¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA? RYAN M. MCGRAW Publicaciones Aquila ¿Cómo puedo vencer la lujuria? Publicaciones Aquila 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047–3029 EE. UU. Publicado originalmente en inglés por Reformation Heritage Books bajo el título How Can I Overcome Lust? Copyright © 2018 por Ryan M. McGraw Primera edición en español: 2018 Copyright © 2018 por Publicaciones Aquila para esta versión en español. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, mecánico, de grabación u otro, sin el permiso previo del editor. Traducción: Ana Juliá Cristóbal Revisión: Bonifacio Lozano, Lillian A. Payero Diseño de la cubierta: Latido Creativo Las citas bíblicas se han tomado de la Biblia de las Américas (LBLA). Copyright © 1986, 1995, 1997, The Lockman Foundation. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-932481-45-7 Impreso en EE. UU. Printed in USA CULTIVANDO LA PIEDAD BÍBLICA Editores de la serie Joel R. Beeke y Ryan M. McGraw El Dr. David Martyn Lloyd-Jones dijo una vez que lo que la Iglesia necesita hacer por encima de todo es «empezar a vivir ella misma la vida cristiana. Si lo hiciera, los hombres y las mujeres se agolparían para entrar en nuestros edificios. Dirían: “¿Cuál es el secreto?”». Como cristianos, una de las necesidades más grandes que tenemos es la de que el Espíritu Santo cultive la piedad bíblica en nosotros a fin de exhibir la belleza de Cristo a través de nosotros, todo ello para la gloria del Dios trino. Teniendo presente ese objetivo, esta serie de libritos trata asuntos vitales para la experiencia cristiana a un nivel básico. Cada librito aborda una pregunta concreta a fin de transmitir información a la mente, estimular los sentimientos y transformar a la persona por completo por la gracia del Espíritu, de tal manera que la Iglesia «[adorne] la doctrina de Dios nuestro Salvador en todo respecto» (Tit 2:10). ¿Cómo puedo vencer la lujuria? Ryan M. McGraw Publicaciones Aquila 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047 EE.UU. Copyright © 2018 por Publicaciones Aquila. Todos los derechos reservados. Traducción: Ana Juliá Cristóbal Revisión: Bonifacio Lozano, Lillian A. Payero Primera edición: 2018 Contenido ¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA? Página de créditos CULTIVANDO LA PIEDAD BÍBLICA ¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA? Libros recomendados ¿CÓMO PUEDO VENCER LA LUJURIA? En el libro de C. S. Lewis The Great Divorce (El gran divorcio), el protagonista de la historia se encuentra con un alma condenada que llevaba un lagarto rojo sobre su hombro1. El aspecto del condenado es oscuro y aceitoso, lo que refleja la contaminación de su alma. El lagarto le susurra cosas continuamente al oído mientras el hombre, irritado, no deja de ordenarle que se calle, al menos cuando esté delante de una persona educada. A continuación, el hombre se encuentra con un ángel que se ofrece a hacer callar al lagarto matándolo. Él le responde que desea silenciarlo solo a causa de la persona con quien está, pero que no quiere hacer nada tan drástico como darle muerte. Cuando el ángel le explica que matar al lagarto es la única forma de que el hombre viva, este replica que le resultaría demasiado doloroso acabar con el animal y que él mismo podría morir en el proceso. El lagarto entonces le susurra al hombre que matarlo no sería «natural». Al final, el ángel logra convencer al hombre de que es mejor morir que vivir con esa criatura. Cuando el ángel mata al lagarto, tanto el hombre como el animal son transformados. El hombre resplandece, mientras que el lagarto se convierte en un caballo semental. El guía del protagonista del libro explica entonces lo siguiente: Todo, aun lo más bajo y bestial, podrá resucitar si se somete a la muerte. Se siembra un cuerpo natural, se resucita un cuerpo espiritual. La carne y la sangre no pueden venir a las montañas. Y no por ser demasiado repugnantes, sino por ser muy débiles. ¿Qué es un lagarto comparado con un semental? La lujuria es algo débil y mediocre que gimotea y cuchichea, en comparación con la riqueza y el vigor del deseo que surge cuando se aniquila la lujuria2. Lewis emplea estas imágenes para demostrar que la lujuria es la perversión del deseo sexual y que debemos matarla para cumplir los planes de Dios en relación con la sexualidad humana. En la actualidad, las tentaciones a la lujuria son cada vez más abundantes. La proliferación de la pornografía en internet, por ejemplo, se ha vuelto tan común que ha empezado a insensibilizar los sentidos de las personas con respecto a la gravedad de la lujuria en el corazón. Aunque muchos solteros creen que el matrimonio es la respuesta a la lujuria, no se dan cuenta de que llevar al matrimonio sus deseos sexuales distorsionados destruirá el matrimonio mucho antes de sanar esa lujuria. No reconocer lo que es la lujuria, ni mortificarla en el corazón, ha dejado tras de sí un sinfín de matrimonios, ministerios e iglesias destrozados. Hoy muchos confunden lujuria con deseo sexual, y el resultado es que creen que mortificar la lujuria en el corazón no es ni posible ni deseable. Además, muchos no entienden que el deseo sexual es un don que Dios nos ha dado en la creación y que lo glorifica a Él, mientras que la lujuria es la distorsión de ese deseo natural. La lujuria es, en esencia, egocéntrica, como todos los pecados. Es lo opuesto a negarnos a nosotros mismos, a amar al Dios trino y a nuestro prójimo. Este librito resalta la gravedad de la lujuria y ofrece a sus lectores esperanza para vencerla. Una de las mejores maneras de conseguirlo es tener en cuenta los principios fundamentales para vencer los malos deseos en general, identificar la naturaleza de la lujuria en particular y aplicar los principios bíblicos para encontrar una forma de superarla. Podemos vencer la lujuria por medio de la unión con Cristo cuando el Espíritu nos hace como Él a través de los medios que Dios nos ha dado. La lujuria es una forma de meditación dirigida hacia objetos equivocados y por motivos equivocados. Algunos de los principales medios bíblicos para vencer la lujuria son la meditación, la fe y la oración. La victoria sobre la lujuria debe estar cimentada en meditar sobre las pertinentes verdades de la Escritura, que se perfilan en este librito. EL FUNDAMENTO: CÓMO VENCER LOS MALOS DESEOS Y LA LUJURIA EN CRISTO Una de las lecciones más importantes que puedes aprender en tu batalla contra el pecado es que tu pecado no es único, ni tampoco tu situación en la vida. Satanás quiere convencernos de que nadie nos entiende y de que nadie puede ayudarnos. Sin embargo, Dios nos dice que «no [nos] ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres» (1 Co 10:13). Aunque haya aspectos únicos en nuestras luchas personales, el Señor hace hincapié en remedios comunes a diversas tribulaciones (2 Co 1:3-7). El pecado se centra en sí mismo, mientras que la obediencia se centra en Dios. Satanás quiere aislarte de los demás creyentes en tus problemas, con el fin de robarte la esperanza. El Señor, en cambio, señala repetidas veces lo que tienes en común con tus hermanos creyentes, con el propósito de alimentar tu esperanza (1 P 4:12). La mejor manera de abordar el problema de la lujuria es aprender a luchar contra los malos deseos en general. Por «malos deseos» entendemos cualquier apetito o pasión desordenado o mal dirigido, y ahí se incluye la lujuria. Esto nos ayuda a captar cómo trabaja el Espíritu en la vida cristiana. Debemos aprender a entender y aplicar los principios comunes de la vida piadosa, a fin de progresar en los casos particulares. Al comprender cómo vencer los malos deseos, entendidos como cualquier apetito o pasión desordenados, la cuestión de la lujuria se sitúa en su debida perspectiva. ¿QUÉ SON LOS MALOS DESEOS Y CÓMO ACTÚAN? Todo pecado empieza con un mal deseo, y todo mal deseo comienza en el corazón y actúa hacia afuera. Por eso Santiago escribe: Que nadie diga cuando es tentado: Soy tentado por Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal y El mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte (Stg 1:13-15). Este pasaje nos enseña varias ideas clave acerca de la naturaleza, el origen y el progreso de las pasiones o malos deseos. En primer lugar, los malos deseos son culpa nuestra. No podemos culpar al Señor por ellos. Esto refleja la verdad de que Dios «no es, ni puede ser, el autor o aprobador del pecado»3. No podemos decir que no nos queda más remedio que continuar pecando porque el Creador «nos hizo así». Los hombres a menudo ponen esta excusa en relación con la lujuria al actuar como si codiciar a las mujeres en sus corazones fuera inevitable y como si no pudieran hacer nada al respecto más que eliminar las tentaciones externas. Debemos preguntarnos, sin embargo, si vivir de esta manera es