PAUL SEDIR Este Libro es una compilación de la traducción realizada por: www.amistadesespirituales.com Se considera un valioso aporte a la comunidad Hispanoparlante del pensamiento de Yvon Leloup (Paul Sedir) Compliado por: lucesenlooculto.blogspot.com PREFACIO Algunos lectores, amigos de las bellas disciplinas intelectuales, de la lógica clara y fuerte, del orden que se admira en las producciones del genio francés, se asombraron de que no sometiera mis comentarios al Evangelio a sus leyes. Lo habría hecho con gusto, pero pensé que era mejor no seguir mis gustos. Me atrevo a decir que para mí habría sido fácil adoptar este método. El afortunado azar me puso en mi juventud en posesión de síntesis del Conocimiento al lado de las cuales los grandes intentos de Ampère, Wronski, Auguste Comte y F. Ch. Barlet parecen fragmentarios. Y cualquiera que haya recibido estas claves del conocimiento patriarcal prehistórico podría, creo, extraer de las anécdotas, palabras y hechos de Jesús todas las ciencias, todas las artes y todas las reglas. Pero otra oportunidad, más que afortunada: inestimable, y de la que me siento siempre indigno, me ha hecho ver que el Conocimiento es sólo una imagen, la mente un espejo, y todo sistema una limitación. El pensamiento es un edificio. Tiene su planta, sus cimientos, sus distribuciones simétricas, sus oposiciones concordantes, sus pasajes secretos, sus salas ceremoniales y decorativas. Es sólida, fija, limitada. Puede conmover o conquistar la admiración, sin duda; pero su propia naturaleza le impone límites y, en su esfuerzo supremo, nunca llega más allá de la cumbre virgen y helada de la propia conciencia. El sentimiento va más allá de esta cumbre y se eleva hacia los cielos de la vida eterna. En este mundo indescriptible no puede vivir ninguna ley razonable; el ser recibe allí las alas del Espíritu puro y el don de la libertad sin límites. Allí lo inconcebible y lo imposible florecen hasta el infinito; allí todo goza de una nueva juventud innumerable; allí reinan el amor y el movimiento absoluto; allí Dios es todo, y todo respira a Dios sin intermediarios. Este es el dominio de Jesús; el Evangelio es su descripción, y todos los marcos de la inteligencia irrumpen. Por eso no he utilizado el método didáctico en mis comentarios. Quería conducir al lector sincero y sencillo a las inagotables riquezas de la pobreza espiritual. En el desorden de mis descripciones cada uno encontrará más libremente el buen alimento para su alma, que elegirá él mismo por sus deseos intuitivos y directos. Y la inteligencia, liberada de los hábitos aprendidos, captará analogías reveladoras entre los objetos más distantes. Por tanto, es en uno mismo, en el ardor de su búsqueda, en el rigor de su disciplina moral, en lo que el lector debe confiar para profundizar y ampliar su comprensión del Evangelio. Su maestro será el amor piadoso, pues el ámbito del pensamiento se limita al universo; pero Jesucristo nos lleva más allá. El único cuidado que debemos tener al correr tras Él es utilizar toda la penetración de nuestra inteligencia para conocernos a nosotros mismos, y toda la energía de nuestra voluntad para hacernos dueños de nuestro egoísmo. CAPITULO I EL ANUNCIADOR, EL ADVERSARIO Y LOS AMIGOS ““Hubo un hombre, enviado por Dios, se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para ser testimonio de la Luz, para que todos creyeran por él. No era él la Luz, sino quién debía dar testimonio de la Luz.” Si, el Verbo se hizo carne y moró entre nosotros, lleno de Gracia y de Verdad. Y Juan da testimonio de Él y clama: “Este es el que yo dije: El que viene detrás de mí, se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Pues de su plenitud hemos recibido todos y gracia y gracia; Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, la Gracia y la Verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, es Él que nos lo hizo conocer.” X “En el año quince del imperio de Tiberio Cesar, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconitida y Lisanias, tetrarca de Abilene, en el pontificio de Anas y Caifas, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito: “He aquí que mando mi mensajero para … y preparar tu camino”. Y en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: “preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto, y las asperezas serán caminos llanos, y todos verán la salvación de Dios. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a su cintura, y su comida era langostas y miel silvestre. Viendo muchos fariseos y saduceos venir a su bautismo, les dijo :”Raza de víboras ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad pues, frutos dignos de conversión y no andéis diciendo en vuestro interior “Tenemos por padre a Abrahán”, porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abrahán. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”. La gente le preguntaba: ”Pues, ¿Qué debemos hacer?” Y él les respondía: ”El que tenga dos túnicas, que las reparta con él que no tiene; él que tenga para comer , que haga lo mismo”. Vinieron también publicanos a bautizarse, que le dijeron “Maestro, ¿Qué debemos hacer? Él les dijo “No exijáis más de lo que está fijado”. Preguntaron también unos soldados “Y nosotros ¿Qué debemos hacer?” Él les dijo: “No hagas extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada.” Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, declaró Juan. “Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar él que es más fuerte que yo, a quién ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para limpiar su campo; recogerá el trigo en su granero, pero quemará la paja con fuego que no se apaga.” X Al día siguiente, Jesús vino de Nazaret hasta el Jordán, hasta Juan para ser bautizado por él. Juan viendo a Jesús dijo “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quién yo dije: “Detrás de mí viene un hombre que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo”. “yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel”. Juan se rehusaba a bautizar a Jesús diciendo: ”Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” Jesús le respondió: Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces lo dejó. Una vez bautizado, Jesús salió del agua, y mientras oraba, se abrieron los cielos y el Espíritu de Dios bajó como una paloma y vino sobre Él. Y una voz salió del cielo diciendo: ”Este es mi Hijo amado en quién me complazco.” (Mat.cap3.v.1 a 12-Marc.cap.1.v.2 a 8 – Luc.cap.3. v.1 a 18 – Juan. Cap. 1 v. 6 a 8 – 15 a 18- 19 a 27 – 29 a 34- Mat. Cap. 3 v. 13 a 17 – Marc. Cap. 1 v. 9 a 11 – Luc. Cap. 3, v. 21, 22)”” Juan el Bautista es mandado por Dios, para cumplir el anuncio del profeta Isaías, dando un bautismo de arrepentimiento. Se puede decir, sin equivocarse, que todo hombre, que todo ser, es un enviado de Dios, porque, en el origen, los seres, todos creados por Él, son las formas de sus designios y los signos de sus perfecciones. Pero, tomados en un momento de la duración, en un punto de la extensión, estas criaturas no dejan más percibir su rostro primitivo. Recubiertas por miles de velos, marcadas por miles estigmas, empolvadas por las rutas seculares que recorrieron, ya solo se ven, atrás de sus siluetas imprecisas, dos o tres de las manos subalternas que las dirigen. Solamente entre largos intervalos, cuando una de estas hordas cansadas se acerca a una encrucijada decisiva, Dios delega un guía extraordinario quién, descendiendo directamente de las cimas eternas, aparece con todo derecho como Su enviado inmediato. La Palabra, dice San Lucas es enviada a Juan. Es el Hijo que el Padre le delega. Toda actividad del Padre es el Hijo y como la actividad del Padre es incesante, el Hijo toma contacto con todos los seres en la medida en que puedan oírlo. En esta medida, ellos Le rinden testimonio, y así, los misionados como el Precursor, hacía quién el Hijo viene El mismo y directamente, son los testigos más fieles y más auténticos. El Profeta y el cuarto de los evangelistas se aclaran uno al otro. Parece que el profeta cuenta lo que ve en el porvenir y que el acontecimiento se prepara, se realiza, independientemente de la predicción. Esto es exacto en lo que tiene que ver con el curso natural de las cosas; pero en el curso sobrenatural, en el orden de las relaciones inmediatas de Dios con el hombre, es, al contrario, la profecía que produce el acontecimiento. Dios ve, introduciéndose en la Duración por una operación indescriptible, que, tal día, los hombres necesitarán ser alentados o avisados; un profeta les trasmite Su mensaje, y este se realiza más tarde automáticamente porque la Palabra divina es creadora; si no hubiese sido pronunciada, el hecho no hubiera tenido lugar. Acuérdense de esto: donde Dios actúa, es la libertad.; podríamos decir, es el reino de su adorable querer. Dios crea el mundo libremente; podría no hacerlo; pero una vez proferida la palabra que siembra las estrellas, estas entran en el sistema del Destino, según su propia ley viva. Después, en el curso del desarrollo lógico de su existencia, Dios, cuando su amor lo juzgo útil, interviene para enviar un socorro suplementario y gratuito; proyecta pequeñas intervenciones adventicias. Los adivinos prevén las consecuencias escondidas de los efectos normales de las leyes naturales. Los profetas anuncian intervenciones sobrenaturales que, porque son sobre-naturales, no alteran el equilibrio de las acciones naturales. La encarnación del Verbo es la más importante de estas divinas ayudas; la resume todas y las corona; y Juan el Bautista, cuyo espíritu moró anteriormente en esta cometa espiritual salida de los espacios inconcebibles de lo No-revelado, tuvo que aparecer primero en la Tierra para hablar a los hombres de la llegada vertiginosa del Amor Salvador. Porque, Jesucristo, la más formidable de las individualidades, es también un universo. Es el Reino del Cielo, con sus mundos y sus multitudes angelicales; es una creación nueva; es lo increíble, lo inimaginable. Difiere de todo lo que el hombre espera; es por esto, que, para no ser completamente rechazado, envía un embajador a los hombres, un embajador quién contará lo que vio, y quién, siendo un hombre, hablará el idioma de los hombres que creerán en él. Este heraldo representará el arrepentimiento sin el cual la conversión es imposible; para tomar el buen camino, ¿no debemos reconocer que nos hemos equivocado? Anunciando la dulzura, será exigente, precediendo el perdón, hablará de la ira; preparando la alegría fraternal, predicará las lágrimas y los lamentos; enviado para todos, primero se aislará en el desierto: desierto físico y desierto interior; valles, colinas y caminos en el espíritu del hombre y más tarde perturbaciones geológicas, todo esto es paralelo, todo es una misma cosa, como el vaso y el agua que se amolda a su forma. La creación está construida de tal forma que el hombre se encuentra habitando la parte central de cada mundo que la componen y su trabajo consiste en elaborar solamente la parte del mundo donde vive y donde tiene plena consciencia; ahora bien, como el Absoluto se refleja en el centro de todos los seres, se puede ver el lazo unificante, el eje que sostiene juntos el planeta y el hombre y , si este último lo quiere, la reintegración a su primera inocencia, en el Reino de la Naturaleza. Visto desde este eje central, el hecho físico y el hecho divino coinciden; es por esto que el Evangelio quiere ser contemplado como un organismo autónomo, como un sistema de realidades que deja percibir su estructura homogénea al lector, en la medida en que el mismo se ha hecho real, es decir uno, central, y en todo permeable al Espíritu. Así, el desierto donde vaticina el Precursor, es la vida terrestre, ciertamente lujuriante de junglas y bosques temporales, pero, según la eternidad, estéril y árida, porque no es el Padre celeste quién ha plantado estos jardines ilusorios. Todo lo que viene del egoísmo es percibido en el Invisible como espino y plantas venenosas. Únicamente la caridad siembra flores, árboles frutales y cereales espirituales. Así como la agricultura es la base de la fortuna pública, místicamente, nuestras obras son una agricultura inmaterial. Es por esto que Cristo habla tan a menudo de campos, árboles y campañas; nosotros vemos en esto frescas alegorías, pero Él contaba simplemente las cosas que acontecían bajo Sus ojos. Se ha dicho con razón, que el universo se parece a un inmenso hombre en que los innumerables centros vitales están ligados entre ellos, así como nuestras vísceras se mantienen y corresponden por medio de los huesos, de los músculos, de los vasos sanguinos y de la ramificación del sistema nervioso. Lo que los médicos llaman arterias, venas y nervios en nuestro cuerpo, la Escritura llama caminos, en la creación. A lo largo de estas rutas circulan todos los seres, desde la bacteria hasta los soles, y sus viajes son sus existencias particulares. Cuando estas existencias son conformes a la Ley, los caminos son directos y cómodos; cuando están sometidas a sus propios egoísmos, los caminos se vuelven tortuosos, penosos. El hombre, rey de las criaturas, ejerce sobre ellas una influencia preponderante; observan su actuación, como los alumnos espían a su maestro; en consecuencia, el hombre esta rigurosamente obligado a ser un ejemplo en la obediencia y en el amor. En el corazón invisible del Mundo, estamos agrupados en familias espirituales; las más numerosas de estas familias son las menos avanzadas; caminan por las rutas más largas y más fáciles. Hay familias muy nobles que solo cuentan con dos o tres miembros; y hay hombres misteriosos, los Amigos desconocidos de Cristo, que no tienen más familias; su aplastante labor solo es conocido por el Maestro; abren un sendero nuevo, donde siglos después, pasarán las muchedumbres agrupadas; los hombres más grandes son los más ignorados; Juan el Bautista es uno de ellos. Así el trabajo común, el nuestro, es aplanar nuestro camino, enderezarlo, limpiarlo, para que, en el último día, nuestro Señor pueda caminar por él. Algunos pocos discípulos, algunos santos saben cultivar los campos espirituales que lindan estos caminos ; y en cuanto a las ciudades místicas, de las cuales la nueva Jerusalén es el tipo maravilloso, con sus edificios, sus artes, sus ciencias, y todos sus encantos, son los grandes viajeros taciturnos, los solitarios pelegrinos de la Eternidad que dibujan sus contornos y la construyen. Las montañas, los precipicios, los abismos marinos muestran la ira subterránea que hace temblar a nuestro planeta; son los orgullos, las bajezas, las corrupciones , las perezas de su régimen geológico; su régimen espiritual ofrece las mismas inigualdades; y es de la conducta general del género humano que depende la armonización de estos excesos; de la misma manera que nuestros vicios dibujan nuestros rostros, la forma física de la tierra anuncia el estado de su espiritualidad; llegará un día al equilibrio que expresa la esfera (se sabe que la tierra no es perfectamente redonda), figura geométrica de la armoniosa perfección. San Mateo y San Marcos no olvidan mencionar la piel de camello y el cinturón de cuero del Precursor, porque eran la vestimenta de Elías: Cristo dirá más tarde la relación entre estos dos grandes servidores. Por el momento, que nos alcance ver en la simplicidad de su vestir y en la frugalidad de su alimento, la enseñanza de la penitencia. Si la mentalidad contemporánea no fuera tan ávida de supersticiones y de maravilloso, podríamos decir a que potencia cósmica el camello sirve de soporte y cuáles son las virtudes escondidas de los saltamontes y de la miel. Podríamos ver entonces con admiración mezclada con cierto espanto cuán terrible es el régimen psíquico que se imponen los embajadores del Eterno y la implacable energía que despliegan en las luchas interiores. No sé nada de seres como Juan el Bautista; pero el ínfimo conocimiento que puedo vislumbrar, me llena de un estupor semejante al que aplasta al alpinista cuando mide por la mirada las murallas verticales debajo de las cuales se arrastra como un insecto en el fondo de un pozo. Juan obliga a sus auditores a declarar públicamente sus pecados. En efecto, toda falta, siendo un daño infligido a una criatura, pide primero el perdón del ofendido y después la reparación del perjuicio. Tal es la ley moral. Para obedecer completamente a esta ley, tendríamos que buscar al ofendido, con los testigos de la ofensa, para que entiendan el reconocimiento de la ofensa y den el perdón. De hecho, esta convocación es imposible, porque habría que esperar que el movimiento de las palingenesias – o sea los movimientos que vuelven a traer a la tierra las generaciones – pongan de vuelta juntos, los distintos personajes dispersados. Pero en el momento en que predicaba el Bautista, fin de una época, alba de un nuevo día, había una gran reunión de almas capaces de ver la Luz. Era un ajuste de cuentas; muchos antiguos enemigos se reencontraban para liquidar sus viejas deudas, vivos o muertos, en cuerpo o en espíritu. Y el Bautista sabía esto, leía sobre las frentes, las oscuras historias enterradas, y conversaba con los muertos; no era el juez, pero el alguacil del Tribunal; y su bautismo solo registraba la conversión del pecador. Tenía derecho a confundir a todos los que lo escuchaban, con las mismas virulentas palabras, porque todos habían distorsionado la ley de Moisés; todos habían transformado su espíritu purificador en formalismo venenoso, todos vivían de los malos instintos de todos, así como la víbora se nutre de venenos o transforma sus presas en veneno; todos se reclamaban de Abraham, pero solo eran sus hijos según la carne; habían perdido su filiación espiritual. Los rabinos de este tiempo enseñaban el retorno de las almas, de la misma manera que los espiritistas de hoy y los discípulos del Oriente enseñan la reencarnación. Pero, en este tiempo, como hoy a menudo, la pereza se encontraba a gusto en esta teoría; ya se enviaba a Dios, esta especie de requisito insolente que exige de Él una justificación de nuestro destino; ya se quería saber el porqué y el cómo. Ya se pensaba que, si Dios no nos da una explicación de Sus designios, no es ni justo ni bueno. En fin, ya éramos malos hijos, rebeldes e irrespectuosos. Tampoco nosotros, vamos encontrar la salvación porque habremos recitado mecánicamente unas fórmulas; de las piedras de nuestros caminos, Dios puede también hacer aparecer discípulos fieles a Su Cristo. ¿No fueron los primeros cristianos, el deshecho y el barro del mundo romano? La muchedumbre acudía entonces al profeta porqué presentía la justicia divina, así como las serpientes sienten venir la inundación; tendremos oportunidades para hablar de los Juicios; vienen siempre, bajo una forma u otra, después de una última exhortación de la Misericordia; así el historiador Josefo nos cuenta que, cuarenta años después de Juan, Vespasiano masacró cincuenta mil judíos en Jericó; y la historia mística del siglo XIX muestra que Dios es siempre pródigo en advertencias. Si el pueblo de Francia las hubiera escuchado, ni el Año terrible (1870, guerra contra Prusia y guerra civil en Paris), ni la Gran Guerra (Primera guerra Mundial), hubieran podido desplegar sus iras. Sin embargo, la Misericordia no se va nunca. Solamente, se esconde atrás de la Justicia; de ahí nos cuida, siempre pronta a levantarnos. Juan lo deja entender, dice: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles”. El tronco estéril será cortado y quemado, pero “la raíz queda en la tierra buena y paciente”; ciertamente, después de algún reposo, dará un retoño más vigoroso; ningún ser retorna al vacío original. XXX Con estos sobrentendidos del Bautista, las inteligencias estaban preparadas a la venida de aquel, quién, más poderoso que él y anterior a él, era su maestro y su ideal. La visión del segundo Juan, el evangelista, expresa el mismo hecho con la fórmula: “Soy el Alfa y el Omega”. En efecto, el Hijo, co-eterno con el Padre, porqué es, al instante que el Padre quiere – y el Padre quiere de toda eternidad – el Hijo es el ser original, el primero, el Alfa. Pero, por otra parte, como es todas las voluntades del Padre y que el Padre, como Señor de los mundos, no retirará estas voluntades hacía Él, hasta que el conjunto de Sus deseos – es decir Su Hijo – haya sido realizados – el Hijo entonces será el Ser final, perfecto, completo, el Omega. Hay entonces, entre Jesús y Juan, la distancia cualitativa del todo a la parte y de lo perpetuo a lo accidental. Si bautizar significa dar un nombre, Juan, al bautizar con agua, purifica sus neófitas según lo terrestre; los mundifica; los vuelve aptos a recibir la purificación interior que Jesús les dará, el nuevo nombre eterno, la regeneración por el Espíritu, en su espíritu inmortal: El primero lava las manchas materiales, el segundo cambia la esencia, vuelve a crear, trasmuta el Yo. Desde ya podemos percibir la economía de la terapéutica divina. Primero un bautismo de penitencia, dado por los hombres que recibieron el poder de hacerlo y que abre la persona terrestre del discípulo a los rayos de la Gracia. Después un bautismo de fuego, recibido individualmente en el momento de la muerte, al comparecer frente al Juez; después otro bautismo colectivo expandido en el Juicio de la raza; y por fin el último bautismo, conferido por el Espíritu Santo que transforma el discípulo en hombre libre y ciudadano de la Eternidad. Hay otros bautismos, pero los anteriores alcanzan como indicaciones para nuestras contemplaciones. Para cada uno de ellos, el divino Cosechador “limpia Su era”, junta el trigo y quema la paja. Para la cosecha de las razas tanto como la de los individuos, solo la paja va al fuego; la paja, es decir el soporte, la vestidura, lo terrestre al fin; así ningún ser esta perdido por entero, ninguno va “entero al fuego que no se apaga”; el trigo siempre se guarda en las granjas celestes: nos corresponde cuidar que nuestro espíritu produzca la menos paja posible y que las espigas sean más gruesas; bastante sufriremos cuando se queme la paja. En resumen, todo esto es un estricto mínimo que se le permite a la Justicia, encadenada por la Misericordia. Juan, el evangelista homónimo, insiste en esto cuando dice que todos hemos recibido de la plenitud del Verbo, nosotros que somos vacíos, y esto gratuitamente y sin mérito. Nada de lo que realiza la más grande de las criaturas obliga Dios a bajar; y de lo que esta recibe de Él, no puede devolver nada, jamás; es el Amor de Dios que hace obedecer su Potencia; es nuestro amor vertiendo gratuitamente sobre nuestros hermanos lo que hemos recibido gratuitamente, el cual, por una impresionante, inconcebible y amorosa absurdidad, es a su vez obedecido por el Amor divino. Antes de Jesús, había Moisés y el Rigor; a Moisés les fueron mostradas las leyes directoras del Universo y sus sistemas de equilibrio hasta en sus más particulares ramificaciones, hasta dentro del cuerpo humano, hasta en el polvo de las soledades. Era la Ley; había que obedecer; era el cuartel; Jesús abrió las rejas y apareció el gran aire libre y el celo espontaneo del Amor. Moisés y sus pares impusieron los regímenes diversos de higiene; Jesús nos invita a amar primero, porque así, después, nuestra vida toda hecha de sacrificios sobrepasará de lejos las exigencias de la Ley anterior. Lo que nos aporta es gratuito; es esencialmente un don, porque nada terrestre ni humano puede pagar, ni siquiera empezar a pagar, lo que es divino y celeste. La Ley, al contrario, ofrecía al hombre recompensas de la misma naturaleza que sus esfuerzos: luces y felicidades en proporción de sus méritos. De la misma manera, en el campo del conocimiento, Moisés solo podía enseñar lo que había aprendido. En cambio, Jesús, viniendo de la casa del Padre, Obrero de todas sus obras, nos enseña absolutamente la Verdad. La Verdad no es el saber, así como la inteligencia no es la memoria; tendremos la oportunidad de profundizar estos puntos con otras palabras reveladoras. El Bautista no se contenta con un arrepentimiento platónico; pide actos; no se contenta con penitencias para efectos personales; quiere penitencias útiles: que se comparta con el pobre, que se actúe honestamente, que no se perjudique a nadie. Ya percibimos los preceptos tan dulces, tan sencillos, tan prácticos y a la vez tan altos que Cristo nos dará en abundancia. Porque el embajador anuncia explícitamente la venida de su soberano; y si los levitas que lo cuestionaban hubieran tenido la menor intuición de las grandezas eternas, hubieran entendidos que, con sus humildes respuestas, un enviado que se sitúa tan bajo, no podía ser el heraldo que del solo Señor supremo. Este heraldo, proclamado más tarde, por su Maestro, como el más grande de los hijos de la mujer, no quiere que se le tome por Elías, ni siquiera por un profeta; solo quiere ser una voz, un simple instrumento; sabe por experiencia que nadie es algo sin que sea por el Cielo. Así, en el contexto de la inmensidad, la Creación por entero puede convertirse, en cada minuto sucesivo del tiempo, en la “esposa” de Dios y darle un hijo que será ella misma al minuto siguiente; de la misma manera, en lo individual, cada criatura humana puede convertirse en la “esposa” de Dios, y el hijo que le engendrará será ella misma con el aspecto definitivo de regeneración y de libertad. El conjunto de todas estas almas unidas al Verbo, viviendo solo para Él, instrumentos fieles de Sus voluntades, consagrando todas sus fuerzas a construir en la sustancia terrestre un cuerpo armonioso para los designios providenciales, constituye la falange santa de los Amigos; es la Iglesia Interior, son los Labradores del Maestro de la cosecha, los Soldados del Señor de la Paz. Para hablar de ellos con justeza, habría que conocerlos; pero se callan; solo sus obras hablan; así, muchos que toman sus aspiraciones por actos reales, creen equivocadamente pertenecer a estas fraternidades de Luz. No alcanza saber que Jesús es el Hijo único de Dios, no alcanza suspirar por la beatitud, no alcanza con no hacer daño. Se necesita una fe viva, hay que dar a los otros algo de su propia felicidad, hay que hacer el bien. Así, una justa jerarquía existe en esta mística Asamblea; todos los miembros parecen abocados a las mismas tareas, pero el valor de estas difiere según varios niveles. Únicamente los jefes son perfectos, libres y conscientemente unidos al Señor; a ellos solo se aplica el título de Labradores y de Soldados, porque solo ellos ven claramente las cosas, los métodos y los resultados de sus trabajos, desde el origen al fin; porque solo ellos son capaces de un completo sacrificio; así como el soldado ofrece su vida corporal para defender a su país, ellos dan la suya si es necesario; además dan sin parar, su vida sentimental, su vida intelectual y su vida espiritual. Juan el Bautista era uno de ellos y de los más grandes. Es por esto que se atreve a decir que su alegría es perfecta. ¿Quién, alguna vez ha encontrado un hombre totalmente feliz? Y para hacernos entender de qué manera incomprensible es su alegría, el Amigo agrega a continuación: “Tiene que crecer y que yo disminuya”. Realmente, nuestras felicidades son miserables únicamente porque las buscamos, porque las creemos escondidas en lo que pasa. El Amigo ve la suya en lo que no pasa y llega a ella sacrificándose. Nosotros corremos atrás de humos, tratando sin parar de agarrarlos con nuestras manos torpes, pero que las desilusiones no llegan a cansar. Él, se coloca en el único Real, se abre, se da y se abandona. Gana así el Absoluto, la Plenitud y la Perfección, en un doble gesto definitivo. La Felicidad, está aquí; ninguna joya está más cerca de nosotros, porque reside en nosotros. ¿Por qué no imitamos al Precursor? Porqué somos solo de la Tierra; solo pensamos en ella, no hablamos que de ella. Y somos muchedumbres. De arriba, en cambio, viene uno solo, el Cristo; Es el Primero, el Príncipe, la Cabeza; y nadie lo escucha, salvo por aquí o por allá, algún soñador que se acuerda, algún hastiado que no cree más ni en el dinero, ni en la gloria, ni en la ciencia, ni a ningún dios, o algún ingenuo que no ve la fealdad. Estos tienen razón, porque Jesús aporta todo; Su padre le ha dado todo para nosotros; el Padre siempre da lo superfluo, o más bien, lo ofrece; nos toca a nosotros tomar y tomar los dones del Cielo y esto es creer en el Cielo, no solamente de corazón, pero en acción; es hacer la voluntad del Cielo; es esto lo que levanta , en espíritu, los brazos del Hombre-espíritu; es esto que llena sus manos de perlas y piedras preciosas; es esto lo que, desde ahora, vierte en nuestras venas, el flujo transfigurador de la vida eterna, en la medida en que la parte perecedera de nuestra persona lo puede soportar. Bien podemos perderlo todo: fortuna, amigos, salud, potencias; todo nos es devuelto multiplicado y por adelantado. Las declaraciones de Juan el Bautista parecen no alcanzar para conquistar la confianza del pueblo; Jesús quiso entonces que la embajada del profeta reciba de Él una brillante confirmación; quiso certificar el bautismo de la Penitencia. Quiso, desde el primer día, dar a todos los jefes, a todos los obispos, a todos los príncipes, el ejemplo completo de los deberes que el superior es obligado por Dios, de rendir a sus inferiores. Jesús baja hasta el rio Jordan para hacerse bautizar del bautismo exterior, El, el jefe de todos los bautismos, el que denomina a todas las criaturas, voluntario penitente de todos los pecados que nunca cometió. Se junta con Juan, entre Betania, el lugar de la Gracia y Betabara, el lugar de la barca, del paso. Entre la justicia distributiva de la antigua Ley y el favor gratuito de la nueva. Juan lo designa como el Cordero de Dios que saca el pecado del mundo, tomándolo sobre Sí. Así es, por un misterio, solamente entendido por sus Amigos más íntimos, Jesús, todo pureza, permitió que hordas de impurezas se expandan sobre Él, para que, a partir de este momento, los pobres seres encuentren al lado de cada tentación, una virtud para vencerla; para que, en el momento de pagar sus deudas, los pobres humanos las encuentren parcialmente aliviadas; para que, en toda circunstancia, buena o mala, su espíritu, contento o temeroso, pueda apoyarse sobre un modelo impasible, sobre esta calma divina, sobre esta inefable serenidad. Desde este Cordero, no hay, no habrá nunca más, prueba alguna, frente a la que no podamos encontrar el ejemplo sobrenatural dado por Jesús, si lo buscamos con los ojos de la fe; y esto, en la tierra y en todo lugar hasta el final de los siglos. Pero, únicamente la fe nos introduce en este misterio; creamos primero, creamos en contra de la lógica, creamos en contra de toda verosimilitud, esforcémonos a creer, prendamos la Duda para vencerla sin escuchar sus susurros. Vean esto, el Bautista declara que no conocía Él de quién debía anunciar la venida. ¡Qué ignorancia increíble! ¡Y qué imponente fuerza de lo Imposible! Que audacia en la iniciativa de este misionado que uno podría considerar ser simplemente un servidor obediente. “Yo no lo conocía, dice, pero es para que sea manifestado que vine a bautizar con agua.” Otro misterio aquí: la puesta en presencia del orden divino y de la aceptación humana. Dios designa a uno de sus servidores y da una orden; podríamos creer que este, solo puede obedecer; no; queda libre de examinar; a veces, rehúsa, porque el hombre solo es un hombre: Moisés ha sido indócil; Elías tuvo miedo. Sin embargo, si el servidor obedece, su obediencia, que es un don de Dios, le es contada por este mismo Dios, como una decisión libre. La ternura del Padre así lo quiere, para que tengamos al mismo tiempo que el mérito de obedecer, el de tomar una responsabilidad. Pero aquí no hay que hablar tanto; estamos paseando entre los paisajes de la esencial Rareza, en lo realmente Desconocido, en este universo que preexiste a la razón, que subsiste después de la razón, pero donde se llega solamente después de haber explorado toda la razón. El acto inicial de la vida pública del Hijo fue magnificado por la presencia del Padre y del Espíritu. Jesús quiere aniquilarse y Juan se prosterna frente a una orden que aún el más sublime de los ángeles sería infinitamente indigno de ejecutar. Ahora bien, esta doble locura de humillación, Jesús la expresa con fuerza, es la justicia de Dios, es la Suprema Justicia, incomprensible a nuestra lógica, porque realiza el acuerdo inefable de lo infinito con lo finito. Así también, solamente Juan “ve” al Espíritu y “oye” al Padre glorificar al Hijo. Partiendo de la inmensa simplicidad de este texto, se podría hacer altas especulaciones sobre las relaciones entre el oído, el entendimiento, la fe, la esencia de la vibración, entre el tiempo, la duración y el Padre; pero, nuestro campo, para nosotros, es el amor y la acción; tenemos la seguridad de que, cuando sea necesario, el Espíritu nos enseñara todo en un abrir y cerrar de ojo y que, si vivimos la Verdad del corazón y la Verdad de las manos, la Verdad de la Inteligencia nos será ofrecida gratuitamente. Me gustaría, si Ustedes me lo permiten, agregar un toque final al texto que acabamos de estudiar. Quisiera contarles una leyenda que los cristianos del Líbano se trasmiten. Puede que sea solo imaginaria; pero la encontré sugestiva y pienso que puede abrir una perspectiva sobre la organización espiritual de nuestra tierra. XXX A miles de leguas de Europa, más lejos que Palestina, Irán, más allá del Indus y del Radjastan con su terrible ciudad Bikaner, una vez pasadas las maravillas de Delhi, toda rosada en su atmósfera de oro, el viajero, dejando sobre su izquierda los lugares donde floreció antaño el encanto del Paraíso terrestre, sube a través de Nepal y llega sobre una ruta sin fin que corre desde Benarés hasta las soledades tibetanas y las gargantas del Pamir. Si sigue subiendo hacía las nieves eternas, si, por imposible llega a traspasar los glaciares desconocidos, si los ángeles le abren el camino, el verá entonces al horizonte una montaña irreal que ni siquiera los Ascendidos jamás pudieron avistar. Vertiginosos precipicios la rodean por todas partes; sus bases verticales la defienden invenciblemente y hasta los terribles vientos de esta región mueren a sus pies. Es, sin duda, ella que los himnos de los Rishis védicos proponen a la veneración de los pueblos hindús con el sagrado nombre de Merú. Su cima se redondea en un circo frondoso; un sol, invisible todavía a los pueblos occidentales, mantiene ahí una temperatura primaveral cuya dulzura es acentuada por suaves brisas. El suelo desaparece bajo un espeso césped; innumerables flores lo salpican y su fresco brillo recuerda a los jardines celestes donde cantan los beatos. Un lago ocupa el centro de esta inmensa pradera y una isla descansa en el medio. La milagrosa transparencia del agua reproduce con delicadeza las hierbas de los terraplenes y el follaje de los árboles de la orilla.; una imperceptible palpitación de la masa líquida comunica a estos reflejos algo impreciso de los paisajes encantados; las rocas multicolores del fondo, el azul permanente del cielo, hacen aparecer en el agua profunda, cúmulo móviles de esmeraldas, oscuros zafiros y frágiles turquesas. La isla parece flotar en el espejo circular donde se contempla; sus contornos elegantes, el armonioso desorden de los grupos de árboles que la decoran, la gracia diversa de sus portes, el destello de sus inmensas flores que cubren algunos, sus alientos perfumados, el gorjeo de resplandecientes pájaros: todo concurre para producir un conjunto de perfecta belleza. No se percibe ningún insecto; pero animales semejantes a antílopes, a ciervos, a ovejas, con una elegancia incomparable de formas, se destacan sobre el fuerte verde de la pradera, con sus colores beige o plateado. Medio recubiertas de plantas trepadoras, unas torres se esconden atrás de los grandes árboles; los fuegos del poniente, recibidos a lo largo de los siglos, las tiñeron de oro y de púrpura; algunas redondas, otras poligonales, sus medidas, divinamente proporcionadas, encantarían los constructores de la Acrópolis. No se percibe en ellas ningún ensamblaje de piedras. Parecen como largas columnas de mármol o de pórfido, directamente salidas del suelo rocoso. Son tumbas; debajo de ellas reposan los restos de los patriarcas antediluvianos; y su forma, su color, expresan los arcanos de los cuales estos patriarcas desaparecidos fueron las