Una nación, una guerra, dos nacionalismos La Tercera República, Francia y la Segunda Guerra Mundial en Marc Bloch y Charles Maurras. Por francés que sea, me veré obligado a no hablar sólo positivamente de mi país; es duro tener que descubrir las deficiencias de una madre dolorosa. Marc Bloch, La Extraña Derrota. Se favorecía al enemigo cuando se hacía lo que nosotros desaprobábamos. Charles Maurras, Mi Defensa. Introducción. Entre “la extraña derrota” y la “divina sorpresa” El 17 de junio de 1940 Francia, abrumada como otros países europeos antes que ella por la superioridad militar del Tercer Reich, se vio obligada a pedir un armisticio. ¿Cómo podía explicarse que el “más poderoso ejército de Europa”, según palabras de Ludwig Beck, fuese dispersado en menos de dos meses por los alemanes, los vencidos de 1918? ¿Qué daba a pensar tamaña humillación de una de las grandes potencias mundiales? El historiador Marc Bloch y el pensador y escritor Charles Maurras fueron dos de los muchos intelectuales franceses que se hicieron preguntas de este calibre: los escritos que dejaron planteando respuestas son el motivo de análisis de este trabajo. A primera vista, puede parecer que esta selección sólo habilita el establecimiento de oposiciones: la misma reacción de ambos frente a la rendición es prácticamente antagónica, si se considera que Bloch dejó el uniforme para escribir sobre la extraña derrota mientras Maurras se regocijaba en la “divina sorpresa”1 que la caída de la Tercera República suponía para él, uno de sus más acérrimos enemigos. Estas actitudes nos hablan de las diferentes posturas políticas e ideológicas de estos intelectuales: por un lado, un defensor de los valores republicanos y liberales que no reniega de su origen judío y, por el otro, un activista monárquico, anti-individualista y antisemita. Deseo agradecer al Dr. Mariano Eloy Rodríguez Otero, a la Dra. María Inés Tato y a la Lic. Marcia Rás por haberme brindado el material necesario para realizar este trabajo así como valiosos consejos para encarar su desarrollo. El agradecimiento es extensivo a mis compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras por su apoyo y por las opiniones constructivas que realizaron. Desde ya, cualquier error es responsabilidad exclusivamente mía. 1 En realidad Maurras se refería a que Pétain tenía sentido político aparte de potencial simbólico. Véase Paxton, Robert O., Vichy France, Nueva York, Columbia University Press, 2001, p. 139. 1 Sin embargo, un examen más detenido revela interesantes paralelismos. Como ya se ha dicho, ambos eran intelectuales, a lo que cabe agregar que en el sentido amplio del término: es decir, estudiosos de la sociedad y la política fuertemente comprometidos con la realidad de su tiempo. Ese compromiso estaba marcado por el nacionalismo, un amor profundo por la patria francesa que la privilegiaba por sobre cualquier otra entidad o adscripción. Pero ese nacionalismo era concebido de forma distinta por Bloch y Maurras, lo cual nos devuelve a los contrastes. Este trabajo no pretende realizar un aporte a la determinación de las causas “objetivas” de la rápida derrota de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Más bien busca analizar y comparar las obras de estos dos hombres en tanto contemplan el pasado de Francia, a los responsables del desastre, el carácter del conflicto bélico y el futuro de su nación desde perspectivas distintas que no excluyen puntos de conexión. El banquillo y el estudio El armisticio y la ocupación alemana obligaron al capitán Marc Bloch a retirarse a su casa de campo en Fougères. Bloch dedicará ese turbulento verano de 1940 a escribir La Extraña Derrota, texto en el que busca recapitular su breve experiencia en el frente para entender por qué Francia fue vencida. Su reflexión lo lleva a hacer un análisis en profundidad de la sociedad y la política francesas del período de Entreguerras2. ¿Y con qué fin? El libro se inicia con la duda sobre su publicación, la cual se realizará póstumamente3. Las lecturas que pueden realizarse son entonces variadas: podría tratarse de un ejercicio intelectual a nivel personal para asimilar la derrota y recuperar algo de normalidad, como buscaban desesperadamente millones de franceses, o bien del manifiesto de una generación que había visto sus sueños rotos. Cuatro años después Francia fue liberada por las fuerzas angloamericanas. El Gobierno Provisional a cargo del General Charles de Gaulle se dedicó a juzgar a todos aquellos que habían colaborado con los alemanes: entre los acusados se encontraba Charles Maurras, arrestado en septiembre de 1944. Mi Defensa es la transcripción de los argumentos que el ya anciano fundador de L’Action Française esgrimió frente a la Corte de Lyon que lo procesó a fines de enero de 1945. Para probar su inocencia hizo un 2 Godoy, Gigi y Hourcade, Eduardo (Comps.), Marc Bloch. Una Historia Viva, Buenos Aires, CEAL, 1992, pp. 19-21. 3 Bloch, Marc, La Extraña Derrota, Barcelona, Crítica, 2003, p.29. 2 relato de su vida personal y pública que lo mostraba como un verdadero patriota, un germanófobo que apoyó al Mariscal Philippe Pétain en tanto creía (y siguió creyendo) que regeneraría a la Francia derrotada. Maurras fue sentenciado a pasar el resto de su vida en prisión como resultado de un proceso irregular, plagado de datos falsos y citas truncas4. Si bien no logró ser absuelto, el escritor buscó ubicarse como acusador de los “representantes de la mujer sin cabeza”, los mismos que habían provocado la debacle e, irónicamente, juzgaban por colaborador al que siempre buscó evitarla5. Nos encontramos entonces frente a situaciones bien distintas: por un lado, un Bloch que se detiene a reflexionar sobre lo ocurrido para producir un texto que tal vez no verían muchos aparte de él y, por el otro, un Maurras que entreteje argumentos de manera retórica para defender su buen nombre y enviar un mensaje a toda Francia. Nacionalismos Como ya se adelantó, uno de los puntos de unión entre estos dos hombres es el de haber sido fervientes nacionalistas. Sin embargo, es