Subido por Osvald Francisco Allione

América Latina en diálogo Colonialidad y Modernidad publicación

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Genealogías apologéticas y genealogías críticas de la modernidad.
América Latina en diálogo: Colonialidad y Modernidad
Osvaldo Francisco Allione
La modernidad capitalista –no es vano recordar que sin capitalismo no hay
modernidad y que sin colonialismo no hubiera habido capitalismo- ha logrado
que la estructuración de la sociedad que su dinámica de funcionamiento –en
Europa inicialmente y en la América del Norte después- se naturalizaran como
el único modo de organización social. Las subjetividades y la institucionalidad
que capitalismo moderno requiere para su eficaz funcionamiento se consideran
el modelo paradigmático que, cualquier sociedad en las cuales no emerjan esas
subjetividades, instituciones y estructuras, debe buscar alcanzar. Lo anterior
varias afirmaciones implícitas, como ser que la modernidad no es el producto de
la propia dinámica interna de Europa sino que requirió de la conquista de tierras
y de la esclavización de seres humanos para poner en funcionamiento esa
dinámica. Implica también afirmar que es la racionalidad económica capitalista –
y porque no la armamentista- la que motoriza el desarrollo científico. Así
subjetividades y estructuras sociales se configuraron desde las particulares
necesidades históricas del capitalismo. Ciertamente que el desarrollo de la
ciencia tecnificada, esto es, la racionalidad moderna contribuyó de manera
significativa a la configuración de subjetividades y estructuras en este sentido se
puede afirmar que la configuración de las sociedades modernas responde a
dicha racionalidad. Dicho nuevamente, de otra manera, las sociedades
modernas son producto de la racionalidad capitalista. Es innegable el potencial
de la racionalidad moderna, la manifestación de ese potencial lo podemos ver
haberse naturalizado como la racionalidad sin más y, también, naturalizó a su
producto las sociedades capitalistas tecnocráticas y neoliberales alcanzar así la
hegemonía global. Hay que decir, asimismo, se han naturalizado el modo de
artcularse y organizarse las relaciones entre los sujetos que viven en esas
sociedades, se ha naturalizado también las relaciones sociales. Surge también
que la amanera institucional de organizar las relaciones sociales, esto es, el
drecho. lo que es obvio hoy hegemónicas- es lo que puede ser descrito
literalmente como la naturalización de las relaciones sociales, la noción de
acuerdo a la cual las
características de la sociedad llamada moderna son la expresión de las
tendencias
espontáneas, naturales del desarrollo histórico de la sociedad. La sociedad
liberal industrial se
constituye -desde esta perspectiva- no sólo en el orden social deseable, sino en
el único
posible. Esta es la concepción según la cual nos encontramos hoy en un punto
de llegada,
sociedad sin ideologías, modelo civilizatorio único, globalizado, universal, que
hace innecesaria
la política, en la medida en que ya no hay alternativas posibles a ese modo de
vida.
Esta fuerza hegemónica del pensamiento neoliberal, su capacidad de presentar
su propia
narrativa histórica como el conocimiento objetivo, científico y universal y a su
visión de la
sociedad moderna como la forma más avanzada -pero igualmente normal- de
la experiencia
humana, está sustentada en condiciones histórico culturales específicas. El
neoliberalismo es
un excepcional extracto, purificado y por ello despojado de tensiones y
contradicciones, de
tendencias y opciones civilizatorias que tienen una larga historia en la sociedad
occidental.
Esto le da la capacidad de constituirse en el sentido común de la sociedad
moderna. La
eficacia hegemónica actual de esta síntesis se sustenta en las tectónicas
transformaciones en
las relaciones de poder que se han producido en el mundo en las últimas
décadas. La
desaparición o derrota de las principales oposiciones políticas que ha
enfrentado
históricamente la sociedad liberal (el socialismo real, y las organizaciones y
luchas populares
anti-capitalistas en todas partes del mundo), así como la riqueza y el poderío
militar sin rival de
las sociedades industriales del Norte, contribuyen a la imagen de la sociedad
liberal de
mercado como la única opción posible, como el fin de la Historia. Sin embargo,
la
naturalización de la sociedad liberal como la forma más avanzada y normal de
existencia
humana no es una construcción reciente que pueda atribuirse al pensamiento
neoliberal, ni a la
actual coyuntura geopolítica, sino que por el contrario tiene una larga historia
en el pensamiento social occidental de los últimos siglos.
