigo líder estuviera conmocionado, herido y enfadado. Debería
estar sorprendido por la vida hipócrita de su pastor principal. Debería haberle
dolido que su pastor amara su placer más de lo que amaba a la gente que había
sido llamado a alimentar y a liderar. Quien me llamó necesitaba estar enojado
por la violación de todo lo que Dios diseñó para Su Iglesia. Pero lo que me
preocupó y me dejó triste después de la llamada fue que no había introspección,
ni asombro sobre la naturaleza de la comunidad de liderazgo que rodeaba al
pastor caído, y ninguna aparente voluntad de hablar de otras cosas que no fueran
qué hacer con el pastor, quien era el foco de su ira.
Desearía que esta conversación hubiera sido una excepción, pero no lo fue.
Todos hemos sido testigos de la caída de pastores conocidos con una gran
influencia y notoriedad, pero por cada caída pública, hay cientos de pastores
desconocidos que han caído, han dejado tanto su liderazgo como su iglesia en
crisis, o son solo cascarones espirituales de los pastores que una vez fueron.
Hemos hablado de idolatrar la fama, de la inmoralidad pastoral y de la seducción
del poder, pero escribo este libro porque, muy a menudo, detrás del fracaso de un
pastor hay una comunidad de liderazgo débil y fracasada. No tenemos solo una
crisis pastoral; estoy convencido de que, basado en conversación tras
conversación con los pastores y su liderazgo, tenemos una crisis de liderazgo.
¿Podría ser que la forma en que hemos estructurado el liderazgo de la iglesia
local, la forma en que los líderes se relacionan entre sí, la manera en que
formamos la descripción del trabajo de un líder y el estilo de vida diario de la
comunidad de liderazgo puedan ser factores que contribuyan al fracaso pastoral?
¿Podría ser que mientras los líderes estamos disciplinando al pastor, lidiando con
el daño que ha dejado atrás y trabajando hacia la restauración, necesitamos mirar
hacia adentro y examinar lo que su caída nos dice sobre nosotros mismos?
¿Podría ser que estemos mirando a los modelos equivocados para entender cómo
liderar? ¿Podría ser que, al enamorarnos de los modelos corporativos de
liderazgo, hayamos perdido de vista las ideas y valores más profundos del
evangelio? ¿Podría ser que hayamos olvidado que el llamado a liderar la Iglesia
de Cristo no se resume en organizar, dirigir y financiar un catálogo semanal de
reuniones y eventos religiosos? ¿Podría ser que muchas de nuestras comunidades
de liderazgo no funcionan realmente como comunidades? ¿Y podría ser que
muchos de nuestros líderes no quieren realmente ser liderados, y muchos en
nuestra comunidad de liderazgo no valoran la verdadera comunidad bíblica?
Sabía que cuando escribí El llamamiento peligroso, que aborda las tentaciones
únicas que cada pastor enfrenta, necesitaría escribir otro libro dirigido a la
comunidad de líderes que rodea al pastor. He necesitado los años desde que se
publicó El llamamiento peligroso, con todas esas tristes y difíciles
conversaciones telefónicas, antes de emprenderlo. He necesitado sentarme cara a
cara con decenas de pastores novatos y veteranos. He necesitado muchas horas
de estudio y reflexión. Pero estoy emocionado de usar mi voz con la esperanza
de que encienda una conversación que estoy convencido que necesitamos tener,
pero que a menudo no tenemos.
Este libro no es una crítica deprimente. Puedes ir a Twitter para eso, el lugar que
nos ha revelado a todos que el juicio es mucho más natural para nosotros que la
gracia. Quiero proponer un modelo de carácter positivo para la iglesia local o el
liderazgo del ministerio. Se ha escrito mucho sobre el don de un líder, sobre
tener a las personas adecuadas en los lugares adecuados, sobre las estructuras de
liderazgo, y sobre cómo tomar decisiones e impulsar la visión. Todas estas cosas
son importantes, pero no son lo más importante. Quiero dirigir tu pensamiento
hacia el carácter fundacional y el estilo de vida de una comunidad de liderazgo
de una iglesia saludable. Mi esperanza es que el resultado sea la perspicacia, la
confesión y la transformación de la comunidad.
Jim me llamó porque la vida secreta y sórdida de su pastor principal ya no era un
secreto. Como tantas otras situaciones, la computadora era la herramienta que
había expuesto el secreto. Al principio, Jim y sus compañeros líderes se negaron.
Simplemente no podían creer que estas cosas estuvieran pasando en la vida del
hombre con el que habían trabajado y en el que habían confiado durante años.
Pensaron que tal vez su computadora había sido hackeada, pero cuando se
acercaron a él, cambiaron de opinión, porque negó todo. Ahora tenían que
trabajar a través de su incredulidad, así como todas las explicaciones plausibles
que su pastor había dado y que, francamente, deseaban creer. Sin embargo,
cuanto más cavaban, más incapaces eran de negar la verdad de lo que se había
descubierto, y cuanto más descubrían, más tenían que confesar que había mucho
sobre este pastor que no conocían. Eran como diez personas en una canoa
construida para cuatro y que se dirigía por corrientes rápidas hacia una cascada.
Para añadir a su sentimiento de descontrol, esta crisis había destrozado su
unidad. Tal vez sea más exacto decir que la crisis había expuesto cuán delgada y
frágil era su unidad. Los hombres más leales al pastor discutieron y debatieron
con los hombres que pensaban que se precipitaban a juzgar; los que organizaban
discutieron con los hombres que tendían a ser más pastorales; y en todos estos
debates había demasiado juicio sobre los intereses y motivos de los demás.
Mientras tanto, una conmocionada y dolida congregación no obtenía de sus
líderes lo que necesitaba.
Mientras caminaba con estos líderes a través de su angustia y confusión,
involucrándolos en una conversación tras otra, estaba claro que no estaban
preparados para lo que estaban enfrentando. No era solo que no estuvieran
estructuralmente preparados, sino que, lo que es más importante, no estaban
preparados en términos de carácter y relación. El hecho de que faltaran cosas tan
básicas complicaba y obstruía su vocación de guiar a su iglesia en ese momento
tan difícil. Y en su falta de preparación, pasaron tanto tiempo debatiendo entre
ellos como lidiando con la crisis y el hombre en el centro de ella.
No son solo las pequeñas y desconocidas iglesias las que no están preparadas.
Todos hemos visto a las grandes iglesias lidiar con crisis pastorales similares, y
las hemos visto actuar y hablar demasiado pronto, solo para luego retractarse de
lo que han dicho y hecho y luego sugerir otro punto de vista y otro curso de
acción que pronto también modifican. Hemos visto a los líderes de estas iglesias
mostrar su desacuerdo en público. Hemos visto que la lealtad, el poder y la
división controlan las decisiones, en lugar de permitir que la sabiduría bíblica los
guie. ¿Cuántos pastores más fracasarán, cuántas iglesias más serán dañadas,
antes de que humildemente nos preguntemos cómo estamos dirigiendo la iglesia
que el Salvador ha confiado a nuestro cuidado?
Celebro las maravillosas, vibrantes y sanas iglesias con las que me relaciono en
todo el mundo. Me encanta la energía que estamos vertiendo en la plantación de
iglesias y la revitalización de la Iglesia. Me encanta que las iglesias centradas en
el evangelio hablen cada vez más fuerte como defensoras de lo que es justo y
correcto por los que no tienen voz. No estoy para nada deprimido; estoy
emocionado. Pero me preocupa que las debilidades de la comunidad de líderes
tengan el poder no solo de debilitar la función y el testimonio de lo que parece
ser una iglesia muy saludable, sino que también pueden, en lo que parece ser un
instante, arrojar a esa iglesia a un atolladero que puede dañar y desviar su
ministerio durante mucho tiempo. En algunas situaciones parece que la gloria
nunca volverá.
Lo que me impulsa a abordar este tema no está basado en mi sabiduría o
experiencia, sino en la presencia, el poder, la sabiduría y la gracia de mi
Redentor. Al comenzar a escribir este libro, recuerdo una vez más lo que me dio
esperanza y motivación cuando escribí El llamamiento peligroso: Mateo 28:1620:
Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había indicado.
Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó entonces a
ellos y les dijo:
—Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y
hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he
mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del
mundo.
Los discípulos habían atravesado un torbellino de cosas inimaginables: el arresto
nocturno de su Mesías en Getsemaní, el juicio y la tortura de Jesús, la crucifixión
pública, el encontrar Su tumba vacía y Sus apariciones después de la
resurrección. Intenta ponerte en su lugar. Intenta imaginar la confusión, los
debates internos, el miedo, la duda y la expectativa ante el futuro. Imagina la
alegría por Sus apariciones estrellándose contra las luchas por creer en los
milagros y el misterio que las acompañaban. Considera lo que sucede a
continuación en el contexto de lo que los discípulos enfrentaban emocional y
espiritualmente.
Jesús, sabiendo que había tanto duda como fe en la habitación, estaba a punto de
encargar a este grupo de creyentes temerosos que llevaran el evangelio de la
resurrección al mundo. Sí, Él les daría la Gran Comisión a estos hombres en este
momento catastrófico. Probablemente yo habría pensado: No están listos, es
demasiado pronto. Necesitan conocer mucho más. Necesitan llegar a un
entendimiento más profundo de lo que acaba de suceder. Necesitan tiempo para
madurar. Pero en medio del momento más asombroso, confuso y gloriosamente
alucinante de la historia, Jesús no dudó; simplemente les dijo: «Vayan».
Me encantan las palabras que siguen porque nos aclaran por qué Jesús estaba
confiado en reclutar a estos hombres, en ese momento, para su misión
evangelizadora mundial. Tenía confianza no por lo que había en ellos y por lo
que sabía que harían, sino porque sabía lo que había en Él y lo que Él haría. Así
que dijo: «Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra». Les dijo a
estos hombres que no había ninguna situación, ningún lugar o comunidad fuera
de Su autoridad y gobierno soberano. Quería que entendieran que todo en el
cielo y en la tierra estaba bajo Su control. Considera por qué esto era tan vital
para estos hombres que necesitaban desesperadamente Su gracia para llevar Su
mensaje de gracia a las naciones.
No sé si alguna vez has considerado esto, pero la fiabilidad de las promesas de
Dios para nosotros es tan grande como el alcance de Su soberanía. Dios solo
puede garantizar el cumplimiento de sus promesas donde tiene el control. Puedo
garantizar lo que te prometo en mi casa, porque tengo cierta autoridad allí, pero
no puedo hacer las mismas promesas para la casa de mi vecino, sobre la que no
tengo control. Jesús está diciendo: «Mientras vas, puedes contar con todo lo que
te he prometido porque yo gobierno cada lugar donde necesitarás que se
cumplan esas promesas». Las promesas de gracia de Dios son seguras porque Su
soberanía es completa.
Pero Jesús tenía más que decir. Entonces miró a Sus discípulos, con la mezcla de
duda y fe en sus corazones, y dijo: «Les aseguro que estaré con ustedes
siempre». Estas palabras son mucho más profundas que si Jesús hubiera dicho:
«Estaré ahí para ustedes». Jesús está tomando uno de los nombres de Dios: «Yo
soy». Dice: «Sepan que dondequiera que vayan, el Yo Soy estará con ustedes, el
Dios de Abraham, Isaac y Jacob, aquel sobre el que descansa toda la promesa del
pacto, el que es el mismo ayer, hoy y siempre, el que es Alfa y Omega. Yo soy el
Yo Soy, y nunca pensaría en enviarlos sin ir con ustedes en poder, gloria,
sabiduría y gracia». Los discípulos encontrarían todo lo que necesitaban para lo
que se les había encomendado en el poder, la presencia y la gracia del que los
enviaba.
Es con la misma seguridad que Jesús les dio a los discípulos que escribo este
libro. Debido a la completa autoridad de Cristo, a que no podemos escapar de Su
presencia y la seguridad de Sus promesas, no debemos tener miedo de examinar
nuestras debilidades y fracasos. El evangelio de su presencia, poder y gracia nos
libera de la carga de minimizar o negar la realidad. El evangelio de Su presencia,
poder y gracia nos da la bienvenida para ser la comunidad más honesta de la
tierra. No estamos atorados en nuestro historial. No estamos abandonados a
nuestros limitados recursos personales. Porque Él es el mejor regalo para
nosotros, nuestro potencial es grande y el cambio es posible. Y así es el
evangelio de Su presencia, poder y gracia que me da el valor y la esperanza de
escribir sobre un lugar muy importante donde el cambio debe tener lugar. Que la
misma gracia te dé un corazón dispuesto mientras lees.
UN MODELO
El fundamento de todo lo que se propone en este libro sobre la forma, el carácter
y la función de la comunidad de líderes de la Iglesia de Jesucristo es este: el
modelo de la comunidad que es la Iglesia, y lo más importante, su liderazgo, es
el evangelio de Jesucristo. Ahora, sé que esto parece tan obvio como vago, pero
estoy persuadido de que no es ninguna de las dos cosas, y que, si la principal
fuerza que impulsa el liderazgo en las iglesias locales de todo el mundo fuera el
evangelio de Jesucristo, muchas de las cosas tristes que hemos visto en las vidas
de los líderes y sus iglesias no habrían sucedido.
Quiero invitarte a examinar conmigo un pasaje que establece un fundamento
evangélico para todas las relaciones en la iglesia, desde la persona promedio en
el banco de iglesia hasta los líderes más influyentes, de mayor cultura y que
establecen misiones. Permíteme decir, antes de que leamos este pasaje, que
ningún modelo de liderazgo organizativo u orientado a las metas debe opacar los
valores y el llamado del evangelio como el modelo estructural y funcional, ni la
identidad de los líderes de la iglesia local y del ministerio cristiano. Mientras
reflexionaba sobre este pasaje, mi mente estaba puesta en los miles y miles de
pastores, líderes ministeriales, juntas de ancianos y juntas de diáconos de todo el
mundo, y me he preguntado si las normas de este pasaje son su experiencia
normal como líderes. Encontramos el pasaje en la carta de Pablo a los Efesios:
Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una
manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables,
pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad
del Espíritu mediante el vínculo de la paz (Ef. 4:1-3).
Cabe señalar que la primera aplicación de las verdades del evangelio, que Pablo
acaba de exponer para los Efesios, es para recordarles que son esas mismas
verdades las que deben moldear la forma en que piensan sobre sí mismos y sus
relaciones con los demás. Esas verdades serán el fundamento de cualquier
estructura comunitaria que construyan. Existen pocas aplicaciones más
importantes de las verdades del evangelio de Jesucristo que considerar cómo
estas establecen las directrices para la forma en que vivimos, nos relacionamos y
trabajamos unos con otros como miembros del cuerpo de Cristo. Y permíteme
señalar que no hay ninguna cláusula de excepción para los pastores, ancianos y
diáconos o algún modelo diferente de comunidad para ellos en este pasaje o en
cualquiera de los pasajes similares. El evangelio, que es nuestra esperanza en la
vida y la muerte, también establece las directrices para la forma en que vivimos,
nos relacionamos y conducimos entre el «ya» de nuestra conversión y el
«todavía no» de nuestro regreso final a casa.
Mi propósito aquí no es hacer un estudio detallado de Efesios 4:1-3, sino
proponer cómo sus valores evangélicos pueden comenzar a moldear la forma en
que pensamos sobre cómo funcionamos y nos relacionamos como líderes de la
iglesia. Quiero sugerir que si realmente quieren que sus relaciones sean dignas
del evangelio que recibieron, entonces valorarán la humildad, la bondad, la
paciencia, el amor compasivo y la paz, y si valoran estas características del
evangelio, se preguntarán: «¿Cómo sería mi comunidad de líderes si realmente
valoráramos estas cosas más que los puestos, el poder, los logros, los aplausos o
el éxito?». Permítanme responder a esta pregunta sugiriendo seis características
que marcarán una comunidad de liderazgo formada por los valores del
evangelio.
1. Humildad
La humildad significa que la relación de cada líder con otros líderes se
caracteriza por la aceptación de que no merece el reconocimiento, el poder o la
influencia que su posición le otorga. Significa saber, como líder, que mientras el
pecado siga viviendo dentro de ti, necesitarás ser rescatado de ti mismo. La
humildad significa que amas servir más de lo que anhelas liderar. Significa ser
dueño de tu incapacidad en lugar de presumir de tus habilidades. Significa estar
siempre comprometido a escuchar y aprender. La humildad significa ver a los
compañeros líderes no tanto como instrumentos para alcanzar el éxito, sino para
servir a quien los llamó. Significa estar más entusiasmado con el compromiso de
tus compañeros líderes con Cristo que con su lealtad hacia ti. Se trata de temer el
poder de la posición en lugar de anhelarlo. Se trata de estar más motivado para
servir que para ser visto. La humildad es estar siempre dispuesto a considerar la
preocupación de los demás por ti, confesar lo que Dios revela a través de ellos, y
comprometerse a un cambio personal. La humildad es desatar a tu abogado
interior y estar abierto al poder continuo de la gracia transformadora.
2. Dependencia
La dependencia significa vivir, como líder, como si realmente creyeras que tu
andar con Dios es un proyecto comunitario. Significa que, debido al poder
cegador del pecado, renuncio a la creencia de que nadie me conoce mejor que yo
mismo. La dependencia significa no tener más miedo a la exposición, porque
realmente creo que no hay nada que pueda ser conocido, expuesto o revelado
sobre mí que no haya sido ya abordado por la persona y la obra de Jesús.
Significa vivir como si realmente creyera que el cristianismo aislado,
individualizado e independiente nunca produce buenos frutos. Significa
reconocer que cada líder necesita ser dirigido y cada pastor necesita ser
pastoreado. La dependencia significa reconocer que la comprensión teológica, la
alfabetización bíblica, los dones del ministerio y la experiencia y el éxito en el
ministerio no significan que ya no necesites el esencial ministerio santificador
del cuerpo de Cristo. Significa confesar que mientras el pecado permanezca en
ti, y que alejado de la gracia restrictiva y el ministerio de rescate de los que me
rodean, sigues siendo un peligro para ti mismo.
3. Espontaneidad preparada
Si reconoces la presencia, el poder de seducción y engaño del pecado, también
reconocerás que todos los miembros de tu comunidad de líderes siguen siendo
susceptibles a la tentación y continúan en peligro. Sabes que los pecados,
pequeños y grandes, infectarán a tu comunidad y obstruirán y desviarán su obra.
Vives con el conocimiento de que todos en tu comunidad de liderazgo aún
necesitan una gracia rescatadora y santificadora. Así que ponen en marcha
planes para hacer frente al pecado, la debilidad y el fracaso que inevitablemente
se asomará. No se sorprenderán por negar o minimizar lo que Dios, en Su gracia,
revela, sino que lo tratarán con franqueza en un espíritu de amor y gracia. No se
preocuparán más por defender la reputación de su comunidad de líderes que por
lidiar con sus fracasos. La espontaneidad preparada significa que, debido a que
has tomado en serio lo que el evangelio dice sobre las continuas batallas
espirituales en el corazón de cada líder, te has preparado para tratar con el
pecado que Dios expone, aunque no sepas de antemano lo que Él, en Su gracia,
expondrá.
4. Revisión
La revisión significa que invitamos a la gente a traspasar los límites normales de
las relaciones de liderazgo para mirar en nuestras vidas y ayudarnos a ver cosas
que no veríamos por nuestra cuenta. Significa invitar a los compañeros líderes a
mirar nuestras almas. Significa invitarlos a interrumpir nuestra conversación
privada con conocimientos bíblicos que nos protejan y verdades restauradoras
del evangelio. Significa reconocer que la auto examinación es un proyecto
comunitario, porque todavía podemos engañarnos a nosotros mismos pensando
que estamos bien cuando estamos en peligro y necesitamos ayuda. Así que todo
líder debe estar dispuesto a vivir bajo una revisión bíblica amorosa, llena de
gracia, paciente y perdonadora.
5. Protección
Todos pecamos, pero no todos pecamos igual. Por razones de historia,
experiencia, dones, biología, y un sinfín de otras cosas, no somos tentados de la
misma manera por las mismas cosas. Tú puedes ser susceptible a las tentaciones
del poder, mientras que alguien más puede ser susceptible a las tentaciones del
placer, mientras que yo puedo ser tentado por la atracción de las cosas
materiales. Esta comprensión de las diversas seducciones del pecado y la
diferente manera en que afectan a cada uno de nosotros es vital para la salud a
largo plazo y la prosperidad del evangelio en cada comunidad de liderazgo de la
iglesia local. El verdadero amor bíblico no se limita a aceptarte, bendecirte con
paciencia y saludar tus fracasos con el perdón. Junto con todas estas cosas,
trabaja para hacer todo lo posible para protegerte de las eternas debilidades del
corazón que te hacen susceptible a la tentación. Las palabras de Hebreos 13:17
hablan con una claridad motivadora: «Obedezcan a sus dirigentes y sométanse a
ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir cuentas». Los
líderes son responsables de proteger las almas de aquellos que están bajo su
cuidado. Las palabras aquí son específicas y provocativas. No dice que los
líderes están comisionados para tomar nota de su comportamiento; por supuesto
que eso es cierto, pero hay algo más profundo y fundamental que se ilustra aquí.
Son las almas lo que los líderes deben proteger. El alma señala a la persona
interior, sus pensamientos, deseos, motivos, debilidades, fortalezas, nivel de
madurez, susceptibilidades, etc. Significa conocer a alguien a nivel de su
corazón para poder predecir dónde puede traspasar los sabios límites de Dios. Lo
que se describe aquí es un nivel de liderazgo protector que solo se dará en el
contexto de una relación profunda.
Si esta protección está destinada a ser la experiencia de todos en el cuerpo de
Cristo, ¿no debería estar presente en el núcleo de la comunidad de liderazgo? Me
ha entristecido la cantidad de veces que me han contactado para ayudar a una
comunidad de liderazgo a tratar con un líder caído, solo para descubrir que,
desde hacía mucho tiempo, había indicadores de debilidad y susceptibilidad
particulares que nadie en su comunidad de liderazgo parecía haber notado.
Debido a que nosotros, como líderes, no siempre nos vemos con exactitud, y a
que no siempre nos percatamos de las áreas en las que somos débiles, todos
necesitamos una comunidad protectora que nos vigile, incluso cuando no
estamos tan vigilantes como deberíamos. Si vamos a ser protegidos, necesitamos
ser conocidos en el nivel donde la tentación es más poderosa, el corazón.
6. Restauración
Uno de los más bellos, esperanzadores y alentadores temas del evangelio a
través de las Escrituras es el de los nuevos comienzos. Los nuevos comienzos
son un sello del poder rescatador, perdonador, restaurador y transformador de la
gracia de Dios. Para Moisés, un nuevo comienzo fue una voz desde un arbusto
ardiente que lo llamaba a volver a Egipto para liberar al pueblo de Dios, esta vez
mediante el poder de Dios. Para David significó ser confrontado por un profeta,
confesar el horror de lo que había hecho, y continuar su reinado. Para Jonás
significó ser vomitado a la orilla del mar y enviado por segunda vez para llevar
el mensaje de Dios a Nínive. Para Pedro, un nuevo comienzo ocurrió en la orilla
de Galilea, ya que el Mesías al que traicionó lo perdonó y lo envió de nuevo a
servirle. Para Pablo, un nuevo comienzo fue una luz cegadora en el camino a
Damasco y palabras de perdón llevadas por un mensajero bastante temeroso.
La gracia significa que no estamos estancados en nuestro peor momento ni
somos condenados por nuestra peor decisión. La gracia significa que, desde las
cenizas del pecado, los líderes pueden levantarse porque el Salvador tiene poder
de resurrección. Me pregunto, si utilizamos la forma en que pensamos sobre los
líderes y la función de la comunidad de liderazgo, ¿habríamos restaurado a
alguno de estos personajes bíblicos? ¿Qué hay de diferente en la forma en que
vemos el pecado, la debilidad y el fracaso de un líder y la forma en que Dios
mira lo mismo? En ninguno de los casos que he citado se negó, ocultó o
minimizó el pecado. En cada situación parece como si lo que se hizo fuera tan
grave que no había esperanza para el futuro del pecador. Nuestra tendencia en
tales situaciones es pensar que mientras el perdón de Dios demuestra una gracia
asombrosa, también dirá: «En cuanto a la utilidad en Mi reino, estás acabado».
Pero en esas situaciones bíblicas, cada uno fue restaurado a una posición de
liderazgo espiritual.
Profundizaré más en este punto en otro capítulo, pero lo que quiero preguntar
aquí es: ¿nuestras comunidades de liderazgo funcionan con una mentalidad
evangélica y de restauración? Conozco a muchos líderes caídos que fueron
desechados y están manteniendo a sus familias haciendo telemercadeo,
construyendo casas o vendiendo computadoras. Nunca debemos minimizar el
pecado de un líder, ni debemos apresurarnos a restaurar a un líder que aún no ha
tratado con los asuntos fundamentales de su corazón, y ciertamente hay algunos
casos en los que un líder nunca debe ser restaurado a una posición de liderazgo,
pero tampoco debemos abandonar nuestra creencia en el poder restaurador de la
gracia de Dios aquí y ahora.
La Iglesia necesita desesperadamente una comunidad de liderazgo cuya función
no solo esté estructurada para cumplir metas con eficiencia, sino que esté
profundamente moldeada por los consuelos y los llamados del evangelio de
Jesucristo. Como en cualquier otra relación de la vida humana, si miras a tu
comunidad de liderazgo a través de los anteojos del evangelio de Jesucristo,
transformará tus expectativas, tus compromisos, tu comportamiento y la forma
en que respondes a las dificultades. No es solo un discurso bíblico confuso decir
que el evangelio debe ser nuestro modelo para la formación y función de la
comunidad de liderazgo que debe guiar a la Iglesia. El enfoque de este libro es el
llamado específico del evangelio en la forma en que pensamos sobre el
liderazgo.
DOCE PRINCIPIOS DEL EVANGELIO
Me reúno individualmente de forma regular con diez jóvenes pastores y líderes
del ministerio. No hay nada en el ministerio más importante para mí que esto, y
hay pocas cosas que disfrute más en el ministerio. Existe una forma real en la
que estos hombres son mis héroes del ministerio. Han dado sus vidas para vivir
en las trincheras en medio de la batalla espiritual que es la Iglesia. Se enfrentan a
toda la gama de alegrías y dificultades que son inevitables en el ministerio. Han
sido llamados, como su Mesías, no solo a predicar el evangelio, sino también,
como Él, a sufrir por Su causa. Me encanta caminar con ellos a través de los
caminos retorcidos, las colinas y los valles, y los días brillantes y las noches
tormentosas de la vida de un líder espiritual. Pero una y otra vez me entristece
que carezcan del tipo de comunidad rica en el evangelio que todo pastor o líder
necesita para estar espiritualmente sano y disfrutar de la longevidad del
ministerio. Mis reuniones con ellos me han obligado a pensar en cómo debe ser
esa comunidad.
Así que este libro está formado por doce principios de liderazgo y comunidad
evangélica. Estos principios están profundamente ligados a las relaciones, ya que
el evangelio también lo está. Recuerda que el evangelio de la gracia de Dios nos
enseña que el cambio duradero del corazón siempre tiene lugar en el contexto de
la relación, primero con Dios y luego con el pueblo de Dios. Una forma en que
pienso sobre los doce principios que impulsan el contenido de este libro es que
son una carta de amor a estos queridos hombres con los que camino y a los que
tengo tanto afecto. Mi esperanza es que no solo estos principios los protejan y
los bendigan con una larga y saludable vida de ministerio, sino que hagan lo
mismo para ustedes y las generaciones de líderes cristianos por venir.
— 1. —
Éxito
Todos los líderes guían mientras al mismo tiempo necesitan desesperadamente
todos los recursos de la gracia de Dios. Esta realidad ineludible debe ser una
gran influencia en la forma en que los líderes se ven a sí mismos, se conducen y
hacen el trabajo al que Dios los ha llamado. No es solo el joven pastor quien
necesita la gracia, el pastor que se encuentra en medio de la lucha o el pastor
caído; la gracia es el ingrediente esencial en el éxito del ministerio de cualquier
persona, en cualquier momento, a cualquier edad, en cualquier lugar y en
cualquier tipo de ministerio.
El próximo capítulo abordará lo que significa para una comunidad de liderazgo
funcionar como la comunidad evangélica que fue diseñada por Dios para ser. En
este capítulo quiero considerar cómo lo bueno, el éxito, puede convertirse en
algo malo para el liderazgo cuando se ha convertido en algo dominante. Ahora,
sé que el éxito no solo es una cosa maravillosa, sino que también es algo vital.
La salvación se basa en el éxito. No habría esperanza de perdón, de ayuda para
el presente, o de un nuevo cielo y una nueva tierra si no fuera por la imparable
ambición del Señor de los señores de tener éxito en lo que solo Él puede lograr
al extender Su gracia a Su pueblo y en redimir y restaurar Su mundo que gime.
Pero hay más.
La gracia salvadora de Dios enciende en los corazones de todos Sus hijos un
cambio radical en la ambición. Donde una vez nuestros pensamientos, deseos,
palabras y acciones fueron motivados y dirigidos por nuestra ambición de lograr
nuestra definición de felicidad personal, por gracia ahora están moldeados por
nuestra ambición de que el reino de Dios logre todo lo que Dios ha diseñado
para que logre. Donde una vez fuimos ambiciosos por lo que queremos, ahora
somos ambiciosos para hacer la voluntad de Dios. Además, Dios nos llama a ser
ambiciosos para el crecimiento y la expansión de su reino entre el «ya» de
nuestra conversión y el «todavía no» de nuestro regreso a casa. Los seres
humanos son triunfadores, destinados a construir y reconstruir, a crecer y
expandirse, a arrancar y plantar, a derribar y construir, a soñar y a lograr sueños.
Pero toda ambición y todo logro debe inclinarse ante el señorío y la gloria del
Señor Jesucristo.
Por lo tanto, hay que señalar que el rescate y la reorientación del deseo de
nuestros corazones en relación con lo que buscamos lograr es un trabajo en
progreso. Desearía poder decir que lo que siempre me motiva a hacer lo que
hago y decir lo que digo es una sincera ambición por la gloria de Dios y el éxito
de Su reino, pero no lo es. Desearía que la forma en que gasto mi dinero e
invierto mi tiempo estuviera siempre motivada por la ambición vertical, pero no
lo está. Desearía poder decir que Dios siempre está en el centro de toda ambición
de los pensamientos de mi corazón, pero no lo está. Desearía poder decir que
siempre quiero que cada logro en mi vida sea un dedo que señale la existencia de
Dios y Su gloria, pero no puedo. Así que hay que decir que, para mí, y estoy
seguro de que para ti también, la ambición es un campo de batalla espiritual, y
también hay que decir que en la comunidad de líderes de la iglesia, la ambición
por la gloria de Dios y Su reino se transforma fácil y sutilmente en otra cosa.
QUÉ GLORIA: UNA HISTORIA DE ÉXITO
Eran jóvenes y ambiciosos. Amaban el evangelio, y amaban su ciudad.
Realmente querían lograr grandes cosas para Dios. No solo querían ser
predicadores del evangelio; también querían ser hacedores. Creían que la gracia
transformadora de Jesús tenía el poder de cambiar cada aspecto de la vida de las
personas y las comunidades en las que vivían. Estaban decididos a ser exitosos
en el reino y que Dios los usara para rescatar a miles de cautivos. No eran
orgullosos; confiaban en la presencia, el poder y las promesas de Dios. En sus
reuniones predicaban un mensaje claro y bien aplicado del evangelio e invitaban
a la gente a una adoración que exaltara a Dios. Llevaban el evangelio a las
calles, no solo proclamando la gracia, sino haciendo actos de misericordia que se
dirigían directamente al gemido particular de su comunidad. Trabajaron duro,
planearon en grande y confiaron en que Dios produciría resultados.
Por supuesto, revisaron y volvieron a revisar su plan, pero a medida que lo
hacían, comenzaron a ver resultados. Al principio fue algo monótono, pero al
poco tiempo la gente empezó a venir a Cristo, y los ministerios comunitarios se
notaron y fueron bienvenidos. Al poco tiempo, superaron tanto a su edificio
como a su personal. Buscaron una instalación mucho más grande para albergar
mejor lo que querían lograr y contrataron gente para asegurarse de que
cumplieran sus objetivos. Nadie en el interior lo habría notado, pero se estaba
produciendo un cambio. El agradecimiento a Dios por lo que había hecho había
empezado a competir con el orgullo de los logros. Cada vez se invertía menos
tiempo en el compañerismo y la adoración durante las reuniones de liderazgo, y
cada vez se dedicaba más tiempo a analizar las estadísticas y a trazar estrategias
de objetivos. Los líderes se separaron progresivamente del cuerpo de Cristo y se
volvieron menos amables, accesibles y responsables.
Miles de personas asistieron a múltiples reuniones cada domingo, y millones de
dólares eran recolectados cada año. La comunidad de líderes se había convertido
en una cultura muy diferente a la humilde comunidad basada en la gracia que
una vez fue. Los ancianos ya no funcionaban como los pastores de los pastores o
como los guías espirituales y consejeros de la congregación. No, funcionaban
semana tras semana como la junta corporativa de una institución religiosa. Lo
único que distinguía sus reuniones era un breve tiempo de devoción y oración
antes de cada reunión.
Los diáconos ya no eran una junta del ministerio de misericordia, sino más bien
como los contadores ejecutivos y administradores de propiedades de la iglesia.
El crecimiento y el dinero ahora dominaban sus discusiones y su visión.
Cada vez más miembros del personal tenían miedo de hacer algo que se
interpusiera en el camino del éxito corporativos. Pocos pastores y personal
tenían el valor de confesar su lucha personal o el fracaso del ministerio. El
personal que era poco exitoso o que cuestionaba las decisiones o los valores era
despedido rápidamente. Gran parte del personal estaba desanimado y agotado,
pero pocos lo confesaban. Los pastores y miembros del personal agotados
renunciaron con pocas ganas de continuar en el ministerio. Nadie parecía
preguntarse cómo podía ser la iglesia tal como se describe en el Nuevo
Testamento si el liderazgo ya no funcionaba como la comunidad evangélica que
debía ser.
Nada de esto sucedió de una sola vez, y poco de ello fue intencional, pero
cambios sutiles habían alterado radicalmente la cultura, la mentalidad y los
valores de la comunidad de liderazgo. Todo estaba enmascarado por las
hambrientas multitudes que aún venían y los muchos ministerios que seguían
creciendo. La iglesia ya no era solo una interpretación mucho más grande de lo
que había sido en sus primeros días; se había convertido progresivamente en
algo muy diferente. A nivel del corazón, los líderes habían cambiado, y en poco
tiempo, la comunidad de líderes cambiados destruiría, con orgullo de sus éxitos
y con un espíritu inaccesible, lo que Dios había construido con tanta gracia.
¿Podría ser que, en tu comunidad de liderazgo, haya señales de que la gloria del
éxito ha comenzado a reemplazar la gloria de Dios como el motivador más
poderoso en los corazones de sus líderes y de la forma en que los planes de
liderazgo evalúan y realizan su trabajo?
El éxito orientado por el evangelio es algo hermoso, pero el deseo de lograr se
vuelve peligroso cuando se eleva para gobernar los corazones de la comunidad
de liderazgo. A continuación, muestro las señales que indican cuando el éxito se
ha vuelto peligroso. Utilízalos para evaluar tu comunidad de liderazgo y para el
propósito de una honesta autoevaluación como líder.
1. El éxito se vuelve peligroso cuando domina a la comunidad de liderazgo.
Permítanme comenzar reconociendo que Dios nos ha ordenado hacer ministerio
donde el dinero es una preocupación necesaria, donde hay aspectos de negocios
que son necesarios para lo que hacemos, donde la planificación estratégica es
importante, y donde el crecimiento numérico de la iglesia requiere más
propiedades, edificios más grandes, un mayor enfoque en el mantenimiento de
las instalaciones, y una comunidad de empleados en crecimiento progresivo para
dotarlo de personal. Ninguna de estas cosas es mala o peligrosa; son necesidades
de una administración sabia de un ministerio en crecimiento. Pero estas cosas no
deben llegar a ser tan dominantes como para que empiecen a cambiarnos a
nosotros y a la forma en que pensamos sobre nosotros mismos y el ministerio al
que hemos sido llamados. No podemos permitirnos pasar de ser pastores y
líderes del ministerio a ser la junta directiva de una empresa religiosa. No
podemos permitirnos pasar de ser humildes y accesibles servidores del evangelio
a ser orgullosos y no tan accesibles hombres de negocios.
Los planes para lograr el éxito en una iglesia local no son necesariamente
enemigos del humilde ministerio evangélico, pero a medida que se experimenta
el éxito del ministerio y el crecimiento numérico, son difíciles de mantener en un
equilibrio adecuado. Cuando los pastores, predicadores y líderes humildes y
apasionados por el evangelio se transforman con el tiempo en administradores o
visionarios centrados en la institución, tienden a perder parte de su pasión por el
evangelio, y la iglesia o el ministerio sufren como resultado. Sí, debemos ser
ambiciosos para la expansión del reino de la gloria y la gracia de Dios, pero
también debemos reconocer que mientras el pecado siga residiendo en nuestros
corazones, el éxito es una zona de guerra espiritual que no solo está plagada de
bajas de pastores o líderes, sino que ha dejado heridos a muchos que todavía
están en el ministerio. Observa las advertencias para nosotros en la historia
espiritual de Israel, mientras saboreaban el éxito y la prosperidad de la tierra
prometida:
Porque yo fui el que te conoció en el desierto,
en esa tierra de terrible aridez.
Les di de comer, y quedaron saciados,
y una vez satisfechos, se volvieron arrogantes
y se olvidaron de mí (Oseas 13:5-6).
¿Se ha vuelto dominante la búsqueda de logros institucionales en tu ministerio?
No respondas demasiado rápido.
2. El éxito se vuelve peligroso cuando controla nuestra definición de liderazgo.
Los requisitos para el ministerio en la Iglesia de Jesucristo son radicalmente
diferentes de la forma en que típicamente pensamos sobre la composición de un
verdadero líder. Quiero escuchar lo que la gente en una iglesia o ministerio dice
después de anunciar que alguien tiene verdaderas cualidades de liderazgo.
Quiero escuchar lo que piensan que son esas cualidades. ¿Debería la gente
recibir una posición, autoridad o liderazgo en un ministerio o iglesia porque han
tenido éxito en el ministerio, porque tienen el impulso de hacer un trabajo,
porque han manejado bien sus finanzas, porque son comunicadores persuasivos,
o porque tienen un currículum impresionante?
Considera, por un momento, la naturaleza radical de las cualidades que Dios dice
en 1 Timoteo 3:2-7 hacen de un líder ministerial fiel, el tipo de líder que toda
iglesia o ministerio influyente necesita:
Intachable
Esposo de una sola mujer
Moderado
Sensato
Respetable
Hospitalario
Capaz de enseñar
No borracho
No pendenciero
No amigo del dinero
Amable
Apacible
Gobierna bien su casa
No un recién convertido
Que hablen bien de él los que no pertenecen a la iglesia
Quiero hacer dos observaciones sobre el éxito a largo plazo en el ministerio.
Primero, en un sentido general, Dios quiere que los pastores y líderes tengan
éxito porque ama a Su reino y a Su novia, la Iglesia, pero desde la perspectiva de
Dios, la fidelidad a largo plazo que produce frutos en el ministerio está arraigada
en el carácter humilde y piadoso. Una segunda cosa que esta lista de cualidades
de los líderes enfatiza es que, en última instancia, Dios es el que alcanza el éxito;
nuestra vocación es ser herramientas útiles en Sus poderosas manos. Debido a
que no somos soberanos sobre la situación en la que ministramos, porque no
tenemos el poder de cambiar los corazones de las personas, porque a menudo
estorbamos en lugar de ser parte de lo que Dios está haciendo, y porque no
podemos predecir el futuro, no tenemos la capacidad para lograr el crecimiento o
el éxito del ministerio por nuestra cuenta. Somos llamados a la fidelidad que, por
cierto, solo Dios puede producir en nosotros, y Dios es soberano sobre el
milagro de la gracia redentora y la expansión de Su reino. ¿En qué parte de tu
comunidad de liderazgo te has enfocado más en el hacer que en el ser?
3. El éxito se vuelve peligroso cuando moldea nuestra visión del fracaso.
Estoy persuadido de que cuando un enfoque en los logros domina una
comunidad de liderazgo, tiende a tener una definición errónea de fracaso. El
fracaso no es la incapacidad de producir los resultados deseados. Hay tantas
cosas en el ministerio, en este mundo caído, sobre las que nunca tendremos
control que influyen en los resultados. Si el trabajo duro, disciplinado, fiel, bien
planificado, apropiadamente ejecutado y alegre del ministerio no garantiza
resultados, entonces la falta de resultados deseados no debería definir el fracaso
del liderazgo. Recuerden las palabras de Pablo en 1 Corintios 3:7: «Así que no
cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino solo Dios, quien es el que hace
crecer».
El verdadero fracaso es siempre una cuestión de carácter. Está enraizado en la
pereza, el orgullo, la falta de disciplina, la autoexigencia, la falta de
planificación, la falta de gozo en el trabajo y la falta de perseverancia en las
dificultades. El fracaso no es primero una cuestión de resultados; el fracaso es
siempre primero una cuestión del corazón. Es un fracaso cuando no he invertido
el tiempo, la energía y los dones que Dios me ha dado en el trabajo que Dios me
ha llamado a hacer. La pereza y la infidelidad del ministerio son un fracaso.
Sin embargo, si una comunidad de líderes se enfoca demasiado en los resultados
o en los logros, tenderá a faltarle el respeto a un líder que no ha logrado los
resultados deseados, aunque haya sido un fiel administrador de los dones y
oportunidades que Dios le ha dado. En lugar de recordarse a sí mismos que
dependen totalmente de Dios para cultivar las semillas que han plantado y
regado, esa comunidad de líderes tenderá a pensar que han puesto a la persona
equivocada en el trabajo, dejarán de lado a ese líder y buscarán a alguien más
para hacer la tarea. No puedo decirle cuántos fieles pastores y líderes he
aconsejado que han llegado a considerarse fracasados porque su trabajo no logró
lo que ellos y la comunidad que los rodeaba esperaban que lograra. En el
ministerio, el éxito y el fracaso no son una cuestión de resultados, sino que se
definen por la fidelidad. La fidelidad es lo que Dios nos pide; el resto depende
enteramente de Su soberanía y del poder de Su gracia. ¿Cómo define tu
comunidad de líderes el fracaso, y cómo determina la forma en que se ve a un
líder cuyo trabajo no ha producido los resultados deseados?
4. El éxito se vuelve peligroso cuando silencia la comunicación honesta del
líder.
