Subido por Kevin roy Celis

Grimberg Carl - Historia Universal 6 - Descubrimientos Y Reformas

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DESCUBRIMIENTOS
Y
REFORMAS
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Título de la obra original
VÁRLDHISTORIA, FOLKENS LIV OCH KULTUR
(g)
1967, por Ediciones Daimon, MarmeJ Tamayo, Madrid,
Barcelona, México. Copyright por P. A. Norstedt & Soners.
Stockholm (Suecia)
Este sexto volumen de la H IST O R IA UNIVERSAL
DAIM ON, de Cari Grimberg y Ragnar Svanstróm,
dirigida en su versión francesa por Georges - H.
Dumont, ha sido traducido por E. Rodríguez.
La revisión del original y su adaptación española
ha sido efectuada por J. J. Llopis, A. Domingo
y E. Mascaré, bajo la dirección de M. Tamayo.
Texto ín te g ro
Edición c o m p le ta
ISBN 84-231-0586-5
D epósito legal: B. 2979-82
Gratos, S. A. Arte sobre papel. Paseo Carlos l, 157 - Barcelona 13
PILAKJ W S W l & R I ©
E l Renacimiento en Italia
Florencia, ciudad m a d re .....................................
'Desarrollo del capitalismo. — La casa de los Médicis. — Su aporta­
ción al mundo de las artes y de las ciencias. — Cosme de Médicis.
Milán, posición clave
...................................................................
Los Sforza entran en escena. —. Florencia y Milán se complemen­
tan. —. Francisco Sforza, duque de Milán.
El humanismo ita li a n o ..........................................................................
La cultura antigua y las nuevas ideas. — Niccolini y sus libros. —
El bibliófilo P oggio (Bracciolini. — El libelista Pietro Aretino. — Lo­
renzo Valla, un humanista radical. —>Nicolás V. — Eneas Silvio, otro
papa renacentista. — El Renacimiento y la religión.
Los Médicis y el pontificado...................................................................
■Los últimos años de Cosme de Médicis. ■
—•Pedro de Médicis y su
política financiera. —• Lorenzo el Magnífico. —■La conjura de los
Pazzi. — La vuelta de los Médicis. —’ El «mecenas renacentista».
Savonarola, la austeridad m ilita n te ....................................................
U n dominico excepcional. — La elocuencia de la moralidad. — Complica.ciones políticas en Italia. — La invasión francesa. — Los fran­
ceses se retiran. — La caída de Savonarola.
La familia Borgia
..................................................................................
Rodrigo Borgia, papa Alejandro VI. — La Roma pagana entra en el
Vaticano. — Lucrecia (Borgia, la sirena de la familia. — César Borgia:
crimen, intriga y acción. —■«O César, o nada».
El nacionalismo ita lia n o ...........................................................................
Julio II, un pontífice belicoso. — Italia, botín político. — Reacción
antifrancesa. —■Nicolás Maquiavelo, un poltico realista. — La crisis
y sus consecuencias. — «El Príncipe» o el despotismo permanente.
Literatura italiana
............................................................
.
.
.
Ludovico Ariosto y su «Orlando». —■Torcuato Tasso, un poeta des­
dichado. — «La Jerusalén liberada».
El arte del Renacimiento italiano 1 ''
Los artistas del círculo de Cosme de M é d ic is ..............................
La renovación: Ghiberti, Brunelleschi, Alberti. —. Donatello y otros
artistas. —>La pintura: de M asaccio a Filippo Lippi. — Piero della
Francesca y Benozzo Gozzoli.
Los artistas del círculo de Lorenzo el M agnífico..............................
Sandro Botticelli, creador idealista. —■Doménico Ghirlandajo, pintor
mundano. —• Luca Signorelli, el genio de Orvieto.
6 • Pían y sumario
Los comienzos del Renacimiento en Roma, centro y norte de Italia.
Pinturicchio, pintor biógrafo. —• M elozzo da Forli y la corte de Urbino. —■Mantegna, viril y plástico. —■El (Perugino y Verrocchio. —
Los artistas venecianos de finales del siglo xv. ■— (Bellini.
Máximo esplendor del arte ren a c e n tista ............................................
Características generales. —• Leonardo de Vinci, hombre universal. —
El autor de la «Gioconda». ■
—•(Bramante, padre de la arquitectura
vaticana. —■Rafael, pintor polifacético. — Grandes obras rafaelistas.
Miguel Angel, el ú n ic o .........................................................................
Una adolescencia genial. — Miguel Angel y Julio n . — Creando una
«Creación», —■Epoca de turbulencias. •— El «Juicio Final».
El arte en Parma y V e n e c i a ...........................................................
El Correggio, pintor de la belleza expresiva. —■El Renacimiento en
Venecia. — Giorgione, el hombre y la Naturaleza. — El Ticiano, un
veneciano genial. —■E l1 mundo del desnudo artístico. —■Carlos V y
el Ticiano. — Paolo Veronés. — El Tintoretto: belleza y pasión.
El m a n ie ris m o ........................................................................................
Arte florentino a mediados del siglo xvi. —• Angiolo Bronzino y el
retrato cortesano. —■Un orfebre: (Benvenuto Cellini. — Juan de Bolo­
nia y Horacio Fontana. — Arte renacentista en Vicenza y Génova.
Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
El arte de los Países Bajos a fines de la Edad Media .
Van Eyck, realista y sincero. —■Van der Weyden, el sentimiento trá­
gico de la vida. —• Hans Memling, el melancólico. — Van der Goes.
Arte francés y a le m á n .........................................................................
La serenidad olímpica de Jean Fouquet. —■Griinewald y Cranach,
fieles al gótico tardío. — El genial Alberto (Durero. — Pirckheimer, un
mecenas alemán. —■La obra de (Durero.
El humanismo g e r m á n i c o ..................................................................
Su esencia y significación.—'Reuchlin: helenismo y hebraísm o.—
Ulrico de Hutten, el primer nacionalista. — Hutten y la Reforma.
Erasmo de R o t t e r d a m ............................. .......
Un holandés universal. — Erasmo en Francia y en Inglaterra. — La
internacional humanista. —• El «Elogio de la locura». — Un mundo
de controversias. —■Erasmo y Lutero. — Fracaso de un arbitraje.
El humanismo en Inglaterra ..................................................................
Tomás Moro, el canciller filósofo. — El supramundo de la «Uto­
pía». —. Una iniciativa socialista y audaz.
Filósofos, teólogos y poetas renacentistas en Francia .
El poeta Clemente Marot. — Margarita de Navarra, reina y poetisa. —
El escéptico Etiénne Dolet. — Rabelais, un genio alegre y desenvuelto.
Los grandes descubrimientos geográficos
¿■'7:
La hora de P o r t u g a l .........................................................................
Caminos a la expansión. —• La Orden de Cristo. — Enrique el Nave­
gante. — El espejismo del preste Juan de las Indias. — El gran periplo
africano. — El cabo de las Tormentas.
Plan y sumario • 7
' 163
La hora de E s p a ñ a .........................................................................
Cristóbal Colón. —• U n cruzado de la geografía. — La mayor decisión
histórica. — A través del «mar tenebroso». — El descubrimiento de
América. — Un mundo fascinador y paradisíaco. — Otros viajes d©
Colón. — Muere el primer Almirante de Indias.
Los portugueses en las I n d i a s ..........................................................
173
España y Portugal se reparten el nuevo mundo. — Vasco de Gama. •—
Recepción en Malabar. — La conquista de las Indias. — Almeida su­
cedo a Vasco de Gama. —• Alfonso de Alburquerque. — El poeta na­
cional portugués. — El poema de los descubrimientos.
América, Oceanía, mundos n u e v o s ...................................................
185
Los comienzos de la conquista. — Américo Vespucio, un enigma. —
Balboa y el «mar del Sur®. — Magallanes y la cuestión de las Molucas. —• Rumbo al Pacífico. — La primera vuelta al mundo.
La antigua América, un mundo enigmático
Méjico p r e c o l o m b i n o .........................................................................
199
Hernán Cortés, un héroe de leyenda. —•¡Prehistoria americana. —
Los aztecas en Tenochtitlán. — Religión y militarismo, —. El empera­
dor Moctezuma y el dios Quetzalcoatl.
La conquista de M é jic o .........................................................................
207
Cortés se pone en marcha. —• Una recepción amistosa. — Prisión de
Moctezuma. — La «noche triste», —• Asedio y conquista de Méjico.
El mundo m a y a ........................................................................................
215
La península yucateca. — Chichén-Itzá, ciudad santa de los mayas. —■
La «fuente sagrada». — Una arqueología sorprendente.
El Perú arcaico .
..................................... ....................................
221
Francisco Pizarro prepara su expedición. —• El pueblo de los incas. —
Un antiguo socialismo de Estado. — Cultos y ritos incaicos.
Conquista del P e r ú .................................................................................
228
Pizarro y la guerra civil incaica. — Atahualpa en Cajamarca. — Ase­
sinato de Pizarro.
Otros descubrimiento y e x p lo r a c io n e s ............................................
231
La carrera hacia el Sur. —■Entre el trópico y los desiertos. — Tierra
Firme y el país de los chibchas. —■El gran río de las Amazonas. —
Arauco indómito. — Organización de los imperios luso y español.
Europa occidental a principios del siglo XVI
>
El césar C a r lo s ........................................................................................
r.
243
Carlos I de España. —■La elección imperial de 1519. — Margarita
de Austria, una estadista. — Carlos V de Habsburgo. — Francisco I,
un rival peligroso. — Rey y caballero andante.
Inglaterra y A le m a n ia ............................................ .......
251
Enrique VIII, otro monarca renacentista. —. Inglaterra en la encruci­
jada poltica. —■El cardenal Wolsey, — La casa Fiigger en Augsburgo. —■Jacobo Fiigger. —• Grandesa y servidumbre económicas.
Carlos V contra Francisco I
..........................................................
Carlos V comienza su reinado. — Coronación a la antigua usanza. —
258'
8 • Plan y sumario
Los comuneros de Castilla. ■
— La rota de Villalar. — La Dieta de
W oim s. —• Francisco i y el condestable de 'Borbón. — D os papas dis­
tintos: Adriano VI y Clemente VII. — La batalla de Pavía.
La segunda guerra h isp a n o fra n c e sa ....................................................
26 7
Clemente VII atrae el rayo de la guerra. — Una trágica marcha sobre
Roma. — Saqueo de la Ciudad Eterna. — La «Paz de las Damas».
Carlos V y E s p a ñ a .................................................................................
271
La preocupación por la amenaza islámica. — El problema económi­
co. —. Comiénza el Siglo de Oro literario. — Garcilaso de la Vega,
poeta y soldado. — El «Príncipe de los poetas españoles».
r
La Reform a en Alemania
M artín Lutero
.
.................................................................................
279
'Punto de partida: afán de renovación. — Lutero y sus proposicio­
nes. —■Personalidad de Lutero. —. D e la celda a la cátedra.
La r e b e ld ía ...............................................................................................
284
La cuestión de las indulgencias. — Controversia Lutero-Johann Eck. —
La Dieta de Worms y el castillo de Wartburg.
Lutero en la in tim id a d .........................................................................
289
Lutero se casa con una monja. — Un cierto franciscanismo... — Con­
versaciones íntimas. ■
—-El reverso: el lenguaje de la violencia. — Los
últimos combates. —• Grandeza y errores de Lutero.
Reformadores suizos
Ulrico Z u in g lio ........................................................................................
299
Infancia y estudios. —. Zuinglio inicia su carrera. — La parroquia de
Einsiedeln. — El reformador en Zurich.
Conflictos religiosos.................................................................................
303
En busca de orientaciones. — Zuinglio y el luteranismo, — La lucha
entre la antigua y la nueva fe. —. Los caminos de la intolerancia.
Estalla la lu c h a ........................................................................................
307
La controversia de Marburgo. — Al borde del abismo. — La batalla
de C a p p el.— Zuinglio y su reforma.
Juan C a l v i n o ........................................................................................
311
D e ¡Noyon al refugio de B asilea.— Calvino en Ginebra. — Ginebra
llama de nuevo a Calvino. — Calvino y Castellion.
Otro foco de in to le r a n c ia ..................................................................
317
Sendas de amargura. —• Miguel Servet, el inconformista. — Una «In­
quisición calvinista». —. Las reacciones imponderables.
La Reforma se c o n s o l i d a ..................................................................
321
La «nueva Jerusalén». — Muerte de Calvino. —. El calvinismo y la
economía capitalista. —-Calvino, 'Lutero y Zuinglio.
La imprenta y las nuevas id e a s ...........................................................
La imprenta en Oriente. — Guttenberg, el genio creador. — Expan­
sión de la imprenta. ■
—■Los primeros libros,
324
Plan y sumario • 9
Entre luteranos y turcos
L o s p r o b le m a s d e A l e m a n i a ..................................................................................
Carlos V, emperador de Occidente. — La «guerra de los campesi­
n o s» ,—■El comunismo de M unzer.— Los protestantes «protestan»...
Las andanzas de 'Felipe de ‘H esse.
329
L u c h a s in te r n a s y e x t e r n a s ..................................................................................
Tercera guerra entre Carlos V y Francisco I. — El espejismo de un
concilio. — La campaña de Mühlberg. —■Traición de Mauricio de
Sajonia. —■Vida privada del emperador. — Abdicación de Carlos V.
335
L a o f e n s iv a tu rca
.....................................................................................................
Selim I: el peligro o tom an o.— Solimán el Magnífico. — El «rey
cristianísimo» se alia con los turcos. —■La invasión de Hungría.
344
El
350
im p e r io d e la S u b lim e P u e r t a ................................................................
Derrota de los turcos ante Viena. — Nuevas campañas de Solimán. —
La vida en el Imperio otomano. — Los jenízaros.
La Reforma anglicana
E l d iv o r c io d e E n r iq u e V I I I .........................................................................
Lady Ana B olen a.—• Catalina de Aragón y W olsey.— La política del
cardenal. — El espinoso asunto del divorcio.
35 7
T r iu n fo d e A n a B o le n a ............................................................................................
Ana (Bolena y Tomás Cranmer. — Un nuevo consejero, Cromwell. —
El «Parlamento de la ¡Reforma». — La excomunión de Enrique VIII.
361
El
p a r to s a n g r ie n to d e l a n g l i c a n i s m o .......................................................
La caída de Tomás Moro. —■Ocaso de Ana Bolena. — Juana Seymur,
la nueva estrella. — Cromwell y la política anticatólica.
365
C u a r to , q u in to y s e x t o m a tr im o n io s .
.
.
.
.
.
.
.
Una cuarta boda, razón de Estado. — Contactos con Alemania. — Ana
de Cléves, la flamenca repudiada. — Catalina Howard y Catalina Parr.
369
La Contrarreforma o reforma católica
N u e v a d i s c i p l i n a .....................................................................................................
El Oratorio del Amor Divino. — Los papas reformistas. — Régimen
interno. La Inquisición. — El Indice de libros prohibidos.
375
L a C o m p a ñ ía d e J e s ú s ............................................................................................
Un caballero andante «a lo divino». —• Estudios de Ignacio de Loyola. —■Una Orden militante. — La obediencia integral. — Los ejerci­
cios espirituales. —■El arte terrible de la sugestión.
380
E x p a n s ió n d e la C o m p a ñ ía .
..............................................
Una «Internacional». —■Francisco Javier, el divino impaciente. — Los
jesuítas en el Paraguay. — Pedagogía e interpretativa jesuíticas.
386
E l c o n c ilio d e T r e n t o ...........................................................................................
Trento, ciudad frontera. — La primera fase conciliar. —■Su clausura.
390
N u e v a s p e r s p e c t iv a s c i e n t í f i c a s .........................................................................
L a m e d i c i n a .......................................................................................................................
.......................................................
I d e a s r e v o lu c io n a r ia s e n c o s m o g o n ía
In d ic e c r o n o ló g ic o (d e lo s a ñ o s 1275 a 1 5 5 8 ).............................
I n d ic e a l f a b é t i c o ....................................................... .........
396
397
400
403
417
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Las páginas que se citan son las que se hallan
frente a la lámina en cuestión. Las ilustraciones que
no llevan indicación de página form an la doble lá­
m ina interior y llevan el epígrafe en la anterior o en
la siguiente.
Cosme y Lorenzo de M é d ic is ...................................................................................24
La Florencia del Renacimiento.
Julián de Médicis, por Sandro B o t t i c e l l i ............................................................ 25
César Borgia y M aq u iavelo.......................................................................................... 48
Savonarola,
Plaza de la Señoría, en Florencia.
Ludovico Sforza, ducjue de M i l á n ........................................................................... 49
«íLa creación del hombre» de Miguel A n g e l............................................................ 72
«La Virgen de las rocas» de Leonardo de V in c i.....................................................72
La Piazzetta de Venecia (Escuela veneciana s. xvi).
Retrato del dux Loredano, por Giovanni B e llin i.....................................................73
Una «Pietá» de Giovanni Bellini...................................................................................96
Retrato de una cortesana, por Carpaccio (siglo xv).
El Tintoretto, «Autorretrato».
El desnudo artístico en el siglo XVI........................................................................... 97
Las primeras grandes escuelas de pintura en Flandes y Francia . . . .
144
Maestro de Moulins: Margarita de Austria.
Hugo van der Goes: «La adoración de los pastores».
El espíritu del Renacimiento llega a A le m a n ia .....................................................145
Cabeza de adolescente maya (siglo v n ) .................................................................... 216
Llegada de Cortés a Méjico, visto por los aztecas.
El dios del maíz, de la mitología azteca.
Cristóbal Colón desembarca en G u an ah ah í............................................................ 217
Culturas preincaicas en el P e r ú .............................. .......
288
La batalla de Marifián y Francisco I, rey de Francia.
El humanismo en las letras, la filosofía y late o lo g ía ........................................ 289
Martín Lutero, según C r a n a c h ...................................................................................360
Solimán el Magnífico y Carlos V.
Enrique VIII, rey de In glaterra...................................................................................361
fW W lCH
DB
M APAS
La Italia r e n a c e n t is t a ..................................................................................................
17
Rutas de los grandes descubridores........................................................................... 158-159
Castilla y Portugal se dividen el m u n d o ....................................................................174
La ruta de Vasco de G a m a .......................................................................................... 177
Dos grandes civilizaciones: los mayas y los a z te c a s............................................. 203
El imperio de los in c a s ........................................................................... .......
223
Descubrimientos y exploraciones en América del N o r t e ......................................236
Descubrimientos y exploraciones en América del S u r ......................................237
Dos imperios rivales: Carlos V y Solimán el M ag n ífico ......................................337
Europa durante las guerras de religión (siglo x v i ) ............................................. 392-393
O
T
j lIIiCIMIBITO K
MITALIA
FLORENCIA, CIUDAD MADRE
Desarrollo del capitalismo
El dinero no había desempeñado papel muy importante a
comienzos de la Edad Media y el trueque de mercancías era
entonces la forma de comercio más extendida. Toda la sociedad
feudal se apoyaba en la posesión de tierras. La economía finan­
ciera no se desarrolló hasta iniciarse el tráfico de carácter
internacional, consecuencia de las Cruzadas, impulso que ejer­
ció sobre todo en las ciudades italianas bajo tutela florentina.
Tal evolución acarreó importantes consecuencias en el ám­
bito social. La nobleza y el clero poseían las tierras y habían
dominado por tal motivo la antigua sociedad medieval. Los nu­
merosos conflictos, entre otros la prolongada lucha entre papas
y emperadores, ocasionaron a los grandes terratenientes serias
dificultades financieras y su único recurso, aunque momentáneo,
fue pedir préstamos de dinero a los burgueses, que exigían inte­
reses muy elevados, y los terratenientes se vieron obligados a
hipotecar sus territorios, solución de fatales consecuencias para
ellos. Si los deudores no podían pagar sus deudas, cosa que su­
cedía con frecuencia, sus acreedores burgueses se apoderaban
simplemente de sus propiedades agrarias, base de su poderío.
Los aristócratas se arruinaron por este procedimiento; sus tie­
rras pasaron a los burgueses, que se elevaron de pronto a una
posición social preponderante y que intentaron incluso superar
esta posición buscando nuevos campos de actividad. Individua­
listas de carácter, aplicaron el principio de la libre concurren­
cia, sin retroceder jamás ante los peligros inherentes a tal sis­
tema; y este individualismo económico produjo las condiciones
psicológicas y materiales indispensables para la emancipación
1400-1500
12 • El Renacimiento en Italia
de las almas en todos los ámbitos de la cultura, es decir, el
Renacimiento.
El capitalismo fue, en consecuencia, un importante factor
en la gran transformación que acabó con el universalismo inte­
lectual y político. En un solo campo, el de la política, la influen­
cia del dinero adquirió una significación muy particular en los
últimos tiempos de la Edad Media. «Quien tiene dinero y tiem­
po, y sabe además cómo emplearlos, puede hacer, u ordenar que
hagan, todo cuanto le place», decía Alberti, célebre arquitecto
del Renacimiento.
La casa de los Médicis
En 1429 moría un anciano burgués de Florencia, el banquero
e industrial Juan de Médicis. Reunió a sus hijos en torno a su
lecho mortuorio y les formuló sus sabios y últimos consejos,
resumiendo para ellos las enseñanzas de una existencia prolon­
gada y llena de contenido.
Juan de Médicis legaba un apellido respetado y una inmensa
fortuna. Poseía notables manufacturas y había hecho de su banca
una de las más prósperas de Florencia e incluso de toda Italia.
Figuraban reyes y cardenales entre sus deudores y fue nombra­
do banquero oficial del papa a comienzos del siglo xv; desem­
peñó un papel importante en el concilio de Constanza (14141418) y se enriqueció, además, con otros acertados préstamos.
Juan de Médicis había hecho célebre su apellido en toda Europa.
Suele idealizarse la historia de los Médicis, considerándoles
únicamente como resortes del impulso cultural de la Florencia
del siglo xv, sin conceder una atención suficiente al origen de
todas sus glorias. Es preciso no perder de vista que la parte
principalísima que tuvieron los Médicis en el desarrollo de las
ciencias y las artes, sólo fue un aspecto de sus diversas acti­
vidades. Eran comerciantes, industriales, banqueros y políticos.
Los Médicis se preocuparon, en primer lugar, del precio de la
lana en Inglaterra y en Flandes, de las relaciones entre los par­
tidos de los Armagnacs y de los Borgoñones en Francia, de los
candidatos a la siguiente elección pontificia y de los salarios pa­
gados a los trabajadores de Florencia. Cuando se indagan los
fundamentos en que descansaba el poderío de los Médicis y de
otros industriales florentinos, se llega a la conclusión de que la
lucha por el dinero era tan encarnizada en el siglo xv como en
nuestros días, si no lo era más. A finales de la Edad Media un
comerciante debía poseer inteligencia despierta, nervios bien
1429
IConcilio de Constanza (1414-1418)
Fines de la Edad M edia • 13
Una amputación. E l instrumental
esparcido por el s u e lo s era
m uy rudimentario: una sierra, una esponja, unas tijeras, un ovillo
de hilo, agujas y algunas vendas. E l paciente no era anestesiado.
Su única defensa contra el dolor consistía en unos tragos de
aguardiente. Una operación de este tipo era m uy peligrosa y por
esto no es de extrañar la presencia de un sacerdote.
1400-1500
14 • Bl Renacimiento en Italia
templados y carencia total de escrúpulos, si quería mantenerse
frente a la competencia. Los burgueses poderosos prohibían
con todo rigor a sus trabajadores abandonar Florencia y man­
tenían despiadadamente los salarios al más bajo nivel. La historia
del Renacimiento, tan brillante en su aspecto cultural, lo es
mucho menos en el terreno social: las clases trabajadoras vivían
en una miseria espantosa y no participaban en modo alguno en
el desarrollo cultural y artístico.
Los obreros de las fábricas permanecían en un estado de
indigencia casi permanente y se les prohibía unirse para que
estas asociaciones no pudieran defender sus propios intereses.
El obrero ni siquiera sabía si tendría trabajo al día siguiente.
Si sobrevenía una crisis económica, con amenaza de paro par­
cial o total en la fabricación, o se producía una afluencia de
obreros extranjeros dispuestos a trabajar por un salario aún más
miserable, el operario florentino era simplemente arrojado a la
calle. Sin embargo, debía componérselas como pudiera. Escar­
necido y oprimido, este primitivo proletario arrastraba una vida
miserable sin la menor posibilidad de mejorar su condición.
Nadie acudía a defender sus intereses. En cambio, los artesanos
y los pequeños comerciantes de Florencia, eran protegidos por
la familia de los Médicis; desde luego, padecían la opresión de
poderosos capitalistas, pero su filiación a una corporación les
otorgaba ciertos derechos políticos.
Cosme de Médicis
Cuando Cosme, el hijo mayor de Juan de Médicis, asumió
la dirección de los negocios familiares en 1429, estos iniciaban
una etapa de auténtica prosperidad. Gracias a las iniciativas de
su padre, los agentes de los Médicis ya habían extendido sus
actividades lejos de las fronteras italianas creando una red de
sucursales. que cubría gran parte de Europa. La sucursal de
Brujas ocupaba una posición de primera categoría; debía vigilar
el mercado flamenco de la lana, muy importante para Florencia,
y desempeñó también notable papel desde el punto de vista
cultural y político.
Cosme sucedió a su padre en Florencia como jefe del par­
tido popular. Pese a toda su habilidad, Cosme era demasiado
poderoso para no suscitar los recelos de la aristocracia. En 1433
estalló bruscamente esta hostilidad y Cosme fue encarcelado y
acusado de alta traición. En aquellos días críticos pareció que
no sobreviviría a tan peligrosa aventura. Pero Cosme no perdió
1429-1433
Cosme de Médicis (1389-1464)
La autocracia medicea 9 15
la serenidad. Conocía demasiado a los seres humanos para Ig­
norar que el dinero sirve para comprar no sólo mercancías, sino
también las personas y las conciencias. Bastaron mil florines
para salvarle la vida y asegurarle una sentencia relativamente
suave: diez años de destierro. «Estos señores no son muy astu­
tos —anotó en su Diario^—. Hubieran conseguido diez mil o
más, si hubiesen sido bastante inteligentes para exigirlos». Cuan­
do se dictó su sentencia pronunció un discurso ante la asamblea
afirmando que se hallaba dispuesto a ofrecer la vida por su
ciudad natal, si ello reportara a Florencia algún beneficio, y
luego tomó el camino del destierro.
Al año siguiente regresó a Florencia porque la ciudad difí­
cilmente podía prescindir de él y de sus capitales. A partir de
entonces reinó en Florencia como verdadero autócrata y se
vengó sin piedad de sus enemigos. Evitó el derramamiento de
sangre, pero aplicó otros métodos no menos eficaces. En 1434,
unas ochenta familias fueron condenadas al destierro. Arrojadas
a la calle sin forma alguna de proceso, los exilados hubieron
de abandonar sus hogares a toda prisa,
Cosme empleó también otro método para desembarazarse
de eventuales contrincantes. Bastaba con despojarles de sus bie­
nes sometiéndolos a un impuesto extraordinario y muy gravoso.
Las pobres víctimas apelaban a la autoridad, pero veían recha­
zadas todas sus quejas. N o les quedaba otra solución que pagar
hasta arruinarse. Abandonar Florencia era entonces la única
manera de escapar a tales impuestos.
Cosme no era sólo hombre genial para los negocios, sino
también un soberado preocupado por la prosperidad de su Es­
tado y siempre dispuesto a ofrecer su fortuna personal para el
bien de la comunidad. Mantuvo una política inteligente, supo
preverlo todo con debida anticipación y aseguró así la paz en
Italia durante decenas de años; su gobierno fue considerado
desde diversos puntos de vista como un ejemplo en la historia
de la política europea. Para comprenderla, debemos considerar
la situación general de Italia en esta época.
MILÁN, POSICIÓN CLAVE
Los Sforza entran en escena
En un pueblecito de la Romaña, no lejos del mar Adriático,
hacia los años 1380 y 1390, cierto día terminaba un joven su
1434
16 • E l Renacimiento en Italia
jornada de trabajo en la granja paterna y se ocupaba en reco­
ger sus aperos. Acertaron a pasar algunos mercenarios, en fun­
ciones de reclutamiento para su jefe, un célebre «condottiero»,1
y aquellos soldados se detuvieron apenas divisaron al jovén
campesino, ya que el muchacho parecía hecho para la vida
militar. Al acercarse, entablaron conversación y describieron al
joven su fabulosa vida de aventuras y viajes mundo adelante.
«¿Por qué no nos acompañas?» le propusieron al fin. El joven
dudó un instante, y cuenta la leyenda que tomando un hacha
contestó a sus interlocutores que dejaba al azar que decidiese
su porvenir: si el hacha quedaba clavada en el árbol, marcharía
con ellos; si el hacha se caía, quedaría en casa.
El hacha se quedó clavada. Aquella misma noche se des­
lizó en la oscuridad, ensilló uno de los caballos de su padre y
abandonó para siempre la casa paterna. Así se convirtió en un
poderoso guerrero que, al servicio de muchos príncipes, adqui­
rió poder y riquezas. En la cumbre de su gloria obligó al papa
a concederle en feudo la población donde había nacido. A su
muerte, en 1424, dejaba un hijo que siguió las huellas de su
padre y fue también un «condottiero» mimado por la suerte:
el célebre Francisco Sforza.
El joven Francisco llegó a la meta de su carrera cuando
en 1424 Felipe Visconti, duque de Milán, le confió una parte
de sus tropas. Esta relación con la casa Visconti fue particular­
mente valiosa para Francisco, que vislumbró su mejor oportu­
nidad entre 1430 y 1440, cuando las disensiones internas esta­
llaron de nuevo en Italia. Gracias a su energía indomable,
Francisco se fue encumbrando cada vez más. Cambió de par­
tido cuando comprendió que este viraje político era necesario
para alcanzar su fín supremo, que nunca perdió de vista: hacerse
dueño de Milán. Felipe Visconti le había otorgado su hija en
matrimonio y, gracias a este enlace, podía aspirar a la heren­
cia de Felipe.
Los sangrientos desórdenes tan característicos del Renaci­
miento en Italia, se prolongaron varios años. Numerosas co­
marcas fueron devastadas y muchos hombres asesinados; de
continuo, pueblos y ciudades cambiaron de dueño en una su­
cesión ininterrumpida de expediciones militares y de intrigas
diplomáticas. Surgieron las personalidades más extraordinarias,
aunque ninguna tan grotesca como la de Segismundo Mala1 El término italiano «condottiero» designa a un jefe de mercenarios. Los con­
d otieros desempeñaron, a menudo, papel bastante importante en las luchas políticas
de Ja 'Edad Media.
1424-1440
Francisco Sforza (1401-1466)
La Italia del siglo X V • 17
IT A L IA E N 1455
Entre la multitud de pequeños estados italianos, la política peninsular
gravitaba en torno a media docena de ellos: Génova, Milán y Venecia, al
norte, Florencia y los Estados Pontificios, en el centro, y Nápoles en el sur.
18 • El Renacimiento en Italia
testa, señor de Rímini, uno de los «condotieros» más apasio­
nados y menos escrupulosos.
Florencia y Milán se complementan
En medio de esta confusa lucha por el dominio del norte
de Italia, Cosme de Médicis permanecía tranquilo en Florencia
y trazaba sus planes. Italia era uno de los países más ricos de
Europa, Gracias a sus posibilidades económicas y a su exce­
lente diplomacia, podía consolidar y extender su influencia sobre
la evolución de otras naciones europeas, con la única condición
de no exponerse demasiado a las disensiones internas. A la
larga, tales disturbios debían inspirar necesariamente ideas de
conquista a las potencias extranjeras y ofrecerles excelentes oca­
siones de entrometerse. ¿Acaso el rey de Francia, Carlos VII,
no había manifestado ya en diversas ocasiones un creciente
interés por Italia?
Un tratado amistoso entre Florencia y Milán podría apor­
tar como resultado una situación de equilibrio político; resul­
taría entonces difícil para los franceses entrometerse con éxito
en los asuntos internos de Italia. Tales reflexiones decidieron
a Cosme a solicitar la ayuda de Francisco Sforza. Se había
encontrado con el célebre «condottiero» por vez primera en
1435 y ambos entablaron pronto buenas relaciones. Francisco
carecía de auténtica cultura y se mostraba grosero y rudo;
pero Cosme no veía en ello ningún inconveniente. Al contrario,
el hombre que reinase en Milán debería ser, ante todo, un hom­
bre de acción y con temperamento de caudillo.
Por su parte, Sforza no hubiera podido encontrar mejor
aliado que el gran comerciante florentino. Comprendió todo el
valor de esta amistad "cuándo Felipe Visconti murió en 1447 sin
dejar herederos y la burguesía de Milán ofreció a Sforza el
mando de las tropas de la ciudad. En aquel momento el dinero
de Cosme le fue muy útil y le permitió encaminarse con dere­
chura a su fin. En 1450, Francisco Sforza, hijo de un hombre
que había iniciado su carrera como simple ayudante de gran­
jero, fue proclamado duque de Milán. Y este triunfo de Sforza
decidió la lucha por el norte de Italia.
La alianza Florencia-Milán era tan poderosa que ningún
otro estado pudo amenazarla. La mayoría de las ciudades esco­
gieron, por consiguiente, la paz y así se entablaron negociacio­
nes que condujeron, en 1455, a la creación de una Liga que
integraba a todos los estados importantes de Italia. La caída
1447-1455
F. Sforza, duque de Milán (1450)
Los «Síudia Humanitatis» • 19
de Constantinopla en 1453 aceleró la formación de esta Liga,
pues los políticos italianos más influyentes llegaron a la con­
clusión de que sólo uniendo todas sus fuerzas contra los turcos
podrían asegurar el comercio marítimo. Por otra parte, el pe­
ligro francés les impulsaba igualmente a concertar aquel trata­
do. En el mismo año de 1453, el fin de la guerra de los Cien
Años dejaba al rey de Francia las manos libres para volverse
contra Italia.
Cosme había logrado el fin que se propuso. La paz en Italia
quedaba asegurada para bastante tiempo. Gracias a su hábil
diplomacia, Florencia se había convertido en mantenedora de
la paz y del equilibrio político. Cosme permaneció fiel toda su
vida a la alianza milanesa. Aquel tratado era la clave de su po­
lítica exterior.
EL HUMANISMO ITALIANO
La cultura antigua y las nuevas ideas
Mientras Cosme de Médicis empleaba todas las .sutilezas de
su diplomacia en restablecer el sosiego y el equilibrio político
en Italia, el Renacimiento se propagaba a todos los países. El
propio Cosme fue uno de sus principales protectores. A él se
debe, en gran parte, el que Florencia se convirtiera en centro
de esta vida artística particularmente fecunda y de estas nuevas
corrientes científicas y literarias que se engloban bajo el nombre
de «humanismo».
Los italianos del Renacimiento estaban entusiasmados por
la Antigüedad. Querían vivir, estudiar, pensar y escribir como
los antiguos griegos y romanos, y así, profesores, monjes, fun­
cionarios y mercaderes rivalizaban en entusiasmo por coleccio­
nar manuscritos antiguos y comentarios sobre los mismos.
Los Síudia Humanitatis, el estudio de la humano, tal era
el nombre con que designaban sus actividades intelectuales. Las
generaciones medievales precedentes habían estudiado también
a los autores clásicos, pero sin permitir que su filosofía y su
forma de vida influyera en ellos. Si en la Edad Media se leía
a los escritores de la Antigüedad, era sobre todo para encontrar
materia con qué defender la doctrina cristiana. El Renacimiento,
por el contrario, estudiaba la literatura antigua por sus valores
intrínsecos.
Desde sus comienzos, esta corriente estuvo impregnada de
Ccáda de Constantinopla (1453)
1453
20 • E l Renacimiento en Italia
nacionalismo. Aureolados de gloria, Escipión y Séneca parecía
que se levantaban de su tumba más que milenaria para inflamar
de amor a la patria a una Italia que se desgarraba en luchás
intestinas. El entusiasmo que animaba a los propagadores de los
ideales humanistas logra hacer apasionante esta época. Ateso­
raban objetos de arte antiguo; estaba de moda organizar biblio­
tecas; reunían verdaderos tesoros artísticos y literarios de todos
los lugares donde podían encontrarlos.
Niccolini y sus libros
En el primer decenio del siglo xv podía verse en las calles
de Florencia a un hombre de cierta edad dirigiendo la palabra
a los jóvenes transeúntes, y con cierta dulzura impregnada de
firmeza, les demostraba la vanidad de los placeres materiales,
y les aconsejaba ante todo el estudio de la Antigüedad, porque
sólo en ella encontrarían auténtica satisfacción. Nicoló Niccolini .—así se llamaba este hombre singular'— era el más entu­
siasta de los bibliófilos de Florencia y, además, excelente cono­
cedor de los manuscritos antiguos. Su pasión le costaba una
fortuna, pero Niccoló no se descorazonaba por ello; cuando se
le acababa el dinero, podía pedirlo siempre a sus amigos, Cosme
de Médicis, por ejemplo.
La casa de Niccoló permanecía abierta a todos cuantos de­
seaban consultar sus colecciones; él mismo estaba dispuesto
siempre para informar y aconsejar a sus visitantes. Uno de sus
amigos humanistas, Vespasiano Bisticci, describe así a Niccoló
en su casa: «Numerosos prelados y jóvenes eruditos le hacían
frecuentes visitas; tan pronto como llegaba un huésped, le ponía
un libro en las manos y le rogaba que lo leyera. A menudo, diez
o doce señores de elevada alcurnia se entregaban al estudio
junto a él».
A su muerte, la colección de Niccoló comprendía ochocien­
tos volúmenes, cifra impresionante para aquella época. Había
hecho firme promesa de que esta biblioteca permanecería acce­
sible a todo el mundo; Cosme de Médicis tuvo el mayor interés
en que se cumpliera su deseo. Pagó las deudas considerables
que Niccoló contrajera e hizo donación de su biblioteca al con­
vento de San Marcos; allí todos cuantos lo deseasen podían
hacer uso de ella. Así nació en Europa la primera biblioteca
pública que se fundó desde la Antigüedad.
El citado Vespasiano Bisticci era otra figura de primera
categoría en los círculos intelectuales de Florencia; propietario
1400-1410
Niccoló Niccolini (1364-1437)
Primitivos humanistas • 21
de la mayor librería de la ciudad, Bisticci reunía en su «tienda»
a los florentinos más importantes y cultos. Las Memorias de
este genial librero describen los personajes que conoció, cuya
mayor parte eran íntimos amigos suyos; una obra que todavía
se lee con interés.
El bibliófilo Poggio Braccioiini
El simpático Vespasiano cita con particular respeto al hu­
manista Poggio Braccioiini, que fue durante muchos años secre­
tario en la cancillería pontificia. Participó en el concilio de
Constanza (1414-1418) y aprovechó la ocasión para efectuar
numerosos viajes en busca de documentos clásicos. Poggio vio
recompensados sus esfuerzos y molestias: en la abadía de Cluny
y en Colonia descubrió manuscritos de obras de Cicerón, toda­
vía desconocidas, y en las ruinas de la abadía de Saint-Gall
encontró el famoso tratado de la Institución Oratoria del ro­
mano Quintiliano. Nada arredraba a Poggio cuando estaba
poseído por el demonio de la paleografía. Si no le autorizaban
a llevarse los manuscritos descubiertos, los hacía copiar por un
secretario que le acompañaba a todas partes. Más de una vez,
en momentos de debilidad, se guardó en alguno de sus enormes
bolsillos algún pergamino muy codiciado.
Poggio describe cuanto vio y vivió, en el curso de sus via­
jes, en elegantes cartas que los contemporáneos y la posteridad
admiran unánimes. En ellas cuenta, sobre todo, su estancia ma­
ravillosa entre la buena sociedad de la pequeña ciudad de
Badén, una villa de aguas termales en lá Suiza septentrional.
Aquellos baños eran saludables para toda clase de enfermeda­
des, pero nada curaban tan rápidamente y tan bien como la
esterilidad de las mujeres, según cuenta Poggio. Los esposos
de aquella región no eran excesivamente celosos; dejaban a sus
jóvenes esposas descansar solas en las casas de baño, donde
podían entregarse a los más refinados placeres de la tierra.
Poggio se divertía como una divinidad olímpica cuando desde
la galería contemplaba tan agradables cuadros vivientes:
«Es divertido ver a viejas ajadas por la edad entrar en los baños
en compañía de doncellas jóvenes medio desnudas y exponerse a las
miradas de los hombres. Estas damas desayunaban a menudo en sus
baños, servidas en mesas que parecían flotar sobre el agua. Se permitía
participar libremente a los señores en esta distracción. Estas jóvenes
doncellas, de rostro resplandeciente, hermosas como jóvenes diosas, son
un regalo para la vista. D anzan y cantan en el agua o bien juegan a
lanzarse una pelota unas a otras.»
Poggio (1389-1459)
1414-1418
22 • E l Renacimiento en líatia
La libertad de costumbres de que nos habla Poggio Bracciolini
era una característica del Renacimiento. E ste grabado antiguo
representa una cena celebrada durante un baño mixto.
En una tal descripción de felicidad y juventud, Poggio se
hace eco del placer que los antiguos sentían por la belleza, pero
también es eco de su sensualidad. Hay otro aspecto de la an­
tigüedad romana que se expresa en la célebre carta en que
Poggio describe el proceso llevado a cabo contra Jerónimo de
1400-1450
E l «cuarto de la mentira » • 23
Praga, discípulo de Hus. En él se siente revivir la admiración
por la firmeza y fuerza de ánimo varonil de los héroes antiguos.
Otras andanzas de Poggio
Clausurado el concilio de Constanza, Poggio se dirigió a
Inglaterra invitado por un alto dignatario de la Iglesia y per­
maneció allí cuatro años. Se tropezó con un materialismo brutal
y mal disimulado que no pudo soportar más tiempo: «Entre los
ingleses, el arte culinario prevalece sobre las demás artes y
ciencias», escribía al regresar a Italia. Los ingleses podían
tragar comida durante cuatro horas sin interrupción: cuatro ho­
ras de suplicio para Poggio. Para mayor desdicha, no había
ningún manuscrito interesante en aquel país bárbaro. Según
Poggio, los conventos estaban llenos de viejos fárragos esco­
lásticos.
Desde luego, Italia le sentaba mejor a Poggio. A su regreso
fue nombrado secretario en la corte del papa. En tierra italiana
podía frecuentar el trato con gentes cultas, que compartían sus
gustos y sus ideas. Por lo general, este círculo de amigos se
reunía por las tardes en una sala llamada «cuarto de la menti­
ra», en un ala separada del palacio pontificio; charlaban, bebían
y se divertían. Allí se contaban los últimos chismes mundanos
de Roma, y también anécdotas groseras. En sus últimos años,
Poggio reunió tales anécdotas en un volumen, que obtuvo gran
éxito, lo que hizo exclamar a su autor, satisfecho: «Los asuntos
más ordinarios pueden ser tratados igualmente en buen latín».
Estos humanistas italianos eran personas muy vanidosas y
poseídas de sí mismas; una generación que ilustraba a maravilla
un aforismo de Poggio que afirmaba que cada cual debía con­
siderar su mujer y su filosofía como lo mejor del mundo. Ello
no obsta para que se considerasen representantes de una cultura
nueva y superior.
Surgían humanistas en todas las cortes principescas y en las
universidades y eran recibidos en todas partes con los brazos
abiertos. En Milán, Francisco Sforza retenía a Francisco Filel£o, erudito belicoso, codicioso y de una vanidad sin límites, si
bien el mejor helenista de la época. Filelfo proclamaba sin
rebozo que, para él, el honor sin dinero era tan despreciable
como el dinero sin honor.
Filelfo, enemigo declarado de los Médicis, y Poggio, amigo
de Cosme, entablaron una de esas disputas literarias tan carac­
terísticas del Renacimientos. Los dos sabios humanistas se lan1418-1425
24 ® E l Renacimiento en Italia
zaban terribles diatribas, y en libelos muy divulgados se arroja­
ban recíprocamente injurias mortales e hirientes acusaciones.
Según Poggio, Filelfo era un auténtico ladrón y un adúltero,
que incluso abusaba de los jovencitos. «¡Bestia repugnante!
—exclamaba-—, ¡Monstruo cornudo! ¡Despreciable murmura­
dor! ¡Que la cólera divina te aniquile!» Y Filelfo respondía
en el mismo tono, superando incluso a Poggio en su odio, cosa
difícil de lograr. Entretanto, sus contemporáneos presenciaban
la escena con gran interés y maliciosa satisfacción. Y así, fue
enorme su decepción cuando se enteraron de que ambos enemi­
gos habían hecho las paces. N o era preciso molestarse en in­
dagar las razones de tal cambio: Filelfo había comprendido
que resultaba más ventajoso estar en buenas relaciones con
Cosme de Médicis; rogó, pues, a Poggio que le perdonara.
¿Habría dicho su colega, quizás, a su poderoso amigo algunas
palabras amistosas en su favor?
El libelista Pietro Aretino
Filelfo y Poggio eran técnicos ambos en el arte de abrirse
paso a codazos; sin embargo, todavía les superó un hombre
de otra generación, Pietro Aretino, que se dio a conocer durante
la primera mitad del siglo xvi y se atrajo el sobrenombre de
«fustigador de príncipes». Es difícil comprobar la importancia
del papel que desempeñó el Aretino en el desarrollo de la
cultura humanística. Sus obras teatrales son clasificadas entre
las mejores de la literatura italiana y sus libelos le han valido el
título de «padre del periodismo». Fue también a su modo un
gran artista, dotado de vigorosa imaginación y profunda cultu­
ra. Además, juzgaba a la perfección su época y sus contempo­
ráneos. Pero la forma de expresarse en sus críticas ha hecho
que se le considere, con razón, como uno de los personajes
menos escrupulosos en la crónica de la literatura mundial.
El Aretino inició su carrera como auxiliar de un rico ban­
quero romano. A la muerte del papa León X, y cuando la lucha
por la sucesión era más enconada, participó en la controversia
con una serie de sátiras en que se mofaba de todos los carde­
nales de la Curia. N o se detuvo en ello y poco después ilustró
veinte grabados del célebre artista Raimondi, con sonetos licen­
ciosos del mismo cariz. El papa Clemente VII hubo de interve­
nir personalmente en el asunto. El Aretino se defendió con su
brutalidad característica. «¿Qué mal puede haber en que un
hombre tenga una amante? .—exclamaba.—■. ¿Entra en vuestras
1400-1450
Cosm e (a la izquierda) y Lorenzo de M édicis, figuras
ejem p lares del R enacim iento que dieron a la ciudad de
Florencia un poderío y un p restigio sin igual.
He aquí una im agen casi idéntica de la Florencia del Re­
nacim iento: a la izquierda, la cúpula de márm ol blanco del
B aptisterio, y d etrás, el domo de la iglesia de San Lorenzo.
En el cen tro , la catedral de Santa M aría del Fiore con el
«cam panile» a la izquierda y la cúpula de Brunelleschi a la
derecha. En el cen tro , la to rre del palacio del Bargello.
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R etrato de Julián de M éd icis, por Sandro B otticelli.
E l « fustigadoc de príncipes »
•
25
intenciones el dar a los animales mayor libertad que a los hom­
bres? Yo dedico mis sonetos a todos esos hipócritas que fingen
no estar de acuerdo con aquello que más les gusta.»
Tamaño escándalo obligó al Aretino a abandonar Roma. Se
unió a uno de los «condottieros» más brutales y famosos de la
época, Juan de las Bandas Negras, que pertenecía a la familia
de los Médicis. Durante algunos meses llevaron ambos una
vida henchida de aventuras y de proyectos fantásticos. El Areti­
no soñó incluso con un principado para él, pero un día, su
amigo el «condottiero» fue herido en un combate. Su estado
era crítico y era preciso que le amputaran inmediatamente un
pie. Cuenta la anécdota que el propio Juan sostuvo la antorcha
a cuya luz se practicó operación tan dolorosa. Con inmensa
pena de su amigo, el «condottiero» murió a consecuencia de
esta intervención. El Aretino quedóse sin saber qué hacer.
Decidió dirigirse a Venecia: quería enriquecer su pobreza,
decía, con la libertad veneciana. El Aretino gozó la mejor época
de su vida en aquella ciudad; pronto encontró allí relaciones de
que sentía tanta necesidad y llegó a ser amigo íntimo del gran
pintor Ticiano. Obtuvo la protección de Carlos V, y también
la del rey de Francia, Francisco I, enemigo declarado del em­
perador. Ambos preferían subvencionar al Aretino antes que
verse atacados en sus escritos. Una vez que el dinero llegaba
en abundancia a sus manos, el Aretino se instaló en una mag­
nífica mansión junto al Gran Canal y vivió en medio del lujo y
de la opulencia. En esta casa, que se hizo célebre, mantenía lo
que podría llamarse un harén, donde numerosas damiselas cui­
daban de sus asuntos domésticos, le otorgaban sus favores y le
proporcionaban hijos. A veces las había acogido en su casa sólo
porque no tenían a nadie a quien acudir. En cuanto a ellas,
podían permanecer con él todo el tiempo que desearan, pues el
Aretino, que mostraba tanto cinismo y brutalidad en perseguir
a ricos y nobles, sentía profunda compasión por todos los deshe­
redados y jamás rehusaba tenderles una mano protectora.
N o hay en todo el Renacimiento un materialismo más radical que
el de Pedro Aretino. Los eruditos que han estudiado su correspondencia
examinando con detenimiento sus concepciones filosóficas, manifiestan
que su extraordinaria seguridad en sí mismo estaba menos justificada
de lo que pueda creerse. El Aretino era una personalidad puramente
negativa, incapaz de construir: sólo sabía destruir. N o poseía ninguna
convicción seria ni firmeza de carácter. Existen numerosos indicios que
demuestran que él se percataba perfectamente de ello.
Pietro Aretino (1492-1556)
1527
26 ® E l Renacimiento en Italia
Lorenzo Valla, nía humanista radical
N o todos los humanistas eran Filelfos o Aretinos. La ma­
yoría se hallaban poseídos del sincero ideal de su misión y
trabajaban según un programa establecido, que sería de la
mayor importancia para el desarrollo de la cultura humana. Su
objetivo era descubrir un método que permitiera someter a
examen concienzudo todas las obras que constituyesen el fun­
damento de la cultura europea y rechazar todo cuanto no fuera
auténtico. Los humanistas comprendían cuán necesario era leer
bien las obras de los clásicos romanos y estudiar a fondo los
filósofos griegos en su lengua original. Este programa sentó
las bases de la historia y de la filosofía modernas.
Lorenzo Valla fue uno de los mayores representantes de
esta tendencia. Vivió en la primera mitad del siglo xv y ha sido
llamado «el humanista radical». Para hacerse cargo del ideal
que le animaba y de las concepciones en que fundamentaba su
trabajo, era preciso leer su obra maestra: Elegantiae latinae
linguae. Valla era de esos hombres que llevan la pasión de la
polémica en sus venas. Se creía obligado a sustentar una opi­
nión muy personal en todas las cosas y opuesta a la de sus
contemporáneos. En su primera obra, D el deleite, sólo se pro­
pone sorprender y llamar la atención.
Entre quienes más apreciaban los elegantes diálogos del
joven humanista figuraba Alfonso V, rey de Aragón y de Nápoles, soberano hábil y digno de encomio por el interés que mos­
traba por la cultura y por su generosidad hacia los humanistas
que reunió en su torno. Hizo acudir a Valla a su corte y pagó
espléndidamente su colaboración. Cuando Alfonso V tuvo con­
flictos con el papa, Valla aprovechó la ocasión para agradecer la
hospitalidad recibida. Escribió su célebre obra en que se mani­
fiesta opuesto a la famosa «donación de Constantino». Este
discutido documento, que se decía promulgado por Constan­
tino el Grande, afirmaba que el emperador, en el momento de
trasladar la capital imperial a Constantinopla, había transferido
al obispo de Roma la soberanía temporal y espiritual sobre el
Occidente europeo. Dicho documento desempeñó un papel im­
portante en la Edad Media con ocasión de los conflictos entre
el papa y el emperador. Valla demostró que no contenía ningún
valor histórico, ya que era imposible que el emperador Cons­
tantino tuviera con él la menor relación. Esta obra de Valla
muestra profundos conocimientos filosóficos y acertado sentido
histórico y abrió el camino a la crítica textual moderna.
1407-1457
Lorenzo Valla (1407-1457)
Inicios de la Biblioteca Vaticana 9 27
Pueden citarse otras obras de Valla: traducciones del Nuevo
Testamento, de Herodoto y de Tucídides; las escribió por en­
cargo de la corte pontificia. La forma en que había desmentido
la «donación de Constantino» no le impidió ser nombrado en el
año 1447 secretario del papa Nicolás V.
Un papa promotor: Nicolás V
Nicolás V es una de las figuras más importantes del huma­
nismo. Se ha dicho que, gracias a él, el Renacimiento llegó
hasta el trono pontificio. Nicolás era hijo de un simple médico
y en su juventud padeció pobreza y privaciones. En Florencia
se puso en contacto con el ideal humanista. Era uno de los
asiduos a la librería de Vespasiano Bisticci y alcanzó renombre
como experto conocedor de manuscritos clásicos. Sentía igual
interés por la teología, la filosofía clásica, la ciencia, la medi­
cina y, en resumen, por todos los aspectos del saber humano
de su época. Después de vivir muchos años desconocido, N i­
colás fue nombrado obispo de Bolonia, en 1444, y cardenal,
en 1446. Al año siguiente era elevado a la sede apostólica.
Al fin podría realizar su anhelado sueño: reunir una gran
biblioteca y emprender grandiosos trabajos de construcción.
Pero otros proyectos, aún más colosales, ocupaban su espíritu:
quería devolver a Roma su aureola de centro cultural de Italia.
Proyectaba hacer traducir al latín todas las obras de la Anti­
güedad griega a fin de hacerlas accesibles a los círculos no
eruditos. Para la realización de tal proyecto, hizo acudir a
Roma a cuantos humanistas pudo encontrar. Nicolás mantenía
un verdadero ejército de secretarios, cuya tarea era copiar los
manuscritos que sus agentes buscaban por toda Europa. Poco
a poco formó la mayor biblioteca de Italia. Contaba nada menos
que 350 obras griegas y 800 latinas, colección que constituyó la
base de la célebre Biblioteca Vaticana.
Los proyectos arquitectónicos de Nicolás no eran menos
impresionantes. A comienzos del siglo xv, Roma se hallaba
en una lamentable estado de decadencia. La antigua red de
caminos había quedado destruida, edificios impresionantes se ha­
llaban en ruinas y sólo una pequeña parte del área de ía antigua
Roma estaba habitada.
Convenientemente asesorado por el gran arquitecto León
Bautista Alberti, Nicolás inició la exhumación de estas ruinas.
El castillo de Santángelo, antiguo mausoleo de Adriano, fue
reconstruido por entero; lo restauró dándole forma de un magNicolás V, papa (1447-1455)
1447
28 • E l Renacimiento en Italia
nífico palacio renacentista. El propio Vaticano fue transforma­
do; la Capilla Nicolina fue decorada con maravillosos frescos de
Fra Angélico. Pero no era esto sólo: todos los alrededores
del Vaticano debían convertirse en una ciudad digna de la
Santa Sede: debían crearse nuevas bibliotecas, erigir nuevos
palacios, obras de arte y jardines. N o obstante, Nicolás, llevado
por su afán renovador, se hizo culpable de vandalismo contra los
monumentos antiguos, de los que extrajo los materiales nece­
sarios para las nuevas construcciones. El Foro, el Coliseo y el
Aventino fueron desmoronados
como canteras de donde se
sacaba la piedra y el mármol.
Sin duda fue Nicolás V con quien mejor se comprueba el
entusiasmo que caracteriza el período de expansión del huma­
nismo. Cabe sospechar que algún fin político se disimulara tras
sus iniciativas culturales. Convirtiendo Roma y la corte ponti­
ficia en centro de esta nueva corriente espiritual, quería ponerla
bajo la soberanía temporal de la Iglesia. De todos modos, no
cabe duda alguna acerca del interés de Nicolás por la cultura
clásica.
Al morir este papa se rindió homenaje unánime a su memo­
ria, sobre todo por parte del obispo de Siena, Eneas Silvio Piccolomini, uno de los hombres más discutidos y admirados de la
época. Lo propio que otras figuras de primera línea, Eneas Silvio
debe a Florencia los estímulos y el impulso decisivo para sus
posteriores actividades vitales. De allí procede su amor por la
cultura antigua y en la ciudad florentina entabló lazos de amis­
tad con un notable eclesiástico que allí se detuvo camino del
concilio de Basilea (1341). El prelado quedó tan gratamente
impresionado por Eneas, que le tomó a su servicio como se­
cretario.
Eneas Silvio, otro papa renacentista
Así comenzaron los largos viajes de Eneas Silvio por el
extranjero. Permaneció más de veinte años fuera de Italia y
vivió muchas y extraordinarias peripecias. En Basilea se hizo
célebre por la singular elocuencia que manifestó al defender
los derechos del concilio contra la Santa Sede. En Escocia
intrigó en provecho de Francia, para lanzar los escoceses contra
Inglaterra. En Alemania, después del concilio de Basilea, fue
nombrado secretario de la corte imperial y se convirtió pronto
en uno de los principales consejeros de Federico III. La exis­
tencia de Eneas nada tenía de monótona. Escribió audaces
1450
Semblanza de
P ío // •
29
poemas y licenciosas obras de teatro, tuvo más de una aventura
amorosa y discutió de política eclesiástica con el emperador.
Tenía formada menguada opinión del imperio y de los príncipes
alemanes. Según él, éstos no eran tan generosos como debieran
ser hacia los jóvenes literatos ambiciosos. «Ya que se interesan
más por la compañía de caballos y perros que por la de los
poetas —decía Eneas, furioso.—■, |deberían también morir como
caballos y como perros: sin honor!»
Al iniciar su carrera, Eneas apreciaba muy poco el poder
pontificio, pero en 1458, al ser elegido papa él mismo (bajo el
nombre de Pío II), pensó de muy diversa manera. Aprovechán­
dose de la gran experiencia política adquirida durante sus viajes,
Pío II dirigió la lucha contra cuantos pretendían limitar el poder
de Roma. Impulsó con nuevo vigor la antigua idea de una cru­
zada europea contra los turcos y apremió a todos los príncipes
a que apoyaran la empresa. El nuevo pontífice manifestó que
tomaría él mismo el mando de la flota que conduciría los cruza­
dos a Constantinopla. La noticia dejó estupefactos a sus con­
temporáneos. El viejo Cosme de Médicis movió su cabeza con
escepticismo: «El papa es un anciano —dijo—, y vedle consa­
grado a una empresa que sólo un hombre joven podría llevar
a buen fin».
Pío II no realizaría sus temerarios designios. Venecia pro­
metió poner una flota a su disposición y el papa se dirigió a
Ancona, puerto del Adriático, para embarcar en el navio que
debía conducirle a la gran contienda. Pero sus días estaban
contados. Casi moribundo, esperaba aún la llegaba de la flota.
Un día, el vigía anunció que por fin estaba ya a la vista. Pío II
hizo que le llevaran a la ventana y, temblando de emoción, vio
entrar doce grandes navios en el puerto. Murió al día siguiente.
Pío II recibió también universal homenaje: siendo papa se
había arrepentido de sus pecados de juventud, pero jamás
renunció a su viejo ideal humanista. Se sentía satisfecho por sus
éxitos diplomáticos y su rápida carrera al servicio de la Iglesia;
pero los trabajos literarios que prosiguió, pese a su elevación al
trono pontificio, le proporcionaron alegrías aún mayores. Pío II
es autor de una grandiosa obra acerca de Europa, llena de
descripciones pintorescas de todas las ciudades y países que
había visitado. Proyectaba completarla y hacer de ella una
amplia historia universal, según un plan fundamentado en lo
geográfico. Asia le sugirió el tema de otra obra histórico-geográfica importante. «La Historia nos enseña a conocer la época
en que vivimos», afirmaba convencido. Sus Memorias son tam­
Eneas Silvio (1405-1464)
1458
30 • E l Renacimiento en Italia
bién célebres; en ellas observa y describe a numerosas persona­
lidades extraordinarias que caracterizaron esta época.
El Renacimiento y la religión
Pío II fue un típico representante del Renacimiento en su
primera fase. Pocos han demostrado en forma tan diversa y
destacada aquello que los hombres del Renacimiento entendían
bajo el concepto de vivtus, que tanto admiraban. Para po­
seerla, era preciso estar dotado de viva inteligencia, pasiones
violentas, una voluntad indomable y una energía a toda prueba,
estar dispuesto a aceptar el propio destino tanto en lo prós­
pero como en lo adverso y llevar la astucia hasta el refinamien­
to, cualidades que hacían del hombre un artista capaz de mol­
dear su propia vida. Tal era el ideal humano del Renacimiento
y Pío II supo acercarse a él. Podrá parecer extraño que un
hombre dotado de tales cualidades fuera colocado al frente
de la Iglesia como «vicario de Cristo en la tierra». Con fre­
cuencia se le ha reprochado al Renacimiento que secularizó el
poder del papa y los hombres perdieron su antigua fe, rebelán­
dose contra los preceptos morales del cristianismo y convir­
tiéndose en verdaderos paganos. Ello no significa, sin embargo,
que el humanismo como tal tuviera un carácter pagano, hostil
al cristianismo, como pretendía Berdiaeff. Al ignorar sistemá­
ticamente la filosofía mística de Marsilio Ficino, se pregunta
con fundamento Fred Bérence por qué «el Renacimiento ex­
presa con un canto nuevo la alegría del alma aclamando a su
Creador y el entusiasmo del espíritu al recibir la luz». Otros
autores pretenden ver el verdadero núcleo del humanismo en
una aspiración consciente hacia la reforma de la vida espiritual
sobre bases religiosas. Hacen notar, además, que las generacio­
nes de finales de la Edad Media deseaban una vida nueva y
mejor, un resurgimiento, un renacimiento de la vida espiritual.
Este deseo se expresa vagamente en los grandes movimientos
heréticos franceses e italianos de los siglos xn y xm, y en el
que animaba a los franciscanos en su lucha contra la seculari­
zación del pontificado.
El ideal de reforma —afirman— fue la consigna de finales
de la Edad Media. Según ellos, Dante y Petrarca, los dos pre­
cursores del humanismo, habían propagado tales ideas religiosas
renovadoras, al manifestar tan apasionado odio a su época.
Ambos detestaban la filosofía, la teología y la literatura de sus
contemporáneos, y expresaron mejor que nadie el enorme dese­
1400-1500
Corrientes reformistas 0 31
quilibrio vital del siglo xiv, forjando el deseo de cosas mejores
y más bellas, el anhelo de un perfeccionamiento de la humani­
dad. Dante y Petrarca pretendían renovar el cristianismo con
ayuda de la antigua cultura pagana. A su modo de ver, el
cristianismo era la única base sobre la que podían levantarse
Europa.
H acia 1400, el humanismo se erigió en portavoz de la vida cultural
en Italia: «Considerado en pleno curso general de la Historia, no fue,
Una escena de la vida diaria en tiempos del Renacimiento. E n
primee término, un mercader y su amanuense. A la izquierda,
un artesano realiza al torno una talla en madera. M ás arriba, un
pintor con su discípulo. E n el centro, un médico y dos astrólogos.
A la derecha, un organista y su ayudante, que se ocupa de los
fuelles. Y al fondo, un panadero tras el mostrador.
1400-1500
32 • El Renacimiento en Italia
según Huizinga, sino la suplantación de la esperanza en una renova­
ción humana más vasta que había llenado el alma de los seres durante
siglos». A hora bien, pese a esta suplantación, el espíritu cristiano de
Dante y de Petrarca pudo ser continuado en más de un aspecto, ani­
mando a los humanistas del siglo xv. A menudo, eran adversarios de
la jerarquía eclesiástica, pero ello no significa que sintieran odio al
cristianismo. Considerándolo con mesura, eran tan buenos cristianos
como las generaciones de los siglos XIII y xiv. E n el tei'reno religioso
seguían su propio camino, a menudo trazado por la tradición, que no
era incompatible con el ideal humanista. Podrían ofrecerse numerosos
ejemplos de ello. Niccoló Niccolini no quiso morir sin que se celebrara
una misa en su casa. Es sabido que, en Inglaterra, atravesó Poggio una
profunda crisis religiosa, durante la cual estudió exclusivamente a los
Padres de la Iglesia y después ya no volvió a manifestar jamás la
menor duda sobre la verdad del dogma cristiano.
Huizinga ha descrito de este modo las relaciones entre el Renaci­
miento y la religión: «Los humanistas que eran verdaderos ateos o se
hacían pasar por tales, no representan la esencia del Renacimiento.
U n examen profundo m uestra claramente que el' contenido espiritual
del Renacimiento, pese a los elementos clásicos y paganos, era y per­
maneció cristiano, lo mismo que antes el arte medieval y más tarde
la Contrarreform a, T anto si escogemos a pintores flamencos o italianos,
Leonardo o Rafael, V eronés o Guido Reni, observaremos que, incluso
en el período barroco, las principales fuentes de inspiración del arte
figurativo fueron escenas bíblicas. E n general, se considera indiscutible
que el arte de la E dad M edia está imbuido de una profunda piedad.
Por otra parte, nadie pone en duda la devoción sincera de quienes
fueron inspirados por un catolicismo depurado con posterioridad a la
Contrarreform a. ¿No resulta absurdo admitir que el verdadero arte del
Renacimiento — comprendido entre la E dad M edia y la C ontrarre­
forma— no fue más que una prolongada hipocresía, una simple actitud
decorativa? ¿Cómo hubiera sido posible ese maravilloso impulso del
arte sin un mínimo de verdadera inspiración? Con tal m anera de ver
las cosas ¿no resultaría incomprensible todo el Renacimiento?».
LOS MÉDICIS Y EL PONTIFICADO
Los últimos años de Cosme de
Médicis
Se ha calculado en unos 130 000 el número de habitantes
de Florencia a mediados del siglo xv: gozaba fama de ser la
ciudad más hermosa de Europa.
En 1459, a la edad de dieciséis años, Galeazzo Sforza, hijo
de Francisco, hizo un viaje a Florencia. Cosme de Médicis, el
viejo amigo de su padre, le acogió con todos los honores. El jo­
ven quedó profundamente impresionado por cuantas bellezas le
1459
M uerte de un gran mecenas • 33
ofrecía la ciudad; pero le maravilló ante todo el palacio de los
Médicis: «Es, sin duda alguna, el palacio más hermoso del mun­
do», escribía a su padre. Palabras que despertaron en el viejo
Cosme un sentimiento de profunda satisfacción y le persuadie­
ron de que había realizado una obra perfecta. Reinaban la paz
y la prosperidad en esta ciudad, que gobernaba desde hacía
años y a la que había dotado por sus propios medios de las más
hermosas obras de arte. Hizo construir iglesias y conventos y
se enorgullecía sobre todo de la ayuda que prestó al convento
de San Marcos. Entre 1434 y 1471, él y su familia invirtieron
allí de 600 000 a 700 000 florines, un capital fabuloso. Cosme
tenía reservada una celda en el convento de San Marcos y se
retiraba a ella cuando sentía necesidad de reposo y de paz
y allí mantenía prolongadas pláticas con su confesor.
«Cosme hablaba de libros con los literatos y de teología con
los sacerdotes», dice Vespasiano Bisticci en sus Memorias.
Desde su juventud, Cosme se había apasionado por la filosofía
de Platón; cuando en 1438, en el concilio de Florencia, algunos
helenistas atacaron dicha filosofía, Cosme decidió hacer algo
para devolverle toda su autoridad al platonismo. Quería resuci­
tar la academia de Platón, pero antes debía encontrar el hombre
a quien confiar la dirección de la Academia que pretendía fun­
dar. Creyó haber descubierto el candidato ideal en un joven
de apenas veinte años de edad, Marsilio Ficino, hijo del mé­
dico de los Médicis. Le expuso sus proyectos y le rogó acudiera
a palacio para residir en él. Le prometió que podría dedicarse al
estudio de la filosofía sin inquietarse por su subsistencia, a fin
de prepararse para su futura tarea: la de director de la acade­
mia platónica. Marsilio aceptó con agradecimiento tan regia
proposición.
Marsilio Ficina correspondió perfectamente a las esperan­
zas que Cosme depositó en él y pese a la enorme diferencia de
edad, nació entre ambos una amistad profunda. Pero Cosme
envejecía y sentía que decaían sus fuerzas. Los últimos años
de su vida fueron ensombrecidos por contratiempos familiares.
La muerte de Juan, su hijo preferido, en 1463, fue el golpe más
penoso que sufrió.
El gran mecenas murió en 1464. Su hijo Pedro describe sus
últimos momentos en una carta que dirigió a sus dos hijos: «En
primer lugar, llevó a cabo un examen de su vida. Luego habló
del gobierno de la ciudad, de la administración de nuestra for­
tuna, de las posesiones de la familia y de vuestro porvenir. Se
regocijó de que hayáis demostrado ser jóvenes capacitados y
1434-1471
34 ® E l Renacimiento en Italia
llenos de promesas. Me aconsejó que os proporcionase una
buena educación, a fin de que así pudierais ser para mí una ayu­
da preciosa. Dos cosas le apenaban, decía: primero, que no
había logrado realizar todo cuanto pudo y quiso hacer; luego,
que yo no gozaba de buena salud y mantenía una existencia
difícil, a la vez que se alegraba de haber vivido mucho tiempo
y con tal conducta que estaba dispuesto a morir cuando la
Providencia lo dispusiera».
Marsilio Ficino escribió también líneas impregnadas de afec­
to hacia su bienhechor, que había sido poco menos que un
padre para él: «Su sabiduría no tenía igual. Era piadoso, noble
y justo hacia sus contemporáneos. Durante doce años he pla­
ticado con él de filosofía; y demostraba ser tan profundo en
este terreno, que incluso superaba a su inteligencia y energía
en la vida práctica». Por último, la ciudad de Florencia honró
de modo especial al primero de sus ciudadanos, grabando las
palabras «Padre de la Patria» sobre su monumento funerario.
Pedro de Médicis y su política financiera
Pedro, hijo mayor y heredero de Cosme, ha vivido mucho
tiempo en la Historia entre su célebre padre y su hijo Lorenzo,
más famoso todavía. Pedro fue considerado como el menos
importante y peor dotado de los antiguos Médicis, si bien las
investigaciones de modernos historiadores han demostrado que
ello constituye injusticia notoria, ya que era habilísimo nego­
ciante y a su agudo sentido de la política unía excelentes dis­
posiciones para la diplomacia.
A la muerte de Cosme, descubriéronse numerosos créditos
que, por razones políticas, nunca había querido recuperar. Cuan­
do Pedro asumió la dirección de la firma y realizó un balance de
la situación financiera, juzgó indispensable reclamar todo cuanto
se les debía, y exigió el reembolso de todos los préstamos con­
cedidos por su padre. Una grave crisis económica fue el resul­
tado de tal decisión. Muchas familias quedaron al borde de la
miseria y suplicaron a Pedro que les concediera moratorias, pero
nada ni nadie fue capaz de disuadirle.
Después de consolidar en tal forma los' asuntos financieros
de la familia, Pedro pudo dedicarse con mayor soltura al es­
tudio de la política internacional y a las consecuencias económi­
cas que se derivaban de ello. Se interesó, ante todo, por su
filial de Brujas, dirigida a la sazón por Tomás Portinari, que fue
famoso por su sentido artístico y desempeñó notable papel polí­
1464
Florencia, sede europea del dinero • 35
tico como representante de la firma de los Médicis. E l rey de
Inglaterra y el duque de Borgofia recibieron de él préstamos muy
cuantiosos. Desde sus primeras cartas previno Pedro a su amigo
Tomás con respecto a ciertas relaciones íntimas en exceso con
príncipes y otros grandes señores y le exhortó a que no residiese
demasiado tiempo en la corte de Borgoña. En dichos mensajes,
Pedro se revela como el perfecto tipo de burgués comerciante
que evita dejarse ablandar por el favor de los príncipes. Cuando
Carlos el Temerario heredó el ducado de Borgoña, el florentino
comprendió muy pronto que era preciso observar la mayor
prudencia en sus relaciones con el nuevo soberano. Luis XI se
había informado de que el representante de los Médicis tenía
adelantadas importantes sumas a Carlos y no ocultó su desagra­
do a Pedro.
Este último no sentía deseo alguno de provocar una ruptura
con Francia, pues compartía por entero las opiniones de su
padre y creía, como él, que la política exterior de Florencia
debía apoyarse en la alianza con Milán y en la amistad con el
monarca francés. Gracias a su talento político, pudo Pedro
evitar toda desavenencia con Luis XI. En general, sus gestiones
fueron tan acertadas que su régimen es considerado como el
período de mayor expansión en la historia de los Médicis.
Mantuvo la poderosa influencia de su casa en el mercado inter­
nacional y robusteció, al propio tiempo, la soberanía de su
familia en Florencia. Intentaron derribarle en 1466 y evitó el
peligro gracias a su intervención rápida y enérgica. Pedro mu­
rió en 1469. Nunca había gozado de buena salud.
La presuntuosa superioridad de los florentinos de la época
queda reflejada con bastante elocuencia en este párrafo de
una carta que un mercader florentino dirige a otro veneciano:
«Pretendéis que la muerte de Cosme nos arrastra a la quiebra.
Si acaso hemos perdido dinero, se debe sólo a la mala fe de
vuestros mercaderes levantinos, que nos ha costado muchos
millares de florines. Sí: Cosme ha muerto y está sepultado,
pero no se llevó consigo sus capitales y sus negocios al otro
mundo. Los ha dejado a su hijo y a su nieto, que se esfuerzan
por acrecentar todavía más su fortuna... para mayor fastidio
de los venecianos y de otros competidores envidiosos».
Lorenzo el Magnífico
Lorenzo de Médicis apenas había cumplido veinte años cuan­
do recibió la rica herencia de su padre. El joven era poco atracGobierno de P. de Médicis (1464-1469)
1465-1469
36 • E l Renacimiento en Italia
fcivo a primera vista, pero sus cualidades de jefe, su inteligencia
superior y su encanto irresistible hicieron de él una de las ma­
yores figuras de su época. Fue llamado Lorenzo el Magnífico.
Superó los límites que se habían impuesto su padre y su abuelo,
por estar dotado de una personalidad más recia y abierta. Con­
sideraba el comercio como la manera de ganar dinero y dey
servirse de él para gobernar un país y como una tarea impor­
tante a la que no intentaba en modo alguno sustraerse; pero
no lo convirtió en eje de su existencia, como Pedro y Cosme.
Para Lorenzo, lo esencial no era amasar la mayor fortuna de su
ciudad ni ser el ciudadano más poderoso: exigía más de la vida.
Ante todo, pretendía gozar de todo ló que podía ofrecerle en
cuanto a belleza y alegría.
En política interna, Lorenzo fue lo suficiente realista para
seguir, sin desviarse un ápice, el camino trazado por su padre
y su abuelo. Ello suponía, entre otras cosas, que no toleraría
en la ciudad oposición alguna a su régimen. Su política comer­
cial se apoyaba en un programa progresivo. Se esforzó en
inducir a los comerciantes florentinos a que construyeran sus
propios navios para transportar sus productos hacia nuevos
mercados, y no depender así de los fletes de otras ciudades
o estados. Pero aun a pesar de la competencia y capacidad de
Lorenzo, su régimen señala un retroceso en la firma familiar.
En Inglaterra, la guerra de las Dos Rosas ocasionó profundos
trastornos en la vida económica y los Médicis sufrieron, dé
rechazo, sus consecuencias. Esta casa había prestado enormes
sumas de dinero a Eduardo IV y su sucursal de Londres no
vislumbraba posibilidad alguna de obtener los reembolsos. La
situación se hizo insostenible y, en 1478, Lorenzo viose obli­
gado a cerrar su filial londinense con grandes pérdidas. Ya
en 1471 hubo de prohibir al director de su sucursal de Brujas
que pasara de cierto tope en sus anticipos al duque de Bor­
goña. En 1480, Lorenzo vendió esta oficina de Brujas a Portinari; la casa matriz perdía así uno de sus empleados más
eficientes.
L a conjura de los Pazzí
En aquellos años, Lorenzo tenía verdadera necesidad de
dinero en efectivo. De hecho, en 1478 se halló en situación
muy peligrosa durante una intentona rebelde en Florencia.
Algunos miembros de la antigua y rica familia de los Pazzi
organizaron una conspiración. Había estallado un conflicto entre
1478
Lorenzo el Magnífico (1449-1492)
Atentado en la catedral • 37
ellos y Lorenzo, y decidieron asesinarle junto con su hermano
menor, Julián, joven tan inteligente como amable de carácter.
Después de largas deliberaciones, acordaron que el atentado
se efectuaría el domingo 26 de abril, en la catedral de Florencia,
donde ambos hermanos solían asistir a misa. Algunos sacer­
dotes aceptaron el compromiso de ejecutar por sí mismos a
Lorenzo.
Llegó el día fatídico. Los fíeles se apretujaban en la inmensa
catedral. Lorenzo había llegado al frente de un séquito nume­
roso, pero Julián se hacía esperar. Varios conjurados corrieron
hacia él y le llevaron al templo entre alegres chanzas. En el
preciso momento en que el oficiante elevaba la Hostia y los
fieles bajaban humildes la cabeza, los conjurados se arrojaron
sobre Julián y le acribillaron a puñaladas. El joven se desplomó
moribundo. En un instante, la catedral fue un inmenso descon­
cierto. Lorenzo pudo desprenderse de su capa y arrollársela al
brazo izquierdo para detener los golpes de sus agresores. Lenta­
mente retrocedió hacia la sacristía, con intención de refugiarse
en ella. En el último momento se cerró tras él la pesada puerta
de bronce, regalo de Pedro de Médicis a la catedral. Lorenzo se
había salvado. Cuando se restableció poco después el orden
en el templo, un grupo de amigos le escoltó hacia palacio.
Los partidarios de los Médicis exigieron despiadada ven­
ganza. El arzobispo de Florencia, complicado en la conjura,
fue ahorcado, revestido de sus ornamentos litúrgicos, de una
de las ventanas del Ayuntamiento. La mayoría de los Pazzi
fueron condenados a muerte o encarcelados. Lorenzo de Médicis
apareció en el balcón de su palacio la misma tarde del atentado
y fue aclamado por una delirante multitud. En lo sucesivo, es­
taba seguro de su poder en Florencia. Pero sus enemigos exte­
riores no quedaron desarmados. Entre ellos figuraba el propio
pontífice.
Sixto IV inició su campaña contra Lorenzo, declarando el
interdicto a Florencia. Esta era una medida eficaz, pero aún
más lo fue la alianza de Roma, Nápoles, Siena y Lucca contra
Florencia. Cuando los coaligados enviaron un ejército con­
tra la ciudad, Lorenzo comprendió cuán grave era su situación.
Se encontraba por vez primera en su vida sin dinero. Para
evitar tal amenaza, hubo de adoptar drásticas medidas de
defensa y el allegar recursos le condujo a los mayores extre­
mos: echó mano de las arcas del Estado y además vendió
cuanto pudo de sus bienes personales. La fortuna familiar se
diluyó con increíble rapidez.
Conjura de los Pazgi (1478)
1478
38 ® E l Renacimiento en Italia
La veelía el© ¡os Médicis
En situación tan desesperada, Lorenzo arriesgó un viaje a
Nápoles para iniciar negociaciones con el rey Fernando. D es­
plegó entre sus presuntos aliados un esplendor y un lujo que
superaba con mucho cuanto había exteriorizado hasta entonces.
Supo atraerse a los napolitanos por su generosidad, inteligencia
y cortesía; el rey Fernando no resistió mucho las sutilezas de su
diplomacia. Era indispensable, aseguraba Lorenzo a Fernando,
marchar unidos contra el papa, que pretendía anexionarse terri­
torios de otros Estados, aun siendo ya demasiado poderoso.
Prosiguieron las negociaciones en tal sentido y, en febrero
de 1480, ambas partes se hallaban prácticamente de acuerdo en
todo. Fernando se declaró dispuesto a concertar una paz con
los florentinos.
Lorenzo regresó a Florencia entre las aclamaciones de su
pueblo, que organizó suntuosas fiestas en su honor. Fue precisa­
mente para rendirle homenaje, cuando Botticelli pintó su célebre
cuadro simbólico Palas Atenea venciendo al Centauro. Y Lo­
renzo gobernó a Florencia desde entonces como dueño absoluto.
Todas las funciones municipales recayeron en personas con
quienes podía contar. Algunas felices especulaciones financie­
ras le devolvieron la mayor parte del dinero perdido. Sin em­
bargo, la coyuntura económica nunca volvió a ser tan favorable
como a principios de siglo. El ocaso del siglo xv vio iniciarse
la época de los grandes descubrimientos geográficos, una nueva
era que no favorecería tanto a los estados mercantiles italianos.
Entonces sonó la hora de España, de Portugal, y también la
de Inglaterra. El Atlántico sustituía al Mediterráneo.
El primer objetivo de la política exterior de Lorenzo era
mantener la paz, finalidad que consiguió. Pero Lorenzo el Mag­
nífico comprendía demasiado a fondo la situación general de
Europa para regocijarse en exceso. Francia, sobre todo, le
inquietaba: «Quiera Dios que el rey de Francia no tenga un día
la idea de probar fortuna en una campaña contra nuestro país
■
—declaró en cierta ocasión— En tal caso, Italia estaría perdida».
E l circulo de Lorenzo
La vida cotidiana de Lorenzo de Médicis era de una senci­
llez digna y distinguida. Su mesa estaba siempre propicia para
sus amigos y para aquellos cuyo trabajo o personalidad le pa1479-1480
Alianza Flor encía-Nápoles (1480)
La intelectualidad florentina ® 39
recían interesantes; si bien esta hospitalidad ilimitada no iba
acompañada de un lujo exagerado.
Los mejores amigos de Lorenzo eran los hombres de ciencia,
artistas y literatos, entre ellos Cristóbal Landino, el comenta­
rista de Dante; los filósofos Marsilio Ficina, cuya Academia
Platónica vivía entonces su mejor época, y el conde Pico de la
Mirandola; los poetas Angelo Poliziano y Luigi Pulci. Lorenzo
procuraba ayudar a todos ellos con los medios a su alcance.
Constituía el verdadero eje de esta compañía intelectual, no
sólo por su riqueza, sino también por su talento personal, de cua­
lidades tan profundas como variadas. Cuando le preguntaban
cómo lograba hallar tiempo para consagrarse a la ciencia y a la
literatura, Lorenzo respondía: «Ello me alivia y me proporciona
sosiego espiritual».
En 1475, Julián, hermano de Lorenzo, organizó un torneo
en honor de su amada, la bella Simonetta. La justa fue acom­
pañada de un gran festín, donde Poliziano halló tema para sus
célebres Estancias o poemitas, trabajo que nunca fue termi­
nado. Julián fue asesinado en 1478 y el poeta no pudo continuar
su obra, aunque los fragmentos llegados a nosotros dan clara
idea del ansia de belleza que embargaba a los íntimos de
Lorenzo.
Nunca hasta entonces había expresado el Renacimiento en
forma tan exquisita su ideal de belleza femenina. Hay motivos
para creer que el poema inspiró la célebre Venus de Botticelli.
Las Estancias son algo más que una simple adulación. Poliziano
estaba muy ligado a los Médicis, a Lorenzo, sobre todo. Fue él
quien le salvó, en la catedral de Florencia, cerrando oportuna­
mente la pesada puerta de la sacristía. Lorenzo y Poliziano
gustaban de conversar juntos y pasaban horas agradables escri­
biendo poemas, redactando los programas de los carnavales,
torneos y partidas de caza. También discutían los medios más
eficaces para hacer buenos ciudadanos a los hijos de Lorenzo,
cuya educación estaba encomendada a Poliziano. La conver­
sación se elevaba a un nivel superior cuando Marsilio Ficino
se unía a ambos amigos; Marsilio era el florentino más sabio
de su época, y sin duda también el filósofo más independiente,
y por ello Lorenzo le mostraba tan singular afecto.
Marsilio Ficino se había propuesto la misión de establecer
lo que él llamaba religión natural, eclecticismo religioso cuyos
principios esenciales serían idénticos para todas las doctrinas
y seres humanos. Ante todo, pretendía demostrar que el cris­
tianismo podía concordar con la doctrina platónica y la filosofía
Marsilio Ficino (1433-1499)
1475-1478
40 • E l Renacimiento en Italia
antigua en general. Quería llegar a una armonía completa entre
los diversos mundos de la fe, de la ciencia y de la belleza.
Otro amigo de Lorenzo, filósofo de alta alcurnia, fue el
conde Pico de la Mirandola. Lorenzo no cesaba de manifestar
que «había muy pocos hombres hacia quienes sentía un respeto
mayor y una simpatía tan profunda como a Pico de la Mirán­
dola». En cuanto a este humanista, gozaba reputación de ser
un pozo de ciencia. Apenas cumplidos los veinte años sor­
prendió a sus contemporáneos invitando a todos los eruditos
del mundo a un debate sobre novecientos principios filosóficos
y teológicos formulados por él. Tan extraordinaria reunión fue
prohibida por las autoridades eclesiásticas, que creían vislum­
brar ciertas herejías en las tesis de Pico de la Mirandola.
Furioso entonces, publicó un escrito para defenderlas. Fue des­
terrado y se refugió en Francia, donde fue reducido a prisión,
aunque recobró su libertad algunos meses más tarde y acudió
a establecerse en Florencia, donde tomó parte activa en los
debates acerca de Platón organizados por Lorenzo y Marsilio.
Como éste, Pico de la Mirandola buscaba una síntesis entre
las diferentes religiones y sistemas filosóficos.
Pico de la Mirandola sufrió mucho a causa de tales acusa­
ciones heréticas fulminadas contra él, que no fueron retiradas
hasta 1493 por el papa Alejandro VI. En Florencia conoció
también al prior del convento de San Marcos, Jerónimo Savonarola, que comenzaba a darse a conocer por sus tentativas de
reforma religiosa. El humanista fue muy influido por este reli­
gioso. El antigua sibarita abandonó todos sus bienes y se retiró
del mundo, para consagrarse al estudio y a meditaciones pia­
dosas. Murió joven, a los treinta y un años de edad, en 1494;
pronunció los votos monásticos en su lecho de muerte y fue
enterrado con hábito de dominico.
El «mecenas renacentista»
Lorenzo era, en cierto modo, la síntesis del grupo; reunía
en su persona talento y cualidades de todos sus amigos. Poseía
la seriedad y la profundidad de Marsilio, era jovial y popular
corrio Poliziano, aristócrata y señorial como Pico de la Mi­
randola. Estos diferentes rasgos de carácter se manifiestan en
su poesía y aunque sólo componía versos como pura distrac­
ción, sus obras figuran entre las mejores de la literatura del
Renacimiento italiano.
Así, es célebre su gran poema mitológico y alegórico sobre
1490-1494
Pico de la Mirandola (1463-1494)
La poesía de Lorenzo de M édicis • 41
la ninfa Ambra —nombre dado por Lorenzo a una de sus villas
campestres— y el dios Ombrone, que personifica el riachuelo
que atraviesa la finca. El poema cuenta cómo el dios del río
ve a la hermosa ninfa, se enamora perdidamente de ella e intenta
raptarla. Ombrone, al no conseguir apoderarse por sí mismo
de la ninfa, va en busca de Arno, otro dios de los ríos, en de­
manda de ayuda. Arno se compadece del desgraciado amante
y ambos emprenden su persecución. Desesperada Ambra, invoca
a la diosa Diana e implora su protección, y apenas termina su
ruego, la diosa Diana la metamorfosea en roca y la libra de este
modo de sus perseguidores. En este poema, Lorenzo expresa
de manera patente su amor por la naturaleza y la vida de la
campiña. Le gustaba caminar por los bosques y nada apreciaba
tanto como la caza. «Cazamos de la mañana a la noche —es­
cribía Poliziano durante una de esas temporadas pasadas en el
campo—■. Puede decirse que no hacemos otra cosa. Según me
acaban de informar, vamos ahora a cazar ciervos para cambiar
un poco.»
En los célebres poemas de carnaval nos encontramos con
otro Lorenzo distinto: no canta aquí a la hermosa y casta ninfa
Ambra. Puede decirse que las fiestas de carnaval eran la más
característica manifestación de la alegría de vivir de Florencia,
y Lorenzo participaba personalmente en ellas con el mayor
entusiasmo. Estaba dispuesto siempre a organizar, incluso a su
costa, estos regocijos populares. Es cierto que los carnavales
de Lorenzo labraron más su popularidad que todos sus triunfos
diplomáticos y el generoso apoyo que dispensaba a sabios y
hombres de letras. Los alegres cortejos recorrían las calles de
Florencia cantando las canciones que había compuesto el primer
ciudadano de la población y, de hecho, su dictador. Estos cantos
reflejaban cierto goce de vivir impregnado de sensualidad y
trasluciendo entre líneas cuanto se quisiera, salvando las bue­
nas formas.
La poesía filosófica y religiosa dé Lorenzo, sus Laudi, re­
presentan un tercer matiz de su talento poético. Parecen muy
influidos por Marsilio y en general por la tendencia platónica.
Sus reflexiones aparecen penetradas de profunda piedad, de un
sincero deseo de paz y singular clarividencia en los grandes
problemas de la vida. Lorenzo se muestra aquí muy próximo
a Pico de la Mirandola, siempre sediento de verdad.
La salud de Lorenzo se resentía desde tiempo atrás, y
en 1492 se vio obligado a guardar cama. Sintiendo próxima su
muerte, hízose conducir a su casa de campo de Careggi, donde,
1492
42 • E l Renacimiento en Italia
antes que él, acabaron sus días muchos otros Médicis. Allí
congregó por última vez a todos sus amigos. Lorenzo deseaba
en especial que acudiera Pico de la Mirandola y, al verle, su
rostro, señalado ya por el estigma de la muerte, se iluminó
de gozo. Lorenzo se entretuvo largo tiempo con él, y dio gracias
a su amigo por todo cuanto le había enseñado, expresándole en
términos emotivos cuánto sentía dejar la vida: «Hubiera que­
rido vivir mucho más para ver al. ñn completada tu biblio­
teca». Lorenzo murió en abril de 1492; con él se disipaba la
época más gloriosa de la historia de Florencia y quizá de todo
el Renacimiento italiano.
SAVONAROLA» L A A U S T E R ID A D M IL IT A N T E
Un dominico excepcional
Lorenzo no convocó sólo a sus amigos íntimos a su lecho
de muerte. Recibió también a uno de sus enemigos más encar­
nizados: Jerónimo Savonarola, célebre en la Historia por su
moral rigurosa y su celo reformista. La tradición tejió muchas
leyendas acerca de la confrontación de ambas personalidades
tan diferentes, por no decir opuestas. Pretende, por ejemplo, que
Savonarola exigió del moribundo la restitución de los bienes
mal adquiridos y la libertad de Florencia. Habiéndose negado
Lorenzo a ello, Savonarola se alejó sin escucharle en confesión.
Todo lo cual es pura leyenda. Lorenzo pidió la bendición de
Savonarola con tacto y sencillez, y éste se la dio en tono
amistoso.
Pero si en la alcoba mortuoria de Lorenzo no estalló el con­
flicto descrito por la tradición, el encuentro entre el Magnífico
y su adversario no fue por ello menos dramático. Savonarola
cumplió con sus deberes de sacerdote y mostró caridad cristiana,
pero salió de allí convencido de que los ideales humanistas de­
fendidos por Lorenzo le acompañaban a éste hasta la tumba.
Savonarola nació en Ferrara en 1452. Ante todo, su padre
le hizo estudiar filosofía, el joven leyó a Platón y no sintió
por él ningún entusiasmo. En cambio, le atrajo Aristóteles y, en
consecuencia, la filosofía que le impresionó más fue la de Tomás
de Aquino: la doctrina del gran escolástico tuvo un efecto
decisivo en la evolución ideológica de Savonarola. Una vez
Jerónimo hubo pasado sin tropiezos su examen de maestro en
filosofía, inició el estudio de ía medicina para seguir la tradi­
1452-1470
Savonarola (1452-1498)
Una voz en el desierto
43
ción familiar, aunque desde su infancia se sintió atraído por la
religión. Siendo joven estudiante, tuvo oportunidad de observar
el mundo y le espantó la corrupción que le rodeaba. En la
corte de Ferrara, donde reinaba la célebre familia de Este,
las costumbres eran muy licenciosas. El abuelo del soberano
reinante, Hércules, se había entregado a una vida desordenada
y se le atribuían ochocientas amantes. El carácter de Savona­
rola fue además influido por una dolorosa experiencia personal.
Se había enamorado de una joven perteneciente a la ilustre
familia florentina de los Strozzi; intentó pedir su mano y la
joven le respondió altanera: «¿Cómo puedes imaginar que una
Strozzi vaya a desposarse con un Savonarola?».
Tan desgraciada aventura incrementó el disgusto que Sa­
vonarola ya sentía por la vida mundana. Decidió interrumpir
sus estudios de medicina para entrar en religión. En 1475,
Savonarola partió hacia Bolonia, donde fue admitido en la
orden de los dominicos y una vez en el convento puso tanto
ardor en el estudio de la teología que atrajo pronto la atención
de sus superiores. Le enviajan a la universidad de Ferrara,
en 1479, para perfeccionar en ella su educación científica. Dos
años más tarde fue trasladado al célebre convento de San Mar­
cos de Florencia.
L a elocuencia de la moralidad
Savonarola fue nombrado «lector» del convento florentino.
Su misión consistía en explicar la Sagrada Escritura a los mon­
jes y a los laicos que se interesaban en su estudio. Destacóse
por la elocuencia de sus sermones, en que el joven dominico no
cesaba de repetir que la Iglesia debía ser purificada y renovada
lo antes posible. Pero lo cierto es que el régimen entonces
vigente en Florencia no podía apreciar el valor de tales prédi­
cas, aunque es posible también que Lorenzo de Médicis no
deseara que el pueblo fuese dirigido por otra voz que no fuera
la suya. Por una u otra razón, el joven reformador de San
Marcos se enteró un día que le habían destinado a Ferrara
y que debía abandonar Florencia inmediatamente.
A Savonarola no le quedó otro recurso que obedecer, pero
tres años más tarde volvió de nuevo al convento de San Mar­
cos. Es posible que Pico de la Mirandola defendiera su causa.
Esta vez Savonarola regresó con carácter definitivo. En 1491
fue nombrado prior de San Marcos e inició en el mismo año sus
sermones en la catedral de Florencia, donde el número siempre
1475-1491
44 • E l Renacimiento en Italia
creciente de sus oyentes atestiguó bien pronto su influencia.
Fustigaba sin descanso la impiedad de los florentinos y con­
denaba con pasión la filosofía puesta de moda en los últimos
decenios: la filosofía del humanismo y del goce de vivir. Sus
acusaciones se dirigían en especial contra las autoridades de la
ciudad, que patrocinaban tanta corrupción mundana, y contra
los sacerdotes, que no hacían nada por oponerse a ella. Savo­
narola se tornaba cada vez más temerario y se inflamaba de
entusiasmo ante la idea de un renacimiento de la Santa Iglesia
de Dios. Por todo ello, es injusto catalogar a Savonarola
entre los precursores de la Reforma. En modo alguno tenía
Savonarola predicando en Florencia.
intención de oponerse a la doctrina misma de la Iglesia, Su
doctrina teológica se basaba en los escritos de santo Tomás
de Aquino y Savonarola no atacaba el poder temporal del
papa, sino la forma excesivamente secular que este poder había
adoptado en su época.
Savonarola estaba íntimamente convencido de que Dios le
ordenaba allanar el camino a una nueva reforma de la Iglesia.
1491
Rendición de Granada (1491-1492)
Ludovico el Moco • 45
Se creía dotado de poderes extraordinarios, sobre todo de ca­
pacidad para leer en el porvenir. De hecho, Savonarola era
más profeta que reformador y predecía acontecimientos concre­
tos. Un poderoso dominador, un nuevo Ciro descendería de los
Alpes para saquear y castigar Italia. Después, Florencia ten­
dría un nuevo gobierno. Nada contribuyó tanto al prestigio de
Savonarola como la realización de esta profecía, puesto que la
predicación se hizo realidad en 1494, un año singularmente
importante en la historia de Italia y de toda Europa.
Complicaciones políticas en Italia
En Florencia, al morir Lorenzo de Médicis en 1492, empuñó
las riendas del gobierno su hijo Pedro el Joven. Más que a su
padre, Pedro se parecía a su madre, la altiva aristócrata Clarisa
Orsini. N o se observa en él rastro alguno de aquella sencillez
característica de los primeros Médicis. Pero era orgulloso,
despectivo, con la triste habilidad de crearse enemigos. Pronto
fue evidente que Pedro no desempeñaría un papel de primera
categoría como banquero ni como político. Los primeros Mé­
dicis habían cimentado su política exterior en dos principios;
Florencia debía conservar a cualquier precio la alianza con
Milán y la amistad con Francia. Pero en sus últimos, años,
Lorenzo no había observado estas normas con toda la firmeza
que la situación requería. La alianza con el rey Fernando de
Nápoles perjudicó sus buenas relaciones con Milán, a conse­
cuencia de las graves diferencias entre Milán y Nápoles. A la
larga resultó imposible mantener la común alianza con cada
una de estas potencias.
En Milán, había muerto Francisco Sforza en 1466, dejando
heredero del ducado a su hijo Galeazzo María Sforza, y el
nuevo duque puso todo su empeño en convertir su corte en
la más brillante de Europa. Procedía de su madre la tenden­
cia a cierta debilidad mental, propia de los Visconti, y en
Galeazzo la tara familiar se manifestó en una crueldad real­
mente patológica. Fue asesinado en 1476, y su hijo menor,
Juan Galeazzo, fue proclamado duque de Milán, aunque, en
realidad, el poder pasó a manos de Ludovico el Moro, hermano
del soberano asesinado.
Desde su juventud, Juan Galeazzo arrastró una existencia
disipada: bebía sin moderación y sus desórdenes .sexuales sor­
prendieron incluso a sus contemporáneos, tan poco sensibles
a tales escrúpulos. Ludovico impulsaba a su sobrino al vicio,
Descubrimiento de América (1492)
1492
46 • El .Renacimiento en Italia
ya que su propio poder quedaba así fortalecido, de forma que
Ludovico pudo regir Milán bastantes años, en el más absoluto
desprecio de los derechos de su sobrino. Con su mujer, la
alegre y altiva Beatriz de Este, llevaba en su corte una fastuosa
y espléndida existencia.
Pero Ludovico aprendería a su costa que nada hay seguro
en la vida. Juan Galeazzo se desposó con Isabel de Aragón,
nieta de Fernando I de Nápoles, joven enérgica e inteligente,
que no soportó mucho tiempo las humillaciones que Ludovico
les hacía sufrir tanto a ella como a su veleidoso marido. Fue 1
a quejarse a su padre Alfonso, hijo y heredero de Fernando,
y en él halló protección: hizo comprender a Ludovico que
había sonado la hora de resignar el poder y devolverlo a su
legítimo poseedor. Al comprobar que sus advertencias resulta­
ban inútiles, Alfonso concentró sus tropas dispuesto a marchar
contra Milán. Y ante tan delicada situación, Ludovico el Moro
solicitó el apoyo del monarca francés.
Reinaba en Francia entonces Carlos VIII, hijo de Luis XI.
Según un cronista, este soberano se parecía más a un mons­
truo que a un hombre. En realidad, era un romántico, un so­
ñador. En su juventud había escuchado embobado la bella
retórica ampulosa en que se exaltaba hasta la hipérbole el papel
histórico de los reyes de Francia, protectores -oficiales del papa
y de la cristiandad, teorías más o menos ingenuas que debían
ser realizadas en Italia. En otro tiempo, la casa de Anjou había
reinado en Nápoles, y hubo de ceder su lugar a la dinastía
aragonesa a mediados del siglo xv, pero sus derechos habían
sido transmitidos a la corona de Francia. Carlos VIII decidió
hacer valer tales derechos y se sintió con vocación a las grandes
hazañas. Cuando hubiera sometido Nápoles, la ciudad dorada
por el sol, se pondría al frente de una cruzada y arrojaría a los
turcos de Europa.
La invasión francesa
En 1494, los ejércitos de Carlos VIII se pusieron en marcha,
no hallando por parte alguna verdadera resistencia. Milán tri­
butó a Carlos una grandiosa acogida: las fiestas se sucedieron
sin interrupción y, tras esta grata hospitalidad, el rey se diri1 Alfonso V, llamado el Magnánimo, hijo de Fernando de Antequera y m o­
narca de Aragón y Cataluña, había conquistado Nápoles en 1443, y al morir legó
esta reino a su hijo natural Fernando, que gobernó Nápoles de 1458 a 1494, sucediéndole su hijo Alfonso, que sólo ocupó el trono un año i 1494-1495).
1490-1494
Juan Galeazzo Sforza (1469-1494)
Savonarola, sucesor de los Médicis # 47
gió a Florencia. La noticia de su llegada sumió a los habitantes
en la más profunda consternación y Pedro de Médicis no sabía
qué partido adoptar. Cuando los florentinos se persuadieron de
que ni siquiera intentaría contener a los invasores franceses, su
actitud se hizo tan amenazadora que Pedro hubo de abandonar
precipitadamente aquella ciudad que sus antepasados habían go­
bernado durante tantos años. El populacho saqueó su espléndido
palacio.
El prestigio de Savonarola se incrementó a medida que de­
clinaba el de Pedro. ¿Acaso no había demostrado ser aquel
monje un verdadero profeta del Señor? En medio de la con­
fusión general, el poder pasó por unos instantes a manos de
Savonarola, el enviado de Dios, que cargó sobre sí la responsa­
bilidad de negociar con Carlos y se puso al frente de una de­
legación para darle la bienvenida fuera de los muros de la
ciudad. Al fin, el 17 de noviembre de 1494, el rey de Francia
efectuaba su entrada en Florencia. Marsilio Ficino, gran hu­
manista y director de la Academia Platónica, pronunció un
discurso en su honor.
Carlos no permaneció mucho tiempo en Florencia. Continuó
su ruta hacia el sur, donde le requerían sus grandiosos proyec­
tos. Y Florencia experimentó entonces un cambio de régimen,
según lo predijo Savonarola. Desapareció la forma política
creada por los Médicis y el gobierno volvió a ser teóricamente
democrático, aunque de hecho el prior de San Marcos reafirmó
su dictadura sobre la ciudad. Fue a la sazón cuando Savonarola
inició un período de reformas, soñando con trasformar Floren­
cia en una ciudad de Dios, una nueva Nazaret, desde donde la
renovación religiosa se propagaría a otras regiones de Italia y
de Europa.
El reformador actuó con energía contra la corrupción de
costumbres y la frivolidad de sus contemporáneos y no retro- •
cedió ante las medidas más extremadas. Florencia acogió mul­
titud de niños abandonados que vagabundeaban por los cami­
nos y a Savonarola se le ocurrió la idea de reclutarlos para
que constituyeran la juvenil vanguardia de su movimiento y una
especie de policía infantil. Su plan superó todas las esperanzas.
Un «despertar» religioso cundió entre la juventud abandonada;
los niños acudían en gran número a ingresar en el servicio de
Dios. Una vez pronunciados sus votos, eran enviados a la po­
blación para iniciar en ella su obra. Y así, durante algún tiempo,
la exaltación religiosa y el fanatismo triunfaron en Florencia,
mientras que fuera de la ciudad se desarrollaban importantes
Carlos VIII en Italia (1494)
1494
48 • El Renacimiento en Italia
acontecimientos. Carlos VIII había entrado en Roma sin en­
contrar la menor oposición.
Poco después, las tropas francesas se encaminaron hacia
Nápoles. El rey Alfonso perdió la serenidad, como antes Pedro
de Médicis y el papa. Abandonó su trono y se refugió en un
convento donde murió algún tiempo después. Ante la confusión
general, también Nápoles se rindió en febrero de 1495. Carlos
había podido atravesar toda Italia sin entablar una sola batalla.
Angustiadas, las gentes comentaban que ni el propio Julio César
había logrado semejantes victorias en tan poco tiempo.
Los franceses se retiran
La inquietud de los italianos ante los éxitos de Carlos VIII
era compartida por el emperador Maximiliano I y por los Reyes
Católicos, decididos a oponerse al avance triunfal de los fran­
ceses en Italia. En 1495, España, el emperador y varios es­
tados italianos, construyeron una Liga que logró expulsar de
Italia a Carlos VIII, que perdió todas sus conquistas.
Tales acontecimientos reportarían consecuencias. Sólo un
estado italiano, aunque de los más importantes, había rehusado
categóricamente adherirse a la alianza contra Carlos. Para el
reformador florentino, Carlos VIII era un hombre providencial.
Proclamaba en el púlpito, en patéticos sermones, que el mundo
entero nada podría contra Carlos, elegido de Dios. Y al infor­
marse el papa Alejandro VI de su actitud, comprendió hasta
qué punto era peligroso Savonarola. La primera medida que
adoptó fue prohibirle predicar y luego le llamó a Roma para
que le rindiera cuentas de su actuación.
Savonarola no obedeció al Papa ni se presentó en Roma.
Al contrario, desafió con audacia a las mayores dignidades
eclesiásticas y se mostró aun más hostil a la Iglesia y más en­
carnizado en su oposición. Sus grupos infantiles recibieron orden
de inspeccionar las casas y confiscar cuantos objetos frívolos y
dañosos a la moral encontrasen en ellas. Cumplida su misión,
los niños trasladaron su botín en procesión solemne a la plaza
del Ayuntamiento y allí amontonaron los espejos, estuches de
polvos y maquillaje, naipes, dados, cuadros de valor artístico
innegable, libros y obras de Petrarca, Boccaccio y otros escri­
tores más o menos famosos. Formaron una enorme pira con
todo ello y le prendieron fuego entre las aclamaciones de la
muchedumbre. Los mercaderes florentinos propagaron el nombre
de Savonarola por toda Europa. Se hablaba de él en los mer1495
Coalición contra Francia (1495)
M ien tra s que C és ar Borgia (a la izquierda) sirvió las am bi­
ciones vaticanas m ediante la intriga y la corrupción, M a ­
quiavelo, el p rim e r teo rizan te político, observó sus m anio­
bras, y analizó, en «El Príncipe», los m ecanism os del poder.
Savonarola fue un d etra cto r violento de las costum bres de
su época y fustigó la corrupción de la Iglesia. Sus ansias
reform adoras le condujeron a la hoguera. (Plaza de la
Señoría, en Florencia, el día de su ejecución, y retrato del
céleb re dom inicano, inm ortalizado por Fray B artolom eo.)
E S E E o " ? ! M oTo 6 o t a MJ L á ,'ú o L í í d t ° d e S t e
" am ad°
Últimos años del predicador • 49
cados de Lyon, de Bruselas y de Londres y el propio sultán
de Constantinopla se interesó por el prior de San Marcos, pi­
diendo al cónsul de Florencia noticias más precisas sobre el
terrible monje.
La Italia de aquel tiempo vivía presa de angustia y deses­
peración. Las gentes creían otra vez cercano el fín del mundo,
superstición demoledora en extremo. La terrible epidemia de
sífilis que diezmó el ejército de Carlos VIII ante los muros
de Nápoles contribuyó mucho a extender tal creencia. Según
parece, fue esta, la primera vez que dicha plaga hizo su apari­
ción en Europa. El azote castigó a todas las clases sociales y
los médicos se consideraban impotentes para combatirlo.
La caída de Savonarola
Cuando el papa se convenció de que era imposible lograr
que Savonarola se retractase, le desterró (1497). Savonarola se
defendió encolerizado y clamó contra la injusticia del interdicto:
«Sólo predico la verdadera doctrina católica, tal como la ha
expuesto la Iglesia romana», escribía a Roma.
Entretanto, en Florencia cambiaba la situación. Constituyó­
se un poderoso partido de burgueses influyentes, adversarios de
Savonarola por acarrear su régimen de austeridad desastrosas
consecuencias financieras para los mercados florentinos. El
reformador fue pronto objeto de violentos ataques, pero no se
consideró vencido. Savonarola declaró que continuaría predi­
cando y en su primer sermón en la catedral de Florencia tronó
contra el papa y sus predecesores en el solio, en especial Boni­
facio VIII por haber relajado la Orden de los dominicos indu­
ciéndoles a la codicia de los bienes temporales y de los honores
seculares.
Savonarola declaraba que el poder supremo de la Iglesia reposaba
en manos indignas: «Hoy, los prelados hablan con descaro de sus
hijas, las prostitutas van y vienen por los corredores del Vaticano y
se cometen pecados en público». Y proseguía: «No tengo intención
de derribar a la máxima autoridad de la Iglesia, sino al contrario, lo
que deseo es hacerla más fuerte».
Savonarola esperaba convencer a los soberanos de Occidente para
que exigieran la convocatoria de un concilio general que acabara con
Alejandro VI y sus partidarios. Sabía que Maximiliano era favorable
a este proyecto, <y esperaba gdemás obtener apoyo de Carlos VIII.
Escribió a ambos monarcas para exponerles sus proyectos, pero no
recibió de ellos respuesta alguna.
1497-1498
50 ® E l Renacimiento en Italia
Descorrióse el telón ante el último acto de la vida de Savo­
narola. Cierto monje franciscano exigió del prior que se some­
tiera a un juicio de Dios (la prueba del fuego), ofreciéndose
a su vez a pasar también por ella. La prueba decidiría si el
interdicto fulminado contra Savonarola estaba o no justificado
y si el predicador era o no un enviado de Dios. La noticia de
tan singular desafío se propagó como reguero de pólvora por
toda la población y durante muchos días fue motivo de conver­
saciones, Savonarola se vio obligado a aceptar. Sin embargo,
no sería él quien sufriría la prueba del fuego, sino uno de sus
más fieles partidarios o colaboradores. Si aquel sustituto no su­
peraba la prueba, Savonarola prometía abandonar la ciudad en
el acto.
Los florentinos esperaban aquel extraordinario espectáculo
con impaciencia. Erigióse un andamiaje de madera, de varios
centenares de metros de largo, donde se colocaría el fuego;
ambos adversarios debían recorrerlo una vez en cada sentido.
La experiencia quedó fijada para el 7 de abril de 1498. Aquel
día toda la población estuvo pendiente del suceso. Pero trans­
currían las horas sin qüe ocurriera nada. La muchedumbre se
impacientó. Al fin se anunció que no se llevaría a cabo el es­
pectáculo, porque era demasiado tarde y la oscuridad imposi­
bilitaba su realización.
A la mañana siguiente circuló el rumor de que Savonarola
se había retirado con vanos pretextos y el populacho se enar­
deció. Entraron en escena hábiles instigadores que turbaron los
ánimos con.sus insinuaciones y amotinaron a los descontentos
hasta tal punto que la muchedumbre prendió fuego al convento
de San Marcos y se apoderó de Savonarola. El dictador caído
fu^ sometido a prolongada tortura antes de iniciar su proceso
y fue «interrogado» aplicándole uno de los métodos más eficaces
a la sazón: con las manos atadas a la espalda, el prisionero
fue izado hasta el techo. N i los más valientes resistían este
tormento. Para Savonarola fue también excesivo y, vencido por
el dolor, declaróse dispuesto a firmar una confesión completa.
El juicio pudo llevarse entonces a efecto y Savonarola fue con­
denado a perecer en la hoguera.
La sentencia se ejecutó el 23 de mayo de 1498. Una inmensa
muchedumbre acudió para ver cómo llevaban a Savonarola a
la hoguera. A fin de abreviar sus padecimientos, le ahorcaron
antes de entregar su cuerpo a las llamas. Sus cenizas fueron
arrojadas al Arno.
1498
Suplicio de Savonarola (1498)
Un español en el solio pontificio * 51
LA FAMILIA BORGIA
. i
Rodrigo Borgia, papa Alejandro VI
Las acusaciones que Savonarola profería contra su peor
enemigo, el papa Alejandro VI, eran fundadas en su mayor
parte. Alejandro era un hábil político, pero nada tenía de re­
ligioso. A él debía aludir cierto embajador francés que, a co­
mienzos del siglo xvi, escribía el comentario siguiente: «Muy
cierto es que resulta difícil ser' al propio tiempo soberano secu­
lar y hombre piadoso. Quien lea atentamente la Biblia, podrá
reconocer que los papas, llamados también Vicarios de Jesu­
cristo desde el momento de su elección, han introducido una
nueva doctrina que nada tiene de común con la de Cristo, salvo
el nombre. Pues Jesucristo predicó la pobreza y ellos buscan
la riqueza; El hizo de la humildad un deber, pero ellos siguen
las leyes del orgullo; El exigió la obediencia y ellos pretenden
dominar el mundo.»
Antes de ser elevado al trono pontificio, Alejandro VÍ se
llamaba Rodrigo Borgia. Nació en España, entró muy pronto
al servicio de la Iglesia e hizo rápida carrera. Elegante, apues­
to, inteligente y sin escrúpulos, tenía, además, poderosos pro­
tectores; el más importante de ellos su tío, el papa Calixto III,
quien durante los tres años de su pontificado (1455-1458) nom­
bró a su sobrino cardenal y vicecanciller de la corte pontificia.
Pronto figuró entre los más opulentos cardenales. Una fortuna
llegada con oportunidad, pues Rodrigo Borgia ostentaba una
vida lujosa y mundana. Galanteaba a las mujeres con éxito y
con desenvoltura, y viose complicado en tales escándalos que
Eneas Silvio hubo de dirigirle enérgicas reconvenciones.
La Roma pagana entra en el Vaticano
Rodrigo Borgia contribuyó como nadie a hacer famosa la
Roma renacentista a causa de la corrupción de su clero. Un
elevado dignatario de la corte pontificia describe en un Diario
de finales del siglo xv que «todos los eclesiásticos, desde el
primero al último peldaño de la jerarquía, mantienen amantes
y no tratan de ocultarlo». Lorenzo de Médicis dijo que Roma
era una ciénaga. En cuanto al cardenal Rodrigo Borgia, no
era entonces el único prelado romano que llevaba vida disi­
pada. Sólo se diferenciaba de sus colegas en que no perdía de
1450-1500
52 • E l Renacimiento en Italia
vista su carrera personal. Cuando Inocencio VIII murió en
1492, Rodrigo manejó todos los recursos a su alcance para
asegurar su elección,, aun sobornando al Sacro Colegio. El 11
de agosto de 1492, Roma se informó de que Rodrigo Borgia
acababa de ser elegido papa.
Alejandro VI entró así en el Vaticano, pero no solo: se
llevó consigo a toda su familia. Había tenido un número con­
siderable de amantes que le habían dado muchos hijos, con
quienes demostraba ser un excelente padre. Su hijo César, que
eligió la carrera eclesiástica, podía alardear de un título de car­
denal. Otro de sus hijos, el joven Juan, duque de Gandía, prefe­
ría la vida secular. Lucrecia, hija de Rodrigo, figuraba entre las
damas más elegantes de Roma y el papa estaba muy orgulloso
de ella, esmerándose en proporcionarle una situación espléndida.
La corte de Alejandro observó muy pronto • que el nuevo
pontífice dedicaría interés secundario a sus deberes sacerdotales,
porque le preocupaban otros asuntos. Poco antes de su elec­
ción había escogida una nueva amante, la joven y rubia Julia
Farnesio y necesitaba distraerla y ocuparla. Alejandro se dedicó
a ello, ofreciendo a su amada una serie ininterrumpida de ban­
quetes y festejos,
Alejandro VI era un político hábil y astuto que no perdía
nunca de vista sus propósitos concretos. Los Estados Pontifi­
cios que regía se hallaban en su mayor parte en manos de fa­
milias feudales y Alejandro pretendía asumir plena influencia
política, a fin de realizar en sus estados la unidad, que Luis XI
logró en Francia y los Reyes Católicos en España.
Lucrecia Borgia, la sirena de la familia
Pocas familias han alcanzado tan pésima reputación en la
Historia como la casa nobiliaria de los Borgia, cuyo apellido
evoca por sí solo los más abominables peqados, la más desen­
frenada lujuria y los crímenes más espantosos. La tradición
hace del puñal y del veneno los atributos característicos de
Lucrecia Borgia, mujer que no vaciló en convertirse en amante
de su padre y de su hermano, según se ha propalado insisten­
temente, aunque tales relatos son sin duda exagerados. El histo­
riador Gregorovius, que consagró a Lucrecia un estudio bio­
gráfico, no la cree mejor ni peor que otras damas de su época.
Amaba la vida, demostraba poca sensatez y se dejaba influir
con facilidad: «Los Borgia no vivían ni obraban de manera
distinta a la mayoría de los soberanos de aquella época, que re­
1492
Alejandro VI, papa (1492-1503)
Una vida novelesca ® 53
currían sin rebozo alguno al veneno y al puñal cuando alguien
se cruzaba en el camino de sus ambiciones y se vanagloriaban
del éxito de sus diabólicas hazañas.
Lucrecia fue una de las más bellas mujeres de su siglo,
siempre rodeada de un enjambre de pretendientes, pero su de­
bilidad de carácter y su falta de voluntad la convirtieron en un
juguete en manos de su padre y de sus hermanos. Para ellos,
en especial para César, Lucrecia era un peón muy valioso en el
tablero político. Podía servir de señuelo cuando se trataba de
anudar ventajosas relaciones con otras familias. Lucrecia sólo
contaba unos doce o trece años cuando ya fue prometida por
tres veces consecutivas a nobles españoles. Se desposó al fin
con Juan Sforza, sobrino de Ludovico el Moro y señor de Pesaro. La boda se celebró en el Vaticano, con indescriptible
lujo. El papa ofreció en honor de la joven pareja un festín en
que su concubina, la bella Julia Farnesio, desempeñó funciones
de anfltriona. Años después Alejandro y el astuto César opi­
naron que Juan Sforza no era ya el esposo ideal para Lucrecia.
El poder de Ludovico el Moro iniciaba su declive, lo que debi­
litaba en igual proporción la posición de Juan. César se entre­
vistó con su hermana y trató de persuadirla de que era necesario
desembarazarse de un marido tan poco útil. Pero Lucrecia
previno del peligro a Juan, que escapó de Roma a toda prisa.
En el acto, y sin protesta alguna, Lucrecia admitió el di­
vorcio y aceptó el nuevo esposo que el consejo de familia le
tenía ya designado: el príncipe Alfonso de Bisceglia. Pero al
cabo de dos años, César juzgó que Lucrecia debía deshacerse
de su segundo marido de quien ya no obtenía ventajas políticas.
Una tarde del año 1500 cuando el príncipe salía del Vaticano,
fue atacado y acribillado a puñaladas por un grupo de bandi­
dos enmascarados. Acudió junto a él Lucrecia, que parece le
tenía sincero afecto, y le cuidó personalmente; tratamiento que
resultó demasiado eficaz a juicio de César, que organizó un
segundo intento de asesinato. Un día sus esbirros irrumpieron
en el aposento de Alfonso, arrojaron de allí a Lucrecia y estran­
gularon al convaleciente. Ante tamaño crimen, Lucrecia perdió
la calma y deploró sinceramente la muerte de su esposo; pero
se consoló muy pronto.
Libre ya su hija para un tercer matrimonio, el papa creyó
hallar un candidato ideal en Alfonso, hijo mayor y heredero
de Hércules, duque de Ferrara. La boda se celebró en diciem­
bre de 1501. Lucrecia entonces abandonó definitivamente Roma
y pasó el resto de sus días en Ferrara, donde murió en 1519.
1492-1519
54 • E l ¡Renacimiento en Italia
Reunió en su corte un círculo de poetas y de artistas, entre
ellos Ariosto y el Ticiano, y fue ensalzada por su mecenazgo.
Lucrecia tuvo aún otras aventuras amorosas en su nueva resi­
dencia, pero parece se volvió algo más juiciosa con los años.
César Borgia: crimen, intriga y acción
Mientras Lucrecia se entregaba sin límites a cuantos place­
res le brindaba el Vaticano, hasta trasladarse al fin al ambiente
más tranquilo y sosegado de Ferrara, su padre y sus dos her­
manos desarrollaban una encarnizada lucha para consolidar el
poder de los Borgia. Su política se orientó en primer lugar
contra los aristócratas romanos que gobernaban la Romaña en
calidad de vasallos del papa y que, a causa de sus incesantes
contiendas, habían inquietado la Italia central sublevando al
pueblo contra ellos. Los Borgia aprovecharon la oportunidad
para someterlos y adueñarse de sus territorios.
César sentía por su segundo hermano Juan, duque de Gandía,
creciente antipatía porque le suplantaba cada vez más en el
afecto paterno. Todo parecía indicar que serían Juan y no César
quien recogiera los frutos de la campaña emprendida contra los
feudatarios del papa. Una tarde de verano de 1497, ambos
hermanos merendaron con su madre, antigua amante de Ale­
jandro VI, salieron juntos y luego se separaron. Dos días des­
pués apareció un cadáver en el Tiber con la cabeza cortada
y el cuerpo cosido a puñaladas: eran los despojos mortales
de Juan Borgia.
Nadie fue encarcelado por el asesinato del duque de Gandía,
pero todas las sospechas recayeron en su hermaso César. Al
enterarse el papa de la muerte de su hijo predilecto, quedó ano­
nadado; se encerró en sus habitaciones privadas y rehusó,
durante varios días, dirigir la palabra a nadie.
Muerto su hermano, César renunció a su título de cardenal.
Aspiraba al poder secular y codiciaba las posesiones de las
, familias aristocráticas romanas; Orsini, Colonna y tantas otras.
' Procuró ante todo atraerse un excelente aliado, el rey de Francia.
' Carlos VII había muerto, y al no dejar descendencia le
sucedió el duque de Orleans con el nombre de Luis XII. El
nuevo rey era tan cínico y realista como fue iluso y poco
práctico Carlos VIII. Al ocupar el trono se propuso dos obje­
tivos : en primer lugar, anexionar Bretaña a Francia, despo­
sándose con la viuda de Carlos VIII, Ana de Bretaña, y luego
1493-1497
César Borgia (1476-1507)
Las victorias del Gran Capitán • 55
conquistar Milán. Alegaba derechos sobre este ducado por ser
su abuela una hermana del último Visconti.
«O César, o nada»
Italia observaba atenta este cambio de gobierno. Ludovico
Sforza de Milán intuía que el porvenir nada bueno le reser­
vaba. César Borgia estaba dispuesto a apoyar los proyectos
del nuevo rey francés, muy oportunos para él, ya que para
casarse de nuevo, Luis debía separarse antes de su esposa, la
desgraciada Juana de Francia, .y para cualquier divorcio era
indispensable la aprobación del papa. Después de deliberar
acerca de ello con su hijo, Alejandro decidió otorgar dicha
autorización a Luis a condición de que éste prestara determi­
nados servicios a César. Ante todo, gestionar su boda con una
princesa francesa. Podría luego concertarse un acuerdo entre
el papa y el rey de Francia, en que Alejandro se comprometiera
a poner su diplomacia al servicio de las pretensiones francesas
al Milanesado; por su parte, César sería apoyado por las tropas
francesas en su lucha contra los príncipes de la Romaña.
Así dispusieron las cosas Alejandro y su hijo. Luis aceptó
el trato y, a invitación suya, César Borgia hizo en 1498 un
viaje a la corte francesa, en la que desplegó un lujo fabuloso.
Luis recibió autorización para divorciarse y César Borgia fue
nombrado duque de Valentinois y se le concedió la mano de
una princesa joven y hermosa, hermana del rey de Navarra.
Luego, los acontecimientos no se hicieron esperar. Después de
firmar un tratado con Venecia, Luis XII invadió Italia en 1499
y conquistó Milán, sin que Ludovico el Moro opusiera apenas
resistencia. Al .año siguiente, Luis XII y Fernando el Católico
firmaron un pacto para repartirse el reino de Nápoles, y el mo­
narca aragonés envió a Italia a Gonzalo Fernández de Córdoba,
el Gran Capitán; pronto surgieron desavenencias entre franceses
y españoles, y en 1503 el Gran Capitán lograba las espectacu­
lares victorias de Ceriñola y río Garellano y entraba triunfal­
mente en Nápoles,
Entretanto, César había sometido la Romaña en tres cam­
pañas (1499-1502). El propio Luis XII comenzó a recelar ante
éxitos tan fulminantes. César coronó su obra en el puerto adriático de Sinigaglia, en Italia central, donde precipitó en una
trampa a varios «condottieros» rebeldes que condenó a muerte.
Sus contemporáneos admiraron tan pérfido golpe de mano.
César juzgaba indispensable crearse un brillante porvenir
Luis X II en Italia (1499)
1497-1502
56 • E l Renacimiento en Italia
lo antes posible y por sus propios medios, ya que su padre
empezaba a envejecer. Se mostraba cada vez más cruel con sus
enemigos. Sin embargo, no debe imaginarse que sólo se dedicó
a asesinar, saquear y destruir; tambiéñ hizo algo provechoso.
