Perdón y restauración de la pareja Efesios 4.31,32 El del perdón es un tema que se vuelve sumamente complejo cuando se trata de las relaciones de pareja disfuncionales. No obstante, no podemos considerar siquiera la posibilidad de la restauración de la relación familiar si no asumimos la necesidad, la importancia y la responsabilidad personal acerca de perdonar. Sobre todo, si no nos ocupamos del tema del perdón en relación con la pareja. Las relaciones de pareja por su cercanía e intensidad son fuente de incomparables alegrías, pero también de inimaginables conflictos. Día a día se acumulan resentimientos y tensiones que sólo pueden ser resueltos mediante el recurso del perdón. Generalmente, cuando pensamos en el perdón pensamos en segundas o terceras personas, es decir, en el otro, en los otros. Sin embargo, el perdón es un asunto que se conjuga, siempre, en primera persona. El perdón tiene que ver con nosotros, antes que con los demás. En efecto, quien está interesado, o interesada, en la restauración de su relación de pareja debe tomar en cuenta que su interés se hace evidente en su disposición y compromiso de perdonar al otro. Aún cuando este sea el responsable primario de los conflictos de la pareja y aún cuando no muestre interés en ser perdonado. La razón para ello tiene dos elementos. El primero, nuestra corresponsabilidad en el proceso de deterioro de nuestras relaciones familiares. En efecto, somos actores y no meramente sujetos de tales procesos. Lo que hacemos, o lo que dejamos hacer, contribuye activa o pasivamente al deterioro de nuestras relaciones familiares. Puede tratarse de lo que la Biblia llama faltas ocultas. Salmos 19.12 El segundo elemento, y el más importante, tiene que ver con nuestra condición de hijos de Dios, es decir, con nuestra identidad. 2 Corintios 5.16ss Respecto del primer elemento, nuestro acercamiento a las situaciones de deterioro familiar requiere de nuestro propio proceso de reconocimiento de nuestras propias faltas -intencionales o no-, del arrepentimiento y de la conversión a Dios. Como hemos dicho, todo conflicto familiar conlleva un factor de no fidelidad a Dios. Los conflictos o son causa, entre otras razones, de una espiritualidad disfuncional o la provocan. Efesios 6.12ss De cualquier manera, los conflictos son un espacio de oportunidad para volvernos a Dios, cambiando nuestra manera de pensar acerca de nosotros mismos y acerca de los demás, así como de las circunstancias que enfrentamos. El dolor, el resentimiento y la decepción nos llevan a ignorar, a no ver, lo que hemos hecho y dejado de hacer en tales circunstancias. De ahí la necesidad de que humildemente busquemos a Dios y, también humildemente, nos volvamos a él. Una vez hechas las paces con Dios, y de haber recibido su iluminación respecto de nuestra relación, es que estamos en condiciones de enfrentar nuestras circunstancias familiares en congruencia con quienes somos: hijos de Dios, miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia. Porque, como hemos dicho, las ofensas recibidas se constituyen en un obstáculo que se levanta delante nuestro impidiéndonos ser y actuar conforme a nuestra identidad en Cristo. Gálatas 5.15 Quien nos abofetea procura que le imitemos, que, renunciando a nuestra identidad, seamos no sólo como él es, sino lo que él es. Quien provoca busca que incurramos en falta. Primero, porque ello nos coloca en su terreno y, por lo tanto, en un espacio y situación que nos hacen vulnerables, manipulables y, después, porque en nuestra falta busca justificar y aún legitimar su propia condición y conducta. El término bíblico paresis, que se traduce como perdón o perdonar, significa, literalmente, pasar por alto, dejar ir, dejar a un lado. Romanos 3.25 No en el sentido de ignorar, sino en el de superar, dejar atrás, la ofensa recibida. Vencer el obstáculo en que la ofensa se ha convertido impidiéndonos ser y actuar de acuerdo con nuestra identidad. En tal sentido, perdonar es un acto que libera a quien perdona y, posibilita la recuperación de la integridad de quien es perdonado. Dado que, con su ofensa, el ofensor adquiere una influencia, poder, sobre el ofendido, cuando este supera tal ofensa queda libre del poder de la misma y, por lo tanto, puede actuar congruentemente con su identidad. El perdón reestructura el modelo de relación entre el ofendido y el ofensor. Colosenses 3.13 Rompe