Subido por RAMON HERNANDEZ

Una nacion dos nacionalismos La Tercera Republica Francia y la IIGM en Marc Bloch y Charles Maurras articulo

Anuncio
Una nación, una guerra, dos nacionalismos
La Tercera República, Francia y la Segunda Guerra Mundial en Marc
Bloch y Charles Maurras.
Por francés que sea, me veré obligado a no hablar
sólo positivamente de mi país; es duro tener
que descubrir las deficiencias de una madre
dolorosa.
Marc Bloch, La Extraña Derrota.
Se favorecía al enemigo cuando se hacía
lo que nosotros desaprobábamos.
Charles Maurras, Mi Defensa.
Introducción. Entre “la extraña derrota” y la “divina sorpresa”
El 17 de junio de 1940 Francia, abrumada como otros países europeos antes que ella por
la superioridad militar del Tercer Reich, se vio obligada a pedir un armisticio. ¿Cómo
podía explicarse que el “más poderoso ejército de Europa”, según palabras de Ludwig
Beck, fuese dispersado en menos de dos meses por los alemanes, los vencidos de 1918?
¿Qué daba a pensar tamaña humillación de una de las grandes potencias mundiales? El
historiador Marc Bloch y el pensador y escritor Charles Maurras fueron dos de los
muchos intelectuales franceses que se hicieron preguntas de este calibre: los escritos que
dejaron planteando respuestas son el motivo de análisis de este trabajo.
A primera vista, puede parecer que esta selección sólo habilita el establecimiento
de oposiciones: la misma reacción de ambos frente a la rendición es prácticamente
antagónica, si se considera que Bloch dejó el uniforme para escribir sobre la extraña
derrota mientras Maurras se regocijaba en la “divina sorpresa”1 que la caída de la
Tercera República suponía para él, uno de sus más acérrimos enemigos. Estas actitudes
nos hablan de las diferentes posturas políticas e ideológicas de estos intelectuales: por
un lado, un defensor de los valores republicanos y liberales que no reniega de su origen
judío y, por el otro, un activista monárquico, anti-individualista y antisemita.

Deseo agradecer al Dr. Mariano Eloy Rodríguez Otero, a la Dra. María Inés Tato y a la Lic. Marcia Rás
por haberme brindado el material necesario para realizar este trabajo así como valiosos consejos para
encarar su desarrollo. El agradecimiento es extensivo a mis compañeros de la Facultad de Filosofía y
Letras por su apoyo y por las opiniones constructivas que realizaron. Desde ya, cualquier error es
responsabilidad exclusivamente mía.
1
En realidad Maurras se refería a que Pétain tenía sentido político aparte de potencial simbólico. Véase
Paxton, Robert O., Vichy France, Nueva York, Columbia University Press, 2001, p. 139.
1
Sin embargo, un examen más detenido revela interesantes paralelismos. Como
ya se ha dicho, ambos eran intelectuales, a lo que cabe agregar que en el sentido amplio
del término: es decir, estudiosos de la sociedad y la política fuertemente comprometidos
con la realidad de su tiempo. Ese compromiso estaba marcado por el nacionalismo, un
amor profundo por la patria francesa que la privilegiaba por sobre cualquier otra entidad
o adscripción. Pero ese nacionalismo era concebido de forma distinta por Bloch y
Maurras, lo cual nos devuelve a los contrastes.
Este trabajo no pretende realizar un aporte a la determinación de las causas
“objetivas” de la rápida derrota de Francia en la Segunda Guerra Mundial. Más bien
busca analizar y comparar las obras de estos dos hombres en tanto contemplan el pasado
de Francia, a los responsables del desastre, el carácter del conflicto bélico y el futuro de
su nación desde perspectivas distintas que no excluyen puntos de conexión.
El banquillo y el estudio
El armisticio y la ocupación alemana obligaron al capitán Marc Bloch a retirarse a su
casa de campo en Fougères. Bloch dedicará ese turbulento verano de 1940 a escribir La
Extraña Derrota, texto en el que busca recapitular su breve experiencia en el frente para
entender por qué Francia fue vencida. Su reflexión lo lleva a hacer un análisis en
profundidad de la sociedad y la política francesas del período de Entreguerras2. ¿Y con
qué fin? El libro se inicia con la duda sobre su publicación, la cual se realizará
póstumamente3. Las lecturas que pueden realizarse son entonces variadas: podría
tratarse de un ejercicio intelectual a nivel personal para asimilar la derrota y recuperar
algo de normalidad, como buscaban desesperadamente millones de franceses, o bien del
manifiesto de una generación que había visto sus sueños rotos.
Cuatro años después Francia fue liberada por las fuerzas angloamericanas. El
Gobierno Provisional a cargo del General Charles de Gaulle se dedicó a juzgar a todos
aquellos que habían colaborado con los alemanes: entre los acusados se encontraba
Charles Maurras, arrestado en septiembre de 1944. Mi Defensa es la transcripción de los
argumentos que el ya anciano fundador de L’Action Française esgrimió frente a la
Corte de Lyon que lo procesó a fines de enero de 1945. Para probar su inocencia hizo un
2
Godoy, Gigi y Hourcade, Eduardo (Comps.), Marc Bloch. Una Historia Viva, Buenos Aires, CEAL,
1992, pp. 19-21.
3
Bloch, Marc, La Extraña Derrota, Barcelona, Crítica, 2003, p.29.
2
relato de su vida personal y pública que lo mostraba como un verdadero patriota, un
germanófobo que apoyó al Mariscal Philippe Pétain en tanto creía (y siguió creyendo)
que regeneraría a la Francia derrotada. Maurras fue sentenciado a pasar el resto de su
vida en prisión como resultado de un proceso irregular, plagado de datos falsos y citas
truncas4. Si bien no logró ser absuelto, el escritor buscó ubicarse como acusador de los
“representantes de la mujer sin cabeza”, los mismos que habían provocado la debacle e,
irónicamente, juzgaban por colaborador al que siempre buscó evitarla5.
Nos encontramos entonces frente a situaciones bien distintas: por un lado, un
Bloch que se detiene a reflexionar sobre lo ocurrido para producir un texto que tal vez
no verían muchos aparte de él y, por el otro, un Maurras que entreteje argumentos de
manera retórica para defender su buen nombre y enviar un mensaje a toda Francia.