realmente el propósito de Dios. No hemos de confundir unos deseos intensos de pecar con una necesidad natural. Thomas Manton señaló: «Nuestras acciones no pueden llevarse a término sin nuestro consentimiento, y debemos asumir la culpa»4. Aunque las personas que practican pecados como la homosexualidad a menudo se defienden con declaraciones del estilo de «Dios me hizo así», ¿acaso no piensan muchos lo mismo en relación con otras tentaciones? ¿Es diferente el caso cuando un hombre excusa su lujuria afirmando que Dios lo creó para que se sintiera atraído por las mujeres? ¿No es esta una forma sutil de culpar al Creador por el problema, redefiniendo el pecado hasta que nos convencemos de que es natural? ¿No es habitual que los hombres cristianos miren con desdén la homosexualidad, cuando la raíz de su pecado es la misma? Debemos asumir nuestro pecado y reconocer que solo nosotros somos los culpables. En segundo lugar, los malos deseos crecen desde dentro hacia afuera. Del mismo modo que un niño es concebido en el vientre de su madre y va creciendo hasta que la madre está lista para dar a luz, así también el pecado es concebido en el corazón y va creciendo hasta pasar de los pensamientos a las palabras, las miradas, los gestos y las acciones. Los malos deseos son, inherentemente, un pecado interno. Ya sea que codiciemos a otras personas como objetos sexuales o que ansiemos dinero, fama, poder, popularidad, seguridad o cualquier otra cosa, el deseo siempre va creciendo desde dentro hacia afuera y no al contrario. Por eso no podemos hacer morir los malos deseos simplemente suprimiendo el entorno en el que se expresan. Un tigre enjaulado en un zoológico sigue siendo un tigre. Si sale de la jaula, te devorará. No hemos de limitarnos a meter los malos deseos dentro de una jaula, sino que debemos matarlos allí donde viven; de lo contrario, siempre encontrarán una forma de volver a salir. Manton escribió: «Mientras haya pasiones en el corazón, nunca habrá limpieza en la conducta; al igual que los gusanos en la madera, a la larga harán aparecer la podredumbre»5. Externalizar el pecado fue el error fatal de la religión de los fariseos (Mr 7:21). Si intentamos contener los malos deseos dentro del corazón tan solo cambiando nuestras circunstancias, entonces es que no hemos prestado atención a la advertencia de Jesús de que nos «[guardemos] de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Lc 12:1-3). En tercer lugar, los malos deseos son poderosos. Jesús dijo: «Todo el que comete pecado es esclavo del pecado» (Jn 8:34). Según Santiago, el pecado nos tienta, nos arrastra y nos seduce (Stg 1:14). Y también es peligroso. La concepción, el embarazo y el parto del pecado siempre resultan en la muerte de la madre, porque «la paga del pecado es muerte» (Ro 6:23a). Manton comentó: «La vida del pecado y la vida del pecador son como dos cubos en un pozo: si uno sube, el otro debe bajar; cuando el pecado vive, el pecador debe morir»6. La otra cara de esta moneda es que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro 6:23b). Cristo da vida eterna a aquellos a quienes quita la culpa del pecado y en quienes rompe el poder del pecado. Como nos recuerda la Confesión de Fe de Westminster, «así como no hay pecado tan pequeño que no merezca la condenación, tampoco hay pecado tan grande que pueda condenar a los que se arrepienten verdaderamente»7. Los adictos a la comida, las personas que viven en la perversión sexual, los compradores compulsivos, los perezosos y los que están atrapados en otros pecados profundamente arraigados tienen razón cuando dicen: «Esto es justo lo que soy». El pecado no es un concepto abstracto. Es la acción personal del pecador, e impregna cada fibra de su ser. Y aunque el poder del pecado ha sido roto en el cristiano, este continúa sintiéndolo. La buena noticia es que Cristo vino a «destruir las obras del diablo» en nosotros (1 Jn 3:8) y que el que está en nosotros es mayor que el que está en el mundo (1 Jn 4:4). ERRADICAR Y SUSTITUIR LOS MALOS DESEOS Erradicar los malos deseos se parece a la jardinería. Si mi jardín está infestado de malas hierbas, no puedo solucionar el problema construyendo una valla alrededor de los hierbajos, porque la atravesarán. Si les quito las hojas, les volverán a crecer enseguida. Debo cavar hasta las raíces. Sin embargo, si arranco las malas hierbas de raíz y dejo un trozo de tierra vacío, enseguida la maleza volverá a cubrir el terreno. Para erradicar las malas hierbas del jardín, tengo que arrancarlas de raíz y plantar plantas buenas en su lugar. En Colosenses 3:1-17 encontramos una panorámica general de este proceso en el contexto de nuestra santificación. El pasaje nos enseña a vencer las pasiones y deseos desordenados buscando a Cristo, haciendo morir el pecado, sustituyéndolo por la piedad y repitiendo después todo el proceso hasta que entremos en la gloria8. Llegados a este punto, es importante que conozcamos el patrón bíblico general para erradicar y sustituir los malos deseos. Los detalles se volverán más nítidos al efectuar un análisis más profundo de la lujuria. Buscar El primer paso para vencer nuestros malos deseos es buscar a Cristo en los lugares celestiales. Pablo comienza así: Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria (Col 3:1-4). El apóstol nos indica primero cómo debemos pensar en lugar de darnos una lista de pasos prácticos que seguir. De este modo es como se presenta siempre en la Escritura el progreso en la vida cristiana. Los mandatos de este texto son buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado, y poner la mira en ellas. Las buscamos y ponemos la mira en ellas porque Cristo está allí. El resto de la sección es una declaración de hechos, más que una exhortación. Si somos creyentes, hemos muerto al pecado, al yo y a las cosas de esta vida. Nuestras vidas están escondidas con Cristo en Dios. Cristo es nuestra vida. Él será manifestado, y nosotros seremos manifestados con Él en gloria. Para erradicar los malos deseos, hay que empezar por meditar en las verdades bíblicas y ejercer la fe en las promesas del Señor. Necesitamos tener una idea clara de quién es Cristo para nosotros y confiar en lo que Él ha hecho y va a hacer, tanto por nosotros como en nosotros. Hacer morir A continuación, Pablo nos exhorta a hacer morir nuestros pecados. Comienza así: Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos (Col 3:5-11 RVR1960). Aquí encontramos dos mandatos: hacer morir lo terrenal en nosotros y dejar nuestras malas obras. Robert Carr, ministro de la Iglesia de Inglaterra en el siglo XVII, escribió que uno de los Padres de la Iglesia calificaba este pasaje como «el texto más difícil de toda la Biblia y el deber cristiano más complicado que podemos afrontar»9. Destacan al menos dos aspectos generales con respecto a hacer morir el pecado. Primeramente, Pablo presenta diversos ejemplos en lugar de dar prioridad a casos particulares de pecado. Su idea es que los principios relativos a erradicar el pecado son comunes a todos los tipos de pecado. En segundo lugar, el apóstol comenta que estos pecados solían caracterizar a los creyentes, pero que los cristianos ya no se identifican con ellos. Ahora nos hemos revestido del nuevo hombre y nos vamos renovando conforme a la imagen de Dios en Cristo, junto con todos nuestros hermanos, vengan de donde vengan. Aunque el pecado permanece en nosotros, ya no reina en nosotros. Es inexcusable que los cristianos se identifiquen como siervos del pecado. Son santos y santificados para Dios. «Los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios» (Gá 5:21). Eso no significa que debamos dudar de si estamos en Cristo simplemente por encontrarnos batallando contra el pecado. Tampoco quiere decir que tengamos que excusar el pecado afirmando que lo hemos vencido cuando, en realidad, seguimos cayendo en él. Al contrario, significa que el proceso de erradicar el pecado ha de emanar de la fe en cuanto a quién es Cristo para nosotros y en lo que Él está haciendo en nosotros. «Cristo es el todo, y en todos», y debemos esperar que Él lo sea por la fe, si hemos de hacer morir nuestras obras y deseos pecaminosos10. Carr añade que nuestro bautismo incluye un voto de vivir de esta manera11. Sustituir Pablo concluye su exhortación a vivir piadosamente demostrando que no basta con deshacerse del pecado. Debemos sustituir las prácticas pecaminosas por prácticas piadosas y transformar los deseos desordenados en deseos correctos. El apóstol escribe: Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestíos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tiene queja contra otro; como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo de la unidad. Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la cual en verdad fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones. Y todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a Dios el Padre (Col 3:12-17). Fijémonos en que las meditaciones y exhortaciones de Pablo en Colosenses 3 empiezan y terminan con Cristo. Así es como las cosas deberían y deben ser en la vida cristiana. Cristo no es un simple concepto diseñado para aliviar las conciencias heridas, como si se tratara de una máquina expendedora que dispensa la justificación. Es un Salvador vivo que imprime su carácter en personas vivas a través de su Palabra y de su Espíritu. Debemos revestirnos de prácticas justas para sustituir a las injustas que desechamos. En este sentido, permitir que «la palabra de Cristo habite en abundancia en [nosotros]», cantar alabanzas y dar gracias a Dios por medio de Cristo son aspectos vitales de nuestra santificación. Tenemos que estar saturados y llenos de la Palabra y del Espíritu Santo si queremos buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado» (Col 3:1). Eso significa que no se puede hacer morir el pecado y seguir la piedad (1 Ti 6:11) sin orar, cantar y estudiar la Biblia con persistencia y oración12. Solo este proceso nos permite hacer todas las cosas, de palabra y de hecho, en el nombre del Señor Jesucristo. Repetir Es importante reconocer, a la luz de la enseñanza anterior, que, en opinión de Pablo, es posible hacer todas las cosas, ya sea que comamos o que bebamos, para la gloria de Dios (1 Co 10:31). Aunque nunca lo practiquemos a la perfección en esta vida, iremos avanzando progresivamente. Pablo esperaba que su enseñanza pudiera estimular a los cristianos para buscar la santidad, y no que se resignaran a seguir practicando el pecado. El pecado tiene un árbol genealógico. No siempre es posible trazar el linaje directo de los pecados concretos, pero sí podemos ver la semejanza familiar. No debería sorprendernos que una cultura presa de una falta generalizada de dominio propio y negación de uno mismo esté obsesionada con la lujuria. Endeudarse se ha convertido en la forma de vida de las personas. Desean trabajar lo menos posible, se están ahogando en sus distracciones, y la glotonería y la obesidad han pasado a ser problemas habituales. Si no tenemos dominio propio con respecto al dinero, el tiempo, el ocio y la alimentación, ¿por qué íbamos a esperar tenerlo en lo referente a la sexualidad? Parece que la Iglesia cristiana en Occidente, por desgracia, se asemeja grandemente al mundo en estos aspectos y muchos más. La buena noticia es que, por lo general, la victoria en una o varias de estas áreas da lugar a progresos en todas ellas. Cuando arranquemos las malas hierbas del pecado y las sustituyamos con plantas sanas que den el fruto de justicia (He 12:11), la maleza volverá a brotar. Sin embargo, los cristianos podemos y debemos hacer progresos repetidas veces contra «la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida» (1 Jn 2:16). EL OBJETIVO: IDENTIFICAR LA LUJURIA Los médicos aprenden a aplicar un mismo conjunto de habilidades al tratamiento de diversas enfermedades. Para utilizar bien esas habilidades, necesitan, no obstante, ser capaces de diagnosticar qué enfermedad tiene el paciente. Del mismo modo, para luchar contra el pecado, debemos aprender a aplicar los principios generales a los casos particulares. La gente suele equivocarse a la hora de combatir la lujuria porque no identifica el problema correctamente. En este sentido, es importante determinar qué es y qué no es la lujuria antes de aprender a hacerla morir y sustituirla. Cómo no hacer morir a la lujuria Es una equivocación suponer que evitar las ocasiones externas de caer en la lujuria equivale a mortificarla. Este error suele deberse a que confundimos lujuria con deseo sexual. La diferencia entre vicio y virtud implica desviar un deseo bueno dado por Dios hacia un objeto equivocado, en el momento equivocado y con el fin equivocado. Amarse a uno mismo puede ser piadoso, pero ser egoísta es malo. Que un juez ejecute a un criminal por asesinato es justo, pero que un hombre mate a alguien movido por una venganza personal es malvado. El deseo sexual es bueno, pero la lujuria es vil. Nunca podremos hacer morir el pecado simplemente evitando las ocasiones de cometerlo. Un desierto sin lluvia parece muerto. Sin embargo, cuando empieza a llover, las plantas brotan en abundancia. Lo mismo ocurre cuando evitamos las ocasiones de caer en un pecado sin arrancar la raíz de ese pecado. Otros cometen el error fatal de creer que el matrimonio es el remedio de Dios para la lujuria. Lo hacen porque leen y entienden mal 1 Corintios 7:9, que declara que «mejor es casarse que quemarse» con las pasiones. El matrimonio es el desahogo ordenado por Dios para el deseo sexual; sin embargo, no es un remedio para la lujuria13. La lujuria es perversión, y su naturaleza sigue siendo la misma dentro del matrimonio. He visto aun a ministros del evangelio entregados secretamente a la pornografía solo para terminar con matrimonios destruidos, aventuras extramaritales e iglesias deshechas. La lujuria no mortificada en el contexto del matrimonio es una bomba de relojería que, al final, acabará por estallar. Quienes esperan vencer la lujuria por medio del matrimonio parecen querer minar la «santa institución» divina, «que Él ama» (Mal 2:11). Un hombre adicto a la pornografía que intente curarse de la lujuria casándose actúa como si buscara una prostituta legal en lugar de una esposa. ¿Qué es la lujuria? La lujuria es dirigir los deseos sexuales dados por Dios hacia un objeto equivocado, con el fin equivocado y en el momento equivocado. Jesús dijo: Habéis oído que se dijo: “NO COMETERÁS ADULTERIO.” Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón. Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecar, córtala y échala de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo vaya al infierno. También se dijo: “CUALQUIERA QUE REPUDIE A SU MUJER, QUE LE DE CARTA DE DIVORCIO.” Pero yo os digo que todo el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de infidelidad, la hace cometer adulterio; y cualquiera que se casa con una mujer divorciada, comete adulterio (Mt 5:27-32). En este pasaje Jesús relaciona el séptimo mandamiento con diversas prácticas pecaminosas. En contraste con los escribas y fariseos, que reducían el pecado a sus expresiones externas, Jesús enseñaba que tanto el pecado como la justicia tienen su origen en el corazón. Los escribas y fariseos creían que podían vencer al pecado cambiando sus circunstancias. Por eso, Jesús afirma que la justicia de quienes entran en el Reino de los cielos debe superar la de los escribas y fariseos (Mt 5:20). El séptimo mandamiento requiere castidad en el corazón, palabra y conducta14. Buscar la piedad en este terreno es irreconciliable con permitir que la lujuria supure en el corazón, tanto como lo sería procurar divorcios ilegítimos. La lujuria es un deseo sexual inapropiado. Para hacerla morir, no podemos ni pasarla por alto, ni ponerle un nombre distinto. Tampoco podemos simplemente esperar curarnos de ella con la edad. Debemos identificarla, atacarla, hacerla morir y sustituirla por prácticas agradables al Señor. LOS SIGUIENTES PASOS: EL CAMINO HACIA LA VICTORIA SOBRE LA LUJURIA Ahora que hemos identificado la lujuria, necesitamos preguntarnos cuál es el camino para avanzar. Aunque algunas formas de perversión sexual, como la pornografía, presenten complicaciones añadidas, los principios básicos para vencer los malos deseos giran en torno a la meditación. En contraste con el concepto moderno de meditación, que implica vaciar la mente, la meditación bíblica conlleva un pensamiento y una contemplación intensos con vistas a la aplicación personal15. La meditación transforma nuestra forma de pensar a fin de transformar nuestra manera de vivir (Ro 12:1-2). Con frecuencia este asunto se pasa por alto o se malinterpreta a la hora de cultivar la piedad. Las nueve instrucciones de John Owen para vencer las pasiones no mortificadas explican muy bien este proceso. A menudo buscamos soluciones a un problema en forma de pasos prácticos, pero, de los nueve pasos de Owen, ocho tienen que ver con la meditación, la fe y la oración. Hacer morir el pecado debe implicar una reprogramación mental y espiritual que exija un cambio en nuestros patrones de pensamiento y nuestros sentimientos. Tras efectuar algunas observaciones preliminares, expondremos las nueve reglas de Owen para la mortificación de los malos deseos, pero adaptadas al problema de la lujuria. Quienes estén batallando con este pecado pueden utilizar esta sección en sus momentos cotidianos de meditación y oración, como una ayuda para reprogramar sus mentes y sus corazones. Según Owen, hay al menos dos requisitos previos a la mortificación del pecado. En primer lugar, tenemos que ser creyentes en Cristo. Esto significa que debemos estar vivos para Dios, a través de Cristo