Subido por P. Matías Jurado

Martini, Carlo Maria - Remad mar adentro

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Cario María Martini
¡Remad
mar adentro!
Eucaristía y dinamismo eclesial
-
SALTERRAE
-
Colección «EL
POZO DE SIQUEM»
272
Cario María Martini
¡Remad mar adentro!
Eucaristía y dinamismo eclesial
SAL TERRAE
Santander - 2010
Título del original italiano:
Préndete il largo!
Eucaristía e dinamismo eclesiale
© 2009 by Áncora Editrice,
Via G.B. Niccolini, 8
20154 Milano
www.ancoralibri.it
Índice
Presentación, por Giuseppe Bettoni, sss
7
1.
La singularísima historia de Jesucristo
13
2.
La síntesis de toda la vida de Jesús
15
3.
El verdadero éxodo de Jesús
19
4.
La eucaristía es la pascua de Jesús
22
5.
Jesús siempre vivo
26
6.
Jesús actúa por nosotros, entre nosotros
Traducción:
Ramón Alfonso Diez Aragón
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•**^ "
Imprimatur.
* Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
15-10-2010
© 2010 by Editorial Sal Terrae
Polígono de Raos, Parcela 14-1
39600 Maliaño (Cantabria)
Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201
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María Pérez-Aguilera
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Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
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por cualquier medio o procedimiento técnico
sin permiso expreso del editor.
Impreso en España. Printed in Spain
ISBN: 978-84-293-1892-0
Depósito Legal: BI-2895-2010
Impresión y encuademación:
Grafo, S.A. - Basauri (Vizcaya)
www.grafo.es
4
CARLO MARÍA MARTINI
y en nuestro favor
29
7.
Este es el pan que nos sostiene
32
8.
El hombre abierto al misterio
35
9.
¡Este es el sacramento de nuestra fe!
38
10.
La eucaristía hace la Iglesia
41
11.
La fuerza configuradora de la eucaristía
47
12.
Un manantial impetuoso de justicia
51
13.
Cuerpo eucarístico y cuerpo eclesial
54
14.
¿Sabemos de verdad celebrar el misterio de Dios?
57
15.
El domingo: el día por excelencia
60
16.
Dejarse formar por la eucaristía
62
17.
Eucaristía y familia
67
18.
Para asimilar el Misterio
70
¡REMAD MAR ADENTROl
5
19.
El pecado que carcome el estilo eucarístico . . . .
73
20.
Eucaristía y tensiones en la Iglesia
76
21.
Participar en la lógica de Jesús
79
22.
El misterio de una Iglesia humilde y valiente . . .
82
23.
La transformación del cristiano
85
24.
El asombro ante el don de Dios
88
25.
El espíritu de adoración
Presentación
30.
Fidelidad ritual y fidelidad ética
104
31.
Las actitudes espirituales exigidas por la historia
106
32.
La resonancia política del poder de Cristo
108
33.
Del amor pascual brota la esperanza
111
34.
La ética eucarística de la zarza ardiente
114
35.
La fuente del amor de la Iglesia a la ciudad . . . .
117
36.
En el dinamismo del amor
120
37.
La impaciencia propia del amor
123
A diario tenemos la experiencia de la fuerza de la gravedad que atrae las cosas hacia abajo, sin la cual la semilla no caería en el surco ni podría tener a su alrededor
los nutrientes necesarios, el agua no se dejaría retener...
Hay otra fuerza, que es la que atrae hacia arriba, hacia el
cielo. Desde el primer momento, la semilla tiende a salir
del seno de la tierra, busca la luz, el sol. Y es así como
germina... y la espiga madura. Hay un dinamismo -es
decir, un «movimiento» vital- que pertenece al designio
de Dios inscrito en la naturaleza de las cosas. Con todo,
esta semilla no llegaría nunca a nuestra mesa sin el cuidado y el trabajo del ser humano: es necesario que alguien coseche, muela, reúna, distribuya... y he aquí que
de este modo descubrimos también un dinamismo horizontal del que no siempre somos conscientes, pero que,
sin embargo, es real y necesario para que el grano de trigo llegue a ser pan y podamos comerlo.
38.
Hasta el día en que nos sentemos
a la mesa con Dios
Te damos gracias, oh Padre
125
128
Isaías (55,10-11) dice esto mismo con otras palabras
sobre la Palabra de Dios:
que nace en la celebración
90
26.
«Daos vosotros mismos por todos»
93
27.
Una existencia eucarística
96
28.
La eucaristía lo atrae «todo» y a «todos»
99
29.
En la eucaristía somos formados
para las grandes decisiones
39.
Fuentes
6
CARIO MARÍA MARTINI
101
133
«Como bajan la lluvia y la nieve del cielo,
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar,
¡REMAD MAR ADENTRO!
7
para que dé semilla al sembrador
y pan para comer,
así será mi Palabra, que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo».
Esta extraordinaria actividad de la Palabra, que el cardenal Cario María Martini ha anunciado constante e infatigablemente a lo largo de su ministerio, está presente
también en el misterio eucarístico y con una fuerza impresionante brota de sus escritos, atraviesa y recorre la
trama de sus homilías, de sus cartas pastorales o, más
sencillamente, de sus meditaciones y oraciones. Este es
el sentido y el motivo del subtítulo de la presente selección: «Eucaristía y dinamismo eclesial».
Al dejarnos tomar de la mano por esta antología de
los textos eucarísticos que recorren sobre todo su ministerio episcopal, y están presentes también en su predicación actual en la forma de los ejercicios espirituales, se
nos invita a realizar un «itinerario eucarístico».
Ciertamente no nos encontramos ante un tratado teológico sobre la eucaristía, pero la visión del misterio, las
intuiciones espirituales y las indicaciones pastorales que
se manifiestan hunden sus raíces en el terreno fecundo de
la renovación teológica del concilio Vaticano II.
El misterio de la eucaristía, tal como se transparenta
en estas páginas, es una realidad dinámica que implica a
la Iglesia y la historia en un movimiento que tiene su
punto de partida en la entrega que Jesús hace de sí mismo y, por tanto, en su muerte. Muerte que, por un lado,
parece poner fin a su venida a la tierra -al menos esta era
8
CARLO MARÍA MARTINI
la intención de las autoridades romanas y judías-, pero
que, por el contrario, es vencida por la resurrección que
revela y deja entrever el día en que nos sentaremos finalmente a la mesa con Dios. «Entre tanto», la repetición de
la celebración suscita en el discípulo el deseo de dar forma eucarística a su propia vida en el don de sí mismo y
en la entrega de su propia existencia.
La eucaristía es el punto de partida y de convergencia de
la peregrinación humana en los senderos de la historia, es
una referencia dinámica y no un simple refugio. La celebración eucarística es a veces casi como una vela que
-impulsada por el soplo del Espíritu- lleva la barca de los
discípulos y de la Iglesia mar adentro, hacia las corrientes y las tempestades de la historia humana, como sugiere el título elegido para este volumen: «¡Remad mar
adentro!» (Le 5,4).
La unión de este versículo evangélico con el tema de
la eucaristía no es habitual y podría causar una cierta perplejidad. De hecho, la invitación de Jesús a «remar mar
adentro» no hace pensar inmediatamente en la celebración de este misterio, sino más bien en emprender la actividad apostólica sugerida en la metáfora de la acción de
echar las redes.
En realidad, la eucaristía no es solo el pan que sostiene el camino, sino Jesús mismo que está en nuestra barca, en la barca de una humanidad sacudida por las tormentas, y que nunca se retira, aunque a veces parezca ausente (cf. Le 8,22-25).
He agrupado los escritos elegidos para esta antología en
cinco secciones.
¡REMAD MAR ADENTRO!
9
El punto de partida está en el encuentro del hombre
con «la singularísima historia de Jesucristo», porque no
se puede comprender la eucaristía sin la relación personal con el Señor. No se trata aquí de detenerse en una visión demasiado jurídica de la institución del sacramento,
sino de privilegiar más bien el sentido mismo de la vida
de Cristo, entendido como el «primer sacramento» del
amor del Padre.
En segundo lugar, se plantea la pregunta sobre quién
es el hombre que se encuentra con Cristo, cuál es la humanidad que se asoma al misterio. Escribe el Cardenal:
«Hay un mensaje para este hombre que teme ser abandonado y no consigue ya creer en nadie. El mensaje nos viene de la misma palabra de Dios: Dios nos nutre con su
Palabra, nos nutre con su vida. Cristo nos hace habitar en
él y juntos, como hermanos, en la misma casa; Cristo nos
hace compartir la misma existencia». El hombre, por
consiguiente, como destinatario de la iniciativa de Dios,
el hombre abierto al misterio.
En tercer lugar, en las palabras de la última cena:
«Haced esto en memoria mía» (Le 22,19) expresa Jesús
el mandato dirigido a la Iglesia de continuar la memoria
viva de su Señor. Estamos en el corazón de nuestro itinerario, encontramos aquí la dimensión espiritual de la liturgia cristiana. En efecto, como se recuerda con insistencia en las enseñanzas del episcopado martiniano, necesitamos abandonarnos a la docilidad del Espíritu Santo para comprender y vivir la estrecha relación entre el
cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial de Jesús, entre la
caridad vivida por Jesús en la pascua y la caridad que la
Iglesia debe vivir en la historia.
Esta es la continuidad que se explicita en la cuarta
sección, en los temas más queridos para el Cardenal: una
eucaristía que «configura cada vez más la existencia»,
que «prepara para las grandes elecciones», que suscita
una ética para vivir «en el dinamismo del amor» y en la
atracción «de todo y de todos hacia el misterio de Cristo», hasta el día en que -y este es el último horizonte«nos sentaremos a la mesa con Dios» para siempre.
Este itinerario eucarístico debe concluir coherentemente con una oración, que es el canto de alabanza y de
acción de gracias expresado con las palabras escritas en
1984 como conclusión de la Carta a san Cario.
Aceptemos la invitación a dejarnos conducir en este itinerario eucarístico, a remar mar adentro sanando las heridas y las enfermedades nuestras y de toda la humanidad, y a vivir en el dinamismo del amor.
GIUSEPPE BETTONI, SSS
¡REMAD MAR ADENTROl
10
CARLO MARÍA MARTIN!
11
1
La singularísima historia de Jesucristo
J ESÚS el don definitivo de Dios, es la plena revelación
del misterio. Este carácter definitivo y pleno depende del
hecho de que él no es solamente un signo de Dios, un
bien que brota de la infinita ternura de su amor, sino que
es la comunicación de Dios mismo, tal como es en sí
mismo. Su ser profundo es propiamente divino y plenamente humano. Su historia pertenece personalmente a
Dios y, al mismo tiempo, tiene ritmos, tiempos y momentos históricos realmente humanos.
El punto culminante de esta historia singular de
Jesús, la «hora», como es llamada en el cuarto Evangelio,
es la pascua: en ella, el amor del Padre no solo es comunicado en plenitud al hombre a través de la donación total del Hijo y la efusión del Espíritu, sino que también
vence y destruye, a través del sufrimiento amoroso de
Cristo y su poderosa glorificación, el rechazo pecaminoso con que el hombre se opone al amor de Dios.
Para el hombre, por lo tanto, celebrar el misterio de
Dios, encontrando plenitud de vida y de salvación, quiere
decir unirse a Cristo, acoger su vida, celebrar su pascua.
La eucaristía es el acontecimiento festivo suscitado
por la pascua para hacer presente su inagotable eficacia
de salvación para todos los tiempos. Ciertamente, no se
¡REMAD MAR ADENTRO!
13
puede deducir simplemente la eucaristía de la pascua, pero hay que remitirse a la voluntad explícita de Jesús, manifestada en la última cena.
Con las palabras y los gestos realizados sobre el pan
y el vino, acompañados del mandato de repetirlos en memoria suya, explicó Jesús proféticamente el gesto que iba
a realizar sobre la cruz y, a la vez, ofreció a sus discípulos la modalidad sacramental con la que habrían de celebrar la plenitud definitiva de la pascua. Aquí radica la singularidad de la celebración eucarística.
Tu voluntad, oh Dios,
es la salvación de todos los hombres:
para realizarla enviaste a tu Hijo,
que murió y resucitó por nosotros.
Haznos comprender el misterio de tu amor;
danos un corazón grande,
capaz de acoger tus deseos
y de ajustar a ellos nuestras elecciones.
Ábrenos para que acojamos tu Palabra,
y la reconozcamos como luz para nuestros pasos,
como don capaz de dar sentido a nuestra vida.
Amén.
14
CARIO MARÍA MARTINI
2
La síntesis de toda la vida de Jesús
N o es fácil comprender desde qué perspectiva es considerado el paso en el gesto del cuerpo entregado y la
sangre derramada, porque es un símbolo sintético, es una
síntesis global de todo el ser de Jesús como Hijo entregado. No obstante, si prestamos atención a los símbolos
específicos, creo que se puede reconocer, entre los diferentes aspectos de este paso, el del sacerdote que se hace
víctima. El pan y el vino son dos materias que en el Antiguo Testamento eran ofrecidas libremente por el sacerdote, pero como realidades distintas de él, que se encontraban fuera de él.
Por el contrario, Jesús sacerdote se ofrece a sí mismo
bajo dos signos, y este paso indecible es comentado por
Jn 13,1: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo». Jesús sacerdote se implica personalmente por los pecados del mundo, se deja
triturar y partir por ellos, para redimirlos en su cuerpo y
su sangre.
Así pues, en la eucaristía tenemos la concentración de
todos los misterios de la redención, «memoria mirabilium suorum fecit Dominus». Y si quisiéramos profundizar aún más en el significado del gesto del pan y del vino como cuerpo y sangre del sacerdote de la nueva alianiREMAD MAR ADENTRO!
15
za, del Hijo entregado, podríamos ver realizada esta actitud en los otros dos vértices del triángulo: Getsemaní
(«No se haga mi voluntad, sino la tuya») y la cruz («En
tus manos encomiendo mi espíritu»). Es decir, lo que la
eucaristía expresa se verifica y se realiza en la expresión
«No se haga mi voluntad, sino la tuya» y en el hecho de
poner la vida en las manos del Padre.
Hay que contemplar juntos los tres vértices o puntas
del triángulo, porque se iluminan y se esclarecen mutuamente formando la figura redentora del misterio, revelando el modo en que la Trinidad se manifiesta históricamente en Cristo: desde el cenáculo, pasando por Getsemaní, hasta la cruz se realiza la revelación definitiva del
amor del Padre, expresada después en la resurrección.
De este modo, somos introducidos en la meditación
de estos misterios centrales de nuestra fe y os propongo
alguna pregunta.
¿Qué paso me espera a mí, dado que mi suerte está
estrechamente ligada a la de la eucaristía, a la del lavatorio de los pies? ¿Cuál es el paso que debo esperarme y
que afecta a mi vida, a mi cuerpo, a mi servicio?
Ciertamente es el paso de una condición centrada
siempre un poco en mí, en mi crecimiento, en mi realización (humana y cultural), a una condición centrada en el
Padre, en Cristo, en los hermanos. En otras palabras, es
el paso del conocimiento nocional al conocimiento real
del misterio de Dios; mi existencia está estrechamente ligada al don de mí mismo, al servicio del lavatorio de los
pies, a la entrega del pan y el vino, el cuerpo y la sangre
por el Señor y por los hermanos.
16
CARLO MARÍA MARTINI
Te damos gracias, Señor, porque en tu evangelio
te manifiestas a nosotros
como misericordia que nos busca,
que busca a todos los seres humanos,
incluidos aquellos que nos preocupan a nosotros
y a quienes buscamos con afán.
Tú estás buscándolos aún más que nosotros,
mucho más que nosotros, ya sea a través nuestro,
ya sea empleando otros medios de tu Providencia,
desconocida para nosotros, pero realmente eficaz.
Te damos gracias, Padre, porque no dejas
de buscarnos a todos y cada uno de nosotros;
porque constantemente deseas
rehacernos, rehabilitarnos, reintegrarnos
en una conciencia pura,
en la autenticidad evangélica,
en la serenidad para aceptar tu designio,
en la fraternidad de nuestras comunidades,
en la superación de todas nuestras envidias,
egoísmos, mezquindades y amarguras.
Haz, Señor, que nos dejemos buscar por ti
hasta el fondo de nosotros mismos;
que no opongamos resistencia a tu búsqueda;
que nos expongamos a la luz
con que tú escrutas las grietas de nuestro suelo
para encontrar aquello de nosotros
que necesita aún ser valorado.
Haz, Padre, que nos dejemos valorar
por la solicitud con que tu Hijo nos busca,
¡REMAD MAR ADENTROl
17
que no le opongamos una concepción
mezquina y estrecha de nosotros mismos,
que nos dejemos reintegrar en nuestra plenitud,
la que tú, en tu designio divino,
has proyectado desde siempre
para cada uno de nosotros
en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Amén.
3
El verdadero éxodo de Jesús
.L/L misterio pascual, que tiene su síntesis en la eucaristía, es el verdadero éxodo de Jesús, es su pasión, como se
observa muy claramente en el Evangelio de Juan: «Antes
de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado
la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo» (Jn 13,1). Su paso al Padre mediante la muerte
y la resurrección está sintetizado en la eucaristía.
Podemos decir que toda su vida fue un éxodo hacia el
Padre. Pero yo desearía dar un paso más. El paso de Jesús
a través de la muerte no es un destino fatal que se le viene encima, sino que es deseado. Cito, por ejemplo, Juan
10,14-15: «Yo soy el buen pastor, conozco a las mías y
ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas». Y en los
versículos 17-18 repite: «Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para después recobrarla. Nadie me la
quita, yo la doy voluntariamente, porque tengo poder para darla y para después recobrarla. Este es el encargo
que he recibido del Padre».
El éxodo de Jesús es deseado, es su propósito, su
elección, su decisión, su determinación resuelta.
18
CARLO MARÍA MARTÍN!
¡REMAD MAR ADENTRO!
19
Es una decisión angustiosa y profunda, por la que
Jesús mira de frente a su destino en Jerusalén y opta por
afrontar el misterio de su muerte. El propósito de Jesús
de dar la vida por nosotros se expresa de manera plena y
simbólicamente densa en la institución eucarística, que
es el momento en el que expresa con palabras, signos y
gestos, esta voluntad de ofrecerse por nuestro amor, por
nuestra salvación, al Padre, hasta las últimas consecuencias. «Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los
apóstoles y les dijo: "Cuánto he deseado comer con vosotros esta víctima pascual antes de mi pasión"» (Le
22,14-15). Esta es la firme voluntad de Jesús. Y en los
versículos 19-20 se añade: «Tomando pan, dio gracias, lo
partió y se lo dio diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros". Haced esto en memoria mía. Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo: "Esta es la
copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se
derrama por vosotros"». Palabras, gestos, símbolos... todo se concentra.