Debido a lo que Dios ha hecho por nosotros en la persona y la obra de Jesucristo,
nuestras comunidades de líderes se han liberado para ser las comunidades más
honestas de la tierra. Somos libres de confesar nuestra debilidad porque Jesús es
nuestra fortaleza. Somos libres de confesar el fracaso porque todos nuestros
fracasos han sido cubiertos por Su sangre. Somos libres de tomar el crédito por
lo que solo Dios puede producir. Somos libres de estar respetuosamente en
desacuerdo unos con otros porque obtenemos nuestra identidad y seguridad de
nuestro Señor y no unos de otros. Somos libres de confesar actitudes erróneas y
acciones en contra de los demás porque la gracia nos permite reconciliarnos.
Somos libres del atractivo del poder y la posición porque nos hemos liberado de
buscar horizontalmente lo que solo se puede encontrar verticalmente. Y somos
libres, gracias a la obra de Cristo, de hablar de estas cosas y confesar cómo
luchamos con ellas.
Pero en las comunidades de líderes dominadas por el éxito basado en los logros,
ese tipo de charla honesta tiende a ser silenciada. No es silenciada
intencionalmente por una persona, sino por los valores de la comunidad de
liderazgo. En las comunidades de liderazgo enfocadas en los logros, los líderes
tienden a temer confesar sus debilidades o admitir el fracaso. Tienden a negarlo
y a ocultar a sus compañeros líderes. Me ha dolido hablar con líderes que están
en contacto regular con una comunidad de liderazgo, pero me dicen que no
tienen a nadie con quien hablar de sus debilidades o confesar su miedo al fracaso
en el ministerio.
No es que hayan estado ministrando solos, pero los valores funcionales de su
comunidad ministerial hacen difícil que piensen que pueden ser honestos en sus
luchas y encontrar comprensión y gracia.
Piensa conmigo sobre el peligro de un líder del ministerio que siente que no
puede ser honesto con nadie. Ninguno de nosotros es independientemente fuerte.
Todos arrastramos a nuestro ministerio un catálogo personal de debilidades, y lo
haremos hasta que estemos en el otro lado. Dios nos ofrece su gracia capacitante
porque todavía la necesitamos. La negación de la debilidad nunca es un camino
hacia las cosas buenas. Todos fallamos de alguna manera, todos los días. A
menudo el fracaso es el taller de trabajo que Dios utiliza en nuestras vidas para
reformarnos para ser lo que necesitamos ser con el propósito de que seamos
herramientas más exitosas en Sus manos. Y, por cierto, se nos ordena en las
Escrituras que confesemos nuestras faltas unos a otros. Hablaré más sobre esto
en el próximo capítulo.
Ocultar, negar y tener miedo mantendrá a una comunidad ministerial sin salud
espiritual, y la falta de salud espiritual prohibirá la longevidad del ministerio que
es un ingrediente necesario para lograr resultados a largo plazo. ¿Tus líderes se
sienten libres de confesar sus debilidades y fracasos personales, sabiendo que
cuando lo hagan, serán recibidos con gracia?
5. El éxito se vuelve peligroso cuando hace que los líderes vean a los
discípulos como consumidores.
Aquí está el peligro: en el ministerio de la iglesia local es mucho, mucho más
fácil construir cosas relacionadas a la iglesia que edificar personas. Construir
instalaciones, multiplicar ministerios y planificar un catálogo anual de eventos es
mucho más satisfactorio en el corto plazo que el trabajo a largo plazo, a menudo
frustrante y desalentador, del liderazgo que se entrega a la obra del evangelio de
edificar una comunidad de discípulos de Jesucristo. Por lo tanto, es tentador
definir el ministerio por las cosas de la iglesia que hemos construido,
administrado y mantenido en lugar de por el número de personas que están en el
proceso de tener sus vidas siendo transformadas por el trabajo progresivo de la
gracia transformadora.
Sí, hay instalaciones que necesitan ser diseñadas y construidas, hay programas
que necesitan ser establecidos y dotados de personal, y hay eventos que
necesitan ser planeados, pero estas cosas no deben ser vistas como el corazón del
trabajo del ministerio al que hemos sido llamados como una comunidad de
liderazgo, y no deben dominar nuestra energía, esfuerzos, conversaciones y
decisiones ministeriales, y seguramente no deben definir la forma en que
evaluamos el éxito del ministerio.
Nuestra pasión y energía ministerial deben enfocarse en hacer todo lo que
podamos para guiar a las personas confiadas a nuestro cuidado hacia un amor
más profundo y un servicio a Jesús para que todo lo que hagamos sirva a este
propósito de hacer discípulos. Cuando este llamado principal es reemplazado por
la construcción de instituciones, los discípulos potenciales se convierten en
consumidores. Tienden a ver la iglesia como un lugar con un conjunto de
instalaciones y un catálogo de eventos, y compran lo que creen que satisfará sus
necesidades o las de su familia. La iglesia no es una parte vital de sus vidas,
como un órgano o una extremidad del cuerpo físico. En cambio, la iglesia es solo
un evento al que asisten, saliendo de sus vidas para hacer cosas de la iglesia y
volviendo a sus vidas cuando el evento termina. Un discípulo no tiene esa
separación en su pensamiento. Para él, ser parte del cuerpo de Cristo es una
identidad que no solo define un conjunto de reuniones a las que asiste, sino que
redefine todo en su vida. Todo en él (sus relaciones, su trabajo, su tiempo, su
dinero) está siendo transformado porque es parte de la comunidad
transformadora de discípulos llamada «la iglesia».
Este trabajo es mucho, mucho más difícil y requiere mucha más paciencia y
gracia que alcanzar las metas de las instalaciones y programas, y el evangelio
nos dice por qué. Tenemos el poder de construir cosas de la iglesia, pero no
tenemos ningún poder para edificar a la gente. Cuando se trata de edificar a la
gente, somos completamente dependientes de la gracia transformadora. El
Salvador es el que edifica a la gente y nos usa como Sus herramientas, pero
trabaja a Su manera y en Su propio tiempo. ¿Qué buscas construir y cómo sabrás
que has logrado tus objetivos? Es cierto que el éxito del ministerio se vuelve
peligroso cuando convierte a los potenciales discípulos en consumidores. ¿Cómo
ha influido la forma en que han construido la iglesia y la forma en que piensan
sobre su trabajo como líderes en la manera en que su congregación piensa sobre
la iglesia y su relación con ella?
6. El éxito se vuelve peligroso cuando nos tienta a ver a las personas como
obstáculos.
No podemos permitirnos estar tan empeñados en lograr grandes cosas para Dios
que desarrollemos actitudes negativas hacia las personas desordenadas que están
destinadas a ser los objetos del ministerio al que hemos sido llamados. Dios
sabía que si colocaba Su Iglesia en un mundo caído sería ineficiente y un poco
caótica. Pero el desorden del ministerio es el desorden de Dios, un desorden que
lleva a los líderes más allá de los límites de su propia sabiduría y fuerza para
confiar en la presencia, el poder y las promesas del que los envió.
No puedo resistirme a repetir una historia que he escrito en otro lugar, porque es
un ejemplo de este punto. Estaba enseñando una clase de ministerio pastoral y
contando a mis alumnos historias de la gente desordenada y a veces difícil que
Dios me llamó a dirigir, cuando un alumno me interrumpió y dijo: «Bien,
profesor Tripp, sabemos que tendremos estos inconvenientes en nuestra iglesia;
díganos qué hacer con ellos para que podamos volver al trabajo del ministerio».
En su opinión, estas personas eran obstáculos en el camino del ministerio más
que el enfoque de su ministerio. ¡Por supuesto que el ministerio es un desastre!
La Iglesia es una comunidad de personas imperfectas que viven en un mundo
caído y todavía necesitan la gracia perdonadora y transformadora de Dios. La
Iglesia no está hecha para que los líderes o los que son guiados se sientan
cómodos, sino para que sean personalmente transformados.
Es importante que como líderes no perdamos de vista que hemos sido llamados a
personas que necesitan un cambio fundamental de corazón y de vida, mientras
que confesamos que nosotros, como ellos, a menudo estamos en el camino de lo
que Dios está haciendo en lugar de ser parte de él. La Iglesia nunca será una
comunidad de personas espiritualmente maduras si los líderes están tan ocupados
buscando el éxito sin tratar a las personas inmaduras con paciencia y gracia. El
liderazgo de la Iglesia es un ministerio para edificar a las personas; funcionar de
cualquier otra manera es tanto antibíblico como peligroso. ¿La forma en que han
definido el ministerio ha impactado negativamente la forma en que ven y dirigen
a las personas imperfectas que están destinadas a ser los receptores de ese
ministerio?
7. El éxito se vuelve peligroso cuando hace que los líderes tomen el crédito por
lo que nunca podrían haber producido por sí mismos.
En el liderazgo de la Iglesia puede ser que el logro de metas sea más peligroso
espiritualmente que lidiar con obstáculos en el camino del fracaso. Cuando una
comunidad de liderazgo parece estar en una carrera exitosa, con números en
aumento, ministerios saludables y multiplicándose, y gente creciendo, los líderes
son fácilmente tentados a tomar el crédito por lo que solo Dios, en Su presencia,
poder y gracia, puede producir. Esta tentación trae a la mente la advertencia de
Dios a los hijos de Israel cuando entraron en la tierra prometida:
El Señor tu Dios te hará entrar en la tierra que les juró a tus antepasados
Abraham, Isaac y Jacob. Es una tierra con ciudades grandes y prósperas que tú
no edificaste, con casas llenas de toda clase de bienes que tú no acumulaste, con
cisternas que no cavaste, y con viñas y olivares que no plantaste. Cuando comas
de ellas y te sacies, cuídate de no olvidarte del Señor, que te sacó de Egipto, la
tierra donde viviste en esclavitud (Deut. 6:10-12).
Si tomas el crédito como líder, en lugar de reconocer al que te envió y al único
que produce el fruto de tus labores, alabarás menos, orarás menos y planearás
más. Las comunidades de liderazgo tienen problemas cuando asignan más poder
a su planificación que a su oración. Cuando te atribuyes el mérito de lo que no
podrías haber producido por ti mismo, te asignas a ti mismo la sabiduría, el
poder y la justicia que no tienes. Entonces empiezas a evaluarte como capaz en
lugar de necesitado, como fuerte en lugar de débil, y como autosuficiente en
lugar de dependiente. Tu orgullo por los logros no solo te hace un líder
orgulloso, sino que también consume la vida de tu comunión personal con Dios
y tu compañerismo con Su pueblo. Tu vida devocional es secuestrada por la
preparación y la planificación, y eres menos dependiente y abierto al ministerio
del cuerpo de Cristo. Además, debido a que tus éxitos te han hecho sentirte
digno y con derecho, eres tentado a concederte un estilo de vida y lujos que
pocas de las personas a las que has sido llamado a servir serán capaces de tener.
(Por favor, detente aquí un momento y lee Amós 6:1-6).
Demasiadas comunidades de líderes en la Iglesia de Jesucristo están pobladas
por líderes que, debido al éxito del ministerio, se han vuelto inaccesibles y
controladores. Es triste cuando los proclamadores de la gracia de Dios han
llegado a sentirse menos que dependientes de la gracia de Dios al cumplir con su
llamado al ministerio. Dios ha usado la debilidad de mi cuerpo dañado por la
enfermedad para revelarme que mucho de lo que pensaba que era fe en Cristo no
era fe en absoluto. Era el orgullo por la experiencia, el orgullo por los logros, el
orgullo por la fuerza física y la capacidad de producir.
Esta es una tentación que toda comunidad de líderes enfrenta, particularmente
cuando Dios le ha concedido a esa comunidad el éxito. Hay dos cosas que
debemos considerar aquí. Primero, Dios no nos llama al liderazgo del ministerio
porque seamos capaces, sino porque Él lo es. Segundo, como líderes no debemos
temer a la debilidad, porque la gracia de Dios es suficiente. Son nuestros delirios
de fuerza los que debemos temer porque nos impedirán buscar y celebrar esa
misma gracia.
8. El éxito es peligroso cuando se convierte en el principal lente de la
autoevaluación del líder.
Todo ser humano se autoevalúa constantemente y siempre busca algún tipo de
estándar que lo ayude a medir los logros personales. Los que están en el
liderazgo no son la excepción. A veces se evalúan formalmente, pero la mayoría
de las veces lo hacen de manera sutil y no verbal. Los líderes revisan
constantemente su historial, evalúan su desempeño actual y calculan su
potencial. Nada de esto está mal, y todo ello forma parte de lo que significa ser
un ser humano racional y productivo. Pero el éxito como medida dominante de
liderazgo es un mal enfoque y da una falsa visión de la condición de aquellos en
una comunidad de liderazgo.
Una vida productiva y a largo plazo en el ministerio es siempre el resultado de la
condición del corazón del líder. Los líderes piadosos, debido a la humildad de
corazón combinada con una fe anclada en el poder de la gracia de Dios y la
fiabilidad de Sus promesas, son capaces de manejar las tormentas, las derrotas y
las decepciones que son la experiencia ineludible de la vida de todo líder. Debido
a su humildad, se vuelven cada vez más agradecidos, abiertos y dependientes de
sus compañeros líderes. Y debido al reconocimiento de su necesidad de la gracia
de Dios, no toman el crédito por lo que solo Dios puede hacer.
Sí, deberíamos evaluar si los líderes están haciendo su trabajo con disciplina,
fidelidad y alegría. Y, sí, porque somos apasionados por el evangelio y la
extensión del reino de Dios, deberíamos estar trabajando para lograrlo. Pero no
debemos estimar más el hacer sobre el ser. Piensa en los amados líderes cuyos
ministerios se derrumbaron; raras ocasiones se dejaron de lado estos líderes
porque no lograron ciertas metas. Más bien, en la vida de un líder fracasado tras
otro, el fracaso fue más una cuestión de carácter que de productividad. ¿La
productividad del líder ha causado que no cuestiones la salud espiritual de tus
líderes?
9. El éxito se vuelve peligroso cuando nos tienta a reemplazar la oración con
la planificación.
Tal vez cada comunidad de líderes de la Iglesia debería consultar Santiago 5:118 como un constante recordatorio y advertencia. El fruto en el ministerio no es
el resultado de nuestra sabia planificación y diligente ejecución, sino de la
amorosa operación de la gracia rescatadora y transformadora de Dios. Él
produce el fruto; nosotros no somos más que herramientas en Sus manos
redentoras. Él nos llama, nos recluta para Su trabajo, produce compromiso en
nuestros corazones, da visión a nuestras mentes, nos capacita para ser fieles y
disciplinados, pone a las personas bajo nuestro cuidado, suaviza sus corazones
para escuchar el evangelio, produce convicción y fe en sus corazones, capacita
su obediencia, transforma sus vidas y los llama a Su obra.
Por supuesto que debemos planear, por supuesto que debemos trabajar para ser
buenos administradores de las personas y los recursos que Dios nos confía, y por
supuesto que debemos evaluar continuamente cómo lo estamos haciendo, pero al
dedicar tanto tiempo y energía a estas cosas, no debemos dejar que la oración se
convierta en un hábito superficial, ligado al principio y al final de las reuniones
de liderazgo. Como dije antes, la falta de oración en una comunidad de líderes es
siempre el resultado de poner el crédito donde no se debe. Tu comunidad de
líderes está en problemas si los líderes están más entusiasmados con una reunión
de planificación estratégica que con una reunión de oración.
Un catálogo de logros del ministerio debería provocar que oremos más, porque
queremos honrar a quien ha dado éxito a nuestro trabajo, queremos seguir
reconociendo que no podemos hacer lo que hemos sido llamados a hacer sin la
gracia capacitante, y necesitamos protección de las tentaciones que trae el éxito.
¿Qué tan apreciados son los momentos de oración entre tus líderes? ¿Con qué
frecuencia se reúnen un día o un fin de semana solo para orar juntos? ¿La
experiencia y el éxito del ministerio han hecho que tus líderes dependan aún más
del Señor? ¿Tienen momentos de adoración juntos? ¿Se reúnen a veces con el
único propósito de «contar sus bendiciones»? ¿El éxito produce la adoración de
Dios entre tus líderes o la autocomplacencia? ¿En tu comunidad de líderes la
planificación es lo principal y la oración es secundaria? ¿Es tu comunidad de
líderes una comunidad agradecida, humilde y necesitada de oración?
Deberíamos ser muy trabajadores, buscando lograr grandes cosas en nombre de
Dios. Deberíamos ser líderes con una visión cada vez más amplia para la
difusión del evangelio de Jesucristo. De todas las maneras posibles deberíamos
buscar el reino de Dios y Su justicia. Deberíamos hacer planes radicales y tomar
medidas radicales para el evangelio. Nunca debemos quedarnos satisfechos con
los logros, porque siempre hay más trabajo del evangelio por hacer. Pero siempre
debemos recordarnos unos a otros que el éxito es un campo de minas espiritual.
El éxito tiene el poder de cambiarnos, de cambiar lo que creemos que somos y lo
que creemos que somos capaces de hacer. Lamentablemente, el éxito puede
convertir a los humildes siervos en dictadores orgullosos, controladores e
inaccesibles. Pero hay una poderosa gracia, aquí y ahora, para esta lucha.
El que nos llamó va con nosotros. El que nos llamó nos da poder. El que nos
llamó nos redarguye. El que nos llamó nos protege. Abre los ojos de nuestros
corazones a los peligros que no veríamos sin Él, pero no lo hace como nuestro
juez, sino como nuestro Padre y amigo. Acerquémonos a Él con confianza, con
clamores de ayuda, confesando nuestras debilidades y con el compromiso de ser
buenos soldados en esta batalla. Recordemos que Él lucha por nosotros, incluso
cuando no tenemos el instinto de luchar por nosotros mismos.
—2—
Evangelio
Había derramado mi vida por esa señora. Ella y su familia habían ocupado más
de mi tiempo y energía que cualquier otra familia de nuestra iglesia. Debo
confesar que cuando la veía acercarse al final de un servicio, o cuando mi
esposa, Luella, me decía que estaba al teléfono, me preguntaba: «¿Y ahora
qué?». Luché con el caos de su vida y las sutiles y no tan sutiles demandas que
hizo, pero estaba decidido a pastorearla a través de sus problemas.
Pensé que había sido paciente y comprensivo, pensé que había sido cuidadoso y
fiel, pero ella se había convertido en uno de mis mayores detractores. No solo
era muy crítica conmigo, sino que expresaba libremente sus críticas a los demás.
Hería mis sentimientos. Me hacía enojar. Hubo momentos en los que me
pregunté si ser pastor era lo que quería hacer. Luché contra mi ira y
resentimiento, pero hubo momentos y días en los que perdí la batalla, y mi
concentración se vio interrumpida al repetir en mi mente lo que me gustaría
decirle a esta mujer.
Si me hubieran dejado solo, me habría endurecido y vuelto cínico, o habría sido
derrotado y buscado una salida. Pero no estaba solo. Estaba rodeado de una
comunidad evangélica íntima, cariñosa, alentadora y protectora. Se me concedió
el derecho a ser absolutamente honesto sobre lo que estaba pasando, y sabía que
sería recibido con gracia. Mi ceguera fue recibida por una comunidad que
buscaba ayudarme, libre de condenas. La comunidad que me rodeaba era
paciente y comprensiva. Los líderes me llevaban a desayunar o a almorzar y me
predicaban el evangelio con amor. Los brazos de la misericordia me rodeaban y
no me dejaban ir. No lo vi entonces, pero lo veo ahora: esta comunidad me
protegió de mí de forma amorosa, amable, honesta y alentadora. Con todas las
interminables demandas del liderazgo del ministerio, estos líderes se tomaron un
tiempo conmigo sin hacerme sentir como un estorbo. Esto puede ser una
exageración, pero si lo es, no lo es por mucho: sin el ministerio de esa
comunidad de líderes, quizás no estaría en el ministerio hoy.
Estoy seguro de que muchos de ustedes pueden identificarse con mi experiencia.
Y, si han servido mucho tiempo en el liderazgo de la iglesia local, seguramente
tendrán sus propias historias como esta. Se han visto sorprendidos por las
críticas. La gente en la que han invertido les ha dado la espalda. Sus cualidades
han sido cuestionadas. Amigos queridos han dejado su iglesia. Han atravesado
temporadas en donde se han sentido solos e incomprendidos. Han fantaseado con
dedicarse a otra cosa o al menos a hacer lo mismo, pero en otro lugar. Ha habido
momentos en los que han tenido miedo de confesar lo herido y enojado que
están. Han estado deseosos de ser animados. Han anhelado que alguien los
acompañe para ayudarlos a lidiar con su lucha sin sentirse juzgados. No siempre
han sido líderes felices y satisfechos. Ustedes también tienen historias que
contar.
EL LIDERAZGO DE LA IGLESIA ES DIFÍCIL
Si te has dedicado a edificar a la gente, has aceptado el llamado a sufrir por el
bien del evangelio. El liderazgo en la Iglesia no es cómodo ni predecible. No es
un lugar seguro para buscar tu identidad y seguridad interior. No solo la Iglesia
está llena de gente imperfecta con pecado que aún reside en su interior en medio
de una guerra espiritual continua; tu comunidad de líderes está llena de lo
mismo. Nadie en tu comunidad de liderazgo está libre de pecado. Nadie está
completamente maduro espiritualmente en todos los sentidos. Todos tus líderes
necesitan todo lo que la Iglesia está destinada a proporcionar. Así que su
liderazgo está interna y externamente desordenado. Esta es la elección de Dios.
Él sabe que tu iglesia o ministerio está situado en un mundo que está
terriblemente roto por el pecado. Él sabe que todos a los que ministras son
personas en proceso. Él sabe que esto hará que lo que has sido llamado a hacer
sea difícil. Pero hay que decir que las dificultades, el desorden y la
imprevisibilidad del ministerio es Su taller de trabajo de la gracia.
Hoy habrá pastores y líderes que perderán su corazón y su camino en medio de
las dificultades del ministerio, y muchos de ellos perderán su camino porque no
son advertidos, animados, confrontados, apoyados y amados por un grupo de
líderes que funcionan como una comunidad de gracia. Verás, las cosas difíciles
del ministerio están destinadas por Dios para redimir. El Salvador quiere que las
cosas que a menudo nos golpean sean una herramienta para edificarnos. Lo que
nos hace querer renunciar, nos fortalece para las batallas venideras. El logro
institucional no es el objetivo final del Redentor, sino un medio para un objetivo
más grande y glorioso: el rescate y la transformación de Su pueblo. Por lo tanto,
tu núcleo de liderazgo debe ser una comunidad pastoral donde los líderes son
cuidadosa e intencionalmente pastoreados y donde las estrategias para pastorear
a los pastores son consideradas tan importantes como las estrategias misioneras.
Las comunidades pastorales saludables, que dejan un legado de productividad
evangélica a largo plazo, producen fruto porque son comunidades de gracia. En
lugar de que los logros moldeen la manera en que la comunidad de liderazgo se
forma y opera, el evangelio lo hace. Es el evangelio el que nos dice quiénes son
los líderes, qué necesitan los líderes, cómo deben relacionarse los líderes entre
sí, cómo debe funcionar la comunidad de líderes, cuáles deben ser sus valores,
cómo enfrentar la decepción y el fracaso, y cómo identificar y nutrir a los futuros
líderes. No deberíamos mirar primero al mundo empresarial para copiar sus
valores formativos y sus formas de operar, sino a las verdades, identidades y
principios de sabiduría del evangelio de Jesucristo. No debería haber una
influencia más poderosa en la formación del liderazgo, la misión, la comunidad
y la metodología que el evangelio de la gracia de Dios. El evangelio es más que
la gracia del rescate pasado y la esperanza futura. Aunque es ambas cosas,
también es mucho más que eso. El evangelio nos proporciona una lente para
mirar y entender todo lo que tratamos en la Iglesia y el liderazgo del ministerio,
mientras que también proporciona una orientación sobre cómo debemos hacer
todo lo que somos llamados a hacer como líderes en la Iglesia de Cristo. Si
somos llamados a la misión del evangelio, debemos, como líderes, ser una
comunidad empapada del evangelio, que funcione basada en él. Permíteme
sugerir con cierto detalle cómo es eso.
UNA COMUNIDAD DE LÍDERES MOLDEADA POR EL EVANGELIO
Una comunidad evangélica debe ser nutrida
Ningún líder, no importa cuán exitoso o prominente sea, está libre de la
necesidad de ser nutrido. No se me ocurre un pasaje que capte mejor por qué los
líderes necesitan ser nutridos, de qué necesitan ser nutridos y cómo esa nutrición
se lleva a cabo, que Hebreos 10:19-25. Permíteme decir primero que edificar y
nutrir una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable es como plantar un
jardín. Para que una planta florezca, debe ser plantada en un suelo nutritivo;
debe ser regada regularmente y deshierbada constantemente, o no tendrá lo que
necesita para crecer, florecer y producir frutos. Así es con cada iglesia o líder del
ministerio. Cada líder necesita tener su corazón, su vida y su ministerio
firmemente plantados en los nutrientes correctos del evangelio de Jesucristo,
para que obtenga su identidad, su significado y su propósito, la paz interior y el
sentido del llamado del evangelio. Al igual que la planta del jardín que parece
saludable, pero que sigue necesitando ser regada, así todo líder, sin importar
cuán influyente y espiritualmente maduro sea, necesita un cuidado espiritual
continuo de la comunidad de líderes que lo rodean. Y cada líder tiene malas
hierbas en su vida que necesitan ser arrancadas. Ese trabajo de deshierbe, para
todos nosotros, es un proyecto comunitario. Ahora, leamos este pasaje
maravillosamente útil:
Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para
entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a
través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo; y tenemos además un gran
sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con
corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados
de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura.
Mantengamos firme la esperanza que profesamos, porque fiel es el que hizo la
promesa. Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y
a las buenas obras. No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo
algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que
aquel día se acerca (Heb. 10:19-25).
Con este pasaje, es útil comenzar primero de abajo hacia arriba. ¿Cómo es una
comunidad de liderazgo espiritualmente sana y productiva? En primer lugar, está
poblada por personas que, sin importar a qué se enfrenten, tienen una confianza
inquebrantable en la presencia, el poder y las promesas del que los envió. Así
que hacen su trabajo con confianza y valentía, no por el orgullo del éxito o la
confianza en sus dones, sino porque su trabajo está encendido, animado y
moldeado por las verdades que confiesan.
Debido a que el ministerio es una guerra espiritual, trabajan para hacer todo lo
que pueden para despertar en los demás una vida de amor vertical y horizontal y
un compromiso de gastar su tiempo, energía y recursos para llevar a cabo la
buena obra a la que Dios los ha llamado. Así que esto significa que sus reuniones
no son solo para el propósito de la planificación financiera, misionera y
estratégica, sino para alimentar la confianza y el compromiso del evangelio en
los demás.
Ahora vayamos a la parte superior del pasaje. En el centro del trabajo de nutrir
una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable y productiva no está un
plan, sino una persona, Jesús. Él es nuestra confianza, nuestra esperanza, nuestra
dirección, nuestro guía, nuestro protector, y el supremo nutriente de aquellos a
los que ha llamado para dirigir Su Iglesia. Hizo lo que nunca pudimos hacer por
nosotros mismos: abrir el acceso a la comunión íntima con Dios.
Ahora, lo que estoy a punto de decir aquí es muy importante. Como líderes, no
solo trabajamos para desarrollar la cooperación y la confianza mutua junto con la
unidad funcional, sino que trabajamos para acercarnos cada vez más al Salvador.
Estamos haciendo más como comunidad de liderazgo que cultivar relaciones
ministeriales saludables que resulten en cooperación y productividad misionera;
también estamos cultivando en cada uno de nosotros una devoción más profunda
al Salvador. La protección más poderosa de los peligros que cada líder enfrenta
no es su relación con sus compañeros líderes, sino un corazón que se rige por un
amor profundo por Jesús.
Es el amor por Jesús lo que tiene el poder de aplastar el orgullo del líder. Es el
amor por Jesús lo que enciende y protege nuestro amor mutuo. Es el amor por
Jesús lo que convierte los logros del ministerio en una razón para adorar. Es el
amor por Jesús lo que protege a un líder tanto del miedo al hombre como del
miedo al fracaso. Es este amor lo que nunca debemos dejar de cultivar en el otro,
y si vamos a hacer eso, debe tener prominencia y prioridad en las decisiones que
tomemos en nuestra vida y en el trabajo que desarrollamos juntos. ¿Dirían tus
líderes que su comunidad ha nutrido su crecimiento en la gracia y por lo tanto su
productividad evangélica?
Una comunidad evangélica es honesta
Tenemos que considerar lo que Santiago escribe a la Iglesia que estaba en la
dispersión. Después de que él da una larga dosis de cristianismo práctico para el
día a día, agrega:
La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará. Y, si ha pecado, su
pecado se le perdonará. Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren
unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz
(Sant. 5:15-16).
¿Te suena radical o poco práctico el pensamiento de que los líderes se confiesen
regularmente sus faltas para recibir el rescate de las poderosas oraciones de sus
compañeros líderes? Esa clase de calidez rescatadora y protectora solo es posible
mediante el evangelio de Jesucristo. Una iglesia o una comunidad de liderazgo
simplemente no puede hacer su trabajo si los líderes son silenciados porque
tienen miedo de lo que otros puedan pensar de ellos. No puede hacer su trabajo
si los líderes esconden el pecado que les roba la unidad de corazón que los
mantiene enfocados tanto en su necesidad continua como en el trabajo de
sacrificio al que han sido llamados. El miedo a parecer débiles y necesitados nos
robará la ayuda que necesitamos para la salud espiritual.
Aquí está la realidad que debería darnos humildad a todos: hay pecado en cada
iglesia y comunidad de liderazgo porque el pecado aún reside en el corazón de
cada líder. Así que, o bien negamos nuestro pecado y lo ocultamos a los demás,
o admitimos su presencia y lo confesamos a los demás. Pero si la aceptación y el
respeto de los compañeros líderes o del líder más poderoso es más importante
para nosotros que la honestidad dentro de nosotros mismos, ante Dios, y en
relación con los demás, damos lugar para que el pecado germine, crezca y tome
el control. Las comunidades en las que caen los líderes son a menudo
comunidades en las que no solo no se fomenta la confesión, sino que se silencia
por toda una serie de temores no expresados.
Necesito trabajar en una comunidad de líderes que se caracterice por el perdón y
la oración ferviente para poder confesar el cansancio, mis fallas y la infidelidad
de mi corazón a aquellos que me pueden conducir a donde hay ayuda. Existe
toda una serie de idolatrías del liderazgo (posición, poder, éxito, aclamación,
recompensa, etc.) donde es necesario confesar e interceder regularmente.
Si tenemos miedo de confesar el pecado ante lo que debería ser la comunidad
espiritualmente más madura de la iglesia, estamos viviendo tristemente en un
estado de amnesia evangélica funcional, no importa lo robusto que sea nuestro
entendimiento teológico del evangelio. El evangelio de la gracia de Dios es una
bienvenida a la franqueza personal y comunitaria, porque sabemos que no se
puede conocer, revelar, exponer o confesar nada sobre nosotros que no haya sido
ya cubierto por la vida, el sacrificio y la victoria de Jesús. No hay nada oscuro
que viva más allá del alcance de la gracia de Dios. Ocultar el pecado es una
carga. Fabricar evasivas a preguntas probatorias se vuelve agotador. Actuar
como si estuvieras bien cuando no lo estás, te despojará de tu vitalidad.
Una de las señales de una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable es
el grado en que una confesión sincera, humilde y honesta no solo es posible, sino
que es un ingrediente regular de la vida y el trabajo de esa comunidad. ¿Los
miembros de tu comunidad temen ser honestos sobre sus pecados, debilidades y
fracasos? Si es así, ¿qué cambios deben hacer?
Una comunidad evangélica es humilde
El gran apóstol Pablo, un hombre con una fe valiente y un corazón apasionado
por la misión del evangelio, fue también un ejemplo de humildad.
Tal vez una de las tentaciones más peligrosas, aunque seductoras, que los líderes
enfrentan es el deseo de parecer, ante los compañeros líderes y ante los que
dirigen, más justos de lo que realmente son. Un devastador cambio espiritual
puede tener lugar en el corazón de un líder, a menudo de forma inconsciente.
Vivir y ministrar para la gloria de Dios está siendo cada vez más reemplazado
por la glorificación personal. La imagen que ellos proyectan cobra más
relevancia en el ministerio de lo que realmente son ante Dios. La auto
glorificación, como el goteo, el goteo del agua que remodela una roca, comienza
a remodelar sus corazones. La humildad es reemplazada por el orgullo, la
aclamación y el éxito. La estima y los aplausos de los demás se vuelven
demasiado valiosos. El orgullo hace que la jactancia sustituya a la confesión, y
las muestras de fuerza sustituyen a las peticiones de ayuda. La salud a largo
plazo y la productividad evangélica de una iglesia o comunidad de liderazgo está
directamente relacionada con la humildad de los miembros de esa comunidad.
La humildad es un fruto del gobierno del evangelio en tu vida. El evangelio te
humillará porque requiere que confieses que los mayores peligros de tu vida
viven dentro de ti y no fuera de ti. El evangelio te llama a correr a Dios para ser
rescatado porque tu mayor problema eres tú. El evangelio te dice que no importa
cuánto tiempo hayas conocido al Señor o el éxito que hayas tenido en Su obra,
necesitas Su gracia tanto como lo hiciste en el primer momento en que creíste. El
evangelio no trabaja para hacerte independiente y autosuficiente, sino para que
voluntariamente dependas de Dios y de la comunidad de gracia que ha puesto a
tu alrededor.
Me encanta el ejemplo de humildad en la vida del apóstol Pablo. Claramente no
habría pronunciado las siguientes palabras si hubiera estado motivado por
proteger su reputación y prominencia a los ojos de los demás:
Hermanos, no queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos en la
provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta
perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a
muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en
Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de tal peligro de
muerte. En él tenemos puesta nuestra esperanza, y él seguirá librándonos.
Mientras tanto, ustedes nos ayudan orando por nosotros. Así muchos darán
gracias a Dios por nosotros a causa del don que se nos ha concedido en respuesta
a tantas oraciones (2 Cor. 1:8-11).
Considera que estas son las palabras de un gran hombre de fe, con sus dones y
comprensión teológica, un hombre que se cuenta entre los apóstoles. Se podría
pensar que tenía un corazón tan lleno de la valentía del evangelio y la confianza
en Dios que nunca experimentó un momento de duda o pánico. Pero escuchen
sus humildes palabras. No solo está confesando el miedo y la desesperación, sino
también la tentación de ser autosuficiente. Está confesando la necesidad de que
Dios le muestre de nuevo que su esperanza no puede estar en sí mismo, sino que
debe descansar en Dios y, además, que todavía necesita la ayuda de la oración de
los demás. De esta manera, Pablo no es un cuadro al que miramos y al que
deseamos parecernos, sino que es una ventana a la impresionante gracia
salvadora del Redentor. El orgullo del líder produce cultos a la personalidad,
mientras que la humildad del líder estimula la adoración a Dios.
Una comunidad de líderes enraizada en el evangelio está marcada por la
humildad, y esa humildad engendra una confianza en las personas que va más
allá de la confianza en los líderes. Engendra en la gente una confianza en la
presencia y la gracia del Redentor y un deseo de vivir de una manera que le da
toda la gloria. ¿Tu comunidad de líderes es conocida por su humildad?
Una comunidad evangélica es paciente
Como líder en el ministerio me siento confrontado y animado por el llamado de
Santiago a la paciencia en el ministerio:
Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo
espera el agricultor a que la tierra dé su precioso fruto y con qué paciencia
aguarda las temporadas de lluvia. Así también ustedes, manténganse firmes y
aguarden con paciencia la venida del Señor, que ya se acerca. No se quejen unos
de otros, hermanos, para que no sean juzgados. ¡El juez ya está a la puerta!
Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que
hablaron en el nombre del Señor. En verdad, consideramos dichosos a los que
perseveraron. Ustedes han oído hablar de la perseverancia de Job, y han visto lo
que al final le dio el Señor. Es que el Señor es muy compasivo y misericordioso
(Sant. 5:7-11).
Con dolor debo confesar que no soy un hombre paciente. Soy naturalmente
orientado a los proyectos y a los objetivos. Es difícil para mí esperar, y me irrito
fácilmente mientras espero. Es fácil pensar negativamente de las personas,
lugares y circunstancias que me han hecho esperar. El hecho de que, en este
punto de mi vida ministerial, esté más dispuesto a esperar es, en sí mismo, un
argumento a favor de la existencia y el poder de la gracia transformadora de
Dios.
Es vital para todo líder reconocer que el llamado a la paciencia es un aspecto
significativo e ineludible del llamado al ministerio. La impaciencia en una
comunidad de liderazgo provocará que sea un estorbo, en lugar de una ayuda, en
lo que Dios está haciendo en sus vidas y en las vidas de aquellos que han sido
llamados a liderar. Como líderes, somos llamados a esperar porque vivimos en
un mundo caído donde las cosas no funcionan como Dios quiere. El
quebrantamiento del mundo seguramente interrumpe el mejor de nuestros
planes. Somos llamados a esperar porque lideramos a personas imperfectas que
no siempre escuchan bien, piensan bien, eligen bien o siguen bien. Se nos exige
paciencia porque no somos soberanos.
Para lograr los objetivos de nuestro ministerio, muchas cosas sobre las que no
tenemos control tienen que alinearse. Además, no controlamos la obra del
Espíritu que produce la convicción, el compromiso, la unidad y la cooperación
en los corazones de las personas. Somos llamados a esperar porque la espera es
una de las herramientas más regulares de la gracia de Dios. Desde la perspectiva
del evangelio, la espera nunca es solo para obtener lo que has estado esperando,
sino, más importante aún, sobre los buenos cambios en ti que Dios produce a
través de la espera. La disposición a esperar con un corazón paciente es una clara
señal de que tu comunidad de liderazgo ha sido y está siendo moldeada por el
evangelio.
El orgullo por los logros, la identidad basada en el éxito e idolatrar al poder son
el suelo en el que crece la impaciencia, y esa impaciencia siempre da como
resultado una cosecha de malos frutos, tanto en los líderes como en los que
lideran. La impaciencia los tienta a tratar de controlar cosas que no tienen poder
de controlar, a crear cambios que no pueden crear, y a mover lo que no tienen
capacidad de mover. Nada bueno resulta cuando un líder se asigna un poder que
no tiene. Los líderes que no están dispuestos a esperar valoran más la
planificación, el programa y los objetivos que las personas. Esto hace que
piensen y traten a las personas como obstáculos en el camino de su liderazgo en
vez de como aquellos a los que deben servir. Así que no administran bien los
dones de la gente, dando tiempo y espacio para la expresión, y no dan tiempo
para que Dios trabaje la perspicacia y la voluntad en los corazones de la gente.
Todo esto crea una cultura de temor en el ministerio, donde la gente se siente
más restringida e impulsada que comisionada y pastoreada. La gente tiende a
temer interponerse en el camino de este ministerio de rápido movimiento, más
de lo que temen ser dejados atrás por él.
Pero cuando el evangelio se nutre en los corazones de los líderes, estos se
dirigen con un robusto descanso en la soberanía de Dios, Su sabiduría, Su gracia
convincente y transformadora, Su amor por la Iglesia, Su fidelidad a Sus
promesas, Su voluntad de intervenir, y Su tiempo, que siempre es el correcto.
¿Cómo ha interferido la impaciencia en el trabajo del ministerio al que Dios ha
llamado a tu comunidad de líderes?
Una comunidad evangélica perdona
No puedo pensar en un pasaje más importante para el liderazgo que el llamado a
un estilo de vida evangélico que hace Pablo en Efesios 4:29-32. Tu comunidad
ministerial está poblada por personas que aún luchan con el pecado y aún están
creciendo en la gracia, así que el pecado, la debilidad y el fracaso desafiarán su
unidad e interferirán con su trabajo. En el liderazgo del ministerio, es imposible
no estar lidiando con el pecado y el fracaso de alguna manera. De cierta forma,
de algún modo, cada líder con el que trabajes te decepcionará. Ha habido
momentos en los que mis palabras y acciones han decepcionado a mi equipo de
ministerio. Cuando esto sucede, debemos lidiar con el pecado, la debilidad y el
fracaso de otros, ya sea con el perdón y la sabiduría restauradora o con la
negación sutil, la amargura, la ira, o la deslealtad de la calumnia. Los diversos
caminos para tratar con el fracaso se establecen de manera práctica en Efesios 4:
Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad,
porque todos somos miembros de un mismo cuerpo. «Si se enojan, no pequen».
No permitan que el enojo les dure hasta la puesta del sol, ni den cabida al diablo
[…].
Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan
a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. No
agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la
redención. Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda
forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y
perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo (Ef.
4:25-27, 29-32).
Debo aclarar que no hay que confundir el perdón con el permiso, en el que el
mal se deja pasar. Cuando un líder responde de esa manera, no lo hace porque
ama al que le hizo daño, sino porque se ama a sí mismo y no quiere pasar por la
molestia de los momentos tensos e incómodos que podrían resultar si dice la
verdad con amor.
Pablo comienza este maravilloso llamado al perdón con una invitación a decir la
verdad, y más tarde describe cómo debería ser esa verdad. Está formada por un
deseo de edificar de una manera apropiada al momento, buscando afianzar al
líder ofensor una vez más en la gloria y la gracia que le corresponde como hijo
de Dios. Cualquier otra forma de hablar en un momento de fracaso no es
saludable a los ojos de Dios, es inútil para el líder ofensor y perjudicial para la
unidad de esa comunidad de líderes.
Esto significa que tenemos que clamar a Dios para que nos ayude con nuestra
ira, con nuestra tendencia a aferrarnos a una ofensa demasiado tiempo, dando
espacio a la amargura, y nuestra tendencia a ceder a la tentación de hablar sin
amor a otros sobre la persona ofensora. Admitiré, y los animaré a hacerlo
también, que la ternura de corazón no es natural en mí, que necesito un
compromiso más profundo con la bondad y una voluntad de ser más rápido en
perdonar.
Pero he aprendido que cuanto más sumerjo mi corazón en la maravilla del
perdón de Dios, más dispuesto estoy a perdonar a los demás. Esto es lo que todo
líder necesita enfrentar. Si vamos a vivir y ministrar juntos en comunidades de
liderazgo espiritualmente sanas, necesitamos orar fervientemente para que Dios
nos rescate de nosotros, nos rescate del orgullo que hace que estemos más
centrados en el fracaso de los demás que en el nuestro, nos rescate de nuestra
tendencia a hablar de forma perjudicial cuando estamos decepcionados, nos
rescate de la tentación de repetir un fracaso una y otra vez en nuestras mentes, y
nos rescate de responder demasiado rápido con el juicio de la ira para que
podamos responder con una gracia tierna y perdonadora.
