Subido por Pau Serra Luis

MANUAL ENTERO-1

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13 JAN 2021
Economía española. Una
introducción. 4ª ed.,
junio 2019
CIVITAS
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1. Introducción, p.RB-2.1
2. Principales rasgos del crecimiento económico español, p.RB-2.2
3.1. El papel de la productividad del trabajo, p.RB-2.3
3.2. Productividad, capital y progreso tecnológico, p.RB-2.4
13 JAN 2021
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 2. Los determinantes del crecimiento ecónomico (RAFAEL MYRO)
1. Introducción
1 . IN TRO D UCCIÓ N
España consiguió un crecimiento muy rápido de su renta per cápita en la segunda mitad del siglo XX, según se ha visto en el capítulo
anterior. Especialmente, en una primera etapa, hasta mediados del decenio de 1970, el desarrollo fue muy intenso, aprovechando la ola
expansiva de la economía mundial, y posibilitó un apreciable acercamiento a los niveles de vida logrados en los países más avanzados, algo
que antes había parecido una tarea casi imposible durante una larga centuria de lenta industrialización. Pero también los años finales del
siglo citado y una parte de la primera década del presente se han caracterizado por un desarrollo muy vigoroso, aunque con importantes
desequilibrios macroeconómicos que se dejan ver en la profundidad y longitud de la gran recesión que, iniciada en 2008, solo comienza a
dejarse atrás en 2014, para cerrarse de forma más definitiva en 2017, cuando se recupera el nivel del PIB del año de partida.
Durante esos casi sesenta años, el crecimiento económico fue acompañado de un cambio profundo en los modos de vida y de trabajo de los
españoles, así como en las formas en que estos se organizan y gobiernan, a semejanza de los demás países desarrollados y, en particular, de
los que integran hoy, junto a España, la Unión Europea. Progreso económico y modernización institucional son, pues, dos fenómenos
interrelacionados, de gran alcance y de carácter duradero, cuya continuidad ha encontrado una garantía en la gradual apertura económica y
política de España hacia el resto del mundo, dejando atrás viejas tentaciones aislacionistas.
A tenor de lo expuesto, el análisis específico de los determinantes del crecimiento económico en ese periodo está más que justificado.
Además, se dispone de una copiosa información estadística, no solo referida a España, sino también a los demás países desarrollados, lo que
permite ofrecer un análisis comparativo. Así pues, tras un breve resumen de los rasgos del periodo elegido, aquí se procederá a ofrecer un
estudio de los determinantes del crecimiento y de los desequilibrios macroeconómicos que lo han acompañado.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 2. Los determinantes del crecimiento ecónomico (RAFAEL MYRO)
2. Principales rasgos del crecimiento económico español
2 . P RINCIPALES RASGO S D EL CRECIM IENTO ECO N Ó M ICO ESPAÑ O L
La evolución de la renta per cápita no sigue una trayectoria sostenida a lo largo del tiempo que pueda ser representada gráficamente
mediante una recta (o una sucesión de rectas, según la longitud del periodo) de mayor o menor inclinación con respecto a una línea
horizontal, sino que experimenta oscilaciones cíclicas de amplitud variable. Se puede, no obstante, dibujar una línea (recta o curva)
imaginaria que refleje las tendencias que sigue en plazos relativamente largos, separándolas de las fluctuaciones del corto plazo; una
distinción útil, porque existen diferencias entre los factores que explican que una economía tienda a crecer a una tasa media mayor que
otras y aquellos que determinan el que lo haga con oscilaciones más o menos pronunciadas. Por ello, se atenderá a esa doble óptica, y no solo
en este epígrafe, sino en el resto del capítulo, que analiza el crecimiento económico español entre 1961 y 2018.
Un primer rasgo a destacar del crecimiento de la economía española en el periodo acotado, tomando siempre como indicador el PIB per
cápita, es la alta tasa media anual alcanzada (2,6 por 100), que supera holgadamente –en 0,5 puntos porcentuales por año– la media de los
países comunitarios. Por tanto, en esta larga etapa España ha superado el ritmo de avance de las naciones europeas más maduras, algo que
cabía esperar en función de la evidencia internacional disponible, que muestra una mayor capacidad de crecimiento de las naciones más
atrasadas cuando sus tasas de ahorro y de ascenso de la población se asemejan a las de las más adelantadas, esto es, cuando se sitúan en los
mismos escenarios de desarrollo que estas. De hecho, también ha sido más alto en el periodo de referencia el crecimiento en Portugal, Grecia
e Irlanda, que partían de un nivel de desarrollo más bajo, junto con Italia. En todo caso, la elevada expansión de la producción en España ha
multiplicado la renta nacional por seis en el plazo estudiado, de medio siglo, transformando de forma radical la estructura económica y social
del país.
El segundo rasgo a considerar es igualmente significativo: no obstante haberse incrementado con más rapidez, el perfil temporal seguido por
la renta per cápita española se asemeja mucho al de los países comunitarios (gráfico 1), lo que revela, entre otras cosas, que España, aun antes
de pertenecer a la Unión Europea, ya participaba con intensidad de los acontecimientos económicos fundamentales vividos por los países
occidentales europeos con los que no ha dejado de acrecentar sus relaciones.
Este perfil común a la Unión Europea combina al menos cuatro periodos de evolución tendencial diferente, esto es, siguiendo rectas de
diferentes pendientes en un gráfico, que son propios no solo de esta área común, sino también del conjunto de los países avanzados, y que
contienen fluctuaciones de diversa magnitud dentro de ellos. Uno primero, muy vigoroso, la «edad dorada» del crecimiento europeo, que
comienza en los primeros años cincuenta y finaliza en 1974, con la crisis económica derivada del alza del precio del petróleo; otro de escaso
avance, que corresponde al ajuste y recuperación de esta intensa crisis; y un tercero más largo, de un aumento sostenido del PIB per cápita
apreciable, en torno al 2 por 100 anual medio, propio de economías maduras, que se prolonga durante algo más de veinte años –apenas
interrumpido por el efecto recesivo de la reunificación alemana en 1993–, hasta 2008, que marca el inicio del cuarto y último de los periodos
que se distinguen, cuando la economía mundial entra en una profunda crisis, de claras semejanzas con la Gran Depresión de 1929, y de la
que ahora se está recuperando.
Gráfico 1.–Crecimiento relativo en España y la Unión Europea, 1961-2018
(tasas anuales de variación del PIB real per cápita)
Fuente: Eurostat.
Un tercer rasgo distintivo del crecimiento económico español, en comparación con los países comunitarios, consiste, precisamente, en la
mayor profundidad de las crisis que se han producido durante el periodo examinado. En particular, de la más larga y profunda de ellas, la
desencadenada en el decenio de 1970. Los efectos sobre la economía española del encarecimiento del crudo de petróleo que tuvo lugar
durante la segunda mitad del decenio señalado fueron más intensos que en otros países y se vieron amplificados por importantes subidas en
los salarios, en el marco del proceso de transición política hacia la democracia. El lento crecimiento económico de este periodo supone un
retroceso en el proceso de convergencia de España con la renta per cápita media comunitaria, que hasta entonces había sido muy rápido, y
que solo se reactiva a partir de 1985 (gráfico 2). La segunda de las crisis aludidas tuvo su centro en el año 1993 y fue de breve duración e
intensidad, y la tercera es la iniciada en 2008, de alcance y duración mucho mayores que la anterior, y en la que de nuevo España se ha
distanciado de la renta media comunitaria. Esta tercera crisis se ha caracterizado por una gran recesión que se cerró en 2014, año en el que
España inició una viva y destacada recuperación económica (véase el capítulo 3).
Un cuarto rasgo, el último que se quiere destacar aquí, es que las fluctuaciones registradas en cada una de las tres grandes etapas que se han
distinguido en la evolución de la Unión Europea poseen un carácter más marcado en España. Es este un rasgo que puede considerarse normal si
el término de comparación escogido es una zona geográfica de mucha mayor dimensión, como la Unión, cuya evolución es el resultado de la
agregación de los comportamientos de los países integrantes, a menudo contrapuestos y con tendencia a anularse entre sí.
Pero más allá de esta circunstancia, las mayores fluctuaciones del PIB español son en parte la consecuencia del intenso proceso de
liberalización política y económica que ha vivido España durante el periodo que se está estudiando, en una tardía homogeneización con los
principales países europeos que aún no ha llegado a culminarse, como lo refleja la pervivencia de importantes rigideces en el
funcionamiento de los mercados de productos y de factores y las debilidades del marco institucional. En particular, merecen resaltarse las
etapas de mayor expansión, relacionadas con tres grandes momentos de apertura al exterior (final de la autarquía, ingreso en la Unión
Europea y adopción del euro), que suscitaron expectativas muy favorables en los agentes económicos, al clarificar su futuro y orientarlo
hacia objetivos compartidos por el resto de los países comunitarios. En cambio, las etapas recesivas se han visto con frecuencia agravadas
por las rigideces en los mercados y las deficiencias del marco institucional antes aludidas.
Gráfico 2.–PIB per cápita de España respecto a la media de la Unión Europea, 1961-2018
(porcentajes, en paridades de poder adquisitivo de 2005)
Fuente: Banco de España, Indicadores Estructurales de la Economía Española y de la UE.
En los epígrafes que siguen se estudian, primero, los determinantes del crecimiento tendencial español durante el periodo considerado,
dedicando el siguiente apartado al análisis de las fluctuaciones cíclicas y a su impacto sobre los equilibrios macroeconómicos.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 2. Los determinantes del crecimiento ecónomico (RAFAEL MYRO)
3. Determinantes del crecimiento a largo plazo
3.1. El papel de la productividad del trabajo
3.1. EL PAPEL DE LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO
Un incremento de la renta per cápita puede conseguirse, bien porque se agrande el porcentaje de la población que realiza actividades
productivas (la relación entre empleados y población total, tasa de empleo en sentido amplio o empleo per cápita), o bien porque aumente el
rendimiento laboral medio de los trabajadores o productividad por trabajador (relación entre renta y número de empleados).
De hecho, la renta por habitante no es sino el producto de estas dos relaciones, es decir:
y su tasa de variación puede calcularse, de forma aproximada, por la suma de las tasas de variación de ambas ratios.
Esto no significa, sin embargo, que el crecimiento económico pueda lograrse indistintamente por cualquiera de estas dos vías, ya que existen
límites para el aumento de la proporción de población empleada, derivados de factores demográficos, culturales y sociales. Además, dicho
aumento requiere la ampliación de la capacidad de producción que, a su vez, depende de la eficiencia con la que se producen los bienes y
servicios, base de la competitividad de una nación en el mercado internacional. La productividad del trabajo aparece, así, como la pieza clave
del crecimiento económico. Solo un crecimiento basado en ella permite el incremento del salario real y de la renta familiar.
El cuadro 1 muestra en sus dos primeras columnas la relación esperada entre el aumento del PIB per cápita y la productividad del trabajo
para un conjunto de países desarrollados y para todo el largo periodo aquí estudiado. También deja ver, en la tercera de las columnas, una
reducción del empleo per cápita en varios países comunitarios, en contraste con Estados Unidos. Dado el lento aumento de la población en
Europa, este hecho indica una reducida capacidad de generar empleo.
Cuadro 1.–Crecimiento y productividad del trabajo. Comparación internacional, 1961-2018
(tasas anuales acumulativas)
1961-2018
1961-1985
del Empleo per
PIBpc1
cápita3
Productividad
trabajo2
1986-2018
PIBpc1
Productividad
trabajo2
del Empleo per
PIBpc1
cápita3
Alemania…….
2,1
1,8
0,3
2,8
2,9
-0,1
1,5
1,0
0,5
España ……….
2,6
2,6
0,0
3,6
4,9
-1,3
1,8
1,0
0,8
Francia……….
2,1
2,3
-0,2
3,2
3,6
-0,4
1,3
1,2
0,1
Grecia…………
2,3
2,5
-0,2
4,5
5,0
-0,5
0,7
0,7
0,0
Irlanda………..
3,9
3,6
0,3
3,1
4,0
-0,9
4,4
3,4
1,0
Italia………….
2,1
2,1
0,0
3,6
3,8
-0,2
0,9
0,9
0,0
Portugal………
2,9
3,0
-0,1
4,0
4,5
-0,5
2,0
1,8
0,2
Reino Unido…..
1,9
1,8
0,1
2,2
2,4
-0,2
1,7
1,4
0,3
UE-15…………
2,1
2,1
0,0
2,9
3,3
-0,4
1,5
1,2
0,3
1,5
1,1
0,4
UE-284………..
Productividad
trabajo2
del Empleo per
cápita3
Estados Unidos.
2,0
1,6
0,4
2,5
1,7
0,8
1,6
1,5
0,1
Japón………….
3,1
3,2
-0,1
5,5
5,6
-0,1
1,5
1,3
0,2
Notas: (1) PIB real per cápita. (2) PIB real por empleado. (3) Proporción de la población total con empleo. (4) Periodo 1996-2018.
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
No obstante, la consideración de un periodo tan amplio como un todo homogéneo resulta engañosa. La distinción del periodo posterior a
1985, al que se refieren los datos de las tres últimas columnas del cuadro citado, permite observar que todos los países comunitarios
contemplados cambian su pauta de crecimiento a lo largo de la década de 1990, aumentando sensiblemente su capacidad de generación de
empleo, al contrario que Estados Unidos. España, junto con Irlanda, ejemplifica y protagoniza este cambio de modelo, pues si destaca por la
reducción de su empleo por habitante en los primeros años considerados, también lo hace por el aumento de este en los años más recientes.
Las diferentes dinámicas según los países en el empleo per cápita guardan relación con la también dispar evolución de un factor demográfico
clave, la proporción que representa la población en edad de trabajar (PET) en el total de la población, a su vez dependiente de la natalidad en
los años anteriores. En efecto, el empleo per cápita no es sino el producto de la tasa de empleo (empleados/PET) por la proporción de población
los años anteriores. En efecto, el empleo per cápita no es sino el producto de la tasa de empleo (empleados/PET) por la proporción de población
en edad de trabajar (PET/Población). El cuadro 2 muestra que el ascenso de la población en edad de trabajar fue más intenso en Estados
Unidos que en la Europa Occidental durante los decenios de 1960 y 1970, así como que en los países europeos menos desarrollados, España e
Irlanda en particular, ese ascenso fue algo más tardío y se prolongó durante bastante más tiempo. Esto último se debió a un retraso en el baby
boom y a una posterior e intensa entrada de inmigrantes.
Cuadro 2.–Importancia de la población en edad de trabajar, 1960-2018
(porcentajes con respecto al total)
Fuente: Eurostat.
Así pues, en el segundo de los periodos considerados en este análisis, el comprendido entre 1985 y 2018, España ha seguido creciendo más
que la UE-15, pero lo ha hecho siguiendo pautas radicalmente diferentes a las del periodo anterior, elevando sustancialmente el empleo per
cápita, para absorber un volumen creciente de población en edad de trabajar, y logrando un avance muy modesto en la productividad del
trabajo. De esta manera, la diferencia en el aumento anual medio del PIB per cápita con la Europa comunitaria ha pasado de siete décimas,
antes de 1985, a tan solo tres, en el periodo trascurrido desde entonces. A tenor de la importancia que se ha atribuido aquí a la productividad
del trabajo en el desarrollo de los países, el cambio brusco que ha experimentado su avance en España constituye un aspecto crucial del
análisis del crecimiento económico español, al que se dedica el apartado siguiente.
Por otra parte, el PIB per cápita y la productividad del trabajo han mostrado en España, ya desde 1970, divergencias notables en su evolución,
que no tienen paragón en las primeras potencias europeas (gráfico 3). Ello se debe a tres factores. El primero, la importancia ya señalada del
cambio demográfico, prolongado hasta bien entrado el siglo actual, como consecuencia de una intensa inmigración; el segundo, la dificultad
para absorber la oferta creciente de trabajadores en actividades y empresas de elevada productividad; y el tercero, la peculiar organización
del mercado de trabajo español, que concentra su flexibilidad en la contratación temporal, de fácil ajuste en momentos recesivos.
Así, en los años de expansión que han seguido a la entrada de España en la Europa comunitaria, el PIB per cápita ha mostrado un crecimiento
sensiblemente más intenso que la productividad. Lo contrario ha ocurrido en las etapas de crisis, en las que el empleo por habitante se ha
reducido, haciendo aumentar más la productividad que la renta per cápita. Los salarios reales —y los márgenes empresariales de los sectores
más protegidos de la competencia— se han resistido en estas ocasiones a suavizar su crecimiento, impulsando al alza la productividad del
trabajo a través de un costoso proceso de descenso en el empleo, que ha implicado la desaparición de los establecimientos productivos más
débiles. Este comportamiento anticíclico de la productividad del trabajo en España durante las crisis es enormemente singular entre los
países avanzados.
Gráfico 3.–PIB real per cápita y productividad del trabajo en España, 1961-2018
(tasas anuales de variación)
Fuentes: Eurostat e INE.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 2. Los determinantes del crecimiento ecónomico (RAFAEL MYRO)
3. Determinantes del crecimiento a largo plazo
3.2. Productividad, capital y progreso tecnológico
3.2. PRODUCTIVIDAD, CAPITAL Y PROGRESO TECNOLÓGICO
Dada la importancia que para el crecimiento económico español ha revestido el avance de la productividad, si se exceptúan los años más
recientes, ha de prestarse atención al estudio de sus determinantes.
La teoría convencional del crecimiento explica el aumento en la productividad del trabajo partiendo de una función agregada de producción,
a través de dos factores: la mayor capitalización de las explotaciones (incremento en el capital físico y humano por trabajador –o
intensificación de capital–) y la mejora en la eficiencia conjunta del trabajo y el capital aplicado al proceso productivo –o mejora en la
productividad total de los factores, PTF –, cuyo principal determinante a largo plazo es el avance tecnológico. No obstante, debe advertirse
que, a corto plazo, otros factores afectan a esta eficiencia, bien de forma negativa, como el cambio de la estructura productiva hacia
actividades con un menor rendimiento, tanto del trabajo como del capital, bien de forma positiva, como la apertura al exterior, que, al igual
que la mayor competencia en los mercados interiores, facilita la asignación de los recursos a las tareas más productivas. Por otra parte,
conviene también dejar claro qué se entiende por capital humano: la combinación de salud y conocimientos que posee cada trabajador, que
se refleja en su rendimiento laboral y en su nivel relativo de salario.
En definitiva, lo expuesto puede expresarse de forma resumida diciendo que el trabajo eleva su productividad porque dispone de mayores
medios de capital físico y humano o porque el rendimiento global del proceso productivo aumenta (Recuadro 1). Ambos factores operan en
cualquier economía. Es un «hecho estilizado» del crecimiento económico, como apuntó Nicholas KALDOR, que el capital físico por trabajador
tiende a aumentar. También lo es que tiende a hacerlo el capital humano. Estimando una función de producción, se puede calcular el
impacto de tales aumentos sobre la productividad del trabajo, debiendo atribuirse el resto del incremento de esta al progreso tecnológico,
cuyos factores causales deben ser, a su vez, investigados.
Los resultados obtenidos al realizar este ejercicio para la economía española se sintetizan de la manera siguiente:
- Medida a precios constantes de 2010, la productividad del trabajo en España ha pasado del equivalente a 14.000 euros en 1960 al de
64.000 en 2018, experimentado pues un notable incremento, de 50.000 euros.
- En el mismo espacio temporal, el capital físico por trabajador ha pasado del equivalente a 42.000 euros al de 218.000, multiplicándose
por más de cinco, y llegando a superar al de Alemania o Italia. Dicho incremento en la capitalización física de la economía habría
incrementado el producto por trabajador en 12.000 euros en los 58 años considerados (siempre a precios de 2010), lo que supone un 32
por 100 del aumento realmente experimentado.
- En lo que respecta a la contribución del capital humano, resulta más difícil de estimar, pues además de mejorar el rendimiento del
trabajador, este capital influye indirectamente sobre la creación y difusión de progreso tecnológico. No obstante, puede tratar de
aproximarse tan solo su efecto directo, partiendo del mejor indicador disponible, el número medio de años de estudio de la población
ocupada, que en España aumentó de 5,3 en 1960 a 12,0 en 2018. El impacto de esta importante variación sobre la productividad del
trabajo sería de 7.000 euros más, eligiendo la opción más conservadora, es decir, de un 15 por 100 del aumento total conseguido.
- Como consecuencia, corresponde a la Productividad Total de los Factores la proporción más importante del incremento logrado en la
productividad del trabajo, 27.000 euros, un valor muy apreciable, que supone el 53 por 100 del total.
Finalizada la fase de industrialización de la economía española, el aumento en el stock de capital físico por trabajador se ralentizó
sensiblemente, pasando de crecer a una tasa anual media superior al 4 por 100 en términos reales antes de 1980, a hacerlo a otra en torno al
2 por 100 en los últimos treinta años, aun cuando estos han registrado un aumento algo artificial del empleo, asociado a la expansión
excesiva del sector de la construcción. Con todo, esta evolución puede ser considerada como normal, en lo sustancial, clara expresión de la
significativa dimensión alcanzada ya por el stock de capital de la economía española y, por consiguiente, de la dificultad de acrecentarlo sin
elevar sustancialmente la tasa de inversión sobre el PIB (el peso relativo que representa la formación bruta de capital fijo), que se ha
mantenido relativamente estable –alrededor del 23 por 100– en los veinte últimos años, un valor por encima de la media comunitaria. Debe
resaltarse, no obstante, que en los primeros años del siglo actual, este valor fue ascendiendo hasta alcanzar el 30 por 100 en 2007, como
consecuencia de la elevada inversión realizada en inmuebles.
Recuadro 1
DETERMINANTES DE LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO
Se explicará aquí cómo se efectúa la descomposición del crecimiento de la productividad del trabajo entre sus dos determinantes,
el capital por trabajador –físico y humano– y el progreso técnico (productividad total de los factores). Es preciso, para ello, partir de
la existencia de una función de producción, esto es, de una relación conocida entre la cantidad de producto obtenido y
determinadas combinaciones de factores, trabajo y capital, que pueden variar según sean las técnicas elegidas.
Supóngase que esta función adopta, entre las posibles formas matemáticas, la conocida como Cobb-Douglas, en atención a los dos
economistas que analizaron por primera vez sus propiedades. Su expresión es la siguiente:
Y = AKα hβ L(1 – α)
donde Y es el producto, K el capital físico total, h el capital humano por trabajador y L el trabajo no cualificado; α y β son
parámetros que representan la elasticidad del producto respecto del capital físico y humano, respectivamente (la variación
porcentual del producto que origina una variación porcentual del capital), y A es la productividad total de los factores (PTF), un
multiplicador de la contribución al producto de la combinación de factores utilizada, que es función del progreso técnico. Con este,
A tiende a crecer en el tiempo. El que los exponentes del capital físico y del trabajo en la función sumen 1 implica la existencia de
rendimientos constantes de escala en estos factores tradicionales.
Si ahora se dividen ambos miembros de la función propuesta por L, resulta:
Y/L = A(K/L)α hβ
o, más simplemente, haciendo Y/L = y; K/L = k:
y = Akαhβ
donde la productividad media del trabajo (y) depende del capital físico por trabajador, del capital humano por trabajador y del
nivel de eficiencia y progreso técnico (A).
Si se transforma la expresión anterior en tasas de variación, tomando logaritmos y diferenciando respecto al tiempo, se obtiene
que la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo es igual a la del capital físico por trabajador, multiplicada por α, más la
tasa de variación del capital humano por trabajador, multiplicada por β, más la tasa de variación de A, esto es:
dLn y/dt = dLn A/dt + α dLn k/dt+ β dLn h/dt
O de forma más sencilla:
donde ^ indica tasa de variación
Calcular  es muy fácil si se conocen α y β, ya que puede disponerse de información acerca de y (PIB por empleado), k (stock de capital
físico por empleado) y h (años medios de estudio). Basta entonces despejar su valor, que resulta ser:
Así, la variación del progreso técnico se obtiene como un residuo, el aumento de la productividad del trabajo que no se explica por las
contribuciones del capital físico y humano.
Puede demostrarse que, si se supone que los mercados son perfectamente competitivos, los valores de α y β coinciden con las
participaciones en el PIB de la remuneración del capital físico –excedente bruto de explotación menos la parte salarial incluida en las
rentas mixtas– y del capital humano –masa salarial que excede al salario de no cualificación (salario mínimo)–, valores que pueden ser
estimados a partir de las Cuentas Nacionales y que en las economías desarrolladas se sitúan en el entorno de 0,4. Algunas estimaciones
alternativas, usando métodos econométricos, obtienen valores bastante más elevados para el capital humano.
El ascenso en el capital humano, sostenido y más pronunciado desde 1975 hasta el año 2000 (a una tasa media del 2 por 100 anual), compensó
en alguna medida el menor avance del capital físico, pero no pudo evitar que la aportación de ambos tipos de capital al incremento de la
productividad se hiciera gradualmente menor, como muestra el gráfico 4.
Gráfico 4.—Contribución del aumento del capital físico y humano al incremento de la productividad del trabajo en España, 1961-2018
(tasas anuales de variación)
Fuentes: Eurostat e INE.
Como en toda economía madura, en la española el crecimiento de la productividad se ha ralentizado con el tiempo, al recibir menos impulso
del capital físico –y también del humano, en la última década–. Como era también de esperar, la desaceleración de la PTF ha contribuido, en
una medida apreciable, a esta evolución decreciente, al ralentizar su incremento conforme España se acercaba en renta per cápita a otras
economías; según el citado gráfico, es patente el acortamiento paulatino de la distancia entre los puntos de la línea indicativa de la evolución
de la productividad del trabajo y de la que mide la contribución de los capitales físico y humano. Pero lo que resulta anómalo en el caso de
España es el prácticamente nulo aumento de la PTF desde el inicio del decenio de 1990, que apunta a un estancamiento de los niveles de
eficiencia del trabajo y del capital aplicados a la producción en los últimos veinte años, algo que debe atribuirse a la creación de empresas de
baja eficiencia en los años de expansión, así como a la formidable extensión del sector de la construcción, no solo para atender la demanda
de inmuebles residenciales, sino también de edificaciones e infraestructuras destinadas a todo tipo de usos, incluyendo aquellas que integran
los activos materiales de las empresas. A este respecto, basta con ver cómo la PTF ha aumentado durante los años de crisis, a pesar de no
registrarse avances en el progreso tecnológico. También lo ha hecho en los años de recuperación, en los que el sector de la construcción ha
mantenido una actividad normal.
El gráfico 5 revela más claramente esta anomalía española, expresándola en términos comparados. La productividad del trabajo en España,
medida en porcentaje de la UE-15, desciende desde finales del decenio de 1980 hasta la reciente crisis, en la que recupera los valores
alcanzados con anterioridad. Esta peculiar evolución ha descansado en buena medida en el estancamiento en el avance de la PTF ya
señalado, un aspecto decisivo, distintivo de España, al que debe prestarse atención ahora.
Gráfico 5.—Productividad en España con relación a la UE-15, 1961-2018
(niveles relativos y números índices relativos, en porcentaje)
Fuente: Eurostat.
En cualquier economía, el aumento de la PTF se asienta en la incorporación de nuevas ideas, procedimientos y métodos a los procesos
productivos y a los productos, que se hace factible a través de equipos de investigación y de una cualificación creciente de los trabajadores.
En las primeras etapas de desarrollo de un país, existe una gran capacidad para obtener esas ideas e innovaciones de otros países, a través de
la importación de bienes de equipo que los incorporan –esta es una de las claves del fuerte aumento del capital físico por trabajador en las
fases primeras de industrialización–, o mediante la compra de patentes, marcas y asesoramiento técnico. O, más simplemente, mediante la
imitación de tecnologías suficientemente difundidas, que son absorbidas e implementadas a través de equipos humanos mejor formados. De
ahí que el capital humano ejerza también un papel indirecto en el progreso técnico, favoreciendo la captación, absorción y difusión de
nuevas tecnologías. La localización en el territorio nacional de empresas extranjeras desempeña, asimismo, un importante papel en todo este
proceso (véase el capítulo 6).
