Trauma, cultura e historia: Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio Francisco A. Ortega Martínez Editor Universidad Nacional de Colombia Facultad de Ciencias Humanas Centro de Estudios Sociales - CES Grupo Conflicto Social y Violencia Grupo de prácticas culturales, imaginarios y representaciones Lecturas CES Francisco A. Ortega es doctor en Estudios Culturales con énfasis en teoría crítica y filosofía de la historia de la Universidad de Chicago (2000). Es profesor asociado del Departamento de Historia, de la Maestría de Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Colombia e investigador del Centro de Estudios Sociales (CES) de la misma Universidad, del cual fue director entre el periodo 2005-2008. Entre sus temas de interés están la cultura y la historia intelectual de Latinoamérica. Prologuista y editor de dos antologías: La irrupción de lo impensado (Pontificia Universidad Javeriana, 2005), en la que se contemplan trabajos de Michel de Certeau, y Veena Das: sujetos de dolor, agentes de dignidad (Centro de Estudios Sociales, 2007) con textos sobre antropología del sufrimiento. En la actualidad disfruta de una comisión en la Universidad de Helsinki como investigador postdoctoral en el proyecto Between Restoration and Revolution, National Constitutions and Global Law: an Alternative View on the European Century 1815-1914, que constituye un primer paso para la publicación de un título sobre la historia intelectual y la cultura política del siglo XIX latinoamericano. Trauma, cultura e historia: Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio Colección Lecturas CES Trauma, cultura e historia: Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio Francisco A. Ortega Martínez Editor Grupo Conflicto Social y Violencia Grupo de prácticas culturales, imaginarios y representaciones Catalogación en la publicación Trauma, cultura e historia : reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio / ed. Francisco A. Ortega Martínez. – Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de Estudios Sociales, 2011 624 p. – (Lecturas CES) ISBN : 978-958-719-824-9 1. Interacción social – Aspectos culturales - Historia 2. Cultura y desarrollo Aspectos sociales 3. Memoria colectiva - Aspectos sociales I. Ortega Martínez, Francisco Alberto, 1967CDD-21 302.01 / 2011 Trauma, cultura e historia: reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio © Francisco A. Ortega, varios autores © Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales - CES ISBN: 978-958-719-824-9 Impreso y hecho en Bogotá, Colombia, mayo de 2011 Centro de Estudios Sociales - CES Jorge Enrique González Director Astrid Verónica Bermúdez Díaz Coordinadora Editorial Olga Lucía Riaño Corrección de estilo e índice analítico Wilson Martínez Montoya María Cristina Rueda Traslaviña Imagen de carátula y realización gráfica Digiprint S.A. Impresión Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales Pensando en Ana y Sara; a pesar, lleno de esperanzas Tabla de contenido Parte I. El trauma social como campo de estudios, 17 Francisco A. Ortega Parte II. Trauma cultural Trauma y comunidad, 63 Kai Erikson Trauma psicológico y trauma cultural, 85 Neil J. Smelser Trauma cultural e identidad colectiva, 125 Jeffrey C. Alexander Freud y el trauma, 165 Ruth Leys Parte III. Representación y verdades Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad, 195 Ernest van Alphen Entramamiento histórico y el problema de la verdad, 217 Hayden White Historia, más allá del principio del placer: reflexiones sobre la representación del trauma, 241 Eric Santner Sobre el saber traumático y los estudios literarios, 259 Geoffrey Hartman 9 Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia, 295 Cathy Caruth El pathos de lo literal: trauma y la crisis de representación, 311 Ruth Leys Parte IV. Memorias colectivas El pasado en el presente. Cultura y transmisión de la memoria, 353 Ronald Eyerman Memoria y contramemoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto, 375 James E. Young Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: “Unland, The Orphan’s tunic”, 411 Andreas Huyssen Recordando el Holocausto: duelo y melancolía, 425 Frank Ankersmit Trauma histórico y subjetividad masculina, 449 Kaja Silverman Parte V. Genealogías y usos del trauma Una perspectiva feminista del trauma, 479 Laura S. Brown Violencia, cultura y la política del trauma, 497 Arthur Kleinman con Robert Desjarlais Genealogía de un error categórico: una historia intelectual crítica de la metáfora del trauma cultural, 521 Wolf Kansteiner Epílogo, 557 Carlo Tognato Bibliografía, 567 Índice temático, 617 10 Reconocimientos y créditos editoriales N o hubiese sido posible la publicación de los textos que conforman esta obra sin la generosidad y apoyo de personas e instituciones que cedieron los derechos de los artículos que relaciono a continuación. En primer lugar mi reconocimiento y agradecimiento a los autores, quienes generosamente cedieron todos los derechos y, con frecuencia, intercedieron ante diversas editoriales y organizaciones para asegurar precios accesibles o, incluso, sin regalía alguna. Angel Vu y a la Editorial de la Universidad de California me permitieron traducir al castellano y publicar en esta obra el ensayo de Neil Smelser, “Psychological Trauma and Cultural Trauma”, del libro Cultural Trauma and Collective Identity, editado por J. Alexander, R. Eyerman, B. Giesen, N. Smelser & P. Sztompka (2004). La Universidad de California también autorizó la traducción e impresión del ensayo de Arthur Kleinman, “Violence, Culture and the Politics of Trauma”, de su libro Writing at the Margin. Discourse Between Anthropology and Medicine (1995). Agradezco igualmente a Johns Hopkins University Press por autorizar la traducción y publicación de los ensayos “Notes on Trauma and Community” de Kai Erikson y “Not Outside the Range: One Feminist Perspective on Psychic Trauma” de Laura Brown, publicados en el libro editado por Cathy Caruth, Trauma: Explorations in Memory (1995). También, por permitir la traducción y publicación del texto de Cathy Caruth, “Unclaimed Experience: Trauma and the Possibility of History 11 (Freud, Moses and Monotheism)”, de su libro Unclaimed Experience: Trauma, Narrative and History (1996). La Editorial de la Universidad de Chicago otorgó el permiso de traducir y publicar los textos de Ruth Leys “Freud and Trauma” y “The Pathos of the Literal: Trauma and the Crisis of Representation”, de su libro Trauma: A Genealogy (2000). La Agencia Literaria Carmen Balcells de España me concedió el permiso para incluir en este volumen los textos de Hayden White “Historical Emplotment and the Problem of Truth” y el de Eric Santner “History Beyond the Pleasure Principle. Some Thoughts on the Representation of Trauma”, ambos publicados originalmente en el libro editado por Saul Friedlander, Probing the Limits of Representations. Nazism and the “Final Solution” (1992). Igualmente, mi gratitud para la Editorial de la Universidad de Oxford por concederme los derechos de reproducción del artículo “Cultural Trauma and Collective Identity” de Jeffrey Alexander, de su libro The Meaning of Social Life (2003). La Editorial de la Universidad de New England autorizó traducir y publicar el ensayo de Ernst Van Alphen, “Symptoms of Discursivity: Experience, Memory, and Trauma”, del libro editado por Mieke Bal, Jonathan Crewe & Leo Spitzer, Acts of Memory, Cultural Recall in the Present (1999). A Sage Publications le agradezco el permiso otorgado para traducir y publicar la propuesta de Ron Eyerman, “The Past in the Present. Culture and the Transmission of Memory”, publicada originalmente en la revista Acta Sociologica, volumen 47, número 2, y a la Universidad de Virginia que accedió a la reproducción del ensayo de Geoffrey Hartman, “On Traumatic Knowledge and Literary Studies”, publicado en New Literary History 26.3 (1995). Lund Humphries me permitió reproducir el artículo de James Young, “Memory and Counter-memory: Toward a Social Aesthetic of Holocaust Memorials”, publicado en el libro editado por Mónica 12 Bohm-Duchen, After Auschwitz: Responses to the Holocaust in Contemporary Art (1995). Así mismo, Phaidon autorizó traducir y publicar el ensayo de Andreas Huyssen, “Doris Salcedo’s Memory Sculpture: Unland: The Orphan’s Tunic”, de su libro Present Pasts. Urban Palimpsests and the Politics of Memory (2003). A Routledge le agradezco el permiso para la traducción y publicación del texto de Kaja Silverman “Historical Trauma and Male Subjectivity”, en el libro editado por Ann E. Kaplan, Psychoanalysis & Cinema (1991). De igual forma, Metzler consintió la publicación del texto de Wulf Kansteiner, “Genealogy of a Category Mistake: A Critical Intellectual History of the Cultural Trauma Metaphor”, publicado originalmente en Rethinking History, 8 (2), 2004. De igual modo, agradezco a la Editorial de la Universidad de Stanford por permitirme la traducción del texto de Frank Ankersmit, “Remembering the Holocaust: Mourning and Melancholia”, de su libro Historical Representation. Cultural Memory in the Present (2002) Finalmente mi gratitud para la División de Investigación de Bogotá (dib) de la Universidad Nacional de Colombia por el apoyo otorgado a este trabajo a través del proyecto de investigación “Trauma, historia y cultura” (2005-2007). El editor 13 Parte I El trauma social como campo de estudios a el trauma social como campo de estudios Francisco Ortega, Ph.D.1 La palabra desastre se ha hecho tangible. José Emilio Pacheco. Las ruinas de México (Elegía del retorno, 1986) El concepto del trauma A mediados de la década de los años noventa me hallaba preocupado con el tema de la memoria colectiva y su relación con la historia y la escritura. Estaba entonces preparando mi tesis de doctorado en un programa curricular que combinaba, de manera a veces vertiginosa, varias disciplinas y escuelas teóricas —filosofía de la historia, psicoanálisis, antropología, historia del arte, estudios culturales, teoría literaria—; todos estos acercamientos ligaban, además, un denso lenguaje conceptual con una insistencia en la dimensión política de la crítica cultural. Durante esos años, el mundo social y académico latinoamericano y latinoamericanista celebraba la caída de los regímenes totalitarios, particularmente en Centroamérica y el Cono Sur, y la emergencia de nuevos movimientos sociales. Nuevas 1 Profesor Asociado del Departamento de Historia e investigador del Centro de Estudios Sociales, ces, de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. El trauma social como campo de estudios 17 oportunidades políticas se hacían posibles y la historia y la memoria se convertían en instrumentos para la reconstrucción y reconstitución de sociedades devastadas por la violencia estatal y paraestatal. Esta visión de la memoria como instrumento político a partir del cual se rememoraba y se construían nuevas identidades culturales y políticas fue apenas el comienzo de una reflexión colectiva mucho más profunda entre memoria, historia y representación. La década de los noventa constituyó el momento en que nos dimos cuenta de que el imperativo político de no olvidar, junto con su corolario combatiente “nunca más”, eran, apenas, la parte inicial de una historia mucho más complicada. Las esperanzas acumuladas durante años de participación política terminaron derrumbándose con las transformaciones que ocurrieron durante la década de los años ochenta: la alteración geopolítica que significaba la caída del muro de Berlín y la Perestroika, la crisis económica y el llamado consenso de Washington con su paquete de reformas neoliberales, y la actitud complaciente o impotente por parte de las autoridades que dejaban sin reparar los crímenes de Estado e incluso perdonaban o, por lo menos, justificaban los abusos cometidos por los regímenes dictatoriales y autoritarios y sus aliados. En efecto, en un contexto de polarización aguda, empobrecimiento acelerado y seria fragilización institucional, la memoria se convierte en el lenguaje hablado por todos: aquellos que deseaban recordar, los que ansiaban escapar del recuerdo herido, y aquellos que imponían su olvido. Y, precisamente, cuando más parecía que el olvido iba a recubrir con su manto silencioso la sociedad entera, renacieron con mayor vigor las identidades ancestrales, se agitaron combativas las movilizaciones populares, se manifestaron las memorias clandestinas y dieron fe los testimonios vehementes, todos ellos impugnando las acomodadas versiones oficiales. El arte y la literatura se poblaron de memorias fragmentadas, irresueltas y exiliadas, recuerdos obsesivos, impertinentes y perturbadores, que aún sacuden el sopor colectivo y regresan para recordar incisivamente. Mi deseo por entender ese peso de la memoria, en este caso vinculada a eventos de intensidad emocional y gran sufrimiento, me llevó a explorar un importante, aunque naciente, campo teórico de estudios que giraba en torno a la noción de trauma cultural. Esa bibliografía ha continuado 18 Parte I. El trauma social como campo de estudios hasta el presente y la producción intelectual ha llegado a tal punto y es de tan alta calidad que no es desacertado decir que hoy en día existe un campo de convergencias que bien podríamos llamar estudios sobre o en torno al trauma social2. El presente ensayo y la colección de artículos que le sigue ofrecen una escueta cartografía sobre este campo. Para algunos lectores, los textos reunidos acá están ‘demasiado marcados’ por el Shoa o genocidio nazi de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque he procurado la diversidad de referencias históricas, es cierto que un número importante de estos estudios intenta comprender la naturaleza y los efectos devastadores de las políticas de exterminio, incluidos los campos de concentración y las cámaras de gas nazi. Su inclusión en esta antología se justifica no sólo por el rigor argumentativo y la vigencia teórica que puedan tener esos trabajos, y por el hecho de que buena parte de lo que hoy llamamos estudios sobre el trauma social nace precisamente como resultado de los esfuerzos por entender los legados de esa experiencia histórica, sino también por la profunda convicción de que su lectura y crítica nos puede aportar herramientas y claridad en el afán de enfrentar nuestras violencias, muy diferentes, pero igualmente demoledoras3. 2 El campo de estudio del trauma cultural ha dado pie a innumerables congresos, tesis de doctorado y publicaciones, a la creación de institutos de investigación e incluso a programas de posgrado, como la maestría que ofrece la Universidad de Nueva York, Trauma and Violence. Transdisciplinary Studies (véase http://tvts.as.nyu.edu/ page/home) o la especialización que ofrece el International Trauma Studies Program (véase http://itspnyc.org/programs_training0708.html). 3 Agradezco el apoyo y acompañamiento que he tenido durante los últimos cuatro años por parte del grupo Conflicto Social y Violencia del ces, y en particular a su directora Myriam Jimeno y a sus extraordinarios investigadores asociados, César Abadía, Andrés Salcedo, Carlo Tognato, Marco Martínez y Carlos Suárez. Los excelentes coloquios del grupo me han obligado a repensar muchas nociones recibidas y a exigirme en el rigor argumentativo. Igualmente agradezco las lecturas atentas y generosas de Maite Yie y Ronald Villamil, así como el apoyo incondicional, crítico y siempre estimulante de Liliana Obregón. Al ces agradezco el apoyo editorial recibido y, en particular, a Verónica Bermúdez por su paciente apoyo y asistencia. Sandra Milena Ramírez, Norma Castillo y Carlos Andrés Barragán prestaron apoyo logístico al comienzo del proyecto. Finalmente, la dedicación y el apoyo de Nicolás Alejandro González Quintero fue decisiva en la fase final del proyecto. El trauma social como campo de estudios 19 El conjunto de artículos aquí recogidos no está diseñado para defender el concepto de trauma cultural o promover una nueva categoría de análisis social. De hecho, varios de los textos seleccionados señalan las dificultades y ambivalencias del término o, incluso, su naturaleza equívoca. Ruth Leys señala las tensiones y límites del concepto de trauma y su artículo Freud y trauma es un excelente punto de partida para evaluar la vigencia y los ambivalentes legados del concepto y del psiconalista. Del mismo mos, Leys polemiza con algunas de las elaboraciones más celebradas del campo y evidencia el nivel de abstracción y generalidad que, comúnmete, resulta del abandono de contextos históricos específicos. Por su parte, Wulf Kanstainer pondera la pertinencia de la idea de trauma cultural y concluye que su uso propicia un error categórico al confundir las preocupaciones de los sobrevivientes con preocupaciones filosóficas sobre la “indecibilidad constitutiva de los procesos de comunicación” y la llamada crisis de la modernidad (gce, pp. 539)4. Para Kansteiner, las teorías de trauma cultural han perdido ‘autorreflexividad’ y se han convertido en otra gran narrativa de la academia metropolitana. Personalmente acepto estas críticas y las creo muy saludables. Y aunque considero que futuras elaboraciones —a partir, por ejemplo, del trabajo de Jeffrey Alexander o Dominick LaCapra— puedan ser esclarecedoras, lo cierto es que esta antología está diseñada para iluminar un espacio de convergencias de intereses, disciplinas, miradas y preocupaciones teóricas y políticas diversas en torno al impacto de experiencias catastróficas. Más que una defensa a ultranza del concepto de trauma social, son estos diálogos cruzados lo que me interesa poner a disposición del lector en esta ocasión. 4 20 Para otras críticas, véase, por ejemplo, M. Borch-Jacobsen (1996a); J. Mowitt (2000); P. Novick (1999). Parte I. El trauma social como campo de estudios El concepto de trauma, escribe el sociólogo Kai Erikson en el texto compilado en esta obra, “se usa de formas tan diferentes y se encuentra en vocabularios tan diversos que es difícil saber cómo convertirlo en un concepto sociológico útil”5. Sin duda alguna, el concepto es bastante antiguo y se remonta al griego traumat, que significa herida en el tejido humano. En el siglo xviii aparece en varios textos médicos franceses e ingleses para designar una herida en un tejido vivo, causada por un agente externo. Poco a poco el uso del término se generalizó, con ese sentido técnico que aún preserva la medicina contemporánea6. Las investigaciones médicas sobre el sistema nervioso durante el siglo xix llevaron a estudiar el impacto de las emociones —como el susto, pavor, temor o terror— en el comportamiento humano. Gradualmente el daño percibido deja de ser entendido como una ruptura del tejido humano y se convierte en una herida del tejido nervioso, es decir, una lesión que no resulta visible y sólo se puede percibir por sus síntomas, conductas extrañas y memorias involuntarias y disociadas 7. Por esa misma época aparece el término memoria traumática para referirse a los modos en que el cuerpo recuerda, involuntariamente, eventos de particular intensidad y dificultad emocional8. 5 Trauma y comunidad, incluido en esta obra. A partir de este momento, las referencias al tema en el texto principal aparecen señaladas con la sigla tc, seguida por el número de la página donde se encuentra más información respectiva. 6 M. T. Herrera (1996) señala que en 1693 aparece el lema trauma en los textos médicos en latín con el sentido de herida física. Véase también J. Corominas (1980). 7 Estudios como los que hizo el célebre cirujano John Erichsen —por ejemplo, On Railway and other Injuries of the Nervous System (1866)— hicieron posible la transformación del sentido original del concepto. Para el surgimiento durante el siglo xix de la memoria inconsciente o traumática véase A. Young (1995: 13); también véanse los ensayos recogidos en M. Micale & P. F. Lerner (2001). En inglés, el verbo traumatize –infligir daño emocional– aparece por primera vez en el Oxford Dictionary en 1903. En español, el diccionario de la rae sólo lo recoge, junto con trauma, en 1956, aunque su uso es frecuente con el sentido actual en textos diversos de psicoanálisis, psicología, filosofía, literatura, ensayística, &c. Los lemas traumático y traumatismo aparecen desde 1869. 8 Véanse J. Laplanche (1973); I. Hacking (1996); A. Young (1996). El trauma social como campo de estudios 21 La idea de trauma sólo logra especificidad con la formulación y descripción del inconsciente, lo que explica la centralidad de Sigmund Freud y el psicoanálisis para la evolución posterior de la idea del trauma. No voy a referir una historia que Ruth Leys desarrolla de manera magistral en su ensayo Freud y el trauma, acá incluido. Sólo quiero señalar de manera muy rápida algunos hitos fundacionales del concepto que marcan de manera decisiva su estructura de significación, sus usos, así como el campo de estudio y los debates sobre lo que podemos llamar trauma cultural. Críticos y estudiosos concuerdan en que es en el contexto del trabajo con pacientes calificados como afectados por la histeria que Freud formula algunas de las hipótesis fundamentales para el psicoanálisis y los estudios del trauma. En primer lugar es necesario señalar que por esta misma época Freud abandona el tratamiento predominante, la hipnosis y la sugestión, por el de la libre asociación del paciente. En Estudios sobre la histeria (Freud & Breuer, 1895) la hipótesis originaria de Freud era que los síntomas de la histeria están conectados a factores causantes y que esos síntomas tienden a desaparecer cuando el evento causante es descrito en detalle por la paciente (generalmente eran mujeres). Es decir, la elaboración discursiva de una memoria, hasta ese momento deformada como síntoma, actúa como una suerte de catarsis. Así, un conflicto es una historia a la que le hacen falta palabras; una historia en la que los síntomas ocupan el lugar que deberían ocupar las palabras. El análisis no es más que el intento de poner las palabras en su lugar, dando paso a la historia que no había podido ocurrir. Sin embargo, el proceso de elaboración no es simple. Al contrario, la intensidad emocional y dolorosa asociada a la memoria del evento precipitante produce resistencias y desplazamientos al intento de elaboración. De ese modo, la memoria traumática opera sin asimilarse, como un cuerpo extraño en el cuerpo del paciente. Durante esos primeros años Freud elabora la llamada teoría de la seducción, es decir la hipótesis de que los síntomas de la histeria se remontan a experiencias de agresión sexual, ocurridas generalmente durante la niñez y causada aparentemente por el padre o por una figura paterna. Debido al carácter sexualmente inmaduro de las niñas asaltadas, esas experiencias no se asimilan como avances 22 Parte I. El trauma social como campo de estudios sexuales sino que se reprimen y posteriormente, en la plenitud sexual del individuo, se reactivan durante situaciones que evocarán o recordarán de algún modo la escena primera. Quedan, entonces, formuladas dos ideas que serán importantes, a pesar de todas las modificaciones que puedan haber tenido posteriormente. Por una parte la noción de que la vida psíquica está constituida igualmente por memorias involuntarias, memorias que recuerdan y olvidan a la vez, y olvidos hechos de memoria. Esas memorias son precisamente las que recuerdan los eventos traumáticos. Por otra, se cuestiona radicalmente la causalidad del evento precipitante. El trauma no se produce como resultado de la agresión detonante, sino como reactivaciones de contenidos primarios reprimidos; es decir, a partir de la relación entre la memoria de la temprana agresión sexual, que había permanecido dormida o latente, y el momento de su reactivación por una segunda experiencia, la cual, a su vez, se dota de sentido traumático retroactivamente. En suma, el pasado traumático sólo aparece disponible para el sujeto a través de un nachtraglichkeit o acto diferido de interpretación y comprensión que incluye la historia psíquica del individuo. Posterior a 1897, Freud abandonó la teoría de la seducción y su atención se centró en el conflicto interno ocasionado por un ego cargado libidinalmente desde los primeros momentos de la existencia. En esa nueva mirada, el evento precipitante queda inscrito dentro de una serie complementaria que lo subordina en buena medida a las predisposiciones, es decir, a la historia particular del sujeto y a sus estructuras psíquicas. El nuevo supuesto interioriza la fuerza (la fantasía y los conflictos psicosexuales) que le da eficacia al trauma de tal manera que ésta se convierte en la base etiológica del trauma. El terrible escenario de devastación y sufrimiento masivo durante la Primera Guerra Mundial conduce al psicoanálisis a reexaminar la neurosis traumática a la luz de la experiencia de guerra de los soldados. Será la época en que Freud publicará textos —Recuerdo, repetición y elaboración (1914), Lecturas introductorias del psicoanálisis (1915-17), Duelo y melancolía (1917), La fijación al trauma, lo inconsciente (1917) y Lo ominoso (1919)— que marcarán decisivamente nuestra comprensión de la manera El trauma social como campo de estudios 23 en que una intensa experiencia conflictiva da pie a modos complejos, incluso compulsivos, del recuerdo. Estos acelerados desarrollos llevaron incluso a que Freud publicara en 1919 Psicoanálisis y la neurosis de guerra, introducción al simposio celebrado durante el v Congreso Internacional de Psicoanálisis, que contó con la participación de Ernst Jones, Sándor Ferenczi, Karl Abraham y Ernst Simmel9. El contexto de guerra llevó a Freud a revaluar la preeminencia de los conflictos internos, para considerar en cambio el papel determinante del terror (Schreck), la estimulación excesiva que abruma el funcionamiento del organismo y suspende el principio del placer. Más allá del principio del placer (1920) se convirtió en la elaboración más extensa y sostenida de Freud de la neurosis traumática. En el libro, el autor afirma que el trauma constituye la respuesta del organismo a una excitación excesiva del mundo externo que rompe la barrera protectora del ego y que sobreviene de manera tan repentina que no es completamente asimilada por este. El ego —en un gesto que contradice la economía mental del principio del placer— se ve en la necesidad de repetir la experiencia a través de pesadillas, flashlights, o acciones conscientes o inconscientes con el objeto de conocer y reducir el evento al dominio de la experiencia. Sin embargo, la repetición de esa experiencia no logra captar tal conocimiento y termina formándose una conducta compulsiva precedida por ataques de ansiedad. De este modo es posible identificar una tensión cardinal en la teorización de Freud entre un modelo o paradigma mimético y otro antimimético, tal y como lo hace la historiadora Ruth Leys. Esta tensión estructura todas las formulaciones sobre el trauma, desde Freud hasta las más contemporáneas, como las de Caruth y Van Aleph, aquí incluidas. El modelo mimético parte de la idea de que el trauma se produce cuando la fuerza que asalta al sujeto desde la exterioridad lo abruma de tal manera que el individuo es presa de la repetición compulsiva. En tales repeticiones se produce una identificación con la escena traumática (por eso, el paradigma se llama mimético) que no permite la distancia entre el sujeto y el evento. Esta identificación extrema significa, a su vez, que la víctima no tiene conocimiento cabal de 9 24 Reproducido en K. Abraham & ál. (1921). Parte I. El trauma social como campo de estudios la experiencia traumática10. El método mimético propone tratamientos basados en la sugestión (hipnosis), electro shocks o drogas que propician que el sujeto ‘descargue’ la experiencia traumática. Sin embargo, en el modelo mimético la víctima no es sujeto de su propio enunciado pues éste es una repetición compulsiva —y no un discurso deliberado—, propiciada por el comando del analista. Por lo anterior, todos los conceptos del trauma alternan el modelo mimético con uno antimimético, en el que se concibe al sujeto herido como capaz de ser espectador de su propio trauma y de representárselo a sí mismo, es decir de construirlo como una narrativa de su pasado. Freud, por ejemplo, identifica en la relación analítica el proceso por medio del cual el paciente accede a las experiencias infantiles reprimidas en el inconsciente y las puede rememorar y representar a través de la narración. El resultado de la coexistencia de los modelos miméticos y antimiméticos es la existencia de un ensamble conceptual inestable y ambivalente, antagónico y suplementario, productivo y a la vez insuficiente, pues cada autor privilegia un aspecto de los dos modelos. Posterior a la guerra, las ideas inicialmente formuladas por Freud y el psicoanálisis van a ser reelaboradas por otras disciplinas e intereses. Así, por ejemplo, durante la década de los años cincuenta y sesenta, algunos psicoanalistas y pensadores de otras tradiciones intelectuales desvincularon el trauma de la carga sexual, la cual se tornó explicativamente irrelevante 10 Para evitar mayores confusiones es importante diferenciar entre la agresión y el sufrimiento. Ciertamente, la mayor parte de las víctimas entienden y pueden dar cuenta de la violencia desatada contra ellas y pueden igualmente establecer una relación causal entre esa agresión y su sufrimiento. Sin embargo, al señalar que la víctima no tiene conocimiento cabal de la experiencia traumática, el modelo mimético de la teoría del trauma intenta dar cuenta del comportamiento misterioso del cuerpo —las repeticiones impulsivas y las memorias involuntarias— al indicar que allí, en esas acciones independientes de toda consciencia se halla alojado un saber diferente, un saber particular sobre esa herida. Ese saber otro puede ser igualmente entendido como uno al que le falta el sujeto, es decir que no ha sido subjetivado. Es por eso por lo que se dice que el cuerpo que repite los síntomas no es sujeto de su propio discurso. Y es precisamente en ese mismo sentido que, como lo afirmo más adelante, el testimonio —o la subjetivación de ese saber— genera nuevo conocimiento. El trauma social como campo de estudios 25 a la luz de la experiencia de los hibakusha (sobrevivientes de la bomba de Hiroshima), de los sobrevivientes de los campos de concentración y, posteriormente, de la guerra de Vietnam y de las experiencias dictatoriales del Cono Sur11. Hoy en día los tratamientos psicoanalíticos son marginales en la mayor parte de los escenarios médicos. La neurología, la psiquiatría y las ciencias psicosociales han ganado mayor prestigio y manejan concepciones del trauma que, aunque en deuda con el trabajo de Freud, exhiben su propia coherencia conceptual y universo de prácticas e instituciones. Trauma social En 1980 los síntomas asociados al trauma son oficialmente reconocidos por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría en la tercera edición del Manual de diagnósticos y estadísticas de los desordenes mentales (o dsm iii, por sus iniciales en inglés), con el nombre de Síndrome de Estrés Postraumático (sept)12. El dsm iii, la guía médica más influyente de la profesión en el mundo entero, señalaba que el trauma se produce cuando las víctimas experimentan una ocurrencia fuera del rango de la experiencia humana normal y se caracteriza por la experiencia recurrente del evento y la presencia de por lo menos dos síntomas, entre los que se encuentran conductas compulsivas, ataques de ansiedad, depresión y falta de autoestima. Como se desprende claramente de la definición anterior, se toma como punto de partida al individuo y su sintomatología privada; esto es lo que se conoce como trastorno de estrés postraumático (tept). Recientemente, los investigadores han argumentado que el “actual discurso sobre trauma sistemáticamente ha marginado la dimensión social del sufrimiento; en cambio, promueve un enfoque fuertemente individualista que presenta el 26 11 Textos como los de Primo Levi, Jorge Semprún, Piotr Rawicz y los estudios de R. J. Lifton (1979; 1967) y Ch. Figley (1985). 12 No es claro si el sept es una enfermedad o simplemente una respuesta normal a situaciones de gran conflictividad. Para una discusión completa acerca del sept y de la ept (Enfermedad postraumática), véase la serie de ensayos recogidos en Figley (1985). Parte I. El trauma social como campo de estudios trauma como algo que pasa en la mente humana”13. Las consecuencias de este enfoque cifrado en el individuo como ser autónomo son múltiples. En el ensayo No por fuera del rango: una perspectiva feminista del trauma, incluido en esta antología, Laura Brown afirma que la definición médica del trauma tiene una función que podríamos llamar ideológica: “los traumas privados, secretos e insidiosos sobre los cuales llama la atención un análisis feminista suelen ser casi siempre aquellos acontecimientos que expresan y perpetúan la cultura dominante y sus formas e instituciones” (pp. 483)14. Pensar que el miedo y la ansiedad son el producto de desórdenes privados y privilegiar una respuesta médica es ignorar las causas sociales que los originan. Como dice Arthur Kleinmann, “el problema que tiene localizar el malestar en la mente del individuo es que esa clase de cartografía tiende a pasar por alto el hecho de que las causas, el núcleo de las experiencias y las consecuencias de la violencia colectiva son predominantemente sociales” (vpt en original, 179-180). Los grupos sociales más vulnerables —niños, mujeres, desplazados, pobres— se ven victimizados una vez más por instituciones que ‘medicalizan’ los relatos de violencia social. Aún más, la espectacularidad y sensacionalismo con que las escenas violentas del Tercer Mundo entran a los espacios de consumo metropolitano —los desplazamientos forzados en Colombia, el conflicto étnico en Ruanda, el hambre en Etiopía, la guerra en Afganistán— revelan modos siniestros de apropiación del sufrimiento social y velan el funcionamiento de la geopolítica. Esto ocurre de dos maneras. Primero, al ocultar los modos en que los consumidores del primer mundo están implicados en la producción del sufrimiento social en otras partes del globo. En segundo lugar, al distraer la atención de la conflictividad interna, “los relatos de violencia descontrolada en el Tercer Mundo se usan […] para domesticar [las] formas de opresión”(vpt, pp.502) propias de los grandes centros 13 Traducción de current discourse on trauma has systematically sidelined this social dimension of suffering; instead it promotes a strongly individualistic focus, presenting trauma as something that happens inside individual minds. P. Bracken (1998: 38). 14 Para una elaboración narrativa de esta reflexión, véase el estudio autobiográfico de S. Brison (2002). El trauma social como campo de estudios 27 m­etropolitanos. Sin embargo, propongo dejar de lado la noción de trauma médico o individual, aun cuando las preocupaciones que señalan Brown y Kleinmann tienden a cuestionar cualquier oposición rigurosa entre la dimensión social y la privada. Pero, no falta decirlo, los eventos traumáticos no sólo afectan individuos sino que también tienen un impacto desestructurante sobre los grupos sociales. Uno de los primeros textos que intenta teorizar esa dimensión propiamente colectiva del trauma es Moises y la religión monoteísta, una investigación sobre los orígenes del monoteísmo y del judaísmo publicado por Freud en 1939. En contravía con la versión bíblica, Freud argumenta que Moisés era un sacerdote egipcio —no judío— expulsado de su país por liderar una secta monoteísta. El pueblo israelita, que lo seguía, lo asesinó después de que él los hubiera guiado fuera de Egipto hacia la libertad. La culpa posterior que sintió el pueblo judío hizo que formaran una religión monoteísta, con muchos de los rasgos de la antigua religión del sacerdote egipcio y consagraran a Moisés como el salvador de los judíos. Fantástica, sugerente y provocadora a la vez, la explicación de Freud generó sonrisa y escepticismo, indignación e indiferencia, pero en pocos casos se tomó como una propuesta científica para dar cuenta de las experiencias de sufrimiento colectivo15. Hubo que esperar hasta la posguerra para encontrar una reflexión importante sobre el trauma colectivo. En 1967 los sociólogos alemanes Alexander y Margaret Mitscherlich (1973) publicaron Fundamentos del comportamiento colectivo: la incapacidad de sentir duelo. El libro se apropia de los principios generales expuestos por Freud para discernir las dinámicas sociales y, en particular, examinar la cultura política alemana de posguerra a la luz de su incapacidad para elaborar la derrota y reconocer su responsabilidad durante la Segunda Guerra Mundial, incluido el Holocausto. Esa incapacidad resulta en una imposibilidad de hacer el duelo por lo que se perdió y reconstruir la identidad en un nuevo contexto geopolítico. 15 28 Sin embargo, véase la lectura que hace Cathy Caruth en el ensayo aquí incluido de Moisés y la religión monoteísta como síntoma del trauma que sufre Freud al verse obligado a partir de Viena durante la escritura del libro, debido a la llegada del régimen nazi. Parte I. El trauma social como campo de estudios Será en las décadas de los años setenta y ochenta cuando las ciencias sociales y humanas se apropien de la bibliografía ya reseñada para explorar la experiencia colectiva y social16. Por lo tanto, en lo que sigue no me ocuparé de la trayectoria contemporánea de las teorías psicoanalíticas, psiquiátricas o médicas en torno al trauma, ni tan siquiera en aquellos casos en que la literatura clínica considera o evalúa la pertinencia de factores culturales o colectivos17. Me interesa, más bien, el esfuerzo, los modos en que los varios teóricos se apropian y elaboran un lenguaje para explorar el sufrimiento social, sus significados para los actores, sus memorias y legados, aun cuando ese proceso se acerque más a un uso metafórico que literal de los términos. En el artículo Trauma psicológico y trauma cultural, Neil Smelser desarrolla las posibilidades de encontrar paralelos y sus límites entre la dimensión psicológica y la social. Una de las claridades que introduce Smelser es que, a diferencia del trauma psicológico donde el objeto de estudio es el individuo, en nuestro caso “la característica definitoria importante de los traumas sociales es que los campos afectados son las estructuras sociales” (tpc, pp. 94). Hablar de la dimensión específica de un trauma colectivo significa entender la representación generalizada de un suceso, señalado como injustificado, que causó la dislocación masiva de las relaciones, instituciones y funciones sociales de ese grupo o comunidad. 16 Un factor importante para tal surgimiento es la relectura estructuralista del psicoanálisis lacaniano que entiende el concepto de trauma como la irrupción de lo real en el orden de lo simbólico. Para Jacques Lacan el trauma es la forma privilegiada del tyche. En el Seminario xi escribe que el tyche, como forma “de lo real como encuentro – el encuentro en tanto que puede ser fallido, en tanto que es, esencialmente, el encuentro fallido– se presentó primero en la historia del psicoanálisis bajo una forma que ya basta por sí sola para despertar la atención –la del trauma–”. (Lacan, 1987: 63). 17 El volumen recientemente editado por Charles Figley (2005) constituye una buena indicación de la riqueza y diversidad que históricamente han caracterizado las elaboraciones que toman como punto de partida un acercamiento psicoterapéutico al trauma. Véase también M. J. Horowitz (1999). El trauma social como campo de estudios 29 El sociólogo Jeffrey Alexander indica en el artículo aquí incluido que el trauma cultural ocurre […] cuando los miembros de una colectividad sienten que han sido sometidos a un acontecimiento espantoso que deja trazas indelebles en su conciencia colectiva, marcado sus recuerdos para siempre y cambiado su identidad cultural en formas fundamentales e irrevocables (tci, pp. 125). Apoyándose en trabajo sociológico en zonas devastadas, el profesor Kai Erikson propuso en 1976 el concepto de trauma social para designar el un “ethos o cultura grupal que es diferente de la suma de heridas individuales que lo componen y más que su suma” (tc, pp. 66). Su trabajo pionero hace hincapié en los modos en que la violencia social trabaja sobre el tejido comunal, lo descompone y le sustrae herramientas a la comunidad para que sus miembros habiten en el mundo. Erikson habla de dos modos en que se puede hablar de comunidades traumatizadas: a través del daño que se produce en los lazos comunales y por la generación de un clima emocional que consume los recursos socio-culturales de la comunidad. Para Erikson, […] las experiencias traumáticas se abren camino de forma tan profunda en el entramado de la comunidad afectada que terminan por proveerla de su estado de ánimo y de su temperamento prevalecientes, por dominar su imaginario y su sentido del ser, por gobernar la forma en la que sus miembros se relacionan los unos con los otros (tc, pp. 78). Pero el cambio que sufren las víctimas no sólo es uno de identidad y de los modos de relacionarse con otro “sino que también es un cambio en su perspectiva del mundo” (tc, pp. 78). Para los fines de esta discusión adopto la noción de trauma social para designar los procesos y los recursos socio-culturales por medio de los cuales las comunidades encaran la construcción, elaboración y respuesta a las experiencias de graves fracturas sociales que se perciben como moralmente injustas y que se elaboran en términos colectivos y no individuales. Estos acontecimientos presentan dinámicas que rebasan los criterios de previsión de la comunidad e incluso interrogan no sólo la viabilidad de la comunidad sino la vida misma: los acontecimientos surgen indudablemente del día a día, “pero el mundo tal y como era conocido en el día a día es arrasado” 30 Parte I. El trauma social como campo de estudios (Das, 2007: 134). Así pues, un acontecimiento traumático no se define tanto por el final del consenso social ni por la destrucción de la comunidad, sino por la desaparición de criterios. En palabras del filósofo Stanley Cavell las disputas que ocurren al interior de estas formas de vida durante un acontecimiento no sólo ocurren en función de la forma sino también en función de lo que constituye vida (Cavell, 1988: 41-42). Por eso, no uso ni creo útil el concepto de trauma social para explicar momentos de crisis, de transformación ni de cambio, mucho menos experiencias a las que no se les asigna una carga emocionalmente negativa. Se habrá notado a lo largo de esta discusión que la definición de trauma convoca y se refiere simultáneamente a tres dimensiones diferentes: el acontecimiento violento, la herida o el daño sufrido, y las consecuencias a mediano y largo plazo que afectan el sistema18. Esta capacidad de convocar simultáneamente tres dimensiones diferentes constituye su mayor fortaleza y debilidad, la razón por la cual el concepto resulta tan evocador y necesario, tan confuso y abstracto a la vez. Es su mayor fortaleza porque el concepto, al abordar concurrentemente el hecho, la experiencia y sus consecuencias, obliga a pensar la plasticidad de la experiencia social más allá de las dicotomías familiares de las ciencias sociales modernas, tales como sujeto-objeto, evento-estructura, experiencia-acción, interior-exterior, etc. Igualmente, es su mayor debilidad, porque precisamente se presta con facilidad inmensa para las mayores libertades y abusos conceptuales que desembocan en abstracciones teóricas insatisfactorias que se imponen de antemano al análisis y simplifican, en vez de recoger y valorar, la diversidad de la experiencia social. En lo que sigue sugiero que las ciencias sociales y humanas pueden y deben aprender de esa voluntad transgresora sin necesariamente caer en los abusos mencionados. Por ello digo que más que salvaguardar la categoría de trauma, me interesa ofrecer diversos tipos de análisis que, de una u otra manera, aprovechan y elaboran esa capacidad de convergencia del concepto para aproximarse a las experiencias de devastación masiva. Mi 18 Esta misma pluralidad de sentidos es reseñada por los autores del Diccionario de psicoanálisis en las entradas para “Trauma” y “Neurosis traumática”. Véase J. Laplanche & J.-B. Pontalis (1993). El trauma social como campo de estudios 31 discusión está organizada en tres apartes: acontecimientos y experiencias, memorias y legados, y testimonio, arte y política, en un intento por recoger y elaborar esa plasticidad del concepto19. De paso, busco aportar un pequeño grano de arena a la discusión y, sobre todo, a sus posibles usos en nuestros países, lugares donde, como dice Samuel Beckett, pesa el olvido/ suavemente sobre los mundos innominados20. I. Eventos, acontecimientos y experiencias Algo ocurrió en Auschwitz Habermas Como ya vimos, uno de los legados de la elaboración freudiana es la coexistencia de dos modelos etiológicos y sus correspondientes terapéuticas. Por una parte, el abandono de la teoría de la seducción privilegia la disposición y la historia psíquica del sujeto; por otra, la idea de neurosis traumática que Freud elabora principalmente en Más allá del principio del placer nos presenta el llamado modelo económico por medio del cual un evento externo que golpea al sujeto propicia, durante un periodo relativamente breve, un crecimiento de estímulos excesivo. Ambas formulaciones tienen sus seguidores en las diversas definiciones del trauma social. Así, un grupo de sociólogos e investigadores de las ciencias sociales —entre los que se encuentran Robert Jay Lifton, Kai Erikson, Charles F­igley, Saul Friedlander, y Berel Lang— insisten en que hay eventos extremos o límites cuya experiencia no es fácilmente asimilable por la comunidad por sus efectos desestructurantes, su capacidad de infligir sufrimiento, su mismo carácter socialmente inédito Estos eventos, dice Eric Santner, necesitan ser teorizados bajo el signo de trauma masivo, lo que quiere decir que “deben ser confrontados y analizados en su capacidad de poner en peligro y abrumar la composición y 32 19 Debe tenerse en cuenta en todo momento que estas tres dimensiones no son experiencialmente separables. 20 Agradezco a Maite Yie por regalarme este bello texto de Beckett, tomado de la edición de Quiebros y poemas, publicada en 1998 por Ardora Ediciones. Parte I. El trauma social como campo de estudios coherencia de identidades individuales y colectivas” (hpp, pp. 151). La amenaza, señala el psicoanalista clínico Dori Laub, hace que el trauma sea un evento que se vive de manera particularmente intensa: [...] tiene lugar fuera de los parámetros de la realidad “normal”, tales como la causalidad, la secuencia, el tiempo y el espacio. El trauma es, por tanto, un evento que no tiene principio ni fin, ni antes, ni durante, ni después. Esta ausencia de categorías [...] lo deja fuera [...] del ámbito de la comprensión, del recuento y del dominio21. Para estos investigadores encarar los eventos traumáticos significa sobreponerse al golpe que la sociedad sufrió y reparar los daños del tejido social causados por el evento. Por otra parte, los sociólogos constructivistas Jeffrey Alexander, Neil Smelser, Ronald Eyerman y otros critican esa visión y la califican de “falacia naturalista”. Neil Smelser señala que “ninguna situación o acontecimiento histórico discreto cualifica en sí mismo como trauma cultural, y la variedad de acontecimientos o situaciones que pueden convertirse en traumas culturales es enorme” (tpc, pp. 35). En efecto, el trauma social es una dimensión de la experiencia asociada a acontecimientos históricos, colectivamente percibidos y validados como traumáticos o, como señala Alexander, “el trauma es una atribución mediada socialmente” (tci, pp. 8). La reflexividad constitutiva del proceso de construcción colectivo diferencia el trauma social de las patologías individuales. Así pues, experimentar un trauma se entiende como un proceso mediante el cual colectivamente se define el daño doloroso, se determina la víctima, se atribuye responsabilidad y se asignan las consecuencias morales, ideológicas y materiales. Si a una experiencia terriblemente amenazante “no se le puede asignar un afecto negativo, entonces no se puede calificar como [traumática]” (tci, pp. 40). Para este grupo de sociólogos cuando “los significados estructurados de una colectividad se ven bruscamente 21 Traducción de [...] place outside the parameters of “normal” reality, such as causality, sequence, place, and time. The trauma is thus an event that has no beginning, no ending, no before, no during and no after. This absence of categories puts it outside [...] the range of comprehension, of recounting and of mastery (Felman & Laub, 1992: 68-69). El trauma social como campo de estudios 33 desplazados, se asigna una condición traumática a un acontecimiento. Son los significados los que proporcionan el sentido de estar sufriendo un shock y de estar atemorizados, y no los acontecimientos en sí” (p. 138). La crítica de Alexander a la falacia naturalista es ineludible en tanto reivindica la importancia de los procesos culturales en las transformaciones sociales, algo que la teoría mecanicista del golpe devastador subordina a la violencia que viene de afuera. Sin embargo, su propuesta tiende a relegar el lugar y la naturaleza de la violencia a favor de las instituciones sociales y los libretos culturales en una formulación que no encuentra resolución satisfactoria y nos dice muy poco en últimas sobre la naturaleza particular de esta experiencia: ¿si los eventos son importantes, pero no determinantes, que distingue a un trauma social de una simple crisis? La tensión entre los dos modelos (Erikson y Alexander) nos recuerda la relación suplementaria, sino de oposición, entre el modelo mimético y antimimético que Ruth Leys encuentra en el corazón de todas las formulaciones del trauma y que resulta en un concepto constitutivamente inestable y ambivalente. Ahora bien, si aceptamos la invitación implícita en la lectura deconstruccionista de Leys, es necesario encontrar una fórmula para ir más allá de la oposición entre evento abrumador y sujeto abrumado. La noción de acontecimiento puede ayudarnos en este empeño. Sin querer hacer una oposición entre evento y acontecimiento, el uso que hago de los dos términos refleja ciertas convenciones y debates de las ciencias sociales. La noción de evento aún hoy arrastra la caracterización atomista que en su momento hicieron François Simiand y Lucien Febvre (Simiand, 1903: 1-22)22. Para estos autores, como para buena parte de la historia social, el evento corresponde a un nivel epifenómico y superficial de las lógicas sociales. Según esa mirada, para realmente aprehender las lógicas sociales debemos dejar de lado los eventos y sus tiempos cortos y ponerle atención al nivel de las estructuras y su larga duración. Si Ericson piensa 22 34 Para la posterior caracterización de la idea de evento por parte de Lucien Febvre, véase la discusión desarrollada por T. Stoianovich (1976: 102-103). Para una discusión sobre la noción de acontecimiento y su pertinencia para describir las situaciones conflictivas, véase Ortega Martínez (2008a & 2009). Parte I. El trauma social como campo de estudios el acaecimiento de la violencia desestructurante como un evento que destroza el tejido social, Alexander privilegia —como los Annales— la lógica de las estructuras sociales23. Por su parte, la noción de acontecimiento surge como un intento por superar la dicotomía imperante entre evento y estructura. El acontecimiento se entiende como un momento de ruptura y transformación en las coordenadas tiempo-espacio a la vez que nos remite a un entramado de hechos —más que a un hecho individual— que expresan una lógica social compleja. Al respecto existen dos argumentos, y yo me apoyo en ambos. El primero —quizá mejor representado por el historiador François Furet— propone que la lógica social de ciertas transformaciones sociales —tipo revoluciones políticas— se capta mejor enfocando micro-escenarios en que los significados y las convenciones sociales devienen inciertas y dan paso a nuevas formaciones sociales. Los acontecimientos, por tanto, transforman relaciones sociales de maneras que no podrían ser anticipadas a partir de los nexos causales y los cambios graduales que llevaron a ellos. Furet propone la noción de acontecimiento (en el original en francés événement) para señalar el conjunto de contingencias que conforman la singularidad inesperada conocida como la Revolución Francesa: “[…] ocurre que el acontecimiento revolucionario, en el día que estalla, transformó profundamente la situación anterior e instituye una nueva modalidad de la acción histórica que no está inscrita en el inventario de esta situación” (Furet, 1980: 33). Durante un acontecimiento se desestabilizan categorías socialmente establecidas y se generan contextos fluidos en los que el reforzamiento de sentido juega un papel fundamental en la lógica de cambio social, es decir, 23 Deseo matizar esta oposición que formulo de ese modo con la única intención de lograr mayor claridad y fuerza argumentativa. En todo caso debe quedar claro que Kai Erikson no desconoce la importancia de las estructuras sociales, tal y como se hace evidente en su ensayo aquí incluido. Jeffrey Alexander, por su parte, ha dedicado buena parte de su vida a superar las dicotomías que estoy intentando señalar. Para una declaración temprana en su carrera, véase J. Alexander (1987) y, más recientemente, su excelente colección de ensayos (2003). El trauma social como campo de estudios 35 en los mecanismos que gobiernan la sucesión de un evento por otro. Las grandes explicaciones mecanicistas y estructuralistas (sean economicistas o de cualquier otro orden) simplifican el acontecimiento al imponerle categorías prefabricadas (burguesía, revolución burguesa o proletaria, oligarquía, nacionalismo o, en el caso que analizamos, simplemente imponerle a una situación el rótulo de traumático como si eso lograra explicar algo) y producen una «metafísica de la esencia y de la fatalidad» (Furet, 1980: 33). Ahora, no todos los acontecimientos son traumáticos: ni son simbolizados de la misma manera, ni todas las violencias trabajan sobre el lazo social del mismo modo. Las posibilidades y los modos de asimilar la agresión son radicalmente diferentes si el sufrimiento es causado por vecinos y otros miembros de la comunidad o por agentes externos a la misma; si es el Estado o son individuos asociados a la delincuencia; si la agresión es inesperada o largamente anticipada y temida; si es sostenida o puntual; si agrede objetivos entendidos como legítimos o ataca indiscriminadamente poblaciones vulnerables; etc. La antropóloga Veena Das adopta la noción de acontecimientos críticos (en inglés critical events) para designar la textura emocional de aquellos acontecimientos que además desatan un grado de violencia devastador y son acompañados de una percepción generalizada de sufrimiento injustificado24. Un segundo argumento, mejor representado por Michel Foucault y Gilles Deleuze, propone de manera más radical una estrategia de eventualización para superar, aunque sólo sea provisionalmente, las teleologías propias de los hechos atomizados y de las grandes estructuras25. En esa perspectiva, más que un suceso, el acontecimiento se puede definir como un tipo de trabajo, un modelo dinámico para producir lo social, un deve- 36 24 Das (1995: 5-6)se apropia de la discusión desarrollada por Furet. Para más sobre el trabajo de esta importante antropóloga, véase mi ensayo Rehabitar la cotidianidad (Ortega Martínez, 2008b) y los ensayos recogidos en Veena Das: sujetos del dolor, agentes de dignidad (Ortega Martínez, 2008c). 25 Para una discusión sobre la estrategia de eventualización, véase el ensayo Violencia social y acontecimiento (Ortega Martínez, 2009). Parte I. El trauma social como campo de estudios nir que permite trazar las configuraciones rizomáticas que constituyen la cotidianidad y permite superar la diferencia entre sujeto y objeto, evento y estructura, experiencia y lógica social, violencia y sufrimiento, sin necesariamente llegar a una síntesis totalizadora. En ambos casos (eventualidad y eventualización), enfocar el nivel del acontecimiento se convierte en una forma de acceder a las experiencias de aquellos que sufren, participan y reaccionan a la crisis social. Igualmente significa abarcarlas de tal modo que el sufrimiento, participación y reacción son necesarios para entender el escenario social. De cierto modo la misma polisemia del concepto trauma ya había anticipado la necesidad de proceder de esa manera. Kai Ericson escribe que “el ‘trauma’ se debe comprender como resultado de una constelación de experiencias vitales, además de como un acontecimiento discreto; se debe entender como producto de una condición persistente, además de como un acontecimiento grave” (tc, pp. 65)26. Walter Benjamin, filósofo contemporáneo y crítico cultural de Freud e igualmente fundamental para la elaboración del concepto de trauma cultural, remarcó en 1933 que los soldados regresaron de los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial empobrecidos en su experiencia 27. Si generaciones previas eran capaces de apelar a la experiencia para transformar lo vivido en narración, los soldados llegaban enmudecidos, sus intensas memorias desligadas de la tradición e incapaces de ser elaboradas en historias compartibles. A pesar de la variedad de experiencias que tuvieron en el frente de batalla —el cual, en efecto, constituye un nuevo 26 Resaltado en el original. 27 Véase los ensayos Experiencia y pobreza (1973: 168) y El narrador (1991). En estos y otros textos Benjamin propone tres términos diferentes para designar los diversos tipos de experiencia: Erlebnis para aquella cruda, sin procesar; Erfahrung para designar la orgánica, que se constituye como continuidad, tradición y sabiduría; y, finalmente, el término Erkenntnis para significar la percepción disgregada y fragmentada que resulta de situaciones de caos sensorial e intensidad emotiva como el frente de batalla o la modernidad urbana. Para una apropiación de esta distinción en el contexto de la teorización de la experiencia traumática, véase LaCapra (2004: 117). El trauma social como campo de estudios 37 tipo de barbarie—, a su regreso de la guerra resultaban más pobres que el día de su partida. Según Benjamin, el cambio producido por y en el acontecimiento deja sin utilidad la tradición, es decir, la experiencia recibida, como marco narrativo capaz de dar cuenta de la nueva barbarie. Benjamin señala entonces la aparición y proliferación de experiencias fragmentarias, experiencias que permanecen sin resolución, no asimiladas en el ámbito privado y en la esfera cultural. Ernst van Alphen va aún más allá al reformular semióticamente la noción de trauma, no ya como la proliferación de experiencias truncadas sino como una experiencia fallida. En el ensayo aquí incluido, Experiencia, memoria y trauma, Van Alphen cuestiona la distinción que se hace entre experiencia y discurso, por medio de la cual la primera se considera natural y espontánea y el segundo se percibe como resultado de procesos y mediaciones culturales; a la primera tenemos acceso de manera intuitiva y es garante de la verdad y la objetividad; el segundo es el vehículo que usamos para comunicar la primera y que mantiene una relación de exterioridad con la experiencia. Sin embargo, argumenta Van Alphen, la experiencia es discursiva porque no puede existir previamente al discurso o fuera de éste; aún más, las modalidades y géneros de discurso disponibles en cada contexto constituyen —no simplemente canalizan—un tipo de experiencia y no otro. La subjetividad (es decir, la experiencia que constituye al sujeto) no es previa ni independiente de los discursos: “los sujetos son el efecto del procesamiento discursivo de sus experiencias” (emt, pp. 197). De esto se sigue que el trauma es precisamente aquello que no se realiza como experiencia y “muestra síntomas negativos de la discursividad que define una experiencia «exitosa»” (emt, pp. 198). El silencio, la renuencia a hablar, la dificultad para relatar o contar los sucesos —circunstancias todas aludidas por aquellos que finalmente ofrecen testimonio— no se deben a una condición inherente del lenguaje, sino a que la historicidad del orden simbólico provee los términos a partir de los cuales la vivencia del evento se transforma en una experiencia del mismo. Una experiencia fallida o traumática ocurre cuando los términos simbólicos de los lenguajes históricamente disponibles para 38 Parte I. El trauma social como campo de estudios articular una experiencia no pueden ser movilizados en ese momento en relación con esa experiencia. Sugerente como resulta la formulación de Van Alphen, quedan en el aire algunas preguntas: ¿qué ocurre con esa experiencia fallida una vez que el orden simbólico se halla ajustado a las nuevas exigencias del orden social? ¿Desaparece o permanece silenciosa, reprimida, para regresar posteriormente? ¿Qué tipo de estatuto tiene esa “no experiencia”? ¿Cómo es empírica y analíticamente apreciable? Queda, eso sí, clara la centralidad de la discursividad y, en general, de todas las prácticas de significación como constitutivas de la experiencia y, por lo tanto, del acontecimiento. Abordarlas jamás resulta accesorio para nuestra comprensión del sufrimiento social. II. Memorias, olvidos y legados Escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie… Theodor Adorno Así como las experiencias resultan un nivel fundamental para entender el acontecimiento, ellas, a su vez, no pueden ser pensadas sin los procesos de representación, apropiación y resignificación que llamamos memoria. De hecho, según Alexander y Smelser, para el trauma cultural no es suficiente que un proceso social sea terriblemente destructor; tampoco es suficiente una representación de ese proceso como terrible y destructor. Es absolutamente necesario que esa representación se haga de manera efectiva, convincente y contundente ante un grupo significativo de la población respectiva. Es necesario, en suma, que se produzca una memoria colectiva del suceso como evento traumático. Buena parte de la reflexión sobre el trauma ha girado en torno al tipo de memorias que produce, la intensidad emocional que las caracteriza, su comportamiento enigmático, el mecanismo de la percepción diferida o nachtraglichkeit, el carácter literal que parece definirlas, las pesadillas y flashbacks. Sin embargo, estas descripciones son todas típicas de la El trauma social como campo de estudios 39 memoria individual y la noción del trauma social nos remite necesariamente al ámbito de la memoria social o grupal28. Ahora bien, la idea de memoria colectiva es controvertida. Para algunos analistas los grupos sociales no recuerdan, conmemoran; hablar de memoria colectiva es metaforizar ilegítimamente un concepto que describe adecuadamente un proceso individual29. Sin embargo, sin caer en los excesos que significaría trasponer al colectivo el funcionamiento del individuo, podemos pensar que las sociedades en efecto recuerdan y que este proceso no se puede entender como la simple suma de memorias individuales. De hecho, el recuerdo social mantiene una relación simbiótica con la memoria privada, pero la primera tiene procedimientos y dinámicas diferentes a los de la segunda. Maurice Halbwachs acuña el concepto de memoria colectiva en 1925 para designar los modos en que la memoria es compartida y reproducida socialmente. En trabajos posteriores Halbwachs identificó los marcos sociales de la memoria para designar el soporte social que es necesario para el recuerdo y también los modos en que la memoria necesariamente responde a su contexto de producción30. Sin embargo, los estudios sobre la memoria social logran apenas en años más recientes un desarrollo importante. Es de destacar que los estudios sobre las memorias de eventos traumáticos y sus conmemoraciones, tales como Hiroshima, la ocupación alemana en Francia o Polonia, el apartheid en Sudáfrica o las dictaduras argentina y chilena, han sido motores importantes en el desarrollo conceptual del término31. Buena parte de esa memoria está alimentada por relatos que elaboran y tematizan de manera creativa 40 28 Para una descripción de las llamadas memorias traumáticas, véase en particular el capítulo 7 Emotional Memories: When the Past Persists, del mágnifico libro de D. Schacter (1996: 192-217). 29 Véase S. Sontag (2003: 100). 30 Véase M. Halbwachs (2004a). 31 Para una muy buena apreciación reciente de la relación de estos términos, véase D. Levy & N. Sznaider (2006). Traigo a colación solo uno de los muchos textos referenciales por su importancia para el contexto latinoamericano: E. Jelin (2002). Parte I. El trauma social como campo de estudios no sólo lo que ‘realmente’ ocurrió, sino el contexto y las preocupaciones de los recordantes y sus entornos en el presente32. En un libro que es ya un clásico del tema, Paul Connerton (1989, 6-40; 72-104) señala cómo la memoria no se refiere exclusivamente a la comunicación narrativa o verbal. El cuerpo incorpora gestos, tics, poses, que constituyen un cierto tipo de memoria arraigado en las prácticas del día a día, los rituales y las conmemoraciones. Así pues, las memorias sociales son procesos tanto discursivos como corpóreos o incorporados y movilizan recursos emocionales, cognitivos y físicos con el objetivo de construir una actualización socialmente compartida de eventos pasados; sus modalidades son las representaciones y las inscripciones del pasado. Dos características significativas distinguen —por lo menos en grado— las representaciones traumáticas de otro tipo de memorias colectivas: la intensidad emocional y la disputa por su significado. Hayden White escribe que estas experiencias exhiben un grado de intensidad que: […] simplemente no pueden ser olvidadas ni desechadas ni, por el con- trario, recordadas adecuadamente, lo que quiere decir que su significado no logra ser identificado claramente y sin ambigüedades, y contextualizado en la memoria grupal de tal modo que no afecte las capacidades del grupo para enfrentar el presente y mirar hacia el futuro, libre de sus efectos debilitadores33. Esa intensidad emocional explica la dialéctica de memoria-olvido que caracteriza buena parte de las descripciones de la memoria traumática34. 32 Véase Memory and the Event en A. Portelli, (1991: 1-26). Más recientemente, véase el excelente libro de P. Riaño Alcalá (2006). 33 H. White (2000: 69). Mi traducción de they cannot simply be forgotten and put out of mind or, conversely, adequately remembered, which is to say, clearly and unambiguously identified as to their meaning and contextualized in the group memory in such a way as to reduce the shadow they cast over the group’s capacities to go into its present and envision a future free of their debilitating effects. 34 En un ensayo anterior intenté desarrollar con mayor detalle esta relación. Véase Ética e historia: una imposible memoria de lo que olvida (Ortega Martínez, 2004). El trauma social como campo de estudios 41 Por una parte el recuerdo emerge siempre del olvido, la inevitable, diríamos, sistemática relegación del pasado en función de un presente que vive35. Ahora, en el caso del recuerdo traumático existe, en adición, un infructuoso esfuerzo por olvidar. Precisamente por ello, allí es donde se necesita olvidar más vehementemente y donde el poder y la complacencia demandan de manera más insistente el olvido; allí es donde el sujeto, fracturado, traumatizado, quiere encontrar un alivio en el olvido, allí acaece de manera más patente la memoria, aun cuando sea de manera disimulada. Barnor Hese, crítico afronorteamericano especialista en el legado de la esclavitud en las Américas, escribe que “el recuerdo ocurre más insidiosamente en aquellos lugares en que es intensamente disputado e ineludiblemente traumático, y donde un tremendo deseo de olvidar se enfrenta a la imposibilidad de hacerlo”36. Y, por el contrario, el presente nos enseña que se hace necesario sospechar de las memorias más ciertas, las rememoraciones más vigorosas y oficiales, las declaraciones que insisten en su estatuto de verdad irrebatible, pues allí es donde precisamente la representación del pasado resulta altamente sospechosa. Como resulta evidente, esa intensidad emocional no significa un acuerdo o concordia sobre los significados de esa memoria. Una memoria colectiva es ante todo una lucha de significados, abiertamente política, con la que se hace posible —o imposible— reconocimientos sociales, reparaciones simbólicas y dignificación. Es, por eso mismo, un escenario para la naturalización y legitimación de la agresión y el desconocimiento del sufrimiento social o, al contrario, para la instauración de nuevos límites éticos y morales contra la violencia37. Pero esto no ocurre en el vacío, ni entre contendientes iguales. Al contrario, estas disputas ocurre en arenas institucionales diversas —la esfera legal, académica, estética, religiosa, el 42 35 Paul Ricoeur desarrolla la idea del olvido como parte dialéctica del recuerdo (Ricoeur, 2003). En especial, véase la parte del capítulo 3 titulada El olvido de la sección La condición histórica. También, J. Candau (2006). 36 Mi traducción del aparte Remembering Occurs Most Profoundly Where it is Intensely Contested and Inescapably Traumatic, And Where a Compelling Desire to Forget Confronts the Impossibility of Doing So, de B. Hesse (2002: 143). 37 Agradezco las observaciones precisas de Ronald Villamil sobre este punto. Parte I. El trauma social como campo de estudios mundo del espectáculo y entretenimiento, &c.— a las cuales no todos los actores tienen el mismo grado de acceso38. El trauma cultural está ligado a una profunda disonancia moral entre la legitimidad social y el sufrimiento social, disonancia que también cobra dimensiones cognitivas, ideológicas y emocionales. De ese modo, la construcción del trauma comienza con la “pretensión de haber sufrido algún daño primordial, la expresión manifiesta de la profanación sobrecogedora de algún valor sagrado, una narrativa acerca de un proceso social terriblemente destructivo y una demanda de reparación y reconstitución emocional, institucional y simbólica” (Alexander, pp. 139). Agrego ahora que el concepto de trauma cultural, con todas las imprecisiones que pueda tener, designa de manera efectiva el quiebre o la repentina ‘fragilización’ que ocurre en uno o varios de los metarrelatos que hacen posible y le dan sentido al ordenamiento social39. No es extraño, entonces, que los miembros de comunidades que padecen un alto grado de sufrimiento social sin que logren encontrarle una justificación moral, articulen la vivencia del conflicto como la debacle de las jerarquías sociales, visión que resumen con la conocida frase de que “el mundo está al revés”40. 38 Para un estudio interesante sobre el papel de los medios de comunicación y del arte en la atribución del trauma, véase E. A. Kaplan (2005). 39 Llamo metarrelatos al sentido de orden social fundamental que surge en función de las cadenas significantes y que se expresan a través de jerarquías como las expresadas por el régimen de la Ley (y no por la autoridad de un padre, de un dios, de un rey o del mando civil), del Otro (y no por las diferencias de género, de raza o de clase), del Grupo (y no por la pertenencia a colectivos étnicos o sociales, a una nación, ciudad, &c.), del placer (y no por la normatividad propia de un régimen social determinado). En ese sentido, mi uso del concepto difiere marcadamente del de Lyotard, para quien las metanarrativas son los relatos totalizantes de la historia y los fines de la humanidad que autorizan y legitiman el saber y las prácticas culturales. Véase J. F. Lyotard (1992). 40 La figura del “mundo al revés” registra un mundo desarticulado. Por ello, sintetiza la economía moral del relato social al inscribir, por negación, el orden del mundo. Ernst Curtius rastrea la historia de este tropo poético desde la antigüedad tardía. Sostiene que la historia estaba originalmente conectada con los ciclos de renovación, pero que gradualmente se convirtió en otra cosa. Según él, ella se encontraba asociada a la crítica social durante el Medioevo y con la tradición cómica durante El trauma social como campo de estudios 43 Todo esto implica que la memoria colectiva funcione como un espacio de negociación entre los diversos intereses que hacen parte de una sociedad determinada y por medio de la cual se instituye la hegemonía. Pensar la hegemonía significa reconocer que existe un rango de posibilidades de representaciones de esos pasados41. Cierto tipo de representaciones se tornan legítimos y ciertos otros ilegítimos o inconcebibles. Pero aún aquellas memorias que son señaladas ilegítimas, e incluso expulsadas de la esfera pública (en la medida en que tienen un arraigo particularmente fuerte y son compartidas por un grupo social que se entiende a sí mismo como injustamente sometido a violencias devastadoras), sobreviven clandestinas. Por eso, precisamente, la lucha de significados no se puede entender sin las comunicaciones que ocurren ocultas e inaudibles para el poder y las memorias no discursivas. Las primeras —recuerdos alternos, muchas veces recuerdos disidentes—sobreviven al margen de la memoria oficial y aun cuando no logran el estatuto de memoria reconocida, informan leyendas, rumores, chismes y otros tipos de comunicaciones anónimas42. Las segundas, como los hábitos, los rituales el Renacimiento; véase E. R. Curtius (1976, 94-98). A comienzos del siglo xvi, Erasmo invocó el mundo al revés en su Elogio de la locura (1509) para describir la crisis del mundo cristiano. Un siglo más tarde, Guamán Poma de Ayala hará uso de la misma imagen en El primer nueva corónica y buen gobierno (c. 1615) para significar la terrible crisis del mundo colonial andino. 44 41 Uso el concepto de hegemonía en el sentido gramsciano de negociación. Hegemonía, por lo tanto, no se refiere a un proceso por medio del cual un grupo social poderoso impone de manera unilateral y forzada su voluntad sobre el resto de la sociedad. Al contrario, tal y como nos recuerda William Roseberry, “el valor del concepto [de hegemonía] reside en que ilumina las líneas de debilidad y división, de las alianzas amorfas y de las fracciones de clases incapaces de hacer que sus intereses particulares se presentaran como los intereses de una colectividad más amplia” (Roseberry, 1995: 225). 42 Tomo el concepto de transcripciones ocultas de James Scott para identificar la actividad que ocurre en aquellos escenarios y por medio de unos agentes que se constituyen en oposición o alternancia a la esfera pública. Véase J. Scott (1990: 13-15). Es importante señalar que hoy en día esas memorias ganan una audiencia internacional importante a través de las múltiples ong y la emergencia de una sociedad civil global. Parte I. El trauma social como campo de estudios y el mismo cuerpo humano integran la memoria social en las prácticas incorporadas y los saberes recibidos o tradicionales43. Finalmente, una comprensión crítica de la memoria social también debe tener en cuenta la directa interdicción de ciertas representaciones, consideradas indeseables o peligrosas, lo que lleva, en regímenes de terror, a la producción de lo no-dicho, el refugio de la memoria en el ámbito de lo privado, donde genera miedo y parálisis y organiza subrepticiamente el espacio discursivo (Taussig, 1992: 48). Estos contextos de terror —evidentes, por ejemplo, en amplias zonas rurales de Colombia— han sedimentado una cultura del miedo en la que la producción de lo no dicho inhibe no sólo el testimonio, sino las facultades discursivas que lo hacen posible. Esas estructuras de terror, implementadas con la connivencia o impotencia del Estado, literalmente paralizan y permiten monopolio de la narrativa social por unos pocos e interesados actores sociales. Agreguémosle a esto el ya señalado carácter inacabado del acontecimiento, evidente en su contundente capacidad para proyectarse a futuros presentes y convertirse en un referente ineludible para la construcción de nuevas legitimidades. La frecuencia de la invocación, casual o más formal, de políticos e intelectuales a momentos de gran conflictividad social —pienso, por ejemplo, en el papel que ha jugado la Revolución Mexicana en la constitución de nuevas legitimidades posteriores o, por otra parte, la urgencia o pasividad con que los gobiernos argentinos postdictatoriales consideraban los antiguos golpistas, o incluso la actual discusión en torno a los supuestos beneficios derivados del proyecto paramilitar en Colombia— evidencian la imperiosa necesidad de las sociedades de arrestar su polisemia y fijarles un sentido, ubicarlas, si fuera posible, dentro de una gran teodicea. La fuerza emocional y la conflictividad social explican la facilidad y urgencia con que se crean lugares de memoria y la parcialidad y ferocidad con que los significados de esos sitios se disputan44. Frank Ankersmit en 43 Véase en particular el capítulo 3, Bodily Practices, de Connerton (1989: 72-104). 44 Este es un tema que ha sido muy bien documentado para el caso de la Primera Guerra Mundial. véase J. Winter (1998). Dos compilaciones recientes que examinan los complejos procesos de memoria en lugares y situaciones diversas son El trauma social como campo de estudios 45 el ensayo El recuerdo del Holocausto: duelo y melancolía y el de James Young, Memoria y contra-memoria, ambos aquí incluidos, documentan la manera en que esta conflictividad informa el diseño, construcción y consumo de los memoriales del Holocausto en Israel y diversas ciudades alemanas y de Europa, respondiendo a contextos y polémicas muy locales. Las disputas abarcan desde las opciones estéticas hasta la vida social del monumento y surge de la interacción, a menudo inesperada, de los visitantes y habitantes de la ciudad con sus lugares de memoria. Evidentemente el evento conmemorado no dota de significado los procesos de memorialización; más bien los procesos colectivos que van dando paso a la elaboración de memorias sociales construyen, en primer lugar, un significado del evento. Como veremos más adelante esas características de la memoria traumática —su condición mediada, su intensidad y su carácter polémico— informan, igualmente, el papel del arte y la literatura en la producción del trauma social y las posibles respuestas a éste. La creación de una cierta memoria compartida significa igualmente la constitución de unos legados, es decir de unas memorias sedimentadas. Esos legados funcionan no sólo como unas representaciones más, sino como estructuras que ordenan un campo de representaciones sociales determinado. Uno de esos legados es la forma trastornada en que funciona el tiempo. En efecto, estudios han documentado el modo en que la memoria de violencias pasadas trabaja sobre las relaciones sociales actuales como si esa violencia tuviera el sentido de un “pasado continuo”45. Según Veena Das, No es sólo el pasado el que tiene un carácter indeterminado. El presente también se convierte en el lugar en el cual los elementos del pasado que fueron rechazados —en el sentido que no fueron integrados en una comprensión The Politics of War Memory and Commemoration, editado por T. G. A­shplant, G. Dawson & M. Roper (2000) y Places of Pain and Shame. Dealing with ‘Difficult Heritage’, editado por W. Logan & K. Reeves (2008). 45 46 Para complementar, puede remitirse al ensayo Wittgenstein y la antropología de Veena Das (Ortega Martínez, 2008c: 312-313). Parte I. El trauma social como campo de estudios estable del pasado— pueden repentinamente asediar el mundo con la misma insistencia y obstinación con que lo real agujerea lo simbólico46. La definición lacaniana de trauma —lo real que irrumpe y perfora lo simbólico— nos remite a un nuevo ordenamiento en el que el pasado coexiste e incluso agobia efectivamente el presente de tal manera que su inscripción en el registro de la memoria y la historia es a la vez solicitado y frustrado: el trauma “no [se] deja olvidar por nosotros. El trauma reaparece en ellos, en efecto, y muchas veces a cara descubierta” Lacan (1987: 64)47. Ese funcionamiento peculiar del tiempo incide necesariamente en un segundo legado de los acontecimientos traumáticos que deseo mencionar: la creación o disolución de identidades. Si el trauma social es “una experiencia que amenaza la identidad” (Smelser, p. 40 inglés; véase pag. 16), entonces dos son sus posibles legados: debilitamiento o disolución de una identidad establecida o promoción o consolidación de una nueva identidad. En primer lugar, el trauma puede debilitar o hacer inviable una identidad establecida cuando los elementos que la constituyen se hacen insostenibles en el nuevo contexto de recuperación. Los estudios tempranos de los Mitscherlich indicaban la dificultad o renuencia de muchos alemanes de posguerra para aceptar su propia participación o la de sus padres en la construcción y sostenimiento del régimen nazi. Esta denegación llegó a niveles insoportables y a comienzos de la década de los años sesenta una nueva generación de jóvenes alemanes se rebeló y forzó un proceso de desnazificación, una de cuyas expresiones más encontradas fue el rechazo de todo sentimiento nacionalista. Sin embargo, incluso a pesar del éxito de ese proceso, las dificultades continúan, casi diríamos hasta el presente, y se manifiestan esporádicamente, como ocurrió durante 46 Mi traducción de: It is not only the past that may have an indeterminate character. The present too may suddenly become the site in which the elements of the past that were rejected in the sense that they were not integrated into a stable understanding of the past, can suddenly press upon the world with the same insistence and obstinacy with which the real creates holes in the symbolic (Das, 2007: 134). 47 He desarrollado este punto en el ensayo La ética de la historia: una imposible memoria de lo que olvida (Ortega Martínez, 2004). El trauma social como campo de estudios 47 el célebre Historikerstreit, o debate entre historiadores, llevado a cabo entre 1986 y 1989 y en el que terciaron conocidos intelectuales sobre el lugar y la responsabilidad del pasado nazi para los alemanes del presente48. Pero el trauma también propicia la creación de nuevas identidades o la revisión y re-invención de identidades colectivas previas. Para Kay Ericson las víctimas encuentran la posibilidad de construir lazos silenciosos, que los identifican, sin necesidad de entrar en explicaciones, como supervivientes, miembros de la misma sombría familia. Por otra parte, y de manera significativamente diferente, Ron Eyerman propone en su artículo aquí incluido que la memoria de la esclavitud se convierte en una referencia ineludible para los intelectuales afroamericanos de la posguerra, la mayoría de los cuales no tienen ninguna memoria directa de la esclavitud. La producción del trauma cultural de la esclavitud para ese grupo de intelectuales afroamericanos resulta una estrategia fundamental en la construcción de una identidad afronorteamericana capaz de llevar a cabo las movilizaciones políticas que resultaron en los movimientos de los derechos civiles y el Black Power. III. Testimonio, arte y política Nadie testimonia por el testigo Aureola de cenizas, Paul Celan (2002: 35) Hasta ahora he examinado la noción de trauma social en su dimensión de acontecimiento, las experiencias y las memorias que lo constituyen, y los legados con los que éste continúa labrando presentes. Pero la experiencia traumática también se puede examinar a la luz de las plausibles respuestas que admite, exige o posibilita. Tales respuestas están condicionadas debido a que el trauma no es simplemente una experiencia de gran intensidad 48 48 Algo similar se puede decir de la manera en que las sociedades latinoamericanas han tradicionalmente recusado la responsabilidad histórica que les compete por casi 500 años de conquista y ocupación de tierras indígenas y 400 años de esclavitud de los africanos importados o nacidos en sometimiento. Parte I. El trauma social como campo de estudios emocional; además, es una experiencia de gran intensidad intelectual, que produce una crisis del saber y de la representación. A principios de la década de los años ochenta Jean-François Lyotard escribió— a propósito del ya citado debate de historiadores— que el efecto de Auschwitz había sido como el de un terremoto que destruyó los instrumentos sismográficos destinados a medir su intensidad. Su especificidad no puede ser aprehendida con las herramientas del conocimiento moderno; su ocurrencia instituyó en los procedimientos del saber disciplinario un differend, una diferencia insoluble en la argumentación, sólo soluble con la eliminación de uno de los términos49. Esta imagen de lo que podríamos llamar el evento paradigmáticamente traumático de la cultura occidental es retomada por teóricos posteriores. Así, Cathy Caruth reelabora un viejo motivo freudiano y caracteriza las experiencias traumáticas por su dimensión enigmática: El trauma no se puede ubicar en el evento violento u original del pasado […], sino en el modo en que su naturaleza inasimilable —el modo precisamente en que no es conocido en la primera instancia— regresa más tarde para asediar al sobreviviente50. El trauma aparecería impermeable a los esfuerzos por conocerlo; la intensidad y recurrencia de las memorias, su carga perturbadora, no necesariamente aclaran el enigma del acontecimiento. Por su parte, Hayden White define las experiencias traumáticas como aquellas que se resisten a las categorías y convenciones existentes para asignarles significado: […] estos eventos no se prestan para explicación en términos de las categorías de la historiografía humanista tradicional, que presenta la actividad de agentes humanos como completamente consientes y moralmente res49 Lyotard (1991). Para una discusión sobre la relevancia filosófica y política del concepto trauma para “pensar nuestra época”, véase Sharpe, Noonan, & Freddi (2007). 50 Caruth (1996: 4; 153-154). Mi traducción de: Trauma is not locatable in the simple violent or original event in […] [the] past, but rather in the way that its very unassimilated nature –the way it was precisely not known in the first instance– returns to haunt the survivor later on. El trauma social como campo de estudios 49 ponsables por sus acciones y capaces de discriminar con toda claridad entre las causas de los eventos históricos y sus efectos en el largo y corto plazo de acuerdo al sentido común51. Aunque el objeto de la crítica de White en este caso es la historiografía humanista, las objeciones se formulan por igual a las pretensiones cientificistas de las ciencias sociales. No es —como algunos críticos se apresuran a afirmar— que la verdad haya desaparecido; es que la capacidad de conocer y comunicar esa verdad se ha puesto en tela de juicio. Por ello, el concepto de trauma registra —en conjunto con la crisis producida por el acontecimiento histórico— la crisis del saber, en particular en las ciencias sociales y humanas. También por eso, precisamente, no podemos dejarnos abatir por lo que la historiadora Inga Clendinnen (1999: 163-184) llama la melancolía y el empobrecimiento de la imaginación y la voluntad que nos afecta al enfrentarnos a actos de violencia extrema. En las secciones anteriores notamos la necesidad de examinar el acontecimiento desde las experiencias y memorias sociales a través del análisis de los discursos y las representaciones. Uno de esos discursos, fundamental en el caso de experiencias de devastación masiva, es el testimonio, es decir el relato de los hechos producidos por las víctimas 52. Admitamos desde el principio que el testimonio es una respuesta paradójica a la crisis del conocimiento. La paradoja, que es igualmente una insoportable tensión, es constitutiva del campo testimonial en tanto el testimonio es un relato amenazado por la radical ausencia de su agente: el testigo. El verdadero testigo es quien no puede dar testimonio: el verdadero testigo de las desapariciones es aquel que está ausente; del se- 50 51 White (2000: 71). Mi traducción de Moreover, these kinds of events do not lend themselves to explanation in terms of the categories underwritten by traditional humanistic historiography, which features the activity of human agents conceived to be in some way fully conscious and morally responsible for their actions and capable of discriminating clearly between the causes of historical events and their effects over the long as well the short run in relatively commonsensical way. 52 Un desarrollo más elaborado de la figura del testigo y del testimonio se encuentra en la sección Testimonio y conocimiento envenenado del capítulo Rehabitar la cotidianidad (Ortega Martínez, 2008c: 39-49). Parte I. El trauma social como campo de estudios cuestro, el que está en la selva; de la masacre, el que ya no está. Aquel que en efecto ofrece testimonio lo hace en virtud y a pesar de quien no puede hacerlo. De ese modo, el testimonio siempre atestigua el proceso radical de de-subjetivación que le da vida, es precisamente la de-subjetivación que habla, la imposibilidad radical que constituye su fuerza elocutiva. El problema principal es cómo escuchar esa aporía y cómo comunicarla . El acercamiento al testigo no puede ser simplemente instrumental. Ciertamente el testimonio es una herramienta inevitable para quien pretende entender lo que de manera indiferenciada se percibe como las «víctimas». Su escucha nos permite acercarnos a la perspectiva, el lenguaje y las prácticas de los sufrientes, los modos en que estos padecen la violencia, la perciben, persisten y resisten; recuerdan sus pérdidas, les hacen duelo y reconstruyen sus relaciones cotidianas; la evaden o se ven obligados a coexistir con ella; la usan para negociar u obtener reductos de dignidad (a veces de manera poco evidente); y sobrellevan la huella de la violencia de una manera que no siempre aparece perceptible para quien proviene de fuera. 53 Sin embargo, además de nombrar las violencias, el testimonio también adelanta el duelo y establece una relación con otros. Es decir, para comprender el funcionamiento del testimonio debemos apelar tanto al orden de la pragmática como al de la semántica. En un libro ya clásico del tema, Dori Laub y Shoshana Felman constaron esa aporía al interior del testimonio durante su trabajo en el Archivo Fortunoff de la Universidad de Yale, una enorme colección de testimonios de los sobrevivientes del Shoa. Algo los sorprendió notablemente. Los testigos señalaban una y otra vez cómo el acto de dar testimonio, de contar, de hablar, los transformaba, les permitía revisitar esa experiencia muda por el tiempo y conocerla, esta vez de manera nueva. Laub y Felman escribían: Este conocimiento o autoconocimiento no es un hecho anterior al testimonio ni un saber residual producto de éste. Por su propia cuen- 53 Para el desarrollo de una nueva ética basada en la escucha, véase el texto de Chun (2002). El trauma social como campo de estudios 51 ta este saber no existe; ocurre sólo a través del testimonio: no puede separarse de él 54. Ese acto por medio del cual se adquiere un saber inesperado es reparador. El testimonio se revela, entonces, como un proceso de reconstrucción, a través de las palabras, del mundo des-hecho, un proceso que permite tejer lo que la violencia había rasgado, hilvanar nuevamente los futuros aniquilados previamente55. Una lectura atenta del testimonio debe abrirnos simultáneamente a la cotidianidad del acontecimiento y al testimonio en tanto acontecimiento. Si el proceso de reparación pasaba por ofrecer testimonio, éste es mucho menos un vehículo de comunicación, una herramienta de conocimiento, que un acto constitutivo del saber. De hecho, el valor del testimonio radica no sólo en la posibilidad de señalar la pérdida, sino que fundamentalmente pone en evidencia el temple y la recursividad de los seres humanos para sobrellevar el sufrimiento, para apropiarse de las perniciosas marcas de la violencia y re-significarlas a través del trabajo de domesticación, ritualización y re-narración. Esta voluntad de vida agita el tiempo y lo pone en circulación de nuevo e inicia un modo de estar “en el que el tiempo no permanece congelado sino que se le permita hacer su trabajo”56. De ese modo, el testigo es co-productor de vida y del saber. Pero dar testimonio también significa establecer una relación con otro. Por medio del testimonio se forja una comunidad coral, una memoria 52 54 Traducción de: This knowledge or self-knowledge is neither a given before the testimony nor a residual substantial knowledge consequential to it. In itself, this knowledge does not exist, it can only happen through the testimony: it cannot be separated from it (Felman & Laub, 1992: 51). Véase también Scarry (1985). 55 Para un grupo de jóvenes historiadores y activistas en Colombia, este ejercicio de nombrar constituye el primer acto en una política de la memoria que hace de la historia una condición fundamental de la ciudadanía. Maite Yie (2009), miembro del grupo, escribe: “Narrar, nombrar y conmemorar –incluyendo la conmemoración de lo asesinado y la execración de su asesinato detrás de ciertos rituales de duelo– son actos inseparables del ejercicio de la ciudadanía. Los historiadores deben hacer historia para ejercer como ciudadanos y los ciudadanos para hacerlo deben hacer historia”. 56 Veena Das, Trauma y testimonio (Ortega Martínez, 2008c: 153). Parte I. El trauma social como campo de estudios viva que recupera el presente al construir una memoria colectiva. Pero el testimonio, a su vez, también requiere, para su éxito, un receptor solidario. Y a quien sabe escuchar, le permite hacerse presente en un momento de crisis en el que se requiere presenciar. La escucha le permite al investigador, artista y activista hacer un atestiguamiento en segundo grado y por tanto participar en el ejercicio de reparación a través del trabajo de la memoria. En efecto, para quienes no somos testigos directos, el testimonio —como proceso de conocimiento, reparación y construcción de comunidad— nos obliga a pensar el tema de la representación con mayor cuidado. A partir de la crisis de conocimiento ya reseñada, algunos críticos han indicado que el trauma se ubica en el límite, más allá del lenguaje. Según esa posición, no puede ser reproducido más que de modo muy restrictivo, ya que la extremidad de los eventos y el colapso simbólico es de tal magnitud que nuestros recursos socioculturales se hallan radical y definitivamente empobrecidos. Por otra parte, el acto violento es considerado desde todo punto de vista moral y éticamente abominable y se convierte en un referente de ignominia absoluto, adquiriendo así un carácter icónico de lo que nunca más debe ocurrir. Berel Lang es quizá el historiador más conocido que mantiene la tesis de que la naturaleza de ciertos acontecimientos —en este caso los que resultan en el Holocausto nazi— exige que sean representados de manera restrictiva, fáctica y literal. Cualquier otro tipo de representación, sea en el campo de la literatura, el arte, cine o en la misma historia, corre el riesgo de la estetización y, según Lang, de banalizar el evento traumático. Valga la pena recordar en este momento el artículo de Van Alphen que señala que la representación —y, por lo tanto, la experiencia, pues recordemos que la primera constituye a la segunda— no tiene términos fijos ni absolutos, sino que es variable históricamente. No es que el Holocausto, las desapariciones forzadas o las masacres paramilitares sean en sí mismos irrepresentables o toquen los límites propios del lenguaje; más bien lo que sucede es que la naturaleza de lo que ocurrió “no es cubierta de ninguna manera por los términos y las posiciones que el orden simbólico les ofrece” (emt, pp. 199). De ese modo, la dificultad para narrar se constituye en El trauma social como campo de estudios 53 una condición histórica —y no un impedimento estructural— que eventualmente puede ser superada al reajustar el proceso y los mecanismos de la representación y la experiencia57. En 1992 Saul Friedländer editó un libro, Probing the Limits of Representation, en el que distinguidos historiadores y filósofos acotaron los términos del debate. De manera reveladora, la mayor parte de los ensayos recogidos en el libro responden a la propuesta de Lang y señalan la posibilidad —y necesidad— de representar, de diversas formas, las llamadas experiencias límites. Si en efecto el acontecimiento traumático implica una crisis de conocimiento, esto, a su vez, nos conduce a una crisis de representación, la cual, al tiempo, nos obliga a usar diversas estrategias retóricas, narrativas discursivas que nos permitan, literalmente, que esa experiencia ocurra. En el volumen que aquí presento Hayden White, Eric Santner, Frank Ankersmit, Andreas Huyssen y James Young proponen y exploran el uso de estrategias vanguardistas —no literalistas— tales como el uso de una escritura intransitiva, la voz intermedia, incorporación de fragmentos y una autorreflexividad constante para acercarse respetuosamente al sufrimiento, dar cuenta de las autoimplicaciones y atestiguar reflexivamente el desconcierto al recibir el conocimiento herido. Las estrategias son múltiples, pero Eric Santner señala que la representación (artística o académica) está necesariamente enmarcada por dos opciones: duelo o fetichismo narrativo. Es decir, podemos producir enunciados que intenten borrar las trazas del trauma e inscriben la pérdida en una progresión inevita57 54 Parece significativo, por ejemplo, que la sociedad colombiana históricamente ha preferido explicaciones en torno a la ausencia primordial (de civilidad, de unidad, &c.) y subsumido las violencias sociales bajo grandes rótulos como La Barbarie, La Violencia o el Terrorismo. Tal vez eso ayude a explicar el hecho de que no terminamos de encontrar los lenguajes simbólicos apropiados para aprehender y elaborar en la esfera pública las violencias contemporáneas y adelantar los trabajos de memoria, denuncia y reparación. Quizá los esperados informes del Área de Memoria Histórica (mh) de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (cnrr) nos obliguen a cambiar y a enfrentar, de una vez por todas, las magnitudes y complejidades de nuestras propias violencias. Para un primer y estremecedor informe, véase Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. Trujillo, una tragedia que no cesa [documento en línea]. Parte I. El trauma social como campo de estudios ble y predecible (por ejemplo, la ambicionada llegada de la modernidad, la necesaria integración de la nación, la anhelada seguridad democrática); o, por el contrario, es posible elaborar una narrativa que enfrente la pérdida, lleve a cabo el duelo e incluso comience la necesaria reconfiguración colectiva. Esas respuestas colectivas adelantan un trabajo de traducción y reimaginación de la pérdida que conlleva una relación ritualizada con el silencio y el lenguaje (hpp 144). Si la primera estrategia explica las violencias sociales por medio de lo que Dominick LaCapra llama el trauma estructural, la segunda lleva a entender el trauma históricamente58. Lo que Santner designa el trabajo de duelo puede apelar a la morfología del discurso traumatizado, hacer uso repetido e intrusivo de “destellos de memoria” y mostrar una intensificación de perspectiva, pero ningún caso es una simple trascripción directa del trauma. A través de la relación dialógica con las memorias y los legados y de la coproducción solidaria con las víctimas, el trabajo de duelo interpela la crisis de significación que ocurre en el acontecimiento traumático, esboza el colapso del sujeto colectivo y articula las heridas compartidas a través de la producción de lo que Lawrence Langer llama la memoria antiheroica del sujeto disminuido59. Precisamente por eso, el trabajo de duelo no ofrece el relato de un héroe enfrentándose épicamente a la tempestad del momento. Como resulta claro, el trabajo de duelo privilegia la figura del testigo, aunque no busca producir identificación. Al contrario, este trabajo de duelo (que atraviesa los campos de la ciencia y la estética) incurre en frecuentes distanciamientos, tensión que mejor se aprecia en la precisa fórmula de LaCapra, quien dice que la representación que adelanta el duelo debe mantener una “empatía con desasosiego” con las víctimas; es 58 La noción de trauma estructural pretende explicar la violencia social a partir del presupuesto de que existen ausencias, vacíos previos a la historia (por ejemplo, los indígenas americanos no conocían a Dios) que hacen esta violencia inevitable y en últimas benéfica para el progreso humano. Este canje del sufrimiento y las pérdidas históricas por el de ausencia estructural es lo que lo que impide el duelo y lo define como una salida fetichista. Véase LaCapra (2001: 76). Para una crítica a la oposición nítida entre duelo y fetichismo, véase Ortega Martínez (2006: 226-228). 59 Véase Langer (1991: 162-205). El trauma social como campo de estudios 55 decir, registrar en su discurso la certeza de que la experiencia traumática inscribió ciertos límites insalvables entre testigo y escucha60. Buena parte de las estrategias de representación asociadas al duelo tienen un claro corte formal. Sin embargo, resulta absurdo acusarlas de esteticismo. Hay algo en esas representaciones que no nos permite reducirlas a otro discurso (ni siquiera a uno estético o literario de mera diferencia) y que le debe su fuerza perturbadora a la calidad traumática de los sucesos significados. La representación que adelanta el duelo fluye de la pausa en el discurso histórico porque —como lo señaló acertadamente Veena Das— algunas “realidades deben ser convertidas en ficción antes de que se puedan aprehender”61. Esa urgencia por ‘ficcionar’ nuevas realidades, constitutiva de las representaciones que avanzan en el duelo, significa que el arte y la literatura juegan un papel muy importante en la recuperación y socialización de la memoria, la reparación y la reconstitución de nuevas identidades. En efecto, la literatura y el arte son campos de producción que permiten concebir un mapa social que recoja y elabore los síntomas de una sociedad conmocionada. De ese modo, el artículo de Kaja Silverman, Trauma histórico y subjetividad masculina, aquí incluido, muestra cómo el cine posterior a la Segunda Guerra Mundial registró y elaboró simultáneamente la transición traumática que vivieron los combatientes a su regreso del frente, cuando el paso a la vida civil y la reafirmación del ethos capitalista hizo innecesario al héroe militar y despreció al mutilado. Y no fue necesariamente el arte de la alta cultura, una vez que, como evidencia Silverman, fueron precisamente los géneros más populares los que llevaron a cabo este trabajo de duelo y resignificación de la condición masculina, de excombatiente y de lisiado. Al hacerlo se enfrentaron y cuestionaron narrativas históricas hegemónicas y reconfortantes que impusieron un nuevo régimen social en los años inmediatamente posteriores al fin de la guerra62. 56 60 Traducción del término empathic unsettlement. (LaCapra, 2001: 78-79). Para un excelente desarrollo reciente de estas nociones, véase Seligmann-Silva (2000a). 61 Véase el texto Lenguaje y cuerpo (Ortega Martínez, 2008b: 346 & ss.). 62 Para una elaboración más reciente, véase Lowenstein (2005). Parte I. El trauma social como campo de estudios Por su parte, Andreas Huyssen insiste, en su enriquecedora lectura de la obra de la artista colombiana Doris Salcedo, en la capacidad del arte (y en este caso, la escultura de la memoria) para desafiar las violencias degradadas del país y la ‘espectacularización’ y masificación de la violencia en los medios de comunicación. Para Huyssen, Unland se mueve entre los diálogos y las tendencias más contemporáneas de la globalidad artística y una decidida y obstinada localización y ‘corporeización’ de los desarraigos históricos; entre un minimalismo vanguardista y la concreción, casi violenta, casi obscena, de unas pesadillas que desbordan el día a día de nuestro país. Pero es precisamente el carácter intransitivo del arte —una característica señalada por Geoffrey Hartmann en el artículo aquí incluido— lo que lo convierte en el lenguaje privilegiado para explorar y afirmar ese modo de conocimiento que es el no-saber, el reconocer los límites de nuestro saber, las cautelas ante las enormes pérdidas de la historia. IV. A modo de conclusión Sin duda, el concepto del trauma se ha beneficiado del incremento —aparente o real— de violencias límites durante el siglo xx. La sensación generalizada es que la historia de ese siglo combina de manera grosera los avances tecnológicos más sofisticados con la continua y sistemática voluntad de matar, torturar y destruir. El historiador británico Eric Hobsbawm (1994) tituló el último volumen de su trilogía La era de los extremos y e­mpieza señalando que vivimos en la era de los eventos traumáticos63. El uso de Hobsbawm del concepto de experiencia extrema o traumática apunta a un registro metafórico que desearía explorar a modo de conclusión. En buena medida es necesario señalar que una razón para la popularidad del concepto de trauma se debe a su proclividad a desdoblarse en un registro metafórico —es decir, su capacidad de significar efectivamente un cierto tipo de experiencia social— tanto en el ámbito académico como en la arena pública más amplia que no corresponde a la descripción técnica inicial. De esa manera, Theodor Adorno señala en la Dialéctica negativa (1966) que las condiciones para pensar han cambiado de manera dramática después 63 En español apareció con el título Historia del siglo xx: 1914-1991. El título original es The Age of Extremes: A History of the World, 1914-1991. El trauma social como campo de estudios 57 de Auschwitz. Vivimos en una era en que todos estamos implicados en el genocidio nazi; todos somos responsables; todos somos sus víctimas. Como dice Habermas (citado en el epígrafe de la primera sección), algo cambió de manera relativamente permanente después de Auschwitz. No es claro en qué consiste ese cambio, pero lo cierto es que nos obliga a pensar y actuar bajo criterios epistemológicos, estéticos y ético-políticos muy diferentes de los que se habrían mantenido vigentes hasta su ocurrencia. Buena parte de la filosofía del siglo xx —desde Heidegger y Levinas hasta Jacques Derrida y Giorgio Agamben—se puede entender como un intento por encontrar criterios éticos y epistemológicos que permitan responder a la inquietante presencia de la violencia genocida en el presente. Esto deja entender la frase de LaCapra de que cualquier comprensión crítica del presente debe tener como punto de partida una teoría del trauma. Varios autores latinoamericanos igualmente se han apropiado, en el registro metafórico, del concepto de trauma para efectuar una lectura crítica de su localidad e historia. En primer lugar, la crítica postcolonial ha señalado que el trauma se constituye en el reverso de esa modernidad expansiva que se instala en Europa desde el siglo xv64. De ese modo, la historia que culmina en Auschwitz tiene, por lo tanto, orígenes muy anteriores a la ilustración, en las violencias desatadas contra las comunidades indígenas y africanas en las Américas65. Por su parte, críticos y artistas del Cono Sur —y en menor medida de otras partes de América latina— que han sobrevivido los regímenes represivos de la década de los años ochenta, han encontrado en las teorías en torno al trauma social y cultural lenguajes y estrategias que les permiten explorar las memorias y los legados de las dictaduras y enfrentar la bancarrota de los proyectos autoritarios de la derecha fascista y la izquierda revolucionaria. La analista cultural chilena Nelly Richard, por ejemplo, desarrolla una práctica de lectura crítica en la que lo residual, es decir, aquello que ha sido descartado, relegado o permanece no-integrado, es capaz de desplazar la fuerza de significación de los procesos sociales hacia regiones epistemológicas poco favorables e insospechadas (Richard, 1998). Por su 58 64 Véase Wallerstein (1974); Quijano (2000). 65 Dussel (1992); Mignolo (1995). Para el caso colombiano, véase el sugerente texto de Espinosa Arango (2007). Parte I. El trauma social como campo de estudios parte Marcelo Seligmann-Silva y Arthur Netrovski, en São Paulo, Brasil, han puesto en diálogo las tradiciones aquí reseñadas con la del testimonio hispanoamericano, en un intento por encontrar nuevas coordenadas de navegación ética en esta nueva era de catástrofes66. Como señalé al principio, este uso metafórico del concepto ha generado fuertes críticas. Daniel Levy y Natan Sznaider (2006: 289) escriben que “Se ha dislocado la experiencia particular del Holocausto de su contexto histórico y se ha inscrito como un paradigma universal del sufrimiento”. Kansteiner señala la precariedad moral de quien, sin ser víctima directa de los traumas históricos, propicia la confusión entre víctimas universales (vivimos en una época post-Holocausto, traumatizada) y víctimas específicas (ser víctima de una experiencia de dislocación masiva concreta). Y aunque al principio de este texto señalé mi aceptación de estas críticas, no puedo menos que apreciar igualmente la extraordinaria y enriquecedora convergencia que se hace posible —y que he intentado reseñar en esta introducción— en el campo de los estudios sobre el trauma social. Después de todo debemos recordar que el mismo concepto de trauma tiene un origen metafórico, pues su sentido original no era más que el de una simple herida en el tejido humano. El libro selecciona 18 ensayos que han jugado un papel protagónico en la construcción de ese campo de convergencia teórico que llamamos estudios sobre o en torno al trauma social y los presenta al público hispanoparlante. Incluí textos recientes que fueran referentes en el área y cuyo argumento se mantuviera vigente y fresco. No es una muestra completa, ni tan siquiera tiene la intención de ser representativa. Ciertamente faltan autores importantes: Elaine Scarry, Dori Laub y Shoshana Felman, Dominick LaCapra, Lawrence Langer, Maurice Blanchot, Nicholas Abraham y Maria Torok. Algunos de ellos no los incluí pues sus textos han sido traducidos al español67. En otros, en cambio, consideré que su tema ya estaba cubierto por algunos de los textos seleccionados. 66 Véase Seligmann-Silva (2003) y la antología editada por Seligmann-Silva & Netrovski, (2000). 67 Es el caso de LaCapra, quizá la ausencia más conspicua en este volumen. Aunque LaCapra se había comprometido con un artículo para la antología, los lentos tiempos de producción de este libro hicieron que finalmente comprometiera su texto en el proyecto de traducción y publicación de su obra que se está editando en Buenos Aires. El trauma social como campo de estudios 59 Parte II Trauma cultural a Trauma y comunidad1 Kai Erikson D urante los años pasados, trabajos de investigación de uno u otro tipo me han llevado a los escenarios de diversas catástrofes humanas: una garganta montañosa llamado Buffalo Creek, embestida por una avalancha devastadora; un pueblo en el sur de Florida llamada Immokalee, donde 200 inmigrantes haitianos fueron estafados y perdieron sus escasos ahorros; el anillo de vecindades que rodea Three Mile Island2; una reserva indígena ojibway en el noroeste de Ontario, conocida como Grassy Narrows, que vivió no sólo la contaminación de sus cauces locales de agua, sino una desastrosa reubicación; y un complejo popular de vivienda en Colorado conocido como East Swallow que padece las consecuencias de una fuga subterránea de gasolina. Durante mis visitas e investigaciones me ha parecido que, en estos casos, el término ‘trauma’ sería la forma más precisa de describir no sólo la condición de las personas que se encuentra en esos escenarios, sino también la textura de los propios escenarios. El término mismo, sin embargo, se usa de formas tan diferentes y se encuentra en 1 2 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. (N. del E.) en marzo 28 de 1979 un reactor de la central nuclear ubicada en la isla Three Mile en Pensilvania, Estados Unidos, sufrió una fusión parcial de su núcleo. Este incidente se considera, después de la explosión en Chernóbil en 1986, el accidente nuclear más serio en la historia. La zona de impacto inmediato estaba habitada por unas 25 mil personas. Trauma y comunidad 63 vocabularios tan diversos que es difícil saber cómo convertirlo en un concepto sociológico útil. Así que comenzaré ocupándome de algunas cuestiones acerca de su definición. Por lo general, trauma significa un golpe violento a los tejidos del cuerpo o, con más frecuencia en nuestros días, a los tejidos de la mente, cuyo resultado es un daño o algún otro tipo de perturbación. Algo extraño golpea y destroza las barreras que la mente coloca como línea de defensa. Te invade, te somete, se convierte en una característica dominante de tu horizonte interior: te “posee” y, señala Cathy Caruth (1995: 4-5); “en el proceso amenaza con drenarte y dejarte vacío”. Los síntomas clásicos del trauma van del sentimiento de desasosiego y agitación, en un extremo de la escala emocional, a los sentimientos de embotamiento y vacío, en el otro. Las personas traumatizadas a menudo miran de un lado a otro el mundo que las rodea, ansiosas, buscando signos de peligro, o tienen estallidos repentinos de rabia o reaccionan sorprendidos a las señales y sonidos comunes, pero, al mismo tiempo, toda esa actividad nerviosa ocurre ante el perturbador trasfondo gris de la depresión, del sentimiento de impotencia y de la reclusión general a la que se somete el espíritu, puesto que la mente intenta aislarse para no sufrir más daño. Sobre todo, el trauma implica un revivir continuo de alguna experiencia dañina a través de ensueños y pesadillas, trastornos perceptivos (flashbacks) y alucinaciones, y también a través de una búsqueda compulsiva de similares circunstancias a las que vivió el sujeto. Paul Valéry escribió: “Nuestra memoria nos repite que no hemos entendido” (citado en Felman, 1990: 76). Valéry se acercó a la formula que buscamos. Digamos, en cambio: “Nuestra memoria nos repite que no nos hemos aún reconciliado con el acontecimiento, que todavía nos persigue”. El término ‘trauma’ se usa en formas tan diferentes y se halla en tantos vocabularios distintos que es necesario resolver dos problemas terminológicos antes de continuar. En primer lugar, el uso médico tradicional de ‘trauma’ se refiere no a la lesión causada, sino al golpe que la causa; no al estado mental que produce, sino al acontecimiento que lo provocó. El término trastorno de estrés postraumático se acomoda a esa convención médica. Es decir, que 64 Parte II. Trauma cultural el trastorno recibe el nombre del estímulo que lo hizo nacer; una lógica muy parecida a la que haría que llamáramos a las paperas “un trastorno glandular posexposición”. Sin embargo, tanto en el uso clínico como en el común esa distinción se va diluyendo día a día. El diccionario que está sobre mi escritorio (por recurrir otra vez a una fuente excelente) define trauma como “estrés o golpe que puede producir un comportamiento o sentimientos desordenados” y también como “estado o condición producido por ese estrés o golpe”. En cierto sentido, por lo tanto, la localización del término, su centro de gravedad, ha cambiado del primero de los significados al segundo, y quiero no sólo aprovecharme de ese cambio, sino que desearía promover su uso general. Hay buenas razones para hacerlo. El historiador que quiere saber dónde comienza una historia, al igual que el terapista que necesita identificar una causa precipitante con el propósito de afrontar la lesión que causa, estará interesado de manera natural en los orígenes de un fenómeno. No obstante, esos orígenes no serán para el resto de las personas más que detalles —y no muy importantes, por cierto—, porque lo que otorga a los acontecimientos su cualidad traumática no es su naturaleza sino la manera como las personas reaccionan frente a esos acontecimientos. La más violenta de las angustias en el mundo no tiene, por consiguiente, relevancia clínica a menos que cause daño en el funcionamiento de la mente o del cuerpo, por lo que es el daño causado lo que define y da forma al suceso inicial; es el daño causado lo que le da su nombre. Se puede decir que no tiene sentido situar el concepto en ningún otro lugar. En segundo lugar, para poder usarlo como concepto útil, el ‘trauma’ se tiene que comprender como resultado de una constelación de experiencias vitales, además de como un acontecimiento discreto; se debe entender como producto de una condición persistente, además de como un acontecimiento grave. Sé que en este momento estoy recorriendo fundamentos conceptuales muy conocidos y bien delimitados. Estoy cruzando la línea que se observa por lo general para diferenciar ‘trauma’ de ‘estrés’. El ‘trauma’, en esta distinción familiar, se refiere a un suceso violento que causa una lesión a partir de un golpe seco y penetrante, Trauma y comunidad 65 mientras que el ‘estrés’ se refiere a una serie de sucesos o, incluso, a una condición crónica que erosiona el espíritu más gradualmente. Pero, para empezar, defiendo que esa línea se trazó en el lugar incorrecto, al menos para nuestros propósitos. Un matrimonio difícil causa estrés, sí. También un trabajo agotador. Pero, ¿y Auschwitz? ¿Y un periodo prolongado de terror o brutalidad? No, sólo tiene sentido insistir en que el trauma puede surgir de una exposición sostenida en una batalla o de una conmoción que nos embota; de un patrón continuo de abuso o de una única agresión rápida; de un periodo de severo embotamiento y desgaste, o de un inesperado estallido de temor. Los efectos son los mismos. Después de todo, son ellos los que deberían convertirse en nuestro principal objeto de estudio. Además, como ya observé, el trauma tiene la cualidad de convertir ese golpe seco y penetrante del que hablé hace un momento en un estado duradero de la mente. Un narrador de los acontecimientos pasados podría informar que el episodio en sí mismo duró poco menos que un instante —digamos que lo que tarda en oírse un disparo—, pero que la mente traumática se aferró a ese momento e impidió que se deslizara hacia su lugar cronológicamente apropiado en el pasado, por lo que se revive una y otra vez en las cavilaciones compulsivas durante el día y en los sueños coléricos en la noche. El momento se convierte en una estación; el acontecimiento se convierte en una condición. Si se tienen en cuenta estas aclaraciones, el ‘trauma’ se convierte en un concepto con el que pueden trabajar los científicos sociales y los practicantes clínicos. Quisiera usar mi vocabulario, ampliado en el sentido descrito, para sugerir que, de hecho, se puede hablar de comunidades traumatizadas como algo distinto de las agrupaciones de personas traumatizadas. Algunas veces los tejidos de la comunidad pueden dañarse de una forma muy parecida a los tejidos de la mente y el cuerpo, como argumentaré a continuación, pero incluso cuando eso no pasa, las heridas traumáticas infligidas a los individuos pueden combinarse para crear un estado de ánimo, un ethos o cultura grupal que es diferente de la suma de heridas individuales que lo componen y más que su suma. Es decir, el trauma tiene una dimensión social. 66 Parte II. Trauma cultural Permítaseme comenzar sugiriendo que el trauma puede crear comunidades. En cierto sentido, es una pretensión muy extraña. Describir a las personas como traumatizadas quiere decir que se han retirado al interior de una especie de envoltorio protector, a un lugar de silencio, de dolorosa soledad, en el cual la experiencia traumática se trata como una carga solitaria que necesita ser expiada mediante actos de negación y resistencia. ¿Qué podría ser menos ‘social’ que eso? Pero las condiciones traumáticas no son como otros problemas que recaen sobre el cuerpo humano. Las condiciones traumáticas se desplazan al centro del propio ser y, al hacerlo, les da a las víctimas la sensación de que se las ha separado y hecho especiales. Una de las supervivientes de Buffalo Creek dijo: “Las aguas negras salieron de debajo de donde vivíamos. No pude soportarlo más. Era como algo que me hubieran untado encima y que me hacía diferente” (Erikson, 1976: 163). Esa mujer hablaba de sentimientos compartidos por millones de otras personas. Se veía a sí misma señalada, tal vez maldita, puede que incluso muerta. “Ahora me siento muerta —me dijo una de sus vecinas—. No tengo energía. Me siento aturdida, como si hubiera muerto hace mucho tiempo”. Para algunos supervivientes, al menos, este sentido de diferencia se puede convertir en una especie de llamada, en una condición por la cual las personas se sienten atraídas hacia otras marcadas de manera similar. El cansancio, el embotamiento y la dificultad para poder sentir que comparten las personas traumatizadas en todos los lugares puede que haga las relaciones con los demás difíciles y costosas, así que con esa atracción entre los traumatizados no me estoy refiriendo a la fácil camaradería que se puede observar en muchas ocasiones entre aquellos que viven contándose recíprocamente sus experiencias. Aun así, compartir el trauma puede servir como fuente de lo comunal, de la misma forma en que pueden hacerlo los lenguajes comunes y las historias de vida compartidas. Hay aquí una afinidad espiritual, un sentido de identidad, incluso si los sentimientos de afecto están anestesiados y la capacidad de preocuparnos por lo que pasa en el mundo está embotada. Un ejemplo convincente nos lo proporciona la joven pareja casada que nos describe Shoshana Felman; ellos sobrevivieron al Holocausto milagrosamente y permanecieron juntos después, Trauma y comunidad 67 no simplemente porque se llevaran bien (de hecho, no se llevaban bien), sino porque “él sabía quién era yo, era la única persona que lo sabía… Y yo sabía quién era él” (Felman, 1995: 47). En una reciente reunión de estadounidenses que habían sido capturados como rehenes en Irán, uno de ellos explicó a un periodista: “Es fácil estar juntos. No tenemos que explicarnos nada. Soportamos el mismo dolor”. Así que el trauma tiene tendencias tanto centrífugas como centrípetas. Nos aleja del centro del espacio del grupo y al mismo tiempo nos atrae nuevamente hacía él. En el trauma, la química humana en funcionamiento es extraña, pero se ha podido ver muchas veces con anterioridad: el extrañamiento se convierte en la base de lo comunal, como si las personas sin casa, sin ciudadanía o sin algún otro nicho en el gran orden de las cosas fueran invitadas a reunirse en un barrio separado para los desposeídos, en un gueto para los desarraigados. De hecho, puede ocurrir que personas que estarían desconectadas en otra situación, al compartir una experiencia traumática se busquen entre sí y desarrollen una forma de afinidad basada en la fuerza de ese vínculo común. Los excombatientes perseguidos por las torvas memorias de Vietnam, por ejemplo, o los adultos que no pueden llegar a asumir los abusos infantiles, se reúnen a veces en grupos por razones no muy distintas de las que mantenían junta a la ya mencionada pareja del Holocausto: se conocen los unos a los otros, de una forma en la que el más íntimo de los amigos nunca lo hará, y por esa razón pueden proporcionar un contexto humano y una especie de disolvente emocional a partir del cual se puede comenzar el trabajo de recuperación. Es una reunión de heridos. No obstante, lo que hace el trauma principalmente es deteriorar el tejido de la comunidad. Quisiera sugerir, de hecho, que hay por lo menos dos sentidos en los cuáles se puede decir que una comunidad, como algo distinto de la gente que la constituye, se ha convertido en un colectivo traumatizado. Cuando describí por primera vez la catástrofe de Buffalo Creek, intenté hacer una distinción entre el trauma que entonces llamaba ‘individual’ y el ‘colectivo’. Si se me permite citarme a mí mismo: 68 Parte II. Trauma cultural Por trauma individual quiero significar un golpe en la psique que atraviesa las defensas del sujeto tan súbitamente y con tal fuerza brutal que no se puede reaccionar ante él de una forma efectiva […] Los supervivientes de Buffalo Creek experimentaron justo eso. Sufrieron un shock profundo como resultado de su exposición a la muerte y la devastación, y como ocurre con frecuencia en catástrofes de esta magnitud, se retiraron al interior de sí mismos al sentirse aturdidos, asustados, vulnerables y muy solos (Erikson, 1976: 153-54). Por trauma colectivo, por otra parte, quiero significar un golpe en los tejidos básicos de la vida social que daña los vínculos que ligan mutuamente a las personas y causa un daño al sentido prevaleciente de comunidad. El trauma colectivo se va abriendo paso lenta e incluso insidiosamente en la conciencia de aquellos que lo sufren, así que no tiene la cualidad sorpresiva que se asocia normalmente con el ‘trauma’. Pero, de todas formas, sigue siendo una forma de shock, una toma de conciencia gradual de que la comunidad ya no existe como una fuente efectiva de apoyo y que una importante parte del yo ha desaparecido […] El ‘yo’ continúa existiendo, aunque pueda haber sufrido daño e incluso cambios permanentes. El ‘tú’ continúa existiendo, aunque distante, y puede resultar difícil relacionarse con él. Pero el ‘nosotros’ ya no existe como un par conectado o como células conectadas dentro de un cuerpo comunitario más grande (Erikson, 1976: 154). Si nos detenemos a reflexionar sobre el asunto, al decir que Buffalo Creek como organismo social estaba traumatizado se corre el riesgo de que parezca que se está diciendo algo obvio. Buffalo Creek es parte de un contexto cultural, en el cual el sentido de comunidad es tan palpable que es fácil pensar en él como un tejido capaz de sufrir una lesión: Ahora bien, se debe ser consciente de que cuando se habla de esta manera, se corre el riesgo de caer en el territorio de la metáfora. Las comunidades no tienen corazón, o tendones, o ganglios; no sufren, ni racionalizan los acontecimientos, ni experimentan la felicidad. Pero la analogía ayuda a sugerir que un grupo de personas que actúa en concierto y se mueve siguiendo los mismos ritmos colectivos puede distribuir sus recursos personales de tal forma que el conjunto acabe teniendo más humanidad que sus partes constituyentes. En efecto, las personas ponen sus propios Trauma y comunidad 69 recursos individuales a disposición del grupo, los ponen en un depósito comunitario, por así decirlo, y luego van tomando de ese depósito para cubrir las exigencias de la vida cotidiana. Y si casi desaparece la totalidad de la comunidad, como ocurrió en Buffalo Creek, las personas ven que no pueden beneficiarse de las energías que invirtieron en otro tiempo en ese depósito comunitario. Encuentran que están casi vacías de sentimiento, vacías de afecto, vacías de confianza y seguridad. Es como si las células individuales hubieran suministrado la energía básica a todo el cuerpo, pero no existieran los medios de devolver esa energía a las células en una forma utilizable por cada una de ellas, una vez que el cuerpo ya no está ahí para procesarla (Erikson, 1976: 194). Por consiguiente, en lugares como Buffalo Creek la comunidad en su conjunto se puede describir como el lugar por excelencia para las actividades que se suelen pensar como pertenecientes a la esfera del individuo. Es la comunidad la que ofrece un colchón frente al dolor, la comunidad la que ofrece un contexto para la intimidad, la comunidad la que sirve como depósito de las tradiciones que unen. Y cuando la comunidad se ve afectada en lo más profundo, podemos hablar de un organismo social deteriorado de la misma manera en la que se hablaría de un cuerpo deteriorado. El incidente de Buffalo Creek proporcionó un caso empírico relevante, por cierto, puesto que varios residentes, que no cabía duda de que estaban traumatizados por lo que había ocurrido, estaban muy lejos del hogar cuando sucedió el desastre y, en consecuencia, nunca experimentaron de primera mano las aguas embravecidas y toda la muerte y la devastación que produjeron. Sus heridas eran causadas por la pérdida de una comunidad estable. Eso no quiere decir que Buffalo Creek se convirtiera en un desierto, en un espacio vacío, como consecuencia de la riada. Las personas que vivían en la garganta montañosa seguían teniendo memoria, parentescos, vivían una al lado de la otra, así que ahí estaban los materiales a partir de los cuales podían construir una comunidad. Pero por el momento, al menos, estaban separados de sus puntos de referencia culturales: estaban solos, a la deriva, flotando como partículas en un campo electromagnético muerto. 