encarnaciones. Ordenadas en círculo, son veinticuatro y parecen hacer guardia alrededor de una especie de larga carpa central o de dosel hecho de una suntuosa tela parecida a la que lucen las túnicas de los ángeles. Las albas boreales la impregnaron de sus magníficos colores. Cae en abundantes pliegues, que parecen suspendidos a varios trenzados de oro, que el ojo sigue en el aire, pero sin llegar a percibir de donde se sostienen. Debajo de esta carpa se encuentra una gran mesa cubierta de rollos y de libros, y alrededor de ella, va y viene un personaje cuyo aspecto desconcierta. No es un hombre parecido a nosotros; tampoco es uno de estos fantasmas que rondan en los lugares fúnebres. Está bien vivo; su carne espiritual irradia un brillo al lado del cual los más bellos habitantes de la tierra parecerían enfermos al borde de la muerte. Está en su plenitud de vida; una tela color amarillo cae en pliegues de su ancha espalda. Se parece a estos pastores, hijos de reyes que cuentan las leyendas sarracinas; una melancólica dulzura enternece sus miradas que vieron demasiadas cosas, pero la serenidad de los arcángeles habita su frente rodeado de abundantes cabellos con reflejos azules. A cada momento, papiros cubiertos de escritura caen sobre la mesa, viniendo aparentemente de ningún lugar, como si, de repente, se estuvieran materializando. El hombre los lee, y, después de haber copiado algunos pasajes en un gran libro, los quema en un brasero que arde a ras del suelo. A la otra extremidad de la carpa, se puede ver una especie de caro de tres ruedas, hecho de una materia translúcida y dura, decorado con arabescos jeroglíficos. Por fin, debajo de la mesa, se deja adivinar un sarcófago donde descansa un cuerpo semejante al misterioso escriba. ¿Qué son este lago y este jardín? ¿Quién es este hombre cuyo aspecto sublime corona las bellezas circundantes? Este dosel suspendido a alguna estrella, este fuego perpetuo que arde sin alimento, este caro de ensueño que parece esperar a sus unicornios? ¿Será por acaso, el invisible maestro de los inaccesibles Rosa-cruces, el taumaturgo del Carmel, este Elías vuelto con el nombre de Juan el Bautista, el más grande entre los hijos de la mujer? Sí, es él; mora allí hasta los últimos tiempos. Recoge todo lo que los hombres elaboran de santo en los campos del pensamiento, de la ciencia y del arte; entrega al fuego lo que es impuro, y de esta manera acumula los tesoros de la Verdad y de la Belleza que alimentarán más tarde los elegidos de la nueva Jerusalén. Por intervalos baja de los aires un ser con forma humana, quién, como Elías, es ni un cuerpo ni un fantasma. Su rostro dorado brilla de juventud; pero sus largos cabellos son plateados; no tiene alas; sin embargo planea como sostenido por los miles de pliegues de una vaporosa capa celeste. No tiene barba; una sonrisa de ternura y de apacible alegría ilumina sus rasgos; sus manos retienen su manto que flota en el vuelo rápido de sus carreras etéreas y ningún mortal pecador podría sostener la insondable inocencia de su mirada. Es el Vidente, Juan el Virgo, el Bien Amado, el hijo adoptivo de María; a la espera del retorno de su Jesús, recorre el universo, buscando las bendiciones que el Salvador siembra, las trae a la tierra árida y lleva del libro de Elías lo que otros mundos pueden recibir. Un tercer visitante aparece también en esta montaña singular: es Moisés. Lleva en su rostro las llamas del Horeb y la majestad del Sinaí; los cuernos de luz de la potencia taumatúrgica agrandan su frente; su mano lleva el bastón del pontífice; en su pecho brillan los Urim y los Thumim del Sol-de-los-Números. Camina con largos pasos entre el sonido de las campanas sacerdotales y los pájaros asombrados, se callan a su paso. Su estatura es corta, pero de su ancha espalda cae un amplio manto de color púrpura. Un nimbo de inmutabilidad lo aureola. Estalla la energía en sus gestos que parece animar hasta los pliegues de su vestimenta. Es la viva encarnación del Acto y de la Voluntad. Pero el Escriba, el Vidente y el Sacerdote no actúan solos; son, por así decirlo, las circunferencias de esferas cuyos centros permanecen escondidos en la gloria viva del Sol-de-las-Almas. Forman tres pares unidas por la más íntima colaboración. Así como la nueva Alianza vino a perfeccionar la antigua, así como en Cristo los penosos esfuerzos de los justos florecen en el esplendor de la eterna alegría, de la misma manera, detrás de Elías está Enoc, el séptimo hijo de Adán, el inventor de la Ciencia, bajado en línea directa del Solde-las-Formas. Detrás de Moisés se encuentra el sacerdote sin padres, el rey de Justicia, Melchisedech, hijo del Sol Rojo; detrás de Juan, Santiago, el otro hijo del Trueno, contempla y ora en el retiro más oculto. Ningún de estos seis pasó por la muerte terrestre. Y todos juntos, estos seis son un solo ser y un solo espíritu; estas tres esferas son una sola esfera: la forma del futuro reino de Dios en la tierra. Un séptimo ser los contiene todos, aunque se distingue de ellos por el modo de su existencia y la calidad de su Luz: los dirige y los emplea como lo juzga necesario. Puede ir a cualquier lado; no hay palacio que no le abra sus puertas, ninguna cima que no le sea accesible; ningún abismo oceánico donde no pueda descender; ningún ser que no pueda escudriñar hasta su raíz primitiva. Se ocupa de todo; toma todas las formas; se parece a todo el mundo y sin embargo está solo en esta tierra. La gente quizás se cruza con él en la calle; en sus éxtasis, los santos lo ven idéntico a las figuras eternas. Su apariencia anónima constituye su misterio, su defensa y su total-potencia. Lo llaman el Señor de la Tierra. Por Enoc y por Elías, llegan a las criaturas, las aguas celestes que las nutren; por Juan y Santiago, las claridades que las iluminan; por Melchisedec y por Moisés, las bendiciones que las curan. Y todos los discípulos de Jesús, cualquiera sea su raza, su rito o su intimidad, se relacionan con una de estas tres parejas, formando así, en el Invisible, un mundo de luces, aguas de vida y alientos perfumados. Por fin, bastante cerca también del lugar donde, en el alba de los siglos, florecieron las delicias del Jardín del Edén, pero en la dirección septentrional, se eleva otra montaña de leyenda, donde moran los Maestros de la Perversidad. CAPITULO II LA TENTACIÓN “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarentas noches, al fin sintió hambre. Acercándose el tentador le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Más Él respondió: “Está escrito: no solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Entonces el diablo le lleva consigo a la Cuidad Santa, le pone sobre el alero del Templo y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús le dijo: “También está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios”. De nuevo le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dice: ”Todo esto te daré si postrándote me adoras”. Dicele entonces Jesús: ”Apártate Satanás, porque está escrito: ”Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él darás culto”. Entonces el diablo se retiró de Él hasta una nueva oportunidad. Y he aquí que se acercaron uno ángeles y le servían. XX “Entonces comenzó Jesús a predicar y decir “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado”. Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón y su hermano Andrés echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Y ellos al instante, dejando las redes le siguieron. Mirando Jesús a Simón le dijo: “Tu eres Simón, hijo de Jonás, serás llamado Cephas – que quiere decir piedra” Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago, el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes y los llamó. Y ellos, al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron. Al otro día, partiendo para Galilea, Jesús encuentra a Felipe. Y Jesús le dice “Sígueme”.. Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Simón Pedro. Felipe encuentra a Nataniel y le dice :”Aquel de quién describió Moisés en la Ley y también los profetas, le hemos encontrado: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret”. Le responde Nataniel: ”¿De Nazaret, puede haber cosa buena?”. Le dice Nataniel: “Ven y lo verás”. Vio Jesús que se acercaba Nataniel y dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quién no hay engaño”. Le dice Nataniel: ”¿De qué me conoces?”. Le respondió Jesús: ”Antes de que Felipe te llamará, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”. Le respondió Nataniel: ”Rabbi, tu eres el Hijo de Dios”. Jesús le contestó: “¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.” Y añadió: ”En verdad, en verdad, os digo, veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios, subir y bajar sobre el Hijo del Hombre.” XX Tres días después se celebraba una boda en Cana de Galilea y allí estaba la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda, Jesús y sus discípulos. Y no tenían más vino porque se había acabado el vino de la boda. Le dice a Jesús su madre: ”No tienen vino”. Jesús le responde: ”¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: ”Haced lo que él os diga”. Había allí, seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: ”Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora”, les dice “y llevad al maestresala”. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de donde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando están bebidos, el inferior. Pero tú, has guardado el vino bueno hasta ahora.” Tal comienzo de los signos, hizo Jesús en Cana de Galilea y manifestó su gloria y creyeron en Él sus discípulos.”” (Mateo, cap. 4, v.1 a 11 – Marcos, cap. 1, v.12 – Lucas, cap. 4, v. 1 a 13 – Mateo, cap.4, v. 12 a 22 – Marcos, cap. 1, v. 14 a 20 – Juan, cap. 1 v. 35 a 51 – cap. 2, v. 1 a 11). Podemos encontrar en este relato el aspecto humano y terrestre del retiro de Jesús en el desierto; también encontrar en él como en todos los episodios del Evangelio, un fenómeno universal, un drama espiritual, una epopeya cósmica; para ampliar y profundizar nuestra contemplación, es necesario que nuestro espíritu se liberé de los marcos rígidos de la personalidad, que nuestra imaginación distienda un poco el yugo de la lógica. El romanticismo que toma raíz en la esfera del sentimiento, solo en apariencia se opone al clasicismo; este, triunfante en el orden, la medida y la razón, solo puede culminar en belleza si vuelve al sentimiento con el gusto. Igualmente, a su vez, el romanticismo, cae en detestables excesos, si la razón no lo tempera por el mismo medio del gusto. De la misma manera, el espíritu humano oscila entre la ciencia y el arte, entre la teología y la mística, entre las monarquías y las demagogias, progresando por vastas liberaciones alternadas, hacía el equilibrio armonioso donde todas las tendencias de la vida y todos los deseos de las criaturas se sacrificarán mutuamente para recibir su forma definitiva, total y perfecta según el concepto evangélico del Reino del Cielo. El ayuno de Cristo es un ejemplo que cada uno puede aplicar a sí mismo; es el único acto del Maestro al que la Iglesia Católica da una tan larga conmemoración, porque es la primera victoria de la gran guerra que Él llevó en la tierra contra el enemigo del género humano; porque contiene todas las lecciones tácticas o estratégicas de nuestra guerra individual contra los secuaces del Mal; porque, al fin, este ejemplo, lo tendremos que seguir por nuestro propia cuenta, después de haber recibido el bautismo del Espíritu, en el momento de ser hombres libres. La personalidad humana de Cristo se compone de todas las chispas puras que residen en el centro de todos los seres, como principios permanentes, motores o testigos de todas las formas de existencia. El trabajo espiritual de Cristo fue de conducir esta inmensa llama de Luz y de Verdad hasta los límites de las esferas para que se encuentre ahí con el fuego helado de Tinieblas y de Error con que arde la persono del Adversario. En el ser humano, entre el alma eterna, impecable e impasible, y el cuerpo, inerte por sí mismo y pasivo, se extiende el espíritu, organismo complejo y escurridizo, receptáculo de todas las influencias, pronto para todas las posibilidades y cuya personalidad consciente es actualmente solo una mínima parte. Este espíritu, imagen aproximativa de la tercera Persona Divina, es quién lucha, sufre, quién merece o desmerece; es él quien, en los momentos decisivos, lleva el yo en el desierto inmaterial para la purificación y para la tentación; es él quien testimonia de la Luz frente al cuerpo y el mundo material; es él que adapta a la tierra los esplendores del alma y eleva hasta el Cielo, transmutándolas, las oscuras energías del mundo y del ser físicos. Para triunfar en esta batalla, es necesario que el Yo abandone todas las criaturas y se abstenga de todas relaciones con lo creado; esta es la perfecta soledad del desierto y la perfecta cuarentena. Si la primera tentación ataca la confianza en Dios, es porque nuestro espíritu saca su fuerza real solo de Arriba; es el reflejo del alma; es a ella que tiene que prenderse. Al separarse de Dios, el espíritu cometió el pecado original; Llegará a la virtud última aferrándose a Él para siempre. Podemos notar aquí que el Diablo ataca el principio mismo de la vida espiritual por medio del más grosero anzuelo: el de la vida material. Vemos ahí su táctica. Habiendo fracasado, lleva entonces su esfuerzo en sentido contrario; con la exageración de esta misma confianza en Dios; al no haber logrado por sí mismo hacer caer a Jesús, busca una astucia para que caiga Él mismo, incitándolo a tentar a Dios. Instar a Dios a que produzca un milagro para sacarnos de un peligro, es un orgullo sin medida. El orgulloso es el único pecador que el Cielo abandona a sus propios recursos. Por fin, la tercera tentación resume todas las codicias. La riqueza, la potencia, la gloria temporal, realmente dependen de Satanás, pero no le pertenecen; son sus armas, sus cebos, sus anzuelos; y cuando nos dejamos capturar, el Insidioso nos envuelve enseguida en una red invisible donde nos encierra con paciencia; más nos debatimos, más nos encerramos. Es porque los Judíos solo concebían el Mesías como un potente emperador que Jesús los llamará más tarde hijos del Diablo. Así, deseo de Dios, confianza en Dios, amor de Dios; Dios en nuestras necesidades, Dios en nuestros dolores, Dios en nuestras esperanzas; Dios en todo nosotros mismos: estas son las lecciones elementales de Jesús; lecciones prácticas, sencillas y vivientes, lecciones perpetuas, que tendríamos que utilizar todos los días y que nos llevarían a la meta mucho mejor que las elocuencias y las sabias investigaciones. San Lucas termina su relato dándonos dos ideas extremadamente útiles para la práctica interior. La primera, es que estas tres tentaciones contienen e implican todas las otras; en consecuencia, las tres grandes respuestas victoriosas de Jesús pueden servir también para nuestras pequeñas victorias. Son clarísimas y sencillas; en cambio el Diablo es muy sutil y muy capcioso. El Evangelista agrega que Satanás se retira de Jesús “hasta una nueva ocasión”, Así, vemos este adversario completamente vencido, ¿pero se propone volver a atacar? Con certeza, porque el fondo de su carácter es la obstinación; es la obstinación que le cierra los ojos, lo mantiene en su tiniebla y le impide cambiar; es por ella que es el gran negativo y el gran negador, es con ella que nos tira hacia atrás, cuando Cristo, por la esperanza, nos lleva adelante. Apliquémonos estas consideraciones y entendamos que nuestra existencia debe ser un perpetuo combate. Mientras somos demasiado débiles para trabajar de otra manera que por el anzuelo de las posesiones, de los placeres y de los éxitos temporales, gozamos de periodos tranquilos y además nunca tenemos que ver con el Diablo: le pertenecemos, no necesita molestarse para nosotros. Pero cuando tomamos la fuerza suficiente para el trabajo para Dios, cuando más entendemos la grandeza, la belleza, la urgencia de esta tarea, y menos aceptamos descansar, más nos convertimos en un objeto de codicia para el Diablo, porque nos estamos escapando de él. Entonces, realmente se ocupa de nosotros; al acecho sin parar, sin parar al ataque, todo le sirve para vencernos: seducciones, terrores, escrúpulos, cansancios, sutilezas metafísicas, groserías materiales. Y esto dura; es necesario que esto dure; es realmente la batalla para la que está hecho el Soldado de Dios. Así pues, nosotros, todavía muy lejos de recibir esta dignidad y de quiénes el Diablo se ocupa muy poco, no perdamos coraje por nuestra propia maldad. Es este nuestro primer enemigo, sepámoslo: no nos llenemos la cabeza; no nos creamos santos; nuestra tarea es modesta sin duda; con más razón la tenemos que cumplir con perfección, con alegría, aunque los resultados sean monótonos. Iba a olvidarme de un hecho destacable que aquí se observa: es que Jesús y Satanás se hablan como lo harían dos personas de carne y huesos. ¿Qué significa esto? ¿Símbolo, figura de retórica, ficción dramatizante, superstición popular? Para nada; sencillas realidades; Jesús y Satanás, los ángeles y los demonios, las virtudes y los vicios, las fuerzas y las enfermedades, las verdades como los errores, todo existe, aquí o allá, como individuos, como voluntades, como cuerpos más o menos perceptibles a nuestros ojos de carne, a los ojos del sentimiento, a los ojos de la inteligencia. Tocamos aquí uno de los problemas del Saber cuyas malas soluciones siembran más desastres; y estas abundan: se nos las propone adornadas, pintadas, perfumadas, brillantes o patéticamente misteriosas. Otros siglos han visto estos fantasmas; pero desde el siglo XIX nos vinieron de Alemania, con Kant, Hegel y otros; expandieron su veneno por todos lados. Los filósofos franceses se contagiaron, como Bergson y Boutroux que creyeron en el a priori del subjetivismo; artistas geniales como Mallarmé o Rimbaud, Villiers de l´Isle Adam los siguieron. Baudelaire y Verlaine en cambio, conocieron mejor lo Real. Porqué no es cierto que el Pensamiento sea la única realidad; no hay que ubicarse simultáneamente en el concreto o en el abstracto; es una acrobacia que se termina siempre por una caída. Para Villiers, el mundo sensible es una ilusión, el mundo afectivo es una ilusión; solo el Pensamiento, es real, bastándose a sí mismo; para él, el cumplimiento perfecto de la acción es “este momento interior” que no preocupa al vulgo; “no se puede salir de la ilusión que uno mismo crea del universo” dice el Maestro Janus. ”Eres únicamente lo que tú piensas” agrega. Este punto de vista solo muestra una cara de la Verdad. El poeta Mallarmé dice: Para qué sirve la maravilla de transportar un hecho de la naturaleza hasta su casi desaparición vibratoria con el uso de la palabra? Únicamente si sirve para que emane la noción pura del hecho sin la molestia de un recuerdo concreto. Cuando Mallarmé nos habla de un jardín, lo que nos quiere trasmitir es la idea flor, la entidad flor. Pero, si fuera esto la sola realidad, ¿para qué habría descendido el Verbo? Bien podría habernos salvados “pensando” nuestra salvación. ¿Por qué habría contestado a Satanás, a sus discípulos, a sus enemigos? Le alcanzaba querer contestarles. Y ¿para qué la creación? Hubiese sido suficiente que el Pensamiento Absoluto pensara el Universo. No, estos hombres geniales, estos potentes artistas, estos profundos meditativos no quisieron mirar a Jesús; solo miraron la forma más concreta de Su obra, el catolicismo, y todavía solo vieron en él un método, un proceso, una especie de artificio admirable, no vieron el organismo viviente. Es falso que todo sea ilusión; al contrario, todo es real, pero ahí solamente donde existe cada forma. Cuando mi consciencia percibe los bosques, las montañas y el mar, no se equivoca; no refleja fantasmas; cuando entra en el mundo de los sentimientos, el mundo de las formas se desvanece; cuando entra en el mundo de las ideas, en el mundo de los invisibles, todos son reales mientras mi consciencia pasea entre ellos. Es porque nuestros sabios, nuestros científicos, por orgullo de hombres quizás, no concibieron esta debilidad unilateral de la consciencia humana, que, amargamente, edificaron esta triste teoría de la Abstracción “divinizada”. Por más profunda que haya sido su mirada, no llegaron hasta el Centro, porque se colocaron frente a Dios, de igual a igual. La prueba es que vivieron en la melancolía o en la amargura; no entendieron. Su esfuerzo para aislarse de lo vulgar, odioso sin duda, o por sobrepasarlo, se apoyaba sobre su Ego. En realidad, quién es la base y la cima es Jesús; sentir a Jesús lleva a entenderlo todo; obedecer a Jesús porque lo amamos, solo esto nos procura la inefable alegría de los Liberados, de los Ascendidos; este es el verdadero camino ya que la Alegría es la realización normal y total de todas nuestras potencias. Pero debo suspender mis paseos. La meta de estos, cada uno la debe descubrir solo; todo es un hecho real y actual a los ojos de los discípulos; los actos supremos permanecen entonces inexpresables. Parados al lado de Jesús, para evaluar nuestras fuerzas antes de la batalla, miremos la multitud de seres enfrentados a tan numerosos adversarios. La Naturaleza entera es tan solo una vasta tentación; y solo puede desarrollarse, evolucionar, con las armas del Espíritu. Inclusive las relaciones del Creador con nosotros, el designio secreto de la Providencia para nosotros, es la tentación permanente. Así procede un padre que quiere procurar vigor y destreza a sus hijos: los incita a ejercicios de gimnasia, los opone a adversarios de igual fuerza; esto conlleva algunos rasguños y algunas caídas; pero el beneficio final bien vale estos pocos accidentes. Si bien les parece, vamos a quedar con estas simples analogías; no nos compliquemos con los misterios; ya que toda idea solo vive si se encarna en el acto, que nos alcancen las solas ideas que somos capaces de vivir. Y, en verdad ninguno de nuestros maestros ha hecho otra cosa que realizar su ideal. XX Ahora Jesús se dirige hacia los hombres que estaban sentados en la sombra de la muerte; y va hasta el fondo de Palestina, hasta las colinas galileas que despreciaban los otros judíos, pero donde habían nacido todos sus apóstoles salvo Judas. Los cuatro primeros de ellos fueron pescadores; Simón, el que escucha, será Cephas, la piedra; su hermano Andrés, el hombre; después Santiago y Juan, y el quinto, Felipe, de la misma cuidad que Pedro y Andrés. El nombre de toda criatura, en su idioma natal, contiene un misterio; pero es una ciencia cerrada; no somos todavía bastante buenos alumnos para que se nos admita en ella, y todas las especulaciones de las Cábalas no llegan muy lejos. Así nos es prohibido entrar en numerosos lugares por culpa de nuestra insubordinación o de nuestra imprudencia. Aquí, tenemos el episodio de Nataniel, “el israelita verdadero, en quién no hay ningun fraude”. En efecto la rectitud alcanza por si sola para que sea posible el descenso de los socorros divinos. Los caminos del Cielo son, por excelencia rectos, directos, sencillos, leales y sinceros; es su rectitud que hace que nos parezcan misteriosos, impenetrables, porque nosotros habitamos el reino de la Mentira. En Nataniel, la gran crisis interior para el conocimiento de Dios se sitúa en una línea recta. Jesús lo “vio” bajo la higuera; en retorno y en seguida, Nataniel descubre en Jesús el Hijo de Dios. Admirable ejemplo de espontaneidad y de prontitud con que tendríamos que reconocer a Cristo. Después viene la maravillosa promesa, la liberalidad del Amor que da dos veces recompensas apenas nos hemos decidido a reconocerlo: primero este primer milagro como anzuelo; después, como desmesurada recompensa la abertura del mundo crístico, la visión de los Ángeles, de sus operaciones, de todo este pueblo místico, yendo y viniendo a través de los mundos sensibles y los mundos ocultos. Esto es el signo de los verdaderos discípulos, de los Soldados del Cielo, de los labradores del Padre; sus percepciones se ejercen, su conciencia vive en el reino invisible de Cristo al mismo tiempo que en la tierra. Los videntes, inclusive los más puros, pierden la noción de lo visible cuando uno de los aspectos del Invisible natural llega a ellos; el “Soldado” no conoce más estas separaciones; con la misma mirada ve al Ángel, forma de la voluntad de Cristo y el hecho físico adonde llega su gesto; va en la vida, semejante a todos nosotros pero sin embargo, los cuerpos de los seres le son transparentes y le dejan ver no solamente auras, espíritus elementales o genios, pero inclusive los ángeles, los puros espíritus que los religan al Verbo , centro universal y corazón eterno del Cosmos. Este es el privilegio que nos está reservado si imitamos a Nataniel. Esto implica todas las ciencias y todo el Saber, porque nos da la relación de toda cosa y toda criatura con el Verbo. Implica todas las potencias e inclusive el Poder ya que nos permite actuar realmente en nombre de Cristo sobre el centro vivo de estos seres y de estas cosas. En esto reside la verdadera perfección del Hombre y su equilibrio permanente; fijados en Dios por una parte, por otro lado adaptados a todos los niveles de lo relativo, ahí estamos librados de todos estos esfuerzos a donde nos invitan los ocultismos y los panteísmos; no más ejercicios exteriores, no más restricciones a algunas de nuestras potencias vitales para obtener una fiebre iluminadora. Todo en nosotros se convierte en calma, orden y armonía. Pero que nuestra impaciencia no se agite; lo que ocurre en algunos minutos en el encuentro de Nataniel y el Salvador, puede, en el encuentro espiritual, tomar toda una existencia y más, en los “purgatorios” que son nada más que otro modo de vivir extra-terrestre. Nuestra mirada solo puede abarcar puntos culminantes; la fisiología demuestra que nada es continuo en nuestros movimientos o en nuestras percepciones; todo acontece por sacudidas o por golpes, muy pequeños y muy rápidos; es lo mismo para nuestra vida intelectual; el pensamiento es solo una línea mental que conecta dos conceptos aislados. Así también sucede en nuestra vida espiritual: todo ocurre por saltos. Es por esto que necesitamos paciencia y que nuestra voluntad solamente debe intervenir en nuestro campo: dominio de sí, gobierno del egoísmo, exigencia a nuestra naturaleza. Así, el milagro de Cana se ubica al principio de la vida pública de Jesús para enseñarnos precisamente que nuestra voluntad no debe jamás intervenir en la realización de nuestras plegarias. He aquí lo que quiero decir: La respuesta de Jesús a Su Madre, que escandaliza a tantos sentimentales, da la clave de este milagro: El famoso “¿Mujer que hay de común entre tú y yo?” es la traducción imposible de una locución familiar que significaba más o menos lo siguiente: “Esto no nos concierne”. Si acaso el significado fuera la traducción literal de las palabras sería la simple realidad. Porque no había en efecto nada de común entre Cristo y Su Madre: ninguna herencia, ninguna influencia psicológica, ninguna forma mental. Los contemplativos del Medio Evo decían con certeza que el alma de Cristo había atravesado la persona de la Virgen así como el rayo del sol atraviesa un cristal puro, sin ninguna alteración; es más bien el cristal que recibe del rayo del sol una nueva y sutil virtud. La Virgen había sido elegida entre todas las mujeres solo porque era la más humilde de las criaturas, la más entregada a Dios, la más totalmente receptiva a la acción del Espíritu, la más transparente. La continuación de la respuesta de Jesús completa la idea, dice: “ Mi hora no ha llegado aún”. Su voluntad no intervendrá en la trasmutación, a pesar de que Él sabe que se hará. ¡Que lección para nuestra ciega, temerosa y perpetua inquietud! Sí, Dios se ocupa de nosotros sin parar, sí, El ve nuestras necesidades, inclusive las más artificiales; sí, no vacila a producir un milagro aunque sea para una cosa tan poco importante como la sed de comensales que ya habían bebido lo suficiente. Un día yo estaba de viaje con un Soldado del Cielo y otro hombre, un funcionario extranjero. Hacía mucho calor en el tren y el funcionario se quejó de sentir sed; se sintió entonces un crujido arriba de nuestras cabezas, en el lugar de las valijas y descubrimos ahí, una botella que ya habíamos vaciada y que estaba llena de vuelta con un agua exquisita que bebimos con deleite. Sin embargo, el “Soldado” me aseguró más tarde que no había hecho ni pedido nada. Era un segundo milagro de Cana. ¿De cuantos milagros semejantes hemos sido todos beneficiarios? Pero pensamos tan poco en el Cielo que no nos damos cuenta casi nunca de su silenciosa benevolencia. Sin embargo, ruego al lector de ver ahí solo una opinión muy personal. No la voy a defender; la propongo solamente. Está en desacuerdo unánime con los comentaristas. Para ellos, el agua significa el hombre natural: y el vino, la sangre de Cristo que recrea esta agua y la lleva de la pasividad a la actividad spiritual: los seis vasos de piedra son las seis edades del mundo que el Verbo vuelve a tomar después de vacías para llenarlas de la vida eterna.; el vino representa esta vida eterna, ya que más tarde Cristo dirá de Sí que es la cepa. Todo es exacto según puntos de vista particulares, según tal o tal simbólica. Pero lo que quiero darles, es el punto de vista central; es la actitud propia de Cristo. Cuando un personaje importante se muestra a la muchedumbre, cada categoría de espectadores interpreta sus gestos y sus palabras según su propia manera de pensar; pero la intención que conduce a este personaje es a menudo bien diferente de la que se le atribuye. Tampoco pretendo desvelar las intenciones divinas; sería imprudente y arrogante. Lo que quisiera ver nacer en el espíritu del buscador, bastante entusiasta para rechazar toda idea preconcebida, es el presentimiento de lo que Cristo quiso cumplir diciendo tal palabra, de lo que quiso enseñar haciendo tal gesto. Es por esto que estas páginas no son un conjunto didáctico; solo son notas; un sistema es siempre un marco rígido; el evangelio no se enmarca, no se limita. Es vasto como el universo y como la eternidad. La sistematización es útil solamente en el combate contra uno mismo, porque el adversario está muy limitado; y todavía, es necesario de vez en cuando modificar nuestros métodos en ascetismo. CAPITULO III LAS BIENAVENTURANZAS ““Viendo la muchedumbre, Jesús subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino del Cielo. Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados misericordia. los misericordiosos porque ellos obtendrán Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos, pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.”” ““Pero ¡ay de vosotros los ricos porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros los que están hartos porque tendréis hambre! ¡Ay de los que reis ahora porque tendréis aflicción y llanto! ¡Ay cuando todos los hombres hablarán bien de vosotros pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas!”” (Mateo cap.5 – vers. 1 a 16 – Lucas cap.6 – vers. 20 a 26). No siempre conviene expresar una verdad, cualquier sea el orden al que pertenezca. De hecho ¿Qué es una verdad, si no la exactitud más precisa con que se percibe un hecho? Entendemos que hay hechos de todo orden y facultades perceptivas de todo orden también. Para mí, un teorema, una ecuación, un concepto, una emoción, pasional, estética o religiosa, todo esto, lo que impacta nuestros sentidos, todo lo que podemos amar o detestar, todo lo que se inventa o se piensa, todo esto son hechos. Pero los fenómenos, los aspectos, los conceptos frente a los que nada vibra en nosotros, son como si no fueran. Para recibir una verdad, es entonces necesario que haya en nosotros, un órgano receptor, un medio trasmisor. Porque todo es substancial: la sutileza de un cuadro, la meditación de un filósofo, son cosas vivientes por sí mismas, seres vivientes, que el ojo del pintor o el cerebro del pensador humaniza y trae hasta nuestro horizonte. No esperemos percibir la Verdad, mientras no seamos puros espíritus. La verdad de cada uno, la verdad de cada orden, es la x de una ecuación que se plantea entre nuestra capacidad de recibir, el estado del medio y tal verdad particular que se presenta. Solo entonces puede ofrecernos la Verdad, aquel que la posee, y este solo la posee quién es El mismo la Verdad. Así solo podemos esperarla de Cristo. Consideremos la vida terrestre, la de la Naturaleza y la del hombre. Los que buscan apropiársela, utilizarla, son los realizadores; los que se preocupan por sentirla, son los artistas; los que se preocupan por conocerla y comprenderla son los científicos y los filósofos. El Ideal de los primeros, debería ser el Bien, el de los segundos la Belleza, el Ideal de los terceros la Verdad. El único Maestro que nos ofrece juntos estos tres ideales es El que es el Camino, la Vida y la Verdad: es el Cristo La verdad inclusa en cada criatura tiene sede en el centro de esta criatura; entonces solo nuestro centro espiritual podría percibirla; la percibe en efecto; pero faltando las comunicaciones entre nuestro espíritu y nuestra consciencia, por culpa nuestra, esta verdad es como si no fuera. Son las prolongaciones, las refracciones, las materializaciones de esta verdad que están percibidas por las prolongaciones, las refracciones y las materializaciones de nuestro foco espiritual central. Creo que es necesario enfocar plenamente estas consideraciones para comprender lo que tendría que ser la enseñanza religiosa y percibir el dominio completo de Jesús en esta función. Poseer el saber, conocer el auditor, su vida mental y psíquica, su fisiología, sus atavismos; conocer las sutiles atmósferas que atraviesa la palabra, los invisibles que pueden sentir sus irradiaciones inmateriales; sopesar la actitud de todos estos seres, lo que harán de la Luz recibida, las probabilidades de su porvenir – estas son las más comprensibles de las condiciones con las que cumple Jesús hablando a los hombres. XX ¿Por qué el primer discurso público del Salvador es justamente el de las Bienaventuranzas? ¿Por qué primero se muestra el Cielo, por qué la primera palabra es de esperanza? ¿Por qué la primera promesa es de felicidad? Porque Dios es bueno. ¿Lo saben verdad? No. Creen que lo saben. No lo saben. Nadie lo sabe, nadie ha medido la altura, la profundidad del Amor con que Dios nos colma. Nadie puede enumerar sus astucias amorosas, nadie siquiera discierne su presencia. El Padre no nos manda de vez en cuando algunas ondas de afecto; somos nosotros que amamos con esta intermitencia; en realidad no amamos; pero el Padre, Él, ama, nos envuelve con su Amor. Nos satura con él; y si queremos entender algo de su conducta con nosotros, es de su Amor inagotable que primero nos tenemos que acordar. En los campos lógicos del conocimiento la exploración es complicada. Pero todo se torna sencillo en el campo místico. Olvídense de las grandes y sabias teorías; que el sentido común los convenza de que Dios no construyó el universo por necesidad, que perfectamente podría no haberlo creado y que, si nos dio la existencia, no es para su beneficio, pero para el nuestro. Atrás de los panteísmos, los naturalismos, los agnosticismos, existe esta ingenua convicción que nosotros, juntos con toda la máquina del mundo, somos indispensables a Dios. No, Dios es libre; no está atado a la creación; no nos necesita. Pero nos ama con un amor fuerte y construyó los mundos para servirnos de escuela: Sin duda, la enseñanza es enérgica; sin embargo, en el detalle, la ternura del Hijo, la compasión de la Virgen, suavizan la regla y nos liberan de muchas penitencias que según la justicia habríamos merecido. Por demás nuestros dolores se exasperan porque no las aceptamos. El descenso del alma en la materia es una ley inevitable. Nadie puede ser exento de ella. ¡Pero cuantos socorros nos prodiga el Maestro! Nos acompaña a lo largo del descenso y de la subida; coloca guías de distancia en distancia; coloca ángeles para nuestro servicio personal; nos da esperanza; sin parar nos habla de paz, de luz, de felicidad. Es así como Sus primeras palabras nos pintan un porvenir radiante. ¿Pero por qué ocho bienaventuranzas? ¿Por qué no siete o doce? Descartemos la pregunta, por ser irresoluble por el momento: No niego la aritmética cualitativa; solo pretendo que es una ciencia