Cuando miro al pasado, a más de cuarenta años de liderazgo en el ministerio, lo
hago con deleite por cómo Dios me ha hecho crecer y me ha usado, pero también
con punzadas de dolor. Sé que he sido perdonado, pero hay momentos y
conversaciones que desearía poder quitar de la mente y los oídos de la gente. A
lo largo de los años, mi cosecha no siempre ha sido una buena cosecha del
evangelio, sino a menudo el fruto de mi fracaso en extender a mis compañeros
líderes la misma gracia que me ha sido prodigada.
Escribo esto porque estoy seguro de que no estoy solo. Hay demasiados líderes
enojados en la Iglesia de Jesucristo. Hay demasiados chismes en nuestras filas de
líderes. Demasiados de nosotros somos más rápidos para juzgar que para
perdonar. A lo largo del camino en el ministerio, muchos de nosotros hemos
perdido nuestros tiernos corazones. Demasiados de nosotros somos rápidos para
separarnos de las personas que nos han fallado de alguna manera. Muchos de
nosotros tenemos dificultad en darle oportunidad a Dios para hacer crecer a un
líder joven e inmaduro. Demasiados de nosotros perdonamos rápidamente en
nosotros mismos lo que luchamos por perdonar en los demás. El perdón sirve, la
ira domina y controla; no es difícil discernir cuál de estos es el camino del
evangelio.
Nuestras comunidades de liderazgo realmente necesitan ser infundidas con la
gracia de Dios que perdona, rescata, transforma y libera. Todo lo que
necesitamos hacer es navegar por Twitter para ver cuán rápido nos juzgamos con
severidad y hablamos de los demás de forma poco amable. Estas respuestas
nunca defienden el evangelio, sino que corrompen su mensaje y obstruyen su
crecimiento. Pero no me desanimo, porque creo en el poder rescatador y
restaurador de la gracia de Dios. He visto sus frutos en mi propio corazón y en
los corazones de los demás. ¡Oremos por nuevas olas de esa gracia a través de
nuestras comunidades de liderazgo! ¿El perdón está produciendo el buen fruto
del crecimiento personal y la unidad en tu comunidad de liderazgo?
Una comunidad evangélica es estimulante
Me conmueve el deseo de Pablo de animar y me aflige que no es más que un
valor formativo en nuestras comunidades de liderazgo de la iglesia y del
ministerio:
Siempre que oramos por ustedes, damos gracias a Dios, el Padre de nuestro
Señor Jesucristo, pues hemos recibido noticias de su fe en Cristo Jesús y del
amor que tienen por todos los santos a causa de la esperanza reservada para
ustedes en el cielo. De esta esperanza ya han sabido por la palabra de verdad,
que es el evangelio que ha llegado hasta ustedes. Este evangelio está dando fruto
y creciendo en todo el mundo, como también ha sucedido entre ustedes desde el
día en que supieron de la gracia de Dios y la comprendieron plenamente. Así lo
aprendieron de Epafras, nuestro querido colaborador y fiel servidor de Cristo
para el bien de ustedes. Fue él quien nos contó del amor que tienen en el
Espíritu.
Por eso, desde el día en que lo supimos, no hemos dejado de orar por ustedes.
Pedimos que Dios les haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y
comprensión espiritual, para que vivan de manera digna del Señor, agradándole
en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de
Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán
con paciencia en toda situación, dando gracias con alegría al Padre. Él los ha
facultado para participar de la herencia de los santos en el reino de la luz. Él nos
libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en
quien tenemos redención, el perdón de pecados (Col. 1:3-14).
No hay mucho que necesite agregar a este hermoso pasaje sobre el carácter y el
contenido del estímulo evangélico. Solo añadiría que, dado que el ministerio es
una guerra espiritual, que se libra en el terreno del corazón de cada líder, y
debido a que esa guerra se libra en el contexto de un mundo terriblemente
quebrantado que no solo no funciona como Dios quiere, sino que también
regularmente pone tentaciones en nuestro camino, el liderazgo del ministerio
está marcado por la lucha y la decepción. Así que nunca hay un momento en una
comunidad de liderazgo, no importa quién esté en la comunidad o dónde haga su
trabajo, a qué agenda se haya comprometido y a quién haya sido llamado a
liderar, en el que no se necesite estímulo. El estímulo centra a los líderes en la
gloria de lo que Dios ya ha hecho y en Su poder para hacer aún más, y al
hacerlo, edifica la esperanza, la valentía y la confianza frente a cualquier
dificultad, desafío u obstáculo que pueda haber en su camino de liderazgo. El
estímulo captura los corazones de los líderes con el evangelio y protege sus
corazones del desánimo y los sentimientos de incapacidad. El aliento del
evangelio es también una defensa contra el peligro siempre presente del orgullo
por los logros, porque pone el crédito donde se debe, es decir, a los pies del
Salvador. ¿Son tus líderes más aptos para animar que para criticar y juzgar?
Una comunidad evangélica es protectora
Ser una comunidad protectora significa entender que la perspicacia espiritual
personal, que protege a los líderes de la seducción espiritual, el engaño y el
peligro, es el resultado de la comunidad. Todo líder necesita protección para
poder liderar bien y a largo plazo. Presta atención a cómo el escritor de Hebreos
presenta ese tipo de comunidad:
Cuídense, hermanos, de que ninguno de ustedes tenga un corazón pecaminoso e
incrédulo que los haga apartarse del Dios vivo. Más bien, mientras dure ese
«hoy», anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se
endurezca por el engaño del pecado. Hemos llegado a tener parte con Cristo, con
tal que retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio (Heb.
3:12-14).
Si el pecado nos ciega, y lo hace, y si el pecado aún permanece en nosotros, y lo
hace, entonces, incluso como líderes del ministerio, hay focos de ceguera
espiritual en nosotros. Así que es vital que todos abandonemos el pensamiento
de que nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Si hay lugares en los que
todavía sufrimos de ceguera espiritual, entonces hay errores en la forma en que
nos percibimos a nosotros mismos e interpretamos nuestras palabras y
comportamiento. Si, como líder, niegas la posibilidad de ceguera espiritual
personal y confías en la exactitud de tu percepción, no estás humildemente
abierto y accesible a los compañeros líderes que Dios ha puesto cerca de ti para
ayudarte a ver lo que no verás por ti mismo.
Así que todos necesitamos una comunidad de liderazgo amorosamente
protectora que nos ayude a ver cosas que necesitamos ver, pero que no podemos
contemplar por nosotros mismos. Si la perspicacia espiritual personal es el fruto
de la gracia de Dios, entonces una comunidad de liderazgo moldeada por el
evangelio funciona como un instrumento para ver en los corazones de los
miembros de esa comunidad.
Sé que necesito esta protección porque tiendo a ser ciego a mi ceguera. Es difícil
escapar de que el escritor de Hebreos nos llama a admitir humildemente que la
gracia de la perspicacia espiritual personal es el producto de la comunidad. ¿Tu
comunidad de liderazgo funciona como una comunidad protectora, dándose
mutuamente perspectiva donde es necesario, protegiendo así a los líderes del
engaño del pecado?
Una comunidad evangélica es restauradora
Los líderes de la Iglesia lideran las líneas del frente de la guerra espiritual. Habrá
bajas, y por lo tanto cada comunidad de líderes del ministerio debe
comprometerse con el trabajo de restauración. Discutiré esto mucho más a fondo
en un capítulo posterior, pero por ahora, considera cómo Santiago termina su
carta:
Hermanos míos, si alguno de ustedes se extravía de la verdad, y otro lo hace
volver a ella, recuerden que quien hace volver a un pecador de su extravío lo
salvará de la muerte y cubrirá muchísimos pecados.
Me temo que, ante los errores, el fracaso o la caída de un líder, muchas de
nuestras comunidades ministeriales están mucho más condicionadas a
deshacerse de ese líder que a trabajar en su restauración. La restauración no debe
ser confundida con ser suave con el pecado. La restauración del evangelio nunca
minimiza el pecado. El evangelio nunca valora la eficiencia por encima del
carácter. La restauración del evangelio nunca se cede ante la posición y el poder.
La restauración del evangelio nunca pone las necesidades de la institución sobre
el corazón de la persona. La restauración del evangelio nunca compromete las
cualidades ordenadas por Dios para el liderazgo del ministerio.
Pero una comunidad de liderazgo que ha sido moldeada por el evangelio, de
manera que sus miembros son humildemente conscientes de sus propias
susceptibilidades y de la medida en que están siendo perdonados y protegidos,
no se apresura a juzgar y separar, sino que alegremente da y hace lo que sea
necesario para rescatar y restaurar a este ser querido que ha cedido al pecado.
Trataré este tema con más detalle en el capítulo 10. ¿Tiene tu comunidad de
liderazgo un historial de restauración de líderes?
Si nosotros, como líderes, vamos a dirigir a aquellos que han sido confiados a
nuestro cuidado, a dar su tiempo, energía y recursos a la causa del evangelio en
su generación y en su lugar, debemos funcionar como una comunidad del
evangelio para que tengamos la humildad de luchar juntos, la valentía de hacer
grandes cosas y la perspicacia de confesar y abandonar aquellas cosas que
puedan estorbarnos. Así que recordamos el perdón masivo que hemos recibido y
que nuestro Salvador lucha por nosotros para que el evangelio nos moldee,
incluso cuando no tenemos la visión o el sentido para luchar.
—3—
Límites
Fue un momento revelador, más de lo que yo quería que fuera. Estaba un poco
avergonzado en el momento de la exposición, pero fue bueno para mí
enfrentarme a lo que había en mi corazón. Estaba hablando en una gran
conferencia de hombres y me preguntaron si podía elegir un superpoder, ¿cuál
sería? Otros habían elegido la capacidad de volar o ser increíblemente fuerte,
pero inmediatamente dije: «Ojalá tuviera el poder de crear diez días en una
semana». Al hacerlo, me enfrenté una vez más al hecho de que detesto los
límites. Quiero más tiempo para poder hacer más de lo que el tiempo permite.
Quiero más fuerza para poder lograr más. Quiero más sabiduría para no tener
que invertir tanto tiempo investigando y aprendiendo. Quiero ser infinito y
todopoderoso. Sí, es verdad; todavía hay momentos en mi vida en los que quiero
ser Dios.
Me gustaría poder decir que soy libre de la frustración de los límites que Dios
me ha puesto, pero no puedo. Desearía poder decir que nunca soy tentado de
trabajar fuera de esos límites, pero no puedo. Desearía no tener que pagar más el
precio de negar esos límites, pero aún lo hago. En el ministerio es tentador tratar
de hacer más de lo que se puede hacer de forma realista y saludable. Es tentador
escribir descripciones de trabajo que piden más de lo que las personas pueden
manejar responsablemente. Y es tentador dejar que un líder trabaje más allá de
sus límites porque su trabajo parece esencial para el éxito de la empresa del
ministerio.
Ella representaba a miles de esposas solitarias, frustradas y desanimadas del
ministerio que han visto a sus maridos entregarse al ministerio mientras negaban
los límites que Dios les había puesto. Ella había visto a su marido desgastarse y
agotarse progresivamente. Ella había visto al ministerio robarle el ejercicio, el
sueño, la comunidad saludable, la meditación devocional tranquila y la buena
dieta. Pero lo más desalentador era que lo había visto convertirse en un padre
ausente y un marido distraído y distante. Vivía y trabajaba como si no tuviera
límites, y su familia pagaba el precio. Ella trató de hablar con él sobre ello, pero
cuando lo hizo, él se ponía a la defensiva. Su opinión era que estaba haciendo el
trabajo del Señor. Estaba usando los dones que Dios le había dado. Vivía con
amor a la iglesia, celo por el evangelio y compromiso con el reino de Dios. Su
actividad y su celo le cegaron los ojos ante el peligro en el que estaba y en el que
había puesto su matrimonio y su familia. Cuando ella intentaba hablar con él, él
terminaba enfadado, herido y desanimado. Pero en este fin de semana juntos,
ella estaba decidida a hablar porque tenía miedo de lo que pasaría si las cosas
continuaban como estaban. Esta vez ella no habló de él, sino que le dijo que todo
había terminado; que no podía seguir viviendo de esta manera. La conclusión
para ella fue esta: «Soy yo o tu ministerio. No puedo continuar así».
Ojalá pudiera decir que esta es la única historia que he oído, pero es así. Me
temo que, en la emoción, las oportunidades y la actividad del ministerio, muchos
de nuestros líderes olvidan, niegan o ignoran que tienen límites. El único ser
ilimitado en el cosmos es su Creador. Todo y todos han sido diseñados por Dios
con límites, y nunca funciona, nunca resulta en nada bueno, tratar de vivir,
ministrar y dirigir fuera de los límites que Dios ha establecido. Identificar esos
límites y lo que significa para la forma en que una comunidad de liderazgo toma
decisiones y hace su trabajo es un aspecto vital de lo que esa comunidad necesita
hacer para asegurar que sus miembros se mantengan espiritual, física y
emocionalmente saludables. Cada líder tiene dones y límites asignados por Dios.
Es peligroso enfocarse en uno sin recordar humildemente el otro.
Si eres un líder, no lo sabes todo, no puedes hacerlo todo, no eres completamente
maduro, y no tienes energía inagotable. No eres solo un conjunto de fortalezas,
dones y experiencias, sino también un conjunto de debilidades y
susceptibilidades. Es aquí donde el evangelio es un estímulo tan dulce. No
tenemos que temer nuestros límites porque Dios no nos envía por nuestra cuenta;
a donde nos envía, también va. No tenemos que maldecir nuestras debilidades
porque nuestras debilidades son un taller de trabajo para Su gracia. No tenemos
que esconder o negar nuestras áreas de inmadurez porque Dios es capaz.
Nuestros límites y debilidades no estorban lo que Dios puede hacer a través de
nosotros, pero nuestra negación de los límites y nuestros delirios de fuerza
independiente sí.
Así que quiero considerar con ustedes cuatro áreas de límites que Dios, en Su
sabiduría creadora, ha establecido para nosotros y cómo el constante
reconocimiento y la humilde admisión de estos límites ayudan a una comunidad
de líderes a evaluar sus planes, asignar su trabajo y evaluar su salud.
CUATRO LÍMITES
1. Tienes dones limitados
En la enseñanza de Pablo sobre los dones en el cuerpo de Cristo se encuentra el
claro entendimiento de que los dones son limitados (ver Efesios 4:1-16 y 1
Corintios 12:4-31). La imagen de Pablo sobre el cuerpo humano argumenta esto
poderosamente. El ojo ha sido diseñado específicamente para la vista, y porque
es así, no tiene la capacidad de recoger objetos. El diseño determina los límites.
Lo mismo es cierto para cada don que se ha dado a los miembros del cuerpo de
Cristo y, por lo tanto, es cierto para cada líder dotado por Dios para el ministerio
en Su Iglesia.
Ningún líder está diseñado para saber o hacer todo. Ningún líder está diseñado
para hacer su trabajo solo. Es peligroso para cualquier líder ser tan dominante
que los dones de los demás no se expresen, dejando a ese líder hacer cosas para
las que no fue dotado por Dios. Ningún líder, por tener dones poderosos, debe
verse a sí mismo como la persona más inteligente del lugar. La inteligencia es un
subconjunto de los dones. Todo líder necesita confiar en las contribuciones de
otros líderes que son inteligentes en formas que él no lo es. El ministerio siempre
debe hacerse en una comunidad humilde, respetuosa y sumisa porque los dones
que Dios nos ha dado llegan a nosotros con límites incorporados. Por la gracia
de Dios soy un líder influyente, pero me levanto cada día y hago el trabajo que
me ha sido asignado por personas que trabajan conmigo y que son inteligentes
en formas que yo no soy porque traen dones a nuestro trabajo que yo no tengo.
Sería necio y orgulloso tratar de dominar cada discusión, tomar cada decisión y
asignar cada tarea.
Todo líder necesita evaluar humildemente no solo sus fortalezas, sino también, y
lo que es más importante, sus debilidades. Solo cuando humildemente reconozco
los límites de mis dones puedo rodearme de gente que tiene un don en formas
que yo no tengo, es inteligente en formas que yo nunca seré, y es fuerte en áreas
donde soy débil.
Me temo que una de las razones por las que la comunidad de liderazgo
ministerial está rota es que hemos idolatrado a los líderes dominantes que no
reconocen los límites de sus dones, que no respetan los dones dados por Dios a
sus compañeros líderes, y que se les ha permitido pensar que son inteligentes,
dotados y fuertes en formas que no lo son. Así que tratan de hacer lo que no
fueron diseñados por Dios para hacer, tratan de manejar lo que no fueron
diseñados para manejar, y tratan individualmente de hacer lo que solo se hará
correctamente en una comunidad con otros líderes igualmente dotados. El
orgullo por los propios dones junto con la devaluación de los dones de los demás
es una receta para el desastre del liderazgo. El liderazgo independiente y
dominante es la negación funcional de lo que la Biblia enseña sobre la naturaleza
del cuerpo de Cristo y el don de los llamados por Dios para dirigirlo.
Si los dones dados por Dios tienen límites, el ministerio de producción de frutos
es siempre el resultado del reconocimiento y el empleo de una comunidad de
dones que opera en cooperación con los demás. Ningún don debe ser estimado
por encima de otro, y ningún don debe dominar la exclusión de otros. Los líderes
deben impulsar los dones de los demás, estar dispuestos a escuchar y a someterse
a la sabiduría de los demás que están dotados de maneras que ellos no lo están.
Los líderes humildes se rodean no de clones del ministerio, sino de líderes que
tienen dones que ellos no tienen y por lo tanto son inteligentes en formas que
ellos no lo son y fuertes en áreas en donde ellos son débiles. Este tipo de
comunidad siempre producirá una calidad y longevidad de frutos que nunca
serán producidos por un líder dominante. No es bíblico que un líder se diga a sí
mismo que no necesita la plena expresión de los dones de los demás para hacer
el trabajo que Dios le ha dado.
Pero hay más que decir sobre los dones del liderazgo del ministerio. Hemos sido
testigos de demasiados líderes poderosamente dotados que empiezan a verse a sí
mismos, debido a sus dones, como con derecho a un nivel de poder, posición y
estilo de vida que otros no tienen. Hay que decir que cuando se da un don
maravilloso, el único que tiene derecho es el Dador divino. Tiene derecho a
nuestro honor, gratitud y culto y a nuestro compromiso de administrar bien ese
don.
Recibir un don me dice que no soy autosuficiente, sino más bien que estoy
necesitado y soy dependiente. Me dice que no tengo la capacidad de hacer el
trabajo de Dios sin los dones de Dios. No puedo atribuirme el mérito de mi don
precisamente porque es un don. Mi don no me hace digno de la deferencia,
afirmación o sumisión humana, porque mi don no apunta a mí, sino a quien me
lo ha dado. Mi don no debería hacerme arrogante y presumido. No debería
hacerme pensar que lo merezco. Y los dones que me han sido dados nunca
fueron diseñados para funcionar de forma aislada de los dones de los demás. Es
triste ver a líderes que son influyentes solo por sus dones tomar el crédito por lo
que nunca podrían haber hecho sin estos dones, que han sido dados a ellos por la
mano de Dios. Es triste ver a los líderes usar sus dones para acumular poder,
aclamación y lujos.
En lugar de pensar que los dones nos otorgan ciertos derechos, tal vez
deberíamos ver nuestros dones como un llamado a estar dispuestos a sufrir.
Permíteme explicarte. Sí, es un gran honor tener el don de predicar el Evangelio,
de discipular a los hijos de Dios y de dirigir Su Iglesia. Pero escucha las palabras
de Santiago: «Hermanos míos, no pretendan muchos de ustedes ser maestros,
pues, como saben, seremos juzgados con más severidad» (Sant. 3:1). O escucha
a Lucas: «A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al que se le
ha confiado mucho, se le pedirá aún más» (Luc. 12:48). Con los dones de
liderazgo del ministerio viene una pesada carga de responsabilidad. El tamaño de
lo que esperas de ti mismo, el tamaño de tu responsabilidad, y el tamaño del
justo juicio de Dios están relacionados con el tamaño de los dones que te ha
dado.
En realidad, cuando Dios te da el ministerio y los dones de liderazgo, te está
llamando a estar dispuesto a sufrir. Debido a tus dones sufrirás una clase y
severidad de tentación que otros no enfrentan. Debido a la naturaleza pública de
tus dones, sufrirás una adulación peligrosa y una dura crítica. Las exigencias de
tu vida ministerial te tentarán a descuidar tu vida devocional personal. El
atractivo del ministerio público te tentará a descuidar el ministerio privado del
matrimonio, la familia y la amistad. Tus dones te tentarán a ser exigente, irritable
e impaciente con gente que tiene menos dones o que piensas estorbas lo que
quieres. Serás tentado a confundir tus dones con tu nivel de madurez espiritual.
Sí, es cierto: tus dones significan que has sido llamado a sufrir por el bien del
Dador y lo que pretende hacer a través de ti (ver 2 Cor. 1:3-11).
Ningún líder está dotado en todos los sentidos, y todo líder sufre por los dones
que se le han dado. Reconocer los límites de los dones dados por Dios y la
responsabilidad y el sufrimiento que vienen con esos dones es una parte esencial
de una comunidad ministerial que establece y mantiene su producción de frutos,
sino también su salud espiritual continua. Una comunidad de liderazgo que
humildemente reconoce los límites de los dones dados por Dios establecerá una
cultura ministerial de cooperación respetuosa, agradecida y alegre.
2. Tiene tiempo limitado
El tiempo se ha fijado para nosotros; no tuvimos voto, y no tenemos capacidad
de escapar. La estructura del tiempo que da forma a la existencia de todas las
criaturas de Dios estalla en la página de Génesis 1. En uno de sus primeros y
más significativos actos como Creador, Dios establece la estructura de siete días,
junto con la estructura del descanso sabático. Como líder, simplemente no
puedes ignorar los límites que te impone este plan y mantener la salud espiritual
y relacional y un ministerio eficaz a largo plazo. Parece ridículamente obvio
decir, pero no obstante importante, que nunca tendrás treinta horas en un día, y
nunca tendrás nueve días en una semana. Y siempre necesitarás el descanso del
sábado sin importar cuán maduro seas o cuántos líderes trabajen a tu lado.
Cada límite que Dios nos ha puesto ha sido fijado porque Dios sabe a quién ha
creado; sabe cómo fuimos diseñados para vivir y en el amor no requiere más de
nosotros de lo que somos capaces de hacer. Los límites no solo revelan Su
sabiduría, sino que también expresan Su amor. Los límites no son una prisión;
son una gracia. No puedes permitir que tu comunidad de líderes asigne más
trabajo a un líder de lo que se puede hacer en el tiempo que tiene asignado para
trabajar. No puedes pedirle a una persona que amontone trabajo sobre trabajo,
día tras día, sin días de descanso. Hay pocas cosas más importantes para una
comunidad de liderazgo espiritualmente sana que considerar los límites de
tiempo que Dios diseñó para Su creación desde el principio.
Otra observación sobre las limitaciones de tiempo en las que vivimos. Estas eran
parte del plan perfecto de Dios para la gente y para el mundo que aún no había
sido dañado por el pecado. Si en un mundo perfecto estas fueron vistas como
una necesidad para la gente libre de pecado, ¿cuánto más significativas son para
nosotros ya que ahora lidiamos con las agotadoras complicaciones, desalientos,
quebrantamientos y tentaciones del mundo pecaminoso y con nuestro propio
corazón dividido y sus motivos conflictivos? El pecado nos hace presionar los
sabios y amorosos límites de Dios. El pecado causa que neguemos nuestras
susceptibilidades y que nos asignemos más poder del que tenemos. El pecado
nos tienta a pensar que sabemos más y que no necesitamos lo que Dios sabía que
todos necesitaríamos.
Pero permítanme hacer aún más práctica la importancia de que una comunidad
de líderes reconozca y se someta a los límites de tiempo dados por Dios. Quiero
pintar una imagen en tu mente. Imagina un triángulo de círculos conectados, con
un círculo en la parte superior y dos círculos conectados que forman la parte
inferior del triángulo. Así que hay tres círculos conectados del mismo tamaño.
Esos círculos están destinados a representar las tres dimensiones vitales de tu
vida. El círculo superior es tu vida espiritual (sé que toda la vida es espiritual), es
decir, tu vida de adoración personal, devoción y disciplina espiritual. El círculo
inferior izquierdo es tu vida relacional, es decir, el matrimonio, la crianza de los
hijos, el cuerpo de Cristo, los amigos y los vecinos. El círculo inferior derecho es
tu vida laboral, es decir, tu vida de ministerio evangélico y de liderazgo en la
iglesia o en el ministerio. Estas son las tres áreas principales de tu vida que Dios
ha diseñado para llenar tus 24 horas de los 7 días de la semana, junto con el
sábado de ocio y descanso. Arriba, abajo, a la derecha o a la izquierda de esta
pirámide de círculos conectados de tu llamado y responsabilidades, no tienes
nada, porque nunca tendrás 29 horas en un día o 10 días en una semana.
Ahora, esto significa que a medida que una de estas áreas de tu vida crece, no
puede crecer hacia fuera, porque no hay exterior. Dios eligió darte solo
veinticuatro horas en un día y siete días en una semana, y nunca tendrás nada
más. Así que, si uno de estos tres círculos crece, necesariamente causará que otro
se reduzca. Aquí es donde una comunidad de liderazgo se mete en problemas.
Cuando sin querer niega los límites de tiempo dados por Dios, asigna más
trabajo ministerial de lo que un líder puede hacer sin reducir la cantidad de
tiempo que puede invertir en otras áreas vitales e inevitables de su llamado y sus
responsabilidades. ¿Cuántas familias del ministerio han sido dañadas porque el
trabajo del ministerio comenzó a ocupar el tiempo de la familia? Así que más
ministerio significa que el líder pasa menos del tiempo necesario invirtiendo en
su matrimonio, criando a sus hijos, conviviendo con su familia de la iglesia y
sirviendo a sus vecinos.
Como líderes en el cuerpo de Cristo, tenemos que dejar de actuar como si el
equilibrio de la familia y las responsabilidades del ministerio fuera la ineludible
paradoja de la vida del ministerio. Dios es demasiado sabio, cariñoso, paciente y
amable para hacernos eso. Tenemos que resistir una cultura de liderazgo de
«esfuérzate más, haz más» que resulta en expectativas poco realistas, idolatría
del éxito, y todo un conjunto de malos frutos. He escrito y hablado de esto antes,
pero también debo mencionarlo aquí: en el Nuevo Testamento no hay una
discusión larga o detallada de la tensión entre el ministerio y la familia que
parece que damos por sentado. Esta discusión no existe, porque el Señor de la
Iglesia nunca nos llamaría a un área que nos obligara a descuidar o desobedecer
otra área. Una de las razones por las que hay tanta tensión es que tendemos a
ignorar o negar los sabios y amorosos límites de tiempo que Dios ha establecido
para nosotros. Es realmente posible tener una familia espiritual y
relacionalmente sana (círculo de compañerismo y amigos) y tener una vida de
ministerio dedicada y productiva al mismo tiempo.
Los límites de tiempo es otro argumento para que el ministerio se haga siempre
en comunidad, de modo que ningún líder intente o se le asigne hacer más de lo
que puede hacer responsablemente mientras también da el enfoque adecuado a
las otras cosas a las que Dios le ha llamado. ¿Tus líderes están trabajando
demasiado tiempo y demasiado duro? ¿Sus responsabilidades asignadas están
creando tensión con otras áreas de la vida? ¿Tienen un mecanismo para
monitorear esto? ¿Están tus líderes desgastados? ¿Han visto a los líderes sufrir
de agotamiento? ¿Has hablado con sus esposas o amigos para ver cómo se han
afectado esas relaciones? ¿Están tus líderes demasiado ocupados para dar el
tiempo adecuado a los devocionales de adoración, al estudio meditativo de las
Escrituras y a una robusta vida de oración? ¿Es esta preocupación una parte
regular de sus discusiones juntos como comunidad de líderes? ¿Proporcionas
sábados de descanso para tus líderes? ¿Con qué frecuencia surge el tema del
tiempo cuando se reúnen? ¿Está el ministerio y el deseo de acumular logros
equilibrado con un compromiso de salud relacional y espiritual en cada uno de
tus líderes? Al pensar en los límites de tiempo ordenados por Dios, ¿qué cambios
se necesitan en tu comunidad de liderazgo? Una comunidad de liderazgo
espiritualmente saludable siempre hace su trabajo con los límites de tiempo
diseñados por Dios a la vista.
3. Tienes energía limitada
Permíteme decirlo desde el principio: ninguno de nosotros es infinito,
autosuficiente o autosustentable. Todos tenemos una energía limitada junto con
ciertas debilidades y somos sustentados por la gracia divina. Así que una
comunidad de liderazgo espiritualmente saludable que produce frutos de
ministerio a largo plazo es consciente de que cada líder es creado por Dios como
una dualidad. No somos una comunidad de almas desencarnadas. Todo lo que
eres y todo lo que haces está moldeado por el hecho de que eres tanto espiritual
como físico. Al escuchar sobre la iglesia y la comunidad de líderes del
ministerio, se menciona mucho sobre la salud espiritual, pero poco sobre la salud
física. Por el plan de Dios, tú y yo tenemos energía limitada, y no administrar
nuestro físico minará seriamente cualquier energía natural que tengamos.
La salud física debe ser parte de la conversación y la responsabilidad compartida
de cada miembro de la comunidad de liderazgo. Así como nos preocupamos por
la salud espiritual de los demás, debemos preocuparnos y cuidar la salud física
de los demás. Esto no debería ser un tema tabú. No debería ser visto como algo
intrusivo. Los líderes no deberían resistirse o ponerse a la defensiva cuando este
tema se ponga sobre la mesa. Es una de las formas en que somos llamados a
amarnos y a pastorearnos unos a otros. Aquí es donde las palabras de Pablo en 1
Corintios 9:24 -27 cobran relevancia, ya que como parte de su llamado al
evangelio mantiene su cuerpo bajo control. Puede que estés pensando, ¿control
por quién, para qué? La respuesta es, control por el Cristo del evangelio para el
bien de la difusión del evangelio. Lo que Pablo está diciendo es que hasta que el
Señor regrese, tendremos pasiones que chocan en nuestros corazones. Tal vez es
mi pasión por la comida chocando con mi pasión por invertir mis energías en el
ministerio del evangelio. Tal vez mi pasión por relajarme choca con la aptitud
que necesito para levantarme y pelear la batalla espiritual todos los días.
Para terminar la carrera y no ser descalificados, todos debemos decir no a las
pasiones del cuerpo para poder correr la carrera del ministerio o del liderazgo a
la que hemos sido llamados. Someter nuestro cuerpo no comienza con la dieta y
el ejercicio, sino con la búsqueda y confesión de ídolos del corazón que
interfieren con la disciplina a la que hemos sido llamados y que la gracia hace
posible. Verás, la disciplina en nuestro cuerpo físico no es una adición a nuestro
llamado al ministerio evangélico; es una parte significativa del mismo.
Hace varios años me miré y tuve que admitir que no solo tenía sobrepeso, sino
que lo tenía por una aceptable gula cristiana. Así es como me pasó (y sé que no
estoy solo). Si ganas medio kilogramo al mes, no te darás cuenta, pero son seis
kilogramos al año y treinta kilogramos en cinco años. Mi alimentación era una
forma aceptable de idolatría, que no representaba el poder del evangelio y me
robaba la energía natural. Sabía que las dietas no funcionan, porque no puedes
morirte de hambre para siempre. Así que confesé mi pecado, cambié
completamente mi relación con la comida, y me puse a hacer ejercicio. En el
transcurso de varios meses perdí 20 kilogramos y he mantenido ese peso durante
muchos años.
Cuando un líder atraviesa los treinta, cuarenta y cincuenta años, no puede seguir
comiendo como antes, y seguramente no puede seguir las pasiones alimenticias
que tenía. Sé que estoy hiriendo algunas susceptibilidades, pero estoy
convencido de que la gula en el liderazgo de la iglesia y del ministerio nos está
robando tanto la consistencia del evangelio como la energía física. La iglesia es
afectada por enfermedades relacionadas al estilo de vida como la presión arterial
alta, la diabetes y el hígado graso. Un líder del ministerio me dijo una vez que su
médico le dijo que, si perdía 25 kilogramos, ya no necesitaría su medicación
para la diabetes y la presión sanguínea.
El ejercicio regular estimula la energía. Tal vez muchos de nosotros estamos
cansados todo el tiempo no por las rigurosas exigencias del ministerio, sino por
la falta de ejercicio físico riguroso en nuestra rutina normal. Es mi amor por mi
Salvador y Su evangelio lo que me provoca a comer con disciplina. Es mi amor
por el evangelio lo que me hace levantarme e ir al gimnasio o subirme a mi
bicicleta mañana tras mañana. Hay mañanas en las que esto es muy difícil de
hacer, y hay veces en las que invento excusas, pero para mí, estos no son temas
secundarios; van directo al corazón de cómo el evangelio me da poder para vivir
y al corazón de la carrera del evangelio que he sido llamado a correr como líder
del ministerio.
Sé que esta conversación es difícil, pero es una que necesitamos tener. Nunca
juzgaría a los demás por su peso, pero creo que debemos hablar sobre la salud
física en nuestras conversaciones de liderazgo y comunidad. Debido a que
nuestro Señor creó tanto nuestro yo espiritual como nuestro yo físico, porque
conoce nuestra batalla con nuestras pasiones, y porque el evangelio nos permite
tener conversaciones sinceras, deberíamos alegrarnos de poder poner temas
difíciles sobre la mesa ante un Dios de amor glorioso y con la comunidad de
amor con la que nos ha bendecido. Esta conversación no se trata de ser legalista
o sentencioso, sino de vivir con alegría en la libertad del evangelio, que no solo
es nuestro mensaje central, sino la esperanza diaria de todos en nuestra
comunidad de líderes. Una comunidad de liderazgo espiritualmente sana no solo
se preocupa por la salud espiritual de sus líderes, sino también por su bienestar
físico.
4. Tienes una madurez limitada
He escrito extensamente sobre la madurez en El llamamiento peligroso, así que
no diré mucho aquí, pero la limitada madurez espiritual de cada miembro de la
comunidad de liderazgo debe ser asumida por todos en esa comunidad. Lo que
quiero decir con esto es que cada líder es una persona en proceso de
santificación. No importa cuánto tiempo llevemos en el liderazgo, no importa
cuán bien entrenados, no importa cuán maduros teológicamente, todos estamos
todavía en necesidad de un futuro desarrollo espiritual. Todos tenemos puntos
ciegos. Todos tenemos áreas de susceptibilidad a la tentación. Cada uno de
nosotros tenemos debilidades de carácter. Todos necesitamos el poder de rescate,
convicción y transformación del evangelio.
Así que una comunidad de líderes no debe hacer suposiciones sobre sus líderes
que les impidan tener una preocupación por el evangelio entre ellos y
conversaciones comunitarias sinceras. Las comunidades de liderazgo deben
comprometerse a pastorear a cada miembro de esa comunidad. No podemos
permitir que ningún miembro viva en aislamiento y separación espiritual. Dios
nos ha llamado no solo a la labor externa del ministerio del evangelio, sino
también al liderazgo «unos a otros». Lo repetiré a lo largo de este libro: mi
experiencia, al tratar con pastores caídos o que abandonaron, es que a su
alrededor había una comunidad de liderazgo débil o disfuncional que fracasaba,
en el amor y el cuidado pastoral, en proteger a ese líder de sí mismo.
Todo líder necesita ser objeto de un discipulado continuo, todo líder necesita que
se le confronte en momentos, todo líder necesita los consuelos del evangelio,
todo líder necesita ayuda para ver lo que no vería por sí mismo, y todo líder
necesita que se le conceda el amor y el estímulo para tratar con los vestigios del
viejo yo que aún están dentro de él. Si esto es así, entonces no podemos estar tan
ocupados imaginando, diseñando, manteniendo, evaluando y rediseñando el
ministerio que tenemos poco tiempo para cuidar de las almas de los que están
dirigiendo esta obra del evangelio. Una comunidad de liderazgo espiritualmente
saludable se anticipa al continuo crecimiento espiritual personal de cada uno de
sus miembros.
Hasta que no estemos en el otro lado ministraremos, nos relacionaremos y
viviremos con límites. Esos límites no estorban lo que Dios pretende hacer a
través de nosotros, porque todos son el producto de Su sabia y amorosa elección.
Lo que nos llama a hacer es posible dentro de los límites que Dios ha establecido
y de los que no podremos escapar con éxito. Por lo tanto, es parte de nuestro
llamado del evangelio tener esos límites siempre presentes en las conversaciones
de nuestra comunidad de líderes. Debemos resistir la tentación de vivir fuera de
esos límites o asumir que todos estamos tratando con nuestros límites de manera
humilde y sabia. Dios no teme llamar a personas limitadas al liderazgo del
evangelio, así que no debemos tener miedo, con humildad y esperanza
evangélica, de poner esos límites sobre la mesa, no solo una vez, sino una y otra
vez, sabiendo que tendremos que mantener este compromiso hasta que la obra de
Dios en nosotros se complete.
—4—
Equilibrio
Es algo con lo que tenemos que lidiar cada día, algo que hace que la vida sea
agotadora y dura, algo que reconocemos mejor a nuestro alrededor que dentro de
nosotros: el mundo en el que vivimos está triste y dramáticamente
desequilibrado. El mundo tal y como Dios lo creó fue diseñado con un equilibrio
perfecto.
¿Qué es el equilibrio? Es todo lo que está en su lugar correcto haciendo lo que se
supone que debe hacer. No podemos ni siquiera imaginar un mundo así, donde
todo es predecible, y no hay nada de qué preocuparse, donde la vida es más fácil
de vivir, las decisiones son más fáciles de tomar, y las relaciones son más fáciles
de mantener y disfrutar. Así es como se supone que debe ser por el diseño de
Dios: la creación en su lugar adecuado haciendo lo que se supone que debe
hacer, la paz reinando desde los valles más profundos de la tierra hasta los cielos
más altos. Sin problemas, disfunciones y sin peligros inminentes a la vuelta de la
esquina, todo, en todas partes y en todos los lugares, en equilibrio.
La Biblia tiene un nombre para el equilibrio: shalom. Shalom es que todo esté en
su lugar correcto, haciendo lo que se supone que debe hacer, de la manera en que
Dios lo quiso hacer. Shalom era la forma en que debía ser, pero como una copa
de cristal fino ahora en pedazos en el suelo, shalom se ha hecho añicos. El
mundo está desequilibrado, tanto que Pablo dice en Romanos 8 que el mundo
entero gime. Gime necesitando ayuda. Gime y necesita reparación. Gime en el
dolor del desequilibrio. Gime por un redentor. Pero es importante notar que
Pablo nos dice que no es solo el mundo creado el que gime; nosotros también
gemimos. ¿Por qué? Bueno, gemimos porque el desequilibrio que ha infligido a
nuestro mundo no está solo fuera de nosotros; eso ya sería bastante difícil. No,
también está dentro de nosotros. Estamos desequilibrados.
Nuestros corazones luchan por mantener las cosas en su sitio, así que no siempre
pensamos, deseamos, vivimos, nos relacionamos, planeamos y decidimos con un
sentido adecuado del equilibrio. Ciertas visiones, deseos, y cosas creadas toman
un mayor peso en nuestros corazones de lo que deberían tomar y sacan nuestras
vidas fuera de balance. Lo que es importante para Dios no siempre es importante
para nosotros. Lo que Dios sabe que es necesario para nosotros no siempre es
necesario para nosotros. No siempre atesoramos lo que Dios dice que debemos
atesorar. Las cosas engullen más espacio en nuestros corazones de lo que
deberían, y las cosas que deberían tener prominencia en nuestros corazones a
menudo no la tienen. El quebrantamiento, el drama, el dolor y la tristeza en
nuestras vidas son el resultado no solo del desequilibrio que nos rodea, sino
también del desequilibrio que todavía existe dentro de nosotros.
Afortunadamente, por el poder de la gracia divina y transformadora estamos
siendo llevados progresivamente a un mayor equilibrio, y vivimos con la certeza
de que algún día el equilibrio se restaurará plenamente, dentro y alrededor de
nosotros, y las cosas estarán donde deben estar, haciendo lo que deben hacer.
Cada comunidad de líderes debería discutir periódicamente estas cosas.
La Biblia tiene otra forma de hablarnos sobre el desequilibrio. Es un término
que, en la superficie, parece un término religioso, pero que en realidad es un
vocabulario que Dios nos ha dado para entender las luchas funcionales más
fundamentales de todo ser humano: la idolatría. La idolatría no es solo cuando
un dios religioso reemplaza al único Dios verdadero, y no es solo cuando tu
corazón está gobernado por una cosa malvada. En su forma diaria más
fundamental, la idolatría es cuando las cosas buenas están desequilibradas en
nuestros corazones. La idolatría es cuando las cosas toman un mayor peso que
Dios en nuestros corazones. Considera las palabras de Romanos 1:23, 25:
Y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas del
hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles […]. Cambiaron
la verdad de Dios por la mentira, adorando y sirviendo a los seres creados antes
que al Creador, quien es bendito por siempre. Amén.
Pablo expande su definición de idolatría desde la dimensión religiosa formal a la
dimensión de la adoración más profunda, es decir, la función motivadora más
profunda del corazón. La idolatría es tu corazón desequilibrado. Las palabras
aquí son importantes. La idolatría es cuando la gloria de Dios el Creador se
cambia por la gloria de la cosa creada. Es interesante e importante notar que la
palabra hebrea para gloria, kavod, en su raíz significa o connota «peso». Piensa
en tu corazón, como un líder, como una antigua balanza con pesos a cada lado.
En un lado está el peso del Creador, y en el otro lado está el peso de la criatura.
En el diseño de Dios, el peso del creador se supone que es mucho más pesado
que cualquier cosa en el lado de la criatura. Tristemente, el pecado desequilibra
la balanza, causando que las cosas creadas tengan más control sobre tus
pensamientos, deseos, elecciones, palabras y acciones que el que tiene Dios.
Esto significa que mientras el pecado viva dentro de ti, lucharás por mantener las
cosas en tu vida y ministerio en un equilibrio adecuado.
Estoy convencido, al examinar mi propia vida de liderazgo en el ministerio y al
ayudar a otros a hacer lo mismo con la suya, que nuestras vidas se desequilibran,
no primero por las demandas de la descripción de nuestro trabajo o la multitud
de oportunidades de ministerio que están ante nosotros, sino por la falta de
equilibrio en nuestros corazones. En el ministerio las cosas buenas se convierten
en cosas dominantes. Los líderes son tentados a mirar al ministerio para
proveerles lo que nunca se pretendió proveer. La posición de liderazgo, el poder,
el respeto, la aclamación y el éxito comienzan a tomar más peso en nuestros
corazones de lo que nunca deberían tomar. Y, debido a ello, nos hacen tomar
malas decisiones y participar en decisiones lamentables. Por miedo a no
conseguir las cosas que creemos que necesitamos, trabajamos más tiempo, nos
esforzamos más, controlamos más, delegamos menos y tomamos más crédito.
