Subido por Ludwing Siervo de Dios

Cómo puedo vencer la lujuria Ryan M. McGraw

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¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA?
RYAN M. MCGRAW
Publicaciones Aquila
¿Cómo puedo vencer la lujuria?
Publicaciones Aquila
5510 Tonnelle Ave.
North Bergen, NJ 07047–3029
EE. UU.
Publicado originalmente en inglés por Reformation
Heritage Books bajo el título How Can I Overcome Lust?
Copyright © 2018 por Ryan M. McGraw
Primera edición en español: 2018
Copyright © 2018 por Publicaciones Aquila para esta
versión en español. Todos los derechos reservados. Ninguna
parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada en un sistema de recuperación en cualquier
forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, de
grabación u otro, sin el permiso previo del editor.
Traducción: Ana Juliá Cristóbal
Revisión: Bonifacio Lozano, Lillian A. Payero
Diseño de la cubierta: Latido Creativo
Las citas bíblicas se han tomado de la Biblia de las
Américas (LBLA). Copyright © 1986, 1995, 1997, The
Lockman Foundation. Usadas con permiso.
ISBN: 978-1-932481-45-7
Impreso en EE. UU.
Printed in USA
CULTIVANDO LA PIEDAD BÍBLICA
Editores de la serie
Joel R. Beeke y Ryan M. McGraw
El Dr. David Martyn Lloyd-Jones dijo una vez que lo que la
Iglesia necesita hacer por encima de todo es «empezar a
vivir ella misma la vida cristiana. Si lo hiciera, los hombres y
las mujeres se agolparían para entrar en nuestros edificios.
Dirían: “¿Cuál es el secreto?”». Como cristianos, una de las
necesidades más grandes que tenemos es la de que el
Espíritu Santo cultive la piedad bíblica en nosotros a fin de
exhibir la belleza de Cristo a través de nosotros, todo ello
para la gloria del Dios trino. Teniendo presente ese objetivo,
esta serie de libritos trata asuntos vitales para la
experiencia cristiana a un nivel básico. Cada librito aborda
una pregunta concreta a fin de transmitir información a la
mente, estimular los sentimientos y transformar a la persona
por completo por la gracia del Espíritu, de tal manera que la
Iglesia «[adorne] la doctrina de Dios nuestro Salvador en
todo respecto» (Tit 2:10).
¿Cómo puedo vencer la
lujuria?
Ryan M. McGraw
Publicaciones Aquila
5510 Tonnelle Ave.
North Bergen, NJ 07047
EE.UU.
Copyright © 2018 por Publicaciones Aquila. Todos los derechos reservados.
Traducción: Ana Juliá Cristóbal
Revisión: Bonifacio Lozano, Lillian A. Payero
Primera edición: 2018
Contenido
¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA?
Página de créditos
CULTIVANDO LA PIEDAD BÍBLICA
¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA?
Libros recomendados
¿CÓMO PUEDO VENCER LA
LUJURIA?
En el libro de C. S. Lewis The Great Divorce (El gran
divorcio), el protagonista de la historia se encuentra con un
alma condenada que llevaba un lagarto rojo sobre su
hombro1. El aspecto del condenado es oscuro y aceitoso, lo
que refleja la contaminación de su alma. El lagarto le
susurra cosas continuamente al oído mientras el hombre,
irritado, no deja de ordenarle que se calle, al menos cuando
esté delante de una persona educada. A continuación, el
hombre se encuentra con un ángel que se ofrece a hacer
callar al lagarto matándolo. Él le responde que desea
silenciarlo solo a causa de la persona con quien está, pero
que no quiere hacer nada tan drástico como darle muerte.
Cuando el ángel le explica que matar al lagarto es la única
forma de que el hombre viva, este replica que le resultaría
demasiado doloroso acabar con el animal y que él mismo
podría morir en el proceso. El lagarto entonces le susurra al
hombre que matarlo no sería «natural». Al final, el ángel
logra convencer al hombre de que es mejor morir que vivir
con esa criatura. Cuando el ángel mata al lagarto, tanto el
hombre como el animal son transformados.
El hombre resplandece, mientras que el lagarto se
convierte en un caballo semental. El guía del protagonista
del libro explica entonces lo siguiente:
Todo, aun lo más bajo y bestial, podrá resucitar si se
somete a la muerte. Se siembra un cuerpo natural, se
resucita un cuerpo espiritual. La carne y la sangre no
pueden venir a las montañas. Y no por ser demasiado
repugnantes, sino por ser muy débiles. ¿Qué es un
lagarto comparado con un semental? La lujuria es algo
débil y mediocre que gimotea y cuchichea, en
comparación con la riqueza y el vigor del deseo que
surge cuando se aniquila la lujuria2.
Lewis emplea estas imágenes para demostrar que la
lujuria es la perversión del deseo sexual y que debemos
matarla para cumplir los planes de Dios en relación con la
sexualidad humana.
En la actualidad, las tentaciones a la lujuria son cada vez
más abundantes. La proliferación de la pornografía en
internet, por ejemplo, se ha vuelto tan común que ha
empezado a insensibilizar los sentidos de las personas con
respecto a la gravedad de la lujuria en el corazón. Aunque
muchos solteros creen que el matrimonio es la respuesta a la
lujuria, no se dan cuenta de que llevar al matrimonio sus
deseos sexuales distorsionados destruirá el matrimonio
mucho antes de sanar esa lujuria. No reconocer lo que es la
lujuria, ni mortificarla en el corazón, ha dejado tras de sí un
sinfín de matrimonios, ministerios e iglesias destrozados.
Hoy muchos confunden lujuria con deseo sexual, y el
resultado es que creen que mortificar la lujuria en el corazón
no es ni posible ni deseable. Además, muchos no entienden
que el deseo sexual es un don que Dios nos ha dado en la
creación y que lo glorifica a Él, mientras que la lujuria es la
distorsión de ese deseo natural. La lujuria es, en esencia,
egocéntrica, como todos los pecados. Es lo opuesto a
negarnos a nosotros mismos, a amar al Dios trino y a nuestro
prójimo.
Este librito resalta la gravedad de la lujuria y ofrece a sus
lectores esperanza para vencerla. Una de las mejores
maneras de conseguirlo es tener en cuenta los principios
fundamentales para vencer los malos deseos en general,
identificar la naturaleza de la lujuria en particular y aplicar
los principios bíblicos para encontrar una forma de
superarla. Podemos vencer la lujuria por medio de la unión
con Cristo cuando el Espíritu nos hace como Él a través de
los medios que Dios nos ha dado. La lujuria es una forma de
meditación dirigida hacia objetos equivocados y por motivos
equivocados. Algunos de los principales medios bíblicos para
vencer la lujuria son la meditación, la fe y la oración. La
victoria sobre la lujuria debe estar cimentada en meditar
sobre las pertinentes verdades de la Escritura, que se
perfilan en este librito.
EL FUNDAMENTO: CÓMO VENCER LOS MALOS
DESEOS Y LA LUJURIA EN CRISTO
Una de las lecciones más importantes que puedes
aprender en tu batalla contra el pecado es que tu pecado no
es único, ni tampoco tu situación en la vida. Satanás quiere
convencernos de que nadie nos entiende y de que nadie
puede ayudarnos. Sin embargo, Dios nos dice que «no [nos]
ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los
hombres» (1 Co 10:13). Aunque haya aspectos únicos en
nuestras luchas personales, el Señor hace hincapié en
remedios comunes a diversas tribulaciones (2 Co 1:3-7). El
pecado se centra en sí mismo, mientras que la obediencia se
centra en Dios. Satanás quiere aislarte de los demás
creyentes en tus problemas, con el fin de robarte la
esperanza. El Señor, en cambio, señala repetidas veces lo
que tienes en común con tus hermanos creyentes, con el
propósito de alimentar tu esperanza (1 P 4:12).
La mejor manera de abordar el problema de la lujuria es
aprender a luchar contra los malos deseos en general. Por
«malos deseos» entendemos cualquier apetito o pasión
desordenado o mal dirigido, y ahí se incluye la lujuria. Esto
nos ayuda a captar cómo trabaja el Espíritu en la vida
cristiana. Debemos aprender a entender y aplicar los
principios comunes de la vida piadosa, a fin de progresar en
los casos particulares. Al comprender cómo vencer los malos
deseos, entendidos como cualquier apetito o pasión
desordenados, la cuestión de la lujuria se sitúa en su debida
perspectiva.
¿QUÉ SON LOS MALOS DESEOS Y CÓMO ACTÚAN?
Todo pecado empieza con un mal deseo, y todo mal deseo
comienza en el corazón y actúa hacia afuera. Por eso
Santiago escribe:
Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por
Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El
mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado
cuando es llevado y seducido por su propia pasión.
Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el
pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la
muerte (Stg 1:13-15).
Este pasaje nos enseña varias ideas clave acerca de la
naturaleza, el origen y el progreso de las pasiones o malos
deseos. En primer lugar, los malos deseos son culpa nuestra.
No podemos culpar al Señor por ellos. Esto refleja la verdad
de que Dios «no es, ni puede ser, el autor o aprobador del
pecado»3. No podemos decir que no nos queda más remedio
que continuar pecando porque el Creador «nos hizo así». Los
hombres a menudo ponen esta excusa en relación con la
lujuria al actuar como si codiciar a las mujeres en sus
corazones fuera inevitable y como si no pudieran hacer nada
al respecto más que eliminar las tentaciones externas.