y por el poder del Espíritu. Owen escribió: «No puede haber muerte del pecado sin la muerte de Cristo»16. Con respecto al Espíritu, añadió: «Sería más fácil para un hombre ver sin ojos y hablar sin lengua que mortificar un solo pecado sin el Espíritu»17. Esto conduce a una conclusión importante: «Solo los hombres vivos pueden hacer morir el pecado; cuando los hombres están muertos (como todos los no creyentes, porque aun los mejores de ellos están muertos), el pecado está vivo, y vivirá»18. Debemos estar «vivos para Dios» a fin de estar «muertos para el pecado» (Ro 6:11). El segundo principio es que debemos oponernos en general a todos los malos deseos si queremos mortificar cualquiera de ellos19. Esta norma refleja la pauta bíblica que encontramos en Colosenses 3:1-17. No podemos esperar atacar la lujuria si no tenemos una política de tolerancia cero contra todas las demás pasiones. Owen escribió: «Si hemos de hacer algo, debemos hacerlo todo»20. Si somos indulgentes con la glotonería, si no gestionamos bien nuestro tiempo ni nuestro dinero, y si, por lo general, nos falta dominio propio, entonces no debería sorprendernos que no hagamos progresos contra la lujuria21. Luchar contra el pecado es como un entrenamiento en múltiples áreas. Entrenar un conjunto de músculos espirituales nos permite combatir bien en todos los demás campos. Aunque cada uno de nosotros tiene sus propias luchas, y estas cambian a menudo con el paso del tiempo, podemos vencer la lujuria si vencemos otros malos deseos. NUEVE REGLAS PARA MORTIFICAR LA LUJURIA ¿Qué pasos prácticos podemos y debemos dar para vencer la lujuria? Owen nos ofrece nueve ayudas para lograrlo por medio de la meditación piadosa. Considera los peligrosos síntomas del pecado no mortificado En primer lugar, tenemos que aprender a reconocer la diferencia entre la presencia del pecado que habita en nosotros en general (Ro 7:17) y los pecados que requieren una atención especial. La lujuria suele ser uno de estos últimos en la Iglesia de hoy. El primer paso hacia la victoria es despertar al problema. Deberíamos formularnos preguntas como estas: ¿Este pecado es persistente en mi vida? ¿De verdad nunca desaparece? Owen comentó: «Las viejas heridas descuidadas suelen ser mortales y siempre peligrosas. Nuestros trastornos internos se vuelven oxidados y pertinaces por haberlos mantenido cómodos y tranquilos durante un largo período»22. ¿Lleva este pecado tanto tiempo con nosotros que ya no nos preocupa demasiado? ¿Hemos hecho las paces con nuestros malos deseos? Una vez fui testigo de un interrogatorio a un candidato al ministerio en el cual este reconoció haber visto pornografía por internet. Cuando declaró que el Señor le había dado la victoria sobre ese pecado, uno de los ministros le preguntó cuándo había sido la última vez que había caído en él. El candidato respondió que había sido en algún momento de los últimos meses, pero que eso era normal. Gracias a Dios, quienes dirigían el interrogatorio se dieron cuenta de la gravedad de la situación, a pesar de que el candidato mismo no la advertía, y, en lugar de ordenarlo para el ministerio, se ofrecieron a aconsejarlo para que superara el problema. Es mala señal cuando los pecados se vuelven tan comunes que dejamos de reconocer lo graves que son. Otro síntoma peligroso de que tenemos un problema importante es que luchamos contra el pecado porque nos causa daño en lugar de combatirlo porque es vil y se opone a Dios. Puede que un niño no soporte la idea de que lo sorprendan en una travesura y que, al mismo tiempo, esté deseando desobedecer de nuevo si consigue salirse con la suya. Siempre que vivimos en un pecado no mortificado, endurecemos nuestros corazones contra Dios cuando Él emplea distintos medios para tratar con ese pecado. Es más fácil llamar legalista a un predicador o alegar que un amigo nuestro no entiende la situación que estamos atravesando, antes que admitir que Dios nos ha hablado a través de esas personas y que no deseamos escuchar. El primer paso para recuperarse de la lujuria es reconocer que tenemos un problema grave con ella. Desarrolla una percepción clara de la culpa de tu pecado y de lo peligroso y vil que es En segundo lugar, debemos ir adquiriendo una visión seria de nuestro pecado. Muchos cristianos tienen miedo de tomarse en serio la culpa del pecado. Temen que pensar demasiado en el pecado resulte morboso y les haga daño. Y es posible que tengan toda la razón. Pero tal vez uno de los motivos de que las expresiones de la lujuria, como la pornografía, estén causando estragos en la Iglesia sea precisamente que las personas temen tratar este pecado con la seriedad que merece. ¿Acaso por lo común que es, significa que ya no nos escandaliza? ¿Por eso tendemos a no tomárnoslo en serio? Alguno dirá: «Todos caemos en muchas cosas, y cada persona tiene unas luchas distintas. ¿Por qué van a ser diferentes la pornografía y los demás pecados sexuales?». Sin embargo, debemos recordar que no todos los pecados son igualmente detestables a la vista de Dios23. Por ejemplo, una cosa es que un hombre pierda los nervios o se enoje en su corazón y otra muy distinta que se enzarce en peleas los fines de semanas. Por intuición sabemos que estas manifestaciones externas del pecado son mucho peores que las que quedan contenidas en el interior. ¿Por qué tratamos la lujuria de forma diferente? La pornografía es una grave expresión externa de la lujuria. Es muy adictiva y reconfigura el pensamiento de las personas. Vencer un pecado como este es mucho más difícil y más serio de lo que mucha gente parece dispuesta a admitir. Las personas que estén batallando con esta forma de lujuria tendrán que orar y pasar por un largo proceso de renovación para ajustarse a los patrones bíblicos. También necesitarán contar con la ayuda de la iglesia. Sin embargo, ¿cómo es posible esperar vencer un pecado que ata con tanta fuerza a las personas sin aprender primero a reconocer lo grave que es el pecado en cuestión? Ahí es donde tropiezan muchas iglesias cuando se trata de fomentar la santificación bíblica. Los pastores y escritores que desestiman estas advertencias simplemente aconsejando a los creyentes que mediten con frecuencia en su justificación agravan el problema. Romanos 8:13 nos alerta: «Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis». Jesús también advirtió: «Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás os conocí; APARTAOS DE MI, LOS QUE PRACTICÁIS LA INIQUIDAD”» (Mt 7:22-23). Lucas convierte esta amonestación en una pregunta seguida de una parábola muy conocida: ¿Y por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que yo digo? Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, os mostraré a quién es semejante: es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el torrente dio con fuerza contra aquella casa, pero no pudo moverla porque había sido bien construida. Pero el que ha oído y no ha hecho nada, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin echar cimiento; y el torrente dio con fuerza contra ella y al instante se desplomó, y fue grande la ruina de aquella casa (Lc 6:46-49). Textos como estos nos advierten específicamente para que no asumamos que Dios nos acepta sin dar muestras de nuestra unión y comunión con Cristo por medio de una vida llena del Espíritu. Si bien no somos salvados por buenas obras, somos salvados para hacer buenas obras (Ef 2:8-10). Debemos tomarnos el pecado en serio para tomarnos a Cristo en serio. Los cristianos que están batallando con la lujuria necesitan a un Cristo que santifica, además de un Cristo que justifica. Necesitan a un Cristo completo que salva a las personas por completo. Quienes pasan por alto las advertencias de Jesús porque están justificados se exponen a recibir sus palabras condenatorias. El pecado no solo es vil y nos hace culpables, sino que además nos pone en peligro. Aquellos que reconocen lo peligroso que es el pecado, aunque continúen batallando con él, deben ejercer la fe en Cristo para hacer morir su pecado por el poder del Espíritu que opera en ellos. Hay un lado positivo en reconocer la gravedad del pecado. Desde cierta perspectiva, nuestra lucha contra el pecado en esta vida solo es «un pequeño principio»24. Lo que habremos de ser en Cristo cuando lo veamos cara a cara (1 Jn 3:1-3) supera en tal medida lo que somos ahora que será como comparar los rayos del sol con el sol mismo. Sin embargo, nunca debemos olvidar que «las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya está alumbrando» (1 Jn 2:8). También tenemos que recordar que los justos son como la luz del sol de la mañana, «que va aumentando en resplandor hasta que es pleno día» (Pr 4:18). El Espíritu nos está transformando de un grado de gloria a otro en Cristo, ya en esta vida (2 Co 3:18). La Confesión de Fe de Westminster nos presenta un aspecto