Pero cuando se alcanza un alto grado de desarrollo, la adquisición y asimilación de tecnologías de otros países se hace más difícil y costosa,
siendo fundamental un esfuerzo propio de creación de nuevas ideas y el logro de una elevada cualificación de los trabajadores, con el fin de
facilitar su absorción, difusión y transformación en nuevos bienes y procesos productivos. En consonancia con esta exigencia, España ha
hecho un esfuerzo muy apreciable a lo largo del tiempo por agrandar el número de sus investigadores, medido aquí en tanto por mil de la
población trabajadora –ratio de intensidad investigadora –, y que ha avanzado en paralelo con el ascenso en el número medio de años de
formación reglada de la población ocupada (gráfico 6). El rápido y sostenido avance de la ratio de intensidad investigadora es posterior al de
los niveles educativos, iniciándose casi una década más tarde que este, hacia mitad del decenio de 1980. El resultado de esta trayectoria es
evidente: España se encuentra en 2015 solo algo por debajo de los países más desarrollados en estos indicadores (cuadro 2).
Gráfico 6.—Capital humano y tecnológico en España, 1961-2018
Fuentes: IVIE y OCDE.
Por consiguiente, no cabe atribuir a diferencias en el número de investigadores y en la educación de la población el estancamiento de la PTF.
Pero la transformación de las nuevas ideas que produce la investigación en innovación (procedimientos y productos nuevos) exige algo más
que investigadores y personal cualificado. Exige un mayor esfuerzo de inversión en capital del que ha tenido lugar, si se tiene en cuenta que
el gasto de I+D sobre el PIB es casi la mitad del francés o el alemán; y aún es superior la distancia con estos países en el gasto empresarial, que
resulta en España particularmente reducido, siendo clave en la mejora de la innovación. También reclama un sistema de organización de la
tecnología que haga eficaz ese gasto dedicado a producirla, y en este aspecto no parece haberse avanzado mucho, si se considera, por
ejemplo, el indicador de número de patentes registradas, en donde España se sitúa muy lejos de los países más desarrollados.
Gasto
sobre
(%)
UE-28…………….
I+D
PIB
I+D
por
(%)
realizada
empresas
Investigadores
1000 empleados
Patentes en UE,
EE.UU. y Japón
(% del total)¹
por
Capital
humano²
2,0
65,7
8,3
24,4
11,9
Alemania……
3,0
69,3
9,3
8,1
14,1
Francia…….
2,2
64,9
10,3
4,4
11,5
Reino Unido…….
1,7
67,6
9,0
3,3
12,9
Italia……..
1,3
61,4
5,4
1,5
10,2
España………
1,2
54,9
6,9
0,5
9,8
Suecia…………
3,3
70,6
15,0
1,2
12,4
Finlandia……….
2,8
65,2
14,5
0,5
12,4
Holanda………..
2,0
58,8
9,4
2,4
12,2
Portugal……….
1,3
50,5
9,2
0,1
9,2
Estados Unidos………
2,8
73,1
9,0
25,4
13,4
Japón………………
3,2
78,8
10,0
31,0
12,8
Notas: (1) 2016. (2) Años medios de estudio de la población con más de 25 años.
Fuentes: OCDE, Main Science and Technology Indicators, y Naciones Unidas, Development Reports.
En definitiva, todo parece apuntar a un predominio en España de investigaciones marginales y de escasos resultados, reflejo de la falta de
ambición y organización en el esfuerzo tecnológico español en términos comparados. Se diría que España no ha transitado bien desde la fase
de imitación de las tecnologías foráneas a la de creación de las propias.
© 2019 [Thomson Reuters (Legal) Limited / José Luis García Delgado y Rafael Myro (dirs.) y otros]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
13 JAN 2021
Economía española. Una
introducción. 4ª ed.,
junio 2019
CIVITAS
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1. Introducción, p.RB-3.1
2. Los supuestos de partida de la unión económica y monetaria, p.RB-3.2
3. Los años de la expansión y la acumulación de desequilibrios macroeconómicos, p.RB-3.3
4. Crisis financiera y crisis económica, p.RB-3.4
5. La recuperación de la economía española, p.RB-3.5
13 JAN 2021
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 3. España en la Unión Económica y monetaria (JUAN CARLOS JIMÉNEZ y JOSÉ A. MARTÍNEZ SERRANO)
1. Introducción
1 . IN TRO D UCCIÓ N
El acceso a la moneda única, el euro, en 1999, y la incorporación de España al grupo de países que conformaban el mayor reto integrador de
la Unión Europea, la Unión Económica y Monetaria (UEM), significaron la culminación de una aspiración secular: la plena integración en
Europa y la homologación con un conjunto de economías prósperas con las que se deseaba compartir un marco institucional propicio para el
crecimiento y el mayor bienestar (véase el Recuadro 1). El ingreso efectivo de España en la entonces Comunidad Europea en 1986 significó un
paso crucial en la modernización e internacionalización de la economía española, que creó efectos expansivos muy favorables en el comercio
y la inversión internacional, y, desde luego, en la producción (la cronología de la integración europea puede verse en el Apéndice 1).
Ya en el decenio de 1990, la firma del
Tratado de Maastricht –en el que se preveía el tránsito por etapas a una UEM– supuso un nuevo y
decisivo acicate. En pos de los llamados criterios de Maastricht –unos criterios nominales de estabilidad macroeconómica–, España alcanzó
los objetivos fijados de estabilidad de precios y avances sustanciales en la consolidación fiscal de sus cuentas públicas, lo que le permitió
acceder desde un principio a la moneda única. Se habló entonces del triunfo de una «cultura de la estabilidad». También se realizó en esos
años un ambicioso programa de privatización de empresas públicas y de liberalización de mercados oligopolísticos con el objetivo de dotar a
la estructura productiva de mayor eficiencia y flexibilidad, si bien los resultados en algunos sectores fueron limitados (véase el capítulo 4).
En los veinte años transcurridos desde la creación del euro, España ha registrado etapas muy diferenciadas. Los primeros diez años fueron
de un elevado crecimiento económico, que generó, por un lado, una convergencia real con las economías europeas más prósperas gracias a
un aumento de la renta per cápita, y, por otro, una gran expansión del empleo y una reducción significativa de la tasa de paro, a pesar de la
fuerte corriente migratoria que llegó al país (gráficos 1 y 2). En esos primeros diez años, de aparente éxito, se fueron creando sin embargo
divergencias y desequilibrios en el seno de la Eurozona que la hicieron vulnerable a cualquier perturbación económica. A esa etapa le siguió
a partir de 2008 una crisis económica más profunda y prolongada que la registrada en las economías más prósperas de la Unión. Las
principales variables económicas mostraron peores registros que en cualquier otra crisis experimentada por la economía española en los
últimos sesenta años. Fueron los años de la gran divergencia y el inicio de los fuertes conflictos en el seno de la Eurozona que hicieron temer
por la continuidad del euro. Solo la voluntad y compromiso político con el proyecto europeo permitió la pervivencia del euro a pesar del
grave perjuicio económico y social que estaba ocasionando. Por último, a finales de 2013 se inició una fase de recuperación económica que ha
permitido recobrar el nivel del PIB per cápita, aunque la tasa de paro todavía permanece alejada de los niveles alcanzados en la etapa de
prosperidad.
En este capítulo se hace un breve repaso de los supuestos de partida de la UEM, para examinar a continuación la experiencia de España en el
euro, primero durante los años de bonanza económica y gestación de los desequilibrios macroeconómicos, y luego durante la crisis, cuando
estos se han convertido en una pesada losa para el conjunto de países europeos «periféricos» entre los que España ha quedado encuadrada.
Por último, se aborda la salida de la crisis y la recuperación de la economía española.
Gráfico 1.—PIB per cápita, 1999-2018
(1999 = 100) Fuente : Comisión Europea, AMECO.
Gráfico 2.—Tasa de desempleo, 1999-2018
(porcentajes)
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 3. España en la Unión Económica y monetaria (JUAN CARLOS JIMÉNEZ y JOSÉ A. MARTÍNEZ SERRANO)
2. Los supuestos de partida de la unión económica y monetaria
2 . LO S SUP UESTO S D E PARTIDA D E LA UN IÓ N ECO NÓ M ICA Y M O N ETARIA
La formación de la UEM –y, con ella, la puesta en marcha del euro– fue un paso trascendental en el proceso de integración europea. Los
beneficios que se esperaban obtener eran esencialmente de carácter microeconómico y estaban asociados a las ganancias de eficiencia
derivadas, por un lado, de la eliminación de los costes de transacción debidos a la existencia de múltiples monedas, y, por otro, de la
supresión de los riesgos cambiarios; se confiaba, así, en que la creación de un mercado europeo facilitase la especialización productiva y la
explotación de economías de escala en el plano empresarial, en continuidad con lo logrado con la creación de la Unión Económica Europea,
iniciada en 1986. En cambio, los costes eran de tipo macroeconómico y, en esencia, consistían en la renuncia a las políticas monetarias y
cambiarias independientes que tradicionalmente se habían utilizado para afrontar desequilibrios macroeconómicos que impedían la
continuidad del crecimiento. En este sentido, el coste de compartir una moneda común era la pérdida de la soberanía nacional en el manejo de
las dos principales políticas macroeconómicas de cualquier país.
Respecto a la forma de minimizar tales costes, la teoría de las Áreas Monetarias Óptimas (AMO), que es la base de las ideas económicas acerca
de la integración monetaria, señala lo siguiente:
• Si un grupo de países va a compartir la misma moneda y, por tanto, una única política monetaria y cambiaria, es aconsejable que
compartan también la política fiscal, de modo que se disponga de un instrumento potente para abordar una posible perturbación
asimétrica.
• Si ello no resulta factible, por las dificultades para avanzar en la unión presupuestaria de los países miembros, la teoría recomienda que
el marco institucional dote de suficiente flexibilidad a los mercados de factores, bienes y servicios para que, ante el riesgo de potenciales
perturbaciones asimétricas, cada país pueda hacer los ajustes necesarios.
• Específicamente se aconseja la introducción de competencia en todas las actividades productivas que se desarrollan al margen de los
mercados mundiales y, en particular, que se dote al mercado de trabajo de la suficiente flexibilidad para que, ante perturbaciones
asimétricas, se proceda a un ajuste no solo en el volumen de empleo –incluidos los movimientos migratorios entre los países miembros–,
sino también en la cuantía de los salarios.
• Se trata, en definitiva, de crear un marco institucional en cada país lo suficientemente flexible como para que, en caso de que una
economía nacional registre una pérdida de competitividad, se pueda realizar el ajuste necesario, en costes y precios, con la rapidez
precisa para evitar un período prolongado de destrucción de producción y de empleo. Dicho de forma más breve, el país debe estar en
condiciones de realizar devaluaciones internas.
Pues bien, en el diseño de la UEM no se tuvieron en cuenta las predicciones de la teoría de las Áreas Monetarias Óptimas, sino que se optó por
el establecimiento de unos criterios –los criterios de Maastricht – que garantizasen simplemente la estabilidad macroeconómica.
Recuadro 1
ESPAÑA Y LA INTEGRACIÓN EUROPEA
En 1957 se constituyó la Comunidad Económica Europea (CEE) con la participación de seis países: Alemania, Francia, Italia,
Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Se trataba esencialmente de una unión aduanera, es decir, de la eliminación de los aranceles al
comercio entre los integrantes y el establecimiento de un arancel común frente a terceros. En 1973 el número de socios se amplió
con la entrada de Dinamarca, Irlanda y Reino Unido. En 1979, tras la crisis del decenio de 1970, que erosionó la cohesión de la CEE,
puesto que los países respondieron de formas diferentes a la difícil situación económica creada, se avanzó en la integración
europea mediante la constitución del Sistema Monetario Europeo (SME): un sistema de tipos de cambio fijos que coordinaba las
políticas monetarias y que descansaba en el marco alemán como moneda de referencia. Más adelante, a partir de 1986 –ya con
Grecia, España y Portugal en la Comunidad–, se puso en marcha un proceso de mayor integración de los mercados nacionales,
eliminando las barreras no arancelarias que obstaculizaban el comercio entre los Estados miembros, incluidas las fronteras, sin
dejar de incorporar a nuevos socios. Esto tuvo lugar a partir de 2004 con la incorporación de 13 países del centro y este de Europa,
hasta completar el número de 28 que hoy integran la Unión Europea, a salvo de que se consume el Brexit (véase el Apéndice 1 al
final del capítulo).
España mostró ya desde el comienzo del decenio de 1960 su interés en formar parte de esta área común, pero no lo consiguió hasta
1985, tras las negociaciones que se iniciaron en 1977, una vez instaurada la democracia. Antes, en 1970, firmó con los países que
entonces formaban la CEE un acuerdo de preferencias arancelarias, una primera etapa habitual en los procesos de integración
económica que resultó muy favorable para España, al obtener importantes rebajas arancelarias para sus productos, lo que impulsó
sus exportaciones, reorientándolas hacia el espacio comunitario europeo.
La incorporación a la CEE, al mismo tiempo que esta aumentaba su nivel de integración con la firma del Acta Única Europea, y al
proyecto en curso de Unión Europea, supuso un gran reto económico para España, cuyas empresas hubieron de enfrentarse en el
corto periodo de siete años, de 1986 a 1993, a la eliminación de los aranceles que protegían el mercado interior, y también de las
muchas barreras no arancelarias existentes. Pero la economía española había alcanzado ya una notable madurez, asemejándose
en su estructura productiva a la de los restantes países socios, de forma que la integración fue un éxito, pues se creó un importante
volumen de comercio con el área comunitaria, sin relevantes desviaciones del comercio con terceros países (véase el capítulo 5), al
contrario de lo que sucedió con Portugal y Dinamarca, por ejemplo. Esto, unido al crecimiento de la demanda exterior, favoreció
un rápido aumento del PIB español, reanudándose a un ritmo muy vivo el proceso de convergencia con la Unión Europea roto
durante la transición política y la crisis económica. Este proceso se vio favorecido por la abundante llegada de inversiones
extranjeras directas que impulsaron y diversificaron la inversión productiva, procedentes, en unos casos, de los socios
comunitarios, y, en otros, de países que buscaron aposentarse en el mercado europeo a través de España (véase el capítulo 6).
España quiso avanzar con rapidez en la reducción de sus desequilibrios macroeconómicos, principalmente la inflación, y en la
homogenización de su política económica con la de sus socios, por lo que en 1989 se incorporó al SME, comprometiéndose a mantener un tipo
de cambio relativamente fijo con el marco alemán. Lo hizo con una moneda muy sobrevalorada que hubo de devaluar tras la crisis del SME
que siguió a la reunificación alemana. No abandonó, sin embargo, el SME, como hicieron Reino Unido o Grecia. Lo que aconteció desde
entonces es el objeto de estudio de este capítulo.
Preocupaba entonces, sobre todo, la consecución y el mantenimiento de unas tasas de inflación bajas, tarea principal que se le asignó a la
nueva institución que debía velar por el adecuado funcionamiento del euro: el Banco Central Europeo (BCE). De hecho, en el momento de
iniciarse la etapa de tipos de cambios irrevocablemente fijos, en enero de 1999, previa a la puesta en circulación de la moneda común (2002),
la Eurozona había alcanzado una notable estabilidad de precios, y el BCE consiguió que las expectativas de inflación se situasen de forma
permanente en el entorno del 2 por 100, aunque con notables disparidades entre los países miembros.
La estabilidad macroeconómica de la Eurozona permitió una fuerte reducción de los tipos de interés y su mantenimiento en niveles muy
bajos, lo que llevó a los agentes económicos a considerar la Eurozona como una entidad cohesionada desde el punto de vista
macroeconómico y en un rápido proceso de integración económica. La política monetaria común y el simultáneo exceso de liquidez a escala
mundial tuvieron, sin embargo, un impacto diverso en las distintas economías de la Eurozona, dependiendo del tipo del cambio al que cada una
se había incorporado al euro, de las características de su estructura productiva y del grado de flexibilidad de sus mercados de bienes y de
factores (singularmente, del mercado de trabajo). De este modo, la evolución de cada economía de la Eurozona fue muy diferente –tanto en las
variables reales como en las nominales– en el periodo subsiguiente a la puesta en marcha de la moneda única. El crecimiento de la
producción y de la productividad fue muy diverso y los aumentos de precios y costes acabaron siendo dispares. El resultado final fue la
generación de desequilibrios macroeconómicos internos y externos de signo opuesto e incompatibles con unas políticas monetaria y
cambiaria comunes, que acabaron poniendo en peligro la propia viabilidad del euro.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 3. España en la Unión Económica y monetaria (JUAN CARLOS JIMÉNEZ y JOSÉ A. MARTÍNEZ SERRANO)
3. Los años de la expansión y la acumulación de desequilibrios macroeconómicos
3 . LO S AÑ O S D E LA EXPANSIÓ N Y LA ACUM ULACIÓ N D E D ESEQ UILIBRIO S M ACRO ECO NÓ M ICO S
El caso español es uno de los ejemplos más elocuentes de cómo el fuerte crecimiento registrado en el período 1999-2007 propició
desequilibrios económicos que, al hacerse insostenibles, explican la magnitud de la crisis y la dificultad para resolverlos en el marco de la
eurozona (véase el capítulo 2). Entre estos desequilibrios destacan de modo muy especial tres:
• Primero, una tasa de inflación superior a la de la mayoría de los países de la zona euro.
• Segundo, un enorme déficit por cuenta corriente, que ha implicado que España fuese, y siga siendo, una de las economías con mayor
deuda exterior del mundo.
• Y, tercero, la gestación de una burbuja inmobiliaria cuyo estallido afectó no solo a la estabilidad bancaria, sino también a las cuentas de
las Administraciones Públicas.
El dinamismo de la economía española en el periodo 1999-2007 fue el resultado de una gran expansión de la demanda interna, impulsada,
fundamentalmente, por unos tipos de interés muy bajos. De hecho, durante algunos años los tipos de interés nominales fueron inferiores a la
inflación, de manera que se registraron tipos de interés reales negativos. Con tipos tan bajos –y abundante liquidez– la demanda agregada
creció a un ritmo muy acelerado, lo que, en parte, se trasladó a los precios, que crecieron en estos años por encima de la media de la
Eurozona. De este modo, la moneda única marcaba un tipo de cambio nominal para España idéntico al del resto de sus socios; pero el tipo de
cambio real acusaba una persistente apreciación, posponiéndose siempre las medidas compensadoras de ajuste.
Cuando se diseñó la UEM se pensaba que con una política monetaria común los países miembros acabarían registrando una tasa de inflación
muy similar. Es probable que en el largo plazo esto hubiese acabado ocurriendo, pero en el periodo transcurrido desde la creación del euro
hasta la crisis no fue así. De hecho, la misma política monetaria, unida a estructuras productivas y demandas diferentes, ha tenido impactos
asimétricos en las distintas economías de la Eurozona. Los precios han evolucionado de manera muy dispar (gráfico 3). Así, en el periodo
1999-2007, mientras estos aumentaron el 7,7 por 100 en Alemania y un 17 por 100 en Francia, en España registraron un crecimiento del 41
por 100. Algo similar se detecta al observar en el gráfico 4 la evolución del coste laboral unitario nominal (CLUN), que muestra una evolución
muy desigual en las economías de la Eurozona, situándose España entre las de mayor crecimiento, debido al aumento de los salarios muy por
encima del de la productividad. De este modo, la evolución de los precios y de los CLUN erosionó la competitividad española en relación con
la de casi todos los otros países de la Eurozona.
Gráfico 3.—Deflactor del PIB 1999-2018
(1999 = 100)
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
Gráfico 4.—Coste laboral unitario nominal, 1999-2018
(1999 = 100)
Fuente: AMECO.
Esta escalada de costes y precios conecta, en parte, con el desequilibrio exterior registrado por la economía española. En efecto, la gran
expansión de la demanda interna que guio el crecimiento económico hasta 2007 se satisfizo en una medida desproporcionada mediante la
importación de bienes y servicios, dado que el sistema productivo careció de la flexibilidad necesaria para adaptarse a las características de
la demanda. El resultado fue un creciente déficit por cuenta corriente que no encontró dificultades para su financiación en el marco de la
Eurozona (gráfico 5). En los nueve años comprendidos entre 1999 y 2007, el déficit corriente fue creciendo desde el 2,9 hasta situarse en el 10
por 100 del PIB, siendo el promedio anual del periodo del 4,5 por 100. Ello supuso un enorme incremento del endeudamiento exterior: las
necesidades de financiación neta de la economía española aumentaron sustancialmente, de manera que la deuda neta (privada y pública) se
incrementó entre 1998 y 2007 en más de 650 mil millones de euros.
Gráfico 5.—Saldo por cuenta corriente, 1999-2018
(en porcentaje del PIB)
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
La magnitud del endeudamiento externo dificultó la recuperación económica y obligó a una reasignación de recursos hacia las exportaciones
para lograr restablecer el equilibrio exterior y garantizar la sostenibilidad de la deuda externa española. Baste señalar que a finales de 2017
la deuda bruta española, pública y privada, frente al resto del mundo se situó en 1.943 miles de millones de euros (167 por 100 del PIB),
siendo la deuda neta de 965 miles de millones de euros (82,9 por 100 del PIB). La magnitud del endeudamiento ha constituido una pesada
carga que, en tanto se ha conseguido ajustar el desequilibrio exterior, ha dificultado la recuperación.
Déficits por cuenta corriente y endeudamientos de esta magnitud nunca habrían sido posibles antes de la existencia del euro. Cuando España
experimentaba desequilibrios elevados y persistentes y el crecimiento de la deuda alertaba sobre la capacidad del país para devolverla, este
se enfrentaba a un riesgo cierto –la retirada de fondos– que obligaba a las autoridades a fuertes devaluaciones y a un ajuste que restableciese
los equilibrios macroeconómicos básicos (véase el capítulo 2). En cambio, en esta ocasión, al pertenecer a un área monetaria que en conjunto
gozaba de estabilidad macroeconómica, la economía española siguió financiándose sin el debido aumento de la preocupación sobre la
capacidad de hacer frente a la devolución de esa deuda.
Gran parte de estos recursos captados en los mercados financieros internacionales se canalizó a través de los bancos hacia las actividades
inmobiliarias y vinculadas a la construcción de viviendas: en el momento álgido, llegaron a iniciarse en España más de 800.000 viviendas en
un solo año, más que en Alemania, Francia e Italia juntas. Así se alimentó un crecimiento acelerado de los precios de estos activos que, unido
a los bajos tipos de interés vigentes hasta 2006, desembocó en una burbuja inmobiliaria. Los precios de la vivienda aumentaron en este ciclo
expansivo en más de un 200 por 100.
Este desequilibrio acabaría desencadenando una grave crisis económica y financiera por dos motivos:
• Primero, porque los recursos prestados desde el resto del mundo para financiar el crecimiento se destinaron principalmente a la
producción de un bien, la vivienda, que no era susceptible de exportarse masivamente para generar los recursos que permitiesen
devolver los préstamos obtenidos.
• Y, segundo, porque las viviendas tienen la peculiaridad de ser un producto cuya venta minorista requiere una financiación a largo
plazo, de entre 20 y 30 años, en tanto que los recursos exteriores se aportaban para plazos mucho más cortos, de modo que una
interrupción en la renovación de estos préstamos podría llegar a poner en peligro la estabilidad –e incluso la viabilidad– del sistema
bancario español.
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Parte I. Crecimiento económico en el escenario europeo
Capítulo 3. España en la Unión Económica y monetaria (JUAN CARLOS JIMÉNEZ y JOSÉ A. MARTÍNEZ SERRANO)
4. Crisis financiera y crisis económica
4 . CRISIS F INAN CIERA Y CRISIS ECO NÓ M ICA
Al igual que en todas las graves crisis que se han producido históricamente, son el exceso de endeudamiento y la incapacidad para hacer
frente a los compromisos de pagos los factores que acaban desencadenando una crisis económica de enorme dimensión. El origen de esta se
remonta al verano de 2007 con el derrumbamiento de las hipotecas subprime, cuando la economía de Estados Unidos entró en una etapa de
corrección de excesos financieros y desequilibrios macroeconómicos que se extendieron por el conjunto de la economía mundial. No
obstante, no fue hasta la segunda mitad de 2008 cuando las perturbaciones financieras internacionales originaron una recesión ya global. La
secuencia de hechos puede relatarse sucintamente:
• En septiembre de 2008, los mercados financieros comenzaron a ser conscientes de que los países de la «periferia» europea, los llamados
peyorativamente PIGS y luego GIPSY –Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia–, habían acumulado enormes deudas frente al resto del
mundo y unas pérdidas de competitividad respecto a los países centrales («core ») de la Eurozona que desaconsejaban seguir
prestándoles en condiciones similares.
• A partir de ese momento, los mercados financieros comenzaron a distinguir las peculiaridades de cada país y los nuevos préstamos –o
la renovación de los que vencían– se otorgaban en condiciones cada vez más gravosas para los países de la periferia.
• De cualquier modo, el impacto de la crisis económica internacional fue generalizado y arrastró a todas las economías europeas a una
etapa recesiva, registrándose una fuerte contracción de la actividad productiva, con caídas del PIB durante 2009 entre el 3 y el 14 por 100,
según los países, junto con el colapso del comercio internacional y la paralización de la inversión mundial. La posterior recuperación, a
partir de 2010, fue muy débil y, además, truncada, al entrarse de nuevo en una etapa de recesión.
Las repercusiones más graves se manifestaron en los mercados de trabajo, con un notable deterioro en las tasas de paro de un gran número
de países europeos. Ha sido tal la magnitud de la caída de la actividad económica y la ruptura acontecida en los mercados financieros que
esta etapa se conoce ya como Gran Recesión.
Más concretamente, la gravedad de la crisis de la Eurozona comenzó en Grecia en enero de 2010, al revelarse la magnitud de los
desequilibrios que presentaban sus cuentas públicas –por lo demás, sistemáticamente falseadas– y la incapacidad del país tanto para cumplir
sus compromisos de pagos internacionales como para hacer frente a los gastos públicos corrientes. Cuando las autoridades europeas
empezaron a intervenir en la economía griega con ayudas financieras a cambio de la adopción de programas de austeridad, la crisis de la
deuda soberana se había extendido ya a Irlanda –arrastrada por su crisis bancaria, derivada de la explosión de la burbuja inmobiliaria– y
Portugal. Ante las crecientes dificultades que surgían en uno y otro país, se crearon en 2010 dos fondos para ofrecer soluciones temporales a
los países en crisis: el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) y el Mecanismo Europeo de Estabilización Financiera (MEEF).
La generalización de los problemas de liquidez –que, en parte, encubrían otros de solvencia– obligó al BCE, a finales de 2011 y principios de
2012, a inyectar liquidez a largo plazo en el Eurosistema, por un valor superior al billón de euros, a fin de evitar una quiebra desordenada de
los sistemas bancarios. No obstante, las tensiones financieras sobre la viabilidad del euro se agudizaron conforme avanzaba el año, y en el
verano de 2012 el presidente del BCE tuvo que intervenir para frenar la desconfianza sobre el euro, declarando que haría todo lo que fuese
necesario para garantizar la irreversibilidad de la moneda única. En particular, subrayó que cualquier país que solicitase formalmente el
rescate recibiría la ayuda necesaria del BCE. Para abordar futuras crisis se creó en 2012, con carácter permanente, el Mecanismo Europeo de
Estabilidad (en sustitución de los dos fondos temporales mencionados). De este modo se dejó diseñado un mecanismo de ayuda o rescate de
cualquier miembro de la eurozona ante cualquier problema futuro.
