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La educación y la segunda modernidad
Gregorio
Germán
(*)
E
l momento histórico que transitamos está signado por la
crisis, palabra que, etimológicamente, significa cambio. El contexto está atravesado
por las ideas de lo provisorio, fugaz y transitorio. Los límites que hasta hace poco
eran claros parecen derrumbarse. Las alternativas y acciones sociales que se
producen se caracterizan por la ausencia de propuestas y proyectos estables, de
soluciones duraderas. Cuando aparecen preguntas o respuestas, éstas tienden a ser
parciales y dispersas. Los cambios que vivimos se producen de manera vertiginosa:
supera nuestra capacidad de asimilación y nos resultan muy difícil de internalizar.
Cuando comenzamos a acostumbrarnos a las nuevas situaciones, éstas son
superadas
por
nuevos
cambios.
Es con relación a estos procesos de rupturas aceleradas, que ubicamos la crisis de
sentido del discurso emancipador del hombre. (Tomamos la palabra “sentido” en una
doble acepción: la referida a dirección, hacia dónde van esos cambios, cuáles son los
posibles caminos, y la que alude a su significación social, moral, cultural, personal, a
los valores y creencias). La confusión, la desorientación, el desconcierto, se expresan
en la desconfianza y la indiferencia hacia las posibilidades emancipadoras de la
sociedad.
Rasgos
comunes
a
la
crisis
Desde uno y otro campo se definen algunos rasgos comunes de la crisis: el peligro de
estallido de las guerras, los totalitarismos, la brecha creciente entre la riqueza del
norte y la pobreza del sur, el desempleo y la “nueva pobreza” tecnológica, la crisis
del Estado benefactor y de la representación política, el resurgimiento de posiciones
neoliberales y la apología de la economía de mercado, el explosivo desarrollo de las
nuevas tecnologías de la comunicación que globalizan al mundo, la cibernética y la
robótica, los cambios geopolíticos, la imposibilidad de establecer sólidas normas
estéticas para el arte, la crisis de los valores en el ámbito moral, la explosión del
conocimiento y las enormes posibilidades de clasificarlo y archivarlo, etcétera.
La incertidumbre reina sobre el espíritu de “...una época que se siente en mutación
de referencias, debilidad de certezas y proyectada hacia una barbarización de lo
histórico”
(Casullo,
1999).
Las condiciones posmodernas quedan expresadas como una época de desencanto, de
fin de las utopías, de ausencia de los grandes proyectos que descansaban en la idea
de progreso. Los planteos de los pensadores posmodernos (Lyotard, Lipovetsky,
Vattimo, etcétera) coinciden en generalizar la caída del proyecto ilustrado y el
agotamiento
de
la
razón
moderna.
Si bien coincidimos en caracterizar nuestro contexto actual como de crisis de la
modernidad, no acordamos en nombrarlo como posmoderno, sino más bien nos
parece que estamos frente a una segunda modernidad, a una segunda revolución
industrial que es científica-tecnológica basada en el conocimiento como principal
factor de organización social, que nos desafía a formar una segunda ciudadanía.
Modernidad
sobregirada
En lo referido a lo estético, la nueva cultura se expresa como el predominio de lo
ornamental y lo escenográfico en tecnologías audiovisuales donde predominan
imágenes que no están destinadas a perdurar sino a pautar nuestras vidas a través
de
impactos
efímeros,
superficiales.
El zapping, el zipping, el fliping y el grazzing (Elíseo Verón, 1999) modifican nuestras
conductas frente a la pantalla a través de la televisión, del cable y de Internet y la
postelevisión. Los nuevos lenguajes audiovisuales computarizados promueven
mecanismos electrónicos que posibilitan la inmediatez, la simultaneidad y la
fragmentación de la narración en planos y significados, secuencias en tiempos no
lineales, simulación y artificiosidad de imágenes y escenas que se expresan en la
fusión, disolución y superposiciones de mensajes rápidos (Oscar Landi, 1992).
Estamos ante un mundo hipermediado que pareciera no estar sujeto a clasificaciones,
interpretaciones, ni críticas que puedan ordenar el fluido y caótico devenir de
imágenes
y
narraciones.
