APROXIMACIÓN A UN ESQUEMA GENERAL DEL PODER. COMBATES POR LA CONCEPCIÓN DEL PODER: GENEALOGÍA Y ARQUEOLOGÍA DEL PODER VS LA CONCEPCIÓN DE UNA HISTORIA CRÍTICA Tabla de contenido Prólogo4 Advertencia al lector.6 Introducción.10 1.-Seguridad, territorio y población.18 2.-Determinismo estructural: su maridaje con la seguridad.39 3.-Genealogía de la gubernamentalidad.43 Umbral95 4.-Arqueología y Genealogía.100 5.-La microfísica del poder.107 6.-El reino y la gloria.116 6.1-Debate que abre la posibilidad de dos tipos de teologías.118 6.2- El misterio de la economía.125 6.3- Ontología y praxis.138 6.4- Los dos polos de la máquina: reino y gobierno.142 6.5 -La máquina bipolar158 6.6- Angelología y burocracia.168 6.7- El poder y la gloria.176 6.8- Arqueología de la gloria.189 6.9- Umbral221 6.10- La mano invisible de Dios.230 7. Metodología de Agamben.235 8. Las signaturas.243 9. Aparentes diferencias entre Agamben y Foucault.246 10. Nuevos apuntes y aproximaciones para un acercamiento al poder.262 11. El profeta de la gubernamentalidad.270 12. La naturaleza de los dioses.280 12.1- Epicuro284 12.2-El estoicismo287 1 13.-La ética protestante y el espíritu del capitalismo.301 14. Discurso sobre el espíritu positivo.325 15. Los programas de investigación científica.338 Umbral.363 17. El sistema político.372 18. Proposiciones generales de la teoría de poder.379 Anexo. Laicidad y laicismo.390 20- Bibliografía398 2 Para hacer la historia, volved la espalda resueltamente al pasado, vivid primero. (Lucien Febvre 56: 1993) 3 Prólogo A lo largo de la investigación, he observado como muchos grandes teóricos refieren en sus textos más espectaculares, nociones que en el contexto moderno suenan como cuentos de locos. Sin lugar a dudas, el eco que causaron en mí todas estas cuestiones fue tal que, no pude evitar sentirme en la necesidad de desentrañar todo cuanto pudiera. Simplemente no me podía hacer de la vista gorda y obviar cuestiones que pienso trascendentales y de lo que muchos resisten hablar. A muchos pueda parecer raro, y no me extraña que sientan curiosidad o rechazo al contenido que en breve expondré. Lo digo precisamente porque he sostenido diversas conversaciones con gente de todo tipo: gente corriente que encuentras a pie de calle, colegas, amigos, personas versadas en otras ciencias; el común denominador ha sido siempre la sorpresa que encuentran mis conocidos de que haya querido dar mi aprobación a una forma de pensar que consideran fue sepultada hace unos cuantos siglos; en efecto, se maravillan de que yo haya salido al paso, sorpresivamente, para defender un sistema abandonado, al que hace mucho tiempo se renunció. Erigiendo mi defensa, puedo decir que tuve más o menos dos años de mi vida dedicándome diligentemente al estudio de esta cuestión, precisamente para evitar toda falta de compromiso y seriedad y, con la finalidad de ahondar todo cuanto pudiesen mis esfuerzos. Sé que puedo aun, todavía llevar más lejos está investigación, pues los grandes escritos que me faltaron por revisar son bastantes, y sé muy bien que, nos pueden seguir dando pistas acerca de mi investigación: el poder, pero el tiempo es un enemigo implacable que me hace acortar mis esfuerzos hasta aquí, pero sólo momentáneamente. Y es que como veremos, el poder tiene sus efectos en la sociedad y, por añadidura, en nuestro comportamiento. Y no es que quiera ver a todos los clásicos como clavos que puedo atacar con el martillo de mi teoría, pero en definitiva encuentro que todo cuanto influye en la sociedad, son efectos del poder. Esto es una certeza que con toda seguridad afirmo, pero que pocos se atreven a decir, precisamente por el hecho de que este sistema debe de caminar con el estandarte de la libertad. En mi investigación, me tomo muy enserio dos cuestiones de los teóricos que fungen como las directrices a las que sigo: Michael Foucault, y Giorgio Agamben. Aunque los 4 respeto bastante, no quiere decir con ello que, conservaré puntillosamente todo cuanto dicen en sus obras, pero sí que me atengo a dos de ellas. Para Foucault la contra-conducta es una forma de manifestarse y alzarse con la guía o dirección de la que uno es contemporáneo, sin demeritar la necesidad de una dirección; es simplemente intercambiarla por una que se crea mejor. Siento afinidad a esta cuestión y voy en busca de una nueva guía. Por parte de Agamben, hago mi compromiso el reclamo que el autor hace a los politólogos: no ahondar en las implicaciones que la teología ha tenido en la política. Para lograr mi cometido me vi en la necesidad de desmontarme de todo cuando se había dicho; debí salirme de la metodología del camino ya proyectado. Lo resumiré de la siguiente manera utilizando la célebre frase de Sir Isaac Newton: “si he visto más lejos, es porque estoy sobre hombros de gigantes” y la modificaré a esta forma: Si he visto otras cuestiones, es porque me desmonte de esos gigantes. No persigo ni quiero seguir la vía a la que apuntan esos colosos y que, además, son las que al parecer todo el mundo sigue. Incluso he de adelantarme un poco y, precisar que, el que la mayoría registre comportamientos parecidos, es un efecto del poder. Mi investigación, ciertamente tiene que atender las cuestiones genealógicas y arqueológicas del poder (pues este así se manifiesta) para poder comprenderlo, pero no es que piense que nuestra realidad es una fatalidad inscrita en estas rúbricas, al contrario, es preciso que la historia deje de aparecer como una necrópolis por la que sólo deambulan sombras desposeídas de sustancia que sólo repiten patrones cíclicos. Hay que saber pensar. Esto es lo que por desgracia falta a los historiadores, sepamos reconocerlo (Febvre 57: 1993). Mi investigación puede considerarse histórica y en definitiva puede serlo, debido a que hago hipótesis a partir de diversas concepciones de la historia, por lo que no es, en definitiva, la histórica proveniente de la genealogía y la arqueología consistente con un simple bucle sempiterno basado en la lucha por la conducción. Mi concepción de la historia es una que se hace, una a la que se accede por medio de la crítica. Comienzo partiendo de la genealogía foucaultiana en el sentido de que ejercito mis facultades de razonamiento para averiguar las implicaciones de la tecnología de poder, paso necesario 5 para Foucault, si es que se quiere salir del estado de tutela, pero no siento la más mínima afinidad al sentido histórico de Foucault. Mi investigación, por lo tanto, es una revisión crítica de la concepción foucaultiana del poder, aderezada con las implicaciones de la investigación de Giorgio Agamben. Se dice que lo grandes genios del pasado resultaron ser herejes en cuanto a la forma dominante de poder y, por ende, del conocimiento de su época. Mi pretensión es muchísimo más modesta. Sé de antemano el papel que me pertenece, y aclaro, no es causa de ningún honor. Mi cometido si es ser hereje respecto de esta forma de pensar y actuar contemporánea, pero tampoco supongo que lo que digo sea plenamente la “verdad”. Sencillamente es una forma que encuentro lógica amada a la luz de los textos clásicos que dominaron y restructuraron la vida social, y de los que se desprenden algunas implicaciones que aquí trataremos. Consideraciones que, además, encuentro muy evidentes, por lo que me sorprende que nadie haya hecho mención de ello. Resulta que a veces las cosas son más fáciles de ocultar cuando figuran en el campo de visión, pero ¡vamos!, resulta una exageración que se le mencione a duras penas. Puede, sin embargo, que con mi forma de proceder resulte ser un recluso (sujeto) de la misma forma de poder que me atrevo a desentrañar, pero es un riesgo que estoy dispuesto a tomar. Sábado 9 de marzo del 2019. Advertencia al lector. La presente obra se analiza por medio de capítulos. Cada uno representa el análisis exhaustivo de un autor y su libro en cuestión. Esto con el fin de no modificar nada de su 6 sentido; se trata de poner el mayor esfuerzo para no tergiversar en absoluto su contenido. Debemos ser puristas en este aspecto. Mi acción se encuentra secundada por mi convicción de que muchas cosas de las que leemos en la Universidad son simples fragmentos que no permiten ver el trasfondo legítimo de las obras. Es meramente a propósito que deshebro cada teoría a fin de darle honra a su contenido, además de con esto pretender no hacer una investigación patética como las que se acostumbran hoy día, esas que correlacionan “significativamente” una variable con otra, por ejemplo: la cantidad de perros que tengo en casa con mi afinidad política a partidos de derecha. Este análisis que se pretende exhaustivo podrá parecer aburrido ya que, en realidad, cada capítulo es la explicación total de una obra, pero creo que de una manera fácil de entender, además de estar sazonada de consecuencias e hipótesis mías que van a ir construyendo al final mi teoría general del poder. Menciono que es general porque lo que mis esfuerzos lograron hacer fue sencillamente percibir simples tendencias o entrelazamientos que ofrecen una idea más certera de lo que el poder es. Hay que sacarnos esas concepciones anquilosadas y bien atrincheradas del poder que de nada sirven, sobretodos esas que tienden a confundir el poder con algunos de sus atributos. Un ejemplo es Dahl, quien, en un afán reductor, lo hace coincidir con la capacidad de un individuo de controlar a otro, o de modificar su comportamiento de tal forma que su acción sea distinta a lo que su arbitrio hubiera determinado. O bien, a esa cuestión derivada del estructuro- funcionalismo consistente con ver en el poder una especie de moneda de cambio social que nos permite hacer cosas que de lo contrario estuviéramos exentos. Si bien la teoría no es definitiva pues apenas está en ciernes y pañales; si es un intento de remontar, aunque sea un poco, a dos antecesoras: la microfísica del poder y la máquina del gobierno divino del mundo. Esto no debería ser causa de sorpresa o extrañeza, ya que los dos teóricos mencionados dejaron esta misión y las pistas a seguir, de forma que, cualquier espíritu decidido, podría bien ajustarse a sus parámetros o bien desentrañarlos para darles una mejor adecuación y sentido. En toda obra, según afirma Agamben, hay un no dicho. Eso que no está dicho, no lo está en virtud de una opinión políticamente correcta. Si se quieren guardar las formas, hay disfrazar las teorías. Ese pudor con que 7 algunos teóricos ocultan sus convicciones debemos intercambiarlo por valentía y gallardía a fin de hacer explícito aquello implícito. Para aquellos espíritus vehementemente colgados y asidos a la metodología clásica he de informarles que la misma genealogía es un camino para hacer ciencia, sui generis, si se quiere, pero, al fin y al cabo, metodología. Si no comprende esto todavía a cabalidad, no hay que desesperar. En el apartado de la microfísica del poder se desarrolla toda esta problemática. Empero, mi metodología como tuve a bien escribir un par de páginas atrás, no es genealógica totalmente, de sus preceptos parte, pero es más histórica. ¿Por qué utilicé entonces, en primera instancia, la metodología genealógica? Les diré lo siguiente, cuando se trata de criticar algo (no siendo criticón) hay que conocer hasta el fundamento de aquello a lo que se le lanza la estocada. Estoy en desacuerdo con la concepción de la historia como un eterno revolver, como una reproducción ad infinitum del mismo proceso. El eterno retorno será el mito que hay que alumbrar para sacarlo de la caverna de la que es prisionero. Pero sólo puedo mostrar mi desacuerdo una vez que conozco plenamente aquello a lo que me apongo. Si bien la utilización de esta metodología es meramente pedagógica, si nos ayudará a desembarazarnos plena y conscientemente. Mi metodología es histórica y es una muy fácil de comprender y de poner en práctica. En suma, es un combate por la historia; una manera de hipotetizar con el auxilio de la imaginación un evento histórico, sus causas y motivos, para luego salir a comprobarlo, aunque no sólo en los textos como falsamente se cree. También he de decir lo siguiente. En el trayecto de la lectura de este texto, puedo llegar a ser sumamente redundante y repetitivo. Pido una disculpa de antemano, pero me veo en la necesidad de hacerlo para que nunca se pierda la trama de lo que quiero decir. Por lo que, si me lo preguntan, realmente es un costo muy barato a pagar si, al final de la lectura, el lector tiene un cuadro general de lo que quise decir. También he de decir que la lectura puede contener sus pasajes lentos, pesados y aburridos, pero sé que también los puede tener entretenidos e interesantes. Además, quiero decir que muchas de mis afirmaciones deben de leerse con tono irónico. Para aquellos lectores posmodernos comprometidos con los cánones de la recursividad propongo el siguiente reto: lean este contenido así les sea pesado aceptarlo y levanten una 8 digna respuesta. De cualquier manera, la libertad con la que cuenta el individuo de hoy día posibilita cualquier forma de pensar y, la forma de poder en la que convergemos tiene que tolerar estás reacciones en cierta medida a fin de no ir contra sus propios estatutos. Tenemos entonces: - Capítulos que tratan de abordar globalmente las obras en cuestión, además de ensayar y jugar con ellas mediante el uso de hipótesis. -Una metodología histórica que parte de la genealogía y de la arqueología, pero que no se identifica completamente con ella. - Una conclusión con los rasgos fundamentales de la teoría del poder. Rasgos que se encuentran desperdigados alrededor de toda la obra. 9 Introducción. 1.-Creo que la mejor forma de comenzar es despejando cualquier duda respecto al método histórico que emplearé. En realidad, es un método muy sencillo de poner en práctica, pero sus repercusiones y alcances son bastante elevados, sobre todo si pensamos en lo humilde, o mejor, comunes que son sus lineamientos. No hay nada de magia ni es una cuestión de otro mundo, sencillamente es la reelaboración del método histórico. Reforma que nace a partir de la inercia generada en las llamadas ciencias duras o fuertes y del contexto social. Para efectos de entender y apropiarnos de esta cuestión, acudiremos a un francés: Lucien Febvre. Él critica la posición de los historiadores, su forma de hacerla. Afirma que no se medita en los límites y las condiciones de la historia; hacen suya la idea de que los historiadores sólo deben limitarse a describir los hechos tal cual aparecen evidenciados en otros escritos. El criterio de verificabilidad de un texto histórico es la repetición del acontecimiento, ¿en dónde se encontrará esta repetición? La pregunta por supuesto ofende, en otro texto claro está. ¡Más vale que el historiador se dedique a hacer historia sin ir más lejos, que no razone ni medite! Innegablemente de aquí viene la obstinada actitud que los historiadores antes presentaban ante el problema de definir su ciencia. Cuando se les preguntaba sobre esto, se limitaban a caracterizarla, no por su objeto, sino por su material: la historia se hace con textos (Febvre 17: 1993). La sociedad ha cambiado, y por ende, su forma de afrontar la historia también. El contexto de los exploradores aventureros, cuyos estudios eran vivificados por sus viajes, y renovados por sus actividades: excavar, explorar, descubrir; de un momento a otro se troco en una tarea nefasta y aburrida que confina a sus iniciados en una oficina o en una biblioteca al amparo del enloquecedor silencio que uno debe de guardar en estos recintos. Trabajo pesado, oficinesco y sumamente sedentario. Historia hecha con personajes, fechas, nombres de lugares y palabras. Si se tuviera que definir esta forma de hacer historia, sería sin lugar a dudas de la siguiente manera: seguimiento riguroso al método cronológico con apego recalcitrante a textos, adicionado con la adoración continua del hypotheses non fingo (Febvre 19-23: 1993). 10 Hay que preguntarse ahora, y muy seriamente, ¿Pueden alcanzarse los hechos a través de los textos? Si nuestra preocupación fuera diseccionar convulsamente los textos en búsqueda de los hechos, lo único que encontraríamos sería un complejo en descomposición no de datos, sino de lo creado por el historiador, lo inventado y lo fabricado con ayuda de hipótesis y conjeturas, mediante un trabajo delicado y apasionante (21: 1993). Creo que expuestas están ahora las entrañas de la historia, y lo que revelaron fue que su principal propiedad no es viajar a un tiempo anterior al presente, no al menos de manera inmaculada y sin alteración alguna, sino que la historia es un hipotetizar acerca de los hechos pasados. El asunto es ahora ¿Cuáles hechos? Hay que enfrentarse con la doctrina de que un historiador no debe elegir los hechos, pues va en contra de los cánones de la ciencia. Pero no tan rápido, la ciencia puede sobrevivir con hipótesis ad hoc si se cumplen con ciertos requerimientos. La historia de igual manera puede sobrevivir. Así toda historia es elección. El historiador parte con un proyecto preciso en mente, un problema a resolver y una hipótesis de trabajo a verificar. Decir que estas acciones no son científicas equivale a una sintomatología consistente con una ignorancia de lo que la ciencia es. La historia que se nos enseña a hacer, no es en realidad más que una deificación del presente con ayuda de ciertos atisbos del pasado (23: 1993). La razón del cambio historiográfico en sus fundamentos obedecía a las profundas sacudidas que quebrantaron y dislocaron los seculares fundamentos de la física, y por ende, de la mayoría de las ciencias. Un cisma completo del mundo dominado por la física considerada como la geometría del mundo, tendría sin duda, repercusiones específicas que afectaban el procedimiento histórico. La ciencia no se hace dentro de una torre de marfil, sino en la vida misma, sufriendo incluso la influencia de cualquier fenómeno social portentoso. Esta cuestión es importante y hay que poner especial énfasis en ella: la mutación de una ciencia dura trae repercusiones en una ciencia suave. Y esto traerá consecuencias en la misma sociedad. Esto es acorde a la máxima foucaultiana que reza: “a una forma de poder le pertenece una forma de conocimiento”. Pero no nos desviemos en demasía del tema. En medio de toda esta reestructuración, y ante la caída de los soportes fundamentales de la ciencia, la historia se planteaba la siguiente pregunta: ¿Sobre qué fundamentos reconstruir ahora que no se puede confiar ni 11 en los procedimientos más sofisticados de la ciencia? No se tuvo que ir muy lejos para encontrar una respuesta. Basto con tomar calma y posar los ojos justo enfrente: se edificará a partir de la humanidad. La historia es la ciencia del hombre, ciencia del pasado humano; también de los hechos, ¡sí!, pero de los hechos humanos (Febvre 29: 1993). Para hacer ciencia de la historia, podemos valernos de los textos claro está, pero no sólo nos supeditaremos a su única influencia, hay que voltear a ver los archivos, los testigos, los poemas, los panfletos; cualquier documento y testimonio de una historia viva y humana. Hay que valernos de todo cuanto pueda trasmitir un hecho pasado susceptible de ser veraz. En mi investigación no me valgo de todo cuanto me pueda hablar del pasado histórico, pero trato, en la medida de lo posible, desvincularme a partir de la generación de hipótesis. La historia es, en resumidas cuentas, una reconstrucción del pasado a partir el presente. El hombre tiene muy mala memoria y no es capaz de captar y conservar los detalles históricos, es decir, los detalles sociales. Esta concepción histórica, haciendo gala de sus esfuerzos, se divorcia de las interpretaciones main stream y trata de reconstruir los sistemas sucesivos de ideas e instituciones en su estado de frescura original. La historia objetiva interpreta, organiza, reconstruye y completa las respuestas. Se hace el pasado que necesita (33: 1993). 2.- Cualquier investigación realmente seria acerca del poder, tiene que tomar en cuenta los trabajos realizados por Michel Foucault, sobre todo porque no se ensimisma en las definiciones operativas. Si queremos, por lo menos acercarnos un poco más a lo que el poder es, tenemos que llegar hasta el fondo, excavar profundamente. El dedicar nuestra investigación a solamente sus efectos, es permanecer tercamente en un nivel tópico. Para no hacer esto, tendremos que remontarnos a las esferas en donde se presentaron los primeros rastros de los efectos de poder que vemos hoy día. Sólo así podremos captar de mejor manera sus características. Muchas veces los rituales pierden su sentido, pero se conservan precisamente porque sobrevive el efecto que se espera del acto; por ejemplo: muchos no saben porque aplauden y lanzan vítores al final de una función. Intuitivamente saben que el “bravo” sumado a los aplausos trae al artista nuevamente al escenario. Podrán no saber la connotación de la 12 palabra empleada, ni sus orígenes, ni sus mutaciones, pero conocen muy bien su efecto. El ejercer la técnica por la técnica es un error que pagamos muy caro hoy en día. Paradójicamente el tiempo en que vivimos se caracteriza por esta situación y es muy difícil no involucrarse en ella. Otro ejemplo. Respecto de estos días, en plena celebración de la “semana santa”, he tenido la oportunidad de participar en ella como un observador participante. Me percaté de que, en la mayoría de las veces, las personas al entrar en una parroquia buscaban inmediatamente un lugar propicio para arrodillarse y hacer la señal de la cruz. Ritual que a todas luces aparece vacío, y no es que me haya puesto a averiguar por medio de entrevistas o encuestas si sabían o no las implicaciones del acto. Siendo optimistas, si han de asignarle un valor a tal acto, sin duda es el del arrepentimiento o el perdón. Por lo mismo es que puedo inferir de que no tienen ni la más remota idea de lo que hacen. Una forma de devoción piadosa claramente tiene que ver con arrepentirse, pero el arrepentimiento implica un volverse, hasta donde las fuerzas lo consigan, de un camino mal ejecutado. Es entonces cuando la constancia y la perseverancia entran en juego, pero ¿Qué se entiende en estos días por un mal proceder? El poder ahora enaltece la libertad sobremanera. De acuerdo a esto no hay proceder malo, todo cuenta, si algo se ve malo hoy día, es la imposición del libre movimiento. Después de todo, tenemos la libertad total de determinarnos. Si esto es así, entonces no hay mal proceder, por lo que surge la pregunta ¿Por qué se sigue arrodillando la gente? ¿Por qué sigue repitiendo rituales pesados, nefastos y sumamente aburridos? ¿Por qué la gente finge arrepentirse cuando la sociedad dice que moralmente hablando- no hay un mal proceder? ¿Tendrá esto una explicación suficiente? No hay motivo para ser fatalistas, todo tiene su explicación. Los efectos sociales que vemos hoy día son efectos de la forma en que se ejerce el poder. Que nosotros no sepamos muchas veces el contenido completo, o mejor, la historia de los procedimientos y protocolos a los que asistimos y que revitalizamos, es uno de los principales efectos del poder. Las palabras y sus significados también son víctimas de la misma potencia, por eso no es de extrañar que sus usos y los lugares en donde se empleaban originalmente, cambien. Cuando esto sucede es difícil echar la reversa y emprender la marcha atrás. Las 13 distinciones que hacemos y que son aceptadas socialmente, trazan sus marcos, sus reglas y no dan oportunidad de salir. Como decía un conocido filósofo “las limitaciones de mi lenguaje significan las limitaciones de mi mundo”. Preguntémonos: ¿Qué pasa cuando las connotaciones del lenguaje son restringidas, de alguna manera confiscadas? Seguramente que no estaremos en condiciones de pensar siquiera en tratar de criticarlas, puesto que nuestro lenguaje nos impide pensar en ello. Empero, toda remoción de este tipo no es total, siempre deja atisbos de su esfera primigenia; pequeñas pistas a las que hay que prestar atención y no desatender a fin de encontrar la salida de esos campos de distinción. La teoría de las signaturas de Agamben atenderá precisamente esta cuestión. Él es, desde mi percepción, un seguidor de los trabajos de Foucault y decidió llevar y mejorar las posibles deficiencias que el vio en el francés para seguir complementando, reformando y enmendando la teoría de la microfísica del poder. También, por mi parte, puedo decir que sigo el rastro de Foucault. Su análisis es cautivador y deslumbrante desde el momento en que decides adentrarte en él. Una vez dado este paso, no hay vuelta atrás. Lo más sensato que puede hacer cualquier individuo con interés en estos temas es hacer suyo el reto planteado por él y seguir hacia adelante. Consciente estaba Foucault de los alcances de su investigación. Sabía que no llegaba a una teoría general del poder, pero también lo estaba del hecho de que había dado herramientas suficientes de las cuales partir, además de problemáticas a resolver; concretamente regala tres temas de investigación. Siento afinidad por uno en particular, el cual tomé sin vacilar. Se trata de un tipo de contra-conducta en específico: la contraconducta que encara al Estado como poseedor de la verdad. Altamente contrastante es que al final de su análisis, después de vislumbrar un crudo y frío mundo cuya misión solamente es su propio reciclamiento, levante la voz (Foucault) para decir que la nación en su totalidad (la entera humanidad) debe ser capaz de poseer la verdad acerca de su identidad, de lo que quiere y de lo que debe hacer (Foucault: 408). Idea de una sociedad titular de la verdad en contraposición de un Estado que dicta su verdad. Esta contra-conducta auxiliada con la metodología de la historia moderna, puede ayudarnos a tomar distancia de los entendimientos que nos atraviesan en la actualidad y que nos sujetan (nos hacen sujetos) para plantearnos las cosas desde otro ángulo, y así 14 poder entablar un serio combate por la historia. Hipótesis que tratarán de reconstruir la historia vs la historia del espacio flexible y tiempo abierta. La concepción cíclica como concepción histórica no es nueva, se remonta mucho tiempo atrás. La genealogía bien podría ser un refrito de nuestros antepasados. Si esto permanece oculto es simplemente porque nuestras distinciones no nos permiten mirar atrás. En el libro “El sentido de la historia” de Lowith, obra que él considera un pequeño bosquejo, se da a la tarea de demostrar que la filosofía de la historia iniciada con Voltaire, se aleja poco a poco de la providencia divina para abrir paso a la voluntad humana, es decir, se origina con la fe cristiana y judía en la perfección y termina con la secularización de su entramado escatológico (8: 1956). Explicado de manera simple, el movimiento iniciado por Voltaire es una crítica al mundo en cuyo horizonte se vislumbra la culminación de la fe escatológica para terminar en la noción de una historia sin fin, cuya operación consiste en una reproducción obstinada de sus circunstancias. El cambio esta acentuado en una principal cuestión: la historia ya no tiende a un fin último, sino que está orientada hacia sí misma. La historia se hizo mito, y ese veremos, es otro efecto de poder. El mito es el protocolo vacío de sentido, vacío de semántica al que le sobrevive sólo su operatividad. Esta práctica es suficiente para producir ese efecto, tal como el aplauso obliga a volver al artista al escenario. Lowith ve en el incido del combate dos concepciones: la griega y la hebrea-cristiana. Para estos últimos, la historia fue desde siempre una de la salvación; tenía meta, un objetivo. Se originaba en la fe de un acontecimiento último. Los griegos, por otra parte, fueron más moderados en sus especulaciones. A ellos les impresionaba el orden y belleza evidente del cosmos. La ley del crecimiento y la decadencia fueron sus directrices para entender la historia. En concordancia con la interpretación griega de la vida, todo se mueve en ciclos, en bucles, en repeticiones: la eterna salida y puesta del sol; las estaciones sucedidas de forma invariable; en suma, los cambios del cosmos, sus revoluciones se producen cada cierto lapso de tiempo. Un mundo dominado por la racionalidad del cosmos es 15 ampliamente incompatible con uno milagroso.1 Una filosofía de la historia es un sinsentido, por lo tanto. El hado del cosmos griego esta dado de una vez y para siempre: repetir obstinadamente un ciclo sempiterno. Ahora bien, la reconstrucción de la historia no tiene a donde ir más que a la concepción judeo-cristiana aunque el dominio de la concepción que domina la historia está inscrito dentro de los estándares griegos, y lo veremos con sobradas pruebas. Hay, claro está, un riesgo muy grande que estoy dispuesto a tomar. Dicen que el que no arriesga, no puede ganar. Desde donde lo veo hay dos posibilidades. La primera y la que deseo realizar es: desmenuzar los procesos de poder hasta llega al archivo que con tanta vehemencia se custodia: los arcana imperi. Empresa que se antoja difícil ya que la gran teatralización estatal facilita que pasen desapercibidos. La segunda, en la cual resultaría realmente lamentable caer, es la trampa que el mismo poder tiende. Para sobrevivir el poder libera, da libertad para actuar y de esta libertad se alimenta y persevera; los movimientos que se puedan alzar en su contra no son inesperados dentro de sus parámetros de control sino que fungen como una cualidad armónica. En este sentido, mi tesis puede no ser más que una manifestación y efecto creado y bien controlado del poder. Otra cuestión que no está de más mencionar es que, el análisis que desarrollaré puede parecer en primera instancia un esquema de diversos órdenes que a través de la historia han acudido para dirigir a los hombres, y se puede llegar a pensar que no hay un objeto de estudio específico, en suma, una operacionalización que me permita agarrar mi objeto de estudio y analizarlo. Empero, cualquier juicio efectuado de esta manera es osado y puede estar sumamente sesgado. En efecto, esta tesis parte del hecho de que nuestras ideas pueden estar determinadas estructuralmente. Las metodologías main stream pueden ser el señuelo para que nos enfrasquemos en caminos que al poder le convienen. Debido a esto es que comenté que era preciso bajarse de los hombros de los próceres de la ciencia en virtud de ver cosas diferentes. Paul Feyerabend ya lo dijo hace un tiempo, la condición de consistencia obliga a las hipótesis nuevas a concordar con las anteriormente aceptadas, 1 En primera instancia, el milagro esta fuera del orden, empero, según las directrices de la máquina gubernamentalidad, están integrados en el mismo orden, por lo tanto, el milagro es un orden secundario que nunca dejó de pertenecer al primario. 16 y esto acorta nuestra capacidad inventiva propia de la formulación de hipótesis de la concepción histórica de Febvre. Por mi parte veo que el mejor maridaje para la forma de poder que se ejerce contemporáneamente es una forma de saber que empate nuestra visión con la de su estructura. 17 1.-Seguridad, territorio y población. Para Foucault, el análisis del poder, pone en marcha los siguientes aspectos: 1) no debemos tratar al poder como si fuera una sustancia, un fluido. Tampoco como aquello que mana de esto o del otro; es decir, como algo que podamos poseer. El poder tiene que ver con un conjunto de mecanismos cuya función y papel consisten en asegurarlo. 2) Ese conjunto de relaciones, técnicas y mecanismos cuyo papel es establecer, mantener y transformar al poder no son relaciones auto-genéticas, no se fundan en sí mismas. El poder no se funda en sí mismo ni parte de sí mismo, sino de dispositivos implementados. 3) Este análisis va a poner en marcha un análisis global de la sociedad y va a articularse con la historia, la filosofía, la teología, la economía etc., y 4) No hay discurso teórico o análisis que no este de un modo u otro atravesado por algo así como un discurso imperativo, es decir un discurso de verdad que sostenga tales mecanismos, relaciones, técnicas y tácticas. Para que esas fuerzas funcionen, estas deben estar respaldadas por un campo que de sentido a dichas fuerzas, que les de soporte y fundamento para su acción, además de ser susceptibles de transportarse por individuos hacia otros individuos (Foucault: 16-18). Esta cuarta idea es necesario aterrizarla bien y ponerla de manifiesto en su justa forma. De manera simple lo que dice Foucault es que siempre hay un maridaje entre una forma de poder y una de conocimiento; una viene siempre acompañada de la otra. La cuestión dos, se antoja más difícil, y es que, si el poder no se funda en sí mismo, hay que encontrar y describir esos mecanismos que la originan. Foucault encontró tres. En “seguridad, territorio y población” el poder, o como Foucault tiende a llamarlo en ocasiones, el bio-poder2, ha llegado al punto de revelarse como un dispositivo de seguridad. Para llegar a esta etapa que hasta ahora se muestra como su estado final, tuvo que sufrir una serie de transformaciones; si queremos ser más correctos diremos que de reacomodos, pues las técnicas ni desaparecen ni se suceden, siempre están unidas una con la otra en un complejo entramado. Con una actitud osada y envalentonada se puede decir que estos reacomodos son en virtud de una necesidad interna presupuesta desde el inicio por un dispositivo del poder. Esta es mi principal hipótesis. Los estadios de poder no 2 Entiéndase, según Foucault, el conjunto de mecanismos, por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder. 18 obedecen a diferentes reacomodos motivados por la primacía de diferentes nodos de poder, son más bien, adecuaciones de una forma de poder. Si el dispositivo de seguridad es un mecanismo modulado en tres tiempos, ¿Cuáles son los otros dos? Primariamente tenemos lo que se denomina dispositivo de ley (legal o jurídico) y luego los mecanismos disciplinarios. El primero funciona creando una bipartición entre aquello que está prohibido y aquello que no lo está. Determinar qué es lo que el individuo tiene permitido y lo que no tiene que hacer es su principal preocupación. En efecto, entre más abarcador, más exacto, debido a que se eliminan las ambigüedades que dejen claro-oscuros donde el hombre pueda moverse; configura todo un esquema de inhibición de movimiento al individuo. Dado que es tan específico, la trasgresión o incumplimiento culmina en una pena capital. El segundo dispositivo parte del primero, pero complementado con toda una serie de técnicas y mecanismo de vigilancia y corrección. Su fin ya no es el castigo superlativo (capital), sino es la puesta en marcha de técnicas adyacentes al primer sistema que permitirán vigilar, diagnosticar y transformar, consiguiendo la reincorporación. El auxilio de estas técnicas se consigue cuando la ley no es la que impera exclusivamente; a ese espacio se suman ramificaciones bajo el mote de reglamentos. A partir de ese momento, la función principal no es prohibir, sino adecuar y para eso tiene que prescribir. Ya es el “no” harás esto o aquello, ahora es: harás esto o aquello. El tercero –la seguridad- ya no veta ni ordena, se preocupa más bien por dejar hacer a los individuos siempre y cuando no rebasen un límite estipulado como óptimo, una media asistida por el análisis y examen de una serie de datos obtenidos a partir de la competencia de las precedentes técnicas. 3 Para entender la microfísica del poder, necesariamente debemos entender que el advenimiento de una de las técnicas, no presenta una contradicción tal que, su 3 La complicidad de estas técnicas se revela desde el inicio. El sistema jurídico legal con su castigo ejemplar, pretendía obtener un efecto correctivo, sino sobre el culpable, si sobre el resto de los individuos. Era importante por su probabilidad, y por lo mismo podemos decir que introducía una seguridad. La disciplina, por su parte, cuando toma la iniciativa de corregir, lo hace en virtud de los riesgos de recaída, de reincidencia. En sentido inverso, para garantizar la seguridad, es necesario un sistema de vigilancia (Foucault: 23). 19 emplazamiento requiera la cancelación total de los otros; no es el relevo total de su competencia; los principios inherentes al funcionamiento de cada técnica no entran en oposición. El imperio de una técnica quiere decir la asimilación de las otras dos; los rasgos de cada dispositivo son contenidos y funcionan aún, es más, cualquier dispositivo en turno necesita cualidades de los otros dos. Nunca hay una sucesión definitiva entre mecanismo y mecanismo. Algunas consideraciones acerca de cómo los dispositivos actúan sobre lo individuos son primeramente que la ley tiene como objetivo principal ejercer su potencia fijando los límites de un territorio. Es plenamente soberana; constituye el propio espacio de su ejercicio y se ocupa de los individuos en la medida en que están inmersos en el campo creado por la ley. Se vale de un sistema normativo que entre más extensivo más determinado. Con base en esta lógica se entiende que su encargo principal es establecer un campo de acción enmarcado en una serie de preceptos de lo que no se pueden hacer. Delimita un espacio y atiende a los individuos en la medida en que trasgreden ese espacio. Partiendo del punto en el que un campo ha sido creado, el mecanismo disciplinario se asigna como una de sus funciones el levantar un baluarte con el propósito de concentrarse en el individuo, por eso el modelo disciplinario es el espacio intramuros. No es que no se persigan fines colectivos, claro que los hay, pero su forma de alcanzarlos es tratando al trasgresor individualmente. La seguridad, dado que es expansiva, tiende a romper esas murallas mediante el uso de movimientos calculados en relación de los distintos componentes de ese espacio. No es que no tenga límites, si se los fija, pero con el compromiso de ser dinámico. Una vez que cuenta con un conocimiento cabal de los factores y variables en relación a sus fines, puede bien trasgredir sus fronteras o puede decidir recular sus fuerzas. La parte fundamental de ese conocimiento está conformada por los movimientos tendenciales de los individuos. Se ocupa de los individuos, en tanto sus relaciones son fuentes de datos privilegiadas; deja al individuo libre para encontrar en sus movimientos esas regularidades y tendencias a fin de estudiar detalladamente todas las variables que intervienen y planear la manera de incidir en esos movimientos pasando desapercibido. 20 Se basa en el “dejar hacer y dejar pasar” atenidos a ciertos límites que es mejor no franquear.4 Es notorio que cuando hablábamos de las características que tenían que ver con las relaciones entre los dispositivos y los hombres, la palabra espacio nunca desapareció. Cada dispositivo atiende esta dimensión de manera diversa, por lo que se vuelve necesario dar detalles acerca de las manifestaciones de este tópico en cada mecanismo. La cuestión pasa por cómo se ordena la ciudad y para Foucault el ejemplo de la ciudad arreglada con apego al dispositivo de ley sería la ciudad como Maitre la pensaba, una ciudad ordenada bajo un principio jerárquico muy básico compuestos de campesinos artesanos y el tercer estado o la nobleza. Su acomodamiento es a la manera de un edificio en cuya base se sitúan los primeros, en las partes comunes los segundos y en la cúspide los terceros. Así los cimientos serán los campos, las pequeñas ciudades estarán ocupadas por los artesanos y en la capital residirá la nobleza, el soberano y su séquito. Se entiende entonces que el espacio se configura alrededor de un centro fastuoso allende al cual se sitúan ciudades más discretas, para finalizar en las marginales; un circulo cuyo centro es mayestático (pertenece a la realeza), manteniendo una relación estética y simbólica. Centro a partir del cual se extenderán todas las leyes y ordenanzas de modo que no escape detalle; lo abarca todo y sin ninguna restricción. A partir de este foco se organizan las circulaciones y los movimientos de todo tipo, por ejemplo: la expansión de la moral, de las relaciones económicas o la que se quiera. Un buen soberano, se trate de un individuo o un colectivo, es alguien que está bien situado dentro de un territorio, y un territorio bien controlado, es un territorio con una buena disposición espacial. Soberanía ligada a la eficacia de las circulaciones de ideas, de voluntades, de mercancías a partir de un núcleo. Su anhelo, en concreto, conectar la eficacia política de la soberanía a una distribución espacial. Su problema puntual: ¿cómo consolidar un estado bien capitalizado, vale decir, bien organizado en torno de una capital, 4 Cuando está en vigencia el dispositivo de seguridad, podemos encontrar fácilmente la operación de los anteriores dispositivos. La ley aquí deja ver su operación, pues como dijimos tiene como propósito definir un territorio; aquí el territorio está claramente delimitado, aunque sus fronteras sean flexibles y transitorias. A su vez, la disciplina es muy perceptible cuando se constata todo un mecanismo atento al conocimiento que arrojan las relaciones del medio con los objetos y sujetos. 21 sede de la soberanía y punto central de la circulación política y comercial (Foucault 32: 2006). La disciplina tiene su arquetipo en las ciudades-campamento. El espacio se arquitectura por medio de figuras geométricas tomadas de la inteligencia militar, a saber, el cuadrado o el rectángulo, subdividido a su vez, por medio de cruces en otros cuadrados o rectángulos (Foucault 34: 2006). Se avizoran disimetrías entre las divisiones geométricas de la ciudad, pero son efectos de cálculos que le permiten al eje simétrico trabajar de una manera plena. Ya no un ojo omnímodo que vigila empotrado en un centro estratégico, sino que estas disimetrías son trazadas para llevar a punto un juego en el que se mezclan estratégicamente jerarquías en virtud de un control más directo y recalcitrante. La arquitectura de la ciudad tiene que ver con la consumación de estructuras que permitirán circular y administrar mejor la vigilancia y el control. Si se quiere identificar una sociedad dominada por este espíritu disciplinario se lo puede hacer fácilmente sobretodo porque coincide con el espacio amurallado. Por otro costado, en la seguridad se trata más bien de organizar la circulación y suprimir los actos peligrosos, eliminar los amontonamientos, dar cabida a las nuevas funciones económicas y administrativas, regular las relaciones con el campo circundante y, por último, prever el crecimiento (Foucault 37: 2006). Para esto, el principal insumo que le va a dar las directrices de actuación a la seguridad son los datos obtenidos por el juego de la población liberalizada y su relación con el medio. Esos datos serán extraídos por el complejo artificial que circunda al hombre en todas sus direcciones o lo que es lo mismo, los mecanismos de ley y de disciplina que sobreviven en la seguridad, aparte de los que este implementa. Los podemos encontrar a un costado, arriba y abajo, listos para captar aquellas regularidades significativas. Esos datos, tanto artificiales como naturales, son cantidades que son relativamente reducibles, pero nunca por completo. Se trabaja con probabilidades. El cometido de este dispositivo no es reducir al máximo exponente aquello que se considera como bueno, ni reducir a su mínima expresión aquello tildado como malo, se afana más bien en otro asunto, armonizan todos los elementos contenidos dentro del territorio en un punto considerado como deseable u óptimo, el cual es fijado por la necesidad del propio 22 dispositivo. Las concepciones de lo bueno y malo se apartaron de la seguridad en el momento en que la está la utiliza a conveniencia; si finge respeto a estas concepciones es para poder dar vida a su juego. La seguridad trabaja con series, no con fundamentos morales. Una serie será entonces un fenómeno que ocurre mediante la conjunción de ciertas variables. La consigna del dispositivo de seguridad es encontrar variables susceptibles de ser controladas para llevar los fenómenos a donde el dispositivo se lo proponga, claro está, sin ser notada su influencia. Al conjunto de series se le puede hacer frente mediante el cálculo probabilístico (Foucault 40: 2006). La noción de medio hay que entenderla en su inserción física, amputarla después de su espacio originario mediante una incisión precisa, pasando por diferentes concepciones hasta insertarla en el nuevo locus. A la cuestión ¿qué es el medio? Newton respondía: aquello necesario para explicar la acción a distancia de un cuerpo sobre otro. El elemento de soporte y circulación de una acción. Esta noción pasa a la biología con Lamarck para aludir al espacio físico, y después es transportada a lo social. A partir de ahora, el medio no es ahí donde se reproducen perpetuamente las relaciones naturales, sino el ámbito eterno que contiene las relaciones naturales adicionando la intervención y la emergencia de los elementos artificiales y, por ende, el lugar por excelencia de donde se extraen los datos de las tendencias sociales. Puntualmente el medio es donde conviven, tanto la artificialidad de los dispositivos y su voraz apetito por percibir tendencias y las relaciones naturales del ambiente con los hombres. En este momento Foucault se concientiza de un fenómeno en ciernes; el alba de un suceso distinguido por su dispersión y vehemencia, su incremento y fortalecimiento: el problema de la naturalidad de la especie humana dentro de un medio artificial o cuasi artificial. Un medio artificial y natural en el cual el artificio actúa como una naturaleza con respecto a su población que, tejida de relaciones sociales y políticas, también funciona a su vez, como una especie. Es cuando el género humano cambia a especie humana. La especie humana como una que es susceptible de ser analizada en un medio cuasi natural (44: 2006). La transformación que implementa esta técnica no sólo pasa por el lado de los dirigidos, también los dirigentes cambian su papel. El soberano no se identifica en nada 23 con el filósofo rey platónico, es decir, aquel investido de un halo de pulcritud y virtud tal que dominase sin problemas aquellos preceptos elevados de la moral; aquel que tiene en su praxis la apuesta del bien común o el encargo de escribir y repasar en la ley teológica día y noche para poder dirigir al pueblo con sabiduría. ¡No!, aquí el soberano se identifica como aquel experto técnico que conoce con lucidez los datos arrojados por el nuevo medio artificial y tiene competencia para actuar en este medio. Es un técnico experto en los datos consistentes a las relaciones de aquello que es natural en un medio cuasi artificial. 3. Ahora, a Foucault le interesa la operación y función de estos dispositivos en relación al acontecimiento y al gobierno. Para eso toma el fenómeno de la escasez que define básicamente como un estado de penuria que tiene la propiedad de engendrar un proceso que la dilata y, a falta de un mecanismo que la detenga, la procura y la acentúa (45: 2006). Para los gobiernos del siglo XVII y XVIII lo importante era evitar esta situación. Aparecía, según la filosofía de aquel entonces, como mala suerte (la escasez), dado que era propiciada por factores sobre los cuales no había control (lluvias, heladas, sequías). De otro costado, se manifiesta por la inclinación obtusa del hombre, inclinación proveniente de su naturaleza caída manifiesta con comportamientos de acaparamiento, almacenamiento y retención de mercancía. Debido a esto, en un primer momento no había mucho que hacer, a menos de que se quisiera batallar en contra del hado. En un segundo momento tampoco, pues el hombre caído debía esperar el final de los tiempos para su salvación. Para hacerle frente se debía encontrar una historia totalmente diferente a la de la salvación y a la de la providencia. La historia del hombre como centro del universo toma empuje y realce cuando el hombre toma suya la encomienda de dirigir su propia sociedad. Se implementa entonces un sistema que podría ser calificado a la vez jurídico y a la vez disciplinario. Se prohíbe, primeramente, las cosechas elevadas para que de ese modo la abundancia no provoque un hundimiento del precio del producto tal que los campesinos registren pérdidas. Se propone un sistema coactivo que obliga a la gente a sembrar determinada cantidad y que impone el cultivo de tal o cual cosa. Aunado a una serie de restricciones al precio, al acopio y a la exportación. Objetivo: que los granos se vendan al precio 24 más bajo posible, que se tenga la menor ganancia posible, y que los habitantes de las ciudades pueden alimentarse de la forma más barata posible, lo cual resultará en el mantenimiento de los salarios bajos. […] Sistema contra la escasez. ¿Qué se logra? Todos los granos irán a para al mercado y lo más rápidamente posible. El fenómeno de la escasez será relativamente limitado y además las prohibiciones de la exportación impedirán que los precios se desbloqueen en las ciudades y la gente se rebele (Foucault 49: 2006). No obstante, resulta en una medida falaz en cuanto que la limitación a la siembra y la regulación de la misma provoca un estancamiento del precio del mercado, misma que garantiza la no esperanza del alza del producto. En situaciones inclementes y severas se inhibirá drásticamente el margen de acción dado que el precio más bajo de mercado provoca las ganancias más bajas del mercado, neutralizando la respuesta. Debido a esto, también los fenómenos sobre los cuales no recae ningún dominio resultarán calamitosos (inundaciones, sequías, plagas). La menor oscilación hará que las cantidades sembradas caigan por debajo del mínimo indispensable, provocando la escasez. La regulación potencia aquello que quería evitar: la escasez. Lo anterior para Foucault está inscrito en el pensamiento intervencionista mercantilista y cameralista. Esto cambia en el momento que el buen funcionamiento del sistema económico está asegurado sin la intervención del Estado, mediado por las leyes de la naturaleza. La escuela fisiócrata representa el punto donde se articula el dispositivo de seguridad a través del auxilio que representa un modelo derivado de la naturaleza, un modelo correspondiente a la biología. Para esta escuela el único producto neto que puede tener una nación es el producto agrícola, de ahí que se entienda que está ligado a la noción de circulación al más puro estilo de lo que pasa en un cuerpo con la irrigación de la sangre, o en la naturaleza libre, cuya actividad resulta en abundancia. Es este principio de libre circulación el que se va a integrarse en las técnicas de poder y, además, es un principio representativo de las facultades de la microfísica del poder. Es este principio de circulación, de libertad, el que expandirá la producción, pero también es el que va a sostener en la abundancia, el precio. Sucede así precisamente porque se derriban los límites a la acción mediante la exportación. La exportación a su vez es incentivada con un sistema de primas con el cual se establece un correctivo, una asistencia a esa libertad y, para evitar que en tiempos favorables se importará mucho, se establecieron aranceles, de tal manera que la abundancia excesiva de los productos traídos 25 del exterior no provocará una nueva baja de los precios (Foucault 52: 2006). Los efectos que procura son contrarios al sistema rígido establecido anteriormente. Su modelo señala ya no el precio más bajo, sino que fomentaba el alza de precios, favoreciendo la balanza de la nación abriendo las exportaciones y restringiendo las importaciones, lo cual impulsará prima facie desvanecer las acciones conectadas con la avaricia. El primer signo de alza de precios será el indicador por excelencia de ganancia, a la que todos atenderán rápidamente si quieren obtener ganancias antes de que el precio alcance un equilibrio de mercado; disminuirá el acaparamiento y la retención de la mercancía. Por otro costado, la gente estará en posición de despachar su producto al extranjero cuando las condiciones le indiquen que es favorable. Esta circulación también está en posición de encarar favorablemente cualquier descenso atribuido a causas indomables tales como la sequía, las inundaciones etc. Aparición de un mecanismo que tiende a mantener el precio más alto posible del mercado por medio de la interacción de procedimientos que equilibran el excedente y la penuria. De las peculiaridades que trae este sistema podemos encontrar las siguientes: 1) ayuda a no pensar en términos valorizados de bueno y malo; la penuria ya no es un flagelo divino acreditado por las malas inclinaciones o por la mala fortuna o el destino cuya fuerza inexorable introduce al hombre en un estado de incompetencia. La escasez ya no es ni buena ni mala, sino es lo que es: un fenómeno natural regido por sus leyes y anclado en la misma realidad directa y tangible, cualitativamente diferente de un acto ultraterreno promovido por una voluntad trascendente. Es una realidad investida con sus regularidades y tendencias, con fenómenos característicos y leíbles una vez que una aguda observación y vigilancia los revela. Es sólo a partir de esta concepción que a la realidad se le puede dar cara por medio de una serie de vinculaciones con otros elementos de la realidad, y por medio de un complejo artificial que posibilita su manejo. Una regulación relajada y marginal, pero sumamente eficaz. Cualquier fenómeno indeseable quedará poco a poco compensado, frenado, limitado, y en última instancia anulado. Instauración del dispositivo de seguridad amoral, sin la clásica concepción radical dualista. Queda evidenciado que la escasez es una quimera y resultado de artificialidades aberrantes, es decir, es el resultado de la implementación 26 fallida de la ley y la disciplina, de ahí que se piense ilusorio lo moral y lo antimoral. A partir de ahora, no hay límites a la acción que sean fijos o universales, no hay un parámetro estándar que dirija la acción de los soberanos y los individuos, sino sólo datos. La seguridad sólo utiliza la ley para demarcar un espacio en cuyo interior se registrará una dinámica específica afín a los intereses de la seguridad, es decir, el juego que relaciona las fuerzas en el óptimo que requiere. La seguridad deja hacer deja pasar; aquí todo está permitido siempre y cuando no vayan más allá de la demarcación establecida, si bien esta es flexible, no se debe trasgredir sin el amparo del cálculo de la razón de estado. Sus horizontes están sujetos al cambio, pero no son incumbencia de la población ni del pueblo (más adelante se entenderá bien el por qué). Sólo son trámite reservado a la razón de Estado, la cual estará en constante observación de sus fuerzas y de los detalles regulares en el medio que le permitirán dilatarse, neutralizarse o retraerse. El efecto concomitante de los marcos flexibles da el juego de la libertad. El liberalismo es el estandarte de la política, es la praxis política y, sobre este esquema es que la conocida noción de praxis proveniente del marxismo adquiere total coherencia y significado: el hombre estará en condiciones de conocer su naturaleza y sociedad a partir de la adquisición de conciencia de su devenir histórico, no a partir de lucha de clases, sino a partir de los acomodos, desplazamientos y emplazamientos de las técnicas de poder; esa comprensión para la acción sólo tiene lógica en este ámbito, pues dependiendo del contexto y del acomodo hay una práctica solicitada por el mecanismo del biopoder. El hombre al adquirir consciencia de su devenir histórico reprime por completo la historia de la salvación para empeñarse en construir la suya. Esta historia será repetitiva siempre y cuando tenga como base el trabajo o la lucha de clases. De aquí que la historia para Foucault no sea lineal, como tendiendo a un fin, sino sólo cíclica, renovaciones sin cesar en un marco anárquico (sin principio, y por ende sin fin). Avizorando un horizonte infinito, donde no se fijan objetivos más que el arreglo eficiente del dispositivo, las nociones de bueno y malo quedan vaciadas de contenido, lo mismo que la de normal o anormal, pues son depositarias de la ley. La libertad siempre buscará perpetuarse y para perpetuarse necesita no tender a un fin. 27 Si estos marcos de la gubernamentalidad son flexibles, es decir, no son rígidos y de cuando en vez se mueven, hay que preguntarse necesariamente ¿Qué se necesita para que estos límites se muevan? Se había mencionado que la supremacía de un dispositivo no es la eliminación tajante de los otros mecanismos. Cuando la seguridad domina, la disciplina se muestra como un sistema de recopilación de información cuyo beneficiario es el dispositivo de seguridad. La información se trasmite por medio de series (conjunción de variables o elementos que crean cierto fenómeno). Para que estas secuencias no representen una saturación inservible de la información, hay necesidad de dosificar en casos, que no es otra cosa que una manera de individualizar el fenómeno colectivo de acuerdo a variables y rasgos específicos. Separación artificial bajo ideas como la edad, sexo, escolaridad etc., que facilitan lecturas tales como: este grupo es susceptible de un mayor riesgo en función de esto y aquello (status económico, social, político). Nociones de caso, riesgo y luego peligro. Peligro entendido como inminente proclividad hacia algo indeseable dentro de los parámetros de control en función de inadecuaciones derivadas – recalco- de rasgos y vinculaciones, no malas ni buenas en sí mismas, sino sólo intratables dentro de cierto contexto. Crisis es la última noción, y se define como aquel fenómeno de intensificación circular que solo puede ser detenido por un mecanismo natural superior que va a frenarlo, o por intervención artificial (Foucault: 81-82). El caso, el riesgo, el peligro y la crisis son concepciones necesarias para los movimientos del mecanismo de seguridad, sin el uso de estas concepciones no es posible un sólo reacomodo y movimiento de los límites de la seguridad. Entonces, ahora si ¿cómo se mueven los límites de la seguridad? Primeramente, voy a hacer una advertencia para que evitar malentendidos. Los límites de la seguridad no son solamente físicos, es decir, no se refieren únicamente a las fronteras estatales, aunque si las incluye. Recordemos que la seguridad si contiene a los dispositivos anteriores, pero su dinámica es aparte. Aparte de los aspectos físicos, la seguridad entiende por límites a la moral o mejor dicho su ética, sus relaciones económicas (circulación de mercancías y tipo políticas económicas), sus sistemas políticos y todo lo que estos contienen etc. Una vez que los casos están distribuidos según una media en función de relaciones naturales y artificiales, y esta no coincide o es inconsistente con el cálculo de la razón de Estado, hay que mover los límites a fin de que la coincidencia se realice; a fin de que se complete la normalización. 