Debemos preguntarnos, sin embargo, si vivir de esta manera
es realmente el propósito de Dios. No hemos de confundir
unos deseos intensos de pecar con una necesidad natural.
Thomas Manton señaló: «Nuestras acciones no pueden
llevarse a término sin nuestro consentimiento, y debemos
asumir la culpa»4. Aunque las personas que practican
pecados como la homosexualidad a menudo se defienden con
declaraciones del estilo de «Dios me hizo así», ¿acaso no
piensan muchos lo mismo en relación con otras tentaciones?
¿Es diferente el caso cuando un hombre excusa su lujuria
afirmando que Dios lo creó para que se sintiera atraído por
las mujeres? ¿No es esta una forma sutil de culpar al
Creador por el problema, redefiniendo el pecado hasta que
nos convencemos de que es natural? ¿No es habitual que los
hombres cristianos miren con desdén la homosexualidad,
cuando la raíz de su pecado es la misma? Debemos asumir
nuestro pecado y reconocer que solo nosotros somos los
culpables.
En segundo lugar, los malos deseos crecen desde dentro
hacia afuera. Del mismo modo que un niño es concebido en el
vientre de su madre y va creciendo hasta que la madre está
lista para dar a luz, así también el pecado es concebido en el
corazón y va creciendo hasta pasar de los pensamientos a las
palabras, las miradas, los gestos y las acciones. Los malos
deseos son, inherentemente, un pecado interno. Ya sea que
codiciemos a otras personas como objetos sexuales o que
ansiemos dinero, fama, poder, popularidad, seguridad o
cualquier otra cosa, el deseo siempre va creciendo desde
dentro hacia afuera y no al contrario. Por eso no podemos
hacer morir los malos deseos simplemente suprimiendo el
entorno en el que se expresan. Un tigre enjaulado en un
zoológico sigue siendo un tigre. Si sale de la jaula, te
devorará. No hemos de limitarnos a meter los malos deseos
dentro de una jaula, sino que debemos matarlos allí donde
viven; de lo contrario, siempre encontrarán una forma de
volver a salir. Manton escribió: «Mientras haya pasiones en
el corazón, nunca habrá limpieza en la conducta; al igual que
los gusanos en la madera, a la larga harán aparecer la
podredumbre»5.
Externalizar el pecado fue el error fatal de la religión de
los fariseos (Mr 7:21). Si intentamos contener los malos
deseos dentro del corazón tan solo cambiando nuestras
circunstancias, entonces es que no hemos prestado atención
a la advertencia de Jesús de que nos «[guardemos] de la
levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Lc 12:1-3).
En tercer lugar, los malos deseos son poderosos. Jesús
dijo: «Todo el que comete pecado es esclavo del pecado» (Jn
8:34). Según Santiago, el pecado nos tienta, nos arrastra y
nos seduce (Stg 1:14). Y también es peligroso. La
concepción, el embarazo y el parto del pecado siempre
resultan en la muerte de la madre, porque «la paga del
pecado es muerte» (Ro 6:23a). Manton comentó: «La vida
del pecado y la vida del pecador son como dos cubos en un
pozo: si uno sube, el otro debe bajar; cuando el pecado vive,
el pecador debe morir»6. La otra cara de esta moneda es
que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor
nuestro» (Ro 6:23b). Cristo da vida eterna a aquellos a
quienes quita la culpa del pecado y en quienes rompe el
poder del pecado. Como nos recuerda la Confesión de Fe de
Westminster, «así como no hay pecado tan pequeño que no
merezca la condenación, tampoco hay pecado tan grande
que pueda condenar a los que se arrepienten
verdaderamente»7.
Los adictos a la comida, las personas que viven en la
perversión sexual, los compradores compulsivos, los
perezosos y los que están atrapados en otros pecados
profundamente arraigados tienen razón cuando dicen: «Esto
es justo lo que soy». El pecado no es un concepto abstracto.
Es la acción personal del pecador, e impregna cada fibra de
su ser. Y aunque el poder del pecado ha sido roto en el
cristiano, este continúa sintiéndolo. La buena noticia es que
Cristo vino a «destruir las obras del diablo» en nosotros (1
Jn 3:8) y que el que está en nosotros es mayor que el que
está en el mundo (1 Jn 4:4).
ERRADICAR Y SUSTITUIR LOS MALOS DESEOS
Erradicar los malos deseos se parece a la jardinería. Si mi
jardín está infestado de malas hierbas, no puedo solucionar
el problema construyendo una valla alrededor de los
hierbajos, porque la atravesarán. Si les quito las hojas, les
volverán a crecer enseguida. Debo cavar hasta las raíces.
Sin embargo, si arranco las malas hierbas de raíz y dejo un
trozo de tierra vacío, enseguida la maleza volverá a cubrir el
terreno. Para erradicar las malas hierbas del jardín, tengo
que arrancarlas de raíz y plantar plantas buenas en su lugar.
En Colosenses 3:1-17 encontramos una panorámica
general de este proceso en el contexto de nuestra
santificación. El pasaje nos enseña a vencer las pasiones y
deseos desordenados buscando a Cristo, haciendo morir el
pecado, sustituyéndolo por la piedad y repitiendo después
todo el proceso hasta que entremos en la gloria8. Llegados a
este punto, es importante que conozcamos el patrón bíblico
general para erradicar y sustituir los malos deseos. Los
detalles se volverán más nítidos al efectuar un análisis más
profundo de la lujuria.
Buscar
El primer paso para vencer nuestros malos deseos es
buscar a Cristo en los lugares celestiales. Pablo comienza
así:
Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas
de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la
tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra
vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis
manifestados con Él en gloria (Col 3:1-4).
El apóstol nos indica primero cómo debemos pensar en
lugar de darnos una lista de pasos prácticos que seguir. De
este modo es como se presenta siempre en la Escritura el
progreso en la vida cristiana. Los mandatos de este texto son
buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado, y
poner la mira en ellas. Las buscamos y ponemos la mira en
ellas porque Cristo está allí. El resto de la sección es una
declaración de hechos, más que una exhortación. Si somos
creyentes, hemos muerto al pecado, al yo y a las cosas de
esta vida. Nuestras vidas están escondidas con Cristo en
Dios. Cristo es nuestra vida. Él será manifestado, y nosotros
seremos manifestados con Él en gloria. Para erradicar los
malos deseos, hay que empezar por meditar en las verdades
bíblicas y ejercer la fe en las promesas del Señor.
Necesitamos tener una idea clara de quién es Cristo para
nosotros y confiar en lo que Él ha hecho y va a hacer, tanto
por nosotros como en nosotros.
Hacer morir
A continuación, Pablo nos exhorta a hacer morir nuestros
pecados. Comienza así:
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros:
fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos
deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales
la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en
las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo
cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también
vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia,
palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los
unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre
con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a
la imagen del que lo creó se va renovando hasta el
conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío,
circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni
libre, sino que Cristo es el todo, y en todos (Col 3:5-11
RVR1960).
Aquí encontramos dos mandatos: hacer morir lo terrenal
en nosotros y dejar nuestras malas obras. Robert Carr,
ministro de la Iglesia de Inglaterra en el siglo XVII, escribió
que uno de los Padres de la Iglesia calificaba este pasaje
como «el texto más difícil de toda la Biblia y el deber
cristiano más complicado que podemos afrontar»9. Destacan
al menos dos aspectos generales con respecto a hacer morir
el pecado. Primeramente, Pablo presenta diversos ejemplos
en lugar de dar prioridad a casos particulares de pecado. Su
idea es que los principios relativos a erradicar el pecado son
comunes a todos los tipos de pecado. En segundo lugar, el
apóstol comenta que estos pecados solían caracterizar a los
creyentes, pero que los cristianos ya no se identifican con
ellos. Ahora nos hemos revestido del nuevo hombre y nos
vamos renovando conforme a la imagen de Dios en Cristo,
junto con todos nuestros hermanos, vengan de donde vengan.
Aunque el pecado permanece en nosotros, ya no reina en
nosotros. Es inexcusable que los cristianos se identifiquen
como siervos del pecado. Son santos y santificados para
Dios. «Los que practican tales cosas no heredarán el reino
de Dios» (Gá 5:21). Eso no significa que debamos dudar de si
estamos en Cristo simplemente por encontrarnos batallando
contra el pecado. Tampoco quiere decir que tengamos que
excusar el pecado afirmando que lo hemos vencido cuando,
en realidad, seguimos cayendo en él. Al contrario, significa
que el proceso de erradicar el pecado ha de emanar de la fe
en cuanto a quién es Cristo para nosotros y en lo que Él está
haciendo en nosotros. «Cristo es el todo, y en todos», y
debemos esperar que Él lo sea por la fe, si hemos de hacer
morir nuestras obras y deseos pecaminosos10. Carr añade
que nuestro bautismo incluye un voto de vivir de esta
manera11.
Sustituir
Pablo concluye su exhortación a vivir piadosamente
demostrando que no basta con deshacerse del pecado.
Debemos sustituir las prácticas pecaminosas por prácticas
piadosas y transformar los deseos desordenados en deseos
correctos. El apóstol escribe:
Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados,
revestíos de tierna compasión, bondad, humildad,
mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y
perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra
otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo
vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que
es el vínculo de la unidad. Y que la paz de Cristo reine en
vuestros corazones, a la cual en verdad fuisteis llamados
en un solo cuerpo; y sed agradecidos. Que la palabra de
Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda
sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros
con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a
Dios con acción de gracias en vuestros corazones. Y todo
lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el
nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a
Dios el Padre (Col 3:12-17).
