A PU N TES PA RA UNA T IP O L O G IA D E LOS PE R SO N A JE S D E FR A N C ISC O ESPIN O LA M argarita C arriquiry L ey en d o los cu en to s de F rancisco E sp in ó la saltan a la vista una serie de elem en to s com unes e n tre sus p ersonajes, que p e rm iten in te n ­ ta r una clasificación de éstos. N o o b sta n te conviene previam ente reali­ zar una ap ro x im ació n a la a c titu d del a u to r co n relación a dich o s p e r­ sonajes p ues ella ilustrará significativam ente la tip o lo g ía en cuestión. E sp in ó la po n e de m an ifiesto c o n sta n te m e n te una ex ten sa te r­ nura hacia los h om bres. Y esta m ism a te rn u ra se p ro y ec ta hacia sus personajes, los tiñe y los define con perfiles p ro p io s. T o d o s ellos son p ro fu n d am en te h u m an o s, d o ta d o s de una gran sensibilidad fren te al d o lo r ajen o , seres sufrientes aún aquellos que a p a re n ta n la m ay o r crueldad. In telectu ales o caudillos, p ro s titu ta s o b o rrach o s, m adres, niños, b árb aro s o v íctim as, to d o s tien en esa capacidad de am ar, de com padecer, de sufrir que es el co m ú n d e n o m in a d o r de la h u m an id ad a los ojos de E sp in ó la. N o aparecen en su m u n d o los seres depravados, to rtu o so s , frío s ni m alévolos pues aún los crim inales son cap tad o s p o r el a u to r en el m o m en to en que la co m p asió n , la solidaridad, o el d o lo r, los hacen m ás p len am en te hum an o s. Para E sp in ó la, según afirm a A lejandro P atern ain en su artic u lo “ D os personajes y su a u to r” , el m al es sólo ap ariencia, pues la realidad es el d o lo r. H ay una preocu p ació n c o n stan te en el esc rito r p o r m o strar el alm a p u ra de aquellos seres q u e las circu n stan cias han co n v ertid o en m arginados: “Y o iba a p o n e r en ellos lo q u e ellos in tu ía n , en el fo n d o de sus corazones, que eran ellos; n o p o r cie rto , lo que la m ay o ­ ría de la gente en ellos h a b ía visto siem pre, en ese ap reciar apenas lo más in m ed iatam en te ap aren cial.” í 1 ) La m irada com pasiva del a u to r redim e a to d o s sus personajes, e induce al le c to r a hacerla suya. C o n tem p lam o s en to n ce s el alm a que es com ún a to d o s, y no la vida llena de errores y tro p iezo s. P ero a la vez según confesió n del p ro p io E sp in ó la, ellos son, p arad ó jicam en te, los que lo redim en a él co m o a u to r. F re n te a la desesperante ausencia de D ios, a la angustia de la soledad, fren te a la desam parada co n d ició n del hom bre sobre la tierra , sólo cabe una a c titu d que es la de la pie­ dad , piedad p o r sí y p o r to d o s los seres que co m p arten esa desolación. “ Se m e vinieron abajo to d o s los sueños. Y em pecé a a d m itir qu e el hom b re no te n ía salida, que yo estaba c o n d en ad o a vivir a cie­ gas. . . Y en la necesidad de q u erer, de co m p ad ecer, de c o m p a rtir vidas, ¿hacia d ó n d e m e iba a dirigir? ¿Hacia los de mi clase, de m i con d ició n social, eco n ó m ica, in telectu al? E sos eran los que m en o s me necesitaban. . . Y m e acerq u é hacia los m ás h um ildes, hacia los m ás im p erfecto s, hacia los que eran m ás desgraciados que los o tro s y que yo m ism o .” E stas palabras, que p erten ecen al discurso p ro n u n cia d o por Francisco E sp in ó la en el hom enaje q u e le trib u ta ra la Ju n ta D e p a rta ­ m ental de M ontevideo el 6 de setiem bre de 1962, co n stitu y e n un testim o n io tr a n s p a r e n te /2 ) En el universo de E sp in ó la , la vida incan sab lem en te castiga,golpea y d estru y e a sus víctim as, q ue se tran sfo rm an , a su vez, en ver­ dugos, p ero hay en esas vidas un in stan te en el que el su frim ien to ennoblece o el odio se tra n sm u ta en com pasión, o la co m p asió n se vuelve te rn u ra , y es ese in sta n te privilegiado el q u e ilum ina y da sen­ tid o a una existencia e n tera. R evelar ese m o m e n to es el p ro p ó sito del arte para E sp in ó la. E n o tro pasaje de la alo cu c ió n ya referid a, dice: “ En m i experiencia de vida h a b ía so rp ren d id o m o m e n to s tan m aravillosos. . . to d o un m u n d o asom ándose desde algo apenas co n la d u ració n de un gesto , de una m irada. . . Lo q u e yo n ecesitaba de cada u n o de éstos era, n o su persistencia en la novela, no su re tra to , sino uno de sus rasgos e n tre m il, sólo u n o , el e x tra o rd in a rio , el revelador de u n a excelencia del ser h u m an o o de la presencia de una tragedia esco n ­ dida o de una sonrisa e n tre lágrim as, p ongam os p o r caso.” La revelación de la esencia h um ana a través de la ilum inación de un in sta n te decisivo, ta l es el p ro p ó sito . L o q u e singulariza a E sp i­ nóla es la n atu raleza d el gesto, del se n tim ien to , de la a c titu d elegidas co n sta n te m e n te : ese gesto, ese se n tim ien to , esa a c titu d son siem pre lo m ejor, quizás en ocasiones, lo ún ico b u en o en la vida de ese personaje. De a h í el c o n ten id o de red en ció n re cíp ro c a : el personaje, p o rq u e es cap ta d o en la precisa circun sta n cia en que alcanza lo m ejo r de s í m is­ m o ; el a u to r, p o r su elección, p o r su p ro p u esta de rescate global de la co n d ició n h u m an a. El personaje, visto así, su perándose a s í m ism o a l­ canza su culm inación personal, y eleva y dignifica a la h u m an id ad to d a . C on los elem en to s a sí defin ido s ab o rd arem o s la caracteriza­ ción tipológica, com en zan d o p o r aquellos seres que m ás agreden n u estra sensibilidad y parecen, p o r ello, c o n tra d e c ir co n su sola exis­ ten cia nuestras an terio res afirm aciones: los b árb aro s, los crim inales. E jem plos claros de estos aparecen en cu e n to s tales co m o “ El h o m b re p á lid o ” y “ C osas de la vida” . Los b árb aro s El p ro tag o n ista del prim ero co n stitu y e una figura om inosa des­ de su llegada: “ . . .barbanegra, cara pálida y o jo s com o chispas” . Su sola presencia atem oriza a la m u ch ach a, com o si la inocencia y la b o n ­ dad rechazaran la bestiaÜ dad de aquel h o m b re . Pero la reacción es re cíp ro ca y el m iedo de ella d esp ierta en él ecos e x trañ o s que no es capaz de percibir con claridad, sólo sabe q u e le es im posible ahora c o ­ m e te r el crim en que tra ía p lan ead o . E sp in ó la em plea en este c u e n to una técnica de ilum inación re cíp ro c a : es la m u ch ach a con su belleza y su inocencia la que revela al h o m b re lo crim inal de su in ten ció n . Ella p o r su p arte reconoce en ese h o m b re u n a esencia cruel. El as­ p ec to físico de cada uno de ellos pone en evidencia su n atu raleza más ín tim a , de m anera in m ed iata, in tu itiv a , com