28 Seguramente se preguntarán ¿Qué es la normalización? En primer término y siguiendo el hilo de lo hasta ahora expuesto, difiere de la normación, en cuanto que la normación parte de una norma y a continuación distingue lo normal y lo anormal. La normalización no debe entenderse como un absoluto al que se debe tender por su deseabilidad, sino que es la distribución óptima (para la razón de Estado) a la que los casos deben tender en un momento determinado y con un contexto específico. Dado que depende de situaciones volátiles, esta curva es susceptible de cambio. La seguridad se encargará de la operación de integrar lo mejor posible las variables que precise en esa media. Sería un error pensar que todos los individuos deben tender a esa media. En la seguridad aparecen dos niveles dentro del saber-poder diferentes a la típica división del colectivo y el individuo: división de los individuos en la población y el pueblo. Hay que tener cuidado en considerar esta división como una cesura fáctica pues el corte sólo persiste en la imaginación de la tecnología de poder. Por población debe entenderse simplemente el conjunto de individuos en cuanto objetos (a quien se dirijo la técnica) y sujetos (a quien sujetó la técnica) convocados en un medio y calificados como convenientes en función de las relaciones que se dan en un medio natural atravesado por uno artificial. La población representa el conjunto de personas ajustado a cierto tipo de relaciones que los parámetros de la tecnología de poder consideran óptimos. Por eso también es el instrumento que varía en cantidad de acuerdo al cálculo de lo que más adelante conoceremos como razón de Estado. Al contrario, el pueblo será, por consiguiente, aquel nivel que no funciona como parte integral de esa tecnología y que manifiesta inadecuación. La incompatibilidad se puede presentar en una porción que antes constituyó la población, y es que no existe una diferenciación fáctica hecha de una vez y para siempre. Muy por contrario, el cálculo del biopoder, según sus necesidades y propósitos, selecciona una muestra de individuos para constituirse en población bajo el supuesto de a todos les puede tocar participar de un bando u otro. Debido a que hay una parte que nunca encajará en los programas del gobierno, siempre habrá manifestaciones en su contra, núcleos de insubordinación, en síntesis, el pueblo reclamando al gobierno su no introducción en ciertos programas. Pero este descontento también es cuestión de cálculo; está dentro de los límites que la seguridad puede tolerar. En caso de que las cosas se salgan de control, tomará medidas drásticas, pero en principio, el descontento con la forma de gobierno traerá la necesidad 29 de otra forma de gobierno, y habrá una serie de manifestaciones que dan vitalidad a la gubernamentalidad: son su motor de preservación. El descontento sumado a la posibilidad de un mejoramiento hace deseable otra forma de conducción, nunca la dilapidación de la guía. El gobierno se preservará siempre en este juego. Tendrá cuidado de implementar mecanismos que animen la interiorización de la necesidad de la conducción y guía. Que existan frases gatillo como: el hombre es un animal político, o que el pueblo tiene el gobierno que se merece, no es una coincidencia, existen con toda seguridad, para alentar el dispositivo de seguridad. Dado que está forma de dividir a los individuos aparece en relación con el medio, y el medio tiene primariamente relación con la física y secundariamente con la biología, no es sorpresa que el sintagma género humano, se haya trocado en especie humana una vez que la tecnología política empezó a ejercerse en forma el biopoder. Sólo se entiende la política y su sentido estricto cuando se toma cuenta de su relación con el medio, y se empiezan a olvidar los preceptos del orden y la jerarquía. El pueblo también revitaliza la seguridad en la medida que se aleja de los cánones de la historia entendida como salvación. La humanidad alimentada con formas de saber diferentes a las tradicionales comienza a no esperar nada ultraterreno y le llega la necesidad de participar de la historia cuyo compromiso está con las fuerzas humanas (con la facultad propia de hacer gobierno, de dirigirse por sí mismos). El desapego teológico impele la necesidad de reconstruir un futuro, de exigir un porvenir mejor, de pugnar por otra forma de gobierno. La providencia ya no es el garante de su vida o, lo que es más, a las concepciones teológicas se les empieza a ver como soma suministrado que facilita la dominación: es el “opio del pueblo”. Su misión será constituirse como seres plenos de facultad para dirigirse. Completada esta fase, el pueblo comenzará a manifestarse y, por consiguiente, revitalizará a la seguridad. Poder y saber están indudablemente coordinados. A su vez, repito, la gubernamentalidad no tiene como rasgos característicos cuestiones morales que dividan las cosas entre bueno y malo. Dado que se pierden esas connotaciones, las manifestaciones de poder sólo podrán ser valoradas utilitariamente, es decir, manifestando beneficio a la mayoría. Al consolidarse la historia como progreso del 30 ingenio humano, el biopoder utiliza a la especie humana para su nutrición y mantenimiento. Según vimos, la seguridad funciona con los dictámenes de la fisiocracia. Abriendo el juego de la libertad, cada quien, siguiendo sus intereses, sigue el interés colectivo (de la mayoría) y, por ende, de la seguridad. Para Foucault el mecanismo de disciplina y la ley tienen un obstáculo a su potencia. Mientras persista la relación súbdito-soberano el “no” será el freno al poder; así mientras los súbditos obedezcan no haciendo lo prohibido y siguiendo lo prescrito, el poder se puede mantener a tope, pero en cuanto aparezca el “no”, el poder se cuestiona y cualquier contexto desfavorable puede significar una pendiente catastrófica a su ejercicio legítimo. De ahí que el tratado de Maquiavelo sea el de un arte de retención; la maestría del sostener el imperio de la voluntad principesca. El príncipe muchas veces obtenía su principado por motivos que lo ponían en una situación de trascendencia para con su reino; bien podría ser la conquista, el arreglo, lo que le impedía formar parte integrante de él (Foucault 113: 2006). La conexión con su territorio emanará de la ley, y la ley surgirá de su voluntad. Si la ley depende del soberano, entonces la ley no es una verdad fundamental invariable y el cambio es una de sus fases. La conexión con sus súbditos se dará indirectamente en tanto enclavados en el territorio y directamente cuando trasgredan lo normativo: cuando la relación es directa, la relación siempre es judicial y su forma predilecta es la capital. Así el tratado del príncipe es el manual de la retención del gobierno fuera de los estándares tradicionales o teológicos, pero bien enclavados en los dispositivos de ley. Un gobierno dado por providencia era sostenido divinamente y aceptado por fe. Cuando el hombre toma las riendas de su destino y empieza a hacer su propia historia, surgen formas alternas de conocimiento debido a su necesidad de preservarse. El dispositivo de seguridad es la instauración de un medio más evolucionado de ejercer la guía. El príncipe sin la indumentaria de la seguridad estaba siempre en posición de riesgo: podía ser puesto y depuesto por la tradición, el arreglo a tratados, la conquista y victoria. La seguridad no es más que la última evolución de esta tendencia consistente con la historia que tiene como centro al hombre y su entera libertad. Para evitar cualquier posible levantamiento contra el príncipe se tenía que limitar poderosamente la opinión. La ley imponía pena capital a toda opinión discordante. El 31 soberano es el único capaz de decirle “no” al deseo colectivo. En el mecanismo disciplinario también existía una regulación: la regulación de la prescripción. Pero como vimos con los ejemplos del mercantilismo y el cameralismo, cualquier regulación tiende a exacerbar los efectos que se querían mitigar. Por eso la seguridad desde el momento en que toma noción de las regularidades de la población y a pesar de lo forzado de la empresa, convierte todas estas tendencias en aparentes fenómenos naturales, de manera que todo reacomodo implementado no se percibido. La seguridad al conocer las variables que afectan un acontecimiento interviene en los límites y sobre variables que podrán producir determinados movimientos. Ya no se pretende una disciplina recalcitrante ni la obediencia más vehemente, sólo incidir en puntos aparentemente alejados (Foucault 102: 2006). Incidiendo en el límite, la idea de libertad sobrevive sin macha alguna. El hombre constituido en población y en pueblo es animado a actuar según su deseo. ¡Si! a este se le deja actuar para que revele tendencias, direcciones, apetitos, movimientos e instintos. La libertad constituye así un caudal de información. Entre más información cautelosamente analizada, mejores y más exactos serán los cálculos del biopoder. El juego de la libertad propicia que la población sea tratada y analizada como “la especie humana” y por otro lado como “público”. El público noción capital del siglo XVIII es la población considerada desde el punto de vista de sus deseos, opiniones, sus maneras de hacer, sus comportamientos, sus hábitos, sus temores, sus prejuicios; en suma, es el conjunto susceptible de sufrir la influencia de la educación, las campañas, las convicciones. La población es lo que va a extenderse dese el arraigue biológico expresado en la especie hasta la superficie de agarre presentada por el público (ibíd.). Ante el fallido intento de la ortodoxia ecuménica católica por establecer un imperio mundial que pudiese transportar a todos los seres de este mundo al venidero, otro agente retomará esa encomienda y con riendas diferentes se comprometerá con el gobierno del mundo. Ya no el poder soberano característico a los mecanismos anteriores, fijados primariamente en el territorio o secundariamente en los individuos, ya no un mecanismo que atravesará los cuerpos de los individuos todo el tiempo; el cisma se ha dado y sus efectos calan hondo hasta hoy. Ese ecumenismo estigmatizado por aporías colosales e insuperables cuyo clímax fue registrado en la Reforma y Contrarreforma deja sentir aún 32 sus efectos: no se trata de apartarse de la dirección, sino que se va en la búsqueda de unas nuevas y mejores guías. Para Foucault este problema se agudiza y se percibe en el XVI cuando el problema de como dirigirse a sí mismo es una impronta que marca el rumbo de la humanidad, la cual ve en la filosofía –griega y luego estoica- ese centro de rehabilitación que puede encauzarlos. Curiosamente en una época de progreso se da marcha atrás y se echa mano de una escuela antigua. El retroceso a las ideas griegas presentaba un abanico de tres opciones de gobierno, cada cual con su respectivo tipo de conocimiento o su forma de reflexión: al primero, al gobierno de sí, le correspondía la moral, al segundo; el gobierno de la familia, la economía; y al tercero, la ciencia de gobernar un estado, la política (Foucault 118: 2006). Si se aspira a gobernar el estado debe de haber una continuidad entre las formas de gobierno, de tal modo que exista una continuidad ascendente, en el sentido de que quien aspira a gobernar un estado debe ser capaz de gobernarse a sí mismo y luego a su familia; también debe existir una continuidad descendente, de tal forma que un Estado bien gobernado indica que los cabezas de familia hacen un buen trabajo con los integrantes de esta y a su vez consigo mismos. Hay que hacer énfasis en esto, las nuevas formas de guía postulaban precisamente que el hombre debía de hacer su propia historia. Su primera necesidad es gobernarse a sí mismo para que pueda existir después una buena circulación en los restantes niveles. Esta circulación está coordinada y respaldada por técnicas que atraviesan esos niveles: la pedagogía impulsa el primero (gobierno de sí mismo) y la policía se asegura del segundo (gobierno de la familia). Existencia de soportes que aseguran la circulación de las series y que vinculan los componentes entre sí mismos. A la intervención conjunta y efectiva de la policía y la pedagogía se le conoce como economía. La introducción de la economía dentro del estado es la apuesta del gobierno. La noción de gobierno económico es en el fondo una tautología porque el arte de gobernar es precisamente la forma de ejercer el poder en la forma y según el modelo de la economía (Foucault 120: 2006). La aparición del gobierno, en primera instancia, fusionaba la política con el gobierno de la familia. La idea griega que se entendía por economía era gobierno de la familia. El Estado de seguridad, es el Estado tratado como la gran familia dirigido por su cabeza el rey y 33 auxiliado por técnicas pedagógicas y por una estructura policial. Para Aristóteles la plena libertad se daba en el Estado, fuera del alcance de la familia, sin embargo, ahora el Estado es la familia. De ahí que sostengamos que tengamos libertad, pero según este esquema, esta libertad es limitada por un cabeza de familia, pero que en la seguridad no aparece simplemente como la figura del rey. Además, esta asociación procreadora de la gran familia (al menos creada dentro del saberpoder), es el elemento diferenciador entre las formas trascendentales de dirección, por ejemplo, el príncipe es frente a su principado un agente externo. No es que en la ley y la disciplina no existiera relativa comunidad con los individuos, sino que la relación sólo estaba en función de la adecuación de los individuos a las estipulaciones dentro del territorio y a las prescripciones implementadas sobre su voluntad y sus cuerpos. Para la seguridad existe una unión más íntima en cuanto que pensamos en un acoplamiento derivado de la libertad de su población, ya no una coacción sino una asimilación. El agarre comienza en el momento mismo en el que dispositivos agazapados captan la información y la recopilan para un ulterior procesamiento. La intención es crear archivos que funcionen como testigos fieles que indiquen tendencias de movimiento; carpetas de datos cuya función preventiva asegurará el movimiento y la dirección acertada para efectos de que un plan o cálculo trazado funcione como un acontecimiento “natural” derivado de la voluntad individual de cada individuo. Es por eso que el individuo desea más la forma de gobierno que le sujeta hoy día, sin ver que sólo es una modificación de los dispoitivos anteriores. El caudal informativo sólo puede llegar en el momento en que el género humano es tratado como especie humana, es decir como población (ya lo había mencionado). La dinámica poblacional arrojará toda una serie de informaciones de acuerdo a sus imbricaciones con el medio, mismas que exhibirán las pretensiones y deseos de los sujetos. Al gobierno sólo le resta manejar eso archivos de acuerdo a sus necesidades; frena, acelera, mantiene, gira, se estaciona, arranca el ciclo ascendente y descendente por medio de la pedagogía y la policía según los parámetros de circulación le indiquen. Si se necesita ir en cierta dirección, se seleccionará una carpeta apropiada para tales efectos y se la implementará incidiendo en las variables apropiadas. Sus efectos parecerán 34 espontáneos como si de repente surgirán nuevas corrientes de pensamiento y modas; las metodologías cambiarán y la enseñanza se renovará. Una vez que el deseo de la población se apropie de esa inercia, la unión queda soldada y la vida del gobierno garantizada. El deseo conduce al deseo y pertenece al gobierno la conducción de este. Es demasiado fácil tomar conciencia de esta conducción: se da por medio del bombardeo publicitario. La libertad entonces es el remanente de la acción gubernamental; cuando se ejerce la seguridad, paralelamente a él se da la libertad, es la condición sine que non se podría dar. Así llegamos a la definición de gobierno en Foucault, quien a su vez se vale de La Perriére para decir: es la recta disposición de las cosas de las cuales es menester hacerse cargo para conducirlas hasta el fin oportuno (122: 2006). Primeramente, por recta no se debe entender una elevada disposición moral, sino una dirección trazada de acuerdo a los datos y el objetivo; segundo, se gobiernan las cosas, entiéndase no sólo el territorio y la gente, sino un complejo constituido por el territorio y todos sus elementos componentes, en los que se incluyen: accidentes, infortunios, dogmas, ciencias, tecnologías, recursos, población etc. Tercero, la palabra disponer es importante, pues no implica una coacción directa, sino algo con lo que se cuenta; ya no la espada para hacer valer la fuerza, sino que ahora se vale del conocimiento del medio y la población captado por variados instrumentos, entre los que figuran principalmente: la pedagogía y la policía. Cuarto, el gobierno tiene un fin oportuno muy diferente al dispositivo de ley. El soberano anteriormente para ser buen soberano debía acoplarse a un fin: el bien común y la salvación de todos (un fin que lo precedía y antecedía; que lo rebasaba de cualquier forma pues estaba fijado de una vez y por todas). Y sólo había bien común en cuanto los súbditos obedecían sin falla la ley. Esquema que supera a todos los hombres inmersos, inclusive al soberano sea de la simiente que sea, no importa el linaje, llega al trono con un fin ya está estipulado, y los súbditos deben siempre amoldarse a la ley. Entonces el bien público es la obediencia a la ley. Así la soberanía es circular remite siempre a su ejercicio. En el dispositivo de ley, no hay progreso alguno; la ley tiende a sí misma siempre. La esperanza escatológica se da en función de la puesta en práctica de las Escrituras. Que el primer dispositivo remita a su recreción infinita revelará sus lazos de parentezco con el último dispositivo. 35 Contrariamente, según Foucault, el fin oportuno puede ser cualquier blanco fijado por el cálculo de la seguridad. Pluralidad de fines que no tienen que ver con lo abstracto, sino con lo empírico, que son más positivos que teológicos, en suma, fines trazados que nada tienen que ver con regularidades en forma de leyes sino en normalizaciones trazadas a partir de medias y fenómenos dados en la población misma (Foucault 125: 2006). En este entendido es que el gobierno está entrelazado a un conjunto de saberes y conocimientos. Estos dan legitimación y objetivos además de control. El arte de gobernar cuelga esencialmente del conocimiento del Estado en sus diferentes datos, sus diferentes dimensiones, sus diferentes factores de poder: la estadística o ciencia del estado (127: 2006). A partir de ella, las formas anteriores de ejercer la guía se modifican: primeramente el desplome de las murallas que aislaban la ciudad y segundo, la transformación del aparato administrativo de las monarquías territoriales. El surgimiento del gobierno se da quí, pues el amurallamiento mantenía enclaustrado el arte de gobierno, el arte de la libertad. El gobierno hecho las riendas a la ciudad una vez que se desbloqueó su ejercicio y su arte por medio del conocimiento, y ensillo su trono por sobre el movimiento de ella. El conocimiento permitió operacionalizar cosas hasta el momento impensables y supo instrumentalizarlo después. El ascenso de la seguridad, es entonces en Foucault, la fase en donde la soberanía no es borrada del mapa, sino que es la técnica que agudiza el problema de legitimar el principio general de gobierno que dé cabida a la vez, al principio jurídico de soberanía y a los elementos por los cuales es posible definir y caracterizar el gobierno (134: 2006). En otras palabras, la seguridad es el dispositivo que agudiza el problema de juntar dos concepciones que parecen antitéticas: la soberanía y el gobierno. No hay de otra, la seguridad debe de desenvolverse en un marco flexible, pero, al fin y al cabo, enclaustrada en los límites impuestos por la ley. Puntualmente el problema es: como legitimar dos concepciones que parecían contradictorias (la ley debería ser inmóvil). Como sabemos la ley que debe permanecer sin alteración alguna es la judeo-cristiana. Las Escrituras rezan: “no te debes desviar ni a la izquierda ni a la derecha”, el adherirse cabalmente a ella tiene en miras la salvación. La ley prima facie es absoluta, se basta así misma, no es necesario enmendar, quitar o adicionar algo. Esto sólo si se busca la salvación, pero como vimos, la seguridad ya no piensa en términos de bien y mal, es amoral. Debido a esto, es que la 36 ley que contiene puede ser fácilmente modificable mediante las diversas fuentes de derecho. La ley humana se hace flexible de acuerdo a contextos, costumbres, épocas, necesidades sociales y, por lo mismo, puede amoldar perfectamente a la seguridad. Es debido a esta flexibilidad de la ley que la sociedad infractora deja de pensar en términos de pecado para situarse en la noción de delito. El delito es la acción realizada por un individuo que se sitúa contra la razón de Estado o contra el movimiento que la gubernamentalidad pretende. Parece muy evidente y sencillo está forma de entender la cuestión, pero esto no era así anteriormente. Sólo veamos a Rousseau quien tenía aprietos para poder solventar esta cuestión. Su problema: el de introducir nociones tales como naturaleza, contrato, voluntad general en un principio que conjunte la soberanía con el gobierno. Si recordamos Rousseau decía: “quiero averiguar si puede haber en el orden civil alguna regla de administración legítima y segura tomando a los hombres tal como son y las leyes tales como pueden ser. Procuraré aliar siempre, en esta indagación, lo que la ley permite con lo que el interés prescribe, a fin de que la justicia y la utilidad no se hallen separadas” (35: 2007). El problema es el mismo que el de Foucault, aquí la sentencia “lo que el interés prescribe” tiene en ciernes esta siguiente “lo que el cálculo de la seguridad determine”. Problema de juntar la soberanía con el gobierno. De sobra esta decir que este autor concibe a los hombres como libres, como herederos naturales de una voluntad cuyo designio jamás se debe supeditar a ningún prodigio por portentoso que sea, de modo que cualquier orden civil que se oponga a su beneficio es perjudicial y opresor. La aporía se revela aquí, dado que cualquier orden civil es por fuerza artificial, mera convención social5. Por eso mismo es que en Rousseau esta la semilla que crecerá como dispositivo de seguridad cuyo titular es la gubernamentalidad, pues es implementada por medio de un mecanismo cuasi natural (un medio natural atravesado por un complejo artificial camuflado por medio de acciones al límite). La solución para que esto no pasará, es decir, para no ser esclavos de un sistema anti-natural o artificial es no engendrar una fuerza nueva, sino sólo unir y dirigir las que existen, […] formar 5 Esto se entenderá más adelante con la teoría de la auctoritas y la potestas. 37 por agregación una suma de fuerzas que pueda exceder a la resistencia, ponerlas en juego por un solo móvil y hacerlas obrar en armonía. Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por virtud de la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí mismo y quede tan libre como antes. Tal es el problema fundamental al cual da solución el Contrato social (45: 2007). Sin embargo, esto no ocurre así, veremos cómo se erige un poder por encima de este acto constituyente cuando revisemos las concepciones de auctoritas y potestas. De momento sólo adelantaré que los temores de Rousseau se volvieron realidad justamente con la solución que se resolvió a dar. Según Rousseau el sistema legal conformado por la unión consensual de todos, resultaba en una fuerza natural y por eso el hombre al obedecer a la naturaleza, en el orden civil se obedece a sí mismo sin permanecer atado a ninguna convención irregular u obtusa que ponga grilletes a su andar. La ley natural, según Rousseau, podía describir una trayectoria cuyo fin es la sociedad por medio del contrato social sin alterarse su condición inicial. Po mi parte, me resuelvo a pensar, que la única manera de comprenden bien el contrato social y su concomitante libertad es a través del modelo gubernamental que, según mi hipótesis, es hasta el momento la última fase de esta misma fuerza. Debido a esto, queda por demostrar si el contrato social es realidad natural, una vez efectuado su traspaso. Ahora bien, he mencionado ya en varias ocasiones a la seguridad y a la gubernamentalidad sin dar a conocer el significado de esta última. Gubernamentalidad es el traslado que corre desde el gobierno de la casa empotrado en técnicas disciplinarias y legales hasta la expansión de sus efectos al Estado, elevándose así una inmensa casa social. En otras palabras, es la forma que el Estado tiene de administrar todo a la manera de una casa. Para que esta casa colosal sea correctamente dispuesta, requiere toda una serie de procedimientos, instituciones, análisis, reflexiones y cálculos, encargados de decodificar el comportamiento humano (codificado como población) en relación con su medio, evidenciando tendencias, variables de control, correlaciones y todo tipo de atingencias significativas que permitan impulsar tal o cual movimiento, mantenerlo y finalmente frenarlo. Claro el control no es coercitivo latu sensu, si no que se ejerce de modo más sutil, a la forma de una implantación que guía bajo el auspicio del propio deseo, de la propia volición –recabada ex ante por todas las técnicas que atraviesan a la sociedaddando apariencia de que el sujeto no obedece más que a sí mismo, y así, poseídos por su 38 propio deseo, cumplen la empresa del gobierno, el cual lo estimula al grado que le es conveniente por medio de su heraldo elegido: la pedagogía, y lo retiene y contiene con la policía. Es pues una forma de poder sumamente atractiva y seductora pues marcha con el portentoso estandarte de la libertad (Foucault 136: 2006). Gubernamentalidad y seguridad son fácilmente intercambiables. Sin embargo, si queremos ser precisos, la gubernamentalidad se realiza bajo las rúbricas de la seguridad. La seguridad es la técnica que implemento el gobierno para conducir al Estado en forma de mansión (casa). 2.-Determinismo estructural: su maridaje con la seguridad. Había mencionado ya que el poder viene aparejado con una forma de saber que la legitima, que prepara el terreno para su aprobación y la interiorización de valores por parte de la población. Aquí el gancho está en la libertad, en la búsqueda de los deseos infinitos que la teoría económica reza y, que empieza como vimos, con el dejar hacer y dejar pasar de la escuela fisiócrata. A propósito de esto, hablaré del determinismo estructural. Daré una definición general: es la interiorización o la acción de hacer coincidir la forma de pensar de la estructura (cualquiera) con la forma de pensar de los individuos. Hablando de la estructura de poder vigente, el determinismo estructural tiene como cimentación la forma de saber sin la cual la seguridad edificaría sobre arenas movedizas. Debido a que el determinismo estructural se basa en formas de conocimiento transmitidas por el lenguaje, se hace imperativo referirnos aunque sea grosso modo a él. El lenguaje debe ser entendido más bien como simbolizaciones que como realidades concretas, por lo que no necesariamente delinean criterios empíricos (Lukens & Lukens: 55). Hay que hacer un esfuerzo para olvidar el mito que ve al lenguaje como el contendor de hechos derivados de la experiencia. Andamos y vagamos, a partir de ahora, en el mundo del lenguaje, santuario facilitador de los significados sin cuyo amparo estaríamos irremediablemente condenados a vivir momento-a-momento. Sin el lenguaje sólo existe el ahora, la vida desarrollándose a cada momento sin conciencia de uno mismo o de su significado (ibíd). No sólo es innato al lenguaje crear distinciones, pues por inferencia animal es que algunos perros saben reconocen a su amo del extraño. Pero si es innato a él, crear distinciones interesantes con connotaciones relevantes de las que manan marcos 39 explicativos cuya gravedad introyecta la conciencia humana a su campo, logrando que los individuos hagan suyas dichas distinciones. No sólo el lenguaje comete el acto de delimitar un sólo campo de acción, esto es, de distinción. Sino que de él pueden surgir una cantidad ilimitada de campos de acción a partir de distinciones hechas por el levantamiento de nuevos razonamientos. Empero, tal diversidad no espanta a la estructura de la seguridad, pues esta contiene en sus parámetros la noción de libertad y, por lo tanto, ha esperado esos eventos desde su configuración. Los estudia con el fin de hacerlos actuar según su contentillo pero comprometiéndose con la expansión, por lo que ninguna distinción es ilegítima. Las distinciones que convienen al Estado son establecidas como actos colectivos de diferenciación, nuevos actos constituyentes. Estas distinciones son las ampliamente difundidas dentro de una cultura y consideradas como más reales (Lukens & Lukens: 62). La confianza en ellas resulta del hecho de que nos consultamos unos a otros y de la posibilidad de debatir “libremente” los alcances y límites de las distinciones trayendo así un consenso que adquiere tintes de “objetividad”. Pero dicho consenso no se da porque visiones divergentes de todos los individuos hayan casualmente coincidido en un punto. Hay una diversidad de visiones asistidas por tácticas y técnicas que las aglutinan y coagulan. No hay duda de que todos miramos a través de los mismos anteojos, aplicamos las mismas teorías a lo que vemos, nos reunimos a las mismas escuelas, colegios y universidades, estudiamos a las mismas autoridades y con los mismos libros (ibíd.). Retomando el hilo para ver los puntos de contacto entra ambos modelos tenemos que, el determinismo estructural piensa a las entidades como auto-poiéticas, es decir, como aquellas entidades que debido a su organización estructural están comprometidas con el proceso de producir más de sí mismas (Lukens & Lukens 72: 1994). Existiendo en un medio sin propósitos trascendentales o ultraterrenos, la motivación principal de la seguridad es el mantenimiento y renovación de su propia estructura organizativa compuesta por mecanismos disciplinarios y de ley que coadyuvan junto con sus operaciones inherentes a su expansión ordenada. Si el principio definitorio del determinismo estructural es que las entidades operen de acuerdo a sus estructuras, y estas no son estáticas, sino que cambian y evolucionan junto con la corriente natural (93: 1994), 40 entonces los principios de ambas son altamente compatibles entre sí, pues ambos modelos sólo tratan de persistir sin más fin que ese. Ambos declaran la supervivencia como principal ambición y la acreditan persistiendo en el movimiento. El cúmulo de conocimientos en la seguridad permite intervenir de manera adecuada en los momentos críticos a favor de la supervivencia o regeneración. A sí mismo, el determinismo estructural, en su ensanchamiento, disemina su propia simiente de suerte que, si echamos un vistazo una vez consumado el proceso, encontraremos patrones autorreferenciales constantes que se repiten en múltiples escalas. Ramificaciones que no son casualidades, sino ante todo causalidades; efectos de su ejercicio. Este es el programa determinista. La seguridad o forma de poder comprometida con preservarse, reproducirse, sacar fuerzas de su flaqueza para mantenerse en su ciclo genealógico, debe crear hombres semejantes a su estructura comprometida simplemente con auto reproducirse sin un propósito. Muchas de las corrientes principales que influenciaron e hicieron eco en la sociedad, pugnan por una concepción sin fines ultraterrenos. La forma más adecuada de autoreproducirse sin esta clase de fines es la concepción que dice que el hombre se perfecciona por medio del trabajo. Marx tiene una noción muy bella del trabajo por cierto. Él caracterizaba al hombre como un ser dotado de un principio de movimiento (el de autoreproducción digo yo, el de la perfección dice él); principio que determina su impulso para la creación, para la transformación de la realidad (¿acaso la historia recursiva?). El hombre no es un ser pasivo sino activo y el trabajo es la actividad donde se desarrolla y perfecciona. Dada esta comprensión de la naturaleza humana como la de un ser que sólo puede encontrar su perfección en el trabajo, no es extraño que el tema central de su filosofía sea la transformación del trabajo enajenado, del trabajo como medio, en un trabajo enriquecedor, en uno libre. Y esto no es muy descabellado, ya veremos como la seguridad se mantiene con el ejercicio del trabajo, y el trabajo mantiene a los hombres inmersos en la actividad reproductiva de la gubernamentalidad y la propia. A simple vista, parecería que el proyecto de la seguridad con su dejar hacer, dejar pasar, desafía al programa del determinismo de la encomienda fractal -patrones de auto semejanza-, pues se puede fácilmente pensar que las direcciones hacia donde apuntan van en sentidos opuestos; uno libera, el otro crea a su imagen según su semejanza. Pues bien, no hay contradicción alguna, son dos caras de una misma moneda. La seguridad deja 41 hacer y deja pasar todo lo que permita; los individuos practican la libertad en cuanto se supeditan al movimiento de la seguridad aleccionado por la pedagogía y vigilado por la policía. A las claras parece una libertad un tanto sui generis. En el determinismo la estructura actúa con un hipnotizador. Los hipnotizadores amplifican la receptividad del sujeto oscureciendo sus acciones y reacciones. Al cabo de un rato los sujetos no están seguros de quien lleva a quien, y no hay mucho tiempo para dilucidarlo. Las sugerencias del hipnotizador se mezclan con sus propios patrones de pensamiento (Lukens & Lukens: 76). Así el determinismo estructural actúa cual ventrílocuo, dando apariencia de que quienes hablan son los humanos que tiene a su regazo. Así la estructura y la seguridad brindan el aspecto de que tenemos la capacidad de determinarnos. En su defecto, la estructura saluda la bandera de la libertad y la abraza y sus sujetos hacen de la misma manera. A su vez, Foucault ve a la táctica contemporánea de la gubernamentalidad que pesa sobre la humanidad sólo una configuración entre tantas posibles, a la que le pertenece una vigencia efímera si no se encuentra en condiciones de preservarla, sobre todo por las condiciones en que se encuentra, rodeada de distintas fuerzas de contra-conducta al asedio que tratan de arrebatar su conducción. Este estado de amenaza constante imprime a la técnica la necesidad de hacerse del monopolio de la conducción de los individuos, para lo cual desarrolla toda una semiótica de la revuelta y de la crisis, atrapando y confiscado en su desarrollo todo intento de desfasamiento. De esto se derivan dos cosas: Foucault se obstina por mantener a las fuerzas como efímeras sólo para hacerlas coincidir con su modelo genealógico o, no se da cuenta de que una fuerza consolidada y con un arsenal de información y capacidad movilizadora inmensa puede conservarse cuanto quiera. Sinceramente no puede concebir el que una persona con un pensamiento tan agudo como el de Foucault no pueda percatarse de eso (la segunda opción). Yo lo veo de la siguiente manera: la fuerza dominante nunca se encuentra sin rivales. Esto es así porque la libertad que fomenta facilita la tarea de la emergencia y procedencia de nuevos nodos de poder. Pero estos nodos nunca nacieron ni se desarrollaron completamente libres, sino bajo los lineamientos de la potencia gobernante, es por eso que es muy difícil destronarla. La libertad que pensamos tener, es una libertad que bajo cálculos estrictos es fácilmente controlable. 42 Se desprende de esto que lo que conviene a estas técnicas para perseverar en su ciclo vital no es eliminar sus inconvenientes, sino integrarlos. Si deja que estas fuerzas se movilicen dentro de los límites se las puede estudiar de forma mejor y con ello adquirir o descubrir variables de control efectivas para la construcción de las ecuaciones que ayudan a conseguir la igualdad entre todas esas entidades. La apuesta es lograr balancear esas fuerzas de modo que no figuren como una amenaza, sino como síntomas necesarios de la libertad que ensalza y que ocupa para su preservación. Sólo un cálculo profundo puede lograr ese balance. En efecto, la función de la seguridad es nulificar las insubordinaciones que ella misma fomenta, la confisca en el momento que más le convenga. El chiste es tener controlado todo el proceso. Así la seguridad lejos de implementar tapones a las insurrecciones las facilita, mejor, las administra, incluso pude generar una en el momento mismo que otra se presenta con candor a fin de neutralizarla. 3.-Genealogía de la gubernamentalidad. Se habló anteriormente del dispositivo de ley, de los mecanismos disciplinarios y del dispositivo de seguridad. Para retomar el asunto, me bastará con recordar a grandes rasgos sus características constitutivas para poder así proseguir con la arqueología de la gubernamentalidad. La gubernamentalidad es un dispositivo que no sucede a la ley ni a la disciplina, pero que las contiene. No apunta su ejercicio directamente al territorio o a los cuerpos de los individuos, pero si indirectamente según las circunstancias lo dispongan. Su competencia radica en captar regularidades entre el medio y las actividades humanas, mejor dicho, de la población, que le permitirán ejecutar acciones a distancia a fin de incidir en puntos específicos acordes a los fines estatales. Surgen entonces las campañas de mortalidad, las concernientes al matrimonio, de vacunaciones etc. Estas acciones a distancia se deben realizar con presteza para pasar inadvertidas pues está en juego la eficacia gubernamental. Para esto se activarán mecanismo que administren el deseo (bombardeo publicitario) en condiciones controladas, lo que posibilitará que él individuo piensa que actúa según los designios de su voluntad sin percatarse de que ha sido estimulado y llevado a producir efectos que considera “suyos”. Por eso la población está constituida en una secuencia que va desde la especie humana al público (individuos sujetados a la publicidad). 43 La gubernamentalidad nace sobre todo por dos cuestiones muy importantes: 1) los entendimientos que se desprendieron de la ciencia de la biología. Como ejemplo tenemos la introducción de la noción de medio. 2) La influencia del Estado administrativo del que se desprendía un archivo que dotaba de información valiosa a la seguridad. Entre lo más destacado esta la apreciación de las regularidades de la población y planes sobre cómo se puede incidir en estos movimientos. Esto abrió paso a la estadística o ciencia del estado. Como sabemos, para Foucault toda técnica de poder tiene de manera adyacente un tipo de conocimiento que avala su acción. El utilitarismo fue el instrumento teórico que sirvió de base a esta novedad. Todo cobra sentido, pues esta corriente filosófica ética (moral estatal) señala que la mejor opción es la que favorece por su utilidad a un número mayor de individuos, en detrimento de los pocos. La relación se constata cuando las técnicas gubernamentales dividen, aunque no fácticamente, a los hombres en población (aquella que le es útil) y al pueblo. El hombre deja ser sujeto de derecho para convertirse en la población según las circunstancias acrediten este proceso. Claro, el hombre no deja de ser sujeto de derecho todo el tiempo, algunas veces se le concede. Pero propongo que se piense que deja de serlo porque algo no puede ser a medias. El otro instrumento teórico que sirvió como base de la seguridad fue la libertad y es complementaria del utilitarismo. Lo ético o lo que es útil a la mayoría se da por medio del ejercicio de la libertad. Recordemos que el individuo no obedeciendo más que a sí mismo procura la ventaja social, la de la mayoría. La gubernamentalidad, por tanto, se diferencia de las otras dos técnicas, por no estar al pendiente de forma convulsa de los posibles peligros; sino que sólo a través de cálculos controla y dirige las eventualidades que detecta. Vale lo mismo decir lo siguiente: el arte de gobernar no debe estar al pendiente de que se cumpla la ley, como el príncipe desdichado que se la pasaba temiendo su derrocamiento. Más bien debe especializarse en identificar patrones entre la población y el medio, para enseguida administrarlos. Debe hacer que funcione el estado, debe ser pragmático. Hemos encontrado otra corriente de pensamiento que sostiene a la actividad gubernamental: el pragmatismo. Después de haber expuesto rápidamente esto, podemos pasar a los puntos de apoyo de la gubernamentalidad: la pastoral cristiana, la técnica diplomático militar y la policía. 44 (Foucault 138: 2006). Foucault es escéptico con respecto a que el origen de la técnica gubernamental se pueda rastrear hasta los confines de la Grecia clásica, aunque si ha sido fuertemente influenciado por esta después. La historia recursiva o de los hombres en el centro tiene su fundamento en la filosofía griega, pero la idea de gobierno se puede rastrear a tiempos bíblicos. El argumento que le parece decisivo es que en la Antigua Grecia el ciudadano griego (el ciudadano y no el esclavo) sólo acepta ser dirigido por dos cosas: la ley y la persuasión, es decir, los mandatos de la ciudad y la retórica de los hombres. De manera muy tosca se podría decir que la categoría de obediencia no existe entre los griegos, o que hay dos formas distintas y no pertenecen al orden de la obediencia, diametralmente opuesto a lo encontrado en la Iglesia cristiana cuyas huellas se perciben aún en la gubernamentalidad (Foucault 203: 2006). Para encontrar la idea del gobierno, es decir la conducción o el pastorado, es imperativo remontarse a Oriente y Occidente cristiano, cuya idea de dirección de las almas a un fin ultraterreno es poseedora de la idea que la gubernamentalidad adoptó después: la conducción a un fin, aunque claro está, con un uso y fin diferente. Además, la duda que proyectaba Foucault con respecto de rastrear en Grecia la formación de la gubernamentalidad era potenciada por la indiferencia que muestran los dioses griegos con respecto de los hombres. A los dioses griego se los puede consultar, y estos pueden dar protección, proveer e intervenir directamente en los asuntos humanos, bien pueden también fastidiarse, enojarse, quitar el favor y volver a reconciliarse. En suma, no conducen a los hombres como un pastor lo haría. Al contrario, el dios riego es un dios territorial, intramuros y tiene un lugar privilegiado, sea una ciudad o un templo (Foucault 140: 2006). Foucault al parecer por guía entiende solamente el tránsito que se describe cuando se anda por una ruta, no una dirección de vida, no una serie de consejos que se brindan o cualquier otra connotación6, de ahí su receló a aceptar al modelo griego como pionero de la gubernamentalidad. Para él, la diferencia es muy marcada cuando los dioses griegos se 6 La etimología de guiar es de origen incierto, por lo que es difícil inferir si su connotación primaria tiene que ver sólo con la dirección del camino. Su significado implica el verbo activo transitivo “guiar”, por tanto, implica una acción que se está ejecutado. 45 comparan al Dios hebreo. En el antiguo testamento, puntualmente en el pentateuco, se advierte a un Dios que guía, a un Dios que se desplaza y camina con sus súbditos. Un Dios que se comporta a la manera de un pastor dado que su influencia no es en un territorio, sino más bien sobre el rebaño, y más exactamente sobre este en su trayecto. Foucault define al pastor como aquel que guía en el mismo movimiento. Busca las mejores pasturas para el regocijo y deleite de su rebaño, pero además para la supervivencia del hato. Su actividad principal es la salvación del rebaño 7. En otras palabras, el pastor siempre busca el beneficio de las ovejas; su acción tiene un carácter oblativo. Lo que revela una clara oposición con el dios griego, pues si este se conturba con algún individuo hará todo lo posible por ajustar las cuentas, no importando aplicar la pena capital a los que se interpongan en el camino sin culpa, como cuando Poseidón quería matar a toda costa a Ulises. El Dios hebreo, en cambio, iba a perdonar a toda una población si tan sólo se hallaban en ella cinco hombres justos, pero como Sodoma y Gomorra no levantaron ningún hijo justo, fue sentenciada. Otra característica del pastorado es que es individualizador, no en el sentido de individualizar la multitud como la seguridad práctica de corriente reduciéndolo todo a la noción “caso”, sino en el sentido de enfocarse en cada individuo por separado. El pastor tiene la obligación de dirigir al rebaño pero a condición que ni una sola oveja se extravié 8. En Grecia el tema del pastorado aparece con más vehemencia en el libro I de la república en la forma del tema pitagórico del magistrado pastor. Lo que debate Platón es la correspondencia de la política con la forma pastor-rebaño, es decir, saber si la característica principal del magistrado es tratar a sus súbditos en la forma que un pastor haría. El análisis de Foucault es determinante y responde con un tajante “no”. Al político se lo puede definir como aquel cuyo arte particular le permite efectivamente hacer su deber: mandar. De acuerdo a Platón, hay dos formas de dar órdenes: aplicar las que uno 7 Y en este sentido estamos más cerca del dispositivo de ley y del objetivo del soberano. Si se obedece la ley, es para la salvación de la patria, la salvación de la patria es la obediencia a la ley. 8 Foucault aquí ve una paradoja. La paradoja cuenta la historia de una oveja perdida a la que el pastor tiene la obligación de rescatar buscándola, empero cuando regresa, observa que el rebaño que había aceptado sacrificar, en efecto se ha salvado. La paradoja del pastor: sacrifico de uno por el todo, sacrificio del todo por uno. (Foucault 158: 2006) 46 mismo crea o, se pueden hacer valer las que son expedidas por otros. El político trasmite las órdenes que el mismo elabora y, en este sentido, toma distancia del profeta que prescribe aquellas que recibe de Dios. Foucault se centra en la forma en que los hombres ejercen el pastorado en ambos contextos: el político positiva la ley que su voluntad convenga o que el bien común dicte, el pastor divino, que es el colaborador de Dios o una especie de delegado, implementa lo que le envían de arriba, y que es consistente con la salvación de todos. Pero la diferencia más importante es que el político trata a los seres humanos en tanto conjunto, mientras que el pastor hace hincapié en una relación individual, o de menos, según la paradoja del pastor, los iguala. Así pues, sólo podemos ver un pastor de hombres en el Estado a condición de ver al político pastor como encargado de una de una masa (individualización de la multitud). Pensemos un momento en lo que el Leviatán y el contrato social son, y veremos cómo esta tesis es cierta, ambos son: una forma de individualizar la colectividad. Sólo podemos ver al político como pastor una vez que se encarga del individuo colectivo: el Leviatán. 9 De acuerdo a Foucault, el mito del político es la idea de que el mundo gira sobre sí mismo, un mundo que ya no tiene conexión alguna ultraterrena, sino solamente tiene carácter inmanente. Adiós a la trascendencia que se pueda alcanzar. El político entraba en escena una vez que el periodo de felicidad, ese caracterizado por el pastor-divino salía inesperadamente del acto. La política es post-pastoral, comienza exactamente donde termina ese periodo venturoso (Foucault 171: 2006). La clave, está en la siguiente cuestión: Foucault menciona que este periodo es consecuencia de la retirada de los dioses 9 P ero esto permanecía invisible para la filosofía antigua. El colectivo individualizado es una invención que se remonta a siglos después a sociedades en que las jerarquías se empezaban a difuminar. Con una demarcación férrea era inimaginable aglutinar a una porción de los individuos en un conjunto tratado como individuo. Es por lo mismo que antes vemos demasiados títulos honoríficos, y galas de honor por doquier como algo exageradamente deseable. Como señala Foucault, los dispositivos no se suceden. De hecho, la exterioridad del príncipe en relación a su principado, se da entre otras cosas por la incapacidad de ver esto. Siempre vigila a los subordinados en tanto riesgos potencialmente individuales, sin embargo, ya se comenzaba a prever esta operación, pues el peor riesgo que puede tener el príncipe es que se unan los súbditos con hombres que los pudieran dirigir (aquellos pertenecientes a esferas elevadas: militares, consejeros etc.) Pero es sólo siglos después que se empieza a percibir este fenómeno y no de manera muy obvia. 47 (plural), por lo que se sobrentiende que se refiere concepciones griegas, o pudiera ser consecuencia de la pastoral cristiana creadora de la trinidad, pero esto no se dice, pero como veremos son diferentes fases de una misma fuerza. Giorgio Agamben tuvo esta misma lectura, y siguió ese rumbo. Una vez los dioses retirados, los hombres están obligados a dirigirse unos a otros, es decir, necesitan la política, o dirá Agamben, apegarse al orden divino, que en última instancia coincidirá con la dirección sin Dios, pero esto lo veremos más adelante. El hombre ya no puede ser pastor, no al menos como la concepción hebrea describía. El político, por más grande que sea su competencia, nunca conocerá la forma de guiar a todos al mismo bien, tan sólo podrá fijarse un bien común. El político es incapaz de conducir el rebaño tomando a cada oveja de manera individual; cambiará la táctica y tenderá a conjuntar todo, a ensamblarlo y montar sus piezas de un modo funcional. Para Foucault el político es semejante a un tejedor. Aquel cuya tarea es unir la trama social en conjunto. Pero esto se desarrollará a partir de una serie de acciones coadyuvantes y preparatorias que facilitarán el arte de tejer. Obviamente es más fácil tejer con un hilo uniforme y sólido que con uno débil e inconsistente. Los tejerá gracias a la lanzadera de una opinión común que los hombres comparten (Foucault 175: 2006). Pero no sólo le pertenece al rey individualizar el colectivo en aras de un bien común. Las ciudades griegas ven surgir otras fuentes de influencia y de bienestar susceptibles de crear pequeñas comunidades. Son instancias micro sociales que pueden bien alcanzar magnitudes macro sociales: las pequeñas comunidades religiosas y pedagógicas, y después, las instancias médicas. La forma de ejercer el pastorado mediante la reducción de la población a un caso, trae consigo la posibilidad de crear otras formas de dirección. Aquí ya se comienza a esbozar subterráneamente la teoría de la microfísica del poder, estas formas de guía levantarán nodos de poder con objetivos divergentes que querrán competir por la supremacía de la dirección. La historia sin fin escatológico es la historia de la apertura de distintos fines posibles. Si una fuerza quiere permanecer activa tendrá que defenderse y resguardar su cometido y fin. No obstante, en un inicio esos nodos de poder (comunidades religiosas, pedagógicas y médicas) no constituían una amenazada dado que por definición eran momentáneas. El individuo una vez al afirmarse a sí mismo, 48 estaba capacitado para ejercer su propia dirección. Entonces el pastorado griego era eventual y efímero, o por lo menos, hasta que se capacitada al individuo para tomar las riendas de su vida. El pastorado hebreo dirigía también a los individuos un cierto lapso de tiempo cuando se trataba de la dirección directa de Dios, pero era prolongada y perenne cuando se tratada del profeta delegado de la guía. Como sabemos esto coincidía con la preocupación de encargarse del individuo. Terminado el periodo venturoso, y bajo la idea de que la Iglesia era la sucesora de Pedro y la que contaba con las llaves del cielo, ejerció el cargo del redil pero de formas diferentes. Primeramente, dejo la idea del profeta individual para convertirse en un colectivo, en un corporativo que igualmente se encargaría de otro colectivo; pasó a constituirse en Iglesia: una institución con pretensiones de gobierno de los hombres en su vida cotidiana so pretexto de conducirlos a la vida eterna (Foucault 177: 2006). Hipótesis: La Iglesia es el instrumento que el poder utilizó en primera instancia para ir preparando la gubernamentalidad. El cambio debía integrar poco a poco concepciones de la ley con concepciones de la disciplina y el gobierno, hasta irlos reduciendo (a los primeros dos) a un mínimo indispensable, o lo que es lo mismo, la Iglesia es la bisagra que transporta el gobierno del oikos (la casa) al gobierno del Estado como casa. ¿Cómo se dio este proceso? Pues eso es lo que vamos a ver. La iglesia entonces como un dispositivo de poder sin precedente que dejó marca en toda una época, y cuyos efectos siguen configurando la forma en que se ejerce el poder hoy día. Claro que su andar ha descrito una serie de trasformaciones: sea ha dislocado, desplazado, transformado con movimientos como el de Reforma y Contrarreforma 10; curiosamente todos estos movimientos lejos de aniquilar, enervar o eliminar su poder, le han devuelto virilidad. El cambio del pastorado de Dios a la constitución de la Iglesia está marcado por una serie de mutaciones bastante peculiares. Ya desde el siglo IV se empezaban a fraguar los 10 El XVII y XVIII fueron testigos de las sacudidas producidas al poder pastoral. Al mismo tiempo, miraron con asombro como los movimientos provocaron efectos contrarios a lo esperado: se revitalizó y fortaleció. La Reforma por un lado creó un poder pastoral muy meticuloso, pero flexible desde el punto de vista jerárquico, y la Contrarreforma un pastorado controlador, con las riendas bien cortas, una pirámide jerarquizada, en el seno de una Iglesia católica fuertemente centralizada (Foucault 178: 2006) 49 cambios al pastorado. En este siglo, Gregorio de Nacianceno 11 definió el arte de gobernar a los hombre a través del pastorado como techne technon, episteme epistemon, el arte de las artes, la ciencia de las ciencias, en suma, la Iglesia como la técnica superlativa de gobierno. Y este arte era visiblemente diferente de lo que en un principio el pastorado era. En la Iglesia cristiana, hay una independencia del pastor con respecto de su rebaño, y esta relación marcada por una distancia va a ser la relación que envuelva todas las demás. La segunda diferencia es que habrá una serie de relaciones que se institucionalizarán. Estas dos diferencias son muy marcadas e implicarán una intervención permanente en la conducta cotidiana y el manejo de la vida. Para Foucault. La iglesia llega con un arte de conducir, guiar, encauzar, manipular a los hombres a lo largo de su vida y en todo momento; la red constituida por la Iglesia pretende ser coextensiva a la totalidad social (Foucault 184: 2006). La gubernamentalidad o la conducción de los individuos en una política calculada y meditada nace en el umbral del Estado moderno, pero en su trasfondo, sin lugar a dudas está la Iglesia y su forma de conducir a los individuos a la salvación de sus almas habida cuenta de que hay una inmensa distancia entre el tema hebreo del pastor y la pastoral cristiana (Foucault 195: 2006). Las diferencias se podrían puntualizar en tres puntos. El pastor guía a la salvación, prescribe la ley (en caso de tratarse de Dios, si es hombre hace que se cumpla) y enseña la verdad. La relación es bastante predecible: el pastor tiene como misión guiar a la salvación a los hombres y para hacerlo, para hacer avanzar a los mismos al objetivo, lo debe hacer estableciendo un orden, y sólo se acatará o valdrá si se considera como verdad. En la pastoral cristiana, las relaciones se complejizan, están muy elaboradas y ligadas entre sí por otra serie de técnicas. A la primera comisión, esto es a salvar a las ovejas en tanto totalidad, la cristiana agregó cuatro complementos específicos imposibles de encontrar con antelación. Al primero Foucault lo llamó el principio de responsabilidad analítica: al final de la jornada el pastor rendirá cuentas de las ovejas. En el conteo al final de los tiempos, el pastor tendrá que rendir cuentas de las ovejas salvadas. El número que se registre será constancia de su buen trabajo o no, todas las que falten 11 No hay que olvidar que es él mismo una de los máximos pensadores de la Trinidad. Dispositivo que por sus efectos es importantísimo. 50 serán errores objetados a su competencia. El segundo es el de la transferencia instantánea y exhaustiva. Los méritos y fracasos de las ovejas serán considerados como actos del mismo pastor. El tercero es la inversión del sacrificio. Según los principios de arriba, el pastor se perderá por sus ovejas. Los deméritos que contenga lo pueden aplastar, pero no sólo eso, él debe y tiene que perderse por ellas. Acepta morir no sólo en sentido biológico, sino también en sentido espiritual. El cargará los errores (pecados) de los demás, a fin de evitar que los hombres a su mando carguen los suyos; el pastor asume la responsabilidad de los errores del rebaño, y les quita su responsabilidad 12(Foucault 201: 2006). A la larga, esta circulación de méritos y deméritos no entrega satisfacción y seguridad alguna de la salvación, ni a él ni a sus ovejas. Esa economía que hace girar la responsabilidad de los pecados de un lado hacia otro termina difuminando su gravedad, al precio de no garantizar salvación a ninguna de las partes. La producción de la salvación queda íntegramente en las manos de Dios. Al hombre no le pertenece designio alguno de su futuro ultraterreno y al pastor se le entrega una encomienda que deberá manejar hasta el fin sin certeza. La circulación, alma de la gubernamentalidad, comenzó a darse en la Iglesia con la circulación de los méritos y demérito, cuyo fin era la eliminación del objetivo del pastorado hebreo: la salvación. Paradójicamente, la incertidumbre que entró con está circulación sumada a la negligencia de las autoridades eclesiásticas como de los mismos feligreses, trajo consigo al pánico, y con ello se movilizaron una serie de técnicas destinadas a captar la obediencia absoluta. La obediencia absoluta podía garantizar la salvación y dar fin a la circulación que no garantizaba la salvación. En este punto el dispositivo de ley muta por el mecanismo disciplinario; la ley es cambiada por la prescripción. La obediencia perfecta no consistía en una metodología aplicada a cada uno por igual, simplemente porque todos están dotados de un carácter distinto, por lo que se necesitan distintas prescripciones para lograr un amoldamiento exitoso individual. La ley consistía en tratar a todos de manera igual y 12 La justificación al por qué el pastor debe cometer y cargar todo tipo de actos impuros es, según San Gregorio, porque un carácter tal que su pureza sea mantenga limpia e intacta puede derivar en orgullo y arrogancia. Además, es bueno que tenga imperfecciones y las conozca, que no las oculte. El pastor no es el médico saludable que puede sanar a los demás, sino el enfermo espiritual humillado. Sólo un guía igual a los demás es digno de confianza. 