Los buenos hábitos piadosos se quedan atrás en nuestro impulso ministerial. Las
relaciones necesarias no se mantienen adecuadamente. El culto privado se
vuelve superficial, si no se abandona por completo.
Aquí está la aterradora realidad. En el ministerio, la forma en que persigues a tus
ídolos es haciendo ministerio. Esta realidad debería estar en los pensamientos y
conversaciones de cada comunidad de liderazgo ministerial. Tomemos la
oración, por ejemplo. Pensarías que la oración es el acto más puramente divino
en nuestras vidas, pero incluso la oración se convierte en algo totalmente
diferente cuando nuestros corazones están desequilibrados. Si en una reunión de
liderazgo, ensayas tu oración antes de decir las palabras, ese ensayo no es
impulsado por tu adoración a Dios sino por algo totalmente distinto. ¡Dios
escucha el ensayo! Tal oración no es un acto de adoración, sino un medio de
engrandecerse en la mente de aquellos que te escucharán orar. Quieres parecer
humilde, contrito, adorador, agradecido y teológicamente preparado, no ante
Dios, sino ante las otras personas que están en el salón.
Si la oración puede servir al propósito de algo más que honrar a Dios, buscar Su
ayuda y comprometerse con Su servicio, entonces todo lo demás en la vida de un
líder del ministerio también puede hacerlo. Cada cosa buena que toma más peso
de lo que Dios pretendía se convierte en algo malo, algo perturbador y peligroso.
No está mal querer ser respetado por tus compañeros líderes. De hecho, podrías
argumentar que no puedes hacer tu trabajo como una comunidad de liderazgo sin
un saludable respeto mutuo. Pero ese respeto no debe tener más peso en tu
corazón que el honor de Dios.
¿Podría ser que las vidas de muchos líderes del ministerio estén desequilibradas
no porque se les pida hacer demasiado o tratar con demasiadas oportunidades de
ministerio sino porque tienen corazones desequilibrados? Mientras el pecado
siga viviendo dentro de nosotros, el equilibrio será un tema para cada líder del
ministerio y debería ser una consideración para cada comunidad de liderazgo.
Verás, si empiezas a desear cosas fuera del ministerio y del liderazgo que no
deberías desear, otras áreas del llamado no recibirán la atención que necesitan.
Las partes más privadas de tu vida (matrimonio, familia, cuerpo de Cristo,
comunidad, culto privado y estudio devocional, salud física, salud financiera)
comenzarán a sufrir abandono. Los resultados negativos del descuido de esas
cosas privadas en tu salud emocional, espiritual y física comenzarán a afectar
negativamente tu función como líder. Por ejemplo, la tensión regular en tu hogar
puede causar que estés tenso al iniciar tu día de trabajo, haciéndote fácilmente
irritable e impaciente con tus compañeros líderes. La deuda puede crear
preocupación y ansiedad que llevas contigo al considerar cosas importantes y de
peso con tus compañeros líderes.
Una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable debería estar siempre
considerando y discutiendo el equilibrio en las vidas de sus líderes. Siempre
debería estar buscando amorosamente evidencia de desequilibrio en cualquiera
de sus líderes. Debería preocuparse por la salud del matrimonio de cada líder, la
relación de cada líder con sus hijos, la vida devocional de cada líder, el bienestar
físico de sus compañeros líderes, etc. Deben preocuparse por esas cosas no solo
porque aman a cada líder, sino también porque funcionan como indicadores
clave de que algo está desequilibrado en su corazón y en su vida. En este lado de
la eternidad, es una muestra de amor asumir una lucha de equilibrio del corazón
(Creador vs. creado) en los miembros de tu comunidad de líderes, y al hacerlo,
debes buscar señales de desequilibrio. Una guerra de deseos y motivos aún
continúa en todos nuestros corazones y solo cesará cuando nuestro Salvador nos
haya dado la bienvenida a Su reino final.
¿CÓMO ES UN CORAZÓN EQUILIBRADO EN LA VIDA DE UN LÍDER?
Aquí está el resultado final. La característica número uno que toda iglesia o
ministerio debería querer en cada uno de sus líderes, y que debería ser
regularmente monitoreada y alentada, es un corazón en equilibrio. ¿Cómo se ve
un corazón en equilibrio en la vida de un líder? A continuación, sugiero una lista.
(Todas las características aplican tanto a las mujeres líderes como a los hombres
líderes).
Su liderazgo está formado por la fe, no por el miedo.
Dirige desde la humildad y la necesidad, no desde el orgullo y la confianza en sí
mismo.
Se siente incómodo con la falta de coherencia entre su persona de ministerio
público y su conducta privada.
Es rápido en otorgar gracia porque sabe cuánto necesita esa misma gracia.
No ama el poder y la posición más de lo que ama a Dios y al pueblo al que Él lo
ha llamado a servir.
Administra los dones de los demás en lugar de usar esos dones para ganar
posición y poder para sí mismo.
Está tan entusiasmado y comprometido con guiar a su familia como con su
trabajo de liderazgo público.
Se resiste a estar a la defensiva, y es humilde y accesible hacia los demás y
rápido para confesar el pecado.
No se atribuye el mérito de cosas que nunca podría producir por sí mismo sin la
soberanía y la gracia de Dios y en asociación con otros.
No usa el llamado y la posición del ministerio para construir un reino propio.
Se preocupa más por vivir y dirigir de una manera que agrade a Dios que por
recibir alabanzas de los que lo rodean.
Defiende lo que es correcto, pero de manera amable, paciente y comprensiva.
No busca su identidad en su papel de líder, sino que descansa en su identidad en
Cristo.
Permite que la gente a su alrededor se sienta amada y nutrida, incluso en lugares
donde el ministerio es duro y la comunidad de liderazgo parece dividida.
Nunca habla de forma negativa fuera de la comunidad de liderazgo sobre
aquellos con los que ha sido llamado a asociarse en el ministerio.
Su liderazgo está más impulsado por el cuidado de la grey que por la política.
Encuentra mayor alegría en el evangelio que en el éxito de cualquier institución
del ministerio.
Descansa en el sabio y amoroso control de Dios, por lo que no necesita estar en
control.
Siempre trata la diversidad de una manera que promueve la unidad.
No desprecia la debilidad, sino teme los engaños de la fuerza independiente.
Se conduce con un corazón generoso, más listo para dar y servir que para exigir
y recibir.
Su liderazgo está marcado más por el amor que por el poder.
Es comprensivo, paciente y perdonador.
Siempre está comprometido con la reconciliación y la restauración, no importa
lo costoso que sea.
No hay tensión constante en su vida entre el ministerio y la familia.
Ve su cuerpo físico como un instrumento de su vocación, y porque lo hace, le da
la atención y el cuidado adecuados.
En su corazón, tiene sus apetitos y deseos bajo control.
No se irrita más por el pecado, las debilidades y los fracasos de los demás que
por los suyos propios.
No exige a los demás lo que no está dispuesto a hacer él mismo.
No está celoso o intimidado por los dones, experiencias y éxitos de sus
compañeros.
Su liderazgo público está siempre conectado y guiado por un robusto culto
personal y estudio meditativo.
Está tan comprometido con los sábados de descanso como con el logro de
objetivos.
La santidad personal lo motiva más que la posición de liderazgo o el éxito del
ministerio.
No aprovecha las ventajas de su liderazgo con el propósito de obtener beneficios
personales.
No anhela el poder, sino que lo cede voluntariamente a otros.
Se lo conoce más por alegre que por quejumbroso.
Se sienta voluntariamente bajo la instrucción de otros y sopesa las opiniones de
los demás con humildad y gracia.
Dirige con tristeza y alegría, siempre lamentando la presencia destructiva del
pecado, mientras celebra el poder de la gracia redentora.
Su liderazgo es más un extenso acto de adoración que un compromiso con el
avance de su carrera.
Ama a Jesús más que a sí mismo.
Ama a la iglesia más de lo que se ama a sí mismo.
Renuncia a cosas valiosas por amor a sus compañeros líderes y a aquellos que
juntos han sido llamados a liderar.
Sus hijos no sienten que el ministerio les ha robado a su padre.
Anhela que el evangelio transforme lo más profundo de su corazón y está abierto
a los instrumentos de transformación del evangelio que Dios ha puesto en su
vida.
Dirige con la mentalidad de un embajador y nunca con la mentalidad de un rey.
Cuando se equivoca o ha hecho algo malo, se somete voluntariamente a una
confrontación amorosa y a la disciplina de Dios.
Es dueño de sus errores y nunca defiende lo que no debe ser defendido.
Su ministerio está moldeado por las promesas del evangelio y no por los «y
si…» de un corazón ansioso.
Todo lo que hace en el ministerio se hace para la gloria de otro.
Ahora, no sé a ti, pero esta lista me mata. Me recuerda, una vez más, que a
menudo mi corazón está desequilibrado. Me predica una y otra vez que no todo
lo que hago en mi vida ministerial es el resultado de la sumisión al señorío de
Jesucristo, el deseo de la gloria de Dios, y el descanso en Su presencia, Sus
promesas, Su poder y Su gracia. Hay otros señores que luchan en mi corazón,
que desafían el peso que solo Dios debería tener en mis pensamientos, deseos,
elecciones y acciones. Solo cuando Dios está en el lugar que le corresponde en
mi corazón, las personas y las cosas están en el lugar que les corresponde en mis
pensamientos, deseos y acciones. Líder, tú eres como yo. Esto no es algo en lo
que debamos pensar una vez que realicemos tareas de nuestros ministerios. No,
esta es una lucha continua y debe estar regularmente en nuestras conversaciones
de la comunidad de liderazgo. Todos hemos visto líderes que hemos respetado y
con los que nos hemos asociado en el ministerio caer en desequilibrio y hacer
cosas en el contexto de su ministerio o vida privada que nos han dejado
sorprendidos y tristes. Hemos visto un materialismo escandaloso; abuso de
autoridad; mal uso del dinero de Dios; amor al poder y a la posición; el uso de
los dones, el poder y la posición para seducir y maltratar a otros; el ocultamiento
de los errores; la construcción de cultos a la personalidad; matrimonios rotos;
niños enfadados; compañeros líderes heridos; falta de voluntad para someterse al
consejo, la confrontación y la disciplina amorosa; el uso de la perspicacia
teológica y la manipulación bíblica para defender lo que no debe ser defendido;
etc.
Pero tal vez no deberíamos sorprendernos. La guerra del equilibrio todavía hace
estragos en nuestros corazones, y si no es reconocida por nuestras comunidades
de líderes, y si no se convierte en parte del cuidado evaluativo y protector que
regularmente hacemos unos con otros, me temo que habrá más bajas por venir.
No se trata de intentar ser el Espíritu Santo en la vida de los líderes. No se trata
de ciclos de una morbosa, deprimente y agotadora autoevaluación. No se trata de
reemplazar el espíritu de gracia con el juicio y la crítica. Se trata, sin embargo,
de admitir humildemente que entre el «ya» y el «todavía no», somos un
ministerio inconcluso en un mundo caído. Hay tentación a nuestro alrededor, y
todavía tenemos áreas de susceptibilidad en nuestros corazones. Todavía somos
capaces de anhelar lo que no deberíamos anhelar. Todavía somos tentados a dar
paso a cosas que deberíamos resistir. Incluso en el liderazgo del ministerio del
evangelio, todos somos capaces de estar llenos de nosotros mismos y olvidarnos
de Dios. Hay lugares donde incluso el pecado gana terreno o donde el perdón es
una gran lucha. Hay momentos en los que queremos resistir más de lo que
queremos que nuestro Señor se complazca. Aún tenemos momentos en los que el
miedo momentáneo supera nuestra esperanza en el evangelio.
Sin embargo, la gracia nos libera de la carga de negar esa lucha; la gracia nos
libera de la agotadora forma de actuar como si fuéramos algo que no somos y de
tener miedo de mirar hacia los lugares en donde hay desequilibrio y donde nos
rigen cosas que no deberían gobernarnos. La presencia de la gracia de Dios aquí
y ahora nos da la bienvenida para ser humildemente abiertos, honestos con
nosotros mismos y con los demás, estar dispuestos a considerar lo que es difícil
de admitir, listos para confesar y perdonar, y dispuestos a pasar por momentos
tensos e incómodos en un deseo de amarnos, protegernos y rescatarnos
mutuamente. La gracia permite que una comunidad de liderazgo funcione como
una robusta comunidad evangélica en la que la franqueza, el cuidado y el amor
protector son la norma.
SEÑALES DE UN CORAZÓN DESEQUILIBRADO
Si te preocupa la salud espiritual y el éxito a largo plazo de tu comunidad de
líderes, entonces te interesarás por ella y buscarás señales de desequilibrio en la
vida de tus líderes. Mi propósito aquí no es exagerar cada una de estas señales,
ya que todas ellas son bastante claras, sino más bien ofrecerlas como una ayuda
para el cuidado espiritual mutuo que debería ser el trabajo regular y alegre de
cada comunidad de liderazgo en el ministerio. Y les recordaré de nuevo que
hacemos esto con una sólida confianza en el poder rescatador, perdonador,
transformador, capacitador y liberador del evangelio y por un corazón lleno de
amor abnegado por aquellos con los que Dios nos ha llamado a liderar. Esta no
es una lista exhaustiva, sino una muestra de las áreas a mirar con amor mientras
se comprometen al cuidado mutuo de los líderes.
Problemas matrimoniales y familiares.
Adicción al trabajo.
La falta de compromiso con una vida devocional.
No respeta con regularidad los días de descanso.
Relaciones insalubres de ministerio o de liderazgo.
La falta de una relación regular y significativa con la comunidad del cuerpo de
Cristo.
Deuda.
Comunicación problemática.
Ira.
Desánimo, depresión o agotamiento.
Mala salud física.
Resistencia a la crítica amorosa y al cuidado espiritual.
Se conduce de manera dominante o controladora.
Relaciones sin reconciliar.
Sí, el mundo y todo lo que hay en él vivió una vez en perfecto equilibrio. Todo
estaba donde debía estar, desde los cielos más altos hasta los rincones más
profundos del corazón humano. Tristemente, el pecado rompió el magnífico
equilibrio del shalom, y el equilibrio ha sido una lucha desde entonces. Jesús,
cuyo corazón estaba equilibrado en todos los sentidos, vino a vivir la vida que el
pecado nos hizo imposible de vivir, a morir la muerte que merecíamos y a
resucitar como un Rey salvador y conquistador, para que el equilibrio se
restaurara en nuestros corazones. Su primer acto de restauración fue restaurarnos
a Dios, porque es solo cuando Dios tiene Su justo peso en nuestros corazones
que todo lo demás tiene el peso apropiado. Él ahora trabaja mediante Su Espíritu
para restaurar el equilibrio de nuestro corazón en todos los sentidos y en todas
las situaciones. Debido a que ese trabajo está incompleto, el equilibrio sigue
siendo un problema en la forma en que una comunidad de liderazgo ama y
protege a sus miembros. Pero seguimos adelante con confianza y esperanza
porque sabemos que no solo nuestras labores no serán en vano, sino también que
nuestro Señor lucha por nosotros incluso cuando fallamos en la lucha por
nosotros mismos y por los demás.
—5—
Carácter
Los valores de la comunidad de líderes determinan la forma en que la
comunidad piensa y realiza su trabajo y, lo que es más importante, la forma en
que cada miembro se relaciona con todos los demás miembros. Ahora bien, lo
que he escrito parece bastante obvio, pero lo que parece obvio no siempre es
obvio cuando se consideran las oportunidades, responsabilidades y relaciones del
liderazgo en el ministerio. A lo largo del camino, en la vida y el trabajo de una
comunidad de liderazgo, se produce un sutil cambio de valores. No hablo aquí
de valores formales, sino de lo que esa comunidad considera importante. Este
cambio de valores es sutil, pero transforma fundamentalmente la manera en que
los líderes hacen su trabajo. A medida que ocurre, la comunidad de líderes
experimenta una creciente discontinuidad entre sus valores formales y sus
valores funcionales.
Este cambio se repite una y otra vez: lo que un grupo de líderes confiesa que
valora ya no es lo que realmente valora. Lo que dicen que es lo más importante,
no lo tratan como lo más importante. Lo que confiesan que quieren en cada líder,
en realidad no lo quieren en cada líder. Ya no son la misma comunidad de líderes
con los valores que una vez tuvieron, pero nadie parece saberlo, y nadie hace
sonar las alarmas de advertencia, y nadie parece entender que la labor de los
líderes ha adquirido un carácter muy diferente y que los líderes están en peligro.
En realidad, este capítulo es una extensión y una aplicación específica del
capítulo anterior.
LO QUE DIOS DICE QUE ES IMPORTANTE
Una comunidad de líderes está espiritualmente segura y preparada para una vida
de ministerio productiva y a largo plazo solo cuando lo que es importante para
Dios no solo es teológicamente importante para ellos, sino también
funcionalmente importante. La vida y el trabajo de una comunidad de liderazgo
está moldeada no solo por los dones de sus líderes, su vasta experiencia, la
fuerza de sus personalidades públicas, la habilidad empresarial o la visión y la
planificación estratégica, sino sobre todo por sus valores. Lo que más valoran
moldea la forma en que se relacionan entre sí, lo que anhelan lograr y lo que
denominan éxito. Así que es importante para una comunidad de liderazgo seguir
preguntando: «¿Lo que es importante para Dios sigue siendo importante para
nosotros?». La raíz de muchos de los desgarradores fracasos de liderazgo que
todos hemos presenciado es este sutil y progresivo cambio de valores. Cuando la
iglesia o el ministerio se derrumba, los líderes que lo dirigen ya no son lo que
eran, y no valoran lo que hacían antes. La mayoría de las veces, este movimiento
se produce en pequeños incrementos a lo largo de muchos años, tan pequeños y
lentos cambios que es difícil de notar.
La ilustración que sigue podría ser malinterpretada, pero creo que ilustra bien
cómo los cambios de valores se producen sutilmente. Estos cambios son muy
parecidos a cómo los hombres de mediana edad tienden a tener sobrepeso. No
hablo de personas que tienen problemas fisiológicos que no pueden controlar y
que dan lugar a un aumento de peso. Como dije antes, si ganas medio kilogramo
cada mes, tú y la gente que te rodea no lo notarán, pero eso significa seis
kilogramos al año, treinta kilogramos en cinco años, y sesenta kilogramos en
diez años. Para ese entonces ya eres una persona completamente diferente, pero
no solo físicamente. A lo largo del camino has tenido que negar que comes
mucho más de lo que necesitas, que tienes que comprar continuamente ropa de
mayor tamaño, y que no puedes subir unas escaleras sin perder el aliento. Te has
sentido cómodo con engañarte a ti mismo con la creencia de que estás bien
cuando no lo estás. Haces una broma pesada cuando pides el filete de medio
kilogramo solo para ti, pero tu broma es una indicación de algo triste, y la gente
que está contigo no debería reírse.
Sé que algunos pensarán que soy exagerado, pero el hombre de mediana edad
con sobrepeso que acabo de describir no solo ha cambiado la talla de su
cinturón; ha cambiado los valores, y lleva consigo la evidencia empírica de ese
cambio. Tristemente, algo muy similar les sucede a los líderes de la iglesia y del
ministerio. Por eso es importante no suponer la permanencia de los valores de tu
ministerio o que tus líderes no cambiarán. Para añadir a esto, porque cada líder
en cada ministerio todavía tiene el pecado residiendo en él, la guerra por el
gobierno de tu corazón todavía está en marcha. Cada líder es susceptible. Ningún
líder es incapaz de ser tentado. Cada líder a veces quiere lo que no debería
querer, tiene problemas para controlar sus emociones, y se arrepiente de algo que
hizo o dijo. Pero hay más.
Cada líder de cada ministerio también hace su trabajo en el contexto de un
mundo donde el mal está por todas partes, donde lo que Dios dice que es feo será
presentado como atractivo. Y debo añadir un elemento más aquí. Cada líder de
cada ministerio trabaja en un mundo donde el enemigo acecha, buscando
desviar, engañar y destruir. Por lo tanto, es muy importante que, como líderes,
estemos siempre comprometidos y abiertos a hacernos preguntas sobre los
valores y a ser confrontados amorosamente cuando haya una razón para que un
compañero líder nos haga personalmente esas preguntas.
Quiero mirar dos pasajes en las Escrituras que nos dicen lo que Dios piensa que
es importante en la vida y el ministerio de aquellos que ha llamado para dirigir
Su obra del reino en la tierra. El primero es muy familiar para cualquiera que
haya considerado el llamado al ministerio:
Se dice, y es verdad, que, si alguno desea ser obispo, a noble función aspira. Así
que el obispo debe ser intachable, esposo de una sola mujer, moderado, sensato,
respetable, hospitalario, capaz de enseñar; no debe ser borracho ni pendenciero,
ni amigo del dinero, sino amable y apacible. Debe gobernar bien su casa y hacer
que sus hijos le obedezcan con el debido respeto; porque el que no sabe gobernar
su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios? No debe ser un
recién convertido, no sea que se vuelva presuntuoso y caiga en la misma
condenación en que cayó el diablo. Se requiere además que hablen bien de él los
que no pertenecen a la iglesia, para que no caiga en descrédito y en la trampa del
diablo (1 Tim. 3:1-7).
Lo que debería llamar la atención de todo líder sobre esta lista de cualidades, lo
que salta a la vista, es que por encima de todo lo que se puede desear en un líder,
Dios valora el carácter. Debo decir que no estoy seguro de que siempre lo
hagamos. Creo que hay veces en las que nos atraen más los líderes de gran
personalidad, poderosos comunicadores y que producen resultados. Hay otra
cosa que me impresiona aquí: la lista nos dice que, a los ojos de Dios, el carácter
supera el rendimiento. Solo hay una mención en toda la lista de cualidades que
se podrían llamar un «don de rendimiento»: la enseñanza. Todo lo demás en la
lista es sobre lo que mueve, motiva y dirige el corazón del líder. Todo lo demás
es sobre lo que un líder valora más en la vida y en el ministerio. Líderes que
tienen carácter, dirigen con carácter, modelan lo que es verdaderamente
importante, y animan lo mismo en otros.
¿Realmente buscamos líderes que sean conocidos por su gentileza? ¿Estimamos
a los líderes que tienen su visión y sus emociones bajo control para que no sean
controladores, exigentes o fácilmente irritables? ¿Qué tan arriba está la
hospitalidad en la lista de lo que valoramos en un líder? ¿Consideramos cómo un
líder ha manejado su dinero como una ventana válida a los valores de su
corazón? ¿Somos demasiado tolerantes con los «sabelotodos» dominantes del
ministerio? ¿Realmente valoramos el amor matrimonial abnegado y la
paternidad tierna y compasiva cuando consideramos lo que es importante en un
líder? Todas estas son cuestiones de valores críticos. Un líder que es contencioso
valora más tener la razón y el control que lo que Dios dice que es correcto en su
corazón y en su vida. Un líder que no tiene autocontrol no puede negarse nada
porque valora lo que quiere más de lo que valora lo que Dios quiere para él.
Cada cualidad de carácter en esta lista es una ventana a lo que Dios valora más
en el corazón y la vida de aquellos que ha llamado a liderar.
Así que nunca hay un punto en el que una comunidad de liderazgo deba dejar de
preguntarse: «¿Hay todavía evidencia concreta en nuestro trabajo ministerial y
nuestras relaciones con los demás de que valoramos lo que Dios dice que es más
importante?». Siempre deberíamos buscar cambios sutiles en los valores que nos
han cambiado progresivamente y en la forma en que hacemos nuestro trabajo.
Aquí hay otra pregunta que debemos hacernos siempre: «¿Hemos cerrado los
ojos ante ciertas deficiencias de carácter en un líder debido a la eficacia de su
desempeño en el liderazgo?». O aquí hay otra forma de hacer esta pregunta:
«¿Hay alguien en nuestra comunidad de liderazgo a quien hayamos dejado de
responsabilizar debido a la efectividad de su ministerio?».
Hay otro pasaje que captura poderosamente lo que Dios valora más en los líderes
que llama a Su obra. Este pasaje captura lo que Dios valora en un líder. Debo
admitir que encuentro en este pasaje uno de los recordatorios más motivantes,
desafiantes, convincentes y alentadores de toda la Escritura al contemplar lo que
Dios me llama a hacer como Su representante. Es una declaración de valor que
me deja caer de rodillas en la debilidad y el fracaso y me hace clamar por el
perdón y la gracia capacitante al reconocer que caigo por debajo de Su estándar
una y otra vez. Por eso, es un pasaje al que regreso regularmente, y se ha
convertido en un consistente clamor de ayuda a mi Señor que ha marcado mi
vida de oración. Tómate un tiempo, ahora mismo, para reflexionar sobre las
palabras de Pablo en 2 Corintios 5:16-21:
Así que de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente
humanos. Aunque antes conocimos a Cristo de esta manera, ya no lo conocemos
así. Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha
pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de
Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación:
esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no
tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la
reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara
a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se
reconcilien con Dios». Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo
trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios.
En este pasaje Pablo desenvuelve la actividad redentora que produce el celo
evangélico que forma, moldea, motiva y dirige su ministerio. Nos muestra
enormes realidades evangélicas que nunca deben pasar desapercibidas en lo que
queremos para nuestros propios ministerios, lo que queremos conseguir como
líderes del ministerio, y lo que deseamos de nuestros compañeros líderes o de la
seductora atracción del poder y la posición del liderazgo. Somos parte de la
asombrosa obra de Dios donde nos recrea en Cristo, nos reconcilia consigo
mismo, no nos recrimina más nuestros pecados y luego se vuelve y nos confía el
mensaje de estas gloriosas realidades.
Como líderes, nunca debemos perder de vista este pasaje. Esto es lo que hace
para todos los que confían en Jesús: destruye las falsas identidades y cualquier
resto de orgullo en la justicia personal; elimina las mentiras y acusaciones de
Satanás contra cualquier hijo de Dios; y desaparece el miedo que haría que la
gente se escondiera. Lo que se nos ha confiado es hermoso y cambia la vida en
todos los sentidos. No importa cuál sea tu ministerio, tu posición de liderazgo,
las tareas diarias que te han sido asignadas, o los líderes que trabajan a tu lado,
es este evangelio el que debe estar en tu mente y llenar tu corazón momento a
momento mientras haces tu trabajo. El peligro en el liderazgo de la iglesia y el
ministerio es que algo más comience a tomar el lugar del evangelio en tu mente
y corazón, y si lo hace, ya no valorarás lo que tu Salvador valora o te
comportarás de una manera que le agrade.
Ahora, hay una palabra cargada de valor en 2 Corintios 5:16-21 que es tanto el
resumen como el énfasis del pasaje. Pablo dice: «Así que somos embajadores de
Cristo». ¡Qué palabra tan pintoresca y cargada de contenido! Piensa en lo único
que un embajador está encargado de hacer dondequiera que esté, con
quienquiera que esté y en lo que trabaje. La única tarea de un embajador es
representar. El liderazgo de la iglesia y el ministerio está diseñado por Dios para
ser representativo en todos los sentidos que la palabra embajador connota. Los
líderes no pueden pensar primero en sí mismos como embajadores de la iglesia o
del ministerio que dirigen o como embajadores de un plan estratégico particular
o como embajadores de las metas del ministerio personal. Deben liderar con el
conocimiento de que lo que más valora Dios en un líder es que lo represente
bien. En cada tarea, en cada relación, en público o en privado, somos llamados a
una mentalidad de embajador, a valores de embajador y a un funcionamiento de
embajador.
Ahora, ¿qué significa esto en la práctica? Significa que, en la medida de mis
posibilidades, confiando en el derramamiento de la gracia capacitante, me
comprometeré a representar fielmente el mensaje, los métodos y el carácter del
Rey salvador que me comisionó. Cada mensaje que comunicamos en privado o
en público debe ser probado por nuestra vocación de embajador. Cada
metodología que empleamos como comunidad de liderazgo debe ser evaluada
sobre la base de nuestra vocación de embajador. Todas nuestras actitudes y
acciones deben ser medidas por nuestro llamado a representar fielmente el
carácter del que nos envió. Cuando pienso en el mensaje, los métodos y el
carácter del Rey, mi mente se dirige a 1 Pedro 2:23: «Cuando proferían insultos
contra él, no replicaba con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se
entregaba a aquel que juzga con justicia». Que en todo sentido, en todo lugar, en
cada reunión, en cada relación, no importa cuán excitante o dura sea, lo
representemos bien.
Los líderes hambrientos de poder han dejado de ser embajadores. Los líderes
controladores e intimidatorios ya no son embajadores. Los líderes sexistas que
no respetan los dones que Dios les ha dado a las mujeres y que incluso pueden
relacionarse con ellas de manera inapropiada han abandonado su vocación de
embajadores. Estimar la grandeza por encima de la humildad y la piedad
significa que se han alejado funcionalmente de su comisión de embajadores.
Usar los dones y posiciones dadas por Dios de manera egoísta, materialista o
para glorificarse a sí mismos es un abandono de su posición de embajador. El
progreso institucional que compromete el evangelio es un abandono del llamado
a ser embajador. Liderar mediante la manipulación o la intimidación no es el
estilo de vida de un embajador. No ser paciente, abnegado, tierno, amoroso,
perdonador, humilde, servicial, gentil, fiel y amable es un fracaso para liderar
como embajador del Rey salvador que te envió.
Estoy persuadido de que, si hiciéramos de la vocación de embajador nuestra
norma de liderazgo, no solo no permitiríamos más cosas en nuestros líderes que
hemos acostumbrado a permitir, sino que estaríamos llenos de tal remordimiento
por lo mal embajadores que somos que caeríamos de rodillas en confesión y
buscaríamos la gracia rescatadora, perdonadora y capacitante de Dios y
confesaríamos públicamente nuestra debilidad y fracaso a aquellos a los que
Dios nos ha llamado a liderar.
Es hora de que los líderes confiesen que en muchos lugares y de muchas
maneras no hemos representado bien a nuestro amado Señor. Es hora de llorar y
arrepentirse mientras celebramos la gracia que nos da un nuevo comienzo. Es
hora de confesar que la ambición personal a menudo mueve y moldea nuestro
liderazgo más que el evangelio. Es tiempo de confesar que como líderes nos
hemos entregado a la tentación de ser embajadores de algo más que nuestro
Señor. Es hora de admitir humildemente que no podemos servir a los ídolos del
liderazgo y ser embajadores al mismo tiempo. ¿Cuántas veces vamos a
contemplar la misma historia triste de la caída de un líder del ministerio, y la
destrucción de la comunidad de liderazgo que lo rodeaba, antes de que nos
comprometamos de nuevo con los valores de Dios y con nuestro llamado a ser
embajadores y clamemos que Él, en amor, nos rescate de nosotros mismos?
CÓMO OTRAS COSAS SE VUELVEN IMPORTANTES
Toda comunidad de líderes debe reconocer que el ministerio es una intersección
de muchas motivaciones que compiten entre sí y que son conflictivas. Sería
maravilloso si cada líder de cada iglesia y comunidad de liderazgo ministerial
pudiera decir: «Mi corazón es puro e incapaz de ser tentado por cualquier
motivación que compita con mi lealtad a Cristo y Su evangelio de gracia». El
problema es que mientras el corazón de cada líder está siendo purificado por la
gracia santificante, no es completamente puro ni está más allá de la tentación.
Vinod Ramashandra, en su libro Gods That Fail [Los dioses que fracasan],
señala que, para la comunidad creyente, los ídolos más poderosos y seductores
son los que se cristianizan fácilmente. Sus palabras son una señal de advertencia
para todos los líderes del ministerio. Así es como nos desviamos: un líder del
ministerio persigue otros propósitos además de su vocación de embajador
haciendo ministerio. Un líder cuyo corazón ha sido capturado por otras cosas no
abandona el ministerio para perseguir esas otras cosas; usa la posición, el poder,
la autoridad y la confianza del ministerio para conseguir esas cosas. Cada
comunidad de liderazgo necesita entender que el ministerio puede ser el vehículo
para perseguir toda una serie de idolatrías. De esta manera, el liderazgo del
ministerio es una guerra, y no podemos abordarlo con la pasividad de las
suposiciones de los tiempos de paz.
Tristemente, los nobles líderes del ministerio se convierten en líderes indignos
del ministerio, y debido a que sus corazones han sido secuestrados, son los
embajadores de falsos dioses (poder, fama, cosas materiales, control,
aclamación, dinero, o el respeto del mundo), mientras siguen haciendo
ministerio. En la vida de un ministerio, los líderes cambian. A veces ese cambio
es una sumisión más profunda al señorío de Jesucristo y a la vocación de
embajador, pero a veces es una desviación hacia el servicio de otros maestros.
Todos los que han leído este libro han sido testigos de la triste desviación que
puede tener lugar en el corazón, la vida y el ministerio de un líder.
Como señalé anteriormente, cada vez que hay una caída pública de un líder
conocido, mi primera pregunta es: «¿Por qué la comunidad de líderes
circundantes no lo vio y lo abordó antes de que llegara a este horrible lugar?».
Pregunto esto porque hay un par de suposiciones que podemos hacer. Primero,
sabemos que el líder ha cambiado porque si hubiera sido en los primeros días lo
que es ahora, nunca habría sido llamado, contratado o nombrado para este puesto
de liderazgo. Segundo, los cambios no ocurrieron de la noche a la mañana.
Ocurrieron poco a poco durante años. Esto significa que no solo había muchas
evidencias de un cambio en su vida, sino un creciente conjunto de pruebas de un
cambio en las sensibilidades del corazón y las lealtades del corazón. Así que
parece correcto volver a hacer la pregunta con la que empecé este párrafo.
¿Cómo es que una comunidad de liderazgo con base bíblica, comprometida con
el evangelio y al servicio de Cristo no se mueve para confrontar amorosamente a
un líder que ha cambiado, buscando rescatarlo de sí mismo y protegerlo de los
falsos dioses del ministerio? Voy a responder a mi pregunta de una manera que
molestará y tal vez incluso enojará a algunos de ustedes, pero por favor denme la
oportunidad de explicar. La razón por la que a menudo somos demasiado pasivos
frente a la evidencia preocupante en las actitudes y acciones de un líder es, con
frecuencia, que los logros superan al carácter. De manera regular he escuchado
declaraciones como las siguientes:
«Pero él era un predicador tan talentoso».
«Pero miren el número de personas que han venido a Cristo».
«Pero miren cómo ha crecido nuestra iglesia».
«Pero piensen en el número de iglesias que hemos plantado».
«Pero nunca hubiéramos tenido este ministerio si no fuera por él».
«Pero mira los recursos del evangelio que ha producido».
Pocas comunidades de liderazgo reconocen que han llegado a valorar el
desempeño por encima del carácter, pero el desempeño se convierte en la lógica
detrás de no tratar con cuestiones de carácter. Aquí está la lógica inadecuada:
«Miren lo que este gran hombre ha hecho por Dios; ¿debemos realmente
empañar su ministerio?». Así que una comunidad de líderes acepta lo que no
debería aceptar, se queda en silencio cuando debe hablar, y es pasivo cuando
debe actuar. No ha habido ningún cambio de valores formales en su confesión de
fe, pero a nivel funcional la comunidad de liderazgo llega a valorar el éxito del
ministerio más que el carácter piadoso y la lealtad de los embajadores.
No es solo que uno de sus líderes haya cambiado; toda la comunidad de
liderazgo ha cambiado, y en muchos casos, parece que no lo saben.
Veamos cómo se produce a menudo este cambio. Mi propósito no es argumentar
que así es como siempre sucede, sino que estos pasos son típicos de la forma en
que tiende a suceder.
En el comienzo del ministerio de un líder existe un alto nivel de preocupación
por el carácter y mucho estímulo amoroso y responsabilidad. Al conocer a un
líder, se le observa cuidadosamente por la forma en que hace su trabajo y se
relaciona con los demás. Está rodeado por el tipo de comunidad que todo líder
necesita. Pero a medida que los meses y años pasan y los dones del líder dan
fruto de manera abundante, los líderes a su alrededor empiezan a cerrar los ojos
y los oídos. Tal vez es la ira en una reunión, o una mala actitud hacia un
empleado, o algo inapropiado dicho sobre una mujer. Este poderoso y efectivo
líder tiene ahora el poder de silenciar las voces del evangelio necesarias en su
comunidad de liderazgo. Los compañeros líderes se sienten cómodos resistiendo
los impulsos del Espíritu Santo. Se dicen y se hacen cosas que saben que están
mal, y cuando suceden, hay un freno en su espíritu, no responden a los impulsos
y se sientan en silencio.
Al poco tiempo, en lugar de enfrentarse a los errores con la gracia, en sus
propios corazones o en la conversación con sus compañeros líderes, ellos
comienzan a dar «explicaciones». Como comunidad de líderes se convencen a sí
mismos de que tal vez el mal no es realmente tan malo. Producen en sus propios
corazones, y en el de los demás, perspectivas y explicaciones alternativas que
hacen que lo malo parezca menos malo. Si permitimos que todo esto suceda, no
pasará mucho tiempo antes de que esta comunidad de liderazgo comience a
defender al líder cuando las acusaciones provienen de personas a las que ha
agraviado, en lugar de tratar esos males con un compromiso de pureza ética y de
carácter que se atenúe con la gracia. Esta comunidad evangélica, otrora cariñosa,
vigilante, rescatadora y protectora, se ha transformado en una comunidad de
defensores y abogados. El poder y la actuación de este líder lo ha dejado
desprotegido. El éxito de su ministerio es amado por sus compañeros líderes más
que él. El castillo que ha construido se ha convertido en algo más valioso que su
alma. Los líderes se han acobardado en silencio cuando se ha resistido a la
preocupación amorosa y a la confrontación, en lugar de amarlo con el tipo de
amor robusto e implacable que viene cuando el temor de Dios ha derrotado al
temor del hombre.
Ningún líder puede ser abandonado. No se debe permitir que ningún líder aleje a
sus compañeros que tienen preocupaciones piadosas. Ningún líder debe imponer
su lealtad de manera que comprometa la integridad del evangelio y la moralidad.
El fruto del ministerio de algún líder no debe resultar en que su corazón no sea
protegido. Todo líder, no importa cuán poderoso y exitoso sea, debe estar
dispuesto a mirarse en el espejo confiable de la Palabra de Dios. Ninguna
comunidad de líderes debe comprometer su integridad para lograr su visión.
Ningún líder debe ser intocable por la comunidad evangélica que Dios ha puesto
amorosamente a su alrededor. Todo líder necesita una gracia confrontativa y
restauradora.
El ministerio es una guerra diaria de valores. Pero no debemos tener miedo o
desanimarnos, porque no estamos solos en esta batalla. Cada líder del ministerio
es el objeto de la gracia santificante de Dios. Cuando se trata de los verdaderos
valores de nuestros corazones, la santificación expone progresivamente,
condena, reclama y restaura. Nuestra esperanza no es que siempre lo hagamos
bien, sino que Dios nunca abandone Su obra santificadora. Podemos estar
dispuestos a transigir, pero Él nunca lo estará. Podemos ceder al miedo, pero Él
no tiene miedo. Podemos ser engañados al no ver las cosas con claridad y
precisión, pero Su visión de nosotros es siempre perfecta. Su presencia y trabajo
en y a través de nosotros es nuestra esperanza, y debido a esto, podemos
comprometernos a hacerlo mejor. Podemos ser dueños de nuestras debilidades y
nuestros fracasos y aceptar Su invitación a empezar de nuevo.
—6—
Guerra
Fui tan ingenuo. Pensé que mientras tuviera conocimientos teológicos,
educación bíblica, y fuera llamado y posicionado por Dios como un líder en Su
Iglesia, estaría bien. Entré en el ministerio con una mentalidad de tiempos de
paz. No tenía ninguna idea de las tentaciones a las que me enfrentaría. Tenía
poca conciencia de los ataques que se harían contra mi carácter, mis dones, mi
visión y mis metodologías. No estaba preparado para la batalla, así que por
momentos cedí a cosas a las que debería haberme resistido. Escuché a gente a la
que no debería haber escuchado. Llegué al punto en que me sentí desanimado y
abatido, tan desanimado en un momento dado que nada parecía más atractivo
que dejar el puesto de liderazgo del ministerio al que una vez me sentí honrado
de haber sido llamado. Los líderes que no son conscientes de que el ministerio es
una guerra espiritual, empiezan a ministrar con corazones secuestrados, visión
distorsionada y motivaciones equivocadas. Pueden haber cambiado
significativamente, como consecuencia de la guerra espiritual, pero estar ciegos
al grado en que son diferentes.
El liderazgo en la Iglesia de Jesucristo no es solo una batalla por la fidelidad
teológica, la pureza del evangelio y la integridad metodológica; también es
siempre una guerra por el corazón de cada líder. Más líderes fracasan porque han
perdido la batalla por su corazón que por los cambios en su teología o visión del
evangelio. De hecho, a menudo sucede que la desviación teológica no es más
que un síntoma visible de un corazón que ya ha desviado. Quiero meditar con
ustedes sobre cómo se ve una comunidad de líderes que se prepara para la guerra
espiritual y hace el trabajo que Dios le ha llamado a hacer con una mentalidad de
tiempos de guerra.
LA VIDA ENTRE EL «YA» Y EL «TODAVÍA NO» ES UNA GUERRA
Está implícito en casi todas las páginas de la Escritura, y esto es una advertencia
aleccionadora para cada uno de nosotros. La vida, aquí y ahora, es realmente una
guerra espiritual momento a momento. Las Escrituras manejan la guerra
espiritual de una manera diferente a la de muchos de nosotros. A menudo
hablamos de ella como algo inusual, extraño, aterrador y dramático. Pensamos
en cuerpos poseídos por demonios agitándose en el suelo, gente echando espuma
por la boca, ya sabes, las cosas de las que están hechas las películas. No quiero
decir que no haya momentos dramáticos y físicos de guerra espiritual, pero
quiero enfatizar que la Biblia normaliza, en lugar de dramatizar, la guerra
espiritual. Debido a que vivimos en un mundo caído, a que realmente hay un
enemigo, Satanás, porque hay maldad y tentación a nuestro alrededor todo el
tiempo y porque el pecado todavía nos hace susceptibles de ser atacados,
vivimos todos los días en una zona de guerra. Toma el tiempo para leer los
siguientes pasajes que hablan de diversas maneras de la presencia y la
normalidad de esa guerra. Esta no es una lista exhaustiva de pasajes sobre el
tema, pero es suficiente para darte una idea de la advertencia aleccionadora de
las Escrituras para cada uno de nosotros.
Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra
autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra
fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales (Ef. 6:12).
Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo.
Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino
para derribar fortalezas (2 Cor. 10:3-4).