Las contribuciones a la problemática latinoamericana hechas por Gustavo Ortiz me
han suscitado interrogantes y cuestionamientos múltiples y diversos. Puedo decir que me
encuentro en las antípodas de su pensamiento, pero debo decir, asimismo, que su lectura
fue sumamente enriquecedora ya que me ha ayudado tanto a modificar como a clarificar
y reafirmar mis posiciones, a la vez que me ha dejado cuestionamientos aún irresueltos.
Lo que estoy sugiriendo, es que el de Ortiz es un pensamiento provocativo dado el límite
al a que lleva a sus conclusiones y por lo tanto un pensamiento inspirador y sugestivo.
No son palabras de compromiso ante un homenaje, son las sensaciones que ha suscitado
en mí y, supongo, en sus demás lectores. Ortiz tenía, al decir de Heidegger, la cortesía del
filósofo: la claridad. Por lo demás, siempre tuve la profunda convicción de que uno de los
mejores homenajes que se le pueden hacer a un pensador es entrar en discusión con sus
posturas. Ponerlo en discusión es una muestra que ese pensamiento tiene consistencia y
hace aportes sustantivos al problema planteado. De este modo, como cualquier
contribución teórica relevante, el pensamiento de Ortiz nos lleva al debate. Por lo demás
aquí reside para Gustavo el núcleo de la actividad filosófica.
En la obra de Ortiz hay un hilo conductor, a saber: el anclaje de la modernidad y su
racionalidad en nuestro continente. La introducción a su libro América Latina ¿Una
modernidad diferente?, constituye, a mi entender, un claro testamento filosófico; allí nos
dice en apretada síntesis que en su recorrido filosófico se inclinó inicialmente por la
perspectiva epistemológica –popperiana diría yo- por medio de la cual buscaba leer los
textos de los pensadores y científicos sociales de la región. La maduración teórica lo llevó
a descubrir que la racionalidad sobrepasaba los aspectos teóricos y alcanzaba a las
acciones humanas mismas, esto es, que tiene una dimensión práctica con toda su carga de
contingencia y particularidad. Se propuso entonces situar histórico-espacialmente esta
filosofía en nuestro continente, lo cual lo llevó a toparse con las cuestiones de la
modernidad y América Latina. Así, a través del hilo conductor de esta racionalidad
podemos inferir una pregunta que es articuladora de su pensamiento: ¿qué tipo de
racionalidad social se efectivizó en América Latina? o, de otro modo, ¿cuál es la relación
de modernidad con nuestro continente?, o, aun de otro modo, ¿Qué identidad y qué tipo
de modernidad hemos logrado? Su respuesta es, sumariamente, que hemos alcanzado una
modernidad heterogénea, asimétrica y diacrónica esto es, desequilibrada, inarmónica y en
vías de desarrollo en relación a el modelo canónico y normativo de la modernidad
europea. Estamos con relación a ésta, en minoría de edad o, lo que es lo mismo, somos
ontológicamente incompletos. Manifiestamente, minoría es el modo alegórico de hablar
de inferioridad y ésta reside en que no somos civilizados según el canon modernoilustrado de civilización; minoría-inferioridad significa, por cierto, no haber desarrollado
las potencialidades de la modernidad y esto es así, porque en América Latina no hemos
sido capaces de erigir una cultura según los parámetros de la racionalidad moderna. Esto
podrá ser remediado recurriendo al modelo paradigmático, es decir, en América Latina
debemos apelar a una racionalidad procedimental que permita inicialmente conseguir
algunos consensos mínimos, a partir de los cuales se pueda alcanzar una sociedad cada
vez más justa y solidaria.
Por lo demás, Ortiz piensa que en un tiempo de relaciones internacionales
fuertemente globalizadas, las respuestas referidas a aquella pregunta que podamos darnos,
son cruciales para la integración institucional y para las estrategias de desarrollo
sustentable en los países de la región. En este contexto, deberemos prestar especial
atención al mercado, al Estado y a la sociedad ya que, constituyen tres instancias,
articuladas en forma indisoluble, en torno a las cuales se forman representaciones
simbólicas, se despliegan acciones sociales, se articulan movimientos políticos y se
decantan necesidades, actitudes y preocupaciones cotidianas de los individuos. Así, la
problemática de la de la modernidad y su racionalidad es una cuestión a debatir para
contribuir a la explicación de nuestra situación social, cultural, religiosa, política y
económica.
Hay otra una convicción profunda en Ortiz que quiero poner de manifiesto: la
modernidad es un acontecimiento que se produce por dinámica inmanente de Europa;
esto es, por el propio desarrollo de las potencialidades de su cultura. No hay, para él,
factores externos a la modernidad que tengan un rol significativo en su desarrollo.