Alejandro y César Borgia acabaron con las disensiones feuda­
les y la anarquía que imperaba en la Romaña, implantaron en
los Estados Pontificios un gobierno fuerte y homogéneo y esta
fue su contribución positiva para la historia.
Alejandro VI murió en 1503. En nuestra época se comprende
mejor hasta qué punto ayudó a su hijo. Nuevas personalida­
des figuraron en primer plano, firmemente resueltas a no tolerar
por más tiempo el régimen de terror que impuso César. El tira­
no viose obligado a abandonar Roma. Luego fue hecho prisio­
nero por los españoles y conducido a España. Logró escapar
en 1506 y se refugió junto al rey de Navarra, en el asedio de
Viana, contra el conde de Beaumont, sublevado contra los reyes
navarros Catalina y Juan de Albret, a instigación de Fernando el
Católico. Al año siguiente, César Borgia murió guerreando a su
servicio; sólo contaba 31 años, pero su corta existencia fue
colmada en exceso.
EL RACIONALISMO ITALIANO
Julio n , un pontífice belicoso
La intervención de la familia Borgia en la historia de Italia
constituyó el preludio de acontecimientos de mayor trascen­
dencia. César Borgia aniquiló el feudalismo en los Estados Pon­
tificios e instauró en ellos una administración homogénea. Inten­
tó hacer de estos estados un principado secular para reinar en
él personalmente. El papa Julio II se beneficiaría de estas premi­
sas políticas de su antecesor. Electo en 1503, procuró como
César Borgia implantar su poder absoluto en los Estados Ponti­
ficios, pero sin perseguir objetivos egoístas o dinásticos; si tra­
taba de consolidar el poder temporal de la Iglesia, era para
convertir el solio pontificio en el decisivo factor político de
Italia. Por ello se proponía acabar con el dominio extranjero
que pesaba sobre Milán, Nápoles y otros lugares. Proyectaba
conquistar Bolonia, limitar el influjo político de Venecia y, por
último, expulsar de Italia a los franceses y alemanes, una vez
se hubiera aprovechado de su ayuda contra Venecia; así, en el
1503
Julio II, popa (1503-1513)
Italia, sojuzgada • 57
terreno de la política, Julio II aparece como el primer repre­
sentante de un incipiente nacionalismo italiano.
Ahora bien: ¿puede hablarse en realidad de nacionalismo
italiano en la época del Renacimiento? Unos historiadores lo
ponen en tela de juicio y otros lo afirman. Estos consideran
que el factor nacionalista es el elemento esencial del Renaci­
miento italiano y sostienen que humanismo y nacionalismo sur­
gieron simultáneos. El recuerdo de la antigua grandeza romana
llenaba a los italianos de orgullo patriótico y de ahí la consig­
na: liberar Italia de los «bárbaros» franceses y alemanes, que
la sometían a su yugo. En términos generales, tal estado de
ánimo fue evidente en diversas ocasiones, ya que la vida polí­
tica del siglo xv se basaba siempre en el patriotismo local.
Mientras en Francia, en Inglaterra y en España el feudalismo
se desvanece ante el estado nacional con un poder fuertemente
centralizado, los pequeños principados italianos se hallaban aún
enzarzados en continuas guerras intestinas, tratando de conser­
var su independencia a cualquier precio. De la confusión rei­
nante durante la primera mitad del siglo xv surgió un sistema
de equilibrio italiano, que aseguró la paz en la península du­
rante bastantes años. Mientras perduró tal sistema, Italia no
logró un auténtico sentimiento de unidad nacional.
Italia, botín político
De 1490 a 1500, las tempestades políticas estallaron con
redoblada violencia. Príncipes sedientos de conquista invadie­
ron Italia al frente de sus ejércitos y, al repartirse el botín,
procuraron que el poder de sus rivales no alcanzara excesivo
incremento. Acaso en el seno de esta situación excepcional, el sen­
timiento de unidad italiana adquirió significación política. Inclu­
so los príncipes qué por razones egoístas franquearon las puer­
tas de Italia a las tropas extranjeras, se adhirieron a la ideología
nacionalista.
«¡Que Dios tenga piedad de quienes llamaron a los france­
ses a este país, ya que de ello proceden todas nuestras desgra­
cias!», se lamentaba Alejandro VI, aun cuando no tuviese clara
conciencia de la situación. Más tarde, el milanés Ludovico el
Moro se lamentó de igual modo; precisamente quien provocó
la invasión de Italia por Carlos VIII y cuya intervención se­
ñaló el comienzo de las invasiones extranjeras. «Confieso <—decía
Ludovico.— que he ocasionado mucho daño a Italia, pero lo
hice para conservar mi poder. En cambio, en estos últimos tiem­
1490-1500
58 @ E l Renacim iento en Italia
pos he dedicado toda mi energía a liberar Italia de los ex­
tranjeros.»
N o obstante, no fue de Milán de donde vino la liberación,
sino de Roma. Cuando Julio II llegó al trono pontificio se hallaba
resuelto a ser el heredero espiritual de aquel César Borgia a
cuya caída tanto contribuyó. El nuevo papa aborrecía de tal
modo a la familia Borgia que rehusó ocupar en el Vaticano los
aposentos que antes habitara Alejandro VI.
Pero también otros deseaban aprovechar esta oportunidad
excepcional para incrementar sus posesiones. La república de
Venecia se había apoderado de diversas ciudades de la Ro­
mana. N o obstante, la gran metrópoli mercantil no sentía ani­
madversión hacia el papa. El dux y su consejo no concebían
que el nuevo señor de Roma pudiera ser tan temible adversario
y que Julio II, condujera la política italiana del Renacifniento
a tan alto nivel.
Su primer objetivo fue Venecia, ciudad tan poderosa que
el papa incluso temía que sometiera a la Romaña y ampliara
progresivamente su poder a toda la península, lo que no estaba
dispuesto a tolerar. Italia no debía ser gobernada por Venecia,
sino por Julio II y sus sucesores en el trono de San Pedro.
D e todo punto era preciso oponerse a los poderosos merca­
deres venecianos, aunque el papa no ignoraba cuán dura sería
la lucha. «Para recuperar las ciudades que Venecia ha con­
quistado en la Romaña debo hacerme esclavo de Francia, de
España y de Alemania», dijo un día Julio II a un diplomático
extranjero.
En primer lugar, convenció en 1504 al emperador Maxi­
miliano y a Luis XII para atraerlos a una alianza contra V enecia. En persona y armado de pies a cabeza, se puso al frente
de sus tropas para conducirlas contra los «enemigos de la cris­
tiandad». Cinco años necesitaron los ejércitos y la diplomacia
pontificia para lograr la capitulación de Venecia. Julio II con­
quistó numerosas ciudades, Rimini, Faenza, Perusa y Bolonia.
En 1508 se procedió a la firma del tratado de Cambra!, por
los reyes de Francia y España, el emperador de Alemania y el
papa, que se adhirió a la alianza con el fin de debilitar a los
venecianos. En efecto, Julio II se había vendido a Francia,
Alemania y España, para poder aniquilar a Venecia, si bien
alegaba que sus intenciones eran irreprochables porque com­
batía por la Iglesia y por Italia.
En la primavera de 1509 las tropas de Venecia se Enfren­
taron con los coaligados. El grito de guerra de los venecianos
1504-1509
Liga de Cam brai (1508)
Política exterior de Julio II • 59
resonó claro y preciso: «¡Libertad e Italia!», y se defendieron
con bravura contra los ejércitos más aguerridos de Europa.
A la larga, no pudieron resistir mucho y fueron derrotados,
pero pronto recobraron el ánimo. Venecia había sido vencida
por una coalición integrada por los soberanos más poderosos
del continente. La diplomacia veneciana lograría enemistar entre
sí a los miembros de la Liga. Decidieron «ir a Canosa» y co­
municaron al papa que Venecia se hallaba dispuesta a ceder
los territorios conquistados en la Romaña.
Reacción antifrancesa
Julio II previo en ello su gran oportunidad. En 1510 firmó
la paz con Venecia y anunció su retirada de aquella coalición
que él mismo había organizado. Con su energía característica,
manifestó en tal ocasión que no sentía deseos de dormirse
sobre sus laureles y que, por el contrario, proseguiría la lucha,
esta vez contra un nuevo enemigo: Francia.
Desde entonces su consigna bélica fue: «¡Arrojad a los bár­
baros!»; palabras que llenaron de entusiasmo y esperanza el
corazón de muchos italianos, y se consagró con ardor a la gran
aventura que se le ofrecía. En otoño, Julio II logró un nuevo
triunfo diplomático. Nunca confió en derrotar por sí solo a los
franceses. Se había puesto en contacto con el rey de España,
Fernando, y le propuso una coalición contra Francia, surgiendo
así la célebre Santa Liga entre el Papa, España y Venecia.
En 1512, Luis XII inició su ofensiva, resuelto a aniquilar
de una vez a un pontífice que con tanta doblez le había enga­
ñado. Nápoles era el objetivo de sus operaciones militares. Si
conseguía conquistar la ciudad a los españoles, Italia entera
caería en sus manos. En abril de 1512, los adversarios se en­
frentaron cerca de Rávena, logrando los franceses la victoria.
El camino de Roma y de Nápoles quedaba libre y la suerte
adversa de Julio II parecía decidida.
Un cambio inesperado modificó la situación. Las tropas
suizas al servicio del Papa consiguieron no sólo contener al
ejército francés sino hacerle retroceder al otro lado de los
Alpes. Al propio tiempo, el papa movilizó una nueva ofensiva
diplomática. En noviembre de 1512, organizaba otra coalición
que aislaba por completo a Francia. Julio II atrajo a su bando
no sólo a Venecia y a España, sino también al rey de Ingla­
terra y al emperador Maximiliano. Los coaligados confiaban en
repartirse Francia. Si bien, como otras veces, Julio II no había
Santa Liga (1512)
1510-1512
60 • E l Renacimiento en Italia
manifestado con claridad sus verdaderas intenciones. N o le
hubiera disgustado, en verdad, apoderarse de algunas comarcas
francesas, pero su verdadero objetivo era arrojar en seguida a
los españoles de Italia, como antes hiciera con los franceses.
Cuando un cardenal le preguntó lo que sinceramente opinaba
de su aliado Fernando, Julio II golpeó con violencia el suelo
con su báculo y exclamó: «Si Dios me concede tiempo para
ello, liberaré también a los napolitanos de su yugo.»
En 1513, parecía que su anhelo de ver una Italia libre de
la dominación extranjera iba a realizarse, pero Julio II murió
en febrero del mismo año. El ideal de su vida desapareció con él.
Nicolás Maquiavelo, un político realista
El mismo año en que falleció Julio II, alguien terminaba de
escribir una pequeña obra que alcanzaría mucha celebridad. Se
titulaba II Principe (El Príncipe) y su autor era el diplomático
y magistrado florentino Nicolás Maquiavelo. El papa Julio II
fue el genio práctico de la política italiana del Renacimiento
y Maquiavelo su gran teórico. Otro punto de contacto entre
ambas figuras era su patriotismo, que orientaba su anhelo de
liberar Italia de la dominación «bárbara».
Maquiavelo aparece por vez primera en la historia en 1498,
al ser nombrado secretario de la cancillería de Florencia; con­
taba entonces unos treinta años. Un contemporáneo le describe
como «hombre bajo y delgado, de cabellos negros, labios finos
y apretados, nariz recta y ojos pequeños e inquietos bajo una
frente despejada». Poco antes, Florencia había acabado con
el régimen de Savonarola.
Tales circunstancias le proporcionaron a Maquiavelo, fu­
turo canciller de Florencia, la oportunidad de demostrar su
capacidad. En aquellos años, la lucha por la posesión de Italia
llegaba a su paroxismo: Luis XII arrojaba a Ludovico el Moro
de su ducado milanés, Fernando el Católico conquistaba N á­
poles, César Borgia despojaba la Romaña de feudatarios inca­
paces y Julio II emprendía sus aventuras políticas de largo al­
cance. La república de Florencia ordenó a Maquiavelo que
tomase contacto con los diversos puntos neurálgicos del mo­
mento y el joven observador se abrió camino entre un labe­
rinto de intrigas. Se relacionó con los hombres más importantes
de su época, el rey de Francia, el emperador Maximiliano y
el papa. Negoció también con César Borgia en situaciones crí1513
Maquiavelo (1469-1527)
Los M édicis recuperan el poder 9 61
ticas y, al principio, manifestó por éste una admiración sin
límites.
La misión de Maquiavelo, observador de la república de
Florencia, no era fácil ni agradable. En aquellos primeros años
del siglo xvi el gobierno florentino hubo de renunciar a desem­
peñar un papel de primera categoría en la política italiana. La
república debía mantenerse todo lo posible al margen de los
conflictos provocados por personalidades tan arrolladoras como
César Borgia y Julio II. Sus jefes sortearon los escollos diplo­
máticos que planteaba la situación y despojados de su antiguo
poder hubieron de humillarse ante otros más fuertes que ellos.
i A juicio de Maquiavelo, la situación empeoraba en progre­
sión creciente. Tuvo ocasión de estudiar el ambiente político
y social en Francia, y en Alemania y al establecer comparacio­
nes con la situación reinante en Italia, no tenía sobrados mo­
tivos para sentirse tranquilizado; comprobaciones desagradables
que revelan en Maquiavelo un patriotismo engendrado en su
admiración por la grandeza política y moral de la antigua Roma.
Desde su adolescencia se había dedicado con sincera pasión al
estudio de los historiadores antiguos.
La crisis y sus consecuencias
La crisis estalló al fin. Florencia acogió con alegría la no­
ticia de la victoria de Francia sobre los venecianos en Rávena
(1512); triunfo de su antigua aliada y regocijo efímero para los
florentinos. En efecto, la reacción inesperada de Julio II des­
concertó a Florencia y aun más cuando los franceses fueron de­
rrotados y las tropas enemigas avanzaron hacia la ciudad. En
momento tan crítico se produjo un golpe de estado en la repú­
blica florentina. Destituyeron a su gobierno y llamaron de nuevo
a la familia de los Médicis. Muerto Pedro, sus hermano? Juan
y Julián eran los personajes más importantes de la familia. Al
año siguiente (1513), Juan fue elegido papa y adoptó el nombre
de León X. La familia de los Médicis recuperaba la iniciativa
en Italia.
Estos acontecimientos fueron fatales para Maquiavelo. Con
ocasión de un registro domiciliario, la policía encontró en casa
de un adversario notorio de los Médicis una relación de perso­
nas complicadas en una conjuración. La lista comprendía una
veintena de nombres, entre ellos el del propio Maquiavelo, que
fue encarcelado en una de las prisiones más lóbregas de Flo­
rencia y sufrió malos tratos, tanto corporales como espirituales.
1512-1513
62 ® E l Renacimiento en Italia
Para aliviar allí sus penas escribía de vez en cuando algún so­
neto. En uno de sus poemas expresa su deseo de que capturen
a los verdaderos conjurados para facilitar así su liberación.
Lo que ocurrió al fin: ciertos jóvenes culpables, fueron ahorca­
dos y Maquiavelo pudo salir de la prisión. Se instaló en una
casa de campo de las afueras de Florencia y allí esperó un
cambio en la situación política.
Como pasatiempo, se consagró al estudio de la historia y
al de las condiciones sociales de la vida en la Antigüedad.
También se dedicó a ordenar sus recuerdos; rememoró cuanto
había visto y conocido en otros tiempos, cuando él mismo desem­
peñaba un papel importante en la escena política y resumió sus
opiniones sobre el pasado y el presente en dos escritos de apa­
rición casi simultánea. El primerd es un comentario sobre las
Decadas del historiador romano Tito Livio, y el otro, su cé­
lebre obra El Príncipe. Existe entre ambas una diferencia sor­
prendente que ha desconcertado a muchos investigadores.
«El Príncipe», o el despotismo permanente
Resumiendo, podría formularse su contenido diciendo que
en su comentario de Tito Livio, Maquiavelo describe el Estado
como debería ser, según su concepción del mismo, mientras
que en El Príncipe nos muestra cómo es gobernado en épocas
de crisis y decadencia. Cuando Maquiavelo en El Príncipe
aconseja al soberano que se sitúe por encima de toda consi­
deración moral, deduce consecuencias teóricas de una política
aplicada con bastante éxito por los príncipes ingleses, franceses
y españoles de finales de la Edad Media. Tales soberanos
partían del principio de que el interés del estado es la única
regla que debe regir las acciones de un gobernante. Maquia­
velo recogió este principio: absolutamente todo le está permi­
tido al príncipe cuando labora por el bienestar de su país. Sólo
puede ser considerado un verdadero soberano quien posea ener­
gía, capacidad y poderío necesarios para emplear cuantos medios
tenga a su disposición. Maquiavelo desprecia a los gobernantes
que se contenten con soluciones a medias, que no sirven para
nada. Así, en el capítulo tercero: «Conviene observar que los
hombres deben ser atraídos por los halagos o bien aniquilados;
porque pueden vengarse fácilmente de las heridas leves, pero
no de las graves; por ello, la ofensa que se hace a un hombre
debe ser tal que no pueda temerse su venganza».
Luego Maquiavelo se pregunta si es preferible para un prín­
1513
«El Príncipe» (1513)
El teórico de la perfidia política • 63
cipe ser amado o ser temido, y opina: «Creo que serían desea­
bles ambas cosas, pero como es difícil reunirías, hay mayor
seguridad en ser temido que en ser amado».
¿Qué debe hacer un príncipe para adquirir fama que ase­
gure su posición y le confiera un poder ilimitado sobre sus
súbditos y sus contemporáneos? Según Maquiavelo, «un prín­
cipe debe tener como único objetivo y pensamiento la guerra;
y riada debe considerar tan importante como su organización,
su disciplina... Las tropas mercenarias son inútiles y peligrosas
y quien confía en estas tropas para proteger su estado, no
tendrá nunca paz ni seguridad... El príncipe debe mandar per­
sonalmente el ejército y cumplir su función de jefe.»
«Un principe que quiera mantenerse, en el poder —prosigue M a­
quiavelo— debe aprender a no tener escrúpulos, y a ser fiel o dejar de
serlo según las circunstancias». Y ante todo no debe preocuparse de­
masiado de sus promesas. Insiste en ello con más detalle, en el capí­
tulo XVIII de su obra, acaso el más célebre y discutido: «Nadie duda que
sea laudable para un príncipe perm anecer fiel a sus compromisos y no
guiarse por la astucia sino por la lealtad. N o obstante, la experiencia
actual nos muestra príncipes que no se han considerado ligados por
sus compromisos y han llevado a cabo grandes cosas, que engañaron
con astucia a los hombres y acabaron dominando a quienes adoptaron
como norma la lealtad. En consecuencia, hay dos formas de luchar: la
que tiene por armas las leyes y la que emplea la violencia. La primera
es propia del ser humano; la segunda, de los animales; pero como la
primera resulta insuficiente, es preciso recurrir a la segunda. Por
ello, un príncipe debe saber desempeñar perfectamente el papel de la
bestia y el del hombre... Un príncipe prudente no puede ni debe ser
fiel a sus compromisos, si esta fidelidad le perjudica y cuando los moti­
vos que le obligaron a aceptar compromisos hayan desaparecido. Si
todos los hombres fueran virtuosos, tal precepto carecería de valor;
pero como son pérfidos y no suelen m antener su palabra, tampoco
debe uno ser leal con ellos... Además, no es necesario que un príncipe
posea cualidades, pero es imprescindible que aparente tenerías. Me
atrevería incluso a decir que, si realmente las poseyera y las practicara
siempre, le resultarían perjudiciales, mientras que le será siempre pro­
vechoso fingir tenerlas; y así aparentará ser compasivo, leal, humano,
religioso, íntegro y mejor aún si al mismo tiempo lo es en realidad...
Es preciso comprender bien que un príncipe recién entronizado, apenas
puede practicar aquellas cualidades que los seres humanos consideran
virtuosas, ya que a menudo se ve obligado, para mantener su sobe­
ranía, a obrar contra la lealtad, la caridad, la compasión y la religión.
Por tal motivo debe disponer su alma a orientarse en el sentido que
le impongan las circunstancias y cambios de fortuna y así, como queda
indicado, debe conservar su bondad, si puede, y adaptarse a la maldad
si la necesidad lo exige.»
1513-1515
64 • El Renacimiento en Italia
M aquiavelo cita a César Borgia como ejemplo del príncipe ideal.
Pese a las severas críticas dirigidas en otro tiempo al tirano más rudo
y aventurero del Renacimiento, M aquiavelo lo describe en El Príncipe
como tipo casi perfecto de ellos.
En busca de un ideal negativo
Maquiavelo observó de cerca sus contemporáneos, y sólo
consideraba a escasas personas de categoría capaces de reunir
las condiciones analizadas por él y llegar a convertirse en
nuevos César Borgia e incluso mejores, entre ellos, algunos
Médicis. Así, el papa León X acariciaba grandes proyectos con
respecto a sus parientes más allegados y trataba de integrar
diversos estados menores, como Parma, Plasencia, Módena y
Reggio, en un ducado bajo dominio de los Médicis, que alcan­
zara influencia preponderante en Italia. Al frente de dicho es­
tado, pretendía el papa colocar a su hermano Julián.
A Maquiavelo no le desagradaba tal proyecto: un estado
susceptible de convertirse en trampolín ideal para la unificación
italiana. Depositó todas sus esperanzas en Julián, pero éste
murió en 1516, y luego en el sobrino del difunto, Lorenzo de
Médicis el Joven, duque de Urbino, a quien Maquiavelo dedicó
El Príncipe, obra escrita hacía años y en cuyo último capítulo
la exhorta «a liberar a Italia de los bárbaros»
Maquiavelo cosecharía otra decepción, pues Lorenzo el Joven
murió en 1519, a los 27 años, agotado por los excesos. Desde
entonces, aquel ardiente patriota buscó en vano al hombre que
pudiera desempeñar el papel de «Príncipe» y convertirse en
libertador de Italia. El mismo año en que murió Maquiavelo
(1527) la cristiandad se estremeció ante el terrible saqueo de
Roma por mercenarios extranjeros, escena final de la prolon­
gada tragedia política de la Italia renacentista. La posteridad
olvidó al patriota Maquiavelo y sólo recordó de él un proto­
tipo de cínico refinado, el inventor del «maquiavelismo» y gran
teórico de la perfidia política. Sus ideas no hallaron eco en
Italia pero suscitaron gran interés entre los soberanos extran­
jeros. La historia nos ofrece en este caso otro ejemplo de trá­
gica ironía: los consejos que Maquiavelo recopiló en su obra
encaminados a salvar a su país de una situación desesperada, se
aplicaron contra la propia Italia, durante varios siglos de vio­
lencia.
1516-1527
Un canto inmortal • 65
LITERATURA ITALIANA
Ludovico Ariosto y su «O
rlando»
Ludo vico Ariosto le disputa a Torcuato Tasso el título del
mayor poeta italiano después de Dante. Dio formas nuevas a
la antigua Canción de Roldán en su gran poema épico Orlando
furioso, cuya primera edición data de 1516 y de la que Ariosto
no quedó satisfecho; la obra fue reimpresa en 1532 y esta se­
gunda versión fue sensiblemente ampliada y mejorada, con casi
cuarenta mil versos que harían mundialmente célebre a su autor.
En 1518, Ariosto entró al servicio del duque Alfonso I de
Este, en la corte de Ferrara. Sus obligaciones eran ayudar a
Alfonso en su correspondencia y escribir versos en honor de
la casa reinante, pero el poeta no se resignaba a trabajar de en­
cargo y le era imposible crear a sus anchas en un ambiente de
opresión. A tal propósito se cita una anécdota reveladora de su
carácter: aún joven, Ariosto recibió una terrible reprimenda de
su padre, hombre honrado que no toleraba que su hijo prefiriera
escribir versos en vez de estudiar Derecho; la cólera paterna
llegaba a su paroxismo y el joven Ludovico escuchaba sin re­
plicar palabra y con enorme atención. Precisamente estaba com­
poniendo una comedia en una de cuyas escenas debía aparecer
un padre enfurecido y ello le servía de inspiración.
En el Orlando furioso convierte a Roldán en un caballero
andante que se consume de amor en vana pasión por Angélica,
hermosa y veleidosa princesa sarracena. Orlando y otros caba­
lleros enamorados parten hacia Oriente a la búsqueda de la bella
desaparecida y corren innumerables aventuras, cada vez más
fantásticas. Orlando se entera al fin de que Angélica ama a otro
hombre, el joven sarraceno Medoro, y enloquece de dolor.
En realidad, la epopeya constituye una larga sucesión de
cuadros abigarrados; brutales combates alternan con tiernos idi­
lios, el humorismo sucede a lo grotesco, el hada caprichosa que
llaman Azar lo transforma todo con su varita mágica y el lector
se siente transportado a un mundo de ensueños, irreal y su­
gestivo.
Ariosto es un maestro de la versificación y sus estrofas re­
flejan un encanto irresistible. Murió en 1533, un año después
de publicar el Orlando furioso en su edición definitiva. Se hizo
célebre como poeta épico y autor de comedias; y aunque éstas
hayan sido eclipsadas por la fama de su Orlando, no por ello
Ariosto (1474-1533)
1516-1518
66 @ E l Renacimiento en Italia
dejan de ser consideradas entre las mejores obras en prosa de
su época.
-i
Torcuata Tasso, un poeta desdichado
Torcuato Tasso conoció la celebridad, pero no la dicha.
Su carácter le predisponía a la melancolía y su vida fue además
amargada por la muerte de su madre, joven y cariñosa, que lo
significaba todo para él. Nació el Tasso diez años después de
la muerte de Ariosto y, como su ilustre predecesor, halló co­
locación en la regocijada y espléndida corte de Ferrara cuando
contaba unos veinte años. El duque y sus dos hermanas admi­
raban mucho al joven poeta; en particular las damas se extasia­
ban con las numerosas obritas de circunstancias que escribía
para ellas.
Algún tiempo después, el Tasso fue nombrado historiador
oficial del ducado, mientras su vida transcurría entre muestras
de admiración. Pero el joven era demasiado egocéntrico para
hallar satisfacción en los elogios y alabanzas; su hipersensibilidad soportaba a disgusto la existencia agitada de la corte,
donde a cada instante era preciso torturar el espíritu a fin de
divertir al duque, y escribir poemas intrascendentes y suges­
tivos para agradar a las damas. Le era imposible conciliar tales
obligaciones con su anhelo de dedicarse a componer auténtica
poesía, y todo ello le impulsaba a abandonar la corte y Ferrara.
Tal aversión por las vanidades mundanas procedía en gran
parte de sus preocupaciones religiosas; inquieto por la salva­
ción de su alma, el Tasso temía caer a su muerte en los tor­
mentos infernales. Desde su juventud, había sufrido tantos con­
tratiempos que su estado degeneró en una enfermedad mental,
torturado por alucinaciones, profunda melancolía y manía per­
secutoria y como su dolencia se agravaba, el poeta hubo de per­
manecer siete años recluido, hasta que en 1586 pareció la sufi­
ciente restablecido para que se decidieran a ponerle en libertad.
Abandonó Ferrara y llevó desde entonces una existencia errante,
presa de una angustia interior que le impulsaba a vagar de un
lugar a otro, sin tregua ni descanso. Halló por fin la paz en el
convento de San Onofrio, en Roma, cuya «camera del Tasso»
perpetúa hoy el recuerdo de sus últimos días, conservándose
allí, entre otras cosas, su mascarilla fúnebre.
A su llegada al convento, el Tasso se hallaba ya estigmati­
zado por la muerte, y entregó su alma poco después, en la
primavera de 1595, a los cincuenta y un años de edad.
1545-1595
Tasso (1544-1595)
Armida y Reinaldo • 67
D e haber vivido unos días más, hubiera recibido la distin­
ción que tan ardientemente anheló durante su enfermedad, ser
coronado de laurel en el Capitolio como poeta nacional, insig­
ne honor que no se había vuelto a conceder desde la corona­
ción de Petrarca, en 1314; precisamente es a Petrarca, sin dis­
cusión, el poeta italiano a quien más se parece el Tasso.
«La Jerusalén libertada»
Dicha distinción le era atribuida al Tasso por su grandioso
poema épico, terminado en 1575, La Gerusalemme libevata (La
Jerusalén libertada), «canto de cisne del Renacimiento»; una des­
cripción de la primera cruzada a la cual el poeta añade episo­
dios en que el amor es el principal motivo y donde poderes
sobrenaturales, ángeles, demonios, hechiceros y hadas, intervie­
nen en el curso de los acontecimientos; episodios donde el poema
logra precisamente su valor artístico. Desde luego, el Tasso se
inspiró ante todo en la Ilíada; así, Jerusalén es la Troya cristia­
na y, como en la Ilíada, fuerzas sobrenaturales participan en
la lucha; los griegos no podían conquistar Troya sin ayuda de
Aquiles y de igual modo, los cristianos no pueden tomar Jeru­
salén mientras el bravo caballero Reinaldo se retira del com­
bate en un acceso de cólera.
La epopeya del Tasso posee cierto valor histórico; en efecto,
La Jerusalén libertada constituye la gran epopeya de la Contra­
reforma, el canto de guerra del catolicismo reanimado y presto
al combate.
Sus páginas más brillantes describen la isla donde vive Armida,
una seductora sarracena de m aravillosa belleza, isla fantástica, donde
coinciden prim avera, verano y otoño. Armida atrae al héroe Reinaldo,
y con sus encantamientos le hace olvidar sus deberes de caballero cris­
tiano, obligándole a quedarse, seducido por los placeres del amor. Se
presentan en la isla otros dos caballeros para hacerle volver a las duras
realidades de la guerra y llevarle de nuevo al campo, ante los muros
de Jerusalén, pero también ambos mensajeros tienen que realizar enor­
mes esfuerzos para resistir los mágicos encantos de la isla maravillosa;
al fin, consiguen sobreponerse a ellos y sus exhortaciones logran que
Reinaldo vuelva a su deber.
El caballero recobra su espíritu y abandona sus placeres para vol­
ver al combate. En una escena emotiva, Reinaldo se despide de Armida
y cuando la seductora comprende que ni lágrimas ni súplicas podrán
retener al héroe, exclama:
«...¡Pues bien, pacte!
Surca el mar, combate y conquista lo que deseas...»
«La Jerusalén libertada» (1575)
1575
68 • B l Renacimiento erí Italia
Armida reaparece cuando la confrontación decisiva se halla en todo
furor ante Jerusalén, y acude a v e n g a r s e í pero no puede impedir
la victoria de los cristianos. E n su desesperación, intenta suicidarse, y
Reinaldo la salva en el último momento. El final del poema permite
suponer que la bella sarracena se convierte a la verdadera fe.
Como en Ariosto, las cualidades artísticas del T asso comprendían
también otros géneros literarios, y así le debemos obras dram áticas y
líricas, con fragmentos inspirados en el estilo de 1a época;
«|A h! ¡Cuánto más bella resplandecería en medio de los atracti­
vos ingenuos de la sencilla naturaleza! Bajo sus pasos, abrirían sus
corolas flores de todas las estaciones; se detendrían en su camino los
arroyos límpidos y claros como el cristal, e impulsarían junto a ella
sus ondas, ávidas de que las tocara; los dulces céfiros de la prim avera
revolotearían en torno suyo para hacerle corte, y los rebaños, ena­
morados de tan encantadora criatura, saltarían balando inocentemente
alrededor de ella.»
su
El Tasso se cubrió también de gloria como prosista, en par­
ticular gracias a su drama pastoril Aminta, que algunos con­
sideran incluso superior a La Jerusalén libertada. Aminta es un
pastor locamente enamorado de la pastora Silvia, cruel y co­
queta, que se burla de él hasta que consigue salvarla del cau­
tiverio. La obra constituye una de las primeras manifestaciones
del género pastoril que pronto se propagaría por toda Europa.
1573-1575
«Aminta» (1573)
Kfc
®JS1 j » E M A (D S M I E I T O
LOS ARTISTAS DEL CIRCULO DE COSME
DE MÉDICIS
La renovación: Ghiberti, Brunelleschi, Alberíi
Florencia, la ciudad mercantil, experimentó a comienzos del
siglo xv una profunda renovación en el ámbito artístico, tanto
en arquitectura como en escultura, en pintura y en artesanía,
En 1401 se ofreció a concurso la decoración de dos puertas de
bronce destinadas a una vieja iglesia octogonal, santuario que
fue en otro tiempo catedral de Florencia y que se destinó luego
a simple baptisterio, al terminar la construcción de Santa María
dei Fiore. Los más notorios competidores fueron Ghiberti y
Brunelleschi y el primero consiguió el encargo. El tema del
concurso era Bl sacrificio de Isaac y Ghiberti había sido pre­
ferido en el tema de composición de la obra. Decoró una de
las puertas con relieves que representaban escenas inspiradas en
la vida de Jesús y, poco antes de su muerte, terminó la otra
puerta con temas sacados del Antiguo Testamento, ambas en
1403-1424 y 1425-1452, respectivamente. Medio siglo más tarde,
Miguel Angel añrmó que esta última era digna de ser llamada
«la puerta del paraíso».
Brunelleschi, rival de Ghiberti, era orfebre y escultor, pero
logró más fama como arquitecto al construir, en 1418-1434, la
cúpula de la catedral. Como dice Bérence, fue «el genio que
realizó las aspiraciones confusas hasta aquel momento» en tal
sentido que, a diferencia de los arquitectos góticos que no ad­
mitían límites, quiso vencer la masa imponiéndoselos y «propor­
cionándoles un ritmo de acuerdo con las medidas terrestres».
Amigo de Brunelleschi era León Bautista Alberti, arquitecto,
pintor, músico y poeta, pero ante todo teorizante del arte. «La
Brunelleschi (1377-1444)
1403-1452
70
•
E l arte del Renacim iento italiano
belleza resulta lograda —decía—' cuando se considera per­
judicial cualquier cambio.» Y también: «La naturaleza es el
mejor artífice». Después de un prolongado destierro y de haber
viajado por Francia, Países Bajos y Alemania, Alberti regresó
a Italia y se estableció en Roma para estudiar en ella a fondo el
arte clásico. Construyó en Mantua la iglesia de San Andrés,
con grandes bóvedas.
El nombre de Alberti se relaciona igualmente con la ciudad
adriática de Rímini, localidad que fue teatro en 1288 de un
crimen pasional que proporcionó tema a las crónicas de la
época. Juan Malatesta el Libertino sorprendió a su mujer Fran­
cisca de Rímini en compañía de su hermano Paolo Malatesta,
a quien Dante llama «el hermoso». El gran florentino menciona
el acontecimiento en su evocación del infierno, donde describe
a la enlazada pareja errante por las profundidades infernales.
La familia Malatesta contaba con algunos grandes capitanes
y amigos de las artes; a mediados del siglo xv, el inteligente
tirano Segismundo Malatesta vivía en Rímini con su amante, la
bella Isotta, a quien deseaba hacer su esposa. A la «divina
Isotta» se le dedicó el «templo de Malatesta»; en realidad, una
trans formación parcial de la iglesia gótica de San Francisco
según planos de León Bautista Alberti, Aparece en ella Isotta
bajo' los rasgos de un ángel esculpido por un artista de la época.
Todó el templo está impregnado de un intenso matiz paga­
nizante.
En el siglo xv, todos los palacios florentinos semejaban for­
talezas, pero las ventanas entre esbeltas columnas, así como la
forma de las portadas, confieren singular distinción a las mora­
das de las familias más opulentas, como lo atestigua el palacio
Rucellai, ejecutado por Rossellino según planos de León Bau­
tista Alberti.
Donatello y otros artistas
Lo que Brunelleschi fue para la arquitectura y Masaccio
para la pintura, Donatello lo fue para la escultura; es decir, uno
de los tres grandes innovadores del Renacimiento.
Dejando a Ghiberti el encanto de los temas y la exquisitez
en la ejecución, Donatello se orientó apasionadamente hacia la
realidad, fuese bella o no. Se cuenta que esculpiendo con entu­
siasmo la estatua de un hombre calvo, su famoso Zuccone, la
apostrofaba exclamando: «Habla, en nombre de Dios, habla».
En cuanto a su San Jorge, de cuerpo admirablemente vertical,
1400-1450
Artistas del fenecim iento • 71
parece vibrar bajo la armadura. Esta energía interior e inmovili­
dad impuesta por una férrea voluntad no tienen precedentes en
la escultura anterior a Donatello. N o obstante, supo interpretar
también la inocencia y la picardía infantiles. Bajo su cincel, los
cupidos se transforman en querubines, pero esta metamorfosis
no altera su gracia y siguen siendo tan bellos como sus prede­
cesores paganos. Es obvio insistir en el carácter casi revolucio­
nario del David, silueta de largos brazos, o de María Mag­
dalena, profundamente demacrada y medio cubierta por su larga
caballera.
En el ocaso de su vida se le encargó a Donatello la ejecu­
ción de una estatua ecuestre, en bronce, de un «condottiero»
veneciano a quien su ímpetu ante el enemigo le valió el sobre­
nombre de Gattamelata .—el leopardo—, Donatello admiraba en
extremo un monumento clásico de la antigüedad, la estatua
ecuestre del emperador Marco Aurelio, posteriormente trasla­
dada al Capitolio (1538), pero que entonces adornaba la plaza
de Letrán, donde era muy popular bajo el nombre de «el empe­
rador Constantino». El artista inspiróse en ella para su Gatta­
melata, aunque acaso menos aún que en los célebres caballos
de bronce trasladados de la antigua Roma a Constantinopla
y de esta ciudad a Venecia, donde ■
—tras breve excursión a
París en época napoleónica— adornan aún hoy la fachada de
San Marcos. En Padua, el Gattamelata de Donatello se yergue
altivo sobre su arrogante caballo y parece seguir las inciden­
cias de un combate con majestuosa serenidad. Una energía enor^
me, si bien disciplinada por la inteligencia, una belleza varonil
impresionante —que los admiradores contemporáneos llamaron
«terribilitá»'—■son las características de esta gran obra postrera
de Donatello, realizada a mediados del siglo xv. Su autor mu­
rió en 1466, a los ochenta años de edad, y, según su deseo, fue
sepultado cerca de Cosme de Médicis, en la sacristía de San
Lorenzo.
Contemporáneo de Donatello y menos genial, aunque más
reflexivo que él, Lucca della Robbia volvió literalmente a
inventar el arte de la cerámica esmaltada, tan apreciada por
babilonios, persas y árabes. Sus Niños cantores en el pulpito
de la catedral expresan una alegría apolínea: la de la música, en
lo que tiene de purificación y no de exaltación.
De Desiderio de Settignano puede afirmarse que es una sín­
tesis de Ghiberti, de Donatello y de Lucca della Robbia, mientras
que Jacobo della Quercia representa la-transición entre los si­
glos xvi y X V . Nació en Siena, donde erigió la Fuente Gaia;
D onatello (¿1386-1466)
1400-1466
72 @ E l arte del Renacimiento italiano
por lo que es llamado a veces Jacobo della Fonte. Esculpió los
relieves de mármol que adornan las puertas de acceso a la cate­
dral de San Petronio en Bolonia; pese a su rudeza, estas obras
rebosan monumentalidad. Una de ellas tiene por tema el pecado
original y los dos espléndidos cuerpos aparecen separados por
la serpiente, que, como en otras obras similares de los siglos xv
y xvi, ostenta una cabeza humana.
La pintura: de Masaccio a Filippo LIppI
«Y por fin, llegó Masaccio..,», palabras que no constituyen
una parodia de Boileau. Son de Leonardo de Vinci, que añadía:
«Demostró con la perfección de sus obras pictóricas que todos
aquellos que no se inspiran en la naturaleza, en vano se esfuer­
zan en crear arte».
Mientras Giotto, heredero todavía de los bizantinos, no per­
mite el acceso directo a su mundo religioso e impone una especie
de meditación previa, Masaccio nos provoca sentimientos me­
diante la intuición o la emoción. Sus frescos 1 de la capilla
Brancacci en la iglesia florentina de Santa María del Carmen
muestran idéntica severidad y majestad trágicas que las figuras
bíblicas de Jacobo della Quercia. Se ha dicho que los apóstoles
de Masaccio recordaban a los senadores de la antigua Roma,
sobre todo en el fresco de El tributo del denario.
Masaccio murió muy joven, en 1428, pero sus obras ejercie­
ron profundo influjo e n ío s artistas jóvenes; fueron estudiadas
y copiadas durante todo el siglo xv. Además de Masaccio y sus
epígonos, en la primera mitad del siglo xv destacaron otros dos
pintores nacidos a finales del siglo anterior. Ambos se hallaban
influidos en el espíritu del xiv, uno por su piedad y otro por
su ideal secular. El primero de ellos, el monje dominico Fra
Giovanni, beatificado por el papa y llamado «Angélico». Vivió
en el convento de San Marcos en Florencia, donde decoró salo­
nes y celdas con frescos cuyo arte iguala a su piedad y con la
1 La palabra «fresco» procede del italiano «al fresco», lo que significa pintura
al agua, «sobre el fresco», es decir sobre los muros de yeso tierno, todavía húmedos,
que absorben los colores mientras está fraguando. En otros procedimiento pictóricos
se empleaba, en cambio, los «tempera» o al huevo. Los colores se mezclaban con
cola y blanco o amarillo de huevo, u otro ingrediente — llamado aglutinante— des­
tinado a hacerlos más homogéneos. Este método no permitía la transparencia — la
aplicación de una capa de fino color transparente— que es posible cuando los colores
están disueltos en aceite. Se pintaba en tablas de madera, cuidadosamente preparadas
sobre paneles impregnados previamente de color y una capa de estuco. En Italia se
empezó a emplear la pintura al óleo a finales del siglo xv, técnica qfue parece origina­
ria de los Países Bajos y que se generalizó en el siglo xvi.
1401-1423
M asa ccio (1401-1428)
«La
creación
del
hom bre»,
por M iguel
Angel
(fresco de la capilla
S ix tin a ).
D etalle de «La Virgen
de las rocas», de Leo­
nardo de V in c i, donde
se conjuga m isterio sa­
m ente el m ovim iento de
tres manos. El s en ti­
m iento religioso casi
desaparece en prove­
cho de una construc­
ción cerebral y de un
deseo
de
perfección
absoluta.
La Piazzetta de V en ecia,
que une la plaza de San
M arco s con el Gran C a­
nal. A la derecha, el
palacio de los Dux; al
fondo, la fachada lateral
de la Basílica. (Escue­
la veneciana del si­
glo X V I.)
*> * o
+‘ ‘
V
M
En su retrato del dux Loredano, Giovanni Bellini realza adm ira­
b lem en te la energ ía y la voluntad reflexiva del hom bre que
hizo fracasar a Luis X II.
Grandes maestros de ■la pintara • 73
delicadeza peculiar de los sieneses. Por orden del pontífice pintó
también frescos en Roma, donde murió en 1455. Dícese que
cuando Fra Angélico pintaba los sufrimientos de Jesucristo y
de los santos se le inundaba de lágrimas el rostro, y pocos son,
en efecto, los artistas que han expresado su devoción contanta
sinceridad. Nadie ha reflejado el amor a la naturaleza y la
admiración por las flores y vegetales, característica de los co­
mienzos del Renacimiento, con tan delicados matices malvas,
lilas, rosas, verdes, amarillos y azules.
Si Fra Angélico dirige sus miradas al cielo,
en cambio, sólo
la tierra preocupa al excelente medallista y pintor de animales
Antonio Pisano, llamado también Pisanello, que se recrea en
evocar galantes señores y gentiles damas, revestidos con mara­
villosos trajes de terciopelo bordados en oro y rodeados de
briosos corceles, ligeros galgos y ciervos esbeltos.
Los retratos y cuadros que se atribuyen a Domenico Veneziano no carecen de originalidad; perfiles muy precisos confie­
ren a los rostros de sus damas renacentistas cierta semejanza a
medallas. En cuanto a Fra Filippo Lippi, era un monje opuesto
en absoluto a Fra Angélico. Se afirma de él que sentía tal
pasión por las mujeres, que era capaz de sacrificarlo todo
por ellas.
Se han atribuido numerosas anécdotas a los artistas floren­
tinos; tales relatos, de una autenticidad más que dudosa, pro­
ceden de Jorge Vasari, a la vez pintor, arquitecto y escritor.
En 1550, un siglo posterior a Fra Filippo Lippi, escribió su
obra crítica -—más bien biográfica— sobre los principales pin­
tores, escultores y arquitectos de Florencia.
Con todo, Fra Filippo Lippi llevó una vida muy agitada,
lina encantadora novicia, Lucrezia Butti, había posado para sus
retratos de la Virgen María; el monje se prendó de tal modo
de su modelo, que acabó por raptarla. En aquella época existía
mucha indulgencia en estas cuestiones, pero esta vez se había
llegado demasiado lejos. El papa zanjó por fortuna el asunto
dispensando a ambos fugitivos de sus votos y autorizó que se
casaran.
Cosme de Médicis, insigne admirador del arte y de la cien­
cia, como es sabido, gobernaba entonces la República florentina
«con su inteligencia, su dinero y su paciencia». Filippo Lippi
pintó para su palacio una imagen de la Virgen con manto azul
claro, de rodillas en la hierba ante un Niño Jesús inspirado
en modelo del natural. Según se cree, en este cuadro también
tomó por modelo a Lucrezia. Tuvieron un hijo, Filippino, que,
Fra Angélico (1387-1455)
1450
74 ® E l arte del Renacimiento italiano
*tras de haber aprendido a preparar los colores de su padre, supo
evocar la sinfonía del universo conjugando la sensación de mo­
vimiento con una gama extraordinaria de colorido.
Piero della Francesca y Benozzo Gozzoli
En Umbría, cerca de las fuentes del Tíber, apareció a me­
diados del siglo xv el pintor Piero della Francesca, quien, a
ejemplo de su maestro, Paolo Uccello, evidenciaba gran interés
por la perspectiva. En sus escritos, Piero trató de este problema
y de otras cuestiones técnicas que interesaron en aquella época a
numerosos pintores de Italia central. Pero en sus cuadros, de
severa belleza, supo resolver estos problemas mediante la con­
junción del espacio con la luz.
La obra más antigua de Piero es un retablo que representa
a la Virgen rodeada de un grupo de orantes. La obra fue en­
cargada por los Hermanos de la Misericordia, cuya misión
caritativa era enterrar a los muertos, y que aún hoy perduran
en Italia. Su rostro permanece siempre oculto bajo una capucha
negra. El segundo personaje a la izquierda del cuadro de la
Madonna della Misericordia es uno de dichos hermanos. Esta
Virgen era invocada en especial por los apestados. La Virgen
del altar extiende su manto sobre hombres y mujeres con un
gesto majestuoso y los acoge bajo su particular protección.
Entre las obras maestras de Piero, recordemos también los
retratos de Federico de Urbino y de su primera esposa, así como
varios frescos ejecutados entre 1460 y 1470 para la iglesia de
San Francisco de Arezzo. En ella pintó sobre grandes lienzos
la Invención de la Cruz, donde el triste realismo de una Eva
descarnada y de senos caídos contrasta con la indiferente des­
preocupación de un robusto campesino.
La torre de Pisa se inclinaba hacía ya unos trescientos años
cuando, entre 1470 y 1480, el pintor Benozzo Gozzoli comenzó
sus frescos a poca distancia del célebre monumento, en el Cam­
po Santo. Este cementerio, cuya tierra procede de Palestina, está
plantado de cipreses y rodeado de un pórtico. Sobre los muros
interiores de este peristilo, Benozzo Gozzoli pintó nada menos
que veinticuatro enormes frescos durante dieciséis años. Cuando
murió, en 1498, era muy anciano y los habitantes de Pisa le
demostraron su agradecimiento sepultándole en el mismo ce­
menterio, lo cual constituía un privilegio. Sus frescos represen­
tan escenas del Antiguo Testamento, pero describen al propio
tiempo la vida de Toscana a mediados del siglo xv.
1460-1480
El pintor de la melancolía • 75
Gozzoli gusta del dibujo y de la descripción. En su escena
de la Torre de Babel se distingue a la vez la columna de Trajano en Roma y el Ayuntamiento de Florencia; entre los curio­
sos que contemplan los trabajos de la Torre, se identifica a
Cosme y su familia. En cuanto a las obras más importantes de
Benozzo son, sin duda, los frescos que ejecutó para Cosme
en la capilla del palacio de los Médicis: un largo y alegre cor­
tejo de príncipes y caballeros, vestidos con la indumentaria
usual a mediados del siglo xv. El fresco representa el viaje
de los Reyes Magos a Belén y aparecen allí los rostros de
tres de los Médicis, que recorren con sus cortesanos florentinos
el valle del Arno y sus colinas plantadas de cipreses.
Benozzo Gozzoli, nacido en Florencia en 1420, fue discípulo
de Ghiberti y ayudó a su maestro a realizar la segunda puer­
ta de la catedral. Su vida transcurrió probablemente tranquila
y dedicada a su trabajo.
LOS ARTISTAS DEL CÍRCULO DE LORENZO
EL MAGNIFICO
Ghiberti, Brunelleschi, Donatello, Filippo Lippi,y Benozzo
Gozzoli pertenecían al círculo de artistas florentinos a quienes
Cosme protegió como mecenas de 1430 a 1460. Cuando su
extraordinario nieto, Lorenzo el Magnífico, asumió el gobierno
de Florencia, integróse otro círculo en torno suyo y los artistas
citados prosiguieron su obra bajo el nuevo gobierno.
Sandro Botticelli, creador idealista
De entre los primitivos renacentistas, Sandro Botticelli, na­
cido en Florencia en 1446, fue el pintor más admirado durante
la segunda mitad del siglo xix, siendo considerada su obra
como el perfecto ideal de la pintura italiana del siglo xv.
Sandro o Alessandro Felipepi, que firmaba con el seudónimo
de Botticelli, era un bello adolescente, de carácter atractivo y
temperamento soñador. Fue primero orfebre, pero abandonó
pronto esta profesión para seguir las lecciones del jovial Fra
Filippo Lippi, que sentía gran afecto por su discípulo.
Desde la segunda mitad del siglo XVI hasta mediados del xix,
Botticelli no atrajo mucho la atención, pero en época moderna
ha gozado de admiración creciente. A finales del pasado siglo su
reputación eclipsaba la de Rafael. Los críticos de arte hallaban
1430-1460
76 • E l arte del Renacimiento italiano
en Botticelli mayor sensibilidad y se conmovían ante el aspecto
más o menos desmañado, aunque profundo, que muestran las
imágenes de sus Vírgenes melancólicas. Muchos preferían
las creaciones de Botticelli a las composiciones de Rafael, de
mayor perfección y minuciosidad casi matemática; en conse­
cuencia, más frías y menos atrayentes.
Pintó en honor de Lorenzo de Médicis un maravilloso cuadro
de Palas, protectora de la sabiduría y de las leyes; en su mano
izquierda, la diosa empuña una gran alabarda y su diestra des­
cansa sosegada sobre la cabeza de un velludo centauro de triste
mirada. Interpretando la fábula, los salvajes centauros, mitad
hombres y mitad caballos, simbolizaban los enemigos del oráen
y de la ley. Al propio tiempo que Palas, pintó Botticelli una de
sus más bellas Vírgenes; unos ángeles sostienen una corona
encima de María, que inclina con suavidad su cabeza. El Niño
Jesús contempla un libro abierto donde puede leerse el himno
de la Virgen «Mi alma enaltece al Señor», es decir, el Magní­
ficat (primera palabra del himno en latín). El cuadro se titula
la Madonna del Magníficat.
Botticelli fue muy estimado por el papa Sixto IV, por su
encanto y talento; fue el encargado de ejecutar los grandes
frescos en la Capilla Sixtina dedicada a este papa.
Botticelli no debe su gloria sólo a la belleza melancólica de sus
V írgenes de manto color celeste; es aún más famoso por sus cuadros
con motivos de la A ntigüedad clásica, la Primavera y el N acim iento
de Venus. La Primavera es un homenaje a las flores, a la belleza y al
amor; tema adecuado a Florencia, cuyo nombre significa «ciudad de
las flores». En un parque en cuyos árboles centellean las naranjas en
sazón, avanza un solemne cortejo sobre la hierba tapizada de flores;
al frente, Mercurio, hermoso joven que recuerda a Julián de Médicis,
que murió asesinado; en pos de él danzan las Gracias. La Prim avera
aparece simbolizada por una joven de extraordinaria belleza, revestida
de un m anto cuajado de claveles y m argaritas. E n medio del grupo,
una Venus con el rostro melancólico de la bella Simonetta, la amante
del joven Julián de Médicis. Sobre su cabeza, un Amor de ojos ven»
dados dispara una flecha a las jóvenes bailarinas.
Esta Primavera, en realidad, podría no ser más que el sueño de
una noche de verano. V enus, o la N aturaleza, asiste a la danza de la
Vida (simbolizada por las Gracias) y de la M uerte, representada por
el Céfiro inclinado hacia la ninfa que sujeta una flor cortada en sus
labios.
En cuanto al Nacimiento de Venus, sólo tiene de antiguo el tema.
La diosa del amor nada debe a griegos ni a romanos; cubierta por su
dorada cabellera, vibra en ella una pura y cálida encarnación del Rena­
1450-1500
Botticelli (1446-1510)
Genios de la pintura • 77
cimiento, emergiendo de las oscuras olas azules y llevada hacia las
playas de Italia.
Algunos autores pretenden que, en el ocaso de su vida,
Botticelli se afilió al partido de Savonarola. Durante la dic­
tadura del exaltado dominico, el pintor se refugió en casa de
uno de sus hermanos, defensor acérrimo del predicador. Deseaba
simplemente ponerse a salvo de las persecuciones; demostró
además su fidelidad a los Médicis ilustrando la Divina Comedia
para la segunda rama de la familia. N o hay que buscar en los
sermones de Savonarola la explicación del carácter de las últi­
mas obras de Botticelli, sino en su melancolía, que derivó en
enfermiza y degeneró en neurastenia. Pintó aún una obra maes­
tra, la Natividad llamada de Londres, y luego se limitó a sobre­
vivir a su época, hasta 1510. Al morir contaba setenta años.
Domenico Ghirlandajo, pintor mundano
Domenico Ghirlandajo pertenecía también al círculo de Lo­
renzo y decoró con sus frescos la iglesia florentina de Santa
María Novella. La fachada de este templo es obra de León
Bautista Alberti y por primera vez enlazáronse las partes supe­
rior e inferior de la fachada, llenando los ángulos rectos con
volutas en forma de S, procedimiento que se generalizó a finales
del Renacimiento. Los frescos de Ghirlandajo nos ofrecen hom­
bres distinguidos y sabios y también bellas mujeres. Estas evi­
dencian el mismo carácter mundano que con tanta violencia
combatía Savonarola: «Los jóvenes dicen de la primera mu­
chacha que encuentran por la calle: "Ahí está María Magdale­
na”, pues hoy las mujeres de la calle prestan sus facciones a las
santas en las iglesias. De este modo se va a buscar lo sagrado
en el fango y la vanidad entra en la casa del Señor. Es impo­
sible creer que la Virgen anduviera vestida como la representáis
vosotros. Os lo aseguro: ella llevaba vestidos pobres, pero voso­
tros la pintáis como una cortesana». Pero todo ello no impide
que el goce de vivir expresado por la pintura de Ghirlandajo se
mantenga en el marco de una encantadora reserva y de una
composición de alta calidad.
Ltíca Signorelli, el genio de Orvleto
En la antigua ciudad de Orvieto, sobre una elevada planicie
rocosa entre Roma y Florencia, Lucca Signorelli decoró la
Ghirlandajo (1449-1494)
1450-1500
78 © E l arte del Renacimiento italiano
catedral con grandiosos frescos. Era toscano, murió a la edad
de unos ochenta años, en 1523, o sea, tres después de Rafael, y
tuvo su mejor época hacia 1500.
Los frescos de Signorelli constituyen el triunfo del desnudo
y del dramatismo. La catedral gótica de Orvieto fue quizá
construida por el arquitecto de la catedral de Florencia, Arnolfo
di Cambio, quien terminó el edificio a principios del siglo xiv.
La decisión de erigir una catedral en Orvieto fue adoptada
apenas se produjo un espectacular milagro, en 1263, en la vecina
localidad de Bolsena: residía aquí un sacerdote bohemio que
sentía dudas acerca de la transubstanciación, es decir, el cambio
real del pan y del vino en cuerpo y sangre de Jesucristo, en la
Eucaristía. Poco antes, la Iglesia había proclamado el dogma
de la transubstanciación. Un día, el sacerdote incrédulo vio con
estupor que sangraba la Hostia que acababa de consagrar.
Unos dos siglos y medio después del prodigio, Rafael decoró
el Vaticano con un fresco que representaba la misa de Bolsena,
dando así al episodio su última forma artística. Medio siglo antes
que Signorelli iniciara sus trabajos en la catedral de Orvieto,
Fra Angélico había trabajado en Roma para el sabio Nicolás V,
uno de los papas más representativos del Renacimiento. Con
ayuda de Benozzo Gozzoli, el piadoso artista pintó en las
bóvedas de una de las capillas el advenimiento de Cristo y sus
apóstoles en el día del Juicio. La obra quedó interrumpida
en 1455 por la muerte del artista y del papa, Medio siglo des­
pués, Signorelli emprendió la obra de decorar los muros de la
capilla y completar los trabajos de Fra Angélico. Signorelli nos
muestra cómo el Anticristo pierde a los seres humanos con sus
predicaciones y prodigios.
Otro fresco de Signorelli representa la Resurrección. Ange­
les musculosos hacen sonar las trompetas y el sonido se prolonga
a lo lejos, sobre la tierra. Los muertos recuperan sus formas
terrestres y los esqueletos se recubren de carne; aparecen cabe­
zas y piernas esparcidas por el suelo, y los cadáveres se agitan
y renacen; jóvenes y doncellas se divierten y manifiestan su
alegría.
Pero Signorelli no hubiera sido un auténtico pintor rena­
centista de no haber mostrado en la capilla de Orvieto, junto
a escenas de juicio y de castigo, el aspecto agradable de la vida
terrena. Se identifican en estos frescos los retratos de Virgilio,
Ovidio, Horacio y Dante, rodeados de una multitud de faunos
y animales extraños, inspirados en el rico tesoro decorativo tan
popular durante la segunda etapa del Renacimiento, y que cons­
1500
Luca Signorelli (¿-1523)
El pintor de los Borgia • 79
tituye la principal contribución de este período al desarrollo
ornamental.
Signorelli, pintor de la belleza varonil, trabajó sobre todo
en Umbría, pero mantuvo relación con Lorenzo de Médicis, en
Florencia, a quien dedicó su célebre Pan, los pastores y la
ninfa Eco, en que aparece el dios del campo bajo los rasgos
de un muchacho con patas de macho cabrío y llevando la media
luna sobre la cabeza. Los contrastes de los cuerpos blancos y
morenos, su modelado exquisito y una admirable luz plateada
invitan a comparar tan bella composición con la pseudo-Pnmavera de Botticelli.
LOS COMIENZOS DEL RENACIMIENTO EN ROMA,
CENTRO Y NORTE DE ITALIA
Pinturicchio, pintor biógrafo
Pinturicchio nació en Perusa hacia 1455, y utilizó, como
Signorelli, ornamentación de grutescos, para el encuadre de
sus frescos en los aposentos vaticanos del papa Alejandro VI
Borgia, y son considerados como de los mejores realizados en los
primeros tiempos del Renacimiento. Se ha tratado de identificar
a Lucrecia Borgia, hija favorita de Alejandro, en un personaje
de la obra: una hermosa joven, dé rubia cabellera, que discute
con cincuenta filósofos acerca de las leyes. La joven es santa
Catalina, patrona de la Facultad de Filosofía de la universidad
de París. En los mismos frescos aparece el tirano Majencio, a
quien se ha querido identificar con César Borgia, hermano de
Lucrecia.
Pinturicchio representó a Alejandro VI, entonces de unos
sesenta años de edad, revestido de manto recamado de perlas
y la cabeza con tonsura sacerdotal; a sus pies, una tiara de
oro. Su rostro, de rasgos precisos, contempla respetuoso una
imagen de Jesucristo. Todas estas salas Borgia del Vaticano
impresionan por su riqueza, colorido, variedad de temas, de
figuras y otros detalles decorativos. En un lugar, dos viejos
libertinos intentan seducir a la hermosa Susana, sentada en la
fuente; en otro, aparecen todas las ramas del saber, simbolizadas
por jóvenes; en otra parte, las divinidades Isis, Osiris y el buey
Apis; este último alude al toro heráldico de la familia Borgia...
Cuando murió Alejandro, Pinturicchio trabajaba en la biblio­
teca de la catedral de Siena, en una serie de frescos que repre­
Pinturicchio (1454-1513)
1450-1500
80 • Bl avie del Renacimiento italiano
sentaban, como en un pictórico cuento de hadas, las efemérides
más notables de Pío II, predecesor de Alejandro. Entre una
multitud de personajes, se ve a Eneas Piccolomini (el futuro
Pío II) durante un viaje, proclamado príncipe de los poetas,
y, por fin, tras una vida de estudio y de placeres, entronizado
en el solio pontificio. Su elección, representada en uno de los
frescos, tuvo efecto en la basílica de Constantino en Roma, el
templo más antiguo de la cristiandad; algunos decenios más
tarde, con una estrechez de miras poco menos que vandálica y
auténtica carencia de piedad, este maravilloso edificio sería des­
truido, para edificar en su lugar la nueva basílica de San Pedro.
Melozzo da Forli y la corte de Urbino
Se ha aludido al papel que desempeñaron durante el Re­
nacimiento italiano los príncipes, los papas y otras personali­
dades de primera fila: los Gonzaga en Mantua, la familia de
Este en Ferrara, los Sforza en Milán, la familia Malatesta
en Rímini, Cosme y Lorenzo de Médicis en Florencia y los
papas Nicolás V, Pío II, Sixto IV y Alejandro VI Borgia
en Roma.
En Italia central, a algunos kilómetros del Adriático, se
yergue sobre una montaña la pequeña ciudad de Urbino, que
fue también importante centro artístico durante la segunda mitad
del siglo xv. Gobernaba allí Federico de Montefeltro, nom­
brado duque por Sixto IV, un «condottiero», antiguo discípulo
del humanista y pedagogo Vittorino da Feltre, que se inte­
resaba mucho por las artes y las ciencias. Fue protector ,de
Piero della Francesca, que, en prenda de gratitud, pintó su
duro perfil de nariz aguileña; Montefeltro ayudó también a
Melozzo da Forli, discípulo de Piero, que realizó numerosos
cuadros para el palacio que el duque se hizo construir en
Urbino, en los que representa a Federico y a otros eruditos
arrodillados ante siluetas femeninas, alegorías de las ciencias
que se estudiaban en la' corte de Urbino.
Federico de Montefeltro hizo traducir a Aristóteles y alcan­
zó reputación de literato. En Urbino también trabajó Juan
Santi, padre de Rafael, gran artista, pero que casi no pudo
ejercer influjo alguno sobre su hijo, pues murió cuando el niño
apenas tenía once años. En aquella época, Guidobaldo, hijo
de Federico, ya había sucedido a su padre; compartía su afición
a las artes, lo propio que su bella esposa, Isabel Gonzaga. En la
corte de Urbino se representó, en 1513, la primera comedia
1450-1500
El teatro, en el Renacimiento ® 81
en italiano, titulada La Calandria, debida al futuro cardenal
Bibbiena, cuyo estilo parece influido por Boccaccio. El argu­
mento de La Calandria se desenvuelve en torno a un hermano
y una hermana que se parecen extraordinariamente y que son
separados por las vicisitudes de la guerra, aunque llegan juntos
a Roma, ignorando cada uno la presencia del otro en la ciudad.
Todos los papeles eran, por supuesto, desempeñados por hom­
bres. La obra se representó en Roma incluso en presencia del
papa León X, cuando Bibbiena había recibido ya el capelo
cardenalicio.
Muchas de estas representaciones teatrales se hacían inter­
minables, hasta para el público de la época. Isabel de Este nos
dice que los espectadores a menudo bostezaban de aburrimien­
to. En su inmensa mayoría, las obras no eran más que serviles
imitaciones de comedias griegas y latinas, que sólo podían
divertir a los eruditos. Es preciso esperar hasta fines del si­
glo xvi para que el drama moderno llegue a su perfección en
Inglaterra, con las obras de Shakespeare, cuyas piezas, rebo­
santes de poesía, intriga y belleza, nos muestran con frecuencia
un reflejo del Renacimiento italiano, o en España con las co­
medias de Lope de Vega.
Andrea Mantegna, viril y plástico
A mediados del siglo xv, Andrea Mantegna era todavía un
adolescente, pero era ya considerado como un gran artista.
Originario de Vicerfza, trabajó primero en Padua, y luego en
Mantua, durante los cuarenta últimos años de su prolongada
existencia. La vida artística era muy intensa en Padua y su
universidad era un foco cultural de la Italia del centro, lo bas­
tante importante para merecer el sobrenombre de «segunda
Florencia». Fue allí donde Giotto pintó sus maravillosos frescos
a principios del siglo xiv y asimismo trabajó allí el florentino
Filippo Lippi. Donatello, también florentino, realizó en Padua
su estatua ecuestre del «condottiero» veneciano Gattamelata, la
primera obra de este género creada desde la antigüedad clásica.
En política, Padua militaba junto a Venecia desde comienzos
del siglo xv.
El estilo de Mantegna, severo, viril y plástico, evidencia
un conocimiento profundo de la arquitectura romana y también
una aguda sensibilidad por la belleza. Sus pinturas recuerdan
a veces unos relieves romanos redivivos. Sus cartones, proba­
blemente concebidos para tapices, describen el triunfo de Julio
1450-1500
82 • El arte del Renacimiento italiano
César con admirable riqueza de detalles; en ellos se perciben
muchedumbres de guerreros romanos, jarros gigantescos, ele­
fantes de combate y, por fin, al propio César, en su carro de
guerra. Cartones que eran empleados como elementos decorati­
vos de teatro, cuando se representaban obras de Plauto y de
Terencio.
Mantegna fue también el renovador del grabado. Sus obras
vigorosas influyeron en el mejor artista del Renacimiento ale­
mán, Alberto Durero, discípulo suyo a los cuarenta años. Donde
demostró ser un verdadero precursor fue en los techos que
pintó, en los que se diria que se abren para dejar ver el cielo,
tanta es su extraordinaria ilusión espacial. Estos techos fueron
muy admirados por los pintores de los siglos xvn y xvni, quie­
nes, en cambio, despojaron de todo mérito el resto de su obra.
En la corte de los Gonzaga, tan amigos de las artes, pudo
Mantegna demostrar de cuánto era capaz. El marqués Luis
Gonzaga le encargó un grupo de retratos que debía ejecutar
para una sala del palacio de Mantua y que se consideran los
primeros retratos modernos. Cierto es que Gozzoli y Ghirlandajo habían representado en sus frescos temas religiosos, con
importantes políticos y sabios de Florencia asistiendo a deter­
minados episodios bíblicos, pero Mantegna hizQ algo distinto.
Pintó a diversos miembros de la familia juntos, en varios fres­
cos, y sin la menor disimulación bíblica. En el fresco de más
amplio desarrollo, se identifica a Ludovico, entonces sexagena­
rio, en el momento de recibir una carta y junto a él aparece su
esposa Bárbara dé Hohenzollern, con aspecto de robusta ale­
mana; hijos y nietos están agrupados en torno a sus padres. El
pedagogo Vittorino. da Feltre se halla también con ellos .—a
título postumo.—, lo que evidencia el afecto que se le profesaba
en la corte ducal. Otro de los frescos representa un paisaje
con un primer plano de los caballos y perros de la familia.
También en otro se divisa una ciudad de Italia central, que
ocupa el último plano; en primer término, los jóvenes príncipes
de la familia Gonzaga saludan a sus antepasados.
Andrea Mantegna murió en 1506. En 1474, el año mismo
en que pobló sus frescos de príncipes, niños, caballos y perros,
nacía en el castillo de Ferrara una princesita, la citada Isabel
de Este, que sería con el tiempo, si cabe expresarse así, la
encarnación de todas las cualidades que el Renacimiento con­
cebía en una princesa de finales del siglo xv y comienzos
del xvi. Mantua se halla situada a siete kilómetros al sur del
lago de Garda. Ferrara, a once kilómetros al suroeste de
1450-1500
Mantegna (1431-1506)
E l más grande pintor de Perusa • 83
Mantua. Las familias de Este y de Gonzaga estaban unidas
por firmes lazos de amistad. Isabel recibió una excelente edu­
cación y, lo propio que su padre Hércules, se interesaba por las
artes, el teatro y los viajes. ;Adoraba la música, bailaba mara­
villosamente y hablaba el latín mejor que cualquier otra dama
de su época; le encantaban los poetas cuando le dedicaban
sus elogios y, más que protegerlos, los consideraba como de
la familia.
El Perugino y Andrea VerroccMo
Como Urbino y Orvieto, otra antigua ciudad de Umbría,
Perusa, está situada sobre una plataforma montañosa, y se dijo
de ella que la Perusa del siglo xv era la ciudad más sangrien­
ta de Italia; reinaba allí entonces la familia Baglioni. A finales
del siglo xv, el mejor pintor de Perusa era Pietro Perugino,
maestro de Rafael, que paradójicamente intentaba pintar temas
de piedad y de paz en esta ciudad de violencias. Incluso los
héroes de sus frescos del Cambio de Perusa tienen algo de apa­
cible y melancólico, aunque se propongan representar el ardor
del combate y el arte bélico.
El Perugino fue un maestro de la composición simétrica y
su discípulo Rafael aprendió mucho de él en tal aspecto. La
tranquilidad melancólica de sus personajes es también un rasgo
común de ellos, al menos durante el primer período de Rafael.
El Perugino no tenía un temperamento simpático; se enemistó
con papas y potentados porque no cumplía sus promesas. Era
preciso pertenecer a elevada categoría religiosa o política —o
de mucho dinero— para conseguir que terminara un encargo en
la fecha prevista.
La codicia de dinero que caracteriza al Perugino contrasta
con la incapacidad para hacer fortuna de Andrea Verrocchio,
perpetuamente rodeado de una multitud de hermanos, herma­
nas, nietos y sobrinos, que vivían a sus expensas. Hombre poli­
facético, Verrocchio era escultor, pintor, arquitecto, orfebre,
músico, matemático y anatomista, y así no es extraño que un
genio tan universal atrajera tan poderosamente al joven Leo­
nardo de Vinci, de quien fue maestro entre 1470 y 1480.
Los Médicis fueron cautos y prudentes en evitar las reacciones
desagradables de los florentinos, procurando que no se erigiera estatua
alguna de la familia en lugares públicos, y reservándose este goce para
la intimidad. Lorenzo de Médicis debió de ser bastante feo, pero V e­
rrocchio modeló de él un busto de barro cocido, que demuestra cómo
El Perugino (1446-1524)
1470-1480
84 • E l arfe del Renacimiento italiano
el arte puede embellecer al más ingrato de los modelos. Su Lorenzo
es ciertamente feo, pero «esta fealdad tiene algo de atractivo». Tam bién
para Lorenzo el Magnífico, e inspirándose en uno de sus poemas, V errocchio esculpió en mármól el busto de una joven apretando sobre
su pecho un ramillete de violetas:
M is queridas violetas, esta mano,
al escogeros entre muchas otras,
os ha dado toda vuestra hermosura y valor...
Verrocchio pintó, asimismo, V írgenes de majestuosa belleza, sin
olvidar la V irgen rubia y m aravillada de La Gran Anunciación del
museo de los Uffizi, cuyo ángel bien podría ser del joven Leonardo
de V inci y las flores de algún otro discípulo de su taller.
Poco antes de la famosa conspiración de los Pazzi, Verroc­
chio legó al arte occidental la escultura más espiritualizada de
D avid: el héroe esboza una sonrisa que expresa su victoria
con discreción exquisita. Por su afán de perfección, y sin duda
también como consecuencia de su dispersión artística, Verroc­
chio empleó casi veinte años en acabar su Incredulidad de Santo
Tomás, para la iglesia de Or' San Michele, y falleció en 1488,
antes de que se erigiese en Venecia su grandiosa estatua ecues­
tre del «condottiero» veneciano Colleone, que, de pie sobre los
estribos, parece formar un todo con su fogoso caballo de guerra.
Los artistas venecianos de finales del siglo XV
La maravillosa Venecia, reina del Adriático, la ciudad donde
se aunaban la mística, el esplendor, los placeres y los crímenes,
vivió su etapa de máximo impulso en el siglo xv, si bien en el
siguiente, su intensa vida artística y refinados placeres atraían
aún hacia ella las miradas de toda Europa. La ciudad contaba
unos 200 000 habitantes a finales del siglo xv y era una de las
mayores ciudades europeas, constituyendo el vínculo entre el
norte de Europa y Oriente.
Los espléndidos mosaicos de San Marcos, proyectan sus
dorados reflejos sobre el arte veneciano hasta el siglo xv. La
Edad Media duró allí más que en el resto de Italia, confun­
diéndose el gótico y el Renacimiento durante la primera mitad
del siglo xv. Carlos Crivelli nos permite fijar un punto de par­
tida en cuanto al arte de esta ciudad singular.
Formado en la escuela de Murano y luego en la de Padua,
Crivelli se orientó pronto hacia una técnica en la que dominan
influencias bizantinas y alemanas. Durante toda su vida artística
1450-1500
Verrocchio (1435-1488)
M aestros venecianos de la pintura • 85
permaneció fiel a una sobriedad de dibujo que matiza y enri­
quece la magnificencia de los decorados arquitectónicos, la
suntuosidad de los trajes, la variedad en las telas e incluso
el aterciopelado de los festones de frutas. Su arte semeja el
de un orfebre del color que utiliza intencionadamente el oro
como elemento esencial.
Pero existe en este primitivismo tardío algo de fantástico
e irónico que le distingue claramente de los verdaderos pin­
tores del gótico. Su vida —si fuera algo más conocida— nos
revelaría más, sin duda, sobre su desconcertante visión del
mundo y de los hombres. Las santas que pintó parecen coque­
tear con los viejos y barbudos doctores de la Iglesia; su María
Magdalena; de nariz afilada, lanza de soslayo una mirada tam­
bién coquetona; su apóstol Andrés tiene rasgos y gestos que
rozan la caricatura... Ahora bien, el hecho de que Carlos Crivelli, pintor de iglesias, fuera condenado en 1457 por rapto y
adulterio, explica bastante su psicología, y el que, pese a ello,
Fernando de Capua le nombrara caballero, demuestra que en
los últimos años del siglo xv había sobrada indulgencia con los
impulsos de la carne.
Con mucho realismo imaginativo, Vittorio Carpaccio nos
ofrece el aspecto de Venecia en sus grandiosos cuadros pinta­
dos entre 1490 y 1500. So pretexto de describir la vida de Santa
Úrsula, nos muestra los canales bordeados de casas color ocre,
con ventanas caladas y chimeneas retorcidas, las azoteas que se
asoman al agua, las góndolas y sus gondoleros. En la galería,
las damas de trajes escotados esperan algún visitante; aquí, un
adolescente tocador de laúd deja caer sus rubios cabellos sobre
su instrumento; allá, un pavo real se contempla más hermoso
que el mármol de la balaustrada... Todo ello rebasa lo pura­
mente narrativo y conduce como por ensalmo a la poesía; la
irrealidad misma de los personajes contribuye a introducirlos
en el mundo de lo legendario.
Bellinl y las nuevas actitudes
Giovanni Bellini destaca entre los pintores venecianos de
finales del siglo xv. Fue influido por Mantegna, quien se casó
con su hermana Nicolasia; pero los venecianos imprimían en su
arte un espíritu más cálido y humano que el viril Mantegna,
siempre duro y severo. En la Pietá de Milán, María acerca
sus labios a la boca contraída de su Hijo, mientras que Juan
grita de dolor. Cristo junto al sepulcro es, por otra parte, un
Carpaccio (1455-1525?)
1490-1500
86 • El arte del Renacimiento italiano
tema predilecto de Giovanni Bellini, así como la Virgen de
rostro grave que pintó unas cien veces, si no más. De una pro­
ducción tan inmensa como la de Giovanni Bellini, en realidad,
sólo sobreviven las obras maestras, y éstas son retratos precisa­
mente: el del dux Barbarigo, en pie, y, sobre todo, el del dux
Loredan, revelador de un poder moderado por la voluntad
reflexiva y de la acción inteligente del hombre que mantuvo
en jaque a Luis XII.
Los primeros decenios del siglo xvi ya desdeñan todo cuanto
había producido el siglo anterior, tanto en pintura como en
arquitectura. Había de llegar la segunda mitad del siglo xix
para que fueran rehabilitados los primeros ensayos del Rena­
cimiento y apreciar más su producción que la de épocas poste­
riores. Si se comparan dos cuadros de Venus pintados por los
florentinos Lorenzo di Credi y Franciabigio, uno de finales
del siglo xv y el otro de principios del xvi, queda evidente la
diferencia de concepción. Hay algo de ingenuo y una timidez
encantadora en el primero de los pintores, perteneciente, desde
luego, al siglo xv. La Venus de Franciabigio, en cambio, une
a su desenvoltura de ademanes cierta noble actitud, y ello
debido a que el artista se ha inspirado en Rafael y en otros
grandes maestros de principios del xvi. Su personaje desciende
por una escalera, lo que enriquece el juego de líneas con un
contraposto, postura resultante cuando el peso del cuerpo des­
cansa sobre una sola pierna; actitud que reaparecía más tarde,
hasta hacerse reiterativa.
MÁXIMO ESPLENDOR DEL ARTE
RENACENTISTA
Características generales
Cuando se habla del primer período del Renacimiento en
Italia, se designa con el nombre de «Quattrocento», es decir,
el siglo xv. Florencia era entonces el centro de interés, pero
existían también otros núcleos artísticos de importancia, como
la veneciana Padua, las cortes de Rímini, Ferrara, Mantua y
Urbino y, durante la segunda mitad del siglo, la corte pontificia.
A finales del siglo xv, el Renacimiento invadió la opulenta
Venecia. En el xvi, el siglo del segundo período del Renaci­
miento y comienzos del tercero, también fue en Venecia donde
el nuevo espíritu se mantuvo durante más tiempo. El segundo
1475-1500
Giovanni Bellini (¿1430-1516)
E l mayor genio del Renacimiento • 87
período del Renacimiento empieza hacia 1500 y abarca los dos
primeros decenios del «Cinquecento». El resto de este mismo
siglo, comprende lo que se llama el tercer período del Rena­
cimiento.
Los artistas del primer período pretenden reflejar los rasgos
característicos de sus personajes en formas sencillas y graves;
los precursores del segundo período, Leonardo de Vinci y Ra­
fael, tienden a lo grandioso y lo sublime. Quizá podría expre­
sarse así la diferencia entre estas épocas: el primer período
creía en el carácter, la segunda descansaba su fe en la armo­
nía, y la tercera —que empieza con Miguel Ángel— creía en
la fuerza.
Leonardo de Vinel, hombre universal
Leonardo de Vinci vive la época de transición entre el pri­
mero y segundo períodos y participa del espíritu de cada uno
de ellos. Su gigantesca personalidad llevó a sus últimos límites
la complejidad del Renacimiento, su energía e inquietud crea­
doras.
Hijo natural de un escribano florentino y de una campesina,
nació Leonardo en la localidad toscana de Vinci, en 1452. T o­
davía adolescente, trabajó en el taller de Andrea Verrocchio, en
Florencia. En 1482 estaba a punto de terminar su primera gran
obra, la Adoración de los Magos, cuando dejó Florencia para
dirigirse a Milán, donde Ludovico el Moro buscaba un escultor
que llevase a cabo la estatua ecuestre de su padre, Francisco
Sforza. Aceptó Leonardo de Vinci el encargo, pero, en lugar
de ponerse a trabajar inmediatamente, buscó durante mucho
tiempo la forma de llevarla a buen término, estudiando los
caballos y la técnica de la fundición del bronce. A este ritmo,
necesitó dieciséis años para terminar la maqueta del caballo.
Entretanto, había terminado la Virgen de las Rocas, donde triun­
fan, a la vez, su filosofía neoplatónica y su solución del problema de
la luz y de las sombras: «La grata permanece en la penumbra —ob­
serva Giulio Cario A rg an —; los personajes se encuentran como sus­
pendidos entre la luz que se infiltra por el fondo y la que procede del
exterior, en el límite de la luz y de la sombra, y son silueteados por
una y por otra. La vibrante sucesión de planos determina la conti­
nuidad de los contornos; la suavidad en la transición de los diversos
términos, la caricia del claroscuro, producen, a la vez, el difuminado
pictórico y la gracia de actitudes y de expresión: aquí aparece esta
suavidad (dolcezza) que para los contemporáneos era la aportación
particular de Leonardo a la definición de belleza pictórica».
Leonardo de Vinci (1452-1519)
1450-1500
88 « E l arte del Renacimiento italiano
Pero aún hay algo más en esta obra que la mera realización de
un ideal de belleza. Leonardo de Vinci conocía a M arsilio Ficino y
sus traducciones de Platón, Plotino, Hermes Trism egisto y Dionisio
Areopagita. Sin duda, se sintió atraído por la analogía entre el mito
de la caverna de Platón y el nacimiento de Jesucristo en una cueva.
«La Virgen, hoy, da a luz al Inmaterial —canta el himno de Rom a­
nos—■ y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.»
Son también originales la composición del cuadro y el movimiento
de las manos. Fred Bérence las interpreta como un cuarteto vocal,
apreciando que Isabel bendice, pero encajando al propio tiempo un
acorde recogido por la Virgen, que con el dedo da el tono al peque­
ño san Juan, quien, a su vez, lo pasa al N iño Jesús en gesto de ado­
ración. La ilusión del cuarteto es tan perfecta, que creemos oír acla­
mar a la Luz resplandeciente en la caverna del mundo.
Leonardo vivió en Milán de 1480 a 1500; en la corte del
ostentoso Ludovico Sforza cumplía, a la vez, las funciones de
artista y de ingeniero. Dirigió los trabajos de un canal, resuci­
tando los proyectos de los sabios helenistas de Alejandro, esbozó
los planes de las máquinas más extraordinarias, comprendiendo
en ellas los carros de asalto, el avión y el helicóptero. Buscó
también, sin cesar, técnicas nuevas y colores inéditos y una la­
mentable consecuencia fue hacer sus obras, muy vulnerables a
los estragos del tiempo. Sesenta años después de haber reali­
zado su conocida Cena —pintada no según el viejo método del
fresco, sino por medio de una mezcla de su invención—, su obra
se hallaba muy deteriorada.
El cuadro representa el momento en que Jesucristo exclama
solemne: «¡Uno de vosotros me hará traición!», y traduce la
impresión que estas palabras producen en los apóstoles, en
cuyos rostros se lee la extrañeza y la cólera. Este fresco mues­
tra algo enteramente nuevo, y es el juego de las actitudes: los
apóstoles gesticulan como auténticos italianos.
El
autor de «La Gioconda»
En cambio, el retrato de Monna Lisa, llamada La Gioconda,
parece plasmar lo imperceptible. Es el único retrato de Leo­
nardo cuya autenticidad no ofrece dudas, y también la única
de sus obras acabadas que ha llegado hasta nosotros en relativo
buen estado de conservación. El cuadro fue realizado ha­
cia 1500 y representa una bellísima napolitana de unos veinti­
cinco años, esposa de un magistrado florentino, Francisco del
Giocondo —de ahí su nombre'—. El lienzo es universalmente co~
1480-15Q0
<<La Giocondas (1500)
D os uvbirienses ilustres « 89
nocido por la expresión misteriosa del personaje, en que parece
percibirse una sonrisa; la bella mujer, apoyada en un balcón,
lleva un vestido de tela verde oscuro; un paisaje rocoso forma
el trasfondo; la cabeza, el pecho y las manos del modelo evo­
can el principio expresado por el propio Leonardo: «¡El mode­
lado, he ahí lo más importante: es el alma de la pintura!». Se
cree que el artista trabajó durante cuatro años en su Monna
Lisa, obra maestra que fue adquirida por Francisco I. Fue
robada del Louvre en 1911, pero se recuperó en Florencia
dos años después.
Leonardo parece que mostró poco interés por la política.
Estuvo al servicio de Ludovico Sforza, pero cuando los fran­
ceses despojaron a Ludovico y se apoderaron de Milán, Leo­
nardo entró al servicio de Luis XII, rey de Francia, y luego
al de su sucesor, Francisco I. En 1519, Leonardo murió en
Amboise. Era un hombre apuesto y de aspecto impresionante,
en quien arte y ciencia se fusionaban en una unidad superior;
fue un investigador de primer orden, dotado de un espíritu
agudo y de notorio sentido crítico. Leonardo anhelaba acre­
centar sus conocimientos mediante sus investigaciones y ex­
periencias personales y rehusaba dejarse guiar por la enseñanza
de testimonios autorizados. «Aquellos que sólo estudian a los
autores antiguos y descuidan el estudio de la propia naturaleza,
no son verdaderos hijos de ella, sino más bien hijastros», decía;
palabras que expresan una nueva concepción del universo.
Bramante, padre de la arquitectura vaticana
El arquitecto Bramante y el pintor Rafael, ambos de Ur­
bino, fueron los precursores en la búsqueda de aquel sentido
de las proporciones, de la armonía y serenidad que constituyen
los rasgos más característicos del segundo período del Rena­
cimiento.
A finales del siglo xn surgió el estilo gótico en Francia, al
norte de los Alpes, para propagarse luego a Alemania, Países
Bajos, Inglaterra, Escandinavia y, en el sur, hasta la Península
Ibérica; formas arquitectónicas que perduraron varios siglos.
Pero Italia adopó la basílica romana como modelo para sus
edificios religiosos. Donato Bramante consideraba el templo
circular, con cúpula y columnata antiguas, como ideal del san­
tuario cristiano. En Roma, sobre el lugar donde según tradición
fuera crucificado san Pedro, erigió la pequeña iglesia circular
del Tempietto; y, en sus planos para la basílica de San Pedro,
Bramante (1444-1514)
1480-1515
90
9
El arte del Renacimiento italiano
la más monumental iglesia del mundo, trató de expresar el ideal
arquitectónico del Renacimiento en su segundo período: el tem­
plo circular con cúpula. Bramante residió en Milán en la misma
época que Leonardo, o sea en los últimos decenios del siglo xv,
y al ser destronado Ludovico Sforza por los franceses en 1499,
Bramante huyó a Roma, donde permaneció hasta su muerte,
en 1514. Allí recibió el encargo de reunir en armonioso con­
junto todas las construcciones erigidas sobre la extensa área
del Vaticano.
San Pedro sería el principal edificio de este grandioso com­
plejo. La antigua basílica de San Pedro, construida en el si­
glo iv por Constantino, primer emperador cristiano, fue demo­
lida a mediados del xv, desapareciendo la iglesia matriz de la
cristiandad, donde, durante un milenio ininterrumpido, resona­
ron oraciones e himnos, la que presenció la escena de un Carlomagno de rodillas ante su altar mayor para ser coronado como
emperador de los cristianos. Un nuevo templo, de dimensiones
enormes, la sustituiría; los trabajos se iniciaron en 1506 y pro­
siguieron durante ciento veinte años, antes de que el edificio
estuviera dispuesto para su inauguración solemne. Entre los
numerosos arquitectos que trabajaron en la basílica, figura el
joven Rafael, originario de la misma región que Bramante, pero
fue Miguel Angel quien aportó la mayor contribución a las
obras, unos treinta años después de la muerte de Bramante,
y la cúpula, erigida según sus diseños, constituye una. auténtica
maravilla. Al morir Miguel Ángel, sus planos y los de Bramante
fueron modificados; la nave principal se alargó y abandonóse
la forma de cruz griega, con cuatro brazos de igual longitud,
para adoptar la de cruz latina. La fachada con columnatas fue
construida a comienzos del siglo xvn.
Del propio modo que el Renacimiento intentó armonizar la
doctrina pagana de Platón con las concepciones cristianas, quiso
dedicarse al Dios de los cristianos en la capital de la cristian­
dad un templo monumental integrado por una cúpula romana,
aunando la bóveda latina con el peristilo griego.
Rafael, pintor polifacético
Esta mezcla
ensayaba en la
bién en Rafael.
por los artistas
años marchó a
1500
de paganismo y de cristianismo que Bramante
basílica de San Pedro, puede observarse tam­
Nacido en Urbino en 1483, fue muy influido
de la corte ducal, y al cumplir los diecisiete
Perusa, donde recibió lecciones del Perugino.
Rafael (1483 1520)
Las vírgenes vafaelisias
9
91
Las imágenes que pintó al principio de su carrera evocan de
modo inevitable las de Perugino por su dulzura y melancolía.
Cuando en 1504 Rafael llegó a Florencia, contaba unos vein­
tiún años. Falleció a los treinta y siete.
Resulta asombrosa la inmensa producción de Rafael creada
en tan corta existencia. Sus Vírgenes, en particular, le dieron
gran celebridad. Varios de sus lienzos presentan dimensiones
apropiadas para las casas particulares; otros, bastante mayores,
estaban destinados a adornar altares. Algunas de sus Madonnas
aún nos parecen hoy ingenuas y encantadoras, una de ellas la
Virgen del jilguero, que Rafael pintó en sus comienzos. María
aparece sentada bajo aquellos árboles filiformes que tanto apreciaban los artistas de su época, y el niño Juan ofrece a Jesús
un jilguero. El conjunto logra, según la tesis de Leonardo de
Vinci, una profunda armonía entre la naturaleza y los per­
sonajes.
H acia 1515, realizó Rafael la más famosa de sus Vírgenes, la
M adonna de San Sixto, cuya imagen es reproducida hoy hasta la
saciedad. El lienzo, destinado primero a un claustro de Piacenza, fue
a parar a Dresde a mediados del siglo xvm e inspiró a Goethe los si­
guientes versos:
Imagen primera de la madre, reina de las mujeres;
un pincel mágico le ha dado vida.
Tembloroso de emoción, pese a su dignidad,
un hombre se arrodilla.
Silenciosa, una mujer permanece extasiada.
Rafael estaba dotado de un talento polifacético. Sus retratos de
pontífices y de otros personajes de su época, unen a su belleza una
excelente expresión de caracteres que la posteridad nunca dejó de ad­
mirar. Rafael nos muestra el austero rostro barbudo de Julio II, las
abotagardas facciones de León X. Son muchos los críticos que con­
sideran que Rafael logró en este terreno la cumbre de su arte con un
retrato, ejecutado en negro y gris plateado, de Baltasar de Castiglione,
el Petronio de su época, árbitro de la elegancia y del buen vivir y que
escribió, en 1528, una obra que sus contemporáneos admiraron en
extremo, 11 Cortegiano (Libro del Cortesano).
Probablemente gracias a las recomendaciones de su amigo
y admirador Bramante, pudo Rafael, entonces de veinticinco
años, ser llamado a Roma por el papa Julio II, para decorar con
frescos algunas salas del Vaticano. De sus cuatro Stanze ■
—pa­
labra italiana que significa sala, aposento—, una sola parece
haber sido decorada enteramente por Rafael. Sus discípulos,
1504-1508
92 @ B l arfe del Renacimiento italiano
que siempre le rodeaban, trabajaron en las otras tres salas según
esquemas y dibujos del maestro. En cuanto a la estancia deco­
rada por Rafael, la Camera della Segnatura (Salón de la Firma)
constituye un santuario del Renacimiento, un lugar cumbre. En
el momento mismo en que Rafael trabajaba en la Segnatura,
Miguel Ángel, entonces de unos treinta años, pintaba sus fres­
cos en el techo de la Capilla Sixtina, a pocos pasos de allí.
Las grandes obras rafaellstas
Quizá en la Escuela de Atenas, Rafael exprese mejor que en
ningún otro cuadro el ideal de belleza renacentista; en este
fresco de la propia Camera della Segnatura, los sabios de la
Antigüedad —de hecho, retratos de contemporáneos.—■aparecen
reunidos bajo las majestuosas bóvedas de un grandioso edificio
parejo al que Bramante imaginaba, precisamente en esta época,
como basílica de San Pedro. Platón lleva su Timeo bajo el
brazo y Aristóteles su Ética; sugiriendo la unidad y continuidad
providenciales del saber humano. Frente a la Escuela de Atenas,
Rafael pintó otro gran fresco, la Disputa del Santísimo Sacra­
mento, cuyas líneas convergen hacia el centro, donde se halla
el cáliz con la Hostia. En otro de los muros aparece reunido el
Parnaso, en torno a una ventana; es decir, el dios Apolo, ro­
deado de las musas y de poetas. La pared opuesta está decorada
con pinturas que exaltan la justicia y su universalidad.
En la segunda sala pintó Rafael la célebre Misa de Bolsena,
A algunos metros de distancia trabajaba Miguel Ángel en sus
obras y Rafael, con su enorme capacidad de asimilación, fue
poderosamente influido por su vigor expresivo y su sentido
de lo trágico, al realizar los cartones para los tapices de la
Capilla Sixtina, escenas del Nuevo Testamento en que se ad­
vierte, además de la pureza de líneas propia de Rafael, algo
de la sublime grandiosidad de Miguel Ángel. Otra gran obra
fue la decoración de las Logias del Vaticano, una larga galería
.situada en el último piso. A decir verdad, los discípulos trabaja­
ron en ellas más que el maestro y a ellos se deben los diversos
pasajes de la Historia sagrada, encuadrados en bella ornamen­
tación. Se admite, no obstante, que Rafael decoró en persona
los muros y pilares, según modelos de ornato antiguo, exhu­
mados precisamente en aquellos años, entre las ruinas de la
Casa Dorada, de Nerón, y que sirvieron de cimientos a las
Termas de Trajano. Al descubrirse, se creyó que estas piezas
eran grutas y el estilo ornamental recibió el nombre de gru­
1508-1516
Precursores del barroco # 93
tesco. Esta ornamentación reaparecería, bajo una u otra for­
ma, en casi todos los estilos de los siglos venideros, a base de
vegetales o animales estilizados, o a veces la planta metamorfoseada en animal. Esta ornamentación grutesca adopta infi­
nitas variedades en la cerámica y en el bordado, en especial
durante la segunda mitad del siglo XVI.
Rafael pintó tres desnudos, Las tres Gracias, a comienzos
de su carrera, a las que podría muy bien llamarse sus musas,
si se recuerda la estancia que decoró en la villa romana del
banquero Agostino Chigi, que más tarde recibiera el nombre
de Villa Farnesio. Este rico banquero de Siena era célebre poi
su carácter hospitalario, y también por la belleza de su amante,
la cortesana Imperia. Rafael la representó en la figura de Safo
(en su fresco del Parnaso) y también bajo los rasgos de la
mujer arrodillada, cuyo noble perfil aparece en su último lienzo,
la Transfiguración. En Villa Farnesio, ya embellecida por la
presencia de la hermosa Imperia, decoró Rafael una estancia
con escenas inspiradas en la leyenda de Amor y Psiquis, y tam­
bién aparece en ella la ninfa Galatea. En esta parte de su obra,
Rafael deja traslucir su alegría de vivir y la más auténtica feli­
cidad. Rafael murió en 1520.
Durante el primer período del Renacimiento, Jacobo della
Quercia y Luca Signorelli habían sido precursores» en ciertos
aspectos de la obra de Miguel Ángel; asimismo, la escultura
vigorosa y apasionada de este último, su pintura y su ansia de
espacio y de grandeza en la arquitectura, anuncia en cierto
modo este tercer período del Renacimiento, al que también se
ha llamado barroco. En un mismo período pueden coexistir
diversos ideales artísticos. Entre 1520 y 1530, la Edad Media
se perpetúa en la obra de Perugino, y en los mismos años, el
Correggio pinta Madonnas donde parece insinuarse ya la sen­
sualidad y coquetería del siglo xvm.
MIGUEL ÁNGEL, EL ÚNICO
Una adolescencia genial
Nadie es tan famoso en la historia del Arte como Miguel
Ángel. Nació en 1475, en el pueblecito toscano de Caprese,
donde su padre Ludovico Buonarroti, noble' florentino, era pri­
mer magistrado. El talento del muchacho se manifestó muy
pronto, e inició su carrera a los catorce años en el taller de
Miguel Angel (1475-1564)
1475-1490
94 ® El arte del Renacimiento italiano
Domenico Ghirlandajo, donde fue influido por las obras del
pintor y grabador alemán Martín Schóngauer. Supo asimilar lo
mejor del arte florentino y obtuvo el privilegio de sentarse
a la mesa de Lorenzo el Magnífico, quien le hizo educar con su
propio hijo Juan, el futuro papa León X.
El joven halló en Masaccio otro genio que compartía sus
concepciones artísticas y se sintió muy impresionado por la
fuerza expresiva, la gravedad y el tremendismo de su obra.
Muchos artistas jóvenes estudiaban entonces copiando los fres­
cos que el maestro pintara en la capilla Brancacci. Pero un
día, Miguel Angel criticó con tanto ardor los dibujos de uno
de sus compañeros, Pietro Torrigiano, que éste le descargó un
tremendo puñetazo; a Miguel Ángel le quedó desde entonces
deformada la nariz y sufrió toda su vida a causa de esta feal­
dad, de la que se aquejó amargamente en sus poemas.
En 1494, Miguel Ángel se dirigió a Roma, donde admiró el
Apolo del Belvedere y otras obras del arte antiguo recién des­
cubiertas. También allí el joven artista (sólo contaba veintiún
años) recibió un importante encargo del embajador francés, un
grupo de mármol que representara a María con el cuerpo exá­
nime de su Hijo, tema que en Italia es designado por el nombre
de Pietá. Miguel Ángel trabajó varios años en la realiza­
ción de esta obra artística en que el cuerpo de Cristo, desplo­
mados brazos y piernas, descansa en las rodillas de su Madre.
El grupo fue expuesto en San Pedro, que sería, por decirlo así, la
iglesia personal de Miguel Ángel. Cuando le reprocharon que
su Virgen parecía demasiado joven para tener ya un hijo de
treinta y tres años, replicó que cuanto más pura es una mujer,
más joven aparenta ser.
En Florencia, donde residió varios años, Miguel Ángel rea­
lizó en primer lugar su Gigante, tallando en un enorme bloque
de mármol de Carrara, que yacía en una cantera, al joven David
con su honda en la mano, dispuesto a ir al encuentro de Goliat.
El adolescente de quince años fue representado como un gi­
gante y completamente desnudo. La estatua fue colocada ante
el Palazzo Vecchio, entre entusiastas aclamaciones. Y después
de este testimonio de su genio creador, como si pretendiera
alejarse del colosalismo y de la violencia, Miguel Ángel esculpió
su Madonna de Brujas, cuyas reducidas dimensiones acentúan
la gracia y la profunda religiosidad de la obra. Después se le
encargó que pintara la batalla de Cassina para el salón de sesio­
nes del Palazzo Vecchio, propuesta que recibió también Leo­
nardo de Vinci, pero desgraciadamente no pasó del dibujo.
1490-1504
«Z,a Pietá» (1497)
El artífice de la Sixtina @ 95
Miguel Ángel' y el papa Julio II
En 1505, Miguel Ángel recibió del papa Julio II un encargo
que le produjo enorme satisfacción, el de esculpir el monu­
mento funerario del pontífice. Julio II anhelaba —deseo carac­
terístico del hombre renacentista.—■ crearse fama y gloria des­
pués de su muerte en el santuario del pasado, y adquirir una
especie de inmortalidad en la tierra.
Mientras Miguel Ángel trabajaba en esta obra monumental,
descubrióse durante la primavera de 1506, y en las ruinas del
palacio de Tito, el grupo de Laocoonte, una «escultura barroca
de la antigüedad» rebosante de angustia y de tensión patética.
Miguel Ángel se sintió identificado con el espíritu de esta obra
de arte y admiraba ante todo la intensa pasión expresada en el
grupo. N o era el único en pensar de este modo. «Nadie se inte­
resa ya por el Apolo del Belvedere ■
—escribía el embajador
veneciano en Roma'—■. El Laocoonte le ha relegado al olvido.»
Hasta casi tres siglos después, en pleno apogeo del neoclasi­
cismo, no sería reivindicado el Apolo del Belvedere como ideal
de la escultura.
Entretanto, el monumento funerario de Julio II se convertía
en auténtico drama para su autor, que siendo anciano aún se
lamentaba de haber sacrificado su juventud a dicha obra escul­
tórica. Su trabajo quedó interrumpido muchas veces y no lo
finalizó hasta 1545, y ni siquiera entonces dejó terminado del
todo el monumento. La figura principal es la de Moisés, expre­
sando su cólera hacia el pueblo de Israel, que adorna el becerro
de oro. Al artista se le ofrecía un excelente modelo de la per­
sonalidad de Julio II, de temperamento tan colérico como im­
presionante. El Moisés del monumento aparece acompañado
de Lía y Raquel, que representan, respectivamente, la vida
activa y la vida contemplativa. Además, el Louvre posee en la
actualidad dos estatuas de esclavos destinadas seguramente' al
sepulcro de Julio II; uno de ellos lucha desesperadamente para
romper sus ligaduras; el otro, abatido por el dolor y la impo­
tencia, se resigna a su suerte.
N o se sabe con exactitud por qué tan grandiosa empresa
fue interrumpida la primera vez. Hay quien opina que se debió
a la informalidad del papa al no pagar a Miguel Ángel las pie­
dras que éste había encargado y abonado, informalidad que le
movió a abandonar Roma; sea como fuere, lo cierto es que
Julio II ordeñó suspender los trabajos, con gran disgusto de
Miguel Ángel, y sus diferencias degeneraron en un conflicto
1505-1508
96 • E l arte del Renacimiento italiano
que podría calificarse de «monumental». Entre dos personali­
dades de tal categoría, ello era inevitable, aunque poco tiempo
después parecieron calmarse los ánimos: el papa se congració
benévolo con su artista preferido, si bien permaneciendo in­
flexible en lo relativo al monumento cuyos trabajos no se reanu­
darían, pues Miguel Ángel debía pintar antes el techo de la
capilla privada del papa," la famosa Capilla Sixtina. El artista
rehusó primero, con el justificado pretexto de que no era pintor,
sino escultor; no obstante, se dedicó resignado a dicha tarea.
Miguel Ángel decoró los techos de la Sixtina sin ayuda de dis­
cípulos y necesitó cuatro años para terminar el conjunto. El
techo mide cuarenta metros de largo por trece de ancho y el
artista hubo de trabajar recostado de espaldas encima de un
andamiaje que él mismo se construyó.
Creando una «Creación»
Los frescos de la Capilla Sixtina simbolizan los designios
divinos con respecto a la Humanidad. En el gran espacio cen­
tral de la bóveda aparece la Creación. Dios se sostiene en el
firmamento por su propia omnipotencia, sin ayuda de alas como
los ángeles; presenta los rasgos de un noble anciano, sabio,
fuerte y majestuoso, que nos recuerda un poco al propio Miguel
Ángel. En una de las escenas desciende a la tierra para des­
pertar a Adán a la vida, bastando que el dedo de Dios se acer­
que a su mano para que el padre del género humano, mara­
villado, abra los ojos. En otra escena, Dios Padre se halla sobre
la tierra, junto a Adán dormido; Eva surge del costado de su
compañero. En otro de los frescos se halla representado el
pecado original y el Árbol de la Ciencia. Con gesto voluptuoso,
Eva —la más bella figura femenina de Miguel Ángel— tiende con
indolencia la mano hacia el fruto prohibido. Al otro lado del
árbol, Adán y Eva son arrojados del Paraíso y algo más lejos
aparecen el Diluvio y otros pasajes del Antiguo Testamento.
A cada lado de estas escenas centrales aparecen sentados
los hombres que predijeron ía venida del Mesías, los profetas,
con modelado preciso y escultural. Entre ellos se hallan las
sibilas, mujeres que —según la tradición religiosa— anunciaron
a los paganos la venida del Redentor. Espléndidas figuras de
mancebos simbolizan, sin duda, el Valor y la Misericordia, la
Tempestad y la Calma, y expresan también el respeto y admi­
ración que Miguel Ángel y su época sentían por el cuerpo
humano.
1508-1525
Una «Pietó» de Giovanni Bellini
(fra g m e n to ).
Dos retratos de la escuela veneciana: a la derecha, una
cortesana pintada por Carpaccio en el siglo XV; a la iz­
quierda un auto rre tra to del Tintoretto (siglo X V I).
►
El arte veneciano del siglo XVI señala el abandono de la
inspiración religiosa y se expande lib rem en te e n tre los
tem as profanos. A rriba. «El concierto cam p estre» de Giorgione. A bajo, «La Venus de U rbino», del Ticiano.
Miguel Ángel, político • 97
Época de turbulencias
El año 1525 señaló el comienzo de un período de catástrofes
para la Italia central. En 1527, las tropas alemanas y españolas
de Carlos V pusieron sitio a Roma y la ciudad fue tomada,
saqueada y asesinados muchos de sus residentes. El papa Cle­
mente VII fue hecho prisionero y hubo de pagar un cuantioso
rescate; el hábil y prudente pontífice era hijo natural de Julián
de Médicis, el inteligente joven asesinado en la catedral de Flo­
rencia por la familia Pazzi.
Inmediatamente después del saqueo de Roma, estalló la
revolución en Florencia. Apenas partieron los Médicis, el repu­
blicano Miguel Angel se apresuró a dirigir los trabajos de for­
tificación de la ciudad, pero Clemente VII se reconcilió con
Carlos V y ciñó a su antiguo enemigo la corona de oro del
imperio. En agradecimiento, los Médicis, parientes del papa,
fueron restablecidos de nuevo en Florencia y el partido de
Miguel Ángel, a su vez, hubo de sufrir las consiguientes repre­
salias. El artista fue perdonado a condición de terminar los
monumentos funerarios encargados por León X, hijo del gran
Lorenzo de Médicis, pero como la tumba de Julio II, tampoco
las de los Médicis quedaron dispuestas.
Ambos sepulcros figuran entre los más grandiosos de toda
la escultura funeraria. En los dos monumentos expresa Miguel
Ángel su propia angustia ante la suerte de la Italia de su época.
Representan a dos príncipes de la familia Médicis, revestidos
de generales romanos. Julián, el hijo segundo de Lorenzo el
Magnífico, había sido comandante en jefe del ejército pontificio
y aparece sobre uno «de los sepulcros, sentado y triste, con el
bastón de mando entre sus bellas manos; en el otro se identifica
a Lorenzo, sumido en íntimos pensamientos; fue nieto del Mag­
nífico y padre de la reina Catalina de Médicis. Además, Miguel
Ángel decoró cada sepulcro con dos desnudos recostados, un
hombre y una mujer, que expresan a la perfección un sentido
alegórico, tan característico de la poesía y del arte figurativo
de la época. Los desnudos representan el Día y la Noche, sobre
la tumba de Julián; y sobre la de Lorenzo, la Aurora y el
Crepúsculo.
Esta vez se diría que Miguel Ángel hallábase conmovido
ante el drama de la caducidad de la vida. Si señaló con vigor
la transición de la materia a la forma, dejando ciertos aspectos
esbozados, lo debió en gran parte al arte atormentado de la
época helenística. ¿Se percató de ello? Sin duda, ya que en sus
1525-1534
98
E l avíe del Renacimiento italiano
Pietá de la catedral de Florencia, de Palestina y de Rondonani disciplinará más el movimiento ^descenso y ascenso a la
vez—' para tender de nuevo hacia la espiritualidad pura. Por
fin, en el año 1534, Miguel Angel regresó a la Ciudad Eterna
y el pontífice Paulo III Farnesio le nombró primer arquitecto,
pintor y escultor del Vaticano.
El «Juicio Final»
Su última obra maestra fue un fresco de extraordinarias
dimensiones, que cubre todo un muro de la Capilla Sixtina
y describe el Juicio Final. El artista representó a Cristo
con los rasgos de un joven héroe desnudo que con poderoso
gesto de su brazo parece decir: «JApartaos de mí, malditos!».
Al son de las trompetas del Juicio, las tumbas devuelven sus
muertos, los bienaventurados se dirigen hacia el cielo y los con­
denados se precipitan en los infiernos. El cargamento humano
es transportado por el barquero Caronte —Dante ya había hecho
figurar a este personaje mitológico en la iconografía cristiana del
Renacimiento.—■. A golpes de remo, embarca a los condenados
en el bajel de la muerte. Una vez en el infierno, los condenados
comparecen ante el terrible juez Minos, en torno a cuyo cuerpo
se enrosca una enorme serpiente. Minos ha ingresado sin duda
en esta «mitología» de la misma forma que Caronte. Toda la
obra es un torbellino, un hormiguero de desnudos plásticos,
monumental fresco que fue recogido con explosiva admiración,
pero también con indignación, hasta que en Navidad de 1541
fue expuesta «a la estupefacción de Roma y del mundo». El
papa aprobó la pintura pero desató una campaña de maledi­
cencia contra Miguel Ángel, entre cuyos detractores se sumó
el Aretino.
Naturalmente, numerosos fieles encontraron indiscreta tanta
abundancia de desnudos en la Capilla Sixtina. Las costumbres
eran ya menos libres en una época en que la Contrarreforma
y la Orden de los jesuítas se hallaban en marcha. Situado
entre la independencia cultural del Renacimiento y un ideal
más estricto de cuanto la Iglesia estaba en disposición de exigir,
Paulo III restableció la Inquisición. El inflexible Paulo IV
Caraffa, entronizado en el solio de san Pedro en 1555, ordenó
borrar todo el fresco, aunque consintió al fin en hacer pintar
vestidos a los personajes más descubiertos. Pero el papa hubo
de recurrir a otro artista, porque su autor rehusó enérgicamente
encargarse del trabajo.
1534-1541
«Juicio Final » (1541)
Los últimos años de M iguel Ángel • 99
Los genios también mueren
Miguel Ángel estaba envejecido. Sus hermanos, a quienes
prestó a menudo espléndida ayuda financiera, ya habían muerto.
El gran pintor vagaba solo pór las calles de Roma; no se había
casado y jamás se dejó arrastrar por aventuras amorosas, que
tanto, papel desempeñaron en la vida licenciosa de Rafael. En
sus últimos años, Miguel Ángel sintió platónica admiración
por la bella y piadosa poetisa Vittoria Colonna, marquesa de
Pescara, a quien dedicó sonetos de gran profundidad espiritual.
Según parece, ella le demostró que ninguna obra de arte, incluso
la más valiosa, es inmortal, y que todas las cosas terrenas deben
volver al polvo, de donde proceden. Miguel Ángel temblaba
ante la idea de que sus obras pudieran ser destruidas, y repetía
que en tal caso moriría «una segunda muerte». Pero en uno
de sus sonetos se consuela al pensar que el alma encuentra la
paz en el amor de Dios, que desde la cruz tie'nde sus brazos
hacia los hombres. Después de cuanto había legado a Roma
y al mundo, el gran artista ansiaba imprimir aún más su sello
en la Ciudad Eterna, transformando y armonizando las cons­
trucciones erigidas en el asentamiento del Capitolio, centro
de la antigua Roma. Además, proyectaba coronar la basílica de
San Pedro, centro de la cristiandad, con una cúpula maravillosa,
y con inmensa satisfacción suyo pudo realizar ambos deseos,
aunque no tuvo la alegría de ver su cúpula terminada.
Sus contemporáneos testimoniaron un respeto tan profundo
como la posteridad a uno de los mayores artistas que hayan
podido existir. Miguel Ángel acaso tenía sus debilidades, como
cualquier ser humano, pero estaba marcado con el sello . del
auténtico genio. El 18 de febrero de 1564, a los ochenta y nueve
años, Miguel Ángel moría plácidamente en Roma. Expresó el
deseo de reposar en su tierra natal, Toscana, país de la belleza
artística, y fue sepultado en la iglesia florentina de Santa Croce.
E L A R T E E N P A R M A Y V E N E C IA
El Correggio, pintor de la belleza expresiva
En oposición a Leonardo de Vinci, que buscaba la «belleza
ideal», y a Miguel Ángel, que tendía a la fuerza espiritualizada,
al Correggio le preocupó ante todo la belleza expresiva, la
de la imagen fugitiva.
1541-1564
100 • El avie del Renacimiento italiano
Antonio Allegri nació en 1494 en el pueblecito de Correggio,
a cuarenta kilómetros al este de Parma; murió en 1534. Como
muchos artistas de su época, el Veronés por ejemplo, adoptó
el nombre de su villa natal, la tranquila Parma, que de tan idílica
manera se extiende por la campiña y le ofrecía el fondo ideal
para su obra. Se estableció en ella al cumplir los Veinte
años para decorar un convento de religiosas. En la Italia de
entonces, la observancia religiosa no se mantenía con igual
rigor en todos los conventos. Damas ricas y distinguidas solían
sar enviadas al claustro por su familia y la mayoría de las mujeres
que por diversas razones se refugiaban en el convento, aunque
esperasen hallar en él descanso tras sus muros, no deseaban
por ello permanecer apartadas del mundo. En el convento de
San Pablo de Parma, las damas nobles enclaustradas eludían
con habilidad todo intento de prohibirles las visitas de sus ad­
miradores. Según parece, la administración municipal era más
piadosa que las damas en cuestión y se quejó ante varios papas
exigiendo medidas oportunas para poner fin-a los abusos que
tenían lugar en San Pablo.
En este claustro pintó el Correggio, por encargo de la
abadesa Juana. Más tarde, en tiempos de mayor observancia,
el entusiasmo por el arte y la belleza permaneció tan intenso en
Parma que las sucesivas abadesas de San Pablo respetaron
los frescos del Correggio.
Sus figuras de Madonnas y de otras santas mujeres conser­
van algo de la inocente sensualidad de los primitivos, y así se
manifiesta, por ejemplo, en la leyenda del anillo que el Niño
Jesús, en el regazo de María, coloca en el dedo de santa Cata­
lina, como prenda de su desposorio místico con el Redentor;
aunque fue ante todo en sus frescos de techos donde el Co­
rreggio ofreció toda la medida de su talento, en ellos fue
bastante influido por Mantegna. «Para gloria de la ciudad y
para la mía propia ■
—escribió el Correggio sin falsa modestia.—■,
me encargo de decorar el coro y la cúpula de la catedral de
Parma, por mil ducados de oro.» En ella pintó ángeles y após­
toles envueltos entre nubes. Y en la cúpula representó la
Asunción de la Virgen a los cielos, rodeada de una multitud
de figuras. Nada aparece natural, ni las figuras, ni la luz, ni los
movimientos; pero el conjunto resulta poético y sugestivo.
En las postrimerías de su corta existencia, el Correggio
pintó algunas de sus mejores obras que infunden vida y belleza
nuevas a los viejos mitos paganos de renovación de la natu­
raleza por la lluvia y el sol. Imitando en ello la fantasía de los
1500-1530
Correggio (1494-1534)
E l «Cinquecento » veneciano • 101
antiguos, confiere a las fuerzas naturales formas de seres huma­
nos, expresando la alegría del padre de los dioses mitológicos
en compañía de las más bellas mortales. Júpiter seduce a Leda
bajo la forma de un cisne, a lo bajo la de una nube, fecunda
a Danae como lluvia de oro y a Antíope como joven fauno.
El Correggio pintó a Leda, lo y Danae para el duque de
Mantua, ciudad que conservaba el viejo palacio-fortaleza donde
Mantegna pintó sus frescos de la familia Gonzaga, y las estan­
cias de Isabel de Este aparecían decoradas de oro con un gusto
extraordinario. Otro hermoso palacio, levantado por orden de
Federico, hijo de Isabel, el «Palazzo del Té», muestra aposentos
espléndidos, con frescos magníficos donde el arte del segundo
período se expresa con toda riqueza. Julio Romano, constructor
del palacio, lo decoró también con cuadros rebosantes de sen­
sualidad, donde pueden seguirse las aventuras amorosas de los
dioses antiguos.
E l Renacimiento en Venecia
A comienzos del siglo xvi, Roma era el centro de la vida
artística gracias a Rafael y a Miguel Ángel, quienes dejaron
su huella en la arquitectura, la escultura y la pintura de la
Ciudad Eterna. Sin embargo, no debe olvidarse que también
florecieron las artes en Venecia durante todo el «Cinquecento»;
fue sobre todo la pintura la que dio brillantez a este período
de esplendor cultural en la historia de la gran república mer­
cantil. Giorgione, el Ticiano, Pablo Veronés y el Tintoretto,
supieron revivir para nosotros el ambiente de los magnates
vestidos de púrpura que dirigían el Consejo de Venecia y de las
bellas venecianas, de cabellos de un rubio dorado.
Venecia contaba también con una célebre familia de impre­
sores, los Manucio, empresa que publicaba con magnífica tipo­
grafía las obras maestras griegas y latinas, lo propio que otras
posteriores, como las. de Dante y Petrarca. Los libros de
Manucio despertaban interés en la intelectualidad de la época,
y la biblioteca veneciana era lo suficiente digna de albergar
tales libros, tan admirados durante el Renacimiento. Después
del saqueo de Roma de 1527, el escultor y arquitecto florentino
Jacopo Sansovino pasó de Roma a Venecia, donde fue pronto
nombrado arquitecto de la República. Autor de un palacio
renacentista en el Gran Canal, su principal misión fue, sobre
todo, la de construir una biblioteca cerca de la Piazetta, la
pequeña plaza de San Marcos, frente al propio palacio de los
Saqueo de R om a (1527)
1500-1530
102 • E l arte del Renacimiento italiano
Dux, construcción que es considerada el edificio más elegante
del segundo período del Renacimiento.
Venecia, con sus edificios de mármol blanco y muros de
vivo colorido, los mosaicos dorados de la iglesia de San Marcos
y las pinturas del palacio de los Dux era, en el siglo xvi, lugar
de cita de los viajeros ricos, procedentes de toda Europa. La
ciudad contaba entonces unos 200 000 habitantes, casi el doble
que Roma antes del saqueo y matanza de 1527. Luego, los pro­
pios venecianos, aunque muy apegados a sus tradiciones, hu­
bieron de admitir que estaba produciéndose una decisiva reno­
vación artística. El dibujo de Leonardo y sus contrastes de luz
y sombras enseñaba a los artistas la tendencia a una represen­
tación más viva y plástica.
Giorgione, el hombre y la N aturaleza
La serie de pintores venecianos del siglo xvi se inicia^glo­
riosamente con Giorgione. Murió aún más joven que Rafael,
en 1510, y a la edad de treinta y cinco años. Los críticos dis­
cuten todavía el catálogo de su obra, pero la aportación de su
arte es decisiva: creó una nueva concepción expresiva, inte­
grando al hombre en el Cosmos, y así el paisaje de La tempestad
o del Concierto campestre no constituye una simple decoración,
extraña a los actores, sino que pertenece a la temática del
cuadro e impone a los propios personajes un curioso estado
de ensueño, el del hombre indisolublemente unido a la natu­
raleza.
Giorgione creó el ideal de belleza Veneciana en su Venus
dormida, cuyo sueño, misteriosamente velado por los párpados,
protege su pureza. Los especialistas han intentado precisar
cuántos centímetros cuadrados de rostro y de pecho eran obra
de Giorgione, ya que se ha concedido también al Ticiano el
honor de atribuirle este lienzo. Hoy se admite comúnmente
que, pese a enmiendas y modificaciones, fue Giorgione quien
pintó esta mujer de singular belleza, aunque otros pretenden
reconocer aún la mano del Ticiano en el paisaje del fondo.
Numerosos pintores venecianos —Palma el Viejo, Paris
Bordone, Cariani— intentaron perpetuar en sus obras el am­
biente poético de Giorgione, pero se quedaron en simples manieristas; en cambio, Lorenzo Lotto responde con peculiar persona­
lidad a su sensibilidad apasionada, casi romántica, que confiere
a sus retratos una inquietud en cierto modo moderna.
1500-1510
Giorgine (1475-1510) s
El pintor de los sentidos • 103
El Tiáano, un veneciano genial
Mientras Lotto trabajaba aislado en Bérgamo y en las Mar­
cas, el Ticiano intentó la fusión del clasicismo y del senti­
miento lírico.
El Ticiano nació hacia M77, fecha de dudosa exactitud, en
el norte de Italia, en la localidad de Piave di Cadore, cerca
del río Piave y a unos cien kilómetros al norte de Venecia.
Pertenecía a una antigua y distinguida familia, los Vecelli. Esta­
blecióse en Venecia y fue allí discípulo de Giovanni Bellini, el
mejor maestro del siglo xv, en cuyo taller coincidió con Giorgione, que influyó en su estilo. La obra maestra de este primer
período del Ticiano es La fuente del Amor. Una mujer rubia
ligeramente vestida aparece sentada y absorta en sus pensa­
mientos junto a un pozo antiguo; al otro lado del mismo, otra
mujer desnuda, de formas bellísimas, sostiene un vestido de
púrpura sobre un brazo y observa cómo un pequeño Cupido
chapotea en el agua con encantadores y traviesos gestos infan­
tiles que el Ticiano sabe retratar a maravilla. Se ha dicho que
esta obra simboliza el amor divino y el amor humano; o también
la castidad y la sensualidad, o quizás el amor conseguido y el
amor desgraciado, aunque no faltan razones para suponer que
el tema de la obra está inspirado en la mitología clásica, como
tantas otras obras del Renacimiento; en tal caso, pudiera repre­
sentar a Venus convenciendo a Medea para que siguiera a Jasón,
en el conocido episodio de la antigua mitología clásica referente
a la expedición de los argonautas.
El Ticiano prefiere los cuadros color púrpura o vino, el
blanco rosado del cutis femenino y los movimientos nobles
y majestuosos; se ha dicho de él, además, que era mejor pintor
de los sentidos que del alma. Fue un hombre que pudo y deseó
vivir en la opulencia y que, de vez en cuando, olvidaba sus
escrúpulos de conciencia al tratarse de cuestiones de dinero.
Residía en una hermosa mansión veneciana, desde cuyo jardín,
en pendiente hasta el mar, podía vislumbrar a lo lejos las mon­
tañas donde transcurrió -su infancia. Hacia los treinta años se
casó con su amada Cecilia, hija de un barbero de su región
natal. Al morir ella, le dejó dos hijos, uno de los cuales dilapidó
la fortuna paterna, y una hija, Lavinia, que aparece a menudo
en sus cuadros. Tras la muerte de su madre, parece que la
hermosa Lavinia se ocupó de la casa donde su padre agasajaba
a sus invitados; se casó con Cornelio Sarcinelli y recibió una
cuantiosa dote.
Ticiano (¿1477-1576)
1480-1530
104 • El arte del Renacimiento italiano
El mundo del desnudo artístico
Como nadie, el Ticianó consiguió dar realidad vital al des­
nudo. El mito de Danae, del que creó varias versiones, le
proporcionó ocasión para ello. Su Danae no es la joven casi
nubil del Correggio, sino una mujer de espléndidas formas, cuyo
seno vibra bajo la amorosa nube de oro.
Alfonso de Este, hermano de Isabel y esposo de Lucrecia
Borgia, fue uno de los mayores admiradores del Ticiano, y
cuando el gran pintor hubo terminado su maravillosa Asunción
de María, destinada a la iglesia de los Frari de Venecia, fue
sin duda Alfonso quien le encomendó el célebre cuadro en que
aparece el fariseo que preguntaba a Cristo si se estaba obligado
a pagar tributo al César. Acaso sea ésta la más bella figura de
Cristo que jamás se haya pintado. El rostro astuto y la mano
burda del fariseo forman violento contraste con la dignidad
serena de Jesús. Se cree que el duque tenía intención de colgar
el lienzo a la puerta de su tesorería, para ofrecer así un discreto
aviso a sus súbditos.
En el siglo xvi, Alfonso convirtió Ferrara en un verdadero
centro cultural donde no sólo florecían las artes, sino también
la poesía. Ariosto, autor del célebre Orlando furioso, permane­
ció gran parte de su vida en la corte de Ferrara y describió en
versos vivaces, a menudo con cierto humorismo, los héroes
más o menos míticos que rodeaban a Carlomagno; cómo los
paladines combatían a los sarracenos con ayuda de una especie
de amazonas o walkyrias, y cómo Rolando se volvió loco por
un amor sin esperanza. Tasso, que trató en forma legendaria
las cruzadas en su epopeya Jerusalén libertada, se relacionó
asimismo con la corte de Ferrara.
Por largo tiempo fue considerado como uno de los más
bellos cuadros del Ticiano, el retrato de Eleonora Gonzaga,
hija de Isabel y duquesa de Urbino; pero no se sabe exacta­
mente si el Ticiano quiso ofrendar la inmortalidad a la citada
duquesa, a una cortesana célebre o a una modelo de extra­
ordinaria belleza. La opulenta ciudad de Venecia contaba con
mujeres inteligentes y de excelente educación, que traficaban
con sus encantos; a principios de siglo dejó de llamarse peca­
doras a estas damiselas, sustituyendo tal vocablo por el de
cortesanas, es decir damas de la corte; las amantes de los
papas, en especial, se ampararon en el eufemismo de dicho
«título»; algunas de ellas fueron inteligentes y cultas y se les
daba el epíteto, más o menos impropio, de honesta y honorable.