Cada vez que celebramos la eucaristía, vivimos el
éxodo de Jesús, la salida voluntaria de Jesús de sí mismo por nosotros, por amor nuestro. Como dice Pablo:
«Anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva» (cf.
I C o 11,26).
Me parece que este es el sentido del sacrificio eucarístico: la voluntad irrevocable e inamovible de Jesús de
morir por nuestra salvación. Una voluntad, un propósito
que comprende toda su vida -nacimiento, vida oculta, vida pública; predicación, milagros; y después la pasión, la
tortura, los insultos, la flagelación, el camino de la cruz,
la crucifixión, la muerte, la resurrección y la ascensión al
20
OÍRLO MARÍA MARTINI
Padre- y que se hace perceptible, sacramental, símbolo
real en la eucaristía, el símbolo sencillísimo del pan comido y de la sangre derramada por nosotros.
Señor Jesús,
tú sabes que también nosotros,
como los apóstoles,
tendemos espontáneamente
a rechazar la verdad de tu difícil mensaje
y no sabemos seguirte adonde tú vas, sino que
nos hacemos un seguimiento a nuestra medida
y rechazamos el que tú preparas
para nosotros cada día.
Ilumina, Señor, nuestra mente
y enciende nuestro corazón
para que podamos comprender
lo que deseas de nosotros.
Ya sabes, Señor, lo difícil que es todo esto
para nosotros en la experiencia cotidiana.
Haznos comprender que,
si vamos hasta el fondo de dicha experiencia,
descubriremos lo que tú deseas de nosotros:
que pongamos ante ti nuestra pobre ofrenda.
Concédenos, Señor, dejarnos acoger por ti
y acoger tu Palabra por entero,
sin esconderte nada.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTRO!
21
4
La eucaristía es la pascua de Jesús
A veces, nos limitamos a unir la eucaristía con la pascua de manera genérica y nos contentamos con explicar
la eficacia de la pascua afirmando que tiene un poder salvífico infinito, porque es un gesto de Dios mismo. Pero
no debemos olvidar que este gesto de Dios se realiza en
Jesús de Nazaret y tiene, por tanto, una estructura humana, que debe ser comprendida si queremos comprender
después su actualización en la eucaristía.
En el sacrificio pascual, Jesús vive de modo pleno su
obediencia al Padre y su participación en la historia de
los hombres, porque en él tiene lugar el enfrentamiento
definitivo, mortal, con el pecado del mundo.
En vez de dejarse atraer por la espiral del odio y de la
violencia, Jesús vive la experiencia de la muerte en cruz
dejándose atraer por el amor del Padre, con el cual él, en
lo profundo de su ser, es una sola cosa.
Él obedece, ama, perdona, ora y espera, mientras experimenta hasta el fondo, con un dolor mortal, qué significa, por un lado, ser plenamente partícipe del amor de
Dios al hombre, y, por otro, ser solidario con un hombre
que es pecador y está separado de Dios.
Al mismo tiempo, el amor humano de Jesús es la realización perfecta del amor del hombre a Dios. Es un amor
que no disminuye, sino que se intensifica, se enriquece
22
CARLO MARÍA MARTINI
en confianza, en obediencia, en entrega, precisamente a
través del sufrimiento y de la muerte. Dice la Carta a los
Hebreos: «Aun siendo Hijo, aprendió sufriendo lo que es
obedecer. Ya consumado llegó a ser para cuantos le obedecen causa de salvación eterna» (5,8-9).
En la pascua, Jesús revela, por un lado, el misterio del
amor de Dios al hombre; por otro, celebra y realiza del
modo humanamente más perfecto el amor, la obediencia,
la entrega del hombre a Dios. El aspecto singular, excepcional y único del sacrificio pascual es que la revelación
y la celebración-realización son una sola cosa, del mismo
modo que, en el ser de Jesús, Dios y el hombre, aun siendo distintos, llegan a ser una sola cosa.
La pascua de Jesús, precisamente porque es la manifestación-celebración del amor de Dios descrita, tiende a
alcanzar a todo ser humano, ya sea para manifestarle el
amor de Dios, para anunciarle que su pecado es perdonado, para darle esperanza de vida y de alegría más allá del
sufrimiento y la muerte; ya sea para atraer a todos los seres humanos hacia el mismo movimiento de celebración
del misterio, de adoración de Dios, de configuración con
la voluntad del Padre, que animó toda la vida de Jesús,
sellada en la pascua.
La eucaristía es justamente la modalidad instituida
por Jesús en la última cena para realizar esta intrínseca
intención salvífica de la pascua. «Jesús se acercó, tomó
pan y se lo dio» (Jn 21,13). Esta comunión de mesa entre Jesús y los suyos, aun cuando no es una eucaristía
propiamente dicha, como hemos observado antes, retoma
el vocabulario eucarístico del Nuevo Testamento y nos
invita a reflexionar sobre la cena y sobre la eucaristía.
¡REMAD MAR ADENTRO!
23
La eucaristía, tal como es acogida en la fe de la Iglesia, presenta un aspecto sorprendente que conmociona la
inteligencia y conmueve el corazón. Nos encontramos
frente a uno de aquellos gestos abismales del amor de
Dios, ante los cuales la única actitud posible para el
hombre es una entrega en la adoración llena de gratitud
ilimitada.
La eucaristía no es solo, como hemos dicho antes, la
modalidad querida por Jesús para hacer perennemente
presente la eficacia salvífica de la pascua. En ella no está
presente solo la voluntad de Jesús, que instituye un gesto
de salvación. En ella está presente sencillamente (¡pero
qué misterio hay en esta sencillez!) el mismo Jesús.
En la eucaristía, Jesús se da él mismo a nosotros. Solo
él puede entregarse a sí mismo como don para nosotros,
porque solamente él es una sola cosa con el amor infinito de Dios, que puede hacerlo todo. Ciertamente, hay que
prestar atención también a los instrumentos humanos de
los que Jesús se sirve. Dado que la pascua revela y al mismo tiempo celebra el amor de Dios que atrae al hombre
hacia sí, nos parece plausible que Jesús en la última cena
haya valorado la tensión hacia la comunión con Dios expresada en el gesto de comer juntos y, sobre todo, haya
hecho referencia al valor conmemorativo de la alianza,
que era propio de la liturgia pascual veterotestamentaria.
Es, por tanto, normal y necesario que la Iglesia, al
configurar concretamente la liturgia eucarística, asumiera en el pasado -y tenga que asumir y actualizar continuamente- las expresiones festivas provenientes del carácter innato de la condición ritual humana y de la liturgia veterotestamentaria. Pero todo ello está atravesado y
24
CARLO MARÍA MARTINI
superado por una novedad absoluta: es tal la fuerza manifestada y realizada en el sacrificio de la cruz, que ella
hace presente en la eucaristía a Cristo mismo en el hecho
de darse al Padre y a los hombres, para quedarse siempre
con ellos.
Jesús, que atrae hacia sí de muchas maneras a la Iglesia con la fuerza de su Espíritu y de su Palabra, suscita en
la Iglesia la voluntad de obedecer a su mandato: «Haced
esto en memoria mía (Le 22,19).
Tú, Señor Jesús,
que has instituido el sacramento de la eucaristía
como acción de gracias al Padre,
que ha dispuesto de ti para su glorificación
y para la salvación de los hombres,
concédenos que nuestra celebración
sea una perenne acción de gracias al Padre,
un acto de glorificación por tu amor,
una ofrenda por la salvación de la humanidad,
un grito de esperanza por el pecado de los hombres,
un anhelo de renovación por nuestra sociedad.
Haz, Jesús, que al participar en tu banquete
condenemos nuestro egoísmo
y nos alimentemos de la fuerza de tu amor que libera.
Haz que nos sintamos todos unidos,
de modo que nuestros días desemboquen juntos,
finalmente, en el banquete del Reino,
que tú anticipas para nosotros.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTRO!
25
5
Jesús siempre vivo
JJ/N el misterio eucarístico está contenida toda la teología, toda la proclamación cristiana: el amor de Dios al
hombre; el don supremo del Padre, es decir, Jesús que se
hace presente bajo las especies eucarísticas dándonos su
vida, muerte y resurrección, que se ofrece al Padre por
toda la humanidad en el mismo gesto de inmolación con
que se ofreció en la cruz; el Espíritu Santo que con su poder obra en la Iglesia y en cada uno de nosotros.
Mediante la eucaristía que se celebra en todos los lugares de la tierra, los hombres y el mundo se acercan progresivamente a su destino definitivo en Dios. Aunque
muchas personas no sean conscientes de ello, el mundo
entero está sostenido en su camino hacia el Padre por el
sacrificio eucarístico de Jesús.
La eucaristía es, por tanto, un misterio que nos supera; no obstante, es también la acción por excelencia de
la Iglesia, cuya vida no es más que un desarrollo de la
misa. Cuando comulgamos, somos asumidos por Jesús,
unidos a su ofrenda al Padre por nosotros y por la humanidad entera, entramos en el drama de la historia, quedamos incorporados en el dinamismo del amor divino.
En el Evangelio de Juan, Jesús afirma: «Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo. Quien coma de este pan vi26
CARLO MARÍA MARTINI
vira eternamente, y el pan que yo daré es mi carne por la
vida del mundo» (6,51). Son palabras que expresan el designio de amor de Dios: en la eucaristía, Jesús se da a nosotros como Palabra y como pan, como alimento completo de la vida del creyente, como comunicación total de
sí mismo. De este modo hace posible nuestro deseo de
«permanecer en él», con él, y su deseo de «permanecer
en nosotros»; realiza aquella alianza por la que Dios está
con nosotros, en nosotros, y nosotros estamos en Dios.
Prosigue Jesús: «Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día» (Jn
6,54); leemos aquí el misterio de la existencia humana
hasta la revelación plena del Reino. Participar en la eucaristía significa participar en la sangre de Jesús, sangre
del perdón y no de la venganza, sangre del amor y no del
odio o de la violencia. Participar en su carne significa vivir como él, con un corazón capaz de compadecerse, de
darse, de hacerse próximo a todos los corazones, con un
corazón alejado de los engaños, intolerante hacia toda
injusticia.
Con la eucaristía entramos en la sublime caridad de
Cristo, que penetra en todas las cosas y lo abraza todo; entramos en el dinamismo del amor, en el movimiento de
adoración y alabanza hacia el Padre, movimiento de amor,
adoración y alabanza que el hombre, a partir de Adán, no
ha sabido realizar y que trae al mundo la caridad.
Y con Jesús, que «vive siempre para interceder por
nosotros» (Heb 7,25), llegamos a ser en él intercesores de
paz para la humanidad entera. También la oración de intercesión es una altísima forma de caridad fraterna.
¡REMAD MAR ADENTRO!
27
Te damos gracias, Señor,
porgue estás y seguirás estando con nosotros.
Estás con nosotros hoy,
reunidos en este clima de tranquilidad,
en este lugar donde nos hallamos
al abrigo del viento y de la tempestad,
de todo cuanto puede perturbarnos desde fuera.
Te damos gracias porque estás con nosotros
en nuestra oración y en nuestro canto,
porque has estado con nosotros
cuando nos hemos apoyado mutuamente,
aunque solo haya sido con el silencio,
con el servicio discreto,
con la atención de unos para con otros.
Te damos gracias, Señor,
porque estarás con nosotros mañana
y pasado mañana, y siempre;
no habrá día en que no estés con nosotros.
Concédenos, Señor,
aceptar de ti esta certeza que,
aunque no destruya del todo nuestros miedos,
nos cambia interiormente el corazón.
Te damos gracias, Dios Padre,
que a través de la muerte y la resurrección de Jesús
nos das el Espíritu
que pone en nuestro corazón esta certeza,
destinada a permanecer por los siglos de los siglos.
Amén.
28
CARLO MARÍA MARTINI
6
Jesús actúa por nosotros,
entre nosotros y en nuestro favor
.L/A liturgia eucarística es ante todo acción de Jesús en
nuestro favor. No es primariamente algo que nosotros hacemos por Jesús: es él quien actúa para nuestra santificación, es el Padre en él quien nos envuelve con su poder.
La liturgia nos dice que Dios nos ama, que está de nuestra parte, que actúa en nosotros por el poder del Espíritu
Santo. La liturgia es, por tanto, una serie de acciones que
Jesús realiza con la fuerza del Espíritu, y las realiza en
nosotros, con nosotros y por nosotros.
Me parece que a veces olvidamos, en la práctica, la
primacía del Señor resucitado que actúa por nosotros en
la liturgia. Nos preocupa cómo hacerla vivir, celebrarla,
mejorarla, como si fuera casi una acción nuestra y causa
de vanagloria. Tenemos el deber de preocuparnos por celebrar bien, pero después de haber dejado bien claro que
se trata de una acción de Jesús por nosotros, entre nosotros y a favor nuestro.
Confieso que a mí, cuando me siento fatigado por la
sucesión de las celebraciones y no soy capaz de seguir totalmente lo que digo y hago, me consuela mucho pensar
que, no obstante, Jesús está actuando, nos alimenta, nos
hace suyos, intercede por nosotros. Nosotros le prestamos las manos, los gestos, pero es él quien realiza la verÍREMAD MAR ADENTRO!
29
dad de la liturgia, una verdad que nos invita, por parte
nuestra, a hacer lo posible, no lo imposible. Jesús es más
grande que todos nuestros esfuerzos para celebrar una
buena liturgia.
La eucaristía, con el símbolo del alimento, de la comida, expresa que Jesús desea estar con nosotros, sentarnos a su mesa, que quiere identificarse con nosotros, darse él mismo a nosotros, hacernos vivir la unión mística
-es decir, la unión de voluntades-, la fusión de dos corazones que se aman. Con las palabras de la cena y la mención del cuerpo entregado y de la sangre derramada, la
liturgia atestigua la infinitud del amor de Dios, la grandeza de su misericordia, el poder de su ternura hacia mí;
a través de los símbolos confirma que Jesús se da a nosotros como se entregó en la cruz.
La eucaristía es, por lo tanto, la síntesis de toda la vida de Jesús, es tener en medio de nosotros al Crucificado
que ha resucitado y nos hace una sola cosa con él y con
su designio de salvación.
Haz que la eucaristía sea de verdad el centro,
el corazón de nuestra vida cristiana,
la fuente inagotable de la reconciliación,
la medicina que nos sana de los pecados
y arranca sus raíces,
acrecienta la caridad
y hace más sólida la comunión eclesial.
Amén.
Creemos, Jesús,
que tu Cuerpo es verdadera comida,
y tu Sangre s verdadera bebida de nuestras almas,
bajo las especies del pan y el vino.
Creemos que en la eucaristía
te haces contemporáneo nuestro,
fortaleces nuestras energías interiores,
nos sostienes en el camino hacia la eternidad,
y que ya en la tierra nos haces pregustar
la unión con la Trinidad a la que, en ti,
nos llama el Padre.
30
CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTROl
31
7
Este es el pan que nos sostiene
Moisés al Pueblo: «Recuerda el camino que el
Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años
por el desierto» (Dt 8,2).
El texto veterotestamentario evoca en nosotros todas
las procesiones que nos han llevado por las calles de
nuestra ciudad.
¿Por qué las hemos hecho y seguiremos haciéndolas?
¿Tal vez simplemente para sacar a hombros a Jesús,
cómo si quisiéramos dar fuerza a la eucaristía?
El libro del Deuteronomio nos advierte que tal visión
sería reductora y, en cierto sentido, equívoca: «Que tu corazón no se vuelva engreído de modo que te olvides del
Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud;
que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible... y
te alimentó en el desierto con un maná que no conocían
tus padres... durante cuarenta años» (cf. Dt 8,2-3.14-16).
No somos nosotros los que prestamos fuerza a la eucaristía o la ponemos de relieve, sino que es este pan el
que nos sostiene, nos hace caminar y nos invita a seguirlo por las calles de la ciudad.
A menudo, mientras llevo en las manos a Jesús eucarístico, pienso que en realidad es él quien me lleva a mí,
quien me sostiene y me guía.
J-XICE
32
CARLO MARÍA MARTINI
De esta manera se nos invita a descubrir que Jesús
eucarístico es la fuerza de nuestra vida, la luz de nuestro
camino.
Caminos largos, difíciles, como advierte la Escritura:
«Te hice recorrer aquel desierto inmenso y terrible, lleno
de serpientes y alacranes, un sequedal sin una gota de
agua» (cf. Dt 8,15).
También nosotros tenemos a veces la impresión de
que caminamos así. Y, sin embargo, un día vemos de improviso que brota el agua de la roca, el agua que sació la
sed de los judíos. Son momentos inesperados que nos invitan a dar testimonio de que el Señor nos conduce, está
con nosotros, no nos abandona para siempre en lugares
desiertos, es para nosotros agua viva.
Te damos gracias, Padre,
porque te manifiestas a nosotros
en el poder misterioso de Creador,
de Vivificador, de Redentor.
Te manifiestas a nosotros
en la humildad de Cristo crucificado,
que se hizo enfermo, leproso,
mudo, sordo y ciego,
incapaz de hablar, muerto por nosotros,
para salvarnos de nuestra lepra,
de nuestra ceguera,
de nuestro mutismo,
de nuestra muerte.
¡REMAD MAR ADENTRO!
33
Te damos gracias, Dios todopoderoso,
porque manifiestas tu poder
precisamente en la debilidad de tu Cristo.
Te damos gracias, Señor,
porque no te acercas a nosotros en el rayo,
en los relámpagos y en los truenos,
sino en la mansedumbre,
en la debilidad,
en la pobreza de Cristo.
Haz, Señor, que nos dejemos conquistar
por esta pobreza y esta debilidad;
haz que abramos nuestro corazón
para que también nosotros, del mismo modo,
podamos ser fuente de compasión,
de misericordia y de sanación
para los hermanos enfermos.
Te lo pedimos, Padre,
por Cristo nuestro Señor.
Amén.