Fijémonos en que las meditaciones y exhortaciones de
Pablo en Colosenses 3 empiezan y terminan con Cristo. Así
es como las cosas deberían y deben ser en la vida cristiana.
Cristo no es un simple concepto diseñado para aliviar las
conciencias heridas, como si se tratara de una máquina
expendedora que dispensa la justificación. Es un Salvador
vivo que imprime su carácter en personas vivas a través de
su Palabra y de su Espíritu. Debemos revestirnos de
prácticas justas para sustituir a las injustas que desechamos.
En este sentido, permitir que «la palabra de Cristo habite
en abundancia en [nosotros]», cantar alabanzas y dar
gracias a Dios por medio de Cristo son aspectos vitales de
nuestra santificación. Tenemos que estar saturados y llenos
de la Palabra y del Espíritu Santo si queremos buscar «las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado» (Col 3:1). Eso
significa que no se puede hacer morir el pecado y seguir la
piedad (1 Ti 6:11) sin orar, cantar y estudiar la Biblia con
persistencia y oración12. Solo este proceso nos permite
hacer todas las cosas, de palabra y de hecho, en el nombre
del Señor Jesucristo.
Repetir
Es importante reconocer, a la luz de la enseñanza anterior,
que, en opinión de Pablo, es posible hacer todas las cosas, ya
sea que comamos o que bebamos, para la gloria de Dios (1
Co 10:31). Aunque nunca lo practiquemos a la perfección en
esta vida, iremos avanzando progresivamente. Pablo
esperaba que su enseñanza pudiera estimular a los
cristianos para buscar la santidad, y no que se resignaran a
seguir practicando el pecado.
El pecado tiene un árbol genealógico. No siempre es
posible trazar el linaje directo de los pecados concretos,
pero sí podemos ver la semejanza familiar. No debería
sorprendernos que una cultura presa de una falta
generalizada de dominio propio y negación de uno mismo
esté obsesionada con la lujuria. Endeudarse se ha convertido
en la forma de vida de las personas. Desean trabajar lo
menos posible, se están ahogando en sus distracciones, y la
glotonería y la obesidad han pasado a ser problemas
habituales. Si no tenemos dominio propio con respecto al
dinero, el tiempo, el ocio y la alimentación, ¿por qué íbamos
a esperar tenerlo en lo referente a la sexualidad? Parece que
la Iglesia cristiana en Occidente, por desgracia, se asemeja
grandemente al mundo en estos aspectos y muchos más. La
buena noticia es que, por lo general, la victoria en una o
varias de estas áreas da lugar a progresos en todas ellas.
Cuando arranquemos las malas hierbas del pecado y las
sustituyamos con plantas sanas que den el fruto de justicia
(He 12:11), la maleza volverá a brotar. Sin embargo, los
cristianos podemos y debemos hacer progresos repetidas
veces contra «la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la
arrogancia de la vida» (1 Jn 2:16).
EL OBJETIVO: IDENTIFICAR LA LUJURIA
Los médicos aprenden a aplicar un mismo conjunto de
habilidades al tratamiento de diversas enfermedades. Para
utilizar bien esas habilidades, necesitan, no obstante, ser
capaces de diagnosticar qué enfermedad tiene el paciente.
Del mismo modo, para luchar contra el pecado, debemos
aprender a aplicar los principios generales a los casos
particulares. La gente suele equivocarse a la hora de
combatir la lujuria porque no identifica el problema
correctamente. En este sentido, es importante determinar
qué es y qué no es la lujuria antes de aprender a hacerla
morir y sustituirla.
Cómo no hacer morir a la lujuria
Es una equivocación suponer que evitar las ocasiones
externas de caer en la lujuria equivale a mortificarla. Este
error suele deberse a que confundimos lujuria con deseo
sexual. La diferencia entre vicio y virtud implica desviar un
deseo bueno dado por Dios hacia un objeto equivocado, en el
momento equivocado y con el fin equivocado. Amarse a uno
mismo puede ser piadoso, pero ser egoísta es malo. Que un
juez ejecute a un criminal por asesinato es justo, pero que un
hombre mate a alguien movido por una venganza personal es
malvado. El deseo sexual es bueno, pero la lujuria es vil.
Nunca podremos hacer morir el pecado simplemente
evitando las ocasiones de cometerlo. Un desierto sin lluvia
parece muerto. Sin embargo, cuando empieza a llover, las
plantas brotan en abundancia. Lo mismo ocurre cuando
evitamos las ocasiones de caer en un pecado sin arrancar la
raíz de ese pecado.
Otros cometen el error fatal de creer que el matrimonio es
el remedio de Dios para la lujuria. Lo hacen porque leen y
entienden mal 1 Corintios 7:9, que declara que «mejor es
casarse que quemarse» con las pasiones. El matrimonio es el
desahogo ordenado por Dios para el deseo sexual; sin
embargo, no es un remedio para la lujuria13. La lujuria es
perversión, y su naturaleza sigue siendo la misma dentro del
matrimonio. He visto aun a ministros del evangelio
entregados secretamente a la pornografía solo para
terminar con matrimonios destruidos, aventuras
extramaritales e iglesias deshechas. La lujuria no
mortificada en el contexto del matrimonio es una bomba de
relojería que, al final, acabará por estallar. Quienes esperan
vencer la lujuria por medio del matrimonio parecen querer
minar la «santa institución» divina, «que Él ama» (Mal 2:11).
Un hombre adicto a la pornografía que intente curarse de la
lujuria casándose actúa como si buscara una prostituta legal
en lugar de una esposa.
¿Qué es la lujuria?
La lujuria es dirigir los deseos sexuales dados por Dios
hacia un objeto equivocado, con el fin equivocado y en el
momento equivocado. Jesús dijo:
Habéis oído que se dijo: “NO COMETERÁS
ADULTERIO.” Pero yo os digo que todo el que mire a una
mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su
corazón. Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar,
arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea
arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión
de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que
se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo
vaya al infierno. También se dijo: “CUALQUIERA QUE
REPUDIE A SU MUJER, QUE LE DE CARTA DE
DIVORCIO.” Pero yo os digo que todo el que se divorcia
de su mujer, a no ser por causa de infidelidad, la hace
cometer adulterio; y cualquiera que se casa con una
mujer divorciada, comete adulterio (Mt 5:27-32).
En este pasaje Jesús relaciona el séptimo mandamiento
con diversas prácticas pecaminosas. En contraste con los
escribas y fariseos, que reducían el pecado a sus expresiones
externas, Jesús enseñaba que tanto el pecado como la
justicia tienen su origen en el corazón. Los escribas y
fariseos creían que podían vencer al pecado cambiando sus
circunstancias. Por eso, Jesús afirma que la justicia de
quienes entran en el Reino de los cielos debe superar la de
los escribas y fariseos (Mt 5:20). El séptimo mandamiento
requiere castidad en el corazón, palabra y conducta14.
Buscar la piedad en este terreno es irreconciliable con
permitir que la lujuria supure en el corazón, tanto como lo
sería procurar divorcios ilegítimos.
La lujuria es un deseo sexual inapropiado. Para hacerla
morir, no podemos ni pasarla por alto, ni ponerle un nombre
distinto. Tampoco podemos simplemente esperar curarnos
de ella con la edad. Debemos identificarla, atacarla, hacerla
morir y sustituirla por prácticas agradables al Señor.
LOS SIGUIENTES PASOS: EL CAMINO HACIA LA
VICTORIA SOBRE LA LUJURIA
Ahora que hemos identificado la lujuria, necesitamos
preguntarnos cuál es el camino para avanzar. Aunque
algunas formas de perversión sexual, como la pornografía,
presenten complicaciones añadidas, los principios básicos
para vencer los malos deseos giran en torno a la meditación.
En contraste con el concepto moderno de meditación, que
implica vaciar la mente, la meditación bíblica conlleva un
pensamiento y una contemplación intensos con vistas a la
aplicación personal15. La meditación transforma nuestra
forma de pensar a fin de transformar nuestra manera de
vivir (Ro 12:1-2). Con frecuencia este asunto se pasa por
alto o se malinterpreta a la hora de cultivar la piedad. Las
nueve instrucciones de John Owen para vencer las pasiones
no mortificadas explican muy bien este proceso. A menudo
buscamos soluciones a un problema en forma de pasos
prácticos, pero, de los nueve pasos de Owen, ocho tienen que
ver con la meditación, la fe y la oración.
Hacer morir el pecado debe implicar una reprogramación
mental y espiritual que exija un cambio en nuestros patrones
de pensamiento y nuestros sentimientos. Tras efectuar
algunas observaciones preliminares, expondremos las nueve
reglas de Owen para la mortificación de los malos deseos,
pero adaptadas al problema de la lujuria. Quienes estén
batallando con este pecado pueden utilizar esta sección en
sus momentos cotidianos de meditación y oración, como una
ayuda para reprogramar sus mentes y sus corazones.
Según Owen, hay al menos dos requisitos previos a la
mortificación del pecado. En primer lugar, tenemos que ser
creyentes en Cristo. Esto significa que debemos estar vivos
para Dios, a través de Cristo y por el poder del Espíritu.
