Subido por Ángel José Alonso Menéndez

Marsé

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JUAN MARSÉ
Marsé fue un narrador genuino, contó como pocos la Barcelona de la posguerra, una época de
ignominia en lo social, lo político, lo moral y lo religioso, recreada en novelas de atmósfera
enrarecida y decadente, en las que cabe el humor y la sátira y deslumbra su prosa vibrante y
fresca. Nació en Barcelona el 8 de enero de 1933 y murió en esa misma ciudad el 18 de julio de
2020. Allí vivió la mayor parte de su vida, dedicado, desde 1966, a la literatura. Escribía en
castellano, pero, como él mismo señaló en alguna ocasión, su lengua literaria era hija de la
convivencia en Cataluña del catalán y el castellano. Lengua enriquecida por ese mestizaje, por
muchas lecturas, cómics, aventis (narraciones orales más o menos improvisadas), cine…
En su casa hacía falta que entrara más dinero, así que con 13 años dejó los estudios y se
incorporó a un taller de joyería como aprendiz. Aquello ocupaba sus mañanas; por la tarde
colaboraba en una revista de cine y encontraba ratos para escribir. Sus primeras publicaciones
fueron relatos para la revista Ínsula. Con Encerrados con un solo juguete, finalista del Premio
Biblioteca Breve de Seix Barral, se estrenó como novelista, en 1958. Después vendría Esta cara
de la luna, obra que escribió en apenas tres meses y luego repudió –nunca quiso reeditar–, y en
1965 Últimas tardes con Teresa, una novela magistral que planeó en París, ciudad donde vivió
varios años siguiendo el consejo de dos de sus grandes amigos, Jaime Gil de Biedma y Carlos
Barral. Allí trabajó en un laboratorio, tradujo guiones y dio clases de españo.
En Últimas tardes con Teresa cuenta los amores de Pijoaparte, un charnego que intenta abrirse
camino en una sociedad que le es ajena por la lengua, las costumbres…, y Teresa, una joven
estudiante de buena familia; retrata la Barcelona de después de la Guerra Civil, su proletariado
y su burguesía, y describe un mundo de contradicciones a partir de un malentendido juvenil.
Tras publicar esa novela, con la que obtuvo el Premio Biblioteca Breve en 1965 y que, como se
señala en la página web de la Agencia Literaria Carmen Balcells –su agente– es un hito de la
literatura española contemporánea, que consolidó internacionalmente el nombre de su autor,
Marsé dejó el taller y se dedicó a escribir, no solo narrativa, también guiones de cine, artículos
periodísticos en revista como Bocaccio y Por favor.
Escribía lento, corregía constantemente, estaba atento a muchos detalles; trabajaba en sus
textos con la minuciosidad y la paciencia de la artesanía.
Llenó sus novelas de personajes creíbles, cercanos y veraces. Adicto al realismo, como se declaró
en el citado discurso, también dejó claro que solo la ficción, la dimensión de lo irreal o lo
imaginado de la obra puede mantener la estructura. “[…] admitir que lo inventado puede tener
más peso y solvencia que lo real, más vida propia y más sentido, y en consecuencia, más
posibilidades de pervivencia frente al olvido. Como nos enseñó Don Quijote”. Su fabulación le
debe tanto al influjo de Dickens, Stendhal, Baroja o Galdós como al cine y a directores como
Chaplin, Renoir, Lubitsch, Walsh, Lang, De Sica, Buñuel, Erice, Truffaut, Welles, Bardem, Berlanga
y Azcona, Keaton o Hitchcock. Pasando de lo particular a lo representativo, de la historia
pequeña a la Historia general, creaba entrelazando imaginación y memoria.
En sus novelas recogió su vida, según declaró en una entrevista con María Escobedo de 2011
(Cuadernos Hispanoamericanos, nº 732, 2011). “Mis memorias están en mis novelas. Cosas
vividas o que podría haber vivido […]”, dijo. Él conocía bien ese Monte Carmelo de Barcelona de
Últimas tardes con Teresa; los protagonistas de Si te dicen que caí (1973) se inspiran en aquellos
con los que compartió juegos, miedo, hambre y frío durante su niñez y adolescencia en las calles
de Barcelona; Caligrafía de los sueños (2011) está protagonizada por Ringo, un muchacho que
escribe y alimenta sus sueños en los cines de la periferia, como hiciera Marsé que gracias a
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conocidos de su padre adoptivo –su madre murió en el parto y fue adoptado por la familia Marsé
Carbó– podía colarse a menudo en sesiones dobles. Por sus libros aparecen una y otra vez temas
como el padre ausente, los niños que juegan en la calle, el barrio del Carmelo, el mundo del cine,
el conflicto entre apariencia y realidad o la fascinación juvenil por la violencia.
El reconocimiento que recibió con Últimas tardes con Teresa se repitió en muchas otras de sus
novelas: aparte de los lectores y la crítica, lo reflejan premios como el Premio Internacional de
Novela que recibió Si te dicen que caí en México (tuvo que publicarla en ese país, porque en
España fue censurada); el Planeta en 1978 para La muchacha de las bragas de oro; el Ciudad de
Barcelona para Ronda del Guinardó (1984); el Ateneo de Sevilla por El amante bilingüe (1990);
el Premio de la Crítica y el Nacional de las Letras por Rabos de lagartija (2000), entre otros y
además del Cervantes. Una de las reflexiones sobre la escritura que compartió cuando recogió
este premio nos sirven para terminar: “[…] procura tener una buena historia que contar, y
procura contarla bien, es decir, esmerándote en el lenguaje; porque será el buen uso de la
lengua, no solamente la singularidad, la bondad o la oportunidad de tema, lo que va a preservar
la obra del moho del tiempo”.
Obra
Las obras de Marsé se sitúan en Barcelona, y más en concreto el barrio del Guinardó, o en barrios
barceloneses próximos a este, donde pasó su infancia, que coincidió con la posguerra, lo que ha
influenciado el modo de escribir del autor a lo largo de toda su vida. En el contexto de la
postguerra o durante el franquismo; en ellas, Marsé analiza la degradación moral y social de la
misma, las diferencias de clase, la memoria de los vencidos, los enfrentamientos entre
trabajadores y burgueses universitarios y la infancia perdida, casi siempre apelando a las
técnicas del realismo social, pero experimentando a veces con otros mecanismos narrativos más
vanguardistas, siempre con varios grados de ironía.
Novelas
Encerrados con un solo juguete (1960, Seix Barral)
Esta cara de la luna (1962, Seix Barral)
Últimas tardes con Teresa (1966, Seix Barral), Premio Biblioteca Breve
La oscura historia de la prima Montse (1970, Seix Barral)
Si te dicen que caí (1973, Novaro), Premio México de Novela
La muchacha de las bragas de oro (1978, Planeta), Premio Planeta
Un día volveré (1982, Plaza & Janés)
Ronda del Guinardó (1984, Plaza & Janés), Premio Ciudad de Barcelona
El amante bilingüe (1990, Planeta), Premio Ateneo de Sevilla
El embrujo de Shanghai (1993, Plaza & Janés)
Rabos de lagartija (2000, Plaza & Janés), Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa
Canciones de amor en Lolita's Club (2005, Lumen)
Caligrafía de los sueños (2011, Lumen)
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Noticias felices en aviones de papel (2014, Lumen)
Esa puta tan distinguida (2016, Lumen)
Cuentos
El fantasma del cine Roxy (1985, Almarabú)
La fuga del río Lobo (1986, Debate), cuento infantil
Teniente Bravo (1987, Plaza & Janés), único volumen de cuentos publicado por Marsé. La
primera edición incluía los relatos «Historia de detectives», «El fantasma del cine Roxy»,
«Noches de Bocaccio» y «Teniente bravo». En ediciones posteriores, Marsé excluyó «Noches de
Bocaccio».
Cuentos completos (2002, colección Austral, Espasa-Calpe). Incluye dos secciones: Teniente
bravo, con «Historia de detectives», «El fantasma del cine Roxy» y «Teniente bravo»; y Cuentos
dispersos, con «La mayor parte del día», «Plataforma posterior», «Nada para morir», «La calle
del Dragón Dormido», «Noches de Bocaccio», «Parabellum», «El pacto», «La liga roja en el muslo
moreno», «El jorobado de la Sagrada Familia» y «El caso del escritor desleído».
El detective Lucas Borsalino (2013, Alfaguara), cuento infantil
Colección particular (2017, Lumen). Antología de relatos. Seis de ellos fueron incluidos en los
Cuentos completos: «Historia de detectives», «El fantasma del cine Roxy», «Teniente Bravo»,
«Parabellum», «El pacto» y «La liga roja en el muslo moreno». Se incluyen también la novela
corta o relato largo Noticias felices en aviones de papel, publicada antes como libro
independiente; «Colección particular», un relato por entregas publicado en El País, entre 1988
y 1989, y no recogido antes en libro; y «Conócete a ti mismo, Fritz», una sinopsis argumental,
único texto estrictamente inédito del volumen.