bien sabido que el término nacionalismo es uno de los más polémicos en el campo historiográfico, por no mencionar otros, y el caso francés exhibe una considerable diversidad de tendencias que obliga a establecer precisiones. A partir del análisis del compromiso que estos dos autores consideraban tener con su patria puede comenzarse a comprender el universo ideológico en el cual se insertaban. ¿Qué tipo de nacionalista era Bloch? Para él, Francia era “la patria de la que no podría desarraigar mi corazón. He nacido en ella, he bebido en las fuentes de su cultura, he hecho mío su pasado, sólo respiro bien bajo su cielo y…he tratado de defenderla con todas mis fuerzas”6. Al parecer, el compromiso es individual y voluntario: un lazo moral e incluso afectivo se habría formado a través de la apropiación de la historia y la cultura. Si bien el historiador no cree que “el internacionalismo del espíritu o de las clases sea irreconciliable con el culto de la patria”7, en caso de necesidad el deber de defenderla se impone a todos los demás. Aún cuando la guerra sea Aron, Robert, Histoire de L’épuration, Fayard, 1969, pp. 365-367. Maurras, Charles, Mi Defensa, Madrid, EPESA, 1946. El sitio web de L’Action Francaise (www.actionfrancaise.net) esgrime los mismos argumentos en su sección de Cronología. 6 Bloch, Marc, op. cit., p. 32. 7 Ibídem, p. 140. 4 5 3 “una cosa horrible y estúpida a la vez”8. En otras palabras, en el ciudadano pueden entrecruzarse distintas lealtades, pero sería en definitiva la nacional la que se impone. Se podría aventurar entonces que, más allá de la importancia conferida a los elementos históricos y culturales, Marc Bloch es un nacionalista cívico-republicano, cuya filiación se remontaría esencialmente a 1789. Este tipo de nacionalismo se caracteriza por ser inclusivo y abierto a todo individuo que desee unirse a la comunidad política de la nación, transformándose así en un ciudadano, con todos los derechos y deberes que ello conlleva9. Cuando el medievalista reconsidera su historia familiar (“mi bisabuelo fue soldado en 1793…mi padre defendió en 1870 la ciudad asediada de Estrasburgo”10), podría estar adhiriendo a una tradición iniciada por la Revolución Francesa según la cual el carácter de francés trasciende al de judío. Moviéndonos al caso de Charles Maurras, es conveniente que el análisis parta de su ferviente anti-individualismo: el imperio del egoísmo y los intereses privados sólo engendraba anarquía, desorden y decadencia. El individualismo, en su visión, permeaba a múltiples corrientes religiosas y filosóficas: en primer lugar, al Judaísmo, entendido como perspectiva moral y espiritual. Al Protestantismo, hijo del anterior, que privilegiaba a la consciencia del sujeto en reacción a la jerarquía y al comunitarismo propugnados por la Iglesia Católica. A la filosofía moderna, epitomizada por la Ilustración y, dentro de ella, por los philosophes, que había provocado el advenimiento de la Revolución y de la democracia. Y, por último, al Romanticismo, cuya estética e ideología organizaban al mundo desde la caprichosa e irracional perspectiva del Yo. Desde sus primeros escritos Maurras consideró que la filosofía, la política y la estética eran dimensiones indisociables, por lo cual su anti-individualismo se manifestó en esos tres campos. En cuanto al primero, abrazó el pensamiento de Auguste Comte, al que conceptuaba como un campeón del organicismo y el espíritu comunitario en lucha con el idealismo abstracto e individualista de Immanuel Kant. Para el discípulo de Saint-Simon el sujeto era una realidad efímera y lábil cuando se lo comparaba con la familia, el Estado, el País y la Humanidad: esta última era la entidad suprema a la cual había que subordinarse, de manera tal que el intelecto pudiese actuar como mediador entre los sentimientos y la acción. Esta perspectiva, conocida como síntesis subjetiva, 8 Citado en Geremek, Bronislaw, Marc Bloch, historiador y resistente, Buenos Aires, Biblos, 1990, p. 38. Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1992, pp. 96-97. 10 Ibídem, pp. 30-31. 9 4 fue retomada por el joven Maurras, quien sin embargo consideraba que la Humanidad como tal no existía y que la entidad suprema era la nación o, más específicamente, Francia11. A su manera, el intelectual provenzal era un positivista comtiano. Pasando a la segunda dimensión, el apoyo de este escritor a “la monarquía (tradicional, hereditaria, antiparlamentaria y descentralizada)”12 es bastante conocido. Según Michael Sutton esta preferencia es puramente instrumental: históricamente, sólo los reyes mantuvieron al individualismo a raya y lograron el florecimiento de la nación13. David Carroll considera que la atracción es puramente estética: la nación sería una obra de arte, en cuyo centro estaría el rey. En cuanto a este último aspecto, el monarquista es un seguidor del Clasicismo, cuyas proporciones y estilos eran a la vez bellos y racionales14. Este gusto por lo grecorromano tiene una veta política: las poleis griegas son un claro ejemplo de cómo el individuo debe subordinarse a la comunidad 15. De este ideario neoclásico y organicista emergió el nacionalismo integral de Charles Maurras, según el cual el individuo está vinculado por sangre con una comunidad que determina su vida. La sociedad, la nación y el Estado están por encima de él: son fines y buenos en sí mismos. Una rápida lectura podría vincular al fundador de L’Action Française con el nacionalismo de tipo orgánico-historicista, cuyo origen suele situarse en la Alemania de principios del siglo XIX. Sin embargo, no es este el caso: “atacamos hasta la raíz la humanidad por germanidad (all mann, todo hombre, decía Fichte, en su primer ‘Discurso’). El alemán basta para todo. Él es todo. Nada existe, ni vale fuera de él. De este modo se separa de la Humanidad o se le opone” 16. Johann Fichte y Johann Herder condensarían intelectualmente los rasgos de este pueblo supuestamente elitista y excluyente. La germanofobia de Maurras se alimenta, por un lado, de “la idea de revancha (que) ha tenido por largo tiempo el papel de ‘Reina de Francia’”17, que dataría de 1870, y del convencimiento de que el alemán es un pueblo bárbaro, mortalmente enfrentado a Francia, representante de la Razón y la Civilización en tanto 11 Sutton, Michael, Nationalism, Positivism and Catholicism, Cambridge, Cambridge University Press, 1982, pp. 11-75. 