La noche está muy avanzada y ya se acerca el día. Por eso, dejemos a un lado las
obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. Vivamos
decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en
inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias. Más bien,
revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los
deseos de la naturaleza pecaminosa (Rom. 13:12-14).
Porque esta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es
contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden
hacer lo que quieren (Gál 5:17).
Queridos hermanos, les ruego como a extranjeros y peregrinos en este mundo
que se aparten de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida (1 Ped.
2:11).
«Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido zarandearlos a ustedes como si
fueran trigo. Pero yo he orado por ti, para que no falle tu fe. Y tú, cuando te
hayas vuelto a mí, fortalece a tus hermanos» (Luc. 22:31-32).
Pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la
ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo
(Rom. 7:23).
Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en
Cristo Jesús (2 Tim. 3:12).
En la lucha que ustedes libran contra el pecado, todavía no han tenido que
resistir hasta derramar su sangre (Heb. 12:4).
Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán
aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo (Juan 16:33).
Pase lo que pase, compórtense de una manera digna del evangelio de Cristo. De
este modo, ya sea que vaya a verlos o que, estando ausente, solo tenga noticias
de ustedes, sabré que siguen firmes en un mismo propósito, luchando unánimes
por la fe del evangelio y sin temor alguno a sus adversarios, lo cual es para ellos
señal de destrucción. Para ustedes, en cambio, es señal de salvación, y esto
proviene de Dios. Porque a ustedes se les ha concedido no solo creer en Cristo,
sino también sufrir por él (Fil. 1:27-29).
Queridos hermanos, no se extrañen del fuego de la prueba que están soportando,
como si fuera algo insólito. Al contrario, alégrense de tener parte en los
sufrimientos de Cristo, para que también sea inmensa su alegría cuando se revele
la gloria de Cristo (1 Ped. 4:12-13).
Por lo tanto, pónganse toda la armadura de Dios, para que cuando llegue el día
malo puedan resistir hasta el fin con firmeza. Manténganse firmes, ceñidos con
el cinturón de la verdad, protegidos por la coraza de justicia, y calzados con la
disposición de proclamar el evangelio de la paz (Ef. 6:13-15).
Comparte nuestros sufrimientos, como buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim.
2:3).
Más bien, mientras dure ese «hoy», anímense unos a otros cada día, para que
ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado (Heb. 3:13).
Luego oí en el cielo un gran clamor: «Han llegado ya la salvación y el poder y el
reino de nuestro Dios; ha llegado ya la autoridad de su Cristo. Porque ha sido
expulsado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche
delante de nuestro Dios» (Apoc. 12:10).
Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes (1 Cor.
16:13).
Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes!
Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas» (Jos. 1:9).
Entonces Josué les dijo: «No teman ni den un paso atrás; al contrario, sean
fuertes y valientes. Esto es exactamente lo que el Señor hará con todos los que
ustedes enfrenten en batalla» (Jos. 10:25).
Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y
por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos
testigos (1 Tim. 6:12).
Así que nos sentimos orgullosos de ustedes ante las iglesias de Dios por la
perseverancia y la fe que muestran al soportar toda clase de persecuciones y
sufrimientos (2 Tes. 1:4).
Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el
mundo están soportando la misma clase de sufrimientos. Y, después de que
ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia
que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes
y estables (1 Ped. 5:9-10).
Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda
como león rugiente, buscando a quién devorar (1 Ped. 5:8).
Hermanos, si alguien es sorprendido en pecado, ustedes que son espirituales
deben restaurarlo con una actitud humilde. Pero cuídese cada uno, porque
también puede ser tentado (Gál 6:1).
Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse
alerta y perseveren en oración por todos los santos (Ef. 6:18).
Y no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno (Mat. 6:13).
Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. El espíritu está dispuesto,
pero el cuerpo es débil (Mat. 26:41; Mar. 14:38).
Pero, mientras mantenían a Pedro en la cárcel, la iglesia oraba constante y
fervientemente a Dios por él (Hech. 12:5).
Por último, hermanos, oren por nosotros para que el mensaje del Señor se
difunda rápidamente y se le reciba con honor, tal como sucedió entre ustedes.
Oren además para que seamos librados de personas perversas y malvadas,
porque no todos tienen fe (2 Tes. 3:1-2).
Por último, fortalézcanse con el gran poder del Señor (Ef. 6:10).
Tú me armaste de valor para el combate; bajo mi planta sometiste a los rebeldes
(2 Sam. 22:40).
[Dios es el que] me arma de valor y endereza mi camino; da a mis pies la
ligereza del venado, y me mantiene firme en las alturas; adiestra mis manos para
la batalla, y mis brazos para tensar arcos de bronce. Tú me cubres con el escudo
de tu salvación, y con tu diestra me sostienes; tu bondad me ha hecho prosperar.
Me has despejado el camino, así que mis tobillos no flaquean (Sal. 18:32-36).
Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda
familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el
poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo
de su ser (Ef. 3:14-16).
Ningún soldado que quiera agradar a su superior se enreda en cuestiones civiles
(2 Tim. 2:4).
Queridos hermanos, he deseado intensamente escribirles acerca de la salvación
que tenemos en común, y ahora siento la necesidad de hacerlo para rogarles que
sigan luchando vigorosamente por la fe encomendada una vez por todas a los
santos (Jud. 1:3).
No debemos, pues, dormirnos como los demás, sino mantenernos alerta y en
nuestro sano juicio (1 Tes. 5:6).
El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi
vida; ¿quién podrá amedrentarme? Cuando los malvados avanzan contra mí para
devorar mis carnes, cuando mis enemigos y adversarios me atacan, son ellos los
que tropiezan y caen. Aun cuando un ejército me asedie, no temerá mi corazón;
aun cuando una guerra estalle contra mí, yo mantendré la confianza (Sal. 27:13).
Oren en el Espíritu en todo momento, con peticiones y ruegos. Manténganse
alerta y perseveren en oración por todos los santos (Ef. 6:18).
Ahora bien, si lo que estos pasajes describen, que cada creyente vive en un
estado diario de guerra espiritual y que por lo tanto debe vivir con los ojos
abiertos, el corazón comprometido, la mente alerta y el equipo de protección en
su lugar es cierto, ¿cuánto más es cierto para aquellos líderes que nuestro Señor
ha levantado para que se pongan al frente de la batalla para dar advertencia y
dirección? Ninguna comunidad de líderes debe ser ingenua. Ninguna comunidad
de liderazgo debe hacer su trabajo con una mentalidad cómoda de tiempos de
paz. Deberíamos ser realistas, conscientes y estar alerta. No debemos ser
deprimentemente paranoicos, porque nuestro capitán ya ha luchado la batalla y
ha ganado la victoria final en nuestro nombre, y está en nosotros, con nosotros y
para nosotros. Pero no debemos olvidar el entorno en el que hacemos nuestro
trabajo y la susceptibilidad que aún vive dentro de cada uno de nosotros.
No solo somos líderes, construyendo la casa de la fe; también somos soldados
bajo ataque en el campo de batalla de la fe. ¿Cuántas bajas más vamos a sufrir
antes de empezar a tomar en serio la guerra que hace estragos a nuestro
alrededor y dentro de nosotros? Como líderes designados por Dios, necesitamos
planear estratégicamente la evangelización, el discipulado, el crecimiento de la
iglesia, la plantación de iglesias y la revitalización de la iglesia, pero al mismo
tiempo también debemos hacer estrategias juntos para la batalla ineludible que
se desatará en nosotros y a nuestro alrededor mientras hacemos este trabajo.
ESTRATEGIAS PARA LA BATALLA
¿Cómo podemos elaborar estrategias juntos como comunidades de liderazgo
para la batalla? Permítanme sugerir tres maneras.
1. Cada líder debe aceptar humildemente sus susceptibilidades y ser cada vez
más consciente de ellas.
He visto en mi propia vida y en la de otros líderes que el orgullo espiritual te
deja expuesto a un ataque espiritual. Ningún líder está a salvo pensando que
es impermeable a los ataques. Una comunidad de liderazgo espiritualmente
saludable siempre está atenta y alerta a los peligros espirituales de la vida en
un mundo caído y de la vida como líder de una iglesia o de un ministerio. Tal
vez no haya mejor defensa contra el ataque espiritual que la humildad; es
decir, un sentido de necesidad constante de la gracia protectora y fortalecedora
que nos motiva a vigilar el peligro y clamar por la ayuda de Dios y la amorosa
ayuda de los compañeros líderes.
El peligro aquí es que el conocimiento teológico, los dones poderosos, la
experiencia del ministerio y el éxito pueden distorsionar la forma en que un líder
se ve a sí mismo. Hasta que no estemos en el otro lado de la eternidad, estas
cosas nos hacen susceptibles a un ataque espiritual. Las cosas que he enumerado
aquí no solo no nos protegen de los ataques, sino que pueden ser indicadores de
que estamos en un peligro aún mayor. Por supuesto que el enemigo quiere dañar
la Iglesia de Jesucristo y la reputación del Cristo de la Iglesia. ¿Qué mejor
manera de hacerlo que capturar y herir moralmente a uno de los líderes de la
Iglesia? La arrogancia teológica nos hace vulnerables a la guerra espiritual.
El orgullo por el éxito del ministerio te pone en peligro en la batalla. La falta de
apertura al cuidado pastoral y la preocupación de los compañeros líderes te
expone al peligro. Rodearse de líderes que ya no están dispuestos a desafiarte o
son demasiado temerosos de hacerlo, te deja expuesto. No clamar una y otra vez
para que Dios no solo te proteja del enemigo, sino que te proteja de ti mismo, te
deja expuesto a los ataques. Los líderes que olvidan que no solo son
predicadores, pastores y planificadores, sino también soldados en una guerra en
curso los deja vulnerables al peligro. Cualquier falla en un líder que le impida
vivir de manera humilde y alerta es peligrosa.
Compañeros líderes, debemos recordar quiénes somos, debemos tener en cuenta
dónde vivimos, y debemos estar alerta a las artimañas del enemigo. Nada de esto
debe ser deprimentemente pesimista u oscuramente introspectivo; no debe ser
paralizante, y nunca debe provocar que nos olvidemos de Dios. Recuerden, las
advertencias de Dios son siempre herramientas amorosas de Su gracia
protectora. Recuerden también que hemos sido llamados a ser guiados por un
Salvador victorioso, que sufrió por nuestra victoria y que se preocupa más por la
salud, la seguridad y el éxito de Su Iglesia de lo que nosotros nunca lo haremos.
Él sabe quiénes somos a nivel del corazón, conoce la naturaleza del mundo en el
que vivimos, y sabe los tipos de ataques que enfrentamos, porque Él los
enfrentó.
Si tu comunidad de liderazgo funciona como una comunidad evangélica,
entonces su humilde confesión de las áreas personales de susceptibilidad no será
peligrosa porque será recibida con una comprensión infundida de misericordia,
oración intercesora y estrategias de ayuda, todo ello alimentado por la confianza
en la presencia y la gracia del Salvador. Lo que es peligroso son las ingenuas
suposiciones de seguridad en tiempos de paz y las orgullosas evaluaciones de
invulnerabilidad personal que silencian una conversación que todo líder necesita
tener regularmente con aquellos en su comunidad de liderazgo. El evangelio nos
da la bienvenida a ser honestos porque ofrece ayuda divina para cada área de
nuestras vidas. Y, por último, no debemos permitir que nuestro deseo de ser
respetados por nuestros compañeros líderes nos impida confesar dónde estamos
siendo atacados y dónde tendemos a sucumbir.
2. Como comunidad de líderes, la guerra espiritual personal y corporativa
debe ser una parte regular de nuestra conversación y tener un enfoque central
en nuestras oraciones.
Me encanta cuando las comunidades de liderazgo piensan cuidadosamente y
planean estratégicamente los ministerios que Dios ha ordenado para Su Iglesia.
Tengo un profundo respeto por la insatisfacción del evangelio, es decir, con que
no estemos satisfechos con un cierto nivel de crecimiento espiritual en las
personas que Dios nos ha llamado a liderar, que seguimos anhelando que más
personas vengan al reino, y que trabajamos para ver más iglesias plantadas. Me
encanta cuando la visión del evangelio y la energía de una comunidad de
liderazgo no disminuye, sino que crece y crece. Me encanta cuando sangre joven
llega a una comunidad de liderazgo que ha crecido un poco pasiva y
respetuosamente interrumpe, produciendo una nueva visión y un nuevo celo.
Dios llama a Su pueblo a estar en marcha, sin descansar nunca, hasta que
escuchemos las palabras: «Vengan, porque ya todo está listo» (Luc. 14:17).
Agradezco a los expertos que han estudiado la historia de la Iglesia, las vidas de
los líderes que nos han precedido, el éxito de las estrategias y planes de los
ministerios. Me alientan los líderes que nunca dejan de escuchar, examinar y
aprender.
Pero me preocupa mucho cuando una comunidad de líderes no tiene tiempo ni
lugar para conversaciones honestas y protectoras sobre la guerra espiritual,
dentro y fuera de nosotros, que es la vida regular de cada líder en cada iglesia y
ministerio en todas partes. Necesitamos hablar con humildad y honestidad;
necesitamos escuchar con atención y simpatía; y necesitamos hablar con
sabiduría, consuelo, aliento y advertencia.
Existen momentos en los que, por lo que hemos oído y aprendido, necesitamos
enfrentarnos con amor a un líder con el que hemos estado regularmente. Con el
objetivo de protegerlo, debemos interponernos en su camino, negándonos a
respaldar o apoyar algo que es espiritualmente peligroso o una prueba de que el
enemigo ya ha obtenido una victoria en el corazón de este líder. Estas
conversaciones y acciones son duras; la mayoría de las veces son tensas e
incómodas (lo que en la mayoría de las relaciones se quiere evitar), pero
realmente no se puede ser una comunidad de líderes, alimentada por el amor al
evangelio, y evitarlas. (Para un ejemplo del Nuevo Testamento, ver Gálatas 2).
No podemos permitirnos negar la evidencia de que un líder está bajo un asedio
espiritual o ha sido engañado para traspasar los límites de Dios debido al temor a
las conversaciones incómodas, las preguntas sobre nuestros motivos, o el
rechazo que podamos recibir. No podemos dejar que la actividad del ministerio
excuse que no nos mantenemos alerta y nos protegemos unos a otros. La guerra
espiritual, si es tan normal como la Biblia la presenta, debe estar siempre en el
radar de nuestro ministerio. La batalla está en curso; la reconoceremos en y
alrededor de nosotros y responderemos apropiadamente como una comunidad de
liderazgo, o, cualquiera que sea nuestra posición confesional con respecto a la
guerra espiritual, funcionaremos como si no existiera, y al hacerlo, expondremos
a nuestra comunidad de liderazgo al peligro. Cuando se trata de la gran guerra
espiritual, la victoria de nuestro capitán nos da la bienvenida para ser
humildemente honestos y funcionalmente valientes. Que vivamos y lideremos
juntos con esa victoria a la vista.
3. Debemos examinarnos y defendernos contra los artilugios de Satanás.
Es muy importante entender que la herramienta principal que el enemigo usa
para atacar, desacreditar, derrotar y hacer a un lado a los líderes del ministerio es
el ministerio. El ministerio en sí mismo está lleno de tentaciones que juegan con
las complicadas lealtades, deseos y motivaciones del corazón de cada líder. Los
deseos de las cosas buenas se transforman en cosas peligrosas porque se han
convertido en cosas dominantes. Las cosas que está bien querer se convierten en
cosas que ahora controlan. Junto a ello está el hecho de que nuestro sentido de
identidad está siempre en un estado de flujo, es decir, siempre estamos pensando
en quiénes somos, definiéndonos y redefiniéndonos.
El fracaso de un ministerio puede redefinir a un líder en formas que lo hacen
vulnerable a un ataque. El éxito del ministerio también puede redefinir a un líder
y exponerlo a nuevos engaños y seducciones. La aclamación pública puede
alterar la forma en que pensamos sobre quiénes somos y qué necesitamos. Los
líderes que alguna vez guiaron con mentalidad de servicio evalúan su historial y
se sienten cómodos actuando con exigencia. La confianza y el respeto de los
compañeros líderes nos tientan a dar paso al miedo al hombre, convirtiéndose,
como resultado, en personas poco sensibles al ataque espiritual y a nuestra salud
espiritual.
El liderazgo del ministerio no es una fortaleza contra el ataque espiritual; es la
línea del frente de la batalla. La experiencia teológica no te protege de los
ataques, pero el orgullo del conocimiento puede ser una de las cosas que te hace
susceptible. Los dones poderosos no alivian tu vulnerabilidad, porque el engaño
del pecado puede significar que eres mejor predicando el evangelio a otros que a
ti mismo. Un fuerte sentido del llamado al ministerio no te libera de los ataques;
más bien, los sentimientos de ser diferente y especial pueden, en realidad, ser lo
que el enemigo usa para llegar a tu corazón, haciendo que bajes la guardia. El
deseo de tener éxito, que en sí mismo no es malo, puede convertirse en
competitividad, celos y desunión del liderazgo, exponiendo a los líderes a una ira
y amargura sutiles o no tan sutiles. La cercanía e intensidad del ministerio diario
puede tentar a los líderes a traspasar los límites relacionales protectores de Dios,
haciendo al líder vulnerable a las tentaciones románticas y sexuales. Incluso el
manejo de los fondos del ministerio puede tentar a un líder a empezar a usar lo
que se ha dedicado a la productividad del evangelio para su comodidad y lujo
personal.
La guerra que acabo de describir tiene lugar en el corazón y la vida de un líder
del ministerio y dentro de una comunidad de liderazgo sin que ninguno de esos
líderes se mueva ni un centímetro o abandone el trabajo del ministerio que hace
regularmente. Por lo tanto, necesitamos estudiar, discutir, y diseñar estrategias
para protegernos de los artilugios particulares que Satanás puede usar para dañar
la comunidad de liderazgo de la que somos parte o para destruir nuestra vida y
ministerio o el de un compañero líder.
Nuestro Salvador está alerta y posee todas las herramientas necesarias para la
batalla. Mi oración es que nosotros también estemos alerta, listos para usar las
herramientas divinas para derrotar lo que nunca podríamos derrotar por nuestra
cuenta, antes de que el enemigo establezca una fortaleza.
—7—
Siervos
Es un tema bíblico que necesita ser estudiado, enseñado y recordado una y otra
vez porque es radicalmente contrario a la intuición. El término más usado para
un líder espiritual en las Escrituras es «siervo». Por lo tanto, es vital que cada
comunidad de liderazgo haga su trabajo, entendiendo que lo que Dios ha
llamado a cada líder a ser define cómo Dios lo ha llamado a hacer lo que ha sido
llamado a hacer. ¿Cuál es la motivación en el corazón de un verdadero siervo?
La alegría de un verdadero siervo no es el poder; la alegría de un verdadero
siervo no es el control; la alegría de un verdadero siervo no es la aclamación; la
alegría de un verdadero siervo no es la comodidad; y, por supuesto, la alegría de
un verdadero siervo no es la posición. Lo que le da a un siervo alegría es el
servicio.
¿Por qué el servicio es tan poco natural para nosotros? ¿Por qué amamos ser
conocidos como siervos y no siempre amamos el llamado a servir? ¿Por qué
pensamos que las oportunidades de servir son una interrupción, una molestia o
una carga? ¿Por qué calculamos el costo y olvidamos las riquezas que se nos han
dado? ¿Por qué la postura y la actitud de servicio no es normal en los corazones
y las vidas de aquellos a quienes Dios ha llamado a dirigir las iglesias y los
ministerios del evangelio? Creo que la respuesta es clara. En 2 Corintios 5:15
Pablo argumenta que el ADN del pecado es el egoísmo. El pecado es el
enfocarnos en nosotros mismos, el ensimismamiento, la autodefensa y buscar
nuestra propia gloria —el egoísmo en el sentido más puro de lo que significa esa
palabra. Así que mientras remanentes del pecado aún residan en nuestros
corazones, seremos vulnerables a la tentación de construir la vida a nuestro
alrededor— lo que queremos, lo que creemos que necesitamos, y lo que nos hace
estar contentos y cómodos. Estoy siendo redargüido mientras escribo. Debo
enfrentar que, como cualquier otro pecador, mi ídolo por defecto soy yo mismo,
y debido a ello, mi anhelo por defecto es lo que encuentro cómodo, agradable y
excitante.
Así que, es un argumento a favor de la presencia y el poder de la gracia
rescatadora y perdonadora cuando cualquier pecador encuentra la alegría en el
autosacrificio y la negación a sí mismo, lo que constituye la vida normal de un
siervo. Se necesita la gracia para liberarnos de la poderosa inercia del
individualismo del pecado. Se necesita el poder omnipotente para liberarnos de
la profundidad de nuestra lealtad a nosotros mismo. Y es demasiado fácil ceder a
la atracción del pecado. También es vital para todo líder recordar que la lucha del
egoísmo es el enfoque no solo del rescate y el perdón de nuestra justificación,
sino también de la labor transformadora de nuestra santificación. Líder, tu
Salvador te ha rescatado de ti, te está rescatando de ti, y continuará rescatándote
hasta que ese rescate ya no sea necesario. Si los líderes a tu alrededor evaluaran
tu actitud y tus acciones como un líder, ¿podrían decir: «Tiene un corazón de
siervo»?
LA LUCHA DE LOS SIERVOS: CASO DE ESTUDIO
No hay que buscar mucho en el Nuevo Testamento para descubrir ejemplos
puntuales de la naturaleza contra natura del llamado de Cristo para que sus
líderes elegidos sirvan. Entender y encontrar alegría en Su llamado a servir fue
una gran lucha para los discípulos. Examinemos un pasaje, en Marcos 9:30-37,
donde esta lucha se hace evidente:
Dejaron aquel lugar y pasaron por Galilea. Pero Jesús no quería que nadie lo
supiera, porque estaba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres. Lo matarán, y a los tres
días de muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que quería decir con esto,
y no se atrevían a preguntárselo.
Llegaron a Capernaúm. Cuando ya estaba en casa, Jesús les preguntó:
—¿Qué venían discutiendo por el camino?
Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido entre sí
quién era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo:
—Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos.
Luego tomó a un niño y lo puso en medio de ellos. Abrazándolo, les dijo:
—El que recibe en mi nombre a uno de estos niños me recibe a mí; y el que me
recibe a mí no me recibe a mí, sino al que me envió.
He incluido el contexto aquí porque el contexto es muy importante para entender
la poderosa inercia del egoísmo. Jesús y sus discípulos iban camino a
Capernaúm, y durante el viaje Jesús habló con detalle sobre Su muerte.
Podríamos pensar que los discípulos estuvieran conmocionados y tristes.
Podríamos esperar que sus corazones estuvieran llenos de una combinación de
dolor y compasión. Esperaríamos que en ese momento no pensaran en sí
mismos, sino en su Señor. Pero en realidad fue todo lo contrario. En lugar de
pensar en el sufrimiento de su Señor, discutieron sobre cuál de ellos era el más
grande. Es extraño e inapropiado, y la conversación es escandalosamente
insensible y egoísta, pero también es trágicamente normal.
Mientras caminaban, Jesús observó la intensa discusión, así que cuando llegaron
a su destino les preguntó de qué habían estado hablando. De repente, estos
hombres se quedaron extrañamente en silencio. No querían confesar el tema de
su conversación. No había pasado mucho tiempo desde que Jesús hablara de Su
muerte y los discípulos estaban discutiendo sobre quién era el más grande. En
lugar de lamentar el sufrimiento y la muerte del grandioso, argumentaban que
ellos eran grandes. En lugar de estar desconsolados ante la idea de la humillación
de Jesús, se centraron en su propia exaltación.
Ahora, escribo lo siguiente para mí, pero también para ti. Es tan fácil para mí
separarme de estos hombres, separarme de este tipo de respuesta y negar que
esta también es mi lucha. Pero la Biblia nos recuerda que estas cosas han sido
escritas para nosotros porque somos como estas personas. Aún no estamos
completamente libres de la inercia que vivía en los corazones de los discípulos y
que impulsaba sus discusiones. Este pasaje fue diseñado como un espejo en el
que nos miramos y nos vemos como realmente somos.
La respuesta de Jesús es a la vez sabia e ingeniosa. Esencialmente dice: «Sí, han
sido llamados a ser grandes, pero el camino hacia la grandeza no es el poder y la
posición; el camino hacia la grandeza es el servicio». Al hacerlo, puso de cabeza
la comprensión típica del poder, la posición y los derechos de un líder. Los
líderes que no sirven no son en realidad líderes. Usan su poder y posición y a los
que han sido llamados a liderar para conseguir por sí mismos lo que creen que
merecen. Los verdaderos líderes no creen que el ministerio al que han sido
llamados a liderar, y aquellos a los que han sido llamados a liderar, les
pertenezcan. Un verdadero líder sabe que la gente no es el objeto de su poder y
control, sino el enfoque de su sacrificio y servicio. Cada líder del ministerio
lleva la identidad de siervo, y cualquier líder que comienza a pensar en sí mismo
de una manera diferente está en peligro espiritual y ha abandonado el verdadero
carácter de su llamado.
Un tiempo después de esto, en el Evangelio de Marcos, tuvo lugar otro evento en
el que los discípulos respondieron de manera similar. Está registrado para
nosotros en Marcos 10:35- 45:
Se le acercaron Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo.
—Maestro —le dijeron—, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.
—¿Qué quieren que haga por ustedes?
—Concédenos que en tu glorioso reino uno de nosotros se siente a tu derecha y
el otro a tu izquierda.
—No saben lo que están pidiendo —les replicó Jesús—. ¿Pueden acaso beber el
trago amargo de la copa que yo bebo, o pasar por la prueba del bautismo con el
que voy a ser probado?
—Sí, podemos.
—Ustedes beberán de la copa que yo bebo —les respondió Jesús— y pasarán
por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado, pero el sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí concederlo. Eso ya está
decidido.
Los otros diez, al oír la conversación, se indignaron contra Jacobo y Juan. Así
que Jesús los llamó y les dijo:
—Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones oprimen a los
súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe
ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su
servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni
aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su
vida en rescate por muchos.
Qué conversación tan provocativa; podemos aprender mucho de ella. Dado que
la Biblia dice que hablamos desde el corazón, es apropiado considerar los
corazones de Santiago y Juan cuando traen su petición a Jesús, y de los otros
discípulos cuando reaccionan a la petición. Es importante que no pasemos por
alto el egoísmo detrás de las palabras de los discípulos, pero también es
importante que entendamos que todavía hay semillas de lo mismo en todos
nosotros. Santiago y Juan se acercan a Jesús y le dicen (mi paráfrasis): «Jesús,
esto es lo que nos gustaría que hicieras; nos gustaría que ejercieras tu poder
mesiánico para darnos lo que queremos, y lo que queremos es sentarnos a tu lado
en la gloria».
A primera vista, esta petición parece mucho más escandalosa que cualquier otra
que le pidamos al Señor, ¿pero lo es? Debo confesar que ha habido momentos en
los que he estado espiritualmente descontento porque el Señor no ha ejercido Su
poder para hacer las cosas más fáciles o cómodas. Me alejo de una reunión
difícil, una conversación complicada o una crítica injusta y pienso: «¿Por qué el
ministerio tiene que ser tan difícil?». En ese momento, no solo hablo conmigo
mismo, sino que me quejo con mi Señor. Hay veces en las que estoy tentado a
desear que el ministerio sea más un trono que una cruz. Hay momentos en los
que estoy cansado del sacrificio y el sufrimiento, y deseo que Dios use un poco
de Su poder para hacerlo menos incómodo. A veces no quiero servir; quiero que
me sirvan, no solo las personas que me rodean, sino también el que me ha
llamado. De esta manera, estoy muy agradecido por la forma en que este pasaje
me expone, y confío en que ustedes también lo estarán.
Pero Jesús dice más. Deja muy claro que no debemos adoptar los modelos
humanos. Los líderes gentiles amaban su autoridad, amaban ejercerla y amaban
recordársela a la gente. Jesús les recuerda a los discípulos que no han sido
llamados al señorío, sino al servicio. No han sido llamados a brillar por su poder
y posición, sino a llevar con ellos la mentalidad de un esclavo. Luego se usa a sí
mismo como ejemplo. Si alguien tenía derecho al poder, posición y autoridad en
la tierra, era el Hijo del Hombre, pero no vino a ejercer Su poder para ser
servido, sino para servir, incluso hasta la muerte. Todos haríamos bien en tener a
Jesús como un modelo de liderazgo más influyente que los modelos culturales o
corporativos que a veces buscamos.
¡Estos pasajes son una acusación contra los líderes del ministerio que exigen,
controlan, abusan de su poder y se enfocan en su posición! ¿Por qué los líderes
del ministerio se enojan cuando alguien no está de acuerdo con ellos o
cuestionan sus planes? ¿Por qué los líderes del ministerio se intimidan con los
dones de otros líderes? ¿Por qué los líderes tratan a la gente que les rodea como
si estuvieran allí para servirles en vez de al revés? ¿Por qué los líderes del
ministerio hablan sin respeto a los compañeros líderes o al personal de apoyo, a
veces usando un lenguaje que no deberían usar? ¿Por qué los líderes del
ministerio evitan las conversaciones difíciles que deben tener? ¿Por qué los
líderes del ministerio construyen alianzas extraoficiales con otros líderes para
que sus ideas triunfen? ¿Por qué es difícil la unidad y natural la división? La
respuesta a todas estas preguntas es que es muy difícil para nosotros servir con
voluntad, paciencia, alegría, amor y sacrificio. Puede que no seamos tan audaces
como Santiago y Juan, pero hay pruebas entre nosotros de que su lucha es
también nuestra lucha.
LIDERAR ES SERVIR, SERVIR ES ESTAR DISPUESTO A SUFRIR
Simplemente no existe un llamado al liderazgo del ministerio que no sea también
un llamado a una vida de servicio, y no existe un llamado al servicio que no sea
también un llamado a sufrir. Mientras viajo alrededor del mundo, converso con
jóvenes líderes del ministerio, y en estas conversaciones escucho los mismos
temas una y otra vez. Estos jóvenes líderes me hablan de su agotamiento, de lo
exigente que es el ministerio, de lo mucho que necesitan un descanso o un ajuste
en su horario, y de lo difícil que son las personas que dirigen. Varias cosas han
venido a mi mente mientras he escuchado estas conversaciones. Por supuesto, es
sabio conocer nuestros límites, construir un horario razonable y saber cuándo es
piadoso decir no. Pero hay algo que está pasando en los corazones y las vidas de
estos líderes y las comunidades de liderazgo que me deja preocupado.
Antes de hablar sobre mi preocupación, quiero hacer una observación pastoral.
Dios es soberano, y escribe tu historia, y porque lo hace, tiene el control de
dónde has sido posicionado en el ministerio y todas las cosas que se te
encomiendan allí. Tu queja sobre el horario nunca es solo sobre el horario; tu
queja sobre el agotamiento nunca es solo sobre lo cansado que estás, y tu queja
porque nunca pareces tener el descanso que crees que necesitas nunca es solo
sobre el tiempo. Todas las quejas horizontales tienen un componente vertical.
Aunque no sea consciente de ello, mi queja sobre el mal servicio en un
restaurante no es solo una queja sobre mi mesero, sino también sobre el gerente
que lo entrenó y supervisa su trabajo.
Refunfuñar sobre las dificultades horizontales es a la vez una queja contra el que
preside esas dificultades. Y esto es lo mortal. Una vida de quejas silenciosas o no
tan silenciosas martillea tu confianza en la sabiduría, bondad y fidelidad de Dios.
Te hace descansar menos en Su cuidado. ¿Por qué? Bueno, porque tiendes a no
buscar y confiar en alguien en quien ya no confías. Una comunidad de líderes
que ha desarrollado una cultura de quejas está, debido a ello, en peligro
espiritual. Es difícil servir de buena gana y con alegría al maestro en el que no
confías de la manera en que lo hacías antes, sin importar lo que tu teología
formal te diga sobre Su sabiduría, bondad y fidelidad.
Ahora a mi preocupación. Estoy convencido de que la vida y el ministerio de un
líder que se caracteriza por quejas o sentimientos de insatisfacción indica un
malentendido fundamental de la naturaleza de la Iglesia y el llamado del
ministerio. La vida de la Iglesia no fue diseñada para ser cómoda. ¿Qué es la
Iglesia? Es un conjunto de personas inacabadas, que aún lidian con el egoísmo
del pecado y la seducción de la tentación, viviendo en un mundo caído, donde
hay engaño y disfunción por todas partes. No hay nada cómodo o fácil en ella.
Es esperado que la Iglesia sea desordenada y caótica, porque el desorden tiene la
intención de sacarnos de nuestra autosuficiencia y egoísmo para convertirnos en
personas que realmente aman a Dios y a nuestro prójimo. Dios pone a personas
imperfectas al lado de personas imperfectas (incluyendo a los líderes), no para
que se sientan cómodas unas con otras, sino para que funcionen como agentes de
transformación en las vidas de los demás.
Simplemente no experimentarás gozo de ser parte de este plan a menos que
encuentres gozo en vivir un estilo de vida de abnegación y de servicio
voluntario. Nos quejamos de las dificultades, molestias, carga de trabajo y
demandas del liderazgo del ministerio porque somos demasiado importantes
para nosotros mismos. Nos preocupamos demasiado por nuestra propia
comodidad. Llevamos la cuenta de los sacrificios que tenemos que hacer. Nos
quejamos de nuestra falta de control sobre nuestros horarios. Notamos
demasiado cómo los demás nos responden. Fantaseamos demasiado a menudo
con tomarnos un descanso. Nos lastimamos con demasiada facilidad, nos
desanimamos con demasiada facilidad, nos agobiamos con demasiada facilidad y
vivimos al borde del agotamiento. Así que queremos mayor poder y control, es
decir, mayor soberanía sobre nuestras vidas ministeriales de la que un siervo
nunca tendrá.
Como líder, no has sido llamado a ser un amo; has sido llamado al servicio. El
amo que te llamó no vivió la vida que le corresponde a un amo, sino la vida de
un siervo que sufre. Cada momento de Su vida, desde la paja que atravesó su
piel infantil hasta los clavos que atravesaron sus manos y pies, fue de
sufrimiento. Cada comunidad de liderazgo está llamada a seguir la mentalidad,
actitudes, sumisión, y voluntad del amo-siervo que los llamó, equipó y envió. El
liderazgo enfocado en uno mismo resulta en un descontento desmotivador, deseo
de control, y una pérdida de alegría –lo cual es un indicador de un malentendido
fundamental de la posición y estilo de vida al que has sido llamado. Quiero decir
aquí, como he dicho en capítulos anteriores, que el llamado al servicio, y la
lucha que este llamado enciende en el corazón, debe ser parte de la conversación
regular de cada comunidad de liderazgo ministerial.
Toma un tiempo con tu comunidad de liderazgo para reflexionar sobre los
siguientes versículos y pregúntense si describen la mentalidad, las actitudes, las
relaciones y la funcionalidad del ministerio de los líderes de su comunidad.
Así, pues, los apóstoles salieron del Consejo, llenos de gozo por haber sido
considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre (Hech. 5:41).
Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre (Hech. 9:16; sobre el
llamado de Dios a Pablo a través de Ananías).
El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y, si
somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues,
si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria (Rom.
8:16-17).
Así está escrito: «Por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a
ovejas para el matadero!» (Rom. 8:36).
Firme es la esperanza que tenemos en cuanto a ustedes, porque sabemos que, así
como participan de nuestros sufrimientos, así también participan de nuestro
consuelo (2 Cor. 1:7).
¿Son servidores de Cristo? ¡Qué locura! Yo lo soy más que ellos. He trabajado
más arduamente, he sido encarcelado más veces, he recibido los azotes más
severos, he estado en peligro de muerte repetidas veces (2 Cor. 11:23).
Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a
Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin
de ganar a Cristo y encontrarme unido a él. No quiero mi propia justicia que
procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que
procede de Dios, basada en la fe. Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo,
experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus
sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte (Fil. 3:8-10).
Si resistimos, también reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará
(2 Tim. 2:12).
Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres
del pecado (Heb. 11:25, sobre Moisés).
Hermanos, tomen como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas que
hablaron en el nombre del Señor (Sant. 5:10).
Pero ¿cómo pueden ustedes atribuirse mérito alguno si soportan que los
maltraten por hacer el mal? En cambio, si sufren por hacer el bien, eso merece
elogio delante de Dios (1 Ped. 2:20).
¡Dichosos si sufren por causa de la justicia! «No teman lo que ellos temen, ni se
dejen asustar» (1 Ped. 3:14).
Pero, si alguien sufre por ser cristiano, que no se avergüence, sino que alabe a
Dios por llevar el nombre de Cristo (1 Ped. 4:16).
Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios
de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará
fuertes, firmes y estables (1 Ped. 5:10).
Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y
levante contra ustedes toda clase de calumnias (Mat. 5:11).
Por causa de mi nombre todo el mundo los odiará, pero el que se mantenga firme
hasta el fin será salvo (Mat. 10:22).
El que se aferre a su propia vida, la perderá, y el que renuncie a su propia vida
por mi causa, la encontrará (Mat. 10:39).
Y todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre,
madre, hijos o terrenos recibirá cien veces más y heredará la vida eterna (Mat.
19:29).
¡Por causa de Cristo, nosotros somos los ignorantes; ustedes, en Cristo, son los
inteligentes! ¡Los débiles somos nosotros; los fuertes son ustedes! ¡A ustedes se
les estima; a nosotros se nos desprecia! (1 Cor. 4:10).
No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor; nosotros
no somos más que servidores de ustedes por causa de Jesús (2 Cor. 4:5).
Pues a nosotros, los que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa
de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal (2
Cor. 4:11).
Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y
dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte
(2 Cor. 12:10).
Porque a ustedes se les ha concedido no solo creer en Cristo, sino también sufrir
por él (Fil. 1:29).
No hay duda: el servicio es la descripción bíblica de cada seguidor de Jesucristo.
¿Cuánto más, entonces, es cierto de aquellos que son llamados a ser líderes? No
sé ustedes, pero yo encuentro estos pasajes profundamente convincentes y
alentadores a la vez. Estos pasajes exponen inmediatamente el pobre siervo que
soy. Detesto cuando las cosas se interponen en mi camino. Me impaciento
rápidamente con molestias y retrasos aparentemente innecesarios. Desearía
poder decir que estoy bien con que me desafíen, discutan, contradigan o debatan.
Me encantan las semanas predecibles y estar rodeado de gente que me aprecie.
Lucho por amar a la gente que critica mi amor.
Así que clamo por la ayuda de mi Salvador, y quiero estar rodeado de líderes que
también clamen a Él. Y me maravillo, una vez más, de que el Señor me use, que
nunca piense que fue un error llamarme, que nunca esté disgustado conmigo, y
que reciba mi lucha con un amor sin límites, una paciencia incalculable y unas
misericordias que son nuevas cada mañana. También sé que escucha mi anhelo y
que, por gracia, moldea mi corazón en forma de siervo.
Pero hay algo más hermoso y alentador que considerar. El llamado a una vida de
alegre servidumbre y sufrimiento voluntario es en sí misma una gracia. Al
llamarme a negarme a mí mismo, Dios me libera de mi esclavitud. El enfoque en
uno mismo nunca lleva a la felicidad, nunca produce satisfacción, y nunca
resulta en un corazón satisfecho. Cuanto más se centra un líder en sí mismo, más
piensa en cómo el ministerio le incomoda, y menos experimentará la verdadera
alegría y la satisfacción duradera. El llamado a la servidumbre es la herramienta
que tu Señor usa para liberarte de tu desalentadora y debilitante esclavitud hacia
ti mismo. El llamado al servicio no es solo para la gloria de tu Señor y el
beneficio de los demás, sino que es la gracia de Dios para ti como comunidad de
liderazgo. Este es el mundo contracultura del llamado al ministerio. El camino a
la libertad es el servicio, el camino a la grandeza es la esclavitud, y el camino al
gozo profundo y duradero –un gozo que la gente y las circunstancias no pueden
quitar– es negarse a sí mismo. Solo la gracia del Redentor hará que un líder del
ministerio encuentre gozo en el mundo contracultura del liderazgo al que ha sido
llamado. Líder, ¿has experimentado este gozo, o has sido secuestrado por los
delirios del poder?
Ahora, quiero ser honesto contigo. El evangelio de Jesucristo nos permite ser
honestos sobre las cosas que dudamos en hablar o queremos ocultar porque las
cosas que queremos minimizar, ocultar o negar han sido abordadas plenamente
por la vida, muerte y resurrección de Jesús. Al haber viajado por todo el mundo
y conversado constantemente con líderes del ministerio, creo que a muchos de
nosotros no nos va bien con nuestro llamado a servir y sufrir.
La arrogancia teológica hipercrítica no es el fruto del corazón de un siervo.
Buscar gente para refutar en Twitter no es lo que ocupa el corazón de un siervo.
El orgullo por el éxito contradice la humildad del siervo. La falta de respeto a los
dones de las mujeres para la salud del cuerpo de Cristo no refleja el corazón de
siervo de Jesús. Tratar a tu iglesia o ministerio como si te perteneciera, niega el
llamado a servir. Resistirse al consejo amoroso, la preocupación, el cuidado y la
reprimenda de los compañeros es resistirte a tu posición de siervo. Ejercer tu
posición de liderazgo de una manera más política que pastoral no fluye del
corazón de un siervo. Tratar a los miembros del personal como si estuvieran ahí
para ti en vez de junto a ti sirviendo al Señor sucede cuando olvidas tu llamado
de siervo. Cualquier comportamiento despectivo, irrespetuoso, impaciente,
enojado, intimidatorio es fracasar en adoptar con gozo el estilo de vida de un
siervo. Las conversaciones de los líderes del ministerio que regularmente están
marcadas por la queja son el fruto de sentirse con derecho, no con un llamado al
servicio. Enfadarse por los pequeños inconvenientes del ministerio cuando
hemos sido llamados a seguir a nuestro Salvador en Su sufrimiento, demuestra lo
fácil que es alejarse de lo que nuestro Maestro nos ha llamado a ser y hacer.
Líderes, este ha sido un capítulo muy difícil de escribir. No escribo para
condenar, sino para alentar. La nueva identidad y el potencial que tenemos en
Cristo nos dicen que podemos hacerlo mejor. No porque seamos capaces, sino
porque el que está con nosotros, por nosotros y en nosotros es capaz. Su gracia
nos da la bienvenida profundamente alentadora a un nuevo comienzo. Hay
muchas cosas en el liderazgo del ministerio que debemos confesar y abandonar
para siempre. La gracia nos libera de esconder, defender, excusar o racionalizar
cosas que no tienen cabida en el corazón y la vida de un siervo de Jesús.