Otras obras
Años de penitencia (1971, Difusora Internacional)
Señoras y señores (1975, Punch; 1987, Tusquets; 2013, Ediciones Alfabia), retratos que
aparecieron en la revista Por Favor y en el diario El País
Confidencias de un chorizo (1977, Planeta)
Los misterios de colores (1993, El Periódico de Catalunya)
Las mujeres de Juanito Marés (1997, Espasa-Calpe), ensayos
Un paseo por las estrellas (2001, RBA), 36 retratos cinematográficos que aparecieron en el diario
El País
Momentos inolvidables del cine (2004, Carroggio)
La gran desilusión (2004, Seix Barral), escrito en 1971 y revisado en 2004
Viaje al sur (2020, Lumen), libro de viajes por Andalucía escrito en 1962. Fotografías de Albert
Ripoll Guspi (publicación póstuma)
Notas para unas memorias que nunca escribiré (2021, Lumen) (publicación póstuma)
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Argumento de sus obras
Encerrados con un solo juguete (1960, Seix Barral). Ambientada en la posguerra, la narración se
centra en un grupo de jóvenes defraudados por una realidad que es resultado directo de la
guerra librada por sus padres, y que ni es la suya ni les permite crearse su identidad propia.
Quedó finalista del Premio Biblioteca Breve de 1960 (finalmente declarado desierto), y sirvió,
sobre todo, para alertar sobre la aparición de un futuro gran talento literario. Aunque la crítica
del momento la saludó como una interesante muestra del objetivismo entonces triunfante, el
propio autor siempre la ha calificado de "decadente, intimista y subjetiva".
Esta cara de la luna (1962, Seix Barral). Vista desde hoy resulta ser un valioso documento de
época, porque tanto los ambientes como los personajes están perfilados con tanta precisión que
parece como si el autor no precisara adoptar un punto de vista moral (o crítico) porque las
conductas de unos y otros son suficientemente expresivas y se califican solas. Sobre todo, el
personaje que ejerce de principio motor de la acción (un periodista tramposo y falaz llamado
Miguel Dot) parece el molde o perfil original del intelectual burgués cuya (mala) conciencia social
es revelada con la que luego será una de las mejores armas de Juan Marsé: la mordacidad.
Últimas tardes con Teresa (1966, Seix Barral). Premio Biblioteca Breve. Marca el nacimiento del
Pijoaparte, uno de los personajes más fuertes, originales y sugestivos de toda la literatura de esa
época, y que parece el doble canalla del propio Marsé. La identificación autor/personaje
funciona con una precisión y eficacia demoledoras, y lo que empieza siendo la historia amorosa
de una niña bien, rebelde e ingenua (Teresa) y un charnego barriobajero, desarraigado y ladrón
de motos (el Pijoaparte), termina como una formidable sátira y encarnación del tiempo en que
transcurre esa breve, intensa y, lógicamente, calamitosa relación pasional.
La oscura historia de la prima Montse (1970, Seix Barral). Hasta cierto punto es una continuación
de la obra anterior. De nuevo se repite una relación entre dos personajes que pertenecen a
mundos tan diferentes que el acercamiento entre ellos debe ser necesariamente conflictivo. En
este caso, la protagonista es una mujer culta, educada e intensamente religiosa, y él un joven
presidiario, ateo y ambicioso. La mayor diferencia, no obstante, reside en la gran complejidad
formal que implica la introducción de un narrador en primera persona que a veces es testigo de
los hechos narrados, a veces ejerce como mero transmisor de sucesos lejanos y, en otras
ocasiones, se convierte en un alter ego del autor, que interviene directamente en la trama
cuando lo considera oportuno.
Si te dicen que caí (1973, Novaro). Premio México de Novela. En palabras del autor, la novela no
es tanto una revancha personal contra el franquismo, como una secreta y nostálgica despedida
de su infancia. Lo cual no quita para que, en efecto, la sórdida vida cotidiana en un barrio ya
desaparecido (El Guinardó) vuelva a ser el marco de unas historias en las que se entremezclan
la sátira y la violencia sexual con una indiscutible riqueza de sensaciones y fantasías. Muchas de
ellas se cuentan mediante las aventis, un hallazgo que permite, a partir de historias orales
inventadas por unos niños nacidos de la violencia y criados en la calle, ir tejiendo una realidad
alucinante y, al mismo tiempo, extrañamente cotidiana.
Confidencias de un chorizo (1977, Planeta). Durante su etapa como redactor jefe de la revista
satírica Por Favor, el chorizo que da voz a estos relatos (Juan Marsé es un narrador y, haga lo
que haga, siempre le saldrá una narración) fue apoyándose en la actualidad para ir desgranando
una serie de apuntes, acotaciones, chistes o sarcasmos acerca de temas tan variados como la
traumática aparición en España del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn, los manejos de Fraga
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Iribarne, una supuesta conspiración internacional contra el Real Madrid o una semblanza de
Lana Turner. Es una crónica de época en clave de humor mordaz.
La muchacha de las bragas de oro (1978, Planeta). Premio Planeta. En principio podría
presentarse como una sátira corrosiva a un libro de Pedro Laín Entralgo (Descargo de conciencia)
o, mejor aún, como una burla de ciertos personajes muy comprometidos con el franquismo y
que, una vez liquidado este, pretendían lavar su imagen y su conciencia declarándose liberales.
Ahí está ese Luys Forest, viejo escritor falangista que dice estar escribiendo sus memorias
cuando en realidad está retocando una y otra vez el pasado para acomodarlo a los gustos del
presente. Su sobrina Mariana, la muchacha de las bragas de oro, es la voz discordante que
desmonta una y otra vez las fantasías del viejo mentiroso. Sin embargo, por debajo de esta
simple trama surge un proyecto literario mucho más ambicioso, pues plantea la esencia misma
del oficio de novelar, en lo que este tiene de operación tendente a sustituir una "realidad" por
una "ficción" que, en el fondo, llega a ser más real que la realidad misma.
Un día volveré (1982, Plaza & Janés). Marsé regresa a sus temas y ambientes de siempre, aquí
contados a través de Jan Julivert Mon, exboxeador reconvertido en atracador de bancos durante
su etapa de guerrillero urbano. El regreso de Julivert al barrio tras cumplir una larga condena en
el penal de Burgos pone en marcha un complejo mecanismo social: la conciencia de la derrota y
el deseo de revancha, la fascinación juvenil por la violencia, la desfiguración de la realidad
mediante el olvido o la huida a través de la fantasmagoría cinematográfica acaban configurando
una crónica negra intimista y melancólica, contada desde un estilo sencillo y directo.
Ronda del Guinardó (1984, Plaza & Janés). Premio Ciudad de Barcelona. Una niña, en el umbral
de la pubertad, es obligada por un viejo y cansado policía a reconocer el cadáver del hombre
que supuestamente la violó. Este sencillo argumento basta para poner en pie un relato en el que
la Ronda del Guinardó sirve como metáfora del dolor y la desgracia humana, atemperados o
dignificados por el indestructible afán de supervivencia que caracteriza el universo narrativo de
Marsé. Como en todas sus obras anteriores, algunos recuerdos de infancia, imágenes dispersas
sin relación orgánica con la trama, o incluso las ocasionales intervenciones directas del autor se
imbrican en el tejido literario contribuyendo con su naturalidad a dar verosimilitud a una
narración llena de encanto y vitalidad.
La fuga de río Lobo (1985, Destino). Un relato para niños en el que se cuenta cómo Amador se
harta un día de sus juguetes electrónicos, se va al Valle y descubre el río Lobo y a una rana
cascarrabias. Juntos construyen una balsa pirata y navegan inventando aventuras y palabras. De
repente, el río desaparece y los dos amigos inician su búsqueda.
Teniente Bravo (1987, Plaza & Janés). Tres relatos breves y sin relación entre sí, pero unificados
por la mano de un autor ya maduro. En el primero, «Historias de detectives» unos chicos
metidos en un automóvil arruinado se entretienen contando historias de crímenes y mujeres
malas, amores desafortunados y peripecias interminables. El que da título al volumen, «Teniente
Bravo», un personaje en principio odioso, acaba redimiéndose por la vía de su patético
enfrentamiento contra un potro de gimnasia que (cosas de la magia narrativa) desde el mismo
momento de su aparición se revela como el arma maléfica que va acabar con el personaje,
reduciéndolo a escombros. «El fantasma del Cine Roxy» es una fantasía protagonizada por viejos
espectros salidos del celuloide y que, una vez derribado el local cinematográfico para dejar paso
a un banco, se resisten a desaparecer víctimas del mismo olvido en que se han sumido tantos
otros escenarios de la infancia ciudadana.
