La Guerra del Agua La ley 2029 ratificaba el contrato con Aguas de Tunarí y ella permitía que la empresa cobrara grandes tarifas a los cochabambinos por su derecho al agua. Los precios eran irrisorios, tanto que la misma población tuvo que sacar a sus hijos del colegio para pagar las facturas. Ni siquiera habían empezado el megaproyecto, por eso una gran movilización empezó en el año 2000. Su meta: desbaratar la perversa ley donde los bolivianos perdían su derecho a una vida digna. Recordemos que la ley no clasificaba a los bolivianos según sus necesidades: no habían tarifas diferenciadas para el campesino que tenía que irrigar el suelo, para el rico citadino o el marginado indígena que vivía en la ciudad. Las grandes marchas y la utilización de los medios de comunicación sirvieron para unir toda la población en contra de ese consorcio que les cobraba hasta el agua lluvia. Omar Hernandez, dirigente de la Federación Departamental Cochabambina de Regantes (FEDECOR) organizó a los campesinos y a todos los inconformes en la famosa y siempre célebre Coordinadora para la defensa del agua y de la vida. La organización de la protesta masiva sirvió en gran parte para mostrar las irregularidades en las excavaciones de Aguas de Tunarí, vieron que no era nada rentable para la población pues esa empresa no conocía nada referente a las dificultades de la sociedad. Al inicio los acercamientos pasivos no sirvieron para nada, pues el gobierno no daba paso atrás, con el tiempo todo cambió. Aunque el valle de Cochabamba, particularmente los campesinos regantes, posee una tradición de luchas regionales en la defensa de derechos de agua , las causas inmediatas para la “Guerra del Agua” fueron dos, la aprobación en el Parlamento de la Ley de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario (septiembre 1999) y la concesión de la empresa municipal de agua (SEMAPA) y un megaproyecto de agua para usos múltiples (Misicuni), al consorcio transnacional “Aguas del Tunari” (octubre 1999). En junio de ese año ya se había organizado el “Comité de Defensa del Agua y la Economía Familiar”, con participación de ecologistas, agrupaciones vecinales, colegios de profesionales, frente al anuncio de la Concesión. El mismo mes, el Banco Mundial publicó un reporte sobre el Gasto Publico en Bolivia, enfatizando la importancia de una Ley de Agua Potable para garantizar la transferencia de la administración del agua potable al sector privado y la necesidad de eliminar subsidios en el sector. En septiembre la Superintendencia de Aguas otorgó la concesión al consorcio internacional “Aguas del Tunari”, compañía creada en las Islas Caiman, un paraíso fiscal, con un capital de apenas 2500 US$, compuesta por International Water UK, una filial de la compañía norteamericana Bechtel, con 55% de las acciones, Abengoa, de España con 30% y un grupo de empresas bolivianas, una de ellas ligada al gobierno actual. Pocas semanas después, en una sesión maratónica, el Parlamento aprobó la Ley de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario No 2029. Inmediatamente, organizaciones populares, como la Federación Departamental de Regantes (FEDECOR), el Comité de Defensa del Agua y organizaciones ambientalistas hacen conocer sus observaciones: - La Ley no respeta los sistemas tradicionales de manejo del agua, basados en Usos y Costumbres – Prohibición de funcionamiento a sistemas alternativos de distribución de agua, en áreas de concesión de las ciudades (asociaciones, comités, cooperativas de agua) – Monopolio a concesionarias en áreas de concesión – Reducción de competencias a municipios para fijar tarifas y otorgar concesiones – Concentración de poder en la Superintendencia de Aguas – No participación ciudadana en la fijación de tarifas, indexadas al dólar americano – Aplicación del principio de “full costs recovery” (recuperación total de costos) en la fijación de tarifas En Noviembre de 1999 se llevó a cabo el primer bloqueo campesino y de regantes en las vías de acceso a la ciudad de Cochabamba. Posteriormente se organizó la “Coordinadora Departamental del Agua y la Vida”, con la participación de la FEDECOR, el Comité de Defensa del Agua, organizaciones de trabajadores, estudiantes, maestros, organizaciones vecinales barriales, ambientales, entre otros. Luego del Año Nuevo, se organizó un nuevo bloqueo regional, esta vez convocado por la Coordinadora, contra la Ley 2029 y la Concesión, particularmente el incremento en las tarifas del agua potable, establecido por la concesionaria. La policía reprimió violentamente las movilizaciones urbanas, pero se logró un acuerdo para modificar ambos documentos. En febrero del 2000, la Coordinadora organizó la llamada “Toma Simbólica de la Ciudad de Cochabamba”, para demandar pacíficamente cinco puntos: - Anulación de la Ley de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario – Anulación de reglamentos que hicieron posible la Concesión – Anulación del Contrato con “Aguas del Tunari” – Renuncia del Superintendente de Aguas – Consenso con todos los sectores sociales en la Ley del Recurso Agua El gobierno reprimió violentamente la movilización urbana, pero esta continuó, junto con los bloqueos de los regantes, con un saldo de 22 heridos, más de 100 detenidos, y un acuerdo, bajo mediación de la Iglesia y el Defensor del Pueblo, estableciendo la revisión del Contrato con “Aguas del Tunari”, la modificación de la Ley de Agua Potable y Alcantarillado con participación de campesinos, regantes y organizaciones urbanas distribuidoras de agua y la suspensión del incremento