Owen escribió: «No puede haber muerte del pecado sin la
muerte de Cristo»16. Con respecto al Espíritu, añadió:
«Sería más fácil para un hombre ver sin ojos y hablar sin
lengua que mortificar un solo pecado sin el Espíritu»17. Esto
conduce a una conclusión importante: «Solo los hombres
vivos pueden hacer morir el pecado; cuando los hombres
están muertos (como todos los no creyentes, porque aun los
mejores de ellos están muertos), el pecado está vivo, y
vivirá»18. Debemos estar «vivos para Dios» a fin de estar
«muertos para el pecado» (Ro 6:11).
El segundo principio es que debemos oponernos en general
a todos los malos deseos si queremos mortificar cualquiera
de ellos19. Esta norma refleja la pauta bíblica que
encontramos en Colosenses 3:1-17. No podemos esperar
atacar la lujuria si no tenemos una política de tolerancia cero
contra todas las demás pasiones. Owen escribió: «Si hemos
de hacer algo, debemos hacerlo todo»20. Si somos
indulgentes con la glotonería, si no gestionamos bien nuestro
tiempo ni nuestro dinero, y si, por lo general, nos falta
dominio propio, entonces no debería sorprendernos que no
hagamos progresos contra la lujuria21. Luchar contra el
pecado es como un entrenamiento en múltiples áreas.
Entrenar un conjunto de músculos espirituales nos permite
combatir bien en todos los demás campos. Aunque cada uno
de nosotros tiene sus propias luchas, y estas cambian a
menudo con el paso del tiempo, podemos vencer la lujuria si
vencemos otros malos deseos.
NUEVE REGLAS PARA MORTIFICAR LA LUJURIA
¿Qué pasos prácticos podemos y debemos dar para vencer
la lujuria? Owen nos ofrece nueve ayudas para lograrlo por
medio de la meditación piadosa.
Considera los peligrosos síntomas del pecado no
mortificado
En primer lugar, tenemos que aprender a reconocer la
diferencia entre la presencia del pecado que habita en
nosotros en general (Ro 7:17) y los pecados que requieren
una atención especial. La lujuria suele ser uno de estos
últimos en la Iglesia de hoy. El primer paso hacia la victoria
es despertar al problema. Deberíamos formularnos
preguntas como estas: ¿Este pecado es persistente en mi
vida? ¿De verdad nunca desaparece? Owen comentó: «Las
viejas heridas descuidadas suelen ser mortales y siempre
peligrosas. Nuestros trastornos internos se vuelven oxidados
y pertinaces por haberlos mantenido cómodos y tranquilos
durante un largo período»22. ¿Lleva este pecado tanto
tiempo con nosotros que ya no nos preocupa demasiado?
¿Hemos hecho las paces con nuestros malos deseos? Una
vez fui testigo de un interrogatorio a un candidato al
ministerio en el cual este reconoció haber visto pornografía
por internet. Cuando declaró que el Señor le había dado la
victoria sobre ese pecado, uno de los ministros le preguntó
cuándo había sido la última vez que había caído en él. El
candidato respondió que había sido en algún momento de los
últimos meses, pero que eso era normal. Gracias a Dios,
quienes dirigían el interrogatorio se dieron cuenta de la
gravedad de la situación, a pesar de que el candidato mismo
no la advertía, y, en lugar de ordenarlo para el ministerio, se
ofrecieron a aconsejarlo para que superara el problema.
Es mala señal cuando los pecados se vuelven tan comunes
que dejamos de reconocer lo graves que son. Otro síntoma
peligroso de que tenemos un problema importante es que
luchamos contra el pecado porque nos causa daño en lugar
de combatirlo porque es vil y se opone a Dios. Puede que un
niño no soporte la idea de que lo sorprendan en una
travesura y que, al mismo tiempo, esté deseando
desobedecer de nuevo si consigue salirse con la suya.
Siempre que vivimos en un pecado no mortificado,
endurecemos nuestros corazones contra Dios cuando Él
emplea distintos medios para tratar con ese pecado. Es más
fácil llamar legalista a un predicador o alegar que un amigo
nuestro no entiende la situación que estamos atravesando,
antes que admitir que Dios nos ha hablado a través de esas
personas y que no deseamos escuchar. El primer paso para
recuperarse de la lujuria es reconocer que tenemos un
problema grave con ella.
Desarrolla una percepción clara de la culpa de tu pecado
y de lo peligroso y vil que es
En segundo lugar, debemos ir adquiriendo una visión seria
de nuestro pecado. Muchos cristianos tienen miedo de
tomarse en serio la culpa del pecado. Temen que pensar
demasiado en el pecado resulte morboso y les haga daño. Y
es posible que tengan toda la razón. Pero tal vez uno de los
motivos de que las expresiones de la lujuria, como la
pornografía, estén causando estragos en la Iglesia sea
precisamente que las personas temen tratar este pecado con
la seriedad que merece. ¿Acaso por lo común que es,
significa que ya no nos escandaliza? ¿Por eso tendemos a no
tomárnoslo en serio? Alguno dirá: «Todos caemos en muchas
cosas, y cada persona tiene unas luchas distintas. ¿Por qué
van a ser diferentes la pornografía y los demás pecados
sexuales?». Sin embargo, debemos recordar que no todos los
pecados son igualmente detestables a la vista de Dios23. Por
ejemplo, una cosa es que un hombre pierda los nervios o se
enoje en su corazón y otra muy distinta que se enzarce en
peleas los fines de semanas. Por intuición sabemos que estas
manifestaciones externas del pecado son mucho peores que
las que quedan contenidas en el interior. ¿Por qué tratamos
la lujuria de forma diferente? La pornografía es una grave
expresión externa de la lujuria. Es muy adictiva y
reconfigura el pensamiento de las personas. Vencer un
pecado como este es mucho más difícil y más serio de lo que
mucha gente parece dispuesta a admitir. Las personas que
estén batallando con esta forma de lujuria tendrán que orar
y pasar por un largo proceso de renovación para ajustarse a
los patrones bíblicos. También necesitarán contar con la
ayuda de la iglesia. Sin embargo, ¿cómo es posible esperar
vencer un pecado que ata con tanta fuerza a las personas sin
aprender primero a reconocer lo grave que es el pecado en
cuestión?
Ahí es donde tropiezan muchas iglesias cuando se trata de
fomentar la santificación bíblica. Los pastores y escritores
que desestiman estas advertencias simplemente aconsejando
a los creyentes que mediten con frecuencia en su
justificación agravan el problema. Romanos 8:13 nos alerta:
«Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero
si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis». Jesús también advirtió: «Muchos me dirán en aquel
día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás os
conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICÁIS LA
INIQUIDAD”» (Mt 7:22-23). Lucas convierte esta
amonestación en una pregunta seguida de una parábola muy
conocida:
¿Y por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo
que yo digo? Todo el que viene a mí y oye mis palabras y
las pone en práctica, os mostraré a quién es semejante:
es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó
hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una
inundación, el torrente dio con fuerza contra aquella
casa, pero no pudo moverla porque había sido bien
construida. Pero el que ha oído y no ha hecho nada, es
semejante a un hombre que edificó una casa sobre
tierra, sin echar cimiento; y el torrente dio con fuerza
contra ella y al instante se desplomó, y fue grande la
ruina de aquella casa (Lc 6:46-49).
Textos como estos nos advierten específicamente para que
no asumamos que Dios nos acepta sin dar muestras de
nuestra unión y comunión con Cristo por medio de una vida
llena del Espíritu. Si bien no somos salvados por buenas
obras, somos salvados para hacer buenas obras (Ef 2:8-10).
Debemos tomarnos el pecado en serio para tomarnos a
Cristo en serio. Los cristianos que están batallando con la
lujuria necesitan a un Cristo que santifica, además de un
Cristo que justifica. Necesitan a un Cristo completo que
salva a las personas por completo. Quienes pasan por alto
las advertencias de Jesús porque están justificados se
exponen a recibir sus palabras condenatorias. El pecado no
solo es vil y nos hace culpables, sino que además nos pone en
peligro. Aquellos que reconocen lo peligroso que es el
pecado, aunque continúen batallando con él, deben ejercer la
fe en Cristo para hacer morir su pecado por el poder del
Espíritu que opera en ellos.
Hay un lado positivo en reconocer la gravedad del pecado.
Desde cierta perspectiva, nuestra lucha contra el pecado en
esta vida solo es «un pequeño principio»24. Lo que habremos
de ser en Cristo cuando lo veamos cara a cara (1 Jn 3:1-3)
supera en tal medida lo que somos ahora que será como
comparar los rayos del sol con el sol mismo. Sin embargo,
nunca debemos olvidar que «las tinieblas van pasando, y la
luz verdadera ya está alumbrando» (1 Jn 2:8). También
tenemos que recordar que los justos son como la luz del sol
de la mañana, «que va aumentando en resplandor hasta que
es pleno día» (Pr 4:18). El Espíritu nos está transformando
de un grado de gloria a otro en Cristo, ya en esta vida (2 Co
3:18). La Confesión de Fe de Westminster nos presenta un
aspecto complementario de la perspectiva bíblica respecto a
nuestra relación con el pecado al recordarnos que nuestra
parte regenerada vence parcialmente en esta vida y vencerá
por completo en la otra25. Estas verdades deberían influir en
nuestra batalla contra el pecado.