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Señoras y señores (1988, Tusquets). Es la recopilación de retratos que, bajo el mismo título,
aparecieron en la revista Por Favor y el diario El País entre marzo y diciembre de 1987. Políticos,
banqueros, folklóricas, deportistas y figurones de variado pelaje quedaron entonces fijados para
siempre por ese trazo a la vez amable y despiadado que caracterizó aquellas colaboraciones de
Marsé.
El amante bilingüe (1990, Planeta). Premio Ateneo de Sevilla. La historia de Juan Marés/Faneca,
un hombre que se ve engañado y abandonado por su guapa, rica y distinguida mujer y que, en
su afán por reconquistarla, se reinventa a sí mismo en la figura de un charnego tramposo y
variopinto. Lo que empieza como una aventura algo grotesca e inverosímil no tarda en
convertirse en una sátira irónica y feroz sobre la dualidad social y lingüística catalana, agravada
por las diferencias de clase. Una lúcida reflexión sobre la identidad personal y su lado oscuro,
algo que sólo se desvela cuando se atraviesa el espejo, pero que tiene el inconveniente de que,
según y cómo sea lo desvelado, hará excesivamente doloroso el regreso a la realidad anterior.
El embrujo de Shanghai (1993, Plaza & Janés).
Los misterios de colores (1993, El Periódico de Catalunya)
Rabos de lagartija (2000, Plaza & Janés). Premio de la Crítica. Premio Nacional de Narrativa. Sin
salir del escenario habitual de sus narraciones (el barrio del Guinardó) y poniendo en juego de
nuevo sus viejos temas (la tenue línea que separa el amor del desamor, el bien del mal, la verdad
de la mentira) Rabos de largartija es una búsqueda de los límites estilísticos, o de la capacidad
expresiva del arte narrativo del autor. Cómo, si no, osaría dar voz al perro Chispa o no dar la
menor justificación de un desafuero tan escandaloso como el que una de las voces narrativas
sea intrauterina, es decir, de un niño nonato. Por no hablar de los saltos en el tiempo y en el
espacio, de la narración coral o de la atmósfera de tristeza que impregna esta novela que,
aunque pueda parecer lo contrario debido a su gran complejidad estructural, se deja leer con
toda facilidad porque "engancha" desde la primera a la última de sus páginas.
Cuentos completos (2002, Espasa-Calpe). Recopilación en un único volumen de todos los
cuentos de Marsé desde 1957. Algunos de ellos rescatados del olvido entre las páginas de
publicaciones como Triunfo, Ínsula, Rumbos, Destino, El Urogallo, Por Favor o La Vanguardia. El
libro incluye un apéndice con textos misceláneos y algunas ideas para futuras historias. Los
argumentos de sus cuentos, como los de sus novelas, recogen elementos de literatura social, el
ambiente de Barcelona de posguerra y la interrelación entre elementos de distintas capas
sociales.
La gran desilusión (2004, Seix Barral). Una visión muy personal e inolvidable de dos apasionantes
décadas: los treinta y los cuarenta. Juan Marsé revisita tanto personajes, como aspectos
emblemáticos de las letras, los deportes, el cine y el devenir político de aquel momento a través
de imágenes originales de la época. Un libro inclasificable que escribió Juan Marsé en los años
setenta.
Canciones de amor en Lolita's Club (2005, Lumen). Novela que nos transporta a la periferia
barcelonesa, donde Marsé ha situado este misterioso bar de alterne, punto de partida de una
historia que busca abarcarlo todo: sexo, prostitución, inmigración, terrorismo y un largo etcétera
de conflictos que tiñen la relación de los protagonistas, Valentín y Milena.
Caligrafía de los sueños (2011, Lumen)
Esa puta tan distinguida (2016, Lumen)
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Adaptaciones cinematográficas
La oscura historia de la prima Montse (Jordi Cadena, 1977)
La muchacha de las bragas de oro (Vicente Aranda, 1980)
Últimas tardes con Teresa (Gonzalo Herralde, 1984)
Si te dicen que caí (Vicente Aranda, 1989)
El amante bilingüe (Vicente Aranda, 1993)
Domenica (Wilma Labate, 2001), adaptación de Ronda del Guinardó
El embrujo de Shanghai (Fernando Trueba, 2002)
Canciones de amor en Lolita's Club (Vicente Aranda, 2007)
En la película El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2010) Juan Marsé es interpretado por el
actor Àlex Brendemühl.
Premios
1959 Premio Sésamo de cuentos
1960 Finalista Premio Biblioteca Breve Seix Barral (desierto)
1965 Premio Biblioteca Breve Seix Barral
1973 Premio Internacional de Novela México
1978 Premio Planeta
1985 Premio Ciudad de Barcelona
1990 Premio Ateneo de Sevilla
1994 Premio de la Crítica (1º)
1994 Premio Europa de Literatura (Aristeión)
1997 Premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana y del Caribe, hoy Premio FIL de Literatura
en Lenguas Romances de México
1998 Premio Internacional Unión Latina
2001 Premio de la Crítica (2º)
2001 Premio Nacional de Narrativa
2002 Medalla de Oro al mérito cultural del Ayuntamiento de Barcelona
2003 Premio de la Associació d'Amics de la UAB
2004 Premio Extremadura a la Creación Literaria
2008 Premio Cervantes
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2010 Premio Internacional de la Fundación Cristóbal Gabarrón de Letras
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Juan Marsé: La ironía y la irreverencia contra el realismo social
Por Kintto Lucas
La obra literaria del escritor catalán Juan Marsé, representa una crítica definitiva al realismo
social. Su novela Ultimas tardes con Teresa marca un nuevo camino en la narrativa española,
que se consolidará con la novela Si te dicen que caí, publicada en 1973.
Ultimas tardes con Teresa es una ironía de la sociedad española en general, que se sustenta en
hechos y momentos históricos ironizado en particular. Uno de esos momentos está marcado por
las revueltas estudiantiles previas a la década del 60 (Marsé, Juan, 1975, p. 5 a p.10 y p. 231 a p.
236).
Así, se presenta en forma irónica la radicalización de los jóvenes de la pequeña burguesía, que
mostraban inconformidad con el sistema. Algo similar a lo que estaba ocurriendo en muchas
partes del mundo, y que tenían, primero a la guerra de Vietnam de fondo, y luego a la revolución
cubana.
Los jóvenes de clase media e incluso algunos de clase media alta o burgueses, empezaban a
sentir que su rebeldía personal podía encausarse en una rebeldía colectiva. Sin embargo, a esa
realidad personal y colectiva se sumaba cierto esnobismo y el descubrimiento de un mundo
diferente al que crecieron, y de relaciones sociales que no conocían. En España, se sumaba la
particular realidad de la dictadura franquista.
La rebeldía estudiantil es descripta por Marsé con una dosis de ironía, de descreimiento en una
lucha liderada por jóvenes pequeño burgueses e influenciada por intelectuales revolucionarios
de cafetín. Marsé, a través de la novela hace una especie de crítica, y autocritica, sobre esa
rebeldía, y sobre el carácter de clase que marcaba las acciones de esos jóvenes.
Crucificados entre el maravilloso devenir histórico y la fábrica de papá, abnegados, indefensos y
resignados llevan su mala conciencia de señoritos como los cardenales su púrpura, a párpado
caído humildemente, irradian un heroico resistencialismo familiar, una amarga malquerencia de
padres acaudalados… (Marsé, Juan, Últimas tardes con Teresa, 1975, p. 232)
La realidad presentaba esos contrastes, que se evidencian en la novela al describir, por ejemplo,
la movilización estudiantil de 1956 (Marsé, Juan, 1975, p. 236), pero los acontecimientos
posteriores, como el mayo del 68 demostrarán que esa rebeldía colectiva en diversos países, iría
muchos más allá de las limitaciones narradas por Marsé.
En todo caso, para realizar esa crítica desde la construcción literaria, Marsé utiliza un estilo
picaresco que en algunos casos hace recordar a Francisco de Quevedo. Esa burla de luchas
signadas, para muchos, por un heroísmo personal y colectivo, es tal vez, una de las causas por
las cuales Marsé no pudo ingresar como autor preferido y reconocido en América Latina.
Pero la novela también juega con un estilo romántico. Sin embargo, en algunos momentos, el
estilo romántico parece utilizarse también como otra ironía de los acontecimientos.