tarifario mientras continúen las negociaciones. Durante las negociaciones de la Ley, la FEDECOR y la Coordinadora lograron hacer modificar casi la mitad de los artículos, hecho inédito en la historia judicial del país; pero en la negociación del Contrato de Concesión no hubo avances, pues el gobierno se empeñaba en mantener la Concesión, y luego de una semana, la Coordinadora decidió retirarse. El mes de marzo la Coordinadora organizó un Referéndum, denominado “Consulta Popular” donde se preguntó a la población si estaba de acuerdo con rescindir el Contrato con “Aguas del Tunari” y la modificación de la Ley 2029. A pesar de la escasa difusión, la participación fue masiva; más del 90% de los votantes apoyaron las acciones de la Coordinadora. Con este respaldo, la Coordinadora convocó a la llamada “batalla final”, demandando que Aguas del Tunari abandone el país. Desde el 4 de abril la ciudad fue prácticamente tomada por la multitud durante una semana y el bloqueo de carreteras paralizó al departamento. Hubo enfrentamientos con la policía y el ejército, con un saldo de 1 muerto y 30 heridos. Se declaró el estado de sitio, pero las movilizaciones continuaban. El 10 de abril casi 50000 personas estaban en la Plaza Central de Cochabamba esperando la decisión del gobierno. El gobierno anunció la cancelación del contrato con “Aguas del Tunari”. La Coordinadora declaró la victoria, bajo el lema: “el agua es nuestra, carajo!”. Actualmente la empresa ha vuelto a su condición original (empresa municipal descentralizada) y existe una discusión sobre la nueva forma de administración; el gobierno está empeñado en convocar a una nueva licitación para su concesión a una compañía privada. Por otro lado, la Coordinadora esta discutiendo con el gobierno los reglamentos de la nueva Ley de Agua Potable y Alcantarillado Sanitario, e intentando frenar la estrategia privatizadora. Otra lección de la guerra del Agua, fundamental para las luchas anti neoliberales es el gran conocimiento de la Ley de Aguas Potable y Alcantarillado Sanitario y el Contrato de Concesión, mostrado por la Coordinadora; los representantes y asesores de la Coordinadora habían estudiado en detalles ambos documentos , además que contaban con el conocimiento tradicional de los campesinos regantes en el manejo del agua, permitiéndoles desentrañar la lógica de la privatización del agua, desnudar sus contradicciones y alcances, visibilizar la escasa transparencia del proceso, y plantear propuestas alternativas. Pero al mismo tiempo el conflicto emergió como demanda por mayor información y transparencia; gracias a la movilizaciones, la Coordinadora tuvo acceso a información, previamente considerada “confidencial”, y así pudo exponer con mayor claridad y firmeza sus argumentos. Asimismo la Coordinadora impugnó, tanto las cláusulas de confidencialidad del Contrato, que impedían el acceso público a información importante, como ser el modelo financiero y la estructura tarifaria, así como la centralización de información en la autoridad regulatoria del agua (la Superintendencia). La Guerra del Agua puso en tela de juicio esta estrategia de normalización neoliberal. La lucha contra la privatización del agua en Cochabamba estuvo basada en la defensa de lo comunal/asociativo en el uso y acceso al agua, y el carácter público, sin fines de lucro, de los servicios de agua potable y saneamiento. Los campesinos regantes defendían los diversos y complejos sistemas de manejo comunal del agua, en muchos casos con normas y rituales provenientes de épocas pre-republicanas (los “usos y costumbres” en el agua), basados en criterios de equidad en el acceso al recurso, y cuestionaban que una compañía transnacional lucre con un recurso considerado vital . En suma, el movimiento de Cochabamba enseñó la importancia del “bien común y el apoyo mutuo” como valores éticos en la lucha anti neoliberal. A su vez, la privatización de los servicios de agua potable en Bolivia constituye fundamentalmente un proceso político, en el cuál los poderes del Estado, las agencias de cooperación y las instituciones políticas nacionales han sido desplegadas, para alcanzar este objetivo, debilitando en el proceso determinados derechos democráticos relacionados con la participación ciudadana en la gestión del agua y sus servicios, el acceso público y la transparencia (“accountability”) en la información acerca de las empresas concesionarias, y el control social de sus actividades. La Guerra del Agua escarbó la posibilidad de dotar a la democracia de su original sentido anti autoritario: como dispositivo y fuerza creativa de la multitud (Hardt y Negri 2000), para construir una sociedad autónoma (Castoriadis 1996). El movimiento de Cochabamba ha mostrado la voluntad ciudadana por tomar decisiones, particularmente en temas que están íntimamente relacionados con su vida diaria, su subsistencia, y el agua es uno de ellos; la gente desea ser protagonista en la definición de políticas y no solamente ser víctima de ellas; ellos quieren fiscalizar las acciones de sus gobernantes y las compañías privadas, hoy dueñas de los servicios públicos, y no sufrir solamente sus efectos perversos producto de medidas inconsultas: corrupción, autoritarismo y pobreza. Como decía otro representante de la Coordinadora en una concentración: “…no queremos que nos traigan planes prefabricados o que cuatro empresarios se reúnan para decidir qué vamos a hacer; son ustedes y nosotros, todos en conjunto que vamos a solucionar el problema de agua en Cochabamba…” (Saul Soria, discurso del 1ro mayo 00).