o si em anara de la propia presencia. “ T o d a ella p ro d u cía unas ansias e x trañ as en q u ien la m iraba; e n treveradas ansias de cazarla del pelo, de hacerla sufrir a p retán d o la fu e rte e n tre los b razos, de acariciarla to cán d o la apen itas. P o rq u e si bien el cuerpo ten tab a el deseo anim al, los ojos grandes y negros eran de un m irar ta n dulce, tan leal, ta n tristó n , que te n ía n a raya el a p e ti­ to y p o n ía n com o alitas de ángel a las m alas pasiones.” La tran sfo rm a c ió n que el h o m b re p álido acaba de su frir, se po n e de m an ifiesto p o r el co n traste q u e se establece en su en fre n ta m ie n to con el negro; éste no percibe el cam bio, no ve que aquél ha e n c o n tra ­ do “ su raíz angélica” com o dice A rtu ro Sergio V is e a d ) ; el cóm plice tro cad o a rival p o r o b ra de aquella tran sfo rm ació n , no puede e n te n d e r lo que ha o c u rrid o , y p o r esta razón recurre a la b urla: “ si te salieran en luces m alas los q u e has m ata o , te cegaría la ilum inación, y ah o ra te ha en trao p o r h acerte el an g elito ” . E sta frase irónica a la vez explicita la condición real del h o m b re pálido: es un asesino h a b itu a l; y p o r ello subraya d ram ática m e n te el alcance y el significado de su m odificación in terio r. El m ism o en d u re c im ie n to en el crim en, la m ism a b arb arie, ca­ racteriza a los p ro tag o n ista s de “ C osas de la vida” . P ero tam b ié n allí un rayo los tra n sfo rm a y los ex p o n e en su verdad esencial com o seres capaces de solidarid ad , de com pasión y aún de tern u ra: los q u e llega­ ro n para m atar y ro b a r se q u ed arán a ay u d ar a la m u jer que va a dar a luz, y ellos, q u e tan poca pied ad ruvieron p o r los dos peones asesi­ nados, serán capaces de conm overse p ro fu n d am e n te p o r la situación de aquélla, sola en ese m o m e n to crucial. U na vez m ás E sp in ó la apela a aquellos sen tim ie n to s que h erm an an a to d o s: el valor de la m a te rn i­ d ad , la com pasión con el que sufre. A q u í la co n m o ció n esp iritu al que habilita la tran sfo rm a c ió n in terio r, com ienza p o r José M aría. E ste queda p aralizado, sú b itam en te en fre n ta d o a sí m ism o: “ Se h ab ía q u ed ad o m u d o , sin p en sar en nada c o n c re to , llena la m en te de ideas confusas, p en d ien te de aquel vientre h in c h a d o .” El h o m b re se e n te r­ nece con el recuerd o de su p ropia infancia, o el de su m adre, reaviva­ dos p o r la visión de la p artu rie n ta. Da la im presión q u e, c u a n to m ás lejos están estas im ágenes p o rq u e ya se ha p erd id o d efin itiv am en te la pureza o la inocencia que ellas im plican, con m a y o r cariño y fuerza se las evoca: “ E n la m en te de Jo sé M aría cruzaban viejos recuerdos. jG uacho, guacho en la estancia! p ensaba, guacho y déle lazo p o r cualquier cosa. . . volvía a decirse com o d isculpándose con alguien” . La inocencia, encarnada en la niña que acaba de nacer, c o n m u e ­ ve p ro fu n d am en te el alm a de Jo sé M aría y del viejo y d esp ierta en ellos u n m u n d o de sen tim ien to s recó n d ito s, acallados d u ra n te años. La piedad p o r sí m ism o, q u e es ta l vez la fu e n te de la que b ro ta la piedad p o r los dem ás, les hace d ecir palabras ingenuas y to m a r a la vez conciencia del h o rro r de sus crím enes: “ El viejo, con la voz m ás dulce que p u d o , exclam ó: - U n a m oza m ás p ’al pago. S eñ o rita ¿cóm o le va? ¿E h? ¿Q ué anda haciendo? ¡M’hijita! ¡M’hijita! N o tenga m ie­ do - s e g u ía el viejo, con la m ano irreso lu ta cerca de la carita ensan­ g ren tad a— ¡No tenga m iedo! N o ve que n o so tro s la q uerem os m ucho y som os m u y . . . Iba a decir m u y buenos. P ero de golpe se d etu v o , y com o si una m ano helada puesta en su fre n te le levantara la cabeza, se in co rp o ró . . O tro personaje tam bién b ru ta l es el indio Ignacio, del c u en to “ P edro Iglesias” que co m p arte con los an te rio rm e n te m encio n ad o s la violencia de un co m p o rta m ie n to p u ram en te instin tiv o , aun q u e no llega al crim en com o los o tro s. La agresividad a flor de piel, la falta de co n tro l en los deseos, en los castigos y en las palabras, hacen de él un h o m b re tem ible, ta n to para su m ujer, com o para el hijo de ella. Pero en los m o m en to s de calm a, es un h o m b re b u en o q u e se siente frustrado p o r su incapacidad para co n quistarse al n iñ o y d o m in ad o e im p o ten te fren te a la om nipresencia del m u e rto P ed ro Iglesias, que co n stan tem en te parece acusarlo y reclam ar sus d erechos sobre m adre e hijo. Su violencia es en to n ce s la de la fiera accorralada. El clím ax del c u e n to se logra cuando Ignacio, su m u jer y el niño perciben sim ul­ tán ea m en te la presencia del m u e rto y reconocen en él la voluntad que d om ina sus vidas. Los in o cen tes En ab ierta oposición a estos seres brutales, están los in o cen tes, los desam parados, las víctim as, que co n stitu y en el segundo gru p o de esta tipología. P e d rín , del cu en to “ L o inefab le” es un ejem plo típ ic o : ho m b re frágil que sólo puede vivir bajo la som bra p ro te c to ra de o tro s más fuertes, p ero q u e, a pesar de su fragilidad, está d o ta d o de una gran capacidad de am ar. “P ed rín era p eq u eñ o y te n ía un p e q u eñ o bigote rubio, y una boca pequeña y u n o s p eq u eñ o s ojos claros. T o d o era p equeño en P e d rín , to d o m enos el corazón y la sed.” E stos hom bres-nifíos guardan teso ro s de te rn u ra , co m o los dos b orrachos del c u e n to “ ¡Q ué lástim a!” q u e p o r la esp o n tan eid ad de sus sentim ientos, p o r su sensibilidad y p o r su p o b reza m erecen ta m ­ bién integrár el gru p o . Son seres despojados de to d o , pues no tien en ni bienes, ni afecto , ni un lugar en el m u n d o ; p o r eso se aferran deses­ peradam ente a un ideal que es el que da sen tid o a sus vidas. P ara Pedrín es la m uchach a del cu ad ro la encarnación de ese ideal que lo eleva po r sobre la realidad m ezquina. M argarita, la niña p ro tag o n ista de “ El ra p to ” , es com o ellos, una víctim a in o cen te que a través d el sueño hu y e de un m u n d o agobiante. “ D esde q u e M argarita em pezó a pensar, sin tió la vida com o una cosa fea y co n tra riad o ra. . . T al era la vida para M argarita, algo d esatado, rabioso, cruel a veces y o tra s, una cosa linda y dulce que en tristece p o rq u e de a n tem an o se sabe q u e será fugitiva” . E sta n iña es un personaje de intenso p atetism o cuya sola existencia co n stitu y e un reproche a la cru eld ad del m u n d o : “ T e n ía una carita linda y p á­ lida y unos