inaccesible. Por supuesto, podrán encontrar abundantes consideraciones sobre la simbólica de los números en fragmentos de Pitágoras, Bungius, Eckarthausen y en todo el ocultismo del siglo XIX; pero es solo simbólica; son sentidos atribuidos a los números; no es la vida de los números. ¿Quién nos dirá como el cero pasa a la unidad? Sin embargo, sería el primer teorema de la aritmología viviente. Tenemos que aceptar que nuestra inteligencia es todavía muy primaria para captar los aspectos profundos de la Realidad. De la misma manera, ¿pueden muchos de nuestros contemporáneos, no digo apreciar, pero realmente comprender alguno artista de vanguardia? ¿Habrá muchos que hayan entendido realmente algo a la (Primera) guerra Mundial? Algunos investigadores que no perciben la singular originalidad del Evangelio, coleccionan las semejanzas externas que ofrece con otros libros religiosos. Ya hemos hablado de esto, pero veamos un ejemplo más: se ha querido identificar las ocho bienaventuranzas con los ochos caminos del Budismo. Tal exegesis es muy superficial; Gautama enseña que el hombre solo cuenta consigo mismo para salvarse; Cristo dice lo contrario: el hombre debe realmente poner todas sus energías en obra para volverse apto a la salvación, pero para obtener esta, le es indispensable la ayuda del Cielo. Por demás, la salvación búdica consiste a evitar la formidable rueda de los renacimientos; la compasión es para el budista solo el mejor medio de preservarlo de estas vueltas. Para el cristiano, la salvación es romper las cadenas del pecado, no para el reposo en una quietud eterna, pero, al contrario, para esta actividad suprema que es la libre colaboración para el establecimiento del reino de Dios. Dos teorías que salen de puntos de vista tan opuestos no pueden tener consecuencias coincidentes; el Nirvana es un lugar; el reino del Cielo es otro lugar, en las antípodas; sus caminos no son los mismos; pero como se puede ir de uno a otro de todos los puntos del universo, a veces los caminos se cruzan. Algunos exegetas ven en esto identidades; toman la letra por el espíritu y el accidente local por la ley general. En lugar de especular sobre hechos espirituales, ¿no sería más razonable experimentarlos?, por lo menos las partes de estos hechos que nos son accesibles? Si yo declaro que las ochos bienaventuranzas indican por ejemplo, ocho formas de equilibrio en el estado social, ocho métodos biológicos posibles sobre una tierra paradisiaca, esto no les va a enseñar nada; y nada les obliga a creerme. Entonces contemplaremos estas bienaventuranzas, solo desde el ángulo accesible a todo el mundo: lo que son en sí mismas, en nosotros mismos y como llegar a ellas. XX Pobreza en espíritu. Todo el mundo sabe que es la pobreza; pero en cuanto al espíritu, la noción es más confusa. Intentemos ver más claro. En las versiones francesas (y castellanas) del Nuevo Testamento, la palabra “psyche” generalmente se traduce por “alma”, y la palabra “pneuma” por espíritu. “Psyche” designa, en casi todos los textos, sea el soplo vital o cuerpo fluidíco, o sea el carácter, el centro emotivo o afectivo, algunas veces la mente, la inteligencia, el pensamiento. En cambio. La palabra “pneuma” parece indicar la personalidad, la conciencia, raramente el doble. En la literatura griega, el sentido de estas dos palabras varía según las épocas; designan por turno el soplo de vida, el doble, el centro pasional; “psyche” indica algunas veces el doble; “Pneuma” se aplica algunas veces al entusiasmo, a la fuerza anímica; es también el nombre del Espíritu Santo. Las mismas vacilaciones existen también en la traducción de las palabras latinas “anima” y “spiritus”. Hoy en día, se ha escrito voluminosos textos para fijar estas traducciones, pero sin establecer nada realmente preciso. He aquí lo que les propongo para esclarecer esta incertidumbre: El ser humano, siendo el resumen del universo, debe contener representaciones de todas las partes de este universo y una delegación de las potencias divinas; pues, entonces, una parte eterna y una parte temporal. La primera es la chispa divina, el germen de la regeneración mística, el punto de tangencia con el Absoluto; crece con los alimentos que le aportan las obras y las fatigas de la parte temporal, que le sirven también para construir lentamente el cuerpo de gloria. El hombre temporal es doble: el consciente y el inconsciente. En el primero, cuyo centro es el Yo, sede de la voluntad, germen del libre albedrío, entidad responsable, se encuentran el cuerpo físico, después el centro afectivo, sede de los sentimientos y el centro intelectual donde trabaja la razón, donde se elabora el pensamiento. El hombre inconsciente, es todo este inmenso organismo que funciona desde la vida vegetativa hasta las maravillosas facultades desconocidas por las que recibimos noticias de mundos lejanos, intuiciones y entusiasmos hacía el ideal; por las que llegan los descubrimientos al inventor, los hallazgos a los genios, las inspiraciones de todo orden en las diferentes artes y también en circunstancias desesperadas. Ahora bien, es evidente que Jesús solo dirige sus exhortaciones a nuestra consciencia. Actúa si, sobre el ser inconsciente, inclusive sobre la chispa divina; pero habla solo para el yo. La mayoría de los psicólogos concuerdan en decir que el sentimiento es el motor de la voluntad: es justamente lo que Jesús demuestra cuando habla a nuestro corazón. Lo que llama nuestra alma o nuestro espíritu, es todo lo que no es, ni el cuerpo, ni la voluntad, ni la inteligencia. Es todo el hombre secreto, el hombre ignorado. Más precisiones analíticas son superfluas porque el Evangelio es un manual de práctica y no un tratado para teóricos. Permítame agregar algo más para terminar con una puesta a punto necesaria para un estudio sano y juicioso: Dios no es un tirano: A pesar de que nuestra falta de inteligencia actual resulta de nuestras desobediencias anteriores, su bondad nos acepta cada día tal como somos; nos pide la realización de Su Ley solo en la medida en que la hayamos entendida. Si la palabra espíritu representa para mí la esfera intelectual, si me esfuerzo en desapegarme de los resultados de mi labor cerebral, cumpliré entonces perfectamente el precepto. Si la palabra espíritu representa para mi alguna facultad más profunda, es entonces de la convicción que esta facultad me pertenece por mi propio valor que tendré que deshacerme. Y así, sucesivamente. Por cierto, respeto y admiro a los grandes filósofos y sus austeros esfuerzos. Aun cuando a veces se dispersan, sus investigaciones y sus meditaciones nos elevan. Admiro también la energía de los grandes realizadores; aunque se equivoquen, siembran movimiento, fomentan la vida, provocan reacciones hacía lo mejor. Pero todo esto, todos los modos de existir provienen de la misma fuente: el Yo, eje de la conciencia, germen del libre albedrío, fuente de las antipatías y de las simpatías, operador secreto del bien y del mal, depositario del merecer y del desmerecer, foco donde se concentran, para descender, las fuerzas y los esplendores provenientes de mi ser inmortal y de mi ser eterno, atanor, al fin, donde se sublimizan hacía la gloria todas las pobres labores de mi ser mortal. Es el Yo que adquiere luz o se oscurece, que disminuye o se desarrolla más allá de los horizontes temporales donde hace trabajar a sus órganos. El pobre en espíritu, los pobres en espíritu pueden ser ricos que no se apegan a su oro, inventores que dan sus descubrimientos, triunfadores despreocupados de su gloria, científicos persuadidos de su ignorancia esencial. No hay que concluir que estos hombres, en su camino habitual siguen un malo camino; como todos nosotros, eligieron el camino donde se sienten capaces de caminar; esta bien que pongan todas sus fuerzas a la conquista de las ilusiones, ya que es el mejor medio para que se den cuenta de que son ilusiones; será con esta misma ardiente energía que se encontrarán al umbral de la Eternidad, después que los resultados de su esfuerzo hayan sido esparcidos sobre todas las criaturas. La experiencia es indispensable para juzgar justamente las cosas; es para esto que la vida nos es dada; es por esto que primero rendimos a la vida un culto idolátrico; después la despreciamos; por fin, con sabiduría, la queremos como el más preciado de los presentes divinos, cuando descubrimos como hay que vivirla para superarla, para sobrepasarla. Logramos entonces movernos en ella sin que nos captive. Y esto es una pobreza de espíritu más profunda. Mucho más que la riqueza, que la celebridad, el poder o el saber, el egoísmo es nuestro falso preciado tesoro. Cristo se expresa no tanto para la élite sino para la muchedumbre, para la inmensa y mediocre muchedumbre, para nosotros todos, que solo poseemos un poco de dinero, una pequeña profesión, un pequeño bagaje de ideas, pero todos somos ricos de una gran sobreestima de nosotros mismos, de un gran sentimiento de nuestra importancia y de nuestro valor: Es por esto que somos malhumorados, amargos, infelices; es por esto que estamos en un infierno, un pequeño infierno bien prosaico, quizás, pero infierno al fin. La verdadera pobreza espiritual veámosla entonces, más bien en el empobrecimiento del Yo, del Ego, que en el desapego de las energías de este Yo. Luchemos contra la exigencia de nuestros gustos, la tiranía de nuestro carácter, la bilis de nuestro humor. Flexibilicémonos; llegaremos más rápidamente a desapegarnos de nuestra fortuna o de nuestro rango. Cristo siempre nos da el proceso más rápido, más seguro y más efectivo; lo que puse media hora en expresarles, con vueltas y circunlocuciones, Él lo dice en cinco palabras: Bienaventurados los pobres en espíritu. Y estas cinco palabras todo lo contienen. Existen mundos donde el sufrimiento y la alegría superan nuestra capacidad actual de gozar o de sufrir, así como tales estrellas sobrepasan en todo a nuestro planeta. Somos perfectibles en la misma proporción. Antes de entrar en la Paz eterna, pasaremos por purgatorios y paraísos donde nuestra capacidad de sufrir y de amar llegarán a agrandamientos inmensos, a profundizaciones terribles, a exaltaciones vertiginosas. El Amor nos invadirá poco a poco; y poco a poco nuestros dolores a pesar de ser más fuertes, perderán importancia; poco a poco el afán de servir al Cielo nos dominará. Tal es la verdadera pobreza de espíritu, este estado inexplicable donde el discípulo sufre sonriendo, sin dejar de ser bañado de alegría, como si fuera el mismo una carne insensible librada a ciegos verdugos. El tiempo y el espacio terminan siempre para hacer polvo de los esplendores creados, por más sublimes que sean. Solo los tesoros del Absoluto son impasibles. Es inútil buscar llegar a conseguirlos directamente con nuestras potencias humanas; solo podríamos captar, de vez en cuando, algunas imágenes difusas de la Verdad, de la Belleza y del Bien sobrenaturales. En cambio, trabajando a nuestros diversos deberes temporales, con estas facultades temporales, trabajemos en nosotros, a nuestro deber eterno, por medio de la fuerza eterna de nuestra Alma, El Amor. No odiemos tampoco a nuestro cuerpo, no despreciemos a nuestra inteligencia, no desdeñemos el pequeño poder que nos ha sido ofrecido de sentir o de expandir Belleza. “Cuerpo, esposo impuro del alma” dijo un lírico. Si, el cuerpo necesita del alma; pero no sé si el alma no necesita todavía más del cuerpo. Si comparamos los suspiros de los contemplativos hacía una vida toda inmaterial con las súplicas ardientes de las almas que, en el más allá, se apretujan contra las puertas de la vida – para, ¡con qué alegría!, recibir un cuerpo – entendemos entonces cuan preciosa es esta pobre existencia de hoy y de cuantos resplandecientes porvenires, ella es el germen oscuro y secreto, pero también la garantía segura. XXX La segunda bienaventuranza es la de los Afligidos, de los que lloran. Quisiera extenderme menos que por la primera; sin embargo, ¡veo tantas cosas para decirles que me parecen importantes y alentadoras! La actitud más común frente al sufrimiento es de evitarlo por todos les medios; los que descartan medios perjudiciales para otros son una minoría; los que no se quejan son pocos; más escasos todavía son los que se sienten felices en las lágrimas: pero ¿cuántos ardientes discípulos encontraremos que piden al Maestro que les envié pruebas? Estos sin embargo muestran coraje e inteligencia. Coraje porque bien sabemos cuán útil es la prueba; pero la rechazamos por cobardía; cerramos los ojos para no ver los frutos magníficos que el sol del dolor hace madurar. Inteligencia, porque si consintiéramos a comprender que luz reside en la paciencia, si amaramos un poco a nuestro prójimo, buscaríamos el trabajo en lugar de escondernos. La ley del trabajo es ineludible; pero no queremos trabajar; o solo trabajamos para satisfacer un egoísmo; enseguida que este egoísmo choca con el egoísmo del vecino, este se resiste, se defiende y nace un sufrimiento. Algunos seres de excepción, por aquí, por allá, trabajan sin egoísmo, sea que se esfuerzan en mostrar una parcela de Verdad o de Belleza a los otros hombres; sea que intenten disminuir el dolor de otros, tomando para ellos mismos la parte más pesada posible. Estos sufren más profundamente que los demás, porque quieren que la Materia acepte un poco de Espíritu; pero la Materia detesta recibir el Espíritu; quisiera absorberlo, pero no obedecerle. Que el sufrimiento sea purificador, cierto, que nos confiere una nobleza inatacable, sin duda.; sin embargo ¿porque Dios, siendo la Bondad perfecta, no inventó otro medio más suave para conducir hasta Él? Nos olvidamos que primero, toma todos los medios. Escribe Su Ley en nuestra conciencia; nos hace inteligentes para que podamos ver por todos lados lo que producen las infracciones a la Ley; Nos aconseja, nos exhorta, nos da el ejemplo por fin con su Hijo. ¿Que otro medio se puede imaginar? ¿Cuál otro queda a parte de dejarnos presos de las consecuencias prácticas, palpables, personales de nuestras desobediencias? Estas reacciones que llamamos el mal, en realidad son un bien. El remedio, por amargo que sea, es cosa buena. No, no hay que rehusarse a sufrir; no hay que volverse insensible; nuestro corazón, como tierra en barbecho, necesita de profundos arados; nadie puede escapar del sufrimiento sino por artificios de poca duración al término de los cuales, el aguijón se hará sentir más. Al contrario, más se acepta el dolor, menos nos hiere. Acordémonos que somos esencialmente espíritus; el espíritu solo crece, irradia y se sublimiza por el dolor. El sufrimiento es también una reacción defensiva contra un invasor, fisiológico, moral o espiritual. Nosotros somos los crisoles, el sufrimiento es el fuego, es redentor, es el escudo del Bien, es Jesús. Después de todo, todos nosotros, todas las criaturas, el impresionante ejército de los astros, las legiones de Luz y de Sombra, todos estamos en la mano de Dios, sometidos a su voluntad. Quiérase o no, es así; y si podemos satisfacer de vez en cuando, algunos de nuestros caprichos, es porque Dios en su benevolencia nos los concede. Los discípulos de Cristo para quienes solo escribo, entenderán que no busco darle la razón a Dios, como si Dios necesitará ser justificado. No voy a invocar la teoría de las reencarnaciones, no voy a evocar estas existencias desconocidas que vivimos todos, antes y después de esta, inclusive dentro de esta, sobre uno u otro de los millones de astros que pueblan el zodíaco. Hablando a discípulos de Cristo, quiero hablarles más allá de la razón, más allá de las opiniones, más allá inclusive de la imaginación. Quiero hablarles en el vacío de la fe, en la noche perfecta de la fe; quisiera que, en toda la creación, sus miradas solo se fijen en Dios, y que siempre repitan para sí mismo: todo lo que me pasa está bien; todo me viene de Dios; Es el único camino hacia la Beatitud. Además, ¿cuántos hombres hay que, sabiendo que el pobre que van a socorrer será su asesino, igualmente lo socorrerían? No serían muchos. De la misma manera, ¿cuántos hombres habría que, conociendo las causas de sus sufrimientos, y entonces conociendo también las consecuencias de las faltas que pudieran cometer, practicarían la virtud, sin cálculo, olvidando lo que saben? En verdad, todo conocimiento es una carga y para llevarla es necesario primero el entrenamiento del sufrimiento. Del punto de vista de la Eternidad, no hay injusticias. Las aparentes injusticias son justicias absolutas. Y si se considera que solo la grandeza del Ego, del Yo, nos impide habitar el Cielo, tendríamos que recibir con alegría, todo lo que disminuye este Yo. El sufrimiento lo desgasta poco a poco lo reduce a polvo; el sufrimiento nos proyecta hacia arriba con la oración; evoca a Dios de tanto hacernos invocarlo. Pero hay que saber recibir este sufrimiento de buenas ganas: no digo buscarlo; esto es para los santos; nosotros, solamente aceptémoslo cuando viene; no huyamos cuando se acerca; la huida es la impaciencia, es el mal humor, es la queja; recibamos al dolor como un visitante bienhechor, un anunciador de Dios. Nos aporta regalos únicos.; el verdadero saber, el conocimiento y el control de sí mismo, la fuerza, la paz. Ningún ascetismo, ninguna contemplación, ninguna inteligencia superior, ninguna voluntad extrema podrá ofrecernos algo tan precioso. El paciente perfecto conquista la familiaridad de Cristo y la beatitud segura. Los purgatorios nos elevan tan alto como nos precipitaron. No podemos perdernos. El fiel Pastor solo nos deja extraviarnos un poco para, al buscarnos El mismo, intentar hacerse querer por nosotros. No podemos apagar la Luz en nosotros, podemos taparla, adulterarla, oscurecerla; vive igual. Ahora bien, el sufrimiento es su alimento. Es por él que se construyen poco a poco estas facultades maravillosas de nuestro espíritu, miles de veces más bellas y más fuertes que las del cuerpo o de nuestro mental y que se llaman virtudes. Son, en efecto las fuerzas por excelencia. Son los miembros, los sentidos y los órganos de nuestro ser moral, de nuestra esfera afectiva, de nuestro corazón; y el corazón es todo el ser humano. Incluso más allá de los estados morales conscientes, de la paciencia, de la resignación, de la dulzura, del optimismo, de la humildad, incluso más que la oración, el sufrimiento trabaja y obra. Más se siente uno solo, más Dios se acerca; más aspiramos a Él, más atraemos sufrimientos, más nos adentramos en la soledad; más nos apresuramos en el camino estrecho, duro y empinado, más los obstáculos suceden rápidamente; más se sube hacía la Luz, más las Tinieblas nos tiran hacía abajo; pero esto es bueno porque la Victoria nos es segura; estamos predestinados a vencer. Así es como el sufrimiento, porque nos impulsa siempre más adelante en lo Inexplorado del alma y lo Inexplorado de la Naturaleza, nos enriquece realmente fuera de toda proporción con nuestros esfuerzos. Además nos hace comprender a nuestros hermanos; engendra la compasión; agranda nuestro corazón y lo profundiza; nos demuestra, nos muestra más bien la fuerte cohesión de todos los seres humanos juntos, la ligadura, los miles de lazos que los empalman unos a otros y los hacen hermanos; la repercusión de cada uno sobre toda la masa y el milagro posible de una iluminación general por medio de una sola imperceptible chispa. El espíritu del que es verdaderamente paciente obra invisiblemente sobre toda la humanidad, sobre la materia entera. Así como, en los antiguos holocaustos, el espíritu del animal sacrificado mostraba el camino a la entidad colectiva de su especie y servía de soporte a las oraciones del pueblo, en los holocaustos espirituales, el que sufre, los testigos visibles y los asistentes invisibles, el medio, todo es purificado, espiritualizado, iluminado. Aquí llegamos al gran acto del sacrificio, a la sustitución mística, a la reversibilidad. Volveremos a hablar de esto a propósito de otros discursos de Cristo que tienen relaciones más directas con el sacrificio. La beatitud de los afligidos no designa la causa de sus lágrimas; son afligidos; golpeados por el impacto del retorno de algún malo gesto anterior, o afligidos en su impulso de compasión, o por ingratitudes o malicias recibidas: no importa. Alcanza para Cristo ver alguien gemir, para acudir a consolarlo. San Lucas escribe: ”Bienaventurados, ustedes que lloran ahora, porque estarán en la alegría”. Quisiera poder hablar como conviene del misterio de las lágrimas. Contemplemos con una mirada simple la marcha de la Naturaleza y los movimientos de nuestra existencia particular; una y otra siguen las mismas vicisitudes y se desarrollan siguiendo curvas paralelas. Vemos la primera, partir el estado más sutil que pueda llenar un espacia para llegar al estado más denso y más inerte donde la vida pueda subsistir. Vemos la segunda, primero luz brillante y saturada de Espíritu, oscurecerse de a poco, entumecerse, y endurecerse hasta la petrificación adonde llega el corazón de los avaros y de los asesinos. Pero después de llegar al Nadir, hay que ponerse en marcha hacía el Zénit. El cansancio es grande, sin embargo; ¿Donde podrán las criaturas de nuevo encontrar fuerzas? “Vengan a mí, les dice Jesús, vengan a mí, ustedes que están agobiados, y los aliviaré”. Este llamado es incesante; la voz de Jesús llega hasta los confines del mundo y siempre las criaturas la oyen; algo, en el centro de todas las criaturas, oye el grito del Amor. Su esfuerzo para volver a ponerse de pie, los primeros pasos inseguros que hacen hacía El que es el Camino – porque Jesús nunca está lejos de nadie – esto se llama el sufrimiento. Esta llama de su pobre esperanza que no quiere morir, es el sufrimiento; este fuego de los arrepentimientos siempre tardíos, es el sufrimiento. Y más las criaturas se acercan a su Salvador, más sus pasos son penosos, más la esperanza resplandece, más el remordimiento los carcome; más el sufrimiento obra en ellas. Los ingenieros encontraron fuegos que ablandan las piedras más duras; el sufrimiento es un fuego infinitamente más fuerte, ya que hace disolver en lágrimas el duro diamante del Ego. En verdad es el solo camino que lleva a Dios; y porque lleva a Dios, el sufrimiento es noble; y porque hacen que nuestro corazón se vuelva sensible a la acción divina, las lágrimas son bellas, puras y preciosas. No hubo, no habrá jamás que un solo ser en el mundo que haya sufrido, que sufre todavía sin haberlo merecido: es Jesús. El torrente de martirios surgido al pie de Su Cruz debía abrir por el mundo el camino del Consolador, de cuya visita todos estamos llamados a beneficiarnos. Es lo que Jesús nos anuncia ya en Su primer discurso público: “Bienaventurados los que lloran porque serán consolados”. El sufrimiento solo es la convulsión del egoísmo y de la materia que no quieren transformarse; y el consuelo, es la paz armoniosa que el Espíritu instala en nosotros cuando nos convertimos en Su templo. Cada vez que el fuego prende en una de las vestimentas del ego, vienen las lágrimas. El dolor del cuerpo es un fuego, la pena es otro fuego así como el arrepentimiento y la contrición; son lágrimas amargas. Pero hay fuegos de luz que hacen brotar lágrimas dulces; la admiración, el reconocimiento, el amor, la pura alegría, la oración, el éxtasis están entre estos fuegos de júbilo. Gracias a las lágrimas, nuestra debilidad obliga al que es Todo Poder a acudir; es por esto que las lágrimas son santas y que hay que esconderse de los hombres para verterlas; pertenecen a Dios; únicamente Dios tiene derecho de verlas y el derecho de recibirlas; solo tendríamos que verterlas frente a Él y por Él. Llorar por un motivo personal debería ser una profanación para el discípulo; es la prostitución de una cosa sagrada. Entonces el dolor, cualquier sea su motivo, golpea nuestro corazón, así como Moisés golpeó la roca y una fuente de agua viva brota, fuente de dulzura, de fuerza y de paciencia, ¡que bellos son los ojos que lloran frente al Señor! Rocío refrescante y vivificante, las lágrimas son esperadas con avidez por todas nuestras facultades áridas y que desean hacerse fecundas; son la lluvia, que las semillas del divino Labrador necesitan para crecer. Son el vino de nuestra debilidad y el aguardiente que disolverá la piedra de nuestro egoísmo. Son la sangre de toda grandeza y la verdadera fuerza de los deseos verídicos. XXX “Los que tienen hambre y sed de justicia” son tantos los héroes célebres de las libertades civiles y sociales como los nobles corazones que sangran al ver los débiles oprimidos, que corren a socorrer las víctimas del engaño o de la violencia, que se interponen en las luchas fratricidas, que mueren en una justa guerra y por un ideal. Son estos ángeles de caridad que curan las heridas corporales y morales, que predican con su ejemplo la dulzura y la humanidad y que además, conceden a los demás todos los derechos legítimos, guardando para sí mismos solamente los deberes. La justicia de los hombres es precaria de nacimiento; ningún legislador puede prever todos los casos; ningún juez, por más imparcial que sea puede entrar en la conciencia del detenido, distinguir su parte exacta de responsabilidad y sopesar los móviles de un delito. Únicamente la justicia del Cielo sondea los corazones y los instintos, las proporciones del libre albedrio y del atavismo, y las series de consecuencias del acto en todos los mundos. La justicia de los hombres es despiadada; la justicia del Cielo es indulgente porque dispone del Tiempo al que puede ensanchar los límites. Por demás Dios no castiga porque nos ama; y nunca se siente ofendido, porque la pequeñez del hombre nunca puede alcanzar Su grandeza infinita. El pensador se enfrenta comúnmente a la antítesis de la Justicia y de la Misericordia, antítesis sobrenatural y antítesis natural. En el Reino de Dios, no hay Justicia que castiga porque no hay Ley que obliga; los habitantes del Cielo obedecen libremente; son incapaces de desobedecer; el Amor llena su ser por entero: tampoco hay ahí Misericordia ya que no hay ni delincuentes ni penalidades. En cambio, en la creación, la Justicia reina, porque allí, una Ley fue promulgada, porque toda infracción al deber, todo desborde sobre el derecho del vecino, rompe el equilibrio moral, social, económico e inclusive físico; porque la menor rotura local se propaga invenciblemente y compromete poco a poco la armonía universal. Pero, nadie se deja perjudicar sin defenderse, o sin guardar rencor; como la ley divina es la vida misma del universo, toda contravención a esta es un fermento mórbido que descompone y envenena; un contraveneno viene a ser necesario para desintoxicar, y después para curar: Este remedio es la Misericordia; el médico es Jesús, ayudado por los “que tienen hambre y sed de justicia.” Las antiguas razas de la tierra admitieron ya la doctrina de las existencias sucesivas para explicar las injusticias aparentes que vemos a diario. Sin embargo, vemos muy poco reencarnacionistas de hoy aceptar con resignación las injusticias aparentes que los golpean. Reconocen teóricamente que somos los únicos artesanos de nuestras desgracias; pero en la práctica se rebelan. Y por otro lado vemos demasiado de estos adeptos de esta teoría decir fríamente frente al sufrimiento del vecino: ”Son sus pecados anteriores; se lo mereció; tiene que cumplir con su karma” Otra vez ahí, el Oriente nos trasmitió una luz falseada. Porque, al contrario, Cristo nos exhorta a aceptar los golpes de la suerte porque son justos y que, en efecto, debemos ser hambrientos de justicia; pero paralelamente, nos pide de alejar estos mismos golpes que van alcanzar a nuestro hermano y de pedir para él, esta incomprensible justicia que se llama la Misericordia, y de pagar si necesario, la multa en su lugar, de hacer por él lo que deseamos que Dios haga por nosotros. Si se produce injusticias en el funcionamiento del mundo, o en el pequeño gobierno que rige a los ciudadanos, no son los motines y las revueltas que impedirán que vuelvan. La historia imparcial nos muestra que solamente traerán otras injusticias en sentido contrario. Únicamente la sumisión a las leyes tiránicas las mata y hace nacer otras más sabias. Solo manos compadecientes curan los rencores y los deseos de venganza. Solo un inocente que se ofrece en lugar del culpable regenera este corazón corrompido. Sabemos todos que las cárceles y los lugares de detención terminan por pervertir en lugar de mejorar. Por más que todo este vasto universo solo ofrece, al amigo de Dios, escenas de luchas más o menos brutales, un tiempo vendrá y un lugar se prepara donde los contrarios se armonizarán, donde las antinomias se resolverán, donde los enemigos beberán a la misma copa y cortaron juntos el mismo pan, y donde los oprimidos levantarán a sus persecutores arrodillados y suplicantes, y los agradecerán. En el banquete del Esposo, la Justicia y la Misericordia, hermanas enemigas reconciliadas, ofrecerán juntas a los hijos del Padre, el pan de vida del Amor y el vino de la Sabiduría Eterna. Pero para obtener esto, es necesario “tener hambre y sed de justicia”. Hay que desear comer la Justicia y desear beberla; La Justicia, en efecto es una substancia; es la economía misma del Reino de Dios; es la fibra y la savia del gran Árbol de los Mundos, de la Cepa eterna; y nuestro ser de Luz la desea porque es un retoño de ella. Es también la persona misma del Juez; es el personaje que revestirá el Hijo en el último día. Es por esto que los mejores de entre nosotros, solo pueden tener hambre y sed de Justicia; no pueden nutrirse de ella; esperan, se consumen en el deseo de este banquete inmenso, donde los mundos y los dioses, apretujándose detrás de las columnas del pórtico eterno, miraran, esperando así como lo hacen los perritos, la cena de los elegidos, de los hambrientos milenarios, de los pobres viajeros a quienes, todas las piedras del desierto rehusaron el agua que buscaban. Los que tienen hambre y sed: los pobres, los enfermos, los extraviados, los pelegrinos: y también las dos muchedumbres para las cuales los panes y los pescados se multiplican, ¿Quiénes son ellos? Son los que quieren ganar las riquezas del Cielo, recobrar el vigor del inocente, reencontrar el camino de la casa natal y orar al pie del altar supremo. Son una muchedumbre, inclusive dos muchedumbres, porque la letra del Evangelio es una realidad completa. Y es así, en el nombre de todos aquellos, que el Juez dirá, en el último día: “Tuve hambre, tuve sed…” XXX El manso, es él en quién todo se dispone a la bondad. La Bondad Esencial es la disposición constante del Padre inclinándose sobre los mundos y sus pueblos, sobre todos y cada uno. La Bondad es paciente con los efectos; porque brota de lo permanente, es indulgente con los sobresaltos de lo transitorio; porque corre desde la cima, baña con la misma mansedumbre todos los bajos fondos; porque nace del Todo Poderoso, no teme ninguna revuelta, porque es bella, abrasa toda fealdad; porque es verdadera, alienta a las fatigas extraviadas. El manso camina al encuentro de la bondad. Vive todavía en el error, pero adivina la verdad; la fealdad choca su instinto de la belleza todavía somnoliento; es con una debilidad querida que combate la violencia; es porqué ha percibido la Gloria, que le llega el coraje de luchar en los pantanos; es porqué sabe que todos los caminos van hacia lo eterno, que ningún fracaso merma su paciente y fuerte dulzura. Ahora bien, por más lejos que el mejor de los hombres permanezca todavía de la Bondad perfecta, este esfuerzo es sin embargo el que nos es lo menos imposible; es por esta facilidad relativa que el manso solo recibe una recompensa terrestre. ¡Cuán grandes deben ser las dificultades para ser pobre, puro o misericordioso, para que Jesús, al dar, solo al Padre, el título de bueno, nos muestre el valor sin medida de la bondad? La verdadera bondad, la bondad emprendedora, activa, creadora, que la moral laica llama humanidad, filantropía, altruismo, beneficencia, abnegación, en moral religiosa, se llama caridad; conlleva entonces los gestos más sublimes, los sacrificios más exorbitantes; no es el hombre que la realiza: es Dios por el medio del hombre. Es por esto que se dijo. ”Solo el Padre es bueno”. Es por esto que Jesús solo habla de los mansos. Los mansos son estos corazones excelentes que saben acoger toda la vida, seres y cosas, con una sonrisa afable y una cándida ternura; son apacibles y benévolos; su gentileza es servicial, sus atenciones cordiales y sus complacencias llenas de amable bonhomía; solo encuentran indulgencia para los defectos de los demás, tolerancia a sus opiniones y siempre se ofrecen para conciliar las diferencias. En una palabra, los mansos se limpiaron de todas las formas fundamentales del egoísmo: hicieron de su corazón un altar; en él, depositan todos los días sus actos de benevolencia perpetua, así como los antiguos sacerdotes depositaban las leñas preciosas del sacrificio; y el fuego del Cielo, el fuego del Amor solo tiene que bajar para incendiarlos para siempre. Este trabajo preparatorio, esta escultura en hueco, el modelaje de este molde, necesitan esfuerzos que solo los que los han hecho pueden apreciar. En breve es toda la moral antigua, Sócrates y Pitágoras, Epíteto y Marco Aurelio utilizados aquí para la base de la moral cristiana; eran en su tiempo el edificio; Jesús invirtió sus altitudes; entre sus manos, se convirtieron en las bases de las fundaciones; el Templo nuevo será edificado sobre ellos por invisibles arquitectos, por los ángeles compañeros; y las criaturas podrán comparar así su nada con la totalidad divina. Porque ellas son las que no son. Su vigor y su habilidad, sus energías y sus sensibilidades, su inteligencia o su instinto, nada de todo esto les pertenece; todo esto son instrumentos de trabajo que la Naturaleza les presta al nacimiento y que deben devolver al morir, no solamente en buen estado espiritual, pero mejorados, o mejor dicho depurados, rectificados, embellecidos, regenerados. Digo: en buen estado espiritual, porque el cuerpo esta envejecido en el momento de la muerte; las pasiones parecen debilitadas y la inteligencia vacilante; pero adentro de las fibras y de las células, está la fuerza vital; adentro del corazón está el deseo; dentro del cerebro está el pensamiento; estas energías, como todas las otras que no menciono, se presentan frente al justo Juez, luminosas u oscuras, según el uso que el yo ha hecho de ellas. El Yo es el gran responsable; y a menudo presenta instrumentos arrumbados o estropeados. Ahora bien, la causa principal de estas averías es que el ser humano cree poseer estos instrumentos de trabajo; tanto lo cree que se identifica con ellos. Decimos “Estoy enfermo” lo que significa que nuestro cuerpo tiene fiebre., o “Soy feliz” cuando es solo un perfume errante del Invisible que embriaga nuestra sensibilidad. No, el Yo es el espectador, el controlador, el registrador, el actor en una palabra. Así como el centro instintivo no necesita del cuerpo para codiciar las emanaciones del mundo material, que el centro afectivo no necesita del sistema nervioso para amar y odiar, que el centro intelectual no necesita del cerebro para elegir las ideas con las que piensa, el Yo no necesita de ninguna de estas esferas para ser, para querer, para actuar. Separado de ellas, sin duda pierde el contacto con el universo sensorial, el estético o el metafísico; pero preexiste a ellos, sobrevive a ellos y no depende de ellos. Por cierto les son útiles; es gracias a ellos que puede cumplir su destino, así como que es gracias al Yo que todas estas facultades que lo sirven, llegarán un día al estado glorioso de sustancias espirituales puras. Unos y otros pueden vivir separadamente; pero para llegar a la perfección, necesitan vivir todos juntos. El error común de las conciencias consiste en identificar el motor a las ruedas. Cuando una sensación, un sentimiento o una idea llegan a mí, lo que me permite conocer esta percepción, es mi conciencia; mi conciencia, además, se conoce a sí misma. Es esta última noción que es el Yo; es en este punto exiguo que duermen las inmensas energías de la Libertad; por desgracia, es de este punto vacío que somos tan orgullosos. Vierte las fascinaciones más inverosímiles sobre todo lo que tocamos. El que “se hizo rico” se imagina deber su éxito a su habilidad en los negocios, a su voluntad de trabajo y de economía; cree que “se hizo él