34
CARLO MARÍA MARTINI
8
El hombre abierto al misterio
que el hombre de hoy no consigue creer en nadie, que ya no puede confiar en nadie. Muchas cosas que
creíamos cimentadas en la justicia y la honradez nos decepcionan, nos sorprenden; muchas relaciones que creíamos veraces resultan inauténticas. Y el hombre siente la
tentación de creerse abandonado, de creerse solo, de tener miedo de compartir, de hacer a los demás partícipes
de su vida; miedo de dar y de promover la vida.
Hay un mensaje para este hombre que teme ser abandonado y no consigue ya creer en nadie. El mensaje nos
viene de la misma palabra de Dios: Dios nos nutre con su
Palabra, nos nutre con su vida. Cristo nos hace habitar en
él y juntos, como hermanos, en la misma casa; Cristo nos
hace compartir la misma existencia.
La eucaristía, centro de la comunidad, es fuente, origen, motor de la comunión de vida y de bienes, es el motivo último e incuestionable de aquella confianza que
somos llamados creativamente a inspirar unos en otros,
superando todos los movimientos de sospecha y de desconfianza. Una confianza creativa porque no cierra los
ojos al mal y a la injusticia, sino que más bien crea, a través de la bondad y la fuerza del amor, una renovación no
solo en nosotros, sino también en las personas con las
que nos encontramos.
XARECE
¡REMAD MAR ADENTRO!
35
Del mismo modo que Jesús, al nutrirnos con su Cuerpo y con su Sangre, nos da a cada uno de nosotros -tan
poco dignos de confianza por nuestros pecados- la capacidad de confiarnos a él y de recibir de él la confianza de
nuestros hermanos, así también, a partir de la eucaristía,
nuestro encuentro mutuo debe hacernos crecer en la capacidad de inspirar confianza, de crear confianza mutua
a nuestro alrededor.
muéstranos que tú eres el Señor
que nos hace convivir.
Tú que vives y reinas con el Padre,
tú que en virtud de tu muerte y resurrección
nos das el Espíritu de unidad y de salvación,
tú que reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Te adoramos, Señor,
desde lo más hondo de nuestro misterio
y del misterio de todo hombre,
del misterio que anida
en la profundidad insondable del ser humano
y que solo tú conoces.
Tú percibes, Señor, en el fondo de nuestro corazón
quiénes somos y quiénes podríamos ser.
Desde el fondo de este abismo
confiamos en ti,
invocamos tu salvación,
nos encomendamos a tu misericordia.
Te pedimos humildemente
que no nos abandones, Señor,
sino que nos salves como individuos y como grupo,
como Iglesia, como comunidad, como sociedad.
Ten piedad de nosotros, Señor,
que no sabemos vivir juntos;
36
CARIO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTROl
37
9
¡Este es el sacramento de nuestra fe!
X-/L sacramento de la eucaristía requiere nuestro consentimiento más que el resto de los sacramentos. Creer
en la eucaristía como acontecimiento que se actualiza
constantemente pertenece a la sustancia de nuestra fe, es
la expresión más alta de la fe, es compromiso de una fe
que nunca se agota. Es más, la eucaristía se convierte en
confirmación de la fe o en obstáculo para ella.
Creer en estas realidades significa reconocer hasta el
fondo la misión salvífica de Cristo, que salva con gestos
en los que se implica en la plenitud de su humanidad y
divinidad, hasta el punto de hacerse alimento de la vida
nueva, de la salvación perenne.
El Padre nos ha llamado a ser hijos mientras éramos
pecadores para que, al nutrirnos con el Cuerpo y la Sangre del Hijo, la redención entrara en nuestra persona, en
nuestra conciencia, en nuestra libertad, en nuestro corazón, en nuestro pensamiento, en nuestra vida.
Todo lo que Jesús vino a hacer en el mundo para salvarnos, cumpliendo la misión que el Padre le había confiado, lo cumple ahora, en una contemporaneidad cronológica, en la eucaristía, en la inmediatez del encuentro
con cada uno de nosotros.
38
OÍRLO MARÍA MARTINI
Precisamente por esto, después de elevar el pan y el
vino consagrados, el celebrante proclama: «¡Este es el
sacramento de nuestra fe!».
Escribía san Ambrosio: «Cada vez que recibimos la
eucaristía anunciamos la muerte del Señor. Si la anunciamos, anunciamos también el perdón de los pecados. Si la
efusión de la sangre es para la remisión de los pecados,
debo recibirlo todos los días para que mis pecados sean
siempre perdonados. Entonces ¿por qué no recibes todos
los días este pan cotidiano? Si lo tomas a diario, cada día
es para ti el hoy; si hoy tienes para ti a Cristo, hoy resucita para ti».
Este es el mensaje: la vida cristiana está totalmente
centrada en la eucaristía. Podríamos decir que nuestra
vida no es otra cosa que asimilar la eucaristía. No hay
nada que nos permita crecer en Jesús tanto como el encuentro eucarístico que lleva a cumplimiento el encuentro con la Palabra, la escucha y la meditación del evangelio. En la eucaristía todo tiene lugar en el resplandor y,
al mismo tiempo, en las tinieblas de la fe; es un conocimiento profundo de fe y de amor, de fe que ama y de
amor que cree.
Te pedimos, Señor,
que nos hagas estar dispuestos a entregarnos
como tú te entregas a nosotros en esta eucaristía.
Te pedimos que nos unas a los sufrimientos
que has soportado por nosotros
y a tu dolorosa agonía.
¡REMAD MAR ADENTROl
39
Tu sacrificio eucarístico
reconcilia cielo y tierra,
nos arranca de nosotros mismos,
nos absorbe en la llama ardiente del Espíritu.
10
La eucaristía hace la Iglesia
Haz que, comiendo tu cuerpo
y bebiendo tu sangre,
nos veamos libres de nuestro egoísmo.
¡Haz que vivamos una existencia semejante a la tuya,
una existencia que anticipe la resurrección
porque lleva en sí la semilla de la inmortalidad
que es la comunión contigo,
Señor mío y Dios mío!
40
CARIO MARÍA MARTINI
1—/A eucaristía hace la Iglesia al menos de cinco modos:
mediante la celebración, la consagración, la comunión, la
imitación, la misión y el testimonio.
La eucaristía hace la Iglesia mediante la celebración.
La eucaristía lleva a la asamblea a expresar su adoración
y alabanza, a expresar el reconocimiento del misterio como experiencia constitutiva del ser humano. La eucaristía es celebración del misterio y el misterio es el Otro diferente de nosotros, el Otro diferente del mundo, el Inalcanzable, Aquel que nos fascina, que nos atrae, que está
presente, el Intimo, el cercanísimo, el próximo a nosotros
y, al mismo tiempo, el totalmente distinto de nosotros.
Toda eucaristía educa al ser humano para este sentimiento fundamental del que depende todo el sentido de
la condición de criatura, el sentido de la ley moral, como relación con el otro, y no solo con el prójimo inmediato, sino con el Absoluto. Es el sentido de la búsqueda de Dios sobre todas las cosas, la aceptación de la primacía del Reino: la civilización moderna hace caso
omiso de esta actitud fundamental, pero la eucaristía celebrada la infunde en los ánimos, y continuamente la renueva y la restaura.
¡REMAD MAR ADENTRO!
41
La celebración construye a este hombre abierto al
misterio, a la gratuidad, a la adoración, al sentido de la
providencia, a la entrega, a todas las virtudes tradicionales de nuestra gente, de las santas madres, de los santos
sacerdotes del pasado, de las mujeres muy sencillas y sin
cultura, pero que tenían un sentido muy profundo de
Dios como misterio absoluto que debía ser adorado y reconocido: Dios sabe lo que quiere, nos guía, de él depende nuestra vida y nuestra muerte. Todo lo demás viene de
este sentido del misterio. Cuando falta, el ser humano actúa siguiendo absolutos de segundo orden: verdad, justicia, igualdad, fraternidad. Y al llegar a un cierto punto empieza a desorientarse, haciendo surgir, por ejemplo, los
problemas de la vida, del aborto, de la eutanasia. Todas
estas cosas hacen comprender que el hombre se ha desorientado con respecto al sentido del Misterio absoluto.
La eucaristía hace la Iglesia mediante la consagración. Es el sacrificio pascual de Jesús que nos une a su «sí»
al Padre. Es el sacrificio del hombre mismo en cuanto muere al mundo y vive para Dios, del ser humano que reconoce el misterio y dice «sí». La eucaristía, que nos presenta
de nuevo la muerte de Jesús aceptada libremente en la última cena y repetida en su pasión, dispone al ser humano y
lo empuja interiormente a decir su «sí» al misterio.
Para comprender mejor esta fuerza de la eucaristía,
podríamos decir que este sacramento, al unirnos a Jesús
en Getsemaní, hace decir a la Iglesia y a la asamblea: «Sí,
Padre, no lo que yo quiero sino lo que tú quieres». Es el
segundo momento de quien ha captado el misterio y se
adhiere a él dedicando su vida a Dios.
42
CARLO MARÍA MARTÍN!
La Iglesia dice sí a su misión, a su destino, a sus pruebas, a sus persecuciones. El cristiano dice sí a la familia,
al amor, a la vida, a la enfermedad, a la muerte, a todos
los compromisos, queridos o no queridos, que le da la experiencia cotidiana. Cada uno dice sí al hermano que está junto a él, aunque le resulte antipático y no consiga soportarlo, porque en la fuerza de la muerte de Cristo acoge toda su historia.
La eucaristía hace la Iglesia mediante la comunión,
es decir, lleva a la asamblea a vivir el sí al Padre en una
experiencia de comunicación plena e indecible con Dios
mismo, en Cristo y con los hermanos. Por tanto, la eucaristía hace de la asamblea un solo cuerpo unido en comunión plena, de naturaleza perfecta, con Dios, que espera
solo ser revelado en la plenitud de la gloria y realiza el deseo profundo de todo ser humano de vivir en comunión
con Dios.
Todo el anhelo de la humanidad, todos los sacrificios
antiguos, todo el deseo que las religiones tienen de comunión con Dios, se realizan en la eucaristía. Y así como
Cristo vive en perfecta comunión con el Padre, así también su cuerpo vive en perfecta comunión con el Padre y,
por ello, vive una experiencia de fraternidad.
La conciencia que la Iglesia tiene de ser cuerpo es
una conciencia fundamental e importantísima. Es decir,
que uno ya no es uno mismo, sino que es Iglesia, es un
cuerpo con la Iglesia, su voz es voz de la Iglesia y ya no
importa lo que él diga, sea o haga: es la Iglesia que hace,
que dice y que obra.
¡REMAD MAR ADENTRO!
43
Esta es la experiencia fundamental del presbítero y
del obispo: llegar a ser hombres de Iglesia, perderse en el
cuerpo de la Iglesia, perderse ellos mismos, sus propias
idiosincrasias, las propias individualidades y querer lo
que quiere la Iglesia. No solo lo que quiere Dios, sino lo
que quiere la Iglesia, porque es cuerpo de Cristo, es un
instrumento que ha perdido su individualidad de grano y
se ha convertido en esta masa, en este pan.
Solamente en virtud de la eucaristía puede el ser humano renunciar a algo tan irrenunciable como la propia
subjetividad: la pérdida de la vida en el cuerpo de la Iglesia es fruto de la eucaristía.
La eucaristía hace la Iglesia mediante la imitación.
Tal vez esta palabra sea insuficiente, pero nos ayuda a
comprenderla la escena del lavatorio de los pies. Sabemos que Juan narra este episodio en el lugar en el que los
otros evangelios relatan la eucaristía, precisamente porque es una de las indicaciones más profundas de la esencia de este sacramento: «Como yo os he lavado los pies
a vosotros, también vosotros debéis lavaros los pies unos
a otros». La eucaristía constituye la Iglesia como una red
de servicios y ministerios mutuos, y el mismo ministerio
de Pedro es concebido como este gran amor: «Yo estoy
en medio de vosotros como el que sirve».
La Iglesia es un cuerpo orgánico estructurado según
servicios de humildad: lavar los pies simboliza la entrega
de la vida, es un modo y un símbolo del servicio total de
quien ejerce los servicios cotidianos. En otras palabras,
«dar el cuerpo y la sangre». La eucaristía constituye a la
Iglesia, a imitación de Jesús, como la asamblea de los
44
CARLO MARÍA MARTINI
que saben dar el cuerpo y la sangre por los hermanos.
«Cuerpo» quiere decir la vida cotidiana con todas sus
fatigas, problemas y necesidades: no buscándoos vosotros mismos -dice san Pablo-, vuestro provecho, vuestro interés, sino buscando cada uno lo que es útil para el
otro, para la utilidad de los otros. «Sangre» quiere decir
don de sí total: la enfermedad, la inacción, la pasividad,
todo puesto al servicio de la comunidad, ofrecido por la
comunidad.
La eucaristía hace la Iglesia mediante la misión, es
decir, identifica la comunión con Cristo que atrae hacia sí
a todos los seres humanos y todas las cosas. La Iglesia
animada por la eucaristía comprende que Jesús quiere
atraer hacia sí a todos los hombres, y la comunidad va
siempre más allá de sí misma, se siente enviada por Cristo a todo ser humano, no descansa hasta que el evangelio
de la pascua haya alcanzado a todas las situaciones.
Concédenos, Señor Jesús,
mostrarte al mundo
con nuestro modo de vivir,
con nuestra caridad,
nuestra unidad,
nuestra fe llena de alegría.
¡Haz que la eucaristía
sea siempre el modelo
y la fuerza que configure nuestra existencia
y nos ayude a ser pan para todos los hermanos!
¡REMAD MAR ADENTRO!
45
Oh María,
que has cuidado de la Iglesia primitiva
y has estado cerca
de los que perseveraban
en la enseñanza de los apóstoles,
en la unidad, en la fracción del pan,
alcánzanos con tu intercesión
que nos comprometamos cada día
por la unidad de los hombres,
la paz y la solidaridad,
que participemos en la renovación
de la Iglesia y del mundo
que el Espíritu del Resucitado
está haciendo realidad en la historia.
Amén.
46
CARIO MARÍA MARTINI
11
La fuerza configuradora de la eucaristía
J—/A eucaristía -como afirma el concilio Vaticano II- es
el centro de la comunidad cristiana y de su misión. Pero
no se trata de una centralidad geométrica, estática, sino
que debe ser concebida como algo absolutamente original, que depende de la originalidad de las relaciones de
Jesús con el Padre. La eucaristía es un centro dinámico:
nos acoge desde las disipadas regiones de nuestra lejanía
espiritual, nos une a Jesús y a los hermanos y nos impulsa con Jesús y con nuestros hermanos hacia el Padre, es
como un sol que atrae hacia sí la tierra de los hombres y
camina con ella hacia una meta misteriosa y, sin embargo, muy cierta.
Todos los fieles saben que mientras el alimento material se transforma en el organismo de quien lo toma, Jesús en la eucaristía se adapta a la forma de quien se alimenta de él: «Quien come mi carne habita en mí y yo en
él; quien me come, vivirá por mí» (Jn 6,56-57).
Esta verdad, que se realiza en el nivel individual (el
cristiano que comulga se transforma en la línea del sentir
y del obrar de Cristo, asume comportamientos evangélicos, etcétera), no ha sido aún suficientemente profundizada en sus consecuencias para la comunidad.
i REMAD MAR ADENTROl
47
El alimento eucarístico hace de muchos un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, en el Espíritu Santo. Configura,
por tanto, en el tiempo un pueblo que expresa en el nivel
social, y no solo individual, la fuerza del Espíritu de Cristo que transforma la historia. Hace de la humanidad un
pueblo nuevo, según el designio de Dios. La eucaristía
realiza así en el mundo el Reino no por la fuerza del
hombre, sino en virtud de la acción del Espíritu del Resucitado. Poner la eucaristía en el centro quiere decir reconocer esta fuerza configuradora de la eucaristía, disponerse a dejarla obrar en nosotros no solo como individuos, sino también como comunidad cristiana, y aceptar
las condiciones y las implicaciones de este acontecimiento único y revolucionario que es la pascua incorporada al tiempo del hombre.
Ven, Espíritu del Padre y de Jesús,
guíanos hacia la verdad plena
y ayúdanos a habitar en el amor de Jesús,
a recordar y cumplir
todo cuanto Jesús nos ha enseñado.
Señor Jesús, bajo la guía de tu Espíritu
tratamos de recordar las palabras
que nos dijiste cuando estabas en medio de nosotros.
Lo habíamos dejado todo
y te habíamos seguido.
Habíamos sido conquistados por tu palabra
y por los gestos prodigiosos
con que sanabas las debilidades humanas.
48
CARLO MARÍA MARTINI
Esperábamos con ansia el gesto definitivo
que iba a inaugurar tu Reino sobre la tierra.
Pero tú mirabas siempre más allá,
hacia un centro misterioso de tu vida
que escapaba a nuestra comprensión.
Hablabas de un alimento desconocido
que la voluntad del Padre te estaba preparando.
Hablabas de una «hora»
que iba a revelar plenamente
la gloria del Padre.
Cuando llegó la hora
-y fue la hora de la cruz y de la muerte-,
nosotros huimos.
Te pedimos perdón una vez más
por nuestra cobardía:
tenemos miedo
de un amor que se entrega hasta la muerte.
Te pedimos perdón por nuestra poca fe:
queríamos que salvaras a los hombres
adaptándote a los proyectos de los hombres.
No creíamos en la prodigiosa energía
que brotaba de tu obediencia filial.
No creíamos en el amor ilimitado
con que el Padre crea, protege,
salva y renueva la vida de cada ser humano.
Acrecienta, Señor, nuestra fe
como raíz de todo amor verdadero al hombre.
¿ Cómo podemos dar testimonio de tu amor?
¡REMAD MAR ADENTRO!
49
Un día nos hablaste de un hombre
que bajaba de Jerusalén a Jericó
y fue asaltado por bandidos.
Aquel hombre nos llama, Señor.
12
Un manantial impetuoso de justicia
Has que no nos encerremos
entre las paredes del cenáculo.
Jerusalén es la ciudad de la Cena,
de la Pascua, de Pentecostés.
Por eso nos haces salir fuera
para que nos hagamos prójimos de todo ser humano
en el camino de Jericó.