El
sujeto
de
la
modernidad
El sujeto de la modernidad exacerba su individualización y se registra una ausencia
de la trascendencia como valor que posibilitaba el proyecto ilustrado que formó la
primera ciudadanía. La trascendencia religiosa también está fragmentada como
producto de la secularización de lo moderno. Es muy importante permanecer jóvenes,
con la exaltación de un cuerpo disociado que se vive como territorio ajeno, como
espacio vacío de emociones perdurables que se desangran frente a la imposibilidad
de acceder a los imperativos de una cultura narcisista. Imperativos de una exaltación
de los sentidos, de un hedonismo del individuo autorreferente, del exitismo de un
cuerpo que parece ser un envase disociado del sujeto (Lipovetsky, 1986)
La satisfacción inmediata de los deseos parece posible en el marco de una
indeterminación social que da paso a las expresiones individuales sin límites.
En esa segunda modernidad es como que todo está sobregirado, excedido. Los
nuevos espacios nos exceden, se constituyen en no-lugares por los que circulamos
cada vez más lejos del encuentro (Marc Auge). Las instituciones que la modernidad
nos prometió como espacios de realización libre de¡ hombre, se han vuelto
antropófagas y se han convertido en ámbitos de desencuentro, que se comen lo más
humano
de
nosotros.
Educar
para
el
cambio
Consideramos a las instituciones educativas como portadoras de una cultura
particular, propia, lo cual pone el acento en el protagonismo de los actores
institucionales como verdaderos artífices de su transformación y no meros ejecutores
de
políticas
diseñadas
externamente.
La pedagogía adquiere así una dimensión protagonista y transformadora que es un
desafío frente a la crisis de sentido que plantean las nuevas condiciones, por cuanto
puede orientar y guiar a las instituciones educativas hacia una sociedad más
equitativa.
El poder del conocimiento en el mundo contemporáneo está estrechamente
relacionado con los avances científico-tecnológicos, con la globalización económica y
con la aparición de nuevos modos de producción y organización del trabajo. ¿Cuál es
la función de las instituciones educativas en ese contexto? Sin dudas, las de enseñar
a
pensar,
actuar
y
compartir
Las
nuevas
demandas
En la actualidad, surgen nuevas demandas a partir de nuevos paradigmas
productivos que valoran otras capacidades diferentes a las que la escuela tradicional
viene formando y que se relacionan con la formación de un alumno que pueda
pensar, actuar y compartir experiencias con capacidad creativa y crítica, con
autonomía y habilidad para el trabajo en equipo, con seguridad para la toma de
decisiones, con capacidad para escuchar y comunicarse, con estrategias para
enfrentar la incertidumbre y el temor a lo desconocido y con destrezas que le ayudan
a
resolver
problemas.
Estas capacidades se sostienen tanto en la posibilidad de aprender a aprender como
la de aprender a emprender, internalizando una cultura institucional y unas
disposiciones que los preparen para enfrentar los cambios y para asumir la vida
integralmente,
de
modo
positivo,
activo
y
transformador.
Esta capacidad de emprendimiento no se resuelve sólo desde el área intelectual sino
que está estrechamente relacionada con los aspectos afectivos, sociales y corporales
y dependen de la formación de una personalidad integralmente desarrollada. Es por
eso que la formación integral configura uno de los ejes centrales de nuestra
propuesta, reubicando en el centro del debate el carácter enseñante de la escuela,
como espacio no sólo de prácticas educativas sino también de elaboración de teorías.
En este sentido, adquiere importancia la metodología de resolución de problemas que
promueve el aprendizaje permanente para que, cuando egresen de la escuela, los
alumnos continúen aplicando sus experiencias. El mejoramiento de la calidad de vida
no está relacionado con la ausencia de conflictos sino con la capacidad para
enfrentarlos y resolverlos, transformando los conflictos en situaciones problemáticas
y
éstas
en
oportunidad
de
crecimiento.
Una educación basada en la experiencia, que forme para enfrentar la incertidumbre,
centrada en el crecimiento cualitativo de la persona y la sociedad, donde las
situaciones problemáticas como motor de aprendizajes, la creatividad del arte y la
educación por el movimiento, configuran alternativas de integración frente a un
mundo fragmentado que proclama el individualismo exacerbado como un valor y
arrasa con la dimensión colectiva y solidaria de nuestras vidas.
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