Consecuentemente, es, a partir de ese centro por su potencialidad, que se difunde
globalmente y llega también a América Latina (Ortiz, 2013:15).
Ortiz reivindica como el lugar ontológico y hermenéutico, que el mundo en cual
existe y desde el cual piensa, a Latino América. Consecuentemente su filosofía es una
tematización de ese mundo. Así pues, la dimensión universal de la razón se epocaliza y
se muestra en texturas históricas (2013:21). Ahora bien, para Ortiz el nodo articulador
entre situacionalidad y universalidad de la razón lo brindan las ciencias sociales que son
las que traducen en términos de categorías teóricas acontecimientos, hechos, relaciones
sociales, configuraciones políticas. En síntesis, las ciencias sociales permiten pensar
filosóficamente lo latinoamericano.
Quiero confrontar el pensamiento de Gustavo con otro punto de vista sobre América
Latina marcadamente diferenciado, el que se ha dado en llamar la inflexión decolonial o
también denominado Programa Colonialidad/Modernidad/Colonialidad. Para ello voy a
establecer algunos de los presupuestos medulares de esta Programa que lo distinguen de
las perspectivas canónicas de la modernidad. Dicho resumidamente:
1) La colonialidad designa una característica del mundo moderno que hace
referencia al carácter inacabado de la descolonización.
2) La raza y la racialización como el núcleo sobre el que se articuló la sociedad global
a partir de finales del siglo XV y hasta nuestros días, y desde el cual se legitimaron
y naturalizaron las relaciones de dominación. La raza es el constitutivo central del
patrón global de poder.
3) La noción de raza supone procesar las diferencias en términos de superioridadinferioridad. Lo diferente de Europa es irreductiblemente inferior en términos
biológico-culturales con la concomitante subalternización del conocimiento y las
culturas de esos otros grupos.
4) Los orígenes de la modernidad se encuentran en la Conquista –y la consecuente
racialización- de América y el control del Atlántico después de 1492, antes que
los más comúnmente aceptados mojones como la Ilustración o el final del siglo
XVIII
5) De lo que se sigue que el colonialismo y al desarrollo del sistema mundial
capitalista son constitutivos de la modernidad. La dominación del no-europeo
como una dimensión necesaria de la modernidad.
6) La modernidad no es considerada como un acontecimiento intra-europeo, sino que
explica desde una perspectiva planetaria. La historia de Europa es una historia
regional más, como tantas otras. Ahora lo importante no es el estudio de Europa
como tal, sino del “sistema-mundo” con toda su diversidad y complejidad
estructural.
7) Eurocentrismo, esto es, un ensimismamiento totalizante del proyecto de
modernidad occidental, que se autocomprende y autoproclama como producto
supremo de la civilización humana.
8) El eurocentrismo es ciertamente un régimen discursivo que constituyó a
Latinoamérica en un objeto de saber a partir de la reproducción de las relaciones
de poder establecidas entre Europa y su creación discursiva: América Latina. Por
lo tanto, ésta existe no sólo como un constructo epistémico, sino también como
una entidad surgida de las relaciones de dominación, de jerarquía y autoridad
concretas.
En la perspectiva decolonial se trata de comprender las estrechas relaciones entre
lo cultural y lo político. Es decir se pone énfasis en la importancia que tienen las
relaciones de poder en la constitución de las prácticas socialmente significativas y en la
construcción de las subjetividades.
El lugar de enunciación desde el cual la teoría decolonial busca producir sus ideas
es el de la experiencia del que se encuentra en un lugar racializado y colonial. Por este
motivo no se debe olvidar, para construir un pensamiento sobre América Latina, la
experiencia del colonialismo, porque si lo hacemos dejamos de lado a nuestro continente
como factor fundante de la modernidad.
En síntesis, el programa de investigación MC es un encuadre construido desde la
periferia latinoamericana del sistema mundo moderno colonial, ayudando a explicar las
dinámicas del eurocentrismo en la producción de la modernidad y los intentos de
trascenderla. Si bien revela los lados oscuros de la modernidad, no lo hace desde una
perspectiva intraepistémica, como los discursos críticos europeos, sino desde la
perspectiva de los receptores de los supuestos beneficios del mundo moderno. La
modernidad/colonialidad también muestra que la perspectiva de la modernidad es
limitada y agotada en su pretendida universalidad. Al resaltar la falacia desarrollista,
finalmente, la modernidad/colonialidad no sólo orienta nuestra atención en el desarrollo
como hecho absoluto, ofreciendo un contexto para interpretar los variados desafíos al
desarrollo y la modernidad en tanto proyectos que son potencialmente complementarios
y que se refuerzan mutuamente. Más allá de Latinoamérica, uno puede decir, con Mignolo
(2000: 309), que este enfoque «es ciertamente una teoría desde/del Tercer Mundo, pero
no sólo para el Tercer Mundo.