Marsé ironiza sobre el idealismo, sobre el amor entre jóvenes, sobre el compromiso pequeños
burgués, sobre el compromiso de intelectuales que hacían revoluciones desde el café, sobre la
dictadura y en general sobre la sociedad española.
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Qué otra cosa puede esperarse de los universitarios españoles, si hasta los hombres que dicen
servir a la verdadera causa cultural y democrática de este país son hombre que arrastran su
adolescencia mítica hasta los cuarenta años”. (Marsé, Juan, 1975, p. 236)
El pesimismo de Marsé y la decadencia de España, hacen que el escritor no tenga ninguna
esperanza en el futuro.
Con el tiempo unos quedarán como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles
o como niños, alguno como sensato, ninguno como inteligente, todos como lo que eran:
señoritos de mierda. (Marsé, Juan, 1975, p. 236),
El escritor catalán rompía así con el realismo social y cuestionaba la realidad desde la ironía,
desde la parodia.
A base de manipulación de elementos picarescos y románticos, Marsé consigue una obra hibrida
y original que le permite una desmitificación muy compresiva de la sociedad española. (Mangini
y Mainer, Historia y cri ́tica de la literatura españ ola p.499).
Pero, más allá de lo estrictamente literario su crítica no era entendida por muchos jóvenes que
se comprometían con las luchas sociales en América Latina y que empezaban a ofrendar sus
vidas en esas luchas, muchos de los cuales venían de la pequeña burguesía, pero muchos otros
que no. Muchos que, analizando su extracción de clase, buscaban en una especie de
“proletarización”, entender y asumir la cosmovisión del proletariado, clase social que estaba
llamada a liderar la revolución. La novela parecía para muchos de esos jóvenes y para sectores
de izquierda, la burla de una lucha heroica.
La narrativa de Marsé, como toda obra literaria, está marcada por su realidad personal, las
peripecias que debió vivir desde niño, su clase social, su vida. (Rodríguez Fischer, p. 1 a 47). Hay
un pesimismo personal, que se desprende de toda su narrativa y, que si bien, le abre caminos a
la crítica desde la ironía, tal vez le cierra la oportunidad de comprender otros mundos. Sin
embargo, la genialidad de su narración y la creatividad al integrar lo picaresco y lo romántico en
una novela escrita en un contexto de auge del realismo social, hacen de su novela una creación
pionera en la narrativa española. El realismo social se quiebra definitivamente con esta novela.
Si en Ultimas tardes con Teresa, Juan Marsé rompe con el realismo social, en Si te dicen que cai ́
rompe con las formalidades de la estructura novelística de la época y crea una poética narrativa
que articula la trama mediante historias contadas oralmente que recrean la realidad social de
España durante la guerra Civil y los años posteriores.
La realidad de la burguesía y de las clases marginadas se expresa en esta novela mediante una
especie de crónicas orales. Si Luis Martín-Santos en Tiempo de silencio utiliza los monólogos
como herramientas para describir la realidad social, Marsé se inventa “la aventis” (aventuras
orales inventadas), crónicas orales que le sirven para describir una realidad social particular. “Tu siempre rumiando aventis Sarnita. Acabarás majara”. (Marsé, Si te dicen que caí, p.108)
Esa realidad social se presentaba, por ejemplo,describiendo cierta revista de la época.
El ¡nvierno pasado, en días lluviosos y muermos como éste, el Tetas y Amen se la meneaban
hojeando la revista Crónicas que venía llena de vicetiples desnudas, y bañistas en maillot,
anuncios de senos puntiagudos y duros y viciosas cabareteras morfinómanas clavándose la
jeringuilla en el muslo por debajo de la mesa. (Marsé, Si te dicen que caí, p.108).
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La realidad social también se presenta con descripciones de momentos particulares. La
utilización de gatos en la comida, la descripción de cierta cotidianidad, sirve al autor para ir
mostrando esa realidad.
Se metió en la cocina y estuvo lavando bajo el grifo un condón usado, que luego infló con la boca
para ver si tenía agujeros. Agachada junto a la pared de ladrillo rojo sin encalar, casi oculta por
rimeros de amarillentos periódicos y viejos semanarios llenos de polvo, la abuela recogía del
suelo un plato de hojalata con su cuchara. (Marsé, Si te dicen que caí, p.108).
La represión y asesinatos falangistas también se presentan mediante aventis y se describe que
a partir de ahora, terminada la guerra, el peligro acecha “en todas partes y en ninguna, la
amenaza será constante e invisible, cada día es una trampa” (Marsé, Si te dicen que caí, p.109).
Si te dicen que caí es una crónica de una realidad social en la cual, para utilizar la misma frase,
cada día es una trampa.
Definitivamente, Marsé representa la ironía y la irreverencia contra el realismo social.
Bibliografía
AA.VV (2008), Ronda Marsé, Edición de Ana Rodri ́guez Fischer. Barcelona, Editorial Candaya.
BARRERO PÉREZ, O. y CERCAS, J. (1999), "La novela", En Historia y cri ́tica de la literatura españ ola
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https://www.ieturolenses.org/revista_turia/index.php/actualidad_turia/juan-marce-multiple
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Juan Marsé múltiple por Fernando Valls
Si te fijas mucho, si de verdad quieres ver lo que miras, no te dejes deslumbrar por el sol.
Historia de detectives
Alguien que lleva 45 años publicando libros y cuenta con novelas tan notables como Últimas
tardes con Teresa, Si te dicen que caí, Ronda del Guinardó, El embrujo de Shanghai y Rabos de
lagartija, o cuentos como “Teniente bravo” e “Historia de detectives”, me parece que posee un
lugar asegurado en la historia de la literatura en castellano. No en vano, Juan Marsé tiene en su
haber todos los reconocimientos importantes que se conceden en el idioma, como el Premio de
la Crítica, el Nacional de narrativa, el Premio Juan Rulfo y el Cervantes. Con 80 años cumplidos
sigue en activo como escritor y no parece estar dispuesto sino a completar la nueva novela que
se trae entre manos.
Quién sea nuestro autor no parece fácil de dilucidar, pero después de la aparición de la biografía
de Josep Maria Cuenca[1], han quedado desvelados algunos de los misterios que habían
convertido sus orígenes en casi legendarios: su nacimiento y la relación con sus padres biológicos
y adoptivos, los Faneca y los Marsé. Asimismo se ha clarificado la posible vinculación entre vida
y obra, o cuál es el auténtico talante de la persona que a veces se enmascara tras los narradores
o protagonistas de sus libros. Disponemos, además, de un impagable autorretrato, pues quizá
resultaba inevitable que alguien que ha escrito dos libros de retratos literarios acabara
contemplándose él mismo en el espejo. Y así lo hizo y por partida doble en Señoras y señores
(1975 y 1988).
Las primeras semanas de vida de Juan Marsé en la Barcelona de 1933 han tenido hasta hace
bien poco un cierto hálito legendario. Rosa Roca, su madre, murió al poco de nacer él, por una
complicación en el posparto. Su padre, Domingo Mingo Faneca, chófer de una familia adinerada
de Sarriá, se había quedado viudo con una niña de cinco años, llamada Carmen, y un niño de
semanas, Juan, por lo que acabó cediéndoselo a los Marsé, compañeros de militancia política,
quienes finalmente lo adoptaron. Así, quien iba a ser Juan Faneca Roca se convirtió en Juan
Marsé Carbó y pasó de residir en la vivienda del servicio de una elegante casa de Sarriá a otra
de la barriada de La Salud, en los bajos del número 104 de la calle Martí, en Gracia, donde vivirá
hasta que en 1966 se case con Joaquina Hoyas, con quien tendrá dos hijos: Sasha y la escritora
Berta Marsé, autora de dos libros de cuentos.
La mayor parte de su infancia la pasó Marsé con sus abuelos, en el campo, pero en 1943 regresa
a Barcelona para vivir con sus padres adoptivos. Entre esa fecha y 1946 estudió en el Colegio del
Divino Maestro, pero ni de aquel centro ni de su director guarda buenos recuerdos. Muy pronto,
a los 13 años, entra como aprendiz en un taller de joyería, que tampoco rememora con agrado.
Sí parece claro que el cine tuvo una importancia decisiva en su formación intelectual. Marsé ha
contado en numerosas ocasiones que en esos años sus “vías de escape eran el cine y los libros”:
alquilaba novelas y asistía a las sesiones dobles de los cines de barrio. El cine, prefería los
westerns y el cine negro norteamericano de los años treinta y cuarenta, fue para él una forma
de evadirse de una realidad terrible, pero sobre todo el acicate ideal para sus sueños y mitos.