grandes o jo s oscuros en cuya m irada h a b ía ese algo que se puede e n c o n tra r en el m irar in o cen te de las gacelas y en el de las m ujeres m uy desgraciadas y m u y buenas. Los niños no m iran a s í” . Los niños q u e pro tag o n izan los cu e n to s de E sp in ó la tien e n una gran sensibilidad fre n te a la m aldad de los h o m b res, y esa es la m an i­ festación suprem a de su inocencia. Algo sem ejante o cu rre con el p ro p io a u to r, cu an d o asum e la condición de p ro tag o n ista y evoca^ un episodio de su infancia. Es el caso del c u en to “ Las ratas” : “ Y o no h a b ía recibido to d av ía el golpe de saber que las oraciones ap ren d id as eran sólo p ara los h u m a ­ nos; que lo dem ás, las p lantas, las bestias, la tierra to d a q u ed ab a fuera en h o rro ro so desam paro. C u an d o pude salir de m i an o n ad a m ie n to , me arrodillé pues, y elevé m is preces a D ios p o r el alm a de las dos bestezuelas q u em ad a s” . E n tre los niñ o s está tam b ién L uis M aría, del c u en to “ P ed ro Igle­ sias” , que desem p eñ a un papel severam ente en ju iciad o r fren te a su m adre y al segundo esposo de ésta, a ctitu d que no es m ás que fru to del cariño p o r su padre m u e rto . Su con d ició n de n iñ o se m anifiesta sobre to d o en el p o d e r de su im aginación, a través de la cual se po n e en c o n ta c to con el m u n d o del m ás allá: “ E l cielo co m b o sem ejaba un c a m o a tí con sus avispas de brillan tes alas; y una franja blanca que lo atravesaba p o r el m edio p arecía el h u m o de una fo g ata; la luna llena, encendida adrede para esp an tar el e n ja m b re .. . El n iñ o im agina­ ba así y h ab ía seguido p ensan d o q u e en vista de que el hu m o no p o d ía con ta n ta avispa, después en cen d erían o tra fogata m ás fu e rte, que acab aría con to d as ellas y D ios es el que prende las fogatas, D ios, el de la barba blanca, soñaba. E n to n ces pensó en su p ad re, q u e estaría allá arriba, lejísim o, al lado de D ios, tal vez ay u d án d o le a hacer fuego” . ♦ La im aginación es para E sp in ó la com o u n estad o de gracia, sólo accesible para los inocentes: los niños, o los hom bres-niños, los débiles y desam parados de co razó n grande. La im aginación com o refugio, co m o vía de escape de un m u n d o ho stil o in satisfactorio aparece com o un prem io a la inocencia, a rreb atad o a los ad u lto s, inalcanzable para ellos. En los c u en to s de E sp in ó la m uchos de los personajes ad u lto s lam entan haberla perd id o o la evocan con nostalgia y deseo. N o pocos de ellos buscan recuperarla artificialm en te a través del alcohol. C uando M argarita tom a conciencia de su desgracia, h u y e del m u n d o , es “ ra p ta d a ” p o r la ensoñación cu y o p rincipio activo es, n a tu ­ ralm ente, la im aginación, su rechazo a la vida que le ha to c a d o vivir, su dram ática necesidad de rep aració n p o ten cian su im aginación al p u n to qu e, a través de ella, la h u id a del m u n d o alcanza cará c te r defi­ nitivo. Y M argarita m uere. D en tro de este co n ju n to debe incluirse asim ism o al H erm ano Sim plicio, p ro tag o n ista de u n c u e n to de to n o m ás alegre y m ás iró­ n ico , pues en él la inocencia no va de la m an o del d esm paro, sino q u e es valorada p o r sus com p añ ero s del c o n v en to , co m o una virtud q u e to ca a la santidad. D etrás de la suave sonrisa que el cu e n to tra n sp aren ta, hay una verdad p ro fu n d a q u e E spinóla nos hace sen tir, y es la fuerza arrolla­ d ora de la sencillez. B asta para ello recordar el so rp ren d en te final del c u e n to , cuando el H erm ano Sim plicio reto rn a al convento después de una noche de em briaguez: “ ¡Padre Prior! ¿Os habés puesto m alo? - h á c e le llegar lastim ero, con el sueño rasgado, el H erm ano Sim plicio. Los p u ñ o s se agitan hacia él, allá arriba, los ojos se revuelven en las ó rb ita s, p ero la boca del P rior se co n tra e sólo, p ugnando ta n desesperada com o in ú til­ m en te por p ro ferir una palabra a tro z, una palabra de m aldición de las que abren las p u e rta s del in fiern o . - ¡Padre! ¡Padre Prior! ¿E stáis m alo p adrecito? Mas ¿qué es eso? B ruscam ente la m irada d el P rio r allá en lo alto se ha dulcificado y su faz ilum ínase a rro b ad a, y desde allí tiende ah o ra am o ro so , los brazos al H erm ano S im plicio —m an to en jiro n es y sueño ra s g a d o - m ien tras grita en el colm o de fren ético jú b ilo - ¡A cudid! ¡Milagro! E l S eñ o r en m u d eció m i lengua, trab ó el anatem a de m i bo ca. ¡Milagro! ¡A cudid H erm an o s!” En su n o ta “ Páginas q u e nadie ha su p erad o ” , R o b e rto IbáñezOO caracteriza en fo rm a global a este tip o de personajes: “ Y es rasgo solidario de las o tra s criatu ras infelices, co tid ian as y m ansas, a veces angélicas, una v o lu n tad de evasión: n o sólo alcanzada p o r la im agina­ ción o el alcohol con que alejan la m em oria de su m iseria, sino m ediate algún artificio in o c en te, asum ido con indecible seriedad: el a m a­ n eram ien to cerem onioso que restablece en ellas el sentido de su pro p io d ecoro (co m o en “ ¡Qué lástim a!” ) o u n ju eg o p racticad o a las veras o un disfraz llevado —y vivido— con responsable circunspección (co m o en “ R an ch o en la n o c h e” o en “ L os cin c o ” ) ” . El h o m b re esencial F uera de to d a posible clasificación está R o d ríg u ez, el personaje tal vez m ás original y enigm ático de E sp in ó la. El a u to r no traza de él ni grafopeya ni eto p e y a , pero R o d ríg u ez se defin e en te ro en su in ­ sólita in m u tabilidad . F re n te a la p iro tecn ia del D iablo que p reten d e deslum brarlo ofrecién d o le p o d er, riqueza o m ujeres, R o d ríg u ez p e r­ m anece im pávido y se m archa p o r fin, tra n q u ilo y p u ro , d ejan d o al te n ta d o r fru strad o . Esa re c titu d de co n d u c ta , ese desapego d el m u n d o y sus ten tacio n es, esa fidelidad a sí m ism o q u e lo hacen in m u n e al m al, son acaso form as de la inocencia. ¿O tal vez de una sab id uría que va m ás allá de to d o , incluso del m al? In d u d a b le m e n te , R o d ríg u ez es un ser único e inasible. Irru m p e n atu ra lm e n te en la an éc d o ta , com o form ando p arte d el e n to rn o en que se m ueve. N adie sabe de d ó n d e viene, ni a d ónde se dirige. N ada se dice de su p asad o , no existen elem en to s para caracterizar su p resen te ni tra z a r hip ó tesis acerca de su fu tu ro . ¿Q uién es? Es ev id en tem en te u n h o m b re su p erio r al m al, in d ifere n te a la te n ta c ió n . ¿Es acaso u n o de aquellos b árb aro s crud elísim os c ap ta d o luego de su “ tra n sfo rm a c ió n ” ? ¿H