51 tendiente a un mismo fin. Acá para conseguir la salvación, hay que obedecer a aquel que procura la salvación, independientemente de si exista una ley. Esta última ya no vale, es general, y todos somos diferentes. No hay sometimiento a la ley, a un principio razonable o a un orden, el cristiano para serlo, debe de ponerse por entero bajo la observancia de alguien, precisamente porque es alguien; el individuo es instado a que obedezca sin importar lo estúpidas que puedan ser las órdenes, es decir, si cuentan o no con propósito, puesto que al final de cuentas un buen cristiano es aquel despojado de voluntad, de pathos. Esta dependencia en la vida monástica se institucionaliza en la relación con el abad, el superior o el maestro de novicios. Todo individuo que entre en la vida monástico queda en mano de otro, a tal punto que la perfección, el mérito de un novicio, consiste en considerar una falta cualquier cosa hecha sin haber recibido la orden expresa de hacerlo. Cada episodio debe ser fruto de mando 13 (Foucault 208: 2006). Servidumbre completa e integral. Otra cosa más, la obediencia no es finalista. En Grecia un individuo obedecía a otro para conseguir algo, un fin, un propósito. Acá la obediencia no parece tener fin, se repite una y otra vez bajo una idea ambigua de salvación, misma que no está garantizada. Lo que empezó la circulación de los méritos y deméritos, es decir, la eliminación de un objetivo celeste, es continuado por la disciplina, al no proponer ningún fin, aunque de jure se siga pensando en términos de salvación. Con la disciplina y puntualmente con la obediencia perfecta, que es el grado superlativo del mecanismo, es iniciado el proceso recursivo consistente en sólo obedecer. Además, la regulación y control del tiempo comunes en la vida monástica y propia de los mecanismos disciplinarios será el aliento de vida de la gubernamentalidad basada en la libertad del mercado. De hecho, estos movimientos enclavados en los monasterios y en las abadías, 13 La prueba de la irreflexión, por ejemplo, consiste en lo siguiente: cuando se da la orden a un monje, este debe dejar de inmediato cualquier tarea en la que este actualmente ocupado, interrumpirla en el acto y ejecutar la orden sin preguntarse porque se la han impartido y si sería mejor proseguir con la actividad anterior. La prueba del absurdo. La perfección de la obediencia consiste en obedecer una orden, no porque es razonable o implica la ejecución de una tarea importante, sino al contrario, porque es absurda. Así como la que se le imparte a un monje, quien recibe la orden de regar un palo seco a mitad del desierto. Palo que no floreció nunca pero el santo aseguró su santidad. Prueba de la ruptura de la ley: hay que obedecer aun cuando la orden sea contraria a todo lo que puede considerarse dentro de la ley. Como la historia de un tal Lucio que tras ser sometido a una serie de pruebas se le pide ahogue a su hijo en el río. 52 son movimientos de contra-conductas nacidos en el seno de la propia Iglesia, mismos que después proyectaron su espíritu a la sociedad entera. La obediencia es obediencia y no lleva a más que obediencia. Si tiene un fin, es ser humilde, entendido como la renuncia a la propia voluntad (estado de apatheia); es la voluntad orientada hacia sí misma, la voluntad que se nulifica y que prepara el terreno para ser sujeto de otra voluntad 14. Ser obediente quiere decir voluntad que renuncia a sí misma y que se compromete con no dejar de hacerlo. Esta relación se vuelve aún más complicada dentro de la jerarquía cristiana pastoral. El pastor bien puede ser también el súbdito de otro mayor, de modo de que cuando manda, pueda no ser fruto de su voluntad sino de la de otra figura eclesiástica superior. Esta manera de obrar es la que establece distancia respecto del rebaño, pues la orden emitida no es fruto del titular del rebaño sino de otro que nunca esta visible al rebaño. ¿Por qué entonces se presenta como pastor de un hato? Precisamente porque si rechaza esa encomienda estará afirmando su voluntad singular a la que se comprometió renunciar por pretender también la seguridad de la salvación (Foucault 212: 2006). La pastoral cristiana propuso una relación con la ley diferente de la pastoral hebrea. También elabora una conexión distinta con la verdad y es deducible del análisis anterior. Tratándose de una conducción personalizada, no es posible impartir una verdad general, la pastoral cristiana deberá implementar todo un complejo que trate a la verdad en singular: una verdad para cada individuo. El hombre en relación a su verdad, la que le es propia y nada más. Esta enseñanza de la verdad viene en paquete con un par de novedades. Enseñar modulando cotidianamente: una dirección ejercida en cada instante auxiliada por la vigilancia y observación. Se debe hacer la verdad a partir de ese saber continúo arrojado de la observación de la vida individual. La segunda novedad es la dirección de la conciencia. En la antigua Grecia está consistía en un examen de la conciencia individual, de manera personal o asistida, cuyo propósito era realizarse un examen para tomar el control de sí mismo. Era por lo tanto episódica, voluntaria y consoladora. En la pastoral 14 San Benito para caracterizar a los buenos monjes dice: “ya no viven a su libre arbitrio. Caminado bajo el juicio y el imperio de otro, desean siempre que otro los mande” (Foucault: 211) 53 cristiana advertimos cambios notables. Primero porque no es voluntaria, pues cuando se trata de los monjes es absolutamente obligatorio dicho análisis. Segundo, no es circunstancial. No es una medida que se toma ante una crisis o infortunio, y una vez superado el trance, se pueda abandonar. Este no tiene la función del dominio de uno mismo, si no que se hace para soldar mejor la relación del individuo con respecto al instrumento de su dependencia: el individuo que le prescribe las órdenes (Foucault 217: 2006). Mecanismo que facilita la formación de una verdad individual al brindar un arco adecuado para hilar los eventos personales de manera que busquemos en ello una lógica o coherencia a la que llamamos “verdad”, nuestra verdad. La técnica de la confesión es una que refuerza la relación del hombre con el instrumento de su dependencia y que a su vez forja la idea de una verdad única, además de funcionar como una técnica recopiladora de datos. La pastoral cristiana hace toda una economía o circulación bastante peculiar entre los tres elementos. En la salvación nadie parecer llevar su propia responsabilidad, existe una técnica de circulación y transferencia que parece invertir los méritos personales. Los logros del rebaño, son del pastor y los deméritos son del pastor. A su vez, los fracasos del pastor no se le deben adjuntar, pues es mejor un pastor inconstante que uno impoluto, y su logro es que llegue el rebaño sano y salvo aunque nunca tiene certeza ni de su futuro ni el de los demás. Concerniente a la ley, ya no es una simple herramienta de aceptación general, sino que, al tomarla por rodeo, establece una relación de obediencia individual exhaustiva y permanente. Respecto de la verdad, es cierto que el pastor debe tener un canon que seguir, lo enseña y se esmera por que los hombres lo acepten como verdad. Pero se produce una invención al introducir una técnica de investigación, examen y estructura que liga el canon a la conclusión intrapersonal del individuo, creando una verdad secreta, verdad interior, al tomar conciencia de dicha ligazón. La constancia y perennidad con la que pesan estos instrumentos sobre los individuos se justifica por la misma razón de vivir. Cada vivencia proporciona nuevos hechos susceptibles de ser analizados además de que en diferentes momentos pueden aflorar diferentes recuerdos que auxilien a constituir nuestra verdad. 54 Por toda esta economía que traza diagonales, invierte los papeles, que construye una red, es que Foucault percibe en la pastoral cristiana el preludio de la gubernamentalidad, y ve en la Iglesia la sucesión del pastorado hebreo. Ve convencido esto porque los procedimientos de no poner en juego los principios de salvación, verdad y ley son los mismos que se pueden advertir en el Estado moderno, en el Estado gubernamental. Como veremos el Estado debe de tener su ley para legitimar su acción, pero no dudará en ir contra ella en forma de Estado de excepción cuando así lo requiera, y ya veremos con qué frecuencia. Este mismo Estado no brinda la seguridad de la salvación. El Leviatán puede engullir a los sujetos de así requerirlo, y estos mismos se encuentran atados a redes de continua obediencia por obra de la subjetivación15 producida por la extracción de la verdad impuesta. Hay una bisagra para Foucault que une y da juego a la gubernamental y a la pastoral cristiana, una unión entre la religión y la política, y no es en sí la red tejida que mencioné arriba. Es verdad que esa red da movimiento y enuncia las características propias de las dos. Pero me refiero más bien a una figura, un personaje, pero que no es ni el papa ni el emperador, sino el personaje mixto que goza de hacer el mismo rol en uno y otro escenario: el ministro. El ministro es el punto donde se sitúa la relación religión-política, el gobierno -pastorado (Foucault 221: 2006), es el punto en donde converge una misma actividad: la conducción16. Conducir a la salvación de las almas, conducir a los individuos para perpetuar la existencia del estado. Ambas tareas implican los mismos elementos y 15 En Foucault podemos decir que hay dos tipos de subjetivación. En general es un proceso mediante el cual se obtiene la constitución de un sujeto o, para ser más exactos, de una subjetividad. Se puede constituir un sujeto a través de los modos en que técnicas de poder tienen por objeto a los individuos para hacerlos sujetos (sujetarlos), lo que significa que solo se puede ser sujeto al objetivarse y que los modos de subjetivación son, en ese sentido, prácticas de objetivación. La segunda manera, la que adquirimos en relación con nosotros mismos, a través de una serie de técnicas de nosotros mismos que nos permite constituirnos como sujetos de nuestra propia existencia. Actitud crítica y subjetivación (Vignale. S: 2014 en Foucault) 16 Foucault prefiere el término francés (conduite) conducir, por abarcar dos cosas, la habilidad consistente en conducir, pero también la manera de dejar conducirse. Por lo que se infiere que una conducción debe de tener la capacidad de guiar y hacer que se acepte esa guía. Esta aceptación tiene lugar en el ámbito de la subjetivación, por lo que puede ser fruto de una objetivación o una concesión voluntaria de la conducción. Por eso es que prefiere esta noción como la óptima para traducir la noción de Gregorio Nacianceno y su oikonomia psychon, es decir, economía de las almas, a la noción griega de economía que encontrábamos en Aristóteles, y que designaba en ese momento el manejo particular de la familia o la latina cuya traducción es régimen animarum. 55 las mismas actividades, guiar a un conjunto de individuos para obtener determinado fin. En el caso de la gubernamentalidad el objetivo no se vislumbra rápidamente como en la pastoral cristiana, cuyo objetivo tiene que ver con la salvación de las almas. En cambio, ahora el objetivo permanece escondido, el único que se percibe es individual y tiene que ver con el fin que es propio. Al mismo tiempo este se fusiona con la puesta en juego de la subjetivación siendo que el individuo puede dirigirse a un fin que no es el suyo, aunque lo piense suyo. En síntesis, los excesos de la pastoral cristiana dieron paso a rebeliones de conducta, la contra conducta, no para zafarse de ella, sino para exigir otra forma de conducción. La Reforma y Contrarreforma son ejemplos de ello. Análogamente, podemos ver exactamente el mismo juego en las rebeliones de contra conducta de los sistemas políticos, que buscan una manera alterna de ser dirigidos. Además, la asignación autoritaria de los valores del sistema político funciona como un dispositivo que hace posible la subjetivación. Hay algunos teóricos que prefieren llamarle asignación autoritaria autoritativa de valores para referir al proceso no como una imposición sino como una respuesta a la delegación de esa capacidad, como aludiendo a que los individuos mismos se asignan los valores. Para Foucault uno de los factores que coadyuvó a que se produjera la transferencia de la pastoral cristiana constituida Iglesia, a la gubernamentalidad actual, son los actos de contra conducta. La tesis que tiene es que en la Edad Media hubo una crisis del pastorado que lejos de producir un cisma, trajo su expansión de la ekklesía. Y de acuerdo con la tesis que más adelante expondré, las contra conductas tenían la intención de llevar su influencia a la totalidad de la sociedad. El desencantamiento del mundo tendrá mucho que ver, y para Weber este se produce también a partir de los distintos movimientos religiosos salidos de Reforma. ¿Por qué se produjeron estos actos de contra conducta? Bien, la católica al separarse intencionalmente de los preceptos de la ley, esto es, el trato de todos de forma idéntica, provocó todo un sistema de relaciones individuales como ya hemos dicho. A este le siguió una serie de divisiones en lo tocante a las jerarquías y por consecuencias a los derechos. La sola pertenencia a la Iglesia concedía derechos que facilitaban diversas cuestiones en su momento, derechos que de no de registrarse la 56 filiación, no eran cedidos. A su vez, también la afiliación ofrecía obligaciones, y derechos espirituales además de los civiles. El medievo es una etapa bien caracterizada por dos individuos: los clérigos y los laicos. Estas diferencias provocaron, según Foucault, formas de contra conducta, entre las que ve principalmente cinco, las cuales tienden a redistribuir, invertir, anular y descalificar parcial o totalmente el poder pastoral en la economía de la salvación, la economía de la obediencia y la economía de la verdad (Foucault 239: 2006). La primera es el ascetismo 17; la segunda, las comunidades18; la tercera, las prácticas místicas19; cuarta, el retorno a la Escritura20 y finalmente las creencias escatológicas 21. Pero no sólo las divisiones, cuyo efecto era síntoma de la misma constitución de la Iglesia y su administración y gerencia de las indulgencias, deberes y responsabilidades fueron las que provocarían las contra conductas. Se le sumó una práctica fundamentalmente 17 Paradójicamente, el ascetismo considerado una doctrina religiosa tendiente a la obediencia, es un acto de contra conducta. Pero lo es en cuanto que una obediencia exasperada e invertida, convertida en dominio de sí. Se hace para tener el dominio de uno de manera que lo que se exalta es la voluntad particular del individuo, lejos, muy lejos, de la renuncia que implicaba la pastoral cristiana que no conocía acceso alguno a un estado de perfección, o meta específica. 18 En el fondo se apoya en el rechazo de la autoridad del pastor, rechazo explicado por la inadecuación de las Escrituras a la vida diaria de los ministros y comunidad sacerdotal. Se oponen principalmente a sus justificaciones teológicas o eclesiológicas. Parten del principio de que Roma es una nueva Babilonia y representa al Anticristo. Obedecer a Babilonia implicaría perder la vida prometida. Tema moral y tema apocalíptico. Se critican las asignaciones que se confiere el ministro: todos los sacramentos y sus alcances. Por otro lado, tema que causa revuelo y que originó las contra conductas en el mismo seno de la Iglesia, fue la eliminación de la división entre clérigos y laicos; esto es, entre elegidos y quienes no lo son. Así que es fácil ver el porqué de las contra conductas. Desde el momento en que alguien es elegido, la competencia del sacerdote no es requerida, pues no existe necesidad de participar de los emblemas y rituales. 19 Las prácticas místicas ofrecían otra forma de suministrar y administrar la verdad. No era la típica verdad transmitida como dogma a todos los fieles, y a la par, otra verdad extraída a cada uno, según un secreto descubierto en lo recóndito del alma. Con la mística el alma se ve a sí misma, sin mediadores. La mística funciona de una manera muy peculiar, muy ambigua, dado de que el conocimiento tiene lugar en un juego de alternancias: la noche/día, la sombra/luz, la perdida/hallazgo. Más aún, la mística se desarrolla a partir de experiencias y en la forma de experiencias absolutamente ambiguas, contradictorias, como si el suceso fuera una suerte de equivoco, de este tipo: “el secreto de la noche es que es iluminación (Foucault 256: 2006) 20 La desaprobación hacia los pastores se muestra en la tendencia de no solicitar la intervención entre Dios y el individuo, cosa que pertenecía al ámbito sacerdotal, cuya interpretación y lectura tenían a su cargo. El acercamiento a la Escritura es un acto de contra conducta en tanto ve obsoleta la competencia del pastor. 21 En el final de los tiempos (cosa que se creía estaba en puerta) la competencia pastoral se invalidaba. Con Cristo como pastor no hace falta otro. Foucault ve a Jesús como el Dios-pastor. Textualmente dice: Dios está a punto de volver para juntar a su rebaño. Él es el verdadero pastor. Desplazamiento de los pastores, porque Jesucristo vuelve. (Foucault 258: 2006). 57 laica: el modelo judicial22 que integrado a la Iglesia traería como resultado prácticas que llegarían a ser obligatorias. La confesión estaba muy generalizada por ahí de 1215. Si la Iglesia hubiese seguido los principios de la Escritura, abrazándose de ella, no se movería a la izquierda o a la derecha de las Escrituras, nunca suministraría justicia por su propia mano. En un mundo aislado de todo fin trascendental, y sin carácter moral, esto es, la división de lo bueno y lo malo, se juzga sólo con base en el cálculo de la seguridad a fin de alinear toda a su media, es decir, a fin de normalizar. Completando el paquete estaba el auge de la creencia en el purgatorio, que constituía una especie de sala de espera o estado en donde el alma se purificaba como preparándose para el arribo al recinto divino. Dicha espera era indeterminada y de ahí que el purgatorio se constituya como un sistema de penas provisorio y modulado, con respecto al cual el pastorado podría incidir mediante su competencia, siempre y cuando de antemano hubiese un incentivo para brindar el auxilio, el cual, dicho sea de paso, casi siempre era económico. ¡La redención al alcance de tu bolsillo!, o en su defecto a precio de interiorizar conceptos obtusos mediante la práctica de la repetición incesante de una doxología (alabanza). Esta venta sagrada es un guiño de ojo hacía el protestantismo, ya se preparaba el terreno. Casi siempre pueden comprar favores los que están en opulencia, y los que están en opulencia eran los que tenían la bendición y gracia, o en el último momento de la reforma, los que se dedicaban cual misión divina, al ejercicio del trabajo. Ya están identificadas las variables que abren el tránsito de una pastoral enclaustrada en la Iglesia a otra forma de pastorado imperial comprometida consigo misma en transgredir sus fronteras, esto es el Estado. En medio del recorrido que existe entre las dos pastorales se encuentran las dos formas que respondieron a las contra conductas, dos formas de organización religiosa en forma de comunidades protestantes y bajo la forma de la 22 La emergencia del sistema judicial, Foucault lo ubicó primeramente entre los siglos XI y XII, pero creé que es un error a la vista de las funciones judiciales que se efectuaban en los siglos VII y VII. Las prácticas penitenciales dan fe de ello. Pero, llama mucho la atención que no se remita a las funciones penitenciales de las Escrituras. Por sólo citar un ejemplo de las Escrituras encontramos que aquel individuo que diera muerte accidental o por negligencia a otro era acreedor de muerte. Si un familiar enfadado dentro de ciertos límites `por la muerte de su pariente ejercía la pena capital, la acción se entendía completamente lícita. Esto lo encontramos en Dt: 22:8. 58 Contrarreforma política. Estas formas para Foucault funcionan con amplificadores de las técnicas pastorales. Primeramente, porque la incursión de estas formas fue a consecuencia de detener a los adeptos que no se habían fugado. Aparece la intensificación de las formas espirituales. Por si fuera poco, las contra conductas tenían como intención otras formas de entendimiento para garantizar la salvación, por lo que son causantes de un resonancia espacial y temporal de otras formas de pastorado. El gran efecto que tuvieron estos movimientos, hablo en general, fue dar una autoridad sobre los individuos más grande que la existente en el pasado: aumento de las conductas de devoción, incremento de los controles espirituales, intensificación en la relación entre los individuos y sus guías. Estas contra conductas espirituales se hacen cargo de toda una serie de cuestiones y problemas concernientes a la vida material, la limpieza, la educación de los niños, el matrimonio, la sociedad (Foucault 266: 2006). Comienza a haber dominio sobre el espacio público; dominio que posteriormente se adjuntará la política y que conferirá un nuevo ejercicio y competencia al soberano: la conducción. A partir de entonces, se asignan nuevas tareas al soberano reinante que tiene que ver precisamente con la conducción de las almas, conducción de la familia, conducción pública bajo la dirección o control del gobierno, conducción de los mismos espacios públicos, conducción de los modales socialmente deseables y reglas de conducta (268: 2006). En resumen, conducción de los individuos, pero no individualmente, sino como colectivo. El nuevo soberano debe conocer a la población y sus constancias y regularidades, no a cada uno de los individuos. Pero además debe saber poner en práctica el juego de la libertad. La gubernamentalidad trata acerca de saber deja actuar a los individuos para que revelen sus constancias y tendencias, y así poder tratarlos como conjunto. Juego de la libertad para poder aglutinar en casos las relaciones de los hombres y poder impactar en ellas cuando se requiera. El saber conducir implica dos movimientos: dejar actuar a los individuos para tener acceso a la información pertinente que permitirá normalizarlos por medio de procesos llevados a cabo en el límite, esto es, más o menos imperceptibles. Es por eso que el insumo principal de la gubernamentalidad es la libertad. Pero esta libertad debería de ponerse entre comillas (“libertad”). 59 Esta idea de dejar hacer y actuar venía ya construyéndose en la pastoral cristiana una vez que las contras conductas echan a andar los mecanismos disciplinarios: la salvación se puede alcanzar, sí y sólo si, el individuo sigue su propio camino, el camino de su verdad. Esa verdad era su identidad, era su interioridad a la que se tenía que sujetar y sobre la que los dispositivos actuarían. De hecho, la acción de esos dispositivos empieza desde el momento de la extracción (confesión, penitencia etc.). Identidad, sujeción, interioridad. La individualización del hombre occidental se produjo al precio de la subjetividad (Foucault 269: 2006). Los mecanismos disciplinarios introdujeron el impulso de la libertad, lo alentaban. El dispositivo de seguridad ya sólo tuvo que saber leer y captar los movimientos de esas libertades. Más adelante analizaré el movimiento de Reforma y se verá cuan individualizante era. El protestantismo, en líneas generales, implicada la necesidad de un sentimiento psicológico vehementemente individual que da constancia de la aprobación y salvación. Ahora bien, ya se ha revelado el recorrido que existe y que da forma a la gubernamentalidad, aunque no se ha explicado el por qué se produce ese recorrido. En efecto, Foucault desde el comienzo de su obra advierte que esta no es una teoría general del poder, sino que su cometido es elaborar un esquema del cual partir; es la elaboración de pistas para llegar a la conformación de una teoría del poder. Para esto tenemos que responder. ¿Cuál es la relación entre la gubernamentalidad y la ley? o ¿qué es lo que prescribe el soberano?, ¿cuáles son sus tareas específicas en esta forma de conducción? Su relación con la verdad; esto es, ¿qué racionalidad o cálculo justifican o hacen posible la incumbencia de la gubernamentalidad en los asuntos humanos? Problema de dominio. Su relación con la salvación. A diferencia de la ratio pastoralis ¿Cuál debe ser la ratio gubernatoria? ¿Cuál es su objetivo, su razón de ser si ya no se asigna la salvación de las almas? (Foucault 270: 2006). En su interesante búsqueda por encontrar las respuestas Foucault se remite hasta Santo Tomas, quien da una definición de rey. Definición que no tiene problema en conjuntar las labores del soberano y gobierno, no hay cesura alguna que las distancie. Inclusive la definición del soberano sólo reproduce otro modelo: una analogía del modelo teológico. El soberano en cuanto gobierna, no hace otra cosa que reproducir el modelo que es el 60 gobierno de Dios sobre la Tierra (Foucault 271: 2006). En esta definición el arte del gobierno consiste en imitar el ejercicio de Dios sobre la Tierra, o en su defecto, en imitar la fuerza de la naturaleza o el ejemplo de un padre de familia 23. En definitiva, el rey es aquel que procura a los individuos de su reino como Dios su rebaño; como la naturaleza rige sus creaciones y el padre a sus hijos. Se trataba de modelo teológico, también del modelo que lo secularizaba (la naturaleza) y luego del modelo que se instauraría un uso diferente, todo en una misma definición. Esta forma de conocimiento (gobierno y soberanía unidos) predominó en el medievo y configuró toda una manera de entender la función del príncipe o del rey. No obstante, en el siglo XVI nació una forma de conocimiento que provocó todo un cisma, un quiebre total en lo referente a entender el papel de Dios en el mundo 24 y, por consiguiente, al papel del soberano en el Estado. El efecto de las ciencias fue mostrar que Dios rige el mundo sólo a través de leyes generales accesibles a formas lógico-matemáticas, o al análisis clasificatorio. Para Foucault esto significa que Dios no gobierna, no conduce, sino reina soberanamente al mundo por medio de principios. Similar al papel atribuido a la naturaleza y su fuerza directriz. Tránsito de Dios a la naturaleza. Ya no hay un Dios que vigile y guíe constantemente al mundo; no hay la necesidad de la intervención divina fuera del orden, es decir, ya no hay necesidad del milagro. Si Dios se manifestará así, el mundo sería un caos de fenómenos portentosos. La idea del Dios guía es suplantada por 23 Analogía con Dios. Dios creador de la naturaleza, el rey fundador del Estado. La segunda tiene que ver con la secularización de la acción de Dios. Me refiero a la analogía con la naturaleza. La naturaleza se rige por un conjunto de leyes que mantienen asido todo cuanto contiene, de lo contrario todo se entregaría a la corrupción, disociación y descomposición, sin ella no hay fuerza directriz que la mantenga. El rey debe de mantener a su reino unificado, unido, debe de apuntar a un fin y ese se logra mejor en orden. La tercera forma en que se le puede definir, es la analogía del padre de familia. El rey se encarga del Estado como el padre de familia sobre esta. 24 Recordando, gobernar al mundo pastoralmente significaba estar sometido a un guion finalista. Un proceso cuyo objetivo era conseguir la salvación de los hombres, todos. Este mundo es transitorio y no es el destinado para que el hombre more eternamente. Un proceso centrado en el hombre. Causas finales y antropocentrismo. En segundo lugar, implica un sometimiento a la obediencia. Si Dios interviene es para encuadrar, para hacerse obedecer. Tercero, existe una economía de la verdad: de verdad enseñada por una parte, de verdad oculta y arrancada por la otra (Foucault 275: 2006). Esto no hay que perderlo de vista, es importante tener siempre en cuenta la relación de la pastoral y de la gubernamentalidad con la verdad, la salvación y la ley. 61 un conjunto de leyes que rigen la vida. La episteme clásica divide las concepciones que en el pastorado permanecían juntas (reino y gobierno). Sobre este entendido es que al soberano o titular del gobierno se le pide que trate a los individuos como colectivo, es decir como conjunto susceptible de ser analizado por principios y leyes, tal como en la naturaleza. Hacer gubernamentalidad. Misma que dependerá del buen uso de los datos, regularidades y tendencias observadas. El empuje de aquél entonces, sugería que Dios no actuaba de manera directa sobre los individuos, sino que fijaba fuerzas invariables que daban regularidad a los fenómenos naturales. El mundo fenomenológico fue explicado de esta forma, primeramente, por la física, luego en una escala descendente, por la biología y finalmente llegó ciencias sociales. El gobierno tiene su génesis en la bifurcación que presentó el mundo una vez que se vio que “Dios reina, pero no gobierna”. Pero, si dijimos que la gubernamentalidad no se basa en leyes, ¿por qué parece aquí, que son lo que la caracteriza? Como recordaremos, Foucault tuvo especial cuidado al decir, que la sucesión de dispositivos de poder no implica la eliminación de los otros, sino que se contienen, de tal suerte que cuando entra en vigencia uno, los otros dos también despliegan sus funciones de forma atenuada. Si no entendemos esto, una naturaleza equipada con un arsenal de leyes no encajará nunca con un dispositivo que deja hacer y actuar. También, Foucault puntualizó muy bien que a una forma de poder le pertenece una forma de saber, en este sentido, la secularización de gobierno divino a gubernamentalidad de la naturaleza paso a profanación con la gubernamentalidad del Estado. Física, biología y ciencias sociales, es la evolución de la forma de conocimiento que venía con esas formas de poder. Si nos fijamos hoy en día siguen vigentes las tres. Y podemos ver también que la física ya no goza de la certeza de la que antes hacía gala y presumía. Además, para procurar el tránsito de un ámbito a otro, la noción de principio fue fundamental. Teológicamente hablando, una verdad moral fundamental es aquella que nunca cambia. Esto se traspasó rápidamente a las ciencias. Ahí tenemos el colosal Philosophiæ naturalis principia mathematica de Sir Isaac Newton, donde los principios aparecen como leyes naturales invariables. Después la misma física, desde su seno y por 62 medio de sus máximas figuras quebranto esta cuestión, así como la Iglesia misma asistió su propia secularización (la institución de la Iglesia por medio de una mala competencia calculada elevó movimientos de contra conducta desde su mismo núcleo), y propuso que la observación dependía de los marcos de referencia, de forma que no existieran marcos de referencia preferenciales y, por lo tanto, todo es relativo o depende de la posición espacio-temporal desde la que se efectúa una observación. Estos entendimientos pronto pasaron factura a la sociedad; el entendimiento del vocablo “principio” se tornó en algo variable, algo que depende de diversos factores, condiciones iniciales, objetivos etc. Consolidación de los principios éticos. La gubernamentalidad contiene a la ley para facilitar su dinámica. La utiliza como una especie de frontera que le permite ver, medir y controlar las distintas variables en ese espacio delimitado llamado medio, a fin de percibir los movimientos de la población y el pueblo. No obstante, para llegar a ese punto, la gubernamentalidad tuvo que pasar por una serie adecuaciones, mutaciones y transformaciones que tienen como función hacer imperceptible su influencia. La física y la biología tuvieron un papel importante en esta cuestión y se consolidó en las ciencias sociales con la idea de las leyes y justicia humana, las cuales pueden ser fácilmente enmendadas, abrogadas, derogadas, reformadas etc., bajo las distintas concepciones de fuentes de derecho. Esta variabilidad del derecho esconde una verdad importante que veremos a continuación con la razón de Estado. El Estado sólo finge un respeto fingido a la ley, la utiliza para legitimar un poco su conducción, pero puede ir fácilmente contra ella, es más, el Estado se muestra tal como es, cuando va contra la ley. Hasta aquí la relación de la gubernamentalidad y la ley. Pasemos de lleno al análisis de la razón de Estado. 4. Para comprender la razón gubernamental o del Estado tenemos que comenzar por la definición del Estado. Botero omite en su definición todo aquel vestigio del dispositivo de ley y del mecanismo disciplinario. No la define en el sentido restringido que hoy le damos, dice: “Esa razón de Estado abraza mucho más la conservación del Estado que su fundación o su extensión, y más su extensión que su fundación propiamente dicha” (Foucault 277: 2006). Lo que importa más a la razón de Estado no es su nacimiento o el proceso que lo llego a conformar, sino como asegurarlo, como mantenerlo. 63 Lo realmente interesante es que en medio del nacimiento del Estado-nación actual, este parece definirse de manera férrea, como si fuese inmutable. El tratado de paz de Westfalia (1647-1648) el cual fue fundamento para la existencia de los Estados con su principio (recalcar principio) de integridad territorial, derribó lo entendimientos feudales consistentes en tratar los territorios como patrimonio heredable. Dicho tratado nace como respuesta a la guerra de los Treinta años iniciada precisamente por un conflicto entre los partidarios de la Reforma y la Contrarreforma. Un siglo antes de esto, las cruzadas menguaban y muchas de las grandes familias habían donado su riqueza para sufragar la guerra santa. Las contra conductas que tendían a ver la gracia divina en la opulencia, fue decisiva para encender los ánimos de aquellos que voluntaria y gratuitamente se desposeyeron de sus riquezas. Con todo el capital que recabo la Iglesia, sobre todo pensando en las tierras y territorios que obtuvo, no es difícil pensar en una unificación estatal. Puede parecer un sinsentido esto, sobre todo porque la Reforma menguaba y enervaba la influencia de la Iglesia, sin embargo, una revisión crítica de la historia, revela que estos movimientos fortalecieron su influencia. Además, todavía faltaban un par de siglos para que el laicismo comenzará a imprimir cambios notables en la sociedad. En un contexto donde Estado e Iglesia están coordinados, es fácil tomar conciencia del por qué la unificación estatal pudo darse después de una agitada “guerra santa”. La soberanía estatal nace en el momento en que el Estado ya tiene el monopolio de las tierras. La definición que da Botero del Estado va de la mano de la que se da clásicamente, aunque obviando el trasfondo que tiene, pues la define por sus elementos constitutivos, pero rodeando su trasfondo. El Estado está constituido por: un territorio francamente definido, una población relativamente constante y un gobierno. En el esquema que llevamos hasta ahora, la población si existe, pero como bipartición imaginaria de los individuos hecha por un cálculo estatal. El territorio si está claramente delimitado, pero no por esto es inmutable. Al igual que en las relaciones internacionales las fronteras son un símil de la piel por su flexibilidad, así también los límites gubernamentales. El gobierno existe y es el principal componente de un Estado, pues un Estado sin gobierno no puede sobrevivir (entiéndase que no puedo reproducir las condiciones de su subsistencia). 64 Pero lo que en ese momento (siglo XVII) se veía como la emergencia de una gran novedad, en el fondo no lo era. Chemnitz en el momento de la paz de Westfalia, escribía: todos los días se escucha a una infinidad de gente hablar de la razón de Estado. Todo el mundo interviene. Se las ve a las claras como una novedad. Falsa novedad dirían otros, pues señalan que la razón de Estado siempre actuó. Basta leer a los autores de la antigüedad para ver que en esos momentos la cuestión sólo pasaba por ella. La razón de estado siempre existió, claro está, si se la entiende como el mecanismo mediante el cual los Estados pueden funcionar (Foucault: 282). La razón de Estado estaba destinada a permanecer inadvertida hasta el auge de nuevos instrumentos intelectuales. ¿Por qué fue tan difícil percatarse de esta razón? En los primeros Estados existía una correspondencia entre la Iglesia y el Estado. En las Escrituras, el primer rey humano que se pone es por petición expresa del pueblo de Israel que exigía una guía más directa. En muchos otros pueblos antiguos, el rey era aquel que presentaba una clara relación con fuerzas trascendentales. En resumen, todos los titulares de los grandes imperios debían tener una relación especial con alguna fuerza sobrenatural que les confería la guía y les auxiliaba en su mandato. La razón de esos Estados tuvo siempre objetivo celeste y trascendental. Pensar en la auto-reproducción del Estado sonaba absurdo pues ¿Por qué renovar algo que no se quería? ¿Por qué preservar algo que veían transitorio? Esto fue así en los primeros siglos. Pero rápidamente cambio, sólo pensemos en el imperio Carolingio, donde se podía apreciar la mutua deferencia con la que se trataban el rey y el papa. De acuerdo a sus entendimientos, la Iglesia tenía las llaves de Pedro, las cuales ataban todo lo que se encontraba en la Tierra para asegurarlas en el cielo. Si un Estado quería su bienestar debía estar en conformidad con la gracia divina. Pero ¿si siempre existió la razón de Estado, porque entonces antes se entendía que el Estado era eventual, efímero y esporádico? Bueno, esto lo entenderemos en su justa dimensión cuando entendamos el dispositivo de Trinidad, por lo pronto, diremos que el Estado siempre ha tratado de sobrevivir pues desde su comienzo trato de desprenderse de las razones escatológicas. A partir de esta coordinación la figura del ministro empieza a cobrar importancia por su incumbencia en ambas esferas. En la Iglesia cristiana, el ministro es el responsable encargado de administrar los sacramentos, es decir, de conducir a los feligreses a la salvación. El ministro, en el sistema político parlamentario, se encarga del ejercicio de la 65 conducción, del gobierno. Y aunque su figura es un poco tardía, hay antecedentes de esta figura desde la antigua Grecia. Analizar esta figura dará pistas acerca de la razón de Estado y sus procedimientos. Podremos apreciar que su participación en las dos esferas facilita el tránsito y legitimación en lo social. De haberse apostado por una dislocación acelerada sin un conocimiento que la avalará y una figura que bien los representará, traería un desconcierto de magnitudes pavorosas en el traslado de las características de un lado a otro. Debido a esto, es que la hipótesis de que un poder que se ha preservado a través de los siglos cobra importancia. Pero tal empresa ha tenido que cambiar su forma de presentarse y ha tenido, por tanto, que preparar de manera minuciosa su terreno si quería una aceptación. Esta figura tuvo sus complicaciones en cuanto a la aceptación en el nuevo ámbito social, pero uno de sus puntos de arraigue fue el impulso con el que el ministro llegaba. Un ministro es aquel considerado como el más bajo, aquel que se sirve por los demás; etimológicamente viene de minus, menor, y su connotación coincidía con la idea de una conducción. Obviando algunas cuestiones, el político iba a ser aquel que iba a traer una mejor sociedad. Pero esta concepción no conseguía aliviar todo el malestar que la intromisión de esta figura causaba. Al reflexionar sobre esta nueva secta, el papa Pío V expresaba: ¿la designare como un politeísmo? Si, sin duda porque el político respeta todo y cualquier cosa solo por la razón política. ¿La llamaré ateísmo? Sería justo hacerlo, porque el político tiene un respeto fingido, sólo determinado por la razón de Estado, son incluso más capaces de transformaciones que Proteo. ¿La denominaré estatolatria? Sería el nombre más atinado. Si en su indiferencia general el político respeta algo, lo hace para conciliar a los hombres con no sé qué divinidad, dios o diosa, que los griegos antiguos invocaban con el apelativo de ciudad, los romanos como Republica y las gentes de hoy como Estado (Foucault: 286). Este nuevo ministro a imagen y según la semejanza del Estado, es ateo porque debe de respetar todo; la gubernamentalidad debe dar aires de libertad. Es pragmática o politeísta porque no debe tomar una posición de manera férrea, pues serían un impedimento para sus marcos flexibles. Y es estatolario porque tiene como fin la procuración y culto de esa bestia magnífica que comenzó con forma de Leviatán. De las opiniones de los líderes religiosos con respecto de esa nueva figura resultaba que le palabra política siempre se adjuntaba a una connotación peyorativa y además, apuntando a personas, a los políticos, 66 a esos herejes distinguidos por poseer cierta forma de pensar, razonar, calcular y dirigir la especificidad del gobierno. En el XVI la política se entendía teniendo como objeto a la nueva raza de servidores de Estado. En el XVII se comienza a entender la política ya no haciendo énfasis exagerado en los ejecutores de la razón de Estado, sino en las acciones que describe su competencia. La política como el conjunto de acciones y mecanismos y tecnologías que se activan de acuerdo a la razón de Estado. El ministro secularizado que era visto en lo social como un blasfemo, poco a poco comienza a ganar simpatía a través de procedimientos que figuraban como un regreso a los cánones de la ley. Uno de estos procesos fue el protagonizado por Luis XIV. Este hombre incorporó la razón de Estado, con su especificidad, al ejercicio de la soberanía. Al decir “el Estado soy yo” ya siendo titular de la soberanía, se adjunta la misión que la razón gubernamental tiene. Cuando se asume como la encarnación del Estado, se agrega la misión que este tiene. Logra así conjuntar los rituales monárquicos y los pertenecientes al gobierno; los refuerza, lo une, pero al mismo tiempo, exalta sus diferencias. Esto sigue en conformidad con los principios del poder de Foucault: no existe la eliminación de técnicas durante el imperio de otra; las técnicas de poder trabajan juntas, solamente que en ciertos periodos una técnica es más prominente que las otras. Resta ver que rasgo sobresalía en Luis. Debido a que se trataba de justificar la competencia del ministro secularizado, debía haber ciertos rasgos o halo de santidad en él a fin de poder granjearse la simpatía de los ciudadanos. De existir ese halo de santidad, los hombres depositarían su confianza en él. En efecto, todos estos eventos, la Reforma (1517-1648), la paz de Westfalia (1648), y la célebre frase de Luis (1679) son partícipes de un mismo proceso: la instauración de la gubernamentalidad. Proceso que terminará con la suspensión del poder del pueblo y que se explica y entiende bajo las consideraciones de la auctoritas y la potestas que adelante revisaré. Cuando Dios designó al primer rey fue a petición del pueblo de Israel, pero él lo eligió. No fue ni por votación, ni por suertes, ni por herencia, ni nada parecido; decisión expresa de Dios. Con Luis XIV se debía registrar el mismo movimiento, su cargo debía ser como por precepto divino y, por ende, no debía ser sujeto a elección popular. Esto 67 procedimiento se lleva a cabo cuando a raíz de la muerte de Mazarino (mentor y ministro de Luis XIV), a la pregunta de quién iba a ser su primer ministro, él respondió: “Yo”. Luis acababa de fundar la monarquía absoluta asegurando el concepto de despotismo por derecho divino. Al autoproclamarse como ministro y rey, unía el reino y el gobierno; la ley, la prescripción y la conducción. Cuando un monarca absolutiza poder, pierde sentido la elección sujeta al escrutinio popular. Con el advenimiento y avance de la gubernamentalidad la autoridad del pueblo irá decreciendo. El magistrado (magis=mayor) elegido popularmente, es sustituido por la figura del ministro (minus=menor). El ministro debe ser entendido etimológicamente como el menor, aquel individuo investido de un atributo oblativo cuyo sentido de responsabilidad hace que se entregue en favor de los demás. Pese a que el término es evidentemente teológico, pues designa las cualidades de un siervo de Dios: humildad, modestia, amor etc., la connotación no sobrevive cuando se produce el cambio al ámbito social. Es ministro sólo nominalmente hablando ya que no le sobreviven los atributos y aptitudes que le deben ser innatas. Al ministro estatal le importa manejar a los individuos como conjunto y según los cálculos estatales. Además, véase como Luis venía desplegando los rasgos prominentes de la gubernamentalidad. Dijimos que una de las características de la seguridad era establecer límites flexibles (la cual ya se explicó) y otro atributo era ir en contra de la ley cuando así lo conviniera (se explicará adelante un más). Si sólo queremos mencionar los marcos flexibles, es preciso, para tomar conciencia de su maleabilidad, hacerlo en este contexto, pues aquí se ensalzaba la soberanía nacional. La gestión de Luis XIV estuvo caracterizada por su ambición, la cual le llevo a reclamar terreños españoles en los Países Bajos, en el nombre de su esposa. Esto orilló a que Holanda se aliará con Inglaterra y Suecia. La campaña bélica terminó con la Paz de Aquisgrán (1668), en donde España recuperaba Besançon y Francia se quedaba con Flandes. No conforme con ese resultado, después de cuatro años, Luis vuelve a las andadas y en un ardid de venganza se vuelve nuevamente contra Holanda, ahora con el apoyo inglés. Pero las alianzas no sólo surgieron de un bando. Holanda tenía el apoyo de Guillermo de Orange, por lo que luego del 68 enfrentamiento que acabó en el Tratado de Nimega y con la derrota de Francia, Luis renuncia a Flandes y obtiene el Franco Condado español. En un contexto donde la soberanía y límites nacionales estaban férreamente marcados, (aunque si es cierto que el modelo apenas se implementaba) todos estos acomodos y reacomodos aperturan la gubernamentalidad. Se debe recalcar que estas acciones no fueron exclusivas de Luis XIV. Sin embargo, como veremos, la razón de Estado implica mucho más su conservación y florecimiento. Anexamiento sin cesar a los territorios desamparados de todo cálculo que equilibre los elementos dentro del Estado resultaba muy contraproducente para la capital del imperio. La gubernamentalidad se basa en cálculos y no en un ensanchamiento bruto del territorio. En este sentido, los tratados de paz y los distintos reacomodos y anexiones para mantener al Estado francés por parte de Luis, marcar un hito, un antes y después. Otra acción propia de la seguridad cuyos rasgos se encuentran presentes en la gestión de Luis es la teatralidad del Estado o la manera en que el Estado retiene los arcana imperi. Este es un proceso escondido que el Estado debe forjar sobre sí mismo y a partir de sí mismo, pues de no hacerlo correría el peligro de perder los efectos y afectos que desea. El que Luis se elevará a sí mismo como ministro, obviando todo procedimiento, le dotó de un halo similar cual si hubiese sido elegido por mandato divino. El primer rey, según la Biblia, fue elegido por Dios. Claro, por petición del pueblo, pero al final de cuentas la selección no recayó sobre ellos. Reproduciendo el acontecimiento, Luis se eleva como ministro. Aparte, con la gubernamentalidad ya instaurada, la libertad tenía por fuerza que comenzar a liberalizarse, pero no de golpe. Esto obligó a Luis a echar marcha atrás para no verse reformista (su mandato es divino) y por ello trato de imponer la unidad de la fe católica. Las comunidades protestantes fueron entonces consideradas como mera ofensa a la religión verdadera. Incluso, su celo llegó al puto de revocar el Edicto de Nantes que pugnaba por la libertad de conciencia. ¿Cómo es posible entonces, que la gubernamentalidad vaya en contra de la libertad, siendo que es uno de sus rasgos característicos? Bien, la cuestión está en ver otro de sus rasgos característicos y que se deriva de la libertad. La gubernamentalidad para llevar a buen puerto sus planes decide en que momentos aumenta y retrocede sus fronteras. Pero por fronteras o límites no 69 debemos entender solamente las líneas que señalan el fin de un territorio, sino normalizaciones, leyes, el mismo ethos social, políticas económicas etc. Si no entendemos esto, no hemos entendido bien los parámetros y lineamientos de la seguridad. La teatralización del Estado es un recurso estatal que se implementa cuando el Estado parece estar en contradicción consigo mismo. Lo decisivo para el Estado es administrar el secreto, liberarlo u ocultarlo dependiendo de lo que su razón gubernamental pretenda. Al final de cuentas lo que lleva a cabo la teatralización es hacer a la contradicción, sino desapercibida, si legítima. La teatralización es también un recurso que normaliza a los individuos. Ya aludimos a grandes rasgos cual es la razón de Estado: su conservación. Sin embargo, es necesario entender bien todas sus implicaciones para poder ver más cosas que pasarían desapercibidas de no hacer el análisis. Averigüemos ¿qué debe entenderse por razón y que debe entenderse por Estado? Para esta tarea Foucault invoca a Palazzo, quien con influencias escolásticas dice que razón se emplea en dos sentidos: es la esencia cabal de una cosa, lo que constituye la unión, la reunión de todas sus partes, el lazo necesario entre los elementos que la conforman. Segundo, desde un punto de vista subjetivo, es cierta facultad del alma que permite justamente conocer la verdad de las cosas, el lazo, esa integridad de las distintas partes de la cosa que son sus constituyentes. Es un medio de conocimiento y también lo que le permite a la voluntad ajustarse a lo que conoce, a la esencia de las cosas. Estado dice se entiende en cuatro sentidos. Primero es un dominio (territorio, espacio). Segundo, es una jurisdicción (un conjunto de leyes, reglas, costumbres, más o menos lo que nosotros entendemos por institución). Tercero, una condición de vida, en cierto modo un estatus individual, una profesión, el estado de celibato o el estado religioso. Último es la cualidad de una cosa, que se opone al movimiento. Es lo que hace que una cosa, aunque no totalmente inmóvil siga siendo lo que es (Palazzo en Foucault 294:2006). (/) Que la definición contenga muchos rasgos escolásticos no es raro en absoluto. Esta escuela inicio el movimiento de secularización de la conducción mucho antes del siglo XVII. La bifurcación del mundo una vez que se toma conciencia de la regularidad de los fenómenos no es exclusiva de esta época, si acaso, aquí se esquematiza y toma la forma de “Dios reina, pero no gobierna” pero en absoluto fue una novedad. Los estoicos desde mucho tiempo atrás concebían a la naturaleza como un fuego artesano que avanza 70 metódicamente a la creación o como un principio de sostenimiento y gobierno del mundo con un orden y cierta semejanza de plan o designio. Claro, la idea anterior de la naturaleza era la de una providencia o potencia de Dios que proveía a las cosas con una voluntad propia que coincidía con su conveniencia humana y justamente por esto se explica la persistencia en sus movimientos. Pero esta misma idea de providencia contaba con la anulación del papel de Dios en los movimientos, según veremos (infra). La conclusión de Foucault, según la cual la secularización de la conducción se da en el XVII, en el umbral de la Reforma, es tardía. La idea de las regularidades y tendencias que sustituían la idea de un soberano celeste constantemente ocupado en guiar a su creación ya había sido introducida con mucha antelación. Pero Foucault, pienso, es consciente de ello, por eso introduce una categoría de análisis muy sugerente casi al final de la microfísica del poder que dice: una forma de poder puede ser ascética, puede ir incluso contra sí misma para sobrevivir, puede disfrazarse y camuflarse. Esto pueden ser pistas de que las batallas de los nodos de poder pueden ser teatralizaciones estatales, pero eso hay que analizarlo con detenimiento y calma. Prosigamos, razón es el ser de una cosa; razón es una facultad que es capaz de conocerse a sí misma. ¿Cuál es ser del Estado, su esencia? Como notamos para que un Estado sea tal, deberá cumplir con los cuatro requerimientos antes señalados. Para Palazzo el Estado es intercambiable con el término república. Tiene un territorio, un conjunto de leyes, un estilo de vida, un modo característico de conducirse y algo que lo mantiene mientras esta en movimiento; es lo que hace que una cosa sea aunque este en movimiento. Ahora, ¿qué debe entenderse por razón de estado, recordando que hay dos sentidos? Para Palazzo objetivamente es lo que es necesario y suficiente para que el Estado (república) conserve y mantenga su integridad en los cuatro sentidos. Es esa red de relaciones que mantendrá al Estado como Estado. Por el lado subjetivo, será ese conocimiento, es arte, que da a conocer los medios para alcanzar esa paz e integridad demandada por la república. En pocas palabras y resumiendo la razón de Estado, podemos decir que está conformada por una parte tangible y por otra una intangible, por un conocimiento y una estructura. Otra definición a la que recurre Foucault es la de Chemnitz, quien considera que la razón de Estado es una consideración que debe tenerse en todos los asuntos públicos, en los 71 consejos y proyectos, y que tienden únicamente a la conservación, aumento y felicidad del Estado (Chemnitz en Foucault: 296). De su definición objetiva se extrae que lo esencial al Estado no es su inclinación hacia cosas exteriores, sino que tiende hacia sí misma, a su conservación. Se aleja de la concepción de una vida ulterior y paradisiaca; sólo esta vida puede constituirse en una bendición, dependiendo del uso que cada uno de a su libertad. La propia definición de Estado niega su origen, no está interesada en su conformación ni en su culminación, sino en su permanencia. Ya habíamos dicho que la razón de Estado está interesada más en su mantenimiento que en su génesis y con Agamben descubriremos por qué el Estado se empeña en que esto sea así. Podemos decir que el Estado es la profanación del dispositivo de ley, pues si recordamos, esta tendía hacia sí misma. La ley remitía a sí misma para conseguir el efecto que está prometía. Cuando algo es profanado, quiere decir que hay un uso diferente al originario; la razón de Estado tiende hacia sí misma, pero para un uso diferente: no promete cosas más allá de sí misma. De su definición subjetiva, se desprende la necesidad de conocerse. Conocimiento de sus partes, como están unidas y como incidir en ellas para que así continué; como pegar y soldar esas relaciones o en su defecto desunirlas según sea el caso. De la primera y la segunda se sigue que al Estado no lo rige ningún principio de transformación o evolución, inclusive de involución. Ciertamente el Estado se pliega y despliega, pero eso nada tiene que ver con una conversión; tiene que ver con la necesidad de persistir. La razón de Estado se conserva y para eso se sacude, se mueve, se estira, descansa. ¿Me pregunto ahora, cómo asimilar las tendencias liberales dentro del estado? (Foucault 300: 2006). ¿Qué hay del progreso? A simple vista parece antitético, paradójico, un enigma total, pero la explicación es la misma. La gubernamentalidad se mueve en un espacio bien demarcado en un momento, de modo que todo movimiento interno está permitido, lo que es más, es deseable. Si quiere persistir debe estar siempre un paso adelante de los diversas contraconductas que se puedan producir. El que de libertad en un espacio bien demarcado sólo quiere decir que los movimientos “libres” que se dan, están bien controlados. Cuando se produzca la emergencia y procedencia de un bloque de poder con potencia, dado que ya conoce los movimientos y tendencias dentro de sus límites, es muy fácil confiscar y anular 72 los movimientos. Lo que digo aquí no es que el liberalismo sea una potencia que el Estado debe anular, sino que es la estrategia que el Estado implementa a fin de conocer los movimientos de sus componentes en su espacio bien delineado. Otra característica que se desprende a partir de la definición de la razón de Estado es que no hay nada parecido a una finalidad fuera de ella. Se alude a un florecimiento, a una felicidad, pero es la del Estado, no la de los individuos. 25 La gubernamentalidad como acto de auto-reproducirse en un tiempo abierto e indefinido y un espacio flexible . El tiempo abierto e indefinido en un contexto teológico o de Reforma no podría ser bien recibido de ninguna manera. En los dos episodios, la necesidad que reina es la de conseguir una especie de comprobación de la gracia divina. La convulsa reacción de los individuos se da bajo el entendido de que se vive en la proximidad de los últimos días; en que se acerca la parousía de Cristo. Por lo tanto, un tiempo indefinido choca bastante con esta opción ¿Cómo puede ser bien recibida esta opción en medio de este contexto? La metabolización de un cambio tan abrupto necesitaría mucho tiempo para asimilarse. Sin embargo, el terreno ya se había ido preparando desde que imperaban los dispositivos de ley. El paradigma de Jesús anarchos o el de la Trinidad ya habían preparado el terreno de la recursividad (infra). Además, este paradigma se fortaleció y legitimó con ideas como la de paz perpetua, objetivo al que apuesta la gubernamentalidad y que sustituía a la idea de un reino paradisiaco. La no finalidad del Estado deriva en a necesidad de la subsistencia del Estado y esto no es más que la asimilación de la idea del imperio final. La fusión de todos los reinos en una sola forma de soberanía celestial redentora de la paz es sustituida por un conjunto de Estados legalmente organizados para mantener un equilibrio, un orden, una paz. La paz universal será consecuencia de la manera en como diferentes Estados, si las cosas funcionan efectivamente, podrán existir en un equilibrio 25 En este punto se han levantado diversas críticas. Si el Estado no tiene fin, ¿No se podrá prescindir del Estado? O la versión menos radical para no eliminar al Estado, ¿No podrá el Estado actuar de manera episódica, en ciertos puntos y en momentos dramáticos? (Foucault 300: 2006). La respuesta es contundente y dictamina que de no existir e intervenir el Estado continua e indefinidamente, este no podría existir, y ningún orden por el que tengamos que estar agradecidos. 