Según Mignolo, la utilización
del (¿inevitable?) prefijo "pos" no busca incrementar la pléyade ya
existente (posmodernismo, poscolonialismo, posestructuralismo,
etc.), sino más bien introducir una noción que expresa e interpela el
sentido específico de la herencia colonial de América Latina y tiene un
lugar l/natural" en la trayectoria del pensamiento latinoamericano;
I/posoccidentalismo" sería la l/palabra clave para articular el discurso
de descolonización intelectual desde los legados del pensamiento en
Latinoamérica",2 por lo cual su ingreso en el escenario del debate poscolonial
significaría, más que una simple recepción regional del mismo,
la invitación a la fiesta de alguien olvidado.
El surgimiento de la poscolonialidad, como reflexión y como
condición contemporánea, fue el resultado del "cruce de la historia
moderna europea con las historias contramodernas coloniales".4 Para
Mignolo, este cruce se produce en el contexto de las condiciones desplegadas
por factores como la globalización, la crisis de los paradigmas
cognitivos y el desmoronamiento del "campo" socialista.5
Estos
procesos configuraron a la razón poscolonial como una serie de prácticas
teóricas asentadas en las diversas herencias coloniales, en el espacio
de intersección entre las Uhistorias locales" y los "diseños globales",
espacio en el cual se van constituyendo epistemologías fronterizas
descolonizadoras, basadas en los conocimientos locales de los territorios
ex-coloniales, en Europa, África, América, etc.
La categoría “Modernidad” ha estado sujeta a una infinidad de análisis. Voy a recuperar dos maneras de
caracterizarla por una parte se hace referencia al procesos que comienza a partir del momento en que los
españoles llegaron a estas tierras o, más propiamente, desde el momento en el que los españoles
comenzaron la conquista y la colonización. A partir de ese momento Europa comienza a bastecerse con la
riqueza de nuestro continente, fruto del trabajo esclavizado de millones de mujeres y hombres h no-blancos
particularmente oro. La contribución de nuestro continente fue determinante para que se inicia un flujo
comercial que permitiría desarrollar
los países conquistadores, especialmente España y Portugal, abastecen a los demás países de Europa con
oro, mediante el comercio y préstamos, lo cual dio pie, por un lado, a la posterior industrialización y a la
apertura de vías comerciales transatlánticas; por otro lado, debido a la apertura de un nuevo continente,
influyó sobremanera en el pensamiento humanístico que comenzaba a conformarse en el Renacimiento; el
otro sentido que le daremos al término se refiere al periodo que contrasta radicalmente con la Edad Media
en cuanto al lugar del hombre en el mundo, marcado por el giro antropológico que se data en el siglo XVII,
tradicionalmente.
Pero tanto Europa como los países descolonizados todavía
están tratando de comprender la larga historia del colonialismo, que podría decirse
comenzó hace quinientos seis años, en 1492: una historia que incluye historias de
esclavitud, de innumerables e innombrables muertes por opresión o negligencia, de
migración impuesta y diáspora de millones de personas, de la apropiación de territorios
y de tierra, de la institucionalización del racismo, de la destrucción de culturas y la
imposición de otras culturas. Lo que destaca de esta historia es que había algo de
particular en el colonialismo: no se trataba ya de una simple opresión como otras
anteriores, como cualquier otra serie de guerras.
Yo particularmente no me posiciono en la postcolonialidad, que sin lugar a dudas, tuvo y tiene
mucha importancia teórica en A.L. Sin embargo, la posición de la Rita es la de la
colonialidad/decolonialidad, consiguientemente, más allá de mi posicionamiento particular, no
me parece conveniente entrar en una lectura desde los postcoloniales. Eso se puede constatar
no sólo en la utilización permanente del término-categoría colonialidad, así como en el trabajo
sobre Aníbal Quijano, sino también, y es lo más importante, Rita en sus trabajos asume la agenda
del Programa MCD. Manifiestamente no plantea una discusión en torno a las posiciones teóricas
postcolonialidad v decolonialidad, sino que, simplemente, se posiciona en la MCD.