mismo”, cuando, en realidad, las circunstancias le fueron preparadas y las fuerzas que le eran necesarias, le fueron confiadas para su utilización. A su muerte, nada quedará de todas sus labores, salvo el ideal más o menos alto hacía donde los llevó. Pero, todo lo que el Destino nos da, desgracias o felicidades, es siempre para una prueba; y las felicidades son los más temibles de estos severos exámenes. Cada ventaja personal es, en realidad, un nuevo deber hacía los de nuestros hermanos que no la tienen. ¿Qué haríamos, por ejemplo, si la Naturaleza atesorara? No se debe guardar lo superfluo; tiempo, dinero, fuerzas, inteligencia, afecto, todo lo que no utilizamos debe ser ofrecido, ofrecido a nuestros amigos, a nuestros enemigos, a los que nos son indiferentes o los que no nos gustan. Hay que compartir; hay que acoger las mudas solicitudes de las criaturas inferiores y de las cosas; sin espera gratitud y sin desmotivarse. Cuando un gesto fraternal nos cuesta, ¿no es, acaso, la muestra que es poco frecuente? Solo hacemos con facilidad lo que hacemos a menudo. Así como los dedos del pianista, después de miles de ejercicios, corren sobre el teclado sin ayuda de la mirada, se necesitan innumerables tentativas penosas para que la menor virtud sea parte integrante de nuestra personalidad, para que sus iniciativas broten espontáneamente, al primer llamado de las circunstancias. Cuando la Naturaleza y sus ministros, los dioses de la Tierra, habrán visto con que cuidado hacemos valer lo que depositaron en nuestras manos, con que amplitud repartimos los intereses, nos confiaran otros depósitos cada vez más importantes. Con un corazón afable, con manos abiertas, con el olvido de nosotros mismos, fertilizaremos el pequeño dominio donde el Maestro nos instaló. Y después del largo y leal arrendamiento, Él nos dará como propiedad nuestra, esta pequeña porción de tierra que con paciencia hemos hecho prospera para Él. Esta es la recompensa de los mansos. XXX La Misericordia encuentra ocasiones menos frecuentes para ejercerse. Es una forma de la bondad que perdona al culpable, que no le inflija punición o que nos prohíbe la venganza. Es la virtud que deberían tener las clases dirigentes. En cuanto no se vive completamente en lo más bajo de la escala social, uno fácilmente se inclina a pensar que solo los inferiores tienen deberes y los superiores solo derechos. Al contrario, los deberes de la clase superior son más imperiosos que los deberes de la clase inferior. El primer grado de la misericordia, es de no despreciar al inferior, de tratar al débil, al inferior, al subalterno, sin dureza, sin desprecio, sin soberbia, sin falta de cortesía, sin indiferencia; es ofrecerle esta acogida indulgente que sabe dejar de lado la falta de educación, la influencia negativa de la miseria, de la falta de cultura; que no se impacienta por los defectos, que soporta las debilidades, las pequeñas tiranías, y que sabe que así como las virtudes, los vicios deben visitar los corazones para llegar a la trasmutación redentora. Esta misericordia es grande como el mundo; abarca el género humano, todas las criaturas visibles e invisibles y hasta las entidades abstractas. Exige una clemencia universal y perpetua. La segunda misericordia es el olvido perfecto de los dolos, de las molestias y de las ofensas, la supresión total de la memoria intelectual e inclusive de la memoria corporal. La tercera misericordia es la imposibilidad de sentir las ofensas, no porque nuestro desprecio es inalcanzable, pero porque nos hemos hecho tan pequeños, tan pequeños, que las flechas no nos encuentran. Más que el superhombre, el humilde discípulo es invulnerable; su calma, antítesis de la serenidad olimpiaca, nace de una confianza total en la fuerza de su Maestro y de un amor invariable. Es así como los misericordiosos tendrán misericordia. ¿Qué significa esto? ¿Es tan difícil la misericordia para el Padre, o es que tanto la necesitamos? Si realmente la necesitamos; nosotros, nuestra consciencia, mucho no lo sabe; pero nuestro corazón espiritual lo sabe, y tiembla e implora; porque él, vio la Luz; sabe cómo es bella y pura frente a las fealdades del Yo; cuenta con angustia los pocos méritos que ha podido adquirir; los compara con la masa de sus faltas; suputa de cuanta misericordia sin medida, necesitará; porque pecamos a cada minuto, sea por olvido de Dios, sea por deficiencia de celo: Hay que reconocerlo, sabemos muy bien todo lo que tenemos que hacer, ya que una sola noción , la más sencilla comprende todas las otras; pero borramos de nuestra memoria estas ideas religiosas que nos molestan; no queremos pensar en Dios; y lentamente esta ceguera accidental se torna crónica; se termina por olvidar a Dios: Pero este olvido es voluntario; todo el bien que nos hizo omitir está anotado como débito nuestro; y si no nos estimamos grandes pecadores, es porque no nos atrevemos a examinarnos, nos falta coraje o franqueza. Si tuviéramos que reparar, según la estricta justicia, todos los males, con sus continuaciones, que sembramos, las consecuencias multiplicándose, nuestro presidio sería sin fin; cuanto más que seguimos cometiendo nuevas faltas, en el correr de las penas infligidas. Es por esto que tanto necesitamos de la Misericordia; es por esto que la Gracia interviene, de vez en cuando, a través del ángel que nos protege, gracias a la oración de un Liberado, por orden de Jesús. Este bienhechor espiritual paga nuestra deuda, sea haciéndonos beneficiar de sus méritos, sea recurriendo a los inagotables tesoros del Padre. Recordemos que estos favores siempre son gratuitos; una gracia nunca es un intercambio; nunca tenemos derecho a ella; no la merecemos nunca; no podemos merecerla; todo lo que podemos, es no cerrarle las puertas. Ahora bien, mantener abierta la puerta que mira al Cielo, es una cosa tan difícil, que necesitamos utilizar todas nuestras fuerzas. Obliguémonos, entonces, a ejercer la misericordia, con una energía inflexible; entonces, gracia a la promesa de Cristo, en el último día, Él nos dará misericordia. Santiago anuncia una condena sin misericordia para él que no tuvo misericordia con otros; no entiendan que nuestras misericordias hacia nuestros hermanos obligaran la misericordia del Juez a bajar sobre nosotros; tan lejos que podemos llevar la clemencia, solo haremos nuestro deber. Tampoco entiendan que seremos castigados por no haber tenido mansedumbre; el justo Juez no castiga; solo deja actuar las reacciones naturales. Pero si nos mostramos inflexibles con nuestros deudores, este Juez, para enseñarnos cuanto es duro tener que tratar con un acreedor despiadado, retendrá su entrega de misericordia, aunque le cueste a su ternura. Pero si hemos sabido perdonar, si hemos podido sonreír a los que nos ofendieron, el Tesoro de Luz pagará por nosotros nuestras faltas. XXX El puro, es el incorrupto, es el que, desde largo tiempo y con bastante profundidad ha pasado por el fuego y que este le dio su claridad, su belleza y su simplicidad. El puro es la quintaesencia, la flor, el destello, lo sublime; es el que es homogéneo, sin aleaciones, el directo, el íntegro y el intacto; es en una palabra el Espíritu, el único fuego que sea a si mismo su proprio alimento inagotable. La continencia, es solo una higiene; la castidad es solo una pureza de costumbre, y la virginidad solo una pureza del cuerpo. Las tres son preciosas, dignas de elogios y ayudas incomparables para la voluntad. Los que son capaces de separar su mirada o su deseo de una forma voluptuosa, que pueden rehusar su consentimiento a las tentadoras embriagueces de la imaginación, que imponen calma a la juventud de su sangre, saben qué inflexible energía necesitaron estas victorias. Sin embargo, la sexta bienaventuranza pide más: un esfuerzo infinitamente más profundo, una energía constantemente al paroxismo, una fijeza del ojo interior sobre Dios, a la que se llega solo después de diversas preparaciones. Nuestra “psiquis” para hablar como Santo Tomas de Aquino, satura tan minuciosamente nuestra persona física, que todas las propensiones instintivas de esta se pervierten cuando la complacencia del “Yo” se detiene en ellas con consciencia. Los placeres corporales ensucian, no porque la materia sea inmunda, pero porqué está tan cerca de las Tinieblas y de los demonios, que sus vapores perturban la consciencia, envenenan la voluntad, oscurecen la Luz en nosotros. Así, el corazón puro es el que no desea más nada de sensual ni de lo sensible, que no busca ninguna alegría para sí mismo, ni en el contacto de las criaturas, ni en las formas estéticas, ni en las abstracciones de lo inteligible. Esto es el primer grado de esta pureza. El segundo, es de percibir a Dios en Sus obras. Los bellos paisajes, la inocencia de las mañanas y el esplendor de los atardeceres, la majestad de las montañas, el infinito de los mares y el encanto de los jardines, estos son signos de Dios. La fuerza del árbol, la elegancia del animal, el estilo de un cuerpo humano, la expresión de un rostro, son signos de Dios; el esplendor de un poema, la inmensidad de una sinfonía, la elocuencia de un cuadro, son signos de Dios: Todo es un signo de Dios. Y el que comienza a purificar su corazón percibe una imagen divina en todos lados. El tercer grado de la pureza es reconocer la forma de Jesús, bajo todas las formas; es encontrar un gesto de Jesús en todos los fenómenos; es captar un pensamiento de Jesús en la cima de todas las leyes: Jesús llena el universo; lo encontramos en todos los lugares y en todos los instantes; recorre todos los mundos y entre ellos los al que acceden nuestro cuerpo y nuestro espíritu; y así como dice Él: “Quien lo ve, ve al Padre”. Esta visión, en las etapas anteriores del ser, era imprecisa, vaga más que general; abstracta y especulativa; era la visión divina de los panteístas y de las antiguas sabidurías humanas; era la visión del asceta hindú, del Liberado de los Vedas, del Arhat budista, del Phap taoísta, del Uni Sufí.. La visión de la sexta bienaventuranza es, al contrario, precisa, distinta para cada uno de sus objetos, concreta y práctica. Con ella, el discípulo, cuando mira una piedra, discierne las relaciones que tiene con la Roca Eterna; cuando admira una flor, percibe el gran lirio salomónico, y la viña, la higuera, el trigo, las palmas y los olivares, el junco y la acacia espinosa; cuando se encuentra con los animales, el discípulo ve las enfermedades, los diablos o los ángeles, las catástrofes y los sufrimientos, sus correspondencias con el gran Curador, el gran Exorcista, el gran Mártir con el Maestro de todos y de todo. Todo esto le aparece a través de sus formas terrestres. Semejante corazón, de tanto esforzarse hacía su Dios, hacía nuestro Cristo, se vuelve receptivo a Su sola radiación y descubre su rastro innumerable con una ojeada. Nosotros, inclusive los más fervientes, solo vemos a Dios como en un espejo, en el espejo de la Naturaleza, donde las realidades eternas solo son reflejos, donde el Rostro eterno es invertido. Lo que es lo más bello aquí, y lo más admirable – no me atrevo a decirlo, y sin embargo es la verdad – lo más bello, lo más grande, lo más admirado sobre la tierra, es la más común y lo más pequeño en el Cielo y lo menos precioso frente a nuestro Padre. Esto parece imposible; y sin embargo es. Si el Reino de Dios solo fuera el perfeccionamiento a la trillonésima potencia de la fuerza, de la belleza, de la verdad creadas, ¿no sería otra cosa que un Relativo ampliado? Si el Reino es el Infinito, el Inefable, el Imposible, el Inconcebido, el Absoluto, en una palabra, ¿no es entonces normal que desarrolle sus potencias inconmensurables al inverso de este Universo, ya que la dirección de este es lo finito, lo posible, lo comprensible, lo relativo? Es por el esfuerzo de la pureza que se llega a ver a Jesús al centro de toda cosa; y Jesús, a su vez, le da a su contemplador, una ignorancia especial; hace más, ya que todo don de Jesús es un don perfecto; al dar a su fiel un poco de la claridad de la penetración de Su mirada, Él se da a Si mismo. Y cuando el beneficiario logra sobrellevar sin flaquear este intercambio formidable, son sus ojos siempre que miran, pero no es él que ve, es Cristo-Dios que ve en él. Así, ver a Dios es ver por, a través de Dios. El puro ha dado las garantías y las pruebas de su inocencia, de su inocuidad, de su caridad. Ninguna criatura ya lo teme; saben o sienten todas que solo ayuda y alegría recibirán de él; es el amigo de todos los seres y todas las cosas; para él, las barreras de las castas, de las razas y de las religiones cayeron; no quiero decir que todas le parecen idénticas, pero todas son para él dignas de sus oraciones y de sus sacrificios. Su actividad no lo ata más, es libre. No necesita elaborar pensamientos para conocer: se dirige simplemente a los seres, a la piedra como a la estrella, al demonio como al ángel y, como ya no hay sombra en él, sus interlocutores le responden con verdad y le muestran su desnudez esencial. “Bienaventurados los que trabajan para la Paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Hay una tranquilidad hecha de apatía o de indiferencia. Hay otra hecha de estoicismo y de impasibilidad. La primera es inerte; la segunda es orgullosa; ni una ni otra vienen del Cielo. Lo que viene del Cielo es siempre vivo y fructuoso. Que se trate de guerras interiores o de discordias exteriores, de inquietud de los deseos, de angustia de las ambiciones, de rencores envidiosos, de venganzas o de rivalidades, una sola causa engendra la multitud de los disturbios: la falta de confianza en Dios. No nos persuadimos de Su solicitud; no concebimos que Su permiso es indispensable para cualquier mínimo resultado; uno se imagina que está solo, sea que invade al vecino, sea que sufre de su agresión; solo vemos la injusticia aparente de nuestras penas; damos demasiada importancia a las cosas temporales, que sin embargo pasan todas; en fin, nos apuramos a concluir, como si nuestro futuro eterno dependiera de nuestros pequeños éxitos o de nuestros ilusorios fracasos. Solo se puede dar lo que se posee. Para restablecer la paz alrededor suyo, primero hay que establecerla en uno mismo. Y estas dos grandes obras son igualmente difíciles. Largo es el camino de aquí al reino de la Paz, y nuestro Yo camina bien lentamente. La guerra está en todos lados: en nuestro corazón, en nuestra familia, en el trabajo, en la cuidad, en la nación, en las ideas, entre los pueblos, entre las religiones, en cada religión. En el pequeño círculo donde cada uno vive, que fuerte y tenaz es. Entonces, ¿cómo establecer la paz interior?, ¿cómo establecerse uno mismo en la paz interior? Todo lo que podemos hacer para esto, es prepararnos para recibirla, hacernos – no dignos – pero por lo menos aptos a recibirla; ordenar, limpiar, ventilar las habitaciones de nuestro espíritu para que la Paz pueda hacer, en él, estadías cada vez más larga. Consigamos primero, el control de nosotros mismos, de nuestras emociones, mantener la calma. Somos una mezcla íntima de materia y de espíritu. Controlemos primero la materia, es decir los instintos; después disciplinaremos las emociones; por fin, rectificaremos nuestros pensamientos: Control de si, serenidad, recogimiento, imparcialidad: estas son las columnas del templo de la Paz. Estas cuatro columnas están sentadas sobre cuatro sólidos pedestales: el primero se llama la paciencia que soporta todo sin murmurar; el segundo es la humildad que se pone siempre en el último lugar, solo toma por sí el stricto mínimo y siempre busca contemplar los deseos de los otros; el tercer pedestal es la constante oración hacía Dios para el cumplimiento de Sus voluntades; y el cuarto es este humor flexible y sonriente que no se ocupa de lo que no está a su cargo, que no se afecta de lo que ocurre, que solo se apasiona para las cosas eternas. El pacífico no sospecha de nadie; solo sus propios defectos lo preocupan; su benevolencia acoge los seres y las cosas, recibiendo, con la misma igual dulzura, los inoportunos y los simpáticos, las alegrías y los dolores. Su preocupación está arriba; no permite que lo perturba nada de lo terrenal; en fin ofrece el espectáculo de un concierto armonioso, donde las resonancias y los acordes de las diversas facultades se entremezclan, se responden y se prolongan, irradiando a su alrededor esta alegría serena y rica como se sueña que pertenece solo al Cielo. En verdad, la paz es un terreno bendito donde solamente las semillas sembradas por el Hijo, germinan; es un atmosfera con sublimes transparencias donde solo las flores del Espíritu adquieren aquí, toda su belleza. El hombre que sabe aclimatarse a ella experimenta alivios inesperados; todo lo que lo llevaba hacía abajo se aleja de él poco a poco; sus energías se transforman; su razón percibe puntos de vista nuevos; su corazón se amplía; inclusive su cuerpo cambia de aspecto y su fuerza vital de calidad. Su personalidad entera, desprendiéndose de los focos naturales de la existencia relativa, se injerta en el foco de la vida eterna, sobre la Cepa mística. Y cuando esta trasmutación es completa, el individuo está para siempre anclado en Dios; se ha vuelto un hijo del Cielo. Este es el porvenir reservado a los que, apaciguando sus propias discordias interiores, se esmeran en parar las disputas y las venganzas. Necesitan mucho coraje, porque los adversarios, a menudo se ponen de acuerdo en contra del conciliador; necesitan una muy delicada habilidad para tocar las heridas del amor propio de la gente. Necesitan una benevolencia, una mansedumbre invencible, porque todos los comentarios malignos, todos los actos injustos que habrán impedidos, caerán sobre ellos indefectiblemente. ¡Cuánta paciencia, cuánta constancia, cuánto amor, vierten estos pacifistas de Dios! Admirémosles, amémoslos y sigamos humildemente su ejemplo, ¡demasiado raro! La tarea del discípulo no consiste solamente en mantener y transformar los malos fermentos que pululan en él; sin duda es lo más urgente; pero, además, hay que combatir el mal exterior ordinario del que los hombres son los artesanos y el mal exterior extraordinario por el que los demonios se descubren: la primera batalla es la lucha para la Justicia; la segunda es la lucha íntima contra las tentaciones. El discípulo ha abandonado en su corazón, todo lo que interesa a los hombres; se convierte entonces en un escándalo para ellos; no lo entienden; se asombran cuanto más de su conducta, cuando viven en su alrededor; sus antiguos amigos, sus padres son los más hostiles; y no es completamente culpa de ellos, porque, a la Luz, le gusta la dificultad; le complace bajar en lugares inhospitalarios; los discípulos nacen a menudo en las familias más terrenales, donde reinan las codicias más utilitarias, donde la religión es solo una formalidad. Porqué ahí mismo, el esfuerzo hacía el Cielo será más enérgico, porque en esta pesada atmósfera, la explosión de los fervores divinos será más violenta y más pura. La sola presencia del discípulo es una censura insoportable para los que sirven las potencias de la carne y de la sangre. La palabra justicia contiene la idea del derecho; rendir justicia, es restituir sus derechos a los a quienes fueron sacados; ser justo, es actuar en forma derecha, con rectitud, en línea recta, podríamos decir; es poseer un principio para su conducta y no permitirse más pensar, amar u obrar si no en la lógica, en el rayo de este principio. Pero, dos principios morales comparten los sufragios de los hombres: el primero es el egoísmo, es esta triste y chata máxima: “Cada uno para sí y Dios para todos”. El segundo es el altruismo, es el dulce mandamiento: ”Amanse los unos a los otros”. Hay entonces dos derechos, dos justicias: la justicia de la Materia, es la ley del talión. La justicia del Cielo es el impulso del Amor. Siempre asociamos la idea del combate a la de la violencia. Solo vemos energía en la dureza de los despotismos o en las fiebres de las codicias. Pero hay otras batallas y armas extraordinarias para el Soldado del Cielo. Son la dulzura y la compasión, la paciencia y la indulgencia. Exteriormente, está condenado al fracaso; el Mundo lo aplasta. Interiormente, el Mundo viene a ser su estribo, y certera es su victoria, porque combate junto a la eternidad. Estos soldados de la Locura Divina se encuentran entre los innovadores, martirios de la inteligencia, del ideal o de la fe, entre los que la política, laica o eclesiástica deja morir o mata para glorificarlos más tarde, entre los apóstoles de la fraternidad social o de la libertad de consciencia; pero Cristo los encuentra, a estos fieles soldados, más que todo, en la muchedumbre anónima donde Su mirada penetrante discierne, de vez en cuando, algunas almas bastante viejas para haberse desprendido de las ilusiones, bastante claras para ver Su esplendor, bastante maleables para estar prontas a todas las obediencias. La certeza de servir al Padre les alcanza; ya no piden ni recompensa ni descanso; ninguna de las maravillas del mundo ya las fascina; sus ojos están puestos más allá, sobre el Arquitecto de las maravillas, sobre el Omnisciente, sobre el Todo Poderoso quién vino hacia ellas como su amigo, quién les da todo lo que recibe, y por quién, ellas, a su vez, pueden dar todo a sus hermanos sin coraje. Estas almas, vayan a donde vayan, guardan siempre su luz, la Luz; en verdad, en realidad, el reino de los Cielos es de ellas, en las estrellas radiantes, en el fondo de los infiernos perdidos, o en las soledades donde todavía no hay astros. Poseen los Cielos, porque el Maestro de los Cielos se ha hecho su Servidor. Y, en realidad, ¿adónde encontrar a un ser que sea constantemente, totalmente, perfectamente perseguido por buscar Justicia, una víctima inocente? Si no es inocente no es una perfecta perseguida. Ningún ser, cualquier sea el nivel de santidad que haya logrado, es totalmente inocente, en un sentido completo; ninguno, salvo uno solo, Cristo Jesús. Es a El mismo que se aplica esta promesa, como las otras promesas de las siete otras bienaventuranzas, así como todas sus promesas. Resume el Reino de los Cielos, junta en una unidad suprema la condición de la promesa, su objeto y el medio de aplicársela. Es el prometedor, el prometido y el merecedor. Es por excelencia y solo Él, el Pobre, el que llora, el Manso, el Hambriento, el Misericordioso, el Puro y el Perseguido. Él es, de forma absoluta, el propietario del Cielo, el Consuelo, el Maestro de la tierra, la Justicia, la Misericordia, la Visión de Dios, el Hijo de Dios. Y, a lo largo de la historia evangélica, se multiplicará esta identidad constante de enseñanzas y de actos, de promesas y de sus pruebas, del pasado con el futuro, en el móvil y perpetuo presente, esta fusión, al fin, de todo lo abstracto con todo lo concreto, en la persona de Jesús. Así es como, para que se afirme una vez más la fuerza Crística de la identificación de los extremos, vemos una felicidad eterna, esencial, real, conferida como recompensa de una infelicidad pasajera, ya que la existencia terrestre es tan corta, de una infelicidad superficial, porque solo nuestra persona puede sufrir, de una infelicidad aparente ya que todo en la tierra es solo sombras e imágenes. Una tal infinita desproporción entre la suerte temporal y el estado eterno tiene lugar para cada una de las bienaventuranzas, para que sea todavía más visible en la octava; es el sello del Hijo, es el vuelo de la esperanza. XXX Esta esperanza, la vemos en el borde del precipicio, midiendo con la mirada la altitud de los cielos antes de emprender su vuelo; esta mirada son estas dos frases donde quiero ver la novena bienaventuranza, la bienaventuranza secreta, la más desconocida, esta frente a la que todo el mundo pasa sin percibirla, así como los viajeros de las leyendas pasan frente a la entrada de la gruta del tesoro cerrada por una frágil cortina de espinosos. Es destacable que San Lucas, el más culto de los apóstoles, solo menciona tres de las ocho bienaventuranzas, y todavía restringiéndolas al sentido material. ¿Era el historiador de la pobre Madre de Cristo más sensible a los sufrimientos físicos que los otros apóstoles, gente robusta y acostumbrada a la pena? ¿O bien quiso dirigirse a los más humildes de los miserables, a los que están encarcelados en la triste prisión de genes sin grandeza? En la dos hipótesis, el pintor de la Virgen María tiene razón; el dolor físico es una dura escuela, y nuestro cuerpo una muy preciosa maravilla; sea que se le ablanda o sea que se le trate como enemigo, nos equivocamos sobre él. ¿Sin él, que sería nuestra alma? ¿Que serían nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad y todo lo que hace que seamos humanos? Cuerpo admirable, llamado al más brillante destino: el de ser un día el templo de Dios. ¡Cuanto tendríamos que quererlo, con una ternura austera y fuerte; ¡cuánto tendríamos que darle, con prudencia, ejercicio, fatiga, y las alegrías que lo lleven hasta el Espíritu; ¡Cuánto tendríamos que respectarlo!! Esto es, pienso, lo que el tercero evangelista quiso hacernos entender; porque, en el fondo está de acuerdo con el primero, ya que enuncia en términos idénticos, la que llamo la novena Bienaventuranza, síntesis de todas las otras. Estos dos versículos paralelos nos muestran claramente que Jesús, ahí, se dirige, no a la muchedumbre, pero a sus discípulos, ya que para que los perseguidos sean bienaventurados, es necesario que sea a causa de Él que hayan sufrido. Primero que todo, aquí está, claramente desvelado, el secreto de los valores espirituales; residen, no en la energía, en la grandeza, en la perfección de las cosas cumplidas o soportadas, pero en la meta, en el móvil, en la intención que ha sido su alma. Muchas veces después, Jesús volverá sobre este arcano. Así, ustedes que quieren servir a Jesús, si los ultrajan, no pidan reparación; si los odian, bajen la cabeza; si se los persigue, no se defiendan; si los calumnian, no traten de restablecer la verdad de los hechos. Cada insulto, cada traición, cada maldad recibida en calidad de discípulos, es una certeza más de sentarse un día a la derecha del Padre. Aquí otra vez, el dulce san Lucas se vuelve terrible; anuncia la desgracia para los ricos, los saciados, los felices, la gente establecida; y tiene razón; los a quienes la suerte “mima”, se pierden, desgraciadamente; y la prueba más difícil a enfrentar es más bien la suerte, el éxito y la riqueza que el fracaso o la pobreza. Es por esto que el deber del rico es de dar; el deber del científico es de instruir, el deber del artista es de conmover noblemente. XXX Le ley de la materia es la corrupción; y el discípulo, al llamar al Espíritu, para esta corrupción. Es gracias al pequeño grupo de verdaderos servidores del Cielo que la corrupción no invade la tierra entera, y que esta no cae en una caída vertiginosa hacía el abismo sin fondo de la Nada. Así como el agua de mar, cuando se evapora deposita en pequeños cristales brillantes esta sustancia pura, la sal, que le impide pudrir, de la misma manera, cuando el calor del Sol divino hace evaporar en nosotros las esencias materiales, ya no somos más que solidez, fijeza, pureza; paramos a los fermentos mórbidos. Estos verdaderos discípulos no se constituyen en un grupo, un cuerpo, no forman una secta religiosa; el Espíritu que los anima y que los lleva, no acepta etiqueta; no crean entonces, que están reunidos en tal monasterio cerrado, en un ermitaño desconocido, en una fraternidad misteriosa; quizás, están aquí o allá, físicamente, pero su lugar, su claustro, es el Espíritu; ellos mismos, quizás no saben, probablemente quienes son; Lao Tse, Gautama, César, Napoleón sabían lo que eran; es por esto que parecen pequeños a los ojos de Dios; la Virgen representante total de la Asamblea de los servidores de Dios, no tenía ninguna idea de ella misma, si no que era ínfima e indigna. Es por qué no se conocen que los verdaderos discípulos son la sal y la luz encendida; si emplearan una parte de la fuerza de su luz a mirarse, trabajarían menos, irradiarían menos. Comprender quién es Jesús Cristo, sentir que ninguna carrera es más bella que de ponerse a su servicio, esforzarse a caminar en este sendero: esto significa que se es elegido, desde antes del nacimiento, para integrar la cohorte secreta de Sus discípulos. Entonces, hay que poner todo su empeño a mantenerse blanco y puro; hay que elevar, sin parar, la luz que hemos recibida: que sean todos nuestros pensamientos según la Ley, todos nuestros deseos dirigidos hacia el Cielo, todos nuestros gestos como prolongaciones de los gestos de Jesús. Hay que ofrecer simpatía a todos, y a todo. Decir lo que uno siente que es verdadero, acordarse que Jesús está aquí, abrirse al fin y ofrecerse a menudo a Él. La sal es la pureza interior. La lámpara encendida, la luz, es el don de todo lo que se posea, todavía más, el don de sí mismo. Sin duda hay que ayudar con la limosna, hay que ofrecer sus descubrimientos, compartir su ciencia, ofrecer su felicidad, pero haciendo todo esto, hay que agregarle la sonrisa de una fraternal amistad. Imitemos así el Padre, que distribuye a los seres, cualquier sea su cualidad, la vida, el alimento y la inteligencia necesaria para su progreso, y que sabe también negarles los favores inoportunos que no usarían correctamente. En fin, no se trata de creerse puro, pero de ser puro; porque el rol de la sal no es de quedar bien limpita en un lindo cristal, pero de ser incorporada a los alimentos para impedir que se corrompan; no se trata de saber hablar muy bien de Dios, pero de actuar como Dios manda; solo el acto es la luz que alumbra. Antes de seguir leyendo la continuación del Sermón de la Montaña, echemos una última mirada sobre estas inmensas primeras palabras. Conocemos el placer, la satisfacción, el encanto, la felicidad y el éxtasis; son los rostros humanos de la alegría; su rostro divino es la bienaventuranza. Es un estado donde el movimiento es una voluptuosidad, donde el vigor renace a medida que se gasta, donde el cansancio ya no existe, donde se encuentra lo que se propone buscar, donde se obtiene al mismo tiempo que se pide, donde la posesión colma el deseo sin saciarlo jamás: tal es la bienaventuranza. Nadie puede imaginarla; nuestras alegrías son sombras, así como el sol es la sombra de la Luz. Toda cosa creada es un límite, una negación y un vacío. Nuestras felicidades solo son las posesiones ilusorias de estas apariencias. Nuestras bienaventuranzas serán la Alegría verídica de las realidades eternas que se extenderán sobre nuestras almas para poseerlas hasta siempre. ¿Pero qué quiso decir Jesús cuando pronuncio esta palabra? Dijo ocho veces: ”bienaventurados” y una novena vez para resumir las ocho primeras; es para hacernos entender que nos espera la Felicidad y que debemos ser ya felices de este destino. Los más sabios de Sus sacerdotes enseñaron a nuestros antepasados que la Fe viene del Padre y la Caridad del Espíritu; pero la Esperanza pertenece al Hijo. La esperanza es el estado de petición, es la fuerza del deseo, es la hija de la fe y la madre de la caridad. Los doctores de la Iglesia enseñaron que, en la obra divina de la salvación, cada una de las tres Personas de la Trinidad nos ayuda con una fuerza especial: la ayuda del Padre siendo la Fe, la del Espíritu, la caridad, la del Hijo la Esperanza. Hay una fe humana que se llama voluntad; una caridad normal que se llama filantropía y una esperanza razonable que se llama optimismo. Pero las fuerzas eternas que reconstruirán en nosotros este corazón virgen, solo apto a la visión de Dios, estas fuerzas son sobrehumanas, más arriba de todas normas y desconcertantes para la razón; y deben de ser así, ya que descienden del Absoluto, para volver a ascender llevándonos con ellas. Así toda la misión del Hijo es una siembra universal de esperanzas sin límites. Porque no nos ha salvado, pero nos ha dado el medio de la salvación. Está en nosotros de ponerlo en marcha. En el estado en que estaba nuestro planeta cuando vino, sin Él, la salvación era imposible. Él nos guía hacia el puente que es Él mismo; y cuando gracias a nuestra buena voluntad, habremos llegado a este puente, tendremos que cruzar el abismo. Así, su primero discurso público es un tejido de esperanza; Sus milagros, Sus parábolas, Sus preceptos, Sus acciones, Su actualidad siempre nueva, es también un vasto cuadro de esperanzas vivas. Cristo humaniza a Dios, nos acerca el Cielo infinito, acomoda el misterio a nuestros pequeños cerebros; nos muestra las florcitas de nuestros campos y las de nuestros corazones como hijas lejanas de las colinas eternas y de las sonrisas de los ángeles. Vemos así como Cristo nos aporta la fe con la caridad ya que nos trae con su presencia física el Dios supremo y total y que Sus obras son certeza y ternura; pero el don especial que nos ofrece, el verdadero don que se esconde detrás de los otros y que los sostiene, es la esperanza. Sin ella, ¿qué razón tendríamos de creer a lo inefable?, ¿porque quisiéramos a los indiferentes? La esperanza va siempre adelante, siempre proyectándose hacía el futuro, incansable, inextinguible; la fe, a veces, se apoya sobre el milagro y la caridad sobre dolores palpables; pero la esperanza se apoya sobre lo que todavía no existe y se nutre de los más lejanos sueños. Es la primera operación de este comercio irrisorio que Dios mantienen con los humanos: Jesús les aporta la muy preciosa Esperanza, flor, perfume, elixir; y El acepta a cambio sus pobres y pálidas pequeñas esperanzas; y solo el arrepentimiento puede trasmutar estos anémicos deseos en potentes vuelos más allá de los mundos hasta el trono del Padre. Así este Discurso de las Bienaventuranzas, primera palabra del Verbo hablando a los hombres, los empuja hacía lo imposible, los aleja de las promesas del mundo, enciende en ellos, al fin, la inestimable nostalgia del Cielo. Veremos, más adelante, el orden de esta aventurera exploración. CAPITULO IV LA LEY NUEVA “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas, no he venida a abolir sino a dar cumplimiento. Os lo aseguro, mientras duren el cielo y la tierra, no dejará de estar vigente ni una iota ni una tilde de la Ley sin que todo se cumpla. Por tanto al que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así se lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, al que los observe y los enseñe, este será grande en el Reino de los Cielos. “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y de los fariseos, no entrareis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados “No matarás”; y aquel que mate será reo en el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “raca”, “imbécil”, será reo ante el Sanedrín, y el que le dirá “loco” será reo de la gehena de fuego. Si pues, al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelvas y presentas tu ofrenda. “Ponte enseguida a buenas con tu adversario, mientras vas con él en el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia y te metan en la cárcel: Yo te aseguro, no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.” (Mateo, cap. V. 17 a 26) El Padre es uno en su esencia; sus innumerables voluntades son unas; Sus relaciones infinitamente complejas con todo lo que existe son unas; todo lo posible está contenido en Su unidad; todo lo imposible también; la meta hacia la cual envía a sus criaturas, es El mismo. Su punto de salida de originen, fue El mismo. Él es simultáneo, indiviso, permanente. Y todas estas palabras dan solamente la idea de una reconstitución sintética; no hay palabras para expresar el Uno espontaneo, vivo, concreto. La inteligencia de los sabios que se eleva de abstracciones en abstracciones hasta la idea del Principio, concibe al Padre y lo describe con negaciones: Absoluto, Inmutable, Infinito, Inmóvil. Es todo esto cuando Se le mira del punto de vista de la creación. Pero los amigos de Dios, que viven en Él y que Lo miran con los ojos del Amor, lo ven como Afirmación permanente y Movimiento espontaneo. Es la suma de todo lo que podemos concebir y de todo lo que quedará para siempre más allá de nuestras más grandes imaginaciones. Así, el Padre no se arrepienta, no vuelve jamás sobre Sus designios, ni mejora sus planes que son perfectos desde el principio. Los cambios que parece aportar a Sus obras, son, en realidad, hechos nuevos que saca del tesoro sin fondo de Su Amor, como ayuda para el libre albedrio tambaleante de sus criaturas. Las