Un amigo mío suele poner un ejemplo muy bueno para
aplicar esta idea al problema de la pornografía. Cuando te
sientas delante de una pantalla de ordenador porque te
sientes tentado a ver pornografía por internet, ¿tiene
importancia de qué manera te ves a ti mismo? ¿Es lo mismo
que pienses dentro de ti que eres un pecador miserable,
siempre entregado al pecado, pero que, al fin y al cabo,
todos cometemos muchos errores; o que, por el contrario,
declares: ¿Estoy en Cristo y he muerto al poder del pecado,
de modo que no es apropiado que yo actúe de esta forma (Ro
6:10)? Estas dos perspectivas hacen toda la diferencia.
Suponen la diferencia entre seguir descendiendo por la
senda de una vida dominada por el pecado y aprender a
hacer morir ese pecado por el Espíritu.
Necesitamos desarrollar una percepción clara de la culpa
de la lujuria y de lo peligrosa y vil que es, a fin de obtener
una percepción clara de la justicia, la seguridad y la piedad
que pueden ser nuestras en Cristo.
Carga tu conciencia con la culpa del pecado
En tercer lugar, tenemos que cargar nuestra conciencia
con la culpa de nuestro pecado meditando en él. Este punto
refuerza el anterior. Es importante no solo reconocer la
naturaleza del pecado tal como es delante de Dios e
identificar cuál es nuestro pecado en particular; también
debemos meditar en su origen y en cómo ha progresado en
nosotros, de manera que sintamos todo su peso. ¿Por qué
luchas tanto con la lujuria? ¿Qué ha dado lugar a las
manifestaciones concretas de este pecado en tu vida? ¿Has
visto a otras personas como objetos de deseo sexual en lugar
de considerarlas criaturas hechas a la imagen de Dios? ¿Por
eso te ha resultado más fácil caer en pecados sexuales
concretos? ¿Acaso has hecho un pacto con tus ojos para no
mirar a una mujer (Job 31:1)? ¿Sueles observar los
sensuales escaparates del centro comercial, o los catálogos
de ropa interior que llegan por correo, o visitar sitios web
inapropiados? ¿Por eso le ha resultado más fácil a tu pecado
encontrar expresiones externas?
Es más sencillo pasar por alto un pecado persistente que
meditar en su culpa y odiosidad. Owen señaló sabiamente:
«No cabe duda de que, si un hombre alega en lo más secreto
de su corazón haber sido liberado del poder condenatorio de
la ley y, por ello, se permite en secreto hacer la más mínima
concesión a algún pecado o pasión, entonces, sobre la base
del evangelio, ese hombre no puede albergar prueba alguna,
con una seguridad espiritual tolerable, de que, de hecho,
haya sido liberado debidamente de aquello de lo que él
pretende haber sido liberado»26. A menudo las personas
extraen lecciones equivocadas de la misericordia del Señor
hacia asesinos y adúlteros, como el rey David. Owen
preguntaba directamente: «¿Cabría la posibilidad de que
David permaneciese tanto tiempo en la culpa de aquel
abominable pecado sin albergar innumerables
razonamientos corrompidos que le impedían ver con claridad
la fealdad y la culpa de ese pecado en el espejo de la ley?»27.
Debemos confiar en que, si el Señor mostró misericordia con
pecadores como David y Pablo, entonces hará lo mismo con
todos aquellos que se vuelvan a Él con fe y arrepentimiento
(1 Ti 1:16). Tenemos que pensar, sin embargo, en la
gravedad, el origen, las causas y el progreso en nosotros de
pecados como la lujuria con mayor frecuencia de lo que
solemos. Los niños no deberían cruzar la carretera
corriendo, porque sus padres les dicen que no lo hagan. Sin
embargo, si un niño atraviesa la calle corriendo y un vehículo
lo atropella, resultaría necio que el niño lo olvidara con
demasiada facilidad, porque, en ese caso, volvería a cometer
el mismo error, y la próxima vez quizá el accidente sería
fatal. Eso mismo deberíamos pensar nosotros respecto a la
lujuria.
Cargar tu conciencia con la culpa de tu pecado no tiene
por qué ser deprimente, si lo haces de la manera correcta.
Jonathan Edwards escribió a un cristiano joven:
Que el pecado que queda en ti te lleve siempre a ser
sumamente humilde. No pienses nunca que ya te has
humillado lo suficiente por tus pecados; con todo, no te
desanimes ni te abatas en absoluto por ello. Aunque
somos en extremo pecaminosos, tenemos un Abogado
para con el Padre, a Jesucristo el justo; su sangre
preciosa, su justicia meritoria y la inmensidad de su
amor y fidelidad sobrepasan infinitamente las más
elevadas montañas de nuestros pecados28.
Del mismo modo que nunca podremos humillarnos lo
suficiente por nuestros pecados, tampoco podremos jamás
exaltar a Cristo lo bastante por habernos salvado de ellos.
Estas dos realidades son proporcionales entre sí.
Anhela de forma vehemente y constante el ser liberado
del pecado
En cuarto lugar, tenemos que desear ser liberados de la
vileza de nuestro pecado. Debemos confiar en la gracia del
Señor Jesucristo para perdonar nuestros pecados y tener fe
en que, cuando los confesamos, su justicia y fidelidad para
perdonarlos nunca decaerán (1 Jn 1:9). Sin embargo, una
persona que lucha contra el pecado es como un escalador
que ha estado a punto de caerse y morir: no le basta con
recuperar el equilibrio; tiene que seguir escalando.
El verdadero arrepentimiento exige tristeza piadosa por el
pecado y vehemencia contra él (2 Co 7:11). Pasajes como los
salmos 32 y 51, y Romanos 7 a menudo consuelan a quienes
están batallando con el pecado, porque estos textos son
como un reflejo divinamente inspirado de sus propios
corazones. Quienes combaten contra la lujuria han de ser
como los israelitas en Egipto. Deben gemir por su
servidumbre (Éx 2:24) y no dejar descansar al Señor hasta
que Él los oiga (Ro 7:24). «El deseo de la carne es contra el
Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne» (Gá 5:17).
Cada creyente libra «una continua e irreconciliable
batalla»29 contra el pecado en el hombre o la mujer interior.
Los cristianos no son como Esaú, que buscó diligentemente
y con lágrimas su primogenitura perdida, pero no estuvo
dispuesto a hallar ocasión para el arrepentimiento (He
12:17). Más bien son como David, que se sometió a Dios y
aceptó las consecuencias de sus pecados, y que consideraba
que perder la presencia divina era más terrible que ninguna
otra cosa (2 S 15:26; Sal 51:11). Si esperamos vencer la
lujuria, debemos anhelar ser liberados de su vileza por
alguna razón más aparte del deseo de no asumir sus
consecuencias.
Ten en cuenta tus inclinaciones naturales
En quinto lugar, entiende cómo tus inclinaciones naturales,
o tu carácter, afectan tu relación con el pecado y la gracia.
El Señor nos hizo a todos con diferentes temperamentos.
Nuestros puntos fuertes naturales a menudo coinciden con
nuestros puntos débiles. Quienes tienen personalidades
enérgicas pueden ser valientes para el Señor a la vez que
irascibles con los demás. Los que son afables por naturaleza
tal vez sean pacificadores y entablen amistad fácilmente,
pero se ven tentados a hacer concesiones. Del mismo modo,
los impulsos sexuales que sienten algunas personas son más
fuertes que los de otras. Pablo indica que quienes tengan
escaso impulso sexual, o sean capaces de dominarlo,
deberían permanecer solteros (1 Co 7). Las persecuciones y
las penalidades externas llevaron al apóstol a aconsejar a
muchos creyentes que dominaran sus deseos sexuales y se
quedaran sin casar en vista de «la presente aflicción» (1 Co
7:26). Esto implica que hasta quienes tengan fuertes deseos
sexuales podrán gobernarlos si meditan, oran y renuevan sus
esquemas mentales cuando sea necesario.
El deseo sexual dado por Dios es un requisito previo para
el matrimonio piadoso30. Toda buena dádiva en este mundo,
sin embargo, se ve distorsionada por el pecado y ha de ser
restaurada por la gracia. Si de forma natural sientes fuertes
deseos sexuales, entonces deberías procurar casarte o, si ya
lo estás, vivir piadosamente con tu cónyuge. Ya sea que estés
casado o que no, recuerda el peligro que conlleva el pecado,
que convierte las bendiciones en maldiciones por medio de la
tentación. Mantente en guardia, vela y ora para que no
entres en tentación (Mr 14:38). El deseo sexual que busca el
bien de la otra persona dentro del matrimonio es un don de
Dios (Pr 5:18; Ecl 9:9; Cnt)31.
Evita las ocasiones de cometer el pecado en cuestión y
todo aquello que lo promueve
En sexto lugar, debemos rehuir las circunstancias externas
que suelen llevarnos a pecar. Esta es la única instrucción, de
las nueve que componen la lista de Owen, que se refiere a las
ocasiones externas que conducen al pecado32. Aunque
muchos cristianos tienden a pensar que la verdadera manera
de luchar contra el pecado es evitar fumar, beber y otras
tentaciones externas, la Biblia sitúa el principal campo de
batalla en el corazón. Cambiar las circunstancias externas a
la hora de combatir contra el pecado resulta vital, pero no
puede proporcionarnos una victoria definitiva. Los votos
monásticos de celibato en la Edad Media surgieron, en
parte, como un intento de huir de la tentación sexual33. Da
que pensar que el mismo razonamiento que conduce a
muchos a prohibir beber alcohol, porque la bebida podría
llevar a la embriaguez, también condujo a los cristianos de
otras épocas a prohibir casarse porque el matrimonio podía
suscitar un deseo sexual desordenado. El apóstol Pablo se
refirió a tales prácticas como «doctrinas de demonios» (1 Ti
4:1-3). Satanás apunta al corazón desde fuera hacia adentro,
mientras que Dios dice: «Dame, hijo mío, tu corazón» (Pr
23:26), con el fin de transformarnos desde dentro hacia
afuera.