¿Por qué es esto tan importante? Es importante porque en el corazón de cada
esperanza que el evangelio nos ofrece ahora y en el futuro hay un siervo
sufriente. Sin su voluntad de humillarse y negarse a sí mismo, sin su voluntad de
convertirse en un siervo, sin su voluntad de sufrir incluso hasta la muerte, no
habría perdón, no habría Iglesia, no habría líderes que se levantaran para llevar a
cabo la misión del evangelio, y no habría ningún mensaje que llevar. El
sufrimiento del siervo está en el corazón de la historia de la redención y el
mensaje del evangelio. ¿No debería estar también en el corazón de nuestra
misión del evangelio y la funcionalidad como líderes de la Iglesia y el
ministerio? ¿No es imposible estar en la misión del evangelio y al mismo tiempo
negar esa misma misión en la forma en que pensamos y nos comportamos?
Mi oración es que seamos capacitados por la gracia de Dios para estar
alegremente dispuestos, como líderes, a vivir el evangelio del siervo que sufre,
que es nuestra razón de existir, en todo lo que decimos y hacemos, en el lugar
donde el Salvador nos ha colocado.
—8—
Sinceridad
Recibí la llamada ansiosa del miembro de un consejo, probablemente porque
había escrito El llamamiento peligroso, por lo que pensó que yo estaría bien
informado, sería comprensivo y estaría a salvo. ² No necesitaba decirme por qué
llamaba; sabía por la naturaleza de emergencia de la llamada y el nerviosismo de
su voz que el pastor principal se había desmoronado de alguna manera. Lo que
no sabía era que esta conversación y mi posterior implicación en la crisis sería la
semilla que haría florecer este libro.
El pastor principal acababa de dirigir la reunión anual de la iglesia. Estaban
sucediendo cosas emocionantes en la iglesia y en la forma en que estaba
impactando a la comunidad que la rodeaba. Las finanzas eran sólidas, y el futuro
se veía brillante. Se había comunicado bien y había dirigido el tiempo de
preguntas y respuestas que siguió con un oído atento y respuestas útiles. La
reunión había tenido lugar un sábado por la noche, con una cena y mucho tiempo
para la convivencia. El domingo por la mañana había anunciado una nueva serie
de sermones y había planteado cuidadosamente el viaje bíblico que harían
juntos. Todo parecía retratar a un buen líder de una buena iglesia que estaba
haciendo las cosas buenas que Dios había diseñado para él.
El hombre que me llamó describió en detalle lo que pasó el lunes por la noche
cuando la junta se reunió para un informe de liderazgo de la reunión anual y para
discutir algunas otras logísticas. Cuando la reunión estaba a punto de comenzar,
el pastor principal parecía un poco nervioso y no se sentía a gusto, pero nadie
prestó mucha atención. Uno de sus compañeros líderes había dirigido la oración
y luego le entregó la reunión, pero en lugar de abordar el informe planeado,
habló con gran emoción y como alguien que se está quitando una pesada carga
de encima.
Dijo: «No puedo seguir haciendo esto. No quiero predicar más sermones. No
quiero dirigir más reuniones. No quiero hablar con nadie más sobre sus
problemas. Ni siquiera estoy seguro de querer continuar con mi matrimonio. En
caso de que se lo pregunten, no he engañado a mi esposa, y no he malversado
nada del dinero de la iglesia. Ya he terminado, y no voy a seguir pasando por
esto. Detesto lo que estoy haciendo. Lo encuentro agobiante y agotador, y no
puedo imaginarme seguir haciéndolo. No tengo otro plan que hacer lo que estoy
haciendo ahora mismo: renunciar. No puedo decirles lo aliviado que estoy de
que mañana ya no seré pastor. No quiero hablar con ustedes sobre esto. No
quiero que oren por mí, y no iré a un consejero. Sé que querrán ayudar, pero yo
no quiero ayuda. Quiero que me dejen en paz y que me dejen en libertad para
seguir adelante. Si me dejan sin dinero, no me detendré. He terminado y no hay
nada que pueda deshacer esto».
Continuó: «En caso de que se lo pregunten, todavía creo en la Biblia y en la obra
de Jesucristo, pero ya no creo que deba estar en el ministerio. Mi matrimonio es
malo, tan malo que tampoco puedo imaginarme seguir con él. Mi esposa no tiene
la culpa; es solo que la relación también se ha vuelto cansada y agobiante, y ya
no tengo esperanza ni deseo de intentarlo. No sé a dónde iré, y no sé qué haré,
pero hay una cosa de la que estoy seguro: nunca volveré a ser pastor, ni aquí ni
en ningún otro lugar».
Con esas palabras se levantó y se fue. Uno de sus compañeros lo siguió por el
pasillo, rogándole en el camino que volviera y hablara un poco más y dejara que
ellos respondieran, pero el pastor no dijo nada, se subió a su coche y se marchó.
El hombre que fue tras él volvió a la sala de reuniones con lágrimas en los ojos,
ante un grupo de líderes sorprendidos y silenciosos. El miembro del consejo que
me llamó dijo que no habían sabido nada de él desde entonces. No quiso
contestar a sus llamadas. Nunca había vuelto a entrar en el edificio de la iglesia,
y vivía separado de su esposa.
Sabía que la pregunta candente que me harían sería: «¿Qué hacemos ahora?»,
pero esa no era la pregunta que me atormentaba después de colgar el teléfono.
Mi pregunta era: «¿Qué pasó con este líder y la comunidad de líderes que
permitió que esto sucediera?». Está muy claro que el triste y doloroso drama de
ese lunes por la noche no fue un evento aislado, sino el final de un proceso
oscuro, solitario y debilitante. Este pastor principal había estado llevando su
carga durante mucho tiempo. Había estado luchando por cumplir con los deberes
de su vocación durante mucho tiempo. Él y su esposa habían estado luchando
durante mucho tiempo. No había disfrutado de la predicación durante mucho
tiempo. No le gustaban las reuniones del ministerio desde hace mucho tiempo.
Había fantaseado con otra vida durante mucho tiempo. Había considerado
diferentes maneras de escapar muchas veces. Se había vuelto hábil en ocultar su
angustia mientras hacía su trabajo. Daba mil respuestas a las preguntas de la
gente y era bueno para poner una cara pública. Pero su habilidad para ocultar la
realidad solo profundizó su angustia.
Todo esto había crecido y se había desarrollado mientras estaba en contacto
regular con sus compañeros líderes. Estaban juntos en reuniones formales, en
situaciones de ministerio, en conversaciones casuales en el pasillo, y en
momentos de compañerismo. Había estado con su comunidad de líderes en
retiros de liderazgo de fin de semana, en conferencias de liderazgo, y durante el
trabajo misionero de corto plazo. Cada reunión del consejo comenzaba con una
cena con catering, acompañada de una robusta conversación alrededor de la
mesa y un tiempo de conversación personal y oración. Sin embargo, lo que les
dijo en la fatídica noche del lunes fue una completa sorpresa.
Esta historia no es solo sobre un líder que perdió su camino, sino sobre una
comunidad de liderazgo ministerial que de alguna manera no le proporcionó lo
que necesitaba cuando más lo necesitaba. ¿Cómo terminó una profunda vida
ministerial con una impactante revelación personal? ¿Cómo es que esta
comunidad ministerial no conocía al hombre que creían conocer? Permítanme
decir de nuevo, como he escrito antes: una vida cristiana aislada, independiente,
separada y oculta es ajena al cristianismo del Nuevo Testamento. El cristianismo
bíblico es completa y fundamentalmente relacional. Nadie puede vivir fuera de
los ministerios esenciales del cuerpo de Cristo y permanecer espiritualmente
sano. Nadie es tan maduro espiritualmente como para ser libre de la necesidad
del consuelo, las advertencias, el estímulo, la reprimenda, la instrucción y la
perspicacia de los demás. Todo el mundo necesita compañeros de lucha. Todos
necesitan ser ayudados para ver lo que no pueden ver sobre sí mismos por sí
mismos. Esto incluye a los líderes. No basta con hacer actividades de liderazgo
juntos, porque no hay un momento en el tiempo en que cada líder esté libre de la
necesidad de la comunidad evangélica. Cada líder, para estar espiritualmente
sano, necesita ayuda espiritual.
Mientras caminaba con estos líderes a través de esta dramática y difícil
situación, me hizo empezar a preguntarme cuántos pastores/líderes están
ocultando cosas que necesitan ser comunicadas, y que no se pueden ocultar con
éxito por mucho tiempo. Empecé a preguntarme cuántos líderes miran a su
comunidad de líderes y simplemente no creen que puedan hablar con total
sinceridad y superar la situación juntos. Me pregunto cuántos líderes han
estropeado tanto las cosas privadas y corporativas que parece imposible creer
que los líderes a su alrededor responderán al problema con gracia y ofrecerán
ayuda para salir adelante. Me hizo preguntarme cuántos líderes de iglesias y
ministerios no tienen una buena relación con sus esposas y sus hijos, pero no
creen que sea posible admitirlo ante sus compañeros líderes. Me hizo
preguntarme cómo las comunidades de liderazgo funcionan juntas de tal manera
que permite a los miembros ser prácticamente desconocidos y sufrir solos.
Podríamos pensar que un líder en problemas miraría a los líderes en la sala con
él y diría: «Son personas como yo. Saben lo que significa luchar. Entienden el
desánimo y saben que todos tomamos decisiones pecaminosas. Sé que estos
líderes me aman. Sé que trabajarán para consolarme, rescatarme, restaurarme y
animarme. Estos líderes me ofrecen un lugar seguro para ser real y sincero.
Puedo hablar y no tener miedo». Podríamos pensar que este sería el caso, pero
no lo es. Dudamos y nos retrasamos, no solo porque somos autoprotectores o nos
gusta nuestro pecado, sino también porque no estamos seguros de que nuestra
comunidad de liderazgo ministerial nos amará con el amor del evangelio en los
momentos en que más lo necesitamos. Una comunidad de liderazgo
espiritualmente saludable es espiritualmente saludable cuando es un lugar seguro
para los líderes que luchan por hablar con sinceridad y esperanza.
SINCERIDAD EN EL LIDERAZGO: UN ESTUDIO DE CASO BÍBLICO
Quiero examinar contigo un ejemplo bíblico del tipo de sinceridad que estoy
pidiendo aquí y sus resultados. Lee cuidadosamente las siguientes palabras del
apóstol Pablo.
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y
Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones
para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros
podamos consolar a todos los que sufren. Pues, así como participamos
abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él
tenemos abundante consuelo. Si sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y
salvación; y, si somos consolados, es para que ustedes tengan el consuelo que los
ayude a soportar con paciencia los mismos sufrimientos que nosotros
padecemos. Firme es la esperanza que tenemos en cuanto a ustedes, porque
sabemos que, así como participan de nuestros sufrimientos, así también
participan de nuestro consuelo.
Hermanos, no queremos que desconozcan las aflicciones que sufrimos en la
provincia de Asia. Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta
perdimos la esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a
muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en
Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró y nos librará de tal peligro de
muerte. En él tenemos puesta nuestra esperanza, y él seguirá librándonos.
Mientras tanto, ustedes nos ayudan orando por nosotros. Así muchos darán
gracias a Dios por nosotros a causa del don que se nos ha concedido en respuesta
a tantas oraciones (2 Cor. 1:3-11).
Te he proporcionado el contexto, pero lo que realmente me interesa, para nuestra
discusión, es el segundo párrafo. Presta mucha atención a la forma en que Pablo
habla de su difícil situación. Parece no tener ningún deseo de protegerse a sí
mismo. Los líderes del ministerio con los que me reúno regularmente a menudo
comparten experiencias personales, pero dejan fuera las que los involucran a
ellos. Hablan de lo que pasó y de lo que otras personas hicieron y dijeron, pero
me dan poca idea de la lucha de su propio corazón mientras todo esto sucedía.
Tengo que escarbar un poco para llegar a la lucha espiritual detrás de la
dificultad de la situación.
Ahora, sabes que incluso el mejor de los líderes del ministerio no siempre hace
todo bien. Sabes que a veces se desanima por las dificultades en casa o en el
ministerio. Sabes que hay momentos en los que lucha con la impaciencia, la ira,
la frustración o la envidia. Sabes que no todos los líderes del ministerio
alrededor de la mesa experimentan regularmente alegría en el Señor y en
servirlo. Sabes que los líderes del ministerio se sienten agobiados por las
responsabilidades del ministerio y el trabajo que viene con ellas. Sabes que los
líderes del ministerio son tentados a dar paso a pensamientos y deseos que no
deberían albergar o seguir. Sin embargo, rara vez en nuestras comunidades
ministeriales hablamos de estas cosas.
Ahora, volvamos a Pablo. En el pasaje anterior, Pablo no solo describe la dura
situación, sino que habla con sinceridad sobre la lucha de su corazón. ¿Qué más
sincero y qué más humildemente honesto podría ser que al utilizar estas
palabras: «Estábamos tan agobiados bajo tanta presión que hasta perdimos la
esperanza de salir con vida: nos sentíamos como sentenciados a muerte» (vv. 8-
9)? Es difícil pensar en que estas palabras desesperadas salen de la boca de
Pablo. Aquí está él, el gigante del evangelio; Pablo, que nos brinda la exégesis
de nuestra fe; Pablo, nuestro ejemplo del poder transformador del evangelio,
revelando su experiencia de desesperación total. Pablo, sí, el apóstol Pablo, pasó
por una situación en la que pensó: «Esto es todo; se acabó». Sí, es cierto que
Pablo era un hombre como nosotros. Pablo era un hombre capaz de desesperarse
espiritualmente. Pablo no estaba libre de la fragilidad de corazón, ni yo, ni
ningún líder que este leyendo este libro. Pero lo notable aquí, dada la cultura de
liderazgo ministerial en la que la mayoría de nosotros vivimos y trabajamos, es
que Pablo no tiene ninguna duda, ningún problema, compartiendo la profundidad
de la lucha de su corazón.
Líder, ¿te sientes cómodo con este nivel de sinceridad? ¿Tu comunidad de
liderazgo acoge con agrado las confesiones de debilidad y lucha? ¿Hay formas
sutiles de menospreciar a los líderes que son débiles? ¿Tu cultura de liderazgo
silencia las confesiones de lucha? ¿La forma en que defines a un líder prohíbe a
los líderes confesar sus dudas y desesperación? ¿Es tu comunidad tan rica en
amor paciente y cuidado evangélico que cada líder se siente cómodo con el tipo
de sinceridad que se necesita para la salud espiritual a largo plazo? ¿Ocultas tu
verdadero ser a tus compañeros líderes, y crees que los demás también lo hacen?
¿Ha tenido tu comunidad de líderes momentos de sinceridad seguidos de
estímulo, consuelo, promesas de ayuda, advertencia y oración? ¿Conoces
realmente a los líderes con los que convives? ¿Qué haría que un líder de tu
comunidad tenga miedo a ser abierto y honesto sobre las luchas de su corazón?
Es muy posible estar comprometido a liderar sólidos ministerios evangélicos y,
sin embargo, estar negando el mismo evangelio en tu comunidad de liderazgo.
Esconderse en el miedo, el silencio, la negación, la defensa y la falta de humilde
sinceridad es más la cultura del Edén roto que la del Calvario victorioso. En el
centro de la maravillosa nueva y radicalmente diferente vida a la que somos
bienvenidos, basada en la persona y el sacrificio de Jesús, está la bienvenida a la
confesión. Somos llamados amorosamente a salir de la oscuridad, a salir de
detrás de los árboles a la luz y al aire libre, no porque no tengamos cosas que
esconder, sino porque la gracia significa que ya no tenemos que esconderlas.
Aquel de quien nos hemos escondido es ahora nuestro Padre, y las cosas que
hemos escondido han sido completamente expiadas. Y está muy claro en el
Nuevo Testamento que la libertad vertical que Dios nos ha dado para ser
humildemente honestos con Él está destinada a dar forma a la forma en que
vivimos y nos relacionamos con los demás. Debido a que podemos ser honestos
con Dios, también podemos ser honestos entre nosotros. Por eso Santiago dice
con audacia: «Confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para
que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz» (Sant. 5:16).
Una comunidad de liderazgo moldeada por el evangelio será una comunidad que
alentará y permitirá la confesión, donde la honestidad de los líderes no solo es
una protección constante, sino que fomenta una dependencia cada vez más
profunda de Dios. Las comunidades que practican la confesión tienden a ser
comunidades humildes que practican la adoración y la oración. Los líderes
sinceros tienden a ser tiernos y amables cuando las personas que son llamadas a
liderar se equivocan y necesitan confesar algo. Cuanto más goza un líder de estar
en una comunidad que practica la confesión, más se dará cuenta de su necesidad
de gracia, y debido a ello, tenderá a otorgar esa misma gracia. En una comunidad
de líderes que practican la confesión, el orgullo de los líderes se reduce y la
adoración a Dios crece.
Es en el campo de la devastación y la humillación de la confesión donde crecen
los líderes siervos. En el dolor de la franqueza personal, la lujuria por el poder
disminuye y la pasión por el evangelio crece. ¿No fue este el resultado en la vida
de Pablo? El pasaje termina con una dependencia más profunda de Dios y una
humilde oración comunitaria. Esta es la cultura que toda comunidad de liderazgo
necesita fomentar y alentar. ¿Cómo podemos llevar a la gente a refugiarse en el
evangelio si los líderes no nos refugiamos en él? ¿Cómo podemos llamar a la
gente a salir de su escondite si nos estamos escondiendo? ¿Cómo podemos
llamarlos para que se ocupen de las cosas que seguimos negando? ¿Cómo
podemos animarlos a confesar cuando tenemos miedo de hacerlo? ¿Cómo
podemos llamarlos a que se amen los unos a los otros, pase lo que pase, cuando
no estamos haciendo lo mismo como una comunidad de liderazgo? ¿Cómo
podemos invitar a la gente a tener plena confianza en el evangelio cuando
nuestra cultura de liderazgo está sutilmente moldeada por una falta de confianza
funcional en el mismo? Líderes, el evangelio de Jesucristo nos enseña que
podemos hacerlo mejor.
¿QUÉ NOS HACE CALLAR?
¿Por qué la humilde sinceridad no es una parte regular de nuestra cultura de
liderazgo ministerial? ¿Por qué no estamos más preparados para confesar el
desánimo o la lucha espiritual? ¿Por qué nos sentamos en silencio mientras
vemos a nuestros compañeros líderes alejarse del tipo de personas que Dios los
llama a ser? ¿Por qué muchos de nosotros estamos más a la defensiva que
accesibles? ¿Por qué parecemos estar más preocupados por el pecado de los
demás que por el nuestro? ¿Qué silencia la humilde sinceridad evangélica en
nuestras comunidades de liderazgo? Bueno, quiero sugerir algunas respuestas a
estas preguntas. Mi esperanza es que provoque un autoanálisis y una discusión
en tu comunidad de liderazgo.
1. Orgullo de la madurez personal
El orgullo es un gran problema para todos los líderes del ministerio. Adquirimos
conocimiento, ganamos experiencia, obtenemos éxito, cierta posición y
admiración, y al hacerlo nos ponemos en peligro espiritual. El orgullo es una
tentación que toda comunidad de líderes debe conocer y vigilar.
Lamentablemente, demasiados líderes cambian a lo largo de la vida del liderazgo
de su ministerio. La actitud humilde, amable y de servicio disminuye a medida
que aumenta el conocimiento, el éxito y la prominencia. Lo escuchamos en la
forma en que los líderes hablan de sí mismos y en la forma en que hablan y se
relacionan con los demás.
Si el conocimiento, la experiencia, el éxito y la posición en el ministerio han
comenzado a distorsionar tu sentido de ti mismo, si han causado que olvides
quién eres realmente y lo que necesitas diariamente, no serás rápido para admitir
tu pecado, debilidades y fracasos a ti mismo o a los demás. El orgullo y la
confesión son enemigos. No trabajan en cooperación, sino en constante
oposición. Si el ministerio ha llegado a definirte, el evangelio no lo hará. Tal vez
muchos líderes están callados porque han caído en la ilusión de que realmente no
tienen nada que confesar o no ven dónde necesitan el amor pastoral y la ayuda
de sus compañeros líderes.
2. Capacidad para minimizar el pecado
Es uno de los aspectos más poderosos de la espantosa y destructiva decepción
del pecado. Mientras el pecado esté dentro de nosotros, todos llevamos con
nosotros una peligrosa habilidad para participar en nuestra propia ceguera
espiritual. Debería ser una advertencia para cada comunidad de liderazgo en
todas partes que todos los miembros de su comunidad sean regularmente
tentados a pensar que su pecado es algo menos que el pecado. Somos capaces de
nombrar nuestra ira como el celo por lo que es correcto. Somos capaces de
llamar a nuestra impaciencia un deseo de seguir adelante con la misión del
evangelio. Somos tentados a llamar a los chismes como «compartir peticiones de
oración». Ser hambriento de poder y control se convierte en el ejercicio de los
dones de liderazgo que Dios nos ha dado.
Toda comunidad de liderazgo necesita orar para que vean el pecado como algo
oscuro, despreciable, destructivo y deshonroso para Dios, tal y como es en
realidad. Cada comunidad de liderazgo necesita pedir ayuda regularmente,
admitiendo que el pecado no siempre parece pecaminoso. Necesitamos buscar el
rescate divino de nuestra capacidad de erigir argumentos en favor de nuestra
rectitud que desacreditan la pena del evangelio y la confesión humilde.
Cualquier comunidad de liderazgo que se haya sentido cómoda, individual o
corporativamente, con la minimización del pecado está en un peligro espiritual
real y presente.
3. Necesidad del respeto de los demás
Esta es mi tentación, y si eres un líder, también es tu tentación: nos importa
demasiado lo que los compañeros líderes piensen de nosotros. Existen ocasiones
en las que doy más importancia a la opinión de un colega del ministerio que a la
de mi Señor. Anhelo ser respetado y amado. Me preocupa demasiado que se
hable bien de mí. Deseo demasiado que mis compañeros afirmen mis ideas y den
importancia a mis planes. Presto demasiada atención a cómo me responden los
líderes. Soy muy tentado, como todo líder de alguna manera lo es, a
preocuparme demasiado por lo que los demás piensen de mí.
Las relaciones equilibradas en una comunidad de liderazgo son algo difícil de
alcanzar; necesitamos mucha gracia para lograrlo. Por un lado, estoy en una
guerra espiritual mano a mano con mis compañeros líderes, así que necesitamos
tener una relación de respeto y confianza. Por otro lado, no puedo dejar que su
aceptación y respeto sea lo que controle la forma en que me relaciono con ellos.
Si me preocupo demasiado por lo que piensan de mí, expondré mis fortalezas
mientras escondo mis debilidades y fracasos. Si los tengo en el lugar apropiado
de mi corazón, los veré como herramientas de gracia dadas por Dios y seré libre
de ser sincero con ellos sobre mis asuntos del corazón y de la vida. Cada
comunidad de liderazgo necesita orar por la gracia para conseguir este equilibrio.
4. Identidad en el ministerio
Si el liderazgo del ministerio es tu identidad, entonces Cristo no lo es, y tampoco
recibes la plenitud de todo aquello que transforma tu vida y que es el resultado
de Su persona y Su obra. La identidad del liderazgo del ministerio produce
miedo y ansiedad y nunca producirá la humildad y la valentía que vienen con la
identidad en Cristo. Mirando horizontalmente, como un líder, en búsqueda de tu
identidad, significado, propósito y sentido interno de bienestar es pedirle a las
personas y tu posición que hagan por ti lo que solo tu Mesías puede hacer. Esto
producirá ya sea orgullo por el éxito o miedo al fracaso, pero nunca el tipo de
humildad y valentía de corazón que resulta en humilde accesibilidad. El
ministerio como fuente de identidad nunca dará como resultado relaciones sanas
en forma de evangelio entre tus líderes, el tipo de relaciones en las que se
fomenta la sinceridad, la confesión es recibida con gracia, y los lazos de amor,
aprecio, afecto, comprensión y respeto se fortalecen.
5. Duda funcional del evangelio
Sí, es posible formar parte de una comunidad de líderes que tiene el evangelio
como mensaje central y la difusión del evangelio como misión central, pero
cuyos líderes son silenciados por la duda del evangelio. Demasiados líderes que
luchan con problemas en sus corazones, vidas y relaciones tienen sus respuestas
moldeadas más por un catálogo de dudosos «y si…» que por las promesas del
evangelio que producen esperanza. Los líderes no pueden imaginar cómo su
confesión resultará en algo bueno, así que se esconden detrás del silencio, las
negaciones o la falta de respuestas. En lugar de estar agradecidos por la gracia
siempre presente que es suya en Cristo y la comunidad de gracia que los rodea,
dudan de la gracia del rescate y perdón y temen a las mismas personas
encargadas de ser herramientas de esa gracia.
El evangelio está cargado de promesas de perdón y restauración. El evangelio
nos ofrece el consuelo de un nuevo comienzo. El evangelio nos promete que las
cosas buenas a las que Dios nos llama producirán el bien en nuestras vidas,
aunque ese bien parezca diferente de lo que esperábamos. El evangelio nos
recuerda que las dificultades en las manos del Señor son una herramienta para
rescatar, perdonar, transformar y brindar la gracia. El evangelio nos dice que
Jesús venció la tentación en todos los sentidos porque nosotros no lo haríamos y
que tomó el rechazo del Padre para que nunca tuviéramos que hacerlo. Esto es lo
que toda comunidad de líderes necesita afirmar: salir de la clandestinidad
produce el bien, admitir lo que has negado produce el bien, confesar el pecado
produce el bien, aceptar en qué eres débil produce el bien, y decir no a la
soberbia y pedir ayuda, aunque haya fracasos en el camino, produce el bien.
¿Nos permitiremos estimar la identidad y la posición del ministerio más de lo
que estimamos un corazón humilde y limpio ante el Señor y en relación con los
compañeros líderes que nos ha puesto alrededor? ¿Tememos la pérdida de una
posición de liderazgo más de lo que tememos dar espacio al pecado para hacer
su malvada obra en nuestros corazones y vidas? ¿Realmente creemos que
nuestro Redentor es amable, tierno, amoroso y bueno? ¿Creemos realmente que
todos Sus caminos son correctos y verdaderos? ¿Nos permitiremos pensar que
Su camino es más peligroso que el nuestro? ¿Dejaremos que la duda nos silencie
cuando nuestro Salvador nos llama a confesar y ser sanados?
Este ha sido un capítulo difícil de escribir. Me ha hecho examinar por qué me
resulta difícil decir: «Me equivoqué; por favor, perdóname». Me ha obligado a
preguntarme por qué a veces me resulta difícil hacerme cargo de mis debilidades
y buscar ayuda. Y ha profundizado mi anhelo de estar en una nutrida comunidad
evangélica con otros líderes, donde sabemos que somos amados y encontraremos
gracia, donde sabemos que somos necesitados, y donde la humilde sinceridad es
lo habitual, no la excepción. Para esto, todo líder necesita gracia, y esa gracia es
nuestra, operando ahora por la vida, la muerte y la resurrección de nuestro
compañero líder y amigo, el Cordero, el Señor, el Salvador, Jesús. Es solo por Su
poder que nuestros temores son silenciados y nuestras bocas se llenan de
humildad, esperanza, confesión y alabanza. Que descansemos en Él, y que, al
descansar, salgamos de nuestro escondite y hablemos. Y al hablar,
experimentaremos cosas buenas de Él que son mucho mejores que las cosas
malas que temíamos.
—9—
Identidad
Me senté al entrar a la reunión. Yo era el nuevo, y no podía creer lo que estaba
escuchando. Este líder al que admiraba y era mi ejemplo a seguir, estaba
confesando cosas que no se me hubiera ocurrido confesar. Les contaba a las
personas que estaban en la reunión sobre una persona a la que estaba llamado a
liderar y amar, pero que había llegado a detestar. Había desarrollado tal antipatía
hacia esta persona que temía verlo, apenas toleraba hablar con él y se quejaba de
él. Estaba sorprendido, no porque pensara que este líder era perfecto, sino
porque no tenía miedo de admitir su imperfección ante los compañeros líderes
con los que trabajaba cada día.
Mi respuesta fue: «¡De ninguna manera!». Yo era nuevo en este escenario.
Quería que la gente alrededor de la mesa pensara bien de mí y confiara en mí, así
que de ninguna manera iba a ser tan revelador. Estaba más enfocado en construir
una identidad que en compartir mi corazón. No dije casi nada durante esa
reunión, pero me senté en mi oficina con el corazón inquieto. Había una guerra
dentro de mí, una guerra de deseo. Estaba encantado de que me ofrecieran un
asiento alrededor de la mesa. Era más de lo que pensaba que lograría en el
ministerio. Me abrumaba el hecho de ser ahora un colega de los líderes que
había admirado durante algunos años. No quería ser el débil. Quería ser fuerte,
un contribuyente a la par de los otros líderes en la sala. Pero también sabía que,
si el orgullo por la posición controlaba mi corazón, no correría a la gracia del
evangelio o a la ayuda y protección de la comunidad evangélica que me rodeaba.
Arraigar mi identidad en el liderazgo del ministerio me haría ocultar detalles
importantes sobre mí mismo, controlar las conversaciones, competir por la
posición, negar las debilidades mientras proyectaba mis fortalezas, y una serie de
otros peligros espirituales.
Estoy agradecido de que Dios dispusiera que me enfrentara en esa primera
reunión al peligro de obtener mi identidad del liderazgo del ministerio. Así que
quiero ampliar la conversación sobre este punto que ya mencioné en el capítulo
anterior. Obtener nuestra identidad del ministerio no solo es una experiencia de
ministerio peligrosa y miserable, sino que también interrumpe el tipo de
comunidad ministerial que necesitamos y que es provechosa a la salud espiritual
de los compañeros líderes.
HABLEMOS DE LA IDENTIDAD
Quiero tomarme un tiempo para desarrollar un poco de teología bíblica sobre la
identidad con la esperanza de presentar un argumento sobre la importancia de
este tema y su impacto en la salud espiritual y la funcionalidad de cualquier
comunidad de liderazgo en el ministerio. La Biblia está llena de declaraciones y
terminología de identidad: criatura, Creador, hombre, mujer, niño, padres, hijo,
hija, Hijo de Dios, hijos de Dios, Maestro, discípulo, cuerpo de Cristo,
peregrinos y extranjeros, y la lista sigue y sigue. Pensar en la identidad y en las
identidades que nos asignamos a nosotros mismos es una parte significativa de
nuestra racionalidad. Verás, fuimos diseñados por Dios para ser constantes
intérpretes. Todo lo que hacemos cada día está enraizado en interpretaciones
fundamentales sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros, sobre el bien y el
mal, sobre el significado y el propósito, sobre las relaciones y sobre la
motivación, y esta es solo una pequeña muestra de la larga lista de
interpretaciones que moldean la forma en que vemos, pensamos, elegimos,
actuamos y hablamos.
Esto significa que ninguno de nosotros, desde el líder más influyente hasta el
seguidor menos influyente, responde a la vida basándose en los hechos aislados
de nuestra existencia. Más bien, todas nuestras respuestas son el resultado de
cómo hemos interpretado esos hechos. Precisamente por eso puede haber dos
líderes en la misma organización que tengan respuestas muy diferentes al mismo
conjunto de hechos circunstanciales. Nunca dejaremos de interpretar, porque
fuimos creados por Dios para buscar el significado y la comprensión. Todos
tenemos un profundo deseo de darle sentido a la vida. Todo esto fue creado
dentro de nosotros por Dios para llevarnos a él para que viviera en el centro de la
forma en que nos entendemos a nosotros mismos, entendemos la vida, y le
damos sentido a nuestras circunstancias.
En uno de mis primeros libros, Instrumentos en manos del Redentor, ³ escribí
que esta es la razón por la que Dios, después de crear a Adán y Eva, comenzó a
hablarles. Sin Dios, no habrían sabido cómo darle sentido a la vida. En el jardín,
Dios les dio los elementos fundamentales de una estructura interpretativa de
Dios para que pudieran hacer interpretaciones válidas de la vida en la tierra. Por
ejemplo, entender «criatura» como una pieza básica de su identidad lo cambia
todo. Si he sido creado por alguien, entonces ese alguien
tenía un propósito en mente al crearme, así que entender ese propósito es vital
para mi buen funcionamiento.
Ya lo he insinuado, pero permíteme decirlo abiertamente: puede que no haya una
interpretación más importante y que moldee más la vida de los seres humanos
que la identidad. En el perfecto plan de Dios, el hombre y la mujer que Él hizo y
sus hijos y los hijos de sus hijos estaban destinados a obtener su sentido
fundamental de la identidad de manera vertical. Así es como debían conocerse a
sí mismos, cómo entenderían su significado y propósito, y cómo encontrarían
ese sentido interno de bienestar que toda persona desea. Esta identidad vertical
debía darles una guía para su vida diaria y erigir límites protectores alrededor de
sus corazones. Así que la desobediencia de Adán y Eva fue profundamente más
que el consumo de alimentos prohibidos. Fue un rechazo a su identidad como
criaturas del Dios Altísimo y la adquisición de una identidad que no tenía a Dios
en el centro. Y con ese triste rechazo, la identidad humana se convirtió no solo
en un pantano de confusión, sino en el campo de batalla de la guerra espiritual.
Desde la caída, la gente busca horizontalmente lo que fue diseñado para
encontrar verticalmente. Le piden a la gente, los lugares y las cosas que hagan
por ellos lo que solo la identidad en el Señor puede hacer. Y lo que la gente no
entiende es que dondequiera que busque la identidad, eso ejercerá el gobierno
sobre su corazón y, al hacerlo, dirigirá la forma en que vive su vida. Las cosas
que nunca fueron destinadas a ser fuentes de identidad humana se convierten en
eso, creando interminables capas de dificultad y quebrantamiento.
Un trabajo es una maravillosa provisión de Dios, pero si se convierte en tu
identidad, te dejará infeliz y destruirá tu familia. Tu matrimonio es una relación
humana significativa, pero si se convierte en tu identidad, le pedirás a tu
cónyuge que sea tu mesías personal, colocando en tu cónyuge una carga que
nunca podrá soportar. Tu cuerpo es un aspecto significativo de quien eres, pero si
lo miras como tu fuente primaria de identidad, entonces el envejecimiento, la
debilidad o la enfermedad te robarán tu sentido de identidad. La depresión es una
experiencia emocional profundamente personal y poderosa, pero si la tomas
como tu identidad, te hará aún más daño espiritual y emocional. Siempre existe
la tentación de este lado de la eternidad de buscar la identidad horizontalmente,
pero mirar allí nunca otorga lo que se busca y nunca resulta en una cosecha de
buenos frutos.
Por eso el Nuevo Testamento insiste en inculcar en cada creyente una identidad
en Cristo y mostrar cómo se ve eso en términos de la forma en que pensamos y
abordamos nuestra vida cotidiana. Veamos algunos ejemplos del Nuevo
Testamento:
Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado,
ha llegado ya lo nuevo! (2 Cor. 5:17).
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que
pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los
llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Ped. 2:9).
He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo
que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y
dio su vida por mí (Gál 2:20).
Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo;
los he llamado amigos, porque todo lo que a mi Padre le oí decir se lo he dado a
conocer a ustedes (Juan 15:15).
Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de
ser hijos de Dios (Juan 1:12).
El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y, si
somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues,
si ahora sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria (Rom.
8:16-17).
Pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios (Col. 3:3).
Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús (Gál. 3:26).
Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo
Jesús (Rom. 8:1).
En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al
Salvador, el Señor Jesucristo (Fil. 3:20).
Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es miembro de ese
cuerpo (1 Cor. 12:27).
¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en
ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios
dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios
(1 Cor. 6:19-20).
Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las
cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica (Ef.
2:10).
Y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en
verdadera justicia y santidad (Ef. 4:24).
Está muy claro en estos pasajes, y en muchos más, que la identidad en Cristo
tiene la intención de ser el elemento que define la forma en que un creyente da
sentido a quién es y a lo que se supone que debe hacer. Cualquier otra identidad
perturbará su corazón, lo expondrá a varias idolatrías, le pedirá a la creación lo
que no puede dar, y lo hará salir de los sabios y amorosos límites de Dios.
Debido a que la identidad es la base de cómo damos sentido a la vida, es tanto
una guerra espiritual como una de las formas en que el evangelio nos devuelve la
cordura y la seguridad.
Ahora, soy consciente de que lo que me he tomado el tiempo de exponerles es,
para la mayoría de los líderes del ministerio, no tanto un conjunto de nuevas
enseñanzas, sino una revisión de enseñanzas ya conocidas. Quiero que
reflexionen sobre la importancia de este tema, en particular en lo que se refiere a
la salud espiritual de una comunidad de líderes del ministerio. Cada líder de cada
comunidad de liderazgo está haciendo su trabajo con algún sentido de identidad.
No es ni exacto ni seguro suponer que los líderes del ministerio siempre
funcionan desde su identidad en Cristo. La identidad de un líder del ministerio es
un lugar de tentación y un campo de batalla espiritual y, tristemente, no siempre
permanece constante. Es claro para mí que un aspecto significativo de la
desviación, y luego la caída de los líderes del ministerio, comienza con un
intercambio de identidad. Este intercambio no es un evento dramático, sino más
bien un proceso sutil y a menudo de larga duración.
Probablemente nadie entra en el ministerio diciendo: «Voy a hacer del ministerio
mi identidad», pero a lo largo del camino, algo sucede. Las cosas de las que
hemos hablado a lo largo de este libro, que son el fruto de atender el llamado de
Cristo y entregar los dones para que Él los utilice, comienzan a convertirse en
marcadores de identidad. La experiencia teológica, el conocimiento bíblico
detallado, los años de experiencia en el ministerio, el éxito, la aceptación, el
respeto y el amor a las personas, y las fortalezas de los propios dones y el poder
de influencia y posición empiezan a estar donde un líder busca saber quién es. Es
increíblemente irónico que el fruto de la identidad de un líder en Cristo sea lo
que lo tienta a buscar su identidad en otro lugar. En algún lugar, sin un rechazo
consciente de su teología evangélica, ha cambiado la estabilidad de la identidad
vertical por la inestabilidad de la identidad horizontal. Debido a que ha hecho
este intercambio, su corazón está expuesto a una variedad de idolatrías del
ministerio (por ejemplo, conocimiento, poder, control, posición, éxito,
aclamación, comodidades), y no es la misma persona y no funciona de la misma
manera que en los primeros días de su ministerio.
Esto está sucediendo ahora mismo a los líderes de todo el mundo. ¿Cómo
podemos no preocuparnos por esta situación? ¿Cómo no puede formar parte de
nuestra conversación habitual como líderes mientras intentamos protegernos
unos a otros y mantener la salud espiritual de nuestras comunidades de líderes?
¿Cómo no podemos examinar los pecados de nuestros propios corazones y la
conducta de nuestras vidas, tratando de saber si hay pruebas de que nosotros
también hemos hecho ese peligroso intercambio? El liderazgo del ministerio es
realmente un lugar miserable para buscar nuestra identidad; esto es
espiritualmente peligroso y destruye a los líderes. Nada bueno se produce en un
líder que a lo largo del camino ha intercambiado la identidad en Cristo por
alguna forma de identidad en el ministerio.
PERFIL DE UN LÍDER QUE HA INTERCAMBIADO SU IDENTIDAD
Si la identidad en el ministerio es un campo de batalla para cada líder del
ministerio, y si el intercambio de la identidad en Cristo a la identidad en el
ministerio es a menudo sutil y por lo general se lleva a cabo durante un período
prolongado de tiempo, entonces es importante identificar algunos de los
síntomas que se verán cuando un líder está buscando obtener de su liderazgo en
el ministerio lo que estaba destinado a obtener de Cristo. La siguiente es una
lista que puede ayudarnos, pero seguramente no es exhaustiva.
Miedo
Cuando buscas horizontalmente tu sentido del yo, tu valor diario, tu razón para
seguir adelante, y tu descanso y seguridad interior, estás demasiado atento a las
opiniones, respuestas, reacciones y situaciones que te rodean. Observas con gran
intensidad cómo la gente responde a ti, y escuchas con demasiado cuidado lo que
la gente está diciendo y cómo lo dicen. Te percatas de las discusiones o planes
donde te han incluido. Te preocupa el progreso de los demás y envidias
silenciosamente los éxitos de su ministerio. Tu atención descontrolada aplasta la
paz de tu corazón, dejando en su lugar la preocupación, la inquietud, la ansiedad
y el miedo. Es un círculo vicioso, porque cuanto más prestas atención, más
encuentras razones para preocuparte, y cuanto más te preocupas, más prestas
atención. Es espiritualmente derrotista, relacionalmente insalubre, y
motivadoramente paralizante. La razón por la que experimentas miedo es que
estás pidiendo al liderazgo del ministerio que te dé lo que no fue diseñado y no
es capaz de dar. En tu posición como líder del ministerio, has sido llamado a ser
un embajador del Salvador, pero esa posición de liderazgo no puede darte lo que
solo el Salvador es capaz de dar.
El éxito del ministerio no te dará el bienestar que buscas, porque a los éxitos del
ministerio a menudo les siguen los fracasos. El aprecio y el respeto de la gente
no te ofrecerá el valor que buscas, porque la persona que te alabó hoy te criticará
mañana. El aprecio de los compañeros líderes no te dará la plenitud espiritual
que anhelas. Ningún otro líder es capaz de funcionar como tu mesías personal,
porque él o ella también está en la batalla. La emoción de la posición es fugaz,
pronto da paso a la carga de la responsabilidad. Cuando buscas horizontalmente
lo que ya te han dado verticalmente, las cosas que buscas siempre te fallarán.
Hay muchos líderes entre nosotros que hacen demasiadas cosas por miedo y no
por fe. A muchos de nosotros nos mueve la ansiedad. Muchos de nosotros somos
profundamente afectados por las críticas de los demás. Demasiados nos
preocupamos mucho porque nuestras opiniones triunfen, nuestros sermones sean
aplaudidos, o porque le gustemos a la gente. Demasiados de nosotros, en el
sufrimiento de la vida del ministerio, no toleramos bien el sufrimiento.
Demasiados de nosotros desarrollamos actitudes negativas hacia las personas
con las que somos llamados a ministrar o a las que somos llamados a ministrar,
porque anhelamos que nos aprecien y cooperen con nosotros. Buscar
horizontalmente nuestra identidad y paz es una carga, es agotador y
autodestructivo. Para algunos de nosotros, nos hará fantasear con mudarnos a
otro lugar de liderazgo del ministerio o renunciar por completo.
Existen ocasiones en que he mirado con demasiada intensidad, escuchado con
demasiada atención, he dejado que alguien me afecte profundamente y he
sentido que el desánimo me invade. Todo esto ha sucedido mientras Jesús me
amaba, me colmaba de Su gracia, cumplía todas Sus promesas, me bendecía con
dones, me llamaba a ser parte de Su misión redentora, y me proveía de Su gracia
capacitadora, protectora, transformadora y liberadora. Eso significa que, en esos
momentos, como líder del ministerio había perdido mi mente evangélica. Debido
a ello, me entregué a la locura de sentirme pobre y buscar ser alimentado,
cuando en realidad era rico y estaba bien provisto.