1515-1532
Ticiano, conde palatino • 105
Cuando Montaigne recorrió Italia durante la segunda mitad
del siglo xvi, quedó bastante sorprendido al ver cómo los ca­
balleros hacían galantemente la corte a tan venales mujeres. Los
caballeros italianos pretendían, en efecto, que para atraerse
los favores de una mujer era preciso antes recorrer todas las
etapas del ritual amoroso, comprobándose hasta qué punto la
rudeza medieval había cedido su puesto al refinamiento rena­
centista; no obstante, la sociedad seguía manifestándose brutal
y cruel hacia la misma especie de mujeres si pertenecían a
clases humildes. Considerar que la belleza física es una virtud,
al propio tiempo que la espiritual, constituye un rasgo típico
del Renacimiento.
Carlos Y y el Ticiano
Federico Gonzaga, hijo de Isabel, proporcionó al Ticiano
la gran oportunidad de ponerle en contacto con Carlos V ;
ambos pudieron conocerse durante una estancia del emperador
en el viejo castillo de Mantua. El Ticiano pintó varios retratos de]
soberano, a la sazón de treinta años, y coronado en aquel enton­
ces (1530) por el papa en Bolonia. Carlos no poseía en verdad
mucha belleza, pero aparece muy majestuoso en el retrato que
de él hizo el Ticiano en 1533. El artista ocultó la flaca pierna
del emperador y una barba cuadrada disimula el prognatismo de
los Habsburgo, que el Aretino había ridiculizado, Le representó
así, en compañía de su perro favorito, apareciendo Carlos con
altivo aspecto y aire de grandeza.
El monarca sintió tal afecto por el pintor, que aquel mismo
año, hallándose en Barcelona, le nombró «conde del i palacio
de Letrán, miembro de la corte imperial, consejero de Estado y
conde palatino, con todos los derechos inherentes a tal dig­
nidad».
El gran artista llevó a cabo numerosos retratos de un empe­
rador que tanto afecto le mostraba. El mejor de ellos quizá sea
el que representa a Carlos V montado en un caballo castaño
oscuro, con la banda roja de los caudillos guerreros borgoñones,
galopando junto al Elba, tras su victoria sobre los protestantes
en Mühlberg; «el caballo tasca su freno dorado y resuella por
los ollares».
En 1544, para su último retrato, el Ticiano pintó a su em­
perador con los rasgos de un «pobre pecador». En la bóveda
celeste resplandece la Trinidad, el Padre, el Hijo y, bajo la
forma de paloma, el Espíritu Santo; cuadro que fue llamado
1530-1544
106 • El arte del Renacimiento italiano
La Gloria y representa, en efecto, el triunfo de la trilogía di­
vina, con la Virgen María junto a Dios, en calidad de mediado­
ra. Más abajo aparece Moisés con las tablas de la Ley y N oé
que sostiene un modelo en miniatura del Arca. En el ángulo
derecho, el emperador Carlos, arrodillado y vestido con un
sudario, implora la gracia divina para él y para los suyos.
Carlos V murió con la vista fija en este cuadro.
El Ticiano retrató a un gran número de personajes impor­
tantes y bellas damas. Su mejor retrato del prudente y sagaz
Paulo III, muestra al papa Farnesio en conversación con sus
dos nietos; uno de ellos, Octavio, se casó con Margarita de
Parma, hija natural del emperador Carlos, y de este enlace
pontificio-imperial nació el gran estratega Alejandro Farnesio.
Precisamente para Octavio pintó el Ticiano su Dante.
En los postreros años de su vida, su pincelada se hizo más
suelta y destacada; su técnica se renueva y «su alejamiento de
la materia aumenta el sentido vital», escribe Pierre Poirier;
pero el público no supo apreciarlo. Otros pintores, en cambio, en
especial el Tintoretto, admiraron mucho las últimas obras del
maestro; dicho pintor se entusiasmó tanto por La coronación
de espinas que, conmovido, el Ticiano le obsequió con el pre­
cioso lienzo.
Al cumplir el Ticiano los noventa y nueve años de edad,
comenzó a pensar en la muerte, que no tardó en llegar. Suplicó
a los religiosos de la iglesia de los Frari que le sepultaran en su
santuario, y a cambio de esta gracia les pintó una Piétá. En
aquella iglesia reposan hoy los despojos del mejor pintor vene­
ciano, el cantor de la belleza y de la alegría de vivir.
Paolo Yeronés, pintor del lujo y de la mujer
La pasión por el lujo y el culto por la belleza femenina, tan
característicos de la Venecia del siglo XVI, se dan cita en Paolo
Veronés, nacido casi medio siglo después del Ticiano. Como
su nombre indica, era oriundo de Verona, pero su obra puede
catalogarse en el seno del arte veneciano y puede incluso afir­
marse que es típica de esta escuela. En 1563 realizó para el
convento de San Giorgio Maggiore una pintura monumental
(70 m2), destinada al refectorio y que representa las bodas de
Caná, cuyo fondo arquitectónico es grandioso: un patio abierto,
rodeado de impresionantes columnas de mármol y una torre­
cilla ante la que dos palomas blancas vuelan hacia el cielo
azul. En torno a una mesa en forma de herradura, Jesús preside
152S-1563
Veronés (1528-1588)
El pintor de la suntuosidad • 107
una asamblea rebosante de colorido, donde aparecen la reina
Eleonora de Francia, la reina María de Inglaterra y el galante
Francisco I; además, entre el sultán Solimán I y el emperador
Carlos V se halla la célebre Vittoria Colonna, marquesa de
Pescara, musa inspiradora de Miguel Ángel; ilustres personajes,
muchos de los cuales ya habían muerto cuando se pintó el cua­
dro. En primer plano, varios músicos, que son en realidad
algunos de los grandes maestros de la pintura veneciana: Paolo
Veronés sujeta un violín, el Ticiano pulsa los graves sonidos
de un violoncello, y Jacopo Bassano toca la flauta.
Años más tarde, pintó Veronés para otro claustro un lienzo
sobre el mismo tema, y esta vez hubo de comparecer ante la
Inquisición para responder de sus profanas audacias, y como
le reprocharan que había representado bufones entre los após­
toles, replicó que «los pintores se toman las libertades de los
poetas y de los locos».
Veronés, aficionado a la suntuosidad, fue el pintor de las
fiestas espléndidas y de las hermosas venecianas con las que
tuvo la suerte de tropezarse. En realidad, ello era un privilegio,
ya que las damás de la alta sociedad veneciana vivían muy
retiradas y —como las mujeres de la antigua Atenas— casi
recluidas en sus casas, donde tenían tiempo de estudiar las
nuevas modas francesas y dedicar muchas horas a cuidar sus
cabellos con productos químicos, a fin de darles la tonalidad
del famoso «rubio veneciano». Y como también en Atenas, sólo
las «hetairas» o cortesanas se mostraban en público.
Una de las más bellas siluetas femeninas logradas por el
Veronés es Elena, madre de Constantino el Grande, que, según
la tradición, descubrió la cruz de Jesucristo en Jerusalén. La
santa, vestida de rico brocado, aparece adormecida sobre un
banco, en bella actitud, aunque algo profana y ya barroca;
en su sueño contempla el vuelo de los ángeles que sostienen
la Cruz.
Veronés había decorado numerosas villas en el norte de
Italia y contaba con muchísima clientela. Sus obras eran apre­
ciadas en diversas cortes principescas. En cuanto a la opulenta
Venecia, era sólo a la Inquisición a quien no complacían las
bellezas rubias del Veronés, porque el gobierno local veía en
ello tan pocos inconvenientes que admitía en las salas más
solemnes del palacio de los Dux cuadros como aquel en que
Zeus, metamorfoseado en toro blanco adornado con guirnal­
das de rosas, rapta a la ninfa Europa. El techo de una de las
salas más ricas de este palacio aparece decorado con otra
1563*1575
108
9
El arte del Renacimiento italiano
pintura del Veronés, El triunfo de Venecia. La serenísima Re­
pública, deificada y coronada por la Victoria, permitía una
vez más al pintor crear grandes espacios pictóricos, haciendo
llegar su composición desde el suelo al mirador y de éste al cénit.
El Tintoretto: belleza y pasión
El último gran pintor veneciano del xvi, Jacobo Tintoretto,
parece haber adoptado por lema: «la belleza es pasión». El
Ticiano y el Veronés pintaron con preferencia el placer radian­
te y la felicidad sensual; en cambio, el Tintoretto tiende al
sombrío patetismo de Miguel Ángel, a quien considera su maes­
tro, y, como éste, adora lo colosal. Nada le gustaba tanto como
pintar personajes de enormes dimensiones; y la mayor parte
de sus lienzos se hallan inmersos en una atmósfera de tormenta,
pesada e inquietante. Fue uno de los primeros en pintar una
tempestad en el mar.
También admiraba lo que en el siglo xvi era el centro de
interés del arte veneciano: la belleza femenina. Así, entre las
mejores obras del Tintoretto figura El salvamento, donde apa­
rece un caballero liberando a dos blancas siluetas femeninas
de un castillo encantado; todavía con sus cadenas, embarcan en
una góndola mecida por el oleaje marino.
En su exaltación a la mujer legendaria, el Tintoretto alcanza
la cumbre de su arte con Susana en el baño. Sentada en un
bordillo, la casta bañista saca del agua el pie derecho y se dis­
pone a introducir la otra pierna, movimiento que destaca el
perfil de la espalda y la belleza de un rostro delicado, menudo,
que contrasta con las formas opulentas del cuerpo. La luz do­
rada del sol en su ocaso ilumina veladamente y acentúa la
poética lozanía de Susana, mientras que los ancianos permane­
cen ocultos a la sombra de un seto.
En 1588, el Senado veneciano había encargado a Paolo
Veronés la decoración de la sala del Gran Consejo en el pala­
cio de los Dux, con un amplio fresco que representara el
Paraíso, pero el Veronés murió aquel mismo año, y el Tin­
toretto, según sus propias palabras, recibió entonces «de Dios
y de los senadores el paraíso en esta vida, con la esperanza
de poder penetrar en él también en la otra».
En instante alguno de su prodigiosa carrera se dejó avasa­
llar el Tintoretto por ninguna fórmula. Procuró no repetirse
jamás y, partiendo del estudio anatómico del modelo vivo y
real, evolucionó hacia la búsqueda de la vida interior de ese
1550-1588
T intoretto (1518-1594)
La escuela mariiecista <§ 109
modelo, al encuentro de su contenido. Su factura pictórica se
hizo cada vez más dinámica y para él la luz se convirtió en espa­
cio. Su Juicio Final, en oposición al de Miguel Ángel, diluye los
cuerpos que materializan de esta forma el aire. Y en La última
Cena, los rayos grises de la lámpara descolorida crean sombras
que disocian los cuerpos, «El hombre parece oprimido por las
fuerzas cósmicas de la naturaleza •—observa Vipper—, teme­
roso ante los elementos hostiles de la vida, perdido en el caos
de los cataclismos del mundo, y busca la salvación en sí mismo.»
Como una observación metafísica de las cosas y de lós seres;
también como una prefiguración del impresionismo.
EL MANIERISMO
A rte florentino a mediados del siglo XVI
Al estudiar el arte italiano del Renacimiento observamos
que la dirección artística se localiza en distintas ciudades a lo
largo de diversos períodos. Florencia fue el centro de la vida
artística durante el siglo xv, pero durante los primeros dece­
nios del xvi, los toscanos Leonardo de Vinci y Miguel Ángel,
aunque honraron el arte florentino, trabajaron casi siempre en
otras ciudades.
A mediados del siglo xvi se formó en Florencia una escuela
de pintores a quienes se llamó «manieristas», del vocablo ita­
liano maniera, y cuyos lienzos y dibujos recordaban a Miguel
Ángel por la disposición de gestos y actitudes. N o alcanzan
ni con mucho la importancia de sus predecesores, pero no
carecen de interés. Giorgio Vasari, a la vez historiador de arte
y pintor, fue en su pintura uno de ellos, y pecó asimismo por
exceso de refinamiento. Fue también arquitecto y construyó
las salas de la administración comunal de Florencia, llamadas
en Italia «llffizi»; esta «Galería de los Oficios» es hoy día
famosísimo museo del arte renacentista.
Angiolo Bronzino y el retrato cortesano
De mayor importancia artística es Angiolo Bronzino, cuyos
retratos saben aunar la elegancia soberana de la forma con
i ciertas inquietudes neoplatónicas tendentes a idealizar y superar
la realidad material. Sus lienzos religiosos y alegóricos poseen
menor fuerza de inspiración. Bronzino creó el género de retra­
1550
110 9 E l arte del Renacimiento italiano
tos cortesanos que en Italia, España y Francia, figurarían como
obras maestras durante la segunda mitad del siglo xvi.
La moda francesa da la pauta en el norte de Italia, desde
mediados de dicho siglo; en cambio, en el sur, posesión española
en el siglo xvi, predominaban las concepciones artísticas de la
potencia ocupante. Luego, a mediados del xvi, la influencia
española llega también a Toscana. Cosme de Médicis el Joven,
que la gobernaba entonces con bastante rigor, se había casado
con una española, Leonor de Toledo, hija del virrey de N á­
poles. Al parecer, Cosme era el tipo perfecto del príncipe sin
escrúpulos, el ideal político que Maquiavelo encarnó en César
Borgia. Bronzino retrató al gran duque de Toscana, a su esposa
e hijos, así como a sus cortesanos, a las damas de su corte y a
diversos artistas; todos ellos pintados de frente, con frecuencia
sobre un fondo que representa un palacio. Cabe preguntarse,
al propio tiempo, si el traje masculino ha sido alguna vez tan
elegante y que favorezca tanto como a finales del siglo xvi.
U n orfebre selecto: Benvenuto Cellini
Bronzino era amigo del orfebre y escultor florentino Benve­
nuto Cellini, nacido en 1500, tipo egoísta y vanidoso hasta el
ridículo, que nos legó una autobiografía espiritual rebosante
de enseñanzas; al leerlas el lector se persuade de su concupis­
cencia y de su ridicula fatuidad.
Cellini era gran admirador de Miguel Angel y repetía orgu­
lloso a todo el mundo que Miguel Ángel en persona admiraba
mucho las joyas, sagradas o profanas, que Cellini realizaba en
su taller y que, en verdad, eran de innegable belleza. Entre
otras, Cellini ejecutó una encuadernación en oro para un misal
que Paulo III quería ofrendar al emperador Carlos V.
En 1540, Cellini fue llamado a la corte francesa por Fran­
cisco I, el generoso mecenas que anteriormente protegiera a
Leonardo de Vinci. Cellini tuvo revelación de su arte en
Fontainebleau, ante las escayolas manieristas del Primaticio y
de Rosso. Su obra más famosa es un extraordinario salero de
oro con pie de ébano; el mar y la tierra, de donde se extraen,
respectivamente, la sal y la pimienta, aparecen simbolizados
por un Neptuno armado de tridente y una bella mujer de fino
cuello, constituyendo la más bella y preciosa ornamentación
en madera que se haya realizado nunca'. Por su parte, Fran­
cisco I se hallaba predispuesto a favorecer a Cellini, pero
Madame d’Etampes, amante regia en aquel entonces, concibió
1500-1540
Benvenuto C ellini (1500-1571)
Maniecisías famosos • 111
tal odio al artista que éste juzgó conveniente volver a su ciu­
dad natal, donde fue muy bien recibido por el gran duque Cosme
de Médicis y pudo allí esculpir su obra maestra: el Perseo de
bronce, conservado en la Loggia dei Lanzi de Florencia.
Juan de Bolonia y H oracio Fontana
Entre los escultores, el mejor del grupo de los manieristas
fue Juan de Bolonia, que procedía de Flandes y se llamaba en
realidad Jean Boulogne, y que supo aunar aquel nuevo estilo con
su sensibilidad nórdica, tan atraída por lo material. Esculpió en
Florencia su obra, rebosante de dramatismo, El capto de las
sabinas, decoró la Loggia dei Lanzi y provocó la admiración
de sus contemporáneos con su Mercurio de bronce.
El siglo xvi, sobre todo en su segunda mitad, nos ha legado
maravillosas «faienzas». Entre los diversos artistas en esta
especialidad, destaca Horacio Fontana, que trabajó en Urbino
y murió en 1571. Este tipo de cerámica recubierta de ún vidria­
do opaco y poroso a base de estaño, constituye un arte pro­
cedente de Oriente. La «faienza» debe su nombre a una locali­
dad de la Italia central, Faenza, donde se elaboraban en pleno
Renacimiento admirables objetos de cerámica, platos y copas
espléndidos, pintados con frecuencia, tanto en su parte externa
como en su interior, de amarillo, azul y verde. Se representaban
en ellos escenas bíblicas y mitológicas, con preferencia des­
nudos masculinos y femeninos.
El arte renaceptista en Vicenza y Génova
A finales del siglo xvi, el mejor arquitecto del norte de
Italia era Palladio. Nació en 1518 en Vicenza, entonces bajo
soberanía veneciana, y allí realizó numerosos e importantes tra­
bajos arquitectónicos, entre otros la Basílica Palladiana (Ayun­
tamiento), que conserva salas abiertas y decoradas con colum­
nas,, y un gran salón abovedado con madera.
El Teatro Olímpico de Vicenza fue construido según planos
de Palladio. El edificio se halla cubierto por excepción, ya
que el resto de la construcción sigue el modelo clásico; consta
de un anfiteatro y una decoración fija cón tres calles en pers­
pectiva. Fue inaugurado en 1584, cuatro años después de la muer­
te de Palladio, con la representación del Edipo rey, de Sófocles.
Palladio aportó su importante contribución al desarrollo de
la arquitectura religiosa. Se le debe San Giorgio Maggiore,
Palladio (1518-1580)
1530-1570
112 # El arte del Renacimiento italiano
iglesia con claustro para la cual pintó Rafael en aquella época
sus monumentales Bodas de Cana. Por otra parte, la mayor
originalidad de Palladio consistió en superar las lecciones nor­
mativas de la Antigüedad, sometiendo a su propio estilo los
cánones clásicos. En sus obras, los órdenes arquitectónicos
abarcan toda la fachada, aunque los arquitrabes se dividen, las
columnas se separan y las ventanas se liberan de cornisas
inútiles y no constituyen más que un elemento en el ritmo
espacial.
Los italianos llaman «Génova la Superba» —la orgullosa Gé­
nova.— a la célebre ciudad donde se unen las dos Rivieras, la
del este o de levante y la del oeste o de poniente. La urbe
alinea sus casas de vivo colorido en forma de anfiteatro, bajo
un clima subtropical. Génova fue centro comercial importante
durante la Edad Media, parecía destinada a aventajar a Pisa, su
rival, y disputó a Venecia la hegemonía mercantil en los países
del Mediterráneo oriental. En el siglo xvi tuvo su mejor épo­
ca de esplendor y Galeazzo Alessi, discípulo de Miguel Ángel,
construyó un palacio allí.
Fue probablemente en esta ciudad donde naciera Cristóbal
Colón. Otro célebre genovés fue el gran almirante Andrea
Doria, que sembró el terror entre los turcos durante casi medio
siglo y, sirviendo a las órdenes de Carlos V, no cesó de hos­
tigarles, tanto en aguas griegas como a lo largo del litoral
tunecino. Agradecidos los genoveses, dieron a Doria el sobre­
nombre de «padre y libertador de la patria», y Bronzino le
pintó con los rasgos de Neptuno, dios del mar, que, también
como Doria, fue terror de sus mitológicos enemigos.
El palacio Doria, construido según estilo de Galeazzo Alessi,
es, con sus enormes retratos, sus salas, sus escaleras y balcones,
una de las más bellas mansiones patricias que se conservan en
el mundo, mostrando una vez más aquel equilibrio y plenitud
que caracterizan al Renacimiento italiano. «Este equilibrio •—es­
cribe René Huyghe.—■ nace de la adecuación perfecta de lo
que se percibe y se comprende del mundo, con los medios de
representarlo e interpretarlo de que se dispone. Parece que
todos los problemas están resueltos o a punto de serlo. Sin
embargo, un testigo perspicaz hubiera intuido ya los gérmenes
que pondrían en tela de juicio esta certidumbre, basando en
otras inquietudes la elaboración de nuevas formas de expresión.
La eterna aventura del arte va a continuar.»
Por otra parte, se trata sólo de un aspecto de la eterna
aventura del hombre.
1550-1584
IT H I I H A i m O
AJL N O R T E m m LOIS A L F E §
EL ARTE DE LOS PAÍSES BAJOS
A FINES DE LA EDAD MEDIA
También los artistas de los Países Bajos experimentaron el
influjo renacentista, pero tardó cierto tiempo en imponerse allí
el movimiento renovador en toda su grandeza.
En los Países Bajos, como en Francia e Inglaterra, la pin­
tura se había limitado durante mucho tiempo a decorar arneses
para los torneos, a realzar con colores los retablos, las urnas,
los pendones, e incluso algunos muebles íntimos. Pero el hecho
de haberse extendido el gusto por la lectura a ciertos medios
intelectuales o privilegiados, alentó a los artistas a enriquecer
los manuscritos con iluminaciones y miniaturas. Se comenzó por
ornamentar las letras floridas y capitales, luego se dedicaron a
representar personajes, principalmente en los manuscritos reli­
giosos: biblias, evangelios, escritos de los padres de la Iglesia
y de los teólogos. A veces, primitivos y tímidos dibujos tomados
del natural ilustraban las obras científicas. La multiplicación de
los manuscritos de historia y de literatura no hizo sino desa­
rrollar esta antigua técnica pictórica.
Van Eyck, realista y sincero
Se ha estudiado ya el fomento y participación de los duques
de Borgofia en el desarrollo y expansión de la miniatura en los
Países Bajos, en los últimos tiempos del gótico. De este arte
a la vez preciso e ingenuo, elegante y realista, nace la gran pin­
tura borgoñona. «Se esperaba a los Van Eyck •—escribe Elie
Faure—'. N o nos asombramos de encontrarlos tan seguros de sí
mismos, sin tener casi nada de primitivos y como si sintieran
Jan Van Eyck (¿ 1390-1441)
S . XV
114 @ Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
tras ellos una tradición ya antigua. Eran, en efecto, el desarro­
llo final del gótico, cuya expresión colorista había madurado
poco a poco entre las páginas de los misales.»
Jan van Eyck no intenta elaborar un mundo: lo describe,
pero con tanta sinceridad que consigue con ella revelar su
profunda poesía. Tampoco intenta realizar retratos psicológi­
cos; se contenta con reproducir fielmente los rasgos que observa
y el menor matiz de la epidermis, pero logra así ahondar en las
reconditeces más secretas del alma. Arnolfini tenía una cabeza
de forma muy rara, ojos fatigados, una nariz larga, una boca
grande y orejas como hojas de col; cruel y preciso, Jan van
Eyck no olvida nada. Unos rostros revelan la dureza del ganan­
cioso; otros, el gusto por la buena mesa, y todo ello descrito
simplemente por detalles en la mirada, en las arrugas o la gor­
dura del personaje.
En 1432, Jan van Eyck terminó el políptico del Cordero
místico, prestigiosa composición teológica de mentalidad medie­
val, dirigida hacia el cielo, pero apoyada sólidamente en la
tierra y en sus múltiples atractivos.
Van der Weyden, el sentimiento trágico de la vida
En el momento en que Jan van Eyck alcanzaba la cumbre
de su arte vigoroso, un pintor originario de Tournai se esta­
blecía en Bruselas y era investido del cargo de pourtraicteur
o pintor de la ciudad. Rogier van der W eyden conocía Italia y
la técnica de los artistas táscanos, que gracias a él tuvo su
primer eco en los Países Bajos, pero siguió siendo tan «flamen­
co» como Jan van Eyck. Siil embargo, su naturaleza profunda
oponía a ambos maestros: el cantor del Cordero místico amaba
la vida y sus alegrías, tanto como el pintor de las Pietá estaba
obsesionado por lo trágico de la existencia.
El tumultuoso sensualismo de una Edad Media decadente
había engendrado una melancolía que las agitaciones políticas
y militares transformaron rápidamente en pesimismo. El abuso
de emociones fuertes sólo deja en la boca sabor a ceniza, y
por ello los relatos de crímenes y de envenenamientos disfru­
taban del favor del pueblo. Un gusto malsano por la sangre y
los suplicios se apoderaba de todos en días de revolución. La
gente se suicidaba por naderías, como ocurrió en tiempos de
Werther. «Ha llegado el tiempo en que deseo morir», escribe
Anthonis de Roovere.
Rogier van der W eyden no intentó ya expresar la verdad
1432-1436
Van der Weyden (¿1400-1464)
M aestros de la pintura holandesa • 115
dej la naturaleza, sino sólo la huella de lo divino. N o es casua­
lidad que evocara con tanta frecuencia el descendimiento de la
Cruz. Veía en ello ocasión de pintar la desesperación. La
desolación de la Virgen: Sfabat mater dolorosa — Juxta crucem
lacrimosa, y la desesperación también de la humanidad, como
expresa Eustache Deschamps: «No veo sino locas y locos, ■
—■
El fin se acerca, en verdad •—• Todo va mal...».
El ascendiente de Rogier van der Weyden, fácilmente per­
ceptible en las primeras obras de Memling, permite suponer
que, entre su estancia en Colonia y su establecimiento en Bru­
jas, el maestro del Relicario de santa Úrsula pasó varios años
en Bruselas, en el taller del pintor de Tournai. En todo caso,
Rogier van der W eyden es el lazo que une el arte de Hans
Memling al de- Jan van Eyck.
Hans Memling, el melancólico
El pintor de los Desposorios místicos de santa Catalina he­
redó la técnica de sus predecesores, pero la puso al servicio
de una concepción de la vida entroncada con la desesperación.
Jan van Eyck se detenía casi exclusivamente en la descripción
física de su modelo y Rogier van der W eyden intentaba suge­
rir su vida interior, o más simplemente, la piedad resignada.
Hans Memling, por su parte, desencarnó al ser humano, lo idea­
lizó, puso en sus rasgos, en su mirada, en su actitud, su propia
inquietud y hastío de la vida y de la sociedad. De ahí la imper­
sonalidad de los rostros, que responden casi todos a un tipo
único de mujer o de varón.
¿Qué puede haber más revelador que el retrato de M aria Moreel,
llamada la pseudo-Sibila? E n las escotaduras o incisos de este cuadro,
H ans Memling no se ha atrevido a representar ningún paisaje; el me­
nor rastro de verde o el más ligero rayo de sol hubieran sido inopor­
tunos en esta meditación de ultratumba. El rostro de M aria Moreel,
de una palidez terrorífica, no parece de carne, tan exangües son los
labios de su boca grande en exceso. La visión apocalíptica de la muerte
inmoviliza su m irada helada. Se piensa en las danzas contemporáneas
de ICermaria (Bretaña), de Lübeck, de Reval o de Metnitz, en la tumba
del cardenal Lagrange o en los versos de Jean Molinet:
¡A y! pobre pecador, considera
de dónde vienes y adonde irás;
estás de mala materia
formado, y morirás.
Después te pudrirás en tierra
y los gusanos consumirán tu cuerpo...
Memling (1433-1494)
1466-1490
116 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
Cuando sea presa de los gusanos, M aría Moreel no podrá ya exhi­
bir sus siete sortijas, su fino collar, ni su dije de piedras preciosas.
Pero quizá conserve su corpiño rojo y negro, evocador del Infierno...
Contrariamente a Rogier van der Weyden, Hans Memling
no poseía el sentido de (lo trágico y era incapaz de intensidad
patética en sus descripciones de martirios. Por ellos su pesimis­
mo, su deseo de evadirse de la realidad, producen a veces la
ilusión de una simple melancolía dulzona.
El paradójico Van der Goes
En aquel mundo en ocaso sólo caben dos actitudes posibles:
la evasión en Memling y la crudeza de lenguaje en Hugo van
der Goes, el más genial de los pintores primitivos holandeses,
con Jan van Eyck, y que fue un alma atormentada. En su
famosa Matanza de los inocentes pasa de un extremo a otro:
del purísimo amor maternal a la brutalidad militar, y en la
Coronación de la Virgen ■
—4a de Buckingham Palace—• ofrece a
nuestra contemplación, no una fiesta soñada por algún poeta
visionario, sino una galería de egocéntricos y de codiciosos.
La codicia y el orgullo son los pecados dominantes de tales
bienaventurados...
Incluso cuando pinta la conmovedora historia de Jacob y
Raquel, Hugo van der Goes se burla del recogimiento espiri­
tual; se ha vuelto escéptico, a fuerza de haber visto la piedad
acompañada del desenfreno, la humildad junto a la ambición.
Se parece a su pastor que presencia con sonrisa maliciosa el
casto beso de Jacob.
Hugo van der Goes fue el primero que introdujo en sus
obras la miseria de los campesinos flamencos. En su Tríptico
Portinari, el grupo de pastores de rostros expresivos muestra
a la vez curiosidad tímida y adoración simplona. La miseria del
pueblo aparece expresada con una observación muy superior a
la de los cronistas, que también representan a los campesinos
como las víctimas propiciatorias de las guerras y rebeliones.
Hugo van der Goes sensible en exceso, no resistió los violentos
contrastes de su época: murió loco en el priorato del RougeCloítre, en el bosque de Soignes, en 1482, año del fallecimiento
de María de Borgoña.
Después de Memling y V an der Goes, la energía, y la vitalidad
desaparecieron de la pintura holandesa del siglo x v ., D irk Bouts fue
indiscutible colorista; G erard'D avid, un armonista concienzudo; Adrián
1482
Van derGoes (1440-1482)
El Maestro de A ix • 117
Isembrant, un refinado de gracias rebuscadas. Pero las obras de estos
pintores revelan que la expresión estética de los primitivos ya se ha
agotado; queda poco que decir en ese lenguaje y se acerca la hora
de captar las nuevas tendencias renacentistas. Fue entonces cuando en
los, Países Bajos se impusieron Geertgen tot St. Jans, Jerónimo Bosch
y Lucas de Leyde.
Geertgen trabajaba en Leyde y allí murió a la edad de treinta
años. Se conocen de él catorce telas, todas ellas de calidad excepcio­
nal, con unas formas más estáticas que las de los primitivos flamen­
cos, y modeladas por una luz fría que anuncia Vermeer de Delft. Pero
G eertgen tot St. Jans introdujo también, en varias de sus obras, per­
sonajes deformes que volvemos a hallar, dominando un mundo más
inquietante que fantástico, en Jerónimo Bosch. Este pintor trabajó en
Bois-le-Duc durante la m ayor parte de su existencia; sus obras han
hecho y hacen, aún en nuestros días, estremecer a cuantos las con­
templan. Con él «penetramos en el seno de una demonología real en
la que está implicado el hombre entero con su alma y su destino».
E n cuanto a Lucas de Leyde, de dotes asombrosamente diversas,
fue uno de los primeros artistas holandeses que rompieron con la tra­
dición medieval. Pintor de retratos que sorprenden por su «honradez»,
pero también grabador en m adera y en metal, había alcanzado una
gran m aestría en esos terrenos y experimentó el influjo de Durero, con
el que convivió en Amberes y con quien intercambió grabados.
Al morir Lucas de Leyde, en 1533, el Renacimiento había triun­
fado ya en los Países Bajos.
ARTE
FRANCÉS Y
ALEMÁN
La serenidad olímpica de Jean Fouquet
Por su situación geográfica, Francia se encontraba en la
confluencia de las tendencias flamencas e italianas; las primeras
se manifestaron primero en las provincias septentrionales y en
Borgoña, pero fue sobre todo en el corazón del reino, en Angers
y en Provenza, donde la inspiración flamenca, al transformarse,
dio origen a obras magistrales. El Ttiptico de la Anunciación
del Maestro de Aix revela una acuidad de sentimiento fran­
cesa, mientras que las iluminaciones atribuidas al Maestro del
Rey René obtienen de la luz una incomparable poesía.
N o son las inspiraciones flamencas, sino las italianas las
dominantes en Jean Fouquet, aunque sin ahogar jamás su pro­
funda originalidad. «El mundo que nos muestra Fouquet .—o b ­
serva con aciertoCarlos Sterling—' es el de una Francia pacifi­
cada y confiada: hombres puros y tranquilos, animales soberbios
situados con audacia en un paisaje sencillo y sonriente en que
Carlos V, emperador (1519)
1482-1533
118 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
se lee toda la vasta continuidad de la tierra y del cielo, en que
la luz es primaveral y las sombras transparentes y suaves. N o
por sus ornamentos y sus mármoles es Fouquet un pintor del
«Quattrocento», sino por esta serenidad olímpica».
Contemporáneo a Jean Fouquet, Enguerrand Quarton pinta
su Vicgen de la Misericordia y su Coronación de la Virgen ctín
un modelado meridional, una estructura por planos contiguos
que se superpone a las formas aún góticas.
Las postrimerías del siglo xv señalan un nuevo auge del
influjo flamenco: no ya el de Van Eyck, sino el de Hugo van
der Goes, muy perceptible en la obra del Maestro de Moulins.
Pero también esta vez el carácter francés se evidencia por una
elegancia aristocrática y formas amplias. El Maestro de Moulins
ocupa en el arte francés el mismo nivel que Gerard David o
Adrián Isembrant en el de los Países Bajos: posición de final
de trayectoria, brillante sin duda, pero condenada a vegetar sin
consecuencias notorias. También el país esperaba un nuevo len­
guaje estético.
Grünewald y Cranach, fíeles al gótico tardío
El espíritu nuevo no provocó en Alemania una brusca rup­
tura con la tradición medieval. El espíritu gótico, con sus exage­
raciones naturalistas y su dinamismo plástico, domina aún en la
obra de Mathis Nithard, llamado Grünewald. Así, el Políptico
de Isenheim, retablo pintado para el convento alsaciano de los
Antonianos, sigue siendo medieval en su inspiración y ordena­
ción; sólo cierto virtuosismo parece anunciar los nuevos tiempos.
Los maestros de la escuela del Danubio, y en particular
Altdorfer, son ya más líricos y conceden al paisaje un lugar
significativo. Su tendencia aparece de nuevo en las primeras
obras de Lucas Cranach el Viejo, pintor singular que se convir­
tió al luteranismo, se estableció en la corte electoral de Sajonia
y se reconcilió con la línea gótica y el preciosismo del dibujo
sinuoso. Su afición a los desnudos equívocos y el encanto ambi­
guo de sus gráciles mujeres no modifica esta orientación hacia
el pasado.
El genial Alberto Durero
En 1498 empezaron a divulgarse en Nuremberg una serie
de quince grabados en madera, con asuntos inspirados en el
Apocalipsis; al reverso de cada uno de ellos podía leerse el texto
1416-1480
El avíe de Durero ® 119
bíblico correspondiente. Su autor, Alberto Durero, gracias a su
imaginación genial, había logrado dar forma a los pasajes apo­
calípticos de la lucha entre Cristo y el Ángel, del fin dei mundo
y del advenimiento del reino de Dios.
La manera como Durero traducía en imágenes las profecías
del Apocalipsis produjo impresión profunda en sus contempo­
ráneos y sus grabados fueron coleccionados en un libro popular
que conmovió hondamente a sus lectores. La publicación de esta
obra de Durero poco antes de comenzar el siglo xvi no fue
efecto de la casualidad, ya que en aquellos años mucha gente
creía inminente el fin del mundo. En la misma época en que
Savonarola exhortaba a los florentinos al arrepentimiento y a la
penitencia, un sacerdote de Augsburgo anunciaba el castigo di­
vino por los pecados de los hombres: se acercaba el Juicio
Final ■
—decía.—■, la Iglesia y el Imperio iban a quedar reunidos
bajo el cetro de un poderoso soberano, y luego sobrevendría
la gran paz del mundo.
Los grabados de Durero expresan el sentimiento de culpabili­
dad, la angustia e incertidumbre ante la catástrofe inminen­
te de que muchas, muchísimas gentes, estaban persuadidas a
fines de la Edad Media.
«En aquel tiempo el mundo no era tan apacible y tranquilo como
se imaginó más tarde, durante la época del romanticismo; al contrario,
vivia agobiado por luchas e incertidumbres» •—dice un historiador de
la cultura—, «En los talleres de las ciudades alemanas no había sólo
felices artesanos consagrados a su trabajo, con una alegre canción en
los labios; las iglesias no albergaban únicamente sacerdotes buenos y
puros, que celebraban su misa cotidiana; de los castillos fortificados no
salían sólo nobles caballeros; en los campos no trabajaban sólo hon­
rados y piadosos campesinos, Al contrario: por todas partes reinaba
la inquietud y fermentaba el descontento. En una Alemania dividida,
los conflictos religiosos se añadían a las divergencias sociales y polí­
ticas, en la atmósfera alentaban las revoluciones y los hombres de
aquel ocaso medieval eran presa de conflictos desgarradores. E ra la
época de los grandes contrastes: se estremecían ante la inminencia
del castigo divino, pero m ostraban un temple de acero en los campos
de batalla europeos; se refugiaban medrosamente en la penumbra de
las catedrales góticas y defendían hasta el extremo y sin ceder un
ápice sus ideas heréticas. Por una parte, las enfermedades y la miseria,
la peste y el nuevo morbo contagioso llamado «mal francés» —la sí­
filis.—•; por otra, una deslumbrante y gozosa ansia de vivir al servicio
de la cual se habían puesto el arte y la cultura. E ra la época de los
últimos caballeros y de los primeros grandes comerciantes; entre los
muros de las ciudades vivía un proletariado descontento, y fuera de
las murallas, los aldeanos empezaban a murmurar.»
Durero (1471-1528)
1490-1498
120 • Renacimiento y humanismo al norte de ios Alpes
Sobre este trasfondo deben situarse las descripciones apo­
calípticas de Durero. Su vida entera estuvo obsesionada por la
idea de la muerte, y le torturaba el pensamiento de que no
podría escapar al Juicio Final. Este sentimiento de culpabilidad
y su carencia de responsabilidad personal le impulsaron a la
creación de su obra, aunque parece que el resultado no le satis­
fizo por entero, sino en raras ocasiones. Durero era melancólico,
pensador y reflexivo, y por el hecho de vivir tan intensamente
su época supo expresar en su arte, y de manera impresionante,
la evolución espiritual de su siglo, la transición que abarca el
final de la Edad Media, el Humanismo y la Reforma.
Pírckfaeimer, un mecenas alemán
Entre 1490 y 1500 vivía en Italia un joven estudiante ale­
mán, satisfecho de la vida, Wilibald Pirckheimer, que admiraba
mucho a los eruditos y a los ricos soberanos como Ludovico
Sforza y se apasionó por la lengua y la cultura del país. Se
dedicó al estudio de Platón y regaló a su padre, patricio rico
y respetable de Nuremberg, las obras de Marsilio Ficino y de
otros filósofos.
Después de pasar su juventud en el extranjero, Pirckheimer
se convirtió a su vez en uno de los principales burgueses de
Nuremberg y desempeñó un papel de primer orden, tanto desde
el punto de vista político como cultural. Su hermosa casa pa­
tricia estaba abierta a todas las celebridades literarias y tomó
parte activa en el movimiento humanista, traduciendo las obras
de diversos autores clásicos, griegos y latinos, y en primer
lugar las de Platón, Aristóteles y los estoicos. Wilibald Pirck­
heimer, «orator et senator et miles», gran amigo de Alberto
Durero, ejerció asimismo poderoso influjo en la evolución del
gran artista. En la época en que Pirckheimer estudiaba en
Italia, llevó a cabo Durero su primer viaje al sur, probablemente
durante los años 1490 al 1495; visitó primero Venecia y de allí
se dirigió a Roma; tuvo también ocasión de estudiar las artes
en la Italia septentrional y en la Italia central; es probable que
admirara, entre otras¿ las obras de Leonardo de Vinci.
Pirckheimer acompañaba a Durero y se apresuró sin duda
a iniciarle en los diversos aspectos de la cultura italiana y de
este modo el gran artista, que hasta entonces viviera en el
mundo intelectual y pictórico del gótico, pudo ponerse en con­
tacto con la Antigüedad clásica, tal como la interpretaba el
Renacimiento, influjo ya sensible en sus grabados sobre el Apo1490-1500
La Apocalipsis, según Durero • 121
Inspirada en el capítulo X V I I del Apocalipsis, según san Juan,
esta xilografía de Alberto Durero simboliza la perversión de
Babilonia.
1490-1498
122 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
calipsis. Otro viaje a Italia (1505-1507) acentuó aún más las
impresiones recibidas.
Después de introducir a Durero en la vida cultural del
Renacimiento, Pirckheimer contribuyó en gran manera a des­
pertar el interés del artista por las nuevas corrientes culturales.
La amistad de Pirckheimer y Durero sitúa la literatura del
Renacimiento alemán en contacto muy estrecho con el arte
pictórico; amistad que duró toda su vida y cuando murió Du­
rero, en 1528, Pirckheimer escribió una oda de circunstancias,
poema que es, a la vez, un monumento dedicado a la gloria
del gran artista y un himno conmovedor en memoria del amigo
difunto.
L a obra de Durero
Sabemos que Alberto Durero no cesó de estudiar a lo largo
de toda su existencia, lo que le convirtió en uno de los hombres
más cultos de su época. El propio Erasmo afirmaba que Durero
conocía a fondo la literatura religiosa y filosófica, las matemá­
ticas y la astrología, y que podía sostener un debate con cual­
quier erudito. Su poderosa imaginación prestó forma artística
a las ideas de que estaban penetrados tan profundamente sus
contemporáneos; era para él una necesidad vital determinar su
posición y conocer en qué situación se hallaba en medio de las
escisiones espirituales de su época.
Hacia 1513-1514 realizó Durero sus tres mejores obras, los
«Meisterstiche»: El Caballero, la Muerte y el Diablo, La M e­
lancolía y San Jerónimo. Los historiadores de arte discutieron
mucho tiempo acerca del sentido de estas grandes creaciones, y
se han dado toda clase de eruditas interpretaciones a través de
los años. El Caballero puede simbolizar la preocupación reli­
giosa; el patriarca san Jerónimo, la investigación literaria culta
(el humanismo); finalmente, la Melancolía podría muy bien ser
la imagen ^de las ciencias naturales. Con todo, esta hipótesis!
nos parece especiosa; sin duda es más sensato suponer sencilla­
mente que los tres grabados expresan las obsesiones de Durero
en aquella época, la piedad (Jerónimo), la actitud moral y el
comportamiento en la existencia (el Caballero) y la tristeza ante
los límites de la inteligencia humana (la Melancolía).
De todas formas, quien pretenda describir las corrientes
espirituales que agitaron la Alemania de principios del siglo xvi
no puede pasar por alto los Meisterstiche de Durero. Por nues­
tra parte, al comentar la tan debatida cuestión «¿Qué es el
1503-1528
« M eisterstiche » de Durero (1513-1514)
El humanismo nacionalista alemán • 123
humanismo alemán?», conservamos presentes las imágenes de
Jerónimo, el Caballero y la Melancolía.
EL HUMANISMO GERMÁNICO
Su esencia y significación
La esencia y la significación del humanismo alemán han pro­
movido largos y vivos debates y sus resultados podrían resu­
mirse en pocas frases: el humanismo alemán es una corriente
cultural muy influida por el Renacimiento italiano, pero que no
alcanzó igual nivel estético y literario. Ha sido definido como
una especie de romanticismo intensamente nacional que exigió
una renovación o, mejor dicho quizás, una verdadera resurrec­
ción de la vida religiosa; ante todo, es este carácter religioso
lo que se considera esencial. En general, al contrario que sus
colegas italianos, los humanistas alemanes tradujeron pronto en
hechos concretos el programa que se habían propuesto; ello y
su pasión nacionalista les confiere un significado con respecto
a la Reforma, aun cuando muchos humanistas no aceptaran la
doctrina de Lutero.
En el abigarrado cortejo de los humanistas alemanes apa­
recen personalidades como Jacobo Wimpfeling, que trabajó en
Alemania y Estrasburgo y lamentaba que tantos estudiantes
germánicos se encaminasen a las universidades italianas y fran­
cesas, cuando las instituciones alemanas, en su opinión, eran
similares a las extranjeras. En su libro Germania, aparecido
en 1501, intenta demostrar que, según todas las leyes divinas
y humanas, la orilla izquierda del Rin pertenece a Alemania y
no a Francia; declaraciones semejantes expuso Rudolf Agrícola,
que afirmaba paladinamente que Alemania tenía derecho a
imponer su hegemonía a los demás pueblos. Según Konrad Celtis, era deshonroso no conocer la historia griega y romana, pero
era realmente escandaloso ignorar la geografía y el pasado de
Alemania y, detalle curioso, fue el propio Celtis quien publicó
la Germania de Tácito, obra que, al exaltar las virtudes de los
antiguos germanos, adquirió enorme significado en el despertar
del sentimiento nacional alemán. El entusiasmo nacionalista en
el seno de los círculos humanistas arrastró a muchos a formular
graves exageraciones y así se describía a los italianos como
un pueblo de esclavos y de malhechores, y se calificaba a los
franceses de picaros cobardes, lo cual no era obstáculo para
que los humanistas alemanes tuvieran muchos cosas en común
1500-1517
124 9 Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
con sus colegas italianos. Por otra parte, Agrícola conoció en
Italia a los más distinguidos representantes del Renacimiento
italiano y poseía el optimismo del verdadero humanista; en sus
obras elogia «el poder infinito e increíble» del espíritu humano,
que no conoce otros límites que la voluntad del hombre.
Observamos una personalidad más compleja en Konrad
Mutianus Rufus, que también residió varios años en Italia,
donde recibió el influjo de la academia platónica de Florencia.
Más tarde se estableció en Erfurt y se convirtió en el jefe de los
círculos humanistas de aquella universidad. Se propuso la misión
de coordinar la nueva filosofía platónica con la teología cris­
tiana. Mutianus nunca compiló sus ideas en una obra; se limi­
taba a conversar con sus interlocutores y transmitirles sus
conocimientos e ideas. Poco combativo, no sentía ninguna afi­
ción por la controversia.
Reuchlin: helenismo y hebraísmo
El más importante humanista alemán fue Johann Reuchlin,
que dejó en muy buen lugar los estudios de griego en las uni­
versidades alemanas y cimentó los del hebreo, por el que sentía
gran pasión, tanto que se cuenta que un día, en Roma, pagó
una suma considerable a un judío para aprender de él la pro­
nunciación de un solo vocablo. Dedicó sus conocimientos de la
lengua y de la literatura de los israelitas para penetrar en los
secretos de su religión, ya que Reuchlin estaba plenamente
convencido de encontrar en ella una solución a los grandes
enigmas de la humanidad. Como Pico de la Mirandola, cuya
influencia fue considerable en él, su vida estaba consagrada
a la búsqueda de la verdad. «Venero a la verdad como a un
dios», decía con frecuencia.
A menudo, los eruditos se han preguntado (y ello ha dado
motivo a numerosas controversias) qué papel han desempeñado
los humanistas alemanes en la vida universitaria europea. Ésta,
como afirman algunos investigadores modernos, quizá no haya
tenido la importancia que se le ha atribuido. Transcurrió mucho
tiempo antes que los humanistas no tuvieran un programa bien
definido; es, pues, difícil distinguirlos de otros eruditos. Con el
tiempos, sus objetivos se hicieron más claros; la «controversia
de Reuchlin» proporcionó en todo caso una excelente pará­
frasis al programa de los humanistas alemanes, o sea, poner
de acuerdo los ideales alemanes y cristianos con los ideales
espirituales y artísticos de la Antigüedad. Dicha controversia
1500-1517
Reuchlin (1455-1522)
Polémicas del humanismo alemán ® 125
se inició en 1501 promovida por las exigencias de un judío con­
vertido al cristianismo, Pfefferkorn, que pretendía prohibir
todo estudio de la literatura hebraica so pretexto de que los
textos religiosos de los judíos denigraban al cristianismo; Pfef­
ferkorn logró llamar la atención y el emperador Maximiliano
ordenó una investigación sobre el tema. Reuchlin figuraba entre
los especialistas invitados a manifestar su opinión sobre aquel
asunto y en un memorándum minucioso y preciso el gran erudito
recomendó que se rechazara de plano la propuesta de Pfef­
ferkorn.
Sin embargo, Reuchlin no sentía simpatía alguna hacia los
judíos; compartía los persistentes prejuicios que han considerado
a los israelitas como el pueblo maldito que crucificó a Cristo,
aunque reverenciara los textos sagrados de los judíos y conce­
diera a la Biblia un valor extraordinario: ¿no estaba escrita
en la lengua «que Dios había empleado para dirigirse a Moi­
sés»? Reuchlin poseía la mayor biblioteca hebraica de su época,
una colección que mimaba con inmenso cariño. Después de
tomar partido en la polémica, los dominicos de Colonia, defen­
sores de la ortodoxia, se declararon violentamente en contra
suya. El conflicto tomó proporciones inquietantes cuando lo­
graron acusar a Reuchlin ante la Inquisición. A partir de enton­
ces, la gente culta de Alemania se escindió en dos^ bandos, y
los humanistas demostraron irreductible solidaridad por creerse
defensores de una causa noble.
El conflicto no se limitaba ya a Pfefferkorn y a la literatura
hebraica, sino que se ampliaba a todas las nuevas concepciones
culturales e incluso a la independencia ideológica de Alemania
con respecto a las demás naciones. Así, en Colonia pronun­
ciaron sentencia contra los libros de Reuchlin, en virtud de la
cual debían ser quemados. Para explicar y justificar su punto
de vista, el hebraísta publicó entonces su Clarorum viroruin
epistolae (Cartas de hombres célebres), textos que en 1515
fueron seguidos de una nueva colección, destinada a la celebri­
dad, bajo el título de Epistolae obscuvorum virorum (Cartas de
hombres que tantean en la oscuridad); los principales porta­
voces del partido conservador aparecen en ella con aspectos
verdaderamente muy poco simpáticos.
Al principio, algunos creyeron que aquellas cartas procedían
realmente de los teólogos dominicos de Colonia, pero lo cierto
es que se trataba de sátiras de humanistas y de un libelo contra
la filosofía pasada de moda que aún seguía estudiándose en las
facultades de teología de las universidades. Se ha discutido
1501-1515
126 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
mucho para identificar al verdadero autor de estas cartas. Hoy
está demostrado a las claras que el responsable de la primera
parte de la colección fue Crotus Rubianus, humanista de Erfurt,
y que la segunda se debe a Ulrico de Hutten, una de las figuras
más interesantes y discutidas del humanismo alemán.
Ulrico de Hutten, el primer nacionalista
La familia de Ulrico de Hutten pertenecía a la .nobleza del
imperio, Ulrico nació en el castillo de Steckelberg, en el anti­
guo ducado de Franconia; sus padres deseaban que ingresara
en el sacerdocio, y a tal efecto lo recluyeron en un claustro
a la edad de once años, pero seis años después, en 1505, el
joven Ulrico lograba fugarse, atrayéndose con ello la maldición
paterna. Aquél fue el comienzo de una larga serie de peregri­
naciones; ávido de estudiar, fue de una ciudad universitaria
a otra, de Colonia a Erfurt, de Leipzig a Greifswald y a Rostock; sólo sabemos de este período que Hutten vivió en suma
pobreza y que jamás consiguió aprobar un examen.
Luego apareció en Viena, capital donde la vida pública se
concentraba en torno a la atractiva personalidad del emperador
Maximiliano, y allí tomó contacto con un nuevo aspecto del
humanismo: la corriente histórico-política. De esta época data
un poema de Hutten que lleva un título elocuente '—Por qué
los alemanes no han degenerado todavía—' y en el que desarrolla
ideas peregrinas: las cualidades morales de los alemanes les
dan derecho a un grandioso porvenir político; los italianos
deben someterse al poderío alemán y los franceses harán bien
en recordar que encontrarán una encarnizada resistencia si tra­
tan de llegar hasta el «río alemán», el Rin.
Después, las peripecias se suceden rápidamente en la vida
de Ulrico. En la primavera de 1512 aparece en Italia, tan pobre
y desprovisto de recursos que hubo de alistarse como soldado
en Bolonia. Más tarde, poco después de regresar de Italia,
terminaba su poema Nemo (Nadie), obra en que se muestra
pesimista y del todo accesible a «esa melancolía otoñal que,
en el siglo xvi, proyecta de continuo su sombra sobre la más
exuberante alegría de vivir». Hutten afirma en su obra que
Alemania gime bajo la férula de los teólogos y los juristas, mien­
tras que a los humanistas, «la guardia noble de la luz», no se
les permite decir absolutamente nada.
Pero la luz fue abriéndose paso y el movimiento humanista,
con Reuchlin al frente, se preparaba para la lucha. Entonces
1505-1512
Ulrico d e H u tte n (1488-1523)
E l fundador del nacionalismo alemán • 127
le invadió a Hutten aquel gozoso optimismo que se convirtió,
según opinión generalmente admitida, en el rasgo más típico de
su carácter, estado de ánimo expresado en su célebre frase:
«Los espíritus se despiertan y la vida se convierte en un pla­
cer». Entusiasmado, Hutten se lanzó a la controversia que se
agitaba en torno a Reuchlin, movido por el ardiente deseo de
participar en aquella gran contienda política y religiosa.
Encajaba perfectamente con su carácter el gesto de publicar
un texto del emperador Enrique IV, manuscrito olvidado desde
hacía siglos y que Hutten encontró por verdadera casualidad
en marzo de 1520. Con aquella publicación, el humanista pre­
tendía revivir el recuerdo de la gigantesca lucha que el citado
emperador mantuvo con el papa. Ulrico de Hutten soñaba con
realizar grandes cosas, entre ellas convertir de nuevo el imperio
germánico en la mayor potencia del mundo. Las cualidades
fundamentales del pueblo alemán •—pureza de costumbres y
fuerza viril, ya cantadas por Tácito.— recuperarían entonces
su gloria antigua. Para Hutten, los escritos de Tácito consti­
tuyeron una verdadera revelación, y Arminio, el intrépido jefe
de los germanos, fue en lo sucesivo su ideal.
Hutten y la Reforma
Hutten se adhirió al bando de la Reforma a través del hu­
manismo. Se ha escrito mucho acerca de sus relaciones con
Martín Lutero, y hoy se tiende a creer que Hutten jamás fue
luterano en la verdadera acepción de la palabra, como tampoco
su amigo Wilibald Pirckheimer, Alberto Durero ni Johann
Reuchlin. A Hutten le sedujo la enérgica personalidad de Lu­
tero, pero la obra del reformador le atraía sólo por sus facetas
externas, su lucha contra Roma y sus tendencias revoluciona­
rias; en cambio, la teología luterana y la doctrina de la gracia,
núcleo del programa reformado, no le interesaban. Hutten ad­
miraba la manera como Lutero logró arrebatar al pueblo; veía
en él un factor de poder, un aliado precioso, y si se situó junto
al reformador fue únicamente porque consideraba a Lutero
como el hombre que mejor podría realizar el ideal cultural y
nacionalista del humanismo alemán. Era éste muy débil funda­
mento para una colaboración con Lutero, quien se interesaba
escasamente por el cumplimiento del programa humanista, de
modo que la ruptura no se hizo esperar.
Al estallar el inevitable conflicto entre Lutero y Hutten,
parece que Lutero calificó al humanista de «hombre orgulloso
Lutero, reform ador (1517)
1517-1520
128 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
brutal e insensato» y le aconsejó que volviera a su literatura;
entonces Hutten se unió a uno de los más célebres cabecillas
alemanes, Franz von Sickingen, y participó en una de sus cam­
pañas; pero la expedición fue un fracaso y Hutten tuvo que
huir. Los últimos episodios de su vida fueron dramáticos; tras
agotadoras andanzas, fue a parar a la isla de Ufenau, en el lago
de Zurich, donde inspiró compasión a un sacerdote curandero,
pero éste nada pudo hacer por su huésped; Hutten, minado por
la enfermedad, había tenido que soportar fatigas excesivamente
prolongadas y murió poco después de llegar a Llfenau.
El reformador suizo Zuinglio formuló sobre él una observa­
ción escueta: «No ha dejado nada de valor, porque no tenia
libros ni hogar».
ERASMO D E ROTTERDAM
Un holandés universal
Hutten debió mucho al célebre humanista Erasmo de Rot­
terdam, cuyas obras influyeron profundamente en él, y en un
principio le profesó ardiente veneración. Deseaba ser un huma­
nista de acción, un Alcibíades cuyo Sócrates sería Erasmo;
así decía Hutten en su primera carta al erudito holandés con
un entusiasmo que se enfriaría muy pronto. Cuando se per­
suadió de que Erasmo no tenía en absoluto la intención de
apoyar incondicionalmente a Lutero y a la causa de la Reforma
alemana, Hutten rompió con el gran humanista remitiéndole
una carta en que le acusaba de cobardía moral: «Nosotros, los
alemanes, desde luego no somos así .—escribía—', no somos
de esa clase de gentes tan inseguras e indecisas, sin firmeza al­
guna y que se doblegan al primer viento que sopla. Así son
en Italia vuestros amigos los cardenales. Podéis muy bieij volver
a esos semifranceses que se llaman holandeses. En efecto, si no
cambiáis en el acto, tendremos que pediros que os vayáis,
porque ya no podéis ser el ideal de nuestra juventud, con tanta
carga de defectos extraños a nuestro pueblo y tan indeciso
e infiel».
Tales cartas retratan bien a Hutten y nos demuestran asi­
mismo con evidencia cuánto odio y pasiones lograba despertar
Erasmó entre sus contemporáneos. De todos modos, se han
suscitado diversas polémicas para explicar el éxito desconcer­
tante obtenido por Erasmo, atribuido por algunos a su agudeza
1517-1523
Erasmo de R otterd am (1467-1536)
Vida y obra de Erasmo • 129
de ingenio y a su estilo claro y conciso. Para una generación
profundamente imbuida de sentimiento religioso y torturada por
la angustia metafísica, constituía una revelación, casi una libe­
ración, observar cómo Erasmo aclaraba los problemas teológicos
con suma facilidad, y cómo demostraba de modo convincente el
método para llegar a resolverlos, expresándose en un lenguaje
fácil, directo y elegante, con profundo desprecio hacia las viejas
doctrinas escolásticas.
E n una de sus obras más famosas, el Elogio de la locura, dice:
«...os sería más fácil salir de un laberinto que escapar de las redes de
los realistas, los nominalistas, los tomistas, los albertistas, los occamistas, los escotistas... Todos poseen un fondo de erudición tan gran­
de... que los propios apóstoles, si hubieran de entrar en liza con ellos
sobre todas estas materias, necesitarían un espíritu muy diferente del
que recibieron de lo alto». San Pablo demostró que tenía fe; pero cuan­
do dice que «la fe es la substancia de los fines que esperamos y la
expresión de todo lo que no cae bajo los sentidos», su definición no
resulta lo suficiente doctoral.
«,..si les hubieran interrogado (a los apóstoles) sobre la diferen­
cia que hay entre el cuerpo de Jesús en el cielo y el cuerpo de Jesu­
cristo en la cruz..., seguramente no habrían podido responder jamás
con tanta sutileza como los escotistas... Los apóstoles conocían perso­
nalmente a la madre de Jesús; pero ¿hay alguien de ellos que pudiera
probar, con tanta evidencia como nuestros modernos teólogos, cómo
tan casta madre fue preservada del pecado original? Ellos (los apósto­
les) detestaban el pecado, pero que me maten si fueran capaces de
formular una definición científica de lo que hoy se llama pecado, a
menos de estar inspirados por el espíritu de los escotistas.»
Erasmo en Francia y en Inglaterra
Cuando Erasmo evocaba su juventud deploraba amargamente
el modo bárbaro como fuera educado. Sin duda, exageraba: es
sabido que sus tutores le obligaron a ingresar en un convento
donde fue ordenado sacerdote en 1493; en consecuencia, tuvo
ocasión de estudiar no sólo a los escolásticos medievales, sino
también a los autores clásicos e incluso a los humanistas italia­
nos. De todas formas, Erasmo no podía desarrollar su genio
tras los muros de un claustro por sentirse llamado a más altos
destinos. La modestia no era precisamente una de sus mayores
virtudes, como puede comprobarse en una de sus cartas en que
ruega a un amigo que obtenga para él ayuda financiera de una
viuda acaudalada. «Dile claramente —escribe— que no puedo
perjudicar mi obra viviendo como un miserable y que Erasmo
1493
130 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
hará más honor a su generosidad que todos esos teólogos que
tiene bajo su protección. Ellos no saben más que predicar y yo
escribo libros que alcanzarán la inmortalidad. Sólo saben hablar
a su parroquia, y yo seré leído en el mundo entero. Siempre
sobrarán teólogos, pero un hombre como yo sólo aparece una
vez cada siglo.»
En 1493 Erasmo pudo realizar su más ferviente deseo, el de
abandonar el claustro, al ser nombrado secretario de un impor­
tante dignatario eclesiástico. Años después se trasladó a París,
en cuya universidad se matriculó. Pronto empezaría sus nume­
rosos viajes. La universidad de París le desagradó, pues allí la
vida científica seguía bajo el signo y la rémora de la escolástica.
Por fortuna, en 1499 fue invitado a pasar una temporada en
Inglaterra, gracias a que uno de los jóvenes aristócratas, Montjoy, a quien Erasmo, para ganarse la vida, diera lecciones de
latín y de literatura clásica, le invitó a acompañarle a su país,
lo que Erasmo aceptó con gusto.
El viaje a Inglaterra fue un éxito; los humanistas ingleses
le recibieron con afecto, pues ya empezaba a ser conocido como
un escritor que prometía; así, en su correspondencia describe
sus impresiones en términos entusiastas; «Tu amigo Erasmo está
encantado en Inglaterra. Es buen caballero, y no desempeña
mal papel en las partidas de caza. Sabe ya hacer una gentil
reverencia y sonreír cortésmente cuando conviene. Tú también
debes venir, y para ello te indicaré uno solo eje los atractivos
del país: puedo asegurarte que las inglesas son extraordinaria­
mente bonitas, no tienen nada de ariscas y son tan graciosas y
encantadoras como las propias musas. Una de sus costumbres,
que me parece espléndida, es la de besar a quien las visita: te
besan cuando llegas, cuando te vas y cuando vuelves. Querido
amigo, si experimentas una sola vez cuán dulces y agradables
son sus labios, te quedarás aquí toda la vida».
La Internacional humanista
Erasmo entabló amistad con varios humanistas ingleses, entre
ellos John Colet y Tomás Moro. Colet, futuro deán de la ca­
tedral londinense de San Pablo y fundador de un famoso centro
pedagógico, poseía una vasta cultura; había estudiado en Italia,
donde se familiarizó con las nuevas corrientes culturales; ha­
blaba correctamente el latín y comentaba en Oxford las epís­
tolas de san Pablo ante un numeroso y atento auditorio. Fueron
notables sus lecciones en que interpretaba los Hechos de los
1493-1504
Erasmo, reformista é 131
Apóstoles desde un punto de vista histórico y religioso; adqui­
rió fama como reformador religioso y puso a Erasmo en con­
tacto con la filosofía del Renacimiento italiano, abundando en
las ideas de Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola y otros
miembros de la Academia Platónica de Florencia, poniendo de
relieve los esfuerzos de los italianos para lograr una síntesis
de Platón, Cristo y san Pablo. Hasta entonces, Erasmo sólo se
había ocupado de los autores clásicos en función de la estética
y la gramática, pero Colet le llamó la atención sobre el pro­
blema esencial de la posible significación de esta literatura para
la renovación del cristianismo y para una reforma religiosa.
Se forjó así la tendencia que los investigadores modernos, uná­
nimemente, consideran como la idea capital de la obra de Eras­
mo: su deseo de humanizar el cristianismo, de liberarlo de la
rémora de las argucias escolásticas, que amenazaban con asfi­
xiarlo; en resumen, simplificarlo y hacerlo más accesible a los
fieles.
Erasmo razonaba así: los hombres se han extraviado al se­
pararse del cristianismo primitivo, único verdadero, y es preciso
que vuelvan a él; por tanto, antes debe restaurarse el Nuevo
Testamento en su forma primitiva. Valiéndose de una ciencia
nueva, la filología, convenía publicarlo en su lengua original,
el griego, dotarlo de una nueva traducción latina y de un co­
mentario. Erasmo pretendió emprender por sí mismo esta tarea,
pero antes le urgía estudiar a fondo la lengua griega, y así
en 1500, al regresar de Inglaterra, se dedicó a esta tarea con
el máximo interés. N o era empresa baladí: «el griego me está
volviendo loco» •—describía.—■. «No dispongo del tiempo nece­
sario, ni tengo dinero para comprar libros de estudio, pues soy
tan pobre que apenas puedo proporcionarme lo indispensable».
Necesitó tres años en alcanzar sus propósitos, no rehuyen­
do esfuerzo alguno. Pidió a sus amigos y conocidos libros en
préstamo de los que luego le costó trabajo desprenderse. Pasó
noches enteras en su mesa de estudio, devorando los textos,
hasta que logró dominar el griego casi tan bien como su idola­
trado latín.
Se ha reprochado a Erasmo su carencia de valor moral y
se le ha acusado de superficial y escéptico, diciendo de él que
«no era un gran hombre, sino solamente un erudito». Todo
ello es injusto, porque no debe confundirse el valor moral con
el fanatismo. Y el tiempo no transcurrió en vano: en 1506,
Erasmo contaba ya cuarenta años; su rostro aparecía dema­
crado bajo el gorro; sus labios fruncidos se prolongaban en
1500-1506
132 • Renacimiento y íiumanísmo ai norte de los Alpes
dos arrugas, que nadie sabría decir si eran amargas o burlonas;
su mirada era acerada y sus ojos tan penetrantes que ni Quentin
Metsys, ni Holbein, ni Durero, ni Frans Huis se atrevieron a
pintarlos de frente.
La fama del humanista era ya envidiable, si bien su arro­
lladora personalidad quedó patente en su voluntad capaz de
vencer sucesivos obstáculos, las incongruencias resultantes de
un nacimiento ilegítimo, su débil constitución física, el oscu­
rantismo de la retrógrada enseñanza recibida y la atmósfera
disputadora de la Sorbona. Era inconformista y no aceptó su
destino; lo escogió libremente e hizo cuanto pudo para reali­
zarlo, encarnando plenamente con ello el espíritu del Rena­
cimiento.
El «Elogio de la locura»
El viaje de Erasmo a Roma transformó en convicción lo
que sólo era una tendencia. En Bolonia publicó los Adagios,
expresión en máximas del pensamiento antiguo, pero también
crítica de su época. Las conciencias se hallaban falseadas por
las guerras y por la codicia, y las almas embrutecidas por el
formalismo; con todo, pretendía purificar unas y otras mediante
la razón, una razón convincente puesta al servicio de su cien­
cia de exégeta, que cotejaba los textos sagrados, y un raciona­
lismo feroz que acusaba chanceándose en el Elogio de la locura,
su obra más famosa.
La forma popular y desenvuelta de esta obrita, escrita en seis días
a su regreso de Italia y dedicada a Tom ás M oro, no mengua su sin­
gular oportunidad y su valor de advertencia. E n ella aparecen insi­
nuadas las primeras acusaciones de la Reforma, como esta diatriba con­
tra las indulgencias:
«¿Qué diría de los que descansan tranquilos en las indulgencias y
cuentan tanto con su eficacia que miden como con una clépsidra el
tiempo que tendrán que permanecer en el purgatorio y calculan los
siglos, años, meses, días y horas con tanta exactitud como si consulta­
ran unas tablas matemáticas?»
Los teólogos que explican los misterios más inexplicables en tér­
minos sutiles; los monjes que glosan los salmos todo el santo día, pero
olvidan las reglas de vida propuestas por Cristo; en resumen, los hipó­
critas, no son tratados desde luego con muchos miramientos en la obra;
ni tampoco los papas belicosos al estilo de Julio II: «Saben que la
guerra es una cosa tan cruel que más conviene a animales feroces que
a hombres y tan furiosa que las mismas Furias, según los poetas, la
han vomitado sobre la tierra; tan funesta que acarrea los desórdenes
1506-1509
«El ogi o de la Locunf» ( 1509)
«Coloquios » • 133
más horribles; tan injusta que de ordinario no la provocan sino los más
infames bandoleros; tan inicua que es enteramente contraria a Jesu­
cristo y, sin embargo, estos vicarios de un Dios de paz descuidan toda
otra ocupación para dedicarse por entero a este arte abominable».
Entre los fíeles adoradores de la tontería se cuentan, según Erasmo,
las personas persuadidas de que las imágenes de los santos puedan rea­
lizar milagros y aquellos que creen en el «rescate» de sus pecados.
«Se imaginan que sacrificando sólo un ochavo de su dinero mal ad­
quirido pueden limpiarse el alma de todas sus manchas, borrar el per­
jurio, el libertinaje, la embriaguez, el asesinato, la infidelidad y la trai­
ción, y todo ello con un simple trozo de papel. Y se imaginan además
que, logrado esto, pueden proseguir con toda tranquilidad una vida
de pecado, cometer nuevas fechorías y corromperse de nuevo.»
«En las cohortes de los locos .—-dice S tultitia—■ veo también a mi
amigo Erasmo, cuyo nombre pronuncio siempre con gran respeto. Per­
tenece a un grupo de eruditos particularmente enterados de la lengua
griega y que, con sus ataques, tratan de arrancar los ojos a los teólogos.»
E n 1519, Erasm o lanzaba una nueva andanada de críticas de su
siglo en sus Coloquios, obra chispeante e ingeniosa. El papa Julio II
desempeña el papel principal en uno de estos diálogos. La escena se
desarrolla ante las puertas del paraíso; Julio II aparece acompañado
de un espíritu, su buen genio, e intenta en vano entrar.
«Julio.r-¿ Q u é diablos ocurre aquí? ¡La puerta está cerrada! Algo
debe de haberse descompuesto en la cerradura.
E l espíritu.-^Q uizá has cogido una llave que no es de aquí. La
llave del cofre donde encierras tu dinero no encaja en esta puerta; aquí
hace falta la llave de la prudencia y no la del poder.
Julio.—-Nunca he tenido otra llave y no veo para qué hubiera po­
dido servirme. ¡Eh, tú, portero! ¿Estás durmiendo o te has hinchado
de comer?
Pedro. — ¡Es una suerte que la puerta sea tan fuerte como una roca!
Si no, este hombretón la habría forzado ya. O es un gigante o un
general. ¿Quién eres y qué quieres?
Julio.'—¡Abre esta puerta, te digo! ¿Por qué no hay nadie aquí para
recibirme?
Pedro.—O y e : ¿es que no me entiendes? T e estoy preguntando
quién eres.
Julio.■
—Supongo que reconoces esta llave, la tiara y los ornamen­
tos sacerdotales.
Pedro.—N o es la llave que Cristo me dio en otro tiempo. ¿La
tiara? N o la reconozco; jamás vi a ningún rey pagano llevar nada
semejante, o al menos ninguno que pretendiera entrar aquí.
Julio.^ D e ja de charlar y abre la puerta o tendremos que forzarla,
Estás viendo mi escolta, ¿no?
Pedro.—Lo que estoy viendo es un gran número de pillos y malhe­
chores, pei’o no podrán forzar mi puerta.
Julio. ^ S i no me obedeces fulminaré contra ti el anatema y que­
darás excomulgado. T engo la bula preparada.»
1509
134 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
Tam poco este alegato le abre las puertas del cielo y al comprender
Julio la inutilidad de sus esfuerzos, concluye:
«Esperaré unos cuantos meses hasta que reúna un ejército mayor,
y si entonces aún me pones reparos, me apoderaré del paraíso a la
fuerza. Parece que la muerte va a obtener buena cosecha este año. Un
momentito más y tendré sesenta mil espíritus detrás de mí.»
Erasmo permaneció en Inglaterra de 1509 a 1514, dio leccio­
nes en Cambridge y recibió en Londres la hospitalidad de un
amigo, Tomás Moro, cuyo saber y prudencia apreciaba mucho.
D e 1514 a 1516 estuvo en Basilea; de 1517 a 1522 residió con
frecuencia en Lovaina, donde impulsó la fundación del «Cole­
gio Trilingüe», anejo a la universidad de Lovaina, dedicado a
la enseñanza de las «tres lenguas bíblicas», el hebreo, el griego
y el latín. En aquellos años, Erasmo pasó algunas temporadas
en un barrio de Bruselas, Anderlecht, donde era canónigo; la
«Casa de Erasmo» recuerda hoy su estancia en aquella localidad.
Un mundo de controversias
Luego volvió a Basilea hasta 1529, donde prefería residir,
por congregarse allí un círculo de humanistas con quienes podía
cambiar impresiones. Había también una de las más célebres
imprentas de la época, la de Johann Frobenius,'(Juan Froben),
y podía supervisar así en persona la impresión de sus libros.
En esta imprenta publicó en 1516 su edición del Nuevo Tes­
tamento, de la que se ha dicho que «es un monumento de la
historia de la crítica textual y de la exégesis, aunque más por
el método que por los resultados».
A partir de entonces, Erasmo hallóse en el foco de las con­
troversias teológicas y de la vida literaria y científica que flo­
recía en Europa en torno a los clásicos antiguos. Naciones y
príncipes se disputaban su amistad, pero Erasmo rechazó todos
los ofrecimientos, incluso los más halagüeños, porque prefería
conservar su libertad y una vida errante a la existencia en­
claustrada de una corte principesca o de una institución de
enseñanza. Quería seguir viviendo con independencia y trabajar
libremente en la realización de su ideal.
Erasmo y Lutero, la erudición y la violencia
La frase última nos conduce al tan controvertido problema
de las relaciones entre Erasmo y Lutero. En realidad, Erasmo
inició el camino a la Reforma, al elaborar su obra filológica y
1509-1529
Erasmo y Lutero • 135
exigir un cristianismo más puro y genuino, pero su carácter
pacifico difícilmente podía encajar con el extremismo de Lu­
tero. Erasmo no pretendía una ruptura con Roma. Aun cuando
satirizara ásperamente a Julio II, el papa guerrero, deseaba a
toda costa evitarle un nuevo cisma a la Iglesia, que provocaría
interminables disputas y probablemente terribles guerras de
religión. Ahora bien: si Lutero continuaba como había co­
menzado, el cisma sería inevitable porque aquella inquieta per­
sonalidad parecía que tendía a crear nuevos dogmas y una
Erasmo trabajando con su ayudante.
nueva teología, actitud inadmisible en opinión de Erasmo. En
tal caso, Europa no lograría nunca unidad y paz, y siendo así,
¿por qué no atenerse a sus propias ideas, un retorno a la Biblia
y a los Padres de la Iglesia, una fusión de su ética y de la sabi­
duría clásica? Erasmo no quería abandonar tales principios, ni
tenía intención de dejarlos reducidos al silencio ante el pro­
grama de Lutero, por estar firmemente persuadido de que dichas
ideas favorecían a la humanidad.
En 1519, Lutero se puso en contacto con Erasmo para
1519-1529
136 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
tratar de atraérselo a su causa, pero el adalid del humanismo
se mantuvo firme en sus posiciones. «Creo '—escribía al refor­
mador—' que puede obtenerse más con tolerancia y humildad
que mediante lucha y revolución». Aún más directamente se
expresa en una carta dirigida a Melanchton, amigo y colabo­
rador de Lutero, «No me levanto contra la doctrina evangélica
en general, pero hallo mucho de censurable en los métodos de
Lutero, porque exagera continuamente». Todavía Erasmo con­
fiaba en poder evitar un conflicto declarado con Lutero, pero
¿cómo es posible mantener la independencia en medio de las
pasiones que se enardecen, y cómo hacer oír la voz de la razón
cuando los bandos enfrentados sólo escuchan a sus propios sen­
timientos? Las intrigas procedentes de ambos campos se ensa­
ñaron con Erasmo: al atacarle, los teólogos católicos creían
que arremetían contra Lutero, y éste, a su vez, le confundía con
los defensores de la Curia romana.
Había que escoger, porque en aquella lucha de fanáticos no
era posible hallar lugar para la sangre fría y la tolerancia. Por
una parte, Erasmo apoyaba a Lutero en sus tentativas de re­
forma y llegó incluso a disuadir al elector de Brandeburgo
de que le causara daño alguno, pero considera mortales y con­
trarios a la doctrina evangélica los procedimientos de los re­
formadores y una necedad querer suprimir todos los conventos
so pretexto de que algunas reglas son nefastas. En lugar de re­
chazar la fe primitiva ¿no es más prudente corregir los abusos?
Es preciso podar del viejo tronco de la Iglesia las ramas muer­
tas, pero no derribarlo, pues muchas ramas pueden todavía
doblarse al peso de hermosos frutos.
Entretanto, las pretensiones revolucionarias de los lutera­
nos adquirieron un giro deliberadamente anárquico. El espíritu
de reforma cedió el paso a un movimiento sentimental, incluso
a un nacionalismo alemán. Disgustado por esta desviación,
Erasmo se decidió cada vez más por el mantenimiento del
principio de autoridad.
Fracaso de un arbitraje
Durante el breve pontificado de Adriano VI de Utrecht,
multiplicó sus gestiones para que se le confiara el arbitraje del
conflicto y suplicó a la Santa Sede y al Imperio que se unie­
ran para imponer reformas sanas y adecuadas a fin de privarle
a la rebelión luterana de su razón de ser. Su apelación fue
desoída y, con anterioridad a la elección de Clemente VII al
1519-1522
Con troversia E rasm o-Lu tero (1519-1529)
Ruptura con Lutero • 137
solio pontificio, Erasmo se percataba claramente de que todo
compromiso era ya imposible. Cuando la separación pareció
consumada, retornó a la unidad religiosa y, a petición de Cle­
mente VII, se opuso abiertamente a Martín Lutero, aunque sin
pasión alguna y simplemente refutando los puntos doctrinales
que le interesaban en particular. Así, en De libero arbitrio sos­
tuvo que, a pesar del influjo de la gracia divina, el hombre es
libre de escoger entre el bien y el mal. ¿No fue toda su vida
de árbitro espiritual del Renacimiento la prueba viviente de
este dogma? N o obstante, aunque redactada en tono muy mo­
derado, la obra desencadenó la cólera luterana, y en cuanto a
los católicos, que esperaban de él imprecaciones apasionadas
e injurias, no disimularon su hostil decepción.
Tras la ruptura con Lutero, la posición de Erasmo fue bas­
tante más crítica y difícil que antes. «Yo, a quien rendían
homenaje como al príncipe de la ciencia y protector de la teo­
logía, tengo ahora que enfrentarme con un silencio de muerte,
o con epítetos muy diversos». Se refugió en Basilea en casa
de su amigo Froben y con la misma decisión febril de antes
prosiguió la preparación de obras científicas que juzgaba útiles
a la humanidad. N i siquiera Basilea pudo proporcionarle el
reposo que tanto necesitaba, pues los partidarios de la Reforma
alcanzaron también allí el poder y, en 1529, Erasmo se vio obli­
gado a marcharse de la ciudad e instalarse en Friburgo. Empe­
zaba a creer que su vida no fuera más que un fracaso y que no
había alcanzado posición alguna de primera categoría; que
personalidades más rudas que la suya conquistaron el poder,
y en cambio él se veía obligado a huir ante los trastornos pro­
vocados por ta'les individuos. Observaba con tristeza cómo
las disensiones iban agravándose y la escisión se hacía cada
vez más evidente. N o obstante, la muerte de Zuinglio, acae­
cida el 1531 en la batalla de Cappel, vino a calmar un poco su
amargura.
«En lugar de un mundo limitado por la Iglesia, como Tom ás de
Aquino y D ante habían visto y descrito —escribe H uizinga—, Erasmo
veía otro mundo lleno de encantos y de elevación, al que pretendía
conducir a sus contemporáneos; un mundo renacentista de un Clasi­
cismo impregnado por la fe. El ideal intelectual de Erasm o era la sín­
tesis del más puro clasicismo (en el que sólo incluía a Cicerón, Horacio
y Plutarco, pues la edad de oro del pensamiento griego seguía sién­
dole, de hecho, desconocida) con un cristianismo puram ente bíblico,
y en ello Erasm o intuye ideas nuevas y fecundas para su tiempo oy
hace oficios de precursor, aunque el humanismo se le haya adelantado
B a ta lla d e C a p p e l (1531)
1523-1531
138 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
un siglo. La armonización de la A ntigüedad y del espíritu cristiano
estaba ya prevista por Petrarca, el padre del humanismo, pero es E ras­
mo quien la lleva a término. Él mismo expresó así el objetivo de su
vida y de su obra: pretendía, según dijo, «purificar el templo del Señor
arrojando fuera a la bárbara ignorancia». O tras dos frases expresan
a maravilla el profundo pensamiento de Erasm o en cuanto a la po­
lítica religiosa: «Cada religión puede compendiarse con una sola pala­
bra, «paz», y la paz religiosa sólo puede existir limitándonos al menor
número posible de definiciones teológicas, que es preciso arrinconar
hasta que se descorra el velo y podamos contemplar el rostro de Dios».
Prodigó esfuerzos para m antener en Occidente el único principio
de unidad posible en su tiempo, la de la espiritualidad cristiana. Al fin,
reconoció con tristeza su fracaso:
«El inglés odia al francés únicamente porque es francés; el bretón
odia al escocés simplemente porque es escocés y el alemán no frater­
niza con el francés. |O h , cruel perversidad humana! ¿la diversidad de
los nombres que ostentan es suficiente para dividirlos hasta tal punto,
y el titulo común de hombres y de cristianos no es capaz de unirlos?
¿Por qué una nimiedad de tan poca importancia obra con más fuerza
sobre ellos que los lazos de la naturaleza de Cristo? La distancia de
un país a otro separa los cuerpos pero no las almas. Antes, el Rin se­
paraba al francés del alemán, pero un río no puede separar al cris­
tiano del cristiano: los Pirineos alzan una frontera entre franceses y
españoles, pero tales montes no pueden dividir la comunidad de Cristo;
el mar separa a los ingleses de los franceses, pero no puede romper
los lazos de la sociedad cristiana. El apóstol Pablo se indignó un día
al oir que unos cristianos pronunciaban estas palabras: «Yo soy apoliniano; yo soy cefeo; yo soy pauliniano», y no permitió tal insistencia
en el pais de origen que revelaba un exagerado «nacionalismo» en con­
traposición al verdadero sentido cristiano, conciliador supremo'. ¿Y no­
sotros consideramos esta desemejanza de nombres vulgares de cada país
como motivo suficiente para que unas naciones choquen con otras y se
destruyan mutuamente?»
Erasmo regresó a Basilea en 1535, pues parecía que los
conflictos religiosos se habían calmado algo. Su amigo Froben
le tenía preparada una residencia muy cómoda, donde se reclu­
yó y se consagró a sus manuscritos y a la corrección de prue­
bas de imprenta. La mayor parte de sus viejos amigos, entre
ellos Tomás Moro, decapitado este mismo año, y de sus «her­
manos de armas» humanistas ya habían muerto.
El 12 de julio de 1536, próximo a cumplir los sesenta y nueve
años de edad, falleció. Algunos amigos junto a su cabecera
oyeron a aquel gran hombre, que durante su carrera literaria
sólo habló latín, murmurar en holandés dos palabras que apren­
diera en su infancia: «Lieve God».
1531-1536
E l primer humanista inglés ® 139
EL HUMANISMO EN INGLATERRA
Tomás Moro, el canciller filósofo
Se ha citado ya al humanista inglés Tomás Moro, que tan
importante papel desempeñó en la vida de Erasmo y uno de
sus amigos más íntimos, e importa trabar más amplio conoci­
miento con esta personalidad, notable en todos conceptos.
Moro vivió de 1478 a 1535. Cuando conoció a Erasmo
tenía unos veinte años, había frecuentado las aulas de Oxford
y proseguido luego sus estudios en Londres; adquirió pronto
renombre gracias a sus dotes extraordinarias, y personalidades
de mayor edad y experiencia le consideraban su igual. Moro
se interesaba en particular por los estudios humanistas y por la
teología y durante mucho tiempo pensó en ordenarse sacerdote
para consagrarse por entero a lo que consideraba el objetivo
más importante de su vida, restaurar la teología en toda su
pureza, ya que, al igual que sus colegas alemanes, los huma­
nistas ingleses consagraban las nuevas tendencias culturales al
servicio de la religión. Se cuenta que Tomás Moro dedicaba
dieciocho horas diarias a sus estudios y se mantenía despierto
llevando un cilicio en el cuerpo y haciendo su cama tan poco
acogedora como le era posible, con un madero por toda al­
mohada. Su padre, rico jurista londinense, pretendía que su
hijo siguiera su carrera y se graduara en Leyes, observando
con enorme disgusto el interés del joven Tomás por la ciencia
humanística; amenazó incluso con dejar de mantener a su hijo
si éste no atendía más al estudio del Derecho.
Tomás Moro se sometió a la autoridad paterna y se hizo
jurista, magistrado y político, alcanzando los más altos cargos
del país. Enrique VIII le encargó misiones diplomáticas, fue
miembro del Consejo real y, en 1529, lord canciller. Sus con­
temporáneos le admiraban por su extraordinaria honradez y su
enérgico carácter: sólo Erasmo, decían, podía comparársele.
Conocemos la presencia física de Tomás Moro por los
cuadros de Hans Holbein el Joven, el mayor artista alemán
de su época después de Durero, y retratista genial que había
ido a Londres en 1526 con una carta de recomendación de
Erasmo y la firme resolución de ganar dinero. Holbein, que
sería el retratista favorito de la aristocracia inglesa, realizó
varios diseños de Moro y de su familia y en ellos insiste en
los rasgos de seriedad que afirmaban el rostro del futuro lord
Tomás Moro (1478-1536)
1526-1529
140
9
Renacimiento y humanismo kl norte de los Alpes •
canciller. Holbein era un excelente psicólogo y sin duda evitó
reproducir la alegría y el buen humor que Moro demostraba
con sus íntimos, prefiriendo llamar la atención sobre sus cua­
lidades más profundas, como un insobornable respeto hacia el
deber, la profundidad de sú filosofía y la melancolía que provo­
caba en él el contraste entre sus grandiosos ideales y la triste
realidad circundante.
El snpramundo de la «Utopía»
Hubo un tiempo en que Tomás Moro intentó emular a
Pico de la Mirandola, cuya biografía tradujo al inglés. Más
tarde, en 1516, terminaba la obra que le reportaría la inmor­
talidad, la Utopia, importante contribución a los debates de los
humanistas, y en la que intentó hallar solución al problema que
torturaba a los hombres de su época. El libro alcanzó éxito
en el continente, se hicieron de él varias ediciones y Erasmo
cita a un regidor de Amberes a quien entusiasmó tanto que se
lo aprendió entero de memoria. Aún hoy podemos deleitarnos
en su lectura y apreciar plenamente la fantasía y el ingenio
con que Moro trata los asuntos más graves.
La acción se inicia en Brujas, donde M oro ha sido enviado por el
rey en misión diplomática. Allí el lector traba conocimiento con el cu­
rioso extranjero con quien M oro se encuentra un día en la iglesia de
N uestra Señora, personaje que es presentado al autor y a quien lleva
a su casa. «Fuimos a sentarnos en mi jardín y nos pusimos a charlar
juntos».
El forastero se llama Rafael Hythlodeo, marino portugués, ya en
edad madura, «La tez bronceada del desconocido, su larga barba, su
casaca que llevaba con negligencia, su aire y su compostura anunciaban
el patrón de una nave». H abía acompañado a Américo Vespucio en
sus .exploraciones y regresaba entonces de un país a la sazón descono­
cido por los europeos, pero la conversación derivó hasta comentar la
situación social y política en Inglaterra de la que el portugués parecía
bien informado, aunque no la aprobase en modo alguno.
«La principal causa de la miseria pública es el número excesivo de
nobles, zánganos ociosos que se nutren del sudor y del trabajo de los
demás, y que hacen cultivar sus tierras y explotan a su sabor a los
granjeros para incrementar sus rentas, ignorando cualquier otro sis­
tema económico. ¿Se trata, en cambio, de comprar un placer? Entonces
son pródigos hasta llegar a la locura y la mendicidad, y no resulta
menos funesto que arrastran en pos rebaños de criados holgazanes, sin
oficio ni beneficio e incapaces de ganarse la vida. Cuando éstos caen
enfermos, o muere su amo, los echan de la casa, ya que prefirieron
mantenerlos sin hacer nada a alimentarlos cuando están enfermos; ade­
1516
La «Utopía» (1516)
Una crítica a la sociedad inglesa <© 141
más, con frecuencia el heredero del difunto no se halla en condiciones
de mantener tanta servidumbre. Y asi, esta gente se expone a morirse de
hambre, si no se atreven a robar. ¿Es que tienen otros recursos? M ien­
tras buscan empleo, arruinan su salud y sus vestidos; y cuando la
miseria les hace enflaquecer y los recubre de harapos, los nobles se ho­
rrorizan de ellos y rechazan sus servicios.»
Hythlodeo describe tales bandas de mendigos vagabundos como una
de las peores plagas de la sociedad de aquel tiempo. Y la situación so­
cial es catastrófica por otras razones como, por ejemplo, la cría inten­
siva del cordero que causa graves perjuicios a la agricultura.
«A estas causas de miseria se añade el lujo y sus desenfrenados
dispendios. Criados, operarios, artesanos, todas las clases sociales des­
pliegan un lujo inaudito en su vestuario y alimentación. ¿Hablaré de
los lugares de prostitución, de las vergonzosas guaridas de embriaguez
y de libertinaje, de los infames garitos, donde se juega a cartas, dados,
pelota y marro, que devoran el dinero de quienes los frecuentan y les
conducen inevitablemente al robo para reponer sus pérdidas? A rrancad
de vuesta isla tales pestes públicas, gérmenes de criminalidad y de
miseria. Decretad que vuestros nobles demoledores reconstruyan las
alquerías y las villas que han derribado o cedan sus terrenos a quienes
deseen reedificar las ruinas. Poned un freno al avaro egoísmo de los
ricos, quitadles el derecho de acaparar y monopolizar productos, pro­
porcionad a la agricultura un amplio desarrollo; cread m anufacturas
de lanas y otras especialidades industríales en que puedan ocuparse
útilmente esa multitud de hombres a quienes hoy la miseria convirtió
en ladrones vagabundos o criados, que viene a ser lo mismo.»
U na iniciativa socialista y audaz
Todo ello nos parece evidente, pero en aquella época se
corría un grave riesgo en decir o escribir tales cosas. En el
pasaje de la Utopía que resumimos, Moro eleva su voz contra
las propias bases de la sociedad inglesa y contra todo el siste­
ma político europeo. Rechaza la nueva doctrina económica
desarrollada a mediados del siglo xiv y el implacable egoísmo
del sistema político impuesto a lo largo de los siglos prece­
dentes y sistematizado en El Príncipe de Maquiavelo, publi­
cado poco años antes que la Utopía. Contra Maquiavelo, Moro
enuncia los ideales platónicos y cristianos del derecho y de la
justicia en el gobierno de los estados; Rafael Hythlodeo habla
de un estado ideal, el país de Utopía .—el «país de ninguna
parte».— que ha descubierto con ocasión de sus viajes y donde
residió cinco años.
«En Utopía las leyes son poco numerosas, la administra­
ción ampara con sus beneficios a toda clase de ciudadanos y
el mérito recibe su recompensa; al propio tiempo, la riqueza
1516
142 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
nacional está repartida tan equitativamente que cada uno goza
en abundancia de todas las comodidades de la vida.»
La segunda parte de la obra está consagrada a la descripción de
este país imaginario. En la lejana isla de U topía -—narra Rafael— hay
muchas y hermosas ciudades que gozan de una administración colegiada
y leyes comunes; hay allí casas de campo admirablemente cuidadas,
donde los residentes en las ciudades van a aprender el laboreo de la
tierra. Los habitantes se distinguen por su humanidad y refinamiento
extraordinarios, y viven felices gracias a las leyes inteligentes y mo­
deradas que regulan su existencia. Están gobernados por un príncipe,
pero se han adoptado todas las precauciones para impedir que se con­
vierta en un tirano. Todos los ciudadanos, hombres y mujeres, deben
dedicarse a un trabajo determinado, pero no pueden trabajar más de
seis horas por día, principio fundamental de la vida social en Utopía.
El tiempo libre está consagrado a estudios útiles y formativos y a dis­
tracciones, practicadas durante el verano en jardines y en invierno en
una de las salas destinadas a comedor. N o conocen los dados ni otros
juegos semejantes y Rafael insiste en el hecho de que no existen ta­
bernas en aquella isla maravillosa, ni otros lugares consagrados a los
placeres nocivos. N ada falta a la población, pues los ricos comparten
sus bienes con los pobres. «La isla entera constituye una sola gran
familia, un único hogar», y agrega Rafael que, para comprender las
condiciones sociales en Utopía, h ay que tener presente ante todo que
allí el dinero es desconocido.
Los habitantes de U topía conceden una gran importancia a los
estudios filosóficos e investigan continuamente lo que pueda propor­
cionar más felicidad a la hum anidad y, a tal propósito, el rey Utopus
ha decretado la libertad religiosa completa dentro del pais. E n la in­
tención del monarca, esta ley debe asegurar la paz; además, sabe que la
propia religión se beneficiará de este estado de cosas, pues cabe la posi­
bilidad de que Dios prefiera ver a cada hombre posesor de su propia
doctrina. Si sólo existe una fe verdadera y todas las demás creencias
constituyen otras tantas supersticiones, la verdad triunfará por ella
misma, en opinión del monarca. O tro detalle hay en U topía acerca del
que Rafael llama especialmente la atención: la opinión de sus ciuda­
danos en lo que se refiere a la guerra. «Al revés de casi todos los
demás pueblos, creen que nada hay más vil y deshonroso que la guerra».
La Utopia de Tomás Moro sigue leyéndose e interpretán­
dose de muy diversas maneras; en otras épocas fue citada como
ejemplo, en especial, para justificar ciertas tendencias sociales
y revolucionarias. N o cabe duda de que a tal respecto han
sido a menudo mal comprendidas y deformadas las concepcio­
nes verdaderas del autor, ya que Tomás Moro no tenía abso­
lutamente nada de revolucionario. Para él, la Utopia debía
sólo mostrar cómo podía forjarse una sociedad —precisamente
1516
El humanismo francés • 143
una sociedad cristiana—, si los hombres se dignaran hacer
uso de su inteligencia y obrar, como el rey Utopus, «con razón
y tacto».
La Utopía expresa los mismos ideales que Erasmo predi­
cara: la exaltación de la paz, de la comprensión y el amor al
prójimo; condena la intolerancia y el deseo desenfrenado de
poder y de dinero, fuerzas nefastas que amenazaban con pre­
cipitar a Europa en el caos espiritual e intelectual. Pretende
conducir a los hombres a lo más noble que su evolución histó­
rica produjo: la civilización clásica, proyectada por entero
hacia lo humano, y el ideal de la caridad cristiana.
Programa sublime que aún hoy despierta admiración y que
quedó aniquilado en el gigantesco combate entablado entre la
Reforma y la Contrarreforma. El propio Moro subió. al pa­
tíbulo, en 1535, por haberse negado a traicionar sus ideales de
paz y libertad, en su conflicto con Enrique VIII. Sus últimas
palabras fueron: «Muero como servidor de mi rey, pero en
primer lugar como servidor de mi Dios».
FILÓSOFOS, TEÓLOGOS
Y POETAS RENACENTISTAS EN FRANCIA ‘
La inquietud y las disensiones religiosas que, a principios
del siglo xvi, desgarran Italia, Alemania e Inglaterra, aparecen
también en Francia. De modo idéntico, los ideales humanistas
y reformadores se imponen a las inteligencias y la confronta­
ción de estos principios con la doctrina ortodoxa provoca una
lucha que hace del siglo xvi el período más inestable, pero
quizá también el más fecundo de la historia de Francia.
Guillermo Budé, patriarca del humanismo
Cuando los ideales humanistas, procedentes de Italia, pene­
traron en Francia, suscitaron también, como en Alemania, un
movimiento nacionalista y este fervor del sentimiento patrió­
tico aparece expresado en la controversia que precedió a la
fundación del Colegio de Francia, en París. El joven rey Fran­
cisco I, muy adicto a las ideas renacentistas, pretendía crear
una nueva institución de enseñanza que fundamentara las len­
guas clásicas y la nueva exégesis bíblica como núcleo de un plan
de estudios y constituyera de esta forma el contrapeso de la
tan ortodoxa Sorbona. Uno de los principales representantes
Colegio de Francia (1530)
1530-1535
144 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
del humanismo francés, Guillermo Budé, consejero del rey en
esta materia, propuso colocar a Erasmo al frente de la futura
institución y, aunque Erasmo rehusó, el rey, que con tanta
simpatía había apoyado el nombramiento, cargó con la culpa
de haber preferido Erasmo a Budé, a un extranjero antes que
a un francés.
Por diversas razones, la organización de la nueva funda­
ción hizo pocos progresos, pero Budé no se dio por vencido;
presentó al rey un memorial tras otro y después de muchas vi­
cisitudes, la institución estuvo dispuesta en 1530. Con la con­
ciencia tranquila, Budé pudo entonces volver a sus estudios,
ya que estaba tan aferrado a ellos que, de creer cierta anécdota,
no los dejó ni siquiera el día de su boda. En su ancianidad,
Budé comentaba con frecuencia que tenía dos esposas: una
le aportó sus hijos y la otra —la filología— sus libros.
El desarrollo de la teología humanística en Francia también
debe mucho a Jacques Lefévre, considerado universalmente
como el francés más culto de su época. Conocía Italia, donde
visitó las posesiones de los Médicis cerca de Florencia y asi­
miló la filosofía de Platón; luego, de regreso en su patria, deci­
dió consagrar toda su energía al movimiento orientado a la
simplificación de la teología y al retorno del cristianismo a su
origen, la Biblia. En 1512 publicó las Epístolas de san Pablo
acompañadas de comentarios, obra que impresionó a numerosos
lectores y qu e fue muy admirada. «Nuestro amigo Jacques
Lefévre — dijo Erasmo. con cierta amabilidad y condescenden­
cia— h a h e c h o con san Pablo lo que yo hice con el Nuevo
Testamento».
Erasmo y Lefévre colaboraron algún tiempo en la realiza­
ción de sus proyectos comunes, pero con los años estas buenas
relaciones se enfriaron y la causa de la ruptura fue Lutero.
Cuando Lefévre estudió las doctrinas luteranas, consideró que
lo mejor que p o d ía hacer en su vida era reconciliarlas con el
humanismo y m uchos opinaron lo mismo; así, la búsqueda de
una síntesis entre Erasmo y Lutero se convirtió en uno de los
primeros ob jetiv o s de los humanistas franceses, antes de que
las disensiones religiosas degenerasen en odio y éste impulsara
al abandono de toda idea de paz y de reconciliación.
El poeta Clemente Marot
El hu m anism o francés renacentista se hallaba muy estrecha­
mente ligado al humanismo alemán e inglés, desde muchos
1512-1530
Las primeras grandes
escuelas
de
pintura
hacen su aparición en
Flandes y en Francia
en el transcurso del
siglo XV.
Van der W eid en:
«Pietá
llorando».
V
Jean Fouquet:
«Retrato de hombre».
M aestro de Moulins:
Retrato de M argarita de Austria
Hugo van der Goes:
«La adoración de los pastores».
Alemania, a su vez, descubre en el siglo XVI el espíritu del
Renacimiento. Alberto Durero, que trabajó cierto tiem po en
Italia, fue un humanista ávido de teorías científicas, además
de gran dibujante. («El erem itorio Fenedier», dibujo acuarelado.)
La poesía de M arot
9
145
puntos de vista; los Lefévre y Budé nos recuerdan a Colet y
Reuchlin. Pero la cultura francesa del Renacimiento no por
ello es menos original y los poemas de Clemente Marot consti­
tuyen una buena prueba. En 1519, Marot fue nombrado secre­
tario de una de las más notables damas del reino, Margarita,
hermana de Francisco I y futura reina de Navarra. Los ínti­
mos de la princesa acogieron con entusiasmo al joven poeta,
por su carácter ingenioso, alegre, de maneras cortesanas, que
deleitaba a tan noble compañía con sus poemas, dotados de
una gracia extraordinaria. Marot era muy sensible a todas
aquellas bellezas que le rodeaban y una de las jóvenes damas
cortesanas supo conquistar su corazón; aparece en sus poemas
con el simple nombre de Ana, y quizá se trataba de Ana de
Alengon, una de las más próximas parientes de la princesa
Margarita. Los poemas que Marot le dedicó brillan menos por
su contenido que por su forma.
Ya no soy yo lo que fui
y nunca más sabré serlo;
mi hermosa primavera y mi verano
se escaparon por la ventana.
Amor, tú has sido mi dueño;
te serví más que a todos los dioses;
¡Oh, si pudiera nacer dos veces,
cuánto mejor te serviría!
Ya anciano, Marot fue a parar a la severa ciudad de Gine­
bra, donde se consagró, con Calvino, a la traducción de los
salmos de David, situación extraña si se recuerda la veneración
que profesaba a la belleza femenina y a los placeres de la
vida. Ahora bien, si Marot se instaló en Ginebra fue a desgana,
ya que la corte de Francisco I le agradaba muchísimo más que
la ciudad de Calvino y sus costumbres rigoristas. Por desgra­
cia, los defensores de la fe católica consideraban a Marot como
un hereje y el poeta hubo de salir de París para salvar la vida.
¿Estaba justificada tal acusación? En cierto modo, sí; aun­
que Clemente Marot no perteneciera al grupo de los fanáticos
de la Reforma, era un representante típico del período de tran­
sición en el desarrollo de la cultura francesa y europea de su
siglo. Había recibido profundamente el influjo del Renacimiento
humanista, compartía su amor por la literatura clásica y sus
poemas demuestran que los autores antiguos fueron a menudo
sus modelos. Al propio tiempo, estaba también influido por las
C lem ente M arot (1497-1544)
1519-1540
146 © Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
tendencias religiosas que a la sazón imperaban en la corte de
Margarita de Navarra. En Francia, como en Alemania y en
Inglaterra, el humanismo presentaba un carácter decididamente
religioso y Marot, como la mayoría de sus colegas, predicaba
con entusiasmo un cristianismo renovado, una doctrina simpli­
ficada con una £e más profunda y aprobaba calurosamente
aquel punto del programa humanista que trataba de convertir
la Biblia en un libro popular. La doctrina de Marot no puede
calificarse de protestante o reformada; no se presta a ser cla­
sificada en una tendencia bien definida y su dogmática resulta
demasiado vaga para ello. De todos modos, pensaba y se com­
portaba como un humanista y su contribución al movimiento
humanístico fue la citada traducción de los salmos de David.
Algunos especialistas modernos opinan que esta traducción,
iniciada bastante antes de dirigirse a Ginebra, no se halla a
igual nivel que sus trabajos anteriores; con todo, su artística
adaptación en verso gustó a sus contemporáneos. Nobles damas
y grandes señores de la corte eligieron sus salmos favoritos,
cantándolos con melodías populares y acompañándose con el
laúd y la espineta; todo ello podrá parecer raro, aunque pro­
porcione una idea acerca de aquella curiosa mezcla de hedo­
nismo elegante y de piedad fanática que caracteriza al Rena­
cimiento francés. La traducción de Marot fue prohibida por
la Iglesia católica y Calvino tomó entonces bajo su protección
a la obra y al autor, pero éste no pudo soportar Ginebra por
mucho tiempo y huyó del ascetismo y la maceración calvi­
nistas. Marot había vivido intensamente las grandes tenden­
cias culturales de su época, asimilándolas a la perfección, si
bien con el tiempo resultaron excesivas para él. Murió en 1544,
pobre y abandonado, en la remota Saboya, fuera del alcance
tanto de los prelados franceses como de los ministros de Calvino.
Margarita de Navarra, reina y poetisa
En la corte de Margarita fue donde el Renacimiento francés
se expresó con mayor variedad y refinamiento, por ser «el
único lugar de Francia donde se podía pensar y hablar libre­
mente, sentirse alegre sin caer en la licencia y discutir sin en­
cenagarse en el odio».
Un crítico malicioso situó a Margarita «en un término me­
dio entre la mujer liviana y la diaconisa», juicio notoriamente
injusto, que sólo podría justificarse por la gran libertad de
1544
El «Heptamerón » • 147
expresión que caracteriza a la obra literaria de Margarita y
en particular su Heptamerón *. N o obstante, Margarita postula
que el amor carnal debe ser frenado y transformado en algo
más excelso y elevado. En uno de sus cuentos dice la heroína :
«tanto el hombre como la mujer no pueden llegar al auténtico
amor a Dios si él o ella no han amado verdaderamente a una
mujer o a un hombre», frase que condensa toda la filosofía de
Margarita sobre la esencia y la significación eróticas. Adoptó
las ideas platónicas en las que se había iniciado estudiando
con ahínco y conversando con algunos filósofos y eruditos que
la visitaban, en particular Lefévre y Étienne Dolet. Afirmaba,
pues, con Platón, que el amor, lo más hermoso del mundo y lo
más importante, podía adaptarse a muchas formas, y el deber
del hombre era partir de lo más terrenal tendiendo hacia lo
más elevado, el amor divino.
La propia Margarita asimiló tales ideas basadas en la doc­
trina de la Iglesia primitiva, si bien a través de los filósofos del
Renacimiento italiano y de la teología de los reformados alema­
nes, y no cabe duda de que la doctrina de Lutero adquirió
enorme interés para ella; con todo, pese a la simpatía que pro­
fesaba a las ideas luteranas, no se atrevió a romper con la
Iglesia católica. ¿Era quizás el temor de un cisma lo que la rete­
nía, o acaso su repugnancia por la controversia dogmática en
general? Para Margarita, la religión no era el dogma o el ritual
externo, sino el amor y la comunión con Dios; la vida era para
ella asunto grave y estaba profundamente convencida de ello.
Experiencias desgraciadas y crueles decepciones forjaron su
triste concepto de la existencia humana; siendo adolescente
había soñado con ser la esposa de un apuesto cortesano, y el
destino le negó esa dicha: se vio obligada primero a casarse
con el duque de Alengon, por quien era difícil que experimen­
tase la menor ternura, y luego con el rey de Navarra,2 quien,
indiferente a las cualidades de su esposa, buscaba en otra parte
sus distracciones.
El hombre de quien Margarita se sentía más próxima en
1 «Siete días», a ejemplo del «Decamerón» (diez días) de Boccaccio.
2 Se refiere a la Navarra francesa o IBearn, parte del antiguo reino navarro que
comprendía el territorio situado entre los 'Pirineos y el río Adour y que quedó fuera
de la soberanía española cuando Fernando el Católico incorporó oficialmente Na­
varra a Castilla en 1515. Margarita, la hermana de Francisco I de Francia, casó con
Enrique de Albret y la hija de ambos, Juana (1528-1572), les sucedió en el trono de
la Navarra francesa; casó ésta con Antonio de Borbón, que fue el padre de Enri­
que IV, futuro rey de 'Francia y primer monarca que inició la dinastía borbónica,
a quien también se dio el nombre popular de «bearnés», alusivo a la región de su
nacimiento.
M a rg a rita d e Navarra (1492-1549)
1500-1525
148 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
espíritu era su hermano, Francisco I, que consideraba a su her­
mana como un ser de clase superior. Otras personas compartían
la misma opinión, en especial quienes eran perseguidos por la
Iglesia y a los que Margarita brindaba refugio en Navarra.
Durante todo el reinado de Francisco I, su hermana fue su
consejero más fiel y competente, alegrándose con él de sus éxi­
tos y consolándole en sus reveses. Cuando el monarca, prisio­
nero de Carlos V, hubo de dirigirse a España, en ,1525, Mar­
garita partió a Madrid para cuidarle durante su enfermedad y
trabajar por su liberación.
Margarita de Navarra mereció un buen recuerdo histórico
y la inmortalidad, no sólo por sus méritos literarios, sino tam­
bién por haber sabido atraerse la amistad y la admiración de
los seres humanos por su bondad, su tolerancia y su dignidad en
medio de controversias desgarradoras.
El escéptico Étienne Dolet
El panorama de esta interesante época fue definido así: «Se
practica hoy la ciencia más que nunca, y gracias a este progreso
cultural los hombres aprenden ahora a distinguir el bien y el
mal, cosa que durante mucho tiempo se había descuidado. Los
hombres empiezan por fin a conocerse a sí mismos, abren sus
ojos a la luz y no parecen ya seres irracionales. Son capaces de
adquirir cultura, su lenguaje va puliéndose mediante estudios
rigurosos y profundos. ¿No tengo, pues, algo de razón en feli­
citar a la ciencia, que ha recuperado hoy su gloria pasada? Sólo
deseo una cosa: que queden aislados quienes se muestran aún
hostiles a la literatura y a la ciencia, y cuando ello se logre,
nuestra felicidad será completa. Porque hoy los jóvenes reciben
auténtica educación y cuando más tarde asuman la carga del
Estado, gobernarán con inteligencia y ponderación, cooperando
a ampliar todavía más esta cultura a la que todo lo deben.
Cuando alcancemos esta meta ¿encontraría Platón entre noso­
tros algo que falte a la República?».
El joven autor de frases tan apropiadas al espíritu humanis­
ta era Étienne Dolet, y este panegírico de su época sirve de
introducción a una gran obra científica que publicó dividida
en dos partes durante los años 1536 a 1538. Era excelente
amigó de Budé, Marot, Rabelais y otros humanistas franceses
y figuraba entre los más combativos de aquel selecto grupo que
luchaba por la libertad de pensamiento y por el progreso huma­
no. N o obstante, la obra de Étienne Dolet quedó olvidada por
1525-1538
Dos humanistas franceses ® 149
todos, a excepción de un reducido grupo de especialistas, y
merece a todas luces ser mencionada.
Por diversos conceptos, su obra señala la evolución cultu­
ral del siglo xvi. En su juventud, Dolet estudió algunos años en
Padua y ello influyó bastante en el desarrollo cultural de Fran­
cia, ya que de Padua procedían el racionalismo y el escepti­
cismo, en un principio extraños a los humanistas. Había en
Padua una escuela filosófica cuya doctrina se basaba en los
comentarios del célebre médico árabe Averroes acerca de Aris­
tóteles, en contradicción con el dogma cristiano desde determi­
nados puntos de vista, en particular por su negación de la
inmortalidad del alma. Étienne Dolet fue uno de los más fieles
discípulos de esta escuela paduana y el portavoz del ciceronianismo en Francia, dejando convencidos a sus numerosos adver­
sarios de su deficiente ortodoxia.
Sus convicciones religiosas le costaron la vida: los secuaces
de la Inquisición le apresaron y, en 1546, fue condenado a la
hoguera.
Fraiifoüs Rabelais, un genio alegre y desenvuelto
Rabelais es acaso el que representó con mayor talento el
Renacimiento humanista francés.
Su vida es poco conocida; nació probablemente en 1494, era
hijo de un jurista francés y recibió una educación esmerada;
monje franciscano en 1520, prefirió pasar a los benedictinos
en 1524 y recibió autorización para ello. Abandonaba la Orden
franciscana porque el superior de su convento, ardiente defen­
sor de la pureza de la fe, le arrebató sus bienes más preciados,
los libros en que estudiaba el griego, medida que suscitó la
protesta indignada de Budé, con quien Rabelais mantenía con­
tacto. «La última obra de Erasmo es lo que ha provocado tama­
ña agresión contra el estudio del griego —escribía Budé—, pero
la actitud de esos señores, por fortuna, no es aprobada por la
Corte y nada podrá impedir ya el Renacimiento de la literatura
y de las ciencias.»
Rabelais no temía aportar su contribución a este renacimien­
to, y a partir de 1524 volvió al estudio de la literatura y de las
lenguas clásicas; orientándose también en los de Derecho y
otras disciplinas. Abandonó también a los benedictinos y se
hizo clérigo secular, viviendo en Ligugé al amparo del obispo
de Mallazais. En 1530 aparece matriculado en la Facultad de
Medicina de la universidad de Montpellier, donde hizo tales
Rabelais (1494-1553)
1520-1540
150 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes
progresos que, a partir del año siguiente, ya pudo enseñar Me­
dicina y poco después ejercía en el hospital de Lyon.
El año 1532 constituye otra efemérides importante en la
vida de Rabelais, ya que en ella da sus primeros pasos como
escritor: las fantásticas Aventuras del gigante Pantagvuel, libro
que apareció con seudónimo. La obra, cuyos materiales prima­
rios procedían de algunas leyendas populares, constituyó un
gran éxito y ello incitó a Rabelais, sin duda falto de dinero, a
publicar una continuación o, mejor dicho, una introducción a su
primer libro. En el segundo volumen aparece en escena Gargantúa, padre de Pantagruel, y también fue acogido con entu­
siasmo; otras dos partes de esta grandiosa y pintoresca crónica
aparecieron aún en 1546 y en 1552; el quinto volumen fue pu­
blicado después de su muerte, en 1564.
Rabelais escribió un prólogo a su crónica, orientando acerca de
la verdadera intención de su obra y proporcionando al propio tiempo
un maravilloso ejemplo de su estilo.
«¿Habéis descorchado botellas alguna vez? j Bergantes, recordad
la actitud que observabais! Además, ¿habéis visto alguna vez un perro
cuando encuentra un hueso medular? Es el animal más filosófico deJ
mundo, como dice Platón, en el segundo libro de la República.»
«Si lo habéis visto, habréis advertido con qué devoción lo acecha,
con qué cuidado lo guarda, con qué fervor lo coge, con qué prudencia
ló empina, con qué afecto lo quiebra y con qué diligencia lo chupa.
¿Quién le induce a hacer eso y cuál es la esperanza de su celo? ¿Qué
bien pretende? Solamente un poco de tuétano. V erdad es que ese poco
es más delicioso que la abundancia de cualquier otro manjar, porque
el tuétano es un alimento elaborado con la m ayor perfección de su
naturaleza, como dice Galeno en el capítulo tercero D e facultatibus
natuvalibus, y en el veinte De usu partium.»
«A ejemplo suyo, os conviene estar preparados para olfatear, sentir
y estimar esos hermosos libros de excelsa grasa, ligeros en la investi­
gación y audaces en la polémica; luego, mediante curiosa lectura y
meditación frecuente, romper el hueso y chupar la sustanciosa medula,
—es decir, lo que yo entiendo por esos símbolos pitagóricos— con la
esperanza cierta de convertiros en sagaces y valerosos con dicha lec­
tura, ya que encontraréis otro gusto muy distinto y doctrina más abstrusa, la cual os revelará altísimos sacramentos y misterios horríficos,
tanto en lo que concierne a nuestra religión como también al estado
político y la vida económica.»
«...Así pues, ¡recreaos, amigos míos, y alegremente leed el resto,
con toda comodidad para el cuerpo y provecho para los rifíones! Pero
escuchad, cuadrilla de asnos — |así se os lleve la mala peste!.—, acor­
daos de beber a mi salud de igual a, igual y os daré cuenta y razón
en el acto».
1532
«Pantagruel» (1532)
Aventuras del gigante Pantagruel • 151
La burlesca comedia de Rabelais
Comienza la narración. Había una vez un rey llamado
Grandgousier, gran bromista por naturaleza, quien, como indica
su nombre,1 jamás retrocedía ante una buena comida, y le gus­
taba vaciar su vaso hasta el final. Un día el rey Grandgousier
organizó una fiesta, durante la cual le nació un hijo, Gargantúa.
Lo primero que hizo el mamoncillo al llegar al mundo fue chillar
muy alto: «¡A beber! ¡A beber!», invitando a todos a trincar.
G argantúa fue creciento y tuvo por primeros maestros a algunos
«sofistas» que le atiborraron el seso con un montón de conocimientos
inútiles, de los que el muchacho no sacaba absolutamente nada en
limpio; al contrario, a causa de ello se hizo cada vez más desgraciado
y más estúpido. Su padre comprendió lo que ocurría y le proporcionó
un nuevo profesor, acostumbrado a los métodos «modernos» de ense­
ñanza, y después le envió a París a proseguir sus estudios.
D urante su estancia bastante prolongada en París, G argantúa trabó
conocimiento con los ideales culturales renacentistas, pero un día fue
llamado por su padre que había declarado la guerra a uno de sus ve­
cinos y necesitaba su ayuda. G argantúa se apresuró a obedecer la orden
paterna, llegó al campo de batalla y pronto dio fin al combate gracias
a sus heroicos hechos de armas. Llegó la hora de recompensar a
quienes se distinguieran frente al enemigo, entre ellos un monje, fray
Juan des Entommeures, joven de nariz inmensa y de facundia extraor­
dinaria, muy útil a G argantúa para recitarle innumerables misas y
oraciones. El rey le preguntó qué deseaba en recompensa; fray Juan
quería fundar un monasterio gue pudiera organizar a su manera y G ar­
gantúa le regaló entonces el país de Théléme, «a orillas del Loire» ro­
gándole que redactara nuevas reglas monásticas, diferentes a todas
las demás. La regla de fray Juan se resume en una sola sentencia:
«H az lo que quieras, ya que personas libres, bien nacidas e instruidas,
que conversan en compañías honestas, tienen por naturaleza un instinto
y aguijón que siempre las impulsa a hechos virtuosos y las aparta del
vicio, al que llaman honor».
Cuando G argantúa contaba veinticinco años, tuvo un hijo al que
llamó Pantagruel. Al nacer, el país languidecía bajo una terrible sequía
y la sed de los habitantes era espantosa: de ahí el nombre del principito, «pues Panta, en griego, significa «todo» y Gruél, en lengua
agarena, equivale a «sediento»; G argantúa quería decir con ello que su
hijo sería un día rey de los bebedores. Pantagruel creció y fue enviado
a París, como su padre en otros tiempos, para proseguir allí sus estudios.
Un día se paseaba por las afueras de la ciudad, «platicando y filoso­
fando» con sus compañeros, cuando un tipo andrajoso despertó su
1 Los personajes de Rabelais suelen tener nombres significativos o intencionados;
así, Grandgousier equivale a «gran gaznate», apasionado de los placeres de la mesa.
1532-1552
152 • Renacimiento y humanismo al norte de íos Alpes
curiosidad; entrando en conversación con el pobre diablo, supieron que
aquel extranjero se llamaba Panurgo, y que acababa de regresar de
Turquía, donde por milagro pudo escapar de los bárbaros de aquel
país que pretendían devorarlo. Panurgo había vivido una existencia
muy agitada y he aquí cómo lo describe Rabelais:
«Panurgo era de estatura mediana, ni demasiado grande ni dema­
siado pequeño, con una nariz algo aguileña, en forma de mango de
navaja; en aquel entonces contaría unos treinta y cinco años de edad,
dispuesto a que lo doraran como una daga de plomo, muy cortesano
en sus ademanes, salvo que era un poquillo calavera y sujeto a una
enfermedad que se llamaba en aquel tiem po: no hay peor duélo que
falta de dinero. Con todo, conocía sesenta y tres m aneras de encon­
trarlo, en caso de necesidad; de ellas, la más honrosa y común era la
del sistema del robo furtivo. E n resumen, malhechor, fullero, bebedor,
callejero, merodeador, como nadie en París; aunque, por otra parte,
era persona excelente y siempre m aquinaba algo contra los sargentos
y los centinelas.»
E n compañía de este dudoso gentilhombre, Pantagruel emprendió
largos viajes y experimentó las más fantásticas aventuras, entre ellas
la conquista de un nuevo reino. N o podemos seguirles en sus prolon­
gados y aventureros vagabundeos, pero tampoco debemos abandonar­
les sin llegar al final de la alegre crónica, la célebre peregrinación de
Pantagruel, Panurgo y algunos amigos al «Oráculo de la Diosa Bo­
tella», en China o cualquier país remoto. T ras un largo viaje, llegan
a la isla donde se halla el oráculo; una escalera de mármol les conduce
a un templo subterráneo y allí les sale al encuentro Bacbuc, dama de
honor de la Botella y sacerdotisa de todos sus misterios. Les da de beber
de una fuente cuya agua posee la m aravillosa cualidad de adquirir el
sabor del vino que prefiera el bebedor. Luego de someterse a gran nú­
mero de ritos y de ceremonias. Panurgo es introducido en una ' capilla
circular de paredes cubiertas de espejos.
«En medio había una fuente de alabastro fino, de forma heptago­
nal, de un trabajo y de una incrustación muy notables, llena de agua
tan clara como puede serlo elemento tan simple, y allí en el centro
estaba colocada la Botella sagrada, completamente revestida de cristal
purísimo, de forma ovalada, salvo que en el borde estaba algo más
abierta de lo que su forma permitía...»
«Acabada una canción, Bacbuc echó no sé qué en la fuente y de
repente el agua empezó a hervir con fuerza, como hace la gran m ar­
mita de Bourgueil cuando se celebra la fiesta de los bastones. Panurgo
escuchaba con oído atento, y en silencio, y Barbuc arrodillada junto
a él, cuando de la Botella sagrada salió un ruido como el que hacen
las abejas cuando nacen de la carne de un novillo sacrificado y ador­
nado según arte e invención de Aristeo, o como el de un dardo al dis­
pararse de la ballesta, o en verano una intensa lluvia que cae de impro­
viso. Entonces se oyó esta palabra: «trine»... vocablo que anuncian
los oráculos en todos los idiomas, celebrado y oído por todas las n a­
ciones y que significa: ]Bebed...l»
1532-1552
Humorismo y bondad • 153
«Y sostenemos aquí que no es el reír, sino el beber lo propio de
la naturaleza humana; pero no quiero decir el beber simple y en abso­
luto, que también beben así los animales, sino beber vino bueno y
fresco. N otad, amigos, que de vino se hace uno divino, y no hay argu­
mento tan seguro ni arte de adivinación menos falaz, pues tiene poder
para llenar el alma de toda verdad, de todo saber y de toda filosofía.»
Así termina la crónica de G argantúa, Pantagruel y Panurgo, tipos
que Rabelais logró colocar entre los más célebres personajes de la
literatura mundial.
Ha sido comparado, entre otros, a Sófocles, Petrarca y
Shakespeare. Su gloria estriba en su brillante imaginación, en el
truculento sabor de sus narraciones, en su jovialidad y su estilo.
Nadie consideraría hoy a Rabelais como un simple bohemio,
un adorador de Baco, a quien el buen vino y los alimentos ge­
nerosos dictaban obras rebosantes de alocadas narraciones. La
obra de Rabelais está basada en el optimismo, la alegría de vivir
y el amor al prójimo, Quería el bienestar de todos los hombres y
trataba de ampliar sus horizontes para que vieran qué bella era
la vida, o podía serlo, si sabían comprenderla y explotar todas
sus posibilidades.
Rabelais, que había estudiado a Platón y a Cicerón, se
situaba en la misma línea que Erasmo, Tomás Moro y Budé,
aunque desde otro punto de vista. Es su humorismo y bondad
lo que constituyen el encanto de Rabelais. Bebed, buscad el
«sustancioso tuétano» con la misma convicción y el mismo afán
que el perro roe su hueso; gozad de cuanto la vida pueda ofre­
ceros no sólo en el terreno material, sino también, y ante todo,
en el terreno espiritual: tal es la lección que se desprende de
estas crónicas.
Las críticas que lanzaba Rabelais contra su época, sobre todo
desde el punto de vista eclesiástico, desagradaron mucho a los
defensores de la ortodoxia. Adquirió reputación de hereje, sus
obras fueron incluidas en el índice y en 1534 se vio obligado
a marcharse de Francia y acudió a Italia a implorar el perdón
del Padre Santo por los pecados que hubiera podido cometer
contra la Iglesia. Su agitada vida terminó en París en 1553 y la
tradición señala diversas versiones de sus últimas palabras;
según parece, exclamó: «Bajad el telón: la comedia ha ter­
minado».
1532-1553
LOS G RANDES DESCURRIMIEUNTO
'G E O G R A F IC O S
LA HORA DE PORTUGAL
Caminos a la expansión
El desarrollo de la actividad económica en la Europa occi­
dental, a finales del siglo xv, la expansión de los mercados y la
amplitud de las transacciones exigían abundancia de metales
preciosos, sin cuyos instrumentos monetarios (oro y plata) se
corría el riesgo de una paralización del comercio mundial. En
un momento en que los progresos técnicos en la navegación
permitían al fin los viajes por alta mar, y cuando en algunas
obras publicadas (en particular en la Imago Mundi, del francés
Pierre d'Ailly) se insistía en la idea de que la tierra era redonda
y que un mismo océano rodeaba Europa, Asia y África, era
irresistible la tentación de ir a buscar dichos metales a tierras
desconocidas o a las fabulosas Indias, cuyo camino clásico esta^
ba bloqueado por los musulmanes desde que éstos dominaban
el mar Rojo y los turcos tomaron Constantinopla en 1453, a con­
secuencia de lo cual los árabes detentaban el monopolio del
comercio de las especias y del azúcar. Por último, poderoso
estimulante fue también el deseo de llevar la religión cristiana
a los paganos de ultramar.