12 Ibídem, p. 24. 13 Sutton, Michael, op. cit., pp. 49-50. 14 Carroll, David, French Literary Fascism, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1995, pp. 71-96. 15 Ibídem, pp. 29-30. 16 Ibídem, p. 22. 17 Ibídem, p. 16. 5 principal heredera de las culturas de Grecia y Roma18. Cabe remarcar que esta adhesión al racionalismo, si bien en una versión sui generis, aleja a este autor de algunos contemporáneos suyos de las derechas europeas, que abrazaban el irracionalismo al tiempo que atacaban como él a la democracia y al liberalismo19. El concepto que Bloch tenía de su patria era similar: “Habrá que disculpar a un francés, es decir, a una persona civilizada –pues ambos adjetivos son indisociables”. Pero inmediatamente después leemos que sus raíces son distintas: “(la enseñanza) de la Revolución y de Montesquieu: ‘En un estado popular es necesario un resorte, que es la virtud’”20. Es decir, las fuentes de la civilización estarían en la Ilustración y en el proceso iniciado en 1789, a los que Maurras execraba. Una última consideración merece la relación entre el nacionalismo y las perspectivas que estos dos hombres tenían sobre la historia de Francia. En el caso del cofundador de Annales, una paradoja se presenta: el historiador reconocido por ampliar las temáticas y las metodologías de su disciplina, librando combates por la historia contra los sorbonistas, no estuvo tan lejos de Gabriel Monod y de Ernst Lavisse a la hora de comprometerse políticamente con la República y de concebir que la historia contribuía a la formación de los ciudadanos y a la regeneración nacional21. La apertura a lo social y a escenarios distintos del europeo estaría también en función de la educación cívica: “(los maestros) se echaban atrás púdicamente ante cualquier análisis social… ¿No había nada mejor que enseñar a esos chavales…nada más instructivo para su educación como ciudadanos de Francia y del planeta?...Para reformar tanto la preparación intelectual del país como la de sus ejércitos” 22. Otra cita del medievalista nos sirve de punto de partida para analizar al escritor provenzal: “los falsos brillos de una pretendida historia, en la cual la ausencia de seriedad, el pintoresquismo de pacotilla y los prejuicios políticos, piensan redimirse con inmodesta seguridad: Maurras, Bainville o Plejanov afirman allí donde Fustel de Ibídem, pp. 31-32. Para el caso alemán, véase Herf, Jeffrey, El Modernismo Reaccionario, Buenos Aires, FCE, 1993. Para el caso español, véase Herrero, Javier, Orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Alianza Editorial, 1988. 20 Ibídem, p. 166. 21 Godoy, Gigi y Hourcade, Eduardo (Comps.), op. cit., pp.30-33. 22 Ibídem, pp. 51-52. Es curioso que Pétain también pensase que una de las razones de la derrota fuesen las enseñanzas de maestros poco patrióticos. 18 19 6 Coulanges o Pirenne habrían dudado”23. Bloch no se equivocaba: el fundador de L’Action Française construía, como Comte y Édouard Drumont antes que él, un “pasado práctico”, funcional a intereses políticos del presente. El uso selectivo de fuentes y el descuido por los detalles eran unidos por un uso magistral de la retórica para generar un relato sumamente persuasivo. Ahora bien, ¿qué “pasado práctico” ensambló el pensador provenzal? En su visión, los siglos de esplendor que la monarquía brindó a Francia fueron interrumpidos por el advenimiento de la Revolución y la Democracia patrocinadas, como había planteado Hippolyte Taine, por la Ilustración24. Es entonces cuando se inició un proceso de decadencia general, manifestada en “una invasión profunda (que) ha mordido siete veces nuestro territorio: en 1792 y 1793, en 1814, 1815, 1870, 1914, 1940”, el avance de “esta plutocracia que ustedes llaman ‘capitalismo’”25 y el declive de la clase intelectual. A pesar de la diferencia que Bloch establece, Charles Maurras se consideraba un fiel seguidor de Fustel de Coulanges: “’Quien destruye el pasado, destruye la patria’. Es este un axioma esencial”. La historiografía francesa sería, a diferencia de la alemana, antinacionalista26: de ahí el enfrentamiento con Monod, quien a la sazón era un Dreyfusard con simpatías por Alemania27. Podríamos entonces inferir que para Maurras el autor de Los Reyes Taumaturgos estaría en lo correcto respecto del valor educativo de la disciplina histórica, pero que se equivocaba con su visión antinacionalista, ciega a la decadencia que la República había traído a Francia. En suma, el nacionalismo inclusivo, civil y republicano de Marc Bloch se enfrenta al nacionalismo integral de Charles Maurras, para quien es el sujeto el que nace en el seno de la comunidad nacional, no este el que elige ser parte de ella. Si bien tomamos en cuenta la perspectiva global que estos dos autores tenían de la historia de Francia, el pasado que les interesa en los textos que analizamos es mucho más inmediato. Los años de la gran decepción Ibídem, p. 34. Ibídem, pp. 51-64. 25 Ibídem, pp. 146-149. 26 Ibídem, p. 23. 27 Ibídem, p. 34. 