Lo resaltado en gris más abajo sintetiza una diferencia medular entre los decoloniales y los post:
ya que nos muestra dónde se fija la mirada y cuál es “el lugar de enunciación” (el locus
epistémico) de los MCD. Para una breve aclaración, los post miran los procesos coloniales en
Asia y África perpetrados por Inglaterra, Francia, Holanda; se ocupan, por ende, de sus procesos
de descolonización que se dieron en el siglo XX (Argelia es la revolución icónica, en la cual
interviene el caribeño Franz Fanón) Ese es el “lugar de enunciación” de los post. Hay que
historizar, ya que, los procesos coloniales y las consecuente descolonizaciones no se dan de la
misma manera. Hay que mirar pues procesos de descolonización –independencias- que se
dieron en nuestro continente (Por lo demás estos mismos requieren ser desagregados). Cuando
miramos lo que ocurrió visualizamos que la descolonización no fue tal, se sigue dando de otra
manera, para nombrar esta continuidad A. Quijano engendró la categoría colonialidad. Lo cual
supone establecer un patrón colonial de poder y como sus mecanismos siguen operando, a
través de que dispositivos, etc… Esto implica que la mirada a la modernidad no se ubica en la
mirada postmoderna que es parte de la dinámica misma de la modernidad (lo que si hacen los
postcoloniales, por lo cual continúan dentro del paradigma de la modernidad, este es, intuyo, el
posicionamiento ontológico y, consecuentemente político, de Mattio). La MCD mira al proceso
histórico de nuestro continente con la caja de herramientas y los instrumentos teóricos que le
provee, sin lugar a dudas, la modernidad; ahora bien, esos instrumentos son resignificados al
ser utilizados desde otro lugar de enunciación (hay que tener en cuenta aquí la geopolítica del
conocimiento, no voy a entrar en esto). Eso es lo que hace, me parece a mí, la Rita Segato. Así,
focalizando su tarea –no sólo por antropóloga, sino también por una decisión epistémica, su
locus epistémico es el de la MCD- en el factum latinoamericano lo hace cruzando sus análisis con
el patrón colonial de poder. Lo cual le permite una mirada de la modernidad que no es la de los
postcoloniales. Ese patrón colonial, es el eje articulador de sus análisis del género, el patriarcado,
el estado moderno, la violencia de género. Tener en cuenta en cuanto a esto último -al Estado
Moderno- sus afirmaciones sobre que el Estado –la Republica- devuele mal, lo que fue quitado
por las colonias. Sería interesante analizar lo que dice de su trabajo de campo con las
comunidades yorubas que le permitió ver mucho antes de leerla los planteamientos teóricos de
Butler, además, de lo que dice en torno a G. Campuzzano. Su abordaje teórico muy poco tiene
que ver con los poscoloniales, aunque algunas cuestiones son comunes y se entrelazen y para
quienes no están imbuidos de la problemática puede aparecer que los términos puedan ser
semejantes o indistintos y, que incluso, sea más adecuado hablar de postcolonialidad. En la
perspectiva de la MCD si bien reconocen la hermandad con los postcoloniales, no dejan de
pensar que algunos pensadores postcoloniales siguen siendo eurocéntricos, aunque nunca van
a hacer públicamente una afirmación de este tipo. No se trata de pelearse con los amigos porque
estos se paren mirando desde otro lugar o usen algunos instrumentos distintos. Aquí valen los
significantes vacíos, ya que ciertamente hay una disputa política mayor. La pelea entre
oprimidos y opresores. De la relaciones de poder, que le dicen.
Como es bastamente sabido la Filosofía de la Liberación surgió en nuestro país hacia 1971 partir a de
que un grupo de filósofos comienza a poner como eje central del abordaje teórico en nuestro continente
a la injusticia estructural que oprime a las mayorías populares en América Latina. Hoy podemos decir
que la situación es mucho más injusta dada que la deriva neoliberal del capitalismo global ha producido
niveles de pobreza, marginalidad y exclusión inéditas.
Hacia mediados de la década de los sesenta en el siglo pasado los planteamientos teóricos
kMÁl.n [email protected], j1968 en el ámbito del pensamiento cristiano
se da un giro en la teoría y en la praxis sociopolítica en la Segunda Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano en Medellín, allí se privilegió una perspectiva diferente:
la de la liberación. Esta Conferencia recoge una preocupación común a muchos teólogos
como Scannone o Gustavo Gutierrez Sin embargo, comenzó a darse un giro entorno a las
categorías desde las cuales analizar la problemática Latinoamericana así, en 1968Por esa
época como sabemos surge la teología de la Liberación. En este contexto histórico está
teología está fuertemente influenciada teología se ve
Así es como surgió inmediatamente antes y, sobre todo, después de
Medellín, la teología de la liberación,1 influida entonces por la teoría de la
dependencia, que se estaba propagando en las ciencias sociales latinoamericanas
(Faleto y Cardoso; Falls Borda, G. Frank, etc.). Ésta interpretaba el subdesarrollo
de nuestro Subcontinente no como un estadio atrasado del desarrollo
capitalista (como lo había hecho hasta entonces el desarrollismo), sino –por el
contrario– como efecto dialéctico del superdesarrollo de los países centrales en
un capitalismo periférico y dependiente. De ahí que “liberación” se opusiera
entonces dialécticamente a dependencia y opresión. Sin embargo, cuando fue
abordada por la teología y, luego, por la filosofía, se la comprendió como
liberación humana integral (de todo el hombre y de todo hombre y mujer), y no
meramente en el plano social o económico.