50
CARLO MARÍA MARTINI
que el Espíritu de Cristo realice en nosotros
los mismos prodigios que realizó durante el primer Pentecostés en los apóstoles y construya nuestra unidad y la
de todo el género humano, liberándonos de las divisiones, de las contraposiciones, de los sectarismos y de los
individualismos que pesan trágicamente sobre nuestra
sociedad. Para nosotros, los cristianos, la unidad se indica visiblemente y se produce misteriosamente en la eucaristía, que de este modo se convierte en el centro de la
comunidad cristiana y de su misión. Queremos redescubrir el valor de la eucaristía, pero no limitándonos a repetir cada domingo el rito de la misa como un gesto que
está fuera de la vida y de nuestras elecciones cotidianas,
sino haciendo de ella el centro, el punto de confrontación
y criterio de búsqueda vocacional, de revisión de nuestra
vida de cristianos.
El gesto de Jesús que se entrega por completo al
Padre por la salvación del hombre, y que él mismo repite en cada celebración, tiene que convertirse en una tensión continua para nosotros, es decir, tiene que alimentar
en nosotros el compromiso, el valor y la capacidad de
darnos a los demás, de servir a nuestro prójimo, de entender toda la vida desde la perspectiva de la caridad.
V^UEREMOS
¡REMAD MAR ADENTRO!
51
El encuentro dominical en torno a la mesa se convierte en la ocasión para renovar este compromiso, con la
certeza de que no estamos solos y podemos contar siempre con la ayuda de los hermanos que comparten la misma fe y se nutren del mismo Cuerpo y Sangre del Señor.
Así, también la eucaristía se convierte en un testimonio
luminoso y fascinante de un nuevo modo de entender la
convivencia humana, un manantial impetuoso de justicia,
de fraternidad, de caridad, que se extiende por toda nuestra sociedad. Es preciso que ese misterio de amor, que celebramos en la mesa y que adoramos presente en nuestras
iglesias, produzca sus frutos cada día y sane los males
más difundidos hoy, llevándonos a cada uno de nosotros
a interesarnos por nuestro prójimo, a ayudarlo, a cambiar
estructuras y situaciones gravemente ofensivas para la
dignidad humana.
Grande es tu amor por nosotros, y fiel,
porque todavía hoy tu amor crucificado
nos da plenitud y sentido.
Tú sabes llenar, Jesús, nuestras manos,
sabes llenar nuestro corazón,
tú das perspectiva y espacio a nuestra vida.
Tú das a la acción del hombre,
a la acción eclesial, social, política,
su plenitud y su sentido.
Tú, Señor,
fiel todavía hoy,
desde esa cruz atraes hacia ti todas las cosas,
y la fidelidad de tu amor dura por siempre.
«Alabad al Señor, pueblos todos,
dadle gloria todas las naciones;
grande es su amor por nosotros,
y la fidelidad del Señor dura por siempre».
Sí, Señor,
grande es tu amor por nosotros
y te llevó a dar tu vida
en medio de muchos tormentos y en esa cruz.
Grande es tu amor,
que llamó a Pedro y lo perdonó,
que llenó su corazón de Espíritu Santo,
que llenó sus manos de plenitud
y su vida de sentido.
52
CARLO MARÍA MARTINI
I REMAD MAR ADENTRO!
53
13
Cuerpo eucarístico y cuerpo eclesial
J—/A caridad se extiende entre el misterio de Dios y la
historia de los hombres. Hunde sus raíces en el misterio
y produce frutos siempre nuevos en la historia.
Para conocer mejor los caminos misteriosos y fecundos de la caridad, debemos pedir al Espíritu Santo que
nos ayude a comprender cómo se ha manifestado en la
historia, cómo se ha dejado provocar por las diversas vicisitudes humanas, cómo ha dado la respuesta del corazón de Dios a las pobrezas y necesidades de los hombres.
Uno de estos lugares de manifestación es la liturgia,
especialmente la celebración eucaristía. Ella atraviesa todas las generaciones cristianas; con su lenguaje intenso y
sobrio revela a los cristianos los prodigios del amor de
Dios; con la fuerza de Jesús mismo, realmente presente,
atrae a todos los hombres, junto con Jesús, hacia el misterio de la caridad del Padre. El Espíritu Santo, invocado
en la consagración para que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, es invocado después de la consagración para que todos los creyentes se
conviertan en el Cuerpo de Cristo, es decir, en la manifestación real de él y de su amor a todos los hombres.
Debemos dejarnos guiar con mayor docilidad por el
Espíritu Santo para comprender y vivir esta estrecha re54
CARLO MARÍA MARTINI
lación entre el cuerpo eucarístico y el cuerpo eclesial de
Jesús, entre la caridad vivida por Jesús en la pascua y la
caridad que la Iglesia debe vivir en la historia.
Te damos gracias, te alabamos y te bendecimos,
Señor, porque no solo te has manifestado
en la riqueza y en el poder
de tu vida y de tu muerte,
en tus palabras y en tus milagros,
en los sufrimientos y en la gloria de tu resurrección,
sino que sigues manifestándote
en el misterio de tu Iglesia.
En ella, Señor, vives tú, en ella difundes tu Espíritu,
en ella difundes tu Palabra, en ella sanas,
en ella consuelas los sufrimientos de los hombres,
en ella y por ella creas para ti un cuerpo visible
que es luz de la historia,
signo e instrumento de unidad
para todo el género humano.
Y nosotros, que contemplamos de buen grado
tu vida y tu muerte, tu pasión y tu gloria,
te pedimos, Señor,
que podamos contemplar el misterio de tu cuerpo
que se extiende en el tiempo,
y que lo contemplemos como tu realidad.
Señor, tú que te das a nosotros en la eucaristía
y a través de ella nos construyes
como tu cuerpo histórico en el tiempo,
haz que podamos contemplarte
en el misterio eucarístico y en el misterio eclesial.
¡REMAD MAR ADENTRO!
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Haz que podamos conocer
la grandeza de la esperanza
a la que nos llamas mediante la vida,
el servicio y el ministerio
en este cuerpo que es tuyo
y que difunde tu esplendor en el tiempo,
en la espera de la plenitud de la gloria.
14
¿Sabemos de verdad
celebrar el misterio de Dios?
Amén.
J—/A eucaristía en el centro es la meta de un largo camino. Confesar humildemente nuestras lagunas, o sencillamente nuestras incertidumbres y dificultades, es el primer paso que hemos de dar para redescubrir la inagotable riqueza de este misterio.
La reforma litúrgica, preparada por movimientos pioneros desde los primeros decenios del siglo XX y promovida por el concilio Vaticano II, nos ha ofrecido condiciones particularmente favorables para una mejor comprensión de la eucaristía: la estructura más lineal y esencial de
la celebración, el uso de las lenguas vivas, el acceso más
abundante y orgánico a los textos bíblicos, la participación activa de todos, articulada en los diferentes ministerios del pueblo cristiano, la más evidente centralidad del
misterio pascual en su celebración anual y dominical, el
espacio más amplio previsto para la creatividad, junto
con otros muchos factores, han creado las premisas para
una celebración más viva y fructífera de la eucaristía. Pero debemos reconocer que los frutos que se esperaban de
la reforma se resisten a madurar. La inercia tiende a tomar las riendas, mientras que las huidas en forma de ex-
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CARLO MARÍA MARTINI
ÍREMAD MAR ADENTRO!
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perimentaciones sin orden ponen al descubierto después
de algún tiempo su raíz no auténtica.
Permanece la pregunta de fondo, la cuestión fundamental: ¿de verdad sabemos celebrar el misterio de Dios?
¿Es realmente para todos nosotros un valor, el valor supremo? La misa ¿transforma la vida? ¿Sentimos que la
misa es atraída por la vida? La eucaristía ¿está verdaderamente en el centro o, al menos, vivimos como cristianos el compromiso de ponerla en el centro, de abrirnos al
soplo de la Palabra y al viento del Espíritu que nos invitan a ponerla en el centro? ¿Qué es lo que no funciona, a
este respecto, en nuestras comunidades?
pobres, pecadores ante ti,
y también lo que somos por tu gracia.
Haz que sepamos alabarte, Señor.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
Te pedimos, oh Señor,
que nos concedas el don de la oración.
Te lo pedimos
porque lo necesitamos.
Sabemos que no somos capaces de orar,
y precisamente por eso te pedimos
el don de poder ser nosotros mismos.
Concédenos, Señor,
encontrar nuestra forma de oración,
aunque sea pequeña, pobre,
sencilla, escueta,
carente de grandes conceptos.
Haz que sea verdadera, oh Señor,
que exprese lo que somos:
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CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTROl
15
El domingo: el día por excelencia
la que atrae hacia sí a la misa y corre el riesgo de reducirla a un momento entre otros muchos de su vida.
Te doy gracias, Señor,
porque al regalarnos la experiencia del Espíritu
nos regalas la experiencia de la resurrección.
.L/AS dificultades para vivir la eucaristía, en su aspecto
propiamente festivo, se relacionan con las incomprensiones de su valor «sintético», es decir, de su capacidad de
ser centro vital, momento culminante, forma unificadora
de la vida comunitaria.
La primera expresión de esta fuerza de la eucaristía es
el Dies Domini, el día del Señor, el domingo, que se presenta como el día ejemplar, porque todos sus momentos,
su clima general de alegría, los encuentros que tienen lugar en él, los tiempos dedicados a la regeneración de las
fuerzas físicas y psíquicas, los espacios de oración y de
redescubrimiento de aquella realidad misteriosa y maravillosa que es la existencia, deberían estar animados interiormente por el encuentro eucarístico con Jesús muerto y resucitado, principio de la nueva creación, hombre
perfecto, esperanza del mundo futuro.
En cambio, la misa dominical sigue siendo a menudo
un momento aislado, en el que se cumple un precepto, sin
una verdadera influencia sobre los demás gestos de la comunidad, de las familias, de cada persona. O bien se vive simplemente como la ocasión en que la comunidad
elabora y anuncia sus propios proyectos.
De este modo, no es la misa la que configura y constituye la vida de la comunidad, sino que es la comunidad
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CARIO MARÍA MARTINI
Te doy gracias porque nos haces experimentar
la resurrección en la Escritura, en la eucaristía,
en la fraternidad, en el bien que recibimos,
en los dones carismáticos
y en todo cuanto en la Iglesia es vida:
desde el perdón hasta la consolación;
desde el aliento mutuo,
pasando por la capacidad de superar las pruebas,
hasta la esperanza que tú haces nacer
en las situaciones más desesperadas.
Gracias, Señor, porque también hoy
te manifiestas a nosotros como Resucitado.
Concédenos, Jesús, la capacidad de reconocerte;
abre nuestros ojos para que podamos verte;
suelta nuestra lengua
para que podamos expresar con sencillez y claridad,
pero también con valor,
la verdad que experimentamos
y que deseamos que sea clara,
luminosa y abrasadora también para los demás.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
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16
Dejarse formar por la eucaristía
señalar alguna actitud que favorece particularmente el proceso por el que la comunidad se deja formar por la eucaristía.
J_-JESEARÍA
La primera actitud es la de quien se deja «atravesar».
Evocando y aplicando la palabra de Simeón a María: «Una
espada te atravesará el corazón» (Le 2,35), podemos decir que hay que dejar que la eucaristía obre, hay que darle espacio: esto es lo fundamental.
Dejarse formar quiere decir ponerse en la actitud de
quien recibe, de quien escucha. Lo contrario es la actitud
de quien no tiene nada que recibir y escuchar. No debemos suponer que lo sabemos ya todo sobre la eucaristía:
su fuerza, en efecto, es como la fuerza de Cristo de la que
habla Pablo en la Carta a los Filipenses. Prescindir de todo por el conocimiento de Cristo que «supera todo conocimiento» (Flp 3,8); el Apóstol lo llama «sublime conocimiento» de Cristo que hace olvidar las cosas del pasado para alcanzar lo que debe venir; es un conocimiento
trascendente e hiperbólico de Cristo.
La eucaristía es un don que Dios nos concede continuamente y es él quien pone de continuo en nosotros la
actitud de silencio y de escucha del misterio eucarístico.
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CARLO MARÍA MARTINI
La segunda actitud que vale para toda la comunidad,
para todos los miembros de la asamblea, es incorporarse
a un camino de Iglesia. Llega un momento en que no podemos comprender más profundamente la eucaristía estrujándonos la cabeza con la lectura de libros, o contemplando el sagrario. En efecto, la eucaristía es una fuerza
dinámica y quien no se vincula al cuerpo vivo de la
Iglesia, incorporándose al camino de la Iglesia local, dejándose convocar por ella, no podrá comprender la fuerza plena de la eucaristía.
Hay grupos, grandes y pequeños, que tal vez tengan
un conocimiento de la eucaristía desde el punto de vista
bíblico y desde el punto de vista ascético-contemplativo;
pero mientras no se esfuercen por caminar en comunión
plena con la Iglesia local, no podrán percibir que la eucaristía es lo que hace a toda la comunidad. Y entonces
se apropian de ella de un modo particularista. Hay que
emprender humildemente un camino de Iglesia, unirse al
cuerpo total y vivo de la Iglesia, en toda la extensión del
camino de la Iglesia local y universal, porque no toda misa revela la eucaristía, no toda comunión ni toda visita
eucarística revelan la plenitud de la eucaristía; es la vida
entera del ser humano en el ámbito de la Iglesia lo que revela la eucaristía como formadora de una Iglesia, de una
cultura, de una civilización. No es un bien privado en el
que se ha de profundizar con estudios elaborados, sino un
camino en el que embarcarse.
La tercera actitud para comprender la eucaristía consiste en dar espacio a la escucha y ala meditación de la
Palabra.
¡REMAD MAR ADENTRO!
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La liturgia de la Palabra tiene que extenderse al ámbito de la vida personal y comunitaria porque, de otro
modo, la eucaristía no ejerce su fuerza. En el fondo, estamos haciéndonos esta pregunta: ¿por qué una misa, que
tiene valor infinito, no cambia el mundo? Porque debe
extender todas sus virtualidades al ámbito de la vida entera y esto pasa de manera primaria por la extensión de la
liturgia de la Palabra.
La eucaristía es la pascua hecha presente, y la pascua
solo puede ser entendida en el contexto de toda la historia de la salvación. Por consiguiente, quien no conoce toda la historia de la salvación no comprende la pascua, no
comprende la eucaristía y la misa le dice poco. Ciertamente hay que recorrer un largo camino para comprender
que la eucaristía nos une con la senda recorrida por la
Iglesia a través de los siglos. Comprender la eucaristía en
el contexto de la vida de Jesús, de sus elecciones, de las
bienaventuranzas, de los milagros de misericordia, de sus
invectivas, de su capacidad de entrega, es un camino largo, pero no hay otro. Para comprender la eucaristía debemos comprender al Jesús total, el evangelio entero, debemos comprender a María, a Juan el Bautista, Pablo,
Jeremías, David, Moisés, el pueblo de Dios: porque todas
las experiencias han sido escritas para nosotros.
La cuarta actitud práctica consiste en prolongar la
adoración eucarística.
La adoración eucarística nació en Occidente de una
necesidad instintiva de prolongar la celebración del Misterio. No es, por tanto, una devoción particular. Se vincula estrechamente a la celebración y por eso debe ser
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CARLO MARÍA MARTINI
eucarística, también en la estructura interior, y no solo
una oración silenciosa cualquiera ante el sagrario. Debe
partir del estado eucarístico de Jesús, de su ser inmolado
por nosotros, testigo del Padre hasta la muerte, perfecto
adorador del Padre, destructor de los ídolos, fuente de comunión perfecta de los hombres entre sí y con el Padre.
Debe nutrir en nosotros la búsqueda continua de diálogo
y la capacidad de ofrecer nuestra vida.
Por último, la quinta actitud: para dejar que la eucaristía revele su fuerza, hay que asumir una mentalidad
eucarística proexistente, es decir, que no existe para sí sino para los demás. Entonces la comunidad se identifica
también como Iglesia, como asamblea, con la actitud
pascual de Cristo y asimila su modo de ser, de hacer, de
entregarse. Aquí se incorporan todos los aspectos de
atención a los pobres, a los marginados, la conciencia misionera, el trato preferencial a los últimos.
Te damos gracias, Jesús,
porque nos propones tu amistad;
te damos gracias
porque, con independencia
de lo que hagamos o podamos hacer,
tú nos ofreces
una relación verdadera y real contigo,
de la que depende
cualquier relación verdadera con los demás.
Te pedimos, Señor,
que aceptemos tu ofrecimiento,
¡REMAD MAR ADENTROl
65
que no lo rechacemos
ni lo consideremos algo evidente,
porque es un don excepcional que nos propones.
Te pedimos, Señor,
que te manifiestes a nosotros
diciéndonos lo que somos,
revelándonos la verdad sobre nosotros mismos,
para que podamos gustar
la alegría de tu evangelio.
Te rogamos, Señor,
que nos salves,
que nos des tu Espíritu de verdad,
tú que vives y reinas
con el Padre y el Espíritu
por los siglos de los siglos.
Amén.
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CARIO MARÍA MARTINI
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Eucaristía y familia
1 N ADÍE nos ha amado como el Señor Jesús. Nadie se ha
entregado como él, nadie realizó nunca una comunión
tan profunda e intensa como él.
Este amor hasta el fin, este amor hecho de donación
total y sacrificial, está presente y operante en la eucaristía, en el cuerpo entregado y en la sangre derramada por
nosotros; y está presente y operante en el sacramento del
matrimonio, instrumento divino para confirmar, purificar, salvar, renovar el amor de entrega y la comunión de
los esposos cristianos.
Este amor, que es entrega y tiene sus raíces en el sacramento del que se nutre, está destinado a guiar, forjar y
alentar las relaciones interpersonales entre padres e hijos,
entre hermanos y hermanas: el amor conyugal se hace familiar o más bien paterno y materno, filial y fraterno. El
amor, que es entrega y es comunión, germina y crece no
solo sobre los vínculos de la carne y la sangre, sino también sobre los que se derivan del amor de Cristo muerto
y resucitado.
El camino de todos los esposos y de las familias es a
menudo fatigoso, difícil, decepcionante. Y entre los numerosos males que minan y arruinan la alegría conyugal
¡REMAD MAR ADENTRO!
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y familiar, el peor es el pecado: no solo como límite inevitable para todos los seres humanos, sino como desorden moral. Los corazones de los esposos, de los padres,
y también los corazones de los hijos, de los hermanos y
de las hermanas, son con demasiada frecuencia corazones de piedra, llenos de avidez: la capacidad de amar con
autenticidad y, por tanto, de dar, de vivir en comunión,
tiende a desaparecer, dejando que prevalezca el egoísmo.