Los portugueses y los españoles eran quienes, geográfica­
mente hablando, estaban mejor situados para intentar la gran
aventura, y basta observar un mapa para percatarse de ello.
También eran quienes estaban mejor preparados para las gran-'
des hazañas por su mentalidad aventurera y emprendedora:
acababan de dar fin a la reconquista de la península contra los
árabes y, a partir de 1479, Fernando de Aragón e Isabel de
Castilla incrementaban el poderío de sus respectivos países. Por
otra parte, los portugueses habían sido los primeros en expul­
Caída de Constantinopla (1453)
1453-1479
156 © Los grandes descubrimientos geográficos
sar a los árabes de su porción peninsular y ello ocasionó tam­
bién que fueran los primeros en buscar una nueva ruta hacia
las Indias fabulosas.
La Orden de Cristo
La pintoresca localidad de Tomar está situada al noroeste
de Lisboa, en una hermosa región del centro de Portugal. Sobre
una colina próxima se eleva un imponente castillo medieval
fortificado, antigua residencia de la Orden de Cristo y testi­
monio arqueológico de una época decisiva en la historia de
Portugal.
La iglesia contigua al castillo es célebre, y si se examinan
con atención sus fachadas ornadas de estatuas, puede obser­
varse que los motivos que las decoran están tomados de viajes
por mar a países lejanos. El castillo de Tomar era en el si­
glo xv uno de los más importantes puntos de apoyo para la
realización de aquellas grandiosas epopeyas que proporciona­
ron a Portugal una posición predominante entre los estados
europeos, expediciones que permitieron, por una parte, el pro­
greso del comercio y de la marina, y, por otra, la evolución de
la política y de la cultura mundiales. El castillo de Tomar es
símbolo inseparable de los grandes descubrimientos geográficos
que, juntamente con el Renacimiento, la Reforma y el adveni­
miento de la monarquía absoluta, señalan la transición entre la
Edad Media y los tiempos modernos.
Cuando Felipe IV de Francia exterminó a los templarios, a
principios del siglo xiv, el gran maestre de la Orden, Jacques
de Molay, predijo ya en el cadalso que Felipe y el papa Cle­
mente V serían muy pronto citados con él ante el tribunal de
Dios, y, en efecto, antes del plazo fijado por el mártir, murieron
ambos personajes. Aquel suceso causó honda impresión a Diniz,
rey de Portugal, quien donó los bienes arrebatados a los tem­
plarios a una nueva congregación recién fundada, la Orden de
Cristo, organización militar y religiosa cuya misión era «defen­
der la fe cristiana, combatir a los musulmanes y engrandecer
el reino de Portugal». Su importancia fue creciendo a finales
de la Edad Media; los caballeros de la Orden de Cristo cons­
tituían el núcleo de los ejércitos de los reyes portugueses, y se
distinguieron en interminables guerras sostenidas contra los mu­
sulmanes. Precisamente fueron quienes propagaron la idea de la
Cruzada permanente, ya .que, según ellos, el deber de la cris­
tiandad era combatir a los musulmanes.
S. XV
Portugal pone el pie en Ceuta # 157
Enrique el Navegante
En 1415, una flota de guerra portuguesa se dirigió rumbo a
Ceuta, puerto marroquí que dominaba el litoral norteafricano
situado frente a Gibraltar. Hizo entonces su aparición en la
escena histórica el joven príncipe Enrique, a quien su padre,
Juan I de Portugal, había confiado el mando de una parte de la
flota. Efectuó un audaz desembarco, consiguió penetrar eri Ceu­
ta tras un ataque rápido a un sector poco protegido de las
fortificaciones, y ocupó la ciudad. Portugal acababa de con­
quistar su primera posesión en territorio africano. Luego, el
joven príncipe se vio recompensado con largueza por su audaz
hazaña; en 1419 recibió el cargo de gobernador de la provincia
del Algarbe, en el sur de Portugal, desde donde podía vigilar
fácilmente Ceuta y la costa africana, y al año siguiente fue
nombrado gran maestre de la Orden de Cristo.
Esta última distinción tenía particular importancia y le con­
fería derecho a disponer de las riquezas de la congregación,
pero imponiéndole al propio tiempo el deber de consagrar su vida
a la lucha contra el Islam. Aceptó tales obligaciones a su entera
satisfacción, por ser muy piadoso y considerarse consagrado
con toda su alma a los ideales religiosos de la Edad Media;
hombre de extraordinaria voluntad y prudencia, su estancia
en Ceuta le había despertado vivo interés por el continente
africano, manteniendo conversaciones con indígenas que le ha­
bían descrito las maravillosas regiones situadas más lejos, hacia
el sur, donde podría hallar la cristiandad nuevas posibilidades
de expansión. Enrique decidió organizar viajes y exploracio­
nes, expediciones que costearía la Orden de Cristo. La con­
gregación se convirtió de este modo, gracias a su ideal de lucha
religiosa y a sus cuantiosos recursos financieros, en uno de los
organismos más importantes en la historia de los descubrimien­
tos geográficos.
El príncipe Enrique estableció su residencia en Sagres, un
pueblecito situado junto al cabo San Vicente, en el extremo
suroeste de Europa, donde mandó construir un palacio y un
observatorio. Su corte se convirtió en lugar de reunión de nave­
gantes y sabios procedentes de diversos países, que bajo su
dirección se dedicaron al estudio de la geografía y se esforza­
ron en mejorar la construcción naval; desde luego, las circuns­
tancias reclamaban buques capaces de enfrentarse con el océano
Atlántico, pues no era ya posible limitarse a seguir bordeando
las costas, como antes.
Enrique el Navegante (1394-1460)
1415-1419
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M a g a lla n e s , J .S . E lc a n o , 1519-22
160 • Los grandes descubrimientos geográficos
El espejismo del preste Juan de las Indias
El conjunto de todos estos sentimientos, el fervor religioso
y la curiosidad científica, la atracción de la aventura y el incen­
tivo de la ganancia, aguijoneaban al príncipe y a sus cortesanos
y la imaginación de los exploradores se enardecía ante innu­
merables noticias y narraciones fantásticas. La leyenda del
preste Juan produjo, sin duda alguna, honda impresión en el
príncipe Enrique; se rumoreaba que un soberano cristiano vivía
en el lejano Oriente, no se sabía exactamente 'dónde, y que
poseía gran poder y enormes riquezas. Las diversas opiniones
sobre la situación precisa de este reino discreparon durante
bastante tiempo, pero en el siglo xv ya se le identificó con
carácter cada vez más unánime con el imperio de Abisinia. Es
muy posible que el príncipe proyectara ir al encuentro de aquel
misterioso monarca cristiano para firmar un tratado con él.
Otras razones impulsaron, además, a Enrique el Navegante
hacia los descubrimientos geográficos. A la larga, y ello se ex­
plica sin dificultad alguna, sus actividades se vieron determi­
nadas cada vez más intensamente por la política comercial y
por ineludibles consideraciones económicas. Desde la época de
las cruzadas, las relaciones mercantiles con la India, a través
del Oriente, eran de vital importancia para la vida económica de
Europa. La India era la principal proveedora de especias y la
gente de la Edad Media consideraba estos productos como un
lujo indispensable. Desde que los europeos habían descubierto
que un plato poco sabroso era más apetecible sólo con añadirle
un poco de pimienta o de canela, empleaban tales condimentos
sin moderación y usaban también especias para disimular un
sabor excesivamente fuerte, porque con mucha frecuencia los
alimentos llegaban averiados a la mesa, a causa de la lentitud
de los transportes y de la suciedad de los almacenes.
El tráfico de las especias se hallaba en gran parte en manos
de las ciudades comerciales italianas; por el golfo Pérsico eran
transportados los productos procedentes de las Indias hacia los
puertos sirios, y de allí hasta Europa. Cuando los mongoles,
en el siglo xm, y después de ellos los turcos durante los si­
glos xiv y xv, sometieron el Cercano Oriente, los antiguos
itinerarios comerciales entre Europa y el golfo Pérsico quedaron
cortados y para seguir manteniendo tan lucrativas relaciones
comerciales fue preciso buscar otro camino hacia las Indias por
Egipto y el mar Rojo. A pesar de ello, al hallarse el Egipto en
manos de los mamelucos, éstos exigieron impuestos considera­
S. XV
Penetración tusa en África
9
161
bles sobre las mercancías que atravesaban su país, y la conse­
cuencia fue una elevación sensible de los precios. Surgió la
idea de que quizá fuera posible bordear África por mar y
llegar de este modo a los países productores de especias. Los
europeos de la época imaginaban el continente africano mucho
más pequeño de lo que es en realidad y creían que la Guinea
era el punto más meridional de África y que una vez allí bas­
taba singlar hacia el Este para llegar a las Indias.
El gran periplo africano
El príncipe Enrique envió su primera expedición en 1418;
años después, en 1434, los portugueses habían doblado ya el
terrible cabo Bojador, considerado infranqueable por antiguas
tradiciones profundamente arraigadas. Uno de los capitanes del
príncipe Enrique, el joven Gil Eannes, demostró que aquella
leyenda era simple superstición. El paso del cabo Bojador fue
el primer gran éxito de Enrique y le alentó a proseguir sus
esfuerzos. Y asi, partieron nuevas expediciones; al regreso de
cada una de ellas, sus componentes narraban los relatos más
entusiastas, asegurando que la empresa podía resultar lucrativa.
A lo largo de sus viajes, los portugueses tomaron contacto
con los indígenas africanos, capturaron muchos negros y los
llevaron a Portugal para venderlos, iniciando Europa su tráfico
de esclavos y siendo muy pronto Lisboa el principal mef^
cado de ellos.
En 1445 se doblaba el cabo Verde, y quedaban sometidas
a la dominación portuguesa las islas del mismo nombre, como
antes Madera y las Azores. La etapa siguiente fue el descu­
brimiento de las desembocaduras del Senegal y del Gambia, y
fue inmensa la alegría de los exploradores al dejar tras ellos los
desiertos áridos y llegar a regiones «plantadas de palmeras y
otros árboles verdes».
Surgip entonces un nuevo factor en la historia de las explo­
raciones marítimas: los intereses políticos de Portugal. El prín­
cipe Enrique no sólo era un cruzado y un erudito, sino también
excelente político que procuró ejercer una severa vigilancia
sobre la navegación hacia el sur, para evitar posibles compe­
tidores extranjeros. Ahora bien, una protección efectiva contra
la competencia extranjero sólo podía conseguirse mediante un
decreto del papa; de este modo se inició la larga rivalidad de
Portugal y de Castilla para obtener el favor de la Curia en las
cuestiones coloniales.
1418-1445
162 • Los grandes descubrimientos geográficos
Fueron considerables los esfuerzos de Enrique y de sus
sucesores para hallar nuevos territorios no sólo al sur, sino
también al oeste. El misterio de que los portugueses rodeaban
sus expediciones marítimas plantea aún hoy espinosos pro­
blemas al examen histórico de estas cuestiones, y así resulta
poco menos que imposible señalar en qué momento se iniciaron
en realidad las expediciones hacia el oeste.
S e admite, en general, que fueron los v ik in g o s quienes em prendie­
ron los prim eros viajes por el A tlán tico, y que el primer europeo que
tocó ■
— hacia el año 1000'— las costas de la A m érica del N o rte, fue el
norm ando Leif Erikson; con posterioridad a esta exploración, los v i­
k in gos prosiguieron sus exped icion es por el A tlántico y según fuentes
islandesas, em prendieron otro via je a la península del Labrador en 1347,
pero ello só lo dem uestra que los europeos del norte se anticiparon en
el conocim iento de otras tierras occidentales. O tro detalle d igno de
tenerse en cuenta es el h echo de que Enrique el N a v e g a n te conociera
los v iajes y descubrim ientos de lo s escandinavos por ser pariente del
rey de Dinamarca, E rico de Pom erania, casado con su prima, la reina
Filipa. U n herm ano de Enrique, don Pedro, coincidió con el rey E rico
en 1424, en la corte imperial de V ien a , y es fácil suponer que am bos
príncipes hablaron de cu estiones geográficas y n avales, hipótesis co ­
rroborada más tarde al haber cierta colaboración entre daneses y por­
tugueses en el campo de la s exp loraciones. S e sab e que un m arino
danés participó en una de las exp ediciones africanas de Enrique, y
que el rey de D inam arca, C ristián í, en vió algunos buques h acia el
o este en 1472 ó 1473, a p etición del príncipe de Portugal y que en
ellos iba también un portugués; segú n parece, esta expedición se di­
rigió hacia G roenlandia y lle g ó h asta T erranova.
El cabo de las Tormentas
Enrique el Navegante ya no estaba presente en tales acon­
tecimientos, ya que había fallecido en 1460, en su querida
población de Sagres. Los historiadores portugueses le conside­
ran una de las mayores figuras de su historia nacional. N o
obstante, la obra del príncipe fue proseguida por su sobrino, el
rey Juan II, que subió al trono de Portugal en 1481, pese a ser
Juan II un soberano de la nueva generación, cruel e implacable;
en cierto modo, una personalidad paralela a un Luis XI de
Francia, por ejemplo. Sin embargo, fue llamado o Principe
perfeito.
Después de Enrique el Navegante, los portugueses lograron
rebasar las costas de Guinea; en 1475 franqueaban la línea
ecuatorial y en 1482 descubrían la desembocadura del Congo.
1460-1482
Colón en Portugal (1476)
Navegantes y aventureros • 163
Cinco años después equipaban una expedición que alcanzaría
un éxito resonante: Bartolomé Díaz, que ya había tomado
parte en las expediciones a lo largo de las costas africanas,
tomó el mando de algunas naves y las condujo por derroteros
desconocidos, se desvió 30 grados hacia el Sur y hallóse en
pleno Atlántico. Puede imaginarse fácilmente cuánto sufrió en
su pequeño buque almirante, víctima del furor de los elemen­
tos; los miembros de la tripulación creyeron llegada su última
hora y conjuraron a Díaz para que virara en redondo; él en­
tonces trató de llegar a tierra poniendo rumbo al nordeste, lo
consiguió tras largos esfuerzos y desembarcó en El Cabo, en
el golfo hoy llamado Mosselbaai, es decir, al este del extremo
meridional de África. Después se dirigió hacia el norte, pero
hubo de retroceder para evitar un motín de la tripulación. Al
regreso, dobló la punta meridional de África, que bautizó con
el nombre de «cabo de las Tormentas».
La hazaña estaba realizada: se había llegado al océano índi­
co y se había explorado la costa occidental africana. Cuando
Díaz volvió a Portugal, en 1488, declaró que con mejores naves
hubiera llegado con toda seguridad a las Indias. «Pues enton­
ces '—exclamó el rey Juan.—■, debemos dar otro nombre al cabo
de las Tormentas: lo llamaremos cabo de Buena Esperanza.»
LA HORA DE ESPAÑA
Cristóbal Colón
Durante el reinado de Juan II aparecieron en la corte de
Portugal aventureros extranjeros ansiosos de participar en todas
estas expediciones y adquirir en ellas gloria y fortuna. El re}'
Juan desconfiaba de los espías que pudieran averiguar sus secre­
tos, pero la mayoría de las veces tuvo el buen sentido de conce­
der audiencia a algunos de aquellos forasteros y escuchar atento
cuanto tenían que decirle, y así ocurrió poco después de su
advenimiento al trono, cuando un extranjero desconocido le
hizo una proposición interesante: pretendía ir a alta mar, cruzar
el océano y descubrir, según sus propias palabras, «un país
nuevo en Occidente». Apoyaba su demanda con un razona­
miento inaudito: nadie más podría realizar aquel descubrimien­
to, ya que sólo él había sido elegido 'por Dios para llevarlo a
cabo, y se hallaba dispuesto a entrar al servicio de Juan, pero
sólo a condición de una rica recompensa. El monarca sometió
Cristóbal Colón ( ¿ 1436-1506)
1486-1488
164 • Los grandes descubrimientos geográficos
el asunto a una junta de cosmógrafos, y éstos le recomendaron
que no otorgara ningún crédito al extranjero. El rey se adhirió
a la opinión de sus consejeros y aquel oscuro personaje desapa­
reció de Lisboa. Se llamaba Cristóbal Colón.
Aunque Cristóbal Colón es una de las más célebres figuras
de la historia universal, sabemos poco acerca de su vida pri­
vada, hasta 1492. Tras rebuscar en los archivos municipales de
Génova, investigadores modernos creen poder asegurar que Co­
lón había nacido en esta ciudad en 1451, de familia modesta,
aunque él pretendiera siempre lo contrario; su padre era tejedor
y según parece vivió siempre pobre. Quizás en su juventud,
Colón ejerció el oficio de su padre y luego realizó varios viajes
por el Mediterráneo, probablemente no como marino, sino como
agente comercial. N o puede asegurarse que se iniciara en la
ciencia de la navegación en aquella época.
Sin embargo, el propio Colón nunca hizo revelaciones acerca
de su patria y de su familia, sino al contrario. En ningún docu­
mento auténtico han aparecido detalles acerca de estos puntos
y jamás los Reyes Católicos, con quienes estuvo tan en contacto,
las hicieron tampoco; no existe ningún documento emanado de la
Cancillería o de la administración castellana, mieijtras vivió el
descubridor, ni siquiera redactado durante los siglos xvi y x v i i ,
que arroje luz alguna sobre el enigmático problema del lugar de
nacimiento de Colón, a quien por rutina se le ha seguido lla­
mando «el genovés».
Lo que se sabe con seguridad es que Colón salió de Génova
entre 1470 y 1480, partió para Lisboa a bordo de un buque
mercante y se estableció en la capital portuguesa, donde su
hermano Bartolomé residía y se ganaba el sustento dibujando
mapas y comerciando con libros. Aquella estancia en Portugal
fue decisiva para Colón. Los portugueses eran los adelantados
europeos en los descubrimientos geográficos y no cabe duda
de que su ejemplo inspiró al futuro gran navegante; poseían los
mejores barcos, los más profundos conocimientos de geografía
y de ciencia náutica y se atrevían a arriesgarse en medio del
océano. Probablemente Colón fue introducido por su hermano
Bartolomé en los círculos de Lisboa interesados por la navega­
ción; luego, se casó con una portuguesa cuyo padre fue gober­
nador de una isla situada cerca de Madera y había participado
personalmente en la obra colonizadora de su país en ultramar;
a su muerte, legó a su yerno una preciosa colección de obras
geográficas.
En la Imago Mundi de Pierre d’Ailly, publicada en Lovaina
1470-1485
«Imago Mundi» (1485)
Colón, en España • 165
en 1485, se estimaba en unos 225 grados geográficos la mayor
dimensión del mundo conocido. Cristóbal Colón leyó aquel libro
y aceptó sus conclusiones; es decir, que consideraba menor
de lo que es en realidad la distancia oceánica entre Europa
occidental y aquella India que él quería alcanzar por el oeste.
Con frecuencia, la audacia nace de un error de cálculo...
En efecto, Colón se basó también en la idea del cosmógrafo
florentino Toscanelli, a quien conoció en Portugal, que suponía
que la distancia por tierra entre las costas occidentales de Euro­
pa y las orientales de Asia —el «país de las especias».—•, si­
guiendo la dirección de poniente a levante, abarcaba aproxi­
madamente los dos tercios de la circunferencia terrestre. En
consecuencia, la ruta marítima desde las costas occidentales
europeas, navegando rumbo a poniente, hasta alcanzar el litoral
asiático, sólo comprendía el tercio restante, o sea la mitad del
camino. De hecho, había doble distancia de la que Colón supo­
nía, pero éste lo ignoraba.
Un cruzado de la geografía
Desde el año 1480, aproximadamente, Colón trabajaba sin
cesar en la realización de sus proyectos y, en primer lugar,
presentó un informe al rey de Portugal, Juan II, a quien expuso
sus ideas. Es ya sabido que el resultado no fue muy brillante,
pero Colón no quiso darse por vencido. Y puesto que los por­
tugueses rechazaban aquella oportunidad que se les ofrecía,
quedaban otros países y otros soberanos a quienes dirigirse,
Resolvió probar suerte en España, ya que, habiendo fallecido
su mujer, nada le ligaba a Portugal. Dejó a su hijito de cuatro
años en el convento de La Rábida, al sur del puerto de Palos,1
y prosiguió solo su viaje hacia Sevilla, donde pudo ponerse en
contacto con dos personajes muy influyentes, los duques de
Medina-Sidonia y los de Medinaceli, quienes se mostraron inte­
resados por sus planes, y en 1486 Colón fue recibido en audien­
cia por Fernando e Isabel.
Oídas sus explicaciones, los monarcas decidieron a su vez
pasar aquellos proyectos a una comisión para que procediese
a su estudio. De todas formas, nada podía hacerse de momento,
ya que todos los recursos del reino se necesitaban para la
guerra emprendida contra el reino granadino. Mientras Cris1 Otros historiadores afirman que Colón no estuvo en La Rábida en 1484, sino
ocho años después, en febrero y marzo de 1492, cuando había perdido toda esperanza
en la protección de los Reyes Católicos.
Colón ante los Reyes Católicos (1486)
1480-1486
166 • Los grandes descubrimientos geográficos
tóbal Colón aguardaba la respuesta definitiva de los soberanos
españoles, su hermano Bartolomé se dirigió a Londres a fin de
solicitar apoyo al rey de Inglaterra para la gran empresa; pero
como Enrique VII era demasiado avaro para arriesgar dinero
en tales fantasías, Bartolomé abandonó Inglaterra y pasó a
Francia.
Fue a principios de enero de 1486, probablemente, cuando Colón
llegó a Córdoba, ciudad en donde a la sazón se encontraban los mo­
narcas. N o puede determinarse bien qué carácter tuvieron las primeras
relaciones de éstos con el navegante, a no ser por las subvenciones que
de ellos recibió. Por el texto del primer pago de que tenemos noticia
que se le hizo se infiere que lo consideraron afecto a su servicio y a
sueldo durante algún tiempo, sin especificar concretamente su misión,
aludiendo sólo que Colón «está aquí haciendo algunas cosas complideras al servicio de sus Altezas».
De hecho, los monarcas acogieron favorablemente los proyectos del
gran navegante y encargaron a una Junta de técnicos que informara
sobre los mismos. É sta fue presidida por fray H ernando de Talavera,
confesor de la reina y que había sido profesor de la universidad de
Salamanca, y celebró sesiones en esta ciudad y en Córdoba, estudiando
detenidamente el asunto y oponiendo algunas objeciones y reparos.
La mayor decisión histórica
La comisión española tardó cinco años en redactar su in­
forme, y cuando al ñn se conoció su contenido, resultó ser
negativo en conjunto. Todo inducía a suponer que Colón iba
a verse obligado a volver también la espalda a España; sin
embargo, pasó otra temporada en el convento de la Rábida y
allí recibió ayuda. Juan Pérez, prior del convento, había sido
confesor de Isabel y seguía manteniendo cierto influjo sobre la
reina, a la que escribió suplicándole que meditara una vez más
la proposición del futuro descubridor.
Quizá Isabel no quiso ofender al anciano confesor arrin­
conando su ruego; sea como fuere, Colón recibió autorización
para presentarse inmediatamente a la corte, en Santa Fe, junto
a Granada. Se iniciaron las negociaciones, pero las condiciones
exigidas por Colón, a las que se aferraba encarnizadamente,
enfadaron a los soberanos y provocaron ironía y recelos en los
cortesanos. Fue imposible llegar a un acuerdo, y Colón partía
ya de la corte, cuando Luis de Santángel, tesorero del rey Fer­
nando, le comunicó la noticia de que los monarcas habían
decidido aceptar sus condiciones, ya que, conquistada Gra­
nada, podían dedicar su atención a la nueva empresa, y al fin
1486-1492
Toma de Granada (1492)
Mística del Descubridor • 167
llegaron a un convenio con Colón el 17 de abril de 1492, La
jhistoria demostraría que aquella decisión sería la más impor­
tante de todo su reinado.
Quedó convenido que Colón conduciría una expedición
hacia el oeste en busca de las islas y tierras que, según él
afirmaba, se encontraban en aquella dirección y si, efectiva­
mente descubría nuevos territorios, sería nombrado gobernador
y virrey de ellos, con la categoría de gran Almirante de Cas­
tilla y percibiendo, además, el diez por ciento de los beneficios
que reportara el comercio en las regiones nuevamente descu­
biertas. Colón se creía investido de una misión divina y des­
pués de sus audiencias con Fernando e Isabel, se obstinó en
que era voluntad de Dios que él descubriese nuevos territorios,
pues así se obtendrían los recursos necesarios para una nueva
cruzada, argumentos que produjeron profunda impresión.
El ideal de la cruzada evangelizadora fue tan importante
en las exploraciones españolas como en las portuguesas. De
Cristóbal Colón se ha dicho que «la piedad era el núcleo de
su carácter», único móvil y manera de comprender su con­
fianza en sí mismo, su terquedad y unas exigencias que raya­
ban en el desafío, considerada la época en que vivió.
Colón no era, en modo alguno, un visionario, pero sí un
hombre poseído por una mística de tipo misional. Estaba con­
vencido de «su verdad» y no se doblegó jámás a consideraciones
ajenas. Incluso en su último viaje al nuevo continente destaca
su obstinación en mayor grado incluso que su pericia náutica.
Se hallaba persuadido de que su propio nombre de pila, Cris­
tóbal —Christo fetens, el que lleva a Cristo.— constituía un
símbolo revelador de su misión terrenal. En la Biblioteca Co­
lombina de Sevilla se conserva un libro autógrafo de Colón en
el que éste reunió las profecías de los antiguos escritores sagra­
dos y profanos referentes a los viajes y descubrimientos que él
proyectó. En sus últimos años soñaba con la liberación del San­
to Sepulcro.
A través de! «mar tenebroso»
Habían transcurrido varios días desde la jornada memorable
del 3 de agosto de 1492, fecha en que la flotilla de Colón salió
del puerto de Palos. Se componía ésta de la nave capitana,
la Santa María, pilotada por el propio Colón, y dos buques
más pequeños, la Niña y la Pinta, confiados a colabora­
dores de confianza, los hermanos Pinzón. Primero pusieron
1492
168 • Los grandes descubrimientos geográficos
rumbo a las Canarias, donde se interrumpió el viaje el tiempo
necesario para reparar averías; después se internaron en el
Atlántico.1 Colón comunicó a su tripulación que le constaba
la proximidad de ciertas islas y si aún no las habían alcanzado
era a causa de las corrientes marinas que desviaban los barcos
de su rumbo.
A partir de entonces navegaron de día y de noche y, du­
rante este período de la travesía, el propio Colón manejó el
timón de la Santa María casi siempre, ya que se había acos­
tumbrado a dormir sólo algunas horas durante el día. El 9 de
septiembre anotaba en su diario de a bordo que había recorrido
diecinueve leguas (un centenar de kilómetros, aproximadamen­
te) , pero decidió comunicar una cifra menos elevada para que la
tripulación no se alarmase al enterarse de que era tan grande
la distancia que les separaba de tierra. La estratagema se repitió
en días sucesivos, aunque el ánimo de los tripulantes iba deca­
yendo y los marineros se preguntaban angustiosos si volverían
a ver jamás su patria.
Fue del 13 al 17 de septiembre cuando Colón hizo por vez
primera una observación que constituyó un gran descubrimiento
científico; el de la desviación de la aguja magnética o brújula.
La comprobación de este hecho demuestra por sí sola la pericia
y habilidad del gran marino. La mayoría de los tripulantes se
sorprendió ex traordinariamente, temiendo perdferse en la sole­
dad de los mares, y Colón les tranquilizó explicándoles que
si la aguja se desviaba •—o «noroesteaba», como decía él-— era
porque seguía la variación de las posiciones dé la estrella polar.
En cuanto al mar de los Sargazos, lo atravesaron sin inciden­
tes, salvo creer a veces los marineros que ya estaban cerca de
tierra, al ver la gran abundancia de hierbas y aves que hacían
su aparición sobre el agua.
El descubrimiento de América
El 11 de octubre, Colón, de pie en la toldilla, creyó distin­
guir una luz. Al día siguiente no cabía ya duda alguna: la tierra
1 Los barcos empleados en los descubrimientos fueron la carabela y la nao
—ésta en menor medida—• q'ue, ideadas y perfeccionadas en las costas atlánticas es­
pañolas y portuguesas, parecen resumir toda la experiencia náutica de los siglos
medievales. «Los primeros tipos de carabela mostraron sus defectos en los viajes de
exploración que se suceden a lo largo del siglo xv — dice Vicens Vives— ; su sucesivo
perfeccionamiento, uno de los logros máximos en la historia de la construcción naval
europea, hace posible la era de los descubrimientos.» Sus características son casco
resistente y velamen desarrollado; en cambio, la galera mediterránea resultaba que­
bradiza y débil en su estructura para las aguas revueltas y las marejadas del Atlántico.
1492
Descubrimiento de América (1492)
Descubrimiento del N uevo M undo • 169
estaba a la vista. Arriaron velas y echaron el ancla. Los es­
pañoles habían llegado a la isla que los indígenas llamaban
Guanahaní, en el archipiélago de las Bahamas.
Colón había estado esperando aquella hora estelar durante
años enteros. Rebosante de satisfacción, hizo que lo llevaran
a tierra con los hermanos Pinzón. Desembarcaron en medio
de la admiración y de la sorpresa de los indígenas, que se habían
reunido en la playa, espantados ante gentes para ellos tan ex­
trañas y embarcaciones que, a pesar de su pequeñez, les pare­
cían casas. Colón, con el estandarte de Fernando el Católico en
una mano y el de Isabel en la otra, tomó solemnemente po­
sesión de la isla, a la que puso el nombre de San Salvador, «en
conmemoración de Su Alta Majestad», es decir, del Salvador
del mundo, Jesucristo, como decía el propio navegante en su
carta a Luis de Santángel, tesorero de Fernando el Católico.
De todo ello, hizo Colón levantar acta respectiva por el escri­
bano de la armada, Rodrigo de Escobedo. El descubrimiento
oficial del Nuevo Mundo se había consumado.
El Almirante describe así a los indígenas de San Salvador:
«Son muy bien hechos, de muy fermosos y lucidos cuerpos y
muy buenas caras; los cabellos gruesos y cuasi como cerdas
de cola de caballo e cortos...». El color del cutis le recordó el de
los habitantes de las islas Canarias, ni blanco ni negro; además
se embadurnaban el rostro, y a veces todo el cuerpo, de color
blanco, negro o rojo. «Víde que algunos de ellos traían un pedazuelo de oro colgado en un agujero que tienen en la nariz.»
Colón embarcó consigo siete de estos indígenas. Añade en su
diario de navegación que pudo comprobar que aquellos hombres
podrían ser más fácilmente convertidos a la fe cristiana por la
dulzura y la persuasión que por la fuerza, y así a algunos regaló
collares de vidrio y a otros caperuzas rojas. Le pareció que los
indígenas eran bastante inteligentes y que podrían ser excelentes
operarios, porque comprendían muy pronto lo que les decían.
Sin embargo, Colón encontró un motivo de inquietud: aque­
llos indígenas eran muy pobres a todas luces, de modo que se
hizo de nuevo a la vela y pronto llegó a otra isla, donde pudo
comprobar con más optimismo que los autóctonos llevaban pen­
dientes de oro.
En aquellos días descubrieron y reconocieron las islas de
Santa María de la Consolación (Rum C ay), Fernandina (Exuma), Isabel (Long Island) y varias otras. Admirábanse todos
del bosque virgen, de la espesa selva y de la desconcertante
fauna que albergaba.
1492
170 • Los grandes descubrimientos geográficos
Un mundo fascinador y paradisíaco
Colón creyó que había llegado a una maravillosa parte del
mundo. «Estas islas son las más encantadoras regiones que
jamás haya visto» —escribe—. «Su vegetación es tan exu­
berante como en Andalucía en el mes de abril. Los pájaros son
innumerables, y cantan tan bien que uno podría estar escu­
chándolos durante horas enteras. Hay también diferentes es­
pecies de árboles de flores olorosas y frutos deliciosos. Lásti­
ma que yo no sepa de qué especies se trata, pues estoy
persuadido de que proporcionan una madera preciosa y pueden
también suministrar tinturas y medicinas».
En sus momentos de angustia, Colón se consolaba pensan­
do en la gloria, que sería el resultado supremo de su viaje.
«Creo que bastará poco tiempo para convertir gran número
de indígenas a nuestra santa fe, y ofrecer a España riquezas
y posesiones inmensas.» Siguió navegando, el 28 de octubre
la expedición llegaba a Cuba y allí sufrió Colón algunos re­
veses. En primer lugar, sé vio abandonado por el capitán de
la Pinta, Martín Alonso Pinzón, que se había hastiado de obe­
decer a Colón y quería navegar por su cuenta. Poco después,
encallaba la Santa María; Colón hubo de abandonar la nave
y a partir de entonces sólo dispuso de la Niña.
Colón instaló en la isla Española, la Haití actual, una pe­
queña colonia llamada Natividad, el primer establecimiento
español del Nuevo Mundo, hizo edificar un fortín con los
restos de la nave encallada y decidió emprender el regreso para
rendir cuenta de sus descubrimientos a los monarcas. N o pudo
recoger más que una pequeña cantidad de oro, pero había
descubierto nuevos territorios y entrevisto posibilidades futu­
ras para la Humanidad que se abrían en el lejano Occidente.
Los españoles estaban ya dispuestos a poner rumbo al este
a bordo de la Niña, cuando Pinzón, curado de sus veleidades
de independencia, vino a reconciliarse con el gran descubridor.
Emprendieron juntos el camino de regreso y, tras un viaje
dificultado por las tempestades, Colón echaba el ancla en Palos,
su punto de partida, el 15 de marzo de 1493. La expedición
había durado siete meses.
Colón atravesó toda la Península hasta llegar a Barcelona,
donde se hizo anunciar a Fernando e Isabel, quienes le reci­
bieron en presencia de los más altos dignatarios del reino.
Los soberanos se levantaron de sus tronos para darle la bien­
venida y le rogaron que tomara asiento a su lado.
1492-1493
Colón regresa a España (1493)
Los periplos colombinos • 171
Otros viajes de Colón
Poco después se decidió que Colón emprendiera un nuevo
viaje hacia Occidente. La primera vez le costó mucho trabajo
reclutar una tripulación y reunir el dinero necesario para la
dotación de tres barcos, pero luego los marineros se apresura­
ban a alistarse para participar en esta segunda expedición.
Se concentraron casi dos mil, entre los cuales Colón escogió
1500 hombres, número que le pareció suficiente para las die­
cisiete embarcaciones que los reyes habían puesto a su dis­
posición.
El segundo viaje de Cristóbal Colón se inició en septiem­
bre de 1493, y llevó rumbo hasta las pequeñas y grandes Anti­
llas. N o fue la maravillosa y lucrativa aventura que los partici­
pantes habían imaginado. Cuando llegaron a Haití, los pocos
colonos que habían dejado en elfuerte Natividad construido
con los restos de la Santa María habían muerto. Colón fundó
una nueva colonia para sustituir a la antigua, y le dio el nombre
de Isabela, pero tampoco esta vez la suerte le fue favorable.
El clima era extremadamente malsano para los europeos y el
propio Colón cayó enfermo de tal gravedad que sus actividades
cesaron en absoluto durante unos meses.
Después de navegar por todas aquellas aguas de las Indias
occidentales, regresó a Haití y con gran sorpresa y alegría
por su parte, encontró allí a su hermano Bartolomé que le
estaba aguardando. Después de su fracasado viaje a Inglaterra
y a Francia, se había enterado de que Cristóbal había triunfado
en su primera expedición y se había dirigido precipitadamente
a España, donde Fernando e Isabel le acogieron con benevo­
lencia y pusieron algunos navios a su disposición para que
pudiera reunirse con su hermano. Cuando Colón decidió em­
prender su regreso en la primavera de 1496, nombró a su her­
mano «adelantado» o comandante de la colonia española de
Haití.
Cristóbal Colón emprendió otros dos viajes, de 1498 a
1500 y de 1502 a 1504, haciendo importantes descubrimientos
en ambas expediciones. En 1498 atracaba en la isla de la Tri­
nidad, junto a la costa continental sudamericana, y en 1502
desembarcaba en América Central, en territorio hoy integrado
en la república de Honduras. Seguía convencido de que se
hallaba en Asia y que tenía innumerables riquezas a su al­
cance, pero su mejor época había pasado y su influencia dis­
minuía cada vez más. En la sombra, rivales envidiosos procu­
1493-1504
172 @ Los grandes descubrimientos geográficos
raban su perdición; durante su tercer viaje estalló un motín
en la colonia española de Haití, contra su autoridad, e Isabel
envió a un tal Bobadilla, uno de sus hombres de confianza,
para arbitrar las desavenencias entre Colón y sus enemigos. AI
llegar a Haití, el primer acto de aquel extraño conciliador fue
detener sin proceso alguno y enviar a España al gran explo­
rador cargado de cadenas. Por supuesto, los monarcas le de­
volvieron la libertad, pero no la consideración ni el respeto a
que podía aspirar.
Muere el primer Almirante de Indias
Los legítimos sentimientos de gloria que animaban a Colón
en sus dos primeros viajes se habían trocado en hieles y amar­
gura. En más de una ocasión pensó en abandonarlo todo y de­
jarse llevar por los impulsos de un misticismo religioso. Pero
se veía obligado a ocuparse de menudencias, responder a las
acusaciones que se le formulaban, luchar contra la envidia, des­
hacer intrigas o aclarar equívocos, y concretar la cuantía del
oro, las perlas y riquezas recogidas en América. Lo cierto es
que se había conseguido lo que la corte deseaba: romper el
pacto de las capitulaciones de Santa Fe, despojar al almirante
del gobierno de las Indias y encargar a terceras personas la
continuación de los descubrimientos.
E n una carta dirigida a una señora de la corte que fue aya del prín­
cipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, exponía Colón en tono confi­
dencial las preocupaciones que le atosigaban en aquellos momentos.
«Yo mucho me quisiera despedir del negocio, si fuera honesto para
con mi reina. El esfuerzo de N uestro Señor y de Su Alteza hizo que yo
continuase, y por aliviarle algo de los enojos en que a causa de la muer­
te del príncipe Juan estaba, cometí viaje nuevo al nuevo cielo e mundo
que fasta entonces estaba oculto, y si no es tenido allá en estima, así
como los otros de las Indias, no es maravilla, porque salió a parecer
de mi industria. Este viaje de Paria creí que apaciguara algo por las
perlas y la fallada de oro en La Española. Las perlas mandé yo ayuntar
e pescar a la gente con quien quedó el concierto de mi vuelta por ellas,
y a mi comprender a medida de fanega: si yo no lo escribí a Su Alteza
fue porque así quisiera haber hecho del oro antes.»
E n la frase «nuevo cielo e mundo que fasta entonces estaba oculto»
parece aludir al continente sudamericano. E n su cuarto y último viaje
(1502-1504) buscaba sin duda un paso para cruzar luego el m ar de la
India que esperaba encontrar. Cuando quiso desembarcar en la isla
Española, el nuevo gobernador, Nicolás de Ovando, incluso le negó el
permiso de pisar tierra. Después de costear el litoral caribe de la Amé­
1502-1504
Tratado de Tordesiítas • 173
rica Central, decidió regresar a España. Apenas llegado, falleció Isabel
la Católica y Colón hubo de recorrer Castilla, siguiendo a la corte
como un solicitante cualquiera, considerado molesto para los cortesanos
encumbrados.
Colón pasó los últimos años de su vida en la soledad,
abandonado de todos. Había reclamado en vano la aplicación
de las capitulaciones de 1492, que debían convertirle en uno
de los más grandes y ricos personajes del reino. La corte hizo
oídos sordos a sus reclamaciones y el gran descubridor murió
pobre y humillado en Valladolid, en 1506.
LOS PORTUGUESES EN LAS INDIAS
España y Portugal se reparten el nuevo mundo
Inmediatamente después del regreso de Colón, en 1493, los
Reyes Católicos adoptaron las medidas necesarias para asegu­
rarse todos los derechos sobre los territorios descubiertos, y
por descubrir, gracias al intrépido genovés. Acudieron al papa
Alejandro VI que, por ser español de nacimiento, estaba en
buenas disposiciones con relación a ellos, y el mismo año ob­
tuvieron una bula que otorgaba a España todos los territorios
situados «cien leguas al oeste de las Azores y de las islas de
Cabo Verde», obteniendo con ello una magnífica victoria di­
plomática.
N o habían contado con los portugueses. El rey Juan II
elevó su correspondiente protesta que señaló el comienzo de
unas prolongadas negociaciones entre ambos países hasta que
por fin pudieron llegar a un compromiso. En 1494, por el céle­
bre tratado de Tordesillas, Juan reconocía los derechos de
España sobre los países de Occidente, aunque trasladando la
línea de demarcación desde 100 a 374 leguas al oeste de las
islas de Cabo Verde, reconociéndose como pertenecientes a la
esfera de influencia de Portugal las tierras y mares situados
al este de dicha línea. Ello representaba una diferencia tras­
cendental : más tarde pudo advertirse que aquella cláusula con­
cedía alos portugueses derechos sobre ciertas comarcas del
continenteamericano, el Brasil, en primer lugar.
Concertados los acuerdos con España, los portugueses co­
menzaron a explorar la parte del mundo que les había sido
asignada. Equiparon una expedición que debía dirigirse hacia
Tratado de Tordesillas (1494)
1494-1506
174 • Los grandes descubrimientos geográficos
C A S T IL L A Y P O R T U G A L S E D IV ID E N E L M U N D O
Españoles y portugueses se repartieron las zonas de respectiva
colonización en sus descubrimientos: ruta al poniente para tos
primeros y rumbos a levante para los segundos; no obstante, el
tratado de Tordesillas favoreció a los portugueses.
el Estfe, tras las huellas de Bartolomé Díaz, y alcanzar su ob­
jetivo máximo, la India. Con todo, Juan II no pudo asistir a
ia realización de sus grandiosos proyectos. Murió en 1495,
dejando el trono a Manuel I, a quien la Historia califica con
el sobrenombre de Afortunado, porque durante su reinado
Portugal obtuvo sus mayores triunfos como potencia colonial
1495
E l viaje que inspiró « O s Lusiadas» @ 175
Vasco de Gama
Habían finalizado los preparativos para la gran expedición
y sólo faltaba nombrar al jefe de la misma. El rey Manuel
descartó a Díaz por temor de que adquiriera excesivo poder
y prefirió designar a Vasco de Gama, personaje desconocido
entonces. Una curiosa anécdota retrata la época en forma
harto pintoresca: según una vieja leyenda, la India había de
ser descubierta por dos hermanos y cuando el rey Manuel
nombró a Vasco de Gama jefe de laexpedición, le preguntó
a quién quería llevar como segundo de a bordo; sin vacilar
un instante, el nuevo almirante respondió: «A mi hermano,
Majestad». Recordando la antigua predicción, el rey se rego­
cijó mucho ante tal respuesta, y creyó en el feliz presagio de
la elección de Gama.
A principios del verano de 1497, todo estaba ya preparado
para el viaje, y Vasco de Gama fue recibido en audiencia por
Manuel; juró fidelidad al rey, y recibió un pendón bordado
con la cruz de la Orden de Cristo. Partió Vasco de Gama y
se dirigió primero hacia las islas de Cabo Verde, donde adoptó
una audaz decisión: en lugar de seguir el sinuoso litoral africa­
no, se intefnaría en el Atlántico y navegaría todo lo posible
hacia el sur, hasta llegar aproximadamente a la altura del cabo
de Buena Esperanza y allí viraría al este pára alcanzar la
tierra.
Fue una travesía peligrosa. La flotilla navegó durante se­
senta y nueve días por alta mar. Ningún marino había reco­
rrido tal distancia gn pleno océano cuando Gama arribó, a prin­
cipios de noviembre, a una bahía de la costa sudoeste de África.
Pero las verdaderas aventuras aún no habían sobrevenido; en
el preciso momento en que Gama iba a doblar el cabo de Buena
Esperanza, su flotilla fue juguete de una espantosa tempestad,
que volvió a justificar su antiguo nombre de cabo de las Tor­
mentas. Las visicitudes sufridas por los marinos portugueses
aparecieron luego admirablemente descritas en la gran epopeya
Os Lusiadas, de Camoens, poeta nacional de Portugalx.
La flota, desde la costa sudoeste de Africa, puso rumbo al
norte y llegó a las regiones que durante tantos siglos habían
atraído a los mercaderes persas y árabes, donde abundaban, el
oro, el marfil y otros productos, tesoros que constituían los
elementos básicos de un comercio muy lucrativo y que hasta
1 Luis de Camoens nació probablemente en 1524 y murió en 1580.
Vasco d e G am a ( ¿ 1450-1524)
1497
176 • Los grandes descubrimientos geográficos
entonces había estado casi por completo en manos de los mu­
sulmanes.
Vasco de Gama tocó también en Mozambique, en Mombasa y Malindi; en los dos primeros puntos la visita de los por­
tugueses no alcanzó demasiado éxito; tuvieron dificultades con
los jefes de aquellas comarcas y la población los recibió con
hostilidad. En cambio, el rey de Malindi se mostró muy bené­
volo con ellos, subió a bordo de las naves, celebró solemnes
fiestas en honor de los portugueses y puso un piloto a su dis­
posición. Luego, los buques levaron anclas y avanzaron hacia
el este, a través del océano índico, navegando tres semanas
seguidas' antes de divisar tierra de nuevo. Una mañana de mayo
de 1498, hallándose Vasco de Gama en el puente, se le acercó
el piloto, señaló un puntito en el horizonte y pronunció esta
sola palabra: «India». Se aproximaban a Calicut, en la costa
de Malabar, en el suroeste de la península indostánica.
Recepción en Malabar
Calicut era en aquella época una gran ciudad comercial, en
pleno desarrollo. Un comerciante musulmán del siglo xv la
describe así: «Mercaderes de todos los países vienen acá y
por ello hay abundancia de mercaderías preciosas. Se observan
estrictamente la ley y el derecho; los ricos comerciantes llegan
en grandes navios y ni siquiera necesitan vigilar sus mercan­
cías durante la^descarga y el transporte a los mercados». Reina­
ba en la ciudad un príncipe indio que tenía bajo su jurisdicción
a la mayor parte de los rajás que gobernaban las costas de
Malabar. La población se componía de hindúes, a quienes los
portugueses, que nada sabían de la India, tomaron al principio
por cristianos, y merodeaban también por allí gran número de
mercaderes árabes, que se habían introducido en el comercio
de aquellas regiones, aunque procuraron no inmiscuirse jamás
en la política local.
Cuando el príncipe se enteró de la llegada de los portugue­
ses, les envió una embajada y los invitó a desembarcar. Vasco
de Gama decidió presentarse en la corte del monarca con sus
lugartenientes, donde el príncipe los esperaba sentado en su
trono impresionante, en una sala maravillosamente decorada.
Los portugueses contemplaban asombrados las preciosas joyas
de su huésped, en especial su brazalete guarnecido de piedras
resplandecientes y sü collar de perlas del tamaño de avellanas.
Gama pronunció entonces un discurso en el que describió con
1498
V. de Gama en la India (1498)
Los portugueses en la India • 177
suma elocuencia el poder de su rey y su deseo de trabar rela­
ciones comerciales con las Indias. El príncipe escuchó con
benevolencia sus palabras y ordenó que escoltaran a los por­
tugueses hasta sus naves.
•
La gran aventura
Hasta entonces todo iba bien. Pero desde el principio de
las negociaciones propiamente dichas surgieron dificultades.
Vasco de Gama observó que los indígenas eran más difíciles
de impresionar de cuanto él hubiera imaginado y, también más
desalentador, que los productos traídos desde Portugal era poco
probable que pudieran ser vendidos allí. Los autóctonos se
mostraban curiosos, examinaban de buena gana sus naves y
sus mercancías, pero regresaban a tierra sin comprar nada. Sin
duda, los mercaderes árabes, ante el temor de la competencia,
les habían convencido para que no concertaran negocios con los
portugueses.
Cuanto más tiempo transcurría, más inevitable parecía la
LA R U TA DE VASCO DE GAM A
Hasta 1498, los portugueses no lograron doblar el extremo meridio­
nal de Africa. Vasco de Gama fue el primero en llegar a la India.
1498
178 • Los grandes descubrimiento geográficos
franca ruptura entre hindúes y portugueses. En agosto, Gama
comunicó al príncipe que pensaba abandonar Calicut para re­
gresar a su país, y la respuesta fue que podía obrar como se le
antojara, si bien antes estaba obligado a pagar una contribución
considerable por las mercancías que había importado en el país.
Gama no estaba de acuerdo en modo alguno con esta exigencia,
y a tal efecto retuvo prisioneros a numerosos hindúes de cate­
goría que tenía a bordo de sus naves y se negó a soltados hasta
que el príncipe se sometiera a su voluntad. Al fin éste cedió
e incluso se mostró de súbito mucho más amistoso que antes,
hasta el punto de enviar al portugués un mensaje para el rey
Manuel, redactado en los siguientes términos: «Vasco de Gama,
gentilhombre de vuestra corte, ha visitado mis estados, lo que
ha sido muy de mi agrado. En mi país hay canela, jengibre,
pimienta y piedras preciosas, todo en grandes cantidades. A cam­
bio, deseo oro, plata, perlas de vidrio y escarlata».
Esta carta constituía un triunfo para Vasco de Gama, quien
tras haber puesto en libertad algunos rehenes —no todos—, levó
anclas y emprendió el regreso. En agosto de 1499 llegaba a
Lisboa y todo Portugal se regocijó al ver que por fin se había
alcanzado la meta perseguida desde tiempos de Enrique el N a­
vegante. La ruta marítima hacia la India quedaba abierta.
La conquista de las Indias
En años sucesivos, los portugueses cimentaron las bases de
su grandioso imperio colonial enviando a la India expediciones
militares que se comportaron con una energía no exenta de
brutalidad.
Dichas operaciones se iniciaron en 1500 con la expedición
de Álvarez Cabral. Para evitar las zonas de vientos en calma en
alta mar, a la altura de las costas occidentales de África, Cabral
navegó directamente hacia poniente desde que zarpó de Por­
tugal, rumbo que le condujo en derechura al Brasil. Declaró
posesión portuguesa este país y reanudó su viaje haciá el Africa
y litoral de Malabar. Llegado allí, su orgullo y su carencia de
tacto diplomático imposibilitaron toda clase de relaciones amis­
tosas con el soberano indígena de Calicut. A Cabral se le ocu­
rrió ponerse en contacto con el rajá de Cochín, enemistado
desde tiempo atrás con el príncipe de Calicut, el cual recibió
a los portugueses como aliados, lo que fue de gran utilidad
para éstos.
Cochín se convirtió en un importante punto de apoyo para
1499-1500
Cabril en el Brasil (1500)
Expediciones lusas de conquista • 179
el poderío portugués en las Indias, y Cabral pudo regresar a
Lisboa llevando consigo un mensaje del príncipe de aquel país,
que contenía demostraciones fervorosas de amistad hacia el rey
Manuel, así como un cargamento de especias que se vendieron
a buen precio.
En 1502, Vasco de Gama apareció de nuevo en escena
como comandante en jefe de una nueva expedición. Al aproxi­
marse a Calicut, halló al paso un buque cargado de peregrinos
musulmanes que regresaban de La Meca. Un testigo ocular
refiere así lo ocurrido: «Interceptamos un barco que volvía de
El ra/a de Cochín y su séquito > según un grabado en madera
de Hans Burgkmair (1508).
La Meca con 380 hombres, y muchas mujeres y niños a bordo.
Les cogimos 12 000 ducados y además les confiscamos mercan­
cías por valor de 10 000 ducados por lo menos. Luego incen­
diamos el buque con todos los que había a bordo».
Tras esta hazaña, Vasco de Gama prosiguió su camino ha­
cia Calicut, cuyo príncipe le envió una embajada y se declaró
dispuesto a emprender negociaciones. Gama respondió con du­
reza que antes de iniciar negociación alguna, debía expulsar
a todos los musulmanes de la ciudad, y como el príncipe se
1502
ISO ® Los grandes descubrimientos geográficos
negara a ello, el portugués lo consideró pretexto suficiente para
cañonear la capital y prohibir que entraron en el puerto todos
los buques de comercio.
Terminada su tarea, Gama se dirigió hacia Cochín. Recién
llegado, aterrorizó al príncipe local, que tan satisfecho estaba
hasta entonces de su amistad con los portugueses. El jefe portu­
gués reclamó para sí y para sus compatriotas el derecho a
comprar tantas especias como se les antojara y a los precios
fijados por los propios portugueses; además, exigió autoriza­
ción al príncipe para construir fortificaciones y factorías. Sin
embargo, cuando el príncipe de Calicut se acercó a Cochín al
frente de una poderosa flota, Vasco de Gama juzgó más pru­
dente retirarse y se hizo a la mar rumbo a Portugal con un
precioso cargamento, abandonando al príncipe de Cochín a su
propia suerte. La capital de éste fue saqueada por las tropas
del soberano de Calicut, y el propio principe se vio obligado
a abandonar su país.
Almeida sucede a . Vasco de Gama
Entonces los portugueses comprendieron que establecerse
en la India era más difícil de lo que habían supuesto al prin­
cipio. N o bastaba con enviar una expedición cada año o poco
menos. Para asegurarse una influencia duradera, necesitaban
mantener en la India un representante permanente, con plenas
facultades no sólo para defender los intereses de Portugal bajo
su propia responsabilidad, sino para vigilar el comercio y las
operaciones militares.
En 1505, Francisco de Almeida fue enviado a la costa de
Malabar, en calidad de virrey y con instrucciones concretas y
detalladas. Su misión más urgente consistía en construir deter­
minado número de fortalezas en los territorios que resultasen
más interesantes para los lusitanos, y establecer en ellas las
guarniciones pertinentes, a fin de preparar el terreno para otras
operaciones encaminadas a destruir el poderío comercial de los
árabes. Por otra parte, debía tratar de acabar con el sultán
mameluco de Egipto, que apoyaba al príncipe de Calicut contra
los portugueses.
Apenas llegó a la India, Almeida fomentó una revolución
palaciega en Cochín. El nuevo rey juró fidelidad al monarca
portugués, reconoció su supremacía y Cochín se convirtió de
este modo en estado vasallo de Portugal. Tras estas medidas
preparatorias, Almeida inició su campaña contra los enemigos
1502-1505
Último viaje de Colón (1502-1504)
Ocupación de Goa ® 181
de su patria, obteniendo una resonante victoria sobre la flota del
príncipe de Calicut frente al litoral de Malabar. Luego, envió
a su hijo Lorenzo de Almeida hacia el norte, á fin de apoderarse
de la flota del^ sultán de Egipto. Avistó Lorenzo la escuadra
egipcia al sur de Bombay, pero aquel encuentro resultó una
sorpresa muy desagradable, ya que los buques del sultán eran
mucho mayores y mejor equipados de lo que creían los lusita­
nos. Comprobaron además, con despecho, que los egipcios dis­
ponían también de cañones, arma cuyo monopolio en aquellas
aguas había sido siempre detentado por los portugueses. Éstos
resultaron vencidos en la batalla que se entabló, y en la que
pereció el propio Lorenzo.
Desde entonces, el inmediato objetivo de Almeida fue ven­
gar la muerte de su hijo. Era indispensable imponer enérgicas
medidas para restablecer el decaído prestigio de los europeos,
para lo cual Almeida procuró encontrar la ruta de la escuadra
egipcia e infligirle una grave derrota. Ésta sería su postrer vic­
toria. El monarca portugués le llamó a Lisboa, y durante su
regresó sucumbió en una escaramuza con los indígenas en los
alrededores del cabo de Buena Esperanza. Le sucedió en el
mando de las operaciones en aguas indias Alfonso de Alburquerque, la figura más sobresaliente de la historia colonial por­
tuguesa.
Alfonso de Alburquerque
Alburquerque ambicionaba convertir su país en la mayor
potencia del océano Indico, desde el mar Rojo a poniente hasta
Malaca a levante. Soñaba con aniquilar al sultán de Egipto,
conquistar La Meca, ciudad santa de los musulmanes, y libertar
Jerusalén. Reaparece en él un antiguo ideal de cruzada: Albur­
querque ansiaba conducir a las tropas de la cristiandad a la
victoria, bajo el signo de la cruz, y además conseguir enormes
tesoros para Portugal.
Las escuadras de Alburquerque desarrollaron sus operacio­
nes a todo lo largo de las costas del océano índico. En 1510,
tras un ataque temerario, tomaba Goa, en la costa occidental
de la India; en 1513 saqueaba las regiones cercanas al mar
Rojo, y no llegó a tomar Aden, pero se adueñó del estrecho de
Ormuz, llave de comunicaciones entre el océano Indico y el
golfo Pérsico. Alfonso de Alburquerque presionaba al rey Ma­
nuel para obtener una modificación de la política portuguesa
en las Indias y trataba de convencerle de que abandonara la
Alfonso de Alburquerque (¿ 1453-1515)
1505-1513
182 • Los grandes descubrimientos geográficos
guerra contra el príncipe de Calicut y firmara un tratado con
él, hasta que consiguió imponer al monarca sus puntos de vista.
En 1513 se firmó en Calicut un acuerdo que puso fin a las
tentativas portuguesas de someter la costa de Malabar.
En opinión de Alburquerque, Portugal debía apoderarse de
las Molucas para asegurar su poderío en las Indias. Se había
propuesto erigir, del océano índico al mar Rojo, una cadena
de fortificaciones que serían más tarde la base de la dominación
marítima lusitana. En los mensajes dirigidos a su país pedía con
insistencia al rey que enviara tropas para mantener aquellos
puntos de apoyo. El proyecto no ofrecía condiciones que pu­
dieran agradar al desconfiado Manuel, que llamó a Alburquer­
que a Portugal. Éste se enteró de su destitución cuando na­
vegaba hacia Goa, plaza que pretendía convertir en núcleo
de la hegemonía portuguesa en la India. Se hallaba gravemente
enfermo, y sabía que su muerte estaba próxima. Reunió sus
últimas fuerzas para responder con un altivo mensaje a la humi­
llación que se le infligía y murió pocos días después.
El rey Manuel, que reinó hasta 1521, gozaba fama de ser un po­
lítico lleno de voluntad y de ambición. Su anhelo más acariciado era
el de reunir toda la Península Ibérica bajo el mismo cetro y con tal
fin solicitó la mano de Isabel, hija y heredera de los reyes de España.
La princesa no era precisamente una belleza, y quizá por ello era tan
devota; su piedad sintió escrúpulos ante la idea de que en Portugal
existieran todavía judíos, y por lo tanto, si Manuel quería casarse con
ella, primero tendría que expulsar a todos los israelitas de su reino.
M anuel lo prometió y se efectuó el matrimonio, al que siguió un
drama con idénticas características que en España; los judíos fueron
declarados fuera de la ley y confiscados sus bienes. Inútil holocausto;
la felicidad conyugal de M anuel fue breve, ya que Isabel murió tras
haber dado a luz un niño que no la sobrevivió mucho tiempo. El sueño
de M anuel se desvanecía y no reinaría en toda la península ni en los
territorios coloniales que dependían de ella; había recibido el sobre­
nombre de «Afortunado» porque la suerte parecía favorecerle en todas
las circunstancias y lé sobrevenía entonces la más am arga desilusión
de su vida. A pesar de su lisonjero sobrenombre, tampoco tuvo suerte
en el objetivo al que realmente consagró su existencia: asentar el po­
derío colonial de Portugal sobre bases sólidas. Los portugueses domi­
naron durante todo un siglo las rutas marinas y los itinerarios del mundo
oriental, pero no consiguieron establecer en Asia una administración
poderosa. E n cuanto desapareció Alburquerque, la India portuguesa
quedó sin auténtico jefe.
Cuando Portugal fue anexionado a E spaña en 1580, los portugue­
ses no pudieron mantener mucho tiempo sus posiciones en las Indias
y holandeses e ingleses los suplantaron en aquellas regiones.
1513-1521
E l príncipe de los poetas lusos @ 183
El poeta nacional portugués
Se llamaba Luis de Camoens y su gran epopeya Os Lusiadas
(de Lusitania, nombre romano de Portugal) exalta las explora­
ciones, descubrimientos y conquistas portuguesas. Camoens nació
probablemente en 1524, perdió a sus padres siendo muy joven y
unos amigos se encargaron de su educación hasta que fue capaz
de ganarse el sustento. Fue preceptor de una noble familia, lo
que le permitió proseguir al propio tiempo sus estudios, adqui­
riendo así un sólido y amplio bagaje de conocimientos en lite­
ratura, historia, geografía y ciencias naturales.
Como auténtico hijo del apasionado pueblo portugués,
Camoens compartía su entusiasmo por el canto, la música y,
por supuesto, también por las aventuras amorosas. Su juven­
tud aparece caracterizada por la audacia y la impetuosidad,
que le ocasionó épocas de encierro; cierta vez, en un baile de
máscaras desenvainó la espada para ayudar a unos amigos e
hirió a un cortesano, y tras nueve meses de prisión, sólo logró
su libertad mediante promesa de alistarse para las Indias. En la
primavera de 1553, Luis se hacía a la vela hacia aquel Oriente
lejano y fabuloso, en un viaje lleno de peligros, desembarcando
al fin en otoño en los muelles de Goa, la gran ciudad mercantil,
Meca de todos los aventureros, traficantes y facinerosos que
infestaban las posesiones portuguesas. Camoens pasó quince
años en las Indias y en China, manejando alternativamente la
espada y la pluma y fue durante su permanencia en aquellas
tierras cuando compuso la mayor parte de Os Lusiadas; luego
partió para Mozambique y dio allí la última mano a su obra.
Después de una ausencia de diecisiete años, Camoens regre­
só a Lisboeí en la primavera de 1570, sin una moneda en el
bolsillo. Los últimos diez años de su vida son poco conocidos
y se supone que escribió aún varias obras líricas; en cuanto
a su inmortal epopeya, apareció a principios de 1572, es decir
tres años antes de la terminación de La Jerusalén libertada.
El poema Os Lusiadas le valió a Camoens una pensión
anual otorgada por el rey don Sebastián de Portugal, pero tan
mezquina que apenas le permitía vivir. La vida inquieta y aven­
turera del mayor poeta portugués finalizó en 1580, en la más
absoluta miseria.
En su sepulcro se lee el siguiente epitafio: «Aquí yace Luis
de Camoens, príncipe de los poetas de su tiempo. Vivió pobre
y desgraciado y así murió». Su muerte coincidió con la anexión
de Portugal al imperio de Felipe II.
Camoens (¿1524-1580)
1524-1580
184 ® Los grandes descubrimientos geográficos
El poema de los descubrimientos
E l héroe d e la gran epopeya es Vasco d e Gama, el más fa­
moso hijo de Portugal. El poeta Camoens exalta sus célebres
viajes, descubrimientos y conquistas, desde el extremo sur de
África hasta las Indias, y su regreso al país natal cuando hubo
echado los cimientos de la dominación portuguesa en ultramar.
La obra fue escrita a ejemplo de Virgilio y otros poetas latinos,
enalteciendo hasta la hipérbole a los portugueses y su celo en
la evangelización de los pueblos paganos, tan opuestos a los
«alemanes orgullosos», a los «ingleses implacables» a los «galos
indignos» y a los «italianos pecadores».
Este himno en honor de los lusitanos termina con la descrip­
ción de las fantásticas bodas de Vasco con Thetis, la diosa
del mar. En este gran poema épico, el poeta evoca la historia
de su país en su casi totalidad y afirma con ingenuo orgullo que
los lusitanos pueden hacer remontar su árbol genealógico hasta
el gran Ulises.
Os Lusiadas es la epopeya nacional de los portugueses, que aco­
gieron la obra con la natural satisfacción, porque su nacionalidad apa­
rece retratada en estos versos heroicos. U n erudito portugués escribe
entusiasmado que «Camoens perpetúa la gloria de Portugal como H o­
mero la de los griegos y Virgilio la de los romanos». Con profunda
emoción, el pueblo portugués oye de generación en generación las es­
trofas al estilo vírgiliano que inician la epopeya: «Voy a cantar los
combates, y a aquellos hombres valerosos que, desde la ribera occidental
de la Lusitania, llevados por mares aún no surcados por ninguna proa,
franquearon las playas de T rapolán, desplegaron en medio de los peli­
gros y batallas una fuerza sobrehumana, y, entre pueblos lejanos, fun­
daron con tanta gloria un nuevo imperio».
Al lector moderno con dificultad puede gustarle Os Lusiadas,
por las innumerables alusiones mitológicas e históricas y digre­
siones de que está sobrecargada la epopeya. En la época del
Renacimiento y del Humanismo, ello era perfectamente normal
y toda persona culta consideraba cosa corriente tal alarde de
erudición. Es preciso acudir a los episodios líricos para com­
prender el genio de Camoens. Un lirismo grandioso salva Os
Lusiadas de la monotonía, como ocurre con La Jerusalén libertada.
El «Virgilio portugués» escribió también comedias, sonetos,
canciones, odas, elegías y otras obras breves, cuya temática se
basa casi siempre en el amor. Pero su mayor gloria estriba en
haber compuesto el más grandioso poema sobre los descubri­
mientos geográficos de su época.
1553-1570
«Os Lusiadas» (1553-1570)
La acción ultramarina española • 185
AM ÉRICA, OCEANIA» M UNDOS NUEVOS
Los comienzos de la conquista
La gran contribución de Colón a la historia consistió en abrir
la ruta de Occidente. Pero él no fue el único; i'mpulsados por la
sed de oro y el deseo de aventuras, los españoles afluyeron
cada vez en mayor número a los nuevos territorios. Los barcos
de que disponían eran con frecuencia poco marineros y bastante
rudimentarios, y los pasajeros se veían sometidos a las más
terribles privaciones; la higiene a bordo era lamentable, y a
menudo faltaba el agua y los alimentos frescos.
Fernando e Isabel compartían el entusiasmo de sus súbditos
por las expediciones lejanas, y pronto adoptaron medidas para
asegurar a la Corona una total intervención sobre el comercio
Una falla dulce de la «Amecicae partes» (1590), representando
a los indios dedicados a las m ás duras tareas.
1492-1504
186 • Los grandes descubrimientos geográficos
y la navegación hacia Occidente. Con este fin, concentraron
todo el tráfico en una sola ciudad española: la preferida fue
primero Cádiz y luego Sevilla. Otra iniciativa regia fue la de
establecer un departamento especial de colonias en Sevilla, la
Casa de Contratación, organismo que cuidaba de que la Corona
percibiera un porcentaje sustancioso de los beneficios obtenidos
por las empresas coloniales, se preocupara de la instrucción
de los marinos y publicaba cartas de navegación que ofrecie­
sen la suficiente garantía técnica.
Inicióse de este modo la conquista del Nuevo Mundo por
los españoles, historia rebosante de hazañas heroicas y de
momentos estelares para la historia de la humanidad, aunque
no falten contrastes sombríos. El rasgo común a todos los con­
quistadores españoles era su exaltación religiosa, unida a su
afán en la búsqueda de metales preciosos, lo que explica su acti­
tud hacia la población indígena. Los investigadores modernos
están de acuerdo en que los autóctonos se mostraron al princi­
pio muy pacíficos, y mantuvieron relaciones amistosas con los
blancos, a quienes se esforzaban en complacer todo lo posible,
ya que a menudo los consideraban dioses llegados del cielo.
Pero comprobaron pronto que aquellas divinidades se hallaban
dotadas de unas cualidades mucho menos nobles y espirituales
de lo que habían imaginado. Los europeos buscaban oro con
una avidez que suscitaba el desprecio de los jefes indígenas
y con tanta brutalidad que exasperó a los autóctonos, porque
no sólo saqueaban sus casas y se apoderaban de sus mujeres i,
sino también violaban sus tumbas. Los blancos los herían en lo
que más les afectaba, ya que el culto a los muertos era común
a casi todos los pueblos indígenas, y éstos consideraban sus
sepulcros como monumentos sagrados. Las consecuencias de
esta conducta escandalosa no se hicieron esperar, y entre indios
y colonizadores estalló una guerra duradera e implacable.
Las armas y el equipo de los españoles decidieron la lucha,
ya que sin armas de fuego los blancos no hubieran conseguido
mucho contra los indígenas, superiores en número. Debe reco­
1 «Los hombres rudos y rijosos, hechos a la continencia del páramo ¿qué pen­
sarían de aquellas mujeres desnudas «como su madre las pariera»; algunas tan blan­
cas como podían serlo en Castilla? 'Esta visión ascética de la mujer peninsular ¿qué
parte tuvo en la dinámica de los descubrimientos? (Debió de ser una conmoción vio­
lenta, aunque no se hable de ello en los libros. América fue para el extremeño, para
el castellano, de los inviernos crudos y de las tierras hoscas, del duro lecho y de la
mujer envuelta en refajos, el Paraíso templado de la cosecha sin sudor; y también
el Paraíso de la hembra ingenua y propicia.» ( G r e g o r i o M a r a ñ ó n : I m visión de
Cristóbal Colón, conferencia en The Hispanic-Luso-®razilian Councils; Londres, mayo
de 1959.)
1500-1550
Los viajes de Vespucio • 187
nocerse que algunos conquistadores no demostraron compren­
sión hacia los indígenas, porque, a su modo de ver, éstos eran
paganos por convertir y los que se mostraban rebeldes podían
ser tratados a capricho del ocupante. Pero, por lo menos, es­
pañoles y portugueses no se dedicaron a exterminar sistemática­
mente a los indígenas, como hicieron más tarde los anglosajones
de tendencias racistas en la América septentrional. N o olvide­
mos tampoco que años después, en la culta Europa, sucedían
hechos tan sombríos como los ocurridos en las llamadas gue­
rras de religión.
Américo Vespucio, un enigma
En 1492, un mercader italiano, Américo Vespucio, llegaba
a Sevilla; pertenecía a una distinguida familia florentina y había
desempeñado diversas comisiones diplomáticas, una de ellas par­
ticipando en una embajada en la corte de Luis XI de Francia.
Después entró al servicio de los Médicis, y éstos le enviaron
a España a velar por sus intereses económicos.
De la vida de Américo Vespucio apenas conocemos más que
sus contactos con los marinos españoles, a quienes proporcio­
naba las mercancías necesarias a las expediciones que se di­
rigían a poniente. El Nuevo Mundo, entrevisto a través de estos
contactos, ejerció sobre él tal fascinación que decidió aban­
donar sus funciones y dedicarse a explorar, con lo que ganó la
celebridad y a él debió América su nombre actual.
Pero si la posteridad le glorificó, también le hizo reproches,
ya que muchos historiadores opinan que sus méritos fueron
mucho menores de lo que generalmente se admite, basándose
en su propio testimonio, y que fue absolutamente injusto inmor­
talizar el nombre de Américo adjudicándoselo al Nuevo Con­
tinente, honor que correspondía a Cristóbal Colón, sin duda
alguna. En cuanto a la controversia científica sobre la persona­
lidad de Américo Vespucio resulta complicada, y los eruditos
no han llegado todavía a un acuerdo definitivo. El problema
resulta bastante complejo; nos limitaremos solamente a tra­
tarlo en conjunto.
Colón murió persuadido de que había llegado a las Indias
(Asia), pero sus propios pilotos, entre ellos Juan de la Cosa y
Alonso de Ojeda, empezaron a dudar de su aserto. Las sucesi­
vas exploraciones españolas se propusieron despejar la incóg­
nita. Por su parte, también Américo Vespucio se hallaba con­
vencido del error de Colón; al servicio de España y de Portugal
Américo Vespucio (1454-1512)
1492-1500
188 ® Los grandes descubrimientos geográficos
emprendió algunos viajes a lo largo de las costas americanas, y
en la más importante de aquellas expediciones (1501-1502)
Vespucio alcanzó probablemente la desembocadura del río de
la Plata y continuó después hacia el sur hasta conseguir cru­
zar el paralelo 52.
Aquellos viajes proporcionaron algunos datos más: Américo
pudo demostrar que una línea costera ininterrumpida partía del
norte, desde las regiones descubiertas por Colón, y se prolon­
gaba hacia el sur, pero en ningún punto mostraba aquel litoral
la menor semejanza con las costas de las Indias tal como las
describieron los exploradores medievales. El descubrir que cau­
dalosos ríos desembocaban en el mar en muchos lugares, permi­
tió también deducir que Colón debía de haberse equivocado y
que aquellos territorios occidentales eran totalmente indepen­
dientes de Asia, integrando un nuevo continente.
«He redactado ya un informe pormenorizado acerca de mis
experiencias en los nuevos territorios que he descubierto ■
—'es­
cribía Vespucio a sus amigos—. El nombre de Nuevo Mundo
les conviene muy exactamente, pues nuestros antepasados ig­
noraban del todo su existencia. Mi último viaje ha demostrado
que se ha descubierto un continente cuya población es más
numerosa y su fauna más rica que en Europa, Asia o África.
También el clima es más favorable y, en cierto modo, más
agradable que en cualquier otra región de la tierra.»
Publicáronse algunas cartas de Vespucio acompañadas de
una introducción del sabio alsaciano Waldseemüller. Según el
autor del prólogo, Américo Vespucio había demostrado que
existía un nuevo continente, y por ello aquellas tierras debían
llevar su nombre. El libro alcanzó una difusión extraordinaria,
la sugerencia de Waldseemüller hizo prosélitos y el nombre de
América fue pronto de uso corriente. En cuanto a Vespucio,
fue destinado en 1508 a la Casa de Contratación de Sevilla y
murió en 1512.
Balboa y el «mar del Sur»
Al año siguiente, 1513, todas estas hipótesis quedaron co­
rroboradas. Un conquistador español, Núñez de Balboa, llegó
hasta el océano Pacífico —que llamó «mar del Sur»—., no con­
templado por ningún europeo antes que él. Las tierras cuya
conquista se había emprendido resultaban así limitadas por un
océano a cada lado; en una palabra, se trataba de un con­
tinente.
1501-1513
V. Núñez de Balboa (1475-1517)
Descubrimiento del Pacífico ® 189
Vasco Núñez de Balboa, aventurero audaz,1 intentó dedicarse
a la agricultura en Haití, pero hubo de renunciar a ello a causa
de dificultades financieras. Nunca ocultó sus intenciones; el fin
que se proponía en primer lugar, y quizás el único, era encon­
trar oro y hacer fortuna. Su codicia le arrastró a situaciones,
insólitas y novelescas.
Un día decidió atacar a un jefe indio vecino, de quien sospechaba
que era muy rico, pero la empresa no respondió en modo alguno a
sus esperanzas. Entonces, el jefe se declaró dispuesto a concertar un
pacto con los españoles y ofreció su hija a Balboa en testimonio de
amistad. La india era muy bella y Balboa no tuvo inconveniente en
aceptarla. Fue su leal compañera y le acompañó en todos sus viajes;
la amistad de su «suegro» fue, además, muy útil a Balboa, pues gracias
a ello pudo tener contacto con otros jefes indígenas que en otras cir­
cunstancias le hubieran tratado como enemigo. Se hizo célebre su en­
cuentro con Comogro, 'uno de estos jefes. Balboa había acudido a su
invitación al frente de sus hombres y los españoles quedaron estupe­
factos ante el esplendor de que su huésped se rodeaba; nunca hasta
entonces habían visto un palacio tan magnífico en aquella parte del
mundo y, con gran contento por su parte, Comogro les ofreció pepitas
de oro y esclavos, pero los españoles no lograron repartirse los regalos
sin promover graves pendencias. Entonces, uno de los hijos de Como­
gro, asombrado ante las disputas y la avidez de los blancos, exclamó:
«¿Por qué os peleáis por la miseria de algunos pedazos de oro? Si es
por amor al oro realmente por lo que habéis venido hasta aquí, os
imponéis las más penosas privaciones y por ello saqueáis nuestras
pacíficas regiones, os diré dónde podréis satisfacer vuestros deseos».
Y extendiendo el brazo hacia el sur prosiguió: «Detrás de estas altas
montañas se halla un vasto m ar donde habita un pueblo que posee
buques casi tan grandes como los vuestros y hay oro en tal cantidad
que los reyes comen en platos de oro y beben en vasos de oro también.
Entre ellos, el oro es tan común como el hierro entre vosotros». Como
es fácil suponer, aquel fue el momento decisivo en la vida de Balboa,
cuando decidió ir a descubrir aquel m ar y aquel país tan rico.
En septiembre de 1513, Balboa emprendió el memorable
viaje que terminaría al otro lado del istmo de Panamá. N o
contaba con tener que recorrer una larga distancia, pero sospe1 ’N úfiez de Balboa nació en 1475, en Jerez de los Caballeros (Badajoz), de noble
familia leonesa; fue paje de don Pedro de Portocarrero, señor de M oguer, y en 1501,
siguiendo las tendencias de la juventud española de su época, se unió com o soldado
a la expedición que Rodrigo de [Bastidas emprendió a tierras centroamericanas. Junto
con el hábil piloto y cosmógrafo Juan de la Cosa recorrió el litoral de las actuales
repúblicas de Venezuela y Colombia, la bahía de Santa María, la desembocadura del
río Magdalena y el golfo de Uraba, reuniendo copioso botín de oro y perlas. Luego
estableció una hacienda en la isla Española, se arruinó y, huyendo de sus acreedores,
en 1510 se escondió en un barril vacío y pudo así partir clandestinamente en una
carabela que le condujo de nuevo al litoral centroamericano, teatro de su gran em­
presa descubridora.
El mar del Sur (1513)
1510-1513
190 ® Los grandes descubrimientos ■geográficos
chaba que aquella expedición sería mucho más peligrosa aún
que la precedente. Los españoles hubieron de abrirse paso a
través de la selva tropical, én medio de un calor insoportable;
extensas marismas, focos de fiebres, convirtieron aquella marcha
en una verdadero calvario, aparte de que los españoles tenían
que defenderse de continuo contra los ataques de tribus hostiles.
Balboa empleó tres semanas en llegar al pie de la cordillera.
El guía indígena afirmaba que desde la cumbre podría verse el
mar; entonces, Balboa dio orden de detenerse, porque quería
escalar él solo la montaña a fin de ser el primer español que
contemplara aquel océano desconocido. Llegado a la cima, des­
cubrió un horizonte inmenso: a sus pies se extendía una selva
virgen con ríos que brillaban como hilillos de plata, y más allá
de la selva vio refulgir el sol en el océano. Balboa cayó de
rodillas y dio gracias a Dios por la merced qlie le había con­
cedido.
Volvió al lado de sus hombres y les condujo hasta allí. Con
la espada en una mano y el estandarte en otra, Balboa avanzó
por el agua y tomó solemnemente posesión de aquella mar en
nombre de su monarca. Aquella jornada constituyó uno de los
momentos culminantes en la historia de la colonización española:
ante los conquistadores se ofrecían nuevos países, territorios
aún más ricos que los descubiertos con anterioridad; aquel día
se iniciaba una nueva época (29 de septiembre de 1513).
Balboa no tuvo oportunidad de recoger los frutos de su
descubrimiento. En España le manifestaron su gratitud por todo
cuanto realizara, pero el gran explorador fue luego víctima de
las intrigas que urdían contra él sus numerosos enemigos, fue
acusado de alta traición y ejecutado en 1517 1.
M
agallanes y la cuestión de las M
olucas
Quedaba demostrado, pues, que al otro lado de los territo­
rios recientemente descubiertos se extendía un océano que era
preciso franquear si se pretendía llegar a las Indias, y ello
1 Balboa preparó una nueva expedición a través del istmo, después de haber
fundado la población de Acia en el mar de las Antillas, al este de (Panamá. 'Había
ya mandado cortar las maderas necesarias para construir cuatro bergantines, que sus
hombres llevarían a brazos hasta el otro lado del istmo andino. Cuando lo tenía
todo dispuesto y había reclutado ya trescientos hombres para la expedición, su suegro
Pedrarias IDávila, gobernador de Panamá y a la vez el mayor enemigo de Balboa,
mandó que le encarcelaran y sometieran a proceso. El encargado de apresarle fue
precisamente un antiguo y entrañable amigo suyo, cuyo nombre sería luego famosí­
simo, 'Francisco Pizarro. Condenado a muerte Núfiez de Balboa, el gobernador Pe­
drarias no vaciló un instante en firmar la sentencia contra su propio yerno, que fue
decapitado en Acia, junto con algunos camaradas suyos.
1513-1517
Magallanes (1470-1521)
Buscando una ruta por Occidente • 191
planteaba otro problema: ¿existía un paso que permitiera pasar
del océano Atlántico al mar que bañaba el otro litoral de
América? El portugués Fernando de Magallanes estaba predes­
tinado a hallar la respuesta.
Magallanes pertenecía a una familia noble y desde muy
joven residió en la corte de Lisboa, donde sirvió como paje.
En 1505 participó en una expedición a las Indias, y durante
siete años su nombre anduvo unido a los combates y viajes
en aquellas aguas, en la época en que Alburquerque entablaba su
colosal campaña por la expansión y fortalecimiento del poderío
colonial portugués.
En 1513, Magallanes regresó a Portugal y durante los dos
años siguientes participó en una expedición militar a Marruecos.
Luego, abandonó por algún tiempo el oficio de las armas y du­
rante varios años consagró sus desvelos al estudio de la geogra­
fía, preocupándole ante todo el problema de las Indias orien­
tales. Trabajando con sus cartas y sus cálculos, descubrió que
en virtud de la línea de demarcación establecida en 1494, las
Molucas podrían no pertenecer a Portugal, sino a España.
Cuanto más meditaba Magallanes el problema, más se con­
vencía de que su hipótesis era exacta, y a tal efecto la expuso
al monarca portugués, quien la desestimó. Acaso despechado,
renunció a su nacionalidad y decidió exponerla en España al
cardenal Cisneros, declarando que estaba dispuestQ a buscar
por el oeste un paso hacia las codiciadas islas, y poner de esta
manera el comercio de las especias en manos de España.
Sus ideas interesaron a la corte española. En 1518 se llegó
a un acuerdo entre el marino portugués y el monarca Car­
los V, que ocupaba el trono español desde el año anterior, por el
cual Magallanes se comprometía a demostrar que las Molucas
se encontraban al lado de los territorios otorgados a España
por la línea de demarcación, y se encargaba, además, de hallar
una ruta hacia aquel archipiélago por los rumbos de occidente.
Se preparó minuciosamente la expedición, que embarcó víve­
res para dos años. Se ha conservado la relación detallada de los
productos almacenados para la travesía: enormes cantidades de
galleta de mar, pescado en salazón, cecina, alubias, garbanzos,
cerveza y vino. Además, siete vacas y tres cerdos vivos. Pero
los víveres no eran los únicos productos importantes: llevaban
también mercancías para ofrecer a los indígenas que hallaran
a su paso en las nuevas tierras a cambio de oro y especias.
La relación las resume así: mercurio, cobre y plomo, treinta
piezas de tejidos de diversos colores, doscientos gorros y otros
Carlos V, emperador (1519)
1505-1518
192 ® Los grandes descubrimientos geográficos
tantos chales de seda, veinte mil campanillas de diferentes cla­
ses, cuatrocientas docenas de cuchillos de la peor calidad, diez
mil anzuelos, un millar de espejos grandes y pequeños, y, por
último, varios quintales de cuentas de vidrio. La tripulación se
componía de unos doscientos cuarenta hombres.
Rumbo al Pacifico
Del célebre viaje de Magallanes se nos ha conservado un
diario, redactado por uno de los que participaron en él, un ita­
liano llamado Antonio Pigafetta, que nos ofrece del mismo
información fidedigna.
A principios de septiembre, la flota llegó al Brasil. Desem­
barcaron para descansar y ponerse en contacto con los autóc­
tonos y, tras una estancia de algunas semanas, los españoles se
hicieron de nuevo a la vela. Cuanto más avanzaban hacia el sur,
el clima empeoraba y era cada vez más frío. Arrostraron terri­
bles tempestades y al hallar por fin un buen fondeadero a 49,5°
de latitud, Magallanes decidió invernar allí. Permanecieron en
este campamento de invierno desde principios de ^bril a fines
de agosto, aprovechando el tiempo para reparar sus naves, y
después reemprendieron su ruta. A los pocos meses, Magallanes
halló lo que buscaba: el paso hacia el mar del Sur, es decir,
el océano al otro lado de América. El gran explorador lloró de
alegría: la ruta de la vuelta al mündo se hallaba ante él.
Necesitaron tres semanas para franquear el estrecho que hoy lleva
su nombre. En sus orillas, el paisaje no ofrecía el menor carácter hos­
pitalario, parecía deshabitado y, a pesar de estar al principio de la
primavera, reinaba un frío glacial. Pigafetta lo describe así: «Rodean
el estrecho altas montañas nevadas y el m ar es tan profundo que sólo
podemos echar el ancla junto a las orillas. Alguna vez se encuentra
un buen fondeadero, con agua excelente y gran cantidad de mejillones.
Crecen también diversas clases de hierbas; algunas son amargas y no
comestibles, mientras que otras son muy buena de comer».
«Miércoles 28 de septiembre. Abandonamos el estrecho y llegamos
a un vasto m ar que llamaremos en adelante océano Pacífico. Ningún
buque ha navegado jamás en estas aguas.»
Magallanes observó con satisfacción que la costa se exten­
día sin interrupción hacia el norte, lo que reafirmó su convic­
ción de que se encontraba ál otro lado del continente america­
no; en consecuencia, dio orden de navegar hacia el septentrión.
Pero entonces se iniciaba la fase más dificultosa del azaroso
1520
Paso estr. Magallanes (1520)
Descubrimiento de las Filipinas • 193
viaje. Les acometió el escorbuto. «Navegamos tres meses y
veinte días sin ningún alimento fresco -—sigue narrando Pigafetta.—•, y como si ello no bastara, nos ha acaecido una gran
desgracia. Se ha declarado entre nosotros una terrible epidemia:
una enfermedad que hincha las encías superiores e inferiores, de
suerte que el paciente no puede probar bocado. Han muerto
así ya diecinueve hombres y de veinticinco a treinta marineros
están todavía enfermos, con dolores en los brazos, las piernas
y otras partes del cuerpo.»
En 6 de marzo de 1521, los agotados navegantes vieron
tierra por fin. Llegaron ante un archipiélago que bautizaron
con el nombre de islas de los Ladrones, en recuerdo de los días
desagradables que pasaron entre sus habitantes. Se trataba de
las actuales islas Marianas, al este de las Filipinas. El 17 de
marzo, la expedición llegó a este último archipiélago. Iniciaron
inmediatamente tratos con los indígenas y entonces sucedió lo
sansacional: Magallanes se había traído consigo de España un
esclavo malayo comprado con anterioridad en Malaca y aquel
hombre conversó con los indígenas y pudo hacerse entender
en su propia lengua; Magallanes comprendió entonces que su
objetivo estaba próximo. El círculo se había cerrado.
Muerte de M
agallanes
Las relaciones con los indígenas de Filipinas fueron cordia­
les. Magallanes les regaló gorros encarnados, espejos, peines y
campanillas; a cambio, ellos entregaron cocos, pollos y vino de
palma que alivió a los enfermos de la expedición. Magallanes,
que deseaba permanecer el mayor tiempo posible en un puer­
to que había llamado Cebú, entró en negociaciones con el jefe
local y pocos días después, el tráfico, permutas y cambios esta­
ban en todo su apogeo. Los indígenas contemplaban estupe­
factos el despliegue de variadas y curiosas mercancías de los
españoles. Entusiasmados, cambiaban su oro por objetos de
latón o de acero de escaso valor y además llevaban víveres
a los extranjeros. Sin embargo, Magallanes adoptó precaucio­
nes, prohibiendo a sus hombres que mostraran demasiado a las
claras hasta qué punto les interesaba el oro. «De no ser así
'—dice Pigafetta'—, cada marinero habría cambiado todo cuanto
poseía por el precioso metal, lo que habría dado al traste, en
definitiva, con aquel comercio.»
Magallanes se forjaba colosales proyectos para el futuro.
En su opinión, la isla de Cebú podía convertirse en un exce1521
194 • Los grandes descubrimientos geográficos
lente punto de apoyo para la dominación española en todas
aquellas regiones. El M de abril se entrevistó con el jefe
indígena y le anunció su intención de regresar con una flota
aún más numerosa; Magallanes le convertiría en el jefe más
poderoso de aquellas islas, puesto que se mostraba dispuesto
a abrazar la religión cristiana, A' continuación, se desarrolló la
ceremonia de la conversión; se erigió una cruz de gran tamaño
en un lugar despejado y Magallanes advirtió a los indígenas
que debían rezar todos los días ante ella, cosa que prometieron
Para demostrar hasta qué punto despreciaban ta ambición de los
conquistadores, tos indios derramaban oro fundido en la garganta
de sus prisioneros.
sin dificultad. Después mandó que se adelantara el jefe y le
bautizó junto con quinientos de sus hombres, terminando la ce­
remonia con un festín que Magallanes ofreció en honor de aquel
reyezuelo. A la semana siguiente fueron bautizados muchos ha­
bitantes de Cebú e islas vecinas.
Pronto podría comprobarse el valor de la palabra del jefe
1521
Hernán Cortés conquista Méjico (1521)
M uerte de Magallanes • 195
indígena. En una isla próxima a Cebú gobernaba un jefe que se
oponía rotundamente a dejarse bautizar. Magallanes decidió
castigarlo y anunció a los marineros que iba a emprender per­
sonalmente una expedición contra aquel reyezuelo recalcitrante.
Los indígenas atacaron profiriendo espantosos alaridos, y los
españoles respondieron con fuego de mosquetería, aunque sin
resultado, ya que los salvajes se lanzaron al asalto, y un vena­
blo envenenado alcanzó a Magallanes en un pie. Entonces el
pánico se apoderó de sus hombres, la mayoría huyeron, y sólo
unos pocos permanecieron junto a su comandante, fidelidad que
causó su pérdida, pues los indígenas concentraron sus ataques
contra el reducido grupo. La refriega fue encarnizada; por dos
veces a Magallanes le arrancaron el casco; por último, tras
una defensa heroica que duró una hora, una lanza le hirió en
pleno rostro. Intentó sacar su espada y tampoco pudo conse­
guirlo por tener el brazo paralizado por una herida profunda.
Un momento después recibió un golpe terrible en una pierna,
cayó e inmediatamente fue acribillado a lanzadas.
Muerto Magallanes, los españoles abandonaron el campo de
batalla, desmoralizados y heridos en su mayoría. A los pocos
días de estos acontecimientos, el jefe de Cebú recién bautizado
les comunicó que deseaba entregarles un obsequio para el rey
de España, rogando que desembarcaran algunos represefltantes
para recibirlo. Los españoles lo hicieron así, pero apenas llegó
a tierra la delegación, las tripulaciones oyeron gritos de soco­
rro y ruido de armas, y al ver que sus camaradas habían
caído en una trampa, a toda prisa izaron velas y se hicieron
a la mar. Los españoles que quedaron en la isla fueron todos
asesinados, y los indígenas derribaron la cruz levantada por
Magallanes.
La primera vuelta al mundo
D e los cinco navios con que contaba la expedición en un
principio, sólo quedaban tres. Se hizo un recuento de las tri­
pulaciones supervivientes de las últimas catástrofes, y los efecti­
vos resultaron tan escasos que no fue posible retornar las tres
naves a España; en consecuencia, decidieron quemar una de
ellas y proseguir el viaje con las otras dos, la Tcinidad y la
Victoria, para realizar el programa fijado por Magallanes.
Al fin llegaron a las Molucas, objetivo de la expedición. El
8de noviembre, los españoles echaron el ancla frente a una
de las islas del archipiélago, donde el jefe local los recibió
Dieta de Worms (1521)
1521
196 • Los grandes descubrimientos geográficos
amistosamente, acudió a bordo y aseguró que ya había oído
hablar del rey de España y que estaba dispuesto a ser su amigo
fiel y vasallo.
Trataron de averiguar qué beneficios podrían conseguir en
aquellas islas legendarias, que producían jenjibre, arroz, coco,
bananas, almendras, granadas, caña de azúcar, melones y otras
muchas cosas, vislumbrando interesantes perspectivas de comer­
cio lucrativo. Obtuvieron cantidades considerables de especias
a cambio de los tejidos, cuchillos y tijeras que les quedaban. El
jefe indígena deseaba espejos, pero la tempestad los había redu­
cido a pedazos.
En diciembre, los marinos españoles estaban ya dispuestos
para el regreso cuando descubrieron que la Trinidad, la orgullosa nave capitana de Magallanes, hacía agua por todas partes
y necesitaba ser reparada. Tras una dramática deliberación,
decidieron enviar a España la Vicíoría por el cabo de Buena
Esperanza, mientras que la Trinidad, una vez reparada, pondría
rumbo al este. Tenían intención de enviar la nave hacia el
istmo de Panamá, donde podría desembarcar su preciado car­
gamento de especias, que transportarían por tierra hasta la
costa del Atlántico, y de allí sería enviado a España.
Ambas naves tuvieron suerte muy diversa. La Trinidad
se hizo a la vela hacia el este en abril de 1522, pero ya no
estaba en condiciones de atravesar una vez más el océano
Pacífico. Pésimas condiciones atmosféricas la hicieron apartarse
de su rumbo y a los cinco meses de navegación se hallaban
a unos 42° norte, donde los navegantes sufrieron una terrible
tormenta que duró doce días, con sus noches. El estado de
ánimo de la tripulación obligó al capitán a regresar a las Molucas, pero al llegar allí, los españoles cayeron en manos de los
portugueses, que se apoderaron del cargamento y apresaron
a la tripulación. Los marineros españoles fueron llevados de un
sitio a otro, hasta que en 1526 fueron a parar a Lisboa, donde
sufrieron otros siete meses de cautiverio. Cuando el emperador
Carlos V consiguió su libertad, sólo quedaban cuatro con vida,
La fortuna fue más favorable a la Victoria; la nave aban­
donó el archipiélago indonésico el 13 de febrero de 1522, a las
órdenes de Juan Sebastián Elcano, con un cargamento de 35 to­
neladas de especias. Dejando atrás Malasia, Elcano navegó
hacia el suroeste y a principios de mayo, la Victoria avistaba
las costas orientales de África. El 19 del mismo mes, el barco
dobló con muchas dificultades el cabo de Buena Esperanza y se
dirigió hacia el norte. El 6 de septiembre de 1522 la Victoria
1522
Juan S. Elcano (1476-1526)
Primas circumdedisti me 9 197
entraba en el puerto español de Sanlúcar de Barrameda, con
unos marineros tan agotados que fueron incapaces de conducir
la nave a Sevilla remontando el Guadalquivir, y solicitaron
ayuda. Pero la grandiosa hazaña estaba realizada: se había
dado por vez primera la vuelta al mundo.
España había perdido toda esperanza de volver a ver a sus
valerosos hijos, a quienes recibió jubilosamente. Carlos V oyó
con satisfacción que el rey de las Molucas estaba dispuesto
a someterse, y cuando Elcano se presentó en la corte, se le
adjudicó una pensión anual de 500 ducados, que no percibió
jamás. En cuanto a la venta del cargamento, bastó para cubrir
los gastos de la expedición y dejó algún beneficio. La gloria de
Elcano emulaba la de Colón en su primer viaje, aunque algunos
consideraban que el verdadero héroe de la expedición fue Ma­
gallanes y otros historiadores le llamarían «el más grande nave­
gante de la historia». Elcano recibió un escudo de armas en
que aparecía diseñado el globo terrestre con un lema: Primus
circumdedisti me (El primero que me rodeaste).
Primera vuelta al mundo (1520-1522)
1522
Sj A A I T lf fllU A
U S M U N D O EMICmÁTMKD®
MÉJICO PRECOLOMBINO
Mientras Magallanes y sus compañeros atravesaban los océa­
nos entre mil dificultades, los españoles conquistaban nuevos
territorios en el continente americano. Parece poco menos que
increíble que unos centenares de hombres se enfrentaran con un
soberano poderoso asistido por guerreros bien adiestrados, le
destronaran y acabaran con su imperio. Sin embargo, fue preci­
samente lo que llevó a cabo en pocos años Hernán Cortés, el
más intrépido de los conquistadores españoles.
Hernán Cortés, un héroe de leyenda
«[He venido aquí para encontrar oro, y no para trabajar la
tierra como un simple labriego!» Así debió de expresarse Cortés
cuando a su llegada a Haití le aconsejaron que no se hiciera
demasiadas ilusiones respecto a hacer una carrera romántica y
gloriosa *.
Cuba, la mayor y más occidental de las Grandes Antillas,
fue' conquistada por los españoles en 1511. Cortés había pro­
curado participar en aquella conquista y como botín recibió
extensas propiedades, se estableció en Cuba e hizo fortuna.
Diego Velázquez, conquistador y primer gobernador de la isla,
1 Hernán Cortés nació en 1485 en Medellín (Badajoz), de familia noble arrui­
nada; en 1499 estudió 'Leyes en Salamanca, pero dos años más tardo regresaba a
Medellín sin haber demostrado afición al estudio. Siguiendo su espíritu aventurero,
intentó embarcarse rombo a América en una expedición dirigida por N icolás de
Ovando, pero sufrió un accidente en Sevilla y hubo de desistir. En la primavera
de 1504 consiguió al fin embarcar en 'Sanlúcar de iBarrameda y, una vez en tierra
americana, desempeñó algunas misiones a las órdenes de D iego Velázguez, La ex­
traordinaria capacidad que demostró en todas sus actuaciones fue, precisamente, el
motivo por el cual el gobernador Velázquez empezó a recelar del joven extremeño.
El historiador Bemal D iez del Castillo dice de Hernán Cortés que «era apacible en
su persona y bienquisto y de buena conversación».
Hernán Cortés (1485-1547)
1511
200
9
La antigua América, un mundo enigmático
fue quizás excelente administrador, pero pretendía extender la
dominación española hasta el continente americano, y por ini­
ciativa suya llegaron algunas expediciones a la península del
Yucatán, si bien no parecía dispuesto a desempeñar el papel de
héroe de leyenda.
Aquélla fue la oportunidad que Cortés esperaba. Velázquez
le confió el mando de una de aquellas expediciones. Cortés
vendió sus tierras y ofreció participar en los gastos de la
empresa con sus propios fondos. Un día, Velázquez y Cortés
se paseaban por la orilla de mar, cuando un desconocido se
precipitó hacia el gobernador gritando: «Excelencia, guardaos
de ese Cortés: llegará día en que tendréis que perseguirle». Pa­
rece que el incidente impresionó a Velázquez, que ya había
comprobado la obstinación y el espíritu de independencia de
Cortés. Éste apresuró los preparativos de la marcha y se hizo
a la vela sin avisar al gobernador; desde aquel momento, la
ruptura entre Cortés y Velázquez fue un hecho consumado.
Cortés llevaba en once naves unos quinientos oficiales y sol­
dados, unos cien marineros y doscientos servidores indígenas;
disponía, además, de diez cañones y dieciséis caballos. Pronto
comprobarían que estos últimos eran particularmente útiles para
sembrar el pánico entre los indígenas del continente, ya que el
caballo era aún desconocido en América.
La escuadra bordeó el Yucatán, y al llegar a la desembo­
cadura de un río en Tabasco, golfo de Méjico, Cortés decidió
realizar un desembarco, empresa más fácil de decir que de eje­
cutar. Los indígenas se mostraron hostiles, Cortés hubo de
entablar un combate sangriento, y cuando parecía que los espa­
ñoles iban a ser abrumados por los indígenas, muy superiores
en número, éstos fueron presa de pánico a la aparición de la
caballería. Conseguida la victoria, Cortés tomó solemnemente
posesión del país en nombre_del rey de España y luego hizo
bautizar a todos los indígenas que pudo.
Tras este primer desembarco en el continente americano,
Cortés prosiguió su viaje y el 21 de abril de 1519 llegaba a la isla
de San Juan de Ulúa; pasó de nuevo al continente y tuvo contac­
to con un jefe indígena que le informó de algunos datos intere­
santes. Aquellas comarcas se hallaban bajo la autoridad del
poderoso soberano Moctezuma, que gobernaba el imperio de
los aztecas. Cortés respondió que su propio soberano era el rey
más poderoso del mundo y que deseaba enviar un mensaje
de su parte a Moctezuma; por tanto, necesitaba saber dónde y
cómo podría entrevistarse con el emperador azteca. El jefe
1519
H Cortés en Méjico (1519)
Fundación de Vevacvuz • 201
local prometió transmitir a su señor el saludo de Hernán Cortés.
Poco después, llegaba una embajada del monarca azteca,
dejando asombrados a los españoles. Recibieron obsequios de
gran valor, en especial un casco lleno de polvo de oro y dos
discos, uno de oro y otro de plata, que representaban el sol y
la luna, todo lo cual impresionó profundamente a Cortés, que se
propuso encontrar a toda costa a un soberano tan rico, que era
capaz de hacer tales presentes. Moctezuma le comunicaba que
se alegraba de oír el mensaje del rey de España, pero que el
extranjero no debía molestarse en acudir a su encuentro. Por
supuesto, Cortés se hizo el sordo a la advertencia, y desde
entonces, su principal objetivo fue hallar el camino más corto
hasta la capital del emperador azteca.
Lo consiguió, si bien antes, en el lugar en que había desem­
barcado, fundó una colonia que recibió el nombre de Villa Rica
de la Veracruz (la verdadera Cruz), que aún conserva. Después,
barrenó sus barcos para que ninguno de sus hombres pensara
en regresar a Cuba. Por fin, el 16 de agosto de 1519, se dirigió
a pie hacia el interior, en busca de la capital del misterioso
emperador de los aztecas.
Prehistoria am
ericana
¿Qué era, en realidad, aquel extraño imperio que los indí­
genas de Veracruz habían descrito a Cortés?
Los arqueólogos y los paleontólogos están de acuerdo en
que los amerindios llegaron de otra parte y se establecieron
en el continente americano. N o existen en América vestigios de
pitecántropos o de seres humanos primitivos .—como, por ejem­
plo, los hombres de Neanderthal en Europa— de donde hubiera
podido proceder una población indígena, y por ello se supone
que los primeros pobladores pasaron de Asia a América, pro­
bablemente por eL estrecho de Behring.
Esta inmigración comenzó, al parecer, terminados los perío­
dos glaciales. Los inmigrantes pertenecían sin duda a la raza
mongólica, y, por consiguiente, los indios primitivos de América
estarían emparentados con los chinos. Desde el septentrión, los
inmigrantes ocuparon la América del Norte, luego el istmo
interamericano y, por último, la América del Sur. Eran cazado­
res, y en su existencia nómada iban de unas comarcas a otras
en busca de plantas comestibles y de caza.
Sigue ignorándose dónde, cuándo y de qué modo comen­
zaron los primeros habitantes de América a cultivar el maíz,
1519
202 • La antigua América, un mundo enigmático
único cereal que conocían; en nuestros días, botánicos e histo­
riadores continúan preocupados por este problema, pudiéndose
sólo afirmar que se desarrolló una agricultura rudimentaria, lo
que constituye «el paso más importante que en el camino de su
desarrollo haya dado el pueblo americano, tanto en el pasado
como en el presente». La aparición de la agricultura puso fin al
nomadismo, y cimentó estructuras sociales más perfeccionadas,
empezando a destacarse diversas manifestaciones culturales en
cuyo seno se sucedieron importantes civilizaciones.
Por lo que se refiere a Méjico, todavía no ha logrado descu­
brirse su cultura más remota, pero se ha podido, al menos,
delimitar un período cultural muy primitivo, que ha recibido
el nombre de época arcaica. Se sabe que en los primeros siglos
antes de nuestra era, florecía una población que, al revés que
los nómadas cazadores y pescadores, cultivaba el maíz: los
olmecas, que eran hábiles escultores, como lo demuestran sus
extrañas estatuas de hombres-jaguares.
En el siglo x de nuestra era, los habitantes de las altas
mesetas fueron materialmente desbordados por una poderosa
invasión de toltecas, que crearon un imperio tan notable como
el del pueblo vencido. Es opinión común que los toltecas no
ofrecían más que flores en honor de sus divinidades, ya que
los sacrificios humanos, descritos minuciosamente por los espa­
ñoles, fueron una innovación de los aztecas, hordas que, tras
haber errado como cazadores durante mucho tiempo, se estable­
cieron en la región de Méjico durante el siglo xin ¡.
Los aztecas en Tenochtitlán
Una vez llegados a la meseta mejicana, y después de pro­
longados combates con otros pueblos, los aztecas fundaron
sobre unos islotes del lago de'T excoco una ciudad llamada
Tenochtitlán, «la ciudad de la roca-cacto», según la tradición
hacia 1325. Como nacionalidad histórica, los aztecas tuvieron
importancia muy limitada hasta el siglo xv, época en que pac­
taron alianza con otras tribus vecinas a las que pronto media­
tizaron. Más tarde empezaron a extender sus dominios territo­
riales con tanta obstinación como eficacia; sometieron un pueblo
tras otro y llegaron a dominar gran parte del actual Méjico. Las
tribus anexionadas conservaron su autonomía, si bien pagando
tributo a Tenochtitlán.
1 Ver Enigmas de la antigua Am érica, BD1CTONES DATMON.
s. x-xv
Fundación de Méjico (1325?)
La civilización azteca • 203
D O S G R A N D E S C IV IL IZ A C IO N E S
Imperios maya, en la península del Yucatán, y azteca en Méjico.
La meseta mejicana es célebre por su impresionante belleza
y por las altas cumbres nevadas que la rodean; con anterioridad, el paisaje debía de ser aún más hermoso, pues existían
numerosos lagos, hoy en su mayoría desecados. Las investiga­
ciones arqueológicas demuestran que los españoles exageraban
al extasiarse ante el pretendido esplendor de la capital azteca,
ya que sus casas eran vulgares, bajas y primitivas, y los pala­
cios escaseaban. Tenochtitlán estaba situada en la parte occi­
dental del lago Texcoco, y la ciudad se hallaba rodeada óp
agua y cortada por canales a lo largo de los cuales corrían
estrechos senderos. La canoa era el medio de transporte más
empleado. Esta «Venecia mejicana» presentaba aún otra par­
ticularidad, propia para asombrar a los españoles: en las ori­
llas, la tierra no era fértil, y para remediar este inconveniente
los indios construían enormes balsas que recubrían luego con
limo fértil extraído del fondo del lago; de este modo crearon
verdaderos jardines flotantes en los que cultivaban flores y
legumbres. Los aztecas eran célebres por su amor a las flores,
S. XV
204 • La antigua América, un mundo enigmático
que ocupaban un lugar destacado en sus fiestas y ceremonias
religiosas.
N o se sabe exactamente cuántos habitantes tenía Tenochtitlán a principios del siglo xvi. Los cronistas españoles de la
época estiman su número en trescientos mil, lo que es probable­
mente exagerado; si bien, por calles, mercados y canales circu­
laba una multitud considerable, y verdaderas masas humanas
se arremolinaban en torno a los tenderetes donde se vendían
maíz, patatas, tomates y otros productos agrícolas, telas, pie­
dras preciosas, medicinas y tabaco. Los indios se dedicaban
también al tráfico de esclavos: «se vendían tantos como negros
de Guinea en Portugal», observa un cronista español. La mo­
neda de cambio consistía habitualmente en granos de cacao,
artículo muy apreciado en la meseta mejicana.
Religión y militarismo
La religión de los aztecas exaltaba cierto número de dioses
sanguinarios, recuerdo de su época de cazadores errantes. Según
creían, aquellas divinidades tenían el mundo a su merced, y si
no las alimentaban con sangre humana derramada sobre las
pirámides escalonadas, corrían el riesgo de que el sol no rena­
ciera cada mañana; por fortuna, otros dioses eran pacíficos, en
particular los heredados de los toltecas (la Serpiente de plumas;
la Estrella de la mañana, el Viento, etc.). Es curioso observar
que, gracias a la influencia de sus sacerdotes, los únicos inte­
lectuales del país, se inició cierta tendencia al monoteísmo, pero
este movimiento no llegó a imponerse a la multitud crédula.
Sobre los demás edificios de la ciudad se elevaban los tem­
plos, todos ellos construidos sobre pirámides de piedra y de
arcilla seca. Allí ardían noche y día los fuegos de los sacrificios
y el rumor de los tambores convocaba la población a las fiestas
rituales que se celebraban casi sin interrupción. El más impor­
tante de estos templos, consagrado al dios de la guerra, Huitzilipochtli, se elevaba cerca del gran mercado de Tenochtitlán;
una amplia escalera con balaustradas de piedra conducía a la
entrada del templo, ante el santuario aparecía la piedra de los
sacrificios, y bajo la pirámide, largas filas de estacas donde se
ensartaban los cráneos de las víctimas. Se calcula que unas cinco
mil personas debían de estar al servicio de los templos de la
ciudad; durante las fiestas religiosas, aquellas gentes celebraban
diversas ceremonias del exótico ritual que tan importante lugar
ocupaba en la vida de los aztecas.
S. XV
Descubrimiento de América (1492)
Los dioses y la milicia ® 205
Los aztecas eran un pueblo profundamente religioso, pero
su religión significaba ante todo una angustia desmesurada, un
esfuerzo continuo para evitar o alejar la cólera de los poderes
divinos. El principio de reciprocidad determinaba todas las
relaciones entre dioses y hombres; así, el corazón palpitante
que el sacerdote arrancaba del pecho a un joven, durante de­
terminadas fiestas religiosas, era el tributo que los hombres
pagaban a los dioses; éstos, a cambio, les concedían la vida y la
U n sacrificio humano. Sirviéndose de un cuchillo de piedra, el
sacerdote arranca el corazón a su víctima, todavía viva (arriba,
a la izquierda). E l combate entre el águila y el jaguar (abajo, a
la derecha), simboliza la lucha entre el sacerdote y su víctima.
, salud. Debía sacrificarse cierto número de individuos por la feli­
cidad de la comunidad.
En la sociedad azteca, el ejército era la única institución
cuya importancia igualaba a la del clero. Los aztecas han sido
uno de los pueblos más belicosos de la historia; en caso de
peligro, todos los hombres útiles estaban obligados a ir a la
lucha, ya que el imperio azteca practicaba el servicio militar
S. XV
206 ® La antigua América , un mundo enigmático
obligatorio y general. N o obstante, el núcleo del ejército estaba
compuesto de militares profesionales, y el que pretendía ser
admitido en la clase militar debía haber recibido una educación
perfectamente establecida; destinaban aquellos jóvenes a escue­
las militares y los sometían, durante varios años, a determinadas
pruebas para comprobar sus aptitudes.
Ingresar en la clase militar era el sueño ideal de todos los
muchachos. El entrenamiento físico que recibían aquellos jóve­
nes convertía a los aztecas en formidables guerreros, temidos
en aquellas comarcas de América. Lucharon por imponer tributo
a otros pueblos y aumentar así su poderío, aunque a menudo
iban a la guerra por la simple razón de que les faltaban prisio­
neros para ofrecer en sacrificio a sus dioses. Durante sus ex­
pediciones, los aztecas no intentaban matar a sus adversarios,
sino que trataban de apresar el mayor número posible de ellos,
y, en consecuencia, sus guerras eran poco sangrientas.
Los demás pueblos de América Central imitaban la táctica de los
aztecas. La narración siguiente describe en forma característica la eti­
queta militar entre los indígenas:
En cierta ocasión, los aztecas iniciaron una campaña contra el
pueblo de Cholula. Entablóse una batalla y al atardecer observaron
que ninguno de ambos bandos había obtenido la victoria definitiva.
A la m añana siguiente el jefe azteca envió un mensajero a su adver­
sario para preguntarle si deseaba proseguir el combate. Los de Cholula
respondieron que ya habían hecho bastantes prisioneros para satisfa­
cer a sus dioses. El jefe azteca se contentó con esta respuesta y los
dos ejércitos pudieron regresar a sus casas.
El emperador Moctezuma y el dios Qnetzalcoatl
Los españoles consideraban al soberano azteca como un
autócrata, pero las investigaciones modernas han demostrado
la falsedad de este aserto. La estructura política del imperio
azteca sería hoy calificada de constitucional; elegían al sobe­
rano en el seno de una familia determinada y mantenían junto
a él un consejo, es decir, un gobierno, que se reunía con regu­
laridad para adoptar las decisiones que requerían los asuntos
del Estado.
Moctezuma II, que reinaba en el imperio azteca desde 1502
y era su noveno soberano, pasaba por ser excelente capitán,
gran sacerdote y erudito, fiel a sus obligaciones y gobernante
severo. Había incrementado considerablemente sus estados gra­
cias a algunas expediciones militares y el imperio disfrutó de
1500-1519
Moctezuma II, emperador (1502-1520)
El mito de Quetzalcoatl • 207
un verdadero siglo de oro bajo su prudente gobierno. De todas
formas, parece que, al correr de los años, Moctezuma perdió
gran parte de su optimismo y energía; la melancolía paralizaba
su voluntad y su piedad exagerada le sumía en un fatalismo
del que acabaría siendo esclavo. Este sentimiento tenía su
origen en el mito de Quetzalcoatl, el dios del viento de levante
y, a la vez, dios de la lluvia, fuente de vida, al que la tradición
popular describía como un gigante de piel clara y larga barba,
rasgo característico, ya que los indígenas, en general, eran
lampiños.
Todavía se recordaba que el hombre blanco, Quetzalcoatl,
había vivido en otro tiempo entre los aztecas y les había ense­
ñado a roturar la tierra, construir casas y trabajar los metales,
como también la fe en la existencia de un solo dios, el dios
del amor y de la misericordia, exhortando a los indígenas a
cesar en sus sacrificios humanos. Un día, según la tradición,
Quetzalcoatl volvería desde oriente al país de los aztecas y
reinaría en ellos. Nada se sabe sobre el origen de ese mito y se
ha tratado de explicarlo sugiriendo que quizás un sacerdote
cristiano fuese arrojado por una tempestad a las costas centro­
americanas, donde predicaría su fe, recuerdo que pudo sobrevivir
así en la leyenda de Quetzalcoatl, lo que no deja de ser pura
hipótesis. Más probable es que el mito desempeñara impor­
tante papel en el pensamiento y en la manera de comportarse
del emperador Moctezuma. Al enterarse de que habían llegado,
procedentes del este, hombres blancos en grandes navios, creyó
realizada la predicción que anunciaba el regreso del dios blanco.
Según parece, esa supersticiosa idea le persuadió de la inutilidad
en oponer resistencia a los extranjeros, por estar éstos en rela­
ción con tales poderes sobrenaturales.
LA CONQUISTA DE MÉJICO
Cortés se pone en marcha
Antes de ordenar la marcha hacia la capital del imperio
azteca, Cortés había enviado a Carlos V una delegación con
ricos presentes y un mensaje o Carta de Relación, en que descri­
bía con entusiasmo las posibilidades que ofrecía Méjico, gestión
que emprendió Cortés para precaverse de su enemigo y com­
petidor Velázquez, cuyos agentes podían hacerle caer en desgra­
cia ante el emperador.
Carlos V, emperador (1519)
1519
208 • La antigua América, un mundo enigmático
La expedición abandonó las llanuras tropicales de la costa
y se dirigió al interior, hacia las regiones más elevadas de
Méjico. La vegetación exuberante del litoral desapareció, susti­
tuida por bosques de abetos, mientras que en el horizonte cen­
telleaban cumbres nevadas, de donde soplaban vientos fríos
que refrescaban y purificaban la atmósfera. Cortés sabía que
en aquellas regiones vivían los tlascaltecas, reino que había
rechazado con orgullo el yugo de los aztecas y a los que pen­
saba atraerse como aliados contra Moctezuma. Con su reducido
ejército avanzó hasta la frontera de aquel reino: «Señores,
seguid la cruz», gritó enarbolando su estandarte y señalando
el territorio de los tlascaltecas.
U na ayuda eficaz, valiosa y ciertamente muy agradable, fue para
Cortés el de la india M alintzin o Malinche, más conocida por el nombre
de «doña M arina», hija del cacique Tetcotzinco, hecha prisionera en
Tabasco y que fue, a la vez, intérprete, secretaria diplomática, agente
de espionaje, embajadora y, a mejor abundamiento, amante de Cor­
tés, de quien tuvo un hijo que se llamó M artín. Conocía los idiomas
nahua y m aya y, en septiembre de 1519, descubrió una conspiración
de los indígenas de Cholula contra los españoles, que se apresuró a
comunicar a Cortés, salvándoles la vida a él y a sus compañeros. Fugaz
sombra histórica, que parece figura de leyenda, brilló unos instantes
junto al gran conquistador y desapareció de la escena después de la
conquista de Méjico sin dejar más recuerdo.
Al principio, no hubo dificultades, pero días más tarde los
españoles se vieron cercados de repente por fuerzas mucho
más numerosas que las suyas; eran los tlascaltecas, que no
tenían intención de dejar libre paso a los invasores extranjeros.
La situación era crítica para los españoles, y probablemente
no se hubieran salvado de no infundir su caballería y sus
cañones extraordinario terror a los indios, que, paralizados tras
dos combates, desesperaron de vencer a tan espantoso ene­
migo, y enviaron al campamento de Cortés una embajada pi­
diendo gracia. La victoria española alcanzó enorme resonancia
en todo Méjico, pues los tlascaltecas eran considerados inven­
cibles. La noticia aterrorizó a Moctezuma, quien envió nuevos
embajadores a Cortés e intentó una vez más impedir la visita
del español. Cortés ni siquiera se dignó responder, ya que en­
tonces menos que nunca pensaba renunciar a su plan.
El camino de Tenochtitlán quedaba abierto a los españoles
y, en noviembre de 1519, franqueaban el gran puente que unía
por el sur la ciudad a la orilla del lago. En una carta de re1519
H. Cortés en Méjico (1519)
Sumisión a España • 209
lacióa a Carlos V, Cortés refiere así su dramático encuentro
con Moctezuma:
«E al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Muteczuma, quitéme
un collar que llevaba de m argaritas y diamantes de vidrio, y se lo eché
al cuello; é después de haber andado la calle adelante, vino un servidor
suyo con dos collares de camarones, envueltos en un paño, que eran
hechos de huesos de caracoles colorados, que ellos tienen en mucho;
y cada collar colgaban ocho camarones de oro, de mucha perfección,
tan largos casi como un geme; é como se los trujex-on, se volvió a mí
y me los echó al cuello, y tornó a seguir por la calle en la forma ya
dicha, fasta llegar a una muy grande y hermosa casa, que él tenía
para nos. aposentar, bien aderezada, E allí me tomó por la mano y me
llevó a una gran sala, que estaba frontero de un patio por do entramos.
E allí me fizo sentar en un estrado muy rico, que para él tenía mandado
hacer, y me dijo que le esperase allí, y él se fue; y dende á poco rato,
ya que toda la gente de mi compañía estaba aposentada, volvió con
muchas y diversas joyas de oro y plata, y plumajes, y con fasta cinco
o seis mil piezas de ropa de algodón, muy ricas y de diversas maneras
tejida y labrada...»
Una recepción amistosa
Moctezuma se instaló en otro trono junto a Cortés y pro­
nunció un discurso, explicando el mito de Quetzalcoatl y di­
ciendo estar convencido de que Cortés y sus hombres eran
aquellos blancos que, según la predicción, debían llegar desde
Oriente a su país; por ello reconocía al rey de España como
a su señor, y desde aquel momento ponía sus bienes a disposi­
ción de su soberano.
«Sería el gran M ontezuma de edad de hasta cuarenta años -—cuen­
ta Bernal D íaz del Castillo-—, y de buena estatura y bien proporcio­
nado, é cenceño é pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia
color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto
le cubrían las orejas, é pocas barbas, prietas y bien puestas é ralas,
y de cada collar colgaban ocho camarones de oro, de mucha perfección,
en su persona en el mirar por un cabo amor, é cuando era menester
gravedad. E ra muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la
tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que
tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba
con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino al­
guno de los que le servían; era muy limpio de sodomías; las mantas
y ropas que se ponía cada un día, no se las ponía sino desde a cuatro
días. T enía sobre ducientos principales de su guarda en otras salas
junto a la suya, y estos no para que hablasen todos con él, sino cual
ó cual; y cuando le iban á hablar se habían de quitar las mantas ricas
1519
210 • La antigua América, un mundo enigmático
y ponerse otras de poca valía, mas habían de ser limpias, y habían de
entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no miralle a la
cara, y con tres reverencias que le hacían primero que a él llegasen,
é le decían en ellas: «Señor, mi señor, gran señor», y cuando le da­
ban relación á lo que iban, con pocas palabras los despachaba; sin
levantar el rostro al despedirse dél, sino la cara é ojos bajos en tierra
hácia donde estaba, é no vueltas las espaldas hasta que salían de la
sala. E otra cosa vi, que cuanto otros grandes señores venían de léjas
tierras á pleitos ó negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran
Montezuma habíanse de descalzar é venir con pobres mantas, y no
habían de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el
lado de la puerta de palacio; que entrar de rota batida teníanlo por
descaro; en el comer le tenían sus cocineros sobre treinta m aneras de
guisados hechos a su modo y usanza; teníanlos puestos en braseros de
barro, chicos debajo, porque no se enfriasen. E de aquello que el gran
Montezuma había de comer guisaban más de trecientos platos, sin más
de mil para la gente de guarda; y cuando habia de comer, salíase el
M ontezuma algunas veces con sus principales y mayordomos, y le
señalaban cuál guisado era mejor é de qué aves é cosas estaba gui­
sado...»
«...Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto.
M ientras que comía, ni por pensamiento habían de hacer alboroto ni
hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas cerca de la del
Montezuma. Traíanle frutas de todas cuantas había en lá tierra, mas
no comía sino muy poca, y de cuando en cuando traían unas como
copas de oro fino, con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decían
era para tener acceso con mujeres...»
«...las mujeres le servían al beber con gran acato, y algunas veces
al tiempo del comer estaBan unos indios corvocados, muy feos, porque
eran chicos de cuerpo y quebrados por medio los cuerpos, que entre
ellos eran chocarreros; otros indios que debían de ser truhanes, que
le decían gracias, é otros que le cantaban é bailaban, porque el M on­
tezuma era muy aficionado a placeres y cantares, é á aquellos m an­
daba dar los relieves y jarros del cacao; y las mismas cuatro mujeres
alzaban los manteles y le tornaban á dar agua á manos, y con mucho
acato que le hacían..,»
«...También le ponían en la mesa tres cañutos muy pintados y
dorados, y dentro traían liquidámbar revuelto con unas yerbas que
se dice tabaco, y cuando acababa de comer, después que le habían
cantado y bailado, y alzaba la mesa, tomaba el humo de uno de aque­
llos cañutos, y muy poco, y con ello se dormía...»
Prisión de Moctezuma
Cortés y sus compañeros dedicaron los primeros días a
orientarse en aquella ciudad. Los aztecas los trataban con res­
peto, dejándoles amplia libertad de acción y les proporcionaban
1519
E l crucifijo sustituye a los ídolos
9
211
víveres en abundancia, así que los españoles no tenían ningún
motivo de queja. Pero al cabo de algún tiempo empezaron a
dar señales de inquietud, ya que si a los indígenas se les anto­
jaba cambiar de conducta, podrían sin la menor dificultad
apoderarse de sus huéspedes como de ratas en ratonera; bas­
tábales para ellos destruir los puentes tendidos sobre los diques
que unían la ciudad con las orillas lacustres.
Aquello situación incitó a Cortés a jugarse el todo por el
todo. Propuso su plan a sus hombres: hacer prisionero a Moc­
tezuma y cuando lo tuvieran en su poder, el pueblo no podría
hacer más que aceptar la situación. Así se hizo, algunos es­
pañoles armados de pies a cabeza irrumpieron en el palacio
del soberano, y Cortés expuso sus pretensiones sin rodeos.
Moctezuma protestó violento, pero acabó sometiéndose: su
fatalismo había vencido.
Poco después, y bajo la presión de los españoles, Mocte­
zuma convocó a los notables de su imperio y les ordenó que
en lo sucesivo pagaran a Cortés los impuestos debidos al
soberano; dada la orden, Moctezuma sufrió un impacto psíquico
y las lágrimas ahogaron su voz.
En manos de los españoles se acumularon entonces enormes
riquezas y el reparto del botín daba ocasión y pretexto a nu­
merosas pendencias. Exigieron aún más del emperador: era
preciso limpiar los templos de la «mancha del paganismo» y
derribar los ídolos. Moctezuma, convertido en auténtica mario­
neta, se resignó una vez más. Pese a las violentas protestas del
clero y del pueblo, fue retirado del altar situado en la cima
del «teocali!» o gran pirámide el ídolo de Huitzilipochtli, se
lavaron y blanquearon los muros del santuario y el lugar de los
ídolos fue ocupado por imágenes de santos. Los españoles,
enarbolando un crucifijo, recorrieron la ciudad en solemne pro­
cesión y el templo del dios guerrero de los aztecas cobijó una
iglesia cristiana.
En abril de 1520 —habían pasado seis meses desde la llegada
de los españoles a Tenochtitlán-—, Cortés recibió la noticia de
que dieciocho barcos españoles habían anclado en Veracruz.