23 24 7 ¿Qué factores presentes en la Francia de Entreguerras contribuyeron al derrumbe? El último capítulo de La Extraña Derrota, sugestivamente titulado “Examen de consciencia de un francés”, trata esta problemática. “nuestras clases dirigentes no hicieron gala del heroísmo implacable que requiere una patria en peligro” 28. “En las fábricas de guerra no se trabajó lo suficiente… Algo de lo que los asalariados no fueron los únicos, ni, por supuesto, los principales responsables” 29. “Las inverosímiles contradicciones del comunismo francés añadieron un nuevo fermento de confusión a este desasosiego” 30. “el que los partidos calificados de ‘derechas’ se inclinen con tanta presteza ante la derrota no debería sorprender demasiado a un historiador” 31. “nuestra enseñanza secundaria hace demasiado poco por desarrollar la energía intelectual. Como las universidades, abruma a los alumnos de exámenes” 32. “El parlamentarismo ha promovido con demasiada frecuencia las intrigas, a expensas de la inteligencia o de la abnegación…Nuestra maquinaria de partidos exhalaba un aroma a cafetines enmohecidos y despachos de negocios” 33. “No tengo la más mínima intención de emprender aquí una apología del Frente Popular…Cayeron sin gloria. Lo peor de todo es que sus adversarios poco tuvieron que ver con ello… La tentativa sucumbió…debido a las locuras de sus partidarios” 34. “La burguesía…prefirió condenar al pueblo del que procedía y con el que, si hubiera reflexionado un poco más, habría sentido que le unía una profunda afinidad” 35. “Teníamos una lengua, una pluma, un cerebro. Adeptos a las ciencias del hombre o sabios de laboratorio, quizá fuimos desviados de la acción individual por una especie Ibídem, p. 140. Ibídem, p. 136. 30 Ibídem, p. 142. 31 Ibídem, p. 147. Vale remarcar que Bloch no distingue a la derecha tradicionalista germanófoba, dentro de la cual se inserta Maurras, de la abiertamente fascista y colaboracionista, de Déat y Doriot. 32 Ibídem, p. 150. 33 Ibídem, p. 152. 34 Ibídem, pp. 158-159. 35 Ibídem, p. 158. 28 29 8 de fatalismo inherente a la práctica de nuestras disciplinas…Fue una mala interpretación de la historia” 36. En esta extensa serie de citas aparecen algunos de los actores que Bloch consideró responsables: clases dirigentes superadas por la situación, asalariados desmotivados, sindicatos confundidos, un comunismo contradictorio y desconcertante, una derecha derrotista, un sistema educativo oxidado, un sistema parlamentario corrompido, el Frente Popular hundido por su propia ambición, una burguesía asustada y encerrada en sí misma y, por un último, los intelectuales que permanecieron callados, entre los que él mismo se cuenta. Un factor merece un párrafo aparte: se trata de “las fuentes del odio y la estulticia que continuaban siendo, incluso durante la guerra, unas sórdidas revistas semanales” 37. No parece arriesgado afirmar que una de las publicaciones aludidas en esta frase es L’Action Française de Charles Maurras. “Como si, en una vieja colectividad, cohesionada por siglos de civilización en común, el más humilde no fuera siempre, de buen o mal consentimiento, solidario del más fuerte”38: podría decirse que esta frase resume el diagnóstico de Bloch. La Unión Sagrada que cohesionó y orientó a Francia a la victoria en 1914 se esfumó en 1918 y, en los veinte años siguientes, los mezquinos intereses sectoriales se impusieron paulatinamente a los generales. No debía resultar extraño que en 1939 “se había perdido algo de aquel poderoso arrebato igualitario ante el peligro que en 1914 se apoderó de casi todos nosotros” 39. En el caso de Maurras, el origen de los problemas está también en 1918: “el armisticio del 11 de noviembre venía a mutilar y limitar la victoria”. El Tratado de Versalles sólo empeoró las cosas, ya que los Aliados “mutilaban, irritaban a Alemania, pero reforzaban su unidad”40. Lo que subyace a esta idea es algo que el filósofo rumano George Uscatescu41, quien prologa la edición española de Mi Defensa, y Bloch42 Ibídem, p. 164. Podría aventurarse que lo que aquí Bloch realiza es una inversión del famoso argumento de Benda: la traición de los intelectuales no habría radicado en resignar la búsqueda de la verdad para perseguir objetivos políticos sino justamente en haberse encerrado en sus estudios. 37 Ibídem, p. 162. 38 Ibídem, p. 141. 39 Ibídem, p. 134. 40 Ibídem, p. 40. 41 Ibídem, p. 11. 42 Ibídem, p.151. 36 9 remarcaron: el considerar que en Europa continuaban operando las mismas fuerzas que en el siglo XVII, entre las que estaba el separatismo alemán. El fundador de L’Action Française considera que durante los años ’20 se continuó por la misma senda: mientras “la democracia no pensaba más que en preparar las elecciones…Era natural que Briand…reanudara su eterna y fatal política de concesiones reales a cambio de palabras escritas o dichas”43. En 1936 las elecciones tuvieron un fatídico resultado: “Se sabe cuáles fueron los desastres provocados por esta áspera revolución del Frente Popular, pero su impotencia fue todavía superior”. Por su parte, Maurras “anunciaba a Francia los crueles extremos de un belicismo loco que coincidía con nuestra lamentable debilitación”44. En efecto, ciertos sectores de la sociedad parecían dispuestos a combatir al nazismo en el momento en que su país estaba, como diría con otras palabras Pétain, “sin natalidad, sin ejército, sin alianzas continentales aseguradas”45. La revista monarquista planteó, frente a la inminencia de la guerra, la necesidad de armarse, pero la única respuesta que obtuvo fue “el desarme; siempre el programa de los socialistas de 1914 sobre la ‘locura de los armamentos’”46. Finalmente, “La movilización de 1939, enmascarada con demostraciones superficiales, resultaba floja, porque nadie sabía por qué ni contra quién se marchaba al frente”47. La Unión Sagrada no habría fracasado entonces por el predominio de los intereses sectoriales, sino porque no se brindó un objetivo común al pueblo francés. Frente a este último punto, Bloch presenta una imagen distinta: “el móvil del entusiasmo popular fue el mismo. ‘Ellos’ no paran de buscar camorra”48. De todas maneras, vale la pena remarcar que ambos autores parecen mirar con nostalgia a la Unión Sagrada de agosto de 1914, a la movilización y la solidaridad de la nación francesa. Incluso podría aventurarse que en esos días de agosto ambos pensaron, como millones de europeos, que estaban por luchar una guerra defensiva49. Ahora bien, resulta paradójico que no sea el cofundador de Annales sino el de L’Action Française el que ofrezca una explicación de larga duración. Lo que sucedió en los ’20 y en los ’30 fueron simples excrecencias del republicanismo débil y decadente: Ibídem, p. 47. Ibídem, p. 56. 45 Ibídem, p. 57. 46 Ibídem, p. 58. 47 Ibídem, p. 60. 48 Ibídem, p. 137. 