diferencias entre las leyes morales solo representan oportunismos adaptados a las diferencias de las necesidades, de las épocas y de los recursos psicológicos Según la calidad de su trabajo espiritual, los pueblos reciben reglas nuevas cuya observancia los lleva a un grado más o menos alto. Es así para la Tierra, para el universo, inclusive para los universos futuros, todavía en gestación en los limbos del posible. Se ha dicho que la moral de Cristo no era nueva. Es exacto que se puede encontrar diversas máximas en las sentencias de los taoístas, en los “slokas” brahmánicos, en los “suttas” búdicos, en los textos célticos, en el Talmud, en el Corán, en el libro de Bab. Estas son semejanzas de forma; el fondo difiere. Un magnetizador hábil puede provocar en un sujeto, fenómenos de videncia y de éxtasis, que, vistos desde el exterior, parecen a los que se pueden registrar en un santo; sin embargo, las causas son exactamente contrarias aquí y allá; el experimentador imparcial percibe rápidamente las diferencias radicales. De la misma manera, Cristo repitió lo que los grandes iniciadores religiosos habían dicho de esencial. ¿Sería acaso posible que el Padre haya dejado en la ignorancia y en el error, tantas multitudes desde el comienzo del mundo? Además, Cristo vino, menos para enseñar por la palabra que para demostrar con el ejemplo. Su fuerza es Su ejemplo, total e inmortal. “No vino para abolir, pero para cumplir”; lo que nos brindó, es una esperanza basada sobre pruebas experimentales; la Ley queda íntegramente; solo es susceptible de recibir algunos desarrollos en la medida en que hemos cumplido con lo que conocemos de ella. Y, como los hechos actuales lo prueban, estamos lejos de este cumplimiento; no nos extrañemos entonces que sean más o menos siempre los mismos trabajos que tengamos que realizar. Tal como es, el código de la Moral contiene trabajo para muchos más siglos todavía. ¡Es por cierto, una vasta labor, pero tan grande, tan elevada tan excelente! Es el Trabajo mismo. Es la verdadera razón de ser del Mundo; nunca lo vamos a entender lo suficiente. Es para nosotros que el Padre ha construido este mundo; nos lo dio, es nuestro; su suerte reposa en nuestras manos, no solamente su mejoramiento, pero también su duración: La ley divina indica cómo debemos tratar el universo; de la misma manera, un profesor da un deber a sus alumnos y les pide que lo recomiencen hasta que este correcto. Es por esto que “el más pequeño detalle de la Ley permanecerá hasta que lo hayamos inscrito y esculpido en la substancia material de los mundos donde hemos sido enviados. Porque la Ley es la voluntad de Dios y la voluntad de Dios es su Verbo Jesús. Jesús retoma el trabajo de los precedentes fundadores de religiones; lo consolida, lo renueva, lo rejuvenece; le agrega una luz inédita. Lo vivifica insuflándole Su propia vida. Lleva este trabajo hasta la perfección relativa de la que es capaz el estado espiritual de la Tierra. Tal es el cumplimiento al que debemos colaborar. A pesar de que el Padre promulga esta Ley solo para las criaturas, le da, sin embargo, ya que la pronuncia, una esencia eterna; el cielo y la tierra pueden terminar, no solamente la Ley queda intacta, pero además se mantiene después de que todo lo que fue la causa particular de su profanación haya sido reintegrada en su lugar de origen: el Reino del Cielo. En este momento, esta Ley, volviendo a su primitivo esplendor, reintegrará también su origen, el Verbo del Padre y reposará en Él, infinitamente magnificada por todas las virtudes que las criaturas hayan emitidas realizándola al largo de los ciclos universales. La Ley, el Verbo, la voluntad del Padre, totalmente realizad, la madurez del Mundo, el desarrollo perfecto de los seres, la resurrección de la carne, todo estos son términos sinónimos. Y es muy sencillo concebir que nuestro pasaje aquí en la tierra es solamente el medio de conseguir nuestra estadía perpetua allá arriba; obedecer a la Ley nos da, entonces, infaliblemente derecho a un lugar en este mundo eterno del que, esta Ley es una refracción fugaz e indefinidamente rota. Para encontrar un sentido a la vida, hay que reconocer lo que el orgullo del hombre llama, con algo de rencor, el placer divino; las cosas son así porque Dios las quiso tales. Toda filosofía que no admite una causa primera independiente, cae en el pesimismo, en la negación de la acción, o en la rebeldía. El Padre nos envió a través del espacio y a lo largo del tiempo para que este largo viaje haga crecer en nosotros una cierta fuerza de la que ignoramos la verdadera naturaleza, pero que nos parece poder llamarse el conocimiento vivo. Queramos o no, lo haremos este viaje; nuestras resistencias solo sirven a prolongarlo; y la mejor resolución que podemos tomar, es de emprenderlo deliberadamente con toda nuestra mejor voluntad. Cualquier sea la filosofía que adopte nuestro intelecto, la solución que indico es la que más disminuye nuestras fatigas, nuestros sufrimientos, nuestras inquietudes y que nos eleva a más posibilidades de energía serena y de juiciosa sabiduría. El Padre, no lo olvidemos, decreta en el Absoluto; pero Sus decisiones llegan a los diferentes mundos en momentos sucesivos de la duración. En Dios, en Su Reino, todo es presente, simultaneo, constantemente renaciendo con una riqueza creciente; en la Naturaleza, el presente es un punto matemáticamente móvil, y todo se desgasta sin recurso. Pero este punto del presente, minúscula ventana abierta sobre lo Eterno, lo que los sabios chinos llaman “el Invariable Medio” es esta innumerable chispa que el Verbo siembra entre nosotros a lo largo de los siglos; y El modula la fuerza y el esplendor de esta chispa a la capacidad luminosa de los seres que la deben encontrar. Así Dios nos comunica Sus planes creadores, por la ley que inscribe en nuestra consciencia, e ilustra este texto espiritual, mostrándonos, por su Hijo Jesús, la realización, la materialización, el cumplimiento de esta Ley. La ley de Moisés solo fue un extracto de la Ley del Padre destinado a los Israelitas; no digo que haya sido una deformación, fue santa, divina y perfecta para la meta por la que el teócrata la impuso. El Padre dirige la nebulosa, el planeta o el hombre de la misma manera, porque toda criatura es su hijo; las provee todas con un cierto viático de inteligencia y de vitalidades que tienen que poner en obra; ellas elijen, con su libre albedrío, el modo de su trabajo: egoísmo o altruismo, porque, solo el trabajo libre vale para la eternidad. Durante todo este largo periodo, Dios solo se manifiesta a Sus hijos de manera escondida: intuiciones de la consciencia moral, enseñanzas parciales de algunos más adelantados. Sin embargo, si una criatura, cualquiera sea, se aparta tanto que ningún de sus hermanos mayores la pueda socorrer, el Padre desciende El mismo para ayudarlo; este descenso, es el Hijo, el Mesías, el Cristo, nuestro Jesús. Así, sin Jesús, no hay camino entre lo relativo y lo absoluto; el Mundo flota sobre el abismo de la Nada, entre las noches de los infiernos y los soles de los paraísos; en cuanto el Verbo se encarna en un planeta, un camino se abre en este lugar hasta la Casa del Padre, y los hombres pueden tomarlo siguiendo las recomendaciones del Verbo, y llevan con ellos todas las otras criaturas. Destaquemos que esta ruta directa entre cada ser humano y Dios, siempre es nueva; a cada paso, lo desconocido envuelve al caminante; a cada paso, entonces, le es necesario prenderse, siempre con más vigor, al solo guía seguro, el Cristo. Los más elevados de los sabios, solo percibieron metas secundarias del designio providencial; como, por ejemplo, nuestra felicidad futura. Pero este designio, en si permanece incognoscible; jamás un general comunica sus planes a sus soldados. Un rey considera que la vida económica o cívica de sus sujetos sería mejor si la digiriera en tal o tal sentido; promulga entonces una legislación apropiada. De la misma manera, el Padre, considerando la meta para la que nos creó, nos provee modos de acción y nos indica cuales actividades, entre todas, tenemos que realizar para llegar a esta meta, cuyo incognito es una condición de nuestro trabajo. Solo las leyes divinas son perfectas y concebidas solo para nuestra ventaja; nos llevan, por el camino más corto, a la etapa ideal de nuestro desarrollo. Coinciden con todas las relaciones mutuas de todas las criaturas; son el esquema del Universo y las fórmulas de su vida. Es por esto que nuestras desobediencias y nuestras rebeliones atrasan la marcha del mundo y fomentan la muerte en él; es por esto que sufrimos, porque cada prueba solo es la experimentación personal de un mal que nuestra voluntad inmortal ha anteriormente traído a la existencia por una infracción a la Ley. Todo el conjunto de los designios del Padre está inscrito en un libro sellado a toda criatura y que se llama el Libro de Vida. La Ley de Moisés es un eco terrestre de una de las letras de este libro; la ley de Manu, los Kings, el Avesta, fueron otros ecos de diferentes letras divinas. Nuestro deber no reside en investigaciones al tanteo, en ensayos azarosos para reconstituir este texto espiritual, pero en la simple realización de la mínima parte que nos ha sido revelada. Nuestra consciencia, el Nuevo Testamento, las exhortaciones de los servidores de Dios, escalonados a lo largo de los siglos, nos indica nuestros deberes y a medida que hayamos cumplido uno perfectamente, el siguiente, un poco más difícil, nos es enviado, según nuestra fuerza y el medio en que vivimos. Por cierto, se encuentra por intervalos, inteligencias a quienes cada letra y cada acento del texto sagrado habla con un lenguaje claro; pero esto es un don, un privilegio que se distorsiona si uno quiere apropiárselo. El mejor método para adquirir una ciencia religiosa sana y verdadera, es de limitar sus empeños al cumplimiento del deber; todo el resto, solo es orgullo o puerilidad. Ni una sola comilla de la Ley será borrada antes de haber sido realizado en todo el Universo. ¡Saben si no es a ustedes que el Cielo espera para terminar la encarnación de tal letra o de tal comilla del texto eterno? Pongámonos, entonces, con todas nuestras fuerzas, a las más humildes tareas y no dejemos ninguna antes de que sea completa y culminada. La colaboración a la que nos invita Jesús, es por cierto una empresa nueva y difícil. Los antiguos textos sagrados no contenían todo; LaoTse, Vyasa, Zoroastro, dejan entender que no revelan todo; Entre los cabalistas, los que reconocieron el Mesías dicen que el “Cántico de cánticos” solo fue cantado por la mitad del coro de la tribu de Levi y que la segunda mitad solo la cantará después de la venida de Cristo. Ireneus Agnotus, Fludd, Madathanus, quienes, en el siglo XVII, pretendieron fundir la iniciación politeísta y la revelación cristiana bajo el vocablo de la Rosa Cruz, indicaron las alternancias de los setenta y dos cantores. Pero, y permítanme que se lo afirme, estos hombres tan sabios y tan venerables, cuyos escritos contienen destellos ingeniosos para quien pueda profundizarlos, estos hombres no percibieron lo ilimitado de los horizontes evangélicos. No desprecio ninguno de estos adeptos y sé que las doctrinas que enseñaron fueron excelentes para sus pueblos respectivos. Pero escuchen el divino consejo: dejen a los muertos enterrar a los muertos y vayan hacía la Vida. Hace dos mil años que Salomón no podría más decir: “No hay nada nuevo bajo el sol” Si hay algo nuevo, una novedad siempre nueva y que se renueva sin parar; vayan a esta novedad siempre brotando; vayan a Jesús; descubrirán todos los días en Él una belleza desconocida; y todos los días, El abrirá en ustedes, una puerta secreta y los llevará a jardines hasta ahora ignorados. XXX El más ínfimo de los seres, por el simple hecho de que vive, influye sobre todos los otros; esta radiación es su verbo; entre todos los hombres recibió la potencia verbal; pero, por haber hecho mal uso de este verbo, lo debilitó, y tan es así, que sus actos, hoy, irradian más que sus palabras. Por otro lado, todos tenemos tendencia a hacer trabajar a nuestros vecinos más que a trabajar nosotros mismos: son los deberes de nuestros vecinos que nos parecen los más importantes; los nuestros, pasa a veces, que ni siquiera los percibimos (Mateo V, 20). Es este estado mental que Jesús llama la “justicia de los escribas y de los Fariseos”. Es la ley del mundo creado: toda acción trae una reacción, en lo inteligible como en lo sensible, en el mundo pasional como en el de las voliciones. La Naturaleza es una esfera en equilibrio entre el abismo de Arriba y el abismo de Abajo; todo egoísmo la lleva hacía este Abajo; todo altruismo la empuja hacía el Arriba; en cuanto a los actos que no serían ni buenos ni malos, no existen, a pesar de que ciertos metafísicos representan tal indiferencia como la perfección de la criatura y su liberación; esta sabiduría intelectual, esta pseudo-serenidad de la razón, que se vista de vocablos budistas o gnósticos o quietistas, es ella que Jesús califica de farisea y que nos pide de superar. Para que el Mundo sea salvado, es necesario que los discípulos lo lancen hacía lo Alto, hacía el desequilibrio del Amor. Si queremos entrar más adelante, al Cielo, es necesario, desde ya, crear el Cielo en la tierra; para recibir más tarde, la plenitud de la Ciencia, la Sabiduría y del Poder, es necesario, desde ya, dar a los otros todo lo que poseemos; hay que ir más allá de nuestros deberes normales; si ahora, nos hacemos los servidores del prójimo, los ángeles nos servirán en el Cielo después de nuestro juicio. He aquí otra manera de “ir más allá de la justicia de los Escribas”: intentar evitar a otros el contragolpe de sus errores antiguos o actuales, impedir que se lastimen a sí mismo, alejar el borracho del bar, el avaro lejos de su dinero; y actuar de tal manera que no se den cuenta de nuestra fraternal astucia; así, si vuelven a su vicio, no se irritarán contra nosotros y no cargarán con una nueva responsabilidad. Pero no se obtiene estos mejoramientos sin mucha paciencia y mansedumbre, sin flexibilizar nuestra mentalidad, nuestro carácter y nuestro temperamento; la puerta del Cielo es baja y hay que volverse bien pequeño para pasar por ella. Llamemos así, con indulgencia y fraternal bondad, todo el amor que el Padre es impaciente de ofrecernos, para que la misericordia sobrepase a la justicia y que la Nueva Alianza reine sobre una tierra renovada. Sigamos ahora al Maestro, en el detalle de las aplicaciones prácticas; primero el homicidio, después el adulterio, el juramento, la venganza y por fin, el precepto positivo, el amor al prójimo. XXX Está escrito: No matarás. El contexto indica claramente que se trata de homicidios individuales y de persona a persona; pretender que Cristo prohíbe a los soldados matar a los enemigos de la patria, es cambiar el sentido del precepto; los pacifistas absolutos colocan un término de su silogismo en la absoluto y otro en lo relativo; su lógica es falsa. La guerra internacional no podría existir si, en cada nación, los hombres fueran fraternales; por todos lados, en las provincias, en las ciudades, en los pueblos, en las familias, nos atacamos, nos hacemos mutuamente todo el mal posible. Estas envidias, estos engaños, estas maldades locales y particulares atraen fatalmente las vibraciones guerreras. Y ¡que utopía pensar que la paz puede reinar entre los pueblos, cuando de puerta en puerta la gente se detesta con tanto odio! El soldado no se defiende a sí mismo, defiende al conjunto de sus compatriotas, defiende al cuerpo y al alma de su patria; si muere por ella, solo le devuelve lo que recibió a su nacimiento. Además, ¿dónde está el pacifista que se interpone entre dos tropas enemigas para pararlas en nombre de un principio superior, con el riesgo de que lo maten? Si se pretende que la ley divina prohíba toda especie de asesinato, ¿cómo haríamos para vivir? Cada respiración mata miles de pequeños seres vivientes, en nuestro cuerpo y en la atmósfera; de mañana, en nuestro aseo, matamos innumerables células; los vegetarianos idealistas no quieren que se maten animales; lo que no saben es que una planta vive una vida igual de intensa que una oveja; no podemos, ni siquiera tener alguna sensación, grabar un hecho en la memoria, elaborar un pensamiento, no podemos, ni siquiera, extender la mano sin provocar la muerte de varias células. Hay que aceptar vivir: somos nosotros mismos que hemos abierto la puerta de la existencia a la Muerte. Cada egoísmo, cada desprecio, cada ira, cada pequeño robo, es una fuerza más dada a la potencia de destrucción. Aceptemos nuestra carga. Si nuestro cuerpo necesita alimentos de carne, desmole, pero sepamos vencer los sobresaltos que este régimen provoca en nosotros. Si la defensa de la patria nos llama, hagamos nuestro deber de soldado, sin miedo, pero sin crueldad ni ira. Además, nunca nos acordamos lo suficiente de la oración. Las antiguas religiones se preocupaban de la suerte de los animales que comemos; los ritos que acompañaban a los sacrificios, sacaban casi todo el sufrimiento del espíritu de la víctima. Cada cristiano puede hacer lo mismo, pidiendo a la única víctima inocente, al Cordero místico, de disminuir, los sufrimientos de estos seres inferiores y a la vez la deuda que el hombre contrae con ellos. Para esto, debemos prometer que usaremos nuestras fuerzas, recuperadas en detrimento de ellos, al servicio de nuestros hermanos: a esto sirve el “Benedícite”, la oración de los cristianos a la hora de comer. Cada una de nuestras acciones debería, también, estar precedida por una oración similar: que le Cielo aparte el mal que podría introducirse en ella. Cada día que Dios nos concede debería comenzar con “Que tu voluntad sea hecha” y con “Libéranos del mal” de la Oración dominical. Moisés solo prohibía el asesinato corporal; Jesús prohíbe también todos estos asesinatos espirituales que son la ira, la impaciencia y el desprecio, inclusive para los animales y las cosas. Todo es sensible e inteligente; la mano que golpea al caballo o el mueble, les instila furor, tanto a uno como al otro; el animal podrá volverse agresivo; la mesa podrá comunicar la onda oscura de la irritación al que se sentará ahí después. El hombre es un centro tan grande de influencias vivas que corrompe o santifica involuntariamente todo lo que toca e inclusive todo lo que mira. La ira es realmente sancionada en el juicio (Mateo V, 22) porque obliga al iracundo a encontrarse más tarde en la misma situación que el que oprime y a soportar la violencia de otro iracundo; y así sucesivamente hasta que estos furiosos logren dominar su mal humor. La insulta que lanzamos a la cara de alguien, aunque sea merecida, nos lleva, invisiblemente a la muerte, frente a un tribunal despiadado. Tratar a alguien de loco, con la intención de ofenderlo, nos hace pasibles de padecer esta angustia consumante que es la locura. Ira, desprecio, insultas, vienen del corazón; entonces es el corazón que hay que dominar, apaciguar, ablandar y por fin sublimizar. Que procedimiento utilizaremos para domar este corazón irascible, ya que está escrito “¡No mataras!”. La ira, la violencia son energías de las Tinieblas; se trata entonces de transmutarlas en energías de Luz; así como la obesidad no se cura con el ayuno pero con el ejercicio físico, curaré mi irritabilidad usando su fuerza para perdonar; cualquiera que haya intentado esto, sabe qué esfuerzo moral implica. Es por esto que Jesús nos habla del perdón. Destaquemos que nos pide este severo entrenamiento justo en los momentos donde es lo más necesario: cuando apelamos a la justicia divina por la oración o a la justicia humana con los procesos judiciales. Cada oración, por más débil, parcial, superficial o inclusive artificial que sea, es una salida de nosotros mismos hacía un ideal de equilibrio, de paz y de armonía. Que mi ser espiritual suba hacía esta serenidad en un estado de furor, recaerá y su furor solo habrá aumentado. Sería como poner “aceite en el fuego” y saldré de mi oración más malvado que antes. Esta observación es de orden general, porque si hablo con Dios, ¿no tengo primero que dejar de hablar con las criaturas? Es decir ¿no tengo que olvidar momentáneamente mis preocupaciones, mis deseos, mis impaciencias, mis rencores? Llegaré al tal olvido, dando primero mi confianza al Padre y mi resignación a Su voluntad, porque Él, no me pide nada más que de hacer, en la vida, todo mi posible. Además, tendré que perdonar las ofensas que creo haber soportadas y perdonarlas al instante, porque he aquí como acontecen las cosas: Cualquier acto, y en este caso, cualquier injuria, es viable y vive, solo por el sentimiento que le dio nacimiento. Este sentimiento es un acto en el mundo central del Verbo de donde mi corazón, mi centro anímico proviene. Los guías, los guardianes, los ángeles que el Verbo puso alrededor mío, me conocen por mis sentimientos; no ven mi forma corporal ni mi forma mental; es mi corazón que ven; perciben sus humillaciones, sus rencores, sus venganzas, sus perdones. Y la paz debe ser concluida entre las mismas cuatro presencias, dos visibles y dos invisibles, que estaban presentes en el momento de la disputa. Pero el hecho es que estas cuatro presencias solo están juntas hoy, quizás cuanto más, durante esta sola existencia presente; después de la muerte, ¿volverán a encontrarse en los purgatorios del catolicismo o en los numerosos mundos de los reencarnacionistas? ¿Y cuándo? ¿No es entonces más sabio reconciliarse en el momento, en lugar de arrastrar, durante ciclos, el peso vampírico de una ira o de un rencor? (Mateo V, 23, 24). El perdón inmediato es solo un ejemplo de la regla que comanda de no dejar para mañana lo que puede hacerse en seguida. Nada se presenta en forma aislada; los hombres, las cosas, las circunstancias son verdaderos pequeños mundos, grupos que se acercan a los grupos que somos cada uno, en presencia de otros grupos espectadores. Al momento en que tal trabajo aparece para mí, las fuerzas auxiliadoras o inspiradoras útiles para que este trabajo sea lo mejor posible, están aquí también. Y si atraso este trabajo, estas fuerzas mañana se habrán ido; porque todo evoluciona, todo va y viene; todo, visto bajo cierto ángulo, es un sistema de astros. Así el buen discípulo sabrá comandarse instantáneamente, de tal manera a no rehusarse nunca a un esfuerzo. Por otra parte, ¡hay tantas cosas que consideramos graves y que no tienen importancia! Desconfiemos de nuestras apreciaciones. Así, se habrán dado cuenta que Cristo habla de la gente que se pelea y ordena que se reconcilien, pero en ningún momento habla de examinar quién tiene razón y quién no; en un altercado, sin duda hay un ofensor y un ofendido, pero en general, en función de mis experiencias, cada uno se cree el ofendido. Por desgracia, si nuestros más graves debates personales, a menudo parecen infantiles para el filósofo, ¿cuánto lo deben de parecer a la inteligencia fijada en Dios? El deseo de Cristo es que evitemos disputas y juicios aunque nos parezcan solamente defensivos; es una escuela excelente para achicar el ego y bajarlo de su pedestal. Sigamos esta escuela durante la vida, mientras estamos en el “camino”; porque, allá, al final, hay un Juez que nos está mirando. Sepamos que ningún pesar nos toca sin que no lo hayamos llamado, hace una hora quizás, quizás siglos atrás; en esta misma habitación o en algún mundo imperceptible al telescopio. Tomemos la costumbre entonces, para las pequeñas cosas superficiales, a no contestar ni disputar, ni criticar con acrimonia. En el campo estético, intelectual o científico, uno puede y debe tener una opinión; pero comparar no es condenar; así es como un artista que crea una obra maestra, un pensador que nos ofrece una doctrina sana, un científico que nos explica la vida, un emprendedor que disminuye el sufrimiento humano, hace más para el progreso humano que todas las críticas, los polemistas, los políticos y los envidiosos. El verdadero progreso no es destrucción, pero construcción. El Tribunal invisible es justo; juzga sin pasión y en función de un código preciso, Las penalidades espirituales nunca exceden nuestras culpabilidades. Deficiencias fisiológicas, mala suerte, lagunas intelectuales, enfermedades morales, son las cadenas y las paredes de la cárcel; somos nosotros los que hemos elevado estas y forjados esas; somos prisioneros de nosotros mismos y quedaremos cautivos hasta que hayamos dado, a los ministros del Destino, las pruebas experimentales que sabemos hacer buen uso de nuestra Libertad. Realmente seremos libres un día; pero tenemos que cultivar la preciosa semilla. Este cultivo, es obligar al Yo a obedecer a Cristo; porque hacer lo que yo quiero, ¿no es hacer lo que me place? Y mis gustos ¿no son acaso el fruto de mis codicias prenatales, si ya viví antes de esta vida? Y si esta vida es la única que me sea dada, mis gustos ¿no son acaso los obstáculos que Dios quiere que mi alma supere? ¿Los defectos que Él le da a combatir? Así, no saldré de la cárcel antes de haber roto las paredes, antes de haber pagado todas las deudas que mi egoísmo ha cargado sobre mí, satisfaciéndose a expensas de otras criaturas. Si aplico a mis deudores la justa ley del talión, el Destino me doblegará baja la misma ley; si perdono, el Cielo indemnizará el Destino por mí y calmará la indignación de mis víctimas. Solamente entonces, seré libre, podré salir del mundo de las encarnaciones, de la materia, de lo relativo, del temporal, para entrar en el mundo del Espíritu, en el Absoluto, en el Eterno. XXX ““Habéis oído que se dijo: ”No cometerás adulterio”, pues yo os digo que el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti, más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado en la gehena. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtala y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros que tu cuerpo vaya a la gehena.”” “”También se dijo, “El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio”. Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto en caso de fornicación, la hace ser adultera; y el que se case con una repudiada, cometo adulterio.” (Mateo, cap.V, vers. 31 a33).”” Después de la regla para las relaciones sociales, tenemos la regla para el matrimonio, principio de la familia (Mateo V, 27-32). Todas las antiguas religiones ordenan la fidelidad corporal. La elección que hacen los novios uno del otro es libre solo en apariencia; en la gran mayoría de los casos, el Destino pesa sobre esta elección. Tales padres solo pueden tener tales hijos; porque la herencia no es solamente fisiológica, o el atavismo social; esposos, padres, hijos se corresponden según las leyes desconocidas de las necesidades espirituales; los matrimonios más provechosos para las almas, no son siempre, casi nunca, los más felices en el sentido humano. La poligamia, útil para razas físicamente nuevas, es un oportunismo, así como esta licencia de divorcio en la ley de Moisés, por la que más tarde se preguntará a Jesús. Solo la monogamia permite al amor humano salir de la pasión carnal, y después de la pasión sentimental para abordar a las “orillas felices” donde una ternura fraternal, pura, silenciosa, sobrepasa las más sublimes alturas del romanticismo sentimental y permite, a algunas parejas de esposos predestinados, presentir las serenas beatitudes del amor eterno, en las augustas alegrías de los sacrificios recíprocos. Visto desde las cimas del Espíritu, el matrimonio es una escuela muy elemental; visto desde aquí, constituye un trabajo digno de todos nuestros cuidados porque ofrece las mejores oportunidades para llegar al control perfecto de la voluntad sobre los gestos habituales del egoísmo, sobre las manías que nos rebajan, sobre los defectos mezquinos, las opiniones fáciles y banales, sobre todo este conjunto de hipocresías y de mentiras a sí mismo, que hacen que nuestra vida, a partir de la edad madura, sea, muchas veces, tan fea, tan monótona, tan estrechamente apática y cristalizada. Dos esposos, que, hasta la muerte, se hubieran pertenecidos uno al otro totalmente, cuyos pensamientos, gustos, sensaciones hubiesen sido intercambios espontáneos, que hubiesen vividos, como esposos, uno para el otro, sin una distracción, llegarían a una integridad, una nitidez, una transparencia interior, que los tendrían prontos para las más maravillosas aventuras a lo largo de la ruta hacía el Cielo. El ser humano ofrece el excelente ejemplo de un todo formado por las partes las más disparatas cimentadas por una cohesión invencible. El contacto furtivo de un dedo y de un objeto, no solamente provoca reacciones físicas, químicas, magnéticas, eléctricos, pero también actúa sobre estos organismos imponderables que la psicología cree ser fuerzas sin formas, y también sobre las más lejanas nubes en los cielos oscuros del inconsciente. De la misma manera, pero al inverso, el movimiento del vuelo de un ángel, más allá de Sirius, el gesto de una criatura sobre Neptuno, llega siempre hasta algún punto receptivo, muy al fondo de mi yo, y provoca, hasta en mis vísceras, hasta mi epidermis, modificaciones que podrían ser registradas con instrumentos suficientemente sensibles. Tal es el hecho mundial y general cuyas aplicaciones particulares hacen comprender los motivos todavía desconocidos de las ordenanzas morales que promulga el Evangelio. Mis cinco sentidos son cinco puertas abiertas a lo grande a las tentaciones; cualquier deseo extra-conyugal es un robo en contra del otro esposo y un atentado a la integridad de la persona objeto de este deseo; lo que constituye el pecado, es el consentimiento interior, aunque no sea seguido de realización que puede ser obstaculizada por varias circunstancias. Acuérdense, nuestros actos, engendran, siempre, múltiples efectos, y nuestros deseos terminan provocando dolencias. Tengamos un respecto más grande de la libertad de los otros, y un sentimiento más profundo de la importancia de nuestras promesas. A pesar de nosotros, nuestra palabra nos liga en el mundo de las Causas; pero en el mundo de los Efectos, particularmente sobre esta tierra, tenemos, realmente, que ser esclavos voluntarios de esta palabra. Toda la elevación integral del ser humano se apoya sobre esta doble y mutual relación de lo físico y de lo psíquico; no alcanza pensar bien, es necesario actuar bien; no alcanza actuar bien, hay que pensar bien. Los grandes educadores, en sus métodos, le dieron más importancia al control de las ideas, del sentimiento, de la imaginación. Es cierto que lo más sutil domina lo más denso. Un acto puede ser bueno y su pensamiento malo; pero si el pensamiento, la intención, la voluntad son justos, leales y puros, el acto será siempre bueno a pesar de los posibles errores en la realización. Es por esto que el ascetismo religioso ordena la práctica cotidiana de la meditación: una vez, dos, tres veces al día, el discípulo debe ponerse frente a sí mismo, examinándose, como si estuviera desdoblándose, para interrogarse, comparar sus deseos y sus actos al modelo divino, para después imponerse reparaciones, o tomar resoluciones. Ningún sistema procura mejor el control psíquico y, es esta costumbre, cuya influencia irradia poco a poco sobre los objetos profanos o temporales de sus actos, que da a algunos sacerdotes y monjes, la autoridad sobre las conciencias laicas, la profundidad en los designios, la constancia en las realizaciones. Pero aquí voy a señalar una trampa tendida a los buscadores independientes, a los espiritualistas libres. Pueden estar, están persuadidos de la importancia primordial de lo que el Evangelio llama la purificación del corazón, de esta paciente cultura que recorta de nuestras decisiones o de nuestros deseos, todo elemento egoísta, de codicia, de placer o de beneficio personal. Pero muchas veces, pueden estar tentados de recurrir, para esta meta, a las prácticas, más o menos juiciosas, pero generalmente ilícitas de los templos orientales: entrenamientos respiratorios, concentraciones mentales mediante inmovilidad de la mirada, posturas especiales, régimen alimenticio, drogas, meditaciones subjetivas, contemplaciones y éxtasis con la ayuda de las corrientes magneto-telúricas etc… Toda una literatura, primero inglesa, después americana, luego alemana, francesa o rusa expande en Occidente estos artificios desde varios años. Sin embargo, en Oriente, donde la atmósfera especial, el clima, las costumbres mentales y sociales, la alimentación, la herencia fisiológica, se juntan para ofrecer al experimentador todas las facilidades, solo se cuenta, al decir de los adeptos más autorizados, cuatro o cinco éxitos por mil intentos. En Europa, donde todo se opone a este tipo de introspección, ¿cuántas catástrofes, patológicas o psicológicas, podemos prever entre los estudiantes temerarios? Ciertamente, nada es mejor, para conquistarse a sí mismo, que la lucha constante, tenaz, incansable, contra las tendencias egoístas. Cada mañana, hay que fijarse a sí mismo el punto sobre el que se ha fallado el día anterior, y cueste lo que cueste, no vacilar en todo el día. El más pequeño detalle importa: una frase, el acento enojado de una palabra, un dedo temblando, un párpado que bate involuntariamente, todo esto vale la pena de ser controlado. Un momento de pereza que nos concedemos por un minuto, quizás nos provocará más tarde, en el trabajo, o en la oración, una larga y desconcertante distracción. Una falta grave es siempre la hija de un pequeño olvido. El dejarnos estar abre en nosotros una brecha tenebrosa donde caerán, más tarde, nuestros esfuerzos hacía el orden, hacia la organización, la claridad. Ningún tipo de vida exige más fuerza de razón, de voluntad precisa, de energía, que la vida del discípulo, cualquiera sea su forma social. Reconocer cuál es su deber con una simple y sincera ojeada, y cumplirlo aunque parezca penoso o insignificante: esta es la regla.