LA IGUALDAD Sin duda alguna, la igualdad constituye hoy un valor esencial para un verdadero progreso, no solo de la mujer, sino del conjunto de la sociedad. En este sentido, es justo reconocer que en los últimos años nuestro país ha experimentado notables avances, mediante la aprobación de nuevas leyes que han planteado la igualdad como objetivo fundamental. Pero al mismo tiempo, resulta innegable que todavía es muy largo el camino que nos separa de una igualdad real en cuanto a derechos y oportunidades en la vida diaria de mujeres y hombres. Esta transformación social, responsabilidad de toda la ciudadanía y de los poderes públicos, se enfrenta en la actualidad a un gran reto: erradicar la violencia de género, una lacra que sufren en primera persona miles de mujeres y que tiene su expresión más cruel en el asesinato. Una violencia, unas muertes, que evidencian el fracaso de toda una sociedad y que representa el reflejo más atroz e inaceptable de lo que significa la negación, por razón de género, de derechos humanos fundamentales y básicos para la convivencia entre los seres humanos. Por ello, es necesario combatir esa barbarie desde todos los frentes, trabajando para la prevención, animando a las mujeres que padecen malos tratos a denunciar, ayudándolas, una vez que han dado ese paso, a rehacer sus vidas y las de sus hijas e hijos, aislando socialmente a los maltratadores. Porque quienes ejercen esta violencia tienen nombres y apellidos y es preciso que la sociedad los conozca, les ponga cara, los aísle socialmente. Como también resulta imprescindible poner en marcha un sistema de protección de testigos para que quienes conocen casos de malos tratos se atrevan a denunciar sin temor a represalias por parte de los agresores. Y es que acabar con la violencia de género requiere de la colaboración y el compromiso de toda la ciudadanía. La igualdad es un valor imprescindible para el progreso, el avance, de toda la sociedad, porque ofrece la posibilidad de que cada ser humano tenga los mismos derechos y oportunidades, y en consecuencia, de que cada persona pueda aportar al conjunto desde su libertad, de que pueda contribuir con su trabajo, su esfuerzo, sus conocimientos, su solidaridad. En este sentido, es también fundamental arbitrar medidas que garanticen la plena incorporación de la mujer en todos los ámbitos de la vida. Medidas que incluyen acabar con las discriminaciones salariales (ya que son muchas las mujeres que tienen sueldos más bajos que sus compañeros, aún desempeñando las mismas funciones) y hacer efectiva una verdadera conciliación de la vida personal, profesional y familiar. Por eso es vital el reparto de tareas, ya que la mayoría de las mujeres tienen doble y triple jornada laboral, ya que a las horas que dedican a ejercer su profesión hay que sumar las destinadas a cuidar de sus hijas y sus hijos, a organizar el hogar o a estar al cargo de sus mayores. Y hasta que no exista una verdadera conciliación y se repartan de verdad el trabajo y la responsabilidad en el ámbito familiar, las mujeres no estaremos en igualdad de condiciones ni tendremos las mismas oportunidades.