En España vino a confluir el abrupto cambio de la escena financiera internacional subsiguiente a 2007 con el afloramiento de los excesos de
los años previos: sin duda, la gravedad de la crisis era consecuencia de la magnitud de los desequilibrios acumulados en la etapa expansiva y,
particularmente, del enorme endeudamiento del sector privado. Las familias y las empresas alcanzaron unos niveles de deuda alarmantes. Las
primeras, al adquirir activos inmobiliarios mediante la contratación de créditos hipotecarios a largo plazo; las empresas, al desarrollar
ambiciosos proyectos nacionales (una gran parte vinculados a la actividad inmobiliaria) e internacionales mediante un fuerte recurso al
crédito. En ambos casos, las expectativas de crecimiento, aparentemente ilimitadas, y el bajo coste del endeudamiento alimentaron un
aumento desproporcionado de los niveles de deuda.
Así, en 2007 la deuda de las familias representaba ya el 85 por 100 del PIB (uno de los porcentajes más altos del mundo) y la de las empresas
no financieras el 137 por 100 (la cifra más elevada en el conjunto de los países ricos). Cuando el desorden financiero internacional, originado
a raíz del colapso del mercado hipotecario norteamericano, puso fin a una etapa de abundante liquidez, el crédito dejó de fluir en
condiciones favorables, y las familias y las empresas no financieras se vieron obligadas a iniciar un saneamiento de sus posiciones
financieras mediante la reducción de sus niveles de deuda; es decir, a llevar a cabo un proceso de desapalancamiento financiero.
La consecuencia inmediata fue una fuerte contracción de la demanda interna, que provocó una caída de la producción y un aumento del
paro, cercano al 27 por 100 de la población activa en el primer trimestre de 2013. Con la economía estancada o en recesión y el paro elevado
y en ascenso, los problemas se extendieron a todos los agentes económicos, desencadenándose unos círculos viciosos de impagos, privados y
públicos, destrucción de actividad productiva, fragilidad de las entidades financieras y recortes en la prestación de servicios públicos, que
amenazaron con conducir a España a una depresión económica profunda y prolongada.
En suma, las dificultades que atravesaron las entidades financieras y la Administración Pública española para financiarse en los mercados
internacionales fueron consecuencia no solo de la magnitud de la deuda externa, sino también, y sobre todo, de la falta de confianza en la
capacidad de la economía para afrontar sus retos en el marco de la Eurozona. Es decir, la economía española parecía incapaz de crecer
generando un flujo de recursos que permitiese reducir el endeudamiento exterior. Y ello fue debido a que España era un país cuya estructura
de costes de producción le impedía reorientar su actividad productiva hacia el exterior para compensar con la demanda externa las
debilidades de la demanda interna; de este modo, no solo no se podía estimular la actividad, sino que tampoco se podían generar recursos
que permitieran devolver los créditos internacionales. La economía española, que durante los años de expansión había experimentado un
incremento de sus costes de producción y de precios sustancialmente por encima de sus socios de la Eurozona y había acumulado un enorme
endeudamiento frente al resto del mundo, se enfrentaba al reto de restablecer sus equilibrios macroeconómicos. El problema es que se
carecía de los instrumentos tradicionales, como eran la política monetaria y, especialmente, el tipo de cambio, para abordar estos desafíos.
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Capítulo 3. España en la Unión Económica y monetaria (JUAN CARLOS JIMÉNEZ y JOSÉ A. MARTÍNEZ SERRANO)
5. La recuperación de la economía española
5 . LA RECUP ERACIÓ N D E LA ECO NO M ÍA ESPAÑO LA
La recuperación de la economía española requería, ante todo, una mejora de la productividad que restableciese la competitividad de su
sistema productivo. Ante la imposibilidad de utilizar la devaluación del tipo de cambio, el único mecanismo disponible era recurrir a una
devaluación interna que permitiese la disminución de los costes de producción y así poder reducir los precios de los bienes y servicios y
recuperar la competitividad. Y este es el ajuste que se ha venido realizando desde finales de 2008.
Un modo de medir cómo evoluciona la competitividad de la economía española es mediante el CLUN –y sus componentes– en relación con los
países de la Eurozona (gráfico 6). Los datos muestran que, en fuerte contraste con la pérdida de competitividad registrada desde la
introducción del euro hasta el inicio de la crisis, se ha producido un cambio significativo en el periodo 2008-2018, con mejoras en la
competitividad de España. Estas mejoras en el CLUN se pueden interpretar como una medida de la devaluación interna que ha permitido
restablecer la confianza en la economía española. Sin embargo, no se debe perder de vista que el ajuste realizado ha tenido costes
económicos y sociales relevantes: entre el primer trimestre de 2008 y el de 2014 el PIB se contrajo un 7 por 100, y la tasa de paro pasó del 8
por 100 en 2007 a casi el 27 por 100, ya se ha dicho, en el primer trimestre de 2013.
Gráfico 6.—Coste laboral unitario nominal, salarios y productividad de España en relación a la Eurozona, 1999-2018
(1999 = 100)
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
Con la finalidad de que el proceso de ajuste de la economía española no respondiese exclusivamente a la caída de la producción y del empleo,
se han ido adoptando una serie de reformas estructurales con el propósito de mejorar y flexibilizar el sistema productivo. El objetivo no era
otro que impulsar por el lado de la oferta las mejoras productivas que facilitasen las ganancias de productividad. Entre las reformas
emprendidas en los últimos años cabe destacar dos de ellas, ambas iniciadas en 2012, por su potencial impacto en la actividad económica.
• La primera ha sido la reforma laboral, que pretendía dotar de mayor flexibilidad al mercado de trabajo, de modo que ante la fuerte
caída de la actividad productiva el ajuste no se hiciera exclusivamente destruyendo empleo, sino a través de reducciones de salarios que
evitasen un mayor crecimiento del paro. Aunque es en otro lugar de esta obra (capítulo 8) donde se examina el impacto de la reforma
laboral, sí debe subrayarse aquí cómo ha faltado en ella ambición para abordar los necesarios cambios institucionales en el mercado de
trabajo: no se ha cambiado en profundidad el mecanismo y el alcance de la negociación colectiva, ni se ha abordado la dualidad existente
entre trabajadores indefinidos y temporales, que suelen ser aspectos que sistemáticamente denuncian las instituciones económicas
europeas e internacionales como serias deficiencias para un adecuado funcionamiento del mercado de trabajo español.
• La otra reforma fundamental ha sido la reordenación del sistema bancario. Los préstamos que concedió la banca a las actividades
inmobiliarias antes de 2008 fueron de tal magnitud que era imposible que las propias entidades bancarias captasen el capital suficiente
para eliminar cualquier duda sobre su solvencia. De hecho, los intentos, sobre todo de las cajas de ahorros, por dotarse de fondos
estables o propios a través de la emisión de acciones preferentes, obligaciones subordinadas o su propia salida a bolsa, han acabado en
comportamientos fraudulentos y no han evitado el peligro de la quiebra de las entidades. Desde mediados de 2009 se ha intervenido en
aquellas entidades que presentaban problemas de liquidez y de solvencia con la finalidad de sanearlas y devolverlas posteriormente al
sector privado. Los decretos de reestructuración bancaria aprobados en 2012 buscaron dotar a las entidades con mayores recursos para
garantizar su solvencia. Pero ello requirió de una gran inyección de fondos públicos, precisamente en unos momentos en los que la
Administración tenía dificultades para captar recursos en los mercados privados. De ahí la necesidad de un rescate financiero por parte
de los socios europeos con algo más de 40.000 millones de euros, que ha permitido la recapitalización de diversas cajas de ahorro. De este
modo, y con la creación del «banco malo» (SAREB), donde se han aparcado activos inmobiliarios tóxicos, se han saneado los balances
bancarios y se han podido restablecer los flujos de crédito que apoyan la recuperación económica.
Finalmente, tras esta etapa de crisis y ajuste, se consiguió el restablecimiento de los equilibrios económicos básicos: la economía española
recuperó su competitividad exterior; se frenó el deterioro de los balances bancarios y se ha vuelto a activar el crédito; se ha corregido la
burbuja inmobiliaria (el precio de la vivienda se ha reducido casi un 40 por 100); se han ajustado los precios de los productos españoles en
relación a los de los principales socios europeos (entre 2008 y 2018 –gráfico 1– el deflactor del PIB ha crecido en España solo el 4,2 por 100,
mientras que en Alemania aumentó el 16,6 y en Francia el 7,8 por 100) y, muy importante, se ha reducido significativamente el
endeudamiento de las familias.
En estas nuevas condiciones, la economía española comenzó a dar signos de recuperación desde mediados de 2013 y, a partir del último
trimestre de 2014, la actividad económica registra una notable fortaleza en términos de producción y, sobre todo, de empleo. Al igual que en
todas las crisis anteriores, la recuperación ha tenido su primer punto de apoyo en el buen comportamiento del sector exterior, que desde
2010 ha sido un importante impulsor de la actividad productiva; más tarde, la inversión empresarial comenzó a reaccionar y, finalmente, el
gasto familiar ha dejado de contraerse, colaborando así de forma muy significativa a la recuperación económica.
Se han producido desde finales de 2014 tres acontecimientos que han apuntalando decisivamente la recuperación económica, a modo de
«vientos de cola» positivos. Por un lado, desde mediados de ese año comenzó a registrarse una depreciación significativa del euro. La
depreciación ha tenido un impacto sustancial en la balanza de pagos, ya que las exportaciones españolas son, de todos los países de la
Eurozona, las más sensibles a las variaciones del tipo de cambio. Por otro lado, la caída del precio del petróleo desde el último trimestre de
2014 ha reducido el coste de las importaciones y ha liberado un elevado volumen de renta para las familias y empresas. A estos dos factores
se sumó, ya en 2015, la puesta en marcha de un ambicioso programa de expansión cuantitativa por parte del BCE, consistente en la compra de
títulos –incluida la deuda soberana– a gran escala, lo que ha ayudado a mantener el escenario de bajos tipos de interés en la Eurozona. Por
todas estas vías, los esfuerzos que se han realizado desde el inicio de la crisis para superar nuestros desequilibrios y recuperar la
competitividad se han visto fortalecidos.
A pesar de la favorable evolución reciente de la economía española, no debe ignorarse que el reto al que se enfrenta, al igual que el resto de
las las economías tanto centrales como periféricas, es que, con la introducción de la moneda común, se hizo un diseño institucional que
favoreció, por un lado, el desarrollo de comportamientos económicos dispares de sus economías nacionales, pero que carecía, por otro, de los
instrumentos para enfrentarse a esas evoluciones asimétricas. Por ello, en 2011 se adoptó un conjunto de mecanismos preventivos y
correctivos para detectar con mayor antelación los desequilibrios macroeconómicos incompatibles con la Eurozona. Frente a los criterios de
Maastricht y el posterior Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que solo se preocupaban de la estabilidad de los precios y del grado de equilibrio
de las cuentas públicas, ahora se han creado unos sistemas de vigilancia que contemplan la evolución de la tasa de paro, el comportamiento
de las exportaciones, el déficit por cuenta corriente, los costes laborales, el tipo de cambio y la deuda privada y pública, entre otros factores.
Sistemas que establecen unos umbrales que, al ser superados, obligan a la adopción de medidas correctoras. Asimismo, en 2012 se creó el ya
citado Mecanismo Europeo de Estabilidad, con el fin de proporcionar ayuda a los países con dificultades para restablecer su sostenibilidad
fiscal y la estabilidad financiera y recuperar la competitividad. Y, desde 2014, se han dado pasos fundamentales para la creación de la unión
bancaria europea (véase el capítulo 9).
Llegados a este punto, hay que recordar que en el diseño institucional del euro se optó por ignorar las recomendaciones de la teoría de las
AMO y no se fue capaz, ni entonces ni ahora, de dar un paso más en la creación de un presupuesto común; presupuesto que, aunque no
resolviese los problemas que pudieran experimentar algunos países o regiones, sí contemplase la instrumentación de transferencias
sustanciales que garantizasen la viabilidad de la Eurozona. Actualmente, el euro es exclusivamente un sistema monetario compartido por 19
países, muy imperfecto porque no resuelve satisfactoriamente los requisitos que se le exigen a un sistema monetario ideal: cómo se genera la
liquidez en los mercados de los países miembros y cuáles son los mecanismos de ajuste a disposición de un miembro que debe hacer frente a
desequilibrios macroeconómicos insostenibles. Y es por ello que el euro se ha visto sometido a crisis de confianza en los momentos álgidos de
la crisis financiera.
La Eurozona se enfrenta de manera inmediata a ciertos retos que debe afrontar para su supervivencia:
• Primero, teniendo en cuenta que se ha producido una integración financiera parcial sin la adecuada regulación y supervisión, es
necesario abordar con urgencia los problemas derivados de posibles crisis financieras que nunca contempló la teoría de las AMO. La
integración financiera que se ha producido es muy imperfecta, ya que no se ha logrado una integración de los mercados bancarios y de
capitales. Hoy no existe un sistema bancario europeo, ya que estas entidades, que siguen siendo nacionales, no pueden usar los depósitos
de un país para prestar en otro: todavía no se han configurado bancos europeos, ni se han creado los mecanismos necesarios para su
creación. Entre otros aspectos, es imprescindible la existencia de un seguro europeo que garantice los depósitos. La creación de un
sistema bancario europeo integrado debe tener un carácter prioritario, ya que ello ayudaría decisivamente a realizar los ajustes
necesarios ante nuevos desequilibrios macroeconómicos sin incurrir en elevados costes económicos y sociales. En la Eurozona, con un
sistema bancario plenamente integrado, difícilmente se producirían salidas masivas de capitales cuando un país incurra en un
desequilibrio exterior significativo, como ocurrió tras la reciente crisis financiera. Por ello es necesario promover la financiación directa
a empresas y familias por bancos de distintos países, de manera que se conviertan en bancos realmente europeos. En otras palabras, es
necesario crear bancos europeos que operen en la Eurozona del mismo modo que ahora lo hacen a escala nacional (sin distinguir en qué
regiones se captan los depósitos y en cuáles se invierten).
• Segundo, conviene resolver definitivamente cuál será el mecanismo de generación de liquidez en situaciones de emergencia para evitar
que el pánico en los mercados financieros desencadene crisis económicas. Para ello, hay que reconsiderar la conveniencia de que el BCE
sea el prestamista en última instancia de los gobiernos de manera directa.
• Finalmente, la teoría de las AMO, y también la experiencia del comportamiento de las distintas regiones en el seno de un país, muestran
que en ocasiones puede haber estados o regiones que para convivir con otros estados o regiones compartiendo una moneda común
requieren de transferencias permanentes. Y esto nunca se contempló en el proyecto europeo. Si se lograse en alguna medida la
instrumentación de una política fiscal federal encargada de transferir fondos permanentemente a las países o regiones menos
favorecidas y a aquellos países que experimenten perturbaciones económicas adversas, se daría un paso decisivo en la consolidación
institucional de la Eurozona.
Mientras se avanza en la integración europea, los desafíos a los que se enfrenta la economía española requieren acometer todas aquellas
reformas estructurales que ayuden a configurar unos mecanismos más flexibles de funcionamiento. A las autoridades españolas siempre les
ha faltado ambición y determinación para reformar y superar las barreras que impiden el adecuado funcionamiento de los mercados. El
problema es que en el seno de la Eurozona, con la pérdida de los principales instrumentos macroeconómicos de ajuste, ya no hay margen
para demorar las reformas institucionales que combatan las regulaciones y comportamientos anticompetitivos. Solo de este modo la sociedad
española será en el futuro menos vulnerable a desequilibrios internos y a perturbaciones externas que puedan limitar el crecimiento
económico.
© 2019 [Thomson Reuters (Legal) Limited / José Luis García Delgado y Rafael Myro (dirs.) y otros]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
13 JAN 2021
Economía española. Una
introducción. 4ª ed.,
junio 2019
CIVITAS
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2. Caracterización del mercado de trabajo en España, p.RB-10.2
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012, p.RB-10.3
3.1. Estructura de la negociación colectiva, p.RB-10.3
3.2. Regulación del despido, p.RB-10.4
13 JAN 2021
PAGE RB-10.2
Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
2. Caracterización del mercado de trabajo en España
2 . CARACTERIZACIÓ N D EL M ERCAD O D E TRABAJ O EN ESPAÑA
La evolución de los principales indicadores del mercado de trabajo en España y en la Unión Europea, desde mediados del decenio de 1980
hasta 2018, se sintetiza en los dos siguientes rasgos:
• Aumento de la población activa, que se explica tanto por el ascenso de la población en edad de trabajar –un factor demográfico– como
por el avance de la tasa de actividad, especialmente entre el colectivo de mujeres. La inmigración ha sido un factor impulsor muy
relevante en el primer decenio de los años 2000. En los años más recientes se ha registrado una ligera reducción de la población activa
(gráfico 1) consecuencia, fundamentalmente, de la disminución de las tasas de actividad entre la población más joven.
Elevados ritmos de creación y destrucción de empleo, con un carácter fuertemente procíclico. La intensa creación de empleo desde mediados de
los años noventa hasta 2007 contrasta con la fuerte destrucción registrada durante la última crisis, desde 2008 hasta 2013, y también con la
que tuvo lugar en crisis anteriores, en particular durante el decenio de 1970 y principios del siguiente. La mejora en el empleo desde los
primeros signos de la reciente recuperación ha sido, de nuevo, muy intensa. Gráfico 1.–Tasa de actividad y de ocupación en España, 19852018 (porcentajes)
Fuente: INE.
Conviene ahora destacar los principales rasgos diferenciales del mercado de trabajo español en comparación con otros países europeos
(cuadro 1). Al finalizar la segunda década del siglo XXI, puede afirmarse que el principal problema sigue siendo la alta tasa de paro. Pese a su
reducción durante la larga fase expansiva hasta niveles próximos a los de la media de la Unión Europea –aunque aún por encima de los
registrados en otros países, como Estados Unidos–, la crisis volvió a traducirse en un aumento del desempleo (casi dieciocho puntos en seis
años) notablemente más intenso en el caso de la economía española que en otros países del entorno. La reactivación económica a partir de
2014 ha hecho posible la reducción de la tasa de paro en casi once puntos, con mayor intensidad en el caso de los varones, volviendo a
manifestarse la desigual incidencia del desempleo por sexos.
En cuanto al empleo, el fuerte impacto de la crisis volvió a situar la tasa de empleo de España por debajo de la media europea, mientras que la
tasa de actividad se mantiene por encima, no solo en el caso de los hombres, sino también en el de las mujeres, impulsadas a participar en el
mercado laboral, habida cuenta del fuerte impacto que la crisis tuvo en el empleo masculino. La población ocupada presenta, también,
rasgos diferenciales. Atendiendo a las características del empleo, el mercado de trabajo español muestra una elevada tasa de temporalidad y
una menor presencia del empleo a tiempo parcial. Pese a que la crisis contribuyó a reducir la tasa de temporalidad, la reactivación de la
actividad y el empleo se ha traducido en un nuevo repunte de esta. En cambio, la reciente flexibilización del empleo a tiempo parcial ha
impulsado este tipo de contratos, aunque en su mayoría se trata de empleo parcial de carácter involuntario. Por otro lado, el porcentaje de
ocupados que sigue alguna actividad formativa ha aumentado de forma significativa y se sitúa en niveles similares a la media de la Unión
Europea.
Indicadores
España
UE-28
Tasa de actividad 15-64 años …………………………….
73,7
73,7
Hombres…………………………………………
78,8
79,2
Mujeres………………………………………….
68,6
68,3
Tasa de ocupación 15-64 años ………………………..
62,2
68,6
Hombres………………………………………….
67,7
73,8
Mujeres…………………………………………………..
56,7
63,3
Empleo temporal (% sobre empleo asalariado) ……………. 26,9
14,2
Hombres…………………………………………………….
26,0
13,7
Mujeres………………………………………………………
27,9
14,7
Empleo a tiempo parcial (% sobre empleo total) …………
14,5
19,2
Hombres…………………………………………………
6,6
8,7
Mujeres……………………………………………………
23,8
31,3
Formación continua (población 25-64 años) ……………
9,9
10,9
Hombres……………………………………………………..
9,2
10,0
Mujeres…………………………………………………..
10,6
11,8
Tasa de paro 15-64 años …………………………………
14,9
7,2
Hombres……………………………………………………
13,4
7,0
Mujeres……………………………………………………
16,7
7,5
Paro de larga duración (% sobre paro total) ………………
42,4
43,8
Hombres………………………………………………
40,2
44
Mujeres………………………………………………………..
44,4
43,6
15 a 24 años……………………………………………….
34,7
15,3
25 a 49 años……………………………………………….
14,4
6,6
50 a 64 años………………………………………………..
13,9
5,3
Nacionales………………………………………………..
14,6
6,5
Otros UE-28………………………………………………
18,2
7,3
Fuera UE-28……………………………………………..
24,7
15,4
Bajos……………………………………………………….
22,6
13,5
Medios…………………………………………………..
15,8
6,3
Altos………………………………………………………..
8,9
4,2
Tasa de paro según edad …………………………………..
Tasa de paro según nacionalidad………………………
Tasa de paro según estudios …………………………..
(*) Media de los tres primeros trimestres de 2018
Fuente: Comisión Europea.
Respecto a las características de la población desempleada, resulta oportuno reseñar los siguientes rasgos fundamentales:
• La tasa de paro juvenil dobla la tasa media de desempleo de la economía, no por aumentos de la población activa, sino por las
dificultades para acceder al empleo. La disminución en las tasas de natalidad desde el decenio de 1970 y la ampliación del periodo de
estudios habían favorecido una reducción de la tasa de paro juvenil en la larga fase expansiva. Con todo, la tasa se mantuvo elevada a
causa de la difícil transición al mundo de la empresa desde un sistema educativo centrado en la formación teórica y por la existencia de
salarios de convenio elevados para jóvenes sin experiencia laboral. Durante la crisis la destrucción de empleo tuvo mayor impacto en los
trabajadores con empleo temporal, donde la presencia de jóvenes es mayor, de forma que la tasa de paro juvenil alcanzó niveles
superiores al 55 por 100. Aunque la recuperación ha reducido esta tasa en más de veintiún puntos, el problema del desempleo entre los
jóvenes continúa siendo grave.
• Mayor incidencia del desempleo entre las mujeres. Es preciso, no obstante, destacar que durante la crisis económica las distancias se
acortaron notablemente, debido a la mayor destrucción de empleo en los sectores donde trabajan mayoritariamente los varones.
• Menor tasa de paro cuanto mayor es el nivel educativo, aunque las divergencias son menos acusadas que entre edades.
• Distinta incidencia del paro según nacionalidad. La superior tasa de actividad de los trabajadores inmigrantes y algunas características,
como nivel de estudios y experiencia profesional en origen o limitado dominio del idioma, conducen a que la tasa de paro de la población
inmigrante sea más elevada.
• Por último, existen notables diferencias entre las tasas de paro de las Comunidades Autónomas. Así, las tasas oscilan entre el 10 por 100
de Navarra o el País Vasco y el 20-24 por 100 de Extremadura, Canarias o Andalucía. Las diversas características demográficas y sociales,
la escasa movilidad de la población, las distintas estructuras productivas y el desigual dinamismo económico regional explicarían estas
diferencias.
Dos reflexiones pueden formularse a partir de lo expuesto. En primer lugar, deben erigirse como objetivos fundamentales de la política
económica el aumento de la capacidad de la economía para generar empleo, el acceso de los jóvenes al mercado de trabajo y la mejora de la
formación de los parados para facilitar su reinserción laboral. En segundo lugar, pese a los cambios normativos aplicados, la elevada tasa de
temporalidad existente en el mercado de trabajo continúa siendo un lastre para la economía española, al crear una clara dualidad entre los
ocupados.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3 . EL M ARCO IN STITUCIO N AL D EL M ERCAD O D E TRABAJ O Y LA REF O RM A LABO RAL D E 2 0 1 2
Los niveles de empleo y paro y sus diferencias entre países pueden ser explicados en parte por la regulación y funcionamiento de
determinados elementos institucionales que configuran el mercado de trabajo (Recuadro 1). Al analizar las instituciones presentes en el
mercado de trabajo español debe tenerse en cuenta que durante los decenios de 1960 y 1970 la regulación laboral estuvo supeditada al
sistema político, de manera que tanto los sindicatos como las asociaciones empresariales eran ilegales. Ello generó una negociación
desvirtuada que se traducía en una gran flexibilidad salarial, la cual se veía compensada por unos costes de despido muy elevados.
La legalización de los sindicatos en 1977 y la aprobación de la Ley Básica de Empleo en 1979 y del
Estatuto de los Trabajadores de 1980
establecieron un marco normativo a semejanza del vigente en otros países europeos, impulsando el papel de los sindicatos en la negociación
colectiva de los salarios. No obstante, la norma mantenía rasgos fuertemente intervencionistas, ya que la menor flexibilidad salarial no fue
compensada con una mayor facilidad para el ajuste vía cantidades. También se introdujeron generosas prestaciones para los desempleados.
Desde mitad de los años ochenta del siglo XX, con el fomento de la contratación temporal para facilitar la creación de empleo, se inicia una
fase de mayor flexibilidad y limitada reducción de rigideces en el mercado de trabajo. Las medidas adoptadas incidieron en diversos aspectos
de la regulación laboral: contratación, despido, prestaciones por desempleo, negociación colectiva e intermediación en el mercado de trabajo.
Con todo, estas reformas –en especial las que afectaron al despido y a la negociación colectiva de forma marginal– no alteraron
prácticamente el marco laboral, como la crisis última ha puesto de manifiesto, lo que condujo a la aprobación de nuevas reformas en el
marco laboral. Así, la reforma laboral de 2012 ha sido la más amplia y de mayor calado de las llevadas a cabo en la economía española, pues
introdujo sensibles modificaciones en diversos ámbitos de la regulación laboral, principalmente en la negociación colectiva y en el coste del
despido.
Los aspectos fundamentales que han centrado la atención de las diversas reformas laborales pueden sintetizarse en los siguientes:
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Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3.1. Estructura de la negociación colectiva
3.1. ESTRUCTURA DE LA NEGOCIACIÓN COLECTIVA
El
Estatuto de los Trabajadores de 1980 aprobó una negociación colectiva de nivel intermedio, en la que los convenios se pactan
mayoritariamente en el ámbito del sector de actividad de cada provincia o región. Además, supuso una mayor cobertura de la negociación,
ya que los convenios pasaron a gozar de eficacia general automática; es decir, que el convenio negociado es de aplicación automática a todas
las empresas y trabajadores de su ámbito. Existía, además, una negociación repetida de las materias propias de convenio en diferentes
niveles (de sector y de empresa, por ejemplo). De esta manera, el convenio sectorial –al estar garantizado– pasa a tener la consideración de
mínimo y la negociación de un convenio de empresa genera, en todo caso, condiciones más favorables para los trabajadores.
El mercado de trabajo español se caracteriza por unos sindicatos con baja afiliación (inferior al 20 por 100), explicable por el predominio de
pequeñas y medianas empresas en el aparato productivo y por la inexistencia de incentivos a afiliarse, ya que la acción de los sindicatos
cubre también a los trabajadores no afiliados. Pese a ello, los asalariados han gozado de una notable fuerza negociadora, derivada de la alta
cobertura de los convenios colectivos (cercana al 80 por 100 de los asalariados como puede verse en el cuadro 2).