Orgullo
Cuando se trata de la identidad en el ministerio, el miedo y el orgullo tienen la
misma raíz. Aunque el miedo y el orgullo pueden tener manifestaciones muy
diferentes, ambos se presentan cuando un líder busca donde no debe buscar algo
que ya ha sido suministrado. Cuando buscas en el liderazgo valor, seguridad y
una razón para continuar, necesitas que tu ministerio cumpla. Así que no solo
prestas demasiada atención, sino que también tomas el crédito por lo que nunca
podrías ganar, producir o lograr por ti mismo. La lucha de un líder con el orgullo
está a menudo relacionada con el intercambio de identidad que hemos estado
discutiendo.
Debido a que un líder necesita que su posición en el ministerio le dé lo que
nunca debió dar, necesita verse a sí mismo como más esencial de lo que
realmente es. Y porque busca que el ministerio le dé su sentido de valor, está
tentado a asignarse a sí mismo más poder para producir resultados de lo que
cualquier líder jamás tendrá. En su búsqueda de descanso y estabilidad
espiritual, una y otra vez hace malos cálculos espirituales, sumando dos y dos y
obteniendo cinco. Ningún líder tiene el poder de crear cambios. Ningún líder es
capaz de determinar los resultados. Ningún líder puede controlar la respuesta de
la gente, y mucho menos el flujo de los eventos. Ningún líder tiene la habilidad
de ablandar los corazones, de hacerlos fieles, humildes y valientes. Ningún líder
puede controlar las opiniones de sus compañeros. Ningún líder puede hacer que
la gente tenga hambre del evangelio. Ningún líder es un agente de cambio; más
bien, cada líder del ministerio es una herramienta en la caja de herramientas del
que solo tiene el poder del cambio en sus manos.
El orgullo de un líder por los logros del ministerio no es solo un engaño egoísta;
es un robo, ya que toma crédito por lo que solo el Redentor puede hacer. Es una
burbuja fina que pronto se romperá, porque no es verdad, y no da los nutrientes
espirituales que todo líder necesita.
Altibajos emocionales
Las verdades del evangelio, es decir, las realidades radicales de la presencia, las
promesas, el poder, el amor y la gracia del Salvador, son la única roca de
estabilidad para un líder del ministerio. Es realmente cierto y hay que decirlo una
y otra vez: todo el resto del terreno es arena movediza. Por cada alta montaña del
liderazgo en el ministerio, hay muchos valles oscuros. Por cada persona que te
ama y te aprecia, hay gente que te malinterpreta y te juzga mal. Por cada
maravilloso momento de unidad, hay momentos en los que parece que has sido
despedazado. Por cada momento en que te sientes preparado y capaz, hay
momentos en que te enfrentas a tu debilidad y falta de preparación. Por cada
cosa que te gusta hacer en tu posición de liderazgo, hay otras que odias hacer.
Por cada temporada de alegría, hay temporadas de tristeza. Tal es el ineludible
flujo del liderazgo del ministerio.
Tu ministerio no puede darte la paz que sobrepasa el entendimiento, pero Jesús
sí. Tu ministerio no puede ofrecerte un amor ininterrumpido, pero Jesús sí. Tu
posición de liderazgo no puede darte valor en la oscuridad, pero el Salvador, que
camina contigo, lo hará. El liderazgo de tu ministerio no siempre te hace sentir
digno, pero el que derramó Su sangre por ti sí lo hará. Tu ministerio no puede
satisfacer tu alma hambrienta, pero el pan de vida y el agua viva sí. Cuando un
líder del ministerio se alimenta de comida espiritual que no puede satisfacer, se
siente espiritualmente lleno por un momento, solo para estar hambriento una vez
más.
Líder, nunca experimentarás salud y estabilidad espiritual a largo plazo si buscas
que tu posición y función en el ministerio te dé lo que el Salvador te ha
prometido y te está entregando. Estoy convencido de que la volatilidad
emocional y la inestabilidad en el liderazgo están a menudo enraizados en el
intercambio de identidad que hemos estado examinando.
Control
Las personas más controladoras a las que he aconsejado o con las que he
trabajado siempre han demostrado ser las más temerosas. Cuando buscas en
algún lugar lo que no puedes encontrar allí, tiendes a tener miedo, y la manera de
calmar tu miedo es controlar lo que necesita ser controlado para tratar de
garantizar que encuentres lo que estás buscando. El Salmo 112:7 dice sobre el
hombre justo: «No temerá recibir malas noticias; su corazón estará firme,
confiado en el Señor»
Me encantan esas palabras. Un líder cuya identidad y seguridad está en el Señor
se libera del miedo, incluso ante las malas noticias. Su corazón es firme, no se
tambalea, no es inestable o débil. No está libre de miedo porque tiene el control.
No está libre de miedo porque no tiene nada que temer. Está libre de miedo
porque tiene su estabilidad, su sentido del bienestar, en lo vertical. No necesita
tener el control, porque no necesita que las cosas a su alrededor vayan bien para
que su corazón esté firme.
Cada líder en cada comunidad de liderazgo está descansando en el control
completo y perfecto del Padre celestial sobre cada persona y cada situación o
buscando tomar el control en sus manos. Cada líder busca la firmeza de corazón
ya sea vertical u horizontal, y cuando sus ojos están puestos en lo horizontal,
anhela más control sobre las personas, planes y circunstancias de lo que
cualquier líder estaba destinado o calificado para tener. El deseo de control es un
síntoma de miedo, y el miedo es un síntoma de confianza en un salvador
sustituto que simplemente no puede entregar lo que tu corazón anhela.
Sensibilidad
Ya he hablado sobre la sensibilidad, así que no le dedicaré mucho tiempo aquí.
Cuando necesitas que las cosas y la gente que te rodea te den lo que no están
diseñadas para dar, te preocupas demasiado por las respuestas y los resultados, y
debido a ello, eres demasiado sensible a lo que sucede a tu alrededor. Te tomas a
ti mismo y a los demás demasiado en serio. Consideras las respuestas de la gente
como algo mucho más importante de lo que realmente son. Te preocupas
demasiado por lo que los resultados dicen de ti, tus dones, tu perspicacia, tu
compromiso y tu fidelidad. Tiendes a ofenderte cuando la intención no era
herirte. Tiendes a tomar como personal lo que no es personal, apropiándote de
mensajes en eventos y conversaciones cuando no son para ti. Todo esto crea un
enfoque egoísta que perturba las relaciones de un líder y altera la salud espiritual
y la unidad de la comunidad de líderes que lo rodea.
Líderes, ¿hay alguna evidencia en su corazón, sus relaciones o su liderazgo de
que en algún lugar del camino se ha producido este intercambio de identidad?
¿Hay alguna manera de que estés buscando horizontalmente aquello con lo que
ya has sido bendecido en Jesús? ¿Es el miedo, el orgullo, el control o la
sensibilidad un indicador de algo que deberías examinar? ¿Tienes un corazón
firme, seguro y en reposo? ¿Es el liderazgo del ministerio una carga temerosa o
un gozo? No debes temer examinar tu corazón, porque lo que encuentres allí ya
ha sido abordado por la persona y la obra de Jesús.
Quiero cerrar este capítulo hablando con aquellos de ustedes que se han
desanimado por lo que han leído. Sí, es cierto que la vida de un líder del
ministerio es un desastre, pero es el desastre de Dios. Tu Señor conoce el pecado
y la debilidad de la gente que ha elegido para dirigir Su Iglesia. Sabe que hay
momentos en los que buscamos las cosas equivocadas para nuestra estabilidad
espiritual. Sabe que a veces somos demasiado temerosos, demasiado
controladores, demasiado orgullosos, demasiado sensibles, y demasiado
necesitados de afirmación y éxito. Conoce todas nuestras susceptibilidades, pero
aun así nos eligió para guiar a Su pueblo en Su misión redentora. No está
sorprendido ni consternado por nuestra lucha, y no va a renunciar a nosotros.
Nos encuentra en nuestras debilidades, aplasta nuestros ídolos, expone nuestros
corazones, y luego nos acerca una vez más y nos dice: «Los he llamado a mi
servicio, no porque sean capaces, sino porque yo lo soy. Descansa tu corazón en
mi gracia y no busques en otra parte lo que solo yo puedo darte». Y con esas
tiernas y amorosas palabras nos concede otra vez otro nuevo comienzo.
— 10 —
Restauración
Me llamó con un poco de pánico porque no sabía a quién más llamar. (Había
acudido a una de mis clases.) Llamaba porque había encontrado a su pastor
principal, quien era su mentor, en lo que parecía ser un colapso emocional,
siendo completamente irracional, diciendo cosas que no tenían sentido. Llevó a
su pastor a casa, y mientras el pastor murmuraba en su casa, mi antiguo alumno
me llamó y me pidió ayuda. Llamé a su pastor, me presenté, le expliqué por qué
lo llamaba, y le ofrecí mi ayuda psicológica si era necesario. Agradeció mi
preocupación y me dijo que había pasado por una semana de ministerio
agotadora, que no había dormido mucho y que había tenido un pequeño colapso
físico. Oré con él, pero me quedé bastante preocupado y pensando que
escucharía de él o a alguien cercano a él otra vez.
Unas semanas después, recibí otra llamada de otro hombre que no conocía.
Estaba muy disgustado y dijo que lo que iba a decirme necesitaba una acción
inmediata, pero que tenía que hacerse de forma confidencial. Me estaba
llamando después de programar una cita con el mismo pastor principal de hace
unas semanas. La única vez que pudieron reunirse fue después de las horas
normales de trabajo del pastor principal. Cuando el hombre llegó a la oficina del
pastor, la mayoría del personal se había ido a casa, y un conserje lo dejó entrar
en el edificio. Se dirigió a la oficina del pastor y llamó a la puerta, pero no hubo
respuesta. Dudó por un momento y luego metió la cabeza en la apertura de la
puerta. Vio al pastor con la cabeza abajo en el escritorio y lo llamó. Alarmado
por la falta de respuesta, fue a sacudir al pastor para ver si estaba bien, y en el
momento en que se acercó, lo golpeó el olor a alcohol. Supo de inmediato que su
pastor no estaba enfermo ni dormido; estaba ebrio.
Salió corriendo del edificio de la iglesia, con el corazón acelerado, y me llamó,
porque habíamos desarrollado un poco de amistad, y no tenía ni idea de qué
hacer a continuación. Le dije que llamara al presidente de la junta de ancianos.
Fue como una bomba lanzada en medio de la iglesia. Los líderes nunca
imaginaron que un problema así caería sobre ellos. Nunca habían pensado que
algo así podría estar sucediendo en la vida de este pastor que era tan efectivo y
parecía tan comprometido. Preguntas importantes se arremolinaban en las
mentes de los ancianos sobre qué hacer a continuación y qué significaba esto
para la vida y el ministerio de la iglesia. Y pronto me pareció obvio que el plan
era dejar de lado al pastor, darle una amorosa indemnización y encontrar un
nuevo pastor principal.
Aquí estaba un hombre que claramente había recibido el ministerio, el liderazgo,
la predicación y los dones pastorales. Aquí había un hombre que había
evangelizado y discipulado a muchos. Aquí estaba un predicador y maestro que
había dado a su congregación conocimientos bíblicos y teológicos, y estaba a
punto de ser dejado de lado como si fuera una mercancía, ya no era útil ni un
líder querido, dotado por Dios y hermano en Cristo. El plan parecía más bien lo
que un equipo de la NFL haría con un jugador debilitado que las acciones de una
iglesia que cree en el poder de la gracia para rescatar y restaurar.
Pregunté si había alguna manera de que pudiera reunirme con los ancianos. Mi
esperanza era que pudiera darles un plan alternativo. Hice lo mejor que pude en
la reunión para hacer dos cosas. Primero, prediqué a estos maravillosos pero
asustados hombres el poder y la belleza de la gracia restauradora de Dios y Su
promesa de un nuevo comienzo. Y luego expuse un posible plan de restauración
que incluía a los ancianos y los diáconos, las esposas de los ancianos para cuidar
a la esposa del pastor caído, niñeras para estar de guardia cuando fuera
necesario, asesoramiento en adicciones, un sistema de responsabilidad amorosa
y apoyo continuo durante el proceso de restauración.
Era un largo camino y a veces iba desde lo desalentador hasta lo aparentemente
inútil, pero Dios estaba trabajando en este proceso. A través del ministerio
amoroso de muchos, estaba restaurando a este hombre, reclamando sus dones, y
reformando su trayectoria. No se le hizo ninguna promesa al pastor de su regreso
al ministerio, solo promesas de apoyo continuo, ayuda, consejo y aliento.
TODO EL MUNDO CREE EN LA GRACIA HASTA QUE UN LÍDER LA
NECESITA
Cada iglesia o comunidad de liderazgo del ministerio debe ser una comunidad
restauradora si va a tener salud espiritual a largo plazo y eficacia en el
ministerio. Un compromiso con el espíritu, las actitudes y las acciones de
restauración es vital. Como he escrito antes, puede que no haya nada más
importante, humillante o que forme una cultura para una comunidad de liderazgo
ministerial que tener en cuenta en todo momento que cada miembro de la
comunidad está en medio de su propia santificación. Ningún líder está libre de
pecado, ningún líder está exento de la gran batalla espiritual por la atención y el
gobierno de su corazón, y ningún líder se ha graduado de su necesidad de gracia.
Cada líder se queda corto del estándar de Dios en palabra, pensamiento o acción
de alguna manera, de algún modo, todos los días. Todo líder todavía tiene
momentos en los que piensa cosas que no debería pensar, desea lo que no
debería desear, y actúa o habla de manera equivocada.
Ningún líder es inmune a un momento de orgullo o a un destello de lujuria.
Ningún líder está por encima de la ira, los celos o la impaciencia. Todo líder
lucha en algún momento con el miedo al hombre o el orgullo por el éxito. Los
líderes de los ministerios son muy capaces de faltar al respeto a los miembros del
personal o de mirar al sexo opuesto de manera equivocada. Ningún líder tiene un
matrimonio perfecto o es un padre perfecto. Ningún líder tiene motivos
completamente puros y no mezclados. Aquí está el resultado final: ningún líder
de ninguna comunidad ministerial en ningún lugar está completamente
conformado a la imagen de Jesucristo.
Así que, si es cierto que cada líder está en medio de la continua obra de la gracia
santificante de Dios, entonces también es cierto que todavía hay presencia de
pecado residual en el corazón de cada líder. Y si hay presencia de pecado
residual en sus corazones, los líderes fallarán, pecarán y caerán. A veces la ira le
roba a un líder su efectividad. A veces la envidia interrumpe el tipo de relaciones
que todo líder necesita para su salud espiritual y la productividad de su
ministerio. A veces el orgullo de la posición y los logros se interpone en el
camino de la actitud de servicio que cada líder del ministerio debería tener. A
veces el pecado crece hasta que el líder se vuelve adicto y esclavo del pecado. A
veces un líder se rinde en su búsqueda personal de Dios y sigue adelante en un
estado de sequedad espiritual. A veces la disfunción familiar o la infidelidad
marital existe junto al ministerio público de un líder. Todos los líderes necesitan
cuidado espiritual, pero algunos caen y requieren de una amorosa, firme y bien
administrada gracia restauradora.
A medida que viajo por el mundo y converso con líderes del ministerio de una
amplia variedad de antecedentes eclesiásticos y culturales, he visto que cuando
se trata de la lucha de los líderes con el pecado, tendemos a hacer suposiciones
no bíblicas que nos hacen ser ingenuos y no estar preparados para las batallas
que enfrentaremos en la vida y el ministerio de los líderes en nuestras
comunidades. No es seguro suponer que un graduado de seminario está
espiritualmente bien. No es seguro concluir que un líder muy dotado está donde
debe estar en su relación con Jesús. No es necesariamente cierto que un líder
teológicamente perspicaz sea espiritualmente maduro. La efectividad del
ministerio no debe ser confundida con la limpieza de corazón. Lo que sabes
sobre la persona pública de un líder no significa que no tengas que preocuparte
por su vida privada.
Las suposiciones que una comunidad de líderes hace sobre la condición
espiritual de sus líderes, suposiciones que permiten a la comunidad ser pasiva en
lugar de pastoral, dan como resultado una comunidad conmocionada y no
preparada cuando un compañero líder cae de alguna manera y necesita cuidado y
restauración. Si el pecado de un líder es revelado a la comunidad de líderes que
lo rodea, es porque Dios ama a ese líder. Ha colocado a ese líder en una
comunidad íntima de fe, y ha revelado ese pecado para que la comunidad pueda
funcionar como su brazo de convicción y gracia restauradora. Toda comunidad
de líderes tiene momentos en los que son llamados a ser agentes de la
misericordia restauradora de Dios. Este llamado viene en pequeños momentos
privados, así como en grandes momentos públicos y dramáticos.
Si has hecho suposiciones no bíblicas, no estás preparado para estos momentos
de ministerio, y rápidamente se transforman en pánico o ira, castigo y
separación. Ha sido triste ver, ante la caída de un líder, cuántas comunidades de
liderazgo responden de una de dos maneras, ninguna de ellas restaurativa.
En la primera forma, una comunidad de liderazgo, en su incapacidad de creer lo
que se ha revelado sobre un líder que creían conocer y en el que podían confiar,
se levanta casi inmediatamente en defensa del líder. Minimizan o descartan
completamente lo que se ha revelado mientras afirman conocer a este líder y
están seguros de que nunca haría aquello de lo que se le acusa. Continúan
proclamando públicamente su lealtad al líder a cargo y cuestionan la validez de
las acusaciones y los motivos de los que han presentado la información. El
resultado es que el líder no obtiene la condena y el cuidado restaurativo que
necesita de la comunidad de gracia que lo rodea. Peor aún, el pecado que se ha
apoderado de su corazón y ha empezado a controlar su vida tiene espacio para
echar raíces aún más profundas y asentarse con más firmeza. Si has prestado
atención a la comunidad de liderazgo del ministerio en la última década, lo has
visto suceder una y otra vez.
En la segunda forma, el grupo de liderazgo nuevamente no está preparado para
el llamado restaurador que Dios les ha hecho. En su conmoción por lo que ha
sucedido, se sienten engañados y embaucados. La compasión por el que está
atrapado en el pecado es reemplazada por la ira. La atención pastoral da paso a
respuestas adversas, que son más punitivas que pastorales. Rápidamente
comparten de manera pública detalles que nunca debieron ser compartidos y que
dañan a su compañero líder y a su familia. Pronto rompen la relación con el
líder, y porque lo han hecho, su comunicación con él es ahora legal en lugar de
pastoral. Ya no se lo considera parte de su comunidad de líderes, así que
negocian algún tipo de paquete de indemnización y siguen adelante.
No me malinterpreten aquí; no estoy argumentando que no haya momentos en
que una comunidad de liderazgo deba separarse de un líder caído y recalcitrante,
sino que estoy argumentando que esto debe suceder al final de un intento de
restauración de todo corazón y lleno del evangelio. Lo triste de las dos
respuestas típicas que he compartido es que no están comprometidas con ningún
tipo de propósito pastoral y restaurador. Cuando un líder ha caído o se enfrenta a
algún tipo de acusación, y recibo la llamada, en muchas ocasiones he recibido
respuestas sorprendentes y a veces enojadas de la comunidad de líderes cuando
les he expuesto que deben buscar la restauración bíblica.
Permítanme decir de nuevo: si el pecado sigue existiendo, y lo hace, entonces
cada comunidad de liderazgo debe estar comprometida y preparada para la
restauración.
UNA HISTORIA DE RESTAURACIÓN
La conclusión primero: cada comunidad de liderazgo debe comprometerse a
representar, en su cultura de liderazgo y relaciones, el corazón restaurador del
Redentor. Hay pocos lugares donde observamos con mayor detalle el celo del
Señor por restaurar a un líder rebelde que en la historia de Jonás. Quiero
tomarme un tiempo con ustedes para reflexionar sobre lo que aprendemos del
corazón de Dios en esta historia.
Aunque seguramente conocen bien la historia, voy a incluir pasajes de Jonás en
nuestra discusión para recordarles el corazón de Jonás y el corazón de su Señor.
La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay: «Anda, ve a la gran ciudad de
Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia».
Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Bajó a Jope, donde
encontró un barco que zarpaba rumbo a Tarsis. Pagó su pasaje y se embarcó con
los que iban a esa ciudad, huyendo así del Señor (Jon. 1:1-3).
Hablando de rebelarse contra el plan y el llamado del Señor, ¿podría haber un
ejemplo más claro que Jonás? Su respuesta al llamado de Dios es dar la vuelta e
ir al otro lado del mundo conocido. Lo que observamos en el corazón de Jonás es
que cree en la ilusión de que puede huir de la presencia del Señor. Si pensamos
que es posible escapar de la presencia de Dios, ¡nos hemos vuelto
espiritualmente locos! Jonás es llamado a ser un ministro del evangelio. «¿El
evangelio?», te preguntarás. Sí, si se lo llama a dar un mensaje de advertencia, se
lo llama a representar la voluntad del Señor de dar a la gente la oportunidad de
escuchar, examinarse, confesar y volverse. Esta es la obra del evangelio. Si todo
lo que Dios quisiera hacer es juzgar a la gente, no les advertiría primero. La
advertencia de Dios es un hermoso aspecto de Su gracia. Recuerda, la forma en
que el evangelio funciona es que tenemos que escuchar las malas noticias antes
de que las buenas noticias signifiquen algo para nosotros.
Pero Jonás no quiere ir a un lugar difícil o comunicar un mensaje difícil a gente
que no conoce en una cultura que no entiende o respeta. Así que huye de Dios y
de Su llamado. Jonás es un rebelde y un necio, pero no lo sabe. Si yo hubiera
estado a cargo, el Libro de Jonás habría sido muy corto, dos versículos, para ser
exactos: «Jonás, si huyes de mí, estás acabado. No me faltan profetas». Pero
estoy dispuesto a confesar que mi respuesta no refleja el corazón y el camino de
mi Señor.
La primera pista del propósito restaurador del Redentor la encontramos en el
versículo 4: «Pero el S
eñor
». Estas son tres de las palabras más importantes jamás escritas. Representan el
propósito de rescate, protección y restauración de Dios. Aquí hay una imagen de
la belleza y la esencialidad de la interrupción divina. Pero esta interrupción no
ocurre por el justo juicio de Dios, sino por su paciente gracia. Jonás no lo sabe
todavía, pero está a punto de ser llamado no solo al lugar al que Dios lo llamó,
sino también al Señor que lo llamó.
Es importante entender que el drama que está a punto de ocurrir, que nos da un
panorama de la magnitud del poder soberano de Dios, es el drama de la
restauración. Dios envía un gran viento, tan grande que aterroriza a los
marineros experimentados. Para entender por qué esta dificultad les ha llegado,
los marineros echan a suertes, que caen sobre Jonás. Así que le preguntan quién
es y qué ha hecho. Presta mucha atención a la respuesta de Jonás. Él responde:
«Soy hebreo y temo al Señor, Dios del cielo» (Jon. 1:9). La declaración de
identidad de Jonás es interesante. Por su identidad cultural es un temeroso de
Dios, pero en cuanto a su respuesta al llamado de Dios, no actúa como alguien
que teme al Señor. De esta manera, sus palabras nos confrontan con la diferencia
que puede existir en un líder entre su teología confesional y su teología
funcional. Toda comunidad de líderes necesita comprometerse con la
restauración por esta misma razón. A menudo hay una sutil y progresiva
separación que tiene lugar en la vida y el ministerio de un líder entre su
confesión formal y la forma en que vive su vida y se conduce en el ministerio.
La posibilidad de esta deriva debería ser una preocupación para toda comunidad
de líderes. Presta atención a lo que el Redentor, en Su soberanía, está
organizando para Jonás:
Así que tomaron a Jonás y lo lanzaron al agua, y la furia del mar se aplacó. Al
ver esto, se apoderó de ellos un profundo temor al Señor, a quien le ofrecieron
un sacrificio y le hicieron votos.
El Señor, por su parte, dispuso un enorme pez para que se tragara a Jonás, quien
pasó tres días y tres noches en su vientre. Entonces Jonás oró al Señor su Dios
desde el vientre del pez (Jon. 1:15-2:1).
Sí, Dios no había abandonado a Jonás ni Sus planes para él. Ahora, pensarías, si
no supieras toda la historia, que este es el final. Jonás fue arrojado al mar
enfurecido –Dios, en Su justicia, le había dado a Jonás lo que merecía– pero este
no era el final. Dios dispuso a un pez para que se tragara a Jonás. Piensa en las
palabras «dispuso un enorme pez». Este es el increíble alcance de la autoridad
del Señor. Tiene el poder de disponer un pez como herramienta en Su
restauración de un profeta descarriado. Debido a que todo vive bajo Su gobierno,
Dios usa lo que sea necesario para lograr lo que se propone en la vida de
aquellos que ha llamado para que lo representen.
Se puede ver que algún tipo de cambio tuvo lugar en Jonás, porque el hombre
que estaba tan empeñado en escapar de la presencia de Dios comenzó a orar a la
misma persona de la que esperaba escapar. En los versículos que siguen,
podemos escuchar a escondidas esa profunda oración y abrir una ventana al
corazón de Jonás. El versículo 10 nos da pistas de lo que Dios tenía en mente
para Jonás a través de Su instrumento designado, el pez: «Entonces el Señor dio
una orden y el pez vomitó a Jonás en tierra firme». Sí, es cierto: a veces la gracia
restauradora parece vómito. La gracia reconstituyente no siempre se ve
agradable y atractiva o se siente cálida y afirmativa, sino que es incómoda y
dura.
La historia de Jonás nos predica el corazón de la restauración. La restauración es
mucho más profunda y fundamental que hacer lo necesario para que un líder
vuelva rápidamente a su posición en el ministerio. Seguramente Jonás necesitaba
mucho más que eso, como el resto de la historia deja claro. El corazón de la
gracia restauradora de Dios es Su celo por rescatarnos. Jonás necesitaba más que
un rescate de la tormenta, los peces o la gente de Nínive. El problema de Jonás
era Jonás, así que, para ser restaurado a Dios y a Su llamado, Jonás necesitaba
ser libre de su esclavitud a sí mismo.
Me encanta el primer versículo de Jonás 3. Lo encuentro profundamente
alentador y esperanzador. También me da una visión de un aspecto del corazón
de Dios que estoy llamado a representar en mi relación y ministerio con mis
compañeros líderes: «La palabra del Señor vino por segunda vez a Jonás». De
esto se trata la restauración: nuevos comienzos. Entre el «ya» y el «todavía no»,
es lo que el evangelio de la gracia de Dios ofrece a cada líder del ministerio. Es
increíble que el llamado de Dios venga a Jonás, o a nosotros, aunque sea una
vez, pero frente a nuestra insensatez, rebelión y vagabundeo, es increíble que
incluso venga a nosotros por segunda vez. Que Dios pueda ver dentro de
nuestros egoístas e inconstantes corazones y aun así decida usarnos es increíble.
Jonás el que huye se ha convertido en Jonás el predicador. Jonás, que corrió lo
más lejos posible de Nínive, después caminó por sus calles proclamando el
mensaje de Dios, y los resultados fueron hermosos. Es aquí donde podríamos
pensar que finalmente estamos al final de la historia y de la obra restauradora de
Dios, pero no es así. Consideremos la reacción de Jonás al arrepentimiento de
Nínive:
Pero esto disgustó mucho a Jonás, y lo hizo enfurecerse. Así que oró al Señor de
esta manera:
—¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra?
Por eso me anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios
bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de
parecer y no destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida.
¡Prefiero morir que seguir viviendo! (Jon. 4:1-3)
La ira de Jonás y su pregunta sobre la sabiduría de la respuesta de Dios a Nínive
nos alerta sobre la realidad de que, aunque Jonás había sido restaurado a su
llamado al ministerio, aún no estaba completamente restaurado a nivel de su
corazón. Cuando debería haber sido humillado y animado por el poder y la
presencia de la gracia de Dios, estaba enfadado por el don de la gracia a personas
que no creía que lo merecían. Jonás estaba tan enojado que quería morir. Nos
enfrentamos aquí con que la restauración de un líder no puede ser solo formal,
situacional o de localización, sino que siempre debe ser profunda en el corazón.
La restauración que no es profunda en el corazón pone a ese líder y a su
comunidad en problemas adicionales porque el centro del problema, el corazón
del líder, no ha sido restaurado.
Lo que sucedió después es tan importante; nos da tanta perspectiva como
cualquier otra parte de la historia de Jonás:
Jonás salió y acampó al este de la ciudad. Allí hizo una enramada y se sentó bajo
su sombra para ver qué iba a suceder con la ciudad. Para aliviarlo de su malestar,
Dios el Señor dispuso una planta, la cual creció hasta cubrirle a Jonás la cabeza
con su sombra. Jonás se alegró muchísimo por la planta. Pero al amanecer del
día siguiente Dios dispuso que un gusano la hiriera, y la planta se marchitó. Al
salir el sol, Dios dispuso un viento oriental abrasador. Además, el sol hería a
Jonás en la cabeza, de modo que este desfallecía. Con deseos de morirse,
exclamó: «¡Prefiero morir que seguir viviendo!»
Pero Dios le dijo a Jonás:
—¿Tienes razón de enfurecerte tanto por la planta?
—¡Claro que la tengo! —le respondió—. ¡Me muero de rabia!
El Señor le dijo:
—Tú te compadeces de una planta que, sin ningún esfuerzo de tu parte, creció en
una noche y en la otra pereció. Y de Nínive, una gran ciudad donde hay más de
ciento veinte mil personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto
ganado, ¿no habría yo de compadecerme? (Jon. 4:5-11).
Dios, sabiendo que Jonás aún necesitaba una obra de restauración del corazón,
estableció una ilustración física para exponer el corazón de Jonás. La respuesta
de Jonás a la gracia de Dios no fue el asombro y la gratitud; no, fue la ira. Estaba
enojado porque la misericordia se extendía a un grupo de personas que él creía
que no la merecían. A nivel de su corazón, Jonás estaba completamente fuera de
sintonía con el mensaje de Dios, Sus métodos y Su carácter. Esto significa que,
aunque Jonás finalmente fue a donde Dios le dijo que fuera e hizo lo que Dios le
dijo que hiciera, en su corazón había abandonado su vocación de embajador. No
debemos suponer que porque un líder todavía está haciendo sus deberes
ministeriales asignados está espiritualmente donde Dios quiere que esté.
Ahora, podríamos pensar que esto sería suficiente, que Dios finalmente se había
cansado de la resistencia y la ira de Jonás. Pero mientras Jonás estaba fuera de la
ciudad haciendo pucheros, Dios seguía trabajando para restaurarlo, una vez más
usando la creación como Su herramienta. Noten que Jonás es un libro sin fin,
porque mientras Jonás seguía resistiendo y enojado, Dios seguía encontrándose
con él con una gracia restauradora. Jonás no termina con un resumen o una
conclusión; termina con una pregunta. Es una pregunta de un Señor paciente y
bondadoso que tenía la intención de dar a Jonás una visión de su corazón,
llevándolo a la confesión y al arrepentimiento.
Mi oración es que cada comunidad de liderazgo del ministerio modele el corazón
restaurador del Señor. La restauración nunca minimiza la realidad dañina del
pecado, pero mientras toma el pecado en serio, también cree en el poder de la
gracia restauradora. Cree en el poder de Dios para cambiar un corazón y
reconstruir una vida. La restauración no está motivada por ver cuán rápido
podemos hacer que un líder vuelva a la silla del ministerio, es el anhelo de que el
líder vencido conozca la salud espiritual del corazón y la vida. La restauración
no se trata de apartarse de un líder del ministerio, incluso si necesita ser
removido de su posición y sus deberes ministeriales, sino volverse hacia él con
una gracia que toma en serio tanto el pecado como la restauración. La
restauración no es más que otra área en la que somos llamados como líderes a
tomar en serio nuestro llamado a ser embajadores.
Ningún líder es impermeable a las tentaciones, porque ningún líder está libre de
pecado y santificado. Nadie. Los líderes son susceptibles a la ceguera espiritual.
Los líderes no siempre comparten el corazón de Dios. Los líderes no siempre
encuentran alegría en lo que Dios les ha llamado a hacer. Los líderes pueden
tener malas actitudes y pueden ocultar pecados secretos. Los líderes no siempre
son sumisos al Señor al que han sido llamados a servir. Los líderes no siempre
tratan a las personas con la misma gracia que Dios les ha concedido. Los líderes
son capaces de perder su camino. Es amorosamente protector tomar el pecado en
serio en la vida de un líder y recordar que el ministerio es una guerra espiritual.
Así que cada comunidad de líderes necesita estar comprometida y preparada
para esos momentos tristes y difíciles cuando el Salvador al que sirven los llama
a restaurar. No podemos ser tan protectores de la institución, la iglesia, que
descartemos a los líderes y miembros de la iglesia como si estuvieran rotos y ya
no necesitaran consuelo y consejo. Soy muy consciente de que hay mucho que
pensar cuando se trata de los planes específicos y el proceso de restauración, por
lo que me he comprometido a escribir un libro sobre ese tema.
Que cada comunidad de liderazgo represente el corazón del Señor que está tan
bellamente retratado para nosotros en el libro de Jonás. Y que recordemos, con
honestidad y humildad de corazón, que la gracia que extendemos a los demás es
siempre la gracia que también necesitamos nosotros mismos. Que nuestros
corazones se llenen de gratitud al considerar que todos hemos sido restaurados
por la gracia de Dios, todos estamos siendo restaurados ahora mismo por esa
misma gracia, y todos seremos finalmente restaurados por alguien que no se dará
por vencido hasta que Sus misericordias restauradoras nos hayan reconstruido
completamente a Su propia imagen. Y que esa gratitud de corazón moldee
nuestra respuesta a los compañeros líderes cuando el pecado asome su horrible
cabeza.
— 11 —
Longevidad
Me dijeron estas palabras cuando sentía temor, desánimo, cansancio, en
resumen, me sentía abatido. No quería que nadie me hablara. Era un fracaso, y
estaba huyendo. Ya no podía imaginarme una vida de liderazgo pastoral. En
algún momento había sido una pasión, un sueño que parecía demasiado bueno
para ser verdad, pero la pasión se había transformado en una carga, una que ya
no quería llevar. Había encontrado un lugar seguro para refugiarme, y no podía
esperar para dejar atrás el ministerio y refugiarme allí. Ya lo había anunciado, y
mi corazón ya estaba cerrado al presente y abierto a lo que había de venir. Había
tenido todas las conversaciones difíciles que creía que debía tener. Había
terminado y no quería tener otra conversación incómoda, en la que casi me
juzgaran.
Cuando se acercó a mí, esperaba que fuera un rápido: «Hola, estamos orando por
ti», pero era más, mucho más. Me dijo: «Paul, sabemos que eres inmaduro, pero
no te hemos pedido que te vayas». Luego dijo: «¿De dónde va a sacar la iglesia
líderes maduros, si los líderes inmaduros huyen? No te vayas». Me quedé
paralizado por un momento ante el poder de sus palabras. Eran palabras del
evangelio, y yo lo sabía. Eran palabras llenas de sabiduría por años de paciencia.
Creo que sus palabras fueron más sabias de lo que él se imaginó. En esa breve
frase estaba la verdad de que la clave de la eficacia del liderazgo ministerial es la
longevidad. Las semillas del evangelio necesitan tiempo para madurar y crecer, y
la clave de la longevidad es la madurez espiritual, porque quitar las hierbas y
regar el jardín que es la iglesia es un trabajo tan pesado.
Supe en ese momento que no podía huir ni lo iba a hacer. Des-renuncié, si es que
existe tal cosa, y me quedé por muchos años más. Si me conoces, me has oído
compartir esta historia antes, porque fue y es tan profundamente influyente. Yo
era el líder, pero necesitaba que me guiaran. Yo era el pastor, pero necesitaba ser
pastoreado. Era el principal portavoz del evangelio, pero necesitaba que se me
predicara el evangelio. Llegó de manera poderosa y efectiva, un viento rápido
del Espíritu contra el que no podía luchar. Llegó como las sabias palabras de mi
Padre, que sabía que no debía resistir. Vino como la amable bienvenida de mi
Salvador para correr hacia Él y no alejarme de Él en mi angustia. Pero fue poco
más que una frase la que cambió para siempre el curso de mi vida y mi
ministerio. Una frase, pronunciada con valentía y a tiempo, de un hombre a otro
una tarde, pero lo cambió todo.
Verás, toda comunidad de líderes debe entender que no existe el ministerio
individual. El ministerio de cada líder es un proyecto comunitario. Cada líder
necesita el ministerio de otros líderes para crecer en el tipo de madurez que le
permita dirigir bien a largo plazo y terminar bien. Todo líder necesita líderes que
se interpongan en su camino cuando esté a punto de elegir el camino
equivocado. Cada líder necesita que otros líderes le digan la verdad cuando
parece que no puede decirse esas verdades a sí mismo. Todo líder, para poder
dirigir bien y durante mucho tiempo, necesita líderes compañeros que lo ayuden
a ver el pecado que está demasiado ciego para ver si se lo deja solo. La
longevidad es el fruto de la madurez espiritual, y la madurez espiritual es el
resultado de la longevidad, y ambos son el fruto de la comunidad evangélica.
Me encanta la ilustración de longevidad que aparece en Isaías 61:1-3:
El Espíritu del S
eñor
omnipotente está sobre mí,
por cuanto me ha ungido
para anunciar buenas nuevas a los pobres.
Me ha enviado a sanar los corazones heridos,
a proclamar liberación a los cautivos
y libertad a los prisioneros,
a pregonar el año del favor del S
eñor
y el día de la venganza de nuestro Dios,
a consolar a todos los que están de duelo,
y a confortar a los dolientes de Sión.
Me ha enviado a darles una corona
en vez de cenizas,
aceite de alegría
en vez de luto,
traje de fiesta
en vez de espíritu de desaliento.
Serán llamados robles de justicia,
plantío del S
eñor
, para mostrar su gloria
Qué hermosa y provocativa ilustración. ¿Cuál es la buena noticia del evangelio
para los pobres? Que serán «robles de justicia». ¿Por qué un roble es alto y
fuerte? La respuesta es la longevidad. Los robles son poderosos y majestuosos
porque han resistido años y años de sol marchito, ráfagas de viento y frío
amargo. Año tras año, estación tras estación, crecen en fuerza. Año tras año y
temporada tras temporada crecen sus raíces más y más profundamente en el
suelo nutritivo
hasta que son virtualmente inamovibles. Se necesita madera densa, corteza dura
y raíces profundas para soportar las duras condiciones que un roble debe resistir
para durar por generaciones, pero necesitan pasar generaciones para que la
madera, la corteza y las raíces crezcan. Si este es un cuadro de la solidez
espiritual a largo plazo que es el plan de Dios para todos sus hijos, ¿cuánto más
se necesita para los líderes del ministerio?
En la base y en las húmedas sombras de un roble a menudo se encuentran
hongos. Sus características son opuestas a los robles que están por encima de
ellos. Los hongos crecen de la noche a la mañana y desaparecen rápidamente.
No son fuertes y no tienen raíces profundas. Puedes tirar uno con el golpe de tu
dedo. Mucho crecimiento, rápido y de corta duración no es lo que Dios busca;
por eso eligió el roble y no el hongo para su ilustración. Él va tras los robles, la
madurez espiritual a largo plazo, no solo para nuestro bien eterno sino también
para la demostración interminable de su gloria.
Así que cada comunidad de liderazgo del ministerio debe valorar y planificar
para longevidad, lo que significa que cada comunidad de liderazgo del ministerio
debe valorar y planificar la madurez espiritual. Cada líder necesita continuar
madurando para poder mantenerse fuerte en las ráfagas de viento, la lluvia
torrencial y las frías nieves del ministerio. Ningún líder debe ser considerado tan
maduro como necesita ser y que ha alcanzado su máxima madurez. Nadie. Todo
líder debe anhelar perseverar y saber que la madurez espiritual es la clave para
prevalecer mucho tiempo. Cada comunidad de líderes debe tener claro que los
dones no son lo mismo que la madurez espiritual. La alfabetización bíblica no es
lo mismo que la madurez espiritual. Debemos tener claro que la perspicacia
teológica no es lo mismo que la madurez espiritual. El éxito en el ministerio no
es lo mismo que la madurez espiritual. La popularidad no es lo mismo que la
madurez espiritual. El entendimiento estratégico no es lo mismo que la madurez
espiritual. Dios está trabajando para producir robles de justicia, por lo que cada
comunidad de liderazgo debe trabajar para producir este mismo resultado en
cada uno de sus miembros.
Había trabajado en el ministerio por mucho tiempo y en diferentes puestos de
liderazgo, pero sentía que era casi imposible continuar. Me sentí como si me
hubieran sorprendido, descubierto desprevenido y sin estar preparado. Mi vida
parecía estar fuera de control, y el futuro parecía nublado en el mejor de los
casos. Sentí miedo, así como debilidad e incapacidad, por primera vez en mucho
tiempo. Me sentía solo, sin palabras para describir a los demás lo que me estaba
pasando. Ya no saltaba de la cama con emoción, sino que me quejaba al salir. No
anticipaba las oportunidades de ministerio del día; las temía, abrumado por su
tamaño y mi debilidad. Quería retroceder el reloj a cuando me sentía más fuerte
y preparado. Pero el reloj nunca volvería atrás, y yo nunca tendría la fuerza que
una vez tuve. Dios tenía otro plan, con el que luché aún más que con mi
debilidad física. Era una batalla física, pero más importante, una batalla
profundamente espiritual. Para poder continuar, necesitaba más que una
resolución personal; necesitaba una comunidad bíblica vibrante, amorosa,
valiente y fiel. Dios me bendijo con esa comunidad. Mis compañeros líderes me
encontraron en mi debilidad, me enfrentaron en mi duda, y me consolaron en mi
sufrimiento. Por mucho que luchara, sabía que no estaba luchando solo. Dios
hace visible Su presencia invisible a través de personas que están presentes
cuando se necesita el consuelo de Su presencia. Dios envía sus amorosas
palabras de advertencia a un líder a través de sus compañeros líderes que están
dispuestos a confrontar y proteger. Dios hace visible Su consuelo invisible a
través de agentes de consuelo que envía cuando se necesita aliento. Dios tiene la
intención de que la comunidad evangélica sea representativa, donde somos unos
a otros la mirada de Dios, el toque de Sus manos, Sus palabras y Su presencia.