Sin embargo, aunque todo comience en el interior, la
pureza del corazón debe conducir a la pureza de nuestras
prácticas. El hombre bienaventurado «no anda en el consejo
de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni
se sienta en la silla de los escarnecedores» porque su deleite
está en la ley del Señor y en ella «medita de día y de noche»
(Sal 1:1-2). El libro de Proverbios insiste mucho en evitar la
lujuria. El padre aconsejaba a su joven hijo para que evitara
la calle donde vivía la adúltera y que no escuchara sus
palabras seductoras (Pr 7:8,10-20). Nuestra conducta
externa a menudo revela lo que hay en nuestros corazones.
Owen escribió: «Ten presente que aquel que se atreve a
coquetear con las ocasiones del pecado también se atreverá
a pecar»34. Deberíamos ponderar si somos sinceros o no
cuando oramos para que Dios «no nos [meta] en tentación»
(Mt 6:13) mientras nosotros, al mismo tiempo, corremos
hacia ella35.
¿Te tomas en serio el pecado sexual? ¿Estás dispuesto
entonces a rehuir las ocasiones externas que dan lugar a
esas prácticas y las fomentan? ¿Evitas pasar por delante de
las tiendas de lencería de los centros comerciales? ¿Vigilas
tus formas de entretenimiento? ¿Estás dispuesto a evitar
ciertas zonas de la ciudad, o a dejar de tomar el sol en una
playa atestada de gente en pleno verano? ¿Les confesarías
tus luchas con la pornografía a los ancianos de tu
congregación y a tus amigos y familiares cristianos, que te
aman y que desean ayudarte y ofrecerse para que les rindas
cuentas de tus actos? ¿Renunciarías al acceso a internet sin
supervisión? Si fuera necesario, ¿te desharías de tu
smartphone?
Eliminar las ocasiones que conducen al pecado no hará
morir el pecado ni lo sustituirá por virtudes piadosas. Sin
embargo, cuando identificamos en nuestros corazones un
pecado del que no nos hemos arrepentido y consideramos lo
peligroso y vil que es, cargamos nuestra conciencia con la
culpa de ese pecado, anhelamos ser liberados de él y
reconocemos nuestra tendencia a caer en él, ¿acaso no
estaremos más dispuestos a acabar con todas las ocasiones
externas que dan lugar a ese pecado? La batalla contra la
lujuria empieza con nuestro hombre o mujer interior, pero
tiene que afectar a todo el curso de nuestra vida. Nuestras
prácticas externas deberían ser fruto de nuestra meditación
y, además, estimularnos a ella.
Oponte enérgicamente a los primeros actos pecaminosos
En séptimo lugar, debemos atacar el pecado en su raíz si
queremos librarnos de sus frutos. Owen advirtió: «Si el
pecado dispone de permiso para dar el primer paso, dará
otro. Es imposible marcarle límites»36. Si excusamos la ira
constante contra alguien que nos ha difamado, tal vez nos
convirtamos en personas que suelen estar enojadas
habitualmente, aun con aquellos a quienes amamos. Si nos
permitimos quejarnos por una situación de la vida,
pasaremos a sentirnos descontentos con todas las
circunstancias de la existencia. Por el contrario, si damos
gracias en medio de nuestras pruebas, nos volveremos
agradecidos en todo. Si luchamos contra la primera mirada
lujuriosa, entonces nos resultará más fácil evitar que la
lujuria anide en el corazón y, así, nos guardaremos de la
pornografía y de otros pecados sexuales. Mejor aún, si
transformamos nuestros pensamientos lujuriosos hacia una
persona en oraciones para que Dios la bendiga, nos
formaremos para edificar y ayudar a nuestro prójimo en
lugar de utilizarlo como un mero objeto que solo sirve para
satisfacer nuestros apetitos.
Aparte de meditar en la gloria de Cristo y cultivar la
comunión con el Espíritu, es probable que este sea el
aspecto más importante cuando se trata de vencer la lujuria.
Debemos aprender a reorientar nuestras vidas y a reeducar
nuestra manera de pensar en el lugar mismo donde se
origina el pecado. Si no conseguimos llevar esto a cabo con
oración, no tendría que sorprendernos que nunca efectuemos
progreso alguno contra la lujuria (ni contra ningún otro de
nuestros malos deseos). Esta es la diana a la que apunta el
Espíritu Santo con las saetas de la Sagrada Escritura. Si
lucháramos contra el primer brote de deseo sexual desviado
en nuestros corazones, ¿hasta qué punto no transformaría
esto los matrimonios cristianos? ¿Cuánto no avanzaríamos
hacia la resolución de muchos problemas sexuales dentro del
matrimonio?37 Es mucho más fácil arrancar las malas
hierbas que acaban de empezar a brotar que tener que
cavar para deshacernos de las que ya tienen unas raíces muy
profundas.
Desarrolla pensamientos humildes acerca de ti mismo a la
luz de tus elevados pensamientos acerca de Dios en Cristo
En octavo lugar, debemos llegar a ver nuestro pecado y a
nosotros mismos a la luz de la gloria del Dios trino. La
horrible vileza del pecado se debe a que Dios es
infinitamente bueno. Los pecados contra la gracia de Dios
son peores que los pecados contra su justicia, porque su
gracia nos salva de su justicia. Los pecados traicioneros de
los hijos de Dios golpean el corazón divino mucho más de
cerca que los ataques manifiestos de sus enemigos38.
Meditar en los atributos de Dios y, en especial, en su
misericordia hacia nosotros en Cristo nos ayuda a ver el
pecado tal como es en realidad39. Sin hacer referencia al
Dios de la Escritura, no existe el pecado. Sin Cristo como
Redentor, no hay esperanza para los pecadores. Sin el
Espíritu de Dios que obra en nosotros «tanto el querer como
el hacer, para su beneplácito» (Fil 2:13), no hay victoria
sobre el pecado, ni en esta vida ni en la otra. El pecado y la
justicia no tienen significado si los contemplamos tan solo por
lo que respecta a otras personas. Debemos entenderlo todo
a la luz del Dios trino.
Cuando estaba próximo al final de su vida, Owen escribió
que creía que la principal razón que impedía que más
personas hicieran progresos en la vida cristiana era que no
meditaban en la gloria de Jesucristo40. Fijémonos en que no
dijo que nuestro principal error fuera no pensar en nuestra
justificación41. Necesitamos a un Cristo completo para
salvar a personas completas. Si queremos vencer el pecado
sexual, necesitamos ejercer la fe en el Cristo que nació del
Espíritu para que nosotros pudiéramos nacer del Espíritu.
Necesitamos confiar en el Cristo que recibió el Espíritu «sin
medida» (Jn 3:34) para que nosotros pudiéramos recibir una
medida del Espíritu (Ro 12:3; 1 Co 12:4-14). Necesitamos la
obediencia de Cristo para que Dios nos acepte como justos
en Cristo (Ro 5:19; 2 Co 5:21). Necesitamos a un Cristo
crucificado para dejar de estar expuestos a la ira divina (Ro
5:9; Gá 3:13). Debemos acudir a un Cristo resucitado, sobre
quien el pecado no tiene dominio alguno y en quien somos
libertados del poder del pecado (Ro 6:5-11). Necesitamos a
un Cristo que ascendió al Cielo para que pudiéramos tener
un lugar en el Cielo (Jn 14:3) y gozar de plena seguridad en
que nuestro fiel Sumo Sacerdote vive perpetuamente para
interceder por nosotros (He 7:25) y darnos su Espíritu (Jn
14:26; 15:26). Necesitamos estar unidos al eterno Hijo de
Dios por la fe para poder recibir el Espíritu de adopción en
Él y tener derecho a todos los privilegios de los hijos de Dios
(Gá 4:4- 7). Necesitamos a un Cristo que regresará en gloria
(Hch 1:11; He 9:28) y que nos asegura que, cuando lo
veamos como Él es, seremos semejantes a Él (1 Jn 3:1-3).
Solo teniendo esta esperanza y por medio de la fe en este
Cristo podremos purificarnos, «así como El es puro» (1 Jn
3:3), y «[perfeccionar] la santidad en el temor de Dios» (2
Co 7:1).
Un elemento vital para la victoria sobre la lujuria es
contemplar habitualmente la gloria de Dios en el rostro de
Jesucristo (2 Co 3:18). Solo entonces podremos ser
transformados de un grado de gloria a otro. Reflexionar y
orar con respecto a estas cuestiones constituye, en esencia,
el meollo de la meditación cristiana. La lujuria es, en cierto
modo, «meditar» sobre objetos inapropiados de deseo
sexual. Por eso no tendría que sorprendernos que vencerla
implique también practicar la meditación. ¿Es casualidad que
meditar sea un deber tan descuidado en la actualidad y que
haya tantas personas luchando contra la lujuria al mismo
tiempo? Por medio del Espíritu, hemos de ejercer la fe en el
Cristo completo, con el fin de santificar a la persona
completa, si queremos huir de «las pasiones carnales que
combaten contra el alma» (1 P 2:11).