Nacionalismos
Como ya se adelantó, uno de los puntos de unión entre estos dos hombres es el de haber
sido fervientes nacionalistas. Sin embargo, es bien sabido que el término nacionalismo
es uno de los más polémicos en el campo historiográfico, por no mencionar otros, y el
caso francés exhibe una considerable diversidad de tendencias que obliga a establecer
precisiones. A partir del análisis del compromiso que estos dos autores consideraban
tener con su patria puede comenzarse a comprender el universo ideológico en el cual se
insertaban.
¿Qué tipo de nacionalista era Bloch? Para él, Francia era “la patria de la que no
podría desarraigar mi corazón. He nacido en ella, he bebido en las fuentes de su
cultura, he hecho mío su pasado, sólo respiro bien bajo su cielo y…he tratado de
defenderla con todas mis fuerzas”6. Al parecer, el compromiso es individual y
voluntario: un lazo moral e incluso afectivo se habría formado a través de la apropiación
de la historia y la cultura. Si bien el historiador no cree que “el internacionalismo del
espíritu o de las clases sea irreconciliable con el culto de la patria”7, en caso de
necesidad el deber de defenderla se impone a todos los demás. Aún cuando la guerra sea
Aron, Robert, Histoire de L’épuration, Fayard, 1969, pp. 365-367.
Maurras, Charles, Mi Defensa, Madrid, EPESA, 1946. El sitio web de L’Action Francaise
(www.actionfrancaise.net) esgrime los mismos argumentos en su sección de Cronología.
6
Bloch, Marc, op. cit., p. 32.
7
Ibídem, p. 140.
4
5
3
“una cosa horrible y estúpida a la vez”8. En otras palabras, en el ciudadano pueden
entrecruzarse distintas lealtades, pero sería en definitiva la nacional la que se impone.
Se podría aventurar entonces que, más allá de la importancia conferida a los
elementos históricos y culturales, Marc Bloch es un nacionalista cívico-republicano,
cuya filiación se remontaría esencialmente a 1789. Este tipo de nacionalismo se
caracteriza por ser inclusivo y abierto a todo individuo que desee unirse a la comunidad
política de la nación, transformándose así en un ciudadano, con todos los derechos y
deberes que ello conlleva9. Cuando el medievalista reconsidera su historia familiar (“mi
bisabuelo fue soldado en 1793…mi padre defendió en 1870 la ciudad asediada de
Estrasburgo”10), podría estar adhiriendo a una tradición iniciada por la Revolución
Francesa según la cual el carácter de francés trasciende al de judío.
Moviéndonos al caso de Charles Maurras, es conveniente que el análisis parta de
su ferviente anti-individualismo: el imperio del egoísmo y los intereses privados sólo
engendraba anarquía, desorden y decadencia. El individualismo, en su visión, permeaba
a múltiples corrientes religiosas y filosóficas: en primer lugar, al Judaísmo, entendido
como perspectiva moral y espiritual. Al Protestantismo, hijo del anterior, que
privilegiaba a la consciencia del sujeto en reacción a la jerarquía y al comunitarismo
propugnados por la Iglesia Católica. A la filosofía moderna, epitomizada por la
Ilustración y, dentro de ella, por los philosophes, que había provocado el advenimiento
de la Revolución y de la democracia. Y, por último, al Romanticismo, cuya estética e
ideología organizaban al mundo desde la caprichosa e irracional perspectiva del Yo.
Desde sus primeros escritos Maurras consideró que la filosofía, la política y la
estética eran dimensiones indisociables, por lo cual su anti-individualismo se manifestó
en esos tres campos. En cuanto al primero, abrazó el pensamiento de Auguste Comte, al
que conceptuaba como un campeón del organicismo y el espíritu comunitario en lucha
con el idealismo abstracto e individualista de Immanuel Kant. Para el discípulo de
Saint-Simon el sujeto era una realidad efímera y lábil cuando se lo comparaba con la
familia, el Estado, el País y la Humanidad: esta última era la entidad suprema a la cual
había que subordinarse, de manera tal que el intelecto pudiese actuar como mediador
entre los sentimientos y la acción. Esta perspectiva, conocida como síntesis subjetiva,
8
Citado en Geremek, Bronislaw, Marc Bloch, historiador y resistente, Buenos Aires, Biblos, 1990, p. 38.
Hobsbawm, Eric, Naciones y nacionalismo desde 1780, Barcelona, Crítica, 1992, pp. 96-97.
10
Ibídem, pp. 30-31.
9
4
fue retomada por el joven Maurras, quien sin embargo consideraba que la Humanidad
como tal no existía y que la entidad suprema era la nación o, más específicamente,
Francia11. A su manera, el intelectual provenzal era un positivista comtiano.
Pasando a la segunda dimensión, el apoyo de este escritor a “la monarquía
(tradicional, hereditaria, antiparlamentaria y descentralizada)”12 es bastante conocido.
Según Michael Sutton esta preferencia es puramente instrumental: históricamente, sólo
los reyes mantuvieron al individualismo a raya y lograron el florecimiento de la
nación13. David Carroll considera que la atracción es puramente estética: la nación sería
una obra de arte, en cuyo centro estaría el rey. En cuanto a este último aspecto, el
monarquista es un seguidor del Clasicismo, cuyas proporciones y estilos eran a la vez
bellos y racionales14. Este gusto por lo grecorromano tiene una veta política: las poleis
griegas son un claro ejemplo de cómo el individuo debe subordinarse a la comunidad 15.
De este ideario neoclásico y organicista emergió el nacionalismo integral de Charles
Maurras, según el cual el individuo está vinculado por sangre con una comunidad que
determina su vida. La sociedad, la nación y el Estado están por encima de él: son fines y
buenos en sí mismos.
Una rápida lectura podría vincular al fundador de L’Action Française con el
nacionalismo de tipo orgánico-historicista, cuyo origen suele situarse en la Alemania de
principios del siglo XIX. Sin embargo, no es este el caso: “atacamos hasta la raíz la
humanidad por germanidad (all mann, todo hombre, decía Fichte, en su primer
‘Discurso’). El alemán basta para todo. Él es todo. Nada existe, ni vale fuera de él. De
este modo se separa de la Humanidad o se le opone” 16. Johann Fichte y Johann Herder
condensarían intelectualmente los rasgos de este pueblo supuestamente elitista y
excluyente. La germanofobia de Maurras se alimenta, por un lado, de “la idea de
revancha (que) ha tenido por largo tiempo el papel de ‘Reina de Francia’”17, que
dataría de 1870, y del convencimiento de que el alemán es un pueblo bárbaro,
mortalmente enfrentado a Francia, representante de la Razón y la Civilización en tanto
11
Sutton, Michael, Nationalism, Positivism and Catholicism, Cambridge, Cambridge University Press,
1982, pp. 11-75.