Sin duda, el emperador Carlos V dio oídos a su enemigo Velázquez, que había sido nombrado gobernador de los territorios
recientemente descubiertos, y enviaba a uno de sus subordina­
dos, Pánfilo de Narváez, a relevar a Cortés de su mando. El
conquistador obró con su acostumbrada rapidez; dejando parte
de sus hombres en Tenochtitlán, marchó hacia la costa, arrolló
a Narváez y le hizo prisionero. Las intrigas de Velázquez no
Magallanes en el océano Pacifico (1520)
1520
212 • La antigua América, un mundo enigmático
habían dado resultados precisamente brillantes... Pero en pleno
triunfo de Cortés llegaron noticias inquietantes de Tenochtitlán. Los aztecas habían tratado de defender sus templos contra
los saqueadores españoles, éstos habían dado muerte a los
recalcitrantes para hacer un escarmiento y ello provocó una
insurrección general -de la población mejicana.
La «noche triste»
Cortés tomó de nuevo el camino hacia Tenochtitlán a mar­
chas forzadas, y aún pudo pasar el puente sin dificultad; pero
no había un alma en las calles ni en los mercados. Al día
siguiente, la tormenta estallaba en toda su violencia y el pueblo
en armas entabló terrible combate en torno al templo de Huitzilipochtli. Los españoles consiguieron apoderarse del edificio,
pero Cortés se percató en el acto de que su única esperanza
estaba en abandonar la ciudad. Un suceso inesperado, aconte­
cimiento capital en aquellos momentos, había trastornado la
situación: la muerte de Moctezuma.
Poco después de su regreso a Tenochtitlán, Cortés le había
obligado a hablar al pueblo. Fue una escena emocionante:
Moctezuma apareció en la parte superior del edificio en que se
hallaba prisionero de los españoles y al verle la multitud se pro­
dujo un impresionante silencio. Él soberano exhortó a sus
súbditos a cesar las hostilidades, pues todo lo que había suce­
dido respondía a la voluntad de los dioses. Sus palabras cau­
saron efectos contraproducentes; el silencio respetuoso de la
multitud se trocó de súbito en rabiosa cólera y sobre el tejado
llovieron flechas y piedras. Herido en la cabeza, Moctezuma
perdió el conocimiento y pocos días después murió.
Sobrevino la «noche triste», uno de los episodios más dra­
máticos de la historia de la conquista. Los españoles abandona­
ron el palacio en que se habían atrincherado y en silencio ca­
minaron por las desiertas calles hacia uno de los diques que
unían Tenochtitlán a la orilla del lago. La ciudad daba la
impresión de estar completamente abandonada. ¿Iban los inva­
sores extranjeros a ponerse a salvo cruzando el lago? Marcha­
ban transportando pesados bagajes que entorpecían sus mo­
vimientos, pues en modo alguno se hubieran desprendido de los
tesoros arrebatados a los indios; arrastraban también en pos
una especie de balsa que habían construido para franquear los
vanos del dique, pues los aztecas habían cortados los puentes.
Llegados al dique, los españoles oyeron una señal concer­
1520
La «noche triste'» (1520)
Los aztecas atacan ® 213
tada de antemano y, en el acto, el sordo estruendo de los
tambores de guerra. El enemigo Iniciaba la ofensiva: los aztecas
atacaban a los españoles por la espalda y por ambos flancos
los hostigaban guerreros embarcados en canoas. Una lluvia de
flechas y piedras cayó sobre Cortés y sus hombres, empeñados
en un combate a muerte; mientras, de pie en sus embarcaciones,
los indios trataron de precipitar a caballos y caballeros desde el
puente, ya resbaladizo a causa de la sangre y la lluvia conti­
nuas, y lograron destruirlo. Los españoles, acorralados entre
dos precipicios amenazadores, tuvieron que combatir en aque­
llas angosturas, sin protección algunas contra flechas y lanzas.
Cortés se batió como un león. Después de haber conducido
la vanguardia hasta el tercero y último vano, volvió sobre sus
pasos para salvar el resto de su ejército. A la mañana que siguió
a aquella noche terrible comprobó, al pasar revista a sus tropas,
que más de la mitad de los efectivos habían caído ante el ene­
migo o fueron hechos prisioneros.
Los reveses sufridos durante la «noche triste» señalan un
hito en la carrera del conquistador y en la historia de la colo­
nización española en América. Cortés se había percatado de
que el único modo de reducir la capital azteca a la capitulación
era aislarla completamente de las orillas del lago, y así, decidió
apoderarse primero de las ciudades situadas en las riberas del
Texcoco, y construir luego embarcaciones que permitieran una
ofensiva directa a la ciudad; en tercer lugar, proyectó cortar
el acueducto que llevaba agua potable a Tenochtitlán.
Asedio y conquista de Méjico
Se llevaron a cabo estas medidas preliminares, y en la pri­
mavera de 1521 los españoles sitiaban la capital mejicana. Las
operaciones duraron varios meses, y en agosto, tras sangrientos
combates, los aztecas tuvieron que rendirse.
«... y es verdad, y juro amén ■
—afirma Bernal Díaz del Castillo—,
que toda la laguna y casas y barbacoas estaban llenas de cuerpos y
cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué m anera lo escriba.
Pues en las calles y en los mismos patios del Talelulco no había otras
cosas, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios
muertos. Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si en ella hubo
tanta m ortandad como esta y no lo sé; porque faltaron en esta ciudad
gran multitud de indios guerreros, y de todas las provincias y pueblos
sujetos a M éjico que allí se habían acogido, todos los más murieron;
que, como he dicho, así el suelo y la laguna y barbacoas, todo estaba
Conquista de Méjico (1521)
1521
214 ® La antigua América, un mundo enigmático
Guerreros aztecas (dibujos de un manuscrito indio copiado poco
después de la llegada a M éjico de los españoles).
1521
Ocupación de Honduras ® 215
lleno de cuerpos muertos, y hedía tanto, que no había hombre que
sufrirlo pudiese; y á esta causa, así como se prendió Guatemuz, cada
uno de los capitanes se fueron á sus reales, como dicho tengo, y aun
Cortés estuvo malo del hedor que se le entró por las narices en aque­
llos días que estuvo allí en el Talelulco.»
Cuauhtemoc, sucesor de Moctezuma II, fue quemado vivo,
y el país entero tuvo que someterse a Cortés, ya capitán ge­
neral de la Nueva España, pues tal fue el nombre que se dio a
los territorios conquistados. Laboró enérgicamente por la ex­
pansión del poderío español en el continente americano y por el
establecimiento de una administración sólida, y consiguió ambos
objetivos. Sus ejércitos ocuparon Guatemala y Yucatán a levan­
te y sur, y por el norte llegaron hasta California. El mismo
Cortés emprendió en 1524-1525 su célebre expedición a Hon­
duras, que anexionó a sus territorios.
Hernán Cortés gobernó hasta 1540 aquel imperio colonial
que había adquirido, pero en la corte española los intrigantes
no cedían en su rencor y, finalmente, el gobernador hubo de
acudir a justificarse ante el rey. Nunca volvió a Nueva España;
el conquistador de Méjico compartió la suerte de tantos otros
colegas suyos y viose sumido en el olvido durante los últimos
años de su existencia, que no fueron sino una prolongada hu­
millación. En vano Hernán Cortés apeló a la justicia del rey,
porque Carlos V no volvió ya a oír hablar de él. En 1547,
el conquistador moría, pobre y olvidado, en la población se­
villana de Castilleja de la Cuesta.
EL M UNDO M AYA
La península yncaíeca
Durante su expedición a Honduras, Cortés había pasado a
poca distancia de las ruinas de Palenque, la ciudad que fue
un día el más importante centro religioso' de la cultura maya.
Hernán Cortés no llegó a conocer aquella civilización, pues
en el siglo xvi Palenque era, desde hacía tiempo, una ciudad
muerta, invadida de nuevo paulatinamente por la impenetrable
selva tropical
1 «Es posible que, en
gioso o de peregrinación,
inmensa población flotante,
la arquitectura civil, ni los
efecto, Palenque fuera un lugar sagrado, un centro reli­
de templos y oratorios, tierra de necrópolis, con una
sólo residencial para sacerdotes y acólitos. N o abunda
edificios del común, Un profusos y difundidos en otros
1521-1540
216
®
La antigua América, un mundo enigmático
En el siglo vi, los indios mayas, p o r r a z o n e s a ú n ignoradas,
habían a b a n d o n a d o sus ciudades de Guatemala y de Honduras
septentrional» a c a s o huyendo de la fiebre amarilla o por haber
agotado las tierras de cultivo con su agricultura primitiva y
hallarse y a en la imposibilidad de alimentar una población cada
vez mayor. El p u e b lo maya emigró hacia el Yucatán y, una vez
allí, Chichén-Itzá se convirtió en su centro político-religioso.
Precisamente en el Yucatán trabaron los españoles conocimien­
to co n esta exótica cultura. En 1527 llegaba una expedición
a las ó rd e n e s de un gentilhombre español, Francisco Monte jo,
quien, com o los d e m á s conquistadores, sólo deseaba encontrar
oro y co n q u is ta r tierra, y sus hombres no se comportaron con
mucha c o rr e c c ió n c o n respecto a los indios, quemando sus libros
sagrados y destruyendo sus ídolos. Tras quince años de luchas
encarnizadas y de violencias, consiguieron aniquilar la última
rebelión de los indígenas y el Yucatán se convirtió en otra
posesión española. Aquella conquista significaba la desaparición
de una cultura que suscita aún hoy admiración y asombro.
Los mayas desempeñaron una posición dirigente en el desa­
rrollo cultural de la América Central en épocas remotas. Su
religión era dualista, es decir, consideraba a unos poderes del
bien en lucha contra otros poderes del mal. Esta religión inspiró
su interesante arte y su impresionante arquitectura, que expre­
san un mundo espiritual que nos parece exótico e incompren­
sible. El edificio principal de la ciudad maya era el templo,
cuyos muros, altares y pilares están ricamente decorados con
extrañas esculturas.
La contribución de los mayas al arte figurativo se compone
casi exclusivamente de relieves. El arte maya aparece intensa­
mente impregnado de convencionalismo, y sus representantes
sólo con gran esfuerzo se liberan del simbolismo religioso. Es
difícil saber hasta qué punto deseaban verdaderamente repro­
ducir la naturaleza. Un arte, tan admirado con posterioridad, en
el que un motivo aparece sin cesar: la serpiente. Para los ma­
yas, la serpiente era un animal sagrado, una revelación de la
divinidad.
lugares. Acaso fue la urbe una morada clerical, un magnífico monasterio habitado
por jefes religiosos. Ello parece confirmado por el tono de sus relieves escultóricos,
da aspecto solemne y pacífico, sosegado y majestuoso. Las actitudes beatíficas de las
figuras sólo representan hombres prosternados, adoradores y creyentes, sin armas
ni gestos violentos. Tal vez predicadores y fieles. U n a técnica curiosa en las figuras
en relieve: el artista modelaba el cuerpo y luego revestía ■
— casi podría decirse que
vestía— la figura con su traje y sus adornos, aplicando encima tiras de cemento
fresco.» (Enigm as de la A ntigua Am érica. Ediciones DAIMON),
S .T O
Cabeza de adolescente maya, procedente
Palenque (fines del siglo V II).
de una tum ba
en
El dios del maíz,
personaje clave de la m itología azteca.
El 12 de octubre de 1492,
Cristóbal Colón tocó tie rra
en Guanahahi (San S a lv a d o r),
p rim e r te rrito rio español en el
Nuevo Mundo.
En 1497, el portugués
Vasco de Gam a
abrió la ruta m arítim a
d e 'la s Indias.
b m ím
Prehistoria maya ® 217
Chichén-Itzá, ciudad santa de los mayas
Existen ruinas dispersas por todo el antiguo territorio de los
indios mayas, pero las más notables son las de Chichén-Itzá,
su ciudad santa, al norte del Yucatán. Cayó en poder de los
mayas a principios del siglo vi D . J . y adquirió gran desarrollo
cuando los mayas abandonaron sus antiguos territorios de Hon­
duras y de Guatemala, focos de lo que se llama Viejo Imperio.
El Yucatán se convirtió entonces en centro de su cultura y su
historia abarca el período comúnmente llamado Nuevo Imperio
que duró hasta la conquista española. Chichén-Itzá fue aban­
donado en el siglo vn, pero resurgió durante los siglos xi y x i i
y con otras dos ciudades, Uxmal y Mayapán, integró una
poderosa coalición debilitada poco a poco a causa de posterio­
res discordias intestinas. Mercenarios llegados de Méjico to­
maron Chichén-Itzá y en el período que se inicia con su caída
Detalle de un fresco en el templo
del Jaguar, en Chichén-Itzá, en
el que se representa la ceremonia
de un sacrificio.
se erigieron nuevos y muy notables edificios; al fin, la ciudadela
fue definitivamente abandonada a mediados del siglo xv. Cuan­
do los españoles efectuaron su entrada en Chichén-Itzá, la
urbe era ya en su mayor parte un montón de ruinas.
Los arqueólogos modernos han exhumado estas ruinas de la
selva virgen y sus investigaciones nos permiten imaginar el as­
pecto de Chichén-Itzá durante su edad de oro: una ciudad
que contaba con varios miles de habitantes, que tenía amplias
calles plantadas de palmeras, y espaciosas plazas públicas or­
nadas de palacios impresionantes y de grandiosos templos. La
pirámide y el templo del dios Kukulcán dominaban por com­
pleto la ciudad.
Se llegaba a este templo por una amplía escalera de balaus­
tradas decoradas con la serpiente habitual. En otro tiempo, de
la pirámide partían en todas direcciones caminos pavimentados,
Chichén-Itzá (S VI-XII)
S. VI-XII
218 • La antigua América, un mundo enigmático
rutas que permitían a los mensajeros llegar rápidamente a las
'diversas regiones del país. El templo tenía una o varias entradas
en cada una de sus caras, sus puertas estaban adornadas de
ricas esculturas y antes de la llegada de los españoles había
delante de la entrada principal una piedra de sacrificios, centro
de numerosas ceremonias sangrientas. Entre los mayas propia­
mente dichos, los sacrificios humanos parece que fueron bas­
tante raros; en cambio, eran muy frecuentes entre los extranje­
ros llegados de Méjico.
La «fuente sagrada»
Al norte del templo de Kukulcán se halla el Cenote o «fuente
sagrada», que desempeñaba asimismo un papel de primer orden
en las fiestas religiosas de los indios, en que ofrecían sacrificios
humanos al dios de la lluvia, uno de los principales de su pan­
teón. La agricultura era el principal medio de subsistencia de
los mayas, de modo que su bienestar dependía en gran parte
de las lluvias. Los arqueólogos han verificado hallazgos intere­
santes en esta fuente consagrada a la divinidad pluvial.
Los ritos del sacrificio en la fuente sagrada figuraban posi­
blemente entre los más dramáticos de las fiestas religiosas. Los
sacerdotes predicaban que, para una mujer joven, era una suerte
y una extraordinaria bendición ofrecerse al dios de la lluvia,
que, según creían, residía en un grandioso palacio bajo las
aguas de la fuente y, por tal razón, el más caro deseo de toda
joven maya era llegar a ser la prometida del dios pluvial.
Cuando el pueblo acudía a Chichén-Itzá para escoger a la
prometida de la divinidad, las jóvenes vivían angustiadas por
la espera y, una vez decidida la elección, la doncella designada
era conducida a la fuente en un espléndido palanquín; la lle­
vaban en primer término a un. templete próximo, la revestían
allí de los más ricos vestidos y recibía la bendición del gran
sacerdote. Entretanto, el pueblo en masa desfilaba ante la
fuente; la gente echaba en ella sus ofrendas cantando himnos.
Cuando la joven aparecía a la entrada del templo, se producía
un gran silencio; dos sacerdotes iban a ambas lados de la víc­
tima, las trompetas sonaban y llegaba de la ciudad el sordo
rumor de los tambores del sacrificio. Los dos sacerdotes se
apoderaban de la joven, la balanceaban de atrás adelante y
la arrojaban de súbito, con todas sus fuerzas, en el temeroso
remolino de la fuente. Las aguas se cerraban sobre ella y el
dios recibía a su prometida.
s. yi-xii
Cultura maya (S. X -XII)
La cultura maya ® 219
Una arqueología sorprendente
Una de las mayores «atracciones» de Chichén-Itzá se des­
cubrió por casualidad: se trata de una terraza sobre cuyos
muros aparecen miles de cráneos esculpidos en la piedra; exca­
vaciones hechas bajo la terraza han puesto al descubierto frag­
mentos de esqueletos humanos, lo que indica que aquel lugar
fue posiblemente teatro de crueles sacrificios. Tan extraordi­
nario como éste es el templo de los guerreros, bajo cuya en­
trada se conserva un vestíbulo de pilares cuadrados, en el que
aparecen representados en relieve guerreros mejicanos triun­
fantes y mayas vencidos en actitud de sumisión, esculturas que
han dado nombre al santuario. Muy cerca se halla también la
«plaza de las mil columnas» que fue con toda seguridad en
aquella época el centro comercial de la ciudad y de las regio­
nes circundantes.
Bajo ruinas se ha descubierto también el antiguo observa­
torio, situado en la cumbre de una alta terraza, donde efec­
tuaban los mayas sus observaciones astronómicas con asombro­
sa exactitud; el calendario calculado a base de las mismas
constituye una de las más admirables muestras de su extraor­
dinaria cultura. Según los especialistas, sobrepasa todo cuanto
otros pueblos de idéntico nivel cultural han conseguido en este
aspecto, y puede rivalizar con el calendario gregoriano de los
europeos. N os llevaría demasiado lejos el desarrollar aquí una
cronología extremadamente complicada y nos limitaremos a
recordar que los mayas elaboraron, en estrecha relación con
sus cálculos astronómicos y matemáticos, una escritura que les
permitió consignar lo que sabían acerca de su propia historia
y del movimiento de los cuerpos celestes. Crearon una verda­
dera literatura; desgraciadamente, los conquistadores ocasiona­
ron tantas destrucciones durante la ocupación del Yucatán que
sólo han llegado a nosotros algunos manuscritos mayas.
D e ahí las extraordinarias dificultades que ofrece la inter­
pretación de sus escritos. En la actualidad han logrado desci­
frarse muchas inscripciones jeroglíficas que adornan los tem­
plos y los monumentos mayas.
Los mayas fueron el único pueblo americano que ideó un
sistema de escritura propiamente dicho. Desde que, en 1961,
los matemáticos soviéticos consiguieron descifrar los jeroglíficos
de este pueblo enigmático, valiéndose para ello de máquinas
electrónicas, la comprensión de las inscripciones y de los textos
mayas puede decirse que ha entrado en un período de solución.
S. VI-XII
13
39
i
Los mayas poseían dos sistemas de numeración. Uno de ellos
consistía en una serie de rostros, a cada uno de los cuales se
asignaba un valor, desde O a 19. E l oteo se basaba en la com­
binación de dos elementos, el disco y la barra, con un valor
de 1 a 5, respectivamente, aparte de un símbolo especial para el
cero. Dichos valores no eran absolutos, como en la numeración
romana, sino que dependían de su posición relativa.
E l país de Bicú • 221
E L PERÚ A R C A IC O
Francisco Pizarro prepara su expedición
Acerca de la juventud de Pizarro se sabe poco; era hijo
de un gentilhombre español y de una mujer del pueblo, y su
educación fue bastante descuidada, era analfabeto y desde su
infancia hubo de proporcionarse por sí mismo el sustento; inclu­
so, según la tradición, era porquerizo cuando decidió escaparse
y marchar a América. D e todos modos, es muy probable que
párticipara, en 1513, en la célebre expedición de Balboa al
Pacífico.
Entre los seguidores de Balboa, fue Pizarro el que mayor
éxito alcanzó y ello debe atribuirse, en primer lugar, a su obs­
tinación y su audacia que no retrocedía ante nada. Con todo,
si la mayoría de los conquistadores fueron gente tosca, Pizarro
se manifestó el más humano de ellos.
En 1519 fue fundada la pequeña ciudad de Panamá y tres
años después llegaban allí unas naves enviadas por el gober­
nador español de Panamá a una expedición a lo largo del litoral
noroeste de la América del Sur. El comandante de la flotilla
presentó un informe de su estancia en el territorio de Bírú que
se había sometido a los españoles. Refirióse también a un reino
mayor y más rico, situado al sur de aquel país, donde un hábil
general podría recoger, con toda seguridad, un botín muy ten­
tador. A su parecer, los españoles debieran probar fortuna en
aquel territorio.
A los panameños les interesó aquel relato, y su gobernador
decidió enviar una nueva expedición al país de Birú .—nombre
del que procedería el de Perú—•; Francisco Pizarro recibió el
mando de la empresa.
Dos personajes deseosos de aventuras se habían unido a él
para explotar las posibilidades que con tanta generosidad ofre­
cía aquella época de grandes descubrimientos. Uno de ellos,
Diego de Almagro, era un valiente soldado, conocido por su
carácter amable y optimismo a toda prueba; el otro era un sacer­
dote, Hernando de Luque, que, muy respetado en Panamá por
su cultura y su prudencia, se había atraído la confianza del
gobernador.
Pizarro y Almagro iniciaron en 1524 su expedición hacia
el sur. Al principio, la suerte no les fue favorable, pues la tri­
pulación tuvo que enfrentarse con epidemias y combatir a los
Francisco Pizarro (¿1478-1541)
1513-1324
222 • La antigua América, un mundo enigmático
indígenas en diversos puntos de la costa y con grandes pér­
didas; sin embargo, los españoles lograron apoderarse de varios
objetos de oro, lo que elevó la moral de la tropa. De regreso a
Panamá, los jefes decidieron partir de nuevo en cuanto reunie­
ran ■suficientes provisiones y hubieran reclutado mayor número
de marineros.
Un dorado espejismo
El «triunvirato», sobrenombre irónico que en Panamá daban
a Pizarro, Almagro y Luque, equipó con dificultades y esfuer­
zos una nueva expedición. En 1526 pudo efectuarse la partida
y esta vez llegaron a una ciudad llamada Atacames, en la costa
de la actual república del Ecuador, lugar encantador, con agra­
dables viviendas y plantaciones en pleno desarrollo, cuyos in­
dígenas parecía que se desenvolvían con holgura. Sin duda, el
intentar la conquista podría resultar provechoso, pero llevarla
a cabo exigía mejor equipo. Acordaron que Pizarro permane­
ciera allí mientras que Almagro regresaría a Panamá a fin de
convencer al gobernador de que les proporcionase lo necesario.
Pizarro y una parte de la tripulación acamparon en la pequeña
isla del Gallo, frente a la costa.
Los barcos de Almagro desaparecieron en el horizonte y
su partida indicó a los españoles que se quedaron el comienzo
de' una prolongada espera que puso sus nervios en tensión.
Los víveres se agotaron y tuvieron ocasión de comprobar lo
difícil que era reponerlos; sus vestidos caían a jirones y era
imposible sustituirlos.
Por fin hizo su aparición una nave de Panamá, portadora
de un mensaje a Pizarro ordenándole que regresara. El con­
quistador pudo obtener un plazo de seis meses y se propuso ex­
plotarlo a fondo, y con la misma nave llegada de Panamá se
hizo a la vela hacia el sur hasta anclar ante la ciudad de
Tumbes, en el continente. Lo que encontró allí superaba con
mucho sus mayores esperanzas; los indígenas recibieron amis­
tosamente a los españoles quienes pudieron visitar una ciudad
de calles anchas y edificios espléndidos. Partían de allí hacia el
interior del país carreteras excelentes y, con legítimo orgullo,
los indígenas mostraban a sus huéspedes templos cuyos muros
desaparecían literalmente bajo el oro y la plata. Pizarro estaba
ya seguro de que sus esfuerzos no habían sido vanos e hizo
rumbo a Panamá, jurando regresar a aquel «Eldorado» y con­
quistarlo.
1526-1527
Prehistoria incaica • 223
E l pueblo de los incas
Cortés había penetrado hasta el corazón del imperio azte­
ca y Monte jo había descubierto los orígenes de la cultura maya,
pero el descubrimiento de Pizarro no era menos importante;
había llegado al imperio inca, cuya mayor ciudad en sus fron­
teras septentrionales era Tumbes, en el litoral sur del golfo de
Guayaquil.
En la cordillera de los Andes, a miles de metros sobre el
nivel del mar, se había desarrollado una civilización esplén­
dida y rica, que hoy atestiguan numerosos descubrimientos ar­
queológicos. Philip A. Means opina que en las costas del Perú
existía ya una cultura floreciente durante los cinco primeros
ñmibky'f' [ , A I ) ( ) K
El imperio incaico comprendía
más de cuarenta grados de me­
ridiano, de norte a sur; desde
el norte de la línea ecuatorial
hasta las cercanías de la actual
ciudad de Valdivia, en Chile,
en una amplia {aja costera que
abarcaba en el interior la me­
seta boliviana, donde se hallaba
su capital política y religiosa,
Cuzco. Diversas civilizaciones
sucesivas desarrollaron sus ac­
tividades y su cultura en aquel
extenso territorio, la última de
ellas cronológicamente la de los
incas, con la que se enfrentaron
los españoles llegados allí a me­
diados del siglo xvi.
LimnVm
'<( u z e o
OCXANO
fuipUo tJr t'ufiiiriji
yglQ
p a c if ic o
í
S. IY-V
224 • La antigua América , un mundo enigmático
siglos de nuestra era, es decir, aproximadamente en la época
en que la cultura maya vivía su edad de oro. Se caracterizaba
por una agricultura eficiente, excelente artesanía textil, cerá­
mica delicada y una escultura y arquitectura altamente desarro­
lladas. Lo mismo que en \a América Central, a esta edad de
oro siguió un prolongado período de decadencia, seguido a su
vez por un renacimiento. Aunque con la diferencia de que la
civilización maya volvió a decaer en el siglo XV, mientras que
la cultura india del Perú alcanzó su mayor desarrollo precisa­
mente a lo largo de este siglo.
Los incas no eran, pues, el único ni el primer pueblo civi­
lizado de aquella parte del mundo, sino los herederos de otras
civilizaciones que habían florecido muchos siglos antes.
El primer emperador inca que la historia ha podido señalar
gobernó con toda probabilidad a principios del siglo xn. Mucho
después, a principios del xvi, reinaba Huayna Capac,. soberano
poderoso y guerrero célebre, cuyo imperio alcanzó el período
de su mayor expansión, en un área equivalente a la de Fran­
cia y España unidas. A la muerte de Huayna Capac (1525),
sus dominios se repartieron entre sus hijos Huáscar y Atahualpa, quince años antes de que Pizarro penetrara en el país.
El imperio inca estaba constituido política y culturalmente
desde hacía bastante tiempo, y sus soberanos habían organi­
zado una administración centralizada en su célebre capital
Cuzco, el noroeste del lago Titicaca. La unidad fundamental
de todas las estructuras sociales que, a lo largo de los tiempos,
nacieron y se desarrollaron en los Andes era el «ayllu», es decir,
la tribu, el clan. En la cima de la pirámide social se encontra­
ba el soberano, el inca; inmediatamente después venían los
representantes de su autoridad, responsables de las unidades
administrativas mayores y menores; los principales de ellos eran
los gobernadores de las cuatro provincias del imperio que re­
sidían en Cuzco e integraban una especie de gran consejo.
Esta organización permitía al inca tener su imperio perfec^ tamente administrado. Una red de carreteras facilitaba la ins­
pección de las diversas zonas del país, y suscitó con justo título
la admiración de los españoles. Las carreteras imperiales fran­
queaban elevados desfiladeros y bordeaban precipios impre­
sionantes, y a menudo, túneles excavados en la montaña sal­
vaban los pasos difíciles; sobre ríos y valles se tendían puentes
colgantes inteligentemente construidos y a lo largo de las ca­
rreteras principales los viajeros podían descansar y reponerse
en albergues llamados tambos.
S. x n - x v i
Imperio incaico (S. XII-X V I)
La organización poiííicosocia! incaica • 225
Un antiguo socialismo de Estado
Un sentido plenamente estatal dominaba la vida social de
los incas. Todo ciudadano debía servir al Estado de una u otra
forma; por su parte, el gobierno debía velar por el bienestar
personal de cada uno de sus subordinados, obligación realmen­
te respetada por la sociedad inca, cuyas relaciones de propie­
dad agraria constituyen buena prueba de ello. Las tierras se
repartían en tres lotes en función de su categoría: el primero
estaba destinado al sol, es decir, al clero; el segundo, al sobe­
rano, el inca, y el tercer lote a los ayllus. En cada ayllu, la
tierra integraba un bien colectivo, ya que la propiedad indi­
vidual no existía. Cada año, el jefe del ayllu repartía entre
diversas familias el territorio que le estaba asignado y de este
modo se procuraba que a ningún ciudadano le faltaran los ví­
veres necesarios. En tiempo de paz, todo indio empadronado
estaba seguro de tener trabajo y de satisfacer su hambre. Si
caía enfermo o se hacía viejo, el Estado lo tomaba a su cargo 1
Tal comunidad de bienes, que tenía por objeto proporcionar
subsistencia a cada súbdito del imperio inca, no iba aparejada
a una estructura social democrática, por ser la sociedad inca
de carácter rotundamente aristocrático y dividida en varias
clases sociales, estrictamente separadas unas de otras.
La enseñanza estaba únicamente reservada a las familias
nobles. «Nadie puede mandar si no está instruido —se d e c ía pero es inútil instruir a quienes no tienen que hacer sino obe­
decer». Y, al frente cfel Estado, en majestuoso aislamiento, se
hallaba el jefe, el soberano, el inca sagrado. «Europa y Asia
han conocido muchos soberanos cuyo poderío fue inmenso
—dice el historiador americano Means.—;, pero ninguno de
ellos ha dispuesto de un poder tan absoluto como el de los
incas. Se les atribuía un carácter sagrado que los hacía supe­
riores a todos los demás seres humanos y por ello, nadie abso­
lutamente podía presentarse ante el inca sin haberse descal­
zado y haber cargado sobre su espalda un fardo simbólico».
Culto y ritos incaicos
El culto del sol era la religión del Estado y se practicaba
en templos esparcidos por todo el territorio. El más importante
se encuentra en Cuzco y era el edificio más sagrado de aquella
1 Ver Enigm as de la antigua Am érica, E d i c i o n e s DAIM ON,
Cultura incaica (S- XIII-XVI)
S. XIII-XVI
226 ® La antigua América, un mundo enigmático
sacra ciudad; templo rodeado de altos muros compuestos de
enormes bloques de piedra cuyo cuerpo principal ostentaba un
friso de oro a todo lo largo de su fachada y en cuyo interior,
muros y techos aparecían también decorados con el mismo
metal. En aquel santuario se exhibía un gran disco de oro en
forma de rostro humano rodeado de una corona de estrellas,
imagen del dios sol, y a una y otra parte, en una hilera de
tronos de oro, se conservaban las momias de los anteriores sobe­
ranos incas.
Una vez al año, la gran fiesta del sol atraía a Cuzco a los
más altos dignatarios del imperio y su ceremonia más impor­
tante era el sacrificio del llama negro. Se adelantaba un sacer­
dote, abría el costado del animal, extraía el corazón y los
pulmones y depositaba sobre el altar las visceras todavía pal­
pitantes. El fuego del altar debía ser encendido por el mismo
sol y para ello recogían sus rayos sobre un espejo de metal
pulimentado dirigiéndolos sobre un montón de lana seca que
se inflamaba poco después; fuego sagrado donde se consumía
el llama negro y otros animales ofrecidos a la divinidad, cuya
carne se repartía al pueblo que acudía en masa. Era la señal
de una prolongada serie de festejos cuyo aspecto más caracte­
rístico era el consumo de copiosas cantidades de bebidas ex­
citantes.
El ritual alcanzaba suma importancia en la vida de los incas,
y los sacerdotes encargados de él gozaban de gran influencia,
formando casta aparte, junto con la de los dignatarios laicos,
y al frente de la misma se hallaba el gran sacerdote del templo
del sol, en Cuzco, que era siempre hermano o tío del inca
reinante. A esta clerecía pertenecían igualmente las «vírgenes
del sol», que debían consagrarse por entero al servicio de la
divinidad solar, viviendo en una especie de conventos donde
hacían voto de castidad. Sus funciones consistían en tejer los
vestidos del inca y preparar las bebidas requeridas para las
fiestas regias.
Otra característica notable de la antigua cultura peruana
es su famosa «escritura de nudos». Los incas comunicaban
mensajes mediante cuerdecillas con nudos, los llamados quipus,
que consistían en una cuerda principal a la que ataban otras
cuerdecillas formando una especie de greca, con nudos que
expresaban distintos significados. Se han encontrado quipus
en muchas tumbas, y durante mucho tiempo se ignoró su con­
tenido, creyendo algunos arqueólogos que atesoraban una rica
literatura redactada en tal forma de escritura, mientras que
S. X I I I - X V I
Cultura gótica europea (S. XIII-XV)
La cultura incaica • 227
otros han supuesto que los nudos expresan números y servían
para llevar una especie de contabilidad.
E n diversas regiones del actual territorio peruano florecieron anti­
guas y sucesivas culturas que arrancan de épocas muy remotas, empe­
zando por la de Chavin (siglos x n i al v A . J . ) con sus estructuras de
edificación en piedra, cerámica ornam entada y agricultura próspera del
maíz y de la mandioca, empleando incluso el abono orgánico. O tra
época cultural inmediatamente posterior constituye una fase de experi­
mentación que dura ocho siglos, hasta el siglo v D . J . , llevándose a cabo
diversas construcciones subterráneas y ensayos de momificación de cuer­
pos humanos utilizando la arena del desierto. M uy notables también
fueron los períodos culturales casi simultáneos de M ochica (siglos V
al x i d . j . ) y N asca-Ica (siglos v al x v ) , situados al norte y sur, respec­
tivamente, de la actual Lima; el primero de ellos, con su cerámica de
figuración humana y zoomorfa, vías de comunicación y organización
política y social compleja de guerreros y técnicos; y el segundo, con su
arte simbólico y abstracto y una decoración suntuosa en el arte textil.
T odavía desconcertante para los arqueólogos es otra cultura, casi
contemporánea de las anteriores, la de Tihuanaco (siglos II al xiv),
asentada en la alta meseta junto al lago Titicaca, célebre por su culto
heliolátrico, desarrollo de la astrología y calendarios solares, y una or­
ganización social que evidencia cierto centralismo político; se conserva
de ella una arquitectura megalítica o de grandes piedras. O tra civiliza­
ción, la de Chimú, que abarca todo el siglo Xiv y primera mitad del xv,
floreció en la faja costera septentrional al sur de Tumbes, y acaso sus
vestigios ya fueron conocidos por los primeros conquistadores españo­
les que allí llegaron. La integraban diversas tribus que m antenían alian­
zas entre sí, se dedicaban a la agricultura y a la jardinería con sistemas
de riegos, a la elaboración de un arte textil a base de diseños estilizados,
fabricaban cerámica en moldes y trabajaban el oro.
E n cuanto a la civilización de los incas, cronológicamente la más
moderna, pasó por diversas fases, desde una primitiva agrupación social
en familias y clanes totémicos hasta la organización del patriarcalsocialismo del aylly, con su gobierno absoluto y centralizado en la
brillante corte de Cuzco. Además de su m aravillosa industria suntuaria,
se distinguieron los incas por sus sólidas fortificaciones y construcciones
planificadas en las que campea el urbanismo y la monumentalidad. Sus
calzadas y vias de comunicación fueron verdaderas obras maestras, y
se produjo aquí el curioso fenómeno de que aquellos pueblos que con
tanta perfección las realizaron ignoraban el uso de la rueda como ele­
mento fundamental del transporte.
Los incas tendieron una red de vías o pistas que partiendo Je
Cuzco discurrían en dirección a distintos puntos del imperio; de tre­
cho en trecho, erigían los tambos, albergues de ruta, en donde se gua­
recían los chasquis o correos del soberano.
S. XIII A.J.-XV D.J.
228 • La antigua América, un mundo enigmático
CONQUISTA DEL PERÚ
Kzqnro y la guerra civil incaica
Pizarro regresó a Panamá en 1528; deliberó con Almagro y
Luque, y los tres asociados decidieron que era preferible diri­
girse al emperador Carlos V en persona, y solicitar autorización
para emprender una campaña hacia el sur. En consecuencia,
Pizarro volvió a España y antes de hacerse a la mar prometió
solemnemente velar no sólo por sus propios intereses, sino tam­
bién por los de sus dos asociados y amigos.
Aquella estancia en la metrópoli constituyó un gran triunfo
para Pizarro, que obtuvo plenos poderes para llevar a buen
término la conquista del Perú; Almagro gobernaría en Tumbes,
y Luque sería obispo de esta ciudad, y de esta manera Pizarro
podría alejar de la empresa a sus dos amigos. Además, en
Europa recogió informaciones que le serían muy útiles en el
futuro. Entre otras personalidades, se entrevistó con Hernán
Cortés, que se hallaba en España a la sazón, y no cabe duda
de que el célebre conquistador puso a Pizarro al corriente de
sus contratiempos en Méjico y le enseñó la mejor manera de
comportarse con los indios.
En 1530, Pizarro abandonaba la madre patria y llegaba d
Panamá acompañado por cuatro de sus hermanos, uno de los
cuales, Hernando, desempeñaría importante papel en lo suce­
sivo. Almagro se enfureció al enterarse del modo cómo se había
beneficiado Pizarro en detrimento de sus dos amigos, y el
tercer miembro del «triunvirato», el sacerdote Luque, hubo de
interponerse entre ambos antagonistas, dejando la disputa apla­
zada por el momento.
Pizarro abandonó Panamá a principios de 1531, con 180
hombres y 37 caballos, reducida hueste con la que se proponía
conquistar un imperio de varios millones de habitantes, de sis­
tema político sólidamente organizado y cultura floreciente.
Transcurridos algunos meses muy penosos, llegó a Tumbes, la
ciudad inca que tan intensa impresión le causara con ocasión
de su primera visita, y allí recibió una noticia favorable. El
imperio inca se hallaba desgarrado por la guerra civil y los
dos hermanos, Atahualpa y Huáscar, que se repartieron el im­
perio a la muerte de su padre, se habían enfrentado el uno con­
tra el otro; Huáscar resultó vencido y hecho prisionero, y Ata­
hualpa había tomado su capital, Cuzco.
1528-1531
Pizarro en
el
Perú (1531)
El último Inca • 229
Inmediatamente Pizarro vislumbró el modo de aprovecharse
de aquella ocasión. Indiferente a los riesgos de la empresa,
decidió penetrar en el imperio inca y entrevistarse con Atahualpa, que se hallaba entonces (1532) en Cajamarca. El mismo día
de su llegada a esta ciudad, Pizarro enviaba a su hermano Her­
nando al inca, que residía en las afueras de la misma, rogán­
dole que se entrevistara lo antes posible con el conquistador.
Atahualpa en Cajamarca
Al día siguiente por la tarde, el inca hizo su aparición al
frente de una brillante escolta en la plaza del mercado, donde
se habían concentrado los españoles. A un sacerdote de la
expedición, Vicente de Valverde, le ordenó Pizarro que ex­
plicase a Atahualpa lo que habían ido a buscar a su imperio.
Atahualpa escuchaba con creciente impaciencia aquel pomposo
discurso que no acababa de comprender. Sólo entendió que los
españoles tenían la insolencia de pedirle que se sometiera a un
soberano extranjero. ¿Con qué derecho venían con tales exigen­
cias aquellos intrusos? El sacerdote le mostró la Biblia que
tenía en la mano, Atahualpa tomó el libro, lo hojeó un instante
y luego lo rechazó con desprecio.
N o toleró más el padre Vicente; se precipitó hacia Pizarro,
le refirió la escena e inmediatamente el conquistador desen­
vainó su espada, avanzó al frente de sus hombres y agitó una
tela blanca, señal de iniciar el ataque; un instante después, los
españoles disparaban un cañonazo y la caballería cargaba impe­
tuosa produciendo espantosa matanza. Locos de pánico, los in­
dios huyeron a la desbandada y su soberano fue apresado y
conducido al campamento español.
En su prisión, Atahualpa urdió nuevos planes; habiendo
observado la avidez de oro de los españoles, decidió benefi­
ciarse de aquella debilidad y a cambio de su libertad les pro­
metió colmar de oro puro el aposento en que estaba encerrado
hasta donde alcanzara su mano —la sala medía siete metros
de largo por cinco de ancho— y Pizarro aceptó la proposición,
Atahualpa envió inmediatamente correos a todos los rincones
del inmenso país con orden de traerle todo el oro que pudieran.
Un espectáculo extraordinario sucedió a aquella orden: de
todas partes llegaban indios aportando tesoros para pagar el
rescate de su amado jefe. Pizarro se declaró satisfecho y pa­
rece que firmó una declaración en tal sentido; entonces, Ata­
hualpa requirió al español a que cumpliera su palabra devol­
1532
230 ® La antigua América, un mundo enigmático
viéndole la libertad, pero Pizarro no tenía la menor intención
de hacerlo.
El inca fue llevado ante un tribunal acusado de haber de­
puesto y asesinado a su hermano, de conspirar contra los es­
pañoles y de haber adorado dioses falsos, y por tales delitos
era condenado a morir en la hoguera. Sin embargo, si aceptaba
la fe cristiana, el veredicto sería atenuado: en vez de quemarle,
le estrangularían.
El inca protestó de la sentencia y de la conducta de sus
enemigos y se negó a abrazar el cristianismo, pero una vez
en la hoguera le faltó valor y pidió el bautismo. Así se hizo;
luego, le pasaron un hilo metálico en torno al cuello mientras
los clérigos cristianos rezaban. Poco después, el inca dejaba
de existir; se había perpetrado uno de los crímenes más odiosos
que figuran en los anales de la cristiandad.
Asesinato de Pizarro
En 1535, Almagro partió para Chile, descontento de su si­
tuación, cansado de verse relegado siempre a segundo término
y tratando de encontrar su «Eldorado» particular. En cuanto a
Pizarro, se dirigió al litoral y fundó allí la ciudad de'Lima, luego
capital del Perú. Pero en 1537 reapareció Almagro y se apode­
raba de Cuzco. En lo sucesivo, serían las armas las que deci­
dirían quién gobernaría el país, él o Pizarro.
Siguió una situación confusa, en que los conquistadores se
destrozaron entre sí. Almagro fue hecho prisionero en 1538 y
Hernando Pizarro le hizo dar garrote. Entonces, sus familiares
y partidarios continuaron la lucha y, en 1541, le llegó el turno
a Francisco Pizarro, que residía a la sazón en Lima. Consi­
guieron introducirse en su casa algunos conspiradores y, aunque
el conquistador se defendió con denuedo y bravura, sucumbió
ante el número y cayó con el cuello atravesado; aún pudo
trazar con el dedo una cruz en el pavimento, con su propia
sangre, y entregó su alma.
Las aventuras de Pizarro y de sus compañeros culminan
la época de las conquistas en la historia de la colonización es­
pañola en América. Luego, fueron pacificados los territorios
recientemente descubiertos y se organizó el gobierno y la ad­
ministración. Se excavaron minas y afluyeron a Europa metales
preciosos en cantidad cada vez mayor; se establecieron plan­
taciones y se introdujeron en el Viejo Mundo nuevos productos
agrícolas, como el maíz, la patata, el cacao y el tabaco. Los con1532-1541
Conquista de Perú (1532-1535)
Los españoles en el río ,de la Plata • 231
quisíadores habían proporcionado a España tan inmensos re­
cursos que durante algún tiempo mantuvo su hegemonía como
potencia europea; pero los tesoros de América no proporciona­
ron la felicidad a los españoles como más tarde veremos.
OTROS DESCUBRIMIENTOS Y EXPLORACIONES
La carrera hacia el Sur
En el mismo año en que se iniciaba el siglo xvi, Alvarez
Cabral, navegante enviado a la India por el rey portugués Ma­
nuel el Afortunado, se desvio de la ruta africana .—según se
cree, intencionadamente.—■ y llegó al Brasil, donde fundó una
colonia que, con el tiempo, sería la base de la expansión por­
tuguesa en aquel inmenso territorio.
Todo ello constituyó motivo de alarma para los Reyes Ca­
tólicos. Años más tarde (1514), el rey Fernando de Aragón fir­
maba unas capitulaciones con Juan Díaz de Solís, natural de
Lebrija y piloto mayor de la Casa de Contratación de las Indias,
a fin de buscar un paso que condujera al mar del Sur, que aca­
bara de descubrir a la sazón Núñez de Balboa. La expedición,
compuesta de tres carabelas, salió de Sanlúcar de Barrameda
a primeros de octubre de 1515 y, después de avistar la costa
brasileña por el cabo de San Roque, siguió rumbo al sur y llegó
a unas aguas que, por ser espaciosas y no saladas, llamaron
mar Dulce o río de Solís (actual río de la Plata). Con una de
las carabelas costeó Solís la orilla septentrional del mismo y
arribó a una isla que llamó de Martín García, de donde pasó
a la costa próxima en un bote pequeño, acompañado de algu­
nos oficiales y marineros. Los indios guaraníes, habitantes de
aquellas comarcas, le prepararon una emboscada y Solís pereció
con todos sus compañeros, a excepción de un grumete; los
cadáveres de los infortunados exploradores fueron despedaza­
dos y devorados por los indígenas. Parte de la maltrecha ex­
pedición pudo regresar a España en 1516.
Una de las tres carabelas de la flotilla de Solís naufragó
en el mismo río y sus tripulantes pudieron incorporarse a una
tribu de guaraníes menos feroces, quienes les aseguraron que
en un país remoto, hacia poniente .—probablemente el actual
Potosí—, había una tierra abundantísima en oro y plata. Uno
de los náufragos, Alejo García, se propuso llegar a ella con
algunos compañeros y numerosos indios auxiliares; pasó por
1514-1516
232 • La antigua América, un mundo enigmático
tierras del Chaco y entró en el país de Charcas, próximo al
Perú, de donde regresó al territorio del actual Paraguay. Aquí
fue asesinado por los guaraníes, codiciosos de las riquezas que
había adquirido en esta expedición, memorable por ser la prime­
ra que llegaba a tierras peruanas partiendo del litoral atlántico.
liñ o s veinte años más tarde (1534), el emperador Carlos V
vconcedió al adelantado Pedro de Mendoza la conquista y pobla­
ción del íío*de la Plata. En 1536, dicho adelantado fundaba la
villa o p^Blado de Santa María del Buen Aire —llamada también
-Muestra^Señora de Buenos Aires— y enviaba a uno de sus hom­
ares, Juan de Ayolas, al río Paraná en busca de provisiones y
de comunicación por tierra con las regiones del Perú, así como de
noticias acerca de las supuestas riquezas del interior. Cumplida
su misión, Ayolas fue asesinado por los indígenas al regreso
de su viaje. Anteriormente, Ayolas había construido un fuerte
llamado de la Asunción —por haber sido fundado en dicha fes­
tividad, 15 de agosto de 1537—, origen de la posterior ciudad
de este nombre. Sin embargo, Mendoza y sus hombres, contra­
riados por las dificultades que ofrecía la colonización en el río
de la Plata, en territorios a la sazón tan inhóspitos, decidieron
abandonarlos y regresar a España.
La fundación definitiva de Buenos Aires se llevarlo a cabo
bastantes años más tarde, en junio de 1580, por Juan de Garay,
y precisamente gracias a los colonos que pudieron permanecer
en Asunción y conservar el fuerte allí fundado.
Entre el trópico y los desiertos
En 1513 zarpaba de la isla de Puerto Rico una expedición
naval mandada por su gobernador, Ponce de León, que tocó en
algunas islas del archipiélago de las Bahamas y llegó a una tierra
cubierta de exuberante vegetación; por ello, y por ser festividad
de Pascua, fue designada con el nombre de Florida. Ponce de
León no iba en busca de oro y riquezas, sino de una fabulosa
y legendaria «fuente de la eterna juventud», cuyas aguas decían
poseer la virtud de impedir o retrasar indefinidamente la anciani­
dad, y que, naturalmente, no halló por parte alguna. La actitud
hostil de los indígenas floridianos se hizo aún más ostensible
en una segunda expedición realizada en 1521, en la que Ponce
quedó gravemente herido; regresaron entonces los expediciona­
rios a Cuba y allí murió su jefe.
Pánfilo de Narváez, el mismo que intentó apresar a Hernán
Cortés en Méjico y que fue derrotado por él, decidió emprender
1534-1537
Fundación de Buenos Aires (1536-1580)
Abriendo ratas hacia el N orte
9
233
una expedición al litoral del golfo de Méjico. Partió de Sanlúcar en 1526, con cinco naves y trescientos hombres; muchos
de éstos se quedaron en la isla de Santo Domingo, pero Narváez
pudo reorganizar su equipo y llegar a la bahía de Tampa, situada
al oeste de la península de Florida y ya en el golfo mejicano.
Rechazado por los indios timucuanos, tuvo que reembarcar y
seguir costeando, pero los temporales hicieron naufragar sus
embarcaciones y Pánñlo de Narváez pereció miserablemente,
Uno de sus compañeros, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, logró
arribar, después de penosa travesía, a una isla de la costa de
Texas, donde el hambre hizo sucumbir a la mayoría de sus com­
pañeros, que llegaron a devorarse unos a otros. Cabeza de Vaca
pasó después a tierra continental y permaneció durante muchos
años 1 entre los indígenas, viviendo, como ellos, en plena mise­
ria. Pudo sobrevivir gracias a que éstos le consideraban «cha­
mán», curandero o brujo, y así siguió la ruta del oeste, orientán­
dose siempre por la puesta del sol, desde el golfo de Méjico
y a través de países desiertos hasta tierras del Pacífico (1536).
Al fin, por los valles de Sonora y Culiacán, pudo llegar a la
capital mejicana, de donde regresó a España.
Los relatos de Cabeza de Vaca, exaltados por la fantasía
de quienes creían que por aquellas comarcas podrían hallarse
abundantes riquezas, promovieron dos expediciones más, la de
fray Marcos de Niza y la de Vázquez Coronado, en busca
de unas fabulosas «siete ciudades», que no aparecieron por
ningún lado. Fray Marcos llegó por Arizona hasta la región
de los actuales pueblos zuñi, donde creyó ver la fantástica ciu­
dad de Cíbola. Por su parte, Vázquez Coronado llegó en 1540
al país que llamaban de Quivira (actual estado de Kansas); en
este viaje se descubrió por vez primera el Gran Cañón del río
Colorado. Esta expedición tiene suma importancia en la historia
de la geografía americana por la enorme extensión de territorio
que se descubrió en el suroeste de los actuales Estados Unidos.
Para completar aún más estps descubrimientos, casi al propio
tiempo que los anteriores (1539-1540) se emprendió otra expedi­
1 «Como proezas de resistencia física, las jornadas de estos olvidados héroes
puede afirmarse con toda seguridad que no tienen paralelo en la Historia. Fueron las
marchas más estupendas que ha podido realizar hombre alguno... Cabeza de Vaca
fue realmente el primer europeo que penetró en lo que era entonces el oscuro conti­
nente de Norteamérica, com o fue el primero que lo cruzó siglos antes que otro
cualquiera.»
«Sus nueve afíos do marcha, a pie, sin armas, desnudo, hambriento, entre fieras
y hombres más fieros todavía, sin otra escolta que tres camaradas, tan malhadados
como él, ofrecieron al mundo la primera visión de los actuales Estados U n id os... N o
había entonces un hombre blanco en América más al norte de la mitad de M éjico ni
se había internado ninguno en e s t e desierto continental;» ( C h a r l e s V. L u m n i s ) .
1526-1540
234 • La antigua América, un mundo enigmático
ción a través de los territorios al norte del golfo de Méjico,
dirigida por Hernando de Soto, quien desde la bahía de Tampa
recorrió los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina sep­
tentrional y meridional, Alabama y Arkansas, casi siempre hosti­
lizado por los indígenas. Quedó defraudado en sus esperanzas
de hallar países rebosantes de riquezas y pereció víctima de las
fiebres junto a uno de los afluentes del río Mississipí, que había
descubierto, y en cuyo cauce fue sepultado dentro del tronco
vacío de un árbol. Del mando de la expedición se hizo cargo el
oficial Luis de Moscoso, que descendió por el Mississipí en
bergantines improvisados por sus propios soldados, y después
de muchas penalidades lograron llegar a Nueva España.
Cabeza de V aca volvió a aparecer en la escena del N uevo M undo,
esta vez en tierras de la América meridional. Partió de E spaña en 1540,
nombrado gobernador y capital general de los territorios del Plata, y
tras muchas vicisitudes pudo llegar al fuerte de Asunción, en 1542. Se
granjeó la amistad de los indios guaraníes y con ellos emprendió algu­
nas expediciones; al año siguiente hubo de sofocar una insurrección
de sus propios soldados, quienes le acusaban de tener excesivas consi­
deraciones hacia los indígenas, y en 1544 fue privado del mando por
los colonos, que eligieron a un antiguo expedicionario, M artínez de
Irala, en su lugar. Cabeza de V aca, uno de los hombres que más territorios
recorriera ^ a pie, casi siempre.— de todas las épocas de la Historia,
descubridor de la cuenca del rio Iguazú —en la confluencia de las
actuales fronteras del Paraguay, Brasil y Argentina-— y el primero que
atravesó de parte a parte la América septentrional, desde el Atlántico
al Pacífico, fue al fin conducido a E spaña, en donde sufrió pena de
destierro. Irala fue nombrado definitivamente gobernador de los terri­
torios del río de la Plata en 1555, por Carlos V , precisamente en el
mismo año de la abdicación del emperador.
Tierra Firme y el país de los chibchas
En su tercer viaje (1498), Colón había llegado a la costa
de la actual república de Venezuela, descubriendo la isla de
Trinidad y la desembocadura del Orinoco y, en consecuencia,
el continente sudamericano. Al año siguiente, el cosmógrafo Juan
de la Cosa —autor del primer mapa del Nuevo Mundo—• y el
capitán Alonso de Ojeda costearon el mismo litoral. Ojeda fue
el primero en sugerir un nombre para dicho territorio, el de
Venezuela o «Venecia pequeña», sin duda por haber observado
la existencia de algunos poblados indígenas construidos sobre
plataformas sustentadas por estacas, casi a nivel de agua, es­
tructuras palafíticas que le daban una remota semejanza con
1539-1555
Breve concesión a los alemanes
9
235
aquella famosa ciudad italiana del Adriático. N o obstante, pre­
valeció durante mucho tiempo el nombre de Tierra Firme, asig­
nado a dicho país sudamericano.
El emperador Carlos V, que siempre anduvo acosado por
problemas financieros, otorgó en 1517 a los Welser, banqueros
alemanes de Augsburgo, de quienes tomara considerables can­
tidades a préstamo, una concesión para explotar y colonizar
una parte del territorio de la actual Venezuela. De 1529 a 1540,
los escasos agentes y colonos alemanes que se establecieron allí
-—entre ellos Jorge de Spira y Nicolás Federmann— sólo se
preocuparon de buscar las fabulosas riquezas de un imaginario
«Eldorado» y de oprimir a los indígenas, lo que motivó que el
emperador se viera obligado, en 1546, a retirarles la concesión
de que habían hecho tan mal uso.
Hacia 1500-1501, Rodrigo de Bastidas había recorrido las
costas del mar de las Antillas correspondientes a la actual Co­
lombia, desde el golfo de Maracaibo hasta el istmo de Panamá.
Con todo, la penetración de los conquistadores hacia tierras del
interior no se llevó a cabo hasta un cuarto de siglo más tarde, y
el más importante de ellos fue Jiménez de Quesada, que ex­
ploró la meseta de Cundinamarca y penetró en los territorios
entonces ocupados por las tribus chibchas y muiscas (1537),
conquistándolos y fundando Santa Fe de Bogotá. En el propio
valle de esta población se encontró al poco tiempo con Sebas­
tián de Benalcázar, otro explorador que desde Quito siguió
ruta hacia el norte, y también con el alemán Federmann, proce­
dente de tierras venezolanas (1539).
Los antiguos chibchas poseían una cultura que, sin llegar al nivel
de las civilizaciones azteca, m aya e incaica, ofrece también destacado
interés para el historiador. Conocían el oro, la plata, el cobre e incluso
el bronce; sin embargo, para sus armas y utensilios usaban común­
mente la piedra y raras veces el metal. E n las puertas de las casas
colgaban placas de oro que sonaban al menor movimiento, y los ca­
ciques, sacerdotes y nobles llevaban pequeños tubos de oro en la boca,
nariz y orejas. E n las zonas mineras donde se halla hoy enclavada
Antioquía han quedado tantos restos de su actividad que indican que
debieron de trabajar allí como mineros miles de personas.
La agricultura estaba en ellos muy adelantada, pues cultivaban
maíz, patatas, cazabe y quinoa, y se valían de canales para el riego
de las tierras. Los chibchas eran muy hábiles en el arte de tejer y
teñir las prendas de su uso, y al propio tiempo sabían construir muy
buenos objetos de alfarería que decoraban con pinturas, sobre las cuales
extendían una capa de barniz casi indestructible. También supieron
trazar vías o calzadas, muy bien construidas y empedradas, que ponían
1500-1539
236 • La antigua América, un mundo enigmático
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en comunicación unos poblados con otros; para cruzar los ríos, además,
tendieron puentes colgantes, como hacían los incas.
Los palacios de sus caciques o soberanos eran verdaderas fortalezas
cercadas de sólidas murallas y provistas de espaciosos patios y profu­
sión de aposentos, donde desplegaban un fausto similar, o poco menos,
al de los soberanos incas y aztecas. Cuando moría el monarca, su
cadáver, era embalsamado y encerrado luego en un ataúd de madera
de palma chapeado de oro; junto con él eran enterradas las armas e
insignias que usaron en vida e incluso sus propias mujeres favoritas.
Los templos consistían en edificios de piedra sostenidos por columnas;
en Tunja, todavía pueden contemplarse interesantes ruinas de la anti­
gua residencia del sumo sacerdote de la localidad, ocupando un espacio
de más de un kilómetro.
El gran rio de las Amazonas
Entre los muchos mitos que circulaban acerca de América,
uno de ellos afirmaba que allí se encontraba el «País de la Ca­
nela». En 1541, Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador dsl
S. XY-XVI
U n m ito que deja de serio • 237
Perú, a quien éste había nombrado gobernador de Quito, dis­
puso una expedición en busca de los fantásticos bosques donde
se producía especia tan codiciada, Pero la columna expedicio­
naria quedó maltrecha en su avance a través de los Andes y, al
llegar al río Coca, comprendieron lo dificultoso en proseguir
la empresa tan temeraria como la de buscar canela que no se
vislumbraba por parte alguna. Aun así, y gracias a un bergantín
que construyeron, lograron avanzar doscientas leguas más hacia
levante; fue entonces cuando los indígenas les revelaron la exis­
tencia de un gran río que seguía la misma dirección que ellos, a
unas quince jornadas de distancia. Pizarro ordenó a Orellana,
uno de sus capitanes, que explorara aquella vía fluvial.
E l historiador C ieza de L eón dice que las d eclaraciones de los
indios se referían a un río «m uy grande e poderoso, e que por él abajo
1541
238 • L a antigua A m érica, un m undo enigm ático
había grandes poblaciones e caciques m uy ricos, e tanto bastim ento
que aunque fueran mil esp añ oles hallaran para todos abasto... M andó
al capitán general F ran cisco de O rellana que con setenta hombres
fuese a v er si era cierto aquello que los indios habían dicho, y que
v o lv ie se con el barco lleno de bastim entos, pues veía n en la gran n ece­
sidad en que quedaban de com ida...».
En diciembre de 1541 partió Orellana con el bergantín y
halló una corriente tan rápida que en sólo tres días llegó a la
confluencia del Coca con el Ñapo, donde comprendió que era
imposible regresar. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro tuvo por
muertos a Orellana y a sus compañeros y regresó a Quito, sin
esperarles más. La expedición de Orellana siguió el curso del
Ñapo a lo largo de centenares de kilómetros, y al cabo de mes y
medio, en febrero de 1542, llegaban a la confluencia con el Ama­
zonas, que les pareció impresionante: «El río era tan ancho de
banda a banda, de ahí adelante, que parecía que caminábamos
por anchísimo mar engolfados», dice el padre Carvajal, cronista
del viaje. Una vez allí, decidieron construir otro bergantín de
mayor capacidad y proseguir la ruta para buscar salida a su si­
tuación y llegar a un final para ellos completamente imprevisible,
. Los sufrim ientos de los expedicionarios fueron inenarrables. T od o
se confabulaba contra ellos, el calor sofocan te aunado a la hum edad, los
insectos, las fiebres, el hambre, las fieras y los indígenas de las orillas,
que les im pedían desem barcar para aprovisionarse y descansar; en par­
ticular, los terribles m achiparos y los caribes, que les arrojaban flechas
em ponzoñadas y diezm aban a los españoles. Incluso les atacaron mu­
jeres en la aldea de C on iap ayara, con tanta ferocidad y ardor com bativo
que O rellana dio al gran río el nom bre «de las am azonas», que aún
conserva. E l citado padre C arvajal describe la espantosa agon ía y muerte
de uno de los exp edicionarios herido por un dardo envenenado: «Fue
cosa de mucha lástim a verle, porque se le puso el pie en que fue herido
m uy negro, e fue subiendo la ponzoña por la pierna arriba, com o cosa
v iv a sin se poder ataxar, aunque le dieron m uchos cauterios de fuego,
con lo que se vid o que la flecha traía yerba pongoñossíssim a e com o
subió al corazón, murió estando en m ucha pena hasta el tercero día que
dio el ánima a D io s que lo crió».
Por fin llegaron al Atlántico en pleno verano de 1542, pero
ello no alivió sus penalidades, ya que la travesía marítima hasta
tierras pobladas por españoles ofrecía aún mayores dificultades;
durante casi un mes comieron sólo caracoles, cangrejos y raíces
vegetales, hicieron cuerdas con hierbas, convirtieron en velas
sus propias mantas y el 26 de agosto, sin instrumentos náuticos,
1541-1542
Descubrimiento del Amazonas (1541-1542)
Primera travesía de íos Andes • 239
sin pilotos y sin anclas siquiera, se aventuraron a bordear el
litoral brasileño y de las actuales Guayanas, «la costa más peli­
grosa é más brava que hay en todo este mar Océano». Perma­
necieron embarrancados una semana en la peor situación y
desesperando de salvarse, «engolfado el bergantín grande en un
rincón infernal siete días con sus noches, trabaxando los com­
pañeros con los remos por salir por donde habíamos entrado»,
hasta que pudieron quedar libres y seguir ruta; por fin logró
desembarcar Orellana a mediados de septiembre de 1542 en la
isla de Cubagua, en el litoral de Tierra Firme (Venezuela).
Regresado a España, el emperador Carlos V le otorgó el go­
bierno de los territorios por él descubiertos. Orellana emprendió
otra expedición en 1544, pero al llegar a la barra arenosa del
gran río sucumbió a las fiebres malignas y la empresa fracasó.
Aranco Indómito
Como queda indicado anteriormente, Almagro, compañero
de Pizarro en la conquista del imperio inca, partió de Cuzco
en 1535 en dirección al actual Chile. Al frente de medio mi­
llar de españoles y siguiendo una antigua ruta incaica, bordeó
el lago Titicaca y llegó hasta las comarcas septentrionales de la
actual República Argentina; atravesó luego la cordillera andina,
a más de cuatro mil metros de altitud, entre penalidades y fati­
gas increíbles, con el aire enrarecido de la «puna» o páramos
altos, los ataques de los indios calchaquíes y un hambre espan­
tosa. El frío era tan intenso que a muchos se les caían las uñas
y, al descalzarse, se les quedaban los dedos de los pies arranca­
dos y pegados a las botas. Al fin, pudo llegar al valle de Copiapó,
en la costa chilena del Pacífico. Decidió regresar al Perú y dispu­
tarle a Pizarro el más asequible y rico botín del antiguo imperio
de los incas. Aun así, a la vuelta tuvo que sufrir otra odisea a
través del desierto de Atacama, que hubieron de cruzar en pe­
queños grupos distanciados, llevando odres consigo y alumbrando
la escasísima agua que podían hallar, a fin de que pudieran se­
guirles los compañeros que venían detrás. En 1537 llegaron a
Cuzco los supervivientes: de la expedición, Almagro entre ellos.
Aquel lejano sur parecía un país indómito. Otro conquista­
dor, Pedro de Valdivia, intentaría de nuevo la empresa. Nacido
hacia 1500 en la población extremeña de Villanueva de la Sere­
na, se distinguió por su valor militar en Flandes y en la batalla
de Pavía (1525); llegó en 1535 a Tierra Firme (Venezuela),
y de allí se dirigió al Perú. Se granjeó la amistad de Francisco
1535-1544
240 • L a antigua A m érica, un m undo enigm ático
Pizarro, y después de ayudarle a vencer a su rival Almagro
solicitó del conquistador del imperio inca la autorización de
conquistar a su vez el territorio chileno. Salió de Cuzco en enero
de 1540, con centenar y medio de españoles y un millar de car­
gadores indios para llevar la impedimenta, provisiones, animales
domésticos, herramientas y semillas de todas clases; atravesó
el desierto de Atacama de norte a sur y llegó a Copiapó. Como a
las dificultades de una naturaleza hostil se añadieron las rebel­
días de sus subordinados, hubo de imponer una férrea disciplina
a sus tropas. Su gran marcha hacia el Sur no había terminado aún.
El 12 de febrero de 1541 fundaba la ciudad de Santiago del
Nuevo Extremo y dio a todo el territorio el nombre de Nueva
Extremadura; constituyó el Cabildo o Ayuntamiento de la recién
fundada capital y, en calidad de gobernador y capitán general
del país, empezó una serie de fundaciones que se convirtieron
con el tiempo en florecientes ciudades, entre ellas La Serena
(1544), Concepción (1550), La Imperial (1551) y Valdivia (1552).
Su actividad era inmensa y atendía a los menores detalles, como
confiesa él mismo: «Geométrico en trazar y poblar, alarife en
hacer acequias y separar aguas, labrador y gañán de las semente­
ras, rabadán y mayoral en hacer criar ganados y, en fin, po­
blador, criador, conquistador y descubridor».
A la organización interna se añadían sus preocupaciones
exteriores, a las que debía también acudir y atender. D e 1547
a 1548 hubo de abandonar momentáneamente el territorio chi­
leno y pasar al Perú, donde derrotó a Gonzalo Pizarro> que se
había sublevado con un grupo de partidarios. Y luego, hacex
frente a los indomables indígenas araucanos, que vivían en la
cuenca del río Bío-Bío y hostilizaban las comarcas entre Con­
cepción y Valdivia. En 1553, cuando el infatigable conquistador
creía asegurada la tranquilidad de la colonia, estalló una terrible
sublevación de araucanos que se levantaron en masa y atacaron
los fortines españoles, dirigidos por un bravo guerrero indígena
Caupolicán. Acudió Valdivia en socorro de las fortalezas ame­
nazadas con una reducida columna de cuarenta jinetes; cayeron
sobre él millares de indios y trató con denuedo de defenderse,
pero dirigía esta vez a los araucanos el joven Lautaro, antiguo
servidor de Valdivia, que se fingió cristiano, se dedicó al espio­
naje y se pasó después al bando indígena: conocedor de la táctica
militar castellana, desarrollo un estudiado y habilísimo plan de
ataque y derrotó a los españoles. Hecho prisionero Valdivia, fue
sometido a espantosas torturas antes de morir; los araucanos le
cortaron los brazos y se los comieron en su presencia.
1535-1552
Pedro de Valdivia (1500-1554)
La lucha por Arauco @ 241
Lautaro fue derrotado más tarde (1557) por los españoles
y, vencido y muerto también Caupolicán, el Arauco fue some­
tido por los españoles. Los episodios de esta guerra hallaron
un cantor singular en un poeta español, Alonso de Ercilla, autor
del poema La Araucana, el cual participó también en la explo­
ración y conquista de Chile.
Organización de los Imperios portugués y español
Portugal, país reducido y poco poblado, hubo de limitarse a
establecer factorías fortificadas en las costas de África y Asia.
En América, los portugueses ocuparon el Brasil.
Los españoles, en cambio, penetraron profundamente en los
países de que se habían apoderado sus conquistadores. El vasto
imperio americano fue organizado sistemáticamente por un Con­
sejo de Indias, que tenía su sede en España y del que dependían
los dos virreinatos, el de Méjico y el de Lima. Las instruccio­
nes de gobierno se acomodaban a las primitivas ordenanzas de
los Reyes Católicos, que exigían que los indios fueran tratados
como hombres libres.
Pero en las colonias, a las que afluían en masa, los emigran­
tes (eran ya 150 000 a finales del siglo xvi), no siempre se cum­
plían las sensatas Leyes de Indias, ya que los indígenas no sólo
debían pagar un tributo, sino que se les hizo trabajar en las
minas, los ingenios de azúcar y las plantaciones. La Iglesia reac­
cionó mediante sus .misioneros, en particular el dominico Las
Casas *, que describe —aunque con exageración notoria—' en su
1 Fray Bartolomé de Las Casas nació en Sevilla, en 1474, el mismo año en que
iniciaban su reinado los Reyes Católicos. ¡Estudió Leyes en Salamanca, y llevó a cabo
su primer viaje a América en 1502, donde ocho años más tarde se ordenó sacerdote.
En 1511 se lo llevó a Cuba el gobernador de aquella isla, 'Diego Velázquez, y pronto
empezó su campafía en favor de los indígenas americanos. En 1515, decidió exponer
su protesta ante el rey Fernando el Católico, quien le concedió audiencia en Sevilla,
y, fallecido éste, ante Cisneros y Adriano de Utrecht, en Madrid (1516). Obsesionado
por su ardor en defensa de los indios, propuso en unos M em oriales que se contratara
mano de obra de negros africanos para trabajar en América, iniciativa que fue adop­
tada en siglos sucesivos. Regresó a América y mantuvo una campaña de ásperas con­
troversias a las gue le arrastró su celo y apasionamiento. Ingresado en la Drden de
loa dominicos en 1522, emprendió la redacción de una H istoria general de las Indias,
terminada muchos años más tarde (1561), alternando su obra literaria con vehementes
polémicas, trabajos apostólicos, denuncias y procesos. 'En 1540, escribía su D estruc­
ción de las Indias, famosa obra que tanto escándalo provocó por sus hiperbólicas
acusaciones, y en aquella misma época colaboraba en la redacción de las Nuevas
Leyes de Indias. ¡En 1544, al volver de nuevo a América, halló fuerte animosidad en
contra, por su decidido empeño en combatir el tráfico de indígenas, y al año si­
guiente llegó a negarles los sacramentos a quienes no renunciasen al mismo. ¡Durante
varios afíos sufrió persecuciones e incluso atentados contra su persona, hasta que
en 1547 embarcó en Veracruz para regresar definitivamente a España; en 1550 se
retiró al convento de San Gregorio de Valladolid y se dedicó a la publicación de sus
obras hasta su muerte, afíos después (1566).
S. XVI
242 • La antigua América, un mundo enigmático
Brevísima relación de la destrucción de las Indias los abusos
del trabajo forzado.
«Y la cura o cuidado que de ellos tuvieron fue enviar los hombres
a las minas á sacar oro, que es trabajo intolerable; y las mujeres po­
nían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar
la tierra, trabajo para hombres m uy fuertes y recios. N o daban á los
unos ni á las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían subs­
tancia, secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así
murieron en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados, que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos la generación,
murieron ellos en las minas de trabajos y hambre y ellas en las es­
tancias o granjas de lo mismo; y así se acabaron tantas y tales multitu­
des de gentes de aquella isla, y así se pudiera haber acabado todas
las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arro ­
bas, y los llevaban ciento y doscientas leguas, y los mismos cristianos
se hacían llevar en hamacas, que son como redes, á cuestas de los in­
dios, porque siempre usaron de ellos como de bestias para cargas.
Tenían m ataduras en los hombros y espaldas de las cargas, como muy
matadas bestias. Decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñaladas,
maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les
daban, en verdad, que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir,
y que fuese para espantar los hombres.»
O tro dominico, Antonio de M ontesinos, también se excedió acu­
sando a sus compatriotas desde el pulpito:
«Para daros a conocer vuestros pecados con respecto a los indios
he subido a este pulpito. Estáis en pecado mortal a causa de vuestra
crueldad hacia una raza inocente... ¿Con qué derecho iniciasteis una
guerra atroz contra estas gentes que vivían pacíficamente en su país?
¿Por qué los agotáis tle ese modo, sin alimentarlos lo suficiente, sin
preocuparos de su salud?»
Conmovido por esta situación, Carlos V promulgó nuevas
leyes: «que ningún indio sea reducido a la esclavitud... que
nadie emplee a un indio contra su voluntad...» A menudo, estas
leyes fueron burladas, y cuando faltó mano de obra en las po­
blaciones, los colonos de América la sustituyeron por esclavos
negros importados de África, dando origen a la odiosa «trata
de negros», de la que tanto se aprovecharon luego los colonos
de raza anglosajona. Todo historiador imparcial reconocerá que
el comportamiento de los españoles hacia los indígenas no tiene
punto de comparación con la destrucción sistemática de éstos,
hasta su total extinción en la América del Norte, obra de otras
colonizaciones. Incluso en la actualidad, millones de seres hu­
manos integrados en las repúblicas hispanoamericanas son ex­
plotados sin escrúpulos^
8. XVI
EU Ü O ÍP& . O C C I D E N T A L
A ÍPIR IM C S PIO S HUKIL SUGJL# X V I .
EL CÉSAR CARLOS
Carlos I de España
Carlos de Habsburgo, hijo de Felipe el Hermoso y Juana de
Castilla, nació el 24 de febrero de 1500 en Gante. Heredero
por parte de las cuatro ramas de su ascendencia, abuelos pa­
ternos y maternos, de innumerables estados; Castilla y Aragón,
Sicilia y Nápoles, Flandes y países americanos recién descu­
biertos, parecía predispuesto a ser el «César» de Europa. Y este
fue precisamente el nombre que ya le adjudicaron los miembros
del Consejo de Castilla cuando falleció Fernando el Católico
y se refirieron al nuevo soberano, en 1516: «en cuanto a rey,
no tenemos otro que el César». Los ideales cesaristas y hegemónicos propios del Renacimiento parecía que se plasmaban
en él, como posible heredero del trono imperial de Alemania,
con una grandeza verdaderamente romana, a lo clásico antiguo.
Recibió la corona de España en tiempo prematuro, tres años
antes de su mayoría de edad, a causa de las circunstancias di­
fíciles por que atravesaba la regencia de Cisneros, acosado por
la indisciplina de algunos nobles castellanos y, sobre todo, de­
bido a la mala administración y depredaciones de los flamencos
que integraban la corte de Carlos, todavía en Flandes. Había
éste enviado a España a su preceptor Adriano de Utrecht •—luego
papa con el nombre de Adriano V I— quien poco relieve polí­
tico alcanzó en su calidad de corregente de Cisneros; por otra
parte, Guillermo de Croy, señor de Xievres, privado de Carlos,
contribuyó también al desorden económico de Castilla con sus
medidas financieras que tanto beneficiaran, en cambio, su for­
tuna personal. Decidió Carlos dirigirse. a España, llamado rei­
teradamente por el cardenal regente y desembarcó el 19 de sepCarlos V (1500-1558)
1500-1516
244 • Europa occidental a principios del . siglo X V I
tiembre de 1517 en Villaviciosa (Asturias); Acudió Cisneros a
su encuentro, pero falleció en Roa (Burgos), el 8 de noviembre
del mismo año, antes de que pudiera efectuarse su entrevista
con el joven soberano.
Durante el tiempo transcurrido —un año y nueve meses—
entre su llegada a España y su elección imperial en Francfort,
recorrió Carlos diversas comarcas españolas. En las Cortes de
Valladolid (febrero de 1518) juró las leyes de Castilla, después
de muchas discusiones; en mayo del mismo año, idéntica cere­
monia en Zaragoza; atravesó bastantes dificultades, pidió sub­
sidios y las Cortes se resistieron a votarlos;, y en febrero de
1519 juró también las leyes del principado en Barcelona. Carlos
nunca tuvo capitalidad fija en la Península y vivió en una
corte nómada; se sentía incómodo en los castillos de su abuela
Isabel la Católica, y se hospedó tanto en alcázares reales como
en tiendas de campaña —los suntuosos campamentos de los
tiempos renacentistas—, o en ciudades de prestigio histórico:
la imperial Toledo o la islamizada Granada, heredera de los
fastos de Córdoba. En todas partes anduvo pensando siempre
en las posibilidades que le ofrecía el Imperio alemán, al que
aspiraba.
Sus reinos españoles fueron a la vez trampolín y obstáculo
para su elección imperial. Por una parte, era dueño de un po­
deroso estado, la España unida y prolongada, con posesiones
en Italia, en Flandes y allende el mar Océano, donde podía
hallar vigor y firmeza para sus proyectos. En las Cortes cele­
bradas en La Coruña (1520) óntes de partir hacia Alemania,
se pronunciaron discursos en que aparecen frases reveladoras
a tal efecto: «ahora vino el Imperio a buscar el emperador a
España, y nuestro rey de España es hecho, por la gracia de
Dios, rey de romanos y emperador del mundo»; y también:
«este reino (España) es el fundamento, el amparo y la fuerza
de todos los otros». Sin embargo, el hecho de ser Carlos un
monarca tan poderoso .—al margen del Imperio— le colocaba
en igualdad de condiciones con otros pretendientes a la corona
germánica, como Francisco I de Francia o Enrique VIII de
Inglaterra, que también podían ser elegidos soberanos imperia­
les. En el momento de la trascendental elección de Francfort,
el monarca español se hallaba en una encrucijada de contra­
dicciones.
Menéndez Pidal se refiere precisamente a este problema, sinteti­
zando la problemática política del nuevo emperador de Europa:
15X7-1520
'Carlos V, emperador (1519)
C ar los 1 de España y V de Alemania • 245
«Con el impedimento de su educación borgofiona viene Carlos a
España, y a poco, a fuerza de manejos políticos y de libramientos bancarios, se encuentra elegido, efectivamente, emperador. No puede ima­
ginarse situación más confusa que la suya. Un rey de España que sube
al trono sin poder hablar el español. Un emperador que se dice señor de
todo el mundo y no es obedecido siquiera en toda Alemania; que lleva
por título rey de romanos y es elegido únicamente por alemanes; que
no es cabal emperador si no es coronado por el papa, y que no manda en
las tierras del papa. Todo el reinado de Carlos fue un continuado
esfuerzo por eliminar estas contradicciones; por compenetrarse con la
nación española, a la que tan ajeno se había educado; por hacer que
aquella jefatura honoraria sobre los señores alemanes a que el imperio
venía reducido, se convirtiera en jefatura efectiva sobre la cristiandad
entera; por armonizar, en fin, su política y la del papa dentro de los
intereses universales...»
La elección imperial de 1519
El viejo emperador Maximiliano había muerto, y los prínci­
pes electores debían reunirse en Francfort del Main para elegir
sucesor. Durante su gobierno, el difunto emperador consideró
como su máxima ambición el incrementar el poderío de la casa
de Habsburgo, y en sus últimos años no ahorró esfuerzo para
tener la seguridad de que, a su muerte, la corona imperial per­
manecería en su familia y que su nieto, el archiduque Carlos,
le sucediera en el trono. Pero Carlos tenía poderosos rivales,
en particular Francisco I, rey de Francia cuyas posibilidades
eran muy dignas de tener en cuenta, y el rey de Inglaterra,
Enrique VIII. Ambos eran también jóvenes —Francisco, con
veinticinco años de edad y Enrique con veintiocho años— y
de mayor experiencia. Tampoco debía desdeñarse la probabi­
lidad de que fuera elegido un soberano alemán entre el círculo
de príncipes electores.
Europa esperaba la elección imperial con creciente ansiedad.
Acudían a Francfort los más sagaces diplomáticos a fin de faci­
litar el logro de los intereses de sus respectivos soberanos, ayu­
dados por sumas fabulosas. Los príncipes electores aceptaban
sin escrúpulos las gratificaciones de unos y de otros candidatos
y el pueblo alemán veíase abrumado por una propaganda elec­
toral increíble para la época. En primer término de la liza, los
partidarios de los Habsburgo explotaban con mucha habilidad
el sentimiento patriótico dominante a la sazón en Alemania.
La fortuna y el dinero de sus banqueros favoreció a Carlos.
El 28 de junio de 1519, los príncipes electores, revestidos de
los suntuosos y simbólicos atributos de su dignidad, penetraban
1519
246 • Europa occidental a principios del siglo X V I
en solemne procesión en la catedral de Francfort, y elegían por
unanimidad al archiduque Carlos de Habsburgo, rey de Espa­
ña, como sucesor de Maximiliano. Cierto es que Carlos había
dedicado ingentes sumas para lograr su elección contrayendo
con ello deudas enormes, que dejaron su situación financiera y
la de España muy maltrechas.
Margarita de Austria, una estadista
La propaganda electoral de los Habsburgo había proclamado
por doquier que Carlos era alemán por los cuatro costados y
ello no era exacto. Su padre, Felipe el Hermoso, de Austria, ha­
bía heredado la Borgoña de su madre María, hija de Carlos el
Temerario, y su educación fue más borgoñona que alemana.
Juana, la madre de Carlos V, era española e hija de los Reyes
Católicos, y el propio Carlos jamás logró hablar un alemán co­
rrecto. Nacido en 1500 en Gante, se educó en el ambiente
cultural de la corte de Borgoña y el idioma que comúnmente
oyó hablar y que prefirió siempre fue el flamenco; en realidad,
Carlos V no tenía patria concreta, y apenas lengua materna.
Tenía seis años al morir su padre, y Juana, que a la muerte
de Fernando el Católico (1516) le había sucedido en el trono
de Castilla, quedó sumida en una histeria lindante con la de­
mencia y por ello la Historia la designa con el nombre de Juana
la Loca. N o pudo velar por la educación de su hijo, que fue
confiada a Margarita de Austria, hermana de Felipe el Hermo­
so, una de las más notables mujeres estadistas del siglo xvi.
«Fortune, inforfcune, fortune...» .—Fortuna, infortunio, fortu­
na...—, toda la existencia de Margarita de Austria aparece sim­
bolizada en esta escéptica divisa. Como la mayoría de las prin­
cesas de su época, en cuanto nació, la hija de María de Borgoña
había desempeñado su papel en el ajedrez de la diplomacia
europea, como peón de importancia, y hubo de. evolucionar
durante algún tiempo sobre casillas negras, cada vez más som­
brías; Apenas contaba tres años, su padre la prometió al ambi­
cioso Luis XI, como futura esposa de Carlos, delfín de Francia,
para ratificar la paz de Arras:
Para conseguir la paz, os hablan plantado
en el floreciente, dulce jardín de Francia...
Diez años más tarde regresó a los Países Bajos, muy joven
todavía, humillada y doncella. Su marido la había repudiado,
1500
Princesa y estadista ® 247
prefiriendo en lugar suyo a la duquesa Ana de Bretaña con su
opulenta herencia. La casa de Austria no se conmovió ante
la afrenta, y en 1495 negoció el matrimonio de Margarita con
don Juan de Castilla, hijo de los Reyes Católicos, quien no
defraudó las esperanzas de la joven esposa, y la amó con tan
excesiva y ardorosa pasión que le costó la vida... Don Juan mu­
rió en Salamanca el 4 de octubre de 1497.
Viuda a los veinte años, dotada de espléndida belleza y rica
gracias a sus rentas de infanta española, Margarita de Austria
seguía siendo una baza codiciada en la política europea. Maxi­
miliano no vaciló mucho y el 26 de septiembre de 1501 concedió
la mano de su hija al duque Filiberto de Saboya, cuyos estados
dominaban los pasos principales entre Francia e Italia; por des­
gracia, el tercer matrimonio fue tan desdichado como los dos
anteriores y el 10 de septiembre de 1504, el apuesto Filiberto
fallecía prematuramente de una pulmonía.
Carlos V de Habsburgo
Margarita vivía retirada en la pequeña población de Bourgen-Bresse, por entero dedicada a la erección del mausoleo
consagrado a la memoria de su marido, cuando su- padre le
confió el gobierno de los Países Bajos; lo mismo que el empera­
dor Maximiliano, actuó con energía por la gloria de la casa de
Habsburgo y se consagró a la educación de su sobrino con
cuidado, paciencia y ternura. A pesar de ello, Carlos no parecía
agradecerle sus desvelos y sus maestros se esforzaban en su
tarea sin conseguir más que resultados bastante mediocres. Los
Habsburgo no concebían grandes esperanzas de aquel mal alum­
no, y quizá Margarita fue la única que conservó su optimismo.
Algunos diplomáticos extranjeros acreditados en la corte de los
Países Bajos comunicaron a sus soberanos que había poco que
esperar de Carlos, y, probablemente, nada que temer. El emba­
jador veneciano Pasquagligo criticaba despiadado que el mu­
chacho tenía siempre la boca abierta y la mandíbula inferior
caída, y que «sus ojos saltones parecían fijos y ausentes».
N o obstante, uno de los hombres de confianza de M argarita de
Austria, el señor De la Roche, supo caracterizar con mayor perspicacia
al futuro emperador:
«Nadie hay tan importante ni tan sabio en su reino que le haga
cambiar de opinión si él considera que no existe razón para ello. He
conocido varios príncipes de diversas edades, pero jamás conocí nin­
guno a quien costara más esfuerzo escuchar opiniones ajenas y que
1495-1504
248 9 Europa occidental a principios del siglo X V I
dispusiera de lo suyo de modo más absoluto que él. E s tesorero de
su propio erario y administrador de sus campañas. Los cargos, oficios
y obispados los distribuye como Dios le da a entender, sin atender a
ruegos de nadie.»
De todos modos, los soberanos seguían con atención la evolución
de aquel adolescente de ojos color gris de acero que gobernaría un
día un inmenso reino. De su padre y de su abuelo austríaco heredaría los
Países Bajos y Austria; de su abuelo materno y de su madre, recibiría
Castilla, Aragón, Sicilia y Nápoles y las ricas colonias españolas
de América.
Debían tomarse en consideración también ciertos factores
políticos. Carlos reuniría un día bajo su cetro una serie de
países que aislaban por completo a Francia y que anhelaban
que sucumbiera desde tiempo atrás. «Carlos era por sí solo
toda una coalición», y ello explica la especial importancia de la
elección imperial de 1519 y los esfuerzos de Francisco I en ha­
cer triunfar su propia candidatura. Al pasar la corona imperial
a manos de Carlos, Francia quedó en situación bastante peli­
grosa. Por su parte, Carlos aceptó el enorme poder que recaía
sobre él, prometiendo usar del mismo con serenidad y prudencia.
Durante la campaña electoral en pro de la consecución del
imperio, escribió a su tía Margarita una interesante cairta en la
que trasluce su sentido del poder político y de sus responsabili­
dades. Nada podría hacerle retirar su candidatura, decía el
joven archiduque, pues la corona imperial le permitiría realizar
grandzs cosas y no sólo podría defender con éxito los países
que Dios le había otorgado, sino que también podría ampliar sus
posesiones, ofrecer paz a la cristiandad y trabajar por el honor
de la santa fe católica. Éste fue el primer programa imperial de
Carlos V; esquema político que podrá parecer más o menos
ingenuo, pero a cuyos principios se mostró consecuente durante
todo su reinado.
Francisco I, un rival peligroso
«Come y bebe muy bien, duerme aún mejor, y su mayor
deseo es vivir lo más alegremente posible. Le gusta vestirse
esmeradamente con trajes suntuosos engalanados de oro, de
bordados y joyas, con jubones igualmente adornados de oro.
Sus camisas son de las mejores, y las lleva huecas por fuera
del jubón...»
En estos términos describe Marino Cavalli, embajador de
Venecia, a Francisco I, cuya autoridad «es mayor que la de nin­
1519
Francisco I (1494-1547)
Semblanza del rey de Francia • 249
gún rey de Francia desde remoto tiempo». Éxitos y triunfos
habían mimado al rival de los Habsburgo y su fracaso en la
lucha por el imperio era la primera derrota seria que sufría.
Por otra parte, Francisco no comprendía cómo los príncipes
electores habían preferido aquel Carlos tan palurdo —inculto
y sin gracia por añadidura— a un rey de Francia, joven y
prometedor soberano que había demostrado ya su valor en el
campo de batalla en forma brillantísima.
Hasta entonces, la suerte había favorecido siempre al joven
Francisco. Al nacer, en 1494, nadie hubiera previsto que ocu­
paría en breve el trono francés. Su padre, Carlos de Orleáns,
murió cuando Francisco contaba sólo dos años y como descen­
diente de Luis de Orleáns, hermano de Carlos VI, asesinado
en 1407 por el partido borgoñón, Francisco pertenecía a una
estirpe de príncipes cuyo jefe debía heredar la corona de Fran­
cia en el caso de que la rama principal de la familia real se
extinguiera por falta de heredero varón, si bien el joven príncipe
pertenecía sólo a la rama colateral de los Orleáns. Entretanto,
nadie concedía particular atención al joven Francisco, que
crecía tranquilamente en Cognac, lejos del tumulto mundano
y de la corte; excepto su madre, la enérgica y ambiciosa Luisa
de Saboya, mujer excepcional que adoraba a su hijo y que,
a la muerte de su esposo, consagró toda su vida a proporcio­
narle el trono de Francia.
Carlos VIII falleció en 1498 sin descendencia y la corona
recayó en el jefe de la familia de Orleáns, que adoptó el nom­
bre de Luis XII. Entonces, se planteó el problema de si tendría
Luis un heredero varón. Su primera esposa no le dio hijos y se
separó de ella al ascender al trono; de la segunda reina, Ana
de Bretaña, tuvo una hija, Claudia, que fue luego la esposa de
Francisco I, y un hijo que murió muy joven. Ana falleció
en 1514 y en el castillo de Cognac no Se disimulaba la alegría
ante las perspectivas que se ofrecían.
Otro obstáculo cerró dg__recénte el camino al trono, en
apariencia propicio a Francisco: Luis XII se casaba de nuevo
y esta vez, la novia procedía de Inglaterra, la princesa María,
hermana de Enrique VlII. La boda se celebró con gran pompa,
pero Luis se hallaba enfermo y, de hecho, su muerte estaba
próxima. En 1515 su estado empeoró rápidamente, entonces
llamó a Francisco y le comunicó que su fin era inminente; en
efecto, falleció poco después y Francisco pudo al fin recibir
la corona. Luisa de Saboya rebosaba emoción y felicidad: «Mi
hijo, mi césar, es rey».
1494-1515
250 • Europa occidental a principios del siglo X V I
'Rey
y caballero
andante
Al ocupar el trono, Francisco era el gentilhombre más frí­
volo que pudiera imaginarse, ya que para él la vida no era más
que juego y ocasión de alegrías y placeres; era egoísta, por
haberle mimado demasiado su madre y su hermana Margarita.
Siempre a sus órdenes y anticipándose a sus menores deseos,
ambas mujeres cerraban complacientes los ojos ante sus aventu­
ras y numerosos excesos. Francisco se había acostumbrado a
conquistar y deslumbrar a la gente; las jóvenes le encontraban
irresistible, y en los torneos aparecían pocos jóvenes tan hábiles,
tan divinamente proporcionados y dotados como él y pocos
cincelaban con tanta gracia sus poemas de amor, a la sazón tan
de moda en la corte francesa.
Su primera iniciativa como rey de Francia fue un gesto de
galantería. Anunció que las damas en su corte debían dejarse
ver y aparecer en público. Antes, las damas llevaban en la
corte francesa una existencia retirada, sólo al servicio de la rei­
na; el nuevo monarca ofreció cargos de honor a las antiguas
damas de compañía: «una corte sin damas ■
—decía Francisco—<
es un año sin primavera y un verano sin rosas».
La ambición caballeresca impulsó al joven soberano a las
aventuras bélicas. Consecuente con la línea de conducta de sus
predecesores, quiso proseguir la política de conquistas en Italia,
y recuperar Milán, perdido durante el pontificado de Julio II,
el papa guerrero. Francisco atravesó los Alpes en 1515 al
frente de un poderoso ejército y se enfrentó con el enemigo
en Mariñán, cerca de Milán, donde los franceses lograron
una brillante victoria después de dos días de combate. Fran­
cisco estuvo en todo momento presente en lo más peligroso
de la refriega y permaneció a caballo durante treinta horas sin
interrupción; vencido ya y en completo desorden el enemigo,
Francisco recorrió el campo de batalla embriagado por la vic­
toria y halló a su paso a su amigo Bayardo, el caballero más
valiente de Francia. El joven rey rogó a este «caballero sin
miedo y sin tacha» que le armara caballero allí mismo; Bayardo
objetó que él, simple gentilhombre, no podía en conciencia
armar caballero a su señor y rey, pero Francisco no quiso
atender sus explicaciones y en medio del campo de batalla,
entre los soldados caídos y los despojos tomados al enemigo,
Bayardo desenvainó su espada y armó caballero a su soberano,
arrodillado ante él, escena que pinta de cuerpo entero el ca­
rácter de Francisco I.
ISIS
Francisco I en Italia (1515)
Los franceses en Milán • 251
Con la victoria de Mariñán cayó Milán en poder de
Francisco y la ciudad le recibió con gran pompa, engalanada
como para una fiesta. Las negociaciones que entonces se inicia­
ron trataron en especial de la Pragmática Sanción, promulgada
en 1438 por Carlos VII, que limitaba las atribuciones del papa
con respecto a la Iglesia de Francia e incrementaba la influencia
del rey en la promoción de cargos eclesiásticos, decretos que
habían provocado amargas disensiones entre la Curia y la Coro­
na francesa. El resultado constituyó un rotundo triunfo para
Francisco, y el papa León X concertó con el rey de Francia
un concordato que, en sus puntos esenciales, mantenía vigentes
las posiciones de la Sanción; hecho significativo, el papa reco­
nocía al monarca francés el derecho de proveer por sí mismo
todas las altas funciones de la Iglesia en su país y con ello
Francisco I cimentaba una de las piezas fundamentales de su
futura autocracia. El concordato fue ratificado en 1516. En
1517, su futuro rival Carlos de Habsburgo ascendía al trono de
España con el nombre de Carlos I.
Tres años después, en 1519, Francisco I consideraba la si­
tuación europea con cierta satisfacción, aunque su fracaso en la
elección imperial le resultara penoso, ya que el poderío de
Carlos V encerraba una amenaza latente; pero no por ello
estaba Francisco menos seguro de que podría hacer morder el
polvo a aquel emperador que se le antojaba insignificante.
INGLATERRA Y ALEMANIA
Enrique VIII, otro monarca renacentista
La posición geográfica de Inglaterra adjudicaba por ley na­
tural al «tercer grande» la misión de mantener el equilibrio
entre Carlos V y Francisco I. Con gran interés, Enrique VIII
había seguido el juego político de Francfort y también se había
presentado candidato para la corona imperial, aunque sus con­
sejeros le advirtieran que no ganaría mucho con ello, pues
según decían, un imperio decadente no podía en modo alguno
rivalizar con el reino de las Islas Británicas.
Enrique contaba unos veintiocho años, ocupaba el trono
desde 1509 y tenía ya en su haber toda una serie de triunfos,
tanto personales como políticos. En 1519 Inglaterra adquirió
decisiva influencia, debida no sólo a Enrique, sino a las realiza­
ciones de otras personalidades, pues en realidad, como estadista
Carlos V, em perador (1519)
1516-1519
252 • Europa occidental a principios del siglo X V I
Enrique aún era una hoja en blanco. M antenía una corte sun­
tuosa, le complacía ante todo celebrar fiestas espléndidas, gusta­
ba de las comidas exquisitas y de las bebidas finas, la danza, la
música y toda clase de juegos. Le agradaba la caza, pero tam­
bién poder reunir en su palacio los hombres más sabios de su
época, y se sentía en verdad a sus anchas debatiendo con ellos
problemas filosóficos y teológicos. En tales ocasiones, Enrique
no desperdiciaba ocasión de sacar a relucir sus conocimientos
mejor o peor hilvanados, pero en el dominio político prefería
atenerse al consejo de hombres más firmes y experimentados.
A quien debía Enrique más conocimientos era a su padre,
Enrique VII, que en 1485 conquistara la corona de Inglaterra
en el campo de batalla de Bosworth, tras la derrota y muerte de
Ricardo III. El primer Tudor había demostrado ser muy pru­
dente y sensato durante su reinado y en la primavera de 1509,
al llamar a su hijo a su cabecera para manifestarle sus últimas
voluntades, podía enorgullecerse de sus considerables éxitos.
Había hecho recuperar energías a una Inglaterra desangrada
por las guerras civiles del siglo xv y, evitando cuidadosamente
cualquier aventura militar, había dedicado todos sus esfuerzos
en crear para sí y para sus súbditos las condiciones óptimas de
una existencia pacífica, afirmando al propio tiempo el poder
real y reduciendo la nobleza y el Parlamento al papel de
dóciles instrumentos.
En los primeros años de su reinado, Enrique VIII consul­
taba con frecuencia a su mujer, Catalina de Aragón, hija de los
Reyes Católicos, que, por ser de más edad que su esposo,
alcanzaba mayor experiencia política. D e hecho, Catalina no
había sido destinada a Enrique, sino a su hermano mayor
Arturo, pero la muerte repentina de éste, poco después de la
boda, ocasionó viva controversia acerca del destino de la joven
viuda. Su padre, el rey Fernando, reclamaba la rica dote entre­
gada con motivo del matrimonio y al reservado y ahorrador
Enrique VII no le agradaba la idea de una restitución. Para
salir airoso de la situación incluso parece que acarició el pro­
yecto de casarse él con Catalina, proposición que fue acogida
con frialdad, y Enrique prometió entonces a Catalina darla en
matrimonio a su segundo hijo, ya heredero de la corona. Fer­
nando nada tenía que objetar a ello, y exhortó a Catalina a
que se sometiera a los proyectos del rey Enrique VII, apoyan­
do sus paternales consejos con cierta observación desprovista de
tacto: «De todas formas, tampoco encontrarías otro marido».
1509
Cisneros conquista Orón (1509)
Una sesión de ta Cámara de íos Lores presidida por Enrique V III.
A su derecha, el cardenal W o lse y (A), el arzobispo de Canterbury (B), nueve obispos (C) y, detrás, los abates (D). A la iz­
quierda están sentados los lores (E y G ) , con los condes de
N orfolk (H) y de Su ffo lk (I) en cabeza. Arriba, a la derecha,
el gran maestre de la Orden de ta Jarretera (K). E n el centro, las
balas de tana sobre las que se sientan el lord canciller, los juristas
y otros funcionarios. E n la Edad M edia, la industria lanera ofreció
estas balas a la Cámara de los Lores para simbolizar el hecho de
que Inglaterra debía su prosperidad a la lana.
254 • Europa occidental a principios del siglo X V I
Inglaterra en la encrucijada política
En efecto, Catalina no era precisamente una belleza y sus
contemporáneos parecen estar de acuerdo acerca de este punto,
si bien compensaba su físico poco agraciado con una indiscu­
tible personalidad. N o le faltaban orgullo, sentido del deber
ni fuerza de voluntad y parece que ejerció mucho influjo en su
esposo durante los primeros años de su matrimonio, dedicando
esta influencia al servicio de España, su país natal. Catalina
fue quien, entre bastidores, logró que Enrique VIII se aliara
a la política antifrancesa de la Santa Liga, integrada por el
papa Julio II, España y Venecia; en consecuencia, Enrique
se dejó manejar con facilidad en el bando de los coaligados y
envió a España la flota tan pacientemente creada por Enri­
que VII y tropas terrestres para lanzar una ofensiva angloespañola contra el sur de Francia.
Habiendo desistido de súbito Fernando de dicha empresa,
ello le acarreó a Enrique VIII una dolorosa derrota, y desde
entonces el monarca no olvidó jamás el vergonzoso cambio
de bando de su suegro. Catalina cesó de actuar en el seno de la
política inglesa y Enrique prefirió otorgar su plena confianza
a un personaje, miembro del Consejo desde 1509, que llegaría a
ocupar el cargo de lord canciller unos años más tarde, Tomás
W olsey. En 1513, el rey desembarcaba con W olsey en Calais,
posesión inglesa desde la guerra de los Cien Años, arrollaba a
los franceses en la célebre batalla de las Espuelas 1 y poco
después Luis XII declaraba estar dispuesto a iniciar las nego­
ciaciones que condujeron a la «paz eterna» de 1514. El ejército
inglés había recuperado su honor y su prestigio.
La situación se modificó tras la muerte de Luis XII y el
advenimiento de Francisco I al trono de Francia. La victoria
de Mariñán eclipsó con mucho los éxitos ingleses de 1513;
Francisco tomó Milán y firmó el concordato de 1516 con el
papa. Una nueva estrella había aparecido en el firmamento
político de Europa. En cuanto a Enrique VIII, no se sintió
muy feliz con los éxitos de su colega francés. «Casi se le sal­
taron las lágrimas cuando recibió la noticia de la victoria de
mi señor en Mariñán», escribió el embajador francés en Ingla­
terra, ya que Enrique VIII consideraba la buena suerte de su
rival poco menos que como un insulto personal.
1 Se dice que en ella los caballeros franceses prefirieron usar sus espuelas para
huir antes que sus espadas para combatir.
1509-1516
E l ambicioso lord canciller inglés # 255
El cardenal Wolsey
Enrique VIII había dicho en cierta ocasión que «los. traba­
jos de escritorio me háñ parecido siempre fatigosos y abu­
rridos», en tal forma que los abandonó pronto y de buen grado
en manos de W olsey, clérigo cuya influencia no dejó de aumen­
tar. El monarca siguió fielmente los consejos de su inteligente mi­
nistro, que él consideraba como el mejor diplomático de Europa,
y daba por supuesto que W olsey hallaría sin duda la manera
de quebrantar o anular los triunfos del orgulloso rey de Francia
y demostrar a las potencias continentales que debían contar
con Inglaterra.
W olsey no defraudó la confianza que el rey depositara en
él. En 1518 consiguió imponer una paz general, gran éxito
personal suyo, con el que se situaba en primera fila entre los
estadistas europeos. «Nada le gusta más que oírse llamar árbi­
tro de Europa», observaba un diplomático extranjero, y el
propio W olsey - no dejaba de repetir a quien quisiera oírle que
«gracias a mí, nuestro país disfruta de una tranquilidad y un
orden como nunca los había conocido».
Tomás W'olsey contaba entonces unos cuarenta años. Era
un hombre de baja extracción social que había sido nombrado
arzobispo de York en 1514, cardenal en 1515, legado del papa
en Inglaterra en 1518 y, desde 1515, fecha de su nombramiento
como lord canciller, era el verdadero soberano de Inglaterra.
Pero su carácter era altanero y despótico en demasía para ser
popular, y como vivía como un príncipe, quería ser tratado como
tal; así, en una entrevista con Carlos V, no descendió del ca­
ballo, sino que galopó al encuentro del emperador y le abrazó.
En las comidas, los sirvientes le presentaban los platos haciendo
una genuflexión. Mandó que le construyeran varios palacios,
entre ellos Hampton Court, uno de los más hermosos edificios
de la época Tudor, y York House, en Londres, del que se apo­
deró luego Enrique y le dio el nombre de W hite Hall.
W olsey no tenía rival en proporcionarse dinero de donde
fuera, procurando que los más ventajosos cargos eclesiásticos
recayesen en él uno tras otro; además, el hábil cardenal acuñaba
moneda a cada acuerdo firmado por él en calidad de ministro
de Asuntos Exteriores. Con todo, el más caro deseo de W olsey
era llegar al solio pontificio, sueño que le obsesionó durante
años y por ello procuraba también vivir en buena inteligencia
con los prelados de Roma; así, cuando la Curia romana cambió
de actitud política en relación con algunas potencias europeas,
Wolsey (1471-1530)
1514-1518
256 • Europa occidental a principios del siglo X V I
W olsey se apresuró a modificar su política en el mismo sentido.
No. sin razón estaba considerado este cardenal como el menos
escrupuloso de los oportunistas.
En 1519, la situación en Europa era, desde el punto de vista
británico, satisfactoria a todas luces. Enrique VIII no había
conseguido adjudicarse la corona imperial, pero, al parecer,
W olsey no tomó el revés demasiado a lo trágico, ya que obser­
vaba con placer cómo se agravaban las diferencias entre Car­
los V y Francisco I : una crisis declarada entre ambos rivales,
forzosamente ofrecería a Inglaterra toda clase de oportunidades.
La casa comercial Függer en Augsburgo
En la misma época en que se amontonaban sobre Europa
tan sombríos nubarrones, vivía en Augsburgó un hombre de
edad muy avanzada a quien le complacía pro fundamente el
resultado de la elección imperial. Se trataba de Jacobo Függer,
llamado el Joven, el hombre más rico de Europa, el banquero
más próspero de su tiempo y que era conocido en España con
un nombre adaptado a la fonética castellana, Fúcar. Era acree­
dor de más de la mitad de la suma que Carlos V había empe­
ñado para lograr su elección y, en consecuencia, determinó di­
rectamente el resultado de la misma. Pese a permanecer en un
modesto segundo plano, Jacobo Fübber pertenecía al reducido
círculo de personalidades que, en 1519, decidió los destinos
de Europa.
Recordábase que en la segunda mitad del siglo xiv, un hu­
milde tejedor, Hans Függer, se había establecido en Augsburgo
y que, a fuer de ambicioso y trabajando sin descanso, logró
fundar comercio propio y reunir una fortuna considerable. A su
muerte, sus hijos continuaron la obra emprendida y uno de ellos,
Jacobo Függer el Viejo fue quien mejor dispuesto resultó para
los negocios. A su muerte, en 1469, dejaba mujer y tres hijos y
su viuda, la enérgica Bárbara Függer, empuñó con acierto las
riendas de la empresa, secundada por sus dos hijos mayores,
Ulrich y Georg, quienes la ayudaron con toda energía, sentan­
do así las bases de la casa bancaria que tanta fama alcanzaría.
Sus actividades no se limitaban a Alemania, sino que se exten­
dían a Italia, Países Bajos, Polonia, Hungría y Escandinavia.
Por su parte, el hijo menor, Jacobo, parecía destinado a la ca­
rrera eclesiástica y había aceptado ya un canonicato en Franconia, pero en 1478 su madre lo llamó a Augsburgo y le hizo in­
gresar también en la firma familiar.
71
1519
El gran capital, arma política
9
257
Jacob© Függer y sus empresas
Jacobo fue pronto el más famoso mercader, industrial y ban­
quero de Alemania, auténtico adelantado del sistema capitalista
al norte de los Alpes; papas y príncipes seculares se disputaron
sus favores, y de su buena voluntad en prestar el dinero indis­
pensable dependía a menudo el éxito de importantes empresas
políticas. Jacobo fue ennoblecido en 1511 y recibió el título de
conde en 1514. A su muerte dejaba dos millones de florines renanos, suma fabulosa en aquella época.
Jacobo Függer era muy inteligente, prudente y sagaz, y po­
seía una calma imperturbable, sin dejarse influir nunca por sus
sentimientos tratándose de negocios. Acataba absolutamente
el principio de la libre competencia y uno de sus principales
objetivos era velar, mediante medidas inteligentes, que su capi­
tal quedara en la familia y proporcionara lustre a la empresa,
y así, de acuerdo con sus hermanos, redactó importantes esta­
tutos que fueron, en cierto modo, la «constitución» de la ñrma
comercial y bancaria. Uno de sus artículos estipulaba que, al
fallecer alguno de los asociados, sus herederos deberían man­
tener el capital en la empresa durante tres años como mínimo,
y limitarse durante este tiempo a percibir una renta anual. Otra
cláusula decretaba que el derecho de herencia sobre las impor­
tantes minas adquiridas por Jacobo Függer sólo podía recaer
sobre los miembros masculinos de la familia, evitando de este
modo la dispersión de las más saneadas fuentes de ingresos,
que en ningún caso debían caer en manos extrañas por el ma­
trimonio de los miembros femeninos de la familia.
Jacobo Függer concedía gran importancia a la organización
interna de la empresa, cuya solidez se basaba, además, en una
ingeniosa contabilidad que permitía en todo momento hacerse
una idea exacta de la situación financiera. Había perfeccionado
este sistema durante sus años de estudio en Italia y más tarde lo
enseñó a uno de sus más íntimos colaboradores, Mateo Schwarz.
Grandeza y servidumbre económicas
La fortuna de los Függer se cimentaba en la explotación de
numerosas minas de plata y cobre en el Tirol y en Hungría,
aunque también dirigían otras muchas empresas; percibían las
rentas de los impuestos pontificios en vastos territorios e inver­
tían sumas enormes en la bolsa de Amberes que, a la sazón em­
pezaba a desempeñar un papel esencialísimo en la vida finan­
1511-1514
258 • Europa occidental a principios del siglo X V I
ciera internacional. Por último, Jacobo Függer prestaba dinero
en gran escala y de tales créditos procedía su enorme influen­
cia política.
Los Habsburgo le contaron como uno de sus más precio­
sos aliados; ayudó primero al anciano Maximiliano, que estaba
casi arruinado, y luego ofreció sus servicios a Carlos V, si bien
éste, tan falto de dinero como su abuelo, no hacía sino retrasar
la devolución de las sumas importantes que debía. Függer acabó
perdiendo la paciencia y escribió al emperador una carta en
que expresó, con moderación y con razón sobrada, el senti­
miento que Függer tenía de su propio valimiento; «Es evidente
que Vuestra Majestad jamás hubiera entrado en posesión de ía
corona imperial sin mi ayuda y puedo demostrarlo con cartas
enviadas por vos. N o he sacado provecho alguno de estas tran­
sacciones. De haber abandonado la Casa de Austria y conceder
en cambio mi apoyo a Francia, hubiese obtenido extraordina­
rios beneficios gracias a las interesantes ofertas que me hicieron.
Así, pues, me tomo la libertad de dirigir esta humilde petición
a Vuestra Majestad. Quiera Vuestra Majestad, en vista de estos
servicios, adoptar las medidas necesarias para que me sean pa­
gadas sin tardanza las sumas debidas y sus intereses».
Jacobo Függer murió en 1525 y, como no dejara hijos, la
dirección de la firma financiera pasó a su sobrino Antón Függer,
también notable hombre de negocios, gracias a cuyas iniciativas,
los millones de los Függer siguieron pesando de modo decisivo
en los destinos de Europa. A mediados del siglo xvi, la familia
disponía de una fortuna de cuatro millones y medio de marcosoro; como detalle comparativo podemos señalar que, un siglo
antes, la fortuna de los Médicis se elevaba aproximadamente a
medio millón de marcos-oro.
CARLOS V CONTRA FRANCISCO I
Carlos V comienza su reinado
En 1546, un veneciano decía de Francisco I que habría rei­
nado, sin duda alguna, sobre toda la cristiandad de no haber
tenido un adversario como Carlos V; la frase fue pronunciada
para halagar al rey de Francia, pero también puede señalarse
en ella un tributo rendido al talento y a la importancia política
del nuevo emperador. El carácter de Carlos V no era precisa­
mente el de un adelantado de los nuevos tiempos, ya que sus
1525
Fundación del ducado de Prusia (1525)
C ar/os V visita Inglaterra 9 259
sentimientos y objetivos eran claramente reaccionarios y cuan­
do sus ideas políticas alcanzaron su madurez, sus principales
objetivos fueron preservar y restablecer, si era necesario, el
universalismo de los pasados tiempos y la sumisión de toda la
cristiandad a la tiara y a la corona imperial. Con todo, pese a
estos ideales pasados de moda, Carlos poseía un poder tan
extraordinario, tan fuertes posiciones y tan honda conciencia
de su misión histórica, que ejerció una influencia decisiva en los
acontecimientos de la humanidad entre los años 1520 y 1540.
A lo largo de este período, la historia de Europa se confunde
con la historia de Carlos V.
En 1517, Carlos llegó a España para tomar posesión del
trono, pero los comienzos de su reinado distaron mucho de ser
un éxito. Los grandes de España le recibieron, así como a los
diplomáticos y políticos flamencos de su séquito con descon­
fianza mal disimulada. Durante su adolescencia Carlos no se
había preocupado en aprender el idioma español, actitud muy
propia para herir el orgullo de los grandes de su reino, que se
opusieron a las exigencias tributarias del nuevo monarca y no
disimularon su descontento cuando resultó elegido emperador
en Francfort, por juzgar que la corona imperial le haría desa­
tender a España aún más que antes. Profunda amargura inva­
dió a sus súbditos españoles, a los castellanos en particular,
cuando Carlos salió de España en la primavera de 1520 hacia
Alemania, para recibir la corona y reunir su primera Dieta. En
su viaje, pensaba entrevistarse con el rey de Inglaterra y exa­
minar con él la situación general de la política europea; Cario?
no disponía para ello de mucho tiempo, ya que se había ente­
rado de que, en junio de aquel mismo año, Enrique VIII iría a
Francia para negociar con Francisco I.
A fines de mayo, Carlos desembarcaba en Dover; W olsey
acudió a recibirle y saludó a su imperial huésped con una her­
mosa alocución en latín, que Carlos no debió de entender de­
masiado; luego llegó el rey Enrique y ambos soberanos se
dirigieron seguidamente a Canterbury, donde Carlos fue reci­
bido por su tía la reina Catalina, con la que se entrevistaba
por vez primera.
Durante cinco días se discutió la situación política y, al fina­
lizar las conversaciones, los dos soberanos quedaron en muy
buenas relaciones; aquel día, el ministro W olsey tuvo la agra­
dable sensación de que, en gran medida, el porvenir de España
dependía de él.
1517-1520
260 • Europa occidental a principios del siglo X V I
Coronación a la antigua usanza
Se separaron con la mayor amistad del mundo, y Carlos
partió para los Países Bajos, mientras Enrique VIII, su esposa
y su ministro llegaban a Francia, donde Francisco I los recibió
con extraordinaria pompa y ostentación. Fue una serie ininte­
rrumpida de fiestas, torneos y banquetes en que ambos monar­
cas rivalizaron en espectaculares manifestaciones de mutua cor­
tesía; pero detrás de toda aquella aparatosidad y juramentos de
amistad inalterable, se percibían las oposiciones latentes a tal
extremo que, cuando se decidió el regreso, W olsey estaba con­
vencido de que la guerra era inevitable. En una nueva conver­
sación con el emperador, en Calais, se decidió que Carlos y
Enrique se ayudarían mutuamente contra Francia; Carlos V se
dirigió entonces hacia Alemania y en octubre de 1520 fue coro­
nado en Aquisgrán.
El nuevo emperador subió solemnemente hasta el altar m ayor de
la catedral, y allí le formularon las seis preguntas de ritual: «¿Defen­
dería la fe católica? ¿Protegería a la Iglesia y a sus servidores? ¿Go­
bernaría su reino según la ley y el derecho? ¿Defendería los derechos
de su imperio y trataría de reconquistar lo que se había perdido? ¿Serla
justo juez de ricos y pobres, de viudas y huérfanos? ¿M anifestaría
al Santo Padre y a su Iglesia la adhesión que se les debía?» A cada
pregunta, Carlos respondía: Volo (quiero). Entonces le brindaron la
espada imperial y le ciñeron la corona de oro.
Pocos días después convocó la Dieta de ’W orm s, que debía ce­
lebrarse en enero de 1521.
Pero en torno al joven emperador se acumulaban las difi­
cultades. Apenas salió de España estallaron en Castilla serios
disturbios, la llamada rebelión de los Comuneros, que acabó
convirtiéndose en una auténtica guerra civil. Sus conversaciones
con el rey de Inglaterra habían convencido, además, a Carlos
de la inminencia de una crisis de política exterior, y, como re­
mate, debía solucionar en Worms importantes problemas acerca
del gobierno imperial y apaciguar la inquietud latente ocasiona­
da por la aparición de un reformador religioso en Wittenberg,
cierto fraile llamado Martín Lutero...
Los comuneros de Castilla
Cuando el emperador Carlos V abandonó España para acu­
dir a su coronación en Alemania, dejó como regente de Castilla
1521
Coronación de Carlos V (1521)
Levantamiento en Castilla • 261
a su antigua preceptor Adriano de Utrecht, que luego sería
papa con el nombre de Adriano VI. La situación política en el
país era angustiosa y las ciudades se hallaban en pleno levan­
tamiento. Toledo y Segovia lo iniciaron, dirigidas respectiva­
mente por Juan de Padilla y Juan Bravo, secundados pronta­
mente por otras localidades castellanas. Recibieron el nombre
de «comuneros» o Comunidades.
El regente Adriano envió contra Segovia al terrible alcalde
Ronquillo, que fue derrotado por los segovianos y que se vengó
de su descalabro mandando incendiar la ciudad de Medina del
Campo y provocando con su conducta tal indignación que las
poblaciones todavía indecisas se sublevaron también, haciendo
más enérgica su protesta.
Los diputados de las ciudades sublevadas se reunieron en
Avila, constituyendo la llamada Junta Santa, y trasladáronse
a Tordesillas, residencia de la reina Juana la Loca, a fin de
conferir mayor carácter de legalidad a sus acuerdos. La reina
Juana les recibió muy bien y dio muestras de claridad mental
y de buen juicio. Padilla entró vencedor en Valladolid, neutra­
lizó al regente Adriano, los cortesanos de éste huyeron y los
comuneros creyeron que su movimiento había triunfado. En
consecuencia, remitieron a Carlos V un memorial o mensaje
de quejas .—la Constitución de Avila— 1 que el emperador no
quiso atender como era debido.
La rota de VUlalar
En realidad, los comuneros representaban los intereses de
los grandes municipios castellanos, de la burguesía y de la pe­
queña nobleza de las ciudades, aferrados a un tradicionalismo
corporativista y a unos privilegios urbanos incompatibles con
la afirmación de la monarquía absoluta y del capitalismo cen­
tralizado. Por otra parte, la ambición personal de los jefes co­
muneros su falta de unidad de acción, el no andar entre ellos
1 Principios políticos de esta Constitución original:
«Que a las Cortes asistiesen de cada lugar realengo dos procuradores, uno hidalgo
y otro labrador, y que estos no pudiesen recibir mercedes del rey; que el rey no
pudiese poner corregidores, sino escogerlos de las propuestas que de tres en tres
afios le hiciesen las ciudades, y que los- electos habían de ser dos, hidalgo el uno y
labrador el otro, para que el gobierno estuviese dividido entre ,los dos estados; que
no se sacara moneda del reino; que no sólo se autorizara a todos los ciudadanos para
usar armas, sino que fuera obligatorio el tenerlas en el número y clase correspon­
diente a la calidad de la persona, a fin de obtener una especie de armamento nacio­
nal; que no pudiera declararse la guerra sin el consentimiento de las Cortes, y que
el rey jurase guardar todo esto, autorizando a contradecirle y defenderlo, sin caer
en traición, en el caso de que aquél faltase a las leyes» (A rchivo de Simancas).
Comunidades de Castilla (1521)
1521
262
9
Europa occidental a principios del siglo X V I
tan acordes como las circunstancias exigían, y algunos excesos
de la plebe, mal contenida en aquel movimiento general, contri­
buyeron a amenguar su prestigio tanto como la política caute­
losa del emperador Carlos con relación a este problema.
Juan de Padilla salió con sus tropas de la plaza fuerte de
Torrelobatón, camino de Toro, donde esperaba refuerzos, pero
fue sorprendido en Villalar por el ejército afecto al emperador
y, el 23 de abril de 1521, los comuneros eran totalmente ven­
cidos, sus tropas dispersas y sus jefes apresados. Padilla, re­
presentante de Toledo, Juan Bravo, de Segovia y Francisco
Maldonado, de Salamanca, después de breve interrogatorio y
sin forma alguna de proceso, fueron sentenciados a muerte
«por traidores». Ante tan inicua injuria, se levantó indignada
la voz de Bravo en rotundo y justo mentís: «Traidores, no;
mas celosos del bien público, sí, y defensores de la libertad del
reino».
La estrecha alianza entre la monarquía y la aristocracia
latifundista —que de este modo incrementaba su privilegiada
situación— había triunfado. Pero no fue sólo en Castilla donde
estallaron rebeliones y disturbios fruto del malestar imperante.
Las luchas sociales entre plebeyos, artesanos, clases medias y
aristócratas, provocaron las llamadas «germanías» en Valencia
y Mallorca, cuyo resultado fue análogo al de las Comunidades
de Castilla. La mayoría de los agermanados pertenecían a la
burguesía y casi todos los gremios se hallaban comprometidos
en el movimiento, que también fue reprimido por la coalición
monarquía-aristocracia cortesana y latifundista. Al regresar de
Alemania el emperador Carlos V, en 1522, concedió en Valladolid una ya tardía amnistía general para los supervivientes víctimas aún de aquellos sucesos.
La Dieta de Worms
«Jamás podrá este hombre atraerme a su doctrina», dicen
que exclamó el emperador el primer día queLutero habló en
la Dieta, ya que el reformadorpresentaba un idealreligioso
que Carlos no podía ni quería comprender. Hondamente agita­
do el soberano, se sentó a su mesa y aquella noche redactó
de su puño y letra una declaración en que expuso su punto de
vista en términos claros y absolutos: «Mis abuelos y predece­
sores, los cristianísimos emperadores de la nación alemana, los
archiduques de Austria y los duques de Borgoña han permane­
cido fieles a la Iglesia católica hasta la muerte. Mantuvieron
1521
Dieta de Worms (1521)
Destierro de Lutero © 263
la santa fe católica para que yo viva y muera por ella y es para
mí un privilegio fortalecer lo que mis antepasados aceptaron en
Constanza y otros concilios. Un fraile aislado osa atacar esta
fe en que todos los cristianos participan desde hace más de mil
años y manifiesta la insoportable presunción de afirmar que
todos los cristianos se han equivocado hasta hoy. En conse­
cuencia, he decidido arriesgar mis bienes, mi sangre y mi vida
en defensa de la fe católica. Vista la obstinación de que Lutero
ha dado prueba en mi presencia, deploro no haber actuado antes
contra su perniciosa doctrina y he adoptado la decisión irre­
vocable de no escucharle nunca más en ocasión alguna, y en
lo sucesivo, Lutero será tratado como un hereje felón».
Al día siguiente, en hora temprana, el emperador convocaba
a los príncipes alemanes para leerles su declaración. Por vez
primera y por este acto político independiente, Carlos V ponía
de manifiesto su pensamiento personal, se evidenciaba en él a un
emperador profundamente consciente de los deberes que le im­
ponía su misión de jefe temporal de los cristianos y constituía
una profesión de fe a la que permaneció fiel hasta su muerte.
El 25 de mayo, Lutero era desterrado del Imperio. Con
anterioridad, el emperador había persuadido a la Dieta que
pusiera a su disposición un importante ejército para la guerra
contra Francisco I; no clausurada aún dicha asamblea, ya había
concertado una alianza con el papa León X, y en el mismo año
firmaba un acuerdo que le garantizaba el auxilio de Inglaterra
en su lucha con Francia. Al margen de este tratado, Carlos
prometió a W olsey hacer cuanto pudiera para situarlo a la
cabeza de la Iglesia apenas quedára vacante el solio pontificio.
Francisco I y el condestable de Borbón
Proseguían aún las sesiones de la Dieta de Worms cuando
estalló la guerra entre Carlos V y Francisco I. Al principio,
el emperador consiguió algunos triunfos y recuperó Milán, pero
no tardaron los acontecimientos en tomar otro giro. Los fran­
ceses pasaron a la ofensiva en el norte de Italia y llegaron
hasta Pavía, en el río Tesino (Lombardía). Carlos hubo de re­
conocer que, aunque frívolo y superficial, el rey de Francia
era un adversario de categoría, que reinaba en un país de die­
ciséis millones de habitantes, mientras que España no tenía más
que unos nueve y cuatro solamente Inglaterra. Además, Fran­
cisco tenía sobre sus súbditos una autoridad y prestigio envi­
diables, y un grupo de juristas intensamente influido por las con­
Destierro de Lutero (1521)
1521
264 • Europa occidental a principios del siglo X V I
cepciones de Derecho público que se profesaba sobre todo
en las universidades italianas y que sostenía el principio de
que un rey debe disponer de un poder absoluto. Conservando
las premisas establecidas por Carlos VII y Luis XI, Francisco
demostró que apreciaba el poder y sabía aprovecharlo. Nadie
podría negar que era un excelente político.
Pero Carlos V se había apuntado en su haber un buen
triunfo logrando que el condestable Carlos de Borbón se pasa­
ra a su bando. Después del rey, Carlos de Borbón era el hombre
más rico y poderoso de Francia, el último gran señor feudal,
duque de Borbón, de Auvernia y de Chatelerault, conde de
Clermont, de Montpensier, de Forez, de la Marca, de Gien,
vizconde de Carlat, Murat y otros lugares; demasiados títulos
para citarlos todos. Borbón mantenía en Moulins una auténtica
corte, célebre por su magnificencia; al subir al trono Francisco I,
fue inmediatamente nombrado condestable, es decir, jefe supre­
mo de los ejércitos reales; acompañó al rey en su primera ex­
pedición a Italia, participó en la batalla de Mariñán y se le
confió el cargo de gobernador de Milán.