La reforma de 2012 introdujo cambios significativos en la negociación colectiva con el objetivo de aumentar la flexibilidad interna y reducir
la rigidez de los salarios. Avanzó en la descentralización de la negociación al otorgar primacía a los convenios de empresa; fijó un límite de
un año a la extensión automática de los convenios vencidos (ultraactividad); facilitó la no aplicación (el «descuelgue») del convenio sectorial o
provincial por causa económica, y posibilitó la modificación unilateral de las condiciones de trabajo, como la jornada laboral o los salarios
que superen lo acordado en convenio. Estos cambios facilitan la flexibilidad interna y evitan que la extinción del contrato sea la única vía de
ajuste.
Recuadro 1
LAS INSTITUCIONES DEL MERCADO DE TRABAJO
El mercado de trabajo presenta como principal rasgo distintivo la existencia de una amplia variedad de instituciones sociales y de
una extensa normativa. Las principales son las siguientes:
a) Fijación de salarios. Se lleva a cabo mediante un proceso de negociación colectiva entre empresas y sindicatos. Cuanto más
afiliación de los trabajadores a los sindicatos y mayor cobertura (trabajadores afectados) de los convenios, mayor será el poder
negociador de los sindicatos, así como su capacidad para exigir salarios más elevados. La negociación puede ser centralizada –
fijando un acuerdo para toda la economía–, en cuyo caso los trabajadores moderarán sus demandas salariales, al tomar en
consideración tanto la existencia de desempleo como los efectos inflacionistas de su reivindicación. También puede ser
descentralizada –realizada en el seno de cada empresa–, de manera que deba ceñirse a las condiciones concretas de la empresa y a
la presión de la competencia de otras firmas del sector. Finalmente, puede negociarse a escala sectorial –es decir, conjunta para
todas las empresas de un sector–, siendo este el escenario menos favorable para el empleo, pues no actúan ninguno de los
anteriores mecanismos moderadores.
b) Costes de despido. Incluyen tanto los trámites necesarios para reducir personal (preaviso o consulta, negociación, trámites
administrativos o judiciales) como la indemnización por despido, la cual suele depender de la procedencia o no de las causas que
lo provocan y de la antigüedad en la empresa del trabajador despedido. Si los costes de despido son altos se dificulta el ajuste de
las plantillas a las condiciones cambiantes del mercado, es decir, disminuyen los despidos y las contrataciones (y también la
reasignación de la mano de obra entre sectores). Así, la mayor estabilidad en el empleo de los ocupados tiene como contrapartida
una mayor duración del paro entre los desempleados y, por tanto, más paro de larga duración y, con ello, un desempleo más
persistente.
c) Prestaciones por desempleo. El cobro de prestaciones por desempleo permite a los parados llevar a cabo una búsqueda de
empleo más eficiente, favoreciendo que el empleo aceptado se ajuste mejor a sus características y cualificaciones. Esta mayor
calidad del emparejamiento suele traducirse en mayor duración del contrato. Como contrapartida, cuanto más elevada es la tasa
de sustitución (relación entre la cuantía de la prestación y el salario anterior) y más prolongado el periodo de cobro, menor es la
urgencia para encontrar trabajo y más se retrasan las gestiones para conseguir el nuevo empleo; además, estas se realizan de
manera menos intensa. El resultado de todo ello es una menor intensidad de búsqueda de empleo y un mayor porcentaje de
parados de larga duración.
d) Políticas activas de mercado de trabajo. Frente a las políticas pasivas, que consisten esencialmente en abonar las prestaciones
por desempleo, las políticas activas comprenden el gasto destinado a asesorar y apoyar al parado, a formarlo e, incluso, a
subvencionar su contratación. Resulta evidente, pues, que tales políticas aumentan la adaptabilidad de los desempleados y
facilitan un mejor ajuste entre las cualificaciones de los parados y los requerimientos de los puestos de trabajo.
En síntesis, un marco institucional y normativo caracterizado por convenios colectivos negociados a escala sectorial, unos costes
de despido elevados, unas prestaciones por desempleo generosas en importe y duración, y unas políticas activas insuficientes,
tendrá como principales efectos un elevado poder negociador de los ocupados, una fuerte presión salarial –escasamente sensible a
las condiciones del mercado de trabajo– y, por tanto, un elevado desempleo.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3.2. Regulación del despido
3.2. REGULACIÓN DEL DESPIDO
En España, como en otros países del sur de Europa, estaba vigente –en lo que es una larga tradición jurídica– una reglamentación por despido
muy rigurosa, con importantes restricciones y un coste total (procedimental e indemnizatorio) superior al de la gran mayoría de países
europeos. Así, por ejemplo, las indemnizaciones por despido considerado improcedente doblaban la media europea. No debe sorprender, por
tanto, que, como respuesta, las empresas recurrieran de forma generalizada a los contratos temporales, que se veían favorecidos por unos
costes de finalización mínimos y una gran permisividad en su uso. Sin embargo, esto tuvo como efecto negativo la aparición de la
mencionada dualidad o segmentación en el mercado laboral. Como consecuencia, los trabajadores con contrato indefinido vieron
incrementada su seguridad en el empleo, lo que reforzó su poder negociador sobre los salarios.
Las reformas sucesivas de los costes de despido (entre 1994 y 2010) actuaron en una doble dirección: por un lado, ampliaron y definieron
cada vez con mayor claridad las causas económicas y productivas que pueden justificar legalmente la realización de un despido y, por otro,
redujeron los costes de su tramitación. Las indemnizaciones a cobrar por el trabajador, en cambio, apenas se modificaron hasta la reforma
de 2012.
Esta reforma introdujo cambios importantes en materia de protección al empleo dirigidas a reducir la indemnización por despido: facilitó
notablemente el uso del despido por causas económicas, redujo la indemnización por despido improcedente (indemnización de 33 días en
lugar de los 45 anteriores) y eliminó la necesidad de autorización administrativa en expedientes de regulación de empleo (despidos
colectivos). Estas medidas, además de reducir la indemnización por despido improcedente, simplificaron sensiblemente las dificultades
legales al despido (como se constanta en el cuadro 2), y facilitaron la creación y destrucción de empleo. Los beneficios en términos de facilitar
la creación de puestos de trabajo se han dejado sentir a medio plazo, una vez consolidada una senda de recuperación económica.
Cuadro 2. Rasgos institucionales del mercado de trabajo en países de la Unión Europea
Protección
empleo1
al
Prestaciones
por desempleo2
Políticas
activas
empleo3
de
Negociación
colectiva4
2000
2013
2001
2013
2000
2016
2000
2016
Austria
2,89
2,62
52,3
52,0
0,09
0,10
98,0
98,0
Bélgica
2,78
2,82
61,1
62,7
0,09
0,07
96,0
96,0
Dinamarca
2,56
2,39
65,6
40,3
0,39
0,23
85,0
84,0
Finlandia
2,19
2,01
48,6
48,9
0,07
0,10
85,0
89,3
Francia
2,64
2,67
54,8
49,3
0,12
0,07
98,0
98,5
Alemania
2,95
2,95
61,1
41,4
0,13
0,06
67,8
56,0
Grecia
2,93
2,44
22,2
21,6
0,02
0,01
82,0
17,8
Irlanda
1,81
2,00
47,3
58,2
0,14
0,05
44,2
33,5
Italia
3,15
2,98
20,7
23,4
0,05
0,04
80,0
80,0
Países
Bajos
2,92
2,93
55,8
37,9
0,08
0,10
81,7
78,6
Portugal
4,10
2,81
48,7
43,5
0,11
0,04
78,4
72,3
España
2,76
2,43
42,3
39,4
0,05
0,02
82,9
73,1
Suecia
2,61
2,58
42,8
41,3
0,25
0,13
94,0
90,0
Reino
Unido
1,72
1,60
30,4
30,0
0,01
0,00
36,4
26,3
Notas: (1) Indicador de dificultad de despido (de 0, menor, a 6, mayor); (2) Tasa de sustitución media (prestaciones por desempleo respecto a
salario previo); (3) Gasto en políticas activas sobre el PIB por punto de tasa de paro. En el caso de Reino Unido datos referidos a 2004 y 2011;
(4) Cobertura de la negociación colectiva (% empleados cubiertos por convenios)
Fuente: OCDE, Comisión Europea y OIT.
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13 JAN 2021
Economía
española. Una
introducción. 4ª
ed., junio 2019
CIVITAS
This PDF Contains
3.3. Modalidades de contratación, p.RB-10.5
3.4. Intermediación en el mercado de trabajo, p.RB-10.6
3.5. Prestaciones por desempleo, p.RB-10.7
3.6. Políticas activas de mercado de trabajo, p.RB-10.8
13 JAN 2021
PAGE RB-10.5
Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3.3. Modalidades de contratación
3.3. MODALIDADES DE CONTRATACIÓN
Uno de los problemas más evidentes que provocaba la reglamentación laboral vigente al inicio
del decenio de 1980 era el elevado coste del despido, lo cual dificultaba, asimismo, la
contratación de nuevos empleados en momentos expansivos. La reforma de 1984 pretendía, por
tanto, flexibilizar tanto la entrada como la salida del empleo introduciendo nuevas formas
contractuales de duración determinada. Aparecen, así, el contrato temporal de fomento del
empleo, el contrato en prácticas y el contrato para la formación. Como consecuencia, desde
entonces se ha producido una significativa creación de puestos de trabajo durante las fases
expansivas del ciclo, pero dando lugar a una excesiva rotación de los trabajadores y creando una
dualidad en el mercado de trabajo entre trabajadores fijos y temporales, con una tasa de
temporalidad que llegó a alcanzar el 35 por 100, el triple que la media europea del momento.
La excesiva temporalidad es nociva, puesto que penaliza salarialmente a los trabajadores
temporales, ya que acumulan limitada experiencia y su capital humano se deteriora por los
frecuentes episodios de paro; además, desincentiva la inversión empresarial en el capital
humano y, con ello, dificulta la productividad y competitividad de las empresas. Además, a nivel
macroeconómico causa volatilidad del empleo y amplifica por ello los ciclos económicos. Pese a
tales efectos negativos, la timidez de las reformas impidió reducir la tasa de temporalidad de
forma significativa. La crisis última sí la redujo, pero solo de manera coyuntural, al afectar sobre
todo a trabajadores temporales. La recuperación en el mercado de trabajo se ha traducido en un
nuevo repunte de la tasa de temporalidad; repunte limitado en buena medida por las generosas
rebajas de cotizaciones aprobadas recientemente para la contratación indefinida.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3.4. Intermediación en el mercado de trabajo
3.4. INTERMEDIACIÓN EN EL MERCADO DE TRABAJO
En el decenio de 1990 se introdujeron cambios significativos en el proceso de intermediación
laboral. En concreto, en 1994 se autorizaron las empresas privadas de colocación con carácter
no lucrativo. Esto se tradujo en el fin del monopolio del INEM (actual Servicio Público de Empleo
Estatal –SEPE–) como organismo intermediador entre oferentes y demandantes de empleo. A
partir de entonces, el INEM, y más recientemente el SEPE, pasó a centrar su actividad en la
gestión y control de las prestaciones por desempleo y de las políticas de formación. La reforma
de 2010 dio entrada a las agencias privadas de colocación para que colaboren con los servicios
públicos de empleo.
Unido a ello, el otro cambio significativo fue la aprobación, también en 1994, de las empresas de
trabajo temporal. Su actividad dotó de mayor flexibilidad a la contratación de trabajadores en
determinadas circunstancias. En el año 2010 se liberalizó la actuación de dichas empresas en
actividades que hasta entonces tenían vetadas, como es el caso de la Administración Pública. Y
en 2012 se aprobó que puedan actuar como agencias de colocación en colaboración con los
servicios públicos de empleo.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3.5. Prestaciones por desempleo
3.5. PRESTACIONES POR DESEMPLEO
En 1992 se reformó la regulación de las prestaciones por desempleo, que eran generosas en
comparación con otros países. El fuerte gasto que soportaba el sistema de Seguridad Social, por
el elevado volumen de desempleados con derecho a prestación, y los posibles efectos nocivos
que estas prestaciones suponen en el proceso de búsqueda activa de empleo condujeron a
restringir el acceso y la cuantía de estas y a reducir su duración media. La reforma se completó
con la eliminación de la exención de dichas prestaciones por desempleo en el Impuesto sobre la
Renta de las Personas Físicas. Como resultado, disminuyó su generosidad y el porcentaje de
parados que cobraban la prestación. No hubo cambios en este ámbito hasta 2012, cuando se
redujo la cuantía de la prestación a partir del sexto mes de desempleo, para situar la
generosidad del sistema en un valor cercano al promedio europeo (cuadro 2).
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
3. El marco institucional del mercado de trabajo y la reforma laboral de 2012
3.6. Políticas activas de mercado de trabajo
3.6. POLÍTICAS ACTIVAS DE MERCADO DE TRABAJO
La política de mercado de trabajo se instrumenta también mediante el volumen de recursos
económicos destinados a políticas activas y pasivas, las primeras con el fin de incentivar la
búsqueda de trabajo y mejorar la empleabilidad de los parados, y las segundas con el de paliar la
pérdida de ingresos que se produce a raíz de la situación de desempleo (véase de nuevo el
Recuadro 1).
Analizando el gasto total en políticas de empleo en los países europeos, la economía española se
sitúa en una posición intermedia; no así cuando se tiene en cuenta el gasto por desempleado
(cuadro 2). La reducción de la tasa de paro registrada hasta el año 2007 hizo posible una sensible
aproximación de este indicador a la media europea. Pero el crecimiento del paro y la elevada
rotación que implica la utilización masiva de contratos temporales –que presiona al alza el
volumen de prestaciones por desempleo– han venido limitando la disponibilidad de recursos
para políticas activas.
Estas medidas activas tienen una especial relevancia para cubrir algunos de los desajustes que
causa la persistencia de elevadas tasas de paro. Puesto que la obsolescencia del capital humano
de los desempleados dificulta su reinserción en el mercado laboral, el acceso a cursos de
formación ocupacional puede paliar esta pérdida de formación y conseguir una mejor
adecuación entre las características de los desempleados y los requisitos formativos que
solicitan las empresas. En la reforma laboral de 2012 se echó en falta una actuación decidida en
este ámbito que ha sido, en parte, corregida en 2014 con la aprobación de un paquete de
medidas de reforma de las políticas activas que introduce indicadores de evaluación y
financiación en función de los resultados y que establece como objetivo potenciar las medidas
de asesoramiento y formación a los desempleados.
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introducción. 4ª ed., junio
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4. Factores explicativos del empleo y del paro en la economía española, p.RB-10.9
4.1. El desempleo estructural, p.RB-10.9
4.2. El desempleo cíclico, p.RB-10.10
5. Crisis económica, nuevo marco laboral y resultados recientes, p.RB-10.11
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
4. Factores explicativos del empleo y del paro en la economía española
4 . FACTO RES EXP LICATIVO S D EL EM P LEO Y D EL PARO EN LA ECO N O M ÍA ESPAÑ O LA
La literatura económica distingue en el desempleo observado dos componentes principales: el paro estructural y el paro cíclico. El paro estructural o
paro de equilibrio (NAIRU, véase su descripción en Conceptos básicos, al final del capítulo) es resultado de las rigideces presentes en el mercado de
trabajo (causadas principalmente por las instituciones y la normativa laborales) y en los mercados de bienes (manifestadas en el poder monopolístico
de las empresas). El paro cíclico, en cambio, es producto de las variaciones coyunturales de la demanda agregada. Si bien la magnitud del paro
estructural no es directamente medible (tampoco el cíclico), las estimaciones disponibles coinciden en señalar que el mercado de trabajo español se
caracteriza por una tasa de paro estructural elevada. En consecuencia, el objeto de este epígrafe es apuntar los principales factores explicativos del
empleo y el paro en el mercado de trabajo español, centrando la atención en dicho paro estructural. Los estudios más recientes sobre el tema explican
el comportamiento de estas variables como producto de diversos shocks, de las instituciones del mercado de trabajo y de la interacción entre ambos
(Recuadro 2). Algunos trabajos muy recientes destacan, asimismo, la capacidad explicativa de los desequilibrios exteriores y los flujos de capitales que
los financian.
Recuadro 2
UNA EXPLICACIÓN TEÓRICA DEL DESEMPLEO
A partir de una función de producción simple puede obtenerse una curva de demanda de trabajo a corto plazo, la cual muestra una relación
negativa entre el salario real y el empleo, dado el stock de capital y la tecnología. Además, si las empresas venden su output en un mercado
que no es perfectamente competitivo, su poder monopolístico también afecta a la demanda de trabajo, ya que la empresa no competitiva
maximiza sus beneficios produciendo un nivel de output menor (menor empleo) que en caso de competencia perfecta.
Así pues, la cantidad de factor trabajo demandada (ND) por las empresas depende negativamente del salario real (w/p) –donde w es el
salario nominal y p el nivel de precios– y del poder monopolístico en el mercado de productos (m), y positivamente del stock de capital (k) y
de la productividad total de los factores o nivel tecnológico (a).
Esta función de demanda puede representarse como una línea de pendiente negativa en un gráfico que relacione el nivel de salario real
con el de empleo (véase el gráfico adjunto). Por otra parte, la oferta de trabajo (NS) es el resultado de agregar las ofertas individuales,
resultantes, a su vez, del proceso de maximización de utilidad en el plano renta-ocio. Dado que tanto las horas de trabajo ofertadas –cuanto
menos a los salarios vigentes– como los individuos dispuestos a trabajar dependen positivamente del salario real, se representa como una
recta con pendiente positiva en el plano (w/p, n).
De la misma manera, existe una curva de determinación salarial o curva de oferta de salarios (ws), según la cual los salarios (w) que se fijan
en el mercado laboral dependen positivamente de los precios esperados (pe), de la productividad total (a), y del poder negociador de los
asalariados (z), en función a su vez de la naturaleza de las instituciones contempladas en el Recuadro 1. Depende también, pero ahora
negativamente, de la tasa de paro (u).
Bajo el supuesto de que los precios esperados (pe) coinciden con los precios finalmente observados (p), y dado un cierto nivel del poder
negociador (z), la curva de determinación de salarios (WS), puede representarse como una línea de pendiente positiva en el plano salario
real-empleo.
A diferencia de un mercado competitivo, en el que el salario estaría dado para cualquier nivel de empleo (w/pc), encontrándose el
equilibrio en el punto A, el mercado de trabajo no competitivo encuentra su equilibrio en el punto B, con un salario real (w/pnc) mayor que
el que vacía el mercado (w/pc), con un nivel de empleo menor (n1) y, por tanto, con desempleo (u1). Obsérvese que el desempleo se mide de
derecha a izquierda como la diferencia entre la oferta de trabajo y el nivel de empleo (ns’ – n1). Este nivel de desempleo de equilibrio da
lugar a la tasa de paro no aceleradora de la inflación (NAIRU).
Mientras que las perturbaciones de oferta tienen incidencia sobre la tasa de desempleo de equilibrio, a corto plazo, sin embargo, la tasa de
paro corriente (observable) puede diferir de esta tasa de desempleo de equilibrio (NAIRU), puesto que las variaciones cíclicas de la
demanda afectan coyunturalmente a la economía y, en consecuencia, apartan de forma transitoria la tasa de paro de su nivel de equilibrio.
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Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
4. Factores explicativos del empleo y del paro en la economía española
4.1. El desempleo estructural
4.1. EL DESEMPLEO ESTRUCTURAL
Durante la larga crisis económica de los años setenta y primera mitad de los ochenta del siglo pasado el desempleo aumentó de forma exponencial,
superando ampliamente los niveles de otros países desarrollados (gráfico 2).
Tres shocks de oferta afectaron a la economía española y a su mercado de trabajo durante aquel decenio de crisis: el encarecimiento del petróleo, la
desaceleración de los avances de la productividad y el aumento de los salarios reales y de las cotizaciones a la Seguridad Social. Estos tres factores
explican la destrucción de empleo y el aumento del paro estructural (NAIRU) desde principios del decenio de 1970 hasta mediados del siguiente.
Aquella crisis económica coincidió con la transición a la democracia, de manera que entre 1978 y 1980 se aprobaron un conjunto de leyes e
instituciones laborales, vigentes con ligeros cambios hasta la reforma de 2012, que configuraron un marco (analizado en el apartado 3) basado en un
modelo inapropiado de negociación colectiva (sectorial, con alta cobertura legal y ultraactividad ilimitada), unos costes de despido elevados y unas
prestaciones por desempleo relativamente generosas, que también contribuyeron a elevar el paro estructural. La permanencia en lo esencial de dicho
marco legal ha consolidado un elevado nivel de la NAIRU hasta fechas recientes.
Gráfico 2.—Tasa de paro en España, la Unión Europea y Estados Unidos, 1961-2018 (porcentajes)
Fuentes: INE y Eurostat.
En efecto, el marco institucional entonces diseñado, pese a reformas parciales en su mayoría de corto alcance, ha estado vigente en sus ejes
principales hasta 2012. Ello explica en buena medida el elevado desempleo estructural que presenta la economía española. En principio, en un
mercado perfectamente competitivo la existencia de paro sería transitoria, ya que conduciría a un ajuste a la baja del salario real. Los estudios
disponibles permiten comprobar que la economía española ha presentado una alta rigidez del salario real respecto al paro, de modo que el elevado
paro español se ha mostrado incapaz de inducir un abaratamiento de la mano de obra. Así, el elevado desempleo, claramente superior al europeo, no
ha impedido que los costes laborales reales por trabajador hayan aumentado sistemáticamente por encima de los europeos, con la excepción de los
años 1996-2007, y más especialmente en las etapas de crisis (gráfico 3).
Esta baja sensibilidad del salario real al desempleo depende de dichos elementos institucionales presentes en el mercado de trabajo, tanto los relativos
a la fijación de salarios (modelo de negociación colectiva), como aquellos otros relacionados con la actitud y características de los trabajadores en
paro (como las prestaciones por desempleo y las políticas activas; véase el Recuadro 1).
En lo que respecta a la fijación de los salarios, hay que señalar que el poder negociador de los trabajadores ha sido elevado, debido en gran medida al
modelo de negociación colectiva antes comentado: elevada cobertura legal de los convenios, negociación sectorial y ultraactividad indefinida. Esta
fuerza negociadora ha situado los salarios en niveles no siempre compatibles con la productividad, lo cual acaba traduciéndose en menor empleo y
elevado paro estructural. En cuanto a los parados, conviene centrarse en dos aspectos relevantes: la baja intensidad de su búsqueda de empleo y su
imperfecta adecuación a las necesidades del aparato productivo. Ambas características merecen alguna explicación:
Gráfico 3.—Costes laborales reales por empleado en España y la Unión Europea, 1986-2018 (crecimiento medio anual, en porcentaje)
Nota: Costes laborales (salarios y cotizaciones sociales) reales (deflactor del PIB)
Fuente: Comisión Europea.
• La baja intensidad en la búsqueda de empleo por parte de los parados se explica por dos factores. Primero, porque unas prestaciones por
desempleo medianamente generosas desincentivan y retardan la búsqueda de un nuevo puesto de trabajo, sobre todo por parte de los parados de
mayor edad o menor cualificación. Y, segundo, porque los parados de larga duración disminuyen la intensidad con la que buscan empleo («efecto
desánimo»), y estos parados aumentan cuando los costes de despido son altos y las prestaciones de paro generosas.
• La escasa adecuación de los desempleados a la demanda de trabajo deriva de dos tipos de desajuste (mismatch), uno geográfico y otro de
cualificaciones. El desajuste geográfico se manifiesta en importantes diferencias interprovinciales de la tasa de paro (apartado 2). El desajuste de
cualificaciones se origina por la presencia de desempleados con escasos estudios o con limitada experiencia laboral, de forma que no se adaptan
al creciente nivel de cualificación profesional que solicitan las empresas. En este desajuste de cualificaciones influye, además, el paro de larga
duración, ya que, junto al desánimo antes mencionado, provoca la obsolescencia de las cualificaciones previamente adquiridas. A ello hay que
añadir, tanto las limitaciones del sistema de formación profesional reglada, como la limitada importancia de las políticas activas de mercado de
trabajo (cuadro 2), así como su sesgo favorable a subvencionar la contratación en detrimento de la activación de los parados con medidas de
apoyo, asesoramiento, monitorización y reciclaje.
Dada la importancia de las instituciones y regulaciones legales en el nivel del paro estructural, resulta evidente que una modificación legal del marco
regulatorio deja sentir sus efectos sobre este, como así ocurrió al reducir la generosidad de las prestaciones por desempleo aprobada a principios del
decenio de 1990. De igual modo, cabe esperar que la reforma laboral de 2012 acabe reduciendo el desempleo estructural, si bien las estimaciones
recientes recogen por el momento un efecto limitado.
Si el desempleo estructural se viera determinado exclusivamente por las instituciones del mercado de trabajo y por las rigideces en los mercados de
outputs permanecería constante a menos que se modificara este marco legal. En cambio, según las diversas estimaciones disponibles, en España el
paro estructural aumentó hasta mediados de los años ochenta del siglo pasado, se mantuvo relativamente estable durante una década e inició un
suave descenso desde mediados de los años noventa hasta el final de la larga etapa expansiva, aumentando de nuevo durante la última crisis (gráfico
4). Estas variaciones del paro estructural a lo largo del tiempo se deben a que también se ve influido por las perturbaciones de oferta que afectan a la
demanda de trabajo (curva ND en el gráfico), o a la oferta salarial (WS) o a la oferta de trabajo (NS). Así, shocks negativos como el encarecimiento de
las materias primas (que desplazan la curva ND a la izquierda) reducen el nivel de empleo y elevan el paro estructural, como sucedió durante el
periodo 1975-1985. El mismo efecto genera (y generó en dichos años) un alza de los salarios reales (que desplaza la curva de oferta salarial WS hacia
la izquierda). Por el contrario, un shock favorable, como la mayor competencia en el mercado de bienes como consecuencia de la integración española
en la Unión Europea en 1986 (al desplazar a la derecha la curva ND) se tradujo en mayor empleo y descenso del paro estructural.
Gráfico 4.—Tasa de paro y tasa de paro estructural (NAIRU) en España, 1980-2018
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
Otros shocks de oferta positivos que contribuyen a rebajar el paro estructural, esta vez en los años 1995-2007, son:
• La reducción del tipo de interés real derivada de la integración española en la Eurozona con los descensos en la inflación y el déficit público que
conllevó.
• El aumento de la competencia en los mercados de servicios y de bienes a causa de la liberalización de determinadas actividades terciarias y de la
globalización de la economía mundial. La mayor competencia da lugar a más eficiencia y una menor tasa de inflación, lo que ayuda a reducir la
NAIRU. En ambos casos se puede representar gráficamente por un desplazamiento hacia la derecha de la curva ND.
• El acceso al mercado de trabajo español de cuantiosos flujos de inmigración (algo más de tres millones de personas) aumentó su flexibilidad al
presentar una elevada movilidad y contribuyó sustancialmente a la moderación salarial al disponer de una muy limitada capacidad negociadora.
Este shock supone un desplazamiento a la derecha de la curva de oferta de trabajo NS y de la de determinación salarial WS, aumentando el
empleo y reduciendo el paro estructural en casi dos puntos entre 1996 y 2005 (Recuadro 3).