12
Ibídem, p. 24.
13
Sutton, Michael, op. cit., pp. 49-50.
14
Carroll, David, French Literary Fascism, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1995, pp. 71-96.
15
Ibídem, pp. 29-30.
16
Ibídem, p. 22.
17
Ibídem, p. 16.
5
principal heredera de las culturas de Grecia y Roma18. Cabe remarcar que esta adhesión
al racionalismo, si bien en una versión sui generis, aleja a este autor de algunos
contemporáneos suyos de las derechas europeas, que abrazaban el irracionalismo al
tiempo que atacaban como él a la democracia y al liberalismo19.
El concepto que Bloch tenía de su patria era similar: “Habrá que disculpar a un
francés, es decir, a una persona civilizada –pues ambos adjetivos son indisociables”.
Pero inmediatamente después leemos que sus raíces son distintas: “(la enseñanza) de la
Revolución y de Montesquieu: ‘En un estado popular es necesario un resorte, que es la
virtud’”20. Es decir, las fuentes de la civilización estarían en la Ilustración y en el
proceso iniciado en 1789, a los que Maurras execraba.
Una última consideración merece la relación entre el nacionalismo y las
perspectivas que estos dos hombres tenían sobre la historia de Francia. En el caso del
cofundador de Annales, una paradoja se presenta: el historiador reconocido por ampliar
las temáticas y las metodologías de su disciplina, librando combates por la historia
contra los sorbonistas, no estuvo tan lejos de Gabriel Monod y de Ernst Lavisse a la
hora de comprometerse políticamente con la República y de concebir que la historia
contribuía a la formación de los ciudadanos y a la regeneración nacional21. La apertura a
lo social y a escenarios distintos del europeo estaría también en función de la educación
cívica: “(los maestros) se echaban atrás púdicamente ante cualquier análisis social…
¿No había nada mejor que enseñar a esos chavales…nada más instructivo para su
educación como ciudadanos de Francia y del planeta?...Para reformar tanto la
preparación intelectual del país como la de sus ejércitos” 22.
Otra cita del medievalista nos sirve de punto de partida para analizar al escritor
provenzal: “los falsos brillos de una pretendida historia, en la cual la ausencia de
seriedad, el pintoresquismo de pacotilla y los prejuicios políticos, piensan redimirse
con inmodesta seguridad: Maurras, Bainville o Plejanov afirman allí donde Fustel de
Ibídem, pp. 31-32.
Para el caso alemán, véase Herf, Jeffrey, El Modernismo Reaccionario, Buenos Aires, FCE, 1993. Para
el caso español, véase Herrero, Javier, Orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Alianza
Editorial, 1988.
20
Ibídem, p. 166.
21
Godoy, Gigi y Hourcade, Eduardo (Comps.), op. cit., pp.30-33.
22
Ibídem, pp. 51-52. Es curioso que Pétain también pensase que una de las razones de la derrota fuesen
las enseñanzas de maestros poco patrióticos.
18
19
6
Coulanges o Pirenne habrían dudado”23. Bloch no se equivocaba: el fundador de
L’Action Française construía, como Comte y Édouard Drumont antes que él, un
“pasado práctico”, funcional a intereses políticos del presente. El uso selectivo de
fuentes y el descuido por los detalles eran unidos por un uso magistral de la retórica
para generar un relato sumamente persuasivo. Ahora bien, ¿qué “pasado práctico”
ensambló el pensador provenzal? En su visión, los siglos de esplendor que la monarquía
brindó a Francia fueron interrumpidos por el advenimiento de la Revolución y la
Democracia patrocinadas, como había planteado Hippolyte Taine, por la Ilustración24.
Es entonces cuando se inició un proceso de decadencia general, manifestada en “una
invasión profunda (que) ha mordido siete veces nuestro territorio: en 1792 y 1793, en
1814, 1815, 1870, 1914, 1940”, el avance de “esta plutocracia que ustedes llaman
‘capitalismo’”25 y el declive de la clase intelectual.
A pesar de la diferencia que Bloch establece, Charles Maurras se consideraba un
fiel seguidor de Fustel de Coulanges: “’Quien destruye el pasado, destruye la patria’. Es
este un axioma esencial”. La historiografía francesa sería, a diferencia de la alemana,
antinacionalista26: de ahí el enfrentamiento con Monod, quien a la sazón era un
Dreyfusard con simpatías por Alemania27. Podríamos entonces inferir que para Maurras
el autor de Los Reyes Taumaturgos estaría en lo correcto respecto del valor educativo de
la disciplina histórica, pero que se equivocaba con su visión antinacionalista, ciega a la
decadencia que la República había traído a Francia.
En suma, el nacionalismo inclusivo, civil y republicano de Marc Bloch se
enfrenta al nacionalismo integral de Charles Maurras, para quien es el sujeto el que
nace en el seno de la comunidad nacional, no este el que elige ser parte de ella.
Si bien tomamos en cuenta la perspectiva global que estos dos autores tenían de
la historia de Francia, el pasado que les interesa en los textos que analizamos es mucho
más inmediato.
Los años de la gran decepción
Ibídem, p. 34.
Ibídem, pp. 51-64.
25
Ibídem, pp. 146-149.
26
Ibídem, p. 23.
27
Ibídem, p. 34.
23
24
7
¿Qué factores presentes en la Francia de Entreguerras contribuyeron al derrumbe? El
último capítulo de La Extraña Derrota, sugestivamente titulado “Examen de
consciencia de un francés”, trata esta problemática.
“nuestras clases dirigentes no hicieron gala del heroísmo implacable que requiere una
patria en peligro” 28.
“En las fábricas de guerra no se trabajó lo suficiente… Algo de lo que los asalariados
no fueron los únicos, ni, por supuesto, los principales responsables” 29.
“Las inverosímiles contradicciones del comunismo francés añadieron un nuevo
fermento de confusión a este desasosiego” 30.
“el que los partidos calificados de ‘derechas’ se inclinen con tanta presteza ante la
derrota no debería sorprender demasiado a un historiador” 31.