70 Parte II. Trauma cultural Ahora bien, Buffalo Creek era una comunidad con vínculos estrechos e íntimos. Ninguno de los otros escenarios de desastres que he visitado se puede describir de la misma forma. Pero el trauma puede abrirse paso en el tejido de la vida comunitaria de otras formas. Entre los descubrimientos más comunes de las investigaciones sobre desastres naturales, como observé en mi informe sobre Buffalo Creek, está la ola de sentimiento repentino e inexplicable que, de forma lógica, invade a los supervivientes no mucho tiempo después del acontecimiento mismo. Durante un momento terrorífico, ellos pensaron que el mundo había llegado a su fin, que se les había “dejado desnudos y solos en un entorno de ruinas, salvaje y terrorífico”, como lo expresa Anthony Wallace (Wallace, 1957: 127). Pero, según él, en la mayoría de los desastres naturales a ese momento le sucede, de forma precipitada, una “etapa de euforia”, a medida que las personas se dan cuenta de que la comunidad en su conjunto no está muerta después de todo (Wallace, 1957: 127). La energía de los equipos de rescate y la manera generosa con que los vecinos responden, actúa para asegurarle a las víctimas que hay vida más allá del naufragio, y ante ello se reacciona con una manifestación abierta de sentido comunitario, una necesidad urgente de establecer contacto con los otros e incluso de tocarlos, renovando las antiguas promesas de hermandad. Se celebra así la recuperación de la comunidad que, por un instante, pensaron que había muerto y, en cierta forma, celebran su propio renacer. Un estudio muy conocido habla de una ‘ciudad de camaradas’, otro de una ‘democracia de la angustia’ y un tercero de una ‘comunidad de sufrientes’. Martha Wolfenstein (1957), al revisar la producción bibliográfica sobre desastres en general, llamó el fenómeno una ‘utopía posdesastre’, mientras que Allen H. Barton (1969), que estudió en gran medida esos mismos trabajos, habla de una ‘comunidad altruista’. Charles E. Fritz, en un ensayo clásico sobre los desastres, las llamó ‘comunidades terapéuticas’ (Fritz, 1961). Es como si los supervivientes, al emerger de entre el cúmulo de deshechos, descubrieran que el cuerpo comunal no sólo está intacto, sino que es capaz de emplear sus recursos restantes y de utilizarlos para curar sus propias heridas. Nada de eso ocurrió en Buffalo Creek. Nada de eso ocurrió en ninguna de las situaciones de desastre que he visitado. De hecho, tampoco Trauma y comunidad 71 ocurrió en muchos otros incidentes descritos en los trabajos académicos de los últimos años. En primer lugar, estos desastres (o casi desastres) con frecuencia parecen provocar el agravamiento de las fallas o tensiones sociales que previamente operaban silenciosamente, fragmentando la comunidad en partes antagónicas. En algunos lugares afectados por esta clase de emergencias, los miembros de la comunidad se han divido en facciones hasta tal punto que un perspicaz estudioso de esos problemas las llama ‘comunidades corrosivas’, con el fin de producir un contraste frente a las ‘comunidades terapéuticas’ de las que hablan los trabajos académicos previos (Freudenburg & Jones, 1991: 1143-68). Las fallas sociales se agravan usualmente para separar a las personas afectadas por el acontecimiento de aquellas que no sufrieron el impacto directo de la catástrofe, justo lo opuesto a lo que ocurre en una ‘ciudad de camaradas’. Aquellos que no se han visto tocados por la tragedia se distancian de aquellos que sí lo están, casi como si estuvieran escapando de algo manchado, de algo contaminado, de algo sucio. Corrosivas sería también un buen adjetivo, porque la mayoría de los desastres que provocan esta reacción suelen generar alguna forma de toxicidad. Es lo que pasó en Three Mile Island y fue una característica destacable en el contexto social de Love Canal y en otros lugares3. El efecto neto es que los afligidos quedan apartados del resto de personas. En esas circunstancias, las experiencias traumáticas se abren camino de forma tan profunda en el entramado de la comunidad afectada que terminan por proveerla de su estado de ánimo y de su temperamento prevalecientes, por dominar su imaginario y su sentido del ser, por gobernar la forma en la que sus miembros se relacionan los unos con los otros. El aspecto que se quiere señalar aquí no es que la calamidad sirve para fortalecer los lazos 3 72 Love Canal es una zona aledaña al pueblo Niagara Falls, en los Estados Unidos. A finales de la década de los cuarenta el sitio sirvió de depositario de basuras y desechos químicos y, posteriormente, fue convertido en lugar de desarrollo habitacional popular. Para principios de la década de los años ochenta era evidente que los habitantes del lugar exhibían tasas excesivamente altas de enfermedades respiratorias, desordenes neuronales, abortos y otros tipos de defectos y malformaciones. La zona fue declarada eventualmente área de desastre, aunque las autoridades y la compañía responsable negaron cualquier responsabilidad. Parte II. Trauma cultural que vinculan a la gente entre sí (eso no ocurre casi nunca), sino que la experiencia compartida se convierte en una especie de cultura común, en una fuente de parentesco. Algo como eso fue lo que pasó en cada uno de los sitios que he descrito aquí. Y es en ese sentido en el que esas comunidades pueden describirse de manera adecuada como traumatizadas. (No hay tiempo de estudiar la cuestión en este instante, pero añadiría que esa clase de fenómeno puede también suceder en regiones enteras, incluso en países enteros. He dado conferencias sobre trauma y asuntos relacionados en Rumania, no mucho tiempo después de que cayera uno de los regímenes más abusivos y arbitrariamente despóticos de los que se tiene memoria. Las demostraciones repentinas de reconocimiento —estallidos, podría ser un término más apropiado— que emergían de esas audiencias generosas y cálidas cuando hablaba ante ellas en términos no muy distintos de los que estoy usando aquí, nos dicen más acerca del daño compartido de lo que puedan hacerlo varios volúmenes especializados sobre lo que se le puede hacer a todo un pueblo mediante el temor sostenido y la dislocación continua). Así que se podría decir que el trauma comunal puede adoptar dos formas, que se pueden observar por separado o en combinación: o un daño en los tejidos necesarios para mantener incólumes a los grupos humanos, o una construcción de climas sociales, estados de ánimo comunitarios, que terminan dominando el espíritu de un grupo. Intenté establecer una distinción en el informe original sobre Buffalo Creek, aunque no estoy seguro de haber apreciado su importancia hasta más tarde, entre aquellos sucesos traumáticos que se piensa que han surgido de la mano de Dios y aquellos que se piensan que son el producto de otros seres humanos (Erikson, 1976). Las personas en Buffalo Creek se horrorizaron cuando la compañía que percibían como la responsable de la riada la llamó “un acto de Dios” y, por aquel entonces, explicó que “la represa no tenía capacidad para contener el agua que Dios vertió en ella”. Sea lo que sea lo que otros puedan decir sobre tan peculiar teología, los residentes de la garganta de Buffalo Creek sabían que era una blasfemia y sabían también que reflejaba un grado de indiferencia cercano al desprecio. Ello se sumó a los efectos traumáticos de la riada y, de hecho, esa Trauma y comunidad 73 clase de actitud aumenta severamente el dolor experimentado en todas las situaciones de desastre que he conocido de primera mano, porque todas ellas tienen en común la circunstancia de haber sido causadas por otras personas. Esto puede requerir un breve excurso. Los antiguos temían la pestilencia, la sequía, la hambruna, la plaga y todos los otros flagelos que oscurecen las páginas del Libro de Revelaciones. Estas miserias siguen causándonos desazón, no hay duda, pero es justo decir que hemos aprendido formas de defendernos contra muchas de las peores de ellas. Algunas (ciertas epidemias, por ejemplo) pueden ahora detenerse o incluso prevenirse. Otras (huracanes, olas gigantes) pueden preverse con suficiente antelación como para que las personas se alejen de su paso, neutralizando así parte de su fuerza letal. Sin embargo, la ironía es que los avances tecnológicos que nos han permitido este nivel de protección frente a los desastres naturales han creado una nueva categoría que los especialistas han terminado llamando desastres tecnológicos, con la cual se refieren a cualquier cosa que pueda ir mal cuando los sistemas fallan, los humanos erran o abusan, las máquinas funcionan mal, los diseños son defectuosos y sucesos similares. Los terremotos, inundaciones, huracanes y erupciones volcánicas son desastres ‘naturales’; las colisiones, las explosiones, las roturas de los sistemas, los colapsos, las fugas y, obviamente, las crisis como las de Three Mile Island son desastres tecnológicos. Hoy los desastres tecnológicos han crecido claramente en número, en la medida en que los seres humanos actúan en los límites de su capacidad. Se nos anima a pensar que podemos controlar lo mejor de la naturaleza y lo peor de nosotros mismos, y continuamos pensando que así es hasta el momento en que algún acontecimiento nos lleva más allá del límite de nuestra inteligencia. Pero, más específicamente, los desastres también han aumentado en tamaño. Esto es cierto en el sentido de que sucesos de origen local tienen ahora consecuencias que alcanzan enormes distancias, como en el caso, por ejemplo, de Chernobyl. Y también es cierto en el sentido de que los noticieros emiten esos desastres tan rápida y ampliamente que se convierten en parte de la historia de todo el mundo, en un dato más en el depósito de conocimiento de cada uno de nosotros, como en el caso de Three Mile Island. 74 Parte II. Trauma cultural La distinción entre desastres naturales y tecnológicos es difícil de trazar con exactitud en muchas ocasiones. Cuando una galería colapsa en una mina de Kentucky, muchas veces es resultado de una colaboración entre una montaña laboriosa y personas negligentes. Cuando se extiende una epidemia en África central, debe su virulencia tanto a la dureza de las nuevas cepas de bacilos como a las tercas y viejas costumbres humanas. Por muy difícil que pueda ser observar la distinción en la realidad, esa línea es por lo general muy clara para las víctimas. Los desastres naturales se experimentan como actos de Dios o caprichos de la naturaleza. Nos ocurren. Nos visitan, como si vinieran de lejos. Los desastres tecnológicos, por otro lado, al ser de manufactura humana, son al menos prevenibles en principio, así que siempre hay una historia que contar en torno a ellos; siempre hay una moraleja que puede extraerse de los mismos, una medida de culpa que se puede asignar. Es casi imposible imaginar una comisión de investigación convocada para averiguar las causas de algún accidente horrible que concluya: “Bueno, simplemente pasó. Tenemos que seguir con nuestras vidas”. Buscamos agentes humanos responsables y los encontramos. Ahora bien, hay un sentido en el cuál el desastre ‘simplemente pasó’. No es porque el destino esté a veces lleno de desgracias, sino porque los accidentes ocurren con certeza a lo largo del tiempo a medida que los sistemas humanos se van haciendo más y más complejos. Cuando los geólogos describen una llanura de aluvión del tipo de aquellas que es probable que se inunden una vez cada cincuenta años, no están usando un sistema de categorización tan diferente del que les sirve a los ingenieros nucleares para describir la fusión del núcleo de un reactor nuclear como el tipo de acontecimiento que es probable que ocurra una vez cada veinte mil años de funcionamiento del reactor. La riada es un acto de Dios y la fusión del núcleo del reactor un error humano, pero ambos son manifestaciones de una especie de guión previo. Ambos son ‘naturales’ en el sentido de previsibles, inevitables, esperables. La riada escapa de nuestro control, por expresarlo así, porque eso es parte de la naturaleza y no hay nada que hacer. Pero la fusión del núcleo del reactor también se puede describir como algo más allá de nuestro control porque los sistemas humanos son así y no hay Trauma y comunidad 75 nada que hacer. Sabemos con antelación que las manos se resbalarán y la maquinaría fallará en algún momento predecible del tiempo. Eso es lo que los convierte en lo que Charles Perrow llama “accidentes normales” (Perrow, 1984). Sin embargo, las catástrofes tecnológicas nunca se comprenden por aquellos que las sufren como el desenvolvimiento del mundo de la casualidad. Esas catástrofes provocan indignación más que resignación. Generan un sentimiento de que el hecho no tenía que haber ocurrido, que alguien ha cometido un error, que las víctimas merecen no sólo compensación y compasión, sino algo similar a lo que los abogados llaman daños punitivos. Lo que es más importante: esas catástrofes, justo después de haber sucedido, provocan sentimientos de daño y de vulnerabilidad de los que es difícil recuperarse. La escena se ha hecho más frecuente en nuestros tiempos: un grupo de personas, ignorantes en su mayor parte de los riesgos que corren, se ve perjudicada por las actividades de alguna clase de grupo empresarial. A veces, la empresa es gigante, como lo era en el caso de Buffalo Creek y de Three Mile Island, y otras veces es poco más que un negocio familiar, como en el caso del campo de trabajadores inmigrantes del sur de Florida. Pero casi siempre, tan a menudo que podemos pensar en ello como un acto reflejo, la empresa se retira a sus espacios interiores y coloca abogados en sus límites como si fueran un anillo de guardias de seguridad. Es evidente que no hay nada sorprendente en esa actitud. Cualquiera que lea los periódicos sabe bien cómo funciona ese acto reflejo4. Y, sin embargo, siempre parece sorprendernos. Aquellos que dirigen las empresas (o, más concretamente, tal vez aquellos que son contratados para defenderlas) hablan de ellas como si fueran cosas, sin sangre e inorgánicas. Pero las víctimas de los accidentes rara vez olvidan, aun cuando los directivos de las empresas sí consigan hacerlo, que las decisiones empresariales las adoptan seres humanos y que las políticas empresariales reflejan 4 76 (N. del E.) Para un estudio sobre el impacto causado por el derrame químico que ocurrió en la planta de la compañía Union Carbide en Bhopal, India, en 1984, véanse los ensayos de V. Das (Ortega Martínez, 2008c). Parte II. Trauma cultural las visiones del mundo de los seres humanos. Y puede ser muy doloroso que las personas a cargo de una empresa nieguen toda responsabilidad cuando sucede una desgracia grave, no ofrezcan ninguna disculpa, no expresen ningún arrepentimiento y desaparezcan de la vista tras el muro de abogados y legalismos. Un minero de Buffalo Creek, al que la riada lo había dejado sin nada, declaró: He pensado a menudo que parte de este asunto [la demanda judicial] podría haberse evitado si alguien se hubiera acercado por aquí y me hubiera dicho: “Toma una manta y un vestido para tu mujer” o “Aquí tienes un sándwich, ¿quieres una taza de café?” Pero nunca aparecieron por aquí. Nadie vino a darnos un lugar para quedarnos […] La Pittston Company nunca me ofreció un par de pantalones, ni una camisa que pudiera ponerme. Y una mujer de East Swallow, cuyas pérdidas eran de una clase muy distinta, y no necesitaba un vestido o una taza de café, pensó: En todos estos años que ha estado ocurriendo el derrame, ni una vez alguien [de la compañía petrolífera] nos dijo: “Eh, hemos derramado gasolina debajo de tu calle y, mira, lo sentimos. Nos gustaría ayudarte a limpiarla”. Nadie dijo nunca nada parecido. De lo que se ha tratado es de ver cuánto pueden tapar y cuánto pueden salirse con la suya […] No me parece que eso esté bien. Lo que están pidiendo estas personas es una característica tan elemental de la vida social que su ausencia se hace inhumana. Esta no es la forma en la que se comportan los vecinos, los residentes en el mismo pueblo, los conciudadanos. Es la forma en la que lo harían extranjeros hostiles que tratan al otro como si perteneciese a un orden diferente de la humanidad, incluso a una especie biológica diferente, y ello hace que todo sea más cruel. Recibir un trato como ese en principio enoja a las personas, pero a medida que va pasando el tiempo y nada ocurre, puede llegar a enfurecerlas (merece la pena observar que muchas veces se enfurecen hasta el punto de generar una clase nueva de energía que les lleva al tipo de acción legal que la empresa temió desde el principio). Sin embargo, en raras ocasiones esa furia es sanadora, porque deja a las personas sintiéndose maltratadas, disminuidas, poco valoradas. Es difícil que las personas se resistan al Trauma y comunidad 77 sentimiento de que no valen nada que suele acompañar al trauma cuando otros humanos, cuyo poder una vez respetaron y en cuya buena voluntad confiaron en otros tiempos, los tratan con ese gélido desprecio. La argamasa que une a las comunidades de hombres está hecha, al menos en parte, de confianza, respeto y decencia en los momentos de crisis, de caridad y preocupación. Para las personas es muy perturbador que esas expectativas no se cumplan, sin importar cuán bien protegidas creyesen estar gracias a la capa exterior de cinismo que nuestro siglo parece haber desarrollado en todos nosotros. Ahora son vulnerables por una amarga jugarreta del destino y deben enfrentar el futuro sin esas capas de aislamiento emocional que sólo puede proveer un entorno comunal en el que se confíe. Y, a largo plazo, el problema real es que la inhumanidad experimentada acaba viéndose como una característica natural de la vida del ser humano, en lugar de ser el resultado del mal comportamiento de una empresa concreta. Las personas que sobreviven desastres graves, como he señalado hace un momento, muchas veces se sienten separadas del resto de la humanidad y se reúnen en grupos con otras que han tenido similares experiencias. No se reúnen debido a sentimientos de afecto (en el sentido habitual de ese término, en cualquier caso), sino por un conjunto compartido de perspectivas, ritmos y estados de ánimo que derivan de la percepción que tienen de haber sido separados de los demás. Entre esas perspectivas compartidas, muchas veces se entiende que las leyes por las cuales el mundo natural había estado siempre gobernado están ahora suspendidas, como también lo están los comportamientos decentes que gobernaban el mundo desde siempre, si es que alguna vez llegaron a existir. Las personas traumatizadas calculan de una manera diferente las posibilidades que ofrece la vida. Miran el mundo a través de lentes distintos. Y en ese sentido puede decirse que han experimentado no sólo un cambio en el sentido del yo y un cambio en la manera de relacionarse con los otros, sino también un cambio en su perspectiva del mundo. Las personas traumatizadas suelen terminar sintiendo que han perdido un importante grado de control sobre las circunstancias de sus propias 78 Parte II. Trauma cultural vidas y son, por consiguiente, muy vulnerables. Es fácil de comprender. No obstante, también terminan sintiendo que han perdido su inmunidad natural frente a la desgracia y que algo horrible está siempre a punto de ocurrirles. Una de las tareas cruciales de la cultura, podríamos decir, es ayudar a las personas a esconder los riesgos reales del mundo en torno a ellas, ayudarlas a reconstruir la realidad de tal manera que parezca manejable, ayudarlas a recomponerla de tal modo que los peligros que las acucian desde todo lado salgan de su línea de visión en su quehacer cotidiano. Daniel Defoe hizo que Robison Crusoe pensara: Todo esto me da la ocasión para reflexionar especialmente sobre la extrema bondad de la Providencia al haber dotado a la humanidad de límites tan reducidos en su visión y conocimiento de las cosas aunque discurra en medio de infinitos peligros, pues si los conociera sumiría su espíritu en la confusión y el temor, y, en cambio, le permite permanecer serena y en calma, por vivir en la ignorancia de la evolución de las cosas y desconociendo los peligros que le rodea (Defoe, 1969: 148). Las personas que han sido desprovistas de su capacidad de distinguir los signos de peligro, como es evidente, permanecen vigilantes y están ansiosas de una forma extraña. (Un hombre en Three Mile Island declaró: “Mi mente es como un pequeño computador. Está siempre en marcha. Creo que está en marcha incluso cuando estoy dormido”). Esas personas evalúan los datos de la vida cotidiana de otra forma, leen los signos de manera diferente, ven profecías que el resto de nosotros en su mayor parte ignoramos. Esa gente, a la que les ha ocurrido un suceso estadísticamente raro, elaborarán con casi toda seguridad nuevas teorías de la probabilidad para el mundo que habitan: teorías que se basan menos en los cálculos de los expertos y más en las experiencias de aquellos que han visto de cerca cómo la casualidad opera realmente. Después de todo, ¿cómo se estimarían las probabilidades de estar sujeto a un determinado riesgo cuando ya se ha tenido que vivir? Consultar una tabla y declarar que existe una posibilidad entre un millón es un procedimiento demasiado abstracto en cualquier caso. Las circunstancias presentes exigen algo distinto. Una vez que el trauma ha visitado a las personas, éstas comienzan a vigilar su entorno. La prueba de que el mundo es un lugar donde el peligro Trauma y comunidad 79 es permanente parece que se puede observar en cualquier lugar. Es raro el periódico de la mañana o la emisión de radio que no nos informe acerca de la clase de desgracia precisa a la que tememos más y es justo esa clase de datos a los que la mente del sufriente es receptiva: la clase de datos que tu ojo, que se ha hecho más agudo y atento a causa de los sucesos del pasado reciente, sabe cómo seleccionar de entre el flujo de noticias (el más oscuro de los presagios parece encontrar apoyo sobrado). Las personas cuya visión del mundo se ha forjado por su exposición al trauma pueden perder la fe con facilidad no sólo en la buena voluntad, sino también en el sentido común de aquellos a cargo de un universo peligroso. No es sólo que aquellos que están a cargo de ese universo mientan o cubran los hechos cuando les conviene a sus propósitos, sino que ellos mismos están también fuera de control. La revista The New Yorker (1985), al informar varias semanas después sobre la catástrofe de Bhopal, India, cuando los muertos se estimaba que llegaban a dos mil y los heridos a veinte mil, lo expresó muy bien (un ejemplo muy ilustrativo, por cierto, del tipo de acontecimiento que se convierte en parte de la historia de cada uno de nosotros): Lo que le atrapa a uno en verdad de este tipo de relatos no son tanto los números como el espectáculo de la competencia profesional que se evapora súbitamente; de hombres superados por mucho por la tecnología; de los sistemas de seguridad redundantes fallando con una lógica tan inexorable como tan imprevisible en el pasado (de hecho, imprevisible hasta justo antes del momento en que esos sistemas fallan). Y el espectáculo nos persigue porque parece tener una relevancia alegórica, como una profecía susurrante de nuestro futuro […]. El aspecto más importante que se debe indicar, sin embargo, es que cuando el temor es duradero y pronunciado, como suele ocurrir en muchas ocasiones en el trauma, el espectáculo de la tecnología malograda se puede convertir en el espectáculo del medio ambiente malogrado también. Esta visión de la vida se apoya en el sentido de que el universo no está regulado por el orden y la continuidad, como los clérigos y los maestros de escuela nos han estado contando durante siglos, sino por la casualidad y una clase de malicia natural que está detrás de todo. Esa es la “conexión rota” de la cual habla Robert Jay Lifton (1979). 80 Parte II. Trauma cultural Cuando se comienza a dudar del saber de los científicos y de los cálculos de los ingenieros se puede comenzar a perder confianza en el uso de la lógica y de la razón como medios para discernir qué es lo que ocurre. Y, verdaderamente, esa es una situación aterradora, porque se sabe, desde hace mucho tiempo, que conmociones sentidas en lo más profundo pueden actuar, en el peor de los casos, alterando de forma negativa el orden establecido de las cosas y que, al hacerlo, crean una disposición cultural del ánimo en la cual las viejas, pero familiares, oscuras euforias vuelven a florecer: los movimientos milenaristas, la brujería, el ocultismo y miles de otros sistemas de explicación que parecen darle sentido a los sucesos desconcertantes y ofrecen un medio para poder afrontarlos. Permítaseme terminar citando los comentarios de dos mujeres que han reflexionado concienzudamente sobre estos temas. Son ambas ancianas respetadas en sus propias comunidades, pero aún eran jóvenes cuando dieron los testimonios que aquí se recogen. Me parece que ambas son personas poco comunes por su inteligencia y madurez. La primera persona es de Buffalo Creek: No, este mundo se va a ir al infierno uno de estos días y ese día no está muy lejos. Creo en la Biblia y creo que lo dice la Biblia está ocurriendo en este momento. El mundo no va a durar mucho más. Ves todas estas cosas que ocurren ante tus propios ojos y tienes que creerlo así. Hasta aquí dieron de sí las cosas […] Sobre todo, leo Revelaciones y cosas parecidas que me dicen lo que está por venir. No pensaba que se aplicara mucho al mundo y a la manera en que existía antes de la riada. Pero este desastre nos ha ocurrido a nosotros y creo que ha abierto los ojos de muchas personas […] Creo que habrá guerras y algo parecido a una bomba que destruirá este lugar en pedazos. Alguien, algún tonto, va a volar todo en pedazos. Tan seguro como que yo estoy sentada aquí y tú ahí, ocurrirá […] Así que la riada ha abierto mi mente, más o menos. Me ha hecho ponerme a pensar sobre la manera en que vamos a vivir, la forma en la que nuestros niños van a vivir y cosas por el estilo. Pareciera como si la desgracia me hubiera despertado una nueva visión, supongo que lo puedes llamar así, de lo que es y de lo que solía ser. Sabes, casi como que tienes miedo de encender la tv. Tienes miedo de que algo esté roto en los Estados Unidos, miedo de que algún tren se haya descarrilado mientras transportaba gases letales y Trauma y comunidad 81 que esos gases estén fugándose frente a la cara de tu hermano […] A veces me voy a la cama y pienso, sabes, en el final de los días, en la destrucción, en lo que está ocurriendo en las guerras. Es como crecer, supongo. Antes no pensaba en nada sino en asegurarme de que la casa estaba limpia, de que mi marido tenía todo lo que necesitaba en su lonchera para cenar, de que los niños estaban vestidos correctamente, que estaban limpios, de que iba a tal sitio en el momento correcto y a aquel otro también. La segunda persona es de East Swallow: ¿Seremos capaces alguna vez de ser los mismos que éramos antes? No, nunca seré la misma persona en realidad. En el momento en el que nos enteramos de esto [el derrame de gasolina], hicimos una lista de cosas de las que debíamos estar seguros y comprobar antes de comprar cualquier otra casa. Eran cosas que no comprobábamos antes, como si hay una estación de gasolina a menos de tres kilómetros, si hubo alguna vez un depósito de residuos en el lugar, si hay una vía de tren a menos de equis kilómetros, si hay algún tipo de industria que vierta humos a equis número de kilómetros. Esas cosas no solían tener importancia para nosotros porque éramos ignorantes. Tal vez esas cosas deberían haber sido importantes para nosotros, pero, como para la mayoría de la gente en el mundo, no lo eran. No se puede imaginar a la mayoría de las personas saliendo a la calle y haciendo todas estas preguntas antes de comprar una casa o un terreno. Y aunque podría argumentarse que no es malo saber más de las cosas, como nosotros hemos llegado a saber, es lo mismo que lo que le pasa a una persona que es agorafóbica. Si se tiene pánico a salir de casa, tu vida no es muy agradable. Y aunque sientas que tienes una buena razón para estar aterrorizado, eso no cambia el hecho de que tu vida no es realmente gran cosa. Y si tus temores, por muy fundados que estén, afectan tu vida tan profundamente que no puedes encontrar ningún lugar donde vivir sin convertirte en un ermitaño, Alaska ya no te vale tampoco. ¿Dónde podemos ir? ¿A la Antártida? Es de esa forma como la vida que vivimos hoy ha destruido nuestra vida futura. Espero que después de que todo esto haya pasado aceptemos el conocimiento que hemos adquirido y vivamos con él, y tengamos todavía una vida feliz, más o menos normal. Quiero decir, puede ser un problema realmente importante si estás tan paranoico y tan centrado que nunca puedes volver a estar despreocupado. Y no hablo ya de paranoia, sólo de ser consciente. Todavía no sé si seremos capaces de preocuparnos y aún así vivir el día a día. 82 Parte II. Trauma cultural Vale la pena escuchar con cuidado voces como estas. En resumen, la conquista conseguida con la mayor dificultad y la más frágil de nuestra niñez: la confianza básica, se puede dañar, por lo tanto, más allá de toda reparación, como consecuencia del trauma. Los seres humanos están rodeados de capas de una confianza que se irradia en círculos concéntricos como las ondas en una charca. La experiencia del trauma, en el peor de los casos, puede significar no sólo una pérdida de confianza en el yo, sino una pérdida de confianza en el tejido circundante de la familia y la comunidad, en las estructuras del gobierno humano, en la lógica más general en la que vive la raza humana, en los caminos de la naturaleza misma y con frecuencia —si es que este es el paso final de una serie lógica como la que estamos describiendo— en Dios. Como señala Henry Krystal: Muchos supervivientes hacen intentos desesperados por restaurar y mantener su fe en Dios. Sin embargo, el problema de la agresión y la destrucción de la confianza básica producto de los acontecimientos del Holocausto hacen que la fe y la confianza en la benevolencia de un Dios omnipotente sean imposibles (Krystal, 1995: 88)5. Sospecho que la cuestión puede ser bastante más complicada, pero puedo decir, a partir de mi propia experiencia de investigación, que una de las crueldades del trauma es que hace dudar de hasta las cosas más elementales de las que creemos estar seguros. Sé que estoy terminando estos comentarios justo cuando estoy listo para ocuparme de los problemas que generan, pero déjenme concluir repitiendo los puntos más importantes que he venido afirmando. El trauma se suele comprender como algo solitario y aislado, debido a que las personas que lo experimentan frecuentemente se alejan mucho de los estados de ánimo cotidianos y de los juicios que gobiernan nuestra vida social. Pero es paradójico que ese alejamiento esté acompañado de perspectivas reconfiguradas del mundo que, a su vez, se convierten en la base de lo comunal entre ellas. Por lo tanto, entre las preguntas que todavía están por hacerse, figuran estas dos: ¿hasta qué punto podemos concluir que la dimensión 5 Cursivas en el original. Trauma y comunidad 83 comunitaria del trauma es una de sus características clínicas diferenciadas? y ¿hasta qué punto tiene sentido concluir que la visión traumatizada del mundo transmite una sabiduría que se debería escuchar por lo que vale? El trauma se puede calificar, sin duda, como patológico, en el sentido en que induce malestar y dolor, pero los imaginarios que acompañan al dolor tienen un sentido por sí mismos. 84 Parte II. Trauma cultural Trauma psicológico y trauma cultural1 Neil J. Smelser E l objetivo de este capítulo sólo se puede valorar si se tiene en mente el contexto en el que aparece: en un libro sobre trauma cultural. Me centraré en la idea de trauma psicológico (y en menor medida, en su idea hermana, el estrés psicológico) y me ocuparé de él no tanto como un fenómeno en sí mismo, sino como una manifestación que tiene relevancia para las perspectivas explicativas sobre los traumas culturales y que genera intuiciones importantes. Varias consecuencias se derivan de este énfasis: 1 • Mi tratamiento del trauma psicológico será selectivo, no exhaustivo. Parte de esta estrategia es producto de un instinto de autoconservación, porque el estudio del trauma, en este momento, es una industria, y las obras académicas sobre él son numerosísimas. Además de eso, no todos los aspectos del trauma psicológico (las estrategias para el tratamiento clínico, por ejemplo) son relevantes aquí. Me concentraré en lo que tiene valor teórico y empírico para el análisis del trauma cultural. • Desde el principio, deberíamos observar que existe cierta fragosidad conceptual en torno a los conceptos del trauma y el estrés. En principio, el trauma parecería connotar una experiencia repentina Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina. Trauma psicológico y trauma cultural 85 sobrecogedora y el estrés sería una condición que deteriora de modo más prolongado. Sin embargo, ambos conceptos sufren por la existencia de múltiples definiciones y se superponen, como nos sugieren las ideas de “estrés agudo”, “estrés traumático” (Van der Kolk & ál., 1996) y las “sucesiones de traumas parciales” (Freud & Breuer, 1995). De hecho, la clasificación clínica actualmente dominante, el desorden de estrés postraumático (deot), incluye ambos términos. Teniendo en cuenta esta confusión, debo escoger ciertos aspectos de la variedad de fenómenos existentes, en lugar de buscar los referentes empíricos y las definiciones verdaderas. 2 86 • Me veo obligado a destacar tanto la promesa como las limitaciones que tienen la teoría y la investigación en el ámbito psicológico para una comprensión en el contexto cultural. Sobre todo, es esencial evitar el reduccionismo psicológico (que causa que se evapore el contexto cultural) y la formulación de analogías acríticas (un pecado que nos recuerda las antiguas falacias asociadas con los modelos biológicos de la sociedad y las concepciones de la mente de los grupos). • Los caminos más prometedores para encontrar perspectivas aclaratorias parecen estar en la definición de trauma; en su condición como proceso negociado; en las funciones del afecto, la convicción y la memoria de los traumas, y en las funciones defensivas: manejar los acontecimientos y continuar elaborando (working through)2 cuando se está sufriendo un trauma. • Al final del capítulo, volveré sobre la idea de trauma, ‘objetivado’ como un proceso político y social, y comentaré tanto el desarrollo como la degeneración científica del concepto. (N. del E.) En el diccionario de Laplanche y Pontalis (1969: 436), working through se traduce como trabajo elaborativo, un proceso en virtud del cual el analizado integra una interpretación y supera las resistencias que ésta suscita. Se trataría de una especie de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos reprimidos y librarse de los mecanismos repetitivos. El trabajo elaborativo es constante en la cura, pero actúa especialmente en ciertas fases en que el tratamiento parece estancado y en las que una resistencia, aunque interpretada, persiste. Parte II. Trauma cultural Una vez hechas estas precisiones, debo añadir, dejando a un lado la modestia, que este ejercicio ha sido intelectualmente beneficioso para mí y espero que los lectores puedan persuadir su valor. Las cuestiones de definición y conceptualización El punto de partida de esta sección serán los escritos de Sigmund Freud entre 1888 y 1898, cuando él y Breuer se concentraron muy conscientemente en el trauma psicológico y en su relación con la histeria. Reconozco que haber elegido este momento es arbitrario, puesto que el trabajo sobre trauma antecede a Freud —en particular la tradición psiquiátrica francesa—, y él modificó posteriormente sus ideas, especialmente en la reformulación radical por la que asignó a la fantasía en la niñez un muy importante papel etiológico. No obstante, la elección del objeto principal de estudio se justifica porque arroja frutos a la hora de discutir las consecuencias que tiene para la idea de trauma cultural. Freud (1995a), al trabajar dentro del modelo médico-científico que fue tan importante para su pensamiento durante la última década del siglo xix, concibió que la histeria tenía una causa, un curso de desarrollo, un resultado y una cura definidos. Con respecto a la causa, identificó una experiencia sexual pasiva antes de la pubertad (Freud, 1995b: 15)3, por lo general el acoso o la seducción por uno de los padres, un hermano o un sirviente doméstico. La memoria y el afecto asociados con el evento serán reprimidos posteriormente en la conciencia y quedarán consignados a una condición de latencia o incubación prolongadas. Freud caracterizó la memoria del trauma como “un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado como de eficacia presente” (Freud & Breuer, 1995: 32). En algún momento después de la pubertad, y con las condiciones o eventos precipitantes apropiados, el afecto asociado con el trauma, usualmente al horror, regresa; el sujeto se defiende contra él y, en última instancia, se convierte en un síntoma orgánico como la parálisis de un miembro, la pérdida de una función como la vista o una inhibición. Freud se esforzó enormemente por destacar la importancia del afecto: 3 Cursivas en el original. Trauma psicológico y trauma cultural 87 “En el caso de la neurosis traumática, la causa eficiente de la enfermedad no es la ínfima lesión corporal; lo es, en cambio, el afecto del horror” (Freud & Breuer, 1995: 31). La cura paliativa, efectuada a través del uso de técnicas psicoterapéuticas usadas en el momento, era la desaparición del síntoma después de que se “conseguía despertar con plena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto”4 (Freud & Breuer, 1995: 32). La ocurrencia del desorden es el producto de “un aumento de excitación” (Freud, 1995c, 171) causada por el trauma, que primero ha estado bloqueado por la represión, y depositado y expresado en un síntoma, y después se ha liberado mediante una catarsis y la elaboración verbal del trauma. Observemos que incluso en este relato sintético aparecen referencias al acontecimiento, a la memoria, al afecto y a un proceso cognitivo (“expresar en palabras el afecto”). Una lectura atenta de los textos de Freud indica que, incluso en esta temprana fase de formulación de su teoría, estaba intentando conseguir una explicación más compleja de los desórdenes inducidos por el trauma. Observó que los traumas de la niñez por “el hecho de que sobrevengan en períodos en que el desarrollo no se ha completado confiere a sus consecuencias una gravedad tanto mayor y las habilita para tener efectos traumáticos” (Freud, 1995d, 329), con lo que estaba implicando que los traumas no serían tan severos en una etapa de desarrollo posterior, es decir, en un contexto diferente. Además, en fecha tan temprana como 1888, Freud puso en duda que un acontecimiento (traumático) constituyera en sí mismo una condición causal suficiente para el desarrollo de síntomas de histeria. Es cierto que dijo que una agresión psíquica particularmente intensa sería traumática, pero añadió inmediatamente que también lo podría ser “un suceso que por su ocurrencia en un momento determinado se convirtió en trauma” (Freud, 1995c, 171). Después agregó que las memorias producidas por el paciente son a menudo aquellas que “en sí y por sí no se les atribuiría valor traumático” (Freud, 1995e, 189). Estas especificaciones constituyen una confesión implícita, pero importante, de que un 4 88 Cursivas en el original. Parte II. Trauma cultural trauma puede resultar un evento más el contexto. Para ser contundente con respecto a esta cuestión, Freud se encontraba al comienzo de un viaje que lo llevaría a concluir que un trauma no es una cosa en sí misma, sino que se convierte en una cosa en virtud del contexto en el cual aparece. (El cambio posterior de las ideas de Freud sobre las fantasías sexuales como contenido de los traumas fue aún más lejos y sugirió que el trauma podría ser un no evento, ser todo contexto; por ejemplo, la sexualidad infantil general). Más recientemente, de Vries (1996: 398-413) hizo notar que los individuos de diferentes culturas (como aquellos con tradiciones religiosas fatalistas) puede que sean menos susceptibles a los ‘traumas’ de la manera en la que se comprenden en los países occidentales. Freud evocó nuevamente la lógica del contexto en lo referente a la aparición de síntomas histéricos cuando registró las causas concurrentes (o auxiliares). Entre ellas, mencionó “la agitación emocional, el agotamiento físico, la enfermedad aguda, las intoxicaciones, los accidentes traumáticos, el agotamiento intelectual, etcétera”. Estas no son causas primarias; las causas primarias son las agresiones traumáticas. Al mismo tiempo, nos dice que: Asaz a menudo cumplen la función de agentes provocadores que tornan manifiesta la neurosis, latente hasta entonces, y poseen un interés práctico, porque la consideración de esas causas banales puede proporcionar unos puntos de apoyo para una terapia que no tenga como mira la curación radical y se conforme con hacer retroceder la afección a su estado anterior (Freud, 1995f, 148). En otros escritos, Freud determinó que los ‘acontecimientos provocadores’ también tenían una función. Para una persona con neurosis latente, una experiencia adulta como un “avasallamiento sexual efectivo hasta unos meros acercamientos sexuales, y hasta la percepción sensorial de actos sexuales en terceros o el recibir comunicaciones sobre procesos genésicos” (Freud, 1995f, 167) dispararán el estallido de los síntomas. En la década que siguió a la de estas formulaciones, Freud se apartó aún más del binomio ‘causa-efecto’ (por ejemplo, de la neurosis sexual infantil traumático-histérica) mediante el desarrollo de teorías de la pul- Trauma psicológico y trauma cultural 89 sión y la defensa. Por un lado, comenzó a tratar los síntomas histéricos no meramente como ‘manifestaciones compulsivas’ de excitación, sino como la expresión del cumplimiento de un deseo, como “cualquier otra formación psíquica” (Freud, 1995g, 144). Además, reconoció que los síntomas constituyen compromisos “entre dos mociones pulsionales o afectivas opuestas, una de las cuales se empeña en expresar un pulsión parcial o uno de los componentes de la constitución sexual, mientras que la otra se empeña en sofocarlos” (Freud, 1995g, 145). Por esta época, Freud había llegado a un punto de progreso científico en el que estaba empleando dinámicas psíquicas idénticas para explicar prácticamente cualquier cosa que fuera de interés para él: sueños, paráfrasis, bromas, síntomas neuróticos, rasgos del carácter. Esas dinámicas eran el conflicto sobre la expresión del impulso, el fuerte afecto asociado, las defensas contra el impulso y el afecto, y los resultados. Si se tiene en cuenta esto, se puede apreciar la tensión inherente dentro de esta teoría que conduciría a Freud al desarrollo de una propuesta más compleja de los mecanismos de defensa, que terminarían por ser concebidos como los factores primordiales para la determinación de la elección de síntomas o de patrones de comportamiento. El enfoque en las defensas impidió que su teoría se degenerara, como estaba en peligro de ocurrir, y terminase siendo una explicación recurrente para cualquier fenómeno. La conclusión cierta que emerge de la anterior línea de razonamiento es que, incluso en las formulaciones preliminares de Freud, la idea de trauma no se concibe tanto como un acontecimiento causal discreto, sino como parte de un proceso dentro de un sistema. Para expresar esta conclusión en su forma más concisa, el trauma implica cierta concepción de sistema. A medida que Freud fue incluyendo un matiz tras otro, la mayoría de ellos sugeridos aparentemente por la acumulación continua de información clínica, este sistema terminó por incluir la idea de pulsiones (especialmente sexuales en esta etapa) localizadas en una estructura psicológica en alguna etapa del desarrollo aún no completado (prepuberal en la teoría de la histeria) y afectados a lo largo del tiempo por una diversidad de causas externas e internas (acontecimiento traumatizante primario, causas concurrentes incluyendo la salud general del organismo, acontecimientos precipitan- 90 Parte II. Trauma cultural tes). Todo ello se desplegaba en el contexto de una lucha continua entre una estructura instintiva frente a una estructura defensiva. Esta idea de sistema se enriqueció todavía más por varios postulados, entre los cuales estaban las suposiciones (económicas) hidráulicas5 sobre los flujos de la excitación psíquica y la conversión del conflicto psíquico en síntomas motores y psíquicos. Consecuencias para el estudio de los traumas culturales Indeterminación histórica Comenzaré con una premisa radical, que deriva de la exposición sobre el contexto anterior. La premisa es: ninguna situación o acontecimiento histórico discreto cualifica en sí mismo como trauma cultural, y la variedad de acontecimientos o situaciones que se pueden convertir en traumas culturales es enorme. En un ensayo reciente, Sztompka (2004: 155-195), al ligar los traumas culturales a los efectos de los procesos de cambio social, fue capaz de producir una lista formidable (páginas) que incluyen migraciones en masa, guerras, desempleo masivo y dislocaciones asociadas al cambio social rápido. Esta lista es útil, pero Sztompka y yo reconocemos que no todos sus elementos constituyen necesariamente traumas culturales y que sería posible añadir más elementos a su lista. El aspecto radical de esta proposición reside en el hecho de que estamos normalmente acostumbrados a pensar en algunos acontecimientos, como los desastres naturales catastróficos, la reducción de la población masiva y el genocidio, por ejemplo, como si fueran en sí, por sí y de sí, traumáticos. Son candidatos casi seguros para el trauma, ciertamente, pero incluso estos acontecimientos no cualifican automáticamente como trauma. Se pueden comentar varias cosas a partir de esta propuesta: • 5 La base teórica para la premisa es que la condición de trauma como tal depende del contexto sociocultural de las sociedades afectadas (N. del T.): La expresión se suele utilizar para describir el sistema de transferencia de energía de un lugar a otro de la psique; asemejaría ésta a un sistema hidráulico, según Freud. Trauma psicológico y trauma cultural 91 en el momento en el que se produce la situación o acontecimiento histórico. Las sociedades que salen de una guerra dura, que padecen la fuerte disminución de sus recursos económicos, que experimentan un conflicto interno rampante, aquellas cuya solidaridad social es dudosa, son más proclives al trauma que otras que son más sólidas a estos respectos. Los acontecimientos históricos que podrían no ser traumáticos para otras sociedades es más probable que sean traumas en las sociedades afligidas. 92 • Antes de que un acontecimiento se pueda calificar como trauma cultural, se deben producir varios avances en el trabajo de definición del trauma cultural. El acontecimiento debe ser recordado o se debe forzar su recuerdo. Además, la memoria se debe convertir en algo culturalmente relevante, es decir, se debe representar como algo que suprime, daña o hace problemático algo sagrado, normalmente un valor o perspectiva que se siente como esencial para la integridad de la sociedad afectada. Finalmente, la memoria se debe asociar con un fuerte afecto negativo, normalmente disgusto o vergüenza o culpa. Al observar la totalidad de la historia estadounidense, la memoria de la institución de la esclavitud parece ser la más cualificada sin duda como trauma cultural, porque está cerca de reunir estas tres condiciones. La desposesión de las tierras de los nativos americanos y el exterminio parcial de sus poblaciones es otro ejemplo, pero en el momento actual su condición como trauma no es tan segura como la de la esclavitud. • Una situación o acontecimiento histórico determinado puede cualificar como un trauma en un momento de la historia de una sociedad, pero no en otro. Sin duda, los regicidios de Carlos i de Inglaterra a mediados del siglo xvii y de Luis xvi durante la Revolución Francesa constituyeron traumas culturales importantes durante las décadas posteriores, pero ya no se tratan como tales en el discurso social o político contemporáneo. Incluso un fenómeno tan catastrófico como la peste negra, totalmente traumático durante décadas posteriores a su acaecimiento, no se considera actualmente como traumático para las sociedades Parte II. Trauma cultural a las cuales afectó, aunque los historiadores son plenamente conscientes de las consecuencias traumáticas que tuvo en aquel tiempo. Podemos concluir, por lo tanto, que los traumas culturales no nacen: se crean como producto de la historia. Este aspecto fundamental nos lleva a la cuestión de qué mecanismos y tipos de agencia están involucrados en el proceso de su creación, de lo cual me ocuparé a continuación. Sistema Si la definición de trauma cultural —como ocurre con el trauma psicológico— depende sobre todo del contexto, ¿de qué clase de contexto se trata? En el ejemplo anterior, tomado de los escritos tempranos de Freud, el sistema de la personalidad se representa como uno abierto hacia el entorno (es decir, capaz de sufrir daños desde el exterior) que posee la capacidad de internalizar ese daño (a través de la memoria) y que es capaz de defenderse contra él mediante una represión parcialmente exitosa, pero que en última instancia es vulnerable a su impacto. ¿Qué clase de sistema es una cultura? No quiero entrar en el incierto campo analítico en el que se compara los sistemas del individuo, el social y el cultural, lo cual fue un empeño habitual durante los años cincuenta6, pero que está difunto hoy en día, aunque se pueden decir unas pocas palabras al respecto. Un sistema social se refiere a la organización de las relaciones sociales en la sociedad. Sus principales unidades son los roles sociales e instituciones y éstas se clasifican normalmente a partir de criterios funcionales (instituciones económicas, instituciones jurídicas, médicas, educativas o familiares), aunque el concepto incluye frecuentemente sistemas de clasificación (estratificación) en clases sociales, grupos étnicos, raciales y otros criterios similares. Es posible describir las catástrofes y dislocaciones sociales como traumas sociales si conmocionan masivamente la vida social organizada. Ejemplos comunes serían las enfermedades, la hambruna y la guerra que diezman 6 Véanse Parsons & Shils (1951); Sorokin (1962). Trauma psicológico y trauma cultural 93 una población. La Gran Depresión de los años treinta se puede también considerar como un trauma social, porque socavó el funcionamiento de las instituciones económicas de las sociedades que se vieron afectadas por ella y a menudo produjo tensiones o incluso rupturas en sus sistemas políticos y legales. La característica definitoria importante de los traumas sociales es que los campos afectados son las estructuras sociales de la colectividad. Como sistema, una cultura se puede definir como la agrupación de elementos (valores, normas, perspectivas, creencias, ideologías, conocimiento y afirmaciones empíricas no siempre verificadas) ligados los unos a los otros en algún grado por un sistema de significado (conexiones lógicosignificativas en las palabras de Sorokin). Para una sociedad nacional, que es mi principal punto de referencia en este ensayo, suponemos que existe una cultura con un referente nacional que manifieste grados variables de unidad y coherencia. Por unidad quiero indicar el grado en el cual existe un consenso general acerca de la cultura de la sociedad y el grado en el cual las subculturas, contraculturas y conflictos culturales comprometen ese consenso. Por coherencia, me refiero a cuán compactas o cuán laxas son las relaciones significativas entre los elementos del sistema cultural. Un trauma cultural se refiere a un acontecimiento abrumador e invasivo que se cree que socava o destroza uno o varios ingredientes esenciales de una cultura o una cultura en su totalidad. La Reforma protestante cualifica como trauma cultural porque suponía una amenaza primordial para la integridad de la dominación de la visión cultural católica del mundo. La imposición de valores occidentales en las sociedades coloniales durante los siglos xix y xx proporciona ejemplos adicionales. La exposición de los grupos inmigrantes a las culturas de las sociedades de acogida a las cuales migran proporciona todavía más ejemplos. Algunos acontecimientos históricos cualifican social y culturalmente como traumáticos. He mencionado antes el caso de la Gran Depresión como trauma social. Además de sus efectos sociales perturbadores, también constituyó una crisis de la cultura del capitalismo (de la libre empresa, del sistema de propiedad privada, del sistema de beneficios sociales y de la ideología del progreso y la riqueza material) y debilitó la fe de aquellos comprometidos con el capitalismo como sistema ideológico. 94 Parte II. Trauma cultural Se pueden presentar varias otras observaciones sobre el concepto de trauma cultural. Las culturas nacionales en sociedades complejas son típicamente problemáticas en relación con la unidad y laxas con respecto a la coherencia. De ello se sigue que una pretensión de que exista un daño cultural traumático (por ejemplo, la destrucción o la amenaza a valores culturales, perspectivas, normas o, en este caso, la cultura en su totalidad) se debe establecer mediante esfuerzos deliberados por parte de los agentes culturales (especialistas culturales como sacerdotes, políticos, intelectuales, moralistas y líderes de movimientos sociales). En la mayoría de los casos, se determina la existencia de un trauma mediante un proceso confrontado: diferentes grupos políticos divididos con respecto a si el trauma ocurrió o no (antagonismo histórico), cuál debería ser su significado (antagonismo sobre la interpretación) y qué clase de sentimientos debería despertar (orgullo, neutralidad, rabia, culpa, antagonismo afectivo). Además, una vez que una memoria histórica se establece como trauma nacional, del cual la sociedad tiene que hacerse responsable de alguna manera, su condición como trauma se tiene que mantener de manera continua y activa y se debe reproducir con el propósito de conservar esa condición. Estas características significan que un trauma cultural difiere en gran medida de un trauma psicológico en términos de los mecanismos que lo establecen y lo sostienen. Los mecanismos asociados con el trauma psicológico son las dinámicas intrapsíquicas de la defensa, la adaptación, el afrontamiento y la elaboración; los mecanismos en el contexto cultural son principalmente aquellos que les corresponde a los agentes sociales y grupos en conflicto. La relevancia del afecto En el ámbito psicológico, los elementos activos tanto en las situaciones traumáticas como en los procesos de manejo de las mismas son afectos negativos. Freud terminó por concentrarse en la ansiedad como la respuesta emocional fundamental frente al peligro y la amenaza (Freud, 1995h; 1995i: 236), pero se podría fácilmente expandir esa respuesta para incluir la culpa, la vergüenza, la humillación, el disgusto, el enfado y cualquier otro afecto negativo. Para Freud, la ansiedad (y el afecto en Trauma psicológico y trauma cultural 95 general) es un lenguaje interno que sirve para la comunicación entre el sistema perceptivo (que reconoce los peligros internos y también externos) y el sistema adaptativo del organismo. Es la fuerza propulsora que activa las respuestas motoras y genera ideas frente a la amenaza. Si generalizamos este principio, podemos conceptualizar la función de los afectos negativos y también positivos como una función ‘preparatoria’ en relación con un comportamiento concreto. En contraposición a las formulaciones utilitaristas que consideran que los actores buscan el placer y evitan el dolor como estados finales, el dolor (amenaza) y el placer (gratificación) se entenderían mejor no como una actividad motora o ideal accesoria, sino más bien como acciones de anticipación y de movilización del organismo para que éste participe en una actividad o la evite. Además, porque todo ser humano, desde el comienzo de su vida, se abre camino a través de un mundo que es real y potencialmente amenazante y gratificante a la vez; todo ser humano experimenta también cada una de las variedades de los afectos negativos y positivos anticipatorios. En virtud de ello, el afecto constituye una clase de lenguaje universal, cuya representación simbólica opera como un medio efectivo de comunicación entre individuos. Sin embargo, a diferencia de otras estructuras del lenguaje, el de los afectos implica menos dificultades de traducción de un lenguaje a otro, porque es producto de una experiencia universal. Como observa Epstein (1992): Gran parte del intercambio social cotidiano involucra la expresión de afecto: tenemos que estar atentos a los sentimientos de otros y, al mismo tiempo, nos cuidamos acerca de lo que revelamos de nosotros mismos. A la hora de manejar estos encuentros, también terminamos reconociendo, aunque sea sólo de manera subliminal, que el cómo y el qué sentimos se transmite no sólo por medios verbales, sino también mediante claves no verbales. Esas claves pueden contener, de hecho, la información más vital: en un “mensaje” dado, el tono de voz, una elevación de las cejas u otros movimientos involuntarios del cuerpo pueden tener tanta relevancia o más que el contenido verbal. Como es obvio, no es sólo en el contexto de esas interacciones personales donde puede verse el importante papel que tiene el afecto. Es más, es difícil pensar en cualquier actividad humana o 96 Parte II. Trauma cultural acontecimiento social que no esté acompañado comúnmente de algún grado de expresión emocional. Una consecuencia más de esta representación teórica es que los afectos, una vez que se experimentan, se pueden generalizar para dotar de sentido a acontecimientos y a situaciones que no necesitan forzosamente haber ocurrido o existido. Un tipo claro de pruebas sobre este punto es el descubrimiento (McCann & Pearlman, 1990; Pearlman & McIan, 1995: 55865) de que los terapeutas del trauma (es decir, los psicoterapeutas que se especializan en ocuparse de pacientes con desorden de estrés postraumático) experimentan a menudo ellos mismos afectos y síntomas traumáticos durante el curso de la terapia. Es lo que se denomina traumatización vicaria. Estos efectos se experimentan de manera más vívida entre los terapeutas que se han visto ellos mismos sometidos a experiencias traumáticas en sus propias historias vitales, pero la autoestima de aquellos que no han tenido una historia personal de trauma se ve también afectada de manera negativa. Este principio explica también por qué los individuos que están viendo o leyendo pasivamente películas o libros que causan excitación, miedo o los mantienen en vilo puedan encontrarse temporalmente ‘traumatizados’ por ellos, aunque sean ficciones totales. Les asignan los afectos que hubieran surgido de los acontecimientos reales a esas situaciones de la ficción. Ello implica que el trauma se puede experimentar incluso mediante la asignación de los afectos apropiados a situaciones imaginadas. El afecto ocupa también una posición central en nuestra comprensión de trauma cultural. Un trauma cultural es, sobre todo, una amenaza a una cultura con la cual los individuos dentro de una sociedad se han identificado. Para expresarlo de una manera distinta, un trauma cultural es una amenaza a alguna parte de sus identidades personales. Como tal, si se experimenta este tipo de amenaza, aparecen afectos negativos. Podríamos ir más allá: si a un acontecimiento potencialmente traumatizante (por ejemplo, una tragedia nacional, una vergüenza nacional, una catástrofe nacional) no se le puede asignar un afecto negativo, entonces no se puede calificar como traumático. El lenguaje del afecto nos proporciona así un vínculo y una continuidad destacables entre los ámbitos cultural y psicológico. En un pasaje no muy Trauma psicológico y trauma cultural 97 conocido, Parsons (1978: 316) describe ‘afecto’ como un medio simbólico de intercambio y defiende que, por esa razón, “el afecto, en primer lugar, no es principalmente un medio psicológico, sino más bien un medio cuya significación funcional primaria es social y cultural”. No es sorprendente, entonces, que Parsons se concentre en el amor y en otros afectos positivos puesto que se relacionan con la solidaridad social; pero los afectos negativos se podrían incluir con facilidad dentro de esa formulación. Sin embargo, no iré tan lejos como Parsons. Los afectos son importantes en los contextos psicológicos y psicoculturales y constituyen un lenguaje que vincula esos dos ámbitos. Para concluir esta línea de razonamiento: aquellos interesados en calificar una situación o un acontecimiento histórico como traumático deben hablar un lenguaje que alcance a las personas como individuos. Y puesto que los afectos tienen un papel tan importante en alertar a los individuos acerca de los fenómenos amenazantes y traumatizantes, experimentar el lenguaje del afecto negativo es una condición necesaria para creer que existe un trauma cultural o que existe la amenaza de uno. Ello no pretende reducir las representaciones culturales cargadas de afecto a experiencias psicológicas individuales o viceversa, sino señalar que son el medio que vincula los dos aspectos. La incorporación a la personalidad Una característica destacable del trauma psicológico es su incorporación o permanencia en la estructura de la personalidad. Una vez que se registre, no desaparecerá. Hace más de un siglo, Charcot (1887) describió las memorias traumáticas como “parásitos de la mente”. Freud (1995b: 1539) habló de la memoria traumática como una “huella psíquica”, como un “cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado de eficacia presente” (Freud & Breuer, 1995: 32), como algo que el sistema nervioso “no es capaz de tramitar”7 (Freud, 1995c: 172) y que produce “efectos permanentes” (Freud, 1995e: 190). Caruth (1996: 4) se refirió al trauma como una herida que “no se puede curar”. 7 98 Cursivas en el original. Parte II. Trauma cultural En una descripción más detallada, van der Kolk precisa la manera en la que se fija el trauma como sigue: Cuando el trauma no llega a integrarse en la totalidad de las experiencias de la vida de una persona, la víctima permanece fijada en su trauma. A pesar de evitar involucrarse emocionalmente, las memorias traumáticas no se pueden evitar; incluso cuando se expulsan de la conciencia presente, regresan y se vuelven a vivir los acontecimientos, pesadillas o sentimientos relacionados con el trauma […] las recurrencias pueden continuar a lo largo de toda la vida durante los periodos de estrés (Van der Kolk & ál, 1996: 5). Esta caracterización se debe considerar relativa. El grado de permanencia varía según la severidad del trauma, la indefensión de la víctima y si el acontecimiento traumático se experimenta o no como producto de la ‘mano del hombre’. Sin embargo, existe un consenso general sobre la cuestión de la larga duración en la literatura clínica. Los estudiantes del trauma colectivo han destacado su permanencia en los niveles socioculturales también. Según la explicación de Neal (1998: 4): Los efectos duraderos de un trauma en las memorias de los individuos se parecen a los efectos duraderos de un trauma nacional en la conciencia colectiva. Disminuir o ignorar la experiencia traumática no es una opción razonable. Las condiciones que rodean el trauma se reproducen y se vuelven a reproducir en la conciencia debido a un intento por extraer algún tipo de sentido de coherencia de una experiencia carente de significado. Cuando el acontecimiento se descarta de la conciencia, resurge luego a través de sentimientos de ansiedad y desesperación. Al igual que la víctima de una violación resulta permanentemente cambiada como resultado del trauma, la nación termina sufriendo un cambio permanente como resultado de un trauma en la esfera social. Se pueden presentar muy fácilmente ejemplos acerca de esta permanencia: las memorias del Holocausto nazi, las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, otros acontecimientos similares al trauma, mencionados por el propio Neal, como la explosión del Challenger, el asunto Watergate y la crisis de los misiles cubanos, no parecen cualificar de manera completa o suficiente. Deberíamos decir, de modo más preciso, que en el caso del trauma colectivo existe un interés por Trauma psicológico y trauma cultural 99 representar el trauma como algo indeleble (una vergüenza nacional, una cicatriz permanente, etc.) y que si esta representación se establece con éxito, la memoria adquiere de hecho las características de lo indeleble e inamovible. Si el elemento de lo indeleble termina fijándose en la definición cultural de un trauma, entonces resulta difícil imaginar que se pueda elaborar de una manera expedita, de una vez y para siempre. Los trabajos de psicología sobre el trauma sugieren a veces la posibilidad de la desaparición virtual a través de la cura o el trabajo psíquico. La fórmula de Freud de la cura a través de la catarsis, sumada a la elaboración del afecto en palabras, se describen como una ‘cura’ y la idea de ‘trabajar la pena’. Después de la pérdida traumática por muerte de una persona querida, sugiere el retorno al funcionamiento normal y la reconstitución de un nuevo mundo social. En el caso de traumas culturales en pleno desarrollo, sin embargo, un modelo más apropiado sería el de la lucha constante y recurrente, tal vez con momentos de tranquilidad cuando arraiga alguna forma convincente para manejar el trauma, pero que se exterioriza otra vez plenamente cuando nuevas constelaciones de nuevas fuerzas y agentes sociales agitan otra vez esa memoria inquietante. Demanda de energía psíquica Un trauma psicológico, al ser indeleble en muchos sentidos importantes, demanda insistentemente la energía psíquica de la persona. Se convierte en parte de la psique. Sin embargo, como subrayaré más adelante, uno de los patrones más importantes de la actividad defensiva o adaptativa por parte de las personas es la negación, el embotamiento, la elusión de situaciones que podrían reactivar la memoria del trauma y el desarrollo de síntomas disociativos (Horowitz, 1976: 4-5). Estas reacciones se podrían considerar como esfuerzos nunca completamente exitosos, debido al principio de lo indeleble, de eliminar la memoria traumática del sistema psíquico. La contrapartida a estas reacciones en el ámbito colectivo es la negación o el olvido colectivos. No obstante, debemos tener cuidado para evitar 100 Parte II. Trauma cultural sugerir que esta formulación pudiera invocar algún tipo de ‘mente colectiva’ en funcionamiento cuando el hecho es que los muchos individuos que conforman una colectividad, como individuos, niegan un acontecimiento histórico. Una forma mejor de expresar esta idea es decir que para que un acontecimiento o situación histórica acabe estableciéndose como memoria colectiva, se debe dar por asumida o instaurada, como condición lógicamente previa, una pretensión de pertenencia común a una colectividad, por ejemplo, a una nación o a poblaciones subnacionales solidarias como las minorías religiosas o étnicas. Por ejemplo, para establecer el Holocausto nazi como un trauma cultural relevante para Alemania y para los alemanes, primero tiene que existir un grupo participante significativo que se pueda identificar como los alemanes. Decir esto puede ser enunciar aquello que es trivial u obvio, porque con el poder imponente que tiene la idea de nación como un grupo de miembros, usar la palabra ‘alemán’ implica casi automáticamente una referencia cultural significativa a un grupo de miembros. Sin embargo, no se debería olvidar que el vínculo entre el trauma y la pertenencia a un grupo nacional puede ser un vínculo conflictivo. Por ejemplo, durante varias décadas el régimen comunista de Alemania del Este adoptó una política ideológica más o menos oficial por la cual el Holocausto era un producto de las maquinaciones de las fuerzas burguesas capitalistas y que a ellos, como alemanes sin duda, pero como alemanes disociados de esas fuerzas, e inclusas enemigas de ellas, no se les podía exigir asumir ninguna responsabilidad por el trauma. Según esta historia, el Holocausto no era parte de su memoria, aunque fueran alemanes. Trauma colectivo e identidad Un corolario más que se sigue inmediatamente de la explicación precedente es que un trauma colectivo, que afecte a un grupo con miembros determinables, estará también asociado, necesariamente, con esa identidad colectiva de grupo. En términos simples, la pertenencia cultural significativa implica un nombre o categoría de pertenencia y la representación sociopsicológica de esa categoría produce un sentido de identidad psicológica con varios grados de visibilidad, articulación y elaboración: Trauma psicológico y trauma cultural 101 Todos los traumas colectivos tienen alguna incidencia en la identidad nacional. Mientras que en algunos casos el trauma nacional fortalece el sentido de unidad dentro de una sociedad, hay otros casos en los cuales los traumas tienen efectos divisorios […] Mediante las luchas épicas de la Revolución y la Guerra Civil norteamericanas acabamos por reconocer de una manera más clara qué es lo que significa ser norteamericano […] La herencia social nos proporciona un esquema cotidiano y un sentido de continuidad social. Aparece una seria crisis de significado cuando ya no podemos realizar presunciones acerca de la continuidad de la vida social como se conoce y comprende (Neal, 1998: 31). Cualquier trauma dado puede ser, o bien perturbador para la comunidad o la identidad, o bien reforzar la comunidad y la identidad, y normalmente será una mezcla de ambas cosas8. En cualquier caso, esta línea de razonamiento insinúa que las ideas de trauma colectivo, memoria colectiva e identidad colectiva están frecuentemente asociadas la una con la otra en los trabajos sobre trauma sociocultural. Podemos ahora proponer una definición formal de trauma cultural: una memoria aceptada por un grupo relevante de participantes y a la que se le da públicamente credibilidad; mediante ella, se evoca una situación o acontecimiento que está a) cargado de afecto negativo, b) representado como indeleble, y c) considerado como una amenaza para la existencia de la sociedad o que viola una o más de sus presunciones culturales fundamentales. La observación evidente que se puede añadir en este momento de transición es que si una situación o acontecimiento histórico acaba identificándose públicamente como trauma cultural, entonces esa circunstancia terminan insuflando un espíritu de urgencia, una exigencia para aquellos que lo reconocen como tal, para conseguir asumirlo. Lo anterior nos lleva inmediatamente al tópico de la defensa. Defensa, síntomas y afrontamiento Un adjetivo común que se usa para calificar un trauma psicológico es que se trata de una experiencia “abrumadora” (Prince, 1998: 44). Una versión más 8 102 Véase en esta edición el artículo de Kai Erikson. Parte II. Trauma cultural detallada de esta idea se puede encontrar en McCann y Pearlman (1990: 10), quienes enumeran los siguientes ingredientes característicos: [Un trauma] a) es repentino, inesperado y no-normativo; b) excede la capacidad que el individuo percibe que tiene para poder afrontar aquello que le exige la situación; y c) trastorna el marco de referencia del individuo y otras necesidades psicológicas y estructuras relacionadas. Esta es una caracterización precisa de muchos de los acontecimientos que constituyen un trauma (estar cerca de la muerte en el campo de batalla, la violación, ser testigo del asesinato de un pariente), pero esta definición se debe siempre considerar un comienzo. Si bien es posible concebir una situación que sea completamente abrumadora, lo que ocurre casi siempre es que un individuo expuesto a una determinada situación ‘lucha’ contra la experiencia y sus efectos, aunque sea de forma rudimentaria. Este ingrediente reactivo estaba presente en las formulaciones más tempranas de Freud y lo condujo directamente a las nociones de defensa y afrontamiento. Hace algunos años intenté elaborar una clasificación sistemática de los mecanismos psicológicos de defensa (Smelser, 1987: 267-86). Las obras sobre el tema estaban plagadas de vaguedades, superposiciones, repeticiones y confusión de diferentes grados de generalidad. En primer lugar, y de manera consistente con la tradición psicoanalítica, clasifiqué estas defensas como reacciones contra una amenaza interna, es decir, una excitación instintiva. Este modelo, basado en la representación de Freud y formalizado posteriormente por Rapoport (1951) construye una secuencia muy difundida, que comienza con una tensión pulsional creciente (la cual, cuando se retrasa la gratificación, da lugar a representaciones impulsivas psíquicas), sigue con descargas características de afecto asociadas con estas representaciones y termina con las representaciones características alucinatorias de objetos potencialmente gratificantes. La tensión se reduce cuando la pulsión se gratifica mediante alguna clase de actividad motora que conduce a un cambio de estado del organismo. Uno de los principios de los mecanismos de defensa es que se pueden activar en distintas etapas de este proceso, por lo que pueden comenzar en Trauma psicológico y trauma cultural 103 el momento de la excitación instintiva y terminar con el comportamiento (actividad motora). Es decir, nos podemos defender contra la representación de la pulsión (represión), contra el afecto asociado (supresión del afecto), el objeto de gratificación se puede distorsionar (desplazamiento) y nos podemos defender contra el comportamiento gratificante (inhibición). Además, identifiqué cuatro modos separados de defensa: 1. bloquear la intrusión amenazante (por ejemplo, la negación); 2. invertir la intrusión amenazante y convertirla en su opuesto (por ejemplo, convertir el desprecio en admiración); 3. cambiar la referencia de la intrusión amenazante (por ejemplo, proyección), y 4. aislar la intrusión amenazante de sus conexiones asociativas (por ejemplo, despersonalización). Combinar las cuatro ‘etapas’ de gratificación y los cuatro ‘modos’ de defensa en una sola matriz produce la clasificación de los mecanismos de defensa que se puede leer en la Tabla 1. Esa tabla representa un ‘repertorio’ más o menos exhaustivo de las defensas disponibles para un individuo que pretenda bloquear las intrusiones internas amenazantes. En cualquier lucha contra una intrusión indeseada, el individuo emplea típicamente una variedad de defensas, una “estratificación” (Gill, 1963). Con respecto al trauma en particular, la evidencia clínica revela que una víctima de trauma puede confiar más o menos simultáneamente, por ejemplo, en la negación, la culpa o acusación de otros (proyección); la huida, la definición del trauma como una experiencia ‘valiosa’ (inversión); el desplazamiento de la amenaza a otra fuente, y la racionalización. Al hablar de la memoria indeseada de un trauma, Freud (1995b: 152-153) describe esta complejidad: [El acontecimiento precoz (es decir, el trauma)] está representado […] por una multitud de síntomas y de rasgos particulares […] encadenamiento sutil pero sólido de la estructura intrínseca de la neurosis. El efecto terapéutico del análisis se demora si uno no ha penetrado tan lejos, pero, una vez que se lo ha hecho, no se tiene otra opción que refutar el todo en su conjunto o prestarle creencia. 104 Parte II. Trauma cultural El siguiente paso en aquel análisis mío era sugerir que este repertorio de estrategias de afrontamiento no se limita a bloquear las amenazas internas (el enfoque dominante acerca de las defensas en el psicoanálisis), sino que también puede aplicarse a las amenazas externas. De esta forma, en una situación de peligro (por ejemplo, frente a la toxicidad medioambiental), el individuo puede recurrir a la negación (la amenaza no existe), a la supresión del afecto (puede existir, pero no hay nada de qué preocuparse), al desplazamiento de la amenaza (es sólo una amenaza en los países del Tercer Mundo), comportándose extrañamente (acting out) (celebrando protecciones rituales contra la amenaza) y otras estrategias similares. Tabla i. Mecanismos de defensa clasificados según los modos básicos y las fases de desarrollo del comportamiento Etapas 1 2 3a. Impulso 3b. Afecto cognitivo de relevante representación Cambio en referencia a Aislamiento de las conexiones asociativas Gratificación diferida La inversión en lo opuesto Tensión libidinal Modos Bloqueo 3 Representación física (alucinación) de una situación gratificante 4 Resultado en el comportamiento 3c. Objeto relevante Represión Supresión del afecto Retraimiento, negación Inhibición Cambio de propósito instintivo Inversión del afecto Inversión del otro en el yo como objeto Formación reactiva; Proyección del impulso Proyección del afecto Desplazamiento; identificación, racionalización “Pasar a la acción” (acting out) “Disociación” o aislamiento del impulso Asilamiento de las Aislamiento Despersonalización manifestaciones del del afecto de la experiencia comportamiento Trauma psicológico y trauma cultural 105 En este momento debería confesar que, a la luz de los anteriores pasajes, no estoy del todo satisfecho con los términos ‘defensa’, ‘defensivo’ y ‘mecanismos de defensa’, aunque continuaré usándolos por razones de consistencia con su utilización en el pasado. El término ‘defensivo’ tiene la connotación de que quien recurre a esas defensas está huyendo o está contra la pared frente a las amenazas. La afirmación “no te pongas a la defensiva” ciertamente nos sugiere eso. Pero como, pese a todo, recurrir a esas estrategias implica una adaptación activa y el control de la propia situación tan a menudo como no se requiere, e incluso pueden ser comportamientos aprovechados, prefiero el término más neutral de ‘mecanismos de afrontamiento’ e incluso la extraña expresión ‘formas de neutralizar las amenazas e intrusiones internas y externas’. Es parte de la condición humana que la vida sea una lucha continua, en el sentido de que cualquier individuo está siempre experimentando peligros internos y externos. Bajo la amenaza de poder sufrir esos peligros, se defiende de ambos, los aprovecha y los afronta. Por esa razón, es posible tratar el repertorio de estrategias de afrontamiento, como el afecto, como una clase de lenguaje universalmente reconocible —cuando menos reconocible en general— que se puede comunicar y compartir por los individuos y dentro de las colectividades. Todo el mundo sabe qué significa negar, culpar, acusar (proyectar) y amar lo que uno ha odiado previamente y viceversa (inversión), porque estas formas de afrontamiento son parte de la experiencia de todos, aun cuando cada individuo tenga un patrón distintivo y preferido, según su caja de herramientas. Este supuesto de generalidad y de posibilidad de compartir, como ocurre con el afecto, es necesario si queremos poder hablar del afrontamiento colectivo como un ingrediente de los traumas culturales. Las representaciones, para poder ser colectivas, se deben comprender y compartir mutuamente. Paso ahora a realizar varias observaciones específicas acerca del manejo adecuado de los traumas culturales como tales. Afrontamiento masivo frente a afrontamiento colectivo Es razonable que un acontecimiento histórico con una significación profunda —si es que no la tiene abrumadora— para una sociedad constituya 106 Parte II. Trauma cultural también una situación importante que deberá afrontarse por parte de muchos individuos en la sociedad, incluso si no constituye un trauma personal para ellos. Tengo en mente la imposición, en virtud de su propio acaecimiento, de una necesidad de determinar los contornos del nazismo y del Holocausto en Alemania, el final de la esclavitud en los Estados Unidos o la imposición del gobierno comunista dominado por los soviéticos en Polonia. Muchos estadounidenses, aunque no todos, fueron convocados de manera similar para que asumieran, de diferentes formas y en distintos momentos, acontecimientos importantes como Pearl Harbor en 1941, el internamiento de los estadounidenses de origen japonés en 1942, el lanzamiento de bombas atómicas sobre las ciudades japonesas en 1945 o la crisis de los misiles cubanos en 1962. Además, bajo la presión de estos acontecimientos, muchas personas de esas respectivas poblaciones tuvieron que afrontar reacciones iguales o similares, como combatir su ansiedad, disminuir o negar la importancia del acontecimiento, la despersonalización y fenómenos similares. Llamamos un fenómeno masivo a esta agregación de respuestas individuales porque involucra a muchas personas que tienen las mismas reacciones y les asignan el mismo significado. Sin embargo, deberíamos tener cuidado en no referirnos a esas respuestas de masa como una respuesta o defensa colectiva. Para que puedan estar en esta última categoría, se deben haber completado todos o algunos de los siguientes elementos del ‘trabajo de la memoria colectiva’: • La respuesta debe caracterizarse por ser una reacción frente a un trauma que afecta a todos los miembros de la colectividad relevante. En su discurso tras el ataque japonés a Pearl Harbor, el presidente Roosevelt anunció que el traicionero ataque establecía “una fecha que perdurará en la infamia”, una declaración que proclamó la indelebilidad, la existencia de un ataque sobre el conjunto del pueblo americano y una ofensa que debía temerse y detestarse. El discurso funcionó para materializar una respuesta colectiva única frente al mar de respuestas de las masas al acontecimiento. El coro de declaraciones efectuadas por los líderes nacionales, blancos y negros, proclamando el asesinato en 1968 de Martin Luther King, Jr., como una vergüenza nacional, tuvo el mismo Trauma psicológico y trauma cultural 107 • 108 fin.Sin embargo, la colectivización de las respuestas con las cuales se afrontan estas situaciones potencialmente traumáticas rara vez se consigue mediante la mera proclamación de los líderes políticos. Esas proclamaciones se producen muchas veces, como todos sabemos, pero suelen ser, con mayor frecuencia, un proceso en el que se produce una búsqueda de respuestas, una negociación y un enfrentamiento colectivos acerca del significado histórico apropiado que se le debe asignar a los acontecimientos; no son, entonces, la adecuada actitud afectiva que debe adoptarse, sobre la apropiada dimensión de la responsabilidad y sobre las formas apropiadas de conmemoración. Por ejemplo, la respuesta inicial a la muerte del presidente Roosevelt en 1945 fue una mezcla de tristeza masiva por parte de aquellos que amaban al presidente, de culpa por parte de aquellos que estaban secretamente felices de deshacerse de ese hombre odiado, y de confusión por parte de aquellos temerosos por la pérdida del líder en medio de las incertidumbres de la guerra y de la paz que se avecinaba (De Grazia, 1948). La confusión y la búsqueda de respuestas iniciales se canalizaron mediante una respuesta nacional semioficial de duelo, se transmitió a través de las palabras de líderes como el vicepresidente Truman y Eleanor Roosevelt; mediante el muy publicitado solemne viaje del tren que portaba el ataúd de Roosevelt de Warm Springs a Washington; y mediante el otorgamiento oficial del poder presidencial a Truman (“el rey ha muerto, larga vida al rey”). Más a menudo, la fijación de una respuesta colectiva a un trauma es un asunto de enfrentamiento amargo entre grupos, a veces durante largos periodos de tiempo y muchas veces sin resolución definitiva. La cuestión acerca de cómo se debe recordar la esclavitud y la Guerra Civil norteamericana nunca se ha resuelto del todo entre los grupos de afroamericanos que continúan asimilando su significado para su identidad cultural, entre las muchas personas del Norte que quieren recordarla como la supresión heroica de una maldición nacional, y entre muchos sureños que la quieran evocar como el final heroico y trágico de una forma de vida distintivamente sureña. Por dar otro ejemplo, los años de la posguerra tras Parte II. Trauma cultural • la Segunda Guerra Mundial han dado lugar a debates continuos, y a veces amargos, entre aquellos que consideran el lanzamiento de una bomba atómica sobre Japón como un triunfo militar, quienes lo ven como una forma plenamente justificada de salvar vidas estadounidenses en el mundo, quienes piensa que fue una necesidad desgraciada, otros más que creen que solo es un acto salvaje y otros que lo estiman una infamia nacional (Linenthal, 1989). Aquellos involucrados en estos debates (las fuerzas armadas, los partidos políticos, los movimientos sociales por la paz y los contramovimientos que ellos generan, y otros similares) tienen, en muchas ocasiones, intereses específicos que quieren promover o proteger. En la medida en que estos enfrentamientos son crónicos y nunca consiguen llegar a un consenso sobre su significado, sobre el afecto apropiado y sobre la estrategia preferida de afrontamiento ante los acontecimientos, no tenemos una versión completamente oficial de un trauma colectivo, sino más bien un continuo contrapunteo de voces interesadas y antagonistas. Muchos enfrentamientos se pueden considerar en sí como luchas en gran medida simbólicas sobre las diferentes formas en las que deberían recordarse los acontecimientos históricos y sobre cuál es la actitud afectiva (positiva o negativa) que debería asumirse. Ello es cierto en relación con los conflictos acerca de los rituales, los monumentos y los museos conmemorativos. Sin embargo, la naturaleza de estos conflictos puede cambiar a lo largo del tiempo, cuando van apareciendo diferentes constelaciones de grupos interesados con diferentes programas políticos en el escenario. En muchos casos, naturalmente, la insistencia pública acerca de cómo deberían recordarse los acontecimientos y situaciones son, al mismo tiempo, reivindicaciones apenas disfrazadas por intentar mejorar la posición económica, el reconocimiento político y la posición social de un grupo. Por ejemplo, los veteranos de las casi guerras y de las acciones militares que no llegan a ser guerras tienen un interés porque se les recuerde como veteranos de una lucha heroica, debido a la variedad de privilegios jurídicos y de beneficios materiales que estarían disponibles para ellos si así ocurriera. Como se explica más Trauma psicológico y trauma cultural 109 adelante, se derivan también ciertas ventajas para aquellos individuos y grupos que tienen éxito en conseguir que se les diagnostique como víctimas del trauma (o se les recuerde como tales). • Las luchas simbólicas acerca del apropiado recuerdo de los traumas tienen a menudo una dimensión generacional. El tratamiento de Giesen de las memorias del Holocausto revela una posición acusadora (sobre todo en los años sesenta) por parte de niños que no habían experimentado el Holocausto, pero cuyos padres sí lo habían hecho. Muchos de los “halcones” en el periodo de la Guerra del Vietnam fueron ciudadanos ancianos que “recordaban” amargamente las estrategias apaciguadoras de Chamberlain antes de la Segunda Guerra Mundial (y estaban convencidos de que esos errores no deberían repetirse); frente a esa misma situación, y en contraste, muchas “palomas” eran personas más jóvenes que no tenían esa memoria generacional impresa en ellos o que “recordaban” los acontecimientos de una manera distinta de la generación más vieja. La cuestión de la represión colectiva Freud consideró la represión como un mecanismo especial de afrontamiento del trauma y, en sus últimos escritos, del conflicto neurótico en general. Era una respuesta general e inicial del niño prepuberal (que se suponía que no estaba equipado con un pleno repertorio de defensas en esa fase del desarrollo) para poder manejar el trauma. En principio, la represión es una defensa muy efectiva para manejar las amenazas, porque, si es exitosa, hace desaparecer la amenaza y elimina la necesidad de una actividad de defensa adicional. Para Freud, sin embargo, la represión no era normalmente exitosa. Sólo tenía éxito en incubar la amenaza, no en eliminarla. La ocasión para la aparición de una nueva defensa adulta y más fuerte contra la memoria del trauma surgía con el fracaso de la represión, el estallido de ansiedad y la movilización de una amplia variedad de otras defensas. En sus últimos análisis, aparecía el síntoma como defensa. En los diagnósticos actuales, el fenómeno de la represión 110 Parte II. Trauma cultural defensiva, la negación y la evasión se reiteran en los diagnósticos de los desórdenes de estrés postraumático. No parece aconsejable buscar alguna analogía sociocultural precisa para la represión psicológica del trauma. Sin duda, una de las respuestas dominantes frente al trauma puede ser la negación en masa, la falta de deseos de recordar y el olvido, como lo demuestran la situación de Alemania Occidental inmediatamente después del Holocausto y la visión sobre la esclavitud de los negros en el periodo inmediato de la postemancipación9. Es difícil imaginar que pueda llegar a darse el éxito completo de un esfuerzo político organizado por prohibir en la memoria una situación o acontecimiento histórico importante, en gran medida porque es imposible de controlar, incluso con esfuerzos extremos, la intercomunicación privada oral entre ciudadanos, entre padres e hijos, y otras comunicaciones similares. Por ello, la idea de ‘represión cultural’, en cualquier sentido propio, no tiene sentido sociopsicológico, aunque determinados gobiernos totalitarios (la Alemania de Hitler, la Unión Soviética de Stalin y la China de Mao) hayan efectuado intentos masivos por cubrir y reescribir la historia. Por eso mismo, en lo referente al trauma cultural no parece aconsejable buscar una precisa analogía para la idea de incubación psicológica, para la idea de una fuerza subterránea y reprimida, con una gran carga de significado, que esté lista para surgir en cualquier momento. La razón por la cual este imaginario del ‘volcán dormido’ parece insatisfactorio se debe a que la condición ‘activa’ o ‘inactiva’ del trauma cultural depende enormemente de las condiciones políticas y sociales en un determinado momento, que son siempre cambiantes, y de los procesos de negociación y enfrentamiento que estén desarrollándose entre grupos. Hago esta afirmación con pleno conocimiento del hecho de que grupos interesados (incluyendo gobiernos) frecuentemente representan los traumas culturales como marcas o cicatrices indelebles, siempre molestas para el cuerpo social y el cuerpo político. Su propia condición imborrable, sin embargo, se encuentra sujeta a circunstancias históricas que cambian constantemente. 9 Véanse B. Giesen (2004) y, en esta edición, R. Eyerman. Trauma psicológico y trauma cultural 111 La universalización de la culpa y de la transferencia de la culpa a terceros En el ámbito psicológico, la transferencia de la culpa a terceros es un mecanismo obvio. Involucra el desplazamiento y también la proyección, es decir, asignar responsabilidades y culpas a otros por las intrusiones indeseables internas y externas, especialmente si estas intrusiones evocan la posibilidad de vergüenza o de culpa (incluyendo la culpa del superviviente). Si son lo suficientemente extremas, estas reacciones cristalizan en una paranoia sólidamente establecida que desafía las consideraciones de la realidad y la lógica empíricas. En ese mismo sentido, cuando ocurre cualquier clase de accidente, desastre, shock, desgracia pública o quiebra del control social, casi la primera respuesta inevitable (e incluso permanente) frente a ello es establecer la responsabilidad y la culpa por lo ocurrido. A veces, esta reacción se encuentra más o menos institucionalizada (la destitución del entrenador de un equipo deportivo durante o después de una temporada perdedora, la retirada del capitán de un buque naval después de haber cometido un error de navegación —sin importar de quién fuera la culpa en realidad—, el despido de un director ejecutivo cuando la compañía no tiene suficientes beneficios o la compañía fracasa). Con respecto a los fracasos o desastres no anticipados, la tendencia a buscar la responsabilidad y la culpa es casi automática. Podemos tener la plena seguridad de que así ocurrirá cuando haya cualquier indicación de que la falla es producto ‘de la mano del hombre’ y no de causas naturales (terremotos, inundaciones, huracanes, incendios en los bosques naturales). Incluso los desastres naturales producen reacciones hostiles hacia los agentes que se supone que deberían predecirlos o prevenirlos o que son responsables de reaccionar una vez que ocurren (Smelser, 1962). El mismo efecto de evasión de la culpa es una característica habitual en los ‘pánicos morales’, es decir, en la histeria colectiva como respuesta frente a la incertidumbre y la amenaza, en la cual se identifica a algún agente no relevante y se le acusa de haber atacado algo sagrado (Thompson, 1998). Los traumas culturales, cuando se definen y aceptan como tales, no escapan a esta tendencia. En los estudios de caso de trauma cultural se 112 Parte II. Trauma cultural señala la asignación de responsabilidad como una característica notable. ¿Quién ha cometido el error? ¿Algún grupo odiado en nuestro medio? ¿Conspiradores? ¿Líderes políticos? ¿Los militares? ¿Los capitalistas? ¿Un poder extranjero? ¿Fuimos nosotros mismos como grupo o nación? Observé anteriormente que el propio esfuerzo por establecer un trauma cultural es un proceso disputado como también lo son los debates y conflictos acerca de las ‘defensas preferibles’. Tal vez factores incluso más divisivos son el señalamiento con el dedo, la atribución recíproca de culpa y la demonización. Además, cuando aparecen estas consecuencias conflictivas en el escenario, se convierten en sí mismas en fuentes potenciales de trauma, y producen típicamente la movilización de esfuerzos, principalmente por parte de las autoridades políticas, por calmar ese escenario, ya sea mediante la proclamación pública de un agente responsable y uniéndose al ataque, ya sea conformando comisiones de investigación ‘imparciales’ para determinar las cuestiones sobre responsabilidad de una forma más fría y neutral, ya sea intentando calmar de cualquier otro modo las aguas revueltas mediante la ‘reelaboración’ de las cuestiones relativas a la culpa y la responsabilidad. Atracción y repulsión y el establecimiento de la ambivalencia Una de las peculiaridades que se han señalado en conexión con los traumas psicológicos agudos es su muy fuerte tendencia dual: a evitarlos y a revivirlos (Freud, 1995j). En el plano psíquico, la principal defensa es alguna forma de amnesia (embotamiento, parálisis emocional [Krystal, 1978: 81-116], olvido real, negación, dificultad para recordar o falta de deseo de contemplar o morar en el deseo traumático). Al mismo tiempo, el trauma tiene una forma de inmiscuirse en la mente, bajo la forma de pensamientos indeseados, pesadillas o trastornos perceptivos recurrentes (flashbacks). Estas tendencias aparentemente antagonistas se han presentado para algunos como una paradoja (Caruth, 1995: 152). En el plano del comportamiento, se observa la misma doble tendencia: una compulsiva que evita las situaciones que se parecen a la escena traumática o que se la recuerdan a la víctima, pero, al tiempo, Trauma psicológico y trauma cultural 113 una compulsión igual de fuerte a repetir el trauma o a revivir algunos aspectos del mismo (Van der Kolk, 1996: 199-201). Cuando se busca una analogía en el contexto sociocultural, descubrimos esas tendencias duales. Por un lado, se observa el olvido masivo y las campañas colectivas por parte de grupos que pretenden reducir la importancia del acontecimiento traumático o ‘dejarlo atrás’, cuando no tienen como objeto directo la negación de la ocurrencia del trauma cultural. En sentido contrario, se puede ver una preocupación compulsiva con el acontecimiento y también esfuerzos de grupos por mantenerlo presente en la conciencia pública como un recordatorio de que ‘debemos recordar’ o ‘mantener en la memoria tanto como sea posible’. La construcción de un monumento, como ya se ha señalado, tiene elementos de ambos tipos de reacción: construir un monumento es imponernos una memoria mediante la presencia física continua y conspicua de una edificación; al mismo tiempo, un monumento también transmite el mensaje de que ahora ya hemos presentado nuestros respetos al trauma, de que ahora tenemos permiso para poder olvidarnos de él10. Estas dos reacciones están increíblemente vivas en la explicación de Giesen de la variedad intentos por asumir el Holocausto en la Alemania Occidental de posguerra (Giesen, 2004b: 112-154). La preocupación por los monumentos del Holocausto y las controversias en torno a ellos continúan siendo un fenómeno incesante en Alemania y, en menor medida, en los Estados Unidos. La gran controversia pública sobre los monumentos a la Guerra del Vietnam, especialmente el que se encuentra en Washington, D. C., revela la misma dinámica de la doble memoria: la compulsión a recordar y la compulsión a olvidar11. Sin embargo, debería subrayarse una peculiaridad importante a la hora de realizar una analogía psicológica. En el ámbito psicológico, la batalla entre las dos tendencias continúa al interior de la psique; en el cultural, puede haber casos de alternancia entre la evitación compulsiva 10 11 114 (N. del E.) Para una reflexión más sostenida sobre la relación de monumentos y espacio público con memorias traumáticas véanse los ensayos de J. Young y de A. Huyssen que se incluyen en esta obra. Véanse Scruggs & Swerdlow (1985); Wagner-Pacificin & Schwarz (1991: 376-420); Glazer (1996: 22-39). Parte II. Trauma cultural y la atracción compulsiva en algunos individuos y grupos, pero la principal manifestación es un conflicto entre los diferentes grupos, algunos orientados hacia la disminución del valor del trauma y otros que desean mantenerlo vivo (Geyer, 1996: 169-200). Una defensa contra el trauma muy estrechamente relacionada con la anterior es transformar un acontecimiento negativo en uno positivo. En algunos casos, esa operación es relativamente poco problemática. La Revolución norteamericana, que es en potencia un trauma en la historia estadounidense —si es que acaso no lo fue y que indudablemente lo hubiera sido si no hubiera ocurrido—, se ha recordado casi universalmente como un mito heroico, positivo, de los orígenes de la nación estadounidense (Neal, 1998: 22-23). En otros casos, la transformación es más problemática. Algunos polacos recuerdan ciertos aspectos de la era comunista (por ejemplo, la seguridad del ingreso) con nostalgia, sobre todo en el contexto del desempleo y de los otros costos que trae consigo la economía de mercado (Sztompka, 2004)12. El ensayo de Eyerman demuestra de manera evidente que muchos intelectuales afroamericanos a finales del siglo xix revivieron la memoria de la esclavitud como una bendición histórica en el sentido de que, aunque fuera un trauma, le dio a los estadounidenses negros una base positiva para construir una identidad en el mundo que siguió al esclavismo y que había revocado la promesa de la ciudadanía plena al imponerles la doctrina de Jim Crow en el Sur y la discriminación en el Norte. Incluso los alemanes, al recordar el Holocausto, en donde parece casi imposible encontrar cualquier cosa positiva, muestran destellos de este elemento: al recordarlo se refuerza su propósito de no permitir que vuelva a ocurrir. En todos los acontecimientos, esta doble tendencia, una vez que aparece en la memoria y en la construcción de monumentos para los traumas, establece firmemente una de sus características más destacables: la ambivalencia hacia ellos. Como en la ambivalencia psicológica, su manifestación en lo sociocultural establece el escenario en el cual se observa la tendencia frecuente a involucrarse generación tras generación en el 12 Véase también E. Wnuk-Lipinski. (1990: 317-31). Trauma psicológico y trauma cultural 115 examen y esa evaluación compulsiva reproduce nuevos aspectos del trauma, interpretando, revaluando y luchando sobre su significación simbólica. Estos son los ingredientes de lo que podríamos llamar indistintamente juego cultural, escaramuzas culturales o incluso guerras culturales. La ambivalencia conduce a fortalecer la afirmación de la indelebilidad: los traumas culturales nunca pueden resolverse y nunca desaparecen. A lo largo del tiempo, la actividad cultural repetida y revivida origina una reserva de cientos de manifestaciones diferentes de la memoria, algunas muertas, otras latentes, otras todavía activas, otras ‘calientes’, pero en todo caso disponibles para ser revividas. Ello produce un tipo fascinante de acumulación cultural: un depósito sin fondo, siempre creciente, que consiste en múltiples precipitados (tanto positivos como negativos) y en un proceso continuo y vivo de recuerdo, afrontamiento, negociación y participación en el conflicto. Una vez que se ha logrado esa condición de ambivalencia, los traumas culturales, finalmente, manifiestan una tendencia hacia la producción de la polarización política y hacia los debates fuertemente antagonistas. Todos los elementos necesarios para esta característica se han mencionado ya: un ataque amenazante, cuando no abrumador, sobre la integridad cultural, y un acontecimiento o situación dotados de afectos poderosos y ambivalentes. Esta combinación produce el efecto familiar de ‘escisión’ por el cual un lado de la ambivalencia se ve más o menos completamente negado, no reconocido o reprimido, y el otro lado se construye de tal manera que contiene la totalidad de la historia13. La polarización política ocurre cuando dos o más grupos políticos, cada uno de los cuales ha adoptado modos antagonistas y rígidos de escisión, se enfrentan uno con el otro en luchas radicales sobre el significado y la valoración del trauma. 13 116 El psicoanálisis entiende el concepto de escisión como un “término utilizado por Freud para designar un fenómeno muy particular cuya intervención observó especialmente en el fetichismo y en la psicosis: la coexistencia, dentro del yo, de dos actitudes psíquicas respecto a la realidad exterior en cuanto ésta contraría una exigencia pulsional: una de ellas tiene en cuenta la realidad, la otra reniega la realidad en juego y la substituye por una producción del deseo. Estas dos actitudes coexisten sin influirse recíprocamente” (Laplanche & Pontalis. 1994: 125). Parte II. Trauma cultural Excurso: la evolución científica y la evolución del trauma Para concluir, es interesante llamar la atención sobre un comentario sugestivo, que tiene a la vez un carácter teórico, metodológico e ideológico, acerca de la historia científica de casi un siglo sobre la noción de trauma psicológico. Este comentario no pretende ser un examen exhaustivo de la conceptualización y la investigación sobre el tópico, sino más bien una observación general sobre el destino de un concepto científico. Desde un punto de vista médico, la idea de trauma, tanto en adultos como en niños, puede retrotraerse a los trabajos de los psiquiatras del siglo xix en Europa, y a los esquemas de explicación desarrollados por los pioneros franceses Janet y Charcot (Van der Kolk, Wiesaeth & Van der Hart 1996: 52-53)14 El trabajo de Freud sobre la histeria cristalizó ese interés y ofreció nuevos elementos. En sus formulaciones durante el último decenio del siglo xix, resumidas al principio de este capítulo, Freud desarrolló una proposición científicamente precisa: un acontecimiento diferenciado (la experiencia sexual pasiva en la niñez) ocasiona la represión del afecto y de la memoria, un periodo de incubación y luego la aparición de síntomas de conversión específicos. El propio Freud consideró esta formulación limitada e inadecuada en poco tiempo. Ya en los primeros tiempos, distinguió entre las “neurosis reales”, creadas por experiencias físicas objetivas y abrumadoras, y las “psiconeurosis”, que surgían de experiencias sexuales infantiles. Después Freud desarrollaría dos modelos separados de trauma; uno, el modelo de la “situación insoportable” derivado de su trabajo sobre las neurosis de guerra de la Primera Guerra Mundial, y el otro, el del “impulso inaceptable”, que surgiría de su creciente énfasis en el papel que desempeñaban las fantasías sexuales infantiles en el desarrollo de las psiconeurosis (Van der Kolk, Wiesaeth & Van der Hart 1996: 55). La característica del trabajo de Freud que me gustaría tomar como punto de partida en este excurso es su formulación del trauma y el síntoma en la histeria por conversión. Era una formulación precisa, con independencia de lo insatisfactoria e inasible que ha demostrado ser con el transcurso del tiempo. La historia posterior sobre el trauma y sus consecuencias 14 Véase también Kahn (1998: 4-5). Trauma psicológico y trauma cultural 117 puede contarse como la multiplicación enorme de los acontecimientos considerados como traumáticos, la multiplicación creciente de los síntomas asociados con el trauma y una politización curiosa del fenómeno. Los resultados de esta historia arrojan una mezcla paradójica de avance científico y degeneración científica. Durante la Primera Guerra Mundial, la preocupación por los traumas causados por el estallido de obuses (shell shocks), en concreto, y por la neurosis de guerra, en general, hicieron que las experiencias en el campo de batalla se establecieran como una clase del trauma. La Segunda Guerra Mundial añadió nuevo interés y conocimiento al tema (Grinker & Spiegel, 1945). Después de la Segunda Guerra, gran parte de la atención se concentró en las experiencias traumáticas de los niños y adultos supervivientes a los campos de concentración (Krystal, 1988). La Guerra de Corea trajo consigo las experiencias de “lavado de cerebro” de los prisioneros de guerra (Hyde, 1977) y la Guerra de Vietnam, una preocupación prolongada con los traumas relacionados con el combate (Lifton, 1973)15. Los traumas que surgen de la muerte y la pérdida han sido una preocupación constante en el psicoanálisis (Freud, 1995k: 23558)16 y en la psiquiatría (Lindemann, 1944: 141-48), y ello se muestra significativamente en las obras sobre el trauma. Son también de relevancia los impactos psicológicos de las catástrofes naturales como terremotos, inundaciones y accidentes17. Más recientemente se han añadido otras causas de trauma asociadas con el reconocimiento creciente de la violencia doméstica como problema social, los traumas del abuso infantil, la aplicación de disciplina extrema, el maltrato entre esposos, el incesto, las violaciones, el maltrato sexual traumático y ser testigo de todas estas acciones (Pynoos & Eth, 1985)18. La acumulación de conocimiento clínico y psicológico llevó a designar el trauma como un desorden psíquico y a su inclusión formal en 1980 15 16 17 18 118 Véase también Dean (1992). Véanse, igualmente, Klein (1986); Loewald (1980). Véase Kai Erikson en esta obra. Véase Laura Brown en esta compilación. Parte II. Trauma cultural como desorden de estrés postraumático (deot) (como una subclase de desórdenes de la ansiedad), en el Manual estadístico y de diagnóstico de desórdenes mentales de la American Psychiatric Association. Ello dio lugar a una “explosión de investigación científica” (Van der Kolk, Wiesaeth & Van der Hart 1996: 62) sobre el deot de proporciones industriales, que originó miles de informes de investigación, nuevas publicaciones periódicas como el Journal of Traumatic Stress, Dissociation o Child Abuse and Neglect, y también manuales19 y libros enteros sobre metodología de la medición, valoración, epidemiología y tratamiento (Wilson & Keane, 1997). El Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos estableció una oficina llamada Violencia y Estrés Traumático. Para indicar cuán lejos ha penetrado la idea de desórdenes de ansiedad en las condiciones de la vida cotidiana, reproduzco un correo electrónico que se envió a los profesores y al personal administrativo de la Universidad de California, Berkeley, durante los días en que estaba escribiendo este capítulo: Control a los desórdenes de ansiedad: 6 de mayo, de 11 de la mañana a 2 de la tarde, tercer piso del Martin Luther King Student Union. Los profesores o los miembros del personal administrativo que crean tener síntomas de un desorden de ansiedad pueden participar en este programa de control gratuito y confidencial. El programa de control incluirá la observación de un vídeo breve, diligenciar un cuestionario de control y discutir los resultados con un profesional de la salud mental. Se podrán realizar remisiones para evaluaciones de seguimiento y tratamiento si así se desea. Este control está financiado por la Asociación Psicológica del Condado y por la Oficina de Servicios de Salud y la Asociación de estudiantes de pregrado de psicología de la Universidad de California, Berkeley. Como podría esperarse, la reciente definición oficial de desorden de estrés postraumático es muy incluyente: 19 Van der Kolk, Wiesaeth & Van der Hart (1996); Yehuda (1998). Trauma psicológico y trauma cultural 119 La aparición de síntomas característicos que sigue a la exposición a un acontecimiento estresante y extremadamente traumático, y donde el individuo se ve envuelto en hechos que representan un peligro real para su vida o cualquier otra amenaza para su integridad física; el individuo es testigo de un acontecimiento donde se producen muertes, heridos o existe una amenaza para la vida de otras personas; o bien el individuo conoce a través de un familiar o cualquier otra persona cercana acontecimientos que implican muertes inesperadas o violentas, daño serio o peligro de muerte o heridas graves (Asociación Americana de Psiquiatría, 1995: 434-435). El número de acontecimientos potencialmente traumáticos que se reconocen es incluso más amplio, e incluye, aunque no se limita, los siguientes hechos: Combates en frente de guerra, ataques personales violentos (agresión sexual y física, atracos, robo de propiedades), ser secuestrado, ser tomado como rehén, torturas, encarcelamiento como prisionero de guerra o internamientos en campos de concentración, desastres naturales o provocados por el hombre, accidentes automovilísticos graves, o diagnóstico de enfermedades potencialmente mortales. En los niños, entre los acontecimientos traumáticos de carácter sexual pueden incluirse las experiencias sexuales inapropiadas para la edad aún en ausencia de violencia o daños reales. Entre los acontecimientos traumáticos que pueden provocar un trastorno por estrés postraumático se incluye (aunque no de forma exclusiva) la observación de accidentes graves o muerte no natural de otras personas a causa de la guerra, accidentes, ataques violentos, desastres o ser testigo inesperado de muertes, amputaciones o fragmentación de cuerpo. Los acontecimientos traumáticos experimentados por los demás y que al ser transmitidos al individuo pueden producir en él un trastorno por estrés postraumático comprenden (aunque no de forma exclusiva) actos terroristas, accidentes graves o heridas de envergadura vividos por un familiar o un amigo cercano, o la constancia de que el propio hijo padece una enfermedad muy grave. El trastorno puede llegar a ser especialmente grave o duradero cuando el agente estresante es obra de otros seres humanos (por ejemplo, torturas, violaciones). La probabilidad de presentar este trastorno puede verse aumentada cuando más intenso o más cerca físicamente se encuentra el agente estresante (Asociación Americana de Psiquiatría, 1995: 435). 120 Parte II. Trauma cultural Con respecto al grado de intensidad y complejidad, Early nos sugiere un sistema de niveles en nueve categorías que irían de los acontecimientos invasivos en un estado de indefensión a “un estado de cataclismo que afectaría a todo el mundo” (por ejemplo, las explosiones atómicas) (Early, 1993). La investigación científica sobre los síntomas asociados al desorden de estrés postraumático ha producido también una variedad impresionante: Recuerdos recurrentes e intrusos […], pesadillas recurrentes en las que el acontecimiento vuelve a suceder […], estados disociativos […], malestar psicológico intenso […] Cuando el individuo se expone a estímulos desencadenantes que recuerdan o simbolizan un aspecto del acontecimiento traumático (aniversarios del suceso; clima frío y nevado o guardias uniformados para los supervivientes de los campos de la muerte; clima cálido y húmedo para veteranos de la guerra del sur del Pacífico; entrar en cualquier ascensor para una mujer que fue violada en uno de ellos), suele experimentar un malestar psicológico intenso o respuestas de tipo fisiológico […] pensamientos, sentimientos o mantener conversaciones sobre el suceso […], eludir actividades, situaciones o personas que puedan hacer aflorar recuerdos sobre él […], amnesia total de un aspecto puntual del acontecimiento […], disminución de la reactividad al mundo exterior, denominada “embotamiento psíquico” o “anestesia emocional” […], acusada disminución o participación en actividades que antes le resultaban gratificantes […], una sensación de alejamiento o enajenación de los demás […], una acusada disminución de la capacidad para sentir emociones […], una sensación de futuro desolador […], padecer constantemente síntomas de ansiedad […], dificultad para conciliar o mantener el sueño […], respuestas exageradas de sobresalto […], ataques de ira […], dificultades para concentrarse o ejecutar tareas (Asociación Americana de Psiquiatría, 1995: 435-436). Si consideramos la historia del concepto de trauma en este viaje intelectual que hemos ido construyendo, observamos una progresión desde la simple conexión causal (y como posteriormente se pudo ver, errónea) en la teoría de la histeria por conversión de Freud al enorme rango de posibilidades de situaciones y acontecimientos (no necesariamente) traumáticos que terminan siendo reconducidos a una entidad clínica única Trauma psicológico y trauma cultural 121 (el desorden de estrés postraumático), que se manifiesta en un número igual de enorme de síntomas posibles (aunque no necesarios). El resultado general es una ganancia significativa en términos de reconocimiento de la amplitud y complejidad del fenómeno, pero una pérdida de precisión científica formal. La evolución de la conceptualización del trauma, los resultados de investigación y los tratamientos han producido un embrollo clasificatorio y, como consecuencia de él, una degeneración formal de la posición del concepto dentro del pensamiento científico. Cuando menos, esta postura laxa exige desagregar los subtipos y una investigación de los procesos específicos para cada uno de ellos. Al discutir el trauma desde una perspectiva cultural, de Vries observó el hecho de que la aparición del estrés postraumático en los manuales de diagnóstico de la American Psychiatric Association equivalía a una legitimación del fenómeno al haberlo categorizado como un “acontecimiento exógeno”, es decir, como algo que le ‘ocurre’ a un individuo de tal manera que él o ella no es responsable de lo que le ha sucedido o es una “víctima” de ello. Esta observación hace que aparezcan los aspectos sociales más amplios de carácter económico, político y moral de esa sintomatología. Consideremos primero la neurosis de guerra. Denominar el estrés del combate como un desorden o un fenómeno médico no sólo es un acto de diagnóstico, sino también una decisión que da derecho a que el veterano reciba un tratamiento (normalmente gratuito) en un hospital de veteranos de la administración estatal. En el peor de los casos, ese diagnóstico crea un incentivo económico para que un excombatiente busque que se le clasifique como tal (lo que tal vez supere incluso el costo psíquico que produce el estigma de ser considerado un enfermo mental por la sociedad). Esos diagnósticos, apreciados en su conjunto, pueden generar consideraciones de orden financiero para los hospitales que proporcionan esos servicios. Los desórdenes traumáticos que surgen de la violencia doméstica plantean más complejidades. Sin querer juzgar la condición traumática real de la exposición al abuso infantil, la violación o la violencia doméstica, es importante señalar que la posición médica, legal y social que se le asigna a sus efectos ha sido un objeto de interés y de actividad política por parte de los grupos organizados en nombre de las víctimas (muchos de estos grupos 122 Parte II. Trauma cultural son consecuencia del más amplio movimiento feminista). En el proceso, los efectos han adquirido una significación adicional. Si son clasificables como síntomas médicos, las víctimas adquieren un derecho real o potencial sobre los médicos, las compañías de seguros y otros sistemas de pago que cubren el tratamiento. Si se definen como enfermedades lo suficientemente graves, estos efectos pueden dar lugar a demandas judiciales por parte de las víctimas contra los padres y otros perpetradores. Por último, pueden convertirse en la justificación por parte de individuos o grupos para que se les incluya en la categoría de perjudicados, estableciéndose una cierta reivindicación para exigir el reconocimiento moral y la condición de víctimas, que se contempla muchas veces de forma ambivalente por los demás. A este respecto, hemos sido testigos en los Estados Unidos del desarrollo de un grupo nacional de padres que se han visto perjudicados por hijos que los acusaron falsamente. Han surgido numerosas controversias relacionadas con ello, como las relativas a la posición legal de las memorias recobradas de las víctimas y el debate acerca de la legitimidad moral, o de la falta de ella, que tiene la pretensión fundada en el psicoanálisis de que las experiencias de haber sufrido un daño pueden ser producto de la fantasía y no de una experiencia real20. El proceso mediante el cual una sintomatología (el trauma) se convierte en un recurso político es un tema interesante en sí mismo y merece una reflexión científica. El aspecto que quiero resaltar aquí, para concluir este excurso, es que la tendencia que tiene el trauma a expandirse y a incluir constantemente nuevos fenómenos, sumado a su transformación en una cuestión económica, política y moral, ha creado, desde el punto de vista científico, un enredo que dificulta en extremo los intentos de su formulación y comprensión. 20 (N. del E.) Para los debates sobre memoria traumática véanse el ensayo de Ruth Leys en esta antología y los libros de Young (1995) y Hacking (1995). Trauma psicológico y trauma cultural 123 trauma cultural e identidad colectiva1 Jeffrey Alexander E l trauma cultural ocurre cuando los miembros de una colectividad sienten que han sido sometidos a un acontecimiento espantoso que deja trazas indelebles en su conciencia colectiva, marca sus recuerdos para siempre y cambia su identidad cultural en formas fundamentales e irrevocables2. Como explicamos aquí, ante todo, el trauma cultural es un concepto científico, de carácter empírico, que sugiere nuevas relaciones significativas y causales entre acontecimientos, estructuras, percepciones y acciones previamente no relacionadas entre sí. Pero este nuevo concepto científico ilumina también el campo emergente de la responsabilidad social y de la acción política. Mediante la construcción de traumas culturales en los grupos sociales, la sociedad internacional, y a veces incluso civilizaciones enteras, no sólo identifican cognitivamente la existencia y la fuente de 1 2 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Piotr Sztompka fue quien llamó mi atención sobre la idea de ‘trauma’ el primer día que empezamos a discutir las ideas que darían pie a este libro. El segundo día de discusiones añadimos el adjetivo fundamental de ‘cultural’ a la idea de trauma. Tras un año de diálogo entre los coautores de este libro, lapso que antecedió a su publicación, lo cierto es que el balance entre los elementos ‘sociales’ y ‘culturales’ del trauma sigue siendo un asunto sobre el cual hay cierto desacuerdo entre Sztompka y los demás autores. Trauma cultural e identidad colectiva 125 sufrimiento humano, sino que asumen una responsabilidad importante por él. En la medida en que identifican la causa del trauma y, por consiguiente, asumen esa responsabilidad moral, los miembros de la colectividad definen sus relaciones solidarias de manera tal que, en principio, les permiten compartir los sufrimientos de otros. ¿El sufrimiento de los otros es también nuestro propio sufrimiento? Al pensar que, de hecho, podría serlo, las sociedades expanden el círculo de lo que entienden por ‘nosotros’. En el mismo sentido, los grupos sociales pueden negarse, y a menudo lo hacen, a reconocer la existencia del trauma de otros y, debido a esa negativa, los otros no pueden conseguir una posición moral. Al negar la realidad del sufrimiento de otros no sólo disuelven su propia responsabilidad con respecto a ese sufrimiento sino que imputan con frecuencia la responsabilidad por su propio sufrimiento a esos otros. En otras palabras, al negarse a participar en lo que describiré más tarde como el proceso de la creación del trauma, los grupos sociales limitan la solidaridad y dejan que los otros sufran solos. El lenguaje ordinario y la reflexividad Una de las grandes ventajas de este nuevo concepto teórico es que participa muy profundamente de la vida cotidiana. Durante todo el siglo xx, primero en las sociedades occidentales y luego, poco tiempo después, en todo el resto del mundo, las personas han hablado de manera continua sobre el hecho de estar traumatizados por una experiencia, por un acontecimiento, por un acto de violencia o acoso, o incluso, simplemente, por una experiencia de transformación y cambio social abrupta e inesperada que a veces no es ni siquiera especialmente malévola3. Las personas han 3 126 Si la percepción popular de los acontecimientos como ‘traumáticos’ estuvo en algún momento histórico confinada a Occidente, o si el lenguaje también era intrínseco al discurso cultural anterior a la globalización en las sociedades no occidentales, es una cuestión que merece una investigación más profunda. Sin embargo, no nos interesa aquí directamente. La premisa de la que parte este libro es que en el contexto de la globalización moderna, los miembros de las colectividades occidentales y no occidentales emplean ese marco. La pretensión, por lo tanto, es que la teoría del trauma cultural que se presenta aquí es universal en un sentido posfundacional y a través de esta explicación introductoria ilustraré Parte II. Trauma cultural empleado también de manera persistente el lenguaje del trauma para explicar lo que les ocurre tanto a ellos como a las colectividades a las cuales pertenecen. En muchas ocasiones hablamos de que una organización está traumatizada cuando un líder se va o muere, cuando un régimen de gobierno cae, cuando las organizaciones sufren un inesperado golpe de la fortuna. Los actores sociales se describen a sí mismos como traumatizados cuando el entorno de un individuo o de una colectividad cambia repentinamente de una manera imprevista y no querida. Sabemos por el lenguaje ordinario, en otras palabras, que estamos frente a algo experimentado por muchas personas y que se comprende de forma intuitiva. Ese arraigo en la vida cotidiana es el mundo de la vida del que se nutre cualquier concepto sociocientífico. El truco consiste en conseguir más reflexividad, en moverse de un sentido de algo experimentado de manera común a un sentido de extrañeza que nos permita pensar en términos sociológicos. Porque el trauma no es algo que exista de forma natural, sino que es algo construido por la sociedad. En este trabajo por convertir el trauma en algo extraño, el haberlo incorporado dentro del lenguaje y la vida cotidiana, circunstancia muy importante para proporcionarnos una comprensión intuitiva inicial de qué es el trauma, se presenta ahora como un reto que debe superarse. De hecho, los enfoques académicos del trauma desarrollados hasta ahora han estado distorsionados en la práctica por las comprensiones poderosas y de sentido común que se tienen del trauma y que derivan de la vida cotidiana. De hecho, se podría decir que estas comprensiones del sentido común constituyen una clase de “teoría popular del trauma” frente a la cual se debería construir un enfoque más reflexivo acerca del trauma desde el punto de vista teórico. el modelo con ejemplos de sociedades occidentales y no occidentales. La idea de que esta teoría del trauma cultural es universalmente aplicable no sugiere, sin embargo, que las diferentes regiones del globo ––Oriente y Occidente, Norte y Sur–– compartan los mismos recuerdos traumáticos. Ese no es el caso del libro del cual soy editor (Alexander, 2004). Trauma cultural e identidad colectiva 127 La teoría popular del trauma Según la teoría popular del trauma, los traumas son acontecimientos que ocurren de manera natural y que destrozan el sentido de bienestar del actor individual o colectivo. En otras palabras, el poder de romper con lo cotidiano —el ‘trauma’— se piensa que surge de los propios acontecimientos. La reacción a esos sucesos devastadores —‘estar traumatizado’— se siente y se piensa que es una respuesta inmediata e irreflexiva. Según la perspectiva popular del trauma, la experiencia traumática ocurre cuando el hecho traumático interactúa con la naturaleza humana. Los seres humanos necesitan seguridad, orden, amor y conexión con los otros. Si algo ocurre que socava gravemente estas necesidades, no puede sorprendernos que, según la teoría popular, las personas queden traumatizadas como resultado4. Pensamiento ilustrado Existen una versión ‘ilustrada’ y otra ‘psicoanalítica’ de esta teoría popular del trauma. La comprensión que procede de la Ilustración sugiere que el trauma es una clase de respuesta racional frente al cambio abrupto, sea este individual o social. Los objetos o acontecimientos que desencadenan el trauma se perciben con claridad por los actores; sus respuestas son lúcidas y los efectos de estas respuestas están dirigidos a solucionar el problema y son progresivos. Cuando a las buenas personas les ocurren cosas malas, se 4 128 El ejemplo por excelencia de esa naturalización es el esfuerzo reciente por localizar el trauma en una parte específica del cerebro mediante las técnicas de diagnóstico de tep, la imagen a color del cerebro que se ha convertido en una herramienta de investigación de la neurología. Esas imágenes se consideran como pruebas de que ‘existe realmente’ un trauma porque tiene una dimensión material, de carácter físico. No deseamos sugerir que el trauma no tenga, de hecho, un componente material. Todo componente de la vida social existe en varios niveles. Lo que objetamos es la reducción del trauma a un síntoma producido por una base física o natural. En este sentido, la teoría del trauma se parece bastante a otra interpretación naturalista que ha permeado la vida contemporánea: la idea de ‘estrés’. Según la jerga contemporánea, las personas “se encuentran en situaciones estresantes”, es decir, es un asunto de sus entornos, no de la intervención de actores que construyen entornos estresantes según su posición social y su marco cultural. Parte II. Trauma cultural quedan atónitas, se indignan o se irritan. Desde una perspectiva ilustrada, parece obvio, y tal vez incluso irrelevante, que los escándalos políticos sean causa de indignación; que las depresiones económicas sean causa de desesperación; que las guerras perdidas produzcan una sensación de ira y falta de rumbo; que los desastres en nuestro entorno físico nos lleven al pánico; que las agresiones físicas conduzcan a una ansiedad intensa; que los desastres tecnológicos produzcan angustias o incluso fobias con respecto a los riesgos. Las respuestas a esos traumas serán esfuerzos por alterar las circunstancias que los causaron. Los recuerdos del pasado conducen ese pensamiento acerca del futuro. Se desarrollarán programas de acción, se reconstruirán los entornos individuales y colectivos y, por último, cederán los sentimientos traumáticos. Esta versión ilustrada de la teoría popular del trauma se ha visto recientemente ejemplificada por Arthur Neal en su National Trauma and Collective Memory. Al explicar cuando una colectividad está traumatizada o no, Neal señala la cualidad del acontecimiento mismo. Los traumas nacionales se han creado, argumenta el autor, debido a “las reacciones colectivas e individuales frente a un acontecimiento de naturaleza volcánica que hace temblar los cimientos del mundo social” (Neal, 1998: ix). Un acontecimiento traumatiza una colectividad porque es “un acontecimiento extraordinario”, un acontecimiento que tiene una “cualidad explosiva” de tal nivel que crea “perturbaciones” y un “cambio radical […] en un corto periodo de tiempo” (Neal, 1998: 3, 9-10). Estas cualidades objetivas “exigen la atención de todos los grupos principales de la población”, y desencadenan una respuesta emocional y una atención del público porque las personas racionales no pueden reaccionar de ninguna otra forma (Neal, 1998: 9-10). Descartar o ignorar la experiencia traumática no es una opción razonable”, ni tampoco lo es “mantener una actitud de indolencia benigna” o de “indiferencia cínica” (Neal, 1998: 4, 9-10). Es precisamente porque los actores son razonables que los acontecimientos traumáticos conducen, por lo general, al progreso: “El hecho mismo de que un acontecimiento perturbador haya ocurrido” significa que “surgen nuevas oportunidades para la innovación y el cambio” (Neal, 1998: 18). En otras palabras, no sorprende que “se introdujeran cambios permanentes Trauma cultural e identidad colectiva 129 en la nación [Estados Unidos] como resultado de la Guerra Civil, la Gran Depresión y el trauma de la Segunda Guerra Mundial” (Neal,1998: 5). A pesar de lo que llamaré más tarde ‘las limitaciones naturalistas de la comprensión ilustrada del trauma’, lo que sigue siendo especialmente importante en el enfoque de Neal es su énfasis en lo colectivo en lugar de en lo individual. Ese énfasis lo separa de los enfoques más orientados hacia lo individual y de carácter psicoanalítico que discutiremos después. Al centrarse en los acontecimientos que crean traumas para la identidad nacional y menos en la identidad individual, Neal sigue el modelo sociológico precursor desarrollado por Kai Erikson en su muy influyente libro Everything in Its Path. Aunque su relato abrumador sobre los efectos en una pequeña comunidad de los Apalaches de una devastadora riada se ve constreñido no obstante por su aproximación naturalista, estableció las bases para el enfoque claramente sociológico que yo sigo en estas páginas. La innovación teórica de Erikson fue conceptualizar la diferencia entre el trauma colectivo y el individual. La atención a las propiedades colectivas emergentes y el naturalismo a través del cual se conciben esos traumas colectivos son evidentes en el siguiente pasaje de su obra: Por trauma individual quiero significar un golpe en la psique que atraviesa las defensas del sujeto tan súbitamente y con tal fuerza brutal que no se puede reaccionar ante él de una forma efectiva […] Por trauma colectivo, por otra parte, quiero significar un golpe en los tejidos básicos de la vida social que daña los vínculos que ligan mutuamente a las personas y causa un daño al sentido prevaleciente de comunidad. El trauma colectivo se va abriendo paso lenta e incluso insidiosamente en la conciencia de aquellos que lo sufren, así que no tiene la cualidad sorpresiva que se asocia normalmente con el ‘trauma’. Pero, de todas formas, sigue siendo una forma de shock, una toma de conciencia gradual de que la comunidad ya no existe como una fuente efectiva de apoyo y que una importante parte del yo ha desaparecido […] El ‘nosotros’ ya no existe como un par conectado o como células conectadas dentro de un cuerpo comunitario más grande (Erikson, 1976: 153-4)5. 