49 Hobsbawm, Eric, op. cit., p. 99. 43 44 10 “Si yo hubiera querido la caída de la democracia…Hubiera sido suficiente dejarla correr hacia donde corría por sí misma: hacia el desarme, la desmilitarización y la desnacionalización de Francia”50. Detrás de ese declive estaba lo que Maurras llamaba despectivamente metecos o “anti-Francia”: los Protestantes, los Judíos y los sinárquicos Francmasones. Tal vez por estar frente a un Tribunal, o porque verdaderamente así lo creía, no se ve el menor atisbo de autocrítica51. Otro factor, no tan claramente marcado en Mi Defensa, estaba presente en el ideario de los conservadores franceses: el del castigo52. Como diría críticamente Bloch, la derrota habría tenido el objetivo de “masacrar, bajo las ruinas de Francia, a un régimen que aborrecían…Humillar la testuz ante el castigo que el destino había enviado a una nación culpable”53. La victoria alemana sería entonces algo esperable e incluso deseable: la oportunidad para un nuevo comienzo… La sociedad como un todo, o tan sólo su régimen político y los “cuerpos extraños”: he aquí los principales culpables del dramático desenlace de una guerra que ambos autores vivieron, pero desde lugares diferentes. Los Boches vienen marchando El 10 de mayo de 1940 Alemania inició una gran operación militar en el Frente Occidental: atacó a Francia por el norte, conquistando en el camino a Luxemburgo, los Países Bajos y Bélgica, y también por el Centro y el Sur. En el frente septentrional se hallaba estacionado el capitán Marc Bloch, quien nos ofrece un vívido cuadro de la desorganización y el desconcierto que el veloz y potente ataque alemán sembró entre las filas francesas54. Junto a su destacamento se replegó frente a la ofensiva germana para ser finalmente evacuado de las playas de Dunkerque. Después de una corta estancia en Dover retornó a su país, sólo para ver como Paul Reynaud renunciaba y Philippe Pétain era elegido como el nuevo (y último) Primer Ministro de la Tercera República. En junio los alemanes flanquearon la Línea Maginot, eliminaron a las reservas francesas y Ibídem, p. 148. Ibídem, p. 146. 52 Paxton, Robert, op. cit., pp. 20-24. 53 Ibídem, p. 162. 54 Ibídem, pp. 29-48. Este apartado busca mantenerse aparte de los debates acerca del nivel del gasto militar en Francia y la calidad de su armamento, privilegiando las perspectivas de Maurras y Bloch. De todas maneras vale remarcar, siguiendo a Paxton, que la derrota puede entenderse en términos puramente militares, como la combinación de serias fallas estratégicas y tácticas. 50 51 11 tomaron París, abandonada por el gabinete el 10 de ese mes. La guerra había terminado en 54 días. La experiencia de Bloch en el frente, donde fue impactado por toda la furia de los Panzers alemanes y la blitzkrieg de Heinz Guderian, se combina con sus memorias de 1914 para dar lugar a una profunda consideración del desastre militar. En primer lugar, influyó “la incapacidad de los mandos” cuyos errores “fueron ante todo los de un grupo humano”55. La Escuela de Guerra los había preparado para el anterior conflicto, mientras “los alemanes han hecho una guerra de nuestros días, bajo el signo de la velocidad”56. La doctrina francesa fue eminentemente defensiva, algo ejemplificado por una falta de “suficientes tanques, aviones o vehículos de tracción” ya que “sepultamos en el hormigón unos recursos en efectivo y mano de obra”57. La tumba era la línea Maginot, triste producto de una oficialidad atrasada. Las escasas observaciones que hace Maurras muestran un paralelo interesante: a la estrategia planteada en los ’30 replicaba que “más valía correr y esperar el ataque a pie firme, aprovechándose del beneficio moral de la agresión”58. Pero la débil República parecía esperar una nueva invasión y orientaba los recursos en otra dirección: “Es cierto que se seguía construyendo la Línea Maginot; pero no podía constituir el punto de partida de una ofensiva”59. Como Bloch, considera que el construir una serie de fortificaciones para proteger la frontera es un grave error. Sería reeditar la Gran Guerra, la cual se ganó pero a un altísimo costo, algo que el escritor también parece achacarle al sistema de gobierno y de ideas imperante. Pero no era ese el único problema: como ya se mencionó más arriba, para Maurras Francia se decidió a combatir cuando ya estaba debilitada, mientras que el Tercer Reich había rearmado a Alemania. La experiencia del fundador de Annales parece constatar esto: “Los tanques enemigos no sólo eran mucho más numerosos de lo que nunca hubieran imaginado nuestros servicios de información; algunos poseían además una potencia inesperada. La aviación alemana era de una superioridad manifiesta con respecto a la nuestra”60. Superioridad material y tecnológica, por no Ibídem, pp. 49-50. Ibídem, p. 58. 57 Ibídem, p. 70. 58 Ibídem, p. 60. 59 Ibídem, p. 54. 60 Ibídem, p. 60. 55 56 12 mencionar las deficiencias de los servicios de inteligencia y de los sistemas de comunicación, las rivalidades y rencillas internas61 y la falta de camaradería con los aliados ingleses62. Ahora bien, mientras el autor de El Porvenir de la Inteligencia habla del recorte presupuestario y la liquidación de los beneficios industriales, Bloch insiste en la responsabilidad de los mandos: “Rara vez el Parlamento les negaba sus créditos, si los especialistas sabían pedirlos con el coraje suficiente. Pero no tenía fuerza para obligarlos a emplearlos bien”63. Un interesante agregado a este argumento puede ser hallado en un artículo publicado en Les Cahiers Politiques en el que Bloch critica la obra ¿Es todavía posible una invasión?, del general Chauvineau. Para el autor tanques y aviones son costosos e inútiles frente a líneas fijas de defensa que pueden combinar protección y potencia de fuego: esto es, a la línea Maginot. Lo que verdaderamente interesa al historiador es que el prólogo, muy elogioso, fue escrito por el Mariscal Pétain, quien como Jefe de Estado criticó a la Tercera República por no impulsar el rearme64. Amén de la mordaz crítica a un enemigo político, lo que Marc Bloch quiere reflejar