(Mateo V, 29, 30) En cuanto a la tentación, la mejor táctica para vencerla, es, no exaltarse, no expenderse en impulsos tumultuosos, pero, al contrario, mantenerse sin habla, muy quieto, muy discreto, muy pequeño. Posiblemente habrán visto, a menudo, alguna gente agitarse, gesticular, gritar: “No, no lo voy a hacer” y después de algunas maniobras del adversario, terminan por obedecerle. Otros, en cambio, con una voz tranquila dicen: ”No” y nada los hará decir “Si”. El Tentador siempre va a ser más astuto, o más fuerte que nosotros. La violencia y la astucia le pertenecen, pero la calma lo desarma. Además, la tentación no es solo psicología; todo está unido en el hombre; toda percepción puede transformarse en pensamiento; todo pensamiento termina por una modificación del cuerpo; no es, entonces, solo mi espíritu que es tentado, son todos sus rayos : el espíritu de mis orejas, de mis ojos, de mis dedos: Si uno de estos órganos comete el mal, es porque su principio animador se perdió en el campo del Mal; y como las células viajan en nuestro cuerpo, así como los astros circulan en el firmamento, un germen mórbido traído en el cuerpo por las divagaciones de un espíritu vital, puede infectar sucesivamente toda la persona psíquica; y si, por ejemplo, dejo la inteligencia de mi mano, robar o brutalizar, cuando algunas de las células, de las fuerzas vivientes en esta mano, lleguen al cerebro, mi pensamiento se tornará ladrón o criminal, y mi voluntad no podrá resistir. Si, en este periodo grave de mi vida psíquica, la tentación del crimen me visita, entonces, en lugar de matar, mejor sería para mí, seguir al Evangelio al pie de la letra, y cortar esta mano definitivamente corrompida. A pesar de que mi cuerpo no me pertenece, a pesar de que, mutilándome, cometa un abuso de poder, el mal será menos incurable, por ser parcial, que el mal más completo que yo hubiera engendrado, si hubiese cedido a la impulsión de matar. (Mateo, V. 30). Así como el Cielo, el Infierno está en todas partes; sus sufrimientos purificadores llegan a nosotros adonde sea que vivamos. Imposible escapar al pago de la deuda. Si, entonces ejerzo sobre uno de mis miembros, la despiadada disciplina de la que habla aquí el Cristo, en la meta de salvarme, por temor a un duro porvenir espiritual, cambio un dolor por otro, y no logro mi salvación. Pero si llego a esta extremidad fanática de una mutilación que choca tanto la delicadeza moderna, por un arrepentimiento sincero desesperado, el Padre anulará las consecuencias de este violento remedio, y me recibirá a pesar de todo. Por desconcertantes y bárbaras que estas ideas puedan parecerles, no las rechacen de entrada. Piensen en la espantosa fecundidad de una mala acción; vayan contando las consecuencias en el orden social, en el orden intelectual, en la familia, en la psicología, en los mundos invisibles también. Una mala acción no solo corrompe al pecador; cada minuto, tocamos centenas de fuerzas y de seres para pervertirlos o purificarlos. Consideren también el universo del Amor, que va más allá de todo razonamiento humano y de toda justicia natural; verán entonces, que estos remedios, donde los cristianos ordinarios solo quieren ver figuras de retórica, son una de esta violencia santa a la que Jesús promete el Reino del Cielo. XXX El ser humano es una agregación de focos vitales muy diferentes: las energías fisiológicas, las fuerzas sentimentales, las facultades cerebrales, las ondas metapsíquicas se encuentran en disolución, digamos en el vaso de la personalidad; pero esta mezcla compleja subsiste por la virtud de una fuerza independiente que, para fijar las ideas, llamaremos el alma eterna. Desde el esqueleto mineral hasta estos órganos radiantes con los cuales nuestra imaginación llega a las esferas de las ideas puras y estos soles invisibles que son los paraísos del conocimiento y de la belleza, todo en nosotros recibe el calor de esta llama divina y se nutre de su luz. Pero enfoquemos solo la parte de nosotros mismos que delimita el campo de la consciencia. Es el campo de batalla de dos voluntades adversas: una de Luz, otra de Tinieblas. Esta parece más fuerte que aquella; triunfa casi siempre en este mundo. Sin embargo subsiste solo por la virtud de la primera, que es esencialmente la Vida, y de la que todo ser, inclusive la muerte, necesita para no desvanecer en la Nada. El cuerpo físico lleva las marcas de este combate interior; está constantemente oprimido por la influencia del mundo tenebroso, a la que solo puede resistir gracias a la fuerza del mundo luminoso. Todo acto es una prolongación de este combate; y sus consecuencias se perpetúan, en bien o en mal, según si la chispa interior que lo creó, venía de la Luz o de la Sombra. Pero, entre todos los tipos de acción, el que es propio del ser humano, que lo distingue y que lo dignifica, que le permite expresar mejor su vida interior, es la palabra. Desde el grito y el monosílaba de los idiomas primitivos, hasta los matices infinitos de los ideogramas antiguos y de los lenguajes modernos afinados por los poetas, la palabra es el vehículo de la Vida universal especializado en el individuo, la forma móvil de nuestras fuerzas las más caracterizadas, es decir las más profundas, el agente de todas las comuniones, a pesar de las distancias del tiempo y de los alejamientos del espacio. En su estado puro, brota del centro y llega a los centros; resume la actitud, el gesto y la mímica; excelentemente receptiva a la voluntad, salva o mata, eleva o precipita, ilumina o entenebra, según la conversación que la impulsa afuera. Así, hablar es un acto grave, lleno de fuerzas que quieren vivir y de espíritus que desean; nuestra futilidad o nuestra maldad, por cierto, debilitan nuestras palabras; nuestra sinceridad y nuestra bondad las exaltan y las vivifican. Es por esto que los Ángeles del justo Juez cuentan toda palabra inútil como la dilapidación de una sustancia preciosa; es por esto que nuestros ángeles de la guardia registran nuestras promesas; es por esto, que Jesús, conociendo nuestro descuido, nos aconseja de no hacer juramentos, es decir de no encadenarnos por lazos indisolubles. ¿Acaso no cambiamos de opinión varias veces al día? ¿No despreciamos a menudo lo que queríamos tanto? Uno de los juramentos más temibles es el de la fidelidad conyugal, que es la alianza de dos corazones, de dos carnes, de dos espíritus vivos. Jurar por el cielo o por la tierra o sobre nuestra cabeza, es ligarse uno al otro por todo el tiempo de duraran estos testigos de nuestra promesa, y esto es ya muy grave, sin duda. Pero cuando dos seres humanos, se ligan uno al otro, su pacto es más fuerte que cualquier juramento, porque nuestra dignidad es más elevada que las de todas las otras criaturas. Según la medida temporal, los astros y los demiurgos son mucho más grandes que nosotros; pero según la medida eterna, somos los reyes de toda la creación. Es por esto que el divorcio que otorgan las legislaciones terrestres no cuenta para nada frente a nuestra alma; es por esto que, en las conversaciones y en los compromisos ordinarios, es preferible decir solo si o no, o de subordinar nuestras promesas al permiso de Dios: Por eso, el compromiso del matrimonio, hay que mantenerlo firme, cueste lo que cueste y solo sentirse exento cuando el otro esposo haya roto el contrato con todo conocimiento. Las frases grandilocuentes vienen de una hipertrofia del Yo; en cambio, el discípulo se sabe débil y falible; así se exprese sin grandes frases; las palabras representan en su boca, su sentido exacto; no uso de este agrandamiento de moda, no dice, por un contratiempo banal: “es espantoso”. No hace “literatura”; como su Maestro, habla sencillamente, porque se siente ser solo una pequeña cosa en el universo inmenso. Así, la promesa conyugal, porque se liga con una sola palabra “Si”, frente al sacerdote o al juez, podríamos decir que es como todas las grandes y graves acciones, que el mínimo de palabras alcanza para anudar su lazo, porque es grande y grave e inalienable. XXX La ley del Talión de los Hebreos, el karma de los hinduistas, las influencias recíprocas de los pueblos Amarillos, el golpe boomerang de los Hermetistas, la causalidad de nuestros filósofos, expresan la misma ley de acciones y reacciones concordantes que rige el mundo físico, el mundo moral y, en una palabra, todo el imperio del Destino. La Naturaleza es un sistema de fuerzas en equilibrio instable; cada exceso llama irresistiblemente un exceso en sentido contrario; sin esto, el sistema entero se descentraría; y, si, así como la tendencia lleva a todas estas fuerzas a sumergirse unas a otras, así las más fuertes siempre se refuerzan y provocan cánceres cósmicos. Es así como vemos que se comporta nuestra sociedad industrial, el sistema total cae en la separación individualista y será entonces necesario la intervención de una fuerza exterior equilibrante e independiente como único remedio a la muerte lenta por dispersión. Esta fuerza independiente, es lo que la teología católica llama la gracia; es la propia operación de Cristo; este soplo extra-natural, sobrenatural, no creado, no condicionado, colma los vacíos, realiza lo imposible, lo inesperado y recrea vida suplementaria a partir de la Nada. Antes del Evangelio, algunos sabios presintieron esta fuerza milagrosa; fueron ellos que introdujeron máximas de misericordia en los libros sagrados de las religiones anteriores; pero es Jesús que le dio un alma, un espíritu inmortal y que, con Su propia carne, con Sus propias manos y con Sus propios sufrimientos, le construyó un cuerpo terrestre igualmente inmortal. Y es gracias a Él, que los hombres ahora, pueden por momentos, sobrellevar las revueltas del instinto, sobrepasar incluso el rigor de la justicia y obtener el perdón. ¿No vemos acaso que cada uno recibe del medio donde vive, mucho más que lo que él da? ¿Y no es este medio una asamblea de seres muy distintos? ¿Y las relaciones de uno con los otros no vemos acaso, que son incidentes lógicos, de los cuales la ciencia o la meditación pueden descubrir algunas de las causas más cercanas? Estos incidentes que me tocan, soy entonces realmente yo su verdadero destinatario; aceptándolos, utilizándolos, dándoles todas mis atenciones, cumplo entonces de la mejor manera con mi rol universal; todo lo que me llega, la filosofía, así como la mística me dicen que es precisamente por este momento, el mejor trabajo, el mejor ejercicio para mi perfección y la mejor contribución a la perfección general. Si yo no respondo a las demandas, incluso no formuladas, de las criaturas, soy un parásito. Si respondo estrictamente, solo cumplo apenas con mi deber, me mantengo en la línea natural. Si quiero subir hacía lo Sobrenatural, tengo que sobrepasar mi deber, imitar al Padre, esforzarme a dar más de lo que recibo. (Mateo V, 38-41). Ahora bien, ninguna exigencia de los seres, ninguna obligación, ninguna ataque llegan sobre mi sin razón; sea que, según la tesis del karma he sido yo mismo, en otra vida, espoliador o demasiado solicitante frente a estos mismos que hoy me molestan, sea que, según la teoría de la iglesia católica, estos deberes y pesares me vienen de Dios que me los impone como pruebas, como ejercicios progresivos para adquirir diversas virtudes. Conceder, aceptar, someterse, no escuchar el amor propio, o el rencor, la envidia, la fatiga o el aburrimiento, tampoco los gustos propios. Así es como hay que vivir. Y esto no alcanza, mi intención debe ser pura. Exponer la mejilla izquierda después de haber sido golpeado en la derecha para poner a prueba el control que se tiene sobre sí mismo, es orgullo. Soportar los inoportunos, o cumplir con cualquier buena acción para liberarse de una deuda espiritual, es avaricia; sin duda los actos de virtud producen estos efectos y otros útiles también; pero para que exhalen todo su perfume, para que nuestro corazón se eleve con este aroma, es necesario que sean cumplidos por pura obediencia, por un impulso espontaneo, sin vuelta sobre sí mismo y sin cálculo. Solamente entonces, un poco de Cielo visita nuestro infierno; entonces, nuestra dulzura calma las iras, nuestra generosidad disuelve las avaricias, nuestra acogida cambia los malhumores. En suma, el gran secreto de la vida mística es que se salva realmente uno a si mismo solo cuando se olvida de su propia salvación para pensar solamente en la infelicidad de los otros. El sentimiento íntimo nos confirma esto y, a medida que se avanza en el renunciamiento, su voz se hace cada vez más clara, porque a medida que se entra en la humildad, el Cielo entra en nosotros. Así, el verdadero Servidor no siente mérito de la facilidad de sus perdones; sabe que el resentimiento de nuestros enemigos nunca está autorizado a devolvernos tanto malo como el que les hemos hecho; sabe que una inmensa atmósfera de Misericordia suaviza siempre las penalidades de la Justicia inmanente; que jamás la prueba superará nuestra resistencia; entonces no saca ningún mérito de sus resignaciones o de sus mansedumbres. Sabe que su cuerpo no le pertenece en propio; lo cuida y lo defiende como lo haría para un servidor valioso que un príncipe presta a su amigo; pero hace que le obedezca. Sabe por fin, que entre todos los órganos de conocimiento y de acción que construyen su personalidad, únicamente el centro de esta personalidad, a la vez psíquica, intelectual, psicológica, familiar, social, humana, este centro, esta sensación del “yo”, esta consciencia de sí, solo esto le pertenece realmente como propio. Es, entonces, sobre este foco que concentrará, con un desdoblamiento difícil, todos los esfuerzos de su corazón y todas las llamas de su amor divino, para trasmutar su naturaleza de tenebrosa en luminosa, de absorbente en radiante, de avara en generosa hasta la prodigalidad. La violencia atrae la violencia, la dulzura llama a la dulzura. Resistan al mal que quieren hacerles cometer; no resistan al mal que quieren hacerles soportar; nunca teman de dar. Den lo que tienen, como pueden: dinero, ropa, tiempo, consejos, su saber, su afecto también, siempre que lo que den sea realmente suyo. El sacrificio que el filántropo califica de inútil, es igualmente útil; irradia para los ojos de los Ángeles, la belleza de lo superfluo; quizás acompañe un milagro. Den entonces a quien quiera que les pida. Y, a necesidad semejante, den más bien al que les es antipático que al que les resulta simpático. Si el camino a donde los quieren llevar no es el vuestro, tómenlo de toda manera: todos los caminos llevan el verdadero discípulo a Jesús. No teman los malos lugares, si ahí pueden aportar un poco de luz; llevamos todos los mismos gérmenes de las mismas bajezas; no nos acerquemos a los extraviados con una orgullosa virtud; esta virtud nuestra, ¿Cómo la mantenemos si no es en gran parte gracias al socorro divino? Imagínense ser el vicioso a quién están hablando: ¿Qué le gustarían oír? ¿Cuáles serían las palabras que podrían conmoverlo sin herirlo? Cualquier esfuerzo que hagan para este ser perdido, ¿no saben acaso que el Cielo ha hecho o haría lo mismo para ustedes y mil veces más? Es humano amar a quién nos da alegrías o placeres o simplemente que nos gusta: Pero es divino amar quién nos hace daño; el verdadero amor es el que se nutre de privaciones, de aflicciones y de hostilidades; pero este, este solo viene de Dios y restituye la armonía, edifica la paz. El Reino de Dios no es un símbolo, no es una abstracción; es un todo vivo, orgánico, que se acerca a la tierra desde veinte siglos, y que está más cerca quizás a pesar de los horrores que vivimos desde tantos años; nuestros esfuerzos, la menor palabra de perdón, el menor gesto de bondad, obligan a este Reino a bajar con una imperiosa autoridad. Esta evocación es mucho menos ceremoniosa que los misterios de la magia; pero, en cambio, mucha más importante. Imagínense como puedan este acontecimiento: la llegada del Cielo sobre la Tierra: ningún rito es útil para esto, solo la perfección moral; ningún sacrificio a parte el del Yo, ningún incienso que el de la oración. En la medida en que el ser humano se vacía de lo temporal, lo eterno lo llena. Ahora bien, el Hijo está siempre ahí, atento a cada esfuerzo, dispuesto a sostenernos en cualquier tropiezo, feliz de dar de Su propia vida a la primera solicitud del último de nosotros. Acordémonos de esta presencia universal y particular; actuemos bajo Sus ojos como creemos que Él mismo se comportaría. Por cierto, algún día, aquí o en cualquier otro lugar, en la inmensidad de la Creación, esta presencia, de invisible pasará a ser visible; escasas primero, estas visitas cada vez más frecuentes, al final de la Duración, serán una unión entre los esplendores de la Casa del Padre. El Amor y la Sabiduría, que los cabalistas y después Swedenborg nos presentan como el doble aspecto de la vida divina, pueden revestir, gracias a nosotros, formas tangibles en el arte, en la familia, en la sociedad, porque se atraen una a la otra, se necesitan y se complementan. San Agustín asevera: ”Ama y haz lo que quieras”. A su vez Leonardo da Vinci nos dice: “Comprende y amaras” Nos dicen la verdad, pero el primera enuncia una verdad sobrehumana. El poder de amar existe en nosotros antes que el poder de comprender: no en lo que somos hoy, pero en lo que somos esencialmente. Es por esto, que los que nos odian – porque sobre esta tierra, el corazón vive más que todo de odio – nos disecan, penetran en nosotros, desmontan engranajes nuestros que ignoramos. Su malicia debe sernos preciosa; agradezcámoslos de mostrarnos nuestros defectos. Y el amor, la mansedumbre, la oración que el Evangelio nos pide que les ofrezcamos, producirán para ellos y también para nosotros, efectos inestimables. XXX La serenidad de la Naturaleza, su gran benevolencia indiferente, por tan imponentes que nos parezcan, solo son el reflejo, casi apagado, de la prodigalidad con la que el Padre vierte sobre Sus hijos todo lo que les puede ser útil. ¡Que ellos, a su vez, hagan lo mismo entre ellos y para las criaturas inferiores! ¡Que nuestra bondad se expanda como las lluvias de la primavera, que nuestro amor sea como el sol de verano, sobre todo lo que se aproxima de nosotros, indistintamente! Nuestro modelo es el más alto; las aspiraciones las más diversas, del pensador, del artista, del trabajador, pueden contemplar en El, el rostro perfecto de su ideal; pero para que estas aspiraciones puedan concretarse, se necesita voluntad. Ningún adelanto tendría que entreverse sin que nos consideremos enseguida como obligados, en consciencia, a alcanzarlo: aquí se necesita grandes esfuerzos. Juntar un entusiasmo vibrante con el más humilde abandono, la energía de actuar la más inflexible y una indiferencia sonriente tanto en el éxito como en el fracaso, con la ductilidad del amor que se adapta a todos y a todo y la tensión de la voluntad la más rígida posible en la misma meta: esto es lo que se necesita. Hace falta un desplazamiento de nuestro equilibrio espiritual; hace falta un punto de apoyo fuera del mundo para levantar a este mundo. Este punto, este centro de gravedad nuevo, este equilibrio móvil y sin embargo, imperturbable, es nuestro Jesús; es la confianza en el Padre y la obediencia al Hijo. Nuestro intelecto, nuestra mentalidad, nuestros instintos, se parecen a ovejas recluidas entre dos barreras demasiado estrechas; hay que darles espacio, o más exactamente, no temer introducirlas en nuevas pasturas que les abrirá la Providencia. Estas liberaciones implican, sin duda, sufrimientos; costumbres a romper, apatías a sacudir, quizás novedades extrañas a las que habrá que acostumbrarse; no importa, para crecer, debemos salir de nosotros mismos; debemos comprender – prender en nosotros- tener compasión, sufrir del dolor del otro; debemos abrirnos y ofrecernos con nuestras fuerzas físicas, nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad. Y todo, familia, amigos, extraños, adversarios, patria, todo lo que existe debe sernos un pretexto para romper nuestras letargias. Pero que, en el centro, nuestro corazón quede anclado en Dios. Ser perfecto, es ser uno en la intención y universal en la acción; es cumplir todas las tareas con el mismo fervor, porque expresan la voluntad de Dios en sus formas innumerables; es traer toda la vida de nuestro espíritu a una sola meta: servir a Dios, por un único medio: la abnegación. En otros términos, para entrar en el Reino, hay que esforzarse, hay que sobrepasar lo posible y vencer todas las dudas. Entonces la potencia y el milagro descenderán. Por difícil que sea, se puede realizar esta obra maestra; los santos lo lograron en el mundo moral; los genios en el arte y en el pensamiento. Lo imposible de hoy es lo posible de mañana. El Reino de Dios es el tesoro inagotable de todo lo que sobrepasa las aspiraciones y las concepciones humanas; es el conjunto de los arquetipos del Bien, de la Verdad y de la Belleza. Ahora bien, el discípulo de Cristo tiene autorización de sacar de este tesoro a manos llenas, porque los esplendores que extrae es solo para distribuirlos a sus hermanos, conservando el mismo humilde anonimato del que Dios le da un ejemplo perpetuo. Capítulo V LA ORACIÓN “”Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos, de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los Cielos. Por tanto, cuanto hagas limosna, no la vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará: Y, cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo, que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará. Y, al orar no charléis mucho, como los gentiles que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitéis antes de pedírselo. Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estas en los Cielos, santificado sea tu Nombre, venga tu reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo Nuestro pan cotidiano dánoslo hoy, perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos deje caer en la tentación, más libéranos del mal. (Mateo, cap. 6, vers. 1 -13 – Lucas, cap. 11, vers. 1 -4).”” Toda la inmensa creación, desde los pueblos microscópicos de los infusorios hasta los pueblos de las estrellas, es sostenida por la mano del Padre que es el Hijo: Este incesante, divino, inefable holocausto se celebra por todos lados, sin otra publicidad que la alegría de las muy pocas criaturas que saben recoger de él todo el beneficio. Hace ya un centenar de siglos los sabios chinos decían que la actividad del Cielo es secreta y que solo sus efectos son visibles. Este anonimato es el signo de la perfección. De la misma manera, el discípulo de Cristo debe actuar como si no actuara; para los espectadores, vive, compra, trabaja, piensa, ama, como todo el mundo; pero él, en su corazón, se esfuerza por hacer todas estas cosas, sin interés personal: Conocer la voluntad de su Amigo para cumplir con ella, solo esto es su meta. El resultado personal de su trabajo no lo preocupa; huye la fama, los honores, la fortuna; el mal, se esfuerza por evitarlo; el bien, está convencido que es el Maestro que lo realiza a través de él. Y más tarde, después de años de siglos, cuando el soldado se transformó en jefe, la gloria y el desprecio, la inteligencia y la ignorancia, los éxitos y los reveses le son indiferentes; los recibe a todos como a huéspedes de paso, con la misma cordialidad. Imita así la perfección del Padre. Es para llegar a esta meta, es para que todo el mundo pueda presentir esta marcha ascendente, que el Evangelio nos ordena de mantener secreta la limosna y la oración. La semilla lleva su fruto allí donde ha sido sembrada. Si sembramos, inclusive buenas semillas, en un mal terreno, este alterará la calidad de los frutos. Si, entonces hacemos el bien con un deseo personal, aunque sea pequeño, los frutos de nuestros actos serán corroídos por la avaricia, la sensualidad o la vanagloria: el Ego lleva todavía más lejos sus estragos corruptos; pero, estudiemos primero las primeras devastaciones; es ya un trabajo bastante duro. Siempre lo repito, el ideal en honor al cual ofrecemos el mejor sacrificio – nuestros actos – es este quién nos recompensa. Si se arreglan para que la gente conozca su buena acción, su estima será todo su pago; no tendrán ninguno del Cielo, porque no es a Él a quién habrán ustedes dedicado su altruismo, pero al dios de la gloria mundana. El mal y el bien son opuestos. El primero es una especia de parásito; tiene en él la necesidad de crecer; ahora bien, solo puede satisfacer esta necesidad vampirizando las potencias vivas que están a su alcance, y entre ellas, el espíritu del hombre está en primera fila. Es por esto que dejamos a nuestros hijos, bien a pesar nuestro, el legado del mal que cometimos y muchos piensan que lo volvemos a encontrar a nuestra vuelta sobre esta tierra; la lucha, si no obstante, tenemos el coraje de emprenderla, será entonces mucho más dura. El bien, al contrario, no saca sustancia del mundo; es vida y solo se nutre de sí mismo y se desarrolla propagándose, con, sin embargo, la condición que esta propagación sea un sacrificio; es una luz que se exalta en las tinieblas; y cuanto más oscura es la noche, cuanto más numerosas y ardientes son los destellos de esta luz. Entonces, si somos obreros inteligentes del bien, sembrémoslo sin que nuestros hermanos lo sepan; no hablemos de él, para que otros seres menos visibles, tampoco lo sepan. Como nos es imposible comportarnos de esta manera sin ser humildes, el Cielo nos recompensará – a pesar que no nos debe nada – injertando en nuestro corazón, la pequeña flor de Luz de la que hemos sido el jardinero. Pero la práctica de la discreción, no es solo esto. Consideren esta cualidad, no como una virtud, sino más bien como un procedimiento, un instrumento de trabajo. De esta forma entenderán mejor cuáles son sus ventajas. ¿De cuantas querellas, golpes, o penas, una calumnia puede ser la fuente, a parte de la falta de elevación moral que implica? La crítica llama a la crítica, un chisme suscita otro, la jactancia provoca la mentira y así sucesivamente. Pero, admitiendo que no se diga maldades: solo contamos lo que acabamos de ver haciendo a nuestro prójimo; ¿Por qué? No nos lo pidió; quizás, así, vayamos a despertar alguna envidia, una malicia o un juicio Acordémonos, en todo instante, que, antes de pretender hacer el bien a los otros, hay que aprender a no hacerles daño. Tenemos como deber riguroso de no hacer sufrir a nadie. Si nuestros comensales y amigos solo son para nosotros ocasiones de mal, dejémoslos, busquemos a otros con quiénes podamos hacer y decir algo útil. Hay que ser bastante discreto para olvidar al momento lo que acabamos de aprender sobre otro. No conversar es simple; pero hace falta también mantenernos firmes y sin expresiones para que no se pueda adivinar lo que sabemos. Por fin, es necesario que lo que hemos sabido de nuestro prójimo, no influya sobre el juicio interior, que, a pesar de nosotros, nos formulamos sobre él. La escuela de la oración, la escuela práctica, comporta tres aprendizajes: la caridad anónima, el sufrimiento y la tentación. Los libros no pueden enseñarnos a orar, tampoco las alegrías, y no sé si existe en la tierra una docena de personas que sepan orar; cierto hay taumaturgos y santos; los vemos orar y sus demandas obtienen respuestas; pero estos seres asombrosos son, a menudo, como centinelas que pasan una orden, sin siempre entenderla; cumplen con una consigna; pero la oración, este acto formidable, esta impresionante temeridad, este intercambio incomprensible y escondido, tiene lugar más allá. Entonces, si estos hombres venerables no saben, nosotros, fango, ¿cómo vamos a saber? Y, sin embargo, nuestra ignorancia, nuestra bajeza, nuestra nulidad, deben orar. Es necesario. Algunas personas no rezan nunca, sea porque no piensan en esto, sean porque no creen, o porque no admiten la oración; es una cuestión de educación o de cultura o de flexibilidad para reaccionar frente a los golpes del Destino; en estas personas el órgano inmaterial de la oración no está todavía desarrollado y su ser consciente ignora el recurso a las Potencias invisibles. El desarrollo de nuestro consciente se realiza de esta manera : cuando el hombre espiritual se encuentra encarnado, busca hacer sentir al hombre corporal las realidades invisibles y las realidades inteligibles; si este último responde a estas tentativas, el ser se afina, se convierte en poeta, artista, filósofo o vidente; su sistema nervioso se hace sensible a cosas delicadas, su imaginación madurada y despejada refleja cuadros del Mas Allá, su voluntad aspira al Ideal y estos movimientos que la psico-fisiología oficial llama funciones, construyen, en los cuerpos fluídicos, órganos que a su vez dinamizan, vitalizan tales partes del cuerpos físico. De estos engranajes provienen estos cambios que toda crisis interior opera en la persona física; el espíritu moldea el cuerpo; el ojo del pintor lleva una señal visible y el del santo una calidad de mirada muy particular: el espíritu inmortal modificó en ellos la forma mortal. Cuando el apetito del espíritu inmortal se torna a lo divino, y esto llega siempre en un momento dado de su evolución, nacen entonces los piadosos deseos; ahora bien, todo deseo se construye a si mismo su órgano de acción y su forma de expresión; esta es la razón por la que los artistas sagrados les dan un contorno particular a las cabezas de los santos que representan. Más se difiere un esfuerzo, más difícil es; menos se reza, menos se puede rezar. Sería entonces muy sabio de empezar enseguida, a pesar del poco atractivo, del aburrimiento o de la falta de éxito. Cualquiera circunstancia debe servirnos de pretexto para pedir la ayuda del Cielo; jamás vamos a ser inoportunos para Dios, jamás vamos a cumplir demasiado bien lo que el deber nos manda. Todo deseo es un apetito, un hambre; cuando es Dios que se desea, esto se llama oración; pero en realidad, todo deseo, inclusivo todo esfuerzo, es una oración. Ahora bien, para tener hambre hace falta que nuestras fuerzas estén agotadas. El trabajo, cualquier sea, es el que prepara a la oración; inclusive es, junto con el buen ejemplo, la única oración verdadera y fructuosa para la inmensa mayoría de los humanos. Porque, no se dejen engañar, los contemplativos no son un ejemplo a seguir; constituyen excepciones. Cristo, en ningún lado habla de quietud, de éxtasis o de boda espiritual; yo diría, si no temiera de escandalizarlos que todo esto son adornos humanos. El deber del hombre es, primero de vivir, de actuar, de obrar; si le queda tiempo, puede estudiar, practicar un arte, es libre; puede también continuar su deber y sobrepasarlo; esto sería el verdadero misticismo. La verdadera oración es un trabajo mucho más complicado que el trabajo material; exige conocimientos profundos y más que todo, facultades poco comunes; entonces tenemos que practicarla y ejercernos constantemente. Pero cuidada a quién se reza, si es al Padre vivo o es a alguno serafín de la Inteligencia, algún arcángel de la Belleza, o quizás al dios del Egoísmo Espiritual. Entiendan bien que el Absoluto solo bajara en ustedes si lo Relativo se alejó. Dejen entonces los intermediarios, por más grandes que sean: son solamente criaturas; solo pueden prestar pero no dar. Además ¿Qué sabemos de los seres invisibles? ¿Qué certeza tenemos que realmente están en la verdadera Luz? Si nos dirigimos al Cielo, Sus hijos y Sus ángeles recibirán de Él, la orden de socorrernos sin que tengamos la necesidad de conocerlos o llamarlos. XXX Cualquier lugar conviene para orar; Dios está en todos lados; es mejor encerrarse en su casa, porque ahí nadie nos ve y la atención se distrae menos; así no crean, como tantos devotos, que un lugar especial es indispensable para hablar al Padre. El Absoluto está arriba, afuera y adentro de todas las formas, inaccesible solo con los ritos, libre de todas condiciones de espacio y de tiempo. En cambio, si estos ritos son inútiles, no es el caso de la radiación vital de nuestros actos cuya esencia buscan utilizar. Si queremos que nuestra habitación sea pura, hagámosla el templo del verdadero culto, es decir el culto del bien. No nos enojemos en ella, no dejemos que las paredes oigan palabras inútiles o malignas. Por todos lados, hay ojos y orejas que nos observan y nos escuchan; tenemos que dar el buen ejemplo, inclusive a los seres que, se cree, son inanimados. Psíquicamente, también hay que encerrarse en la habitación del yo y crear el silencio interior. Rezar en voz alta, si nadie puede oírnos. Pero que nuestras preocupaciones y nuestras pasiones se callen. Dios siempre está en nosotros, inclusive cuando no Lo sentimos y más que todo cuando estamos en un sentimiento de sequedad. Entendámoslo bien, no debemos orar para obtener consuelos sensibles, o impresiones psíquicas más o menos agradables. Cuando, orando, se siente tales cosas, casi diría que no hay que prestarles atención, porque corremos el riesgo de distraernos y nos puede llevar a que busquemos después estas delicias espirituales: si el Cielo nos la da, aceptémoslas agradecidos, pero no hay que desearlas, porqué, por demás, es muy fácil engañarse y provocar, por una especie de auto-sugestión, tal manifestación psíquica inconscientemente deseada y recibida entonces como si nos viniera de Dios. Orando en voz alta, la solicitud es más viva, porque la voz le da un cuerpo al deseo, un cuerpo, ya no artificial, como con los perfumes, los gestos, los yantras, los mantras y las salmodias, pero un cuerpo normal y natural. De esta forma, hacemos colaborar, el aire, los órganos de la palabra, los centros del lenguaje a un poco de bien; damos un ejemplo saludable a los espíritus de las cosas que nos rodean y un alimento para los testigos invisibles. Para los hombres, el universo se divide en esferas, en jerarquías; para el Cielo, estas partes mantienen su existencia separada, pero El las reúne permanentemente en la Unidad móvil de Su Vida. Seamos uno de esta manera: en cualquier acto, que nuestro ser entero coopere con sus innumerables órganos. Que la pura intención conduzca todas estas corrientes, estos músculos, estos magnetismos, estas tensiones mentales, estos fuegos del deseo, estos espíritus, estos fluidos y estos soplos a la armonía central de donde provienen. Un lenguaje rebuscado es inútil para hablar a Dios. Hay, por el mundo, muchas más paganos que lo que se cree (Mateo, VI,7); no quiero decir con esto que el brahmanismo, el islamismo o el catolicismo obran mal ordenando a sus fieles miles de invocaciones; pero, es que no los llevan directamente al Centro. Hay en el ser humano dos partes: el corazón espiritual donde brilla la luz divina y el resto donde brillan luces naturales; sea lo que haga este, si el corazón espiritual no coopera, estas energías exteriores no llegan a Dios; y si el corazón actúa, el resto no es necesario. Cuando un devoto recita durante una hora, es casi imposible que piense todo el tiempo a lo que dice; sus palabras van al plano invisible de los sonidos, y mueven ciertas ondas que pueden producir efectos sobre la materia psíquica o inclusive física; pero no se ha llegado al Cielo; y si, por acaso, el devoto es un prodigio de voluntad y que ha pensado a lo que pedía, durante toda una hora sin distraerse, entonces ha perdido cincuenta y cinco minutos en repetir lo que podía llevar a bien en cinco minutos. Las mismas observaciones se aplican exactamente a todos los ritos; desde los gestos litúrgicos que conocemos desde la niñez, hasta las determinaciones astrológicas y las observancias innumerables que, hoy en día, se siguen en la India y en China; todo esto, son solo soportes para la debilidad o alientos para la tibieza; son útiles, pero solo son auxiliares. No les demos el rol esencial. XXX ¿Cómo hacer para que Dios nos oiga? Voy a tener que repetirlo, pero como las verdades esenciales son tan pocas, hay que volver sin cesar de los principios a las aplicaciones. El Padre sabe lo que necesitamos sin que se lo pidamos (Mateo VI, 8); sin duda porque sabe todo, pero primero porque Él solo es bueno: Y sin embargo hay que rezar; lo debemos, aún si creemos hacer algo inútil, porque rezar es un acto, porque rezar, es obedecer al deseo de la Naturaleza y coronar el esfuerzo universal. Todo reza: la piedra que madura en las tinieblas de la mina, la planta que busca el sol, el animal que lo saluda; todo acto es una solicitud; un resultado no se obtiene gracias a nuestra voluntad, pero porque trabajando a su realización, nuestras energías, aun las más fisiológicas, desean y esperan el éxito. El corazón del hombre, únicamente, demasiado a menudo, se cree dueño del mundo y desecha toda idea de socorro. Sin embargo, como nuestro espíritu es la flor suprema de la Naturaleza, normalmente estamos obligados a completar la obra maestra de la evolución y de conectar su esfuerzo al trono del Padre. Pero, hoy en día, nos agitamos y estamos todavía muy lejos de esta oración viva, privilegio de los esclavos del Amor a cuya voz obedecen los males, los acontecimientos y las criaturas. Por esto, tales como somos, lo mejor que podemos hacer, es de orar primero con el ejemplo. Entendido esto, busquemos las condiciones indispensables para que la oración sea oída por Dios. Dios está en todos lados y sin embargo, de todos los seres, es Él que nos es más cerca, porque está en el centro de nosotros mismos. En cambio, podemos estar y lo estamos demasiado a menudo, lejos de Él, porque nuestro corazón es doble; en muchos casos nuestra voz no llega hasta Él, porque nuestra voluntad no habla el lenguaje del Cielo. Primero entonces, debemos vivir según la Ley antes de querer orar. Después hay que ser humilde. Dios no escucha a los orgullosos, a los que se creen fuertes o sabios o hábiles. Nadie puede realmente sentirse tal, si alguna vez ha mirado la enormidad de las potencias que nos aplastan y la inmensidad de las cosas desconocidas que nos rodean. Esto es el nivel razonable de la humildad, es el más sencillo. Todavía hay que no creerse mejor o más inteligente que los que nos rodean; es ya más difícil y necesita un cierto conocimiento de sí mismo, con bastantes experiencias desagradables, porque únicamente los que han sufrido son indulgentes. Raros son los discípulos que descienden a la tercera especie de humildad, con la que uno se estima el último de los hombres, el menos bueno, el menos inteligente, el menos digno de interés. Esta humildad, es con ella que se entre apercibe que “no tenemos nada que no hayamos recibido” como dice el apóstol. Además, la humildad es un abismo sin fondo; podemos siempre bajar en ella sin temer de perdernos; es el más seguro resguardo y tendríamos que usar todos nuestros esfuerzos para conquistarla, porque su puerta nunca está en el mismo lugar; hay que re-empezar sin parar el combate para poder entrar. La tercera condición necesaria para que el pedido sea escuchado, es estar en el camino de la Paz. El Cielo es el mundo de la paz. Hay que perdonar a todos los