La otra persona -marido o mujer, hijo o hija- no es ya
objeto de un amor que se ha de dar, sino objeto de un
egoísmo que quiere conquistar, hasta llegar a usar al otro
como si fuera una cosa. La dignidad personal es desfigurada en su belleza original. El egoísmo divide, opone y
separa: el pecado se convierte en la causa de la disgregación de la pareja y de la familia. De ahí la dificultad para comprenderse mutuamente dentro de las paredes de la
propia casa, que a veces conduce a levantar una pequeña
torre de Babel, la cual producirá frutos de confusión, de
incomprensión y de conflictos.
En el fondo del corazón permanece aún viva la necesidad de corresponder a aquel ideal de amor, a su verdad
de entrega y comunión. Y nace el deseo de reconciliación. Solamente quien avanza por el camino de la conversión puede ser vencido por este deseo, y reencontrar y
revivir la verdad del amor conyugal y familiar. Pero el
sendero de la conversión permanente pasa por la eucaristía. Al participar en el sacrificio de la eucaristía, las familias y los esposos cristianos son llamados cada día a
una conversión, con una invitación que es gracia y estímulo para separar sus corazones de los «ídolos» vanos y
vacíos con el fin de dirigirlos al Dios vivo y verdadero.
68
CARLO MARÍA MARTIN!
Dios mismo quiere que los esposos se amen mutuamente y amen a los demás con el corazón de Dios, con el
amor de Jesús. El amor de los esposos es «humano» porque implica a la persona en su totalidad, en el espíritu, en
la afectividad, en el cuerpo. En este amor humano y por
medio de él se hace presente y operante un amor sobrenatural, el de Dios, creador y Padre, el de Jesucristo: es
el amor que Jesús vivió, en particular, al entregarse en la
cruz y que, a través de la eucaristía y el don específico
del matrimonio-sacramento, confirma, purifica, eleva,
perfecciona y transfigura el amor conyugal y familiar: es
el amor que se hace «sacramento» o, en otras palabras,
signo y lugar del amor divino.
Y aunque la fuente humana de amor corra el riesgo de
secarse, la fuente divina es inagotable, como la inconmensurable inmensidad del amor de Dios.
Te alabamos
y te bendecimos,
Señor Jesús,
por tu inmenso amor,
y te pedimos la gracia
de conocerte más íntimamente cada día
para amarte y seguirte
dondequiera que nos llames,
para imitarte y vivir en ti
la comunión con el Padre
y el Espíritu Santo.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
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18
Para asimilar el Misterio
J—/A eucaristía es el vértice de la iniciación cristiana, es
decir, del proceso dinámico con el que Jesús nos hace
discípulos suyos. La atención continua con que el Señor
llama a sus discípulos, dialoga con ellos revelándoles el
misterio del Reino, los educa en el designio de Dios haciéndoles partícipes de su misión, encuentra su punto
culminante en la muerte y la resurrección que son actualizadas sacramentalmente en la cena eucarística. La eucaristía es el cuerpo «entregado por vosotros», la sangre de
la alianza «derramada por vosotros» (Le 22,19; Me 14,24).
La eucaristía es, por consiguiente, el punto culminante de un camino educativo que, no obstante, implica la
paciencia, la fatiga, la repetitividad del itinerario educativo que Jesús hizo realizar a sus discípulos.
A veces me pregunto -evidentemente, la pregunta es
práctica, no teológica- si la repetición de la misa es un
signo de su condición incompleta. Cuando era niño, me
enseñaron que una misa bien escuchada es suficiente para llegar a ser santo. Pero entonces -me preguntaba¿por qué no llegamos a ser santos? ¿Y por qué se repite
la misa?
La misa hace presente el sacrificio realizado por Jesús en la cruz, que es único e irrepetible. No obstante, a
la vez que nos entrega el cuerpo total de Cristo, la misa
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CARIO MARÍA MARTINI
es repetida continuamente para hacernos asimilar con paciencia, a nosotros, perezosos y lentos, la misteriosa realidad del sacrificio.
Ella es el signo de la esperanza certísima de aquella comunión con Dios y entre nosotros que es el término del camino educativo de Cristo y de la Iglesia, y es al mismo
tiempo -en su repetición cotidiana, humilde, modesta, no
llamativa- el signo de la fatiga con la que tal camino debe
ser reanudado cada día, sin escándalos y sin impaciencias.
«Los apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron
todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: "Vosotros venid aparte, a un paraje despoblado, a descansar un
rato"» (Me 6,30-31). Tenemos aquí ante todo una convocación que adopta la forma de un banquete, presidido con
autoridad y milagrosamente por Jesús, con gestos claramente eucarísticos: «Tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, bendijo y partió los panes y
se los fue dando a [sus] discípulos para que los sirvieran;
y repartió también los pescados entre todos» (Me 6,41).
Este es el aspecto glorioso de la eucaristía. Pero después de la maravillosa distribución de los panes, los apóstoles no saben aún reconocer a Jesús que camina sobre
las aguas, y el evangelista señala que no habían comprendido «el hecho de los panes» porque su corazón estaba endurecido (cf. Me 6,45-52). Por otra parte, no carece de significado el hecho de que en los evangelios se
repita una segunda vez la multiplicación de los panes (cf.
Me 8,lss; Mt 15,32ss) que da paso a otra amonestación
de Jesús: «¿Por qué discutís que no tenéis pan? ¿Todavía
no entendéis ni comprendéis?» (Me 8,17). Con el aspecto glorioso convive el aspecto oscuro y fatigoso.
¡REMAD MAR ADENTRO!
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Con lenguaje didáctico decimos que el rito sacramental
nos sitúa ante el misterio pascual en su integridad, y ante el
misterio pascual como fundamento de la vida de la Iglesia:
al convertirse en alimento nuestro, Jesús no solo realiza la
pedagogía más alta, sino que se extiende hasta hacernos
una sola cosa con él, hasta convertirnos en su Iglesia.
«Por un don de su gracia, se distribuye él mismo a todos los creyentes mediante aquella carne cuya existencia
proviene del pan y del vino, fundiéndose con los cuerpos de
los creyentes para dar la certeza de que mediante esta unión
con el Inmortal también el hombre puede participar de la
incorrupción» (Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 37).
Acepta, Señor Jesús, la ofrenda de nosotros mismos.
Haz que comprendamos que si tú nos pides
amar la pobreza, la humillación, el menosprecio,
no es por un simple y extraño capricho,
sino porque tal es el destino de la Palabra,
tu destino;
y que si nos hacemos copartícipes
de la suerte del evangelio,
entonces viviremos la libertad,
las controversias y las pruebas del evangelio.
Haz, Señor, que se ilumine en nosotros
esta voluntad de pobreza y humillación
como búsqueda de la verdad, de la adhesión a ti,
como búsqueda de la autenticidad
de nuestro ser palabra tuya para los demás.
Amén.
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CARIO MARÍA MARTINI
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El pecado que carcome
el estilo eucarístico
N o es infrecuente que el pecado que carcome el estilo
eucarístico de nuestras comunidades consista en considerar la eucaristía como algo evidente, como algo que se da
por sentado.
Tenemos una actitud semejante, por ejemplo, con respecto a la Palabra: creemos que ya nos la sabemos, que
la conocemos, que la hemos oído muchas veces, creemos
que ya no puede decirnos casi nada.
A veces experimentamos una actitud similar ante el
Crucificado: lo hemos visto, estamos acostumbrados a
verlo, ¡parece que las cosas solo pudieron ser así! Por el
contrario, la actitud que Pablo pide (cf. 1 Co 11,20-34) es
la atención, la reverencia, el estupor ante el misterio de
Dios y, por tanto, ante el misterio de su Palabra, de su
cruz, de su cuerpo y su sangre entregados bajo las especies del pan y del vino. Es la actitud de estupor que suscita inmediatamente en nosotros el sentimiento de ser
indignos de tanto don, mientras que la verdadera indignidad sería considerarnos merecedores de recibirlo, sería
reducir el don a algo debido, la gracia a deuda, el amor a
cálculo.
Ejemplo de estupor, maravilla, atención, adoración y
reconocimiento por los dones de Dios es la actitud de
¡REMAD MAR ADENTRO!
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Isabel, la madre de Juan el Bautista: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?»; es la actitud de
María que se turba ante las palabras del evangelio, porque
le parece que no es digna de recibir un anuncio tan solemne; es la actitud del centurión, recordada por la Iglesia cada vez que nos presenta el pan consagrado: «Señor,
yo no soy digno que entres en mi casa»; es la actitud de
Isaías: «¡Ay de mí, Señor, que soy un hombre de labios
impuros y estoy contemplando la gloria del Dios vivo!»;
es la actitud de Juan el Bautista: «No soy digno de desatar la correa de sus sandalias»; es la actitud del publicano:
«¡Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador!».
La indignidad eucarística, por el contrario, es la expresada por el fariseo: «Te doy gracias, Señor, porque no
soy como los demás», tengo la conciencia tranquila, tengo derecho a tu don, no tienes nada que perdonarme. Come y bebe indignamente quien se acerca a la mesa del
Señor sin estar hambriento y sediento del perdón de Cristo; come y bebe indignamente quien cree que se ha comportado de manera irreprensible con Dios y con los hombres, y piensa que no tiene que reconciliarse con nadie,
que no debe nada a nadie, que es Dios quien le debe algo a él por ir a la iglesia, porque ha hecho el esfuerzo de
acercarse a la mesa eucarística.
La presunción de creerse digno del sacramento eucarístico abre la puerta a una suficiencia y a una saciedad
que restan eficacia a la eucaristía, porque no es vista ya
como don increíble, infinitamente grande, un don ante el
cual debemos caer siempre en adoración agradecida.
Te doy gracias, Señor,
porque te manifiestas en nosotros
no como lo esperaríamos,
sino de una manera siempre inédita,
nueva, sorprendente.
Te pedimos, Señor,
que ni siquiera una brizna de este conocimiento
se quede en el aire,
sino que de inmediato se aplique
a todas las situaciones
en las que reconocemos cercano a nosotros
a alguien que te representa, que te manifiesta.
Concédenos, Señor, un conocimiento
que se ponga en práctica de inmediato.
Una práctica que quede iluminada
y profundizada en el conocimiento
y en el amor de tu pasión y muerte.
Guíanos, Señor, en esta búsqueda difícil,
en la que tan fácilmente podemos engañarnos.
Haz que las palabras que decimos o escuchamos
las percibamos como palabras serias,
que un día podrán condenarnos
si nos limitamos únicamente a repetirlas.
Sálvanos, Señor, por tu misericordia,
tú que nos das el Espíritu
y vives y reinas por los siglos de siglos.
Amén.
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CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTROl
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20
Eucaristía y tensiones en la Iglesia
¡JL/A eucaristía es incompatible con las divisiones en la
Iglesia! Amenaza, por tanto, a la comunidad cristiana el
riesgo de que la eucaristía, al no estar secundada por el dinamismo de la caridad que mana de ella, no consiga hacer superar los egoísmos y las incomprensiones que surgen continuamente en la vida comunitaria. A su vez, nuestra debilidad y mezquindad, no alcanzada y purificada por
la eucaristía, hace que estemos aún menos preparados y
seamos más tardos en comprender el misterio eucarístico.
Pienso en las tensiones que afligen la vida de la comunidad y nos inquietan más frecuentemente. Por ejemplo, la tensión entre inmovilismo y movilidad. Hay un
inmovilismo que privilegia las tradiciones y las instituciones, pero sin captar su orientación interior hacia el misterio de Jesús y hacia el bien de las personas; y hay, por el
contrario, una movilidad inquieta, descontenta, desacralizadora, que no soporta el tiempo necesario para comprender el valor de las cosas y de los gestos tradicionales.
Sería necesario describir de una manera más completa estas tensiones, al menos para darnos cuenta de que
pueden representar un fenómeno positivo, porque expresan el camino de sufrimiento de la comunidad hacia una
figura histórica de Iglesia que, en nombre de la fidelidad
76
CARLO MARÍA MARTINI
al Señor, se compromete seriamente en la solución de los
problemas concretos del ser humano.
Pero lo que quiero subrayar es que una lectura de estas tensiones a la luz de la eucaristía ayudaría a descubrir
su carácter complementario. De hecho, la eucaristía, porque atrae todos los aspectos de la vida hacia el misterio de
Cristo y del Padre, requiere una plena fidelidad a la historia de Jesús y a las formas rituales e institucionales que
nos unen a él, pero, al mismo tiempo, invita a una presencia multiforme, capilar y cordial en todos los aspectos de
la vida humana, que deben ser orientados hacia Cristo.
Por el contrario, una comprensión no plena de la centralidad de la eucaristía impide interpretar las tensiones
de la comunidad según una visión amplia y unitaria. Reemplazamos la visión que brota de la eucaristía por las
visiones que dependen de nuestros prejuicios, de nuestros modos de entender la vida comunitaria. Las diferentes perspectivas, en vez de integrarse, se radicalizan en
contraposiciones, que nos dan ocasión para ser hirientes
en los juicios, duros en los comportamientos, vehementes en las discusiones y tercos en los programas. De este
modo corremos el riesgo de aumentar las tensiones, las
explosiones de nerviosismo, los resentimientos amargos,
la pereza a la hora de intuir las necesidades de los otros,
etcétera.
Si aceptamos el proyecto de vida comunitaria que deriva de la eucaristía, encontraremos también la verdadera
valorización de nuestras maneras de ver y sobre todo experimentaremos la fuerza de la caridad de Cristo que nos
atrae hacia el corazón del Padre y llega a vencer sobre
nuestros pecados.
¡REMAD MAR ADENTRO!
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Haz, Señor, que sepamos vivir
nuestra verdad ante nosotros mismos,
ante la Iglesia y ante el mundo.
Haz que sepamos aceptar,
en esta verdad de nosotros mismos,
todo cuanto hay de cerrazón, dureza,
ceguera, opacidad interior,
incapacidad de reconocerte en nosotros,
a nuestro alrededor, en el mundo,
en las verdaderas exigencias de los demás...
Haz, Señor, que afloren en nosotros
todos los diálogos rechazados,
todas las situaciones cerradas,
todas las perspectivas que hemos marginado.
Haz, Señor, que te reconozcamos
con tus exigencias de rey,
de pastor, de Hijo del Hombre
y de clave de nuestra vida.
Haz que te reconozcamos
con tu presencia en las relaciones de nuestra vida,
en la historia concreta,
en el mundo, en la Iglesia.
Para nosotros, Señor, tan solo te pedimos
verdad y autenticidad.
Que podamos derrotar en nosotros
a los enemigos prepotentes y pertinaces
de esta verdad y autenticidad.
Amén.
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CARLO MARÍA MARTINI
21
Participar en la lógica de Jesús
NO es el pan y uno es el cuerpo que todos formamos,
pues todos compartimos el único pan» (1 Co 10,17). ¿Qué
significa compartir el único pan que nos hace un solo
cuerpo?
No basta comer físicamente el pan eucarístico; es necesario -y Jesús lo explica en el gran discurso de Cafarnaún (Jn 6,51-58)- participar de la lógica de Jesús, de la
lógica del pan partido por otros, de la sangre derramada.
Participar del cuerpo de Cristo significa recibir de él
y por su gracia un corazón entregado, humilde, capaz de
conmoverse, de compartir no solo el pan del cielo sino
también el pan de la tierra, capaz de entregarse hasta el
fin. Solo de este modo podremos recorrer los caminos
que hacen de nosotros y de la Iglesia un solo cuerpo.
Es hermoso pensar que lo que nosotros celebramos es
aquello de lo que habló Jesús hace dos mil años junto a
la orilla del lago, lo que celebró en el cenáculo de Jerusalén, lo que, después de la resurrección, las primeras comunidades celebraron en Jerusalén, en Judea, en Galilea,
en Antioquía y en todas las regiones del Mediterráneo.
Las primeras comunidades cristianas continuaban viviendo todo aquello que los apóstoles habían experimentado en la última cena y después de la resurrección de
¡REMAD MAR ADENTRO!
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Jesús. Sabían que solo con la ayuda de Dios era posible
crear una nueva sociedad que pudiera vivir de manera diferente en medio de la sociedad vieja e insanable.
Entre todos los que participaban de la mesa eucarística se eliminaban las diferencias y se derrumbaban las barreras; todos eran una sola alma y un solo corazón, y nadie reivindicaba como propiedad exclusiva lo que le había pertenecido antes. Se encontraban juntos en las casas
para partir el pan, llenos de alegría y de pureza, sabiendo
que aquel a quien tenían entre las manos y cuya memoria celebraban estaba en medio de ellos, era el alimento
que los nutría y les infundía fuerza y valor.
Te damos gracias, Señor,
por este pan cotidiano de tu presencia,
que nos das en la eucaristía
y en todas las experiencias de la Iglesia.
Haz, Señor,
que en las ambigüedades de nuestras experiencias
sepamos poner el dedo y el ojo
allí donde tú te manifiestas a nosotros en tu verdad.
Transfórmanos, Señor, en esta verdad
y haz que te busquemos
con amor, con afecto,
con sencillez y amistad,
con humildad y con entrega.
Te damos gracias, Señor,
porque te manifiestas a tu Iglesia.
Tú que vives y reinas resucitado y glorioso
por todos los siglos de los siglos.
Te manifestaste a tu madre María,
a María de Magdala, a la otra María
y después a Pedro y a los Doce;
te manifiestas a nosotros, en nuestra vida,
en nuestras experiencias, en la Iglesia,
en la oración y en los sacramentos.
Amén.
Te pedimos, Señor,
que nos hagas capaces de dar nuestro «sí»
también a tu nuevo modo de presencia.
No es aún la presencia de la parusía,
de la gloriosa libertad de nuestro cuerpo,
de la gloriosa libertad de los hijos de Dios,
pero es tu presencia segura,
que nos vivifica,
que es suficiente para nosotros.
80
CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTRO!
81
22
El misterio de una Iglesia
humilde y valiente
J—/A Iglesia tiene en su modo de proceder la claridad y
la fuerza de la palabra de Dios, la capacidad de promover
el compromiso civil, humano, social, político, de promover la inserción en la sociedad: es el aspecto glorioso de
la entrada de Jesús en Jerusalén.
Pero la Iglesia es ella misma y es profundamente ella
misma también cuando se retira para orar, en adoración,
en humildad, casi escondiéndose en la adoración de la
hostia eucarística; y cuando acepta la humillación y la
prueba.
La Iglesia es ella misma en ambas situaciones y no
hay que separar una de otra, no hay que privilegiar una
con respecto a otra; porque solamente en esta atenta
unión de claridad y mansedumbre, la Iglesia camina como caminaba Jesús y revela a los hombres la fuerza de
Dios y su misericordia, el poder de Dios y el hecho de
que se hace semejante a nosotros, su justicia y su infinita bondad.