Según parece, había reinado hasta entonces entre el mo­
narca y él una perfecta armonía, pero este buen entendimiento
no podía durar mucho. La ruptura definitiva se produjo sin duda
cuando Luisa de Saboya dio a entender al Borbón, por media­
ción de su hijo, que no le desagradaría una alianza matrimonial
con el condestable y parece ser que éste replicó tajante que no
tenía intención de acceder a sugerencia tan extraña. De todos
modos, y sea cual fuere su causa inmediata, entre el duque
Carlos y Francisco debían surgir forzosamente graves puntos
de fricción, ya que el condestable era demasiado poderoso para
que un soberano tan aficionado al absolutismo le soportara
largo tiempo. El rey trataba de adueñarse de los territorios de
su poderoso súbdito y, por su parte, Borbón inició contactos
políticos con el emperador y con Enrique VIII, y emprendió
negociaciones secretas para asegurarse su ayuda. Consideraron
la posibilidad de un ataque común contra Francia, pero Fran­
cisco tuvo noticia de las conversaciones y Borbón hubo de huir
de Francia, se puso al servicio del emperador y, en1525, con­
dujo los ejércitos de Carlos V en Italia.
Dos papas distintos: Adriano VI y Clemente VII
La ruptura del condestable de Borbón con Francisco I era
el único elemento favorable en política extranjera para el em~
1522-1525
Clemente VII, papa (1523-1534)
Francisco I, prisionero # 265
perador, pues en otros campos la situación parecía un tanto
alarmante para éste. El.papa Adriano VI, sucesor de León X,
demostraba escaso entusiasmo en sostener al emperador, aun
cuando había sido/ profesor suyo y había gobernado España en
su nombre de 1520 a 1521. Adriano era holandés, hombre pia­
doso, asceta y enamorado de la paz, y no quizo aliarse con nin­
guno de ambos antagonistas. Apenas coronado, convocó y re­
unió un consistorio en el que exhortó a los cardenales a llevar
una vida cristiana y adoptó una serie de medidas encaminadas
a reformar la Curia, aboliendo la entrega de «gratificaciones»
a los funcionarios y a los jueces, ante todo lo cual Roma le
calificó de «bárbaro». El 30 de abril de 1523 había conseguido
imponer un armisticio a los príncipes cristianos, pero murió
pocos meses después; la Ciudad Eterna suspiró aliviada y sobre
su monumento funerario se grabó esta inscripción: «Aquí repo­
sa Adriano VI, que nada consideró más desdichado en este
mundo que verse obligado a mandar».
Si Adriano había defraudado las esperanzas del emperador
¿qué sería su sucesor, Clemente VII, hijo de aquel Julián de
Médicis asesinado en la catedral de Florencia durante la misa
mayor del dramático 26 de abril de 1478? Durante el pontifica­
do de León X, su primo, Clemente había desempeñado el im­
portantísimo papel de hombre de confianza de la Santa Sede,
actividades que le valieron tanta reputación de erudito como
de excelente filósofo y teólogo, y de sagaz diplomático. Por su
parte, Carlos V se había enajenado las simpatías de su amigo
W olsey al sostener la candidatura de Clemente al solio pon­
tificio.
La batalla de Pavía y sus consecuencias
A principios de 1525, Francisco y Carlos se enfrentaron
cerca de Pavía. Al principio, la suerte de las armas fue favo­
rable al rey de Francia que dio muestras de extraordinario
valor personal; pero pronto se comprobó que no tenía categoría
bastante para contener a las tropas imperiales y, al fin, se vio
obligado a rendirse. Uno de los jefes del ejército imperial, Carlos
de Lannoy, virrey de Nápoles, se acercó al rey vencido, se
arrodilló ante él y recibió la espada del prisionero, pero le
tendió la suya y le besó la mano; acto seguido, Francisco I
quedó prisionero.
Francisco escribió a la sazón una frase que se ha hecho célebre:
«Todo se ha perdido menos el honor, y la vida que está a salvo»; pero
Batalla de Pavía (1525)
1525
266 ® Europa occidental a principios del siglo X V I
Carlos V comprendía que, en realidad, Francia no estaba perdida, ni
siquiera estando su rey prisionero. É ste fue conducido desde Italia a
Barcelona y de esta ciudad a M adrid, donde quedó custodiado en
la Torre o Casa de los Lujanes, pero todo ello con los mayores respe­
tos y consideraciones que le prodigaba con notoria hidalguía la propia
nobleza española. T oda E uropa se interesó por el rey soldado y cau­
tivo e incluso Erasm ó escribió al emperador Carlos V . en tal sentido.
Francisco I confiaba, pues, en la generosidad de su enemigo, pero
cuando oyó decir que Carlos pensaba privarle de sus pretensiones a
Italia y Borgoña, y de formar con el Delfinado y la Provenza un prin­
cipado independiente bajo la soberanía del duque de Borbón, exclamó
indignado: «(Antes morir en prisión que cercenar el patrimonio de mis
hijos!». Acudió su hermana M argarita de N av arra a consolarle en pri­
sión, gracias a un salvoconducto que le facilitó el mismo emperador,
pero el monarca cautivo languidecía en M adrid, suspirando por una
entrevista con su «hermano Carlos», en una sola conversación que le
proporcionaría sin duda la libertad. Al saber que Francisco había en­
fermado, el emperador acudió a visitarle y ambos se saludaron con
espectaculares muestras de afecto.
Iniciáronse negociaciones para la paz, y todos los intereses
políticos se concentraron en aquellas históricas conversaciones,
tratando unos y otros de influir en el emperador; W olsey y
Enrique VIII se inclinaban por la fuerza y alentaban a Carlos V
a proseguir la guerra. El gran canciller del emperador, Gattinara, expuso también algunas sugerencias; según su opinión,
Carlos tenía al alcance de la mano una ocasión única de rea­
lizar sus grandes proyectos: en primer lugar, debia integrar
un sólido bloque imperial basado en una Italia libre, aunque
predispuesta a su favor, y luego extender su poder poco a poco
por toda Europa; después, poner en consonancia las soberbias
tradiciones del imperio con una clara previsión política.
El programa personal de Carlos V era más modesto: trata­
ba de demostrar moderación y reclamar únicamente lo que
consideraba su derecho, en primer lugar el ducado de Borgoña,
posesión de sus abuelos antes de caer en manos de Luis XI.
En consecuencia, Francisco firmó la paz en Madrid el día de
Año Nuevo de 1526, abandonando toda pretensión al Milanesado y Génova, así como su soberanía sobre Flandes, el Artois
y la comarca de Tournai; además, prometió apoyar ante los
Estados Generales franceses y el Parlamento de París la sece­
sión de Borgoña y si no conseguía hacerla aceptar se compro­
metía a entregarse de nuevo prisionero a Carlos V; entretanto,
quedarían sus dos hijos como rehenes en España.
La misma tarde en que se firmó la paz, Francisco juró solem­
1525-1526
Tratado de Madrid (1526)
La liga de Cognac
9
267
nemente ser fiel a su palabra y observar las cláusulas del trata­
do; perjurio deliberado, pues la víspera, en presencia de sus
consejeros, había firmado una protesta contra dicho tratado,
declarando que lo consideraba sin valor alguno por haberle
sido impuesto por la fuerza.
LA SEGUNDA GUERRA HISPANO FRANCESA
Clemente VII atrae el rayo de la guerra
Poco después del tratado de Madrid, el rey de Francia se
ponía en camino para regresar a sus estados y rompía su jura­
mento con la anuencia del papa. Clemente VII le liberó de sus
obligaciones hacia Carlos V con el apoyo entusiasta de W olsey,
quien había remitido un mensaje a Luisa de Saboya manifes­
tándole que Francisco no debía preocuparse en absoluto acerca
de las cláusulas del tratado de Madrid. Al propio tiempo, el
papa constituyó con Francia, Venecia y Florencia la alianza
o Liga de Cognac, cuya misión primordial era luchar contra el
emperador. Por todo ello, algunos historiadores opinan que el
papa quería también liberar a Italia de los «bárbaros» y rea­
lizar los ideales nacionalistas de Maquiavelo. «Era —dice
Ranke.— su más audaz y desgraciado pensamiento, su idea más
grandiosa y funesta».
En todo caso, Clemente se había percatado de que Europa
se encontraba en el umbral de una época de cambios trascen­
dentales. Con su decisión desesperada de reanudar la lucha
contra el emperador, se lo jugó todo a una suerte arriesgada y
perdió. La Liga de Cognac nada tenía que pudiera proporcio­
narle asomo de coherencia, porque el propio Francisco I dejó
a sus aliados que se las compusieran solos. Viéndose así obli­
gado a reanudar las hostilidades, el emperador envió a Italia
un poderoso ejército a las órdenes del condestable Carlos de
Borbón y del caudillo alemán Georg von Frundsberg, viejo sol­
dado que combatiera ya a las órdenes de Maximiliano y, más
tarde, se había distinguido en otras batallas, en especial con
ocasión de la batalla de Pavía.
Su ejército se componía de campesinos alemanes que él
mismo adiestró al ejemplo de los suizos, aunque poniéndolos al
servicio de la reforma alemana, ya que Frundsberg fue de los
primeros en pasarse al campo de Lutero. «Frailecito, frailecito
—dijo, según parece, al reformador en la Dieta de Worms.—•,
1526-1527
268 • Europa occidental a principios del siglo X V I
'estás emprendiendo una ruta mucho peor que la que yo y otros
muchos soldados seguimos en lo más duro de las batallas. Pero
si estás seguro de lo que llevas entre manos, entonces, en nom­
bre de Dios, prosigue tu camino. Él no te abandonará».
Una trágica marcha sobre Roma
Frundsberg experimentó el influjo de la propaganda anti­
papal en Alemania y su odio hacia la Curia se había conver­
tido en la idea motriz de su existencia. En tan propicia ocasión
podría realizar al ñn su sueño de antaño: marchar sobre Roma
y ajustarle las cuentas al papa por la fuerza brutal de las ar­
mas; pero apenas llegó a Italia se vio atenazado, junto con
su colega el condestable, en una situación muy difícil. El em­
perador, como siempre sin dinero, no podía pagar los suminis­
tros y sueldos del ejército, el descontento se manifestaba cada
vez más evidente, la disciplina se relajaba con el hambre y las
privaciones y los soldados llegaron a amenazar a sus jefes con
dejarlos abandonados: Frundsberg intentó convencerlos: «Hijos
míos .—les dijo—•, tened un poco de paciencia y os pagarán;
manteneos fieles al emperador y todo volverá a su cauce nor­
mal». Sus palabras no causaron efecto alguno, el tumulto siguió
creciendo y de todas partes llegaban injurias y amenazas. El
viejo general, encanecido al servicio de las armas, se quedó
solo, abandonado de todos y desesperado; a poco, renunció al
mando y regresó deprimido a Alemania, donde murió al año
siguiente en su castillo de Suabia.
Toda la responsabilidad de la campaña recayó entonces
sobre Carlos de Borbón, quien proporcionó un ducado a cada
soldado y prometió llevarlos hasta Roma, donde podrían resar­
cirse con creces apropiándose de las riquezas acumuladas durante
siglos en la Ciudad Eterna.
El 5 de mayo de 1527 las tropas imperiales acampaban ante
los muros de Roma y, al amanecer del día siguiente, el con­
destable de Borbón dio la orden de ataque; en persona y re­
vestido de su más brillante coraza, cabalgaba en primera fila
y alentaba a las tropas al combate cuando vio retroceder a sus
tropas; entonces bajó del caballo, se precipitó sobre una escala
apoyada en la muralla y empezó a trepar exhortando a sus
hombres a seguirle. De pronto sonó un fogonazo y Carlos se
tambaleó y cayó derribado al suelo, sus soldados le transporron a una pequeña capilla de los alrededores y allí murió unas
horas después.
1527
Guerra en Italia (1527)
Los imperiales, en Roma # 269
E l peor saqueo ie la Ciudad Eterna
Enloquecidos de rabia y ebrios de venganza, los soldados
imperiales se arrojaron hacia adelante y como una marea inun­
daron las murallas. Los hombres de Borbón penetraron en la
ciudad y nada ni nadie pudo detenerlos. Aquella mañana, Cle­
mente VII había acudido a la Capilla Sixtina y allí permanecía
en oración cuando algunos cardenales llegaron a toda prisa a
Soldado de principios del
siglo X V I , cargando su ar­
cabuz. Las balas y la pól­
vora se introducían en el
cañón mediante una larga
baqueta. Esta operación re­
trasaba considerablemente
la frecuencia de tiro, de
forma que no era posible
disparar más que una vez
cada cinco minutos. Bajo
el cañón solía encontrarse
una horquilla de hierro que
permitía sostener el fusil,
ya fuese apoyándolo con­
tra un muro o en una aspi­
llera, y evitar así el tre­
mendo retroceso de la cu­
lata. E n conjunto, venía a
pesar unos veinte o veinti­
cinco kilogramos.
decirle que se pusiera inmediatamente a salvo en el castillo
de Santángelo. II sacco di Roma, el terrible saqueo de la Ciu­
dad Eterna comenzaba.
Testigos oculares narraron episodios atroces sobre lo que
ocurrió entonces. Roma fue saqueada sistemáticamente, las
mujeres fueron violadas y los hombres asesinados o torturados
hasta obligarles a entregar todos sus bienes a la soldadesca.
S a q u e o d e R o m a (1527)
1527
270 • Europa occidental a principios del siglo X V I
A los cardenales y grandes dignatarios se les hizo recorrer toda
la ciudad en busca de amigos dispuestos a pagar su rescate.
En las iglesias, soldados borrachos celebraban orgías mezcla­
dos con la hez del populacho romano. A menudo, una familia
que había cedido ya todas sus riquezas a los soldados era bru­
talmente asesinada por otra partida de bandidos enfurecidos
por encontrarlo ya todo vacío.
El saqueo duró ocho días, sin tregua ni descanso. Al noveno
día, en la ciudad no quedaba ya nada que robar y entonces los
supervivientes tuvieron que enfrentarse con el hambre y la
peste. En el castillo de Santángelo, la necesidad era cada vez
más angustiosa y el 5 de junio el papa hubo de capitular y
pagar un rescate fabuloso; incluso sacrificó su tiara de oro.
La «Paz de las Damas»
Como era de esperar, Carlos V negó toda responsabilidad
en aquella catástrofe. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que,
Inmediatamente después del saqueo de la ciudad, el embajador
imperial en Roma consultó a su gobierno si debería conservarse
la Santa Sede y, por otra parte, W olsey expresó su temor de
que el solio pontificio fuera trasladado a España. Pero en las
intenciones del emperador no entraba una política tan revolu­
cionaria; al contrario, Carlos deseaba solucionar amistosamente
sus diferencias con el papa y, de hecho, en junio de 1529 el
tratado de Barcelona selló su reconciliación total con Clemen­
te VII. El emperador devolvía a los Estados Pontificios la
mayor parte de sus territorios, y el papa ofrecía la investidura
de Nápoles a Carlos V; el acuerdo estipulaba, además, que el
emperador lucharía contra el luteranismo y que el papa exco­
mulgaría a todos cuantos ayudaran a los turcos, ya que, en
aquellos precisos momentos, el Occidente se sentía nuevamente
amenazado por el avance de los otomanos en el sudeste europeo.
Tras el «saco de Roma», Francisco I comprendió que debía
hacer algo para ayudar a sus aliados italianos y reanudó la
guerra contra el emperador. Inglaterra hizo causa común con
Francia, pues W olsey había decidido alinearse definitivamente
entre los enemigos de Carlos V, aunque al pueblo inglés no le
gustaban las maniobras que el rencor inspiraba a su ministro,
ya que la ruptura de las relaciones comerciales con los Países
Bajos provocaba el malestar de los comerciantes ingleses, y
así el gobierno se vio obligado a suspender las hostilidades
y abandonar a Francisco I.
1528-1529
«Paz de las Damas» (1529)
Ultimo levantamiento morisco en España • 271
Francia prosiguió esta segunda guerra hasta que se firmó
la paz de Cambrai en 1529, tratado que recibió el nombre de
«Paz de las Damas», por haber sido dirigidas las negociaciones
por la tía de Carlos V, Margarita, gobernadora de los Países
Bajos, y Luisa de Saboya^ madre de Francisco I. En línéas ge­
nerales, sus cláusulas fueron similares a las que figuraron en
el tratado de Madrid. Sin embargo, aparecía como novedad
política que Carlos V debía renunciar a sus pretensiones sobre
Borgoña y en compensación recibiría una cuantiosa indemni­
zación en metálico. Terminó así la segunda fase de la prolon­
gada lucha entre Francisco I y Carlos V.
CARLOS' V ¥ ESPAÑA
La preocupación por la amenaza Islámica
N i siquiera en el interior de su reino español podía gozar
Carlos V de tranquilidad y sosiego. El permanente problema
de los moriscos provocó alguna que otra turbación e inquietud
en el transcurso de su reinado y así, en 1525, a tenor del dic­
tamen de una junta de teólogos, expidió una real cédula de­
clarando cristianos y con las obligaciones de tales a los moríseos ya bautizados.
A pesar de ello, un núcleo importante de éstos desafió la
orden y resistió con tenacidad, fortificándose en algunos luga­
res escabrosos, como el Maestrazgo y la sierra valenciana de
Espadán. El duque de Segorbe fue encargado de dominar a los
rebeldes; pero rechazado por ellos al principio, recibió un ejér­
cito de refuerzo y pudo entonces someterlos y acabar con el
levantamiento, condenando a muerte a los jefes del mismo. Los
moriscos que lograron escapar con vida marcharon al norte de
Africa, y los que se quedaron hubieron de convertirse; por su­
puesto, a viva fuerza.
f Por otra parte, el emperador emprendió una campaña contra
los piratas berberiscos a las órdenes del corsario Kairedín o
Haradin, más conocido por el sobrenombre de «Barbarroja»,
hijo de un alfarero de la isla de Lesbos, que capitaneaba una
numerosa flota, terror del Mediterráneo, y que ayudado por el
sultán otomano Solimán el Magnífico se adueño de Argel y de
Túnez, en donde destronó a su rey Mulei Hassen. Hacia 1533
y 1534 se dedicó también a piratear por las costas italianas.
Carlos V se alarmó ante el peligro de una inminente invaDieta de Spira (1529)
1529-1534
272 • Europa occidental a principios del siglo X V !
sión del temible corsario y aprestó poderosas fuerzas navales,
escuadra que salió de Barcelona, se presentó en aguas de Túnez,
se apoderó del puerto fortificado de La Goleta y partiendo de
esta base venció en batalla campal al ejército de sarracenos y
se apoderó de Túnez en julio de 1535. Repuso en su trono al
propio Muley Hassen, a condición de que reconociera su sobe­
ranía y dio libertad a más de mil cautivos que había en aquella
población.
Los acontecimientos de su tercera guerra contra Francisco I de
Francia impidieron que el emperador pudiera proseguir estas campañas
norteafricanas. En 1541 se propuso la conquista de Argel, en contra del
parecer del marino Andrea Doria, que juzgaba temerario' e inconveniente
emprender aquella campaña en la estación otoñal. Los hechos le dieron
la razón, porque las tempestades dispersaron o aniquilaron la mayor
parte de las naves. El famoso Hernán Cortés, conquistador de'Méjico,
que participó en la expedición, aconsejó volver a Argel pasados los
temporales, pero su consejo fue desechado.
Con posterioridad, otro corsario apellidado Dragut convirtió en
centro de sus piraterías una localidad cercana a Túnez, guarida que
cayó también en poder de los españoles. En cambio, Carlos V sufrió
la pérdida de la plaza de Bugía, de la que se apoderó por sorpresa el
rey moro de Argel.
El problema económico
En más de una ocasión se ha aludido a las perpetuas difi­
cultades financieras de Carlos V y sus relaciones con los banqueros Függer de Augsburgo. Sus aspiraciones al imperio uni­
versal provocaron una época de prosperidad económica, más
ficticia que real, manifestada por una expansión de tendencia
inflacionista. Hasta 1530, el alza de precios fue muy rápida y
a ello contribuyeron las guerras de las Comunidades y de las
Germanías, la llegada de los tesoros aztecas, las posteriores re­
mesas de oro procedentes de Méjico y Nueva Granada —y sobre
todo el Perú— y además la demanda de productos manufac­
turados en los mercados peninsular y colonial, en las tierras
que se iban descubriendo y poblando.
El trasiego de metales preciosos del continente americano
al europeo fue determinante, sin duda alguna, en este proceso
económico. Durante el decenio 1550-60, es decir, los últimos
cinco años del reinado de Carlos V y los cinco primeros del
de Felipe II, se importó la mayor cantidad de oro procedente
de Indias de toda la historia española. Durante la misma épo1530-1541
Desastrosa política económica « 273
ca, la cantidad de plata sobrepasó con mucho los doscientos
mil kilogramos, incrementada ésta hasta tal punto que superó
los dos millones y medio de kilos al terminar el siglo xvi. Las
empresas internacionales del emperador y de su hija absorbie­
ron tan fabulosas riquezas, disipadas en su mayor parte.
A tal respecto, observa Vicens Vives: «Sólo más tarde
Castilla comprobaría que la riqueza de un país es la base de
toda política exterior afortunada; que una economía sana com­
pensa mil batallas perdidas. Carlos I, monarca ecuménico, edu­
cado en el ambiente mercantil de Flandes, pudo haber dirigido
la monarquía hispánica en otro sentido, y así lo intentó al libe­
ralizar el comercio americano en 1529; pero sus múltiples am­
biciones le convirtieron en un forzado depredador de la riqueza
castellana. Las guerras libradas contra Francisco I de Francia
revelaron la potencialidad de sus recursos, establecieron la he­
gemonía española en Italia después de la batalla de Pavía (1525)
e iluminaron el continente con el esplendor de la coronación ce­
sárea de Bolonia (1530). Pero ni lograron avasallar a Francia,
ni atemorizar a los protestantes alemanes, ni frenar a los turcos
osmanlíes, ni incluso detener la arrogancia de los berberiscos
en las costas mediterráneas, Carlos I hizo su propia política,
muchas veces vinculada al sentido heroico de lo borgoñón y al
liberalismo erasmista y, por tanto, incomprensible para las altas
esferas españolas. Pero de esta gran salida de Castilla a Europa
del brazo del emperador, aquélla regresó a sus lares con una
acentuda francofobia, un odio concentrado contra la hetero­
doxia y un desprecio mayúsculo respecto a la perversa y des­
lumbrante sociedad europea.»
Comienza el Siglo de Oro literario
En cambio, el desarrollo cultural, en particular el literario,
inició un impulso arrollador que duraría más de siglo y medio,
alcanzando cimas jamás superadas. La influencia italianizante
se impuso del brazo de Boscán y Garcilaso, apoyada por la
tendencia universal renacentista. En España, al lado del huma­
nismo cristiano, el Siglo de Oro se inspiraría en elementos medie­
vales, en la propia idiosincrasia hispánica y en notas de claro
raigambre popular.
El barcelonés Juan Boscán fue uno de los hombres más so­
ciables de su tiempo y contó con gran número de amigos de
ilustre alcurnia. Nació hacia 1493, estudió con Lucio Marineo
Sículo, frecuentó la corte de Fernando el Católico, fue amigo
1525-1530
274 • Europa occidental a principios del siglo X V I
de Andrea Navagero y ayo del duque de Alba, a quien tal
vez enseñó arte poética. Casó con doña Ana Girón de Rebo­
lledo, «señora sabia, gentil y cortés» ■
—en frase de don Diego
de Mendoza, otro gran amigo de Boscán— y gozó con ella de
un hogar tranquilo hasta la muerte del poeta, en 1542, seis años
después de Garcilaso, su entrañable amigo y colega literario.
La idea de introducir formas poéticas italianas adaptándolas a la
literatura española, la expuso Boscán en una carta a la duquesa de
Soma, puesta como prólogo al libro segundo de sus poesías: «Estando
un día en G ranada con el N avagero, tratando con él en cosas de in­
genio y de letras, y especialmente en las variedades de muchas lenguas,
me dixo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otros
artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia; y no solamente
me lo dixo así livianamente, más aún, me rogó que lo hiciese. Partime
pocos días después para mi casa; y con la largueza y soledad del cami­
no, discurriendo por diversas cosas, fui a dar muchas veces en lo que
el N avagero me había dicho; y asi comencé a tentar este género de
verso. En el cual al principio hallé alguna dificultad, por ser muy arti­
ficioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro. Pero
después, pareciéndome, quizá con el amor de las cosas propias, que
esto comenzaba a sucederme bien, fui paso a paso metiéndome con calor
en ello. M as esto no bastara a hacerme pasar muy adelante si Garcilaso
con su juicio, el cual no solamente en mi opinión, mas en la de todo el
mundo, ha sido tenido por regla cierta, no me confirmará en esta mi
demanda. Y así alabándome muchas veces este mi propósito y acabán­
domelo de aprobar en su exemplo, porque quiso él también llevar este
camino, al cabo me hizo ocupar mis ratos ociosos en esto más particu­
larmente».
Años más tarde, esta tendencia italianizante y petrarquista,
unida a las formas y al fondo tradicional español, florecería en
dos escuelas poéticas paralelas, casi simultáneas, la salmantina
y la sevillana, que constituyen el más puro exponente de la lírica
castellana del Siglo de Oro.
Garcilaso de la Vega, poeta y soldado
En julio de 1535, un joven de poco más de treinta años se
batía con un numeroso grupo de tunecinos que le asediaban,
Con un valor impresionante, con numerosas heridas en el cuer­
po, no sólo se defendía sino que derribaba a sus asaltantes, hasta
que quedó dueño del campo ayudado por sus compañeros y
^cubierto de sangre. Fue durante la campaña de Túnez, en donde
fentró triunfante el emperador Carlos V el 21 de julio del
mismo año.
\
1500-1540
Moscón (¿-1S42)
O ra la espada, ova ¡a pluma ® 275
Aquel valeroso paladín se llamaba Garcilaso de la Vega.
Galán incorregible, durante su convalecencia mantuvo amoríos
con una hermosa dama, a la que siguió a Nápoles, ya curado de
sus heridas. Otros amores tuvo más o menos encubiertos, como
en cierta ocasión con una dama incógnita por la que se apasionó
de tal manera que «jamás corazón fue consumido de tan hermoso
fuego», como él mismo decía al recordarlo.
Garcilaso de la Vega nació en Toledo en 1501 o en 1503 y
a los diecisiete años entró a formar parte de la corte de Carlos V,
si es que no se educó ya en ella, sobresaliendo luego entre los
mancebos nobles de la guardia imperial. Tipo perfecto del hom­
bre renacentista, conocía el griego y el latín, además del italia­
no y el francés, era buen músico, hábil esgrimidor y jinete, apa­
cible, suave, cortés y simpático en el trato, soldado y poeta al
propio tiempo. En 1522 luchó en la isla de Rodas contra los
turcos, al año siguiente contra los franceses en la frontera nava­
rra y, en 1530, dio también pruebas de arrojo en una campaña
de Carlos V contra Florencia.
Cuando el emperador hizo un llamamiento a la nobleza es­
pañola, en 1532, con ocasión de una nueva intentona de Soli­
mán contra Austria, aquel poeta que tomaba «ora la espada,
ora la pluma» fue uno de los primeros en ponerse en camino
para incorporarse a la lucha, pero el propio soberano lo mandó
arrestar por intervenir en la boda de un sobrino de Garcilaso,
enlace que no consentía el emperador. Desterrado durante tres
meses a una isla del Danubio, compuso allí admirables poesías;
Danubio, río divino..., por ejemplo, evocación del paisaje. El
poeta renacentista se sentía émulo de Ovidio, también deste­
rrado por Augusto a inhóspitas regiones de la Dacia, Bajo
Danubio. Perdonado por Carlos V, pasó a Nápoles, donde
continuó dedicado al amor y a la poesía; mantuvo correspon­
dencia con Boscán y otros escritores, literatos y humanistas.
Después de su valerosa actuación en Túnez, ya mencionada, a
los nueve meses estallaba la tercera guerra entre Carlos V y
Francisco I; fue nombrado Garcilaso maestre de campo de un
tercio de tres mil infantes españoles y marchó a través de Provenza.
El 26 de septiembre de 1536, al dirigirse a Niza, el ejército
fue sorprendido y hostigado por un grupo de medio centenar
de arcabuceros desde la fortaleza de Muy, cerca de Fréjus.
El emperador mandó batir la torre con dog piezas de artillería
que abrieron brecha en los muros, pero sus defensores no se
rindieron. Circuló por el campamento el rumor de que Carlos V
Garcilaso de la Vega (¿1501-1536)
1500-1540
276 ® Europa occidental a principios del siglo X V I
se extrañaba de la tardanza en el asalto y toma de la fortaleza,
picóle el amor propio a Garcilaso, como jefe de la infantería
a quien tocaba expugnarla, y tomando una escalera de mano se
lanzó al asalto sólo con su espada y rodelo, sin cubrirse de casco
ni coraza. Los defensores de la torre dejaron caer entonces una
gran piedra que chocó contra la rodela de Garcilaso, le hirió en
la cabeza y le derribó al foso, mal herido. Recogidos por varios
caballeros fue conducido a Niza, donde murió a mediados de
octubre, atendido por su buen amigo el duque de - Gandía, que
sería más conocido, años después, por el nombre de san Fran­
cisco de Borja.
Carlos V, exasperado ante la muerte «del más hermoso y
gallardo de cuantos componían su corte», en un arrebato de
dolor y de cólera, mandó en represalia arrasar la fortaleza y
ahorcar a todos sus defensores, actitud infrecuente en él, que
solía ser generoso en sus campañas.
El «Príncipe de los poetas españoles»
Con estas o parecidas palabras y con las de «gran poeta
castellano nuestro» califica Cervantes a Garcilaso, con cuya
lectura se deleitaba a menudo, a juzgar por las continuas alu­
siones a éste en las obras del famoso escritor. Aun siendo escasa
la producción poética garcilasista, es de máxima calidad. Este
fenómeno es típico de esa línea castellana de la literatura espa­
ñola que va de Berceo a Machado. Garcilaso era hombre des­
preocupado y poco cuidadoso en la conservación de sus versos,
que se hubieran perdido casi todos de no haberse preocupado
su fiel amigo Boscán. En 1528, recibió éste de su camarada una
porción de sonetos, cinco canciones, tres églogas, dos elegías y
una epístola, para que revisara estas composiciones y las guar­
dara. Y a ello se reduce la casi totalidad de la obra literaria de
Garcilaso que dio a la imprenta la propia esposa de Boscán, la
culta doña Ana de Girón.
Ambos escritores mantenían frecuente correspondencia, mo­
vidos además de su recíproco afecto por el interés de la revolu­
ción literaria que estaban llevando a cabo. Garcilaso ensaya el
verso endecasílabo suelto precisamente en una Epístola a Boscán,
que no es sino un auténtico elogio de la amistad, de la cual son
prototipos ambos; Garcilaso le cuenta en ella su viaje de 1534 a
Barcelona, para informar personalmente de los desastres cau­
sados en las costas de Italia por el pirata Barbarroja, durante
las campañas de este corsario en 1533 y 1534, y fechó la carta
1500-1540
Epístola a Boscán ® 277
en Vaucluse, cerca de Avifión, la tierra «do nació el claro fuego
de Petrarca», el gran poeta italiano, al que ambos eran tan afi­
cionados y cuya poderosa influencia experimentaron.
E n sus composiciones, Garcilaso demuestra un gran subjetivismo
al expresar el amor, el dolor y el sentimiento de la naturaleza. Pero
acaso lo más interesante en este cortesano de Carlos V sea el ideal
renacentista que se desprende de ellas, su acento personal y su elegan­
cia a la manera de los antiguos clásicos y la idealización de esa misma
N aturaleza al tratar el tema bucólico, en un estilo un tanto virgiliano
y con un lenguaje impropio de pastores, llevando a cabo en la lírica lo
que inmediatamente después se cultivará en la literatura española, bajo
la forma de novela pastoril. Y se muestra Garcilaso plenamente hombre
del Renacimiento en las características esenciales de su obra poética
por sus alusiones a la mitología grecorromana, por su platonismo, por su
tendencia a lo heroico con anhelos de fama, su actitud de cortesano
galante y su ansia a gozar de la existencia y recoger las rosas de la
vida antes que en breve plazo se marchiten.
Su estética '—también renacentista— se fundamenta en la citada
imitación de los clásicos antiguos, la armonía de sus versos y la sen­
cillez de su lenguaje, pleno de claridad poética, con sintaxis regular
e imágenes y metáforas perfectamente asimilables. Es imposible sepa­
rar la figura de Garcilaso de la sociedad que gravitaba en torno a la
errante corte del emperador Carlos V, como su más significativa ex­
presión española.
Como ejemplo de perfecta adaptación del endecasílabo de origen
italiano a la lírica española, bastarían unos pocos versos de su Epístola
a Boscán, en la que se aquilata también la sincera y honda amistad que
unía a los dos poetas:
Entre m uy grandes bienes que consigo
el amistad perfeta nos concede,
es aqueste descuido suelto y puro,
lejos de la curiosa pesadumbre...
...considerando los provechos,
las honras y los gustos que me vienen
desta vuestra amistad que en tanto tengo,
ninguna cosa en m ayor precio estim o...
En su primera Égloga, en que dos pastores se lam entan de sus
cuitas amorosas, Garcilaso muestra su turbadora nostalgia y sincero
sentimiento— al modo de Jorge M anrique en las Coplas a la muerte
de su padre— al evocar los tiempos pasados felices y la tristeza de su
soledad presente:
¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
.1500-1540
278
9
Europa occidental
a
principios del siglo X V I
que había de ver con largo apartamiento
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
E l cielo en mis dolores
cargó la mano tanto
que a sempiterno llanto
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa.
Insiste en esta misma melancolía producida por la ausencia de la
amada en alguno de sus sonetos, acaso con notas todavía más amargas,
aunque con delicadeza y dulzura; Garcilaso hizo posible que el soneto
se convirtiera en la más fina expresión poética del Siglo de O ro de la
literatura castellana:
Pensando que el camino iba derecho
vine a parar en tanta desventura,
que imaginar no puedo, aun con locura,
algo de que esté un rato satisfecho.
El ancho campo me parece estrecho;
la noche clara es nata mí oscura;
la dulce compañía, amarga y dura,
y duro campo de batalla el techo.
Del sueño, si hay alguno, aquella parte
sola, que es ser imagen de la muerte,
se aviene con el alma fatigada.
E n fin, que como quiera que estoy de arte
que juzgo ya por hora menos fuerte
(aunque en ella me vi) la es pasada.
1500-1540
fl,A UBEFORM A IBSf A M 1 M I 1
MARTIN LOTERO
Punto de partida: afán de renovación
El hombre del Renacimiento era tan religioso como sus ante­
pasados de la Edad Media, pero su sensibilidad había cambia­
do, ya que exigía una religión que hablara al cerebro, al co­
razón, casi a la carne. N o es casualidad que la piedad cristiana
se orientara entonces en torno a Cristo y su Pasión, a la Virgen
y a la devoción del Rosario. Tal orientación correspondía al
deseo de un Dios vivo, humano, más fraternal que paternal,
y por su parte, la escolástica tradicional debía dejar paso a
cierto humanismo evangélico, base de una «filosofía de Cristo».
La Iglesia no se acomodó con la suficiente rapidez a aquella
necesidad de renovación del sentimiento religioso. Las circuns­
tancias históricas habían obligado a los pontífices a desempeñar
en exceso el papel de jefes de estado, lo que implicaba la
organización de una estructura militar, poco compatible con
las funciones sacerdotales, y la de una tesorería y un sistema
fiscal, además de una corte tentadora atraída por el lujo, unas
alianzas europeas demasiado sutiles y determinadas presiones
políticas acerca del nombramiento de obispos y cardenales.
Confiando en acelerar la indispensable reforma de la Iglesia,
numerosas personalidades de la cristiandad insistieron en sus
exhortaciones, entre otros el cardenal De Brixen en Alemania,
el humanista Lefévre d'Étaples en Francia, Erasmo en los Países
Bajos; debe recordarse que el Elogio de la locura contiene vio­
lentas diatribas contra el tráfico de las indulgencias, los monjes
indignos, los prelados sin vocación, los papas guerreros. Al no
hacerse caso de ellas, tales advertencias no hicieron sino incre­
mentar el contenido moral de quienes propugnaban por una
reforma violenta y radical.
S. XVI
280 • La Reforma en Alemania
Lutero y sus proposiciones
El 31 de octubre de 1517, el fraile agustino Martín Lutero
exponía en la puerta del castillo de Wittenberg sus 95 propo­
siciones sobre el abuso de las indulgencias, y nadie adivinó
entonces que aquel día sería memorable en la historia del mun­
do. Lutero no pensaba a la sazón en separarse de la Iglesia, en
modo alguno, ni atacaba la doctrina de las indulgencias en sí
misma, sino que pretendía simplemente provocar una discusión
científica de aquel problema; creía que una vez advertida la
Iglesia acerca de los abusos cometidos con el tráfico de las
indulgencias, aquélla intervendría enérgicamente contra tantos
excesos. Lutero estaba convencido de ello y por tal motivo no
deseaba la supresión de las indulgencias y aún menos la ruptura
con la Iglesia católica, a la que «amaba como a una madre».
Lutero no afirmaba nada original en sus 95 proposiciones,
la propia Iglesia se había manifestado también en parecido sen­
tido y a menudo con sobrada energía. Con todo, jamás hasta
entonces nadie dirigió a la Iglesia una admonición en tan enér­
gico tono, pletórico de sarcasmos unas veces y otras rebosante
de santa indignación, y ello fue lo que atrajo la atención de las
masas sobre las proposiciones de aquel documento y les confirió
el valor de un libelo y de una obra viva de polémica. Por otra
parte, cabe reconocer que algunas de aquellas tesis contradecían
el principio según el cual «la fe sin obras es fe muerta». Con
todo ello, Martín Lutero habíase empapado de los principios
teológicos de Occam y, a medida que progresaba en sus direc­
trices hacia la Reforma, el occamismo le prestaba apoyo cada
vez más firme en su oposición a las autoridades eclesiásticas;
además, el apóstol san Pablo y san Agustín, padre de la Iglesia,
ayudaron mucho al reformador a vencer la crisis religiosa de
donde surgiría su doctrina.
La oposición de Lutero a las anomalías interiores de la
Iglesia encontró bastante mayor simpatía que las proposiciones
de reforma adelantadas por Occam, pues el terreno estaba
mücho mejor preparado y la época bastante madura para una
reforma general. El universalismo de la Iglesia estaba muy
debilitado y el anhelo de poder temporal había sido suplantado
por las tendencias nacionalistas; también los intereses políticos
de los diversos estados coincidían con los objetivos de la Re­
forma, como la ruptura con un poder centralizado en Roma, y
por lo tanto exterior al imperio; al mismo tiempo, los intereses
económicos de los príncipes les tentaban a aprovechar aquella
1517
Lutero (1483-1546)
E l cisma luterano ® 281
ocasión de agregar a sus dominios las riquezas y las propieda­
des de la Iglesia.
Aunque al principio Lutero combatió más el poder de Roma
que su doctrina, debe reconocerse que ésta no iba separada
de aquél, ya que el poderío de la Iglesia descansaba precisa­
mente • en su doctrina y en la creencia de que sólo la Iglesia
católica podía dar la salvación, por estar exclusivamente fun­
dada en la ley de Cristo. Antes que Lutero, otros combatieron
este dogma, pero él fue el único capaz de atreverse a que­
brantarlo con su doctrina de la justificación por la fe. Así, al
romper Lutero con los dogmas de la Iglesia salvadora y del
origen divino del poder pontificio, quebrantó con ello la unidad
de la misma Iglesia, provocando un nuevo cisma casi cinco
siglos después del otro gran cisma anterior entre la Iglesia
católica romana y la Iglesia griega ortodoxa.
Con los años, la Reforma ha realizado una revolución polí­
tica, económica y social, tanto como religiosa, actuando con
el concurso de factores económicos y sociales. «La Reforma
fue una acción permanente y recíproca de fuerzas espirituales
y materiales», se ha dicho.
Personalidad de Lutero
Si la Reforma se originó en el seno de un poderoso movi­
miento popular, fue porque Lutero estaba persuadido de que
tenía algo nuevo que exponer. Había experimentado angus­
tias indecibles y sufrido en lo más hondo de su alma para
asimilar y conquistar aquellas convicciones entonces nuevas, y
al proclamarlas más tarde a la faz del mundo, pareció como
sucede con frecuencia, que aquel movimiento reformador no
dependía de lo que se proclamaba, sino del modo cómo lo decía.
El éxito de Lutero procedió en gran parte de que había sur­
gido del pueblo y poseía una elocuencia particularmente viva
y eficaz, hablando la lengua sencilla y franca de lat tierra y
tomando sus ejemplos e imágenes de la vida cotidiana de los
aldeanos, de los mineros y de los artesanos.
A título de muestra, recuérdese de qué modo ingenuo e intuitiva­
mente dramático describe la caída de Sodoma y Gomorra: «En ún
abrir y cerrar de ojos toda la región quedó desierta y devastada, y
todos los habitantes de las ciudades, hombres y mujeres, niños y adul­
tos, murieron y fueron precipitados a los abismos del infierno. Se aca­
bó el tiempo en que contaban su oro y pesaban sus mercancías. Las
trompetas de Dios hicieron oír su tocata».
1500-1540
282 • La Reforma en Alemania
<■
Lutero ofrece otra viva pintura del Juicio Final: «Cuando Cristo
haga sonar las trompetas, aquel día saldrá cada uno de su rinconcito,
como las moscas que el invierno deja inmóviles y sin vida, y que los
primeros rayos del sol despiertan en verano; como los pájaros que,
en invierno, se esconden en sus nidos, en los orificios de las rocas o
en árboles huecos; como los cuclillos y las golondrinas que parecen
muertos en sus agujerillos de la orilla, pero despiertan a la vida aJ
iniciarse la primavera».
O tra pequeña anécdota revela a la perfección la manera cómo
M artín Lutero se esfuerza en captar lo sublime mediante un ejemplo
extraído de la vida corriente. D urante una comida, Lutero vio a su
perrillo «Tólpel» devorar con los ojos la carne que había sobre la mesa.
«| Ah —exclam ó— si yo pudiera rezar a Dios con igual fervor con
que este perro mira un trozo de carne!»
Muchos están convencidos de que el imperio de Napoleón
habría existido incluso sin Napoleón «por la lógica de los
acontecimiento», e igualmente se afirma a veces que no podía
dejar de producirse una Reforma, aun cuando Lutero no hubie­
ra existido jamás. Otros también pretenden que las críticas de
Erasmo hubieran podido, por sí solas, provocar una Reforma
sin violencias y efusiones de sangre, pero tales razonamientos
resultan superfluos, porque es evidente que el gran humanista,
sea cual fuere la medida en que contribuyó a la Reforma, fue
un crítico exclusivamente negativo, demasiado prudente e inca­
paz' de ponerse al frente de un movimiento popular.
Lutero fue lo bastante enérgico para abrirse paso hacia la
realidad de la existencia cotidiana. Erasmo, de temperamento
más aristocrático, estaba formado más para un gabinete de
erudito que para el campo de batalla. Aun así, cada uno a su
modo, ambos contribuyeron a la eclosión y al éxito de la Reforma.
De la celda a la cátedra
Martín Lutero contaba casi treinta y cuatro años y era
fraile desde hacía unos doce cuando, en aquel histórico día
del 31 de octubre de 1517 avanzó suprimer paso por
el ca­
mino de la Reforma. Había ingresado en un convento de agus­
tinos después de una brusca experiencia harto espectacular. Su
padre, aldeano y minero de Turingia, queriendo proporcionar
a su hijo una situación, procuró que estudiara en la universidad
de Erfurt. Un día de julio de 1505 estalló una violenta tor­
menta cuando el joven estudiante acababa de abandonar la casa
paterna de Mansfeld y se encaminaba hacia aquel centro do­
cente; cerca de Stotterheim, localidad situada a cinco kilóme1505-1517
La inquietud, espiritual de Lutero • 283
tros de Erfúrt, cayó un rayo muy cerca de él y, aterrado el
joven, cayó de rodillas exclamando: « | Santa Ana bendita, si me
salváis la vida me haré fraile!». Santa Ana era la patrona de
los mineros.
Esta súbita promesa h^zo cesar en Lutero una angustia que
le atormentaba hacía años. Desde tiempo atrás, el joven Martín
se preguntaba cómo llegaría a presentarse ante el Juez Supremo,
Dios omnipotente, santo y perfecto. Y no era Dios su único
objeto de temor, ya que desde su más tierna infancia Martín
se había acostumbrado a temer a toda clase de fuerzas adversas.
Su madre parecía haberle transmitido una obsesión supersticiosa
por el demonio y los espíritus malignos, y terrores ante los fuegos
fatuos, brujas y hechiceros, cuyo fin era causar daño a los seres hu­
manos. El niño quedó persuadido de que el mundo entero estaba lleno
de «cohortes del Maligno», como se deduce de esta interpretación suya
del texto de la Epístola de san Pablo a los efesios sobre «los malos
espíritus» de las regiones celestes: «Allá en los aires se ciernen, vuelan,
mariposean en torno a nosotros como abejas en inmensos enjambres.
Se hallan también en los bosques y al borde del agua, se ve cómo hacen
piruetas y dan saltos como machos cabríos; flotan sobre marismas y
estanques en forma de fuegos fatuos, ahogan a los hombres o los de­
güellan; gustan de los lugares solitarios y de los rincones oscuros, tales
como casas abandonadas. Así pueblan el aire y todo cuanto nos rodea
y nos dominan hasta donde alcanza el espacio. No hacen otra cosa
que buscar cómo hacernos daño».
Este terror oculto en el fondo de su alma fue incrementado
a causa de la educación particularmente severa recibida en
sus primeros años. N o cabe duda de que entonces los padres
amaban también a sus hijos, pero asimismo es cierto que la
mayoría de ellos, en aquella época pintoresca, estaban persua­
didos de que para sus pequeños las palizas eran tan indispensa­
bles como la comida y la bebida. Tampoco la vida de los niños
de entonces era mucho más agradable, una vez franqueado el
umbral de la escuela. El pequeño Martín recibió una mañana
un terrible castigo por no haber sabido conjugar los verbos
con la facilidad requerida. Y así, tanto siendo niño, como ado­
lescente, Lutero vivió en un continuo terror de la condenación
eterna y se sintió perpetuamente rodeado por todos los diablos
del infierno. Exclamaba: «Una pregunta hacía temblar mi co­
razón : ¿qué debo hacer para que Dios se muestre .clemente
conmigo?».
Creyó que Dios le habló durante la tormenta, como había
interpelado a Pablo en el camino de Damasco. En consecuencia,
1505-1517
284
#
L a R e fo rm a en A lem ania
Lufcero pidió su ingreso en la comunidad de Ermitaños de San
Agustín de Erfurt, donde recibió el sobrenombre de «fray
Martin, segundo san Pablo». Lutero había ingresado en aquel
llamado Convento Negro para conseguir allí su salvación y
estaba dispuesto e irrevocablemente decidido a rechazar todas
las tentaciones del mundo; la vida monacal era para él la más
santa y admirable existencia que pudiera elegir un hombre y,
en su celda de fraile, fray Martín declaró una guerra impla­
cable a las tentaciones del egoísmo y de la carne. Luego, el
prior escogió al joven novicio para el sacerdocio, lo que sig­
nificaba otros estudios en la escuela del convento, vinculada a la
universidad de la ciudad. Por fin, en 1512, Lutero obtuvo el car­
go de profesor de teología en la universidad de Wittenberg.
Mientras preparaba sus clases en Wittenberg, su existencia
tomó una dirección decisiva. Algunas palabras de san Pablo
en la Epístola a los romanos constituyeron para
él
unaautén­
tica revelación: el hombre no podía obtener el perdón de sus
pecados sino confiando en su amor a Dios y abandonándose
a su misericordia; lo que no podían conseguir ayunos, maceraciones y supuestas buenas obras, la fe podría realizarlo. Aquél
fue el rayo de luz en las tinieblas de su desesperación, porque
Dios no era sólo el Juez que condena, sino también el Padre
que perdona. Así fue cómo el estudio de la Biblia condujo a
fray Martín paso a paso hacia esta idea que iba a constituir
el principio y base de su doctrina reformada: «El hombre se
redime a los ojos de Dios no por las buenas obras, sino por
la fe y por la fe sola».
LA REBELDÍA
La cuestión de las indulgencias
Liberado de toda ambición personal, Lutero hallaba plena
satisfacción en su tarea en Wittenberg: hacer partícipes a sus
discípulos de los resultados de sus estudios bíblicos, y servir,
mediante sus predicaciones populares, a las necesidades espiri­
tuales de una comunidad de gentes sencillas, labradores y pe­
queños artesanos. Sin embargo, a veces se preocupaba del
mundo exterior; por ejemplo, cuando al reprochar a los peni­
tentes sus pecados éstos le exhibían las bulas de indulgencia
que los taimados aldeanos habían adquirido en el cercano país
de Brandeburgo. Aquellas bulas concedían la remisión de los
1505-1517
Iglesia del castillo de Wittenberg, según un grabado en madera
de 1509. Én la puerta principal, al centro, es donde Martín Lutero
expuso sus 95 proposiciones.
1505-1517
286 9 La Reforma en Alemania
pecados una vez verificada la confesión sacramental, y en cuan­
to al indispensable remordimiento por la falta cometida, ni
siquiera era mencionado.
El tráfico de las indulgencias en Brandeburgo procedía
de un acuerdo comercial entre el príncipe Alberto de Brandeburgo, el papa León X y la banca Függer de Augsburgo, ne­
gocio lucrativo que Lutero puso en peligro con sus célebres
95 proposiciones. Éstas perjudicaban tanto los ingresos que
Alberto se apresuró a llevar el «caso Lutero» ante el papa y,
para tal cuestión, el príncipe recibió la ayuda incondicional de
los dominicos. En efecto, Tetzel, traficante de indulgencias, era
dominico, y como Lutero atacaba de modo especial sus mane­
jos, la Orden entera se consideró ofendida. Los dominicos exhor­
taron al papa a tomar medidas contra Lutero, acusándole de
hereje y aguardaron con esperanza el resultado del proceso,
viendo ya a Lutero en la hoguera.
Las cosas hubieran ocurrido probablemente de este modo
si el príncipe elector Federico de Sajonia no hubiera acogido al
agustino bajo su protección. En efecto, por razones políticas,
ni el papa ni el emperador se atrevían a arriesgarse promo­
viendo un conflicto con el tan influyente príncipe elector. El
papa recurrió a todos los medios: tan pronto amenazaba, como
trataba de atraerse a Federico o de persuadirle mediante la
promesa de que la Santa Sede se mostraría conciliadora en otros
asuntos, interesantes en extremo para Federico, si éste consen­
tía en entregar al herético a Roma, o por lo menos expulsarle
de sus territorios. Pero el príncipe era un mago del pretexto, un
maestro en el arte de ganar tiempo, y el papa y sus embajado­
res nada pudieron conseguir de aquel «basilisco», al que tam­
bién llamaban «zorro sajón».
Controversia Lutero-Johann Eck
La Iglesia católica romana halló un poderoso defensor en la
antigua y célebre universidad de Leipzig, el profesor Johann
Eck, llamado «el Aquiles del catolicismo» por su estatura im­
presionante y su voz de trueno, «disputator» temido que iba
de una universidad a otra para medir su elocuencia con la de
otros eruditos.
Entró en liza con algunas proposiciones hostiles a las ideas
reformadoras de Lutero y la controversia desencadenada entre
ambos constituyó un episodio memorable en la historia de la
universidad de Leipzig y de la propia Reforma. Con todo, ante
1517-1520
«Los papas son también hombres...» ® 287
aquel Eck resonante y dispuesto a la polémica ruidosa, la
réplica de Lutero fue sosegada y rebosante de humor. El fraile
apareció con un ramo de flores en la mano; y mientras su
adversario gritaba ensordeciendo al auditorio, el imperturba­
ble Lutero aspiraba el perfume de sus flores con estudiada
placidez.
Uno de los argumentos de Eck era que el poder pontificio
había sido instituido por Cristo y existía desde san Pedro, y
Lutero protestó contra esta afirmación, pretendiendo que la
Santa Sede propiamente dicha no había aparecido hasta varios
siglos más tarde. Eck hizo notar entonces que, con aquellas
declaraciones, Lutero defendía al herético Juan Hus, cuya doc­
trina había condenado el Concilio de Constanza, y Lutero res­
pondió con energía que la doctrina de Hus coincidía en muchos
puntos con la palabra de Dios, y que los concilios podían equi­
vocarse, como también los papas, por supuesto: «Los papas
son también hombres, y no dioses».
Entusiasmado Lutero, se dedicó luego a escribir para expo­
ner su punto de vista al pueblo alemán y, gracias a la imprenta,
pronto se extendieron sus opiniones por toda Alemania. En el
año 1520, el más fecundo de Lutero como escritor, aparecieron
dos de sus obras más famosas, su ardiente polémica Sobre la
cautividad de la Iglesia en Babilonia y su ensayo Sobre la liber­
tad del cristiano. En la primera de ellas, Lutero afirma que, al
creer en el poder mágico de la misa y de los sacramentos,
la Iglesia queda relegada a un verdadero destierro de Babilo­
nia y la comunidad de los creyentes queda atada de pies y
manos por esas ceremonias y fórmulas mágicas. Dios es quien
nos ha concedido los sacramentos que nosotros podemos acep­
tar con fe y gratitud, pero la Iglesia católica los ha convertido
en «acto y sacrificio de nosotros mismos» por el cual esperamos
ganarnos la benevolencia divina. Lutero ve en ello el error
esencial que nos hace olvidar que toda la vida del hombre debe
ser dedicada al servicio de Dios. Y la «libertad del cristiano»
de que habla, se adquiere por la fe, que hace al cristiano
dueño de todas las cosas y de su destino con relación a los
demás seres humanos, mientras que el amor le convierte en
servidor de Dios y de su prójimo. La fe y el amor crean asi
un conjunto ''indivisible de libertad y de obediencia. En la liber­
tad del cristiano puede hallarse la frase que constituye el ver­
dadero núcleo de la doctrina luterana de la justificación: «Las
buenas obras no hacen piadoso a un hombre, pero el hombre
piadoso realiza buenas obras».
1517-1520
288 <f¡> La R efo rm a en A lem ania
Mientras Lutero luchaba en tal forma para defender sus
opiniones, León X firmaba, durante una cacería de jabalíes,
aquella bula que Eck tanto le exhortaba a lanzar contra «el
jabalí que ha osado perjudicar la viña de Dios». Lutero era
condenado, amenazándole además, si no se retractaba de sus
libros heréticos en un plazo de sesenta días, de que todos sus
escritos serían quemados.
Al saber Lutero que un inquisidor del papa había quemado
sus obras, replicó quemando públicamente la bula del papa ante
las puertas de W ittenberg. Desde aquel momento, la ruptura
con Roma era definitiva.
La M eta de Wosms y el castillo de W artburg
El papa dio a conocer su sentencia el día primero de 1521:
Lutero y sus partidarios eran definitivamente desterrados y
excomulgados. El emperador Carlos V era el encargado de
ejecutar la sentencia, pero el peligroso hereje había reunido
ya tal cantidad de discípulos en torno suyo que nadie se atrevía
a detenerle o a darle muerte sin otro proceso. La opinión pú­
blica exigía que la causa fuera instruida por la Dieta del
Imperio que debía reunirse en Worms durante el año 1521, y
con su habitual talento diplomático, Federico el Sabio, príncipe
elector de Sajonia, supo maniobrar en tal sentido para que así
sucediera.
Durante la audiencia del primer día, el frailecillo, a solas
ante aquella brillante asamblea, quedó algo impresionado, pero
el día siguiente fue el más importante de toda su existencia;
declaró valerosamente que no podía retractarse de una sola
palabra siquiera de cuantas había escrito, a menos que pudieran
demostrarle su error basándose en la Biblia, pues no creía en la
autoridad de los papas ni de los concilios. Según parecé, ter­
minó con la célebre frase: «Aquí estoy ante vosotros; no puedo
obrar de otro modo. ¡Dios me ayude! Amén», palabras que
nos demuestran de manera indudable que Lutero había llegado
al término de una evolución que le convertía en un reformador
protestante.
El emperador castigó a Lutero por sus opiniones heréticas
desterrando del imperio a él y a sus partidarios. Los heral­
dos del emperador Carlos V proclamaron por todos sus domi­
nios y territorios que el fraile agustino Martín Lutero quedaba
fuera de la ley, pero el príncipe elector Federico le salvó de
una muerte segura haciéndole «raptar» y acogiéndole en Wart1521
Excom unión de L utero (1521)
M ucho antes de los incas,
se habían sucedido en el Perú
otras civilizaciones.
Una m áscara fun eraria nazca
en oro batido (siglos V III-IX )
con s erp ientes que huyen del
rostro del m uerto
A
C ántaro que representa
a un guerrero mochica
(siglo s V - X ) .
La batalla de M ariñán, en 1515.
'f
Francisco I, visto por un pintor y
de la escuela de C louet. ▼
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Juan C alvino,
por H olbein.
M argarita de Navarra,
por C louet.
Erasmo,
por Holbein.
Tomás M oro,
por H olbein.
El humanismo
en las letras,
la filosofía y la teología.
Las obras del reformador 9 289
burg, el castillo que un día perteneció a santa Isabel. Allí, «ele­
vado en el aire —como dice Lutero en su correspondencia—,
en medio de los pájaros que tan agradablemente cantan entre el
verdor», pasó diez meses oculto bajo el nombre y el disfraz
de un caballero, un supuesto Junker Georg. De vez en cuando
se permitía una corta cacería por los alrededores, pero pa­
saba la mayor parte de los días y de las noches consagrado
a su traducción alemana del Nuevo Testamento, según el texto
griego original, tal como habían hecho anteriormente Erasmo
y otros humanistas.
La obra apareció en 1522. Los compatriotas de Lutero pu­
dieron así leer los Evangelios en un idioma accesible para
ellos, una lengua sencilla y concisa que con el tiempo sería la
base del alemán escrito moderno y serviría de modelo para
otras traducciones de la Biblia en diversos países. El libro
costaba el precio de un caballo, pero no por ello dejó de ago­
tarse rápidamente y en lo sucesivo no cesaron de aparecer
nuevas ediciones. Luego, tras otros doce años de incesante
trabajo, Lutero terminaba, con ayuda del sabio humanista Feli­
pe Melanchton y otros amigos, la traducción al alemán del
Antiguo Testamento.
En nuestros días, el visitante puede observar en el aposento
de Lutero en el castillo de Wartburg una gran mancha de tinta.
Dícese que, en cierta ocasión en que se vio tentado por el
diablo, el reformador arrojó su tintero a la cabeza del Maligno.
Aparecen manchas semejantes en el monasterio de Wittenberg
y en el castillo de Coburgo, donde Lutero residió en 1530 du­
rante la Dieta de Augsburgo, todo lo cual demuestra que el
fraile Martín Lutero sentía predilección especial por esta arma
arrojadiza en, sus combates contra el demonio.
Los coleccionistas de recuerdos han raspado la famosa man­
cha de tinta diversas veces, pero los administradores del castillo,
conscientes de su responsabilidad ante la Historia, la han vuelto
a reponer cuantas veces ha sido preciso.
LOTERO EN
LA INTIMIDAD
Lutero se casa con una monja
En 1523 llegó a Wittenberg un amigo de Lutero en com­
pañía de nueve monjas convertidas a la doctrina luterana y
que se habían escapado de su convento, cerca de Torgau. Con
Adriano VI, papa (1553)
1522-1523
290 • La Reforma en Alemania
anterioridad, algunas de ellas habían suplicado a sus padres
que las sacaran de aquel recinto que para ellas era una pri­
sión; pero nadie quiso atenderlas y, reducidas al último extre­
mo, se escaparon. Lutero se comprometió a asegurarles el
sustento. El reformador consideraba que el matrimonio era
la solución ideal para aquellas mujeres, ya que, como escribió a
un amigo soltero, «todas son guapas, muy educadas y de fami­
lias nobles». Pero no tenían «ni vestidos ni calzado».
Una de aquellas monjas, Catalina Bora, sería luego la esposa
de Lutero. En aquel entonces no se le hubiera ocurrido pen­
sar en semejante cosa, pues al principio la monja estuvo prome­
tida a uno de sus discípulos, joven de una familia distinguida
de Nuremberg; pero éste desdeñó a la ex religiosa prefiriendo
una joven rica. Lutero trató de persuadir a otro amigo a fin
de que se casara con Catalina; por último, ante el fracaso de su
proposición, decidió casarse él mismo. Ello ocurrió a mediados
del verano de 1525; Catalina tenía entonces veintiséis años y
Lutero casi cuarenta y dos.
lina verdadera tormenta de calumnias descargó sobre el
fraile por haberse casado con una monja. Decían que Lutero
se había visto obligado a efectuar un matrimonio de urgencia
y que su vergonzosa conducta con ella pronto quedaría patente.
Un año después de la boda le nacía un niño, por lo cual el
reproche de «ligereza» a propósito de este matrimonio quedó
en ridículo; sin embargo, se propaló en aquella época y también
más tarde. De hecho, el matrimonio de Martín Lutero y de
Catalina Bora no pudo ser más prosaico. Catalina, la juiciosa
Káthe, no era en absoluto romántica; se convirtió en una exce­
lente ama de casa, siempre dispuesta a asegurar el bienestar
de su familia y, pese a su abrumador trabajo doméstico, aún
tuvo ánimos de alquilar varias granjas en los alrededores de
Wittenberg y supervisar por sí misma su explotación.
Lutero necesitaba, desde luego, mujer tan competente, pues
nada entendía en asuntos de dinero. Hubiera podido ser muy
rico de exigir un precio conveniente por sus conferencias y
libros, pero, lejos de ello, una multitud de impresores y editores
vivía en gran parte del fruto de su trabajo. Cuando el príncipe
elector le ofreció algunas acciones de las ricas minas de plata
del Schneeberg, el reformador las rechazó cortésmente, ya que
tales preocupaciones no convenían a un hombre cuyo único
objetivo era aparecer con la frente alta' ante Dios y ante su
conciencia; todo lo demás le era absolutamente indiferente.
1524-1525
Guerra de los campesinos (1524-1525)
Lutero, padre ® 291
Un cierto franciscanísimo»»
En cambio, si se trataba de ayudar a su prójimo, ningún
esfuerzo le parecía demasiado penoso. Ofrecía incluso sus ves­
tidos; siempre estaba dispuesto a salir fiador de cuantos lo
necesitaran y, con frecuencia, Catalina había de esconder la pla­
ta de la vajilla e incluso sus utensilios de cocina para que su
marido no lo regalara todo a otros más pobres que ellos. Cuan­
do ella trataba de hacerle entrar en razón en esta materia,
Martín replicaba simplemente con su voz suave: «Dios sabrá
ayudarnos» o, en broma: «Dios es el protector de los locos».
Un día confesó a uno de sus hijos: «No te podré dejar dinero,
pero te dejaré a Dios, y Dios es rico».
M artin Lutero convirtió así su hogar en una especie de albergue
para los pobres y necesitados, un refugio para sanos y enfermos. Frailes
y monjas exclaustrados, predicadores evangelistas expulsados de sus
parroquias, a todos les parecía recurso natural que Lutero les ofre­
ciese alojamiento y comida, y resulta realmente admirable que el pro­
pio Lutero, ajetreado con aquellas incesantes idas y venidas permane­
ciera siempre tan alegre y afable. Es difícil imaginar qué hubiera sido
del hogar y de la familia Lutero sin los continuos cuidados de la madre
Kathe. El matrimonio tuvo tres hijos y tres hijas; Lutero era un padre
ideal, literalmente enloquecido por sus hijos, a quien nada deleitaba
tanto como jugar con los pequeños en el jardín,
Entre las más hermosas páginas que escribió el gran reformador
debe mencionar una carta a su primogénito Hans, entonces de cuatro
años de edad:
«Gracia y paz en Jesucristo, querido muchacho: Veo con gusto
que estudias bien y rezas mucho; eso es lo que debe hacerse, hijo mío,
y lo que hay que seguir haciendo. Cuando vuelva a casa, te traeré
algo bonito. Sé dónde hay un jardín maravilloso, magnífico, donde no
hay más que niños vestidos con trajes de oro y que recogen, bajo los
árboles, manzanas maarvillosas, peras, cereras, ciruelas doradas y
azules; cantan, saltan y se divierten siempre; tienen también lindos ca­
ballitos con riendas de oro y sillas de plata. He preguntado al dueño
del jardín quiénes eran aquellos niños y me ha contestado: «Son los
niños a quienes les gusta rezar, que son piadosos y que estudian bien».
Entonces le he dicho: «Querido amigo: yo también tengo un chico,
que se llama Hanschen Lutero. ¿No podría venir a este jardín, y pro­
bar él también estas hermosas manzanas y estas hermosas peras, y
m ontar en esos caballitos, y jugar con todos esos niños?». Y el hom­
bre me ha dicho: «Si reza con gusto, si es piadoso y estudia bien,
entonces podrá venir, y Lippus 1 y Jost también. Y si vienen aquí to­
dos juntos, tendrán también flautas y tambores, laúdes y toda clase
1 Feiipe, hijo de Melanchton.
1525-1530
292 • La Reforma en Alemania
de instrumentos de cuerda; podrán danzar y tirar con arcos». Y me
ha enseñado en el jardín un espacio de césped destinado a las danzas;
había allí flautas de oro puro, tambores y hermosos arcos de plata.
»Entonces era aún temprano y los niños no habían comido toda­
vía; por ello no he podido asistir a las danzas, pero le he dicho a
aquel anciano: «Ah, querido señor, voy inmediatamente a escribir todo
eso a mi querido hijo H ans, para que rece con entusiasmo, lea con
atención, sea piadoso y pueda así entrar en el jardín. Además, tiene
una primita, Lene, que tiene que venir también con él». Y el hombre
me ha dicho entonces: «Id de prisa a escribirle».
»Así que, querido HSnschen, estudia bien, reza con confianza y
di también a Lippus y a Jost que trabajen bien y que recen para que
podáis ir todos a ese jardín. Que el Señor Todopoderoso sea contigo.
Saluda a tu prima Lena y dale un beso de mi parte.
»Anno 1530. T u padre que te quiere, M artín Lutero.»
Lutero perdió dos hijos de corta edad y su hija, la amable y agra­
ciada M agdalena, murió a los catorce años; esta pérdida fue para él
tan penosa que nunca pudo sobreponerse por entero a su dolor.
Conversaciones íntimas
A la hora de las comidas, en compañía de invitados o de
amigos muy queridos, Lutero descansaba del trabajo y de los
cuidados cotidianos. Durante toda su vida fue sobrio y frugal
en extremo, pero si aparecía a la mesa un plato exquisito o un
vaso de buen vino, el reformador sabía saborearlo. «Si el Señor
ha creado los lucios deliciosos y el buen vino del Rin —solía
decir-—, es que puedo comerlos y beberlo.» Muchos han tra­
tado de presentar a Lutero como un glotón y un borracho, pero
tales afirmaciones han quedado totalmente desmentidas ante
hechos irrefutables; nadie pudo nunca atestiguar que viera a
Lutero embriagado.
Después de la comida, a Lutero le gustaba cantar e inter­
pretad música: la «Señora Música» le era tan querida como los
árboles, las flores y los pájaros de su jardín, y nada tenía que
objetar a los bailes en familia, siempre que todo transcurriera
en sosiego y buenos modales.
Durante las comidas, a Lutero le gustaba mucho narrar sus
más notables experiencias y manifestar, en serio o en broma,
todo cuanto sentía, conversaciones que eran muy apreciadas
por quien tenía el privilegio de escucharlas. A veces, Lutero
exponía el modo de hacer frente a los malos instintos: «No
podéis impedir que los pájaros vuelen acá y acullá en el cielo,
pero al menos podéis impedir que construyan su nido en vues­
tros cabellos».
1530-1531
«Confesión de A u g sb u rg o 1» ,(1530)
Las doctrinas luteranas • 293
Lutero extraía sus ejemplos favoritos del gran libro de la natu­
raleza. A fin de hacer comprender que, para ser feliz y protegerse
contra la desgracia, el hombre debe depositar auténtica confianza en
Dios, habla de los pajarillos que anidan en su jardín y se asustan al
paso de la gente; una tarde en que las aves se dispersaban al acer­
carse él, les dijo: «Pajarillos, no tengáis miedo de mí; os amo más de
lo que podáis imaginaros». Y con nosotros ocurre exactamente lo mis­
mo: tampoco tenemos la suficiente confianza en Dios, N uestro Señor;
y sin embargo Él, que entregó su único Hijo por nosotros, nos pro­
porciona todas nuestras alegrías. El hombre que afirmaba en W orm s
«que es peligroso obrar contra la conciencia», decía también: «La
conciencia es lo más delicado de la tierra y del cielo; no puede so­
portar la menor herida». Y para ilustrar el poder de la conciencia,
narra la anécdota del sacerdote que, predicando desde el púlpito con­
tra los esposos infieles, terminaba así su sermón: «Hace tiempo que
estoy castigando a estos pecadores con palabras; hoy he decidido cas­
tigarlos con obras. Sé que hay un adúltero entre mis oyentes; sí, lo
estoy viendo con mis propios ojos y voy a señalarlo con esta piedra».
Diciendo esto, sacó una piedra de su bolsillo e hizo ademán de arro­
jarla. Todos los fieles que estaban sentados cerca del púlpito se pre­
cipitaron unos sobre otros, pues cada cual creía que se dirigía a él.
U no de los amigos de Lutero tuvo, en 1531, la idea de tomar nota
de las conversaciones que su huésped mantenía en sobremesa, otros
íntimos siguieron pronto su ejemplo, y así nacieron varias «antologías»,
cuya calidad es, por desgracia, muy desigual. A veces se encuentra
algo aprovechable, pero en la m ayoría de ellas el texto aparece pla­
gado de malentendidos e interpretaciones erróneas. Es muy difícil adi­
vinar en todo ello lo que el reformador dijo en realidad y, por un azar
desgraciado, los errores son tales que para su reputación más le
hubiera valido a Lutero congregar en torno a su mesa oyentes con
m ayor talento.
Incluso aquellos pasajes cuya autenticidad no ofrece dudas apa­
recen a menudo deformados por un tono bastante grosero y lo mismo
ocurre en la m ayoría de los textos polémicos. Su vocabulario es el de
un aldeano, de un minero sajón, y tales irregularidades de lenguaje
proceden del violento carácter de Lutero, que casi todos sus amigos
deploraban y del que él mismo se acusaba como de una grave falta.
Lutero fue siempre un colérico terrible, y jamás pudo librarse de este
defeto; escribía con m ayor facilidad cuando materialmente hervía de
cólera, momentos en que se sentía en el estado de espíritu deseado y
acudían a su cerebro multitud de ideas, tan inagotables como las in­
jurias. Aquellos estallidos de ira eran para él súbitos tormentas que
«purificaban la atmósfera de su alma».
El reverso: el lenguaje de la violencia
Al principio, Lutero había confiado en que su acción contra
los abusos eclesiásticos le permitiría realizar una reforma en la
Liga de Smalkalda (1531)
1530-1531
294 ® La Reforma en Alemania
Iglesia, sin salir de los límites de ésta; pero su inconformismo
y su protesta acabaron al fin convirtiéndose en otro gran cisma,
un desgarrón irreparable en la túnica de la Iglesia. Desde en­
tonces, y aunque tuviese una fe como para levantar montañas,
no es de extrañar que a menudo le asaltasen dudas acerca de si
había obrado como debía.
Por último, no debe olvidarse que la palabra era la única
arma de Lutero frente a enemigos muy poderosos y no dis­
ponía, como el adversario, de prisiones, de verdugos y de
hogueras para imponer su punto de vista. Por otra parte, el
hecho de haber evitado la palma del martirio no lo debió aquel
«hereje y relapso» ni al papa ni al emperador.
Por todo ello, Lutero se muestra tan violento en la ironía
y el sarcasmo, aunque a menudo los dirige contra sí mismo.
Lutero no era persona que tomara las cosas muy en serio;
desde luego, no era un santo y nunca aspiró a tal honor, de
modo que todas las tentativas de convertirle en una especie
de santo protestante han sido un fracaso. Era franco, sincero,
llano y sin afectación; jamás se propuso erigirse como modelo.
La moral de la perfección sistemática, tal como aparece en
Ignacio de Loyola, no tenía atractivos para Lutero.
Por lo que se refiere a sus violencias verbales, es muy pro­
bable que sus continuas enfermedades contribuyeran también
a ello, en cierto modo. Hijo de un aldeano de Turingia, Lutero
era robusto por naturaleza, pero su salud había sufrido mucho
a causa del ascetismo excesivo que se impuso durante los años
transcurridos en el convento; más tarde, su vida fue tan absor­
bente, con tanta plenitud de trabajos y de luchas, que nunca
gozó ya del tiempo suficiente para descansar de un modo razo­
nable y poder recuperar energías. Desde los catorce años, a
Lutero le aquejaron graves enfermedades; y si alguna vez se
sentía algo mejor, su alegría duraba poco, hasta tal punto que
a los cuarenta y seis años, confiesa en una carta que se siente
tan débil como un anciano. Afirma que se encuentra «al final del
sermón», incapaz del menor trabajo; y se compara a «una
gallina vieja que ya no puede poner huevos». Con frecuencia
manifestaba que sólo deseaba poder descansar de todas sus
fatigas y sufrimientos, tanto físicos como espirituales.
Sin embargo, le esperaban aún tareas ingentes que le exigi­
rían llegar al máximo de sus fuerzas. Varias veces se halló
a dos pasos de la muerte, pero su robusta constitución acabó
venciendo siempre, y el convencimiento de que su misión en la
tierra no había terminado y que debía proseguir su obra a toda
1530-1540
El himno protestante ® 295
costa, contribuyó mucho a aquellas curaciones. De todos modos,
puede considerarse poco menos que milagroso el hecho de que
su potencia intelectual se conservara intacta a los sesenta y
tres años de edad. En su postrer día, con el cuerpo hecho
jirones por la enfermedad y el espíritu torturado por una an­
gustia indecible, aún supo aconsejar y consolar a los demás,
tan profunda era su fe y tan fuerte su voluntad.
Lutero practicó la caridad en grado heroico socorriendo al
prójimo y desafiando peligrosas epidemias. En 1527, Wittenberg fue asolado por la peste y todos los profesores de la
universidad huyeron, excepto Lutero y su amigo Bugenhagen.
El príncipe elector les remitió una carta apremiándolos a que
abandonaran la ciudad con mujeres e hijos. Lutero respondió
citando la Biblia: «El buen pastor da su vida por sus ovejas;
el mercenario que no es el pastor, a quien no pertenecen las
ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y se pone a salvo».
Lutero fue un digno y excelente pastor; tuvo el valor de que­
darse, aunque sufrió una grave crisis espiritual, acompañada
de «tentaciones de Satanás» y grandes dificultades familiares.
Probablemente en medio de tantas desgracias escribió Lutero
el himno Nuestro Dios es fuerte y poderoso, que se convirtió
en el canto comunitario por excelencia de los protestantes.
Los últimos combates
En febrero de 1537, Lutero se dirigió a Smalkalda, viaje
muy fatigoso para él, ya que una o dos semanas después de su
llegada cayó tan gravemente enfermo que tuvieron que llevarlo
a Wittenberg, ante la insistencia del reformador en querer
morir en su casa. Se restableció, pero su vida no fue otra cosa
que un largo combate contra la enfermedad. Su fiel esposa le
ayudó en la medida de lo posible, y en aquel papel de enfer­
mera Catalina demostró sus más hermosas cualidades, luchando
infatigable noche y día por aliviar en algo los sufrimientos de
su marido.
Decía Lutero que «más valen los peores dolores que las
torturas infernales de la angustia espiritual», e incluso a veces
la desesperación le tentaba al suicidio. Juzgando la obra de
toda su vida, escribió: «Si yo debiera comenzar hoy a predicar
el Evangelio, me limitaría a dirigir palabras de consuelo a los
desgraciados y a los inquietos, dejando a la masa bajo el régi­
men del papa; pues la masa no mejora, porque hace mal uso
de su libertad». También su amargura se acrecentó a causa de
1527-1537
296 • La Reforma en Alemania
las afrentas que hubo de soportar por haber concedido en otro
tiempo autorización para contraer en secreto un segundo matri­
monio al landgrave Felipe de Hesse, de quien era confesor.
Felipe de Hesse era uno de los principales jefes protestantes,
y acaso el más hábil político de todos ellos. Fuerte, enérgico y
muy culto, permanecía siendo, sin embargo, esclavo de sus
sentidos. Su esposa, duquesa de Sajonia, era tan fea y repug­
nante que su marido le tuvo aversión muy pronto y se enamoró
de una dama de la corte, Margarita de Saale, joven de diecisiete
años, declarando en presencia de Lutero, de Melanchton y de
otro teólogo protestante que renunciaría a sus excesos si recibía
de la iglesia protestante autorización para casarse con Mar­
garita. Felipe no se atrevía a separarse de su mujer, porque ello
equivalía a arriesgarse a un conflicto con su familia política,
muy influyente. Por otra parte, la madre de Margarita, primera
dama de la corte al servicio de la hermana de Felipe, y de
carácter muy difícil, no consentía en aquel nuevo matrimonio
si no era aprobado por los más distinguidos teólogos protes­
tantes. Felipe de Hesse era el campeón del protestantismo y a
nadie necesitaban más los reformados que a él. Amenazó en­
tonces con pasarse al bando del emperador si el asunto no se
solucionaba conforme a sus deseos. Tras muchas dudas y vaci­
laciones, Lutero y sus amigos concedieron su bendición a la
nueva boda, bien a su pesar, esperando así evitar que Felipe
cometiera licencias peores.
Lutero murió de apoplejía en 1546. Melanchton supo expre­
sar adecuadamente la tristeza, incluso la desesperación de cuan­
tos compartían su credo: «Ahora somos pobres seres aban­
donados».
Grandeza y errores de Lutero
Para Lutero, la religión no era un conjunto de hábitos pura­
mente externos, sino un «estado de espíritu» que sólo podían
provocar y mantener fuerzas interiores. Ello integra el núcleo
de su enseñanza y la base de toda su doctrina.
Según él, era una locura creer que el hombre debe huir del
mundo; al contrario, Dios ha colocado al hombre en el mundo
para que en él cumpla su tarea, amando a su prójimo y tra­
bajando con celo al servicio de la comunidad. Lutero logra
fundir lo espiritual y lo temporal en un conjunto armonioso: el
hombre sirve a Dios —dice— cuando considera su vida y su
trabajo como una vocación divina y obra en consecuencia;
1525-1546
Un
carácter lleno de contrastes • 297
toda labor honrada adquiere el mismo valor a los ojos de Dios.
De hecho, esta concepción de la vida constituye uno de los
principales resultados de la Reforma. Para la mentalidad medie­
val, considerar de este modo la vida cotidiana como una misión
divina hubiera sido sencillamente increíble. Con todo, sería pre­
ciso esperar el advenimiento del calvinismo para que esta idea
fuera llevada hasta sus últimas consecuencias.
Como todo ser humano, el gran reformador tenía sus de­
fectos, ante los cuales no podían inhibirse ni siquiera sus propios
amigos. Su naturaleza apasionada y orgullosa le impulsaba a
menudo a la exageración y no siempre se hallaba exento de
obstinación, terquedad o pedantería. Pese a estas debilidades,
era viril, valeroso y sincero. Su amigo Johannes Bugenhagen
dijo en su panegírico fúnebre que el hijo del aldeano sajón
no tuvo miedo jamás de ningún hombre, por muy poderoso
que fuese. Lutero quería vivir, y, si era necesario, morir por
aquella fe que había adquirido al precio de tantas dificultades.
N o puede negarse que fue un hombre extraordinario; aunque
a veces era grosero, falto de ponderación y dominio de sí
mismo, sabía también mostrarse encantador y, huésped gene­
roso, en todas partes era bien recibido. Le gustaban mucho
los nifíos, los animales, las flores y la música.
Como puede verse, el carácter de Lutero aparece lleno de con­
trastes. Cuando estalló en 1525 la llamada «guerra de los campesinos»,
sublevación popular que confiaba en él, Lutero renegó del partido cam­
pesino del que se decía campeón y se mostró servil hacia los grandes
señores alemanes, a quienes excitó así contra los rebeldes: «Creo que
todos los aldeanos deben perecer, toda vez que atacan a los príncipes
y a los magistrados y que empuñan la espada sin la autoridad divina...
Los aldeanos no son acreedores a la misericordia ni a la tolerancia, sino
a la indignación de los hombres de Dios. Los aldeanos han sido repudia­
dos por Dios y por el emperador; puede tratárseles como a perros
rabiosos...».
Es cierto que a menudo confundía injuria y argumento y
en sus obras cedía a los caprichos de su estado de humor,
pero sabía crear, incluso en sus accesos de melancolía y en
medio de las peores angustias. La fuerza de Lutero y su im­
portancia ideológica proceden de aquella crisis espiritual que
hizo de él otro hombre en su celda conventual, pero también, y
sobre todo, de su gran poder de acción. Él mismo opinaba
acerca de los resultados de la obra a la que consagró su vida:
«Quisiera que mis seguidores dejaran de utilizar mi apellido:
que no adoptaran el nombre de luterano, sino el de cristiano.
1525-1546
295 ® La Reforma en Alemania
Porque ¿qué es Lutero? La doctrina no procede de mí, ni soy
yo quien ha muerto en la cruz por los demás. San Pablo no
admitía que los cristianos se dijesen partidarios de uno o de
otro, ' y ¿cómo podría entonces yo, humilde mortal, pretender
que los hijos de Dios ostenten mi nombre miserable? N o soy,
ni quiero serlo, el dueño de nadie. Sólo Cristo es nuestro
Señor».
Tal era, pues, la opinión que Martín Lutero tenía de si
mismo. Se consideraba sencillamente como un humilde instru­
mento del poder divino y así, dice en uno de sus sermones:
«La fe no tiene el mismo vigor en cada uno de nosotros; en
mí, la fe es máa intensa que en algunos de vosotros y algunos
de vosotros tiene una fe más fuerte que la mía. Pero quien
posee hoy una fe muy robusta, puede tenerla mañana muy
débil, y viceversa». El gran hombre temía tanto las alabanzas
que escribió un día a un amigo «culpable» de haber hablado
de él en términos halagüeños: «Ésta es la desgracia de nuestra
vida miserable: cuantos más amigos tenemos que nos elogian,
más daño nos hacen. ¡Ah, cuánto más útiles nos serían el odio
y el desprecio que la amistad y la alabanza!».
1525-1546
E lF O » M A » # M K S S U IZ # S
ULRICO ZUINGLIO
. infancia y estudios
Ulrico Zwinglio o Zuinglio nació el día de Año Nuevo
de 1489 en un pueblecito perteneciente al monasterio de SaintGall, encaramado en los Alpes de la Suiza oriental. Era de
familia acomodada, y su padre gozaba de gran consideración
por su piedad y rectitud de carácter. Zuinglio amaba mucho su
región natal y su carácter enérgico e intrépido tenía algo de
aquel grandioso paisaje alpino. Uno de los primeros biógrafos
de Zuinglio, contemporáneo suyo, dice con acierto que la ve­
cindad del cielo, en aquellas altas montañas, acercó al joven a
Dios y sus correrías por la montaña y el bosque dejaron en
el joven Zuinglio una impresión que sería decisiva en su evo­
lución espiritual. Durante toda su vida amó la naturaleza como
pocos, y este amor a su región natal se extendió pronto a toda
su patria, siempre enamorada de la libertad. Su padre y su
abuelo habían participado con valor en la lucha de los aldea­
nos contra el abad de Saint-Gall cuando este dignatario in­
tentó imponer su poder más allá de los límites permitidos, y
Zuinglio, por su parte, escogió como modelo al héroe nacional
Guillermo Tell, dedicando todas sus energías al servicio de la
Confederación.
El joven adquirió sólida formación humanística en las univer­
sidades de Viena y de Basilea, y quizá también en la de París;
después se consagró al estudio de la teología para ordenarse
sacerdote. Era muy sociable, contrajo muchas amistades entre
los estudiantes, y ya entonces llamó la atención por sus extra­
ordinarias dotes de elocuencia. Como a Lutero, también a
Ulrico Zuinglio le agradaba mucho la música.
Z uinglio (1489-1531)
1489-1509
300 9 R efo rm a d o res suizos
N o es extraño que, aborreciendo la escolástica, quedara
tan impresionado por la nueva teología que uno de los más
célebres profesores de Basilea explicaba a sus discípulos. El
joven comprendía cada ve¡z con mayor evidencia lo necesario
que era al catolicismo hallar la energía suficiente para renovarse
en el seno de la palabra de Dios, y sus estudios sobre la Biblia
le condujeron gradualmente a la convicción de que era indis­
pensable una reforma de la Iglesia por la iglesia. Para llegar a
esta idea, Zuinglio no tuvo que superar una crisis espiritual
tan grave como la de Lutero y llegó a la Reforma por una
necesidad ineludible de aclarar los problemas de que estaba
llena su alma: «La verdad es para mí lo que el sol para la
tierra —'decía—'. Del mismo modo que los hombres necesitan
sus rayos dispensadores de alegría y de bendición, mi alma
aspira a la luz de la verdad».
Zuinglio inicia su carrera
Zuinglio sólo contaba unos veintidós años cuando le des­
tinaron a su primera parroquia, Glaris. Pronto se dio a conocer
allí como uno de los jefes del movimiento humanístico de la
Iglesia suiza y la juventud empezó a considerarle como el hom­
bre que decidiría el porvenir de su país. Precisamente en aquel
momento histórico se dejaba sentir claramente y más que nunca
la necesidad de una reforma, no sólo en el seno de la Iglesia;
sino también en el mundo de lo secular. A la victoria de Sempach, en 1386, había sucedido un período de prosperidad;
luego, los suizos obtuvieron otras dos victorias decisivas sobre
las armas borgoñonas, en 1476 y en 1477, que habían incre­
mentado su crédito político y su posición internacional; por
último, nuevos triunfos, esta vez sobre los austríacos, propor­
cionaron al país la completa independencia con respecto al
imperio.
A consecuencia de tales hechos de armas, Europa comenzó
a apreciar mucho a los suizos como soldados mercenarios. De
todas formas, la vida ruda de los campamentos ha tenido siem­
pre un efecto desmoralizador, y Suiza deploraba cada vez más
que la flor y nata de su juventud fuera sacrificada al Moloch
de la guerra y a los desórdenes de la vida militar en campaña.
Zuinglio se mostraba sensible al ludibrio de tamaña situación;
había participado en dos campañas en la Italia septentrional en
calidad de capellán y asistió, entre otros combates, a la batalla
de Mariñán, donde se vertió la sangre de seis mil suizos, cuya
1510-1515
Batalla de Mariñán (1515)
Las ¿deas de un ¡oven cura • 301
reputación de invencibles no sobrevivió a aquella jornada.
Desde entonces, Zuinglio consideró que el sistema de los solda­
dos mercenarios constituía una verdadera maldición, y se sintió
llamado a combatir aquella plaga con toda energía, aunque en
aquella época, dicho servicio militar en beneficio de soberanos
extranjeros constituyese una fuente de ingresos indispensable
para los suizos. Zuinglio comenzó a tronar desde el púlpito
contra aquel humillante tráfico de sangre humana y contra la
guerra y sus sermones irritaron al partido francófilo hasta el
punto de que el joven predicador hubo de marcharse de Glaris.
La parroquia de Einsiedeln
Pasó luego a la parroquia de María Einsiedeln, en el cantón
de Schwyz. En el monasterio de esta pequeña localidad se
veneraba una imagen milagrosa de la Virgen que lo convertía
en el lugar de peregrinación más frecuentado de Suiza y Ale­
mania meridional, y en aquel ambiente pacífico logró Zuinglio
su plena madurez religiosa e inició su obra reformadora. Se
consagró a la lectura del Nuevo Testamento, en la lengua ori­
ginal, según la edición de Erasmo, y estudió también a san
Agustín y las Epístolas de san Pablo, lecturas que imprimieron
en él profunda huella. Quizá sus feligreses ni siquiera se per­
cataran de que, a partir de entonces, sus sermones se basaban
únicamente en la Biblia. Los monjes holgazanes que poblaban
el monasterio le«recordaban el Elogio de la locura, de Erasmo, el
amigo a quien tanto admiraba; sin embargo, Zuinglio no ataca­
ba la vida monástica ni se dedicaba a la sátira estéril, sino a
construir y crear. En tal forma que todo cuanto la Iglesia tuviese
de anticuado y anquilosado desapareciese por sí mismo.
Durante el verano de 1518, un vendedor de indulgencias
acudió a instalarse cerca del monasterio, y se dedicó a traficar
tan alegremente con ellas como Tetzel en "Wittenberg. Entonces
Zuinglio proclamó a los cuatro vientos todo cuanto opinaba
acerca de aquellos sistemas. Al igual que Lutero, obró con la
firme convicción de que la propia Iglesia cuidaría de poner fin
a tantos desórdenes.
El reformador, en Z
urich
En todo este tiempo, Zuinglio había adquirido tal reputación
de predicador que, en Í518, pudo extender considerablemente su
radio de acción, y así aquel mismo año fue trasladado a Zurich,
Tesis de Lutero en Wittemberg (1517)
1515-1518
302 • Reformadores suizos
ciudad, que, desde el punto de vista de la industria y el comer­
cio, era la más próspera de la Suiza alemana, si bien los suizos
de la antigua generación la consideraban como la más corrom­
pida del país, a excepción, quizá, de Ginebra. Zuinglio se
enfrentaba con una grave tarea, pero sus sermones causaron
pronto gran impresión.
En 1519, una terrible epidemia diezmó la población de la
Suiza septentrional, y Zuinglio cumplió su misión espiritual
con auténtico desprecio de la muerte, hasta que fue atacado por
la peste a su vez. Todos temblaban ante la idea de perder a su
pastor; pero Zuinglio pudo superar la enfermedad y prosiguió
su labor en cuanto se levantó del lecho. Sin embargo, algo
había cambiado en él: en medio de sus sufrimientos y ante el
umbral de la muerte, Zuinglio había experimentado aquella
crisis espiritual latente desde el día en que se dedicó de lleno
al estudio del Nuevo Testamento. A la sazón, el movimiento
provocado por Lutero en Alemania lo arrastraba en su tor­
bellino.
Zuinglio y sus amigos leían con avidez los escritos de
Lutero. El reformador suizo admiraba la audacia del alemán,
y le remitió una carta en que le comparaba a David desafian­
do a Goliat. Zuinglio deseaba aliarse con Lutero en su lucha
contra el pontificado, pero los feligreses comenzaron pronto
a murmurar amenazadores, diciendo que su nuevo cura era
un hereje.
La situación se agravó en 1522, cuando Zuinglio publicó
su primer escrito en favor de la Reforma, obra en que atacaba
la doctrina de la validez de las buenas obras según la Iglesia
católica, y también en especial las disposiciones vigentes sobre
los ayunos. En términos vigorosos, Zuinglio afirmaba que aque­
llas prescripciones se hallaban en contradicción con la doctrina
de Jesús y de sus apóstoles, y oponía a aquellas imposiciones
externas sus teorías acerca de la libertad evangélica. Defendía
también el derecho de los sacerdotes a contraer matrimonio,
ya que en aquel mismo año (1522) el propio Zuinglio se había
casado con Ana Reinhard, viuda de un gentilhombre suizo y
perteneciente a una de las más distinguidas familias de la ciu­
dad, a la que había conocido dando lecciones a su hijo. Ambos
esposos contaban la misma edad. Ana fue para su marido una
ayuda preciosa y fiel, una esposa amante y excelente ama de
casa, muy hospitalaria con sus numerosos amigos; su hogar
se convirtió, como el de Lutero, en un refugio para los innu­
merables protestantes que huían de las persecuciones.
1518-1522
Carlos V, em p era d o r (1519)
L a s 67 proposiciones de Z u in g lio 9 303
CONFLICTOS RELIGIOSOS
En busca de orientaciones
Zuinglio se atrajo muchos enemigos y los más encarnizados
de ellos fueron los monjes de Zurich, que no perdonaron de­
talle para mortificarle. El obispo de la diócesis mantenía muy
buenas relaciones con ellos, pero a la población de Zurich le
atraían tanto los ideales de la Reforma que muy pronto los
mayores dignatarios de la ciudad, eclesiásticos y seglares, se
declararon partidarios de Zuinglio, y el movimiento reformista
conquistó también adeptos en otros lugares de Suiza. Seguro
de sí mismo, Zuinglio declaró en una carta al obispo: «El
Evangelio no necesita ser confirmado por un papa o por un
concilio, porque contiene por sí solo la Verdad»,
Durante aquel verano de 1522 acaeció otro notable episodio
en la historia de la Reforma que causó cierta impresión, Un
fraile franciscano, Francisco Lambert, acudió a Zurich para
buscar solución a los problemas religiosos que le torturaban.
En Aviñón, lugar de su residencia, había leído las obras de
Lutero y se iniciaron sus dudas acerca de la doctrina católica
romana; también oyó hablar de Zuinglio, y acudía a Zurich
para verle. Ambos se entrevistaron durante un debate solemne
en presencia del cabildo de la catedral, y la polémica duró
más de cuatro horas, terminando al fin con una declaración
de Lambert en la que confesó hallarse enteramente convencido,
proclamando públicamente, las manos en alto: «Desde hoy,
invocaré en mi angustia al mismo Dios, y rechazaré toda inter­
cesión de santos y rosarios». Al día siguiente partió hacia
Basilea para visitar a Erasmo, y de allí fue a ver a Lutero, en
Wittenberg. «Entonces, colgó los hábitos de fraile y tomó una
mujer en matrimonio», narra un contemporáneo. Más tarde,
Lambert fue profesor en Marburg y jefe reformista en Hesse,
inspirándose en las doctrinas de Zuinglio.
En Zurich, los conflictos religiosos habían provocado irre­
gularidades en las iglesias, y en vista de ello, el consejo muni­
cipal dispuso que se celebrara un debate público para el pri­
mero de año de 1523, en que todos los sacerdotes de la ciudad
y de sus alrededores se reunirían en la. Alcaldía y expondrían
su opinión. De esta forma tuvo Zuinglio ocasión de dar a
conocer su programa de reforma formulado en 67 proposiciones
y en el que proclamaba la libertad del cristiano respecto de la
1522-1523
304 9 R eform ado res suizos
Iglesia. Como nadie quisiese —o no pudiera— refutar sus ar­
gumentos, el consejo le concedió su apoyo y prohibió en el
cantón de Zurich toda predicación que no se basara directa­
mente en la Biblia, decreto que instituyó oficialmente la Re­
forma en Zurich.
Zuinglio y el luteranismo
Zuinglio publicó nuevas obras para orientar la realización
de los ideales reformados y en líneas generales llegó a las
mismas consecuencias que Lutero, aunque no dejaba de afirmar
con insistencia que permanecía ajeno a la influencia del refor­
mador alemán. Zuinglio profesaba gran admiración y respeto
hacia éste, porque en su lucha se había atrevido a enfrentarse
con el «Goliat romano», pero se negaba a considerarse lute­
rano por haber llegado al término de sus convicciones gracias
a sus propias experiencias espirituales. «¿No empecé a predicar
el Evangelio incluso antes de haber oído mencionar el nom­
bre de Lutero?» De igual modo se había rebelado contra el
tráfico de las indulgencias al margen por completo de su émulo
de Alemania, y por tales razones no quería ser llamado lute­
rano, sino cristiano solamente.
Aunque Zuinglio no aceptara la doctrina de Lutero sin
críticas, sin embargo es evidente que aprendió mucho de él.
A partir de 1523, Zuinglio adoptó una posición completamente
personal, pero su biblioteca demuestra a todas luces que ante­
riormente había leído muchas obras de Lutero, si no todas. Está
también demostrado que la actuación de Lutero contra Eck en
la historia polémica de Leipzig impresionó vivamente a Zuingiio y le persuadió de que el poder pontificio no se basaba en el
Evangelio, y así aparece insinuado en su correspondencia.
«Igualmente es seguro que Lutero le inició en los nuevos cami­
nos de la fe.» Así termina el historiador Burckhardt su docu­
mentadísimo estudio sobre el influjo de Lutero en la doctrina
acerca del Espíritu Santo, según la concebía Zuinglio.
Burckhardt llega a la conclusión de que Zuinglio era, desde
el punto de vista puramente dogmático, más receptivo que
creador; en cambio, en la acción concreta demostró extraordi­
naria independencia. Por otra parte, no sólo por amor propio
se negaba Zuinglio con tanta energía a ser considerado un
discípulo de Lutero. Trataba de establecer sólidamente su Re­
forma en Zurich, y para ello debía evitar a toda costa la exco­
munión ya pronunciada contra Lutero.
1523
iC le m e n te VII, p a p a (1523)
Controversias religiosas en Suiza • 303
El historiador Guggisberg describe así las relaciones entre
Zuinglio y Lutero: «Sin el menor género de duda, Zuinglio
experimentó la influencia de Lutero, pero no puede aún afir­
marse categóricamente bajo qué aspectos y en qué medida».
Puede decirse, no obstante, que «el humanista se convirtió en
reformador desde el momento en que se convirtió a la noción
luterana del Evangelio».
Las relaciones entre Lutero y Zuinglio terminaron en rup­
tura y la amistad que unía a Zuinglio y a Erasmo corrió idénti­
ca suerte; pero en este caso fue el maestro quien se alejó de su
discípulo, del mismo modo que éste se distanció de Lutero. Unas
veces se irritaba Erasmo al ver que Zuinglio le imitaba en
todo, y otras afirmaba que todos los escritos y los sermones
de «aquel hombre» no valían nada. Sin embargo, Zuinglio
conservó siempre gratitud a su gran preceptor.
La locha entre la antigua y la nueva fe
En Lucerna, los habitantes esculpieron una estatua de ma­
dera que representaba la efigie de Zuinglio, la llevaron a ras­
tras, abucheándola, ante las casas donde se hallaban alojados
unos enviados de Zurich, y después quemaron la efigie en
público. Personalmente, el episodio no encolerizó a Zuinglio,
sino que lo acogió con humorismo.
También en otros puntos hacía furor la contienda entre la
antigua y la nueva fe. Muchos sacerdotes pasaron a la ofensiva
contra los «falsos profetas» de Zurich y, en el bando opuesto,
varios predicadores evangélicos, rebosantes de celo reforma­
dor, se atrajeron profunda hostilidad a causa del carácter grose­
ro de sus diatribas.
Exteriormente, la lucha doctrinal se centraba en dos puntos;
el dogma de la Eucaristía y el problema de dilucidar si debían
o no tolerarse las imágenes de santos y los crucifijos en el
interior de las iglesias o fuera de ellas. El consejo municipal
trató de resolver la cuestión organizando nuevos debates públi­
cos, el primero de los cuales se celebró en el Ayuntamiento,
durante el otoño de 1523. Se invitó a todo el bajo clero del
cantón, así como a los obispos de Constanza (Zurich perte­
necía a dicha diócesis), de Basilea y de Coria (Chur), a que
participaran en ellos, lo mismo que los profesores de la univer­
sidad de Basilea y representantes de los diversos estados de la
Confederación. Los obispos replicaron inmediatamente que no
querían ni oír hablar de proyecto tan impío como el de revisar
1523
306 9 Reformadores suizos
los dogmas de la Iglesia, y también los estados rechazaron la
invitación, prácticamente, por unanimidad.
Prosiguieron los debates y, en verano de 1524, pudo por fin
llegarse a un acuerdo sobre las imágenes de los santos y los
crucifijos: objetos materiales que, según decían, se'- hallaban
en contradicción con el espíritu del Evangelio y, por consi­
guiente, debían ser desterrados de los templos. En cuanto al
sacrificio de la misa, Zuinglio pretendía que la comunión no era
un sacrificio, sino simple conmemoración de la muerte de Cristo.
El conflicto espiritual llegaba a su punto culminante; con lágri­
mas en los ojos, Zuinglio exhortaba así a sus discípulos: «No
os dejéis asustar: Dios está con nosotros y Él sabrá proteger
a los suyos. En nombre de Dios, adelante». La mayoría declaró
estar de acuerdo con sus ideas y desde entonces el triunfo
de la Reforma en el cantón de Zurich quedaba asegurado. El
consejo nombró una comisión de seis sacerdotes y ocho laicos
a fin de que cuidaran de la implantación de la nueva liturgia, y
Zuinglio redactó instrucciones para todos los eclesiásticos del
cantón, doctrina que se convertía así en la religión oficial
del mismo. Toda franca rebeldía contra la Reforma quedó
aniquilada.
Los caminos de la intolerancia
Zuinglio se vio entonces abrumado por un aluvión de cartas
consultándole acerca de numerosos problemas planteados por
el pleno establecimiento del nuevo culto, y que le llegaban
procedentes de toda Sui2 a e incluso de Alemania. Una corres­
pondencia que se amplió hasta abarcar casi la mitad de Europa,
y un trabajo agotador para un hombre solo, aunque Zuinglio
nunca se quejara de ello: para él, agotarse en el servicio de
Dios era su máxima felicidad.
Zuinglio llegó más lejos que Lutero en su obra reforma­
dora: condenaba todo cuanto no estaba «específicamente or­
denado» por la Sagrada Escritura, mientras que Lutero toleraba
todo cuanto no estaba «explícitamente prohibido» por la Biblia.
Y así, Zuinglio, humanista y músico, sin embargo, desterró
implacablemente de los templos los cuadros, frescos y otras
obra de arte, y prohibió los cantos y el órgano en el ejercicio
del culto.
Farner, biógrafo y admirador de Zuinglio, admite que «el
carácter del reformador no estaba exento de obstinación, de
terquedad, incluso de una brutalidad que no guardaba mira1524-1525
G uerra d e los Cam pesinos (1524-1525)
La Reforma se escinde
9
307
mientos con nada; mostraba también una peligrosa tendencia
a pretender siempre tener razón, y ello constituía el reverso de
sus cualidades extraordinarias». Es cierto, tales defectos arras­
traron al reformador por el camino de una grave intolerancia,
y así, por ejemplo, ocurrió en 1525, cuando Zuinglio hizo
torturar y desterrar a los jefes de un grupo de anabaptistas
de Zurich.
En diversos puntos de Suiza se acumulaban violentos ren­
cores contra Zuinglio y sus adeptos. Los más hostiles eran los
tres cantones primitivos, Uri, Schwyz y Unterwalden, así como
los cantones de Zug y de Lucerna. En otros puntos, la Re­
forma se extendió abarcando la importante ciudad de Berna
y su cantón. La doctrina de Zuinglio halló también numerosos
prosélitos en Basilea y en Schaffhouse.
ESTALLA LA LUCHA
La controversia de Marburgo
Mientras que la Reforma obtenía victorias en Alemania y
en Suiza, estalló la lucha entre sus dos principales tendencias.
El conflicto concernía en primer lugar al dogma de la Euca­
ristía. Lutero rechazaba la doctrina católica de la transustanciación, es decir, el dogma que afirma que el pan y el vino se
convierten en cuerpo y sangre de Cristo durante el sacrificio
de la misa, si bien, por otra parte, negaba también la doctrina de
Zuinglio, que consideraba la comunión como una simple con­
memoración simbólica, una ceremonia en que los hombres ex­
presaban su agradecimiento por la bondad que el Hijo de Dios
había demostrado hacia ellos. Lutero mantenía que Cristo en
persona estaba presente en el pan y en el vino, y lo expresaba
metafóricamente: «De igual modo que el hierro sigue siendo
hierro cuando está al rojo, aun hallándose enteramente penetra­
do por el fuego; también el pan y el vino siguen siendo pan y
vino después de la consagración, pero están enteramente pe­
netrados de divinidad». En la Iglesia luterana, la comunión y el
bautismo seguían siendo sacramentos: una gracia de Dios y
un medio para ofrecerse a la humanidad.
El conflicto entre Lutero y Zuinglio adquirió trascendencia;
ambos se acusaron recíprocamente de orgullo espiritual y cada
uno pretendía que el otro conducía a sus adeptos por caminos
erróneos. Varias personalidades se esforzaron en calmar a los
1525
308 • Reformadores suizos
antagonistas, en especial Felipe de Hesse, que propuso buscat
una fórmula de compromiso y se ofreció como mediador. Es­
peraba con ello atraer de nuevo a Suiza hacia el imperio, lo
que permitiría constituir un frente sólido, no sólo contra el papa,
sino también contra los Habsburgo. Con la ayuda de miembros
influyentes del movimiento reformado en Alemania meridional,
Felipe consiguió organizar la celebración de un debate entre
los jefes de ambas tendencias, confrontación que tendría lugar
en la residencia de Felipe de Marburgo, en otoño de 1529. La
discusión fue en extremo agitada y los dos bandos se acosaron
con severas réplicas. En plena polémica, Lutero endureció de
tal modo su posición que Zuinglio, más sagaz en política, supo
hacerse pasar por el más conciliador y presentar a Lutero como
un adversario intransigente. El reformador alemán había es­
crito con tiza en la mesa: «Éste es Mi cuerpo», y todos los
argumentos de su antagonista se estrellaban ante esta cita
del Evangelio. Zuinglio daba al verbo «es» el sentido de «signi­
fica»; y en el evangelio de san Lucas, la cita tomada por Lutero
va seguida de las palabras «haced esto en memoria mía»; en
consecuencia, Zuinglio se atenía a este contraargumento y
no quería ceder ni un ápice.
En resumen, la tentativa de conciliación terminó en fracaso.
Más tarde se llevaron a cabo otros intentos para que conflu­
yeran ambas tendencias, que, por otra parte, sólo diferían en
detalle. Vanos esfuerzos que nos muestran el triste espectáculo
de cómo la inteligencia y el amor al prójimo quedan reducidos a)
silencio a causa del bizantinismo teológico, la mutua intoleran­
cia y el mezquino cálculo político.
A
i borde del abismo
De 1528 a 1529, Zuinglio alcanzó tal poder en Zurich que
decían de él que era «burgomaestre y concejo todo en una
pieza», pero la Reforma no había aún ganado la batalla fuera
de la ciudad y del cantón, y Zuinglio llegó a creer que la cues­
tión religiosa en Suiza sólo podría resolverse por la fuerza de
las armas. Cuando estalló la guerra que preveía desde tiempo
atrás, él mismo estableció el plan de las operaciones y partió
a la guerra al frente del ejército protestante, viéndose a aquel
fogoso pastor montar a caballo y marchar a la lucha, con la
alabarda al hombro. Su ejército practicaba una disciplina ejem­
plar; todos los días había sermón, al que eran invitados los
soldados con redobles de tambor. Entre aquellos guerreros
1528-1529
Dieta de Spira (1529)
G uerra religiosa en S u iza • 309
«no se oía ninguna blasfemia ni palabra ligera; ni se veía mujer
alguna de mala vida», y estaba severamente prohibido perjudi­
car las cosechas, incluso en territorio enemigo,
El plan de ^campaña establecido por Zuinglio y el coman­
dante del ejército trataba de sorprender al adversario con una
ofensiva rápida sin darle tiempo de reunir sus tropas y or­
ganizarías, pero los católicos previnieron el ataque solicitando
un armisticio para evitar, según decían, la terrible desgracia
e indecible dolor de una guerra civil en Suiza. D e hecho, la
guerra no parecía tan terrible: atrincherados ambos ejércitos,
uno frente a otro, viose a los soldados católicos y protestantes
comer juntos amigablemente su rancho. Se firmó la paz en las
condiciones siguientes: en cada municipio, la mayoría decidi­
ría la religión oficial y quedaba abolido el tratado que los
cantones católicos habían pactado con Austria. De todas for­
mas, algunas cláusulas del tratado eran tan imprecisas que
Zuinglio no creía que la paz durase mucho.
La batalla de Cappel
Aunque breve, el armisticio permitió extender aún más la
doctrina de Zuinglio. En diversos puntos, la Reforma fue
impuesta por la fuerza a las minorías católicas, y así en ocasio­
nes, frailes y monjas fueron expulsados de sus conventos mien­
tras una multitud furiosa les arrancaba los hábitos y hacía
pedazos los crucifijos y las imágenes religiosas. Debe decirse,
en honor a la verdad, que los católicos demostraban idéntica
energía en relación con sus adversarios; en algunos municipios
de mayoría «romana» todos los protestantes fueron expulsa­
dos, y sus bienes confiscados; asesinaron a un pastor protestante
en el cantón de Schwyz y las autoridades no se preocuparon lo
más mínimo en castigar a los asesinos, alegando que sólo había
recibido su merecido. Todo ello no hizo sino encender de nuevo
los mutuos rencores; los cantones católicos solicitaron otra vez
el apoyo de Austria, y Zuinglio tuvo pruebas de que prepa­
raban la guerra contra sus compatriotas evangélicos. El re­
formador decidió sorprender a sus enemigos con un nuevo
ataque relámpago, pero aquella vez no pudo convencer a sus
partidarios, que confiaban aún en evitar la guerra, y con increí­
ble inconsciencia dejaron al bando enemigo el tiempo necesario
para equiparse. Un día de octubre de 1531, Zurich se despertó
aterrorizado: el ejército adversario franqueaba ya la frontera
y había que reunir tropas a toda prisa. Zuinglio, armado de
«Confesión de Augsburgo» (1530)
1530-1531
310
9
Reformadores suizos
pies a cabeza, se puso al frente de aquellas bandas desorde­
nadas y sus sombríos presentimientos se convirtieron en verda­
dera angustia al ver aparecer el ejército enemigo, bien dis­
ciplinado y muy superior a sus escasos efectivos.
La batalla de Cappel quedó decidida de antemano con la
derrota de los protestantes y la muerte de Zuinglio. Herido
ya por dos lanzadas en el muslo, cayó combatiendo, derri­
bado por un mazazo que le destrozó el casco. El vencedor hizo
despedazar su cuerpo por el verdugo, y quemó después los
miembros, pero, antes de que el odio religioso y político se
exacerbara hasta llegar a tan vergonzosa mutilación de un cadá­
ver, un anciano sacerdote católico había exclamado, entre las
injurias y afrentas de la soldadesca: «Cualquiera que haya sido
tu doctrina, Ulrico Zuinglio, sé que has sido siempre bueno
y fiel hijo de la Confederación». Hoy aparece erigida en ía
mayor iglesia de Zurich una estatua en bronce de Zuinglio,
con la Biblia en una mano y la espada en la otra.
Z
uinglio y su reforma
«Zuinglio —escribe Jean Rilliet—• se nos muestra rebosante
de humanidad y, por consiguiente, de errores. Vivió su con­
vicción en la relatividad de las decisiones apresuradas, caracte­
rísticas de los tiempos revolucionarios. Sincero y apasionado,
curiosa mezcla de prudencia y audacia, la búsqueda incesante
de Dios orienta su vida. N o es un santo grabado en vidrio; su
silueta moral evoca la de un profeta batallador como el Elias
del Carmelo.» Para juzgar con equidad a Zuinglio es preciso
ver en él también al patriota y al hombre de estado; toda su
obra de reforma está estrechamente ligada a su labor en favor
de su ciudad, de Zurich y, en último término, de Suiza entera.
Colocaba a la patria por encima de todas las demás considera­
ciones, y ello explica por qué el «antimilitarista» Zuinglio diri­
gió una guerra para hacer triunfar la causa del Evangelio.
Completamente distinto es el caso de Lutero: el alemán no
quiere emplear los medios que da el poder, sino únicamente
la «palabra» de Dios. «No he hecho .—dice— más que procla­
mar, predicar y escribir la Palabra de Dios, y nada más. He
dejado que el Evangelio obrara solo. ¿Qué creéis que piensa
el demonio cuando alguien quiere conseguir sus fines en medio
de los gritos y el tumulto?»
Hasta la Dieta de Augsburgo, en 1530, Lutero proclamó
muy alto que bajo ningún pretexto se debe responder a la vio­
1531
B atalla d e C appel (1531)
El «p acifism o » de la R eform a
#
311
lencia con la violencia, soportando pacientemente las persecu­
ciones y confiando en Dios, que acabará siempre por ayudar
a los suyos. El auténtico cristiano debe «dejarse desollar y
golpear»; no es él quien debe emplear la fuerza armada, sino
la autoridad secular. Un príncipe piadoso debe ser considerado
como una gracia de Dios, y un soberano cruel como el castigo
de Dios por los pecados del pueblo. Según Lutero, debemos
oponernos a un soberano malvado mediante la oración, no por
las armas. Rebelarse contra su autoridad es también rebelarse
contra la voluntad de Dios. «Sufrir, sufrir; la cruz, la cruz y
nada más: éste es el destino del cristiano». Tal mentalidad
esencialmente «pacifista» es también, en su origen, la de Calvino.
Después de la Dieta de Augsburgo, el influjo de Melanchton
y de la Liga de Smalkalda, así como su natural agresividad,
condujeron a Lutero por otros derroteros y a partir de entonces
proclamó que los cristianos evangélicos no debían ceder ni un
palmo de terreno. En 1536 redactó un escrito sobre el deber
de la resistencia armada; sin embargo, aún consideraba la
guerra ofensiva como un pecado y aconsejó oponerse a ella
negándose a participar en la misma.
A la muerte de Zuinglio, la expansión de la Reforma en
Suiza quedó paralizada y en años sucesivos varias comunidades
zuinglianas fueron aniquiladas por los católicos. No obstante,
poco después surgiría un nuevo movimiento reformado en la
Suiza románica; en Ginebra, la ciudad de Juan Calvino.
JUAN
CALVINO
De Noyon al refugio de Basilea
Juan Calvino, el más joven de los tres grandes reformado­
res, era francés. Nació en 1509, en la ciudad de Noyon, en
Picardía, en el norte de Francia. Su padre era notario episcopal
y procuró que el joven Calvino cursara estudios universitarios
superiores, abarcando la teología, el derecho y las ciencias
humanistas; como Zuinglio, sentía por Erasmo profunda admi­
ración, y cuando cumplió veinte años, Juan fue iniciado en las
obras de Lutero y se dedicó al estudio de la Biblia y de san
Agustín. Aquellas lecturas ejercerían influencia decisiva durante
el resto de su vida. Su conversión al protestantismo se llevó
a cabo, aún más que en Zuinglio, porTos caminos del inte­
lecto, ya que en el «lógico de la Reforma», su crisis religiosa
fue ante todo una crisis intelectual y una necesidad apasionada
Calvino (1509-1564)
1509-1536
312 ® Reformadores suizos
de llegar a la verdad. T al fue el rasgo fundamental de aquella
personalidad tan discutida. Calvino estaba persuadido de haber
encontrado la única verdad en la propia palabra del Señor, es
decir, en la Biblia, y creía con tanta pasión en el carácter indis­
pensable de la Reforma que se sentía literalmente impulsado
por la mano todopoderosa de Dios; fatalmente, debía some­
terse a la voluntad divina.
Martín Lutero, en su crisis espiritual, buscaba liberarse e
intentaba sobre todo lograr la paz para su alma torturada.
Calvino recorrió el camino opuesto: «El corazón de un cris­
tiano debe elevarse por encima del deseo de la bienaventu­
ranza para sí mismo '—decía—'. Existimos para Dios, y no para
nosotros mismos. Por ello debemos trabajar ante todo para la
gloria de Dios». Para Calvino había una misión primordial:
servir al Señor y trabajar para su gloria. Y aquel Dios, al que
Calvino se había consagrado en cuerpo y alma, era para él
—como para Lutero.— Padre misericordioso, pero sobre todo,
Dueño Todopoderoso. «Su esplendor hace palidecer las estre­
llas, su poder desploma montañas, la tierra tiembla ante su
cólera, todo es impuro ante su pureza; los ángeles mismos
no existen ante su justicia.» La omnipotencia de Dios se con­
virtió en núcleo central de la predicación calvinista, y puede
decirse que desde los profetas de Israel y desde los tiempos
de san Agustín, nadie había hablado de la majestad divina con
tan ardiente éxtasis. Por otra parte, la semejanza entre san
Agustín y Calvino es sorprendente; gracias a su lógica típica­
mente francesa, Calvino supo resumir los preceptos de Lutero
en una doctrina evangélica nueva e independiente. Superó a
Lutero por su talento sistematizador, y aún más por sus cuali­
dades de organización.
Calvino contaba unos veinticuatro años cuando experimentó
el mayor trastorno de su vida, a causa de sus opiniones heréti­
cas, por las que fue desterrado de Francia. La Facultad de
Teología de París había condenado a Lutero en 1521; cuatro
años después se decretaban contra los protestantes de Francia
las primeras persecuciones, y se encendían las primeras ho­
gueras. Calvino pudo refugiarse en Basilea y allí asimiló la
tendencia zuingliana y terminó su obra más importante, fun­
damental para el calvinismo, la Insíiíutio Christianae Religionis
(Institución de la Religión Cristiana), impresa por primera vez
en 1536. Su prólogo es un modelo de claridad y concisión, una
emotiva y valiente súplica a Francisco I en favor de los protes­
tantes perseguidos en Francia.
1521-1536
A parición deí calvinism o & 313
Calvino insiste de continuo en el hecho de que la religión
cristiana no es solo conocimiento de Dios o comprensión de la
Escritura, y que no atañe únicamente al espíritu, sino también
al sentimiento, consistiendo en la convicción inquebrantable
del espíritu y del corazón. N o basta con tener el espíritu ilu­
minado por el Espíritu Santo: el corazón debe también con­
vertirse a Dios. Lo que la inteligencia ha aceptado debe tras­
plantarse al corazón y echar raíces en él.
Calvino en Ginebra
Calvino propone en la Institución que «los predicadores,
celadores y transmisores de la palabra de Dios deben mandar
a todos en la sociedad, tanto a los superiores como a los infe­
riores». Sólo con el derecho de acusar y castigar a los rebeldes
podrán los propagadores de la palabra divina establecer el es­
tado de Dios y aniquilar el reino de Satanás.
La evolución de los acontecimientos le proporcionó ocasión
de realizar su ideal en Ginebra, la ciudad libre donde florecían
comercio e industria. De hecho, Calvino era un transeúnte en
Ginebra, en otoño de 1536, y sólo se proponía pasar allí una
noche, pero le retuvieron en la ciudad, donde necesitaban sus
talentos de organizador. Años antes, la marea reformista proce­
dente de Berna había llegado a Ginebra, el catolicismo dejó
de existir y fue sustituido por un auténtico caos. «En general
-—consigna un contemporáneo^-, la Reforma se había limitado
a expulsar a los sacerdotes católicos, cerrar los monasterios y
comer carne los viernes.» Una ola iconoclasta destruyó los
crucifijos, las imágenes de santos y antiguos tesoros de los tem­
plos; no había allí clero para contenerlos, y los habitantes se
saciaban de su flamante libertad y gozaban de la vida en calles
y albergues. Los ginebrinos más ponderados fueron en busca
de Calvino y le suplicaron que permaneciera con ellos a fin de
poner orden en la población; el reformador vaciló algún tiempo,
pero al fin consideró aquella tarea como una misión divina, se
quedó y fue nombrado predicador oficial por el concejo munici­
pal. Calvino emprendía así una labor cuyos detalles no percibía
aún con la suficiente claridad, pero que acabaría transformando
la pecadora Ginebra en un estado de Dios, una teocracia o
sociedad ideal de los antiguos profetas.
Se decretaron castigos contra quienes asistieran a bailes y
tabernas y otras diversiones. Sin embargo, Calvino obró con
exceso de brutalidad y pronto se enfrentó con una oposición
€Institución» de Calvino (1536)
1536
314 • Reformadores suizos
cuyo poder se incrementaba sin cesar; bastaron dos años a los
descontentos para apoderarse otra vez de la administración
municipal, retornóse a la vida alegre, y una multitud furiosa
gritaba bajo las ventanas de Calvino: «¡Al Ródano con ese
francés!».
Reaccionó predicando sermones aún más severos y el concejo
le prohibió entonces hablar en el pulpito, Calvino no hizo
caso y, en consecuencia, fue expulsado de Ginebra.
Viaje y boáa en Estrasburgo
Tras breve estancia en Basilea, Calvino se estableció en
Estrasburgo, en casa de su amigo Bucer, y prosiguió su predi­
cación y la redacción de sus obras teológicas. Estrasburgo le
gustó en grado sumo y allí se casó con Idelette von Burén,
viuda y madre de dos hijos. Calvino era de complexión frágil
y naturaleza enfermiza, y necesitaba muy en particular los
atentos cuidados de una esposa comprensiva. En su adolescen­
cia minó su salud estudiando noche y día; más tarde, un asce­
tismo riguroso le perjudicó todavía más, sufría continuamente
del estómago, del pecho, de los riñones y padecía de la gota;
terribles jaquecas le ponían al borde de la desesperación y sus
nervios eran tan sensibles que una emoción excesivamente
fuerte le dejaba sin conocimiento. Vivía con tanta intensidad
que la. menor experiencia le afectaba en lo más hondo de su
alma y sólo su increíble voluntad le mantenía en pie.
Calvino sentía también necesidad de una mujer inteligente
y ahorradora, a causa de su pobreza. Tanto en Basilea como
en Ginebra sólo había percibido un salario anual mezquino,
devolviendo además todos los regalos que le hicieran. Cierta
dama de elevada alcurnia e inmensa fortuna, y que por aña­
didura sentía por él auténtica veneración, le propuso un matri­
monio ventajoso; Calvino lo rechazó alegando que «ella no
podría olvidar nunca su nacimiento ni su educación».
Idelette von Burén no era rica y pareció convenirle mucho
más. Calvino gozó con ella de verdadera felicidad; si hasta
entonces había hablado del matrimonio con mucho despego,
como de algo muy prosaico, luego el tono cambió en otro
más fervoroso, incluso tierno, aunque en realidad poco se sepa
acerca de esta unión. La historia de los tres grandes reformado­
res nos muestra, junto a ellos, a tres mujeres admirables: la
enérgica y robusta Kathe Lutero; la bella, modesta y diligente
Ana Zuinglio, y la fiel Idelette Calvino.
1537-1538
E l nuevo orden calvinista @ 31.5
Cuando murió aquella esposa querida que fue para él de
inestimable ayuda, el dolor de Calvino fue inmenso, pero sobre­
llevó su desgracia con tanta entereza de ánimo que admiró a
sus amigos y seguidores.
Ginebra llama de nuevo a Calvino
Ausente Calvino, Ginebra recayó en tan grave caos moral
y político que hizo desear a muchos el retorno a una adminis­
tración enérgica, y cuando los partidarios de Calvino recupe­
raron la mayoría de votos en el concejo municipal, le rogaron
que regresara allí. Calvino se negó al principio: «| Antes morir
cien veces que volver a cargar con esa cruz!» dicen que excla­
mó; pero cedió -al fin cuando pudo persuadirse de que los ginebrinos se proponían sinceramente enmendarse, En 1541, Calvi­
no. regresaba a Ginebra, cuya población encontró dispuesta a
hacer penitencia.
Calvino puso inmediatamente manos a la obras de estructu­
ración de aquella sociedad teocrática que debía convertir a
Ginebra en la Roma de los reformados, y depuró su Iglesia
de todo cuanto no podía fundamentarse en el Nuevo Testa­
mento. Ginebra era una república, y la administración religiosa
se concibió según el modelo republicano; un Consistorio ejercía
la autoridad suprema sobre las costumbres de los habitantes,
organismo compuesto de tres sacerdotes de la ciudad y de doce
burgueses honorables y respetados por todos, laicos que eran
elegidos por el concejo municipal y que se les denominaba «prés­
bitas» o «ancianos». El Consistorio velaba a fin de que cada
ciudadano asistiera fielmente a los servicio del culto y partici­
para en la comunión. Clausuró tabernas y teatros, y redactó
un reglamento que determinaba minuciosamente cómo debía
comportarse el ciudadano en las bodas, entierros y diversas
festividades, y cómo debían vestirse y peinarse ginebrinos y
ginebrinas. La indumentaria de vivo colorido propia del Rena­
cimiento fue sustituida por trajes discretos de corte muy sencillo.
A intervalos regulares, los ancianos practicaban «pesquisas» en
las casas y si alguien se había comportado incorrectamente, de­
bía comparecer ante el Consistorio, donde le amonestaban o le
imponían una sanción; en ciertos casos, la sanción era el puro
y simple encarcelamiento.
La teología calvinista derivaba en herejía la doctrina agustiniana de la predestinación: en la Escritura, Dios dirige a cada
uno de nosotros su llamada a la conversión y le ofrece la libe­
Enrique VIH, autócrata religioso (1539)
1539-1541
316 ® Reformadores suizos
ración y la salvación eterna. Quienes rechazan su mensaje, y
por consiguiente la salvación, deben perecer y quienes lo acep­
tan son preservados por la gracia.
