"Ocŭlī sunt in amōre ducēs" Puede que mis palabras no sean las más acertadas ahora que te escribo, sumido en la noche y la desesperación, pero ¿cuáles sí lo son cuando se está enamorado? No soy un gran escritor ni una gran figura, pero te doy en prenda mi dolor, mi padecer. En esta pesada noche en que te escribo (pesada, no porque no estés, sino porque estás), aparece tu imagen cuando me quiero olvidar del mundo, de mí y de todo. Me asalta tu mirada cada vez que estoy en el tiempo de la razón y en el tiempo del sueño; no hay tiempo en que no vea tu mirada en la mía desde la primera vez que tus ojos flecharon a los míos, tal vez sin intención, tal vez sin conocimiento de lo que hacían. Tal vez no fue culpa de ellos, sino culpa mía. Tu mirada me ronda siempre, aun ahora cuando quiero deshacerme de ella para vivir en paz; tu mirada me extravía, hace que te escriba, te describa y te piense. Soy un espíritu en pena. Soy un espíritu que inventa mundos, que hace historias, que ingenia casualidades. Soy un espíritu enloquecido por tu mirada, por ti. No hay descanso para mí, sólo desvelo y soledad. El ardor de mi pecho quiere aliviarse, y lo hace cuando lo escuchas. ¿Cómo una mirada tan suave y una figura tan fina pueden llegar a conturbar el alma? Si alguna vez has sido presa de este sentimiento tendrás piedad de mí y todo esto que te escribo lo guardarás en tu intimidad (estás palabras son tuyas, tú las inspiraste), pues son las palabras de un loco, de un desgraciado que tuvo la mala fortuna de ser atravesado por ti y tu mirada: dulce alivio para mi sufrimiento. No pido que correspondas a este sentimiento, sólo que lo escuches. Únicamente así puedo vivir en paz. No busques al que te escribió esta carta (en caso de que quieras corresponder), pues el cuerpo no importa, sólo lo que quiere decir el alma, ya que si lo encuentras podrías llevarte una gran desilusión al no ser lo que esta carta le hace parecer. Ni mis labios te podrán decir todo lo que siento ni mi rostro todo lo que sufro ni mis manos todo lo que necesito; podría entregarte todas las palabras, todas las flores, todos los sueños y ni así sabrás todo lo que me persigue, todo lo que mi cuerpo calla. Sólo el corazón sabe toda la tempestad que en él desatas cuando te mira. ¡Qué poderoso es el amor, que sin un beso ni una caricia ya te has convertido en mi dueña! ¡Qué poderosa fue tu mirada, que de entre tantas me impulsó a escribir! No sé cuántas guerras has librado en el amor ni si lo alabas o lo desprecias, por eso me oculto en estas palabras para no sentir amargura en el corazón ni pesadez en el cuerpo al sentir tu indiferencia, y así evitar la pena y la vergüenza al mirarte. Escribo para olvidarte; escribo para este amor. ¿Es que uno no puede enamorarse más de una vez, o es que uno se enamora de una vez y por todas? Sólo tú puedes librarme de este daimon. En tus manos mi corazón puede valer todo o no valer nada; si lo tiras me salvas, si lo tomas me condenas. Este amor está a un paso del abismo: por un lado tú, libre de cualquier sentimiento; del otro lado yo, resguardado en el anonimato y dejando el camino libre a cualquier amante. Nadie lo salvará, ni tú ni yo. Tú, libre como flor en el campo, sin saber que la forma de tus hojas y el color de tus pétalos llama al más mísero animal. Yo, con la cabeza llena de dudas, con el pecho inflamado en deseo, con el alma aplastada por el cuerpo; ahogada en gritos de desesperación, viéndote a la distancia como la Luna mira al Sol, sin nunca poder tocarse. Pero este amor florecerá, si no es en las miradas, lo será en las palabras.