vínculos y supera circunstancias colocando a cada uno en su propio terreno. Sobre todo, porque permite al ofendido recuperar su libertad y la capacidad consecuente para elegir lo que es conveniente. Al perdonar, el ofendido ya no actúa de acuerdo con lo que el otro es y hace, sino en conformidad con quién él mismo es y puede hacer. Es más, no sólo de acuerdo con lo que puede, sino con lo que le es propio, con lo que conviene. En efecto, quien perdona es libre para hacer lo que se puede hacer. Pero, en la reestructuración de las relaciones a la luz del perdón, no siempre lo que se puede hacer es lo que conviene hacer. Proverbios 22.3 El perdón abre nuevos horizontes y posibilita nuevos caminos, especialmente, a quien ha sufrido el dolor de la ofensa. Lo hace libre para elegir y, aunque parezca una perogrullada, lo hace libre para elegir seguir siendo libre. Es decir, para no tener que regresar a los modelos de relación que lo han atado, hecho vulnerable y, por lo tanto, susceptible de ser dañado física, moral, emocional y espiritualmente. Quien es libre puede discernir los tiempos y elegir lo que conviene cuando de reempezar se trata. Sabe si, en el inicio de la nueva etapa, conviene conservar o desechar, adaptar o seleccionar, procurar algo más o asumir las pérdidas. Proverbios 4.26 Contra lo que pudiera parecer, descubre que en ocasiones se gana perdiendo y que si se empeña en conservar lo que le ha dañado o mantenerse al lado de quien le ha lastimado, le hace nuevamente vulnerable y susceptible de mayores daños y pérdidas. Perdonar no es permanecer en la misma dinámica de relaciones en que se ha sido ofendido o lastimado. En ocasiones quien perdona debe marcar distancia respecto de quien le ha lastimado. Distancia relacional, podríamos llamarla. Se condiciona la cercanía física a un trato digno o se asume que lo más conveniente es el rompimiento del modelo relacional, incluyendo el distanciamiento físico. Desde luego, quien es perdonado deberá asumir las consecuencias y responsabilidades de sus errores. Así, el perdón no implica, necesariamente, la dispensa del pago o restitución debido. Conviene apuntar aquí que el perdón no tiene ni el propósito ni el poder para cambiar al otro. Quien perdona no debería extrañarse de que su perdón incite a quien ha perdonado para lastimarle u ofenderle más. A que responda con burla o desdén a su perdón. Nuestro perdón es una propuesta, una invitación a la conversión a Dios del otro. Porque sólo quien está en comunión con Cristo podrá apreciar y asumir el valor del perdón recibido. Por eso, la razón que sustenta al perdón no es que el otro cambie, que sea una persona diferente. La razón del perdón es nuestra propia persona, quienes somos en Cristo. Perdonamos porque hemos sido perdonados. Es así que toca a quien perdona, y no a quien ha ofendido, iniciar el proceso de la restauración de la pareja. Ello, porque sólo quien perdona tiene la capacidad para convertirse en agente de reconciliación, de restauración. Se trata de ser proactivos y no meramente reactivos. 2 Corintios 5.16ss Así las cosas, sólo quien mantiene su condición de nueva criatura puede asumir la tarea de la restauración de pareja y aún de la familiar, aceptando lo que esta signifique, implique y cueste. Es decir, aceptando lo que es posible y conveniente y pudiendo asumir las pérdidas, las expectativas no viables y el costo de ser fiel a Dios y a sí mismo. Sabiendo que en la fidelidad siempre hay lugar para la esperanza y para la recompensa. Los viejos aseguran que no se puede repicar las campanas y andar en la procesión. El Señor nos asegura que no podemos amarlo a él y a lo que es propio del orden presente. 1 Juan 2.15 Quien perdona debe, sí debe, reubicarse respecto del otro. Negarse a seguir formando parte de un orden que le ofende y lastima y velando por su integridad y dignidad, aún cuando le resulte difícil y doloroso hacerlo. Perdonar significa tomar la decisión de no permanecer en el mismo sitio en el que la ofensa nos ha ubicado. También significa que quien perdona rompe esquemas, supera inercias y toma la iniciativa para hacer de su vida una en la que la gracia de Dios no encuentra tropiezo y él mismo se asume y convierte en agente de la reconciliación proclamando, con su palabra y su testimonio, la vida abundante que Dios le ha provisto por medio de Cristo. Juan 10.10 A esto los invito, a esto los convoco.