complementario de la perspectiva bíblica respecto a nuestra relación con el pecado al recordarnos que nuestra parte regenerada vence parcialmente en esta vida y vencerá por completo en la otra25. Estas verdades deberían influir en nuestra batalla contra el pecado. Un amigo mío suele poner un ejemplo muy bueno para aplicar esta idea al problema de la pornografía. Cuando te sientas delante de una pantalla de ordenador porque te sientes tentado a ver pornografía por internet, ¿tiene importancia de qué manera te ves a ti mismo? ¿Es lo mismo que pienses dentro de ti que eres un pecador miserable, siempre entregado al pecado, pero que, al fin y al cabo, todos cometemos muchos errores; o que, por el contrario, declares: ¿Estoy en Cristo y he muerto al poder del pecado, de modo que no es apropiado que yo actúe de esta forma (Ro 6:10)? Estas dos perspectivas hacen toda la diferencia. Suponen la diferencia entre seguir descendiendo por la senda de una vida dominada por el pecado y aprender a hacer morir ese pecado por el Espíritu. Necesitamos desarrollar una percepción clara de la culpa de la lujuria y de lo peligrosa y vil que es, a fin de obtener una percepción clara de la justicia, la seguridad y la piedad que pueden ser nuestras en Cristo. Carga tu conciencia con la culpa del pecado En tercer lugar, tenemos que cargar nuestra conciencia con la culpa de nuestro pecado meditando en él. Este punto refuerza el anterior. Es importante no solo reconocer la naturaleza del pecado tal como es delante de Dios e identificar cuál es nuestro pecado en particular; también debemos meditar en su origen y en cómo ha progresado en nosotros, de manera que sintamos todo su peso. ¿Por qué luchas tanto con la lujuria? ¿Qué ha dado lugar a las manifestaciones concretas de este pecado en tu vida? ¿Has visto a otras personas como objetos de deseo sexual en lugar de considerarlas criaturas hechas a la imagen de Dios? ¿Por eso te ha resultado más fácil caer en pecados sexuales concretos? ¿Acaso has hecho un pacto con tus ojos para no mirar a una mujer (Job 31:1)? ¿Sueles observar los sensuales escaparates del centro comercial, o los catálogos de ropa interior que llegan por correo, o visitar sitios web inapropiados? ¿Por eso le ha resultado más fácil a tu pecado encontrar expresiones externas? Es más sencillo pasar por alto un pecado persistente que meditar en su culpa y odiosidad. Owen señaló sabiamente: «No cabe duda de que, si un hombre alega en lo más secreto de su corazón haber sido liberado del poder condenatorio de la ley y, por ello, se permite en secreto hacer la más mínima concesión a algún pecado o pasión, entonces, sobre la base del evangelio, ese hombre no puede albergar prueba alguna, con una seguridad espiritual tolerable, de que, de hecho, haya sido liberado debidamente de aquello de lo que él pretende haber sido liberado»26. A menudo las personas extraen lecciones equivocadas de la misericordia del Señor hacia asesinos y adúlteros, como el rey David. Owen preguntaba directamente: «¿Cabría la posibilidad de que David permaneciese tanto tiempo en la culpa de aquel abominable pecado sin albergar innumerables razonamientos corrompidos que le impedían ver con claridad la fealdad y la culpa de ese pecado en el espejo de la ley?»27. Debemos confiar en que, si el Señor mostró misericordia con pecadores como David y Pablo, entonces hará lo mismo con todos aquellos que se vuelvan a Él con fe y arrepentimiento (1 Ti 1:16). Tenemos que pensar, sin embargo, en la gravedad, el origen, las causas y el progreso en nosotros de pecados como la lujuria con mayor frecuencia de lo que solemos. Los niños no deberían cruzar la carretera corriendo, porque sus padres les dicen que no lo hagan. Sin embargo, si un niño atraviesa la calle corriendo y un vehículo lo atropella, resultaría necio que el niño lo olvidara con demasiada facilidad, porque, en ese caso, volvería a cometer el mismo error, y la próxima vez quizá el accidente sería fatal. Eso mismo deberíamos pensar nosotros respecto a la lujuria. Cargar tu conciencia con la culpa de tu pecado no tiene por qué ser deprimente, si lo haces de la manera correcta. Jonathan Edwards escribió a un cristiano joven: Que el pecado que queda en ti te lleve siempre a ser sumamente humilde. No pienses nunca que ya te has humillado lo suficiente por tus pecados; con todo, no te desanimes ni te abatas en absoluto por ello. Aunque somos en extremo pecaminosos, tenemos un Abogado para con el Padre, a Jesucristo el justo; su sangre preciosa, su justicia meritoria y la inmensidad de su amor y fidelidad sobrepasan infinitamente las más elevadas montañas de nuestros pecados28. Del mismo modo que nunca podremos humillarnos lo suficiente por nuestros pecados, tampoco podremos jamás exaltar a Cristo lo bastante por habernos salvado de ellos. Estas dos realidades son proporcionales entre sí. Anhela de forma vehemente y constante el ser liberado del pecado En cuarto lugar, tenemos que desear ser liberados de la vileza de nuestro pecado. Debemos confiar en la gracia del Señor Jesucristo para perdonar nuestros pecados y tener fe en que, cuando los confesamos, su justicia y fidelidad para perdonarlos nunca decaerán (1 Jn 1:9). Sin embargo, una persona que lucha contra el pecado es como un escalador que ha estado a punto de caerse y morir: no le basta con recuperar el equilibrio; tiene que seguir escalando. El verdadero arrepentimiento exige tristeza piadosa por el pecado y vehemencia contra él (2 Co 7:11). Pasajes como los salmos 32 y 51, y Romanos 7 a menudo consuelan a quienes están batallando con el pecado, porque estos textos son como un reflejo divinamente inspirado de sus propios corazones. Quienes combaten contra la lujuria han de ser como los israelitas en Egipto. Deben gemir por su servidumbre (Éx 2:24) y no dejar descansar al Señor hasta que Él los oiga (Ro 7:24). «El deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne» (Gá 5:17). Cada creyente libra «una continua e irreconciliable batalla»29 contra el pecado en el hombre o la mujer interior. Los cristianos no son como Esaú, que buscó diligentemente y con lágrimas su primogenitura perdida, pero no estuvo dispuesto a hallar ocasión para el arrepentimiento (He 12:17). Más bien son como David, que se sometió a Dios y aceptó las consecuencias de sus pecados, y que consideraba que perder la presencia divina era más terrible que ninguna otra cosa (2 S 15:26; Sal 51:11). Si esperamos vencer la lujuria, debemos anhelar ser liberados de su vileza por alguna razón más aparte del deseo de no asumir sus consecuencias. Ten en cuenta tus inclinaciones naturales En quinto lugar, entiende cómo tus inclinaciones naturales, o tu carácter, afectan tu relación con el pecado y la gracia. El Señor nos hizo a todos con diferentes temperamentos. Nuestros puntos fuertes naturales a menudo coinciden con nuestros puntos débiles. Quienes tienen personalidades enérgicas pueden ser valientes para el Señor a la vez que irascibles con los demás. Los que son afables por naturaleza tal vez sean pacificadores y entablen amistad fácilmente, pero se ven tentados a hacer concesiones. Del mismo modo, los impulsos sexuales que sienten algunas personas son más fuertes que los de otras. Pablo indica que quienes tengan escaso impulso sexual, o sean capaces de dominarlo, deberían permanecer solteros (1 Co 7). Las persecuciones y las penalidades externas llevaron al apóstol a aconsejar a muchos creyentes que dominaran sus deseos sexuales y se quedaran sin casar en vista de «la presente aflicción» (1 Co 7:26). Esto implica que hasta quienes tengan fuertes deseos sexuales podrán gobernarlos si meditan, oran y renuevan sus esquemas mentales cuando sea necesario. El deseo sexual dado por Dios es un requisito previo para el matrimonio piadoso30. Toda buena dádiva en este mundo, sin embargo, se ve distorsionada por el pecado y ha de ser restaurada por la gracia. Si de forma natural sientes fuertes deseos sexuales, entonces deberías procurar casarte o, si ya lo estás, vivir piadosamente con tu cónyuge. Ya sea que estés casado o que no, recuerda el peligro que conlleva el pecado, que convierte las bendiciones en maldiciones por medio de la tentación. Mantente en guardia, vela y ora para que no entres en tentación (Mr 14:38). El deseo sexual que busca el bien de la otra persona dentro del matrimonio es un don de Dios (Pr 5:18; Ecl 9:9; Cnt)31. Evita las ocasiones de cometer el pecado en cuestión y todo aquello que lo promueve En sexto lugar, debemos rehuir las circunstancias externas que suelen llevarnos a pecar. Esta es la única instrucción, de las nueve que componen la lista de Owen, que se refiere a las ocasiones externas que conducen al pecado32. Aunque muchos cristianos tienden a pensar que la verdadera manera de luchar contra el pecado es evitar fumar, beber y otras tentaciones