73 que ha de impedir la dominación de unos sobre otros. Una pluralidad equilibrada muy distinta del Imperio final (Foucault 301:2006). La idea de una paz entre los Estados es ahora llamada paz armada, es una analogía de la idea divina de la consolidación de un reino divino. La novedad es que los Estados no aspiran a algo más fuera de ellos. La dirección se evoca hacia sí mismos, hacia su propia seguridad y está basada en cálculos del siguiente tipo: Si ataco a un Estado (x), ¿su respuesta supondrá mi extinción? Pequeños cambios tal vez, pero sumamente significativos. Además, en el esquema de la paz perpetua el acento no está en el hombre o en su bienestar. La estructura mundial que se coaguló consistía en hacer ilegal la guerra entre Estados. La teoría de la paz perpetua kantiana nada tiene que ver con la moral o con el beneficio del hombre sino que es un proyecto jurídico proteccionista del Estado 5. El análisis de la pastoral cristiana arrojó que se desenvolvía según el formato de la relación que hay con la verdad, la ley y la salvación. Pues bien, su heredera, el Estado gubernamental, también se desenvuelve según ese formato. Ya adelantamos un poco su relación con la ley. Con respecto de la salvación ya vimos que fue sustituida en cuanto al objeto al que apuntaba. Ya no lo hombres, sino lo que se quiere es la salvación del Estado. Para completar la relación con la ley, se debe de analizar la teoría del golpe de Estado. Precisamente en el siglo donde se da la sucesión pastoral es también el que ve levantarse la teoría del golpe de Estado. Se entendía por golpe de Estado, la suspensión o cesación de las leyes. Es aquello que excede al derecho común. Una acción que no guarda ningún orden ni forma alguna de justicia (Foucault 303: 2006). La razón de Estado es el golpe de Estado, el Estado de excepción. La razón de Estado no significa equivalencia con la ley. Como dijimos es vinculante a la ley, la contiene o la ocupa, pero no se iguala a esta, simplemente la utiliza como marco que le servirá en ciertas ocasiones para detener, bloquear o confiscar ciertas relaciones. La razón de Estado es aquel cálculo que permite derogar las leyes, sean públicas, particulares, fundamentales, tengan el nombre que tengan. Para Foucault el golpe de Estado es la reafirmación del Estado, es su forma principal, general, es algo que no se somete a la ley, aunque por su naturaleza la respeta como componente de su propio mecanismo, de su propio juego. En nombre de su 74 salvación, el Estado actuará dramáticamente. Por mucho que en momentos se relacione con la ley, su estado de excepción tiene que ver con su necesidad vital. De ordinario el Estado no es violento, su ejercicio ordinario y cotidiano se desenvuelve en un ambiente relajado y suelto, precisamente para activar la libertad. Utiliza la ley como marco, pero una vez activadas las alarmas, la violencia surgirá. Aquí no hay eso de que el pastor se da por cada una de las ovejas; desde el momento en que se hace la bipartición del pueblo y la población se sabe quiénes son los adecuados para el Estado y quienes no, quienes son carne de cañón y quienes se reservan para futuras empresas. (/) La noción de crimen de Estado no tiene sentido alguno. La violencia estatal no es más que la manifestación explosiva de su propia razón (306: 2006). El Estado se muestra a sí mismo, su verdadera esencia, cuando va en contra de las leyes. Sin embargo, el Estado no deberá reafirmarse con una frecuencia desmedida; esta acción representaría un peligro para su propia vitalidad. Los hombres no podrían confiar en una institución que los aplaste y aniquile cada que le venga en gana. Debido a esto la gubernamentalidad debe de jugar con la ley, las positiva, las deroga, las abroga de diferentes maneras en diferentes tiempos. Un crimen de Estado sólo podría ser aquél que va en contra de sus estructuras y que desajusta sus relaciones autopoiéticas. En la fase del Estado de excepción se activa la teatralización estatal. El Estado si quiere mantener su orden, esto es, las relaciones intra-estatales bien normalizadas y en regla, debe de ocultar lo mejor que se pueda su esencia. El acto teatral se despliega en el acto mismo del golpe de Estado o inmediatamente después y consiste en la ejecución de una serie de protocolos que legitiman la acción, la modulan o la ocultan. Todo depende de la magnitud de alcance de tal evento exasperante. Por ejemplo, si se quiere justificar la acción violenta se manifestarán las razones de porque dicho acontecimiento sucedió; expondrá solemnemente sus efectos benéficos para la población y las razones que “sostuvieron” o “justificaron” dicho acto. Razones tendencialmente utilitarias. Esta constituye el horizonte trágico de la política y la historia: Estado, razón de estado, golpe de estado, teatralización estatal (Foucault 308: 2006). Ahora revisemos la relación concerniente a la verdad. Sabemos ya que la racionalidad ligada a la pastoral cristiana implicaba una producción de verdad particular sustraída de 75 cada individuo mediante tácticas, tales como la confesión y forma de dirección individualista. Era preciso, además, que existiera una verdad enseñada, una especie de dogma general a partir del cual derivarían y se ajustarían verdades individuales para efectos de consumar la salvación. En el caso de la razón de Estado, hay un campo de verdad enteramente distinto, mucho más cuando se contrasta el conocimiento que debía tener el pastor, el conocimiento que debía tener el soberano y el conocimiento que ahora debe tener el político. El pastor debía conocer íntimamente a cada oveja, sus preocupaciones, sus conflictos, debía ser en pocas palabras, su amigo y procurador; las procuraba de acuerdo a un conjunto de leyes dimanadas divinamente. Conocimiento por lo tanto de los mandatos divinos, de sus ovejas, de las buenas tierras, buenos caminos y excelentes comidas. Todo lo necesario para ese pastorado ejercido sobre la marcha. El arte de gobernar del soberano, como se le definió hasta principios del XVII, dibujaba a un soberano que tenía que ser sabio, ecuánime, prudente. La sabiduría como un conjunto de conocimientos, conocimiento de las leyes naturales (no tanto conocimiento de la ley divina, sino de su secularización), de las leyes positivas (que se aplican) del país. Conocedor de la historia; extraer de ella ejemplos de valentía, de honor, de respeto. También estrategias, así como las desgracias y desaciertos para aprender de ello, para hacerlos modelos de comportamiento y evitar así los modelos que dieron paso al fracaso. La cosa se complejiza cuando al soberano se le exige, no nada más el conocimiento de sus leyes positivas y el de las leyes naturales y divinas, sino también el conocimiento estadístico o la composición de las relaciones que mantienen al Estado. Si a esto le sumamos la variable tiempo, se comenzarán a percibir regularidades que ya no tienen que ver estrictamente con las naturales, sino con la combinación de un complejo artificial con el orden natural. Estas repeticiones de acontecimientos sociales es lo que Marx tenía en mente cuando decía: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos dos veces. Pero se le olvidó agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa” (Marx: 408: 1978). Que se vea como farsa la segunda vez que aparece un evento social ¿tendrá que ver con la teatralidad del Estado? ¿Serán puestas en escena estatales? ¿Marx se percató de una historia secularizada? Según este bosquejo, podría ser. Pero centrémonos en lo importante, el estadista o el nuevo soberano deberá tener el conocimiento que procure la 76 permanencia del Estado, el cual abarca todo aquello contenido por el mismo: trama o red de fuerzas, recursos, población, medio y sus variaciones, pero no sólo a nivel general, sino que, a un nivel muy específico, por ejemplo, si de población se habla, son necesarios porcentajes de mortalidad, natalidad etc. Así no se trata de conocimiento moral, de las leyes de la naturaleza o conocimiento de orden divino. Se les da la vuelta para centrarse en un conocimiento especializado, técnico; conocimiento que caracteriza la realidad estatal. Conocimiento que concretó una manera de gobernar, una manera de hacer, una manera de conducir, una forma de pensar con arreglo a situaciones diferentes a un conocimiento moral tajante que sin importar la situación, elige sin pensarlo la opción moralmente correcta. Esta manera de elegir, de seleccionar es lo que se llamó política. La política, según entiendo es para Foucault, cierta manera de pensar, razonar y calcular en virtud de la supervivencia estatal, en función de la gubernamentalidad. Ese carácter que no se casa con una u otra opción, sino que dependiendo del lugar y la situación opta por un bando u otro; ese cálculo diferencial e integral comprometido con el movimiento, sus cualidades y atributos, pero también con cierto orden; aquel que considera importantes la tasa de cambio y que busca las variables responsables. Puntualmente, la verdad en la gubernamentalidad es relativa, no hay algo así como un marco de referencia preferencial, sino sólo marcos flexibles y prácticos que hay que tomar pero que no son verdaderos sino funcionales. Ya descritas, aunque de manera sumaria, la relación que tiene la gubernamentalidad con el formato de la pastoral, esto es, con la verdad, la ley y la salvación, se puede dar una definición cabal de lo que es la razón de Estado: El Estado como principio de racionalidad de lo que es, pero también de lo que debe llegar a ser. El estado es la idea reguladora de esa forma de pensamiento, de reflexión, de cálculo y de intervención que se denomina política. La razón gubernamental, postula entonces, al Estado como principio de lectura de la realidad y lo postula como objetivo e imperativo. El estado es lo que rige la razón gubernamental, lo que hace que se pueda gobernar racionalmente de acuerdo con las necesidades. La razón de Estado es lo que permite al Estado mantenerse en buen estado. Palazzo dice que la razón de estado es la regla que permite la adquisición de esa paz, ese reposo, esa perfección de las cosas y no sólo la adquisición de la paz sino su conservación y ampliación. Botero dice que es un conocimiento perfecto de los 77 medios por los cuales los estados se forman, se mantienen, fortalecen y crecen (Foucault 331: 2006). Básicamente lo que las definiciones presentan es a la razón de Estado como aquel cálculo o intervención que prolonga y da vitalidad al Estado. Si está sano es, según Foucault, porque ha eludido la posibilidad de la dispersión y la revolución. Suerte que no pudieron sortear Babilonia, el impero Romano y Carolingio. Evitar a toda costa el ciclo vital estatal, postergándolo indefinidamente, es el resultado de la correcta aplicación de la razón gubernamental. La descripción de la vida Estatal ya no consiste en las fases: nacimiento, crecimiento, auge y caída; sino que nace y a partir de ahí registra movimientos de aceleración y reversa, arranques y retrocesos, se encontrará virando ya a la izquierda, ya a la derecha, pero nunca abatido. Por eso creo que decir o reducir la razón de Estado al mantenimiento del Estado contra las revoluciones es una muy mala reducción o definición. Me aventuro a postular la hipótesis de que más que evitarlas o eliminarlas, las integra en su beneficio, las dirige una vez que las conoce a conciencia, las encamina hacia diversos objetivos para frenarlas y neutralizarlas. Como se dijo, si el Estado fijó su fin en sí mismo y si sólo se manda a sí mismo y no hay ninguna ley que se le pueda interponer o esté por encima de él, entonces no hay ninguna regla que impida el ejercicio estratégico de la revolución para sus propios fines. Con la razón de Estado tenemos un panorama desolador. Un estado que no tiende a ningún fin; no existe ninguna consumación escatológica o estado de gracia, además, se le suma una condición humana carente de fe o toda expectativa segura, lo único seguro que hay es una existencia estatal. Un Estado que no procura ni siquiera la felicidad de sus integrantes; las comodidades y placeres que pueda albergar y diseminar son consecuencias de la circulación económica que ocupa para su propio bienestar. Una historicidad indefinida (se auto-reproduce no se sabe hasta cuándo) en un tiempo abierto y sin término. Un mundo caracterizado en su realidad por la fatal existencia de un racimo de Estados sin fin y con una “justicia” que exige paz. La pluralidad de estados no es una forma de transición entre un primer reino unitario y un imperio último en el que reaparece la unidad, es la inercia misma de mantener al Estado vivo. ¿Cuál Estado? Pues hasta el momento, todos los existentes, quien sabe si algún día se llegue a consumar la idea de un 78 nuevo orden terrenal a imagen de la idea escatológica. Por lo pronto, un tiempo abierto, una espacialidad múltiple (Foucault 333: 2006) adicionada con una paz perpetúa. Paz armada ahora en la actualidad resultado de la configuración de un mundo bipolar, en la cual cada polo esta nivelado en todo sentido (alianzas, armamento, capital, etc.) a fin de traer equilibrio, recordando siempre que el ataque de un bando implica la respuesta del otro y, por consiguiente, desolación. Pero no confundamos, la idea de la paz perpetua no es el fin de las aspiraciones imperialistas. La idea de captar todo en un mismo sistema continuo vigente, sólo que, como dijimos, se muestra de diversas maneras. Lo que comenzó con el tratado de Westfalia es el fin de la configuración del imperialismo como sistema político que tiene la encomienda de extender al máximo sus fronteras territoriales. Sin embargo, la idea del imperio como sistema político cambio por la idea de un imperialismo mercantil. La razón estatal se troco en la razón estatal económica. Al día de hoy, las empresas trasnacionales gozan de mucha libertad dentro de los Estados-nación. Fin de las pretensiones imperialistas clásicas entonces. El fin del imperio romano debe situarse exactamente en 1648, en el momento en que por fin se reconoce que el imperio no es la vocación última de todos los estados, ni la famosa o soñada forma en que los estados se fundirán en uno algún día. En la misma época también con el tratado de Westfalia, se constata la fractura de la Iglesia provocada por la Reforma. Los estados católicos pueden perfectamente aliarse con los protestantes y a la inversa. Las dos grandes formas de universalidad, la Iglesia y el Imperio, perdieron su vocación y su sentido o por lo menos en el nivel de esa universalidad (Foucault: 334335: 2006). Si el imperio y la Iglesia vieron “truncados” sus planes expansivos al mismo tiempo fue, sobre todo, porque estaban unidos según los principios del dispositivo de ley y su inercia en los disciplinarios (el Estado debía contar con la gracia divina) vienen en paquete. Ahora bien, que este proceso se de en pleno ocaso de la Reforma, con el resultado de una pastoral más potenciada y una intromisión en lo social, nos posibilita para afirmar, o al menos a hipotetizar que, Westfalia es el potenciador del imperio de la razón Estatal económica. Cosa que se antoja razonable, sobre todo en un contexto donde se ha visto minada la soberanía nacional de los Estados, pues ante todo hay que observar que lo que 79 viene en boga, es la competencia por el dominio comercial, por los espacios de circulación monetaria. Que en nuestro entorno como mexicanos observemos una caída del peso frente al dólar es un indicador de la nueva colonización, una colonización que se hace ya no directamente sobre el cuerpo, sino que es más táctica, más rebuscada, amañada, según los dispositivos de seguridad, cuyo blanco es el medio o esas relaciones en las que conoce, puede influir, en este caso: la moneda, el ciclo macro-económico de un Estado, políticas económicas, etc. Ahora bien, preguntémonos ¿Qué es lo que al Estado le permite permanecer en buen estado? Pensemos que tenemos dos lados, en uno están todos esos componentes físicos, que guarda un Estado: recursos naturales, la población, el tipo de clima, la orografía, la infraestructura con que cuenta, etc., y por otra parte, tenemos otro conjunto cualitativamente diferente que atraviesa al anterior, que le imprime de alguna manera su voluntad. Tenemos aquí las relaciones comerciales, las relaciones transnacionales, las relaciones interestatales, las relaciones bancarias, los adelantos científicos y tecnológicos, las campañas de salud y todo tipo de campañas médicas etc. Su ejecución está sustentada por dos conjuntos que se comprenden bajo la racionalización de fuerzas: el dispositivo diplomático miliar y el dispositivo de la policía (Foucault 342: 2006). Estos mecanismos modulan el desarrollo del Estado. Su misión es controlar esos movimientos en tiempos que se necesite la estabilidad o hacerlos circular cuando se requiera. La policía actúa desde el exterior procurando que los movimientos del Estado no impliquen la ruptura del conjunto; organiza y desarrolla las relaciones internas de fuerza. Tiene el compromiso de darle esplendor al Estado, lo engalana, lo ensalza y ornamenta. El otro (diplomáticomilitar) desde fuera, procura que todo movimiento estatal este coordinado con sus similares para evitar transgredir el balance configurado por la paz perpetua. En otras palabras, el mecanismo diplomático es un conjunto de archivos que revelan el interior del Estado, cuya función es traer balance entre las naciones. El cruce de ambos dispositivos, es decir, su trabajo organizado en conjunto, es lo que se conoce como dispositivo de seguridad. Es un juego que analiza las relaciones endógenas y exógenas, que las calcula y mide para mantener al Estado en óptimas condiciones en un contexto complejo. 80 ¿Por qué es tan importante el trabajo por fuera del dispositivo diplomático-militar? El sueño imperialista termino, no por su irrealización o por su inalcanzabilidad, sino porque muchas veces la amplitud territorial vista como esplendor del reino, terminaba por derrumbarlos, por agotarlos. Su virtud se convertía en su defecto. La extensión del imperio muchas veces traía consecuencias inesperadas (por falta de datos y cálculos), después de todo, es difícil controlar un territorio inmenso. El esplendor del Estado dejo de ser coextensivo al territorio ya que la historia mostró muchas veces que los reinos imperialistas caían como moscas una vez recorrido su ciclo vital. El dominio, auge o esplendor del Estado, ya no se da anexionando territorios mediante la conquista, pues un manejo de los territorios anexados no puede darse a cabalidad desde un núcleo o centro, como el panóptico “sueño del rey”. Desde el punto de vista del dispositivo de ley, cualquier anexo representa un reacomodo de la torre central, de ese guardián atrincherado. Ya se dijo que la ley con respecto al territorio debe guarda una relación sumamente táctica. La anexión provoca que el vigía no domine todo su terreno y debido a eso, colapsa el edificio. Según Foucault, España puede ser el ejemplo perfecto de como un reino próspero y dominante puede perder vigor según su expansión. Entonces, enmarcados en el dispositivo de ley, a mayor extensión, mayor descontrol. La seguridad agrupa o contiene como dijimos a la ley, de ahí que se creará el marco de legalidad que proscribe la guerra. La respeta es parte de su juego, pero en el momento que lo crea conveniente puede alistarse contra ella. Aquí podemos encontrar una explicación de la guerra en el marco de una ONU. Que la organización continúe en vigencia se explica por la puesta en escena de una serie de mecanismos propios de la teatralización estatal. Poco a poco, los datos emanados de la misma historia y sus regularidades, dieron paso a nuevas formas de dominio. Los Estados actualmente se posicionan una al otro en una relación de competencia, por lo que es menester encontrar una forma que permita limitar lo más posible la movilidad de un sólo Estado cuyo crecimiento y desarrollo valga en detrimento de los demás. De ahí que la Unión Europea se haya originado para hacerle frente a la moneda que sería la más poderosa de no haberse concretado esta coalición; también de ahí que en su origen haya sido una medida para frenar el expansionismo alemán y sus delirios imperiales. La Unión Europea como la medida contra el imperialismo. Pues bien, el dispositivo diplomático funciona como una expendedora de 81 datos, de archivos, es un acervo de conocimiento estatal utilizado con el fin de armonizar o celebrar el equilibrio entre Estados. Westfalia como inicio de las relaciones diplomáticas; un tratado multilateral en el que el litigio no es entre personas, sino entre ese conjunto que es Europa. El aparato diplomático para guardar el equilibrio, no sigue stricto sensu, líneas jurídicas prescritas por las leyes y las tradiciones, sino cualquier línea originada y fundamentada por la necesidad. Como principio fundamental tenemos una física entre Estados y no un derecho de los soberanos. En conexión con esa necesidad armonizaste, se creará un sistema de informaciones en cuanto a la situación de fuerza de cada uno de los Estados. Los embajadores surgen y se afianzan a finales del XV o comienzos del XVI. Son una diplomacia decidida a negociar perentoriamente. Apertura de un dispositivo de intercambio de información permanente y obligatoria en las relaciones estatales (346: 2006). Archivos creados para el mantenimiento de la paz, para contrarrestar la potencia de un Estado. Si hay un incremento desmedido de poder de alguna potencia, es necesario contrarrestar su influencia por medio de la posibilidad de alguna coalición o algún apoyo entre Estados. De ahí que la paz esta sostenida por la inminente guerra. El dispositivo interno militar comprende una profesionalización del hombre de guerra, de una estructura armada permanente al servicio de la profesionalización de esos hombres como al servicio de épocas bélicas. También de equipamiento de fortalezas y transportes y, por último, de un saber, de una reflexión táctica, planes defensa-ataque. La existencia de un dispositivo militar permanente importante e instituido en el seno mismo del sistema de la paz. Tenemos entonces un complejo político militar absolutamente necesario para la constitución de ese equilibrio europeo como mecanismo de seguridad (Foucault 350: 2006). Si en algún momento llegará a fallar la mera diplomacia en el balance de las fuerzas, el aparato militar podría bien persuadir para inhibir ese desajuste o actuar dramáticamente. La fuerza militar es el mecanismo que se activa cuando la diplomacia no es suficiente, y por eso es un dispositivo coextensivo a la diplomacia. Ahora, ¿Por qué es tan importante el trabajo de las policías? Es un mecanismo que asegura la homeostasis estatal. Me gusta este término porque describen perfectamente la actividad estatal. Todos los Estados tienen la propiedad o necesidad de mantener una condición 82 interna estable independientemente de los cambios externos. Además, la homeostasis hace referencia a un equilibrio dinámico, similar a lo que presupone la seguridad y sus mecanismos. Estabilidad tanto en el despliegue como en el repliegue, un equilibrio posible gracias a una red que atraviesa todos los componentes; sistemas de controles flexibles y volátiles, regulables, esto es, se pueden apretar o desatar. Rápidamente podemos inferir que la policía, la que ahora describimos, está muy distante de lo que suele entenderse corrientemente en la actualidad. De acuerdo al análisis realizado por Foucault, solía entenderse en primer lugar (en el XVI), una forma de comunidad o asociación regida por una autoridad pública de modo que cualquier asociación que no era pública no era policial. Una secta no podía ser policía en esta definición, como cualquier otra organización hermética. En segundo lugar, Foucault encuentra que se denomina policía al conjunto de actos que van a regir precisamente a esa comunidad bajo la autoridad pública. En su tercer sentido, no es más que el resultado esperado y positivo de ese gobierno. (357: 2006). La policía, según definiciones más puntuales, es aquel conjunto de medios, a través de los cuales el Estado incrementa su fuerza, su vitalidad lo ordena y le mantiene. Es el instrumento o la tecnología que facilita una relación dinámica entre las partes que el Estado contiene y retiene, pero ofreciéndole estabilidad y control al tiempo que el Estado resplandece. Lo que le compete a la policía es el esplendor, palabra que suena y resuena en las definiciones de ese momento. La policía como aquella que asegura el esplendor del Estado (358:2006). Aquel conjunto que lo viste, que lo hace seductor, atractivo, que lo ornamenta y adorna al tiempo que acomoda y organiza sus relaciones internas dinámicas. El Estado tiene una necesidad estética y su esplendor es ocupación de la política. Todo buen Estado, todo Estado exitoso, exige una policía cualificada. Una buena policía es aquella que consolida, engrandece, y hace buen uso de las fuerzas del Estado. Ahora bien, ¿Cómo la policía da esplendor al Estado? ¿De qué se ocupa para que esto sea así? ¿La policía se encarga de la protección y bienestar ciudadano? Una de las cosas que comúnmente se llega a creer en relación a las policías es que, están ahí en la sociedad estratégicamente colocados para asegurar la protección y bienestar social, puntualmente de aquellos que conforman la sociedad: los hombres. La realidad es que la cobertura que tiene la policía respecto a las actividades humanas está vinculada a ellos sólo en la medida 83 en que su actividad puede constituir un elemento diferencial en el desarrollo de las fuerzas del Estado, es decir, se le toma en cuenta cuando su número bien puede entorpecer las relaciones o bien las puede ayudar a crecer de manera armónica. De esta manera si la actividad humana sobrepasa o disminuye ampliamente otras fuerzas dentro del Estado, de modo que desajuste la euritmia que existía, la población va a ser tomada en cuenta por la policía, precisamente para armonizarla respecto de las otras fuerzas, de otra forma, la circulación que exige la gubernamentalidad se podría ver truncada. La policía, es una herramienta, un aparato tecnológico que integra la actividad humana en las relaciones gubernamentales de forma equilibrada y, además, regula también a estas últimas. Su actividad es consistente con integrar efectivamente al Estado la circulación de fuerzas inherentes a la conducción, a la gubernamentalidad. Procura que, en los movimientos del Estado, se guarde la proporción entre sus partes componentes; proporciona la simétrica que se debe mantener en el dinamismo. La policía, si en alguna medida se preocupa, o mejor, se ocupa de los hombres, tiene su explicación en la relación que debe existir entre un territorio (su extensión), la riqueza con que cuenta, y la cantidad de habitantes óptima con relación al acomodo de fuerzas. De aquí deriva la cesura entre los habitantes de un territorio en población y pueblo, y de ahí que esta no sea literal sino imaginaría. La policía como procuradora de relaciones. Su principal objeto es la cantidad de hombres, su desarrollo cuantitativo en conexión con los recursos y respecto del territorio. Pero para mantener esas relaciones, se deben mantener las partes que la componen: hombres, recursos, estructura. Sólo sobre esta base es preciso que la policía tome en cuenta al hombre; sólo sobre esta base debe cubrir sus necesidades: provisión de alimento, vestimenta, alojamiento, calefacción, entretenimiento y toda suerte de servicios. Políticas agrarias, tributarias, control de comercialización de productos, su circulación. También los problemas de la salud. No sólo pandemias, epidemias, sino la salud cotidiana de todo el mundo. En consecuencia, vigilar todo lo que pueda proporcionar enfermedades que supongan un desfase, una diferencia sustancial en las relaciones de fuerza. Después de cubrir las primeras necesidades, es necesario que los sujetos permanezcan activos, que se vinculen y echen a andar las relaciones en las cuales son integrados para que establezcan el equilibrio. Una población no sujeta a las relaciones comerciales, por ejemplo, es una población que causa un desfase de fuerzas. Las fuerzas 84 no se activan solas. El quinto y último objeto. Hacer que todo circule. Pero por circulación no debemos entender solamente la red material a través de la cual entran y salen productos, esto es, la circulación de mercancías. No, sino la circulación en sí misma, lo que implica: el conjunto de reglamentos, restricciones, límites, o por el contrario, facilidades y estímulos (Foucault 375:2006) El asunto gira en torno a cómo hacer que la felicidad o beneplácito de los hombres sea útil al Estado. El que la policía procure de alguna manera a los hombres, según estos entendimientos, no es porque su acción este enteramente dirigida a procurar su bienestar, cual si fueran sus paladines, sus guardianes. ¡No!, no hay que engañarnos. A las policías les interesa el hombre, pero no individualmente, sino en plural, agrupados en racimos o manojos según el número solicitado o expedido por algún calculo diferencial. La policía es una técnica entre varias que asegura que el hecho de la existencia poblacional sea susceptible de transformarse en fuerza estatal. Es una forma de intervención estatal racional y calculada cuyo problema principal es hacer de la dicha de los hombres la dicha del Estado, su fuerza, su esplendor (Foucault 377: 2006). Sin embargo, lo realmente interesante es que mientras se habla de la policía aparece el problema de la circulación. En el sentido moderno, la circulación es asunto de las ciudades una vez que las murallas que las acordonaban son derrumbadas. La policía se encuentra a condición de que exista la urbanidad. No obstante, el asunto policial coincide con los mecanismos disciplinarios, siendo una de sus principales características la reglamentación, diferente a la ley, porque se dedica a prescribir las acciones de los individuos, acciones que se consideran de poca monta en relación con los asuntos estatales ya de manera global. La policía ocupada en los detalles, en esas cosas que, aunque pareciesen de ínfimo valor, agrupadas y aglutinadas según un volumen elevado pesan demasiado. Pero, como vemos, la policía ya presuponía ese tránsito de un lado a otro; era el puente entre las diversas formas de gubernamentalidad. El mercantilismo no es más que la forma reglamentaria de las formas económicas, coincidiendo de esta manera con el dispositivo disciplinario, por lo que, a la gubernamentalidad le pertenece una primera etapa donde echa mano de los mecanismos disciplinarios. La gubernamentalidad policial, es una etpa 85 donde la circulación está más restringida que en la gubernamentalidad económica, pero es un paso necesario para para asegurar el orden en una situación apremiante, mientras se consolidaba su última forma. Efectuado el cambio, la policía pasó de ejercer una acción perentoria, a sólo una acción episódica, pues de seguir con una práctica sostenida de su ejercicio, los movimientos estatales serían ahogados, sucediendo lo mismo que cuando se trata de reglamentar el mercado. Tratar de establecer mecanismos en el mercado que eviten la crisis, es incentivar la crisis. La primera fase de la gubernamentalidad difiere de su segunda fase en que está sobre reglamentada. Los reglamentos por definición son flexibles y mutables, por lo que mantener las restricciones por demasiado tiempo es innecesario. La reglamentación detiene la circulación de la seguridad y hace pesado el dejar hacer, dejar pasar. La urbanidad requiere a la policía, pero el problema de la circulación pronto, al menos históricamente hablando, hizo que su dinámica cambiará un poco. El mercantilismo (técnica afín al mecanismo disciplinario) es una técnica y un cálculo del poder de los Estados consistente con la competencia europea a través del comercio, su desarrollo y las relaciones comerciales. Es la primera forma que tiene la gubernamentalidad de administrar el caos antes de su completa instauración. Es la forma en que se hace de Europa un claustro, una Iglesia donde todo movimiento está reglamentado; Europa, una Iglesia basada en el mercantilismo donde los súbditos para conseguir su prosperidad, necesitaban cumplir ciertos requerimientos (trabajar, recibir salarios bajos, comprar a costos bajos, exportar). Es el arte fundamental en la competencia europea para formar el equilibrio, para guardar la proporción. Y con esto vemos la serie unida de la policía y la diplomacia, no hay corte entre ellas. La paz europea iniciada en los tratados de Westfalia caracterizada por hacer ilegal cualquier acto de quebrantamiento de la soberanía estatal coincide con los mecanismos disciplinarios y una gubernamentalidad en ciernes. Según se aprecia, hay una relación morfológica entre el dispositivo diplomático-militar y el dispositivo de la policía. La relación que se establece en el exterior es morfológicamente idéntica a la interior. El equilibrio europeo consiste en un equilibrio complejo entre fuerzas plurales. La policía regula las fuerzas internas, las hace crecer, las ordena. Tanto afuera como adentro, el Estado siempre trata de desarrollarse, de 86 incrementar y mover sus piezas en ambos lados según la lógica mercantil. De esta manera se sigue que, el equilibrio exterior sólo puede mantenerse si hay un equilibrio interior interestatal. Un incremento intra-estatal de x Estado debe estar coordinado con un ajuste en el espacio plural de Estados. Equilibrio que en último término corre a cargo de la circulación y sus técnicas de manejo y planeación. En la disciplina hay que ordenar todo, desde el interior del Estado hasta lo que permanece fuera de él. Por eso la policía se une a la tecnología militar y diplomática en un conjunto que parece indivisible. Por eso cualquier adelanto estatal debe estar precedido por un adelanto de otro Estado, tal que el equilibrio sea alcanzable, realizable. En un mundo bipolar, el avance de una facción debe significar el adelanto de otro. De la misma manera, un Estado carente de esplendor, es decir, portador de una policía inepta puede provocar desequilibrios. La intervención de otros Estados en el mejoramiento del dispositivo intra-estatal de otro tiene su explicación en este esquema. El modo en que operaba la expansión en el sistema mercantil era teniendo la población óptima en relación a lo ya mencionado. Que la población estuviera consagrada al trabajo, en la producción. Tener los salarios lo más abajo posible, a fin de que, los costos de las mercancías fueran igualmente bajos y, por consiguiente, se pudieran vender a volúmenes en el extranjero. Lo que aseguraba la importación de oro, su transferencia al trono o al país triunfante. La forma reglamentada de entender el mercado es diferente de la manera actual de entender el mercado, pues en uno impera la idea de que una serie de instrucciones lo llevarán a buen puerto, mientras que la otra, inicia con la idea de una autorregulación guiada como por una mano invisible y suprema que ordena todo según una lógica que se combina perfectamente con los impulsos egoístas de los hombres. Prescripción vs “libertad”. Que reglamento en el idioma inglés se traduzca como regulation no es coincidencia. Los reglamentos se hacen con el fin de regular ciertas cuestiones, de equilibrar ciertas fuerzas, de que hacer que algo funcione. Los reglamentos dimanados de la razón gubernamental con atisbos disciplinarios, sólo serían pasajeros, pues su contenido ejercido durante cierto tiempo entorpece el equilibrio y lo estropea. Por eso organismos como la ONU pertenecientes a la lógica de la gubernamentalidad, no ejercen la legalidad y justicia obstinadamente, pues una regulación de tal magnitud no deja curso al movimiento. En la etapa final de la gubernamentalidad encontramos a la 87 razón Estatal económica, esto es que las relaciones entre los Estados deben de autoequilibrarse solas. Otra cuestión que hay que tocar, es que existe una relación de instrumentalización que guía todo movimiento, que prescribe toda adecuación: el cálculo estadístico. Ya hablamos del acervo exterior, de los archivos derivados de las relaciones diplomáticas y sus agentes: los embajadores26.Empero, la disciplina no mide todos los posibles riesgos, o eventualidades. Los datos eran vistos como tendencias invariables, cual si de leyes naturales se tratase. Todavía eran beneficiarias de las tendencias naturales a las que sucedían. Los datos extraídos, era según la inercia, representaciones inexcusables, directrices que se cumplían a cabalidad. Precisamente por su evidente falibilidad observada después, ya no hay marcos preferenciales o leyes invariables, de aquí el tránsito se produjo con celeridad, transito con destino a la gubernamentalidad basada en los principios fisiócratas. El cálculo precisamente en que se basa la seguridad es diferencial, cuyo principal exponente son las derivadas o la medición de los cambios en un contexto dinámico. Esto abre un panorama diferente. No construyendo una sola vía que funcione para siempre. Sino ensayando las posibilidades, calculándolas, pensando en cualquier cosa que potencialmente afecte su curso de acción. Obviamente los cálculos necesitaban insumos, datos. La disciplina es donde los datos son extraídos por primera vez, y de ahí, el acervo es usado después por la gubernamentalidad. El Estado ocupa conocer sus propias fuerzas en relación a las fuerzas de otros y, por consiguiente, poder establecer una comparación que permita medir las fuerzas a efecto de nivelarlas ulteriormente. Es preciso para cada estado, para uso de sí mismo y de los otros, conocer su población, sus recursos naturales, su producción, su comercio, su circulación monetaria, su tecnología y ciencia. En esa medida, la estadística se situará como bisagra de los dos conjuntos tecnológicos (Foucault 362: 2006). Para Foucault, las observaciones que se derivan a partir de la tecnología policial y de todo este asunto del mercantilismo y la disciplina es lo siguiente: 1) la gubernamentalidad ya 26 Cuya aparición se da en el auge de la gubernamentalidad, la cual en un inicio tenía más marcada la influencia de los mecanismos disciplinarios de los que provenía. No es que ya no los tenga, claro que sí, pero en menor potencia. 88 entronizada, ya encumbrada, si es que se interesa por la existencia y la coexistencia humana, es sólo a través del planteamiento de problemas concernientes a la circulación y todo asunto que le competa (salud, mercado, grano, caminos, reglamentos). 2) La policía evoca la intervención de una razón y espacio nuevos. Una razón encaminada al florecimiento del Estado con un espacio que ha de ser equilibrado. No obstante, sus métodos son relativamente pedestres. Se derivan de los métodos judiciales, pero al mismo tiempo se distingue ampliamente del ejercicio del poder real, de la justicia, particularmente de esa del XVII, donde la distinción es perfecta. La policía no es justicia, no le otorga a cada quien lo que le pertenece y no lo tiene porque hacer, pues su trabajo no es centrarse en los individuos. Para ese entonces Bacquet decía: “el derecho de la policía y el derecho de la justicia no tienen nada en común” (en Foucault 388: 2006). La gubernamentalidad no como el bien común, en el que se estima como deseable lo mejor para todos, sino la gubernamentalidad entendida en función de la razón de Estado. Por lo tanto, la policía es el golpe de Estado permanente, la policía es la excepción de la ley, es lo que va a darse y actuará en función de los principios de su racionalidad sin tener que amoldarse a unas reglas de justicia establecidas (ibíd.). La policía actúa a cada instante, debe regular, dosificar y distribuir las fuerzas en un orden determinado que hay que forzar a darse. La policía mediante su actuación perenne viola los derechos o libertades que en teoría el Estado debe procurar. Pasemos a la cuestión del detrimento de la gubernamentalidad con fuertes tintes disciplinarios. La gubernamentalidad disciplinaria es el ejemplo perfecto de como la principal característica constitutiva puede jugar en contra. El que la vida humana aparezca a cada instante y de manera incesante reglamentada, como coaccionada, sin duda, no es la mejor manera para hacer que los hombres hicieran del Estado su anhelo, para que lo desearán con vehemencia. Una condición que se debe de cumplir para que el Estado se mantenga es que sus piezas integrantes (los hombres) trabajen para su beneficio. Precisamente es sobre esta base que la policía emerge como golpe de Estado constante, aunque esta misma acción debió ser aminorada para no agotar su competencia y la paciencia de los individuos. Cuando la policía y el ejército afirman al Estado de una manera prolongada, lo que se obtiene es el totalitarismo. Además, el totalitarismo revela 89 su afiliación a los dispositivos disciplinarios cuando se analizan sus fines. Pasquino dice que la ideología totalitaria es utópica y escatológica por estar orientada al logro de fines últimos (296: 2011), tales como el predominio de una cierta raza de hombre. 3) Por tercera observación tenemos una crítica a los dispositivos disciplinarios. La crítica se enfoca en resaltar el hecho de que la actividad policial, choca y se contradice con el principio de circulación ineludible. La prescripción marca férreamente una serie de instrucciones que tienen que seguirse, mientras que la circulación no se asigna clase alguna de límite fijo. En concreto se subraya el problema de cómo hacer circular en un ambiente o espacio amurallado 27. Esta objeción viene de la escuela fisiócrata, quienes ven en el mercantilismo muchas trabas a la aspiración de una circulación óptima que remedie la escasez. La idea básicamente es dejar de regular el salario para que no se active la espiral que proseguía de esta acción (precios bajos, exportación). Al subir el poder adquisitivo se brinda libertad al individuo, libertad que regulará el mercado. 4) Cuarta consideración. Los mecanismos disciplinarios consistían en reparar en la población sólo en razón o virtud del Estado. La población sólo tomada en cuenta por medio del factor numérico. Al Estado sólo le importan los números y su relación con otras fuerzas. Los individuos como sujetos de policía con el deber imperativo de seguir reglamentos. La obediencia se basa en necesitar que cualquier acción sea fruto de una 27 La teoría fisiócrata, libera esas restricciones y cambia el modelo mercantilista. Paga el grano de forma buena, se deja subir tanto como alcance según la ley de oferta y demanda. El precio, por añadidura no subirá de forma indefinida, y se ajustará a un precio ni muy elevado ni muy bajo. Tesis del precio justo. Se fijará en un nivel justo porque si el grano tiene un precio bastante elevado, los agricultores no dudarán en sembrar la mayor cantidad posible, y esperan obtener muchos beneficios gracias a él. Cuanto mejores las cosechas, menor la tentación de acumular grano a la espera de momento de escasez. Todo el grano, por tanto, será comercializado, y si el precio es bueno, los extranjeros van a intentar enviar la mayor cantidad posible para beneficiarse con ese buen precio. De modo que cuanta más alta se eleve más tenderá a fijarse y estabilizarse. Lo que pone en entredicho esto ya no es el objeto urbano, pone en entredicho la instrumentalización principal del sistema de policía: la reglamentación (Foucault 394: 2006) 90 orden, no importa que tan razonable sea. Cumplir, cumplir y cumplir, no importa el sentido del reglamento. Hombre es igual a sujeto a reglamentos28. Se deriva de ahí que la población no se estime como valor absoluto, sino sólo relativo, relativo en cuanto a la necesidad. 29 Tengamos en cuenta siempre que la seguridad funciona en ese eje, en cuyas puntas esta la especie humana y en la otra el público. La seguridad se da en el juego de la publicidad, publicidad que nada tiene que ver con darle a la especie humana que pensar, pero si le dice acerca de que pensar. La población es un dato modificable de manera indefinida (Foucault 395: 2006). 5) La quinta consideración es una limitación del nivel policial y el nivel diplomáticomilitar. Como se repitió en diversas ocasiones, la policía y la diplomacia están unidas, tejidas en una misma cuerda; no se percibe separación entre ellas. La inadecuación de una representa la inadecuación de la otra. En el actual contexto, su acción se encuentra sumamente superada y obsoleta. Ya no disponen de un espacio bien demarcado sobre el cual armonizar las relaciones. La liberación de los mercados ha traído competencia ya no entre Estados y equilibrio de fuerzas en el espacio europeo, sino competencia entre particulares, entre voluntades individuales que mediante el juego de sus impulsos egoístas, procuran el máximo beneficio, tanto para ellos, como para el Estado. Se deriva que el Estado ya no debe armonizar sus componentes dentro del Estado, sino que debe dejar actuar mecanismos de interés particulares (publicidad, inversión, aparatos ideológicos, Universidades, etc.) ya sea liberándolos, atándolos, manteniéndolos, uniéndolos a otras fuerzas, conteniéndolos, confiscándolos, regulándolos, dosificándolos (Foucault 396: 2006) para una buena circulación en el contexto de interdependencia compleja y globalización. Una gubernamentalidad que tras advertir que el problema de la circulación es causado por la reglamentación ha decidido ponerse del lado de la circulación y apoyarla. Gubernamentalidad que se da por el lado de la economía, gubernamentalidad que se revela en sí. ¿Por qué digo que se revela? Por que culmina su propio proceso. Por gobierno se entiende una conducción, una circulación. Inclusive los 28 Los hombres sólo siguen protocolos sin conocer su significado. El dispositivo de seguridad preserva, de los mecanismos disciplinarios, está técnica y convive con la idea de un mercado autorregulado. 29 91 primeros en erigir la crítica al Estado policial no son los juristas, sino los economistas ¿coincidencia? Juzguen ustedes. En efecto, cada etapa ha traído su propio personaje característico que sirve como bisagra a la siguiente fase, primero en el XVII una secta herética estatolaria conocida como los políticos, de los cuales el ministro, por tener a su cargo el gobierno, era el más prominente. Después de esto, el mundo vio la manifestación y expresión de una nueva herejía: los economistas, los inversionistas, los capitalistas, los dueños de los medios de producción. Según Weber este tipo de hombre es el nuevo santo que procura a las ovejas, su trabajo redunda en el beneficio de los demás; ayuda al prójimo empleándolo. Este movimiento también se venía configurando desde Reforma. Esta nueva herejía era percibida con un carácter desviante, ya no es respecto a una visión cosmológica y cosmo-teológica, sino herética con respecto al Estado, con respecto a la policía. La razón económica no sustituía o pretendía sustituir a la razón de Estado, simplemente le daba un nuevo giro, le revitalizaba el contenido (Foucault 398: 2008). Una gubernamentalidad que para completarse ha tenido que mutar, evolucionar. Una dio a los policías y servirá como introducción de las líneas gubernamentales modernas al anticipar los problemas y claves, y la otra, introduce una cuasi libertad, o una ilusión de libertad, que hace posible la circulación. Una mano invisible que, precisamente por ser diáfana, cuasi-imperceptible, da la sensación de que no es sino el sujeto quien imprime la voluntad al mercado y, al concatenarse las voluntades individuales, tenemos la situación de equilibrio, la regulación. Esta regulación o auto ajustamiento es percibido como una consecuencia natural, como un proceso infalible dentro de la lógica comercial. Así que primero tenemos a Dios quien a establecido un orden invariable y constante en el mundo, después una naturaleza que se auto regula según principios infalibles, luego un conocimiento que posibilitó el acceso y control de un Estado, una razón de Estado, luego un artificio, una no-naturalidad, o como dijera Foucault otra naturalidad. La naturalidad de los mecanismos que cuando los precios suben y se los deja subir, se detienen por sí solos. Una naturalidad específica de las relaciones de los hombres, de los hombres cuando se los deja actuar dentro de ciertos límites (los límites que fija el mercado), de lo que sucede cuando cohabita, la naturalidad de la sociedad (Foucault 400: 2006). 92 Es a partir de estos entendimientos que el hombre se hace naturalmente sociable; el hombre es visto y pensado sólo a partir de su imbricación con los otros hombres, como población. La población es esa naturalidad sui generis insertada en la sociedad, vista no como artificial, sino como naturalidad específica 30 emanada de la existencia ineludiblemente conjunta de los hombres, atravesada por cálculos económicos surgidos espontáneamente de la actividad humana (mano invisible). Cálculos que de alguna manera fundan una ciencia, un conocimiento indispensable para todo buen gobierno susceptibles de ser corroborados y ensayados por cualquiera. Una ciencia exterior que se puede fundar, establecer, desarrollar, probar por cualquier individuo. Emerge una relación entre poder y saber no sólo reservada para el príncipe o el rey. El arte de gobierno que pertenecía exclusivamente al soberano se adhiere a procesos capaces de ser conocidos por procedimientos del mismo tipo que cualquier conocimiento científico (Foucault 401: 2006). Conocimiento indispensable para el arte del buen gobierno. Es, me imagino, sobre esta base, que los gobiernos empiezan a no ser asunto solamente de la realeza. La gubernamentalidad abrió las puertas a todo aquel iniciado en los asuntos de la razón de estado económica. También, es sobre esta base que Foucault asegura que el arte de gobernar comienza a dividirse en saber y poder, ciencia y decisión; dos polos: por un lado, una cientificidad que va a reivindicar cada vez más su pureza teórica (la economía) y, que al mismo tiempo reclamará su derecho de ser tomada en cuenta por el gobierno, mismo que deberá amoldar sus decisiones a ella. Por otro lado, un gobierno que se expandirá o se retraerá una vez que sus cálculos, hasta el hartazgo corroborados, lo sugieran. Los cálculos estadísticos no son los mismos que los cálculos econométricos. Uno toma en cuenta la razón gubernamental, otro la razón gubernamental económica, una tiene que centrarse en la armonización de un Estado y sus elementos, otra que debe tomar en cuenta datos que no son propios de un Estado, sino de los individuos actuando en un libre mercado mundial; la naturalidad de los movimientos de la población, la armonización de los intereses de los 30 La sociedad como campo específico de naturalidad pondrá en relieve el problema de la sociedad civil. Pues la sociedad civil no se puede pensar como producto estatal., sino contra el Estado. Y aquí toda la sociedad es naturalmente ordenada. Incluye cualquier intercambio o préstamo relacional. ¿Será qué la sociedad civil es producto del Estado y no una posición contra el Estado? 93 sujetos dentro de la sociedad mundial. Se parte, como ya habíamos anticipado que la población tiene, como si dijéramos naturalmente, sus propias leyes de transformación, sus movimientos, sus figuras. La tarea del Estado es darle cobertura a la nueva realidad poblacional. Calcular teniendo en cuenta los factores de la gubernamental policial aunados a la naturalidad de los movimientos de la población. Misión compleja, de ahí el advenimiento y desarrollo de ciencias: demografía, medicina social etc. (ibíd.). En palabras de Foucault, la intervención estatal tiene la función esencial de garantizar el desenvolvimiento de esos fenómenos “naturales” que no son otra cosa que los procesos económicos o intrínsecos a la población (404: 2006). El reglamento es removido, aunque no aniquilado, por la libertad. No brindarla, no incentivarla, no respetarla, es ir en contra de las premisas del nuevo gobierno económico, es no saber conducir. Lo que se conduce es esa libertad. Sigue y seguirá existiendo la policía (la sucesión de los mecanismos implica integración) y su tarea sigue siendo asegurar la grandeza del Estado, sólo que ahora deberá ajustarse al dominio de la naturalidad de la economía. Sigue manejando a la población, pero no asfixiando la libertad. Concomitante a esto, tenemos adjunto un sistema jurídico que enaltece la libertad. De esta manera se explican fenómenos tales como la liberación sexual, la tolerancia a los matrimonios de cualquier tipo de sujetos (ya no sé ni cómo llamarles), la legalización de la marihuana y diversas drogas con motivos recreativos etc. Sin embargo, no por esto debemos pensar que la policía, al final, se fundió con la tarea protectora del individuo y la satisfacción de sus deseos y necesidades infinitas. No, el que el individuo tenga libertades es un síntoma de la misma gubernamentalidad. Esto tuvo, sin duda, implicaciones sobre la misma primacía de la tutela estatal. La libertad empezó a cuestionar la tutela estatal. Necesidad de una sociedad libre de la tutela estatal. Escatología revolucionaria clama Foucault. La población debe emanciparse y tener efectivamente el derecho, no en términos jurídicos, sino esenciales y fundamentales. Hacer de las leyes estatales la ley individual: ley de mi naturaleza, de mis exigencias. Escatología que adopta la forma de derecho absoluto a la revuelta (Foucault 406: 2006). Escatología que como se puede intuir, no es más que otra forma de control de movimiento. 94 Umbral Básicamente lo que se enfatizó durante el análisis de “Seguridad, territorio y población” es que el tránsito entre los dispositivos, en el fondo, no es más que un desplazamiento del acento de sus características constitutivas. Los elementos de un dispositivo también los contiene su sucesor, la diferencia estriba únicamente en el carácter dominante en turno. Así entre los dispositivos no hay novedad o elementos nuevos, sino sólo un realce de algún componente. Para hacer la genealogía del gobierno, Foucault se remontó hasta la Grecia antigua y Oriente cristiano hasta llegar a la mismísima conformación de Israel. La investigación rápidamente tuvo que superar a la sociedad griega y romana, pues ahí el ejercicio del poder político no implicaba en modo alguno la posibilidad del gobierno, no al menos de la forma en que se despliega en estos días. La conducción del individuo era esporádica, efímera y emancipadora, muy distinta de la conducción holística de la gubernamentalidad. La siguiente parada fue Oriente hebrero y luego el cristiano. La noción más parecida a la conducción que acontece en nuestros días tiene su similar en el tema pastoral. La pastoral hebrea es lo más parecido a la gubernamentalidad, aunque no son exactamente iguales. Cuentan, ambas, con el formato de la verdad, ley y salvación, pero se relacionan con el de formas diversas. Específicamente, el formato se diferencia plenamente en la forma institucional del pastorado eclesiástico, ahí donde la conducción se institucionaliza, ahí donde la Iglesia toma las riendas de la conducción. Posteriormente, las relaciones sostenidas entre el soberano y el papa, comenzarían a trazar el puente por medio del cual el pastorado se haría coextensivo a la sociedad, y con esto se inaugura una especie de dispositivo legan en la sociedad. El sistema legal humano toma impulso una vez que el formato de penas y condenas, beneficios e indulgencias propio de la Iglesia, es trasladado a la sociedad. Este movimiento no fue tardío, sino que se perpetuo durante muchos siglos, hasta que llego Reforma: su agente fortalecedor, y por lo mismo, el problema de conjuntar la soberanía con el gobierno se vuelve imperativo. En los siglos XV y XVI se levanta una crisis general del pastorado. Movimientos que a Foucault califica como movimientos de contra-conducta. La elección del término contra-conducta se da en función de que con ella se puede referir plenamente a un hartazgo de la forma de conducción vigente pero sin dilapidar la conducción, puesto que se desea encontrar otra 95 mejor. Así, contra-conducta refiere a estar en contra de la conducción vigente y el deseo de intercambiarla por otra. Búsqueda de diversas modalidades de guía. A partir de estas contra-conductas originadas en el mismo seno de la Iglesia, resultaron numerosas facciones que poco a poco se fueron integrando en la sociedad en forma de claustros, abadías y otras instituciones. Si bien, en un inicio estaban herméticas a la sociedad, pronto, a través de sus denuncias a la católica, se abrieron para insertarse en la sociedad. Fue entonces cuando la disciplina propia de estas instituciones se integró a la práctica de las sociedades. Tenemos entonces dos cuestiones que no debemos desatender. Primero: el dispositivo legal se instaura en la sociedad por medio del maridaje que existía entre Iglesia y Estado. Aquí las leyes de buena convivencia social coincidían con los preceptos morales dimanados de la Iglesia. Como dijimos, la gubernamentalidad tiene una relación con la ley diferente de la moral y aquí todavía no se produce el cambio. El cambio comienza a fraguarse cuando la secularización de la pastoral hebrea comienza a tomar la forma disciplinaria. Segundo: la disciplina llega a la sociedad por medio de los movimientos de contra-conducta nacidos de la propia Iglesia. La prescripción y la obediencia empiezan poco a poco a poseer a la completa sociedad una vez que el sistema legal de la Iglesia se vino abajo, sobre todo por su división entre clérigos y laicos, esto es, entre individuos con beneficios celestiales y lo que no tenían. La contra-conducta básicamente denunciaba que la Iglesia no era la poseedora de la gracia divina, así como que tampoco su expendedora. Las liturgias y actos sacramentales empiezan a cuestionarse y comienzan a nacer divisiones, sectas y facciones de la Iglesia con la intención de encontrar formas diferentes y asequibles de suministrarse esa gracia divina. Este movimiento terminará en la gubernamentalidad como bien lo entenderemos con Weber. Aparte, en ese mismo momento, la disciplina se convierte en una necesidad paa reprimir precisamente aquello que lo originó: la contra-conducta. La emergencia de distintos nodos de contra-conducta exigían un vigilancia y control por parte del soberano que veía cada vez más en riesgo a su principado, riesgo que se potenciaba según si el pueblo inconforme se unía con la parte noble inconforme. Vigilar y castigar para amoldar reza el blasón disciplinario. 