que nos hicieron daño, no solamente a los humanos, pero a toda criatura, a los acontecimientos, a los invisibles, a las ideas, a los sentimientos, a las cosas; solo podemos gozar de esta mansedumbre si tenemos confianza que el Padre no da prueba injusta; cuando queremos hablarle, olvidemos un instante nuestras preocupaciones; podremos después enfrentarlas con más calma y combatirlas mejor. Además, el perdón es el mejor anestésico para aliviar nuestros sufrimientos de amor propio. En cuarto lugar, hay que dirigirse al Cielo con un sentimiento de agradecimiento para las felicidades como para las desgracias; si las primeras son momentos de descanso, las segundas son los únicos medios para nuestra evolución, ya que todavía tememos las pruebas. En quinto lugar, hay que ser atento a lo que se dice; hay que serlo perfectamente, no solamente con la inteligencia, pero también con el corazón y con el cuerpo. Esta condición es difícil a realizar, porque nos distraemos, perdemos mucho tiempo y decimos muchas palabras inútiles. Ya lo comentamos: la atención sirve primero para que la solicitud llegue y después, para la ilustración de los auditores y de los espectadores invisibles que nos rodean; si nos ven ocupados en otras cosas que las que pedimos, no pueden tomarnos en serio, se van, y nos volvemos responsables del escándalo y de los errores que puedan generarse. Manteniéndose perseverantes en nuestras demandas, no olvidemos de decir: “Que se haga la voluntad de Dios”; un deseo demasiado entusiasta o demasiado fuerte de ser concedido, podría introducir un fermento de voluntad propia en la oración. Este conjunto de condiciones debe parecerles bastante difícil, o complicado: es solo una apariencia. En lo espiritual, mucho más que en lo material, todo está ligado, todo es uno, por todos lados; céntrense a la realización de una sola regla y no enfoquen la segunda antes de que hayan dominado todas las aplicaciones de la primera. Su esfuerzo para esta les aliviara significativamente el esfuerzo necesario para el control de las otras. Más que todo, no crean que los resultados logrados se deben a ustedes mismos; en nuestra ascensión hacia lo mejor, es del Cielo que vienen la fuerza, el éxito y los frutos; nosotros, por más grande que sea nuestra energía personal, solo otorgamos nuestra adhesión al socorro divino. No puedo darles pruebas generales de esto; pero la observación se las proporcionará seguramente a cada uno y serán más convincentes porque serán experimentales. XXX Por otra parte, hay una postura interior habitual que hay que adoptar y mantener, y que permite que todos nuestros gestos sean más fáciles. Dios es sencillo; Está con la gente sencilla; es a la que escucha con benevolencia: Se inclina hacía los humildes, los pequeños, hacía los pobres; es por esto que los místicos afirman que el Absoluto, el Nocreado se vierte en nosotros en la medida en que dejamos salir de nuestro corazón lo relativo y las criaturas. Alcanza entonces, dirigirse al Padre, con el mismo candor con el que, pequeños, pedíamos a nuestros padres lo que queríamos; la forma de la solicitud importa poco; somos tan jóvenes todavía, que la más sublime estética humana es torpe al lado de la eterna Belleza. Las leyendas que hablan de los ángeles que reciben las oraciones de los santos para llevarlas de jerarquías en jerarquías hasta el trono de Dios, son ciertas. No son siempre ángeles, en el sentido etimológico de la palabra, que cumplen este oficio; no importa; todo esto está previsto y ordenado, cada cosa vuelve a su madre; las luces van a la Luz, las tinieblas van a la Nada. Y unas y otras suben o bajan según su densidad; la solicitud se eleva, de esta manera, tan alto como la pureza del solicitante da fuerzas a sus alas. Así las oraciones de los humanos no llegan todas a los pies del Padre; pero cuando la esfera adonde tocan es demasiado dolorosa para ellas, es posible, en efecto, que seres de compasión, las recogen, las hagan suyas, y las presentan a Dios, como si fuera para ellos mismos. Es así que se nos consiente más a menudo de lo que tendría que ser. Estos seres intermediarios, de quién es inútil buscar el nombre o la esencia, solo oyen lo que lleva el sello de la Unidad; si nuestra oración fuera dirigida a ellos, entenderían menos nuestros deseos que si rezamos directamente a Dios. No podemos pensar sin que alguna cosa de nuestro espíritu (magnetismo, astral, mental, etc.) salga hacía el objeto de nuestro pensamiento; en esta búsqueda, se hacen encuentros imprevistos; es así cuando trabajando sobre una pregunta, podemos casualmente resolver otra. La verdadera oración es una salida total del ser, que se obtiene mediante una calma perfecta y una atención profunda; es entonces natural que cuando sube la oración sentamos sensaciones especiales, emociones psíquicas, espirituales, inclusive físicas. Estas sensaciones son un escollo, porque nuestra naturaleza nos llevará hacía las más dulces de ellas, y nos las hará considerar, quizás equivocadamente, como un signo del favor de Dios; podríamos entonces olvidar el objeto de nuestra oración, para buscar, con nuestra propia voluntad, lo que puede ser un accidente fenoménico. De ahí, se vuelve a recaer en las ilusiones, en lo que los ocultistas llaman el astral. Mientras estén rezando, no se detengan a considerar, a probar o a analizar las sensaciones particulares que podrían percibir; no se alejen de la meta; si son seres mixtos o malos los que les envían estas manifestaciones subjetivas u objetivas, más vale no dejarse engañar; si son seres de Luz, no se van a formalizar que solo quieran mantenerse fijos en Dios solo. Estamos terriblemente lejos del Absoluto; antes de llegar a Él, ¡cuántos desiertos, precipicios, cuantas tempestades! No se preocupen de las distracciones, del sentimiento de sequedad, de las tentaciones que sufrirán orando; son los incidentes del viaje. Mantengan firme su corazón; es en este centro, el más íntimo de ustedes que, si su voz es escuchada, la respuesta se hará conocer; muy raramente podrán percibir las palabras; pero probarán siempre la exquisita frescura, el encanto, la acción vivificadora y regeneradora. No busquemos otra cosa; agradezcamos cuando este favor nos es concedido; agradezcamos cuando nos es denegado, porque es así como crecerá nuestra fe. No les estoy diciendo de despreciar todas las manifestaciones del Invisible, de donde sea que vengan; solo digo de no buscarlas, de no apegarse a ellas. Anótenlas así como el científico anota las reacciones en su laboratorio. Todo conlleva una enseñanza: visiones, voces, soplos, desplazamientos de objetos, temblores, son planos que se desplazan y llegan a nosotros, o somos nosotros los que vamos hacía ellos. No construyan sistemas. Si actuamos según la Ley, el Cielo hará todo lo necesario para que conozcamos la verdad, aún si nuestros deberes y nuestras tareas no nos dejan el tiempo de estudiar o de reflexionar. ¡La oración es un acto inmenso! Es el más sobrehumano de los esfuerzos. Detrás de nosotros se apretujan pueblos enteros que esperan con angustia que les abramos las puertas del templo donde podrán orar; hay algunos que mueren por este deseo; no vislumbramos estos sufrimientos pero igualmente somos responsables de ellos, porque sabemos todos, en el fondo de nuestro corazón, que la oración es un deber. A partir de este momento, somos todavía más responsables. Y cuando inconscientemente, accedemos a los deseos de estos seres, nuestra voz es para ellos una armonía, una luz y un rocío. Permítanme decirles, les enseño estas cosas, o más bien, se las hago recordar; pero no tenían necesidad de saberlas para actuar con rectitud: Porque desde el comienzo, Dios hizo que el hombre conociera todo lo necesario: Ahora, tendrán menos mérito en cumplir con su deber, porque es el conocimiento que los hizo creer y no la fe, y tendrán más responsabilidad si no lo hacen, porque conocen ahora algunas de las razones. Créanlo, para hacer la voluntad del Cielo, para volver al Cielo, no es indispensable comprenderlo todo; la inteligencia es un aliento que Dios da, pero no un método de trabajo insustituible. Alcanza tener confianza en nuestro Cristo Jesús. Los esfuerzos meditativos o voluntarios no sirven para llevar nuestras solicitudes a los pies de Dios; los verdaderos vehículos son las buenas acciones y la purificación del corazón. XXX Después de lo que acabamos de decir, ustedes comprenderán que el lenguaje con que se reza poco importa. Los que siguen las teorías del ocultismo creen que las lenguas sabias, el sanscrito, el hebreo, el griego o el latín poseen una fuerza más grande para actuar en la atmósfera fluidica. Lo que olvidan es que todo tiene su crecimiento, su madurez y su decrepitud. Los antiguos idiomas fueron vivos antaño; hoy son las lenguas modernas que tienen vida; son ellas las que hay que utilizar, dinamizar y espiritualizar. Nacemos en tal o cual nación porque nuestro trabajo actual está en esta sociedad; no hay que hipnotizarse sobre los antiguos; la Naturaleza no va para atrás, avanza sin parar. Lo que tenemos que hacer es poner la Luz interior en contacto con todas las formas presentes de la vida de la creación; es inútil ocuparse del astral, del éter, de las ondas secretas; es el plano en que tenemos nuestra conciencia directa que debe recibir todos nuestros cuidados; más tarde trabajaremos para los otros planos. No busquen las cosas lejanas y confusas; que nos alcance el inmenso deber cotidiano, el tangible; hay ahí mucho más para obrar que lo que podremos hacer. “Quién se semeja se junta” dice el proverbio; es verdad, todo hombre que repite los actos de otro hombre se une con su protagonista, en el plan de sus actos. Entonces, los que renuevan las palabras y los actos de Cristo, inclusive en la mínima medida de sus capacidades, se unen a Él, si lo hacen con todo su corazón. Porque Su vida es una oración ininterrumpida; El mismo es la encarnación viva de la oración; fue el pionero que abrió el camino por donde nuestros llamados pueden subir hasta el Padre; Él, es el mediador, el intercesor, el sacerdote, la víctima y el sacrificio. Todo lo que nuestro Señor Jesús Cristo ha pensado, dicho o hecho viene del Cielo y de ninguna otra parte; es por esto que es filosóficamente incomprensible; el mental no puede ni siquiera mirar esta infusión del Absoluto en lo relativo ni esta efusión de lo relativo hasta el Absoluto, en esta doble curva que es la propia vida del Salvador; es la realización de lo imposible, la materialización del invisible, la existencia de lo inconcebible. Así, la oración modelo que Jesús dio a Sus discípulos, no es solo la expresión de las necesidades del Universo; es también la declaración de las cosas que el Padre considera útiles para nuestra felicidad, así como la felicidad de toda la Naturaleza: Es el cuadro del movimiento cósmico: indica los componentes, los puntos de partida, las metas, las modalidades. Esta oración representa el ejército de las criaturas, en su ascenso colectivo y la ley de perfeccionamiento del compuesto humano. En una palabra, es la imagen de la Vida. Es, entonces, con mucha razón, que algunos místicos descubrieron en ella la regla de los extraordinarios peldaños en el ascenso de la conciencia individual. Otros encontraron en ella los arcanos de la creación del mundo. Santa Teresa fue quién explica de la forma más clara el primero punto de vista. Según ella, cuando el alma ha reconocido “El Padre que está en los ¨Cielos”, por los métodos del conocimiento humano, por las operaciones discursivas del entendimiento, entra en al abandono místico y comienza la práctica de la oración de quietud cuyas dos primeras peticiones describen las fases. La loa “Que se haga tu voluntad”, es, en efecto, un reposo después del duro ascesis de la vida purgativa y de la meditación lógica. Es la primera alba de la vida contemplativa; la criatura ha dado casi todo su esfuerzo; el Creador va a iluminarla, así como respuesta a la segunda petición: “Venga a nosotros tu reino”; la quietud llega a su pleno nivel; la alegría inunda el alma y se comunica a veces hasta el cuerpo que puede entonces ser el teatro de fenómenos extraordinarios. Pero, saboreado este primero consuelo, comienza entonces un nuevo periodo de trabajo, cuyos fundamentos están dados por la tercera petición: ”Que se haga tu voluntad” tales como la humildad y la aniquilación interior completa de la criatura. La esencia de este trabajo es la asimilación de la voluntad divina por la voluntad del hombre, cuya vida se vuelve poco a poco un sacrificio constante; los sufrimientos que este esfuerzo produce son los signos del nuevo nacimiento, del génesis místico del Verbo en nosotros; es este pan cotidiano del que cada día nos trae una miga; alimento tan fuerte, tan generoso que la masa de las almas no puede soportarlo. Todas las preocupaciones, todas las pruebas., todas las persecuciones, todos los sufrimientos inimaginables, solo son, en realidad, los efectos de este remedio divino sobre nuestro espíritu interior. Y la quinta petición, el perdón, debe ser la piedra final de todas las virtudes, el signo de la regeneración, la prueba objetiva y material que todas las partes de nuestro ser asimilaron el pan místico, el Verbo vivo. XXX Pero dejemos a las almas de élite los misterios que sus esfuerzos excepcionales descubren; quedemos en el suelo adonde vive la muchedumbre; ¿acaso el Padre Nuestro no nos ofrece todo lo que nuestra debilidad es capaz de superar? Para decir mejor esta oración, alcanza representarse sus palabras como cosas reales y no como alegorías o vagas abstracciones. Examinemos cada una de sus palabras en toda la extensión de su campo universal, en toda la profundidad de su sentido humano; una sola alcanzaría para llenar nuestras horas de entusiasmo, para verter en nosotros toda la fuerza, para esclarecernos con toda certeza. Este nombre de Padre, la potencia, la sabiduría, la bondad que evoca, el retorno hacia Él adonde toda cosa tendría que llevarnos; este reino sobre el mundo y sobre nosotros, y sobre todas las partes de uno y del otro, este gobierno efectivo, actual, constante, paternal primero, real después; esta voluntad – el mismo Cristo – que deseamos ver realizarse, incorporarse en todo, en el universo y en toda nuestra persona; este pan, fuente y suma de todos los alimentos imaginables, en todas las variedades de sustancias de la Naturaleza; estas ofensas cometidas o soportadas, el reino desesperante del mal contra el que hay que tener esperanza y estas tentaciones, excelentes para hacer de nosotros unos atletas espirituales, nosotros y todas las criaturas; este mal, al fin, que despliega sus encantos y que no entendemos, que hay que enfrentar y del que solo el Padre nos libera: ¡Cuantos temas inmensos para reflexionar, para admirar, para adorar! Y, si las contemplamos con sencillez, ¿Qué necesidad de sentidos jeroglíficos, de transcripciones sabias y de ritos? Las tareas oscuras que son nuestra ley no son menos arduas que los impulsos del misticismo especulativo; quizás lo sean más. El Padre da a quién quiere y lo que quiere. Tal persona puede ser sublime ahora y volverse estúpida dentro de una hora. Más vale entonces, considerar solo el esfuerzo inmediato y concentrar todas nuestras energías sobre el presente. He aquí algunas explicaciones útiles para comprender el “Padre Nuestro”, en el estado actual de nuestros conocimientos y decirlo lo mejor posible, del fondo del corazón, uniéndonos a Aquel que nos lo trasmitió: 1º Padre Nuestro: La idea de socorro que nace en el corazón del hombre debe subir, según la lógica, hasta el Ser todo poderoso por excelencia. Cuando Cristo llama a Dios, Padre, es para hacernos presentir su infinita bondad y solicitud. El Dios del Evangelio no es el Jehovah vindicativo de los Israelitas, ni el Parabrahm indiferente e impasible de los Vedas. El amor que tiene para nosotros hace que se preocupe de nuestra suerte, que sea afligido por nuestros errores y feliz de nuestras sanas alegrías. Si tuviéramos los ojos abiertos, quedaríamos confundidos al ver todos los seres y todas las fuerzas que Dios pone en obra para darnos la vida, para conservárnosla y para incrementarla en nosotros. Muy lejos de castigar, está atento a cualquier movimiento de arrepentimiento para correr hacía el hijo pródigo, tenderle la mano, animarlo. Nada llega en nuestra existencia, no tomamos un pedazo de pan, no tocamos una piedra, sin que el Padre no lo haya previsto, y habiéndolo considerado bueno, lo haya permitido. Todo esto, ustedes lo saben, pero es bueno que lo oigan, porque a menudo, no nos atrevemos a seguir las consecuencias de una intuición espiritual; lo que es naturaleza en nosotros, se espanta y tiembla frente a las luces divinas; así, les digo, escuchen la voz casi imperceptible del Amigo que habla en el centro de su corazón, y cuando la hayan oído, obedézcanle contra vientos y mareas. 2º Que estas en los Cielos: El Cielo del Evangelio no es un paraíso como los lugares de reposo de las religiones antiguas; los paraísos solo son planos de existencia más o menos superiores a la Tierra y sobre los cuales el espíritu del hombre descansa y recupera fuerzas para un descenso ulterior a cualquier infierno: Es así que según la creencia de los reencarnacionistas, tal persona, colmada en la Tierra con todas las alegrías, se encuentra en un paraíso; tal otra, perseguida por la desgracia está en un purgatorio: Todo lugar de existencia es paraíso para unos, purgatorio para otros, según sus méritos anteriores. Entre estos “jardines de delicias”, existen algunos donde la belleza, la inteligencia, el esplendor, florecen con abundancia millones de veces más grande que en este mundo; pero, a pesar de que la felicidad de la que se puede gozar en estas esferas radiantes, sea tan inimaginable para nosotros, como las medidas astronómicas comparadas a las terrestres, solo podemos estar un tiempo limitado en estos mundos. En cambio, el Absoluto, el Cielo, el reino de Dios, nos ofrece una estadía eterna. Es, por excelencia, la morada del Padre; y si ciertos traductores del Padre Nuestro, dicen “Cielos”, tenemos que concluir que Dios está en todos lados, inclusive en el reino de la Muerte; deja que las criaturas construyan murallas entre ellas y Él, pero igual las ve. Para Él, no hay velos, barreras ni cavernas. 3º Santificado sea tu Nombre: Es posible que hayan leído en obras especiales adaptaciones esotéricas del Padre Nuestro, donde se diserta ampliamente sobre términos de la Cábala, más o menos análogos a las palabras que estamos tratando: No se dejen entusiasmar demasiado por estas especulaciones. Sobre diez autores que escriben sobre el tema, no hay ni siquiera un solo, créanme, que hable por experiencia: los sephirots realmente existen, también todos los planos que se mencionan en el Zohar y todos los lokas de los Brahmanes, y muchos otros también; pero es muy difícil explorarlos sin perder su equilibrio psíquico. No es la curiosidad que le falta a los aficionados, es la capacidad. Incluso los más altos adeptos no saben nada o casi nada sobre la esencia del Nombre, tampoco sobre la del Número; no intenten este esfuerzo mental extraordinario; guarden su energía para el cumplimiento del deber cotidiano. Santificarán así el Nombre del Señor de manera mucho más viva, más sana y más fecunda que en cualquier meditación. El homenaje que rendemos a Dios con esta frase, es el simple reconocimiento de la nada que somos frente a Él, y la gratitud infinita que le debemos por todas Sus bendiciones. Si existe por el mundo, seres de quienes no somos dignos de “atar las sandalias”, con más razón, no somos ni siquiera dignos de levantar la vista hasta el Padre. Y jamás Le agradeceremos lo suficiente. 4º Venga a nosotros tu Reino: Dios es el dueño y maestro del Universo; pero espera para afirmar su Soberanía de manera manifiesta, que las criaturas la reconozcan. En el estado actual de las cosas, deja la potencia visible a estos seres que abusan de la fuerza que Él les ha dado; esta usurpación no tiene lugar sin su consentimiento tácito, es cierto; pero Él esconde a los hombres la permanencia de su Solicitud. De tal manera que, visto desde aquí abajo, no es su reino que florece, pero el de los dioses, de los demonios y de los hombres. Los hijos del Cielo deben, entonces, desear la manifestación divina; en otros términos, la sumisión de las criaturas a su Creador, que es perfecta en el plano divino, donde constituye, por su realización biológica, el reino de Dios, debe bajar poco a poco desde el Absoluto para encarnar sucesivamente en cada región de lo relativo: en las nebulosas, en los planetas, en los fluidos, en los animales, los vegetales, las piedras y los hombres, en todo ser, colectivo o individual, invisible o visible. El reino de Dios en el hombre, es la salud física, moral e intelectual; el reino de Dios en un planeta, es un paraíso físico, orgánico, social; el reino de Dios en el Universo, será la reintegración total. Y uno de los efectos capitales de la obra de Cristo, ha sido de asir, en esta tierra, los fundamentos de esta soberanía divina y beatífica. 5º Que sea hecha tu voluntad. Es evidente que no conocemos los designios de Dios directamente; es la primera razón por la que tenemos que pedirle que los realice. Estamos seguros de su excelencia, intelectualmente primero, por definición, para así decirlo; y después deseamos verlos realizados por amor a su autor. En efecto, el Absoluto no es solamente el impasible, el indiferente y el impersonal como dicen los panteístas; porque es el Absoluto, debe contener, primero todas las formas de la vida relativa y cuando se inclina sobre las criaturas, reviste la forma perfecta de su manera de ser. Como padre del mundo, Dios se interesa a nosotros, toma parte de nuestras alegrías y nuestras penas y le complace ver nuestras manos levantadas hacía Él. Su ternura indulgente hace que, El, el todo poderoso, solicite nuestra colaboración a su obra, a pesar de que esta, sea totalmente superflua. Ahora bien, en realidad, nos alcanza con preocuparnos de obedecer a las voluntades divinas que nos conciernen. El resto de los proyectos providenciales, teniendo que ver con la marcha de las otras criaturas, no nos concierne por el momento. Pero el voto que formulamos hace que una cantidad de agentes estén atentos a estos proyectos universales, y esta cantidad se acrecienta a medida que aumenta nuestra propia claridad interior. En cuanto a los designios que Dios tiene para nosotros, nos los revela, primero por la conciencia, después por la palabra de Sus enviados. Estos dos códigos nos alcanzan para resolver todas las incertidumbres de las decisiones que tengamos que tomar. Todas las reglas que contienen se resumen en la caridad. Ahora bien, como los deseos de las criaturas siempre vuelven a la satisfacción del egoísmo, nadie puede ayudar a su hermano sin molestarse a sí mismo. Por consiguiente, hacer la voluntad de Dios, es quebrar, sin descanso, los deseos personales, la propia voluntad, los placeres de yo. 6º En la tierra como en el Cielo. Esto es el corolario del reino de Dios. Así como lo hemos dicho, el Cielo es el lugar donde la voluntad del Padre es perfectamente cumplida; todas las formas de la vida en este plan son las formas mismas de esta voluntad divina y solo subsistan por ella sola. Aquí, en la tierra, la vida también viene del Padre, en su principio; pero en su desarrollo, se sustenta y se envicia con otros alimentos que el de la Eternidad. Sería entonces necesario que, sobre la tierra, el hambre de los seres, la naturaleza íntima de su deseo de vivir, cambie. Solo el Padre conoce el momento oportuno y los medios de realizar esta conversión; es por esto, que Le pedimos que se cumpla Su voluntad; por el hecho de ser Suya es perfecta: En la medida en que los hombres obedecen a Dios, la Naturaleza entera se cura, se perfecciona y se libera. Entonces, el único estudio indispensable es conocer la voluntad del Cielo, y el único trabajo verdadero, es emplear todas nuestras fuerzas a realizarla. 7º Danos hoy el pan nuestro de cada día: El hombre fiándose en sí mismo, se cree libre: pero solo es un esclavo de sus pasiones o de sus deseos. Mirándolos de cierto punto, unas y otros son como sonajeros que los dioses agitan frente a los ojos de nuestro espíritu, para hacernos trabajar conforme a sus propósitos. Y así como todo granjero cuida a sus empleados y a sus animales, estos dioses cuidan de nosotros y nos proporcionan lo que necesitamos. Pero el alimento que nos dan, no siempre es sano; a menudo excitante, agota nuestros organismos. Solo el pan que Dios nos da, es bueno. ¿Pero cuál es y adonde encontrarlo? En cuanto al alimento para el cuerpo físico, todo está preparado de antemano para proporcionárnoslo; si algunos lo encuentran difícilmente, hay una causa justa para su miseria, causa que es mejor no conocer, ni siquiera investigar; estamos aquí para aprender, entre otras cosas, a soportar las pruebas materiales; no estamos autorizados a juzgar a otros que nosotros mismos. Los alimentos de nuestros otros cuerpos: magnético, astral, mental, psíquico, cualquiera sean los nombres que los esoteristas les den, y cualquiera que sea su cantidad, también están preparados antes de nuestro nacimiento. Los fluidos, los fuegos, los sentimientos, las ideas, las inspiraciones, vienen a nosotros según la necesidad que tenemos para hacer nuestro trabajo y también según nuestro deseo. Pero todas estas cosas solo son los alimentos de las vestimentas del espíritu y del espíritu mismo, quién a su vez, es solo el vehículo del alma, la leña que mantiene la llama eterna que vacila en lo más profundo de nosotros. Esta alma, en este mundo oscuro donde languidece en exilio, busca lo que se asemeja a ella, lo que lleva un reflejo de absoluto, de libertad, de sobrenatural: esto sería su pan, el pan de vida divina, el que solo tendríamos que pedir al Padre. Ahora bien, ¿qué es lo que hay de divino, por excelencia, en la Creación, si no es el amor, si no es el sacrificio? Entiendan aquí, por favor, sin perder por esto la calma ni la razón, que nuestro ser es muy amplio. Todos, inclusive los atrasados, constituimos reinos; en todos, el universo inmenso envía viajeros; el más pequeño de nuestros actos tienen reacciones insospechadas y quizás, el mismo es la última onda, sobre el océano cósmico, de una piedra lanzada desde millones de leguas de aquí. Hay entonces, todos los sacrificios que la vida familiar, social e intelectual puede ofrecernos como oportunidades; y además, todos los otros sacrificios que la vida de las partes más profundas de nuestro ser nos aporta; todo lo que se agita en el inmenso bosque del inconsciente, y que llega, forzosamente y finalmente a actos cuyos verdaderas sentidos y causas nos escapan; en todo esto hay amor divino, en todo esto hay sufrimiento para nuestra naturaleza. El sufrimiento es, entonces, una gracia, un favor, una bendición. Cualquiera sea, es la señal de un amor; es el el pan del Cielo, es el que el discípulo desea con avidez, es por él, que se perfecciona nuestra unión con el gran Sacrificado; es el, que, al materializarse, construye la naturaleza humana del Hombre-Dios; es por él, que reencontramos los caminos donde anduvieron Sus pies venerables. ¿Qué es la vida de este cuerpo de carne? Es una asimilación y una desasimilación de la materia terrestre. La vida de todos nuestros otros cuerpos son procedimientos análogos. La vida de nuestra alma, es la absorción de la vida divina: Y la vida divina, es Nuestro Señor Jesús Cristo. ¿Qué fue lo que hizo? Se dio al mundo, no mentalmente, no con compasión subjetiva, pero realmente, con carne y con sangre, con todo lo que incluye la existencia. Hagamos lo mismo en nuestra pequeña medida; demos a los demás, tiempo, dinero, de nuestra comodidad, de nuestra felicidad, de todo nosotros mismos; la molestia resultará de esto – y esta molestia puede ir de un pequeño problema hasta las peores angustias – esta molestia será para nosotros un poco de trigo eterno. Para ayudarnos en nuestra inconstancia, nuestra tarea es fragmentada. ¿Qué hombre puede hacer, por adelantado, el plan de su vida? ¿Inclusive el de un año? Es por esto que está escrito:” “Cada día, trae su propia carga”. En efecto, un día vive; es como un pedazo de tierra, es una obra, un acto completo; hay que empezar y terminarlo con un retorno a su Autor; el misterio nocturno nos impide ver el mañana tal como será: es por esto que Jesús pide, junto a nosotros, solo el pan de hoy. 8º Perdona nuestras ofensas: Hablamos mucho ya del perdón; simplemente les recuerdo que, para obtenerlo de Dios, lo tenemos que ejercerlo nosotros mismos. Haciendo esto, imitamos a Cristo y entonces, Él nos lleva con Él. Se llega a perdonar, recordando, primero, a la justicia universal, y ubicándose, después, en lo más bajo de la humildad; estos ejercicios pasivos, subjetivos, logrados, se puede practicar la forma más superficial de perdón: el olvido de la injuria por el de nuestros órganos que la sufrió. Desde entonces podemos decir la frase del Padre Nuestro sin temer de condenarnos a nosotros mismos. 9º Así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden: Este perdón divino no es un intercambio; es una recompensa de la prueba de buena voluntad que damos, usando la mansedumbre. La otra traducción de este pedido, que habla del olvido de nuestras deudas, tiene el mismo sentido. Un ataque sufrido es siempre una deuda pagada; una desobediencia a Dios, es siempre una deuda contraída. Para poder decir esta frase, no hay que temer el ”qué dirán”, ni la burla o el engaño. 10º No nos deje caer en la tentación: La tentación, en todo su sentido, viene del Adversario, con el permiso de Dios, así como lo describe muy bien el libro de Job. Hay dos tipos de tentaciones: las que vienen de nuestra perversidad personal y son el producto de una alianza de un demonio con una de nuestras fuerzas: estas son las más comunes y las menos duras. Las que vienen de una visita directa de un soldado del Mal son más raras, reservadas a los hombres ya más fuertes. Una tentación a la que se resiste es un buen trabajo, quizás uno de los mejores; porque no se puede sostener el asalto sin humildad, sin confianza en Dios, y sin lucha; así, todas nuestras potencias están en obra, nuestro espíritu, nuestra personalidad se transforman en un campo de batalla; las siete formas del Mal combaten, en nosotros, las siete formas del Bien. Para triunfar, se necesita calma, espíritu alerta y decisión. Habrán visto, a veces, en el Zoológico, algún visitante molestando a los monos o a las cabras; cuando el animal, irritado, grita o da una cornada, el hombre se pone contento y se va feliz; sacó un poco de mal que tenía en él, a no ser que la paciencia de su víctima lo haya cansado. De la misma manera, hay seres, cerca de nosotros, más fuertes y más inteligentes que nosotros, que buscan molestarnos; nuestras luchas les causan risa, aunque nuestros sufrimientos nos parezcan a nosotros, horribles, desesperantes e infernales. Cuando no podemos más, gritamos: No nos deje caer en la tentación, y un guardián llega que aleja al visitante molesto, retándolo por su maldad. Cuando, entonces, la tentación viene a nosotros, la primera precaución es de mantener la calma: que no se nos suba a la cabeza. Lo que nos parece grande es tan pequeño frente a las grandezas que contiene el mundo. Y, si somos soldados del Cielo, sufriremos el ataque con paciencia y no pediremos que el persecutor se vaya. 11º Líbranos del mal: Es el mal universal del que deseamos ser curados; enfermedades físicas, ignorancias, egoísmos, miserias sociales, fealdades, crueldades, esclavitudes de todo tipo. Como lo digo siempre, no podemos liberarnos nosotros mismos; una persona que demuestra, sin parar, una virtud heroica, no es su virtud que lo cura o que lo ilumina; sus trabajos solo son un gesto o una solicitud; y el Padre lo salva, gracias a esta oración activa. Se lo repito, Dios hace todo en nosotros; solo podemos ponernos en la mejor actitud para aprovechar Sus dones, pidiéndole de iluminar la debilidad de nuestro discernimiento. 12º Que así sea, o Amen: Esta fórmula gnóstica o cabalística, con la que se termina el Padre Nuestro, se entiende por sí sola. Es el acto de fe, sin el que nada puede ser obtenido, ni cumplido. Ya tuvimos y tendremos todavía a menudo, oportunidades de hablar de la fe. CAPITULO VI LA CASA ESPIRITUAL “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. “Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan, en verdad os digo, que ya reciben su pago. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre, que está allí en el secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” “No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban; amontonéis más bien tesoros en el Cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. Vended vuestros bienes y dad limosna.” “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso, pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras, Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡Que oscuridad habrá!” “Nadie puede servir a dos amos, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero”. “Por esto, os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, que comeréis, ni por vuestro cuerpo, con que os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros y vuestro Padre Celestial los alimenta. ¿No valen vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿Por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, como crecen; no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues, si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se hecha al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber?, ¿con que vamos a vestirnos? Que por todas estas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Así que no os preocupéis del mañana, el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propia tarea.” (Mateo VI, 14 a 34- Lucas XII, 22, 33,34 –XI. 34 a 36) El Padre nos trata, así como tratamos a nuestros hermanos. (Mateo, VI, 14). En consecuencia, para obtener de Él algún favor, para expresarle nuestro deseo, mostrarle nuestra buena voluntad, probarle de alguna manera que cualquiera que sea su decisión, nos inclinaremos frente a ella, sería bueno privarnos de alguna cosa agradable o útil, en favor de alguna otra persona a quién le falta esta cosa. Todas las religiones ordenan diferentes ayunos. Veamos cómo son los mecanismos del ayuno. La vida, es una rueda que da vuelta y cuyos radios ocupan sucesivamente el lugar de los otros; si uno de estos radios quisiera acelerarse o retardarse, habría ruptura del ritmo, a menos de que proporcione una compensación; este sistema de intercambios se llama, en la economía social, el comercio; en fisiología, la terapéutica; en religión, el sacrificio. En una esfera viviente de radio y de funcionamiento conocido, se podría formular una ciencia de los sacrificios; se podría determinar, con experiencias apropiadas, que la supresión de tal energía engendra tal otra energía; la transformación de las fuerzas no es un descubrimiento moderno. Iniciados prehistóricos supieron que el calor puede transformarse en luz y que las fuerzas psico-físicas son convertibles. Esto es la fuente de la antigua doctrina de las correspondencias y de las semejanzas, base de todas las ciencias secretas de la Antigüedad. Los fragmentos que nos han quedado parecen, sin duda, poco claros e hipotéticos para nuestros científicos; pero, por lo menos, esta ciencia tenía la ventaja de acostumbrar el espíritu a investigar las semejanzas, y así, permitía llegar a algunas audaces síntesis. En cambio, el análisis, más usado hoy, solo colecciona las diferencias, y al multiplicar la acumulación de detalles, impide al filósofo elevarse para una vista de conjunto. El análisis y la síntesis son dos operaciones del pensamiento que no tendrían que excluirse; no lo olvidemos. Si el primero, fijando la mirada, le da precisión, la segunda, procura pausas a lo largo del duro camino del Saber. Esto permite al intelecto recuperar fuerzas y coraje para continuar, después de haber tenido la satisfacción de clasificar los resultados obtenidos. Los antiguos sabios empleaban este doble método de estudio para todos los seres, tanto físicos como invisibles, individuales o colectivos, concretos o abstractos. Estudiaban los datos mediante las artes ocultas y avanzaban así de experiencias en hipótesis prudentes, después de hipótesis en experiencias más audaces. En particular, para la psicología práctica, podaban, así como hace el jardinero, con un precepto de ascetismo preciso, tal energía humana, para que crezca más poderosa. Esta marcha alternada era posible entonces, porque las ruedas dinámicas del mundo giraban con una velocidad y un sentido conocidos. Poco a poco, las fuerzas superiores solicitadas, bajaban más rápido y recíprocamente, hacían subir más rápidamente las fuerzas inferiores. Se procedía de esta manera en los colegios de Nabis o de Tongsangs, en Benarés como en Niniva, en Tebas, Delfos, en la Céltida como en la Atlántida. Pero toda esta cultura artificial solo se efectuaba en el orbe cerrado de la Naturaleza temporal. Cristo, abriendo un camino nuevo a través de esta Naturaleza, desde el Reino del Padre hasta los lugares inferiores, ha cambiado todo, multiplicando por el infinito la fuerza del sacrificio, abriendo, a los hombres, salidas hasta entonces inexistentes hacía la liberación definitiva. No obstante, para esto, los hombres deben seguir el camino que Cristo les indica. En su religión, toda Espíritu y Verdad, ya no hay necesidad de templo, de sacerdote ni de víctima. Es Él, Jesús, quién es, a la vez, el Templo, el Sacerdote y el Holocausto; y cada discípulo, en la medida en que imita a su Maestro, comparte esta misma extraordinaria prerrogativa. Estudiemos el ayuno corporal. Cuando el cuerpo está privado del alimento al cual tiene derecho, las células de este alimento sufren, porque tienen que soportar un atraso en su evolución. Por otra parte, las células de reserva en el cuerpo, se precipitan para colmar las carencias fisiológicas que este ayuno produce: se sacrifican, mueren por el bien general del organismo. Los sufrimientos de estas categorías de elementos, la intención con la que uno se obliga a este ayuno, los dirigen en el Invisible y se convierten entonces en auxiliares para la realización del deseo del asceta, le dan un cuerpo astral a la fuerza superior que este desea atraer. El mecanismo de la privación, cualquiera sea, es análogo; cuanto más intensos hayan sido la necesidad o el placer suprimidos, cuanto más esta necesidad o esta alegría sean sutiles, o elevados, más activo es el dinamismo de la abstención. Más elevado sea la meta de la abstinencia, más certero será el efecto. Así, la supresión de un placer estético libera más fuerza que la supresión de una comida; la supresión de una pasión, todavía más, y así sucesivamente. Toda abstinencia moral, intelectual, psíquica, impuesta para ayudar a uno de nuestros hermanos, procura agentes activos a este socorro espiritual. Pero conviene no buscar a hacer negocio con Dios: no podemos decir “Si me concedes tal favor, haré tal cosa”. Hay que ofrecerle primero esta privación y decirle: “Si no me concedes lo que te pido, no me quejaré, tampoco perderé coraje, porque sabes mejor que yo lo que es mejor para mí o lo que es bueno para mi hermano para quién ayuné.” Por otro lado, debemos, a nuestro cuerpo, el alimento y el sueño que necesita. Es por esto, que el ayuno solo es lícito si nuestra intención esta desprovista de egoísmo. Más tarde, cuando habremos pagado todas nuestras deudas, cuando seremos libres, podremos legítimamente mandar a nuestro cuerpo, así como a toda la Naturaleza. Así, el ayuno evangélico difiere de las prácticas ocultistas, por la intención; el verdadero discípulo se olvida de sí mismo, y dejaría de lado su propia salvación para socorrer a uno de sus hermanos. Además, Cristo nos lo recomienda, no hay que publicar el bien que hacemos. Que nadie se dé cuenta de nuestros ayunos. Hay que aprender a mostrar, siempre, solo una cara sonriente, aún si pasamos por las peores pruebas. Si la tristeza se torna insuperable, escóndanse para llorar, enciérrense en su habitación, para que solo Dios vea su sacrificio. Este es el único camino que conduce a la verdadera fe. El ser humano solo puede recibir recompensas de dos dueños: o del Príncipe de este Mundo o del Señor del Cielo. Todo lo que es de este mundo: fama, elogios, éxitos y admiraciones, felicidades temporales, estas son las recompensas del Príncipe; las recompensas del Señor permanecen secretas; es por esto, que los Amigos del Señor, en general, son desconocidos y en poca estima de los otros hombres. Resumiendo, cuando nos sentimos infelices, cuando nos quejamos, ¿No será porque nuestra confianza en Dios es débil, porque consideramos que nuestro fardo es demasiado pesado, o porque nos juzgamos con demasiada indulgencia? Saber que el Padre nos ve siempre y nos ama, nos tendría que bastar. (Mateo, VI, 14-18) XXX “Los tesoros de la tierra” son las recompensas que distribuye el Príncipe de este Mundo. Las joyas, los lindos muebles, el lujo, están entre estos tesoros, sin duda, pero también el éxito, la fama, la celebridad, la simpatía pública; estos tesoros, otros ladrones nos los pueden robar; incluso la gloría de un genio tiene sus eclipses; si buscamos una felicidad estable, es entonces solo la posesión de lo estable, de lo inmutable que hay que buscar. Ahora bien, ¿quién es inmutable salvo el Eterno? ¿Cómo establecernos en esta fijeza? Es la más difícil de las empresas, más difícil que la conquista de imperios; es el gesto más simple, si lo Divino brilla en nosotros. La psicología del Evangelio es muy simple: indica primero un fuego central en el ser humano, fuente del libre albedrio, primer móvil de todos nuestros movimientos conscientes y de algunas de las más importantes actividades de nuestra vida inconsciente. Este fuego es activado por una chispa de la Luz no creada que es la semilla del Verbo interior; el simple hecho de vivir mantiene este fuego; vivir según la Ley de Cristo lo purifica y lo lleva al más alto grado de calor y de claridad; de su estado depende el crecimiento o el estancamiento de la personalidad entera. El único trabajo indispensable, entonces, es hacer que nuestro corazón sea puro; y el único método de trabajo para esto es purificar nuestros motivos. Cuando la actividad de un hombre tiene una meta natural: fortuna, gloria, ciencia, ya que nada muere, al dejar la tierra, el yo de esta persona irá en el mundo invisible al que pertenecen las formas terrestres que codició. Pero, nada de lo que fue creado es permanente; en todos lados, hasta en las más maravillosas estrellas, hay ladrones, parásitos y alimañas destructoras. Únicamente el Reino de Dios contiene y procura la inmutabilidad, la certeza y la inocuidad. La intención cambia la calidad del pensamiento, del deseo y del acto; es, entonces, con la intención del Cielo que hay que querer y obrar, para obedecer al Cielo y únicamente para servirle; porque si se trabaja para ganarse el Cielo, el riesgo fatal del egoísmo místico aparece enseguida. Un discípulo adoptará lo contrario de las costumbres de los hombres: en lugar de buscar ganar dinero o por lo menos, en lugar de acumular dinero improductivo, procurará dar el que posee (Lucas, XII, 33); y lo mismo hará por todos los tipos de riqueza que se pueden adquirir. Es por su corazón que el ser humano es grande; es por su corazón que se convertirá un día en el Rey de la Creación; es por su corazón que el Adversario logra insinuarse en el resto de la Naturaleza; es por el corazón del hombre que los seres no humanos pueden llegar a su propia salvación. Este corazón es el ojo del alma, el centro del temperamento, del entendimiento y de los afectos. Es, para el espíritu lo que el ojo es para el cuerpo; y es por el ojo, o más bien, por la calidad de la mirada que la dignidad espiritual del hombre se deja adivinar: su dignidad o su indignidad. Actualmente, este corazón está enfermo, su luz es turbia, porque nos ingeniamos a darle únicamente alimentos impuros; de esta manera, nuestras miradas están oscuras o apagadas. Si, así como lo pide Jesús, pudiéramos hacer que este corazón sea nítido y espléndido, la persona total, casa todavía vacía que espera su misterioso propietario, sería toda resplandeciente de la más dulce, la más calma, la más límpida Luz. (Lucas XI, 34). El hombre es uno: su corazón espiritual confiere a toda su persona una homogeneidad viviente. La vida del hombre también debe ser una; su amor debe ser uno; su ideal debe ser uno; y su obra debe ser una. Ya que no podemos ni siquiera extender el brazo sin que este foco central se interese a este gesto, tampoco podemos seguir a la vez varios objetivos espirituales. Toda acción del hombre terrestre se traduce, en el mundo central del Más allá – que es propiamente el mundo del Verbo encarnado – en una marcha del hombre espiritual hacía el lugar invisible donde reside el ideal que ha inspirado esta acción. Así como el cuerpo no puede ir simultáneamente a Roma y a Berlín, nuestro espíritu no puede caminar hacía dos ideales al mismo tiempo. La sabiduría popular dice: “No corras atrás de dos liebres a la vez”. Para que un trabajo sea bien hecho, hay que aplicarnos en él con todas nuestras fuerzas; así como nos es imposible de pensar en dos objetos, realmente al mismo segundo, con más razón, no podemos realizar a la perfección dos obras al mismo tiempo. Además, es más difícil engañar a los custodios invisibles de la Vida que a su jefe de oficina o su patrón; imposible de “cazar con los perros y correr con las liebres”; imposible también de no servir a nadie; estos mismos que no creen ni en Dios ni en el Diablo, si viven para ellos solos, es de hecho al Diablo que sirven. Inclusive, los, más metafísicos, que creyendo escapar a toda servidumbre, se refugian en la No-acción oriental, se transforman, a su pesar, en los más activos esclavos del Príncipe de las Tinieblas; porque el deseo escondido del Adversario, es que tiende a ser, que es el Inmóvil. Todas las criaturas, hasta las más grandes, han sido puestas al mundo para que aprendan la obediencia: hay que elegir, y hecha la elección, hay que darse totalmente a ella. Estamos aquí muy lejos de este estado de indolente inercia que muchos de los no creyentes se figuran ser el estado del verdadero cristiano (Lucas, XII, 22 y cont.) Cuando Jesús nos aconseja de no preocuparnos, cuando nos da el ejemplo de los pájaros y de los lirios, termina su exhortación – la más conmovedora y la más bella que ningún poeta haya dirigida a sus hermanos – diciéndonos: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo el resto les será dado por añadidura”. Y así es, el pájaro encuentra su alimento y el de sus crías porque realiza, con todo su poder, su función de pájaro; el lirio, “mañana quemado en el fuego”, recibe también su alimento, y la más espléndida vestidura, porque realiza su función de flor con toda la fuerza de sus raíces y de sus hojas. Pero el hombre, su función no es de construir, de fabricar, de comercializar, de hablar: estas son formas de su función. Su función particular, es de buscar, realizar el Reino de Dios. Es de cumplir con la Ley de Dios, es de obedecer a Cristo. Y cualquiera que lo intente, sabe cuántas penas exige este trabajo. Entonces, que el hombre haga eso por lo que ha sido puesto en la Tierra, y todo el resto le será dado realmente por añadidura. El deber del amo lo obliga a cubrir las necesidades de su servidor; cuanto más elevado es el amo, en la jerarquía superior, más puede el servidor tener confianza. Al Amo de los Amos, al Padre, podemos abandonarnos ciegamente, siempre que nos hagamos Sus servidores. Así es la escuela de la Fe. La duda impide tanto el éxito terrestre como el socorro divino. La fe busca su ruta a través de todos los obstáculos, traspasa los muros de todos los imposibles; sin duda, el cultivo de la fe necesita inmensos cuidados; pero, mucho antes de llegar a su desarrollo completo, la fe nos da pruebas de su poder con los numerosos milagros que siembra bajo nuestros pasos. Para este crecimiento de la fe, ningún cultivo es más eficaz que la simple vida cotidiana animada por el Amor. Los instrumentos son nuestra vida, nuestro cuerpo; no teman entonces, que les vayan a faltar; si los utilizamos para el buen trabajo, el Amo cuidará de ellos. ¿Acaso no está inscrita la hora de la muerte, con aproximación de algunos días? Vistámonos como podemos, alimentémonos de lo que se presenta; cuanto menos nos involucremos en los detalles de nuestra existencia, más nos llegaran las fuerzas y las cosas que la Providencia nos destina precisamente. El mecanismo de estas destinaciones era investigado por los antiguos Sabios; Cristo los transformó por completo; hoy en día, sería casi imposible de conocerlo y además, esta ciencia impediría el crecimiento de la fe en nosotros. Ahora bien, Cristo vino para, más que todo, hacer crecer la semilla de la fe. Porque, sola la adhesión de nuestra conciencia a hechos indemostrables, junto a la destrucción de la idea de lo imposible, que es la esperanza, y a esta trasmutación del egoísmo que es la caridad, solos estos tres movimientos permiten al ser humano aterrizar a las orillas eternas, de donde partió antaño. Si queremos ser incorporados entre los Hijos de Dios, solo debemos vivir para cumplir la voluntad de este Dios, sin esperar ganancias personales; en contra partida, el Padre provee a nuestras necesidades de todo tipo, las materiales, así como las intelectuales. El verdadero Hijo de Dios, el que Dios ha creado de vuelta, para decirlo así, conoce todo sin estudios y puede todo sin esfuerzo. “Ayúdate, dice el proverbio, Y el Cielo te ayudará”. Ayudarse, es hacer todo su posible; en cuanto a lo imposible, se encarga Dios. Para el discípulo, todo viene de Dios; la gente que encuentra, las acciones que se presentan, las palabras que le dicen, cada minuto que vive, son signos de la voluntad de Dios para él, marcos para nuevos deberes, ocasiones para su celo. En esta conformidad de aceptar las formas de la vida, se encuentra la paz y de estos contactos brotan las fuentes de la gracia. La acción divina está aquí, siempre, en todos lados; más creemos en ella, más nos vierte de sus fuerzas; no porque nuestra creencia la crea, como piensan los panteístas, pero porque nuestra fe atraviesa las rocas de la materia y de la mentalidad común. El Amor divino se ofrece a nosotros a través de todas las criaturas que golpean a la puerta de nuestra consciencia en cada instante del día. Estas visiones sucesivas de las voluntades divinas sucesivas, son los fuegos mismos de la santificación. Menos se comprende, más se puede entrar en la fe; sin embargo, hay que esforzarse para comprender, como si fuera la razón nuestro único guía; pero, si quedamos en la más oscura tiniebla, nuestra confianza no debe vacilar de una línea. Cansancios, oscuridades, sequedad del corazón, hastíos, desesperanzas, cualquiera sea el motivo o el objeto, el abandono a Dios es el único remedio. Si cumplimos con nuestro deber, no hay que tener preocupación, porque el Padre es bueno. (Mateo, VI, 28 y cont.).”No temas pequeño rebaño, al Padre le place darle el Reino”. No quiere decir que el discípulo herede del Reino sea lo que haga en bien o en mal; pero, que a pesar de lo bien que actúe, y tan heroicamente trabaje, la herencia eterna es de un precio tan inapreciable que el valor de ninguno esfuerzo humano puede serle comparable y queda, entonces, siempre un don, una gracia gratuita. XXX “No juzguéis para que no seáis juzgados. Porqué con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida en que midáis, se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que está en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano “Deja que te saque la brizna del ojo”, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver la brizna del ojo de tu hermano.” “No deis a los perros, lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose os despedacen.” “Les dijo también: “Si uno de vosotros tiene un amigo y acudiendo a él a medianoche le dice: “Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo que ofrecerle” y aquel desde dentro le responde: “No me molestes, la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados, no puedo levantarme a dártelos”, os aseguro que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, se levantará para que deje de molestarle y le dará cuanto necesite. Yo os digo: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe, el que busca halla, y al que llama, le abrirán. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra, o si pide un huevo, le da un escorpión? Si pues, vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que lo pidan! Y todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos, porque esta es la Ley y los Profetas. “Entrad por la puerta estrecha porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; más ¡que estrecha la puerta y que angosto el camino que lleva a la Vida! Y pocos son los que lo encuentran.” “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero que dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis, ¿acaso se recogen uvas de los espinos? ¿O higos de los abrojos? Así todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis.” El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo, de lo malo saca lo malo. Porque de lo que reboza el corazón habla su boca”. (Lucas XI, 5 a 13- VI, 43 – XIII, 24 – Mateo VII, 1 a 29 – Juan VII, 24VIII, 15). Para que el nuevo hombre crezca, el “hombre viejo” debe ser violentado en todas sus inclinaciones. Ahora bien, semejante lucha, tan dura, tan tenaz, incesante y revistiendo mil formas desconcertantes, requiere que la persona se estudie a fondo; debemos desvirtuar todas las maniobras de nuestros defectos y de nuestros vicios; debemos, en cada instante, inventar un contra-ataque o buscar una nueva energía. ¿Cómo hacer si, primero, no nos arrancamos deliberadamente de este suelo, al contacto del cual, el gigante del egoísmo encuentra una nueva fuerza, después de cada caída? Antes de todo, hay que ser bueno y humilde. La primera bondad es de no hacer daño a los otros; la primera humildad, es de no creerse mejor que los otros. Jesús nos dice todo esto en dos palabras: “No juzguen”. El más sencillo sentido común le da la razón: Somos cada uno diferente de todos los otros; cada uno tenemos nuestro destino particular y nuestros medios de acción personales; cada uno, reaccionamos según nuestra visión. En el lugar del vecino ¿quién sabe si no hubiéramos actuado peor que él? Ninguna entidad puede conocer a otra, en el sentido completo de la palabra, a no ser que haya seguido, ella misma, la misma línea de evolución. Además, actualmente, juzgar para nosotros, no es comparar y clasificar, pero lamentablemente criticar y condenar. Juzgando así, achicamos nuestras perspectivas espirituales; evocamos, llamamos sobre nosotros, las causas de caída que no estaban dirigidas a nosotros y en contra de las cuales no estamos preparados; dejamos nuestro camino para tomar la ruta del que culpamos. La Justicia inmanente nos tratará como lo hemos tratado, nos llevará a caer en la misma trampa, a cometer el mismo error, a tener el mismo defecto. De ahí, atrasos, sufrimientos y mil oportunidades, bien superfluas, de equivocarnos otra vez. Inclusive, habría que prohibirse la crítica muda, que la lengua no formula pero que nuestro ácido corazón engendra en silencio. Lo que hacen los otros, no nos concierne; a cada uno su camino; solo podemos juzgar según apariencias (Juan VII, 24), ya que, aunque fuéramos exactamente informados del detalle material de lo que hace nuestro vecino, no podemos instalarnos en su alma, ni en su consciencia, ni en su cuerpo. Juzgamos según la carne. (Juan VIII, 15). Y, Él que, solo podría juzgar según el Espíritu, es decir, según la Verdad, no juzga a nadie. Únicamente los sufrimientos del próximo deberían conmovernos. También, dejemos las ciencias adivinadoras y las curiosidades superfluas; es mejor aplicarse a conocerse a sí mismo a fondo, buscando en nosotros los enredos del egoísmo; este estudio alcanza para llenar nuestros momentos de reflexión; así dejaremos rápidamente tranquilos a nuestros vecinos. Además, hay que saber que si no tuviéramos en nosotros la ira, el orgullo o la avaricia, no podríamos percibirlos en los demás. Las faltas en que caemos más a menudo son esas mismas que importa combatir más que todo. La calumnia está en el primer puesto de estos defectos habituales y esto, Cristo nos lo indica especialmente, hablando de este defecto repetidas veces. No alcanza con no utilizar mal la palabra; hay que emplearla bien y para el bien. No cualquiera verdad es buena para decir; la discreción es una cualidad importante que tendríamos que empeñarnos a conquistar. Diez veces al día contamos lo que ha hecho o dicho el vecino y no nos damos cuenta del daño o del mal que así le provocamos. En cuanto a enseñar a los demás, es una de las tareas de las más delicadas; necesita más que saber o elocuencia. Un discurso únicamente lógico no llega al centro espiritual del auditor; deberíamos tener la seguridad que este posee el germen de las verdades profundas para poder hablarle sin riesgo; dar a un espíritu una luz prematura, es hacerle más daño que una herida haría a su cuerpo. Comunicar las cosas santas a los que no pueden concebirlas, es un sacrilegio, y se arriesga de ver pervertidas esas luces y que se transformen en mal. No tenemos que convertir a la gente contra su voluntad. La propaganda por el ejemplo es mucho menos aleatoria y cualquier puede usarla con toda seguridad. Si hacemos un sermón a un libre pensador, este se empecinará más en su punto de vista; pero si nos ve sacrificarnos a una causa sin beneficio personal, soportar con calma las pruebas y las ingratitudes, se convencerá solo de nuestra sinceridad y nos preguntará de si solo cual es la fuerza del ideal que nos hace actuar de esta manera. Hará, él mismo, el trabajo de reflexión preparatorio y su corazón se abrirá después sin golpes y naturalmente. (Mateo, VII, 6). Nuestra palabra llega, en los que nos escuchan, al mismo centro psíquico que él de donde proviene en nosotros: el instinto si es instintiva, la inteligencia si es mental, el corazón si es emotiva. Esta última es la más viva, entonces la más potente. En todos los casos, no tomen ustedes una actitud de maestro; hablen solo de lo que están convencidos; no den sus hipótesis por certezas; antes de hablar, recen; y prepárense a hablar con una purificación diligente. Entonces, Dios hará el resto; les soplará lo bueno que haya que decir; dará la fuerza persuasiva a sus discursos; así sus auditores no perderán, al escucharlos, un tiempo de cuyo empleo serian ustedes responsables, y asimilarán las luces que convienen a su estado espiritual. No podrán cumplir con estas condiciones si no son humildes; si nuestro cuerpo no gasta sus fuerzas, el apetito le falta; si nuestra inteligencia no entiende que, en realidad, no sabe nada, queda cerrada a las ideas nuevas que Dios quiere enviarle. Dios siempre está dispuesto a socorrer a los que se creen pequeños, ignorantes y débiles. Pidan entonces, para todas las cosas y sin parar. Sean inoportunos para Dios (Lucas XI, 5 a 8), porque nadie sabe orar; el órgano espiritual de la oración está atrofiado en nosotros; ¿Cuántos meses de ejercicios físicos son necesarios a un niño enclenque para que desarrolle un poco sus músculos? El crecimiento del hombre-espíritu necesita esfuerzos mucho más perseverantes. En su oración, no pidan a los dioses, a los intermediarios; quizás estos les concederían más rápidamente, pero sería un préstamo, un crédito, que habría que devolver tarde o temprano, capital e intereses. Pidan solo a Dios, a Cristo, a la Virgen. Esto es “golpear a la puerta”. Además, busquen; es decir, esmérense, den de sus fuerzas, para ayudar a los demás, y de su inteligencia para perseguir el mal en todas sus vueltas; “golpear a la puerta” es ir hasta lo máximo de su esfuerzo. Y mientras el Padre no les concedió, sigan pidiendo, incluso durante años; porque a menudo, no sabemos lo que pedimos; a menudo lo que queremos obtener nos haría daño; a menudo, el atraso que el Padre impone a nuestros deseos, es solo el tiempo necesario para que maduremos, para que seamos capaces de apreciar, de utilizar el don que Él ansia darnos. Además, ninguna fatiga es inútil; ni el menor de nuestros gestos, ni la más pequeña sílaba de nuestras oraciones se pierden; y el Padre nos dará siempre, lo que nos es más conveniente (Mateo, VII, 11). Depende de nosotros que lo que Le pedimos sea para nosotros una fuente de bienaventuranza y de fuerza; a nuestras más ardientes súplicas, agreguemos siempre la fórmula de la confianza: “Que sea hecha tu voluntad y no la mía”. Gracias a esto, todas nuestras oraciones, cualquier sea su objeto, tendrán una respuesta que será un descenso del Espíritu Santo (Lucas, XI, 13). ¡Que sea nuestra vida entera, nuestra vida completa, toda y siempre elevada hacía el Cielo!; así es como crecerán los poderes y las innumerables facultades de las que llevamos en nosotros las semillas. “Se hace camino al andar”, la práctica hace la perfección. No es que nuestros esfuerzos merezcan salario; haciendo nuestro deber, devolvemos estrictamente a la Naturaleza lo que nos prestó. Pero haciendo nuestro deber por amor y por obediencia a Cristo, Él nos paga con creces con esta moneda incorruptible que el Padre le dio a su entera disposición. XXX Los planetas, los soles, las estrellas, los paraísos, los infiernos, todos los mundos concretos o abstractos comunican unos con otros por rutas que son así como el esqueleto de la Creación. Estas rutas son inmutables, solo cambian los seres que las recorren. Estos viajeros siguen naturalmente las vías que les parecen más cómodas; las rutas más frecuentadas son entonces, las más anchas y planas. La criatura que escucha sus preferencias, que quiere viajar con confort, con el mínimo de preocupación, toma la gran carretera; pero este amor de las comodidades, esta expansión del Yo conduce al reino del egoísmo; ahora bien, más se tiene comodidades, más se quiere tener; solo hay que tomar un medio de transporte para observar este rasgo. Y de exigencia en exigencia, se llega a una especie de idolatría del placer que reseca el corazón y lo conduce a las puertas de la Muerte. Si quieren ir hacía la Vida, hay que tomar los caminos trasversales, a penas visibles, donde las bajadas son empinadas, donde abundan las grietas, donde no hay hospedaje y son pocos los policías para protegerles. Hay que entrenarse a la marcha, al hambre, a la sed, a la soledad; esta soledad es excelente, porque de esta forma, nada se interpone entre el viajero y el Gran Pelegrino de los universos. Es excelente porque, los únicos otros viajeros que se encuentran son enviados del Padre, porque, donde las criaturas son escasas, los ángeles son más numerosos; porque, más precaria es la vida material, mas exuberante es la vida espiritual. Hay algunos de estos caminos perdidos donde solo pasa un viajero por siglo; un tiempo vendrá en que ustedes serán algunos de estos pioneros del Cielo; pero, por el momento, al estar en la ruta cómoda común donde nos puso la Providencia, contentémonos con ser humildes y no permitirnos más que lo estrictamente necesario para nuestras comodidades. Para hacer esto, aprovecharán todas las oportunidades para dejar pasar adelante a los demás, elegir el último lugar o las opciones más dificultosas, soportar la hostilidad y las injerencias. Hay que lograr amar a cualquier desconocido lo suficiente para aliviarlo de su carga en cuanto lo pida y antes que lo pida si se ve tímido o exhausto. No esperen que ocasiones heroicas se presenten; empiecen por los sacrificios más comunes. Es después de muchos esfuerzos pequeños, que puede volverse uno capaz de cumplir grandes. (Lucas XIII, 24). Esta doctrina que Jesús nos enseña, es la única verdadera. En ningún lugar, incluso en estos mundos radiantes que sueñan los poetas y donde viven criaturas donde la potencia y la belleza nos impactarían, no han sido promulgadas verdades más ciertas ni más completas que las del Evangelio. No corran entonces, atrás de estos adeptos, reveladores o superhombres antes de examinar los frutos de su enseñanza. Si se trata de un Servidor de Dios, no se formalizará de su reserva. Cada vez, van a surgir más taumaturgos; abundan en épocas de crisis; las fuentes de sus poderes son raramente puras: sigue siendo la luz de este mundo, el espíritu de este mundo, el príncipe de este mundo. No se dejen sugestionar o asombrar por ningún milagro; El Cielo lo puede todo. Y sabemos que deja siempre el campo libre al Adversario, porque es del exceso del Mal que sale siempre un Bien más resplandeciente. Fíjense en nombre de quién actúan estos taumaturgos, fíjense si utiliza la coacción; porque cualquiera coacción a la libertad de los seres es ilícita. Dejen los entrenamientos de la voluntad, la hipnosis, la sugestión, las experiencias psíquicas, la magia; aúnque lo consienta, no reduzca a nadie a la posición de sujeto. Bien saben que el mundo invisible existe, animado por millones de fuerzas desconocidas, poblado por innumerables jerarquías. Por acaso, ¿el mundo físico no ofrece un campo suficiente a nuestra actividad? (Mateo VII, 15). Si entran en los países prohibidos, ahí, solo problemas llevarán; y solo traerán desgracias; y el Destino los obligará a re empezar su trabajo, sea por una encarnación reparadora, sea por la expiación que el catolicismo atribuye al Purgatorio. Apenas nos conocemos en la parte de nuestro ser del que somos conscientes; nuestro inconsciente nos es desconocido; la prudencia nos aconseja no introducir el desorden en nosotros con el pretexto de desarrollar poderes transcendentes. Por ejemplo, la clarividencia, para que sea normal y legítima, debe producirse espontáneamente y no artificialmente. Más luminoso se vuelve el corazón, más se afina el cuerpo, más el aparato nervioso se hace sensible a vibraciones sutiles, más el campo de la consciencia se agranda: ese es el único camino lícito. El hijo de Dios, no necesita ponerse en un estado especial, para ver o actuar a distancia; conoce las cosas escondidas sin dejar de tener consciencia del mundo físico. Únicamente la purificación moral hace crecer sanamente las semillas espirituales; todo depende del corazón. El equilibrio de una máquina depende de su centro de gravedad. Solo el corazón ilumina u oscurece nuestros actos; solo él, cura o corrompe todo a su alrededor; la ciencia, por importante que sea, no deja de ser una imagen de las cosas; un ignorante virtuoso está más cerca del Cielo que un sabio perverso. (Lucas VI, 43). Es ahí donde el Evangelio pronuncia, para los que pueden escuchar, el gran arcano de la alquimia y de las otras ciencias ocultas; lo oiremos también nosotros, más tarde, cuando ya seremos incapaces de otra cosa que de cumplir la voluntad de Dios. XXX “¿Por qué me llamáis: Señor, Señor y no hacen lo que digo? No todo el que diga: Señor, Señor, entrará en el ¨Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los Cielos. Muchos dirán aquel Día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¿Jamás os conocí, apartaos de mí agentes de iniquidad!” “Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificado su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó y fue grande su ruina.” Y sucedió que cuando acabó Jesús estos discursos, la gente se asombraba de su doctrina, porque les enseñaba como quién tiene autoridad y no como sus escribas. “” (Mateo VII, 21 a 29 – Lucas VI, 41,42 a 49) Resumiendo, las buenas intenciones no alcanzan; los actos son indispensables, ninguna ascesis es viable si nos está fundada sobre obras. (Mateo, VII, 21; Lucas VI, 46). ¿Cuántos hombres cometen iniquidades invocando al nombre del Señor? Todo lo que nace de la propia voluntad, y no solamente la magia, es falso. La voluntad propia toma, en lugar de esperar lo que el Cielo le da; el bien que hace solo tiene la apariencia del Bien, pero puede redoblar el mal a la antípoda de su gesto; y cuanto más inteligente es el hombre, más profundo su espíritu, más puede hacer daño, materializando, en fórmulas, los fragmentos de las libres corrientes del Espíritu que pudo captar. Por aquí, por allá, en escasos intervalos, Dios da poder a alguno de Sus Servidores; entre los que los miran, algunos, por envidia, codicia, o con un celo indiscreto, buscan los medios de reproducir artificialmente estos milagros espontáneos: este es el origen de todas los artes ocultas; estos temerarios, con la vanidad de su presunción, pueden invocar al nombre del Señor o de Cristo, y de esta forma obligar a los invisibles a obedecerle; el sentido del Evangelio puede ser pervertido; sus máximas pueden ser revertidas y servir para atar consciencias en lugar de liberarlas, para fascinar a los ingenuos, para saciar codicias. Las enseñanzas de Cristo esconden terribles misterios debajo de una sencillez perfecta; lo que se me permite decir de ellas, son solo comentarios generales; pero, en su estudio, hay que guardarse del orgullo, hay que zambullirse a menudo en las profundidades tónicas de la humildad. Aun, algunos de estos temerarios, que se dedican a la investigación con sinceridad, con buenas intenciones, igualmente, solo llegan a construir fantasmas o espejismos. Estamos inmersos en lo físico, es en lo físico que tenemos que trabajar, es en lo físico que está nuestra escuela. Si un día, nuestro yo recibe un cuerpo más sutil, si nace en un mundo más etéreo, será entonces en este éter que deberá trabajar. Estaría equivocado, si, en ese momento, quisiera volver a tomar contacto con la materia terrestre; cometería el mismo error que los que vemos, alrededor de nosotros, buscar el conocimiento y la captación del Invisible. Es cumpliendo, con el mejor querer y con toda simplicidad, las obras que cada minuto nos aporta, que nos estaremos preparando, para después de la muerte, esta casa misteriosa de que solo Jesús nos habla. (Lucas VI, 48y cont.). Una persona que no se preocupa del Cielo, también se construye una casa; pero en el invisible creado, en los reinos de la riqueza, de la gloria temporal o de la ciencia relativa; pero en el reino de Cristo, no tendrá cobijo, estará solo, vagando como los fantasmas de los nefastos lugares donde huyen los seres vivos. Un hombre que solo tiene buenas intenciones, se construirá también una morada en el reino luminoso; pero será frágil y las pruebas, las tormentas del Invisible la desmoronarán. Solo el que actúa para Dios, construye su casa sobre una roca, sobre la roca eterna, sobre este Cristo que es la Piedra inmutable y su porvenir estará asegurado para siempre. Si se admite las existencias sucesivas, se entiende que cada una de ellas prepara la siguiente tanto en su trama formal como en su calidad esencial. Si solo se admite una sola existencia, realizar en obras la enseñanza de Cristo, lleva a esta vida certera e indestructible que se llama el Paraíso. Examinarse antes de actuar, con la más rigurosa conciencia, para perseguir el mal en nosotros hasta sus escondites más secretos, purificar nuestros móviles, por fin, obrar con toda la fuerza, la inteligencia, todo el amor que poseemos: este es el método que nos propone el Evangelio, el único que se puede aplicar en todas las circunstancias con total certeza. Aquí se termina nuestro comentario sobre el Sermón de la Montaña. Cristo va pasar ahora de la teoría a la práctica. Para concluir, San Mateo subraya el tono afirmativo que utilizó el Maestro para enseñar; esta autoridad soberana no deja lugar a las sutilezas dubitativas; impacta al auditor, mejor que las secuencias elocuentes. En efecto, Jesús, el primero, el único entre todos los reveladores religiosos, no cuenta cosas que hubiera aprendido; sabe todo de toda eternidad; nada de lo que pasa en el Universo puede serle desconocido; con una ojeada sobre la criatura que mira, la penetra por completo, que sea una estrella o una piedra, un infusorio o el regente de una constelación. El Padre comunica a Cristo todos sus proyectos, ya que la infinidad de la acción divina es el Verbo. Así el humilde discípulo se prosterna frente a las palabras de su Señor, palabras que, ni la maldad, ni la ignorancia no pudieron alterar esencialmente, a pesar de lo que dicen los exegetas. El discípulo las estudia, o mejor dicho, las contempla; a través de ellas, adora El que las pronunció y recibe así, por una comunicación superior a la inteligencia, virtudes siempre nuevas y siempre abundantes. Así la existencia de este servidor se desarrolla en múltiples formas, pero con una plenitud creciente de Luz, de fuerzas y de bienaventuranzas.