a co n o c id o to d o s los e x trem o s del m al y ha logrado superarlos? ¿O es u n o de aquellos h o m bres-niño cu y a eno rm e in o cen cia lo p o n e al abrigo del m al u oficia de escudo an te la ten ta c ió n ? > Q uizás resp o n d a a o tro a rq u e tip o . E x h ib e el tem p le y la sereni­ dad del caudillo, la envergadura m o ral d el h o m b re capaz de im p o n er una sencilla au to rid a d al p ro p io d iab lo . P o r m o m e n to s, sin em bargo, parece ser nad a m ás ni nad a m en o s que el h o m b re c o m ú n “ q u e está en lo su y o ” , d efin itiv am en te co n fo rm e con lo q u e es y co n lo que tien e, p o r p o co que ello sea. D ejem os en to n ce s a R o d ríg u ez cabalgando “ m u y cam p a n te bajo la b lanca, ta n blanca lu n a ” p ro teg id o p o r su enigm a. L os caudillos U n te rc e r grupo de personajes m u y n u trid o en la narrativa de E sp in ó la es el de los caudillos. A él p erte n e c e n N ican o r y R udecindo de “ M aría del C arm en ” ; el viejo Indalecio de “visita de d u e lo ” ; F ru to s P areja, el p ad rin o de “ E l a n g elito ” ; P ed ro G u tié rre z de “ Lo in efab le” y el p ad re de V icente de “ T o d av ía n o ” . Si bien es evidente que el a u to r habla de to d o s sus personajes con te rn u ra , este núcleo de los h o m b res valientes que se e n fre n tan al su frim ien to , a la injusticia o a la guerra, es, p o r razo n es personalísimas, u n o de sus pred ilecto s. E l m ism o d eslu m b ram ien to casi atávico q ue siente E sp in ó la p o r las p atriad as, tra sfo n d o de ta n to s cu en to s suyos, es el q ue ejercen sobre él estos caudillos, sím b o lo s de una p atrió tic a ed ad de o ro . P o r eso to d o s ellos son an cian o s u ho m b res m aduros, q u e rep resen tan una ép o ca irrem isib lem en te acab ad a; su aureola es a la vez de h e ro ísm o y de nostalgia. S on alm as grandes, n obles, q ue n o ten ien d o ah o ra u n enem igo al que c o m b a tir, ni arm as ni fuerzas p ara hacerlo, d eb en , en ú ltim o tra n c e , p ro b a r su h o m b ría fren te a la m u e rte , a la soledad, al d o lo r p o r la p érd id a de un ser q u e ri­ do o al d erru m b e de sus ideales y valores. E ste ú ltim o es el caso de N ican o r y R u d ecin d o , cu y o s hijos han m anchado la h o n ra fam iliar. M aría del C arm en , hija de R u d ecin ­ d o , se suicida al saberse em b arazad a, P ed ro —hijo de N ic a n o r— acepta en silencio el castigo b ru ta l de su p ad re y la b o d a m acabra dispuesta p o r R u d ecin d o . La fuerza d ram ática del c u e n to reposa en el carácter indoblegable de esto s d o s viejos capaces de to rc e r to d a v o lu n tad que no coincida con la pro p ia. E llos se sien ten los ú ltim o s rep rese n ta n te s de un ideal h u m a n o , p o rq u e “ las pariciones de h o y , n o dan m ás que basura, m orralla. . El pasado glorioso de las lu ch as p a trió tic a s se m an tien e en ellos no sólo co m o un vivido recu erd o sino co m o una exigencia; el h o m b re d ebe estar, ya para siem pre, a la altu ra del h o m ­ bre que fue; de a h í la intransigencia de sus n o rm as que se im p o n en y ab ru m an p o r inflexibles. C u an d o R u d e cin d o , vengando la a fre n ta , m ata al jo v en hijo de N ican o r, éste in te n ta in stin tiv am en te sublevarse, p ero ni siquiera el sen tim ien to del p ad re que ve m o rir a su hijo p uede vencer en él a ese h e ro ísm o q u e sofoca incluso a quien es son sus po rtad o res. El viejo In d alecio , p ro ta g o n ista de “ V isita de d u e lo ” , tiene palabras de e x trao rd in a ria lucidez p ara an alizar el co m p o rta m ie n to de to d o s los que co m o él rep resen taro n la dignidad patriarcal que siem pre se m an ifestó en im posiciones y jam ás en te rn u ra . Esa lucid ez, es, com o la de to d o personaje trágico, la que sobreviene al superar la ceguera, cu an d o ya el h éro e cae, v íctim a d e sus p ro p io s errores. In d a ­ lecio accede a la revelación de sus p ro p io s sen tim ien to s, o tal vez a la posibilidad de m an ifestarlo s, c u an d o ya su hijo está m u e rto : “ C u an d o lo sep u ltam o s no q u e ría n ab rir el cajó n , p a’q u e no lo besara. . . L o besé co m o n u n ca. Y o creo que si lo besé alguna vez fue cu an d o m uy g u rí. . . P u ch a ¡Es que som os una m an g a’e bárbaros! R eservaos, secos co n la m u jer, con los hijos. N os da co m o una ver­ güenza cu an d o sen tim o s q u e vam os a ser b lan d o s. ¿N o halla? A lo m ejo r se creen q ue n o los q u erem o s” . V iejo ah o ra, cansado de su frir y de ver sufrir, da rienda suelta a su com p asió n , pero aú n así, q u eb rad o , expresa los an tig u o s valores al rec o rd a r un episo d io que a su ju icio enaltece la m em oria del hijo: “ M’h ijo, co m p ad re. ¡Tan b u eno! ¡Y guapo! C u an d o te n ía q uince años lo hallé p itan d o atrás del galpón. Le hice volar el p u ch o de un revés y se m e vino ciego, se so fren ó y m e g ritó llo ran d o - ¡T ata, lo ab ro , lo abro si no fuera m i T ata! Y o casi lo deslom o a rebencazos, p ero c o n te n to , co m p ad re, orgulloso. Y a cada golpe q u e él ag uantaba sin d ar un q u ejid o , yo pensaba ¡E sto sí es m acho! ¡H asta cuándo aguantarás, m ’hijito lin d o !” La vida se ha encargado de d estro za r d esp iad ad am en te to d o rastro de coraje en él y en el hijo, y de llevarlos a un terre n o d o n d e no existe m ás q u e la lo cura de la d esesperación, cu an d o el hijo le suplica que lo m ate para n o seguir sufrien d o . T o d o s estos personajes sien ten , en form a m ás o m en o s clara, que su tiem p o se acaba, q u e nuevos valores co b ran vigencia, que su severidad, su dureza im placable, son in ap ro p iad as para los tiem p o s que se avecinan. L os q u e h an sido g o lp ead o s p o r realidades adversas, lo han co m p ren d id o ya, co m o In d alecio ; o tro s caen en u n a negación que es locura, co m o R udecin d o . P ero aú n los que perm an ecen in ta c ­ tos, co m o P edro G u tiérrez, personaje de “ Lo in efab le” , tien en un oscuro presen tim ien to de fracaso: “ P ed ro G u tiérrez ejercía una atracció n poderosa sobre los h o m ­ bres. E n tra b a en el alm a de la m u c h ed u m b re y la do m in ab a. La m irada viva, p e n etran te de P edro G u tiérrez, no a d m itía réplicas. L os hom bres agachaban la cabeza y se se n tía n disp u esto s a seguirle sin saber a d ónde. P ero P ed ro G utiérrez era p arco , seco. L os hom bre^, aquellos hom bres de b o tas, de tam angos, de alpargatas o de pie d esn u d o de los cam pos y de los suburbios del p u eb lo se d ejarían m o rir de ham bre escuchando una voz que les can tara palabras de am o r, de b o n d ad , de fe. Y el