externas, la Biblia sitúa el principal campo de batalla en el corazón. Cambiar las circunstancias externas a la hora de combatir contra el pecado resulta vital, pero no puede proporcionarnos una victoria definitiva. Los votos monásticos de celibato en la Edad Media surgieron, en parte, como un intento de huir de la tentación sexual33. Da que pensar que el mismo razonamiento que conduce a muchos a prohibir beber alcohol, porque la bebida podría llevar a la embriaguez, también condujo a los cristianos de otras épocas a prohibir casarse porque el matrimonio podía suscitar un deseo sexual desordenado. El apóstol Pablo se refirió a tales prácticas como «doctrinas de demonios» (1 Ti 4:1-3). Satanás apunta al corazón desde fuera hacia adentro, mientras que Dios dice: «Dame, hijo mío, tu corazón» (Pr 23:26), con el fin de transformarnos desde dentro hacia afuera. Sin embargo, aunque todo comience en el interior, la pureza del corazón debe conducir a la pureza de nuestras prácticas. El hombre bienaventurado «no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores» porque su deleite está en la ley del Señor y en ella «medita de día y de noche» (Sal 1:1-2). El libro de Proverbios insiste mucho en evitar la lujuria. El padre aconsejaba a su joven hijo para que evitara la calle donde vivía la adúltera y que no escuchara sus palabras seductoras (Pr 7:8,10-20). Nuestra conducta externa a menudo revela lo que hay en nuestros corazones. Owen escribió: «Ten presente que aquel que se atreve a coquetear con las ocasiones del pecado también se atreverá a pecar»34. Deberíamos ponderar si somos sinceros o no cuando oramos para que Dios «no nos [meta] en tentación» (Mt 6:13) mientras nosotros, al mismo tiempo, corremos hacia ella35. ¿Te tomas en serio el pecado sexual? ¿Estás dispuesto entonces a rehuir las ocasiones externas que dan lugar a esas prácticas y las fomentan? ¿Evitas pasar por delante de las tiendas de lencería de los centros comerciales? ¿Vigilas tus formas de entretenimiento? ¿Estás dispuesto a evitar ciertas zonas de la ciudad, o a dejar de tomar el sol en una playa atestada de gente en pleno verano? ¿Les confesarías tus luchas con la pornografía a los ancianos de tu congregación y a tus amigos y familiares cristianos, que te aman y que desean ayudarte y ofrecerse para que les rindas cuentas de tus actos? ¿Renunciarías al acceso a internet sin supervisión? Si fuera necesario, ¿te desharías de tu smartphone? Eliminar las ocasiones que conducen al pecado no hará morir el pecado ni lo sustituirá por virtudes piadosas. Sin embargo, cuando identificamos en nuestros corazones un pecado del que no nos hemos arrepentido y consideramos lo peligroso y vil que es, cargamos nuestra conciencia con la culpa de ese pecado, anhelamos ser liberados de él y reconocemos nuestra tendencia a caer en él, ¿acaso no estaremos más dispuestos a acabar con todas las ocasiones externas que dan lugar a ese pecado? La batalla contra la lujuria empieza con nuestro hombre o mujer interior, pero tiene que afectar a todo el curso de nuestra vida. Nuestras prácticas externas deberían ser fruto de nuestra meditación y, además, estimularnos a ella. Oponte enérgicamente a los primeros actos pecaminosos En séptimo lugar, debemos atacar el pecado en su raíz si queremos librarnos de sus frutos. Owen advirtió: «Si el pecado dispone de permiso para dar el primer paso, dará otro. Es imposible marcarle límites»36. Si excusamos la ira constante contra alguien que nos ha difamado, tal vez nos convirtamos en personas que suelen estar enojadas habitualmente, aun con aquellos a quienes amamos. Si nos permitimos quejarnos por una situación de la vida, pasaremos a sentirnos descontentos con todas las circunstancias de la existencia. Por el contrario, si damos gracias en medio de nuestras pruebas, nos volveremos agradecidos en todo. Si luchamos contra la primera mirada lujuriosa, entonces nos resultará más fácil evitar que la lujuria anide en el corazón y, así, nos guardaremos de la pornografía y de otros pecados sexuales. Mejor aún, si transformamos nuestros pensamientos lujuriosos hacia una persona en oraciones para que Dios la bendiga, nos formaremos para edificar y ayudar a nuestro prójimo en lugar de utilizarlo como un mero objeto que solo sirve para satisfacer nuestros apetitos. Aparte de meditar en la gloria de Cristo y cultivar la comunión con el Espíritu, es probable que este sea el aspecto más importante cuando se trata de vencer la lujuria. Debemos aprender a reorientar nuestras vidas y a reeducar nuestra manera de pensar en el lugar mismo donde se origina el pecado. Si no conseguimos llevar esto a cabo con oración, no tendría que sorprendernos que nunca efectuemos progreso alguno contra la lujuria (ni contra ningún otro de nuestros malos deseos). Esta es la diana a la que apunta el Espíritu Santo con las saetas de la Sagrada Escritura. Si lucháramos contra el primer brote de deseo sexual desviado en nuestros corazones, ¿hasta qué punto no transformaría esto los matrimonios cristianos? ¿Cuánto no avanzaríamos hacia la resolución de muchos problemas sexuales dentro del matrimonio?37 Es mucho más fácil arrancar las malas hierbas que acaban de empezar a brotar que tener que cavar para deshacernos de las que ya tienen unas raíces muy profundas. Desarrolla pensamientos humildes acerca de ti mismo a la luz de tus elevados pensamientos acerca de Dios en Cristo En octavo lugar, debemos llegar a ver nuestro pecado y a nosotros mismos a la luz de la gloria del Dios trino. La horrible vileza del pecado se debe a que Dios es infinitamente bueno. Los pecados contra la gracia de Dios son peores que los pecados contra su justicia, porque su gracia nos salva de su justicia. Los pecados traicioneros de los hijos de Dios golpean el corazón divino mucho más de cerca que los ataques manifiestos de sus enemigos38. Meditar en los atributos de Dios y, en especial, en su misericordia hacia nosotros en Cristo nos ayuda a ver el pecado tal como es en realidad39. Sin hacer referencia al Dios de la Escritura, no existe el pecado. Sin Cristo como Redentor, no hay esperanza para los pecadores. Sin el Espíritu de Dios que obra en nosotros «tanto el querer como el hacer, para su beneplácito» (Fil 2:13), no hay victoria sobre el pecado, ni en esta vida ni en la otra. El pecado y la justicia no tienen significado si los contemplamos tan solo por lo que respecta a otras personas. Debemos entenderlo todo a la luz del Dios trino. Cuando estaba próximo al final de su vida, Owen escribió que creía que la principal razón que impedía que más personas hicieran progresos en la vida cristiana era que no meditaban en la gloria de Jesucristo40. Fijémonos en que no dijo que nuestro principal error fuera no pensar en nuestra justificación41. Necesitamos a un Cristo completo para salvar a personas completas. Si queremos vencer el pecado sexual, necesitamos ejercer la fe en el Cristo que nació del Espíritu para que nosotros pudiéramos nacer del Espíritu. Necesitamos confiar en el Cristo que recibió el Espíritu «sin medida» (Jn 3:34) para que nosotros pudiéramos recibir una medida del Espíritu (Ro 12:3; 1 Co 12:4-14). Necesitamos la obediencia de Cristo para que Dios nos acepte como justos en Cristo (Ro 5:19; 2 Co 5:21). Necesitamos a un Cristo crucificado para dejar de estar expuestos a la ira divina (Ro 5:9; Gá 3:13). Debemos acudir a un Cristo resucitado, sobre quien el pecado no tiene dominio alguno y en quien somos libertados del poder del pecado (Ro 6:5-11). Necesitamos a un Cristo que ascendió al Cielo para que pudiéramos tener un lugar en el Cielo (Jn 14:3) y gozar de plena seguridad en que nuestro fiel Sumo Sacerdote vive perpetuamente para interceder por nosotros (He 7:25) y darnos su Espíritu (Jn 14:26; 15:26). Necesitamos estar unidos al eterno Hijo de Dios por la fe para poder recibir el Espíritu de adopción en Él y tener derecho a todos los privilegios de los hijos de Dios (Gá 4:4- 7). Necesitamos a un Cristo que regresará en gloria (Hch 1:11; He 9:28) y que nos asegura que, cuando lo veamos como Él es, seremos semejantes a Él (1 Jn 3:1-3). Solo teniendo esta esperanza y por medio de la fe en este Cristo podremos purificarnos, «así como El es puro» (1 Jn 3:3), y «[perfeccionar] la santidad en el temor de Dios» (2 Co 7:1). Un elemento vital para la victoria sobre la lujuria es contemplar habitualmente la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo (2 Co 3:18). Solo entonces podremos ser transformados de un grado de gloria a otro. Reflexionar y orar con respecto a estas cuestiones constituye, en esencia, el meollo de la meditación cristiana. La lujuria es, en cierto modo, «meditar» sobre objetos inapropiados de deseo sexual. Por eso no tendría que sorprendernos que vencerla implique también practicar la meditación. ¿Es casualidad que meditar sea un deber tan descuidado