Este misterio de la Iglesia humilde, delicada y amable como María y, al mismo tiempo, fuerte y valiente como Pedro, de la Iglesia que se retira al silencio de la oración y que proclama abiertamente en las plazas y por todas partes la palabra de Dios, debemos conservarlo celo-
82
CARLO MARÍA MARTINI
sámente en su unidad y transmitirlo atentamente en la
historia de este mundo.
Esta doble realidad de la vida de la Iglesia tiene que
aparecer en la vida de cada uno de nosotros.
Cada uno de nosotros vive en sí mismo el misterio de
Cristo y de la Iglesia: en nosotros hay momentos de fuerza y claridad, y momentos de humildad y escondimiento;
hay momentos de acción generosa y comprometida, y
momentos de contemplación y oración. La clave de esta
actitud misteriosa de Cristo y de su Iglesia la captamos
en el misterio pascual.
Nosotros pasamos por este mundo, como Iglesia y
como cristianos, igual que pasó Jesús, con el deseo de
mantener fielmente el camino de seguimiento del Señor
-tal como él fue y como se presentó-, de ser una Iglesia
no diferente de la que fue la manifestación de Jesús.
Te damos gracias, Señor Jesús,
porque estás presente en medio de nosotros.
Te adoramos, Señor, con los apóstoles,
te adoramos misterioso, pobre, sencillo,
presente en nosotros sin ostentación,
sino en la pobreza de nuestra vida de Iglesia.
Te damos gracias porque tú,
Dios de poder, te manifiestas así.
Abre nuestros ojos, Señor,
para que podamos reconocerte.
Haz que reconozcamos de buen grado,
Señor, lo que somos,
¡REMAD MAR ADENTROl
83
todo lo que en este momento aflora en nosotros
de perplejidad, de duda, de cansancio.
Todo ello lo presentamos, Señor,
ante tu poder.
23
La transformación del cristiano
Deseamos sumergirlo
en la fuerza de tu nombre,
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Concédenos, oh Padre, sentir,
a través de todas las banalidades y mezquindades
de la existencia cotidiana,
la fuerza de la presencia de tu Hijo,
Jesucristo nuestro Señor,
que vive y reina contigo,
en el Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
84
CARIO MARÍA MARTINI
/ \ N T E la eucaristía tenemos que dejarnos salvar, purificar por Jesús, dejar que sea él quien lo haga todo y recibir su vida con gratitud.
No tengamos miedo de permanecer en silencio, de no
encontrar nada que decir, porque es él quien nos habla,
quien viene a nuestro encuentro con todo el peso de su
decisión de amor que quiere derramar sobre nosotros; en
suma, dejemos que Jesús sea eucaristía, salvación, perdón, piedad, ternura, afecto, purificación para nosotros.
Dejemos que Jesús sea Jesús.
Entonces podremos vivir el culto espiritual y el culto
eucarístico. El orden en que los sitúo podría parecer extraño, porque normalmente partimos del culto eucarístico. En efecto, a veces se cree que es más importante celebrar bien la misa (en el caso de los sacerdotes), ir a misa al menos los domingos (en el caso de los fieles) y adorar al Señor en el Santísimo Sacramento.
En realidad, me parece que en la eucaristía recibimos
ante todo la invitación de Jesús a celebrar nuestro culto
espiritual, con la ofrenda de nuestro cuerpo: «Ahora, hermanos, por la misericordia de Dios, os exhorto a ofreceros como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: sea ese
vuestro culto espiritual» (Rom 12,1).
¡REMAD MAR ADENTRO!
85
El apóstol dice que nuestro culto no es ante todo celebrar bien la misa, sino ofrecer nuestros cuerpos. Y
nuestros cuerpos son nuestra vida en toda su condición
física, en toda su extensión, día y noche, juventud y vejez, salud y enfermedad, éxito y fracaso, alegría y dolor,
entusiasmo y depresión. Hay que darlo todo como sacrificio vivo, ofreciéndonos a Dios como Jesús se dio a nosotros y al Padre. Muchas personas ofrecen, quizá sin ser
conscientes de ello, este culto espiritual cuando viven
honradamente, aman a su familia, viven con serenidad el
cansancio del trabajo o del estudio, se sacrifican, aceptan
con paciencia situaciones difíciles y dolorosas.
Así pues, es sacrificio vivo y no un simple rito; es sacrificio santo, porque nos purifica, nos arranca de la connivencia con el mal; y es sacrificio agradable a Dios.
Señor Jesucristo,
que has venido a nosotros
para buscar y salvar lo que está perdido,
que te has entregado hasta morir en la cruz,
para liberarnos del poder del mal,
para enseñarnos el camino del Amor que salva
y para llamarnos a seguirte
en la misión redentora que el Padre te ha confiado:
bendice mi determinación de seguirte
en comunión activa con tu Iglesia,
colaborando cada vez mejor contigo
en la difusión de tu Reino.
86
CARLO MARÍA MART1NI
Soy consciente de que tal empeño
implica sacrificio y fatiga,
pero ello no me desalienta,
porque sé que caminas conmigo,
te cansas, sufres y amas como yo, en mí.
No te pido, por tanto, que hagas fácil mi camino,
sino más bien que me lleves de la mano
y me des siempre la fuerza necesaria
para recorrerlo hasta el final.
Consciente de mi debilidad,
confío en tu amistad.
Con la ayuda de María, madre tuya y madre mía,
que te dio el «sí» más puro, más total y fiel,
me entrego a ti, comprometiéndome a vivir
como miembro de las comunidades de vida cristiana
según el espíritu del evangelio
y la ley interior del amor.
Que la Virgen María me ayude.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
87
24
ne algo nuevo que decirnos, desconocido aún para nosotros, si nos ponemos frente a ella para escuchar realmente.
El asombro ante el don de Dios
Concédenos, Señor,
dejarnos formar por ti
en la adoración de la eucaristía.
¿ V^uÉ puede ser la contemplación eucarística, la adoración que a veces no comprendemos bien?
Quiere ser el cultivo de una actitud de asombro ante
Cristo que da su vida por nosotros, ante su amor infinito,
del que somos indignos y que, no obstante, nos sorprende con infinita misericordia en nuestra pobreza. La adoración eucarística es cultura en el sentido más profundo.
Cuando se habla de cultura y de lo que es premisa necesaria de la cultura, se habla de cultivar algunas actitudes de fondo sin las cuales ninguna cultura es real y penetrante. La adoración es, propiamente, cultivo de los
sentimientos de humildad, pobreza, agradecimiento y,
por tanto, de eucaristía, de acción de gracias admirada y
llena de estupor ante el don de Dios.
Estos sentimientos, cultivados en la adoración, nos
hacen vivir plenamente también la misa y la comunión
eucarística. Para ampliar esta exposición, desearía decir
que la actitud de adoración es importante no solo para
que la eucaristía tenga su fuerza en nosotros, sino también para que la Palabra tenga su fuerza en nosotros.
La Palabra es un don que comprende la imprevisibilidad apasionada de Dios y que siempre nos encuentra desprevenidos. Solo así se revela como palabra viva, que tie88
CARLO MARÍA MARTINI
Concédenos darte cabida,
abrirte nuestro corazón y nuestra vida;
concédenos unirnos a tu adoración al Padre,
a tu obediencia, a tu mansedumbre,
a tu desprendimiento, a tu pobreza, a tu valentía.
Te pedimos que nos hagas sentirnos a gusto,
como supiste hacerlo con los discípulos,
después de las amarguras de la noche,
con tu invitación discreta:
« Venid a comer»,
pidiéndoles que colaboraran:
«Traed un poco del pescado que tenéis»,
y acercándote tú mismo
para partir el pan y distribuirlo.
Haz, Señor,
que podamos sentirte presente así,
con tu disponibilidad para servirnos
en nuestra pobreza,
para alimentarnos,
para hacernos uno contigo,
para implicarnos en tu adoración
y obediencia al Padre.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
89
25
El espíritu de adoración
que nace en la celebración
Í—/A eucaristía presenta un aspecto sorprendente que
conmociona la inteligencia y conmueve el corazón. Nos
encontramos frente a uno de aquellos gestos abismales
del amor de Dios, ante los cuales la única actitud que el
hombre puede adoptar es una entrega en la adoración llena de gratitud ilimitada. La adoración y el silencio contemplativo no son elementos accesorios de la celebración
eucaristía, sino que alimentan y expresan su alma profunda. La adoración del misterio de Dios en «espíritu y
verdad» (Jn 4,24) tiende a asumir la forma de la celebración eucarística y esta, si quiere atraer hacia sí toda la vida, en virtud de Jesús y del Espíritu, en el misterio del
Padre, tiende a configurarse como adoración. Es necesario, por tanto, educar a los fieles para que sepan unir adoración y celebración. A quien se siente inclinado a subrayar las formas espontáneas e individualistas de la oración
hay que prestarle ayuda para que comprenda que un auténtico espíritu de adoración busca expresión y alimento
en la celebración eucarística. A quien vive de un modo
exterior y meramente formal la celebración, hay que animarlo para que la transforme en sincera adoración que se
prolongue en la meditación silenciosa. Pido una ayuda
particular en este ámbito a las personas que han elegido
90
CARLO MARÍA MARTINI
la vida de especial consagración. Ellas han hecho su consagración precisamente durante la celebración eucarística, y con su vida de contemplación y de caridad tienen
que ofrecer a todo el pueblo cristiano un ejemplo profético de cómo la eucaristía puede transformar la vida en
una perenne acción de gracias.
La celebración misma, en el ritmo concreto de los ritos en que se articula, describe un camino sugerente hacia la adoración. Pero para que esta riqueza sea comprendida y acogida, hay que respetar y vivir intensamente los momentos de pausa, de silencio, de adoración personal y de contemplación comunitaria, previstos por el
mismo ritual de la celebración.
Desearía recordar el valor de la adoración propiamente eucarística. Ella expresa una vinculación más directa de los diferentes motivos de la vida con el sacrificio
pascual y eucarístico de Jesús. Además, pone de manifiesto el aspecto por el que la eucaristía es presencia real
permanente y perenne morada de Jesús entre nosotros.
Por último, como revela la experiencia de muchos maestros espirituales, la adoración eucarística tiene una particular incidencia formativa en la vida de las personas: es
una oración y, al mismo tiempo, forma en la oración y
ayuda en el momento de la elección de compromisos.
Quiero recordar también el valor de la preparación y
de la acción de gracias en la misa. A la luz de cuanto se
ha dicho, hay que verlas no tanto como intuiciones psicológicas o costumbres tradicionales, sino como una irradiación de la adoración litúrgica en la vida. Por lo que a
mí respecta, me he propuesto introducir de nuevo, allí
donde sea posible, aquellos breves momentos de adora-
iREMAD MAR ADENTRO!
91
ción personal silenciosa ante el altar del Santísimo Sacramento que el obispo solía tener también antes y después
de las ceremonias más solemnes.
26
«Daos vosotros mismos por todos»
Concédenos, oh Jesús,
mantener ante todo la mirada fija en ti.
Tú eres aquel de quien deriva nuestra fe,
quien la lleva a perfección,
quien ha pasado por la prueba antes que nosotros,
quien nos conduce y no permite
que equivoquemos el camino.
Haz que te contemplemos con afecto profundo
y podamos encontrar fuerza y alegría
al seguirte incluso en las elecciones difíciles.
Amén.
92
CARLO MARÍA MARTINI
JJ/N el gesto de la cena contemplamos la pasión y la
muerte de Jesús, su amor por nosotros, toda su entrega
por la humanidad, la espontaneidad filial con la que cumple totalmente la voluntad del Padre, la disponibilidad de
corazón con la que recibe la misión que llevará adelante
superando rechazos, abandonos, traiciones, crucifixión y
muerte. Jesús abraza todo esto con profundo amor filial,
y nos lo dice al darnos su cuerpo y su sangre. Nada puede detenerlo en su entrega al Padre: ni la traición de Judas, ni la negación de Pedro, ni la huida de los suyos, ninguna de aquellas cosas que, por el contrario, bloquean y
detienen a menudo nuestra capacidad de amar.
Es entonces fundamental comprender que la eucaristía, el «sí» total y fiel de Jesús al Padre y de Jesús a los
hombres, aunque sean enemigos y opositores, significa
para los cristianos nuestro «sí» al Padre y nuestro «sí» a
los hermanos y a las hermanas, no solo a los que se muestran como tales con amistad, amabilidad y acogida, sino
también a los que nos critican, no nos aceptan, nos desprecian, nos insultan, se oponen a nosotros.
La eucaristía sería un signo vacío si no se transformara en nosotros en fuerza de amor a los demás. Para ser
¡REMAD MAR ADENTRO!
93
verdaderamente plena, tiene que ser celebrada en el don
de la vida, no solo en la memoria del culto. Las palabras
subrayadas por Pablo: «Haced esto en memoria mía», no
deben ser entendidas simplemente como palabras casi
mágicas que se podrían cumplir y realizar con el gesto de
elevar la hostia y el cáliz. «Haced esto en memoria mía»
significa: ofreced vuestro cuerpo como lo he ofrecido yo,
daos vosotros mismos por todos, también por aquellos
que se oponen a vosotros y no os acogen, como yo me
entregué por todos.
Al entregarse a nosotros en el lavatorio de los pies y
en la eucaristía, Jesús nos enseña a servir, nos pide que
nos pongamos de rodillas ante los hermanos, cercanos y
lejanos, ante quien nos traiciona, y nos enseña a ofrecernos al Padre con amor filial en la obediencia devota. Entregarse así quiere decir tener una mentalidad nueva, que
ocupa el puesto de la vieja mentalidad de Jonás, el cual
considera perdidos a los habitantes de Nínive, no quiere
ocuparse de ellos y desea huir de una tarea ingrata. Y el
Señor, pacientemente, lo lleva de nuevo a abrazar esa tarea, en la que se realiza el misterio de la salvación. Entregarse así quiere decir creer en un Dios que no tiene un
rostro airado, irritado, amargado, decepcionado por la
forma en que le correspondemos, sino que tiene un rostro lleno de ternura, de confianza, de pasión por todas las
criaturas: el rostro dulcísimo del Crucificado.
Jesús nos acoge en su cena, aun sabiendo que somos
y seremos frágiles, débiles, que tal vez podríamos traicionarlo y huir; no obstante, él mismo parte el pan para
nosotros, con el fin de que también nosotros lo partamos
para los demás.
94
CARIO MARÍA MARTINI
Pidamos al Señor que nos tome de la mano, que nos
introduzca él mismo en la contemplación de su amor
infinito.
Concédenos, oh Jesús
que te reconozcamos siempre en la eucaristía,
que te reconozcamos
convirtiéndonos nosotros mismos en pan partido,
pan encendido en la noche de este mundo.
Concédenos aquel fuego,
aquella pasión de amor al Padre,
que te llevó a entregar la vida,
a despojarte de ti mismo
por la salvación de toda la humanidad.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTRO!
95
27
Una existencia eucarística
¿ V^uÉ significa una existencia eucarística? Isaías (61,1-3)
responde que es una vida «a» y una vida «para». Una vida que no se encierra en sí misma en el ansia de la autorrealización, en la preocupación de ser alguien, de realizarse, de estar contento. Una vida abierta a una tarea más
allá de mí mismo, cuyo centro no soy yo.
Isaías describe esta vida llamada «a»:
•
llevar el evangelio a los pobres;
•
vendar los corazones desgarrados;
• proclamar la libertad a los esclavos,
la excarcelación a los prisioneros;
•
promulgar el año de misericordia del Señor.
Son cuatro «a» que describen una vida dedicada al
anuncio.
En la segunda parte del texto del profeta se habla de
una vida hecha «para»:
• consolar;
•
96
alegrar;
CARLO MARÍA MART1NI
• dar una corona en vez de cenizas, óleo de alegría
en vez de traje de luto, canto de alabanza en vez de
un corazón triste.
Son tres «para» que cualifican una vida para la alegría
y el consuelo de los demás.
Nos preguntamos ahora qué nueva autoconciencia,
qué nueva comprensión de mí mismo engendra esta vida
«a» y «para». La respuesta se encuentra en la Segunda carta a los Corintios (2 Co 4,1-2): esta vida produce una conciencia libre del miedo y de las medias tintas, justamente
porque ya no se trata de mí. Escribe el Apóstol: «No nos
acobardamos; nos presentamos con humildad y sencillez
ante todos». En efecto, no se trata de nosotros, no nos predicamos a nosotros mismos: «¡No somos más que vuestros
servidores por amor de Jesús!». No es nuestra causa, sino
su causa. Somos libres de toda preocupación de éxito o
fracaso personal, porque el problema es su problema y nosotros somos servidores de él «para vosotros».
¿De dónde viene esta cualidad de vida? ¿Quién es su
autor, su responsable?
Es el mismo Jesús que por amor da la vida por nosotros; la eucaristía es la garantía, la fuerza permanente del
hombre eucarístico.
Espíritu Santo,
Espíritu de sabiduría,
de ciencia, de entendimiento,
de consejo,
te rogamos nos llenes
del conocimiento de la voluntad del Padre,
de toda sabiduría e inteligencia espiritual.
¡REMAD MAR ADENTRO!
97
Abre nuestro corazón
al consuelo de tu don
para que podamos conocer el misterio
que se va revelando en el tiempo,
el misterio preparado desde toda la eternidad:
la gloria de Cristo en el hombre vivo.
Y tú, María, fruto privilegiado
y primero de esta gloria de Cristo,
haz sensible nuestro corazón a los caminos de Dios,
a sus modos de manifestarse
en nuestra historia.
Ayúdanos a caminar en su verdad
para poder encontrar su misterio.
Amén.
98
CARIO MARÍA MARTINI
28
La eucaristía lo atrae «todo» y a «todos»
L J NA comunidad que se deja verdaderamente formar por
la eucaristía comprende, ante todo, que Jesús quiere atraer
hacia sí a todos los hombres. Se convierte, por tanto, en
una comunidad que va siempre más allá de sí misma, se
siente enviada por Cristo a todos los hombres, no descansa hasta que el evangelio de la pascua haya alcanzado a todas las situaciones humanas. Jesús es el único Señor y Salvador: solamente en el encuentro inmediato con Jesús pueden encontrar la salvación todos los hombres.