es la mentalidad atrasada de los militares franceses poco tiempo antes de la contienda. Una última consideración merece el adversario: ¿fue la invasión de Francia un brillante despliegue de poderío militar por parte de Alemania? ¿O, como diría Hitler un año después, refiriéndose a la Unión Soviética, bastaría que “derriben la puerta y toda la estructura podrida se vendrá abajo”? Para Maurras “no somos nosotros tan amigos de Alemania para hacerle el servicio de negar sus calidades militares, conocidas por todos sus enemigos; pero es demasiado…bestial para servirse de esa fuerza…”65. Resurge el germanófobo, que concibe a la derrota como otra invasión bárbara. Bloch, por su parte, disiente y destaca el hecho de que estaban preparados para luchar una guerra moderna en cuanto a velocidad, tecnología e incluso psicología se refiere. Pero también toma en cuenta el componente humano: antes que las interacciones que se esperarían dentro de una horda, “es más patente el entendimiento en un clima de buena voluntad común”66. Además “ha dado…una impresión incontrastable de juventud”67, Ibídem, pp. 104-105. Ibídem, pp. 83-93. 63 Ibídem, p. 153. 64 “Acerca de un libro demasiado poco conocido” en ibídem, pp. 193-198. 65 Ibídem, p. 49. 66 Ibídem, p. 102. 67 Ibídem, p. 155. 61 62 13 siendo los defectos de las gerontocracias, en todos los ámbitos de la actividad humana, una temática recurrente en La Extraña Derrota. Ambos parecían dispuestos a luchar hasta el final: Bloch planeaba una resistencia que hostigase a las columnas alemanas con tácticas de guerrilla68 mientras Maurras escribía que sólo podía confiarse en el Ejército. Pero Pétain firmó el armisticio: Bloch se retiró a Fougères. Maurras escribió que “…loco de remate sería todo francés que quisiera sustituir su juicio emitido por las competencias militares de Pétain y Weygand…Los que quisieran proseguir la lucha hasta lo último no ignoran que sería imposible en el territorio de la metrópoli… Esto significaría abandonar Francia y entregarla enteramente”69. Evidentemente, la derrota era ya un estado mental70. Reviviendo a Francia El período que se abre con el armisticio es crucial en la vida de ambos autores. En un primer momento Bloch pudo reinsertarse en el mundo académico, gracias a un privilegio que Pétain le confirió así como a otros intelectuales judíos. En esta decisión pudo haber influido, junto a su prestigio, su pasado en las trincheras. Pero el retorno a las aulas sería efímero: hacia finales de 1942, movido por la entrada de los alemanes en la zona no ocupada y por el recrudecimiento de la represión y el antisemitismo, el historiador se unió a la Resistencia. Actuó sobre todo en Lyon, cerca de donde fue fusilado, el 16 de junio de 1944. A esa misma ciudad se trasladó en 1941 Charles Maurras, firme partidario del Maréchal al que defendió con su arma predilecta: la pluma. Se enfrentó a las fuerzas que querían desgarrar a Francia, partidos del Extranjero de derecha e izquierda. Poco tiempo después de la Liberación fue arrestado; los restos del gobierno al que había apoyado se hallaban en Alemania. No mucho se dice en La Extraña Derrota de Vichy, ya que fue escrita mientras el nuevo orden estaba en plena formación. Sin embargo, el hecho de que Bloch se haya vuelto luchador de la Resistencia habla por sí solo. Mayores precisiones pueden hallarse en los artículos publicados en Les Cahiers Politiques: en ellos hablará del “régimen policial de Vichy”, no conformado por “verdaderos franceses” y perpetrador de torturas Ibídem, pp. 68-69. Ibídem, pp. 71-75. 70 Paxton, Robert O., op. cit., p. 6. Para este autor las posibilidades de continuar luchando con éxito eran muchas, pero existía un consenso mayoritario en la sociedad de que la guerra estaba perdida. 68 69 14 en calabozos ocultos71. Más interesante que estas acusaciones, compartidas con seguridad por todos los resistentes, es que se trate a Pétain de mediocre y traidor. Al haber apoyado una doctrina defensiva habría facilitado la victoria enemiga, habría despejado el camino para sus propias ambiciones de poder72. Maurras no habría prestado atención a las opiniones de este “terrorista”, quien estaría sirviendo a Moscú perturbando el orden. Sin embargo, en Mi Defensa deja más en claro su oposición al otro agente del Extranjero, “el partido francoalemán”. ¿Quiénes lo conformaban? Figuras destacadas como su viejo discípulo Robert Brasillach, de quien se distanció por querer publicar el periódico pro-fascista Je suis partout en la París ocupada, el líder del RNP Marcel Déat, la cabeza del PPF Jacques Doriot, Darnand y también el dos veces Primer Ministro Pierre Laval73. Para entender el lugar que política e ideológicamente ocupó este escritor a partir de 1940 es pertinente diferenciar tres grupos: los petainistas, encolumnados detrás de la figura del Maréchal y de la Revolución Nacional; los colaboradores, que se aproximaron al régimen y a las fuerzas de ocupación más por necesidad y ambición que por convicción; y los colaboracionistas, que criticaban al Estado Francés por ser tibio y anticuado al tiempo que ayudaban a los fascistas a construir su Nueva Europa. Maurras se ubicaría entre los primeros: “No tenemos otro camino que el de mantener digna y fuerte la unidad nacional, simbolizada por el Mariscal Pétain y sus colaboradores”74. El octogenario militar “hacía entrega de su persona a Francia” con el “armisticio destinado a salvar lo que podría ser salvado”. Él era además “el Padre de la Patria”, “un hombre que ha triunfado siempre”75. A pesar de que en el juicio se le reprochaba una “confianza loca” en la figura del Maréchal, Maurras reedita varios elementos del cohesionador culto a la personalidad que rodeó a Pétain: el sacrificio, el paternalismo y el éxito. La admiración llega al punto de ver el apretón de manos de Montoire como una trampa de Hitler a la que se había escapado con astucia76. “La verdadera era de los jueces” en ibídem, pp. 183-186. Ibídem, p. 197-198. 73 Ibídem, pp. 83-95. 74 Ibídem, p. 74. 75 Ibídem, pp. 75-79. 