5 130 Énfasis añadido. Parte II. Trauma cultural Como lo sugiere Smelser (2004: 31-59)6, la teoría del trauma comienza a entrar por igual en el lenguaje ordinario y las discusiones académicas cuando se esfuerza por entender el “shock de los obuses” que afectó a muchos soldados durante la Primera Guerra Mundial y luego se expandió y se desarrolló en relación con las otras guerras que la siguieron en el curso del siglo xx. Cuando Glen Elder creó el “análisis del curso de la vida” para rastrear los efectos generacionales sobre la identidad individual de esos y otros acontecimientos sociales trágicos del siglo xx, él y sus estudiantes adoptaron un tipo de trauma parecido al de la Ilustración (Glen, 1974). Ideas similares han inspirado desde hace mucho los enfoques de otras disciplinas, como por ejemplo la enorme historiografía dedicada a los efectos de largo alcance del ‘trauma’ de la Revolución Francesa en Europa y en los Estados Unidos durante el siglo xix. Elementos de la perspectiva profana de la Ilustración han inspirado también el pensamiento contemporáneo acerca del Holocausto y las respuestas frente a otros episodios de asesinatos en masa en el siglo xx. El pensamiento psicoanalítico Esa forma de pensamiento realista continúa permeando por igual la vida cotidiana y el quehacer académico. Sin embargo, se ha ido filtrando también una perspectiva psicoanalítica que ha llegado a ser fundamental en el sentido común profano contemporáneo y en el pensamiento académico. Este enfoque coloca un modelo de temores emocionales inconscientes y de mecanismos de defensa psicológica distorsionantes desde el punto de vista cognitivo entre el acontecimiento externo agitador y la respuesta traumática interna del actor. Cuando le ocurren cosas malas a las buenas personas, según esta versión académica de la teoría popular, pueden llegar a tener tanto miedo que reprimen en la práctica la experiencia del trauma mismo. En lugar de proporcionar una cognición directa y una comprensión racional, el acontecimiento traumático acaba por distorsionarse en la imaginación y la memoria del actor. El esfuerzo por atribuir de manera 6 Reproducido en esta antología con el título Trauma psicológico y trauma cultural. Trauma cultural e identidad colectiva 131 precisa la responsabilidad por el acontecimiento y el esfuerzo progresivo por desarrollar una mejor respuesta queda minado por ese desplazamiento. Esta perspectiva mediada por lo psicoanalítico continúa manteniendo un enfoque naturalista hacia los acontecimientos traumáticos, pero sugiere una comprensión más compleja acerca de la capacidad humana de percibirlos de forma consciente. Se percibe la verdad acerca de la experiencia, pero sólo de manera inconsciente. En efecto, la verdad queda enterrada, y el recuerdo fiel y la acción responsable son sus víctimas. Los sentimientos y las percepciones traumáticas, por lo tanto, proceden, además del acontecimiento originario, de la ansiedad por mantenerlo reprimido. El trauma se resolverá no sólo devolviendo las cosas a su lugar en el mundo, sino también devolviendo las cosas a su lugar en el yo7. Según esta perspectiva, la verdad se puede descubrir, y la ecuanimidad psicológica se restaura sólo “cuando regrese la memoria”, como lo expresó alguna vez Saul Friedlander, el historiador del Holocausto. Esta frase sirve como título a las memorias de Friedlander acerca de su niñez durante los años del Holocausto en Alemania y Francia. El historiador, que usa un lenguaje literario evocativo para relatar sus experiencias pasadas de persecución y desplazamiento, sugiere que la percepción consciente de los acontecimientos muy traumáticos pueden surgir sólo después de que la introspección psicológica y el ‘haber elaborado’ los sentimientos producidos por esos acontecimientos permite a los actores recobrar su plena capacidad de agencia en sus vidas (Friedlander, 1992: 1979). Esta teoría, inspirada por el psicoanálisis, es emblemática del marco intelectual que ha surgido en las últimas tres décadas en respuesta a la experiencia del Holocausto, e ilumina de manera especial el papel de la memoria colectiva al insistir en la importancia de trabajar, 7 132 Una representación claramente sociológica del enfoque psicoanalítico al trauma es el estudio que hace Prager de la represión y el desplazamiento en el caso de un paciente que alegó haber sido molestada sexualmente por su padre. Prager va más allá de la teoría del trauma y demuestra cómo el recuerdo del trauma por parte del individuo no era únicamente producto de su experiencia real, sino también del entorno cultural contemporáneo, que con su énfasis en el “síndrome de la memoria pérdida” presentaba de hecho la posibilidad de que se reconociera socialmente el trauma sufrido por ella (Véase Prager, 1998). Parte II. Trauma cultural a partir del pasado, mediante los residuos simbólicos que el acontecimiento primigenio ha dejado en los recuerdos actuales8. Muchos de estos residuos de la memoria que vuelven a resurgir a través de la libre asociación en el tratamiento psicoanalítico también aparecen en la vida pública a través de la creación literaria. No es sorprendente, por consiguiente, que la interpretación literaria, con su enfoque hermenéutico de los patrones simbólicos, haya ofrecido una especie de contrapeso académico a la intervención psicoanalítica. De hecho, las principales afirmaciones teóricas y empíricas de la versión psicoanalítica de la teoría popular del trauma las han hecho académicos de varias disciplinas de las humanidades. Debido a que dentro de la tradición psicoanalítica ha sido Lacan quien ha destacado la importancia del lenguaje en la formación emocional, ha sido la teoría lacaniana, con frecuencia combinada con la deconstrucción derridiana, la que ha inspirado estos estudios del trauma que se apoyan en las humanidades. Tal vez la académica más influyente en la construcción de este enfoque ha sido Cathy Caruth mediante su recopilación de ensayos Unclaimed Experience: Trauma, Narrative and History (1996) y de la compilación de la cual es editora, Trauma: Explorations in Memory (1995)9. Caruth se concentra en las complejas permutaciones que las emociones inconscientes imponen a las reacciones traumáticas y su trabajo ha contribuido, sin duda, a mi propio pensamiento acerca del trauma cultural. Sin embargo, en línea con la tradición psicoanalítica, ella basa su análisis en el poder y la objetividad del acontecimiento traumático originador, y nos dice que “la intuición de Freud de las experiencias traumáticas y su fascinación apasionada con ellas” relacionan las reacciones traumáticas con el “revivir involuntariamente un acontecimiento que no puede dejarse atrás sin más” (Caruth, 1995: 2). El acontecimiento no puede dejarse atrás porque 8 9 Para un enfoque sociológico que destaca su carácter no psicoanalítico, derivado del durkheimiano, véase la importante declaración realizada por Paul Connerto (1989). Para un análisis de Lacan en las ciencias sociales inspiradas por el psicoanálisis, véase específicamente el artículo Traumatic Awakenings: Freud, Lacan, and the Ethics of Memory (Caruth, 1996: 91-112). Trauma cultural e identidad colectiva 133 su “penetración en la experiencia de la mente”, según Caruth, “se experimenta demasiado pronto”. Esta irrupción brusca le impide a la mente reconocer completamente el acontecimiento, que se experimenta “de una forma muy imprevista […] como para poder ser conocido totalmente y, por consiguiente, no está disponible para la conciencia”. Enterrado en el inconsciente, el acontecimiento se experimenta de manera irracional, “en las pesadillas y en las acciones repetitivas del superviviente”. Ello nos muestra cómo la versión psicoanalítica de la teoría popular del trauma va más allá de la ilustrada: “El trauma no se puede localizar en el simple acontecimiento violento u original del pasado del individuo, sino en la manera en la que su naturaleza no ha podido asimilarse en la realidad —la forma en la que precisamente no se conoció en el primer momento— y vuelve para acosar después al superviviente”. Sin embargo, cuando Caruth describe los síntomas traumáticos, vuelve al tema de la objetividad y sugiere que esos síntomas que “nos hablan de una realidad son una verdad que no está disponible de otra forma” (Caruth, 1995: 3-4)10. La influencia enorme de esta versión psicoanalítica de la teoría popular del trauma se puede ver en la manera como ha inspirado los esfuerzos recientes de los académicos latinoamericanos para llegar a asimilar las brutalidades traumáticas de los recientes regímenes dictatoriales en su región. Muchos de estos estudios, como es obvio, son investigaciones puramente empíricas sobre el alcance de la represión o argumentos normativos con los que se distribuyen responsabilidades y se exigen reparaciones. Sin embargo, existe un conjunto creciente de obras académicas que se ocupa de los efectos de la represión en función de los traumas que causa. La finalidad es restaurar la salud psicológica colectiva mediante el fin de la represión social y la restauración de la memoria. Para conseguir ambas cosas, los científicos sociales destacan la importancia de hallar algunos medios colectivos, como actos públicos de conmemoración, representaciones culturales y luchas políticas, que permitan terminar con la represión y expresar las emociones reprimidas de pérdida y duelo. Aunque es muy laudable en términos morales, y sin duda también es muy útil en términos 10 134 Otra obra iluminadora e influencia dentro de esta tradición sería Representing the Holocaust: History, Theory, Trauma (LaCapra, 1994). Parte II. Trauma cultural de promover el discurso público y mejorar la autoestima, ese tipo de obras académicas de tendencia política se ve constreñido por los límites del sentido común profano. Los sentimientos traumatizados de las víctimas y las acciones que deberían adoptarse en respuesta a ellos se tratan como si fueran reacciones no mediadas, producto del sentido común, frente a la represión misma. Elizabeth Jelin y Susana Kaufmann (2000), por ejemplo, dirigieron un ambicioso proyecto sobre memoria y narrativa financiado por la Fundación Ford, en el que participaba un equipo de investigadores de distintos países de Sudamérica. En el concluyente informe donde recogen sus primeras conclusiones, Layers of Memory: 20 Years After in Argentina, contrastan la insistencia, por parte de las víctimas, de que se registre la realidad de los acontecimientos y las experiencias traumáticas, con la falta de reconocimiento, por parte de los perpetradores y sus partidarios conservadores, quienes insisten en mirar al futuro y olvidar el pasado: Las confrontaciones son entre las voces de aquellos que piden la conmemoración, el recuerdo de las desapariciones y de la tortura y la denuncia de los represores, y aquellos que se empeñan en actuar como si aquí no hubiera pasado nada. Jelin y Kaufmann llaman a esas fuerzas conservadoras “espectadores del horror” que afirman que “no sabían” y “no veían”. Pero debido a que el acontecimiento —la represión traumatizante— fue real, esas negaciones no dan resultado: “La memoria individual de la gente no puede borrarse o destruirse por decreto o por la fuerza”. Los intentos por conmemorar a las víctimas de la represión se presentan como esfuerzos por restaurar la realidad objetiva de los acontecimientos brutales, por separarlos de las distorsiones inconscientes de la memoria: “Los monumentos conmemorativos y los museos son […] intentos por hacer declaraciones y afirmaciones, por crear una materialidad con un significado político colectivo y público; una evocación física de un pasado político conflictivo”. La falacia naturalista La noción de trauma que se ha expresado mediante estos enfoques ilustrados y psicoanalíticos ha pasado de ser una idea presente en el lenguaje Trauma cultural e identidad colectiva 135 ordinario a un concepto intelectual de los lenguajes académicos de diversas disciplinas. Sin embargo, ambas perspectivas comparten la ‘falacia naturalista’ de la comprensión popular de la que derivan. Mi propio enfoque se basa en un rechazo a esta falacia. En primer lugar, y ante todo, sostengo que los acontecimientos no crean traumas colectivos ni por sí mismos ni en sí mismos. El trauma es una atribución socialmente mediada. La atribución puede ocurrir en tiempo real, a medida que el acontecimiento se desarrolla; puede también ocurrir con anterioridad al acontecimiento, como un presagio; o después de que haya concluido el acontecimiento, como ocurre en la reconstrucción post hoc. A veces, de hecho, acontecimientos que son profundamente traumatizantes puede que no hayan ocurrido en absoluto. Sin embargo, esos acontecimientos imaginados pueden ser tan traumatizantes como otros que hayan ocurrido en la realidad. Esa idea de acontecimiento traumático ‘imaginado’ parece sugerir la clase de proceso que Benedict Anderson (2005) describe en Comunidades imaginadas. La preocupación de Anderson no es el trauma en sí, sino las clases de narrativas ideológicas plenamente conscientes de la historia nacionalista. Sin embargo, estas creencias colectivas afirman muchas veces la existencia de algún trauma nacional. En el curso de la definición de la identidad nacional, las historias nacionales se construyen alrededor de heridas que reclaman venganza. El siglo xx ha estado repleto de ejemplos de airados grupos nacionalistas y de sus representantes intelectuales y portavoces en los medios de comunicación que afirman que agentes de grupos políticos y étnicos putativamente antagónicos les causaron heridas traumáticas, lo cual les proporciona la justificación para sus propias invasiones ‘defensivas’ y para la limpieza étnica. El caso típico de esa construcción militarista del trauma nacional primordial fue la afirmación grotesca de Adolfo Hitler de que la conspiración internacional judía había sido responsable de la derrota traumática de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Lo que Anderson quiere decir con ‘imaginado’ no es, de hecho, exactamente lo que tengo en mente aquí. Ese autor hace uso de este concepto con el propósito de señalar la cualidad completamente ilusoria, carente de base empírica y no existente del acontecimiento original. Anderson 136 Parte II. Trauma cultural estaba horrorizado por la ideología del nacionalismo y su análisis de las comunidades nacionales imaginadas corresponde a una ‘crítica ideológica’. Por ello, Anderson aplica la clase de perspectiva ilustrada que invade la teoría popular del trauma y que yo estoy criticando aquí. No es que los traumas no se construyan alguna vez a partir de acontecimientos no existentes. Sin duda así pasa. Pero es demasiado fácil aceptar la dimensión imaginada del trauma cuando la referencia se hace sobre todo a afirmaciones como esas, que señalan acontecimientos que nunca ocurrieron o cuya representación supone exageraciones que sirven a una fuerza política obviamente agresiva y dañina. Nuestro enfoque de la idea de ‘imaginado’ se parece más a lo que Durkheim quería significar en Las formas elementales de la vida religiosa cuando escribió acerca de la “imaginación religiosa”. La imaginación es intrínseca al propio proceso de representación. Captura una experiencia incipiente y le da una forma concreta a través de la asociación, la condensación y la creación estética. La imaginación inspira la construcción del trauma en ambos casos: cuando la referencia se hace a algo que ha ocurrido realmente y cuando no ha ocurrido. Sólo mediante el proceso imaginario de la representación, los actores adquieren el conocimiento de la experiencia. Incluso cuando las reivindicaciones de las víctimas están moralmente justificadas —son democráticas desde el punto de vista político y progresistas socialmente—, tales reivindicaciones no se pueden asumir como respuestas automáticas o espontáneas a la naturaleza real del acontecimiento mismo. Aceptar la posición constructivista en esos casos puede ser difícil, porque la pretensión de verosimilitud es fundamental para la percepción misma de que ha ocurrido un trauma. Sin embargo, aunque cada afirmación acerca del trauma tiene la pretensión de ser una realidad ontológica, como sociólogos culturales no estamos preocupados por la exactitud de las pretensiones de los actores sociales y mucho menos con evaluar su justificación moral. Sólo nos preocupa cómo y en qué condiciones se producen esas pretensiones y qué resultados tienen. Lo que nos preocupa no es la ontología ni la moralidad, sino la epistemología. La condición traumática se atribuye a fenómenos reales o imaginados, no a causa de su peligrosidad o de su imprevisión objetivas, sino porque Trauma cultural e identidad colectiva 137 se cree que estos fenómenos han afectado de manera abrupta o dañina a la identidad colectiva. La seguridad individual se ancla en estructuras constituidas por expectativas culturales y emocionales que proporcionan un sentido de seguridad y de capacidad ante la existencia. Estas expectativas y capacidades, a su vez, están arraigadas en las expectativas de las colectividades de las cuales hacen parte los individuos. La cuestión no es la estabilidad de una colectividad en el sentido material o en su comportamiento, aunque sea parte de ello sin duda. Lo que está en juego, más bien, es la identidad de la colectividad, su estabilidad en términos de significado, no de acción. La identidad supone un referente cultural. Sólo si los significados estructurados de una colectividad se ven bruscamente desplazados, se asigna una condición traumática a un acontecimiento. Son los significados los que proporcionan el sentido de estar sufriendo un shock y de estar atemorizados, y no los acontecimientos en sí. Que las estructuras de significado se vean o no desestabilizadas y alteradas no es producto de un acontecimiento, sino resultado de un proceso sociocultural. Es un efecto causado por el ejercicio de la agencia humana, de la imposición exitosa de un sistema de clasificación cultural. Este proceso cultural se ve profundamente afectado por las estructuras de poder y por las habilidades contingentes de los actores sociales reflexivos. El proceso social del trauma cultural En el orden del sistema social, las sociedades pueden experimentar alteraciones enormes que nunca llegan a ser traumáticas. Las instituciones pueden no funcionar bien. Puede que las escuelas no eduquen o que incluso fracasen penosamente a la hora de proporcionar hasta las competencias más básicas. Puede que los Estados no estén en capacidad de garantizar ni siquiera las protecciones más básicas e incluso padecer las crisis más graves de deslegitimación. Los sistemas económicos pueden haberse alterado mucho, al punto de que sus funciones de asignación de recursos no sean capaces ni siquiera de proporcionar los bienes básicos necesarios. Esos problemas son reales y fundamentales, pero no son, en 138 Parte II. Trauma cultural ningún caso, por fuerza, traumáticos para los miembros de las colectividades afectadas y mucho menos para la sociedad en su conjunto. Para que los traumas surjan en la colectividad, las crisis sociales se deben convertir en crisis culturales. Los acontecimientos son algo bien distinto de las representaciones de esos acontecimientos. El trauma no es producto del dolor padecido por un grupo. Es el resultado de esa incomodidad extrema que penetra en el núcleo de sentido que tiene la colectividad acerca de su propia identidad. Los actores colectivos ‘deciden’ representar el dolor social como una amenaza primaria al sentido de quiénes son, de dónde provienen y a dónde quieren ir. En esta sección presento los procesos que definen la naturaleza de estas acciones colectivas y los procesos culturales e institucionales a través de los cuales se estructuran. La construcción de pretensiones: la espiral de significado La distancia entre acontecimiento y representación se puede concebir como el ‘proceso traumático’. Como tales, las colectividades no toman decisiones; son los agentes sociales quienes lo hacen (Alexander & ál., 1987; Sztompka, 1993). Las personas que componen las colectividades generan representaciones simbólicas —caracterizaciones— de los acontecimientos pasados, presentes y futuros que se forman en la sociedad. Generan esas representaciones como miembros de un grupo social. Esas representaciones del grupo se pueden ver como ‘pretensiones’ acerca de la forma que adopta la realidad social, sus causas y las responsabilidades por las acciones que produjeron esas causas. La construcción cultural del trauma comienza a partir de una pretensión de ese tipo 11. Es una pretensión de haber sufrido algún daño primordial, la expresión manifiesta de la profanación sobrecogedora de algún valor sagrado, una narrativa acerca de un proceso social terriblemente destructivo y una demanda de reparación y reconstitución emocional, institucional y simbólica. 11 El concepto de “pretensiones” se extrae de las obras sociológicas sobre pánico moral. Véase Thompson, l998. Trauma cultural e identidad colectiva 139 Los grupos transmisores Esas pretensiones las presentan los agentes colectivos del proceso del trauma, que Max Weber (1964) llamó grupos transmisores en su sociología de la religión12. Estos grupos tienen intereses ideales y materiales; se sitúan en lugares particulares de la estructura social, y tienen talentos discursivos particulares para expresar las mencionadas pretensiones (que podríamos llamar creación de significados) en la esfera pública. Los grupos transmisores pueden ser elites, pero también pueden ser clases sociales denigradas y marginadas. Pueden ser prestigiosos líderes o grupos religiosos a los que la mayoría ha designado como parias espirituales. Un grupo transmisor puede ser generacional y representar las perspectivas e intereses de una generación más joven frente a los de la más vieja. Puede ser nacional y colocar la nación propia contra un enemigo putativo. Puede ser institucional y representar a un sector u organización social particular frente a otras dentro de un orden social fragmentado y polarizado. Audiencia y situación: la teoría de los actos del habla El proceso del trauma se puede relacionar, en este sentido, con los actos del lenguaje13. Los traumas, como los actos del habla, tienen los siguientes elementos: 12 13 140 En relación con las cuestiones de cambio y conflicto culturales, el concepto de Weber se ha desarrollado más detalladamente por Eisenstadt (1982: 299-314) y más recientemente por Giesen (l998). Los grupos reivindicativos se corresponden también con el concepto de “intelectuales de los movimientos” desarrollado, en un contexto diferente, por Eyerman & Jameson., l991. Smelser (1974: 9-142) aclara las bases de grupo para realizar reivindicaciones en su reformulación de la idea de “estados” de Tocqueville. Véase también Wittrock (1991: 76-87). La fundación de una teoría de los actos del habla se puede encontrar en la interpretación y extensión de Wittgenstein, inspirada pragmáticamente, y desarrollada por John Austin (1982). En una obra que hoy es clásica, Austin desarrolló la idea de que el habla no sólo se dirige a la comprensión simbólica, sino que logra lo que se conoce como “fuerza ilocucionaria”, es decir, al efecto pragmático que tienen sobre la interacción social. El modelo logra su elaboración más detallada en John Searle (2001). En la filosofía contemporánea, ha sido Jurgen Habermas (1987) quien ha demostrado cómo la teoría de los actos del habla es relevante para la acción social y la estructura social. Para una aplicación orientada culturalmente de esta perspectiva habermasiana de aplicación a los movimientos sociales, véase María Pía Lara (1999). Parte II. Trauma cultural 1. Hablante: el grupo transmisor. 2. Audiencia: el público, putativamente homogéneo, pero fragmentado en términos sociales. 3. Situación: el entorno histórico, cultural e institucional dentro del cual ocurren los actos del habla. El fin del hablante es proyectar de forma persuasiva la reivindicación del trauma a una audiencia-público. Para hacerlo, el grupo transmisor recurre a las particularidades de la situación histórica, los recursos simbólicos que tiene en su mano y las restricciones y oportunidades que le proporcionan las estructuras institucionales. En primer lugar, como es obvio, la audiencia del hablante deben ser los miembros del propio grupo transmisor. Si tiene éxito en la comunicación ilocucionaria, se puede convencer a los miembros de esta colectividad generadora de la comunicación de que están traumatizados por un acontecimiento excepcional. Sólo después de ese logro se puede ampliar la audiencia de la reivindicación traumática para que incluya a otros públicos que forman parte de la ‘sociedad en general’. Clasificaciones culturales: la creación del trauma como una nueva narrativa maestra Para superar la distancia existente entre acontecimiento y representación se depende de aquello que Kenneth Thompson ha llamado, en referencia al tópico de los pánicos morales, una espiral de significado14. La representación del trauma depende de construir un marco convincente de clasificación cultural. En cierto sentido, es simplemente contar una nueva historia. Ese contar la historia es, al mismo tiempo, un proceso simbólico complejo y multivalente que es contingente, recibe una oposición fuerte y a veces es muy polarizador. Para que la audiencia general termine persuadiéndose de que ellos también han terminado siendo víctimas del trauma producto de una experiencia o un acontecimiento, el grupo transmisor necesita realizar un exitoso trabajo de creación de significado. 14 Kenneth Thompson (1998, 20-4) habla también de un “proceso de representación”. Stuart Hall (1997) desarrolla una idea parecida, pero con ella quiere referirse a algo más específico de lo que tengo aquí en mente, que es la articulación de los discursos que no se han vinculado entre sí antes de que comenzara el pánico. Trauma cultural e identidad colectiva 141 Hay cuatro representaciones críticas esenciales para la creación de una nueva narrativa maestra. Mientras que situaré estas cuatro dimensiones de la representación en una secuencia analítica, no pretendo sugerir temporalidad. En la realidad social, estas representaciones se desarrollan de una manera entrecruzada que es todo el tiempo autorreferencial. La causalidad es simbólica y estética, y no es secuencial o progresiva, sino un proceso de “valor añadido” (Smelser, 1962). Las preguntas a las cuales un proceso exitoso de representación colectiva debe proporcionar respuestas convincentes son las siguientes. La naturaleza del dolor. ¿Qué fue lo que realmente pasó; qué fue lo que le pasó a ese grupo concreto y a la colectividad más amplia de la que forma parte? 15 142 • ¿El desenlace de la guerra de Vietnam dejó una herida ulcerosa en la psique estadounidense o se incorporó a ella como una forma de experiencia más o menos rutinaria? Si se causó una herida destructiva, ¿en qué consistió exactamente? ¿El ejército estadounidense perdió la guerra de Vietnam o el trauma de Vietnam consistió en el dolor de que las manos de la nación estuvieran “atadas atrás, a la espalda”?15 • ¿Murieron cientos de personas de etnia albana en Kosovo, o fueron más bien decenas de miles o incluso cientos de miles? ¿Murieron a causa del hambre o del desplazamiento durante el curso de la guerra civil, o fueron asesinados deliberadamente? • ¿La esclavitud fue un trauma para los afroamericanos? ¿O fue, como algunos historiadores revisionistas han afirmado, simplemente una forma muy rentable de producción económica? En caso de ser esto último, entonces podría ser que la esclavitud no hubiera producido dolor traumático. Si es lo primero, entonces sin duda implicó un control físico traumatizante y brutal (Eyerman, 2002). Con respecto a la contingencia de este proceso mediante el cual se establece la naturaleza del dolor, la naturaleza de la víctima y la respuesta posterior apropiada frente al ‘trauma’ creado por la Guerra del Vietnam, véase Gibson (1994). Parte II. Trauma cultural • • ¿El conflicto intestino étnico y religioso en Irlanda del Norte durante los últimos treinta años fue una “revuelta civil y terrorismo”, como una vez lo describió la reina Isabel, o una “guerra sangrienta”, como afirmaba el ira? ¿Murieron menos de cien personas a manos de los soldados japoneses en Nanking, China, en 1938, o fueron trescientas mil? ¿Estas muertes fueron producto de una ‘masacre’ realizada por uno solo de los contendientes o de un ‘enfrentamiento feroz’ entre ejércitos en guerra? (Chang, 1997). La naturaleza de la víctima. ¿Qué grupos de personas resultaron afectadas por el dolor traumatizante? ¿Fueron individuos o grupos concretos, o la categoría mucho más general de la ‘gente’ como tal? ¿Recibió un grupo concreto y delimitado el impacto del dolor o fueron varios los grupos que lo padecieron? • ¿Fueron los judíos alemanes las principales víctimas del Holocausto o el grupo de víctimas se debería ampliar e incluir a los judíos que habitaban en Rusia, a la judería europea o al pueblo judío en su conjunto? ¿Los millones de ciudadanos polacos que murieron a manos de los nazis alemanes fueron también víctimas del Holocausto? ¿Fueron también víctimas del Holocausto perpetrado por los nazis los comunistas, los socialistas, los homosexuales y las personas con minusvalías psíquicas y físicas? • ¿Los albanos kosovares fueron las principales víctimas de la limpieza étnica o los serbios kosovares fueron también víctimas casi por igual? • ¿Los afroamericanos son las víctimas de las condiciones traumatizantes y brutales de los desolados centros urbanos de los Estados Unidos, o las víctimas de esas condiciones urbanas son los miembros de una ‘subclase’ definida en términos económicos? • ¿Los indios norteamericanos fueron las víctimas de los colonizadores europeos o las víctimas era un grupo concreto, de naturaleza especialmente agresiva, de naciones indias? Trauma cultural e identidad colectiva 143 • ¿Las naciones no occidentales o del Tercer Mundo son víctimas de la globalización, o sólo son víctimas las menos desarrolladas, o peor dotadas, entre ellas? La relación de la víctima del trauma con la audiencia más general. Incluso cuando la naturaleza del dolor se ha cristalizado y ha quedado establecida la identidad de la víctima, todavía se debe responder la pregunta muy relevante de la relación de la víctima con la audiencia más general. ¿Hasta qué punto los miembros de la audiencia a la que se dirigen las representaciones traumáticas se identifican con el grupo victimizado de manera inmediata? Lo normal es que al comienzo del proceso del trauma la mayoría de los miembros de las audiencias crean que existe muy poca relación, si acaso, entre ellos mismos y el grupo victimizado. Sólo si las víctimas se representan en términos de cualidades valoradas y compartidas por una identidad colectiva más amplia, esa audiencia será capaz de participar simbólicamente en la experiencia del trauma originario (Wittrock, 1991: 76-87). 144 • Los ciudadanos de Europa Central de hoy en día reconocen a los gitanos como víctimas del trauma, como transmisores de una historia trágica. Sin embargo, en la medida en que un gran número de europeos de Europa Central representan al “pueblo romaní” como un pueblo desviado e incivilizado, no han convertido el pasado trágico de ese pueblo en algo suyo. • Grupos influyentes de alemanes y polacos han reconocido que los judíos fueron víctimas de asesinatos en masa, pero con frecuencia se han negado a reconocer en la forma en la que viven sus propias identidades nacionales alguna influencia del trágico destino de los judíos. • ¿La brutalidad policial que traumatizó a los activistas de los derechos civiles en Selma, Alabama, en 1965, hizo que los blancos estadounidenses que contemplaron los acontecimientos en sus televisiones, en la seguridad del Norte no segregado, se identificaran con ellos? ¿La historia de la dominación racial estadounidense ha quedado relegada a una época totalmente Parte II. Trauma cultural separada o se concibe como una cuestión contemporánea gracias a la reconstrucción de la memoria colectiva? Atribución de responsabilidad. Al crear una narrativa convincente del trauma, la identidad del perpetrador —el ‘antagonista’— es crucial para establecer quién es la víctima que ha sufrido el perjuicio y quién causó el trauma. Esta cuestión es siempre producto de una construcción simbólica y social. • ¿‘Alemania’ creó el Holocausto o lo hizo el régimen nazi? ¿El crimen cometido fue producto únicamente de las fuerzas de la ss o toda la Werhmacht (el ejército nazi en su totalidad) estuvo también involucrada en profundidad? ¿El crimen implicaba a los soldados ordinarios, a los ciudadanos ordinarios, a los alemanes católicos y también a los protestantes? ¿La única generación responsable de alemanes fue la más antigua, o las generaciones posteriores también lo son? Este proceso de representación crea una nueva narrativa maestra de sufrimiento social. Esferas institucionales Este proceso de representación crea una nueva narrativa maestra de sufrimiento social. Esa reclasificación cultural es vital para el proceso que hace que una colectividad termine traumatizada16. Pero no se transforma en lo que Haber16 La representación de Maillot (2000) de las dificultades del proceso de paz de Irlanda del Norte combina estos aspectos diferentes del proceso de clasificación. Ninguno de los “agentes de la violencia” estaría de acuerdo sobre las razones de la violencia y sobre su naturaleza. De hecho, sólo los partidarios del ira y, en mucha menor medida, parte de la comunidad nacionalista, estarían de acuerdo en que hubo una “guerra” real. Para un sector importante de la comunidad unionista, el ira tiene toda la culpa. “Toda nuestra comunidad, de hecho todo nuestro país, ha sido víctima del ira durante más de 30 años ––dijo Ian Paisley, hijo–– […] Como todas las otras cuestiones discutidas en los días previos al Acuerdo del Good Friday, la cuestiones en torno a las víctimas demostró ser muy emocional y controvertida […] una asunto que permitió que todos los participantes ventilasen sus frustraciones y su ira, y que reveló los diferentes enfoques que tomaría cada lado. De hecho, el término mismo de ‘víctimas’ demostró ser muy controvertido, puesto que los participantes no estaban de acuerdo en qué personas constituían ese grupo”. Trauma cultural e identidad colectiva 145 mas llama una situación transparente del habla17. El concepto de situación transparente del habla se postula por Habermas como un ideal normativo que es esencial para el funcionamiento democrático de la esfera pública y no como una descripción empírica. En la práctica social contemporánea, los actos de habla nunca se manifiestan de una forma no mediada. La acción lingüística está fuertemente mediada por la naturaleza de las esferas institucionales y las jerarquías de estratificación dentro de las cuales ocurre esa acción. 1. Si el proceso del trauma se manifiesta en la esfera religiosa, su preocupación sería vincular el trauma a la teodicea. • En el relato de la Tora sobre Job, por ejemplo, se dice: “¿Dios, por qué has permitido este mal?” Las respuestas a esa clase de preguntas originan indagaciones acerca de si los seres humanos se están desviando de la ética inspirada por la divinidad y del derecho sagrado y de cómo lo están haciendo, o si la existencia del mal significa que Dios no existe. 2. En la medida en que la creación de significado tenga lugar en la esfera de lo estético, el trauma se canalizará a través de géneros y narrativas específicas que buscarán producir una identificación de la imaginación con ellas y una catarsis emocional. • En las primeras representaciones del Holocausto, por ejemplo, el trágico Diario de Anna Frank tuvo un papel crucial y en los últimos años se ha desarrollado todo un nuevo género de ‘literatura del superviviente’. En la época posterior al etnocidio en Guatemala, en el que 200 mil indios mayas fueron asesinados y pueblos completos destruidos, un etnógrafo grabó cómo en el pueblo de Santa María Tzeja el teatro se “utilizaba para confrontar públicamente el pasado”: Un grupo de adolescentes y […] un profesor norteamericano, director de la escuela comunitaria, escriben una obra de teatro que documenta lo que se ha experimentado en Santa María Tzeja. Llaman a esa obra Nada hay 17 146 El concepto de transparencia, tan necesario para crear una teoría normativa o filosófica de lo que Habermas ha llamado su “ética del discurso”, debilita la creación de una teoría sociológica. Parte II. Trauma cultural oculto, que no haya de saberse (Mateo 10:26) y los habitantes del pueblo la representarán. La obra no sólo recuerda lo que pasó en el pueblo de una manera firme y resuelta, sino que muestra didácticamente cuáles fueron las leyes y derechos que violaron los militares. La obra cita de manera precisa y oportuna los artículos de la Constitución guatemalteca que se violaron, lo que no suele ser la norma en los textos dramáticos. Pero en Guatemala leer la Constitución puede ser un acto profundamente dramático. No podía evitarse que las funciones condujesen a discusiones emocionantes y a veces acaloradas. [La producción] tuvo un impacto catártico en el pueblo (Hinton, 2001a: 303). Como nos sugiere este ejemplo, los medios de comunicación son importantes en este campo estético, pero no son necesarios. • En los tiempos que siguieron al bombardeo de ochenta días de la otan, que obligó a los serboyugoslavos a abandonar la dominación violenta que habían ejercido durante más de una década sobre el Kosovo albanés, los largometrajes serbios proporcionaron canales para que las masas revivieran ese periodo de sufrimiento, a pesar de que los cineastas caracterizaran a los protagonistas, a las víctimas y la propia naturaleza del trauma de maneras muy diferentes. Es difícil ver por qué cualquier persona que hubiera sobrevivido a los setenta días de bombardeos en 1999 querría revivir la experiencia en un cine, y repetir las memorias de toda una década asesina que terminó en octubre con la caída del presidente Slobadan Milosevic. Y aún así, la industria del cine yugoslavo es casi lo único que ha hecho durante el año pasado. [En uno de los largometrajes, el protagonista explica que] no podría ser más fácil matar a alguien […]: “Se te quedan mirando fijamente, lloran y suplican, y les disparas, y ese es su final y el final de la historia. Luego, naturalmente, todos vuelven y quieren arreglar las cosas, pero ya es demasiado tarde. Esa es la razón por la cual la verdad siempre retorna para juzgar a los hombres” (Watson, 2001: A1-6). 3. Cuando la clasificación cultural entra en la esfera jurídica, ella somete a lo cultural debido a la exigencia de que se pronuncie una decisión definitiva acerca de las responsabilidades legalmente vinculantes, se asigne un castigo y se concedan indemnizaciones. Una manifestación social de esa Trauma cultural e identidad colectiva 147 clase puede que no tenga nada que ver con que los perpetradores acepten su responsabilidad o con que una audiencia más amplia se identifique con aquellos que sufrieron a medida que el trauma se fue produciendo. • Con respecto a las definiciones obligatorias sobre qué son crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, los Juicios de Núremberg de 1945 fueron esenciales. Crearon un nuevo y revolucionario derecho y hubo docenas de acusaciones exitosas pero, aún así, en ningún caso tuvieron éxito en forzar al pueblo alemán a que reconocieran ellos mismos la existencia de los traumas nazis y muchos menos su responsabilidad por los mismos (Giesen, 2004c). Sin embargo, las normas jurídicas que se utilizaron en Núremberg se desarrollaron en mayor detalle en las décadas posteriores, y establecieron las bases para docenas de demandas judiciales que recibieron mucha publicidad y que en los últimos años han generado escenificaciones dramáticas y han desencadenado profundos efectos morales. En estos juicios por ‘crímenes contra la humanidad’ han participado, además de individuos, organizaciones nacionales. • Debido a que ni los gobiernos japoneses de la posguerra ni las audiencias japonesas de mayor influencia han reconocido siquiera los crímenes de guerra causados por sus políticas de guerra imperiales, y mucho menos asumido responsabilidad por ellos, hasta hace poco tiempo ninguna demanda judicial solicitando una indemnización por las atrocidades imperiales ha avanzado mucho en el sistema judicial japonés. Cuando los observadores explican por qué una demanda contra la unidad de combate del Imperio japonés asignada a la guerra biológica ha terminado finalmente por abrirse camino en los tribunales, señalan la especificidad y la autonomía del campo jurídico. Como miembro del equipo japonés asignado a la guerra biológica, conocido como Unidad 731, se le dijo al señor Shinozuka que si alguna vez era capturado por los chinos, su deber hacia el emperador Hirohito era cometer suicido en lugar de poner en peligro el secreto de un programa que violaba de manera tan clara el derecho internacional […] Hoy, cincuenta y cinco años después, es un anciano de setenta y siete años. Pero todavía acosado por el remordimiento, 148 Parte II. Trauma cultural ha hablado y nos ha proporcionado ante un tribunal japonés el primer relato de un veterano acerca de la manera en que actuaba esa famosa unidad […] Que este caso, que ahora está en sus últimas etapas procesales, no haya sido rechazado como muchos otros se ha debido en parte a una esforzada investigación jurídica y a la cooperación en torno a la estrategia de los abogados japoneses más importantes. Los juristas que demandaron al gobierno dicen que el hecho de que este caso se haya convertido en el primero en que un juez ha permitido que se presenten en el juicio una gran cantidad de pruebas, en lugar de declararlas inadmisibles precipitadamente, puede ser también una prueba de que se está dando un importante cambio sobre el asunto de las reparaciones (French, 2000: A3). 4. Cuando el proceso del trauma entra en el mundo científico, se somete entonces a unas reglas de prueba de una clase muy diferente y se suscitan controversias entre académicos, además de que se producen ‘revelaciones’ y ‘revisiones’ de los hechos y representaciones históricas. Cuando el historiador se esfuerza por definir un acontecimiento histórico como traumático, debe documentar mediante métodos aceptables para los académicos la naturaleza del dolor, cuáles son las víctimas y la asignación de responsabilidad por los hechos. Al hacerlo, el proceso de clasificación cultural origina con frecuencia violentas controversias metodológicas. • ¿Cuáles fueron las causas de la Primera Guerra Mundial? ¿Quién fue responsable de su estallido? ¿Quiénes fueron sus víctimas? • ¿Los japoneses pretendieron ejecutar un ataque ‘sorpresa’ contra Pearl Harbor, o el mensaje enviado por el gobierno imperial de Japón llegó tarde a Washington, d.c., como consecuencia de un descuido y de la confusión diplomática? • La controversia alemana acerca de la Historichstreit atrajo la atención internacional en los años ochenta y cuestionó el énfasis que los nuevos académicos conservadores ponían en el anticomunismo como la motivación que tuvieron los nazis para hacerse con todo el poder y establecer políticas antijudías. En los años noventa, la obra de Daniel Goldhagen, Hitler’s Willing Executioners, fue atacada por la mayoría de los historiadores por poner excesivo énfasis en la excepcionalidad del antisemitismo alemán. Trauma cultural e identidad colectiva 149 5. Cuando el proceso de trauma penetra los medios de comunicación se abren nuevas oportunidades, pero al mismo tiempo se imponen una clase específica de restricciones. Los medios de comunicación permiten una dramatización de los traumas por motivos estéticos y permiten que algunas de las interpretaciones competidoras sobre los acontecimientos obtengan un enorme poder persuasivo frente a las otras. Sin embargo, al mismo tiempo, este proceso de representación queda sometido a las restricciones que provienen de la manera en la que hay que comunicar las noticias, con sus exigencias de concisión, neutralidad ética y equilibrio de perspectivas. Por último, existe una competencia por los lectores que inspira en muchas ocasiones lo que puede suponer una producción exagerada y distorsionada de ‘noticias’ en los periódicos y revistas de mayor circulación. Cuando se informa finalmente que un acontecimiento es un trauma, que un grupo particular está ‘traumatizado’ y que hay otro grupo de perpetradores de ese trauma, los políticos y las otras elites pueden arremeter contra los medios de comunicación, sus propietarios y muchas veces contra los periodistas cuyas informaciones determinaron la existencia de los hechos traumáticos. • Durante los traumas de finales de los años sesenta, las noticias de la televisión estadounidense retransmitían imágenes en los cuartos de estar de los ciudadanos de ese país que evocaban el sufrimiento de los civiles durante la guerra de Vietnam. Estas imágenes fueron aprovechadas por los críticos de la guerra. El político conservador estadounidense, el vicepresidente Spiro Agnew, inició un ataque virulento contra los medios de comunicación “liberales” y “dominados por los judíos”, por su insistencia acerca del hecho de que la población civil vietnamita había sufrido un trauma como consecuencia de una guerra controlada por los Estados Unidos. 6. Cuando el proceso del trauma afecta a la burocracia estatal, puede presionar al poder gubernamental para que se canalice el proceso de representación. Las decisiones de las ramas ejecutivas de las distintas administraciones pueden tener efectos decisivos en el manejo y la canalización de la espiral de significado que marca el proceso del trauma. Entre esas decisiones están: crear comisiones nacionales de investigación, promover 150 Parte II. Trauma cultural votaciones parlamentarias para establecer comisiones de investigación, estimular investigaciones policiales por iniciativa del Estado y establecer nuevas directrices acerca de cuáles son las prioridades nacionales18. En la última década, las comisiones independientes de expertos se han convertido en el vehículo preferido por el Estado para esa participación. Esos paneles, al disponer y distribuir la participación, al obligar a la aparición de testigos, al crear una dramaturgia pública cuidadosamente coreografiada, inclinan el proceso interpretativo en forma poderosa, puesto que expanden y reducen la solidaridad, y crean o niegan las bases fácticas y morales de las reparaciones y de las indemnizaciones civiles, entre otras cosas. • 18 Al referirse a los cientos de miles de indios mayas que murieron a manos de las fuerzas contrainsurgentes guatemaltecas entre 1981 y 1983, un etnógrafo de la región afirmó que “sin duda, las horribles acciones del ejercito infligieron profundas heridas psicológicas en la conciencia de los habitantes del pueblo, [que también] formaban parte de un trauma mucho más general”. A pesar de la condición objetiva del trauma y del dolor y del sufrimiento que causaba, la capacidad colectiva para reconocerlo y procesarlo se vio inhibida debido a que el pueblo era “un lugar abocado al silencio y acostumbrado a la impunidad”. En 1994, como parte de la negociación entre el gobierno guatemalteco y el grupo heterogéneo de fuerzas insurgentes, se creó una Comisión para el Esclarecimiento Histórico (ceh) con el propósito de que escuchara el testimonio de las partes afectadas y diera su interpretación. Cinco años después, con la publicación de las conclusiones, se declaraba que “los agentes del Estado de Guatemala […] cometieron actos de genocidio contra grupos del pueblo maya”. Según el etnógrafo, el informe “aturdió el país”. Al representar en público la naturaleza del dolor, definir cuáles eran tanto las víctimas como los perpetradores, y asignar responsabilidades; el proceso del trauma se dio dentro de la esfera Smelser, en Theory of Collective Behavior, describe cómo los agentes estatales y otros agentes de control social hacen esfuerzos por “manejar y canalizar” lo que hemos llamado aquí el proceso del trauma. Trauma cultural e identidad colectiva 151 gubernamental: “Era como si todo el país hubiera estallado en lágrimas; lágrimas que habían estado reprimidas durante décadas y lágrimas de reivindicación”. 152 • A mediados de los años noventa, el gobierno sudafricano que siguió al apartheid estableció una Comisión para la verdad y la reconciliación. Compuesto por personas muy respetadas blancas y de color de todo el mundo, el grupo convocó testigos y celebró audiencias retransmitidas con gran publicidad acerca del sufrimiento creado por la represión que caracterizó el periodo de gobierno afrikáner. El esfuerzo tuvo éxito en una gran medida. Al generalizar el proceso del trauma más allá de las audiencias polarizadas racialmente, ese proceso se convirtió en una experiencia compartida en la nueva sociedad sudafricana, más democrática y solidaria. Esa comisión no se habría podido crear si los negros no hubieran visto reconocidos sus derechos y se hubieran convertido en el poder racial dominante. • En contraste, el Estado japonés posfascista nunca tuvo la voluntad de crear comisiones oficiales que investigaran los crímenes de guerra cometidos por sus líderes y soldados imperiales contra los no japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Con respecto a la esclavización de decenas de miles —y probablemente centenas de miles— de “mujeres para el placer”, sobre todo coreanas, que proporcionaron servicios sexuales a los soldados imperiales, el gobierno japonés acordó al fin, en los últimos años de la década de los noventa, distribuir indemnizaciones relativamente simbólicas a las mujeres coreanas todavía vivas. Los críticos continuaron exigiendo que una comisión legitimada oficialmente celebrara audiencias públicas sobre ese trauma; un proceso de dramatización y legalmente vinculante que, a pesar de no que sólo hubiera dado lugar a una disculpa breve y ambigua con las “mujeres para el placer”, el gobierno japonés nunca tuvo la voluntad de permitir. La importancia de esa esfera gubernamental se manifiesta en el hecho de que estos críticos eventualmente organizaron un tribunal no oficial ellos mismos. Parte II. Trauma cultural Según Howard French, La última semana en Tokio [se refiere a diciembre del 2000], organizaciones privadas japonesas e internacionales convocaron un tribunal de guerra que encontró a los líderes militares japoneses, incluyendo al emperador Hirohito, culpables de crímenes contra la humanidad por la esclavitud sexual que le impusieron a decenas de miles de mujeres en los países controlados por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. El tribunal no tiene poder legal para ordenar compensaciones para las supervivientes entre las llamadas mujeres de confort militar19. Pero sus jueces y abogados, nombrados de entre los miembros de los tribunales internacionales para los países que fueron parte de Yugoslavia y para Ruanda, le dan al tribunal una autoridad moral sin equivalente sobre una cuestión que rara vez se discute o enseña en Japón (French, 2000: A3). Jerarquías estratificantes Las limitaciones impuestas por los campos institucionales se ven condicionadas por la desigual distribución de recursos materiales y por las redes sociales que proporcionan un acceso diferenciado a ellos. ¿Quiénes son los dueños de los periódicos? ¿En qué grado los periodistas son independientes del control político y financiero? ¿Quién controla las órdenes religiosas? ¿Internamente son autoritarias o sus correligionarios pueden ejercer una influencia independiente? 19 (N. del E.) la frase “mujeres de confort militar” fue un eufemismo usado en el Japón para referirse a las mujeres, la mayoría de origen coreano, reclutadas a la fuerza para trabajar en los burdeles militares japoneses en los países ocupados. Por su parte, el “Tribunal Internacional para Crímenes de Guerra contra las Mujeres sobre la Esclavitud Sexual Militar en Japón” fue una iniciativa realizada por diversas organizaciones de mujeres y víctimas de la guerra, en asocio con abogados y expertos internacionales, para realizar un tribunal no oficial o de opinión. El tribunal se realizó del 8 al 12 d diciembre del 2000 en Tokio y centró sus demandas en la responsabilidad del Emperador y el gobierno japonés durante la guerra al permitir y promover la esclavitud sexual de mujeres del Asia Pacífico. A pesar de no contar con poder legal el Tribunal logró generar un debate muy importante en Japón sobre la responsabilidad del gobierno ante las víctimas y abrir la puerta para acciones legales más concretas. Trauma cultural e identidad colectiva 153 ¿Los tribunales son independientes? ¿Cuál es el margen de acción disponible para los abogados activistas? ¿Las políticas educativas están sometidas a los movimientos generalizados de la opinión pública o están aisladas mediante procedimientos burocráticos que se producen en los niveles más centralizados? ¿Quién ejerce control sobre el gobierno? Como he indicado en mi anterior referencia a la esfera gubernamental, las administraciones locales, provinciales y nacionales muestran un poder significativo sobre el proceso del trauma. Lo que hay que considerar aquí es que estos organismos podrían tener una posición dominante sobre las mismas partes traumatizadas. En estos casos, las comisiones pueden justificar las acciones de los perpetradores en vez de dramatizarlas. 154 • En los años ochenta, los gobiernos conservadores estadounidenses y británicos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher hicieron muy poco al comienzo por comunicar los graves peligros causados por la virulenta epidemia de sida porque no querían que se creara simpatía hacia las prácticas homosexuales o hacia sus ideologías, o que la gente se identificara con ellas. Ese defecto permitió que la epidemia se extendiera a mayor velocidad. Al final, el gobierno Thatcher inició una campaña general de educación pública sobre los peligros del vih. Ese esfuerzo le quitó potencia en poco tiempo al pánico moral que había invadido a la sociedad británica en torno al sida y ayudo a adoptar las medidas adecuadas de salud pública (Thompson, 1998). • En el año 2000 comenzaron a aparecer informes en los medios de comunicación estadounidenses acerca de la masacre de varios cientos de civiles coreanos por soldados estadounidenses en No Gun Ri, al inicio de la guerra de Corea. Declaraciones de testigos coreanos y nuevos testimonios obtenidos de algunos soldados estadounidenses sugerían la posibilidad de que los disparos hubieran sido hechos de manera intencional y se produjeron acusaciones de racismo y de haber cometido crímenes de guerra. En respuesta, el presidente Clinton le ordenó al ejército estadounidense elaborar su propia investigación oficial de carácter interno. Aunque un Parte II. Trauma cultural oficial del ejército de alta graduación afirmó que “hemos trabajado muy estrechamente con el gobierno coreano para investigar las circunstancias en torno a No Gun Ri”, el poder de investigar e interpretar las pruebas era obvio que seguía estando únicamente en manos de los perpetradores. Por ello, no fue sorprendente que cuando se anunciaron las conclusiones de la investigación varios meses después, el ejército estadounidense se declarará inocente de los cargos que habían amenazado su buen nombre: No creemos que sea apropiado pedir perdón con respecto a este asunto. [Aunque] se produjeron algunas bajas civiles a manos de soldados estadounidenses, esa conclusión es muy distinta de la acusación presentada de que se había producido una masacre en el sentido tradicional de que se pusieron en fila a personas inocentes y se las acribilló a balazos (New York Times, 2000: A5). Revisión de la identidad, memoria y rutinización ‘Experimentar un trauma’ se puede comprender como un proceso sociológico mediante el cual se define un daño doloroso a la colectividad, se determina la víctima, se atribuye responsabilidad y se asignan las consecuencias ideológicas y materiales. En la medida en que los traumas se experimentan de esa forma y, por consiguiente, son imaginados y representados, se revisará de manera considerable la identidad colectiva. Esta revisión de la identidad significa que habrá una búsqueda por rememorar un pasado colectivo, porque la memoria no es sólo social y fluida, sino que está profundamente conectada al sentido contemporáneo del yo. Las identidades se están construyendo de forma continua y se garantizan no sólo al enfrentar el presente y el futuro, sino también al reconstruir la vida anterior de la colectividad. Una vez que se reconstruya de esa manera la identidad colectiva, terminará viniendo un período donde las cosas ‘se calmarán’. La espiral de significados se aplana, el afecto y la emoción se hacen menos vivos, y la preocupación con la sacralidad y la contaminación de la pureza se atenúa. El carisma se convierte en rutina, la agitación desaparece, la marginalidad da paso a la reagrupación. Según va desapareciendo el discurso del Trauma cultural e identidad colectiva 155 trauma, extremo y poderoso, que nos afecta a todos, las ‘lecciones’ del trauma terminan por objetivarse en monumentos, museos y colecciones de artefactos históricos20. La nueva identidad colectiva se encarnará en lugares sagrados y se estructurará a través de rituales periódicos. A finales de los años setenta, el ultramaoísta gobierno del Jemer Rojo había sido responsable de la muerte de más de un tercio de los ciudadanos camboyanos. El régimen asesino fue derrocado en 1979. Aunque la fragmentación, la inestabilidad y el autoritarismo que siguieron en las décadas posteriores impidieron que el proceso del trauma se manifestara plenamente, los procesos de reconstrucción y representación, y el trabajo de duelo dieron lugar a importantes conmemoraciones y rituales, y a una reconstrucción de la identidad nacional. Recuerdos vívidos de los horrores del dk [ Jemer Rojo] se nos muestran a través de las fotografías de las víctimas, los cuadros de los asesinatos y los instrumentos usados para la tortura en el Museo de Crímenes Genocidas de 20 156 La no creación de esas remembranzas reflejaba, en la misma proporción, el hecho de que el sufrimiento traumático no tenía que ser narrado de una manera persuasiva o no se tenía que generalizar más allá de la población inmediatamente afectada. Ese fue el caso muy notable, por ejemplo, de los 350 años de esclavitud de los africanos en los Estados Unidos. En el capítulo 10 de Alexander (2004), Eyerman demuestra cómo esta experiencia se convirtió en la base traumática para la identidad negra en los Estados Unidos. Sin embargo, a pesar del hecho de que los blancos estadounidenses iniciaran lo que se ha llamado la Segunda Reconstrucción en los años sesenta y los setenta, y a pesar de que los traumas de la esclavitud y el de la posesclavitud hayan permeado las representaciones en los medios de comunicación y la ficción producidas por los blancos y los negros, los centros de poder en la sociedad estadounidense no se han dedicado a crear museos que rememoren el trauma de la esclavitud. Una carta dirigida al editor de The New York Times, publicada en la sección 1 de la edición del 19 de diciembre de 2000, señala elocuentemente esta ausencia y la falta de solidaridad que implica entre blancos y negros: “Al Editor: La valiosa propuesta de que el edificio de los tribunales Tweed Courthouse, en el Lower Manhattan, se usara para rememorar la historia de la esclavitud en la ciudad de Nueva York […] recuerda una cuestión más general: ¿Por qué no hay un museo nacional dedicado la historia de la esclavitud? Sólo cabe imaginar el profundo efecto emocional y educativo que tendría en todos los estadounidenses una institución importante que contara este periodo de nuestra historia. ¿Tal vez el presidente George W. Bush, en su búsqueda de un pueblo más unido, consideraría impulsar un proyecto como ese en nuestra capital?”. Parte II. Trauma cultural Tuol Seng, una antigua escuela que se había convertido en un centro mortal de interrogatorios [...], y también en la exhibición monumental de cráneos y huesos en Bhhoeung Ek, un antiguo campo de muerte donde todavía se pueden ver trozos de huesos y de tela en el suelo de lo que fueron tumbas de miles de personas. El prk [el nuevo gobierno camboyano] también instauró una fiesta anual obligatoria llamada El Día del Odio, en el que las personas se reunían en diversos locales para oír invectiva tras invectiva contra el Jemer Rojo. La propaganda estatal instrumentalizaba este asunto con lemas como: “Debemos impedir por todos los medios el regreso a esa oscuridad profunda del pasado” y “Debemos luchar sin cesar para protegernos contra el regreso de la […] elite genocida”. Estas fórmulas y expresiones de carácter oficial eran genuinas y se manifestaban con frecuencia en las conversaciones de la gente común (Ebihara & Ledgerwood, 2002: 282-83). En este proceso de rutinización, el proceso del trauma, que en otro tiempo fue tan vívido, puede ser objeto de una atención técnica, a veces taxidérmica, por parte de los especialistas que separan el afecto del significado. Este triunfo de lo mundano se observa en muchas ocasiones con pesar por las audiencias que se habían movilizado durante el proceso de trauma y a veces emerge una fuerte oposición de los grupos transmisores. Sin embargo, muchas veces se le da la bienvenida a ese triunfo de lo mundano con un sentimiento público y privado de alivio. Los esfuerzos por institucionalizar las lecciones del trauma, creados para recordar y rememorar el proceso del trauma, se muestran, al final, incapaces de invocar las fuertes emociones o los sentimientos de haber sido traicionados y las afirmaciones de sacralidad que en otro tiempo estuvieron tan estrechamente asociados con el trauma. La identidad colectiva reconstruida, que ya no preocupa como antes, sigue siendo, sin embargo, un recurso fundamental para resolver los problemas sociales futuros y los desórdenes de la conciencia colectiva. La inevitabilidad de esos procesos de rutinización no neutraliza en absoluto la extraordinaria importancia social de los traumas culturales. Esta creación y rutinización tienen, por el contrario, las consecuencias normativas más profundas para la conducta de la vida social. Al permitir a los miembros de públicos más amplios participar del dolor de otros, los traumas culturales amplían la esfera de la simpatía y la comprensión Trauma cultural e identidad colectiva 157 sociales, y proporcionan vías sólidas para producir nuevas formas de constitución de lo social21. Los principales elementos del proceso del trauma que he presentado en esta sección se pueden concebir como estructuras sociales, si pensamos en este concepto en un sentido distinto del de su sentido material. Cada elemento tiene un papel en la construcción y deconstrucción social de un acontecimiento traumático. Si sólo alguno de ellos, o todos, acaban interviniendo en la práctica no es en sí un asunto estructuralmente determinado, sino que está sujeto a las contingencias no estructuradas e imprevisibles del tiempo histórico. Una guerra se pierde o se gana. Un nuevo régimen se hace con el poder o un régimen desacreditado permanece tercamente en él. Las audiencias públicas hegemónicas o contrahegemónicas pueden ganar poder y ser entusiastas, o verse debilitadas y agotadas por el conflicto y el bloqueo social. Esos factores históricos contingentes ejercen una poderosa 21 158 En otras palabras, no sólo existen consecuencias empíricas, sino también morales, de este desacuerdo teórico acerca de la naturaleza de la institucionalización. Por ejemplo, la rutinización de los procesos recientes de trauma (relativos a las transiciones democráticas durante la última década) ha producido un conjunto de especialistas, que lejos de ser puramente analíticos e instrumentales, ha trabajado para expandir un nuevo mensaje de responsabilidad moral e inclusión. Cuando este texto estaba en proceso de edición, el New York Times publicó la siguiente información con el titular Nuevas soluciones para las naciones traumatizadas por su pasado. Según decía, un grupo internacional en pro de los derechos humanos pasó de tener oficinas temporales en Wall Street a trabajar con más de 14 países, donde ayuda a superar las opresiones que han marcado su pasado reciente. El International Center for Transitional Justice abrió sus puertas el 1 de marzo, promovido por la Ford Foundation y dirigido por Alex Boraine, un arquitecto parte de la Truth and Reconciliation Commission de Sudáfrica. La comisión sudafricana fue la primera en celebrar audiencias públicas en las que tanto las víctimas como los perpetradores contaban sus historias de abusos de derechos humanos en la época del apartheid. Con un número creciente de países que recurren a las comisiones de la verdad para curar las heridas del pasado, muchos gobiernos de Asia, América del Sur, África y Europa están pidiendo ahora consejo, información y ayuda técnica de aquellos que han pasado por ese proceso […] La fundación […] le pidió al señor Boraine […] elaborar una propuesta de un centro que realizara investigaciones en ese campo y ayudara a los países que salen del terrorismo de Estado o de la guerra civil: “El día que conseguimos nuestra financiación, estábamos de hecho en Perú, y después de eso nos hemos visto inundados” (The New York Times, 2001). Parte II. Trauma cultural influencia en la posibilidad de que se genere un consenso que permita que la clasificación cultural del trauma quede firmemente establecida. La creación del trauma y la acción moral práctica: la relevancia de lo no occidental En las páginas anteriores he elaborado una teoría de alcance medio que inspira los estudios de caso presentes en este libro. Al hacer eso, he configurado las complejas causas que impulsan el proceso del trauma. Cuando he proporcionado ejemplos de este argumento analítico, me he referido a situaciones traumáticas en sociedades occidentales y no occidentales, desarrolladas y menos desarrolladas, en Irlanda del Norte y Polonia, el Reino Unido y Camboya, Japón y Yugoslavia, Sudáfrica, Guatemala y Corea. Sería un error de interpretación grave pensar que la teoría del trauma se circunscribe a la vida social en Occidente. Es cierto que son las sociedades occidentales las que nos han proporcionado en los últimos tiempos las defensas más trágicas de los episodios traumáticos en sus historias nacionales. Pero han sido las regiones no occidentales del mundo y los sectores más indefensos de la población mundial los que se han visto recientemente sometidos a los daños más traumáticos y terroríficos. Las víctimas de los traumas en Occidente han sido casi siempre miembros de los grupos subalternos y marginados. Los estudios de casos empíricos que aparecen en los otros capítulos de este libro22 se ocupan de los legados de los judíos aniquilados, los afroamericanos esclavizados, los alemanes derrotados y los polacos dominados y empobrecidos. No debería sorprendernos, en otras palabras, que la teoría que se ha desarrollado en torno a estos casos empíricos pueda extenderse de una manera tan fluida a las experiencias sobre el trauma extrañas a las sociedades occidentales. Durante esta introducción, he mencionado también a los gitanos, los indios mayas, los indios americanos, los albano-kosovares, los habitantes de las ciudades chinas y los campesinos camboyanos. Un antropólogo, Alexander Hinton, ha sugerido que “mientras que los comportamientos a los que hace referencia [la idea] tienen un pasado 22 (N. de T.): Se está refiriendo a Jeffrey C. Alexander (2004). Trauma cultural e identidad colectiva 159 antiguo, el concepto de genocidio […] es fundamentalmente moderno” (Hinton, 2002: 27). De hecho, esta es la premisa misma de la que parten las contribuciones que ese autor y sus colegas antropólogos hacen en un trabajo colectivo The Annihilating Difference: The Anthropology of Genocide (La aniquilación de la diferencia: la antropología del genocidio). Durante la segunda mitad del siglo xx, ese marco moderno ha penetrado de manera muy profunda a las sociedades no occidentales. Hinton escribe: Conceptualmente, términos como ‘trauma’, ‘sufrimiento’ y ‘crueldad’ están ligados a los discursos de la modernidad […] (Hinton, 2002: 25). En los medios de comunicación, las víctimas del genocidio se condensan con frecuencia en una descripción que se reduce a los rasgos esenciales del sufridor universal, una imagen que puede […] retransmitirse a las audiencias globales que ven su propio trauma potencial reflejado en esta simulación del sujeto moderno. Los refugiados son en muchas ocasiones la expresión por excelencia de este tropo moderno del sufrimiento humano; silenciosos y anónimos, representan a una humanidad universal y la amenaza de lo premoderno y lo incivilizado, a lo que se supone que apenas han podido sobrevivir […] Sobre todo en estos tiempos actuales globales, en la medida en que esas poblaciones diversas y esas imágenes cruzan velozmente fronteras nacionales, el genocidio […] crea comunidades en diáspora que amenazan con socavar su encarnación política culminante (Hinton, 2002: 26)23. No existe ningún ejemplo más visible de la relevancia universal de la teoría del trauma que la forma en la que puede ayudar a esclarecer las trágicas dificultades que las sociedades no occidentales han experimentado muchas veces para poder reconocer el genocidio. Debido a que el genocidio es más probable que ocurra en espacios colectivos que no están regulados legalmente, ni son democráticos ni formalmente igualitarios (Kuper, 1981)24, no sorprende que, en el último medio siglo, los ejemplos más dramáticos y espeluznantes de asesinatos en masa hayan aparecido en las áreas más destrozadas y empobrecidas del mundo no occidental: 23 24 160 Énfasis añadido. El texto de Kuper es una de los escritos sociológicos acerca del genocidio, y aún sigue siendo de los mejores. Parte II. Trauma cultural la masacre hutu de más de 500 mil de tutsis en menos de tres semanas en Ruanda; el etnocidio militar guatemalteco de 200 mil indios mayas durante la sucia guerra civil a comienzos de los años ochenta; la eliminación por el maoísta Jemer Rojo de casi un tercio de toda la población camboyana en sus purgas revolucionarias de finales de los años setenta. No pueden tratarse aquí las trágicas razones para estos recientes estallidos de asesinatos en masa en el mundo no occidental. Un conjunto creciente de obras académicas de los científicos sociales se dedica a esa cuestión, aunque se necesita hacer mucho más (Kleinman, Das & Lock 1997). Lo que la teoría del trauma nos ayuda a comprender es una paradoja fundamental no en torno a las causas del genocidio, sino a sus efectos posteriores: ¿por qué esas acciones genocidas, tan traumáticas para sus millones de víctimas directas, quedan rara vez grabadas en la conciencia de la población en su conjunto?; ¿por qué estos horrendos fenómenos de sufrimiento experimentados por una multitud no acaban convirtiéndose en narrativas convincentes y públicamente disponibles del sufrimiento colectivo para sus respectivas naciones y mucho menos para el mundo en su conjunto? Las razones, sugiero, pueden hallarse en los complejos patrones del proceso del trauma que he presentado aquí. De hecho, varios años antes de la masacre de los judíos cometida por los nazis, que terminaría por marcar la modernidad occidental como la transmisora distintiva del trauma colectivo del siglo xx, la sociedad más desarrollada fuera de Occidente se había ya embarcado en atrocidades sistemáticas. A comienzos de diciembre de 1938, los soldados invasores japoneses asesinaron salvajemente al menos a 300 mil residentes chinos en Nanking. Cumpliendo órdenes de los niveles más altos del gobierno imperial, realizaron esa masacre durante seis de las semanas más sangrientas de la historia moderna, sin las ayudas tecnológicas desarrolladas luego por los nazis en su exterminación masiva de los judíos. En contraste con lo que pasó con la masacre nazi, estas atrocidades japonesas no se ocultaron al resto del mundo mientras ocurrían. Al contrario, se llevaron a cabo ante los ojos de observadores occidentales críticos y muy articulados, y respetados miembros de la prensa del mundo informaron sobre ellas en numerosísimas ocasiones. Sin embargo, en los sesenta años que han transcurrido desde esa fecha, la ‘memorialización’ de Trauma cultural e identidad colectiva 161 la “violación de Nanking” nunca se ha extendido más allá de los confines regionales de China y, en última instancia, apenas más allá de los confines de Nanking. El trauma casi no ha contribuido a la identidad colectiva de la República Popular de China y mucho menos a la concepción del gobierno democrático de la posguerra en Japón. Como el narrador más reciente de la masacre lo expresa, “incluso medida por los estándares de la guerra más destructiva de la historia, la violación de Nanking representa uno de los peores casos de exterminación en masa”. Sin embargo, aunque sea enormemente traumático para los residentes contemporáneos de Nanking, se convirtió en el “holocausto olvidado de la Segunda Guerra Mundial”. Todavía es un “incidente oscuro” en nuestros días (Chang, 1997: 5-6), cuya existencia se niega de manera consuetudinaria y exitosa por algunos de los funcionarios públicos más poderosos y apreciados de Japón. Como he sugerido en esta introducción, esos fracasos a la hora de reconocer los traumas colectivos y todavía más al momento de incorporar sus lecciones a la identidad colectiva no son producto de la naturaleza intrínseca de sufrimiento original. Esa es la falacia naturalista que se deriva de la teoría del trauma simple. El fracaso surge, más bien, de la incapacidad de generar lo que he llamado aquí el proceso del trauma. En Japón y en China, al igual que en Ruanda, Camboya y Guatemala, se ha reivindicado la importancia crucial de estos “sufrimientos distantes” (Boltansky, 1999)25. Pero por razones estructurales y culturales de la sociedad, los grupos transmisores no han podido generar los recursos, la autoridad o la competencia interpretativa para difundir enérgicamente esas reivindicaciones sobre el trauma. No se han creado narrativas lo suficientemente persuasivas ni se han comunicado con éxito a audiencias más amplias. Debido a esos fracasos, los perpetradores de los sufrimientos colectivos no han sido obligados a aceptar su responsabilidad moral y las lecciones de estos traumas sociales no han sido ‘memorializadas ni ritualizadas’. No 25 162 Luc Boltansky es uno de los sociólogos franceses contemporáneos más importantes y en su perspicaz obra presenta sólidos argumentos a favor de la relevancia moral de las imágenes globales mediadas de los sufrimientos en masa, pero no proporciona una explicación causal compleja de por qué y dónde esas imágenes pueden ser conmovedoras para el espectador y dónde no. Parte II. Trauma cultural se han generado nuevas definiciones de responsabilidad moral. La solidaridad social no se ha ampliado. Tampoco han cambiado las identidades colectivas más primordiales y particularistas. En esta sección final, he intentado subrayar mi hipótesis previa de que la teoría que aquí presentamos no es meramente técnica y científica. Es relevante desde el punto de vista normativo e inspira de forma destacada las acciones práctico-morales. Por muy tortuoso que sea el proceso del trauma, permite a las colectividades que definan nuevas formas de responsabilidad moral y nuevas direcciones para el curso de la acción política. Este proceso de creación del trauma, abierto y contingente, y la asignación de responsabilidad colectiva que conlleva es tan relevante para las sociedades no occidentales como para las occidentales. Los traumas colectivos no tienen limitaciones geográficas o culturales. La teoría del trauma cultural se aplica, sin perjuicio de las diferencias que puedan existir, a cualquiera de los casos en los que las sociedades han construido y experimentado —o no— acontecimientos traumáticos culturales, y también a sus esfuerzos por establecer —o no— las lecciones morales que podemos decir que emanan de ellos. Trauma cultural e identidad colectiva 163 Freud y el trauma1 Ruth Leys L a figura de Sigmund Freud es ineludible al llevar a cabo la genealogía del entramado que conocemos como trauma, por la simple razón de que, como lo ha expresado Ian Hacking, Freud “cementó” la idea de trauma psíquico y, en concreto, la del trauma producto de la agresión sexual (la famosa teoría de la seducción de Freud). En otras palabras, Freud es una figura fundadora en la historia de la conceptualización del trauma. Al mismo tiempo, como también observa Hacking, no hay ningún otro pensador más repudiado por los teóricos contemporáneos del trauma infantil, precisamente porque se sabe bien que en 1897 Freud abandonó la teoría de la seducción sexual que es fundamental hoy en día para el movimiento de la memoria recuperada (Hacking, 1996: 7475). Y aún así, si quisiéramos evaluar el papel de Freud en la genealogía del trauma, como debemos hacer, es esencial comprender que los términos en los cuales los teóricos contemporáneos del trauma tienden a describir la “traición” de Freud revelan una incomprensión esencial de su pensamiento. En pocas palabras, la teoría de la seducción de Freud nunca fue la teoría simple de la causalidad que han descrito los críticos contemporáneos como Bessel van der Kolk, Judith Herman, Jeffrey 1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Freud y el trauma 165 Moussaieff Masson y otros2. Sin embargo, no es una tarea fácil identificar cuál ha sido la contribución de Freud a la teoría del trauma. Trauma fue un término que en sus orígenes se refería a una herida quirúrgica, y se concibió como un modelo donde se rompía la piel o la cubierta protectora del cuerpo, lo cual ocasionaba una reacción catastrófica general en todo el organismo. Sin embargo, como ha destacado Laplanche, no es fácil rastrear la “transposición” de esta noción quirúrgica a la psicología y la psiquiatría. De hecho, la idea de una conmoción o shock con ‘ruptura’ física y de peligro para la vida misma ha sido durante tanto tiempo un modelo para el supuesto trauma psíquico, noción que hasta nuestros días aún está ligada al concepto de shock quirúrgico. Laplanche (1973: 129-130) observó que: Habría una serie de gradaciones que vincularían las principales disfunciones de los tejidos a grados cada vez menos perceptibles de daño psicológico, pero que serían, sin embargo, de la misma naturaleza; [...] daño histológico y, en última instancia, daño intracelular. El trauma seguiría su curso hasta llegar literalmente a una clase de autoextenuación, pero sin perder su naturaleza, hasta alcanzar un cierto límite, y ese límite sería precisamente lo que llamamos ‘trauma psíquico’. La descripción de Laplanche todavía se aplica en la definición contemporánea neurobiológica del tept (trastorno de estrés postraumático), que se configura explícitamente a partir de la teoría causal fisiológica del shock. Pero como ese autor observó de manera correcta, Freud tomó un camino totalmente diferente. No es sólo que Freud siguiera a Charcot y a otros que atribuían la histeria traumática a cambios psicológicos en vez de anatómico-fisiológicos, sino el hecho de que Freud subrayaba el papel de la “incubación” postraumática o periodo de latencia de la elaboración psíquica, de manera tal que la experiencia traumática era irreductible a la idea de una secuencia causal puramente fisiológica. En los Estudios sobre la histeria (1895), escritos junto a Josef Breuer, e incluso de manera más 2 166 Entre el gran número de obras escépticas acerca de la teoría de la seducción, véase especialmente Masson (1985); Crews (1995), y Borch-Jacobsen (1996b: 15-43). Para una refutación freudiana-feminista del simple esquema de lo interno y lo externo que domina las críticas a Freud de Masson, véase Rose (1986: 1-23). Parte II. Trauma cultural explícita en La etiología de la histeria (1896), Freud argumentó que los síntomas de la histeria sólo se podían entender si se retrotraían a experiencias que hubieran tenido un efecto traumático y, en concreto, a experiencias tempranas de ‘seducción’ o ataques sexuales. Pero lo que muchos de los críticos de Freud no pueden captar es que, incluso en el momento más álgido de su compromiso con la teoría de la seducción, Freud problematizó la condición originaria del evento traumático al argumentar que no era la experiencia misma la que actuaba de manera traumática, sino su recreación diferida como recuerdo después de que el individuo alcanzara su madurez sexual y pudiera comprender su significado sexual. De manera más específica, según la lógica temporal de lo que Freud llamó Nachträglichkeit, o “acción diferida”, el trauma se constituía por una relación entre dos acontecimientos o experiencias: un primer acontecimiento que no era necesariamente traumático, ya que ocurrió en una fase demasiado temprana del desarrollo del niño como para que se pudiera comprender y asimilar, y un segundo acontecimiento que no era inherentemente traumático, pero que despertaba el recuerdo del primer acontecimiento, que sólo en ese momento recibía significado traumático y por eso era reprimido. Por lo tanto, para Freud el trauma se constituía a través de una relación dialéctica entre dos acontecimientos, ninguno de los cuales era intrínsecamente traumático, y por un retardo temporal o latencia a través de la cual el pasado sólo estaba disponible para el sujeto a través de un acto diferido de comprensión e interpretación. Cada vez con más insistencia, Freud subrayó que debido a la irregularidad peculiar de su desarrollo temporal, la sexualidad humana proporcionaba un campo especialmente adecuado para el fenómeno de la acción diferida. Por eso, desde el comienzo, incluso cuando estaba comprometido con la teoría de la seducción, Freud rechazó un análisis causal directo del trauma según el cual el acontecimiento traumático atacaría al sujeto desde el exterior (de acuerdo con ello, en otras palabras, lo externo y lo interno son totalmente distintos lo uno de lo otro)3. 3 Véase el término deferred action (acción deferida) en Freud (1995: 3,191-221) y Laplanche & Pontalis (1969). El concepto de Freud de Nachträglichkeit se desarrolló a partir de la idea, formulada por Charcot entre otros, de que la memoria traumática experimenta un proceso de elaboración o incubación después del acontecimiento. Ese es el proceso que le da su fuerza y fijación posteriores (Roth, 1996, abril: 4-5). Freud y el trauma 167 En resumen, para Freud los recuerdos traumáticos son inherentemente inestables o mutables debido al papel de las motivaciones inconscientes que les confieren su significado. Esa es la premisa que está detrás del estudio de las paráfrasis en La psicopatía de la vida cotidiana (1901). Es también el tema de su artículo Sobre los recuerdos encubridores (1899), en el cual habla de la “naturaleza tendenciosa de nuestros recuerdos y olvidos”, y donde, debido al papel de la Nachträglichkeit, termina por cuestionarse si “acaso sea en general dudoso que poseamos unos recuerdos conscientes de la infancia, y no más bien, meramente, unos recuerdos sobre la infancia” (Freud, 1995a: 322). Tampoco el nuevo énfasis que pone Freud en el papel de la fantasía tras el abandono de su teoría de la seducción en 1897 invalida el concepto de acción diferida, como muestra con claridad la confianza de Freud en ese concepto en el caso del hombre lobo de 1916-19184. Sin embargo, hay algo acerca del trauma que preocupa al proyecto freudiano. El concepto de Nachträglichkeit cuestiona todas las oposiciones binarias —lo interior frente a lo exterior, lo privado frente a lo público, la fantasía frente a la realidad— que controlan en gran medida la comprensión contemporánea del trauma. Sin embargo, el rechazo de Freud de la noción de trauma como producto de una causa directa y su énfasis en el significado psicosexual suponía una tendencia dentro del psicoanálisis a interiorizar el trauma, como si el trauma externo obtuviera por completo su fuerza y su eficacia de los procesos psíquicos internos de elaboración. Se debía comprender que esos procesos se conformaban principalmente por los deseos, las fantasías y los conflictos psicosexuales anteriores. Las pulsiones internas infantiles se convierten así en la base etiológica adecuada. En la formulación de Laplanche (1973: 61-62): Lo que define el trauma psíquico no es una cualidad general del psiquismo sino el hecho de que provenga desde el interior […] Todo, puede afirmarse, viene del exterior, según la teoría freudiana, pero al mismo tiempo toda eficacia proviene del interior, de un interior aislado y enquistado. Por lo tanto, desde el punto de vista lógico, Laplanche cuestiona el valor de la idea de la neurosis traumática: “el concepto de neurosis traumática 4 168 Véase Laplanche & Pontalis (1968: 472). Parte II. Trauma cultural sería sólo una aproximación, puramente descriptiva, que no resistiría a una análisis profundo de los factores que intervienen” (Laplanche & Pontalis, 1994: 254-255)5. Sin embargo, no es en absoluto obvio que el concepto de neurosis traumática pueda quedar relegado a la insignificancia de esta forma. Ciertamente, no ocurre así con Freud, para quien las neurosis traumáticas de guerra en la Primera Guerra Mundial lo obligaron a reconsiderar de una manera fundamental su posición acerca de la importancia primordial de las pulsiones infantiles psicosexuales. ¿No eran los miles de casos de histeria de combate observados en hombres adultos aparentemente saludables el resultado directo del trauma externo producto de la guerra de trincheras? Esa era la creencia de la mayoría de médicos que, a diferencia de Freud, tenían una experiencia de primera mano de las neurosis de guerra. Por consiguiente, por un lado el movimiento freudiano se benefició de la guerra porque, después de que quedase claro para algunos médicos que las víctimas de “shock de los obuses” se enfermaban no a causa de lesiones orgánicas, sino por causas psíquicas, el psicoanálisis parecía ser el único enfoque teórico-terapéutico capaz de interpretar y tratar los trastornos funcionales asociados con los traumas masivos de la guerra moderna. Un pequeño grupo de médicos en el Reino Unido y Alemania prestaron atención a las ideas de Freud acerca de la psicogénesis con el propósito de encontrar una guía útil para el análisis y el tratamiento de las neurosis de guerra, con el resultado de que la catarsis se restauró como método terapéutico. A este respecto, al terminar la guerra, el psicoanálisis había visto cómo su reputación mejoraba bastante. Por otro lado, la mayoría de los mismos médicos seguían teniendo dudas acerca del énfasis específico que ponía Freud en el papel que tenían las pulsiones sexuales en el origen de las neurosis. El desafío al que se tenía que enfrentar Freud era cómo asimilar la experiencia del shock de los obuses dentro de su ya bien asentado sistema teórico, sobre todo dentro de la teoría de la libido y la teoría de los origines psicosexuales de las neurosis6. 5 De aquí que lo que “desarma” al yo en el trauma, para Laplanche, es siempre la pulsión psicosexual (Laplanche, 1973: 71). 6 Una idea que plantea Lifton (1983: 165). Freud y el trauma 169 Freud y las neurosis traumáticas La respuesta inicial de Freud a ese reto fue sugerir que las neurosis de guerra eran la consecuencia de un conflicto, no entre el ego y las pulsiones sexuales, sino entre diferentes partes del ego mismo, es decir, entre el antiguo yo amante de la paz del soldado, o instinto de autopreservación, y su nuevo yo guerrero, o instinto de agresión. Aquellos egos estaban ahora definidos, según la nueva teoría de Freud del narcisismo, como egos sexual o libidinalmente cargados. Esa explicación tenía el mérito de recuperar las neurosis traumáticas de la guerra para la teoría de la libido y de asimilarlas a la categoría de las neurosis de transferencia ordinarias7. En el Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Budapest en 1918, los discípulos de Freud repitieron fielmente la proposición de Freud al tratar los síntomas de las neurosis de guerra como regresiones a una etapa anterior, narcisista, del desarrollo libidinal (Ferenczi & ál. 1921). Sin embargo, desde el comienzo Freud respondió al problema planteado por las neurosis de guerra de una manera diferente en cierto sentido, al subrayar, o volver a subrayar, la importancia de estas consideraciones económicas que siempre habían sido fundamentales en su metapsicología8: La expresión ‘traumática’ [escribe en 1916 en una reflexión temprana acerca de las neurosis de guerra] no tiene otro sentido que ese, el económico. La aplicamos a una vivencia que en un breve lapso provoca en la vida anímica un exceso tal en la intensidad de estímulo que su tramitación o finiquitación [Aufarbeitung] por las vías habituales y normales fracasa, de donde por fuerza resultan trastornos duraderos para la economía energética (Freud, 1995n: 252). Es justo la misma definición económica la que informa la nueva teoría económica de la pulsión de muerte. Como es bien conocido, el problema 170 7 Freud (1995: 207-10) sugirió así un motivo para la “huida [del soldado] hacia la enfermedad”, al destacar la naturaleza inconsciente de los conflictos involucrados, al mismo tiempo que se distanciaba del moralismo prevaleciente y de la sospecha de cobardía o fingimiento de la enfermedad para no combatir. 8 (N. del E.) El concepto de economía tiene un sentido especial en el lenguaje psicoanalítico. Parte II. Trauma cultural general de la repetición, y en especial la tendencia de las personas traumatizadas a repetir experiencias dolorosas en sus sueños —una predisposición que es difícil de explicar como un intento por alcanzar la satisfacción libidinal—, obligó a Freud (1995ñ) a reconocer la existencia de un “más allá” del placer, o pulsión de muerte, que actuaba de manera independiente al principio del placer y a menudo en oposición a él. En su obra Más allá del principio del placer, Freud afirma la existencia de un escudo protector o “barrera frente a los estímulos”, diseñado para defender el organismo contra la aparición de grandes cantidades de estímulos del mundo externo que podrían amenazar con destruir la organización de la psique. El trauma se define así, en términos casi militares, como una ruptura o rompimiento general que pone en marcha cualquier intento posible de defensa, aun cuando el principio del placer quedase por fuera de la acción. Ya no podrá impedirse que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo; entonces, la tarea planteada es más bien esta otra: dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo que penetraron violentamente a fin de conducirlos, después, a su tramitación (Freud, 1995ñ: 29)9. Según Freud, el fracaso de esos intentos por controlar y ligar los estímulos a consecuencia del temor y de la falta de preparación del ego, producía la desorganización general y otros síntomas característicos del trauma psíquico. En resumen, según Freud las neurosis traumáticas representaban una “liberación” (unbindung) radical de la pulsión de muerte. Al admitir por primera vez una excepción a su proposición de que los sueños representaban la realización de los deseos eróticos-infantiles, Freud observó que: 9 Esa teoría, que como observó el mismo Freud parecía reinstaurar la “antigua e ingenua teoría del shock”, fue usada posteriormente por Walter Benjamin (1969: 155-200) para definir una estructura específicamente moderna de la percepción. Véase también Schivelbusch (1977: 152-60). (Llamo la atención sobre el uso que hace Freud de “ligar” (bindung), un término clave en su léxico, que implica su opuesto, “liberar” (unbindung); esta pareja de conceptos tiene un papel fundamental en su pensamiento, como se verá claramente en un momento). Freud y el trauma 171 Los mencionados sueños de los neuróticos traumáticos ya no pueden verse como cumplimiento de deseo; tampoco los sueños que se presentan en los psicoanálisis, y que nos devuelven el recuerdo de los traumas psíquicos de la infancia. Más bien obedecen a la compulsión de repetición, que en el análisis se apoya en el deseo (promovido ciertamente por la “sugestión”) de convocar lo olvidado y reprimido… Si existe un “más allá del principio del placer”, por obligada consecuencia habrá que admitir que hubo un tiempo anterior también a la tendencia del sueño al cumplimiento del deseo (Freud, 1995ñ: 32)10. La hipótesis de Freud de la pulsión de muerte presagió un cambio sutil en su actividad teórica del análisis del deseo hacia lo que terminó llamando “el análisis del ego”, un cambio que se vio acompañado de una revisión y extensión generales del concepto de defensa. Muchos de los textos de Freud de los años veinte pueden verse como intentos por definir los distintos mecanismos de defensa que se creía que podía desplegar el ego contra la estimulación, y también las consecuencias que tenía para la psique que fallaran esas defensas. Es como si Freud durante aquellos años terminara dándose cuenta de que el concepto de represión, que después de la publicación de los Estudios sobre la histeria en 1895 había surgido como la respuesta fundamental de la psique a la excitación, necesitaba complementarse con una diversidad de otros medios de defensa, cuyas relaciones recíprocas siguieron siendo obscuras y no resueltas 11. Entre los mecanismos de defensa que Freud invocó cada vez más durante los años veinte estuvieron la “denegación” (Verleugnung), que se vinculaba no sólo al temor de castración, sino también al temor de muerte y al problema del 172 10 Esa teoría, que como observó el mismo Freud parecía reinstaurar la “antigua e ingenua teoría del shock”, fue usada posteriormente por Walter Benjamin (1969: 155-200) para definir una estructura específicamente moderna de la percepción. Véase también Schivelbusch (1977: 152-60). (Llamo la atención sobre el uso que hace Freud de “ligar” (bindung), un término clave en su léxico, que implica su opuesto, “liberar” (unbindung); esta pareja de conceptos tiene un papel fundamental en su pensamiento, como se verá claramente en un momento). 11 André Green hizo la observación anterior en El trabajo de lo negativo (1995: 163), donde comentó la importancia creciente que Freud le asignó a los mecanismos de defensa además de la represión después de 1920 y sobre la dificultad que Freud experimentó para generalizar sus descubrimientos y consolidar sus ideas. Parte II. Trauma cultural duelo; el “rechazo” o “repudio” (Verwerfung, la “forclusión” de Lacan), la “negación” (Verneinung), la “escisión del sujeto” (Ichspaltung), y la “represión primaria” (Urverdrängung), algunos de los cuales se remontan a las especulaciones psicoanalíticas más antiguas del funcionamiento de las estructuras psíquicas. En Inhibiciones, síntomas y angustia (1926), un texto en el cual las neurosis traumáticas de guerra sirven para ilustrar el problema de angustia en una de sus formas más características, Freud distingue por primera vez la noción más general de “defensa de la de represión”. Esta última se contempla como una defensa específica frente a la histeria y a este respecto declara que “la represión […] es sólo uno de los mecanismos de que se vale aquella [la psique]” (1995h: 109)12. Sin embargo, nunca puede destacarse lo suficiente que, a pesar de los cambios que he resumido, los escritos de Freud en los años veinte y treinta están llenos de dudas y vacilaciones. En concreto, en todo lo que escribió sobre las defensas del ego en las neurosis traumáticas de guerra es palpable la duda y la contradicción. Ello se hace sobre todo evidente en Inhibiciones, síntomas y angustia, el último de sus ensayos metapsicológicos. Allí, el peligro al que responde el ego en situaciones traumáticas se redefinió constantemente en términos libidinales como el peligro o la amenaza de castración ocasionada por la pérdida de la madre, con el resultado de que aun cuando las neurosis traumáticas de guerra se vinculaban sistemáticamente a la economía de la liberación y de la pulsión de muerte, se construían simultáneamente en términos de la teoría del deseo psicosexual infantil y del mecanismo de represión del cual se habían liberado de manera clara. En resumen, los escritos de Freud de los años veinte hacen que surjan cuestiones acerca del papel de la represión y de la sexualidad que aquellos mismos escritos fueron incapaces de resolver de una forma completa. Es contra este trasfondo de dificultades conceptuales que el problema del trauma psíquico y de la violencia psíquica ha regresado para acosar a la teoría y la práctica del psicoanálisis. En los últimos años, en textos de varios 12 Para la evolución de las ideas de Freud de la defensa véase el vocablo ‘represión’ en Laplanche & Pontalis (1994: 375). Freud y el trauma 173 autores que frecuentemente no tienen relación explícita entre sí, pero que están sin embargo vinculados por un conjunto de interpretaciones comunes, la idea de trauma adquiere una relevancia clara a través de formas que expresan insatisfacciones metapsicológicas y terapéuticas importantes. Es como si el trauma psíquico representara un obstáculo al psicoanálisis que amenazara todo el tiempo con desautorizar sus presupuestos más básicos. Es así que Henry Krystal (1978; 81-116; 1947: 17-31; 1985: 131-61), en una serie de artículos basados en su experiencia clínica con los supervivientes de los campos de concentración, ha deplorado la vaguedad de los usos psicoanalíticos del término trauma y ha exigido un regreso a la obra de Freud sobre la angustia con el propósito de reconceptualizar los fenómenos postraumáticos infantiles y también adultos. Las ideas de Jonathan Cohen y Warren Kinston, contemporáneas a las de Krystal, han rechazado el concepto de represión psicosexual para explicar el trastorno grave narcisista, el trastorno límite u otros estados de desorganización mental extrema que se asocian con el trauma de los campos de concentración y otros desastres, y han revivido en su lugar las ideas más tempranas de Freud a cerca de la defensa con el propósito de explicar los residuos “inmemoriales” pero “inolvidables” del trauma13. De manera parecida, Ilse Grubich-Simitis (1984: 301-29), en sus estudios acerca de los supervivientes del Holocausto (que se hacen sin referencia al conjunto de obras académicas sobre neurosis de combate u otros traumas), ha argumentado que es necesario reconceptualizar las angustias cuasipsicóticas, los modos de pensar peculiarmente concretos o desmetaforizados, las fijaciones traumáticas, los desdoblamientos o rupturas disociativas, el pasaje al acto (acting out) y los trastornos de la memoria que se observaron especialmente en los hijos de las víctimas del Holocausto como consecuencia de una profunda dificultad en la simbolización más básica del ego y de otras funciones. A este respecto, Grubrich-Simitis llama la atención sobre el trabajo de Marion Oliner (1990: 267-86) que, sobre bases parecidas, ha sugerido en esa línea que las despersonalizaciones defensivas, los estados alterados de conciencia y las “ausencias” mentales que pueden observarse 13 174 Cohen (1980: 421-32; 1985: 163-89), Cohen & Kinston (1983: 411-22), Kinston & Cohen, (1986: 337-55), Kinston & Rosser (1974: 437-56). Parte II. Trauma cultural en los hijos de los supervivientes del Holocausto pueden comprenderse como “psicosis histéricas” transitorias o disociaciones del ego de la clase discutida por Freud y Breuer en su trabajo ‘prepsicoanalítico’ sobre la histeria. A pesar de las diferencias de enfoque y de conceptualización entre estos críticos psicoanalíticos, todos ellos comparten la preocupación por el papel de la realidad externa (o el “entorno”) en la etiología del trauma. Es también la cuestión dominante en los investigadores que se dedican al estudio del tept y, por lo tanto, tiende a unir a los psicoanalistas, los psicólogos cognitivos y los neurobiólogos por igual. De manera característica dentro del psicoanálisis, el deseo de considerar adecuadamente el peligro real u ‘objetivo’ del trauma encuentra expresión en la apelación a un regreso a aquello que ha sido olvidado o descuidado en el desarrollo de las ideas de Freud. En concreto, Krystal y Cohen han restaurado los conceptos freudianos de angustia automática y represión primaria, respectivamente, en un esfuerzo por establecer una teoría del trauma a partir de las aporías de los argumentos de Freud, pero que al mismo tiempo incorpora los recientes hallazgos clínicos (el tept se define hoy como un trastorno de ansiedad). Al intentar revaluar dos de los conceptos más fundamentales de Freud, estos autores han hecho importantes esfuerzos para esclarecer ciertos problemas teóricos. Sin embargo, Krystal y Cohen, en su deseo por desenmarañar las contracciones en el pensamiento freudiano, sobre todo en sus pretensiones de reemplazar las teorías económicas de la angustia y la represión primordial, elaboradas por Freud con enfoques ‘estructurales’ y ‘operativos’ respectivamente, no consiguen solucionar los formidables problemas planteados por el concepto económico de Freud. Angustia, represión primordial y mímesis Inhibiciones, síntomas y angustia es el texto clave de Freud sobre angustia y también sobre la obscura idea de represión primordial que, como veremos, son dos conceptos íntimamente ligados. En Inhibiciones, Freud parece privilegiar una teoría “señal” o indiciaria de la angustia, según la cual el ego indicaría mediante ella que se está acercando un peligro reconocible. Privilegia esa teoría por encima de una económica o “automática” Freud y el trauma 175 de la angustia, que implicaría romper o atravesar el escudo protector contra los estímulos (de lo cual las neurosis traumáticas de guerra son el paradigma). La angustia, afirma Freud desde el comienzo, no está destinada a recibir explicación económica, pues la angustia no se produce como algo nuevo a raíz de la represión, sino que se reproduce como estado afectivo siguiendo una imagen mnémica preexistente […] Los estados afectivos están incorporados [einverleiben] en la vida anímica como una sedimentaciones de antiquísimas vivencias traumáticas y, en situaciones parecidas, despiertan como símbolos mnémicos (Freud, 1995h: 89). La angustia es “sólo una señal-afecto” en cuya producción “nada se ha cambiado en la situación económica” (Freud, 1995h: 120). Por consiguiente, subordina la dimensión económica de la angustia a una explicación que la transforma en historia y narración mediante la asunción de que el peligro que amenaza al ego es la reproducción de una situación anterior que, en principio, el ego puede reconocer, indicar y representar: la amenaza del padre (castración) o, más primordialmente, el peligro de la pérdida de la madre o su pecho (Freud, 1995h: 122-123). En este modelo, la angustia tiene como fin ‘proteger’ la coherencia de la psique al permitir que el ego represente y domine una situación peligrosa que reconoce como la reproducción de una situación previa en la que se dio la pérdida amenazante de un objeto libidinal identificable. Freud querría asimilar las neurosis traumáticas dentro del mismo modelo libidinal. Reconoce a este respecto que, como resultado de la Primera Guerra Mundial, muchos médicos han tenido la tentación de considerar las neurosis de guerra como el resultado directo del temor a la muerte y, por lo tanto, descartaron la cuestión de la castración. Contra ellos, argumenta que la introducción del concepto de narcisismo, que libidiniza el ego y el instinto de autoconservación, hace inapropiada esa exclusión. Además, piensa que es “harto improbable” (Freud, 1995h: 123) que una neurosis se pueda llegar a producir debido únicamente a la presencia objetiva de peligro, sin ninguna participación de los niveles más profundos del funcionamiento mental. Puesto que, según Freud (1995o: 289), el inconsciente 176 Parte II. Trauma cultural no sabe nada de la muerte o la negación, sugiere que el miedo a la muerte se debería considerar como algo análogo al miedo a la castración y que la “situación frente a la cual el yo reacciona es la de ser abandonado por el superyó protector —los poderes del destino—, con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros” (Freud, 1995h: 123). Pero estas afirmaciones generan un resto o suplemento, de modo tal que reinstalan el enfoque económico sobre la angustia y el trauma que ha sido rechazado de manera expresa. Además, añade Freud a continuación, cuenta el hecho de que a raíz de las vivencias que llevan a la neurosis traumática se quiebra la protección contra los estímulos exteriores y en el aparato anímico ingresan volúmenes hipertróficos de excitación, de suerte que aquí estamos ante una segunda posibilidad: la de que la angustia no se limite a ser una señal-afecto, sino que sea también producida como algo nuevo a partir de las condiciones económicas de la situación” (Freud, 1995h: 123). Sin embargo, esta segunda posibilidad de Freud es también la primera de las posibilidades, ya que atravesar o romper el escudo protector define el mecanismo que Freud llama “represión primordial”, es decir, esa forma arcaica o primaria de represión que aparece antes de la represión propiamente dicha, y de la cual depende esta última. Y como observa el mismo Freud, la represión primordial sólo se puede describir en términos económicos o cuantitativos: “Es enteramente verosímil que factores cuantitativos como la intensidad hipertrófica de la excitación y la ruptura de la protección antiestímulo constituyan las ocasiones inmediatas de las represiones primordiales” (Freud, 1995h: 90). De manera que Freud caracteriza la angustia simultáneamente como la protección del ego frente a los futuros shocks y como aquello que lo conduce hacia la inestabilidad como consecuencia de la ruptura del escudo protector: la angustia es la cura y también la causa del trauma psíquico. El resultado de ello es que la oposición entre la teoría señal o indiciaria de la angustia y la teoría económica o automática de la angustia no puede defenderse, puesto que la situación histórica de la pérdida amenazante (del falo o de la madre) se define en sí como una situación de impotencia o “liberación” (represión primordial) consecuencia de un exceso de estimulación que, al atravesar Freud y el trauma 177 de forma traumática la frontera entre lo interno y lo externo, rompe en pedazos la unidad y la identidad del ego. Hay más. En la última frase he utilizado deliberadamente, siguiendo a Freud, el término “liberación” para referirme al levantamiento o ruptura del escudo protector del ego y a la posterior escape de energía o afecto asociada con la situación traumática. Lo he hecho con el propósito de poner de manifiesto la importancia del término para esta conceptualización del trauma psíquico. El término “liberación” pertenece a la pareja “ligazónliberación”. Ambos términos se asocian desde el inicio con las hipótesis económicas de Freud. Como lo han mostrado Freud, Laplanche, Pontalis y otros autores, la ligazón proporciona el concepto general de unión, es decir, la formación de unidades coherentes, homogéneas y masivas14. En las primeras obras de Freud, la ligazón es el proceso que liga energía “libre” o “dispersa” con el fin de constituir formas estables (por ejemplo, el ego, que requiere una masa de neuronas cuya energía se encuentra en un estado ligado). En Más allá del principio del placer la ligazón es la función más importante de la estructura psíquica y liga las cantidades externas destructivas de excitación con el propósito de dominarlas, aún antes de la intervención del principio del placer. La ligazón es, por consiguiente, el mecanismo que tiene por finalidad proteger el organismo contra la liberación displacentera del ego causada por los estímulos excesivos o por el trauma. Sólo cuando el ego se ve sorprendido sin estar preparado y sin contar con la suficiente ‘catexis’ como para ligar cantidades suplementarias de energía entrante su escudo protector se quiebra y se produce una fuga masiva de energía dispersa o displacentera. Al ligar las distintas excitaciones, el organismo difiere su propia pulsión de muerte. La ligazón tiene también un significado político explícito: al ligar o vincular al individuo con el otro o con lo externo a través de un lazo emocional de identificación con el que se constituye el grupo o la masa homogéneos, los individuos neutralizan su tendencia letal a desbandarse en un pánico desordenado de todos contra todos (Borch-Jacobsen, 992: 5). 14 178 Véase el vocablo binding (ligazón) en Laplanche & Pontalis (1994: 214) y BorchJacobsen (1992: 4), quien ha caracterizado el concepto de ligazón de Freud como “una de las nociones más decisivas (y problemáticas) en la estructura freudiana”. Parte II. Trauma cultural Según Freud, es Eros o la libido lo que liga los sujetos a los objetos de sus deseos, entre los cuales estaría el Padre, el Führer o el Jefe. Pero como nos ha mostrado Mikel Borch-Jacobsen en The Freudian Subject y otros ensayos relacionados, los textos de Freud están silenciosamente perturbados debido a un gesto que amenaza la economía libidinal. Ello se debe a que junto con la teoría del amor o la libido, Freud postula al mismo tiempo la existencia de un principio que liga el individuo con el otro y que no se basa en el deseo por el objeto, sino en un vínculo emocional de identificación que es “anterior o incluso interior a cualquier vínculo libidinal” (Borch-Jacobsen, 1992: 8). Freud también llama al vínculo emocional de identificación “sentimiento”, un término que se traslapa con todo un grupo de conceptos psicológicos, como el de simpatía y contagio mental, e implica toda una teoría de la imitación o “mímesis”. “El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona”, un vínculo que es “ya posible antes de que se haya realizado cualquier elección de un objeto sexual”, observa Freud en Psicología de las masas y análisis del yo, un texto que precede a Inhibiciones, síntomas y angustia y prepara el camino hacia él. Además, según Freud la violencia es inherente al proceso imitativo-identificativo, que describe como una identificación devoradora, caníbal e integradora, que fácilmente se convierte en un deseo hostil de deshacerse del otro, o del enemigo, con el cual uno se acaba de fundir. Al respecto, declara: Desde el comienzo mismo, la identificación es ambivalente; puede darse vuelta hacia la expresión de la ternura o hacia el deseo de eliminación. Se comporta como un retoño de la primera fase, oral, de la organización libidinal, en la que el objeto anhelado y apreciado se incorpora por devoración y así se aniquila como tal. El caníbal, como es sabido, permanece en esta posición; le gusta [ama] devorar a su enemigo, y no devora a aquellos de los que no puede gustar de ningún modo” (Freud, 1995p: 99). Un texto relacionado es Duelo y melancolía (1917 [1915]), en el cual Freud también destaca la ambivalencia emocional de la identificación; los términos en los cuales lo hace se han usado para explicar la depresión y culpa características del superviviente, en el que los síntomas se convier- Freud y el trauma 179 ten en una expresión de la hostilidad reprimida hacia el objeto perdido, pero también de amor hacia ese objeto (Freud, 1995k: 235-58)15. La naturaleza primordial que Freud le atribuye al proceso de identificación mimética trastorna la lógica del deseo y de las representaciones libidinales reprimidas que gobiernan ostensiblemente su análisis de la historia del sujeto individual, puesto que Freud propone que con anterioridad a la historia de las representaciones reprimidas del complejo de Edipo existe una prehistoria de identificaciones emocionales inconscientes que se encuentran ligadas constitutivamente al otro. Esas identificaciones preceden a la distinción entre sujeto y objeto de la cual depende el deseo, aun el deseo inconsciente. Para Freud, el paradigma de estas identificaciones emocionales inconscientes es principalmente la relación hipnótica o rapport, comprendida por él —como por la mayoría de sus contemporáneos—, como un estado alterado de conciencia o condición de inconsciencia que implica una absorción o una identificación de tal profundidad con el hipnotizador o con un rol que el otro no se percibe como el otro o como un objeto. En resumen, Freud coloca una unión o vínculo hipnótico-sugestivo en el centro del paradigma del trauma. La primacía que Freud le otorga a esos vínculos no libidinales e hipnóticos de identificación emocional socava silenciosamente la lógica edípica (erótico-represiva) de su enfoque sobre el trauma. De esta forma, por un lado, Freud intenta establecer la peculiaridad del psicoanálisis separándose de la hipnosis y fundamentando en su lugar la neurosis del paciente en las representaciones libidinales reprimidas (reales o imaginadas) cuya recuperación, a través de la rememoración o la construcción, es la tarea del análisis. Para Freud, el inconsciente es el depósito de esas representaciones infantiles reprimidas, y son estas últimas las que, transferidas de 15 180 Véase M. Straker (1971: 37-41): “Aunque el duelo se trata por Freud como normal y la melancolía como su versión patológica, una lectura más detallada del texto muestra que los mecanismos de incorporación e identificación ambivalentes que se dice que son característicos de la melancolía son también el fundamento mismo de la posibilidad de cualquier relación con un objeto, incluyendo el primer “objeto” del niño, la madre, un tema importante en la conceptualización de la identificación traumática, como muestro aquí”. Parte II. Trauma cultural forma secundaria a la persona del analista, pueden llegar a ser accesibles a la conciencia y a la rememoración mediante la narración que construye el paciente o diégesis. Para Freud, es por ello que el discurso del paciente durante el trance hipnótico no constituye una diégesis, porque ese discurso es una ejecución hipnótico-mimética que se produce justo en ausencia de conciencia y autorrepresentación. Por otro lado, como Freud descubrió pronto, la transferencia, lejos de facilitar la rememoración, demostró ser su principal obstáculo. En lugar de recordar, los pacientes repetían las escenas o recuerdos anteriores en el presente, en una transferencia “positiva” hacia el analista que, a pesar de la ausencia de sugestión abierta, o tal vez precisamente debido a la desaparición deliberada buscada por el analista, se manifestaba todavía con mayor claridad que la ligazón afectiva de identificación con el “otro”, que para Freud es identificación emocional (o mímesis). En otras palabras, siguiendo a Mikkel Borch-Jacobsen, podemos decir que si Freud continúa creyendo que la transferencia constituye una resistencia a la rememoración, al disfrazar o disimular un vínculo afectivo edípico anterior, los escritos del propio Freud en los años veinte sugieren de manera muy fuerte que no existe una ocultación de ese tipo ahí. Ello se debe a que la resistencia transferencial del paciente se fundamenta en un vínculo o ligazón afectivo que, como observa Freud, no pueden ser reprimido, sino solo sentido o experimentado en la inmediatez de un acting out o repetición en el presente, que es irrepresentable para el sujeto y que, como el mismo inconsciente, no se ve afectada por latencias, el tiempo, la duda o la negación. En resumen, el concepto de rememoración se hace problemático en Freud cuando afirma, en sus especulaciones en Inhibiciones, síntomas y angustia y textos relacionados, que el vínculo edípico que se supone que se evoca en la transferencia deriva en sí mismo de un “vínculo afectivo” o “identificación primaria” incluso más arcaico: una identificación que nunca el sujeto puede recordar justamente porque precede a la propia distinción entre el yo y el otro de la cual depende la posibilidad de autorrepresentación y, por consiguiente, de rememoración. De ello se deduce que el origen no se le hace presente al sujeto, sino que, al contrario, es la condición para el “nacimiento” de este último. Freud y el trauma 181 Si ello es cierto con respecto al origen, ¿también lo es para el trauma? Ya desde los tiempos en que Sándor Ferenczi y Anna Freud publicaron sus obras, nos hemos acostumbrado a pensar en la identificación con el agresor como una de las respuestas características del sujeto frente al trauma o como defensa frente a él16. Pero, ¿qué ocurre si, como lo sugiere Freud, pensamos que el trauma consiste en la propia identificación imitativa o mimética, es decir, en “la ‘invasión’ originaria del sujeto” o la alteración del mismo? (Borch-Jacobsen, 1987: 203). Ello sería atribuir la falta de memoria que tiene el paciente del trauma no a la represión de una representación del acontecimiento traumático, sino a la ausencia de un sujeto o ego traumatizado en la apertura hipnótica hacia las impresiones o identificaciones que ocurrieron con anterioridad a cualquier acto de auto-representación y, en consecuencia, antes de cualquier rememoración. De manera que si la víctima de un trauma se identifica con el agresor, no lo hace como una defensa del ego que reprime el acontecimiento violento en el inconsciente, sino sobre la base de una imitación o mímesis inconsciente que connota una apertura insondable a toda forma de identificación. Ello explicaría la razón por la cual el acontecimiento traumático no se puede recordar; la razón por la que se “revive” en la relación transferencial, no bajo la forma de un volver a narrar un evento pasado, sino como una identificación hipnótica con otra persona en el presente —en la atemporalidad del inconsciente— que se caracteriza por una amnesia o ausencia profunda del yo. También nos sugeriría una explicación, basada en la concepción de Freud del trauma como el supertrauma (archetrauma) de la identificación, de por qué el recuerdo de las víctimas del acontecimiento traumático es, en tantas ocasiones, tan difícil, cuando no imposible, de recuperar —algo que Freud (1995q: 242-44) parece reconocer cuando, al discutir lo inagotable del análisis, reconoce la naturaleza implacable de la pulsión de muerte o de la compulsión a la repetición—. 16 182 Aunque el concepto de identificación con el agresor se atribuye por lo general a la obra de Anna Freud, The Ego and Mechanisms of Defense (1936), fue primero formulado por Sándor Ferenczi en 1933, en Confusión de lengua entre los adultos y el niño (Ferenczi. 1984: 162). Parte II. Trauma cultural Desde esta perspectiva, el “acontecimiento” traumático se redefine como aquel que debido a que precisamente provoca el “trauma” de la identificación emocional, no puede describirse estrictamente hablando como un acontecimiento, puesto que no ocurre sobre la base de una distinción sujeto-objeto. (De ahí la ambigüedad del término “trauma”, que a menudo se usa para describir un acontecimiento que ataca al sujeto desde fuera, pero que según la perspectiva de la identificación mimética es una experiencia o “situación” de identificación que estrictamente hablando no le ocurre a un sujeto autónomo o totalmente coherente). El supertrauma (archetrauma) del nacimiento, definido en este modelo como una identificación primaria o repetición hipnótica que ocurre antes de que se dé cualquier percepción o represión consciente, es irrepresentable para el sujeto, y de ahí que en Inhibiciones, Freud (1995h: 128) se oponga a la explicación que da Rank de trauma como la repetición de un acontecimiento ligado al nacimiento. Por consiguiente, se imagina al trauma no como la destrucción de un ego dado de antemano a causa de la pérdida de un objeto o acontecimiento identificable, sino como una dislocación o disociación del “sujeto” anterior a cualquier identidad u objeto perceptible17. No creo que sea ningún accidente que siempre que Freud está en peligro de olvidar esa propuesta en Inhibiciones, síntomas y angustia, y, por lo tanto, de tratar la reacción del ego frente al trauma como una reacción frente a un acontecimiento u objeto específico que puede, en principio, indicar, señalar y confrontar, la neurosis de guerra reaparezca de manera sintomática en su texto como el paradigma del trauma definido en términos económicos y que implica la ruptura del escudo protector, lo que equivale a expresar el trauma definido como mimético o como una identificación imitativa. 17 Las críticas de Freud a Rank sugieren que para Freud la situación traumática no designa un determinado objeto de la realidad, sino algo vago e indeterminado que lo abruma: una situación de impotencia causada por un temor que también interpretará en términos hipnóticos-identificatorios. Para críticas similares hechas a Rank por Ferenczi, véase Zur Critique der Rankschen Technik der Psychanalyse (1927: 116-28). Véanse también Lacoue-Labarthe & Nancy (1989, otoño: 200) y Weber (1982: 48-60). Freud y el trauma 183 Hay todavía un aspecto más que se debe señalar. A través de todo mi análisis, he asociado al trauma con la ruptura del escudo protector, o liberación, y también con la identificación mimética, o ligazón. Ello se debe a que en los términos económicos que se asocian con las ideas de Freud, la experiencia traumática implica una fragmentación o pérdida de unidad del ego que resulta de la liberación radical de la pulsión de muerte, pero que también implica una ligazón simultánea (o religazón) de la catexis: tanto la liberación como la ligazón —odio y amor— son constitutivas de la reacción traumática. Esta tesis está implícita en la obra de Freud y en autores relacionados con él, aun cuando no consiguen desarrollarla expresamente o desarrollar sus consecuencias. Por ello, para Freud y sus seguidores, abrumar el escudo protector del ego y de la desaparición mimética del ego representa una disociación o separación de las pulsiones de vida y muerte (amor y odio) y una liberación consecuente de la catexis de la pulsión de muerte. Observa Abram Kardiner (1932: 461) que: En la neurosis traumática podemos ver [...] una escisión de los componentes definitivos de la catexis. En el momento traumático [...] todas las catexis son bruscamente atravesadas y la destructividad desatada que se vuelve contra el ego se manifiesta en la forma de una pérdida de conciencia18. Ferenczi le dará al proceso de liberación una lectura política cuando, a partir de la interpretación de Freud de la política de la identificación y la multitud o la masa, compara la desorganización psíquica y las múltiples identificaciones que siguen a la pérdida de liderazgo del ego en los estados traumáticos graves con la reacción de pánico de la multitud cuando pierde su líder o Führer político (Hollos & Ferenczi, 1925: 47-48). Kardiner parece imaginar que la liberación (la pulsión de muerte o Thanatos) puede contrastarse con la ligazón (la pulsión de vida o Eros) como dos términos en un proceso oposicional, de manera tal que una liberación o trauma puede estar seguida de su opuesto, de una religazón y, por lo tanto, de un intento de cura. De esta forma, ese autor sigue a Freud al interpretar la pesadilla traumática como un intento retroactivo de ligazón, 18 184 Algún tiempo después, Abraham Kardiner cambió su nombre a Abram. Parte II. Trauma cultural o control, de esa clase (Kardiner, 1932: 461). Pero una lectura atenta de los textos de Freud sobre la economía y la política de la identificación muestra que la oposición entre liberación y ligazón es constitutiva. El pánico —en términos de los individuos, la liberación o escisión del sujeto que produce identificaciones miméticas y, en términos políticos, la disolución de los vínculos existentes entre individuos en la multitud ingobernable donde todos están contra todos— es simultánea e irreductiblemente una ligazón que depende de las propias identificaciones miméticas que de manera sugestiva o contagiosa ligan el individuo al otro o a la masa. Mikkel Borch-Jacobsen, que ha escrito el análisis más penetrante de este aspecto del pensamiento de Freud, lo expresa de la siguiente manera: La paradoja es la siguiente: puesto que la “simpatía” (es decir, el cosufrimiento o el sufrir con otro) realmente constituye el vínculo posible más inmediato con los otros, la desaparición del vínculo de amor con el jefe no libera, como Freud deseaba, la pura y simple huida de los Narcisos [egos o sujetos independientes]. En un cierto sentido, no libera nada en absoluto y, sin duda, no libera sujetos autárquicos (individuos), puesto que el pánico es precisamente una ruptura incontrolable del ego por (los afectos de) los otros, o [...] un narcisismo mimético, contagioso, sugestionado. Lo que surge en el fenómeno de pánico [...] es todo aquello que Freud había rechazado violentamente bajo la rúbrica de “sugestión” o “sugestionabilidad”, comprendida como la relación determinada por la fusión inmediata, “hipnótica” con el otro [...] El acmé de la relación “simpática” con los otros es, a su vez, la no relación última con los otros: cada cual imita el “sálvese quien pueda” de los demás; aquí la asimilación equivale estrictamente a una des-asimiladora disimilación19. El vínculo del pánico va más allá de las 19 (N. del E.) La disimilación tiene un sentido técnico lingüístico que se refiere a la “acción ejercida por un sonido sobre otro de la misma palabra, con el que posee todos o algunos elementos articulatorios comunes, que consiste en hacerle perder alguno de estos rasgos comunes: c a r c e r e > cárcel. Puede llegar, incluso, a hacerlo desaparecer: a r a t r u > arado. Si es una sílaba la que desaparece, el fenómeno se llama haplología. Grammont especializa el término para aplicarlo sólo a la acción disimilatoria a distancia. Cuando los sonidos actuante y actuado están juntos, prefiere hablar de diferenciación” (Lázaro Carreter, 1990: 147). El uso de Borch-Jacobsen claramente se construye a partir de este significado. Freud y el trauma 185 alternativas de la ligazón y la huida [...] Una masa que huye se debe calificar al mismo tiempo como narcisista y no narcisista, egoísta y altruista, asocial y social (Borch-Jacobsen, 1992a: 9). Asocial y social. ¿Acaso esa pareja de conceptos no caracteriza el comportamiento del soldado traumatizado como lo describe Kardiner y otros? Paradójicamente, el soldado traumatizado asocial que es sustraído del mundo de una forma tan antimimética que está totalmente insensibilizado frente a él, está al mismo tiempo tan identificado socialmente con el mundo que los límites entre él mismo y los demás han desaparecido completamente. De esta forma, Kardiner describe el comportamiento de la víctima como uno tan rígido que su cara está tan vacía de gesto y expresión del sentimiento, que da la impresión de estar absolutamente separada de los otros. Pero también describe a esa misma víctima como alguien identificado tan miméticamente con los peligros del mundo que es completamente impresionable o está totalmente sugestionado. La respuesta del soldado traumatizado representa, por consiguiente, y a la vez, el éxito de la defensa y su fracaso, el éxito de la protección y la ruptura del escudo protector, la antimímesis y la mímesis (véase Leys, 1996, invierno: 44-73). Mímesis y antimímesis En resumen: en su estudio de los conceptos de la angustia automática y de las represiones primordiales a los cuales parece remitirse forzosamente el problema del trauma, Freud coloca un proceso hipnótico-mimético de ligazón y liberación en el centro de la situación traumática. Un proceso que Krystal, Cohen y Winston vuelven invisible al rechazar los conceptos económicos de Freud. Por lo tanto, el trauma se definió por Freud como una situación de identificación inconsciente o “represión primordial” con la persona o escena traumáticas, que ocurre en un estado similar al de trance y que es independiente de una relación libidinal con el objeto. La sugestionabilidad hipnótica era la clave para las experiencias traumáticas definidas de esta forma. Esa pretensión sitúa a Freud entre sus contemporáneos, como Charcot, Janet, Prince y otros, para quienes la conceptua- 186 Parte II. Trauma cultural lización del trauma estaba inevitablemente conectada con la aceptación de la hipnosis como un campo legítimo de investigación y ciencia. La hipnosis proporcionó a Freud un modelo de identificación inconsciente porque, según la interpretación dominante de la hipnosis a comienzos del siglo xx, ella parecía involucrar una sujeción o inversión en el otro o una escena que era “ciega”, en el sentido de que el sujeto de la hipnosis está inconsciente o no es consciente de las instrucciones del hipnotizador, que realiza o repite sin darse cuenta de que se está sometiendo a ellas. Son instrucciones que no recordará después porque el sujeto no ha sido consciente de ellas mediante alguna forma de autorrepresentación cuando sucedieron por primera vez. Conceptos similares se pueden encontrar en los escritos de una gran diversidad de autores que son cruciales para la genealogía del trauma, entre los cuales estarían Morton Prince, Sándor Ferenczi, Abram Kardiner y otros cuyos trabajos examino. En síntesis, el trabajo de Freud cristaliza y hace manifiesta una problemática de la identificación hipnótico-mimética que fue fundamental en el origen de la elaboración teórica acerca del trauma a inicios del siglo xx. No obstante, como ha demostrado Borch-Jacobsen, Freud repudió constantemente la indiferenciación hipnótico-disociativa entre el sujeto y el otro, que se pensaba que era característica de la situación traumática. Intentó evadir la pérdida ominosa de individualidad o desdiferenciación entre el yo y el otro que supuestamente tenía lugar en la hipnosis al reinterpretar los efectos de la sugestión como el producto, no de la relación entre hipnotizador y sujeto, sino del deseo sexual del sujeto. Lo que Freud encontraba perturbador de la hipnosis-sugestión, y lo que luchó por suprimir, era la idea de que en la sugestión mis pensamientos no provienen de mi propia mente o ‘yo’, sino que son producidos por imitación o sugestión de otro, ya sea el hipnotizador o, en la práctica psicoanalítica, el analista. La teoría de Freud del inconsciente puede verse así como un intento por solucionar el problema de la relación hipnótica al transformar la sugerencia en deseo. En el trabajo de otros autores, el rechazo a la identificación mimética se produce dentro de la propia elaboración teórica de la sugestión. Por ello, Morton Prince, alabado hoy como un pionero en el estudio de los desórdenes disociativos, atribuyó los efectos del trauma a la Freud y el trauma 187 disociación hipnótica o división que era inmemorial y, al mismo tiempo, a la espontaneidad de un sujeto que podía ver la escena del trauma y de esa forma representársela a sí mismo. La equivalente doble estructura de mímesis y antimímesis se encuentra en los escritos de Ferenczi, Kardiner y muchos otros. El giro antimimético dentro de la teoría mimética tiene varias consecuencias importantes que se manifiestan en la conceptualización del trauma aún hoy en día. Según la hipótesis mimética, la repetición traumática cuya dramatización se estimula en la víctima en el tratamiento hipnótico-catártico adquiere la forma de una puesta en acción (acting out) de la escena real o imaginada del trauma (ya que en el estado de trance la escena en cuestión puede perfectamente contener elementos ficticios, de lo cual Freud y otros eran totalmente conscientes). Esa puesta en acción, debido a que tiene lugar bajo la forma de la identificación emocional que constituye la relación hipnótica, no está disponible para una rememoración posterior. Al mismo tiempo, el proceso de revivir la situación traumática real o ficticia bajo hipnosis se comprende también de una manera diferente, o antimiméticamente, por Freud y otros: no como una mímesis dramática, sino como una verbalización o diégesis, en la cual el paciente recuerda y rememora la escena traumática con plena consciencia, aun si la exigencia de rememoración y autoconocimiento del paciente no se puede satisfacer con facilidad. Será igualmente crucial que el giro antimimético dentro del paradigma mimético —es decir, la exigencia del terapista de que el paciente sea un sujeto capaz de distanciarse por sí mismo de la escena traumática— sea simultáneamente el momento en el que el énfasis tiende a desplazarse de la noción de trauma como rendimiento mimético de la identidad a la tipificación de trauma como una causa o acontecimiento puramente externo que le sucede a un ego ya constituido y hace temblar su autonomía e integridad. Por consiguiente, las identificaciones apasionadas se transforman en pretensiones de identidad, y la negatividad y la violencia que, según las hipótesis inherentes a la ruptura mimética de los límites entre lo interno y externo, son expulsadas violentamente al mundo exterior, regresan al sujeto plenamente constituido y autónomo con la forma 188 Parte II. Trauma cultural de una exterioridad absoluta. El resultado es una rígida dicotomía entre lo interno y lo externo de manera tal que esa violencia se imagina como algo que le ocurre al sujeto y proviene completamente de fuera20. El valor que tiene lo explicado para los proponentes de la perspectiva de que la violencia es externa al sujeto en su mayor parte es que sirve para impedir la posibilidad de desplazar la responsabilidad hacia un tercero al negar que la víctima participe de la escena de abyección y humillación, o que colabore en ella en cualquier sentido. Pero es una visión de la localización de la violencia que también tiene sus costos: 1. Hace impensable, o incoherente, la dimensión mimético-sugestiva de la experiencia traumática. Una dimensión que, como he intentado mostrar, cuestiona cualquier determinación simple del sujeto desde dentro o sin él, y que se encuentra presente en la tendencia a la sugestión, habilidad que todavía se reconoce como sintomática de los pacientes que sufren de trauma. La sugestionabilidad hipnótica de la víctima de disociación o de tept hace inherentemente sospechoso el testimonio del paciente acerca de la verdad histórica del origen traumático, debido al potencial de confabulación hipnótica y de las “falsas memorias”, y ello a pesar de que (como muestra mi análisis acerca del trabajo de Bassel van der Kolk) esa sugestionabilidad no es teorizable dentro de los términos de un análisis del trauma que rechaza cualquier reconocimiento de la dinámica mimética21. 