UN MILAGRO DEL PUERTO LIBRE En Tánger se Aman las Naciones que en la UN se Odian Por VICTOR ALMAGRO EXCLUSIVO TÁNGER. (De nuestro enviado especial). – El avión descendió suavemente sobre la pista. Minutos antes había surgido desde lo alto una ciudad blanca, erizada de rascacielos y apretada por una playa inmensa. Era una fresca visión de cemento y cristal. Los compañeros de viaje parecían ciudadanos apropiados a esa ciudad vislumbrada. Eran hombres sonrientes, armados de portafolios, y seguidos de damas enjoyadas. Al entrar al bar del aeródromo saltaron a los ojos carteles y anuncios en tres idiomas: francés, ingles y árabe. Los permisos de entrada en Tánger estaban encabezados por las palabras: “Imperio Jalifiano”, pero su texto era igualmente trilingüe. Gendarmes corteses vestidos con el clásico uniforme de la policía francesa atendían la aduana, secundados por ayudantes árabes y negros tocados con un fez rojo. Mientras aguardábamos los trámites correspondientes, pasaron varios militares norteamericanos e ingleses, dos o tres ministros y banqueros españoles de visita en Marruecos y algunos jerarcas árabes, arrebujados en sus túnicas blancas. Tánger descubría así, desde su aeródromo, su calidad de ciudad ocupada por las grandes potencias. La zona de Tánger cubre una región de 400 kilómetros y está situada en el punto extremo del Nordeste de África, frente al estrecho de Gibraltar y dominando el paso del Océano Atlántico al Mediterráneo. Si esta privilegiada posición fue del agrado de los fenicios, cartaginenses, romanos y árabes en la antigüedad, es fácil presumir cuantas reflexiones habrá suscitado entre los grandes grupos del imperialismo contemporáneo. Tánger pasó sucesivamente de manos de los portugueses a la de los españoles y los diligentes ingleses se preocuparon posteriormente en poner su planta en las doradas playas. Como es natural, la opinión árabe no fue consultada en todo estos traspasos, como tampoco influyo mucho en el Tratado de Madrid de 1880, ni en el Acta de Algeciras de 1906 ni en el Convenio de Paris de 1923 que colocó hasta hoy bajo el control de las grandes naciones europeas la vieja capital diplomática de Marruecos. 155.000 habitantes y 2.000 comercios Durante los últimos quince años, sacudidos por los temblores sísmicos de la crisis capitalista. Tánger se convirtió lentamente primero e impetuosamente después, en un refugio de aventureros internacionales, capitales fugitivos del centro de Europa, apátridas de todo origen, traficantes de armas, hombres y drogas, centro del contrabando mundial y terreno neutral para los contactos amables de las potencias hostiles y de sus respectivos servicios de contraespionaje. Como si Aladino hubiera frotado su lámpara, surgieron milagrosamente grandes compañías financieras, comerciales e industriales, empresas importadoras y exportadoras, rascacielos y edificios de todo orden, cabarets feéricos, casinos y garitos de juegos, suntuosos comercios y la cohorte de habiles sujetos que esta cultura urbana origina. Deténgase usted ante cualquier pureta de la calle estatuto (avenida comercial con árabes descalzos y macilentos contemplando en sus vidrieras aparatos de televisión) y descubrirá en una delgada franja de pared dos, tres o cinco chapas indicadoras del domicilio de otras tantas sociedades anónimas. Son, en realidad, simples puntos de referencia, estafetas para recoger correspondencia de todos los lugares del mundo, pues aunque esa “Sociedad Anónima” esté registrada en el Tánger, su dueño es más anónimo aun y no vive en el Tánger, sino en Casablanca; París o Barcelona. Existen en esas condiciones más de 2.000 sociedades anónimas sobre una población total de 155.000 habitantes, de los cuales más de 120.000 son árabes que no poseen ninguna capacidad de consumo. Hay compañías importadoras de heladeras norteamericanas, pero pocas personas viven en la ciudad que puedan comprar una, pululan compañías exportadoras de armas, pero Tánger no produce ni galletitas, hay empresas que importan aparatos de medicina quirúrgica y aparatos de televisión, pero el pueblo de Tánger no tiene instalaciones transmisoras de dichos artefactos ni mas clínicas que las escasas para atender europeos en su barrio moderno. La realidad es que España profesa públicamente su odio a la URSS y a los países de la Cortina de Hierro, pero Tánger importa pólvora española y la reexporta a Rumania, Polonia o Checoslovaquia. Armas de todas las categorías y tipos llegan a Tánger y misteriosas oficinas las reenvían a Israel, Extremo Oriente y otras partes del mundo. La remisión de elementos de guerra a dos adversarios no constituye en Tánger una excepción sino la norma de todo negocio honrado que esta siempre “au dessus de la maleé”. ¡En Tánger se aman las Naciones que en la UN se Odian! Mientras tanto, los moros, señores del país, andrajosos y sometidos fuman en silencio la pipa de Kif. Y es un silencio como el que anuncia el estallido de las tormentas. Artículo Publicado en el Diario Democracia Edición del Jueves 3 de Enero de 1952 Pág. 1