Todo líder que se convierta en un roble de justicia afrontará duras tormentas en
su vida y ministerio. Tal vez será un fracaso en el ministerio, la rebelión de un
hijo, una traición en el ministerio, una batalla contra algún pecado, una
controversia debilitante en la iglesia, una enfermedad física o angustia
financiera, la muerte de un ser querido, o un momento de desaliento espiritual o
una crítica a su carácter o habilidades, pero todo líder se enfrentará a tormentas
de algún tipo. Demasiados líderes son derribados por las tormentas de la vida en
este mundo caído. Demasiados líderes dejan el ministerio derrotados o rotos de
alguna manera. Demasiados líderes tienen ministerios a corto plazo. Demasiados
líderes fallan en experimentar el gozoso fruto de la longevidad del ministerio. Y
permítanme decir aquí que la longevidad del ministerio no solo se trata de
aguantar por mucho tiempo sino de crecer en madurez, y porque hay crecimiento
en madurez, hay una cosecha creciente de frutos a largo plazo. Es más que la
resistencia; es la resistencia que produce un fruto duradero del evangelio.
Ya he dado pistas de la respuesta, pero quiero abordar claramente la cuestión
aquí: «¿Por qué la longevidad del liderazgo es tan vitalmente importante?» Estoy
profundamente convencido de que la Iglesia de Jesucristo ha sido demasiado
influenciada por el corto período de atención, la siguiente cosa mejor, la
gratificación instantánea, y la cultura fácilmente aburrida de la sociedad en la
que vivimos y trabajamos. Somos tentados a perseguir la próxima gran fase de
adoración y prestar demasiada atención al próximo líder joven y atractivo;
estamos demasiado influenciados por las luces de los medios sociales,
demasiado interesados en las estrategias para obtener resultados rápidos y
exitosos, y demasiado dispuestos a buscar la clave de esto o aquello que lanzaría
nuestros ministerios a un estrato diferente. Somos tentados a preferir lo rápido y
despreciar lo lento. Somos tentados a estimar lo nuevo y despreciar lo viejo. Nos
atraen las nuevas ideas en lugar de las antiguas verdades. Somos tentados a
buscar nuevos y mejores caminos en lugar de los antiguos caminos probados y
verdaderos. Somos tentados a centrarnos en el momento presente y no en nuestro
legado potencial. La cultura que nos rodea tiende a carecer de paciencia y de
estima por el proceso a largo plazo, y me temo que hemos empezado a carecer
de paciencia también.
Se podría argumentar que hay pocas cualidades espirituales más importantes
para un líder del ministerio que la paciencia. Primero, vives en un mundo roto
donde todo se hace más difícil por su disfunción. También ministras y diriges a
personas que no siempre desean seguirte, se distraen fácilmente y son tentados
diariamente, y a menudo pierden su camino. Junto con esto, tú y la gente que
diriges son golpeados con las tormentas de la vida, de modo que a veces sus
vidas se ven alteradas. Finalmente, y esto es lo más importante, estás llamado a
ser el embajador de alguien que es infinitamente paciente y ha decidido que el
cambio duradero es más a menudo un proceso y no un evento. La justificación,
que es un evento que altera radicalmente la vida, es también la primera etapa en
un proceso a largo plazo de transformación personal del corazón y de la vida.
¿Cómo no quedarnos asombrados por la paciencia de Dios mientras nos abrimos
camino en la gran historia de la redención? ¿Cómo no asombrarnos por los miles
de años entre la caída en el Edén y la victoria en la tumba vacía? ¿Cómo no nos
dimos cuenta de la voluntad de Dios de enviar profeta tras profeta tras profeta
con esencialmente la misma advertencia y bienvenida? ¿Cómo no nos dimos
cuenta de la asombrosa paciencia de Jesús con sus discípulos o con las iglesias
disfuncionales de las epístolas? ¿Cómo no podríamos consolarnos por el hecho
de que en la paciencia el juicio de Dios todavía espera mientras su misericordia
obra? ¿Cómo podríamos pasar por alto que nuestra esperanza diaria está
conectada con la gracia paciente de nuestro Salvador? Tanto la historia central de
la Biblia como nuestras historias individuales son retratos de un Redentor
siempre fiel y paciente.
No habría reino de Dios, Iglesia de Jesucristo, ni pueblo de Dios, ni población en
los nuevos cielos y la nueva tierra si no fuera por la infinita paciencia del Señor.
Dios es paciente en el amor, el juicio, la soberanía, la sabiduría, el poder y la
misericordia. Está dispuesto a hacer lo mismo en ti y para ti una y otra vez hasta
que eches raíces y florezcas. Está dispuesto a decirte lo mismo una y otra vez
hasta que lo escuches y lo vivas. Él recibe tu debilidad con paciencia y no con
disgusto. Responde a tus andanzas con la paciencia de gracia rescatadora y no
con condenación. Él pacientemente te levanta cuando caes. Sana pacientemente
las heridas que tú mismo te has hecho. Pacientemente se interpone en tu camino
cuando quieres tu propio camino. Nunca se cansa de ti. Nunca te da la espalda y
se aleja. Se entrega pacientemente al trabajo que ha comenzado en ti, y
continuará pacientemente hasta que su trabajo esté hecho. Su trabajo es un
proceso, no un evento. La redención es un trabajo de longevidad. La redención
es un trabajo de legado. La redención requiere paciencia.
Así que, si algún líder de cualquier comunidad de liderazgo va a llegar a ser
espiritualmente maduro para poder experimentar el fruto de la longevidad del
ministerio, debe ser bendecido por una comunidad evangélica de líderes que
trabajen pacientemente, que contribuyan a su madurez. Esta comunidad no debe
entrar en pánico cuando su inmadurez sea expuesta, cuando sean reveladas sus
debilidades espirituales, cuando está más a la defensiva de lo que debería, más
seguro de sí mismo de lo que es apropiado, cuando pierde el rumbo por un
momento, cuando quiere huir o cuando falla de alguna manera. Sí, hay
momentos en que un líder rebelde y renuente que no se somete, confiesa y se
arrepiente debe ser removido de su posición de liderazgo, pero cuando esto
sucede, debe ser al final de un largo proceso de paciente rescate, confrontación y
restauración de la gracia. Hacer estrategias para la longevidad del ministerio
significa responder con la gracia paciente ante la inmadurez espiritual de un
líder, buscando ser parte de la obra de Dios de rescate y transformación.
LIDERAZGO ESPIRITUALMENTE MADURO: UNA ILUSTRACIÓN
¿Cómo es una comunidad de liderazgo espiritualmente madura? Considera el
hermoso retrato en 2 Corintios 4:1-11:
Por esto, ya que por la misericordia de Dios tenemos este ministerio, no nos
desanimamos. Más bien, hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a
escondidas; no actuamos con engaño ni torcemos la palabra de Dios. Al
contrario, mediante la clara exposición de la verdad, nos recomendamos a toda
conciencia humana en la presencia de Dios. Pero, si nuestro evangelio está
encubierto, lo está para los que se pierden. El dios de este mundo ha cegado la
mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de
Cristo, el cual es la imagen de Dios. No nos predicamos a nosotros mismos, sino
a Jesucristo como Señor; nosotros no somos más que servidores de ustedes por
causa de Jesús. Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las
tinieblas,[a] hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la
gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Pero tenemos este tesoro
en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de
nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no
desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos.
Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús,
para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo. Pues a nosotros, los
que vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que
también su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal.
He citado un pasaje bastante largo porque creo que la descripción de Pablo del
carácter de su ministerio y su propia mentalidad de ministerio es muy importante
y hermosa. Es una mejor ilustración de lo que yo podría describir, del tipo de
madurez espiritual en un líder de ministerio que lleva a dar fruto a largo plazo. A
continuación, se presentan tres características de su ministerio que definen la
madurez espiritual e impulsan la longevidad del ministerio.
Humildad
Pablo escribe que solo hay una cosa que es la razón por la que tiene este
ministerio: la misericordia de Dios. Ha renunciado a las formas vergonzosas,
solapadas y maliciosas. Esas actitudes y acciones en el liderazgo del ministerio
nunca son sobre el éxito del evangelio, la salvación y el crecimiento de los
demás, o la gloria del Salvador. Se trata de la búsqueda de un mayor poder
personal, prestigio, posición y control. Eso significa que son el fruto de un líder
de corazón orgulloso. Pablo se compara a sí mismo con una vasija de barro, aún
más, una vasija de barro agrietada, en la que la luz del poder de Dios se muestra
a través de ella. Esta ilustración es una reprimenda a la imagen de liderazgo
machista, estilo artes marciales, fuerte y agresivo que está demasiado presente en
nuestros círculos de liderazgo y merma la reputación del evangelio y daña a la
gente. La debilidad de un líder ministerial no es un obstáculo para una vida
ministerial vibrante, pero es un ingrediente vital si esa debilidad le hace correr
hacia la gracia de Dios para recibir ayuda momento a momento y estar abierto al
ministerio de los demás. Finalmente, Pablo escribe que no está en el centro de su
visión del ministerio, sino que el bien de los demás es su motivación y meta. Y
lo dice «por el bien de ustedes» (2 Cor. 4:15).
Valentía
Pablo es valiente en su ministerio del evangelio. Se caracteriza por una «clara
exposición de la verdad» (4:2). No hay temor del hombre o de las circunstancias
que le harían comprometer la confrontación, el consuelo o el llamado del
evangelio de ninguna manera. Pablo muestra valor ante el sufrimiento, no
viviendo con el miedo a ser destruido. Me hace preguntarme cuánto de lo que
hacemos como líderes del ministerio está impulsado por el miedo y no por la fe.
Finalmente, se ve una hermosa ilustración de lo que sucede cuando la humildad
se mezcla con la valentía, cuando Pablo escribe que «… a nosotros los que
vivimos, siempre se nos entrega a la muerte por causa de Jesús, para que también
su vida se manifieste en nuestro cuerpo mortal». (4:11). Nota, esto no es una
queja sobre las dificultades del ministerio. Se trata de un líder que ha muerto a sí
mismo y a todos sus deseos de consuelo y afirmación. La gloria del yo ha sido
reemplazada por la gloria de Cristo, por lo que Pablo está dispuesto a soportar lo
que nos llevaría a muchos de nosotros a salir del ministerio. Pero hay más.
Esperanza
Tal vez la esperanza es la característica más importante de todas por el
fundamento de la esperanza de Pablo. No está en la fuerza de su personalidad, su
habilidad con las palabras, la agudeza de su mente, su capacidad para motivar a
los demás, el conocimiento que ha acumulado, o su historial de éxitos. Todo lo
que dice sobre lo que le da esperanza está arraigado en la presencia, el poder, las
promesas y la gracia de su Redentor. Ha sido humillado por el evangelio de
Jesucristo, tiene valentía por el evangelio de Jesucristo, y tiene una esperanza
sólida por el evangelio de Jesucristo. Su esperanza está arraigada en que es por
gracia, y solo por gracia, que entiende el evangelio de la gracia. Escribe: «…
Dios […] hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria
de Dios que resplandece en el rostro de Cristo» (4:6). Pablo explica cómo Dios
convierte la muerte en vida y cómo ha sido bendecido con los asombrosos
recursos del poder de Dios. Se basa en la realidad de que, aunque externamente
se esté consumiendo, es bendecido con misericordias renovadoras cada día. Y
descansa en la seguridad de una gloria eterna que hará que este sufrimiento
presente parezca ligero y efímero (4:17).
La madurez espiritual en la vida y el ministerio de un líder del ministerio
consiste en ser humillado por el evangelio, ser valiente por el evangelio e
infundir una esperanza sólida por el evangelio. Como líderes no somos
naturalmente humildes, valientes o esperanzados. Pasamos naturalmente del
orgullo al miedo y viceversa. Para ser tal como fuimos diseñados y hacer lo que
fuimos llamados a hacer como líderes, necesitamos la gracia, que estamos
llamados a proteger y proclamar a los demás, ministrada a nosotros de una
manera que progresivamente transforma nuestros corazones. Esto significa que,
para liderar, necesitamos ser rescatados diariamente de nosotros mismos. Como
líderes no somos tan humildes o valientes o tan esperanzados como podríamos
ser por la gracia. Todos necesitamos crecer en una mayor madurez para poder
experimentar una longevidad fructífera, y para ello necesitamos una comunidad
evangélica fiel y amorosa.
LA ELABORACIÓN DE ESTRATEGIAS PARA LA LONGEVIDAD DEL
LIDERAZGO DEL MINISTERIO
Así que, ¿cómo se fomenta el crecimiento continuo de la madurez de los
miembros de su comunidad de liderazgo y, al mismo tiempo, se protege de las
tentaciones de egoísmo que todo líder de ministerio enfrenta? Quiero responder
a esta pregunta importando un modelo que he usado durante mucho tiempo. No
se me ocurre ninguna herramienta más nueva o mejor para martillar en su cultura
de liderazgo que esta. Es un modelo de confrontación bíblica. Ahora, no se
desanime por la palabra confrontación. La confrontación bíblica no se trata de
dedos puntiagudos, una cara roja, una voz fuerte, y palabras acusadoras y
condenatorias. Mejor dicho, es ayudar amorosamente a alguien a ver lo que no
está viendo para que pueda enfrentarlo y crecer. Así es como funciona el
crecimiento del evangelio: no puedes afligirte por lo que no ves, no puedes
confesar lo que no te ha afligido, y no puedes arrepentirte de lo que no has
confesado.
Este modelo de confrontación amorosa, que produce crecimiento está organizado
en cuatro partes.
1. Consideración. ¿Qué necesitamos ver, y cómo podemos ayudar a nuestros
compañeros líderes a verlo? Debido a la dinámica de la ceguera espiritual, no
siempre nos vemos a nosotros mismos con precisión, así que todos necesitamos
instrumentos de visión para ayudarnos. No debemos permitirnos pensar que
somos graduados de la gracia o que nadie nos conoce mejor que nosotros
mismos. Porque como líderes hemos sido acogidos por la gracia de Dios,
podemos ser humildes y accesibles, por lo tanto, protegidos y con la capacidad
de crecer.
2. Confesión. ¿Qué pensamientos, actitudes y acciones necesitamos confesar
individual y colectivamente, haciendo una confesión humilde y honesta a Dios y
a los demás cuando sea necesario? Una comunidad de liderazgo en el ministerio
que crece en gracia será una comunidad de confesión. No habrá cosas ocultas
en oscuros armarios que temamos o que seamos demasiado orgullosos para
admitir. Una comunidad llena de gracia no deja que el pecado crezca e infecte.
No funciona en torno a circunstancias y patrones cuestionables, o hábitos. En
una comunidad de liderazgo espiritualmente saludable, la confesión no es
inusual y torpe, sino una parte regular de su cultura de la gracia.
3. Compromiso. ¿Cómo nos llama Dios, individualmente y como comunidad de
liderazgo, a vivir nuevos pensamientos, actitudes, palabras y acciones? El
conocimiento es un paso hacia el cambio, pero no es solo el cambio. La
confesión es un paso más hacia el cambio, pero si esa confesión no va seguida
de un compromiso con un nuevo camino que honre a Dios, entonces no es ni una
verdadera confesión ni un cambio. Si la confesión es el resultado de ojos que
ahora ven y un corazón afligido, será seguida por un deseo de gracia
rescatadora y transformadora. Cada comunidad de liderazgo debe ser
constantemente impulsada hacia adelante y madurar por nuevos compromisos
con el llamado de la gracia de Dios.
4. Cambio. ¿Cómo podemos arraigar estos nuevos compromisos,
individualmente y en conjunto, en nuestra vida rutinaria y ministerio como una
comunidad de liderazgo? Debemos considerar dónde nos llama Dios para
cambiar la forma en que operamos, las actitudes que tenemos hacia los demás y
hacia aquellos a los que servimos, y la forma en que nos relacionamos con los
demás y con aquellos a los que servimos. ¿Cómo nos llama Dios a cambiar la
forma en que pensamos y hacemos los «negocios» del ministerio? ¿Qué cambios
tenemos que hacer y cómo se harán? Debemos recordar que el cambio no se ha
producido hasta que se ha producido. No se sigue a Dios hablando de seguirlo,
sino siguiéndolo con gozosa humildad y sumisión. Que Dios nos encuentre con
su gracia para que no solo estemos dispuestos, sino que lo hagamos con gozo.
Así que les he dado un modelo práctico para crear estrategias para el tipo de
longevidad del liderazgo en el ministerio que solo es el resultado de una
comunidad de liderazgo que continúa creciendo en madurez espiritual,
individual y colectivamente. Y estoy lleno de esperanza para cada comunidad de
liderazgo alrededor del mundo, porque realmente creo en el asombroso poder de
la gracia rescatadora, perdonadora y transformadora de Dios, y que se nos han
dado «… todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda». (2 Ped.
1:3). Entre el «ya» de nuestra conversión y nuestro llamado al ministerio y el
«todavía no» de nuestra vuelta a casa, Dios ya nos ha dado a cada uno de
nosotros todo lo que necesitamos para ser lo que se supone que debemos ser y
hacer lo que se supone que debemos hacer aquí y ahora. Es la generosidad y la
seguridad de este evangelio de la gracia lo que me hace escribir con esperanza.
Espero que tú también tengas esperanza, de una manera que te infunda humildad
y valor a largo plazo.
— 12 —
Presencia
Fue un golpe devastador a mi espalda, llevado a cabo por personas en las que
confiaba. Había fundado una escuela cristiana, escrito su filosofía de educación,
ayudado en el diseño de su currículum, contratado y dirigido a todos sus
profesores. Había reunido una comunidad alrededor de la escuela que la amaba y
trabajaba para hacerla saludable. No era un líder perfecto. Era joven y cometí
muchos errores. Teníamos algunos problemas en las instalaciones y problemas
financieros, pero eso no es raro en una escuela cristiana independiente. Dirigí un
consejo que parecía unido y listo para tratar las necesidades de la escuela. Estaba
dispuesto a entregar el liderazgo de la escuela a otro porque sabía que no podía
hacer lo que se necesitaba y al mismo tiempo servir como pastor de tiempo
completo. Desde mi perspectiva, el próximo líder no estaba en el horizonte.
Ese jueves por la noche ocurrió lo inimaginable. Mediante una estrategia
cuidadosamente planeada por un grupo del consejo, fui expulsado como
presidente del consejo y destituido de todo el liderazgo de la escuela. Estaba
confundido y triste. Nunca olvidaré esa noche cuando entré a mi casa más tarde.
Debí lucir devastado, porque mi esposa, Luella, me preguntó qué pasaba. Le
dije: «¡Me han echado de la escuela!». Ella tampoco podía creer lo que había
pasado. Había sido el director de la escuela durante años, sin sueldo, mientras
pagaba la colegiatura de mis hijos. No sabía que había perdido la confianza de
mis compañeros. No sabía que había tanta desunión entre nosotros. No sabía que
no tendríamos la oportunidad de hablar de nuestros problemas antes de que me
expulsaran. No lo sabía.
Cuando pasas por algo similar, la amargura se encuentra a la vuelta de la
esquina, como me pasó a mí. En los siguientes días, en lugar de recordar la
grandeza, la gracia y la presencia de mi Salvador, recordaba una y otra vez todas
las formas en que había servido a esta escuela. Con cada recuerdo me amargaba
más. «¿Tienen idea de todas las cosas que he hecho por ellos?», me preguntaba
una y otra vez. Sentía que me habían robado, como si me hubieran quitado algo
que me pertenecía. La escuela había sido mi bebé. Era muy valiosa para mí. Era
una valiosa pieza del ministerio. Me estaba predicando un falso evangelio a mí
mismo, y no lo sabía. Pero mi Salvador fue fiel y comenzó a recordarme el
verdadero evangelio, el que lo tiene a Él en el centro y no a mí.
Con lágrimas en los ojos empecé a aceptar que la escuela no era mía, nunca lo
había sido. Dios me había dado la visión y los dones que empleaba allí. Dios
había levantado una comunidad de apoyo. Dios había provisto los recursos para
que pudiéramos tener un edificio. Dios nos había dotado y conectado con
maravillosos profesores dedicados. Dios había trabajado la visión y el
compromiso en los corazones de los padres para que estuvieran dispuestos a
hacer los sacrificios necesarios para enviar a sus hijos a nuestra escuela. Y los
niños de esa escuela no me pertenecían a mí, sino al Señor. No solo habían sido
creados por Él para vivir para Su gloria, sino que también habían sido elegidos
por Dios para estar en familias de fe, familias que persiguen un enfoque
claramente cristiano en su educación.
Todo lo que la escuela era, era resultado de la presencia de Dios. Había un líder
principal, presente y activo en cada parte, que había llevado a la escuela hasta
este punto, y ese líder no era yo. No hay forma de que yo, con mis dones y
habilidades para liderar, pudiera haber producido esos resultados. No tengo la
sabiduría, el poder y el control necesarios. La escuela no fue un testimonio de mi
perspicacia y trabajo duro, sino de la presencia y gracia de Dios. Había sido
destituido de la escuela injustamente, pero Dios no había sido destituido. Él
todavía estaba presente. Era Su escuela y no mía, y tenía derecho a hacer con
ella lo que quisiera.
Durante mi trabajo en la escuela, algo me había sucedido. No lo supe hasta esa
desastrosa noche. En mi enfoque diario sobre lo que podía y debía hacer, cómo
lo haría, con quién lo haría y cómo se financiaría, me había convertido en una
presencia amnésica. Estaba tan ocupado estando presente que había perdido de
vista los increíbles estímulos y protecciones que solo se encuentran cuando un
líder mantiene sus ojos en la gloria de la presencia del Señor.
Cosas malas suceden a los líderes del ministerio y a las comunidades cuando el
trabajo del liderazgo del ministerio comienza a olvidar la presencia del Señor.
No hablo de volverse teológicamente liberal, sino de la peligrosa brecha que a
menudo comienza a crecer en el liderazgo del ministerio, entre nuestra teología
confesional y nuestra teología funcional. Hay momentos en que lo que decimos
que creemos no parece estar guiando nuestras acciones, reacciones y respuestas,
o el estado de nuestras emociones. Ahí estaba yo, no había cambiado mi teología
en lo más mínimo, pero me había vuelto autocentrado y autodependiente, y lo
que en realidad pertenecía a Dios, lo veía como algo que me pertenecía a mí
(aunque si me hubieras preguntado, por supuesto habría dicho que la
escuela pertenecía al Señor). Cuando me quitaron la escuela de las manos, tomé
un rumbo emocional y espiritual hasta que el Señor me encontró en Su gracia y
me recordó la realidad transformadora de Su presencia.
Puede que no tengas una experiencia como esa, pero si eres un líder de una
iglesia o ministerio, probablemente estés concentrado y ocupado, y también
puedes estar en peligro de estar tan centrado en ti mismo que te hayas convertido
en una presencia amnésica. Liderar un ministerio sin la presencia del Señor
llenando los ojos de tu corazón es peligroso para cualquier líder o comunidad. Si
vemos la creación y no vemos la gloria y la presencia de quien lo creó todo y
controla hasta hoy, entonces es posible ver tu ministerio y olvidar que todo lo
bueno que hay es obra de manos más grandes que las tuyas.
ESTUDIO DE CASO 1: PRESENCIA Y GLORIA
Como medio para dirigir la atención al poder protector de los líderes que
recuerdan siempre la presencia y la gloria de Dios, he decidido usar el sueño de
Daniel 4 y Nabucodonosor como caso de estudio. El mensaje principal del
evangelio de Daniel es recordarnos que Dios gobierna las naciones y la historia
humana en Su plan de redención para nuestro bien y Su gloria. Al mismo
tiempo, parece importante preguntarse por qué hay tantos detalles en Daniel.
¿Podría ser que los detalles estén ahí para ilustrar una vez más la lucha humana
fundamental y la obra transformadora de la gracia de Dios en respuesta a ella?
A continuación, hay una porción de Daniel 4 (vv. 24-37), quien interpreta el
confuso sueño de Nabucodonosor. Este rey pagano es diferente en muchas
formas a cualquier líder de ministerio; por otro lado, hay algo importante en
común: la tentación a la autoglorificación. Estará ahí hasta que el pecado sea
completamente erradicado de nuestros corazones. El centro del pecado es la
autoglorificación. Pablo nos recuerda en 2 Corintios 5:15 que Jesús vino para
que los que viven ya no vivan para sí mismos. Nabucodonosor es presentado en
las Escrituras como un ejemplo radical de lo que se esconde en el corazón de
todos. De esta forma, este pasaje debería exponernos, condenarnos y animarnos
a todos. Nabucodonosor es realmente un hombre, igual que nosotros.
«La interpretación del sueño, y el decreto que el Altísimo ha emitido contra Su
Majestad, es como sigue: Usted será apartado de la gente y habitará con los
animales salvajes; comerá pasto como el ganado, y se empapará con el rocío del
cielo. Siete años pasarán hasta que Su Majestad reconozca que el Altísimo es el
Soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a quien él quiere.
La orden de dejar el tocón y las raíces del árbol quiere decir que Su Majestad
recibirá nuevamente el reino, cuando haya reconocido que el verdadero reino es
el del cielo. Por lo tanto, yo le ruego a Su Majestad aceptar el consejo que le voy
a dar: Renuncie usted a sus pecados y actúe con justicia; renuncie a su maldad y
sea bondadoso con los oprimidos. Tal vez entonces su prosperidad vuelva a ser
la de antes».
En efecto, todo esto le sucedió al rey Nabucodonosor. Doce meses después,
mientras daba un paseo por la terraza del palacio real de Babilonia, exclamó:
«¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del reino! ¡La he
construido con mi gran poder, para mi propia honra!»
No había terminado de hablar cuando se escuchó una voz que desde el cielo
decía:
«Este es el decreto en cuanto a ti, rey Nabucodonosor. Tu autoridad real se te ha
quitado. Serás apartado de la gente y vivirás entre los animales salvajes; comerás
pasto como el ganado, y siete años transcurrirán hasta que reconozcas que el
Altísimo es el Soberano de todos los reinos del mundo, y que se los entrega a
quien él quiere».
Y al instante se cumplió lo anunciado a Nabucodonosor. Lo separaron de la
gente, y comió pasto como el ganado. Su cuerpo se empapó con el rocío del
cielo, y hasta el pelo y las uñas le crecieron como plumas y garras de águila.
Pasado ese tiempo yo, Nabucodonosor, elevé los ojos al cielo, y recobré el
juicio. Entonces alabé al Altísimo; honré y glorifiqué al que vive para siempre:
Su dominio es eterno;
su reino permanece para siempre.
Ninguno de los pueblos de la tierra
merece ser tomado en cuenta.
Dios hace lo que quiere
con los poderes celestiales
y con los pueblos de la tierra.
No hay quien se oponga a su poder
ni quien le pida cuentas de sus actos.
Recobré el juicio, y al momento me fueron devueltos la honra, el esplendor y la
gloria de mi reino. Mis consejeros y cortesanos vinieron a buscarme, y me fue
devuelto el trono. ¡Llegué a ser más poderoso que antes! Por eso yo,
Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey del cielo, porque siempre
procede con rectitud y justicia, y es capaz de humillar a los soberbios (Dan. 4:24
–37).
Hay una advertencia que toda comunidad de ministerio debe escuchar y
considerar constantemente con atención. Si no estamos viviendo enfocados en la
presencia y la gloria de Dios y como el motivador principal de todo lo que
decimos y hacemos, lo que decimos y hacemos será impulsado por la gloria a
nosotros mismos. Todo ser humano está orientado a la gloria, porque esa
orientación está destinada a llevarnos a Dios. Así que todos vivimos siempre
para algún tipo de gloria. Es importante entender que este es uno de los
principales campos de batalla espiritual en el liderazgo del ministerio. Para los
líderes del ministerio, el éxito es más peligroso espiritualmente que el fracaso,
más poder a diferencia de ningún poder, nos tienta a dominar, la aclamación es
una potencial trampa espiritual más que el rechazo, y la experiencia lleva
consigo más tentaciones que las incógnitas al comenzar.
Es vital que ministremos y dirijamos siempre enfocados en la presencia y la
gloria de Dios. Si no lo hacemos, este pasaje nos advierte tres cosas que
invariablemente sucederán. El versículo 27 nos alerta sobre la primera: «Por lo
tanto, yo le ruego a Su Majestad […] Renuncie usted a sus pecados y actúe con
justicia; renuncie a su maldad y sea bondadoso con los oprimidos…». Si la
gloriosa presencia de Dios no llena nuestros ojos y gobierna nuestro corazón, no
lideraremos a la sumisión al Señor y al amor por los demás, sino a nosotros
mismos y a nuestra gloria. Nota que el versículo 27 se refiere a los dos grandes
mandamientos: amar a Dios sobre todo (practicar la justicia) y amar al prójimo
como a uno mismo (mostrar misericordia a los oprimidos). Cuando, como
líderes, estamos diariamente asombrados por la presencia y la gloria de Dios (no
me refiero a la teología confesional, sino de nuestra conciencia), llevamos a cabo
nuestro trabajo con gozo cumpliendo los dos grandes mandamientos, trabajando
para la gloria de Dios y el bien de los demás. Pero si nos convertimos en
presencias y glorias amnésicas, nuestras acciones serán impulsadas por motivos
muy diferentes.
Me sorprende el grado de egoísmo que se acepta regularmente en nuestra
comunidad de liderazgo en el ministerio, y me entristece ver esas tentaciones en
mi corazón. Podemos ver la autoglorificación del liderazgo en el ministerio en
las publicaciones de Twitter, en las fotos de Instagram y en todo Facebook. Se ve
en las demandas innecesarias que los oradores hacen regularmente. Lo ves en el
derecho pastoral y la impaciencia. Lo podemos ver en las reuniones de liderazgo,
donde hay demasiada vanagloria. Hay demasiada confianza en uno mismo y en
la importancia de uno mismo entre nosotros. Hay momentos en que somos
similares a los discípulos discutiendo sobre quién va a ser el más grande en el
reino.
No debemos olvidar la presencia y la gloria de Dios, no sea que dejemos de
hacer lo que hacemos por lealtad a Él y amor a los demás, y lo hagamos por
nosotros mismos.
Daniel 4:30 nos alerta un segundo peligro de perder de vista la presencia y la
gloria de Dios: «… ¡Miren la gran Babilonia que he construido como capital del
reino! ¡La he construido con mi gran poder, para mi propia honra!». ¡Qué
declaración tan alucinante y espiritualmente falsa! Era imposible que
Nabucodonosor estuviera en su posición solo por su poder. El libro de Daniel es
un argumento contra tal perspectiva del engrandecimiento propio. Pero esta
dinámica espiritual debe ser una advertencia a cada comunidad de liderazgo en
el ministerio. Si no estamos haciendo nuestro trabajo enfocados en la presencia y
la gloria de Dios, tomaremos crédito por lo que nunca podríamos instituir,
producir y controlar por nuestra cuenta.
A los líderes se nos da demasiado crédito por los resultados de nuestro
ministerio, y deberíamos resistirlo. La gente tiende a pensar que tenemos mucho
más poder y sabiduría de la que realmente tenemos. El éxito del ministerio es un
testimonio de quién es Dios y lo que está dispuesto a hacer a través de nosotros
por gracia. No tenemos ninguna habilidad para controlar todas las cosas que
necesitan para el éxito del ministerio. No tenemos control sobre nuestros dones.
No tenemos el poder de volver los corazones de las personas al Señor. Somos
herramientas en las manos de alguien con un poder, una gloria y una gracia
impresionantes, y nada más. Las instituciones evangélicas que hemos construido
han sido construidas por Su poder y Su gracia, por lo que se levantan como
monumentos a Su presencia y Su gloria y no a nosotros. Como dice Romanos
11:36: «Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él
sea la gloria por siempre! Amén».
Hay una tercera cosa en este pasaje de Daniel en la humillación de
Nabucodonosor. Si Dios solo quería traer juicio sobre Nabucodonosor, no habría
un sueño y su interpretación. El sueño y su interpretación eran las advertencias
de Dios. Incluso las advertencias más duras en las Escrituras son expresiones de
gracia, Dios dando a la gente una oportunidad más para escuchar, examinar,
confesar y arrepentirse. Así que la humillación de Nabucodonosor no fue un
juicio sino gracia. Y al entregar su gloria a la gloria del Señor, su realeza fue
devuelta aún más grande que antes.
Dios no entregará Su gloria a alguien más. No quiere que nos atribuyamos el
mérito de lo que solo Él puede hacer. Así que nos llevará a esos momentos en los
que nos enfrentamos a la humillación de nuestra propia devastación. Esos
momentos en los que todo se derrumba. Cuando el pecado es expuesto o cuando
el liderazgo del ministerio es eliminado, no es un juicio, sino un misericordioso
rescate. Sabemos que nuestro juicio fue soportado por Jesús, así que Dios nos
humilla porque nos ama y nos atrae una vez más a Él, para vivir y liderar una
vez más dentro de los sabios y amorosos límites que ha establecido para
nosotros.
Cada comunidad de liderazgo en el ministerio debe recordar una y otra vez, la
presencia y la gloria de Dios. Esta cultura de la gloria de Dios es una protección
contra la autoglorificación, y evitará que nos atribuyamos crédito por los éxitos
del ministerio que nunca podríamos producir nosotros mismos.
ESTUDIO DE CASO 2: PRESENCIA Y GRACIA
Hay otra razón para mantener la presencia de Dios siempre presente: la
necesidad de que los líderes del ministerio continúen recordándose a sí mismos
sus inagotables recursos de protección y gracia, porque la fuente de esa gracia ha
prometido nunca dejarlos ni abandonarlos. Recordemos al ejército de Israel
acampando en el valle de Ela, listo para luchar contra el ejército filisteo. Dios ha
prometido esta tierra a los hijos de Israel y se ha comprometido a liberar Su
poder para derrotar a los enemigos que encontraran allí. Este relato de la derrota
del gigante guerrero filisteo se encuentra en las Escrituras como otro
recordatorio de que Dios no solo defenderá a Su pueblo, sino que no permitirá
que nada ni nadie se interponga en el camino de Su gran plan de redención. Al
mismo tiempo, la forma en que sus hijos interactúan con Su plan es instructiva.
«Cada vez que los israelitas veían a Goliat huían despavoridos» (1 Sam. 17:24).
Esta es la reacción que tuvieron los líderes del ejército israelita cuando vieron a
Goliat por primera vez y recibieron su desafío. Se aterrorizaron y huyeron, y así
lo hicieron durante cuarenta días. Al leer su respuesta, debe parecer muy
equivocada. Están aterrorizados no solo a causa de Goliat, sino,
fundamentalmente, porque están en medio de una amnesia teológica
devastadora. Este es el ejército de Dios todopoderoso, que está con ellos y para
ellos. Ningún poder en la tierra es capaz de decirle a Dios lo que tiene que hacer,
interponerse en Su camino o derrotarlo. Los hombres de Israel tienen miedo no
solo porque Goliat es grande y poderoso, sino porque han olvidado. Cuando un
líder olvida la poderosa y gentil presencia del Señor, también olvida quién es y
qué es suyo como hijo de Dios. La amnesia lleva a la confusión de identidad.
Porque han olvidado la gracia de Dios, que los elegiría, liberaría de la esclavitud,
preservaría en el desierto, les daría una tierra de leche y miel, y pelearía sus
batallas por ellos; están haciendo los cálculos equivocados. La realidad no son
estos soldados de tamaño normal contra este enorme guerrero filisteo; es este
filisteo enclenque contra Dios todopoderoso. Ahora, ¿quién predecirás que
ganará esa batalla?
David aparece, enviado por su padre, Isaí, para llevar provisiones a sus
hermanos, e inmediatamente se molesta por la escena, y dice: «… ¿Qué dicen
que le darán a quien mate a ese filisteo y salve así el honor de Israel? ¿Quién se
cree este filisteo pagano, que se atreve a desafiar al ejército del Dios viviente?»
(17:26).
Y David se ofrece para bajar al valle y enfrentarse a este feroz guerrero.
David no se ofrece como voluntario porque esté delirando, tiene una visión
exagerada de sus habilidades, o porque está lleno de sí mismo. Lo que dice a
continuación nos permite saber por qué tiene tanto valor: «… ¡Nadie tiene por
qué desanimarse a causa de este filisteo! […] Si este siervo de Su Majestad ha
matado leones y osos, lo mismo puede hacer con ese filisteo pagano, porque está
desafiando al ejército del Dios viviente» (17:32, 36). Por su propia experiencia,
David está convencido de la gracia de la presencia y el poder de Dios. Está
convencido de que Dios cumple sus promesas. Esto significa que David está
convencido de que Dios está ahí con Él en el valle, y que porque lo está, David
será capaz de hacer cosas en el poder de Dios que nunca podría hacer por sí
mismo. «El Señor, que me libró de las garras del león y del oso, también me
librará del poder de ese filisteo…» (17:37). David está diciendo: «Ya he
experimentado el poder de Dios en momentos de peligro». Su recuerdo de la
gracia de la presencia y el poder de Dios es la única fuente del valor que tiene en
este momento, y que traería terror a los corazones de soldados experimentados.
La derrota de Goliat es un testamento no solo del valor de David, sino de la
presencia del Señor y el ejercicio de Su poder en nombre de Israel.
Tal vez no sea necesario decirlo, pero lo diré de todos modos: un liderazgo
efectivo y a largo plazo en el ministerio requiere valor. Te enfrentarás a la
oposición. Soportarás acusaciones, malentendidos y preguntas sobre tus
calificaciones. A veces, las relaciones serán tensas y las cargas familiares te
agobiarán. La enfermedad física y la debilidad a veces pueden hacer que el
ministerio parezca imposible, te sentirás débil e incapaz, que no estás a la altura
de la tarea que Dios te ha asignado. El enemigo se burlará y te tentará. A veces
tu trabajo no dará ningún fruto visible. Estarás tentado a desear un lugar o
ministerio más fácil. Puede haber momentos en los que te sentirás infravalorado
y menospreciado. A veces te sentirás sobrecargado por tratar de equilibrar el
ministerio de la familia con tu ministerio del evangelio, y parece que no vas bien
en ninguna de las dos cosas.
Es un honor para todo líder del ministerio ser un embajador del Salvador.
Debería traerte gozo, deberías pellizcarte para asegurarte de que no sea un sueño,
y debe ser lo que te levante cada mañana, listo para otro día de servicio. Es
maravilloso ser llamado a estar al lado del evangelio cada día de tu vida y ser un
líder en el movimiento mundial del evangelio. Pero también hay que decir que el
llamado al liderazgo del ministerio es un llamado al sufrimiento. Jesús advirtió a
los discípulos que sufrirían como Él. Pablo dice que hemos sido elegidos no solo
para creer en Cristo sino también para sufrir por Él (Fil. 1:29). Es en esos
momentos difíciles, no deseados e inesperados de penuria en la vida de un líder
del ministerio que la presencia amnésica es tan debilitante y devastadora.
Cuando, como líder, en un momento de dificultad, olvidas la gracia de la
presencia de Dios y Su compromiso de mostrar Su poder por ti, te vuelves un
blanco fácil para las crueles mentiras del enemigo. Él quiere que te preguntes
«¿qué pasaría si?» con ansiedad. Quiere que vuelvas y cuestiones tu vocación.
Quiere robarte el valor y el deseo de continuar. Quiere crear caos dentro de ti y
desunión entre tus compañeros. Atacará tan a menudo como pueda y tomará
cualquier ventaja que le des.
Como líder del ministerio, debes recordar una y otra vez que no luchamos contra
carne y sangre, sino contra las fuerzas espirituales de las altas esferas. Y
mientras recuerdas quién es el que realmente se opone a ti, también recuerda la
presencia, la gloria y la gracia del que está contigo y para ti. Lo que cada líder
del ministerio enfrentará no puede soportarlo o derrotarlo, y es precisamente por
eso que Dios ha prometido que no te dejará, abandonarte simplemente no es
opción. Como líder del ministerio, la presencia de Dios es tu esperanza, la
presencia de Dios es tu confianza, la presencia de Dios es tu refugio, la presencia
de Dios es tu valor, la presencia de Dios te llama a la humildad y a la
dependencia, y la presencia de Dios es tu constante motivación para continuar.
El liderazgo del ministerio, en su centro, se trata de una comunidad de líderes
que practican juntos la presencia del Señor.
Escribí este libro porque amo la Iglesia de Jesucristo y tengo un profundo afecto
por todos los que han rendido sus vidas y dones al liderazgo del ministerio. Me
encanta pasar tiempo con los líderes jóvenes. Me encanta animarlos en su trabajo
y advertirles de los peligros que se avecinan. Me encanta cualquier momento que
paso con pastores experimentados que han servido y sufrido con gozo. Y, porque
mi corazón está en la Iglesia, me preocupa la salud espiritual de la comunidad de
líderes que pastorean a su gente y dirigen sus ministerios. Este libro no trata
sobre el trabajo estratégico de la comunidad de líderes del ministerio, sino sobre
la protección y preservación de su profundidad espiritual para que pueda hacer
su trabajo y den frutos a largo plazo. En realidad, este libro es sobre el Señor de
la Iglesia, sobre Su amor por los embajadores que ha llamado para representarlo,
y cómo satisface todas sus necesidades con una gracia gloriosa y fiel. ¿Qué tipo
de liderazgo ministerial espero que este libro estimule? Dejaré que el apóstol
Pablo responda:
«Nosotros, colaboradores de Dios, les rogamos que no reciban su gracia en vano.
Porque él dice:
“En el momento propicio te escuché,
y en el día de salvación te ayudé”.
Les digo que este es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!
Por nuestra parte, a nadie damos motivo alguno de tropiezo, para que no se
desacredite nuestro servicio. Más bien, en todo y con mucha paciencia nos
acreditamos como servidores de Dios: en sufrimientos, privaciones y angustias;
en azotes, cárceles y tumultos; en trabajos pesados, desvelos y hambre. Servimos
con pureza, conocimiento, constancia y bondad; en el Espíritu Santo y en amor
sincero; con palabras de verdad y con el poder de Dios; con armas de justicia,
tanto ofensivas como defensivas; por honra y por deshonra, por mala y por
buena fama; veraces, pero tenidos por engañadores; conocidos, pero tenidos por
desconocidos; como moribundos, pero aún con vida; golpeados, pero no
muertos; aparentemente tristes, pero siempre alegres; pobres en apariencia, pero
enriqueciendo a muchos; como si no tuviéramos nada, pero poseyéndolo todo.
Hermanos corintios, les hemos hablado con toda franqueza; les hemos abierto de
par en par nuestro corazón» (2 Cor. 6:1–11).
Que Dios forme en tu corazón el espíritu expresado en estas palabras, y te
bendiga con toda la gracia que necesites para guiar en Su nombre.
1. Paul David Tripp, El llamamiento peligroso: Enfrentando los singulares
desafíos del ministerio pastoral (Graham, NC; Publicaciones Faro de Gracia,
2019).
2. Paul David Tripp, Dangerous Calling: Confronting the Unique Challenges of
Pastoral Ministry [El llamamiento peligroso] (Wheaton, IL: Crossway, 2012).
3. Paul David Tripp, Instrumentos en manos del Redentor: Cómo personas
necesitadas de transformación pueden ayudar a otros necesitados de
transformación (Publicaciones Faro de Gracia, 2019).
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