2. De hecho, un análisis de ese tipo tiende a producir una conceptualización de la memoria disociada o traumática como algo completamente literal en su naturaleza, como si fuera necesaria una explicación de la experiencia traumática como algo absolutamente cierto en relación con la realidad exterior, incontaminada por cualquier dimensión subjetiva, inconsciente-simbólica o ficticia-sugerente, con el fin de reforzar una polarización rígida entre lo interior y exterior, que se vería en otro caso amenazada por la dinámica mimética. Y, no obstante, la teoría de la na19 Estas ideas las ha aplicado Mark Seltzer (1998) al fenómeno del asesinato en serie y la cultura de la violencia en Estados Unidos. 21 Véase Trauma: A Genealogy (Leys, 2000), en particular el capítulo 7. Freud y el trauma 189 turaleza literal de la memoria traumática ha sido contestada y continúa siéndolo por las pruebas que proponen la presencia de un componente subjetivo-sugestionado en la constitución de la experiencia traumática. 3. La misma dicotomía entre lo interno y lo externo refuerza una oposición entre el agresor absoluto y la víctima absoluta, de tal manera que hace imposible teorizar la violencia y la ambivalencia que, según la hipótesis mimética, son necesariamente inherentes a la víctima de una situación traumática. La teoría mimética hace posible reconocer simpáticamente las formas odiosas en las cuales la víctima puede participar psíquicamente en la escena de violencia a través de las identificaciones fantasmales con la situación de agresión. En cambio, el rechazo total de cualquier idea de lo mimético hace que la fuente de esas identificaciones sea misteriosa. 4. La rígida dicotomía que se dice que existe entre lo externo y lo interno refuerza de manera inevitable los estereotipos de género al conceptualizar al sujeto femenino ya constituido como una víctima completamente pasiva e impotente. La ironía es que, al añadir un concepto no examinado de contagio o infección a una oposición tan evidente entre lo interno y lo externo, resulta que el agresor también se puede convertir en una víctima, como muestro en mi estudio de la obra reciente de Cathy Caruth sobre el trauma22. 5. En una dirección radicalmente diferente, el mismo giro antimimético dentro del paradigma mimético puede hacer que se cuestione toda la validez del concepto de trauma. Así, una versión alternativa de la misma exigencia de que exista un sujeto capaz de distanciarse por sí mismo de la situación traumático-mimética revalúa el concepto de simulación como una clase de juego voluntario entre el sujeto y el hipnotizador, y lo hace de manera tal que convierte el concepto de trauma en algo sospechoso. Cuando BorchJacobsen escribió The Freudian Subject, aceptó la definición común de principios del siglo xx de la hipnosis como una mímesis identificativa no especular o “ciega” que precedía a la división sujeto-objeto23. En esa época, 190 22 Véase el ensayo de Ruth Leys, El pathos de lo literal, reproducido en esta antología. 23 La hipnosis, escribió Borch-Jacobsen, es “propiamente hablando, una sujeción en el sentido más fuerte de esta palabra. El sujeto se vuelve sujeto, se asigna Parte II. Trauma cultural el autor parecía creer que estaba definiendo la esencia de la hipnosis en lugar de proporcionar una conceptualización histórica que simplemente era dominante en el cambio de siglo. Pero en sus escritos más recientes ha rechazado su énfasis previo en la ceguera de la relación hipnótica con el fin de describir la hipnosis como un juego especular llevado a cabo con la plena conciencia de sus actuaciones por parte del sujeto. En resumen, Borch-Jacobsen quiere ahora resolver la tensión entre imitación como mímesis ciega e imitación como una distanciación de un espectador, y se inclina como solución por la simulación lúcida. Esta nueva posición va de la mano con un rechazo a cualquier concepto del inconsciente y cualquier noción de memorias traumáticas (reprimidas sibilinamente o disociadas miméticamente). En consecuencia, para Borch-Jacobsen no existe ningún olvido genuino de la actuación mimética, que es simplemente una situación emprendida con el consentimiento voluntario del paciente. Caracteriza todas las “reelaboraciones” o “reexperiencias” catárticas en los mismos términos, con el resultado de que el autor va tan lejos como para como sujeto. La orden hipnótica no se presenta ante una conciencia que ya está ahí para oírla; en lugar de ello se apodera de ella (y la establece), de tal manera que la orden hipnótica nunca se presenta a sí misma ante la conciencia. Cae en un ‘olvido’ radical que no es el olvido de cualquier memoria, de cualquier (re) presentación. No da órdenes a un sujeto; ordena al sujeto [...] Lejos de responder, por tanto, al discurso del otro, la persona hipnotizada lo cita en primera persona, lo expresa espontáneamente o lo repite, sin saber que lo está repitiendo [como observa Borch-Jacobsen, ese es precisamente la definición de Freud de ‘compulsión repetición’]. El sujeto no se somete al otro, sino que se convierte en el otro, llega a ser como el otro, que no es ya un otro, sino ‘él mismo’. Ninguna propiedad, ninguna identidad y, en especial, ninguna libertad subjetiva precede a la orden en este caso [...] En resumen, la hipnosis involucra el nacimiento del sujeto, tal vez no una repetición del acontecimiento del nacimiento, sino un nacimiento como repetición, o como identificación primaria: en ella el sujeto se origina (siempre nuevo: este nacimiento se repite constantemente) como un eco o duplicado del otro, en una especie de demora con respecto a su propio origen e identidad. Un intervalo insuperable, por lo tanto, puesto que es constitutivo y sin duda constituye el ‘inconsciente’ completo del sujeto, antes de cualquier memoria y cualquier represión. [El límite a] la repetición, como ha dicho Freud, es el inconsciente mismo” (Borch-Jacobsen, 1988: 229-31). Freud y el trauma 191 aventurar que las neurosis traumáticas de guerra pertenecen a la misma categoría de invenciones simuladas hipnóticas; un argumento que se acerca peligrosamente a la visión tradicional de la neurosis traumática como una forma de fingimiento de la enfermedad (Borch-Jacobsen, 1996a; 1996b; 1997: 147-73). Sin embargo, el escepticismo de Borch-Jacobsen da lugar a varias contradicciones, con lo que se demuestra otra vez que la mímesis no puede hacerse desaparecer sin más. En vez de eso, según el discurso que ha conformado la conceptualización del trauma desde el comienzo, tanto la mímesis como la antimímesis son interiores a la experiencia traumática. Podríamos decir que el concepto de trauma se ha estructurado en la historia de tal manera que ha invitado a la vez a la solución del problema inspirándose en el repudio antimimético de las dimensiones miméticas y en la resistencia frente a esa solución, o en cualquier caso sugiere que el deseo por resolver las oscilaciones internas en ese paradigma es una respuesta a la ansiedad constitutiva del mismo. 192 Parte II. Trauma cultural Parte III Representación y verdades a Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad1 Ernst van Alphen D e acuerdo con el sentido común, la experiencia es algo que los sujetos tienen llanamente, y no algo que se construye. Las experiencias son directas —no mediadas— versiones subjetivamente vívidas de la realidad. Ellas no son trazos de la realidad, sino parte de la vida misma. Sin embargo, durante los últimos veinte años esta noción de experiencia ha sido cuestionada por académicas feministas como Teresa de Lauretis (1984) y Joan W. Scott (1992). De diversas maneras ellas han argumentado que la experiencia no es tan directa e inmediata como se asume usualmente, sino que es fundamentalmente discursiva. La experiencia depende del discurso: las formas de experiencia no estriban únicamente en el evento o en la historia que está siendo experimentada, sino también del discurso en el cual el evento es expresado/pensado/conceptualizado. Me detendré en el artículo Experiencia de Joan Scott (1992), debido a que la autora logra señalar acertadamente las implicaciones de nociones predominantes sobre la experiencia. Al considerar las ventajas de una noción discursiva de la misma, Scott señala que, a pesar de que la categoría experiencia puede tener diferentes significados, su estatus en el análisis histórico es usualmente el mismo. Se presenta como verdad 1 Traducción de Carlos Andrés Barragán. Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 195 o evidencia, como incontestable y como un punto de origen de explicación. Cuando el empirismo fue criticado por ser epistemológicamente ingenuo, la categoría ‘experiencia’ fue introducida como reemplazo de las categorías ‘en bruto’ y ‘realidad simple’. La ventaja de este reemplazo es que la connotación de ‘experiencia’ es mucho más variada y elusiva. Sin embargo, el estatus de la ‘experiencia’ en la escritura histórica moderna no es, como lo señala Scott, muy diferente del ‘hecho en bruto’ en la historia decimonónica. La experiencia se convierte en la base sobre la cual todo análisis se sustenta. Una de las implicaciones de tal uso de la categoría es que el individuo que ha tenido la experiencia se convierte en el pilar del testimonio. En ese caso se descartan todas las preguntas sobre la naturaleza construida de las experiencias. Como lo afirma Scott, esta omisión es verdadera para todos los diferentes significados de experiencia distinguidos por Raymond Williams en su libro Palabras clave (2000). De acuerdo con Williams, la experiencia significa simultáneamente “conocimiento acumulado de eventos pasados, bien sea por observación consciente o por consideración y reflexión” y “un tipo particular de conciencia, que se puede distinguir en algunos contextos de la razón o el saber”. Según afirma Williams, hasta la primera parte del siglo xviii los términos experiencia y experimento estaban cercanamente conectados: la experiencia era una clase de conocimiento al que se llegaba a través de pruebas experimentales y de la observación. Sin embargo, en el siglo xx, la experiencia emerge como una clase de consciencia que consiste en un “completo y activo conocimiento”, que incluye tanto el sentimiento como el pensamiento. Todos estos diferentes significados tienen en común que la experiencia es una clase de testimonio subjetivo, y que es inmediato, verdadero y auténtico. Hay otro significado que no está relacionado con la idea de experiencia como testimonio interno y subjetivo. En el siglo xx, la experiencia también puede significar influencias externas al individuo. Dichas influencias son las cosas ‘reales’ exteriores a las cuales los individuos reaccionan. Esta noción de la experiencia excluye los sentimientos, los pensamientos o la conciencia de los individuos. Mientras que los primeros significados de ‘experiencia’ implican que ella es algo que ocurre dentro del individuo, los segundos la ubican por fuera del mismo. 196 Parte III. Representación y verdades Pero, como lo señala Scott, todos estos usos de la experiencia, bien sean concebidos como internos o exteriores, subjetivos u objetivos, asumen la existencia previa de los individuos. Tal existencia se da por sentada. Los individuos existen y tienen experiencias. Esta suposición impide la indagación en torno a los modos como la experiencia constituye la subjetividad; esta suposición “evita la consideración de las relaciones entre discurso, cognición y realidad” (Scott, 2001). En su lugar, Scott propone la siguiente configuración de experiencia, subjetividad y discursividad: Los sujetos son constituidos discursivamente, la experiencia es un evento lingüístico (no ocurre fuera de significados establecidos), pero tampoco está confinada a un orden fijo de significado. Ya que el discurso es compartido por definición, la experiencia es tanto colectiva como individual. La experiencia es la historia de un sujeto. El lenguaje es el sitio donde se representa la historia. La explicación histórica no puede, por lo tanto, separarlos (2001: 66). En lugar de asumir que los individuos existen y que ellos tienen experiencias, deberíamos imaginar la siguiente relación: los sujetos son el efecto del procesamiento discursivo de sus experiencias. Indicar que la experiencia y el discurso no pueden separase es un movimiento importante puesto que nos fuerza a reconfigurar la relación entre ambos. En este contexto, el discurso no es más un medio subordinado en el cual las experiencias pueden ser expresadas. Más bien, el discurso juega un rol fundamental en el proceso que permite que surjan las experiencias, y la forma y contenido que éstas adquieren. En el resto de este capítulo exploraré con mayor detalle las interconexiones entre la experiencia y el discurso. Esta exploración tendrá consecuencias para la categoría de la memoria, porque ella, usualmente, se ve como un caso especial de experiencia. No es la recuperación voluntaria controlada del propio pasado, sino de la experiencia del pasado. Para ilustrar mi argumento me enfocaré no en la experiencia pero sí en lo que llamo ‘experiencia fallida’, que es el trauma. Analizaré el trauma como una experiencia que no se ha plasmado y que muestra síntomas Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 197 negativos de la discursividad que define una experiencia ‘exitosa’. A menudo la gente habla de “experiencias traumáticas” o de “recuerdos traumáticos”; yo argumentaré, sin embargo, que la causa del trauma es precisamente la imposibilidad de experimentar y, subsecuentemente, de memorizar un evento. Desde esta perspectiva, es contradictorio hablar de experiencia o memoria traumática. Si asumimos que la experiencia es de alguna manera discursiva, una “experiencia fallida” se convierte en un buen caso para revelar la función del discurso en la experiencia: es en la experiencia fallida que la interconexión íntima del discurso y la experiencia se interrumpe. Esta ruptura nos permite ver concretamente qué es lo discursivo en la experiencia. Mi discusión sobre trauma se concentrará en el Holocausto y su alegada irrepresentabilidad. Cuando hablo de la irrepresentabilidad del Holocausto no me refiero al aspecto cultural de la indecencia de representar el Holocausto, pero sí a la inhabilidad de los sobrevivientes del Holocausto de expresar o narrar sus experiencias pasadas. La remembranza de los eventos del Holocausto es, entonces, técnicamente imposible; es un problema semiótico por naturaleza. Incapacidad semiótica La visión tradicional sostiene que, dentro del dominio simbólico, las representaciones del Holocausto son un caso aparte. El lenguaje simbólico se queda corto en sus posibilidades miméticas al representar el Holocausto: la realidad histórica que tiene que ser representada está más allá de la comprensión. De acuerdo con esta perspectiva, enfrentado con el carácter extremo y la singularidad de este fragmento de historia, las limitaciones de la representación son intrínsecas al lenguaje. No sólo los historiadores del Holocausto confrontan este problema; ante todo lo hacen los sobrevivientes del Holocausto, quienes tienen dificultad para comunicar el mundo en el cual están atrapados. A continuación argumentaré que la dificultad de narrar el pasado del Holocausto no se debe localizar en el extremo de los eventos en sí mismos, sino en el proceso y los mecanismos de experiencia y representación de 198 Parte III. Representación y verdades los mismo. Al hacer esto por ningún motivo estoy relativizando el sentido extremo del Holocausto como un evento histórico. Sin embargo, presumo que, en principio, la representación ofrece la posibilidad de dar expresión a las experiencias extremas. El problema, no obstante, es que la representación en sí misma es variable históricamente. Algunas veces hay situaciones o eventos —y el Holocausto es prototípico de tales situaciones— que son la ocasión de ‘experiencias’ que no pueden ser expresadas en términos que el lenguaje ofrece (o en forma más general, el orden simbólico) en ese momento. Al hacer este énfasis señalo que, para mí, la representación no es un fenómeno estático o eterno del cual las (im)posibilidades son fijadas de una vez y para siempre. Para cada usuario del lenguaje, la representación es un fenómeno histórico y culturalmente específico. Los discursos, bien sean literarios, artísticos o no, son cambiables y transformables. Esta suposición implica que para responder la pregunta sobre la irrepresentabilidad del Holocausto es mejor concentrarse no tanto en los límites del lenguaje o de la representación como tales sino en las características de las formas de representación que estuvieron disponibles para las víctimas/sobrevivientes del Holocausto, para articular y, de ahí, tener sus propias experiencias. Cuando los sobrevivientes del Holocausto no tienen la posibilidad, o apenas son capaces de expresar su experiencia, la dificultad se puede explicar de la siguiente manera: la naturaleza de sus experiencias de ninguna manera la cubren los términos y las posiciones que el orden simbólico les ofrece. Esta discrepancia es lo que exactamente tiene que ser investigado, porque es en ella donde la causa de la irrepresentabilidad del Holocausto se halla. En resumen, el problema no es la naturaleza del evento, no es una limitación intrínseca de la representación; más bien es la división entre vivir de un acontecimiento y las formas disponibles de representación con las cuales y en las cuales dicho evento puede ser experimentado. Hasta ahora he usado las nociones de ‘experiencia’ y ‘la expresión o la representación de una experiencia’ como si implicaran dos momentos separados. Primero experimentamos algo, luego tratamos de encontrar una expresión para dicha experiencia. Tal concepción implicaría que las Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 199 experiencias no son discursivas, que surgen sin conexión alguna con el orden simbólico. En contraste, estoy sugiriendo que la experiencia de un evento o de una historia es dependiente de los términos del orden simbólico. Es necesario ese orden para transformar la vivencia del evento en una experiencia del mismo. Ser parte de un evento o de una historia como objeto de su acontecimiento no es lo mismo que experimentarlo como sujeto. La noción de experiencia, de hecho, implica un cierto grado de distancia del evento; la experiencia es la transposición del evento al reino del sujeto. De ahí que la experiencia de un evento es ya una representación de ésta y no el evento en sí mismo. Afirmo que el problema de los sobrevivientes del Holocausto precisamente radica en que los eventos vividos no pueden ser experimentados porque el lenguaje no proveyó los términos y las posiciones en los cuales hacerlo; así, esos eventos son definidos como traumáticos. El Holocausto ha sido tan traumático para algunos justamente porque no pudo ser experimentado, porque una distancia de él en la representación o en el lenguaje no fue posible. En esta perspectiva, la experiencia es el resultado, o producto, de un proceso discursivo. Así, el problema de las experiencias del Holocausto puede ser formulado como el atascamiento de ese proceso discursivo. Por causa de ello, la experiencia no puede ocurrir. El atascamiento de un proceso implica que el problema de irrepresentabilidad del Holocausto ya había surgido durante el mismo Holocausto y no después, cuando los sobrevivientes trataron de proveer testimonios literarios, artísticos o de otro tipo. Para decirlo de distinta manera, los posteriores problemas de representación son una continuación de la imposibilidad durante el evento mismo de experimentar el Holocausto en los términos del orden simbólico disponible en ese momento. El estudio de Lawrence Langer (1991), Holocaust Testimonies, ofrece abundantes ejemplos de este atascamiento del proceso discursivo de la experiencia. Langer discute los testimonios orales de los sobrevivientes del Holocausto que fueron grabados en video por Fortunoff Video Archive for Holocaust Testimonies en la Universidad de Yale. Langer muestra cómo los problemas que tienen estos sobrevivientes en su 200 Parte III. Representación y verdades propia experiencia están muy ligados a las formas en las cuales ellos son capaces de recordar el Holocausto. Usaré los hallazgos de Langer2 para mostrar de manera más concreta qué clase de problemas representacionales surgen en los intentos de experimentar retrospectivamente el Holocausto, para así recordarlo. El propósito de Langer es mostrar qué formas de memoria ha asumido el Holocausto y cómo dichas maneras determinan de modo fundamental la subjetividad de los sobrevivientes. El teórico distingue cinco formas distintas de memoria y, como consecuencia, cinco diferentes estructuras de personalidad. Dentro del alcance de este ensayo no estoy muy interesado en la relación entre memoria y subjetividad como sí en la base discursiva de la no-representabilidad de las experiencias del Holocausto —y por extensión, de la memoria—. Por lo tanto haré algunas precisiones concernientes a las diferentes clases de obstáculos que pueden aparecer en el camino de la experiencia y la representación. Estos obstáculos son síntomas de discursividad. Distinguiré entre cuatro clases de problemas representacionales: dos tienen que ver con la posición de sujeto de los sobrevivientes; los otros dos se relacionan con los enfoques de narrativa que se usan para relatar el Holocausto. Cada cual implica una discrepancia entre la realidad de la historia del Holocausto y las posiciones y términos que el orden simbólico proveyó para experimentar esta realidad. Estos cuatro problemas son: 1) una posición actancial ambigua: uno no es sujeto ni objeto de los eventos, o uno es los dos al mismo tiempo. 2) una negación total de cualquier posición actancial o subjetividad; 3) la falta de una trama o una perspectiva narrativa por medio de la cual los eventos puedan ser contados como una coherencia significativa; 4). 2 El libro de Langer es invaluable debido a la cuidadosa atención que el autor dedica a los testimonios. Sin embargo, no estoy de acuerdo con el estatus sin mediación que él asigna al testimonio oral. La experiencia y el testimonio oral son, para el autor, auténticos porque no son mediados, mientras que considera sospechosas las representaciones literarias del Holocausto y testimonios escritos porque son el resultado de mediaciones convencionales. Estoy completamente de acuerdo con la crítica que Dominick LaCapra hace a Langer: “La perspectiva de Langer obscurece el rol de las convenciones retóricas en el discurso oral y la interacción entre escritura ‘literaria’ y discurso” (LaCapra, 1994: 194). Otra perspicaz crítica al trabajo de Langer la ofrece Sidra Desoven Ezrahi (1996: 121-154). Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 201 Las tramas y las perspectivas narrativas que están disponibles o que se imponen son inaceptables, porque no hacen justicia a la forma en la cual uno toma parte en los eventos. Subjetividad ambigua: entre la responsabilidad y la victimización En el capítulo anguished memory (Memoria angustiada), Langer discute los testimonios de sobrevivientes que se han “dividido” a sí mismos en reacción con lo que les sucedió en los campos de concentración. La única forma de permitir las memorias sobre este pasado es atribuirlas a alguien más. Uno de los sobrevivientes describe este mecanismo de la siguiente manera: “Estoy pensado sobre eso ahora […] cómo me dividí yo mismo. Que ahí no era yo. Era alguien más” (Langer, 1991: 48). En algunos de los testimonios se hace claro cuáles pueden ser las causas de esta partición del ser. Langer habla sobre el testimonio de Bessie K., una mujer joven con un bebé quien estuvo en 1942 en el ghetto Kovno en el cual eran seleccionados los trabajadores. Dado que los niños no eran admitidos (y eran asesinados inmediatamente), ella escondió a su bebé en su abrigo, como si contuviera un manojo de pertenencias. Cuando el bebé comenzó a llorar, fue tomado por los soldados alemanes. Hasta 1979, ella no había podido contarle a nadie acerca de la pérdida de su bebé. Su testimonio hace claro, sin embargo, que su incapacidad para hablar acerca de su pérdida es causada, en parte, por las limitaciones del lenguaje que estaba disponible. Ahora ella habla sobre el dramático evento de la siguiente manera: “Yo ni siquiera estaba viva. Ni siquiera estaba viva. No sé si era por mi propia obra; o era un hecho, o cómo, pero yo no estaba allí. Sin embargo, sobreviví” (Langer, 1991: 49). El lenguaje no logra permitirle a ella experimentar una posición en la que la subjetividad y la objetivización son ambiguas y no decidibles. Bessie K. todavía está confundida, porque no sabe si tuvo alguna responsabilidad por la pérdida del su bebé, o si fue víctima de esa situación. Si no hubiese escondido a su bebé en el manojo de ropa, ¿podría no haberlo perdido? Ella no sabe qué rol actancial tuvo en el evento: ¿fue el sujeto?, lo que significa que tuvo un rol actancial activo en la pérdida 202 Parte III. Representación y verdades de su bebé, ¿o fue sólo el objeto?, lo que implica que sufrió un evento pasivo, como víctima. Bessie K. está desorientada; no sabe la respuesta a estas preguntas. En el testimonio de Alex H. (Langer, 1991: 65-66), esta clase de desorientación se manifiesta a sí misma más como una incertidumbre: Es difícil decirlo, hablar sobre sentimientos. Primero que todo fuimos reducidos a tal nivel animal que en verdad ahora que recuerdo aquellas cosas, me siento más horrible de lo que me sentí en ese tiempo. Estábamos en tal estado que todo lo que importaba era estar vivo. Uno incluso no pensaba en su propio hermano o en el pariente más cercano, uno no pensaba. No sé cómo se sentía otra gente […] Me inquieta mucho si yo fui el único que se sintió de esa manera, o ¿es normal en tales circunstancias ser así? Ahora, algunas veces pienso: ¿hice lo mejor o no hice algo que debí haber hecho? Pero, en el momento, quería sobrevivir y, tal vez, no hice mis mejores esfuerzos para efectuar ciertas cosas o pasé por alto la oportunidad de hacer ciertas cosas. Cuando traducimos el testimonio de Alex H. en términos actanciales podemos decir que él no está seguro de si ha sido suficientemente sujeto. ¿Hizo un esfuerzo suficiente para ayudar a los demás? Mientras que Bessie K. teme no haber tenido un rol actancial muy activo —aunque ella no sabe cuál—, Alex H. no sabe si tuvo uno suficientemente bueno. En ambos casos esta incertidumbre resulta en un ambiguo, azotado, sentimiento de subjetividad. Ellos sienten que no son sujetos ni objetos. Otro ejemplo es la historia de un francés, miembro de la Resistencia, Pierre T. Luego de que su grupo mató a un oficial alemán, los nazis ejecutaron en represalia a veintisiete personas en su pueblo. Sus dudas tienen que ver con el rol actancial que él tuvo en la ejecución de sus vecinos: ¿también es responsable de ese hecho o es victimizado por la medida de los nazis? Con anterioridad argumenté que las experiencias se pueden ver como procesos discursivos. Pero, ¿qué tienen que ver los azotados sentimientos de subjetividad de Bessie K., Alex H., y Pierre T. con el lenguaje y con las dificultades de ellos para expresar lo que les pasó? ¿En qué preciso Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 203 sentido son las formas de representación, al menos en parte, la causa de sus confusiones? Hayden White ha argumentado la necesidad de desarrollar una nueva clase de lenguaje, “un nuevo modo retórico”, para poder hablar del Holocausto. White propone encontrar un modo de expresión análogo a la “voz intermedia” que pueda permitir una posición diferente del sujeto en relación con el evento3. Tanto la voz activa como la voz pasiva sitúan al agente, o al actuante, por fuera de la acción como tal. El agente es el sujeto o el objeto de ésta. Por el contrario, la voz intermedia sitúa al agente dentro de la acción. El agente toma parte en la acción, o en el evento, sin ser ni sujeto ni objeto de ésta. Al agente lo afecta la acción sin ser directamente objeto o sujeto de la misma. Es difícil imaginar cómo podemos desarrollar un modo retórico sobre esta base. Sin embargo, la propuesta de White contiene un diagnóstico adecuado de los problemas de los sobrevivientes del Holocausto descritos en esta parte. Ellos tienen dificultad en experimentar los eventos de los cuales fueron parte porque el lenguaje a su disposición solamente ofreció dos posibilidades. Como sujetos hablantes, deben atribuir a sí mismos el rol bien sea de sujetos u objetos en relación con los eventos. Pero la situación del Holocausto fue tal que esa clase de distanciamiento de la acción no fue posible. Se toma parte de una historia que no provee roles no ambiguos de sujeto u objeto. Así, el Holocausto no fue ‘experimentable’ y de ahí que más tarde fuera no narrable ni representable de otra manera. 3 204 Basando sus argumentos en los de Lang, Hayden White argumenta que necesitamos un modelo retórico que ofrezca una posición del sujeto que no sea ni activa ni pasiva. Él se refiere al griego clásico como un ejemplo de lenguaje que no sólo tiene voces activas y pasivas, sino también la llamada voz intermedia. Las tres diferentes voces implican distintas relaciones actanciales (del agente) a la acción o al evento. Mientras que los lenguajes modernos indoeuropeos ofrecen únicamente la posibilidad del modo activo y pasivo, el griego clásico ofrece con esta “voz intermedia” una posición diferente del sujeto en relación con el evento (véase White [1992a: 37-53]; también el capítulo Entramamiento histórico y el problema de la verdad en esta antología, la primera traducción al español de ese planteamiento de White). Parte III. Representación y verdades Subjetividad negada: sobre “nada” En la sección anterior discutí casos en los cuales no era claro para los sobrevivientes del Holocausto el rol que habían tenido en los eventos dentro de los que terminaron: ¿sujetos u objetos? Aunque su rol actancial fue fundamentalmente experimentado como ambiguo, no fue la subjetividad, como tal, lo que estuvo bajo presión. Discutiré ahora las consecuencias para la representación de situaciones en las cuales la subjetividad de los presos de los campos fue reducida a ‘nada’. En estas situaciones los sobrevivientes no experimentaron su rol/parte, ni siquiera como objeto. Su existencia como seres humanos fue totalmente negada. Ellos no jugaron absolutamente ningún un rol actancial, lo que puso en peligro la subjetividad en sí misma. En la cultura occidental, en buena medida, el individuo se señala como responsable de su propio destino. Uno es responsable de su propio modo de actuar. Precisamente, debido a esta responsabilidad individual, es posible elaborar la subjetividad por medio de un comportamiento conscientemente escogido. Según ese supuesto, cuando no se escoge conscientemente, no se es completamente un sujeto. Esta consideración de la subjetividad tiene grandes implicaciones para quienes vivieron en los campos de concentración. Constantemente tuvieron que aguantar situaciones que, por lo común, en la sociedad de donde venían, requerían tomar acción y afirmarse a sí mismos. Cuando un miembro de la familia, un amigo, o incluso un completo extraño, estaba siendo maltratado o asesinado, se supone que se debía interferir. No hacerlo corroería la propia subjetividad. En los campos, sin embargo, los presos estuvieron constantemente en la posición de no poder interferir aunque la situación lo demandara. Las consecuencias no fueron tanto para aquellos que fueron maltratados o asesinados (ellos iban a ser asesinados en todo caso), sino para quienes tuvieron que presenciarlo. Estas consecuencias son, de hecho, causadas por la cercana conexión entre la subjetividad y las normas éticas: El concepto de “usted no puede hacer nada” es tan extraño a la mente independiente occidental (dominada por la idea del individuo como agente de su Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 205 destino) que su centralidad, que su inculpable centralidad para la experiencia del campo de concentración, continúa dejando al individuo moralmente desorientado. El propio principio de inacción inocente de las víctimas es ajeno a las premisas éticas de nuestra cultura, donde algunas veces confundimos tal inacción con cobardía o indiferencia (Langer, 1991: 85). La consecuencia más extrema de esta imposibilidad de actuar no es siquiera un sentimiento de impotencia; es uno mucho más radical: la falta de interés. El individuo es forzado a renunciar al concepto de subjetividad que asocia la observación pasiva con debilidad moral o con una subjetividad inmadura. Con el fin de no ser descalificado todo el tiempo como un sujeto completo, sólo se puede renunciar al concepto de subjetividad que es el piso para tal descalificación. La renuncia a esta concepción de subjetividad a causa del aspecto moral en juego está claramente en el testimonio de Joan B. Ella trabajó en la cocina de un campo de concentración. Cuando una de las reclusas estaba a punto de dar a luz, el comandante del campo dio la orden de hervir agua: Agua hervida. Pero el agua no era para ayudar con el acto de dar a luz. Él ahogó al recién nacido en el agua hirviendo. El horrorizado entrevistador pregunta: —¿Usted vio eso? —Oh sí, yo lo vi —responde la mujer imperturbablemente. —¿Usted dijo algo? —continúa el diálogo. —No, no dije (Langer. 1991: 123). Más tarde, Joan B. hace el siguiente comentario: “Yo tenía un amigo […] que dijo que ahora que estamos aquí, uno tiene que mirar derecho, hacia delante como si tuviésemos [anteojeras] como en una carrera de caballos […] y volverse egoístas. Yo lo viví, lo vi, pero no sentí nada. Me volví egoísta; la número uno” (Langer, 1991: 123). Langer enfatiza que en la situación de los campos de concentración ‘egoísta’ no tiene ya el significado de no ser generoso o indiferente hacia los otros. ‘Egoísta’ debe ser leído como ‘ego-ista’ (self-ish): con el objetivo de sobrevivir, todas las normas y valores de consideración con los demás seres humanos deben ser 206 Parte III. Representación y verdades ignoradas. Es exactamente la ignorancia de este sistema de valores lo que mata la subjetividad al preciso momento que uno escoge la vida. En las décadas de los años cincuenta y sesenta, esta clase de situaciones fueron presentadas como escogencias existenciales que tenían que ser hechas y que ejemplificaban la vida y, en general, la condición humana. Los testimonios que Langer discute hacen claro, sin embargo, que esta es una visión altamente romántica, porque no había otras opciones para escoger. La situación fue definida por la falta de opciones. Uno sólo podía seguir vergonzosos impulsos que asesinaban la propia subjetividad pero que salvaguardaban la vida. En palabras de Langer: “Verdaderamente es una clase de aniquilación, un paradójico asesinato del ser por el ser con el objetivo de mantener el ser vivo” (Langer, 1991: 131). No obstante, la subjetividad no es una categoría fija, universal, sino una construcción social. Por eso, se puede preguntar si este corroer de la subjetividad fue igualmente aniquilador para todo el mundo. La observación de Myrna Goldenberg, en su artículo Different Horrors, Same Hell: Women Remembering the Holocaust (1990: 150-166), con relación a que la situación en el campo fue menos inmediatamente mortal para las mujeres que para la gran parte de los hombres, puede ser entendida dentro de esta perspectiva. En la sociedad occidental patriarcal la subjetividad masculina depende de forma más extrema en la construcción de una subjetividad independiente, iniciante. Cuando la subjetividad tiene que ser reprimida, la masculinidad se daña en su esencia. Esta diferencia de género en las construcciones de subjetividad puede incluso explicar por qué los hombres, en comparación con las mujeres, murieron mucho más temprano en los campos. Goldenberg señala que la vida en los campos fue usualmente más difícil para las mujeres que para los hombres. Los hombres adultos fueron tratados relativamente mejor, porque se podían utilizar en los campos de trabajo. Sin embargo, en Ravensbrück, en 1943, por ejemplo, murieron tres veces más hombres que mujeres. Goldenberg sugiere que los hombres fueron menos capaces que las mujeres de “matar […] el yo con el objetivo de sobrevivir”. Las mujeres pudieron renunciar más fácilmente a su subjetividad, porque en las culturas de donde venían la independencia y la fuerza de su subjetividad había sido limitada Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 207 de cualquier forma “y al ser menos dependiente en egos inflados, como lo eran los hombres, cuando sus egos fueron rotos y arrasados, las mujeres se recuperaron más rápido y con menos amargura” ( Joan Ringelheim, citada en Goldenberg, 1990: 153). Esta visión confirma la constructividad de la subjetividad y su crucial rol para la posibilidad de la experiencia. Hasta ahora he descrito los mecanismos para sobrevivir que forzaron a los prisioneros a matar el yo con el objetivo de mantener vivo el ser. ¿Pero cómo puede ser responsable este mecanismo de la norepresentabilidad de la experiencia del Holocausto? No es tanto el contenido de la experiencia lo que causa el problema, sino la capacidad de narración que hace falta. Cuando se ha tenido que matar, ya no se puede narrar. Es la voz que ha desaparecido al renunciar a la subjetividad. Mientras que uno viva, la propia voz ha sido enmudecida. En palabras de Charlotte Delbo: “Morí en Auschwitz, pero nadie lo sabe” (Langer. 1991: 267). La falta de una ‘voz’ es claramente expresada en el testimonio previamente citado de Joan B. En el sentido literal de la palabra, Joan B. ha recuperado su subjetividad y voz. Ella testifica sobre sus experiencias en el campo de concentración. La forma en que lo hace, sin embargo, no muestra para nada la expresión de su subjetividad. Ella registra los eventos factuales sin ningún tipo de interés o compasión. Repite los acontecimientos registrados casi mecánicamente. Observemos su lenguaje: Él ahogó al recién nacido en el agua hirviendo. El horrorizado entrevistador pregunta: —¿Usted vio eso? —Oh sí, yo lo vi —responde la mujer imperturbablemente. —¿Usted dijo algo? —continúa el diálogo. —No, no dije (Langer. 1991: 123). Aunque Joan B. habla (de nuevo), ella lo hace sin un mínimo de expresión. Parece como si una voz sin subjetividad hablara. O para formularlo más puntualmente: no es Joan B. quien está hablando, es su boca. En un nivel literal, superficial, el testimonio de Joan B. debilita 208 Parte III. Representación y verdades la convicción de que las experiencias del Holocausto no pueden ser representadas. Ahí está sucediendo una narración. Pero precisamente este testimonio hace claro por qué tantos sobrevivientes del Holocausto no están en condiciones para hablar acerca de los eventos de los cuales fueron parte. Aunque sobrevivieron, su ser fue asesinado en Auschwitz. Un ser asesinado no tiene experiencias, para no mencionar memorias narrables. El Holocausto como una vacío narrativo Los eventos nunca se constituyen por sí mismos. No experimentamos los eventos como acontecimientos aislados y los acontecimientos no pueden ser experimentados en el aislamiento. Los eventos siempre tienen una prehistoria, y estos, a la vez, se constituyen en la prehistoria de los eventos que están aún por venir. No estoy sugiriendo que tal continuidad está presente en la realidad. La realidad es, más bien, un caos discontinuo. Sin embargo, es la forma como experimentamos y representamos los eventos lo que los convierte en una continua secuencia. Nosotros experimentamos los eventos desde la perspectiva de marcos narrativos en términos en los cuales dichos eventos pueden ser entendidos como significativos. Cuando alguien ha pasado un examen final, el significado de este evento se deriva de una anticipación de eventos que se esperan que sigan: más estudio, trabajos, carrera. La muerte de alguien es un evento espantoso exactamente porque se clausura la expectativa de los eventos por venir. La muerte recibe su significado negativo de esta ausencia de un marco narrativo que hace posible anticipar eventos futuros. Desde un punto de vista narrativo, es exactamente esta imposibilidad de activar un marco de narración como anticipación de los eventos por venir lo que caracteriza las experiencias del Holocausto. Edith P. formula esta imposibilidad de la siguiente manera: Uno no piensa qué es lo que está pasando por la mente. Se dice a sí mismo: “Bueno, aquí estoy yo en Auschwitz. Y ¿dónde estoy y qué va a pasarme? (Langer. 1991: 103). Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 209 Edith P. pierde la capacidad de reflexionar sobre la situación en la que se encuentra. Ella explica tal pérdida de la siguiente manera. Podemos decir: “cuando me case”, “cuando muera”, “cuando alguien que amo muera”, “cuando tenga un hijo” o “cuando encuentre un trabajo”. Con esta clase de expresiones automáticamente creamos posibilidades teóricas de lo qué va a suceder. Esto no requiere ningún esfuerzo: Al imaginarse a uno mismo en aquellas situaciones, porque sabemos cómo pensar acerca de ellas, éstas tienen precedentes en nuestra propia experiencia o en la de otras personas. Pero nadie, nunca ha dicho “cuando llegue a Auschwitz, yo…”; por lo tanto, la mente permanece en blanco (Langer, 1991: 103). Explica Edith P. que en Auschwitz no era posible saber qué clase de eventos podrían anticiparse. Nunca sabíamos si estábamos en la mitad, al comienzo o al final de una secuencia de eventos. Los prisioneros no podían saber esto porque los “procesos mentales no funcionan en el vacío sino en relación con algo que ha sucedido previamente, algo sobre lo que usted ha sentido, pensado, leído, visto o escuchado” (Langer, 1991: 104). En todos sus aspectos, la vida en los campos de concentración no tenía precedente. Si la experiencia de un evento fuera inmediata, si este evento no fuera en sí mismo discursivo, esta ausencia de precedente no sería ningún problema. Por el contrario, debido a su total ‘novedad’ y a su carácter inesperado, los eventos serían absorbidos intensamente. Pero ese no es el caso. Debido a que la situación del Holocausto no se ajustó a ningún marco tradicional, fue casi imposible ‘experimentar’ y, más tarde, consecuentemente, recordar o representar. El Holocausto como negación de marcos de narración Hasta ahora hemos visto situaciones que no pudieron ser experimentadas porque no hubo marcos narrativos convencionales en términos de los cuales la realidad de los campos de concentración pudiese ser trabajada. Los eventos parecían ocurrir en una clase de vacío. Ahora me concentraré 210 Parte III. Representación y verdades en un tipo diferente de discontinuidad entre la realidad y la experiencia discursiva, uno que relaciona cercanamente el problema discutido con anterioridad. En muchos testimonios, la no-representabilidad de lo que pasó durante el Holocausto no se explica por la falta de marcos narrativos sino por la insuficiencia de los marcos que son impuestos sobre las víctimas por la cultura circundante. Aunque no había marcos narrativos disponibles para la vida en el campo de concentración mientras se estaba viviendo allí, la situación cambió cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin y los prisioneros sobrevivientes fueron liberados. Entonces, el momento de liberación le siguió a la situación de encarcelación. Ahora se ofrecía una narrativa dentro de la cual a los eventos en la situación del campo se les podría dar significado retrospectivamente. De acuerdo con Langer (1991), esta perspectiva de narrativa estructura casi todos los testimonios en Fortunoff Video Archive. Los entrevistadores impusieron el marco por la clase de preguntas que él o ella hacían y por el orden en el cual las preguntas fueron hechas. Una vez tras otra los entrevistadores comenzaron con preguntas como: “Diga algo sobre su niñez, su familia, su escuela, sus amigos”. En resumen, ellos comenzaron con la reconstrucción de la vida normal del sobreviviente antes del desastre del Holocausto. Aunque la reconstrucción la realizó el sobreviviente, la actividad como tal la dirigió el entrevistador. Luego de la reconstrucción del período precedente al Holocausto, se hicieron preguntas sobre la vida durante la guerra, la vida en el gueto, la deportación, la vida en el campo de concentración. Para la conclusión, el entrevistador hizo preguntas como: “Hábleme sobre la liberación”. La última parte de la entrevista estimuló a los sobrevivientes a narrar su vida como un final feliz, como un cierre confortable a una horrible crisis. El marco de narración que se impuso fue la historia convencional de un comienzo y una juventud bucólica, cortados por una crisis espantosa y que, en últimas, llegó a un final feliz. Sin embargo, muchos de los sobrevivientes han tenido gran dificultad para aceptar la liberación como un cierre de lo que les pasó en los campos. Langer cita la respuesta de una de las víctimas luego de ser interrogada sobre cómo se sentía después de su liberación; el entrevistado respondió: Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 211 “Entonces supe que mis problemas estaban realmente por comenzar” (Langer, 1991: 67). La trama histórica tradicional requiere que una situación de conflicto o crisis sea seguida de una solución, de un desenlace. No obstante, este sobreviviente del Holocausto rehúsa ese molde convencional para su vida. Con la liberación, las experiencias del campo de concentración no han llegado a su fin; por el contrario, luego de la liberación esas experiencias solamente se vuelven más intensas. Estos marcos narrativos posibilitan una experiencia de las historias (de vida) como unidades continuas. Precisamente esta ilusión de continuidad y unidad ha llegado a ser fundamentalmente irreconocible e inaceptable para muchos sobrevivientes del Holocausto. La experiencia del campo de concentración continúa, aun cuando esos sitios sólo persisten en la forma de monumentos y museos del Holocausto. El marco narrativo más elemental, consistente en la continuación de un pasado, un presente y un futuro, se ha desintegrado. —Entonces no hay un mañana, en serio —observa el entrevistador a este testigo. —No, no hay —replica éste—. Si usted piensa que lo hay, se equivoca (Langer, 1991: 173). Una de las causas de la falla de los marcos narrativos tradicionales es que el ‘yo’ de muchos de los prisioneros en los campos fue asesinado. Como lo expliqué antes, fue necesario asesinar el ‘yo’ con el objetivo de vivir. Pero, ¿por medio de qué trama convencional o marco narrativo se puede decir esto? En términos de un continuo narrativo no tradicional, es posible haber muerto en el pasado y continuar viviendo en el presente. Esto le da un nivel de significado adicional al testimonio de Delbo: “Morí en Auschwitz, pero nadie lo sabe” (Langer, 1991: 267). El “nadie lo sabe” postula las convenciones narrativas como culturales, como sociales. Significa entonces que nadie puede reconocerlo; nadie puede devolverle el conocimiento. Lo anterior implica que el sentimiento básico de estar muerto, o de continuar viviendo como una persona muerta, no es narrable. La audiencia 212 Parte III. Representación y verdades de tal historia leerá tal narración como cierta únicamente de modo figurativo. El narrador de esta historia todavía está vivo mientras que él o ella lo dice. Sin embargo, una lectura figurativa no reconoce la imposibilidad de representar la experiencia de muchos sobrevivientes. Al contrario, la niega. Desaparece el conflicto entre una realidad vivida y las inadecuaciones de los marcos narrativos disponibles. La lectura figurativa está basada en la idea de que en el lenguaje se resalta una similitud entre el recuerdo de una experiencia negativa del campo (la comparada) y el concepto de muerte (con la cual es comparado). Pero la muerte es mucho más real que una noción abstracta que funciona como el comparable en una comparación. Algo ha muerto realmente, no en una forma figurativa, pero en la forma más literal. Muchos testimonios dejan en claro que la vida en el campo no se recuerda. No hay distancia de algo que una vez pasó y que no puede ser recordado. Muchos sobrevivientes todavía viven en la situación del campo, la cual impide la posibilidad de tomar distancia. Justamente por eso, el pasado del Holocausto continúa en el presente en donde resultan inadecuados los marcos narrativos que hacen uso de la secuencia: pasado, presente y futuro4. Conclusión Hasta ahora he mostrado la forma como la experiencia depende de factores que son fundamentalmente discursivos. El trauma puede ser visto como una experiencia fallida porque en el caso de un evento traumático el proceso discursivo que activa la experiencia que vendrá se atasca. La experiencia fallida excluye la posibilidad de una memoria voluntariamente controlada del evento: al mismo tiempo implica la discursividad de la experiencia y memoria ‘exitosa’. Ahora podemos decir que la experiencia y la memoria se activan, forman y estructuran de acuerdo con los parámetros de los discursos disponibles. 4 En mi libro Caught by History: Holocaust Effects in Contemporary Art, Literature, and Theory (1997) presento un análisis más elaborado de los testimonios del Holocausto. En dicho trabajo confronto los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto con los de los miembros de la S.S. Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 213 Nuestras formas tradicionales de ver la experiencia y la memoria, ¿cómo cuestionan el reconocimiento de la naturaleza discursiva? Déjenme confrontar esta perspectiva de experiencia y memoria con una con la cual tiene mucho en común. Esas similitudes hacen posible y significativa la comparación. Sin embargo estas perspectivas difieren precisamente en el lugar asignado al discurso en la comprensión de la memoria. En un polémico ensayo, Van der Kolk y Van der Hart, (1995: 158-192) discuten las ideas del psiquiatra francés Pierre Janet entorno a la memoria y al trauma. Muy influenciado por la ideas de Freud, Janet distinguió, a principios del siglo xx, entre memoria hábito, memoria narrativa y memoria traumática. Memoria hábito es la integración automática de nueva información sin mayor atención consciente a lo que está pasando. Esta síntesis automática es una capacidad que los humanos tienen en común con los animales. La memoria narrativa, una capacidad humana única, consiste en constructos mentales, los cuales la gente usa para dotar su experiencia de sentido. Experiencias actuales y familiares son asimiladas o integradas automáticamente en estructuras mentales existentes. Pero algunos eventos resisten la integración: “Experiencias nuevas y aterradoras no pueden acomodarse fácilmente en esquemas cognitivos existentes y, por lo tanto, son recordados con particular vividéz o pueden resistir totalmente la integración” (Van der Kolk & Van der Hart, 1995: 160). Los recuerdos de esas experiencias que resisten integración en esquemas de significado existentes son almacenados diferencialmente y no están disponibles para ser recuperados en condiciones ordinarias. Sólo por conveniencia, Janet ha llamado ‘memoria traumática’ a estas experiencias no integrables. El trauma es fundamental (y no gradualmente) diferente de la memoria porque “[…] éste se disocia de la conciencia del control voluntario” (Van der Kolk & Van der Hart, 1995: 160). Existen similitudes obvias entre el análisis de Janet sobre la experiencia, la memoria y el trauma, y el análisis discutido en este ensayo. En las dos versiones, el trauma es una experiencia fallida y ese fracaso hace imposible recordar el evento de manera voluntaria. Sin embargo, también hay diferencias. Mientras Janet habla de esquemas mentales, yo hablo del orden simbólico y de discursividad. Describir la experiencia como una integración de lo que está pasando 214 Parte III. Representación y verdades dentro de esquemas o constructos mentales sugiere que la experiencias son el resultado del procesamiento de eventos a cargo de mecanismos innatos a la mente. Todos los humanos tienen esta capacidad a manera de una condición biológica, pero la experiencia como tal es individual. La integración toma lugar en la mente, dentro de constructos mentales. Por el contrario, cuando describo la experiencia como el resultado de una integración de lo que está pasando dentro del discurso, en los términos y posiciones provistas por el orden simbólico, argumento que la experiencia no se puede ver más como estrictamente individual. Aunque la experiencia se vive subjetivamente, al mismo tiempo se comparte culturalmente. En contraste con los esquemas mentales propuestos por Janet, los discursos no son innatos a la mente humana; son compartidos porque pertenecen al dominio de la cultura. Recordando las palabras de Joan Scott: “Dado que el discurso es, por definición, compartido, la experiencia es colectiva así como también individual” (Scott, 2001). Todo esto implica por extensión que la memoria es siempre, al mismo tiempo, memoria cultural. Las experiencias no sólo son colectivamente compartidas porque estén asentadas en discursos culturales. Ese trasfondo compartido hace a las experiencias y a los recuerdos “compartibles”; el discurso que hace posible que ello ocurra es también aquel en el cual podemos transmitir unas y otros a distintos seres humanos. Por lo tanto, nuestras experiencias y memorias no nos aíslan de los demás; en contraposición, ellos permiten la interrelación —la cultura—. Frecuentemente se ha argumentado que la memoria (en contraste con la historia) establece la interrelación de una colectividad o cultura5. Sin embargo, en este caso, esta función de la memoria se explica por el hecho de que nos imaginamos la memoria como orgánica y viviente, abierta y comunicativa, como si fuera un ser humano. El resultado de esta representación metafórica de la memoria es que ésta adquiere capacidad agencial: los recuerdos son los sujetos reales de la cultura. Los seres humanos son apenas, en última instancia, el lugar donde viven los recuerdos. Por el contrario, la noción discursiva de la memoria nos 5 Véase, por ejemplo, el aparte Entre memoria e historia: la problemática de los lugares (Nora, 2008: 9-38). Experiencia, memoria y trauma: síntomas de discursividad 215 permite una comprensión de interrelación establecida por la memoria de una manera diferente. Los discursos culturales compartidos han existido antes de que los humanos comenzaran a usarlos. Sin embargo, el uso del discurso depende de la agencia humana: es, al fin de cuentas, la agencia humana lo que activa el pasado encarnado en discursos existentes, pero al mismo tiempo trae consigo, por el uso que hace del discurso, la experiencia del presente y de su memoria. La memoria no es simplemente algo que tenemos, sino algo que producimos como individuos que compartimos una cultura. La memoria es, entonces, la interacción mutua constitutiva entre el pasado y el presente, compartida como cultura pero actuada por cada uno de nosotros como individuos. Entramamiento histórico y el problema de la verdad1 Hayden White E xiste una relatividad inaccesible en cada representación de los fenómenos históricos. La relatividad de la representación es una función del lenguaje que se usa para describir los hechos del pasado y, por lo tanto, también para constituirlos como objetos posibles de explicación y comprensión. Ello es evidente cuando, como ocurre con las ciencias sociales, se usa un lenguaje técnico con ese propósito. Las explicaciones científicas, de modo expreso, se proponen apoyarse tan sólo en aquellos aspectos de los hechos que son claramente mensurables, como por ejemplo los aspectos cuantitativos, y que se pueden denotar mediante los protocolos lingüísticos que se usan para describirlos. Ese fenómeno es menos obvio en las explicaciones narrativas tradicionales de los fenómenos históricos. En primer lugar, el relato se considera como un ‘recipiente’ neutral para los hechos históricos, como una forma de discurso que es adecuada ‘de manera natural’ para representar directamente los hechos históricos. En segundo lugar, los relatos históricos emplean por lo general lenguajes llamados naturales o comunes, en lugar de lenguajes técnicos, tanto para describir sus temas como para contar sus historias. Por último, y en tercer lugar, se supone que los hechos históricos consisten en una agregación de historias ‘reales’ o ‘vividas’ que se manifiestan a través de esos relatos. 1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Entramamiento histórico y el problema de la verdad 217 Esos hechos sólo tendrían que ser revelados o extraídos de la evidencia y desplegados ante el lector para que éste reconociera de inmediato y de manera intuitiva la verdad de los mismos. Es evidente que considero esta perspectiva de la relación entre la narrativa histórica y la realidad histórica como un error o, en el mejor de los casos, como una concepción falsa. Los relatos, como las afirmaciones fácticas, son entidades lingüísticas y pertenecen al orden del discurso. Las cuestiones que surgen en relación con el ‘entramamiento2 histórico’ en un estudio sobre el nazismo y la Solución Final3 son las siguientes: ¿hay algún límite con respecto a la clase de historia que se puede contar responsablemente acerca de estos fenómenos?; ¿pueden estos hechos quedar adecuadamente expresados en una trama histórica en cualquiera de las formas, símbolos, tipos de trama y géneros que nuestra cultura proporciona para ‘darle sentido’ a hechos tan extremos de nuestro pasado?, o ¿el nazismo y la Solución Final pertenecen a una clase especial de hechos que —a diferencia de la Revolución Francesa, la Guerra Civil Norteamericana, la Revolución Rusa, o el Gran Salto Adelante chino— se debe considerar que sólo se pueden contar mediante el uso de una única trama y con sólo una clase de significado? En otras palabras, ¿la naturaleza del nazismo y de la Solución Final establece límites absolutos sobre aquello que puede decirse de ellos de una forma verdadera?; ¿establece límites sobre los usos que pueden hacer de esos acontecimientos los escritores de ficción o poesía?; ¿pueden narrarse mediante el uso de distintos tipos de tramas o su significado específico, como el de otros hechos históricos, es infinitamente interpretable y, en última instancia, indecible? 2 3 218 (N. del T.) Se traduce emplotment de manera literal como entramamiento. Aunque evito usar el verbo entramar y lo sustituyo por un circunloquio como “expresar mediante una trama” o “utilizar una trama”, el acto de emplear una determinada trama para contar un conjunto de hechos determinado se expresa mejor y más sintéticamente con el neologismo entramamiento, que, a su turno, es también un neologismo en inglés. (N. del T.) La Solución Final fue el plan diseñado por las autoridades nacionalsocialistas para exterminar a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Se gesta en lo que hoy se conoce como la conferencia de Wannsee, efectuada en enero de 1942. Parte III. Representación y verdades Saul Friedländer ha diferenciado en otros contextos entre dos clases de preguntas que se pueden plantear cuando se consideran los entramamientos históricos: el problema de las cuestiones epistemológicas sobre la “verdad” que plantea la existencia de “narrativas antagonistas sobre la época nazi y la Solución Final” y las cuestiones éticas que surgen de una producción más numerosa de “representaciones del nazismo [...] basadas en lo que solían [considerarse] formas inaceptables de entramamiento”. Obviamente, las “explicaciones antagonistas”, contempladas como relatos de acontecimientos que ya se han establecido como hechos, pueden ser evaluadas, criticadas y jerarquizadas por su fidelidad a los registros históricos, por su generalidad y por la coherencia de cualquiera de los argumentos que puedan contener. Ahora bien, las explicaciones narrativas no se componen exclusivamente de afirmaciones fácticas (premisas existenciales concretas) y argumentos. Consisten también en elementos poéticos y retóricos mediante los cuales, lo que sería en cualquier otro caso una mera lista de hechos, se transforma en una historia4. Entre esos elementos están aquellos patrones narrativos genéricos proporcionados por las ‘tramas’. Por lo tanto, una explicación narrativa puede representar un conjunto de acontecimientos con la forma y el significado de una épica o historia trágica, y otras narrativas distintas pueden representar el mismo conjunto de acontecimientos, con la misma plausibilidad y sin violentar el registro fáctico, recurriendo a una farsa como forma descriptiva5. Aquí el conflicto entre las ‘explicaciones antagonistas’ tiene menos que ver con los hechos del asunto en cuestión y más con los diferentes significados-relatos que se les pueden otorgar a los 4 5 Los discursos históricos consisten también, obviamente, en explicaciones que se presentan con la apariencia de argumentos más o menos formalizables. No trato aquí el problema de la relación entre explicaciones que se presentan con el aspecto de argumentos formales y que yo llamaría los ‘efectos-explicación’ producidos por la conversión en narrativa de los acontecimientos. Es la afortunada combinación de los argumentos con las representaciones narrativas lo que explica el atractivo de una representación específicamente histórica de la realidad. Pero la naturaleza precisa de la relación entre argumentos y conversiones narrativas en historias no es clara. Estoy pensando aquí en las farsas acerca de los eventos de 1848-1851 en Francia compuestas por Marx en franca lid con las versiones trágicas y cómicas de esos mismos eventos presentadas por Hugo y Proudhon, respectivamente. Entramamiento histórico y el problema de la verdad 219 hechos a través de su expresión mediante una trama concreta. Ello hace que surja el problema de la relación que pueden tener los distintos tipos genéricos de trama que es posible usar para otorgar a los acontecimientos diferentes clases de significado (trágico, ético, cómico, novelesco, pastoral, farsa y otros similares) con los acontecimientos en sí mismos. ¿Esta relación entre un relato específico que cuenta un determinado conjunto de acontecimientos es la misma que la que se observa entre una afirmación fáctica y su referente? ¿Puede decirse que hay grupos de acontecimientos reales que son intrínsecamente trágicos, cómicos o épicos de manera tal que la representación de esos eventos a través de historias trágicas, cómicas o épicas se pueda evaluar con respecto a su fidelidad con los hechos? ¿O todo ello tiene que ver con la perspectiva desde la cual se contemplen esos acontecimientos? Como es natural, la mayoría de los teóricos de la historia narrativa adoptan el enfoque de que el entramamiento no es que origine un enunciado fáctico más general y sintético, sino que, más bien, lo que produce es una interpretación de los hechos. Pero la distinción entre enunciados fácticos (considerados como producto del lenguaje-objeto) y las interpretaciones de los mismos (consideradas como producto de uno o más metalenguajes) no nos ayuda cuando se trata de una cuestión de interpretaciones producidas por las formas de entramamiento que se usaron para representar los hechos como poseedores de la forma y el significado de las diferentes clases de relatos. Tampoco nos ayudan los razonamientos que nos dicen que las ‘narrativas antagonistas’ son un producto de las interpretaciones de ‘los hechos’, que un historiador interpreta como ‘tragedia’ y otro como ‘farsa’6. Lo anterior es especialmente cierto en el discurso histórico tradicional, en el que se le da siempre preferencia a ‘los hechos’ sobre cualquier ‘interpretación’ de los mismos. 6 220 A menos que estemos realmente dispuestos a considerar la idea de que cualquier conjunto de hechos es infinitamente interpretable de diversas maneras y que uno de los fines del discurso histórico es multiplicar el número de interpretaciones de cualquier conjunto dado de acontecimientos, en vez de trabajar hacia la producción de la «mejor» de las interpretaciones. Véase el trabajo de Paul Veyne, C. Behan McCullagh, Peter Munz y F. R. Ankersmit. Parte III. Representación y verdades De ese modo, en el discurso histórico tradicional se presume que hay una diferencia crucial entre una ‘interpretación’ de ‘los hechos’ y un ‘relato’ que nos cuenta esos ‘hechos’. La diferencia se indica mediante el valor que se le otorga a las nociones de relato ‘real’ (en contraposición al ‘imaginado’) y de relato ‘verdadero’ (en contraposición al ‘falso’). Mientras que las interpretaciones se piensan por lo general como comentarios a ‘los hechos’, los relatos que se articulan a través de historias narrativas se presume que son inherentes a los propios hechos (de ahí el concepto de ‘relato real’) o a los hechos derivados del estudio crítico de la evidencia que se basa en esos hechos (y que nos lleva a la noción de relato ‘verdadero’). Este tipo de reflexiones nos proporcionan cierta idea acerca de los problemas que producen las explicaciones antagonistas y las formas inaceptables de entramamiento a la hora de considerar un periodo como el de la época nazi y los acontecimientos de la clase a la que pertenece la Solución Final. Podemos suponer con confianza que los hechos del evento fijan límites a las clases de relatos que sobre ellos se pueden contar apropiadamente (en el sentido de ser tanto verídicos como correctos), si creemos que esos acontecimientos poseen en sí mismos una forma de “relato” y una clase de significado que se puede expresar mediante ciertas ‘tramas’. Podemos, en ese caso, descartar un relato ‘cómico’ o ‘pastoral’ y un ‘punto de vista’ humorístico de entre la diversidad de relatos antagonistas por ser manifiestamente falsos en relación con los hechos de la época nazi, o al menos en lo que afecta a los hechos que importan. Pero sólo podríamos descartar un relato de entre la variedad de explicaciones antagonistas si a) se presentara como una representación literal (en lugar de figurativa) de los acontecimientos y b) el tipo de trama utilizado para transformar los hechos en una clase específica de relato se presentara como algo inherente a esos hechos (en lugar de como algo impuesto sobre los mismos). Esto se debe a que, salvo que un relato histórico se presente como una representación literal de acontecimientos reales, no lo podemos criticar por ser verdadero o falso en relación con los hechos del asunto. Si se presentara como una representación figurativa de acontecimientos reales, entonces la cuestión acerca de su grado de verdad estaría sujeta a los principios que gobiernan nuestra valoración de la verdad en la ficción. Y si no se propone que el tipo de trama que se escoge para presentar los hechos en un relato de un tipo Entramamiento histórico y el problema de la verdad 221 específico es inherente a esos propios hechos, entonces no existe ninguna base para comparar esta clase específica de explicación frente a otros tipos de explicaciones narrativas, inspiradas por otras clases de tramas, ni para evaluar su adecuación relativa a la representación, no tanto de los hechos, sino de lo que ellos significan. En cuanto a las narrativas antagonistas, las diferencias están entre las ‘formas de entramamiento’ que predominan en ellas. Precisamente porque las narrativas se manifiestan siempre a través de tramas, tiene sentido compararlas; justamente porque las narrativas se entraman de distintos modos, es posible realizar una discriminación entre las clases de tramas diferentes. Si se recurre a una trama ‘cómica’ o ‘pastoral’ para narrar los acontecimientos durante el Tercer Reich, estaríamos justificados para apelar a ‘los hechos’ con el propósito de descartar esas clases de trama de la lista de ‘narrativas antagonistas’ acerca del Tercer Reich. Sin embargo, ¿qué ocurre si uno de esos relatos se nos presenta de una manera muy irónica y con el interés de hacer un comentario metacrítico, no tanto de los hechos, sino de las versiones de los hechos que se reflejan mediante tramas pertenecientes a la forma cómica o pastoral? Con toda certeza sería inapropiado descartar esa clase de forma narrativa de la competencia entre formas narrativas basándonos en su inexactitud con respecto a los hechos, porque incluso si no fuera fiel a los hechos de manera positiva, lo sería cuando menos de manera negativa: mediante la burla que realiza de las narrativas del Tercer Reich cuyas tramas se nos presentan con la forma de comedia o relato pastoral. Por otro lado, podríamos considerar este tipo de entramamiento irónico ‘inaceptable’, como nos sugiere Friendländer en su condena de los relatos, novelas y películas que, con la pretensión de mostrarnos de manera fiel los hechos más horribles de la vida de Hitler en Alemania, lo que de verdad hacen es estilizar la escena en su totalidad y trocar sus contenidos en objetos fetichistas y en la materia de la que están hechas las fantasías sadomasoquistas (Friedländer, 1982: 76 & ss.). Como observa Friendländer, esas representaciones “glamorosas” del Tercer Reich solían considerarse “inaceptables”, fuera cual fuera la exactitud o veracidad de sus contenidos fácticos, porque eran ofensivas para la moralidad o el buen 222 Parte III. Representación y verdades gusto. El hecho de que esas representaciones sean cada vez más comunes y, por lo tanto, obviamente, más ‘aceptables’ durante los últimos veinte años más o menos, indica cambios profundos en los estándares socialmente sancionados sobre la moralidad y el buen gusto. Pero, ¿qué es lo que esta circunstancia nos sugiere acerca de los fundamentos sobre los cuales podríamos desear juzgar que una explicación narrativa del Tercer Reich y de la Solución Final es ‘inaceptable’, aunque su contenido fáctico sea exacto y detallado? Parecería ser cuestión de distinguir entre un cuerpo específico de ‘contenidos’ fácticos y una ‘forma’ específica de narrativa y de aplicar un tipo de regla que estipula que un asunto serio, como el genocidio, exige un género noble, como la tragedia o la épica, para ser representado de manera adecuada. Esta es la clase de dilema que nos presenta la obra Maus: A Survivor’s Tale de Art Spiegelman (1986), en la que se muestran los acontecimientos del Holocausto a través de un cómic (en blanco y negro) y mediante una sátira amarga, en la que los alemanes aparecen representados como gatos, los judíos como ratones y los polacos como cerdos. El contenido manifiesto del cómic de Spiegelman es la historia de los esfuerzos del artista en su infancia por arrancar de su padre la historia sobre la experiencia de sus progenitores con respecto a los acontecimientos del Holocausto. Así, la historia del Holocausto que se nos cuenta en el libro queda enmarcada dentro de un relato acerca de cómo se consiguió que se contara esa historia. Pero los contenidos manifiestos de la historia marco y de la historia producto de ese marco quedan comprometidos, en la práctica, por ese marco debido a su conversión en una alegoría de un juego entre gatos, ratones y cerdos, y en el que todos los personajes, ejecutores, víctimas y espectadores en la historia del Holocausto, terminan pareciendo más bestias que seres humanos, incluidos Spiegelman y su padre durante el relato de su relación. Maus presenta una visión característicamente irónica y salvaje del Holocausto, pero es, al tiempo, una de las explicaciones narrativas más conmovedoras que conozco, y una de las razones para ello es que hace de la dificultad de descubrir y contar toda la verdad, aun de una pequeña parte de lo que ocurrió, algo tan importante para el relato como los acontecimientos cuyo significado está intentando descubrir. Entramamiento histórico y el problema de la verdad 223 Es evidente que Maus no es una historia convencional y, sin embargo, es una representación de acontecimientos pasados reales, o al menos de acontecimientos que se representan como si hubieran ocurrido en la realidad. En ella no hay ningún indicio de la clase de trasformación estética de la que se queja Friedländer en su valoración del tratamiento cinematográfico y novelístico que se hace de la época nazi y de la Solución Final. Al mismo tiempo, este cómic es una obra maestra de la estilización, la representación figurativa y el uso de la alegoría. Asimila los acontecimientos del Holocausto a las convenciones de la representación en los cómics, y en esta mezcla absurda de un género masivo con acontecimientos de suprema relevancia, Maus pone sobre la mesa las cuestiones primordiales en torno a los ‘límites de la representación’ en general. De hecho, Maus es mucho más consciente de sí misma desde una perspectiva crítica que la obra de Andreas Hillgruber, Zweiertei Untergang: Die Zerschlagund des Deustschen Reiches und das Ende des europäischen Judentum (Dos clases de ruina: la destrucción en pedazos del Imperio alemán y el final de la judería europea). En el primero de los dos ensayos incluidos en el libro, Hillgruber (1986: 64) sugiere que, a pesar de que el Tercer Reich carecía de la nobleza de propósito que llevara a pensar que su “destrucción en pedazos” pudiera llamarse una tragedia, la defensa del Frente Oriental por la Wehrmacht en el período 1944-1945 se podría relatar adecuadamente con una trama histórica ‘trágica’ y ello sin hacerle ninguna violencia a los hechos. El propósito de Hillgruber era salvar la dignidad moral de parte de la época nazi en la historia alemana, recurriendo a una división de la misma en dos historias discretas y, a continuación, relatándolas mediante tramas diferentes, donde uno de los relatos apareciera como tragedia y el otro como un enigma incomprensible7. 7 224 Por ello Hillgruber (1986: 98–99) escribe: “Estas son dimensiones que apuntan a la antropología, a la psicología social y a la psicología individual y plantean la pregunta sobre una posible repetición de situaciones y constelaciones extremas, bien sean fácticas o supuestas, pero bajo otros patrones ideológicos. Esto supera el hecho de conservar despierta la memoria ante las millones de víctimas, tarea que se le adjudica al historiador. Porque en relación con esto se toca un problema central del presente y del futuro, hecho que trasciende la tarea del historiador. Se trata de un reto fundamental para todos”. Gracias a Max Sebastián Hering Torres por su asistencia en esta traducción. Parte III. Representación y verdades Los críticos de Hillgruber señalaron de inmediato: a) que presentar esa explicación mediante una narrativa significaba subordinar cualquier análisis de los acontecimientos a su estilización; b) que conferirle el epíteto moralmente ennoblecedor de trágico a estos acontecimientos sólo podía hacerse a costa de ignorar el grado en el cual las acciones ‘heroicas’ de la Wehrmacht habían hecho posible la destrucción de muchos judíos que podían haberse salvado si el ejército alemán se hubiera rendido antes; y c) que el intento por ennoblecer una parte de la historia del ‘Imperio alemán’ a través de su disociación de la Solución Final era tan moralmente ofensivo como insostenible desde el punto de vista científico8. Y aún así, la propuesta de entramamiento de Hillgruber para la historia de la defensa del Frente Oriental no violaba ninguna de las convenciones que controlan la escritura profesionalmente respetable de la historia narrativa. Lo único que el historiador proponía era reducir el enfoque y centrarlo en un dominio concreto del continuo histórico, presentando a los participantes y las acciones humanas que se daban en ese escenario como personajes de un conflicto dramático, y utilizando una trama para describir esa fatalidad en términos de las convenciones familiares al género de la tragedia. La propuesta de entramamiento de Hillgruber para la historia del Frente Oriental durante el invierno de 1994-1945 indica las formas en las cuales un tipo específico de trama (la tragedia) puede determinar, a la vez, las clases de acontecimientos que es posible presentar en cualquier relato que sea factible contar sobre los mismos, por una parte, y proporcionar un patrón para la asignación de los papeles que les es dable desempeñar a los agentes y a los distintos tipos de agencia que moran en el escenario constituido de esa manera, por otra9. Al mismo tiempo, la propuesta de 8 9 La mayoría de los documentos relevantes se pueden encontrar en Rudolf (1989). Véase también New German Critique (1988, Spring/Summer). El tipo de trama es un elemento fundamental en la constitución de lo que Bakhtin llama el “cronotopo”, un campo socialmente estructurado del mundo natural que define el horizonte de los posibles acontecimientos, acciones, tipos de agencia y, en general, de todas las ficciones producto de la imaginación (y también de todas las historias contadas reales). Un tipo de trama dominante determina las clases de cosas perceptibles, las formas en las que se relacionan, las periodicidades de su desarrollo y los posibles significados que pueden revelar. Cada tipo de trama genérico presu- Entramamiento histórico y el problema de la verdad 225 Hillgruber indica también cómo la elección de un modo de entramamiento puede justificar el ignorar ciertas clases de acontecimientos, agentes, acciones, tipos de agencia y pacientes que pueden ocupar un escenario histórico determinado o su contexto. No hay lugar para la vida degradada o innoble en una tragedia; en las tragedias incluso los villanos son nobles o, más bien, puede mostrarse que la villanía tiene también una encarnación noble. Una vez que le preguntaron a Huizinga por qué no había incluido a Juana de Arco en su Otoño de la Edad Media, se cuenta que el autor contestó: “Porque no quería que en mi historia hubiera una heroína”. La sugerencia de Hillgruber de presentar el relato de la defensa del Frente Oriental por la Wehrmacht mediante el uso de la trama de la tragedia indica que pretende que el relato sobre tal defensa tenga un héroe, que sea heroico, y que se redima, por lo tanto, al menos una parte de la época nazi en la historia de Alemania. Es posible que Hillgruber no haya considerado el hecho de que su división de una época de la historia alemana en dos relatos —uno que muestra el despedazamiento de un imperio y otro el fin de un pueblo— establece una estructura oposicional mediante la cual se constituye un campo semántico en el que la mención del tipo de trama de uno de los relatos determina el campo semántico dentro del cual se ubicará el nombre del otro tipo de trama. Hillgruber no nombra el tipo de trama que podría dar significado a su relato sobre “el fin de la judería europea”, pero sí se reserva la tragedia para contar el relato de la Wehrmacht en el Frente Oriental entre 1944 y 1945. De ello se deduce que se debe usar otra clase de trama para contar el final de la judería europea. Al abandonar el impulso de darle un nombre a la clase de relato que podría contarse acerca de los judíos durante el imperio de Hitler, Hillgruber adopta el enfoque de varios académicos y escritores que ven el Holocausto como algo virtualmente irrepresentable mediante el lenguaje. La versión más extrema de esta idea adopta la forma del tópico de que este acontecimiento (Auschwitz, la Solución Final y acontecimientos similares) es de pone un cronotopo y cada cronotopo presupone un número limitado de clases de historias que se pueden contar acerca de los acontecimientos que ocurren dentro de su horizonte. 226 Parte III. Representación y verdades tal naturaleza que escapa el alcance de cualquier lenguaje para describirlo o de cualquier medio para representarlo: George Steiner, por ejemplo, sentenció que “el mundo de Auschwitz está más allá del lenguaje de la misma manera que está más allá de la razón” (Steiner, citado en Lang, 1990: 151). O la pregunta de Alice y A. R. Eckhardt (1989: 439): “¿Cómo se puede hablar de aquello que es inexpresable mediante el habla? Como es evidente, tenemos que hablar de ello, ¿pero podremos hacerlo alguna vez?”. Berel Lang sugiere que expresiones como estas se deben comprender de manera figurativa, como frases que indican la dificultad de escribir acerca del Holocausto y el grado en el cual cualquier representación del mismo se debe juzgar a partir del criterio del silencio respetuoso que debería ser nuestra primera respuesta frente al acontecimiento. Sin embargo, el propio Lang argumenta contra cualquier uso del genocidio como tema de la escritura poética o de ficción. Según él, sólo la más literal de las crónicas de los hechos del genocidio puede pasar la prueba de la “autenticidad y veracidad” con la cual es necesario juzgar tanto las explicaciones literarias como las científicas. Se deben contar sólo los hechos, porque si no se cae en el lenguaje figurativo y la estilización (esteticismo). Y sólo una crónica de los hechos es segura, porque de cualquier otra forma nos abrimos a los peligros de la narrativa y del relativismo del entramamiento. El análisis de Lang de las limitaciones de cualquier representación literaria del genocidio y de su inferioridad moral frente a cualquier explicación sobria o totalmente desnarrativizada merece considerarse más detalladamente, porque presenta la cuestión de los límites de la representación con respecto al tema del Holocausto en los términos más radicales. El análisis se apoya en una oposición radical entre el lenguaje figurativo y el literal, en la identificación del lenguaje literario con el lenguaje figurativo, en una perspectiva concreta de los efectos peculiares que produce cualquier caracterización figurativa de los acontecimientos reales y en un concepto de lo que son los acontecimientos ‘moralmente extremos’, de los cuales el Holocausto se considera una materialización anormal desde el punto de vista histórico, cuando no única. Lang (1990: 160) argumenta que el genocidio, además de ser un acontecimiento real, un acontecimiento Entramamiento histórico y el problema de la verdad 227 que ocurrió realmente, es también un acontecimiento literal, es decir, un acontecimiento cuya naturaleza le permite servir como paradigma para la clase de sucesos acerca de los cuales sólo nos está permitido hablar de una manera ‘literal’. Lang sostiene que el lenguaje figurativo no sólo se desvía o esquiva la literalidad de la expresión de los acontecimientos, sino que también desvía la atención de las circunstancias acerca de las cuales pretende hablar. Cualquier expresión figurativa, argumenta, añade a la representación del objeto al cual se refiere. Primero, se añade en sí misma (es decir, a través de la figura literaria específica que se usa) y luego añade también la decisión que la presupone (es decir, la elección de usar una figura en vez de otra). El uso del lenguaje figurativo produce una estilización, que dirige la atención hacia el autor o su talento creativo. A continuación, el uso del lenguaje figurativo provoca una ‘perspectiva’ sobre el referente de lo expresado. Sin embargo, al presentarse una perspectiva particular, necesariamente se les cierra el camino a otras. De esa forma, se reducen u oscurecen ciertos aspectos de los acontecimientos (Lang, 1990: 43). En tercer lugar, la clase de lenguaje figurativo que se necesita para transformar en un relato lo que en otro caso sería únicamente una crónica de acontecimientos reales personaliza (humaniza) y generaliza a los agentes y a los tipos de agencia involucrados en esos acontecimientos. Los personaliza mediante la transformación de esos agentes en la clase de sujetos pensantes, volitivos y emotivos con los cuales el lector puede identificarse y tener empatía, como la que se genera con los personajes de las historias de ficción. Los generaliza al representarlos como materializaciones de los tipos de agentes, tipos de agencia, acontecimientos y elementos similares con los que se encuentra el lector en los géneros de la literatura y el mito. En este enfoque del tema, la inadecuación de cualquier representación literaria del genocidio deriva de las distorsiones que efectúa el uso del lenguaje figurativo de los hechos. Frente a cualquier representación meramente literaria de los acontecimientos que constituyen el genocidio, Lang sitúa el ideal de lo que una representación literal de los mismos revela sobre aquello que es su verdadera naturaleza. Merece la pena citar un pasaje algo largo del libro de Lang en el que el autor establece la oposición entre 228 Parte III. Representación y verdades el lenguaje figurativo y el literal como homóloga a la oposición entre el discurso falso y el verdadero: Si [...] [el acto de genocidio] se dirige contra individuos que no provocaron ese acto como individuos, y si el mal que representa el genocidio también refleja un intento deliberado de hacer el mal en principio, conceptualizando un grupo y decidiendo después aniquilarlo, entonces se hacen patentes las limitaciones intrínsecas que tiene el discurso figurativo para la representación del genocidio. En una explicación dada, la representación imaginaria personalizaría incluso acontecimientos que son impersonales y corporativos; deshistorizaría y generalizaría acontecimientos que ocurrieron de manera específica y contingente. Y la disonancia irremediable ahí es evidente. Para un tema que combina históricamente la característica de la impersonalidad con un desafío a la concepción de los límites morales, el intento de personalizarlo, o en este caso, simplemente de añadirle algo, aparece a un tiempo como algo gratuito e inconsistente: gratuito porque lo individualiza, cuando el tema por su propia naturaleza es corporativo; inconsistente porque establece límites, cuando el propio tema los ha negado. El efecto de las adiciones es, por consiguiente, la representación impropia del sujeto y su disminución. Además, al afirmar la posibilidad de perspectivas figurativas alternativas, el autor reafirma el proceso de representación y su propia persona como partes de la representación, lo cual es una mengua aún mayor de lo que, en un tema como el genocidio nazi, es su núcleo esencial. Además de todo esto, una perspectiva “individual” es, en el mejor de los casos, irrelevante. La importancia del significado de ciertos temas pudiera ser demasiado amplia o profunda como para abordarse desde un punto de vista individual [y su significación podría ser] moralmente más imperativa y real que lo que el concepto de posibilidad puede soportar. Con esta presión, la presunción de poder iluminar los acontecimientos, que normalmente se concede prima facie al acto de la escritura (de cualquier escrito), comienza a perder su fuerza (Lang, 1990: 144-145). Además, la escritura literaria y el tipo de escritura histórica que aspira a la condición literaria son especialmente rechazables para Lang, porque en ellos la figura del autor se entromete entre la cosa que debe representarse y la representación de la misma. La figura del autor se debe introducir en Entramamiento histórico y el problema de la verdad 229 el discurso como el agente de ese acto de la escritura figurativa sin la cual el sujeto del discurso seguiría siendo impersonal. Puesto que la escritura literaria se despliega a partir de la ficción de que sólo mediante la escritura figurativa se pueden personalizar esos individuos: La consecuencia inevitable es que un tema [...] puede representarse de muchas maneras diferentes y que el tema como tal no tiene ninguna fundamentación necesaria y tal vez ni siquiera real. La afirmación de las posibilidades alternativas [del uso figurativo] [...] sugiere una negación de los límites: no se excluye ninguna posibilidad (Lang, 1990: 146). Ni siquiera la posibilidad del uso figurativo de una persona real como un carácter imaginario o de una no persona o de la representación figurativa de un acontecimiento real como un no acontecimiento Son consideraciones como estas las que llevan a Lang (1990: 146-147) a formular la idea de que los acontecimientos del genocidio nazi son intrínsecamente “opuestos a la representación”, mediante lo cual parecería querernos decir no que no pueden ser representados, sino que son paradigmáticos de la clase de acontecimientos de los cuales sólo se puede hablar de una manera fáctica y literal. De hecho, el genocidio consiste en ocurrencias en los cuales la misma distinción entre ‘acontecimiento’ y ‘hecho’ se disuelve. Lang escribe: Si ha habido alguna vez un hecho “literal” que esté más allá de la posibilidad de fórmulas alternativas, entre las cuales deben contarse siempre la negación o la inversión, está frente a nosotros en el acto del genocidio nazi, y si las consecuencias morales del papel de los hechos necesitan alguna prueba, también se encuentra ante nosotros, nuevamente en el fenómeno del genocidio nazi (Lang, 1990: 157-158). Es la suprema actualidad y literalidad de este acontecimiento lo que, en opinión de Lang, demanda el esfuerzo por parte de los historiadores de representar acontecimientos reales “directamente [...], inmediatamente y sin alterarlos”, en un lenguaje purgado de toda metáfora, tropo y figuración. De hecho, lo que establece el índice diferencial entre el “discurso histórico”, por un lado, y la “representación imaginativa y su espacio figurativo”, por el otro: 230 Parte III. Representación y verdades Como quiera que se elabore [la distinción entre historia y ficción], el hecho del genocidio nazi es un hito que separa el discurso histórico del proceso de representación ficticio, tal vez no de manera única, pero de manera tan cierta como podría haberlo hecho o fuera capaz de hacerlo cualquier hecho (Lang, 1990: 158-159). Me he detenido en el argumento de Lang porque creo que nos lleva al umbral de muchas discusiones contemporáneas concernientes a la posibilidad de representar el Holocausto y el valor relativo de los diversos modos de representación. Lang dirige su objeción al uso de este acontecimiento como fuente para una representación meramente literaria entre las novelas y la poesía, y puede fácilmente extenderse para incluir el tipo de historiografía belletrista que se caracteriza por su estilo literario y lo que los clubes de lectura llaman buena escritura. Pero debe, igualmente, por implicación, extenderse para incluir cualquier tipo de historia narrativa, lo que quiere decir cualquier intento por representar el Holocausto como historia. Y esto obedece a que si toda historia debe tener una trama y si cada entramado es un modo de figuración, se sigue que cada narrativa del Holocausto —sin importar cuál sea su modo de entramamiento— es susceptible de ser condenada por las mismas razones que cualquier representación literaria del mismo acontecimiento. Sin duda, Lang argumenta que aunque la representación histórica puede “hacer uso de los medios narrativos y figurativos” no “depende esencialmente de esos medios”. De hecho, en su enfoque, el discurso histórico se fundamenta en “la posibilidad de representación directa, inmediata e inalterada de su objeto, si no en principio, al menos sí en sus efectos” (1990: 156). Ello no quiere decir que los historiadores puedan ocupar la posición del realista ingenuo o de quien meramente busca información, ni que deban intentarlo. El asunto es más complejo. Porque lo que Lang señala es que lo que se demanda de quienquiera que escriba acerca del Holocausto es una actitud, enfoque o disposición que no sea ni objetiva ni subjetiva, ni la del científico social provisto de una metodología y una teoría, ni la del poeta que intenta expresar una reacción “personal”10. En 10 Véase Milton (1990: 27) para algunos comentarios perspicaces acerca del esfuerzo de los escritores jóvenes que, al carecer de cualquier experiencia directa sobre el Entramamiento histórico y el problema de la verdad 231 efecto, en la introducción a Act and Idea, Lang invoca la idea de Roland Barthes de la “escritura intransitiva” como un modelo de la clase de discurso apropiado para la discusión de las cuestiones filosóficas y teóricas que surgen de la reflexión sobre el Holocausto. A diferencia de la clase de escritura pensada para ser “leída a través de sí [...] diseñada para que los lectores vean lo que de otra forma se contemplaría de una manera distinta o tal vez no se vería en absoluto”, la escritura intransitiva “niega las distancias existentes entre el escritor, el texto y aquello de lo cual se escribe y, finalmente, con el lector”. En la escritura intransitiva: Un autor no escribe para proporcionar acceso a algo independiente del autor y del lector, sino que “se escribe a sí mismo” [...] En la explicación tradicional [del acto de escribir], el escritor se concibe al inicio como alguien que mira un objeto con ojos ya expectantes, modelados, y luego como alguien que lo representa en su propia escritura habiéndolo visto. Para el escritor que se escribe a sí mismo, la escritura se convierte en sí en el medio a través del cual puede ver o comprender; no en el espejo de algo independiente, sino en un acto y en un compromiso, en un hacer o crear, más que en una reflexión o descripción (Lang, 1990: xii). Lang recomienda explícitamente la escritura intransitiva (y también el habla intransitiva) como apropiada para los judíos por separado que, de la misma manera que en el recuento del Éxodo en Pesach11, “deberían contarnos la historia del genocidio como si hubieran pasado por esa experiencia”, como un ejercicio de autoidentificación específicamente judío en su naturaleza (Lang, 1990: xiii). Pero la sugerencia adicional es que 11 232 Holocausto, intentan de todas formas convertirlo en algo ‘personal’. El artículo es una crítica bibliográfica sobre la compilación de David Rosenberg (1990). Milton subraya la “paradoja evidente que se encuentra en el núcleo de cualquier antología que ofrezca rememorar el genocidio con tranquilidad”. Continúa para alabar solo aquellos ensayos en los cuales “lejos de pretenderse que se ha llegado a entender pacíficamente el Holocausto […] destacan la extrañeza que necesariamente sienten sus autores. De hecho [agrega] puesto que la subjetividad y la oblicuidad son los únicos enfoques posibles”, los mejores ensayos de la colección son aquellos que “hacen una virtud del ser subjetivos y oblicuos”. (N. del T.) Pascua judía en la que se conmemora el éxodo de los hebreos de Egipto. Parte III. Representación y verdades el producto de la escritura intransitiva o, lo que es lo mismo, el discurso que niega la distancia, podría servir como modelo para cualquier representación del Holocausto, sea una representación histórica o de ficción. Y precisamente me gustaría concluir con una reflexión acerca de las formas en las cuales la idea de escritura intransitiva podría servirnos como técnica para resolver muchas de las cuestiones que surgen de la representación del Holocausto. Primero, me gustaría observar que Berel Lang invoca la idea de escritura intransitiva sin señalar que Barthes la usó para caracterizar las diferencias entre el estilo dominante de la escritura modernista y el del realismo clásico. En su ensayo titulado Escribir: ¿un verbo intransitivo?, Barthes se pregunta si el verbo ‘escribir’ se puede convertir en uno intransitivo y, si es así, cuándo ocurre. La pregunta se hace dentro del contexto de una discusión sobre la diátesis (voz) con el propósito de concentrar la atención en las diferentes clases de relación en que un agente se puede encontrar con respecto a una acción. Señala que aunque los lenguajes modernos indoeuropeos ofrecen dos posibilidades para expresar esta relación, otros lenguajes ofrecen una tercera posibilidad, que se expresa, por ejemplo, en el griego antiguo mediante la “voz intermedia”. Mientras que en las voces pasiva y activa el sujeto del verbo se presume que es externo a la acción, como agente o como sufriente, en la voz intermedia el sujeto se presume que es interno a la acción12. Concluye a continuación que en la vanguardia o modernismo literario el verbo ‘escribir’ no connota ni una relación pasiva ni una activa, sino una intermedia13. Barthes (1994: 32) dice: 12 13 Como, por ejemplo, en las acciones ‘performativas’ como las de prometer o jurar. En acciones de ese tipo, en las cuales los agentes parecen actuar sobre sí, el uso de la voz intermedia permite evitar la idea de que el sujeto se encuentra divido en dos mitades, es decir, en un agente que administra el juramento y en un paciente que lo ‘toma’. Es por ello que en el griego de Ática se expresa la acción de redactar un juramento en la voz activa (logou poiein) y la de tomar juramento no en pasiva, sino en la voz intermedia (logou poiesthai). Barthes (1994: 30-31) da el ejemplo del thuein, de la ofrenda de un sacrificio para otro (activa), frente a la thuesthai, la ofrenda de un sacrificio para uno mismo (intermedia). (N. del E.) En inglés se usa el término literary modernism para designar el momento de ruptura y experimentación estética que caracterizó la producción literaria y Entramamiento histórico y el problema de la verdad 233 Así pues, en este écrire medio, la distancia entre el que escribe y el lenguaje disminuye asintomáticamente. Incluso se podría llegar a decir que las escrituras de la subjetividad, como la escritura romántica, son las que son activas, puesto que en ellas el agente no es interior, sino anterior al proceso de la escritura: el que escribe no escribe por sí mismo, sino que, como término de una procuración indebida, escribe por una persona exterior y antecedente (incluso cuando ambos llevan el mismo nombre), mientras que, en el escribir medio de la modernidad, el sujeto se constituye como inmediatamente contemporáneo de la escritura, efectuándose y afectándose por medio de ella: un caso ejemplar es el narrador proustiano, que tan sólo existe en cuanto está escribiendo, a pesar de la referencia a un seudorrecuerdo. Obviamente, esta es sólo una de las muchas diferencias que distinguen la escritura vanguardista de su contraparte realista decimonónica. Pero esa diferencia indica una manera nueva y diferenciada de imaginar, de describir y de conceptualizar las relaciones que se observan entre agentes y actos, sujetos y objetos, una afirmación y su referente. De hecho, entre los niveles figurativos y literales del discurso y, por lo tanto, entre el discurso fáctico y el de la ficción. Lo que la vanguardia contempla, en la explicación de Barthes, es nada menos que un orden de la experiencia que está más allá, o que es anterior, a aquello expresable en las clases de oposiciones que nos vemos obligados a trazar (entre la agencia y la paciencia, la subjetividad y la objetividad, la literalidad y la representación figurativa, el hecho y la ficción, la historia y el mito, y otras similares) en cualquier versión del realismo. Ello no implica que esas oposiciones no se puedan usar para representar algunas relaciones de la realidad, sino sólo que esas relaciones entre las entidades designadas por términos polarizados puede que no sean oposicionales en ciertas formas de experimentar el mundo. Lo que quiero decir se expresa muy bien en la explicación que da Jacques Derrida de su concepto de différance, que usa también la idea de la voz intermedia para expresar lo que quiere transmitir el filósofo. Derrida escribe: artística desde finales del siglo xix hasta el primer tercio del siglo xx. Por lo general en español se usa el concepto de vanguardia histórica. 234 Parte III. Representación y verdades La différance no es simplemente activa (como tampoco es una acción subjetiva). Más bien indica la voz intermedia, que precede y establece la oposición entre pasividad y actividad [...] Y entonces vemos que lo que se designa mediante la différance no es simplemente algo activo o meramente pasivo, sino que lo que anuncia o, más bien rememora, es algo como la voz intermedia, que habla de un acto que no es un acto, que no puede pensarse ni como pasión ni como acción de un sujeto sobre un objeto; no puede pensarse como algo que comienza desde un agente o desde un paciente, o sobre la base de cualquiera de estos términos o a la vista de ellos. Y la filosofía tal vez comenzará con la distribución de la voz intermedia, que expresa una cierta intransitividad, dentro de las voces activa y pasiva, y se haya constituido a sí misma a través de esa represión (1973: 130)14. Cito a Derrida como representante de una concepción vanguardista o modernista del proyecto de la filosofía que se funda en el reconocimiento de las diferencias entre una experiencia distintivamente modernista del mundo (¿o es la experiencia de un mundo distintivamente modernista?) y las nociones de representación, conocimiento y significado que prevalecen en el marco del ‘realismo’ dominante. Y lo hago con el propósito de sugerir que la clase de anomalías, enigmas y callejones sin salida que encontramos en nuestras discusiones sobre la representación del Holocausto son el resultado de una concepción del discurso que le debe demasiado a un realismo que es inadecuado para la representación de acontecimientos como el Holocausto, que son por sí mismos ‘modernistas’ en su naturaleza15. 14 15 (N. de E.) En español, el texto de Derrida aparece como “La Diferencia” en Márgenes de la filosofía (Madrid: Cátedra, 1989). La versión en castellano no reproduce el pasaje citado. (N. de E.) Véase la introducción de Saul Friedländer en el libro Hitler and the Final Solution de Gerald Fleming (1984), en la que escribe: “Sólo en el nivel limitado de análisis de las políticas nazis parece ser posible una respuesta al debate entre los distintos grupos. En el nivel de la interpretación general, sin embargo, permanecen las dificultades reales. El historiador que no padece de obcecación conceptual o ideológica reconoce fácilmente que es la política nazi antisemita y antijudía del Tercer Reich la que le da al nazismo su carácter sui generis. Como consecuencia de este hecho, las investigaciones sobre la naturaleza del nazismo adquieren una nueva dimensión que lo hace inclasificable […] Sin embargo, si se admite que el problema judío estaba en el centro, era la propia esencia del sistema, muchos [de los estudios sobre la Solución Final] pierden su coherencia, y la historiografía se enfrenta con un enigma que desafía Entramamiento histórico y el problema de la verdad 235 El concepto de vanguardismo o modernismo cultural es relevante para la discusión en tanto refleja una reacción, cuando no un rechazo, a los grandes esfuerzos de los escritores del siglo xix, fueran historiadores o escritores de ficción, por representar la realidad ‘realistamente’, en donde la realidad se entiende que significa historia y que realistamente se entiende que significa el tratamiento como historia no sólo del pasado, sino también del presente. De esta forma, por ejemplo, en Mimesis, un estudio de las historia de la idea de la representación realista en la cultura occidental, Erich Auerbach caracteriza “los fundamentos del realismo moderno” en los siguientes términos: El tratamiento grave de la realidad corriente, el ascenso de grupos humanos amplios y de bajo nivel, por un lado, hasta convertirse en temas de representación problemático-existencial, y, por otro lado, la inclusión de personas y sucesos cualesquiera y vulgares, en el curso global de la historia de la época, constituyen, según creemos, las bases sacadas del fundamento históricamente móvil, del realismo moderno (Auerbach, 1979: 463). Desde esta perspectiva, la versión modernista del proyecto realista se podría pensar que consiste en un rechazo radical de la historia, de la realidad como historia y de la conciencia histórica misma. Pero Auerbach estaba preocupado por mostrar las continuidades y también las diferencias entre realismo y modernismo. Por ello, en una exégesis famosa de un pasaje del libro de Virginia Wolf, Al faro, Auerbach (1979: 493-498) identifica, entre las “características distintivas estilísticamente” de ese “modernismo” ejemplificado por el pasaje, las siguientes: 1. La desaparición del “escritor como narrador de hechos objetivos; prácticamente todo lo que se afirma aparece mediante una reflexión en la conciencia de los dramatis personae”. 2. La disolución de cualquier “punto de vista [...] que quede fuera de la novela y desde el cual se puedan observar las personas y los acontecimientos […]”. las categorías interpretativas normales. Sabemos en detalle lo que ocurrió, sabemos la secuencia de acontecimientos y su probable interacción, pero la dinámica profunda del fenómeno se nos escapa” (cursiva fuera del texto original). 236 Parte III. Representación y verdades 3. El predominio de un “tono de duda y cuestionamiento” en la interpretación del narrador de aquellos eventos que aparentemente se describen de una manera “objetiva”. 4. El entramamiento de instrumentos tales como el “erlebte Rede, la corriente de la conciencia, el monologue intérieur” con “finalidades estéticas” que “oscurecen y obliteran la impresión de una realidad objetiva completamente conocida para el autor […]”. 5. El uso de nuevas técnicas para la representación de la experiencia del tiempo y de la temporalidad, es decir, el uso de la “ocasión fortuita” para desatar los “procesos de la conciencia” que permanecen desconectados de un “sujeto específico del pensamiento”; para la eliminación de la distinción entre tiempo “exterior” e “interior”; y para la representación de “acontecimientos”, no sólo como “episodios sucesivos de un relato”, sino como eventos casuales. La anterior es una caracterización tan buena como la que podríamos encontrar en lo que Barthes y Derrida podrían llamar el estilo de la “expresión mediante la voz intermedia”. La caracterización de Auerbach del modernismo literario no quiere decir que la historia no pueda representarse realistamente por más tiempo, sino más bien que las concepciones de la historia y del realismo han cambiado. El modernismo sigue estando preocupado con la representación de la realidad ‘realistamente’ y todavía identifica realidad con historia. Pero la historia a la que se enfrenta el modernismo no es la contemplada por el realismo decimonónico. Y ello se debe a que el orden social que es el sujeto de la historia modernista se ha sometido a una transformación radical, a un cambio que permitió la cristalización de la forma totalitaria que la sociedad occidental asumió en el siglo xx. Contemplado de esa forma, la vanguardia o el modernismo cultural se debe ver simultáneamente como un reflejo y una respuesta frente esta nueva realidad. Por consiguiente, podemos reconocer las afinidades de forma y contenido entre el modernismo literario y el totalitarismo social, pero sin que ello implique necesariamente que el modernismo es una Entramamiento histórico y el problema de la verdad 237 expresión cultural de la manifestación fascista del totalitarismo social16. De hecho, es posible otra perspectiva de la relación entre modernismo y fascismo: la vanguardia literaria sería producto de un esfuerzo por representar una realidad histórica para la cual los modos de representación realistas clásicos, más antiguos, eran inadecuados, al estar basados en experiencias diferentes de la historia o, más bien, en experiencias de una ‘historia’ diferente. No hay duda de que la vanguardia es inmanente al realismo clásico, de la misma manera en la cual el nazismo y la Solución Final fueron inmanentes a la estructura y las prácticas del Estado nación decimonónico y a la relaciones sociales de producción de las cuales el Estado era expresión política. Mirándolo de esta forma, el modernismo aparece, sin embargo, menos como un rechazo al proyecto realista y una negación de la historia y más como una anticipación de una nueva forma de realidad histórica. Una realidad que incluiría, entre sus aspectos supuestamente inimaginables, impensables e inenarrables el fenómeno del hitlerismo, la Solución Final, la guerra total, la contaminación nuclear, la hambruna masiva y el suicidio ecológico; un sentido profundo de la incapacidad de nuestras ciencias para explicar esos fenómenos y aún más para controlarlos o contenerlos, y una conciencia creciente de la incapacidad de nuestros modos tradicionales de representación incluso para describirlos adecuadamente. Todo ello sugiere que los modos modernistas de representación pueden ofrecer posibilidades de representación de la realidad del Holocausto y también de las experiencias del mismo que ninguna versión del realismo podría ofrecer. De hecho, podemos seguir la sugerencia de Lang de que la mejor forma de representar el Holocausto y la experiencia acerca del mismo podría ser perfectamente una clase de “escritura intransitiva” que no tenga ninguna pretensión con respecto al tipo de realismo al que aspiraban los escritores e historiadores del siglo xix. Pero tendremos que considerar que por escritura intransitiva debemos indicar algo similar a la relación que se tiene con un acontecimiento, expresada mediante la voz 16 238 Este es el enfoque que defiende Fredric Jameson y que enuncia más explícitamente en Fables of Aggression: Wyndham Lewis, the Modernist as Fascist (1979). Es un lugar común de las interpretaciones izquierdistas del modernismo. Parte III. Representación y verdades intermedia. Ello no quiere decir que tengamos que abandonar el esfuerzo por representar el Holocausto de manera realista, sino más bien que nuestra noción de lo que constituye una representación realista se debe revisar para tener en cuenta las experiencias que pertenecen únicamente a nuestro siglo y para las cuales los antiguos modos de representación han demostrado ser inadecuados. Debería añadir que no creo que el Holocausto, la Solución Final, la Shoah, el Churban o el genocidio alemán de los judíos sean más irrepresentables que cualquier otro acontecimiento de la historia humana. Lo único es que su representación, ya sea en la historia o en la ficción, requiere la clase de estilo, el estilo modernista, que se desarrolló con el propósito de representar el tipo de experiencias que el modernismo social hizo posible; la clase de estilo que encontramos en numerosos escritores modernistas, entre los cuales podemos llamar a Primo Levi como ejemplo. En El sistema periódico, Levi (1988: 234) comenzó el capítulo llamado Carbono con el siguiente escrito: El lector, al llegar a este punto, se habrá dado cuenta de sobra de que éste no es un tratado de química. Mis pretensiones no llegan a tanto, “ma voix est faible, et même un peu profane”. Ni tampoco es una autobiografía, sino dentro de los límites parciales y simbólicos donde cabe considerar como autobiografía cualquier escrito, es más cualquier obra humana. Pero historia, en cierto modo, sí lo es. Es, o habría pretendido ser, una microhistoria, la historia de un oficio y de sus fracasos, triunfos y miserias, como le gustaría contarla a cada cual cuando siente, a punto de concluirse, el arco de la propia carrera, y el arte deja de ser largo. Levi continúa contándonos la historia de un átomo ‘particular’ de ‘carbono’, que se convierte en una alegoría (como lo expresa el autor, “esta historia, completamente arbitraria, es, no obstante, verdadera”): Pero voy a contar en cambio solamente una historia más [nos dice], la más secreta, y la voy a contar con la humildad y el comedimiento de quien sabe desde el principio que su asunto es desesperado, sus medios débiles y el oficio de revestir los hechos con palabras condenado al fracaso por su misma esencia (Levi, 1988: 251). Entramamiento histórico y el problema de la verdad 239 La historia que nos cuenta es la de un átomo de carbono que termina dentro de un vaso de leche que él, Levi, se bebe; entonces migra a una célula de su propio cerebro, del sujeto que escribe, “y la célula en cuestión, y dentro de ella el átomo en cuestión, escribiendo, se encarga de mi labor de escribir, en un gigantesco y minúsculo juego que nadie ha descrito todavía”. Juego que describe con las siguientes palabras: Es la célula que en este instante, surgiendo de un entramado laberíntico de síes y noes, hace a mi mano, sí, correr sobre el papel en una determinada dirección y dejarlo marcado con esta voluta que son signos: un doble disparo, hacia arriba y hacia abajo, entre dos niveles de energía, está guiando esta mano mía para que imprima sobre el papel este punto: éste (Levi, 1988: 252). 240 Parte III. Representación y verdades Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma1 Eric L. Santner E ncuentro cada vez más difícil reflexionar sobre los límites teóricos y éticos de las representaciones históricas y artísticas del nazismo y la Solución Final sin pensar también en los acontecimientos recientes en Europa Central y, sobre todo, acerca de la unificación de las dos Alemanias. Si las historias que uno cuenta sobre el pasado (y, más específicamente, sobre cómo uno llega a ser lo que es o piensa que es) son, en cierta medida, determinadas por las necesidades sociales, psicológicas y políticas actuales del narrador y su audiencia, entonces los desarrollos radicales que han tenido lugar en Europa en los últimos años no pueden sino influenciar poderosamente el repertorio de las representaciones de los eventos y fenómenos de los cuales nos ocupamos aquí. El lector podría recordar la preocupación de Elie Wiesel2 (1989) sobre el lugar que ocupa una fecha en particular, el 9 de noviembre, en la imaginación histórica de la sociedad alemana contemporánea. La fecha del Kristallnacht (La noche de los cristales rotos), así como la de la primera fractura del Muro de Berlín cincuenta años después, aparentemente han llegado a ser un sitio 1 2 Traducción de Francisco Ortega y Carlos Andrés Barragán. Algunas respuestas desde Alemania a los comentarios de Wiesel se pueden encontrar en Die Zeit (1989, diciembre 22: 12). Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 241 de batalla entre narrativas que compiten3. La historia de la destrucción de la comunidad judía europea, la cual entró en una nueva etapa con las masacres del Kristallnacht, ha sido desplazada —o al menos esta fue la preocupación de Wiesel— por una narrativa muy diferente: la historia de la lucha alemana contra el marxismo-leninismo y el triunfo final sobre éste. En cierto sentido la pregunta que Wiesel se hace es esta: ¿Podrán los cristales rotos de 1938 ser enterrados y, si así fuera, metamorfoseados bajo el enorme peso del colapso del concreto en noviembre de 1989? Aquellos que están familiarizados con la escena política y cultural de Alemania Occidental en las décadas de los años setenta y ochenta reconocerán, en el enorme esfuerzo sobre la inscripción de la narrativa de esta época en particular, los contornos de un proceso que cada vez más vienen a ocupar la imaginación histórica alemana y la inconsciencia política durante más o menos la última década 4. Este proceso podría ser descrito como una serie de reajustes y reordenamientos nemónicos desarrollados en el marco de rituales públicos, narrativas y otras diversas formas de producción cultural donde fechas, eventos, conceptos, lugares, instituciones y agentes históricos se encuentran disponibles nuevamente para la inversión libidinal5. 3 4 5 242 Incluso antes de 1938, el 9 de noviembre estaba, por supuesto, sobredeterminado por eventos históricos en Alemania: el 9 de noviembre de 1918 fue el día del comienzo oficial de la república de Weimar; el 9 de noviembre de 1923 fue el día que Hitler fracasó en su célebre Putsch (acuartelamiento); los pogromos del Kristallnacht fueron conectados a conmemoraciones nazis de este último evento. El lugar de las fechas traumáticas en la imaginación histórica y los procedimientos textuales y poéticos por los cuales su inscripción es facilitada o bloqueada, son algunos de los temas centrales en la obra Der Meridian de Paul Celan, ganadora del premio Buchner. En ella, Celan (1999: 505) se pregunta, sin duda pensando en la fecha de la conferencia Wannsse: “¿Se puede decir tal vez que en cada poema queda grabado su ‘20 de enero’? ¿Es, tal vez, la novedad de los poemas que se escriben hoy precisamente eso: que en ellos se intenta con toda claridad que esas fechas queden en el recuerdo?”. En este contexto recuerdo el monólogo final de André Heller en la obra Our Hitler, de Hans-Jürgen Syberberg. Allí Hellerm, hablándole a una marioneta que representa a Hitler, enuncia algunas de las cosas ya no disponibles para la inversión libidinal en la Alemania de postguerra: “Usted se llevó nuestros atardeceres, los atardeceres de Caspar David Friedrich. A usted hay que culpar de que ya no podamos mirar un Parte III. Representación y verdades Quizás el ritual público más notorio al respecto fue la ceremonia de reconciliación escenificada en Bitburg en mayo de 1985, un subtexto que pareciera involucrar no sólo la igualación de todas la víctimas de la guerra sino, más insidiosamente, una reposición de la ss dentro de la narrativa de la larga lucha de ‘Occidente’ contra el bolchevismo. En el curso de los siguientes dos años, esta tendencia general y orientación de los reajustes nemónicos llegó a ser el tema central en el Historikerstreit, un evento discursivo que no ha dejado de tener repercusiones en lo que se piensa de la historia alemana reciente y, tal vez más importante, en lo que se piensa sobre el ambiguo y a menudo dudoso papel del historiador en el proceso de formación de una identidad nacional6. Los detalles de este debate son bien conocidos y no van a ser presentados de nuevo aquí. Me gustaría simplemente anotar cómo ha aparecido un cierto ‘fetichismo narrativo’ en esta controversia. 6 campo de granos sin pensar en usted. La vieja Alemania usted la convirtió en kitsch con sus trabajos simplificantes y pinturas campesinas. A usted hay que culpar de que nosotros hayamos perdido el orgullo de los restaurantes [Stolz der Gasthäuser]; de que la gente sea conducida a lugares de comida rápida por miedo a que ellos todavía puedan amar su trabajo y otra cosa distinta al dinero, el daño más perjudicial de todos; la única cosa con la que usted nos dejó, desde que ocupó y corrompió todo con sus acciones. Todo, honor, lealtad, la vida en el campo, el trabajo duro, las películas, dignidad, la patria, el orgullo, la fe… Las palabras ‘magia’ y ‘mito’, ‘servir’ y ‘gobernar’, líder (Führer), ‘autoridad’ están arruinadas, están ausentes, exiliadas al tiempo eterno” (Syberberg, 1982: 241). (N. del E.) El Historikerstreit o debate de los historiadores, se refiere a una polémica que se llevó a cabo durante la década de los años ochenta en la antigua República Federal de Alemania, y que se centró en el significado del período nazi y la Solución Final (la política deliberada de exterminio sistemático de los judíos europeos durante el período nazi) para la Alemania contemporánea. El debate comenzó como reacción a un artículo publicado en junio 6 de 1986 por el historiador revisionista Ernst Nolte en la prestigiosa Frankfurter Allgemeine Zeitung con el título El pasado que no quiere pasar. En ese texto Nolte argumenta que los crímenes nazis hay que entenderlos como reacción a la “barbarie asiática” de la Unión Soviética y no como parte integral de la historia alemana. Otros historiadores como Andreas Hillgruber y Michael Sturmer defendieron posiciones similares. A esa posición se opuso vehemente el filósofo alemán Jürgen Habermas y otros intelectuales alemanes, quienes impugnaron a Nolte y a los revisionistas por acomodar la historia alemana para no asumir las responsabilidades históricas. El debate continuó a lo largo de la década e implicó a otros historiadores y críticos alemanes y de otros países. Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 243 Con fetichismo narrativo quiero decir la construcción y explotación de una narrativa diseñada, consciente o inconscientemente, para eliminar las trazas del trauma o pérdida y que en primera instancia originaron la narrativa y le dieron sentido. El uso de la narrativa como fetiche puede ser contrastado con el modo muy diferente de comportamiento simbólico que Freud llamó Trauerarbeit o ‘trabajo de duelo’. Ambos, el fetichismo narrativo y el duelo, son respuestas a una pérdida, a un pasado que rehúsa desaparecer debido a su impacto traumático. El trabajo de duelo es un proceso de elaboración e integración de la realidad de una pérdida o choque traumático recordándolo y repitiéndolo simbólica y dialógicamente —en dosis mediáticas—; es un proceso de trasladar, figurar e imaginar una pérdida y, como lo hace notar Dominick LaCapra, puede incluir “una relación entre lenguaje y silencio que es, de alguna manera, ritualizada” (LaCapra, 1992: 108-127). El fetichismo narrativo, por el contrario, es la forma como toda inhabilidad o rechazo al duelo trama los eventos traumáticos; es una estrategia de deshacer, en fantasía, la necesidad de duelo que estimula una condición de invulnerabilidad y sitúan, típicamente, el lugar y origen de la pérdida en otra parte. El fetichismo narrativo lo libera a uno de la carga de tener que reconstituir la identidad de sí mismo en condiciones ‘postraumáticas’; en el fetichismo narrativo el post se pospone indefinidamente. Aquí, por supuesto, se podría decir que no es realista, y que quizás puede representar una especie de error categórico, esperar que la historiografía pueda o deba desempeñar un Trauerarbeit. Los historiadores, después de todo, pugnan por la maestría intelectual y no psíquica de los eventos. En este contexto, recordaría la deconstrucción que hace LaCapra (1992) de esta oposición entre la maestría intelectual y psíquica, entre dimensiones de representación cognitivas y afectivas, aproximaciones “científicas” y “míticas” o “ritualizadas” al pasado. Como lo sugiere la lectura de LaCapra acerca del debate de los historiadores, se podría argumentar que debido a los tipos e intensidades de dinámicas transferenciales que genera, un evento traumático es por definición aquel que involucra al historiador en labores de administración psíquica. Cualquier registro histórico de tal evento incluirá, en otras palabras, implícita o explícitamente, una explicación de lo que podría ser llamado el contexto de supervivencia del historiador. Tal explicación contendría, de modo 244 Parte III. Representación y verdades característico, los esfuerzos por diferenciar y distanciar su propia moral y sus disposiciones políticas y psicológicas de aquellas asociadas con el evento traumático. El afecto, estilo y velocidad con los que se efectúa este trabajo de diferenciación es a menudo una indicación de la intensidad de las relaciones transferenciales que continúan atando al historiador con el trauma. La dinámica transferencial, por otra parte, variará radicalmente de acuerdo con las características del contexto de supervivencia en particular o, para citar a LaCapra una vez más, según la posición particular del historiador sobre el tema. Las relaciones transferenciales de un historiador alemán no judío con el nazismo y la Solución Final se diferenciarán enormemente de aquellas de un historiador israelí sobre los mismos acontecimientos. Y es cierto que no solamente los antecedentes culturales o de nacionalidad, sino también la edad del historiador y su distancia en el tiempo sobre los acontecimientos en cuestión, jugarán un papel significativo en la definición de la posición sobre el tema 7. Pero quisiera argumentar que en el centro de cualquier elaboración de supervivencia está el trabajo de duelo. En este momento debería estar claro que mi principal inquietud en el presente contexto son las tareas y las cargas del duelo que aún continúan afectando e interrumpiendo, como si existieran, los procesos de formación de identidad en la Alemania de posguerra. En otras palabras, me preocupo aquí con el proyecto y dilema de elaborar una identidad nacional y cultural alemana posholocausto. Los alemanes se enfrentan con la tarea paradójica de tener que constituir su ‘alemanidad’ siendo conscientes 7 Así, por ejemplo, Friedländer ha señalado el hecho de que la mayoría de los participantes en el Historikerstreit son miembros de la generación “hj”, es decir de la generación que habría pasado a través de la formativa experiencia de la juventud Hitler. Véase la correspondencia publicada entre Friedländer y Broszat “Urn die Historisierung des Nationalsozialismus” en Vierteljahrshefte fur Zeitgeschichte (1988, abril: 339-372). La traducción al inglés de la correspondencia puede encontrarse en Broszat & Friedländer (1988: 85-126). En este contexto, la infame declaración de Helmut Kohl sobre la “gracia del nacimiento tardío”, puede ser vista como un intento, no simplemente para negar la culpa por los crímenes del nazismo, lo cual es comprensible, sino también para desconocer cualquier relación transferencial con estos eventos y con las responsabilidades que tales relaciones traen consigo. Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 245 de los horrores generados por una producción anterior de identidad nacional y cultural 8. Quizás la caracterización más convincente de Freud sobre el trabajo de duelo sea su discusión en Más allá del principio de placer, del juego fort-da que él observó en el comportamiento de su nieto de año y medio de edad. En este juego se ve que el niño sabe perfectamente del sufrimiento por la separación de su madre y escenifica su propia actuación de desaparición y regreso con ciertos apoyos que D.W. Winnicott llamaría objetos transicionales. Al darse cuenta de la ausencia de su madre y, en un sentido más general, por el despertar de su conciencia sobre un intervalo entre él y su madre que abre toda una gama de impredecibles y potencialmente posibilidades traicioneras, el niño restablece la apertura de aquel abismal intervalo dentro del espacio de un ritual primitivo controlado. El niño está traduciendo, por decirlo así, su narcisismo fragmentado (el cual podría de otra forma imponer un riesgo psicótico —el riesgo de desintegración sicológica—) a ritmos formalizados de comportamiento simbólico. Gracias a este procedimiento, él es capaz de administrar en dosis controladas la ausencia por la cual se duele. La capacidad de dosificar y representar la ausencia por medio de figuras sustitutivas arrancándolas de lo que podría llamarse su ‘significado trascendental’, es lo que permite al niño evitar un colapso psicótico y transformar su perdido sentido de omnipotencia en una forma más elaborada de agencia. El trabajo de duelo ejercido en el juego fort-da ha traído tanta atención en la teoría literaria y crítica reciente debido a que despliega muy claramente la forma en que el ser humano se constituye a sí mismo a partir de las ruinas de su propio narcisismo 9. 8 9 246 Para una discusión completa sobre los temas de duelo en la Alemania de postguerra véanse los trabajos de Mitscherlich & Mitscherlich (1973) y Santner (1990). Sin duda esta caracterización del juego fort-da es una caricatura primitiva de una escena primaria para alcanzar un acuerdo con la diferencia. La separación y la entrada al orden del lenguaje y la cultura pueden ser un proceso acompañado por una gran alegría y exuberancia. Esto significa que en un ambiente lo “suficientemente bueno”, para usar la frase de Winnicott, los riesgos psíquicos y los conflictos asociados con encuentros tempranos con la diferencia y con la no afinidad pueden ser contenidos y transformados en logros positivos. Parte III. Representación y verdades La dosificación de un cierto elemento negativo —tanático— como una estrategia para dominar una pérdida traumática y real es fundamentalmente un procedimiento homeopático. En tal procedimiento, la introducción controlada de un elemento negativo —simbólico o, en términos médicos, veneno de verdad— ayuda a sanar un sistema infectado por una sustancia venenosa similar. El veneno se convierte en cura porque le da al individuo la capacidad de dominar los potenciales efectos traumáticos de grandes dosis de una sustancia venenosa morfológicamente similar10. En el juego de fort-da es la manipulación rítmica de significantes y figuras, objetos y sílabas que instituyen una ausencia lo que sirve como el veneno que cura. Estas indicaciones son dosis simbólicas controladas de ausencia y renunciación que ayudan al niño a sobrevivir y a adquirir poder (idealmente) por medio de la negatividad de la ausencia de la madre. Para poner estos asuntos en una perspectiva diferente, se podría decir que el trabajo de duelo es la forma como los seres humanos restablecen el régimen del principio de placer en la ocurrencia de un trauma o una pérdida. Dirijo la atención del lector a los comentarios de Freud en Más allá del principio del placer, que aparecen poco después del juego de fort-da, con respecto al comportamiento de Unfallsneurotiker, individuos que han experimentado y luego represado algún trauma, pero que en sus sueños regresan a él una y otra vez. Con respecto a tal compulsión a los sueños repetitivos, Freud dice lo siguiente: Pero tenemos derecho a suponer que [los sueños] contribuyen a otra tarea que se debe resolver antes de que el principio del placer pueda iniciar su imperio. Estos sueños buscan recuperar el dominio {Bewältitung} sobre 10 La obra Organon der rationellen Heilkunde de Hahnemann, publicada originalmente en 1810, continúa siendo la piedra angular de la práctica médica homeopática. Allí leemos por ejemplo: “las sustancias se convierten en remedios y pueden destruir la enfermedad únicamente al despertar ciertas manifestaciones y síntomas, por ejemplo, condiciones de enfermedad artificiales y particulares, que son capaces de eliminar y destruir los síntomas que ya existen, es decir, la enfermedad natural tratada” (Hahnemann, 1982: 24). Más aún, la terapia homeopática “usa en dosis apropiadas en contra de la totalidad de los síntomas de una enfermedad natural una medicina capaz de producir, en el paciente sano, síntomas tan similares como sea posible” (Hahnemann, 1982: 70). Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 247 el estímulo por medio de un desarrollo de angustia cuya omisión causó la neurosis traumática. Nos proporcionan así una perspectiva sobre una función del aparato anímico que, sin contradecir al principio de placer, es, empero, independiente de él y parece más originaria que el propósito de ganar placer y evitar displacer (Freud 1995ñ: 31). Dadas las homologías que Freud subraya entre los síntomas de la víctima del trauma y el comportamiento simbólico del niño en el juego, se puede concluir que estas otras tareas psíquicas más primitivas son las tareas psíquicas de duelo que sirven para constituir el ser y que en algún nivel deben ser reiteradas con todas las experiencias posteriores de pérdida y choque traumático (cabe notar que Freud estaba pensando en el momento de escribir este libro en el gran número de soldados traumatizados que regresaban de la Primera Guerra Mundial) (Freud, 1995: 273-277)11. Los dos, el niño que trata de dominar su separación de la madre y regresa en sueños, y la víctima del trauma que vuelve al sitio del traumatismo, están abocados a una compulsión repetitiva: un esfuerzo por recuperar, en el contexto del comportamiento simbólico, el Angstbereitschaft o alistamiento para sentir ansiedad, ausente durante el choque traumático o la pérdida inicial. Freud pensaba que es la ausencia de afecto —ansiedad— en lugar de la pérdida per se, la que conduce a la traumatización. Hasta que esta 11 248 El estudio más comprensivo de los efectos de trauma masivo en individuos y comunidades es The Broken Connection: On Death and the Continuity of Life de Robert Jay Lifton. Con relación a las tempranas experiencias de pérdida en la niñez y experiencias tardías de pérdida o trauma, el autor explica: “El sobreviviente es alguien que se ha puesto en contacto con la muerte en alguna forma corporal o psíquica y ha permanecido vivo […] La impresión de la muerte consiste en la intrusión radical de una imagen-sentimiento de amenaza o de finalización de la vida. Dicha intrusión puede ser repentina, como en el caso de la experiencia de la guerra o en varias formas de accidentes, o incluso puede tomar con el tiempo una forma gradual” (Lifton, 1979, p. 169). El rango de inaceptabilidad contenido en la imagen es de gran importancia —de prematuridad, de carácter grotesco y absurdidad—. Para ser experimentada, la huella de la muerte debe acudir a imágenes previas, bien sea de muerte actual o de equivalentes de muerte. En ese sentido cada encuentro con la muerte es en sí mismo una reactivación de ‘supervivencias’ tempranas (Lifton, 1970: 169). Parte III. Representación y verdades ansiedad haya sido recuperada y elaborada totalmente, la pérdida continuará representando un pasado que se niega a desaparecer. Al final de este proceso de maestría psíquica, el ego llega a ser, como lo dice Freud en otra parte, “libre y desinhibido” y abierto a una nueva inversión libidinal o, lo que es lo mismo, abierto a relaciones objetuales según el régimen del principio del placer. En el sentido en que lo uso aquí, el fetichismo es, en contraste, una estrategia según la cual uno busca voluntariamente restablecer el principio del placer sin dirigir ni trabajar plenamente aquellas otras tareas que, como Freud insiste, “deben ser logradas antes de que el dominio del principio de placer siquiera comience”. Más que proveer un espacio simbólico para la recuperación de la ansiedad, el fetichismo narrativo ofrece —directa o indirectamente— el raciocinio de que, en primer lugar, no hubo necesidad de la ansiedad. Cuando Ernst Nolte (1986) —para regresar ahora al contexto del debate de los historiadores— pregunta si es “posible que los nazis y Hitler cometieron esta acción ‘asiática’ [la Solución Final] porque se vieron a sí mismos y a otros semejantes a ellos como víctimas potenciales o reales de una acción ‘asiática’ [el gulag]” está, por decirlo así, invitando a sus lectores a localizarse en un lugar —simplemente algún sitio al occidente de Asia— donde puedan sentirse moral y sicológicamente libres, sin amenazas de los traumas y las pérdidas —lo que yo llamo el riesgo psicótico— representados por el nazismo y la Solución Final. Según Nolte, en esta zona mágica al occidente de Asia, el régimen del principio del placer nunca estuvo en peligro. Podemos encontrar un uso fetichista similar de la narrativa en otras contribuciones al debate de los historiadores. En su Zweierlei Untergang, por ejemplo, Andreas Hillgruber, más o menos de manera programática, se propone restablecer la capacidad de sus lectores alemanes de invertir energía emocional libidinalmente e identificarse con los defensores de los territorios de Alemania del Este durante su colapso, aunque estos ‘valerosos’ esfuerzos por frenar las represalias del Ejército Rojo —esfuerzos evocados con considerable placer narrativo— permitieron que la maquinaria de los campos de muerte continuara con toda su fuerza (Hillgruber, 1986). Como lo ha señalado Saul Friedländer al referirse Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 249 a la reinscripción fetichista de Hillgruber de las Wehrmacht (fuerzas armadas) y los eventos de 1944-1945: En la nueva representación, las Wehrmacht llegan a ser las heroicas defensoras de las víctimas amenazadas por el ataque de los soviéticos. Los crímenes de las Wehrmacht no son negados por Hillgruber, aunque él prefiere hablar de la “orgía de revancha” del Ejército Rojo. En tanto que esta orgía de revancha se describe con considerable phatos [...] su origen, de decenas de millones de muertos dejados por las Wehrmacht en los albores de sus ataques contra los vecinos de Alemania —particularmente la Unión Soviética—, no parece volver a entrar en escena con alguna fuerza (Friedländer, 1988: 74-75). Pero incluso en esfuerzos mucho más responsables, en términos morales e historiográficos, de escritura de las historias del nazismo y la Solución Final se puede descubrir una inclinación a reinvocar prematuramente una condición de normalidad; esto es, una condición en la cual el funcionamiento del principio de placer no ha sido significativamente alterado y expuesto al riesgo psicótico. Martín Broszat, al argumentar a favor de estrategias narrativas más vigorosas, plásticas y coloridas para escribir la historia del Nacional Socialismo, lamentó el hecho de que cuando los historiadores vuelven a este período, su capacidad de interpretación empática y lo que él ha llamado el “placer en la narración histórica” (die Lust am geschichtlichen Erzalen) parecen estar bloqueados (1985: 375). Por consiguiente, los argumentos de Broszat sobre la forma de escribir la historia fueron, entre otras cosas, a favor de una cierta preeminencia del principio de placer en la narración histórica aun cuando, paradójicamente, se llegaran a narrar eventos de impacto traumático, los cuales, precisamente, ponen en entredicho el funcionamiento normal de tal principio. La crítica de Friedländer a la exhortación de Broszat al placer de la narrativa será familiar para aquellos que hayan seguido los debates teóricos sobre el problema de representación con respecto al nazismo y la Solución Final. La idea general de esta crítica, como yo la entiendo, es la afirmación de que los eventos en cuestión —el nazismo y la Solución Final— marcan un resquebrajamiento del nor- 250 Parte III. Representación y verdades mal funcionamiento del régimen social y psicológico y, por lo tanto, una incursión en el dominio de la experiencia psicótica que resulta inaccesible a la interpretación empática, la cual no es redimible dentro de una economía del placer de la narrativa 12. Finalmente, me gustaría discutir muy brevemente cómo la dinámica del fetichismo narrativo funciona en el ámbito de la producción cultural donde interactúan el placer visual y el narrativo, específicamente en el cine13. Tomo mi ejemplo de la extraordinariamente exitosa serie fílmica Heimat (Patria) de Edgar Reitz, la cual fue exhibida por primera vez en la televisión alemana en el otoño de 1984. Esta serie es importante por toda clase de razones que no voy a mencionar aquí14. En el contexto actual, sin embargo, es especialmente interesante notar que uno de los efectos 12 13 14 Véase una vez más la correspondencia entre Broszat y Friedländer (1988). En su segunda carta, Friedländer se refiere a la observación de Jürgen Habermas (1987b: 163) que parece identificar lo que he estado caracterizando como la capa psicótica de estos eventos: “Algo pasó [en Auschwitz] que para aquel tiempo nadie había pensado que fuese posible. Un profundo estrato de solidaridad entre todo lo que soporta un semblante humano […] Auschwitz ha alterado las condiciones para la continuidad de la vida histórica, no solo en Alemania”. Como lo ha demostrado Christopher Browning al referirse a la escritura de la historia del perpetrador, la empatía y algún cierto tipo de narrativa de placer puede ser útil para la tarea de recuperar detalles importantes de la historia experiencial de participantes en el asesinato colectivo. Pero, tal y como lo sugiere la conclusión de Browning, incluso los miembros del Batallón 100 de la Policía de Reserva —el tema inmediato de su estudio— se acercaron a un punto en el cual el horror y la repulsión se detuvieron y la matanza llegó a ser aceptable. Ahí, sin embargo, termina la historia de Browning. Y ahí, quizás, la narrativa de representación en la cual Browning está interesado encuentra sus límites, a pesar de su llamado a “todo lo demasiado humano”. En otras palabras, la narrativa de Browning pudo ser guiada por la empatía, en tanto que un cierto grado de resistencia moral y psíquica a la matanza por parte de los perpetradores continuara accesible al historiador. Donde los residuos de tal resistencia han sido represados o eliminados lo suficiente, la empatía parece haber encontrado sus límites (Browning, 1992: 22-36). Las anteriores observaciones han sido conformadas por una lectura de análisis feministas sobre el voyerismo y el fetichismo en el cinema narrativo. Véase, por ejemplo, Laura Mulvey (1985: 803-816). Para discusiones más comprensivas sobre la serie, véase Santner (1990) y Kaes (1989). Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 251 de ella —si fue o no intencional, sólo puede presumirse— ha sido lograr que la palabra Heimat se encuentre de nuevo disponible para inversiones libidinales en Alemania, así sea únicamente como un símbolo nostálgico de algo perdido. Como en el caso discutido anteriormente de una fecha en particular, la palabra Heimat viene a ser, en y durante la serie fílmica de Reitz, un sitio de narrativas en competencia. Una palabra —se podría decir un mitema— que ha figurado en la historia de la marginación social y eventual destrucción de la comunidad judía europea, es, por decirlo de alguna manera, reocupada dentro de un conjunto ideológico y narrativo en el cual los alemanes se pueden ver a sí mismos e invertir energía emocional como víctimas carentes, como los desposeídos. Esta reocupación de Heimat adquiere aún más resonancia cuando uno recuerda que Reitz hizo su serie como una especie de contra-película a la producción de televisión estadounidense Holocausto. Su propio filme tuvo el propósito, en su mayor parte, de ser una estrategia de recobrar las memorias —y, quizás más importante, el placer en su narración— a las cuales los alemanes han sido obligados a renunciar por la influencia de la industria de cultura estadounidense en general y los eventos mediáticos como Holocausto en particular. Reitz polémicamente se refiere a la estética tipificada por Holocausto como el “verdadero terror” del siglo xx (Reitz, 1984: 141). Los alemanes, alega Reitz, han abandonado sus experiencias y memorias únicas y con sabor regional porque han sido moralmente aterrorizados por espectáculos como Holocausto15. El propio trabajo de resistencia de Reitz a este ‘terror’ yace por consiguiente en el rescate de las experiencias, la historia y las memorias locales: Hay miles de historias entre nuestra gente que vale la pena filmar, que se basan en experiencias irritantemente detalladas, las cuales en apariencia no contribuyen a juzgar o explicar la historia, pero cuya 15 252 Para una crítica del uso de la narrativa y del placer visual en Holocausto véanse los comentarios de Wiesel en The New York Times (16 de abril de 1978). Para una discusión de las estéticas y políticas de la empatía —aspectos centrales en el viejo debate expresionista (Expressionismus-Debatte)— en el contexto de la recepción del Holocausto por parte de Alemania Occidental véase New German Critique (1980, Winter), así como el trabajo Kaes (1989). Parte III. Representación y verdades impresionante totalidad podría en realidad llenar este vacío. No deberíamos dejar que nos prevengan de asumir con seriedad nuestras vidas personales [...] Autores alrededor del mundo están tratando de tomar posesión de su propia historia y, por lo tanto, de la historia del grupo al cual pertenecen. Pero a menudo ellos encuentran que su propia historia ha sido arrancada de sus manos. El acto de expropiación más serio ocurre cuando una persona es privada de su propia historia. Con Holocausto los estadounidenses nos han robado nuestra historia (Reitz, 1984: 102). Con Heimat, el placer en la narración histórica de la historia alemana del siglo veinte se retoma y se restablece con venganza. Pero, como numerosos críticos lo han anotado, la restauración de la narrativa y placer visual de Reitz parecería proseguir en la ruta del fetiche, esto es, al precio de no reconocer el trauma representado por la Solución Final. Aquí es importante tener en cuenta que se puede reconocer el hecho de un evento, esto es, que éste sucedió, y todavía continuar negando el impacto traumatizante del mismo evento. La escena que quizás ilustra mejor el aspecto fetichista de la explotación de la narrativa y placer visual de Reitz aparece en el primer episodio de la película. Esta escena anticipa, en forma muy destacable, el escenario evocado por Elie Wiesel con respecto al 9 de noviembre. Es el año 1923; Eduard y Pauline hacen por la tarde una excursión a Simmern, el pueblo más grande cercano a Schabbach. Pauline se desvía sola y se encuentra a sí misma observando la vitrina del relojero y joyero del pueblo. De pronto un grupo de hombres jóvenes corre detrás de ella —incluyendo a Eduard, quien, como siempre, va armado con cámara y trípode— y comienzan a apedrear la ventana del apartamento que está sobre el taller del relojero donde, como lo sabremos, reside un judío —en este caso tildado de separatista—. Los hombres son perseguidos por la policía, pero los pedazos de vidrio que caen le han cortado una mano a Paulina. Robert Kröber, el relojero hace señales a Paulina para que entre al taller donde ella limpia su herida; así se inicia una historia de amor entre Pauline y Robert. Más adelante en la película —es el año 1933— oímos que los ahora esposos Pauline y Robert están comprando el apartamento del judío. Como Ro- Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 253 bert comenta: “La casa le pertenece a él y ahora quiere venderla [...] Los judíos ya no la tienen tan fácil”. Esta pequeña secuencia de Kristallnacht muestra cómo los escombros de la devastada existencia del judío —nunca se ve la persona de carne y hueso— son inmediatamente absorbidos dentro de una historia de amor y noviazgo en las provincias. A pesar de que es el cineasta quien nos alerta de las maneras en las cuales la experiencia (y narrativa) se construyen a sí mismas alrededor de tales puntos ciegos, Reitz rehúsa permitir que tales momentos potencialmente dramáticos estorben la economía de la narrativa y el placer visual mantenidos a través de las quince horas y media de la película. Esta consistencia es seguramente una de las razones del increíble éxito de la película. Heimat ofrece a sus espectadores la oportunidad de ser testigos de una crónica de la historia alemana del siglo veinte en la cual die Lust am geschichtlichen Erzahlen nunca está en serio peligro. En estas páginas he argumentado que el nazismo y la Solución Final necesitan ser teorizados con el signo de trauma masivo, queriendo decir que estos eventos deben ser confrontados y analizados en su capacidad de poner en peligro y abrumar la composición y coherencia de identidades individuales y colectivas que entran en su mortífero campo de acción. Para usar, una vez más, metáforas sugeridas en la discusión de neurosis traumática de Freud, los eventos en cuestión pueden representar para aquellos cuyas vidas han sido tocadas por estos, aún a la distancia de dos o tres generaciones, un grado de sobre estimulación tal a las estructuras psíquicas y económicas que el funcionamiento normal (con los auspicios del principio del placer) puede ser interrumpido y otras tareas más ‘primitivas’ pueden tomar precedencia. Estas son las tareas de reparación o el Reizschutz, lo que Freud llama el escudo protector o armadura psíquica que normalmente regula el flujo del estímulo e información a través de los límites del propio ser. Para citar, una vez más, el esfuerzo más ambicioso de Freud para formular una teoría del trauma en Más allá del principio del placer: Llamemos traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo. Creo que el concepto 254 Parte III. Representación y verdades de trauma pide esa referencia a un apartamiento de los estímulos que de ordinario resulta eficaz. Un suceso como el trauma externo provocará, sin ninguna duda, una perturbación enorme a la economía {Betrieb} energética del organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedará abolido. Ya no podrá impedirse que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo; entonces, la tarea planteada es más bien esta otra: dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo que penetraron violentamente a fin de conducirlos, después, a su tramitación (Freud, 1995ñ: 29). Aquí es muy importante tener en cuenta la calidad textual de este Reizschutz, para recordar que está hecho de materiales simbólicos, que es una organización culturalmente construida y mantenida de identidades individuales y grupales. Como Robert Lifton lo ha dicho: En el caso de trauma severo podemos decir que ha habido un importante rompimiento en el hilo de la vida que lo puede dejar a uno permanentemente sujeto ya sea a repararlo o a adquirir un nuevo hilo. Y aquí llegamos a la mayor tarea del superviviente, aquella de la formulación: desarrollar nuevas formas interiores que incluyan el evento traumático (Lifton. 1979: 176). Tanto el duelo como el fetichismo narrativo, como los he definido, son estrategias por las cuales grupos e individuos reconstruyen su vitalidad e identidad ante la experiencia del trauma. La diferencia crucial entre los dos modos de reparación tiene que ver con el deseo o capacidad de incluir el evento traumático en los esfuerzos que uno hace para reformular y reconstituir la identidad. Hay numerosos caminos a lo largo de los cuales tal integración podría proceder. Mi argumento es que aspectos importantes de esa labor han figurado prominentemente en los discursos de años recientes —postmodernos— que se han preocupado ellos mismos con la construcción cultural y con el despliegue de la ‘diferencia’ en determinados contextos históricos. Estos discursos nos invitan a reconocer las complicidades fundamentales entre ciertos modos de formación de identidad y la violencia y destrucción perpetrada de forma emblemática por el fascismo alemán contra los judíos y otros grupos señalados de ser una amenaza a la compo- Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 255 sición y coherencia del tema alemán16. Críticas feministas, en particular al sujeto patriarcal y sus varias instituciones históricas, sugieren que las tareas que confrontan a las sociedades posholocausto en general —esto es, sociedades que quieren trabajar sobrepasando el impacto traumático del nazismo y la Solución Final —, incluyen un nuevo pensamiento y una reformulación aún de las nociones de límites y fronteras, de aquel “escudo protector” que regula el intercambio entre el interior y el exterior de individuos y grupos. Como yo lo veo, la meta de tales formulaciones es el desarrollo de una capacidad para constituir límites que puedan crear un espacio dinámico de reconocimiento mutuo (entre su propio yo y otro nativo o extranjero); en ausencia de tal capacidad parecería que uno está condenado a erigir solamente rígidas fortificaciones que puedan asegurar algo más que el espacio inerte de un completamente homogéneo y, en últimas, paranoico Heimat17. 16 17 256 El trabajo de Michel Foucault ha sido de particularmente útil en iluminar tales complicidades. Como Adi Ophir lo ha argumentado, muy en el espíritu de Foucault, nuestra habilidad para interpretar el trabajo del luto para y por una integración de la Solución Final depende de nuestra capacidad para reconocer y explicar “aquellos modos de discurso que expulsaron a los judíos del dominio de la humanidad, de tecnologías de poder activadas para implementar las declaraciones ideológicas y la erótica del poder usada para garantizar la ejecución completa de la misión, hasta el último minuto, hasta el último aliento”. Las observaciones de Ophir sobre el modo de formación de identidad que desempeñó un rol tan crucial en el ‘éxito’ del fascismo alemán son especialmente relevantes en el contexto presente: “Primero que todo […] la referencia a otro que sirve como la frontera, como el arquetipo de la negación; un paquete de oposiciones de ‘exclusión’ envueltas en la misma distinción fundamental y dibujadas detrás de ésta: superior/inferior, auténtico/inauténtico, sagrado/ profano, puro/impuro, sano/enfermo, vivo/muerto; una aplicación sistemática de la frontera conceptual (ario/no ario) sobre el espacio geográfico (y también sobre el tiempo histórico: antes y después de la contaminación judía, antes y después de la revolución alemana); los mecanismos revelados y ocultados para animar, distribuir e imponer los modos de exclusión del discurso, su organización interna y principios de la jerarquía contenido dentro de éste, la esterilización de los canales de debate y el bloqueo de las posibilidades para el desacuerdo y la desviación”. (Ophir, 1987: 64-65). Sobre este tema véanse especialmente los trabajos de Theweleit (1989) y Benjamin (1988). Parte III. Representación y verdades En resumen: para tomar seriamente el nazismo y la Solución Final como un trauma masivo se requiere dirigir la atención teórica, ética y política hacia los lugares psíquicos y sociales donde las identidades individuales y grupales se constituyeron, destruyeron y reconstruyeron. Esta forma de atención es una en la cual, para parafrasear a Freud, aunque no siempre contradiga el principio del placer, es, sin embargo, independiente del mismo y está dirigida a cuestiones que son más primitivas que el propósito —narrativo o de otra clase— de alcanzar el placer y evitar el desplacer. Es, además, un modo de atención que requiere capacidad y voluntad para trabajar a pesar de la ansiedad. Déjenme concluir regresando muy brevemente a la posible influencia de eventos políticos contemporáneos, en las formas en que el nazismo y la Solución Final pueden llegar a ser representados tanto en raciocinios populares como en discursos historiográficos más científicos. Hay señales de que las narrativas que han sido construidas alrededor del colapso del comunismo de la Europa Central y Oriental y la unificación de las dos Alemanias tendrán una tendencia a reducir el espacio moral, conceptual y psíquico disponible dentro del cual el nazismo y sus crímenes pueden todavía ser elaborados a través de un trauma que conmovió al mundo hasta sus más profundos cimientos. Uno escucha a todo su alrededor historias de triunfo: de una economía occidental vital y dinámica y en relación con un socialismo moribundo, de alguna manera considerado ‘Oriental’ para no decir ‘asiático’. A cierto nivel es como si los eventos en Europa hayan abierto la oportunidad a las narrativas revisionistas construidas por Nolte y Hillgruber a mediados de la década de los ochenta. Es difícil no darse cuenta de que la crisis del socialismo está siendo apropiada, en el plano de lo que podría ser llamado “imaginario político”, para exorcizar del cuerpo de Occidente —de sus modelos y proyectos de modernización— la violencia, destrucción y sufrimiento humano que han pertenecido y continúan perteneciendo a su historia. En Alemania, la velocidad, afecto y estilo con que la unificación ha sido efectuada sugiere un elemento maníaco, no muy diferente de aquel que tipificó el trabajo de reconstrucción en los primeros años de la posguerra. Desde el principio este elemento maníaco se ha adherido él mismo a imágenes e ideales de la dominación económica, tecnológica y burocrática. Historia más allá del principio de placer: reflexiones sobre la representación del trauma 257 En un clima político y cultural en el cual la metáfora operativa ha sido aquella de una maquinaria poderosa moviéndose inexorablemente hacia delante —la imagen de un tren que ha salido de la estación y no puede ser detenido o reducir la velocidad— ha llegado a dominar extraña, inexplicablemente, el raciocinio público sobre la unificación. Quizás hay poca razón para esperar que este período crucial de reconstitución nacional pueda llegar a ser una oportunidad real para la reflexión, no únicamente en los temas asociados con la caída del socialismo de Estado, los cuales son en verdad formidables, sino también en un amplio rango de interrogantes morales, políticos y psicológicos que no han cesado de surgir desde los traumas del nazismo y la Solución Final. 258 Parte III. Representación y verdades Sobre el saber traumático y los estudios literarios1 Geoffrey H. Hartman T anto el escepticismo lingüístico como el filosófico, sean del tipo anárquico o metodológico, han cuestionado la posibilidad de la existencia de un conocimiento cierto. La teoría del trauma introduce también un escepticismo psicoanalítico que no renuncia a la existencia del conocimiento, pero que sugiere la existencia de un conocimiento de tipo traumático que no se puede hacer completamente consciente, en el sentido de ser manifestado o comunicado en su totalidad sin distorsión. ¿Podemos portar, como nos pregunta Adam Phillips (1994: 25), “nuestra inevitable ignorancia”? ¿El psicoanalista contemporáneo es una paradoja, es decir, “un experto en las verdades de la incertidumbre”? Emerge una teoría cuyo núcleo es la relación entre las palabras y el trauma, que nos ayuda a ‘leer la herida’ con la ayuda de la literatura. Mi relato acerca de lo que se empieza a mostrar con claridad en los estudios literarios no puede ser sino preliminar. Sólo contamos con un principio, algo así como una comunidad virtual de exploradores. La teoría deriva principalmente de fuentes psicoanalíticas, aunque se ve muy influenciada por la práctica del análisis literario. En efecto, mi exploración reformula una vieja pregunta: ¿qué clase de conocimiento es el arte o qué clase de conocimiento promueve? 1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 259 La teoría sostiene que el conocimiento del trauma o el conocimiento que deriva de esa fuente se compone de dos elementos contradictorios. El primero sería el acontecimiento traumático, registrado más que experimentado, que parecería haber sobrepasado la percepción y la conciencia y haberse introducido directamente en la psique. El otro elemento es una especie de memoria del acontecimiento, que se expresa mediante un tropo perpetuo producto de una psique sobrepasada o profundamente dividida (disociada). En la poética, lo literal y lo figurativo pueden corresponder a estos dos tipos de cognición. El conocimiento traumático, por lo tanto, parecería ser una contradicción en sus términos. Se encontraría tan cercano a la nesciencia como al conocimiento. Por consiguiente, cualquier descripción general o construcción de un modelo del trauma se arriesga a ser figurativa en sí, cercana a ser una fantasmagoría mítica. Algo ‘irrumpe’ dentro de la psique o hace que se ‘divida’. Hay una catástrofe originaria interna por la cual (o en la cual) una experiencia que no se ha experimentado (y por ello, aparentemente, no ‘real’) tiene una presencia excepcional: queda inscrita con una fuerza proporcional a las mediaciones ausentes o eludidas. Al leer esas explicaciones que intentan ser clínicas y racionales, pero que son tan sumamente imaginativas como los matemas de Jacques Lacan, me viene a la mente la relectura de William Blake de la “escena primaria” del Génesis, con su caos cosmogónico o tohu-va-bohu2. Blake nos describe la misteriosa turbulencia en los cielos que expulsa o segrega a un dios (Urizen). La caída es, por lo tanto, una enfermedad divina, un desorden de los cielos, y no ocurre después de la Creación, como en las interpretaciones cristianas del Libro del Génesis. En lugar de ello, la Creación es en sí la catástrofe, a un mismo tiempo shock, escisión y reificación de una mengua misteriosa. Caemos en la Creación, o más bien en un mundo de parodia hecho a imagen de Urizen, su demiurgo2 260 (N. del T.) Transliteración de la expresión hebrea contenida en el Génesis 1:2 que en español suele traducirse como “caos y confusión y oscuridad” y más literalmente como “desordenada y vacía” y que define el estado de la Tierra antes de que Dios dijera “Hágase la luz”. Parte III. Representación y verdades tirano, y confirmado por la imaginación cómplice de la raza humana; una imaginación invadida por el terror3. A veces Blake revela que su titanomaquia es una psicomaquia: las imaginaciones de un ser humano ideal que busca revertir una misteriosa pérdida. Un personaje ancestral, que llama Albión, intenta recuperar un estado de unidad y autointegración (sueña con poder regresar a él). Pero el sueño de Albión no puede escapar fácilmente de la historia o de una imaginación constreñida: por ello es fundamentalmente una pesadilla repetitiva que se purga de supersticiones institucionalizadas o interiorizadas. Albión hace el trabajo de duelo, tendríamos la tentación de decir hoy en día. La imagen hiperbólica del trauma que encontramos en Blake se justifica cuando recordamos la impresionabilidad y la vulnerabilidad del niño, cualidades que constituyen, como Winnicott y otros han observado, una parte del desarrollo necesaria e incluso creativa. A pesar del milagro de la madurez, los adultos no superan esta fase de la infancia. Si la imaginación infantil se proyecta en lo que parece ser un gigante, es decir, en un humano adulto, y si tuviera la capacidad de articular sus temores y fantasías más inmediatas y cotidianas, ¿no podríamos ver una especie de versión simplificada infantil de los fantasmas de Blake? ¿Y no podrían las ironías y las ambigüedades presentes en la visión madura del poeta o las secuencias vacilantes, y muchas veces confusas, de encanto y desencanto reflejar una ambivalencia o incluso un dualismo muy tempranos en el desarrollo humano? También nos preguntamos, como el gigante soñador de Blake (aunque su cavilar se traduzca inmediatamente en imágenes que tienen vida propia), ¿qué ha pasado? ¿Dónde comenzaron los problemas? ¿Por qué mi 3 La visión análoga más cercana a la descripción de Blake del trauma aborigen puede ser la teoría de Julia Kristeva sobre la abyección, aunque la misteriosa separación primordial es, en Kristeva, de una naturaleza más maternal que paternal. El Urizen de Blake realiza frente a la abyección mediante una fijación de límites de carácter patológico, con una ordenación del mundo excluyente. Véase Kristeva (1989). El vínculo más complejo de Lacan de lo “real” con la pérdida, el deseo y el instinto de muerte puede cuando menos oponerse a la ecuación de Blake de Creación, pérdida y pseudoorden. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 261 vida imaginada, mi fantasía, es oscura y terrorífica? ¿Por qué no puede ser racional e imaginativa? Intentamos regresar al momento primigenio de la creación que parece haber dado comienzo a la reacción en cadena fatal y haber puesto grilletes al cuerpo y a la mente. Según Lacan, la cuestión que motivó el análisis de Freud del Hombre-Lobo, y también del sueño del padre sobre su hijo en llamas en La interpretación de los sueños (capítulo 7), fue: “¿cuál es el primer encuentro, lo real, que está detrás de la fantasía (fantasme)?”4. Ii Si sustituimos la ‘fantasía’ por el ‘trauma’ o la ‘histeria’, Freud responde esa pregunta en La etiología de la histeria (1896) al recurrir a la tesis de que “en el fondo de cada uno de los casos de histeria hay uno o más sucesos de experiencia sexual precoz; sucesos que pertenecen a la más temprana infancia”. Pero Freud decidió rápidamente que las escenas de seducción que le transmitían sus pacientes eran fantasías y que esas fantasías requerían un tratamiento médico. Se ha argumentado que éste fue un movimiento equivocado. En lugar de reconocer la realidad social, en particular la de las mujeres, el “psicoanálisis 4 262 “[Freud] s’attache, et sur un mode presque angoissé, à s’interroger quelle est la rencontre première, le réel, que nous pouvons affirmer derrière le fantasme” ([Freud] se empeña, casi con angustia, en preguntar cuál es el primer encuentro, el real, que podemos afirmar que está tras el fantasma). El tratamiento que hace Lacan (1987: 61-72) de ese sueño se puede ver en su Tuché and Automaton. Allí reafirma la “realidad psíquica” del sueño del padre como un “homenaje a la realidad pérdida, que solo se puede repetir indefinidamente en un despertar indefinido que nunca llega” [“en un indéfiniment jamais atteint réveil”] y modifica con ello el pesimismo de Freud sobre la posibilidad de encontrar cuál es el origen de los “procesos psíquicos” de los sueños. “Rencontre première” es, muy a menudo en Lacan, una frase plena de significación, que evoca el concepto de la escena primaria, pero que también subsume el interés de Freud por la explicación causal, al descubrir el acontecimiento primigenio que disparó la conciencia psíquica en cuestión (Lacan, 1964: 42-45) “Fantasme” es también otra palabra cargada de significación, cercana a espectro o a una idea obsesiva. Escribe Herman Rapaport (1994) “Según Lacan, la propia idea de añadir o inventar una nueva escena originaria [que obsesiona al psicoanálisis] es en sí un típico deseo imposible”. Mis comentarios se han visto estimulados y ayudados por el ensayo Traumatic Awakening de Cathy Caruth (1996: 91-112). Parte III. Representación y verdades se convirtió en un estudio de la vicisitudes internas de la fantasía y el deseo, disociadas de la realidad de la experiencia” (Herman, 1992: 4). Lacan sugiere, sin embargo, que la pregunta acerca de lo real nunca se debilitó en Freud. Más bien, lo que ocurrió es que se convirtió en una búsqueda febril debido a un error teórico o científico en la identificación de ese “primer encuentro”. Lo real no es lo real, en el sentido de una cosa o causa específica, identificable: por más específica que sea, es también una idea febril o un propio “despertar” al deseo. El encuentro con lo real ocurre, tanto por el analista como por el analizado, en el interior de un mundo de deseos de muerte, objetos perdidos e impulsos5. Podría describirse, de hecho, como un “encuentro perdido” (lo troumatique6, como en el juego de palabras de Lacan) o como un shock mediato, como la “silbante confusión explosiva” del psicólogo William James7: En lo real […] uno se ve engullido o perseguido por miradas y voces que vienen de todo lugar. El alivio que a menudo se siente al despertar de un sueño proviene de darse cuenta de que (a diferencia del psicótico) no se ha caído después de todo en el caos de lo real. Vivir como parte de lo real es vivir más allá de los límites de las leyes del significante que nos permiten representarnos como si fuéramos una unidad (Ragland, 1993: 97). La esfera simbólica de la significación (verbal) limita ese caos de la misma manera que la Creación de Blake es un acto de compasión divina que limita una pérdida sin fin: la caída en la desunión, la reducción —de la jouissance8— y la autoafirmación reactiva. Es difícil pensar que lo real (en el sentido lacaniano) sea algo conscientemente experimentado: su lugar de apercepción se encuentra en otro lugar, en un lugar distinto de la conciencia, pero puede inferirse de ciertos efectos 5 6 7 8 La construcción neurológica de la realidad sensorial puede tomar parte también. Véase Sacks (1985). (N. del T.) En francés es una palabra inventada compuesta por el vocablo trou, agujero, y el final de la palabra traumatique, traumático. (N. del T.) Traduce la famosa sonora expresión en inglés de William James “blooming buzzing confusion”. (N. del T.) En francés en el original: goce. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 263 o síntomas, incluyendo un conjunto de imágenes repetitivas que cubre la pérdida de objetos, sin hacerla desaparecer. Lo real siempre viene deformado, nos dice Lacan9. Tiene la fuerza de una inversión o de una interrupción, de una peripecia en la que se desplaza un significado por otro, o que deshace el nudo entre significante y significado que determina la significación. Puede ocasionar el desplazamiento de la propia mente, como el que provoca Juliana en el poema de Marvell, The Mower’s Song (La canción de la podadora): “For Juliana comes, and She / What I do to the Grass, does to my Thoughts and Me”10. La cuestión de lo real, por lo tanto, no se puede responder en términos de lo real, sólo en términos de un realissimum11 traumatizante, para el cual el nombre más común es ‘el Otro’12. 9 10 11 12 264 “[I]l est nécessaire de fonder d’abord cette répétition dans la schize même qui se produit dans le sujet à l’endroit de la rencontre. Cette schize constitue la dimension caractéristique de la découverte et de l’expérience analytique, qui nous fait appréhender le réel, dans son incidence dialectique, comme originellement malvenu”. “L’oeil et le regard”, traducido como “La diferencia entre el ojo y la mirada”, en (Lacan, 1964: 75-85). Aunque quepa añadir parte de la polémica contemporánea sobre el asunto, apenas necesito añadir que esta posición no niega, más de lo que lo hace Freud, los hechos de la realidad social; comienza con el paciente o con la persona que ya está mentalmente agitada, y esa situación individual compleja es de la que debe ocuparse el psicoanálisis. (N. del T.) “Y Juliana viene / Y lo que yo le hago a la hierba / Ella lo hace a mis pensamientos y a mí”. (N. del T.) En latín en el original. Aunque es adjetivo en la expresión de la que procede, “ens realissimum”, cosa realísima (o hiperreal), se emplea también sustantivado, como aquí. Sin embargo, sobre este punto la teoría del trauma no parece tener una idea lo suficientemente clara. Hay una otredad que conecta con el “discours de l’Autre” (discurso del Otro), de Lacan, con el orden simbólico, y cuyo reconocimiento puede mezclarse con “l’autre” (el otro), es decir, con la otredad de una persona o de una cultura diferente. Pero la otredad asociada con la “experiencia” traumática es algo más similar a un tremendum, y el camino desde ella al reconocimiento ético o realista es la dificultad. Hegel intenta establecer ese camino en su sección de la Fenomenología dedicada a la relación amo-sirviente; pero en Kierkegaard, y en los pensadores religiosos que siguen el pensamiento de Rudolf Otto, en The Holy (Lo santo), se destaca la suspensión o la negación mítica de lo ético. Lo Santo, en resumen, puede ser difícil de distinguir de lo No Santo, como en el caso de las Cruzadas, y de aquello que afecta al trauma histórico de nuestra era, el Holocausto: el mal no en nombre del mal, sino en nombre de un nacionalismo purificador. Parte III. Representación y verdades De hecho, ¿qué identidad le podemos otorgar a Juliana? Se evoca un suceso cuyo significado cede frente a su singularidad repetida. Sea lo que sea que hacemos, decimos o rogamos, se nos devuelve como el verso de Marvell. Es imposible distinguir si su regreso rítmico está a favor de la memoria o contra ella. Hay algo alojado muy profundamente en la psique como imagen o palabra epifánica13. La percepción de que algo está “grabado a fuego en el cerebro” se hace un punto de referencia inolvidable, aunque no siempre se pueda recordar. El conocimiento literario, sugiero, encuentra este ‘real’, lo identifica y lo puede sacar a la superficie de nuevo, como en el poema de Marvell con su exuberancia extrañamente formal, cómplice o autoburlona14. Sin embargo, como en el mito de Orfeo, hay un límite para la recuperación o un límite al esfuerzo de visualización. Cada vez que estamos tentados de decir “veo” cuando se quiere decir “comprendo”, o no vemos o no comprendemos. III Esto nos lleva a la teoría literaria, porque la disyunción entre experimentar algo (fenomenológico o empírico) y comprenderlo (dar nombres escrupulosamente, de manera que las palabras reemplacen a las cosas o a sus imágenes) es lo que el lenguaje figurativo expresa y explora15. La cons13 14 15 Por ejemplo, Susan Sontag: “Nada de lo que he visto —en fotografías o en la vida real— me afecto jamás de modo tan agudo, profundo, instantáneo. En efecto, me parece posible dividir mi vida en dos partes, antes de ver esas fotografías (yo tenía doce años) y después”. Se está refiriendo a las fotografías sobre el Holocausto (Sontag, 2005: 37). Sobre la palabra “cortar”, véase mi texto Words and Wounds (Hartman, 1981: 118-57). Es interesante que Andrew Marvell, en The Picture of Little T.C. in a Prospect of Flowers evoca, de manera apotropaica, el efecto aniquilador de la experiencia (sexual) prematura. Sobre la relación de la “tiranía de la vista” con el proceso simbólico, véase Geoffrey H. Hartman, los capítulos Valéry (1954: 97-124) y Pure Representation (1954: 12755); también mi Retrospect 1971 (Hartman, 1971: xvii y ss.). Para un tratamiento sistemático, que se concentra sobre la naturaleza visual del fantasma en su relación con la figuración verbal, véanse los trabajos poslacanianos de Nicolas Abraham y Sobre el saber traumático y los estudios literarios 265 trucción literaria de la memoria no es obviamente una recuperación literal, sino un enunciado de tipo diferente. Se refiere al momento negativo en la experiencia, a aquello de la experiencia que no ha sido adecuadamente experimentado o que no puede serlo. Ese momento se expresa ahora, o se hace conocido, en su negatividad; la representación artística modifica esa parte de nuestro deseo de conocimiento (epistemofilia) que se ve estimulado por imágenes (escopofilia). La teoría del trauma arroja luz acerca del lenguaje poético o figurativo, y tal vez acerca del proceso simbólico en general, como algo más que una imagen mejorada o una repetición vicaria de una (no) experiencia previa. La perífrasis, por ejemplo, según se va desplazando hacia la adivinanza, en un movimiento que es característico hasta cierto punto de toda figura verbal, acaba indicando algo real cuya indeterminación crea una tensión entre lo significado (la solución a la adivinanza) y el significante (la forma del acertijo). Puesto que cualquier objeto se puede convertir en un acertijo de esa manera (de lo cual la obra del poeta francés Francis Ponge y los acertijos infantiles son un testimonio), esta tensión es constitutiva, más que provisional, y abre un espacio de juego creativo: la posibilidad de cantar “delante del objeto” (como dice el poeta Wallace Stevens)16. La naturaleza de lo negativo que provoca el lenguaje simbólico y su superabundancia de significantes no se puede determinar plenamente: Lacan habla de un trou réel, de un agujero-realidad, y Proust se lamentaba de “la imperfección incurable en la esencia misma del presente”. En contraste con lo anterior, la pretensión “indicadora” o “de hacer blanco en la diana” del lenguaje, es decir, nuestro deseo de conseguir una imagen perfecta a través del lenguaje, un fijador verbal exitoso de lo real e incluso un vocativo resucitador y mágico, esta búsqueda órfica o comunicación- 16 266 Maria Torok. (1976; 1978). También Rapaport, (1994). Freud (1995r: 189 y ss.) hizo también importantes comentarios sobre la escopofilia en Tres ensayos de teoría sexual. Sobre este espacio, y su importancia para la infancia temprana, véase Winnicott (1995). Mientras que Lacan está siempre analizando cómo un objeto ausente puede tener presencia (en función de su misma ausencia), Winnicott analiza la imaginación madura como una capacidad de estar presente en la presencia del otro. Parte III. Representación y verdades compulsión (que consagra la voz a la luminosidad y la inmediatez de la vista), se ve siempre defraudada, siempre revivida. El residuo de la noche que deja esa esperanza nos conduce, durante el día, hacia las preguntas literarias básicas que se derivan de la fuerte oblicuidad de las palabras: “¿Por qué se necesita la interpretación?” o “¿Por qué hay textos?” o “¿Por qué recurrir a la literatura, a las narraciones, y no simplemente a los acontecimientos, a la historia?” Además de lo anterior, surge una nueva consciencia en los estudios literarios y en el campo de la salud pública que es simultáneamente ética y clínica. Se escucha más, se oyen más palabras dentro de las propias palabras y hay una mayor apertura al testimonio. (Aunque se sigue discutiendo cuál debería ser la consideración de ese testimonio en las audiencias judiciales formales, y en ese ámbito debería ser y es objeto de cuestionamiento y oposición, no se descarta tan a menudo por su naturaleza personal, emocional o sobredeterminada y polifónica. En situaciones no jurídicas, el diálogo del psicoanálisis ha promovido ya un grado mayor de escucha solidaria, la cual se ve ahora reforzada, aún si el problema de la causa “real” del trauma se profundiza, sobre todo en el asunto de las memorias recobradas17). Como en la literatura, encontramos una forma de recibir la historia, de escucharla, de situarla dentro de una conversación interpretativa. El reduccionismo médico o político se evita. Los expertos no tienen la última palabra. El relato, nos dice Kathryn Hunter, “se le debe restituir al paciente”18. 17 18 La muy polémica cuestión de cuán creíbles puedan ser esas memorias arroja una sombra sobre los estudios acerca del trauma, aun en esta etapa inicial. El ambivalente giro de Freud, que pasa de diagnosticar el abuso infantil a diagnosticarlo como una fantasía se ha reproducido de nuevo en nuestros días en la polémica acerca de las memorias recuperadas. El abuso legal de aquellos casos que se aprovechan de nuestra mayor consciencia, que en el pasado se denunciaron de manera muy deficiente ese tipo de violencia, perpetúa, en mi opinión, el abuso original. Es una violencia cometida por el derecho que ignora, en vez de encarar, la capacidad de sugestión de la mente humana y la dificultad de realizar una búsqueda de “lo real”, de la prueba decisiva, sin aumentar el daño que padecen los individuos involucrados. Esperemos que finalmente prevalezca una buena jurisprudencia en relación con este asunto. Por el momento, es positivo recordar que, como indicaré luego con mayor detalle, la imaginación es una facultad coercitiva y no simplemente persuasiva. Véase Montgomery Hunter (1991) donde se realiza una notable descripción de lo Sobre el saber traumático y los estudios literarios 267 IV Permítaseme centrarme, en consecuencia, en la audiencia y el arte, en una audiencia que incluiría al artista como el receptor inicial. La historia postraumática necesita con frecuencia una “suspensión del descreimiento”. La frase es de Coleridge y su famoso poema Balada del viejo marinero (1798), requieren precisamente esa clase de empatía. Aún si el poema está inducido en parte por el opio o es, como lo expresa elegantemente Kenneth Burke, una “redención de la droga”, sigue siendo una notable exteriorización de un estado interno. La imaginación pretende tomar cuerpo; el cuerpo y la atmósfera de los hechos. Intenta hacernos creer lo increíble: exige el reconocimiento de lo que es real, no sólo imaginado. Los medios para hacerlo incluyen los sentimientos somáticos. Se nos arrastra en una especie de creencia mediante la recuperación de ciertas sensaciones viscerales: extremos de calor, frío y sed, destellos de color, horror al vacío, pérdida del habla. Tal vez la única forma de superar una mutilación traumática del cuerpo y la mente sea volver a la mente a través del cuerpo. Recordemos cómo se seca nuestra voz y a trompicones vuelve a encontrar su camino hacia el exterior nuevamente19. Toda escena poderosamente imaginada es, por naturaleza, coercitiva y nos ata. Nos resistimos a creer en ello; nos sentimos obligados a creer en ello; al menos, sentimos que nos habla a nosotros, a un autoconocimiento que se escapa, sea profundo o básico. La Balada del viejo marinero apunta hacia algo más real que la realidad en la que moramos habitualmente y es eso lo que puede hacer que la percibamos como una acusación. Coledrige construyó una frase memorable para 19 268 apropiado del ethos literario para la práctica clínica. Véase también Stanley A. Leavy (1980), en especial el capítulo 3, en el que se discute la diferencia entre mantener una “conversación” con un texto y hacerlo con una persona. Las memorias recuperadas que son falsas se implantan a menudo mediante la sugestión, mediante una falsa conversación. Richard Weisberg (1992) pretende establecer las bases de una “jurisprudencia [más] literaria”. El ritmo, que se encarna en la métrica del verso, es como si fuera guiado por un piloto automático, que garantiza que el poema continúe, aunque sin que el lector sienta una voz en él. Esto último también se garantiza por las sensibles glosas escritas en prosa que se añaden con posterioridad. Parte III. Representación y verdades una conciencia que se ha hecho opresiva y exaltada a un tiempo: “La temida atalaya del yo absoluto del hombre”. Este poema acusa o señala con desaliento al habla, o mejor, a la posibilidad de la poesía como un discurso más absoluto, que podría animar, mediar, forjar creencias, redimir. El discurso es extrañamente automático aquí: el poema se escribe con un exagerado ritmo de balada, impulsivo cuando se compara con el nuevo estilo de Wordsworth o con el propio Helada a Medianoche de Coleridge. El yo meditativo, viva voce, es también opacado por el hecho de que Coleridge no mira introspectivamente al Marinero: se evita la psicología como la base de las motivaciones. No logramos saber por qué le disparó al albatros; el poema sólo nos presenta las consecuencias, las escenas de asombro y terror que llevan a la purga del crimen a través de un proceso prolongado y precario de catarsis. La misma ausencia de una psique que pueda intuirse o el propio hecho no verbalizado, establece la posibilidad de que aquí no hay ningún motivo basado en la subjetividad. Como máximo, el acto de aniquilación, como el de los niños que matan a pedradas a un perro o cuelgan un gato, es provocativo por aquello que calla: nos desafía para que surja una conciencia o un diseño moral. Si lo anterior es cierto, de hecho la conducta del Marinero se basta por sí misma para conducirle a la derrota. Mientras que el universo de criaturas se abalanza ahora contra el asesino, lo convierte en su centro y crea un yo a través de la acusación, ese mismo universo lo excomunica tan radicalmente que su acto gratuito no le conduce hacia el ser, sino hacia la nada, hacia un trou réel, hacia una soledad tan vasta que Dios mismo parece estar ausente. En ese mundo, la mediación a través del discurso se hace imposible. Lo que Lacan llama el orden simbólico (como algo distinto de lo real y del narcisista imaginario) se presenta sólo como un deseo imposible, debido a la violación de aquel. El asesino no puede recurrir al rezo o la bendición de la comunidad: las criaturas, los espíritus, los santos y otros bienhechores no pueden hablar por él, guiarle o incluso ser el objeto de interlocución. Por último, como cabe esperar, el discurso vuelve, pero Coleridge nos deja claro que la narrativa del Marinero es compulsiva sin Sobre el saber traumático y los estudios literarios 269 dejar de ser convincente. Hay un contrapunto burlón entre el estilo arcaizante del poema, con su plétora de espíritus intermedios, de demonios, y el aislamiento radical del Marinero en su entorno. También está aislado dentro del mundo humano. El Marinero queda fuera también del banquete matrimonial. El matrimonio tampoco lo redime de su soledad. Su progreso espiritual se limita a descubrir un vínculo diciente, un tipo de discurso, llamémoslo poesía o rezo, que puede aliviarle una soledad que no puede terminar. El trauma viene sugerido por la ominosa repetición de imágenes de parálisis y aislamiento que están presentes en el poema, aún antes del crimen. Lacan dice que una repetición de este tipo se basa “en la propia escisión que se produce en el sujeto en el momento del encuentro”. La tarea del intérprete es siempre aclarar las relaciones entre la escisión o ruptura (esquizo), el lugar del (primer) encuentro, la repetición y el sujeto. En el poema de Coledrige, la esquizo se inscribe en la pausa hipnótica en la que se despliega la historia y en el corte real de tiempo que se expresa por los momentos súbitos de éxtasis y se confirma por una cesura principal: el disparo contra el albatros, que divide el tiempo en un antes y un después. Se puede pensar incluso que esa ruptura funda el “sinsentido” del poema, su disociación con la referencialidad y lo fenomenológico. Esto debido a que los fantásticos incidentes que nos presenta están investidos de una fenomenología plena de significado por sí misma20. El poema es como si fuera una fotografía que nos mira21. 20 21 270 La diferencia entre Wordsworth y Coleridge la deja clara la extraordinaria afirmación de Alan Liu de que “el verdadero apocalipsis para Wordsworth es la referencia”. Lo que se quiere implicar con ello es el trauma cotidiano, mediado por la “naturaleza” o por lo que Wordsworth conceptualiza como tal. Liu identifica el aspecto traumático con la historia como histoire événementielle (historia catastrófica o llena de acontecimientos) y no como historia cotidiana, pero a pesar de esta ambigüedad su posición es clara y valiosa: “El verdadero apocalipsis sucederá cuando la historia cruce la línea de la naturaleza para pasar a ocupar el yo directamente, cuando el sentido de la historia y la Imaginación se conviertan en uno solo y la naturaleza, la figura mediadora, no exista más” (Liu, 1989: 42, 31). Sobre la fenomenología de esta comprensión de la referencia, véase también Anselm Haverkamp (1993: 25879), quien indica la relación entre punctum y trauma. Es claro que estamos de acuerdo con considerar la Balada del viejo marinero como Parte III. Representación y verdades Una de las razones por las cuales lo real no aparece directamente, o por la cual no se expresa de una manera realista, es que el trauma puede contener una ruptura del orden simbólico. Ese orden no se destruye por el esquizo. Aquí, de hecho, se magnifica y se yergue amenazante y grandioso contra el infractor. La fantasía ha surgido para reparar una ruptura. No tanto una ruptura de lo simbólico, sino más bien una ruptura entre lo simbólico y lo individual. (En Blake, sin embargo, la ruptura se sitúa también en lo simbólico como tal). Coleridge sugiere la creación de un nuevo yo, que se ha hecho parte de la comunidad, mucho más sabio en su relación con los símbolos. No hay final feliz, sin embargo. Reparar la ruptura entre el orden simbólico y el orden individual parece ser una tarea sin fin. El impulso narrativo que convierte al Marinero en su propio medio en momentos impredecibles es tan disruptivo como el propio viaje; quedamos asombrados por ello, atrapados por sus hilos como el invitado a la boda. Las repeticiones también, aunque son catárquicas, sugieren un shock no resuelto. Son como un tartamudeo rítmico o temporal que dejan al narrador en el purgatorio, esperando el próximo asalto, el próximo suceso de hipersensibilidad. En lo que se refiere a esas repeticiones, Yeats dice que un demonio personal siempre nos devuelve al lugar del encuentro para ponerle fin a todo ello. V Desde hace una generación, la literatura se ha examinado, de modo creciente, desde un ángulo político. Muchos de los miembros de la profesión están desesperados por redimir su droga, es decir, por hacer el objeto de estudio literario más transitivo, más conectado con lo que ocurre en un mundo vigorosamente político. Los estudios sobre trauma proveen una transición más natural a un mundo “real” que a menudo se separa falsamente del de la universidad, como si uno de ellos fuera activista y comprometido y el otro absorto en sí mismo y alejado de las cosas. Hay una apertura que lleva los estudios sobre el trauma a un poema narrativo, aunque no podamos aprehender lo real detrás de la fantasía. Se podría decir también que la referencia poética se aproxima al tema desde un punto de vista que se esfuma, un de te fabula narratur (véase Lacan, 1964: 112-126). Sobre el saber traumático y los estudios literarios 271 los problemas públicos, particularmente en cuestiones de salud mental. Esa apertura tiene implicaciones religiosas, culturales y éticas22. El resultado no es exactamente una crítica moral, porque esta perspectiva novedosa no pretende realizar un juicio o evaluación definitivos del trabajo individual. El cambio opera en el nivel de la teoría y de la exégesis al servicio de las reflexiones sobre el actuar humano. Su énfasis en develar un conocimiento inconsciente o no conocido —lo cual es, si se quiere, una forma potencialmente literaria de conocimiento— combina la penetración con la ceguera, el juego con la seriedad (o un manejo adulto de los objetos transicionales23) y vincula la inspiración al sonido tanto como al sentido. El énfasis se coloca en el uso imaginativo del lenguaje y no tanto en la transparencia ideal de significado. Lo real, sea de origen histórico o empírico, no puede conocerse porque se presenta siempre a sí mismo en las resonancias o “campo” de lo traumático24. Consideremos el largometraje de John Avnet, La Guerra, cuyo personaje principal es un veterano del Vietnam que sufre de estrés postraumático. 22 23 24 272 En lo que se refiere a las consecuencias religiosas en concreto, el genio psicoanalítico de Lacan es absorber una línea de especulaciones paramísticas sobre la muerte y (la ausencia del) yo, que conduce “del trabajo de lo negativo” de Hegel —retomado decididamente en el pensamiento francés por Kojeve— a la famosa carta de Mallarmé a Henri Cazalis (abril de 1996), pasando por el esfuerzo de toda una vida de Maurice Blanchot por vincular la literatura y la relación no dialéctica con la muerte, una relación “que no es de posibilidad, que no conduce al dominio, ni a la comprensión, ni al trabajo del tiempo, sino que expone [el individuo] a una inversión radical” (Blanchot, 1992: 230). Hay un parecido sorprendente entre la descripción de Coleridge del viejo marinero y de Thomas El Oscuro, en la novela de ese título, de Blanchot (1982: 29): “Él estaba realmente muerto y al mismo tiempo fuera de la realidad de la muerte. Estaba en la misma muerte, privado de la muerte, hombre espantosamente aniquilado, detenido en la nada por su propia imagen, por aquel Tomás que corría ante él, portador de antorchas apagadas”. Me refiero a la bien conocida teoría de los objetos y fenómenos transicionales de Donald W. Winnicott que aparece en Realidad y juego (1995). Dori Laub y Nanette Auerhahn (1994: 69-95), en un ensayo exploratorio en el que se sugiere que el “propio psicoanálisis, razonablemente, es más una teoría acerca del conocimiento que una terapia”, crean una tipología de las formas de conocimiento traumático. Parte III. Representación y verdades Después de haber abandonado a su familia porque no podía encontrar o mantener un trabajo, y luego de haber pasado algún tiempo en un hospital mental, vuelve a casa una vez más, con la determinación de apoyar a su familia como padre y proveedor de recursos. La película lo muestra en un encuentro que lo confronta con el trauma original de haber dejado morir a su compañero de armas en el campo de batalla, aunque después de un intento heroico de rescate. Esta vez el encuentro tiene lugar en las minas. Allí tiene éxito en salvar a su socio al sacarlo de debajo de una roca que se ha desprendido, pero el protagonista queda herido de muerte por un segundo derrumbamiento. En la escena final, inmediatamente después de la muerte del veterano, su hijo vive una experiencia similar a la del padre, una iniciación equivalente a la guerra y al autosacrificio. Este breve resumen hace el diseño de la narración más obvio de lo que es en la realidad. Sin embargo, en algún momento debe surgir la pregunta de qué tipo de conciencia promueve el arte. ¿Cómo debemos entender las repeticiones que he descrito? ¿Intensifican lo expresado y son incrementales o, por el contrario, pretenden calmar al espectador, de la misma manera que lo hace un ritmo musical, y así evitar la re-traumatización, es decir, la transmisión del trauma por parte del autor al espectador? La película sugiere, con su trama dual, que el trauma es parte inevitable de la vida, de madurar. Pero es cuidadosa al hacer converger los sucesos traumáticos en un entorno local ( Juliette, una zona agrícola paupérrima de Mississippi, en 1970), de manera que podamos considerar que la película es realista y no alegórica. Refuerza el conocimiento por medios simbólicos, pero su realismo y su patrón simbólico se mantienen en una tensión que no se sitúa completamente del lado del descubrimiento. Hay un dicho bien conocido: el arte es arte cuando lo esconde. Los críticos, como es obvio, en su papel de lectores oficiales, descubren el arte una vez más, pero si se hace con el propósito de revelar, o de una manera puramente desmistificadora, acabamos siendo demasiado conscientes del diseño, de la trama, y el balance entre saber y no saber, necesario para el desarrollo psíquico, se altera. Hoy, además, conceptos tan fuertes como el de providencia o destino han perdido su potencial artístico, y también su potencial oculto, y dejan paso a ideas más seculares acerca del estrés Sobre el saber traumático y los estudios literarios 273 traumático y la repetición-compulsión. No obstante, estos conceptos son igualmente bastante enigmáticos, así que lo intuitivo, y en concreto la conciencia del espectador-observador, puede todavía sentir cuáles son sus límites. El film de Avnet sugiere que maduramos, como los niños que nos muestra el film, mediante una participación mística o casi fisiológica en la experiencia paterna. La formulación que favorezco es que en todos los niveles —actores, los personajes, autor, audiencia— la acción es ‘demoniaca’ en el sentido de Yeats (véase supra), en lugar de ‘consciente’ o ‘inconsciente’. Incluso dentro del detalle local que sirve para caracterizar el pueblo de Juliette (un área no ‘reconocida administrativamente’), encontramos hechos ligados al lugar, como la casa de juegos en el árbol y la torre de agua (imágenes inversas la una de la otra), o la tormenta y la piscina (también imágenes inversas) que acercan a cada uno de los dos personajes principales, padre e hijo, hacia el encuentro final. Los conocimientos artístico y traumático conspiran para producir su propio modo de reconocimiento. VI El lector puede haber sentido mi giro literario, a medida que la pregunta acerca de cómo es posible el conocimiento de experiencias extremas pasa de las perplejidades epistemológicas a los registros subconscientes involucrados en la narración, los actos de habla y los procesos simbólicos. Este cambio no deja lo cognitivo atrás, sino que establece una relación diferente con lo cognitivo. Lleva a un reconocimiento no sentimental de la condición humana, y a una visión del arte como testimonio y representación simultáneamente. La fuerza de ese reconocimiento modera nuestra tendencia a encontrar una explicación última para el trauma, es decir, a “ver a través de él” y a buscar su base biológica o metapsicológica. De hecho, esta tentación de explicar, incluso de desmistificar, cuando se vuelve una ‘fiebre’ puede ser en sí misma un efecto de la disociación traumática, un esfuerzo compulsivo, diferido, para dominar la escisión entre experiencia y conocimiento mediante la 274 Parte III. Representación y verdades afirmación en teoría de la convergencia de una causa fenomenológica (visible) y un trauma (invisible, o que, ‘atraviesa’ los ojos) 25. El reto es cómo reconocer la cara apasionada, sufriente y afectiva de la naturaleza humana sin que esto se convierta en sobreidentificación. Con demasiado frecuencia, el trabajo académico se defiende contra la emoción misma que intenta analizar al buscar un reconocimiento definitivo del mismo en términos de trauma de la infancia o “primer encuentro”, incluso cuando ese ‘encuentro’ está ‘perdido’, en el sentido de que ha sido desplazado de la memoria y se convierte, por lo tanto, en el objeto de una reconstrucción imaginaria26. Esto no niega la historia de lo individual o la necesidad de intervención social. De hecho, la frase “lo real (histórico) es racional” de Hegel parece ahora una racionalización de “lo real es lo traumático”27. El aspecto radical del estudio del trauma se sitúa en un primer plano menos por hacer énfasis en los actos de violencia, como la guerra y el genocidio, y más por el hecho de que llama la atención sobre la violencia ‘familiar’, como la violación y el abuso de mujeres y niños. Sobre todo, no descuida la naturaleza explosiva de la emoción y el maltrato cotidiano. Porque es claro que también los accidentes, es decir, los sucesos diarios aparentemente simples, revelan una atmósfera de trauma o son arrastrados a ella. Dudo que la ficción moderna fuera posible sin este ‘asalto’ de las cosas ordinarias, ya sea la extraña mirada de los retratos de los ancestros en las historias góticas o los encuentros herméticos de La muerte en Venecia de 25 26 27 Valéry, al desarrollar su propia filosofía del simbolismo, se burla de la tentación mecánica, casi científica, de la referenciación cognitiva al formular una pregunta de examen: “Qué se debe pensar de esta costumbre: Pincharle los ojos con agujas a un pájaro para que cante mejor. Explique y desarrolle. (3 páginas)”. El esfuerzo por ser ‘histórico’ es, en este contexto, a menudo una forma de insistir en la condición no accidental de ese encuentro, procedente de una valoración de la coincidencia o la coyuntura (ella misma supersticiosa a veces). La Fenomenología de la mente, aunque respeta la historia como un proceso dialéctico y concreto, sigue aún así moviéndose hacia un Estado final totalitario en el cual la historia está tan profundamente interiorizada que se olvida. Básicamente, la experiencia de la historia no se convierte en parte de un nosotros, sino en una materia en la cual participamos. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 275 Thomas Mann; la enloquecedora composición de La subasta del lote 49 de Thomas Pynchon, la desintegración o la rebelión de las percepciones de los sentidos en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rainer Maria Rilke, o los accidentes inocentes pero reveladores (para el detective) en la novela de misterio o en cualquier pieza ‘realista’ de ficción28. En la literatura, el shock y la ensoñación se entremezclan. Donde hay un sueño hay (hubo) trauma. La observación de Winnicott de que la “madre es siempre «traumática»” es fundamental aquí: lo que quiere decir es que dentro del marco de confianza elemental del niño o de la idealización de una presencia que nos cuida, hay infinitas posibilidades de sufrir daño, y que cuanto mayor sea la idealización, mayor será la vulnerabilidad29. Puesto que estar integrado (en el sentido psicoanalítico) sigue siendo un tipo de idealización, la no integración nos puede defender totalmente contra este daño cotidiano, que puede remontarse muy lejos, tan lejos como la niñez. También Lacan destaca una racha desafortunada que no se puede prevenir totalmente y caracteriza este trauma accidental como un malencontre. Nunca parecemos estar preparados para lo que nos acontece; golpea al niño en el adulto de manera prematura, inoportuna. La vida parece ser siempre un problema de ponernos al día con la vida o con la muerte (a través del duelo), muchas veces inconscientemente. Algo en el presente 28 29 276 Catherine Belsey argumenta que la historias de detectives del tipo Sherlock Holmes pretenden “develar la magia y el misterio, hacer todo explícito, explicable, sujeto al análisis científico” aunque puede quedar una cualidad “oscura y mágica” cuando se trata de las mujeres. Mi argumento es que este proyecto de la Ilustración no tiene éxito y que, por el contrario, a menudo incrementa nuestro sentido de la magia y lo ominoso de la vida. Véase C. Belsey (1980: 111 y ss.) y G. H. Hartman. (1975: 203-22). Y ello porque el personaje literario es a menudo una tolle, lege que cautiva tan efectivamente como una flecha de Cupido: un poema, parte de un poema o incluso un fragmento queda investido con un aura y se convierte en una predicción desconcertante de otro mundo. Véase, por ejemplo, Winnicott, Shepherd & Davis (1989: 146-48). La medida de nuestra madurez es, por lo tanto, la tolerancia frente a la ambivalencia y el encontrar (más creativamente) nuevos objetos o fenómenos transicionales en la esfera de la cultura, que es el ‘espacio’ para esos objetos. Parte III. Representación y verdades puede parecer, por lo tanto, (o reconstituir) algo olvidado, como si fueran canales a lo largo de los cuales la memoria puede regresar como una corriente que esconde su fuente. Aquí es donde las sensaciones aterradoras de repetición o correspondencia se dejan sentir30. De lo que he dicho, se puede extraer una lección que nos pone sobre aviso acerca de la relación del trauma con el conocimiento soñado o recuperado. Existe en nuestros días la tentación de politizar el hecho del trauma y ampliar, incluso universalizar, la perspectiva de la condición de víctima. Pero cualquier ecuación de biografía y trauma se debe formular con cuidado: la vida humana es en sí misma una adaptación sin fin a lo ‘traumático’, como lo describe Winnicott, condición que permanece desde el nacimiento hasta la muerte31. 30 31 El soneto de Baudelaire Correspondances, en deuda con el misticismo del teólogo sueco Emmanuel Swedenburg, es uno de los textos seminales del movimiento simbolista y se cita a menudo en este contexto. El ensayo de Walter Benjamin sobre Proust (Zum Bilde Prousts) hace que la palabra alemana ähnlich (resemblanza) se parezca a la palabra ahnen (presagiar), una palabra cercana al alemán para ancestros. El ensayo de Benjamin y su relevancia para la teoría literaria se discuten con gran erudición profesional en el capítulo 1 de J. H. Miller (1982). Aquí debo añadir un breve excurso. Que el trauma tiene su causa en un elemento del mundo real no debería negarse incluso cuando no podamos probar que tuviera originalmente (como ‘primer’ encuentro) un efecto en la psique similar al de una embolia en el cerebro humano. Sin embargo, ese elemento que le da origen no es necesariamente un acto perverso o violento, porque incluso en un trauma tan ‘positivo’ como enamorarse existe una cesura: una percepción intensa de lo real, por un lado, y una devaluación o desvanecimiento de cualquier otra cosa, por otro: “I wonder by my troth, what thou, and I / Did, till we lov’d?” (Me pregunto sorprendido, todo el tiempo, ¿qué hacíamos, / tú y yo, antes de que nos amáramos?), que es el buenos días que da John Donne al nuevo mundo de los amantes, a sus ‘almas despiertas’. La situación se hace todavía más compleja en la medida en que el deseo por lo real, por un contacto con ello (“were we not wean’d till then?”; “¿acaso éramos algo hasta ese momento”), contribuye de hecho a encuentros cercanos de tipo traumático. Tentamos al destino. Lo que queda suficientemente claro es que el ideal de la integración psíquica, como en la psicología del yo (la bête noire de Lacan) tendrá que modificarse. No podemos ‘dominar’ el trauma: yace fuera o paralelo al yo ‘integrado’. Cualquier accidente (cualquier suceso fortuito y no únicamente el daño físico grave) se puede agrandar hasta convertirse en una fatalidad psíquica mediante la “acción diferida”: pensemos en los incidentes casuales, pasados por alto, que caracterizan las historias de Gabriel García Márquez, y que acaban constituyendo, sin embargo, incidentes fatales. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 277 VII ¿Cuál es la relevancia de la teoría del trauma para la interpretación de textos o la crítica práctica? Al menos, esto es lo que sí sé: en literatura, como en la vida, el suceso más simple puede resonar misteriosamente, tender hacia lo simbólico y estar investido de un aura. En este sentido, lo simbólico no es una negación de lo literal o lo referencial, sino su intensificación extraordinaria. La razón de esta convertibilidad de lo literal y lo simbólico es lo ‘traumático’ ya mencionado, que constantemente rompe en pedazos la confianza elemental y que, aún así, de un modo simbólico, recoge siempre los pedazos32. Es más, la teoría contribuye muy específicamente a un análisis del tiempo humano, al aclarar su estructura repetitiva como un modo de narración negativa que se alterna con momentos emocionalmente cargados, como los “puntos del tiempo” de Wordsworth. Pueden volver como memorias repentinas (flashbacks), pero son también, al menos en la descripción de Wordsworth (y más tarde en la de Proust), haces de luz revitalizadores que provienen de un periodo de mayor intensidad, que parecían haberse perdido. En resumen, conseguimos una perspectiva más clara de la relación de la literatura con el funcionamiento de la mente en varias áreas fundamentales, incluyendo la referencia, la subjetividad y la narración. Hubiera dicho “funcionamiento alterado de la mente”, pero habría dado pie a confusiones. Porque la alteración en cuestión no es un alejamiento desafortunado de la 32 278 Lo simbólico, en Lacan, no es una cura para lo real sino que es en sí una especie de trauma, debido a que la transición necesaria que experimenta el niño desde el punto de vista del desarrollo de la fase en que domina el imaginario (esencialmente narcisista, en una relación entre dos cuerpos, dirigida a la crianza del niño) a la fase de tres cuerpos de lo simbólico (correlativa con la llegada del complejo de Edipo) es siempre traumatizante. El orden simbólico se debe curar a sí mismo y lo hace mediante la pérdida de lo real o la aceptación de lo real como algo perdido. Sin embargo, Winnicott tiene una visión mucho más simple de la relación entre lo traumático y lo simbólico. Si la diada madre-hijo, como él la concibe, desarrolla objetos transicionales que sean “un símbolo de la unión del bebé y la madre (o parte de esta) —es decir, si los objetos se sitúan en un punto del tiempo mental y del espacio en el que la separación o la contigüidad reemplazan a la unión o la continuidad—, entonces el trauma ocurre cuando esa creación de símbolos se desactiva” (Winnicott. 1995: 129-139). Parte III. Representación y verdades normalidad, aunque puede que involucre angustia y un grito de ayuda. Es, más bien, una duda muy humana, aunque compulsiva, un cuestionamiento obstinado que no puede ser reducido o transformado metodológicamente en una estructura afirmativa del tipo del cogito cartesiano. En lugar de ello, ese pensamiento estimulado por un idealismo residual se ve obligado a tratar, una vez y otra, cuestiones sobre la realidad, la integridad corporal y la identidad. Es una duda (a veces un éxtasis incubado) que incide en la referencia (¿es esto real o al menos un signo de lo real?), en la subjetividad (diciendo ‘yo’ y la posibilidad de que sea eso lo que se quiere decir) y en la memoria o la narración (teniendo control de la ‘trama’ de la propia vida en lugar de ser parte de otra narrativa desconocida, pero fatal)33. He mencionado estos elementos porque tienen un papel específico en el estudio de la literatura de ficción. ¿Qué realidad-referencia tienen los poemas o novelas? ¿Quién es el ‘yo’ que nos cuenta la historia o reivindica un privilegio como autor? y ¿por qué deberíamos creer en ese relato o forma de narrar tan fantástico, en un método que, incluso cuando respeta los criterios del realismo, está caracterizado por las coincidencias y una estructura fantástica “justo bajo la superficie”, que es precisamente lo que nos atrae? No es que la teoría del trauma, al menos cuando funciona en la órbita de los estudios literarios, tenga respuestas definitivas. En lugar de buscar un conocimiento prematuro, permanece más tiempo en lo negativo y permite irregularidades del lenguaje y respeta la cualidad del tiempo que asociamos con la literatura. El cuestionamiento de la referencia o, de manera más positiva, nuestra capacidad para constituir una referencialidad de tipo literario (con una dimensión simbólica o polisémica) indica la cercanía del sueño o del trauma. La narratividad negativa define una estructura temporal que tiende a colapsar, a causar implosión en un núcleo traumático saturado, de 33 Sacks (1985: 43) menciona el On Certainty de Wittgenstein, y subraya que se podría haber titulado On Doubt, al estar marcado por la duda en el mismo grado que por la afirmación: “[Wittgenstein] especula si podía haber situaciones o condiciones que expulsen la certidumbre del cuerpo, que nos den razones para dudar de nuestro propio cuerpo, tal vez incluso que hagan que todo nuestro cuerpo se pierda en la duda absoluta”. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 279 manera que la fábula se reduce a una repetición-compulsión que no ocurre verdaderamente ‘en sincronía’34 y en la que la subordinación del sujeto evoca lo que Lacan define como la “evanescencia” del Yo ante el Otro, en los casos en que no se explica exclusivamente en términos políticos o eróticos. Esta evanescencia indica siempre una interferencia, en contraste con el orden simbólico35. VIII En un área fundamental, los beneficios para la teoría literaria son ya bastante importantes. Se ha demostrado cómo el prejuicio epistemológico —que no sólo favorece una visión progresiva del conocimiento y de los efectos del conocimiento, sino que ve la compleja estructura de nuestro ‘llegar a conocer’ principalmente como la separación clara de la subjetividad— ha distorsionado la relación entre texto y lector. Por lo general, contemplamos la interpretación literaria como un proceso binario, que tiene lugar entre textos similares a objetos y lectores similares a sujetos. Intentamos llamar a este proceso diálogo, o pretendemos, usando una prosopopeya convencional, que el ‘texto’ nos habla. Pero la metáfora inspiradora de todo ello es 34 35 280 Es interesante que en la teoría neoclásica no se permitiera la representación en un escenario de lo que Aristóteles llamó la escena del pathos (una escena potencialmente traumática que muestra un sufrimiento extremo). Sólo podía presentarse mediante la narración (como en los famosos récits de la tragedia raciniana). Aún más, un tipo importante de crítica psicoanalítica literaria consiste en el descubrimiento y la sustantivación del fantasma de la niñez, que puede tener tanto un elemento filogénetico como ontogenético. Tal vez un efecto no querido de este tipo de análisis es que sugiere la relativa inautenticidad o la transformación en tópico de la muy limitada autonomía del desarrollo psíquico del individuo. El ejemplo más temprano, hoy clásico, es la obra de Marie Bonaparte L’identification d’une fille à sa mère morte, en la cual aparece un cisne producto de las alucinaciones; la idea intuitiva se desarrolla a gran escala en lo literario por Charles Mauron en Des métaphores obsédantes au mythe personnel (1963). “La distancia entre el yo y el otro siempre sufre alteraciones o está siendo alterada […] siempre hay alguna dificultad para autopresentarse en nosotros […] y, por lo tanto, estamos obligados a volver una y otra vez a alguna forma de «representación»” (Hartman, 1975: 74). Parte III. Representación y verdades demasiado obvia. Deja ver con claridad el hecho de que aunque sentimos que los libros están vivos, no podemos encontrar un buen modelo, una buena forma de reflejarlo. Cuanto más intentamos animar los libros, más nos revelan su parecido con los muertos, que se dirigen a nosotros mediante epitafios o a los que hablamos en nuestra mente o nuestros sueños. Cada vez que leemos nos ponemos en peligro de caminar entre los muertos, cuyo regreso puede ser tan mórbido como reconfortante. En cualquier caso, es siempre el lector quien está vivo y el libro el que está muerto y debe ser traído nuevamente a la vida por el lector. Sin embargo, la exégesis vigorosa del lector no permanece en el nivel conversacional, sino que se convierte en un texto que se debe revivir en un momento posterior. La conversación exegética es incapaz de mantenerse como tradición oral. Encuentra un modo de transmisión diferente, literario. Los pensadores ambiciosos, naturalmente, no sólo quieren que su trabajo permanezca vivo, sino que desean supervisar el significado futuro de sus enseñanzas. Esta es la razón más obvia de la devaluación que hacia Platón del medio escrito, que le quita autoridad al autor y lo coloca en manos desconocidas; en el mejor de los casos, en manos de una tradición o escuela particular. En el peor, naturalmente, en manos del Estado: es lo que Nietzsche creía que estaba ocurriendo y peleó tan vigorosamente como pudo contra ello. La crítica de Nietzsche a la universidad y a su pretensión de libertad académica describe una perversión del oído a través del sistema de clases magistrales: “Una sola boca que habla y muchísimos oídos, con un número menor de manos que escriben: tal es el aparato académico exterior, tal es la máquina de la cultura universitaria puesta en funcionamiento”. Detrás de esta máquina, a una “distancia cuidadosa y calculada” se sitúa el Estado: Derrida señala que esta imagen de una máquina estatal educativa “que te dicta la cosa misma que pasa a través de tu oído y recorre toda tu cordón umbilical hasta llegar a tu estenografía” tiende a fusionar lo umbilical con lo auditivo. Ominosamente, es “un cordón umbilical […][el que] crea ese frío monstruo que es el padre muerto o el Estado” (Derrida, 1988)36. 36 El extracto de Nietzsche (2000: 150) que reproduzco procede de sus escritos sobre educación en su Nachlass, cuya traducción en español se titula Sobre el porvenir de nuestras escuelas. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 281 Apoyándose en Nietzsche y Derrida, pero también en las ideas acuñadas por escritores tan diferentes como Bataille, Bourdieu, Lacan y Levinas, la nueva teoría ética intenta romper con la tiranía reproductiva del sistema educativo, con su creación de un pseudooído que impulsa la mera ilusión de la democracia y la objetividad37. Reconoce el problema de la transferencia hacia los libros, hacia la escritura como institución, la vitalidad didáctica de la relación pedagógica y del conocimiento transmitido oralmente. Los textos no son simplemente los objetos de un proceso cognitivo, sino que su ‘momento’ incluye tanto el acto de enseñar como las enseñanzas38. Enseñar se comprende aquí en el sentido amplio de una actividad performativa, una interpretación que desea cambiar a la persona y, por consiguiente, quiere cambiar un mundo. El lector, de manera similar, no es simplemente un sujeto que lee, sino un profesor o un estudiante, o tal vez tenga un poco de ambos. Si superponemos la relación interactiva entre profesor y estudiante sobre la del lector y el texto, los estudios literarios dejan a un lado entonces parte de su fascinación con las teorías cognitivas o constativas, y la lectura se restaura como algo ético (o metaepistemológico). Ético, porque las lecturas de los textos tienen un destinatario y no sólo formalmente (a través de una designación explícita o implícita, o de una 37 38 282 Fred Botting (1993: 206) en Experiencing the Impossible (La experiencia de lo imposible) evoca la importancia de la heterología de Bataille y cita la obra de Denis Hollier, Against Architecture: “Tal vez nunca haya habido ninguna otra teoría que no sea una teoría del otro, como nos ha sugerido Jacques Derrida, puesto que toda teoría se despliega en las fronteras pioneras de la asimilación e interviene en puntos en los cuales la homogeneidad percibe que se ve amenazada”. Botting sugiere que a través de Bataille y Derrida, la teoría se convierte en el enemigo permanente de sí misma, en un “factor en el proceso de agitación […] en el estallido de la narrativa pedagógica que popularizó e institucionalizó los escritos franceses en Gran Bretaña mediante un hilo aparentemente unificado que conectaba el estructuralismo, el psicoanálisis, el marxismo y el posestructuralismo”. Sobre el aspecto negativo de la pedagogía literaria, véanse también los trabajos de Guillory (1993) y Appiah, (1992: 55). Véase Susan Handelman (1994: 356-71). La autora contrapone astutamente Levinas a De Man, y presenta a este último como un villano epistemológico, pero ignora el interés de De Man por el conocimiento “ciego”, su crítica a la arrogancia de la intuición y su lucha por describir la aporía de lo performativo y lo constativo. Véase la crítica de Barbara Johnson (1987: 42-46) a la impersonalidad que muestra De Man en Deconstruction, Feminism, and Pedagogy. Parte III. Representación y verdades analogía entre literatura y correspondencia), sino que es el otro como un ser vulnerable, receptivo e incluso impredecible. A través de la crítica que “lee en la herida” y no la niega (la frase wundgelesenes de Paul Celan), el texto original, en sí vulnerable, se dirige a nosotros, se revela en sí mismo como un participante de la vida colectiva, o como “vida en la muerte”, como un signo de lo que es tradición o intertextualidad39. IX Tengo algunas dudas acerca de este renacer de la noción de paidea, que incluye hoy la experiencia de las mujeres y que con frecuencia gira en torno a ellas. No obstante, esa noción nos invita a repensar nuestra relación con la literatura sin dejarla atrás en el fervor de nuestro compromiso con la justicia social. Una reserva que tengo es que lo se llama ético puede ser finalmente, una vez más, una intensidad evangélica desplazada. El aspecto relativo al “memento trauma” no está muy lejos de un “memento mori”. ¿Es esta concepción de la crítica como testigo secundario un fenómeno religioso, a pesar de ser uno que ha renunciado a la pretensión de totalidad de la religión? ¿Busca una hermenéutica del ser moderno, fragmentado? Susan Handelman escribe explícitamente que la “hermenéutica y la homilética no pueden separase y […] se juntan bajo la categoría de lo pedagógico” (Handelman, 1994: 364)40. 39 40 El texto es vulnerable debido a su propia historicidad y no sólo porque sea el producto de una persona mortal. Véase Thomas Greene (1986). Para una reconcepción de la historia literaria que está cercana al espíritu de este párrafo, véase Sanford Budick (1994: 749-77), quien restringe esta comprensión a una clase de tradición, la de Occidente, y en concreto a su fundación real mediante los translatio studii romanos o virgilianos. Su marco mental dado a las rupturas, sin embargo, conecta la “vida en la muerte” de las palabras reinscritas (es decir, la intertextualidad) con la experiencia de la muerte en la vida, de la “pérdida irrecuperable” que es característica de la historia literaria, como un registro o una recuperación de una vida pasada, como algo potencial más que plenamente realizable. “La representación de esta experiencia implica la pretensión de que una pérdida irrecuperable dentro del pensamiento es una condición de una clase de experiencia de la historia literaria (y una clase de tradición)” (1994: 767). Mi análisis no resuelve, naturalmente, la cuestión del metalenguaje (o de un lenguaje Sobre el saber traumático y los estudios literarios 283 Por consiguiente, queda pendiente una pregunta acerca de cómo esta perspectiva ética se puede diferenciar de la enseñanza proselitista: del fuerte personalismo que ha invadido el salón de clases y la profesión como conjunto y que, como en la política, tiene éxito no por el recurso a pruebas constantes e innegables o a la conversación humana, sino por el escándalo, la publicidad o la fuerza enorme que tiene lo teatral en una “sociedad del espectáculo”. Obviamente, no quiero decir que Cathy Caruth, Susan Handelman, Barbara Johnson, Jill Robbings, Avital Ronell o Cynthia Chase, o en la generación previa, Shoshanna Felman, Jacqueline Rose o Julia Kristeva, hayan tomado ese camino. De hecho, son ejemplares al no haber establecido otro ideal del “conocimiento experto”, o una inversión feminista burlona de ese modo jerárquico y complaciente de enseñanza. Pero sería necesario expresar claramente cómo su “recuperación del Momento Pedagógico” puede evitar la politización o el culto al personalismo. Se da un paso adelante cuando recordamos que, hasta ahora, los discursos explorados por esta reintroducción del momento pedagógico son el psicoanálisis y el midrash41, y también la crítica literaria. El feminismo aparece en la escena como una crítica tanto del psicoanálisis como del discurso literario que evidencia la distorsión de género. Exterioriza en el analista, el crítico y el artista la distorsión de las cuestiones de género. Nos enfrentamos a asuntos potencialmente traumáticos que inciden en la identidad sexual y la tiranía de las construcciones intelectuales psicosociales 42. 41 42 284 de descripción separado del objeto del lenguaje) en la crítica literaria. Mientras que la situación en los estudios literarios no es la misma que en la medicina, resulta muy sugerente leer el capítulo de Montgomery Hunter (1991: 123-47) titulado Narrative Incommensurability. (N. del T.) El midrash es una técnica exegética de interpretación rabínica que busca la comprensión de la Torá o Revelación. Véase, por ejemplo, el trabajo permanente de Elaine Showalter sobre la hysteria (masculine) y los estudios tan perspicaces del tono de la poesía de Susan J. Wolfson (1994: 29-57). Susan Eilenberg (1992) muestra estas voces como una pasión, como algo extraño en el poeta y usurpador. Esta extrañeza u otredad puede estar vinculada a cuestiones de género, aunque no lo esté de manera necesaria. La cuestión de la identidad de la voz (o de cómo las voces refuerzan o socavan la identidad) se conecta también con las cuestiones acerca de la propiedad legal y tal vez con la cuestión del derecho de autor. Parte III. Representación y verdades Al hacer esas cuestiones personales, el feminismo rompe la barrera entre la reflexión autobiográfica y las preocupaciones institucionales. Mis comentarios se limitan aquí “al momento pedagógico” y a lo que puede aprenderse de él para alterar la relación entre lector y texto. La teoría de la recepción, por ejemplo, inspirada o no inmediatamente en el psicoanálisis (como en Norman Holland, David Bleich o Jane Tompkins), es intensamente pedagógica. Ofrece una forma de ralentizar la lectura al permitir que emerjan las opiniones, los prejuicios y las posiciones de los estudiantes, y al subyugar el deseo voraz del profesor por el orden. El impacto potencial del midrash en la crítica literaria es un caso más complejo. El midrash florece originalmente en un contexto jurídico-religioso y, por lo tanto, autoritario. Sin embargo, es la misma libertad de esta forma de comentario lo que atrae tal respuesta creativa frente a un Escrito43 que permanece, de todas formas, sagrado e inalterable. Hay, muy a menudo, un desafío del orden simbólico y, simultáneamente, también se recupera ese mismo orden. Sospecho que la respuesta del midrash puede ser tan atractiva debido a la relación entre oralidad y auralidad. El pseudooído se ve cuestionado; nos encontramos frente a un comentario que restaura un tipo de escucha enmarañada e ignorada. Los intérpretes rabínicos descubren o reconstruyen a menudo un texto, palabras dentro de palabras que arrojan un nuevo significado mediante un juego oto-mático (del oído) de palabras. ¿Dónde mora, de hecho, el texto recibido: en el texto o en nosotros mismos? Apenas puede satisfacernos resolver el problema si se dice que el texto está en el texto, pero su significado está en nosotros. Pronto nos perdemos nuevamente en disquisiciones epistemológicas. Es mejor admitir que un elemento traumático o entusiástico puede entrar en la exégesis secular, como ocurre en el midrash o en la relación religiosa con las Escrituras. Lo percibimos en comentarios como el de Levinas, cuando dice que “enseñar no es reductible a la mayéutica (el método socrático); viene de fuera y me da más de lo que puedo contener”44, o en el comen43 44 (N. del T.) En mayúsculas en el original. De Totality and Infinity, (citado en Handelman, 1994: 362). Sin embargo, Levinas sostiene un ideal de conocimiento experto de un tema que define como “la coin- Sobre el saber traumático y los estudios literarios 285 tario de Norman O. Brown (1991) que nos dice que “el libro le prende fuego al lector”. La afirmación humanística de Emerson de que mediante la lectura reconocemos nuestra “majestad alienada” también sería una muestra de esa idea. El midrash rabínico es una mezcla notable de prácticas extáticas y mayéuticas. Después del Sinaí, y todavía más después del hurban (la destrucción del Segundo Templo, que lleva a la diáspora judía), la comunidad ha recibido la ley, es decir, es aceptada de una vez y para siempre, de manera que su ley no es, o no lo es ya por más tiempo, heterónoma. La obligación de interpretarla y transmitirla reside ahora en los profesores de la comunidad, aunque la otredad de Dios siga estando ahí. Se desarrollan métodos de estudio que son a la vez comentario (constativo) y rezo (preformativo). Ellos estimulan la investigación en comunidad y la exploración intelectual intensa, pero no excluyen la posibilidad de interpretaciones inspiradas o místicas. El texto está ahora más en el texto que nunca, más de lo que está en Dios, y, sin embargo, se ‘revela’ tanto mediante el midrash jurídico y otras clases más libres de midrash, como la ‘recepción’ activa e incluso el consumo de la Escritura por los intérpretes rabínicos45. Algo parecido a esta teoría de la recepción, que es a un tiempo introspectiva y entusiasta, también motiva la práctica secular de la crítica literaria, aunque sin que se reconozca. Lo que se asume por la teoría es que la recepción va totalmente de la mano de la enseñanza y de su transmisión, que los materiales que se estudian son contagiosos y que habrá una transferencia entre profesor y estudiante (un maravilloso ejemplo de contagio textual, típico de la manera en que funciona la literatura, con o sin profesor, ocurre cuando Lacan comenta el sueño registrado por Freud, que caracteriza la frase del niño hacia el padre “¿No ves que estoy ardien- 45 286 cidencia de lo enseñado con el enseñante”. Ese es, precisamente, el ideal de una encarnación que supera la búsqueda epistemológica y se plasma como ejemplo. El arbusto en llamas de las Escrituras nunca se consume, sin embargo. Es clarificador recordar a este respecto, por un lado, la teoría de Bataille de que el consumo conspicuo, o el desembarazarse de los recursos excesivos, es un fenómeno religioso (anticapitalista) y, por otro lado, la teoría de Derrida de la diseminación como una escritura que no puede devolverse al padre (al autor original). Parte III. Representación y verdades do”, como una “brasa”). Tenemos la obligación, naturalmente, de analizar el proceso transferencial y reconocer la “posición del sujeto” como algo que es un hecho limitante también. Pero la esperanza es que los estudios literarios, al contemplar los modos ancestrales repudiados y al repensar la experiencia religiosa mediante la teoría del trauma, puedan llegar a ser más imaginativos en vez de más píos. X Mi propio interés en la relevancia del psicoanálisis para los estudios literarios no se ha centrado en el trauma. Los poetas ya estaban ahí antes que nosotros, como alguna vez declaró Freud, así que prefiero hablar de “psicoestética” y de “representación-compulsión”46. Pero comparto con los estudios sobre el trauma una preocupación por las ausencias o intermitencias del discurso (o del conocimiento consciente en el discurso); por la oblicuidad o el silencio residual de los “adornos del lenguaje” y otros modos eufemísticos; por el papel aterrador de los accidentes; por la “aparición fantasmagórica” del sujeto; por la conexión de la voz con la identidad (el ‘llamado’ de la criptonomía, de los juegos de palabras y de los nombres especulares); por la interpretación como festín y no como ayuno; y por la literatura como un acto testimonial que transmite conocimiento de una forma que no es científica y que no coincide ni con un modo de representación totalmente realista (si es que eso fuera posible) ni analítica47. ¿Cómo el conocimiento traumático se convierte en algo transmisible? Es decir, ¿cómo puede extenderse a la memoria personal y cultural? Aunque Wordsworth evoca el papel de las “cosas insensatas, calladas” en el desarrollo de la mente, en vez de una psicogénesis del discurso, el autor registra “puntos en el tiempo temprano” que se convierten en el soporte 46 47 Véase, por ejemplo, I. A. Richards and the Dream of Communication (Hartman, 1975: 20-40) y Christopher Smart’s Magnificat: Toward a Theory of Representation (1975: 74-98). Gabriele Schwab (1994: 167-89) nos aclara lo que significa el conocimiento literario irreductible. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 287 de una experiencia “totalmente distinta”. En Wordsworth’s Poetry asocié el trauma con esos trastornos recurrentes de la percepción (flashbacks) eidéticos y referenciales. Un “síndrome del punto”48 fortifica al joven, porque el misterio de la individuación marca incluso la mente del poeta maduro, persiguiéndole con objetos o lugares concretos (“Y hay un árbol, de entre muchos”)49. Estos lugares, míticos y realistas, nunca pierden su aura totalmente; de hecho, el “¿Dónde debo buscar el origen?” de Wordsworth le inspira para evocar lugares casi sagrados de “primeros encuentros”, contactos vinculantes entre su imaginación y la tierra, como si la tierra tuviera omphaloi50, localizaciones específicas que pudieran devolver la fuerza poética y conducir hacia un futuro tan fuerte como el pasado. El poder formador y deformador de esas fijaciones podría ser un síntoma creativo del trauma ligado al hambre de realidad o un deseo compulsivo por “lo real”51. Ellas son para la naturaleza lo que las escenas del pathos son para la tragedia, según Aristóteles. Consideraciones como esta estimulan una psicología no reduccionista. Al mismo tiempo, es posible dejar a un lado Wordsworth y situarnos en 48 49 50 51 288 (N. del T.) Excesiva fijación en los detalles superficiales de la realidad, como prestar atención a un pequeño punto negro en un gran lienzo blanco. Subrayo la representación del trauma infantil, pero cuando Wordsworth describe la traición política hay que decir que de lo que sufre es de un trauma adulto. Cuando Gran Bretaña le declaró la guerra a Francia en 1793, o cuando aceptó la Convención de Cintra en 1808, emergió una imaginería que, aunque no es totalmente diferente de la que se encuentra en los “puntos del tiempo”, se diferencia claramente de ella. Cito el párrafo inicial del panfleto del poeta Concerning the Convention of Cintra: “A pesar de ello, el hecho [de la Convención] no fue recibido por nadie como una desgracia clara y mensurable: si bien tenía características definidas e inteligibles para todo el mundo, también era una expresión subyacente extraña, oscura y misteriosa, y […] estábamos anonadados como hombres que se ven superados por las circunstancias sin aviso alguno. Temerosos como hombres que se sentían impotentes e indignados, y furiosos como hombres que han sido traicionados”. (N. del T.) Plural de la palabra griega omphalo, literalmente ombligo, pero también, por extensión “todo lo que es centro”. En este último sentido se utiliza en el texto. Atisbamos aquí una diferencia entre Wordsworth y Coleridge. Para Coleridge, como he intentado mostrar, el oscuro objeto de deseo es simbólico, y es su orden simbólico el que debe restaurarse. Parte III. Representación y verdades el presente. Hay algo muy contemporáneo acerca de los estudios sobre trauma, que refleja nuestra sensación de que la violencia siempre está más cerca de nosotros, como una tormenta que puede ya haberse movido al centro de nuestro ser. La realidad de la violencia, no simplemente como destino externo, sino intrínseca al desarrollo psicológico de la especie humana, y como algo que contamina sus instituciones (sin que pueda excluirse el sistema jurídico), es la “cuestión sobre el destino” que plantea Freud en las últimas páginas de La civilización y sus descontentos. Hoy debemos añadir a la idea de Freud el hecho de la violencia mediante recursos técnicos que se apoyan poderosamente en la ficción y en las noticias diarias. Los medios de comunicación audiovisuales presionan una mente a la que ya no se le permite ‘dormir’, sino que debe reaccionar de forma continua. Wallace Stevens ya definió la imaginación como una violencia desde dentro que responde a una violencia desde fuera. Pronto ya no quedarán versiones de lo pastoral; la de Wordsworth puede haber sido la última viable, en el límite de la industrialización y la urbanización modernas. El interés en el trauma, cabría añadir, va de la mano de un interés en el testimonio como un género que, de hecho, nos presiona con el coraje y la paciencia de la memoria. Es también relevante que el famoso “retorno a Freud” de Lacan le dé tanta importancia al capítulo 7 de La interpretación de los sueños, donde aparecen las primeras elucubraciones sobre una metapsicología. Lo que ese capítulo anticipa es la hipótesis de Freud de que hay una tendencia orgánica a seguir durmiendo, a no despertarnos totalmente a la conciencia plena, y que esto podría ser la explicación real de los sueños, el deseo que subyace a cualquier otro deseo. El propio organismo busca un regreso a su estado preconsciente o, como Freud declaró en su más famoso aforismo: “El propósito de la vida es la muerte”. En estas condiciones, el testimonio en la esfera social e histórica, como la objetividad y la precisión analítica en las ciencias, puede decirse que modifica nuestro impulso hacia la muerte al no cesar nuestra lucha mental. Convierte la vigilancia en una causa ética, y la lleva al punto incluso de la negación de la realidad al hacerla claramente testigo de las manifestaciones de muerte constantes alrededor de nosotros, aunque Sobre el saber traumático y los estudios literarios 289 sin permitir que ceda ante ellas. Fortalecer esta negación, y hacerlo de manera paradójica dentro del mismo sueño, es la relación restaurativa que tienen los sueños con respecto a la salud mental; de los sueños articulados producidos, sobre todo, por los esfuerzos contra la conciencia del propio yo mediante el arte. Epílogo: “Padre, ¿ no ves que…? Al comentar el sueño del niño que se quema, Freud mantenía que las palabras: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?”, fueron enunciadas realmente durante la enfermedad del niño, y que podían haber estado acompañadas de alta fiebre. Aunque Freud abduce un principio general de interpretación de los sueños (que los sueños incorporan el residuo del día, o palabras y percepciones reales), su finalidad es mostrar que este sueño no es difícil de interpretar, de manera que debemos concentrarnos en la pregunta de cómo explicarlo. Pero explicar un suceso psíquico como soñar requiere asignarle una causa determinante en la cadena psíquica. Al ser incapaz de hacerlo, Freud comenzó a especular con lo que luego se conocería como metapsicología, que nos devuelve a los comienzos de la vida consciente, al “despertar” de la materia en la memoria. (He pensado a menudo que la importancia que se le da a este momento es esencialmente erótica, como en la historia de Pygmalion: el pensamiento de despertar el propio cuerpo, que nunca está lo suficientemente animado, a una respuesta apasionada). Lacan interviene entonces para mantener los sueños dentro de la cadena psíquica de sucesos (y fuera de la biología o la metapsicología). Lo hace mediante un giro autorreferencial que es también un giro metafórico: la ‘fiebre’, sugiere, es también la de Freud, es decir, su ardiente deseo de encontrar lo ‘real’, de descubrir un “primer encuentro”. Esta ‘fiebre’ es en sí un hecho psíquico y recae no sólo sobre Freud, el individuo, sino también sobre la institución, es decir, sobre la teoría recibida del psicoanálisis que no ha podido ver lo real como algo que siempre es manqué52 o como un objeto imposible del deseo. Lacan, al 52 290 (N. del T.) En francés en el original: insuficiente, carente. Parte III. Representación y verdades mismo tiempo, comprende que el pathos de “Padre, ¿no ves que…” aparece no sólo como el autorreproche proyectado del padre, acrecentado por una metáfora que convierte la fiebre en llamas incluso antes de que las llamas sean literales, sino también de la fuerza de las invocaciones del niño en un entorno en el cual todo el mundo duerme53. También va dirigido a Lacan, como alguien cuyo retorno a Freud significa una vuelta a los textos freudianos: la recuperación del “encuentro perdido” con ellos 54. Como un vigilante en la tumba de Freud, la frase de la “brasa” inspira repentinamente a Lacan y hace que se inserte él mismo en la secuencia psicoanalítica, en una genealogía que convierte al niño en el padre del padre 55. La noción de “primer encuentro”, aunque a menudo estructura biografías y autobiografías, tiene algo similar al sueño, y pertenece más a lo fantasmal que a lo “real” localizable. Así que es posible ver toda la carrera de Keats como la búsqueda de lo “real fantasmal” a través de un indéfiniment jamais atteint réveil 56. La imaginación del poeta, atraída por lo que el mismo llama “el extremo”, quiere avanzar más allá de los modos pastorales: más allá de “Flora y el viejo Pan”, del lenguaje del 53 54 55 56 Véase el Libro 11 de los Seminarios de Lacan (1987). Aquí no hago una exposición fiel, sino una libre interpretación del comentario de Lacan sobre el sueño del niño que se quema. Una de las cuestiones que sigue sin resolverse es si el mismo Freud o la propia historia del psicoanálisis deberían verse como un encuentro fallido. La principal crítica contra Freud en nuestros días proviene, como ya lo mencioné, de aquellos que piensan que evadió lo ‘real’ como hecho social, que al alejarse de la evidencia del abuso infantil y prestar atención únicamente a los aspectos psíquicos del papel de la seducción en el mundo de la fantasía, fracasó como médico y reformador. Es fascinante a este respecto que el patético “Padre, ¿no ves que…?” recuerda una escena de seducción mortal (ejecutada en la mente de un niño enfermo) en una balada famosa que se convirtió en una de las grandes obras pedagógicas representativas de la cultura alemana: el Erl-King de Goethe. Véase el concepto de Harold Bloom (1973) de “ratio de revisionismo”. Literalmente: “nunca despertar indefinidamente”. Véase nota 8 para esta cita de Lacan. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 291 mito, del lenguaje de las flores 57. Keats compartió el ethos ilustrado de Freud y cultivó una conciencia no temerosa de ‘encontrarse’ con la realidad y de expresarse en los términos más directos. ¿Debe la poesía, asociada tradicionalmente con el ‘sueño’ —es decir, con un elemento inconsciente, a menudo expresado formalmente como la visión en un sueño— abandonarse por ser algo infantil? No más de lo que Freud abandona la interpretación de los sueños. Keats no se engaña por el falso amanecer de la Ilustración absoluta, porque Dante, Milton y Shakespeare siguen siendo parte de lo real, de manera que su propio genio, avergonzado por la fuerza de aquellos, no puede descartarlos en nombre de la realidad o el progreso científico. En el proyecto Hyperion, que se componen de dos largos fragmentos épicos, Keats, de manera más radical que Lacan, irrumpe en persona en un escenario genealógico, en un ocaso de los dioses que crea a partir de una poesía mítica, más antigua. El poeta, en este momento de interregno, debe cargar con lo nuevo soportando lo viejo sobre sus sentidos. Es un acto de regeneración imaginativa que responde no sólo frente a un cuerpo de poesía previa y su carga de grandiosidad, sino también frente a un elemento perdido o no completado. Ese elemento es básicamente femenino, una expansión del personaje-musa que es marginal en la gran tradición del verso épico. Keats no contempla una nueva generación de dioses, sino una nueva poesía. Más precisamente, el nacimiento de una nueva psique: el despertar de una psique que no esté acompañada por el trauma, es decir, que no involucre a los dioses o transformaciones in allo genere 58. Aun así, La caída de Hyperion, con independencia de cuan poderosa sea la imaginación que la ha producido, no es sino un progreso negativo y acongojante, y permanece atada a todos los síntomas retóricos del trauma59. Es la “Oda a Psique” la que está más cerca de tener unos “ojos despiertos” sin herida alguna, que 57 58 59 292 (N. de E.) Referencias directas al poema de John Keats, Sleep and Poetry (1816). (N. del T.) En latín en el original: en otro género. En mi The Fate of Reading (Hartman, 1975: 126 & ss.) describí que la retórica en términos históricos-literarios pertenecía a la conciencia epifánica u oriental que Keats deseaba convertir en un estilo inglés o hesperiano. Parte III. Representación y verdades pertenezcan a Psique o al propio Keats60. El poema es tremendamente ambiguo en ese punto: “Seguramente, hoy soñé, —¿o es que vi?— / a la alada Psique con mis ojos despiertos”. Si este momento de iluminación, con sus connotaciones sexuales, describe los ojos despiertos de Psique, deben ser los de la Psique redimida (“alada”), porque sabemos por el mito que el momento original de descubrimiento fue fatal. Lo que el poeta ve (o sueña) es, por lo tanto, una repetición deseada, una “repetición en un tono más suave”, como la llamó Keats alguna vez, y no “el primer encuentro, lo real” de Lacan. “La imaginación —escribe Yeats en una carta— puede compararse con el sueño de Adán: se despertó y encontró que era cierto” 61. La mención de Keats alude al octavo libro del Paraíso perdido, a una escena que recuerda la perdida traumática y aun así la evade. En esa escena, Milton presenta su versión de un primer encuentro, un despertar original que es ya una repetición. Dios le da a Adán una visión fugaz de Eva en un sueño, entonces le dice “despierta / encuéntrala”. La ligera suspensión de la cesura, que imita al acto de la espera, insinúa también un “despierta / para perderla”, que es la alternativa siniestra descrita en la balada de Keats La Belle Dame sans Merci. La pérdida arroja su sombra en la presencia, incluso en este primer encuentro, cuyo estrés pretraumático nos muestra a Milton como el profesor que prepara la imaginación para las pruebas que están por llegar 62. 60 61 62 Para una consideración del oído como órgano físico, véase mi Words and Wounds (Hartman, 1981). Incluso aquí Milton continúa sugiriéndonos una tipología figurativa, que le daba significado al tiempo y estructuraba la mayor parte de la comprensión cristiana del progreso histórico. Después de todo, Adán también fue creado para progresar, en su primera experiencia con una mujer, del tipo difuso encarnado en ella hacia a la verdad. En la teoría del trauma la realidad está siempre bajo la sombra de una “verdad” (de lo real no asimilado) que nos hace “More like a man / Flying from something that he dreads, than one / Who sought the thing he loved” (Más como un hombre / Que huye de algo que teme, que alguien / Que busca aquello que ama)(Wordsworth, Tintern Abbey). Quisiera agradecerle a Kevis Goodman sus útiles comentarios sobre este ensayo. Sobre el saber traumático y los estudios literarios 293 Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia1 Cathy Caruth Tomó la guerra enseñarlo que usted era tan responsable por todo lo que vio como por todo lo que hizo. El problema era que usted no siempre supo lo que estaba viendo hasta más tarde, incluso años después; que mucho de eso nunca lo hizo, en absoluto, tan solo permaneció guardado ahí, en sus ojos. Michael herr 2 R ecientemente la crítica literaria ha mostrado una progresiva preocupación con respecto a que los problemas epistemológicos presentados por la crítica postestructural necesariamente llevan a una parálisis política y ética. La posibilidad de que la referencia sea indirecta, y que consecuentemente podríamos no tener acceso directo a las historias de los otros, o incluso a las nuestras, parece implicar la dificultad de acceder a otras culturas y a la posibilidad de hacer juicios políticos o éticos3. A tal 1 2 3 Traducción de Carlos Andrés Barragán. It took the war to teach it, that you were as responsible for everything you saw as you were for everything you did. The problem was that you didn’t always know what you were seeing until later, maybe years later, that a lot of it never made it in at all, it just stayed stored there in your eyes. Un ejemplo de esta opinión lo podemos encontrar en S. P. Mohanty (1989). Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 295 argumento yo quisiera contrastar un fenómeno que surge no solo en la lectura de textos literarios o filosóficos, sino que emerge de manera prominente en extensos dominios históricos y políticos, es decir, la experiencia peculiar y paradójica del trauma. En su definición más general, el trauma describe una experiencia sobrecogedora de eventos repentinos o catastróficos en los cuales la respuesta a dichos eventos ocurre muy a menudo en la posterior aparición, incontrolada y repetitiva, de alucinaciones y otros fenómenos intrusivos4. Por ejemplo, la experiencia de un soldado que confronta muerte repentina y masiva a su alrededor, que sufre esta visión en un estado de entumecimiento, para revivirla únicamente más tarde en pesadillas repetidas, es una imagen central y recurrente del trauma en el siglo xx. Como consecuencia de la creciente ocurrencia de tales experiencias perplejas de guerra y de otras respuestas catastróficas durante los últimos veinte años, médicos y psiquiatras han comenzado a reformular sus pensamientos sobre experiencia física y mental. Últimamente han incluido las respuestas a una amplia variedad de experiencias (como la violación, abuso de menores de edad, accidentes automovilísticos e industriales, entre otros), que ahora son entendidas, a menudo, en términos de los efectos del ‘desorden de estrés postraumático’ que causan. Quisiera proponer que es aquí, en el igualmente expandido y desorientado encuentro con el trauma —tanto en su ocurrencia como en el intento de comprenderlo—, donde podemos comenzar a reconocer la posibilidad de una historia que no es directamente referencial (es decir, que no está basada en simples modelos de experiencia y referencia). A través de la noción de trauma argumentaré que podemos comprender que una reformulación de la noción de referencia no está dirigida a eliminar la historia, sino a reubicarla en nuestra comprensión, es decir, al permitir que la historia surja donde la comprensión inmediata no puede. La pregunta por la historia se presenta de manera urgente en uno de los primeros trabajos sobre trauma en el siglo xx: la historia sobre los judíos 4 296 No hay una definición consolidada de trauma; se le han dado varias descripciones en distintos momentos y con varios nombres. Para una buena discusión acerca de la historia de la noción y recientes intentos por definirla, véase Charles R. Figley (1985-86). Parte III. Representación y verdades de Sigmund Freud titulada Moisés y el monoteísmo. Debido a su aparente ficciónalización del pasado de los judíos, este trabajo ha producido continuos cuestionamientos sobre el estatus histórico y político de ellos; no obstante, su confrontación con el trauma parece estar profundamente atada a nuestras propias realidades históricas. Por lo tanto, he escogido este texto como el foco de análisis, porque creo que nos puede ayudar a comprender nuestra era catastrófica, así como también las dificultades de escribir una historia desde dentro de ella. Sugeriré que en la noción de historia que Freud ofrece en su trabajo, así como también en la forma en que su escritura, en sí misma, confronta los eventos históricos, podemos repensar la posibilidad de la historia, así como también nuestra relación ética y política con ella. Éxodo, o la historia de una salida El enredo de la obra de Freud y su obra Moisés y el monoteísmo con su propio y urgente contexto histórico es evidente en una carta que escribió a Arnold Zweig el 30 de mayo de 1934, cuando trabajaba en el libro, y mientras las persecuciones nazis a los judíos progresaban a gran velocidad. Freud dice: Enfrentado a las nuevas persecuciones, de nuevo uno se pregunta a sí mismo cómo los judíos han llegado a ser lo que son y por qué han atraído este odio imperecedero. Pronto descubrí la fórmula: Moisés creó a los judíos (E. L. Freud, 1970). En estas líneas, el proyecto de Moisés y el monoteísmo está claramente conectado con el intento de explicar la persecución nazi de los judíos. En apariencia, eso puede suceder, de acuerdo con Freud, solo en referencia a un pasado y, en particular, al pasado representado por Moisés. Al ubicar el peso de su historia en la denominación de Moisés, quien es, además, el libertador de los hebreos y los guió fuera de Egipto, Freud conecta de manera implícita y paradójica la explicación de la persecución de los judíos a su propia liberación; el retorno desde el cautiverio a la libertad. En la centralidad de Moisés está entonces la centralidad del retorno: el retorno de los hebreos a Canaán, donde ellos habían vivido previamente, antes de Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 297 asentamiento y esclavitud en Egipto. La referencia más directa presente en Moisés y el monoteísmo a su contexto histórico y como explicación de éste, consistirá en la novedosa reflexión de Freud sobre la historia del cautiverio o exilio y el retorno5. La noción de la historia judía como una historia del retorno puede parecer poco sorprendente en la perspectiva de un psicoanalista, cuyos trabajos se concentran con frecuencia en la necesidad de varias clases de retorno —en el retorno a los orígenes en la memoria y en el “retorno a lo reprimido”—. Pero en la descripción de su descubrimiento, en la pequeña y concisa fórmula apuntada para Zweig: “Moisés creó a los judíos”, Freud sugiere que la historia de los judíos supera la simple noción de retorno. Porque si Moisés en verdad ‘creó’ a los judíos6 en su acto de liberación —si el éxodo desde Egipto transforma la historia de los hebreos que previamente han vivido en Canaán, en la historia de los judíos que llegaron a ser una verdadera nación solo en su acto de partida del cautiverio—, entonces el momento de creación no es solo un simple retorno, sino que ahora es, en verdad, un momento de partida. La pregunta con la cual Freud enmarca su texto, y con la que explica tanto la situación histórica de los judíos y su propia participación personal dentro de ésta como escritor judío, es la siguiente: ¿en qué forma la historia de una cultura y su relación con unas políticas está inextricablemente conectada con la noción de partida?7 De hecho, la sorprendente versión de Freud sobre la historia judía puede ser comprendida como una reinterpretación de la naturaleza, así como 5 6 7 298 Mientras que en el contexto de la historia judía el término ‘exilio’ se refiere, en estricto sentido, al de Babilonia, la cautividad egipcia fue considerada paradigmática de este evento tardío. Así, La enciclopedia del Judaísmo dice, bajo el título ‘exilio’, que “es esta servidumbre egipcia ‘prenatal’ la que se convierte en el paradigma de Galut (exilio) en la mente rabínica” (Wigoder, 1989). ‘Crear’ es una traducción aproximada del texto en alemán en el que se lee “hat… geschaffen”. Dentro de los más interesantes intentos por lidiar con la condición política de Moisés y el Monoteísmo están los textos Freud et la structure religieuse du nazisme de Jean-Joseph Goux (1978); Le peuple juif ne rêve pas de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy (1981), y Psychanalyse de l’antisèmitisme de Jean-Pierre Winter (1981). Parte III. Representación y verdades del significado del retorno de los hebreos de su cautiverio. En la versión bíblica, Moisés fue uno de los hebreos cautivos que eventualmente surgió como líder y dirigió a los demás fuera de Egipto con rumbo a Canaán. Por otra parte, Freud anuncia al comienzo de su texto que Moisés, aunque fue libertador de los hebreos, no era, de hecho, hebreo, sino egipcio; un ferviente seguidor de un faraón egipcio y de su monoteísmo centrado en el culto solar. De acuerdo con Freud, luego de la muerte del faraón, Moisés se convirtió en líder de los hebreos y los sacó de Egipto con el objetivo de preservar la disminuida religión monoteísta. Freud comienza su historia cambiando la razón del retorno: ya no es primeramente la preservación de la libertad hebrea8, sino la de un dios monoteísta; es decir, que no es tanto el retorno a una libertad del pasado como el punto de partida de un nuevo futuro —el futuro del monoteísmo—. En esta revisión de los comienzos de los judíos, el futuro no es un continuo con el pasado sino que está unido a éste a través de una profunda discontinuidad. El éxodo desde Egipto, el cual da forma al significado del pasado judío, es una partida que es tanto un rompimiento radical como el establecimiento de una historia. La segunda parte del recuento de Freud extiende y redobla esta nueva reflexión del retorno. Él afirma que después de que Moisés el egipcio dirigió a los judíos fuera de Egipto, estos lo asesinaron en una rebelión, reprimieron el acto y, al pasar dos generaciones, asimilaron su dios a una deidad volcán llamada Yahweh y adjudicaron los actos de liberación de Moisés a los actos de otro hombre, el sacerdote de Yahvé (Yahweh, también llamado Moisés), con quien no compartían ni el mismo tiempo ni el lugar. De acuerdo con Freud, el momento más significativo en la historia judía no es el retorno literal a la libertad, sino la represión de un asesinato y de sus efectos: El dios Yahvé recibió unas honras inmerecidas cuando […] se le atribuyó la hazaña libertadora de Moisés, pero tuvo una seria penitencia por esta usur8 Es interesante notar que este futuro también puede ser pensado en términos de la divina promesa de la “tierra prometida”, y, por lo tanto, pudo ser entendida en términos de un futuro orientado a la temporalidad de la promesa. Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 299 pación. La sombra del dios cuyo puesto había usurpado se volvió más fuerte que él; al final del desarrollo salió a la luz, tras su naturaleza, la naturaleza del olvidado Dios mosaico. Nadie duda de que sólo la idea de ese otro Dios ha permitido al pueblo de Israel sobrellevar todos los golpes del destino, y lo ha conservado con vida hasta nuestra época (Freud, 1995j: 49). Si el retorno a la libertad es el punto de comienzo literal de la historia de los judíos, entonces lo que constituye la esencia de su historia es la represión, y el retorno, de los actos de Moisés. La naturaleza del retorno literal es entonces desplazada por la naturaleza de otra clase de reaparición: A las consabidas dualidades de esa historia [judía] […] agregamos nosotros dos nuevas: dos fundaciones de religión, reprimida {verdrüngen (suplantada)} la primera por la segunda, si bien luego sale triunfante a la luz por detrás de ella; y además, dos fundadores de religión, ambos llamados con el mismo nombre de Moisés, pero cuyas personalidades nosotros tenemos que separar. Y todas esas dualidades son consecuencias necesarias de la primera: el hecho de que una parte del pueblo había tenido una vivencia catalogada como traumática, vivencia que para la otra parte permaneció ajena (Freud, 1995j: 50). Solo a través de la experiencia de un trauma, el cautiverio y el retorno al comienzo de la historia de los judíos está precisamente disponible para ellos. Es el trauma, el olvido (y retorno), de los actos de Moisés lo que constituye la conexión que une al nuevo dios con el viejo, y a la gente que deja Egipto con la gente que, en últimas, hace la nación de los judíos. Centrando su historia en la naturaleza de la partida y el retorno, constituidos por el trauma, Freud reubica la posibilidad de la historia en la naturaleza de una partida traumática. Podríamos decir entonces que la pregunta central por la cual Freud finalmente interroga la relación entre la historia y su resultado político es: ¿qué significa exactamente para la historia ser la historia de un trauma? A muchos lectores el interrogatorio de Freud a la historia —el desplazamiento que hace de la historia de un retorno de liberación a la historia de un trauma—, les parece una negación tácita de la historia. Al reemplazar la historia factual con las curiosas dinámicas del trauma, Freud parecería haber negado doblemente la posibilidad de un referente 300 Parte III. Representación y verdades histórico: primero, al reemplazar un hecho histórico con sus propias especulaciones y, segundo, al sugerir que la memoria histórica, o que al menos la memoria histórica judía, es siempre una distorsión, una filtración del evento original a través de las ficciones de la represión traumática, que hace disponible el evento, en el mejor de los casos, de forma indirecta. Cuando más tarde Freud continúa con su trabajo la comparación de la experiencia traumática hebrea con los traumas del niño edipíco que reprime su deseo por la madre a través de la amenaza de la castración, en realidad esto lleva a que muchos lectores asuman que la única verdad referencial contenida en los textos de Freud es su propia vida inconsciente, una historia autorreferencial que muchos han leído como la historia “del complejo de padre irresuelto” en Freud9. Y este análisis ha reinterpretado a su vez la figura de la partida y el retorno de una manera simplista, como la partida de Freud de su padre, o su propia partida del judaísmo. Para muchos críticos, el costo de que Freud huya, convirtiendo en apariencia la historia en inconsciente o despojándola de la literalidad referencial de la historia, es finalmente el hecho de que el texto permanezca, a lo sumo, como un predecible drama del inconsciente de Freud y, más aún, un drama que revela una historia de desconexión política y cultural10. 