Para un grupo
cada vez más significativo de filósofos latinoamericanos, como afirma
Gustavo Ortiz26, pensar desde LA era pensar desde la opresión. Por
tanto, el único pensar posible que les quedaba era un pensar político y
liberador. El lugar donde emerge y se expresa el ser de lo latinoamericano
y donde se incide en su liberación, es el ámbito de lo político. Así,
pensar la historia latinoamericana en ese momento era pensar lo político,
en la medida en que lo político constituye su fibra y su nervio. Y éste
era un pensar verdadero, el único posible para ellos. Este pensar verdadero
es el que expresa y realiza la estructura fundamental originaria del
existente humano, en cuanto ser-con-otro, estructura radicalmente política,
y que en LA está sometida a la dominación.
Subalterno
Subalterno hace referencia al atributo de subordinación, a lo que es de condición inferior,
ya sea en términos de autoridad o poder, a partir de nociones de clase, casta, edad, género,
raza, cultura, lengua, ocupación o cualquier otra forma de gradación en una escala de
jerarquías.
En su sentido teórico más difundido el concepto fue desarrollado por Antonio Gramsci (1891-1937),
pensador italiano que en sus Cuadernos de la cárcel, consistente en 32 libretas no destinadas a ser
publicadas, escritas entre 1929 y 1935, durante su estancia en prisión -tras una breve referencia a
un texto de Lucien Herr-, esquematiza lo “subalterno” oponiéndolo a “dominante” a partir de una
noción de estructura socio-económica diferencial, en sus “notas sobre la historia Italiana”.
En la definición gramsciana, los grupos subalternos son enunciados como disgregados y
discontinuos, “siempre sujetos a la iniciativa de los grupos que gobiernan, incluso cuando se rebelan
y sublevan”, como el sector marginado de la historia o de la sociedad, en oposición al grupo
dirigencial formado por las élites que detentan el poder político, económico, ideológico y cultural.
Donde el análisis de la “hegemonía”, lleva a Gramsci, a distinguir claramente tres grupos sociales
en el interior del bloque histórico: clase dominante, que dirige el sistema hegemónico; clase auxiliar,
ubicada en posición intermedia, como base social y lugar donde los sectores hegemónicos
encuentran su personal -en el que hallamos a los intelectuales-; y la clase subalterna, que ocupa el
lugar subordinado, y que al ser la fuerza de trabajo del bloque histórico –subproletariado, el
proletariado urbano, el rural y hasta la pequeña burguesía-, depende económica, política, ideológica
y culturalmente.
Estas categorías fueron asumidas luego por Eric Hobsbawm, Lombardi Satriani o E.P. Thompson, a
partir de una oposición binaria simplificada que tuvo cierta resonancia en América Latina, visible en
aproximaciones de base gramsciana a la cultura –con el folclore considerado cultura de las clases
subalternas-, a la política –con la democracia entendida como la praxis de los subalternos- o los
abordajes históricos al movimiento obrero, en estudios como los de Aziz Nassif, Rhina Roux o Melgar
Bao, en México, tendencia que no condice con la poca atención brindada al concepto subalterno por
notables estudiosos de Gramsci, como los argentinos José Aricó y Juan Portantiero, o Carlos
Coutinho, en Brasil, pese al arraigo que otras categorías suyas, como “hegemonía”, “bloque
histórico” e “intelectual orgánico”, alcanzaron en el aparato conceptual intelectual y político del
continente, lo que quizá explique el por qué ha sido precisamente en América Latina, donde se
tradujeran por primera vez los Cuadernos de la cárcel.
Lo cierto es que -como escribiera Aricó-, el redescubrimiento de las clases subalternas no solo
estimuló la expansión de una nueva corriente de investigación historiográfica, sino que salió al
encuentro de la crisis por la que atravesaba el marxismo en América Latina, crisis derivada de sus
limitaciones para expandirse en las clases populares, permitiéndole plantear de un nuevo modo el
viejo y complejo problema del populismo latinoamericano. Algo que puede verse en las tesis de
Ernesto Laclau, más afecto a la categoría hegemonía que al término subalterno.