Por otra parte, la eucaristía produce una atracción
real de los hombres hacia Jesús y, con Jesús, hacia el Padre: implica, por tanto, una serie de mediaciones en las
que son acogidas y purificadas las capacidades concretas
de cada uno, las expresiones de la razón, de la libertad y
de los deseos, las adquisiciones y las instituciones que toman forma en la vida civil. La eucaristía lo atrae verdaderamente «todo» y a «todos» hacia sí. Todo lo que es
humano es asumido y, al mismo tiempo, purificado, regenerado, profundizado en aquel movimiento de caridad
que emana constantemente de la eucaristía. Puede suceder, en cambio, que la comunidad, empujada por intensas
provocaciones sociales o culturales, construya un proyecto propio que privilegie las estructuras de la comuni-
¡REMAD MAR ADENTRO!
99
dad -olvidando que están en función del hombre que debe ser atraído hacia Cristo- o las necesidades del hombre
-olvidando que han de ser discernidas, purificadas y regeneradas en la atracción hacia Cristo.
Este proyecto, que se construye prescindiendo de la
eucaristía, trata después de reconducir hacia sí la eucaristía mediante operaciones ambiguas y reductoras, que
debemos examinar atentamente, interpretándolas con el
tema bíblico de la «dureza de corazón».
29
En la eucaristía somos formados
para las grandes decisiones
el cristiano decide dar su propia vida, ponerla
al servicio de los demás, tomar la cruz, lavar los pies a los
hermanos, acoger las exigencias de la vida transformada
por el evangelio, acogerlas en la familia, en la sociedad,
en la escuela, en el trabajo, acoger también los sufrimientos que esto comporta, participar a veces, por la decisión que ha tomado, en la soledad de Cristo en su pasión, no lo hace por un extraño deseo de sufrir, sino porque ha descubierto el rostro del Padre y ha comprendido
que la fuente de la vida está en la voluntad del Padre,
también cuando ella indica un camino de sacrificio y de
entrega hasta la muerte.
V^UANDO
Muéstrame, Señor, lo que hay en mí
de desorden, de confusión.
Purifica mi corazón,
ordena mis deseos,
rectifica mis intenciones,
para que te elija a ti por encima de todo,
Bien supremo,
y para que vea todos los demás bienes
que son necesarios para los demás y para mí
y por los cuales es preciso trabajar.
Todas las cosas del mundo son hermosas, Señor,
si se enmarcan en el orden del amor
que tú, Jesús, nos enseñas,
que tú, Jesús, nuestro Mesías,
verdadero hombre y verdadero Dios,
nos enseñas con tu muerte y tu resurrección.
Amén.
100
CARUO MARÍA MARTINI
Es en la eucaristía donde comprendemos todas estas
cosas, donde Cristo presente las hace presentes en nuestra vida. Es en la eucaristía donde somos formados para
las grandes decisiones en la vida y en la historia, según la
voluntad del Padre.
La eucaristía no es una realidad a partir de la cual nos
proponemos hacer otras cosas útiles y hermosas por los
hermanos. La eucaristía es, ante todo, la revelación del
¡REMAD MAR ADENTRO!
101
amor de Dios, de su voluntad de alianza con el hombre,
hoy, ahora; esta revelación tiene lugar a través de la entrega total de Jesús, que crea y consolida en nosotros la
voluntad de desposeernos de nosotros mismos para pertenecer plenamente al Padre.
En toda eucaristía somos invitados a preguntarnos:
«¿Qué me revela el Padre de sí mismo, de su amor ilimitado por mí, ahora? ¿Qué me revela de mí, del hecho de
que he sido creado para amar y para darme con Cristo y
como Cristo? ¿Qué me revela de los demás hombres que
esperan este amor y este don?».
dirigimos confiados nuestros pensamientos
a tu gloria,
profundizamos en el sentido
de las palabras de la Escritura
y vivimos nuestros días
con paz y serenidad.
Te pedimos que lleves a plenitud nuestra confianza
por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Espíritu Santo que procedes del Padre,
Espíritu de amor y de consuelo,
don del Resucitado,
ven en ayuda de nuestra debilidad.
No sabemos qué pedir,
pero tú intercedes por nosotros
con gemidos inefables.
Señor Jesús,
tú que ves los más profundos secretos del corazón
y conoces los deseos del Espíritu,
intercede por nosotros
y por toda la Iglesia,
Oh Dios, Padre nuestro,
sabiendo que el Espíritu intercede por nosotros
según tu voluntad y tu designio,
102
CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTROl
103
30
Fidelidad ritual y fidelidad ética
.L/A comunidad cristiana no se presenta como una sociedad ya constituida y configurada sobre proyectos humanos, sino que -al celebrar la eucaristía obedeciendo a su
Señor- expresa el hecho de que está totalmente convocada, constituida y determinada por la pascua de su Señor, el
cual se hace presente precisamente en la eucaristía.
Es preciso especificar con más precisión esta fidelidad de la Iglesia a su Señor, ya que comporta dos dimensiones: fidelidad ritual como obediencia al mandato de
Cristo de celebrar la eucaristía según las modalidades establecidas por él e interpretadas con autoridad por las
normas litúrgicas de la Iglesia; y fidelidad ética, como
compromiso de repetir el gesto pascual de «entregar el
cuerpo y la sangre», es decir, toda la vida y la persona al
servicio de la caridad.
La caridad que brota de la eucaristía, aun cuando se
expresa en la vida concreta de la comunidad cristiana, va
más allá de la comunidad, porque no es producida por
sus recursos o medida por sus ritmos, sino que es ilimitada como la infinita riqueza de Cristo. Esta trascendencia de la caridad empuja a la comunidad a ir continuamente más allá de sí misma, ya sea hacia el misterio de
Cristo y del Padre, ya sea hacia todo hombre y toda si-
104
CARIO MARÍA MARTINI
tuación humana. La misión no es una respuesta genérica,
precipitada y ansiosa a las necesidades humanas sin valorarlas ni considerarlas, sino el testimonio límpido del
amor de Dios a todo hombre, la proclamación de Jesús
muerto y resucitado, Señor y Salvador, la ejecución de
aquel proyecto de entrega a la humanidad intrínseco en
una vida comunitaria que se haya dejado configurar verdaderamente por la eucaristía.
Tu Espíritu, Señor,
es Espíritu de paz:
haz que en la paz
reconozcamos lo que somos
y lo que no somos,
lo que en tu amor nos llamas a ser,
para que podamos sentir la alegría
de llegar a ser lo que quieres que seamos.
Te damos gracias, Señor,
porque no nos dejas en los tópicos,
en el estancamiento banal
de nuestra mediocridad,
sino que nos invitas a gustar la alegría
de ese «un poco más»
que nos abre un horizonte nuevo.
Te damos gracias, Señor,
que nos das tu Espíritu Santo
y que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
105
31
Las actitudes espirituales
exigidas por la historia
_L/A acción configuradora y unificadora de la eucaristía
afecta a las tareas, los gestos y las iniciativas de la comunidad, pero influye sobre todo en la vida espiritual, en
el sentido fuerte del término, es decir, en los procedimientos mediante los cuales el Espíritu Santo imprime el
estilo de Jesús en la vida de cada persona y en las relaciones interpersonales. Aquí interviene toda la trama de
las relaciones psicológicas. Ahora bien, podemos afirmar
-manteniéndonos en la perspectiva que nos guía- que la
vida «psicológica» no debe convertirse en un polo alternativo, que concentre las atenciones y las preocupaciones
de la comunidad, sino que debe transformarse en vida
«pneumática», es decir, movida por el Espíritu Santo, capaz de integrar los estados y los movimientos del alma en
la atracción de toda la vida personal y comunitaria hacia
Cristo y el Padre.
Es importante, por consiguiente, que todo cristiano,
en relación con la propia vocación personal, se pregunte
qué líneas de espiritualidad debe extraer de la celebración eucarística, del mismo modo que toda comunidad
cristiana debe encontrar en la eucaristía la indicación de
las actitudes espirituales que exigen, a su vez, las circunstancias históricas en las que le toca vivir: espíritu de
106
CARIO MARÍA MARTINI
paz y de reconciliación en los momentos de tensión o de
división; fortalecimiento de la oración en los periodos de
distracción o de mediocridad difusa; sentido de solidaridad en las ocasiones de dificultad o de calamidad; actitudes de acogida, cuando alguien pide hospitalidad e integración; despertar de la esperanza en los casos de duelo,
de desaliento, de hundimiento espiritual.
Espíritu Santo
que procedes del Padre y del Hijo,
tú estás en nosotros,
hablas en nosotros,
oras en nosotros,
obras en nosotros.
Te pedimos nos enseñes
a dar cabida en nosotros
a tus palabras,
a tu oración,
a tu inteligencia
para que podamos conocer el misterio
de la voluntad de Dios en la historia.
No te pedimos
que nos des acceso a este misterio,
como para poder jactarnos de nuestra ciencia
y nuestra inteligencia de los tiempos,
sino tan solo para obrar
de una manera digna del Señor,
para poder dedicarnos más plenamente
al servicio del nombre
y la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
107
32
La resonancia política del poder de Cristo
irradia, desde la cruz vivida por amor, su poder
sobre el universo, un poder que se actualiza día tras día
en la Iglesia mediante la eucaristía, centro de la comunidad y de su misión. El poder de Jesús nace de la increíble capacidad de servicio y de entrega con que Jesús se
da y que atrae hacia sí a todos los hombres: y el hombre
encuentra, en esta capacidad de entrega, la definición íntima de su ser, hecho para darse, hecho a imagen de Dios,
que es Amor y Don.
Más allá de esta primera interpretación global del poder universal de Cristo, podríamos preguntarnos si hay
también una lectura histórica y empírica de este poder. Es
decir, si es posible captar sus resonancias concretas en
los acontecimientos de la existencia cotidiana visible.
Pienso que, más allá de la Iglesia, de su constitución
centrada en la eucaristía, más allá de su realidad atractiva para la humanidad, hay una resonancia ulterior que yo
calificaría como política, en el nivel universal. Esta resonancia política del poder de Cristo podemos captarla en
la extraordinaria nostalgia que invade a la humanidad,
nostalgia de unidad del género humano, nostalgia de fraternidad universal.
V_^RISTO
108
CARIO MARÍA MART1NI
Esta nostalgia, este deseo vivísimo que en nuestros
días se hace cada vez más evidente, este deseo de unidad
entre los hombres, este deseo de romper las barreras y de
reconciliar las fuerzas adversas, es interpretado por la
Iglesia, que reconoce en él el signo de los tiempos y se
pone al servicio de esta ansia de unidad.
Te damos gracias, Señor,
porque nos renuevas continuamente con tu Espíritu.
Haz que nos abramos a este viento misterioso
que no sabemos de dónde viene ni adonde va,
es decir, que no entra en nuestros cálculos físicos,
psicológicos y pedagógicos,
sino que es tu fuerza en nosotros.
Haz, Señor, que comprendamos,
ante esta fuerza tuya en nosotros,
que hemos de dejar pasar
la desesperación de nuestro pecado,
de nuestra incapacidad de amar,
de nuestra incapacidad de vivir la verdad.
Haz, Señor, que aceptemos
la novedad de tu resurrección
sobre la incorregibilidad de nuestro pecado
y que, frente a la novedad de este tesoro encontrado
la olvidemos, la abandonemos a tu bondad
y nos veamos envueltos
por tu incondicional ofrecimiento de perdón.
¡REMAD MAR ADENTROl
109
Tú quieres renovarnos, Señor,
y nosotros confiamos en ti
para que triunfe en nosotros tu verdad.
Tú que envías el Espíritu sobre cada uno de nosotros,
ahora y por siempre, en la historia,
hasta el triunfo definitivo
de la resurrección y de la vida
por los siglos de los siglos.
Amén.
33
Del amor pascual brota la esperanza
Vov a limitarme a indicar algunos modos que la eucaristía tiene de iluminar el servicio de la caridad:
En primer lugar, la eucaristía dice que la caridad es
la actitud de quienes se han dejado atraer por Jesús. Antes de ser una obra o una iniciativa, la caridad es un clima espiritual, un conjunto de actitudes, una unidad misericordiosa de fines dentro de la comunidad.
En segundo lugar, la eucaristía, como memoria de la
pascua, expresa la meta a la que tiende el servicio de la
caridad. En la pascua, el amor de Jesús se expresó con un
realismo radical: desembocó en la resurrección, pero se
desarrolló dentro del marco de la valiente aceptación de
la muerte, de la derrota, de la maldad humana.
El amor vence estas realidades del mal penetrando en
ellas, no eludiéndolas. La caridad, que el cristiano recibe
de la eucaristía, tiene estas características pascuales. Se
compromete a fondo para afrontar el sufrimiento, pero
sabe que la victoria última sobre el mal es el don ultramundano, que viene directamente del corazón del Padre,
aunque, por otra parte, este don es anticipado realmente
en aquellas victorias parciales sobre todo tipo de mal,
que se logran en este mundo con el esfuerzo de todos.
110
CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADENTRO!
111
Aquella persona que -para poder comprometerse
frente al mal- pretende ver un resultado inmediato y totalmente satisfactorio de su propio esfuerzo, se condena
a peligrosas decepciones. Aunque tienda a resultados eficaces, hay que creer que el compromiso de la caridad vale por sí mismo, a pesar de que las dificultades puedan
permanecer.
El cristiano recibe del amor pascual, presente en la
eucaristía, un mensaje de esperanza, que lo hace inquebrantable también frente a los peligros y las derrotas. El
cristiano afronta las experiencias de sufrimiento y de dolor con la intención de superarlas; pero las supera, ante
todo, preguntándose cómo, dentro de estos hechos, el
amor puede producir paciencia, fe, valentía, perdón.
En tercer lugar, la eucaristía dice a quién se dirige la
caridad preferentemente. Se trata de las personas a las
que Jesús amó más, de aquellas que tienen más necesidad
de la certeza que deriva del amor pascual.
La caridad de la comunidad configurada por la eucaristía busca a todo ser humano que sufre por cualquier
motivo, a todos los enfermos, marginados, drogadictos,
encarcelados, para anunciarles la presencia de Cristo; para decirles que, también en su condición, es posible hacer
que germine una semilla de amor; para infundirles la seguridad de que, si consiguen creer en el amor y vivir en
el amor, han encontrado la salvación.
do humilde pero precioso, con el que esta «versatilidad»
de la caridad se manifiesta es el reconocimiento del valor
de las ofrendas durante la misa.
Las diferentes «jornadas» que se proponen durante el
año para fines de caridad no deben ser vistas con resignación y molestia. Todo lo contrario: teniendo en cuenta
las nuevas exigencias, deberían crear una costumbre de
generosidad, que sabe ponerse de inmediato en movimiento cada vez que alguna nueva necesidad urgente llama a las puertas de la comunidad cristiana.
Oh Dios, que conoces
nuestra fragilidad y nuestras debilidades,
sé tú nuestro apoyo en las pruebas
que la vida nos presenta.
Sabemos perfectamente que,
sostenidos por tu ayuda,
podemos derrotar al maligno.
Haz que percibamos siempre
tu cercanía y tu apoyo,
de modo que no nos sintamos solos o derrotados,
sino dispuestos a caminar en la esperanza.
Amén.
En cuarto lugar, la eucaristía, como ofrenda del amor
de Cristo a todos, invita a la caridad a buscar las formas
siempre nuevas de pobreza material y espiritual. Un mo-
112
CARIO MARÍA MARTINI
IREMAD MAR ADENTROI
113
34
La ética eucarística de la zarza ardiente
1-JL libro del Éxodo nos narra el episodio de Moisés
que, mientras pastoreaba el rebaño de su suegro, lleva el
ganado por el desierto hasta llegar al monte Horeb. Entonces «el ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. [...] Dios lo llamó desde la zarza: "No te acerques. Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que
pisas es terreno sagrado". Moisés se tapó la cara temeroso de ver a Dios» (Ex 3,2-6). El Señor se dirige de nuevo a Moisés y lo envía: «¡Ve, yo te envío al faraón!».
Moisés se resiste porque tiene miedo, siente que no tiene
autoridad sobre los israelitas, pero el Señor insiste: «Yo
estaré contigo y esta es la señal de que yo te envío: que
cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en
este monte» (cf. Ex 3,10-12).
En la zarza ardiente veo la imagen más bella del misterio de Dios: en ella está Dios Padre, Dios Hijo, Dios
Espíritu Santo; está el nacimiento virginal de Jesús; está
Pentecostés y la parusía; está ante todo, en el misterio de
un fuego que arde y no se consume, la cruz. Y está, por
último, la eucaristía, como síntesis de todas estas realidades inefables.
114
CARLO MARÍA MARTINI
Pero Moisés se resiste, duda, no comprende, tiene dificultad para obedecer al misterio de la zarza ardiente.
Esa misma dificultad la vivió, de algún modo, Jesús
cuando el designio del Padre asumió para él la forma de
la cruz y, por tanto, de la zarza ardiente. Tiene miedo, al
igual que Moisés. En Getsemaní (cf. Me 14,32-36) experimenta la dificultad de la obediencia a la zarza ardiente
y es él mismo la zarza que se consume en humildad por
la voluntad del Padre.
Para explicar la imagen de la zarza ardiente en un lenguaje didáctico, podemos decir que la ética eucarística
desarrolla verdaderamente su contenido allí donde produce el culto espiritual que Jesús expresó frente a la
muerte, allí donde produce la obediencia de Cristo al Padre. Con frecuencia nos defendemos de esta ética eucarística porque tememos acercarnos a la zarza ardiente.
Nuestras celebraciones eucarísticas se resienten de un fácil moralismo que considera la misa como una cosa más
que hacer entre otras, y también se resienten de un exceso de devoción que ve la misa como un gesto cerrado en
sí mismo. Debemos, en cambio, vivir una forma de celebrar que dé razón de la viva presencia del Señor como
fuego devorador y desencadene, a partir de él, toda la carga ética de la comunión con él.
En otras palabras, la eucaristía nos introduce en un
largo, difícil y profundo camino de crecimiento moral en
la línea del don total de uno mismo.
Tu Reino, oh Dios, es meta segura
del camino del hombre.
¡REMAD MAR ADENTRO!
115
Haz que estemos siempre dispuestos
a acoger este anuncio de vida y de esperanza,
de manera que basemos en él
nuestras decisiones y nuestras esperanzas.
35
La fuente del amor
de la Iglesia a la ciudad
Guía nuestras decisiones
para que sean conformes a tu Palabra
y broten de un deseo verdadero de conversión.