caudillo era acción, acción v iolenta y silenciosa. A n tes los llevó la guerra. A hora esperaba él m ism o, ni sabe bien q u é .” F ru to s P areja, el m ás jo v en de la antigua estirpe de caudillos, no tiene de aquéllos la g randeza h eroica, au n q u e sí la a u to rid ad y el prestigio y la sensación de que es él quien ha e n tra d o en decadencia. Ya no son las generaciones jóv en es, an tes n o m b rad as com o “ m o rralla” o “ cham u ch in a” , sino él m ism o el q u e no sirve. La p érd id a de la resistencia física es la prim era fo rm a de su decad en cia; ya no baila com o antes, ya no aguanta trasn o ch ad as, pero sobre to d o es su alm a la que ha perd id o facultades, el m u n d o de la inocencia in fan til se ha apartado d efinitivam ente de él: “ M iraba y m irab a la lu n a, esforzándose p o r e n c o n tra r en sus m anchas al niño D ios, a Jo sé y a la V irgen y al b u rrito . R eco rd ab a que desde que dejó de ser g u rí no los p u d o ver m ás y a h o ra le h a b ía dado p o r entristecerse co n eso. Es in ú til - s u s p ir ó con triste z a — u n o se va q u ed an d o cada vez m ás abajo, m ás abajo, hasta que se po n e ren te con la tierra, co m o o fe rtá n d o se p a’la trag ad a.” Sólo le q u ed an el p o d er superficial del d in ero , del que se ja c ta siem pre, au n q u e co n cierta tristeza, p o rq u e to d o lo que él pueda ofrecer ahora no p o d rá rem ed iar la m u erte de su ahijado. El padre del a u to r es tam b ién un caudillo, hereda de ellos la severidad, el d ista n cia m ien to , que son vividos p o r el hijo co m o una exigencia co n sta n te de superación. E sp in ó la deja en trev er un sen ti­ m ien to de adm iració n p o r su p ad re que tam b ién p eleó en las p a tria ­ das y cu en ta su re e n c u e n tro con él luego de la lucha co n tra T erra en la que am bos p articip aro n : “ C o n tem p lan d o m i facha lam en tab le, él sonrió, sin in co rp o rarse, m e alargó la m ano y m e estrem eció al decirm e p o r fin lo que y o , con ta n ta tristeza, años y años h ab ía esperado en vano: —E sto y c o n te n to de u ste d ” . Un elem en to im p o rta n te a te n er en c u en ta en esta caracteriza­ ción de personajes es, que ninguno de los grupos glosados, configura un núcleo cerrad o , sino q u e varios de aquellos m u estran una pasta co m ú n , al p u n to que nos p reg u n tam o s si, en o tro tiem p o o bajo o tras circunstancias, u n o de los b árb aro s asesinos n o p u d o bien h ab er sido un caudillo inconm ovible, o bien u n o cualquiera de éstos, no p o d ría h ab er caíd o en el crim en. ¿Q ué h u b iera sido de Jo sé M aría, el asesino q u e supo resp etar y ay u d ar a la m u jer en tra n c e de p a rto , con o tro p asado, si en vez de golpes de lazo h u b iera recibido afecto ? ¿O q u é del h o m b re p álid o , después de h ab er c o n o cid o a la m uchacha que le reveló el p o d e r de la herm osura y de la pureza? A lejandro P ate rn a in señala q u e hay en él “ b arro de •'héroe” p uesto que se e n fre n ta a un d uelo q u e p o d ría haberle co stad o la vida, sólo p o r d efen d er a una m uchacha q u e apenas conoce y jam ás volveráa ver. L os in telectu ales O tro ejem plo es el del in telectu al b o h e m io , Ju a n C arlos de “ Som bras sobre la tierra” q u e se eleva en los d ía s previos a las eleccio­ nes, a la cate g o ría de caudillo, con to d o el entusiasm o y la fe de sus antepasados y es capaz de arra strar en pos de sí a sus am igos y en fer­ vorizar a los d esp o seíd o s q u e c o n fía n en él co m o en u n salvador. Cabe reco rd ar a q u í que este personaje ha sido co n sid erad o siem pre com o un alter ego de su cread o r, y sin em bargo no p u ed e hallarse en los cu en to s nadie que se le asem eje. El in tele ctu al, el h o m b re desga­ rrado e n tre su inteligencia y sus sen tim ien to s, su vida y sus ideales, e n tre el m u n d o del “ b ajo ” y el del “ c e n tro ” que existen en ete rn a dis­ p u ta d e n tro de su p ro p ia alm a, el h o m b re com pasivo y b ru ta l al m is­ m o tie m p o , ése, no vuelve a ap arecer en la o b ra c u e n tístic a de F ra n ­ cisco E spinóla. T al vez la explicació n de esta singularidad de Ju a n C arlos radica en la fu en te de que se n u tre n los cu e n to s de E sp in ó la. El am b ien te es casi exclusivam ente rural, a diferencia de la novela c itad a, q u e se m u e­ ve en el m u n d o u rb an o . A sí, los c u e n to s de E sp in ó la e n tro n c a n con el an ch o y rico caudal de la narrativ a uru g u ay a, p o r el b razo que nace en A cevedo D íaz e incluye a Jav ier de V iana y M orosoli, e n tre los n om bres m ás im p o rtan tes. Sólo en co n tram o s u n a sem ejanza parcial de Ju a n C arlos, con un personaje secundario del c u e n to “ L o in efab le” , C arlos, el hijo del caudillo P ed ro G u tiérrez. C arlos es tam b ié n u n in tele ctu al, p ero no sólo la c u ltu ra los em p aren ta sino fu n d a m en ta lm e n te una gran sensibi­ lidad fre n te a los oprim id o s y el deseo urgente de liberarlos o de a y u ­ darlos. T al parece ser el ob jetiv o de los e stu d io s de C arlos: “ Llegará el d ía en q u e to d o s serem os felices. S í, y o m e esto y p rep aran d o para p o d erlo s h acer felices. . . ¿A ustedes les parece que eso es im posible, q u e es d ifícil?. . . E llos b ajab an la cabeza confusos, e n tern ecid o s. P ero al levantar de nuevo la vista, el jo v en se estrem ecía viendo qu e, com o náufragos, ellos se agarraban a él co n una p ro fu n d a e in fin ita esp eranza.” Ese ideal re d e n to r e n tra en c o n flicto con la p ersonalidad del jo v en , a veces v iolenta; com o en Ju a n C arlos hay en él un desgarra­ m ien to en tre el ideal y la realidad, en tre el deseo de hacer el b ien y los desbordes de u n carácter q u e no consigue d o m in ar. Es la etern a lucha del ángel y el d em o n io , la natu raleza m ás baja en reb eld ía c o n ­ tra el im pulso a ltru ista , es o tra vez, la co n d ició n h u m an a. Los p erso n a­ je s de E spinóla tie n e n los m ism os sutiles m atices de los seres h u m an o s que p reten d en reflejar. V icen te, del c u e n to “ T o d av ía n o ” , tiene del in telectu al la in d e­ cisión, la reflex ión excesiva, la d u d a paralizan te. En su a rtíc u lo “ S o­ ledad y d esolación” , A rtu ro Sergio Visca caracteriza a este p e r­ sonaje: “ V icente es im p o te n te p ara salir de sí m ism o, hay en él una tern u ra intensa q ue q u iere aflo rar, un deseo an g u stian te de religarse a los o tro s y sin em bargo n o p u ed e. Q ueda náufrago en su p ro p ia vida, com o ahogado p o r una trem en d a fuerza de m u tism o c o n tra la que chocan los esfuerzos de acercam ien to de los Ib arra, q