• Otros factores, como una actitud responsable de los sindicatos en un marco de diálogo social, el entorno de baja inflación y la presión bajista
sobre el salario derivada de los flujos migratorios contribuyeron también a la moderación salarial. Todo ello se traduce en un desplazamiento a la
derecha de la curva WS, de modo que el resultado fue un leve descenso del salario real (-0,2 por 100), pese al fuerte aumento del empleo (frente al
aumento registrado en la Unión Europea –véase de nuevo el gráfico 3–). Sus efectos fueron intensa creación de empleo y reducción del paro
estructural.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
4. Factores explicativos del empleo y del paro en la economía española
4.2. El desempleo cíclico
4.2. EL DESEMPLEO CÍCLICO
La magnitud de la tasa de paro observada difiere del paro estructural ahora comentado, y además su perfil temporal es mucho más acusado, ya que al
paro estructural debe añadirse el coyuntural o cíclico, el cual presenta cifras positivas o negativas en función de las oscilaciones cíclicas causadas por
perturbaciones de la demanda agregada. Así, por ejemplo, durante la crisis de 1975-1985 el paro observado creció en mayor medida que el
componente estructural, al tratarse de una coyuntura recesiva. En cambio, la recuperación de la actividad económica, a partir de 1985 se caracterizó
por una fuerte creación de empleo, primero, y una posterior gran destrucción en el trienio de crisis 1992-1994. Esta elevada sensibilidad del empleo al
ciclo (gráfico 5), es decir, la alta elasticidad-renta de la demanda de trabajo, es producto de las facilidades aprobadas en 1984 para la contratación
temporal, que aumentaron la propensión a contratar y a despedir. Un altísimo porcentaje de los nuevos contratados lo fueron temporalmente, de
forma que la tasa de temporalidad (cociente entre trabajadores con contrato temporal y total de asalariados) alcanzó un 35 por 100 en 1995. Como
resultado de la flexibilidad contractual, a partir de ese momento aumentó considerablemente la volatilidad del empleo y del paro cíclico, con una
fuerte disminución de la tasa de paro –exclusivamente en su componente cíclico– hasta 1990, y un fuerte incremento –también coyuntural– durante la
breve crisis con que se inició ese decenio.
Gráfico 5.—PIB y empleo en España, 1965-2018 (tasas anuales de variación, en porcentaje)
Fuente: INE, CNE y EPA.
Durante la larga fase expansiva 1995-2007, la creación de empleo volvió a ser muy vigorosa. De hecho, la creación de empleo no solo superó
ampliamente los ritmos registrados en decenios anteriores, sino que los puestos de trabajo creados representaron un 30 por 100 de todo el empleo
creado en la UE-15 en ese mismo periodo. El crecimiento económico se basó en actividades –como la construcción o ciertos servicios– caracterizadas
por una elevada intensidad de trabajo, lo cual significó un impulso adicional a la creación de empleo.
De nuevo, el aumento del empleo se basó en la contratación temporal, que mantuvo la tasa de temporalidad en niveles muy elevados (casi un 32 por
100 en 2007) a pesar de las reformas legales y las rebajas de cotizaciones dirigidas a reducirla. Puesto que los empresarios utilizan el contrato
temporal para probar a sus nuevos empleados, un fuerte aumento de las contrataciones suele ir asociado a una elevada temporalidad. A ello cabe
añadir la naturaleza temporal de las actividades que más empleo crearon –servicios y construcción– y el carácter temporal de los permisos de trabajo
para los inmigrantes recién llegados. La coyuntura expansiva facilitó, pues, el descenso del paro cíclico situando la tasa de paro observado (9 por 100
en 2007) por debajo de su nivel estructural, pese al descenso de este, como se ha comentado anteriormente.
Recuadro 3
FLUJOS MIGRATORIOS Y MERCADO DE TRABAJO EN ESPAÑA
A partir de mediados del decenio de 1990, y hasta el inicio de la presente década, España se convirtió en un importante receptor de
inmigrantes. Así, mientras que en 1991 los extranjeros eran 361.000 (0,9 por 100 de la población total), al finalizar 2017 sumaban 6,39
millones (13,7 por 100 de la población), después de haberse reducido ligeramente tras el máximo alcanzado a finales de 2011 (14,3 por 100).
De hecho, la crisis económica significó un cambio en la dirección de los flujos migratorios en España. La notable disminución en los flujos
de entrada de población extranjera y el aumento de las salidas han dado lugar a emigración neta hacia el exterior. En esta nueva etapa, la
población extranjera –emigración de retorno, muy probablemente– tiene un papel fundamental dados sus menores costes de emigrar,
mientras que la población española que emigra supone un porcentaje menor aunque creciente en los años de crisis (14,7 por 100 de la
población total emigrada en 2018 y en torno al 1 por 100 de la población española).
Las causas de estos flujos hay que buscarlas en la disposición de las personas a emigrar (factores de oferta) y en el salario y las necesidades
de mano de obra del país de destino (factores de demanda). Desde el punto de vista de la oferta, las expectativas de obtención de un mayor
nivel de renta determinan la disposición al desplazamiento. A ello se añaden factores no económicos, como las diferencias culturales o de
idioma, y la cantidad de compatriotas presentes ya en el país, que pueden influir en la elección del lugar de destino. Desde el punto de vista
de la demanda, la escasez de mano de obra en determinadas actividades puede impulsar a las empresas a demandar factor trabajo en otros
países. Algunos de los aspectos de la inmigración que han recibido mayor atención son los siguientes:
• La asimilación de los inmigrantes, proceso por el cual los inmigrantes, a medida que prolongan su estancia en el país de destino, ocupan
empleos y cobran salarios cada vez más similares a los de trabajadores nativos de iguales características. Los estudios disponibles para el
caso español apuntan a que existe asimilación en cuanto a la probabilidad de empleo (mayor al cabo de cinco años que al llegar) y de paro
(menor a los cinco años). No obstante, esto se debe a que los inmigrantes aceptan empleos temporales y ocupaciones por debajo de sus
estudios. También se confirma su progreso salarial con el tiempo y la aproximación salarial con los nativos. Según su origen, los
inmigrantes procedentes del continente africano (Marruecos en particular) y de Europa del Este y Asia están comparativamente peor
situados en el mercado de trabajo español que los latinoamericanos (Ecuador) y los procedentes de la OCDE.
• Efecto sobre el empleo de los trabajadores españoles. Mientras que en mercados de trabajo flexibles, la entrada de inmigrantes tendería a
reducir el salario, en países con una mayor rigidez salarial, cabría esperar que los efectos negativos se registraran en términos de
ocupación, dificultando el acceso al empleo de los trabajadores nativos y aumentando sus tasas de paro, especialmente en aquellos
colectivos con cualificaciones similares a los inmigrantes. Los primeros estudios disponibles para España señalan que la población
extranjera se emplea en ocupaciones y sectores diferentes a los de los nativos, de manera que sus efectos son muy reducidos. Tales
impactos se concretan en una ligera reducción de la tasa de empleo de los nacionales y un leve incremento de su tasa de paro, siempre
mayor para el colectivo femenino y de baja cualificación.
• Efectos sobre los salarios, la flexibilidad del mercado de trabajo y el paro de equilibrio. La población inmigrante muestra una elevada
movilidad geográfica, de forma que contribuye a paliar las escaseces relativas de empleo en determinados territorios y sectores,
aumentando la flexibilidad del mercado laboral y limitando las alzas salariales. Además, la inmigración ha contribuido sustancialmente a
la moderación salarial. Primero, porque los bajos salarios de reserva de estos trabajadores les impulsan a aceptar empleos de baja
remuneración, lo cual –vía efecto composición– contiene el nivel salarial agregado. Y segundo, porque su capacidad negociadora es muy
limitada, ya sea por su situación legal o porque algunos de los empleos que ocupan quedan al margen de la negociación colectiva.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 8. Mercado de trabajo (GEMMA GARCÍA BROSA y ESTEVE SANROMÀ)
5. Crisis económica, nuevo marco laboral y resultados recientes
5 . CRISIS ECO NÓ M ICA, NUEVO M ARCO LABO RAL Y RESULTAD O S RECIENTES
La irrupción de la crisis económica en 2008 supuso un vuelco en el mercado laboral. En esta coyuntura recesiva la destrucción de empleo fue muy
intensa (3,4 millones hasta 2013), centrándose precisamente en el sector de la construcción, las industrias manufactureras y los servicios más
vinculados a la senda del consumo, razón por la cual incidió más en los varones. La pérdida de empleo afectó mayoritariamente (2,1 millones) a los
trabajadores con contrato temporal, dados los menores costes de ajuste asociados a tales contratos y la elevada temporalidad presente en los sectores
más afectados por la crisis. Como resultado, la tasa de temporalidad se redujo más de ocho puntos, hasta el 23,1 por 100 en 2013, confirmando así un
cierto perfil cíclico de esta. El aumento de la tasa de paro fue especialmente intenso, casi dieciocho puntos porcentuales en seis años, hasta alcanzar el
26,1 por 100 en 2013, cifra que multiplicaba por más de dos la media europea.
Además de por valores absolutos, España destaca por encabezar los países europeos también en destrucción de empleo por cada punto de descenso del
PIB. Ello guarda relación con el excesivo tamaño alcanzado previamente por el sector de la construcción. Pero, más importante aún, está
estrechamente vinculado a las amplias facilidades para el ajuste vía cantidades que suponen los contratos temporales y, muy especialmente, al
comportamiento alcista de los salarios, tanto nominales como reales, al inicio de la crisis. En efecto, las rigideces entonces presentes en el mecanismo
de negociación colectiva y en la normativa sobre convenios impidieron que los salarios se ajustaran rápidamente a las nuevas condiciones
económicas (caída de producción, de empleo y de precios). El comportamiento salarial de estos años iniciales explica que incluso en el conjunto de la
crisis los salarios reales aumentaran el doble que en la Unión Europea y, sorprendentemente, mucho más de lo que lo habían hecho en la etapa
expansiva previa (gráfico 3). Este comportamiento salarial desacompasado urgía una reforma laboral como la aprobada en 2012 para flexibilizar la
determinación de salarios y abrir alternativas al ajuste cuantitativo de puestos de trabajo.
Durante la crisis la tasa de paro creció hasta alcanzar cifras que superan la tasa de paro estructural (NAIRU). Esto es coherente con el hecho de que
gran parte del desempleo generado durante la crisis fuese coyuntural. Con todo, tanto el impacto sectorial de la crisis como su duración acabaron
generando un nuevo aumento del paro estructural. Son diversas las razones que lo explican.
En primer lugar, el desempleo estructural se elevó como consecuencia del importante aumento del paro de larga duración (que pasó del 18 al 48,7 por
100 del paro entre 2008 y 2013). Como se ha detallado en el apartado anterior, los efectos del paro de larga duración en forma de desánimo y
obsolescencia se traducen en una menor intensidad de búsqueda de empleo y en un mayor desajuste de cualificaciones.
En segundo lugar, el aumento de los desajustes en el mercado de trabajo. Un nuevo desajuste sectorial entre parados de la construcción (y algunos
servicios) y los requerimientos de los empleos vacantes ofrecidos por las empresas. Asimismo, y muy relacionado con ello, un mayor desajuste de
cualificaciones, no solo por la obsolescencia de conocimientos en estos parados de larga duración, sino también porque la mayoría de los nuevos
parados durante la crisis solo tenían estudios primarios o de secundaria obligatoria, que difícilmente se ajustan a las demandas de cualificaciones de
los empleos vacantes. Según cálculos del BCE, España es el país de la eurozona donde más ha aumentado el desajuste educativo.
Las estimaciones de la Comisión Europea confirman estas evidencias, al señalar que la tasa de desempleo estructural aumentó seis puntos en España
durante la crisis, superando el 18 por 100 (gráfico 4). No solo es la tasa de paro estructural mayor de la OCDE, sino también la que más creció. Es
necesario advertir, no obstante, que la mayor parte del desempleo generado durante la crisis ha sido de naturaleza cíclica y que el aumento del paro
estructural que se produjo responde más a la prolongación de la crisis y su desigual impacto por sectores y cualificaciones que a un aumento de las
rigideces en la normativa laboral. De hecho, como se ha expuesto en el apartado 3, la amplia reforma laboral de 2012 actuó en la dirección contraria,
flexibilizando el funcionamiento del mercado de trabajo.
En efecto, se ha apuntado que dicha reforma supondrá una importante reducción en la tasa de paro estructural por los menores costes de despido, y
por facilitar una negociación colectiva más descentralizada, sea por convenios de empresa o por la no aplicación de los convenios sectoriales en
empresas en dificultades. De momento se confirma una reducción de dos puntos. A partir de los datos ya disponibles también se han podido analizar
otros efectos.
• De un lado, la reforma facilitó el ajuste salarial. Estimaciones recientes cifran en 900.000 los empleos salvados por la rebaja salarial inducida por
la reforma. Los salarios habían aumentado en términos nominales y reales hasta 2009, mientras que a partir de 2010 –tras el pacto entre los
agentes sociales– presentaron un comportamiento más moderado, con retrocesos en términos reales, que serían mayores de no ser por el efecto
composición, que eleva el salario medio cuando se destruyen empleos de baja cualificación y bajos salarios. Desde la aprobación de la reforma, la
moderación de los salarios nominales se intensificó y también el retroceso real, habiendo estimado la OCDE que esta contribuyó a reducir
adicionalmente los salarios en 1,5 puntos porcentuales, aproximadamente. Estudios más recientes confirman este efecto, así como la mayor
sensibilidad de los salarios al desempleo. La rebaja salarial afectó especialmente a los trabajadores del sector público (por los ajustes en el gasto
público), también a los trabajadores más cualificados del sector privado (por ofrecer mayor margen de descenso) y muy intensamente a quienes
han accedido a un nuevo empleo durante la crisis y posteriormente. Ello amplió la desigualdad salarial. Para rebajarla es ante todo necesario
reducir el desempleo y otras formas de exceso de oferta en el mercado de trabajo y, posteriormente, elevar los salarios bajos con medidas que no
expulsen del empleo a trabajadores de limitada formación e insuficiente experiencia.
• Un segundo efecto de la reforma laboral consistió en facilitar las medidas de flexibilidad interna, que fueron adoptadas por el 27 por 100 de las
empresas en 2013 (pero por el 57 por 100 de las de mayor dimensión), afectando a los salarios y a la jornada laboral, principalmente. Ello, junto a
la inaplicación de convenios sectoriales, contribuyó a frenar los despidos y a reducir la destrucción de empleo por cada punto de descenso del PIB
mientras duró la recesión.
• Por último, al disminuir el coste del despido, la OCDE ha estimado que generó un incremento adicional de las contrataciones del 8 por 100, y que
ha aumentado la salida del paro hacia el empleo, especialmente de los desempleados de muy corta duración (menos de seis meses).
De esta forma, la reforma laboral ha rebajado casi a la mitad el umbral de crecimiento económico necesario para crear empleo, desde el 2 por 100
anterior a poco más del 1 por 100. Así, desde que la economía española inició una senda de recuperación con tasas de crecimiento levemente positivas
ya empezó a crear empleo. La recuperación económica desde 2014 ha relanzado con fuerza la creación de empleo (cerca de 2,2 millones en cinco
años, cifra que supone el 30 por 100 del empleo creado en la eurozona), de nuevo con notable protagonismo de los contratos temporales y de las
actividades intensivas en trabajo (hostelería, manufacturas, construcción y comercio). La tasa de paro se ha reducido cerca de once puntos,
mayoritariamente el componente cíclico. En este contexto, y mientras el desempleo no retorne a valores inferiores, se hace necesario mantener
contenida la evolución salarial a fin de maximizar la creación de puestos de trabajo por cada punto de PIB, especialmente cuando la productividad se
ha vuelto a estancar. Es preciso, de otra parte, mejorar la calidad del nuevo empleo, siendo necesario para ello rebajar la temporalidad –que vuelve a
crecer– y reducir el trabajo a tiempo parcial involuntario. Adicionalmente, deben aumentar los recursos para las políticas activas y mejorar su
orientación, a fin de minorar los desajustes estructurales entre oferta y demanda de trabajo y, con ello, el desempleo estructural.
© 2019 [Thomson Reuters (Legal) Limited / José Luis García Delgado y Rafael Myro (dirs.) y otros]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
13 JAN 2021
Economía española. Una
introducción. 4ª ed.,
junio 2019
CIVITAS
This PDF Contains
2. Mercados e intermediarios financieros, p.RB-11.2
3. El sistema financiero español. rasgos básicos, p.RB-11.3
4. El sistema bancario, p.RB-11.4
4.1. Desregulación y concentración, p.RB-11.4
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
2. Mercados e intermediarios financieros
2 . M ERCAD O S E INTERM ED IARIO S F INANCIERO S
Los mercados e intermediarios financieros evalúan las diferentes alternativas de colocación de los recursos, reduciendo así los costes de
información que soportan los agentes económicos. Al garantizar la posibilidad de desprenderse de ellos, incentivan el uso de los activos
financieros, ya que fomentan su adquisición por agentes que no estarían dispuestos a hacerlo si tuviesen forzosamente que mantenerlos en
su poder hasta su vencimiento.
Las vías a través de las que los mercados y los intermediarios financieros desempeñan sus funciones son, sin embargo, diferentes (gráfico 1).
La existencia de mercados permite a los demandantes de financiación pedir fondos directamente a los ahorradores últimos de la economía,
para lo cual emiten activos financieros –por ejemplo, acciones u obligaciones– que otorgan a sus tenedores derechos sobre los ingresos
futuros del prestatario. Tales ingresos son lógicamente inciertos, por lo que la adquisición de los títulos emitidos por los demandantes de
financiación implica un cierto nivel de riesgo para el inversor.
Gráfico 1.—Funcionamiento del sistema financiero
Fuente: Banco Central Europeo.
Los intermediarios financieros, alternativamente, y como su nombre indica, se sitúan entre los ahorradores y los demandantes de
financiación, prestando a estos últimos los fondos que piden prestados a aquellos. Al realizar esta actividad, el intermediario asume un riesgo
que intentará cubrir aplicando un adecuado diferencial entre el tipo de interés que cobra a los prestatarios y el que paga a los ahorradores
por la cesión de sus fondos.
Mercados e intermediarios financieros no deben, sin embargo, ser considerados compartimentos estancos, ya que entre ellos suelen
establecerse flujos de una considerable magnitud. Esto es, por ejemplo, lo que ocurre cuando los bancos y cajas de ahorros emiten títulos –
acciones, pagarés, bonos, cédulas hipotecarias, deuda subordinada...– para obtener fondos con los que financiar la concesión de créditos. Es
frecuente también que los intermediarios compren como inversión deuda pública y/o acciones emitidas por las empresas, generando así un
flujo de recursos desde los intermediarios hacia los mercados.
La influencia que ha podido ejercer en la consecución de un mayor o menor grado de crecimiento económico la decantación por una u otra
forma de instrumentación –directa o intermediada – de los flujos financieros ha sido una cuestión largamente debatida, sin que se haya
llegado a conclusiones definitivas. No en vano, países con estructuras financieras muy distintas han acabado alcanzando niveles de
desarrollo económico muy semejantes. Ambos modelos presentan ventajas e inconvenientes. Si bien es cierto que el recurso al mercado
reduce los costes de transacción, lo cual puede abaratar la obtención de financiación, también lo es que puede condicionar la conducta de los
demandantes de recursos, dada la elevada sensibilidad de los mercados a los cambios sociopolíticos y económicos. Alternativamente, la
financiación a través de los intermediarios financieros coloca a las empresas en una situación de dependencia del crédito bancario, pero
permite allegar recursos a unidades económicas que carecen del tamaño suficiente para acudir a los mercados de capitales.
La preponderancia en cada país de uno u otro tipo de estructura financiera depende de múltiples factores, ya sean la tradición y la cultura
económica del país, el tamaño de sus empresas, las mayores o menores necesidades de financiación de sus agentes inversores, así como la
actitud y preferencias de las autoridades. Es habitual, en este sentido, diferenciar entre el modelo anglosajón, en el que los mercados
constituyen la principal fuente externa de financiación, y el modelo continental (propio de los países del continente europeo), en el que las
entidades bancarias son el principal proveedor de recursos (cuadro 1).
España
Estados
Unidos
Eurozona
Crédito bancario……………………………….
134,6
167,7
54,1
Valores de renta fija (saldo vivo en circulación)………..
137,1
155,8
196,6
Emitidos por empresas………………………….
3,5
12,6
30,3
Emitidos por instituciones financieras………
51,4
68,0
77,1
Emitidos por el sector público………………..
82,1
75,2
88,1
Capitalización bursátil…………………………..
50,3
53,91
148,4
Nota: (1) 2015
Fuentes: Banco de España, Banco Central Europeo y Reserva Federal.
Ambos tipos de países –anglosajones y continentales– entienden además el negocio bancario de una manera muy distinta. En los primeros,
las entidades suelen especializarse en un segmento de actividad (banca comercial, banca de inversión...). En los segundos predomina el
modelo de banca universal. Dicho modelo permite a las entidades de crédito –con independencia de cuál sea su naturaleza jurídica y en
igualdad de condiciones– realizar un amplio abanico de operaciones (tales como la captación de recursos, la concesión de crédito y la
inversión en valores mobiliarios) sin que existan restricciones en función del tipo de cliente y del plazo de vencimiento de las operaciones.
Mientras que en España y Alemania –y en menor medida en el resto de los países del continente– las entidades bancarias mantienen una
estrecha vinculación con las grandes empresas industriales y de servicios, participando en su capital e involucrándose, a menudo, en su
gestión, las instituciones bancarias estadounidenses no solo son reacias a participar en el capital de las empresas, sino que intentan también
evitar asumir riesgos industriales a largo plazo.
Hasta fechas relativamente recientes, tanto en un modelo como en el otro, el crecimiento orgánico de las entidades bancarias venía
determinado por su capacidad para captar recursos de clientes. A partir de la década de 1990 las entidades bancarias empezaron a obtener
recursos en los mercados financieros titulizando una parte de los activos que mantenían en su balance. Se trataba en definitiva de
transformar un conjunto de activos (normalmente poco líquidos y escasamente negociables) en una serie de títulos susceptibles de poder ser
vendidos en los mercados. Dicho proceso podía generar ventajas tanto para las entidades emisoras (un menor coste de la financiación y una
mejor gestión de riesgos) como para los inversores (aumentaba las alternativas de inversión, posibilitando así una mejor diversificación de
las carteras).
El problema surgió cuando algunas entidades bancarias, muy especialmente los grandes bancos de inversión estadounidenses, empezaron a
considerar la titulización, no una forma de obtención de recursos, sino una fuente de generación de ingresos que permitía además transferir
el riesgo a terceros. Fueron apareciendo así estructuras financieras cada vez más complejas y opacas que están en el origen de la crisis
financiera internacional.
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Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
3. El sistema financiero español. rasgos básicos
3 . EL SISTEM A F INANCIERO ESPAÑO L. RASGO S BÁSICO S
El sistema financiero español ha experimentado cambios significativos en los últimos veinticinco años, y el primero de ellos es, precisamente,
el intenso crecimiento de la actividad financiera. Baste señalar que los activos financieros han pasado de suponer un 424 por 100 del PIB, en
1985, hasta alcanzar casi un 700 por 100 a comienzos del presente siglo. El mayor grado de desarrollo económico, la creciente apertura al
exterior y la propia modernización del sistema financiero son las causas de la mayor profundidad financiera de la economía española.
Una parte considerable del crecimiento de la actividad financiera no hace sino reflejar el notable desarrollo que han experimentado los
mercados financieros impulsados por factores tales como la creciente sofisticación de la política monetaria, la búsqueda de fuentes de
financiación alternativas y más baratas que el crédito bancario por parte de las grandes empresas, las necesidades crecientes de recursos que
desde mediados de los ochenta registró la hacienda pública, la mayor renta y cultura financiera de la población y la propia mejora de los
sistemas de negociación.
La expansión de los mercados, en la medida que ha incrementado el volumen de títulos en negociación, ha favorecido el desarrollo de los
intermediarios financieros no bancarios y, más concretamente, sus tres modalidades más significativas: los fondos de inversión, los fondos de
pensiones y las compañías aseguradoras. La mayor cultura financiera de los ahorradores, el progresivo envejecimiento de la población y las
dudas crecientes sobre la viabilidad de los sistemas públicos de pensiones han sido con todo los causantes últimos de su expansión, pese a lo
cual su importancia relativa en España sigue siendo muy reducida si se compara con la que tienen en los países anglosajones.
Tales intermediarios desempeñan además un papel cada vez más importante en el sistema financiero español dadas las estrechas relaciones
que mantienen con las entidades bancarias. En la medida que adquieren buena parte de los títulos emitidos por estas últimas y/o les
proporcionan liquidez (bien sea a través de los mercados monetarios o garantizando algunas operaciones), son de hecho una de las fuentes
de financiación del sistema bancario.
El desarrollo de los mercados financieros y de los intermediarios no bancarios ha reducido la importancia relativa de las entidades bancarias
como proveedores de financiación y como destinatarias del ahorro. Nótese que el efectivo y los depósitos bancarios suponen en la actualidad
el 39 por 100 de los activos financieros de los hogares españoles, frente al 63 por 100 que representaban a mediados del decenio de 1980
(cuadro 2). Las entidades bancarias siguen desempeñando, no obstante, un papel crucial en la canalización de los flujos financieros de la
economía. Entre otras razones porque el crédito bancario sigue siendo la principal, por no decir la única, vía de financiación de que disponen
familias y pequeñas empresas. Recuérdese, además, que la importancia de estas entidades va más allá de su significación cuantitativa, ya que
contribuyen al funcionamiento eficaz del sistema de pagos del país proporcionando un medio de pago universalmente aceptado: los
depósitos bancarios.
Cuadro 2.—Activos financieros de los hogares españoles, 1985-2018
(porcentajes)
1985
1995
2005
2018
Efectivo y depósitos……………………………………..
63,0
51,6
36,4
39,8
Títulos de renta fija……………………………………..
8,1
3,7
2,1
0,9
Acciones……………………………………………………
14,2
18,3
28,4
21,0
Otras participaciones en el capital…………………..
1,4
1,4
2,4
4,5
Fondos de inversión……………………………………
0,3
10,2
12,9
15,2
Fondos de pensiones, seguros y garantías………..
2,0
10,1
14,7
16,5
Otros……………………………………………………….
11,0
4,7
3,1
2,1
Total……………………………………………………….
100,0
100,0
100,0
100,0
Fuentes: Banco de España, Cuentas financieras de la economía española, e Inverco.
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Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
4. El sistema bancario
4 . EL SISTEM A BAN CARIO
Como puede verse en el gráfico 2, el tamaño relativo del sistema bancario español es considerable, confirmando así el papel hegemónico que
las entidades bancarias desempeñan en España. No en vano, los activos bancarios suponen casi el 300 por 100 del PIB frente al 240 por 100
que representan en el conjunto de la Eurozona. Pese a la puesta en marcha del Mercado Único y de la Unión Monetaria, la cuota de mercado
de la banca extranjera en España, y en los grandes países de la Eurozona, es reducida, poniendo de manifiesto las ventajas competitivas que
genera ser el primer oferente y la importancia que una parte de la población concede a la nacionalidad a la hora de elegir entidad bancaria.
Gráfico 2.—Sistema bancario. Total activos, 2017 (en porcentaje del PIB)
Fuente: Banco Central Europeo.
La banca, las cajas de ahorros y las cooperativas de crédito son los tres tipos de entidades que han conformado históricamente el sistema
bancario en España. Mientras que los bancos revisten la forma de sociedades anónimas y destinan, por consiguiente, sus beneficios al pago
de dividendos a sus accionistas, las cajas de ahorros son entidades sin ánimo de lucro de naturaleza fundacional que emplean sus excedentes
en la realización de obras de carácter benéfico-social. La crisis bancaria y las medidas tomadas para combatirla redujeron de forma
sustancial el censo de cajas de ahorros, compuesto en la actualidad únicamente por dos entidades de ámbito local y reducida dimensión (Caja
de Ahorros y Monte de Piedad de Ontinyent y Caja de Ahorros de Pollença). El resto hasta alcanzar las cuarenta y siete que lo formaban en el
2005, o bien han desaparecido por la crisis, o llevan a cabo su actividad financiera a través de un banco (Caixabank, Bankia, Unicaja, Ibercaja,
Kutxabank y Liberbank, por citar los más importantes) al que han cedido sus activos financieros. Las cooperativas de crédito, cuyo ejemplo
más claro lo proporcionan las cajas rurales, son, por su parte, sociedades de carácter cooperativo que distribuyen entre sus socios los posibles
beneficios.