Amén.
116
1 NOSOTROS recibimos la eucaristía, nos alimentamos
del cuerpo y de la sangre del Señor, sentimos sellada la
alianza de la humanidad con Dios y después, al igual que
los apóstoles salieron del cenáculo, salimos para llevar a
las calles de la ciudad el signo de la alianza, para subrayar que la alianza no es solo un don para nosotros -que
hemos de vivir en la Iglesia, en la misa dominical-, sino
que es una alianza que implica a toda la creación, a toda
la humanidad, a la ciudad entera, con sus oficinas, sus
bancos, sus industrias, sus centros financieros, culturales,
artísticos, que incluye todos sus sufrimientos y los dolores de la ciudad, a todos los enfermos, todas las depravaciones y los males de la ciudad. Todo es atraído, purificado, salvado, entregado de nuevo a Dios por el sacramento de la eucaristía, signo de la alianza eterna.
Proclamaremos de nuevo a la ciudad que Dios no la
ha abandonado, aunque esté llena de vicios, de lejanía de
él, de desesperación, de soledad. Dios ama a esta ciudad,
está cerca de ella y, a través de nosotros -sus apóstoles y
su Iglesia, que caminamos con la eucaristía-, quiere estar presente en ella para consolar, apoyar, ayudar e infundir esperanza a muchos. Jesús se presenta como signo
de esperanza, de llamada, como ofrecimiento de salva-
CARLO MARÍA MARTINI
ÍREMAD MAR ADENTRO!
117
ción para todos; y lo hace también mediante cada uno de
nosotros, mediante nuestro camino en la ciudad.
La eucaristía es el centro, el punto de apoyo del amor
de la Iglesia a la ciudad, es la fuente inagotable de la que
nace el amor de la Iglesia a los sufrimientos, las soledades, las angustias, las desesperaciones de la ciudad; el
amor de la Iglesia a todos los que se sienten tal vez tranquilos, pero no conocen su camino, su futuro, el amor de
Dios.
Concédenos, Señor,
comprender que en la eucaristía
tú eres sal, levadura, luz,
alma de nuestra vida cristiana
y de la vida de nuestra ciudad.
Te pedimos por esta ciudad y por la Iglesia.
Acércanos unos a otros, atráenos hacia ti,
que eres el príncipe de la paz y de la unidad.
Así seremos de verdad contigo
un solo pan, un solo cuerpo,
como tú, entregado por los otros,
ofrecido si es necesario hasta dar la vida
por todos aquellos a quienes tú amas,
para entrar en comunión más profunda
con la Santa Trinidad.
Amén.
Tú que has perdonado en tu sangre,
en la sangre de tu cruz, nuestras infidelidades,
perdona nuestros pecados
e infúndenos tu espíritu de misericordia,
comprensión y diálogo, para que podamos
hacer realidad aquel signo de comunión
con Dios y entre nosotros,
aquella alianza entre Dios y el hombre
que tú nos has comunicado en esta eucaristía.
Vence en nosotros las divisiones exasperadas,
las resistencias, los rencores,
los sectarismos, los racismos,
tú que has entregado tu cuerpo
y has vertido tu sangre por todos los hombres.
118
CARLO MARÍA MARTINI
¡REMAD MAR ADíNTROl
119
36
En el dinamismo del amor
_L/A eucaristía es el centro, el signo del amor de Dios, de
un Dios que nos ha amado tanto que nos ha dado a su
Hijo unigénito, de un Dios que nos ama y continúa amándonos a pesar de nuestras rebeliones.
En efecto, en la eucaristía se hace presente y operante el misterio pascual de Jesús, su muerte en cruz y su resurrección; se hace presente el Hijo en la escucha obediente a la palabra del Padre, el Hijo que gasta su vida
por amor a nosotros.
La eucaristía es, por tanto, el don supremo del Padre,
es el acontecimiento en el que se compendia todo el designio de salvación de Dios para el hombre; es un gesto
único y humanamente impensable, fruto del descubrimiento del amor de Jesús, que sintetiza la cruz y la resurrección explicitando sus consecuencias. Nos dice que
ningún alma humana -por muy heroica que sea-, ninguna ley, ningún programa humano puede salvarnos: solo
Dios nos salva en Jesús.
La eucaristía es el sacramento más sublime, la cima
de la vida cristiana, como enseña el concilio Vaticano II;
es la cima porque anuncia la caridad perfecta de Dios al
hombre en el amor de Cristo que en la cruz se da a sí mismo y, mediante la presencia real de Jesús, efectúa la
120
CARIO MARÍA MARTINI
transformación de la asamblea en una comunidad de caridad y de amor.
La eucaristía nos llama no solo a recibir el cuerpo y la
sangre de Cristo para nuestra salvación, sino también a hacer lo que Jesús hizo («Haced esto en memoria mía»), a
dar el cuerpo y la sangre por los hermanos. Hacedlo «en
memoria mía», en el sacramento y también en la vida.
Así, el fruto propio de la eucaristía es la caridad; es la
presencia de la cruz que tiene como fruto la caridad, el
don de la propia vida. Además de hacer presente a Jesús
para ser adorado y comido, pone en el corazón de quien
participa en ella el dinamismo del amor.
Así pues, la eucaristía es entendida, comprendida de
verdad, no solo cuando es celebrada, sino cuando es adorada, recibida con las disposiciones debidas, pero sobre
todo cuando se convierte en la fuente de nuestra vida personal y en el modelo operativo que imprime su sello en
la vida comunitaria de los creyentes.
Pero ¿qué significa en el fondo «dar el cuerpo y la
sangre» a los hermanos?
Significa vivir atentamente escuchando, estando disponibles, valorando los dones de los demás, perdonando,
reconociendo que todo es don del Padre, no confiando en
nuestras fuerzas, ni proyectando el servicio a los otros según nuestro modo de ver, sino según el ejemplo de Jesús.
Al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, aprendemos
a ver el mundo como lo veía Jesús desde la cruz; a ver el
mundo, la historia, la comunidad, la Iglesia y nuestros
problemas habiendo comprendido algo de la infinita misericordia del Padre para con la humanidad y para con
cada uno de nosotros.
¡REMAD MAR ADENTRO!
121
Al ver las cosas desde la cruz, aprendemos a comprender que toda la historia es la historia de Dios que
atrae hacia sí al hombre, a todo hombre, en el abrazo de
la cruz, para unirlo en la plenitud del Padre.
Entonces sentiremos la necesidad de gastarnos también nosotros para la salvación de la humanidad, la necesidad de hacer de la eucaristía una alabanza y acción de
gracias a Dios, entregando cada día el amor del Padre a
los hermanos.
Concédenos, Señor, ser signo de tu misterio pascual
dando testimonio de la caridad fraterna,
d el perdón, la comprensión y la acogida;
haz que seamos capaces de dar, humildemente,
nuestro cuerpo y nuestra sangre
por esta humanidad a la que tú quieres salvar,
que vivamos nuestra eucaristía
en la vida de cada día.
Haz de nosotros una sola cosa contigo,
como tú lo eres con el Padre,
de modo que podamos ser signo de tu unidad
y de la unidad de la Iglesia.
Te lo pedimos, Padre, en el Espíritu Santo,
por intercesión de María,
madre de Jesús y madre nuestra,
reina de la eucaristía y de la caridad.
Amén.
122
CARIO MARÍA MARTÍNI
37
La impaciencia propia del amor
.L/A eucaristía no es solo memoria del pasado y actualización en el presente de la nueva alianza. Es también
apertura a la eternidad.
En otras palabras, la eucaristía, prenda y anticipación
del banquete celestial, infunde en nosotros el anhelo del
cielo, nos impulsa a experimentar ya desde ahora aquella
vida «escondida en Dios» que es plenitud de libertad y de
bienaventuranza, y que exorciza el miedo a la muerte.
El desarrollo de esta tensión, de este anhelo, de este
deseo, depende de nosotros.
Somos peregrinos en camino hacia el Padre que viene a nuestro encuentro, y el compromiso de los peregrinos es llegar a la meta, no detenerse a lo largo del camino distrayéndose y adormeciéndose.
No basta con la dimensión de la vigilancia en la espera del retorno del Señor Jesús. Es preciso que crezca en
nosotros la impaciencia propia del amor, el deseo de ver
finalmente el rostro del Padre, de vivir el cumplimiento
definitivo de la extraordinaria invocación: «¡Padre, venga
tu reino!».
Que en la eucaristía nos conceda Jesús entrar de verdad en su deseo de retornar al Padre, en aquel anhelo que
¡REMAD MAR ADENTRO!
123
atravesó todas sus jornadas y sus oraciones cuando estaba en la tierra, y seguirlo hasta el Calvario para contemplar con María el inefable amor misericordioso del Padre.
Tú, Señor Jesús, eres pan partido
y la cena eucarística es la tierra
de nuestra fe reencontrada,
de nuestra reencontrada esperanza,
de nuestro amor comprendido de un modo nuevo.
Concédenos anunciar tu resurrección,
ser también pan partido,
pan encendido por tu fuego en la noche del mundo.
Haz que, fortalecidos por tu sangre derramada,
podamos dar testimonio del mandamiento supremo
del amor que perdona.
Y tú, María, madre de la eucaristía,
enséñanos a vivir nuestros días
obedeciendo al plan divino de salvación,
en el servicio concreto a los hermanos,
mientras esperamos pasar de este mundo al Padre,
contemplar a Jesucristo, Señor de la gloria,
y vivir la plenitud de la pascua sin ocaso.
Amén.
12A
CARLO MARÍA MARTINI
38
Hasta el día en que nos sentemos
a la mesa con Dios
JZ/S justamente el misterio de la fragilidad y la gloria en
la debilidad, del amor hasta el fin, lo que contemplamos
en la institución de la eucaristía que tuvo lugar en la última cena.
Contemplamos la eucaristía como icono admirable
de la indefensión y la condescendencia de Dios, de su
amistad con el ser humano; la contemplamos en una debilidad que viene en ayuda incluso del pensamiento débil contemporáneo, el cual se asusta siempre frente a sistemas rígidos y acorazados, frente a la majestad del Ser.
Pero en la eucaristía Dios no se ha acorazado, no se ha
presentado en el esplendor de la gloria, sino que, por el
contrario, como dice san Pablo, se ha vaciado, «aniquilado», hecho nada, para que fuéramos conquistados por
su amor indefenso.
La eucaristía es, por tanto, alimento de nuestra debilidad; a nosotros, que somos más débiles que Jonás y Pedro, Dios se nos presenta bajo las especies de pan y vino
precisamente para hacernos fuertes, para nutrirnos.
Lo que Jesús realiza en la eucaristía coincide con su
capacidad de amar a la humanidad y de dirigir su libertad
de ser humano para amarla como el Padre nos ama, para
perdonarla como Dios nos perdona, para ser magnánimo
¡REMAD MAR ADENTRO!
125
y paciente como el Padre, para querer que seamos libres
nosotros, sus amigos, y también sus enemigos, tal como
Dios crea, quiere y deja libres a todos los hombres.
La obra del Padre, que ama a la humanidad y se entrega totalmente a ella, es confiada al Hijo que la realiza
en la carne humana llevando todo el peso sobre sí mismo.
Contemplemos al Dios del amor y de la vida, que asume nuestra debilidad y entra en la muerte; contemplemos
al Padre que, por amor, nos entrega a su Hijo, y al Hijo
que se entrega por amor a la humanidad.
En todas las eucaristías se anuncian estos misterios,
se anuncia la muerte de Cristo que destruyó la maldad
humana perdonándola y venciendo nuestro miedo a la
muerte.
En todas las eucaristías se realiza para nosotros siempre y de nuevo la alianza, creando o fortaleciendo nuestra relación de filiación y de amistad con Dios y, por tanto, se proclama el futuro del hombre y de la humanidad,
se proclama el día en el que nos sentaremos a la mesa con
Dios y viviremos con él una familiaridad inmediata.
126
CARIO MARÍA MARTINI
Concédenos, oh Padre,
comprender tu infinito amor por nosotros
y por todos los hombres y mujeres de la tierra.
Te pedimos, Padre,
por intercesión de María,
que la contemplación de la pasión de Jesús
sea en nosotros fuente de vida nueva,
de modo que podamos
introducir en la noche del mundo
tu pasión de amor a toda criatura humana.
Haz, Padre, que seamos cada vez más
hijos en tu único Hijo.
Amén.
¡REMAD MAR ADENTROl
127
39
Te clamos gracias, oh Padre
J—/N tus manos, Padre santo y misericordioso,
ponemos nuestra vida.
Tú nos la has dado.
Tú la guías y la llenas con tus dones.
Tú permaneces junto a nosotros,
como roca sólida y amigo fiel,
incluso cuando nos olvidamos de tí.
Pero ahora volvemos a ti.
Queremos ponernos confiadamente
en la guía segura de tus manos.
Ellas nos llevan a la cruz.
Dirigimos nuestra mirada a Jesús crucificado.
Sentimos la necesidad de meditar y guardar silencio.
Sentimos también la necesidad de hablar
para darte gracias y dar a conocer a todos los hombres
las maravillas de tu amor.
La cruz de Jesús es el gesto supremo
de tu alianza con nosotros, pecadores.
Jesús es tu Hijo,
que se ha hecho hermano nuestro.
128
CARLO MARÍA MARTINI
Nosotros nos hemos separado de ti, fuente de la vida,
y hemos encontrado la muerte.
Pero él no se ha detenido frente al pecado y la muerte,
sino que, con la fuerza del amor,
ha destruido el pecado,
ha redimido el dolor,
ha vencido a la muerte.
La cruz de Jesús nos revela que tu amor
es más fuerte que todas las cosas.
El don misterioso y fecundo
que brota de la cruz
es el Espíritu Santo, que nos une a Jesús,
nos hace partícipes de su obediencia filial,
y nos comunica su voluntad de atraer a todos los hombres
en la alegría de una vida
reconciliada y renovada por el amor.
En tu bondad para con nosotros, oh Padre,
tú has querido
que el don interior del Espíritu fuera acompañado
de un signo vivo y eficaz de la entrega que Jesús
hizo de su vida a ti y a todos los hombres.
Por eso, el día antes de morir en la cruz,
Jesús lavó los pies a sus discípulos
y, mientras cenaba con ellos,
se dio a ellos como comida,
bajo los signos del pan y el vino,
que su palabra omnipotente
había transformado en su cuerpo y en su sangre,
y les mandó que repitieran este gesto en memoria suya
hasta el fin del mundo.
¡REMAD MAR ADENTROl
129
Cada vez que nosotros,
convocados por el Espíritu en la comunidad
presidida por los sucesores de los apóstoles,
iluminados por la escucha de la Palabra,
animados por la fe en el Hijo de Dios
muerto y resucitado por nosotros,
obedecemos el mandato de Jesús
y hacemos memoria de él,
somos visitados realmente por la presencia del Señor
y somos incorporados al misterio de su pascua.
No solo podemos contemplar la cruz,
sino que somos una sola cosa con Jesús crucificado.
No solo podemos aspirar a una fraternidad
más sincera con todos los hombres,
sino que somos una sola cosa con Jesús,
que es hermano de todos los hombres
y que ha dado la vida por ellos.
Te damos gracias, oh Padre,
por todos los dones de la vida
que nos has ofrecido en tu Hijo Jesús
y que se resumen en la eucaristía.
Te damos gracias porque en la eucaristía
tú mismo nos ofreces el modo de darte gracias
como es debido,
en tu Hijo Jesús.
Ayúdanos a vivir siempre en acción de gracias.
Haz que celebremos la eucaristía con un corazón puro,
con ánimo bien dispuesto,
en obediencia a cuanto Jesús nos ha mandado
y la Iglesia nos enseña.
130
CARLO MARÍA MARTÍN!
Haz que la eucaristía sea el centro,
el modelo, la fuerza que configure toda nuestra vida.
Suscita siempre en la Iglesia
ministros que presidan con humildad y verdad
la celebración eucarística,
y sirvan en la caridad a todos los hermanos.
Haz que todos los creyentes, todas las familias,
todos los grupos, todas las comunidades,
según la vocación y la misión recibida de ti,
encuentren en la eucaristía la regla, el modelo
y el alimento de la vida cristiana de cada día.
Haz que la eucaristía
ejerza una fascinación secreta e irresistible
sobre el hombre de hoy,
también sobre quien está distraído, disipado,
cerrado en el egoísmo, triturado por la desesperación.
Que la eucaristía,
con el lenguaje del rito celebrado con fe
y el lenguaje de la vida renovada por la caridad,
diga a todos que no solo de pan vive el hombre;
que nuestra vida aspira a ir más allá de sí misma,
hacia la misteriosa llamada de tu amor;
que lo que de verdad cuenta
no es poseer, dominar sobre los otros,
sino obedecer a tus designios,
agradecer tus dones,
soportar con generosidad el dolor,
acercarse gratuitamente a todos los hermanos,
y esperar en la vida que tú nos das más allá de la muerte.
¡REMAD MAR ADENTROl
131
Especialmente en el día del Señor,
que todos los creyentes y todas las comunidades
aprecien el don inestimable de la eucaristía;
que lo acojan como secreta energía de toda la vida;
que lo lleven a los enfermos;
que lo transformen en obras de caridad,
en encuentros de amistad,
en momentos de descanso y de alegría;
que lo propongan al mundo de hoy
como mensaje de esperanza y de reconciliación.
Haz, Padre, que tu Iglesia,
reunida el domingo en torno a la mesa eucarística,
ofrezca la imagen de una familia unida en el amor,
abierta a todos, atenta a los más necesitados,
capaz de indicar a todos los hombres el camino que,
a través de la vicisitudes de esta vida,
conduce a tu casa,
donde viviremos para siempre contigo en la gloria.
Amén.
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CARIO MARÍA MARTINI
Fuentes
-
Las meditaciones reunidas en este libro están tomadas en gran parte de cartas pastorales, homilías, documentos, discursos e intervenciones publicados en
la Rivista Diocesana Milanese.
-
Las oraciones se toman de esa misma fuente o de la
serie de volúmenes sobre los Ejercicios ignacianos a
la luz de los cuatro evangelios, publicados por AdP
[Apostolato della Preghiera].
-
Sirvan estas líneas como expresión de agradecimiento a las editoriales -en particular ITL, In Dialogo y
Edizioni AdP- por haber autorizado amablemente la
reproducción de los textos.
¡REMAD MAR ADENTRO!
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