u e con V icente eran “ com o h erm an o s” . En este cercam ien to d e n tro de sí, p ro cu ra ver claro en el fo n d o de su alm a y n o lo logra. S en tim ie n to s oscuros, casi inefables, lo conm ueven. “ A veces p o d ía pen sar con firm eza y aproxim arse a aquel abism o de su alm a p ero al ra to , un m a n to pesado y oscuro le cerraba el p aso ” . La de V icente es una soledad herm ética. Soledad de una conciencia en la que parece vedada la posibilidad de relación co m u n itaria con el m u n d o . Es p o r lo m ism o una conciencia an g u stiad a.” P o d ríam o s agregar tam bién o tro rasgo que lo em p aren ta a los in telectu ales y es ese b ru sco alternarse de la te rn u ra y la violencia, y la conciencia dolorosa de herir a qu ien no se lo m erece: “ Poco a p o co , V icente se fue d an d o c u en ta de que era igual a su padre: indom able h asta para él m ism o. C ualquier cosa p ro d u c íale vio­ len to s arranques. D espués se tran q u ilizab a, m iraba a su m adre si le h ab ía h echo algo y su fría p o rq u e h ac ía su frir.” Esa inestabilid ad se m anifiesta luego en su d esen can to sú b ito de la guerra, que a n tes lo apasionaba, que lo h a b ía ap asio n ad o desde la infancia, p o rq u e lo relacio n ab a con el m u n d o de su p a d re ; y cu an d o puede po r fin in co rp o rarse a ella, se m an tien e al m argen, observando alarm ado su p ro p ia in d ifere n cia, y se siente m arginado de la vida, co­ m o m uerto. La h o n d u ra sicológica del personaje req u iere un análisis p ro fu n d o de las causas de esa au to m arg in ació n , de ese p au latin o de­ sencanto del vivir del que an o ta re m o s algunos co m p o n e n te s. El p o d e­ roso sen tim ien to de culpa con relación a su m adre parece atarlo d efi­ nitivam ente a ella desde el p u n to de vista afectiv o ; p o r este m o tiv o , cuando ella m u ere, él se niega a vivir, se entrega al recu erd o , a un ru ­ m iar co n stan te del p ensam ien to . P o r o tra p arte el sentirse h eredero del carácter de su padre le hace te m e r to d a acción que lo co m p ro m eta pues se sabe destin ad o a hacer sufrir. La figura de su m ad re, de una tern u ra excesivam ente envolvente y sum isa, de u n a entrega in co n d icio ­ nal a sus caprichos, deja en él un h u eco d efin itiv o , una sensación de vacío que se irá ap o d eran d o m ás y m ás de su vida. Las m ujeres Los personajes fem eninos en los cu e n to s de E sp in ó la p resen tan aún m ás rasgos en com ún que los m asculinos. Las m ujeres son seres sensibles y tiern o s, víctim as de la vida m ism a o del áspero tra to de los holm bres. Ellas so p o rtan esto icam en te la p o b reza y la crueldad y recurren al llan to de m od o casi invariable. Ni siquiera la m adre del creador q u ed a ex clu id a de este “ tre m e n d o privilegio de su raza” , cuan d o lo ve llegar después de la lu ch a y la prisión: “ Al verm e, m i m adre se arro jó en m is b razo s llo ran d o . Era éste el destino de las m ujeres de n u estro país. . . A lo largo del siglo pasa­ do , en el transcurso de sus vidas, ellas lloraron p o r sus abu elo s y por sus padres, llo raro n p o r sus h erm anos, p o r sus novios, p o r sus esposos, po r sus hijos q ue se iban a la g u e r r a . ” (6 ) P edro L eandro Ipuch e p ercibe una “ fem in eid ad aso rd in ad a y tr e ­ m en d a” en las m ujeres de E s p in o la .í7 ) A so rd in ad a, p o rq u e su llan to es siem pre callado y suave; trem en d a, p o r la fuerza de su resignación silenciosa, p o r la firm eza in q u eb ran tab le co n que so p o rtan una exis­ tencia que sólo les ofrece am argura. T o d as ellas están im pregnadas de una suave tristeza, aún las que to d av ían no han sufrido, com o si p re­ sintieran, las m uchachas y h asta las niñas, que ése será su d estin o ineludible. Sólo la edad las distancia, ya que n o el e sp íritu . Las jóv en es suelen ser herm osas, y esa h erm o su ra es te n ta c ió n que las pone en peligro —com o a Elvira en “ E l h o m b re p álid o ” — o d ire c ta m en te las c o n d u ce a la d e stru cc ió n c o m o a M aría del C arm en , en el c u e n to h om ó nim o. La belleza de Elvira es sen tid a p o r el h o m b re pálid o com o un ideal, en una a c titu d sem ejante a la de P e d rín fren te al cu ad ro de la m uchacha que am a, a c titu d adm irativa y e x p e c ta n te en la cual am bos revelan una sed de a b so lu to : “ El h o m b re re c o rría con la vista el cu erp o te n ta d o r de la m u c h a ­ cha. . . O h sí, h a b ía q u e cansar m u ch o s caballos p ara e n c o n tra r o tra ta n linda. . . te n ía u n o s labios carnosos y ch iq u ito s q u e p arec ía n apretarse para dar un beso largo y h o n d o , de ésos q u e aprisio n an to d a una existencia. La carne blanca, b lanca com o cuajada, tib ia com o p lu ­ m ó n , se aparecía p o r el escote. . A pesar de la diferencia de n atu raleza, P e d rín y el h o m b re p áli­ d o se aferran a un ideal que am b o s p ercib en co m o inalcanzable. E n el caso de este ú ltim o , p o rq u e sabe q u e con solo to c a rla , d estru irá la pureza de la m uch ac h a, esfum ará ese, su p rincipal atractiv o . E l m u n d o de la fem ineidad es de p o r sí inaccesible, pues las m u ­ jeres de E sp in ó la no revelan casi n unca sus sen tim ien to s, son vistas desde fuera p o r aquellos que las am an o q u e las h acen sufrir. La “ niña b o n ita ” de la q u e P e d rín se en am o ra es u n ejem plo típ ic o de ese p ro ­ ceso de idealización de la am ada que exige com o con d ició n esencial el d istan ciam ien to d el e n am o rad o , la in tan g ib ilid ad , y es una c o n v o ­ cato ria a la superació n , al p e rfeccio n am ien to espiritual. P e d rín o y e en sueños que ella le dice: “P e d rín , yo esto y segura de que tu sí eres un h o m b re que. . .” Y en esa reticen cia de la expresión, él encierra to d o lo que su im aginación le dice que p o d ría llegar a ser; ella es la única q u e ve el alm a de P e d rín , co m o él m ism o sueña verla. Ese am or, com o el del “ dolce stil n u o v o ” , tam b ién nace en la co n tem p lació n de la am ada, va m ás allá de lo físico, es “ In efab le” : “ De los o jos p ro fu n d o s, castaños com o el p elo , flu ía una fuerza m isteriosa que in fu n d ía a to d o el ro stro aire de in fin ito can d o r, de dulzura suprem a, de pied ad p ro n ta a m an ifestarse; el aire de ese algo irreal casi, q u e, cu an d o se llega a en c o n trar, si es que una vez se e n ­ cu en tra, no sorpren d e sino que hace exclam ar “ y o te co n o c ía an te s” po rq u e en ello se sueña siem pre” . El am o r se apo d era p ro n to del corazón gentil d ecía D an te, el de P ed rín e n tra d e n tro de esa categ o ría