Calvino y Casteilion
(
La implacable severidad de Calvino provocó una nueva reac­
ción, a la que replicó con rigurosas sanciones, con frecuencia
destierro y pena de muerte; uno de los muchos desterrados fue
el rector de la universidad de Ginebra, Casteilion, compatriota
de Calvino y humanista de primerísimo orden.
En su juventud, Casteilion había presenciado en Lyon cómo
la Inquisición ejecutaba a cuatro protestantes en la hoguera; el
horrible espectáculo y el valor de los condenados le causaron
impresión tan profunda que resolvió vivir en lo sucesivo ■
—y , si
era necesario, morir también.— defendiendo las opiniones que
había leído en la Institución Cristiana de Calvino. Como muchos
jóvenes franceses, Casteilion consideraba a este reformador
como al gran adelantado de la libertad de conciencia; pero su
propia vida peligraba en tierra francesa y por ello siguió el
ejemplo de Calvino y emigró de su patria. En Estrasburgo co­
noció al admirado maestro.
Tiempo después, Calvino le llamó a Ginebra, pero Castellion se percató pronto de que la atmósfera espiritual de la
ciudad era muy distinta a la que había imaginado y no pudo
soportarla. Enteramente persuadido de la nobleza de sus con­
vicciones, le dijo a Calvino algunas verdades bastante duras
acerca de su régimen. Si en su indignación Casteilion fue: algo
imprudente ¿no debía Calvino entonces mostrarse «el más sen­
sato», sosegar a su amigo y colaborador, allanar las divergen­
cias en los puntos de vista con amplio espíritu de conciliación?
Desde luego, pero en el terreno doctrinal Calvino no toleraba
la menor contradicción y la consecuencia del conflicto fue que
Casteilion tuvo que marcharse; dimitió su cargo («voluntaria­
mente» decía el documento oficial) y abandonó Ginebra.. Castellion escogió vivir en la pobreza antes que someterse a una
coacción religiosa. El sabio humanista hubo de mendigar de un
lado para otro hasta que por fin pudo conseguir en Basilea una
modesta colocación de profesor, corrector y traductor. Luego,
un destino de lectorado en la universidad le aseguró por fin una
existencia más holgada.
1541-1548
E l fanatism o calvinista
•
317
OTRO FOCO DE INTOLERANCIA
Sendas de amargura
En Ginebra se exacerbaban cada vez más los odios contra
Calvino, y su posición volvió a quedar seriamente amenazada.
Además, le agobiaban los disgustos y preocupaciones de orden
privado: la muerte de su esposa en 1549 y otros contratiempos
penosos, entre ellos descubrir que su nuera y una cufiada suya
eran culpables de adulterio y de libertinaje.
Abrumado por tales noticias, Calvino tenía además que leer
diariamente las cartas que le enviaban los amigos y parientes
de correligionarios franceses que sucumbían en las persecucio­
nes; jóvenes y ancianos, hombres y mujeres eran encarcelados,
conducidos a la hoguera o asesinados por el populacho, y mu­
chas de aquellas víctimas habían sido discípulos de Calvino, o
recibido de él mensajes de aliento y de consuelo. Con todo,
sostener el valor ajeno no era empresa fácil para un hombre
minado por las enfermedades, los disgustos y los reveses; que,
como Lutero, no olvidaba jamás la inmensa responsabilidad con­
traída al propagar su reforma, y al ver que uno tras otro le
iban arrancando sus «hijos», como él llamaba a cuantos com­
partían su fe. En aquella época, Calvino escribía a un pastor
parisiense: «| Ah, cómo preferiría yo morir con vosotros antea
que sobreviviros y lloraros!»
Los años 1552 y 1553 fueron los más desdichados de su
vida. Calvino estaba rodeado de odio y desprecio. En su lecho
de muerte, aún recojdaba cómo, en aquella época, soltaban con­
tra él los perros y durante la noche disparaban armas de fuego
ante su puerta. Él mismo confesaba que, en el fondo de su co­
razón, era medroso y tímido, y se quejaba de que, siendo antes
venerado por todos, los ginebrinos desconfiaron luego de cuan­
to él decía: «Si les afirmase que en el mediodía es cuando se
ve más claro, inmediatamente pondrían mis palabras en duda».
Miguel Servet, el inconformista
En esta situación, prácticamente desesperada, sobrevino el
proceso y ejecución del «herético» español Miguel Servet, a la
vez médico y teólogo, cuyos estudios y trabajos acerca de
la circulación sanguínea en los seres humanos le confirió lugar
distinguido entre los adelantados de la anatomía. Sin duda al­
1549-1553
318
® R eform adores
suizos
guna, más conveniente le hubiera sido a Servet consagrarse
únicamente a la medicina, para la que estaba tan maravillosa­
mente dotado, pero se sintió cada vez más atraído por la teo­
logía y pronto su espíritu crítico le puso en conflicto con la
Iglesia católica. Ello hizo que los jefes del protestantismo lute­
rano y zuingliano observaran con simpatía su celo reformador,
pero pronto cambiaron de opinión ante sus actitudes radicales:
Servet negaba la Santísima Trinidad y el bautismo de los niños,
y según él, el sacramento del bautismo no tenía valor alguno si
el bautizado no podía aceptarlo con su inteligencia y vivirlo con
su fe. Entonces, Zuinglio puso en guardia a sus fíeles contra
«el español impío cuya doctrina falsa y nefasta intenta suprimir
nuestra religión cristiana», y uno de los más íntimos amigos de
Zuinglio declaró desde el pulpito que «el malhechor Servet
merecía que le arrancaran las entrañas».
En 1531, Servet, que apenas tenía veinte años, publicó en
Hagenau, Alsacia, un libro titulado Sobre los errores en el
dogma de la Trinidad, extraordinaria mescolanza de teología
y de fantasía; entre otras cosas, predecía, basándose en el
Apocalipsis y en un estilo saturado de imágenes, la ruina in­
minente de la Iglesia católica y de la Iglesia reformada. La
obra suscitó un verdadero alboroto, y Lutero vio en él ein
greulich bós Buch *.
La obra de Servet fue acogida con idéntico horror en el
campo católico, y la Inquisición española intentó atraer al he­
rético a su país natal, pero Servet procuró no caer en la trampa
y prefirió dirigirse a Francia, donde confiaba encontrar nuevos
campos de acción. Gfuería no solamente suprimir el dogma de la
Trinidad, sino también hacer que retornaran sus contemporá­
neos a las prácticas de la Iglesia primitiva; es decir, una reforma
mucho más radical que la de Lutero, Zuinglio y Calvino.
Una «Inquisición calvinista»
Diez años después aparece de nuevo aquel extraordinario
español, bajo nombre supuesto, en calidad de médico particular
del arzobispo de Vienne, cerca de Lyon. N o había abandonado
sus especulaciones teológicas, pero consiguió la protección del
arzobispo. Servet inició incluso una correspondencia con Calvi­
no por mediación de un librero de Lyon, pero aquellas relacio­
nes epistolares quedaron interrumpidas años después. Servet
1 oUn siniestro ® inicuo libro»;1
1531-1553
Miguel Servet (1511-1553)
M uerte de M iguel S erv e í
® 319
no adoptaba desde luego el tono sumiso de un discípulo hacia
su maestro: trataba a Calvino como a un hombre extraviado
en el error, a quien el propio Servet, se consideraba obligado
a guiar hacia la verdad. N o era ésta precisamente la conducta
que debía observarse con un Calvino, siempre tan sensible a
la contradicción, y así, trató a Servet de loco vanidoso; las
«fantasías estúpidas» de aquel hombre sobrepasaban cuanto
él podía soportar, y en una carta fechada en 1546 confió a un
amigo: «Si viene aquí, no saldrá vivo de mis manos; tan cierto
como lo estoy diciendo».
Más tarde, Servet intercaló sus cartas dirigidas a Calvino,
aunque retocadas en el libro que mayor resonancia alcanzó de
todos los suyos: Christianismi restitutio (El renacimiento del
Cristianismo), publicado sin nombre de autor en 1553. La obra
constituye una nueva prueba de su inmensa erudición, pero
también de su espíritu confuso e indisciplinado, y su título
evidencia con toda claridad su oposición a la obra capital de
Calvino, la lnstitutio Christianae Religionis. Uno de sus capítu­
los termina con una imprecación en que se adivina con facilidad
un ataque personal: «|Quiera Dios aniquilar a todos los tira­
nos de la Iglesia!» Calvino intuyó inmediatamente quién era el
autor de la Restitutio y le pareció entonces Servet tan peligroso
para el porvenir de la Reforma que le hizo denunciar ante la
Inquisición francesa. Servet fue encarcelado, pero consiguió
escapar; no obstante, cometió la enorme imprudencia de ir
secretamente a Ginebra, suponiendo que podría ponerse en con­
tacto con los adversarios de Calvino y probablemente buscar
también los medios de derribar al «tirano» de su trono, ya muy
inestable. Servet fue descubierto, detenido, encarcelado y con­
denado a ser quemado vivo, con aprobación de Calvino. Si
algunas personalidades confiaban aún en salvarle la vida,, el
propio Servet lo imposibilitó a causa de su altanería ante sus
jueces y ante el mismo Calvino.
Calvino se esfuerza en demostrar, en su correspondencia,
que trató de atenuar la pena, pero que no pudo lograr que las
autoridades seculares rectificaran su sentencia; de ser cierto,
probaría que el reformador no era cruel de carácter. Por otra
parte, no debe olvidarse que la pena de muerte por herejía era
entonces sentencia común y corriente.
1 Miguel Servet (1511-1553) polemista, teólogo e investigador eminente, nació en
Villanueva de Sigena (Huesca). En su tratado teológico Christianism i restitutio inter­
poló algunos comentarios sobre la circulación de la sangre. También fue autor de
T rin ilatis Errorib us, D ialogorum de Trinitate, y otras.
1546-1553
320 • Reformadores suizos
Las reacciones Imponderables
El historiador Doumergue, especialista consagrado a toda
investigación acerca de Calvino, sostiene que existía ciertamen­
te alguna vivencia humana en el carácter del reformador. Calvi­
no no cesaba de exhortar a sus ñeles a ser generosos con los
pobres y bondadosos con los animales; él mismo obraba con
este espíritu, manifestaba gran cordialidad hacia sus amigos
íntimos y en su compañía sabía ser alegre y simpático. Si acae­
cía algún fallecimiento en su círculo privado, le afectaba tanto
que se pasaba días enteros llorando, sensibilidad que aparece
patente en sus cartas. En 1530, un predicador de Burdeos es­
cribía a Calvino: «Sé que estás alegre con quienes están con­
tentos, y que lloras con los que sufren». Con todo, Calvino era
tan taciturno y reservado que jamás dejó traslucir las luchas
que sostenía en lo más hondo de su alma, aunque algunas frases
melancólicas de una carta, fechada en 1562, nos abren un res­
quicio en sus sentimientos: «De cuantos combates sostengo
contra mis muchos y graves defectos, el peor es el que me veo
obligado a mantener contra mi violencia de carácter. Hasta
ahora, no he podido aún domar en mi pecho los animales sal­
vajes de la cólera». Calvino, como Lutero, jamás pudo vencer
su violencia innata: en ambos casos se trataba probablemente
de la consecuencia dimanante de un cuerpo enfermo y unos
nervios torturados. De todos modos, los adversarios de Calvino
hubieron de soportar muchas injurias y bastante ironía; si los
estallidos de cólera constituían el arma natural de un Lutero, el
sarcasmo y la burla estaban más en consonancia, con harta fre­
cuencia, con la naturaleza de Calvino. Una vez desahogado a
gritos, Lutero olvidaba su cólera; ahora bien, acaso por ser más
impersonal, el odium theologicum de Calvino no se desvanecía
tan fácilmente.
Si alguien esperaba presenciar cómo eí mundo protestante
prorrumpía en gritos de horror ante la muerte de Servet, se
equivocó por completo. Al contrario, dieron gracias a Dios por
haber librado al mundo de aquel escarnecedor impío, y muchos
teólogos evangélicos, entre ellos el apacible Melanchton, elo­
giaron a Calvino en términos calurosos por el servicio que había
prestado a la Iglesia reformada.
En contraste, un humanista italiano, el luterano Jacobus
Acontius, que vivía desterrado en Inglaterra, terminaba allí su
libro La estratagema de Satanás, obra que aportaba una con­
tribución interesante al advenimiento de la tolerancia religiosa.
1530-1S€2
La dictadura de Calvino • 321
LA REFORMA SE CONSOLIDA
La «nueva Jerusalén»
En Ginebra, tras la ejecución de Miguel Servet, les tocó el
turno a sus partidarios, y quienes no consiguieron escapar fue­
ron torturados y decapitados.
A pesar de la gota y de otros achaques, Calvino llevó a
cabo un enorme trabajo de organización; hizo de Ginebra lo
que él consideraba como el estado ideal. Todo el que contaba
con cierta influencia social se convirtió en instrumento dócil del
reformador: la magistratura, el Consistorio, las autoridades ju­
diciales y penales, la universidad, las librerías, los predicadores
y los profesores. El reformador escocés John Knox, el más intransigente de los discípulos de Calvino, pasó algún tiempo en
Ginebra en 1556, y pudo escribir a un amigo: «Desde la época
de los apóstoles, puedo afirmar sin la menor duda que en
ninguna otra ^parte se ha dado una enseñanza tan perfecta
de la doctrinando Cristo. En ningún país he visto las costum­
bres y la fe \tap ^profundamente reformadas». Y otro-amigo de
Calvino exclaníaba, extasiado: «¡Más vale ser el último en Gi­
nebra que el primero en otra población!» Todos los edificios
públicos ginebrinos ostentaban, junto a las armas de la ciudad,
el monograma de Cristo, IHS. La población adquirió tal repu­
tación de santidad que los protestantes franceses perseguidos la
consideraban como su Jerusalén. Cuando por vez primera di­
visaban Ginebra en el horizonte, se arrodillaban llorando, como
los cruzados y los peregrinos de la Edad Media ante las torres
de la Ciudad Santa; luego saludaban a la urbe modelo ento­
nando salmos y cánticos piadosos.
Desde aquella nueva Jerusalén, Calvino dirigía con su co­
rrespondencia y escritos su propia evangelización en otros paí­
ses: Francia, los Países Bajos, Inglaterra y Escocia. En la uni­
versidad de Ginebra, fundada por él mismo, se dedicaba a
formar, en calidad de director de estudios bíblicos, predicadores
para todo el mundo protestante. Una multitud de estudiantes,
procedentes en especial de Francia, llegaban a Ginebra, rebo­
santes de ardor evangélico y allí eran purificados por un «fuego
sagrado» del trabajo, oraciones y severa disciplina. Cuando esta­
ban suficientemente preparados regresaban a su patria para pro­
pagar allí la nueva fe. «Enviadnos más materia prima ■
—escribía
Calvino a la comunidad protestante de La Rochela, uno de los
1556-15663
322 • Reformadores suizos
más poderosos baluartes del calvinismo— y haremos de ella
flechas que os devolveremos bien dispuestas». Calvino convirtió
de este modo a la pequeña república, reclinada a orillas del lago
Lemán, en el arsenal de toda la Europa occidental protestante.
Muerte de Calvino
El reformador se había impuesto una tarea sobrehumana, y
por ello, a los cincuenta años de edad, era ya un hombre física­
mente acabado. N o obstante, su energía y su capacidad intelec­
tual seguían siendo admirables; cuando estaba demasiado débil
para subir al púlpito, mandaba que lo llevaran allí, y si no podía
ir al Ayuntamiento, el consistorio se reunía en su casa. Nunca
se quejaba, ni siquiera en los más graves padecimientos, y se
limitaba a levantar los ojos al cielo suspirando; «¿Cuánto tiem­
po todavía, Señor?» Incluso cuando la fiebre le obligaba a guar­
dar cama, dictaba a sus secretarios numerosas cartas y sermo­
nes. En una epístola de despedida a su mejor amigo, describe
así su estado: «Estoy ahora en el último extremo de mis fuer­
zas, y espero que de un momento a otro mi alma abandone mi
cuerpo. Sólo una cosa me importa: he vivido y muero por
Cristo, que en la muerte y en la vida es el Protector de sus hijos».
Cuando Calvino sintió llegada su última hora, llamó a su
cabecera a todos los pastores de la ciudad y le» exhortó a pro­
seguir la lucha contra los poderes de las tinieblas, y los miem­
bros del concejo fueron igualmente a despedirse de él. Les dio
las gracias por su paciencia ante sus accesos de cólera y les
rogó que le perdonaran.
Juan Calvino murió en 1564, a los cincuenta y cinco años de
edad. Las enfermedades le habían agotado y enflaquecido tanto
que, como dijo uno de sus íntimos, «muerto, tenía el mismo
rostro que en vida». Únicamente se había extinguido el fuego
de su mirada. Murió persuadido de que la obra de su vida des­
cansaba ya sobre sólidos cimientos y que ninguna tempestad
podría derribarla. Su voluntad seguiría siendo ley en Ginebra y
aquella nueva «ciudad de Dios» un refugio seguro para los pro­
testantes franceses perseguidos, que continuaron acudiendo allí.
Calvino fue sepultado en el cementerio municipal, al día
siguiente de su fallecimiento y, según su deseo, los funerales
fueron extremadamente sencillos; ni siquieran colocaron lápida
sobre su sepultura, que muy pronto quedó en el olvido. Pero
Calvino se erigió un monumento imperecedero al imprimir su
huella en la vida religiosa de Ginebra en primer lugar, en los
1564
«Indice» de libros prohibidos (1559-1564)
Expansión del calvinismo ® 323
cantones de la Suiza protestante después, y más tarde en la evo­
lución del protestantismo en Escocia, Francia y los Países Bajos.
La inteligencia de Calvino, sus dotes de organizador, su ener­
gía y su combatividad permitieron al protestantismo superar su
período crítico. Con el tiempo, el calvinismo se ha convertido
en el factor más importante del protestantismo, y constituye hoy
el fundamento de la vida religiosa de una gran parte de los
Estados Unidos, así como de la mayoría de las «iglesias libres»
que coexisten, especialmente en Escandinavia, con la Iglesia lu­
terana del Estado. En nuestros días, el calvinismo cuenta con
doble número de adeptos que el luteranismo.
El calvinismo y la economía capitalista
¿Es una casualidad que el capitalismo moderno se haya
desarrollado con mayor vigor en los países que pasaron a la
Reforma? Varios historiadores de la economía se han plan­
teado la cuestión, en especial Max Weber, Werner Sombart,
Ernst Troeltsch y William Ashley, autores que no han dudado
en establecer la ecuación: puritanismo-capitalismo. Deducción
un tanto simplista, ya que, aparte de las ideas económicas de
Juan Calvino, quedan otra causas que pueden explicar la for­
mación del espíritu de empresa en las Provincias Unidas, Es­
cocia, Inglaterra y las colonias inglesas de América del Norte:
causas puramente materiales, geográficas, técnicas, etc.
Pero es innegable que Juan Calvino declaró su oposición al
argumento de los escolásticos ■
—confirmado aún por el Concilio
de Letrán de 1515— de que «el dinero no engendra dinero».
En su sermón sobre el Deuteronomio, escribió Calvino: «Dios
no ha prohibido toda ganancia, ni que un ser humano obtenga
provechos.' De ser así ¿qué ocurriría? Deberíamos abandonar
toda clase de comercio: no sería lícito traficar de ningún modo
los unos con, los otros. A veces sería conveniente que los pre­
dicadores fueran mercaderes y que hubiesen manejado sus
intereses en el tráfico del mundo, para poder responder a cuan­
tos solicitan consejo de todo esto en particular... Muchos hay
que adquirirían agudezas y astucias que no conocen quienes
no manejan tal ocupación y oficio. He aquí alguien que me ha
arrebatado mi comercio, del que debo vivir: pues cuando venda
hoy, vuelvo a comprar para vender mañana, y me quitan mi
medio de vida impidiéndome mantener la marcha de mi tienda».
Como Lutero, aunque con más lógica que él, Calvino tra­
taba de sustituir el ascetismo medieval de la existencia contem­
S. XVI
324 @ Reformadores suizos
plativa por un ascetismo del siglo, según la predestinación de
cada cual: «que cada uno se aplique a darle valor a aquello para
lo que ha sido llamado». ¿Por qué despreciar el dinero que
Dios ha creado «a fin de que los hombres puedan comunicarse
unos con otros»? Así, los ricos son «oficiales de Dios, recau­
dadores de Dios», con tal que consideren el fruto de su trabajo
como un «justo salario»,
Calvino, Lutero y Zuinglio, tríptico de la Reforma
' En Suiza, los seguidores de Zuinglio adoptaron el calvi­
nismo de una manera pacífica. Por su parte, Calvino colocaba
a Lutero muy por encima en méritos a Zuinglio, y acerca del
punto esencial, que era el dogma de la transustanciación eucarística, se hallaba casi por entero de acuerdo con la opinión
luterana. Sólo ha llegado a la posteridad una carta de Calvino
a Lutero, y en ella expresa Calvino una respetuosa admiración
por el iniciador reformista. En modo alguno trataba de ocultar
los defectos de Lutero, pero nunca dejó de defenderle. ¿Qué
importaban sus errores comparados con tales cualidades? Unos
años antes de la muerte del reformador alemán, Calvino escribía
a uno de sus amigos: «Si Lutero me injuriara llamándome demo­
nio, yo seguiría honrándole y considerándole un servidor de
Dios como no hay otro; aunque con sus brillantes cualidades
demuestre igualmente graves defectos». Calvino y Melanchton
se apreciaban también en extremo, eran amigos íntimos y soste­
nían continua correspondencia, sin que ello signifique que fueran
siempre de la misma opinión. En relación con Zuinglio, Calvino
ponía siempre de relieve su independencia espiritual, al igual
que Zuinglio con respecto a Lutero. Ahora bien, sin la obra
zuingliana, el calvinismo no hubiera logrado tan fácilmente los
contactos indispensables, ni desarrollarse con tanta rapidez si
Zuinglio no hubiese actuado como un precursor.
LA IMPRENTA Y LAS NUEVAS IDEAS
La imprenta esa Oriente
Partiendo de la elaboración del fieltro, inventado por los
chinos en los alrededores del año 105, tuvieron éstos la idea de
despedazar y convertir restos de tejido en pasta y, colocada
ésta en un molde, la secaban y la convertían en papel. El secreto
S. XVI
Antecedentes de la imprenta ® 325
'de la fabricación del papel se mantuvo durante unos cinco
o seis siglos, pero pronto fue conocido en Asia, y, por media­
ción de los árabes, llegó a España, donde se estableció la pri­
mera fábrica de papel europea, en Játiva (Valencia), y en 1190
funcionaba en la actual comarca de Herault el primer «mo­
lino de papel» francés. Más ligero, más manejable y menos
caro que el pergamino, el papel debía forzosamente imponerse,
y otro invento aseguró su rápida difusión, la imprenta.
Antes de la imprenta existía la xilografía también invento
de los chinos. Grababan el asunto, texto o dibujo, en una tabla
perfectamente plana, la embadurnaban luego de tinta y final­
mente la aplicaban sobre una hoja de papel. La xilografía fuá
introducida en Europa por los turcos; sirvió en especial para
la difusión de imágenes devotas, naipes y estampas, y su técnica
se fundamenta aún en el grabado en madera.
La tipografía señaló un progreso importante sobre la xilo­
grafía, puesto que permitió formar un texto alineando y colo­
cando adecuadamente letras separadas o caracteres móviles;
dícese que los inventó, hacia el siglo xi, un herrero chino que
fabricaba sus caracteres con arcilla y goma líquida que endu­
recía al fuego. Pero fue en Corea donde la técnica de la tipo­
grafía adquirió un desarrollo excepcional a partir del siglo xirr.
«Para gobernar —declara un decreto de Htai-tjong, rey de Corea,
promulgado en 1403—, hay que propagar el conocimiento de las leyes
y de los libros de modo que llenen la razón y enderecen el corazón de
los hombres, y así se conseguirá orden y paz. N uestro país está si­
tuado a Oriente, más allá del mar, y por ello los libros de China son
raros. Las planchas grabadas se gastan con facilidad, y además es
difícil grabar todos los libros del universo. Q uiero que se fabriquen
caracteres en cobre que sirvan para la impresión y se incremente de
este modo la difusión de los libros, lo que será una ventaja sin límites.
E n cuanto a los gastos de este trabajo, no conviene que recaigan so­
bre el pueblo, sino que incumbirán al tesoro de palacio.»
Guttenberg, el genio creador
Veinte años después de este decreto, cuya existencia igno­
raba totalmente, Laurent Coster, sacristán de Harlem, talló en
manera caracteres móviles e imprimió varios libros escolares.
Los caracteres de madera no siempre resistían a la prensa; a
veces se hendían, o se estropeaban por los bordes. Pronto
fueron sustituidos por letras de metal, y Johann Guttenberg, de
1 'Del griego xylo n (madera) y grapheirt (escribir).
s. xn-xv
326 • Reformadores suizos
lyfaguncia, consiguió una aleación de antimonio y de plomo
particularmente resistente.
Imprimir un libro es una labor exigente y un trabajo de
precisión; las letras deben ser claras y alinearse en renglones
impecablemente rectos con espacios siempre iguales; de otro
modo, la lectura fatiga la vista. El mayor mérito de Guttenberg
fue haber conseguido un molde utilizable en la práctica: de una
penosa labor artesana, el vaciado de los caracteres se trans­
formó en un trabajo mecánico e industrial, y de este modo hizo
Guttenberg viable el invento y lo convirtió en uno de los porta­
estandartes de la civilización.
Johann Guttenberg nació en Maguncia hacia 1400, de una
familia burguesa y distinguida. Poco sabemos de su vida, y,
como ocurre con la mayoría de los inventores, su existencia
fue sumamente difícil para que otros recogieran el fruto de su
trabajo. Guttenberg pertenecía a una familia de orfebres que
acuñaban sellos y monedas y, según parece, el joven se educó
en el seno de esta artesanía; luego, en Estrasburgo, inició sus
tanteos y ensayos del invento, a juzgar por ciertos protocolos
que se han conservado. Seguramente Guttenberg vivió unos
diez años en Estrasburgo, pero se ignora si las experiencias que
verificó en esta ciudad dieron algún resultado práctico; lo cierto
es que Guttenberg regresó a Maguncia entre 1440 y 1450.
La obra más antigua que le atribuyen los expertos es un
libro de predicciones, impreso, según se cree, en la propia
Maguncia en 1445, y el fragmento que ha podido conservarse
describe el destino de los justos y de los impíos el día del Juicio
Final. Para proporcionarse el capital necesario, Guttenberg
se asoció en 1450 con un rico negociante, Johann Fust, y pudo así
realizarse la obra más célebre de su imprenta, una Biblia en
latín, terminada en 1456, espléndido modelo artístico del que
han logrado conservarse unos cuarenta ejemplares, que alcanzan
en la acualidad precios fabulosos 1.
Expansión de la imprenta
Guttenberg hubo de pleitear contra Fust, pero perdió y
viose obligado a ceder la imprenta a su adversario; éste se
asoció entonces con un tal Schoeffer, antiguo colaborador
1 Los libros impresos en el siglo XV son muy apreciados hoy
cunables» (del latín, «cunabula»; cuna) porque fueron realizados
se hallaba aún en su primera fase. Se ha discutido mucho acerca
fechas de impresión de los incunables existentes, por ser estos
omitidos en los libros de aquella época.
1440-1456
y son llamados «in­
cuando la imprenta
de los lugares y las
datos generalmente
Guttenberg (¿1400-1468)
La imprenta conquista el mundo ® 327
de Guttenberg, que con el tiempo había llegado a ser yerno de
Fust, y así se aprovecharon ambos del genio del gran inventor.
Por su parte, Schoeffer aportó algunas mejoras a la composición
de la tinta y a los caracteres, que hizo netos y duraderos, y
bajo su dirección la empresa publicó, entre otros volúmenes,
un Salterio y una Biblia que se consideran de los más hermosos
libros publicados en el mundo. Al morir Fust, Schoeffer siguió
dirigiendo la imprenta hasta el fin de sus días.
Según parece, Guttenberg creó luego una nueva imprenta
para él solo, pero se sabe poco de su vida en esta época; única­
mente, que vivió algún tiempo en la corte del arzobispo de
Maguncia y que murió en 1467 ó 1468; Pero entretanto, «los
veinticuatro soldaditos de plomo de Guttenberg» partieron de
Maguncia a la conquista del mundo. Hacia 1470, ya existían
imprentas en unas veinte ciudades alemanas; el invento se pro­
pagó entonces a los demás países, y, a finales de siglo, aparece
implantado en casi toda Europa. Se estima en unos 25 000 el
número de libros impresos en esta época; como cada edición
comprendiera 500 ejemplares como promedio, la imprenta
produjo unos doce millones y medio de ejemplares en su pri­
mera edad. N o obstante, los «auténticos» bibliófilos tradicionalistas, como Federico de Urbino, los desdeñaban y se hubie­
ran avergonzado de admitir un libro impreso en su biblioteca.
Como era de esperar, los libros impresos llegaron a ser
mucho más baratos que los manuscritos, y gradualmente su
precio bajó a tal punto que pudieron imprimirse ediciones popu­
lares. Las ideas no quedaron ya sepultadas en bibliotecas
integradas por manuscritos raros y costosos, sino que circula­
ron por miles de ejemplares. Los cristianos no se limitaron a
conocer, la Biblia mediante los sermones de su párroco o con­
templando las vidrieras de su iglesia, sino que podían leerla
en su texto íntegro; y quienes sentían la vocación de cambiar
la faz espiritual del mundo sabían qué instrumento debían uti­
lizar para propagar sus doctrinas.
P rim er libro impreso (1445)
1456-1468
E N T R E ! IL IÜ T IS » A W « S Y
T IJ» C § S
LOS PROBLEMAS DE ALEMANIA
Carlos V, emperador de Oriente
En otoño de 1528, antes de firmarse la paz de Cambrai,
Carlos V pronunció un discurso en Madrid, en presencia de su
Consejo de Estado .—importante para poder seguir la evolución
de su pensamiento político—■, en el que proclamaba su resolu­
ción inquebrantable de dirigirse a Italia para hacerse coronar
por el papa. Sus consejeros le formularon diversas objeciones
a dicho proyecto; entre otras, recordándole que el papa y el
pueblo italiano en masa odiaban al emperador que permitió
el atroz saqueo de Roma. Carlos concedió poca atención a todas
aquellas advertencias, pues sabía que el papa sentía aún mayor
malquerencia por el rey de Francia, quien se había permitido
en diversas ocasiones manifestar sus dudas acerca de la inteli­
gencia de Su Santidad.
Carlos necesitaba realizar aquel viaje a Italia por tres razo­
nes. En primer lugar, deseaba ponerse de acuerdo sobre la
celebración ,de un concilio que extirpase definitivamente la here­
jía; manifestaba el emperador que resultaba ya insoportable que
la secta de Lutero aún no hubiera sido aniquilada y se pro­
ponía que la Historia le recordase como destructor de movi­
mientos heréticos y restaurador de la unidad de la Iglesia. En
segundo lugar, quería asegurar la paz en Italia, donde las recien­
tes guerras infligieran tan terribles sufrimientos a la población.
Finalmente, quería ponerse en contacto personal con algunos
príncipes italianos, vasallos suyos, ya que .—según decía—■ al
igual que los sacerdotes deben cuidar de sus comunidades como
buenos pastores, eg deber de los soberanos velar por el bienes­
tar de sus vasallos.
1528
330 • Entre luteranos y turcos
Todo ello demuestra que Carlos estaba ya dispuesto a de­
sempeñar su papel de emperador de Occidente, ser el árbitro
de los pueblos, poner fin a sus discordias y aplastar los movi­
mientos heréticos que amenazasen destruir a la cristiandad.
Luego anhelaba, al frente de una Europa unida bajo su cetro,
arremeter contra los turcos, que se acercaban peligrosamente
a Viena en aquella época. Carlos partió hacia Italia en verano
de 1529, por mar, y en agosto del mismo año su escuadra
anclaba en el puerto de Génova; desde allí se dirigió a Bolonia,
donde sería coronado por el papa. La ceremonia se celebró en
febrero de 1530, con pompa inusitada, y el emperador hizo
publicar detallados informes de aquellos festejos ordenando
que se distribuyeran por toda Europa. Luego se encaminó
hacia el norte, proponiéndose acabar con los herejes alemanes.
La «guerra de ios campesinos»
Carlos había estado ausente de Alemania casi diez años, y
durante aquella época el país hubo de hacer frente a graves
dificultades, sobre todo en el terreno social. La lucha entre hu­
manismo y escolástica en primer lugar y las declaraciones hosti­
les contra Roma después, habían provocado un clima de insegu­
ridad general que, al evolucionar de lo religioso a lo social, dio
rienda suelta a las amenazas de la revolución. La vieja sociedad
alemana se desmoronaba; la nobleza se hallaba en franca deca­
dencia y los caballeros-bandidos hacían estragos por doquier,
continuamente en guerra contra los príncipes alemanes y contra
los burgueses. Por otra parte, príncipes y burgueses se opo­
nían con frecuencia tan violentamente entre sí como ante su ene­
migo común.
Entre los aldeanos el malestar era también muy profundo, y
el absceso estalló al fin en la llamada «guerra de los campesi­
nos». En 1524, los aldeanos, desesperados por la insoportable
opresión económica y excitados por las prédicas de fanáticos
religiosos, se rebelaron en el sur y en el oeste de Alemania, y
a los pocos meses el motín se habla propagado por todos los
territorios situados entre los Alpes y el Harz. Los sublevados
exigían la instauración de una clase campesina libre, con idén­
ticas facultades que la nobleza y el clero en la defensa de sus
derechos. Al año siguiente, los campesinos plantearon sus rei­
vindicaciones concretas en un documento denominado los Doce
Artículos: exigían, entre otros derechos, el de escoger por sí
mismos sus sacerdotes y predicadores, cuya obligación sería
1524-1530
Guerra de los campesinos (1524-1525)
C aos en Alemania • 331
enseñar con toda claridad el Evangelio, y además, la abolición
de la servidumbre y la reducción de los arriendos.
La rebelión campesina devastaba el país como una tromba.
Eran asaltados los castillos y monasterios y se saqueaban las
iglesias y los palacios, provocando escenas horribles. Con fre­
cuencia, los campesinos eran dirigidos por caballeros y gentileshombres que se unían a ellos movidos por muy diversas razo­
nes; algunos eran nobles venidos a menos, atraídos por la
aventura y las posibilidades de botín; mientras que otros obe­
decían a móviles más elevados. Éste parece fue el caso de
Florián Geyer, gentilhombre rico y experimentado, antiguo
titular de altos cargos y que de súbito se había apartado de su
clase social para unirse a los campesinos, sembrando desde
entonces el terror al frente de su «banda negra». Según parece,
Geyer se decidió a aquella brusca mudanza por estar sincera­
mente convencido de que el movimiento revolucionario tenía
el derecho de su parte, por juzgar que la nobleza no podía ni
quería mejorar la pésima situación reinante. Por ello escogió
aquella manera de aportar su contribución personal a una re­
forma social.
Otro gentilhombre que se adhirió a la rebelión fue Goetz
de Berlichingen, clásico tipo de aventurero, que nunca dejó de
participar en las guerras entre príncipes y ciudades, en las que
perdió la mano derecha, sustituyéndola luego por otra de hierro
tan hábilmente fabricada que aún podía manejar su espada.
Goethe lo rememoró en un drama célebre, personificándolo como
un defensor de la libertad y un perfecto idealista; pero el per­
sonaje histórico ofrece muy pocos rasgos comunes con el héroe
literario.
El comunismo de Munzer
El fanático religioso Thomas Munzer desempeñó papel bas­
tante más importante que Florián Geyer y Goetz de Berli­
chingen. Se hallaba obsesionado por una superstición muy
frecuente en la Edad Media, el inminente advenimiento del
Reino de los Mil Años. Munzer se creía llamado por Dios para
echar los cimientos de aquel reino milenario y se proponía
congregar a los «elegidos» para la lucha final contra los «sin
Dios», y como los príncipes se negaran a escucharle, se convir­
tió en agitador político, intentando explotar el movimiento
campesino para conseguir sus fines. Predicaba el restableci­
miento de un orden social basado en la comunidad de bienes, y
1524-1525
332 • Entre luteranos y turcos
el ardor que ponía al proclamar su doctrina producía extraor­
dinaria sugestión en sus fíeles. Durante cierto tiempo fue, de
hecho, dictador en la ciudad de Mühlhausen, en Turingia, que
' bajo su dirección se convirtió en centro vital de todo el movi­
miento revolucionario.
r
’'
1’
Los rebeldes, cuyas reivinhabía depositado todas sus
esperanzas en Lutero, puesto que su doctrina de. «la libertad
del cristiano» constituía uno de los puntos esenciales de su
predicación. Al principio, el reformador había manifestado
mucha comprensión por la causa de los campesinos, e inclu­
so aprobó los Doce Artículos, exhortando a los príncipes a
mostrarse conciliadores con ellos, pero cuando los rebeldes
empezaron a derramar sangre y, sobre todo, cuando Thomas
Munzer se convirtió en uno de los principales promotores de la
rebelión, Lutero reaccionó con la pasión y violencia que le ca­
racterizaban. En un escrito titulado Contra los campesinos
saqueadores y asesinos excitó a los príncipes para que actuaran
con toda energía contra los rebeldes y que los mataran como
a perros rabiosos, porque pisoteaban la ley de Dios. Los prín­
cipes se hallaban sobradamente dispuestos a cumplir su deseo;
arrollaron las tropas campesinas el primero de mayo de 1525,
cerca de Frankenhausen, en Turingia, y luego tomaron repre­
salias con una crueldad que nada tenía que envidiar a la que
los campesinos mostraron anteriormente. Ante tantas atroci­
dades, Lutero rogó a los príncipes que se mostraran clementes
y olvidaran lo pasado, pero era predicar en desierto porque
los «vencedores» estaban ebrios de venganza. Thomas Munzer
y Florián Geyer fueron ejecutados, y existen datos que afirman
que unos cien mil campesinos pagaran la rebelión con su vida.
En todo caso, los supervivientes quedaron en situación más
desgraciada aún que antes de la rebelión.
El hecho de apoyar últimamente a los campesinos no favo­
reció mucho a Lutero. Los sublevados le habían considerado
como uno .de los suyos, pues era originario de familia campesi­
na y durante ocho años fue muy popular, pejfo luego el pueblo
consideraba que lo había traicionado, y Lutero se concitó el
odio general.
Los protestantes.' «protestan»...
El desorden/ el peligro y la angustia en que quedó sumido
el imperio dieron, sin embargo, resultados tangibles en el as- 1524-1525
Intentos conciliatorios de Carlos V • 333
pecto político y religioso. Se celebraron dos Dietas importan­
tes en Spira, la primera en 1526, la segunda en 1529; en la
primera se decidió que, hasta la celebración de un próximo
concilio, los estados del imperio podrían adoptar con indepen­
dencia su posición en la controversia religiosa existente, ha­
ciéndose responsables ante Dios, el emperador y la nación,
resolución que no afectaba inmediatamente a los luteranos. La
segunda Dieta de Spira constituyó un rudo golpe para la Refoíma, pues quedó abolida la resolución de 1526 y se prohibió la
divulgación de la nueva doctrina. Los príncipes luteranos y los
representantes de las ciudades luteranas protestaron solemne­
mente contra la nueva resolución, y fue precisamente esta pro­
testa lo que motivó que a los adeptos de la Reforma se les
llamara «protestantes», con carácter definitivo.
Tal era la situación en junio de 1530 cuando el emperador
Carlos efectuó su entrada solemne en Augsbürgo para presidir
la Dieta convocada en aquella ciudad. Se hallaba decidido a
mostrarse lo más conciliador posible hacia los luteranos, y avan­
zar un paso ofreciéndoles una oportunidad. Católico conven­
cido, se había impuesto la tarea de restablecer la unidad de la
Iglesia, tratando de conseguirlo mediante un compromiso. «No
entra en mis intenciones comportarme como un déspota», había
dicho a uno de sus consejeros. Aun suponiendo que su proyecto
no fuera viable, confiaba en poder aportar sosiego y tranqui­
lidad a los estados luteranos a fin de que los puntos de fricción
pudieran ser eliminados con la celebración de un concilio; esta
conducta de Carlos infundió respeto a toda la Dieta. Lutero
le elogió en diversas ocasiones por su benevolencia y espíritu de
conciliación. Un día dijo, en son de chanza: «El emperador
es un hombre piadoso y apacible; habla él menos en un año
que yo en un solo día».
Lutero no podía participar personalmente en las tareas de la
Dieta por seguir desterrado del imperio, y Melanchton le sus­
tituía al frente de los representantes protestantes. Cumplió su
misión con la tolerancia de un Erasmo, tratando de resolver
lo mejor posible las cuestiones litigiosas, y expresó claramente
sus opiniones en la célebre Confesión de Áugsburgo, insis­
tiendo en determinadas ideas fundamentales, que podían ser
aceptadas sin dificultad por todos los participantes. El 25 de
junio, los estados reunidos dieron audiencia a aquella profesión
de fe. Lutero había aceptado la Confesión, exhortando al propio
tiempo a sus fieles a no ceder demasiado terreno, y a «con­
ducirse como hombres».
«Confesión de Augsburgo» (1530)
1526-1530
334 • Entre luteranos y turcos.
Los teólogos católicos se esforzaron en refutar las declara­
ciones protestantes, aunque Carlos V no les permitía excesiva
libertad e intervenía de continuo para atenuar sus diatribas.
Por desgracia, pese a los esfuerzos del emperador para calmar
la intransigencia de sus teólogos, fue imposible llegar a un
acuerdo. Las negociaciones entraron en punto muerto y el em­
perador hubo de renunciar a sus tentativas de hacer reinar la
unidad de los cristianos. En su discurso de clausura de la Dieta
anunció que daba de plazo a los protestantes hasta el 15 de
abril de 1531 para reintegrarse al seno de la Iglesia, pero
en diciembre de 1530, los estados protestantes se reunieron en
la llamada Liga de Smalkaldal, que se proponía defender
por la fuerza de las armas la doctrina luterana contra el em­
perador.
Las andanzas de Felipe de Hesse
El elemento clave de la nueva alianza protestante era el
landgrave Felipe de Hesse, cuya energía, entusiasmo y clarivi­
dencia determinarían en gran parte la historia política de la
Reforma durante los años sucesivos. Su objetivo era abatir
el poder del emperador y el del papa en Alemania y consolidar
los resultados ya logrados por la Reforma, a fin de imposibilitar
cualquier tipo de restauración católica; a tal efecto, Felipe*
intentó fusionar los movimientos reformados luterano y zuingliano en uno solo, realizando de este modo el frente único
de las fuerzas evangélicas.
La disputa de Marburgo había decepcionado cruelmente a
Felipe, demostrándole que en lo sucesivo se precisarían otros
métodos para consolidar el triunfo de la causa protestante.
Clausurada la Dieta de Augsburgo e iniciada la actuación de la
Liga de Smalkalda, decidió movilizar sus tropas lo más rápida­
mente posible para solucionar por las armas el conflicto con el
emperador. Lutero se manifestó contrario al proyecto, pero
acabó cediendo. «Si hay que llegar a la guerra, ]que así sea!
Bastante tiempo hemos laborado y rezado «-exclamó, y añadió,
suspirando—•: Desde luego, soy demasiado tonto para entender
nada en asuntos de política.»
Con todo, la guerra no estallaría aún, porque los turcos se
preparaban a lanzar una nueva ofensiva contra los países danu­
bianos y, frente al terrible peligro común, el emperador y sus
1 As! llamada porque fue en Smalkalda, junto a los bosques de ITuringia, dondo los protestantes acordaron, con el apoyo de Francia, su alianza contra Carlos V.
1530-1531
Liga de Smalkalda (1530-1531)
N ueva ofensiva francesa • 335
adversarios protestantes juzgaron preferible olvidar sus dispu­
tas por el momento. En la Dieta de Nuremberg, en 1532, los
estados alemanes votaron un importante subsidio para la guerra
defensiva del emperador contra los turcos, y Carlos V, por su
parte, aceptó dejar tranquilos a los protestantes hasta que
hubiera posibilidad de convocar un concilio.
Al cabo de poco tiempo de este acuerdo transitorio, se diri­
gía el landgrave Felipe de Hesse a Bar-le-Duc para entre­
vistarse con Francisco I de Francia. A cambio de algunos
territorios y ciudades en el oeste de Alemania, entre otras la
importante plaza fuerte de Belfort, Felipe percibió los subsidios
necesarios para equipar un ejército con el cual intentaría apo­
derarse del Wurtemberg, que había caído en poder de Car­
los V. Poco después, en 1536, éste se informaba de que Fran­
cisco I se aprestaba a hacerle la guerra.
LUCHAS INTERNAS Y EXTERNAS
Tercera guerra entre Carlos Y y Francisco I
Al emperador no le interesaba una nueva guerra con Fran­
cia, sino al contrario, deseaba concertar un acuerdo duradero
con Francisco I. Desde que, en 1532, firmó la paz religiosa de
Nuremberg, el emperador pudo cosechar importantes éxitos;
así, con su expedición a Túnez, había infligido una grave
derrota al déspota> de aquella ciudad, el pirata turco Barbarroja, terror del Mediterráneo.
Carlos V, ante las intenciones belicosas de Francisco, reac­
cionó de manera característica: partió hacia Roma para per­
suadir al papa de que la Santa Sede y el imperio debían luchar
juntos y salvar a la cristiandad de la desunión y del cisma. En
Roma, a Clemente VII, fallecido en el año 1534, había sucedido
Paulo III, quien recibió al emperador con gran pompa a su
llegada, coincidente con las fiestas de Pascua. En realidad,
Carlos V no tuvo motivos de alegrarse demasiado con las pro­
longadas conversaciones que sucedieron a aquella espectacular
entrada en materia. Diplomático de primer orden, el papa des­
confiaba en especial de toda promesa embarazosa, y Carlos
abandonó Roma convencido de que, en lo sucesivo e igual
que antes, habría de luchar en cuatro frentes: contra Fran­
cisco I, contra los protestantes, contra el papa y contra los
turcos. Carlos V era un genio solitario, del que dice un historiaDieta de Nuremberg (1532)
1532-1534
336 ® Entre luteranos y turcos
dor alemán que «sublevó contra él a todos sus contemporáneos
por pretender resucitar el anticuado principio imperial».
La guerra contra Francia duró dos años, lapso de tiempo
que bastó para convencer a ambos antagonistas de que a nin­
guno le reportaba utilidad el proseguir las hostilidades; el papa
ofreció su mediación, y en 1538 se firmaba en Niza un armis­
ticio de diez años, sin cesión alguna de territorios por ninguna
de ambas partes, manteniéndose íntegramente el «statu quo»
anterior a la guerra.
El espejismo ele un concilio
Desde muchos años atrás, el más caro anhelo de Carlos V
era la reunión de un concilio que zanjara definitivamente la
cuestión religiosa, pero no era cuestión de poca monta llegar
a la realización de aquel proyecto, ya que el papa demostraba
escaso entusiasmo ante el temor de que su poderío quedase
minado por dicha asamblea, y por otra parte, los protestantes
de Alemania se negaban categóricamente a participar en un
concilio presidido por Paulo III.
Oposiciones tan diversas obligarían al emperador a dar
mayores muestras de energía y a desempeñar el papel principal
en todas las escenas políticas entre 1540 y 1550. Su prólogo
fue la Dieta de Ratisbona de 1541, donde los teólogos pontifi­
cios, imperiales y protestantes se reunieron para debatir una
vez más los trascendentales problemas religiosos y políticos del
momento. Las partes en conflicto cedieron terreno en algunos
puntos y pareció jurante algún tiempo que podía abrigarse
la esperanza de que se concretara en forma tangible aquel
compromiso que tan ardientemente ansiaba el emperador. Por
desgracia, pronto recobró sus fueros la intolerancia, y Car­
los V hubo de comprobar nuevamente que todo acuerdo era
imposible; no le quedaba entonces otra solución sino actuar
contra los protestantes por la violencia armada.
Carlos V preparó la guerra de religión, ya inminente, diri­
miendo sus diferencias con dos de sus enemigos, Felipe, el
alemán, y Francisco I, el francés. En primer lugar, con Felipe
de Hesse, el landgrave, por haber transgredido las leyes del
imperio con su segundo matrimonio, ofrecía un punto vulnera­
ble, y el emperador se percataba del valor de aquella baza que
tenía en su mano. Inició negociaciones con Felipe y le ofre­
ció su protección y el mando de su ejército a condición de
que abandonara toda relación con Francia e Inglaterra, y
1536-1541
D ieta d e Ratisbona (1541)
338 ® Entre luteranos y turcos
sirviese en lo sucesivo al poder imperial con toda lealtad. Felipe
aceptó y firmó en Ratisbona un acuerdo en este sentido, que­
dando sujeto y Carlos triunfante: el jefe de la Liga de Smal­
kalda, su más temido adversario político en Alemania, estaba
al fin de su parte.
La campaña «le MiiMberg
Luego le correspondió el turno a Francia. En 1542, Car­
los V se vio obligado a hacer nuevamente la guerra contra
Francisco í, por cuarta y última vez, contienda que terminó
en 1544 por la paz de Crespy, que tampoco cambió en nada la
situación territorial. Si bien esta vez la posición de Carlos
fue lo bastante sólida para imponer a Francisco I la impor­
tantísima promesa de no prestar más ayuda a la Liga de Smal­
kalda, con lo cual quedaba seguro de poder terminar con los
protestantes de Alemania sin temor a ingerencias exteriores.
Así, en 1547, pudo entrar en campaña, al frente de su ejército,
y dirigirse a la pequeña ciudad de Mühlberg, en Sajonia. La
Alemania meridional se había sometido al emperador el año
anterior, y las tropas de la Liga se habían retirado a Sajonia,
a las órdenes del príncipe elector Juan Federico de Sajoniá,
aliado de Felipe de Hesse durante muchos años. El emperador
derrotó a Juan Federico en Mühlberg, le capturó, le despojó
de su dignidad de príncipe elector y le hizo encarcelar; en
cuanto a Felipe de Hesse, que de nuevo estaba luchando con los
enemigos de Carlos, corrió la misma suerte. El papel político
de la Liga de Smalkalda había terminado, y Carlos V no
ocultó su alegría, considerando la jornada de Mühlberg como
una de las más felices de su vida.
Las consecuencias del triunfo del emperador no fueron de
larga duración. Había conseguido desintegrar la Liga de Smal­
kalda, y al pretender convertirse en cierto modo en el dictador
de Alemania, los príncipes se coaligaron contra él; rebosantes de
amargura ante el destino reservado a Juan Federico de Sajonia
y a Felipe de Hesse, los príncipes constituyeron una oposición
muy potente y, al frente de ella, Mauricio de Sajonia desem­
peñaría el principal papel en la vida política de Alemania.
Traición de Mauricio de Sajonia
Mauricio había nacido en 1521; sobrino-nieto de Juan Fe­
derico y yerno de Felipe de Hesse, desde siempre estuvo
1542-1547
Batalla de M'úlhberg (1547)
L a p a z de A ugsbucgo 9 339
compenetrado con la Liga de Smalkalda hasta 1546, año en
que se pasó de súbito al bando de Carlos V, ante la promesa
de suceder a Juan Federico, El emperador cumplió su palabra
después de la batalla de Mühlberg, pero Mauricio era dema­
siado ambicioso para contentarse largo tiempo con tan secunda-
El príncipe elector de Sajonia, Juan Federico, se despide de
Carlos V después de la batalla de M ühlberg, en Sajonia, y en la
cual el principe elector fue hecho prisionero. Este fragmento
de un grabado en madera de la época muestra al emperador,
instalado en una silla transportada por dos muías, y, más al
fondo, el carruaje que habrá de llevarse bien custodiado al prín­
cipe elector.
1547
340 • Entre luteranos y turcos
ria posición; en primer lugar, codiciaba su independencia, y
luego la dirección, política de Alemania. En 1551 cambiaba
nuevamente de partido y organizaba, junto con otros príncipes
alemanes, una alianza ofensiva contra su soberano. Mauricio
se había proporcionado los fondos necesarios para la guerra
mediante un acuerdo con el nuevo rey de Francia, Enrique II,
que le había ofrecido un apoyo poderoso si le cedía las ciu­
dades fronterizas de Metz, Toul y Verdún.
La nueva guerra estalló en 1552. Mauricio de Sajonia, con
el apoyo del rey francés y del margrave de Brandeburgo, avan­
zó hacia Innsbruck. Carlos V se encontró de pronto aislado y
en situación desesperada, por lo que tuvo que atravesar los
Alpes a toda prisa para escapar de sus enemigos. El 6 de abril,
postrado por la gota y por tantos desengaños recibidos, huía
a Villach, y tres semanas más tarde quedaban suspendidas las
sesiones del concilio de Trento. Poco después, en julio, el em­
perador se vio obligado a aceptar el tratado de Passau (1552),
que establecía la libertad religiosa en Alemania hasta la siguien­
te Dieta.
Profundamente humillado por su huida al otro lado de los
Alpes, Carlos V quiso recuperar su poder y el prestigio ante
sus contemporáneos con un contraataque enérgico. Sitió la plaza
fuerte de Metz y como recrudeciera su enfermedad de la gota,
impidiéndole montar a caballo, se hizo conducir al campo de
batalla en litera. El plan de operaciones preveía un asalto de las
tropas imperiales a la ciudad, pero los soldados se negaron
rotundamente a ello; Carlos comprendió que la empresa estaba
perdida y ordenó levantar el sitio. El emperador dispuso que su
hermano Fernando, proclamado rey de romanos hacía muchos
años, iniciara negociaciones con los protestantes de Alemania.
Era evidente que no podía aplazarse más la regulación de las
cuestiones religiosas y la decisión se adoptó en 155$ con la
célebre Paz de Augsburgo, por la cual el catolicismo seguía
siendo la religión oficial del Imperio, aunque en lo sucesivo se
toleraría en él la doctrina luterana. A cada príncipe alemán y
a cada ciudad libre del Imperio se le otorgaba el derecho a
elegir entre el luteranismo y el catolicismo, y a determinar la
religión de sus súbditos según el principio Cuius regio, ejus reli­
gió (tal es su país, tal su religión). Los súbditos que se ne­
gaban a someterse a la voluntad de su señor no tenían, libertad
religiosa, aunque sí derecho a establecerse en otra parte.
La paz ponía punto final a la primera fase del protestan­
tismo, la más áspera y difícil, y durante los sesenta y tres años
1546-1552
Tratado de Passau (1552)
Miseria y grandeza de Carlos V ® 34!
siguientes, la libertad religiosa permaneció garantizada en Ale­
mania, hasta cierto punto.
•
, '
Vida privada y conducta del emperador
Sus estados y dominios, tan dispersos geográficamente, así
como sus- intereses de universalidad imperial, obligaron a Car­
los V a mantener una corte errante, sin fijar capitalidad ni
residencia estable en parte alguna: España, Flandes, Alemania,
Italia, fueron lugares donde anduvo de continuo, además de
otros países donde se reclamó su presencia por motivos políti­
cos o debido a sus _campañas militares. Sin embargo, fue en
Eápafia donde fijó sus miras para residir en sus últimos años
y exhalar su postrer suspiro. Fue precisamente en aquel ocaso y
final de su vida cuando pudo hacer examen de conciencia de su
conducta a lo largo de una existencia tan ajetreada.
Por las mismas razones, no pudo gozar de una tranquila
vida de familia. En Sevilla, y en marzo de 1526 ■
—precisamente
en los mismos días en que el rey prisionero Francisco I de
Francia regresaba libre a su país*—, contrajo matrimonio Car­
los V con la princesa Isabel de Portugal, hija del rey Manuel I
el Afortunado. Lo que parecía un enlace meramente político,
fue luego unión respetada, ya que más tarde, al quedar viudo el
emperador, jamás quiso contraer segundas nupcias. Aquel en­
lace fue estimulado por los deseos de las Cortes de Castilla
y, como le expresaron los propios miembros de la nobleza es­
pañola refiriéndose a Isabel, «porque es de nuestra lengua»;
razón que, aun no siendo exacta filológicamente, evidencia la
fraternidad hispano-portu-guesa en aquella época.
Isabel de Portugal era físicamente muy bella y el gran pintor
Ticiano dejó de ella un retrato que es una auténtica obra maestra. El
emperador tuvo de ello un hijo y dos hijas: Felipe II, su sucesor en
el trono español; doña M aría, que casó con el emperador M axim i­
liano II de Austria, y dofia Juana, que fue princesa de Portugal. Despues de trece años de matrimonio y a los treinta y ocho de edad, falleció
la emperatriz Isabel en Toledo, el primero de m ayo de 1,539, a conse­
cuencia del parto de un hijo varón que nació también sin vida. La
muerte de tan ilustre dama fue sinceramente sentido en España, donde
sus excelentes cualidades le granjearon muchas simpatías.
Sus restos mortales fueron' conducidos al panteón de la capilla real
de G ranada, y encargado d® dicha ceremonia y de presidir la fúnebre
comitiva fue el duque de Gandía, amigo del poeta Garcilaso de la V ega
y uno de los más conspicuos representantes de la nobleza española;
según parece, al verificar la entrega de los despojos y al abrir el fére1526-1539
342 • E n tre luteranos y turcos
tro, el espectáculo le impresionó de tal modo que decidió renunciar a
todos sus títulos y bienes de fortuna y dedicarse a la vida religiosa. Así
lo llevó a cabo algún tiempo después, ingresando en la Compañía de
Jesús, de la que fue tercer prepósito general; fue canonizado con el nom­
bre de san Francisco de Borja. El episodio de la entrega del féretro,
en Granada, ha inspirado algunas obras artísticas y literarias.
Del emperador Carlos, pese a la extraordinaria discreción y secreto
mantenidos con relación a sus devaneos galantes, se sabe que dejó
algunos hijos naturales y bastardos. Poco después de su coronación en
Aquisgrán (1520) m antuvo relaciones amorosas con una dama de Flandes, llamada M argarita o Johanna van der Gheest, de la que tuvo una
hija que casó con el duque Alejandro de Médicis y, viuda de éste,
con O ctavio Farnesio (1537), príncipe de Parm a, por lo que es conocida
en la historia con el nombre de M argarita de Parm a; fue goberna­
dora de Flandes en tiempos de Felipe II (1559). El emperador, ha­
llándose en Spira, en 1544, preocupado por su cuarta guerra con
Francisco I, conoció a una mujer de humilde condición social llamada
Bárbara Blomberg, natural de Ratisbona, de la que tuvo un niño que
después se inmortalizaría en la H istoria con el nombre de don Juan
de Austria. Por último, carecemos de noticias detalladas acerca de otra
aventura galante de Carlos V con una dama llamada Ürsolina de la
Peña, llamada también «la bella Penina», de la que tuvo una niña
llamada Tadea.
Su actitud con relación a España evolucionó con los años.
La lucha de las comunidades había sido, efectivamente, un aldabonazo que despertó el tardo, inexperto y adormilado ánimo
de su juventud, y los comuneros le recordaron que el pueblo
no es un rebaño esquilmable por el monarca, sino que el rey se
debe a la felicidad de su pueblo y amoldarse a su índole. Con­
tribuyó también a dar una mayor amplitud liberal a su carácter
el influjo que en él ejerció uno de sus secretarios, el humanista
Alfonso de Valdés, «más erasmista que el propio Erasmo»,
como se le calificaba, que aunque anhelase la unidad cristiana,
fustigaba también con audacia la corrupción de las propias ins­
tituciones que acataba.
Como sugiere Menéndez Pidal, Carlos V se hispanizó y
quiso hispanizar a Europa. La vida de las cortes y la diplomacia
se vio invadida por ministros españoles y por costumbres es­
pañolas, y este idioma empezó a ser usado en todas partes,
sobre todo desde que el emperador lo hizo resonar bajo las
bóvedas del Vaticano, ante el papa Paulo III, el 17 de abril
de 1536. Regresaba Carlos V vencedor en Túnez y en La
Goleta, satisfecho de haber cumplido su deber de príncipe cris­
tiano y de haber combatido personalmente con el turco, pero
volvía dolido y quejoso del rey francés Francisco I, a quien
1520-1544
Ultimos años del emperador ® 343
acusaba de desleal con la cristiandad, según cartas comprome­
tedoras de este monarca al pirata Barbarroja, acabadas de
coger por el mismo emperador en La Goleta. El obispo de Ma­
cón, embajador de Francia, no comprendía bien la lengua en
que Carlos formuló tan categóricas acusaciones, y el emperador
le replicó ante el papa: «Señor obispo: entiéndame si quiere, y
no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la
cual es tan- noble que merece ser sabida de toda la gente cris­
tiana».
Y
así, Carlos V, que a los dieciocho años de edad no ha­
blaba una palabra de español, a los treinta y seis años proclama­
ba este idioma como la lengua común de la cristiandad y lengua
oficial de la diplomacia. Además, este postrer emperador de
corte universal medievalista, que intentó la última gran cons­
trucción histórica con aspiraciones a un sentido de totalidad,
audaz y ambiciosa, tuvo otro carácter singularísimo: fue el
primero y único emperador europeo y americano a la vez. Se
hallaba en plena era de aquella hegemonía española que duró
un siglo.
Abdicación de Carlos Y
En octubre de 1555, el emperador Carlos se dirigió a Bru­
selas para abdicar la corona. La ceremonia se celebró el 25 de
octubre. Montado en una muía, pues sus achaques no le permi­
tían ya el uso del caballo, el emperador se dirigió al palacio de
Coudenberg, donde se hallaban congregados los diputados de
los Estados Generales, distribuidos por categorías y dignidades.
La gran sala del Consejo Privado aparecía decorada con tapice­
rías que evocaban la historia de Gedeón, patrono bíblico de la
Orden del Toisón de Oro. Carlos V y María de Hungría ocu­
paron sus puestos en el estrado adosado a la chimenea y, a una
señal del emperador, el consejero de Estado, Filiberto de Bru­
selas, tomó la palabra anunciando que el soberano, en vista de
su estado de salud, había resuelto poner en manos de su hijo
Felipe II los destinos de Flandes y Países Bajos.
Carlos V se levantó luego, con una hoja de notas en la
mano que consultó de vez en cuando; hizo el balance de sus
cuarenta años de reinado y recordó sus viajes por Alemania, .
España, Italia, Francia, Inglaterra y África.
—'Admito que he cometido errores ^ c o n fe s ó —, sea por descuido
de la juventud, soberbia en la edad viril u otro motivo cualquiera: pero
declaro que Jamás perjudiqué voluntariamente a nadie, y si tal hubiere
Abdicación de Carlos V (1555)
1555
344 • Entre luteranos y turcos
hecho, lo lamento profundamente y suplico a presentes y ausentes
que me lo perdonen.
.
_'
■.
Finalmente el emperador imploró la ^bendición de Dios sobre -sü
hijo Felipe II, al que exhortó .a «ser buen príncipe». Pálido de emo->
Clon. Carlos V volvió a sentarse. E n la sala s e ’oiam los sollozos mal
contenidos de los oyentes y el propio emperador no .pudo retener las
lágrimas.
, • •
— Si lloro —■declaró'— no creáis-que £s por la soberanía que aban­
dono, sino -por verme obligado a alejarme del país .en que naci y -pres­
cindir de ,tan buenos vasallos como tenía. '
•
Al año siguiente, también en Bruselas, Garlos cedió ’del
mismo modo el trono de España a Felipe, Carlos V, por entero
liberado de sus numerosos y agobiantes deberes, podía,ya reali­
zar su deseo de alejarse del mundo. Se retiró al monasterio de
Yuste, en.España, en la provincia de Cáceres,
‘ ■„•
Carlos exhaló el último suspiro en septiembre de 1558; con
él moría el último gran defensor deí principio imperial tal como
lo concebía la Edad Media.
LA OFENSIVA TURCA
Selira I: el peligro otomano
El sultán Mahomed II había efectuado su entrada triunfal
en Constantinopla en 1453, jornada que señaló para el imperio
otomano el principio de una colosal expansión. Mahomed obtu­
vo grandes victorias en Europa y en Asia. En 1456 conquistó
Atenas, y el Peloponeso en 1458; sometió Bosnia y parte de la
Herzegovina, y en Asia Menor se apoderó de Trebizonda. Uno
de sus objetivos era dotar a su imperio de una marina poderosa
y su prolongada guerra contra Venecia proporcionó a Turquía
La hegemonía em el Mediterráneo oriental.
«Nuestro imperio es la patria del Islam» ■
—dijo’ un día
Mahomed.—■. «De padres a hijos alimentamos la lámpara del
Islam con el corazón de los infieles». En Occidente circulaban
espantosos rumores acerca de las costumbres sanguinarias de los
turcos y los proyectos de conquista concebidos por el sultán.
Soñaba, según decían, con igualar la gloria de Alejaüdro y el
poderío de Gengis Kan.
Mahomed II murió en 1481, y el imperio turco fue goberna­
do durante treinta años por su hijo, el pacífico Bayaceto II,
que, a diferencia de sus antecesores, sólo gustaba de la filosoS. XV-XVI
Abdicación de Carlos V
9
345
Abdicación de Carlos V en Bruselas, el 25 de octubre de 1555,
según el fragmento de un grabado en bronce de la época. Arriba,
a la izquierda, Carlos (Carolus), saluda a su hermana M aría
(reina viuda de Hungría y gobernadora de Flandes); en el cen­
tro, el emperador conduce a su hijo, futuro Felipe 11 (Philippus
R e x ), hacia el trono, y abajo, a la derecha, Carlos V aban­
donando la sala.
1555
346 • Entre luteranos y turcos
fía y de las artes, e incluso adquirió renombre como poeta. Su
reinado fue pobre en acontecimientos, comparado con el de su
padre; Bayaceto sólo hacía la guerra cuando la creía indispen­
sable para la seguridad del imperio, como hizo cuando conquis­
tó el resto de Herzegovina para asegurar sus fronteras.
En 1512, Bayaceto hubo de ceder el mando a su hijo Selim I,
que era considerado «un salvaje» y, en efecto, una de sus pri­
meras iniciativas fue organizar una matanza de chiitas, secta
que1disputaba el dominio espiritual del mundo musulmán a los
sunnitas ortodoxos.
Al igual que su abuelo Mahomed II, Selim se sentía con­
quistador y en ocho años de reinado consiguió doblar sus terri­
torios gracias a sus audaces empresas. Atacó primero Persia,
el más peligroso rival del imperio otomano en Asia y, además,
centro del movimiento chiita; el sha (emperador) entonces
reinante, Ismaíl, era excelente administrador y valiente guerre­
ro, habiendo incrementado considerablemente su imperio con
una serie de campañas afortunadas. Selim inició la guerra contra
Persia en otoño de 1514, concentrando en la costa asiática del
Bósforo un ejército de más de 140 000 hombres, 60 000 camellos
y 300 cañones. El sultán tomó la decisión de enfrentarse con su
enemigo cerca de Tabriz, la capital persa, y le infligió una de­
rrota aplastante.
Selim volvió a tomar las armas en 1516, esta vez contra el
poder de los sultanes mamelucos, proclamando paladinamente
su intención de tomar las ciudades santas de La Meca y M e­
dina. El primer choque tuvo lugar en Siria, cerca de Alepo; una
sola batalla de pocas horas le proporcionó a Selim otra gran
victoria; el sultán entró en Damasco, organizó allí la adminis­
tración de su nueva provincia de Siria y preparó una nueva
campaña contra Egipto.
Selim salió de Damasco en diciembre de 1516 y le bastaron
diez días para atravesar el desierto que separa Siria de Egipto.
A principios de enero de 1517 llegaba al Cairo, donde le espe­
raba el ejército de los mamelucos; Selim no tuvo la menor difi­
cultad en arrollarlo y acto seguido los turcos tomaron la ciudad,
donde se entregaron a saqueos, destrucciones y matanzas sen­
cillamente indescriptibles.
Vencedores de los mamelucos, los turcos eran entonces due­
ños de Arabia y, por consiguiente, de las ciudades santas del
Islam. N o podía, pues, sorprender que Selim adoptara el título
reservado siempre a los grandes soberanos musulmanes, de ca­
lifa. El sultán se convertía de este modo en jefe religioso oficial
1512-1517
Los turcos en Egipto (1517)
P enetración turca en E u ro p a • 347
del mundo islámico y sucesor de Mahoma, para la defensa y
propagación de la auténtica fe mahometana.
Selim murió súbitamente en 1520, en circunstancias miste­
riosas, y subió al tronó su hijo Solimán.
Solimán el Magnífico
Era de elevada estatura, tez curtida, nariz aguileña y labios
severos, y asumió el poder a ñnales de septiembre de 1520.
Un mes más tarde, Carlos V era coronado emperador en Aquisgrán. Durante varios decenios, estos dos soberanos que comen­
zaran ambos su tarea en la misma época y figuran entre las
mayores personalidades de la Historia universal, entablarían
una lucha sin tregua ni descanso.
Solimán profesaba un odio feroz a Carlos V. La idea de
que otro monarca pudiera reivindicar el dominio universal le
resultaba sencillamente insoportable, y como quiera que el padre
del sultán había resuelto todos los problemas del imperio turco
en Asia, Solimán pudo, desde el principio de su gobierno, con­
sagrarse por entero a los de Europa, por hallarse magnífica­
mente preparado para cualquier proyecto que forjara. Al residir
gran parte de su vida en Constantinopla, pudo iniciarse en la
situación política de Occidente.
«El mundo está dividido en dos partes, según enseña el
Corán: la morada del Islam y la morada de la guerra...» Con­
vencido de ello, Solimán decidió atacar el punto más vulnera­
ble de la Europa central e invadirla. Remontó el valle del D a­
nubio; era humanamente imposible que Belgrado resistiera los
veinte asaltos turcos que sufrió (1521). La punta de la cimi­
tarra otomana penetraba lentamente en el corazón de aquella
Europa dividida.
El 26 de junio de 1522, los caballeros hospitalarios de San
Juan que defendían la isla de Rodas se vieron cercados por
centenares de galeras turcas. Su situación era desesperada y
sin embargo, y en la proporción de 12 000 contra 115 000, los
cristianos opusieron feroz resistencia. Tras medio año de asedio,
Rodas seguía resistiendo, pero el hambre y la peste agotaban a
sus defensores y a petición de los isleños, el gran maestre de
la Orden, Felipe de l'Isle~Adam, abandonó la lucha. Ante la
tienda de Solimán esperó un día entero soportando la lluvia
antes de ser recibido por el vencedor, quien no pudo menos
de admirar el valor de su adversario. «Me da lástima ese viejo
que acabamos de echar de su tierra», exclamó; le hizo sentar en
A sedio d e R odas (1522)
1520-1522
348 • Entre luteranos y turcos
presencia y le cubrió con un lujoso manto de honor, dispo­
niendo que todos los caballeros e insulares que lo desearen
pudieran abandonar libremente la isla. El primero de año de
1523, el gran maestre" embarcó con sus caballeros y en vez
de la cruz blanca, insignia de la Orden, las galeras enarbolaban
en señal de luto un estandarte con la imagen de la Virgen sos­
teniendo a su Hijo crucificado...
Pocos años después de la capitulación, los caballeros de San
Juan recibieron del emperador autorización para instalarse en
Malta y en Trípoli. Carlos V obraba muy hábilmente al con­
cederles aquellos territorios ya que confiaba de este modo en
poder cerrar el acceso al Mediterráneo occidental a la armada
otomana. En efecto, los caballeros de San Juan constituyeron
una heroica avanzadilla de la cultura cristiana frente al peli­
gro turco.
El «rey cristianísimo» se alia con los turcos
En febrero de 1525, época de la batalla de Pavía, en que
el rey de Francia fue hecho prisionero por las tropas imperia­
les, se firmaron pactos secretos de gran importancia para el
futuro. La madre de Francisco, regente durante el cautiverio de
su hijo, envió a uno de sus diplomáticos a Constantinopla, por­
tador de una carta de súplica al sultán para que libertara a
Francisco. Solimán estudió el mensaje con mucho interés, ya que
su contenido no era normal y corriente: uno de los mayores
soberanos de Europa, precisamente el «rey cristianísimo» de
Francia, le pedía ayuda. El sultán no vaciló en satisfacer tan
insólita petición: «Noche y día permanecen ensillados nuestros
caballos, y dispuestas a ser usadas nuestras espadas», fue la
orgullosa respuesta que dio al enviado francés, junto con la
exposición de grandes proyectos: la flota turca se dirigiría ha­
cia España, mientras Solimán conduciría al propio tiempo sus
tropas de tierra a Italia y marcharía hacia Milán.
Aquellos planes gigantescos obtuvieron resultados distintos
a los esperados. Incluso antes de que el sultán pasara a vías
de hecho, la paz de Madrid permitía a Francisco I salir de su
prisión y, por consiguiente, Solimán carecía de pretexto para
invadir Italia, Modificó sus planes en el sentido de que su cam­
paña no tuvo ya como objetivos España e Italia, sino Hungría,
territorio donde el emperador también tenía intereses políticos,
y su monarca, el débil Luis II, se había casado con María, her­
mana de Carlos V. Este no era el único lazo de unión familiar
1523-1525
Batalla de Pavía (1525)
Solimán ocupa Bada • 349
entré la casa de Habsburgo y Hungría; su segundo hermano,
el archiduque Femando, estaba casado con la princesa Ana,
hermana de Luís y como éste no tuviera hijos, Fernando he­
redaba el trono de Hungría.
'
Según parece, cierto diplomático prudente y experimentado
sugirió en cierta ocasión al emperador: «No temáis ai rey de
Francia ni a príncipe alguno, sino sólo al archiduque Fernando»,
frase que refleja la opinión que merecía a sus contemporáneos.
Pero Carlos V, con relación a aquel hermano ambicioso, se
comportó con mucha inteligencia y, en 1521, dispuso que sus
territorios hereditarios de Austria quedasen bajo su adminis­
tración, ofreciéndole asi una independencia completa y graves
responsabilidades políticas.
La invasión de Hungría
En la primavera de 1526 llegó a Hungría la noticia de que
el sultán de Constantinopla amenazaba de nuevo el país. El rey
Luis envió sus diplomáticos a las capitales de Europa occiden­
tal, suplicó por doquier que corrieran en su ayuda, y ésta fue
su única reacción ante el peligro. Mientras, el ejército turco se
puso en marcha a fines de julio. Tras haber tomado una plaza
fuerte en la frontera, el sultán escribió esta lacónica frase en
su diario: «Quinientas ejecuciones, trescientos prisioneros». La
marea invasora prosiguió en dirección a la localidad de Mohacs,
en el Danubio, donde había acampado el ejército húngaro.
La batalla decisiva se entabló allí el 29 de agosto. Millares
de señores y caballeros húngaros perecieron en aquella triste
jornada, en las marismas de Mohacs. El rey Luis, separado de
sus hombres durante la refriega, pereció también y se halló
luego su cadáver, todavía sobre la silla de montar y hundido
en las marismas. Solimán hizo anotar en su diario que habían
sido ejecutados 12 000 prisioneros, y después se dirigió a la
capital húngara, Buda, que se rindió sin la menor resistencia.
Con su favorito, el gran visir Ibrahím, recorrió Solimán a ca­
ballo las calles desiertas; luego, celebró su victoria en el pro­
pio palacio real con una prolongada serie de festejos, pero
no ciñó la corona de Hungría, sin duda por considerarla mez­
quina para él.
La batalla de Mohacs acarreó deplorables consecuencias
para Hungría. El país se convirtió en «el lugar donde no cesaba
de golpear el martillo manejado por el ansia de conquistas de
los turcos, pero también por la diplomacia francesa». Para los
Batalla de Mohacs (1526)
1521-1526
350 • E n tre luteranos y turcos
Habsburgo, ías secuelas de aquella batalla no fueron de menor
importancia. La muerte de Luis convertía al archiduque Fernan­
do en el inmediato pretendiente al trono, y a tal efecto fue
elegido rey, primero en Bohemia, que formaba parte de Hun­
gría en aquella época, y luego, eh diciembre de 1526, en el pro­
pio territorio húngaro. El advenimiento de Fernando al trono
señala el comienzo de la unión entre Austria y Hungría, fenó­
meno político de suma importancia para la futura evolución
política europea.
Pronto comprendió Fernando que no sería empresa fácil
conservar la corona húngara, ya que el país profesaba honda
antipatía a los alemanes. Negándose a reconocer al austríaco,
gran parte de la nobleza propuso a su propio candidato, Juan
Zapolya, príncipe de Zevenburg, y consiguió que fuera elegido
rey de Hungría. En años sucesivos menudearon los disturbios,
intrigas, disputas y reuniones políticas, mientras Zapolya reci­
bía el apoyo de Francisco I, enemigo mortal de los Habsburgo,
y del propio sultán otomano, que proyectaba entonces precisa­
mente una expedición contra la Europa cristiana.
Al enterarse Fernando de los proyectos de Solimán, envió
a Constantinopla a sus mejores diplomáticos para que intenta­
ran convencer al sultán de que renunciara a su proyecto; inú­
tilmente, ya que los embajadores regresaron defraudados en sus
esperanzas. Toda su elocuencia no obtuvo más que una sola
respuesta, lacónica y definitiva: «El sultán poseerá toda tierra
que pise su caballo» y Solimán prosiguió sus preparativos.
E L IM P E R IO D E L A S U B L IM E P U E R T A
D errota de los turcos ante Viena
Desde el punto de vista político y diplomático, la posición
de Solimán era también muy sólida, por hallarse Europa más
dividida que nunca. El sultán había seguido con mucha aten­
ción la evolución política y religiosa de Alemania, y es vero­
símil incluso que antes de dirigirse hacia Viena tuviera cono­
cimiento de la rebelión protestante, en la Dieta de Spira del
año 1529, y comprendiese toda la amplitud del conflicto reli­
gioso. Cuando los embajadores de Fernando afirmaron en Cons­
tantinopla que Carlos V podía tener absoluta confianza en sus
súbditos, el sultán les preguntó sarcástico si había conseguido
el emperador hacer la paz con Lutero.
1526-1529
D ieta d e Spira (1529)
Fracaso turco ante Viena 9 351
En mayo de 1529, Solimán iniciaba la campaña cuyo obje­
tivo era Viena. En el propio campo de batalla de Mohacs,
donde, tres años antes, Luis de Hungría halló la derrota y la
muerte, le esperaban entonces Zapolya y sus partidarios; éste
acompañó a Solimán a Buda, y, para vergüenza suya, fue
solemnemente coronado rey de Hungría el 14 de septiembre
de 1529. Al cabo de una semana, los turcos llegaban ante las
murallas de Viena. Informes fidedignos evalúan sus efectivos
en trescientos mil hombres.
La situación del rey Fernando era poco menos que deses­
perada. Suplicó en vano al emperador, su hermano, que le en­
viara socorros y, en cuanto a sus súbditos, en modo alguno de­
seaban luchar y morir por un austríaco. Por fin, Fernando se
vio obligado a proceder a la expropiación de una parte de los
bienes de la Iglesia, para sus gastos de guerra, si bien con la
aprobación del papa. Desde las torres de la catedral de San Es­
teban, los defensores de Viena podían ver cómo asentaban los
turcos sus tiendas a orillas del Danubio, estableciendo un cam­
pamento que constituía una verdadera ciudad de lona. Muchos
burgueses, entre ellos numerosos miembros del consejo de go­
bierno, ya habían huido. Los vieneses destruyeron las fortifi­
caciones exteriores, por no haber bastantes soldados para de­
fenderlas, ya que la guarnición apenas contaba cOn veinte mil
hombres.
Viena se salvó casi por milagro. El asedio duró cuatro se­
manas y los turcos intentaron en cuatro ocasiones asaltar e
invadir la ciudad y todas sus ofensivas quedaron frustradas.
Veinte mil hombres tenían en jaque a trescientos mil; Europa
contenía su aliento y esperaba con angustia el resultado de
aquella lucha que parecía decidir el destino de un continente.
Debe reconocerse, por otra parte, que una de las causas del
fracaso turco fue un clima execrable; llovía de día y de noche,
las trincheras de los sitiadores se hallaban inundadas, y un frío
terrible paralizaba a los ateridos turcos, que ya no sentían
el menor fervor combativo. El 16 de octubre, Solimán hizo
levantar el sitio; a marchas forzadas, el ejército turco empren­
dió el regreso y, a mediados de diciembre, el sultán llegaba a
Constantinopla.
Nuevas campañas de Solimán
En 1532, Solimán se hallaba de nuevo dispuesto a prose­
guir la guerra contra el emperador Carlos V, a quien no daba
A s e d i o d e V ie n a ( 1 5 2 9 )
1529-1532
352 # Entre luteranos y turcos
otro título que el de «rey de España». Al frente de un poderoso
ejército atravesó Hungría e invadió los territorios ^hereditarios
de los Habsburgo, en Austria; pero aquella expedición !n<? ob­
tuvo más éxito que la anterior. Él emperador había concertado
la paz con los luteranos en Nuremberg y se hallaba en condi­
ciones de expulsar por sí m ism oal; invasor.
. El imperio otomano prosiguió su expansión, orientada en­
tonces hacia otros lugares. En 1534, el sultán abandonaba en
definitiva su ofensiva contra Europa y promovía una expedi­
ción hacía Persia, campaña que proporcionó a Solimán una nue­
va serie de triunfos, que culminaron con la toma de Bagdad.
Por vez primera, un sultán otomano efectuaba su entrada en
la antigua capital de los califas. El imperio turco se extendía
entonces desde la Europa del sudeste al golfo Pérsico, figuran­
do así como una de las grandes potencias del siglo.
Aquel mismo año, Solimán alcanzó otro éxito considerable,
esta vez todavía en el campo de su política europea. Las nego­
ciaciones entre el rey de Francia y el sultán finalizaron en
1534 con el acuerdo de un pacto secreto de carácter ofensivo,
y dos años más tarde, se hizo público el acuerdo comercial entre
Francia y Turquía, por el que todos los mercaderes franceses
establecidos en el Levante mediterráneo adquirirían los mismos
derechos que los turcos; recíprocamente, los negociantes turcos
en Francia gozarían de los mismos privilegios que los súbdi­
tos de Francisco I. Cierto es que Francia poseía, desde tiempo
atrás, intereses comerciales en el Asia occidental y el nuevo
tratado incrementaba la influencia comercial francesa en aquella
parte del mundo; pero aquellas ventajas habían sido compradas
por un acuerdo considerado como un crimen por el resto de la
cristiandad, y una traición a la fe cristiana perpetrada por un
rey que osaba llamarse «cristianísimo».
La política exterior de Solimán durante los últimos años de
su reinado continuó siendo, en general, muy semejante a la de
los años 1520-1540. Tras la muerte de Zapolya en 1540, el
sultán reanudó la guerra en diversas ocasiones, a fin de conso­
lidar su influencia en territorio húngaro y evitar que Fernando
de Habsburgo adquiriera una posición predominante en el país.
En 1548-49 emprendió otra expedición contra Persia, y a su
regreso pudo anunciar a los soberanos europeos que había con­
quistado treinta y una ciudades. Solimán pasó los últimos años
de su vida consolidando sus posiciones en Hungría y en el
Mediterráneo y murió en 1566, en el curso de una nueva ex­
pedición a Hungría.
1532-1566
P a c t o s f r a n c o - tu r c o s (1 5 3 4 - 1 5 3 6 )
La dinámica, otomana <É 353
P q í ' Ciertos rasgos d e . su' carácter, Solimán , fue considerado
como un verdadero monstruo, >al menos paila los occidentales';
Sin embargo, no pue4e negarle que fue utj gran soberano, lo
que demostró no s<5lo con stt política exterior, realmente gran­
diosa, sino tam bién'por sú excelente administración interior. La
historia universal le ha otorgado-el título de «Magnífico» y, ppr
su parte, la turca le apellida «Solimán el Legislador». Sus compátriotaá tratan dé demostrar con .ello., que Solimán, gracias
a su 'inteligente política, restableció el orden en jsu imperio y
Aupó asegurar .el bienestar de sus subditos con leyes que osten­
tan el sello 4e su sabiduría. fin la galería de'las grandes perso­
nalidades del siglo xvi, Solimán conquistó un lugaf por derecho
propio y figura entre aquel grupo de recias personalidades que
decidieron entonces él destino de Europa y del mundo entero.
Es' digno equivalente de Carlos V, Francisco I y Enrique VIIJ
y cubre; con ellos aquélla primera „mitad dél siglo, xvi. Faltó
un papa a su altura —Julio H había m uerto en 1513-—, y pre­
cisamente era la Iglesia la que más necesitaba un jefe en aque­
llos momentos.
La vida en el Imperio otomano
Con frecuencia, los historiadores han tratado de -averiguar
las causas que permitieron aquella extraordinaria expansión del
imperio turco durante la primera mitad del siglo xvi. Se ha in­
sistido en la favorable situación de la economía nacional turca.
El país poseía todas' las materias primas entonces necesarias:
trigo, carne, madera, sal y metales; sólo tenía que importar el
azúcar y las especias. La Turquía del siglo xvi no estableció
industria alguna, si bien el país tampoco tenía, por otra parte,
ninguna necesidad de ella, ya que la exportación de sus pro­
ductos >—-sobre todo el trigo.—- le reportaba copiosos beneficios
qüe el gobierno empleaba en costear sus guerras. La moderna
crítica histórica ha comprobado que los sultanes rio descuida­
ron en modo alguno, como antes se creía, la promoción dé Jos
intereses comerciales de su imperio; sin embargo, las victorias
políticas, y la favorable situación económica no bastan para
explicar la asonibrosa expansión de los mercados turcos al co­
mienzo de los tiempos modernos. Este notable desarrollo pro­
cede también de- la organización y de las estructuras sociales
existentes en aquella época en el imperio otomano.
El poder del sultán no conocía límite alguno, y sus súbditos
le obedecían ciegamente, por ser su soberano el representante
R e i n a d o d e S o l i m á n I I (1 5 2 0 - 1 5 6 6 )
S.
XVI
354 • Entre luteranos y turcos
de Alá en la tierra y sucesor del Profeta. Todos los soldados y
funcionarios, desde el gran visir hasta el jardinero de su palacio
de Consíantinopla, eran sus esclavos personales, descendientes
de cristianos capturados en su infancia, que habían sido con­
vertidos al islamismo y educados hasta llegar a ser fidelísimos
servidores del sultán y del imperio turco.
De este modo eran reclutados los soldados y funcionarios
que participaban en el gobierno del vasto imperio; despiada­
dos emisarios del sultán recorrían cada cuatro años las regiones
cristianas de la península balcánica, de Hungría y de la costa
occidental de Asia Menor, para recoger allí cierto número de
jóvenes pobres, aunque bien dotados, en edad comprendida
entre diez y veinte años. Apenas aquel funcionario llegaba a
una población, el sacerdote le entregaba una relación de niños
bautizados durante los últimos años; luego, llamaban a aquellos
muchachos y los presentaban al enviado del sultán, que escogía
a quienes le parecían más aptos. Entre escenas desgarradoras,
los jóvenes eran arrancados sin piedad entonces a sus infelices
padres, quienes, en la mayoría de los casos, no volverían a
verlos jamás.
Los muchachos así seleccionados recibían una educación muy
esmerada, a fin de hacer de ellos excelentes funcionarios. Apren­
dían a leer y a escribir, a manejar las armas y a mandar solda­
dos; además, la doctrina del Profeta constituía el capítulo más
importante de su formación, y aunque no les obligaban a abra­
zar el islamismo, se les hacía comprender de todas formas que
sería mucho más conveniente que se convirtieran. En cuanto
al cuerpo de funcionarios, estaba exclusivamente reclutado entre
familias cristianas de la más humilde condición social, por la
sencilla razón de que el sultán prefería.tener subordinados fie­
les, agradecidos y serviles, relativamente fáciles de convertir.
Los jenízaros
Una corporación tristemente célebre, surgida de aquel re­
clutamiento forzoso fue el cuerpo de jenízaros, unidades que
constituían lo más distinguido del ejército turco y que desem­
peñaron papel importante como guardia personal del sultán. Los
jenízaros gozaban de un estatuto especial, estaban sometidos a
un entrenamiento físico extremadamente duro y se les obligaba
a vivir en la pobreza, si bien, en cambio, gozaban de gran in­
fluencia política. El cuerpo de jenízaros, durante el reinado de
Solimán, constaba de doce a catorce mil hombres y adquirió
1520-1566
Los turcos, en Buvopa ® 355
f ©fí g t f f f f l g m Haflfi».
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tu ril [Jtfmiy iooí y>io wia <rt¿^
e%5frM»gr<Msí*w C4s<f«i Wf*
Una escena dramática de principios del siglo X V I . E l grabado
en madera de la época representa a un jenízaro conduciendo en
cautividad a una pareja de campesinos austríacos. En la lanza
lleva empalado al hijo de los prisioneros. Arriba, a la izquierda,
una amarga queja, en texto original, en la que los campesinos
expresan su dolor'-ante la crueldad de los turcos: «O herre Goút,
lass dich eriarmertVíi/» ( ¡Oh, señor, Dios, ten piedad de nosotros!)
1520-1566
356 # Entre luteranos tf turcos
gradualmente un carácter de. formación políticomilitaf, metamor­
fosis que Jó convirtió en un foco de disturbios peligrosísimos,
para el orden y las leyes del' imperio.
Ibrahím, gran visir del sultán, fue sin duda/el más perfecto
representante de aquéllos funcionarios reclutados a la fuerza.
Hijo de un pobre aldeano albartés, fue reducido a servidumbre
desde muy joven y tuVo la suerte de llamar la- atención d«l
sultán. Trabajador infatigable, adquirió pronto amplios ^ónocimientos, estudió historia, geografía, derecho y filosofía, y prestó
notables servicios al imperio turco pór su profundo conocimien­
to de la política europea. Ibrahím fue nombrado gran visir en
1523, cargo que le proporcionó influencia indiscutible sobre la
política exterior de Turquía. Él fue quien inició el camino de
la alianza franco-turca. «Tú eres quien sostiene el brazo del
sultán», le dijo un día un diplomático polaco, e Ibrahím res­
pondió sencillamente: «No soy sino el esclavo de mi- señor».
No. exageraba. Cuando Ibrahím llevaba trece años siendo
gran visir, amigo íntimo y fiel consejero de su señor, un día fue
llamado al palacio del sultán y, como ocurría con frecuencia,
pasó allí la noche. A la mañana siguiente sacaban su cadáver
del palacio; el sultán lo había maridado asesinar, probablemen­
te porque Ibrahím había adquirido demasiado poder. El gran
visir no era más que un esclavo y el sultán podía disponer de
él según su voluntad. Éste era el sistema sobre el que descan­
saba la grandeza del Imperio turco.
1523-1536
JL£k BBKFOlMffA. A N C U C A N 1
EL DIVORCIO DE ENRIQUE VIH
L aiy Ana Bofena
Se Hamaba Ana Bolena y era una graciosa joven, esbelta,
llena de alegría y de confianza en sí misma. Quizá no fuera ab­
solutamente bella, pero los jóvenes caballeros de la corte de
Inglaterra se enamoraban todos del encanto de sus ojos negros
y de su exquisita vivacidad. Ana, dama de honor de la reina,
se había educado en la corte de Francia y allí aprendió no sólo
el francés, sino también la frívola despreocupaciórf y costumbres
refinadas del Renacimiento.
El rey Enrique VIII se fijó pronto en la joven dama de
honor. Bailaba con ella y le dedicaba breves madrigales que
Ana recibía con cierta timidez matizada de provocación. En­
rique se enamoró locamente de ella y no se molestó en disimular
sus sentimientos; por otra parte, el monarca nunca fue un ma­
rido modelo, con relación a su esposa Catalina de Aragón, hija
de los Reyes Católicos. A su modo, algo brutal, había perse­
guido con sus asiduidades sucesivamente a varias damas de la
corte. Con anterioridad, Enrique había tenido varias amantes,
pero pronto se cansaba de ellas y las despedía con su grosería
habitual; entre otras desgraciadas, María Bolena, hermana ma­
yor de Ana, conocía ya, aquella triste experiencia.
Pero sus relaciones con la vivaracha Ana seguían muy dife­
rente curso. Nunca hasta entonces experimentó Enrique tan
violenta pasión y tampoco se había tropezado con una mujer
tan difícil de conquistará Lady Ana era orgullosa e inteligente,
y se negaba á compartir la suerte de su hérmana mayor y aca­
bar su existencia como amante vulgar despedida por Su Ma­
jestad. Observaba con despiadada satisfacción los amorosos
Enrique VIII, rey (1509-1547)
1527
358 • La reforma anglicana
tormentos que torturaban a Enrique y aceptaba sin ceder los
regalos y las cartas inflamadas del rey. «Necesito una respuesta
sin más dilación —escribía—. Desde hace un año que mi co­
razón arde por vos y aún ignoro si conseguiré un día vuestros
favores. Si queréis entregaros a mí, en cuerpo y alma, os pro­
meto que seréis mi único amor; ahuyentaré a todas las demás
mujeres de mi pensamiento y vos seréis el único objeto de mi
veneración.»
Lady Ana se aseguró del amor de Enrique. Sabía que él,
desde hacía algún tiempo, meditaba el modo de separarse de
Catalina de Aragón, y Ana veía perfilarse la corona en el hori­
zonte de su destino. Sólo necesitaba astucia para llevar el juego
con la mayor circunspección, y, al fin, decidió enviar una carta
alentadora a su real pretendiente.
Catalina de Aragón y Wolsey
Ciertamente, Enrique VIII quería separarse de Catalina de
Aragón, y esta reciente pasión no era el único motivo; otro muy
importante era su deseo de tener un hijo y heredero, ya que si
bien Catalina le había dado mucha descendencia, sólo una hija,
María, había sobrevivido. Cada vez que Catalina quedaba en­
cinta, su real esposo tornaba a sus esperanzas para verse defrau­
dado de nuevo. Enrique había hecho voto de emprender una
campaña contra los turcos si Dios le concedía un hijo varón, y
aún se dice que incluso se vistió de penitente e hizo, descalzo,
una peregrinación a Norfolk para implorar ayuda de los santos,
todo ello en vano,
Enrique comenzaba a preguntarse inquieto por qué razón
Catalina no podía darle un hijo, y creyó hallar la respuesta
en un versículo del Levítico (20, 21) : «El hombre que toma por
esposa a la mujer de su hermano, comete impureza; ha descu­
bierto la desnudez de su hermano y morirán sin hijos». El rey
empezó a tener remordimiento: ¿era voluntad de Dios que la
unión con su cuñada no le diera un heredero? Cierto era que
el papa había autorizado su matrimonio, pero ¿estaba él bien
seguro de que el papa no se hubiera excedido en sus derechos,
en aquel asunto, tomando una decisión que iba en contra de la
Biblia?
Su deseo de tener un heredero varón y la firme convicción
de haberse atraído la cólera de Dios con aquel matrimonio, le
hicieron anhelar la ruptura de su unión con Catalina. Precisa­
mente entonces se cruzó en su camino Ana Bolena, y este amor
1527
Asalto y saqueo de Roma (1527)
La crisis real inglesa • 359
ardiente apresuró su determinación. Al fin, decidió Enrique
confiar sus penas al consejero que siempre le asistió en mo­
mentos difíciles, el cardenal W olsey, y éste demostró amplia
comprensión a los deseos del rey y también sobrado interés
ante el proyecto de divorcio. El cardenal se dispuso a solucio­
nar aquel asunto de acuerdo con los deseos de su soberano.
Debe insistirse en el examen de dos circunstancias que
esclarecen todo el drama que iba a desarrollarse. En primer
lugar, durante aquella primavera de 1527, W olsey sabía que
el rey trataba de separarse de Catalina, pero no que deseaba
contraer matrimonio con Ana Bolena. N o cabe duda de que
había oído hablar de aquel nuevo amor, pero sin conceder
atención particular a un fenómeno al que estaba tan acos­
tumbrado.
La política del cardenal
La segunda circunstancia era que el cardenal estaba firme­
mente decidido a proseguir la política francófila y antiimperial,
proyectada antes de la paz de Madrid en 1526, W olsey opi­
naba que, por razones políticas, Inglaterra debía buscar un
acercamiento cordial con Francia, ya que un tratado de amistad
entre ingleses y franceses facilitaría también el divorcio del
rey. Era sin duda el papa quien debía decidir en última ins­
tancia, pero Clemente se rendiría probablemente a la presión
conjugada de ambos países y otorgaría una bula que anulara
el matrimonio de Enrique y Catalina.
Esta política aumentaría el prestigio de W olsey, pues el
afecto del rey hacía él sería mayor que nunca. Además, y éste
era su móvil más importante, "Wolsey podría también emplear
aquella política para el logro de sus propios intereses. Cuando
Enrique se hubiera separado de Catalina, el cardenal podría
encontrarle una nueva esposa, un partido favorable: una prin­
cesa francesa, por ejemplo. Los lazos de unión entre Inglaterra
y Francia serían más estrechos y ambos reinos constituirían
una alianza potente y duradera.
Pero W olsey jamás vería la realización de sus sueños polí­
ticos. La ingeniosa maniobra quedó bruscamente frustrada por­
que el cardenal había subestimado a lady Ana; no contó con su
ambición ni con su férrea voluntad, y ni siquiera sospechaba
que tras ella, en la corte, existía un partido que sólo esperaba
una oportunidad para derribarle del poder. Aquel partido odia­
ba a W olsey por su orgullo de advenedizo y rechazaba, además,
1527
360 • La reforma anglicana
su política francófila, pues estaba influido por las ideas re£or-|
madoras de Lulero, y sus miembros no retrocedían ante unaí
escisión con Roma, ruptura que jamás hubiera consentido el|
cardenal. De este modo, en 1528, cuando W olsey trató de"
aliar a Inglaterra con Francia en la guerra contra el emperador,|
aquel grupo se declaró en franca rebeldía.
.
Entretanto, W olsey comprendió que el monarca no se casa-]
ría con una princesa francesa, sino con Ana Bolena. Su posición;
quedaba entonces desairada y desagradable, incluso en francd1
peligro. Era ya imposible dar marcha atrás; el cardenal estaba1!
obligado a resolver el problema del divorcio si no quería caer,
en desgracia.
El espinoso asunto del divorcio
Ahora bien, quien debía otorgar o no el divorcio era el
papa, y Clemente VII mostraba clara tendencia a soslayar
el asunto. Catalina de Aragón era tía del emperador, y si el
papa anulaba su matrimonio con Enrique V III se exponía
con toda seguridad a desagradar a Carlos V, lo que acarrearía
graves consecuencias. Clemente cedió de momento a las presio­
nes que llegaban de Londres y resignóse a enviar a su nuncio
Campeggi a Inglaterra para debatir con W olsey el espinoso
problema del divorcio. Las conversaciones se prolongaron hasta
julio de 1529, y el brusco epílogo de las mismas fue la declara­
ción de Campeggi que no podía ofrecer solución definitiva, ya
que el asunto debía resolverlo por sí mismo el papa, en Roma,
conforme a la voluntad de Catalina.
W olsey estaba desesperado; comprendía que la táctica del
aplazamiento se había llevado demasiado lejos, y no hacía más
que lamentarse: «El papa se niega a hacer aquellas conce­
siones que, confiando en él, prometí al rey». El cardenal tem­
blaba ante las consecuencias que se avecindaban, ya que el
monarca le dio a entender que si el papa no se doblegaba a sus
propósitos, Enrique se vería obligado a reconsiderar su actitud
hacia la Santa Sede, y decidir si le reportaba ventajas el reco­
nocimiento de su autoridad espiritual en Inglaterra.
Poco después, el prestigio de W olsey se desmoronaba toda­
vía más. Se firmó la paz de Cambrai; el emperador y el rey de
Francia no tuvieron la menor consideración con el primado
de Inglaterra y fue ya evidente que W olsey había perdido el
dominio de la situación. Entonces, sus enemigos, Ana Bolena
y sus partidarios, vieron llegada su hora y persuadieron a
1528-1529
«Paz de las Damas» (1529)
En 1530, la D ie ta de Augsbur- /
no proclam a la ruptura entre
católicos y luteranos, a pesar
de las ten tativ as de concilia­
ción hechas por Carlos V.
M artín Lutero, según C ranach.
Los dos adversarios que se
enfren tan en Europa central:
Solim án el M agnífico y C ar­
los V (e s te últim o pintado por
T ic ia n o ).
Enrique VIII, rey de Inglaterra, el terc e r soberano europeo de la
primera mitad del siglo XVI, inició la política británica de báscula
en el equilibrio de Europa.
Trágico fin de W olsey • 361
Enrique de que retirase su protección al poderoso cardenal.
En otoño de 1529, fue citado ante el tribunal del monarca,
acusado de haber atentado, como legado del papa, contra los
derechos de la (Corona, e infringido con ello cierta ley promul­
gada en el siglo ,/xiv para la protección del reino contra la
expansión del pódér pontificio. W olsey fue destituido de sus
funciones de lord canciller y todos sus .bienes quedaron con­
fiscados.
El desgraciado cardenal falleció un año después, en otoño
de 1530. Sus enemigos lograron descubrir sus relaciones con
potencias extranjeras y le acusaron de alta traición, y, al ser
trasladado a la Torre de Londres, murió.
TRIUNFO DE ANA BOLENA
Ana Bolena y Tomás Cranmer
La caída de W'olsey fue el segundo eslabón de la cadena de
acontecimientos iniciada con el proyecto del divorcio regio. Sus
consecuencias fueron múltiples, y su último resultado la ruptura
de Inglaterra con la Iglesia católica romana.
El sucesor de W olsey en el cargo de lord canciller fue el
gran humanista inglés Tomás Moró. El autor de la Utopía
hubiera preferido emplear su influjo político en beneficio del
elevado ideal que compartía con su amigo Erasmo, pero esta
influencia que tanto deseaba apenas se dejó sentir. Tomás
Moro no llegó jamás a representar un factor decisivo en la
vida política de Inglaterra, ya que quedó apartado y al margen,
empujado por movimientos nuevos con los que se negaba cate­
góricamente a comprometerse y por nuevos políticos más dis­
puestos que él a adaptarse a las circunstancias y a sacrificar
sus convicciones en aras del favor regio y del provecho ma­
terial.
Uno de aquellos hombres nuevos era Tomás Cranmer, pro­
fesor de la universidad de Cambridge, individuo sagaz y pruden­
te, inteligente y perspicaz, y, sobre todo, muy hábil en adivinar
por dónde soplarían los vientos favorables. Su entrada en ma­
teria política fue resultado de una mera casualidad. Durante
un viaje, algunos íntimos del rey se habían detenido en una
propiedad campesina donde residía entonces el joven teólogo.
Los cortesanos conocían a Cranmer desde sus tiempos de uni­
versidad y pronto se inició viva discusión sobre el problema que
1529-1530
362 • La reforma anglicana
preocupaba entonces a todos, el divorcio de Enrique VIII. Tras
reflexionar un momento, Cranmer, a quien pidieron su opinión,
sugirió que quizá pudiera apelarse a las facultades de teología
de las diversas universidades europeas y rogarles que zanjaran
colectivamente la espinosa cuestión: ¿Tenía o no tenía derecho
el papa a autorizar a un hombre a que se casara con la viuda
de su hermano? De aquel modo podría crearse una opinión
pública en favor de la separación, ante la que el propio Cle­
mente VII habría de someterse.
Se comunicó al rey aquella proposición, y Enrique quedó en­
cantado; llamó a Cranmer a su lado para que llevara a cabo su
plan, y aconsejado por éste, el monarca envió agentes a todas
las universidades de Europa. A su regreso, los resultados ob­
tenidos superaban todas las esperanzas. Por supuesto, las uni­
versidades españolas emitieron una opinión opuesta a los intere­
ses del rey, lo cual era de esperar; en cambio, las universidades
de París, Orleáns, Bourges, Toulouse, Bolonia, Ferrara, Pavía
y Mantua se oponían a la intransigencia pontificia con respec­
to a dicho problema.
Un nnevo consejero, Tomás CromweII
Hasta entonces, todo salía a medida de los deseos regios;
sin embargo, Enrique no veía aún con claridad cómo podría
resolver su problema de manera satisfactoria. En aquellos mo­
mentos críticos, un tal Tomás CromweII solicitó audiencia, y
tras su conversación, cambió el monarca de actitud. CromweII
afirmaba que si Enrique no se había librado aún de Catalina
era a causa de sus consejeros, demasiado cobardes y propensos
siempre a tergiversar las cosas. Puesto que el papa se negaba
a ceder a los deseos del rey, ¿por qué no seguir el ejemplo
de los luteranos alemanes y rechazar la autoridad pontificia?
Nada impedía a Enrique hacerse proclamar por el Parlamento
jefe de una Iglesia en Inglaterra, y obrando así se allanaban
todas las dificultades y Enrique VIII quedaba al fin dueño
absoluto de su propio país. Como puede suponerse, Enrique
escuchó aquellas enérgicas proposiciones con el mayor interés
y satisfacción, y allí mismo decidió nombrar a Tomás CromweII
miembro de su consejo privado.
El nuevo consejero había vivido una existencia bastante
agitada. Era hijo de un herrero arruinado que, al parecer, tuvo
con frecuencia tropiezos con la justicia. Tomás se fue muy
joven al extranjero y recorrió Italia, sirvió en el ejército fran1530-1532
Los manejos de Cromwell ® 363
cés, visitó los Países Bajos, donde se dedicó al comercio du­
rante algún tiempo, regresó luego a su país y allí contrajo un
matrimonio ventajoso. Abrió bufete de abogado, y se propor­
cionó ingresos considerables prestando con usura; en 1523 in­
gresó en el Parlamento, y sus discursos políticos llamaron tanto
la atención que W olsey le tomó a su servicio. Pero llegó la
época en que el poderío del gran cardenal empezó a derrumbar­
se, W olsey fue expulsado vergonzosamente de su palacio y de
sus elevadas funciones, y quedó Tomás Cronrwell en situación
muy delicada. Toda Inglaterra le conocía como el hombre de
confianza del cardenal y no le resultaba fácil pasar bruscamente
al otro bando. Sin embargo, Cromwell supo llevar a cabo aque­
lla verdadera obra maestra de diplomacia; con suma discreción,
se introdujo en el círculo del monarca y muy pronto los grandes
señores de la corte descubrieron que aquel hábil abogado era
un rival muy peligroso.
Al ofrecer sus servicios al soberano, Cromwell le proponía,
desde luego, romper con el papa, pero no sin antes someter
al clero de Inglaterra. Expuso sus planes con mucha elocuencia,
citando textos legislativos, cotejando cifras, aludiendo a Maquiavelo y a cuanto había ocurrido en otros países; Cromwell
no ahorró bellas promesas ni adulaciones y, a medida que
hablaba, Enrique se veía cada vez más poderoso y opulento, el
rey más rico de toda la cristiandad.
El «Parlamento de la Reforma»
Naturalmente, era la Reforma llevada a cabo en el conti­
nente lo que inspiraba a Cromwell su programa de gobierno; sin
embargo, podía citar en apoyo de sus ideas ciertos aconteci­
mientos y tradiciones de la historia inglesa, que además con­
ferían carácter nacional a su doctrina. Guillermo de Occam,
franciscano y profesor de Oxford, se había insinuado ya con­
tra el poder temporal de la Santa Sede; Wiclef, el gran refor­
mador del siglo xiv, había comparado al papa con el Anti­
cristo, afirmando que la Biblia debía ser la única guía de las
acciones humanas y el fundamento exclusivo de la fe. Para
proteger los intereses nacionales, el Parlamento había votado,
en el propio siglo XIV, una serie de leyes que limitaban el poder
temporal del papa en Inglaterra, en particular su derecho de
jurisdicción y el de proveer por sí mismo las más altas funcio­
nes eclesiásticas. Desde entonces, el sentimiento antipontificio
se había debilitado mucho en Inglaterra, pero aquellas leyes
1530-1532
364 • La reforma anglicana
seguían vigentes y Cromwell podía disponer de ellas para apo­
yar su política.
Decidido a ejecutar los planes de Cromwell, Enrique VIII
decretó la convocatoria del Parlamento como primera medida,
porque sabía que podía contar con aquella poderosa institu­
ción. El Parlamento de 1529 a 1536, llamado el «Parlamento
de la Reforma», fue uno de los más importantes y célebres de la
historia de Inglaterra. La primera ofensiva tuvo como objetivo
el clero inglés, acusado de haber infringido la antigua ley que
prohibía en absoluto al poder temporal del papa interferir la
autoridad regia; por su parte, el monarca declaró al clero culpa­
ble de infracción por haber obedecido a W olsey, aunque fuera
legado pontificio, y los acusados se libraron del mal paso con
una multa de 100 000 libras, y aceptando una concesión de
primerísima importancia: la dé reconocer a Enrique por «jefe
de la Iglesia en los límites que permite la ley de Cristo». El
clero inglés rompía así virtualmente con el papa. Enrique había
franqueado el primer paso, acaso el más difícil, en el camino
de aquella autocracia con que hacía tanto tiempo soñaba.
La excomunión de Enrique VIH
Ana Bolena compartía aquel triunfo. En otoño de 1532 se le
otorgó el título de marquesa y al propio tiempo una renta
de 1000 libras por año; Enrique le regaló las más espléndidas
joyas que pudiera imaginarse (algunas de ellas pertenecientes
a la reina Catalina) y, en octubre, se la llevó consigo a Calais,
donde iba a reunirsé con Francisco I.
En enero de 1533, Ana anunció al rey que esperaba un hijo.
La alegría de Enrique no tuvo límites y desde entonces no
quiso retrasar más la boda, ya que el hijo que Ana le daría
debería nacer ya heredero legítimo. Así, una buena mañana
Enrique VIII se casó con Ana Bolena en el mayor secreto, y se
dispuso a precipitar los acontecimientos. En mayo, el monarca
decretaba, por su propia autoridad, la anulación de su matri­
monio con Catalina y, poco después, declaraba válida su boda
con Ana Bolena. A los tres días, ésta abandonaba sus aposentos
en la Torre de Londres y se dirigía a Westminster, al frente de
una comitiva real. Su coronación se celebró al día siguiente,
en la propia abadía de Westminster. Fue Tomás Cromwell
quien ciñó la corona en la cabeza de la nueva reina.
La imprudencia del rey no tardaría en dar sus frutos. Aquel
mismo año de 1533, el papa le excomulgó y Enrique replicó
1532-1533
Parlamento de la Reforma (1529-1536)
E l Acta de Supremacía # 365
haciendo que el Parlamento votase leyes que serían decisivas
para la evolución futura de Inglaterra. Como primera provi­
dencia se prohibió en lo sucesivo al clero que se reuniera sin
asentimiento del rey; además, para ser legalmente válidas, sus
resoluciones debían ser aprobadas por la Corona. Otras leyes
daban al trono influencia decisiva en el nombramiento de obis­
pos y prohibían pagar cualquier impuesto eclesiástico a Roma.
Por fin, dos años más tarde —en 1535—, Enrique era oficial­
mente proclamado jefe de la Iglesia de Inglaterra: el Parla­
mento, por la célebre Acta de Supremacía, le concedía el título
de Defensor Fidei, Defensor de la Fe, título que ya había re­
cibido de la Santa Sede catorce años antes.
EL PARTO SANGRIENTO DEL ANGLICANISMO
La caída de Tomás Moro
Entre la multitud que asistía en Westminster a la corona­
ción de Ana Bolena faltaba uno de los más importantes per­
sonajes del reino, Tomás Moro. Sus amigos le habían suplicado
en vano que asistiera a las ceremonias, pero el lord canciller no
aprobaba la conducta del rey hacia Catalina, no se molestaba
en disimular sus opiniones, y aun aprobaba menos la política
seguida por Enrique para imponer su divorcio. Cuando los
representantes del clero se declararon a favor del rey y lo
proclamaron jefe de la Iglesia de Inglaterra, Tomás Moro dimi­
tió de la cancillería y se retiró de la vida pública.
Tomás Moro era un humanista y, como Erasmo, deseaba
una reforma de la Iglesia por la iglesia, un retorno a las ver­
dades fundamentales del cristianismo mediante un estudio pro­
fundo de la Biblia. Retrocedía ante la perspectiva de un cisma
religioso, de una ruptura con la Santa Sede, por ser profunda­
mente afecto al ideal de la unidad en el seno de la Iglesia v
de la cristiandad. Tomás Moro profesaba auténtica veneración
a las tradicionales costumbres religiosas y rechazaba la doc-trina de los luteranos alemanes. Para impedir su difusión en
Inglaterra aplicó sin vacilar procedimientos rigurosos, llegando
a hacer perseguir a los heréticos.
Tomás no podía colaborar en el establecimiento de la auto­
cracia de Enrique VIII, ya que todos sus principios y convic­
ciones se sublevaban ante esta idea. Su intransigencia le acarreó
dramáticas consecuencias: el antiguo lord canciller fue arrojado
Cisma de Inglaterra (1533-1535)
1533-1535
366 ® La reforma anglicana
a un calabozo de la Torre y decapitado al año siguiente. Im­
plantando un régimen de terror, el rey trataba de demostrar
que era capaz de acabar la obra emprendida; había roto con
el papa, sometido a su antojp el clero de su país y el Parla­
mento quedaba convertido en dócil instrumento suyo. Sólo le
faltaba yugular al pueblo; durante su reinado, Moro no sería
el único en subir al patíbulo.
A la sazón, no pocas de estas escenas espantosas ya estaban
desarrollándose en toda Inglaterra.
Ocaso de Ana Bolena
En enero de 1535, CromweII fue nombrado vicario general
de Inglaterra, con la misión de inspeccionar todas las iglesias y
monasterios del reino y de adoptar todas las medidas que se
le antojaran oportunas. Es cierto que entonces la moralidad
en los monasterios dejaba mucho que desear. CromweII llevó a
cabo sus pesquisas con extraordinaria diligencia, y en el mismo
año de 1535 el gobierno recibió un informe relativo a todos los
monasterios del país. Aquellos documentos exponían muchas
quejas y describían la situación con tintas muy sombrías, y
aunque eran probablemente inexactos y exagerados en su mayo­
ría, no por ello lograron menos su objetivo. CromweII depositó
su legajo de expedientes en el Parlamento, que aceptó inme­
diatamente su proposición de cerrar todos los monasterios de
menor importancia y confiscar sus bienes. Fue una de las mayo­
res victorias de CromweII, que así demostraba ser excelente y
fiidelísimo servidor de su rey.
Entonces, empezaron a circular por la corte rumores extra­
ños; se cuchicheaba que Enrique se había cansado de lady Ana
y CromweII era probablemente el único que sabía la verdad de
todo ello. Ana había dado a luz, en septiembre de 1533, desgra­
ciadamente no un hijo, como su real esposo había deseado tan
ardientemente, sino una hija que fue bautizada con el nombre
de Isabel, El monarca se consideró amargamente defraudado
y desde entonces Ana comprobó que su amor disminuía de día
en día y que su posición en la corte era cada vez más peli­
grosa. Con ocasión de un espléndido baile celebrado en la corte,
en honor del embajador de Francia, la reina permanecía sen­
tada observando a los que bailaban, cuando de repente estalló
en una carcajada histérica. El invitado de honor, sentado a su
lado, le preguntó la razón de aquella alegría, «|Ah! ^-respon­
dió Ana—■, Me río porque el rey me ha dicho que iba a buscar
1533-1535
Paulo III, papa (1534-1550)
La tercera esposa de Enrique V III © 367
al secretario de vuestra excelencia para presentármelo; pero ha
encontrado por el camino una joven dama y se ha olvidado
de todo».
luana Seymur, la nueva estrella
La dama en cuestión se llamaba Juana Seymur y pertenecía
a una familia noble, que profesaba fidelidad inquebrantable a la
antigua Iglesia y era opuesta a la política del rey. Ana Boíena
temía y odiaba a Juana Seymur más que a nadie, pues aunque
no era hermosa ni inteligente, su carácter sosegado y dulce ¡a
convertía en la viva antítesis de Ana Bolena, y aquello bastó
para conquistar al soberano. Enrique no estaba en absoluto
desprovisto de sentimentalismo y, encantado por la dulzura
y la amabilidad de Juana, acabó por creer que estaba enamo­
rado de ella.
Tomás Cromwell seguía la evolución de los acontecimientos
con enorme interés. Conocía mejor que nadie los peligros que
amenazaban a la política anticatólica en tales momentos; aqué­
lla era «su política» y también la de Ana Bolena. Supongamos
por un instante, se decía el astuto Cromwell, que el rey cede
a las presiones ejercidas sobre él y busque el acercamiento a
Roma: ello sería el final de Ana Bolena, y Cromwell podría
muy bien correr la misma suerte. Lo mejor para él era observar
por el momento una prudente expectativa y alejarse paulatina­
mente de Ana Bolena; aunque quizá fuera preferible tomar la
iniciativa y organizar él mismo la caída de la reina. Enrique
no vertería una sola lágrima por ella, Cromwell estaba seguro
de esto.
Cierto día, Cromwell solicitó del rey plenos poderes que le
permitieran actuar contra cualquier persona que hubiera per­
petrado algún delito contra el rey. Enrique aceptó sin vacilar
y poco después los espías de Cromwell descubrían la prueba
de que lady Ana había engañado a su real esposo; Cromwell se
apresuró a poner al rey al corriente y algún tiempo después
(en 1536) Ana fue llevada a la Torre, acusada no sólo de
adulterio con varios señores de la corte, sino también de incesto
con su hermano lord Rochfort. La reina fue condenada a
muerte, aunque jamás cesó de proclamar su inocencia; todo
en vano: el 19 de mayo Ana Bolena subía al patíbulo. Aquel
mismo día Enrique recibía del arzobispo Cranmer el permiso
de la Iglesia para un nuevo matrimonio, y el 30 de mayo cele­
braba sus nupcias con lady Juana Seymur.
Acta de Supremacía (1535)
1535-1536
368 • La reforma anglicana
Cromwell y la política anticatólica
En años sucesivos, el gobierno del rey no dejó de zaherir a
las instituciones de la Iglesia católica romana. Tras los pequeños
monasterios les tocó el turno a los grandes, y sus bienes pasaron
también a la Corona, si bien gran parte de ellos fueron distri­
buidos entre elementos de la nobleza y de la burguesía. Entre
bastidores, Tomás Cromwell tiraba de los hilos de aquella po­
lítica anticlerical y la dirigía con energía implacable. Su objetivo
era la consolidación de la autocracia real, y para conseguirlo
juzgó oportuno aplicar en Inglaterra el mismo programa del
protestantismo continental, por lo menos en lo concerniente
a la política.
Por grande que fuera la influencia de Cromwell, tenía, sin
embargo, sus límites. Su poder, como antes el de W olsey,
dependía por entero del favor real. Si nunca fue muy fácil
perseverar en el disfrute de la amistad del rey, ello se hizo
'’.ada vez más difícil con el tiempo. Enrique VIII sufría enton­
es una metamorfosis en su personalidad, harto desagradable
jara quienes le rodeaban; el que antes era deportivo, esbelto
/ flexible, se había abotagado por los placeres de la mesa y el
exceso de bebida y se puso obeso. Holbein ha perpetuado
en el lienzo su rostro hinchado, sus ojillos hundidos en la grasa,
claros, testimonios de una vida consagrada al libertinaje, que
había minado su salud y su sistema nervioso. Cuanto más
tiempo transcurría, más insoportable se hacía el despotismo de
Enrique; no toleraba contradicción alguna y los cortesanos
temblaban ante sus estallidos de cólera.
Por lo tanto, Tomás Cromwell no llevaba una vida fácil,
consolándose con la creencia de que era de todas formas indis­
pensable a la política interior del rey. Por tal razón le protegió
Enrique durante el peligroso invierno de 1536-1537, cuando la
indignación del pueblo por la política ántirromana y la supre­
sión de los monasterios estalló en una rebelión declarada en el
norte del país. Los rebeldes aseguraban que sólo deseaban
la destitución de Cromwell, genio maléfico y advenedizo que
impulsaba al rey a los peores atropellos, pero el monarca
mantuvo a su ministro y ahogó la rebelión en sangre.
Hasta entonces, Cromwell podía considerarse dichoso, aun­
que pronto sería evidente que las opiniones de Enrique no
coincidían en todo con las de su ministro. La posición de Crom­
well se vio minada poco a poco por un conjunto de circuns­
tancias y quizás esta evolución se inició el 13 de octubre
1536-1537
Rebelión de Irlanda (1536)
El Trono ya tiene heredero 9 369
de 1537, cuando Juana Seymur dio a luz un hijo. Aquel día
fue uno de los más felices en la vida de Enrique V III: por ñn
tenía aquel heredero que esperaba hacía tanto tiempo, el hijo
que proseguiría su obra y consolidaría el poder de los Tudor
en Inglaterra.
El pueblo entero participó en la alegría de su soberano y el
nacimiento del príncipe Eduardo fue celebrado con desmesu­
rada brillantez, pero en palacio, Juana Seymur luchaba con la
muerte. La reina exhaló el último suspiro doce días después,
y por vez primera, y quizá la única en su vida, Enrique VIII
tuvo un sincero pesar por la muerte de alguien. Juana le había
dado un hijo, se había mostrado buena esposa y Enrique se
sintió obligado a demostrarle su agradecimiento. En su lecho
de muerte, Juana le había rogado que fundara un monasterio
benedictino en su memoria: extraña petición presentada a un
rey que se había enriquecido destruyendo los monasterios in­
gleses. Pero Enrique atendió aquel último deseo y luego se
apresuró a olvidar a Juana.
CUARTO, QUINTO Y SEXTO MATRIMONIOS
Una cuarta boda, razón de Estado
Poco después, Enrique VIII se dedicó a buscar a la que
gozaría del discutible honor de ser su siguiente esposa. Aquella
vez deseaba atraerse mediante el nuevo matrimonio mayor
influencia en la política continental. Llamó al embajador de
Francia, le confió que se casaría de buena gana con una prin­
cesa francesa, y sugirió que Margarita, la hermana del rey
Francisco, podría visitar Calais con las más ilustres y hermo­
sas damas de Francia, a fin de que Enrique pudiera escoger por
sí mismo. El embajador eludió tan poco elegante proposición
con ironía: «Señor, ¿quizás os proponéis probar estas damas,
una tras otra, como hacían en otro tiempo los caballeros de la
Tabla Redonda, y conservar la que más os guste?».
Enrique no recibió una princesa francesa en matrimonio y,
prosiguiendo la búsqueda de su cuarta esposa, dirigió sus mi­
radas hacia la corte imperial. En aquella época residía en la
corte de Bruselas la joven princesa Cristina, hija del rey de
Dinamarca Cristián II y prima de Carlos V, y en vista de que
los embajadores de Enrique la describían como una auténtica
belleza, Holbein fue enviado a Bruselas para hacer su retrato.
Tregua hispano-francesa de Niza (1537)
1537
370
0
La reforma anglicana
Una vez ante el lienzo, Enrique sintió decrecer bruscamente
su interés; Cristina, por su parte, estaba también muy poco
entusiasmada ante la idea de casarse con Enrique VIII, y
dícese que dio esta respuesta también irónica a los embajado­
res ingleses: «Decid a Su Majestad que, si tuviera dos cabezas,
pondría una de ellas a su disposición de muy buena gana».
Cristina quedó así eliminada de la candidatura. Entonces,
Cromwell propuso al rey que se casara con una princesa ale­
mana de familia luterana e incluso sugirió un nombre, Ana,
hermana del reinante duque de Cléves, proposición que se basa­
ba en diversas consideraciones políticas. La situación europea
seguía otros rumbos. En junio de 1538, el papa Paulo III había
logrado, con hábil mediación, hacer firmar un armisticio de
diez años entre Carlos V y Francisco I, tregua que perjudicaba
seriamente a Enrique VIII. Mientras el monarca francés y el
emperador lucharan, el rey de Inglaterra nada tenía que temer,
pero si olvidaban sus disputas y decidían colaborar en una
política común, lo más natural para ellos sería realizar el más
caro deseo del papa, el de atacar a Inglaterra, y hacía tiempo
que intrigaba con dicho fin. Enrique imaginaba ver pronto una
flota enemiga surcando el canal de la Mancha, y Cromwell tenía
también en cuenta aquella posibilidad. Desde los círculos gu­
bernamentales propagóse al pueblo el temor a una guerra, y la
nación entera demostró unánimemente estar dispuesta a defen­
der el país contra un eventual invasor; en consecuencia, los
ingleses se agruparon en torno a su rey y dieron pruebas de su
fidelidad. Entonces, impulsado por la opinión pública, Cromwell
conjuró al monarca a que se apoyara en una alianza con los
protestantes alemanes y sellara tal pacto desposándose con una
princesa alemana,
Los contactos con Alemania
A Enrique VIII le costó decidirse a ello. La idea de una
alianza con la Liga de Smalkalda era para él una verdadera
pesadilla, ya que, por una parte, esperaba secretamente con­
certar un acuerdo fuese con Carlos V o con Francisco I, y
restablecer así el equilibrio de la balanza política internacional
en beneficio suyo; por otra parte, pese a todas sus mudanzas,
seguía sintiéndose católico. A Inglaterra habían acudido teólo­
gos alemanes a fin de discutir una reforma de la Iglesia con
el rey y sus colegas ingleses, pero Enrique, al corriente de la
ciencia teológica, y muy orgulloso de ello, refutó personal1538
El anglicanismo, consolidado ® 371
'mente todas sus proposiciones. Rechazaba categóricamente las
innovaciones luteranas, como la reforma del dogma de la euca­
ristía, la abolición de las misas privadas y del celibato de los
sacerdotes. Incluso mantuvo una correspondencia polémica con
Lutero, y de una y otra parte las cartas aparecen rebosantes
de las más brutales groserías.
