Editorial FE, SANTIDAD Y NUEVA EVANGELIZACIÓN Conmovedora es la dulzura con la que, después de la Resurrección, Jesús interpela a Pedro tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”, añadiendo: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 15-17). Con sucesivas afirmaciones de amor, el Príncipe de los Apóstoles repara su triple negación. El amor es, sin duda, la virtud más grande, porque constituye un fin, así como la fe y la esperanza son medios: en la eternidad cesará la fe, con la visión beatífica, y la esperanza, con la posesión de Dios; tan sólo la caridad permanecerá para siempre. Mientras las sociedades humanas se rigen por miles de reglas, la Institución divina se basa sólo en una: la caridad. A las tres afirmaciones de amor de Pedro se siguen igual número de órdenes: “Apacienta mis ovejas...”. De esta manera tan divinamente paternal, recibía el mandato de cuidar de las almas de los fieles hasta el final de los tiempos. La única condición exigida era: “¿me amas?”. Hoy Pedro, que responde al nombre de Benedicto, gobierna la nave de la Santa Iglesia en conturbados mares, enfrentándolo todo con la serenidad de quien se sabe dirigido por el Paráclito. En efecto, cualquier iniciativa procede de lo alto y a los hombres les corresponde la función auxiliar de cooperar y no poner obstáculos. Quiso el Vicario de Cristo, para el bien de las almas y expansión del Reino de Dios, convocar el Año de la Fe, esperando así un nuevo brote de gracias en la Iglesia, una intervención especial de la Divina Providencia en la actual coyuntura mundial. En este sentido, el pasado 7 de octubre, en la homilía de la Misa para la apertura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema era La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, afirmaba: “Una de las ideas clave del renovado impulso que el Concilio Vaticano II ha dado a la evangelización es la de la llamada universal a la santidad, que como tal concierne a todos los cristianos (cf. Const. Lumen gentium, n.os 39-42). Los santos son los verdaderos protagonistas de la evangelización en todas sus expresiones. Ellos son, también de forma particular, los pioneros y los que impulsan la nueva evangelización: con su intercesión y el ejemplo de sus vidas, abierta a la fantasía del Espíritu Santo, muestran la belleza del Evangelio y de la comunión con Cristo a las personas indiferentes o incluso hostiles, e invitan a los creyentes tibios, por decirlo así, a que con alegría vivan de fe, esperanza y caridad, a que descubran el ‘gusto’ por la Palabra de Dios y los sacramentos, en particular por el pan de vida, la Eucaristía. Santos y santas florecen entre los generosos misioneros que anuncian la buena noticia a los no cristianos, tradicionalmente en los países de misión y actualmente en todos los lugares donde viven personas no cristianas. La santidad no conoce barreras culturales, sociales, políticas, religiosas. Su lenguaje —el del amor y la verdad— es comprensible a todos los hombres de buena voluntad y los acerca a Jesucristo”. La nueva evangelización presupone, sin duda, una disposición sincera a la conversión hacia la verdadera santidad de vida. Puesto que sin caridad auténtica, profunda e incondicional, no se hace nada de bueno ni obtiene fruto alguno en el seno de la Santa Iglesia.