p o r su inocencia y tam b ién el del ho m b re pálid o, q u e, au n q u e e n d u recid o p o r los crím enes, es terreno fértil para la eclosión de un sen tim ien to tran sfo rm ad o r. M aría del C arm en tam b ién fue herm osa, p ero sólo es descripta po r el a u to r para hacern o s sentir la crueldad de la m u erte que len ta­ m en te va degradando esa belleza: “ La p obre se hallaba arrib a de u n a cam a, con las ropas em p ap a­ das, que se le pegaban a las carnes firm es, m ás duras aún p o r la m u er­ te , la que las ap rieta prim ero y después las va aflo jan d o , aflo jand o has­ ta que las acaba d ejando en h u eserío al que tam b ién le llega el tu rn o . M ojada co m o estaba, las p iernas se le p in ta b a n clarito y se veían los pezones levantar con su chuza la zaraza. Su cara, tan b o n ita - n u n c a habrá cara m ás b o n ita en to d o el pago— estaba m achucada, segura­ m en te de la c a íd a .” La supervivencia de la belleza es d u ram en te co n tra sta d a p o r los d estro zo s de la m u erte, y esa a n títe sis es sabiam ente em pleada p o r el creador para dosificar el p atetism o de la situación. Las o tras m ujeres de este cu e n to , co n stitu y en un verdadero coro fúneb re y responden a esa con cep ció n , que ya adelantam os com o típ ic a de E sp in ó la, de la m ujer-ser sufriente. D oña Remigia y doña Casilda sufren p o r la m u erte de la jo v en , p o r la deshonra fam iliar, por el castigo im puesto al culpable y p o r la crueldad de los hom bres. H abituadas al d o lo r, expresan una estoica filosofía de la resignación. T o d a la vida de estas m ujeres es una larga cadena de su frim ien to s, pues ni siquiera la m atern id ad —tal vez su única d ich a— les concede una tregua, ya q ue sólo les hace concebir el am or p o r el hijo para después arrebatárselo con la m u erte. La experiencia de la m atern id ad es, p ara­ dójicam ente, la expresión culm inante de la soledad fem enina. T errible­ m en te sola está la m ujer de “ Cosas de la vida” , en el m o m en to del p a rto ; sola tam b ién la m adre del a u to r en “ Las ratas” y sola doña R em igia an te la m u erte de M aría del C arm en: “ Q uién sino ella iba a llorar a su hija, a aquella de ojos verdes que parió en una noche de to rm e n ta , m ien tras su m arido peleaba con los suyos quién sabe dónde. Sin ay u d a de n adie la echó al m u n d o .” El m u n d o de las m ujeres y el de los ho m b res están separados p o r una barrera in fran q u eab le: el h o m b re, in v o lu n tariam en te hiere con su rudeza y aú n cu an d o se aperciba de ello es incapaz de m anifes­ tarse de o tro m o d o . R u d ecin d o y R em igia sufren p o r la m u e rte de su hija, pero son tan d iferen tes sus reacciones an te el d o lo r, tan o p u esto s el llanto de ella y el gesto terrible de él, q u e se d iría que no es el m is­ m o el m otivo de su llan to . C uando Remigia se en tera de quién fue el sed u cto r de su hija, a c tú a con una rabia ciega q u e culpabdiza a to d a la fam ilia de P edro con la m ism a co ncepción p atriarcal de la h o n ra que tiene su m arid o , pero luego, p red o m in an en ella o tro s valores, pues le es im posible c o m p a rtir la locu ra cruel de R udecin d o : “ Se cam biaro n p erd o n es, p o r los insultos una, p o r la infam ia del hijo, la o tra , y p o r las b ru tales cosas que h acían sus m arid o s.” Las o tras m uchachas, herm anas de P ed ro , co m p letan el cu ad ro ; son figuras apenas entrevistas cuando “ agachadas de d o lo r” vuelven a su casa perseguidas p o r la vergüenza y los insu lto s, o cu an d o “ te m ­ b lando de m iedo y desesp eració n ” son testigos de la boda de su herm ano. La m ism a im agen de soledad trem en d a nos da la m ad re de “ El angelito” q ue, en m edio de la fiesta del velorio perm anece en cerrad a, sin querer ver a nadie. “ E stá m edio llorisqueando: dice que som os una m anga de anim ales” - c o m e n ta su m arido. Y él, au n q u e co m p ren d e su do lo r, no es capaz de ro m p er la barrera de soledad de la m u jer p o rq u e nadie puede sentir com o ella la m u erte del niño. Su aislam iento es su brayado p o r to d o el e n to rn o de la fiesta, de b o rrach eras y de riñas, y va creando el cam po pro p icio para -el delirio final, cu an d o la m adre acuna al niño m u e rto en sus brazos, en un sueño del que es arreb atad a bruscam ente p o r el p ad rin o . P resentim os en el desenlace la locura to ta l que no es o tra cosa que un aislam iento irreversible, definitivo. La figura m atern a m ás in teresan te de los relato s de E sp in ó la, po r su incidencia decisiva en la vida del hijo, es la m adre de V icen te, del cu en to “ T o dav ía n o ” . H ay en el relato una especie de determ inism o o de fatalism o del a u to r al m o strar que ni los ho m b res p u ed en dejar de hacer sufrir a sus m ujeres, ni éstas d ejar de ser víctim as. La tern u ra y la b o n d ad de esta m ujer fu ero n im p o te n te s para c o n tro la r la violencia del carácter de su hijo, y éste que siendo n iñ o aborreció a su padre p o rq u e lo sabía in ju sto y cruel con su m ad re, repite la his­ to ria desde el m o m en to en que llega a la vida ad u lta. V icen te sucum be a un destin o q ue lo fija en una a c titu d ancestral de a u to ritarism o y violencia que él, en su infancia h ab ía rechazado in ten sam en te: “ De vuelta de la guerra, su padre siguió siendo el m ism o. Por cualquier cosa se encolerizaba con su m ujer, q u e, si a veces no lloraba era p o r el n iño. Siem pre pálida, siem pre co n aquellos ojos tristes, cuya m irada p arecía te n e r una e x trañ a, lejana q u eren cia, la m adre volvió a ser una som bra en la casa.” La len ta tarea de recu p erar la im agen m atern a, de tejer los re­ cuerdos de la infancia, co n stitu y e la p reo cu p ació n fu n d am en tal de V icente en los m eses que suceden a la m u erte de su m ad re, buscando d esen trañ ar el sentido de sus ac titu d e s injustas para con ella. La m ira­ da de las m ujeres suele ser en los relato s de E sp in ó la, m isteriosa y triste ; p ero la de la m adre de V icente es “ com o de oveja desangrán­ d o se” p o rq u e en ella el carácter de v íctim a se agudiza al ex trem o y c o n stitu y e un doloroso reproche para el hijo que la recuerda de ese m o d o . D esde el sentim ien to de culpa de V icente se acrecienta la im a­ gen de p erm an en te paciencia de su m adre. Las m adres castigadoras y severas existen en los relato s de E sp i­ nóla co m o lejanas, com o puestas allí para sub ray ar, p o r c o n traste, la dulzura de las protagon istas. Un ejem plo único en ese sentido es la m adre de M argarita cuya crueldad acelera el proceso de autodestrucción de su m arido