96 A continuación, se empieza a formar una gubernamentalidad política. Las contraconductas habían iniciado la crítica a las visiones del mundo trascendentales, mismas que ahora comenzaban a verse con extrañeza. Las leyes se transformaron en principios naturales. Dios reinaba, pero no conducía, no gobernaba, su acción se reducía a haber implantado mandatos y órdenes en su creación para que avanzará en su trascurso sin vacilación. Curso al que podía acceder la razón humana una vez bien identificadas las regularidades. El soberano deja de preocuparse de la moral, de la historia, y de ejemplos para ensayarse y sumergirse en saberes destinados a dominar, si es que quiere ser diestro en su gobierno. Lo valioso de los distintos nodos de contra-conducta era que funcionaban como expendios de datos, como recolectores de datos. El dominio de estos datos capacita y abre la posibilidad de ejercer el gobierno. A partir de este punto ser usuario del poder ya no es exclusivo de la sangre real, sino de todo aquel diestro técnico capaz de manejar bien las variables de control del gobierno. El ministro como conductor de la sociedad comienza a tomar clara importancia Claro, cada movimiento exigía una forma de saber que pudiese legitimar el arreglo, de lo contrario, cada cambio suscitaría descontento social. Reforma exigía una figura distinta de los ministros eclesiásticos pero con los mismos tintes divinos, por eso surge el ministro encargado del gobierno. Además, una especie de reconfiguración escatológica: se levanta la noción de paz perpetua. Con estas figuras y con estos saberes la sociedad empieza a adquirir tintes de gubernamentalidad, pero antes de consolidarse tuvo que preparar bien su terreno. Las técnicas policiacas y diplomático-militares regularon y modularon las dinámicas intraestatales hasta que la circulación, propia de la ciudad, los desgastó al punto de proveerles un papel secundario. La gubernamentalidad disciplinaria pronto fue un freno a la circulación y a la libertad característica del mismo dispositivo. Según vimos, el uso del mecanismo disciplinario si se lleva muy lejos puede terminar en totalitarismos. También vimos que las sociedades disciplinadas coinciden con el espacio amurallado, por eso la caída del muro de Berlín es la caída del último atisbo de la gubernamentalidad disciplinaria. La aniquilación de la sociedad intramuros abre completamente la circulación. No es que la disciplina no se hubiese percatado de este problema, sino que 97 sus propias herramientas eran insuficientes para encarar el problema de manera correcta. Empero, su actividad congruente a vigilar y castigar dota a la gubernamentalidad de un archivo cuantioso de datos y regularidades que después se hace más cuantioso cuando la sociedad es liberalizada. Así, la gubernamentalidad hereda de la disciplina la actitud de vigilancia, pero ahora se encarga de hacerla de forma sutil, sobre todo porque este dispositivo funciona con la libertad. Pronto quedó claro que la mejor manera de hacer persistir al Estado es actuando al margen, es decir, sin ejercer presión directa en las personas (población). Ya no ensayando directamente sobre los cuerpos como la disciplina tenía por costumbre. Razón de Estado vs razón de Estado económica. La razón estatal se diferenciaba en que debía conocer y desarrollar las fuerzas internas junto con las externas. En esta fase tenemos un espacio de competencia estatal diferenciado de su antecesor, donde se registraban espacios de competencia dinástica: control férreo de todo por medio de la ley y con economía cameralista. La razón económica es la consolidación de la gubernamental una vez que el problema de la circulación se ve plenamente. Y es que la urbanidad exige circulación. El problema de la circulación atado a un sistema que lo regulaba pronto dio a conocer que la gestión con esta modalidad era obsoleta. Los nuevos herejes aparecen contra los policías, contra la razón de Estado: son los fisiócratas quienes plantean de otro modo el problema de la población. Aquí lo que impera es la libertad, “dejar hacer, dejar actuar”. El nuevo trabajo de la policía compatible con el arte de gobernar se ejerce liberalizando las relaciones y las fuerzas hasta puntos deseados, es decir, se dejan actuar a las relaciones de fuerzas sobre marcos predefinidos. Marcos que son flexibles, pero límites al final de cuentas. Estamos hablando de espacios bien controlados. Sin embargo, debido a su flexibilidad y aparente determinación con que están investidos estos movimientos es que aparecen como autorregulación, libertad, mano invisible. La policía ya no debe optimizar el juego de las rivalidades y competencias entre Estados europeos, ni garantizar el orden interno. Ahora deja actuar a la población mundial globalizada mediante una difuminación de las fronteras estatales teniendo especial cuidado sólo en administrar el juego. La gubernamentalidad que comenzó aniquilando los sueños imperiales, en su segunda fase, 98 lo trae y lo consolida. La bio-política o la forma de conducir a la población mediante sus relaciones con el medio, medio que ahora es cuasi natural, tiene en la razón de Estado económica su más alta potencia. La población, además, está unida en un continuo que llega a la noción de público. La razón económica además de incidir en ciertos factores límite para provocar cierta circulación o movimiento, lo garantiza mediante el deseo. La publicidad y la comunicación política son los principales responsables de la creación de un imaginario colectivo que la población tiende a asumir como importante, como deseable, como propio. Una política mediatizada no es sinónimo de gobierno de los medios, tergiversación y dominio total, sino sólo una condición de la política en sí, condición de la verdadera política, de esa que tiene como trasfondo la gubernamentalidad económica (Foucault 410:2006). El que la población se mantenga constantemente informada y participativa en los asuntos políticos es una cuestión que se debe promover, administrar e incentivar. No debe de extrañar que muchas veces se administre a la población su dosis de frases motivadoras y gatillo, tales como: “somos animales políticos”, o esa de Toynbee que dice: “el mayor castigo para las personas que no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que si se interesan”, o “el pueblo tiene el gobierno que se merece” etc. ¡Nunca fallan, siempre las encontramos, se los aseguro!. Si encontramos estas frases en las sociedades de ahora, es precisamente porque a la gubernamentalidad le interesa que así sea. Es parte de su juego, es parte de sustancial de la libertad que provee. Los movimientos en su contra brindan aires de libertad absoluta, de ausencia de coerción. El único límite que fija es la necesidad de una guía gubernamental a fin de desarrollar el mismo juego una y otra vez. El público es, entonces, una forma prominente en que la gubernamentalidad actúa al límite, sin constreñir. La gubernamentalidad tiene el reto de hacer que la población se mantenga políticamente informada. Debido a ello, implementa campañas para combatir la analfabetización. Por eso también el auge de muchas Universidades a las que ya se puede acceder mediante un clic, por eso tantas modalidades insignificantes de titulación. No es deseable que el hombre piense, sino que sólo se integre en el proceso del poder, que desee apegarse a ese gobierno o que desee otro similar. La población sujeta a los aparatos ideológicos del 99 Estado es instruida toda una vida para que actúen de determinada forma. La razón de Estado económica busca una dinámica perpetua, se le llama “libertad”. 4.-Arqueología y Genealogía. Ahora entenderemos bien el significado de la arqueológica y genealógica foucaultiana. La concepción metodológica de Foucault toma como base el proyecto de la Ilustración. Para aclarar, el francés no ve en las luces un evento que forma parte de un proceso metahistórico que ha de culminar en algún momento. No lo ve tampoco como una fase que tuvo que preceder a las nuevas, las cuales están inscritas en un decurso que culminará quien sabe cuándo. Para él, la Ilustración, y siguiendo a Kant, es un auténtico ethos. En ¿Qué es la Ilustración? Foucault toma como punto de partida, y yo diría como fundamento de todo lo que dice, el texto kantiano de 1784 aparecido en el periódico alemán Berlinische Monatschrift con el título Was ist Aufklärung?. Para Foucault, este texto es de suma importancia porque representa algo así como una novedad. Aquí se plantea un problema nuevo alejado de los asegunes comunes que le eran impuestos a la Ilustración, calificada regularmente por una concepción del presente consistente con: 1) cierta era del mundo distinta de otras por ciertos atributos inherentes o separada de otras por algún evento coyuntural. 2) El presente como un testigo que ha de ser interrogado para que arroje pruebas o signos de un acontecimiento ulterior, ya en ciernes. 3) Simplemente como un punto de transición hacia el umbral de un nuevo mundo (la esperanza escatológica) (Foucault 2: 1994). Pues bien, Kant no ve en el presente y, por añadidura, en la Ilustración, ninguna de estas cuestiones. Con respecto a estas, la Aufklärung es negativa, es más bien una salida; toma distancia del recorrido tendiente a un fin, a un objetivo. No comprende ni piensa el presente con base a una totalidad o una realización futura. Lo que caracteriza a la Ilustración es un proceso cuyo cometido es despojarnos de las cadenas del “estado de tutela” o cierto estado de nuestra voluntad afín a otra voluntad (acaso divina), a la que se le delega la capacidad de conducirnos en los dominios donde sería preferible usar la razón. Estamos en “estado de tutela” cuando un libro ocupa el lugar de nuestro entendimiento; cuando la guía de un director espiritual ocupa el lugar de nuestra consciencia (Foucault 3: 1994). 100 La responsabilidad del hombre es dirigirse por el mismo; aceptar sin más la voluntad de otro es el acto más pueril que puede existir, (de ahí las Críticas kantianas) sobretodo porque no se ejerce lo específico del hombre, aquello en lo que Aristóteles encuentra el principio de la virtud humana, esto es: la razón. Al respecto, no es malo que el hombre sienta cierta afinidad a determinada manera de conducción. Lo nefasto es no usar libremente la razón para enlistarse en ella. Debe de existir un análisis para que el individuo acceda libremente a una guía. Se sigue que la Aufklärung es, tanto un proceso colectivo (afiliación o adherencia a cierta manera de conducir), como un proceso que ha de ser practicado de manera personal (uso de la razón). Los hombres son a la vez elementos y agentes de un mismo proceso (Foucault 4: 2008). Para que el hombre consiga escapar de la tutela, ha de madurar. Y sólo alcanzará tal estado en el espacio social cuando los hombres obedezcan usando plenamente sus capacidades de cognición, contrario al “obedezcan sin razonar”. La palabra alemana que se empleó en ese artículo fue “räzonieren” que refiere a que el uso de la razón es la que tiende a ella misma: razonar para razonar. Tal actitud es la de constante y sonante razonamiento. Si alguna vez alguien consintió cierta afinidad y comunión con alguna guía, no por eso la capacidad reflexiva debe estacionarse ahí, sino que debe ser puesta a punto a fín de no olvidar que la propia libertad fue la que depositó al hombre en tal condición y que fue por convicción. El buen pastor es aquel que toma la responsabilidad del servicio en una parroquia conforme los principios de la misma una vez que analizó, ponderó y consintió eran los correctos, pero no conforme con ello, cuestiona constantemente la veracidad de los lineamientos a los que se adhirió (Foucault: 5). Para que este razonamiento no se confunda con la libertad de pensamiento, súbitamente Kant hace intervenir una distinción: uso privado y el uso público de la razón. Distinción que es el anverso completo de la libertad de expresión, pues la razón en su uso público debe ser libre, en tanto que, en el uso privado debe ser sometida. Esto parece un completo sinsentido a primera vista, pero lo que Kant refiere por uso privado es aquel que no es el nuestro, sino el que está determinado por circunstancias externas. El uso privado de la razón se da cuando se es una pieza de una máquina social, para lo cual es necesario seguir 101 funciones y adecuarse a ellas: ser soldado, tener que pagar impuestos, estar a cargo de una parroquia, ser funcionario del gobierno; todo ello hace del ser humano un segmento particular en la sociedad (Foucault 6: 1994). El uso público es cuando se razona sólo para hacer uso de la razón, cuando se razona no como máquina, sino como miembro de la humanidad razonable y como miembro de una humanidad razonable el uso de la razón debe ser libre y público. Hay Aufklärung cuando existe superposición del uso universal, del uso libre y del uso público de la razón por sobre el uso privado de la razón (Foucault 6: 1994). La ilustración no sólo es una encomienda individual, también debe ser considerada como un proceso que compete a toda la humanidad, por eso mismo aparece como un problema político. Por eso el uso público y “libre” de la razón debe ser la garantía del Estado gubernamental. Si la gubernamentalidad quiere asirse del monopolio legítimo de la conducción se debe comprometer con la “libertad”. Entonces, la Aufklärung es el momento en que la humanidad adquiere el uso de la razón libre (yo diría, la razón “libre”) y se deshace de las ataduras de la coacción de las autoridades como, por ejemplo, las del medievo que tendían a constreñir y regular todo. La heteronomía es la antítesis de la Ilustración, así como también el dogmatismo del conocimiento. Las críticas kantianas elaboradas a manera de manual que deben de seguir los individuos para asirse del uso de la razón constituyen el manual del buen uso de la razón madura. La Ilustración es el periodo, según se percibe, en que la ilusión se difumina, se aleja y en donde el desencantamiento del mundo adviene. Adviene en el sentido de que aquello que creíamos nos daba la gracia y aprobación divina ya no está, ha cambiado. Ni siquiera ahora se necesita una comprobación de gracia, ya no hay fin, es sólo una forma de ver el presente por medio del uso cabal de la razón. Cualquier concepción meta-histórica, escatológica o universal es la barbarie misma. Ser maduro a la manera kantiana es reflexionar sobre el hoy. La Ilustración es el esbozo de lo que pudiera llamarse la actitud de modernidad. Siendo la modernidad sinónimo de Ilustración no se debe imputar a la modernidad cosa alguna diferente que al Iluminismo. A la modernidad no la situaremos en el calendario con una época precedente llamada pre-modernidad seguida de una majestuosa y enigmática postmodernidad (esto debe ser así en el esquema de Foucault para demostrar 102 que la historia es un eterno reproducirse). Esto que digo adquiere su comprobación cuando Foucault dice, refiriéndose al texto de Kant: “me pregunto si no se puede considerar a la modernidad más bien como una actitud que como un período de la historia”. Por actitud el francés indudablemente se refiere a lo que los griegos entendían por ethos: un modo de pensar y sentir, así como una forma de actuar y conducirse marcada por una relación de pertenencia. Este ethos, al igual que Ilustración, implica al individuo y a la entera humanidad, al colectivo. Para caracterizar esta actitud moderna Foucault cita a un ícono en este ámbito: Baudelaire, debido a que su consciencia de la modernidad es generalmente reconocida como una de las más agudas en el siglo XIX (9: 1994). La Ilustración y la actitud de modernidad serían solamente aquello que se desprende de la oscuridad de la tutela, de la lobreguez que implica no hacer uso de la razón; es ese punto en donde hay una ruptura conforme de lo que se hacía anteriormente. La consecuencia directa sería ese sentido de discontinuidad del tiempo, el sentido de la novedad y el vértigo. A primera vista, eso es lo que parece quiere decir Baudelaire cuando define la modernidad como lo transitorio, lo furtivo y lo contingente. Pero de la misma manera que el bosquejo de Kant no es definitivo para Foucault, tampoco lo es esta primera impresión que parecen entender algunos en Baudelaire. Ser moderno no es aceptarse en el influjo o corriente del movimiento, por el contrario, es afianzar una postura en relación a esa dinámica. La modernidad se distingue de la moda en permite aprehender aquello que hay de heroico en el momento presente. Es la tendencia de hacer heroico lo efímero. La máxima de Baudelaire, su estandarte: “No tienes el derecho de despreciar el presente” (ibíd.). Pero está actividad heroica es irónica, pues no se trata de entronizar ese momento y guardarlo como trofeo en el estante de las deificaciones, así como tampoco es una curiosidad que ha de ser guardada para sólo tomar polvo. Esto sería una actitud característica de un espectador, de un ocioso que se contenta con abrir los ojos al momento, en prestar un poco de atención para luego colgar el recuerdo en algún perchero o tubo. Al espectador hay que oponerle al hombre moderno, aquel que extrae de la corriente, de la moda, del flujo, lo que es poético, aquel que cuando todo el mundo está adormeciendo, comienza a trabajar para trasfigurar dicho mundo, no anulando la verdad, 103 sino jugando ese juego entre la verdad de lo real y el ejercicio de la libertad. La modernidad baudelairiana es un ejercicio en el que la extrema atención puesta en lo real se confronta con la práctica de una libertad que simultáneamente respeta y viola lo real (Foucault 10: 1994). El hombre moderno es ese héroe que no satisfecho con lo que le dicen que es real, universal y trascendental, comienza una búsqueda furtiva auspiciada por su libertad que le permite modificar esa concepción holística por una más práctica, por una consistente con el arte, con su sentido de la vida. Por eso, la modernidad de Baudelaire no sólo implica la relación con el presente, sino también una consigo mismo. Es una actitud asceta que no se conforma con lo establecido en un momento determinado, sino que, adjuntándose un compromiso de ser mejor día con día, se toma asimismo como objeto de una elaboración ardua y compleja que no apunta como tal a la perfección o apatheia, ¡no!, en principio no hay necesidad de llegar u obtener un objetivo, es asceta en el método, pero no en la finalidad. Esta modernidad no “libera al hombre en su propio ser”, lo obliga a la tarea de elaborarse a sí mismo perentoriamente (Foucault 11: 1994). La actitud de modernidad no se puede encontrar en la sociedad misma, o en el cuerpo político, sino en otro lugar diferente, sólo en un ámbito denominado arte. Ese espacio no puede coincidir con la realidad en que nos desenvolvemos, puesto que de ella sólo partimos recogiendo lo trascendental que hay en ella, reconociéndola en el acto mismo de su trasgresión, en el cambio, es decir, este ámbito reconoce sólo aquello que es digno de modificar. La modernidad es arte en la medida en que tomamos el presente y mediante el uso a cabalidad de nuestra razón y libertad nos damos a la tarea, una y otra vez, de cambiar su sentido. Ya no hay un ideal trascendental válido para todo tiempo y época o una historia como culminación y fin de un proceso lineal en el que todos los acontecimientos figuran como el eslabón de una trama. Nos contentamos ahora con el uso de nuestra razón para configuran un presente sin fin, condenado a renovarse sin cesar, dispuesto en un tiempo abierto, anárquico, cíclico, tal como lo concebían los hombres primitivos (ellos sólo veían ciclos que se repetían, revoluciones celestes regulares). Hacer arte (modernidad) significa quitar al presente cualquier sentido histórico, desnudarlo en un proceso puramente recursivo, muy similar al proceso que los primeros hombres reconocían en su entorno. Para ellos la vida y a muerte eran parte intrínseca de un proceso del que no tenían esperanza alguna de escapar, tal como veían reproducirse una y otra 104 vez, al infinito, la puesta y salida del sol, el cambio de estaciones, etc. La actitud de modernidad es una mitología puesto que a diferencia de la teología, ve a la historia como un sucederse ausente de objetivo. El mito se diferencia de la teología cristiana precisamente por el sentido a-histórico, donde lo que importa es la gloria individual, como la anhelada por Aquiles, quien se contentaba con que su nombre fuera recordado en ese gran abismo de la autopoiésis moderna. Los elementos del arte, esto es importante, son: el presente, la libertad, la razón y la transformación. A partir de ellos se puede realizar el objetivo auto-reproductivo carente de otro contenido. Veremos un movimiento idéntico cuando analicemos a Agamben, quien al final de su tratado veía a la poesía como la posición final del hombre, poesía que era la pura voluntad de habla y el espacio por excelencia asemántico. Retomando, la Aufklärung es, como dijimos, la reactivación de cierta actitud, una actitud cíclica semejante a la condición en que el hombre primitivo pensaba se desenvolvía, por mucho que se diga que la intención de las luces era sacar al hombre de la barbarie y del mito haciéndolo amo y señor de lo que no conocía31. El presente se retrotrae una y otra vez. Prima la concepción de un mundo cíclico sin otro remedio que volver a acontecer. El hombre de ahora se piensa y se siente el centro del universo dotado de un potencial que le permite reasignar cíclicamente significado a sus estructuras presentes. Pero hay otra parte, esta actitud no es sólo individual, recordemos que es un ethos, por tanto, debemos considerarla como una crítica permanente de nosotros-mismos en tanto humanidad contenida en el presente. Para Foucault hay que diferenciar también está actitud del humanismo, el cual ha cambiado demasiado adoptando formas diversas para justificar y dar contenido a las concepciones a la que los hombres se ha visto obligados a recurrir. Justificar no es el trabajo del proyecto histórico crítico de nosotros-mismos y no se necesita mucho razonamiento para comprobar porque esto es así. Este ethos corrompe esas estructuras, las aniquila, las derrumba, es una temática crítica con la responsabilidad de la creación permanente de nosotros-mismos, es una nueva consciencia histórica que la 31 De acuerdo, las luces han librado al hombre de concepciones metafísicas que no era capaz de controlar, y han puesto al hombre como centro del mundo, pero paradójicamente se ha introducido con este movimiento en el mito del eterno retorno representado por uroboros. 105 Aufklärung ha tenido de sí misma. Por el contrario, el humanismo trata de conservar concepciones de manera férrea. Lo interesante de esta nueva actitud moderna es que Foucault la caracteriza como una actitud límite. No una actitud de rechazo, por lo que no tiene cabida la disyuntiva afueraadentro. Nuestro trabajo individual y colectivo es colocarnos en las fronteras. Aunque no especifique aquí que fronteras, se infiere que son las de gobierno, las de la conducción. Recordemos que las contra-conductas son la forma a partir de la cual los mecanismos de poder han evolucionado, además de ser el presupuesto del ejercicio de la libertad. La actitud límite es aquella que se posa en los linderos de la conducción, no para sobrepasarla, es decir, no para eliminar la conduccion, sino para reavivar el juego de las diferentes formas de conducción. Inmediatamente después, dice que la indagación es histórica. Esta actitud analiza los eventos que nos han llevado a constituirnos y a reconocernos como sujetos de lo que hacemos, pensamos y decimos (Foucault 14: 1994). En este sentido la crítica no es trascendental y no tiene como su fin hacer posible una metafísica o una meta teoría omnicomprensiva: es genealógica en su finalidad y arqueológica en su método. Es arqueológica porque no se compromete a buscar lo que hay de universal en el conocimiento y no califica a las acciones con la bipartición clásica de bueno y malo, sino que tratará a los discursos que articulan lo que pensamos, decimos y hacemos como eventos históricos. Es genealógica en el sentido de que no deducirá de la forma de lo que somos aquello que nos sea imposible hacer o conocer, sino que desprenderá de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos, la posibilidad de cambiar. Es renovar el esfuerzo del trabajo indefinido de la libertad tanto como se pueda (Foucault 15: 1994). Una vez que conocemos los discursos de poder y la forma en que nos constriñen, si no es buena o puede ser mejor, la genealogía nos servirá, no para llegar a un deber ser, o un ideal idílico, sino para encontrar otra forma presente, con los medios presentes, de ejercer el gobierno. Esta actitud histórica critica es una actitud experimental. Por tanto, esta ontología histórico-crítica de nosotros mismos debe apartarse de todos aquellos proyectos que pretenden ser globales y radicales y, por tanto, debe renunciar a la esperanza de tener acceso algún día a un conocimiento completo y definitivo (ibíd.). 106 Los dispositivos de poder, si se observa, en el modelo de Foucault se han sucedido bajo esta lógica. La conducción nunca se ha puesto en tela de juicio dado que es el presupuesto del orden y, por ende, de la libertad. La libertad no hace otra cosa que quererse a sí misma, por eso este ejercicio crítico de nosotros mismos es un incesante ejecutarse, perpetuo y sempiterno. La historia de los dispositivos de poder es una desarrollada en un tiempo abierto y en un espacio flexible muy a pesar de que en su inicio estuvo signada por una escatología divina. Sin embargo, creo ver un escape de esta visión trágica del mundo. Encuentro una contradicción entre la fase que nos es contemporánea del poder con su concomitante forma de saber. Sus objetivos apuntan en direcciones diferentes. Una contradicción irreconciliable que de ser verídica le entregaría un sentido a la historia y anularía la microfísica del poder cíclica. 5.-La microfísica del poder. Ha quedado medio volando la noción certera de la microfísica del poder. Si bien, es cierto que ya la tratamos, no especificamos puntualmente su consistencia. A propósito de la genealogía y arqueología debemos mencionar puntualmente que se entiende por este modelo. Ya vimos anteriormente que, por ejemplo, el traslado de un estadio a otro, hablando de los mecanismos y dispositivos de poder, venían intercedidos por una serie de contra-conductas que trajeron reacomodos de poder. Movimientos que, en este sentido, la razón de Estado debe de contener sirviéndose de una técnica que funciona en los márgenes. No tiene como objetivo sujetar directamente los cuerpos, sin embargo, los atraviesa y conduce a conciencia de manera indirecta. De esta manera las contraconductas son fruto de la libertad que el mismo Estado inaugura mediante la introducción de la razón gubernamental económica para su felicidad y bienestar. El Estado hace euritmia de todos esos movimientos cuando tiene conocimiento pleno y control del ambiente, de los componentes intra-estatales, así como los movimientos de su población. Se entiende entonces que el Estado que conocemos actualmente, no es la última forma de ejercer el poder, pero al menos, si es la más recalcitrante hasta ahora. Esto según los lineamientos de la genealogía y arqueología 107 Pero hay que calmarnos e ir paso a paso. Como ya se evidenció en el capítulo anterior, la genealogía está totalmente peleada con las concepciones holísticas, completas y universales. Ella busca comprender las relaciones de poder o dominación no para abolirlas de una vez por todas, sino para cambiarlas por otras mejores. Foucault se vale de Nietzsche para esclarecernos el proceso genealógico. Citándolo dice que: “Paul Ree se equivoca al igual que los ingleses cuando describe las génesis como lineales”. Efectuando este movimiento, no hacen más que eliminar toda la diversidad, cualquier otro origen. Para Foucault esta posición es sumamente ingenua y se necesita una credulidad del tamaño del mundo para tragarse semejante sentencia. El pensar así significa obviar las relaciones de poder que han atravesado a los individuos tras el paso de las épocas; es equivalente a creer que las palabras hubiesen guardado su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica, como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, trampas (Foucault 7: 1979). Nuevamente se reproduce la concepción de que toda forma de poder lleva una forma de conocimiento que la legitima, forma que ha de modificar el sentido de la anterior, incluso modificando el sentido de las palabras. En vistas de que la genealogía no pugna por el alcance de la verdad, no exigirá, por lo tanto, la acumulación de un saber que se apilará en una gran torre hasta llegar a la quinta esencia de las cosas, o a tocar el cielo, semejante al proyecto de babel. Se trata de pequeñas verdades que se oponen al despliegue meta-histórico de las significaciones ideales y de los indefinidos teológicos (8: 1979). Se entiende que desprecia la concepción denominada origen. Para él, el “origen” y su significado trascendental fue parte de un juego de poder que en determinado momento sirvió para aprehender el control. No podemos quedarnos, entonces, con concepciones del mundo anticuadas. Los cambios de poder han traído concepciones nuevas de desenvolvernos en la sociedad y saberes nuevos. Aferrarnos a concepciones que hacían la función de legitimar poderes anteriores es sinónimo de ser sujeto del nuevo juego de poder, además de no soltar el anterior. Es un estado de tutela potenciado de quien el único culpable es el sujeto que no utiliza sus facultades cognitivas. 108 De acuerdo con esto, buscar el origen, es intentar encontrar lo que ya estaba amañado por una forma anterior de poder. Una vez revelado que los saberes son hechura de las relaciones de poder, empeñarse en buscar “la génesis” es calificar como adventicias, como meros accidentes, todos los reacomodos, cambios y transformaciones del poder, es suponerlos sucedidos como por obra de la gracia divina. Pero el trabajo del genealogista no alimenta la fe en la metafísica, sino que se detiene a escuchar a la historia, por eso para él, detrás de las cosas hay algo distinto a la explicación universal, a la que pensábamos acceder embonando pieza por pieza en el gran tablero de la historia. En un mundo libre de la superstición, es una aberración creer semejantes barbaridades y no ver que esos discursos fueron una invención de las clases dirigentes. Para Foucault, llegar a los comienzos históricos de esas relaciones de poder, es encontrar simplemente la discordia, la batalla por hacerse del mando, pero no más. Esto va en contradicción con la concepción de un alto origen, según la cual al comienzo de las cosas se encuentra aquello que es lo más precioso y esencial, creyendo que desde el inicio las cosas estaban en su perfección; que salieron rutilantes de la mano del creador. El origen está siempre antes de la caída, antes del cuerpo, antes del mundo y del tiempo; está del lado de los dioses (Nietzsche en Foucault 10: 1979). La genealogía es aquel proceso que busca despertar al hombre de su letargo, aquello que le permite desintoxicarse del soma de las causas primeras y totales que sólo llenan nuestra cabeza de sueños vanos. La genealogía ha postulado como camino prohibido ir a buscar el nacimiento divino; ha cerrado esa puerta, pues no existe la verdad en el inicio de todo. La verdad, por definición, es inmutable, imperecedera, vale lo mismo para una época que para otra, no puede ser refutada. Si esto fuera así, no deberían haber existido multitud de formas de poder, sólo una que beneficiará a todos por igual. Sin embargo, las luces nos han educado a modo de ver que la verdad y el reino originario han tenido su historia en la historia. Hacer genealogía implica no hacer un viaje con destino al inicio, pues esto es minusvalorar todos los episodios de la historia. Hacer genealogía es tomar conciencia de esos episodios, analizar sus meticulosidades, sus acomodos, analizar las fuerzas implicadas, los combates por la historia, implica conocer los fines que tenían y sus objetivos. El genealogista necesita de la historia para conjurar la quimera del origen (Foucault 11: 1979), es decir, necesita de la historia para tomar consciencia del proceso 109 que llevo a elucubrar semejante concepción, sólo así podra desprenderse de ella, sólo el conocimiento libertará a los hombres de las cadenas de la tutela. Por eso, para indicar mejor el significado de la genealogía ya no hay que valernos del término Ursprung (origen), mejor hay que intercambiarlo, con hizo Nietzsche, por Entstehung o Herkunft. Aunque de ordinario se les traduce igualmente como origen, no hay que olvidar que las palabras, los discursos, su connotación y acepción cambian al son de los cambios de poder, por eso hay que restituirlas a su utilización apropiada. Restitución bastante peculiar, pues al no haber inicio de nada, al ser la historia mero producto de la batalla por el poder, no debería siquiera existir un significado inicial de las palabras, a menos de que se tratará de una signatura, pero está revelaría el comienzo donde todo fue signado perfectamente. Contradicción muy grande de la que estoy seguro no pudiera salir Foucault, pues sería aceptar como verdad una época y hacerla valer como criterio de validez. Pero bueno, al parecer todo al final de cuentas necesita sustentarse sobre una base sólida. Siguiendo el análisis, el término Herkunft deberá indicar la fuente, la procedencia; viene de pertenencia a un grupo, ya sea por sangre, por tradición. La procedencia es lo que permite encontrar bajo el aspecto único de un carácter, o de un concepto, la proliferación de sucesos a través de los cuales se han formado. La procedencia es un punto que se dividió en múltiples caminos en cuestión de instantes, de ínfimos instantes. Es un pequeño punto del que derivaron múltiples nodos de resistencia, modos de ser y de pensar. La genealogía debe darse a la tarea de mantener esa dispersión, de captarla, debe percibir los accidentes, las desviaciones. Es descubrir que en la raíz de lo que conocemos no está la verdad, sino la exterioridad del accidente; el resultado de una serie de intercambios entre múltiples nodos de poder, intercambios que siguen reproduciéndose al infinito y por eso al infinito debe darse la tarea histórico crítica de nosotros-mismos. Por esto, sin duda, todo origen de la moral, desde el momento en que no es venerable —y la Herkunft no lo es nunca— se convierte en crítica (Foucault 12: 1979). La crítica no tiende a fundar, no tiende a apilar el conocimiento, no es tampoco una adquisición que se vaya coleccionando hasta dar cuenta del mundo en sí; es un conjunto de rupturas sin relación con las otras, más que los puntos de contacto que se pueden establecer por el combate por la historia. El origen o procedencia de la historia es el combate, al inicio hubo combate y de este inicio proceden todos los demás. 110 La procedencia o la fuente grupal sirven para señalar los orígenes de las relaciones de poder. En un mundo condenado a sólo reproducirse, sin la presunción de un objetivo fuera de las relaciones que nosotros mismos establecemos, el cambio de las relaciones de poder viene a partir de las situaciones que vivimos, de nuestros propios intereses, de la forma en que veamos los acontecimientos, de las distinciones propias de algún colectivo. Así, por ejemplo, un punto de procedencia puede ser la condición de cierta edad de nuestros cuerpos, el cambio de clima. Esto enseña que una misma procedencia es tomada por muchos de forma diversa, debido a la diversidad de intereses. Esta dispersión hecha a partir de un sólo punto de procedencia es lo que establece los puntos de combate, los puntos de tensión. Otro ejemplo más, durante las épocas bárbaras, cuando el vigor del individuo se debilita, cuando se los encuentra fatigados o enfermos, melancólicos o debilitados y, por consiguiente, sin deseos y apetitos, se convertirá en un hombre relativamente mejor. Menos contencioso, menos peligroso. En este estado el espíritu se convertirá en pensador y anunciador o puede que también abra paso a que su imaginación desarrolle supersticiones, formas diversas de procedencia (Nietzsche en Foucault 14: 1979). El cuerpo es el lugar de la procedencia, en el nacen los deseos, los desfallecimientos. Deseos que, al enunciarlos, al expresarlos pueden ganar afinidad e interés de otros individuos que comulguen con esa forma de ver el mundo. Con un número considerable de adeptos, la procedencia es susceptible de convertirse en un movimiento y, si se llega a consolidar como nodo de poder, puede competir por el dominio de la historia. La genealogía es, por eso, la forma en el hombre es liberado del propio hombre, convirtiéndolo en más hombre conforme su libertad. La otra acepción para definir mejor la genealogía es Entstehung. Designa la emergencia, el punto de surgimiento, el acomodamiento de las fuerzas para una singular aparición. La emergencia no es un punto final, sino que es la eventualidad nacida de las relaciones de fuerzas, independientemente del temple que pueda mostrar una fuerza ante los embates de otros núcleos de poder. La emergencia, por lo tanto, siempre se produce en un determinado estado de fuerzas. Incluso la fuerza se encuentra en posición contra ella misma: debe procurarse mantenerse, debe procurar que no se divida, que no mengue su fuerza, sino al contrario expandirla. Reacciona ante cualquier síntoma de decaimiento sacando fuerza de la misma flaqueza se impone límites, suplicios y maceraciones. La 111 emergencia es ascética, se impone un régimen que es necesario escalar. Debe remontar a las demás y así misma, renovarse para no morir. Las demás fuerzas deben de encontrarse en una posición similar si quieren competir. Bajo estos lineamientos se explica el movimiento por el cual nació la Reforma. Precisamente donde la iglesia estaba menos corrompida: en la Alemania del siglo XVI, el catolicismo tenía aún bastante fuerza para volverse contra sí mismo, castigar su propio cuerpo y su propia historia y espiritualizarse en una pura religión de la conciencia (Foucault 16: 1979). Este punto es importante: una fuerza puede perpetuarse mediante una conducta ascética. La emergencia es pues la irrupción de una fuerza en el teatro de la batalla por la historia ocupado por otras fuerzas en competencia, mientras que la procedencia designa la cualidad de un instinto medido por la afinidad conseguida para hacerse valer dentro de la batalla por el poder. La emergencia o el juego donde los hombres dominan a los hombres, es donde nace la diferenciación de los valores, pero ni antes, ni ahora, podemos pensar en esos valores como universales. En realidad, son simples sugerencias que en determinado marco de circunstancias funciona. De la procedencia, de la afinidad a una cultura a una raza, sale el apetito de la libertad, al ver como una clase domina a la otra. La diferenciación de valores y la idea de libertad nacen sobre la dinámica de la microfísica del poder. En la genealogía no puede existir un comportamiento moral que guíe a los hombres, hablando en su totalidad: los que existen, lo que existieron y existirán, de una única e infalible manera. La moral tiene que ver con un comienzo, con un origen trascendental, con un mandato divino que divide lo correcto de lo incorrecto. La microfísica del poder exhibe que esa sólo fue una forma de entender el mundo por parte de un determinado grupo que en su momento ostentó el monopolio del poder, o que ni siquiera era una forma de entender el mundo, sino que se necesitaba algún discurso así, para conducir a las personas a donde se quería. Por eso, lo que describe la verdadera actitud de mundo es el ethos descrito ya, cuyo pionero fue Aristóteles. Para él, la actitud del buen ciudadano y la que procura el florecimiento es la emanada de la experiencia, que luego se encarna en costumbre, en tradición. Así pues, la tradición que requiere el Estado es la del ejercicio de su libertad, de esa libertad disruptiva y destructora de las relaciones de poder. Ética igual a la puesta en práctica del uso libre de la razón para hacer genealogía, para ver lo que somos y, partiendo de ahí, llegar a constituirnos como lo que podríamos 112 ser. Que la gubernamentalidad sea una forma de ejercer la conducción consistente con un respeto fingido hacia cualquier ley, tiene su explicación aquí, en que las leyes primigenias no existen, es basura que ayudo a sustentar alguna formación ancestral de poder. Si ante todo las contiene y manifiesta un respeto hacia ellas es porque le permiten desarrollar en las mentes sujetas una conducción más fácil. La razón de Estado, coincide sin ningún problema con la genealogía, con el ethos que los hombres deben de ejercer para salir del estado de tutela. La ética es igual a la razón de Estado, es la emergencia que se enfrenta a sí misma y a las demás de modo ascético, para mantenerse reinando en el juego de las relaciones de poder. Es el modo de conducción social que el Estado implementa como el ideal y acorde a sus planes, mismo que puede cambiar y variar en tanto contenido por que la experiencia así lo dicta en las relaciones sociales. Modos y relaciones que debe acatar el individuo por tratarse de las que reditúan en el bien social. Por eso, precisamente por eso, a cada momento la historia se convierte en un ritual. El nodo reinante tiene que imponer una serie de obligaciones y derechos, constituir cuidadosos procedimientos para mantener su condición, pues no se encuentran en un universo de reglas universales y uniformes, sino en uno donde las reglas no están destinadas a dulcificar las interacciones, sino al contrario, deben satisfacer la violencia. Esto permite relanzar sin cesar el juego de la dominación. La humanidad así, no se encamina a una esperanza ultraterrena, a lo escatológico, sino que simplemente va de dominación en dominación, reproduciendo la genealogía. El gran y espectacular juego de la historia es observar quien se ampara de estas reglas, quien ocupará la plaza de aquellos que ya la utilizan, quien se disfrazará para pervertirlas (Foucault 18: 1979). La genealogía es la interacción de los juegos de poder a través de la historia. Historia entendida como un proceso de choque de fuerzas, el cual se funda en la procedencia y la emergencia dentro del campo de batalla. El sentido histórico nunca debe darse por vencido frente al punto de vista supra-histórico. La historia sólo puede ser efectiva en la medida en que introduzca lo discontinuo en nuestro mismo ser, en la medida en que divida nuestros sentimientos, dramaticé nuestros instintos, multipliqué nuestros cuerpos (Foucault 21: 1979). 113 Puntualizando, el sentido histórico nietzscheano, opuesto a la historia tradicional «wirkliche Historie», no es la continuidad ideal intrínseca al movimiento teológico, o un encadenamiento natural, el cual tiende a la culminación de un proceso, es más bien, una realidad específica que hace resurgir el evento de la lucha. En la historia no se obedece a un destino, ni a una mecánica rígida, sino al azar de la lucha. La historia tiene una responsabilidad más alta que hacer de sirvienta de la filosofía y la teología, que contar un comienzo luminoso y hablar de “la verdad”. La historia efectiva es la ciencia de los remedios. Su movimiento da la posibilidad del conocimiento liberador, de hacer genealogía. No es un proceso al que todos deben de tender y hacia el que todos apuntan, es la escena en la que las fuerzas se despliegan, se enfrentan, en donde pueden triunfar, pero también ser confiscadas. El sentido histórico conlleva tres usos que se oponen término a término a las tres modalidades platónicas de la historia. Uno es el uso de parodia, y destructor de realidad, que se opone al tema de la historia — reminiscencia o reconocimiento —; otro es el uso disociativo y destructor de identidad que se opone a la historia —continuidad y tradición —; el tercero es el uso sacrificial y destructor de verdad que se opone a la historia -conocimiento(Foucault: 25: 1979). La microfísica del poder es la batalla encarnizada por hacerse del monopolio de la conducción dentro del marco de una historia cíclica, donde si hay un objetivo, es una nueva forma de gobierno. !Ojo¡ la microfísica nunca postula el aniquilamiento de la conducción, eso sería equivalente a eliminarla. Aquí no encontramos ninguna suerte de conocimiento trascendental, la única certeza que hay es que la batalla está enmarcada bajo la directriz de querer poseer el mando, la conducción. La cuestión de la batalla no es que deje de existir el gobierno, la cuestión es conseguir nuevas y mejores formas de conducción; nunca se discute la posibilidad de un mundo sin manejo de los hombres, este es su límite. Su única certeza es que se combate por ese privilegio. Debido a esto, la dominación de unos hombres por sobre otros traerá los aires de libertad y es ahí cuando la afinidad entre las partes sometidas comenzará articularse en una fuerza con un peso específico que querrá combatir. La procedencia puede no sólo crear un bando, sino que, con una misma concepción, puede dispersarse y tornarse en varios nodos de poder. Si la relación de fuerzas es propicia para que entren a escena nuevos contendientes por el poder, ocurrirá la emergencia. Vale decir lo mismo, si el poder en turno estaba debilitado, 114 así como sus contendientes, podrán sobrevenir con facilidad nuevos líderes carismáticos, nuevos bloques de poder. Inclusive puede ser que en ese momento las fuerzas en batalla sean de igual calibre y ocupadas en la faena, descuiden el surgimiento de otras. El accidente, la contingencia, la emergencia, así nace y entra en escena un nuevo contendiente al campo de la batalla. Ahora bien, al encumbrarse la procedencia en el poder, a toda prisa establecerá una serie de estatutos, de derechos y obligaciones, prerrogativas, conocimientos y saberes para mantener el poder. Si por el contrario, la fuerze se mantiene, podemos decir que entre más duré una forma de manejar el poder, más difícil va a ser quitarla, aniquilarla. Pero, según esta concepción, en algún momento esta deberá caducar, pues es preciso recordar que no hay universales. Pero con Foucault la fuerza en turno y vigente puede preservarse indefinidamente. Bien puede, en momentos de debilidad, luchar contra sí misma para retomarse, para asirse del trono que se le empezaba a escapar valiéndose de todo para asi conseguirlo, al fin de cuentas todo está permitido debido a la ausencia de morales trascendentales. Es por eso que el Estado contiene los mecanismos anteriores a él, para estar preparado ante cualquier cosa que se le presente. De ahí mismo que la gubernamentalidad se haya descrito como un campo que se puede expandirse o encogerse, debido a su debilidad o su potencia. Si está débil debe, mediante su actitud ascética, recobrar ánimos y remontar. De la misma manera si su peso es excesivo, deberá arreglárselas para difuminar su presión. El bando reinante tiene que integrar a toda costa a las fuerzas en sus terrenos, pero no al punto quitarles su condición inherente: la libertad, debido a que sólo se despertará el anhelo de romper las cadenas. Las formas reinantes de la gubernamentalidad tomaron nota de esto, y por eso deja hacer y deja actuar. Para ella, lo importante es integrar las fuerzas, derivarlas (las armoniza en el movimiento), las integra, pero inculcándoles la forma en que deben conservar ese actual estado de fuerzas. En un mundo sin objetivos a los cuales apuntar, el ethos de los individuos debe consistir en participar de una libertad que los libre de la tutela, de formas de poder que anteriormente hicieron que la completa civilización se sumergiera en un idílico sueño donde, así como existía un principio, también existía un final. Para salir de ese espejismo, la genealogía se postula como la garante de la libertad. Ella verá en las estructuras 115 discursivas la posibilidad de remontar hacia una nueva organización. El Estado gubernamental es una forma genealógica que ha integrado a los individuos y ha logrado derivarlos en sus agentes de mantenimiento debido a que la mayoría se ha ajustado a sus efectos. El ethos, tanto en la microfísica, como en la gubernamentalidad, es consistente con el uso de la “libertad”, el uso de la guerra. Con esta actitud es posible florecer y mover las cadenas. Si nos damos cuenta, la libertad siempre tiene carácter jurídico constituyente: la libertad de hacer la guerra es la oportunidad de configurar un nuevo orden. 6.-El reino y la gloria. El reino y la gloria es un trabajo realizado por el italiano Giorgio Agamben a quién calificaré de filósofo político. Reprocha, y no sin fundamento, que los politólogos han hecho caso omiso de los orígenes de la terminología política, de tal manera que sólo usamos las palabras porque les sobrevive una función operativa. Tal situación es el precio a pagar por no tener precauciones arqueológicas adecuadas. Su investigación tiene el mismo propósito que el de Foucault: indagar las razones que han causado en Occidente que el poder asuma la forma de una oikonomia o un gobierno de los hombres. Oikonomia viene de oika (casa en griego), y según vimos con el francés, la gubernamentalidad es la forma de entender el gobierno en función de la dinámica de una casa. El Estado es la gran casa Agamben es beneficiario de las teorías foucaultianas. Para él representan el marco de circunstancias del cual debe partir y del que nunca se podrá alejar. Como todo seguidor o alumno, siente deseos de superar a su maestro, tanto que no tiene reparo en considerar que ha remontado en todo sentido el trabajo del francés. Sobre todo, cree que Foucault se acercó mucho a una teoría general del poder, pero, al no tomar suficientes precauciones arqueológicas, no pudo percatarse de un término decisivo: la providencia (pronoia). Asunto que parece extrañar mucho a Agamben pues no es como que permaneciera escondido. En efecto, todo el conocimiento secularizado que transformaba la forma en que Dios regía al mundo; el famoso “Dios reina, pero no gobierna”, consistente con la idea de que Dios había impreso en la naturaleza una especie de principio de movimiento 116 invariable, es la idea de una providencia general. Para Agamben, en lugar de prestar atención a ese dispositivo, Foucault prefirió perderse en un mar de contra-conductas que no explican satisfactoriamente los cambios de las relaciones de poder o al poder mismo. Para Agamben lo decisivo es restablecer el gobierno a su locus teológico, esto es, la elaboración de la oikonomía trinitaria. Esto ayuda principalmente a depositar la división entre reino y gobierno, esencial al análisis foucaultiano, en una relación que asumirá la forma de oikonomía y gloria, poder como gestión y majestuosidad ceremonial (aspectos que recalca el autor han sido olvidados flagrantemente por lo politólogos). Las preguntas que piensa son las importantes y permanecen sin respuesta son: ¿Por qué el poder necesita la gloria? Si este es esencialmente fuerza y capacidad de acción y gobierno, ¿por qué asume la forma rígida, embarazosa y “gloriosa” de las ceremonias, de las declamaciones y de los protocolos? ¿Cuál es la relación entre economía y Gloria? (Agamben: 10. 2008). ¿Por qué si el Estado se reafirma siempre sobre la ley, debe de reproducir constantemente los actos jurídico-constitutivos? El intento de contestar estas preguntas resitúan a la política en su dimensión originaria: la teología y permitirán divisar la estructura de la máquina del gobierno divino del mundo, esa máquina bipolar a la que no pudo acceder Foucault, por no haber llevado las consideraciones arqueológicas de manera puntillosa. No obstante, se puede claramente presumir que se puso de frente al portal de la misma y, pudo haber accedido si tan sólo hubiese considerado algunos otros conceptos de los autores que él mismo examinó. Pienso, sin embargo, que, ambas teorías son solidarias entre sí y que no distan mucho la una de la otra. La gubernamentalidad y la microfísica del poder al igual que la máquina occidental del gobierno divino del mundo, comparten muchas implicaciones. Agamben ahonda más en el aspecto público, ese en el que Foucault ve sólo la necesidad de dejar actuar el movimiento en un ambiente controlado para revitalizar al Estado, Agamben ve reproducir la gloria que mantiene con vida al Estado. El análisis del italiano pasa por las doxologías, las aclamaciones litúrgicas de la Iglesia e inclusive, los coros angélicos. Eso le permitirá llegar a un fascinante descubrimiento: ve una correspondencia entre estos actos y la opinión pública moderna; si los actos aclamativos parecían languidecer, era sobre todo porque no teníamos una correcta visión de las cosas o una 117 arqueología susceptible de quitar ese velo. La arqueología de las signaturas es la herramienta principal para llegar a semejantes conclusiones. Si es cierto esto que dice Agamben, habrá que repensar el espacio de la opinión pública. Es por esto que la sociedad espectáculo (como Agamben se refiere a las democracias modernas) presentarán a la gloria en su centro, todo gira alrededor de este centro magnífico ávido de aclamación. Pero ¿A qué es a lo que se da aclamación? Agamben concluye que ese centro de la máquina permanece vacío y que, por lo tanto, el símbolo por excelencia de esta máquina es el trono vacío. La política es devuelta a su inoperosidad central, es decir, a aquella operación que consiste en volver inoperosas todas las obras humanas y divinas (Agamben 12: 2008). Sin más vueltas, vamos a desentrañar esta nueva máquina que aparece ante nosotros y que retoma la anterior misión de Foucault. Mi tarea se remite a presentar la topología del gobierno divino del mundo de una manera inteligible, para después presentar lo que vendría siendo mi teoría del poder. Debo decir que trataré de presentar el esquema lo mejor posible, ya que Agamben dispuso su exposición de modo de que fuera más o menos impenetrable, o debería decir, inentendible. Costó trabajo, ya que para quien no está versado en un lenguaje teológico, la empresa resulta demasiado complicada. Si a esto sumamos que desde el inicio presenta su cuadro bosquejado por su bibliografía anterior, el acceso directo sin reparar en sus escritos anteriores resulta tortuoso. 6.1-Debate que abre la posibilidad de dos tipos de teologías. Agamben a comienzos de los años noventa se interesa por el concepto de bio-política de Foucault. Según alcanzamos a apreciar, el biopoder es la técnica que conjuga la acción manifiesta de un complejo artificial (cálculos, técnicas, dispositivos, tecnologías) en un medio natural con el fin de influenciar a los hombres. Por principio, los tres dispositivos que detalló Foucault son técnicas de biopoder. El afirmar nada más la última fase de la gubernamentalidad como biopoder es un completo sinsentido, en el entendido de que cada técnica contiene a las otras dos. Agamben utiliza además de Seguridad, territorio y población, otro trabajo como punto de partida: “La teología política” de Carl Schmitt. Sin duda hay ciertos rasgos muy familiares entre ambos autores. El título del libro de Schmitt ya dice mucho y se resume con su tesis 118 lapidaria: “Todos los conceptos decisivos de la moderna doctrina del Estado son conceptos teológicos secularizados” (Schmitt, 1, p. 49 en Agamben: 16. 2008), es decir, la política es una teología ejecutada en una esfera que no es la originaria, pero que conserva sus figuras y sus dinámicas. Para Foucault, el Estado actual es la asimilación de los dispositivos anteriores y de los cuales echa mano para conducir a los individuos. La ley que utiliza, sin embargo, es una ya profanada pues tiene un uso diferente: es flexible. El modelo del francés es más sofisticado que el del abogado (Schmitt), pero en el fondo, los dos autores ven la influencia de la teología en la política. Si estas tesis son ciertas, entonces toda la historia de la humanidad se ha ejercido como una oikonomía, lo cual tiene serias repercusiones sobre la propia teología, pues sería una economía desde el inicio. La política que se muestra como gobierno, no se podría separar de la teología que representa al reino, no al menos prolongadamente, ya que ambas necesitan de una difícil interacción. Si no se pueden separar, la teología es un gobierno desde el inicio. Esa es al menos, a grandes rasgos, la tesis que va a defender Agamben en su obra, la cual tenemos ahora la oportunidad de revisar. Partiendo del tema de la secularización, la estrategia de Schmitt es la opuesta a la de Weber. Según Agamben, para Weber la secularización es un proceso de desencantamiento del mundo y desteologización, para Schmitt es, al contrario, un aspecto que ha excedido los límites que lo acordonaban y que ha conquistado nuevos espacios: la teología ha conquistado nuevos espacios lejos del claustro: los ámbitos sociales. Sin embargo, no creo que el desencantamiento del mundo sea la interpretación de un mundo sin ningún rastro divino. Lo que en realidad significa ese desencantamiento es la creencia de la pérdida de eficacia de los actos ceremoniales sagrados y los sacramentales. El desencantamiento es un efecto de Reforma que extendía la gracia a otros individuos de formas diversas. La necesidad sigue siendo la misma: atraerse la gracia y comprobación divina, y para ello, los individuos se valen de otros medios. En síntesis, lo que alentaba los movimientos reformistas, eran una nueva concepción teológica. Pero no hay que adelantarnos demasiado, esto ya se explicará en su momento y a detalle. Debido a esto, la tesis de Agamben, que creo no está peleada con la de Weber, esa que dice que la teología invadió nuevos ámbitos y esferas. Agamben incluso se vale de la 119 teoría de las signaturas para comprobar esto. Una signatura es un proceso que desplaza y disloca los conceptos y los signos de una esfera a la otra (en este caso, de lo sagrado a lo profano y viceversa) sin redefinirlos semánticamente (Agamben 17: 2008). La etimología de secularización es: saeculare que significa siglo y mundo. La unión de ambo significados da como resultado que hay un cambio de ámbito a través del paso de los siglos, que va de lo celeste al mundo permaneciendo intacta la connotación. Si esto es cierto, la idea de un monarca terrenal no podría entenderse sin la idea de un soberano supremo creador del cosmos. Pasaron unos cuantos años después de tan tajante tesis para que se iniciara un encendido debate, el cual tuvo un desarrollo entre 1935 y 1970, siendo el contrincante Erich Peterson. Aunque a primera vista pudiera parecer que Peterson esta resueltamente en contra de la teología política, puede, según Agamben, que la realidad del debate no pasará por un desacuerdo en cuanto a eso. Para Agamben, en toda obra de pensamiento existe un no-dicho, algo encriptado dentro del mensaje explícito pero que se alcanza a percibir con algo de atención. Siendo los dos católicos, no podían dejar de profesar la fe escatológica en la segunda venida de Cristo (Agamben 23: 2008). La verdadera intención del debate gira en torno al componente retardante de la parousía (presencia) de Cristo. En Schmitt el katechón es el imperio; para Peterson es el rechazo de los judíos para con Cristo. La historia es un interim hasta que la parousía se produzca. En un caso el retraso coincidirá con el poder soberano del imperio cristiano (para Schmitt la fe que los feligreses depositan en el imperio mundano de la Iglesia es una fuerza de freno que retarda la segunda venida, esta parálisis inicia con el imperio cristiano de los reyes germánicos); la otra suspensión de los efectos de Reino de Dios se da por la falta de reconocimiento que lo judíos tienen respecto de Cristo, causa de la fundación de la Iglesia: “los judíos, como pueblo elegido por Dios, no han creído en el Señor” (Peterson en Agamben: 24. 