“nuestra enseñanza secundaria hace demasiado poco por desarrollar la energía
intelectual. Como las universidades, abruma a los alumnos de exámenes” 32.
“El parlamentarismo ha promovido con demasiada frecuencia las intrigas, a expensas
de la inteligencia o de la abnegación…Nuestra maquinaria de partidos exhalaba un
aroma a cafetines enmohecidos y despachos de negocios” 33.
“No tengo la más mínima intención de emprender aquí una apología del Frente
Popular…Cayeron sin gloria. Lo peor de todo es que sus adversarios poco tuvieron que
ver con ello… La tentativa sucumbió…debido a las locuras de sus partidarios” 34.
“La burguesía…prefirió condenar al pueblo del que procedía y con el que, si hubiera
reflexionado un poco más, habría sentido que le unía una profunda afinidad” 35.
“Teníamos una lengua, una pluma, un cerebro. Adeptos a las ciencias del hombre o
sabios de laboratorio, quizá fuimos desviados de la acción individual por una especie
Ibídem, p. 140.
Ibídem, p. 136.
30
Ibídem, p. 142.
31
Ibídem, p. 147. Vale remarcar que Bloch no distingue a la derecha tradicionalista germanófoba, dentro
de la cual se inserta Maurras, de la abiertamente fascista y colaboracionista, de Déat y Doriot.
32
Ibídem, p. 150.
33
Ibídem, p. 152.
34
Ibídem, pp. 158-159.
35
Ibídem, p. 158.
28
29
8
de fatalismo inherente a la práctica de nuestras disciplinas…Fue una mala
interpretación de la historia” 36.
En esta extensa serie de citas aparecen algunos de los actores que Bloch consideró
responsables: clases dirigentes superadas por la situación, asalariados desmotivados,
sindicatos confundidos, un comunismo contradictorio y desconcertante, una derecha
derrotista, un sistema educativo oxidado, un sistema parlamentario corrompido, el
Frente Popular hundido por su propia ambición, una burguesía asustada y encerrada en
sí misma y, por un último, los intelectuales que permanecieron callados, entre los que él
mismo se cuenta.
Un factor merece un párrafo aparte: se trata de “las fuentes del odio y la
estulticia que continuaban siendo, incluso durante la guerra, unas sórdidas revistas
semanales” 37. No parece arriesgado afirmar que una de las publicaciones aludidas en
esta frase es L’Action Française de Charles Maurras.
“Como si, en una vieja colectividad, cohesionada por siglos de civilización en
común, el más humilde no fuera siempre, de buen o mal consentimiento, solidario del
más fuerte”38: podría decirse que esta frase resume el diagnóstico de Bloch. La Unión
Sagrada que cohesionó y orientó a Francia a la victoria en 1914 se esfumó en 1918 y, en
los veinte años siguientes, los mezquinos intereses sectoriales se impusieron
paulatinamente a los generales. No debía resultar extraño que en 1939 “se había perdido
algo de aquel poderoso arrebato igualitario ante el peligro que en 1914 se apoderó de
casi todos nosotros” 39.
En el caso de Maurras, el origen de los problemas está también en 1918: “el
armisticio del 11 de noviembre venía a mutilar y limitar la victoria”. El Tratado de
Versalles sólo empeoró las cosas, ya que los Aliados “mutilaban, irritaban a Alemania,
pero reforzaban su unidad”40. Lo que subyace a esta idea es algo que el filósofo rumano
George Uscatescu41, quien prologa la edición española de Mi Defensa, y Bloch42
Ibídem, p. 164. Podría aventurarse que lo que aquí Bloch realiza es una inversión del famoso
argumento de Benda: la traición de los intelectuales no habría radicado en resignar la búsqueda de la
verdad para perseguir objetivos políticos sino justamente en haberse encerrado en sus estudios.
37
Ibídem, p. 162.
38
Ibídem, p. 141.
39
Ibídem, p. 134.
40
Ibídem, p. 40.
41
Ibídem, p. 11.
42
Ibídem, p.151.
36
9
remarcaron: el considerar que en Europa continuaban operando las mismas fuerzas que
en el siglo XVII, entre las que estaba el separatismo alemán.
El fundador de L’Action Française considera que durante los años ’20 se
continuó por la misma senda: mientras “la democracia no pensaba más que en preparar
las elecciones…Era natural que Briand…reanudara su eterna y fatal política de
concesiones reales a cambio de palabras escritas o dichas”43. En 1936 las elecciones
tuvieron un fatídico resultado: “Se sabe cuáles fueron los desastres provocados por esta
áspera revolución del Frente Popular, pero su impotencia fue todavía superior”. Por su
parte, Maurras “anunciaba a Francia los crueles extremos de un belicismo loco que
coincidía con nuestra lamentable debilitación”44. En efecto, ciertos sectores de la
sociedad parecían dispuestos a combatir al nazismo en el momento en que su país
estaba, como diría con otras palabras Pétain, “sin natalidad, sin ejército, sin alianzas
continentales aseguradas”45. La revista monarquista planteó, frente a la inminencia de
la guerra, la necesidad de armarse, pero la única respuesta que obtuvo fue “el desarme;
siempre el programa de los socialistas de 1914 sobre la ‘locura de los armamentos’”46.
Finalmente, “La movilización de 1939, enmascarada con demostraciones superficiales,
resultaba floja, porque nadie sabía por qué ni contra quién se marchaba al frente”47.
La Unión Sagrada no habría fracasado entonces por el predominio de los intereses
sectoriales, sino porque no se brindó un objetivo común al pueblo francés.
Frente a este último punto, Bloch presenta una imagen distinta: “el móvil del
entusiasmo popular fue el mismo. ‘Ellos’ no paran de buscar camorra”48. De todas
maneras, vale la pena remarcar que ambos autores parecen mirar con nostalgia a la
Unión Sagrada de agosto de 1914, a la movilización y la solidaridad de la nación
francesa. Incluso podría aventurarse que en esos días de agosto ambos pensaron, como
millones de europeos, que estaban por luchar una guerra defensiva49.
Ahora bien, resulta paradójico que no sea el cofundador de Annales sino el de
L’Action Française el que ofrezca una explicación de larga duración. Lo que sucedió en
los ’20 y en los ’30 fueron simples excrecencias del republicanismo débil y decadente:
Ibídem, p. 47.
Ibídem, p. 56.
45
Ibídem, p. 57.