y de su hija. El a u to r tam b ién señala el valor de su m irada, pero esta vez los ojos son d u ro s “ com o de p escad o ” , son “ ojos secos, helados, llenos de o d io ” . D en tro de la galería de personajes fem en in o s, la viuda de Pedro Iglesias o c u p a un lugar singular. Si b ien co m p arte con las o tra s esposas y m adres el carácter de víctim a, posee u n rasgo, fu erte m e n te m arcado, que la ap arta de este grupo: la sensualidad. Ella sufre p o r la violencia del carácter de su esposo, que ni siquiera puede ju stificarse, com o en o tro s casos, p o r las exigencias de sus responsabilidades de jefes o cau­ dillos pues no hay en el indio Ignacio ninguna nobleza, sino la b ru ta ­ lidad descarnada de aquél que sólo sabe e n fre n ta r las d ificultades con el látigo. “P or cu alquier co sita la a zo te ra de Ignacio caía m ach u c an d o el lom o de Ju a n a que - c o m o tien en que h acer las m ujeres— ag u an ta b a llorando pero sin in su b o rd in arse.” Padece tam bién p o r su h ijo , pero no com o las o tra s, p o r prever para él un fu tu ro an g u stian te, sino p o r el p resen te, p o r verlo d ía a d ía apartarse de ella. El n iñ o es un rep ro ch e co n tin u o a su sensualidad. El m u n d o fem enino de la c o q u e te ría sólo irru m p e en esta m u ­ jer: agua de olor, ro p a blanca, polvos de a rro z, o b jeto s e stre ch a m e n te ligados a la sensualidad. Su n o m b re o su presencia b astan p ara suge­ rirla o evocarla. Es tal la fuerza de sugestión de esos o b jeto s, q u e ellos tienen incluso el p o d er m isterioso de in d u c ir a c titu d es y p e n ­ sam ientos: “ La ropa blanca era tan p rim orosa, que a la lyiuchacha del m ate le m etió una fogata en el cuerpo. . . La p o b re chiru za, al co n te m p la r aquellas herm osuras q u e eran para verse cuan d o se sacaba la ro p a de afuera, em pezó a pen sar, sobre to d o p o r la no ch e, en cosas que nunca h ab ía pensado y q ue ah o ra le viboreaban en la carn e.” La co q u e te ría y la sensualidad son en esta m u jer u n in te n to de rom per con su existencia a n te rio r, de resarcirse de u n a vida sin ali­ cientes ni placeres, a la que la te n ía som etida su a n terio r m arid o . P ero hay un d estino o u n in d estru ctib le atavism o que la fuerza a volver a su pasado de soledad y sacrificio. ¿Es la presencia d el m u e rto o un im preciso sen tim ien to de culpa, el que disuelve el lazo de sensualidad que une a Ignacio con su m ujer? Luis m a ría , el hijo, p ersonifica p ara am bos la culpa, p o rq u e es el vehículo que m an tien e siem pre p resen te, in elu d ib lem en te, a su p a­ dre m u erto . E n varias ocasiones, Igpacio o su m u jer, p re te n d e n ju s ti­ ficar su m atrim o n io , com o resp o n d ien d o a una acusación que nadie form ula, p ero que gravita p erm an en tem en te en su am b ien te social, tiene en ese hijo a su testigo de cargo, y halla eco en sus p ro p ias conciencias. La viuda de P edro Iglesias es sin duda un personaje com p lejo , que vive el desgarram ien to in te rio r de su trip le co n d ició n de viuda, esposa y m adre: “ Flaca, pálida, ojerosa p o r el desvelo, Ja u n a se se n tía cada vez m ás acorralada. Y su alm a loca iba de un lado a o tro ; ta n p ro n to hacia L uis M aría, co m o a fundirse ciegam ente con el alm a de Ignacio. E ste, tan ensim ism ado, ta n so m b río , y a veces tan m anolarga, le p ro d u cía un esp an to singular, pues en vez de alejarla la a tra ía m ás y m ás a él.” S on varias las cosas de las q u e ella necesita guarecerse: la frial­ dad creciente del hijo, la presencia inasible p ero vigorosa del m arido m u e rto , y su p ropia conciencia de culpa. E l desenlace, presentado com o u n a victoria del m u e rto , es tam b ién la renuncia definitiva de la m ujer y la aceptación de un d estin o q u e le im p o n e, co m o a todas las de su sexo, el etern o llanto. E sta recorrida p o r los personajes de E sp in ó la, este relevam iento de sus n o tas m ás características y d efin ito rias, o rd en ad a en to rn o a nu estro ensayo tip o ló g ico , pone de m an ifiesto en to d o caso un fondo co m ún, una id en tid ad p ro fu n d a e incanjeable, p ro p ia del escritor: to d o s ellos son seres hum ildes p o rq u e en to d o s ellos se revela de una u o tra m anera, con perm anencia, casi con terq u e d ad , la esencia de lo hu m an o . El alm a aparece despojada de inútiles o rn am en to s, no hay “ p e r­ sonajes im p o rta n te s” com o no los hay en la vida, pues el a rte es reve­ lador de esencias y por lo ta n to , p ro fu n d am en te igualador y solidario con to d o s los hom bres. “ T o d o s los seres tien en algo en com ún y eso, lo com ún a to d o s, es lo realm ente im p o rta n te ” , dice E spinóla. En esas palabras no se expresa solam ente una te o ría estética, o una co n ­ cepción de la sociedad, sino una a c titu d vital. Si él nos p ro p o n e com o m odelos de lo m ás cabalm ente h u m an o a sus personajes, es p o rq u e ha conocido y am ado a seres com o ellos; hay un com prom iso afectivo del a u to r con su obra, po rq u e cada u n o de sus personajes es un reflejo de la h u m anid ad. E spinóla aplica el sabio co n cep to de M ontaigne: “ C ada hom b re lleva en sí la form a en tera de la condición h u m a n a” . P o rq u e su actitu d a n te el m u n d o está inspirada en u n am o r p ro ­ fundo en u na “ caridad so terrad a” com o la define A ngel R am a, p o rque hay en ella una aceptación de lo positivo y de lo negativo del h o m b re, la o b ra de E spinóla nos p ro p o n e una reconciliación p ro fu n d a con nuestra n atu raleza, hecha a la vez de peq u en eces y de grandezas. La o b ra de a rte, ha d ich o E spinóla c itan d o a C harles d u Bos, es “ un lugar de en cu en tro e n tre dos alm as” , la del a u to r y el le c to r en p rim er térm ino, pero d etrás de este e n c u e n tro fu n d am en tal, subyacen o tros: el del escrito r con los hum ildes seres que c o n stitu y e ro n su fuente de inspiración y el del lecto r, a través de aquél con lo “ esen­ cial” y lo abism al del h o m b re .” (8 ) NOTAS (1 ) (2) (3) Discurso pronunciado frente a la Junta Departamental de Montevideo en ocasión del homenaje a “Sombras sobre la tierra”, 1962. Idem. A. Sergio Visca: “Raza ciega ha cumplido 40 años”, diario “El País”, 2 / 1/ 66. (4 ) (5) (6) (7) (8) Roberto lbáñez: “Páginas que nadie ha superado”, Marcha, 16/X1I/66. A. Sergio Visca: “ Soledad y desolación”, “El País”, 22/IX/63. Discurso citado ante la Junta Departamental de Montevideo. Pedro Leandro Ipuche: “El yesquero del fantasma”, Edición Biblioteca de Cultura Uruguaya”, Montevideo, 1943. Alberto Zum Felde, “ Proceso intelectual del Uruguay”, Tomo III.