9 10 Véase Edwin R. Wallace (1977). Existe una larga historia de interpretaciones psicoanalíticas de los escritos de Freud en el Moisés. Dentro de las más interesantes están el de Marthe Robert (1974), publicado en inglés como From Oedipus to Moses: Freud’s Jewish Identity (1977), y el de Marie Balmary (1982). Una reseña y una crítica de la tradición del psicoanálisis aplicado en este contexto la podemos encontrar en el excelente estudio de Yosef Hayim Yerushalmi (1991). Hay, por supuesto, excepciones a esta interpretación estándar. Dentro de ellas está la de Goux, Freud et la structure religieuse du nazisme; la de Lacoue-Labarthe & Nancy, Le peuple juif ne rêve pas; la de Winter, Psychanalyse de l’antisemitisme; la de Yerushalmi, Freud’s Moses, citado antes, al igual que Ritchie Robertson (1988), y el excelente ensayo de Michel de Certeau (1993). Entre algunos estudios útiles sobre Freud y el judaísmo están: Freud’s Moses de Yerushalmi, el trabajo de Philip Rieff (1961), y el de Martin S. Bergmann (1976). Una bibliografía útil la podemos encontrar en Peter Gay (1988). La propia discusión de Gay sobre el trabajo de Freud y su identidad judía y la escritura de Moisés y el monoteísmo es sumamente enriquecedora. Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 301 La colisión del tren, o la historia como accidente Sin embargo, cuando prestamos cercana atención al propio intento de Freud de explicar el trauma, encontramos una comprensión muy diferente sobre lo que significa partir y retornar. Mientras que la analogía con el individuo edípico constituye mucho de su explicación, Freud abre esta discusión con otro ejemplo que resulta extrañamente improbable, como comparación para una historia humana, y que sin embargo resuena curiosamente con la particular historia que él ha contado. Es el ejemplo del accidente: Supóngase que un hombre abandone, indemne en apariencia, los sitios donde ha vivido un terrible accidente, por ejemplo, un choque ferroviario, pero que en el curso de las semanas siguientes desarrolle una serie de graves síntomas psíquicos y motores, que uno sólo puede derivar de aquel choque, aquella conmoción, o lo que obrase sobre él en ese momento. Tiene una “neurosis traumática”. He aquí un hecho que en modo alguno entendemos, vale decir, un hecho nuevo. Al tiempo transcurrido entre el accidente y la primera aparición de los síntomas se le llama “periodo de incubación”, con transparente referencia a la patología de las enfermedades infecciosas. Ahora caemos por fuerza caemos en la cuenta de que, a pesar de la diversidad fundamental entre ambos casos, el problema de la neurosis traumática y el del monoteísmo judío, hay empero coincidencia en un punto, a saber, en el carácter que se podría llamar latencia. En efecto, de acuerdo con nuestro certificado supuesto hay en la historia de la religión judía una larga época, tras la apostasía de la religión de Moisés, en que no se registra nada de la idea monoteísta […] Así […] que la solución a nuestro problema deba buscarse dentro de una particular situación psicológica (Freud, 1995j: 65). En su uso del término latencia —período durante el cual los efectos de la experiencia no son aparentes—, Freud parece comparar el accidente con el movimiento sucesivo en la historia judía, desde el evento de su represión hasta su retorno. Sin embargo, lo que es realmente impactante acerca de la experiencia de la víctima del accidente y lo que en sí constituye el enigma central revelado por el ejemplo de Freud no es tanto el período de olvido que ocurre luego del accidente, sino el hecho de que la víctima de la colisión nunca estuvo completamente consciente durante el propio accidente: la persona escapa “indemne en apariencia”, dice Freud. La ex- 302 Parte III. Representación y verdades periencia del trauma, el hecho de la latencia, así parecería consistir no en el olvido de una realidad que nunca puede ser completamente conocida, sino en una latencia inherente dentro de la experiencia misma11. El poder histórico del trauma no es únicamente que la experiencia se repite luego de su olvido, sino que es solo en y a través de su olvido inherente que se experimenta, con plenitud, por primera vez. Más aún, es esta latencia inherente al evento la que, en contraste, explica la peculiaridad, la estructura temporal y el carácter diferido de la experiencia histórica judía: dado que el asesinato no se experimenta como ocurre, se hace evidente sólo en conexión con otro lugar y otro tiempo. Si el retorno es desplazado por el trauma, entonces esto es significativo en la medida en que es, como su partida —el espacio de la inconsciencia—, paradójica y precisamente, lo que preserva el evento en su literalidad. Para que la historia sea una historia del trauma su significado será justamente referencial, en el sentido en que no se percibe por completo cuando ocurre o, para presentarlo de una manera diferente, que la historia podrá ser comprendida sólo en la propia inaccesibilidad de su ocurrencia. Yo afirmaría que la noción de la referencialidad indirecta de la historia también es central al análisis que hace Freud de la forma política que adquiere la cultura judía en su repetida confrontación con el antisemitismo. Porque el asesinato de Moisés, como Freud argumenta, es, de hecho, una repetición de un asesinato anterior en la historia de la humanidad: el asesinato del padre primitivo a manos de sus rebeldes hijos, que ocurrió en la 11 También es interesante que los dos vehículos, que vienen juntos, parecen recordar los dos hombres llamados Moisés y las dos personas que venían juntas, en una reunión fallida, en Qadesh. Freud describe este evento también como una especie de desfase: “Yo creo que se tiene derecho a volver a separar entre sí ambas personas y a suponer que el Moisés egipcio nunca estuvo en Qadesh ni oyó jamás el nombre de Yahvé, así como el Moisés madianita nunca puso el pie en Egipto ni supo nada de Atón. Con el fin de soldar ambas personas, la tradición o la formación de saga se vio ante la tarea de llevar hasta Madián al Moisés egipcio y ya sabemos que sobre esto circulaba más de una explicación” (Freud, 1995j: 40). El significado de Moisés y el monoteísmo como la renovación de algunos de los primeros pensamientos de Freud sobre el trauma es indicado por el uso de la figura de “período de incubación” para describir la latencia traumática; Freud había usado esta figura en su temprano escrito Estudios sobre la histeria en 1895. Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 303 historia originaria12. Y es la repetición inconsciente y el reconocimiento de este suceso lo que explica tanto al judaísmo como a sus antagonistas cristianos. En verdad, dice Freud, que cuando Pablo interpreta la muerte de Cristo como la expiación de un pecado original, está recordando tardía e inconscientemente el asesinato de Moisés, el cual, en la historia de los judíos, permanece enterrado inconscientemente. Como hijos, en expiación diferida por la muerte del padre, los cristianos sienten rivalidad edípica con sus viejos hermanos judíos; una continua ansiedad de castración producida por la circuncisión judía y, finalmente, una queja de que los judíos no van a admitir la culpa que los cristianos han admitido en su reconocimiento de la muerte de Cristo. Entonces, al aparecer únicamente de forma diferida, el efecto histórico del trauma en el texto de Freud es, en últimas, la inscripción de los judíos en una historia siempre conectada con la de los cristianos. La partida de los hebreos, o su llegada como nación judía, es también una llegada dentro de una historia que no es simplemente la suya. Por lo tanto, quisiera sugerir que es precisamente en la propia función constitutiva de la latencia, en la historia, que Freud descubre la indisoluble conexión política con otras historias. Para presentarlo de otra manera, podríamos decir que la naturaleza traumática de la historia significa que los eventos son históricos únicamente al punto en que estos implican a otros. Es así que la historia judía ha sido también el sufrimiento de los traumas de otros13. 12 13 304 (N. de E.) Freud desarrolla este argumento en Tótem y Tabú, publicado en 1913. Es importante notar que para Freud esto no implica la necesidad de algún tipo de persecución; mientras él insistía en lo que parece una especie de universalidad del trauma, no sugería que la respuesta al trauma debía ser necesariamente el maltrato del otro. De hecho, distinguía el odio cristiano hacia los judíos del de la persecución nazi. Describía al primero como determinado por una estructura edípica, mientras que del otro decía que “uno no debería olvidar que todos estos pueblos que hoy se precian de odiar a los judíos sólo se hicieron cristianos tardíamente en la historia, a menudo forzados a ello por una sangrienta compulsión. Uno podría decir que todos son «falsos conversos», y bajo un delgado barniz de cristianismo han seguido siendo lo que sus antepasados eran, esos antepasados suyos que rendían tributo a un politeísmo bárbaro. No han superado su inquina contra la religión nueva que les fue impuesta, pero la desplazaron a la fuente desde la cual el cristianismo llegó a ellos […] Su odio a los judíos es, en el fondo, odio a los cristianos; no cabe asom- Parte III. Representación y verdades La escritura del desastre Sin embargo, el impacto completo de esta noción de historia solo puede ser comprendido cuando nos preguntamos lo que podría significar en este contexto considerar la propia escritura de Freud como un acto histórico. El mismo Freud nos impone esta pregunta al dirigir nuestra atención, en los distintos prefacios que él adjuntó a su libro, a la propia historia de la escritura y la publicación del texto. La escritura del texto tomó lugar entre 1934 y 1938, durante los últimos años de Freud en Viena y su primer año en Londres, ciudad a la cual se mudó en junio de 1938 debido a la persecución nazi a su familia y al psicoanálisis. Las dos primeras partes del libro que contienen la historia de Moisés fueron publicadas en 1937, antes de que dejara Austria, mientras que la tercera parte, que en general contiene un análisis más extenso de la religión, fue publicado en 1938, luego de que Freud se había mudado a Londres. En la mitad de esta tercera parte Freud inserta lo que él llama “Resumen y recapitulación” (Wiederholung o literalmente “repetición”), en donde cuenta, a su manera, la historia de su libro: La parte que sigue de estos estudios [la segunda sección de la tercera parte] no se puede dar a publicidad sin unas circunstanciadas explicaciones y disculpas. En efecto, no es otra cosa que una repetición fiel, a menudo literal, de la primera parte, ¿Por qué no lo he evitado? La respuesta es para mí fácil de hallar, mas no de confesar. No fui capaz de borrar las huellas de la historia genética, en todo caso insólita, de este trabajo. En realidad fue escrito dos veces. Primero hace algunos años en Viena, donde yo no creía en la posibilidad de publicarlo. Me resolví a dejarlo estar; pero me martirizaba como un espíritu no apaciguado, y hallé la escapatoria de volver independientes dos fragmentos de él […] Sobrevino entonces, en marzo de 1938, la inesperada invasión alemana; me compelió a abanbrarse, pues, si en la revolución nacionalsocialista alemana este íntimo vínculo entre las dos religiones monoteístas halla tan nítida expresión en el hostil tratamiento dispensado a ambas” (Freud, 1995j: 88). Una brillante exploración de esta relación entre Judaísmo y Cristianismo puede encontrarse en Jill Robbins (1991), en el trabajo de cinco autores que parten de la pregunta sobre el retorno en la historia de Abraham. Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 305 donar la patria, pero también me libró del cuidado de que su publicación le valiera al psicoanálisis una prohibición allí donde era tolerado. Apenas llegado a Inglaterra, hallé irresistible la tentación de poner al alcance de mis contemporáneos mi guardado saber […] No pude resolverme a renunciar por completo a las anteriores, y así di en el compromiso de añadir todo un fragmento de la primera exposición intacta, a la segunda, lo que aparejaba justamente la desventaja de unas extensas repeticiones (Freud, 1995j: 100). Al leer esta historia que Freud cuenta de su propia obra —una historia cuyos propios trazos no pueden ser borrados, que asedian a Freud como un fantasma y que finalmente emergen en distintas publicaciones y suponen repetición continua— es difícil no reconocer en ella la historia de los hebreos —de la muerte de Moisés, de su desaparición y de su repetición inconsciente—. Freud parece estar diciéndonos que el libro en sí mismo es el sitio del trauma; un trauma que en este caso, además, parece estar históricamente marcado por los eventos que, como él dice, dividen la obra en dos mitades: la primera, la infiltración nazi en Austria, que obliga a Freud a retener o reprimir la tercera parte; la segunda, la invasión de Austria por parte de Alemania, que obliga a Freud a partir y, por último, a sacar a la luz pública la tercera parte. La estructura y la historia del libro, en su traumática forma de represión y reaparición repetitiva, lo marca como el portador de una verdad histórica que está en sí misma implicada en la trama política de los judíos y sus perseguidores. De forma reveladora, a pesar de la tentación de dar un significado referencial inmediato al trauma de Freud en la invasión alemana y la persecución nazi, no es precisamente la referencia directa a la invasión alemana, de hecho, la que puede decirse que identifica el trauma en el pasaje de Freud. Porque la invasión es caracterizada no en términos de su consecuente persecución y amenazas, de las cuales la familia Freud en realidad tuvo su parte, sino en términos del énfasis puesto, de alguna manera diferente, en una simple línea: “Esto me forzó a dejar mi hogar, pero también me liberó del miedo […]” [(Sie) zwang mich, die Heimat zu verlassen, befreite mich aber]14. El trauma en el texto de Freud es primero que todo un trauma de la partida, 14 306 Las citas en alemán de Moisés y el monoteísmo fueron tomadas de Freud (1982). Parte III. Representación y verdades un trauma de verlassen. En verdad es esta palabra la que ata su “Resumen y recapitulación” a la estructuración traumática del libro, en su referencia implícita a los primeros prefacios incluidos al comienzo de la tercera parte. Estos dos prefacios subtitulados “Antes de marzo de 1938” (mientras que Freud todavía estaba en Viena) y “En junio de 1938” (luego de que Freud se ha ubicado en Londres), respectivamente, describen sus razones para no publicar el libro y su decisión final de dejarlo salir a la luz pública, anunciada en el segundo prefacio de la siguiente manera: Las particularísimas dificultades que me asediaron durante la redacción de este estudio referido a la persona de Moisés […] hicieron que este tercer ensayo, el de la conclusión, lleve dos diversos prólogos que se contradicen y se anulan entre sí. En efecto, en el breve lapso que media entre ambos ha variado radicalmente las circunstancias externas del autor. En aquel tiempo vivía bajo la protección de la Iglesia Católica y con la angustia de perderla con mi publicación […] De pronto sobrevino la invasión alemana […] En la certidumbre de que ahora me perseguirían, abandoné [verliess ich] con muchos amigos la ciudad que había sido mi patria desde mi temprana infancia y durante 78 años (Freud, 1995j: 55). El ‘intervalo entre los dos prefacios’ que Freud menciona de modo explícito y el cual es, de manera literal, el espacio entre “Antes de marzo de 1938” y “En junio de 1938”, implícitamente también marca el espacio de un trauma, un trauma denotado no simplemente por las palabras “invasión alemana”, pero más bien nacido de las palabras verliess ich, ‘abandoné’. La escritura de Freud preserva la historia, en concreto, dentro de este espacio temporal en su texto; y dentro de las palabras de su partida, palabras que no simplemente se refieren, pero que a través de su repetición en el posterior “Resumen y recapitulación”, transmiten el impacto de una historia en lo que en esencia no puede ser comprendido con respecto a la partida. Del cautiverio a la libertad, o el éxodo de Freud De hecho en la propia explicación teórica que Freud hace del trauma, en el ejemplo del accidente, el acto de partida es lo que finalmente constituye su núcleo más importante y enigmático: Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 307 Supóngase que un hombre abandone [die Städte verlässt, literalmente, “deja el sitio”] indemne en apariencia los sitios donde ha vivido un terrible accidente, por ejemplo un choque ferroviario (Freud, 1995j: 65). El trauma del accidente, su propio inconsciente, es acarreado por un acto de partida. Es una partida que en toda la fuerza de su historicidad permanece, al mismo tiempo, absolutamente opaca, tanto para el que parte como para el teórico que intenta traer la experiencia de la víctima a la luz. Y sin embargo, a la vez, esta opacidad genera la fuerza sorpresiva de un conocimiento; porque es el accidente, en alemán Unfall, lo que reverbera en la reflexión teórica que Freud hace del ejemplo y que está atado en el alemán con otras formas de fallen “caer”: Ahora, por fuerza, caemos en la cuenta de que [es muss uns auffalen], a pesar de la diversidad fundamental, entre ambos casos [Fälle] —el problema de la neurosis traumática y el del monoteísmo judío— hay empero coincidencia en un punto, a saber: en el carácter que se podría llamar latencia. En efecto, de acuerdo con nuestro certificado supuesto hay en la historia de la religión judía una larga época, tras la apostasía de la religión de Moisés, en que no se registra nada de la idea monoteísta15. Entre el Unfall, el accidente, y la sacudida de la reflexión, su auffallen, está la fuerza de una caída, una caída que se transmite precisamente en el inconsciente acto de partida. Es esta inconsciencia de la partida lo que soporta el impacto de la historia. Y es, del mismo modo, primero que todo, lo inconsciente de la referencia de Freud a su partida, en su propio texto, donde, sugeriría, tenemos el inicial acceso a su verdad histórica. Sin embargo, el impacto completo de esta historia ocurre para nosotros en otro aspecto del acto de partida, en lo que Freud llama “libertad”. En “Resumen y recapitulación” dice: “Me compelió a abandonar la patria, 15 308 (Freud, 1995j: 65) Lo que aquí se traduce como “ahora, por fuerza, caemos en la cuenta de que” es nachträglich en alemán, la palabra que usa Freud para describir “acción diferida” o un significado retroactivo de los eventos traumáticos en la vida psíquica; aquí nachträglich es una visión teorética de Freud, la cual también participa en la estructura traumática que aparece en los primeros escritos de Freud, que podemos encontrar en Cynthia Chase (1986) y en el aparte Sexualidad y el orden vital de Jean Laplanche (1973). Parte III. Representación y verdades pero también me libró del cuidado de que su publicación le valiera al psicoanálisis una prohibición allí donde era tolerado”. Partir del hogar para Freud es también una clase de libertad, la de sacar adelante su libro en Inglaterra, esto es, la de llevar su voz a otro lugar. El significado de este acto es sugerido en una carta que resuena con esas líneas del “Resumen y recapitulación”, escrita por Freud a su hijo Ernst en mayo de 1938, mientras el autor esperaba los últimos arreglos para poder dejar Viena: “Dos prospectos me mantienen trabajando en estos tiempos crueles: volver a juntarme con todos ustedes y morir en libertad”16. La libertad de Freud de irse es, paradójicamente, la libertad no de vivir pero de morir: traer su voz a otros al morir. Es decir, la voz de Freud emerge como una partida17. Y es esta partida la que, además, nos interpela. En las líneas que él escribió a su hijo, las últimas cuatro palabras —“y morir en libertad”—, contrario al resto de la frase, no están escritas en alemán, sino en inglés. El anuncio de su libertad y de su muerte se da en un lenguaje que puede ser escuchado por aquellos a quienes, en el nuevo lugar, él trae su voz, sobre los cuales el legado del psicoanálisis es concedido. Sin embargo, es significativo que este mensaje esté transmitido no sólo en el nuevo lenguaje, sino precisamente en el movimiento entre el alemán y el inglés, entre los lenguajes de los lectores de su patria y de su partida. Quisiera sugerir que es aquí, en el movimiento entre el alemán y el inglés, en la reescritura de la partida dentro de los lenguajes en el texto de Freud, donde nosotros participamos plenamente en la reflexión central de Moisés y el monoteísmo: que la historia, como el trauma, nunca es simplemente propia, que ella es, en esencia, la manera en la que estamos 16 17 Freud a Ernst Freud, 12 de mayo de1938 en E. Freud (1960). La resonancia de esta carta a Ernst con Moisés y el monoteísmo también aparece en las líneas que siguen a la cita anterior: “A veces me comparo con el viejo Jacobo, quien, cuando fue un hombre muy viejo, fue llevado por sus hijos hacia Egipto, como Thomas Mann lo describe en su próxima novela: “Déjanos tener la esperanza de que esta vez no estará seguido por un éxodo hacia Egipto. Ya es tiempo de que Ahasuerus vuelva a descansar en algo lado”. Para el contexto de este escrito, véase el excelente capítulo final, To Die in Freedom, de Peter Gay (1988), el cual me alertó sobre esta carta. Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia 309 implicados en los traumas de los demás. Porque no podemos leer esta frase sin que partamos nosotros mismos. En esta partida, el texto de Freud nos interpela, en formas que tal vez todavía no podemos comprender. Y propondría que, al considerar las posibilidades de análisis político y cultural, el impacto de éste, aún por comprender, no sólo sea un punto de partida válido sino también, en verdad, necesario18. 18 310 El maravilloso análisis de Robert Jay Lifton (1979) sobre el trauma en Freud, Survivor Experience and Traumatic Syndrome, apunta la relación entre el desarrollo posterior de la noción de trauma y la Primera Guerra Mundial. Sería interesante explorar cómo la noción de trauma se inscribe en el impacto que la guerra tuvo en el trabajo teorético de Freud. Parte III. Representación y verdades El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación1 Ruth Leys C athy Caruth es una exponente del enfoque posmodernista y posestructuralista aplicado al trauma psíquico y ha recibido una considerable aprobación, no sólo por parte los humanistas en varios campos del conocimiento, sino también de los psiquiatras y los médicos. A diferencia de la mayoría de los intérpretes sobre la condición posmoderna que tratan de manera habitual los temas del trauma, la memoria y la identidad sin referirse en absoluto a la bibliografía contemporánea psiquiátricaclínica, Caruth incorpora la neurobiología en su estudio sobre el trauma. Basándose en las opiniones del médico estadounidense Bessel van der Kolk y sus seguidores, Caruth defiende que el trauma masivo impide toda forma de representación porque los mecanismos ordinarios de la conciencia y la memoria están destruidos temporalmente. En lugar de ello, lo que ocurre es un registro no distorsionado, material y literal —y este último es el término fundamental— del acontecimiento traumático que, disociado del proceso mental normal de cognición, no se puede conocer o representar sino que regresa de manera diferida bajo la forma de “ensoñaciones”, de pesadillas traumáticas y otras clases de fenómenos repetitivos (Caruth, 1995: 152-53). 1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 311 En la versión deconstruccionista que hace Caruth de la explicación neurobiológica del trauma, elaborada por Van der Kolk, la distancia o aporía entre la conciencia y la representación, que se supone que caracteriza la experiencia traumática individual, es análoga a la materialidad del significante en el sentido que le da a esa idea Paul de Man, quien teorizó un “momento” de materialidad que, por un lado, pertenece al lenguaje pero, por otro, está aporéticamente separado del acto (del habla) de significación2. Más específicamente, central al enfoque sobre el trauma psíquico de Caruth, se encuentra una teoría ‘performativa’ del lenguaje derivada de la teoría de De Man. Cuando Caruth estudia el análisis que hace De Man de la “ruptura dentro del sistema” que surge en la articulación formal propuesta por Kant de la relación entre movimiento y fuerza, ella escribe: La ruptura ocurre en el texto de Kant, precisamente en el intento por integrar la fuerza en el sistema del movimiento. En su análisis de Kant, De Man identifica esta ruptura específicamente como una perturbación en la autorrepresentación fenomenológica del lenguaje o en la apariencia en el lenguaje de la dimensión performativa […] La filosofía, que sabe que es una gramática o sistema de tropos, debe integrar completamente, aunque sabe que no puede hacerlo, una dimensión del lenguaje que no muestra o representa, sino que actúa. Al designar este momento como “fatal”, De Man lo asocia […] con la muerte. Es paradójicamente en esta ruptura semejante a la muerte, o resistencia al conocimiento fenomenológico, donde el sistema confrontará la resistencia de la referencia, como sugiere De Man (Caruth, 1996: 85). Para Caruth, una “ruptura como de muerte” análoga reside en el corazón del trauma; la víctima del trauma no puede simbolizar o representar el acontecimiento o accidente traumático que ha causado su condición a pesar de que se vuelve a ‘ejecutar’, repetir o revivir de manera obsesiva a través de las ensoñaciones, los sueños y los síntomas relacionados. Por ello, en la obra de Caruth, el empirismo —como una forma de apelación a la ciencia— y la teoría literaria se ven asociadas 2 312 Para un desarrollo mayor, véase Paul de Man (1979; 1984 & 1990). Véase también Hamacher, Hertz & Keenan (1989). Parte III. Representación y verdades de forma apropiada pero extraña3. En Caruth la “ensoñación”, definida como “una interrupción […] que […] no puede pensarse simplemente como una representación”, es el equivalente a la “interrupción de un modo representacional”, que esa autora asocia con la deconstrucción del lenguaje efectuada por De Man (Caruth, 1996: 115). Y aparece un tercer elemento en esa combinación: un conjunto de presunciones compartidas por muchos autores acerca del fracaso constitutivo de la representación lingüística en la era posterior al Holocausto, a Hiroshima y a Vietnam, que Caruth nunca presenta como la suya propia, pero que es explícita en los escritos de otros académicos que cita con aprobación, y, en concreto, de la crítica literaria Shoshana Feldman y el psicoanalista Dori Laub. Para esos académicos, el Holocausto en particular es el acontecimiento determinante de la era moderna porque, en su excepcionalidad terrible e inexpresable, excede nuestra capacidad de penetrarlo y comprenderlo. Y puesto que ello es así, se supone que el Holocausto ha precipitado, y tal vez causado, la crisis epistemo-ontológica del testimonio, una crisis que se manifiesta en el nivel mismo del lenguaje (Felman & Laub, 1992)4. Sin embargo, en opinión de Caruth y otros, el testimonio del sujeto traumatizado “alcanza al otro, consigue ser oído” a través de la urgencia de una interlocución que nos contamina a todos (Felman & Laub, 1992: 37). En su opinión, el lenguaje tiene éxito a la hora de testimoniar el horror traumático sólo cuando la función referencial de las palabras comienza a romperse, con el resultado de que lo que se transmite no “es el conocimiento normalizador del horror, sino el horror mismo”, en palabras de 3 4 El uso de Caruth de la neurociencia es problemático porque sus afirmaciones y descubrimiento tienen una validez cuestionable. Pero tiene un cierto sentido, porque su versión inspirada por De Man de la reconstrucción es empiricista y materialista en su naturaleza (como los términos han acabado por entenderse en los círculos seguidores de De Man). Sobre el materialismo y el empiricismo de De Man véase Fergusson (1992), especialmente lo expuesto entre las páginas 1-35. Compárese con J. T. Mitchell (1985). Felman habla de “la crisis histórica radical del ser testigo que ha puesto de manifiesto el Holocausto” (201) y caracteriza nuestro siglo como “un siglo postraumático” (1), una idea que inspira a Caruth cuando se refiere a nuestra época como “catastrófica” (Caruth, 1995: 11). El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 313 Water Benn Michaels (1996: 8). En consecuencia Caruth, ofrece varias interpretaciones, muchas de ellas bastante breves, de las obras ejemplares o de los pasajes de los trabajos de Freud, Lacan, Duras, Resnais, Kant, Kleist y De Man, en un intento por demostrar que el lenguaje sólo puede testimoniar a través del fracaso del testimonio o de la representación5. En cuanto al proceso mediante el cual esto ocurre, los conceptos relacionados del habla y la escucha son fundamentales en la explicación de Caruth (1995: 10): ¿Cómo se escucha lo que es imposible? Sin duda, uno de los retos de esta clase de escucha es que puede que ya no sea una opción sin más: ser capaz de escuchar lo que es imposible es también haber sido elegidos por ello, antes de haber tenido la posibilidad de dominarlo mediante el conocimiento. Ese es el peligro: el peligro, como algunos lo expresan, del “contagio” del trauma, de la traumatización de aquel que escucha (Terr, 1988). Pero también es su única posibilidad de transmisión. “A veces es mejor —sugiere el doctor Laub hablando como médico— no saber demasiado” (Laub, 1991). Escuchar la crisis ocasionada por un trauma no es sólo escuchar el acontecimiento, sino escuchar en el testimonio cómo el superviviente se aparta de él; el reto del oyente terapéutico, en otras palabras, es cómo escuchar la partida. La transmisión de lo irrepresentable —que Caruth concibe como un proceso inevitable de infección y en el que al mismo tiempo interviene una obligación ética por parte del oyente— nos involucra, por ende, a todos aquellos de nosotros que no estábamos allí para escuchar, al convertirnos, como lo expresa Dori Laub, en participantes y copropietarios del acontecimiento traumático (Felman & Laub, 1992: 57). No es que Caruth y Laub coincidan totalmente en todas las cuestiones. Cuando Laub analiza el proyecto de grabar en video el testimonio de los supervivientes del Holocausto, convierte la tecnología concreta de la videograbación en un proceso dialógico que conceptualiza en términos 5 314 (N. de E.) Véase su ensayo “Experiencias sin dueño: trauma y la posibilidad de la historia” que hace parte de esta antología, inicialmente incluido en su libro Unclaimed Experience, (1996: 10-24). Para confrontar el resto del texto original, véase de la edición inglesa. Parte III. Representación y verdades psicoanalíticos como un “contrato de tratamiento breve” (Felman & Laub, 1992: 70). En este modelo, el superviviente y el entrevistador se reúnen en un encuentro cara a cara en el que el entrevistador se convierte en un analista-oyente que está marcado por el trauma pero que, a diferencia de la víctima, tiene la objetividad y la desconexión emocional para poder distanciarse de él. Durante ese proceso, se anima al superviviente a que recuerde y narre el pasado en un procedimiento que tiene algún parecido al proceso analítico de “trabajar el duelo”6. Pero para Caruth (1995: 153154), ese acto de narración se arriesga a traicionar la verdad del trauma, definido éste como un acontecimiento incomprensible que desafía toda representación. Conforme a ello, demanda un modelo de respuesta frente al trauma que asegure la transmisión de la ruptura o distancia de significado que constituye la historia como inherentemente traumática (1996: 18). Desde esta perspectiva, la historia es un síntoma del trauma, un síntoma que no debe y que, en realidad, no se puede curar: simplemente se puede transmitir, traspasar. “La naturaleza traumática de la historia—Caruth escribe sin mayor matización— significa que los eventos son únicamente históricos en la medida en que estos implican a otros”7. Caruth intenta justificar sus afirmaciones al concentrarse en ciertas obras psicoanalíticas y de teoría literaria con el propósito no sólo de seguir los argumentos explícitos de cada uno de los autores acerca del trauma, sino de reconstruir la trayectoria histórica del “itinerario textual de las palabras o figuras literarias insistentemente recurrentes” que tienen “una dimensión literaria que no puede reducirse al contenido temático del texto o a lo que la teoría codifica y que, más allá de lo que podemos saber o teorizar sobre ello, persiste tercamente en ser testigo de alguna herida olvidada” (1996: 5). En este capítulo, me concentro en la manera en que Caruth examina el trabajo de Freud para mostrar 6 7 Felman conceptualiza la respuesta al testimonio del Holocausto en los mismos términos dialógicos-psicoanalíticos, y para ello se concentra en la necesidad para el oyente ––que en este caso son sus estudiantes–– de recuperarse de la “pérdida del lenguaje” y conocimiento que ellos mismos sufren al experimentar la escucha del “testimonio” poético de Celan con el fin de volver a adquirir la significación e integrar su experiencia (Felman & Laub, 1992: 52-56). Cathy Caruth en esta edición, pp. 304. El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 315 qué es lo equivocado o problemático de los argumentos de Caruth y evaluar críticamente las cuestiones eticopolíticas en discusión. Freud como teórico de lo literal En sus escritos sobre el trauma, Caruth insiste en la importancia fundamental de ciertos textos de Freud, que ella interpreta no sólo como un anuncio de la teoría performativa del trauma, sino también como una manifestación del supuesto fracaso de la representación que constituye performativamente el trauma como tal. Por consiguiente, comparte una cierta tendencia general del posmodernismo que se apropia del psicoanálisis para discutir el trauma del Holocausto y la condición posterior al Holocausto. Como reconoce Caruth, su apropiación de Freud depende de una reorientación fundamental de la obra de este autor. “En toda su obra —afirma—, Freud sugiere dos modelos del trauma que a menudo se sitúan uno al lado de otro”: Por un parte, el modelo del trauma de la castración, que se asocia con la teoría de la represión y el regreso de lo reprimido, y también con un sistema de significados simbólicos inconscientes (las bases de la teoría de los sueños en su interpretación habitual); por otra, el modelo de neurosis traumática (o, podríamos decir también, el trauma causado por accidentes) asociado con las víctimas de los accidentes y los veteranos de guerra (y, algunos argumentarían, con su obra temprana sobre la histeria; véase Herman, Trauma and Recovery) y que surge en la teoría psicoanalítica, al igual que en la experiencia humana, como una interrupción del sistema simbólico y está ligada, no a la represión, el inconsciente y la simbolización, sino más bien a una demora temporal, a una repetición y a un retorno literal. Freud ponía generalmente sus ejemplos acerca de los dos tipos de trauma el uno junto al otro […] y admitía […] que no estaba seguro de cómo integrar ambos (Caruth, 1996: 135). Como hacen muchos otros teóricos del trauma, Caruth rechaza el modelo de la castración de Freud y los conceptos asociados de represión y significado simbólico inconsciente. Para ella, lo que reemplaza el concepto de castración y represión son las nociones del accidente traumático y de una latencia inherente en la experiencia traumática. En concreto, vuelve 316 Parte III. Representación y verdades al accidente de ferrocarril el arquetipo para las teorizaciones modernas del trauma y del shock, y a la idea conectada de un retardo que interviene entre el impacto y la aparición posterior de los síntomas traumáticos. Caruth (1996: 141) vincula la noción de latencia al concepto de Janet de “disociación”y al concepto de Freud de Nachträglichkeit o “acción diferida” (1996: 133), que Caruth define como una estructura de diferimiento temporal, aunque ahora depurada de la idea de una asignación retroactiva de significado a las experiencias sexuales pasadas y reducida en su lugar a la idea de una repetición literal, aunque posterior, del acontecimiento traumático: Si la represión, en el trauma, se reemplaza con la latencia, ello es relevante en la medida en que su vacío —el espacio del inconsciente— es paradójicamente lo que conservará el acontecimiento en su literalidad. Que la historia sea una historia del trauma significa que es referencial en la medida en que no se percibe de manera completa cuando está ocurriendo (Caruth, 1995: 8). Es importante darse cuenta desde el comienzo hasta qué grado Caruth reconfigura el concepto de Freud de Nachträglichkeit o acción diferida. Para Freud la lógica temporal de la Nachträglichkeit problematiza la condición originaria del acontecimiento traumático, porque, según esta lógica, el trauma implica una dialéctica de no conocimiento o de “olvido” y una latencia a través de la cual el pasado sexual se determina como traumático mediante una asignación retroactiva de significado. Caruth intenta apropiarse del concepto de Freud de Nachträglichkeit al enfatizar exclusivamente su aspecto temporal, es decir, Caruth enfatiza la idea que debido a la falta de preparación del individuo para enfrentar la amenaza a la vida, situación que define el trauma, la mente reconoce esta amenaza justo un momento demasiado tarde. El shock causado por la relación de la mente con la amenaza de muerte no es, por consiguiente, la experiencia directa de la amenaza, sino precisamente la desaparición de esta experiencia, el hecho de que, porque no se experimenta a tiempo, no ha sido completamente conocida” (Caruth, 1996: 62). Lo que le interesa es la idea de que la experiencia traumática se define por su ‘ilocalizabilidad’ temporal (1996: 133). Como veremos, esa ilocalizabilidad temporal es esencial para El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 317 su concepto de trauma como algo que necesariamente implica a otros. Pero cuando pasa a definir la repetición en términos del regreso diferido, literal y no mediado del acontecimiento traumático, parece concretar el trauma en términos causales más tradicionales, como si el trauma implicara un determinismo lineal o una acción directa del pasado sobre el presente. Parece aceptar esto cuando observa que su comprensión del trauma “se corresponde con el modelo determinista de la repetición de la violencia”, como ejemplificación la pesadilla traumática (Caruth, 1996: 136). Pero ello sugiere que su modelo del trauma definido a partir de la latencia está mucho más cerca del modelo de una enfermedad infecciosa, en la cual un “período de incubación” o periodo de retardo interviene entre la infección inicial y la aparición subsecuente de los síntomas, que del concepto de Freud de Nachträglichkeit. De hecho, veremos que cuando Caruth pasa a examinar el análisis de Freud de la “neurosis por accidente” en Moisés y el monoteísmo, acepta explícitamente la analogía entre el trauma y la infección. Por ello es que Caruth puede apoyar el intento de Bessel van der Kolk de vincular los síntomas del estrés postraumático a la realidad externa de una manera causal mediante la conceptualización de los sueños y de las ensoñaciones traumáticas, como si ellos fueran secuelas directas, aunque diferidas, de un trauma externo, como una respuesta inflamatoria frente a un cuerpo extraño8; un modelo etiológico del trauma psíquico que Freud rechazó desde el inicio9. Teniendo en cuenta todo lo anterior, no sorprende que Caruth identifique la tarea de reinterpretar la comprensión tradicional de la teoría de la represión a través de la teoría del trauma como “uno de los problemas centrales para el psicoanálisis hoy en día” (1996: 136) o que, al pedir una reelaboración intelectual básica del psicoanálisis, favorezca interpretaciones de la pesadilla traumática como las de Van der Kolk, que enfatizan su 8 9 318 (N. de E.) Bessel van der Kolk es un psiquiatra clínico, profesor de psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston. Autor de un centenar de artículos científicos y coautor con Alexander McFarlane y Lars Weisath de Traumatic Stress: The Effects of Overwhelming Experience on Mind, Body and Society (1996). Véase la crítica de Freud sobre el modelo inflamatorio del trauma en Freud & Breuer (1995: 290). Parte III. Representación y verdades carácter literal y ligado a la memoria (Caruth, 1996: 139). En resumen, Caruth reclama una reconfiguración radical del psicoanálisis en la cual la pesadilla traumática se defina como una “experiencia no reclamada”, como un recuerdo literal, no simbólico y no representacional del acontecimiento traumático. Un texto crucial para Caruth es Más allá del principio del placer (1920), en el que por primera vez Freud se ocupa del problema de la pesadilla traumática. El texto de Freud comienza con una alusión a los síntomas psíquicos, incluyendo las pesadillas traumáticas, asociados con las neurosis de guerra; síntomas que parecen reflejar, en opinión de Caruth (1996: 59), “nada más que la ocurrencia no mediada de acontecimientos violentos”. En apoyo de ello, la autora cita un pasaje en el que Freud afirma: Sin embargo, no he sabido que los enfermos de neurosis traumática frecuenten mucho en su vida de vigilia el recuerdo de su accidente. Quizá se esfuercen más bien por no pensar en él. Cuando se admite como cosa obvia que el sueño nocturno los traslada de nuevo a la situación patógena, se desconoce la naturaleza del sueño (Freud, 1995ñ: 13). Caruth comenta el pasaje anterior de la siguiente manera: El sueño traumático recurrente deja perplejo a Freud porque no se puede comprender en términos del deseo o significado inconsciente, sino que es, pura e inexplicablemente, la recurrencia literal del acontecimiento contra la voluntad de aquel a quien habita […] En el trauma, lo externo ha penetrado lo interno sin ninguna mediación. Freud toma este retorno literal del pasado como un modelo para el comportamiento repetitivo en general, y defiende en última instancia, en Más allá del principio del placer, que es la repetición traumática —en lugar de las distorsiones significativas de la neurosis— la que define la forma de las vidas individuales (Caruth, 1996: 59). Como sugiere este pasaje, Caruth hace una generalización a partir de Más allá del principio del placer con el propósito de afirmar que para el propio Freud las neurosis traumáticas se convierten en el paradigma no sólo de todas las neurosis, sino más en general de aquello que conforma toda vida individual. Un paradigma, además, según el cual la respuesta El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 319 traumática no se define en términos de los motivos reprimidos, de las representaciones disfrazadas y de los significados simbólicos inconscientes, sino a partir del impacto literal y no mediado del acontecimiento. Según esta interpretación, los sueños traumáticos no son mediados autobiográfica o subjetivamente, ni el individuo se apropia de ellos. En lugar de ello, el ‘yo’, que apenas puede seguir siendo caracterizado como un yo (Caruth, 1996: 131-132), se ve poseído por el sueño traumático, que de esta forma atraviesa toda representación al rememorar y narrar impersonalmente la verdad histórica del origen traumático10. Aunque como interpretación del significado general del trabajo de Freud esta es una afirmación controvertida, como interpretación de la pesadilla traumática no carece de precedentes. Por ejemplo, Lansky ha observado que cuando Freud en Más allá del principio del placer reconoce que la pesadilla traumática parece probar una excepción al principio de que los sueños son el cumplimiento de los deseos, admitió la existencia de una “compulsión a la repetición” o principio del funcionamiento mental “más allá del principio del placer” que gobernaba la producción de los sueños traumáticos. Desde la aparición del libro de Freud en 1920, varios comentaristas han sido de la opinión, sobre todo en los últimos años, de que para Freud la pesadilla 10 320 La teoría de Caruth acerca de cómo el pasado se registra y transmite irremediablemente parece ser así una versión extremadamente literal de la historia como crónica, concebida como un método no subjetivo, no narrativo y no representacional de memorializar el pasado de una manera que Berel Lang considera la forma más ética de escribir la historia del genocidio. En el análisis de Lang, el “límite” de lo que es el Holocausto se define como un objeto o acontecimiento que es literal porque se separa de la representación o se sitúa como algo previo a ella. Por tanto, requiere un método histórico que preserve, hasta donde sea posible, la literalidad del pasado. Denomino la versión de la historia traumática de Caruth como “extremadamente literal” porque aunque la crónica histórica para Lang es “un punto cero de la historiografía”, reconoce que esa crónica nunca es completamente independiente de la agencia del historiador y hasta cierto punto también es interpretación y convención, o representación (Lang, 1992: 300-317). Como ha sugerido Amy Hungerford, es como si la representación se imaginara a sí misma como la clase de objeto que se arriesga a matar o distorsionar la verdad moral de los hechos en torno al pasado traumático, hechos que deberían “hablar por sí mismos” (Hungerford, 1999: 10224). (N. de E.) Para una lectura de la propuesta de Berel Lang véase el ensayo de Hayden White, “Entramamiento histórico y el problema de la verdad”, incluido en esta antología. Parte III. Representación y verdades traumática carece, en consecuencia, de contenido latente, cumplimiento del deseo y significado simbólico y, por lo tanto, se debe comprender como una memoria o repetición verídica, y de hecho literal, del acontecimiento traumático. Muchos neurocientíficos, entre ellos el ya mencionado Bessel van der Kolk y sus asociados, interpretan las pesadillas traumáticas en los mismos términos literales, aunque la prueba de esas pretensiones sea débil y la propia pretensión esté pobremente formulada11. Incluso Lansky interpreta el significado de Freud en Más allá del principio del placer de esa forma. Describe las pretensiones de Freud sobre la naturaleza de las pesadillas postraumáticas como el modelo implícito para la reciente teoría de la naturaleza literal del sueño traumático con la cual el autor, Lansky, entra en conflicto (Lansky & Bley, 1995: 7-8)12. Caruth se apoya en esta tradición interpretativa cuando define a Freud en Más allá del principio del placer como uno de los partidarios del enfoque de que la pesadilla traumática es una memoria literal del acontecimiento traumático. Pero, ¿esa interpretación de Freud está justificada? Hay razones para dudarlo. Obviamente, es legítimo que Caruth interprete los textos más claramente aporéticos de Freud, como Más allá del principio del placer, en contravía a la tendencia de las interpretaciones más ortodoxas de carácter edípico. Los escritos de Freud sobre el trauma y los mecanismos de defensa están desorganizados de tal manera que parecen invitar —o necesitar— un acercamiento crítico. Además, Caruth tiene razón al sugerir que el problema de la repetición —o el impulso de muerte— asedia la obra de Freud hasta el punto de plantear un desafío interno a la confianza profesada por el autor a la teoría de la libido y la represión. A este respecto, Caruth une sus fuerzas al trabajo de Jonathan Cohen, Warren Kinston, Henry Krystal y otros que han retornado en tiempos recientes al problema del trauma psíquico y de la violencia psíquica en el psicoanálisis y lo han hecho en términos muy cercanos a los de ella (Caruth, 1995: 6; 1996: 131, 135-36). 11 12 (N. de E.) Leys desarrolla esta crítica en el capítulo vii, “The Science of the literal: The neurobiology of Trauma”, de su libro Trauma: A Genealogy (2000: 229-265). Pero los autores también se preocupan por destacar los cambios posteriores en el pensamiento de Freud acerca de este tema. El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 321 No obstante, está lejos de ser evidente que la discusión de Freud sobre el trauma y la pesadilla traumática en Más allá del principio del placer y otros textos tienda hacia lo literal de esa representación o de que interprete la ‘situación’ a la que regresa el que sueña en esos términos literales. Es una aproximación más amplia, basada en la historia, pero inspirada, no obstante, en el espíritu deconstruccionista y en un rango mucho más extenso de los escritos de Freud discutidos por Caruth (textos como las discusiones de Freud sobra la psicología de masas en Psicología de grupos y el análisis del yo o El yo y el ello (id), y su texto central sobre la ansiedad, Inhibiciones, síntomas y ansiedad). Además, el énfasis en la condición enigmática de la identificación afectiva o mimética y de la sugestión hipnótica en el trabajo de Freud, un tema que Caruth ignora, plantea también problemas en torno a la teoría de la represión sin tener que recurrir a la noción de lo literal. Por el contrario, esa valoración subraya la dimensión sugestiva ficticia fantasmagórica de la repetición traumático-mimética. Tampoco esa discusión crítico-genealógica del trauma implica un rechazo o crítica de la noción de representación como tal. En lugar de ello, se cree que Freud y sus contemporáneos oscilaron entre dos ideas de representación: una definida en términos de “representación teatral”, que subraya las nociones de autodistanciación especular y el recuerdo consciente en el trauma; la otra, definida en términos de “mimesis” o identificación afectiva y originaria, que subraya las nociones de absorción no especular en un escenario traumático que es inmemorial, no debido a su ruptura constitutiva con toda representación, sino porque ese escenario no está disponible para una cierta clase de representación —la autorrepresentación teatral— y, por tanto, para la memoria consciente13. Como he argumen13 322 Véase Borch-Jacobsen (1988: 39; 1992: 123-54). La nueva afirmación de BorchJacobsen de que la mimesis es siempre especular, incluso cuando es más ficticia o “surreal”, no cambia la característica básica acerca de la representación. Existen paralelos entre las ideas de Caruth acerca del trauma y el intento posmodernista de Jean-François Lyotard de apropiarse del concepto de Nachträglichkeit con el propósito de definirlo en términos de un momento inicial de shock traumático que implica un afecto puro que se experimenta en una inmediatez e inmanencia y que reside más allá de la representación o el desplazamiento o por fuera de ellos, como si el trauma se pudiera conceptualizar como un agent provocateur que conduce directamente a los síntomas (Lyotard, citado en Caruth, 1996: 133). Elizabeth Bellamy (1997: Parte III. Representación y verdades tado en otra parte, la sugestión hipnótica ha funcionado como un punto de giro entre esos dos conceptos de representación. Otra forma de expresarlo es decir que lo que Caruth intenta no es proporcionar una genealogía del concepto de trauma psíquico, sino usar la idea de trauma como un concepto crítico con el propósito de apoyar su teoría performativa del lenguaje. Para que su proyecto tenga éxito es fundamental proponer lo literal en Freud, porque la teoría inspirada por Paul de Man de lo performativo así lo exige. Eso es claro en su análisis del último trabajo de Freud, Moisés y el monoteísmo (1939). Su decisión de concentrarse en este notable libro —y notablemente especulativo— es astuta, porque en esa obra Freud intenta explicar la psicología y la historia de los grupos (específicamente la historia de los judíos) a través de la psicología del individuo en términos que podría pensarse que se corresponden con los aspectos de su teoría performativa del trauma. Además, argumenta Caruth, la redacción misma de Moisés y el monoteísmo, que se escribió durante los últimos años de Freud en Viena y en el trasfondo de la creciente persecución nazi de los judíos, está marcada por la misma tendencia compulsiva a la repetición que Freud está intentando analizar desde lo teórico, de manera que el texto lleva por sí mismo a la afirmación de Caruth del texto que pone en acción o “escribe” el desastre del Holocausto mismo. Caruth está lejos de ser la única que somete Moisés y el monoteísmo a un análisis crítico. En el trabajo de Jean François Lyotard, Philippe Lacou-Labarthe, Jean-Luc Nancy, Jacques Derrida y otros, ese libro se ha convertido en un lugar privilegiado de investigación de la problemática del trauma, la memoria y la historia, que son tan esenciales en los exámenes del Holocausto y de la condición posmoderna. “Moisés [era] un egipcio”. Con esa afirmación, en apariencia ofensiva, Freud inicia un razonamiento según el cual la religión del monoteísmo se transmitió originalmente a los “inmigrantes culturalmente inferiores”, los israelitas, por el no-judío Moisés, un príncipe o sacerdote egipcio que se había convertido al monoteísmo y que lideró el Éxodo de los israelitas fuera de Egipto, sólo para ser después asesinado por ellos. La religión judía se 143-44) ha desarrollado recientemente el análisis de Borch-Jacobsen sobre el afecto para criticar las ideas de Lyotard. El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 323 funda así con un acto de violencia, en el asesinato sedicioso de un extranjero, y ese asesinato se describe por Freud, de acuerdo con el argumento de su anterior trabajo especulativo-antropológico, Tótem y tabú (1913), como una repetición del asesinato del líder o del “Padre” por la horda primitiva de “hermanos” en la prehistoria del mundo. Pero según Freud, el asesinato de Moisés estaba destinado a ser objeto de renegación, o reprimido y olvidado, con el resultado de que los israelitas carentes de liderazgo volverían a su adoración idolatra primitiva y politeísta. Alrededor de cien años después, los mismos israelitas que habían asesinado a Moisés llegaron a un lugar donde había tribus semíticas organizadas en clanes que tenían otro líder, un sacerdote midianita que también se llamaba Moisés, y que adoraban a un dios llamado Yavé. Los dos terminaron por unirse para formar un pueblo judío unificado. De manera gradual, la culpa por el atroz crimen contra Moisés, cuya memoria había estado reprimida en el inconsciente del primer grupo, comenzó a aumentar y a dejarse sentir. En la lucha que siguió a continuación entre los seguidores del culto mosaico de Egipto y las religiones yavistas, la religión mosaica, después de un período de varios siglos, venció finalmente. En resumen, para Freud el judaísmo monoteísta se desarrolló sólo de manera diferida, mediante la Nachträglichkeit, sobre la base del asesinato de un extraño cuya muerte violenta a manos de los israelitas fue reprimida y olvidada, sólo para regresar más tarde con la forma de una expiación no totalmente reconocida. Según Freud, la religión cristiana es sólo otra repetición camuflada de asesinato primitivo, donde el “redentor” o Hijo asume la culpa trágica de la horda primaria o hermana, que en sus orígenes destronó al “Padre” de la prehistoria, y paga por el pecado del asesinato con el sacrificio de su vida. Para Freud, un problema fundamental es cómo explicar el efecto diferido del asesinato de Moisés en los judíos, es decir, la transmisión de una “tradición” que se deja sentir en la historia de un pueblo de una manera inconsciente y repetitiva. “¿Cómo explicaríamos un efecto así demorado, y en qué en otro ámbito tropezamos con fenómenos parecidos? (Freud, 1995j: 64) se pregunta. Entre todas las cuestiones complejas que plantea la obra de Freud, ésta es la principal preocupación de Caruth y es también en torno a la respuesta que le da Freud a esta pregunta que gira su inter- 324 Parte III. Representación y verdades pretación. Después de considerar y rechazar ciertos ejemplos de transmisión diferida, Freud se ocupa del accidente de ferrocarril como el caso más cercano al problema que está estudiando. En Unclaimed Experience, Caruth argumenta que el accidente de ferrocarril no es “simplemente un acontecimiento”, sino “la escena ejemplar del trauma par excellence, no sólo porque describe lo que ahora sabemos acerca de los acontecimientos traumatizantes, sino también, y de manera más profunda, porque nos dice qué es lo que no puede aprehenderse de manera precisa en los acontecimientos traumáticos” (1996: 6). Para Caruth, el accidente de ferrocarril es, por lo tanto, paradigmático del tratamiento que hace Freud de la historia de los judíos como la historia de un trauma. Cuando Caruth usa el ejemplo de Freud del accidente ferroviario en su introducción a su primer libro, Trauma: Explorations in Memory, cita el siguiente pasaje: Supóngase que un hombre abandone, indemne en apariencia, los sitios donde ha vivido un terrible accidente, por ejemplo, un choque ferroviario, pero en el curso de las semanas siguientes desarrolla una serie de graves síntomas psíquicos y motores, que sólo se pueden derivar de aquel choque, aquella conmoción, o lo que obrase sobre él en ese momento. Tiene una “neurosis traumática”. He aquí un hecho que no entendemos en modo alguno, vale decir, un hecho nuevo. Al tiempo transcurrido entre el accidente y la primera aparición de los síntomas se le llama “periodo de incubación”, con transparente referencia a la patología de las enfermedades infecciosas […] en el carácter que se podría llamar latencia (Freud, 1995j: 65). Caruth omite dos frases en esta cita. Deja por fuera la frase con la que comienza el pasaje, en la que Freud declara que “El siguiente ejemplo a que acudimos tiene, aparentemente, todavía menos en común con nuestro problema” (Freud, 1995j: 65). Y también omite una frase que en el original ocupa el lugar indicado por la elipsis de Caruth y que dice: “Ahora, por fuerza, caemos en la cuenta de que, a pesar de la diversidad fundamental, entre ambos casos —el problema de la neurosis traumática y el del monoteísmo judío— hay empero coincidencia en un punto” (Freud, 1995j: 65), es decir, la correspondencia en relación con la latencia. Esta última frase anticipa el argumento que Freud realizará después, en la siguiente sección, donde dirá que “la única analogía satisfactoria con el curioso El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 325 proceso que hemos discernido en la historia de la religión judía”—una analogía que “es tan completa”, “que casi llega a la identidad” (Freud, 1995j: 69) — no es el trauma del accidente ferroviario, sino la etiología de las neurosis en los “traumas” castrantes sexuales-agresivos de la infancia temprana, su represión defensiva y el retorno diferido de lo reprimido14. Sobre esa base, Freud escribe: Trauma temprano-defensa-latencia-estallido de la neurosis-retorno parcial de lo reprimido: así rezaba la fórmula que establecimos para el desarrollo de una neurosis. Ahora invitamos al lector a dar el siguiente paso: adoptar el supuesto de que en la vida del género humano ha ocurrido algo semejante a lo que sucede en la vida de los individuos. Vale decir, que también en aquella hubo procesos de contenido sexual-agresivo que dejaron secuelas duraderas, pero las más de las veces cayeron bajo la defensa, fueron olvidados; y más tarde, tras un largo periodo de latencia, volvieron otra vez a adquirir eficacia y crearon fenómenos parecidos a los síntomas por su arquitectura y su tendencia (Freud, 1995j: 77). Las omisiones de Caruth no son especialmente importantes. Cuando cita el mismo pasaje en un libro posterior, Unclaimed Experience, restaura la segunda de las frases omitidas15. Pero son sintomáticas de su rechazo general a la explicación edípica de las neurosis elaborada por Freud. Aunque reconoce que “la analogía con el individuo edípico constituye mucho de su explicación” sobre la historia de los judíos (Caruth, 1996: 16), e incluso que según Freud la memoria histórica, o al menos la memoria histórica judía, “es siempre una distorsión, una filtración del evento original a través 14 15 326 Al hacer esta analogía, o “axioma” o “postulado”, Freud no intentará decidir si la etiología de las neurosis en general se puede considerar como traumática. En lugar de ello, apela a la idea de una “serie complementaria” [véase “series complementarias” en Laplanche &. Pontalis (1994)] con el fin de evitar una elección clara y rápida entre los factores exógenos y endógenos. La idea le permite tratar esos dos factores como complementarios (cuanto más débil uno, más fuerte el otro), de manera que cualquier grupo de casos puede en teoría distribuirse a lo largo de una escala con dos tipos de factores que varían en proporción inversa. Sólo en los límites de la serie surge el problema de si está actuando uno sólo de los factores. Le doy las gracias a Larissa MacFarquhar por llamar mi atención sobre las omisiones de Caruth en este punto y la útil discusión acerca de su importancia. Parte III. Representación y verdades de las ficciones de la represión traumática, que hace disponible el evento, en el mejor de los casos, de forma indirecta” (1996: 15-16), Caruth piensa que en el ejemplo del accidente ferroviario hay “una comprensión muy diferente” de la historia, que es la que a ella le interesa (1996: 16): En su uso del término latencia, el período durante el cual los efectos de la experiencia no son aparentes, Freud parece comparar el accidente con el movimiento sucesivo en la historia judía, desde el evento de su represión hasta su retorno. Sin embargo, lo que es realmente impactante acerca de la experiencia de la víctima del accidente y lo que en sí constituye el enigma central revelado por el ejemplo de Freud no es tanto el período de olvido que ocurre luego del accidente, sino el hecho de que la víctima de la colisión nunca estuvo completamente consciente durante el propio accidente: la persona escapa “indemne en apariencia”, dice Freud. La experiencia del trauma, el hecho de la latencia, parecería consistir así no en el olvido de una realidad que nunca puede ser completamente conocida, sino en una latencia inherente dentro de la experiencia misma […] Más aún, es esta latencia inherente del evento la que, en contraste, explica la peculiaridad, la estructura temporal y el carácter diferido de la experiencia histórica judía: dado que el asesinato no se experimenta como ocurre, se hace evidente solo en conexión con otro lugar y otro tiempo (Caruth, 1996: 17). Como interpretación de Freud, hay bastantes cosas tendenciosas en estos comentarios. Pero son típicos de las prácticas interpretativas de Caruth, que implican, en vez de lecturas detalladas de los textos que está considerando, tematizaciones de los mismos en términos de ciertas figuras o tropos privilegiados. En este caso, al convertir el accidente en el modelo de la historia de los judíos en sustitución del relato edípico, Caruth altera de manera decisiva los términos del análisis de Freud. (El concepto del accidente, definido en términos de contingencia, imprevisibilidad, ilocalizabilidad y la alteración de las expectativas y significados semánticos, es esencial en la interpretación que hace Felman de la crisis de representación que se supone que caracteriza nuestro “siglo postraumático”16). Freud describe la experiencia de los judíos como una historia que puede ser “valorada como traumática” (1995j: 50), pero que él caracteriza como un “crimen” asesino 16 Véase especialmente Felman & Laub (1992: 22), donde Felman cita a Caruth. El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 327 (1995j: 82) y el regreso colmado de culpa de lo reprimido. Caruth rechaza el modelo del trauma basado en la castración elaborado por Freud con el fin de tematizar el mismo relato como la narración de la victimización de los judíos, como la historia de un asesinato que, aunque parezca increíble, “dado que el asesinato no se experimenta [por los perpetradores] como ocurre (Caruth, 1996: 17), sino como un trauma incomprensible perdido que “separa” violentamente a los judíos de Moisés (1996: 69), como una “separación” traumática (1996: 15), una supervivencia, un retorno literal, como si los judíos fueran víctimas y supervivientes de un accidente completamente inesperado, no intencionado, exógeno17. La alteración más llamativa de Caruth en términos de la explicación de Freud de la historia de los judíos afecta a la cuestión de lo literal. Según ella, el retorno de la religión mosaica reprimida ocurre, como en la aparición de los síntomas de una colisión ferroviaria o del estrés postraumático, como el “retorno literal de un acontecimiento contra la voluntad de aquellos que viven en él” (1995: 5). Caruth parece comprender la aparición de la cristiandad como el retorno diferido del trauma de separación de Moisés en esos mismos términos. Pero la explicación de Freud de la transmisión de la tradición se resiste a la interpretación de Caruth. Es cierto que en Moisés y el monoteísmo, Freud expresa su deseo por saber la esencia de la “verdad histórica” en los acontecimientos 17 328 Caruth convierte en tema de estudio el famoso relato de Freud sobre el juego fort-da del niño en Más allá del principio del placer en los mismos términos, es decir, como “un juego que, en última e inexplicable instancia, es simplemente un juego de apartamiento” (1996: 66). Sobre esta base, la autora trata ese juego como anticipatorio o generador del concepto de trauma como “partida”, que ve actuando en Moisés y el monoteísmo. De esta forma, la autora desplaza el significado de la partida de la madre en la partida o diferencia inherente en el juego mismo, lo que equivale a decir que lo desplaza a la diferencia interna, es decir a la diferencia interna que hace que el trauma siempre conlleve una “idea de historia que va más allá de los límites del individuo” (1996: 66). Para una interpretación diferente del juego fort-da —que lo entiende como un juego en el que interviene la mimética de una identificación incorporativa que es indiferente al aspecto del placer y del dolor porque está “más allá” del principio del placer y “antes” que el displacer— véase Borch-Jacobsen (1988: 32-34) [(N. de E.) Véase también el ensayo Freud y el trauma que se incluye en esta edición]. Parte III. Representación y verdades que está describiendo (Freud, 1995j: 13, 51, 82). Pero la pregunta que se plantea es: ¿Qué quiere decir Freud con “verdad histórica”? Por una parte, Freud parece proponer que podemos extraer la “verdad histórica” de las leyendas y de los otros materiales contradictorios y distorsionados que se le presentan al historiador. De hecho, para los acontecimientos que se refieren al propio Moisés, dedica un considerable esfuerzo a darle concreción a sus argumentos, como ha mostrado el historiador Yerushalmi (1991), al hacer un uso selectivo del conocimiento académico moderno crítico sobre los estudios bíblicos. Por otro lado, Freud parece proponer también un nuevo concepto de verdad histórica, que difiere del de “verdad material” (1995j: 123) cuando acepta que el conocimiento del pasado está disponible retrospectivamente sólo a través de la distorsión y falsificación; un pasado que, de acuerdo con sus especulaciones en Tótem y tabú, es fundamentalmente ahistórico o al menos prehistórico, primario. De ese modo, en el segundo de los dos prefacios, escrito en Londres en junio de 1938, Freud caracteriza su proyecto en términos que parecen corresponder a la explicación de Caruth sobre la fuerza inconsciente de la tradición en la historia de los judíos: “No he puesto más en duda que los fenómenos religiosos sólo son comprensibles según el modelo de los síntomas neuróticos del individuo con que hemos llegado a familiarizarnos: unos retornos de procesos sobrevenidos en el acontecer histórico primordial de la familia humana, procesos sustantivos, olvidados de antiguo; y que tales retornos deben ese origen, justamente, a su carácter compulsivo y, por tanto, ejercen efecto sobre los seres humanos en virtud de su peso en verdad histórico-vivencial” (Freud, 1995j: 56). Y en el examen posterior acerca de la transmisión del conocimiento de Moisés y su asesinato, un análisis que Caruth ignora, Freud introduce una distinción entre historia escrita y tradición oral que también parece implicar que, a diferencia de la escritura que lesiona o “asesina” el registro histórico (Freud, 1995j: 34), la tradición oral conserva la verdad histórica como una recolección no distorsionada o prístina. Pero los términos que efectivamente usa Freud en su análisis son tales que la distinción entre historia escrita y tradición oral no se puede mantener: El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 329 La gente de Egipto traía consigo la escritura y el gusto por la historiografía, pero largas épocas debían pasar hasta que esta última discerniera como su obligación la veracidad intransigente. Al principio no tuvo escrúpulos en plasmar sus informes de acuerdo con sus necesidades y tendencias del momento, como si todavía no hubiera descubierto el concepto de la falsificación {Verfälschung}. En virtud de estas constelaciones, se pudo configurar una oposición entre la fijación escrita y la tradición oral de una misma sustancia, la sustancia de la tradición. Lo omitido o modificado en la transcripción {Niederschrif} muy bien pudo conservarse incólume en la tradición. Esta última era el complemento y, a la vez, la contradicción de la historiografía. Estaba menos sometida al influjo de las tendencias desfiguradoras, acaso en muchas de sus piezas se sustraía por entero de estas, y por eso podía ser más veraz que el informe fijado por escrito. Empero, perjudicaba su confiabilidad que fuera más variable e imprecisa que la transcripción; estaba expuesta a múltiples alteraciones y deformaciones por tener que transferirse de una generación a otra mediante comunicación oral (Freud, 1995j: 66). La tradición o el testimonio oral, al estar de modo simultáneo “en parte completamente libre” de las distorsiones injuriosas de las que son presa la exégesis o la historiografía bíblica, y ser más “vaga y más fluida”, porque está sujeta a “muchos cambios y distorsiones” según va pasando de generación en generación, es vulnerable a la falsificación en formas que colapsan la distinción entre tradición oral de historia escrita que Freud afirma de todas formas. Además, si como Freud argumenta, la tradición del monoteísmo nunca se perdió por completo, sino que por el contrario se hizo más poderosa con el transcurso de los siglos y se reprodujo eventualmente con una “fidelidad” de la que carece la literatura imaginativa, no obstante, por analogía con la neurosis de la infancia el pasado reprimido y olvidado, regresa sólo de una forma disfrazada y desplazada. Eso es lo que nos sugiere Freud cuando, en una referencia implícita al argumento de su ensayo de esa misma época, Construcciones en el análisis (1937), compara la religión monoteísta o el cristianismo con las alucinaciones de los psicóticos, que contienen un “fragmento de verdad olvidada”, pero de una forma demente y confusa (Freud, 1995j: 82). Como el propio Freud escribe: 330 Parte III. Representación y verdades Por los psicoanálisis de personas individuales hemos averiguado que sus tempranísimas impresiones, recibidas en una época en que el niño era apenas capaz de lenguaje, exteriorizan en algún momento efectos de carácter compulsivo sin que se tenga de ellas un recuerdo consciente. Nos consideramos con derecho a suponer lo mismo respecto de las tempranísimas vivencias de la humanidad entera. Uno de esos efectos sería el afloramiento de la idea de un único gran dios, que uno se ve precisado a reconocer como un recuerdo, sin duda que desfigurado, pero plenamente justificado. Una idea así tiene carácter compulsivo, es forzoso que halle creencia. Hasta donde alcanza su desfiguración, es lícito llamarla delirio; y en la medida en que trae el retorno de lo pasado es preciso llamarla verdad. También el delirio psiquiátrico contiene un grano de verdad, y el convencimiento del enfermo desborda desde esa verdad hacia su envoltura delirante (Freud, 1995j: 125). Podría defenderse que para Freud la fuerza de este argumento reside no tanto en la afirmación de que el pasado regresa de una forma distorsionada, sino en la afirmación de que incluso las alucinaciones o distorsiones extremas del psicótico contienen un fragmento de verdad histórica. Podríamos relacionar ese argumento con el deseo de Freud durante toda su vida de fundamentar la “realidad psíquica” en un origen que antecediera a esa realidad o fuera independiente de ella; un origen que pudiera, por consiguiente, conocerse directamente18. Al mismo tiempo, y esa es la tensión inherente a su pensamiento, puesto que para Freud el comienzo no es algo absoluto sino que sólo está accesible a través de las sustituciones, desplazamientos y falsificaciones que se le sobreponen mediante la Nachträglichkeit y las fuerzas motivas de la represión, no puede haber un simple regreso al origen, no se puede escapar de las incertidumbres de la interpretación y construcción analíticas: el origen o trauma no se presenta a sí mismo como una verdad literal o material, como exige la teoría de Caruth, sino como una “verdad histórica” o física cuyo significado se tiene que interpretar, reconstruir y descifrar19. 18 19 El análisis clásico de este aspecto del pensamiento de Freud es el de Laplanche & Pontalis (1968: 1-17). De esta forma, en Construcciones en el análisis Freud se asegura de que “todo lo esencial de la [historia psíquica] se ha conservado; aún lo que parece olvidado por El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 331 Además, ¿qué hace Caruth ante el hecho de que en Moisés y el monoteísmo Freud admite que el architrauma de la historia —el asesinato primigenio hipotético del “padre” por la horda primitiva— podría ser perfectamente una fantasía, y que la distinción entre fantasía y realidad es irrelevante para ese argumento? La posición de Freud es congruente con la tesis del caso Hombre de los lobos en el cual él esquiva y desplaza a la vez la oposición entre realidad y fantasía en forma tal que el estatus del acontecimiento como realidad histórica no puede ni necesita decidirse, al argumentar que el origen de la neurosis es bien un acontecimiento histórico o bien una fantasía primigenia que en sí misma se deriva de una “verdad” arquetípica que trasciende la esfera individual, (Freud, 1995j: 84). De hecho, para Freud, en el origen podría bien existir una ocultación originaria o fundamental20. En resumen, es sólo recurriendo a una interpretación muy forzada que Caruth puede afirmar que Freud propone en Moisés y el monoteísmo una historia del monoteísmo judío basada en una analogía con el accidente y que suponía que grababa a fuego, literalmente, en la mente una realidad incomprensible que “regresa de continuo, con toda exactitud, en un momento posterior” (Caruth, 1995: 153). Repito: esto no niega en absoluto 20 332 completo, está todavía presente de algún modo y en alguna parte, sólo que soterrado, inasequible al individuo. Como es sabido, es lícito poner en duda que una formación psíquica cualquiera pueda sufrir realmente una destrucción total”. Freud amplia su argumento a los alucinados psicóticos que, como los histéricos, también sufren de “sus propias reminiscencias”. Sin embargo, añade: “Tampoco en aquella época esa breve fórmula pretendía poner en tela de juicio la complicada causación de la enfermedad, ni excluir el efecto de tantísimos otros factores” (1995j: 270). Es más, debido a la complejidad de las estructuras psíquicas, para Freud la cuestión de la verdad empírica de este “de algún modo y en alguna parte” se suspende para intentar descubrir la “verdad psíquica” del paciente. Esta es la propuesta de Borch-Jacobsen quien, sobre la base de una interpretación cuidadosa de los argumentos aporéticos de Freud acerca de la relación entre la identificación y el deseo, arguye que para Freud en el origen de la religión está una mimesis combinada homicida y “ciega” que tiene la estructura de una ocultación originaria (1988: 48) y que hace del líder varón dominante de la tribu o de la horda el “Padre” de la religión y la moral sólo a causa de la Nachträglichkeit, es decir, mediante un acto diferido, identificatorio, ambivalente y, por lo tanto, inductor de culpa, de obediencia al hombre muerto (Borch-Jacobsen, 1992a: 15-35). Parte III. Representación y verdades que el concepto de trauma tenga un lugar peculiar en el pensamiento de Freud o que sus textos no dejen ver muchas dudas en torno a cómo situar el trauma dentro de la economía psíquica (dudas que un compromiso inspirado por el psicoanálisis o la deconstrucción o cualquier otra razón que quiera comprender el contenido “latente” de sus ideas podría querer explorar e interpretar). Pero una empresa de esa clase no hallará lo literal en el sentido de Caruth. La escritura del desastre En este contexto, merece la pena recalcar que hay algo más que Caruth descarta del texto de Freud; una omisión que a primera vista es sorprendente, puesto que lo aludido parecería apoyar más su posición de lo que la socavaría. Esa omisión se refiere a la adhesión de Freud a la teoría de Lamarck de la herencia de los caracteres adquiridos como un mecanismo para explicar la transmisión de la experiencia traumática entre generaciones. La creencia de que el trauma que experimenta una persona puede transmitirse a otras es inherente a la teoría del trauma de Caruth. El modelo básico para esta transmisión es el encuentro cara a cara entre una víctima que reproduce o actúa su experiencia traumática, y un testigo que escucha y a su vez se ve contaminado por la catástrofe. “El significado último del análisis psicoanalítico e histórico del trauma es sugerir que la partida inherente, en el trauma, del momento en el que ocurrió por primera vez es también un medio de transmisión del aislamiento impuesto por el acontecimiento —escribe Caruth— que la historia del trauma, en su inherente naturaleza diferida, sólo puede ocurrir escuchando a otra persona” (1995: 10-11). Es un modelo de transmisión que se ajusta a las suposiciones de los médicos como Bessel van der Kolk y Judith Herman de que los testigos de los sufrimientos de otros son vulnerables a la misma dialéctica del trauma padecida por las propias víctimas. Pero Caruth expande ese modelo para incluir la transmisión del trauma a través del espacio y tiempo, de manera que el trauma de un individuo se comprenda como algo capaz de perseguir a las generaciones posteriores, como si los fantasmas del pasado pudieran hablar con aquellos que viven El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 333 en el presente, y contaminarlos a su vez a través del contagio. Como afirma en relación con Moisés y el monoteísmo de Freud y el “trauma” de los judíos: “la capacidad de elección no es simplemente un hecho del pasado sino la experiencia de haber sido proyectados en un futuro que no es completamente nuestro. La experiencia diferida del trauma en el monoteísmo judío sugiere que la historia no es sólo la transmisión de una crisis, sino también la transmisión de una supervivencia que sólo puede poseerse dentro de una historia más grande que la de cualquier individuo o cualquier generación” (Caruth, 1996: 71). El resultado es que los individuos o los grupos que nunca experimentaron directamente el trauma ellos mismos se imaginan como “herederos” de las memorias traumáticas de aquellos que murieron hace largo tiempo. Felman aplica específicamente la misma idea a las mujeres cuando afirma que “la vida de cada una de las mujeres contiene, de manera explícita o implícita, la historia de un trauma”, incluyendo la historia o los síntomas de traumas psíquicos que han ocurrido “completamente de segunda mano, como de hecho ocurre, a través del mecanismo del trauma insidioso”21 y que se pueden transmitir intergeneracionalmente. Así, se imagina que el grupo tiene la misma psicología que el individuo, de manera que la misma historia se puede conceptualizar en términos traumáticos. En resumen, para Caruth, como para muchos otros hoy en día, la historia colapsa en la memoria al volver a describir, como lo ha expresado no hace mucho Walter Benn Michaels en una evaluación crítica de esas ideas, “algo que nunca hemos conocido como algo que nunca hemos olvidado”, convirtiendo así el pasado histórico en “una parte de nuestra propia experiencia” (Michaels, 1996: 6). Michaels está especialmente interesado en los problemas racialesidentitarios involucrados en conceptualizar de esa forma la historia como memoria. La teoría de la transmisión intergeneracional del trauma (o la teoría de De Man de lo performativo), observa Michaels, “pone a disposición el Holocausto como una fuente continua de conservación de la identidad” porque, al imaginar que aquellos que no estábamos allí 21 334 Felman (1993: 16) cita el artículo No por fuera del rango: una perspectiva feminista del trauma de la psicóloga clínica Laura Brown, incluido en esta antología. Parte III. Representación y verdades podemos de todas formas estar marcados por el trauma de los judíos, permite la aparición de un “antiesencialismo explícito” y de una esencia judía no religiosa basada en la posibilidad de “recordar” el destino de otra persona (Michaels, 1996: 12). Ahora bien, una versión de la historia como memoria no es extraña a Freud. Y ello porque Freud no sólo cree en una transmisión intergeneracional de la experiencia, sino porque propone un mecanismo específico para esa transmisión: un mecanismo lamarckiano de herencia cuya visibilidad lo hace difícil de ignorar22. De ese modo, en Moisés y el monoteísmo, Freud declara que no hay dificultad en comprender cómo la tradición del monoteísmo se transmitió por predecesores que habían sido participantes y testigos reales de sus orígenes asesinos. “Pero —se pregunta—, ¿podemos creer respecto de posteriores siglos lo mismo, o sea, que la tradición tuvo por base un saber comunicado de una manera normal, trasferido de abuelos a nietos?” (1995j: 90). Freud no parece creerlo y argumenta que se hace incluso más difícil llegar a esta conclusión cuando se considera la transmisión del conocimiento del padre primigenio y de su destino en los tiempos primitivos, en los cuales es difícil de justificar, incluso, la presunción de una tradición oral (1995j: 90). “¿En qué sentido, pues, cuenta una tradición como tal? ¿En qué forma ha estado presente?”, se pregunta de nuevo (1995j: 90) y se da a sí mismo la siguiente respuesta: “Opino que la coincidencia entre el individuo y la masa en este punto es casi perfecta: También en las masas se conserva la impresión {impronta} del pasado en unas huellas mnémicas inconscientes” (1995j: 90). Este es el momento en Moisés y el monoteísmo en el que Freud adopta de manera famosa la teoría de la herencia de los “caracteres” adquiridos asociada con las ideas de Lamarck, a pesar de que sabía que la biología moderna había rechazado esa teoría (1995j: 94-97). 22 La aceptación de Freud del lamarckianismo, o de una versión del lamarckianismo, ha sido cada vez más difícil de ignorar debido al descubrimiento y publicación recientes de un borrador antes no conocido del duodécimo ensayo metapsicológico de Freud, Sinopsis de las neurosis de transferencia, fechado entre los años 1914-1915, en el que las ideas de Lamarck tienen una relevancia fundamental. Para un estudio valioso de la historia del lamarckianismo en el pensamiento de Freud véase Ilse Grubrich-Simitis (1987: 75-107). El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 335 Caruth cree también en la transmisión intergeneracional del trauma. Sin embargo, la autora no discute la teoría de Freud de la herencia de los caracteres adquiridos23. La razón de su omisión no es difícil de detectar: Caruth ya tiene un mecanismo que es capaz de hacer todo el trabajo que la tecnología lamarckiana desempeñaba para Freud. Si Caruth no menciona o necesita las teorías lamarckianas de Freud ello se debe a su versión inspirada por De Man, ya que esa tecnología explica cómo los textos por sí mismos consiguen de una manera performativa igual transformación de la historia en memoria y su transmisión entre generaciones que el lamarkianismo facilitaba para Freud. Ello es evidente en la sección de su libro Unclaimed Experience titulada “The Writing of Disaster”, una resonancia deliberada del famoso libro de Blanchot, La escritura del desastre. En esas páginas, Caruth intenta demostrar cómo los textos consiguen una transformación como la descrita mediante la aplicación de sus ideas a Moisés y el monoteísmo. Sin embargo, cuando examinamos en detalle cómo se supone que funciona ese mecanismo, su argumento depende o parece depender de un truco de manos. Caruth quiere constituir el libro de Freud como el “lugar del trauma” mismo (1996: 20). Ese trauma se habría producido durante su redacción entre 1934 —cuando Freud comenzó por primera vez a escribirlo— y 1938 —cuando fue obligado por la amenaza de la persecución nazi a dejar Viena y exiliarse en Inglaterra—. Es fundamental para el argumento de Caruth mostrar que el trauma de Freud no está representado como tal en su texto, sino que se manifiesta únicamente en las aporías o en el inconsciente de referencias que ella cree que definen la experiencia traumática. El libro Moisés y el monoteísmo apareció en tres partes separadas, y Freud retrasó la publicación de la última de las partes hasta que se trasladó a la seguridad del Londres. En dos diferentes prefacios que aparecen al inicio de la Parte iii, y también en el “Resumen y recapitulación” que insertó en medio de esa sección, Freud explica la historia de la redacción y la pu23 336 La autora menciona sólo el trabajo de Nicolas Abraham y de Maria Torok sobre la transmisión intergeneracional del fantasma, porque la teoría le parece “cruzarse con la idea de trauma intergeneracional” (Caruth, 1996: 136). Se está refiriendo a la obra Apostillas sobre el fantasma, en Abraham & Torok, (2005: 37-75). Parte III. Representación y verdades blicación de su libro. Esos son los materiales en torno a los cuales versa la interpretación de Caruth. Caruth comienza con la cita de un largo pasaje del “Resumen y recapitulación” de Freud. Cito el pasaje exactamente como ella lo transcribe, incluyendo sus elipsis: La parte que sigue de estos estudios [la segunda sección de la tercera parte] no se puede dar a publicidad sin unas circunstanciadas explicaciones y disculpas. En efecto, no es otra cosa que una repetición fiel, a menudo literal, de la primera parte: ¿Por qué no lo he evitado? La respuesta es para mí fácil de hallar, mas no de confesar. No fui capaz de borrar las huellas de la historia genética, en todo caso insólita, de este trabajo. En realidad fue escrito dos veces. Primero hace algunos años en Viena, donde yo no creía en la posibilidad de publicarlo. Me resolví a dejarlo estar; pero me martirizaba como un espíritu no apaciguado, y hallé la escapatoria de volver independientes dos fragmentos de él […] Sobrevino entonces, en marzo de 1938, la inesperada invasión alemana; me compelió a abandonar la patria, pero también me libró del cuidado de que su publicación le valiera al psicoanálisis una prohibición allí donde era tolerado. Apenas llegado a Inglaterra, hallé irresistible la tentación de poner al alcance de mis contemporáneos mi guardado saber […] No pude resolverme a renunciar por completo a las anteriores, y así di en el compromiso de añadir todo un fragmento de la primera exposición intacta, a la segunda, lo que aparejaba justamente la desventaja de unas extensas repeticiones (Moisés y el monoteísmo de Freud, citado en Caruth, 1996: 19-20).24. Caruth no omite nada importante en este pasaje, pero de conformidad con la teoría performativa afirma simplemente que “a pesar de la tentación de dar un significado referencial inmediato al trauma de Freud en la invasión alemana y la persecución nazi, no es precisamente la referencia directa a la invasión alemana, de hecho, la que puede decirse que identifica el trauma en el pasaje de Freud” (Caruth, 1996: 20). Ello se debe a que: La invasión es caracterizada no en términos de su consecuente persecución y amenazas, de las cuales la familia Freud en realidad tuvo su parte, sino 24 Moisés y el monoteísmo de Freud, citado en Caruth (1996: 19-20). El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 337 en términos del énfasis puesto, de alguna manera diferente, en una simple línea: ‘Esto me forzó a dejar mi hogar, pero también me liberó del miedo’ [(Sie) zwang mich, die Heimat zu verlassen, befreite mich aber]. El trauma en el texto de Freud es primero que todo un trauma de la partida, un trauma de verlassen” (Caruth, 1996: 20). En resumen, Caruth se concentra en la presencia en el “Resumen y recapitulación” de Freud de una de las figuras literarias, “la partida”, que Caruth asocia con la ruptura de toda representación y, por lo tanto, con la teoría performativa del trauma. Continúa diciendo que es la palabra “partida” la que vincula en realidad el “Resumen y recapitulación” con la “estructura traumática” del libro, mediante su “referencia implícita” a los dos prefacios anteriores, fechados “Antes de marzo de 1938” (cuando Freud todavía estaba en Viena) y “En junio de 1938” (después de que se hubiera establecido en Londres), en los cuales describe sus razones para no publicar su libro y luego su decisión de dejar que aparezca. Caruth (1996: 21) cita del segundo prefacio, reproducido aquí exactamente como ella lo transcribe: Las particularísimas dificultades que me asediaron durante la redacción de este estudio referido a la persona de Moisés […] hicieron que este tercer ensayo, el de la conclusión, lleve dos diversos prólogos que se contradicen y se anulan entre sí. En efecto, en el breve lapso que media entre ambos ha variado radicalmente las circunstancias externas del autor. En aquel tiempo vivía bajo la protección de la Iglesia Católica y con la angustia de perderla con mi publicación […] De pronto sobrevino la invasión alemana […] En la certidumbre de que ahora me perseguirían, abandoné [verliess ich] con muchos amigos la ciudad que había sido mi patria desde mi temprana infancia y durante 78 años. A partir de esas líneas, Caruth argumenta lo siguiente: El ‘intervalo entre los dos prefacios’ que Freud menciona de modo explícito y el cual es el espacio literal entre “Antes de marzo de 1938” y “En junio de 1938”, implícitamente también marca el espacio de un trauma, un trauma denotado no simplemente por las palabras “invasión alemana”, pero más bien nacido de las palabras verliess ich, ‘abandoné’. La escritura de Freud preserva la historia, de manera precisa, dentro de este espacio temporal en 338 Parte III. Representación y verdades su texto; y dentro de las palabras de su partida, palabras que no simplemente se refieren, pero que a través de su repetición en el posterior “Resumen y recapitulación”, transmiten el impacto de una historia en lo que en esencia no puede ser comprendido con respecto a la partida (Caruth, 1996: 21). Esa glosa es característica de las prácticas interpretativas de Caruth. Su argumento depende de la afirmación de que el segundo prefacio preserva la historia sólo dentro de la distancia o aporía producida por palabras que no se refieren sólo a su trauma del exilio, sino que lo transmiten performativamente como algo que no puede ser aprehendido o representado. Pero su análisis depende de un subterfugio, porque implica la omisión justo de las palabras del pasaje que cita que parecerían desaprobar su aseveración. Cito nuevamente el pasaje, esta vez restituyendo [entre corchetes] las palabras que han sido elididas: Las particularísimas dificultades que me asediaron durante la redacción de este estudio referido a la persona de Moisés [reparos íntimos y disuasiones exteriores] hicieron que este tercer ensayo, el de la conclusión, lleve dos diversos prólogos que se contradicen y se anulan entre sí. En efecto, en el breve lapso que media entre ambos han variado radicalmente las circunstancias externas del autor. En aquel tiempo vivía bajo la protección de la Iglesia Católica y con la angustia de perderla con mi publicación [con mi publicación y provocar, para los seguidores y discípulos del psicoanálisis una prohibición de trabajar en Austria]. De pronto sobrevino la invasión alemana; [el catolicismo revelo ser, para decirlo con palabras bíblicas, una ‘caña flexible’]. En la certidumbre de que ahora me perseguirían [por mi modo de pensar, sino también por mi ‘raza’], abandoné [verliess ich] con muchos amigos la ciudad que había sido mi patria desde mi temprana infancia y durante 78 años (Freud, 1995j: 55). Es inmediatamente obvio que con su alusión a la persecución que le amenazaba “no sólo a causa de su trabajo sino también a causa de mi «raza»”, Freud cede a la tentación de darle un significado referencial a su huida de los nazis al mencionar explícitamente las persecuciones raciales y las amenazas hechas contra él. Caruth sólo puede desautorizar esa declaración negándose a citar las palabras pertinentes. En resumen, actúa como si no pudiera permitir citarse todo lo que escribió Freud, porque las palabras que omite contradicen su argumento. El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 339 En otro sentido, lo que acabo de decir puede que no sea totalmente justo, porque para Caruth ninguna referencia directa, incluyendo las referencias directas que se hacen en los pasajes purgados, podrían nunca considerarse como pruebas contrarias a su posición. Y ello porque los términos en los cuales enmarca su argumento —“no […] precisamente la referencia directa a la invasión alemana”, “un trauma denotado no simplemente por las palabras «invasión alemana»”, “palabras que no simplemente se refieren”— están todos ellos diseñados para permitirle defender su explicación acerca del fracaso de la referencia frente a cualquier contraargumento basado en referencias directas que se encuentren en las frases oportunas. Incluso si se hubieran dejado intactas las palabras en las cuales Freud declara expresamente sus razones para dejar Viena, Caruth seguiría argumentando que el trauma “no se denota simplemente” por esas palabras, sino que recae sobre la palabra “partí” con el propósito de mantener que el trauma de Freud de la “partida” le era opaco al propio Freud y también al propio texto. El texto transmite, por lo tanto, la verdad histórica sólo en la “inconsciencia de la referencia hecha por Freud” a su partida. Señaló aquí la ecuación que establece a este respecto Caruth entre la referencia de Freud al intervalo de tiempo entre la composición del primero y el segundo de los prefacios y el “espacio literal” entre las fechas de los dos prefacios; un espacio literal que, por consiguiente, marca performativamente el “espacio” del propio trauma. Pero es claro que en el enfoque de Caruth cualquier signo de puntuación, incluyendo la ausencia de puntuación, se puede utilizar para demostrar el espacio literal de la aporía que está buscando, lo cual es una prueba más de la base ideológica de sus afirmaciones. Todavía hay más. Hemos visto que Caruth está dedicada a demostrar que Moisés y el monoteísmo de Freud comunica performativamente entre generaciones la aporía o trauma de la historia mediante la demostración de cómo se transmite a otro lector que vive en otro tiempo y lugar. Ese lector obtiene así acceso a la memoria del trauma de otra persona a través de los vacíos de la transmisión lingüístico-textual. Con ese fin, Caruth llama la atención sobre otro momento de “Resumen y recapitulación” de Freud, cuando el psicoanalista dice acerca de su partida de Viena: “me compelió a abandonar la patria, pero también me libró del cuidado de que su publicación le valiera al psicoanálisis una prohibición allí donde 340 Parte III. Representación y verdades era tolerado” (Freud, 1995j: 100). Caruth interpreta esta afirmación de Freud en el sentido de que significa no sólo que Freud es ahora libre de publicar su trabajo, que es lo que él dice, sino que, más específicamente, Freud se siente libre para hacerlo en Londres, es decir, para “llevar su voz a otro lugar” (Caruth, 1996: 23). Piensa que puede confirmar esa interpretación gracias a una carta que Freud le envió a su hijo Ernst, que estaba ya en Inglaterra y a quién le escribió en mayo de 1938 cuando estaba realizando sus preparativos finales para abandonar Viena: “Dos prospectos me mantienen trabajando en estos tiempos crueles: volver a juntarme con todos ustedes y morir en libertad” (Caruth, 1996: 23). La autora ignora uno de los deseos declarados por Freud, reunirse con su familia, y se concentra en el segundo, “morir en libertad”, que interpreta en términos de la figura de la “partida” y de una voz (o fantasma) que en el momento de partir hacia la muerte “nos” habla a los lectores desde el más allá de la tumba: “La libertad de Freud de irse es, paradójicamente, la libertad no de vivir pero de morir: traer su voz a otros al morir. Es decir, la voz de Freud emerge como una partida. Y es esta partida la que además nos interpela” (1996: 23). Caruth observa a este respecto que las últimas cuatro palabras de la carta de Freud están escritas en inglés, y es en ese cambio del alemán nativo de Freud al inglés, el lenguaje de su nuevo hogar, en el que Caruth sitúa el momento de la transmisión traumática: Quisiera sugerir que es aquí, en el movimiento entre el alemán y el inglés, en la reescritura de la partida dentro de los lenguajes en el texto de Freud, donde nosotros participamos plenamente en la reflexión central de Moisés y el monoteísmo: que la historia, como el trauma, nunca es simplemente propia, que la historia es, en esencia, la manera en la que estamos implicados en los traumas de los demás. Porque no podemos leer esta frase sin que partamos nosotros mismos. En esta partida, el texto de Freud nos interpela, en formas que tal vez todavía no podemos comprender. Y propondría que, al considerar las posibilidades de análisis político y cultural, el impacto de éste, aún por comprender, no sólo sea un punto de partida válido sino también, en verdad, necesario (Caruth, 1996: 23-24). ¿Qué fuerza tiene esa afirmación? Al hablar de un “nos” y de un “nosotros” que no se refieren a un sujeto universal, sino a lectores de El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 341 habla inglesa o de habla alemana exclusivamente, como si Freud quisiera otorgar el legado del psicoanálisis sólo a las personas angloparlantes o germanoparlantes, Caruth sugiere que “nosotros” nos convertimos en copropietarios del trauma de Freud porque no podemos leer su frase dividida entre el alemán y el inglés sin escindirnos nosotros mismos, sin estar traumatizados o vernos disociados por el propio trauma de la “partida” que él mismo experimenta. Caruth no está interesada en ofrecer una explicación psicoanalítica-psicológica de cómo el trauma de otra persona se podría experimentare como el nuestro propio —por ejemplo, a través de la noción de identificación (lo que requiere trabajo)—, sino en proponer una explicación textual-lingüística basada en la idea de que la división o aporía lingüística que marca —o desfigura— el texto de Freud es literalmente reproducida como una división o aporía en nosotros, sus lectores, de manera que participamos también necesariamente de la disociación traumática de la partida. Además, puesto que para Caruth lo que transmite la carta de Freud a su hijo es precisamente el no-conocimiento que constituye el trauma, es lo que “tal vez no podemos comprender todavía totalmente” en las obras de Freud lo que constituye su legado como teórico del trauma. Es esta afirmación la que justifica todo el enfoque de Caruth hacia el psicoanálisis. Porque, según ella, la tarea del crítico o del académico no es tanto intentar comprender la teoría del trauma de Freud histórica o genealógicamente mediante el estudio de los cambios en sus textos y tal vez intentando vincular esos cambios a las circunstancias históricas de su producción25, sino recibir y transmitir a su turno las aporías de los textos de Freud —estar poseído o perseguido traumáticamente por ellos—, como el enigma del no- conocimiento y la supervivencia que constituye el trauma como tal. Si, como defiende Caruth, la teoría del trauma es uno de los lugares gracias a los cuales sobrevive la tradición freudiana “en la seguridad que proporciona su transformación y apropiación por la psiquiatría” (1996: 72) —una referencia probable al trabajo de Van der Kolk y otros—la supervivencia está también ocurriendo en 25 342 Caruth (1996: 121) no niega que el enfoque histórico de Freud merece la pena seguirse, pero señala que ese no es su proyecto. Parte III. Representación y verdades las “incertidumbres creativas” de esta misma teoría del trauma (1996: 72), incertidumbres que son las que aseguran que la aporía —usando la terminología de Caruth— sobreviva. La parábola de la herida Estoy ya cerca del final de mi análisis, pero antes de parar quisiera comentar una parte de Unclaimed Experience que ejemplifica a la perfección los peligros que tiene el enfoque del trauma que hace Caruth. El momento ocurre justo al principio de su libro, cuando discute la parábola, o moral, involucrada en uno de los ejemplos que Freud usa para ejemplificar la compulsión a la repetición. En la tercera sección de Más allá del principio del placer, Freud recurre a la literatura con el fin de ilustrar la existencia en las personas normales, y no sólo en los neuróticos, de una compulsión “demoniaca” que se va a repetir. Esta compulsión parece estar “más allá” del principio del placer, lo cual le obliga a una revisión radical de su teoría de la economía psíquica. Lo que le interesa en especial a Freud en el texto escogido es que parece demostrar una “recurrencia perpetua de la misma cosa” que no está relacionada con el comportamiento activo por parte de la persona afectada, sino con una experiencia pasiva sobre la cual el sujeto “no tiene ninguna influencia, sino que enfrenta con una repetición de la misma fatalidad”. En la enunciación condensada de Freud: La figuración poética más tocante de un destino fatal como este nos la ofreció Tasso en su epopeya romántica, la Jerusalén libertada. El héroe, Tancredo, dio muerte sin saberlo a su amada Clorinda cuando lo desafió revestida con la armadura de un caballero enemigo. Ya sepultada, Tancredo se interna en un en un ominoso bosque encantado, que aterroriza al ejército de los cruzados. Ahí hiende un alto árbol con su espada, pero de la herida del árbol mana sangre, y la voz de Clorinda, cuya alma estaba aprisionada en él, le reprocha que haya vuelto a herir a la amada (Freud, 1995ñ: 22). Caruth cita este pasaje al comienzo de Unclaimed Experience porque le parece que esa historia de Tancredo “se puede interpretar […]como una parábola más general de las consecuencias no articuladas de la teoría del El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 343 trauma en los escritos de Freud, y más allá de eso, también del vínculo crucial entre literatura y teoría que las siguientes páginas se proponen explorar” (1996: 3). ¿Cuál es exactamente la parábola que nos ofrece el poema de Tasso en opinión de Caruth? En sus comentarios iniciales al pasaje del texto de Freud, Caruth declara que las heridas causadas por Tancredo a Clorinda representan “la manera en que la experiencia del trauma se repite a sí misma, exactamente y sin remisión, a través de todos los actos desconocidos de los supervivientes y contra su propia voluntad”. Según Caruth, la historia de Tasso dramatiza así la “repetición en el corazón de la catástrofe”, de manera tal que la experiencia que Freud llamará neurosis traumática surge como “la repetición inconsciente de un acontecimiento que no se puede dejar atrás sin más” (Caruth, 1996: 2). Para Caruth, en otras palabras, Tancredo es víctima de una neurosis traumática. Es una víctima de esa enfermedad no sólo porque experimenta una catástrofe de la cual no es responsable, sino debido a que experimenta su acto homicida “demasiado pronto, de manera demasiado inesperada, para ser plenamente conocido” y, por lo tanto, “no está disponible para el consciente hasta que se impone a sí mismo de nuevo, de forma repetida, en las pesadillas y las acciones repetitivas de los supervivientes” (1996: 4). Como lo expresa Caruth (1996: 4): “Igual que Tancredo no oye la voz de Clorinda hasta la segunda herida, de la misma manera el trauma no se puede localizar en el simple acontecimiento violento u original en un pasado individual, sino más bien en la manera en que su naturaleza no asimilada, la forma en la cual no se conoció precisamente la primera vez que ocurrió, regresa para perseguir al superviviente más tarde”. La afirmación de que Tancredo no tiene conocimiento ni conciencia del “acontecimiento traumático” es esencial para la interpretación de Caruth de éste como un superviviente de la neurosis traumática, de la misma manera que una incapacidad de la conciencia y el conocimiento es una característica fundamental de su teoría performativa del trauma. Tancredo no sabe lo que ha hecho porque la catástrofe del homicidio ha ocurrido demasiado pronto para que lo pueda asimilar, lo cual es la razón para que no pueda representarlo, sino solo repetirlo “exactamente y sin remisión”, con la forma de una repetición traumática. 344 Parte III. Representación y verdades Las afirmaciones de Caruth son extrañas por más de una razón. En primer lugar, Freud no cita la historia de Tancredo como un ejemplo de la neurosis traumática, sino como un ejemplo de la tendencia general que existe incluso entre la gente normal a repetir experiencias desagradables y, por ello, como un ejemplo de la repetición-compulsión o impulso de muerte. En la sección anterior de Más allá del principio del placer, Freud ha analizado las enfermedades que ocurren después de los desastres ferroviarios, otros accidentes y la experiencia de la batalla como ejemplos de la neurosis traumática, una neurosis cuyos síntomas, como los sueños traumáticos, muestran una tendencia a la repetición desagradable. Pero había abandonado pronto el “oscuro y árido tema de la neurosis traumática” (Freud, 1995ñ: 14) con el fin de discutir otros ejemplos de la repetición compulsiva, como el juego fort-da de los niños y la historia de Tancredo y Clorinda, que son ejemplos que obviamente no se pueden asimilar a las neurosis traumáticas. Es sólo dejando sin responder numerosas preguntas acerca de la naturaleza del impulso de muerte que Caruth puede incorporar las experiencias de Tancredo de tener “la impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivencia” (Freud, 1995ñ: 21) al diagnóstico de la neurosis traumática (sin perder de vista que para Caruth [1996: 59] la neurosis traumática implica la imposición de un “acontecimiento” displacentero o de un “mundo exterior” que penetra “en nuestro interior sin ninguna mediación”). ¿Cuál sería el acontecimiento, teniendo presente el resumen que hace Freud de la historia de Tancredo, que representaría al “mundo exterior” literalmente y que rompería el escudo protector de la mente de esa manera?26 En segundo lugar, no es cierto que la muerte de Clorinda a manos de Tancredo no esté “disponible para la conciencia” hasta que se impone nuevamente 26 Caruth observa “el curioso desplazamiento” en el texto de Freud del ejemplo de la neurosis de combate al impulso de muerte (1996: 66). Lo que la interesa aquí es que ese movimiento, tematizado por la autora como una “partida” del asunto de la neurosis traumática, es la misma “partida” que según ella es inherente al trauma mismo. Sobre esta base asimila el juego fort-da y, por extensión, la historia de Tancredo y Clorinda, a la historia del trauma como “partida”, y observa a este respecto que para el final de la sección en la que Freud lo discute, el juego fort-da está “no obstante determinado como una clase de acción traumática” (1996: 134, 135). El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 345 a través de la repetición asesina. Ni Tasso ni Freud hacen la afirmación de que Tancredo no sea consciente de haber matado a su amada la primera vez. Tasso mata ‘involuntariamente’ a Clorinda (Freud usa el término unwissentlich, sin saberlo), en el sentido de que no quiere matarla, aunque sí pretende matar el enemigo que finge ser. Pero en el poema, Tasso reconoce a la moribunda Clorinda en el momento en que descubre su cara y aunque se le describe tan abrumado por el horror ante esa visión que comienza a delirar y se le aparece a sus compañeros como si él mismo estuviera muerto, cuando vuelve a sus sentidos está abrumado por la pena, los reproches y la culpa al saber lo que ha hecho, y prepara el entierro del cuerpo de Clorinda27. En tercer lugar, la repetición del acto asesino no es literal y exacta, sino simbólica y metafórica: toma la forma de un golpe o una herida a un árbol que sangra, una figura que, como ha mostrado Margaret Ferguson, tiene un larga historia literaria, cuyo desarrollo por Tasso está cargada, como Ferguson (1983: 126-36) sugiere, de un significado simbólico, incluyendo uno de tipo edípico. Caruth debe ignorar esas dificultades si quiere afirmar que Tancredo es la víctima inconsciente de una neurosis traumática cuya experiencia no está disponible para su consciencia excepto a través de una repetición exacta y sin remisión. De la misma manera en que Caruth convierte a los israelitas que asesinan a Moisés en víctimas pasivas del trauma de una “separación” accidental, así convierte también a Tancredo en víctima de un trauma. Estos problemas señalan todavía otra dificultad en la interpretación de Caruth, que la autora reconoce y que intenta tratar: no es Tancredo, sino Clorinda la víctima indisputable de una herida. Para repetir el resumen de Freud de la épica de Tasso, como la cita Caruth: “[Tancredo] hiende un alto árbol con su espada, pero de la herida del árbol mana sangre, y la voz de Clorinda, cuya alma estaba aprisionada en él, le reprocha que haya vuelto a herir a la amada”. En resumen, Tancredo es un homicida, aunque involuntario, y Clorinda es su víctima dos veces. Caruth lo sabe y lo admite, como cuando reconoce que “la herida que habla no es precisamente la de Tancredo, sino la herida, el trauma, de otro” (1996: 8) o se refiere a 27 346 Torquato Tasso, Gerusalemme liberata (1991: Canto 12, versos 64-99). Parte III. Representación y verdades la “herida original de Clorinda” (1996: 116). Sin embargo, Caruth está decidida a identificar a Tancredo como la víctima de un trauma, aunque esa identificación le cree problemas de otra clase. En efecto, Caruth está interesada en otro aspecto de la historia de Tancredo, es decir, en el papel que tiene Clorinda como testigo de un trauma. Cuando Caruth analiza por primera vez la cuestión del testimonio en el poema de Tasso, presenta a Clorinda como el testigo de algo que ella sabe y Tancredo no: Porque lo que me parece especialmente sorprendente en el ejemplo de Tasso no es sólo el acto inconsciente por el que se inflige la herida y su repetición inadvertida y no deseada, sino la conmovedora y penosa voz que grita, una voz que se libera paradójicamente a través de la herida. Tancredo no sólo repite este acto, sino que al repetirlo oye por primera vez la voz que le grita que vea lo que ha hecho. La voz de su amada se dirige a él y en esa exhortación, atestigua el pasado que ha repetido involuntariamente. La historia de Tancredo representa, por consiguiente, la experiencia traumática no sólo como el enigma de los actos repetidos e ignorados de un agente humano, sino también como el enigma de la alteridad de una voz humana que grita desde la herida; una voz que es testigo de una verdad que el propio Tancredo no puede conocer totalmente (Caruth, 1996: 2-3). Esta formulación parece implicar que Clorinda es la testigo de la experiencia traumática de Tancredo, una testigo que sabe algo —la ‘verdad’— que la víctima, Tancredo “no puede conocer plenamente”. Pero hay una dificultad obvia con esta interpretación desde el momento en que Tasso y Freud —e incluso Caruth— declaran todos que Clorinda da testimonio de su propia herida. Si Clorinda da testimonio de su propia herida, entonces el poema de Tasso no se puede utilizar para los fines de Caruth como un ejemplo literario de la teoría performativa del trauma, porque según esa teoría la víctima del trauma (Clorinda) no es capaz de dar testimonio o de representar lo que ella ha experimentado. ¿Cómo se pueden resolver estos dilemas? La respuesta muy ingeniosa de Caruth es sugerir que la voz de Clorinda no es exactamente su propia voz, sino la de Tancredo, en el sentido de que la suya es la voz del segundo yo o el “otro” femenino disociado del Tancredo traumatizado: El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 347 Aunque la historia de Tancredo, los golpes repetidos de su espada y el sufrimiento que reconoce en la voz que oye representan la experiencia del individuo traumatizado por su propio pasado —la repetición de su propio trauma según conforma su vida—, la herida que habla no es precisamente la de Tancredo, sino la herida, el trauma, de otro [este es el momento en el que Caruth reconoce que Clorinda es la víctima de una herida]. Es posible, naturalmente, interpretar que la otra voz, la voz de Clorinda, representa en la parábola del ejemplo el otro dentro del yo que retiene la memoria de los acontecimientos traumáticos “indeseados” del pasado propio [ese es el momento en el que Tancredo se reinserta como una víctima del trauma] (Caruth, 1996: 8). En otras palabras, Clorinda es testigo del trauma de Tancredo en virtud del hecho de que es el “otro” interno de Tancredo quien retiene la memoria de la experiencia traumática, una memoria de la que carece el mismo Tancredo. La ventaja de esta sugerencia asombrosamente recursiva, aunque no apoyada textualmente, no es sólo que reconoce la condición de Clorinda como víctima, como el poema obliga a Caruth a reconocer, sino que también satisface el deseo de esa autora de convertir también a Tancredo en víctima al incorporar a Clorinda dentro de Tancredo como su yo secundario o escondido que confiesa la verdad de lo que el mismo Tancredo no sabe y no puede saber. En resumen, Caruth resuelve los dilemas que le plantea su deseo de hacer de Tancredo la víctima de un trauma al presentarle con una personalidad dual y lo hace en términos tales que se acomoda tanto a la teoría clásica (janetiana) y a la moderna de la disociación traumática. (Sin embargo, las implicaciones de género de sus análisis permanecen inexploradas. Como si Caruth desplazara las divisiones de género de Clorinda —una dama guerrera que se viste y lucha como un hombre— al interior del propio Tancredo). Tancredo-Clorinda viene así a representar o imaginar una diferencia como tal: la diferencia o el “otro” dentro del yo y del lenguaje que para Caruth siempre está involucrada en el escenario traumático y que hace que el trauma de una persona siempre pertenezca o afecte a otro sujeto también. El análisis de Caruth de Tancredo-Clorinda como una personalidad dual expresa su compromiso primordial con hacer que la victimización 348 Parte III. Representación y verdades no sea localizable en ninguna persona o lugar en concreto, permitiendo así que el contagio migre o se extienda a otros. En este caso, la importancia primordial del contagio es lo que le permite imaginar a Caruth cómo el lector podría verse implicado en el trauma de otros. Esa es la razón por la cual pasa tan rápido de su propuesta de que comprendamos Tancredo-Clorinda como un yo dividido a la sugerencia de que “podemos leer también aquí el discurso de la voz, no sólo como la historia del individuo en relación con los acontecimientos de su propio pasado, sino como la historia de la manera en la cual el trauma propio se liga al trauma de otro, la manera en la cual el trauma puede conducir, por lo tanto, al encuentro con el otro, mediante la posibilidad y la sorpresa de escuchar la herida de otro” (Caruth, 1996: 8). Esta sugerencia ejemplifica a la perfección la teoría del trauma de Caruth en el sentido de que nos pone a todos nosotros en la posición de Tancredo-Clorinda, y a continuación oscila, de una manera inestable pero ‘ejemplar’, entre imaginarse uno mismo como la víctima inescapable de un trauma e imaginarse uno mismo como el oyente de la herida de otra persona, lo que equivale a decir que la sugerencia ilustra por excelencia la “ilocalizabilidad de cualquier experiencia traumática concreta” (1996: 134). En relación con el Holocausto, es como si propusiera que tanto si experimentamos el trauma del Holocausto directamente o no, cada uno de nosotros, en el periodo posterior al Holocausto, es ya un sujeto dividido o disociado para siempre, simultáneamente víctima y testigo, y por ello marcado también para siempre por la diferencia y la división que caracteriza al sujeto traumatizado. Pero su discusión de la épica de Tasso tiene consecuencias incluso más inusitadas. Porque, si según ese análisis, el homicida Tancredo puede convertirse en la víctima del trauma y la voz de Clorinda ser un testimonio de la herida de él, entonces la lógica de Caruth convertiría a otros perpetradores en víctimas también. Por ejemplo, convertiría a los ejecutores de los judíos en víctimas y los “gritos” de los judíos en el testimonio del trauma sufrido por los nazis. El Oxford English Dictionary define “parábola” como sigue: “Una narrativa ficticia o alegoría (usualmente algo que podría ocurrir en la realidad), por la cual las relaciones morales o espirituales se presentan El pathos de lo literal: el trauma y la crisis de representación 349 de manera figurada o acordada, como en las parábolas del Nuevo Testamento”. En la interpretación de Caruth, lo que la parábola de la historia de Tasso nos cuenta no es únicamente que Tancredo se puede considerar la víctima de un trauma, sino que incluso los nazis no están exentos de recibir la misma consideración. 350 Parte III. Representación y verdades Parte IV Memorias colectivas a El pasado en el presente1. cultura y la transmisión de la memoria Ron Eyerman Introducción: sobre la historia y la memoria E n este artículo desarrollo las ideas que he presentado en un reciente libro (Eyerman, 2002), en el que ofrezco un relato histórico detallado sobre el papel de la representación de la esclavitud en la formación de la identidad afroamericana. Los temas de esa obra adquirieron su forma final durante mi trabajo con un grupo de sociólogos en el Center for Advanced Study de la Universidad de Stanford. En ese lugar se reúnen académicos de diferentes disciplinas del conocimiento y de varios lugares del mundo. El trabajo se estructuró en torno a un almuerzo colectivo, en el que se animaba a los investigadores a sentarse con una persona diferente cada día. En uno de esos días, me incorporé a una intensa conversación sobre el Holocausto que mantenían un psicólogo social israelí y un historiador estadounidense cuya especialidad era precisamente el genocidio. El psicólogo social hablaba sobre su experiencia juvenil como prisionero en un campo de concentración en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, y de sus encuentros con un infame miembro de la policía judía del campo que trabajaba para los alemanes. Proporcionó un relato vívido de un incidente que reflejaba la maldad de esa persona en particular. Después de escuchar en silencio, el historiador señaló educadamente que lo que 1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 353 estaba describiendo no podía haber ocurrido, puesto que el guardia, un personaje muy bien conocido, no se encontraba en el campo durante ese periodo concreto, como se podía comprobar en los documentos históricos. El psicólogo social quedó atónito al oírlo, pero estaba seguro de que su memoria no le fallaba y dijo que se podía comprobar si se llamaba a otras personas que conocía del campo y que confirmarían su historia. Aún así, y tal vez porque era un científico, parecía dispuesto a considerar la objeción. Más tarde, el historiador me dijo que en su investigación sobre el genocidio encontraba en muchas ocasiones diferencias entre la memoria narrada y la historia documentada. Es evidente que la historia comenzó como una narrativa que formaba la memoria y la identidad colectiva. Naturalmente, en este momento, me viene a la mente la ‘historia de la Guerra de Troya’ y no sólo la de Heródoto, sino también la de Homero. Como nos explica Hayden White (1978: ix-x): La historiografía tradicional se ha caracterizado predominante por su creencia en que la historia en sí consiste en una recolección de historias vividas, individuales y colectivas, y que la tarea principal del historiador es descubrir estas historias y volver a contarlas en forma de una narrativa, cuya verdad residiría en la correspondencia existente entre la historia contada y la historia vivida por las personas reales del pasado. Sin embargo, a medida que la historia se convirtió en una disciplina de estudio y en una profesión, su vínculo con la memoria colectiva se hizo más reflexivo y problemático, y se vio limitada por las normas de la ciencia y las reglas de la evidencia. A pesar de ello, la forma narrativa y la intención poética siguen estando presentes, incluso si el objeto principal de la disciplina es ahora la facticidad documentada2. White (1992b: 75 & ss.) nos ofrece un análisis revelador de la relación entre historia y memoria en el que intenta resolver esa tensión situando ambas en el contexto temporal y sociopolítico, es decir, dentro de la misma historia. 2 354 Intervienen aquí al menos dos distinciones que también son restricciones. La primera sería cómo distinguir historia de poesía (distinción que realizó Aristóteles) y la segunda cómo regular qué tipo de acontecimiento se podría incluir adecuadamente en la historia con el fin de separar los ‘hechos’ de la ‘ficción’. Parte IV. Memorias colectivas Los sociólogos no reflexionan a menudo sobre la memoria y aún menos sobre la historia3. Quiero romper un poco con esa tradición al discutir la importancia fundamental del pasado y de la memoria colectiva en la formación de la identidad. Mi ejemplo proviene de mi investigación sobre la construcción de la identidad afroamericana, tal y como se enmarcaría dentro de la teoría del trauma cultural. Aunque se base en este ejemplo concreto, la estructura de mi presentación se construye a partir de un modelo más general, en cuyo núcleo están los conceptos de trauma cultural, memoria colectiva y narrativa (Bal & ál., 1999: viii)4. Trauma cultural En el ensayo de Jeffrey Alexander y Neil Smelser que abre la colección de ensayos recogidos en el libro Cultural Trauma and Collective Identity (2004) se puede encontrar un elaborado estudio sobre el trauma cultural como marco teórico para la comprensión del desarrollo de la identidad colectiva. Aquí ofrezco sólo un breve resumen en tanto concierne a la problemática que he escogido. Al igual que pasa con la memoria, la idea de trauma —la respuesta emocional profundamente sentida frente a algún suceso— tiene connotaciones individuales y colectivas. Alexander (2004) y los autores que lo acompañan hablan de existencia de trauma cultural: Cuando los miembros de una colectividad sienten que han estado sometidos a un evento terrible que deja huellas indelebles en su conciencia como grupo, que se refleja en sus memorias para siempre y cambia su identidad futura en formas irrevocables y fundamentales. 3 4 Algunas excepciones pueden verse en Barbara A. Misztal. (2003). En Acts of Memory se distinguen tres tipos de memoria: cotidiana, narrada y traumática. Las memorias cotidianas son aquellas reglas dadas por descontado que aprendimos durante nuestra niñez y que guían nuestras prácticas cotidianas y nuestro comportamiento mucho tiempo después de haberlas aprendido. Las memorias narradas están cargadas de afecto, “circundadas por un aura emocional […] que las hace memorables”. Las memorias traumáticas son el “reaparecer doloroso de los acontecimientos de naturaleza traumática”. Véase el mejor resumen sobre las teorías de la memoria y el recuerdo en Misztal (2003). El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 355 A menudo se conceptualiza el trauma individual mediante marcos psicológicos y psicoanalíticos (para excepciones, véanse Antze & Lambek [1996] y Bal & ál. [1999]). Por su parte, nosotros buscábamos una noción más cultural que pudiera ayudarnos a explicar la aparición de nuevas identidades colectivas en tiempos de crisis sociales tan profundas como para socavar las identidades ya establecidas. El fin era modesto: no se pretendía la construcción de una teoría general, sino ceñirse a la aparición de las identidades colectivas en tiempos de crisis. A diferencia del trauma psicológico y físico producto de un daño y de la experiencia en torno a este, a lo que suma también una gran angustia emocional del individuo, el trauma cultural se refiere a una perdida tremenda de identidad y significado, a una ruptura del tejido social que afecta a un grupo de personas que han logrado algún grado de cohesión. En este sentido, el trauma no tiene porqué sentirse necesariamente por cada una de las personas que componen el grupo o haberse experimentado de manera directa por alguna de ellas o por todas. Aunque puede que sea necesario establecer algún tipo de hecho o suceso como la causa ‘relevante’, su significado traumático se debe establecer y aceptar, lo cual es un proceso que requiere tiempo y también mediación y representación. Un trauma cultural se debe comprender, explicar y observar como un todo coherente a través del discurso y la reflexión pública. En las sociedades modernas, las representaciones que proporcionan los medios de comunicación de masas desempeñan un papel fundamental. Alexander llama a este proceso “una lucha por el significado” y un “proceso de trauma”; nosotros lo llamamos en ocasiones el “drama del trauma”, cuando con la ayuda de los medios de comunicación de masas, la representación colectiva —la experiencia colectiva de enorme conmoción y crisis social— se convierte en una crisis de significado e identidad. Permítaseme ofrecer la definición más formal de trauma cultural que nos da Neil Smelser: Una memoria aceptada por un grupo de participantes relevantes y a la que se le da públicamente credibilidad, mediante la cual se evoca una situación o acontecimiento que está a) cargado de afecto negativo, b) representado como indeleble, y c) considerado como una amenaza para la existencia de la sociedad o que viola una o más de sus presunciones culturales fundamentales. 