46
Ibídem, p. 58.
47
Ibídem, p. 60.
48
Ibídem, p. 137.
49
Hobsbawm, Eric, op. cit., p. 99.
43
44
10
“Si yo hubiera querido la caída de la democracia…Hubiera sido suficiente dejarla
correr hacia donde corría por sí misma: hacia el desarme, la desmilitarización y la
desnacionalización de Francia”50. Detrás de ese declive estaba lo que Maurras llamaba
despectivamente metecos o “anti-Francia”: los Protestantes, los Judíos y los sinárquicos
Francmasones. Tal vez por estar frente a un Tribunal, o porque verdaderamente así lo
creía, no se ve el menor atisbo de autocrítica51.
Otro factor, no tan claramente marcado en Mi Defensa, estaba presente en el
ideario de los conservadores franceses: el del castigo52. Como diría críticamente Bloch,
la derrota habría tenido el objetivo de “masacrar, bajo las ruinas de Francia, a un
régimen que aborrecían…Humillar la testuz ante el castigo que el destino había
enviado a una nación culpable”53. La victoria alemana sería entonces algo esperable e
incluso deseable: la oportunidad para un nuevo comienzo…
La sociedad como un todo, o tan sólo su régimen político y los “cuerpos
extraños”: he aquí los principales culpables del dramático desenlace de una guerra que
ambos autores vivieron, pero desde lugares diferentes.
Los Boches vienen marchando
El 10 de mayo de 1940 Alemania inició una gran operación militar en el Frente
Occidental: atacó a Francia por el norte, conquistando en el camino a Luxemburgo, los
Países Bajos y Bélgica, y también por el Centro y el Sur. En el frente septentrional se
hallaba estacionado el capitán Marc Bloch, quien nos ofrece un vívido cuadro de la
desorganización y el desconcierto que el veloz y potente ataque alemán sembró entre las
filas francesas54. Junto a su destacamento se replegó frente a la ofensiva germana para
ser finalmente evacuado de las playas de Dunkerque. Después de una corta estancia en
Dover retornó a su país, sólo para ver como Paul Reynaud renunciaba y Philippe Pétain
era elegido como el nuevo (y último) Primer Ministro de la Tercera República. En junio
los alemanes flanquearon la Línea Maginot, eliminaron a las reservas francesas y
Ibídem, p. 148.
Ibídem, p. 146.
52
Paxton, Robert, op. cit., pp. 20-24.
53
Ibídem, p. 162.
54
Ibídem, pp. 29-48. Este apartado busca mantenerse aparte de los debates acerca del nivel del gasto
militar en Francia y la calidad de su armamento, privilegiando las perspectivas de Maurras y Bloch. De
todas maneras vale remarcar, siguiendo a Paxton, que la derrota puede entenderse en términos puramente
militares, como la combinación de serias fallas estratégicas y tácticas.
50
51
11
tomaron París, abandonada por el gabinete el 10 de ese mes. La guerra había terminado
en 54 días.
La experiencia de Bloch en el frente, donde fue impactado por toda la furia de
los Panzers alemanes y la blitzkrieg de Heinz Guderian, se combina con sus memorias
de 1914 para dar lugar a una profunda consideración del desastre militar. En primer
lugar, influyó “la incapacidad de los mandos” cuyos errores “fueron ante todo los de un
grupo humano”55. La Escuela de Guerra los había preparado para el anterior conflicto,
mientras “los alemanes han hecho una guerra de nuestros días, bajo el signo de la
velocidad”56. La doctrina francesa fue eminentemente defensiva, algo ejemplificado por
una falta de “suficientes tanques, aviones o vehículos de tracción” ya que “sepultamos
en el hormigón unos recursos en efectivo y mano de obra”57. La tumba era la línea
Maginot, triste producto de una oficialidad atrasada.
Las escasas observaciones que hace Maurras muestran un paralelo interesante: a
la estrategia planteada en los ’30 replicaba que “más valía correr y esperar el ataque a
pie firme, aprovechándose del beneficio moral de la agresión”58. Pero la débil
República parecía esperar una nueva invasión y orientaba los recursos en otra dirección:
“Es cierto que se seguía construyendo la Línea Maginot; pero no podía constituir el
punto de partida de una ofensiva”59. Como Bloch, considera que el construir una serie
de fortificaciones para proteger la frontera es un grave error. Sería reeditar la Gran
Guerra, la cual se ganó pero a un altísimo costo, algo que el escritor también parece
achacarle al sistema de gobierno y de ideas imperante.
Pero no era ese el único problema: como ya se mencionó más arriba, para
Maurras Francia se decidió a combatir cuando ya estaba debilitada, mientras que el
Tercer Reich había rearmado a Alemania. La experiencia del fundador de Annales
parece constatar esto: “Los tanques enemigos no sólo eran mucho más numerosos de lo
que nunca hubieran imaginado nuestros servicios de información; algunos poseían
además una potencia inesperada. La aviación alemana era de una superioridad
manifiesta con respecto a la nuestra”60. Superioridad material y tecnológica, por no
Ibídem, pp. 49-50.
Ibídem, p. 58.
57
Ibídem, p. 70.
58
Ibídem, p. 60.
59
Ibídem, p. 54.
60
Ibídem, p. 60.
55
56
12
mencionar las deficiencias de los servicios de inteligencia y de los sistemas de
comunicación, las rivalidades y rencillas internas61 y la falta de camaradería con los
aliados ingleses62. Ahora bien, mientras el autor de El Porvenir de la Inteligencia habla
del recorte presupuestario y la liquidación de los beneficios industriales, Bloch insiste
en la responsabilidad de los mandos: “Rara vez el Parlamento les negaba sus créditos,
si los especialistas sabían pedirlos con el coraje suficiente. Pero no tenía fuerza para
obligarlos a emplearlos bien”63.
Un interesante agregado a este argumento puede ser hallado en un artículo
publicado en Les Cahiers Politiques en el que Bloch critica la obra ¿Es todavía posible
una invasión?, del general Chauvineau. Para el autor tanques y aviones son costosos e
inútiles frente a líneas fijas de defensa que pueden combinar protección y potencia de
fuego: esto es, a la línea Maginot. Lo que verdaderamente interesa al historiador es que
el prólogo, muy elogioso, fue escrito por el Mariscal Pétain, quien como Jefe de Estado
criticó a la Tercera República por no impulsar el rearme64. Amén de la mordaz crítica a
un enemigo político, lo que Marc Bloch quiere reflejar es la mentalidad atrasada de los
militares franceses poco tiempo antes de la contienda.