2008). La finalidad, tal parece, es dar cuenta de cuál es el verdadero katechón; es encontrar aquello que intervino en el plan divino de la oikonomía o conducción de los hombres cuyo objetivo era la segunda aparición del Cristo. Historia que vio en algún punto producirse un suceso dejándola en suspenso, simplemente expectante, y donde toda dialéctica es abolida. Debate que debe parecer muy curioso pues, a simple vista, se le ven 120 más puntos en común que discordancias. Haciendo un análisis, veremos qué tan compatibles o discordantes son. Para comprender bien el asunto, tenemos que entender que está en juego, sólo por medio de un análisis de la postura de Peterson lo comprenderemos. Comienza citando a Aristóteles aludiendo a que los hombres no quieren ser mal gobernados: “no es bueno que haya muchos soberanos; uno solo debe ser el soberano’” (En Agamben: 26: 2008). Inmediatamente uno podría pensar que Peterson está en contra de la la teología política debido a que no le pertenece al hombre gobernar, de ahí que se oponga a la pluralidad de soberanos, pero esto no es así, se opone a la pluralidad no designada por el orden divino; así de simple. Cita a Aristóteles en oposición al dualismo platónico, quién trataba de demostrar que la naturaleza no está formada como si dijéramos por una tragedia, una mala broma, en donde uno y otro episodio no tiene relación entre sí, tal como una composición musical experimental donde lo que prima no es el carácter melodioso. Aristóteles trataba de demostrar que el universo es un único episodio armónico. Debía existir una relación con el ser celestial y no un imperio desalineado. Como se trata de un único motor inmóvil, hay un sólo principio, un sólo poder. Si hay uno sólo poder, todo mando debe provenir de este principio. Inmediatamente después, Peterson analiza el tratado pseudo-aristotélico “De mundo” [Acerca del mundo], con el cual definirá puntualmente lo que está en juego. En el primer tratado (el aristotélico) al motor inmóvil se lo puede igualar con el Dios que es principio trascendente de todo movimiento, Dios es como el estratega de un ejército, es soberano. En el otro tratado (el pseudo-aristotélico) el monarca aparece confinado en el palacio y mueve el reino como un titiritero a sus marionetas, esto es, como un gobernante. En la primera interpretación, Dios directamente es el principio por el que se mueven las cosas, en el otro el monarca aparece enclaustrado en el palacio y no gobierna, es necesario entonces, saber si Dios designa agentes que gobiernen en nombre de él, si es así, Dios reina, pero no gobierna, y por añadidura, las autoridades en sintonía con el gobierno divino si son parte de su orden y se las debe aceptar. Hay que decidir entonces cuál es la concepción verdadera. El no gobernar directamente sólo significaría una cosa para Peterson, no existe la teología política. El gobierno del mundo puede ser divino, pero no 121 puramente teológico. La teología política es una creación genuinamente judía: “un sólo pueblo, un sólo Dios”. La desconfianza de los judíos para con el Cristo resulta por estar alineados obstinadamente con la idea del primer motor. Una sola potencia, un sólo rey. Ellos no conciben la idea de un gobierno, en donde no este participe directamente Dios. Jesús en este sentido, no es ni siquiera un delegado divino, como lo era Moisés, por eso no lo pueden aceptar. En las Escrituras se ve claramente esto, siempre hubo un rechazo marcado de los judíos para con Jesús. Sin embargo, Peterson después, encuentra que puede haber potestades diferentes a Dios, pero asignadas por él, por lo que ve posible una soberanía divina indirecta. Como bien sabemos, Dios no sólo es monarca de Israel, sino de toda la humanidad, por lo que se vuelve responsable de la conducción no sólo de los hijos de Jacob, sino del mundo en su totalidad. Ahora Peterson, exponiendo a Eusebio, trata de pensar como el Soberano absoluto establece su soberanía. Viendo una relación significativa entre la primera venida del Mesías y la instauración de un poder imperial, la segunda venida de Cristo traerá el mismo efecto que la primera: “Antes de Augusto, los hombres vivían en la poliarquía, en una pluralidad de tiranos y democracias, pero cuando apareció el Señor y salvador, Augusto, primero entre los romanos, se convirtió en soberano de todas las naciones, desapareció la poliarquía pluralista y la paz envolvió toda la tierra” (Eus.,Ps., 71 en Agamben: 29: 2008). Ese proceso imperial llegó a su cumplimiento con Constantino: “Después de la derrota de Licinio por parte de Constantino, fue restaurada la monarquía política y al mismo tiempo fue asegurada la monarquía divina” (Peterson 1, p. 50 en ídem). En la segunda venida de Cristo, el imperio terrenal será unificado con el celeste. Ahora sí, con las dos teologías claramente definidas, podemos percibir claramente los puntos discordantes. La teología de Peterson ve al Imperio seglar como la preparación para la segunda venida del Mesías. El que los judíos no se conviertan quiere decir que no manifiestan apoyo a la unificación que traerá el nuevo reino, no apoyan a Cristo. Por eso, para Peterson todos los acontecimientos históricos son faltos de relevancia, incluso esos tan impactantes que vivió como las guerras mundiales, la revolución tecnológica y las bombas atómicas; todos excepto uno: la aniquilación de los judíos (Agamben: 39: 2008). 122 Schmitt, por otro lado, ve en el imperio el retardador de la presencia divina, el creer en un brazo de carne es lo que frena a Dios. Aquí ya podemos percatarnos de las diferencias. Los judíos retardan la presencia del Cristo debido a un modelo en donde la soberanía y el gobierno pueden separarse. La delegación es posible como se aprecia con Moisés, pero ellos no confían en que el delegado sea Cristo. Por otro lado, en Schmitt, la soberanía y el gobierno deben estar juntos, sino no sería posible la teología política. El imperio retrasa la aparición, pues según la diferenciación entre amigo y enemigo, este imperio terrenal termina siendo el adversario. En este sentido, la parousia es retrasada porque el imperio de terrenal es inicuo. Apegarse a él es alejarse de Dios. Hay que apegarse al verdadero orden divino para que esa llegada se produzca. No obstante, de un momento a otro, de manera repentina, Peterson derrumba todo su esquema al poner de manifiesto la teología trinitaria. Una tríada sencillamente demuele el monoteísmo necesario para una sola soberanía. La unidad es el presupuesto de la soberanía, si aumenta el número de seres, sencillamente se anula la posibilidad de una teología-política, de la misma manera que la pax augusta o el imperio mundial ya no se va a poder ligar a la soberanía divina por las mismas razones. Pero Peterson no estaba derrumbando lo que había edificado, sino que evidenciaba los argumentos que podrían destruir su teoría, para hacerles frente. Su siguiente táctica es traer al debate a Gregorio de Nacianzo, un teólogo del siglo IV, cuya síntesis de su pensamiento la podemos reducir a la postura que confiere a la monarquía una armonización con las tres hipóstasis mediante las implicaciones del concepto de la homoousía cuya consustancialidad brindaba una igual sustancia o naturaleza a las hipóstasis, nulificando cualquier corte del Ser divino supremo. Si la trinidad no representa una cesura entre los tres individuos, entonces seguría existiendo un sólo monarca, y por consiguiente, una sola soberanía con su respectivo gobierno. Lo paradójico de esta conciliación es plenamente evidente precisamente en el mismo momento en que la unión se pactaba, Gregorio expresa: Tres son las más antiguas opiniones sobre Dios: la anarquía, la poliarquía y la monarquía. Con las primeras dos juegan los niños de los griegos, e incluso siguen jugando. La anarquía es, en efecto, sin orden; la poliarquía es en la guerra civil (stasiôdes), 123 en este sentido anárquica y sin orden. Ambas conducen al mismo resultado, el desorden, y este a la disolución. El desorden prepara en efecto la disolución. Nosotros en cambio honramos la monarquía; pero no aquella monarquía que se circunscribe a una sola persona –también el uno, si entra en guerra civil consigo mismo [stasiázon pròs heautò], produce multiplicidad– sino la que se mantiene unida por una igual dignidad de naturaleza, por un acuerdo de pensamiento, por la identidad del movimiento, por el confluir en la unidad de aquello que proviene de ella, de un modo que es imposible para la naturaleza generada. De este modo, aunque difiere por número, no se divide en cuanto a la sustancia. Por esto la mónada, movida en principio hacia la díada, se detuvo en la tríada. (De Nacianzo en Agamben: 33. 2008). A primera vista no se aprecia la aporía en su esplendor. Para tomar conciencia de ella, necesitamos pensar en el origen de las tres hipóstasis. La consustancialidad, al no romper con la igualdad de naturaleza, les debe conceder a las tres figuras el mismo arche, es decir, el mismo origen; deberán ser anárquicas. Pensar en la soberanía es trabajoso cuando refiere a un ser dividido en tres, dentro del cual conviven formas que parecen contradecirse en su origen. Las Escrituras están en plena contradicción con la idea de consustancialidad, La consustancialidad u homoousía es un dispositivo que trata de pensar la articulación trinitaria sin introducir un stásis, una guerra en la figura divina. Al pertenecerles una única esencia, lo que está dividido no es otra cosa que las relaciones o modos de interacción que cada figura tiene, siendo partícipes de una misma sustancia. Por lo complejo y oscuro que resulta esto, por lo difícil de concebir, Gregorio dice que la clave para desencriptar lo anterior es distinguir en Dios su discurso de naturaleza y su discurso económico. Que Gregorio diga que el logos de la economía tiene la función de evitar en la Trinidad una fractura estasiológica o política es, sin duda interesante, ya que el logos o la palabra pueden designar a una hipóstasis, es decir a Jesús se le piensa como una figura económica y no sustancial. Con la introducción de la economía, la fractura o quiebre puede ser relacional o interaccional y no sustancial, y esto tiene implicaciones que podrían llevar a pensar que la teología política puede, después de todo, llevarse a cabo. Jesús es, entonces, el mismo Dios y la soberanía. Por eso la aniquilación de los judíos es lo que le interesa a Peterson, por eso el retardo de la parousía. Mirar de frente el problema de la trinidad abrirá un campo no bien explorado dentro de la política y no abordado por lo politólogos. Campo que dará nuevas herramientas para 124 repensarla. Recapitulando un poco, el katechón de la parousía en Schmitt es el imperio. La guía que ese pretende para llevar a buen puerto a sus seguidores es la capacidad de distinción entre el amigo y el enemigo. En Schmitt la teología política funda la política en sentido mundano. Sólo debe de existir un sólo gobierno legítimo conectado al celeste y este se debe de distinguir del enemigo. Para este autor, ese es el obrar político por excelencia. En Peterson, ya con el dispositivo de Trinidad, la Iglesia que no aceptan los judíos, es la que acelerara el proceso de la venida del Mesías. La verdadera política en Peterson se da a través de la participación de los actos cultuales de la ekklesía. La participación en los actos litúrgicos se da a semejanza de los cantos angelinos. Esta adoración lejos de tener identificación con lo terrenal, se identifica con la esfera celeste: ella no es otra cosa que la anticipación cultual de la gloria escatológica (Agamben: 38. 2008). La imagen que aquí se desprende de la Iglesia es que es sólo una extensión del ceremonial angelical, por lo que precede y excede la terrena. De aquí que asombrado Agamben se pregunte si Peterson entiende lo que dice. El creía que la parálisis de la venida de Cristo estaba justificada por la negligencia de los judíos y de ese modo había surgido la Iglesia. La Iglesia en Peterson es una invención judía, pero entonces ¿por qué coincide con el gobierno divino? Si, entonces, se aniquilan a los judíos, la verdadera religión desaparece. Peterson parece siempre vacilar acerca de su posición con respecto de la teología política, pues la apoya, pero se separa de ella y así sucesivamente La solución que propone Agamben es restituir el katechón a su relación originaria con la oikonomía divina y con su gloria. En lugar de pensar que la acción humana ha contenido la venido del Cristo, Agamben sugiere que prestemos más atención a las implicaciones divinas, donde se puede encontrar la razón de esa pausa, puntualmente en la noción de oikonomia proveniente del esquema trinitario, que como vimos Nacianzo sugirió. 6.2- El misterio de la economía. Lo siguiente que hace Agamben con el término economía es dar un recorrido por todos los ámbitos en que se ha presentado. Básicamente, el término economía, Agamben lo retoma de la antigua Grecia y, según su análisis, la misma carga semántica aparece 125 después en el cristianismo. Esto va en contra de la investigación de Foucault quien veía la conducción desde el pastorado hebreo. Oikonomía se refiere a la administración de la casa. A la disposición eficiente de un hogar. La administración de la casa se distingue de la política por el lugar en el que se desenvuelve. La economía se ejerce en la casa (oikía) y la política en la ciudad (polis). Aristóteles confirma la cuestión según Agamben, cuando en “La política” contrapone al político y al rey del oikonómos y el déspotes (41: 2008), por lo que hay una diferencia cualitativa. En la antigua Grecia el oikos no era simplemente un complejo unifamiliar, sino que su actividad se expandía por estar en relación a la dirección de sus esclavos (relación despótica patrón-esclavo), a la relación con su propia simiente o progenie (relación paternal padre-hijos) y las relaciones conyugales (marido-mujer), todas enmarcadas dentro de la misma oika. Ahora bien, lo que une o conecta estas relaciones dentro de la casa, no es una sustancia cual hilo junta un lado de una tela con otra, sino más bien lo que los reúne es una actividad. Por eso en Aristóteles el cabeza de familia (déspotes) denota cierto modo de ser (1225b en Agamben: 42. 2008) enfocado en los problemas propios del orden funcional (taxis) de la casa. Por allá, en la misma Grecia, hay otro personaje que hablaba del orden funcional, de una disposición ordenada que funciona, pero ya no como ejercicio exclusivo de la casa, ya no encerrado en el hogar, sino que la correcta disposición de las cosas era traslada al ejército y las naves marítimas (un barco). Jenofonte asombrado ve en un barco fenicio que: “todas las cosas estaban de tal modo que ni se estorbaban unas a otras ni había necesidad de buscarlas. Estaban, por el contrario, rápidamente a mano y no era difícil moverlas, como para no perder tiempo si era necesario tomarlas velozmente” (en Agamben 42: 2008). Esta actividad de ordenar y disponer las cosas, es control y, al titular se le designa como superintendente y después como obispo. Lo anterior definición sirve para ubicar el sitio primigenio de la noción de oikonomía (Grecia de la antigüedad) cuya carga semántica define a esta como una actividad de gestión vinculada al funcionamiento ordenado de la casa o alguna empresa en cuestión. Agamben sigue rastreando la historia o evolución del término y se encuentra con los estoicos, quienes la presentan como una fuerza reguladora de las cosas desde su interior, 126 de lo cual es derivable la idea de la manutención de las necesidades de la vida. La oikonomía como una fuerza impresa que emana desde el interior que es capaz de mantener las necesidades de la vida. De esta manera Tomás de Aquino ve en Hechos la expresión de Pablo: “vuestro Padre celeste los nutre” como la evidencia confirmante. Este también servirá de punto de arraigue para la concepción gnóstica de las emanaciones. Aquí, entonces, la oikonomía como una cualidad que mantiene. En la retórica es: la disposición ordenada de la oración o de un tratado, lo cual le da la virtud de inteligibilidad. Cicerón traduce disposición como distribución ordenada de las cosas y, es necesario mencionar que dispositio es la traducción al latín de la economía. El recorrido es claramente más amplio, pero lo que él (Agamben) trata de evidenciar es que la carga semántica original no se pierde, aunque aparece en lugares diferentes. Sobre esta base, él distingue que en la época cristiana el término se traspone a lo teológico, lo cobija y poco a poco se va impregnando en la actividad divina la necesidad de disponer eficazmente de la casa o creación, y ¿qué otra cosa ha de tener más trascendencia en Dios que la salvación de su creación después de la caída humana en el pecado? 32. Oikonomía se identifica, aquí, con el “plan divino de la salvación” en particular en referencia a la encarnación de Cristo, y por lo tanto, con el orden. Para Agamben este razonamiento es muy fácil transportarlo a la esfera cristiana, para hacer la oikonomia divina. En la oika existe una disposición ordenada de acuerdo a un objetivo o elección proveniente del oikonómos, según su análisis de lo que es mejor. Transportando el esquema a lo celestial, existe un orden divino que ejecuta el gobierno divino del mundo como veremos a continuación, una vez que Dios hizo su elección de acuerdo a su omnisciencia (análisis). Para Agamben esta transposición no implica una trasformación del sentido (sinn) de la palabra, sino una progresiva extensión de su denotación. Esto le permite concebir estos términos como signaturas. Oikonomia es una signatura que disloca el ámbito actual de lo que se entiende por economía hasta llevarnos a su formación originaria, a su lugar de formación. En este caso, oikonomía no sólo remite 32 El mundo concebido como una casa ya había sido planteado por Platón, es de ahí que Aristóteles le reprochará a su maestro que haya llevado tan lejos el carácter unitario de la ciudad, pues para él la ciudad es múltiple (Agamben: 48: 2008). 127 a la Grecia antigua, sino que hemos de referir a la conducción divina. Empero, hay un proceso de mutua contaminación entre las connotaciones sagradas y las profanas que imposibilita saber, a ciencia cierta, en qué lugar podemos encontrar primariamente la noción de conducción. Según Agamben, Pablo utiliza muchos términos influenciado por el lenguaje de la época, por lo que hay una especie de espacio de indeterminación que trae el efecto antes mencionado. 33 No obstante, antes de llegar a esa conclusión es necesario pasar por el enredo que encuentra Agamben. En primer lugar, un análisis de lo que él llama el léxico paulino, es decir, un análisis de las cartas del apóstol Pablo, le permite decir, en primer instancia que el sentido que le da Pablo a la economía es el de una misión, y no el de una disposición, no el de ordenar, sino sólo cumplir una encomienda. 34 Aquí el italiano parece interpretar que no hay un plan salvífico. Por más que analiza los textos de Pablo, para él, nada le permite relacionar oikonomía con plan salvador, nada, hasta que encuentra el siguiente pasaje, donde además economía equivale a misterio. En 1 Cor., 4, 1: Que todos nos consideren como servidores [hyperétas] de Cristo y administradores [oikonómous] del misterio de Dios. Lo que se exige a los oikonómoi es que sean hallados fieles (pistós). En otros textos de Pablo como en Eph.,3, 9, señala que: “A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la incognoscible riqueza de Dios y llevar a la luz cuál es la oikonomía del misterio, escondido por siglos en Dios”. ¿Cuál ese misterio? El primer pasaje lo responde cuando a los que están dentro de la casa, se les da la tarea de ser encontrados fieles, ¿Para qué? Pues precisamente para salvarse. 33 Una lectura apresurada de Agamben podría interpretar el ámbito originario de la economía en la Grecia, pero esto no es así. Esto deriva porque el estilo de Agamben tiende a enredar a los lectores debido a que introduce partes de sus conclusiones en los apartados que abren sus disertaciones combinados con razonamientos propios de los capítulos iniciales. En la página 48 dice: “No hay, en verdad, un “sentido” teológico del término, sino más bien un desplazamiento de su denotación hacia el ámbito teológico, que poco a poco empieza a percibirse como un nuevo sentido”. Pero inmediatamente después insta al lector a comprobar eso. 34 Cor. 9, 16-17: Anunciar la buena nueva [euangelízomai] no es para mí motivo de vanidad: una necesidad me domina: ¡ay de mí si no anuncio la buena nueva! Si lo hago espontáneamente, tengo una recompensa; si no lo hago espontáneamente, me ha sido confiada una oikonomía. 128 Así, Agamben ve una relación entre oikonomía (que además podemos intercambiar por misterio) y plan salvífico 35. Para Agamben, no es ninguna sorpresa que Pablo se valga de un vocabulario doméstico en la comunidad cristiana, ya que era el común de aquellos tiempos. Que este léxico se encuentre en las cartas paulinas funciona como acelerador del proceso que en definitiva ya estaba comenzado: la mutua contaminación que hace imposible saber en qué lado se origina la noción de conducción. Así pues, por mencionar un ejemplo, donde existe contaminación entre los vocabularios, se puede citar un pasaje de Filón atribuido a Crisipo donde la oikía es definida como “una polis reducida y achicada [estalméne kaì bracheîa]” y la economía como “una politeía contraída [synegméne]”; por el contrario, la polis se presenta como “una gran casa [oîkos mégas] y la política como “una economía común. El andar hurgando aquí y allá en los textos de una y otra cultura, empalmando las diferentes concepciones sin duda cobra factura. Por eso, una vez que Agamben creyó encontrar una sólida base para afirmar que había una economía de la salvación, se topa inmediatamente con que el sintagma puede leerse al revés. Tenemos entonces dos sintagmas: economía del misterio y misterio de la economía. La economía del misterio consiste en una liberación de los misterios en la economía de la salvación de acuerdo a un plan concebido que se va esclareciendo conforme Dios ejecuta sus actos. Ignacio de Antioquía, en el siglo II argumenta: “en efecto, nuestro Dios, Jesús el Cristo, ha sido concebido por María según la oikonomía de Dios”. En otro pasaje (19,1) hace una distinción entre oikonomía y mystérion: “misterios clamorosos” son la virginidad de María, su parto y la muerte del Señor, que han ocurrido y han sido revelados según una economía (Agamben: 56: 2008). La economía del misterio signa una serie de 35 Resulta importante para reafirmar esta relación que Pablo se refiere a sí mismo y a los miembros de la comunidad mesiánica con términos que pertenecen exclusivamente al vocabulario de la administración doméstica: doûlos (“esclavo”), hyperétes, diákonos (“criado”), oikonómos (“administrador”). El propio Cristo (aunque el nombre sea sinónimo de soberano escatológico) es definido siempre con el término que designa al dueño del oîkos (kýrios, lat. dominus) y nunca con los términos más directamente políticos anax o archon. El léxico de la ekklesía paulina es “económico” y no político; y los cristianos son, en este sentido, los primeros hombres integralmente “económicos”. La elección léxica es mucho más significativa en la medida en que, en el Apocalipsis, Cristo–que aparece en su carácter de soberano escatológico– es definido con un término inequívocamente político: archón (Agamben: 52: 2008) 129 acontecimientos mediante los cuales Dios manifiesta su salvación a través de misterios que se van relevando según su plan prescrito, por ejemplo: la generación del Mesías por medio de la virgen. El otro sintagma comprende una serie de filosofías que se aglutinan hasta llegar a la composición del misterio de la economía. La conformación de su contenido empieza en la retórica con Taciano, a quien se le debe aplicar un examen atento en lo que concierne a pasajes de la Oración a los griegos. En este, Agamben encuentra que Taciano ha trasladado de manera promiscua términos técnicos del vocabulario retórico al campo teológico, fusionando los sentidos. Las terminologías que se conjuga son: la proveniente de la retórica “merismos”, cuyo significado es disposición ordenada [katátaxis] del género según los lugares, así como “diaíresis” que vendría siendo una división (taxis), disposición o control que se efectúa para la casa o algún recinto. El pasaje es el siguiente: El lógos (la palabra o Jesús), habiéndose separado [chorésas], no en vano se volvió la obra primogénita del Padre. Nosotros lo conocemos como principio [archén] del mundo. Él llegó a ser por división ordenada, no por un corte [gégonen dekatà merismón, ou katà apocopén]; en efecto, lo que escortado [apotmethn] se separa de lo primero, en cambio lo que es compartido [meristhn], habiendo recibido la distinción de la oikonomía [oikonomías tèn diaíresin], no hace necesario aquello de lo cual ha sido tomado. (61) (Diog., 7, 62, en SVF, III, 215 en Agamben: 61.2008) El mismo autor relaciona la economía a la organización ordenada interna del cuerpo, así como su anverso, la externa. Lo curioso es que puede funcionar como una preparación para la procesión de las hipóstasis dentro de una misma esencia. Dice: “El conjunto [sýstasis] del cuerpo consta de una sola organización [miâs estin oikonomías] [...] una parte es ojo, otra oreja, otra un cierto tipo de pelos y una cierta disposición de las entrañas [entosthíon oikonomía]” (Ibíd.). Con esto el autor quiere decir que el cuerpo está dividido en partes específicas y bien diferenciadas, pero que son parte de un mismo conjunto no existiendo corte entre ellas. Claramente coquetea con la noción de la Trinidad. Incluso va más allá del cuerpo y confiere esta carga semántica a toda materia: “Si alguien es curado por la materia, encomendándose a ella, tanto más será curado si se encomienda a la potencia de Dios [...] ¿Por qué quien se encomienda a la organización ordenada de la materia [hýles oikonomíai] no quiere comendarse a Dios?” (Taciano en Agamben: 63: 2008). Así pues, cuando Taciano expresa la relación que hay entre el Padre y el Hijo, 130 moviliza elementos existentes dentro del ámbito retórico para armonizar con la misma consustancialidad de la Trinidad. Lo cual, más adelante, aparecerá como una economía interna del mismo Dios. Para Agamben esto significa que la primera articulación de la procesión trinitaria se da por medio de un esquema económico-retórico (ibíd.). Sin embargo, este proceso no lo entendían ni los mismos padres fundadores. Ireneo en su “Tratado contra los herejes” pudo diferenciar entre uno y otro sintagma, pero no de forma correcta; esto de acuerdo a D´ales quien analizó esta obra. Su postura (la de Ireneo) estaba claramente en contra de los gnósticos que designaban oikonomía como el proceso interno del pléroma, particularmente la fusión de los eones divinos de las que resulta la figura del Salvador. Esto anulaba la concepción del misterio de la economía. A este respecto, otro autor menciona que, en realidad esta disputa hecha por el padre fundador no tiene sentido porque los gnósticos están en contra de lo que el trataba de criticar. Los gnósticos, para Markus, citaban oikonomía como la fusión de los tiempos que constituían al Jesús histórico (economía del misterio, concepción que Ireneo apoyaba), no al proceso interno del pléroma. Esto evidencia cuán paradójico resulta que los padres fundadores tratan de mantener a toda costa separadas la economía de la encarnación y la economía trinitaria cuando la terminología se ha fusionado y resulta imposible una separación, aunque parece que ellos todavía no se percataban de la fusión. La cuestión es la siguiente: cuando la connotación de oikonomía es transportada a un referente, el cual tiene sus partes bien diferenciadas, pero constituyendo un sólo cuerpo como, por ejemplo: el cuerpo humano, la articulación de una oración, etc., se entiende que la conducción o administración tiene que ver con sus elementos internos. Agamben con esto quiere evidenciar el juego que consistió en mover de su contexto la terminología gnóstica hasta convertirla en el dispositivo central que engendraría la concepción Trinitaria. La fusión de los eones divinos cuya finalidad eran la proyección del Salvador en la Tierra se transforma mediante su asociación con la retórica, a la disposición consustancial que no implica división. Claramente estaba ya formada la contraparte del sintagma, pero todavía no era del todo evidente. 131 Lo que apenas se estaba cocinando en ese justo momento, era la diferenciación de estas dos interpretaciones derivadas de diferentes interpretaciones religiosas. Lo importante era armonizar toda exégesis en una sola; actividad eminentemente sincrética, debido a eso no se alcanzaba a apreciar el advenimiento de los dos sintagmas. Esto se comprueba fácilmente mediante el siguiente pasaje de Ireneo: “Un solo Dios padre omnipotente, creador del cielo, de la tierra, del mar y de todo lo que está en ellos; un único Jesús Cristo hijo de Dios encarnado para nuestra salvación; un Espíritu Santo que a través de los profetas predijo las “economías”, la llegada, el nacimiento virginal, la pasión y la resurrección de los muertos...” (Ir.,Haer., 1, 10, 1. en Agamben 67: 2008). Lo interesante de este pasaje es que las dos concesiones aparecen ya bien definidas y delineadas, pero el autor sigue sin tomar conciencia de ello. La mezcla de las interpretaciones religiosas comenzaba a emanar dos distintas formas de entender la oikonomía. Un ejemplo, además necesario para ver cómo se iba produciendo la indiferenciación es la cuestión referente al gnosticismo. En ella hay un momento en el que el Ser trascendente se proyectará hacia el exterior. Estas proyecciones son conocidas como emanaciones, consideradas manifestaciones de la potencia divinas, las cuales en conjunto conforman el pléroma o la plenitud de la divinidad. El asunto giraba en torno a que estas emanaciones no fueran consideras como entes divinos y que, como resultado, tuviéramos un politeísmo en lugar del monoteísmo que se buscada con el dispositivo económico. Se tenía que evitar que se multiplicarán las figuras divinas, manteniendo la idea de Pablo: una economía que diera como resultado la encarnación del Salvador.36 Este proceso de agrupamiento trajo sus primeras consecuencias. Las discrepancias que ocasiono la forma de entender a un Dios unitrino, no se pudieron resolver fácilmente con la idea de una consustancialidad, con la idea de las hipóstasis. El que un Dios quiera dividirse con distintos nombres manteniendo, sin embargo, la misma esencia, parece más chocantería que sabiduría y, a pesar de que se argumentaba que no existía corte fáctico 36 Esto se puede comprobar cuando Ireneo argumenta en contra de los gnósticos: Ireneo escribe que de este modo los gnósticos “hacen pedazos [diasýrontes] las economías de Dios con los números y con las letras” 132 alguno en ellos, se veía en la distinción entre el Padre y el Verbo, una recaída en el politeísmo. Hipólito y Tertuliano vendrían a enmendar ese asunto, o por lo menos a tratar de hacerlo. Ellos ya no pensaban la oikonomía como una simple extensión doméstica y realizando una tecnificación del término (lo cual es evidente según Agamben porque siempre mantenían el vocablo entrecomillado) efectúan la inversión de la expresión paulina “economía del misterio” en “misterio de la economía”. Dos presuntos significados del término oikonomía, que son incompatibles o antitéticos entre sí. Ninguna reconciliación se puede extraer de ahí, o al menos eso es lo que se creía. Al primero, con el sintagma “economía del misterio”, se le adjuntaba el plan salvífico del mundo, al otro sintagma denominado “misterio de la economía”, se le atribuía la procesión de las personas en el interior de la divinidad. Pero, como veremos, los dos sentidos designan dos aspectos de una misma actividad de gestión económica, que pretende conectar el gobierno terrenal con la gestión divina. Este imperialismo no toleraría una concepción que pudiese derrocar la expansión que hasta ahora se estaba efectuando (la actividad sincrética revela que el dispositivo pretendía ser coextensivo a todos los dogmas, a fin de sujetarlos en una sola forma de gobierno) y para mantenerla se debía conservar una armonía, ahora no de las exégesis o de los distintos dogmas, sino entre las dos concepciones de la oikonomía. Noeto en un intento por salvar la unidad, afirma que el Hijo no es otro que el Padre, negando la realidad de Cristo proclamada en las Escrituras (Agamben: 76: 2008). La economía es rescatada al precio de confiscar la realidad del Cristo, quien es asimilado en Dios, haciendo de estos una misma sustancia. La confirmación se pretende del pasaje de Juan 1:1-3. El resultado es que en esta noción oikonomica se integran los dos sintagmas. Su encomienda consiste en la producción de una salvación por medio de su propio ejercicio. Entonces, en Dios se distinguirá una única potencia monádica y una triple oikonomía. Para Crisipo en la oikonomía se puede apreciar el alma de Dios, la unidad de la dýnamis y la multiplicidad de los modos de ser. Explica: “Una es la potencia del alma, tal que ella, según su manera de ser o comportarse [pos échousan], ora piensa, ora se irrita, ora desea”. 133 La oikonomía corresponde a la doctrina estoica de los modos de ser; en este sentido, es una pragmática (Agamben: 75: 2008). Crisipo simplemente equipara, de alguna manera, lo que en un humano sería el estado de ánimo y sus voliciones volátiles (los modos de ser) a las hipóstasis, y le llama hijo al modo de ser de Dios cuando se complace con salvar a la humanidad. Hipólito, por otra parte, con el siguiente texto: “quién es Dios sino en Jesucristo, logos del padre y misterio de la economía”, muestra, según Agamben, el misterio de la economía, pues el hijo al ser el logos o la palabra tiene que cumplir la misión encomendada por Dios, pero resulta que Dios, es también, el Cristo. Así que, mientras en Pablo, la oikonomía era simplemente una actividad encomendada a su hijo (por lo mismo diferente a Él) para revelar el misterio de la voluntad de Dios, ahora los modos en que Dios ejecuta sus actos se vuelven misteriosos, pues Él mismo los realiza bajo otra modalidad de su ser. El misterio es la procesión de las personas que Dios hace para sí, articulando su actividad en una trinidad, pero a su vez manteniendo y armonizando su propia unidad (Agamben: 77: 2008). Por otro lado, con Tertuliano, se puede identificar el momento en el cual la oikonomía se refiere, sin lugar a dudas, a la procesión interna de las personas en Dios. En su debate con Praxeastrata, quien argumentaba la imposibilidad de una articulación trinitaria, tecnifica el término oikonomía, dejándolo como dijimos, en su forma griega e implementando la inversión del sintagma, facilitándose la siguiente aseveración: “Nosotros siempre y ahora más que nunca [...] creemos en un solo Dios, aun con esta dispensación que llamamos oikonomía” (Agamben: 78: 2008). Agrega Tertuliano que creen en esta forma de actuar de Dios, sencillamente porque para su poder nada es irrealizable, porque él como unidad de la que emana todo (lenguaje gnóstico, por lo que vemos la conjunción) tiene la oportunidad de configurarse en una Trinidad sin división ontológica : “Como si Dios, aun siendo único, no fuera todas las cosas, porque todo deriva de la unidad, [...]el misterio de la economía que dispone la unidad en la Trinidad ordenando en una tríada Padre, Hijo y Espíritu, tres, pero no por estado [statu] sino por grado [gradu]; no por sustancia [substantia] sino por forma [forma]; no por potencia [potestate], sino por especie [specie] (ibíd). 134 Otra cosa que no hay que dejar pasar desapercibida es que, aparte de recurrir a la figura de la emanación, recurre también al vocabulario que por ese entonces estaba en boga, es decir, el estoicismo. Todas las figuras que utiliza para contraponerlas a los términos que provocarían la partición de divinidad son estoicos: la naturaleza que se articula en grados, la distinción que no se divide en partes, sino que se articula en fuerzas sirven para fortalecer la idea de que el Padre y el Hijo, aunque nominalmente son dos, no por eso son efectúan un corte de la sustancia, sino más bien de su práctica económica. De esta menara, no son divisibles en cuanto estado, sino por grado. La diversidad o riqueza de las figuras con que Dios se presenta, no es ontológica, no tiene nada que ver con una heterogeneidad del ser, sino que con su obrar, con su praxis. La Trinidad, entonces, no pretende dividir el ser de Dios, la división se efectúa en su praxis. Dios se presenta en diversas formas en cuanto piensa y efectúa la salvación de la humanidad. Las dos oikonomías parecen reconciliarse sólo si las pensamos en tanto práctica salvífica. La economía del misterio y el misterio de la economía se funden armoniosamente sólo pensándolas dentro del proyecto administrativo y de gestión. En esta fase el sintagma “misterio de la economía” se impone a la “economía del misterio” cuyo papel poco a poco irá menguando, aunque nunca desaparecerá. Incluso el sintagma del misterio será provisorio, pero tendrá implicaciones que la conectarán con los nuevos dispositivos que atenderán las inconsistencias del modelo de la máquina del gobierno divino del mundo, es decir, a partir de las enmiendas de la máquina,surgen nuevas aporías que hay que mejorar, por lo que poco a poco, los primeros parches empiezan a desprenderse. El misterio de la economía sirve, en este breve lapso, para asociar, aunque sea por corto tiempo, las dificultades asociadas a la interacción de los distintos dogmas. Por el momento tenemos una concepción de oikonomía donde impera la noción práctica de la salvación, pero al mismo tiempo conteniendo una procesión interna en forma de tríada que no implica división. Esta practicidad tiene como fin la administración y gobierno de la creación y se da por medio de las hipóstasis que ahora está en la praxis (por eso digo que el sintagma del misterio cubre al otro). Esta alianza, al interior de la economía del misterio confiere, dota de coherencia al obrar de las tres partes pues al ser la misma en tanto ser no puede haber contradicción alguna en su obrar y es eso 135 precisamente lo que les da un significado a todos los eventos, le da un sentido, en suma, una historia. Por eso se dice que el cristianismo es una religión histórica, sobre todo porque confiere al tiempo un valor y sentido soteriológico o salvífico. La concepción histórica tiene su génesis bajo el paradigma económico. Para comprender esto no hay que pensar sólo en una oikonomía como una gestión para un fin, antes bien como se dijo una economía necesita un análisis; el mejor contexto para comprender bien la teología cristiana de la historia es cuando es vista a través de la fusión de los dos sintagmas. No obstante, esta historia tendrá que ajustarse al libre albedrío de los seres humanos37, pues como tal, la historia cristiana se afirma contra el destino pagano como praxis libre, como libre arbitrio de los hombres. Conciliar, pues, la gestión divina con la voluntad libre de los seres humanos, será la próxima encrucijada que tendrá que resolver otro dispositivo, pues como veremos, el dispositivo de la economía del misterio no lo solventará, aunque constituirá el eje a partir del cual deriven los demás. Esta libertad humana al coincidir con la administración divina, será misteriosa, pues para Agamben, es todo un misterio que alguien sea libre supeditado a una práctica de gobierno. El “misterio de la libertad”, es la otra cara del “misterio de la economía” (Agamben: 89). La primera acción con vistas a resarcir está problemática fue el dispositivo de providencia que, dicho sea de paso, tendrá consecuencias decisivas. Clemente es un autor que, entendiendo lo que estaba en pugna, precisa que la oikonomía no concierne sólo a la administración de la casa, sino a la del alma misma (Clem., Str., II, 22, 17 en Agamben: 90. 2008.) Para él, el cosmos entero está saturado de economías de modo que a cada cosa 37 Orígenes al respecto de la libertad humana dice: “Dios ha dispuesto todas las cosas individuales, de modo que ninguno de los espíritus o almas, o del modo en que se quieran llamar a estas existencias racionales, esté obligado a actuar contra la libertad de su albedrío, es decir de modo diferente a la inclinación de su mente [...] así los diversos movimientos se adaptan útil y adecuadamente a la consonancia de un mundo único (Orig., Princ., 2, 1, 2, p. 236. en Agamben: 89) 136 le es asignada su propia economía; desde la cosa más trivial hasta la más grande está dotada de economía. Pone especial énfasis en la economía del salvador cumplida en el Hijo. Es esta última la que reúne la economía y la providencia (prónoia). La historia humana, sólo puede llamarse así, por el sentido que le confiere el propósito divino, y este propósito se percibe en toda acción de la creación, pues su economía salvífica está integrada internamente en cada uno de ellas, sin excepción. Cuando hay un propósito y una economía que trata de conseguirlo tenemos providencia y, por esto, se diferencia de los mitos. Sin la providencia, toda historia relatada no conocería propósito o meta. Así se debe entender el siguiente pasaje de Clemente: La teología cristiana no es un “relato sobre los dioses”; es inmediatamente economía y providencia, es decir, actividad de auto-revelación, gobierno y cuidado del mundo. La divinidad se articula en una Trinidad, pero esta no es ni una “teogonía” ni una “mitología” sino una oikonomía, es decir, a la vez, articulación y administración de la vida divina y gobierno de las criaturas (en Agamben: 91). Para no perder el hilo de la discusión retomemos las cosas de la siguiente manera: el misterio de la economía tomó poco a poco dentro de sí a la economía del misterio, de forma que tenemos una procesión de tres personas celestes ejecutando una acción salvadora. La Trinidad no efectuaba corte en lo ontológico sino que, segmentando su gestión se nombraba de forma diversa, ya Padre, ya Hijo, ya Espíritu Santo. De esta forma, en conjunto, el tiempo es dotado de historia por dirigirse hacía un fin escatológico, ya que no hay contradicción entre la praxis de las tres personas. Todas estas acciones de administración tienen el nombre de Providencia en cuanto están conectadas al misterio de la economía, es decir a la procesión misteriosa que ejecuta la salvación. La idea de la “Providencia”, a su vez, trata de saldar la concepción del dualismo gnóstico entre un Dios ocioso y un demiurgo activo, pensando a Dios según dos modos de ser correspondientes al Padre y al Hijo. En el Padre se debe reconocer el modo de ser soberano y en el Hijo el modo de ser gubernamental. El misterio de la economía nace como una manera de sustentar las paradojas derivadas de la concatenación de las distintas doctrinas y dogmas con sus concomitantes exégesis. 137 La mezcla tenía por ingredientes: el unitarismo del judaísmo (su monarquía o soberanía), la proliferación gnóstica de las figuras del pléroma, así como la idea del demiurgo y el dios activo. La conciliación de todo esto estuvo a cargo del dispositivo de oikonomía que hace posible la conciliación entre el Dios trascendente, a la vez uno y a la vez trino, que asume el control para la cura del mundo fundando una praxis inmanente de gobierno cuyo misterio supra mundano coincide con la historia de la humanidad. Sólo si se le devuelve al paradigma económico todo su contenido es posible superar las contradicciones exegéticas y las divisiones que han impedido a los estudiosos y a los teólogos modernos situarlo en su verdadero contexto problemático (Agamben: 97:2008). 6.3- Ontología y praxis. El problema aquí es a las claras la creación del mundo y se lo puede enunciar así: al existir división entre el ser y el obrar, donde depositar la voluntad de creadora de Dios, irá en su ontología o en su praxis. Al parecer la voluntad de Dios es contenida en su economía alejado de su ser. Por lo que tenemos, según ven los teóricos, una figura como la del demiurgo. Problema de la creación. Esta praxis no dependa necesariamente del ser ni se fundamenta en él, sino que es el resultado de un acto libre y gratuito de la voluntad divina. Lo que está en cuestión, es el fundamento de esta práctica, pues si la praxis se separa de la naturaleza divina, Dios no quiere salvar a nadie, entonces la oikonomía carecería por completo de objetivos y metas, no tendría razón de ser. La voluntad sólo puede significar falta de fundamento en la praxis, es decir, en el ser no hay ningún fundamento para el obrar (103: 2008). Para Agamben, los mismos autores que elaboraron el dispositivo económico, preocupados por evitar el politeísmo, ahora remarcan con ahínco la heterogeneidad de la naturaleza y la voluntad divina e incluso la llevan al extremo. Al respecto, en Tomás y San Agustín se reúnen elementos de pensamiento de otros autores por los que son influenciados y con los cuales radicalizan la cesura entra ser y obrar. Por ejemplo: Benz y Valentino heredan sus elementos a Victorino, y este los pasa a Agustín, con los cuales arma su concepción de la Trinidad. Benz decía que en la construcción de una metafísica de la voluntad en la filosofía occidental convergían elementos neoplatónicos (la voluntad 138 como potencia y bien que se quiere a sí mismo). En Valentino, la voluntad es vista como “autobouletos boule” o voluntad que se quiere a sí misma. Esto llega a Tomás, quien identifica en Dios, esencia y voluntad, pero lleva la concepción al límite. Ya que lo que la voluntad de Dios quiere es su propia voluntad, siempre se quiere a sí misma. Si la voluntad no apunta a otra cosa que a su propia naturaleza, el ser queda en segundo plano, ni se le voltea a ver y la desunión entre ser y praxis es más evidente que nunca. El mundo nunca tuvo fundamento y por lo mismo no tiene un fin (Agamben: 105. 2008). Así la Trinidad que pretendía conciliar los distintos dogmas religiosos en función de un imperio bien ordenado bajo la idea de la no división en la ontología sino en la praxis, despoja al ser divino de voluntad de obrar. La praxis es un reflejo automático sin fundamento. Sólo si somos capaces de ver esto se puede comprender la controversia que existía entre el arrianismo que dividió fuertemente a la Iglesia en el IV y VI. El problema es el arche del Hijo, figura que según el misterio de la economía era de igual status de naturaleza, pero desigual en la praxis según los modos de ser divinos. Pues bien, el Hijo tenía que ligarse de alguna manera al ser divino, o de lo contrario su acción no tendría sentido. Por lo que en realidad lo que está en juego en el debate, no es tanto si Jesús es un ser anarchos, es decir, si tiene un inicio 38, o si es intemporal como Dios, ni tampoco es un problema no sólo de grado, sino que lo importante es saber si el Hijo (la palabra, el logos, la praxis) está fundado a partir del Padre, si se origina de él, o si es sin principio, ánarchos. Problema de justificación del gobierno. Aquí tenemos una situación muy difícil. Si se funda el Hijo en el Padre, dicho fundamento tendría que ser de algún tipo que no contenga un acto expreso de creación por parte de Dios, pues esto aniquilaría la igualdad que se necesita para que la Trinidad pueda ser cabalmente pensada en los términos trinitarios. Si es sin principio, igual que Dios, tal 38 Tanto Arrio como sus adversarios acuerdan, de hecho, en afirmar que el Hijo ha sido engendrado por el Padre y que esta generación ha ocurrido “antes de los tiempos eternos”. Arrio se ocupa de precisar que el Hijo ha sido generado áchronos, intemporalmente (Agamben: 106:2008). 139 como lo considera este esquema que ve en Dios una fractura entre ser y praxis, tampoco el hijo tendría objetivo, pues como ser ánarchos tiende a ser lo mismo que el ser del Padre, esto es, no gobernar, con lo cual su misión no se entendería. Lo que está en juego es justamente esta aporía. Arrio, la trata de enfrentar, pero no de forma muy satisfactoria. Partiendo del conocimiento de un único Dios, sólo engendrado, sólo eterno, sólo ánarchos, argumenta que algo creado directamente por Dios, por ser hechura del todo poderoso, obtiene su misma naturaleza. Con lo cual el modelo podría perfectamente calzar en el esquema del misterio de la economía y, lo que en principio fue obra expresa del Creador, rápidamente se afirmó en su ser al resultar de idéntica naturaleza. En sus palabras tenemos: el Hijo, que ha sido generado por el Padre, primero y fuera del tiempo, tiene sin embargo su arche en el Padre, su principio-fundamento, y de él recibe el propio ser (Arrio en Agamben: 106: 2008). Pero rápidamente esta tesis tuvo sus detractores y un grupo de padres reunidos en Sárdica por Constantino expresaron su descontento aludiendo que algo que tiene principio no puede existir absolutamente, como Dios, quién es absoluto. Hay sin embargo una tesis: la nicena, que mostrará su coherencia con la doctrina de la oikonomía. Argumenta que la administración o gestión del mundo no está contenida en el ser, sino en la praxis divina, pues como decía Tomas: “Dios no actúa en tanto su naturaleza, no actúa en tanto ser”. Su voluntad, alejada de su propia constitución, anida y vive en su praxis, de tal suerte que todo cálculo o análisis no provenga de la parte ontológica, sino de su parte ejecutora. ¿Cómo una parte práctica puede resolverse a efectuar análisis? Esta tesis es gemela del misterio de la economía o su continuación: así como el Hijo no está fundado en el ser de Dios para no dividir a la divinidad, sino que de manera misteriosa representa un modo de ser divino, así también, misteriosamente en la praxis hay capacidad de cálculo. De esta forma se pretendió saldar la cesura entre ser y economía (praxis). La economía griega consistente con la buena disposición de las relaciones dentro de la casa y aún en otros recintos, fue transportada a la pastoral cristiana para señalar la gestión comprometida con la salvación de los individuos después de su caída, a través proceso 140 que iría revelando en los acontecimientos señales de que se estaban cumpliendo las profecías salvadoras. Poco a poco la actividad sincrética adquirió matices diferentes a esta noción oikonomica hasta trocarla en “misterio de la economía”, la cual refería a la buena disposición de las tres personas en la divinidad, de tal manera de que fuesen una sola persona. No había separación sino sólo era un modo de ser económico. Pero esto trajo el problema de separar en la divinidad la ontología de la praxis, y concomitante a esto el problema de que, si la praxis se ejercía sin la naturaleza divina, no habría propósito alguno para esta, y por añadidura, que Dios no se interesaba en el mundo. Pensar una praxis dotada de análisis, no hacía otra casa que agravar la cesura ya marcada entre ellas y la posibilidad de que abrir el debate ya contenido dentro de las entrañas la Trinidad: el del demiurgo que se hace cargo del mundo y un Dios ajeno al mundo. Recordemos que la actividad que se realizaba era genuinamente sincrética, era una actividad ecléctica y surge de la necesidad de que al aglutinar todos los dogmas se pudiese caer en el politeísmo. Roma imperial heredera de las doctrinas griegas se las tuvo que arreglar con una compleja concepción económica a fin de procurar la expansión del imperio. Hipótesis: La Trinidad lleva al extremo la separación no de la sustancia, sino de la economía para proyectar en el mundo la necesidad de una auto-reproducción sin fin. El problema del arche de Cristo representante aquí de la praxis o economía, hace que su ejecución no tenga propósito y fin: lo que no tiene principio no tiene fin. El mundo en la actualidad pensado según los estándares del postmodernismo tiene aquí sus inicios. Dicho de otra forma, la fractura que forma el polo ontológico y el gestional con su concomitante y aparente falta de conciliación hace comprensible en nuestra cultura la relación entre el gobierno y la anarquía. El gobierno no como desorden, al contrario, hay un orden sumamente pensado, sin embargo, aunque muy ordenado, será un gobierno muy peculiar, pues no tiende a ningún fin. Lo que no tiene principio tampoco tiene final y por lo tanto, podríamos decir como Foucault, el gobierno se desarrolla en un tiempo abierto. En nuestra tradición política sólo será posible repensar el problema de la anarquía cuando se tome conciencia del secreto nexo teológico que une al gobierno y a la providencia (Agamben: 121: 2008). El gobierno es una anarquía y esto entiéndase, no como falta de orden, sino como competencia tendiente a auto-renovarse al infinito. 141 Reforzada la cesura entre ontología y praxis, el anarquismo del polo de la economía establece la necesidad de un gobierno. A partir de ahora, su legitimación se convierte en el problema decisivo (Agamben: 119. 2008). Ya se comenzaba a tener conciencia de esta necesidad de gobierno en un mundo sin arche. Por ejemplo: Moing, apegándose a la doctrina trinitaria, ve un único Dios (a la vez trino) pero con su economía y sugiere que la traducción más exacta de unicus deus cum sua oikonomía [un único Dios con su economía], sería acaso “un sólo Dios con su gobierno. Gobierno en el sentido de gestión ordenada (controlada) para un fin, para un propósito, pero con un nuevo ingrediente implícito: gobierno ejecutado a través de la designación de ministros, los cuales legitiman su ejercicio en tanto que es una emanación de la potencia real pero que no se identifica con ella. La autoridad, como tal, es por designio divino, pero su ejercicio depende enteramente de la competencia de los hombres. Lo que se verá a continuación es la justificación de ese gobierno. La cesura entre ser y economía se repara mediante un sistema inferior y secundario de gobierno, una delegación de ministros que se encargarán del gobierno. La tesis de Schmitt aquí podría fracturarse por completo pues, aunque la política humana es una teología, lo es sólo del lado de la praxis. Sin embargo, esta es sólo una lectura temporal ya que la máquina del gobierno divino del mundo tendrá otros cruces que irán entrelazando los dos polos formando un sistema dual bipolar (Agamben: 120. 2008). 