No obstante ello, el actual auge conceptual y metodológico del subalternismo en América Latina,
que Mabel Moraña llamara “el boom del subalterno” -aunque se refiriese a los estudios sobre
Latinoamérica desarrollados en los Estados Unidos-, no proviene directamente de las lecturas
gramscianas hechas en este continente, sino de las lecturas realizadas por un grupo de historiadores
de la India, marcados por la experiencia de la diáspora y el paso por instituciones académicas del
norte, que a fines de los años setentas, concentrados en Inglaterra, constituyeron el proyecto
Subaltern studies, grupo integrado por su inspirador Ranajit Guha, Gyan Pandey, Shahid Amin,
Partha Chatterjee, Dipesh Chakrabarty, entre otros, que dispersos entre Inglaterra, la India y
Australia, se reunieron con la intención de promover un examen sistemático de los temas
subalternos en el campo de estudios sudasiáticos.
Influidos por el “subalternismo” de Gramsci, el deconstruccionismo de Derrida y las teorías
posestructuralistas y posmodernas, el grupo surgió como un colectivo editorial para la elaboración
de Subaltern Studies. Writings on South Asian History and Society, publicación periódica cuyo primer
número salió en 1982, bajo el estímulo de desmantelar, a partir de una indagación textual y
discursiva, la razón ilustrada de la dominación colonial que produce a los sujetos subalternos. El
hecho de que la corriente subalternista cuestionara las interpretaciones coloniales y eurocéntricas,
denunciando que éstas han expropiado la iniciativa histórica (agencia) o condición enunciatoria de
la gente común, hizo que fuera asociada a la “teoría crítica poscolonial”, procedente del ámbito de
los estudios literarios y culturales, a partir de la obra fundadora del palestino Edward Said,
Orientalismo (1978), a la que le seguirán los textos de Homi Bhaba y Gayatri Spivak. La buena
fortuna del término poscolonial, como una etiqueta asociada al boom posmoderno, hizo que al poco
tiempo la totalidad del proyecto de Subaltern studies quedara incluido dentro de la producción
poscolonial.
En 1992, debido al rápido auge que alcanzaron los Subaltern studies de la India en los Estados
Unidos, aunado a la idea de una experiencia colonial compartida con América Latina, se formó el
Grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos, integrado por John Beverley, Walter Mignolo,
Javier Sanjinés, Patricia Seed, Ileana Rodríguez y otros, que reaccionaron, siguiendo al grupo
sudasiático, contra el reduccionismo burocrático en el que había caído los Estudios Culturales
Latinoamericanos, que operaban como discursos inscritos en una racionalidad académica imperial,
ocultando las diferencias de las sociedades latinoamericanas, donde el concepto
“Latinoamericanismo”, análogo al de Orientalismo, funcionaba como un conjunto de
representaciones teóricas sobre América Latina, identificado con un mecanismo disciplinario colonial
que opera vía representaciones literarias, filosóficas y sociológicas.
En los últimos años, Mignolo que a diferencia de otros miembros del grupo, pensaba que
el modelo indio no debería ser utilizado para el análisis de situaciones coloniales
Latinoamericanas por corresponder a un locus específico, ya distante de las ideas
poscoloniales y radicalizando los principios de autonomía epistemológica de los
Subaltern studies, viene defendiendo la idea de un viraje descolonial, inspirado en las
prácticas políticas emergentes de Latinoamérica, planteando el pensamiento descolonial,
como una práctica de recuperación de tradiciones subalternas, encubiertas por los saberes
occidentales, reconstruyendo el pensar descolonial a partir de textos fundacionales de
Guaman Poma, Ottabah Cugoano, Frantz Fanon y otros. En tanto, Boaventura de Sousa
usa el termino "cosmopolitanismo subalterno" para referirse a prácticas contrahegemónicas y luchas globales, donde lo subalterno nos refiere a gente marginalizada y
oprimida pero concretamente luchando contra la globalización neoliberal. La modernidad
encuentra su fundamento en las prácticas colonizadoras de Europa a través y alrededor
del océano Atlántico durante el siglo XVI. De ello se colige que una crítica a la
modernidad implica necesariamente una crítica a la colonialidad y su naturaleza
eurocéntrica.