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Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
4. El sistema bancario
4.1. Desregulación y concentración
4.1. DESREGULACIÓN Y CONCENTRACIÓN
A partir de mediados del decenio de 1980 el sistema bancario español experimentó una transformación radical impulsada básicamente por
tres factores. Por un lado, se desmantelaron las restricciones tales como la regulación de los tipos de interés que dificultaban la competencia
entre las propias entidades bancarias. El ya comentado desarrollo de los mercados, por su parte, amplió las alternativas de los usuarios de
servicios bancarios (tanto de colocación de sus excedentes como de financiación de sus operaciones), aumentando, por consiguiente, su poder
negociador frente a las entidades bancarias. El progreso tecnológico y, en particular, los avances en las telecomunicaciones y en la
informática redujeron notablemente las barreras de entrada al negocio, facilitando así que otras empresas –financieras y no financieras–
puedan ahora ofrecer productos bancarios incluso de forma más eficiente que las propias entidades bancarias.
Las entidades bancarias, lejos de permanecer pasivas, desarrollaron un conjunto de estrategias para hacer frente a la intensificación de la
competencia generada por la desregulación, la desintermediación y el espectacular desarrollo de la tecnología. Una de ellas fue ganar
dimensión. Alentados por las autoridades económicas, los grandes bancos españoles priorizaron ganar tamaño, fusionándose entre ellos y/o
adquiriendo otras instituciones de menor dimensión. El objetivo no era otro que alcanzar una posición de liderazgo en el mercado doméstico
como condición para hacer frente al nuevo escenario internacional y, más concretamente, al aumento en el número de competidores
potenciales que iba a generar la liberalización de los movimientos de capital y la puesta en marcha de la Unión Monetaria Europea.
La creciente integración de los sistemas bancarios europeos llevó a los principales grupos bancarios españoles a intensificar también su
presencia en los mercados europeos, utilizando para ello tres vías: el intercambio de participaciones en el capital, el establecimiento de
acuerdos para la distribución conjunta de determinados productos financieros y la adquisición de bancos que operaban en el mismo
«mercado regional» (Francia, Portugal e Italia). Las entidades más grandes priorizaron asimismo incrementar su grado de
internacionalización, implantándose en países que presentaban reducidos niveles de bancarización y en los que era factible, en principio,
conseguir mejoras de eficiencia incorporando sistemas de gestión y de organización más avanzados.
La eliminación, en 1989, de las trabas que les impedían operar en todo el territorio nacional propició que las cajas de ahorros apostaran por
crecer y expandirse fuera de sus territorios tradicionales. El aumento del tamaño del mercado potencial impulsó la consolidación del sector,
si bien, dadas las especiales características de las cajas, el proceso se llevó a cabo en el seno de cada Comunidad Autónoma.
Las cajas de ahorros ampliaron también sus fuentes de ingresos, sustituyendo para ello sus tradicionales inversiones más seguras pero
menos rentables, como el préstamo de fondos en el mercado interbancario y la compra de títulos de deuda pública, por otros segmentos de
negocio tales como la inversión crediticia. Entraron también en el capital de las grandes empresas industriales y de servicios nacionales,
convirtiéndose de hecho en el principal accionista de la mayor parte de las grandes empresas españolas.
Las estrategias seguidas por bancos y cajas para hacer frente a la acentuación de la competencia transformaron la estructura del sistema
bancario español. Baste señalar que en 2007 el censo de grandes bancos estaba integrado únicamente por dos entidades –BBVA y Santander–
frente a los siete miembros que lo formaban veinte años antes, y el de cajas de ahorros por 47, la mitad prácticamente de las que había
tiempo atrás.
La necesidad de racionalizar la red operativa, eliminado las duplicaciones generadas por las sucesivas fusiones, junto con la prioridad dada a
la expansión internacional, provocaron una clara reducción de la estructura –sucursales y empleados– en el mercado español de los grandes
bancos, en particular, y del subsector bancario, en general. Las cajas, en cambio, y por las razones ya apuntadas, aumentaron
considerablemente hasta fechas muy recientes sus medios operativos, superando ya a mediados de los años noventa a la banca tanto en
número de sucursales como en número de empleados.
Esta dispar evolución de las redes operativas de bancos y cajas explica en gran medida los cambios que se produjeron en la importancia
relativa de ambos tipos de entidades. Más concretamente, la notable ganancia de cuota de mercado, tanto en depósitos como en créditos, que
consiguieron las cajas de ahorros desde mediados de la década de 1980 hasta convertirse en el principal agente del sistema bancario español.
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4.2. Crisis y reestructuración, p.RB-11.5
4.3. El nuevo sistema bancario español, p.RB-11.6
5. Mercados financieros, p.RB-11.7
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Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
4. El sistema bancario
4.2. Crisis y reestructuración
4.2. CRISIS Y REESTRUCTURACIÓN
La acentuación de la competencia provocó una intensa contracción del llamado margen de intermediación –diferencia entre los productos y
los costes financieros–, que pasó de suponer el 4 por 100 de los activos totales medios, en 1985, a representar el 1,6 por 100, en 2008. El
crecimiento de los ingresos por comisiones, la mejora en los niveles de productividad (imputables en gran medida a la progresiva
incorporación de los avances tecnológicos al negocio bancario) y la favorable evolución de la economía durante la mayor parte del periodo
analizado compensaron la contracción del margen de intermediación, posibilitando así el mantenimiento de un elevado nivel comparativo
de rentabilidad.
Puede afirmarse, pues, que las entidades bancarias españolas consiguieron mantener su peculiar y costoso modelo de servicio bancario
basado en una densa red de pequeñas oficinas en un contexto caracterizado por la reducción de los márgenes y la acentuación de la
competencia. La situación cambió radicalmente a partir de 2007, siendo la crisis financiera la primera aunque no la única causa explicativa
de dicho cambio.
El impacto directo de la crisis sobre el sistema financiero español fue reducido, gracias básicamente al distinto modelo de titulización
existente en España; entendido como un mecanismo de captación de recursos, el modelo español se encuentra muy alejado del denominado
originar para distribuir que está en el origen, valga la redundancia, de las turbulencias financieras. A diferencia de otros organismos
supervisores, el Banco de España no permitió situar los vehículos de inversión fuera de balance, logrando así dos objetivos: reducir
considerablemente los incentivos que impulsan la creación de tales vehículos (ya que era preciso aumentar también los recursos propios) y
fomentar un adecuado seguimiento del riesgo por parte de las propias entidades, ya que no era posible transferirlo a terceros.
En cambio, el impacto indirecto de la crisis fue muy importante. Las elevadas tasas a las que creció el crédito en el periodo 1994-2007 unido
al estancamiento de sus fuentes de recursos tradicionales –los depósitos de la población– obligó a las entidades españolas a buscar otras vías
de financiación, siendo una de ellas el endeudamiento en los mercados interbancarios de la eurozona, aprovechando, es importante
destacarlo, las posibilidades que generó la integración en la Eurozona (véase el capítulo 3). La extrema aversión al riesgo que provocó la
caída de Lehman Brothers bloqueó tales mecanismos de financiación mayorista, impidiendo a los bancos y cajas de ahorros españoles
refinanciar la deuda que habían contraído en los mercados internacionales para financiar la expansión del crédito.
El aumento de la morosidad, muy especialmente entre los promotores y constructores (gráfico 3), y la pérdida de valor de los activos
inmobiliarios que generó la crisis económica causaron elevadas pérdidas a las entidades bancarias españolas, y en particular a las cajas de
ahorros, poniendo en cuestión la viabilidad de muchas de ellas. No en vano, las actividades relacionadas con la construcción llegaron a
suponer el 60 por 100 del total del crédito otorgado por las cajas de ahorros en los primeros años del siglo XXI.
Gráfico 3.–Entidades de crédito. Tasa de morosidad en España, 1985-2018-(porcentaje)
Fuente: Banco de España.
La crisis económica redujo también drásticamente el volumen de actividad de las entidades bancarias haciendo innecesaria buena parte de
la red operativa. Se imponía pues una reducción de la capacidad instalada, especialmente en el subsector de las cajas de ahorros, ya que fue
este el que mostró un comportamiento más expansivo en los años anteriores a la crisis. Baste señalar que entre 1994 y 2007 su red de
sucursales y de empleados creció un 70 y 58 por 100, respectivamente.
El progresivo deterioro de las finanzas públicas españolas y los episodios de crisis de deuda soberana que sufrieron algunos países de la
Unión Europea empeoraron todavía más la situación, al elevar significativamente la prima de riesgo de la economía española y, con ello, el
coste de la financiación de las entidades bancarias (véase el capítulo 3).
Los factores anteriores (bloqueo de los mercados, aumento de la morosidad, caída en la actividad y encarecimiento de la financiación)
generaron serias dificultades al sistema bancario español. Las cajas de ahorros, dada su superior exposición al riesgo inmobiliario y sus
mayores niveles relativos de costes de estructura (fiel reflejo de la agresiva política de expansión que siguieron en las dos últimas décadas),
fueron las entidades más afectadas, y un buen número de ellas tuvieron finalmente que ser intervenidas por los poderes públicos. No ha de
sorprender, por tanto, que el Banco de España y el Ministerio de Economía adoptaran un conjunto de medidas para hacer frente a la
situación (véase el Recuadro 1).
Recuadro 1
LA REESTRUCTURACIÓN DEL SISTEMA FINANCIERO ESPAÑOL
Ante el deterioro de la situación de los bancos y cajas de ahorros españoles en el marco recesivo derivado de la crisis económica y
financiera, el Banco de España y el Ministerio de Economía adoptaron, a partir de 2008, un conjunto de medidas entre las que vale
la pena destacar las siguientes:
• Inyección de liquidez. La mayoría de países europeos intentó paliar los problemas de liquidez que estaban experimentando las
entidades bancarias a raíz del cierre de los mercados de financiación mayoristas. La creación del fondo de adquisición de activos
financieros (FAAF) y la concesión de avales públicos a las emisiones realizadas por las instituciones bancarias fueron las medidas
adoptadas en España en este sentido, complementando, así, la barra libre de liquidez establecida por el BCE a partir de la segunda
mitad de 2008.
• Impulsar los procesos de integración. Apoyar financieramente la consolidación de las entidades en dificultades fue otra de las
medidas tomadas. Se trataba, en definitiva, de diluir los problemas de sobrecapacidad y elevada exposición al riesgo inmobiliario
que presentaban algunas entidades, fusionándolas con otras más eficientes y/o menos expuestas. El instrumento encargado de
facilitar dichos procesos de integración fue el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), que más adelante pasó a ser
el encargado de gestionar la reestructuración de las entidades inviables.
• Bancarización de las cajas de ahorros. La necesidad de que las cajas pudieran captar en el mercado recursos propios de primera
calidad impulsó una reforma radical de su marco regulador. Además de mejorar el régimen de las cuotas participativas, se
incentivó que las cajas ejercieran la actividad financiera a través de un banco al que cederían su negocio bancario. Si su
participación en dichos bancos es superior al 10 por 100, las cajas pasarán a ser fundaciones bancarias (una figura de nueva
creación cuya supervisión será llevada a cabo por los reguladores financieros), y si es inferior serán consideradas fundaciones
ordinarias.
• Mayores provisiones. El derrumbe del sector de la construcción y el progresivo deterioro de la situación económica aconsejó
elevar considerablemente los niveles de provisiones exigidos a las entidades bancarias para hacer frente a posibles pérdidas. En
una contradicción más aparente que real (dada la práctica seguida por muchas entidades de refinanciar créditos incobrables y el
empeoramiento de la coyuntura económica), se exigió incluso provisionar los activos inmobiliarios considerados «sanos».
• Incremento de los requerimientos de capital. La necesidad de reforzar la confianza en la solidez del sistema bancario español llevó
a las autoridades españolas a exigir a las entidades de crédito mayores y mejores niveles de recursos propios, Consciente de que
algunas entidades podrían experimentar dificultades para captar en el mercado los recursos necesarios, el regulador explicitó
también su disposición a recapitalizarlas con fondos públicos, y esto fue lo que tuvo que hacer finalmente en un buen número de
casos.
El deterioro de la situación económica, la no resolución de la crisis de la deuda soberana y las dudas sobre la viabilidad de algunos de los
proyectos de integración alentados por las autoridades impidieron que las medidas señaladas se tradujeran en una reducción de la
desconfianza sobre el sistema bancario español. El estallido de Bankia, que poco después de solicitar convertir en capital los 4.465 millones
de euros en participaciones preferentes en poder del FROB anunció que necesitaría 19.000 millones de euros adicionales para completar su
recapitalización, complicó aún más la situación. Consumidos la mayor parte de los recursos tanto del FROB como del Fondo de Garantía de
Depósitos de Entidades de Crédito (FGD), y con los mercados financieros internacionales cerrados para las empresas, bancos y el propio
Tesoro español, el gobierno optó por solicitar formalmente, el 25 de junio de 2012, asistencia financiera al Eurogrupo para sanear su sistema
bancario.
Cuatro fueron en este sentido los cambios básicos en la gestión de la crisis bancaria que introdujeron las autoridades europeas:
• El primero de ellos atañe al proceso de recapitalización. En lugar de exigir esfuerzos adicionales en materia de solvencia a las entidades
sin especificar, ni la cuantía de las pérdidas esperadas, ni de dónde saldrían los fondos necesarios para cubrirlas, se optó por estimar en
primer lugar las necesidades de capital que precisaría cada entidad individual y se explicitó a continuación el volumen de recursos
(hasta 100.000 millones de euros) que se pondrían a disposición de las entidades para culminar el proceso de recapitalización.
• Para reducir al máximo la carga soportada por los contribuyentes europeos, las autoridades europeas exigieron que se impusieran
pérdidas a los tenedores de instrumentos híbridos de capital (como las participaciones preferentes) y de deuda subordinada de las
entidades salvadas con fondos públicos.
• Buscando amortiguar los falseamientos de la competencia generados por los apoyos públicos se impusieron a las entidades salvadas
una serie de condiciones tales como concentrar su actividad en sus territorios de origen, reducir el tamaño, tanto de su de balance, como
de su red de sucursales, o abandonar la financiación de promociones inmobiliarias. La misma razón –reducir los falseamientos de la
competencia– explica que transcurrido un cierto plazo deban ser liquidadas o vendidas al sector privado.
• Antes de que finalizara 2012 las autoridades españolas tenían que haber aprobado la creación de un mecanismo de segregación de
activos. Conocido coloquialmente como banco malo, dicho mecanismo permitiría a las entidades en crisis desprenderse de sus activos
inmobiliarios de mala calidad, mejorando así su balance y, por tanto, su viabilidad. Intentando evitar las más que probables pérdidas que
generaría su venta en una coyuntura poco favorable, tales activos podrán permanecer en el balance del banco malo quince años.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
4. El sistema bancario
4.3. El nuevo sistema bancario español
4.3. EL NUEVO SISTEMA BANCARIO ESPAÑOL
Con el desembolso de los fondos aportados por el MEDE (38.833 millones de euros) se dio por culminado el proceso de saneamiento del
sistema bancario español en el que entre inyecciones de capital, esquemas de protección de activos y otras ayudas se han comprometido más
de cien mil millones de euros. El coste final de la crisis bancaria será pues con toda seguridad elevado y, dado el origen de los fondos,
soportado en gran parte por los contribuyentes.
La disminución en el censo de entidades operativas generada por la crisis bancaria ha provocado el consiguiente aumento en los niveles de
concentración del sistema bancario español, hasta el punto de que las cinco primeras entidades por tamaño (gráfico 4) absorben ya el 64 por
100 del total de activos del sistema bancario. Teniendo en cuenta que el Estado tendrá que desprenderse, más pronto que tarde, de las
entidades que continúan bajo su control y el papel activo que los grandes grupos españoles han jugado en las anteriores subastas de
entidades en crisis, no hay que descartar que los citados niveles de concentración aumenten todavía más en un futuro inmediato.
Gráfico 4.—Grado de concentración de los sistemas bancarios europeos (activos de las cinco primeras entidades sobre el total de activos en
porcentaje)
Fuente: Banco Central Europeo.
La necesidad de eliminar las duplicaciones generadas por las fusiones, los planes de adelgazamiento impuestos por la Comisión Europea, los
menores niveles de actividad económica y la creciente importancia de los nuevos canales de relación con la clientela explican finalmente los
ajustes que se están llevando a cabo en la capacidad bancaria instalada (gráfico 5). Nótese en este sentido que, entre 2008 y 2018, se han
cerrado 19.000 sucursales y eliminado 83.000 empleos, siendo ya los niveles actuales de ambas variables inferiores a los existentes a
mediados de los años ochenta.
Gráfico 5.—Empleados y sucursales del sistema bancario español, 1985-2018 (miles)
Nota: Los últimos datos de empleados se refieren al año 2017.
Fuente: Banco de España.
Obligados por la presión de los reguladores, los bancos españoles han incrementado también de forma considerable tanto el volumen como
la calidad de sus recursos propios. Baste señalar que, a finales de 2017, la ratio de capital de mayor calidad, el capital ordinario de nivel 1
(CET1) se sitúa a nivel agregado en el 12,7 por 100, más del doble de la mantenida con anterioridad al estallido de la crisis.
La crisis ha impulsado también cambios significativos en el marco regulador europeo, siendo el más importante de ellos la puesta en marcha
de la Unión Bancaria (Recuadro 2). Además de mejorar la calidad de la supervisión, se espera que la centralización de la supervisión en una
autoridad de carácter supranacional contribuya a dificultar «la captura del regulador», esto es, que las entidades más relevantes de un país,
debido precisamente a su elevada importancia, acaben condicionando las decisiones de los organismos supervisores.
Recuadro 2
La Unión Bancaria
La total fragmentación de la Eurozona que acabó generando la crisis de la deuda soberana se llevó por delante el andamiaje
basado en la armonización/coordinación de las normativas nacionales vigente hasta la fecha en la Unión Europea en materia de
regulación financiera. Si se quería romper el vínculo o bucle «maligno» entre riesgo soberano y riesgo bancario que puso en
cuestión la propia supervivencia de la Eurozona y evitar que la situación se volviera a repetir en un futuro próximo era necesario
avanzar hacia estructuras supranacionales, y esto fue lo que hizo la Unión Europea a mediados de 2012 lanzando la idea de
constituir una unión bancaria. Tres son los pilares básicos de la misma que están ya en funcionamiento:
A. Código Único. El elevado margen de discrecionalidad de que disponían los países de la Unión Europea a la hora de adaptar las
directivas comunitarias es incompatible con la uniformidad que exige la existencia de un verdadero mercado único de servicios
financieros. Era pues necesario disponer de un código único y armonizado de normas que asegure, por poner un ejemplo
relevante, una aplicación uniforme de Basilea III.
B. Mecanismo Único de Supervisión. Era asimismo necesario supervisar con criterios comunes y homogéneos a todas las entidades
bancarias de la Eurozona (y a aquellas del resto de la Unión Europea que de forma voluntaria quisieran adherirse). Tales
competencias recayeron finalmente en el Banco Central Europeo, no sin discusión dadas la falta de cobertura legal (al no estar
previstas en los tratados fundacionales de la UME), las dudas de algunos sobre su capacidad para actuar de forma eficaz (al ser ya
el principal acreedor de las entidades en crisis) y los posibles conflictos de intereses con la política monetaria.
El tamaño del perímetro a supervisar fue otra de las cuestiones que generó discusión. El acuerdo final asigna al Banco Central
Europeo la supervisión directa de las entidades más importantes (119 grupos bancarios que suponen en torno al 82 por 100 de los
activos bancarios de la Eurozona); el resto de entidades (unas 3.500) serán supervisadas por las autoridades nacionales siguiendo
los criterios marcados por el Banco Central Europeo. Se trataría pues, al menos formalmente, de un modelo de supervisión único o
integrado, pero de ejecución descentralizada.
C. Mecanismo Único de Resolución. Las crisis bancarias ha de ser tratadas también de forma homogénea sea cual sea el país
miembro de la unión en el que se desencadenen. Un organismo de nueva creación —el Consejo de Resolución— dispone pues de
poderes para intervenir bancos sin el consentimiento de las autoridades nacionales. Integrado por representantes del Banco
Central Europeo, la Comisión Europea y los estados miembros puede también transferir, vender y segregar activos de las entidades
intervenidas.
Para evitar que los costes de las crisis bancarias vuelvan a ser soportados por los contribuyentes se ha creado también un fondo de
resolución financiado con las aportaciones de los bancos. Dicho fondo, que se espera esté totalmente capitalizado en el plazo de
ocho años, podrá endeudarse en el mercado y solicitar derramas extraordinarias a las entidades bancarias.
La negativa de algunos países (con Alemania a la cabeza) a aceptar la mutualización de los riesgos ha impedido implantar un
seguro de depósitos paneuropeo, dejando así incompleta la Unión Bancaria Europea. Consciente de que el vínculo entre riesgo
soberano y riesgo bancario no se romperá del todo sin la existencia de una red de seguridad supranacional, las últimas propuestas
de la Comisión Europea avalan vincular el logro de avances en la mutualización de los riesgos a la constatación de la existencia de
avances previos en la reducción de los citados riesgos.
En definitiva, la crisis bancaria ha provocado una transformación radical del sistema bancario español, integrado en la actualidad por un
reducido número de entidades de considerable dimensión, que operan bajo la forma jurídica de bancos. La mejora de la coyuntura
económica, el estancamiento de la morosidad, los menores costes del pasivo y el incremento de los ingresos por comisiones han permitido a
su vez dejar atrás las pérdidas. Los niveles actuales de rentabilidad son, sin embargo, claramente inferiores a los existentes con anterioridad
al estallido de la crisis, ya que han desaparecido los factores estructurales que los posibilitaron (elevado nivel de apalancamiento,
financiación abundante y barata en los mercados mayoristas y expectativas de revalorización de los activos inmobiliarios). Los reducidos
tipos de interés actuales, la previsión de que se mantengan bajos durante un periodo prolongado y la creciente competencia ejercida por
nuevos competidores (las llamadas empresas fintech) van a seguir presionado a la baja la rentabilidad bancaria.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte III. Aspectos institucionales
Capítulo 9. Sistema financiero (ANTONI GARRIDO)
5. Mercados financieros
5 . M ERCAD O S F IN AN CIERO S
Como ya se ha dicho, en los últimos veinticinco años los mercados financieros han alcanzado un elevado grado de desarrollo. Eso es, por
ejemplo, lo que ha ocurrido en los mercados monetarios, y muy especialmente en el mercado interbancario, reflejando, entre otros factores,
la creciente sofisticación de la política monetaria. La puesta en marcha de la Eurozona acentuó el grado de integración de tales mercados en
la medida que igualó prácticamente los tipos de interés a corto plazo en toda la eurozona. Es verdad también que la crisis de la deuda
soberana rompió temporalmente el citado proceso de integración ya que impidió a las entidades bancarias de un buen número de países de
la eurozona (tales como España, Grecia, Italia, Irlanda y Portugal) financiarse a los tipos fijados por el BCE. De hecho, el coste de financiación
de tales países pasó a estar determinado en dicho periodo por el diferencial frente al bono alemán exigido a su deuda pública.
Por lo que respecta a los mercados de capitales, las crecientes necesidades de recursos que desde mediados de los años ochenta registró la
hacienda pública impulsaron el desarrollo de un potente mercado de títulos públicos. La eliminación del riesgo de tipo de cambio y la
convergencia en tipos de interés que generó la unión monetaria amplió considerablemente el perímetro de dicho mercado, convirtiendo a la
deuda pública en el título más negociado en los mercados financieros españoles.
La caída de los tipos de interés y la mejora de la fiscalidad impulsaron el crecimiento de las emisiones realizadas por las empresas no
financieras, pese a lo cual el tamaño relativo de este segmento del mercado sigue siendo muy pequeño. Entre otras razones porque es todavía
muy escaso el número de empresas españolas que cumplen los requisitos –elevado tamaño y disponer de un adecuado rating – que permiten
emitir y colocar bonos y obligaciones a medio y largo plazo. Se espera, no obstante, que este segmento del mercado de capitales siga
creciendo en un futuro inmediato, favorecido por la reducción de los costes de emisión, la mejora de los sistemas de liquidación y
compensación, y la ampliación del mercado que implica la integración monetaria. Las ya comentadas tasas a las que creció el crédito
bancario en el periodo 1994-2007, unido al estancamiento de sus fuentes tradicionales de recursos, explican por su parte la intensa actividad
emisora que desarrollaron las entidades bancarias en los años previos al estallido de la crisis.
En lo que respecta al segmento de renta variable, la privatización de buena parte de las empresas públicas, la salida a bolsa de nuevas
sociedades y la tendencia alcista que durante buena parte del periodo analizado mostraron los precios permitieron aumentar
sustancialmente la capitalización del mercado español. La creación del Sistema de Interconexión Bursátil (SIB, o Mercado Continuo), la
mejora de los sistemas de negociación, la entrada de las familias españolas en el mercado bursátil (reflejo de sus mayores niveles de renta), la
creciente presencia gracias a la integración monetaria de inversores extranjeros y el ya comentado desarrollo de los inversores
institucionales posibilitaron, por su parte, un considerable aumento del volumen de negociación.
El sensible desplome que registraron las cotizaciones bursátiles tras el estallido de la crisis financiera internacional truncó de raíz las citadas
sendas de crecimiento. El progreso técnico y la acentuación de la competencia han roto además las fronteras nacionales de los mercados
bursátiles, que operan ahora integrados en potentes networks tales como el London Stock Exchange Group, Euronext o el NASDAQ OMX
Nordic Exchange. La consiguiente ganancia de masa crítica que han posibilitado tales procesos de integración explica en gran medida la
posición rezagada, especialmente en términos de capitalización, que ocupa el mercado español en la actualidad (gráfico 6).
Gráfico 6.—Capitalización bursátil, 2018 (en porcentaje del PIB)
Notas: (1) Incluye NYSE y Nasdaq; (2) Resultado de la integración de las bolsas de Copenhague, Estocolmo, Helsinki y las Repúblicas Bálticas;
(3) Resultado de la integración de las bolsas de París, Ámsterdam, Bruselas y Lisboa; (4) Desde 2010 incluye los datos de la bolsa de Italia.
Fuente: Federación Mundial de Bolsas.
El grado de concentración del mercado sigue siendo muy elevado, suponiendo cuatro sectores (financiero, eléctrico, telecomunicaciones y
textil) tres cuartas partes de la capitalización y contratación total. El IBEX-35 es considerado de hecho uno de los índices bursátiles menos
diversificados del continente europeo y también de los menos representativos del comportamiento de la economía nacional, ya que la mayor
parte de las empresas que lo integran llevan a cabo el grueso de su actividad en el exterior.