Sus primeros libros fueron La isla del tesoro (le gusta afirmar que lo tiene todo: “aventura,
misterio y escritura transparente”) y Veinte mil leguas de viaje submarino, donde se encontraría
con algunos de sus personajes favoritos, como Long John Silver, Jim y el capitán Nemo, a los que
habría que sumar obras de Salgari, Edgar Wallace, Balzac, Stevenson y Stendhal, junto con las
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novelas policíacas de la Biblioteca Oro, las de Conan Doyle, o las que editaba Janés, obras de
Somerset Maugham o Lajos Zilahy, Cecil Roberts, Stefan Zweig y Maxence van der Meersch.
Para Marsé la novela por excelencia es la del XIX, aquella en la que se cuenta una historia con
personajes para fascinar al lector. No obstante, suele recordar con entusiasmo el
descubrimiento de Faulkner. Asimismo, entre los narradores españoles sus preferidos son
Cervantes, Galdós, Clarín (“La Regenta me la sé casi de memoria”, ha declarado)[2], Valle-Inclán
y Pío Baroja. Pero, además, siempre le han gustado las novelas de Dickens, Tolstoi, Chesterton,
Joseph Roth, Nabokov y Juan Carlos Onetti. Marsé distingue con buen tino a los prosistas de los
novelistas. Así, Joyce, Cela, Luis Martín-Santos y Juan Benet, sostiene, pueden ser grandes
prosistas pero le parecen novelistas mediocres. Con lo cual no es difícil deducir que su novela
ideal sería aquella capaz de hacerle olvidar que está leyendo, de conmover y entretener al lector,
dotando de verdad y vida la historia relatada.
En sus inicios como escritor resulta fundamental la figura de la escritora Paulina Crusat, quien lo
alienta para publicar nada menos que en la revista Ínsula dos relatos: “Plataforma posterior”
(1957) y “La calle del dragón dormido” (1959); y lo anima a presentarse al Premio Sésamo, que
gana en 1959 con “Nada para morir”. Marsé es un autor singular porque su formación literaria
e intelectual fue autodidacta, a diferencia de la mayoría de autores de su grupo. Con su primera
novela, Encerrados con un solo juguete (1960), se presenta al premio Biblioteca Breve, que ese
año declararon desierto, pero el intento le sirve para trabar amistad con los miembros de la
editorial Seix Barral, sobre todo con Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, con quien compartía
inclinaciones políticas y gustos literarios.
En esta primera novela Marsé pretendía plasmar el “callejón sin salida a que estuvo abocada
cierta juventud de postguerra”[3]. Leída hoy nos interesa en especial la falta de inquietudes e
ilusiones, y las extrañas relaciones que se crean entre Tina, Andrés y Martín, los jóvenes
protagonistas. Podríamos definirlos, respectivamente, como abúlica, indiferente y sádico,
quienes viven aburridos y amargados, únicamente interesados por ese “solo juguete” que aquí
es el sexo. Entre ellos y sus padres, que han padecido la guerra, se abre por tanto un abismo
insondable, resumido en la queja de Andrés: “Demasiados años lamentando lo que ya no tiene
remedio, no quiero saber nada más, no deseo conocer más detalles, ni de un frente ni de otro.
¡Estoy harto!”[4].
A instancias de Carlos Barral, Castellet le consiguió una bolsa de viaje para ir a París con el fin de
aprender francés y en el futuro ganarse la vida como traductor. Entre las gentes que trató,
destacaría a los componentes de Ruedo Ibérico, sobre todo a José Martínez y a Antonio Pérez,
quien poco después, en un segundo viaje a la capital francesa, le encontraría trabajo como
“garçon de laboratoire” en el Instituto Pasteur que dirigía Jacques Monod. En París se hace
militante del PCE y luego, al regresar a Barcelona, del PSUC, aunque su afiliciación solo duró
entre 1961 y 1967, por la intransigencia y puritanismo del partido en materia sexual. En los
últimos años, Marsé se ha definido políticamente como un escéptico con mentalidad de
izquierdas.
Su empeño por abandonar el trabajo en el taller de joyería lo lleva a escribir durante 1961 su
segunda novela, Esta cara de la luna (1962), de la que nunca se sintió del todo satisfecho, de ahí
que se haya negado a reeditarla. En esta obra insiste en la separación entre padres e hijos,
representados aquellos por una “generación de hamaca y balancín con fábrica al fondo”, y estos
por un personaje, Miguel Dot, que pasará de la oposición revolucionaria al cinismo más
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descorazonador, uno de esos falsos rebeldes que volveremos a encontrar en Últimas tardes con
Teresa.
Durante estos años su vocación se decanta definitivamente por la escritura. Así, en el verano de
1965 concluye en Nava de la Asunción, Últimas tardes con Teresa (1966), con la que por fin
obtendría el prestigioso Premio Biblioteca Breve, no sin polémica, y el definitivo reconocimiento
como escritor. Su origen se halla en la imagen de una verbena durante la Noche de San Juan. En
particular, se relatan los delirios amorosos entre Teresa, la fantástica, una niña bien de
Barcelona, y Manolo el Pijoaparte, un atractivo charnego que vive en las barracas del Monte
Carmelo, a quien la joven confunde con un obrero revolucionario. En este sorprendente
equívoco se basa la narración, historia de dos mitos paralelos, pues ambos confunden al
personaje que se han inventado con la persona. Pero además novela paródica de la literatura
social, de los libros de amores de verano y del activismo subversivo universitario protagonizado
por algunos niños bien. Por último, es también una obra sobre la imposibilidad de ascender
socialmente y la inoperancia del antifranquismo de salón de ciertos burguesitos catalanes.
Su siguiente novela, La oscura historia de la prima Montse (1970), un relato sobre diversas tomas
de posición moral, no obtiene tanto éxito. En ella, el pariente pobre, mestizo y algo resentido,
Paco Bodegas, y su prima y amante malcasada, Nuria Claramunt, evocan la vida de Montse, su
hermana, una joven desvalida que encarna a la perfección la inocencia, pues se ha creído –por
“la monstruosa educación familiar recibida” (p. 307)- casi todo lo que le contaron sobre la
existencia... Así, la novela es el recuerdo de una destrucción. En su desenlace llegamos a
comprender por qué Montse se quitó la vida cuando vio que no se sostenía su ideal de ajustar
la conducta a “aquel viejo sueño de integridad, de ofrecimiento total, de solidaridad o como
quiera llamarse eso que la había mantenido en pie, con sus grandes ojos negros alucinados y el
corazón palpitante, frente a miserables enfermos, presidiarios sin entrañas y huérfanos de
profesión”.
Lo que lleva a la pobre Montse a su desgraciado final es, pues, su deslumbramiento por el
expresidiario Manuel, que no es otro que Manolo Reyes, el antes llamado Pijoaparte, quien sigue
aspirando al bienestar burgués. Pero también la ya indicada desilusión que le produce la
hipocresía de su acomodada familia. La diferencia fundamental con aquella narración de 1966
estriba en que si Teresa representaba la frivolidad, Montse Claramunt simboliza el prototipo de
la entereza ante la adversidad, aunque es cierto que ambas padecerían un “espejismo amoroso”.
En resumidas cuentas, esta narración no debe dejar de leerse como una burla feroz de la
hipócrita burguesía catalanista y católica (“mandarines de la catalanidad”, “benefactora y
limosnera burguesía”, los llama), con su empalagosa caridad de catequesis, de la que el arribista
Salvador Vilella es un buen paradigma. Pero donde quizás el sarcasmo alcance cotas más
elevadas sea en el relato de la “terrible maquinaria” de los Cursillos de Cristiandad en Vich, en
los capítulos 14-19, un claro injerto dentro de la novela, así como en la parodia de las crónicas
sociales sobre los bailes de debutantes propias de la revista ¡Hola!.
Cuando a Marsé se le ha preguntado por sus personajes femeninos (sólo hay que recordar la
importancia que tienen Tina, Teresa y Montse en las novelas recién comentadas), ha respondido
que sus protagonistas son muchachas que se adelantan a su tiempo, por lo que la sociedad o la
familia terminan pasándoles factura. Pueden tener en común, aclara, “cierta romántica
capacidad o voluntad de ensoñación, de adecuar su ideal de la personalidad –reprimida por el
entorno familiar y social, la educación recibida y la estrategia moral de una clase- a una realidad
social anhelada por ellas, más justa y más libre, pero que todavía no existe”[5].