Una última consideración merece el adversario: ¿fue la invasión de Francia un
brillante despliegue de poderío militar por parte de Alemania? ¿O, como diría Hitler un
año después, refiriéndose a la Unión Soviética, bastaría que “derriben la puerta y toda
la estructura podrida se vendrá abajo”? Para Maurras “no somos nosotros tan amigos
de Alemania para hacerle el servicio de negar sus calidades militares, conocidas por
todos sus enemigos; pero es demasiado…bestial para servirse de esa fuerza…”65.
Resurge el germanófobo, que concibe a la derrota como otra invasión bárbara. Bloch,
por su parte, disiente y destaca el hecho de que estaban preparados para luchar una
guerra moderna en cuanto a velocidad, tecnología e incluso psicología se refiere. Pero
también toma en cuenta el componente humano: antes que las interacciones que se
esperarían dentro de una horda, “es más patente el entendimiento en un clima de buena
voluntad común”66. Además “ha dado…una impresión incontrastable de juventud”67,
Ibídem, pp. 104-105.
Ibídem, pp. 83-93.
63
Ibídem, p. 153.
64
“Acerca de un libro demasiado poco conocido” en ibídem, pp. 193-198.
65
Ibídem, p. 49.
66
Ibídem, p. 102.
67
Ibídem, p. 155.
61
62
13
siendo los defectos de las gerontocracias, en todos los ámbitos de la actividad humana,
una temática recurrente en La Extraña Derrota.
Ambos parecían dispuestos a luchar hasta el final: Bloch planeaba una
resistencia que hostigase a las columnas alemanas con tácticas de guerrilla68 mientras
Maurras escribía que sólo podía confiarse en el Ejército. Pero Pétain firmó el armisticio:
Bloch se retiró a Fougères. Maurras escribió que “…loco de remate sería todo francés
que quisiera sustituir su juicio emitido por las competencias militares de Pétain y
Weygand…Los que quisieran proseguir la lucha hasta lo último no ignoran que sería
imposible en el territorio de la metrópoli… Esto significaría abandonar Francia y
entregarla enteramente”69. Evidentemente, la derrota era ya un estado mental70.
Reviviendo a Francia
El período que se abre con el armisticio es crucial en la vida de ambos autores. En un
primer momento Bloch pudo reinsertarse en el mundo académico, gracias a un
privilegio que Pétain le confirió así como a otros intelectuales judíos. En esta decisión
pudo haber influido, junto a su prestigio, su pasado en las trincheras. Pero el retorno a
las aulas sería efímero: hacia finales de 1942, movido por la entrada de los alemanes en
la zona no ocupada y por el recrudecimiento de la represión y el antisemitismo, el
historiador se unió a la Resistencia. Actuó sobre todo en Lyon, cerca de donde fue
fusilado, el 16 de junio de 1944. A esa misma ciudad se trasladó en 1941 Charles
Maurras, firme partidario del Maréchal al que defendió con su arma predilecta: la
pluma. Se enfrentó a las fuerzas que querían desgarrar a Francia, partidos del Extranjero
de derecha e izquierda. Poco tiempo después de la Liberación fue arrestado; los restos
del gobierno al que había apoyado se hallaban en Alemania.
No mucho se dice en La Extraña Derrota de Vichy, ya que fue escrita mientras
el nuevo orden estaba en plena formación. Sin embargo, el hecho de que Bloch se haya
vuelto luchador de la Resistencia habla por sí solo. Mayores precisiones pueden hallarse
en los artículos publicados en Les Cahiers Politiques: en ellos hablará del “régimen
policial de Vichy”, no conformado por “verdaderos franceses” y perpetrador de torturas
Ibídem, pp. 68-69.
Ibídem, pp. 71-75.
70
Paxton, Robert O., op. cit., p. 6. Para este autor las posibilidades de continuar luchando con éxito eran
muchas, pero existía un consenso mayoritario en la sociedad de que la guerra estaba perdida.
68
69
14
en calabozos ocultos71. Más interesante que estas acusaciones, compartidas con
seguridad por todos los resistentes, es que se trate a Pétain de mediocre y traidor. Al
haber apoyado una doctrina defensiva habría facilitado la victoria enemiga, habría
despejado el camino para sus propias ambiciones de poder72.
Maurras no habría prestado atención a las opiniones de este “terrorista”, quien
estaría sirviendo a Moscú perturbando el orden. Sin embargo, en Mi Defensa deja más
en claro su oposición al otro agente del Extranjero, “el partido francoalemán”.
¿Quiénes lo conformaban? Figuras destacadas como su viejo discípulo Robert
Brasillach, de quien se distanció por querer publicar el periódico pro-fascista Je suis
partout en la París ocupada, el líder del RNP Marcel Déat, la cabeza del PPF Jacques
Doriot, Darnand y también el dos veces Primer Ministro Pierre Laval73.
Para entender el lugar que política e ideológicamente ocupó este escritor a partir
de 1940 es pertinente diferenciar tres grupos: los petainistas, encolumnados detrás de la
figura del Maréchal y de la Revolución Nacional; los colaboradores, que se
aproximaron al régimen y a las fuerzas de ocupación más por necesidad y ambición que
por convicción; y los colaboracionistas, que criticaban al Estado Francés por ser tibio y
anticuado al tiempo que ayudaban a los fascistas a construir su Nueva Europa. Maurras
se ubicaría entre los primeros: “No tenemos otro camino que el de mantener digna y
fuerte la unidad nacional, simbolizada por el Mariscal Pétain y sus colaboradores”74.
El octogenario militar “hacía entrega de su persona a Francia” con el
“armisticio destinado a salvar lo que podría ser salvado”. Él era además “el Padre de
la Patria”, “un hombre que ha triunfado siempre”75. A pesar de que en el juicio se le
reprochaba una “confianza loca” en la figura del Maréchal, Maurras reedita varios
elementos del cohesionador culto a la personalidad que rodeó a Pétain: el sacrificio, el
paternalismo y el éxito. La admiración llega al punto de ver el apretón de manos de
Montoire como una trampa de Hitler a la que se había escapado con astucia76.
“La verdadera era de los jueces” en ibídem, pp. 183-186.
Ibídem, p. 197-198.
73
Ibídem, pp. 83-95.