© 2019 [Thomson Reuters (Legal) Limited / José Luis García Delgado y Rafael Myro (dirs.) y otros]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
13 JAN 2021
Economía española. Una
introducción. 4ª ed.,
junio 2019
CIVITAS
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2. La estructura productiva, sus determinantes y tendencias a largo plazo, p.RB-5.2
3. Especialización productiva y comercio exterior, p.RB-5.3
13 JAN 2021
PAGE RB-5.2
Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte II. Estructura productiva y competitividad
Capítulo 4. La estructura productiva (ROSARIO GANDOY y ANDRÉS J. PICAZO)
2. La estructura productiva, sus determinantes y tendencias a largo plazo
2 . LA ESTRUCTURA P RO D UCTIVA, SUS D ETERM IN AN TES Y TEND EN CIAS A LARGO P LAZO
En consonancia con las tendencias descritas en la introducción, la evolución de la estructura productiva de la economía española desde la
década de 1980 se ha caracterizado por un continuo descenso de la participación de la agricultura en la producción nominal –su peso relativo
se ha reducido a la mitad, siendo del 2,9 por 100 en 2018 (cuadro 1)–. Esto no significa que el valor añadido agrario haya disminuido en valor
absoluto, sino que ha crecido menos que el del conjunto de las actividades; sin embargo, tanto el número de ocupados en el sector primario,
como su peso en el empleo total, se han reducido considerablemente. La participación relativa de la industria en términos de empleo y valor
añadido también ha caído; en 2018 estas actividades suponen el 17,8 y el 12,1 por 100 de la producción nominal y el empleo, respectivamente.
Esta trayectoria resulta coherente con el hecho de que en la década de 1980 la economía española ya había alcanzado un nivel de desarrollo
suficiente como para que el peso relativo de la industria en la estructura productiva hubiera comenzado a decrecer, tras haber aumentado
desde mediados del siglo XX.
2000
2005
2010
2018
VAB nominal
Agricultura ……………………………………….
4,1
3,0
2,6
2,9
Industria ………………………………………….
20,6
18,9
17,2
17,8
Construcción …………………………………….
10,1
11,6
8,8
6,4
Servicios ………………………………………….
65,1
66,5
71,4
72,9
Agricultura ……………………………………….. 3,3
2,5
2,6
2,8
Industria ………………………………………….
19,8
18,9
17,2
17,0
Construcción …………………………………….
11,8
11,6
8,8
7,0
Servicios ………………………………………….
65,1
67,0
71,4
73,2
Agricultura ………………………………………
5,9
4,7
4,0
3,8
Industria …………………………………………
18,4
15,6
13,0
12,1
Construcción …………………………………….
11,1
12,3
8,4
6,1
Servicios …………………………………………..
64,6
67,4
74,6
78,0
VAB real (precios de 2010)
Empleo
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
El peculiar modelo de crecimiento seguido por la economía española desde mediados de la década de 1990, fuertemente basado en la
actividad inmobiliaria, explica el incremento registrado por el peso de la construcción en la producción nominal y en el empleo; la crisis
iniciada en 2007 significó, no obstante, una notable reducción en la contribución relativa de la construcción, sobre todo en términos de
empleo –en 2018 trabajaban en la construcción el 6,1 por 100 de los ocupados totales, frente a un 12,3 por 100 en 2005–. Finalmente, la
participación relativa de las actividades terciarias no ha dejado de crecer en el periodo, y en 2018 alcanza ya el 78 por 100 del empleo y el
72,9 por 100 de la producción nominal.
Estos cambios han permitido acercar la estructura productiva española al patrón predominante en otras economías desarrolladas y,
especialmente, en las economías europeas. Adicionalmente, es posible abordar un análisis de sus determinantes en el largo plazo. Con este
propósito, resulta conveniente distinguir entre la producción de bienes –incluyendo a los sectores primario y secundario– y de servicios.
Utilizando esta clasificación, las transformaciones acaecidas en la estructura productiva española desde la década de 1980 pueden
sintetizarse en tres grandes rasgos (gráfico 1), a saber:
• La participación relativa de los servicios en la producción nacional valorada a precios corrientes ha aumentado sustancialmente, en
detrimento de los bienes.
• El peso relativo de bienes y servicios en la producción real se ha mantenido aproximadamente constante. Conviene, no obstante, matizar
que desde el año 2007 se observa un aumento de la participación de los servicios debido, en buena medida, a la menor sensibilidad al
ciclo económico de los servicios suministrados por el sector público; esta última tendencia ha revertido con el inicio de la recuperación
económica en 2014.
• La participación relativa del empleo en los servicios ha crecido de forma sostenida, en detrimento del peso de las actividades productoras
de bienes.
Gráfico 1.—Índices de participación de los servicios en el VAB y el empleo, 1985-2018
(1985 = 100)
Fuente: Comisión Europea, AMECO.
Las diferencias en el crecimiento de la productividad permiten comprender, desde el lado de la oferta, esta evolución del patrón productivo.
Entre los años 1985 y 2018, las tasas anuales medias de crecimiento de la productividad fueron del 4,3 y 1,9 por 100 en la agricultura y la
industria, respectivamente, mientras que en los servicios, con una tasa de crecimiento anual del 0,1 por 100, la productividad ha
permanecido virtualmente estancada. Considerando que el avance de la producción puede conseguirse bien por la vía de un mayor empleo o,
alternativamente, elevando la productividad, tal y como se ha expuesto en el capítulo 2, el estancamiento de la productividad en los servicios
supone que, ante un aumento aproximadamente igual de la producción real de bienes y servicios, se requiera una expansión más rápida del
empleo en las actividades terciarias. En otras palabras, el escaso avance de la productividad en los servicios explica el notable incremento del
empleo que ha sido necesario para conseguir el crecimiento de la producción.
Por otra parte, el mayor aumento registrado en la participación de los servicios en la producción nacional cuando se valora en términos
nominales, en lugar de en términos reales, obedece a la evolución de los costes de los factores productivos en relación con la productividad.
Los precios de los factores –costes laborales, materias primas, energía o alquileres, entre otros– crecen a un ritmo similar,
independientemente del uso productivo al que se destinen. En consecuencia, si el incremento de costes es igual en todas las actividades
productivas, la evolución de los precios estará determinada por la capacidad de lograr mejoras de productividad que absorban los aumentos
de costes. Como el avance de la productividad en la producción de servicios ha sido sustancialmente menor que el logrado en la producción
de bienes, los precios de los servicios han debido crecer por encima de los precios de los bienes. La evolución sectorial de los precios
confirma este argumento; así, entre 1985 y 2018, los precios de los servicios han aumentado a un ritmo medio anual del 3,5 por 100, mientras
que en la agricultura y la industria han crecido a unas tasas del 1,5 y el 2,5 por 100, respectivamente.
En ocasiones, se ha tratado también de encontrar la respuesta a las tendencias de la estructura productiva descritas anteriormente en
determinados factores relacionados con las pautas de la demanda. Con frecuencia, se ha considerado que la elasticidad de la demanda ante
cambios en la renta era mayor en los servicios que en los bienes, de forma que en el transcurso del crecimiento económico habría una
tendencia natural al aumento de la importancia relativa de los servicios en la producción y el empleo. Esta presunción sobre el valor de las
elasticidades sectoriales se basaba en la idea de que los bienes satisfacen necesidades básicas de los consumidores, mientras que los servicios
atienden, en mayor medida, ciertas necesidades superiores. En consecuencia, con el aumento del nivel de vida que acompaña al crecimiento
económico se debe producir un desplazamiento de la producción y del empleo desde los bienes hacia los servicios para adaptarse a las
variaciones en la demanda.
Sin embargo, esta interpretación no se encuentra corroborada por las estimaciones más rigurosas de la elasticidad de la demanda con
respecto a la renta. Los estudios que han cuantificado la respuesta en el tiempo de la demanda de bienes y de servicios ante cambios en la
renta de una economía o, también, la respuesta en distintos países con diferentes niveles de renta –en este último caso, para un mismo
momento temporal–, alcanzan resultados sólidos y muestran que las elasticidades no difieren significativamente entre bienes y servicios,
considerándolos como agregados. En ambos casos su valor es igual a la unidad, por lo que, ante un aumento de la renta, la demanda de
bienes y servicios debe crecer al mismo ritmo.
En cualquier caso, ha de tenerse en cuenta que los cambios en la composición del gasto de los consumidores dependen no solo de la
elasticidad-renta de la demanda de bienes y servicios, sino también de los precios relativos. Así, a título de ejemplo, es muy probable que la
demanda de ocio presente una elevada elasticidad-renta; sin embargo, la satisfacción de esta necesidad podrá hacerse tanto con bienes como
con servicios, en función del precio relativo de ambos, el cual, a su vez, está decisivamente condicionado por el diferente ritmo de progreso
técnico en cada sector.
A modo de síntesis, las regularidades empíricas observadas en la evolución de la estructura productiva española son fácilmente
comprensibles. La creciente participación de los servicios en la producción nominal es consecuencia de su encarecimiento, fruto del lento
avance de la productividad, lo cual, a su vez, induce a los consumidores –cuando es técnicamente posible– a modificar la forma de satisfacer
sus necesidades desde los servicios hacia los bienes, un hecho que tiende a frenar a largo plazo el crecimiento de la participación de las
actividades terciarias en la producción real de la economía. Además, el menor crecimiento de la productividad de los servicios y el aumento
de la producción real a un ritmo similar al registrado en los restantes sectores conducen a unas mayores necesidades de empleo.
13 JAN 2021
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte II. Estructura productiva y competitividad
Capítulo 4. La estructura productiva (ROSARIO GANDOY y ANDRÉS J. PICAZO)
3. Especialización productiva y comercio exterior
3 . ESP ECIALIZACIÓ N P RO D UCTIVA Y CO M ERCIO EXTERIO R
A pesar de su progresiva convergencia con el patrón productivo de los países más desarrollados, la estructura de la producción en la
economía española presenta algunas particularidades que configuran su especialización y condicionan sus posibilidades de crecimiento y el
equilibrio en las relaciones comerciales con el exterior.
En comparación con la Unión Europea, destaca el alto peso relativo que alcanzan las actividades agrarias (2,9 por 100), muy por encima de la
media comunitaria y de la proporción que adquieren en las principales economías europeas. Esta especialización descansa, básicamente, en
producciones mediterráneas como frutas, hortalizas, cítricos y olivar, que además de contar con las ventajas comparativas derivadas de la
abundancia y calidad de los recursos disponibles, se han beneficiado del dinamismo de su demanda en los mercados mundiales, así como de
los mecanismos de protección establecidos en la PAC, como se comenta con detalle en el último de los epígrafes de este capítulo. Sobre esta
especialización recaen, sin embargo, algunas amenazas que provienen, tanto de las presiones liberalizadoras del sector agrario que tienen
lugar en el seno de la Organización Mundial del Comercio, como del aumento de la competencia que provoca el fortalecimiento de las
relaciones comerciales entre la Unión Europea y otros países del Mediterráneo con costes de la mano de obra muy inferiores a los españoles.
En cambio, la importancia que alcanza la construcción en el valor añadido español, que al inicio de la crisis llegó a duplicar la que
representaba entre los socios comunitarios de referencia, ha vuelto a situarse en valores próximos a los que registran estos países (cuadro 2).
Como ya se ha señalado, desde mediados de la década de 1990 el modelo de crecimiento español se basó, en gran medida, en una fuerte
expansión inmobiliaria. El aumento demográfico derivado de la inmigración, la creciente demanda de segundas residencias por parte de
inversores nacionales y de viviendas alternativas por parte de europeos persiguiendo una climatología más suave, propiciaron un notable
incremento de la demanda residencial. La demanda de viviendas se vio alentada, asimismo, por las facilidades de acceso al crédito y la
bajada en los tipos de interés asociada a la incorporación de España a la Unión Económica y Monetaria. Aun cuando la oferta de edificación
respondió con rapidez, no pudo evitar la aceleración de los precios, generándose expectativas de revalorización de los inmuebles que, por
motivos especulativos, animaron todavía más el crecimiento de la demanda. El resultado fue un considerable aumento de la actividad
constructora.
Cuadro 2.-Estructura productiva en la Unión Europea, 2018
España
Alemania
Francia
Italia
UE-28
Agricultura……………………………………
2,9
0,8
1,7
2,1
1,6
Industria y energía……………………………….
17,8
25,8
13,7
19,5
19,6
Intensidad tecnológica alta ……………………..
0,9
2,3
1,2
1,2
1,7
Intensidad tecnológica media/alta ……………..
4,2
11,9
3,2
5,4
6,2
Intensidad tecnológica media/baja …………….
3,5
4,6
2,4
4,4
3,6
Intensidad tecnológica baja …………………….
5,3
4,2
4,3
5,8
4,9
Construcción……………………………………….
6,4
5,3
5,5
4,7
5,6
Servicios……………………………………………
72,9
68,2
79,0
73,7
73,3
Comercio y reparación ………………………..
11,9
9,7
10,2
11,2
10,9
Hostelería ……………………………………….
7,0
1,5
2,8
3,7
2,9
Inmobiliarias y servicios empresariales ………
19,0
21,5
27,1
23,4
22,2
Manufacturas según intensidad tecnológica………………….
Nota: La desagregación de las manufacturas según su intensidad tecnológica y la de los servicios corresponden a 2017.
Fuente: Eurostat, National Accounts.
Aunque otras economías desarrolladas –Estados Unidos, Irlanda o Reino Unido, entre ellas– también se vieron afectadas por un «boom
inmobiliario», la intensidad de este fue mucho mayor en la economía española, orientándose en exceso su estructura productiva hacia la
construcción. La magnitud del ajuste en la producción de la construcción que ha tenido lugar como consecuencia de la crisis financiera
internacional y el final del «boom», ha contraído el peso del sector en el valor añadido prácticamente a la mitad (cuadro 1), convergiendo,
como se ha apuntado, con los valores que presentan las economías europeas más desarrolladas.
En cuanto a las actividades industriales, su participación en la producción, aunque ligeramente inferior a la media comunitaria, no difiere
mucho de las economías de su ámbito geográfico y económico, salvo en relación a Alemania, que claramente despunta por la potencia de su
sector industrial. No obstante, existen rasgos específicos de la estructura interindustrial de la economía española que pueden condicionar el
ritmo de avance de la producción manufacturera, mereciendo ser resaltados. Para ello, en el ya citado cuadro 2, se ha incluido la proporción
en el valor añadido que suponen las manufacturas agrupadas de acuerdo con su intensidad tecnológica; es decir, según el gasto en
investigación y desarrollo por unidad de producto requerido en cada una de ellas para obtener nuevos productos y llevar a cabo procesos
productivos más eficientes. Esta clasificación, propuesta por la OCDE, trata de reflejar las diferentes posibilidades de mejora de la
productividad que tienen las manufacturas, basándose en uno de sus principales factores determinantes: el esfuerzo tecnológico.
Naturalmente, el avance en la capacidad tecnológica no es el único elemento que puede impulsar el aumento de la productividad, pero su
relevancia al respecto es indudable, y no solo por su efecto directo sobre la eficiencia productiva, sino también por su estrecha relación con
otros elementos determinantes de la producción, como la cualificación de la mano de obra. Además, la necesidad de esfuerzo tecnológico en
las diferentes ramas coincide, en gran medida, con el grado de dinamismo de sus mercados. Así, los requerimientos tecnológicos son mayores
en las industrias donde existen más posibilidades de diferenciación de productos y de aparición de productos nuevos, precisamente, las que
poseen mejores perspectivas de expansión del mercado.
En términos comparados destaca el elevado peso que alcanzan en el tejido industrial español las producciones de bajo contenido tecnológico –
alimentación, bebidas y tabaco, textil, vestido, cuero y calzado, madera y muebles, papel, edición y reproducción–, que junto a las de
contenido tecnológico medio bajo –caucho y plásticos, coquerías y refino de petróleo, productos minerales no metálicos y metalurgia y
productos metálicos– suman el 63 por 100 de la producción manufacturera en 2018; un porcentaje superior a la media comunitaria y al de las
principales economías europeas, especialmente, Alemania.
En contraste con esta orientación del patrón industrial español hacia las producciones menos dinámicas y generadoras de valor añadido,
resalta el peso relativo menor a la media comunitaria de las manufacturas de nivel tecnológico medio alto, a pesar de la notoria importancia
de la que goza la producción de material de transporte; pero, sobre todo, preocupa el escaso desarrollo de las producciones de alta intensidad
tecnológica –productos farmacéuticos y fabricación de productos informáticos, electrónicos y ópticos–. Estas manufacturas, que ofrecen
mayores oportunidades de crecimiento e incorporación de avances técnicos que estimulan la productividad, aportan a la producción un
exiguo 1 por 100.
Una valoración más completa del insuficiente desarrollo de las actividades manufactureras intensivas en tecnología se desprende del gráfico
2, donde se observa como España aparece entre las economías europeas con una participación más baja de dichas actividades en el valor
añadido. Esta posición contrasta con la del grupo de países incorporado a la Unión en 2004; en los que las manufacturas de mayor
complejidad tecnológica contribuyen a la actividad productiva en un grado más alto que en España. Específicamente, sobresale la aportación
que adquieren en Eslovenia, Hungría o República Checa, por encima de la media europea. No obstante, la elevada especialización de estos
países no es sino el resultado de la reorganización geográfica de la actividad productiva registrada en el seno de la Unión Europea, a raíz de
su ampliación hacia el Este. Los nuevos socios han sido destinos prioritarios de los procesos de deslocalización industrial, incorporándose
activamente a las redes de producción de ámbito internacional en las producciones de alta y media tecnología, como denota el ascenso de su
cuota en las exportaciones de este tipo de manufacturas. Esos procesos han afectado negativamente a España, especialmente en las
producciones informáticas y electrónicas, donde los procesos de deslocalización han sido más intensos.
Gráfico 2.—Participación de las manufacturas de intensidad tecnológica alta en el VAB, 2000-2017
(porcentajes)
Fuente: Eurostat, National Accounts.
En relación a los servicios, el avance registrado ha permitido alcanzar una participación del sector en la producción similar a la anotada en la
mayoría de las economías europeas. En el conjunto de las actividades terciarias ocupan una posición destacada las de comercio y reparación,
hostelería e inmobiliarias y servicios empresariales. Entre las tres representan la mitad de la producción española de servicios, una cifra
semejante al resto de las economías europeas. Sin embargo, una comparación individualizada permite detectar diferencias significativas que
ayudan a delimitar la especialización española en servicios. Se constata, de este modo, la mayor entidad en el patrón productivo español de la
distribución comercial y, sobre todo, de la hostelería, que dobla con creces la media europea. La preeminente presencia de los servicios de
hostelería refleja la relevancia del turismo en la economía española; una especialización que no se limita al ámbito europeo, puesto que
sistemáticamente España se sitúa entre los tres primeros destinos turísticos mundiales según los ingresos obtenidos y el número de
visitantes.
Los servicios inmobiliarios y a las empresas son las actividades que tienen una mayor presencia en la producción de servicios, aportando casi
un 20 por 100 al conjunto de la producción nacional. Su elevada importancia en la estructura productiva es un rasgo compartido con los
países de alto nivel de desarrollo. La externalización de actividades que caracteriza a las nuevas formas de organización de la producción,
junto a la creciente necesidad empresarial de servicios, particularmente de los vinculados a las nuevas tecnologías de la información y
comunicación, han propiciado una notable expansión de estos servicios destinados a satisfacer los requerimientos productivos de las
empresas. Una tendencia que, a la vez que conduce a una mayor integración del tejido productivo, diluye la tradicional separación entre
industria y servicios. Aunque en España, desde el año 2000, los servicios inmobiliarios y a las empresas han mostrado un comportamiento
más dinámico que en el resto de las grandes economías comunitarias, su contribución sigue siendo menor, existiendo por tanto un amplio
potencial de desarrollo.
Así pues, frente a las economías europeas más desarrolladas, el patrón productivo español se orienta en mayor medida hacia producciones
poco expuestas a la competencia externa, que se dirigen fundamentalmente a una demanda local, y cuya eficiencia productiva depende, en
gran medida, del marco regulador existente.
Esta especialización productiva se refleja en la estructura de las exportaciones, con una acentuada presencia de las transacciones de
servicios, el 30,7 por 100 del total en 2018, por encima del promedio europeo (28,5 por 100 en la UE-28); de hecho, España aparece entre las
once primeras economías con mayor representación en el comercio internacional de servicios por el valor de las exportaciones. El núcleo
principal de las exportaciones sigue siendo la partida de turismo y viajes (el 48,9 por 100 en 2018), aunque desde 1990 se observa una
creciente ampliación de las actividades de servicios que encaminan sus ventas a los mercados exteriores, como el transporte, o como los
servicios empresariales, que ya suponen una cuarta parte de las exportaciones. La elevada tasa de cobertura de los productos turísticos
(cuadro 3), con ingresos por exportaciones que triplican a los pagos por importaciones, revela señas de la capacidad competitiva de las
empresas turísticas españolas, muy superior a la de otras potencias turísticas como Francia o Italia. La magnitud del tradicional superávit en
sus relaciones con el exterior, en torno a un 3 por 100 del PIB en la última década, evidencia la importancia que el turismo alcanza desde la
perspectiva del equilibrio exterior de la economía española.
2000
2005
2010
2018
Agricultura……………………………………………………….
120,8
115,0
128,2
134,4
Industria y energía……………………………………………..
70,4
64,0
74,0
85,3
Manufacturas según intensidad tecnológica……
79,2
72,8
87,0
98,7
Intensidad tecnológica alta ……………………………
42,5
43,6
46,9
48,9
Intensidad tecnológica media/alta …………………
81,8
77,1
100,5
103,0
Intensidad tecnológica media/baja ………………..
99,6
86,1
103,6
134,8
Intensidad tecnológica baja ………………………………….
84,8
72,6
79,3
95,3
Servicios…………………………………………………………….
160,3
150,5
165,9
175,4
….Turismo y viajes …………………………………………
514,2
327,0
322,3
283,5
Total bienes y servicios…………………………………………
90,5
83,1
95,1
105,7
Nota: La tasa de cobertura se calcula, para cada actividad productiva, como el cociente entre las exportaciones y las importaciones multiplicado por 100.
Fuentes: Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, DataComex, y Banco de España.
Sin embargo, el cuerpo del patrón exportador de España lo constituyen los intercambios de bienes, particularmente de manufacturas, que
suman el 61,7 por 100 de las ventas al exterior. Entre ellas, destaca especialmente el elevado peso que adquieren las exportaciones de
vehículos, que han mantenido su predominio en el patrón comercial español incluso en los años más duros de la crisis; pero también la
prominencia de las industrias clásicas en la exportación española como alimentación, bebidas y tabaco, química y textil y confección. El
dinamismo exportador durante el presente siglo de las manufacturas menos intensivas en tecnología les ha permitido incrementar su
presencia relativa en las exportaciones españolas a costa de las industrias de contenido tecnológico alto y medio-alto. No obstante, es digno
de mención el avance exportador, tanto respecto al conjunto de las exportaciones españolas como en relación a las exportaciones mundiales
del sector, que vienen mostrando desde comienzos de siglo algunas producciones intensivas en tecnología como productos farmacéuticos.
Aunque su presencia en la estructura exportadora es limitada, progresivamente, están afirmando su fortaleza competitiva en los mercados
internacionales y afianzando su papel en el patrón comercial español.
El favorable comportamiento de las exportaciones tiene su reflejo en la mejora de los resultados comerciales que expresan las tasas de
cobertura comercial desde comienzos de siglo. Destaca entre los grupos de manufacturas contemplados el escaso nivel de cobertura que
muestran las manufacturas tecnológicamente más complejas, expresión de las debilidades de la especialización industrial española
comentadas. Su reducida cuantía denota la incapacidad de la oferta española para abastecer la demanda interna de estas producciones más
dinámicas y pone de manifiesto las consecuencias, tanto del insuficiente esfuerzo investigador de la economía española, como del sesgo de la
estructura industrial hacia las actividades más tradicionales. Una especialización que responde a las peculiaridades productivas de estas
industrias –pequeña dimensión de los establecimientos, intensidad en recursos naturales y mano de obra, uso de tecnologías
estandarizadas–, que parecen acomodarse a las dotaciones relativas de recursos de la economía española. La integración europea ha
contribuido a mantener este patrón de especialización al afianzar las ventajas competitivas de la industria española en las producciones más
intensivas en aquellos recursos en los que la economía disfruta de mejor dotación relativa.
Con todo, si bien es cierto que las manufacturas españolas pudieran presentar ciertas debilidades competitivas, merece ser resaltado el
equilibrio alcanzado en sus relaciones comerciales con el exterior que, en un contexto de recuperación de la demanda interna y aumento de
las importaciones, ha de atribuirse al impulso exportador. Estos resultados, junto al positivo balance en los servicios, han permitido obtener
una tasa de cobertura superior a 100 para el conjunto de intercambios con el exterior, y ello a pesar de la notable dependencia energética de
la economía española, puesta de manifiesto en un déficit energético que, desde comienzos de siglo, supone en promedio 3 puntos
porcentuales del PIB.
© 2019 [Thomson Reuters (Legal) Limited / José Luis García Delgado y Rafael Myro (dirs.) y otros]© Portada: Thomson Reuters (Legal) Limited
13 JAN 2021
Economía española. Una
introducción. 4ª ed.,
junio 2019
CIVITAS
This PDF Contains
3. Evolución del comercio, p.RB-6.3
4.1. Orientación geográfica del comercio, p.RB-6.4
4.2. Especialización interindustrial, p.RB-6.5
4.3. Especialización intraindustrial, p.RB-6.6
13 JAN 2021
PAGE RB-6.3
Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte II. Estructura productiva y competitividad
Capítulo 5. Comercio exterior (JOSÉ ANTONIO ALONSO)
3. Evolución del comercio
3 . EVO LUCIÓ N D EL CO M ERCIO
Desde comienzos de la década de 1960, el proceso de crecimiento de la economía española se benefició, en generosa medida, de los efectos
dinámicos del comercio internacional. Con gran frecuencia, tanto las exportaciones como las importaciones crecieron a mayores ritmos que
el PIB, lo que produjo un tendencial incremento en el grado de apertura de la economía española, que, además, fue compatible con una
senda, a veces interrumpida, de mejora de los niveles de cobertura del comercio, al crecer las ventas al exterior en mayor medida que las
importaciones. No obstante, ese proceso atravesó por diversos periodos críticos, sea como fruto del impulso importador generado por el
crecimiento de la demanda interna, sea como consecuencia de algún shock externo (encarecimiento del petróleo, por ejemplo). La evolución
experimentada por el saldo comercial en la última década y media ilustra este comportamiento: bueno es, por tanto, examinarlo en
perspectiva, observando lo ocurrido desde el inicio de la década de 1990.
Pues bien, el análisis de la evolución de los flujos de comercio, medidos en proporción del PIB (gráfico 1), confirma alguno de los juicios
anteriormente señalados. Entre 1990 y 2018, la cuota correspondiente a las exportaciones de bienes siguió una trayectoria creciente, pasando
de suponer el 10,9 al 23,7 por 100 del PIB. No obstante, el crecimiento más intenso se produjo con las devaluaciones de comienzos del decenio
de 1990, mientras que en los años previos a la crisis se aprecia una contención de su avance que es resultado, tanto de la pérdida de
competitividad de la economía española, como de la mayor absorción interna activada por el crecimiento de la demanda doméstica. Tras
2009, la cuota se recupera y emprende una tendencia alcista, aunque leve, convirtiendo a las exportaciones en uno de los componentes más
dinámicos de una atónica demanda. En los últimos dos años, sin embargo, perdió algo de empuje la demanda externa en beneficio de la
demanda doméstica. Por su parte, la cuota correspondiente a las importaciones siguió una tendencia igualmente creciente: pasa del 16,6 al
26,3 por 100 del PIB entre 1990 y 2018. El mayor crecimiento se registra en la etapa expansiva que dominó la segunda mitad de los noventa y
la primera mitad de la pasada década. También en este caso, y de forma muy acusada, se percibe el efecto de la crisis, a partir de 2008, con
una caída brusca de las compras externas. A partir de 2010, las importaciones se recuperan, pero de forma lenta.
Gráfico 1.—Evolución del comercio exterior español de bienes, 1990-2018
(en porcentaje del PIB)
Fuente: Banco de España, Balanza de Pagos.