Debemos aceptar solo aquella paz de conciencia que
proceda de Dios
Finalmente, tan solo debemos recibir la paz de conciencia
que el Señor nos infunda. Los falsos profetas siempre
claman: «“Paz, paz”, pero no hay paz» (Jer 6:14). Quienes
endurecen sus corazones en el pecado a menudo concluyen
que el que hace mal debe de ser bueno a los ojos del Señor
(Mal 2:17). Hoy abundan los pecados sexuales. La
fornicación, la pornografía, el adulterio, el divorcio, la
homosexualidad y otros pecados sexuales están cortados por
el mismo patrón. No hemos de tener las conciencias
tranquilas por el mero hecho de que los pecados sexuales se
hayan convertido en «lo normal». Debemos recibir solo la
paz que procede de Dios.
La buena noticia es que el Señor ha prometido purificar
nuestras conciencias delante de Él (He 9:14). Deberíamos
acudir a Dios «en plena certidumbre de fe» (He 10:22), con
«manos limpias y corazón puro» (Sal 24:4). Esto es posible
hasta para la persona sexualmente inmoral e impura. Pablo
dijo a los corintios: «Esto erais algunos de vosotros» (1 Co
6:11). Un adúltero arrepentido como fue David pudo decir
nuevamente que andaba en integridad delante de Dios (Sal
26:1) con corazón sincero (Sal 119:7-8). Ninguno de
nosotros es capaz de deshacerse por completo del pecado a
este lado de la gloria (1 Jn 1:8). Sin embargo, en Cristo
hemos sido santificados y podemos ser santos. Deberíamos
deleitarnos menos en que somos despreciables pecadores
salvados por gracia y más en que hemos sido santificados en
Cristo Jesús y llamados a la comunión con Dios (1 Co 1:2,9).
Nuestra paz de conciencia viene de ese Cristo que nos
concede el arrepentimiento del mismo modo que el perdón.
Nuestro gozo se halla en el Espíritu Santo (Ro 14:17).
Nuestra certeza radica en que nuestro Padre celestial, que
comenzó en nosotros la buena obra, será fiel en
perfeccionarla en el día de Jesucristo (Fil 1:6; 2 Ti 1:12).
La paz de conciencia no solo debería surgir en nosotros al
reflexionar sobre nuestra justificación, sino también por
esperar que el Dios que justifica nos santifique en Cristo
Jesús por su Palabra y por su Espíritu. Hay esperanza para
los que se han entregado a la lujuria. No te des por vencido.
Debes esperar que Cristo oiga tu intenso clamor, bendiga los
medios de gracia y te saque del lodo del pecado y del
sufrimiento (Sal 40:2). Eso es lo que significa ser salvado por
la fe en Cristo.
CONCLUSIÓN
Nuestra comprensión del llamamiento de Cristo a ser sus
discípulos debe experimentar una revisión radical en nuestro
mundo occidental. Hoy la Iglesia cristiana necesita
urgentemente una autodisciplina y un dominio propio que
estén centrados en Cristo y llenos del Espíritu, y que
glorifiquen a Dios42. Como Pablo, debemos aprender a
golpear nuestro cuerpo y hacerlo nuestro esclavo (1 Co
9:27). Necesitamos que el Espíritu restaure nuestras
facultades y deseos en Cristo, en vez de permitir o bien que
se lleven a la práctica de un modo desenfrenado, o que se
supriman aunque resulte antinatural. El deseo sexual exalta
al Creador, mientras que la lujuria denigra a la criatura.
Las siguientes afirmaciones y preguntas resumen el
contenido de este librito y proporcionan al lector algunos
mecanismos para cultivar la meditación mientras intenta
vencer la lujuria:
1. Vencer la lujuria debe seguir el patrón de los principios
generales de la vida cristiana. ¿Estás procurando rendirlo
todo a Cristo, incluida tu sexualidad?
2. Vencer la lujuria debe ser el resultado de la unión con
Cristo y la fe en Él. ¿Combates la lujuria ejerciendo la fe en
el Cristo completo?
3. Vencer la lujuria debe depender del poder omnipotente
del Espíritu. ¿Utilizas los medios que Dios ha establecido
para tu santificación y confías en que Él los va a bendecir?
4. Vencer la lujuria es, principalmente, una cuestión de
meditación. ¿Reconoces lo vital que es la meditación para la
vida cristiana?
5. Vencer la lujuria es una batalla continua que terminará
tan solo cuando veamos a Cristo en gloria. ¿Tu deseo de
verle tal como Él es refuerza tu resolución de combatir tus
malos deseos?
El pecado es, en esencia, egoísta, mientras que la
obediencia se centra sobre todo en los demás43. El pecado
es autoindulgencia, mientras que obedecer es negarnos a
nosotros mismos, lo cual no equivale a negar nuestros deseos
naturales. Obedecer es abandonar lo pecaminoso porque
deseamos más aún la gloria de Jesucristo44. C. S. Lewis
escribió: «No hay más que un bien: Dios. Todo lo demás es
bueno cuando mira hacia Él y malo cuando le vuelve la
espalda. Y cuanto más alto y poderoso sea algo en el orden
natural, más demoníaco se tornará si se rebela»45. Tal vez
hacer morir la lujuria sea una de las principales áreas donde
puedes practicar el negarte a ti mismo y perseguir el
«incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, [tu] Señor»
(Fil. 3:8). Cuando empieces a negarte a ti mismo y a hacer
progresos contra tus malos deseos en un área, el Espíritu
Santo fortalecerá tus músculos espirituales para librar otras
batallas. Las Escrituras dan esperanza para vencer los
malos deseos a aquellos que se lo toman en serio y que están
dispuestos a utilizar los medios que Dios ha provisto para
conseguirlo.
___________
1. LEWIS, C. S. The Great Divorce (El gran divorcio). Nueva York: Harper
One, 1973, pp. 106-115. Mi agradecimiento a John y Pam Leding por sus
valiosos comentarios sobre el primer borrador de este librito.
2. LEWIS, C. S. The Great Divorce, p. 114.
3. Confesión de Fe de Westminster, V.IV.
4. MANTON, Thomas. A Practical Commentary, or an Exposition with Notes,
on the Epistle of James (Comentario práctico a la Epístola de Santiago, o
una exposición con notas). Londres: [s. n.], 1652, p. 92.
5. MANTON, Thomas. Epistle of James, p. 117.
6. MANTON, Thomas. Epistle of James, p. 119.
7 Confesión de Fe de Westminster, XV.IV.
8. Puedes obtener más información acerca de este asunto en: BEEKE, Joel
R. Developing Healthy Spiritual Growth: Knowledge, Practice and Experience
(Desarrollo de un crecimiento espiritual saludable: Conocimiento, práctica y
experiencia). Darlington, Inglaterra: EP Books, 2013.
9. CARR, Robert. An Antidote against Lust: Or a Discourse of Uncleanness
(Un antídoto contra la lujuria, o un discurso acerca de la impureza).
Londres: [s. n.], 1690, p. 5.
10. El cuarto voto de la Orthodox Presbyterian Church para la admisión
de nuevos miembros pregunta: «¿Reconoces a Jesucristo como tu Señor
soberano y prometes, en dependencia de la gracia de Dios, servirlo con todo
lo que está en ti, abandonar el mundo, resistir al diablo, mortificar tus
obras y deseos pecaminosos, y vivir una vida santa?». ORTHODOX
PRESBYTERIAN CHURCH. Book of Church Order (Libro de orden en la
iglesia). [s. l.]: Orthodox Presbyterian Church, 2015, 3.B.2.b.
11. CARR, Robert. Antidote against Lust, p. 50.
12. Puedes obtener ayuda a este respecto en: MCGRAW, Ryan M. How Can
I Remember and Practice the Bible? (¿Cómo puedo recordar y practicar la
Biblia?). Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2016 (Cultivating
Biblical Godliness).
13. MURRAY, John. Principles of Conduct: Aspects of Biblical Ethics
(Principios de conducta: Cuestiones de ética bíblica). Grand Rapids:
Eerdmans, 2003, p. 56.
14. Catecismo Menor de Westminster, preg. 71.
15. Puedes encontrar un excelente análisis de la naturaleza y la práctica
de la meditación en: BEEKE, Joel R. How Can I Practice Christian Meditation?
(¿Cómo puedo practicar la meditación cristiana?). Grand Rapids:
Reformation Heritage Books, 2016 (Cultivating Biblical Godliness).
16. OWEN, John. The Works of John Owen, D.D. (Las obras de John Owen,
doctor en Teología). William H. Goold (ed.). Edimburgo: Johnstone & Hunter,
1850. Vol. 6, p. 33.
17. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 34.
18. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 37. Énfasis del original.
19. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 41.
20. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 42.
21. Reconociendo esta relación, el Catecismo Mayor de Westminster sitúa
la glotonería, por ejemplo, bajo los mandamientos sexto (preg. 136) y
séptimo (preg. 139).
22. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 44.
23. Catecismo Menor de Westminster, preg. 83.
24. Catecismo de Heidelberg, preg. 114.
25. «Aunque la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por
algún tiempo, la parte regenerada triunfa mediante el continuo suministro
de fuerza de parte del Espíritu santificador de Cristo; y así crecen en gracia
los santos, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (Confesión de
Fe de Westminster, XIII.III). Véase VAN VLASTUIN, Willem. Be Renewed: A
Theology of Personal Renewal (Sé renovado: Una teología de renovación
personal). Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2014 (Reformed Historical
Theology, vol. 26).
26. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 57.
27. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 51.
28. EDWARDS, Jonathan. Jonathan Edwards’ Resolutions and Advice to
Young Converts (Las resoluciones de Jonathan Edwards y sus consejos para
jóvenes conversos). Stephen J. Nichols (ed.). Phillipsburg, NJ: P&R, 2001, p.
30.
29. Confesión de Fe de Westminster, XIII.II
30. MURRAY, John. Principles of Conduct, p. 56.
31. JONES, Mark. Faith, Hope, Love: The Christ-Centered Way to Grow in
Grace (Fe, esperanza y amor: La manera cristocéntrica de crecer en la
gracia). Wheaton, IL: Crossway, 2017, p. 217.
32. Cowan plantea que Owen pretendía con esto oponerse al formalismo
de la Iglesia de Inglaterra de su época. Véase COWAN, Martyn C. John Owen
and the Civil War Apocalypse: Preaching, Prophecy, and Politics (John Owen y
el apocalipsis de la guerra civil: Predicación, profecía y política). Londres:
Routledge, 2018 (Religious Cultures in the Early Modern World), p. 88.
33. DUCKETT, Eleanor Shipley. The Gateway to the Middle Ages:
Monasticism (La puerta a la Edad Media: La vida monástica). Nueva York:
Dorset Press, 1990.
34. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 62.
35. WATSON, Thomas. The Lord’s Prayer (El padrenuestro). Edimburgo:
Banner of Truth, 1999, p. 294.
36. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 62.
37. BEEKE, Joel R. Friends and Lovers: Cultivating Companionship and
Intimacy in Marriage (Amigos y amantes: El cultivo del compañerismo y la
intimidad en el matrimonio). Adelphi, MD: Cruciform Press, 2012.
38. WATSON, Thomas. The Lord’s Prayer, pp. 323-326.
39. Puedes encontrar un enfoque cristocéntrico de los atributos divinos
en: JONES, Mark. God Is: A Devotional Guide to the Attributes of God (Dios
es: Guía devocional acerca de los atributos de Dios). Wheaton, IL: Crossway,
2017.
40. OWEN, John. Works. Vol. 1, p. 304.
41. Sin embargo, no deberíamos olvidar que Owen hizo hincapié en que la
justificación en Cristo es el principal motivo que ha de impulsarnos a
obedecer a Dios. Véase OWEN, John. Works. Vol. 5, p. 4.
42. VANDRUNEN, David. God’s Glory Alone: The Majestic Heart of
Christian Faith and Life (La gloria solo para Dios: El corazón majestuoso de
la fe y la vida cristianas). Grand Rapids: Zondervan, 2015 (The 5 Solas), p.
123.
43. CARR, Robert. Antidote against Lust, p. 31.
44. Puedes obtener más información acerca de la negación de uno mismo
en: MCGRAW, Ryan M. Why Should I Deny Myself? (¿Por qué debería negarme
a mí mismo?). Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2015 (Cultivating
Biblical Godliness). Este librito se ha publicado en español y está disponible
en Cristianismo Histórico (www.cristianismohist.com).
45. LEWIS, C. S. The Great Divorce, p. 106.
Libros recomendados
¿CÓMO PODEMOS DESARROLLAR LA AMISTAD
BÍBLICA?
Joel R. Beeke, Michael A. G. Haykin
“Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el
rostro de su amigo”, nos dice Proverbios 27:17. Dios utiliza
las amistades cristianas para ayudar a Sus hijos a crecer en
gracia y permanecer fieles a Cristo. En cambio, nuestra
cultura occidental del siglo XXI valora el individualismo, el
ajetreo y el egoísmo: cualidades que no fomentan las
amistades profundas, duraderas y satisfactorias. Los autores
nos guían a través de un estudio general de las amistades
bíblicas e históricas, extrayendo principios de estas que nos
serán de ayuda para formar nuestras propias amistades
bíblicas, las cuales nos estimularán en nuestro caminar
cristiano en un mundo que no es amigo de la gracia.
“¡Un tesoro! Escrito por dos amigos míos, un librito acerca
de la amistad que me hace sentir agradecido por ellos y por
lo que han escrito. La amistad es lo que Jesús nos regala en
sus últimas horas —‘vosotros sois mis amigos’—, y
descubrirla con otros es uno de los mayores regalos de Dios.
Encantadoramente amable y práctico, este es un tesoro poco
habitual que sin duda tendrá una amplia aceptación”.
—Derek W. H. Thomas, ministro decano de First
Presbyterian Church, Columbia, Carolina del Sur; profesor
Robert Strong de Teología Sistemática y Pastoral, RTS
Atlanta
“Este librito es necesario en el mundo cristiano, ya que la
gente se relaciona con teléfonos y tabletas, pero cada vez
menos con los demás. Aquí tenemos un tratamiento
accesible, fácil de leer y completo de cómo la Biblia nos
anima a mantener amistades profundas. Es lúcido, pero no
simplista, juicioso, pero no oscuro, convincente pero no
estridente”.
—Geoff Thomas, pastor de Alfred Place Baptist Church,
Aberystwyth, Gales
Michael A. G. Haykin es profesor de Historia de la Iglesia
y Espiritualidad Bíblica en Southern Baptist Theological
Seminary en Louisville, Kentucky.
Joel R. Beeke es presidente de Puritan Reformed
Theological Seminary y pastor de Heritage Netherlands
Reformed Congregation en Grand Rapids, Míchigan.
Disponible en Cristianismo Histórico
¿QUÉ ES EL ARREPENTIMIENTO?
Jeremy Walker
El espíritu de la época nos dice que, en lugar de sentirnos
mal con nosotros mismos, debemos aumentar nuestro amor
propio. Sin embargo, para llegar a ser cristiano y mantener
una vida cristiana saludable, tenemos que practicar el
arrepentimiento. Esto significa reconocer con tristeza
nuestro pecado y anhelar la santidad y una obediencia mayor
a la voluntad de Dios. En este folleto, Jeremy Walker explica
que el arrepentimiento bíblico implica dejar el pecado y
volverse a Dios. Nos proporciona cuadros bíblicos del
arrepentimiento, así como medidas prácticas para
desarrollar esta característica importante en nuestras vidas.
“Leer el folleto de Jeremy Walker, ¿Qué es el
arrepentimiento?, es como ir con un doctor de almas a la
sala de operación y ver cómo abre el corazón humano.
Primero nos enseña brevemente la naturaleza del pecado y
sus consecuencias devastadoras. Después, usa el bisturí
quirúrgico para separar con destreza el verdadero
arrepentimiento del falso, para que en realidad encontremos
la salvación en Jesucristo. Todo cristiano debe leer este libro
y ponerlo en las manos de aquellos que le pregunten
seriamente sobre el camino a la vida”.
—Conrad Mbewe, pastor de Kabwata Baptist Church,
Zambia, y conferenciante
Jeremy Walker es pastor de Maidenbower Baptist Church
en Crawley, Inglaterra y el autor de Passing Through:
Pilgrim Life in the Wilderness.
Disponible en Cristianismo Histórico
GUARDA TU CORAZÓN
John Flavel
“Antes de ser regenerado, el corazón del hombre es la
parte peor de su ser, pero después es la mejor. El corazón es
el asiento de los principios y la fuente de las acciones. Dios
fija su atención en él, y de la misma manera, la atención del
cristiano debe centrarse principalmente en su corazón. La
mayor dificultad en la conversión es ganar el corazón para
Dios, y la mayor dificultad después de la conversión es
mantener el corazón en Dios”.
—John Flavel
“Los escritos de Flavel lo revelan como alguien de mente
clara y elocuente, al más puro estilo puritano ortodoxo,
enfocado en Cristo, sus temas se centran en la vida, con la
mente siempre puesta en hacer que progresara la verdadera
piedad, con paz y gozo en el Señor”.
—J. I. Packer
En esta obra clásica, el puritano John Flavel le habla al
creyente sobre la necesidad de guardar su corazón en todo
tiempo y de cumplir con este deber de forma bíblica. El
autor explica lo que significa guardar el corazón y procede a
detallar aquellos tiempos de la vida cristiana en los que este
necesita un cuidado especial. Incluye consejos pastorales
para doce períodos importantes de la vida cristiana, entre
ellos los tiempos de prosperidad, adversidad, peligro,
necesidad y tentación. Para estos tiempos, y otros que
pudieran venir, Flavel tiene palabras de aliento, exhortación
y guía que son pertinentes para los cristianos de cualquier
época.
Tomarlas en serio ayudará al creyente a cultivar su amor
por Dios para que este no mengüe, sin importar la
circunstancia en la que se esté esforzando por ofrecer un
servicio agradable a Dios.
En 1662 John Flavel fue expulsado de la iglesia de
Inglaterra y comenzó a predicar ilegalmente en casas
particulares, en bosques y hasta en una isla rocosa en el río
Salcombe. A pesar de esto, su congregación nunca dejó de
estimarlo y, cuando las restricciones fueron suspendidas en
1687, edificaron una gran iglesia en la que él pudo continuar
su ministerio. Allí permaneció hasta su muerte en 1691. Su
predicación y escritos demuestran su profunda experiencia
espiritual y su labor en la oración y el autoexamen.
Disponible en Cristianismo Histórico
Publicaciones Aquila
5510 Tonnelle Ave.
North Bergen, NJ 07047
EE.UU.
www.cristianismohist.com
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