74
Ibídem, p. 74.
75
Ibídem, pp. 75-79.
76
Ibídem, p. 98. Acerca del culto a la personalidad, véase AA.VV, Collaboration and Resistance, Nueva
York, Harry N. Abrams Inc., 2000, pp. 9-10. Las referencias a De Gaulle son escasas y son neutrales o
favorables: por motivos prácticos, ya no se hablaba del “traidor” que se había ido a Inglaterra.
71
72
15
La colaboración era asunto del Mariscal, quien sabría circunscribirla dentro de
los intereses nacionales77. En esto radicaba la verdadera resistencia: en crear, como diría
el maurrasiano Henri Massis, un escudo para Francia, negando demandas del Tercer
Reich como la entrada en la guerra en el bando del Eje. Lo que ellos dos no vieron,
como muchos otros franceses, fue la funcionalidad de Pétain a los intereses germanos:
mientras él, convencido de la proximidad de la victoria alemana, colaboraba para
garantizar un mejor lugar para su nación en el futuro orden europeo, los vencedores
extraían los recursos económicos y humanos que necesitaban sin dar tratamiento
preferencial al territorio ocupado78.
“Seguidme, pero sin pasar delante de mí”: esta habría sido la máxima de Pétain.
“Pero había otro partido, para el cual el armisticio consistía en entregarlo todo”79. Al
frente habría estado Laval, un político negociador y corrupto que se convirtió en el
chivo expiatorio perfecto para varias generaciones de conservadores. Habiendo
construido su fama y poder durante la Tercera República, por lo cual fue convocado, se
volvió extremadamente impopular y desarrolló un desgraciado juego diplomático
durante la guerra. Sin embargo, tomando en cuenta su trayectoria, cuesta ver puntos en
común con los otros “francoalemanes” 80.
En este punto, se impone la necesidad de establecer una precisión: ¿era Charles
Maurras, como opina Ernst Nolte81, un intelectual fascista? Antes de la guerra el
fundador de L’Action Française admiraba los logros del régimen de Mussolini, al cual
parecía ver, por su organicismo y autoritarismo, como una variante del nacionalismo
integral82. “El fascismo italiano, anticapitalista, antielectivo, antirrepublicano (hasta
1943), ofrece algunas semejanzas con nuestras ideas”. Pero había diferencias,
empezando por la figura del dictador: traduciendo el pensamiento maurrasiano a
términos weberianos, la dominación carismática que la dictadura fascista ejercía se veía
limitada por la existencia física del líder, mientras que la monarquía, en tanto
manifestación histórica (e imperfecta) de la dominación tradicional, habría rutinizado el
carisma asegurando la sucesión. A esta primera distinción se suma el carácter
Ibídem, p. 101.
Ibídem, pp. XIV-XVIII. El afán por mantener la neutralidad estaba en línea con las esperanzas
alemanas, que querían una fuente de botín, no un aliado. Esto último deseaban los ingleses.
79
Ibídem, p. 83.
80
Ibídem, pp. 24-33.
81
Nolte, Ernst, El Fascismo en su época, Barcelona, Editorial Península, 1967.
82
Carroll, David, op. cit., p. 90.
77
78
16
“profundamente estatista y centralizador” del fascismo, que contrasta con el estímulo a
la iniciativa privada por parte de L’Action Française83. Puede admitirse que el acusado
Maurras estuviese ocultando parcialmente sus simpatías por la experiencia italiana, pero
nos permitimos disentir a la hora de catalogarlo como fascista. Se trataba más bien de
un tradicionalista de corte nacionalista, anti-individualista y monárquico. Prueba de esto
sería la separación con Brasillach, quien tomó el lenguaje clásico y organicista del
Maurrasianismo y lo movió al universo moderno del fascismo84. ¿Cómo se explicaría,
entonces, el apoyo a un hombre que había concentrado poderes ejecutivos y legislativos
en sus manos? Para Maurras, Pétain, legitimado por la tradición militar, era el heredero
perfeccionado de Napoleón que ocupaba el lugar del rey, no un dictador85.
¿Y qué decir del nazismo? Era un producto de Alemania, la nación de la
Revolución y el Romanticismo: “la doctrina de Hitler…era la misma de
Fichte…vigorizada por algo más…el Gran Estado Mayor del ejército alemán”86. El
nacionalsocialismo era germanismo y militarismo prusiano. Maurras no necesita
diferenciarlo exhaustivamente del fascismo: le basta con saber de dónde viene. Es esta
germanofobia la que alimenta su desprecio por Déat, Doriot y Darnand, que
persiguiendo utopías nazis sólo sirven al bárbaro invasor87.
El intelectual monarquista, por su parte, se dedicó a “apoyar enérgicamente toda
la política social realizada por el Mariscal y por sus ministros fieles, hombres de
talento y de experiencia que se ocuparon del Estatuto de la Familia y de las
Profesiones, de la Carta del Trabajo, de la Corporación Campesina, y de todas la
labores de reconstrucción de la nueva Francia: Trabajo, Familia, Patria”88. Es decir, a
la Revolución Nacional, que expresaba la voluntad de Vichy de no sólo administrar,
sino de transformar. El apoyo no resulta extraño en tanto el Maurrasianismo inspiró al
régimen, al menos en su etapa inicial: “La naturaleza no creó a la sociedad desde los
individuos, sino a los individuos de la sociedad” escribió Pétain en 194189. Los
“hombres de talento y experiencia” eran tecnócratas, no tradicionalistas, pero
Ibídem, p. 51.
Ibídem, p. 12.
85
Ibídem, pp. 271-272.
86
Ibídem, p. 48.
87
Ibídem, pp. 120-125.
88
Ibídem, p. 107.
89
Citado en AA.VV., Collaboration and Resistance, p. 29.
83
84
17
compartían con Maurras la convicción positivista en el poder de transformación de la
sociedad que tenía el Estado: es decir, en la “revolución desde arriba”90.
También se retomó la persecución de la “anti-Francia”, algo que apenas
menciona el intelectual provenzal, probablemente por motivos de estrategia jurídica. Se
limita a distinguir su “antisemitismo de Estado, jurídico y humano”, de corte cultural y
tradición asimilacionista, del de los nazis, “ese feroz antisemitismo superficial” de
naturaleza racial91. Si bien no pueden negarse estas diferencias ideológicas, en términos
prácticos las medidas que se tomaron a partir del Estatuto de 1940, instaurado sin
presiones alemanas y considerado insuficiente por Maurras, contribuyeron a la
detención y deportación de decenas de miles de judíos a partir de 1942 92. El escritor
monarquista habría apoyado entonces la discriminación y las confiscaciones, pero
excede los límites de este trabajo precisar su postura en torno de la Solución Final.