Dicho abordaje crítico se diferencia substancialmente de los enfoques post-modernos y
post-estructuralistas, los que al ignorar a la colonialidad como elemento constitutivo de
la modernidad no pasan de ser críticas eurocéntricas de esta última. Tercero, el análisis
de la modernidad/colonialidad hace visible lo que el análisis del sistema-mundo, los
llamados ‘estudios subalternos’ y la teoría post-colonial parecen soslayar: el lugar
significativo que América Latina ocupó en la formación del sistema-mundo capitalista
moderno/colonial y en la configuración de su imaginario. Cuarto, esta perspectiva
analítica crítica ubica la emergencia de la racionalidad descolonial simultáneamente con
el nacimiento de la modernidad/colonialidad.[10]
El complejo de primacía científica y expansión de poder político se articula en
lo que, en palabras de Enrique Dussel, se denomina el “mito” de la modernidad. La
civilización moderna se presenta como más desarrollada y superior; esa superioridad
obliga, como esencia moral, a desarrollar a los más primitivos, a los bárbaros; el
camino de este proceso de desarrollo debe ser aquel seguido por Europa; como el
bárbaro se opone al proceso civilizador, la praxis moderna debe ejercer en el último
caso la violencia, si es necesario, para destruir los obstáculos a esa modernización;
esta dominación produce víctimas, y la violencia es justificado por su carácter de
sacrificio salvador por el héroe civilizador –el indio colonizado, el esclavo africano, la
mujer dominada, la destrucción ecológica, etcétera–; para el moderno, el bárbaro
tiene una “culpa”–por oponerse al proceso civilizador– que permite a la modernidad
presentarse no sólo como inocente sino también como emancipadora; por último, y
por el carácter civilizador de la modernidad, se interpretan como inevitables los
sufrimientos o sacrificios de la modernización de los otros pueblos atrasados (Dussel
2007).
Desarrollismo
El mandato del desarrollo, que tiene su génesis a partir de la segunda guerra mundial, tiene en
nuestro contiene una larga historia de críticas y ajustes, que nos lo muestran como innecesario e
inviable. que sobrevive, en conjunto con su violencia
implícita, a décadas de críticas y deconstrucciones. A pesar de esto su imaginario sigue vivo y se
continúan reproduciendo, reproduciendo las clasificaciones y relaciones de poder que le son
propias y, por sobre todas las cosas, los proyectos políticos de las clases hegemónicas siguen
asociados a dicho imaginario. Consideramos aquí al 'desarrollo' como un constructo discursivo que se
ha naturalizado, entendiéndose
así como un hecho positivo que describe un proceso real. Consideramos aquí al 'desarrollo' como un
constructo discursivo que se ha naturalizado, entendiéndose
así como un hecho positivo que describe un proceso real. Plantear las lógicas del desarrollismo, es
continuar significa continuar reproduciendo la lógica binaria que categoriza a la población
mundial en desarrollados/ subdesarrollados, lo cual significa continuar bloqueando ‘otras'
modalidades de ser y de saber, e invisibilizando maneras distintas de entender los problemas
que aquejan a gran parte de la humanidad. que
continuar hablando de desarrollo significa continuar reproduciendo el gradiente de poder propio de la
'colonialidad', vista como continuidad histórica con los tiempos coloniales.
Estos términos reflejan un imaginario jerárquico, legitimando
el estatus del lado receptor como un objeto pasivo que hay que intervenir (ibid). En el imaginario del
desarrollo (aunque en su multiplicidad de formas incorpore palabras incluyentes) son los Otros los que
viven en la injusticia, exclusión, insostenibilidad, falta de democracia, machismo, etc. y son los Otros los
que tienen que trasformarse. La exhortación a 'desarrollarse' implica una violencia epistémica y simbólica
inherente al término. Aunque no podemos entrar en este tema aquí, basta señalar que el desarrollismo
“expropia la dignidad de la gente, su confianza en sí misma, sus sueños propios, y debilita sus
capacidades y destrezas”
El mandato del desarrollo lleva una larga historia de
críticas y ajustes desde su génesis después de la
segunda guerra mundial. A pesar de esto, y como
argumentaré aquí, seguimos situados dentro de su
imaginario, reproduciendo las clasificaciones y
relaciones de poder que le se son propias. En este
artículo quiero hacer un llamado para que dejemos de
pensar(nos) según las lógicas del "desarrollismo".
Argumentaré que continuar hablando de desarrollo
significa continuar reproduciendo la lógica dicotómica
de identidades (categorización de la población mundial
en desarrollados/ subdesarrollados), significa así
mismo continuar bloqueando ‘otras' modalidades de ser
y de saber, e invisibilizando maneras distintas de
entender los problemas que aquejan a gran parte de la
humanidad. Paso también por último a presentar el
concepto andino del ‘Buen Vivir' como ilustración de
posibilidades de imaginar el mundo y sus pobladores
fuera del desarrollismo.
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