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Muy pronto Marsé toma la decisión de no ganarse la vida sólo escribiendo novelas, entre otras
razones, porque se da cuenta de que al ritmo que trabaja no le es posible. Y como tampoco le
gustaba hacer de intelectual, es decir, dar conferencias, escribir artículos de opinión, etc., opta
por ejercer de periodista en diversas revistas (Bocaccio, Don y Por Favor), escribir guiones o
publicar libros sobre cine, como la manera más sensata de hacerlo. Los trabajos que Marsé
escribió para Por favor los recogería en Confidencias de un chorizo (1977) y Señoras y señores
(1975 y 1977, 1988). Este último título, en realidad, se componía de dos volúmenes distintos,
formados por retratos “morales” realizados a partir de la descripción de los rasgos físicos de los
personajes, adobados con un gran sentido del humor, sin que faltase a veces su vitriólica ironía.
La edición de 1988 recogía las colaboraciones en el diario El País, donde resucitó la sección. En
este nuevo siglo ha publicado varios libros dedicados al cine, su otra gran pasión, tales como Un
paseo por las estrellas (2001) y Momentos inolvidables del cine (2004), donde recrea noventa y
nueve escenas de otras tantas películas que prefiere.
Si te dicen que caí (1973) quizá sea su mejor novela y probablemente una de las mejores
españolas del siglo XX[6]. Esta constituye el relato de la infancia, del recuerdo de lo que aquella
época fue en los barrios del autor. Como la obra se prohíbe en España por la censura, aparece
primero en México, donde obtuvo el I Premio Internacional de Novela. Así, utilizando distintas
voces que se complementan y contradicen, se narra en ella, entre la ternura y la crudeza, el
pasado de Java, Sarnita y los otros niños kabileños, quienes se cuentan aventis (historias,
aventuras) para que se imponga “la verdad verdadera”, mientras intentan sobrevivir en una
complicada y sórdida Barcelona recién salida de la guerra, en la que la corrupción campa por sus
respetos[7].
Acaso sea en esta obra, como en ninguna otra de las suyas, donde puede observarse mejor de
qué modo utiliza Marsé la escenografía urbana. Al igual que ocurre en sus demás narraciones,
el espacio es real, aunque no aparezca en la realidad tal y como él nos lo presenta, pues el autor
opta por crear un “cóctel de barriadas”, hasta formar, al fin y a la postre un “barrio mental (...),
un compuesto flexible de La Salud, el Carmelo, el Guinardó y Gracia”. Lo cierto es que aquí nos
encontramos también con toda una serie de personajes, lugares y motivos omnipresentes en su
literatura: las huérfanas de la Casa de Familia; Carmen Broto, la prostituta rubia platino
asesinada, que también es Aurora y Menchu; las bandas de pistoleros anarquistas; la Capilla de
las Ánimas y sus alrededores, donde los chicos juegan, torturan a las jóvenes y se cuentan
aventis; la Fiesta Mayor del barrio; las funciones de Els Pastorets, etc.
En 1977 publica Marsé un cuento en la revista Bazaar, “Parabellum”, en el que relata en síntesis
lo que sería La muchacha de las bragas de oro. Con ella obtiene, en 1978, el Premio Planeta. En
esta obra se produce, en suma, una confrontación entre los valores tradicionales del escritor y
exfalangista Luys Forest y los modernos de su joven sobrina Mariana. En realidad, la novela trata
-lo ha explicado muy bien José-Carlos Mainer- de las culpas contraídas durante la guerra civil y
la postguerra. Y, sin embargo, el autor no duda en utilizar a este escritor falangista para
reflexionar acerca del oficio, sobre el modo de convertir la realidad en ficción manejando
verdades y mentiras. La novela puede leerse también como una respuesta a Descargo de
conciencia (1976), las memorias de Pedro Laín Entralgo en las que se presenta como un
intelectual franquista arrepentido.
En Un día volveré (1982) se narra el regreso al barrio del pistolero Jan Julivert Mon, quien tras
pasar doce años en la cárcel, en apariencia desea recobrar el amor de su cuñada y llevar una
existencia más plácida. Pero este hombre derrotado que ha ido perdiendo sus antiguas
inquietudes políticas, debe enfrentarse al personaje mitificado en que lo han convertido los
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suyos, quienes durante su ausencia esperaban de él una conducta heroica. Frente a la
complejidad estructural de Si te dicen que caí, ésta es una novela lineal que muestra el mundo
del barrio desde los ojos de un adolescente, Néstor; y la vida de la pequeña burguesía degradada
por los efectos de la represión de la postguerra. Lo que se presenta, en contraste, son las
esperanzas de diversos personajes y en lo que la realidad las ha acabado convirtiendo. Así, Jan
Julivert quiere olvidar su pasado y vivir tranquilo, mientras que Néstor, su sobrino, espera un
acto heroico de su parte, una venganza ejemplar que restituya el equilibrio perdido. En realidad,
lo que esta melancólica narración presenta son las esperanzas de estas gentes en 1959, fecha
en que transcurre la acción.
A finales de agosto de 1984, durante sus vacaciones en L´Arboç, Marsé sufre un infarto. Desde
entonces no fuma, bebe con prudencia, sigue una dieta controlada e intenta llevar una vida
tranquila. Ese mismo año se publica Rondá del Guinardo, una obra maestra de la novela corta.
Su acción transcurre en un espacio acotado durante un tiempo reducido, a caballo entre el relato
del presente y los recuerdos del pasado, que no es otro que el “paisaje moral” de la infancia de
Marsé. Lo que se narra es el recorrido que emprenden juntos los dos protagonistas: Rosita, una
chica de casi 14 años, recogida en un orfanato, y un innominado inspector de policía. Se trata de
un vía crucis de miseria, dolor y sordidez. Lo que singulariza a esta narración es la depuración de
elementos, su singular estructura, el recorrido mismo por el Guinardó. La media distancia en
que se desenvuelve tiene algo de la intensidad, concisión y redondez del cuento, sin que por ello
carezca de ese carácter expansivo que suele definir a la novela. La misma historia que se narra,
esto es, la de una joven que debe ir a reconocer el cadáver de quien parece ser que fue su
violador, exige altas dosis de contención. La acción transcurre a lo largo de medio día, durante
el 8 de mayo de 1945, el día de la capitulación de Alemania. Cuando concluya la jornada
sabremos que ni Rosita es la niña inocente que era, ni el inspector el tipo duro, vencedor en la
guerra, que había sido, pues ambos han sido derrotados.
Un poco después, en 1986 aparece su único libro de cuentos, Teniente Bravo. La pieza que da
título al volumen, la más sobresaliente del conjunto[8], se inspira en un hecho real que vivió él
mismo en su servicio militar en Ceuta. Durante años se la estuvo relatando a sus amigos hasta
cerciorarse de que la narración había adquirido el ritmo, la intriga y los matices necesarios para
poder ser transcrita. En este grotesco episodio un teniente tan loco como soberbio se empecina
infructuosamente en saltar el potro ante la tropa. El cuento, que baraja humor y patetismo,
puede leerse asimismo de manera alegórica, lo ha explicado muy bien Cecilio Alonso, como “la
descomposición de unas formas épicas del poder y del dominio social, que marcaron
negativamente la vida española desde 1939”[9].
“El fantasma del cine Roxy”, un homenaje al cine preferido por el autor, se basa en una anécdota
real, el diálogo entre un director de cine y un guionista que lo crítica; sin duda alguna, el mismo
Marsé. A este relato le dedicaría Serrat una canción que lleva el mismo título. Por su parte,
“Noches de Bocaccio” constituye una burla del esnobismo, de la tonta frivolidad y del
vanguardismo papanatas de las gentes de la llamada gauche divine. “Historia de detectives”, el
otro cuento destacable del volumen, arranca con una cita del Libro del desasosiego, de Pessoa,
que bien puede valer como resumen argumental no sólo de esta narración sino de una buena
parte de la obra de Marsé. Dice así: “como los niños pobres que juegan a ser felices”. No en
vano, esta pieza podría haberse desgajado perfectamente de Si te dicen que caí o de la misma
Ronda del Guinardó, sin que ello significase poner en duda su valor como cuento. En este relato,
Mingo Roca (el nombre del personaje proviene del apelativo de su padre biológico y del apellido
de su madre) recuerda un episodio de su infancia, junto a aquella pandilla de trinxas encabezada
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por Juanito Marés[10], cuando jugaban a detectives y espías, y perseguían a la gente para luego
contarse lo que les había sucedido, o en realidad lo que les hubiera gustado que les sucediera.
Pero sobre todo se relata, al fin y a la postre, la historia del ahorcado de la calle Legalidad, sus
celos, el amor por su mujer..., las penurias y el dolor sin fin de la postguerra.