356 Parte IV. Memorias colectivas Lo que se quiere decir con ello es que la formación de la identidad colectiva, que está íntimamente ligada a la memoria colectiva, puede tener sus raíces en la pérdida y en la crisis, al igual que puede tenerlas en el triunfo. De hecho, una manera de asumir la pérdida es intentar convertir la tragedia en triunfo. Ese fenómeno es uno de los temas o procesos comunes en nuestros trabajos en colaboración sobre el trauma cultural (Alexander & ál., 2004). Este proceso lleva tiempo, sobre todo si el grupo en cuestión está en una posición marginal o subordinada, como es el caso de los negros estadounidenses. Memoria colectiva — identidad colectiva Como ya se ha mencionado, los sociólogos rara vez hablan sobre la memoria, excepto tal vez para tratarla como nostalgia. La modernidad se caracteriza por la ‘tradición de lo nuevo’, por la orientación hacia el futuro, más que hacia el pasado. Para la modernidad, y para una de las narrativas sociológicas clásicas, es crucial no sólo la idea de progreso, sino también la de liberar al individuo y a la sociedad de los grilletes del pasado. Como lo expresó Marx al hablar de los acontecimientos de 1848, la carga del pasado pesa mucho en el presente. La memoria ha quedado habitualmente a cargo de psicólogos y biólogos, y en nuestros días también se ocupa de ella una ciencia cognitiva de reciente desarrollo. Sin embargo, el recuerdo cuya forma es la historia y la tradición es esencial para aquello que denominamos sociedad y para toda interacción social, que era precisamente lo que Marx quería destacar. La memoria le proporciona a los individuos y las colectividades un mapa cognitivo, y les ayuda a orientarlos acerca de quiénes son, por qué son lo que son y hacia dónde se dirigen. La memoria, en otras palabras, es esencial para la identidad colectiva e individual. Normalmente, la memoria se concibe como basada en la individualidad, como algo que reside en la mente de los individuos. Las teorías de la formación de la identidad, de la socialización, tienden a conceptualizar la memoria como parte del desarrollo del yo y de la personalidad. Las nociones de identidad colectiva que se construyen en torno a este modelo (como la escuela del comportamiento colectivo) teorizan sobre una “pérdida del El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 357 yo” y, por lo tanto, sobre las restricciones de la memoria (como superego o hábito arraigado, dar cuenta de las conductas colectivas y la formación de nuevas identidades colectivas). Una vez que se cruza la barrera que nos separa de la memoria, se piensa que emerge una nueva identidad colectiva sui generis. Una concepción similar se puede ver en la idea marxista clásica sobre la aparición de la conciencia de clase. Por otro lado, la tradición durkheimiana del pensamiento social ha considerado la memoria colectiva como algo crucial para la reproducción de la sociedad. Esta variante del funcionalismo se concentra en los acontecimientos colectivos, rituales y ceremonias que mantienen la solidaridad social. Se puede hablar así acerca de “cómo recuerdan las sociedades”, tal y como expresa palabra por palabra el título del libro de Paul Connerton (1989). Dentro de esta tradición, la memoria colectiva se define como evocaciones de un pasado compartido que se transmiten mediante procesos de conmemoración, de rituales oficialmente sancionados en los cuales se recuerda a un grupo mediante la invocación de una herencia común, y en la cual uno de los principales elementos es un pasado compartido5. Esos procesos son tanto físicos y emocionales como cognitivos, en el sentido de que el pasado se incorpora y se rememora a un tiempo a través de esas prácticas culturales. Aquí la memoria individual se concibe como derivada de la memoria colectiva. Es la memoria colectiva la que orienta a un grupo, la que le proporciona el mapa cognitivo que hemos mencionado anteriormente. La memoria colectiva unifica el grupo a través del tiempo y sobre el espacio al proporcionarle un marco narrativo —una historia colectiva— dentro del cual quedan ubicados el individuo y su biografía, y que adquiere un carácter móvil gracias a que puede representarse como narrativa y texto. La narrativa puede viajar, como viaja el individuo, y puede adquirir consistencia material, ser escrita, pintada, representada, comunicada y recibida en lugares distantes por individuos aislados, que 5 358 Barry Schwartz (2000) trabaja dentro de esta tradición; aunque la modifica en algún grado, define la memoria colectiva como “una representación del pasado que se representa tanto a través de la evidencia histórica como del simbolismo colectivo”. Esta definición permite realizar la distinción entre memorias colectiva e individual. También posibilita la inclusión de las pruebas documentales en los debates sobre la memoria, con el fin de distinguir la memoria colectiva del mito. Parte IV. Memorias colectivas pueden entonces, a través de esas narrativas, ser recordados y reunirse con lo colectivo. Lo anterior vincula la memoria colectiva con la formación de la identidad colectiva y la acerca al mito y a la ideología. En su estudio sobre el papel de la fotografía en la representación del dolor, Susan Sontag escribe: En sentido estricto, no existe lo que se llama memoria colectiva: es parte de la misma familia de nociones espurias, como la culpa colectiva. Pero sí hay instrucción colectiva. Toda memoria es individual, no puede reproducirse, y muere con cada persona. Lo que se denomina memoria colectiva no es un recuerdo sino una declaración: que esto es importante y que ésta es la historia de lo ocurrido, con las imágenes que encierran la historia en nuestra mente. Las ideologías crean archivos probatorios de imágenes, imágenes representativas, las cuales compendian ideas comunes de significación y desencadenan reflexiones y sentimientos predecibles6. Esto haría que las líneas entre la disciplina de la historia y la memoria colectiva fueran nítidas y distinguibles. El presente como un pasado que se va desenvolviendo Desde esta perspectiva, el pasado es un punto de referencia temporal que se conforma colectivamente, aunque no se experimente así, y que es constitutivo de una colectividad y sirve para orientar a los individuos que están dentro de ella. El pasado se convierte en presente a través de 6 Susan Sontag (2003: 100) nos proporciona un análisis elocuente del papel que tienen las imágenes, especialmente las fotográficas, en el despertar los sentimientos y afectación la memoria. Escribe lo siguiente: “Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión […] La historia ofrece señales contradictorias acerca del valor de la memoria en el curso mucho más largo de la historia colectiva. Y es que simplemente hay demasiada injusticia en el mundo. Y recordar demasiado […] nos amarga. Hacer la paz es olvidar. Para la reconciliación, es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada”(2003: 115). En este nuevo libro, critica también su obra previa Sobre la fotografía (original 1997; publicado en español en 2005), por algunas de las afirmaciones que se hacen allí sobre los efectos de la imagen en la memoria y la emoción. El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 359 interacciones simbólicas, mediante la narrativa y el discurso, donde la memoria sería un producto de la narrativa y del discurso “que se invoca para legitimar la identidad, construirla y reconstruirla” (Antze & Lambeck, 1996: xi-xxxviii). Por otro lado, el ‘pasado’ puede estar representado en objetos materiales, en la manera en que un pueblo o una ciudad se estructuran, o en la disposición de los objetos en un museo para recordar aspectos del ‘pasado’ de una manera específica, lo que significa que el pasado se recompone, comprende e interpreta y transmite a través del lenguaje y mediante el diálogo. Estos diálogos adquieren la forma de relatos, de narrativas que estructuran aquello que cuentan y que influencian su recepción 7. Todas las naciones y grupos tienen mitos fundacionales, relatos que cuentan quiénes son mediante la rememoración del lugar del que proceden. Esas narrativas conforman ‘líneas maestras’ y se transmiten mediante tradiciones, rituales y ceremonias, que serían todas ellas representaciones dramáticas públicas con las cuales se reconecta un grupo y se confirma la adscripción de los individuos al mismo. Dentro de este proceso, se recuerda el ‘nosotros’ y se excluye al ‘ellos’. Estas narrativas fundacionales se pueden comparar al discurso en el sentido en que es usado por Foucault, en particular como aparece desarrollado por este autor en La arqueología del saber 8. Mientras que 7 8 360 James Wertsch (2002: 55 & ss.) analiza el papel y el lugar de la narrativa en relación con la memoria individual y colectiva. Para él, las narrativas son parte de un “conjunto de herramientas”, necesario y siempre presente, que los humanos usan para darle sentido a sí mismos y a su historia. Presenta la idea concreta de que aunque las narrativas puedan ser universales, son al mismo tiempo particulares, y están arraigadas en “los contextos particulares culturales, históricos e institucionales en los cuales vivimos” (2002: 57). Wertsch realiza también una útil distinción entre las funciones referenciales y dialógicas de las narrativas. En las primeras, las narrativas hacen referencia a acontecimientos reales o de ficción, mientras que las segundas se refieren a otras narrativas. En términos de distinciones útiles, Jan-Werner Muller (2002: 3) diferencia entre memoria nacional o colectiva y memoria individual de masas, en la que “la última se refiere a la rememorización de acontecimientos que los individuos vivieron realmente” y la primera “establece un marco social mediante el cual los individuos con conciencia nacional puede organizar su historia”. Soy consciente de que Foucault (1990) cambió su posición con respecto al poder Parte IV. Memorias colectivas los discursos de Foucault, al menos como se explican en ese trabajo, imponen orden desde arriba y desde fuera mediante el conocimiento disciplinario, las narrativas están menos institucionalizadas, son más abiertas y maleables. Los discursos ofrecen lo que Stuart Hall y otros de la escuela de Birminghan llamaron las “lecturas preferidas” de los textos, en la medida en que estructuran la posibilidad de lo que se puede contar e imponen una interpretación, con lo que producen el objeto del que hablan, y ligan de esa forma el discurso con el poder establecido y, por lo tanto, con la ideología. En este sentido, los discursos unifican y legitiman un conjunto diverso de prácticas, “estableciendo” un “sistema de relaciones” (Dreyfus & Rabinow, 1982: 65). Incluso en los campos literarios o en la cultura popular, los discursos actúan silenciosamente en términos de selectividad y ordenan autores o textos que expresan las ideologías y valores dominantes de la cultura. Son las obras que así lo hacen las que tienen mayores probabilidades de ser publicadas, leídas o comentadas. El discurso y la narrativa tienen en común que son estructuras marco que incluyen y excluyen, dan voz y silencian, condicionan qué es lo que se puede ver y decir y por quién. Sin embargo, en contraposición con el discurso foucaultdiano, las narrativas colectivas dejan más espacio a la agencia individual aun cuando estén proporcionando el marco a través del cual los relatos individuales obtienen un significado más amplio. Mientras que los discursos son ejercicios de poder e invisten de poder a aquellos que están en el lugar apropiado, las narrativas pueden proporcionar a una minoría o a un grupo oprimido los medios para construir un ‘contrarrelato’ y ese contrarrelato se puede apropiar de algunos de los conceptos esenciales del discurso dominante y darles un nuevo significado. Un ejemplo sería el concepto de ‘raza’, el cual fue apropiado y revaluado por los negros estadounidenses en su lucha por redefinir su posición dentro de la sociedad. Aún en este caso, los del discurso para imponerse socialmente (véase, por ejemplo, J. Goldstein [1994] para un debate sobre el tema) y de la diferencia entre el análisis arqueológico y genealógico en su metodología (Dreyfus & Rabinow, 1982: 104 & ss.). Este cambio se discute también en Misztal (2003). El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 361 ‘representantes’ más poderosos de un grupo marginado pueden ejercer su influencia discursiva al buscar definir cómo se deberían representar los grupos a los que pertenecen. En muchos casos, las narrativas fundacionales involucran un suceso tremendo, de carácter traumático, del cual se dice que emerge lo colectivo. En este aspecto, las narrativas se pueden comparar con los mitos, pero carecen de la trascendencia general y ontológica al que suelen estar asociados estos últimos. A esa ‘escena primigenia’ se le asigna usualmente una connotación positiva, pero también puede ser negativa 9. Sin embargo, en todos los casos esa escena es poderosa en el sentido de ser emocionalmente conmovedora. Las narrativas fundacionales se ocupan tanto de la creación o constitución de un sujeto colectivo como de la creación de una comunidad ‘imaginada’. Este proceso se estudia por lo general en el contexto de los Estados nacionales y de la construcción nacional, pero lo he aplicado al estudio de los movimientos sociales y, en tiempos más recientes, al estudio de una minoría étnica, como son los estadounidenses negros. Para estos últimos, fue útil una perspectiva generacional que complementara los conceptos de trauma cultural, memoria colectiva y narrativa10. El ciclo de la memoria generacional El trauma cultural pide que le prestemos atención al pacto de acontecimientos recordados y al papel de la representación. También se ve involucrado el poder: por ejemplo, el poder de las elites o de los medios de comunicación, que seleccionan qué se representará y, por consiguiente, 9 10 362 Las narrativas contienen finales al lado de los comienzos y este marco puede afectar también a la selección y la interpretación de los acontecimientos que se incluyen en el argumento del relato. Para un análisis profundo de este aspecto, véase Wertsch (2002: 57 & ss.) que también estudia las narrativas trágica y progresiva. Muller (200: 13) analiza el papel de la memoria en la construcción nacional y aplica un enfoque generativo para intentar responder a la pregunta de por qué la memora se ha convertido en algo tan importante en tiempos recientes. Llega al punto de hablar de un «cambio de paradigma» en las humanidades y en la disciplina de la historia en particular. Parte IV. Memorias colectivas qué se olvidará y qué será recordado. En el caso de sucesos extremamente intensos, como las guerras civiles, pueden estar actuando elementos adicionales. Interpretar los hechos puede exigir tiempo y distancia. Cuando hay ganadores y perdedores, puede que los perdedores nunca consigan que se cuente su lado de la historia o puede que tengan que esperar, a veces varias generaciones. En su estudio sobre la representación española de la Guerra Civil de esa país, Igartúa y Páez (1997: 83-84) enumeran cuatro elementos que estarían presentes en el ciclo generacional de la memoria: a) la existencia de la distancia psicológica necesaria que requiere un acontecimiento traumático individual o colectivo; b) la acumulación necesaria de recursos sociales que permite celebrar actividades conmemorativas; c) el envejecimiento progresivo y el recuerdo u olvido selectivo de aquellos involucrados; d) los efectos del proceso de envejecimiento en la represión sociopolítica. Será útil tener estos elementos presentes para leer lo que viene a continuación. La memoria de la esclavitud y la idea de un afroamericano La esclavitud es un estigma cultural, una escena originaria y un lugar emblemático de la memoria en la formación de la identidad afroamericana. Las generaciones sucesivas de intelectuales afroamericanos han construido su propio sentido de identidad y propósito a medida que han ido reflexionando y reinterpretando su significado. En el proceso, ellos articularon y reconstituyeron la memoria colectiva. La Guerra Civil Americana terminó en 1865 con la victoria del ejército de la Unión y el cumplimiento de la promesa de emancipación que había proclamado el presidente Abraham Lincoln en su famoso discurso en 1863. Ello no sólo produjo la liberación formal de todos los esclavos, sino también la ocupación del sur derrotado y la institucionalización de la Reconstrucción. La creación de las condiciones necesarias para la plena ciudadanía de los estadounidenses negros, entre las que se incluía la educación para los jóvenes y la participación política activa para aquellos más mayores, fue un pilar esencial de este proceso de la Reconstrucción. El futuro, y no el El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 363 pasado, era el centro de atención. La primera generación de intelectuales negros se constituyó en 1890 después del ‘fracaso’ de la Reconstrucción y el restablecimiento de la segregación formal en el sur mediante las prácticas de Jim Crow 11 y la segregación informal que continuaba en el resto de la nación. El significado del pasado y la memoria de la esclavitud volvían a formar parte del programa sociopolítico, puesto que la reconciliación entre el norte y el sur produjo un nuevo concepto de ‘raza blanca’ como reacción frente a la Reconstrucción. En la narrativa dominante, la Guerra Civil se reformuló como una ‘guerra civilizadora’ y la esclavitud como algo benevolente para los negros. Aunque los intelectuales negros que plasmaron este fracaso e intentaron contrarrestar este proceso se podrían considerar a sí mismos como el fruto de la Reconstrucción y sus políticas educativas, la frustración de las expectativas generadas puso en marcha el proceso de trauma cultural que supuso una reevaluación del pasado en la búsqueda de nuevos fundamentos. Aquellos que pensaron que serían estadounidenses con todo derecho fueron obligados a repensarse como grupo marginado. Durante ese proceso, y entre varias alternativas, surgió la noción de afroamericano. Dos aspectos de la formación identitaria se pueden señalar aquí: la creación de un sujeto colectivo y el cambio de la identidad colectiva de la comunidad local en lo nacional e internacional. Los principales actores durante ese proceso fueron el antes esclavo Booker T. Washington, fundador del Tuskegee Institute, una organización especializada en la educación profesional de los negros y defensora de la idea de autogestión, y su más importante rival para el puesto de principal intelectual afroamericano, el norteño w.e.s. Du Bois, educado en Harvard, partidario de la idea de “la décima parte más dotada”, una vanguardia compuesta por quienes tuvieran mejor educación, encargados de liderar la raza por un camino que la llevaría de los márgenes de la sociedad hacia el centro. Washington y Du Bois contemplaban la política de la cultura como el principal medio para conseguir ser aceptados por la sociedad es11 364 (N. del T.) Se refiere a las prácticas amparadas por las leyes entre 1876 y 1965 del sur de Estados Unidos que permitían separar a los blancos de los negros. En la cultura popular, se reflejan en el dicho ”equal but separate“ (iguales pero separados). Parte IV. Memorias colectivas tadounidense, especialmente al ver que la política tradicional estaba prácticamente cerrada para los negros. Du Bois divulgó la idea de que se podía ser a la vez africano y estadounidense, leal a una nación, pero no a una cultura racista. Washington favorecía la autogestión, la idea de comunidades negras económicamente independientes, relativamente autónomas y autosuficientes. Ambos pensadores compartían el concepto de que la esclavitud proporcionaba a los estadounidenses negros una oportunidad única al darles una cultura, una personalidad y una misión racial diferenciada. La esclavitud era, en opinión de ambos, un hito en el progreso racial. A partir de ahí se podía construir una narrativa “progresista” que educaría a la segunda generación. Además de estos intelectuales, la cultura popular tuvo también un papel formativo en la construcción de esta generación. Las narraciones de antiguos esclavos fueron las primeras formas de expresión literaria que permitieron conseguir cierta popularidad a los negros estadounidenses, primero como parte del movimiento abolicionista antiesclavista y luego mediante relatos de aventuras más comerciales. Durante el siglo xix, los espectáculos de variedades (minstrel shows) donde los actores pintaban sus caras de negro fueron muy populares y hacia finales de ese siglo comenzaron a participar artistas negros en ellos. Surgieron los primeros poetas y novelistas negros, que le dieron voz a una nueva perspectiva dentro de la sociedad estadounidense, aunque estuvieran constreñidos por los géneros literarios y los gustos de la cultura dominante. Lo más importante de todo fue, con casi toda seguridad, la aparición de una música popular característica, el blues, como forma artística a través de la cual se podía expresar en público la subjetividad negra. El blues era la expresión artística peculiar mediante la cual se podía enunciar lo colectivo en lo individual y lo individual en lo colectivo, el ‘yo’ y también el ‘nosotros’. Frases como “me levanté esta mañana; en mis pensamientos, había pena” son clásicas en el blues, como lo es la interpretación no expresada abiertamente de que ‘pena’ es una experiencia individual, pero también colectiva. Incluso intelectuales no procedentes de la Reconstrucción, como Du Bois, se podían identificar con esta música, aunque muchos de la “décima parte más dotada” en- El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 365 contraban que esa música estaba demasiado conectada con un pasado que deseaban transcender, cuando no olvidar totalmente. Esas formas de expresión transmitían la memoria de la esclavitud entre las distintas generaciones y de un lado a otro de Estados Unidos, recorriendo los mismos caminos que transitó la mano de obra negra que había sido liberada no hace mucho. Las condiciones y los acontecimientos formativos para la segunda generación incluirían la participación de los afroamericanos en la Primera Guerra Mundial y los cambios demográficos que siguieron a su despertar en la nación. Millones de negros abandonaron las zonas rurales y el trabajo agrícola para buscar trabajo en los centros urbanos del sur y del norte. Esta ‘gran migración’ y las reacciones violentas que con frecuencia produjo (son famosos los disturbios raciales de 1919) cambiaron de manera fundamental las representaciones de la experiencia negra, en la que el significado de la esclavitud y la reinterpretación del pasado africano fueron esenciales. Estos cambios estuvieron condicionados también por el desarrollo de los medios de comunicación de masas más allá del papel impreso. La prensa de los negros, que se había creado durante la esclavitud y se había expandido colosalmente tras la emancipación, era una voz colectiva importante, que se veía ahora complementada por la radio y las industrias del cine y la música, todas ellas fuerzas que ayudaron a que la década de los años veinte se definiera como la “era del jazz” y al negro urbano como el New Negro (Nuevo Negro). El público estadounidense comenzó a tener curiosidad por los nuevos centros de la vida de los negros en ciudades como Nueva York, Chicago, San Luis y Kansas City. “Visitar los barrios bajos” para acudir a clubes nocturnos solo para blancos en barrios negros, como Harlem, se convirtió en un elemento definitivo del ‘descubrimiento’ y explotación comercial de las expresiones musicales negras, como el blues, el jazz y los bailes que las acompañaban. Parecía que los negros habían ‘demostrado’ que se podía contar con ellos, al menos en lo que se refería a la cultura popular. Antes de que todo esto colapsara durante la depresión económica de los años treinta, se asentaron dos marcos narrativos en el discurso sobre la experiencia negra tras la esclavitud: el progresivo y el redentor. 366 Parte IV. Memorias colectivas Dos excelentes citas nos permiten ilustrar estos marcos: Siempre hay alguien susurrándome al oído que me recuerda que soy la nieta de esclavos. No consiguen desanimarme en absoluto. La esclavitud terminó hace ya sesenta años. La operación fue exitosa y el paciente se está recuperando, gracias. La terrible lucha que forjó en estadounidense a una esclava potencial nos decía “¡En sus marcas!”. La Reconstrucción dijo “¡Listos!”, y la generación antes que la mía “¡Ya!”. He comenzado a despegar y no debo detenerme en medio del despegue para mirar hacia atrás y llorar. La esclavitud es el precio que pagué por la civilización y esa elección no dependió de mí. Es un hecho opresor y pagué por él a través de mis antecesores (Zora Neale Hurston -1928-, citada por Watson, 1995). Somos los descendientes de hombres y mujeres que sufrieron en este país durante doscientos cincuenta años bajo la brutal y bárbara institución conocida como esclavitud. Ustedes que no han perdido el rastro de su historia recordaran el hecho de que hace trescientos años sus antepasados fueron capturados en el gran continente de África y fueron traídos aquí para usarlos como esclavos […] Sufrieron, sangraron, murieron. Pero […] tenían la esperanza de que algún día su descendencia fuera libre y hoy nos reuniéramos aquí como hijos de su esperanza […] Sobre cada uno de ustedes recae un deber. Un deber con el que deben cumplir […] No puede concedérsele ningún regalo mayor a la sagrada memoria de las pasadas generaciones que una África libre y redimida (Marcus Garvey -1922-, citado por Van Deburg, 1997). La primera cita es de uno de los principales personajes del Harlem Reinassance y del movimiento del New Negro, la intelectual Zora Neale Hurston. Ella creció en una ciudad de negros en Florida antes de trasladarse a Nueva York, donde estudió antropología en la Universidad de Columbia con Franz Boas y Melville Herskovits. Hoy en día, Hurston cuenta con un amplio reconocimiento como etnógrafa y recopiladora de folclore. En esta cita, expresa las ideas principales de lo que llamo la narrativa progresiva, que considera la esclavitud como el punto de partida del desarrollo progresivo y la inclusión eventual del negro en la sociedad moderna. La segunda es de Marcus Garvey, el líder y fundador del mayor movimiento popular negro en la historia estadounidense. Admirador El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 367 de Booker T. Washington, Garvey nació en Jamaica, vivió en Londres; llegó a Nueva York proveniente de la histórica Universidad de Tuskegee en Alabama, a la que había llegado sólo unas semanas antes de la muerte de Washington12. Su movimiento Regreso a África pretendía devolver el orgullo y la gloria a los negros a través de su redención en su propio país. Estas ideas se convirtieron en conceptos formativos para todos los movimientos negros nacionalistas posteriores. Para la tercera generación, fueron elementos formativos la Segunda Guerra Mundial y la segunda ola de la ‘gran migración’, como también lo fue la prosperidad de la posguerra cuando floreció una sociedad de consumo orientada hacia los jóvenes y la cultura de medios de comunicación de masas. Durante este periodo, la narrativa progresiva adquirió muchos de los atributos de un discurso, en el sentido ya descrito, delimitando los términos aceptables de representación. Es el marco a través del cual emergió el movimiento en pro de los derechos civiles. Desde mediados de los años cincuenta, después de una decisión histórica del Tribunal Supremo de ee. uu., se confirmó el derecho de los negros a recibir las mismas oportunidades educativas. El movimiento, impulsado por la juventud negra de las instituciones de educación superior segregadas, tenía bases sureñas y estaba inspirado por la religión. Encontró su líder perfecto en Martin Luther King, Jr., un ministro baptista que articuló públicamente los principales elementos de la narrativa: la inclusión progresiva de los negros en las instituciones dominantes mediante sus buenas acciones. King fue capaz de dramatizar la actividad cotidiana al vincularla a temas religiosos presentes desde hace largo tiempo en la Iglesia negra. Su discurso surgía de una larga historia de sutil resistencia que se transcribía en metáforas religiosas, habladas y cantadas. Este tipo de política cultural y expresión política, enormemente poderosa en el sur y también televisada a una audiencia más amplia, se mostró insuficiente a medida que el movimiento se desplazó hacia el norte y enfrentó las 12 368 (N. del E.) La Universidad de Tuskegee es una universidad históricamente afroamericana, creada a finales del siglo xix en Tuskegee, Alabama, por un exesclavo, Lewis Adams. Su primer decano fue el joven Booker T. Washington. B.T. Washington, el más importante líder afro-americano de su generación, muere en 1915. Parte IV. Memorias colectivas condiciones mucho más duras de los guetos urbanos. Un nacionalismo negro modernizado, de base urbana, inspirado por una nueva visión de África y sus movimientos anticoloniales, junto con una Nación del Islam renovada que ejemplificaba bien la figura de Malcom X, se combinaron para revitalizar la narrativa redentora. Estas dos representaciones de lo colectivo, tal y como quedan enmarcadas por las narrativas progresiva y redentora, competían por obtener el apoyo de los negros estadounidenses. Estábamos ante una lucha por los significados en la que los medios de comunicación de masas tuvieron un papel muy importante. Ello fue precisamente así porque dichos medios proporcionaron los textos y las interpretaciones elaboradas por la sociedad blanca dominante cuyo destinatario era esa misma sociedad. La televisión, como medio de comunicación de reciente aparición, desempeñó un papel fundamental aquí. No es por casualidad que Martin Luther King y Malcom X se convirtieran, de la manera en que lo hicieron, en los personajes por excelencia de esta historia: ambos se desenvolvían bien ante las cámaras de televisión y las audiencias en vivo. En la trayectoria del movimiento de los derechos civiles se puede establecer una convergencia de los dos marcos narrativos y ver un corolario durante el periodo posterior en el que se reconciliaron e institucionalizaron, a través los programas de Estudios Negros de las universidades e instituciones de educación superior en todo Estados Unidos. Conclusión La finalidad de este ensayo ha sido esbozar una teoría del trauma cultural con referencia al significado y al lugar de la esclavitud en la formación de la identidad afroamericana. El énfasis en la representación no ha pretendido relegar o minusvalorar el verdadero sufrimiento o los costos que la esclavitud impuso. En este estudio he vinculado la identidad colectiva a la memoria colectiva, y he considerado la memoria como una práctica significativa y un hito de la identidad de grupo. La noción de ser ‘afroamericano’ emergió como parte de los esfuerzos de una generación de intelectuales negros por comprender y asimilar el rechazo de la sociedad El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 369 estadounidense hacia ellos, como colectivo más que como individuos, después de que se les hubiera prometido la integración plena al final de la Guerra Civil. La esclavitud, sobre todo como una forma de memoria y no tanto como experiencia, fue el punto central de referencia durante este proceso. La sociedad blanca dominante estaba reinterpretando la Guerra Civil que había dividido la nación en dos y situaba el proceso de la esclavitud en los márgenes en cuanto a su importancia, y lo mismo hacían con los antiguos esclavos. Ello se veía como algo necesario para los procesos de reconciliación que buscaban unir nuevamente una nación dividida. Para aquellos marginados, esta reconciliación significó una crisis de identidad e identificación. ¿Quiénes eran ellos que no eran blancos ni estadounidenses con pleno reconocimiento? Es en este contexto que aparece la idea de afroamericano y también la idea del New Negro, un poco más tarde. Generaciones sucesivas de negros estadounidenses se han constituido colectivamente y han renegociado su relación con la sociedad dominante con la esclavitud como trasfondo. Este proceso ocurrió en los campos ‘ordinarios’ de la política, mediante organizaciones como National Association for the Advancement of Colored People (naacp) y los partidos políticos establecidos, al igual que a través de movimientos sociales y otros medios extrainstitucionales. También ocurrió en la esfera cultural, mediante las luchas por la representación y el reconocimiento. En todas las áreas y espacios el pasado estaba siempre presente. La cuestión de la veracidad histórica o correspondencia entre las narrativas y la experiencia real está todavía pendiente de exploración. De hecho, eso era parte de lo que se quería indicar con la anécdota introductoria relativa a la problemática relación entre historia y memoria. Los marcos heredados de significado o interpretación que no ‘se ajustan’ a las nuevas situaciones se estudian por lo usual en obras de carácter sociológico que se ocupan de las crisis en la teoría y en las explicaciones, o del estudio de las ideologías y su pertenencia a grupos o clases sociales concretos o de su recepción por los mismos (Eyerman, 1981). Algunas de estas cuestiones son relevantes aquí. El renacer de los derechos civiles como movimiento social a mediados de los años 370 Parte IV. Memorias colectivas cincuenta ocurrió dentro del marco que proporcionaba la narrativa progresiva. A medida que el movimiento se fue estancando en el sur y se movió hacia el norte, su énfasis en la integración progresiva y en el uso por cuestiones de principio de la no violencia (para algunos, un uso estratégico) le pareció equivocado a mucha gente, o imposible en el nuevo contexto. Según lo que argumentaban algunos, ni las tácticas ni el marco narrativo se ajustaban a la nueva situación o a los grupos que debían apoyarlos y ponerlos en práctica. Se requerían otros marcos y otras tácticas que cuestionaran los anteriores modos de comprensión dominantes. Todo ello creo otra manifestación de crisis: una lucha interna por ‘definir’ la situación y manejarla conforme a esa definición. Sin embargo, ello no significaba necesariamente que la narrativa progresiva fuera ‘falsa’ o equivocada, como si fuera el recuerdo de un psicólogo social que se pudiera cuestionar al referirse a los documentos históricos. Los marcos de significado e interpretación no se pueden calificar como falsos y rechazarse así, fácilmente. Funcionan más como presuposiciones metateóricas que hacen posible la generalización y la comprensión transituacional. En ese orden de ideas, y en el ejemplo actual, esos marcos, de manera similar a las categorías kantianas, permiten pensar lo colectivo. No obstante, hay un cierto nivel de pragmatismo en ello, en el sentido de que ambos marcos narrativos implican formas de práctica, tanto a largo como a corto plazo. La narrativa progresiva implicaba una estrategia a largo plazo de integración que buscaba superar la marginalización social. La narrativa redentora, por otro lado, y sobre todo como se articuló por el joven Malcom X en su polémica contra el sueño imposible de la integración, reivindicaba una estrategia de retiro y separación. Dentro de este modo pragmático podría también haber una dimensión temporal implícita: cuánto más se tendría que esperar para ver quién tenía la razón. Una de las frases más famosas usadas por Martin Luther King, Jr. en sus sermones era simplemente: “¿Cuánto tiempo?”. Mientras que para King era un grito de protesta de la narrativa progresiva, al menos al principio, para Malcom X, la respuesta ya venía dada por la premisa: “¡Ni un minuto más!”. El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 371 En otro nivel de significado, el concepto de narrativa se puede aplicar directamente con respecto a la experiencia 13. Al discutir el propósito y el significado de la Comisión para la verdad y la reconciliación en Sudáfrica, el escritor Niabulo Ndebele muestra su esperanza de que las “narrativas de la memoria” que van emergiendo a la luz pública ayudaran a establecer una comprensión más verdadera de la historia del apartheid. Ndebele escribe: El tiempo parece haber rescatado la imaginación. El tiempo le ha dado a la evocación de la memoria el poder de reflexión que se asocia con la narrativa […] La narrativa de la memoria, en la que se evocan los acontecimientos reales, se yergue para garantizarnos ocasiones donde realizar ejercicios serios de reflexión (Ndebele, 1998: 20). Aquí la narrativa se conecta directamente a la experiencia y también a la reflexión crítica. Es una ‘garantía’ frente a los discursos establecidos de poder y un control sobre ellos. Llamaría a esto una narrativa social o moral (Cairns & Roe, 2003), en el sentido de que las historias que se construyen aquí tienen un referente en una perspectiva normativa concreta desde dentro de la cual los acontecimientos adquieren sentido. Esta forma de pensar no está lejana del marxismo hegeliano como se desarrolló en los primeros trabajos de Georg Lukacs y la Escuela de Frankfurt (Eyerman, 1981), en el que algún acontecimiento dinámico, tal vez un trauma, rompe el flujo de la vida ordinaria y crea la posibilidad de la reflexión crítica en el despertar de la crisis 14. La palabra crucial aquí es ‘crítica’, puesto que ella depende de tener algún tipo de perspectiva o punto de vista desde donde juzgar. En este uso más acorde al sentido 13 14 372 Es pertinente en este punto la distinción que realiza Muller (2002), es decir, la que diferencia entre memoria individual y nacional y el uso de cada una de ellas por “los individuos en los procesos de reflexión política y de adopción de decisiones”. También es relevante su estudio de la “individualización” de la historia en Alemania tras las repercusiones que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Sobre el papel y el significado de ‘crisis’, véase Habermas (1975) y John Keane (citado en Mulle, 2002), para quien los “periodos de crisis […] despiertan la conciencia acerca de la importancia política primordial que tiene el pasado para el presente. Como regla, las crisis son momentos durante los cuales los vivos pelean por los corazones, las mentes y las almas de los muertos”. Parte IV. Memorias colectivas común, las narrativas son historias —en el caso de Ndebele, historias verdaderas— que nos proporcionan un relato de los acontecimientos gracias a su estructuración dentro de un marco de significado. Hay en ello una pretensión de verdad, puesto que se puede probar que esos relatos son falsos o erróneos, como en mi anécdota introductoria, pero también hay implícito un momento trascendente, en el sentido de que los mismos hechos se pueden interpretar de distinta manera, según el marco narrativo. Por ejemplo, la guerra estadounidense en Vietnam se podría ver como otra guerra colonial, como muchos activistas contrarios a la guerra la consideraban, o como una guerra por la paz y la democracia, como la veía el gobierno estadounidense. Murió el mismo número de personas. Se podría pensar lo mismo en relación con Sudáfrica. Mi utilización de la narrativa se mueve entre estos niveles, el arraigado en el sentido común y el metateórico, similar a la noción de paradigma desarrollada por Thomas Kuhn y que pretende capturar la continuidad, y el cambio dentro de los marcos de comprensión que guían las prácticas sociales. Esas narrativas son objeto de contraargumentos que se apoyan en las ideas de éxito y fracaso, pero también se resisten a ellos. El pasado en el presente. cultura y la transmisión de la memoria 373 Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto1 James E. Young Introducción E n concordancia con el lado libresco e iconoclasta de la tradición judía, los primeros ‘monumentos’ al período del Holocausto no fueron de piedra, vidrio o acero, sino narraciones. Los Yizkor Bucher —libros conmemorativos— llamaron la atención sobre las vidas y la destrucción de las comunidades judías europeas, de acuerdo con el más antiguo medio judío de rememorar: el libro. En verdad, como lo sugiere el prefacio de uno de estos textos: “Cada vez que tomamos el libro sentimos que estamos al lado de la tumba [de las víctimas], porque los asesinos les negaron incluso sus propias tumbas”2. Los shtetl escribientes esperaban que cuando el Yizkor Bucher fuese leído, esa lectura podría convertirse en un espacio de conmemoración. En respuesta a lo que ha sido llamado “síndrome de la tumba de piedra perdida”, los primeros sitios de memoria creados por los sobrevivientes fueron estos espacios interiores, estos sitios de sepultura imaginados. Tal vez sin darse cuenta, el artista conceptual Jochen Grez recientemente ha recapitulado no solo este síndrome de la tumba de piedra perdida, sino 1 2 Traducción de Francisco Ortega y Carlos Andrés Barragán. “Forwort” del libro Sefer Yizkor le-kedoshei ir (Przedecz) Pshaytask hurbanot ha’shoah, (130), citado por Kugelmass & Boyarin (1983: 11). Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 375 también la noción de la conmemoración como un espacio interior. No me estoy refiriendo a su obra conjunta con Esther Shalev-Gerz, monumento evanescente en Hamburgo sobre el cual discutiré más adelante, sino a su monumento invisible, recientemente dedicado en Saarbrücken, el cual lleva a la idea del contramonumento en nuevas direcciones3. Celebrado por su participación en el monumento en reprobación del fascismo en 1991, Gerz fue invitado como profesor a la Escuela de Bellas Artes de Saarbrücken. En un taller destinado a los monumentos conceptuales, invitó a sus alumnos a participar en un proyecto-memoria clandestino, un tipo conmemorativo de acción de guerrilla. La clase manifestó su acuerdo de manera entusiasta, juró mantenerlo en secreto y escuchó atentamente a Gerz mientras describía su plan: a la sombra de la noche, ocho estudiantes se adentrarían sigilosamente en la gran plaza adoquinada, en dirección de Saarbrücken Schloss, el antiguo castillo hogar de la Gestapo durante el imperio de Hitler. Los estudiantes llevarían bolsas de libros cargadas con adoquines removidos de otras partes de la ciudad y se dispersarían por la plaza; se sentarían en parejas, beberían cerveza y gritarían con voces estridentes como si estuvieran de fiesta. Mientras tanto, furtivamente, extraerían cerca de setenta adoquines de la plaza y los reemplazarían con los de tamaño similar que habían traído, cada uno con una lima incrustada por debajo para, más tarde, poderlos ubicar con un detector de metales. A los pocos días, esa parte de la misión de conmemoración se realizó tal y como fue planeada. Mientras tanto, otros miembros de la clase fueron asignados para investigar los nombres y las ubicaciones de cada cementerio judío en Alemania, cerca de dos mil de ellos ahora abandonados o desaparecidos. Cuando sus compañeros regresaron de la toma de cerveza con sus pesadas bolsas llenas de adoquines, todo estaba listo para grabar sobre cada uno de los adoquines los nombres de los cementerios judíos desaparecidos. La noche después de que terminaron, las guerrillas de la memoria devolvieron las piedras a sus lugares originales, cada una grabada y fechada. Pero, en un giro totalmente consistente con el contramonumento de Gerz, las piedras 3 376 Una discusión más amplia sobre los contramonumentos alemanes se encuentra en J. E. Young (1992: 267-296; 1993: 17-48). Parte IV. Memorias colectivas fueron reemplazadas boca abajo, sin dejar trazos de toda la operación. El monumento sería invisible en sí mismo, únicamente una memoria fuera de la vista, con lo cual Gerz esperaba que se mantuviera en mente. Pero, como también lo había percibido Gerz, dado que el monumento no era visible, la memoria pública dependería de que el conocimiento de la acción conmemorativa fuese público. Con este fin Gerz le escribió a Oskar Lafontaine, en ese entonces ministro presidente del Saarland y vicepresidente del partido social demócrata alemán, para informarle de la acción y solicitar ayuda parlamentaria para continuar la operación. Lafontaine respondió con 10.000 marcos alemanes de un fondo especial para las artes y con una advertencia de que el proyecto entero era patentemente ilegal. Sin embargo, el público se convirtió ahora en parte del monumento. Una vez los periódicos tuvieron información del proyecto, se desató un tremendo furor sobre el reporte de la vandalismo en la plaza; los editoriales preguntaron si era necesario otro monumento como éste; algunos incluso se preguntaron si todo el proyecto era un engaño conceptual diseñado meramente para provocar una tormenta en la memoria. A medida que los visitantes se congregaron en la plaza buscando los setenta adoquines entre ocho mil, también comenzaron a preguntarse “dónde estaba” vis-à-vis el monumento. ¿Estaban parados sobre los adoquines? ¿En ellos? ¿Sería realmente ahí? Al buscar la memoria, Gerz esperaba que el público se diera cuenta de que tal recuerdo ya estaba en ellos mismos. Así llegaría a ser un monumento interior: como las únicas formas levantadas sobre la plaza, los visitantes serían los monumentos que estaban buscando. Lo que detuvo a los políticos fue menos equívoco. Cuando Jochen Gerz se dirigió a Saarbrücken Stadtverband para explicar su proyecto, todo el contingente cdu (Christlich Demokratische Union Deutschlands) se levantó y se fue. El resto del parlamento permaneció y votaron por la existencia pública del monumento. En verdad, incluso votaron para rebautizar el lugar como “plaza del monumento invisible”, lo que convertiría el nombre en el único signo visible del monumento. Si la operación había Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 377 Jochen Gerz and Esther Shalev-Gerz, Monument against Fascism. 378 Parte IV. Memorias colectivas o no tenido lugar realmente, el poder de la sugestión había plantado el monumento donde haría el mayor bien: no en el centro del pueblo, sino en el centro de la mente del público. En efecto, la obra 2146 Stones: A Monument Against Racism de Jochen Gerz trae la carga de la memoria a aquellos que vienen a buscarla. Luego de tales ‘antimonumentos’, ni la idea del monumento público ni la aproximación de los visitantes pueden volver a ser las mismas. A medida que los contemporáneos diseñadores de monumentos transforman la misma idea de monumento al incorporar el sentido de sus cambios en el tiempo, nosotros como visitantes quizás podamos repensar nuestra propia relación hacia ellos y a la memoria que encarnan. En lo que sigue, antes que inspeccionar estos monumentos o seleccionar los ‘buenos’ monumentos de entre los ‘malos’, quisiera explorar una ‘estética social’ de los monumentos del Holocausto que tenga en cuenta la vida social esencial del monumento ante los ojos del público. Porque, de hecho, puede que la interacción con el público sea precisamente lo que constituye, en últimas, la vida estética del monumento. Lo anterior para sugerir que el “arte de la memoria pública” comprende no sólo los contornos estéticos de los monumentos, o su lugar en el discurso estético contemporáneo. Incluye la actividad que los trajo en existencia, el constante dar y tomar con los observadores, y, finalmente, las reacciones de los espectadores a su propio mundo, a la luz de un pasado rememorado (las consecuencias de la memoria). El monumento en contexto histórico Entre más se retrocede en el tiempo sobre los eventos de la Segunda Guerra Mundial, más prominentes se vuelven sus monumentos. A medida que el período del Holocausto se forma en los diarios y en las memorias de los sobrevivientes, en las películas producidas por sus hijos, en las novelas y en las obras artísticas, la memoria pública de ese tiempo se moldea en proliferante número de imágenes y espacios de monumentos. Dependiendo de dónde y por quién se construyen tales monumentos, estos sitios evocan el pasado de acuerdo con una variedad de mitos, ideales y necesidades políticas nacionales. Algunos recuerdan la muerte de la guerra, otros la resistencia, Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 379 y otros más, la masacre. Todos reflejan tanto las experiencias del pasado y la vida contemporánea de sus comunidades, como la memoria del Estado sobre sí mismo. En un contexto mucho más específico, estos monumentos también reflejan el temperamento de la memoria en la época del artista, su lugar en el discurso estético, sus medios y sus materiales. La memoria nunca se hace en el vacío, sus motivos nunca son puros. Las razones proporcionadas para los monumentos del Holocausto y la clase de memoria que ellos generan son tan variadas como los sitios. Algunos se construyen en respuesta a mandatos tradicionales judíos, y otros de acuerdo con las necesidades de un gobierno de explicar el pasado de una nación a sí misma. Mientras que el objetivo de algunos monumentos es educar a la siguiente generación e inculcar en ella un sentido de experiencia y destino compartido, otros son concebidos como expiaciones de culpa o como un autoengrandecimiento. Algunos son pensados para atraer turistas. Además de la iconografía judía tradicional, cada Estado tiene sus propias formas de remembranza institucional. Como resultado, los monumentos del Holocausto mezclan inevitablemente figuras nacionales Monumento en el lugar donde se ubicaba el campo de exterminio de Treblinka. Diseñado por Adam Haupt y Franciszek Duszen, dedicado a la población exterminada en Treblinka, son 17.000 piedras de distintas alturas en torno a un obelisco. 380 Parte IV. Memorias colectivas y judías, imágenes políticas y religiosas. Por ejemplo, los monumentos sobre esta época en Alemania recuerdan a los judíos por su ausencia y a las víctimas no judías alemanas por su resistencia. En Polonia, incontables monumentos en antiguos campos de muerte y a lo largo de las zonas rurales conmemoran la completa destrucción del país a través de la figura de la parte nacional judía asesinada. En Israel los mártires y los héroes son recordados unos al lado de los otros; ambos redimidos por el nacimiento del Estado. Así como la forma de la memoria del Holocausto en Europa y en Israel la determinan coordenadas políticas, estéticas y religiosas, en los Estados Unidos está igualmente guiada por ideales y experiencias que se han hecho propias, como la libertad, el pluralismo y la inmigración. Por sí mismos estos monumentos son de poco valor; son meras piedras en el paisaje. Pero como parte de los ritos de la nación o como el objeto de peregrinaje nacional de la gente, están investidos con un alma y una memoria nacional. Porque tradicionalmente la memoria de un pasado nacional patrocinada por el Estado busca afirmar la probidad del nacimiento de una nación, incluso su divina elección. La matriz de los monumentos nacionales entrama la historia de eventos nobles, de triunfos sobre el barbarismo, y recuerda el martirio de aquellos que dieron sus vidas en la batalla por la existencia nacional —quienes en el estribillo martiriológico murieron para que el país pudiera vivir—. Al asumir las formas y los significados idealizados asignados en esta era por el Estado, los monumentos tienden a concretizar interpretaciones históricas particulares. Por sí mismos se sugieren como afloramientos nativos, incluso geológicos, en un paisaje nacional; en el tiempo, dicha memoria idealizada aparece tan natural como el paisaje sobre el cual se sostiene. En verdad, si los monumentos operaran de otra manera socavarían los propios fundamentos de la legitimidad nacional, el aparente derecho usual del Estado a existir. Sin embargo, la relación entre un Estado y sus monumentos no es unilateral. Por una parte las agencias oficiales están en la posición de formar la memoria explícitamente como consideran que sea adecuada, una memoria que mejor sirva los intereses nacionales. Por otra, una vez creados los monumentos, estos comienzan a tomar vida propia y a menu- Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 381 do son tercamente resistentes a las intenciones originales del Estado. En algunos casos, los monumentos creados en la imagen de los ideales de un Estado realmente dan vuelta para volver a fundir estos ideales en la propia imagen del monumento. Las nuevas generaciones visitan los monumentos en otras circunstancias y les invisten con nuevos significados. El resultado es una evolución en el significado del monumento, generado en los nuevos tiempos y en la compañía en la que éste se encuentra. De hecho, en el transcurso del último siglo la idea del monumentoconmemorativo y su lugar en la cultura moderna ha generado tanta disensión como unidad. En verdad la suposición tradicional de la eternidad del monumento casi lo ha relegado como una forma al margen del discurso moderno. Una vez se reconoció que los monumentos necesariamente mediaban la memoria, incluso al buscar inspirarla, ellos llegaron a ser considerados como desplazamientos de la memoria que supuestamente deberían encarnar. Aún peor, al insistir que su memoria Hans Haacke Bezugspunkte 38/88 [Points of Reference 38/88] 382 Parte IV. Memorias colectivas era tan fija como su lugar en el espacio, el monumento pareció ignorar la mutabilidad esencial de todos los artefactos culturales. Nietzsche (1999: 55-58) preguntó: “¿Cuál es el uso para el hombre moderno de esta contemplación ‘monumental’ del pasado?”. Después de todo la “historia monumental” era para Nietzsche un desdeñoso epíteto para cualquier versión de historia que se autoproclamara permanente y duradera, una historia petrificada que entierra lo viviente Algunos años después Lewis Mumford (1959: 549) hizo eco del desprecio de Nietzsche por lo monumental cuando pronunció la muerte del monumento en su pesimista incompatibilidad con el sentido de las formas arquitectónicas modernas. Escribió: “la noción de un monumento moderno implica, en verdad, una contradicción de términos: si es un monumento no es moderno, y si es moderno no puede ser un monumento”. En la perspectiva de Mumford, el monumento desafió la propia esencia de la civilización urbana actual: la capacidad de una renovación y rejuvenecimiento, pues la arquitectura moderna invita a la perpetuación de la vida en sí misma, promueve la renovación y el cambio, y desprecia la noción de permanencia; sobre esto el autor escribió: “La piedra da un falso sentido de la continuidad y de la vida” (1959: 547). En lugar de cambiar y adaptarse a su medio ambiente, el monumento permaneció estático, una momificación de ideales antiguos probablemente olvidados. En lugar de poner su fe en los poderes de la regeneración biológica, fijando sus imágenes en sus niños, los eminentes y poderosos tradicionalmente vieron, en su vanidad, una inmortalidad petrificada. En palabras de Mumford: “escriben en piedras las ponderaciones que hacen de sí mismos; incorporan sus hazañas en obeliscos; confían sus esperanzas de ser recordados en sólidas piedras unidas a otras piedras sólidas, dedicadas para siempre a sus súbditos, a sus herederos, ignorantes del hecho de que las piedras abandonadas por los vivos son aún más desvalidas que la vida a la cual las piedras no pueden ofrecer protección” (1959: 546). En verdad, después de su mentor Patrick Geddes, Mumford sugiere que los regímenes más inestables usualmente son los que instalaron los monumentos menos movibles, una compensación por no haber logrado nada más valioso por lo cual ser recordados. Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 383 Recientemente el historiador alemán Martin Broszat, en sus referencias a la era fascista, ha sugerido que los monumentos tal vez no recuerdan los eventos sino que los entierran todos juntos bajo las capas de mitos y explicaciones nacionales4. En esta perspectiva, en tanto reificaciones o cosificaciones culturales, los monumentos reducen o, en las palabras de Broszat, “vuelven ordinaria” la comprensión histórica tanto como la producen. En otra perspectiva, la historiadora del arte Rosalind Krauss (1996: 288) encuentra que el período modernista produce monumentos imposibles de referir más que a sí mismos como una marca pura o base. Inspirándonos en Krauss podemos preguntar, de hecho, si un monumento abstracto o autorreferencial podrá conmemorar eventos por fuera de sí mismo. ¿O deberá siempre aludir interminablemente a su propio gesto al pasado, una conmemoración de su esencia como un signo dislocado, tratando de recordar por siempre eventos que él realmente nunca conoció? Otros autores han argumentado que, más que personificar la memoria, el monumento la desplaza, y suplanta el trabajo de memoria de una comunidad con su propia forma material. “La memoria se experimenta menos desde el interior”, nos advierte Pierre Nora (2008: 26), “cuanto menos se vive la memoria desde lo interno, más necesita soportes externos y referencias tangibles de una existencia que solo vive a través de ellos”. Si el anverso de esto es también verdad, entonces quizás entre más memoria venga a descansar en sus formas exteriorizadas, menos se experimenta internamente. En esta era de producción y consumo de memoria en masa, la memorialización del pasado, su contemplación y estudio parecen estar 4 384 Para una completa discusión de los comentarios de Broszat véanse la serie de cartas dirigidas por él a Saul Friedländer y las excelentes respuestas que éste escribió y que fueron publicadas por primera vez en 1988 en Vierteljahreshefte für Zeitgeschichte 36. Posteriormente, las cartas fueron traducidas del alemán al inglés y publicadas en ese mismo año en Yad Vashem Studies 19, y reimpresas en New German Critique 44 (1988: 85-126). El intercambio entre Broszat y Friedländer fue inicialmente producido por la respuesta de Friedländer al artículo de Broszat, Plädoyer für cine Historisierung des Nationalsozialismus (Súplica por una historización del socialismo nacional), publicada en Merkur 39 (1985: 373-385). La referencia que Broszat hizo de los monumentos aparece en sus comentarios sobre “memoria mítica”, que distingue de la “reflexión científica” (Broszat & Friedländer, 1988: 90-91). Parte IV. Memorias colectivas en una proporción inversa. Porque una vez que le asignamos a la memoria una forma monumental, hasta cierto punto nosotros mismos nos hemos desposeído de la obligación de recordar. Al soportar el trabajo de la memoria, los monumentos pueden aliviar a los espectadores de esa carga. En adición a esto, existe un escepticismo contemporáneo sobre los supuestamente valores comunes que todos llevamos a los espacios públicos, una de las razones de los levantamientos en contra de tanto arte público. John Hallmark Neff (1990: 857) afirma que “no debería ser sorprendente que mucho del arte bien intencionado adquirido para espacios públicos haya fracasado, fracasado como arte y como arte para un sitio cívico”. Esto significa, de acuerdo con Neff, que sin un conjunto de expectativas, creencias o intereses compartidos, los artistas y su futura audiencia pública no tienen fundamentos para un compromiso, no tienen un lenguaje cultural común en el cual puedan discutir sus respectivos puntos de vista. Pero esta formulación puede estar olvidando una de las funciones básicas de todo el ‘arte público’: la creación de espacios compartidos que podrían prestarle un marco espacial común a lo que de otro modo son experiencias y comprensiones dispares. En lugar de presumir un conjunto de ideales en común, el monumento público intenta crear un ideal arquitectónico por el cual, incluso memorias antagónicas o en conflicto, puedan hallar un modo de figuración. Según esta consideración, la observación de Neff podría ser modificada: en la ausencia de creencias compartidas o intereses compartidos, el arte en espacios públicos puede forzar a un pueblo fragmentado a encuadrar diversos valores e ideales en espacios comunes. Al crear espacios comunes para la memoria, los monumentos propagan la ilusión de una memoria común. Como se desprende del uso de los espacios conmemorativos por parte de cualquier Estado, esta función de los monumentos resulta clara para los gobernantes. Aunque la visión utópica puede sostener que los monumentos no son necesarios como recordatorios cuando todos pueden recordar por sí mismos, Maurice Halbwachs (2004a; 2004b) de manera persuasiva argumentó que es principalmente a través de la pertenencia a grupos religiosos, nacionales o de clase que las personas son capaces de adquirir y Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 385 recordar sus memorias. Es decir, tanto las razones para la memoria y las formas que la memoria toma son siempre socialmente demandadas, parte de un sistema socializante por el cual los miembros-ciudadanos ganan historia en común a través de las recuerdos indirectos de las experiencias de sus antepasados. Si parte del objetivo del Estado, por lo tanto, es crear un sentido de ideales y valores compartidos, entonces también sería el objetivo del Estado crear un sentido de memoria en común, como fundación de una ciudad estado unificada. Los monumentos públicos, los días nacionales de conmemoración, y los calendarios compartidos trabajan para crear una locación en común alrededor de la cual la identidad nacional se forja. En la medida en que todas las sociedades dependen de la suposición de compartir experiencia y memoria para formar la base de sus relaciones comunes, las instituciones de una sociedad están automáticamente designadas para la creación de una memoria compartida o al menos de la ilusión de ella. Al crear la sensación de un pasado compartido, tales instituciones, como por ejemplo los días de conmemoración nacional, albergan el sentido de un presente y un futuro común, e incluso el sentido de un destino nacional compartido. De esta manera, los monumentos proveen, a los sitios donde los grupos de personas se reúnen para crear un pasado en común para sí mismos, lugares donde se cuentan narrativas constitutivas, sus historias ‘compartidas’ del pasado. Estos se convierten en comunidades precisamente por haber compartido (aunque sea sólo por referencia) las experiencias de sus vecinos. Hasta cierto punto, incluso, es la actividad de recordar juntos lo que se convierte en la memoria compartida; una vez ritualizada, esa recordación conjunta se transforma en un evento en sí mismo para compartir y evocar. En adición al contexto nacional, el medio ambiento topográfico de un monumento también trabaja para generar un significado muy específico en la memoria. Porque un monumento necesariamente transforma lo que de otro modo es un sitio benigno en parte de su contenido, incluso a medida que es absorbido dentro del sitio y hace parte de una localidad más amplia. De esta manera, un monumento se convierte en un punto de referencia entre otras partes del paisaje, un nodo entre otros dentro de una matriz topográfica que orienta al que recuerda y que crea un significado 386 Parte IV. Memorias colectivas simbólico tanto en la tierra como en nuestras recolecciones. Más aún, donde los monumentos europeos ubicados in situ a menudo se sugieren así mismos retóricamente como la extensión de los eventos que conmemoran, aquellos removidos de la ‘topografía del terror’, inevitablemente tienden a llamar la atención sobre la gran distancia entre estos y la destrucción. En este sentido, los monumentos estadounidenses sobre el Holocausto parecen no estar tan anclados en la historia como en los ideales que los generaron en primer lugar. Por ejemplo, el Holocaust Memorial Musem en Washington D. C., Estados Unidos, necesariamente resuena con los otros monumentos nacionales ubicados en las inmediaciones, recordando el Holocausto como un contrapunto de los ideales democráticos e igualitarios característicos de la sociedad estadounidense. De la misma forma, el monumento Liberation, ubicado en el Liberty Park de New Jersey, forma parte de una tríada inmigrante, con la isla Ellis y la Estatua de la Libertad, todos a la vista. Un nuevo monumento al Holocausto en Boston derivará significado adicional al ser ubicado a la vera del Freedom Trail (rastro de la libertad) e integrará el Holocausto dentro del mito de los orígenes estadounidenses. La interrogación estética del monumento En cada caso, los monumentos del Holocausto no solo reflejan una remembranza nacional y comunal, o sus ubicaciones geográficas, sino también el propio tiempo y lugar del diseñador. Para los artistas contemporáneos que trabajan decididamente en medios no monumentales, el “arte del monumento” corta al menos dos caminos. Por una parte, cuando los artistas contemporáneos son invitados a concebir un monumento sobre el Holocausto tornan reflexivamente al medio escogido, el estilo y la forma, porque como para sus contrapartes generacionales en el campo de la literatura y la música, la gran mayoría de los artistas comisionados para diseñar monumentos permanecen responsables con respecto al arte y la memoria. Por ejemplo, Doug y Mike Starn diseñaron un marcador hipotético para el Anne Frank House en Ámsterdam en el que pusieron retratos de Anne, en sepia y tomados con cámara automática, en una pá- Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 387 388 George Segal turned automatically to the plaster-white figures of his earlier work, using an Israeli survivor as his primary model. Parte IV. Memorias colectivas gina ampliada de su diario. En lugar de segmentar estas fotografías, ellos las dejaron intactas en dos series de tres pares, lado a lado, luciendo casi como gemelas. La página del Diario, la última, está fechada y recuerda las fechas de una tumba, su epitafio autoinscrito. Como lo había hecho de manera efectiva con los íconos de grandes negocios, Hans Haacke revivió un monumento nazi en Graz, Austria, con el objetivo de recordar a todos la complicidad pasada del lugar. En Bezugspunkte 38/88 (Puntos de referencia 38/88), una instalación en toda la ciudad, el artista duplicó la cobertura con banderas engalanadas de esvásticas que los nazis hicieron del santo patrono del pueblo con el objetivo de volver la imagen del nazismo en contra de sí misma5. El punto de referencia de Haacke fue devuelto cuando los neonazis incendiaron el monumento, acto que el artista incorporó en el texto del mismo al añadir la inscripción: “En la noche del 9 de noviembre de 1938, todas las sinagogas en Austria fueron saqueadas, destruidas e incendiadas. Durante el 2 de noviembre de 1988, este monumento fue destruido por una bomba”6. En un trabajo titulado Altar al colegio Chajes, Christian Boltanski ha extendido sus obras anteriores: mezcló fotografías borrosas, bombillos y cables para recordar un día de escuela judío, los instrumentos de la memoria y la dificultad resultante de la memoria. El cubo negro creado por Sol LeWitt, puesto en la plaza de un antiguo palacio en Munster, recuerda tanto a los judíos ausentes de Munster como a la propia forma geométrica (antes de que el monumento fuese desmantelado por las autoridades del pueblo y luego reconstruido en Hamburgo, Altona). Cuando fue comisionado para crear un monumento en San Francisco, George Segal volvió automáticamente a las figuras blancas de yeso de sus primeras obras y usó un sobreviviente israelí como su principal modelo. De hecho, como Albert Elsen nos lo recuerda, para muchos artistas contemporáneos serán las necesidades del arte, no las del público o la memoria, las que vengan primero (Elsen, 1989, Winter: 291-297; 1985)7. 5 6 7 Véase el catálogo de la exposición hecho por Werner Fenz (1988). Haacke (1989, Spring: 75-78) y Fenz (1989, Spring: 79-87). Sin pretender ser gracioso en este contexto, podríamos especular cómo sería un Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 389 Al mismo tiempo, una nueva generación de artistas en Alemania ha comenzado a preguntarse si el monumento en sí mismo es más un impedimento que una incitación a la memoria pública. Certeros de su deber ético de recordar, pero escépticos estéticamente de las suposiciones que sostienen formas tradicionales de monumentos, los artistas y creadores contemporáneos de monumentos en Alemania están probando los límites tanto de sus medios artísticos como de la misma noción de monumento. En verdad, para muchos de ellos, los monumentos al Holocausto personifican el dilema alemán de la conmemoración: ¿cómo un país como Alemania construye un Estado nuevo y justo sobre la memoria de sus terribles crímenes? ¿Cómo una nación recuerda lo que, mejor, debe olvidar? monumento al Holocausto del artista del video Nam June Paik. ¿Sería un video continuo, mostrando una y otra vez imágenes de un campo de concentración o de un sitio de deportación? o ¿ haría él un monumento multipropósito, un pedazo de mármol, con un recuadro con un monitor de video que presentara la secuencia de conmemoración que queramos insertar? Dependiendo del día y la locación, esta piedra y video podría conmemorar Auschwitz, Hiroshima o la Primera Guerra Mundial, para no mencionar cualquier número de futuras catástrofes. 390 Sol LeWitt Black Form. Forma Negra dedicado a los judíos exterminados, Parte IV. Memorias colectivas Altona City Hall, Altona, Hamburgo, Alemania, 1987. Uno de las respuestas más fascinantes al acertijo de la conmemoración alemana es el levantamiento de sus contramonumentos: atrevidos y dolorosamente conscientes, espacios de memoria concebidos para transformar las premisas de su existencia. Estos artistas son herederos de un legado de postguerra con un doble filo: una profunda desconfianza por las formas monumentales, teniendo en cuenta su sistemática explotación por los nazis, y un profundo deseo de distinguir su generación, a través de la memoria, de la de aquellos asesinos (Winzen, 1989, Winter: 309-314). En sus mentes, la lógica didáctica de los monumentos, su rigidez demagógica, recuerda muy de cerca las características que estos asocian con el fascismo. Por lo tanto, un monumento contra el fascismo tiene que ser un monumento en contra de sí mismo: en contra de la función didáctica tradicional de los monumentos, en contra de su tendencia a distanciar el pasado que deberían hacernos contemplar, y finalmente, en contra de la propensión autoritaria en todo el arte que reduce a los observadores a espectadores pasivos. Para artistas y escultores alemanes como Jochen Gerz, Norbert Radermacher, Horst Hoheisel y Hans Haacke, así como también artistas y arquitectos estadounidenses que trabajan en Alemania como Sol LeWitt, Daniel Libeskind y Shimon Attie, la posibilidad de que la memoria de eventos tan graves pueda ser reducida a la exhibición de artesanía pública o un pathos barato es intolerable. Con desdén ellos rechazan las formas y las razones tradicionales para un arte conmemorativo público; rechazan los espacios que consuelan a los observadores o redimen tales eventos trágicos, o consienten en una fácil clase de Wiedergutmachung (reparación), que pretende enmendar la memoria de gente asesinada. En lugar de grabar la memoria en la consciencia pública, ellos temen que los monumentos convencionales protejan la consciencia de la memoria. Acertadamente, estos artistas temen que en la medida en que permitimos a los monumentos hacer nuestra tarea de memoria por, nos volvamos más olvidadizos. Ellos creen, de hecho, que el impulso inicial de convertir en memoria aquellos eventos como el Holocausto pude surgir de un deseo opuesto e igual de olvidarlos. ¿Cómo se interroga un monumento a sí mismo? Jochen Gerz y Esther Shalev-Gerz diseñaron una columna de doce metros, cubierta, en Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 391 Jochen Gerz and Esther Shalev-Gerz Monument against Fascism. 392 Parte IV. Memorias colectivas Hamburgo, Alemania, que invitaba a los visitantes a inscribir sus nombres en ella. Cuando las secciones de su Monumento contra el fascismo fueron cubiertas con grafitis conmemorativos, la columna se hundió en el suelo por un espacio de siete años. Para los artistas, el espectáculo de los alemanes enterrando su monumento antifascista parecía ejemplificar la ambivalencia conmemorativa nacional alemana. ¿Cómo recordar de mejor forma por siempre a gente desaparecida que en un monumento desaparecido? ¿Qué mejor forma de acentuar una ausencia que crear un monumento que se alimenta de su propia ausencia? Al final, los artistas esperaban que el monumento en desaparición devolviera la carga de la memoria a los visitantes: las únicas cosas en pie aquí son las memoriasturistas, forzadas a levantarse y a recordar por sí mismas. De modo similar, el artista Horst Hoheisel diseñó en Kassel un monumento de “forma-negativa”, una réplica de un monumento destruido, auspiciado por judíos, y construido por debajo de la tierra en lugar de encima de ella, y con el cual los visitantes son forzados a “cargar” la memoria por sí mismos, a convertirse en sí mismos en monumentos. Otra obra reciente también captura la ambivalencia esencial de la memoria alemana, las maneras en las que los sitios dependen de la gente para su memoria. Así, la proyección de imágenes por Simón Attie y Sorber Radermacher bañan con imágenes y narrativas de sus pasados recientes lo que de otro modo serían sitios olvidados en Berlín. Una vez desafiados de esta manera, la idea del monumento, bien sea del Holocausto o de otro evento, nunca volverá a ser la misma8. De hecho, como lo han reconocido muchos artistas contemporáneos, el proceso de competición conmemorativa es a menudo, en sí mismo, por lo menos tan gratificante como el resultado final. En el caso del Holocausto, la memoria es siempre rebatida cuando más de un grupo o individuo la recuerdan. Una competencia conmemorativa abierta no solamente hace palpable tales memorias en competencia, también pone de relieve las complejas y casi imposibles preguntas que cada artista o 8 Para una discusión más elaborada de los contramonumentos de Gerz, Hoheisel y Radermacher véase J. E. Young (1992: 267-296). Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 393 Horst Hoheisel monument in Kassel. arquitecto confronta cuando trata de concebir tal clase de monumento. Entre los dilemas que enfrentan los elaboradores contemporáneos de monumentos del Holocausto se encuentran, por ejemplo: ¿cómo recordar eventos reales horrorosos en los gestos abstractos de formas geométricas? ¿Cómo crear un punto focal para la recordación entre las ruinas sin desacralizar en sí mismo el espacio? ¿Cómo encarnar la recordación sin parecer desplazarla? Estas y otras preguntas surgieron con la primera competencia por un monumento en Auschwitz-Birkenau en 1957, y tienden a repetirse en los concursos subsiguientes. Como cabeza del aclamado jurado de diseño elegido para el concurso de Auschwitz, el escultor Henry Moore escribió: 394 Parte IV. Memorias colectivas La escogencia de un monumento para conmemorar Auschwitz no ha sido una tarea fácil […] Esencialmente lo que se ha intentado es la creación —o en el caso del jurado, la selección— de un monumento al crimen y la fealdad, al asesinato y al horror. El crimen fue de tales proporciones que cualquier obra de arte debe estar en una escala apropiada. Pero aparte de esto, ¿es posible crear una obra de arte que pueda expresar las emociones engendradas por Auschwitz? (Moore, 1964). En la opinión de Moore, un gran escultor —un Michelangelo o un Rodin— podría estar a la altura de la tarea. Pero de las 426 propuestas que el jurado revisó, ninguna fue completamente satisfactoria. Muchos de los trabajos fueron brillantes, reconoció Moore, pero ninguno satisfacía los criterios de todos los miembros del jurado, el cual incluía artistas, arquitectos, comentaristas y los más críticos de todos los integrantes: los sobrevivientes. Para artistas que trabajan en el período del expresionismo abstracto y conceptual, y para arquitectos atentos al diseño postmoderno y deconstructivista, su público está claro. Los artistas, los críticos y los curadores generalmente aplauden tales diseños pero se encuentran inmediatamente con el sentimiento de indignación de los sobrevivientes. Para los sobrevivientes, la punzante realidad de sus experiencias demanda en lo posible una expresión literal y figurativa. “Nosotros no fuimos torturados y nuestras familias no fueron torturadas en lo abstracto”, se quejaron los sobrevivientes. O en las palabras de Nathan Rapoport, diseñador del monumento al gueto de Varsovia, quien alguna vez preguntó con cierta ironía: “¿Podría yo haber hecho una roca con un hueco en ella y decir ¡Voilà! El heroísmo de los judíos?”. Probablemente no. Todo esto pone sobre la mesa los roles duales del público y la memoria en el arte público, pues, como se hace claro, no todo trabajo de arte público es un monumento, y no todo monumento es una obra de arte público. En lugar de paralizarse con el tirón y el halar de tantas partes, el jurado encabezado por Henry Moore decidió comprometerse. Seleccionaron lo que a su juicio eran los tres equipos más fuertes y les solicitaron trabajar en una propuesta final, bien fuese tomando las mejores partes de sus proyectos por separado o en el trabajo conjunto de un nuevo diseño. Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 395 Railroads tracks at Auschwitz-Birkenau. 396 Parte IV. Memorias colectivas El resultado, una composición conjunta fue finalmente develada al final de las líneas del tren en Auschwitz-Birkenau en 1967. Aunque no es un monumento al Holocausto, la obra de Richard Serra, Tilted Arc (Arco Inclinado), y su remoción de Federal Plaza en Nueva York también ilustra el dilema que confrontan los elaboradores contemporáneos de monumentos al Holocausto. Por una parte Tilted Arc era escrupulosamente fiel a la visión de su autor, su material, su tiempo y lugar: una pared de acero oxidado de doce pies de alto que cortaba al través la Plaza ubicada en el bajo Manhattan. Al tiempo, sin embargo, fue precisamente la misma integridad de la obra y su brillantez lo que alienó al público al cual estaba dirigida. Tilted Arc no podía haber satisfecho ambos públicos: no podía complacer a la comunidad de artistas que casi unánimemente la apoyaron y a los espectadores perturbados por lo que percibían como una violación a su espacio público. El acertijo continúa: ¿cómo puede el artista ser responsable tanto de su discurso y del gusto del público al mismo tiempo? ¿Cómo puede, él o ella, balancear las necesidades de un público general en contra de las ocasionalmente obscuras sensibilidades del arte contemporáneo, todo lo cual depende de la aprobación administrativa cívica? Pero ese no es un dilema nuevo. Como también lo mencionó Elsen (1979: 122-125), los escultores modernos y de vanguardia en medio de las guerras en Europa raramente fueron invitados a participar en la conmemoración de las victorias o las pérdidas, las batallas, o los muertos de guerra de la Primera Guerra Mundial. La reluctancia por parte de los donantes y de los patrocinadores del gobierno para comisionar monumentos abstractos en particular parece haber emanado de dos impulsos paralelos provenientes del público y del Estado. Por una parte, el objetivo de los monumentos relacionados con la guerra fue percibido, por lo general, como algo que valora el sufrimiento al punto de justificarlo históricamente. Por otra parte este objetivo fue alcanzado en buena forma al recurrir a íconos heroicos tradicionales para investir la memoria de guerras recientes con orgullo pasado y con lealtades, con la cual también se podría explicar esa guerra de forma visible y aparentemente evidente al público. En ambos casos las imágenes figurativas parecían naturalizar de mejor manera los Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 397 mensajes de conmemoración del Estado. Simultáneamente, no obstante, también era claro para aquellos en una posición de convertir la Primera Guerra Mundial en memoria, que el principal objetivo de los escultores modernos después de la guerra era repudiar y lamentar —no afirmar— tanto las realidades históricas como los valores arcaicos que aparentemente la habían generado. Esto no significa que muchos de los escultores modernos hubiesen mostrado un gran interés en tales proyectos. En 1918, al final de lo que fue considerado como el nadir de la civilización europea, los artistas y escultores resistieron, vociferantemente, evocaciones miméticas tradicionales y las evocaciones heroicas, y argüían que cualquier expresión de este tipo de conmemoración elevaría y ‘mitologizaría’ los eventos. En la perspectiva de ellos, incluso otro clásicamente proporcionado Prometeo falsamente habría glorificado y, al hacerlo, afirmado el terrible sufrimiento al que había sido llamado a conmemorar. En las mentes de muchos artistas Railroads tracks at AuschwitzBirkenau. 398 Parte IV. Memorias colectivas gráficos y literarios de la época esto sería equivalente a traicionar no solo su experiencia de la Gran Guerra, sino también las nuevas razones de la existencia del arte después de la guerra: desafiar las realidades del mundo y las convenciones que las animaban. Si se les exigía estatuaria figurativa, entonces únicamente figuras antiheroicas podrían hacerlo, como es ejemplificado en los patéticos héroes de Wilhelm Lehmbruck Hombre caído y Joven sentado (1917). Tan auténtica o verdadera como la visión de estos artistas entre guerras haya podido ser, sin embargo, ni el público ni el Estado estaban listos para soportar estructuras monumentales basadas más en la duda que en el valor. El héroe patético fue así condenado por regímenes totalitarios emergentes en Alemania y Rusia como derrotista por personificar aparentemente todo lo que era importante olvidar —no recordar— en la guerra. En adición a las formas en las que la abstracción fue pensada para mejorar el sentido de testigo mimético de una obra, también pareció frustrar la capacidad del monumento para generar una autoimagen compartida y escenificar ideales compartidos. En su visión hermética y personal, la abstracción motiva las visiones privadas en los observadores, lo que derrota los objetivos comunales y colectivos de los monumentos públicos. Por otra parte, la especificidad de la figuración realista parecería frustrar múltiples mensajes, mientras que la escultura abstracta puede acomodar tantos significados como pueden ser proyectados sobre ella. Pero, de hecho, es casi siempre un monumento como el del gueto de Varsovia el que sirve como punto de partida para los performances políticos. Es como si una escultura figurativa como esa fuese necesaria para que los observadores puedan establecer una relación, para evocar una conexión de empatía entre el monumento y el observador y que entonces puede ser encauzada hacia un significado particular. De esta manera el dilema fundamental que enfrentan los creadores contemporáneos de monumentos es dual y recuerda que al enfrentar potenciales testigos en cualquier medio debemos preguntarnos, primero, ¿cómo puede uno referir los eventos en un medio condenado a referirse a sí mismo? Y, segundo, si el objetivo es recordar —es decir, referirse— a una persona específica, derrota o victoria, ¿cómo puede hacerse de manera Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 399 abstracta? Para muchos de los que sobrevivieron para dar testimonio del Holocausto, la memoria y el testimonio son uno solo: atestiguar para estos sobrevivientes trae consigo la transmisión más literal posible de lo que ellos vieron y experimentaron. Dado que pocos artistas sobrevivientes se considerarían a sí mismos como interesados únicamente en la forma, como es claro en el arte recuperado de los guetos y los campos, incluso artistas de la vanguardia redefinieron su tarea estética como testimonios realistas (Blatter, 1982: 22-35). Lo que ha venido a ser denominado como arte y literatura ‘documental’ les pareció a ellos el único modo en el cual la evidencia o el testimonio podía ser ofrecido. Pero en la forma como los historiadores y los críticos literarios han aceptado el impulso en los escritores que testifican en narrativa, incluso cuando miran, más allá del testigo, las clases de conocimiento creadas en tal escritura, los observadores críticos de los monumentos del Holocausto aceptan el impulso paralelo en sus creadores de testificar a través de la figuración literaria —antes de ir a las formas en las que la memoria pública se organiza en dichas figuras—. Warsaw Ghetto Memorial. 400 Parte IV. Memorias colectivas Hacia una estética social de los monumentos del Holocausto Resulta claro en este momento que el arte público y, en particular, los monumentos del Holocausto exigen indagación tradicional histórica del arte. La gran mayoría de las discusiones de los espacios de conmemoración del Holocausto ignoran la esencial dimensión pública de su representación, que permanece ya bien formalmente esteticista o piadosamente histórica. De tal manera que mientras que es cierto que un escultor como Nathan Rapoport nunca será considerado por los historiadores del arte con el aprecio que se tiene a sus contemporáneos Jacques Lipchitz y Henry Moore, tampoco su obra puede ser desestimada sólo sobre la base de su perfil popular. Descaradamente figurativa, heroica y referencial, su obra parece estar condenada por la crítica por las mismas cualidades —accesibilidad pública y referencialidad histórica— que la hacen monumental. Pero, de hecho, puede que sea esta popularidad la que en últimas constituya el performance estético del monumento —y que lleva a que tales monumentos demanden revelación pública e histórica, aun cuando se condenan ellos mismos a la obscuridad crítica—. En lugar de detenernos en preguntas formales, o en aspectos de referencialidad histórica, debemos preguntarnos cómo estas representaciones de la historia finalmente se tejen en el curso de los eventos que están tomando lugar. A pesar de que las cuestiones en cuanto al arte —culto o popular— continúen informando el debate sobre los monumentos del Holocausto, éstas no deben dictar por más tiempo las discusiones críticas. En su lugar, deberíamos mantener en mente el exceso reductivo —en ocasiones vulgar— en las representaciones conmemorativas populares, incluso a medida que cualificamos nuestras definiciones de kitsch y cuestionarnos su utilidad como una categoría crítica para la discusión de los monumentos públicos. Más que tener una actitud paternalista, reconocemos el peso abrumador del gusto del público y que ciertas formas convencionales declaradas en el arte público pueden, de modo eventual, tener consecuencias en la memoria pública —independiente de que pensemos que deban o no tenerlas—. Lo anterior para reconocer los anticuados, a menudo arcaicos, aspectos de tantos monumentos del Holocausto, incluso si vemos más allá de ellos. También para reconocer que arte público como éste demanda Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 401 razones críticas adicionales para que la vida y los significados de tales obras puedan ser sostenidos —y no oprimidos— por el discurso de la historia del arte. Porque hay una diferencia entre el declarado arte público —ejemplificado en monumentos públicos de ese orden— y el arte producido en exclusiva para el mundo del arte, de sus críticos, de otros artistas y de las galerías; una diferencia que todavía necesita ser reconocida. La gente no viene a los monumentos del Holocausto porque estos sean nuevos o porque sean la última moda; como lo notan rápidamente los críticos, la gran mayoría de estos monumentos no son nada de lo anterior. Mientras que una gran cantidad de arte contemporáneo es producido como autorreflexivo o mediorreflexivo, los monumentos públicos del Holocausto son elaborados específicamente para ser referenciales de la historia, y dirigir a los observadores más allá de ellos mismos, hacia una comprensión o evocación de los eventos. Como monumentos históricos públicos evitan, generalmente, hacer referencia hermética a los procesos que los trajeron en existencia. Mientras que mucho del arte contemporáneo invita a los observadores y a sus críticos a contemplar su propia materialidad, o su relación con otros trabajos antes y después de sí mismo, el objetivo de los monumentos no es remarcar su propia presencia tanto como los eventos pasados porque ya no están presentes. En este sentido, los monumentos del Holocausto apuntan más allá de ellos mismos. En su fusión entre el arte público y la cultura popular, la memoria histórica y las consecuencias políticas, estos monumentos, por consiguiente, demandan una crítica alternativa que vaya más allá de aquellas sobre arte culto o popular, gusto y vulgaridad. Más que identificar los movimientos y las formas de las cuales la memoria pública nace, o de preguntar si estos monumentos reflejan de manera adecuada, o de acuerdo con una moda, la historia del pasado, transitamos a las variadas formas en las que este arte se sugiere a sí mismo como la base para una acción política o social. Esto significa que aquí debemos preguntar no sólo cómo el entrenamiento de quien elabora el monumento y su época dan forma a la memoria, y cómo el monumento puede reflejar la historia pasada; además, más importante, qué rol desempeña ese monumento en la historia contemporánea. 402 Parte IV. Memorias colectivas Warsaw Memorial. hacia una estética social de los monumentos del Holocausto MemoriaGhetto y contra-memoria: 403 Debemos concentrarnos menos en si esto es arte bueno o malo y más en las consecuencias que tiene el arte monumental público en la vida de la gente. Esto es para proponer que, como cualquier espacio de arte público, los monumentos del Holocausto no son ni benignos ni irrelevantes, pero se sugieren a sí mismos como la base para una acción social política y comunal. Con el permiso de Peter Bürger (1984: 87), yo quisiera sugerir aquí una reelaboración de lo que él ha llamado el “análisis funcional del arte”, adaptado para examinar los efectos sociales de los espacios monumentales públicos9. El objetivo aquí será explorar no solo las relaciones entre la gente y sus monumentos sino también las consecuencias de estas relaciones en el tiempo histórico. Mientras que algunos historiadores del arte tradicionalmente han descalificado tales aproximaciones como antropológicas, sociales o psicológicas, otros han abierto su indagación para incluir temáticas amplias de la sociología del arte: los monumentos públicos en este caso son ejemplares de la vida social de una obra de arte, son la vida interna de la sociedad. Como ya lo ha sugerido Marianne Doezema, hay mucho más del performance del monumento que meramente su simple estilo, o escuela de diseño. Ella afirma: El monumento público tiene una responsabilidad aparte de sus cualidades como una obra de arte. No es solamente la expresión privada de un artista individual; también es una obra de arte creada para el público y, por lo tanto, puede y debe ser evaluada en términos de su capacidad para generar reacciones humanas (Doezema, 1977). Para mí tal reacción hace referencia, además de al efecto emocional, a las consecuencias reales para las personas en sus monumentos. No tanto por la pregunta sobre cómo se conmueve la gente por estos monumentos, sino a qué fin han sido movidos, a qué conclusiones históricas, a qué comprensión y acciones en sus propias vidas. Esto es para sugerir que no 9 404 Bürger define el “análisis funcional del arte” como una reexaminación del “efecto social de las obras de arte (función), el cual es el resultado de la conjunción del estímulo que emana del trabajo en sí mismo y un público definible sociológicamente […]”. Parte IV. Memorias colectivas podemos separar el monumento de su vida pública, que la función social de dicho arte es su performance estético. Alguna vez Robert Musil (1979: 61) escribió: “No hay nada en este mundo tan invisible como un monumento […] Estos son erigidos para ser vistos —en verdad, para atraer la atención—. Pero al mismo tiempo están impregnados con algo que repele la atención”. Este algo es la rigidez esencial que los monumentos comparten con todas las demás imágenes: cuando una semejanza vitrifica necesariamente su (de otro modo dinámico) referente, un monumento convierte una memoria maleable en piedra. Y es este terminado el que repele nuestra atención, el que hace al monumento invisible. Es como si la vida de un monumento en la vida comunal se volviera dura y pulida, como su forma exterior, y su significado tan fijo como su lugar en el paisaje. Los monumentos que descansan de esta manera —en éxtasis— parecen entonces presentarse a sí mismos como partes eternas del paisaje, tan naturalmente dispuestos como los árboles y las formaciones rocosas. Como una pieza inerte de piedra, el monumento esconde su propio pasado; un secreto celosamente guardado que apunta fuera de su propia historia a los eventos y significados que le llevamos durante nuestras visitas. Precisamente porque los monumentos parecen recordar todo menos su propio pasado, su propia creación, nuestro objetivo crítico aquí será revestir el monumento con nuestra memoria sobre el comienzo de su existencia. Nada de lo anterior está destinado a fijar el significado del monumento en el tiempo, lo cual efectivamente lo embalsamaría. En su lugar, espero poder reanimar estos monumentos con la memoria de sus pasados adquiridos, vivificar la memoria de los eventos al escribir en ellos nuestra memoria de los orígenes del monumento. Al retornar al monumento algo de la memoria de su propia génesis, nos acordamos de la fragilidad esencial del monumento, de su dependencia en otros para su vida; que fue hecho por manos humanas en tiempos y lugares humanos, que ya no es más una pieza natural del paisaje en donde estamos. Pues a diferencia de las palabras en una página, los íconos monumentales parecen personificar ideas, invitando a los observadores a confundir la presencia y el peso material por una inmutable permanencia. Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 405 Si en su barnizado exterior nunca vemos realmente el monumento, yo quisiera intentar aquí romper su cobertura eidética, aflojar el sentido, hacer visible la actividad de la memoria en los monumentos. Es mi esperanza que una crítica pueda salvar nuestros íconos de del endurecimiento de la recordación y los convierta en ídolos de evocación10. Todo lo anterior busca expandir los textos de estos monumentos para no solamente implicar su concepción y ejecución entre realidades históricas, sino también sus actuales y cambiantes vidas, e incluso su eventual destrucción. Esto es para poner en perspectiva el propio proceso, los muchos y complicados ejes históricos, políticos y estéticos sobre los cuales la memoria se construye. Porque ni la memoria ni la intención son monolíticas: cada una depende de una gran cantidad de fuerzas —materiales, estéticas, espaciales, ideológicas— que convergen en un sitio de conmemoración. Al revestir estos monumentos con la memoria de sus orígenes espero resaltar el proceso del arte público sobre su, a menudo estático, resultado: la siempre cambiante vida del monumento sobre su aparente rostro congelado en el paisaje11. Porque con demasiada frecuencia los monumentos de una comunidad asumen el terminado brillante, el terminado exterior de una máscara de muerte, sin reflejar la memoria actual, sin dar respuesta a los problemas contemporáneos. En lugar de personificar una memoria ya consagrada, tal aproximación puede vislumbrar la vida interior del monumento —las intempestivas fuerzas sociales, políticas y artísticas— normalmente oculta bajo su taciturno exterior. Al considerar el proceso de elaboración, 10 11 406 Sugerí una crítica similar de los monumentos en una forma mucho menos elaborada en mi artículo Memory and Monument (Young, 1986: 112) que luego fue ampliado y reimpreso en Writing and Rewriting the Holocaust: Narrative and the Consequences of Interpretation (1988). Para una excelente discusión, mucho más bosquejada, de la “batalla entre iconoclasia e idolatría” véase Mitchell (1986: 160-208). Para una apropiada promulgación de la clase de crítica que estoy proponiendo aquí, en la cual cuento las “biografías” de docenas de monumentos del Holocausto ubicados en Alemania, Austria, Polonia, Irreal y América, véase The Countermonument: Memory against Itself in Germany Today (Young, 1993) y The Biography of a Memorial Icon. Nathan Rapoport’s Warsaw Ghetto Monument (Young, 1989, Spring: 69-106). Parte IV. Memorias colectivas fortalecemos la idea del monumento, y como consecuencia tenemos en cuenta el proceso de producción de esos artefactos culturales, su carácter esencial de constructo. Con este fin ensancho la vida y la textura de los monumentos del Holocausto para incluir: los tiempos y lugares en los cuales estos fueron concebidos; su construcción literal entre realidades históricas y políticas; sus formas acabadas en lugares públicos; sus lugares en la constelación de la memoria nacional; su siempre cambiante vida en la mente de sus comunidades y de la gente judía en el tiempo. Con estas dimensiones en mente, buscamos no solo las formas en las que monumentos individuales crean y refuerzan memorias particulares del período del Holocausto, también las maneras en las que los eventos vuelven a entrar en la vida política informados por los monumentos. En un nivel más general podríamos preguntar, sobre todos los monumentos, cuáles significados son generados cuando el reino temporal es convertido en forma material, cuando el tiempo colapsa con el espacio, un tropo por el cual es entonces medido y percibido. ¿Cómo los monumentos entraman el tiempo y la memoria? ¿Cómo estos imponen límites en el tiempo, una cara a la memoria? ¿Cuál es la relación de tiempo con lugar, de lugar con memoria y de memoria con tiempo? Finalmente dos preguntas fundamentalmente interrelacionadas: ¿Cómo un lugar particular forma nuestra memoria de un tiempo específico? y ¿cómo esta memoria de un tiempo pasado forma nuestra comprensión del momento presente? En tales cuestionamientos, también reconocemos la parte integral que tienen los visitantes en el texto del monumento: cómo y qué recordamos en la compañía de un monumento depende mucho de quién somos, por qué nos importa recordar y cómo observamos. En otros sitios donde he incorporado las respuestas de otros visitantes a mis descripciones de los monumentos, reconozco que al compartir el espacio de conmemoración con ellos, sus respuestas se convierten en parte de mi experiencia, en parte de todo el texto de la memoria. Todo lo anterior sugiere la cualidad fundamentalmente interactiva, dialógica, de cada espacio de conmemoración. Porque la memoria pública y sus significados dependen no sólo de las formas y figuras en el monumento en sí, sino también de la respuesta Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 407 408 Monumento en el campo de exterminio de Majdanek, cerca de Dublín, Polonia. Diseñado por Wikto Tolkin, 1969.Parte IV. Memorias colectivas de los observadores al mismo, de los modos en que es usado política y religiosamente por la comunidad, la manera en que alguien lo ve bajo circunstancias muy específicas, y los modos cómo sus figuras entran en otros medios y se plasman en nuevos ambientes. A través de esta atención a la actividad de la memorialización puede que quizás recordemos también que la memoria pública es construida, que la comprensión de los eventos depende de la construcción de la memoria, y que hay consecuencias mundanas en las diferentes clases de comprensión histórica generadas por los monumentos. Desde esta perspectiva encontramos que el performance de los monumentos del Holocausto depende no de una distancia medida entre la historia y sus representaciones monumentales, pero sí de la confusión entre la memoria pública y privada, de la actividad memorial por la cual las mentes que reflexionan sobre el pasado inevitablemente se precipitan en el presente momento histórico. No es suficiente preguntar si nuestras memorias recuerdan o no el Holocausto o incluso cómo lo recuerdan. También debemos preguntar hasta qué punto hemos recordado. Esto es, ¿cómo respondemos al momento contemporáneo bajo la luz de nuestro pasado recordado? Lo anterior para reconocer que la forma de la memoria no puede ser divorciada de las acciones tomadas en su beneficio, y que la memoria sin consecuencias contiene las semillas de su propia destrucción. Porque si fuéramos a observar pasivamente sólo los contornos de estos monumentos, si dejáramos inexplorada su génesis, y si permaneciéramos sin cambiar durante el acto de recolección, podríamos decir que no hemos recordado nada. Memoria y contra-memoria: hacia una estética social de los monumentos del Holocausto 409 Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 1 Andreas Huyssen Un extraño extravío tomó cuerpo allí mismo, tú estuviste a punto de vivir. Paul Celan2 E n los últimos años ha habido una sorprendente emergencia en el arte postminimalista de lo que en principio podría llamar escultura de la memoria: una clase de escultura que no está centrada en una sola configuración espacial, pero que poderosamente inscribe en el trabajo una dimensión de memoria localizable, e incluso corpórea. Esta es una práctica artística que claramente es distinta del monumento o el monumento conmemorativo. Su lugar está en el museo o en la galería más que en un espacio público. Su destinatario es el observador individual más que 1 2 Traducción de Carlos Andrés Barragán. (N. de E.) El poema aparece en la colección publicada en 1963 con el título Die Niemandsrose. El autor del ensayo tomó la antología bilingüe (alemán e inglés) Poems of Paul Celán (Celan, 1995: 175). La versión en inglés dice: A strange lostness was/ palpably present, almost/ you would/ have lived. La traducción en español se puede encontrar en las Obras Completas (Celan, 1999: 161). Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 411 la nación o la comunidad. En el manejo de materiales y conceptos, esta práctica se relaciona a una tradición específica de instalación artística; su dependencia enfática en una dimensión de la experiencia la somete mucho menos a convenciones genéricas que el monumento o el monumento conmemorativo. Los monumentos articulan la memoria oficial y su inevitable destino es ser derribados o llegar a ser invisibles. Por otra parte, la memoria vivida siempre es localizada en los cuerpos individuales, en su experiencia y en su dolor, incluso cuando involucra una memoria colectiva, política o generacional. Anticipándose a Freud, Nietzsche reconoció ese simple hecho cuando dijo: “sólo aquello que no cesa de doler permanece en la memoria”. La escultura se expandió a la instalación y la incorporación de las huellas de la memoria descansa en las tradiciones del cuerpo humano esculpido. Sin embargo, en los trabajos en cuestión, el cuerpo humano nunca es olvidado, aunque esté tan ausente y elusivo como lo estaría en cualquier memoria del pasado. Las esculturas hechas por artistas como Miroslav Balka de Polonia, Ilja Kabakow de Rusia, Rached Whiteread de Inglaterra, Vivan Sundaram de India o Doris Salcedo de Colombia presentan una clase de trabajo sobre la memoria en la que cuerpo, espacio y temporalidad, materia e imaginación, presencia y ausencia activan una compleja relación con el observador. Su presencia contundente contrarresta el triunfalismo de nuestra cultura acerca de imágenes mediáticas y de la inmaterialización electrónica en el espacio virtual; asimismo, estas esculturas hablan imponentes a las inquietudes que han emergido sobre memoria y ausencia en la última o en las dos últimas décadas. En estos trabajos el objeto material nunca sólo es la instalación o la escultura en el sentido tradicional; se trabaja en tal forma que articula la memoria como un desplazamiento del pasado al presente, y ofrece una huella del pasado que puede ser experimentada y leída por el observador. Así, los objetos abren un tiempo-espacio extendido que desafía al observador a moverse más allá de la presencia material de la escultura en el museo y a entrar en un diálogo con la dimensión temporal e histórica implícita en la obra. Al mismo tiempo estas esculturas no caen en el engaño de la autenticidad o la pura presencia. En el uso de los materiales 412 Parte IV. Memorias colectivas y su acomodación (a menudo viejos y descartados), éstas presentan un conocimiento de que toda memoria es recolección y representación. Al contrario de muchos ejercicios artísticos vanguardistas en el siglo xx, esta clase de trabajo no está energizado por la noción de olvido. Su sensibilidad temporal es decididamente postvanguardista. No sólo teme la borradura de un pasado específico (personal o político), que por supuesto puede variar de artista a artista; más bien trabaja en contra de la supresión de un pasado en sí mismo, el cual, en sus proyectos, permanece indisolublemente conectado a la materialidad de cosas y cuerpos en el tiempo y en el espacio. Quisiera sugerir que las distintas formas de desplazamiento temporal y espacial en las esculturas de artistas como Salcedo, Sundaram, Balka y Whiteread marcan un momento específico en la cultura de la década de 1990; una cultura que sería frívolo llamar post-postmoderna, pero que, no obstante, es significativamente diferente del postmodernismo de las décadas de 1970 y 1980. Esto no significa que tales esculturas de memoria son de alguna manera ‘expresivas’ de un espíritu unificado, totalizado, de la época (Zeitgeist); a pesar de compartir un lenguaje postminimalista, estas obras son muy diferentes en términos de las políticas, las historias y los lugares que las inspiraron. Lo anterior para sugerir, sin embargo, que ellas son parte de una amplia problemática de reestructuración del sentido de espacio y tiempo en nuestra era de medios de comunicación, ciberespacio y globalización. Respetando la especificidad en la obra de cada artista, este ensayo está enfocado en un solo ejemplo sobresaliente de lo que yo llamo memoria de la escultura: una obra de Doris Salcedo. La obra es una de tres en una serie de esculturas tituladas Unland (1997), que fue exhibida primero en New Museum of Contemporary Art en la ciudad de Nueva York en 1998, lejos de su lugar de origen. Si la tierra es el lugar de la vida y la cultura de una comunidad y una nación, entonces la “no-tierra” (Unland) sería su negación radical. Como un neologismo poético, implícitamente ésta retracta las promesas contenidas en su pariente lingüístico “utopía”, el no-lugar de un futuro alternativo imaginado. De este modo, lejos de personificar la imaginación de otro y mejor mundo, la no-tierra es el anverso de utopía, una tierra donde incluso la vida ‘normal’, Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 413 con todas sus contradicciones, dolores y promesas, felicidades y miserias, ha llegado a ser no habitable. Como artista que trabaja en un país despedazado por ciclos de violencia y anarquía, Salcedo no deja duda sobre cómo la identidad de esta no-tierra le sirve como inspiración melancólica. Es su patria, Colombia. Tal lectura del título de la obra sugiere una práctica de arte político explícita y directa; nada podría estar más allá de la verdad. La escultura de Salcedo captura la imaginación del observador en su inesperada y obsesiva presencia visual y material, en una manera que no se relaciona fácilmente a su misterioso título y subtítulo: Unland: The Orphan’s Tunic3. El efecto fascinante no se da a la primera vista a medida que el observador se aproxima a lo que en la distancia parece ser una simple y ordinaria mesa con algunas superficies desiguales. La fascinación viene de manera deferida, nachträglich4, como diría Freud. La obra se agudiza a medida que el observador se compromete. El silenciado pero expresivo poder de esta escultura crece lentamente; depende de la duración, de una contemplación sostenida, de las asociaciones visuales, lingüísticas y políticas tejidas dentro de una densa textura de comprensión. Y provoca nuevos cuestionamientos sobre la escultura como objeto material que soslaya los ya trillados debates entre abstracción y figuración, objetivización y teatralización, acción plástica o instalación. Si la escultura clásica captura el momento saliente o cristaliza una idea o ideal en el flujo del tiempo, entonces la escultura de la memoria de Salcedo se abre dentro del flujo del tiempo, porque la temporalidad en 3 4 414 (N. de E.) De acuerdo con la artista el título de la obra fue sugerido por la traducción de Michael Hamburger al inglés del poema de Paul Celan. Posteriormente, la artista no encontró un término igualmente evocador para el título en español y decidió mantenerlo en el original. Comunicación personal (marzo 17, 2009). (N. de E.) Según el Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (1993: 280), la palabra nachträglich se traduce como posterioridad. Según estos autores, es un término utilizado por Freud en relación con su concepción de la temporalidad y de la causalidad psíquicas: experiencias, impresiones y huellas mnémicas son modificadas ulteriormente en función de nuevas experiencias o del acceso a un nuevo grado de desarrollo. Entonces pueden adquirir, a la par que un sentido nuevo, una eficacia psíquica. Parte IV. Memorias colectivas sí misma está inscrita en la obra. Dramatiza sus materiales, mantiene una noción enfática de trabajo, objeto, escultura, en lugar de disolver la obra en un performance. Encarna una temporalidad expandida y como objeto desempeña el proceso de memoria. The Orphan’s Tunic es un objet trouvé (un objeto encontrado), una mesa de cocina, usada y abusada, residuo material y testigo. El objeto que aparece simple y sin pretensiones a primera vista comienza a tomar vida a partir de una inspección cercana. Su complejidad tiene tanto que ver con lo que está ahí ante los ojos del espectador, como con lo que está ausente. Aquello que es heimlich5 y familiar, la pieza de mueble de todos los días, pasa a ser unheimlich (ominosa) pero lo familiar es preservado y negado en lo unheimlich, tal y cómo lo es la tierra en el título Unland —inspirado por Paul Celan—. Porque uno se da cuenta de que lo que parecía una mesa con diferentes niveles de superficie está realmente hecho de dos mesas de diferente largo, ancho y peso, violentamente sobrepuestas una sobre la otra; la mesa más pequeña, un poco más ancha y alta, brilla con un blanquecino gris luminoso, la mesa larga, café oscura, con marcas ennegrecidas por el uso constante. Las dos mesas están mutiladas. En donde chocan y están montadas una sobre la otra, los dos conjuntos de patas interiores están arrancados. (Véase imagen 1) A medida que la mirada del espectador recorre la superficie, el brillo blanquecino revela ser una cubierta de seda, la túnica, una muy delgada seda natural que cubre la superficie y cae sobre los bordes de los lados cubriendo las dos patas restantes. 5 (N. de E.) Freud usa el término unheimlich para designar lo ominoso. Este término corresponde a lo familiar que regresa, pero de modo alterado. Esto quiere decir que lo ominoso genera inicialmente tranquilidad y después se manifiesta como extraño, inquietante y causa de temor. Las películas de terror de los años setenta y ochenta del pasado siglo usan esa técnica muy frecuentemente (la inocente muñeca que se desdobla en el agente de terror, la bebé de la familia que resulta poseída, etc.). De esta forma, lo ominoso hace evidente que el sujeto está habitado por el inconsciente; de hecho, lo constituye, lo descentra y le da prioridad a la alteridad dentro de la identidad. Así, cuando regresa lo ominoso, es precisamente el retorno de aquello que nos constituye como diferentes y que hemos reprimido y prohibido (el id), percibido como una amenaza por el superyó. En otras palabras, lo ominoso es aquello que debería permanecer oculto y ha salido a la luz (Freud, 1995r: 215-251). Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 415 Imagen 1. Unland the orphan’s tunic. La seda es tan delgada que el ojo descubre las grietas visibles debajo, los huecos entre las cinco tablas que conforman la superficie de la mesa y otras pequeñas grietas y cavidades atribuibles al uso anterior de la mesa. La seda se deshila sobre el hueco entre las tablas del medio, sugiriendo que tal vez la mesa aún se está expandiendo, y se dobla dentro de algunas de las pequeñas grietas como si estuviese creciendo dentro de ellas, apegándose como una piel protectora a la desigualdad de la madera. Examinar la superficie de esta mesa es como mirar la palma de una mano, con sus líneas, pliegues y arrugas. El efecto es de cercanía, de intimidad y al mismo tiempo un sentido de fragilidad y vulnerabilidad que contrasta con la firmeza de la mesa de madera. De repente la mesa parece no ser más que una huella, una huella silenciosa. Pero una hue- 416 Parte IV. Memorias colectivas lla que ha sido trabajada tan laboriosamente por la artista, que ahora ha adquirido un poderoso lenguaje. La obra habla un lenguaje que es estéticamente complejo, sin resultar estetizado, y sutilmente político, sin apelar al mensaje directo. El trabajo de Salcedo sobre la familiaridad de la mesa de cocina que se ha convertido en ominosa no está atado a la psicología individual, ni tampoco estamos tratando con la estética negativa en el sentido de distorsión o desfamiliarización en Adorno o el vanguardismo. Lo que está en juego es una traducción artística consciente de una patología nacional de violencia en una escultura que al testificar articula dolor y desafío. El trabajo no simplemente está ahí como un objeto en el presente, aunque es por mucho del presente. Dirige al observador a otro tiempo y lugar que están ausentes, aunque sutilmente inscritos dentro de la obra: es la “extraña pérdida” de Celan, que es “palpablemente presente”. El arte de Doris Salcedo es el arte del testigo; la artista como testigo secundaria para ser precisos; la testigo para vidas e historias de vida de gente por siempre marcadas por la experiencia de violencia que continúa destruyendo la familia, la comunidad, la nación y, por último, el espíritu humano en sí mismo. Durante algunos años Salcedo viajó por la tierra buscando y escuchando las historias de gente que había atestiguado y sobrevivido la violencia gratuita, a quienes perdieron padres y hermanos, esposas, amigos y vecinos a manos de la guerrilla, narcotraficantes y paramilitares. El caso de The Orphan’s Tunic, como Salcedo lo dice, es la historia de una niña de seis años en un orfanato, quien fue testigo del asesinato de su madre. Desde esa experiencia traumática, la niña usa el mismo vestido, día tras día, un vestido que le hizo su madre poco antes de ser asesinada: el vestido es una marca de memoria y un signo de trauma. La historia nos fuerza a tomar literalmente The Orphan’s Tunic como un índice de una muerte, una vida, de un trauma, de algo que pasó en el mundo real. Al mismo tiempo el vestido se traduce como túnica y se convierte en metáfora para la pérdida y el dolor de la niña —una marca permanente de identidad—. Esta dimensión metafórica es puesta, entonces, mediante otra perspectiva que agrega a su textura. La selección de la palabra ‘túnica’, a través de Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 417 un implícito Eng führung6, apunta a otro poema de Celan, un poema de Lichtzwang, un poema sin título, como si fuera el mismo huérfano. Ihn ritt die nacht, er war zu sich gekommen, der Waisenkittel war die Fahn, kein Irrlauf mehr, es ritt ihn grad. Es ist, es ist, als stünden im Liguster die Orangen, als hätt der so Gerittene nichts an als seine erste muttermalige, geheimnisgesprenkelte Haut. Lo arrebató el caballo de la noche, había vuelto a sí mismo, el blusón de huérfano por bandera ya no hubo extravíos, lo arrebató por derecho. Es, es como si estuvieran en el aligustre las naranjas como si él así arrebatado no llevara puesto más que su primera piel maternal de lunares, estelar de misterio7. 6 7 418 (N. de E.) Engführung o stretto es una respuesta musical que ocurre en una fuga cuando el sujeto es imitado antes de concluir. Su efecto es la intensificación. Véase Randel (1999). (N. de E.) El autor del ensayo usa la versión en inglés publicada en Poems of Paul Celan (295). La traducción al inglés dice: Night rode him, he had come to his senses, / the orphan’s tunic was his flag, / no more going astray,/ it rode him straight––/ It is, it is as though oranges hung in the privet,/ as though the so-ridden Parte IV. Memorias colectivas El poema, deshaciéndose en la obra de Salcedo a través del subtítulo de la escultura, provee la conexión entre la túnica y la piel, o entre el vestido y el cuerpo; una conexión que prueba ser central para la transposición estética y material de evento, idea y concepto en la obra terminada. La investigación documental, poesía y materiales se mezclan en la escultura, la cual vive separada de su dimensión temporal tanto como descansa en su presencia espacial. Este doble efecto temporal y espacial es acentuado cuando, mirando aún más de cerca, podemos notar miles de minúsculos huecos, muchos de ellos separados por entre ¼ a 1/8 de pulgada, con cabello humano enhebrado a través de ellos, en dirección descendente, dentro de la madera; vuelven a la superficie y entran otra vez. Si la seda es marcada desde abajo por la desigualdad y las divisiones naturales en la superficie de la madera, está ahora marcada desde arriba por miles de cabellos que parecen pequeñas marcas de lápiz pero que realmente retienen la túnica de seda cerca de la mesa. Ahora es como estar mirando el otro lado de la mano y notar el fino y corto cabello que crece en la piel. Si la túnica es como la piel —la primera/piel/maternal de lunares, este- / lar de misterio—, entonces la mesa gana una presencia metafórica de cuerpo, ahora no de un individuo huérfano, pero de una comunidad huérfana privada de una vida normal. Exhibida como una escultura de la memoria lejos de su casa, en un mundo artístico internacional, esta obra aparece por sí misma huérfana y sin hogar en los espacios que ahora ocupa. ¿Cómo podemos entender esta combinación del cabello humano y madera? Ambos son residuos materiales de organismos previamente vivos y ahora detenidos en su crecimiento. La obra claramente juega con el contraste: el pelo frágil, delgado y vulnerable, reminiscente de las famosas pilas de cabello que conocemos por las fotografías del Holocausto, cabello que entonces sugiere no vida, sino muerte. La madera de la mesa, por otra parte, es sólida, garante de estabilidad. Pero así como el cabello ha sido cortado, las mesas han sido mutiladas. Los miles de hoyos taladrados a had nothing on/ but his/ first/ birth-marked, se-/ cret-speckled/ skin. La traducción en español se puede encontrar en Celan (1999: 313). Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 419 través de la superficie con una broca de 1/64, poco antes de el cabello pudiese ser cosido, no son la menor de las varias mutilaciones. La sola idea del esmerado trabajo involucrado sorprende. Que completamente absurda actividad es coser cabello, montones de cabello, a través de una superficie de madera. ¿Pero es solamente absurda? ¿O es también un acto de reparación? Si la tabla representa la comunidad, la familia, la vida en su extensión temporal, entonces el cabello —la huella inorgánica de un cuerpo humano, de la víctima de la violencia— cosido a través de la superficie de mesa, es el enhebrado del dolor y sus recuerdos a través de la superficie de la historia. Imagen 2. Unland orphans tunic detail. 420 Parte IV. Memorias colectivas Quizás la parte más sorprendente de la escultura es la densa banda de cabello que parece como tejida a través de la mesa justo en el umbral entre la túnica de seda y la superficie descubierta de la mesa café. Aquí la túnica parece cosida y sujetada por el cabello, asegurada en su lugar —cabello, piel, textura, cuerpo, todo eso ocurre con una particular densidad en esta parte de la escultura—. Es cerca de donde las dos mesas están atascadas una con la otra, cerca de donde las cuatro patas del medio han sido arrancadas, es el umbral que hace que la estructura de la mesa parezca vulnerable. En este punto se podría derrumbar, si desde arriba se aplicara presión. Y es precisamente este tenue umbral el que parece fortalecido por la banda de cabello, duramente consistentemente tejida de un lado de la mesa al otro y hacia abajo en los costados. Marca el final de la túnica en un lado, y el fin de la árida superficie café en el otro; llega a ser una textura densa. Aquí, el cabello aparece como proveyendo fuerza, mientras que la mesa parece vulnerable: una inversión imaginativa de la naturaleza básica de los materiales. No obstante lo absurdo que pueda parecer este proyecto de coser cabello a través de la madera también es un desafío: reta la implacabilidad de la madera y también reta lo absurdo y lo gratuito de la violencia en Colombia. Como todo el trabajo de Salcedo, The Orphan’s Tunic es acerca de la memoria al borde de un abismo. De la memoria en un sentido literal, tanto del contenido de memorias específicas de actos violentos, de la memoria como proceso y como estructura en el momento en que la obra entra en dialogo con el espectador. También sobre la memoria en un sentido espacial, aproximándosele, nunca llegando del todo, obligando al observador a interiorizar algo que permanece elusivo, ausente —la muerte violenta de la madre que deja una hija huérfana, la huérfana presente únicamente en esa túnica residual, la cual ahora parece más como un manto que cubre parte de la mesa. Los eventos que tomaron lugar alrededor de esta mesa, las sillas, la gente, la comida y la bebida servida allí permanecen ausentes por siempre—. Si la gente, en especial los indígenas, pertenecen a la tierra, como lo ha sugerido Salcedo en una de sus pocas entrevistas, entonces Unland marca la ausencia de la gente del sitio comunal. Una ausencia que se logra por medio de la muerte y el desplazamiento. Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 421 Si Unland: The Orphan’s Tunic es adecuadamente vista como una escultura de la memoria, es inevitable que surjan preguntas: ¿qué es de la esperanza?, ¿qué es de la redención?, ¿qué clase de política de la memoria, si hay alguna, implica la práctica artística de Salcedo? Claramente la obra desafía las políticas de redención y sugiere el reto en un sentido más amplio: primero, el desafío de cualquier representación de esa violencia auto perpetuada que sería demasiado ‘legitimizador’ llamar política; desafío también de una cultura de la memoria ‘espectacularizada’ y de su obsesión con sitios públicos de conmemoración, monumentos y monumentos conmemorativos. Salcedo sabe cómo los monumentos públicos y los monumentos conmemorativos tienen que servir como claves de olvido a través de la estetización, o de un comentario político directo. Su trabajo no confía en los mecanismos de la memoria pública, aunque, al mismo tiempo, desea desesperadamente nutrir tal memoria. Esta es la esperanza mínima que la obra sugiere. Como forma escultural, más que monumental o conmemorativa, la obra se dirige al individuo espectador, inscribe su complejo mensaje y deja a los observadores conmovidos por la memoria de una imagen poderosa. Pero la realidad de la violencia, sabemos, continúa constante. No hay un fin a la vista para el ciclo de violencia que alimenta en Colombia, como Cronos devorando a sus propios hijos en la mitología griega. Finalmente, está el desafío de Salcedo —o, deberíamos decir, su decisión de vencer— al peligro siempre presente de la estetización, debido principalmente al uso que hace de objetos y materiales simples. Incluso si nuestra mirada no es cautivada en el placer estético, Unland: The Orphan’s Tunic nos obsesiona con su compulsiva belleza. Como ocurre con otras obras artísticas exitosas en las que se articula el trauma en medios y materiales únicos, la escultura de Salcedo mueve al espectador al borde de un abismo únicamente velado por la belleza de la misma pieza. El velo, sin embargo, es indispensable para nosotros para confrontar cara a cara el trauma y convertirnos en testigos de una historia que no debemos olvidar. Esculturas de la memoria como las hechas por Doris Salcedo actualmente se producen en India, y Sudáfrica, en países del antiguo bloque 422 Parte IV. Memorias colectivas soviético y en Latinoamérica. Puede que los trabajos estén influenciados y codificados de diversos modos por el sistema artístico occidental, el cual en sí mismo está convirtiéndose en global, pero las tradiciones y memorias inscritas serán invariablemente locales y ancladas en el espacio, motivando al espectador a comprometerse con ellas. El ocaso del modelo euronorteamericano que privilegiaba la última vanguardia, facilita la emergencia híbrida de tiempos y espacios diferentes en prácticas artísticas y en su recepción. Sin duda, la fractura geográfica y temporal del arte contemporáneo genera problemas de legibilidad cuando estos trabajos son expuestos en otros lugares con otras historias. El arte siempre ha interactuado benéficamente con formas de lectura, comentarios e interpretación, que llegan a ser generativos del diálogo entre el espectador y la obra. Leer en una cultura globalizada requiere nuevas habilidades y nuevos conocimientos; trabajos como los de Salcedo fomentan un diálogo más allá de las fronteras del arte occidental. Imagen 3. Unland orphans tunic detail. Escultura de la memoria en la obra de Doris Salcedo: Unland: The Orphan’s tunic 423 Pero aparte de las invariables historias específicas, localidades y memorias corpóreas que las obras exigen al espectador, la escultura de la memoria establece la necesidad de detener el ritmo, y demanda el reconocimiento de asuntos propios de la vida diaria. Como escultura insiste en la insuperable materialidad del mundo, tanto de objetos como de cuerpos. Sus inscripciones de tiempo y desplazamientos de espacio necesitan ser leídos pacientemente. Generalmente no se encuentran en la superficie del arte documental o explícitamente político. Esto complica la recepción. El observador tiene que apoyarse tanto en asociación, analogía, interiorización del trabajo como en explicaciones que pueden o no ser ofrecidas en títulos, catálogos y reseñas. En primera instancia los artistas querrán llegar a la imaginación del espectador a través del lenguaje de sus materiales, de lo sugestivo de las marcas, de los usos del espacio y la configuración. Si el trabajo es exitoso en cautivar la atención del espectador, si sugiere significado y al mismo tiempo se resiste al consumo fácil, si proporciona placer en su configuración estética sin negar una ganancia cognitiva, entonces está cumpliendo con su trabajo. La obra trabaja en contra de las estructuras de olvido en nuestro mundo contemporáneo, ya sea que dicho olvido esté impuesto por un Estado y su sistema de “desaparición” de personas (Salcedo), provocado por la transformación de una sociedad comunista anterior en la cual el recuerdo y el olvido público y privado aparecen con gran confusión (Balka o Kabakow), o simplemente producido por la obsolescencia planeada de objetos (¿y personas?) en el consumismo de nuestras sociedades occidentales. Dicho arte también desafía el drenaje del tiempo y el espacio en el hiperespacio. Alimenta la necesidad humana de vivir en estructuras de temporalidad extendidas y en espacios reconocidos, no importa cómo estén organizados. También enriquece al espectador al implicarnos en su lento trabajo sobre la indisoluble relación entre espacio, memoria y experiencia corporal. Luís Buñuel (1997: 10) dijo alguna vez: “Hay que empezar a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida”. El arte de Doris Salcedo y otros artistas trabajando sobre memoria y espacio en escultura e instalaciones nos ayuda a no olvidarlo, y al mismo tiempo a mirar de forma renovada la manera en que nosotros mismos negociamos el espacio y la memoria en nuestras vidas diarias. 424 Parte IV. Memorias colectivas Recordando el Holocausto: duelo y melancolía1 Frank Ankersmit E scribir acerca del Holocausto plantea sus propios problemas específicos. Por lo general, suele bastar con que el teórico respete la verdad y sea inteligente, aunque, como todos sabemos, eso, de por sí, ya es bastante difícil. Pero escribir acerca del Holocausto requiere tener, además de eso, el tacto y el talento para saber cuándo y cómo evitar las trampas de lo inapropiado. Toda discusión acerca del Holocausto corre el riesgo de terminar en un círculo vicioso en el que los malentendidos y la inmoralidad se estimulan y refuerzan mutuamente. Y sólo existe una categoría estética, que no es otra que la de lo apropiado, que puede permitirnos evitar los bloqueos a los cuales conduce de manera inevitable una investigación que sólo atiende a lo verdadero y lo éticamente bueno. Por lo tanto, cuando tenemos que confrontar el desafío más grande —la explicación del Holocausto— debemos apelar a la estética y no a las categorías de la verdad fáctica y de lo moralmente bueno. El reto último para la escritura de la historia y también para el historiador no es fáctico o ético, sino estético. Una gran parte de la reciente teoría de la historia se ha dedicado al problema del tacto y a dirimir cuál es la clase de discurso ‘apropiado’ para 1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 425 hablar del Holocausto (Ankersmit, 2001). El conflicto de opiniones sobre estas cuestiones se puede presentar de diferentes maneras. Sin embargo, en el contexto actual la mejor manera de mostrar ese problema es describirlo como un conflicto entre la ‘historia’, por un lado, y el ‘recuerdo’ o la ‘memoria’, por el otro. Esta cuestión se puede resumir de la manera siguiente. Algunos historiadores y teóricos, como Berel Lang, argumentan que se debería adoptar el “discurso de la historia” a la hora de hablar del Holocausto. Su argumento consiste en que el lenguaje objetivista y frío del historiador es el que mejor satisface los requisitos de la delicadeza y la propiedad del discurso, mientras que, por ejemplo, es inevitable que el lenguaje de los novelistas parezca una intrusión violenta y una autoafirmación en un mundo que debería permanecer inalterado. Por ello, sería la estética del lenguaje de los historiadores, y no la de los novelistas, la que permitiría ocuparse de la manera más respetuosa posible de las realidades del Holocausto. Sin embargo, otros piden que se abandone el discurso de la historia a favor del de la memoria, puesto que sólo este último lenguaje puede proporcionarnos la estética de la autenticidad que deberíamos usar cuando hablamos del Holocausto. Y, siguiendo a Shoshana Felman y Don Laub (1992), se podría seleccionar el lenguaje del testimonio por ser el lenguaje más apropiado dentro del dominio más amplio del lenguaje de la memoria. Ahora bien, ¿qué es lo que está en juego en este debate? La historia y el discurso de la historia tienen por finalidad describir y explicar el pasado, y eso es lo que principalmente esperamos que haga un historiador. Él cumple con ese fin, por lo general, mediante la reducción a lo que ya conocemos, de lo que inicialmente era extraño, raro e incomprensible en el pasado, es decir, haciéndonos ver aquello que es extraño en términos de lo que ya comprendemos. Ello hace que la escritura histórica sea esencialmente metafórica. Pensemos en el ejemplo del Iluminismo: todos estamos familiarizados con la realidad de una habitación que súbitamente se ve iluminada por una lámpara o una vela. Y con ello se nos invita a relacionar las realidades del pensamiento del siglo xviii con esa otra realidad de un modo significativo. Por ello, podemos afirmar 426 Parte IV. Memorias colectivas que la metáfora es el fundamento de la escritura histórica y la fuente de sus propiedades estéticas esenciales2. Sin embargo —y lo anterior nos lleva a la posición estética que aparece como alternativa— ¿es factible, o incluso posible, hacer lo que acabamos de describir en el caso del Holocausto? ¿Existe acaso una realidad a la cual podamos reducir el Holocausto y en términos de la cual podamos explicarlo? ¿Existe quizá un modelo bien conocido y bien establecido de comportamiento humano de cual podamos derivar el Holocausto? Es obvio que no. Cuando nos referimos a los crímenes nazis como “innombrables” o “impronunciables” deseamos expresar con esos adjetivos que no hay realidades o conceptos mediante los cuales estos crímenes se puedan describir o representar apropiadamente. El Holocausto nos lleva hacia “los límites de aquello que puede representarse” por el historiador, parafraseando el título de la importante antología editada por Saul Friedländer, dedicada a este tema. Por consiguiente, esa es la razón por la cual la conciencia estética de las elevadas exigencias de lo ‘apropiado’ ha convencido a algunos historiadores y teóricos de que se debería cambiar el discurso de la historia por el de la memoria, con el fin de explicar ‘apropiadamente’ el Holocausto. Su argumento es que la memoria está libre del elemento de la apropiación y de la posesión intelectual que es tan típico del lenguaje metafórico y reduccionista del historiador. La memoria hace referencia a la dirección de nuestra mirada en vez de inducirnos a identificar lo que vemos en esa dirección. Es típico que la forma más fuerte de la memoria, la nostalgia, se vea siempre acompañada de una conciencia intensa y dolorosa de la distancia insuperable que hay con el objeto del deseo nostálgico3. La memoria y la nostalgia siempre dotan a su objeto del aura de lo inalcanzable. Y es por ello que el discurso de la memoria respeta más esas realidades innombrables que asociamos con el Holocausto que lo que 2 3 Para el desarrollo de esta afirmación veáse The Dialectics of Narrativist Historism (Ankersmit, 2001: 123-148). Para una exposición de la nostalgia como una dimensión de la conciencia histórica contemporánea, véase mi libro Historia y Tropología. Ascenso y caída de la metáfora (2004). Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 427 lo hace el discurso del historiador. El discurso de la memoria reconoce que nunca podremos apropiarnos de esas realidades y que cada intento de hacerlo será ‘inapropiado’. En un ensayo muy penetrante, Jonathan Webber (1992: 3) asoció el Holocausto con un tel olam, un “término bíblico que designa un lugar cuyo pasado físico debería borrarse para siempre”. Ello quiere decir que el Holocausto debería permanecer para nosotros como un ‘lugar vacío’ por siempre, como un lugar que nunca podemos esperar poseer o ocupar en la práctica de la manera en la que el historiador espera apropiarse o terminar poseyendo el pasado con la ayuda de sus metáforas. El discurso de la memoria es ‘indexador’ y apunta o indexa el pasado, lo circunscribe, pero sin intentar penetrar en él. Viene a la memoria aquí la manera en la que el poeta holandés Armando presenta el Holocausto: no remite simple y directamente a las atrocidades cometidas en los campos de concentración, sino que incrimina al paisaje, a los árboles que rodean esos campos y a la tierra que ha sido testigo de estas atrocidades, y todas esas cosas se convierten, por lo tanto, en cómplices del crimen en cierto sentido (Van Alphen, 1993: 109-25). Aquí, el acceso al Holocausto es ‘indexical’ y metonímico en lugar de metafórico. La metonimia favorece la simple contigüidad, respeta todas las contingencias impredecibles de nuestros recuerdos y es, como tal, el opuesto mismo de la orgullosa apropiación metafórica de la realidad. La metáfora tiene la pretensión de ir directamente al centro del asunto, mientras que la metonimia simplemente nos hace movernos hacia aquello que ocurrió para que nos situemos junto a ello, y lo hagamos de manera continua, ad infinitum. La metonimia vincula una red de asociaciones que dependen de nuestras experiencias personales y de un conjunto de factores contingentes, en lugar de forzar que la realidad (pasada) encaje en las matrices de una apropiación metafórica de la realidad. Esa es la razón por la cual también la metonimia —y no la metáfora— es el discurso preeminente en el psicoanálisis. Porque en el psicoanálisis no nos referimos directamente a la esencia metafórica de nuestra mente, sino que reencontramos el camino hacia nuestra mente mediante el abandono de nosotros mismos al movimiento impredecible y casi browniano de la asociación. 428 Parte IV. Memorias colectivas La naturaleza esencialmente indexada de la memoria se expresa de forma más clara mediante los monumentos, donde la memoria se puede contrastar con la referencialidad de la historia. El monumento no nos dice algo acerca del pasado, de la manera en la que el texto histórico (metafórico) lo hace, sino que funciona como una señal (metonímica). En otros términos, el monumento funciona como un índice: nos exige mirar en una cierta dirección sin especificar qué es lo que en última instancia encontraremos mirando hacia allí. Es más, al conformarse con su mera indexabilidad, el monumento no sólo nos deja libres, sino que nos invita enérgicamente a proyectar nuestros propios sentimientos y asociaciones personales en esa parte del pasado que nos señala. El monumento acepta y respeta con generosidad todos nuestros sentimientos y asociaciones y no nos exige dividirlos entre aquellos que van directamente a la esencia del asunto (suponiendo que exista esa esencia) y aquellas que eluden esa pretensión. Ésa es la razón por la cual el monumento y la memoria difieren de manera tan evidente de la historia y del texto histórico escrito. Y es por ello también que la dimensión del monumento se explota de manera tan sutil e ingeniosa por el llamado antimonumento4. Este último se construye para desaparecer de la vista 4 James Young describió el primero de estos antimonumentos como sigue: “Inaugurado en 1986, este pilar de doce metros de alto y un metro cuadrado de base está construido en aluminio hueco, plateado, con una fina capa de plomo blando y oscuro. En una inscripción temporal cerca de su base se puede leer en alemán, francés, inglés, ruso, hebreo, árabe y turco (creando así su propia ciudadanía): ‘Invitamos a los ciudadanos de Harburg, y a los visitantes de la ciudad, a añadir aquí sus nombres a los nuestros. A medida que más nombres vayan cubriendo esta columna de plomo de doce metros, ella gradualmente se irá hundiendo en la tierra. Algún día desaparecerá completamente y el lugar donde se encuentra el monumento de Harburg estará vacío. Al final, frente a la injusticia sólo nos mostramos nosotros mismos’. En cada esquina inferior de la columna, atados por un cable de cierta longitud, hay lapiceros de acero con los que se pueden realizar inscripciones en el plomo blando. Cuando se termina de cubrir de inscripciones conmemorativas cada una de las secciones de metro y medio [en las que se divide la columna], el monumento va hundiéndose en la tierra, en una cámara tan profunda como la altura de la columna. Cuantos más visitantes participen de manera activa, más rápido cubrirán cada sección con sus nombres y antes desaparecerá el monumento. Después de ir descendiendo bajo la tierra durante cuatro o cinco años, no quedará nada sino la superficie Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 429 con el transcurso del tiempo, de manera que un simple espacio vacío, un tel olam, por así decirlo, nos recuerde que ahora sólo existe en nuestra memoria. De esta forma, el contramonumento nos exige sutilmente interiorizar su indexicalidad esencial. Ahora bien, los índices pueden adoptar muchas formas diferentes. No comparten las ambiciones del lenguaje, cuyo único fin es esconderse detrás de la realidad a la que se refiere, y, por consiguiente, sólo tiene idealmente una única forma: la del mundo que se describe en él. El monumento es, al final, una obra de arte y se le concede el mismo rango amplio de autorrepresentación que le otorgamos a la obra de arte. En consecuencia, el monumento puede ser cualquier cosa y pasar de una obra de arte que absorbe plenamente nuestra atención a costa de lo representado a ser el antimonumento que hemos discutido en el párrafo anterior y que desaparece por completo por su ambición de no ser nada más que un mero índice o señal. A la hora de considerar las muchas variedades que puede adoptar un monumento y las muchas formas distintas en las que puede funcionar como una señal que conduce hacia el pasado, no hay nada más instructivo que Yad Vashem, el monumento oficial de Israel dedicado a la memoria del Holocausto. Ya en 1942, cuando los primeros informes acerca del Holocausto llegaron a Israel, Mordechai Shenhavi, del kibbutz Mishmar Ha’emek, propuso conmemorar simultáneamente lo que llamó “la Shoah de la diáspora” y la participación de los luchadores judíos en los ejércitos aliados. Shenhavi también sugirió el nombre de Yad Vashem, que significa literalmente “un monumento y un nombre”. Ese nombre se inspira en el libro bíblico de Isaías, en el que Dios anuncia como recordará su pacto con el pueblo judío: “Tendrán, en mi casa y dentro de mis muros, un monumento y un hombre, en lugar de hijos e hijas. Les daré un nombre eterno que nunca podrá borrarse” (Young, 1993: 30)5. Todo aquello que Nora asociaría muchos años después con la noción de 5 430 superior del monumento, que se cubrirá con una lápida inscrita”. Véase Young en esta antología. Véase también información adicional acerca de Yad Vashem en la publicación de Holocaust Martyrs and Heroes Remembrance Authority. Parte IV. Memorias colectivas lieux de memorie se hallaba así presente en el nombre de Yad Vashem. Después de que el Knesset6 aprobara una ley formal en mayo de 1953, Yad Vashem se desarrolló sucesivamente y terminó siendo un elaborado complejo de monumentos que conmemoran todos ellos los crímenes innombrables cometidos por los nazis contra el pueblo judío. Hay varias cosas acerca de Yad Vashem que pueden sorprender al que lo visite por primera vez. En primer lugar, a diferencia de la llama eterna bajo el Arco del Triunfo en París, o de los monumentos a lo largo del National Mall en Washington, o de los monumentos a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial en Ámsterdam, Yad Vashem no está situado en el centro de la ciudad de Jerusalén, sino en sus afueras. Sean cuales sean las razones que en verdad hicieron que se localizara allí, hay algo profundamente simbólico acerca del lugar en el que se encuentra. Es como si en París, en Washington, en Ámsterdam y en otros muchos lugares sólo fuera el centro existente de la ciudad el que pudiera dotar exitosamente al monumento de la preeminencia que se supone que posee en el corazón de la nación, mientras que Yad Vashem no necesita el apoyo situacional: el corazón de la nación está en Yad Vashem y Yad Vashem crea un centro de duelo dondequiera que éste. Además, cuando se camina por los senderos y los monumentos de Yad Vashem, se pueden ver en la distancia, sobre las colinas dibujadas contra el cielo, como en uno de esos frescos casi surrealistas de Fray Angélico, las casas blancas del nuevo Jerusalén. Las afueras de Jerusalén, debido a su serenidad callada y a su refulgente blancura en contra del cielo azul, parecen convertirse en parte del propio monumento o incluso en una forma de completarlo profundamente pleno de sentido. Es como si una redención de los innombrables horrores del pasado que se recuerdan en Yad Vashem se expresase a través de la blancura muda y absorta de este nuevo Jerusalén. Aquí estamos lejos del viejo centro, tan cargado del pasado de los judíos, los cristianos y los musulmanes, y de todas esas luchas y sufrimiento humano que han teñido esos pasados. Aquí hemos llegado a un espacio que está realmente entre el cielo y la tierra, 6 (N. de T.) Parlamento israelí. Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 431 donde se podría construir una nueva ciudad de Dios. De esta forma, Yad Vashem parece absorber el silencioso paisaje que lo rodea dentro de sí y darle un significado. Pero hay algo más que incita a la reflexión. Una experiencia común entre aquellos que visitan Yad Vashem por primera vez es que se pierden una y otra vez en el lugar. Aunque el terreno en el cual está localizado Yad Vashem no supera las siete hectáreas, y aunque hay placas que indican claramente la localización de los diferentes monumentos, hay algo característicamente laberíntico en torno a todo el complejo. Es como si fuese renuente a la hora de mostrarnos los secretos traumáticos del pasado que allí se conmemora, como si esto secretos pudieran mostrarse sólo uno por uno al visitante para que así pueda darse cuenta mejor de su enormidad. Así, en cierto sentido, el laberinto de Yad Vashem parecería imitar los pormenores de dos mil años de historia judía y las situaciones confusas a las que ese pasado arrojó al pueblo judío. Los detalles de las instalaciones pueden también recordar al visitante los, en apariencia, inacabables viajes laberínticos que los judíos de Salónica, Francia y los Países Bajos tuvieron que hacer antes de llegar a su miserable destino. Y, por último, el camino errático que ha tenido que seguir el visitante le puede hacer recordar la paradoja de que el camino al crimen más grande en la historia humana puede permitirse ser uno tan tortuoso y oscuro, tan sumamente diferente de la vecina Vía Dolorosa (la que fue vista por los ojos del mundo y de la historia), y aún así alcanzar su destino con una precisión letal. Al seguir los caminos del laberinto de Yad Vashem, el visitante pasa delante de los numerosos monumentos que se han ido instalando allí, en realidad de una manera bastante casual, desde 1953. Como es lógico, la mayoría de ellos fueron diseñados originalmente para Yad Vashem, como los Soldados, luchadores del gueto y partisanos de Fink; el pilar de acero de 21 metros de alto realizado por Schwartz y dedicado al heroísmo de aquellos que se rebelaron en los campos y en los guetos; o el profundamente conmovedor Korczak y los hijos del gueto de Sakstier, que conmemora al profesor que no quiso abandonar a los hijos huérfanos de judíos a su cargo y prefirió morir con ellos en Treblinka. Otros 432 Parte IV. Memorias colectivas monumentos imitan a los erigidos en otros lugares, como el monumento de Nathan Rapoport, Levantamiento del Gueto de Varsovia, o la copia del monumento Huesos Secos, que Nandor Glid construyó para Dachau (Young, 1993: 66), un aterrador monumento en el que alambre de púas y los cuerpos retorcidos que gritan parecen haberse convertido los unos en una metamorfosis de los otros y cuyas formas esqueléticas resaltan enérgicamente contra un cielo en el que parecen fundirse gradualmente. Nos hace recordar las líneas del poema Todesfuge de Celan: er ruft streicht dunkler die Geigen dann steigt ihr als Rauch in die Luft dann habt ihr ein Grab in den Wolken da liegt man nicht eng grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí7. El visitante, que no está familiarizado con la experiencia de ver tantos monumentos diferentes uno al lado de otro, se siente sobrecogido y confundido por los sentimientos y asociaciones que provoca cada uno de ellos. ¿Por qué tantos monumentos?, se pregunta. ¿Por qué no hay algo que sea esencialmente exclusivo de cada monumento, en el sentido de que cada monumento sugiera una perspectiva o función como un prisma de aquello que conmemora? ¿No es sólo gracias a esa exclusividad delicada que el monumento puede desaparecer, mediante una lógica propia, detrás de aquello que conmemora y que puede conseguir en la realidad una resurrección de aquello que se recuerda en el lugar dejado por su ser evanescente? En otros términos, ¿la presencia de diversos monumentos acaso no nos invita a concentrarnos en el hecho de que todos son intentos por conmemorar algo, con el resultado de que sólo vemos formas de conmemorar el pasado en lugar de aquello que se conmemora? ¿Y ello no trae consigo el riesgo de hacer que el monumento se convierta 7 (N. de E.) El autor del ensayo usa la edición en alemán e inglés de los poemas de Paul Celan, traducida por Michael Hamburguer (Celan, 1995: 65). La traducción del español al alemán se toma de Valente (1995: 27). Agradezco a Monserrat Ordoñez (q.e.p.d.) la referencia. Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 433 en una especie de telón que nos separa del objeto de conmemoración en lugar de acercarnos a él? Sin embargo, una de las experiencias más extrañas que tiene el visitante de Yad Vashem es que evoca justo lo contrario. De hecho, la llama al soldado desconocido en París o el memorial de Londres a aquellos que cayeron durante la Primera Guerra Mundial tienden a convertirse en parte del mobiliario de estas ciudades. Esos monumentos ‘solitarios’ comenzarán a interactuar con sus entornos y a convertirse en un fetiche impotente sobre el cual podemos proyectar lo que queramos 8. De hecho, como la encarnación de la fusión de lo privado y lo público, de la historia de la nación y del ciudadano individual, pueden recordarles a la viuda o al huérfano, el marido o el padre que perdieron durante la guerra, pero también sirven por igual para recordarnos una joven pareja que un día soleado y cálido encontró por primera vez su sombra. Autores como Diderot y Musil ya sabían que los monumentos son, por así decirlo, seres bastante sociales a los que les gusta hablar con nosotros usando el lenguaje que utilizamos cotidianamente y que nos permite reducir el mundo a los límites de nuestras propias preocupaciones. Los monumentos están siempre dispuestos a abandonar lo que representan a cambio de participar en nuestra vida diaria. Sin embargo, Yad Vashem, mediante su inmensa multiplicación de monumentos, nos impide que lo domestiquemos. El número de monumentos y las diferencias entre ellos destacan su autonomía en relación con su entorno y con los demás monumentos en una especie de ‘intertextualidad’ monumentalista. Yad Vashem nunca se degrada a la condición penosa de convertirse en un simple escaparate de las distintas formas en las cuales puede recordarse el Holocausto. ¿Por qué ocurre eso? ¿Por qué las muchas formas diferentes en las cuales se recuerda este pasado y se representa allí no ocluyen ni oscurecen una realidad rememorada y representada? ¿Se debe al inmenso peso del pasado rememorado que siempre hace que cada una de sus representaciones se vea empequeñecida y que siempre acecha como una oscura 8 434 Como argumentó, Monumentos de Musil (1979). Parte IV. Memorias colectivas sombra por encima de cada representación que se hace del mismo? ¿A que cada uno de los monumentos es un testimonio de otro aspecto de los sufrimientos sin nombre y de los crímenes que conmemora? ¿Se debe a que el Holocausto siempre traspasa los límites de la representación? ¿O a que el Holocausto parece quedar por fuera de la historia narrable y representable, de manera que los monumentos que lo conmemoran se reducen a la condición de meros signos, como números o sílabas impotentes, incapaces de tener un significado y de ser algo más que una referencia pura y desnuda? Y, por lo tanto, ¿se podrá decir alguna vez que el monumento del Holocausto es una representación conmemorativa de ese acontecimiento porque ningún monumento podrá jamás añadirle ningún significado a la referencia pura y desnuda? ¿Es ese, entonces, el secreto de Yad Vashem? Hacerme estas preguntas me conduce en este momento al problema de cómo Yad Vashem puede ayudarnos a comprender la conmemoración del Holocausto. Con el propósito de hacer claras mis intenciones, quiero contrastar los dos monumentos más espectaculares de Yad Vashem: la Cripta del Recuerdo y el Memorial de los Niños. Con estos dos monumentos se pueden discernir el espectro completo que se extiende del significado a la pura referencia y la experiencia del referente vacío de significado a la que me he referido anteriormente. Comenzaré con la Cripta del Recuerdo, transcribiendo la descripción dada por James Young : Los paneles de madera del Ohel Yizkor —que significa literalmente la Cripta del Recuerdo— tienen inscritos los nombres de los 22 campos de concentración más grandes, en orden geográfico aproximado. En una esquina, justo debajo de una claraboya abierta al cielo, una llama eterna titila en frente a una lámina de bronce alabeada, que parece abrirse como los pétalos de una flor negra. La llama se ve bañada por el rayo de luz humeante que llega desde arriba y está justo detrás de una lápida blanca de granito que cubre un pozo en el que están depositadas las cenizas traídas de los campos de concentración […] Se podría considerar de una manera más exacta como un matzevah colectivo para víctimas desconocidas, como una cripta (Citado en Young, 1993: 254). Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 435 Esto es lo que hace que la Cripta del Recuerdo sea el monumento oficial del Estado de Israel a las víctimas del Holocausto y este es el sentido en el cual el monumento no es distinto de los monumentos erigidos en muchos países en honor de aquellos que han caído o la nación, aunque, sin duda, son los nombres de los campos los que separan efectivamente este monumento de sus compañeros en otros países. ¿Qué pudiera, siquiera remotamente, asemejarse a los horrores que asociamos con los nombres terribles de Sobibor, Treblinka, Majdanek, Chelmno, Stutthof y sobre todo Auschwitz-Birkenau? Hay nombres que tienen una resonancia tan grave y profunda en nuestras mentes que incluso tenemos dificultades para creer que remiten realmente a lugares que existen en nuestro planeta. Tan es así, que cuando vemos en el largometraje de Lanzmann, Shoah, las estaciones de tren con los nombres de lugares como Treblinka o Sobibor, tendemos a reaccionar al principio con el mismo escepticismo que manifestaríamos si alguien nos informase que exploradores han descubierto recientemente el infierno (o el cielo) en alguna parte remota del globo. Justamente es la clase de asociaciones que evocan estos nombres terribles la que permite que la Cripta del Recuerdo sea la clase de monumento que es y ello garantiza su ’efectividad’. El monumento, por así decirlo, moviliza todo aquello que hemos oído y sabemos acerca de los campos de concentración, acerca de lo que sufrieron seis millones de judíos, la mitad de ellos polacos y la otra mitad judíos étnicos, y lo que tantos prisioneros de muchas otras naciones sufrieron allí. Así, de nuevo, somos conscientes de las proporciones del crimen. De la misma manera que una lupa concentra la luz sobre aquello que enfoca, el monumento concentra nuestros sentimientos, asociaciones y conocimiento sobre el Holocausto en un momento de conciencia del Holocausto tan cercano a su contemporaneidad como sea posible. Eso es lo que hace de Cripta del Recuerdo la clase de monumento del Holocausto más adecuada para una generación que está todavía bastante cercana a él y para la cual el acontecimiento no se ha diluido en un pasado que contiene otros horrores (con frecuencia olvidados) como el genocidio de los aztecas y los indígenas americanos, la Guerra de los Treinta Años, el tráfico de esclavos 436 Parte IV. Memorias colectivas de los siglos xvii y xviii y todo lo que vino después de la Revolución Francesa. El monumento presupone que nuestras memorias, asociaciones y conocimiento están ya presentes de una forma u otra. Si no tuviéramos conocimiento del Holocausto, la Cripta del Recuerdo no sería para nosotros sino una mera lista de nombres extraños y ajenos. El Memorial de los Niños, que conmemora el millón y medio de niños judíos que fueron asesinados durante la guerra, es diferente y su contraste con la Cripta del Recuerdo puede ayudarnos a profundizar nuestra comprensión de la conmemoración del Holocausto. Permítaseme comenzar mi argumento con una breve descripción de los detalles relevantes del Memorial de los Niños. El monumento fue encargado por un superviviente del Holocausto, Abraham Spiegel, que hoy tiene la nacionalidad estadounidense, cuyo hijo Uziel pereció en Auschwitz. Fue diseñado por el arquitecto israelí Moshe Safdie. En el monumento se pueden distinguir tres niveles. En el primero, que queda fuera del edificio del mismo, hay unos 20 pilares de base cuadrada que van creciendo en altura, todos ellos con una terminación irregular en su parte superior. La intención del artista es, sin duda, aludir con ello a las vidas truncadas de los niños que fueron asesinados en los guetos y en los campos, mientras que la blancura de los pilares simboliza su inocencia. Esa alusión se ve reforzada de una manera muy ingeniosa por el hecho de que un plano inclinado conecta la parte superior de los pilares y ello parece expresar el hecho de que niños de diferentes edades fueron asesinados por el mismo cataclismo histórico. En el segundo nivel encontramos la sala de recepción del memorial, en donde podemos ver fotografías tridimensionales de los niños cuyo destino conmemora el memorial. Pero el verdadero corazón del monumento se encuentra en el tercer nivel. Desde la recepción, descendemos unos cuantos pasos y llegamos a un pasillo octogonal estrecho y oscuro, pero alto, que corre en torno a un pilar central también octogonal. Ambos lados del pasillo están recubiertos por espejos que se encuentran detrás de paneles de plexiglás. Cinco ner neshama, o velas votivas, son la única luz del sala; los espejos hacen que las velas se multipliquen infinitamente en galaxias de luz, detrás, delante, por encima y por debajo del visitante del monumento y, cada Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 437 uno de esos reflejos simboliza el alma de uno de los niños. Una música suave, que diríase más un quejido, puede oírse en el fondo mientras que una lista aparentemente sin fin de los nombres de los niños asesinados por los nazis se escucha en todas las lenguas europeas. El efecto es a un tiempo asombroso y profundamente conmovedor. A diferencia de la Cripta del Recuerdo, no necesitamos tener ningún conocimiento o recuerdos previos del Holocausto para que tengamos que enfrentar sus horrores y la dimensión inimaginable del crimen. Por lo tanto, este monumento no canaliza nuestras emociones y sentimientos ya existentes, sino que, en cierta forma, tiene éxito en crearlos. Construye o produce el componente en la clase de recuerdo del pasado que podemos asociar con la Cripta del Recuerdo. Expresándolo de una manera distinta, aunque más interesante, experimentamos el Memorial de los Niños y lo que conmemora, en lugar de que nuestra experiencia se vea organizada por el monumento, como ocurre en la Cripta del Recuerdo. El Memorial de los Niños termina, por así decirlo, comienza donde termina la Cripta del Recuerdo y, como argumentaré, es precisamente por ello que para las futuras generaciones el Memorial de los Niños es un monumento más adecuado del Holocausto que la Cripta del Recuerdo. Las ambivalencias de lo ‘kitsch’ Para una comprensión adecuada del Memorial de los Niños lo mejor será comenzar con una crítica a éste. En el New York Review of Books, Avishai Margalit (1988, noviembre: 23) tachó al memorial de ’kitsch’. Aunque sin duda no es así como yo los percibo, puedo imaginar no obstante que la acusación tenga sentido a los ojos de los propios supervivientes del Holocausto o al menos para algunos de ellos. Porque todo lo que ellos necesitan y pueden soportar, con justicia, es la mera referencia con tacto (metonímica o indexada) a sus experiencias (como ocurre con la Cripta del Recuerdo), en lugar de ver la memoria de sus experiencias contaminada por una experiencia esencialmente mediada, que sólo puede ser una caricatura de sus propios sufrimientos y que incluso puede considerarse como un intento por darle un significado a esos sufrimientos con los que 438 Parte IV. Memorias colectivas nunca podrá coincidir con lo que el Holocausto todavía significa para los supervivientes. Pero, y ese es mi argumento, esa es precisamente la razón por la cual el Memorial de los Niños es el monumento apropiado para aquellos que ya sea por el lugar o la fecha de nacimiento solo serán siempre espectadores del Holocausto, en contraste con aquellos que fueron sus víctimas. Mientras que el Holocausto en sí vincula a los supervivientes unos con otros mediante un nexo para siempre indisoluble, ese lazo sólo puede crearse en una generación posterior por un monumento como el Memorial de los Niños (aunque hay que admitir que será muchísimo más débil). Consideremos ahora cómo reaccionar frente a la acusación de Margalit de que el Memorial de los Niños es ‘kitsch’. Para responder a esa pregunta, me tomaré más en serio su acusación de lo que probablemente querría el autor y comenzaré analizando más detalladamente la noción de ‘kitsch’. De hecho, lo kitsch es una de las más interesantes categorías estéticas y está muy íntimamente relacionada con lo que, en un análisis último, es el contenido de cualquier experiencia artística y estética. Como veremos, una elaboración de esta idea puede eliminar gran parte del ácido en la condena que le hace Margalit. Inicialmente, asociamos el concepto de ’kitsch‘ a términos como ’vulgar’, ’banal‘, ’pretencioso‘, ’extravagante‘, ’pegajoso‘, ’exhibicionista‘, ’afectado‘, ’coqueto‘. Todos ellos son términos llamativos que tienen como común denominador la noción de ’inautenticidad’. Ahora bien, la ‘inautenticidad’ es una acusación peculiarmente paradójica dentro del mundo de la estética. Porque podríamos decir, con justificación, que todo arte, que toda representación estética de la realidad, es ‘no auténtica’, es decir, que es una copia falsa de la ‘cosa real’. Por ello, muchos filósofos, como Platón y Rousseau, han desconfiado profundamente del arte y defendido un “ocaso de la mentira (estética)”, parafraseando a Oscar Wilde. Y, en cierto sentido, esta crítica del arte es irrefutable, porque esa es una manera en la que puede concebirse el arte sin caer en ninguna inconsistencia. Se podría expresar de la siguiente manera. Supongamos que hubo un momento de la historia en que se creó la primera obra de arte y todo mundo era consciente de lo que estaba Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 439 ocurriendo. En esa etapa, todo el mundo debe haber visto la primera obra de arte como una copia esencialmente falsa del mundo real. Por lo tanto, en ese momento la realidad se convirtió en sí misma, durante un momento, en una obra de arte, mientras que la primera obra de arte era su imitación llamativa, banal, pretenciosa y “parecida a lo kitsch”. De ese modo, si nos remontamos al origen del arte, todo arte es inauténtico. Pero justo después de que se haya aceptado esta primera obra de arte, la realidad pierde su carácter estético, se convierte nuevamente en realidad, y la categoría de kitsch se reserva ahora para distinguir entre el buen y el mal arte, mientras que, aunque pueda parecer raro, el arte malo, el kitsch, se critica por ser aquello que todo arte es esencialmente. Por decirlo en pocas palabras, todo arte es en su origen kitsch en cierto grado, y lo que ahora llamamos kitsch nos recuerda ese origen y la naturaleza de todo arte. De una manera paradójica, esa verdad nos la presenta el fiero y radical ataque de Herman Broch (1977) a lo kitsch. Al respecto escribe: “La esencia de lo kitsch es la sustitución de una categoría ética por una estética; el kitsch no desea funcionar de una manera moralmente buena, sino agradar estéticamente; sólo está interesado en conseguir un efecto agradable”9. Y en otro lugar Broch (1977: 58) es incluso más explícito: “La diosa de la belleza en el arte es la diosa de lo kitsch”. En pocas palabras, es justo aquello que hay de estético en el arte lo que puede hacer que el arte sea kitsch. Por lo tanto, cuando ataca lo kitsch, Broch lo critica paradójicamente por aquello que, en su propia opinión, el arte es esencialmente en sí. Y esto puede ayudarnos a aclarar la relación entre la Cripta del Recuerdo y el Memorial de los Niños, y entre la clase de experiencias que los dos monumentos pueden evocar a los visitantes de Yad Vashem. Ahora podemos entender por qué algunos de los supervivientes del Holocausto verán el Memorial de los Niños como una manipulación kitsch de sus experiencias de los horrores de los campos. Preferirán la Cripta del 9 440 Esta es también la razón por la cual Broch identifica lo kitsch con das radikal Böse; de esta afirmación se deriva igualmente que el ne plus ultra del esteticismo debe ser también el ne plus ultra del mal (1977: 76) Parte IV. Memorias colectivas Recuerdo porque deja sus terribles memorias intactas y se abstiene de manipularlas. Pero puesto que todo arte se origina en esta manipulación de la realidad, tiene su propia razón de ser en dicha manipulación, y de esta forma puede representar una realidad para aquellos que no la han experimentado en la práctica, la acusación del superviviente de que el monumento es kitsch es una prueba de su ‘elocuencia’ como recordatorio del Holocausto para aquellos que pertenecen a generaciones anteriores y no lo han experimentado por sí mismos. Expresado en otros términos, si este momento supremo —como vimos en Broch— de la transición de la realidad al arte y a la representación de la realidad evoca en nosotros asociaciones súbitas con lo kitsch, la acusación de Margalit identifica el Memorial de los Niños como el monumento del Holocausto para aquellos que pueden sólo conocer el Holocausto a través de su representación. Por lo tanto, lo que el superviviente del Holocausto le objeta al Memorial de los Niños es justo lo que hará que una generación posterior se acerque más a ese acontecimiento. La necesidad del recuerdo neurótico Volvamos a Broch otra vez. Puesto que lo kitsch, al ser la esencia del arte depende del schönen Effekt, del efecto estético, Broch (1955: 295-309) concluye que lo kitsch es una forma neurótica de arte cuyo fin, como el de todas las neurosis, es la represión de la realidad. Y, de acuerdo con lo anterior, podríamos añadir que este argumento implica que todo arte, al ser una represión de la realidad, es esencialmente neurótico. Es obvio que esta asociación entre arte y neurosis forma parte del núcleo de la última teoría de la cultura y de la civilización humana que elaboró Freud, quien describe lo siguiente en Totem y Tabú: Las neurosis muestran por una parte concordancias llamativas y profundas con las grandes producciones sociales del arte, la religión y la filosofía, y por otra parte aparecen como unas deformaciones de ellas. Uno podría aventurar la afirmación de que una histeria es una caricatura de una creación artística; una neurosis obsesiva, de una religión; y un delirio paranoico, de un sistema filosófico (Freud, 1995t: 80). Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 441 Y el argumento de Freud es prácticamente igual al que formula Broch: el arte es una “ilusión”, un mero “efecto” estético, vacío por completo, incapaz de “inmiscuirse en el reino de la realidad” (Freud, 1995u: 148). Hay una “incongruencia” entre la realidad y el arte que es reflejo de otra incongruencia muy parecida entre la realidad y la percepción que el neurótico tiene de ella. Esta incongruencia puede definirse con más precisión si comparamos las especulaciones de Broch y Freud acerca del arte con una de las cuatro principales definiciones de lo bello que proporciona Kant en su Crítica del Juicio. Es muy bien conocida la definición que afirma que “lo bello está fundado en una finalidad puramente formal, es decir, en una finalidad sin fin” (Kant, 1924: 66). No será necesario ocuparse aquí de todos los tecnicismos acerca de lo que Kant llama el juicio subjetivo y reflexivo del gusto, puesto que la idea básica que está tras la definición es bastante clara. Supongamos que agarramos una rosa en nuestra mano y pensamos que esa cosa es hermosa. Pensamos que es hermosa, nos propone Kant, porque nos parece (subrayo el pronombre en primera persona) que todos sus componentes hubieran sido dispuestos con algún fin, aunque es obvio que no podríamos decir cuál. Porque ¿cuál es el fin de la rosa en sí, y no como un regalo a nuestro ser amado, por ejemplo? Por ello, podemos decir que la belleza reside en tener una finalidad, pero sin un fin. De hecho, la definición de Kant puede ayudarnos a aclarar cómo se debería concebir la neurosis que Broch y Freud asociaron con el arte y, de manera más específica, lo que podríamos asociar con la subcategoría concreta de obras de arte constituida por los monumentos y los memoriales. Porque aquí la dimensión de ‘incongruencia’ que se acaba de mencionar está presente de manera visible. Piénsese en la extraña relación entre el monumento o memorial y aquello que conmemora. ¿Qué es lo que una estructura de piedras, una llama, una columna de acero y otros objetos similares podrían tener que ver con la muerte cruel de millones de hombres jóvenes en una guerra o con el genocidio criminal de una nación entera? Si se nos pidiera dar ejemplos de objetos que encajen en la categoría kantiana, objetos que tuvieran una 442 Parte IV. Memorias colectivas finalidad pero sin un fin, ¿qué mejor ejemplo podríamos dar que el de los monumentos y los memoriales? En este momento, sin embargo, podría quererse plantear la objeción de que los monumentos y los recordatorios tienen todos ellos como propósito conmemorar los principales acontecimientos de nuestro pasado colectivo y que, por consiguiente, tienen “una finalidad con un fin”. Es obvio que, en un cierto sentido esta objeción es cierta, pero olvida una característica fundamental de los monumentos y recordatorios: que este propósito de conmemoración sólo se puede conseguir por la ausencia de fin del monumento. Precisamente sólo por que el monumento es un recipiente abierto a nuestras memorias y asociaciones puede funcionar como tal. El monumento debe, por expresarlo de alguna forma, crear y encarnar una ‘apertura’, un vacio cuasi sagrado en nuestro espacio público, con el objetivo de cumplir adecuadamente sus funciones. Y crea esta ‘apertura’ al encajar en la definición kantiana de arte como algo que tiene “una finalidad sin fin”. Porque, como señalamos hace un momento, es debido a esta incongruencia en relación con lo conmemorado que el monumento físico como tal, como le pasa a la bella rosa, no tiene finalidad: no nos da cobijo, no podemos vivir en él, no se puede usar para nada. Simplemente está ahí y su finalidad reside precisamente en carecer de cualquier fin. El ejemplo más asombroso de esta verdad es el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Se debe recordar que Auschwitz-Birkenau fue la maquina más mortal que el hombre haya creado nunca, y deja diminuta incluso a la bomba atómica en su capacidad de producir asesinatos dolosos. Pero si se elimina ese propósito, exactamente el mismo lugar, con sus edificios y resto de elementos, puede sufrir una metamorfosis y transformarse en un monumento al Holocausto. Estos edificios que perpetraron el Holocausto (o contribuyeron a que se perpetrase) son los edificios más mortales jamás levantados por un hombre, pero pueden, no obstante, convertirse en un monumento al Holocausto en el mismo momento en el que su fin se suprime. En la inmensurable distancia o diferencia que hay entre el campo de concentración con su fin original y sin él, se hace realidad el memorial por excelencia para Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 443 conmemorar el Holocausto. Porque es esta inmensurable diferencia la que transmite el Holocausto, lo simboliza y está cercana a ser una representación de él. Quiero defender que esta finalidad sin un fin y esta neurosis que debemos asociar con el monumento no son defectos del mismo, como se podría pensar, sino precisamente su justificación. Para expresarlo mediante una paradoja: puede haber acontecimientos de nuestro pasado colectivo que tal vez nunca jamás podamos asimilar, que podrían causar una enfermedad o neurosis perpetua y sin fin en nosotros. Hay aspectos de nuestro pasado de los que se puede decir con justificación que curarnos de ellos, permitir que el vacío que crearon en nuestra mente colectiva pueda ser nuevamente reclamado por la llamada vida normal, que podamos ser capaces de vivir con estos aspectos de nuevo, nos convertiría en personas cuyo futuro estará en peligro de repetir ese pasado desgraciado. Hay heridas que nunca deberían dejarnos de doler y, a veces, en la vida de una civilización, estar enfermos es mejor que tener salud. El duelo y la melancolía Otra vez comienzo haciendo referencia a Freud. En su ensayo Duelo y Melancolía, él distingue entre dos reacciones que podemos tener frente a la pérdida de una persona querida, o frente a la pérdida de abstracciones o ideales profundamente apreciados, como la libertad o del ideal del humanismo, por tomar un ejemplo propuesto por Rüsen 10. Una de esas reacciones se describe por Freud como ‘duelo’ o Trauer. Como destaca Freud, aunque el duelo puede causar desviaciones muy inquietantes del comportamiento normal, no se debería presumir que en ese comportamiento haya algo patológico que requiera la asistencia de un médico o psicólogo. El duelo es la forma fundamentalmente ‘sana’ de superar una gran pérdida, y debe hacerse énfasis en el verbo 10 444 Me refiero aquí a la conferencia dada por J. Rüsen para el Departamento de Historia de la Universidad de Groningen, el 24 de abril de 1995, titulada Duelo. Parte IV. Memorias colectivas ‘superar’. La pérdida acaba finalmente por aceptarse por quien hace duelo, aunque sea después de un periodo que a menudo es en extremo difícil, y eso le permite a la persona continuar con su vida intacta a pesar de la pérdida. Y es en ello en lo que un monumento como la Cripta del Recuerdo puede ayudar a los supervivientes del Holocausto: al ser como un lente, el memorial concentrará los recuerdos del Holocausto sobre cierto lugar de manera tal que, a través de su intensidad profunda, esos recuerdos puedan transformarse en el holocausto de la propia memoria, transformando así los recuerdos que representan una carga insoportable en el aire que respiramos y que nos da vida. “De hecho, una vez cumplido el trabajo del duelo —escribe Freud— el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido” (Freud, 1995k: 243). Por eso, la Cripta del Recuerdo es el memorial apropiado para aquellos que han sido testigos directos del Holocausto. La melancolía es diferente de todo lo anterior. Es una noción psicológica que rara vez aparece en los escritos de Freud, pero que tiene un pasado muy interesante que se remonta a los inicios de la civilización 11. Freud distingue en la melancolía dos elementos que son relevantes para esta discusión. En primer lugar, señala que, en la melancolía, la inversión libidinal en el objeto amado no se libera para que podamos invertirla en nuevos y diferentes objetos —como ocurre en el caso del duelo—, sino que se repliega sobre el yo. Y, continúa, “pero ahí no encontró un uso cualquiera [dentro del sujeto], sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado. La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien en lo sucesivo pudo ser juzgado por una instancia particular, como el objeto abandonado (Freud, 1995k: 246). Es como si la pérdida del objeto amado dejara una cicatriz psicológica en el yo y esa cicatriz se experimentara por el yo como una metamorfosis del objeto amado, con el resultado de que la pérdida se convierte, podríamos decir, en un componente real del yo que sólo se extingue, en última instancia, con el propio yo. De esta forma, la melancolía, a diferencia 11 Para una explicación excelente de la historia de la melancolía véase R. Kuhn (1976). Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 445 del duelo, produce una especie de estasis o estancamiento, una clase de enfermedad psicológica crónica, una neurosis permanente del yo para la cual no se puede pensar cura alguna. El segundo aspecto que Freud le atribuía la melancolía se relaciona muy de cerca con el anterior. “El melancólico nos muestra todavía algo que falta en el duelo: una extraordinaria rebaja en su sentido yoico {Ichgefühl}, un enorme empobrecimiento del yo […] Ha perdido el respeto por sí mismo y debe tener buenas razones para ello” (1995k: 243-245). Y Freud enfatiza que esta pérdida del yo, que toma normalmente la forma de un “desagrado moral con el propio yo” (1995k: 245), un desagrado moral del yo consigo mismo. Y la explicación dada por Freud no es menos interesante en este contexto. Argumenta que la persona melancólica tiene una conciencia permanente de haber fracasado irreparablemente en relación con el objeto amado que ha perdido. Así que si se toman ambos aspectos de la melancolía conjuntamente, lo que la melancolía supone es un sentimiento de culpa moral, un sentimiento que acaba siendo permanente puesto que en el yo reside una copia de la apertura o el vacío causado por la pérdida del objeto amado. En cierto sentido, esta apertura o vacío en nosotros mismos es la contraparte de la apertura o el vacío que crean el monumento y el memorial. Ello me lleva, por último, a la cuestión de cómo la explicación freudiana de la melancolía puede ayudarnos a explicar la clase de experiencia evocada por el Memorial de los Niños y más específicamente porque ésta es la clase de memorial del Holocausto que cumplirá mejor con la tarea de conmemorarlo para las futuras generaciones. En primer lugar, la experiencia evocada por ese monumento no es una experiencia del pasado (en el sentido de que quienes han experimentado directamente la destrucción de la judería europea pueden decir que tienen una experiencia del Holocausto o que han visto reactivadas sus experiencias por un monumento como la Cripta del Recuerdo), sino una experiencia acerca del pasado. Pero, como tal, la experiencia evocada por el memorial y por su capacidad particular de conmovernos profundamente puede conseguir el mayor grado de experiencia acerca de algo. Sin embargo, como todo arte que hace en la mimesis de la realidad, hay en la experiencia acerca de 446 Parte IV. Memorias colectivas algo inevitablemente un elemento de no realidad. La experiencia acerca de algo nunca puede ser la experiencia de la realidad que nos viene dada por la experiencia de algo. Por ello, el Memorial de los Niños no tiene relación con el duelo, el trauma y la asimilación del trauma a los que la Cripta del Recuerdo puede contribuir. La experiencia acerca de algo se nos presenta de la mano de la neurosis y de la melancolía en vez del trauma. A continuación, como el análisis de Freud de la melancolía nos ha dejado claro, los sentimientos evocados por la melancolía estimulan una conciencia vaga, pero persistente, de fracaso moral por nuestra parte en relación con el objeto de la memoria o de la conmemoración. Es precisamente eso lo que el memorial del Holocausto debe ser para las generaciones futuras. No debe buscar la superación del pasado ni la reconciliación con sus horrores. La memoria del Holocausto debe ser una enfermedad, un trastorno mental que nunca debemos dejar de sufrir y no sólo debido a los crímenes en sí que se cometieron contra los judíos, sino también porque el genocidio permanecerá para siempre como una posibilidad en la historia humana futura. Nunca debemos olvidar la paradoja de que los grandes crímenes siempre encuentran la menor de la resistencia, precisamente debido a que son los más exitosos a la hora de traspasar las barreras que hemos erigido a lo largo del tiempo contra la crueldad humana. Hasta cierto punto podemos impedir que ocurra aquello que podemos más o menos predecir, puesto que lo podemos incluir en nuestra lista de males potenciales que tenemos que evitar. ¿Pero quién podría haber previsto el Holocausto? Y justo porque no podemos prever los excesos de este orden es por lo que, dadas ciertas circunstancias, esos sucesos pueden ocurrir de un día para otro. Esa es la lección que podemos aprender de los escritos de Hannah Arendt, Berel Lang o Zygmunt Bauman. La sociedad moderna, la que nació como tal de la Revolución Francesa, tiene una afinidad natural con el crimen sin corazón, sin centro y sin autor: la clase de crimen que puede por esa misma razón trascender incluso la imaginación más depravada y sedienta de sangre. El peor de los estigmas de la historia humana no será más que un simple niño rabioso Recordando el Holocausto: duelo y melancolía 447 ante este crimen sin corazón. El recuerdo melancólico y neurótico del Holocausto puede y debe ayudarnos a prevenir que se vuelvan a desencadenar estas aterradoras potencialidades de la modernidad. Eso es lo que Auschwitz y Yad Vashem deben significar para nosotros. 448 Parte IV. Memorias colectivas Trauma histórico y subjetividad masculina1 Kaja Silverman […] si no hay virilidad que no sea consagrada por la castración, es un amante, castrado o un hombre muerto (o incluso los dos en uno el que se oculta para la mujer detrás del velo para solicitar allí su adoración. Jacques Lacan (2005: 712) E l largometraje narrativo predominante anima al espectador a que sustituya el objeto perdido con su ‘impresión de la realidad’ y con ello a que niegue la ausencia fenomenológica que ‘conoce’ muy bien. En consecuencia, el efecto-realidad del cine se deriva parcialmente de su intensidad perceptiva, es decir, de la primacía que le otorga al registro imaginario2. Sin embargo, ese efecto es también el resultado de una operación ideológica específica. El sonido y las imágenes de un largometraje sólo inducirán una creencia general en la medida en que pertenezcan “al modo privilegiado de representación mediante el cual se le ofrece a los miembros de una formación social una imagen concreta del consenso 1 2 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Para un estudio acerca de la relación del cine con el registro imaginario, véanse Metz (1979: 42-57); Baudry (1976: 104-28), y Rose (1976/77: 85-104). Trauma histórico y subjetividad masculina 449 social y con la cual [se les pide no sólo que] se identifiquen”, sino que, en la práctica, se identifican. En otras palabras, un texto cinematográfico satisface el deseo de realidad del espectador sólo si tanto el texto como el espectador habitan lo que Jacques Rancière (1977: 289) llama la misma “ficción dominante”. El falo representa o forma parte de esa ficción dominante, puesto que es en ella donde asume las propiedades de visibilidad, rigidez y verticalidad que cualifican de manera más apropiada al pene3. En otras palabras, es sólo dentro del acervo narrativo y representativo dominante de una cultura que “se desarrolla” el significante paternal en un órgano concreto y se convierte en un objeto disponible para el sujeto masculino como su imago. Puesto que dicho imago más que ser un reflejo de ese sujeto masculino refleja su imagen sobre el sujeto mismo, sólo podrá negar su castración en tanto no se dé cuenta del ‘marco’, es decir, sólo en tanto la ficción dominante sea el medio natural del sujeto. La pérdida de fe en esa ficción llevará también a la pérdida de fe en el falo y, por consiguiente, a una crisis de la subjetividad masculina. A diferencia de su contraparte freudiana, el psicoanálisis lacaniano siempre ha estado dispuesto a reconocer que la subjetividad masculina se funda en una carencia; a conceder que “lo que llamaríamos un hombre, el ser hablante masculino, desaparece en sentido estricto por efecto del discurso […] al ser inscrito dentro de éste únicamente como castración”4. Por desgracia, el psicoanálisis lacaniano neutraliza a continuación, con rapidez, las consecuencias radicales de esta desviación con respecto al paradigma freudiano y, al hacerlo así, refuerza la diferencia sexual y el orden simbólico existente. 3 4 450 En la significación del falo, Lacan (2005: 672) escribe: “El falo es el significante privilegiado de esa marca en la que la parte del logos se une al advenimiento del deseo. Puede decirse que ese significante es escogido como lo más sobresaliente de lo que puede captarse en lo real de la copulación sexual, a la vez que como el más simbólico en el sentido literal (tipográfico) de ese término, puesto que equivale allí a la cópula (lógica). Puede decirse también que es por su turgencia la imagen del flujo vital tal en cuanto pasa a la generación”. Jacques Lacan, Seminaire xviii, p. 4 (citado en Rose, Feminine Sexuality, p.44). Tomado de «L’envers de la psychanalyse»: Le Séminaire xviii, 1969-70. Parte IV. Memorias colectivas En ningún otro lado esa neutralización es más explícita que en una entrevista realizada por Hèléne Klibbe a Serge Leclaire, uno de los seguidores más ortodoxos de Lacan (al menos hasta mediados de los años setenta). Aunque el tema de la conversación es la homosexualidad, la entrevista se dedica casi exclusivamente al tópico de la castración, descrito como la base necesaria e inevitable para la subjetividad masculina y femenina. Sin embargo, lejos de oponerse a los papeles tradicionales que definen cada género, ese patrimonio común se ve negado al instante por la anatomía, que dicta una muy diferente relación del hombre y de la mujer con lo simbólico. Leclaire argumenta que debido a que el sujeto masculino posee un pene, se encuentra en una posición desde la que puede negar su castración y así aspirar al poder y el privilegio. Está en el lado “correcto” de lo simbólico, pero en el lado “equivocado” del conocimiento. El sujeto femenino, por otra parte, tiene una “prueba” visible de su castración y en consecuencia se aleja de lo que en última instancia no son sino fines ilusorios. Aunque está en el lado “equivocado” de lo simbólico, está en el lado “correcto” del conocimiento. La formulación de Leclaire se apoya todo el tiempo en una analogía teológica extendida, que recuerda en muchos sentidos la invocación que hace Lacan de Santa Teresa en Seminaire xx: Llamemos “dios” al falo. Es una vieja tradición. No hay por qué ver a “dios”. En sentido estricto, no se tiene ninguna imagen de él. “Dios” —el falo— es invisible. Por lo tanto, la relación con el falo se ve marcada por una relación no formalizada, una relación de exclusión. Al mismo tiempo, todo está en relación con el falo; todo está en relación con “dios”. Supongamos que hay un niño, Jesús, el hijo de Dios, que actúa como mediador. Ahora reemplacemos “el niño Jesús” con el pene, que resulta ser el representante más conveniente del falo. Debido a que el hombre tiene en su cuerpo una relación con su pene como el representante del falo, en síntesis, su inclinación natural le lleva a olvidar el hecho de que el falo (“dios”) es invisible, inconmensurable, innombrable. Pero la mujer no tiene a este representante en su cuerpo; por lo tanto, su relación con el falo es menos encubierta. La tentación de la mujer a olvidar el hecho de que el falo está ausente es menor. En consecuencia, las relaciones del hombre y de la mujer con respecto a la castración son profundamente diferentes. Me estoy refiriendo a Trauma histórico y subjetividad masculina 451 la castración como la relación con el falo, con lo Invisible, con un término innombrable. Usando el lenguaje lacaniano, diría que el falo es simultáneamente significante y objeto […] En toda la evolución de la mujer, no hay nada que se interponga como un velo entre el “dios” invisible, el falo, y la manera en la que ella habla. Para el hombre la posesión del pene, que está completamente investida de energía, actúa como un velo gracias al cual se niega el carácter fundamental de la castración. El hombre termina por creer que no ha sido castrado (Leclaire, 1979). Este pasaje se caracteriza por una contradicción interna importante. Su argumento se basa en la afirmación de que el falo no puede verse, agarrarse o nombrarse, en resumen, en que es irrepresentable. Sin embargo, el pene (que puede verse, agarrarse y nombrarse) se describe como “el representante más apropiado para el falo” y también como la encarnación o “hijo” de este último. La relación entre el falo y el pene está, por lo tanto, totalmente mitificada. Parece al mismo tiempo milagrosa (es decir, más allá de toda explicación racional o secular) y natural (es decir, existencial y lógicamente motivada). En cualquier caso, la relación parece escapar a la determinación social. Se nos dice simplemente que “así sucede”. Un rechazo parecido a admitir que el falo podría estar en algún sentido vinculado a la cultura es evidente en la afirmación de Leclaire de que “el hombre termina por creer que no ha sido castrado” (con la implicación que esta percepción es completamente espontánea) y también en su precipitada generalización de que “en toda la evolución de la mujer, no hay nada que se interponga como un velo entre el ‘dios’ invisible, el falo, y la manera en la que ella habla”. La diferencia sexual y el significante paternal se sitúan en un espacio que está más allá de la causación histórica o de la intervención política, en una especie de “tiempo sagrado”. La contundente metáfora teológica no sólo contribuye notablemente a este sentido de inmutabilidad, sino que ayuda a disimular las contradicciones del pasaje y a transformarlas en una paradoja. El análisis que hago aquí comparte con Lacan y Leclaire la presunción de que la subjetividad masculina está fundada en la castración. También comparte con esos dos teóricos la perspectiva de que la carencia de la cual reniega el sujeto masculino es, en última instancia, la suya propia. Sin 452 Parte IV. Memorias colectivas embargo, mi posición adopta un enfoque muy diferente con respecto a la relación entre el género y esa carencia: mientras que la pérdida del objeto y la subordinación a un orden simbólico preexistente pueden ser el ‘precio’ necesario que hay que pagar para entrar en el lenguaje, no existe ningún imperativo que dicte que la carencia se identifique exclusivamente con uno solo de los sexos. En absoluto, es inevitable que el sujeto masculino se construya a través de una serie de mecanismos de defensa calculados para protegerlo del conocimiento acerca de cuáles son los términos que le permiten participar del significado, ni tampoco que el sujeto femenino se constituya a través de su asimilación obligatoria de su propia castración y de la del sujeto masculino. Como observa Martin Thom, “tanto la castración simbólica como la fantasía del cuerpo fragmentado son universales en la experiencia humana, puesto que representan el hecho de haber nacido, de haberse incorporado, dentro de un mundo en el que existe el lenguaje. [Sin embargo], su articulación, la relación concreta del uno con el otro, diferirá dentro de cada formación social concreta” (Thom, 1981: 165). Lo que estoy intentando sugerir con todo esto es que el psicoanálisis lacaniano ha concentrado su atención en la experiencia universal de la castración simbólica en lugar de en las maneras (múltiples y variables) en las cuales se articula. Aunque nos enseña la lección de vital importancia de que el pene no es el falo, disminuye el valor de esa lección al definir ese término como “el significante destinado a designar en su conjunto los efectos del significado, en cuanto el significante los condiciona por su presencia de significante” (Lacan, 2005: 669-70). De esta forma, el psicoanálisis lacaniano desvía la atención crítica de las prácticas discursivas que sitúan al falo no sólo como el significante privilegiado dentro de nuestro orden cultural, sino como el significante del privilegio (su condición como indicador de un complejo de diferencias psíquicas, sociales, políticas y económicas). Lejos de pertenecer a una clase de “tiempo sagrado”, más allá de las vicisitudes de la historia y de las particularidades de las diferentes formaciones sociales, el falo es siempre el producto de las actividades de significación y de representación dominantes. Esas actividades son vulnerables a la interrupción y la transformación. En consecuencia, el falo nunca es más que Trauma histórico y subjetividad masculina 453 un destilado de los semas y valores privilegiados en un orden simbólico dado. De hecho, a menudo es menos que esa ‘visión’ colectiva, puesto que su significado y función pueden variar en cierta forma, incluso de un discurso a otro. Lo que hace que el falo parezca en cierto sentido ‘más grande’ y más ‘palpable’ es el apoyo constante que la ficción dominante le otorga a la representación de ese significante: la circulación interminable de una amplia variedad de imágenes y sonidos ideales paternos. Es también a través de esta producción de imágenes y sonidos que el pene “termina” por parecer “el representante más apropiado del falo”, puesto que esa producción audiovisual afirma una y otra vez la identidad de estos dos términos disyuntivos. De esta forma, no es que el sujeto masculino acabe simple y espontáneamente por creer que no está castrado. Esa creencia se introduce en él a través del flujo incesante de imágenes y sonidos paternales dentro de los cuales constantemente se le anima a que se “’encuentre’ a través de un desplazamiento que exterioriza hacia el sujeto femenino las pérdidas que le afligen y, por último, aunque no menos importante, a través de su subordinación a la ficción dominante, por medio de la cual la formación social que la construye coordina sus diversos discursos. Puesto que esta operación final requiere generalmente una serie de castraciones adicionales, la subjetividad masculina fálica se podría decir también que está predicada a partir de la renegación cultural masiva de la carencia sobre la cual se fundamenta. Cinema y crisis social El cine clásico es vital en la construcción de esta subjetividad. No sólo provee una gran cantidad de representaciones paternales, sino que estructura las proyecciones que son tan necesarias para el sentido de potencia personal del sujeto masculino. Sus imágenes, sonidos y estructuras narrativas se extraen de la reserva ideológica de la ficción dominante y sus mecanismos de sutura actúan para introducir al sujeto espectador en esa ficción e inspirarle confianza en su capacidad para resolver el conflicto y neutralizar la oposición. Esta confianza es un prerrequisito tanto para la 454 Parte IV. Memorias colectivas identificación del sujeto masculino con el falo como para la renegación del sujeto femenino de la carencia masculina. Perder la fe en la ficción dominante no sólo conduce por lo general a una pérdida de fe en la capacidad masculina, sino que el espectáculo de la castración masculina puede llevar sin mayores problemas a un cuestionamiento destructivo de la ficción dominante. La subjetividad masculina es una especie de punto de quiebre, en el que se combinan muchas veces la crisis social y el conflicto violento en su expresión más radical. Durante períodos de crisis, el largometraje narrativo clásico, escenario privilegiado para revelar, a través de la disolución de las diferencias sexuales, la carencia o impotencia masculina, permite detectar rupturas importantes entre la ficción dominante y la formación social más general. Varios largometrajes realizados en Hollywood entre 1944 y 1947 son una muestra poco usual de las castraciones mediante las cuales el sujeto masculino se constituye y las presentan con un candor poco habitual (el terrible precio de entrada al orden simbólico y luego las pérdidas que sufre dentro de ese orden). Los largometrajes El orgullo de los marines, Salve, héroe victorioso, La feria de la vida, Encantos de juventud, Días sin huella, La culpa de Janet Ames, Recuerda, ¡Qué bello es vivir!, Gilda y Los mejores años de nuestras vidas dramatizan, todos ellos, el colapso temporal de los mecanismos a través de los cuales el sujeto femenino se ve ‘normalmente’ obligado a aceptar la carencia masculina5. De hecho, muchos de estos largometrajes atribuyen a un personaje femenino el control narrativo y escópico que usualmente son atributos del personaje masculino. Como subrayó un espectador contemporáneo: “La primera cosa que debe observarse acerca de estos largometrajes es que la expresión descriptiva —el chico consigue a la chica— no tiene ya validez”. En Días sin huella es la heroína, y no el héroe, quien besa; en Recuerda es ella quien entra en la habitación de él en medio de la noche; en El orgullo de los marines, cuando las cartas y las llamadas telefónicas no tienen ningún éxito, la heroína invade el hogar ’físico‘ del héroe, y allí, aún frente a su 5 Véase mi trabajo Lost Objects and Mistaken Subjects: Film Theory’s Structuring Lack (1985: 14-29). Una versión más completa de ese artículo se incluye en The Acoustic Mirror: The Female Voice in Psychoanalysis and Cinema (Silverman, 1988). Trauma histórico y subjetividad masculina 455 desesperado “¡Sácame de aquí!”, le insiste al hombre en que deben casarse (Deming, 1969: 39-40)6. Estos largometrajes también se caracterizan por una pérdida de fe en lo familiar y en lo autoevidente. El héroe ya no se siente en casa, en el hogar o pueblo donde creció, y se resiste a la (re)asimilación cultural. Se le ha separado de las narrativas y posiciones del sujeto que constituyen la ficción dominante y sólo regresa a la fuerza a esas narrativas y posiciones del sujeto. Es incapaz de alinearse con el falo porque ya no es capaz de creer en lo vraisemblable o verosímil. En varios casos, la revelación de la carencia masculina se muestra como un síntoma de una crisis histórica mayor. Cartas a mi amada, El orgullo de los marines, Salve, héroe victorioso, Días sin huella, Los mejores años de nuestras vidas y La culpa de Janet Ames identifican todos con claridad esa crisis de la Segunda Guerra Mundial y la posguerra. En cada caso, el héroe regresa de la guerra con una herida física o psíquica que le hace incapaz de funcionar adecuadamente en su vida civil. Volveré dentro de un momento a ocuparme del que, tal vez, sea el más interesante de estos largometrajes. Es aquel que se concentra obsesiva, y a veces eróticamente, en la castración psíquica y social de sus tres protagonistas masculinos y que se niega obstinadamente a suspender la incredulidad frente a la ficción dominante o sus representaciones fálicas, e insiste en que las formulaciones ideológicas de los Estados Unidos anteriores a la guerra son incapaces de resolver las contradicciones de la posguerra en ese país y, en consecuencia, de ocultar la carencia masculina. Ese largometraje es Los mejores años de nuestras vidas (1946) de William Wyler. Antes de ello, quisiera aclarar el modelo teórico que uso para explicar la relación entre la película y su ‘momento’ histórico. Formaciones sociales, ficciones dominantes e historia El análisis textual que desarrollaré a continuación se apoyará firmemente en tres categorías teóricas generales: formación social, ficción dominante 6 456 La primera versión de este libro se terminó en 1950, aunque sólo se publicó diecinueve años más tarde. Parte IV. Memorias colectivas e historia. La primera de estas categorías se comprenderá como el “nexo complejo, sobredeterminado y contradictorio de las prácticas discursivas, en las cuales el sujeto humano se constituye y vive en una relación de interioridad absoluta” 7. La formación social es un nexo que incluye no sólo el lenguaje, la literatura, el cine, los discursos ‘académicos’, las ciencias sociales, el derecho y la política, sino toda actividad e intercambios sociales. Lejos de hacerse coherente en torno a un único modo de producción, como ocurre en última instancia en el paradigma althusseriano8, la formación social designará aquí la totalidad no unificada de las prácticas discursivas dentro de las cuales y a través de las cuales los sujetos que constituyen un determinado socius conducen sus existencias materiales. La segunda de mis categorías, la de ficción dominante, no se opone aquí ni a una realidad recuperable en última instancia, ni a la condición de conciencia ‘verdadera’. El término ‘ficción’ subraya lo construido y no tanto los fundamentos ilusorios de la realidad, mientras que ‘dominante’ separa del conjunto total de imágenes, sonidos y elaboraciones narrativas de una cultura aquellos elementos a través de los cuales se establece un consenso, que median entre los discursos contradictorios que existen en una formación social y que permiten la identificación del grupo y sus deseos colectivos. Por lo tanto, una ficción dominante es algo más que un conjunto de posibilidades de representación y narrativas para articular el consenso. Es también una estructura libidinal o un “mecanismo para preparar tal texto para ulteriores invasiones ideológicas” ( Jameson, 1989: 7 8 Como Rose & ál. (1977: 46) continúan explicando en su síntesis de la situación actual: “No se contempla ninguna región o ningún nivel de la formación social que quede por fuera de las prácticas discursivas que conforman las actividades materiales de los sujetos humanos concretos […]”. Paul Hirst (1979: 50) argumenta que debido a que Althusser describe las estructuras estatales ideológicas (eei) como estructuras del Estado, “estas resultan unificadas, a pesar de su diversidad aparente y necesaria, por la función y por el hecho de que todas ellas representan la ideología de la clase dominante. La unidad de las eei es, por lo tanto, la unidad de su función y del fundamento de su función, la ideología de la clase dominante y la clase dominante. El Estado en el análisis de Althusser puede, por lo tanto, considerarse como unificado por la función del mantenimiento de la sociedad de clases”. Trauma histórico y subjetividad masculina 457 25); inversiones que son tan vitales como el trabajo o el intercambio de bienes para el mantenimiento de la formación social. Puesto que la pluralidad de discursos que constituye una formación social se integra sólo dentro de la ficción dominante, las formaciones sociales dependen de las ficciones dominantes para su sentido de identidad y unidad. Una ficción dominante se alimenta de lo que Ernesto Laclau llama una “voluntad de «totalidad»”; es el mecanismo mediante el cual una sociedad “intenta instituirse a sí misma como tal sobre la base de la clausura, de la fijación del significado, del no reconocimiento del juego infinito de diferencias” (Laclau, 1983: 24). Una formación social concreta será sólo capaz de mantenerse contra la presión antagonista de los estímulos externos en tanto la ficción dominante tenga los recursos libidinales adecuados y sea capaz de determinar la distribución de esos recursos. Aunque ningún campo de la formación social escapa al discurso, esa formación se encuentra bajo el acoso constante de aquello que permanece por fuera del discurso: de lo biológico, de lo ecológico y de lo que aquí vamos a entender por ‘historia’. Fredric Jameson, en un cierto punto de su libro Documentos de cultura, documentos de barbarie, describe la historia como aquello que “hiere”, como aquello “que rechaza el deseo e impone límites inexorables a la praxis tanto individual como colectiva, que sus ‘astucias’ convierten en desoladoras e irónicas inversiones de su intención declarada” (1989: 82). Siguiendo la ruta bastante poco ortodoxa de Jameson, definiré la historia como una fuerza capaz de abrir una brecha en el tejido de la ficción dominante y alterar así su economía interna. En resumen, la identificaré con el trauma. Los intentos de Freud de explicar el comportamiento de aquellos que padecen traumas de guerra le llevaron en Más allá del principio placer a una formulación escandalosamente fisiológica de la psique humana. Esa formulación puede que le plantee al psicoanálisis más problemas de los que soluciona, pero demuestra ser especialmente útil como modelo para conceptualizar la relación entre historia y ficción dominante. Lo adecuado de esa formulación se justificaría no sólo por los parecidos temáticos que vinculan el análisis que realizo aquí con la elaboración en Más allá del principio placer, sino también por su con- 458 Parte IV. Memorias colectivas vergencia teórica, es decir, por su presunción común de que el trauma se puede comprender mejor como la ruptura de un orden que aspira a la clausura y al equilibrio sistémico, ruptura que se produce por una fuerza dirigida hacia la alteración y la desintegración. Al igual que la psique descrita por Freud, la formación social desarrolla un “escudo protector” mediante el cual se protege contra los estímulos externos. En otros términos, construye una ficción dominante. Este escudo protector o ficción dominante articula los deseos del socius. En la medida en que los sujetos individuales accedan a esos deseos invirtiendo en las representaciones y narrativas correspondientes, la ficción dominante —como el escudo protector de la formulación freudiana— cuenta con “reserva energética propia” y de esa forma consigue “preservarlas del influjo nivelador, y por tanto destructivo, de las energías hipergrandes que laboran fuera” (Freud, 1995ñ: 27). Esos efectos tienden a compensar esas energías y, por tanto, evitan su destrucción. En otras palabras, la ficción dominante mantiene su economía libidinal intacta. El escudo protector o ficción dominante también estructura la percepción sensorial, y convierte la visión y el oído en estructuras “para la recepción de estímulos” (Freud, 1995ñ: 27). Subordina el ojo y el oído a un régimen escópico y de auditorio específico, que determina lo que puede ser visto y oído, y también la función más general a la que contribuirán esas actividades. La ficción dominante aísla, pues, los órganos sensoriales de las cantidades excesivas de estímulos y de las “clases inadecuadas” de éstos. Lo hace en parte mediante la puesta en marcha de mecanismos de defensa como la proyección, la renegación y el fetichismo. Sin embargo, la ficción dominante es impotente para proteger al sujeto individual o a la formación social contra cualquier estímulo que sea lo suficientemente fuerte para penetrar sus defensas e interrumpir su economía libidinal. La historia quiebra periódicamente esa ficción dominante, como también lo hace el terror que quebranta el escudo protector descrito por Freud. Cuando ello ocurre, la formación social y sus sujetos se ven desbordados por excitaciones que no se pueden ignorar o asimilar, y que conducen a un displacer profundo. Trauma histórico y subjetividad masculina 459 Freud asocia las situaciones de esta tipo con el trauma: “Llamemos traumáticas a las excitaciones externas que poseen fuerza suficiente para perforar la protección antiestímulo”. Creo que el concepto de trauma pide esa referencia a un apartamiento de los estímulos que de ordinario resulta eficaz. Un suceso como el trauma externo provocará, sin ninguna duda, una perturbación enorme a la economía {Betrieb} energética del organismo y pondrá en acción todos los medio de defensa. Pero en un primer momento el principio de placer quedará abolido. Ya no podrá impedirse que el aparato anímico resulte anegado por grandes volúmenes de estímulo; entonces, la tarea planteada es más bien esta otra: “dominar el estímulo, ligar psíquicamente los volúmenes de estímulo que penetraron violentamente a fin de conducirlos, después, a su tramitación” (Freud, 1995ñ: 29). El verbo ‘ligar’ tiene naturalmente un sentido muy específico en los escritos de Freud. Se refiere al proceso por el cual las memorias que están caracterizadas por un alto nivel de intensidad afectiva y sensorial terminan sometidas al control lingüístico. Es el proceso por el cual esas memorias se ligan a significantes y, en consecuencia, a un significado. Los recuerdos en cuestión se transforman totalmente por esta operación de ligazón9: de hecho, podría ser más preciso decir que otra cosa ocupa el lugar de los vestigios mnemónicos originales y alucinatorios. Esa “otra cosa” es un significado o, más bien, un grupo de significados potenciales. Entre el recuerdo profundamente afectivo y sensorial y el significado hay un instante de completa discontinuidad: el instante en el cual el significante interviene. Sin embargo, la historia (al menos la que caracteriza Documentos de cultura, documentos de barbarie y el análisis que estamos haciendo) no puede ligarse. Siempre está ausente y es irrepresentable al mismo tiempo. Lo que puede ponerse bajo control lingüístico es el trauma que genera dentro de los sistemas establecidos de representación y significación y que los sujetos que dependen de esos sistemas para su sentido de identidad experimentan. La historia se hace sentir a través de las crisis que crea y los cambios que ‘inspira’ en la ficción dominante y en la formación social. Esas crisis y cambios terminan en última instancia dominados por 9 460 Para una discusión más completa sobre la ligazón, véase Laplanche (1973). Parte IV. Memorias colectivas las mismas articulaciones que las hicieron en primer lugar disponibles al pensamiento. En otras palabras, la historia es accesible sólo a través de los textos, cuya organización misma rechaza. Se trasmite al dominio cultural a través de la operación del significante, es decir, mediante el elemento cuyo funcionamiento más amenaza. Y es precisamente porque la historia amenaza la significación que se siente aquí su fuerza de una manera tan palpable. Esa fuerza altera el equilibrio de la ficción dominante, generando irregularidades temporales e incluso, en ocasiones, un cambio radical dentro de la práctica textual. Es en el nivel de estas irregularidades y cambios, como sugiere Jameson, que deberíamos buscar los vestigios de esa ficción dominante, puesto que es “la desviación del texto individual respecto de alguna estructura narrativa más profunda [la que] dirige nuestra atención hacia aquellos cambios determinados en la situación histórica que bloquean una manifestación o réplica completa de la estructura” (1989: 117). Masculinidades traumatizadas en la posguerra En la película de Los mejores años de nuestras vidas la historia es sinónimo de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, ese acontecimiento en ningún momento se representa de manera directa, sino que sólo se puede ver por sus efectos posteriores: los miembros mutilados, el alcoholismo, las pesadillas recurrentes, el desempleo, las mujeres fatales que rompen hogares, los pilotos de bombarderos incapacitados y la claustrofobia de la vida en una pequeña ciudad; circunstancias todas ellas a las que el largometraje otorga un lugar privilegiado. Los mejores años de nuestras vidas también se aparta conscientemente de lo que por aquel entonces eran las estrategias formales convencionales del cine de Hollywood. Por último, no hace ningún esfuerzo por alinear la subjetividad masculina con los valores fálicos. En lugar de ello, el largometraje identifica sus principales caracteres masculinos con deshechos, con lo que no puede ser absorbido por la ficción dominante. Se caracteriza por lo que Siegfried Kracauer (1948, June: 572) llamó “la fatiga ideológica”: una pérdida de creencia en la familia, en la vida de la pequeña ciudad y en la capacidad del sujeto masculino. Kracauer señala que: Trauma histórico y subjetividad masculina 461 Los personajes de esa clase pocas veces se han visto antes en la pantalla. Ofuscados, a merced del viento, embotados incluso cuando hacen el amor, vagan de un lugar a otro en una confusión cercana al estupor […] Es como si esos inocentes hubieran sido arrastrados fuera de su universo encantado y tuvieran que enfrentarse al mundo tal y como es realmente; a un mundo que no es receptivo en absoluto a sus ingenuos sueños y esperanzas. El personaje del soldado que ha cumplido con su servicio militar y deja el ejército nos certifica que ahora sólo son individuos corrientes, aturdidos por el shock de tener que reajustarse a la vida civil (Kracauer, 1948, June: 572). Los mejores años de nuestras vidas es uno de los largometrajes mediante los cuales teórico del cine André Bazin elabora su sueño realista. Hasta un cierto punto, los argumentos que Bazin defiende en el caso de Wyler se parecen también a los que presenta cuando nos habla de Vittorio De Sica. En el ensayo sobre Los mejores años de nuestras vidas, como en su trabajo sobre El ladrón de bicicletas, alaba lo que podría llamarse la ‘autenticidad’ del acontecimiento profílmico (Bazin, 1966)10. Sin embargo, mientras que Bazin atribuye el realismo del largometraje de De Sica a su reflejo transparente del acontecimiento profílmico, el realismo de la película de Wyler lo atribuye a las dificultades técnicas que crea el acontecimiento, es decir, a los problemas operativos planteados por el uso de un estudio de grabación completo y a tamaño real, y de un maquillaje no teatral: En una distribución de los valores presentes de forma concéntrica, citaré primero el realismo del decorado, construido en dimensiones reales y en su totalidad (lo que sospecho que complicaría el rodaje puesto que sería necesario elevar las “secciones” para darle a la cámara la perspectiva adecuada). El vestuario de los actores era exactamente el mismo que sus personajes habrían vestido en la vida real y sus caras no estaban más maquilladas que las que pueden verse en cualquier ciudad. Sin duda, esta atención escrupulosa, casi supersticiosa, a ser fiel a lo cotidiano es sin duda rara en Hollywood, pero su verdadera importancia reside no tanto en su tangible fuerza de convicción para el espectador, sino en las alteraciones que debe haber introducido de forma inevitable en la puesta en escena: la iluminación, el ángulo de la cámara, la dirección de los actores (Bazin, 1957: 156). 10 462 (N.de E.) El espacio profílmico corresponde a todo lo que se ha dispuesto para la grabación. Concepto acuñado durante los años cincuenta del siglo xx. Parte IV. Memorias colectivas Bazin hace equivalentes así el realismo de Los mejores años de nuestras vidas con sus cualidades traumáticas, con sus desviaciones de una práctica cinematográfica que no es ya capaz de conseguir convencernos con sus representaciones después de las convulsiones de los años cuarenta. No sólo la ruptura del largometraje con las convenciones formales de Hollywood estuvo motivada por esas convulsiones, sino que a través de ellas se hace posible una “interpretación de esa inundación, de ese ciclón de realidades que [la guerra] había liberado sobre el mundo” (Bazin, 1957: 155). Wyler establece también una conexión íntima entre la historia y la estructura de la película. De hecho, destaca no sólo que “la película fue producto de ese periodo y fue el resultado de las fuerzas sociales que estaban produciéndose cuando terminó la guerra”, sino también que fue “escrita por los acontecimientos” (1977: 104), es decir, que su enunciación estuvo coaccionada por un estímulo externo. Igual que Bazin, Wyler distingue categóricamente aquí entre su propio largometraje y el cine convencional de Hollywood. Para aquellos que han visto los cadáveres en Dachau —escribe Wyler—, Hollywood parece no sólo “aislada de las principales corrientes de nuestro tiempo”, sino “a gran distancia del mundo” (1977: 116). La fuerza de los acontecimientos que frenaron la ‘escritura’ de Los mejores años de nuestras vidas se manifiesta en parte a través de las señales formales (el foco lejano, los planos largos) que diferencian este trabajo de la mayoría de los largometrajes del periodo. También se manifiesta en el fin realista de la película, mediante su deseo por conectar al espectador con “las principales corrientes de nuestro tiempo”. Por último, la historia se deja sentir a través de la desmitificación sistemática de los “paradigmas narrativos preexistentes, tradicionales o sagrados, que han sido heredados”. Jameson (1981: 122) asocia esa desmitificación con la “representación realista” (me apresuro a añadir que no es mi intención valorar el realismo o imputarle algún valor de verdad. Ni tampoco es mi intención privilegiar los planos largos o el foco profundo como algo capaz de ofrecer ‘más’ que la clásica edición de un largometraje o un enfoque convencional. Su valor histórico reside meramente en su desviación de una norma establecida). Los paradigmas narrativos heredados que Los mejores años de nuestras vidas desmitifica de manera más sistemática son aquellos que sirven Trauma histórico y subjetividad masculina 463 para construir el sujeto masculino apropiado. Lejos de obligar al sujeto femenino a que exponga su propia carencia a la mirada de su contraparte sexual, le pide repetidamente a la mujer que acepte la carencia del hombre, a que reconozca y asuma la castración masculina. De esa forma, reordena radicalmente la economía libidinal del cine clásico, en donde los deseos del espectador se organizan en torno al masoquismo de las mujeres y la magnanimidad de los hombres11. Como he sugerido antes, en varias otras películas de este periodo se invierte también el paradigma clásico, pero ello se justifica en última instancia por la restauración física, psíquica o social del sujeto masculino herido (incluso El orgullo de los marines, que es inusualmente brutal acerca de la ceguera de su héroe, muestra cómo él empieza a recobrar la visión hacia el final). Sin embargo, Los mejores años de nuestras vidas no ofrece una resolución fácil como esa, ni tampoco explica su desviación de la ortodoxia de género prometiendo que la caricia sanadora del sujeto femenino restaurará el sujeto masculino herido a su antigua potencia. En lugar de ello, atribuye a una descomposición ideológica la alienación social y psíquica del veterano que vuelve a casa; una descomposición que se muestra causada en parte por la exposición masiva de la población masculina a la muerte y la disolución (es decir, a esa fuerza que amenaza todas las formas de coherencia cultural) y en parte a las contradicciones sociales de los Estados Unidos en la posguerra. El primero de los muchos traumas escópicos que aparece regularmente en Los mejores años de nuestras vidas ocurre en un aeropuerto militar en el que Al (Fredric March), Homer (Harold Russell) y Fred (Dana Andrews) esperan el vuelo en el que van a regresar a Boone City. Homer muestra sus ganchos, que hasta ese momento había ocultado, cuando él y Fred se acercan al mostrador para firmar la lista de pasajeros. Fred y la azafata de tierra entrecruzan una mirada de asombro a través de las prótesis metálicas. Homer expone sus ganchos otra vez cuando está a bordo del avión, al ofrecerle cigarrillos y lumbre a Al y Fred. Esta vez las 11 464 Andrew Tyndall propuso esta formulación del cine clásico en el contexto de un debate general en la conferencia Cinema Histories/Cinema Practices, patrocinada por la Universidad de Wisconsin-Milwaukee en 1982. Parte IV. Memorias colectivas reacciones son mucho más moderadas, pero Homer comienza a hablar casi inmediatamente de lo que significará volver a ver a su familia y su novia (Cathy O’Donnell) sin sus manos. “No saben qué aspecto tienen estos [ganchos]” —expresa con preocupación. “Te irá bien; espera y verás” —responde Al, con falsa seguridad. “Si… espera y verás —responde Homer amargamente—. Wilma es sólo una niña. Nunca ha visto nada parecido a estos ganchos”. Aquí Homer articula la temática de su amputación, la temática de la diferencia intolerable, accesible a la vista, que coloca a su portador como el otro y también como un ser inferior, y que le confiere al espectador un conocimiento no deseado. Sus ganchos tienen una función muy similar a la que tienen los genitales femeninos dentro de la explicación de Freud de la renegación12; ellos también son testigos de una ausencia o pérdida intolerables. La comparación entre los brazos mutilados de Homer y el cuerpo femenino que aparece en la explicación psicoanalítica clásica de la diferencia sexual se hace todavía más llamativa cuando Homer asocia la ignorancia escópica de Wilma a su juventud e imagina que su afecto será incapaz de sobrevivir a la revelación. Una y otra vez la película insiste en esa fórmula que convierte el espectáculo de los ganchos de Homer (y aún más sus muñones) en algo primitivo y traumático, y subrayando que a la vista de los civiles es un “ser mutilado”. Sin embargo, la primera y única vez que vemos sus miembros amputados es en el momento en el que Wilma abraza de manera más apasionada a Homer. Esa secuencia comienza con Wilma entrando en la cocina de la parroquia en la que Homer está comiendo un bocado antes de acostarse, y ella le presiona para que aclare los términos de su relación. Homer le contesta bruscamente al principio de manera autoprotectora, pero finalmente permite que ella le acompañe a su dormitorio y le ayude a desvestirse. Después de haberse quitado los arneses y los ganchos, se compara a sí mismo con “un niño pequeño que sólo puede conseguir las cosas llorando para que se las den” y se prepara para descubrir lo que cree que será una mirada de disgusto. Pero la mirada de Wilma no contiene sino ternura y 12 Para la explicación de la renegación, véase Freud (1995v: 259-276; 1995w: 141150). Trauma histórico y subjetividad masculina 465 mientras lo acuesta (un ritual antes realizado por Peggy [Teresa Wright] con Fred, y Millie [Myrna Loy] con Al) ambos amantes se abrazan. Debido a que la carencia de Homer se localiza sobre el propio cuerpo y debido a que se manifiesta a través de los miembros amputados y de la impotencia física, también sitúa al personaje en la posición que normalmente se reserva para el sujeto femenino en el cine clásico. No sólo es objeto de una mirada social inquisitiva, que le obliga a explicar su apariencia a los extraños en los mostradores de las tiendas, sino que el acto de desvestirse se convierte en la ocasión para una inversión erótica intensa. En un ensayo publicado en 1947, Robert Warshow subraya la carga sexual de la secuencia en la cual Homer le muestra sus muñones a Wilma y atribuye esa carga sexual a la ‘feminización’: […] [Homer] ha perdido sus manos y con ellas el poder de ser sexualmente agresivo […] Cada noche, su mujer tendrá que acostarle y serán las manos de ella las que tengan que usarse en el momento de hacer el amor. Tras el pathos de la escena […] se siente una corriente de excitación, en la cual la desgracia del soldado se convierte en una especie de cumplimiento de un deseo, tal y como podría soñarse en la realidad: tiene que ser pasivo. En consecuencia, puede ser pasivo sin sentir culpa (Warshow, 1962: 112). Los muñones de Homer y los ganchos que compensan en parte esa pérdida conducen a una crisis no sólo de la visión, sino de la representación. Una crisis que es el resultado de la combinación del detalle documental con el espectáculo de la castración masculina. Como el propio Wyler observa, la decisión de que el personaje del marinero incapacitado lo interprete un verdadero amputado le da a la imagen de ese personaje una credibilidad que no podría tener de otra manera, y también implica involucrar al espectador de una manera más profunda de lo que es habitual en todas las interacciones visuales en las que aparece ese personaje (“Queríamos que fuese Russell el que representara el papel en vez de un actor. Por muy buena que fuera la actuación que hiciese un artista de un hombre sin manos, la audiencia siempre podría tranquilizarse diciendo ‘Es sólo una película’. Con Russell en el papel de Homer, esa tranquilidad era imposible” [Wyler, 1977: 107]). Warshow presenta una idea similar, 466 Parte IV. Memorias colectivas pero se queja de que el elenco le da a la película demasiada autenticidad y ello disuelve los límites entre el cine y la vida: Todo en torno al marinero afecta de manera especial al espectador porque el personaje lo interpreta un hombre que realmente perdió sus manos en la guerra. No se podía hacer otra cosa, supongo, pero es uno de los elementos que hace que la película invada el mundo real y le transmita su falsedad (Warshow, 1962: 111). A pesar de las distintas valoraciones que hacen de la película, Wyler y Warshow están de acuerdo en que la elección de Harold Russell para el papel de Homer Parish fue una escogencia fundamentada en la verosimilitud. Aquí pueden verse al menos dos importantes cuestiones, una de ellas perteneciente a la “impresión de realidad” del cine clásico y la otra que afecta al proceso de renegación a través del cual el cine ha construido tradicionalmente el sujeto masculino. La doble amputación de Harold Russelll no hace que “la película invada el mundo real”, pero coloca la imagen de los brazos de Homer Parish en un nivel de representación diferente al del resto de la película. En cualquier otro punto de la película, incluyendo la actuación de Russell, existe una dimensión teatral o de simulación a la cual no pueden reducirse los muñones y los ganchos. La lesión de Russell no está más “presente” que cualquier otro acontecimiento profílmico; también es material grabado y su “desarrollo” es puramente “ficticio” (Metz, 1979: 43). Sin embargo, en este caso la representación fílmica ejerce una fuerte atracción referencial, que parece apuntar más allá del texto y de la actuación de Russell hacia su cuerpo y los rastros que han quedado allí a causa de la guerra. Debido a ello, existe una especie de doblamiento de la creencia, un refuerzo de la renegación que Metz y Comolli identifican con la experiencia cinematográfica. La imagen de los muñones y de los ganchos de Russell tiene además la función de minimizar “la distancia que el ‘sí, lo sé/ pero de todas formas…’ tiene que llenar” (Comolli, 1980: 133). Niega el significante cinematográfico, e inclina el espectáculo de una manera incluso más precipitada hacia el referente u objeto. Sin embargo, al mismo tiempo lo que se confunde con más facilidad con ‘la realidad’ en Los mejores años de nuestras vidas, lo que provoca el ‘impulso repentino’ de la representa- Trauma histórico y subjetividad masculina 467 ción hacia el acontecimiento profílmico, es precisamente lo que el cine clásico más se esfuerza por negar y contra lo que dirige los mecanismo defensivos de proyección, renegación y fetichismo: la carencia masculina. El doblamiento peculiar de la creencia en torno a la castración del sujeto masculino puede ser con facilidad la característica más traumática de la ya intensamente traumática película de Wyler. Homer no es la única exhibición de carencia masculina en Los mejores años de nuestras vidas. La castración de Fred se muestra también constantemente, especialmente después de quitarse el uniforme de la Fuerza Aérea. Cuando consigue al final encontrar a su esposa (Virginia Mayo), un día después de su regreso a Boone City, ella le saluda con entusiasmo, fascinada por las cintas que decoran su pecho. De hecho, le responde como si él fuera un espectáculo, como si fuera una imagen glamurosa y heroica. “Vamos, cariño, ponte donde pueda verte bien —prorrumpe—. ¡Oh, fantástico!”. Sin embargo, la primera vez que lo ve con ropas de civil, reacciona con un disgusto visible, desagradada por el traje raído y pasado de moda que lleva su marido, con sus connotaciones de pertenecer a la clase trabajadora. Le ruega literalmente que vuelva a ponerse el uniforme, exclamando con satisfacción después de que él lo hace: “Ahora tienes un aspecto fantástico […] Ahora pareces tú mismo […] Ahora estamos otra vez donde empezamos”. Fred vuelve pronto a ponerse su ropa de civil, y se convierte en un espectáculo todavía más penoso cuando se ve obligado a volver a la tienda en la que trabajaba antes de la guerra y ponerse la bata blanca de vendedor y escanciador de sodas. Sólo le vemos en una ocasión en su trabajo como vendedor, y en esa escena un niño pequeño lanza al aire un avión de juguete por encima de la cabeza de Fred y simula dispararle. El avión es un recordatorio irónico de la altura desde la que ha caído desde que regresó. El avión que da vueltas en círculo ruidosamente alrededor del mostrador de cosméticos, en una tienda atestada, también es una indicación de la manera en la cual la ideología intenta rescatar el trauma de la historia mediante la trivialización de la representación. La mano de una mujer se agita en el aire y de un golpe hace caer al aeroplano que gira. La cámara enfoca a Peggy, dueña de la mano, que ha 468 Parte IV. Memorias colectivas estado de pie en silencio fuera del cuadro, observando ese pequeño drama. La expresión de su cara, que muestra a la vez simpatía y fascinación, sugiere que su mirada ha sido capaz de captar la complejidad multifacética de la escena. Una vez más, el sujeto femenino goza de un acceso privilegiado al espectáculo de la carencia masculina. Aquí, como en el intercambio nocturno entre Wilma y Homer, ese espectáculo está erotizado, saturado de deseo femenino. Ese mismo día, más tarde, Peggy le confía a sus padres, Al y Millie, su intención de romper el matrimonio de Fred con Marie, y revela con ello no sólo la inversión que está haciendo en el antiguo piloto de bombarderos, sino también la que hace en la desintegración que Fred representa cada vez con más fuerza. Peggy conoce a Fred en el bar de Butch la noche del regreso de Fred a Boone City. Puesto que no tiene sitio donde dormir, los Stevensons le acogen en su casa y Peggy le cede su cama. Los gritos de Fred despiertan a Peggy durante la noche; ella va al dormitorio y rescata a Fred de una pesadilla recurrente en la que aparece un aeroplano en llamas (una pesadilla que repite su peor experiencia durante la guerra). Cuando Peggy entra en la habitación, Fred está sentado con los ojos abiertos de par en par. La respuesta inmediata de Peggy es cubrirle los ojos, como si quisiera protegerle de una visión intolerable. Ese gesto vuelve a situar al personaje masculino en el lado del espectáculo. Peggy le obliga a tumbarse y limpia su cara con un paño mientras le susurra, una y otra vez, “Vuélvete a dormir”. Peggy realiza estos gestos de enfermera con una ternura todavía más apasionada que la que muestra Wilma cuando mira el cuerpo mutilado de Homer. El deseo de Peggy por Fred puede retrotraerse a este momento de descubrimiento. Marie adopta una actitud muy diferente hacia lo que ella considera la “diferencia” de Fred. Le dan vergüenza sus pesadillas y las considera como síntomas de anormalidad psicológica y fracaso social. Esas pesadillas son también una prueba adicional de lo que ella ya sospecha: que a Fred lo ha “contaminado” una fuerza antagónica a los “buenos tiempos” que ella desea. “¿Estás bien de la cabeza? —le pregunta irritada—. ¿Puedes sacarte todas esas cosas de tu cuerpo? Tal vez sea eso lo que te tiene atrapado. Sabes, la guerra ya se acabó. No vas para ningún lado hasta que dejes de pensar Trauma histórico y subjetividad masculina 469 en ella. ¡Vamos, líbrate ya de ella!” (Es irónico que la película le confíe a Marie la expresión más clara de la disfunción que ocurre cuando la historia invade a la ficción dominante y a sus sujetos con cantidades enormes de estímulos externos. De hecho, la guerra ha infiltrado el ‘sistema’ de Fred y el trauma no ha podido ‘ligarse’ todavía). Cuando Fred pierde su trabajo en la tienda a causa de un altercado allí y Marie le anuncia luego que quiere separarse de él, decide dejar Boone City. De camino al aeropuerto militar, se detiene en la cabaña de su padre para recoger la ropa que Hortense le ha lavado. Mientras está allí, arroja a la basura varios recuerdos de guerra, incluyendo una mención honorífica del ejército como piloto distinguido. Lo que una vez fueron sus posesiones más valiosas se convierten en basura; son testigos de experiencias que no solo no pueden absorberse dentro de lo vraisemblable, sino que amenazan su positividad. Después de que Fred parte, su padre recoge la mención honorífica con manos temblorosas y la lee en voz alta. Lo que emerge es un relato de la más pura negatividad, de una pulsión de muerte liberada por igual contra el enemigo y el yo: A pesar del dolor intenso, del shock y de la pérdida de sangre, con una desconsideración total hacia su seguridad personal, el capitán Derry volvió a incorporarse a su puesto en el escuadrón, guió a su formación en una trayectoria perfecta hacia el objetivo y lanzó su bomba con gran precisión. El heroísmo, la devoción al deber, la capacidad profesional y la serenidad bajo fuego enemigo mostrados por el capitán Derry en las circunstancias más difíciles son una prueba del más grande de los honores que pueda recaer sobre su persona y sobre las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de América. Justo antes de que se lea la mención de guerra de Fred, vemos como éste llega al aeropuerto militar para tomar un avión que le lleve lejos de Boone City. Cuando le preguntan si quiere ir al este o al oeste, responde que le da lo mismo. Debido a que la guerra ha invadido su inconsciente, la falta de hogar será igual de intensa vaya donde vaya. Mientras que Fred espera el siguiente avión, camina por un campo lleno de cientos de bombarderos de la Segunda Guerra Mundial. Los aviones han sido desprovistos de sus motores y sus alerones, y van a ser 470 Parte IV. Memorias colectivas convertidos en chatarra. Como Homer y Fred, están inhabilitados y nadie los quiere, son una “deshonra” que debe suprimirse porque ello “escapa a esta racionalidad social, a este orden lógico sobre el cual reposa un conjunto social” (Kristeva, 1989: 89). Fred trepa a uno de los aviones y cruza entre la acumulación de polvo y mapas gastados hasta llegar al asiento del bombardero. La cámara filma un plano exterior desde debajo de la nariz del avión, en el que se muestra a Fred desde un ángulo bajo, en un plano medio a través de la ventana de plexiglás. Cuando su mirada se dirige a la derecha del espectador, la cámara vuelve a cambiar de plano y se mueve con la mirada de Fred hacia uno de los soportes exteriores de los motores. A continuación, la cámara hace un paneo de derecha a izquierda a lo largo de la superficie del bombardero y pausa brevemente en cada uno de los soportes exteriores de los motores, haciendo énfasis en su inminente partida. Por último vemos un tercer plano exterior en el que la cámara cambia de foco rápidamente de un plano largo a un plano corto de la nariz del avión, inclinándose levemente para mostrar a Fred, que sigue inmóvil detrás de la ventana. Los dos últimos planos exteriores imponen una división y niegan lo que afirman al mismo tiempo. En el primero de esos planos se disimula la ausencia de motores y hélices con una partitura musical que evoca el sonido del despegue. En el segundo plano, el ángulo bajo de la cámara y su enfoque desde abajo simulan el movimiento de un avión que se prepara para el vuelo, aun cuando la imagen del B-17 incapacitado muestra la imposibilidad de que ese hecho se llegue a producir. Esa renegación extraordinaria no tiene por propósito principal cubrir una carencia, sino empujar la negatividad a sus límites. Cuando Fred se imagina a sí mismo en lo alto una vez más, en una misión de bombardeo, revienta lo vraisemblable. En ese momento escapa de la racionalidad social y opta por el no-yo por encima del yo, por el exterior amenazante frente el interior coherente, por la muerte sobre la vida13. La película pone todo 13 Kristeva (1989: 96) habla del “excremento y sus equivalentes (putrefacción, infección, enfermedad, cadáver, etc.)” como un “peligro proveniente del exterior de la identidad: el yo (moi amenazado) amenazado por el no yo (moi), la sociedad amenazada por su afuera, la vida por la muerte”. Trauma histórico y subjetividad masculina 471 su peso formal detrás de esta negatividad a través de las divisiones que hemos descrito antes. Cuando coloca el sonido contra la imagen, o el ángulo y el movimiento de la cámara contra el significado icónico, también realiza una inversión en deshechos, privilegia lo que está más allá del conjunto social por encima de lo que queda dentro de él. En el primer plano exterior de la nariz del bombardero con que termina la secuencia, la cara de Fred parece haber abandonado toda consistencia y haberse convertido en parte de la textura de la ventana de plexiglás. Y aunque vuelve a la vida y al trabajo cuando lo llama un empleado del lugar, nunca abandonará realmente el patio de chatarra. En la última secuencia de la película, cuando Peggy se encuentra con Fred en la boda de Homer y le dice que ha oído que está “en algún tipo de trabajo de construcción”, Fred le responde: “Es una manera optimista de decirlo. Estoy en realidad en el negocio de la chatarra, una ocupación para la que mucha gente siente que estoy bien cualificado por temperamento y formación. Es un trabajo fascinante”. Aún más, cuando Fred le propone a Peggy que se case con él en los momentos finales de la película, lo hace siguiendo las líneas de su carencia de manera fiel (“Peggy, sabes lo que ocurrirá, ¿no? Nos llevara años llegar a algún lado. No tendremos dinero ni un sitio donde vivir. Tendremos que trabajar […] soportar que nos maltraten”). Los mejores años de nuestras vidas termina con una boda y con la promesa de otra. Sin embargo, esos matrimonios no tiene el valor metafórico usual. En lugar de ser una afirmación del orden cultural, dramatizan (y erotizan) la castración masculina. Además, las dos parejas de amantes permanecen manifiestamente aisladas en medio de esta ceremonia con claro carácter social. Ese aislamiento indica no sólo el aislamiento de la pareja con respecto a sus familias y vecinos, sino con respecto a la ficción dominante. Cuando Homer pone el anillo de matrimonio en el dedo de Wilma y ella amorosamente coloca su mano en el frío metal de sus ganchos, los espectadores se sienten disgustados por ese espectáculo extraordinariamente desnaturalizado. El contacto de la carne y el acero evoca otra crisis de la contemplación, y despierta el temor, la ansiedad y el dolor. 472 Parte IV. Memorias colectivas Al, de pie en el centro de la imagen en un plano posterior, agarra con fuerza el brazo de Millie, un gesto que revela no sólo la tensión en la habitación, sino las dificultades de su propio matrimonio, y su deseo apenas contenido de romper el acuerdo fálico. En el plano izquierdo ocurre otro intercambio escópico, que no es contemplado por nadie más dentro de la diégesis. Fred (en un plano medio) mira hacia Peggy (en un plano largo) y ella le devuelve la mirada. Ese intercambio visual evoca el afecto generado por el “acontecimiento principal”, lo que es un desplazamiento motivado en parte por la proximidad de Fred a Homer como su padrino de bodas y en parte por el conocimiento que tiene Peggy (y el espectador) de que él también está marcado por la castración. Puesto que Fredd y Peggy celebran su reunión escópica cuando se están leyendo los votos de matrimonio, esos votos tienen también una doble tarea, al ligarlos a ambos de manera anticipada al beso y a la expresión de la carencia que le seguiría pronto. Conclusión Debido a que son muy cercanas a las reacciones que Freud le atribuía al sujeto masculino ante la vista de los genitales femeninos (Freud, 1995v: 263), hay dos clases de respuestas críticas frente a Los mejores años de nuestras vidas que merecen nuestra atención aquí. Una de esas respuestas descarta la exhibición conspicua de la castración masculina e insiste en la conformidad de la película con el paradigma clásico. Así, Roger Manvell argumenta que el largometraje (contra una corriente de oposición fuerte, pero no especificada) “defiende tercamente la estabilidad sagrada del hogar y la familia, e incluso […] de la libre empresa y de las virtudes del capitalismo” (Manvell, 1974: 248), mientras que Michael Wood la caracteriza como “una historia escapista y dulce” (Wood, 1975: 119). La otra respuesta reconoce no sólo la negatividad de la película, sino la concentración de esa negatividad en la subjetividad masculina. Sin embargo, se defiende contra el desagradable espectáculo a través de la desaprobación moral, a través del horror que le producen las criaturas mutiladas que pueblan Los mejores años de nuestras vidas. Trauma histórico y subjetividad masculina 473 Kracauer (1948, June: 571), por ejemplo, ve en la película de Wyler “un hombre ordinario que duda en seguir la voz de la razón y un adalid liberal incapaz de manejar el bloqueo emocional en torno a él” En esa dirección, Warshow escribe que “las relaciones sexuales de los personajes proyectan una imagen de una claridad poco común del sueño familiar de Hollywood (y de los estadounidenses) de la pasividad masculina. Los hombres son ineptos, nerviosos, inarticulados y antojadizos como niños” (Warshow, 1962: 112). La elección de Warshow del verbo ‘proyectar’ es bastante relevante para nuestro análisis, pero su uso va en una dirección totalmente contraria a la que hemos empleado aquí14. Asocia esa proyección con la construcción de Hollywood del sujeto masculino en vez del femenino e identifica el primero de los dos con las cualidades que convencionalmente sirven para identificar el segundo. Además, Warshow interpreta Los mejores años de nuestras vidas como un ejemplo típico del cine de Hollywood, en vez de como un texto que rompe en ciertos aspectos claves con el modelo normativo. Esta lógica retorcida apunta en última instancia al reconocimiento que tiene que hacer Warshow de la carencia que continúa afligiendo el sujeto masculino del cine clásico, a pesar de las numerosas proyecciones y renegaciones dirigidas contra esa carencia. Se ve obligado a efectuar ese reconocimiento por Los mejores años de nuestras vidas y se resiste a ello haciendo una condena general de Hollywood. Si tuviera espacio, discutiría otras dos películas del periodo de guerra, La culpa de Janet Ames (1947) de Henry Levin y ¡Qué bello es vivir! (1946) de Frank Capra15. El primero de estos filmes pide a las espectadoras que contemplen el sujeto masculino con su “imaginación” en vez de con sus ojos, que renieguen su conocimiento de la carencia masculina y que se “fuercen a creer” que el pene es el falo. La segunda reconoce no sólo la castración masculina, sino el masoquismo masculino. En conjunto, Los 14 15 474 Véase mi Lost Objects and Mistaken Subjects (Silverman, 1985). Una versión mucho más larga de este ensayo, en el que se incluyen análisis de La culpa de Janet Ames y ¡Qué bello es vivir!, aparecerán en mi libro de próxima publicación, Kaja Silverman. Male Subjectivity at the Margins (New York: Routledge, 1992). Parte IV. Memorias colectivas mejores años de nuestras vidas, La culpa de Janet Ames y ¡Qué bello es vivir! nos proporcionan una demostración muy eficaz de que el falo es siempre el producto de la ficción dominante y que cuando esa ficción demuestra ser incapaz de dominar el estímulo que proviene de un trauma histórico, el sujeto masculino se ve desprovisto entonces de la capacidad de contemplarse a sí mismo dentro de esa configuración idealizada. Me he concentrado aquí en el largometraje de Wyler no sólo porque invierte el régimen escópico del cine clásico (un régimen que se desarrolla en torno a la castración femenina), sino porque erotiza abiertamente la carencia masculina. Además, a diferencia de las otras películas con las que puede agruparse, Los mejores años de nuestras vidas no intenta contener la negatividad que libera, ni tampoco facilita en algún momento una identificación fálica por parte de los personajes masculinos o por los espectadores masculinos. En esa expresión artística se desata parte de la ‘inundación’ o del ‘ciclón’ de la guerra. Trauma histórico y subjetividad masculina 475 Parte V Genealogías y usos del trauma a Una perspectiva feminista del trauma1 Laura S. Brown P ara comenzar a pensar en cómo una terapista feminista podría contribuir a los estudios sobre el trauma, miro en el Manual de Diagnóstico y Estadística (dsm iii-r) de la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (apa) (1987) —la biblia del diagnóstico psiquiátrico— la descripción de trauma y de los criterios para diagnosticar el trastorno de estrés postraumático (tept), que es el síndrome psiquiátrico que aparece tras sufrir la experiencia del trauma. El libro se abre casi por sí solo en la página correcta, de tantas veces como lo he abierto por allí. El trauma es la única constante en mi trabajo como psicoterapeuta. Leo de nuevo las palabras con las que comienza la descripción del diagnóstico; aquellas con las que se definen las condiciones necesarias y suficientes para efectuarlo, es decir, la definición de un acontecimiento traumático que debe haber ocurrido para que el clínico pueda recurrir a ese diagnóstico: “La sintomatología esencial de este trastorno consiste en la aparición de síntomas característicos después de un acontecimiento psicológicamente desagradable, que se encuentra fuera del marco normal de la experiencia habitual” (Asociación Americana de Psiquiatría, 1988: 296). Las categorías de los síntomas aparecen a continuación: la reexpe1 Traducción de Carlos F. Morales de Setién Ravina y Juny Montoya Vargas. Una perspectiva feminista del trauma 479 rimentación de los síntomas, las pesadillas, las ensoñaciones (flashbacks); la evitación de los síntomas, las marcas del aturdimiento psíquico y los síntomas del aumento de la activación; la hipervigilancia, la dificultad para dormir, la distracción cognitiva. Pero sobre todo: un acontecimiento que está por fuera del rango normal de la experiencia humana. Entonces me acuerdo de lo dicho por un abogado defensor que me interrogaba después de que lo hubiera hecho el abogado demandante, en un caso en el cual yo era la terapista de la demandante, una mujer joven cuyo padrastro había abusado de ella sexualmente durante muchos años. Mi paciente estaba demandando a su padrastro por los perjuicios causados, con la esperanza de poder obtener una indemnización que le diera los recursos para continuar en terapia el tiempo suficiente como para sentirse curada. El trauma de esta mujer había sido repetitivo, continuado durante un largo período de tiempo, lo cual es cierto para muchos de los supervivientes del incesto. Era una mujer que, en mi opinión, sufría de tept. Tenía todos los síntomas: es evidente que el incesto es traumático. Pero el abogado de la contraparte estaba en desacuerdo. ¿Cómo —preguntaba este abogado que representaba al perpetrador— podía mi paciente sufrir de tept? Después de todo, ¿acaso el incesto no era algo relativamente común? Pocos minutos atrás, yo había testificado que un tercio de todas las niñas son abusadas sexualmente antes de los dieciséis años. El incesto no era inusual, no estaba “por fuera del rango [normal] de la experiencia humana”. ¿Cómo podíamos calificarlo de trauma? Y, por tanto, ¿no era mi diagnóstico equivocado (y por derivación, cualquier cosa que dijera acerca del daño que se le había causado a mi paciente)? Tal vez estuviera bien preparada para responder a esa pregunta simplemente porque ya la había oído antes muchas veces. ¿Cómo era posible que un acontecimiento como ese, que les ocurre con tanta frecuencia a las mujeres durante su vida, estuviera por fuera del rango de la experiencia humana? Diana Russell (1986), en el libro del que tomé esas estadísticas, llamó al incesto el “trauma secreto”. Para las niñas y las mujeres, la mayoría de los traumas ocurre de hecho en secreto. Ocurren en la cama, donde nuestros padres y padrastros y tíos y hermanos mayores nos molestan 480 Parte V. Genealogías y usos del trauma sexualmente en el silencio supremo de la noche. Detrás de las puertas cerradas de las relaciones maritales, donde los hombres golpean y a veces violan a sus esposas y amantes. En los asientos traseros de los automóviles, donde las mujeres son obligadas a mantener relaciones sexuales por sus novios, sin que sepan, hasta muchos años después, que lo que les pasó podía llamarse violación. En las oficinas de los médicos y terapistas que explotan sexualmente a sus pacientes, sabiendo que su posición social es probable que los proteja (Brown, 1989). Estas experiencias no son inusuales estadísticamente. Se sitúan sin ningún problema dentro del “rango [normal] de la experiencia humana”. Son las experiencias que podrían ocurrir hoy en la vida de cualquier niña o mujer en América del Norte. Son experiencias a las cuales tienen que acostumbrarse las mujeres; posibilidades para las cuales las mujeres abren espacios en sus vidas y en sus psiques. Son acontecimientos privados, que a veces son conocidos sólo por la víctima y por el perpetrador. Esta imagen de los acontecimientos traumáticos ‘normales’ es la que determina cuál es mi problema como terapista feminista con las definiciones clásicas de las etiologías apropiadas para el trauma psíquico. La “experiencia humana” detallada en nuestros manuales de diagnóstico, objeto de gran parte de las obras escritas importantes sobre trauma, con frecuencia significa la “experiencia humana masculina” o, como máximo, la experiencia común a las mujeres y los hombres. El rango de experiencia humana termina por ser equivalente al rango de que lo que es normal y usual en las vidas de los varones de la clase dominante: ser de raza blanca, joven, sin minusvalías físicas, educado, de clase media, cristiano. El trauma es, por lo tanto, aquello que altera esas vidas humanas concretas, con exclusión de otras cosas posibles. La guerra y el genocidio, que son obra de los varones y de la cultura dominada por ellos, son traumas que se suelen reconocer en la sociedad; también lo son los desastres naturales, los accidentes de tráfico, los barcos que se hunden en un océano helado. Los acontecimientos públicos, visibles para todos, que no suelen casi nunca ser portadores de un estigma para sus víctimas —en otras palabras, las cosas que les pueden pasar y les pasan a los varones—, todas esas cosas Una perspectiva feminista del trauma 481 constituyen traumas en el vocabulario oficial. Rara vez se culpa a sus víctimas por estos acontecimientos. Todavía tengo que encontrar algún texto que hable de la patología caracterológica de las personas que deciden de manera consciente habitar en llanuras de aluvión o en las trayectorias de un tornado, o de las que inician guerras o van al mar en barcos que pueden hundirse; escritos donde se hable de esas personas con la clase de escrutinio que se emplea para hablar de las mujeres golpeadas o las supervivientes de la violación o del incesto. En las disciplinas de la salud mental, esta distinción es relevante; la mujer “con una conducta autodestructiva” que ha sufrido maltratos en su relación de pareja recibe un trato bastante diferente —y peor— que el superviviente de un accidente de tren, aunque los síntomas que presentan ambos sean similares. Se supone que la mujer ha contribuido a su problema, en concreto, a consecuencia del origen interpersonal de su malestar psicológico (Brown, 1986); el accidentado se ve casi siempre como la víctima inocente de un acontecimiento casual. Una de las tesis que exploraré aquí es que un análisis feminista nos pide ir más allá de las experiencias públicas y masculinas del trauma y pasar a las experiencias secretas, privadas, que viven las mujeres en la esfera interpersonal a manos de aquellos que amamos y de los que dependemos. Si queremos comprender completamente los significados y las molestias del trauma psíquico y su presencia en las vidas de todos los humanos, nosotros (pronombre con el que quiero referirme a quienes que se ocupan de las disciplinas de la salud mental y de las ciencias del comportamiento) debemos intentar encontrar los significados de esas diferentes clases de acontecimientos que constituyen un ataque a la integridad y a la seguridad de aquellos que no son miembros de las clases dominantes. Cuando lo hagamos, debemos hacernos preguntas acerca de cómo hemos llegado a comprender lo que constituye un acontecimiento traumático y cómo algunas experiencias han sido excluidas y se han puesto en contra de sus víctimas, a las que se las culpa por lo que les ha ocurrido. También tenemos que afrontar el desafío que plantea ese análisis feminista y las preguntas que surgen de él para examinar las definiciones de lo que es humano y para observar cómo nuestras imágenes del trauma se 482 Parte V. Genealogías y usos del trauma han reducido y construido dentro de las experiencias y realidades de los grupos dominantes en las culturas. El que subyuga, después de todo, es el que escribe los manuales de diagnóstico e informa el discurso público a partir del cual hemos construido nuestras imágenes del trauma ‘real’. Muchas veces tal trauma ‘real’ es, únicamente, esa forma de trauma de la cual hace parte el grupo dominante, como una víctima, en lugar de cómo un perpetrador o un etólogo del tema. Los traumas privados, secretos e insidiosos sobre los cuales llama la atención un análisis feminista suelen ser casi siempre aquellos acontecimientos que expresan y perpetúan la cultura dominante y sus formas e instituciones. El examen feminista nos pide también que comprendamos cómo la presencia y amenaza continuas del trauma en las vidas de las niñas y de las mujeres de todos los colores, de los hombres de color en los Estados Unidos, de las lesbianas y los gais, de las personas que padecen la pobreza y de quienes tienen discapacidades, están en nuestra sociedad, como un ruido de fondo permanente más que como un acontecimiento inusual. ¿Qué significado tiene que admitamos que nuestra cultura es una fábrica que produce numerosas personas heridas que deambulan? La terapia feminista, que es la orientación de la comprensión del desarrollo humano y de la psicoterapia a la que me adhiero, es una filosofía que se inspira en un análisis feminista para comprender e intervenir en el malestar psicológico humano. Las terapistas feministas compartimos ciertas presunciones. Entre ellas que la tesis de que la personalidad se desarrolla dentro de una red compleja de interacciones entre lo interno, que serían las experiencias fenomenológicas del individuo, y lo externo, es decir, el contexto social en el que esa persona vive (Lerman, 1986). La constante interacción entre esas dos dimensiones, donde el contexto incide en la fenomenología y ésta, a su vez, crea el lente a través de la cual se observa y se interpreta el contexto, exige prestarle la misma atención a ambos aspectos de la experiencia humana. A este respecto, la terapia feminista evade el tipo de pensamiento dicotómico que caracteriza gran parte de la psicología dominante en la cual se tiende a destacar en exceso una u otra perspectiva en detrimento de un enfoque más integrador. Esta atención sobresaliente a la interacción entre lo interno y lo externo es Una perspectiva feminista del trauma 483 especialmente trascendente cuando, como terapistas feministas, intentamos comprender el significado del trauma psíquico. La teoría feminista de la terapia también intenta que las experiencias de las niñas y mujeres sea un aspecto fundamental de la misma, y prestar atención a los aspectos diversos y complejos del género en ese trabajo de teorización, en lugar de comparar a las mujeres con la norma antropocéntrica que se basa en las experiencias masculinas de los hombres blancos. ¿De qué hablamos cuando nos referimos a trauma? ¿Qué fines se buscan cuando definimos formalmente que un agente estresante traumático es un acontecimiento que queda por fuera de la experiencia humana normal y, por inferencia, se excluyen aquellos acontecimientos que ocurren con una tasa de incidencia tan elevada en las vidas de ciertos grupos que los convierte, en la práctica, en actos regulares, ‘normales’ en un sentido estadístico? Defenderé que esos parámetros funcionan de manera tal que crean un discurso social sobre la vida ‘normal’ que a continuación le achaca una psicopatología a las vidas cotidianas de aquellos que no pueden protegerse por sí mismos de esos acontecimientos con alta tasa de incidencia y que responden frente a ellos con la manifestación evidente de un dolor físico. Ese discurso define el ser humano como aquel que no está sujeto a esa clase de acontecimientos frecuentes y confina al resto a la categoría de menos que humano, de personas que merecen menos que un trato justo. Consideremos por un momento a mi paciente, una mujer blanca de clase trabajadora, con poco más de cuarenta años, que padece una incapacidad en este momento para ejercer su trabajo en una fábrica. Creció en la pobreza, su primer hijo nació antes de cumplir los veinte años y, siempre sin casarse, vivió de los subsidios públicos y de un trabajo ilegal, no declarado ante las autoridades, hasta que contrajo matrimonio poco después de cumplir los veinte años y dio a luz a su segundo hijo. Su pareja resultó ser un maltratador y por eso lo abandonó cuando su primer hijo se convirtió en objeto de la violencia del marido. A lo anterior le siguieron años de inestabilidad; como no conocía ningún oficio, consiguió 484 Parte V. Genealogías y usos del trauma trabajo como pudo, donde se lo ofrecían, en horarios que la permitían estar con sus hijos cuando se podía. Gran parte del trabajo que podía conseguir era físicamente peligroso: estaba expuesta a hojas afiladas, a productos químicos tóxicos y cáusticos, a grasa caliente, a suelos húmedos resbalosos. Más de una vez estuvo de baja por lesiones laborales. Al fin, después de cumplir los treinta años, aparentemente su vida comenzó a ir bien. Se casó con un buen hombre, que no abusaba de ella ni de sus hijos y que tenía un trabajo estable. Asistió a la escuela profesional y aprendió lo suficiente como para conseguir un buen trabajo, donde le pagaban bien y tenía seguridad social. Un trabajo que ella pensó que la ayudaría a tener la vida calmada y predecible que siempre ha añorado. Después de llevar unos cuantos meses trabajando, quedó incapacitada por una lesión repetitiva. Por desgracia para ella, ocurre antes de que el mundo de la medicina laboral descubra el túnel carpiano. Su problema es difícil de diagnosticar. Se le acusó de fingir la enfermedad para no ir a trabajar. Comenzó a ser objeto de abusos verbales y emocionales por un jefe de equipo que la penalizaba por cada día que no podía desempeñar sus ocupaciones laborales habituales a pleno rendimiento. Sufrió finalmente una depresión, y el miedo la incapacitó para trabajar tanto como el dolor de sus manos. La constelación de elementos se enmaraña aún más por las intervenciones de los funcionarios del servicio de salud que le dicen que está fingiendo, que está intentando conseguir algo a cambio de nada. La tensión repercute en su matrimonio. No puede dedicarse a ninguna de sus aficiones o incluso lavarse el pelo sin sentir dolor. Percibo a esta mujer como una persona traumatizada; la primera vez que la veo entrar a mi oficina tiene todos los síntomas de ser víctima del trauma. Las pesadillas en las que su supervisor la grita, el terror anticipatorio de volver a lesionarse en el lugar de trabajo y de que otra vez no se le crea, el embotamiento físico y el retraimiento, la pérdida de la esperanza, el sentimiento de que su antiguo y familiar yo ha desaparecido, se ha perdido en algún lugar de las evaluaciones sin fin de su capacidad de volver a trabajar y retorcer cables otra vez. Pero el psiquiatra al que la remite la compañía de seguros de la empresa no puede considerar su experiencia como un trauma. Se sujeta a la definición del dsm iii-r, que Una perspectiva feminista del trauma 485 señala que padecer lesiones en el trabajo y ser acosado por ello no es, en absoluto, inusual y, por consiguiente, no puede ser en ningún caso traumático. En su informe, censura a aquellos que extienden la definición de trauma con el fin de incluir esos acontecimientos cotidianos. Mi paciente, que funcionó bien y demostró valor en los momentos difíciles por los que había pasado en su vida, tiene, según el psiquiatra, un desorden caracterológico, una predisposición a venirse abajo al menor inconveniente en su vida. Su historia de trabajos irregulares, común para cualquier mujer pobre, se define como signo de una patología, al igual que su rabia ante el trato que recibe de su empleador cuando intenta por primera vez informar de su lesión y recibir tratamiento para ella. Sus experiencias pasadas, en las que se lesionó en entornos peligrosos de trabajo, se interpretan como una prueba de su tendencia a buscar el peligro y desarrollar problemas somáticos. El médico dictamina que mi paciente no ha sufrido trauma alguno a causa de su trabajo, que sus problemas emocionales se los causa ella y que su empleador no es responsable de los mismos. Leo la hoja de vida de su psiquiatra, adjunta a su informe. Es un varón blanco de clase media. Pasó directamente de la licenciatura en la universidad a una prestigiosa escuela de medicina y desde entonces ha ido de un trabajo a otro, siempre en entornos interesantes. Su vida es una representación de la cultura dominante; en esa cultura las vidas como las de mi paciente simplemente no existen. ¿Cómo respondería ese médico, cómo manejaría la situación, ante un conjunto de circunstancias como las que esta mujer debe enfrentar cada día? ¿Qué efecto tendría en él que no se le creyera por principio cuando dijese que le duele algo o que estaba asustado? Si pasara horas en el trabajo todos los días con el temor de volver a lesionarse, de ser objeto del abuso verbal y de la humillación, ¿cómo se sentiría? Negar que la experiencia en torno al trauma de esta paciente —y la de muchas otras mujeres— sea en realidad traumática e insistir en que sólo una persona que padece desórdenes y está enferma responde a esa forma de trato experimentando un grave malestar psicológico, transmite el mensaje de que se va a tolerar la opresión con base en el género, la 486 Parte V. Genealogías y usos del trauma clase, la raza u otras variables; que el dolor físico como respuesta frente a la opresión es patológico y no es una respuesta normal frente a acontecimientos anormales. Ese dolor no se debe ver como algo traumático. El maltrato en el trabajo, el acoso sexual para el mundo académico, sí, puede que sean molestos, pero traumáticos no. En más ocasiones de las que puedo contar he oído acusar a las mujeres que han sobrevivido a esas circunstancias de que exageran en su reacción. Como el abogado defensor de un acosador sexual dijo: “Bueno, pero no la violaron, ¿no?”. Admitir que estos ataques cotidianos a la integridad y a la seguridad personal son fuentes de trauma psíquico, reconocer la ausencia de seguridad en las vidas diarias de las mujeres y otros grupos no dominantes, supone aceptar lo que está profundamente equivocado en muchas instituciones sociales sagradas y desafiar la máscara benigna detrás de la cual actúa la opresión diaria. La colusión de los profesionales de la salud mental con esa dominación opresiva se puede ver en la insistencia rígida en que estos acontecimientos, con in