76 Ibídem, p. 98. Acerca del culto a la personalidad, véase AA.VV, Collaboration and Resistance, Nueva York, Harry N. Abrams Inc., 2000, pp. 9-10. Las referencias a De Gaulle son escasas y son neutrales o favorables: por motivos prácticos, ya no se hablaba del “traidor” que se había ido a Inglaterra. 71 72 15 La colaboración era asunto del Mariscal, quien sabría circunscribirla dentro de los intereses nacionales77. En esto radicaba la verdadera resistencia: en crear, como diría el maurrasiano Henri Massis, un escudo para Francia, negando demandas del Tercer Reich como la entrada en la guerra en el bando del Eje. Lo que ellos dos no vieron, como muchos otros franceses, fue la funcionalidad de Pétain a los intereses germanos: mientras él, convencido de la proximidad de la victoria alemana, colaboraba para garantizar un mejor lugar para su nación en el futuro orden europeo, los vencedores extraían los recursos económicos y humanos que necesitaban sin dar tratamiento preferencial al territorio ocupado78. “Seguidme, pero sin pasar delante de mí”: esta habría sido la máxima de Pétain. “Pero había otro partido, para el cual el armisticio consistía en entregarlo todo”79. Al frente habría estado Laval, un político negociador y corrupto que se convirtió en el chivo expiatorio perfecto para varias generaciones de conservadores. Habiendo construido su fama y poder durante la Tercera República, por lo cual fue convocado, se volvió extremadamente impopular y desarrolló un desgraciado juego diplomático durante la guerra. Sin embargo, tomando en cuenta su trayectoria, cuesta ver puntos en común con los otros “francoalemanes” 80. En este punto, se impone la necesidad de establecer una precisión: ¿era Charles Maurras, como opina Ernst Nolte81, un intelectual fascista? Antes de la guerra el fundador de L’Action Française admiraba los logros del régimen de Mussolini, al cual parecía ver, por su organicismo y autoritarismo, como una variante del nacionalismo integral82. “El fascismo italiano, anticapitalista, antielectivo, antirrepublicano (hasta 1943), ofrece algunas semejanzas con nuestras ideas”. Pero había diferencias, empezando por la figura del dictador: traduciendo el pensamiento maurrasiano a términos weberianos, la dominación carismática que la dictadura fascista ejercía se veía limitada por la existencia física del líder, mientras que la monarquía, en tanto manifestación histórica (e imperfecta) de la dominación tradicional, habría rutinizado el carisma asegurando la sucesión. A esta primera distinción se suma el carácter Ibídem, p. 101. Ibídem, pp. XIV-XVIII. El afán por mantener la neutralidad estaba en línea con las esperanzas alemanas, que querían una fuente de botín, no un aliado. Esto último deseaban los ingleses. 79 Ibídem, p. 83. 80 Ibídem, pp. 24-33. 81 Nolte, Ernst, El Fascismo en su época, Barcelona, Editorial Península, 1967. 82 Carroll, David, op. cit., p. 90. 77 78 16 “profundamente estatista y centralizador” del fascismo, que contrasta con el estímulo a la iniciativa privada por parte de L’Action Française83. Puede admitirse que el acusado Maurras estuviese ocultando parcialmente sus simpatías por la experiencia italiana, pero nos permitimos disentir a la hora de catalogarlo como fascista. Se trataba más bien de un tradicionalista de corte nacionalista, anti-individualista y monárquico. Prueba de esto sería la separación con Brasillach, quien tomó el lenguaje clásico y organicista del Maurrasianismo y lo movió al universo moderno del fascismo84. ¿Cómo se explicaría, entonces, el apoyo a un hombre que había concentrado poderes ejecutivos y legislativos en sus manos? Para Maurras, Pétain, legitimado por la tradición militar, era el heredero perfeccionado de Napoleón que ocupaba el lugar del rey, no un dictador85. ¿Y qué decir del nazismo? Era un producto de Alemania, la nación de la Revolución y el Romanticismo: “la doctrina de Hitler…era la misma de Fichte…vigorizada por algo más…el Gran Estado Mayor del ejército alemán”86. El nacionalsocialismo era germanismo y militarismo prusiano. Maurras no necesita diferenciarlo exhaustivamente del fascismo: le basta con saber de dónde viene. Es esta germanofobia la que alimenta su desprecio por Déat, Doriot y Darnand, que persiguiendo utopías nazis sólo sirven al bárbaro invasor87. El intelectual monarquista, por su parte, se dedicó a “apoyar enérgicamente toda la política social realizada por el Mariscal y por sus ministros fieles, hombres de talento y de experiencia que se ocuparon del Estatuto de la Familia y de las Profesiones, de la Carta del Trabajo, de la Corporación Campesina, y de todas la labores de reconstrucción de la nueva Francia: Trabajo, Familia, Patria”88. Es decir, a la Revolución Nacional, que expresaba la voluntad de Vichy de no sólo administrar, sino de transformar. El apoyo no resulta extraño en tanto el Maurrasianismo inspiró al régimen, al menos en su etapa inicial: “La naturaleza no creó a la sociedad desde los individuos, sino a los individuos de la sociedad” escribió Pétain en 194189. Los “hombres de talento y experiencia” eran tecnócratas, no tradicionalistas, pero Ibídem, p. 51. Ibídem, p. 12. 85 Ibídem, pp. 271-272. 86 Ibídem, p. 48. 87 Ibídem, pp. 120-125. 88 Ibídem, p. 107. 89 Citado en AA.VV., Collaboration and Resistance, p. 29. 