Con El amante bilingüe obtiene en 1990 el Premio Ateneo de Sevilla, de la editorial Planeta. Se
trata de un sarcástico relato en el que, tras la soterrada burla de la política nacionalista
imperante en Cataluña, se plantea la imposibilidad de llegar a ser feliz sin enmascararse. Más en
concreto, se cuenta en primera persona, diez años después de transcurridos los hechos, lo que
tiene que hacer un catalán de origen humilde, e incluso folletinesco, para reconquistar a su
exmujer, Norma Valentí, una burguesa catalana que padece una curiosa inclinación sexual por
los charnegos más característicos, tan atractivos como primarios. La novela es, en verdad, la
historia de un fracaso, pero también una burla de la política lingüística de la Generalitat, llevada
a cabo durante el mandato de Convergència. El deterioro del emblemático Walden 7, de Ricardo
Bofill, edificio financiado por la Banca Catalana de Jordi Pujol, en donde reside el protagonista,
funciona como símbolo de la degradación de la existencia del personaje, aparte de como parodia
de ciertos delirios intelectuales herederos del 68. Pero, sobre todo, la novela, cuya trama se
halla compuesta con un gran distanciamiento, está llena de humor, siempre teñido por una
lúcida mala leche que le permite a Marsé plantear sin ambages una cuestión silenciada por la
sociedad catalana.
El embrujo de Shanghai (1994) fue una novela afortunada pues obtuvo el reconocimiento dentro
y fuera de España: el Premio de la Crítica y el Aristeion Europeo de Novela. En ella cuenta ahora
Marsé una historia de traiciones y desengaños, de “cómo los sueños juveniles se corrompen en
boca de los adultos”, según se afirma en el inicio. Asimismo, debe relacionarse con la primera
obra del autor, tanto por su esquema compositivo general como por el espacio en que
transcurre gran parte de la acción, la torre de Anita y Susana, aunque aparezca situada en la
calle Camelias en lugar de en la del Laurel. Por lo demás, el añorado progenitor de aquella
primera novela aparece finalmente en Shanghai, como el ingeniero Esteban Climent Comas.
En el relato se alternan dos tramas argumentales: la primera transcurre en una Barcelona gris,
en los últimos años cuarenta; mientras que la segunda se desarrolla por un lado en el exilio
penoso y oscuro de los luchadores antifranquistas, en Toulouse, sin duda mitificado por los
republicanos que se quedaron en España, y por otro en el exilio fabuloso, de película, de la lejana
Shanghai de 1948, durante las vísperas de la victoria comunista de Mao. Si el primer exilio se
presenta como un mundo real, el segundo resulta inventado. Así, Nandu Forcat evoca para los
jóvenes Dani y Susana, como si les contara una aventi china, las peripecias de Kim, el padre de
la joven, en la exótica ciudad. Según Marsé, la infancia sería el único territorio donde tienen
cabida la esperanza, la ilusión y los sueños. Por su parte, Daniel (quien posee mucho del niño
que fue Marsé) recuerda su infancia desde el presente, los paseos con el esperpéntico capitán
Blay en busca de firmas mediante las cuales denunciar la `contaminación´ del barrio, además de
las tardes que pasó con Susana, la niña tísica, y cómo lograron sobrevivir en una triste postguerra
al calor de los relatos de Forcat sobre las andanzas de Kim en Shanghai.
Con su siguiente novela, Rabos de lagartija (2000), Marsé volvió a obtener el Premio de la Crítica
y el Premio Nacional de Narrativa. Los protagonistas de esta obra son la familia Bartra, la madre
embarazada y el hijo, Rosa la pelirroja y David; pero también Víctor, el padre huído; Juan, el
hermano mayor muerto; y el pequeño Víctor, quien recuerda los hechos años después, por
medio de lo que le han contado y él se imagina. La peripecia central es producto del “funesto
combate” que se nombra en la novela y se genera por el enfrentamiento de dos deseos
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contrapuestos: el del inspector Galván, colado por la pelirroja, a la que quiere conquistar
mientras ella se deja querer, y el de David quien se empeña en desenmascararlo para
desacreditarlo ante su madre. La novela podría leerse, por tanto, como el desarrollo de las
artimañas del joven a fin de que su madre no se encandile con un policía bien parecido, quien
se muestra solícito y los ayuda, aunque al fin y a la postre represente el régimen represor, pues
sólo les muestra su mejor cara.
La acción empieza en 1945, con el bombardeo de Hiroshima, el año de la `bomba atomicia´,
como la llama la abuela Tecla, y acaba en 1951, coincidiendo con la huelga de tranvías en
Barcelona y la muerte de David, una vez éste ha asumido la verdad, tras pasar a la acción e
intentar defenderla con su cámara de fotos, la única y mejor arma que posee. Casi toda la trama
transcurre en la casa familiar, un consultorio médico realquilado próximo a un barranco. Desde
allí se evoca la trayectoria del padre, un resistente, convertido en el fantasma que se arrastra
con el culo ensangrentado; la del doctor libertario P. J. Rosón-Ansio y también los avatares del
moribundo perro Chispa. Pero las historias se gestan en el toma y daca constante, lleno de ironía
y sarcasmo, que David mantiene sucesivamente con su padre, sus hermanos Víctor y Juan, con
el piloto derribado de la RAF, con el policía, al que le toma el pelo siempre que puede y con su
amigo Paulino Bardolet, Pauli, un gordito homosexual que tiene almorranas y del que se
aprovecha sexualmente su tío, además de las charlas con la abuela Tecla.
Canciones de amor en Lolita´s Club (2005) transcurre en el presente y la acción predomina sobre
la reflexión. En ella, un policía bravucón, solitario y justiciero regresa a la casa familiar con la
amenaza de ser expedientado y un pasado lleno de actuaciones brutales. Lo que se cuenta, por
tanto, es la vuelta del hijo pródigo, su redención por amor, tras desencadenar una serie de
conflictos que lo enfrentan no sólo con los miembros de su familia sino también con casi todos
los estamentos sociales con los que se topa. Pero la novela es, ante todo, una historia
sentimental, una tragedia amorosa con el trasfondo de un presente agitado por los atentados
etarras, el tráfico de emigrantes y el blanqueo ilegal de dinero. Gran parte de la acción transcurre
en un modesto burdel de carretera, donde trabaja Milena, la prostituta colombiana que
enfrenta y transforma la existencia de los gemelos Fuentes.
Quizá sea en Caligrafía de los sueños (2011) donde la presencia de lo autobiográfico sea mayor
que en ninguna otra de sus narraciones. Lo que se nos cuenta, en síntesis, son dos historias: el
paso de la pubertad a la madurez, con la búsqueda de la identidad y el descubrimiento de la
vocación de Ringo, trasunto del joven que fue el autor; y las cuitas sentimentales de Victoria
Mir, Vicky, una mujer madura, sedienta de felicidad. Ambas narraciones aparecen entrelazadas
no sólo por desarrollarse en un mismo espacio físico y porque la segunda proceda de la versión
que el chico nos proporciona de los hechos, sino también porque la conducta de la señora Mir
le muestra al joven Ringo el tipo de realidad que debe procurar eludir, tratando de no quedar
engullido por ella: la del mero costumbrismo tragicómico. Así, regresa el autor a su mundo
literario habitual y a sus temas predilectos, en la Barcelona de 1948, una ciudad gris y “ratonera”;
contrapone apariencia y realidad, pues casi nada resulta ser lo que parece; muestra la precaria
existencia y la solidaridad entre los derrotados por la guerra, junto con el despertar de la
vocación y los impedimentos que surgen para llevarla a cabo y el descubrimiento de la orfandad
por la ausencia frecuente del padre y el aprendizaje de la piedad, así como el despertar del
deseo. Marsé baraja aquí a la perfección lo trágico y lo cómico, lo sublime y lo grotesco.
Y aunque ya ha anunciado que está trabajando en una nueva novela, provisionalmente titulada
Una puta muy querida, la última publicada ha sido Noticias felices en aviones de papel (2015),
con la que regresa al género de la novela corta y a varios de los mimbres que reconocerán sus
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lectores: el barrio de Gracia; una madre comprensiva y generosa (Ruth) y un hijo adolescente,
silencioso y esquivo (Bruno); un padre ausente y cantamañas (Amador Cano Raciocinio); los
niños con sus cabezas rapadas (los hermanos Rabinad); y una vecina mochales, la señora Pauli.
En esta ocasión el tema es la memoria, “la abeja muerta que pica”. Los protagonistas adultos
poseen un pasado que ha marcado su existencia, pues los padres de Bruno, en los años setenta,
vivieron en Ibiza en una comuna hippie; mientras que la señora Pauli había nacido en Varsovia
siete décadas atrás, aunque llevara desde 1942 en Barcelona, después de morir su familia en los
campos de exterminio alemanes, y desaparecer su novio, un joven boxeador, durante la guerra.