De todas formas, Enrique reconocía que una alianza con
los protestantes quedaba admirablemente justificada desde el
punto de vista político, y CromweII le demostraba que una
poderosa liga protestante que agrupara a Inglaterra, Dinamarca
y a los príncipes alemanes constituiría un serio peligro para el
emperador, sobre todo si Enrique sellaba la alianza mediante
su matrimonio con la princesa de Cléves. En efecto, el duque
de Cléves poseía derechos legales al ducado de Güeldres,
que contituiría un excelente punto de partida para una ofensi­
va contra las posesiones imperiales en los Países Bajos.
Enrique cedió ante estos argumentos y aceptó casarse con
Ana de Cléves. CromweII le aseguraba que la princesa era
bella como un sol, y también Holbein hizo de ella una miniatu­
ra que, esta vez, agradó mucho a Enrique. El contrato ma­
trimonial se ñrmó en octubre de 1539. N o obstante, Enri­
que VIII adoptó con anterioridad una importantísima medida:
obligó al Parlamento que aceptara la ley de los Seis Artículos,
que decretaban que la fe y la doctrina católicas .—en realidad,
un catolicismo anglicano.— serían mantenidas en todos sus pun­
tos esenciales.
Ana de Cléves, la flamenca repudiada
La princesa Ana desembarcó en tierra inglesa en enero
de 1540 y Enrique, impaciente, salió a su encuentro. Ella se
arrodilló ante el monarca y éste la ayudó cortésmente a levan­
tarse, echando una ojeada crítica y experimentada a su rostro
y a su silueta. Finalmente le dio un beso en la mejilla, mur­
muró algunas palabras indiferentes y se alejó a toda prisa,
regresando a sus habitaciones; luego estuvo mucho rato sin
decir una palabra ni hacer un solo gesto y acabó suspirando:
«Es muchísimo menos bella de lo que me dijeron. ¡Es incom­
prensible que hombres dotados de juicio me hayan hecho de
ella tal descripción!».
Por desgracia, era verdad que la naturaleza en nada había
favorecido a Ana de Cléves. Era muy alta, muy delgada y un
poco picada de viruela, y además de faltarle belleza, estaba
1539-1540
372 ® La reforma anglicana
igualmente desprovista de encanto y de cultura. Desde el pri­
mer instante, Enrique concibió por ella una aversión a la que
no pudo, ni quiso nunca, sobreponerse; hubiera preferido rom­
per el compromiso en el acto, pero no se atrevió a ello por
temor a complicaciones políticas. N o sonrió ni una sola vez
durante la ceremonia nupcial y, según un contemporáneo,
Ana parecía también melancólica, lo que nada tiene de extraño.
Así se casó Enrique con una princesa alemana por razones
puramente políticas. Cromwell insistía en que la amenaza del
emperador era tan grave que hacía indispensable una alianza
con la Alemania protestante, pero pronto se percató Enrique
de que Carlos V y Francisco I no manejaban sus mutuos asun­
tos con tanta armonía como se creía en Inglaterra. Con algo
de habilidad, la diplomacia inglesa podría introducir una cuña
política entre ambos «aliados». Y comprobaba que, de hecho,
este matrimonio no había servido para nada.
El descubrimiento hizo rebosar el vaso de su escasa pa­
ciencia y Enrique perdió el dominio de sí mismo; Cromwell
era responsable de aquel error y debía pagar su culpa. Por or­
den emanada de palacio, fue acusado ante el Parlamento de
haber contrarrestado los designios del rey en los asuntos reli­
giosos y Tomás Cromwell fue condenado a muerte y ejecutado.
Ana de Cléves ya no servía para nada en el círculo del rey
y Enrique VIII decidió deshacerse de aquella esposa que le
estorbaba. Con gran sorpresa por su parte, Ana no fue en
absoluto hostil a la idea de un acuerdo de separación, y así el
rey le ofreció una pensión de cuatro mil libras anuales y dos
dominios territoriales. Ana se contentó con ello y abandonó
la corte, y, sin más ceremonia, Enrique cursó orden a sus
obispos de que anularan su matrimonio con Ana de Cléves.
En Alemania, las reacciones fueron muy vivas. Lutero la
emprendió violentamente contra aquel «gentilhombre Harry que
se imagina de modo manifiesto ser Dios en persona, y poder
hacer cuanto le place», y Melanchton expresó su deseo de
ver un hombre justo lo bastante valiente para librar al mundo
de aquel «Nerón inglés».
Catalina Howard y Catalina PanEntre las damas de honor de Ana de Cléves figuraba una
joven de extraordinaria belleza, hija de un gentilhombre muy
influyente en los círculos católicos, que se llamaba Catalina
Howard. Se enamoró de ella Enrique y se casó durante el
1539-1540
Muerte de Enrique V III ® 373
verano de 1540, pero el rey ya tenía más de cincuenta años,
la nueva soberana sólo dieciocho, y Catalina pronto echó de
menos las asiduidades de caballeros más jóvenes y apuestos
que su real esposo. N o tardó en enterarse la corte de que
mantenía citas secretas con un joven empleado en la cancillería
real, y al mismo tiempo circuló el rumor de que, antes de su
matrimonio, había llevado una vida bastante ligera. El arzo­
bispo Cranmer, que detestaba a Catalina a causas de sus con­
tactos con los católicos, se apresuró a comunicár al rey las
pruebas de su infortunio, lo que representó ,un duro golpe para
Enrique, tan orgulloso de su joven y bella esposa; dícese que
estalló en sollozos al saber lo ocurrido, pero se dominó lo sufi­
ciente para firmar la sentencia de muerte.
Sin embargo, la larga historia conyugal de Enrique VIII
aún no estaba terminada; todavía el rey tomaría mujer, por
sexta y última vez: Catalina Parr, una esposa que no era joven
ni bella, pero que le demostró afecto y le cuidó cuando estuvo
enfermo. Aun así, faltó muy poco para que el monarca también
mandara que fuese ejecutada.
En política exterior, Enrique VIII consiguió concertar un
acuerdo con el emperador Carlos, triunfo que codiciaba hacía
tiempo. El monarca inglés envió tropas a Francia con la espe­
ranza de infligir una derrota a su antiguo rival Francisco I;
tropas que lograron tomar Boulogne, pero luego fueron aban­
donadas por el emperador y Enrique hubo de proseguir solo
aquella guerra; al fin terminó en 1546 mediante un acuerdo por
el que Inglaterra conservaría Boulogne por un período de ocho
años y, pasado dicho plazo, la ciudad fortificada volvería a
pertenecer a Francia, a cambio de un sustancioso rescate.
La salud de Enrique no había cesado de empeorar y, a
principios de 1547, intuyó que no le quedaban ya muchos días
de viaa. Llamó a Cranmer, que acudió a su cabecera: «¿Mori­
réis en la fe de Cristo?», preguntó el arzobispo; Enrique, de­
masiado débil para responder, sólo pudo oprimirle la mano y
murió poco después.
Enrique VIII fue ciertamente una naturaleza primaria, do­
minada por sus instintos, pero su gobierno dejó honda huella.
Consolidó el Estado inglés con iniciativas diversas y, no cierta­
mente la menos importante, la creación de la Iglesia de Inglate­
rra. Fue el primero en comprender las oportunidades que se
ofrecían a la política exterior de su país gracias a su situación,
y así, a partir de Enrique VIII, Inglaterra pudo convertirse en
guardiana permanente del equilibrio europeo.
1540-1547
ILA € ® I T E 1 1 K 1 F 0 1 M A
O R 1 F O B M 1 C A T é llC A
NUEVA DISCIPLINA
El Oratorio de! Amor Divino
Desde las primeras manifestaciones del protestantismo, al­
gunas personalidades clarividentes habían pedido a la Iglesia
que por sí misma tomara la iniciativa de una reforma interna.
Carlos V, cuando clausuró la Dieta de Worms, sugirió la
convocatoria de un concilio, y la dieta se abrió paso, por ser
cada vez más numerosos quienes se percataban de que, si bien
la Inquisición había conseguido evitar la penetración del pro­
testantismo en España, fracasó, en cambio, en todos los demás
países. Los propios métodos expeditivos de la Inquisición su­
blevaban a la mayoría de los católicos.
El caso de España, en este problema de la Reforma, como en tantos
otros problemas europeos •—las Cruzadas, por ejemplo—, es totalmente
distinto. N o fue la Inquisición la que alejó al pueblo español de la
Reforma. Todo su contenido era extraño a la mentalidad e historia
del pueblo español.
Inglaterra tampoco pudo asimilarla, como hemos visto. La intelec­
tualidad española toda era erasmista; muy ilustres religiosos activos
fueron reformadores ■
—santa Teresa, san Juan de la Cruz.—■, pero los
supuestos políticos y teológicos de Lutero eran aquí incomprensibles.
La Inquisición española, como otros organismos análogos en Ingla­
terra, Ginebra, etc., quizá frenaran de momento la expansión de una
ideología, pero fracasaron siempre a la larga. Con Inquisición o sin
ello, no se concibe una E spaña luterana cuando tanto resentimiento
había contra los problemas centroeuropeos que sólo acarreaban sin­
sabores al país.
La época era intransigente y, entre intransigencia e intransigencia,
no valía la pena cambiar: tal era una opinión muy extendida por aquel
entonces, tal como se trasluce en la resignada actitud de los escritores
erasmistas.
Dieta de Worms (1521)
1521
376 • La Contrarreforma o reforma católica
Durante el pontificado de León X y en Roma, en una iglesia
del Trastevere, no lejos de donde, según la tradición, el apóstol
Pedro había presidido las reuniones de los primeros cristianos,
un grupo de hombres deseosos de perfección moral solía reunir­
se para orar y discutir las cuestiones de fe que en aquella
época preocupaban a la mayoría. Este grupo, denominado Ora­
torio del Amor Divino, congregaba a otros miembros, algunos
de los cuales desempeñarían más tarde papel importante en la
política vaticana, como el diplomático y consejero veneciano
Contarini, y el napolitano Pietro Carafa. El Oratorio veía con
inquietud los éxitos de la Reforma luterana y sus miembros
estaban de acuerdo en proclamar que el clero ,en masa debía
retornar a su pureza y dignidad primitivas. «La decadencia a
que han llegado sacerdotes y frailes —decía Carafa—• impulsa
al pueblo a tener aversión al ejercicio del culto y a considerar la
autoridad de la Iglesia con desconfianza.»
Esta preocupación de los católicos piadosos hizo surgir el
ideal que determinaría la vida espiritual y política del siglo, y
que un gran predicador expresaba en estos términos: «Es la
religión la que debe cambiar a los hombres, y no los hombres
a la religión». Formulaba así el principio esencial del notable
movimiento religioso que la historia designaría con el nombre
de Contrarreforma.
En Alemania, la Reforma había logrado triunfos decisivos;
luego lograría implantarse en Suiza, en Escandinavia, en los
Países Bajos, e incluso se dejó sentir en regiones de Polonia
e Italia. La política pontificia había perdido el dominio de la
situación, Inglaterra conseguía eludir a su dominio espiritual y
Clemente VII se perdía entre el dédalo de aquella política expansionista, Desde luego, se hallaba mal informado de la situa­
ción en Alemania.
Los papas reformistas
Clemente VII murió en 1534, y en los años siguientes un
nuevo espíritu reanimó la política de la Santa Sede. La situa­
ción cambió con el nombramiento de Giovanni Morone para el
cargo de nuncio en Alemania. Morone sólo contaba veintiocho
años cuando recibió tal dignidad, considerada como la más
importante y difícil de toda la diplomacia pontificia, pero reveló
ser un excelente diplomático. Por vez primera recibió la Curia
informes fidedignos acerca de la expansión de la Reforma
luterana.
1522-1537
Clemente VII, papa (1523-1534)
Corrientes renovadoras de el Vaticano • 377
Si la política pontificia evolucionaba en Alemania, también
la situación cambiaba en Italia, El veneciano Contarini había
hecho circular un escrito en que se reclamaban reformas en el
seno de la Iglesia, obra que dedicó al nuevo pontífice, Paulo III.
Poco después, Contarini acompañaba al papa a Ostia y na­
rraba en una carta este viaje a un amigo: «Durante el camino,
Su Santidad me ha llamado aparte para discutir conmigo acerca
de las posibilidades de una reforma. Me ha dicho que llevaba
consigo mi memoria sobre este asunto y acababa de leerla
aquella misma mañana. Yo había renunciado ya a toda esperan­
za de reforma, pero el Padre Santo me ha hablado con tanto
espíritu cristiano, que de nuevo espero ver a Dios realizar
grandes cosas».
Por su educación, Paulo III estaba penetrado de los ideales
del Renacimiento, y aunque no compartiese los proyectos de
quienes se empeñaban en promover una reforma de la Iglesia,
el papa comprendía muy bien que debía prestarles apoyo y
convertirles en el trampolín indispensable para la realización
de los ideales adquiridos por él de la. cultura antigua. N o de­
jaba de tomar en consideración las dificultades que sobre­
vendrían y tampoco ignoraba que sería preciso sostener una
lucha prolongada y dura para llevar a buen término la suspi­
rada reforma.
En 1535 y 1536, el papa sorprendió a todos al anunciar
que admitía en el Colegio Cardenalicio a cierto número de per­
sonalidades notoriamente adictas a la idea de una reforma en el
seno de la Iglesia, la mayoría de ellos pertenecientes al Oratorio
del Amor Divino. Los más notables eran Contarini, el noble
veneciano universalmente respetado, y el napolitano Carafa,
más vigoroso y apasionado, nombramiento con los que el papa
evidenciaba su desprecio por la secularización que sufrió la
Curia durante la época dorada del Renacimiento.
Régimen interno. La Inquisición
El papa encargó a los nuevos cardenales la misión de re­
dactar un informe sobre la situación interna de la Iglesia. Los
prelados terminaron su tarea en febrero de 1537, y el citado
informe constituyó una enérgica crítica acerca de la conducta
de los sacerdotes y la situación moral en los conventos; el
texto insistía, además, en el hecho de que algunas elevadas
funciones eclesiásticas se hallaban en manos de personas total­
mente indignas. Otro punto sombrío era la profunda decaden­
Paulo III, papa (1534-1550)
1535-1537
378 • La Contrarreforma o reforma católica
cia de la vida monacal; era preciso reaccionar rigurosamente
contra aquella plaga, y así, los cardenales reclamaban con ener­
gía la expulsión de los religiosos corrompidos y su sustitución
por otros animados de un nuevo espíritu de piedad.
El informe afirmaba también que, con demasiada frecuen­
cia, los legados pontificios utilizaban su poder para lucrarse
económicamente, lo que minaba asimismo la autoridad de la
Iglesia. Por su parte, el papa aprobó el informe y .basó en
aquellos datos la nueva política interior de la Curia. Paulo III
anunciaba así la primera demostración oficial de su simpatía
hacia los partidarios de una reforma; luego seguiría demos­
trándola, en primer lugar, con su bula promulgada en 1542, que
ordenaba la reorganización de la Inquisición.
Carafa era el inspirador de aquella medida y, al morir
Contarini en 1542, se había convertido en el personaje clave
del partido reformista. Su episcopado en Theato (Chieti, Ita­
lia), su labor al frente de la nueva Orden de los teatinos y su
participación en las actividades del Oratorio del Amor Divino
revelaron sus cualidades de excelente organizador y orador
elocuente, aunque también adversario implacable y particular­
mente activo de todos los movimientos antirromanos de la
época. Carafa había residido algunos años en España, y pen­
sando en este país insistió en el restablecimiento’ de la Inquisi­
ción en toda Europa. En 1542, Paulo III organizó una nueva
comisión de cardenales que tomó más tarde la denominación
de Sanctum Officium —el Santo Oficio—, comisión que re­
cibió poderes cuya amplitud no dejaba de ser inquietante:
ejercía funciones de tribunal supremo, mantenía autoridad sobre
la Inquisición de todos los países y podía designar cuantos
funcionarios requiriese para el cumplimiento de su tarea; ade­
más, tenía derecho a citar ante su tribunal a toda persona
sospechosa de herejía, así como condenar a prisión o a muerte
a los acusados reconocidos culpables, y a confiscar sus bienes.
Carafa, que adoptó la iniciativa de restaurar la Inquisición, fue
también el jefe de aquella comisión pontificia.
Para juzgar la historia de la Inquisición interesa tener en
cuenta la opinión de un historiador católico como Ludwig
Pastor, quien afirma que, durante el reinado de Paulo III las
medidas adoptadas por la Inquisición fueron relativamente sua­
ves, pero tampoco puede negarse que, fueron mucho menos
clementes cuando Carafa sucedió a Paulo III con el nombre
de Paulo IV. «Entonces —dice— comenzó un régimen de terror
que llenó de espanto a todos los romanos.»
1542
Inquisición: «Santo Oficios (1542)
Fundación de la Orden de los Teatinos • 379
El Indice de libros prohibidos
En 1559 se creó el famoso Indice, relación de libros cuya
lectura está prohibida, en principio, a causa de los peligros
que pueda representar para la fe y las costumbres; con ello,
el papa trataba de asestar el golpe de gracia a todos los es­
critos heréticos. Todo el mundo tenía plena facultad de llevar
ante el tribunal de la Inquisición los libros que considerase
peligrosos para la fe católica y, tras un examen, las obras
podían ser inscritas en la relación y recogidas. Leer los libros
puestos en el Indice exponía a sanciones inexorables, pero
llegaron tan numerosas denuncias a los tribunales, que los
jueces difícilmente podían examinarlas todas. La literatura de
todos los países quedó así sometida a una severa inspección, y
los eruditos y los libreros se quejaron de las nuevas prescrip­
ciones, sin el menor resultado.
«En los tiempos que corremos, un cristiano sincero no puede
confiar en morir en su cama.» La frase, pronunciada por un
ferviente católico, caracteriza a las claras la angustia provo­
cada por la entrada en vigor del régimen de la Inquisición, que
fue evidentemente una de las armas más temibles del arsenal
de la Contrarreforma. Ésta reclutó sus nuevas fuerzas en las
filas de dos órdenes de reciente creación, más 'en consonancia
con los nuevos tiempos, los teatinos y los jesuítas. La primera
fue fundada por Cayetano de Thiene, miembro del Oratorio del
Amor Divino, universalmente conocido por su piedad y humil­
dad, a quien el papa había permitido en 1524 realizar uno de
sus más caros deseos, fundando una nueva Orden integrada
por sacerdotes jóvenes. Los teatinos prosperaron pronto gracias
al apoyo de Carafa y adquirieron gran importancia. Su nombre
procede del obispado de Carafa, Theato, nombre antiguo de la
ciudad de Chieti; la Orden era de tipo netamente aristocrático
y la mayoría de sus miembros eran jóvenes selectos entre las
mejores familias del país, que prometían vivir en la pobreza
más absoluta. Por la severidad de sus reglas, la Orden gozó
pronto de gran consideración e influencia.
La Orden de los teatinos había nacido del Oratoriox del
Amor Divino; la de los jesuítas, cuya historia es muy diferente,
alcanzaría significación aún más profunda en el seno de la Con­
trarreforma no sólo por el influjo que ejerció en las clases so­
ciales elevadas y en el campo de la .investigación, sino también
por sus misiones en lejanos y desconocidos países.
1524-1559
380 • La Contrarreforma o reforma católica
LA COMPAÑIA DE JESÚS
Un caballero andante «a lo divino»
En 1521, un reducido contingente español recibió orden de
defender la plaza de Pamplona, en Navarra, contra un poderoso
ejército francés. Se trataba de una misión desesperada y todos
los oficiales se decidían por la capitulación, salvo un caballero
llegado de las montañas del golfo de Vizcaya, quien alegaba
que un verdadero vasco no se rinde jamás, obstinación pro­
verbial en España. Se llamaba don Iñigo, y la historia le conoce
por el de Ignacio de Loyola. Pronunció un ardiente discurso
a sus hermanos de armas, los arrastró consigo y combatió
en la brecha con intrepidez hasta que fue herido en la pierna
derecha; Ignacio se derrumbó y Pamplona con él.
Ignacio de Loyola tenía entonces unos treinta años. Antes
había sido paje de un ilustre personaje de la corte de Fernando
el Católico, y en ella aprendió a ser perfecto caballero y hom­
bre de mundo. Aficionado a los libros de caballerías, soñaba
con realizar grandiosas hazañas y pronto eligió a la dueña de su
corazón, la propia reina, la alegre princesa francesa Germana
de Foix, con la que Fernando se había casado años después de
la muerte de Isabel la Católica. El joven Ignacio le cantaba
su amor en versos un tanto alambicados, aunque su platónica
exaltación no le impedía dedicarse a otras relaciones más con­
cretas y correr alegres aventuras.
Los franceses vencedores en Pamplona admiraron ta^to el
heroísmo de Loyola que le devolvieron la libertad y le enviaron
al castillo de su padre, donde Ignacio hubo de sufrir penosas
operaciones para recobrar el uso de su pierna herida, lo que
no impidió que ésta quedara medio paralizada y desde entonces
hubiera de andar con ayuda de un bastón.
Durante el prolongado período de enfermedad y convale­
cencia, Ignacio trató de distraer su dolor y sus forzados ocios
con la lectura. Pidió un libro de caballerías, pero tal género
de novelas no abundaba en aquellas regiones apartadas, donde
sólo había leyendas hagiográficas y un texto piadoso sobre
la vida de Cristo. Aunque a disgusto, Loyola empezó a leer;
luego, sin que él mismo se percatara de ello, aquellas narracio­
nes empezaron a apasionarle. Puesto que la carrera de las
armas le resultaba ya prohibitiva, soñaba con hacerse fran­
ciscano o dominico, e incluso hacer algo que superara la acción
1521
Ignacio de Loyola (1491-1556)
Una férrea voluntad
9
381
de estas órdenes religiosas, y pronto estuvo dispuesto a re­
nunciar al mundo, a cambiar la espada por el bordón y conver­
tirse en caballero andante de Dios. Su vida pasada sólo le
inspiraba desprecio.
Siguió un período de riguroso examen de conciencia. Lutefo
había necesitado siete años para lograr la paz de su alma y
otros cuatro para dar a sus nuevas concepciones religiosas su
forma definitiva; sólo algunos meses de lucha espiritual basta­
ron a Loyola para llegar al extremo opuesto, y desde entonces
su resolución fue inquebrantable; se sometería por entero e
incondicionalmente a la autoridad de la Iglesia.
Estudios de Ignacio de Loyola
Practicó el ascetismo, ejercitó su voluntad y pronto fue
dueño por completo de sí mismo, de sus emociones, de su
comportamiento y de toda su personalidad. Jamás se le esca­
paba una palabra superflua. Loyola nos demuestra, en forma
extraordinaria, cuánto puede hacer adelantar el hombre los
límites de su capacidad para emplearse a fondo en un terreno
determinado. Además, vigilaba cuidadosamente sus esfuerzos
en el sendero de la virtud, llegando Incluso a establecer un
gráfico diario de sus progresos.
Comprendía a la perfección que debía antes perfeccionar
su cultura si pretendía algún día realizar la obra de su vida y
dirigir el alma de los demás. Se consagró al estudio del latín
a la edad de treinta y un años, y luego amplió conocimientos
en España y en la universidad de París. Al propio tiempo,
perfeccionaba su ascetismo personal y mendigaba de los demás
lo poco que necesitaba para vivir. Calvino estudiaba en París
en la misma época que Loyola, y no deja de ser interesante
meditar acerca de un imaginario contacto entre espíritus tan
diametralmente opuestos.
La teología no era el único terreno al que Loyola consa­
graba sus esfuerzos; pretendía también compenetrarse con la
esencia del humanismo. Sus estudios le maduraron hasta tal
punto qué muy pronto consiguió adeptos, extraordinariamente
adictos a su persona. Loyola obligaba a sus discípulos a prac­
ticar aquella especie de «ejercicios espirituales» que él mismo
se imponía cada día. Al principio, la «materia prima» humana
podía mostrarse bastante reticente; no obstante, Loyola pudo
formarla, gracias a su voluntad de hierro y a una labor tenaz
y constante.
1521-1534
382 9 La Contrarreforma o reforma católica
Una Oréen militante
Una mañana de agosto de 1534, Ignacio logró un resultado
halagüeño: en compañía de seis discípulos, subió a la capilla
de Montmartre, entonces ,pequeña localidad campesina en las
afueras de París; asistieron a misa, pronunciaron los tres votos
monásticos, y juraron peregrinar a Jerusalén a ñn de atender
y asistir a los musulmanes convertidos. La guerra entre V enecia y los turcos les impidió realizar este proyecto, y los siete
jóvenes decidieron entonces ofrecer sus servicios al papa.
Aquella mañana de agosto, la pequeña iglesia de Montmartre
era testigo del nacimiento de una nueva institución, los jesuítas.
Con todo, Ignacio hubo de vencer aún muchas dificultades
antes de lograr su objetivo; la Iglesia romana le consideró
durante algún' tiempo como sospechoso de intenciones heréti­
cas, y en diversas ocasiones se hospedó en los malolientes
calabozos de la Inquisición .—una vez estuyo en ellos casi mes
y medio.—, hasta que en 1540, libre de toda sospecha, recibió
del papa la aprobación de su Instituto, la Societas Jesu o
Compañía de Jesús, como la llamaba Loyola, que se asignó
como misión primordial profundizar en la vida espiritual en el
seno de ía iglesia; en segundo lugar, propagar ía fe católica
romana y, por último, extirpar por completo la herejía.
La Compañía de Jesús no es una congregación de monjes
pacíficos, sino una Orden militante, como afirmaba el propio
Ignacio, cuyos miembros combaten al servicio de Cristo. Los
jesuítas no vestían hábitos del clero regular, como los frailes
y monjes; constituyen un ejército, su fundador es un guerrero y
su tarea la lucha por la gloria de Dios, ideal que abrasaba
a Ignacio de Loyola con el mismo fuego que a su más temible
enemigo, Juan Calvino. «A la mayor gloria de Dios», tal era
la divisa que compartían por igual el general de los jesuítas y el
gran reforpiador. Tal fue la sigla o anagrama de la Compa­
ñía, A.M.D.G., A d majorem L>ei gloriam.
La Orden está organizada a la manera militar. La dirección
suprema estriba en un general cuyo deber es ayudar al papa en
calidad de consejero y colaborador, con dignidad vitalicia, y
habilitado para trasladar o expulsar a los miembros de la ins­
titución a su voluntad. El temor a ser exonerado fue siempre,
en el seno de la misma, un medio eficaz para cercenar posibles
rebeldías; por otra parte, los grandes maestros de los jesuítas
han considerado siempre provechosa tal «sangría», a condición
de no abusar de ella. Loyola, primer general de la Compañía,
1534-1540
Fund. Compañía de Jesús (1538-1540)
L a s reglas ignacianas • 383
se mostró muy severo en la elección de aspirantes, ya que
entonces se necesitaban hombres inteligentes, de carácter dócil
y complexión robusta; en consecuencia, hubo muchos llama­
dos y pocos elegidos, y en ello se distinguieron los jesuitas
de la , mayoría de las demás congregaciones religiosas de la
época, ya que éstas acogían prácticamente al primero que llega­
ba. La gente murmuraba: «Las demás Ordenes pescan con
red; los jesuitas, con caña».
L a obediencia Integral
El deber primordial de los jesuitas era y es la obediencia, y
nadie la elogió mejor que Loyola y con tan auténtica inspira­
ción. En la práctica se mostraba inflexible sobre aquel punto, y
así, en cierta ocasión que un jesuíta de noble familia le diera
a entender que desearía una habitación más espaciosa que el
estrecho aposento que le estaba asignado, Ignacio ordenó que
otros tres miembros de la congregación se acomodaran junto
a él, y la víctima hubo de resignarse. Aun en la actualidad, un
jesuíta no puede publicar una sola línea sin autorización de sus
superiores y ningún libro escrito por un jesuíta puede ser edita­
do antes del nihil obstaí oficial de la propia Orden.
Se debe obediencia al general de la Compañía tanto como
al papa, pues los jesuitas profesan inquebrantable fidelidad a la
Santa Sede. Sus enemigos suelen aludir a ellos como la «guar­
dia negra del papa», burla que consideran un título honorífico.
La misión de la Compañía de Jesús, en épocas de apostasía
como en el siglo xvi, fue sostener a la Santa Sede por todos
los medios posibles y defenderla hasta la muerte, y así, desde
que fue nombrado general hasta su fallecimiento en 1556, Ig­
nacio no salió de Roma, permaneciendo junto al,papa y mane­
jando todos los hilos de su organización.
Fue beatificado algunos años después de su muerte, y su
recuerdo sobrevive en tradiciones que le enaltecen como profe­
ta y taumaturgo.
Los ejercicios espirituales
Cada párrafo de sus reglas demuestra hasta qué punto poseía
Ignacio de Loyola el genio de la organización, aunque su rasgo
más característico sean los ejercicios espirituales, con que con­
virtió a sus discípulos en servidores incondicionales de los
intereses de su institución y dispuestos a cualquier sacrificio.
Constituyen también una prueba de su perspicacia psicológica,
Ejercicios espirituales (1541)
1541
384 • L a C ontrarreform a o reform a católica
se orientan hacia los móviles más secretos e íntimos del alma
humana, y superaron tanto el nivel de su época que sólo la
moderna psicología puede ofrecernos algo semejante. En las
instrucciones para estos ejercicios espirituales, Ignacio relata
sus propias experiencias y las ajenas, siendo el libro un ver­
dadero manual destinado a los dirigentes, para la formación
de las nuevas generaciones de jesuítas y para consolidar la
fe de los postulantes.
Los ejercicios espirituales con stitu yen en E uropa el paralelo del
y o g a oriental. S eg ú n parece, Ignacio tom ó la idea de un religioso es­
pañol; pero el general jesuita ios codificó con tanta independencia y
basándose en tantas experiencias personales, que no puede hablarse
de plagio; adem ás, aparecen en ellos otras influencias, com o la de la
m ística m edieval y la p ed agogía islám ica. C on todo, aun cuando Ignacio
fuera original en el arte y disposición de la m ateria ascética y el plan
de ejercitar las potencias del alma, n o debe olvidarse que cuando el
célebre fundador perm aneció en M ontserrat y en sus cercanías, pudo
consultar un tratado titulado Exercitatorio espiritual, escrito por el
padre C isneros, monje de dicho m onasterio, e incluso retener de mem o­
ria algunas de sus m editaciones y hasta la m ateria y disposición de
otros asuntos, por ejem plo, el referente al infierno.
Los ejercicios solían durar unas cuatro sem anas y los participantes
eran dirigidos por un religioso de la C om pañía especialm ente designado
a este efecto; sus instrucciones señalaban m inuciosam ente sus activi­
dades durante las 24 horas del día y , en m om entos determ inados, los
participantes se reunían para recibir instrucciones y practicar algunos
ejercicios; entretando, se entregaban a la m editación, la oración, el
ascetism o, las lecturas piadosas, etc. D urante todo el período de ejer­
cicios, los participantes debían observar un silencio absoluto.
La primera finalidad de estos ejercicios és suscitar el horror al pe­
cado, concentrando todos los pensam ientos sobre la caída del hombre.
Para llegar a esta conversión total y profunda h ay que penetrar en
lo más hondo del alm a, hasta donde uno mismo no puede ni se atreve
a llegar por el autoanálisis. Para Lutero, la gracia de D io s era el factor
determinante; pero L oyola, que había sido militar, e x ig ía que el pro­
pio ser hum ano saldara su cuenta al p ecad o y al dem onio. A sí, cada
ejercitante debía conocer los torm entos de los condenados, oír sus
gritos de angustia, gemir con ellos en las torturas infernales.
Sum ido bajo la im presión de estos horrores, el discípulo se v e con­
ducido m entalm ente a su lecho de muerte, debe «vivir» su propia a g o ­
nía y el Juicio Final. L legado el m om ento, se le presenta a Cristo
como rey del cielo y el discípulo se halla entonces ante el dilem a de­
cisivo de Jesucristo o Satanás; se apela a sus sentim ientos caballeres­
cos, y la elección aparece sim bolizada en términos m ilitares con ios
célebres «dos estandartes», sím bolos de los ejércitos de Cristo y de
Satanás, Para quien juró fidelidad al estandarte cristiano, no h a y re­
troceso posible.
1541
L o s ejercicios espirituales
® 385
E l arma terrible de la sugestión
Tales experiencias forman soldados de Cristo, como el
mismo Loyola, que se ofrendan en cuerpo y alma al servicio
de la Iglesia romana, le consagran su inteligencia, su volun­
tad, su personalidad entera; hombres que pueden poseer todos
los talentos y las dotes artísticas más brillantes, pero que nada
de ello cuenta si no pueden servir a los intereses de la Iglesia.
Ningún talento ni sentimiento humano existe por sí mismo, ni
deben ser apreciados sino en función de la ventaja y del pro­
vecho que la Iglesia puede sacar de ellos. Por este motivo, los
franciscanos, que colocan por encima de todo el amor a Dios
y al prójimo, no han podido aceptar nunca las prácticas
jesuíticas.
Al cabo de unos años, los ejercitantes repiten por entero
sus ejercicios, y luego anualmente y durante toda la vida, por
espacio de ocho días como mínimo; una formación espiritual
orientada para los futuros jefes de la Compañía.
Actualmente se llevan a cabo otros ejercicios que exigen
menos tiempo, dirigidos a la gran masa, y parece que han ad­
quirido un ascendiente extraordinario sobre las almas sencillas.
E n bastantes casos, los ejercicios espirituales constituyen un e x ­
celente m étodo para d ev o lv er a los hom bres su equilibrio psíquico m e­
diante la sugestión, aunque se requiere que su sistem a nervioso pueda
soportar la última etapa, la e v o ca ció n y la experiencia de las angus­
tias infernales. T a les escen as podían parecer horribles a espíritus sen ­
sibles, lo que sugiere el jesuíta e historiador español M iguel M ir (muer­
to en 1912), que abandonó la C om pañía, al parecer, por m otivos p o ­
líticos, sin romper, sin em bargo, con ella: « N in gú n espíritu, por fuerte
que sea, puede resistir estos ejercicios y ningún corazón puede que­
dar insensible a ellos. N o existe inteligencia ni voluntad que, com o la
del ejercitante, sean tan rem ovidas, hasta lo más recóndito de sí m is­
mas, separadas de los su y o s, de todo contacto humano y del m edio
am biente en que estaban acostum bradas a vivir, sumidas en una at­
m ósfera espiritual totalm ente diferente. E s preciso haber v iv id o por
sí mism o estas experiencias terribles, esta revolución de todas las ca ­
pacidades espirituales, esta angustia mortal que deja señalada para
siem pre el alma hum ana y, en ciertos casos, la tritura literalmente.
N o todos los hombres sienten del mismo m odo y todo depende de las
disposicion es individuales y de la m anera cóm o son dirigidos los ejer­
cicios, pero no h a y nadie que, habiéndolos v iv id o intensam ente, no
h a y a conservado de ellos y en lo más hondo de su alma una cicatriz
que nada puede borrar».
1541
386
•
L a C ontrarreform a o reform a católica
EXPA N SIÓ N D E L A COMPAÑÍA
Una «Internacional» .
Los ejercicios espirituales constituyen el arma más impor­
tante de los jesuitas y promovieron el espíritu de la Contrarre­
forma. Uno tras otro, los monasterios fueron sometidos a una
«conversión» completa; aquellos antiguos hogares de errores,
de vicios incluso, se convirtieron en centros de renovación
espiritual y moral.
Pocos años después de la fundación de la Compañía, los jesui­
tas eran ya un factor poderoso en el mundo cristiano. A d­
quirieron carácter internacional y su influencia religiosa y polí­
tica crecía con regularidad en España, Portugal, Francia y
Polonia, logrando hacer volver al redil de la Santa Sede exten­
sas zonas de la Alemania y del Austria protestantes, y en los
Países Bajos ocasionaron también graves quebrantos al pro­
testantismo. Examinaremos en otra ocasión sus actividades en
Inglaterra.
Ignacio promulgó unos estatutos que le asignaban la misión
de defender los intereses pontificios por toda la tierra, *de
convertir a los paganos y de devolver a los herejes al redil
católico. «Nuestra vocación -—decía san Ignacio.—■ es viajar
por diversos países y vivir en todos aquellos lugares donde
podamos esperar hacer mayor servicio a Dios y ayuda espiri­
tual al prójimo...»
Los jesuitas dedicaron su energía al servicio de la obra
misionera; su ardor evangélico y sus instituciones de ense­
ñanza proporcionaron resonantes victorias a la Compañía, in­
cluso en otros continentes y sobre todo en las Indias, en China,
en el Japón, y en las colonias españolas de América Central
y del Sur; implantaron también sus misiones en el Canadá,
entonces posesión francesa, y los numerosos misioneros que
recibieron el martirio en aquellos lejanos territorios abonaron,
con su sacrificio, su valor y perseverancia.
Francisco Javier, el divino impaciente
El más notable adelantado de la Compañía en esta obra de
misión entre paganos fue Francisco Javier, compatriota y amigo
de Ignacio, quien con sólo la fuerza de su personalidad logró
transformar a aquel hombre, en extremo mundano y secreta­
S. XYI
Javier, en O riente # 387
mente ligado al luteranismo, en un hijo fiel de la Iglesia roma­
na y adicto servidor. Javier llevó a cabo su obra en diversas
comarcas de Asia.
«O ficialm ente .—escribe D aniel-R ops.— iba en calidad de nuncio
apostólico, acom pañando al virrey y p rovisto de todos los poderes.
U n nuncio bastánte singular, por cierto, que desdeñaba las pom pas y
el lujo, se arrodillaba hum ildem ente ante el arzobispo — el franciscano
Juan de Alburquerque^— e iba a alojarse al hospital, cuidando enfer­
mos e incluso leprosos. Pronto se dio a conocer entre la población
más pobre de la ciudad y cuando iba por las calles, agitando su cam ­
panilla, racim os hum anos se congregaban en torno su yo, ansiosos de
oírle. E ra sorprendente el contraste entre aquella criatura de D ios y
ciertos elem entos del clero portugués establecidos en la ciudad, co la ­
boradores de colon os y traficantes, y que apenas se ocupaban en ev a n ­
gelizar a las m asas indígenas. Por su parte, F rancisco se interesaba
por los naturales del país ante todo; intentó en va n o mejorar la con ­
ducta de los conquistadores; pero hasta su muerte, su m ás acerbo dolor
fue observar el espectáculo que ofrecían aquellos católicos tan crueles,
injustos y tan p oco honrados, saber que los am os m olían a golpes a
sus e scla v o s y que buscones sin vergüenza cam biaban a los indígenas
marfil y ricas pedrerías por telas sin valor y baratijas repulsivas. ¡C uán­
tas v eces escribió al rey de Lisboa protestando de aquellos métodos!
Pero ¿llegaron alguna v ez sus cartas?
E ntonces, abandonando G oa y sus aprovechados europeos, partió
a la caza de alm as en gran escala. Su nunciatura le confería autoridad
en casi toda el A sia, desde Orm uz al océano Pacífico. Se puso en
cam ino y y a no se detuvo; su existencia transcurrió entre el vértigo
de una especie de pasión am bulatoria, m archando sin cesar, rezando
sin descanso, haciendo alto só lo el tiempo necesario para sembrar el
E v a n g elio y para que el buen grano brotara de la tierra. T area sobre­
humana, bajo el calor horrible o las pesadas lluvias de los m onzones,
por senderos convertidos y a en ríos de barro, ya en alfom bras de p olvo
pegajoso, o en el fondo de galeras sacudidas por la tem pestad. Su salud
quedó arruinada m uy pronto, pero no su fe ni su entusiasm o: bastaba
que un aldeano de piel oscura pidiera el bautism o, después de ex p li­
carle, por m edio de intérprete y com o D io s le daba a entender, los ru­
dim entos del Cristianism o, para que se sintiera recom pensado por to­
dos sus esfuerzos.»
Javier pasó cinco años en la India y en 1549 marchó al
Japón en compañía de tres jóvenes de aquel país a quienes
había bautizado, y no tardaron otros muchos japoneses en
seguir el ejemplo de sus tres compatriotas. El budismo —reli­
gión importante entonces en el Japón— atravesaba a la sazón
una época de decadencia, y diversas sectas se disputaban el
dominio espiritual. Javier estuvo dos años evangelizando en el
Francisco Javier (1506-1552)
1542-1549
388 ® La Contrarreforma o reforma católica
imperio del Sol Naciente y después partió para China, pero
murió durante el viaje. Otros misioneros ocuparon su lugar en
tierras japonesas; en una sola generación se edificaron doscien­
tas iglesias, y a principios del siglo X V II se habían convertido al
catolicismo más de 700 000 japoneses, entre ellos, miembros de
la nobleza e incluso príncipes de la sangre. Los jesuitas recibie­
ron apoyo del gobierno, por considerarles un contrapeso ideal al
excesivo poder de ciertas sectas budistas; entonces, los cristia­
nos creyeron tan consolidada su posición que abandonaron su
política de prudencia y destruyeron gran número de templos
y de obras de arte budistas. El gobierno se alarmó y empezó a
considerar las misiones católicas de manera muy diferente y el
país entero trató a los cristianos con desconfianza, hasta que
estalló una persecución religiosa, cada vez más violenta, en la
que miles de cristianos japoneses que no quisieron renegar de
su fe fueron martirizados. En 1638, un edicto puso fin a las per­
secuciones, pero prohibiendo rigurosamente que los cristianos
pisaran suelo japonés. Hasta 1873 no se abolió oficialmente
la prohibición.
Los jesuítas en el Paraguay
Las misiones alcanzaron sus resultados más curiosos en
América del Sur, en el que fue «estado jesuíta» del Paraguay.
Los jesuitas llegaron a finales del siglo xvi a aquella. colonia
española, con territorios más extensos entonces que en la ac­
tualidad, ya que dicho país abarcaba toda la cuenca del río
de la Plata hasta el Perú y Bolivia, y se extendía desde el
Amazonas hasta el sudeste del Brasil *. Con apoyo del gobierno
español, los jesuitas aislaron a los indígenas de todo contacto
con la raza blanca, a excepción, por supuesto, de los misio­
neros enviados por sus propios protectores. Los indígenas del
Paraguay escaparon así al destino sufrido por tantos hermanos
suyos, es decir, la explotación de los colonos ansiosos de lucro.
Los misioneros demostraron en el Paraguay mucha inteli­
gencia y flexibilidad y así se atrajeron la confianza de los
indios. A los indígenas les seducían los esplendores del culto,
la música y los himnos; bien dotados, en general, para el canto,
pronto integraron coros y orquestas dirigidos por indígenas.
1 En 1625, la provincia jesuítica del (Paraguay abarcaba una extensión cfue com­
prendía las áreas de los actuales estados de Argentina, Uruguay, Paraguay, casi todo
Chile, la franja meridional de 'Bolivia y comarcas muy extensas en el extremo sur del
actual Brasil, contiguas a los ríos Paraguay, Uruguay, Iguazú y Paranapanema.
s. xvi-xyn
L o s jesuítas, en Sudam écica • 389
Se construyeron hermosas iglesias, casi tan espléndidas como en
España; los niños se instruían y educaban en las escuelas de la
misión, y los enfermos y pobres eran cuidados en instituciones
especiales. Los jesuítas obtuvieron así resultados impresionan­
tes en el dominio de la cultura material. Con tenacidad y ener­
gía admirables, enseñaron a los indígenas a valorizar sus tierras
extraordinariamente fértiles, en un país cuyo clima subtropical
permitía obtener cuatro cosechas anuales de maíz. Los frutos
de la Europa meridional, sobre todo las naranjas, se aclima­
taron muy bien en el Paraguay, y aún se producen en la ac­
tualidad. Gracias a la labor de los jesuítas, pronto pudo el
Paraguay desarrollarse en el terreno económico, ya que, como
fuera allí prácticamente desconocido el espíritu de empresa
de los particulares, el curso natural de las cosas permitió que
todo trabajo se prestara en beneficio de la comunidad entera.
Por otra parte, el clima era sano, aunque los bruscos cambios
de temperatura exigieran superior esfuerzo a los organismos
europeos.
Para algunos, sobre todo para los escritores del sig lo xvm , fisió­
cratas y enam orados de la naturaleza, y para los rom ánticos del xix,
aquel estado am ericano de los jesuítas era un paraíso terrenal, donde
a las bendiciones de la naturaleza se unía por v e z primera las v en ta ­
jas de la civilización, sin lo que ésta tenga de desm oralizador. A hora
bien, el desarrollo cultural del P ara g u a y era artificial y no procedía
de su propio pueblo; sin em bargo, si aquella sociedad desapareció al
cabo de sig lo y m edio, no fue a consecu en cia de su decadencia interna,
sin o de circunstancias externas: la hostilidad general hacia los jesuítas
durante la segunda mitad del sig lo x v iii y el advenim iento del llam ado
S ig lo de las L uces. Los jesuítas fueron expu lsados del P aragu ay en 1767,
com o de las restantes colonias españ olas de A m érica del Sur, y los
indígenas del país quedaron indefensos frente a toda clase de aventu­
reros d ispuestos a explotarlos a su antojo, y la decadencia m aterial y
espiritual fue la inevitable consecuencia del n u ev o estad o de cosas.
T o d a v ía en la actualidad quedan v e stig io s de las m isiones jesuítas
en el P aragu ay entre los descendientes de los indígenas de aquella época.
Pedagogía e interpretativa jesuíticas
Los jesuítas ocupan también un lugar notable en la historia
de la pedagogía y de la metodología, acaso por sus cualidades de
psicólogos. Sus métodos de enseñanza procuraban despertar el
interés de los alumnos, haciéndoles lo más viva posible la ma­
teria que debían asimilar, y representaron un gran progreso
con relación a las escuelas de la época, en su mayoría bár-
s. xvi-xvn
390 ® La C ontrarreform a o reform a católica
baras y cuyos maestros consideraban el látigo como un «me­
dio didáctico» muy eficaz. Una red de seminarios jesuitas se
extendió por casi toda Europa, donde una juventud escogida
aprendía a ocupar un día puestos de mando en los negocios, la
magistratura, el ejército; se formaban en la frecuentación diaria
de los autores clásicos, latinos y griegos, explicados a la luz de
la fe, y también en una escuela vivida que estimulaba los valo­
res personales, aun cuando recordase de vez en cuando a los
adolescentes orgullosos la humildad de la condición humana.
La dialéctica, las lenguas nacionales, la historia, la geografía
y las matemáticas completaban aquella educación destinada a
forjar un tipo humano dotado de sana razón, capaz de im­
ponerse por sus conocimientos y de defender una fe sólida. El
carácter «dramático» de la enseñanza culminaba al finalizar
el año escolar, en que los alumnos representaban una obra
religiosa aprendida bajo la dirección de sus profesores. Los
jesuitas intuían la utilidad del teatro como instrumento de pro­
paganda para la Compañía, y en tal terreno, el teatro se re­
velaba tan eficaz como el púlpito.
El teatro jesuítico pudo enorgullecerse pronto de un audi­
torio cada vez mayor. Introdujo la coreografía, un acompaña­
miento de orquesta y la presentación, los trajes y accesorios
fueron cada vez más suntuosos. Con preferencia, se representa­
ban escenas de coronaciones y homenajes, procesiones solemnes
y otros espectáculos de masas; al propio tiempo, los jóvenes
actores se hallaban cada vez mejor preparados, aprendían a
dominar los menores detalles escénicos: gestos, retórica, in­
flexiones de voz, arte de expresarse con miradas más aún que
con palabras, etc.
El teatro de los jesuitas atrajo enormes multitudes y les
permitió ejercer una profunda influencia en sus contemporá­
neos, hasta la supresión de la Orden en 1773, año que señala
el final de sus reformas pedagógicas. La historia gloriosa del
teatro jesuíta terminó también en la misma época, al prohibirse
en 1765 las representaciones de autos sacramentales.
EL CONCILIO DE T R E N T O
Trento, dudad frontera
Junto al Adigio, en el Tirol meridional italiano, se levanta
la pequeña ciudad de Trento, la antigua Tcidentum romana.
8 . XVI-XVIH
R o m a convoca un concilio • 391
En 1545 se reunieron en esta ciudad los representantes de la
Iglesia católica en un concilio que se había propuesto la misión
de corregir los desórdenes de la Iglesia y, a ser posible, res­
tablecer su unidad.
Desde tiempo atrás, se *hablaba de convocar un concilio, y
Carlos V, en especial, llevó a cabo enormes esfuerzos encami­
nados ' a su realización para lograr, con sus reformas, que
hiciera viable una reconciliación entre protestantes y católicos.
Sucesivos pontífices se habían opuesto a ello tenazmente, por
conservar mal recuerdo de los concilios precedentes, temiendo
el retorno de las antiguas teorías que conferían al concilio po­
deres superiores a los del papa, y a los obispos bastante in­
dependencia con relación a la Santa Sede.
Por todo ello, Roma fue soslayando todo proyecto de con­
cilio, pero entretanto, las doctrinas luterana y calvinista habían
ganado el terreno suficiente para alarmar poderosamente a la
Curia. Comprendieron al fin los pontífices qué la única manera
de obrar con eficacia contra los herejes era proclamar solemne­
mente, de una vez para siempre, la doctrina de la Iglesia cató­
lica y romana, y ello únicamente un concilio podría hacerlo. Por
tal motivo cedió al fin Paulo III a los deseos del emperador
y sólo faltaba fijar el lugar de su celebración. El emperador
prefería una ciudad alemana y el papa, por supuesto, una
localidad italiana. Trento representaba un lugar óptimo, por
ser una ciudad de población exclusivamente italiana y católica,
aunque perteneciente al Sacro Imperio Romano-Germánico. El
concilio inició sus tareas el 13 de diciembre de 1545, tras pro­
longadas negociaciones, y la mayoría de los participantes com­
probaron desde el principio que la hábil política vaticana daría
buenos resultados. La primera resolución ya constituyó una
victoria pontificia: el concilio no tendría derecho a designarse
oficialmente como «representante de toda la Iglesia», por ser
éste un título que el papa quería reservarse exclusivamente
para sí.
l
La primera fase conciliar
«La primera fase del concilio de Trento —dice un histo­
riador.— se situó por entero bajo el signo de Tomás de Aquino». Las resoluciones importantes se caracterizaron todas ellas
por la más estricta ortodoxia, iniciando una violenta ofensiva
contra los protestantes. La primera resolución concernía a los
fundamentos de la fe cristiana y de la doctrina de la Iglesia, y
C o n c ilio d e T r e n to (1 5 5 4 -1 5 6 3 )
1545
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394 • La Contrarreforma o reforma católica
mientras los protestantes pretendían que la Biblia era la única
guía de la fe, Trento decretaba que la Biblia y la tradición, es
decir, los escritos de los Padres de la Iglesia, los decretos pon­
tificios, etc., constituían en su conjunto las normas de la fe cris­
tiana. El hombre no podía hallar la salvación sino en el seno
de la Iglesia católica y romana, creadora de esta tradición.
El papa logró imprimir un carácter extraordinariamente con­
servador a la doctrina de la justificación, lo que desvanecía toda
esperanza de reconciliación entre protestantes y católicos. La
doctrina protestante de la justificación mediante la fe integraba
la base y fundamento de toda su religión, y en tal sentido les
era absolutamente imposible aceptar el punto de vista católico.
Entretanto, el emperador Carlos trataba de someter a toda
la Alemania protestante y entonces sobrevino una extraordina­
ria mudanza en la situación. Los rápidos éxitos del emperador
no complacían al papa, pues si bien éste no tenía inconveniente
en que Carlos actuara contra los protestantes y acabara con la
herejía por la fuerza de las armas, tampoco entraba en sus
cálculos ver cómo Carlos se convertía en cierto modo en el
dictador de Alemania, y tampoco quería que la influencia del
emperador en el concilio superase la suya. Por esta razón, Paulo
dio a sus agentes tan extrañas consignas: en una u otra forma,
debían persuadir a los padres conciliares que celebrasen sus
sesiones en los Estados Pontificios.
«Parecerá extraño —dice el historiador Ranke—•, pero lo
cierto es que en el preciso momento en que toda la Alemania
del Norte temblaba ante la idea de una posible restauración del
poder pontificio, el “papa se sentía aliado de los protestantes».
En Trento, se precipitaron los acontecimientos; a principios de
1547 fallecieron de súbito varios miembros del concilio y los
agentes del papa hicieron circular pronto el rumor de que se
trataba de una epidemia y, en consecuencia, exigieron la sus­
pensión de las tareas para ser reanudadas en otro lugar. La
agitación obtuvo los resultados deseados, los prelados fieles al
papa abandonaron Trento y se trasladaron a Bolonia. Terminaba el primer período en las actividades del concilio.
Clausura del concillo
Un nuevo cisma parecía amenazar a la Iglesia romana, pero
pudo evitarse el peligro. La idea del concilio no se había des­
vanecido; en 1551, el papa Julio III intentó reanudar las nego­
ciaciones, sin resultado alguno a causa de la situación política
1547-1551
Julio III, papa (1550-1555)
¡Resaltados del concilio de T ren to • 395
muy tensa en aquella sazón, hasta que en 1562, Pío IV reunió
de nuevo el concilio en Trento. Se iniciaba una tercera fase
que duraría hasta 1563 y permitiría a Pío IV alcanzar el obje­
tivo que siempre se propuso la política pontificia, de que la doc­
trina de la Iglesia quedara definitivamente establecida y definida
lo más claramente posible frente al protestantismo. A partir de
entonces, los debates se sucedieron a ritmo acelerado, has­
ta llegar a la última reunión, que se celebró el 3 de diciembre
de 1563. Conscientes de vivir un momento histórico, los padres
conciliares escucharon atentos la lectura de las resoluciones,
en que se proclamó a la Iglesia católica romana como la única
capaz de lograr la salvación para la humanidad y luego, pe­
netrados de la más fervorosa convicción, votaron el anatema
contra las doctrinas heréticas. Los cardenales aprobaron tam­
bién por unanimidad ciertas reformas, cuyos principios genera­
les habían sido ya refrendados a lo largo de las deliberaciones.
E n la última sesión, el obispo ven ecian o Jerónimo R agazzoni afirmó
en un discurso;
«N u n ca más serán elegidos, para los grandes cargos eclesiásticos,
sino aquellos que sobresalgan más por la virtud que por la ambición,
aquellos que puedan ser útiles al pueblo y no a sí m ismos, a los que
sirven m ás que presiden. La palabra de D io s, más penetrante que el filo
de la espada, será anunciada y explicada con m ayor frecuencia y mejor
cuidado. L os obispos viv irá n en m edio de sus rebaños, velarán por
ellos y no los verem os v a g a r por otros países, y lo mismo los dem ás
pastores de almas. Se acabaron en lo su cesivo aquellos privilegios que
sólo servían para encubrir una conducta impura y culpable y unos
ejem plos perniciosos. N o más crimen impune, no más virtud sin re­
com pensa. Se procurará que los fieles sean servidos por sacerdotes
pobres y m endicantes y cada uno de ellos tendrá asignada una iglesia
o una tarea que pueda bastar para su subsistencia; en consecuencia,
la codicia, el peor v icio que pueda afligir a la Iglesia, quedará así
apartada por com pleto. L os sacram entos se administrarán todos gra­
tuitamente, com o conviene... L os «lim osneros», com o eran llam ados
aquellos que deshonraban nuestra religión con su codicia, serán borra­
dos de la mem oria de los hom bres, y a que con ellos com enzaron todas
nuestras desgracias, calam idad que no cesaba de increm entarse de día
en día y que los cánones de los concilios no habían podido remediar.
¿Quién no consideraría com o m edida em inentem ente juiciosa la am pu­
tación de aquel miembro incurable para salvar el resto del cuerpo?
S e ofrecerá a D io s un culto más puro y m ás atento, y quienes cuiden
de los v a so s del Señor serán purificados, para que den ejem plo a los
demás. P or ello será excelente idea formar, desde la juventud, en el
estudio de las letras y en la práctica de las buenas costumbres, en
cada diócesis, a los que deben ser iniciados en el santo ministerio, de
Pió IV, papa (1559-1566)
1562-1563
396 • L a C ontrarreform a o reform a católica
suerte que haya allí un sem inario de todas las virtudes. Los sínodos
provinciales restablecidos, la prohibición de transmitir en herencia los
bienes de la Iglesia, el m ayor rigor en los lím ites estrictos de las e x ­
comuniones, el poderoso freno im puesto a la codicia, a la licencia y a
la lujuria de todos, eclesiásticos y seglares, las prudentes advertencias
a los reyes y a los poderosos de la tierra, todo ello ¿no expresa b as­
tante las grandes y santas cosas que habéis realizado?»
Gracias a la reforma católica, la Iglesia romana consiguió
detener el impulso protestante y extirpar la herejía en algunos
países, particularmente en Polonia y Alemania meridional. Más
conscientes de su doctrina, los misioneros católicos pudieron
propagarla en los países recientemente descubiertos, siguiendo
las huellas de los exploradores. Pero de la unidad espiritual de
Europa, que caracterizó con tanta brillantez el Renacimiento
y el humanismo, sólo quedaba el recuerdo.
NUEVAS PERSPECTIVAS CIENTIFICAS
Los conceptos científicos se renuevan
El Renacimiento dio un gran impulso a los conocimientos
todos. La audacia intelectual de sus hombres rompió todas las
fronteras. Se discutía el dogma, se ponían en tela de juicio las
ideas preconcebidas, no se veían límites para la capacidad de
descubrimientos, conquistas y reformas. Si la brújula permitía
audaces singladuras, océano adelante, la imprenta divulgaba
hechos e ideas con una rapidez y eficacia hasta entonces inimaginadas.
El progreso material corría parejas con los perfecciona­
mientos bélicos, y mientras, la arquitectura, reservada durante
la Edad Media a las fortalezas y a las catedrales, se orientaba
ahora a servir a los poderosos y orgullosos señores: reyes, ricos
burgueses o ciudades opulentas y pontífices anhelantes de afir­
mar el poder temporal más que el espiritual de la Iglesia, asen­
taban las bases del gran desarrollo científico moderno.
En el siglo xvi se produce aquel fabuloso cambio en las con­
ciencias individuales y colectivas de todos los pueblos de Euro­
pa, que abrirían paso al gran progreso de las ciencias y de las
técnicas que caracterizó a los siglos siguientes. Ciertas ideas,
como la configuración del mundo habitado, que algunos auda­
ces lanzaban como hipótesis, se hicieron certidumbre y se abrie­
ron nuevas perspectivas científicas que permitían conocer mejor
S. XVI
R evo lu ció n en la m edicina • 397
al hombre, centro otra vez del universo como en los tiempos
de la Grecia clásica, y al mundo por él habitado, del que como
rey se disponía a tomar posesión, descubriendo y desentrañando
las leyes físicas que lo rigen.
LA MEDICINA
Paracelso, un médico desconcertante
Paracelso .—-su verdadero nombre era Teofrasto de Hohenheim— 1 nació en María Einsiedeln, la parroquia de Zuinglio, en 1493, y fue contemporáneo del gran reformador. Su
padre, médico y hombre muy culto, le inició pronto en la me­
dicina y en las ciencias naturales. Teofrasto tenía nueve años
cuando su familia se estableció en Carintia, en la pequeña y
pintoresca ciudad de Villach, donde el padre desempeñó el cargo
de médico municipal, y pronto el muchacho se vio impulsado
por una sed insaciable de conocimientos. Estudió en Alemania,
Francia e Italia, en diversas universidades pero también fre­
cuentó alquimistas, astrólogos, curanderos, charlatanes y gita­
nos. Recorrió casi toda Europa, sirvió como médico en varios
ejércitos y en calidad de tal hizo, en 1520, un viaje a Estocolmo
con la flota de Cristián II.
Pronto alcanzó Paracelso reputación de obrar milagros, de
curar dolencias y enfermedades ante las que otros médicos fue­
ran impotentes, y así todavía hoy perdura su leyenda en algu­
nas regiones de Suiza y Austria. Paracelso trataba de evitar
todo lo posible las operaciones quirúrgicas e intentaba, según
decía, fortalecer con sus tratamientos la capacidad que posee
el cuerpo humano de curarse por sí mismo. Con sus pacientes,
Paracelso era la bondad y la dulzura personificadas y no cesa­
ba de repetir a sus discípulos que el primer deber del médico
es de mostrar afecto a sus enfermos. «Si nuestro cariño es bas­
tante intenso, nuestra medicina dará buenos frutos; si nuestro
amor es débil, en los frutos habrá gusanos». Idealista, Paracelso
consideraba su arte como una misión sagrada.
Notables curaciones le proporcionaron gran reputación en
Basilea; Erasmo y Ecolampadio, amigo de Zuinglio, predicador
1 Algunos autores opinan que el nombre culto Paracelso parece ser una pará­
frasis o adaptación grecolatina del vocablo alemán Hohenheim (alta morada); otros
afirman que dicho nombre se lo aplicó él mismo para denotar que se consideraba
superior a Celso, antiguo médico, de la Antigüedad clásica. En cuanto al nombre
de Teofrasto, lo añadió al suyo propio durante sus estudios.
Paracelso (1493-1541)
1520-1526
398 • La C ontrarreform a o reform a católica
y profesor de teología en la universidad local, fueron amigos
suyos, como también otros muchos sabios. Paracelso fue nom­
brado médico municipal y profesor, aunque la Facultad de Me­
dicina se negara al principio a acoger a aquel «aventurero va­
gabundo».
Escenas de aína vida bohemia
En 1527, desde su cátedra, Paracelso tronaba contra la in­
curia y negligencia de los médicos de su época y la ciega vene­
ración que se profesaba a las autoridades clásicas y medievales,
preconizando una medicina de acuerdo con sus propias opinio­
nes e ideales y alentando a sus discípulos a orientarse hacia la
naturaleza y buscar el conocimiento mediante la observación.
Les abría las puertas de su laboratorio y organizaba excursio­
nes para familiarizarlos con las plantas medicinales, porque
'—decía.—■ «todas las praderas y los campos, todas las monta­
ñas y colinas son farmacias».
Como aquel sabio de vida bohemia no era hombre resignado
a pasar inadvertido, era inevitable un conflicto con sus colegas,
y él mismo lo provocó a causa de sus ataques contra la profe­
sión médica. Paracelso se chanceaba, por ejemplo, del traje
adoptado por los demás facultativos —toga roja y birrete re­
dondo—■ mientras que él no usaba generalmente sino sus ropas
de trabajo, por sucias que estuviesen. Los colegas le reprocha­
ban que diera sus lecciones no en latín, sino en alemán, una
lengua de aldeanos, según decían, cosa que consideraban into­
lerable.
Tanto se agravó su hostilidad que Paracelso, temiendo lo
peor, se marchó de Basilea secretamente al año de trabajar allí,
volviendo a su vida errante, con todas las aventuras, peripecias
y reveses inherentes a tal género de existencia. A menudo, el
célebre erudito parecía un carretero o un vagabundo, más que
un médico, deteniéndose con preferencia en humildes albergues
donde podía beber y jugar a las cartas con aldeanos y cocheros,
mostrándose tan ruidoso y grosero como sus compañeros de
hospedaje.
Luego, durante el silencio de la noche, mientras todos dor­
mían, Paracelso se dedicaba al trabajo y confiaba sus grandio­
sos proyectos para el futuro a simples fragmentos de papel que
sus amigos y discípulos reunieron más tarde en volúmenes, y
pocas horas de sueño le bastaban para afrontar las fatigas del
día siguiente. A veces, príncipes y grandes señores llamaban
1527-1540
L a escuela paracelsiana ® 399
a Paracelso a consulta, y así, en verano de 1540,' fue requerido
a la cabecera del príncipe-arzobispo de Salzburgo, en una época
en quq el médico genial se hallaba también agotado por enfer­
medades y privaciones. Su mirada ya no tenía la vivacidad
de antaño, su boca aparecía encuadrada por amargos pliegues
y la gota le había deformado las manos hasta tal punto que
sólo con esfuerzos increíbles podía sostener la pluma. A la pri­
mavera siguiente, en 1541 falleció; sus despojos fueron inhu­
mados en uno de los cementerios de Salzburgo, en una humilde
tumba. Paracelso quiso reposar entre los pobres a quienes ayudó
toda su vida con el mayor desinterés. Más tarde, sus restos
fueron exhumados y colocados en el hermoso monumento erigi­
do a su memoria en la iglesia de San Sebastián.
Obras e ideología de Paracelso
Descifrar los escritos de Paracelso es tarea penosa incluso
para el más experto especialista. Teofrasto veía el mundo con
mirada de alquimista, para él todo cuanto existe constituye un
vasto conjunto, un todo coherente y los movimientos de los
cuerpos celestes corresponden a los del cuerpo humano; en con­
secuencia, la misión de la medicina es descubrir y dominar las
misteriosas fuerzas químicas que provocan las enfermedades.
El hombre es un microcosmos y una imagen reducida del uni­
verso que es a su vez un macrocosmos; por ello, cada órgano
del cuerpo humano aparece dirigido por el cuerpo celeste co­
rrespondiente. Paracelso «concede un interés exagerado a lo má­
gico y a lo sobrenatural y atribuye un poder milagroso a los
amuletos y a otros medios de «protección», pero el poder de
curar procede de Dios y los médicos y todos sus remedios son
únicamente simples instrumentos que nada pueden si la cura­
ción del enfermo no entra en los designios de la providencia.
Por tal razón, el médico debe ser también justo y bueno, y creer
en Dios; de otro modo su alma no hallaría la paz y el equilibrio
precisos, sino que estaría continuamente perturbada por «vibra­
ciones» contrarias que le insensibilizarían a las vibraciones del
alma universal.
Paracelso cree que la misión del médico no es solamente
curar, sino también prevenir las dolencias. En su obra De la
prolongación de la vida insiste en el hecho de que el hombre
puede por sí mismo prolongar o acortar su existencia y que el
mejor medio de prolongarla es un régimen alimenticio bien
equilibrado. Las autoridades médicas contemporáneas parecen
1540-1541
400
<§ L a
C ontrarreform a o reform a católica
estar de acuerdo en que las cualidades intuitivas y de observa­
ción de Paracelso le sitúan con tres siglos de adelanto con res­
pecto a su época. Paracelso fundamenta la medicina en la ob­
servación de la naturaleza, afirmando que los fenómenos vitales
proceden exclusivamente de reacciones bioquímicas y abriendo
paso a los estudios de la fisiología alimenticia moderna. Por
todo ello puede ser considerado como una de las figuras más
sobresalientes de la historia de la Medicina.
ID EA S R E V O L U C IO N A R IA S E N COSM OGONÍA
Copérnico, el lustre polaco
Freud señala en una de sus obras que en el transcurso del
tiempo, la ciencia ha asestado dos golpes decisivos a la ingenua
idea que el hombre se ha forjado de su propio valer: la primera
vez, cuando Copérnico negó a la Tierra su lugar preeminente
en el centro del universo; la segunda, cuando Darwin intentó
arrebatar a los hombres la posición privilegiada que creían
ocupar con respecto al mundo animal.
Antes de Copérnico se creía que el Sol y los astros habían
sido creados en función de la Tierra y ésta en función del hom­
bre. Cuando descubrió que el universo no giraba en torno a
nuestro planeta, la conciencia humana sufrió un impacto consi­
derable. Copérnico ejerció un influjo tan revolucionario en el
concepto que los hombres se hicieran del mundo que sólo su
contemporáneo Cristóbal Colón pudo igualar su gloria.
Copérnico —o más bien Kopernik o Koppernigk—, hijo de
un mercader, nació en 1473 en la ciudad hanseática de Thorn,
en Polonia. Estudió matemáticas, astronomía, teología, derecho
y medicina en Cracovia y en diversas universidades italianas.
Desde 1512 hasta su muerte, en 1543, residió en Frauenburg,
pequeña ciudad de la Prusia oriental donde fue nombrado ca­
nónigo del cabildo catedralicio, por ser un especialista en de­
recho canónico, disciplina en la que alcanzó el grado de doctor.
Las funciones que desempeñaba en el cabildo cubrían sus nece­
sidades materiales y pudo consagrar sus mejores energías al
examen científico de los cuerpos celestes. La astronomía era su
disciplina favorita y como la situación geográfica de Frauenburg,
a orillas del mar, es muy propicia a la observación del firma­
mento, Copérnico instaló su observatorio y su residencia en
una de las torres de la muralla. Sus instrumentos eran muy sen1512-1543
Copérnico (1473-1543)
En la Antigüedad el dentista generalmente era barbero y ejercía
el «arte médico» como una actividad secundaria, Claro está que
se limitaba a extraer la muela enferma. Hubo que esperar al
siglo XVIII para que un francés, Pierre Fauchard, sentara tas
bases de un tratamiento algo más científico. Puede, pues, conside­
rársele, hasta cierto punto, como padre de la odontología moderna.
402
•
L a C ontrarreform a o reform a católica
cilios, pero el más ilustre de sus sucesores, Tycho Brahe, se
consideró el más feliz de los mortales cuando le regalaron uno
de ellos.
Copérnico era más teórico que observador. Su contribución
científica a la astronomía, aun siendo capital, reside en una teo­
ría: en contra de la opinión entonces aceptada, no es el firma­
mento el que realiza una revolución diaria en torno a la Tierra,
sino ésta la que gira sobre su eje y describe al mismo tiempo un
círculo alrededor del astro solar. Copérnico llega a esta con­
clusión a través del estudio de los astrónomos griegos y árabes,
pero también gracias a sus observaciones personales. La Tierra
no es el centro del universo, sino simplemente uno de tantos
planetas que gravitan en torno al Sol, frase sencilla que cons­
tituye el principio fundamental de la «concépción copernicana
del universo». La Tierra no ocupa una posición privilegiada en
el cosmos y no es más que un cuerpo celeste entre millones de
otros análogos. Copérnico basaba sus teorías en cierto número
de hechos científicos, pero sería preciso esperar hasta mediados
del siglo xix para obtener pruebas definitivas que las confirma­
ran. Todavía hoy aludimos, pese a Copérnico, a la «salida» y
a la «puesta» del sol, como principio y final del día.
1543
Í M B I C É C R O N O L Ó C IIC D
L a siguiente relación comprende los hechos
principales acaecidos entre los años 1275 y 1558,
período que abarca el tema central de este vo­
lumen.
1275.
1289 .
1292.
1295 .
1300 .
1302.
1307 .
1311.
1317 .
1318.
1320.
1321.
1325.
1327.
1330.
1338 .
1341.
Primeros contactos de la E uropa medieval con el lejano Oriente:
M arco Polo en China.
Juan de M ontecorvino, legado pontificio, se dirige a Persia y
a China.
M arco Polo, embajador del emperador chino Kubilai ¡Kan: ex­
ploración de las islas de la Sonda, Ceilán, costa de M alabar
y Ormuz.
M arco Polo regresa a Venecia.
Uso de la brújula o aguja magnética unida a una rosa náutica
en la navegación.
D ante Alighieri es desterrado de Florencia.
Muere Cimabue,
gran pintor toscano.
Juan de M ontecorvino es nombrado arzobispo de Cambaluc,
China.
•Piúmera carta geográfica de fecha precisa, dibujada en Genova
por Petrus Vesconte.
Perfeccionamiento técnico de las cartas marinas venecianas.
M isión deí franciscano Oderico de Pordenone hacia Persia, la
India y el Asia oriental.
El italiano Petrus Vesconte diseña un mapamundi, compendio
de los conocimientos geográficos de su época. — Reina el terror
en Delhi (In d ia): M alik Cusrú es asesinado.
M uere D ante Alighieri en Ravena: difusión de La Divina
Comedia.
El italiano Angellino Dalorto diseña portulanos o cartas geográ­
ficas para la navegación.
La Inquisición de Florencia condena a la hoguera al filósofo
Cecco d’Ascoli, acusado de defender la teoría de los antípodas
terrestres.
Oderico de Pordenone, primer europeo que viajó por el Tíbet,
regresa a Europa.
El franciscano español Pascual de V itoria atraviesa la Rusia
meridional y llega a T chagatai, junto a la actual Kuldja, fron­
tera chinosiberiana al norte del Sinkiang.
Coronación solemne de Petrarca, «poeta nacional», en el C a­
pitolio de Roma.
404 • Indice cronológico
1342.
1346.
1347.
1351.
1352.
1353.
1354.
1355.
1364.
1368.
1374.
1375.
1381.
1384.
1387.
1398.
1400.
1402.
1410.
1412.
1414.
1415.
1419.
1420.
1422.
El franciscano Juan de M arignola, enviado de la Santa Sede,
llega a Pekín.
El navegante mallorquín Jaime Ferrer llega a Río de Oro, ac­
tual Sáhara español.
' Creación del Consulado del M ar, en Barcelona, con carácter
independiente.
M apamundi del A tlas marítimo de los Médicis.
El viajero árabe Ibn-Batuta llega en una embajada a Tombuctú, Sáhara.
Rienzi, senador de Roma.
V iajeros mallorquines llegan a Rusia y a China. •— Rienzi es
asesinado en Roma.
Rebelión de Chu Yuan Chang y toma de Nanking.
Exploraciones de los navegantes franceses de Dieppe en el
Atlántico.
Nuevas exploraciones de los marinos de Dieppe en el litoral
occidental africano. .—• Comienzos de la dinastía Ming en China.
Muere el poeta Francisco Petrarca.
M uerte de Boccaccio, narrador y humanista italiano.
C arta
catalana de la Biblioteca N acional de París: se representa el
mundo en forma redondeada.
Propagación de las doctrinas reformistas de W iclef en Inglate­
rra.
Insurrección campesina d e 'W a t T yler: asedio de Londres.
M uerte del reformador inglés W iclef. — Juan Fernández de Heredia traduce al castellano la obra histórica de Plutarco y el
Libro de Marco Polo.
Juan I ocupa el trono de A ragón y Cataluña: renacimiento de
la literatura y de las artes. — Term ina la construcción del Campanile de Florencia.
Juan Hus adopta en Bohemia las doctrinas de W iclef.
Perfeccionamiento de las armas de fuego: aplicación de la
mecha a las mismas.
Desarrollo progresivo de la industria
del hierro. Obtención del hierro colado.
El marino normando Béthencourt descubre y toma posesión de
las islas Canarias en nombre de Castilla.
M uere M artín I de Aragón, protector del renacimiento huma­
nista.
Publicación de la Imago M undi de Pierre d’Ailly.
Las naves portuguesas llegan al cabo Nun, en la costa afri­
cana. ■
— Predicaciones de Juan Hus en Bohemia, en sentido
reformista.
Concilio de Constanza: Juan Hus es condenado a la hoguera
como hereje.
Conquista de Ceuta por los portugueses.
Los rebeldes husitas dominan la cuenca del Alto Elba. — Los
portugueses avistan la isla de M adera. ■
— Misioneros musul­
manes en la isla de Java.
Disturbios husitas en P raga: triunfo de éstos en Deutsch-Brod.
Felipe M aría Visconti, duque de M ilán, ocupa Brescia y Génova.
Indice cronológico • 405
1423,
1426.
1427.
1428.
1429.
1431 .
1433.
1434.
1435.
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1450.
1453.
1455.
1456.
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1458.
1459.
Francisco Fosear!, dux de Venecia. — La familia francesa de
Anjou interviene en la política de Nápoles.
V ictoria de los husitas en Aussig.
Fundación de la universi­
dad de Lovaina.
M uere el pintor flamenco H uberto van Eyck.
El hum anista Filelfo desarrolla sus actividades en Florencia.
D errota dfel duque de M ilán: tratado de paz con los florentinos
y los venecianos.
Predicación de una cruzada contra los herejes husitas de Bo­
hemia.
Los portugueses exploran el archipiélago de las Azores.
T riun­
fo husita en la batalla de Taus.
Se otorgan concesiones a los rebeldes husitas.
Los portugueses en cabo Bojador.
Batalla naval de Ponza: los genoveses hacen prisionero a Alfon­
so V de Aragón. --- Term inan las obras de la catedral de Flo­
rencia.
Los portugueses son derrotados en una expedición a Tánger. —M apamundi de Andrea Bianco.
M uere don D uarte, rey de Portugal: le sucede Alfonso V el
Africano.
El catalán Gabriel de V alseca diseña importantes portulanos
o m apas náuticos.
Juan Guttenberg inventa la imprenta en M aguncia. — Los ve­
necianos ocupan Ravena. — Fundación de la univesidad de
Eton, en Inglaterra.
Los portugueses llegan al litoral africano de cabo Blanco. —
M uere el pintor Jan van Eyck.
Alfonso V de A ragón entra triunfalmente en Nápoles.
Las naves portuguesas llegan a Cabo V erde y exploran la costa
del Senegal.
Los portugueses llegan a Sierra Leona. .— El explorador genovés M alfante recorre M arruecos hasta el oasis del Tuat. —
M uere Felipe M aría Visconti: se proclama en Milán la Re­
pública Ambrosiana.
Francisco Sforza es proclamado duque de Milán. — C arta ca­
talana de la Biblioteca Este de M ódena: aparece la «Isla del
M undo» completamente circular. — Finiguerra inventa el gra­
bado en cobre.
Caída de Constantinopla en poder de los turcos.
M uere Nicolás V , papa renacentista.
Prosiguen las exploraciones portuguesas en la costa occidental
africana.
M uerte del humanista Lorenzo Valla.
Los portugueses en M arruecos: ocupación de Alcazarquivir. —
Se implanta la enseñanza del griego en la universidad de París.
M apam undi de fray M auro, una de las cartas geográficas ma­
yores en su género. — M uerte del humanista Poggio Bracciolini, arqueólogo y epigrafista,
406 ® Indice cronológico
1460.
1462.
1464.
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1488.
1491.
Muere el infante portugués Enrique el N avegante.
El portugués Pedro de Cintra explora el golfo de Guinea.
M uerte de Cosme de Médicis en Florencia. — Introducción de
la imprenta en Italia. — Luis X I organiza en Francia un servicio
de correos para uso oficial.
M uerte del papa Pío II (Eneas S ilvio), renacentista y protec­
tor de humanistas.
M uerte de Francisco Sforza, duque de Milán: le sucede Galeazzo M aría. —• M uere el escultor Donatello.
Primeros mapas impresos, con plancha de madera,
Muere Juan Guttenberg.
Introducción de la imprenta en Francia.
Nueva expedición portuguesa al norte de Africa.
Las naves portuguesas llegan a Fernando Poo y cruzan la línea
ecuatorial. — El explorador ruso Atanasio N ikitin termina sus
viajes a la India, A rabia y Persia. — M uerte del cardenal Bessarion, humanista y diplomático. —- Investigaciones astronómi­
cas de Regiomontano de Franconia en el observatorio de N uremberg. — M uere Juan Bautista Alberti, genio enciclopédico
italiano.
Establecimiento en España de las primeras imprentas, en Z a ra ­
goza y Valencia.
Isabel, reina de Castilla. .— Alianza entre Florencia, Venecia
y Milán.
Primera tipografía con caracteres hebraicos.
Cristóbal Colón en Portugal. •— Asesinato de Galeazzo M aría,
duque de Milán. — Ensayos de tipografía de notas musicales
impresas. .— Primera impresión con caracteres griegos, en Milán.
Conspiración de los Pazzi contra los Médicis. — Los musulma­
nes en Modjopahit, isla de Java.
Fernando el Católico, rey de Aragón. —■M apa de Toscanelli:
cartografía utilizada por Cristóbal Colón.
Comienza la construcción de la Capilla Sixtina, por inspira­
ción del papa Sixto IV. — Invención de las esclusas para el
desnivel de los canales.
Establecimiento de la Inquisición en el reino de Castilla.
M uere el pintor flamenco Hugo van der Goes.
Predicaciones reformistas de Savonarola en Florencia.
Leo­
nardo de Vinci pinta La Virgen de las Rocas.
La Inquisición en el reino aragonés: es mal recibida por la
población. —• Progresos de las matemáticas en Francia y en
Italia.
El portugués Bartolomé Díaz llega al cabo de las Tormentas. <—
Entrevista de Colón con los Reyes Católicos.
El portugués Pedro de Covilham emprende un viaje a Etiopía.
Miguel Angel en el taller de Ghirlandajo.
Reanudación de las negociaciones entre Colón y los Reyes
Católicos.
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■1492.
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1500.
1501.
1502.
Tom a de G ranada por los Reyes Católicos.
Los judíos son
expulsados de España. — N ebrija publica la primera gramática
castellana. .— Cristóbal Colón descubre América. — M uere en
Florencia el gran mecenas Lorenzo de Médicis, el Magnífico.
Regreso de Colón a España: divulgación de sus descubrimien­
tos. .— Bula del papa Alejandro V I confirmando a los Reyes
Católicos en la posesión de los países descubiertos. — Segundo
viaje de Colón a América.
Colón sigue explorando las Antillas: descubrimiento de Jamai­
ca. ■
—■Firma del tratado de Tordesillas: portugueses y espa­
ñoles se reparten el nuevo mundo descubierto. — Expedición de
Carlos V III de Francia a la península italiana: entrada triunfal
en Nápoles. -—■M uerte del pintor Hans Memling.
Carlos V III abandona Italia y regresa a Francia.
Muere
Juan II de Portugal: le sucede Manuel el Afortunado.
Cisneros inicia una reforma eclesiástica en Castilla.
Inven­
ción del grabado al aguafuerte.
V asco de Gama emprende su primera expedición y dobla el
cabo de Buena Esperanza. .— Juan Cabot atraviesa el Atlántico
y descubre Terranova. — Los españoles conquistan Melilla. ■
Miguel Angel termina su obra escultórica La Pietá.
Tercer viaje de Colón: descubrimiento de ' la América meri­
dional. .— Vasco de Gama llega a la India.
Juan y Sebastián
Cabot descubren la península del Labrador. .— Savonarola es
condenado a muerte en Florencia. <— M aquiavelo, secretario de
la República florentina.
M uerte de Carlos V III de Francia:
le sucede Luis X II.
Exploraciones de Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa y Américo
Vespucio en Venezuela.
Francisco de Bobadilla, gobernador
de la Isla Española (actual Santo D om ingo). — Los milaneses
se sublevan contra Ludovico el Moro. —■Expedición de Luis XII
a Italia y rendición de Milán. — Cisneros, misionero en G rana­
da: disturbios en la población. —• Se publica La Celestina en
Burgos. •—■M uere M arsilio Ficino, humanista y filósofo pla­
tónico.
N ace Carlos V en Gante. ■
— Vicente Yáñez Pinzón navega
frente a las costas del Brasil: tres meses después las descubre
casualmente el portugués Alvarez Cabral. — Rebelión de los
moriscos granadinos. .— M apamundi del cartógrafo Juan de la
Cosa: primera representación auténtica del litoral americano. .—■
Fundación de la universidad de Valencia. —• Construcción de
los primeros relojes de bolsillo.
Nicolás de Ovando, gobernador de La Española. — Luis XII
de Francia en Nápoles. — Erasm o de Rotterdam publica el
Elogio de la locura.
Colón emprende su cuarto y último viaje a América, con cua­
tro naves: sigue el litoral de H onduras hasta el istmo de P a­
namá. — Moctezuma II, emperador de los aztecas. — El cosrnó-
408 • Indice cronológico
1503.
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1510.
grafo Cantino de M ódena diseña un mapa para el duque de
Ferrara, donde la América meridional es llamada «Tierra de
los papagayos», nombre que le adjudicó Alvarez Cabral. •—
Juan de la Cosa en Venezuela, Colombia y Panamá. — Llega
Francisco Pizarro a tierras americanas acompañando al gober­
nador Ovando.
Se decreta la expulsión de los moros españoles
no conversos,
Leonardo de Vinci estudia la hidrografía de
los mares N egro y Caspio y pinta La Gioconda.
Primeras ordenanzas para el régimen de la Casa de C ontrata­
ción de Sevilla. .— M uere el papa Alejandro V I Borgia: le su­
cede Julio II.
Triunfos del G ran Capitán en las batallas de
Ceriñola y Garellano: conquista del reino de Nápoles. ■
— Miguel
Angel termina su escultura David.
Muere Isabel la Católica en M edina del Campo. —-Hernán
Cortés se embarca rumbo a las Antillas. .—■Acuerdos hispano­
franceses acerca de la cuestión de las posesiones italianas: N á ­
poles en poder de Fernando el Católico. — T ratado de Blois
entre Luis X II y M aximiliano de Austria. •— Discordias entre
Leonardo de Vinci y Miguel Angel.
Conquistas portuguesas en la India: Calicut. Cananor, etc. —
Cam pañas españolas en el litoral norteafricano,
M uere Cristóbal Colón en Valladolid. — Victorias de los por­
tugueses en la India. — Fernando el Católico contrae segundo
matrimonio con Germana de Foix. — M uere Felipe I el H er­
moso en Burgos, —- Estados Generales franceses en Hours. ■
—
M uerte del pintor italiano M antegna.
Regencia de Cisneros y de Fernando el Católico, — El portu­
gués Alburquerque logra varias victorias navales en los mares de
A rabia y Persia. — Plan de construcción de la Basílica V a ti­
cana por el arquitecto Bramante. — M uerte de César Borgia. —
M artín W altzem üller publica una Cosmographiae Introductio
en cuyo mapamundi se aplica el nombre de América, por vez
primera, a los territorios allí descubiertos.
Bula del papa Julio II otorgando a los monarcas españoles el
patronato de la Iglesia de Indias. —■Cisneros funda la univer­
sidad de Alcalá de Henares. — Prosiguen las victorias de los
portugueses en la India.
M artín Lutero, catedrático de teo­
logía en la universidad de W ittem berg.
Rafael Sanzio en
Roma, protegido por Julio II. — Miguel Angel pinta en la Capi­
lla Sixtina. — Liga de Cam brai: Julio II, Fernando el Católico,
Luis X II de Francia y Maximiliano I contra la república de
Venecia.
Los portugueses descubren la peninsula de M alaca. — Cisneros
conquista a los moros la plaza de O rán.
Enrique V III, rey
de Inglaterra.
Alburquerque conquista Goa, en la India. — Los portugueses
descubren las Islas de las Especias (archipiélago de la Sonda). —
Llegan los dominicos a La Española (Santo D om ingo). — Mué-
Indice cronológico ® 409
1511.
1513.
1513.
1514.
1515.
1516.
1517.
re el cartógrafo Juan de la Cosa en una emboscada de los
indígenas colombianos. ■
— N uevas campañas navales españolas
desde O rán hasta Trípoli.
Conversión forzosa de los mudéjares de G ranada. .— El papa Julio II confiere la investidura del
reino de Nápoles a Fernando el Católico.
M uerte del pintor
Sandro Botticelli. — M artin Lutero en Roma.
Ensayos de una primera Audiencia indiana en La Española. —■
Alburquerque conquista M alaca. —■Los portugueses descubren
el mar de la China meridional y las islas M olucas. —' Alianza
entre Julio II, Fernando el Católico y Venecia contra los fran­
ceses. — M uere el pintor italiano Giorgione.
Ponce de León descubre la península de Florida.
El papa
Julio II promueve la celebración del quinto concilio de Letrán,
para contrarrestar las actividades de algunos cardenales reu­
nidos en Pisa. ■
—■Censura de libros por parte de la Santa Sede.
Las tropas de Fernando el Católico ocupan N avarra.
Triunfo
francés en Ravena. — El Renacimiento en la arquitectura espa­
ñola: sala capitular de la catedral de Toledo (estilo C jsneros). —
La Junta de teólogos de Burgos, primer intento de protección
legal a los indígenas americanos.
V asco Núñez de Balboa atraviesa el istmo panameño y descu­
bre el «mar del sur» o océano Pacifico. —■M aquiavelo escribe
su obra más importante, E l Príncipe, — M uere Julio II: le su­
cede León X, de la familia de los Médicis. —- D errota francesa
en la batalla de Guinegate o «de las espuelas».
Los portugueses dominan la entrada del golfo Pérsico. — Redac­
ción de la Biblia Políglota Complutense, dirigida por Cisneros. —•
M uerte del arquitecto Bramante: le sustituye Rafael Sanzio en
la construcción de la basílica del Vaticano..—T ratado de Orleans,
entre Luis X II, M aximiliano de A ustria y Fernando el Católico.
M uere Luis X II de Francia: le sucede Francisco I.
W olsey,
cardenal y canciller de Inglaterra. — M uere Gonzalo Fernández
de Córdoba, el G ran Capitán. —- Francisco I en Italia: batalla
de M ariñán.
Los otomanos derrotan a los mamelucos egip­
cios y conquistan Siria.
M uerte de Aldo M anucio de Venecia,
impresor y editor renacentista.
M uerte de Fernando el Católico. ■
—■Desastre de la expedición
de Juan Díaz de Solís en el río de la Plata.
Leonardo de
Vinci en Francia, protegido por Francisco I. ^ Rafael termina
el decorado de las Logias del V aticano. — Erasm o publica la
primera versión griega del N uevo Testamento.
M uerte del
pintor flamenco Jerónimo Bosch. — Correos de ruta regular
Viena-Bruselas. — Se inicia la industria azucarera en las An­
tillas.
M uerte del cardenal Cisneros: se inicia el gobierno de Carlos V
en España. — V asco N úñez de Balboa es condenado a muerte
y ejecutado. .— Prim era expedición al
Yucatán.
Losportu­
gueses en Ceilán. — M ercaderes europeos en el sur de China:
410 ® Indice cronológico
los portugueses en Cantón.
Cae la ciudad del Cairo en poder
de los turcos: Egipto bajo dominio otomano. —■M artín Lutero
publica sus tesis reformistas en la catedral de W ittem berg.
1518. Grijalba descubre y explora las costas del golfo de Méjico. .—
M agallanes proyecta una expedición para descubrir el paso al
«mar del sur»,
Se autoriza la importación de esclavos negros
en América. — Lutero ante el cardenal legado pontificio en
Augsburgo: inquietud religiosa en Alemania. — Zuinglio ataca
en Zurich la venta escandalosa de indulgencias. — Las doc­
trinas luteranas se propagan en las ciudades alemanas. —- Rafael
Sanzio en las excavaciones arqueológicas de Roma.
1519. M uerte de M aximiliano I: es elegido Carlos V emperador de
Alemania. —• H ernán Cortés empieza la conquista de Méjico.
Preparativos de la expedición de M agallanes a la América del
Sur. — Pineda sigue las costas desde Florida al río Pánuco y
diseña el primer mapa del golfo de Méjico, ^ Fundación de la
ciudad de Panamá. .— Los portugueses en las costas de Birma­
nia. — M atanzas políticas en Suecia: «baño de sangre» de
Estocolmo. — M uerte de Leonardo de Vinci en Cloux-Amboise. — Rafael Sanzio termina su obra La Transfiguración.
1520. Rebelión de las Comunidades de Castilla. ^ H ernán Cortés aban­
dona Méjico durante la «noche triste», pero derrota a los aztecas
en Otumba. .— Juan de Esquivel inicia la colonización de Ja­
maica. — M agallanes descubre el estrecho de su nombre y
navega por el Pacifico. .— Lutero es excomulgado y rompe de­
finitivamente con la Iglesia. —- M uere el pintor Rafael Sanzio.
1521. D errota y ejecución de los jefes comuneros de Castilla en la
batalla de Villalar.
Revolución de las Germanias de V alen­
cia. — Hernán Cortés asedia y conquista definitivamente la ca­
pital mejicana. ^ M uerte de M agallanes en la isla de M actán,
océano Pacífico. —• Dieta de W orm s: Lutero es condenado y
se retira al castillo de W artburg.
Enrique V III de Inglaterra
manifiesta su oposición a la doctrina luterana.
Prim era guerra
entre Francisco I y Carlos V : los franceses invaden N avarra y
son derrotados.
Ocupación de M ilán por las tropas de C ar­
los V. — M uere el papa León X. —- M uerte del rey portugués
Manuel el Afortunado: le sucede Juan III.
1522. Primera vuelta al mundo: llega Juan Sebastián Elcano con la
nave Victoria a Sanlúcar de Barrameda. —■Pascual de Andagoya explora el norte del Perú. — La isla de Rodas capitula
ante la ofensiva turca. .—■Una cédula real española dispone
que ningún recién converso moro o hebreo, ni sus hijos, pasen
a las Indias. — Adriano V I, elegido papa.
1523. Creación de los Consejos de Estado y Hacienda en Castilla.
Cédula real prohibiendo las encomiendas y declarando a los
indígenas americanos libres y no sujetos. — Creación de las
primeras escuelas para indígenas americanos.
M uere el papa
Indice cronológico • 411
Adriano V I 4. le sucede Clemente V il.
M uerte del hum anista
alemán Ulrico de Hutten.
1524. Creación definitiva del Consejo de Indias. • V errazano explo­
ra las costas americanas del norte desde Florida a la actual
había de N ueva York. —■Pizarro y Almagro proyectan una
expedición al Perú. — Misiones franciscanas en Méjico. <—M uerte de V asco de Gama.
Comienza la «guerra de los cam­
pesinos» en Alemania. .—■Fundación de la O rden de los teatinos. •— El almirante genovés Andrea Doria vence al pirata Dragut. •— M uere en combate el caballero francés Bayardo.
1525. Rodrigo de Bastidas recorre la región de Santa M arta en N ue­
va G ranada, actual Colombia. — Batalla de Pavía: derrota y
prisión de Francisco I de Francia.
Juan III de Portugal con­
trae matrimonio con Catalina, hermana de Carlos V. ■
— Alberto
de Brandeburgo adopta el luteranismo y funda el ducado de
Prusia. .—• Baber se apodera de Delhi y funda el imperio del
G ran M ogol en la India. — Se inicia la fachada plateresca de la
universidad de Salamanca.
M uerte de Alberto Durero.
1526. Creación definitiva de la Audiencia de Santo Domingo. -— Se
dispone que las naves españolas dedicadas al tráfico americano
se provean de armamento suficiente para rechazar a los corsa­
rios. '— Los portugueses navegan frente a N ueva Guinea. .—
Los dominicos en Méjico. —- T ratado de M adrid entre Carlos V
y Francisco I. /— M atrimonio de Carlos V con Isabel de P or­
tugal. .—■Dieta de Spira. •—■Introducción de las doctrinas lute­
ranas en Dinamarca. — El papa Clemente V II organiza la
llamada Liga Clementina, dirigida contra Carlos V. •— Los
turcos conquistan el territorio húngaro. •—■Batalla de Panipat:
se emplean por vez primera en la India los cañones de campa­
ña.
Introducción definitiva de la métrica italiana en España.
1527. Las tropas de Carlos V saquean Roma: fuga del papa Cle­
mente V il.
Nacimiento de Felipe II. — Conferencia de teó­
logos en Valladolid, de tendencia erasmista. ■
— Creación de la
Audiencia de Méjico. •—■M uere Nicolás M aquiavelo.
1528. Atribuciones del consejo de Indias, definidas por Real Cédu­
la. - Llega a V eracruz el primer obispo de Méjico, fray Juan
de iZumárraga. — H ernán Cortés regresa a España.
Pizarro
y Almagro inician la conquista del Perú.
Enrique V III de
Inglaterra plantea la cuestión del divorcio con Catalina de
Aragón.
1529. Paz de Cam brai o «de las Damas», entre Francisco I y C ar­
los V.
Se resuelven las diferencias hispano-portuguesas por la
cuestión de las islas M olucas en el tratado 'de Z aragoza: los
portugueses quedan dueños del archipiélago. .— Dieta de S p ira :
los reformadores religiosos reciben el nombre de «protestantes».^G uerra religiosa en Suiza. .—■Los turcos amenazan Viena.
1530. Conferencia de Bolonia entre Carlos V y Clemente V II: el papa
corona al emperador.
M elanchton redacta la Confesión de
412 ® Indice cronológico
Augsburgo. — Juan III de Portugal decide colonizar el Brasil. —Carlos V cede a los caballeros de Rodas la isla de M alta y 1a
fortaleza de Trípoli. — Los Médicis vuelven a Florencia: Miguel
Angel sigue trabajando en su mausoleo.
1531 . Liga de Smalkalda entre los príncipes alemanes. <— Batalla de
Cappel: derrota y muerte de Zuinglio, jefe reformista suizo. —El papa Clemente V II se opone al divorcio de Enrique V III
y C atalina de Aragón.
El almirante Andrea Doria ataca las
bases de los piratas argelinos. — Pizarro avanza en tierras del
Perú. —• Se establece en Méjico el cargo gubernamental de
corregidor de indios. — Fundación del Colegio de Francia:
se incrementan los estudios de hebreo, griego, latín, medicina,
matemáticas y filosofía.
1532 . Francisco Pizarro captura al emperador inca A tahualpa y se
adueña del Perú. — Las tropas turcas ocupan La Meca.
Rabelais publica la primera parte del Gargarxtúa. <— El pintor vene­
ciano Ticiano, protegido de Carlos V, retrata al emperador,
Constitución Carolina en Alemania: es reprobada la tortura
como procedimiento indagatorio.
1533. Disensiones entre Pizarro y Alm agro en el Perú. — Misiones
de agustinos en Méjico. — Enrique V III se declara jefe de la
Iglesia de Inglaterra. .— El veneciano Gualterus funda el más
antiguo jardín botánico, en terrenos cedidos por la república
de Venecia.
1534. M uere el papa Clemente V II: advenimiento de Paulo III. —El pirata Barbarroja se apodera de Túnez, a traición. <— Los
turcos ocupan Bagdad y el Yemen.
1535 . Exploraciones españolas en California. — Creación del virrei­
nato de N ueva E spaña (Méjico). — Creación de la Audiencia
de Panamá. — Almagro intenta tomar posesión de los territorios
del Alto Perú (Bolivia) y norte del actual Chile. ^ Carlos V
dispone la creación de Casas de la M oneda en Méjico y Perú. ■
El explorador C artier descubre y explora el Canadá. ■
— Carlos V
conquista Túnez.
Negociaciones de Francisco I con los tur­
cos.
Acta de Supremacía en Inglaterra: el rey Enrique V III
rompe definitivamente con Roma. — Ejecución del canciller T o ­
más M oro. — G uerra de los anabaptistas en W estfalia. — Biblia
de Coverdale, la primera impresa en Inglaterra. — Instalación
de las tapicerías francesas de Fontainebleau. —• Miguel Angel
trabaja en el Juicio Final de la Capilla Sixtina.
1536. Primera fundación de Buenos Aires: Pedro de M endoza en el
río de la Plata; colonización e introducción de la ganadería ca­
ballar y bovina.
Se establece la imprenta en Veracruz, M é­
jico.
Creación del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para
hijos de caciques aztecas. .—- Sublevación de los peruanos de
M anco Inca contra los conquistadores españoles. ■
— E xplora­
ción de los ríos de la Plata, P araná y Paraguay. — T ercera
guerra entre Francisco I y el emperador: Carlos V invade
Indice cronológico • 413
Provenza.
M uere Garcilaso de la V ega.
M uerte de C a­
talina de A ragón y de A na Bolena: Enrique V III contrae nuevo
matrimonio.
La D ieta de Copenhague adopta el luteranismo
en Dinamarca.
M uere Erasm o de Rotterdam en Basilea. <—
Calvino publica en Basilea la Chvistiartae Religionis Instituíio.
1537 . Q uesada funda Santa Fe de Bogotá. .— Almagro regresa al
Perú y se apodera de la ciudad de Cuzco.
Corsarios france­
ses, en las costas de Cuba.
T regua de Niza entre Francisco I
y Carlos V.
1538. Francisco Pizarro derrota a Almagro y le hace ejecutar. —^ C rea­
ción de la Audiencia de Panamá. •— El pirata Barbarroja opera
en el mar Jónico. ^ Calvino es expulsado de Ginebra: traduce
la Biblia al francés. — Cortes de Toledo: establecimiento del
impuesto llamado de la «sisa», rebajando las medidas de los gé­
neros comestibles.
1539. H ernando de Soto explora las tierras del golfo de Méjico.
M uere la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V. — Rebelión en
Gante. — Supresión de monasterios en Inglaterra, «Bill de los
Seis Artículos» y autocracia religiosa de Enrique V III. — A pro­
bación pontificia de la institución de los jesuitas o Compañía
de Jesús, por el papa Paulo III. <— Boscán traduce El cortesano,
de B altasar de Castiglione.
M uere Fernando Colón, hijo de
Cristóbal, legando la Biblioteca Colombina al cabildo de la cate­
dral de Sevilla.
1540. Carlos V domina la rebelión de Gante. — V aldivia se dirige des­
de Cuzco al norte de Atacames, Chile. ■
— Enrique V III se casa
con Ana de Cléves y se divorcia de ella al poco tiempo. —
Francisco I de Francia, protector del artista Benvenuto Cellini. — M ueren los humanistas Guillermo Budé, francés, y Luis
Vives, español. ■
—■F ray Bartolomé de las Casas escribe su obra
Destrucción de las Indias.
1541. Asesinato de Francisco Pizarro. — M uere Pedro de Alvarado,
conquistador de Guatemala. —- Pedro de V aldivia funda la ciu­
dad de Santiago de Chile y designa al país con el nombre de
N ueva Extrem adura. —• Carlos V fracasa en su expedición con­
tra Argel. —- Dieta de Ratisbona. — Calvino implanta en Gine­
bra unas rigurosas Ordenaciones eclesiásticas, regla del calvi­
nismo.
O bra cartográfica de M ercator en que, por vez pri­
mera, se aplica el nombre general de América a las dos partes
del continente.
1542. O rellana descubre el Amazonas. — Publicación de las nuevas
Leyes de Indias.
Creación de la Audiencia de Lima. — López
de Villalobos explora el océano Pacífico y avista el archipiélago
de las Filipinas. — Llegan navegantes portugueses al Japón por
vez primera.
San Francisco Javier, en ■Goa. — Francisco I
declara la guerra a Carlos V. ^ Se establece la Inquisición en
Roma. — Preparativos para la celebración de un concilio ecu-
414 • Indice cronológico
1543.
1544.
1545.
1546.
1547.
1548.
1549.
1550.
ménico. — M uerte de Copérnico, sabio astrónomo polaco. — H or­
das tártaras invaden China y amenazan Pekín.
Carlos V asocia al gobierno a su hijo Felipe. —■Creación del
virreinato del Perú y de la Audiencia de Guatemala. — H er­
nando de Soto descubre el Mississipí y muere a orillas de este
mismo río. -— Descubrimientos de las minas americanas del cerro
de Potosí. ■
—- Establecimiento de la «flota anual» de España a
América. — Publicación de las teorías astronómicas de Copér­
nico De revolutionibus ocbium celestium.
John Krfox, refor­
mador de la Iglesia escocesa.
Vesalio publica el primer tra ­
tado de anatomía humana. .— Prim era aplicación del vapor como
fuerza motriz, por Blasco de G aray. —- Publicación de las obras
de Boscán y Garcilaso de la V ega.
M uere el pintor Hans
Holbein.
Paz de Crespy entre Carlos V y Francisco I. •— Creación de la
soberbia escultura el Moisés, de Miguel Ángel, en el mausoleo
de Julio II. — M uerte del poeta francés Clemente Marot.
Se inician las sesiones del Concilio de Trento. — Ambrosio Paré,
creador de la cirugía moderna, publica una obra de su especiali­
dad. —- Apasionadas polémicas acerca de las encomiendas de
Indias, con intervención de fray Bartolomé de las Casas, obispo
de Chiapas. — Fundación del Archivo de Simancas.
Muere M artín Lutero en Eisleben. — La confederación protes­
tante de Sm alkalda es vencida por Carlos V. — El español
Miguel Servet publica su Christianismi vestitutto en oposición
a Calvino. — Primer índice general expurgatorio de libros en
España.
Los encomenderos americanos logran la revocación
de las leyes que prohibían las encomiendas.
Carlos V vence a los protestantes en M ühlberg. -— Se establece
la Inquisición en Méjico. ■
— M uerte de H ernán Cortés.
Ticiano pinta el retrato ecuestre del emperador en Mühlberg. — M ue­
re Enrique V III de Inglaterra: le sucede Eduardo V I.
M uerte
de Francisco I de Francia: le sucede su hijo Enrique II. .—• El
Concilio de T rento traslada sus sesiones a Bolonia. .— Conjura­
ción de los Fieschi, en Génova. — Iván IV el Terrible, zar
de Rusia.
Proclamación del Intevim de Augsburgo, por disposición de
Carlos V.
M atrimonio del delfín Francisco (II) de Francia
con M aría Estuardo, reina de Escocia. — Rebelión de Gonzalo
Pizarro en el Perú: es vencido por Valdivia. .— Creación de las
Audiencias de Santa Fe de Bogotá y G uadalajara (Méjico).
M uerte de Paulo III. ■
—■M uere M argarita de N avarra, hermana
de Francisco I. .— El geógrafo Herberstein publica en Viena la
primera representación cartográfica de Rusia.
Julio III, papa. —■ Paz entre In g la terra 'y Francia: el puerto de
Boulogne es devuelto a los franceses. —.Enrique II de Francia
inicia negociaciones con los principes alemanes adversos a C ar­
los V.
Indice cronológico @ 415
Fundación de las universidades de Méjico y Lima. —■A Antonio
de M endoza, primer virrey de Méjico, le sucede Luis de V elasco. • M isioneros agustinos, en el Perú.
Reanudación de
las sesiones del Concilio de Trento.
Evangelización de san
Francisco Javier en el Japón. —• El pirata D ragut conquista T rí­
poli. — Cónclave religioso en Rusia,
E nri­
1552. Enrique II de Francia declara la guerra a Carlos V .
que II invade Lorena e incorpora a su país los «tres obispados»
(Metz, Toul, V erdún). ■
— Carlos V sitia inútilmente la plaza
de Metz. •— T raición de M auricio de Sajonia contra el empera­
dor: Carlos V se retira a Innsbruck. — T ratado de Passau. —El Concilio de T rento suspende sus sesiones. •— Nuevos pro­
yectos de Miguel Ángel para la basílica de San Pedro: construc­
ción de la cúpula central.
V aldivia funda la ciudad de su
mismo nombre en Chile.
Francisco López de Gom ara publica
la Historia general de las Indias. — E n las minas de Pachuca
(Méjico) se inicia el procedimiento de amalgamación por vez
primera en la explotación de minerales.
1553 . M aría Tudor, reina de Inglaterra. — Las naves inglesas explo­
ran la ruta del Ártico y llegan al m ar de Kara, en Rusia. — Su­
blevación de indígenas araucanos en Chile. ^ M uerte de M auri­
cio de Sajonia, jefe de los protestantes alemanes. —^ Calvino
condena a la hoguera en Ginebra a Miguel Servet, médico y
teólogo español. — Introducción de la imprenta en Rusia.
1554. M atrimonio de M aría T udor con Felipe, hijo de Carlos V. —
Enajenación de Juana Grey, en Inglaterra.
D errota, suplicio
y muerte de V aldivia en C hile.
Publicación del Lazarillo de
Tormes en Burgos, Alcalá y Amberes.
índice expurgatorio
del inquisidor Valdés, en España. — Benvenuto Cellini termina
su mejor escultura, el Perseo.
1555. Paz de Augsburgo en Alemania. ^ Carlos V abdica en su hijo
Felipe II los estados de Países Bajos y Nápoles, en Bruselas. M uere el papa Julio III y es elegido Paulo IV. — Creación del
Consejo de Italia, para la administración de los dominios espa­
ñoles en territorio italiano.
1556. Felipe II hereda de su padre los reinos españoles, América y
demás posesiones; el imperio alemán pasa a Fernando I, her­
mano de Carlos V. ■
— T regu a de Vaucelles entre España y
Francia. — E n Inglaterra es sentenciado Cranmer a la hoguera
y . es nombrado el cardenal Pole arzobispo de Canterbury. —
M uere san Ignacio de Loyola en Roma.
El emperador Akbar
inicia su dominación en A grá, India.
1557 . Carlos V se instala definitivamente en Yuste, Extrem adura. —
Batalla de San Quintín: victoria española contra los france­
ses. •— Es vencida la rebelión de los araucanos en Chile. ■Los
portugueses introducen la imprenta en Goa, India.
1558. M uere el em perador C arlos V en Y uste.
1551.
IW ® 1€ « A L F A B É T I C O
E n este índice hemos recogido solamente los
nombres propios de personas qúe se citan en la
obra.
A
Acontius, Jacobus, 320.
A driano V I, 136, 264.
Agrícola, Rudolf, 123.
Ailly, Pierre d ’, 155, 164.
Alberti, León Bautista, 12, 27, 69.
Alburquerque, Alfonso de, 181.
Alejandro V I, 51, 59, 173.
Alessi, Galeazzo, 112.
Alfonso I de Este, 65, 104.
Alfonso V, 26.
Almagro, Diego de, 221.
Almeida, Francisco de, 180.
Almeida, Lorenzo de, 181.
Alvarez Cabral, 178, 231.
Allegri, Antonio, 100.
Am inta, 68.
A na de Alengon, 145.
Ana de Bretaña, 247.
Angélico, Fra, 72, 73.
Aquino, Tom ás de, 42.
Araucana, La, 241.
Aretino, Pietro, 24.
A rgan, Giulio Cario, 87.
Ariosto, Ludovico, 54, 65.
Ashley, V/illiam , 323.
Atahualpa, 224, 229.
A ueníuras del gigante Pantagruel,
150.
Averroes, 149.
Ayolas, Juan de, 232.
B
Bárbara de Hohenzollern, 82.
Bassano, Jacopo, 107.
Bastidas, Rodrigo de, 235.
Bayaceto II, 344.
Beatriz de Este, 46.
Beaumont, conde de, 56.
Berdiaeff, 30.
Bérence, Fred, 30, 69.
Bernal Díaz, 209.
Benalcázar, Sebastián, 235.
Bellini, Giovanni, 85.
Bibbiena, cardenal, 81.
Bisceglia, Alfonso de, 53.
Bisticci, Vespasiano, 20, 33
Bobadilla, 172.
Bolena, Ana, 357.
Bolena, M aría, 357.
Bolonia, Juan de, 111.
Bonifacio V III, 49.
Bora, Catalina, 290.
Bordone, París, 102.
Borgia, César, 52, 54.
Borgia, Juan, 52.
Borgia, Lucrecia, 52, 104.
Borgia, Rodrigo, 51.
Boscán, Juan, 273.
Bosch, Jerónimo, 117.
Botticelli, Sandro, 75.
Bouts, Dirk, 116.
Braccíolini, Poggío, 21.
Brahe, Tycho, 402.
Bramante, Donato, 89.
Bravo, Juan, 261.
Brixen, cardenal, 279.
Bronzino, Angiolo, 109.
Brunelleschi, 69.
Budé, Guillermo, 143.
Bugenhagen, 295.
418 • Indice alfabético
Buonarroti, Ludovico, 93.
Buonarroti, Miguel Angel, 93.
Burén, Idelette von, 314.
Butti, Lucrezia, 73.
C
Calandria, La, 81.
Caliari, Paolo, 106.
Calixto III, 51.
Calvino, Juan, 311.
Cambio, Arnolfo di, 78.
Camoens, Luis de, 175, 183.
Campeggi, 360.
Capua, Fernando de, 85.
Carafa, Pietro, 376.
Cariani, 102.
Carlos de Borbón, 264.
Carlos de Lannoy, 265.
Carlos de Orleáns, 249.
Carlos V, 25, 97, 329.
Carlos I de España, 243, 258.
Carlos V I de Francia, 249.
Carlos V III, 46, 54, 249.
Carpaccio, Vittorio, 85.
Carvajal, P., 238.
Castellion, 316.
Catalina de Aragón, 252, 357.
Catalina de Médicis, 97.
Catalina de N avarra, 56.
Caupolicán, 240.
Cavalli, Marino, 248.
Celtis, Konrad, 123.
Cellini, Benvenuto, 110.
Cisneros, cardenal, 191.
Clarorum
virorum epistolae, 125.
Clemente
V II, 24, 97, 136, 264,
267.
Cléves, Ana de, 370, 371.
Colet, John, 130.
Colón, Cristóbal, 112, 163.
Colonna, Vittoria, 99, 107.
Colleone, 84.
Constantino el Grande, 26.
Constitución de Avila, 261.
Contarini, 376.
Copérnico, 400.
Correggio, 99.
Cortés, Hernán, 199, 207.
Cosa, Juan de la, 187, 234.
Cosme de Médicis, 14, 32, 69.
Cosme de Médicis el Joven, 110.
Coster, Laurent, 325.
Cranach el Viejo, Lucas, 118.
Cranmer, Tomás, 361.
Credi, Lorenzo di, 86.
Cristián II, 369.
Cristina de Dinamarca, 369.
Crivelli, Carlos, 84.
Cronrwell, Tomás, 362.
Croy, Guillermo de, 243.
Cuauhtemoc, 215,
CH
Chigi, Agostino, 93.
D
Darwin, 400.
David, Gerard, 116.
Del deleite, 26.
D e libero arbitrio, 137.
Deschamps, Eustache, 115.
Diaz, Bartolomé, 163.
Díaz de Solís, Juan, 231.
Diniz, 156.
Dolet, Etienne, 147, 148.
Donatello, 70.
Doria, Andrea, 112, 272.
Doumergue, 320.
Durero, Alberto, 82, 118, 132.
E
Eannes, Gil, 161.
Eck, Johann, 286.
Eduardo IV, 36.
Elcano, Juan Sebastián, 196.
Elegantiae latinae linguae, 26.
Eleonora de Francia, 107.
Elogio de la locura, 129, 132, 279.
Enrique el Navegante, 157.
Enrique V III, 139, 245, 251, 357.
Epistolae obscurorum virorum,
125.
Erasmo de Rotterdam, 128.
Indice alfabético @ 419
Er.ico de Pomerania, 162.
Eyck, Jan van, 113.
F
Farnesio, Alejandro, 106.
Fauchard, Pierre, 401.
Faure, Elie, 113.
Federico de Sajonia, 286.
Federmann, Nicolás, 235.
Felipe II de España, 344.
Felipe IV de Francia, 156.
Felipe de Hesse, 334.
Felipe de llsle-A dam , 347.
Felipe de M arburgo, 308.
Felipepi, Alessandro, 75.
Feltre, V ittorino da, 80.
Fernández de Córdoba, Gonzalo,
55.
Fernando de Habsburgo, 352.
Fernando el Católico, 56.
Fernando I de Nápoles, 46.
Ficino, Marsilio, 30, 33.
Filelfo, Francisco, 23.
Filiberto de Bruselas, 343.
Filiberto de Saboya, 247.
Fontana, Horacio, 111.
Fonte, Jacobo della, 72.
Forli, M elozzo da, 80.
Fouquet, Jean, 117.
Francesca, Piero della, 74, 80.
Franciabigio, 86.
Francisco Javier, 386.
Frobenius, Johann, 134.
Frundsberg, Georg von, 267.
Francisco I, 25, 107, 245, 258.
Függer, Antón, 253.
Függer, Bárbara, 256.
Függer, Jacobo, 256.
Fust, Juan, 326.
G
G aray, Juan de, 232.
García, Alejo, 232.
Garcilaso de la V ega, 274.
Germana de Foix, 380.
Geyer, Florián, 331.
Gheest, J. van der, 342.
Ghiberti, 69, 75.
Ghirlandajo, Domenico, 77, 82, 94.
Giocondo, Francisco del, 88.
Giorgione, 101, 102.
Giotto, 72.
Girón, Ana, 274.
Goes, H ugo van der, 116.
Goetz de Berlichingen, 331.
Gonzaga, Eleonora, 104.
Gonzaga, Federico, 105.
Gonzaga, Isabel, 80.
Gonzaga, Luis, 82.
Gozzoli, Benozzo, 74, 82.
Gregorovius, 52.
Grünewald, 118.
Guggisberg, 305.
Guttenberg, 325.
H
H aw ard, Catalina, 372.
Hesse, Felipe de, 296.
Holbein, H ans, 132.
Holbein el Joven, Hans, 139.
Huáscar, 224, 228.
H uayna Capac, 224.
Huis, Frans, 132.
Huizinga, 32.
Hutten, Ulrico de, 126.
Huyghe, René, 112.
Hythlodeo, Rafael, 140.
I
Ibrahím, 356.
I'rnago M undi, 155, 164.
Inocencio V III, 52.
lnstilutio Christianae Religionis,
312.
Isabel de Aragón, 46.
Isabel de Este, 81, 104.
Isabel de Portugal, 341.
Isembrant, Adrián, 116.
I
Jerusatén libertada. La, 67.
Juan de Albret, 56.
420 • Indice alfabético
Jtian de Castilla, 247.
Juan de las Bandas N egras, 25.
Juan de las Indias, 160.
Juan de la Cruz, 375.
Juan de Médicis, 12.
Juan II de Portugal, 162.,
Juan Federico de Sajonia, 338.
Juana de Francia, 55.
Julia Farnesio, 52.
Julián de Médicis, 37, 39, 97.
Julio II, 56, 95, 254.
K
Knox, John, 321.
L
Lambert, Francisco, 303.
Landino, Cristóbal, 39.
Lautaro, 241.
Lefévre d'Etaples, 279.
Lefévre, Jacques, 144.
Leonor de Toledo, 110.
León X, 61, 97, 263.
Leyde, Lucas de, 117.
Leyes de Indias, 241.
Libro del cortesano, 91.
Lippi, Filippo, 7, 73.
Livio, Tito, 62.
Lope de V ega, 81.
Lorenzo de Médicis, 35, 75, 94.
Lorenzo de Médicis, el Joven, 64.
Lotto, Lorenzo, 102.
Loyola, Ignacio de, 380.
Ludovico el Moro, 45.
Luis de Orleáns, 249.
Luis II, 348.
Luis XII, 58, 249.
Luisa de Saboya, 249, 264.
Luque, Hernando de, 221.
Lutero, M artin, 134, 279.
M
M agallanes, 190.
Mahomed II, 344.
M alatesta, Juan, 70.
M alatesta, Paolo, 70.
M alatesta, Segismundo, 16, 70.
M aldonado, Francisco, 262.
M antegna, Andrea, 81.
Manuel I, 174.
M aquiavelo, Nicolás, 60.
M arcos de Niza, fray, 233.
M argarita de Austria, 246.
M argarita de N avarra, 145, 146.
M argarita de Parma, 106.
M argarita de Saale, 296.
M aría de Borgoña, 116.
M aría de Hungría, 343.
M aría de Inglaterra, 107.
M arot, Clemente, 144.
M asaccio, 70, 72.
M auricio de Sajonia, 338.
M aximiliano I, 48.
Means, Philips A., 223.
Medinaceli, duques de, 165.
M edina-Sidonia, duques, 165.
M elanchton, Felipe, 136, 289.
Memling, Hans, 115.
Memorias, 21.
Mendoza, Diego de, 274.
M endoza, Pedro de, 232.
Menéndez Pidal, 244.
Miguel Angel, 90, 93, 385.
Moctezuma, 200, 206.
Moctezuma II, 206.
M olay, Jacques de, 156.
Molinet, Jean, 115.
M onna Lisa, 88.
M ontefeltro, Federico de, 80.
M ontefeltro, Guidobaldo de, 80.
M ontaigne, 105.
Montejo, Francisco, 216.
Moreeí, M aría, 115.
M oro, Tom ás, 130, 139', 361.
M orone, Giovanni, 376.
Moscoso, Luis de, 234.
M uley Hassan, 271.
Munzer, Thomas, 331.
M utianus Rufus, iKonrad, 124.
N
N arváez, Pánfilo de, 211, 213.
Nicolás V, 27, 80.
Indice alfabético • 421
Niccolini, Niccoló, 20, 32.
Nithard, M athis, 118.
Núñez Cabeza de V aca, Alvar,
233.
Núñez de Balboa, 188, 231.
Praga, Jerónimo de, 22.
Primaticio, 110.
Principe, II, 61, 62.
Prolongación de la vida, De la,
399.
Pulci, Luigi, 39.
O
Occam, Guillermo de, 280, 363.
Ojeda, Alonso de, 187, 235.
Orellana, 238.
Orlando furioso, 65.
Orsini, Clarisa, 45.
O s Lusiadas, 175, 183.
O vando, Nicolás de, 172.
Q
Q uarton, Enguerrand, 118.
Quentin M etsys, 132.
Quercia, Jacobo della, 71.
Quesada, Jiménez de, 235.
Quintiliano, 21.
R
P
Padilla, Juan de, 361.
Palma el Viejo, 102.
Palladlo, 111.
Paracelso, 397.
Parr, Catalina, 372.
Pasquagligo, 247.
Pastor, Ludwig, 378.
Paulo III, 98, 335, 370.
Paulo IV, 98.
Pedro de Médicis, 34.
Pérez, Juan, 166.
Perugino, Pie tro, 83.
Pfefferkorn, 125.
Piccolomini, Eneas Silvio, 28.
Pico de la M irandola, 39, 40.
Pigafetta, Antonio, 192.
Pinturicchio, 79.
Pinzón, M artín Alonso, 170.
Pío II, 29, 80.
Pío IV, 395.'
Pirckheimer, W ilibald, 120.
Pisano (Pisanello), Antonio, 73.
Pizarro, Francisco, 221.
Pizarro, Gonzalo, 237.
Pizarro, Hernando, 228.
Plauto, 82.
Poirier, Pierre, 106.
Poliziano, Angelo, 39.
Ponce de León, 232.
Portinari, Tomás, 34.
Portocarrero, Pedro de, 189.
Rabelais, Frangois, 149.
Rafael, 75, 78, 83, 90.
Ragazzoni, Jerónimo, 395.
Raimondi, 24.
Reinhard, Ana, 302.
Reuchlin, Johann, 124.
Ricardo III, 252.
Rilliet, Jean, 310.
Robbia, Luca della, 71.
Romano, Julio, 101.
Roovere, Anthonis de, 114.
Rossellino, 70.
Rosso, 110.
Rubianus, Crotus, 126.
S
Saint-Jans, Geertgen, 117.
Santángel, Luis de, 166.
Sarcinelli, Cornelio, 103.
Savonarola, Jerónimo, 40, 42.
Schoeffer, 327.
Schongauer, M artin, 94.
SchWars, M ateo, 257.
Selim I, 344.
Servet, Miguel, 317.
Seymur, Juana, 367.
Sforza, Francisco, 16.
Sforza, Juan Galeazzo, 45.
Sforza, Galeazzo, 32.
Sforza, Ludovico, 55.
Sickinger, Franz von, 128.
422 9 Indice alfabético
Signorelli, Luca, 77.
Sixto IV, 37, 80.
Sobre la cautividad de la Iglesia
en Babilonia, 287.
Sobre la libertad del cristiano, 287.
Solimán I, 107.
Solimán el Magnífico, 271, 347.
Sombart, W erner, 323.
Soto, H ernando de, 234.
Spira, Jorge de, 235.
Sterling, Carlos, 127.
Studia Humanitatis, 19.
T
Talayera, Hernando de, 166.
Tasso, Torcuato, 65, 66.
Terencio, 82.
Teresa de Jesús, 375.
Tetzel, 286.
Thiene, Cayetano de, 379.
Ticiano, 25, 54, 101, 105.
Tintoretto, 101, 108.
Torrigiano, Pieto, 94.
Toscanelli, 165.
Troeltsch, Ernst, 323.
V
V aldés, Alfonso de, 342.
Valdivia, Pedro de, 240.
Valverde, Vicente de, 229.
V alla, Lorenzo, 26.
V asari, Jorge, 73.
V asco de Gama, 175.
Vázquez Coronado, 233.
Velázquez, Diego, 199, 207.
Veneziano, Domenico, 73.
Veronés, Pablo, 101, 106.
Verrocchio, Andrea, 83.
Vespucio, Américo, 187.
Vicens Vives, 273.
Vinci, Leonardo de, 83, 87.
Visconti, Felipe, 16.
W
W aldseemüller, 188.
W eber, Max, 323.
W eyden, Rogier van der, 114.
W im pfeling, Jacobo, 123.
W olsey, cardenal, 255, 359.
U
liccello,
Urbino,
llrbino,
Utopia,
Utrecht,
Paolo, 74.
duque de, 64.
Federico de, 74, 327.
140.
Adriano de, 243.
Z
Z apolya, Juan, 350.
Zevenburg, príncipe de, 350.
Zuinglio, Ulrico, 299.
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