El abrupto cambio que la crisis motivó en la evolución de los flujos comerciales ayudó a corregir el abultado déficit comercial del que partía
la economía española. En el año previo a la crisis, 2007, el desequilibrio comercial alcanzó una magnitud de algo más de 93 mil millones de
euros, un 8,7 por 100 del PIB. Nunca en los últimos cincuenta años España había alcanzado semejante desequilibrio comercial. La crisis
obligó a un acelerado ajuste del saldo comercial: la caída de la demanda interna redujo la factura importadora, aun a pesar de la subida que
entonces experimentaron los precios del petróleo, e indujo también a una búsqueda en el exterior de mercados para los productos españoles.
Como consecuencia, el desequilibrio comercial se fue corrigiendo, hasta situarse, en 2016, en el entorno del 1,6 por 100 del PIB, lo que es una
cuota baja en términos históricos. Existe, sin embargo, la preocupación de que la recuperación de la economía española termine por
comportar una nueva reactivación del desequilibrio comercial, si no se estimulan las ganancias de competitividad. De hecho, en 2018 el
déficit comercial creció levemente hasta situarse en el 2,6 por 100 del PIB.
Tomado en perspectiva, un comportamiento como el señalado tuvo tres consecuencias de importancia que pueden contribuir a un primer
balance agregado del comercio exterior español:
• En primer lugar, debido al dinamismo de las exportaciones, se produjo un aumento en la cuota de las ventas españolas en los mercados
internacionales. Así, las exportaciones españolas pasaron de suponer el 1,2 al 1,8 por 100 del total mundial entre 1986 y 2018. Conviene
señalar, en todo caso, que desde 1998 apenas ha habido crecimiento alguno en esta cuota, lo que constituye un exponente, tanto de la
pérdida de aliento competitivo de la economía española en los últimos años, como de la emergencia de nuevas potencias económicas
(como China) con las que es necesario disputar los mercados internacionales.
• En segundo término, se experimenta en el periodo un notable proceso de apertura de la economía española, de forma que los flujos de
comercio –exportaciones más importaciones de bienes– que apenas alcanzaron el 27 por 100 del PIB en 1990, supusieron el 50 por 100 en
2018. Se trata de un coeficiente de apertura comparable (e incluso superior) al de algunos países europeos de similar tamaño al de
España.
• En tercer lugar, se constata que, más allá de coyunturas adversas, la brecha comercial se ha mantenido a un nivel relativamente
aceptable. Pues, si bien es cierto que el saldo comercial español no ha abandonado su signo tradicionalmente deficitario, las
exportaciones han logrado financiar, como promedio, algo más de las tres cuartas partes de las importaciones. No obstante, desde 1997
se ha registrado un deterioro de la tasa de cobertura, rápidamente corregido en los seis últimos años como consecuencia de la crisis. De
hecho, la tasa de cobertura en los últimos años ha superado el 90 por 100 (en 2018 fue del 90,4 por 100).
Dado el papel crucial que se le atribuye al comercio en la vida económica de un país, no es extraño que se haya tratado de explicar la
evolución de sus cifras agregadas. Una forma de hacerlo es modelizando las exportaciones e importaciones como funciones de demanda. En
concreto, se considera que el volumen de exportaciones de un país depende, positivamente, de la renta de los consumidores (es decir, la del
resto del mundo) e, inversamente, de los precios relativos, corregidos por el tipo de cambio. De modo simétrico, el volumen de importaciones
depende de la renta del país comprador y de los precios relativos, corregidos por el tipo de cambio.
Las estimaciones realizadas confirman que las importaciones en España dependen básicamente de la renta, con una elasticidad que, en la
mayor parte de los casos, se sitúa en el entorno de 2, mientras que los precios relativos muestran una elasticidad que, en valores absolutos, se
sitúa levemente por debajo de la unidad. Este comportamiento es acorde con la naturaleza de los bienes importados que, en alguno de sus
componentes, manifiestan cierta complementariedad –y baja sustituibilidad– respecto a la oferta nacional (piénsese, por ejemplo, en ciertos
bienes intermedios, como el petróleo). En lo que respecta a las exportaciones, dependen en lo fundamental de la renta mundial, con una
elasticidad positiva y cercana a 1, mientras que la variación de precios presenta una elasticidad lógicamente negativa y algo superior a la
unidad en valores absolutos. De hecho, se considera que la relativa sensibilidad a los precios de las exportaciones españolas es expresiva de
la alta presencia en nuestras ventas de productos que compiten en costes.
De los resultados obtenidos en las estimaciones se deriva una conclusión relevante: en el supuesto de que los precios relativos y el tipo de
cambio sean invariantes, la economía sufrirá una tendencia al deterioro del saldo comercial cada vez que intente crecer significativamente
por encima del entorno. La razón es sencilla: la expansión de las exportaciones dependerá del crecimiento de la renta de los países clientes
(PIB de la OCDE, por ejemplo) y las importaciones del crecimiento del PIB español, ambas moduladas por sus respectivas elasticidades de
renta. Por ello, si el PIB español evoluciona a mayores ritmos que el de la OCDE, la consecuencia será una tendencia a empeorar los
resultados comerciales. Tal es lo que refleja el gráfico 2, en el que se observa la evolución contrastada del déficit comercial español y de la
diferencia entre las tasas de crecimiento de España y la OCDE.
Gráfico 2.—Crecimiento comparado España-OCDE y déficit comercial de España, 1990-2018
(en porcentaje del PIB)
Fuentes: INE y OCDE.
Ahora bien, hay dos opciones, no incompatibles, para corregir este comportamiento. Una primera, consistente en mejorar la competitividadprecios de la economía, a través, bien de la reducción del diferencial de inflación respecto a los competidores, bien de la depreciación de la
moneda (si ello fuese posible). Cualquiera de estas medidas conduce a un abaratamiento relativo de los productos propios respecto a los
ajenos. La segunda vía es alterar la composición y calidad técnica de la oferta exportadora para hacerla más apetecible: es lo que se
denomina mejorar la competitividad estructural. Esta parece la opción más segura para, en el medio plazo, disponer de un sector exterior
saneado.
El planteamiento precedente ofrece un marco para interpretar el abultado déficit comercial español acumulado en los años previos a la
crisis. Cuatro factores emergen como potenciales causas: en primer lugar, entre 1997 y 2007, la economía española creció sostenidamente por
encima del promedio de la OCDE (y de la Unión Europea), tal como se explicó en el capítulo 2, lo cual alimentó el incremento de las
importaciones; en segundo lugar, los precios de un producto de difícil sustitución (el petróleo) se encarecieron durante el periodo señalado;
en tercer lugar, se amplió el diferencial de precios, como consecuencia de haber mantenido España una inflación superior a la media del
entorno; y, por último, se perdió la capacidad de corregir esa brecha a través de la devaluación, al estar España integrada en la Unión
Monetaria Europea. Estos dos últimos factores explican que la economía española haya perdido competitividad-precios, deterioro que se
estima, desde el año 2000, por encima de los 16 puntos porcentuales en relación con el promedio de la OCDE y de 11, aproximadamente, en
relación con el conjunto de la Unión Europea.
Tras la eclosión de la crisis, en 2008, la economía española se sumió en una importante recesión, algo más aguda que la que caracterizó, en
promedio, a nuestros principales socios comerciales de la OCDE. Al corregir a la baja el diferencial de crecimiento, se logró reducir la factura
importadora, mientras las exportaciones se erigieron en este periodo en el componente más dinámico de la demanda agregada. El proceso de
devaluación interna con el que se afrontó la crisis contribuyó a reducir los costes laborales, al tiempo que se aminoró el diferencial de
inflación respecto al entorno, contribuyendo, de este modo, a una mejora de la competitividad-precios de la economía española. Todo ello se
tradujo en una mejora sustancial en el saldo comercial, tal como se ha dejado señalado.
13 JAN 2021
PAGE RB-6.4
Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte II. Estructura productiva y competitividad
Capítulo 5. Comercio exterior (JOSÉ ANTONIO ALONSO)
4. Estructura del comercio
4.1. Orientación geográfica del comercio
4.1. ORIENTACIÓN GEOGRÁFICA DEL COMERCIO
Incluso con antelación a que se suscribiese el Tratado de Adhesión, en 1985, podía decirse que la economía española se encontraba ya
comercialmente integrada en los mercados comunitarios. Hacia aquellos países se dirigía algo más de la mitad de las exportaciones y de allí
provenía cerca de un tercio de las importaciones. El resto de los países de la OCDE tenía una cuota menor en los flujos españoles. De entre las
regiones en desarrollo, el comercio español revelaba una inclinación relativa hacia América Latina, con la que se habían mantenido
relaciones privilegiadas. Por último, merced a su importante papel en el abastecimiento energético de la economía española, los países de la
OPEP habían logrado alcanzar un notable peso en las importaciones, especialmente en el periodo de mayor incremento en los precios del
petróleo.
Como cabía esperar, la integración de España en la Unión Europea alteró la orientación geográfica del comercio, reforzando los vínculos con
los mercados comunitarios. La Unión Europea aumentó su protagonismo en el origen y destino de las corrientes comerciales españolas, de
modo que en 2017 absorbió el 66 por 100 de las exportaciones españolas y aportó el 55 por 100 de nuestras compras en el exterior (cuadro 1).
Las cuotas serían del 77 y del 67 por 100, respectivamente, si lo que se considera es el peso del conjunto de los países desarrollados (OCDE).
Cuadro 1.—Distribución geográfica del comercio español: principales regiones y países, 2010-2017
Exportaciones
Importaciones
Saldo
(porcentajes)
(miles de millones de euros)
2010
2017
2010
2017
2010
2017
OCDE……………..
79,0
76,8
66,1
67,3
-11,2
9,6
UE-28………..
67,8
65,7
54,7
54,9
-4,8
16,3
Eurozona…
55,7
51,6
44,0
44,3
-1,8
9,1
Alemania .
10,4
11,1
11,7
12,9
-8,6
-7,9
Francia …
18,2
15,0
10,8
11,0
7,9
8,3
Italia …
8,8
8,0
7,0
6,6
-0,5
2,1
Resto de UE (no Eurozona)
12,1
14,1
10,6
10,5
-3,0
7,2
Reino Unido
6,2
6,8
4,5
3,8
0,6
7,5
Estados Unidos
3,5
4,5
4,0
4,6
-3,1
-1,3
Japón..
0,7
0,9
1,4
1,3
-2,0
-1,4
Eliminar esta fila
China…………..
1,4
2,2
7,9
8,5
-16,3
-19,4
Otros asiáticos (excepto Japón y
2,8
China)………….
3,1
5,5
7,4
-8,0
-13,8
América Latina……
5,4
5,5
5,2
5,6
-2,5
-1,7
OPEP………
3,6
3,8
9,6
6,9
-16,2
-10,9
Total…………….
100,0
100,0
100,0
100,0
-53,3
- 24,7
Eliminar esta fila
Eliminar esta fila
Fuente: Banco de España, Balanza de Pagos.
Dentro de los países comunitarios destacan como clientes más relevantes de la exportación española Francia, Alemania, Portugal, Italia y
Reino Unido. Fuera de los países comunitarios, sobresalen Estados Unidos, o regiones como América Latina y los países de la OPEP como
puntos de destino de las ventas; y, al contrario, es limitado el peso relativo que todavía tienen los mercados asiáticos, como Japón y China. Por
lo que se refiere a las importaciones, la dispersión de mercados es mayor, lo que revela las plurales necesidades de abastecimiento de la
economía española. En todo caso, son también los países de la Unión Europea los principales abastecedores; junto a ellos China, en marcado
ascenso, y los países de la OPEP son los que tienen una más destacada cuota como proveedores de la economía española. Desde la perspectiva
del saldo, es en los países comunitarios donde España logra los mejores resultados, con la excepción muy señalada del comercio con
Alemania, que es claramente deficitario. Los otros grandes componentes del déficit comercial español los aportan China, otros países
asiáticos y los países de la OPEP: entre los cuatro mercados aludidos explican el grueso del déficit comercial español.
Si se retorna al protagonismo de la Unión Europea en los flujos comerciales de España, se advierte que esta concentración geográfica en
mercados próximos y de elevado tamaño económico (PIB) es la que predice la teoría del comercio (a través de las funciones de gravedad). Se
sugiere en esa propuesta teórica que la cercanía reduce los costes de transacción y que la dimensión de los mercados propicia la
especialización y el aprovechamiento de las economías de escala: factores explicativos ambos de la intensidad de los intercambios
comerciales entre España y el área comunitaria.
En todo caso, para un país es importante diversificar los mercados, para reducir los riesgos y mejorar las posiciones en aquellas economías
que se consideran más dinámicas. Ambos objetivos son relevantes para España, habida cuenta de la elevada concentración de nuestras
ventas en torno a mercados, como los europeos, altamente competidos, pero de limitado dinamismo. Esto es justamente lo que se ha
pretendido hacer recientemente, en especial a partir de la crisis. De modo que en los últimos años se aprecia un incremento en los niveles de
dispersión de nuestros flujos comerciales, con el ascenso –todavía leve– de nuevos países y regiones de destino de las ventas.
Una forma adicional de analizar la orientación de comercio exterior español es considerar los principales países proveedores y clientes de
nuestro mercado (cuadro 2). Entre los principales clientes de nuestras ventas se encuentran cinco países europeos (Francia, Alemania, Italia,
Portugal y Reino Unido), a los que se suma Estados Unidos. Buena parte de estos países son también los principales proveedores de nuestras
importaciones, si bien China sustituye a Portugal entre los seis de mayor cuota. La relación sería algo distinta si se atiende al peso que
nuestras ventas tienen en las compras de los países: en este caso, entre los países europeos con mayor cuota de mercado para nuestros
productos aparecen de nuevo Francia, Italia y Portugal, junto con Bulgaria, Malta o Grecia. Sin embargo, las cuotas más altas se alcanzan en
países en desarrollo que, o bien son vecinos, como Marruecos o Argelia, o son socios comerciales que tienen una economía de reducido
tamaño, como Cuba, Guinea Ecuatorial o Cabo Verde.
Cuadro 2.—Principales socios comerciales de España, 2017
Principales clientes
Principales proveedores
% sobre importaciones del país (Unión
Europea)
% importaciones
% exportaciones
Francia………
15,0
Portugal……
31,9
Alemania……
12,9
Alemania…
11,2
Francia…..
7,1
Francia…….
11,0
Italia…
8,0
Italia….
5,1
China…….
8,5
Portugal…
7,2
Bulgaria……
4,9
Italia…….
6,7
Reino Unido…
6,8
Malta…….
4,4
Estados Unidos….
4,6
Estados Unidos..
4,6
Grecia…….
3,5
Países Bajos…
4,1
Fuente: Ministerio de Economía y Competitividad, El sector exterior en 2017.
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte II. Estructura productiva y competitividad
Capítulo 5. Comercio exterior (JOSÉ ANTONIO ALONSO)
4. Estructura del comercio
4.2. Especialización interindustrial
4.2. ESPECIALIZACIÓN INTERINDUSTRIAL
La teoría del comercio ha dedicado buena parte de sus esfuerzos a explicar el patrón comercial de los países, es decir, el tipo de productos en
los que se espera que cada uno de ellos tenga ventaja comercial. No obstante, a partir de la década de 1970 se advierte que una parte del
comercio internacional se produce a través del intercambio de variedades distintas de un mismo producto. A este tipo de comercio se le
denominó comercio intraindustrial, reservando para el más tradicional (intercambio de productos distintos) la denominación de comercio
interindustrial. La explicación básica de esta segunda clase de intercambios descansa en los diferentes costes relativos que tienen los factores
productivos usados en la generación de los respectivos bienes entre países (Recuadro 2). Más recientemente, la teoría del comercio ha
reparado en el papel de la empresa en la promoción de los intercambios internacionales, reconociendo la heterogeneidad empresarial
existente en los mercados y el conjunto de rasgos singulares que caracterizan a aquellas empresas que protagonizan la exportación. Este
último aspecto se analiza en el capítulo 7, por lo que aquí se centra la atención en la explicación de las especializaciones inter e
intraindustrial.
Dada la dificultad que encierra el estudio de los costes comparados entre países en las condiciones que demanda la teoría, suele recurrirse a
procedimientos alternativos para determinar el perfil sectorial de las ventajas comerciales de un país. Uno de los métodos más habituales
consiste en acudir a un indicador ex post: aun cuando resulte un tanto simplificador, se considera que las exportaciones revelan capacidades
competitivas de la economía y las importaciones expresan debilidades o limitaciones relativas, de tal modo que la diferencia entre ambas
corrientes expresa la posición internacional relativa. Tal es el fundamento de los indicadores de ventaja comercial revelada.
En este caso, se ha optado por dos medidas de resultados próximos (aunque no coincidentes): el saldo relativo y el índice de contribución al
saldo (cuadro 3). Ambos parten de la misma variable, el saldo comercial del sector, para expresarlo como proporción de su comercio total, en
un caso, o como desviación respecto al saldo medio de la economía, en el otro (para confirmar su expresión, véase Conceptos básicos).
Lo primero que cabe destacar es que, pese a la cambiante evolución del comercio exterior español, su estructura sectorial es relativamente
estable en el tiempo. El grueso de las exportaciones está compuesto por bienes intermedios (particularmente para la industria) y bienes de
consumo (tanto derivados de la agricultura como de carácter duradero, con especial peso entre estos últimos del automóvil). Por su parte, el
peso en el total de las ventas de las exportaciones de maquinaria y otros bienes de equipo es algo más limitado, si bien algunos de sus
componentes han tenido una ligera recuperación en los últimos años. Por lo que se refiere a las importaciones, también los bienes
intermedios aportan la cuota máxima, percibiéndose el retroceso experimentado por los productos energéticos, al calor de la caída de precios
del petróleo propia del periodo.
La aplicación de los dos indicadores de ventaja comercial revelada permite identificar de forma más precisa el perfil de la ventaja comercial
española. En ambos casos las ventajas descansan muy centralmente sobre algunos sectores productores de bienes de consumo,
particularmente los derivados de la agricultura y ciertos bienes de carácter duradero (particularmente el automóvil). También presentan
ventaja revelada los sectores productores de medios de transporte terrestre, ferroviario y naval (no así en el aéreo). En el otro extremo, las
principales desventajas se presentan en los sectores productores de bienes intermedios (especialmente los de carácter energético) y en bienes
de equipo (maquinaria y otros bienes de capital).
Cuadro 3.—Especialización interindustrial del comercio español, 2010-2017
(porcentajes)
Exportaciones
Importaciones
Contribución
saldo
Saldo relativo
2010
2017
2010
2017
2010
2017
2005
2017
Bienes de consumo……………..
34,8
38,0
24,8
28,1
4,4
10,6
8,9
9,8
Alimentos, bebidas y tabaco…………
12,9
13,8
6,5
7,2
20,8
27,8
6,2
6,6
Bienes de consumo duradero…………
13,2
9,5
9,2
10,4
5,5
-8,8
4,0
-0,9
Automóviles……………..
10,5
11,4
3,6
5,9
38,2
27,9
6,7
5,5
Otros bienes de consumo no duradero..
8,7
10,5
9,0
10,5
-14,2
-4,5
-0,3
-0,1
Bienes de capital……………
8,4
8,7
7,7
8,5
-7,9
-3,3
0,7
0,1
Maquinaria y bienes de equipo……..
4,7
4,9
5,5
5,7
-20,2
-12,2
-0,8
-0,8
Material de transporte……….
3,2
3,1
0,8
1,3
51,6
36,2
2,3
1,8
Bienes intermedios…….
56,7
53,0
67,5
63,2
-20,9
-12,9
-10,6
-10,1
De la agricultura, silvicultura y pesca..
0,5
0,6
2,1
2,2
-65,8
-58,8
-1,5
-1,6
Energéticos……….
3,9
4,2
18,5
13,3
-71,7
-55,1
-14,4
-9,1
De la industria……….
52,2
48,2
46,7
47,5
-7,0
-3,7
5,3
0,5
Total…………………
100,0
100,0
100,0
100,0
-12,5
-4,2
al
Fuente: Banco de España, Balanza de Pagos.
Este perfil de especialización comercial de la economía española admite dos interpretaciones preocupantes. En primer lugar, es en los
sectores más intensivos en insumos tecnológicos (ciertos bienes intermedios y algunos bienes de equipo) donde más manifiesta resulta la
desventaja comercial española. Una conclusión que apunta hacia la necesidad de redoblar los esfuerzos en materia de promoción de las
capacidades tecnológicas si se quiere revertir esa situación. En segundo lugar, la desventaja comercial se acumula en aquellos sectores –
productos industriales intermedios– que más sensibles resultan al dinamismo de la economía española. No es extraño, por tanto, que en los
periodos de expansión se registre un intenso crecimiento de las importaciones, dada la elevada dependencia que España presenta en su
abastecimiento de productos intermedios y de algunos bienes de equipo.
Recuadro 2
BASES DE LA VENTAJA COMERCIAL
Los economistas suecos Eli HECKSCHER y Bertil OHLIN (en adelante, H-O) asociaron las ventajas comparativas en el comercio con las
desiguales dotaciones de factores de los países. La presentación del núcleo argumental de la explicación de H-O puede hacerse a
través de cinco proposiciones accesibles a la intuición económica.
• Se supone un mundo compuesto por dos países que producen dos bienes, utilizando exclusivamente dos factores productivos,
capital y trabajo, según una tecnología que está disponible para ambas economías.
• También se parte del supuesto de que los países disponen de una dotación relativa de factores dispar, de modo que, al realizarse
la comparación, uno aparecerá relativamente mejor dotado en capital y el otro, necesariamente, mejor dotado en trabajo.
• Adicionalmente, se considera que en la producción de los bienes se utilizan proporciones distintas de los dos factores, siendo uno
relativamente intensivo en trabajo y el otro, de nuevo por comparación, intensivo en capital.
• Un cuarto paso en la argumentación alude a las condiciones de retribución de los factores vigente en cada uno de los países: se
supone que la disímil estructura de dotaciones entre países es origen de diferencias en las remuneraciones respectivas, siendo en
cada país comparativamente más barato el factor que es relativamente abundante.
• Y, por último, se supone que esta diferencia en la retribución de los factores se transmite a los costes de producción de los bienes,
de acuerdo con la intensidad relativa con que los factores son utilizados en su producción, generando un perfil contrastado de
ventajas comparativas entre los países.
Así pues, expresado en forma enunciativa, cada país tenderá a especializarse en el bien relativamente intensivo en la utilización
de aquel factor –capital o trabajo– en el que dicho país está relativamente mejor dotado. La formalización y demostración del
modelo exige una serie de supuestos restrictivos adicionales: inmovilidad internacional de factores y movilidad plena en el
interior del país, competencia perfecta en los mercados de bienes y de factores, libre disponibilidad de tecnología e idénticas
preferencias de los consumidores. El grado de exigencia de semejantes supuestos ha dificultado el contraste empírico del modelo y
limitado su capacidad explicativa.
No obstante, el modelo H-O ofrece una interpretación razonable de una parte del comercio mundial, explicando por qué países
como China o India, con abundante mano de obra, se especializan en bienes intensivos en mano de obra (como textil y juguetes),
mientras que otros como Estados Unidos, Alemania o Francia, con mayor dotación relativa de capital, comercian bienes
manufacturados más complejos. Resulta, sin embargo, menos compatible con el modelo el surgimiento del comercio cruzado entre
países de variedades diferentes de un mismo producto (comercio intraindustrial) o la especialización de ciertos países en
desarrollo con mercados emergentes en manufacturas con altos requerimientos tecnológicos, en lugar de limitarse a las tareas de
ensamblaje, más intensivas en mano de obra. Estas anomalías obligan a desarrollar nuevos modelos interpretativos en los que las
economías de escala, la diferenciación de productos, la innovación tecnológica o la inversión extranjera, entre otros factores,
juegan un papel relevante en la explicación de los intercambios.
13 JAN 2021
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Economía española. Una introducción. 4ª ed., junio 2019
Parte II. Estructura productiva y competitividad
Capítulo 5. Comercio exterior (JOSÉ ANTONIO ALONSO)
4. Estructura del comercio
4.3. Especialización intraindustrial
4.3. ESPECIALIZACIÓN INTRAINDUSTRIAL
A pesar de su capacidad explicativa, el modelo H-O tiene ciertas dificultades para hacer compatible sus predicciones con determinados rasgos
del comercio internacional. En concreto, resulta contradictorio con el hecho de que una parte de las transacciones comerciales entre los
países desarrollados adopte la forma de comercio intraindustrial, esto es, de intercambio de variedades distintas de un mismo producto.
Conforme a las previsiones del modelo H-O, los sectores exportadores y los sustitutivos de importaciones deben diferir significativamente
entre sí, otorgando un perfil contrastado a las ventajas comparadas de un país. Semejante previsión no se cumple cuando una economía está
simultáneamente exportando e importando variedades de un mismo producto.
El esfuerzo por dar explicación a este tipo de intercambios condujo, a comienzos de la década de 1980, a una renovación importante en la
teoría del comercio, al integrar en las modelizaciones supuestos propios de la competencia imperfecta, como la existencia de economías de
escala y de diferenciación de variedades. Un protagonista destacado de esta renovación teórica fue el premio Nobel de 2008, Paul KRUGMAN.
En concreto, de acuerdo con una exposición sencilla de estas aportaciones, la presencia de comercio intraindustrial se considera que es el
resultado de la existencia simultánea de rendimientos crecientes, de empresas con capacidad para diferenciar sus productos sin incurrir en
costes adicionales y de consumidores con gustos diversos. Las economías de escala promueven la concentración de la producción, siempre
que los costes de transporte no sean muy elevados, dando origen a intercambios comerciales intensos al tratar de abastecer amplias
demandas. A su vez, cada empresa tratará de diferenciar su producto respecto a los rivales con objeto de segmentar la demanda y mantener
un cierto monopolio sobre su variedad. Los consumidores, por su parte, percibirán las variedades ofrecidas como bienes no perfectamente
sustitutivos, definiendo sus preferencias respecto a las opciones presentes en el mercado. En unas condiciones como las descritas, es fácil
justificar la existencia de comercio cruzado de variedades de un mismo producto, aun cuando los países implicados tengan idéntica
tecnología y dotación de factores. Para ello, basta con suponer que no haya plena coincidencia en cada país entre las preferencias de sus
consumidores y las variedades ofertadas por sus productores nacionales.
Pues bien, para captar este tipo de comercio suele recurrirse a un indicador que expresa el nivel de solapamiento de los flujos comerciales –
de exportación e importación– en un mismo producto (de nuevo, consúltese Conceptos básicos). De su aplicación al caso español se infiere
una caracterización relativamente similar en sus pautas a la de otros socios europeos de parecido tamaño. De tal modo que si el índice de
comercio intraindustrial se situaba en 1970 en niveles (46 por 100) notablemente inferiores a la media de los trece países mayores de la
OCDE, en la segunda mitad de la década de 1980, la tasa correspondiente a España (62 por 100) había alcanzado ya cotas similares al espacio
de comparación. A finales de la década siguiente, el índice de comercio intraindustrial, siguiendo similares procedimientos de cálculo,
aumentó algunos puntos más, hasta situarse en torno al 70 por 100.
Pese a esta aproximación a los niveles de la OCDE, todavía se aprecian ciertas diferencias. De hecho, de acuerdo con las intensidades medias
de comercio intraindustrial, cabría escindir la Unión Europea en dos grupos de países: un primero, compuesto por las economías centrales
del espacio económico comunitario (Alemania, Francia, Holanda, Bélgica-Luxemburgo y Reino Unido), con altos índices de comercio
intraindustrial bilateral; y otro conformado por las economías periféricas (Irlanda, Italia, España, Portugal, Grecia y Dinamarca), con índices
inferiores. Dentro de este segundo grupo, España presenta un índice de comercio intraindustrial relativamente elevado, semejante al de
Italia.
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