En 1941, con la ayuda de un oficial alemán que se enamora de ella, Hanna consigue llegar a
Barcelona, para acabar convirtiéndose en corista del Paralelo.
Como suele ser habitual en su obra, Marsé se nutre del pasado, aunque en esta ocasión sea a
través de los ecos de la pesadilla nacionalsocialista, de la persecución de los judíos. Sin embargo,
la historia no es lo que al principio del relato pudiera parecer, pues el autor baraja varias tramas
que transcurren en tiempos y espacios diferentes: Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial,
la Barcelona de su infancia y la de 1989, todas ellas trenzadas con maestría. Se trata, en suma,
de un relato sobre el acceso a la madurez de un joven que va conociendo la amistad, el
sufrimiento y el peso de la historia, junto con la solidaridad y la compasión. Tras haber padecido
el egoísmo y la degradación del padre, ahora reconvertido en “vendedor de imposturas y
patrañas”, el joven Bruno primero lo rechaza, para acabar estimándolo después. Como también
aprende a distinguir lo que tienen de auténticos recuerdos los delirios de la señora Pauli. Si esta
nunca pudo olvidarse del balcón de su casa en el gueto de Varsovia, tampoco Marsé consigue
alejarse de aquellos niños pobres sin escuela de su infancia que fumaban y soñaban en la calle.
Dentro del conjunto de su obra, la crítica ha destacado la adecuación de su estilo al mundo
narrado; su innegable habilidad, sobre todo a partir de ese gran equívoco que es Últimas tardes
con Teresa, para dar con un tono capaz de mostrar a la perfección los conflictos que se generan
en Barcelona durante los primeros años de la postguerra. En un país en el que se optó por olvidar
el franquismo, Marsé se ha nutrido precisamente de esos materiales de derribo que han ido
alimentado su memoria, desechos de una sociedad que se creyó impoluta pero que resultó
esconder la basura bajo la alfombra. Por consiguiente, sus historias, una combinación feliz de
imaginación y memoria a partes iguales, infalibles hechizando al lector, constituyen la mejor
manera de combatir “la olla podrida del olvido”, para decirlo con una frase de Un día volveré.
En su caso, la novela no pretende ser un arte de lo que fue, sino de lo que pudo haber sido. De
ahí que sus personajes y su mundo sean los propios de la durísima postguerra española, con los
barrios de su infancia, la niñas bien de la burguesía, el proletariado, la oposición clandestina...
Los vencidos, en suma. Un espacio fijado en el tiempo por esa ficción que es siempre la memoria.
Marsé se vale de dos registros lingüísticos diferentes: el más literario (e incluso lírico, en
ocasiones) del narrador, y otro más suelto y espontáneo, propio del diálogo. La divergencia entre
ellos, la natural y frecuente transición entre uno y otro, no entra en conflicto. Antes bien, hace
que la historia fluya con absoluta normalidad. El narrador aporta entidad y sentido al marco en
el que se desenvuelve la acción, así como a los diversos elementos que aparecen en el espacio.
De hecho, lo presenta muy someramente, junto con los personajes. En los diálogos, en cambio,
utiliza Marsé una lengua literaria basada en el habla cotidiana: pone en boca de sus criaturas un
idioma mestizo, un castellano diglósico, plagado de catalanismos, variante esta que puede oírse
todavía hoy en Barcelona, en barrios cuya convivencia entre burgueses catalanes y emigrantes
era frecuente.
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Una parte importante del oxígeno de sus mejores páginas suele proceder del humor que
acostumbra a enriquecer con ironía y sarcasmo. Quizá por ello, aquel que prefiere Marsé
provenga de cierta dosis de mala leche, de la sana indignación que produce lo injusto o
arbitrario. El humor constituye, en definitiva, la mejor “estrategia para hacer más soportable la
verdad”, “la expresión más noble de la verdad”[11]. Su más acusada veta es la tragicómica, la
cual tal vez alcance su cumbre mayor en el cuento “Teniente Bravo”. Pero también el humor
puede ser en ocasiones una defensa, y de este modo lo utiliza David en Rabos de lagartija en
relación con el inspector Galván, el enamorado complaciente.
Así las cosas, parece que Marsé se haya pasado la vida soportando con cachazuda paciencia
algún que otro sambenito, o bien intentando aclarar este o aquel malentendido. Primero, Carlos
Barral y cía. se empeñaron en que fuera la quintaesencia del escritor obrero, aunque él nunca
estuviera por una labor que quizá le iba a proporcionar réditos a corto plazo pero que, a la larga,
lo hubiera condenado sin duda al olvido, como a tantos otros que se apuntaron a aquella
ocasional estética. Marsé sólo aspiraba a ser un contador de aventis; un narrador intuitivo capaz
de conmover y entretener a los lectores con unas historias que en el fondo, enmascaradas en
mayor o menor medida, él mismo había vivido.
Que la vida no es como la esperábamos ya
lo mostró Chejov con absoluta lucidez, y nos lo recordó Gil de Biedma. Años después, Elías
Canetti nos mostraría lo poco que suele quedar de cuanto soñamos, aunque pese lo suyo... De
hecho, estas son también las lecciones de Marsé, pues los sueños juveniles se corrompen con la
madurez. En definitiva, junto a unas cuantas narraciones memorables, Marsé nos ha dejado
otros tantos personajes inolvidables, como esa dorada Teresa que va y viene sin cesar; o el iluso
arribista Manolo Reyes, el Pijoaparte; o tal vez ese “luchador que ha dejado de luchar” que es
Jan Julivert Mon; o Java, el niño Sarnita y Aurora/Ramona; o incluso la prima Montse, Susana, la
pelirroja Rosa y la señora Mir, Vicky, o aquel otro personaje bajito, moreno, de pelo rizado, que
siempre andaba enredando entre las chicas... Todo ese mundo de memoria e imaginación
desatada lo ha levantado un individuo que se retrata a sí mismo como “bajo, poco hablador,
taciturno y burlón”, un escritor que en un país en el que cada vez hay más gente con deseos de
formar parte del rebaño, ha sido capaz de mantener su voz propia, discordante, ajena a las
componendas y parabienes del poder, ya sea este local, autonómico o nacional. Y así esperamos
que continúe mientras nos llega esa nueva novela cuyo título definitivo no será probablemente
Una puta muy querida, pues también se lo cambiará poco antes de que entre en imprenta.
FERNANDO VALLS
[1]. Vid. Josep Maria Cuenca, Mientras llega la felicidad. Una biografía de Juan Marsé, Anagrama,
Barcelona, 2015.
[2]. Vid., por ejemplo, en Ronda del Guinardo, el pasaje en que Rosita recuerda a su violador,
inspirado en las líneas finales de La Regenta, en donde se habla de “su boca sin dientes, que olía
a habas crudas y era resbalosa y blanda como un sapo”.
[3]. Cf. El Pijoaparte y otras historias, Bruguera, Barcelona, 1981, p. 49. En este volumen de
imprescindible consulta, muy poco utilizado por la crítica, respondiendo a las preguntas de Lolo
Rico Oliver, el autor comenta, una a una, todas sus obras.
[4]. Encerrados con un solo juguete, Lumen, Barcelona, 1999, p. 206.
[5]. Vid. El Pijoaparte y otras historias, p. 114.
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[6]. Al menos eso se deduce de la encuesta de la revista Quimera, núms. 214-215, abril del 2002,
dedicado a “La novela española del siglo XX”.
[7]. Puede verse mi artículo “Teoría y práctica de la aventi en Juan Marsé”, Ínsula, núm. 755,
noviembre del 2009, pp. 23-27.
[8]. En una encuesta publicada por la revista Quimera, núms. 242 y 243, abril del 2004, en un
monográfico dedicado al cuento español del siglo XX era recordado, junto a “Cabeza rapada”,
de Jesús Fernández Santos, como los mejores relatos de la centuria pasada.
[9]. Cf. “`Teniente bravo´. Juan Marsé”, Quimera, ibid., pp. 68 y 69.
[10]. El autor, como es habitual en él, juega aquí con la similitud de los nombres de los personajes
con los suyos propios. No sólo vuelve a utilizar el Marés/Marsé sino que también se dice que la
madre de Mingo se llama Berta Roca. Lo que nos hace recordar que las dos madres de Marsé, la
biológica y la adoptiva, se llamaban, respectivamente, Rosa Roca y Berta Carbó.
[11]. Vid. Juan Cruz, “Juan Marsé. El escritor descalzo”, Gentleman, núm. 2, noviembre del 2003,
p. 55.
Escrito en Lecturas Turia por Fernando Valls
https://ctxt.es/es/20170503/Culturas/12538/Juan-Marse-coleccion-particular-narrativa.htm
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