en la actualidad y que haya tantas personas luchando contra la lujuria al mismo tiempo? Por medio del Espíritu, hemos de ejercer la fe en el Cristo completo, con el fin de santificar a la persona completa, si queremos huir de «las pasiones carnales que combaten contra el alma» (1 P 2:11). Debemos aceptar solo aquella paz de conciencia que proceda de Dios Finalmente, tan solo debemos recibir la paz de conciencia que el Señor nos infunda. Los falsos profetas siempre claman: «“Paz, paz”, pero no hay paz» (Jer 6:14). Quienes endurecen sus corazones en el pecado a menudo concluyen que el que hace mal debe de ser bueno a los ojos del Señor (Mal 2:17). Hoy abundan los pecados sexuales. La fornicación, la pornografía, el adulterio, el divorcio, la homosexualidad y otros pecados sexuales están cortados por el mismo patrón. No hemos de tener las conciencias tranquilas por el mero hecho de que los pecados sexuales se hayan convertido en «lo normal». Debemos recibir solo la paz que procede de Dios. La buena noticia es que el Señor ha prometido purificar nuestras conciencias delante de Él (He 9:14). Deberíamos acudir a Dios «en plena certidumbre de fe» (He 10:22), con «manos limpias y corazón puro» (Sal 24:4). Esto es posible hasta para la persona sexualmente inmoral e impura. Pablo dijo a los corintios: «Esto erais algunos de vosotros» (1 Co 6:11). Un adúltero arrepentido como fue David pudo decir nuevamente que andaba en integridad delante de Dios (Sal 26:1) con corazón sincero (Sal 119:7-8). Ninguno de nosotros es capaz de deshacerse por completo del pecado a este lado de la gloria (1 Jn 1:8). Sin embargo, en Cristo hemos sido santificados y podemos ser santos. Deberíamos deleitarnos menos en que somos despreciables pecadores salvados por gracia y más en que hemos sido santificados en Cristo Jesús y llamados a la comunión con Dios (1 Co 1:2,9). Nuestra paz de conciencia viene de ese Cristo que nos concede el arrepentimiento del mismo modo que el perdón. Nuestro gozo se halla en el Espíritu Santo (Ro 14:17). Nuestra certeza radica en que nuestro Padre celestial, que comenzó en nosotros la buena obra, será fiel en perfeccionarla en el día de Jesucristo (Fil 1:6; 2 Ti 1:12). La paz de conciencia no solo debería surgir en nosotros al reflexionar sobre nuestra justificación, sino también por esperar que el Dios que justifica nos santifique en Cristo Jesús por su Palabra y por su Espíritu. Hay esperanza para los que se han entregado a la lujuria. No te des por vencido. Debes esperar que Cristo oiga tu intenso clamor, bendiga los medios de gracia y te saque del lodo del pecado y del sufrimiento (Sal 40:2). Eso es lo que significa ser salvado por la fe en Cristo. CONCLUSIÓN Nuestra comprensión del llamamiento de Cristo a ser sus discípulos debe experimentar una revisión radical en nuestro mundo occidental. Hoy la Iglesia cristiana necesita urgentemente una autodisciplina y un dominio propio que estén centrados en Cristo y llenos del Espíritu, y que glorifiquen a Dios42. Como Pablo, debemos aprender a golpear nuestro cuerpo y hacerlo nuestro esclavo (1 Co 9:27). Necesitamos que el Espíritu restaure nuestras facultades y deseos en Cristo, en vez de permitir o bien que se lleven a la práctica de un modo desenfrenado, o que se supriman aunque resulte antinatural. El deseo sexual exalta al Creador, mientras que la lujuria denigra a la criatura. Las siguientes afirmaciones y preguntas resumen el contenido de este librito y proporcionan al lector algunos mecanismos para cultivar la meditación mientras intenta vencer la lujuria: 1. Vencer la lujuria debe seguir el patrón de los principios generales de la vida cristiana. ¿Estás procurando rendirlo todo a Cristo, incluida tu sexualidad? 2. Vencer la lujuria debe ser el resultado de la unión con Cristo y la fe en Él. ¿Combates la lujuria ejerciendo la fe en el Cristo completo? 3. Vencer la lujuria debe depender del poder omnipotente del Espíritu. ¿Utilizas los medios que Dios ha establecido para tu santificación y confías en que Él los va a bendecir? 4. Vencer la lujuria es, principalmente, una cuestión de meditación. ¿Reconoces lo vital que es la meditación para la vida cristiana? 5. Vencer la lujuria es una batalla continua que terminará tan solo cuando veamos a Cristo en gloria. ¿Tu deseo de verle tal como Él es refuerza tu resolución de combatir tus malos deseos? El pecado es, en esencia, egoísta, mientras que la obediencia se centra sobre todo en los demás43. El pecado es autoindulgencia, mientras que obedecer es negarnos a nosotros mismos, lo cual no equivale a negar nuestros deseos naturales. Obedecer es abandonar lo pecaminoso porque deseamos más aún la gloria de Jesucristo44. C. S. Lewis escribió: «No hay más que un bien: Dios. Todo lo demás es bueno cuando mira hacia Él y malo cuando le vuelve la espalda. Y cuanto más alto y poderoso sea algo en el orden natural, más demoníaco se tornará si se rebela»45. Tal vez hacer morir la lujuria sea una de las principales áreas donde puedes practicar el negarte a ti mismo y perseguir el «incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, [tu] Señor» (Fil. 3:8). Cuando empieces a negarte a ti mismo y a hacer progresos contra tus malos deseos en un área, el Espíritu Santo fortalecerá tus músculos espirituales para librar otras batallas. Las Escrituras dan esperanza para vencer los malos deseos a aquellos que se lo toman en serio y que están dispuestos a utilizar los medios que Dios ha provisto para conseguirlo. ___________ 1. LEWIS, C. S. The Great Divorce (El gran divorcio). Nueva York: Harper One, 1973, pp. 106-115. Mi agradecimiento a John y Pam Leding por sus valiosos comentarios sobre el primer borrador de este librito. 2. LEWIS, C. S. The Great Divorce, p. 114. 3. Confesión de Fe de Westminster, V.IV. 4. MANTON, Thomas. A Practical Commentary, or an Exposition with Notes, on the Epistle of James (Comentario práctico a la Epístola de Santiago, o una exposición con notas). Londres: [s. n.], 1652, p. 92. 5. MANTON, Thomas. Epistle of James, p. 117. 6. MANTON, Thomas. Epistle of James, p. 119. 7 Confesión de Fe de Westminster, XV.IV. 8. Puedes obtener más información acerca de este asunto en: BEEKE, Joel R. Developing Healthy Spiritual Growth: Knowledge, Practice and Experience (Desarrollo de un crecimiento espiritual saludable: Conocimiento, práctica y experiencia). Darlington, Inglaterra: EP Books, 2013. 9. CARR, Robert. An Antidote against Lust: Or a Discourse of Uncleanness (Un antídoto contra la lujuria, o un discurso acerca de la impureza). Londres: [s. n.], 1690, p. 5. 10. El cuarto voto de la Orthodox Presbyterian Church para la admisión de nuevos miembros pregunta: «¿Reconoces a Jesucristo como tu Señor soberano y prometes, en dependencia de la gracia de Dios, servirlo con todo lo que está en ti, abandonar el mundo, resistir al diablo, mortificar tus obras y deseos pecaminosos, y vivir una vida santa?». ORTHODOX PRESBYTERIAN CHURCH. Book of Church Order (Libro de orden en la iglesia). [s. l.]: Orthodox Presbyterian Church, 2015, 3.B.2.b. 11. CARR, Robert. Antidote against Lust, p. 50. 12. Puedes obtener ayuda a este respecto en: MCGRAW, Ryan M. How Can I Remember and Practice the Bible? (¿Cómo puedo recordar y practicar la Biblia?). Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2016 (Cultivating Biblical Godliness). 13. MURRAY, John. Principles of Conduct: Aspects of Biblical Ethics (Principios de conducta: Cuestiones de ética bíblica). Grand Rapids: Eerdmans, 2003, p. 56. 14. Catecismo Menor de Westminster, preg. 71. 15. Puedes encontrar un excelente análisis de la naturaleza y la práctica de la meditación en: BEEKE, Joel R. How Can I Practice Christian Meditation? (¿Cómo puedo practicar la meditación cristiana?). Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2016 (Cultivating Biblical Godliness). 16. OWEN, John. The Works of John Owen, D.D. (Las obras de John Owen, doctor en Teología). William H. Goold (ed.). Edimburgo: Johnstone & Hunter, 1850. Vol. 6, p. 33. 17. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 34. 18. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 37. Énfasis del original. 19. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 41. 20. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 42. 21. Reconociendo esta relación, el Catecismo Mayor de Westminster sitúa la glotonería, por ejemplo, bajo los mandamientos sexto (preg. 136) y séptimo (preg. 139). 22. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 44. 23. Catecismo Menor de Westminster, preg. 83. 24. Catecismo de Heidelberg, preg. 114. 25. «Aunque la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por algún tiempo, la parte regenerada triunfa mediante el continuo suministro de fuerza de parte del Espíritu santificador de Cristo; y así crecen en gracia los santos, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (Confesión de Fe de Westminster, XIII.III). Véase VAN VLASTUIN, Willem. Be Renewed: A Theology of Personal Renewal (Sé renovado: Una teología de renovación personal). Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht, 2014 (Reformed Historical Theology, vol. 26). 26. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 57. 27. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 51. 28. EDWARDS, Jonathan. Jonathan Edwards’ Resolutions and Advice to Young Converts (Las resoluciones de Jonathan Edwards y sus consejos para jóvenes conversos). Stephen J. Nichols (ed.). Phillipsburg, NJ: P&R, 2001, p. 30. 29. Confesión de Fe de Westminster, XIII.II 30. MURRAY, John. Principles of Conduct, p. 56. 31. JONES, Mark. Faith, Hope, Love: The Christ-Centered Way to Grow in Grace (Fe, esperanza y amor: La manera cristocéntrica de crecer en la gracia). Wheaton, IL: Crossway, 2017, p. 217. 32. Cowan plantea que Owen pretendía con esto oponerse al formalismo de la Iglesia de Inglaterra de su época. Véase COWAN, Martyn C. John Owen and the Civil War Apocalypse: Preaching, Prophecy, and Politics (John Owen y el apocalipsis de la guerra civil: Predicación, profecía y política). Londres: Routledge, 2018 (Religious Cultures in the Early Modern World), p. 88. 33. DUCKETT, Eleanor Shipley. The Gateway to the Middle Ages: Monasticism (La puerta a la Edad Media: La vida monástica). Nueva York: Dorset Press, 1990. 34. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 62. 35. WATSON, Thomas. The Lord’s Prayer (El padrenuestro). Edimburgo: Banner of Truth, 1999, p. 294. 36. OWEN, John. Works. Vol. 6, p. 62. 37. BEEKE, Joel R. Friends and Lovers: Cultivating Companionship and Intimacy in Marriage (Amigos y amantes: El cultivo del compañerismo y la intimidad en el matrimonio). Adelphi, MD: Cruciform Press, 2012. 38. WATSON, Thomas. The Lord’s Prayer, pp. 323-326. 39. Puedes encontrar un enfoque cristocéntrico de los atributos divinos en: JONES, Mark. God Is: A Devotional Guide to the Attributes of God (Dios es: Guía devocional acerca de los atributos de Dios). Wheaton, IL: Crossway, 2017. 40. OWEN, John. Works. Vol. 1, p. 304. 41. Sin embargo, no deberíamos olvidar que Owen hizo hincapié en que la justificación en Cristo es el principal motivo que ha de impulsarnos a obedecer a Dios. Véase OWEN, John. Works. Vol. 5, p. 4. 42. VANDRUNEN, David. God’s Glory Alone: The Majestic Heart of Christian Faith and Life (La gloria solo para Dios: El corazón majestuoso de la fe y la vida cristianas). Grand Rapids: Zondervan, 2015 (The 5 Solas), p. 123. 43. CARR, Robert. Antidote against Lust, p. 31. 44. Puedes obtener más información acerca de la negación de uno mismo en: MCGRAW, Ryan M. Why Should I Deny Myself? (¿Por qué debería negarme a mí mismo?). Grand Rapids: Reformation Heritage Books, 2015 (Cultivating Biblical Godliness). Este librito se ha publicado en español y está disponible en Cristianismo Histórico (www.cristianismohist.com). 45. LEWIS, C. S. The Great Divorce, p. 106. Libros recomendados ¿CÓMO PODEMOS DESARROLLAR LA AMISTAD BÍBLICA? Joel R. Beeke, Michael A. G. Haykin “Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo”, nos dice Proverbios 27:17. Dios utiliza las amistades cristianas para ayudar a Sus hijos a crecer en gracia y permanecer fieles a Cristo. En cambio, nuestra cultura occidental del siglo XXI valora el individualismo, el ajetreo y el egoísmo: cualidades que no fomentan las amistades profundas, duraderas y satisfactorias. Los autores nos guían a través de un estudio general de las amistades bíblicas e históricas, extrayendo principios de estas que nos serán de ayuda para formar nuestras propias amistades bíblicas, las cuales nos estimularán en nuestro caminar cristiano en un mundo que no es amigo de la gracia. “¡Un tesoro! Escrito por dos amigos míos, un librito acerca de la amistad que me hace sentir agradecido por ellos y por lo que han escrito. La amistad es lo que Jesús nos regala en sus últimas horas —‘vosotros sois mis amigos’—, y descubrirla con otros es uno de los mayores regalos de Dios. Encantadoramente amable y práctico, este es un tesoro poco habitual que sin duda tendrá una amplia aceptación”. —Derek W. H. Thomas, ministro decano de First Presbyterian Church, Columbia, Carolina del Sur; profesor Robert Strong de Teología Sistemática y Pastoral, RTS Atlanta “Este librito es necesario en el mundo cristiano, ya que la gente se relaciona con teléfonos y tabletas, pero cada vez menos con los demás. Aquí tenemos un tratamiento accesible, fácil de leer y completo de cómo la Biblia nos anima a mantener amistades profundas. Es lúcido, pero no simplista, juicioso, pero no oscuro, convincente pero no estridente”. —Geoff Thomas, pastor de Alfred Place Baptist Church, Aberystwyth, Gales Michael A. G. Haykin es profesor de Historia de la Iglesia y Espiritualidad Bíblica en Southern Baptist Theological Seminary en Louisville, Kentucky. Joel R. Beeke es presidente de Puritan Reformed Theological Seminary y pastor de Heritage Netherlands Reformed Congregation en Grand Rapids, Míchigan. Disponible en Cristianismo Histórico ¿QUÉ ES EL ARREPENTIMIENTO? Jeremy Walker El espíritu de la época nos dice que, en lugar de sentirnos mal con nosotros mismos, debemos aumentar nuestro amor propio. Sin embargo, para llegar a ser cristiano y mantener una vida cristiana saludable, tenemos que practicar el arrepentimiento. Esto significa reconocer con tristeza nuestro pecado y anhelar la santidad y una obediencia mayor a la voluntad de Dios. En este folleto, Jeremy Walker explica que el arrepentimiento bíblico implica dejar el pecado y volverse a Dios. Nos proporciona cuadros bíblicos del arrepentimiento, así como medidas prácticas para desarrollar esta característica importante en nuestras vidas. “Leer el folleto de Jeremy Walker, ¿Qué es el arrepentimiento?, es como ir con un doctor de almas a la sala de operación y ver cómo abre el corazón humano. Primero nos enseña brevemente la naturaleza del pecado y sus consecuencias devastadoras. Después, usa el bisturí quirúrgico para separar con destreza el verdadero arrepentimiento del falso, para que en realidad encontremos la salvación en Jesucristo. Todo cristiano debe leer este libro y ponerlo en las manos de aquellos que le pregunten seriamente sobre el camino a la vida”. —Conrad Mbewe, pastor de Kabwata Baptist Church, Zambia, y conferenciante Jeremy Walker es pastor de Maidenbower Baptist Church en Crawley, Inglaterra y el autor de Passing Through: Pilgrim Life in the Wilderness. Disponible en Cristianismo Histórico GUARDA TU CORAZÓN John Flavel “Antes de ser regenerado, el corazón del hombre es la parte peor de su ser, pero después es la mejor. El corazón es el asiento de los principios y la fuente de las acciones. Dios fija su atención en él, y de la misma manera, la atención del cristiano debe centrarse principalmente en su corazón. La mayor dificultad en la conversión es ganar el corazón para Dios, y la mayor dificultad después de la conversión es mantener el corazón en Dios”. —John Flavel “Los escritos de Flavel lo revelan como alguien de mente clara y elocuente, al más puro estilo puritano ortodoxo, enfocado en Cristo, sus temas se centran en la vida, con la mente siempre puesta en hacer que progresara la verdadera piedad, con paz y gozo en el Señor”. —J. I. Packer En esta obra clásica, el puritano John Flavel le habla al creyente sobre la necesidad de guardar su corazón en todo tiempo y de cumplir con este deber de forma bíblica. El autor explica lo que significa guardar el corazón y procede a detallar aquellos tiempos de la vida cristiana en los que este necesita un cuidado especial. Incluye consejos pastorales para doce períodos importantes de la vida cristiana, entre ellos los tiempos de prosperidad, adversidad, peligro, necesidad y tentación. Para estos tiempos, y otros que pudieran venir, Flavel tiene palabras de aliento, exhortación y guía que son pertinentes para los cristianos de cualquier época. Tomarlas en serio ayudará al creyente a cultivar su amor por Dios para que este no mengüe, sin importar la circunstancia en la que se esté esforzando por ofrecer un servicio agradable a Dios. En 1662 John Flavel fue expulsado de la iglesia de Inglaterra y comenzó a predicar ilegalmente en casas particulares, en bosques y hasta en una isla rocosa en el río Salcombe. A pesar de esto, su congregación nunca dejó de estimarlo y, cuando las restricciones fueron suspendidas en 1687, edificaron una gran iglesia en la que él pudo continuar su ministerio. Allí permaneció hasta su muerte en 1691. Su predicación y escritos demuestran su profunda experiencia espiritual y su labor en la oración y el autoexamen. Disponible en Cristianismo Histórico Publicaciones Aquila 5510 Tonnelle Ave. North Bergen, NJ 07047 EE.UU. www.cristianismohist.com