Mi presencia entre ustedes, esta tarde, está vinculada con un plan

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“Éste es el Cordero de Dios”
(Jn 1,29)
Homilía en la playa de Villa Gesell
Domingo 19 de enero de 2014
Queridos hermanos:
La visita del dolor
Mi presencia en Villa Gesell, esta tarde, está vinculada con un plan
de visitas que hago habitualmente, como obispo de esta diócesis, a los
lugares de veraneo, con el fin de desearles una feliz estadía y traerles
un mensaje de fe.
Pero a diez días del trágico accidente natural, en el que perdieron la
vida cuatro jóvenes turistas en este mismo lugar, el sentido de mi
presencia asume la forma de un gesto de profunda solidaridad con los
difuntos y con el dolor de sus familiares, y también con las personas
afortunadamente vivas que sufrieron consecuencias.
Por eso, celebramos aquí junto al mar la Santa Misa, convencidos de
que sólo la Palabra de Dios y la gracia divina pueden traer un consuelo
e iluminar un sentido en medio de tanto desconsuelo humano.
“Éste es el Cordero de Dios”
El domingo pasado celebrábamos la fiesta del Bautismo del Señor,
con la cual cerrábamos el ciclo que gira en torno a la Encarnación del
Hijo de Dios y su manifestación a los hombres. Se abría a la vez el
“tiempo ordinario” o “tiempo durante el año”.
En este segundo domingo, según el ciclo A, el evangelio vuelve sobre
el mismo tema según la narración del evangelista San Juan. Jesús es
identificado por Juan el Bautista con palabras que escuchamos en cada
Misa, antes de acercarnos a comulgar: “Éste es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo” (cf. Jn 1,29). En su testimonio, el Bautista
afirma la superioridad de Jesús: “él viene después de mí, y yo no soy
digno de desatar la correa de su sandalia” (1,27). Afirma su
preexistencia: “Después de mí viene un hombre que me precede,
porque existía antes que yo” (1,30). También su condición divina: “doy
testimonio de que él es el Hijo de Dios” (1,34). Y atestigua la presencia
del Espíritu Santo que ha descendido en forma visible sobre él: “He
visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer
sobre él” (1,32).
Estas palabras nos traen el eco de antiguas profecías, contenidas en
cuatro poemas que se encuentran en la segunda parte del libro de
Isaías y que nos hablan de un misterioso Servidor de Dios,
caracterizado por su obediencia, su mansedumbre y sus sufrimientos.
Es plenamente inocente y carga sobre sí con los pecados y sufrimientos
de todo el pueblo para expiarlos con su muerte. Se ha vuelto solidario
con los pecadores y con los que sufren.
La expresión “Cordero de Dios”, nos remite al Servidor de Dios
comparado por Isaías con un manso cordero (Cf. Is 52,13-53,12, espec.
53,7) y también evoca al cordero pascual, que se inmolaba recordando
la liberación de la esclavitud que Israel padeció en Egipto (Ex 12).
Sumergidos en su misterio pascual
Sabemos que el bautismo que trajo Jesús es distinto del bautismo de
Juan el Bautista, quien sumergía en el agua del Jordán para lograr
conversión y buena disposición para recibir el Reino de Dios. El
bautismo inaugurado por Cristo nos sumerge en su pasión, muerte y
resurrección, para quedar incorporados a la vida de la Trinidad y para
que nuestra existencia transcurra siguiendo los pasos de Cristo
Servidor obediente y paciente, quien por amor a nosotros cargó con
nuestros sufrimientos.
Si logramos entender el significado de la Palabra de Dios, nos
disponemos a obtener luz sobre nuestros sufrimientos y el de nuestros
hermanos. Como dice la Carta a los Hebreos: “No tenemos un Sumo
Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al
contrario, él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a
excepción del pecado” (Heb 4,15).
Cristo no nos habla del sufrimiento desde afuera. Dice la Carta a los
Hebreos: “aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios
sufrimientos lo que significa obedecer. De este modo, él alcanzó la
perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen” (Heb 5,7-9).
Al enigma del sufrimiento no se responde con palabras fáciles. En la
primera lectura que hemos escuchado, el Servidor siente desconcierto
y desánimo: “En vano me fatigué, para nada inútilmente, he gastado mi
fuerza” (Is 49,4). Pero el Señor lo reanima: “yo te destino a ser la luz de
las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la
tierra” (49,6).
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Él quedó sumergido en el dolor como nadie en la historia del
mundo, y por eso en su pasión y cruz todo hombre puede sentirse
interpretado. Nadie hará una experiencia igual a la suya.
Jesús es nuestra luz, no tenemos otra. Él irá curando nuestro dolor y
disipando nuestra oscuridad mediante nuestra fe alimentada en la
oración.
“Sólo en Dios descansa mi alma”
Antes de invitar a los turistas y veraneantes y a todos los habitantes
de Villa Gesell aquí presentes, a unirse en oración por los difuntos y
sus familiares y por los heridos en la tragedia, deseo dejar unas
palabras de mensaje sobre este tiempo de vacación.
Ante todo, aprender a dar gracias por este privilegio que no es
accesible a todos. Como decía en mi mensaje de este año dirigido a
ustedes:
“Las vacaciones son un tiempo importante para prestar más
atención a lo que pasa en nuestro corazón.
Es fácil entender la necesidad de descansar físicamente para rendir
mejor. Tampoco nos cuesta entender la oportunidad de sanas
distensiones y recreos para mejorar nuestro humor. Pero además de
una dimensión física y una dimensión anímica, el hombre se
caracteriza por su vida espiritual. Si cuidamos nuestra fisiología y
nuestra psicología, no podemos descuidar nuestra espiritualidad (…).
Pasar por oscuridades y pruebas, algunas veces muy serias, debe
ser considerado como algo normal en nuestro camino hacia el
encuentro de nuestra plenitud. Y en medio de los problemas de la vida
aprendemos a decir las palabras de un Salmo: “Sólo en Dios descansa
mi alma, de él me viene la salvación. Sólo él es mi Roca salvadora; él es
mi baluarte: nunca vacilaré” (Sal 62, 2-3).”
Oremos
Y ahora, queridos hermanos junto con ustedes elevo al cielo esta
plegaria por aquellos por quienes estamos aquí:
Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo,
te pedimos por estos hijos tuyos y hermanos nuestros
que han sido alcanzados por la desgracia.
Algunos han partido, otros se debaten en el dolor.
Parientes y amigos lloran una ausencia,
o se conmueven por la desdicha.
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Todos miramos hacia ti,
el único que en tu Hijo Jesucristo
puedes aportar luz, consuelo y esperanza.
Unidos a María, Madre de Jesús y consuelo de los afligidos,
imploramos para todos el don de tu paz.
Amén.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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