83 84 17 compartían con Maurras la convicción positivista en el poder de transformación de la sociedad que tenía el Estado: es decir, en la “revolución desde arriba”90. También se retomó la persecución de la “anti-Francia”, algo que apenas menciona el intelectual provenzal, probablemente por motivos de estrategia jurídica. Se limita a distinguir su “antisemitismo de Estado, jurídico y humano”, de corte cultural y tradición asimilacionista, del de los nazis, “ese feroz antisemitismo superficial” de naturaleza racial91. Si bien no pueden negarse estas diferencias ideológicas, en términos prácticos las medidas que se tomaron a partir del Estatuto de 1940, instaurado sin presiones alemanas y considerado insuficiente por Maurras, contribuyeron a la detención y deportación de decenas de miles de judíos a partir de 1942 92. El escritor monarquista habría apoyado entonces la discriminación y las confiscaciones, pero excede los límites de este trabajo precisar su postura en torno de la Solución Final. Podría arriesgarse que se habría opuesto por ser una empresa de los nazis. Pero lo central era la frase que aparecía en la portada de L’Action Française y que dio título a una serie de artículos de su fundador publicados en 1941: “Solamente Francia”. Lo paradójico de la recuperación de esta retórica de primacía de los intereses nacionales es que se hablaba de independencia y soberanía cuando Francia estaba sometida y ocupada. Se pensaba en la libertad de Francia cuando los alemanes, los odiosos enemigos que habían sin embargo logrado destruir a la Tercera República, pisaban su suelo y ocupaban sus ciudades. Lo que vendrá Dejando de lado el presente, negro para uno y esperanzador para el otro, ¿qué creían que esperaba a Francia en el futuro? Claramente, no la Nueva Europa germana: Francia se liberaría del tiránico y opresivo Tercer Reich. Pero, ¿como lo haría? Bloch confía en una Resistencia que facilite la victoria inglesa. Algo que horroriza a Maurras, ya que la liberación sería asunto de los franceses, no de los extranjeros: de ahí que apueste por la regeneración liderada por el Mariscal. Resulta curioso que el modelo a seguir sea aquí, en cierta forma, la despreciada Alemania que resurgió de sus cenizas. Ibídem, p. 272. Ibídem, p. 120. 92 Ibídem, pp. 173-185. 90 91 18 ¿Y qué vendría después? Al final de La Extraña Derrota, Bloch dice: “No tendré la presunción de trazarles un programa. Serán ellos (los jóvenes) quienes extraigan las nuevas leyes del fondo de su cabeza y de su corazón”93. Sin embargo, en sus escritos clandestinos aparecen elementos que echan luz sobre sus proyectos. “La Francia de la renovación será una Francia enérgica y dura, una Francia que sabrá repudiar cualquier solidaridad con aquellos que la han vendido, estafado, asesinado”94. Los agentes de Vichy deben ser juzgados si la nación francesa quiere recuperar su dignidad. Pero no debe quedarse ahí: “la Francia del mañana, que se está gestando no merced a las virtudes académicas, sino a la valentía de quienes osan luchar por la justicia, necesitará a trabajadores que no sean turiferarios del dios de las cosas tal y como van”95. El conformismo y los particularismos del pasado deben dejar lugar a las virtudes que los franceses habrían reencontrado cuando perdieron su libertad: la valentía y la voluntad de transformar la realidad. Bloch cree que en la derrota “las deficiencias de la formación que nuestra sociedad impartía a sus jóvenes han tenido una función decisiva”96. Es por eso que el viejo docente apuntará hacia los fondos de miseria que se destinaron a la cultura y a la educación y a un sistema que preparaba exámenes, no espíritus. Desde su republicanismo, Bloch tan sólo esboza una solución: se debe recuperar la tradición francesa, con su “su gusto por la humanidad; su respeto por la espontaneidad y la libertad”, para así “formar elites sin atenerse a criterios de origen o de fortuna”97. En resumen, Bloch pensaba en un futuro orden republicano, pero distinto al que había conocido: por medio de la justicia y de la educación se reformaría a la sociedad creando ciudadanos comprometidos con la nación. ¿Y qué puede decirse de Maurras? En 1945 es un hombre ya entrado en años y políticamente derrotado: la República ha vuelto a mostrar su cabeza y ha venido a saldar cuentas con él, al tiempo que los restos del régimen en el que había puesto sus esperanzas se encuentra exiliado en Sigmaringen. Se limita entonces a repetir viejas acusaciones a la democracia y al liberalismo económico, demostrando una extraña Ibídem, p. 166. Ibídem, p. 186. 95 Ibídem, p. 190. 96 Ibídem, p. 199. 97 Ibídem, pp. 207-210. 93 94 19 consciencia social. Podría decirse que sus ideas no han cambiado y que, desde una visión pesimista y decadentista, el futuro será una reedición de viejos errores. Ni uno ni otro llegarían a ver ese futuro: como ya dijimos, Bloch murió antes de finalizar la guerra. Maurras ocho años después que él, en 1952. Conclusión Este trabajo partió del análisis de dos obras escritas en distintos contextos históricos y con objetivos dispares, pero con un elemento en común: la indagación sobre el pasado de Francia para hallar las causas, es decir los responsables, de su trágico presente. En ambas obras vimos reflejadas las vidas de dos intelectuales de diferentes generaciones, ideologías y, desprendiéndose de esto, trayectorias políticas y profesionales. Pero esos dos caminos no podrían comprenderse completamente sin incorporar al esquema un factor que unía a Bloch y Maurras: el nacionalismo. Podría considerarse paradójico que el amor por una misma patria engendre concepciones y prácticas tan diversas. Pero el nacionalismo, ambiguo y complejo como la propia experiencia histórica en la que se inserta, habilita esto. En cierta forma, no deberían ser las diferencias sino la ausencia de las mismas un motivo de extrañamiento. Si habrían llamado la atención de Charles Maurras, para quien al parecer no había otra forma de servir a la patria que la suya y la de sus seguidores. Sus jueces eran oportunistas y los héroes de la Resistencia, meros testaferros del bolchevismo. Él, por su parte, invocó y buscó inscribirse en la línea de Juana de Arco y André Chénier: martirizados como consecuencia de procesos injustos, su sacrificio había servido a la regeneración nacional, al permitir respectivamente la expulsión de los ingleses y el final del Terror jacobino. Maurras confiaba en que también sería rehabilitado y en que su “sacrificio” tendría sentido. ¿Se trataba de una maniobra retórica? Tal vez. Pero seguramente para el intelectual provenzal era una injusticia morir en la ignominia de una celda por su servicio a Vichy. Y también era una amarga ironía que el nuevo orden que emergía contase entre sus mártires a alguien que también se conceptuaba como humilde y fiel servidor de la patria: un historiador republicano y judío. 20 21