Podría arriesgarse que se habría opuesto por ser una empresa de los nazis.
Pero lo central era la frase que aparecía en la portada de L’Action Française y
que dio título a una serie de artículos de su fundador publicados en 1941: “Solamente
Francia”. Lo paradójico de la recuperación de esta retórica de primacía de los intereses
nacionales es que se hablaba de independencia y soberanía cuando Francia estaba
sometida y ocupada. Se pensaba en la libertad de Francia cuando los alemanes, los
odiosos enemigos que habían sin embargo logrado destruir a la Tercera República,
pisaban su suelo y ocupaban sus ciudades.
Lo que vendrá
Dejando de lado el presente, negro para uno y esperanzador para el otro, ¿qué creían
que esperaba a Francia en el futuro? Claramente, no la Nueva Europa germana: Francia
se liberaría del tiránico y opresivo Tercer Reich. Pero, ¿como lo haría? Bloch confía en
una Resistencia que facilite la victoria inglesa. Algo que horroriza a Maurras, ya que la
liberación sería asunto de los franceses, no de los extranjeros: de ahí que apueste por la
regeneración liderada por el Mariscal. Resulta curioso que el modelo a seguir sea aquí,
en cierta forma, la despreciada Alemania que resurgió de sus cenizas.
Ibídem, p. 272.
Ibídem, p. 120.
92
Ibídem, pp. 173-185.
90
91
18
¿Y qué vendría después? Al final de La Extraña Derrota, Bloch dice: “No
tendré la presunción de trazarles un programa. Serán ellos (los jóvenes) quienes
extraigan las nuevas leyes del fondo de su cabeza y de su corazón”93. Sin embargo, en
sus escritos clandestinos aparecen elementos que echan luz sobre sus proyectos. “La
Francia de la renovación será una Francia enérgica y dura, una Francia que sabrá
repudiar cualquier solidaridad con aquellos que la han vendido, estafado, asesinado”94.
Los agentes de Vichy deben ser juzgados si la nación francesa quiere recuperar su
dignidad. Pero no debe quedarse ahí: “la Francia del mañana, que se está gestando no
merced a las virtudes académicas, sino a la valentía de quienes osan luchar por la
justicia, necesitará a trabajadores que no sean turiferarios del dios de las cosas tal y
como van”95. El conformismo y los particularismos del pasado deben dejar lugar a las
virtudes que los franceses habrían reencontrado cuando perdieron su libertad: la valentía
y la voluntad de transformar la realidad.
Bloch cree que en la derrota “las deficiencias de la formación que nuestra
sociedad impartía a sus jóvenes han tenido una función decisiva”96. Es por eso que el
viejo docente apuntará hacia los fondos de miseria que se destinaron a la cultura y a la
educación y a un sistema que preparaba exámenes, no espíritus. Desde su
republicanismo, Bloch tan sólo esboza una solución: se debe recuperar la tradición
francesa, con su “su gusto por la humanidad; su respeto por la espontaneidad y la
libertad”, para así “formar elites sin atenerse a criterios de origen o de fortuna”97. En
resumen, Bloch pensaba en un futuro orden republicano, pero distinto al que había
conocido: por medio de la justicia y de la educación se reformaría a la sociedad creando
ciudadanos comprometidos con la nación.
¿Y qué puede decirse de Maurras? En 1945 es un hombre ya entrado en años y
políticamente derrotado: la República ha vuelto a mostrar su cabeza y ha venido a saldar
cuentas con él, al tiempo que los restos del régimen en el que había puesto sus
esperanzas se encuentra exiliado en Sigmaringen. Se limita entonces a repetir viejas
acusaciones a la democracia y al liberalismo económico, demostrando una extraña
Ibídem, p. 166.
Ibídem, p. 186.
95
Ibídem, p. 190.
96
Ibídem, p. 199.
97
Ibídem, pp. 207-210.
93
94
19
consciencia social. Podría decirse que sus ideas no han cambiado y que, desde una
visión pesimista y decadentista, el futuro será una reedición de viejos errores.
Ni uno ni otro llegarían a ver ese futuro: como ya dijimos, Bloch murió antes de
finalizar la guerra. Maurras ocho años después que él, en 1952.
Conclusión
Este trabajo partió del análisis de dos obras escritas en distintos contextos históricos y
con objetivos dispares, pero con un elemento en común: la indagación sobre el pasado
de Francia para hallar las causas, es decir los responsables, de su trágico presente.
En ambas obras vimos reflejadas las vidas de dos intelectuales de diferentes
generaciones, ideologías y, desprendiéndose de esto, trayectorias políticas y
profesionales. Pero esos dos caminos no podrían comprenderse completamente sin
incorporar al esquema un factor que unía a Bloch y Maurras: el nacionalismo. Podría
considerarse paradójico que el amor por una misma patria engendre concepciones y
prácticas tan diversas. Pero el nacionalismo, ambiguo y complejo como la propia
experiencia histórica en la que se inserta, habilita esto. En cierta forma, no deberían ser
las diferencias sino la ausencia de las mismas un motivo de extrañamiento.
Si habrían llamado la atención de Charles Maurras, para quien al parecer no
había otra forma de servir a la patria que la suya y la de sus seguidores. Sus jueces eran
oportunistas y los héroes de la Resistencia, meros testaferros del bolchevismo. Él, por
su parte, invocó y buscó inscribirse en la línea de Juana de Arco y André Chénier:
martirizados como consecuencia de procesos injustos, su sacrificio había servido a la
regeneración nacional, al permitir respectivamente la expulsión de los ingleses y el final
del Terror jacobino. Maurras confiaba en que también sería rehabilitado y en que su
“sacrificio” tendría sentido. ¿Se trataba de una maniobra retórica? Tal vez. Pero
seguramente para el intelectual provenzal era una injusticia morir en la ignominia de
una celda por su servicio a Vichy. Y también era una amarga ironía que el nuevo orden
que emergía contase entre sus mártires a alguien que también se conceptuaba como
humilde y fiel servidor de la patria: un historiador republicano y judío.
20
21
Descargar