6.4- Los dos polos de la máquina: reino y gobierno. Habíamos mencionado que la conexión entre Peterson y Schmitt era mucho más íntima de lo que se apreciaba a primera vista. Había un “no dicho” entre ambos. Dado que los dos eran profundamente católicos, lo que estaba en juego en sus debates, era la concepción katechónica que frenaba la escatología. En Schmitt aquello que retrasaba la parousía era el imperio mundano. Existía la necesidad de diferenciar entre el imperio sagrado del usurpador, es decir, al amigo del enemigo. En Peterson era la no conversión de los judíos, misma que traía la Iglesia. La Iglesia en Peterson es la anticipación cultual que tienen los hombres para con el reino divino. En este entendido, es que Agamben dice que Peterson estaba confundido y no sabía lo que decía. En ambos casos, aquello que 142 puede llevar la redención hasta el último rincón de la Tierra es la Iglesia, la verdadera Iglesia para ser exactos. No obstante, todo se venía abajo porque en sus inicios, la Iglesia en sus entrañas contenía una especie de politeísmo que cercenaba drásticamente la conexión de Dios con la salvación que proclamaba la Iglesia. Fue ahí que una compleja concepción oikonomica nace para hacer frente a la división ontológica que introducía la Trinidad. La economía es el control de la casa, su administración o la armonía que se desprendía de la disposición bien ordenada de las cosas, tal como pasaba en el barco fenicio de Jenofonte. Sin embargo, esta concepción cambio cuando se introdujeron elementos que apuntaban a la ordenación de un cuerpo o un elemento, como la oración o la misma constitución corpórea de los hombres. Fue en ese momento, cuando la Trinidad encuentra a su aliado perfecto, el “misterio de la economía” para justificar una procesión de personas dentro de la misma divinidad que aliviará el problema a resolver de los sistemas imperialistas. Problema puntual: conseguir la estabilidad mientras se anexan territorios con diversos dogmas. Conciliar politeísmo con monoteísmo. Después, con la introducción de elementos gnósticos y estoicos, la Trinidad se constituye como consustancialidad de las hipóstasis donde no hay división en tanto materia o sustancia; las emanaciones o entidades divinas derivadas de la actividad del Dios supremo no tienen una auténtica realidad en sí mismas, sino más bien son extensiones intra-divinas que habitan dentro de su ser sin corte y, por ende, la economía sería la administración o gestión de estas emanaciones o procesiones. Estas reformas en la concepción economía cambiaron el sentido de la actividad salvífica, es decir, la economía de la salvación sufrió modificaciones. Ya no es la forma en que un Dios administra las vías más prácticas para que su creación obtenga la redención a través del develamiento de los secretos en el tiempo, sino que ahora, quien tiene que administrarse primero es Dios para así extender su mano a la humanidad. El sintagma “economía de la salvación” es trastocado y su nueva configuración atiende al nombre de “misterio de la economía”. Misteriosa porque era un ser trino y, sin embargo, uno. Uno en tanto esencia, pero convertido o auto convertido en tres según su economía, una 143 economía interna que ordenada sus propias disposiciones internas. Además, si se proponía extender auxilio a la humanidad, no sería en su modalidad soberana, sino en su praxis encarnada en el logos. El “misterio de la economía” no era la revelación de los tiempos divinos que abrieran paso a la promesa escatológica, sino era la disposición de un Dios trino, y sin embargo único, que desplegaba su potencia en forma de emanaciones para la salvación. Potencia desplegada según los modos de ser divinos. El Hijo es la modalidad de la voluntad divina interesada en conferir una salvación a la naturaleza caída y corrompida de su creación. Todo bien hasta aquí, pues parecía que el sincretismo encaminado a obtener el imperio mundial había encontrado un dispositivo que conciliaba los distintos dogmas, empero rápidamente esto se vino abajo cuando se pensó en el fundamento del logos. La cuestión emanaba de la controversia del pasaje de Juan 1:1: “En el principio la Palabra era, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era un Dios”. Del pasaje puede extraerse una interpretación apresurada que de origen a dos dioses. Concepción que, dicho sea de paso, mortificó a la humanidad por siglos y que dio a luz al diteísmo que nulifica nuevamente la máquina del gobierno divino del mundo. Dios era el principio sin fundamento. Si el Hijo era una creación expresa de la voluntad de Dios, el Hijo sería inferior y la hipóstasis o las emanaciones serían incompatibles con la noción de la consustancialidad. Si el hijo fuera sin fundamento tendría la misma categoría que Dios y habría dos dioses tal como en la concepción del Dios creador y el demiurgo. En un contexto donde hay dos posibles lecturas que no concuerdan con la Trinidad: el diteísmo y la jerarquía divina (el Hijo como creación de Dios) nace la tesis según la cual el Hijo no es creación de Dios en tanto su naturaleza, es decir, su esencia o su ser, sino que es sólo una distinción en cuanto su praxis, su economía o su voluntad. El Hijo ha sido creado (creo más conveniente decir que no se trata de una creación sino de una distinción de Dios en cuanto actividad) sin fundamento igual que Dios, pero no por Él en tanto naturaleza, sino en tanto su economía. Una acción libre y voluntariosa fue lo que engendró las hipóstasis y esta no concuerda con la sustancia sino con la praxis divina. La voluntad de hacer gestión en Dios, separada de su naturaleza, se muestra como Hijo 144 sin producir fractura en el ser, pero la cesura que se quería evitar precisamente en el ser, ahora es reintroducida entre su esencia y su acción, entre su ontología y su obrar, porque al parecer existe una voluntad que no tiene que ver con la esencia divina. Los modos de ser divinos, están por consiguiente, en la gestión y ahora son misterio económico ahora potenciado, pues ¿cómo pensar una voluntad que no está en la naturaleza de Dios? De esta división entre ontología y praxis resulta que “el rey reina, pero no gobierna”, crea, pero no mantiene. Esta problemática no tiene lugar en la concepción de Aristóteles pues el motor inmóvil tanto crea como provee. Este motor es el principio trascendente de todo movimiento que guía al mundo como un estratega su ejército. Sin embargo, cuando están separadas la ontología y la praxis, Peterson observa, que al creador se le puede comparar con un titiritero que permaneciendo invisible, mueve su títere con los hilos, así como lo hace el gran rey persa quien escondido en su palacio, gobierna el mundo a través de las filas innumerables de sus ministros y funcionarios. Peterson, con este argumento, trata de justificar el gobierno del mundo: Dios es el presupuesto por el cual la potencia actúa en el cosmos y precisamente por esto él no es potencia, otra vez: “el rey reina, pero no gobierna” (Peterson 1, p. 27. en Agamben: 128: 2008). La distinción es entre ousía y dýnamis, esencia y potencia, lo cual vendría a ser equivalente de ontología y praxis. El aparato administrativo por el que los soberanos terrenales conservan y gestionan su reino se transforma en el esquema del gobierno divino del mundo. Dios tiene entonces su aparato administrativo para la gestión de su casa, para conferirle orden y procurar la salvación. No obstante, Agamben advierte que la potencia de Dios y el aparato burocrático no deben exagerarse hasta el punto de separarlos completamente de su ser (129:2008). Como ya se advertía hace un momento, la separación misma de la praxis y la ontología presupone la necesidad de un gobierno y, este se manifiesta por medio del aparato burocrático a imagen de los ministros de Dios: los ángeles. El aparato burocrático, o la bestia magnífica del Leviatán son arquetipos originados de la mente divina que no tiene corte en su economía. El gnosticismo como bisagra entre el gobierno divino y el terrenal. La imagen del ministro que aquí conecta nuevamente el gobierno celestial con el terrenal, también es en Foucault la figura que funge como bisagra entre el mecanismo 145 disciplinario y el dispositivo de seguridad. El aparato total de la burocracia conecta en un sentido que va de abajo para arriba, lo inmanente y lo trascendente. A partir de ahora, el problema de Agamben es determinar de qué lado provine el modelo del aparato burocrático. Por una parte, está consciente del modelo del rey persa Jerjes, quien no despachaba los asuntos directamente, sino que tenía una administración que podía llevar a cabo su voluntad aún a falta de su presencia. De lo cual se extraía lo siguiente: “si es indigno pensar que un rey terrenal debe de gastarse en todos los aspectos de su Estado, lo es todavía más en Dios”. Curiosamente con la fórmula del “rey reina, pero no gobierna” con la que Peterson trataba de afirmar la imposibilidad de la teología política de Schmitt, pues como vimos, Dios gobierna según su economía, según sus modos de ser apartados de su naturaleza, de su ser, de su titularidad, por lo que la administración no está en la soberanía divina. Pero, según comenzamos a observan, esta separación es sólo aparente, pues su distancia significó la necesidad de volver a reunirse en cuanto la separación presuponía la necesidad gubernamental a imagen y semejanza de la administración que tiene Dios en la bóveda celestial. Es por eso que Schmitt en su réplica a Peterson, utiliza la misma fórmula “el rey reina, pero no gobierna” para puntualizar que Peterson en lugar de aniquilar la concepción de la teología política, la acentúa más, haciendo de esto el aporte más interesante a la teología política. Lo que Peterson trataba de separar, lo vuelve a unir. Para Agamben la verdadera contribución lejos de ser la imposibilidad de la teología política, es haber sabido ver la analogía entre el modelo político liberal que separa reino y gobierno y el modelo que teológico que distingue entre arche y dýnamis (136: 2008). La analogía es con el modelo liberal ya que lato sensu es la concepción del Estado contrapuesta al Estado absolutista, y por tanto, se le adjuntan poderes y funciones limitados. La analogía es correcta sólo si pensamos al liberalismo contraponiéndolo a la fórmula “el Estado soy yo” estandarte del absolutismo, donde permanecían juntos el reino y el gobierno. Suena muy paradójico, pero la máquina del gobierno divino del mundo trabaja separando sus polos y volviéndolos a unir. 146 Schmitt ve la unificación de estos dos polos como una necesidad, ya que el llevar al extremo las concepciones es riesgoso, pues alargaría el katechón indeterminadamente (no existiría una Iglesia buena a la que supeditarse los individuos). Si recordamos el imperio mundano es para él, el efecto retardante. Si el imperio enemigo conquista el mundo, la gestión coincidiría con la distinción entre auctoritas y potestas. La primera es la capacidad de crear, de producir; la segunda es un ejercicio de mantener de ejercer. Toda soberanía viene de Dios, pero la potestas es una forma de poder que se desprende de su agente constituyente y se da la misión de mantenerse, de reproducirse. El ejercicio de una potestas alejada de su agente constituyente parece ser la ruta que obstinadamente toma la máquina del gobierno divino del mundo. Aunque al final, parece ser que eso es parte del designio divino: el mundo como sin Dios. Uno de los ejemplos más emblemáticos de la separación entre auctoritas y la potestas es quizá el tercer Reich. Adolf Hitler encarna una nueva figura denominada “führung” que se debe distinguir del gobierno tradicional. En el pastorado de la Iglesia católica el modelo moderno del gobierno está vinculado a la máquina del gobierno divino del mundo, pero en el “führen” (el conductor) la figura no está vinculada al orden celeste. Su pastorado se vuelve sin fin, o mejor, sin fin trascendente. Por lo mismo, en el esquema pastoralgubernamental, el pastor permanece absolutamente trascendente con respecto del rebaño, mientras que la figura del “führung” permanece absolutamente inmanente, en una igualdad de especie (Schmitt en Agamben: 137: 2008). El modelo como no está vinculado al celeste tiene que tener un criterio que distinga lo malo y lo perjudicial de lo bueno. El concepto de raza, con el que politiza al pueblo, es el único modo posible que haciendo de la igualdad de estirpe el criterio, separa al extraño del igual, designando al enemigo del amigo. El modelo económico aquí se lleva a un esquema eminentemente político. Esta separación entre ontología y praxis también se observa en la literatura, puntualmente en el ciclo narrativo de la Mesa Redonda con la figura del rey herido y mutilado, que contiene entre muchas cosas un mitologema auténticamente político que puede leerse como la soberanía dividida e impotente. En esta narrativa, el rey no ha perdido nada, le pertenece su trono en legítimo poder y todos le siguen considerando como su soberano, 147 pero se encuentra en una condición de separación con respecto de sus poderes y actividades y, por eso, reducido a la impotencia. Mientras es confinado a su habitación, sus ministros ejercen el gobierno en su nombre (Agamben: 125: 2008). Aquí, otra vez, el aparato administrativo es la bisagra que conecta los polos de la máquina, pero no es, en primera instancia, el aparato administrativo el puente, sino lo que este presupone: el orden. “Por esto el universo ha sido llamado cosmos [orden] y no acosmia [desorden]”. Heinrich Dörrie estudiando el excursus esotérico de la segunda carta platónica (o pseudoplatónica), distingue un “rey del todo” (pánton basiléa) causa y fin de todas las cosas y un segundo y un tercer dios, en torno a los cuales están las cosas segundas y terceras (en Agamben: 129: 2008). Numenio por su parte desarrolla un modelo que no es solamente gnóstico sino que contiene elementos del antiguo y medio platonismo. Por lo mismo, contiene dos o tres figuras divinas distintas pero coordinadas, sincronizadas y presentados como complementos necesarios entre ellos. El demiurgo es comparado al timonel de un barco que consulta al cielo para recibir guía y orientación en su función de conducción: “contempla, en lugar del cielo, al dios más alto” (fr. 18: ibíd.). Esto hace pensar que existe una sincronía en los dos polos y que forman un complejo sistema funcional entre el demiurgo y el ser Creador, tal como la oikonomía cristiana ha asumido en su gestión; un Dios Creador que tiene ante sí a un mundo que se ha vuelto corrupto y obtuso y un Hijo que provee el escape. La oikonomía así, mediante el orden, tiene una trascendencia y una inmanencia que se articulan formando un único sistema máquina, a la vez cosmológico y político. Aristóteles indaga en el modo en el cual la naturaleza del universo posee el bien y lo óptimo: si como algo separado o como un orden. La trascendencia es según la separación y la autonomía, mientras que la inmanencia es el orden, la relación recíproca entre la materia y las cosas. Si la relación entre ambas es benigna, tenemos el orden. En efecto, toda la naturaleza posee el bien como un orden. La naturaleza es una economía, pero no en sí misma, sino a causa del comandante, pues el orden no existe por sí sólo, sino que tiene su existencia a causa de este. En la naturaleza, Aristóteles sostiene que hay algo que conecta todo ordenadamente y, este algo, es indudablemente ese motor inmóvil que 148 provee de su naturaleza a cada cosa. El principio que los dirige [arché] es para cada uno su naturaleza. Este esquema, no obstante, es monárquico, no existe división entre un ser y su obra. Sin embargo, la idea de la naturaleza es totalmente económica. Agamben ve aquí la formación y herencia del modelo topográfico de la maquina bipolar. Toda criatura está en relación íntima con el primer motor y, por esto, no actúan por azar, sino que son provistos por un principio de movimiento que une tanto al motor como a las criaturas en un sistema binario gobernado por un único principio: el orden. El orden es una forma relacional entre las partes, y no una sustancia. La naturaleza es óptima y posee el bien cuando está en orden. La idea de Providencia está ausente en Aristóteles, es decir, la idea de la provisión que brinda el motor a la naturaleza, pero lo que sí ha realizado Aristóteles de una vez y para siempre, es legar a la política occidenta el modelo del régimen divino del mundo como un sistema doble, formado por un arche trascendente y por un curso inmanente de acciones y causas segundas (Agamben: 149: 2008). En resumen, estos modelos, tanto gnósticos como escolásticos, dan al mundo Occidental una distinción entre Reino y gobierno, creación y conservación. En los gnósticos Dios crea pero es indiferente al mundo. Mientras que el demiurgo se encarga de la gestión de la creación siempre consultando o volteando hacia arriba para consultar la dirección que se debe tomar. En Aristóteles, el bien de la naturaleza es según el orden que se descifra en ella misma. El orden es causa del primer motor que ha investido todo, de tal manera que todo permanece en armonía; un primer motor eterno e inmóvil que provee a su creación que esta fuera de él de una fuerza o principio trascendental que hace posible el orden entre la creación. No obstante, la creación ha sido configurada de tal forma que la lectura del orden impreso en las cosas no indique causa expresa del mandato divino, sino que responde a una naturaleza inherente a las cosas. Reino y gobierno, creación y conservación están relacionados funcionalmente, pero por más enfrascados que estén uno del otro, nunca desaparece la distinción entre ellos (Agamben: 165: 2008). La configuración que se origina y establece responde a una necesidad de conveniencia y benignidad relacional. Desde esta postura el orden no es 149 obra de Dios y, sin embargo, Dios es fundamento del orden y de ello se deriva que Dios este presente y actué en el mundo. De la idea de la naturaleza deviene la idea de providencia y de esta el orden. Sólo de un esquema relacional entre ambos polos puede derivar la idea de un complejo aparato burocrático como emanación de la potencia divina, a imagen y semejanza de la burocracia angelical que ministra a Dios. El orden es, en última instancia, lo que emana del ser divino, su presupuesto. Dios fundamento estructural del orden pero dejando la competencia a los seres que a delegado, de ahí que el orden no es obra de Dios, pero Dios es fundamento del orden. Sin embargo, como ya se hizo costumbre, cada nueva enmienda resulta en una nueva abertura que hay que resarcir. En esta nueva etapa se revelan nuevos dispositivos como el orden y la providencia, conceptos que hacen frente a la pregunta referente a la omnipotencia divina y a la provisión que Dios tiene en el mundo. Pero, entonces ¿por qué parece que el mundo está hecho como una tragedia, donde la maldad reina, si Dios participa del orden? Si Dios cubre todo con su providencia, algunos bien pueden decir que el hombre es un simple robot que no tiene remedio más que acatar lo que la voluntad de Dios anhela. Averroes lo pone de esta manera: Hay algunos que afirman que no hay nada que Dios no cubra con su providencia, ya que Dios, en su sabiduría, no puede dejar nada sin providencia, ni hacer el mal. Otros cuestionan esta argumentación afirmando que ocurren demasiadas cosas malas: Dios no podría brindarles su apoyo. Llevada al extremo, esta teoría llega a sostener que hay dos dioses: uno creador del mal y uno creador del bien (en Agamben: 150. 2008). Esta íntima conexión se afirma en Agustín después de interpretar y sacar sus propias conclusiones del versículo de Génesis 2:2 el cual dice: “Dios descansó en el séptimo día de todas las obras que había hecho”. Para Agustín el mundo no podría seguir existiendo un sólo momento si Dios le sustrajera su gobierno. Los hombres están en el mundo sólo en la medida que Dios efectúa su operación. Sólo a través de su disposición es que vivimos, nos movemos y existimos. Si Dios no ha dejado ni un sólo día la obra de gobierno, es porque de hecho su praxis se ha encargado de ello, no así su ontología. Esto se afirma a las claras cuando sostiene que el ser de las criaturas depende íntegramente de una praxis de gobierno. Además, siguiendo la tradición Aristotélica, el modelo de Agustín 150 puede llevar la praxis a la misma esencia de Dios y con eso seguir confirmando el sintagma del “misterio de la economía”: Dios es orden en su naturaleza. Si la bondad o lo bueno que hay en el mundo deriva del orden inmutable que se percibe, el cual es hechura del primer motor, en su adaptación al cristianismo, el orden es por la mano de Dios, pero para que Dios procure orden, él debe ordenarse primero. Este ordenamiento se percibe por la procesión que hace de sus hipóstasis. El orden interno es la táctica que facilita la extensión al orden externo. Al respecto de la creación del mundo, Agustín menciona que la medida, el número y el peso: el orden, no pueden ser cosas creadas pues, aunque están contenidas en las cosas, tuvieron que estar fuera de las cosas, y están en Dios o coincidentes con él. La procesión de las tres personas en Dios a cuenta va del orden, pero Dios no puede ser sólo medida, número y orden, en el sentido de lo que estos términos definen en las cosas creadas. Dios en su omnipotencia rebasa esas concepciones. Dios en cuanto orden, es ordenamiento, es decir, praxis de gobierno y actividad que dispone la medida, el número y el peso de las cosas. En la medida en que Dios es ordenamiento, el orden significa la disposición de él dentro de las cosas, puesto que la actividad que ordena precede al orden que establece. Orden inmanente y orden trascendente remiten una vez más el uno al otro, en una paradójica coincidencia (Agamben: 160. 2008). Para Agustín que Dios descansará en su séptimo día quiere decir que su naturaleza de cualquier forma se hizo cargo del gobierno a través de sus emanaciones, a través de su economía que se separó pero que no puede mantenerse aislada de su ser. Dios sigue encargándose del mundo económicamente hablando, por medio del orden la medida y el peso, por medio de una estructura. De este análisis se desprende que el orden es su desplazamiento describe y revela una signatura. El orden es una signatura que remite el orden terrenal a la figura divina. Gracias a la signatura orden, sustancia y relación, ontología y praxis entran en una constelación que representa el legado específico que la teología medieval transmite a la filosofía moderna. Por otra parte, Tomás, analizando el problema de la naturaleza en Aristóteles (del que se desprendía el modelo que más adelante sería el providencial) se percata del doble carácter 151 que define al orden. Ordo por un lado hace alusión a las cosas en relación a Dios y por otro lado, al orden de la creación y todo lo que contiene entre sí; un orden recíproco entre ellas. Hay una doble relación del orden: una de Dios con su creación, y otra que consta de la relación de cada cosa creada con otra cosa creada (Agamben: 151: 2008) El tratado latino conocido como [Libro de Aristóteles sobre la bondad pura] emprendió la tarea de unificar ambas concepciones a favor del esquema que ya conocemos: reino y gobierno. En el tratado, Agamben ve en ciernes el modelo de la máquina providencial del gobierno divino del mundo. Lo que está en discusión, es la forma en que un principio trascendente puede tener su influjo y hacer efectivo su régimen sobre el mundo, lo que es básicamente el problema que había en Aristóteles de los dos órdenes y su solución mediante una doctrina de las causas. Tomando todo esto, Tomás intenta coordinar y articular esos dos niveles. El primer consta de construir una jerarquía que, a decir verdad, era un paso más intuitivo que otra cosa. Bien de ahí tenemos las causas primeras y las segundas. Lo que le restaba al autor era establecer las relaciones entre ambas: “Toda causa primera influye sobre lo causado por ella más que la causa segunda”. Pero si esto es así, entonces francamente la tarea que dividió a las causas en primarias y secundarias es un completo sin sentido, pues si la causa primera se entromete con el cometido de la segunda y de manera más efectiva, es decir, si está puede todo lo que puede una causa segunda, sería mejor dejar sola a la primera pues “la operación según la cual el efecto es producido por la causa segunda, es más causa de la primera que de la causa segunda” (Tomás en Agamben 167: 2008). Además, este argumento todavía es reforzado por el entendimiento de que en cuanto más primaria es una causa eficiente, tanto más grande es el número de las cosas a las que se extiende su virtud. Y dado que, según Aristóteles, el motor inmóvil es causa de todo efecto, por eso mismo podemos llamarle también la causa más primaria. En el cristianismo, esta misma cuestión es adjuntada a Dios, causa principal de todo movimiento. Una causa primera que le quita su cometido a la segunda parece no encajar de manera satisfactoria, lo que sin duda rompería con la concepción económica del Dios trino, pues 152 su gestión esta como en Aristóteles, directa. La aporía es que las cosas ordenadas no son más que la expresión de la divinidad. Pero aquí vuelve a aparecer la conexión en el momento mismo que el cisma parecía completarse y, donde la Trinidad parecía esfumarse. Bien, es cierto que las cosas son ordenadas por Dios, pero ¿Para qué? La respuesta será para que se salven los hombres y, Dios no puede salvarlos, sino su propio arbitrio. Al hombre le pertenece su salvación. Entonces la relación sigue siendo recíproca. El orden tiene contenido en cuanto que Dios ordena con miras a un fin: el sentido del orden inmanente no es sino su relación con el fin trascendente. Ordo ad finem” [orden en relación al fin] y “ordo ad invicem” [orden recíproco] remiten el uno al otro y se fundan entre sí. El gobierno del mundo resulta así de la articulación de una jerarquía de causas y órdenes. (Agamben: 16: 2008). Lo hombres tienen a su carga la gestión de ellos mismos si es que quieren salvarse. Si esta competencia se ejerce de manera ordenada o buena, la pueden alcanzar, pues Dios ha impreso en ellos el orden al que deben tender, el cual, resulta en su conveniencia. Otra vez, la causa primera establece la estructura a la que las causas segundas se pueden amoldar. Esta reciprocidad entre los órdenes deja sin contestar la pregunta de ¿Cuáles son las causas segundas? Que aunque en una definición indeficiente se proponen como aquellas que la causa primera podría, no responden entones la siguiente cuestión ¿cuál es su necesidad? Esto se contestará poniendo de fondo y analizando ¿qué es lo que Dios no puede hacer y por qué? ¿Habrá algo que en su omnipotencia que Dios sea incapaz de hacer? La respuesta a esta cuestión es afirmativa, aunque nada tiene que ver con la falta de potencia en Dios. Para comprender esto tenemos que remitirnos nuevamente a la cuestión del gobierno. Gobernar significa dirigir las cosas a determinado fin, ordenarlas y disponer sagazmente de ellas para alcanzar dicho cometido; controlar. Además, dijimos que su origen es la oika griega de donde se derivan concepciones como el barco fenicio de Jenofonte. Una buena disposición de las cosas es presidida por un análisis que brinda la opción más ventajosa de entre un universo de posibilidades igualmente disponibles. Una vez analizadas todas las posibilidades, se procede a la toma de decisiones. Cuando un modelo es abordado por la omniconsciencia divina se sobreentiende que ha sido seleccionada la mejor opción de entre todas para hacer el mejor de los mundos posibles. 153 Nada debió pasar desapercibido. La caída fue prevista según su omniconsciencia, así como la salvación y la forma de conseguirla. Todo en un mismo cálculo, todo con la misma anticipación. Al menos esto es lo que se debe entender si se quiere llegar a lo que sigue. Si Dios ha establecido el mejor plan que jamás se haya ideado; una sola enmienda colapsa el modelo. Dios no puede ir en contra de su decisión. Se sigue entonces que hay sólo dos operaciones de Dios en el mundo, al menos grosso modo: una que instituye el mundo y otra que lo gobierna. En el mundo de naturaleza caída (el terrenal), estas operaciones existen de igual forma, aunque la primera no le pertenece a todo soberano. Como bien explicaba Foucault, un monarca puede que heredar su reino, ganarlo en batalla, regalarlo o simplemente comprarlo. Lo que importa es que recibirá una ciudad ya instituida, una ciudad con la necesidad y urgencia de ser gobernada y, por lo tanto, de ser conservada. Empero la función del gobierno sólo se conoce revelando la racionalidad del acto constitutivo o del soberano primero. A Dios le pertenece la constitución del mundo o, lo que es lo mismo, el orden de las causas primeras, el cual ya tiene las directrices de las causas segundas. Las causas segundas pertenecen a la relación que tienen entre sí las cosas creadas y la forma en que se desenvuelve en interacción. Lo realmente fascinante y lo que realmente explica la jerarquía de los órdenes es lo siguiente: Este dispositivo del orden que, en primera instancia, parecía disociar la noción de un Dios Trino, pues con Aristóteles eso es imposible, nos decía que el orden ha sido establecido por Dios para un fin, movimiento que redirigía el orden a Dios y con el cual se podría hacer mención de su orden interno. La Trinidad es la táctica dosificadora de la omnipotencia de Dios y el regulador y hacedor de un gobierno ordenado y no arbitrario. Como dice Agamben, esto equivale a distinguir en Dios, entre potencia absoluta y potencia ordenada. La última es la piedra angular del gobierno divino del mundo (187: 2008). Explico: Dios en su magnánimo poder es capaz de todo, su poder es sin igual y para regularlo y no irrigar todo con su inmenso poder, necesita una dosificación. Esto hace posible su plan y le ayuda a no ir contra sus propios decretos; no puede ir en contra de lo que ha establecido. Dios es impotente en cuanto a cambiar lo que ya estableció y su 154 oikonomía interna es esa llave maestra que lleva a cabo lo que ya concertó, valiéndose, además, de unas cuantas miríadas angélicas, como aparato administrativo. El segundo orden hace entonces la ejecución ordenada de un gobierno del mundo, no porque Dios no lo pueda hacer, sino porque es la forma más efectiva de realizarlo. Como uno no riega una maceta pequeña abriendo un gran canal, sino con una llave adaptada a ese fin, de la misma manera Dios no gobierna al mundo por medio de la bastedad de su poder, sino por medio de una llave más ad hoc para el fin. La impotencia de Dios es funcional a la posibilidad de un recto gobierno del mundo. Desde ahora estamos en posición de entender muchísimo mejor el mitologema artúrico del rey impotente que, con el fondo anterior, le dará incluso legitimidad. En la breve explicación que viene nunca debemos olvidar la separación entre potencia absoluta y potencia ordinata. El orden secundario está en sintonía con la potencia ordenadora. Para Agamben desde el inicio, aún en pleno apogeo de lo que es la teología política, ya hay una división entre reino y gobierno. La superioridad del poder espiritual que residía en el Sumo Pontífice estaba en conexión con la posesión de las llaves de Pedro, además de las dos espadas de Luc 22: 38 “Señor, aquí hay dos espadas”. La exégesis de los padres y eruditos dictaminaba que aquí se podía discernir el modelo del reino y del gobierno: el poder dividido. A la pregunta de ¿por qué instituir otro poder y otra espada, si con la soberana basta? Egidio responde en su tratado : “como dice Beda, una de las dos espadas fue extraída, la otra permaneció en la vaina. ¿Qué significa que, aun habiendo dos espadas, sólo una fue extraída? La Iglesia tiene dos espadas, una espiritual para el uso y una material para el mando. Además, si estos poderes están en relación de modo que uno es general y extenso y el otro particular y reducido, entonces es necesario que uno esté bajo el otro, que sea instituido por el otro y que actúe por comisión del otro (Egidio, p. 104 en Agamben: 178: 2008). Al igual que con el modelo Aristotélico y el escolástico, no hay necesidad de un orden segundo, ya que el motor es por sí mismo suficiente. Pero otra vez, en el momento mismo que la ruptura parecía concretarse, nació la necesidad del segundo orden. El carácter aporético se revelaba porque aunque las dos espadas permanecían divididas, la material está incluida en la primera. La plena potestad que compete al pontífice es aquel poder que se encuentra en un agente cuando este puede sin una causa segunda todo lo que puede con 155 una causa segunda (ibíd. p. 362 en Agamben: 180: 2008). La espada espiritual contiene a la material, pero entonces ¿por qué la necesidad de la segunda espada? Precisamente por lo mismo que en el modelo teológico, debido a que algo falta en el poder espiritual a pesar de su perfección y, ese algo, es la efectividad de la ejecución, algo así como una regulación. La Iglesia tiene su poder y su dominio, pero no tiene jurisdicción ni ejecución inmediata. El César tiene esa jurisdicción y ejecución. De ahí las dos espadas. Pero la distinción no impide que un poder este bajo el otro, su distinción es asunto de una necesidad que presupone la buena gestión. Si sólo existiese una espada y esta fuera la mayor, lo que debe cumplirse para el gobierno de los hombres no se desarrollaría de buena manera, pues esta espada omitiría sus tareas en el ámbito al que corresponde para ocuparse de cosas que no le competen. La segunda espada no fue manufacturada por la impotencia de la espada espiritual (esta todo lo puede), sino para el buen orden y la conveniencia (ibíd., p. 384 en Agamben: 181: 2008). Por obvias razones, lo que se encuentra en juego es la posibilidad del gobierno de los hombres por parte de los hombres, es decir la existencia del gobierno. Por eso, Agamben acierta al ver en esto un debate entre los “gubernamentalistas” y los partidarios de la soberanía, de la que no es posible hacer separaciones. Debate que ya existía desde antes, por ejemplo; en el dictum de Gelasio I revelado al emperador Anastasio en el 494 que tenía como fundamento el mundo regido por las coordinaciones de dos principios: la autorictas (un poder sin ejecución efectiva, pero fundador) y la potestas (un poder de gestión). Este debate puede bifurcarse en un punto y traer dos alternativas: la que ya vimos y que corresponde a los dos órdenes (potencia absoluta y potencia ordinata) o seguir sin la adecuación a la máquina y terminar en la gubernamentalidad que Foucault nos mostró, donde el fin es la razón de Estado, la cual en última instancia se muestra como razón de Estado económica, tendiente a su reproducción, sin mirar a otro fin más que a ella misma. En la primera alternativa, el orden de las causas segundas ha sido dispuesto para que las relaciones de la creación con uso pleno de su libertad, se adhieran al arreglo de la causa primera. Por el otro lado, tenemos que el albedrío de la creación determinó la no adecuación de a la causa primera, desarrollando una nueva manera de pensar la autorictas y potestas: una potestad que se apartó de la autoridad y que ahora se compromete con sus propios fines. Si atendemos la teoría de Foucault, el Estado por lo mismo ya no obedece 156 ni respeta cabalmente ningún derecho o soberanía, siendo su fase definitiva el momento de su exaltación: la excepción, el momento en donde accede a su sí mismo. Al final, las cosas parecen tender a la concepción terrenal alejada de la máquina bipolar celestial, tal como al final del libro menciona Agamben, aunque para él, nunca el corte es definitivo entre las dos polaridades. Lo que si existe es una inclinación de la balanza para un lado que dejará caer todo el rigor de su peso, difuminando en mayor medida a su contraparte. Podemos ver esta hegemonía cuando a la pregunta de Von Seydel ¿Qué queda del reinar si se le quita el gobernar? Agamben contesta: la potestas (el poder de gestión) es plena sólo en la medida en que puede ser dividida (175: 2008). Pero es una división única dado que refiere a una división que siempre trata de estar unida, similar a la configurada por la microfísica foucaultiana donde los dispositivos y mecanismos no se suceden, sino que se contienen mientras uno se impone. Acá, un lado también hará de igual forma configurando una maquina bipolar asimétrica, pero ligada. Pero sólo comprenderemos esto con la distinción realizada por Schmitt entre poder constituyente y poder constituido, que equivale a la distinción entre autorictas y potestas, sólo que con Schmitt, ese poder constituyente proviene del pueblo. El pueblo toma el lugar de Dios como sujeto constituyente aprehendiendo para sí esa categoría soberana, para luego ser despojado de ese carácter constituyente y constituirse en sujetos de poder en tanto sujetados a lo que alguna vez fue manifestación de su hechura. En estas circunstancias, el pueblo será objeto de una desmembración que da paso a la individualización. El pueblo ya no visto como aquella multitud organizada reunida que origina el poder constituyente, sino como un tropel de individuos dispersos y desperdigados con un alto grado de individualización, al cual le queda, no obstante, un remanente de su autorictas: la asistencia y auxilio de la auto-reproducción del poder que se desligo de ellos. Marx en los Manuscritos de 1844 no hizo otra cosa que profanar esta cuestión. Cuando piensa al hombre como praxis y a la praxis como autoproducción del hombre (Agamben: 164: 2008), sólo quita de su lugar a Dios (dador y conservador de la vida) para posicionar al hombre en el centro de todo. Para pensar de este modo, hay que erradicar de raíz cualquier conexión divina. Acción que ya venía secundada por el proyecto de la 157 Ilustración de la que Marx sólo recogía sus frutos. El hombre constituido amo y señor de aquello a lo que le temía: la naturaleza. Este movimiento lo podemos calificar de antropocentrismo, más cuando lo que nos revela la arquitectura de la máquina divina del gobierno del mundo es que la naturaleza era interpretada como la emanación de la providencia a la Tierra. Naturaleza era el pseudónimo que se le daba al obrar providencial de Dios, despersonalizándolo en el acto y posibilitando la obra económica del Dios Trino. Con un hombre domador de la naturaleza (de la fuerza activa de Dios), adviene el dominio de la seguridad sobre los mecanismos disciplinarios y de ley. A partir de ese momento, la manutención divina ya no es requerida, el hombre, después de todo, podía por medio del trabajo mantenerse en la vida, confiriéndole a esta un nuevo uso usurpando el lugar de Dios. El entronizamiento del hombre es directamente proporcional a la necesidad de que el hombre mismo garantice orden y estabilidad. Pero como en Dios hubo una operación interna requerida para garantizar el orden exterior, al hombre se le exigirá lo mismo. El hombre aparece aquí con una economía interna, su auto-reproducción: la reproducción de sí mismo manifestada por medio del trabajo, la lucha de clases, la división social del trabajo. La utopía argumentaba que esto terminaría con una época caracterizada por la toma proletaria de los medios de producción, lo cual, traería el fin de la explotación, pero según este análisis, eso es mentira, pues lo que se propuso la tecnología trinitaria fue la reproducción eterna del proceso. Además, este proceso de autoproducción es el responsable del proceso del desencantamiento del mundo que hacía que el hombre en su desesperación por estar en aislamiento de la gloria divina, tratará de conseguir la aprobación y redención a través de la acumulación de capital, consagrando así, su vida a la producción. El hombre en el momento mismo en que se desamparaba de Dios buscaba desesperadamente asirse nuevamente de èl. 6.5 -La máquina bipolar Lo que tenemos en este capítulo de Agamben, no es más que la constatación del capítulo anterior. Se sigue debatiendo la conexión que origina el gobierno del mundo entre orden inmanente y trascendente, potencia absoluta y potencia ordenada a través de una arquitectura filosófica que ha dado consistencia y ha heredado a la modernidad el 158 arquetipo del gobierno divino del mundo. El problema sigue siendo conciliar esa soberanía impotente derivada de que Dios no puede ir en contra de lo establecido por el mismo, por lo que sólo puede reinar, efectuando el gobierno del mundo a través de una regulación de su potencia, sin la cual tendríamos una serie infinita caótica de actos violentos de la providencia particular (201:2008). La máquina bipolar aparece explícitamente, por vez primera, en Crisipo, quién en su teoría estoica del destino, debatía el origen y justificación del mal así como el origen del gobierno del mundo. Para esos tiempos el debate que estaba muy en boga era entre Bayle y Leibniz. Leibniz tenía la osadía de pensar que el mundo era el mejor de los mundos existentes, donde el mal no derivaba de la voluntad expresa e inmediata de Dios, sino que lo maligno surgía como efecto concomitante de la arquitecturación del mejor de los mundos posibles. Una consecuencia de las elecciones que se hacen. Para Leibniz, no existe una voluntad antecedente que realizó deliberadamente el mal introduciéndolo en el mundo, sino que es una voluntad consecuente, sólo en cuanto está implicado el mejor de los planes posibles. Con esto Leibniz hace ver a su adversario, que en realidad sus concepciones no están en mutua repelencia y retomando un pasaje del mismo Bayle trata de confirmar esta afirmación: “cuando la naturaleza plasmaba en el cuerpo de los hombres, la razón y la utilidad, la obra exigía que la cabeza estuviera compuesta de huesos pequeños y ligeros; pero de esta utilidad principal derivaba como resultado extrínseco que la cabeza fuera frágil y quedará expuesta a los golpes. Mientras la naturaleza preparaba la salud, se produjeron también los padecimientos” (Bayle en Agamben 204: 2008). Para Crisipo el gobierno del mundo se originaba de este efecto que surgía de la creación del mejor de los mundos posibles. En este sentido, el orden que Dios plasmó en la creación y el orden de la creación articularon el gobierno inmanente y, el mal que surgía de este, era un efecto concomitante resultado del orden que se debía mantener. En Alejandro de Afodisia, comentador de Aristóteles, también podemos encontrar la doble articulación de la máquina gubernamental. Para él, la mente de un soberano ejerce su provisión de modo eminentemente universal. Su nobleza le impide ocuparse de cosas ínfimas y de poca monta. A èl le pertenecen cosas nobles y elevadas. Se sigue que 159 tampoco se ocupa de los seres inferiores, no al menos de manera individual: “está demasiado en lo alto como para que se pueda decir que él se ocupa de los hombres” (205:2008). Si se habla del cuidado de Dios para con los hombres, sólo podrá ser a cuenta de principios involuntarios pero que tampoco son accidentales. Un punto intermedio entre el “por sí” y el “por accidente”, pues Dios no tomó como fin de sus actividades favorecer a los que provee (providencia por sí), ni es meramente un accidente la provisión que les da. Proveer “por sí” es la voluntad manifiesta de otorgar beneficio al objetivo seleccionado. Proveer “por accidente” es cuando aquel que provee no hace nada consciente para beneficiar al objeto que recibe la provisión, pero ocurre que este obtiene beneficio. Dios, en su omniconsciencia, ve y prevé todo, de forma que no le escape algún evento o resultado. El conocimiento de las consecuencias elimina la condición accidental, pero como se dijo tampoco hace nada directamente para que su creación se beneficie. De esta forma el Dios que reina, pero no gobierna hace posible el gobierno. Y el gobierno es, entonces, un epifenómeno de la providencia (207: 208: 2008). Esto se traduce como que en Dios hay un cálculo para el mejor de los mundos: ha visto todas las opciones y las ha pesado. Su voluntad es atingente a un mundo ordenado cuya conservación y bien, dependerá ya no de su acción directa y constante, pues estará ocupado con cosas trascendentales, sino de su gobierno, pues tampoco ha desamparado plenamente a su creación. Los aprovisionó de principios consistentes con el orden que, según su vitalidad coincidirían con lo benéfico para ellos. Por consiguiente, el paradigma del acto de gobierno es, en su forma pura, el efecto colateral. En la medida en que no está dirigido a un fin particular, sino que deriva, como efecto concomitante, de una ley y de una economía general. El acto de gobierno representa una zona de indecidibilidad entre lo general y lo particular, entre lo calculado y lo no querido. Esta es su “economía” (247: 2008). Cuando el mundo no pudo entenderse bajo la concepción de un Dios creador y un demiurgo encargado el gobierno, esto es, cuando el mundo vio una parálisis entre Dios y Jesús; ahí donde la realidad bíblica tenía que ser alterada para conferirles igual status a estas dos figuras, aunque sin éxito; justamente ahí donde la solución misteriosa no se pudo nunca afianzarse de manera sólida, fue cuando el misterio de la economía se apreció en su totalidad. La economía interna no estaba organizada a la manera en que un modo 160 diferente y dosificado de la potencia de Dios, llamado Jesús, ejercía el gobierno del mundo. El mejor de los mundos posibles, era la procesión de tres personas en una. La tarea de la tercera persona: el Espíritu de Dios, su fuerza activa, naturaleza o providencia, establecía el orden. Primeramente, en sentido general, de modo que las cosas tenían inscrito dentro de sí la forma correcta de relacionarse con Dios y, en segundo lugar, la forma correcta de relacionarse entre ellas mismas. Esta forma relacional es el gobierno, del cual resulta la conveniencia terrenal de los hombres, así como el beneficio celeste. De esta manera, el orden o el gobierno, es justificado como orden secundario y primario. Si se ejerce de manera correcta, la conveniencia del hombre coincide con la voluntad de Dios, es decir, con el orden general. Como el deseo de Dios es que los hombres libremente acudan a él, el gobierno democrático y liberal comenzará a coincidir, poco a poco, con el gobierno de Dios o la forma de conducirse como sin Dios. El proyecto de Dios, dado que él está muy ocupado despachando asuntos más importantes, era que la libertad plena del hombre coincidiera con la voluntad y designio divino. Para lo cual Dios ha dotado a su creación de un principio interno que le impele a su conveniencia, y esta coincide, de manera indirectamente consciente con su propio proyecto divino. De esta forma, ni accidentalmente, pues su cálculo lo anticipo, pero tampoco directamente, porque depende del hombre, Dios ejerce el gobierno o, mejor dicho, su misteriosa economía trinitaria es la encargada del gobierno. Cuando Jabir Ibn Hayyan convierte a la providencia en una suerte de modelo original del liberalismo, no hace nada increíble, sino que sólo transporta el modelo intermedio, entre la providencia por sí y la accidental al contexto contemporáneo y lo ilustra, no casualmente, con el dueño de una casa y la provisión que origina a partir de la que se procura. Así, resueltos sus intereses y necesidades personales beneficiará incluso, a los miembros más insignificantes que habitan su casa, como los insectos. Lo que Dios ha provisto es esa potencia primaria de la que deriva como por accidente inconsciente la potencia reguladora (gobierno, orden) para que su creación alcance su conveniencia. En el estoicismo, la concepción de providencia esta aparejada a la concepción de destino. Este maridaje aparece con fuerza en Plutarco quién distinguía entre destino como 161 sustancia y destino como actividad. Es sustancia destinal toda aquella creación que, como tal, configuró el cosmos; toda aquella creación que guarda una relación ordenada: el cielo de las estrellas fijas, la parte de los planetas errantes y lo situado bajo los cielos en la región terrestre ( Plut., De fat., 568 d, p. 18 en Agamben: 213: 2008). El destino como actividad es un principio que desarrolla todo lo que ocurre, similar a lo que hace una ley. Tenemos entonces un destino sustancial que constituyó un orden en todo lo creado, pero que no lo mantiene, esa es cuestión para al destino como actividad que trabaja para preservar el orden. Destinal es un evento que es efecto de lo que se ha establecido primariamente en la disposición del mundo. Providencia y destino establecen un sistema jerárquicamente elaborado en dos planos, que corresponden al orden de las causas primeras y segundas. La providencia, como causa primera, es la fuente del bien; el destino, como causa segunda, produce la conexión inmanente de los efectos de la providencia. La máquina providencial, si bien unitaria, se articula en dos planos o niveles distintos: trascendencia/inmanencia, providencia general/providencia especial (o destino), causas primeras/causas segundas, eternidad/temporalidad, conocimiento intelectual/praxis. Los dos niveles están estrechamente correlacionados, de modo que la primera funda, legitima y hace posible el segundo y, el segundo realiza concretamente, la cadena de las causas y los efectos, las decisiones generales de la mente divina. El gobierno del mundo es lo que resulta de esta correlación funcional (247: 2008). De este modelo bipolar de la máquina del gobierno divino del mundo nace la concepción de la libertad del individuo. Justamente la distinción y la correlación de los dos niveles, de las causas primeras y de las causas segundas, garantiza que el gobierno no sea un poder despótico. Si no hubiese esta división, la capacidad o potencia de Dios aniquilaría por completo el albedrío humano, por eso se tuvo que dosificar en un gobierno, el cual primeramente se pensó en Jesús, pero que, en su etapa madura y bien desarrollada se identifica con su potencia, con su Espíritu, con su providencia. Sólo de este modo es garantizada la libertad de los hombres. Los hombres, al buscar su conveniencia, se inscriben voluntariamente al orden divino; así la creación buscando maximizar su bienestar no hará otra cosa que estar en el destino sustancial, obedeciéndose a sí mismos. 162 Exactamente el mismo modelo se describe en la consolidación de la filosofía de Boecio, modelo que transmitió a la teología cristiana el dispositivo providencia-destino de un modo claro y pleno. A partir de aquí, ya no fue necesario descifrar nada, ni andar leyendo entre líneas como en el ejercicio anteriormente referido. Su análisis servirá, empero, para reforzar la topografía de la máquina y familiarizarnos con su forma de proceder. Entre los protagonistas de este tratado está la venerable maestra de ojos llameantes que entabla una conversación con su alumno (Boecio) a fin de dar cuenta de la maldad del mundo, suponiendo que Dios es el que rige el universo. La maestra argumenta con una determinación implacable que la mente divina ha fijado un modo dual de gobernar las cosas. Si es visto en la pureza de la inteligencia divina, se llama providencia; cuando se lo refiere a las que cosas y sus interacciones mutas se le llama destino. El designio divino que trazó los planos en que las cosas estarían dispuestas (la razón divina como principio supremo de toda cosa) y la armonía registrada a partir de la actividad de las cosas animadas (disposición de las cosas en su movimiento) conforman los polos de los que hablamos anteriormente: la providencia general/particular, potencia absoluta/ordenada, causas primeras/segundas. La providencia y el destino constituyen dos fuerzas articuladas de modo eficiente, además de jerárquicamente coordinadas, que determinan, por accidente consciente, las directrices o principios de las cosas en el plano segundo. De este movimiento surge la libertad humana. Si este proceso se entiende, entonces el problema de la libertad humana se resuelve: el poder humano estructurado en un gobierno político obedece a la búsqueda de su conveniencia. Búsqueda que es libre en tanto obedece a su naturaleza y, para sorpresa, esto coincide con la voluntad divina. La aparente subordinación a la divinidad sólo será un movimiento libre que elegirá la propia conveniencia. La omniconsciencia de Dios, que es infalible, se concilia no obstante con la libertad humana en el diseño audaz de la máquina, la cual funciona como una teodicea (en tanto justifica el mal del mundo) en la que el reino de la providencia legitima y funda el gobierno, asegurando el orden que primeramente se ha diseñado (Agamben: 228: 2008). El mal del mundo sólo existe como efecto concomitante de este maravilloso arreglo. 163 Este apartado del libro de Agamben termina con un análisis del tratado del gobierno del mundo de Tomás, en donde más que nada se consolida la libertad humana dentro del esquema de la máquina del gobierno del mundo. Su aporte, en este sentido, es reforzar esa conexión entre acción libre del hombre y el gobierno divino. Primeramente, opondrá el gobierno a lo casual, pues nada ocurre de manera fortuita, sino que las cosas animadas e inanimadas siguen patrones que conforman el orden en el mundo. Esto es visible debido a que, en la mayoría de los casos, ocurre lo mejor. El orden inscrito e interiorizado en la creación es el responsable directo de que las cosas concuerden siempre con su beneficio, lo cual evidencia que la creación está dirigida hacia un buen fin por alguna providencia. Opinión que se postula en contra de la que sostenían algunos filósofos, quienes creían que las cosas ocurrían según una aleatoriedad fatal. El orden estable que se percibe en las cosas demuestra el gobierno del mundo. Pero este gobierno no es directamente coordinado y gestionado por Dios, sino que a su creación la dotó con principios que la llevan a la perfectibilidad. Por eso, a la pregunta: ¿de qué modo se realiza el gobierno divino si a Dios sólo le pertenece el reinar? Se responde que no se trata de la opinión trillada representada en una fuerza exterior que interviene directamente como la mano de un pastor conduce a sus ovejas. El gobierno divino es aquel que otorga la libertad de acción, pues esta coincide con la naturaleza de las cosas. El contenido del gobierno divino no es otra cosa que la necesidad natural ínsita en las cosas. Necesidad que no se equipara al movimiento que describe una flecha cuando tiende a un blanco una vez efectuado un impulso externo, como el que un arquero puede imprimir al lanzar una flecha. La necesidad que hace posible el gobierno del mundo, es una natural, pues su modo de acción libre coincide con la naturaleza que recibe de Dios, de tal forma que las cosas obedeciéndose a sí mismas, obedecen por añadidura a Dios. La necesidad externa es una violencia que va más allá de la naturaleza ínsita en las cosas y que, por tanto, coarta su capacidad de regirse y dirigirse. Gobierno divino y autogobierno de las criaturas coinciden. Gobernar significa conocer y dejar actuar la naturaleza de las cosas (Agamben: 232: 2008). Para Agamben lo que sigue del análisis teológico de Tomás es un acto completamente fingido, pues a pesar de que esta tan claro su esquema, finge estar en conflicto con otras 164 dos tesis, mismas que son opuestas entre sí. Por un lado, está el destino mahometano, según la cual, Dios es presupuesto inmediato de toda acción natural. Pero esta concepción inhabilitaría la capacidad de la naturaleza de permanecer por sí misma (conservarse), dado que Dios en todo momento actuaría para imprimir movimiento a las cosas. Obraría perentoriamente como efectuando milagros sin descanso. Tomás lo ilustra de la siguiente manera: si el fuego no calentara por la disposición de su propia naturaleza, sino por intervención de Dios, cada vez que se enciende un fuego, entonces toda la creación, privada de su virtud operativa, se volvería inútil (Tomás en Agamben: 233: 2008). Por otro lado, tenemos que la intervención operativa divina se limita sólo al momento de la creación. Pero esta tesis que quería salvaguardar la libertad de las criaturas, separa formidablemente a Dios de su creación y amenaza con hacerla recaer en la nada. La solución a tal dilema pasa por la distinción estratégica entre causas primeras y causas segundas, algo que ya era muy evidente. Entonces, dados los dos órdenes, gobernar ahora significa dejar hacer y dejar actuar, pues si se permite este movimiento, todo fluirá, dada la naturaleza de las cosas. El reino entonces es la esfera donde Dios es impotente o, sencillamente, el ámbito donde su falta de acción coincide con la naturaleza de las cosas. No obstante, una crítica se puede levantar, pues según observamos, no todas las cosas tienden a su beneficio. Las acciones humanas tan volátiles e impredecibles como son pueden ir incluso en contra de lo que tradicionalmente se entiende por su beneficio, como aquellos hombres que busca el suicidio. Dado que no todos los hombres buscan su ventaja y beneficio, se entiende que no todos tienen la misma gracia. La gracia, es pues, la capacidad que tiene un hombre de adecuarse al bien divino para de esa manera recibir el favor divino y, por consiguiente, el reino. El gobierno divino del mundo providencial coincide con la gracia divina. Esto es así, porque el fin último de las criaturas racionales excede su facultad natural y exige un modo de gobierno diferente, gobierno presupuesto por la parousía o segunda venida de Cristo. El gobierno del mundo es el lugar donde concurren la gracia y nuestra libertad: “la necesidad de la gracia se conjuga con el verdadero uso de la libertad y el uso de la libertad [...] no puede escindirse de la operación y de la cooperación de la gracia” (Suárez, p. 384 en Agamben: 340: 2008). 165 No hay que confundirse, el gobierno profano del mundo no sale de la lectura del gobierno del mundo de Tomás, aunque sí que la puede alentar. Lo que hace el tratado es aclarar la dinámica de la máquina del gobierno que pone en juego los órdenes de causas primeras y segundas, así como interpretar la contingencia, la existencia del mal y la libertad humana. La libertad humana, al afirmarse en la máquina crea una suerte de esquema de gobierno que no es tiránico; Dios no es impositivo con su gobierno, antes bien los hombres en su libertad se acercan y se acomodan a su arreglo. Tal participación es, por lo tanto, democrática. Esta forma de pensar va delineando los parámetros para articular el gobierno profano del mundo: libertad humana acoplada al gobierno trinitario sin arche, serán las bases y fundamentos del gobierno profano del mundo derivados de la máquina del gobierno providencial trinitaria. Con una naturaleza humana hacedora de un gobierno a imagen de la administración que sirve a Dios, la función vicaria del logos perdía sus efectos. La vicariedad del poder pontificio, con respecto a Cristo, se fundaba teológicamente en el retraso de la parusía, no obstante, ya no es necesario que venga Cristo, el gobierno que se establece es según el cálculo trinitario. El propósito de la primera venida de la “palabra” fue legar de manera accidentalmente calculada, el modelo por el que los hombres debían administrarse entre sí. Una vez finalizada su experiencia carnal, la Iglesia se encontraba sin su pastor por lo que fue necesario instituir ministros que se encargarán del pastorado; de la conducción. Está administración fue confiada a Pedro, a quien se le encargaron las llaves para atar lo que está en la Tierra a los cielos, y según la exégesis, es la piedra sobre la que se edifica la Iglesia. Pedro y sus sucesores, en este sentido, son los ministros que conectan y hace efectivo el gobierno del mundo, además de unir los dos polos de la máquina del gobierno del mundo. Sólo cuando surge la figura política del ministro en la esfera social y el pueblo como constituyente de esta figura, el gobierno profano del mundo se revela, aunque este gobierno poco a poco se verá como la expresión de la voluntad de Dios. La economía trinitaria es, entonces, la expresión de un poder y de un ser anárquico, que circula entre las tres personas según un modelo vicario. La vicariedad señala el carácter absolutamente insustancial de 166 la intervención de Dios en el gobierno del mundo. Implica, entonces, una ontología; mejor, las sustituciones de la ontología clásica por un esquema económico en el cual ninguna figura del ser está en posición de arche, sino que lo originario es la propia relación trinitaria, donde cada una de las figuras hace las veces de otra (Agamben: 245: 2008). Este capítulo sirvió para puntualizar diversos puntos que ya atravesaban toda la obra. Resaltarlos es crucial para no perder el argumento la obra. Primeramente, tenemos que la providencia es el dispositivo con el que se enfrenta la cesura de las dos realidades separadas: ser y praxis. Al mismo tiempo, es el intento de conciliar la escisión gnóstica entre un Dios extraño al mundo y un Dios que gobierna, misma que la teología cristiana tiene en la Trinidad con un Dios creador que tiene frente a sí una naturaleza caída y extraña, y un dios salvador encargado del gobierno del mundo. Entonces el esquema del gobierno del mundo se divide en dos planos que siempre están articulados: trascendencia/inmanencia, providencia general/providencia especial (o destino), causas primeras/causas segundas, ser/praxis. El gobierno del mundo, sin embargo, no es un acto expreso y deliberado de Dios, sino es un accidente consciente, un efecto del movimiento mismo de la creación, es un efecto económico interno de la divinidad de Dios, expresado en forma de potencia o providencia divina. El gobierno permanece, por tanto, en una zona de indeterminación entre el por sí y la negación de un acto de provisión. La coordinación de los dos polos es la que va a garantizar la libertad de los individuos. Así el paradigma de la providencia ya contenía algo muy similar al modelo moderno de la democracia. La trinidad es muy similar al paradigma del Estado de excepción pues este no introduce ningún arche entre las hipóstasis, mantenido relaciones meramente económicas entre ellas cuyo fin no tiende más que a ellas. El anarquismo no como fuera del orden o sin orden, sino como encomienda de auto-reproducirse a falta de fin. Esta reproducción es lo que hace que el Estado tenga un respeto fingido hacia las leyes del tipo que sean. Esto se encuentra, como veremos, en el Mesías, quien, en su primera llegada, desactivó las leyes mosaicas. El modelo de la máquina bipolar empieza a concordar abrumadoramente con el modelo democrático liberal que tenemos hoy en día. 167 6.6- Angelología y burocracia. Este apartado inicia con un comentario dirigido a Peterson, personaje que como vimos, negaba la posibilidad de una teología política y, a quien Schmitt le contestaba sarcásticamente pues en su intento por demeritarla, había realizado la contribución más grande a la teología política. Cosa que sólo logramos ver si captamos el sentido de la oikonomía trinitaria. Pues bien, parece que el desacuerdo que tenía con Schmitt, era sólo aparente, porque en su monografía sobre el monoteísmo como problema político, afirma el carácter político y público, primeramente, de la ciudad celeste, y luego, a través de la participación de los hombres en las actos ceremoniales o litúrgicos, la de la Iglesia; en la Iglesia se ejecuta la política en la medida en que esta promueve y ejecuta el culto. La actividad cultual es el modelo de la política, por lo que toda manifestación legítima cultual que oficia la Iglesia debe interpretarse como una viva reproducción de lo que sucede con Dios y los ángeles. Además, en un breve tratado que el mismo Peterson escribió sobre los ángeles, mismo que no es muy conocido, expresa: “El camino de la Iglesia lleva de la Jerusalén terrena a la celeste, de la ciudad de los judíos a la de los ángeles y los santos” (Peterson 1, p. 197 en Agamben: 254: 2008). Aquí la estrategia de Peterson, tomando en conjunto sus premisas, es hacer de la bóveda celeste una suerte de ciudad configurada tal como la vemos en la actualidad, con ciudadanos que la habitan, siendo los ángeles ciudadanos celestiales. A la bóveda celeste la ve como una ciudad y, por añadidura, si la habitación de los ángeles es una ciudad y esta está conecta a la esfera terrenal, la última es por consecuencia, una ciudad. En la ciudad celestial, Dios al transmitir sus órdenes a los ángeles hace la publicidad, la cual se manifiesta en los actos litúrgicos de la ekklesía. La máquina del gobierno del mundo une la publicidad celestial y la ciudadanía terrenal: los oficios de la Iglesia son, en primera instancia, publicidad de Dios. Hay un tránsito que va de un polo al otro y viceversa. Esto le permite hacer, sin problema alguno, la tesis de que el ámbito originario del culto que une a la Iglesia celeste con la terrena, es el mundo político. La confirmación del fundamento político de la ciudad celeste con la terrenal, Agamben la ve en el siguiente pasaje: “agregando también las legiones y los ejércitos de los ángeles con el fin de construir una ciudad única bajo un único rey y, una única 168 provincia bajo un único emperador, en perpetua paz y salud (Aug. Psalm., 36, 3, 4 en Agamben: 255: 2008). El carácter público no fue otorgado a la Iglesia por el Estado, sino que siempre ha co-pertenecido a ella según un modelo providencial. La máquina se vuelve a conectar en ambos lados haciendo posible un intercambio que va de un lado a otro: publicidad y ciudadanía, puentes que hacen posible la circulación. La publicidad y la ciudadanía pertenecen a un ámbito eminentemente político, por lo que la relación entre la Ekklesía y la pólis celeste es [...] una relación política (Agamben: 256: 2008). Tenemos, por lo tanto, una publicidad que circula de arriba hacia abajo en un incesante flujo litúrgico. La Iglesia es entonces el lugar en el que si la publicidad divina coincide con el libre albedrío particular redundara en gracia individual de forma inminente. Para que coincida, los ciudadanos terrenos no delegarán un poder como en las democracias contemporáneas, sino que tendrán que ser partícipes del culto litúrgico. La ciudadanía (congregación) es introyectada en el canto de alabanza. El culto cristiano tiene relación con la esfera política celestial sólo en la medida en que tiende a transformar el culto de la Iglesia en un culto angelical. Para Peterson los hombres pueden alcanzar su ciudadanía celeste, sí y sólo sí, imitan a los ángeles, esto es, participar del canto de alabanza. El gobierno del mundo alcanza su cumplimiento cuando el hombre es incorporado a los coros, cuando el hombre desde lo más recóndito de su ser glorifica al Todopoderoso. El Te Deum, uno de los primeros himnos cristianos utilizado para dar gracias a la gloria de Dios, deja ver en su estructura la actividad que los hombres y los ángeles elijen para su conveniencia. Aquí un fragmento: “Oh eterno Padre, toda la tierra te adora. A ti cantan los ángeles y todas las potencias celestes. A ti los querubines y los serafines te proclaman con voz incesante: Santo, santo, santo Señor, Dios de los ejércitos. Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria” (Agamben: 260: 2008) El gobierno terreno del mundo tiene su legitimación plena si se piensa a los ángeles según su doble función, la cual se puede encontrar en las Escrituras en el pasaje de Daniel 7:10: “Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él”. Peterson ve aquí dos actividades angelicales: la administración y la asistencia. Dios se sirve de ministros angelicales para hacer posible el flujo de la publicidad, en cambio, lo asisten 169 son aquellos que gozan de la contemplación y, por lo tanto, no son enviados a cumplir tareas. Contemplación y administración dos tareas esencialmente angélicas, siendo la tarea contemplativa la más noble de entre las dos. La administración del hombre hacia el hombre no es otra cosa que una adaptación del modelo donde el ángel asiste a Dios. Para comprenderlo de manera plena sólo hay que recordar que el gobierno divino del mundo debe coincidir con el gobierno como sin Dios, lo cual fue reforzado por el programa de la Ilustración, mismo que posicionaba al hombre como medida del cosmos. A la pregunta: ¿Dios gobierna todas las cosas directamente? Peterson responde que Dios gobierna su creación mediante elementos de su misma creación, esto es, algunas de ellas son causa del gobierno de otras (creación gobernando creación, hombres gobernando hombres). El poder se vuelve más ilustre a través de una jerarquía ministerial. Conceptos como orden, jerarquía y ministerio son centrales en todo este análisis. Economía fractal que desciende desde la cumbre celeste hasta el plano terreno. La administración del mundo sólo es posible si separamos el reino del gobierno y, sobre este sentido, es que la figura del ministro adquiere importancia. En todo caso, lo verdaderamente significativo es que la primera vez que aparece una multitud de seres racionales vivientes (los ángeles), lo hacen jerárquicamente ordenados (Agamben: 267: 2008). Sobre esa base se debe desarrollar el gobierno humano. Por lo tanto, la invención del término jerarquía guarda una táctica que no puede ser descubierta sino se la lee a través de esta compleja máquina del gobierno divino del mundo. Al describir un recorrido que va de la jerarquía celeste a la eclesiástica, los ángeles son jerarquizados según su doble función, adquiriendo sus filas un matiz burocrático al puro estilo de la democracia terrena, además, su contraparte, la burocracia terrenal, adquiere un tinte angelical. Las jerarquías eclesiásticas al distribuirse según gradaciones específicas, siguen el modelo de las funciones angelicales. En Pseudo Dionisio está línea jerárquica da características deiformes a las jerarquías terrenales, mismas que dan la capacidad de adecuarse al arreglo divino. Peterson siguió la senda que abrió este personaje por ahí de los siglos V y VI. En ambos casos, la jerarquía es el principio que opera la salvación, esta es esencialmente, actividad de gobierno que 170 implica una operación (enérgeia), un saber (epistéme) y un orden (taxis) (Agamben: 269: 2008). La jerarquía muestra su nexo consustancial con la oikonomía. Esta actividad es al mismo tiempo la prefiguración de la división de poderes que se observa en las formas de gobierno actuales. La democracia ve en el poder ejecutivo, legislativo y judicial, según una interpretación main stream, sólo los contrapesos para el buen orden y su funcionamiento, en cambio, en el modelo teológico, el legislativo bien puede ser la epistéme, la operación (enérgeia) el ejecutivo y el orden la providencia divina que establece la conveniencia para la creación, de la cual se deriva el diseño de un cuerpo ministerial angelical. La división de poderes aparece primero en el modelo teológico con la división que ocasionó la Trinidad entre ser y praxis, unido al orden jerárquico que está conlleva. La oikonomía o el gobierno divino del mundo es eminentemente jerarquía. Para pseudo Dionisio, la jerarquía viene de la Trinidad, ella es jerarquía y sus efectos también. Para él thearchía (o jerarquía angelical) es el poder que hace el gobierno divino del mundo y diakósmesis es la disposición ordenada. La jerarquía es el combo resultante de una disposición ordenada de las cosas elaborada por un gobierno divino (sus ministros). La jerarquía, es este sentido, es un desarrollo del concepto diakósmesis de Proclo, el cual significaba gobernar ordenando. En este punto se esclarece la táctica del apócrifo. La thearchía fundamento del orden tiene una manifestación tríadica en el mundo (poder Legislativo, Ejecutivo y Judicial). Si recordamos, el misterio de la economía contenía en el modo de ser del Padre, la potencia soberana, y en el modo del Hijo, la función salvadora. Esto nos permite ver, además, la función del Espíritu santo: la de una potencia en forma de causa primera responsable de configurar el orden. La razón divina llevó a cabo la primera disposición de las cosas (las cosas en relación con el Creador) por medio de su potencia primaria, que aquí coincide con el Espíritu santo. Los órdenes segundos tendrán que coincidir libremente en el orden primario dado que su conveniencia apunta a esa dirección No obstante, considerar al Pseudo Dionisio como el que estableció el paralelismo entre burocracia celeste y burocracia terrena, sería un error. Ya en Atenágoras a los ángeles se le observa según una modalidad administrativa. Clemente de Alejandría, analizando los 171 órdenes jerárquicos propios de la Iglesia, se los atribuye a las filas angélicas: “También los grados de la Iglesia de aquí abajo, obispos, presbíteros, diáconos, son de algún modo un reflejo de la jerarquía angélica y de aquella oikonomía […] (en Agamben: 275: 2008). La máquina parecería ahora perfectamente ensamblada, pero como ya es tradición, las aporías que viene aparejadas a la construcción de este complejo sistema que justifica el gobierno terreno, relucen a cada instante, de modo de que cuando hay una enmienda aparece rápidamente otra que hay que afrontar. Pues bien, ahora de la teología apofática sobreviene una pregunta. Esta teología es conocida también como negativa y su posición es que no podemos conocer a Dios directamente, sino que sólo le podemos conocer a partir de lo que no conocemos. En resumen, sólo podemos conocer lo que no es Dios. Pseudo Dionisio es afín a esta ruta de pensamiento. Para esta postura, algo que no comprendemos es la actividad angelical después de la consumación de los tiempos, lo que ha de acontecer después de la parousía. Tomás se cuestiona: ¿las jerarquías y los órdenes de los ángeles permanecerán también después del Día del Juicio? En la cuestión 108 se pregunta también: “¿Cómo imaginar ángeles inoperosos?, y utiliza el pasaje de 1 Corintios 15:24 para poner el dedo sobre la llaga: “Luego del fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia”. Si Dios en su oikonomía deja que le ministren los ángeles, al final, cuando hayan sido depuestos todos los gobiernos humanos ¿la actividad angelical habrá llegado a su fin?. Entonces en el tratado del gobierno del mundo, el problema aflora en su carácter aporético. La oikonomía no es eterna, sino finita y eventual, esporádica. Tiene su final en el Día del Juicio. El reino del soberano Universal quedará sin gobierno (Agamben: 280: 2008). De acuerdo con la máquina del gobierno providencial no podemos entender reino y gobierno, pues cuando se preguntaba ¿Qué queda del reino si se le quita el gobierno? se respondía que el reino es tal en la medida en que se puede dividir, no obstante, el final d ellos tiempos aparece como una contradicción a esta resolución. Para encarar esta problemática, Tomás opta por separar la jerarquía de sus funciones, de tal forma que la jerarquía permanezca, aunque las funciones se hayan agotado. Similar a lo que sucede cuando un alto grado de un ejército sigue manteniendo su status a pesar de que la batalla finalizó y su vida se desarrolle en un aparente contexto pacífico. De igual manera, la 172 jerarquía y su gloria podrán comprenderse y pensarse más allá del gobierno. Para Tomás los órdenes angélicos se distinguen según dos aspectos: el grado o status angelical y la ejecución de los oficios. La primera está basada en las distinciones de gracia y naturaleza y tiene un carácter sempiterno. La ejecución de los oficios son efímeras al tener fecha de caducidad (coincidirá con el día del Juicio). La naturaleza de los ángeles será sin varianza, lo que se anulará será su actividad administrativa o ministerial, pero permanecerá la función contemplativa. Este será un punto clave para entender en adelante la cualidad himnológica que sobrevive. Cuestión de mayor relevancia que la inoperosidad angelical: ¿Qué sucede con la máquina al final del cierre administrativo? Tomás es inexorable: “En la consumación final, los principados y las potestades serán depuestos de su oficio de conducir a otras criaturas a su fin, porque una vez conseguido aquel fin, ya no es de ningún modo necesario tender a él” (en Agamben: 282: 2008). No obstante, la máquina tiene un efecto retroactivo sobre la misma economía trinitaria. Consumada la salvación ¿a qué actividad se dedica Dios?, si no tiene ninguna actividad, ¿Cómo pensar a un Dios inoperoso? Para Agamben, en primera instancia, esto es sumamente desconcertante. Pues si lo pensamos, la economía trinitaria fue implementada como conciliador entre distintas concepciones del mundo, por ejemplo: la dualidad gnóstica entre un Dios soberano y un demiurgo. El cierre de la máquina pone en duda su fundación, debido a que al Dios que se le adjunta un amor incondicional por la humanidad, al final de su actividad, después de la salvación, los ignorará, y por lo tanto, no se entiende el porqué de su actividad salvífica. El problema del Dios ajeno al mundo reluce en su esplendor. Así, lo que se quería evitar: la imposibilidad de una teología política, renace cuando se cumple su propósito. El misterio de la economía trinitaria parece reforzarse, pues más allá del evento exasperante comenzado con la presencia de Cristo no hay más a que tender. El dispositivo de Trinidad poco a poco ganaba terreno para configurar y programar una máquina del gobierno del mundo que no tenía propósito o fin alguno. Precisamente, es en este punto donde existe un espacio de indiferenciación, puesto que es imposible distinguir al ateo del fiel cristiano ferviente, ambos estan condenados a una vida sin propósito más allá de la autoreproducción. 173 El dispositivo de providencia o el del orden es un complejo coordinado de dos niveles que quita el sentido a la promesa escatológica. Si el orden inmanente y trascendente presumía de excelente sincronía, entonces daban cobertura a la creación y, por lo tanto, esta se investía de gracia. Desde entonces, ya no hay necesidad de nuevo mundo, todo este regado por la gracia divina. ¿Por qué esperar un nuevo mundo, cuando se tiene el mejor de los mundos posibles? Creo que, por lo anterior, Peterson considera que la perfecta ciudadanía coincide con le canto de alabanza. Si ambos polos están conectados, ya no hay razones para esperar un reino venidero. La tarea más responsable frente a este panorama, es sumergirse en las celebraciones litúrgicas. Así la doctrina inexplorada de la gloria será considerada como el fin último de los hombres. Los ministerios angelicales sobreviven como jerarquía himnológica, como contemplación y alabanza de la gloria divina. El remanente del cese de la máquina es el canto (Agamben: 284: 2008) La teología negativa o apofática tendría otra pregunta para esgrimir y, precisamente, esta duda se originaba por la actividad sincrética que la máquina tanto utiliza. La teología negativa, es la duda nacida de las aporías de dichas conciliaciones. Por eso la duda de la actividad que desempeñaba Dios antes de crear los cielos y la Tierra no existe entre paganos y gnósticos. A decir verdad, esta cuestión cuando era tratada por las dos teorías de manera separada, no representan dificultad alguna. Muy por el contrario, en el modelo de la conducción cristiana, la cuestión resultaba ser muy embarazosa. Y no podría ser de otra forma, sobre todo si tomamos en consideración que el Dios trinitario es esencialmente actividad. Agamben en este punto enuncia la sorpresiva tesis de que la gloria es lo que debe cubrir con su esplendor el momento inenarrable de la inoperosidad divina. La teología de la gloria es una página en blanco o, sencillamente, algo que no se ha abordado de manera correcta. La historia moderna retoma muchos conceptos sin tomar plena conciencia de las signaturas y los procesos que llevaron a los términos a su etapa actual. Por lo pronto, este sincretismo llevó a la máquina del gobierno del mundo a una situación que prolonga al infinito la historia y el gobierno del mundo y, por otro lado, ve reaparecer el carácter finito de su propio modelo (Agamben: 285: 2008). 174 Hay, empero, un lugar donde el orden divino no deja de existir, donde sobrevive. Es el lugar donde se castiga las penas que los hombres que en vida realizaron; altamente reconocido porque sus verdugos son demoníacos: el infierno. Los demonios son los ejecutores de la justicia divina con respecto a los malvados (S. Th., Suppl., q. 89, a. 4 en Agamben: 287: 2008). El orden divino sobrevive en cuanto actividad penitenciaria. El infierno, por lo tanto, es un dispositivo que solventa el problema de la inoperosidad divina y es el vehículo que retoma la misión de volver a imprimirle impulso a la Trinidad, cuando el problema de la inoperosidad parecía derribar el complejo mecanismo oikonómico. La invención del infierno, no se basa en función de lo que corrientemente se piensa: un lugar de sufrimiento perpetuo útil para retraer y frenar las pasiones humanas o como mecanismo disciplinario. El infierno no es un mecanismo disciplinario, no al menos en primera instancia, es más bien un dispositivo que vuelve a hacer posible el gobierno del mundo. Gloria e infierno mecanismos que actúan ante los retos de la teología apofática. La idea de un gobierno eterno, en la teología cristina, es completamente infernal. Con un protagonismo tan garante por parte de la tercera figura trinitaria, ¿qué papel le pertenece a Jesús? Lo mismo que en su primera llegada. Primero, de los pasajes de Efesios se extrae que el logos desactivará la ley, logrando unificar ambos lados de la máquina. En la carta a los Colosenses 1: 15-20 se lee: “él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos”. (292: 2008). Jesús vendrá solamente para reforzar la veracidad d ella máquina gubernamental, es decir, para demostrar que está conectada perfectamente y, por tanto, justificar este gobierno mundano. En la conclusión de este apartado, Agamben insiste nuevamente en reclamar a los estudiosos su falta de compromiso para con esta materias, entre ellos figuran principalmente los politólogos, quienes juegan a usar la terminología especializada de su rama, sin haber adquirido conciencia de sus significados, de sus recorridos, de sus arreglos. También hace un llamado a investigar cosas apenas exploradas. La cesura que divide la naturaleza angelical según asistentes y administradores, en cantores de la gloria 175 y ministros del gobierno, no se ha investigado ni interrogado todavía en nuestros tiempos (293: 2008). Sólo contamos aproximaciones de teólogos para nada precisas. Kantorowicz decía: “el estudio de las fuentes litúrgicas de la historia política había permanecido exclusivamente en manos de teólogos e historiadores de la Iglesia que, como parte interesada, no eran necesariamente la parte más fidedigna”. Alföldi reclamaba: “los estudios del Estado imperial, el examen de sus aspectos ceremoniales y religiosos esta librado a trabajos de dudosa cientificidad (294: 2008). En los últimos episodios, Agamben hace suya esta misión y se dedica a analizar el papel de la gloria en la política como en la teología. 6.7- El poder y la gloria. Este penúltimo capítulo es muy rico en cuanto contenido, además de muy sencillo de comprender. Aquí veremos como la gloria se sitúa en un campo de indeterminación que parece dar a entender que la tesis de Carl Schmitt, la cual sostenía que los conceptos decisivos de la política son conceptos secularizados de la teología, es falible en cuanto el sentido parece ir al revés. El análisis de la gloria parece que cambia ese sentido por el siguiente: los conceptos decisivos de la teología, son conceptos tomados de la política. Pero esto sólo es aparente, no es que alguna de las tesis sea falsa; en realidad lo que pasa es que en una máquina unificada la lectura puede ir en una u otra dirección, sin por eso alterar su significado y sentido. La máquina en su praxis, en su ejecución, crea al centro una zona de indeterminación que nulifica el sentido de los intercambios. Intercambio que tiene su locus en el acto ceremonial, por lo que ningún cruce sería posible sin la liturgia ceremonial. Lugar que, como veremos, tiene un carácter constitutivo. El trabajo pionero de lo que se puede definir como una arqueología de la gloria, esto es, las relaciones entre el ceremonial político y la liturgia eclesiástica, lo hace Peterson. Para esto analiza la aclamación Heis theós, donde convergen figuras de las dos polaridades. La investigación consta de una paciente catalogación de la fórmula mencionada sobre una enorme masa de hallazgos epigráficos. Cabe mencionar que esta fórmula aparece como dualidad o como trinidad Heîs theós, (Un Dios y Cristo o Un Dios y Cristo y el Santo Espíritu). Expone que esta fórmula no es una profesión de fe, es decir, no es un sentimiento fuerte que exponga la afinidad de un individuo al credo, sino que, en cambio, 176 su ejecución se debe pensar como acto público: una aclamación. El Heîs theós no es la afirmación de la afinidad que puede sentir un individuo por su credo; es ante todo un acto público aclamativo. Algo que observó Peterson fue que las aclamaciones no fueron exclusivas sólo de la Iglesia. Los actos aclamativos constituyentes tenían su sede también en esferas divergentes a las liturgias eclesiásticas y se manifestaban paralelamente. Se las podía encontrar tanto en las aclamaciones de los emperadores paganos que contienen los rituales órficos, los exorcismos de los papiros mágicos y con las fórmulas de los cultos mistéricos, mitríacos, gnósticos y maniqueos, así como en la esfera divina donde los ángeles cumplen su función contemplativa y, por extensión, en las liturgias eclesiásticas. Si queremos hablar de las aclamaciones, debemos primeramente saber cuál es su sentido o que se debe entender por aclamación. Pues bien, se le define como una exclamación efusiva de triunfo, de alabanza o desaprobación gritada por la muchedumbre en determinadas ocasiones (296: 2008). Cicerón, hablando sólo del ámbito terrenal, entendía que esta no era privilegio sólo del emperador; según el sentido más corriente, también la aclamación se lo dirigía a los atletas, actores o a los magistrados de la república (Att., 1, 16 en ibíd.). Las encontramos de variadas formas, pero generalmente son repetidas ritualmente (protocolizadas) y suelen estar moduladas, al menos en la actualidad. Lo importante es que estas de ningún modo son irrelevantes, pues para Peterson estás pueden adquirir un significado jurídico. Si no creen eso, sólo piénsese en las aclamaciones que las tropas le otorgaban al comandante victorioso. Sin duda alguna, estos vítores efusivos eran constancia absoluta de una victoria. Al comandante investido de toda esta cualidad jurídica muchas veces le sobrevenía el título de imperator en la época republicana y, en la época imperial, el título de César (298: 2008). Por si esto fuera poco, una victoria en la época imperial significaba el anexamiento de un nuevo territorio, el cual se ajustaría a las leyes de los conquistadores. Su derrota confirmada por la aclamación, significada también un cambio de su aparato jurídico. A partir de esto Peterson da la siguiente tesis: la aclamación tiene un valor jurídico y en la mayoría de ellas encontramos figuras profanas y celestes. Nexo entre derecho y liturgia. 177 La unanimidad del pueblo confirmada por el unísono de sus vítores es expresión total de un consenso grupal, adquiriendo esta acción un significado jurídico. A través de la aclamación, tanto la liturgia como el himno, reciben un fundamento jurídico. Pensemos sólo un momento en las ocasiones en el que el pueblo o la multitud es llevada por el éxtasis después de una gran batalla o un gran acontecimiento, su aclamación coincidirá con un cambio de titular en el poder o con la emergencia de un nuevo poder. De esto sobran ejemplos en las campañas de las cruzadas sagradas. Nuevamente los aparentes enemigos volverán a coincidir en sus disertaciones. Schmitt, en sus debates y divergencias con Peterson, parece siempre, de una u otra forma, coincidir con su adversario o viceversa. En 1927, en un artículo sobre el refrendo y propuesta de ley por iniciativa popular, Schmitt opone el voto individual con escrutinio secreto propio de las democracias contemporáneas, a la expresión inmediata del pueblo reunido propio de la democracia pura o directa. En la democracia pura coincide el pueblo, la aclamación y el acto constitutivo. Para Schmitt la verdadera capacidad y función del pueblo que constituye el fenómeno democrático en sí, es lo que Rousseau planteó también como la verdadera democracia, esto es: la aclamación o el grito de aprobación o rechazo de la masa reunida (301: 2008). Para Peterson las aclamaciones y doxologías litúrgicas expresan el carácter jurídico y público del pueblo (laos) cristiano, mientras que para Schmitt la aclamación es la expresión pura e inmediata del pueblo como poder democrático constituyente (302: 2008). En efecto, la siguiente sentencia de Schmitt es muy significativa y revela la capacidad jurídica del pueblo: “Ningún Estado sin pueblo, ningún pueblo sin aclamaciones”, dado que si no existe un pueblo aclamante, no puede existir tampoco ningún Estado. La bestia magnífica (el Leviatán) es, en este sentido, un pacto para salir del estado de naturaleza, en el instante que la masa así lo aclama. El convenio o pacto celebrado consistente con que cada cual deponga su propia fuerza para hacer un sistema más estable, alejado de las pasiones vehemenciales de los corazones humanos, es un acto jurídico. El Leviatán quedó instituido cuando el pueblo así lo consintió. La estrategia de Schmitt aquí se hace clara. Oponer la democracia pura a la democracia liberal de Weimar, que como aprendimos para el autor, coincidía con el katechón de la 178 parousía porque lo que retrasaba la venida del Mesías; el imperio mundano encarnado en este modelo susceptible de exportarse y que domina, territorialmente hablando, los sistemas políticos de nuestro planeta. La aclamación del pueblo en su inmediata presencia es lo contrario de la práctica liberal del voto secreto; cercena sus efectos más importantes. Los individuos al ser aislados pierden su papel constituyente. La libertad con la que funciona, tanto la microfísica del poder, como el modelo de la máquina gubernamental, debe de ser restringida de una forma tenue para que sea difícil percibir esas limitaciones a su movimiento. Ahora bien, los historiadores de la liturgia argumentan que la liturgia cristiana primitiva resulta de la unión de elementos salmódicos y doxológicos (himnos y alabanzas) con la celebración eucarística (dispositivo oikonómico). Sin embargo, es casi imposible dividirlos en partes, sólo se conoce que están ahí integrados, realmente bien anexados. Los elementos han formado un único cuerpo y contribuyen al mismo objetivo: la santificación de los fieles. Esto es así sencillamente porque los cantos son actos públicos (por lo tanto, jurídicos) que conceden la ciudadanía celeste al sincronizarse con el cantito angelical. Los actos cumplidos por el sacerdote (la eucaristía) simbolizan la economía salvadora y en apego a ellos se consigue la conveniencia humana y la santificación. Para respaldar sus aseveraciones, Agamben examina las aclamaciones, que no son pocas en la liturgia cristiana. Si su tesis es correcta, la doxa y la aclamación, no sólo conectarán la liturgia cristiana con el mundo pagano y con el derecho romano, sino que se constituirán como verdadero fundamento jurídico, es decir, público y político de las celebraciones cristianas (305: 2008). Por si no se ha entendido la tesis, está dice que los órdenes de la máquina, eficaces mediante la gloria, tienen un carácter constituyente tanto del lado angelical, como del lado del pueblo constituyente, en tanto participen de la doxología. Pero ¿por qué el ceremonial litúrgico tiene una cualidad jurídica dentro de la Iglesia? ¿No debe de pensarse acaso que, lo instituido por Dios, no puede ni debe configurarse según voliciones inferiores?, es decir, ¿por qué existen actos jurídicos dentro de la Iglesia, cuando Dios ha configurado el mejor sistema de todos los posibles? ¿No es acaso muy chocante pensar que los hombres pueden reconfigurar algo instituido por Dios? Peterson 179 explica que laos, “pueblo”, significa etimológicamente “prestación pública” y la Iglesia siempre ha tenido que señalar el sentido público del culto litúrgico en oposición a las devociones privadas. Laos es el colectivo humano que no tiene derechos ni prerrogativas a menos de que se reúnan consensualmente. Ningún acto privado vale, el culto legítimo a Dios se inscribe dentro del recinto de la Iglesia. Peterson así funda el poder constituyente de la liturgia eclesiástica. Si es así ¿qué es lo que constituye el acto litúrgico? ¿De dónde viene la necesidad de convocar a los feligreses en masa, sobretodo en un contexto donde la salvación pasa a segundo término? En los Setenta y en el Nuevo Testamento, los términos laos y óchlos designan al pueblo, pero en la tradición del derecho público, de donde proviene el carácter aclamatorio constituyente, la terminología que se utiliza es populus o multitudo. Por eso la estrategia es conferirle al laos un carácter constituyente. Cicerón lo expresaba de esta manera: el pueblo no es todo conjunto de hombres congregado de cualquier modo, sino el conjunto asociado por un consenso de derecho y por una común utilidad (Rep., 1, 25 en Agamben 306: 2008). Los hombres reunidos no son, en primera instancia, participes de una cualidad constituyente. El vehículo que le confiere la capacidad constituyente al laos dentro de la Iglesia, es la modulación de las aclamaciones con sus respectivos responsorios, es a coordinación de la publicidad divina con el consenso del pueblo. El amén que escande la celebración litúrgica, le confiere a esta, un sentido técnico, a través del cual la multitud de fieles se constituye en laos (ya con su sentido constituyente) (Agamben: 307: 2008). Según Agamben, está estrategia es anti mesiánica, pues un análisis de las cartas de Pablo nunca señala a la congregación con ningún atributo semejante. El término demos, crucial para entender la polis, no aparece casi nunca. Óchlos y laos se utilizan para designar al pueblo elegido en 142 casos, por lo que lejos de ser un grupo que tendrá la capacidad de constituir una nueva ley o un nuevo reino, son un grupo que podrá beneficiarse del nuevo pacto de Dios. Bíblicamente el conjunto de hombres reunidos como congregación no tiene ninguna capacidad jurídica, sino que le pertenece solamente la difusión sobre el reino que esperan, a fin de que otros se beneficien. En cambio, en la Iglesia, laos se politiza a través de la liturgia, el protocolo es el que confiere al pueblo su capacidad constituyente, pero se la confiere al hacer coincidir a 180 todos en un estallido consensual totalmente predeterminado. Que tengamos una sensación de rutinariedad al asistir a la Iglesia se debe precisamente a que los movimientos están todos modulados y controlados de tal forma que exista una cualidad constituyente de la que todavía estamos lejos de tomar consciencia. Hemeîs (nosotros) es el término utilizado por Pablo para referirse a su congregación o comunidad y tiene una connotación distinta de laos. Hemeîs como una comunidad de individuos enteramente gastada en agradar a Dios. Consciente de sus limitaciones y alcances, saben con modestia que a ellos no les pertenece dirigirse a sí mismos ni instituir nada, sino que lo que les toca es traer a más individuos a un reino que ellos no instituyen, pero que anhelan. En cambio, laos es la multitud reunida protocolariamente para reproducir un acto constituyente, el cual, en última instancia, aparecerá carente de contenido, totalmente vacío. Durante 1934 y 1935, Andreas Alföldi publicó sus “Notas romanas”, donde incluía investigaciones sobre las insignias del ceremonial imperial romano. Aquí su propósito es demostrar que el protocolo ceremonial fue elaborado progresivamente a partir de finales de la república y en los primeros años del principado por medio de la recolección de elementos de tradiciones diferentes, pero prioritariamente teológicos. Para entender el carácter “teológico-sacro” que va asumiendo en Roma la relación entre el soberano y los súbditos no es para nada necesario trasladar más o menos arbitrariamente a la urbe el modelo de la monarquía divina oriental. “El principado había enaltecido infinitamente al jefe del Estado por encima de los senadores que ruegan y celebran sacrificios por su bienestar, juran por su nombre, lo invocan como hijo de Dios y celebran su cumpleaños y las otras fiestas privadas como una ceremonia pública. La auctoritas que, según su propia declaración, eleva a los príncipes por sobre todos los otros, había asumido un tono religioso, tal como sagrado era también el título de Augustus que aquellos portaban” (Agamben: 310: 2008). La auctoritas es el poder que constituye pero falto de ejecución efectiva. En este caso, habla de que los mismos senadores sacralizan la presencia del soberano. Un senador es el representante del pueblo, por lo que estos hacen las cosas en su nombre. Ellos tienen la capacidad de constituirse como extensión del pueblo una vez que este los instituyó. Que ellos se encarguen de investir al rey de un halo sagrado, nos habla de que ellos ahora 181 cuentan con el ejercicio de ejecución que ex ante portaba el laos, el cual es despojado por delegación de su poder y ejercicio, ahora en manos de unos cuantos individuos que la hacen de sus representantes. A partir de este punto, todo movimiento de ellos será un movimiento que el pueblo realice, pero sin la necesidad de que este se congregue en totalidad. Es aquí cuando nace la potestas o un poder con ejecución efectiva que se impondrá a la auctoritas. Que un poder nazca de la auctoritas y se imponga a él no es una cruel fatalidad, sino un movimiento previsible que estaba en ciernes. La auctoritas nace como una oposición al reino celestial; pues según las Escrituras al hombre no pertenece siquiera dirigir su paso. Tratándose de una máquina que en sus distintos niveles reproduce la misma dinámica, era previsible que el siguiente nivel estuviera en igual posición que el primero. La auctoritas es entonces la negación del Hemeîs paulino y el resultado del sincretismo que comenzó con el sistema imperial. Alföldi, analizando la vestimenta imperial, extrae interesantes consideraciones a partir del cambio que la misma tiene a través del tiempo. Primeramente destaca que es sólo exclusiva de la realeza, una marca distintiva de los príncipes, pero que no siempre fue así. La vestimenta del príncipe en sus inicios, coincide con la simple toga del ciudadano romano para luego asumir la vestimenta que el magistrado victorioso vestía en el cortejo triunfal (espacio con capacidad constituyente). Más tarde, con Cómodo, los tintes militares que se le adicionan a la vestimenta imperial, como el paludamentum, invaden toda la vestimenta (311: 2008). La mutatio vestis que oponía la toga (prerrogativa de ciudadano) con el paludamentum (ahora prerrogativa del soberano) insignia del comandante militar, escondía un proceso subterráneo, el cual comprendía la distinción entre el pomerium y el resto del territorio. El pomerium era la frontera de la sagrada ciudad romana. Fuera de la demarcación existían terrenos romanos, pero no eran Roma. El magistrado no podía ingresar, por ningún motivo, a los dominios de la sacrosanta ciudad romana si su cuerpo portaba la indumentaria militar. Para acceder debía ponerse la toga, posicionándose con respecto de los ciudadanos en un nivel semejante, igual. Que el emperador vistiera su paludamentum púrpura en la urbe creaba un espacio de indeterminación entre pomerium y territorio, entre poder consular y poder pre consular, derecho de paz y derecho de guerra. La vestimenta, por tanto, tenía serias implicaciones inmediatas en el derecho público; tiene un efecto performativo en el derecho público. 182 ¿Qué debemos considerar o entender por performativo? Pues bien, es un enunciado lingüístico que en sí mismo es también un hecho real en la medida en que su significado coincide con una realidad que el mismo produce (319: 2008). Para coincidir con la realidad, el verbo performativo debe suspender el carácter denotativo normal del lenguaje; anula el sentido formal y literal de la palabra, para por medio de un dictum (oración corta y verídica), adquirir naturaleza constativa sin la cual el dictum sería incapaz de corresponderse con la realidad. Así, por ejemplo, “yo prometo” tiene valor sólo si es seguido por un dictum: “que lograré mi meta”. De esta manera el enunciado performativo coincide con un hecho real, pues coincide con una realidad que producirá o que produjo. Agamben aquí ve también una signatura que disloca de su ámbito las cosas para devolverlas a su campo de origen. En este caso, el dictum suspendió la parte puramente objetiva y formal de la semántica y la transporta a una esfera constativa; práctica. Este proceso es el responsable de que no percibamos los ámbitos originarios de los términos, pues por fiat, salen de sus espacios originales para sobrevivir sólo como función performativa. Los signos de poder son signaturas que confieren al acto una eficacia particular, al dislocar el campo en el que se ejecutan y pasan a una esfera de eficacia particular que se cristaliza(o) en un acto (ibíd.). Lo que trata de decir Agamben, es que en sus inicios la figura puesta por la auctoritas parece coincidir con el pueblo, pues se ve como simple extensión de él en tanto que porta los mismos atributos y no se distingue en nada de sus procreadores. Sin embargo, la vestimenta coincide después con el atuendo militar. Sabemos ya que la victoria en la guerra era un acontecimiento con cualidades fuertemente jurídico-constitutivas. Que el gobernante portara la vestimenta dentro de la ciudad quería decir que en ese momento estaba en posición de constituir jurídicamente algo, por lo que sólo lo podía portar legítimamente ante la victoria del enemigo. Portarlo en circunstancias normales daba a entender que imponía esta facultad sin mérito alguno, como un enunciado performativo. Era como decir: “aún no tengo ninguna victoria, pero seguro la tendré en el futuro, por tanto, estoy en posición de modificar lo que quiera”. Que el soberano paseara con el paludamentum en tiempos de paz anunciaba que tenía capacidad jurídica, como habiendo vencido a su propio reino, como imponiéndose a él. Portar el paludamentum en tiempos de paz en el territorio era símbolo del nuevo poder: la potestas 183 o un poder que ejecuta lo que la auctoritas instituyó, haciendo innecesaria su participación o competencia ulterior. La signatura la encontramos en la figura de los senadores y diputados, a partir de ella, podemos retroceder hasta encontrar las distintas figuras constitutivas. Ernst Percy Schrammha dedicó una investigación a las insignias y a los símbolos del poder. Su investigación tuvo primeramente como línea directriz la definición goethiana del símbolo: “el símbolo es la cosa, sin ser la cosa, y sin embargo es la cosa, una imagen contraída en el espejo espiritual y, sin embargo, idéntica a su objeto (en Agamben: 315). Para entender esto, es necesario mencionar a Karl von Amira, evocado por el propio autor, quien fue en vida un historiador con una afinidad al nacizmo y que propuso una ciencia denominada arqueología del derecho. Amira diferencia los gestos en auténticos, en los que la mano es inmediatamente un proceso, en este caso espiritual, y gestos inauténticos, donde la mano no es expresión eficaz de una voluntad, sino sólo hace visible algún atributo social de la persona, como su pertenencia a un grupo, es decir, es un símbolo de identificación, en lugar de una signatura. Los gestos y las señas pueden tener carácter jurídico siempre y cuando sean realizados por una multitud de personas o un carácter confirmatorio que expresa que están en conformidad. Dicho gesto puede ser bien la sustitución de una aclamación o un agregado a la misma aclamación. Lo importante es que su manifestación sea grupal y de la que se pueda entender un consenso. Para ilustrarlo, el gesto de la ingens manus que expresaba la eficacia del poder imperial, se funde con gestos de la retórica antigua, los cuales acompañaban la acción del orador, para luego transformarse en aquel gesto del logos que bendice: con el pulgar, índice y dedo medio extendidos y los otros dos dedos doblados sobre la palma (316: 2008): símbolo de la mano usado para persignarse. Cuando todos lo hacen en el protocolo de la Iglesia, los feligreses dan a entender que están conformes con lo que la potestas ha dicho o hecho. Lo que Agamben parece querer expresar es que cuando la aclamación es modulada de modo que el laos atienda, la capacidad constituyente de este último ha sido delegada a un poder que ahora lo trasciende. El acto constitutivo de la Iglesia, una vez que se ejecuta bajo los lineamientos de un protocolo en las ceremonias eclesiásticas, anuncia que la potestas está ya sobre la 184 auctoritas, de la misma manera que el príncipe con el paludamentum está sobre el pueblo. Cuando un símbolo es utilizado como responsorio y es efectuado por todos, el símbolo es semejante a la aclamación producida por toda la multitud. Quintiliano decía que las manos hablaban: donde los gestos se convierten en palabras, las palabras se convierten en hechos (en Agamben: 317: 2008). Aquí es necesario introducir una advertencia ¿Qué significa que la ceremonia en la Iglesia se protocolizada? ¿Por qué son introducidas las escansiones en la liturgia? ¿Por qué, en momentos específicos, los gestos se intercambian por la aclamación? Según vimos, el imperator no podía entrar en los dentro de la ciudad romana investido del paludamentum porque crearía un campo de indeterminación que no distinguía entre derecho de paz y guerra, poder consular y pre consular. El triunfo de la guerra, puede definirse técnicamente como la extensión legítima fuera del pomerium. Dramáticamente también esta ocasión, era la única en que también el soberano podía ingresar dentro de la sagrada ciudad romana con su atuendo militar, creando un campo de indeterminación dentro de la ciudad. Siendo como era un imperio, seguramente tal evento se repitió en varias ocasiones. La victoria se constituía como un nuevo poder imperial trasgresor de sus propias leyes, cuyo titular era el soberano. Para Mommsen, existe la posibilidad de una centralización del imperium en manos del príncipe, pues el triunfo le da un derecho reservado sólo a él (el acceso a la ciudad en son de guerra) (Mommsen, vol. 1, p. 135 en Agamben: 322: 2008). Aquello que parecía solamente una cuestión nimia de vestuario y lujo esconde la capacidad de sobreponerse a la auctoritas: una verdadera y precisa esfera constitutiva de la soberanía. Debuta, a partir de ahora, un nuevo sentido, una nueva comprensión para entender el significado y la naturaleza de las insignias y las aclamaciones, latu sensu, de la gloria. De forma súbita, Alföldi, quien no logró atribuir a las aclamaciones un significado jurídico; un significado político constitutivo, si se percata de que, cuando asciende el aspecto aclamatorio y ceremonial del poder, el soberano se alza por encima de la comunidad de los ciudadanos presentándose una operación antagónica al derecho (329: 2008) 185 Para hacer más explícita la forma en que la Iglesia retoma este poder constitutivo en sus liturgias, Agamben selecciona a Kantorowicz, específicamente su obra Laudes Regiae: A Study in Liturgical Acclamations and Mediaeval Ruler Worship, el cual vio la luz en 1946, pero que fue escrito desde el 34. La obra se centra en una aclamación, una letanía que comienza con la fórmula: “Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera”, usada regularmente en la Iglesia galo-francesa a partir de VII y de ahí esparcido por toda Europa. ¿Qué la caracterizaba? Sencillamente su labor de reunir a la figura divina no sólo con los santos, sino también con la figura del príncipe y el emperador. El primer lugar estaba reservado para Dios y después de invocarlo tres veces, la alabaza salta a la fórmula aclamatoria exaudi, donde se aclama primero al pontífice y luego al emperador: “Vida a León, sumo pontífice y Papa universal, vida y victoria a Carlos excelentísimo y coronado por Dios como magno y pacífico rey de los Francos y Longobardos y Patricio de los romanos” (332: 2008). No conforme con aquello, una vez voceada una larga lista de ángeles y santos, en un vuelco drástico, la aclamación no deja fuera a los funcionarios y al ejército: “vida y victoria a todos los jueces y al ejército de los francos” (ibíd.). Luego hay aclamaciones típicas de las campañas militares sólo que el protagonista es Cristo: “Rey de reyes, fortaleza nuestra, victoria nuestra, arma nuestra invencible, muro nuestro inexpugnable”. En general hay una manera promiscua de juntar los dos polos de la máquina gubernamental: el cielo y la Tierra. Cruce que sin lugar a dudas tendría implicaciones grandes en el gobierno del mundo. El vaivén de la aclamación entre las dos esferas, se hace evidente en la misma época con la teología política carolingia. Esta comienza con Pipino, quien quería una restauración de la majestad bíblica contra el imperio romano. Recordemos que Pipino llamó a concilio en 774 en Neustria, donde adoptaría las decisiones que se pactaron el concilio de su hermano, las cuales eran: establecer la jerarquía en el seno del clero franco, cuya comandancia iba a correr a cargo de Bonifacio (evangelizador de Germania). La restauración concluiría con la introducción del rito bíblico en la unción real. Los soberanos carolingios dan a luz a una especie de liturgización del poder secular, en cuyo acto aparecen los Laudes regiea (Kantorowicz 2, p. 59 en Agamben: 333: 2008). El ceremonial imperial de la Roma pagana había sido progresivamente letanizado, y de esta 186 forma comenzó a percibirse como servicio divino: de ahí que se hable del sacro imperio romano, cuyo distintivo es que la letanía adquiere la forma de un protocolo. El fortalecimiento de los polos parece mutuo, ambas esferas comparten sus elementos produciendo esa zona indiferenciada. Para comprobarlo basta el siguiente ejemplo: la fórmula invocatoria Exaudi Caesar (César escúchanos) es la misma fórmula “Cristo, escúchanos” (334: 2008). La máquina del gobierno del mundo conecta a ambos polos, de forma que lo que suceda en uno también acontece en el otro. La Iglesia es lo que conectaba la ciudad celeste con la ciudad terrena según las directrices de su providencia particular u orden secundario. Si lo que sucedía en la Iglesia, era pues, la dirección a la que si se adherían los hombres alcanzarían su ventaja, el reconocimiento de la Iglesia al Estado adquiriría una relevancia sin precedentes. En relación a la función sacerdotal emergente, el poder consensual del pueblo pasó a segundo plano. Lo mismo en el ámbito social. El Estado constituido a través del consenso que la multitud clama es frenado y fragmentado a fin que la multitud nunca convenga organizarse de forma constituyente. El poder que una vez emanó del pueblo queda en manos de una potestas que hace viajar la capacidad constitutiva de un polo a otro, sin volver a prestar capacidad jurídica a la autorictas, pero activa mecanismo que hacen creer que, por lo menos, su capacidad se iguala a la potestas. Al respecto, Kantorowicz argumenta que todo el proceso que comenzó con Pipino, tiene su cumbre en la coronación de la noche del 25 de diciembre del año 800, donde quien fue coronado, era nada más y nada menos que el poderoso Carlomagno por el Papa León III en la Catedral de San Pedro. Esto es relevante, pues hasta el lugar seleccionado para la coronación se coordina con la idea del dispositivo providencial. Cuando trascurría la coronación, según el análisis de Kantorowicz, pareciera que se pueden distinguir aclamaciones diferentes: la que emanaba del pueblo y la que dimanaba la Iglesia. El problema para el autor en cuestión, era establecer cuál aclamación es la verdaderamente constitutiva del poder soberano: “Entonces, cuando el pontífice puso la corona sobre la cabeza de Carlomagno, la multitud grito y, por otra parte, se produjo el canto de alabanza propiamente dicho. Para Kantorowicz en este momento ya es misión imposible dividir ambos actos, pues parecen confundirse en un único estallido vocal y es vano pretender distinguir en este estruendo cuál de las dos tiene el efecto jurídico” (Agamben: 337: 2008) 187 Estas investigaciones apuntan sólo a una conclusión: la relación entre lo teológico y lo político no son unívocas, corren a través de la maquina en un intercambio constante, que es difícil distinguir la procedencia de los conceptos. Una vez que la máquina está en sintonía, ambos polos tienden a confundirse. Jan Assmann, un egiptólogo, ante tal dinámica y la capacidad de los polos de tomar prestada la esencia del otro, concluye que todos los conceptos decisivos de la teología con conceptos expropiados de la política, invirtiendo la tesis de Carl Schmitt. Pero como se dijo hace un instante, toda inversión de la tesis permanece secretamente solidaria con la tesis invertida. Sin embargo, la clave está en comprender la relación funcional, la razón por la que estos principios se ligan. Ahí hay que desgastar nuestras fuerzas y capacidades más que decidir que bando es el que prima. Observar ese punto de indeterminación que la gloria cubre para ocultar la inoperosidad que la máquina esconde después de la consumación de los tiempos es el próximo cometido que se debería plantear. La teología de la gloria constituye es, en este sentido, el punto de contacto a través del cual, teología y política se comunican incesantemente e intercambian sus papeles (Agamben: 341: 2008). Al final Kantorowicz, aunque un poco vacilante, es llevado por el carácter ineludible de la relación de los polos y se ve en la necesidad de disparar la pregunta acerca de la relación tan íntima que liga poder y gloria: ¿Por qué el poder necesita recibir aclamaciones rituales y cantos de alabanza, vestir coronas y tiaras molestas, someterse a un protocolo inmutable? (en Agamben: 343: 2008) ¿Por qué la Iglesia llama a la entera congregación a participar de un acto jurídico, cuando se supone que Dios, en su análisis omnímodo, ha creado el mejor de los mundos posibles? Inclusive, la intriga planteada por estas preguntas aumenta cuando sabemos que los titulares del poder soberano profano se sienten excedidos y rebasados por los extenuantes protocolos que ven como una obligación penosa y pesada, ajustándose a ella a regañadientes, como si se tratará de una genuina lex ceremoniarum. Las palabras de Carlos V al momento de participar de los protocolos son: “Padezco de mala gana hacerme besar los pies, pero la ley del ceremonial me obliga” (en Agamben: 344: 2008). 188 El último objetivo de la investigación no es responder que es la gloria o el poder, sino analizar la forma en que se dan sus relaciones y el por qué. Se cuestionará, no a la gloria, sino a la glorificación; no la doxa, sino el doxazein. 6.8- Arqueología de la gloria. En el capítulo anterior vimos como el cálculo del mejor de los mundos posibles instauró una máquina con dos polaridades que intercambian y se conectaban a través de los actos litúrgicos constituyentes. El mejor de los mundos posibles, para su consecución, requería una dosificación del poder soberano y esta llegó y se llevó a cabo bajo la idea de la burocratización y jerarquización tomada del modelo angelical, cuyo presupuesto y modelo fue la oikonomía trinitaria. Dios es presupuesto del orden, en tanto el mismo se ordena. Los ángeles cuentan con dos funciones en la ciudad celeste: una hímnica y otra ministerial. El gobierno de los hombres se justifica mediante el hecho de que estos, buscando su conveniencia con pleno ejercicio de su libertad, coinciden con el orden general y providencial. De esta manera se une la providencia general y la particular. La economía trinitaria tiene como cometido revitalizar este movimiento incesantemente (la unión de los polos), y para realizar este objetivo, confiere idéntica realidad a las tres figuras de la hipóstasis, eliminando cualquier cometido superior. Ya no se puede anhelar un gobierno, cuando se tiene, por sintonía, el mejor de los mundos posibles. Por eso Jesús funciona como el cesador de la ley, como el personaje que vino, en primera instancia, a eliminar la ley mosaica, y en segunda, como el personaje que reforzará su primera acción. El Estado de excepción tiene su paradigma originario en la figura del Jesús anárquico. Unida la máquina, es necesario mantenerla así para su perpetua asistencia y renovación. La liturgia que conecta la publicidad celeste con los hombres y que hace de los dos ámbitos uno sólo, es también una fuente jurídico constitutiva que mantiene el proceso por medio de la liturgia protocolizada. Así, el laos reproduciendo una acto jurídico vacío da su consentimiento, indirectamente justifica el estado de las cosas que le es contemporáneo. Que la máquina sea bipolar y que los polos presuman de estar bien ensamblados hace imposible determinar el polo creador de este evento jurídico. Agamben, al presenciar este hecho, no pude más que decir que lo que importa no es el polo originario, sino que lo 189 importante es el efecto que ocasionan estos intercambios. El efecto decisivo es una zona de indeterminación al centro de la máquina, recubierta con la gloria. La gloria será el episodio donde culmine todo y la glorificación será la actividad angélica y humana en el paraíso. Al final el hombre y los ángeles ejerciendo su libertad, no harán otra cosa que coincidir en el programa divino. En este capítulo descubriremos que la gloria es el móvil entre los polos y lo que verdaderamente la hace posible su unión. Sin gloria, no podría existir máquina del gobierno del mundo en los términos ya delineados, y sin la liturgia, la gloria no podría transportarse de un lado a otro. A través de una arqueología de la gloria, Agamben nos explica minuciosamente, como la gloria es la que hace posible los gobiernos del mundo. Es por eso que los soberanos de mala gana se deben adecuar a los manuales protocolarios pesados y aburridos. Se trata de un proceso de deconstrucción que irá desarmando pacientemente la estructura gloriosa, que una vez llegando a sus inicios, revelará sus verdaderas intenciones. Desde este punto, ahora sí se puede abordar la pregunta que Agamben reclama a politólogos y filósofos ¿Por qué la política necesita de la gloria? La explicación contemporánea, cuyo autor es Balthasar, propone a la gloria como una operación meramente estética: Dios puede ser verdaderamente reconocido únicamente en su señoría y soberanía, en lo que Israel llama kabod (gloria). Dios viene a contactar con nosotros, por medio de la parousía para irradiarse a sí mismo. Es un intento de estetizar la gloria trasladando un concepto cien por ciento político a la esfera de la belleza. Concepto que es imposible entender en primera instancia, pues en las Escrituras kabod, no se relaciona con la esfera de la belleza (En Agamben 347: 2008). Esta pretensión de estetizar la teología política, tiene, sin embargo, intenciones subterráneas, que sólo se entenderán hasta que interpretemos en su totalidad a la gloria. Kabod o gloria, es un concepto fundamental del judaísmo y por eso es clave en el Antiguo Testamento. Este viene precedido por el tetragramatón formando el sintagma “gloria de Dios” (kabod YHWH). Agamben ve aquí una tecnificación del concepto por parte del judaísmo. Citando a Maimónides, encuentra que el sintagma tiene una connotación triple. El primer significado es extraído de Éxodo 24: 16 que menciona: “y la gloria de lo Eterno 190 se detuvo sobre el monte Sinaí y una nube lo cubrió”. La gloria aquí designa una luz que Dios hace descender milagrosamente sobre un lugar para santificarlo 39. En ese mismo libro de las Escrituras, puntualmente en el 33: 18, la gloria se equipará a la esencia de Dios, a su ser en sí. Ese pasaje dice: “Hazme ver tu gloria” a lo que se le respondió: “el hombre no puede verme y seguir viviendo”40. Su tercera acepción designa un elemento externo, ya no su ser propio, ya no algo que Él deífica, sino algo que le debe su creación; es un acto de glorificación del que Dios debe ser objeto por parte de los hombres y a partir del cual estos se santifican. Hay un requisito, empero, para que se concrete la glorificación: deben tener conocimiento de su grandeza. Sólo glorifica a Dios aquel individuo que le conoce. Así por ejemplo en Habacuc e Isaías se lee: “y la Tierra estaba llena de su alabanza” y “toda la Tierra está llena de su gloria” respectivamente. Como podemos ver, alabanza y gloria son intercambiables. La alabanza es un acto reflejo una vez que se conoce la gloria de Dios. La exégesis que Maimónides hace de estos versículos es que la primera gloria, la que es consistente con un resplandor de increíble claridad, hace otra función que aparece en el segundo significado, esconde a Dios, y se comprueba por la imposibilidad que tuvo Moisés para establecer contacto directo con Él. La luz creada, no sólo revela a YHWH, sino que también lo esconde. La esencia de Dios está oculta detrás de su propia luz creada. Dios al mismo tiempo que se revela se esconde. El tercer significado, el autor lo utiliza 39 El pasaje se refiere al lugar que Dios santificó, para entrar a conversar con Moisés. La gloria de Dios se les aparece a los judíos como un fuego que consume, rodeado de una nube, a la que sólo puede acceder Moisés. 40 Una vez que se apostó la tienda en donde Moisés, sobre el monte Sinaí, entraba para hablar con Dios, este le exclama que le deje ver su gloria. Sin embargo, el Creador le contesta que no hay quien lo vea y siga viviendo, entonces para entablar la conversación, a modo de pantalla, Dios cubre con su mano a Moisés y, enseguida este se pone de espaldas, para que así no muera. Una vez que sale con el pueblo de Israel, Moisés, para comunicarse con ellos, tiene que cubrir su cara con un manto, debido a que su cara, al estar en contacto con la espalda de Dios, adquirió un fulgor radiante que no podían ver directamente los israelitas. 191 para acentuar el segundo significado. La alabanza presupone la grandeza, la esencia del ser divino. Es decir, la glorificación deriva, de algún modo, de la gloria, que en verdad, ella misma funda (349: 2008) Dios, en esencia, es gloria, es su ser. El hombre le debe alabanza en cuanto lo conoce. Los trabajos lexicográficos, como las monografías modernas, también se sitúan sobre este entendido. Teólogos modernos, cristianos y judíos, simplemente desarrollan y articulan, la relación instituida por Maimónides por allá de XII, en kabod “luz creada” y el kabod “ser de Dios”, para luego vincular la gloria a Dios, en cuanto su manifestación se hace visible y perceptible, lo que es similar a que Dios es objeto de gloria una vez que se conocen sus efectos. Y en un movimiento muy similar al de Maimónides, se hace una bipartición de la gloria. En lugar de ser tres significados, los primeros dos permanecen muy emparentados, tanto así, que pueden constituirse en uno: Kabod que se revela y se esconde. A este significado subjetivo de kabod se le opone el significado objetivo de glorificación, es decir, la glorificación que las criaturas le deben a Dios y, que se manifiesta por medio de aclamaciones e himnos de alabanza; respuesta natural y alegre a la gloria divina. Así pues, kabod no tiene tres significados, sino sólo dos: gloria y glorificación, kabod subjetivo y objetivo, ser divino y alabanza (praxis) humana. Pero si la reducción de tres significados en dos fue operada por la pretensión de que un significado deriva del otro, nuevamente puede ser efectuada tal operación. La gloria de Dios es inmediatamente glorificación en cuanto esta mediada por el conocimiento que se tiene de la misma, esto vale tanto para la hipóstasis o la procesión trina, como para las criaturas vivientes. Pero esto sólo vale cuando la gloria es equiparada a la oikonomía, como veremos a continuación. La Septuaginta o Los setenta es la parte de las Escrituras que se escribieron en griego, por lo que refiere al Nuevo Testamento. Esta traduce kabod como doxa. Pero como acontece con cada traducción, sufre una transformación: la gloria ahora significará la glorificación que la Trinidad hace de su misma esencia. Doxa como las relaciones internas de la economía trinitaria, de la cuales una es la glorificación que se tiene de sí misma; otra 192 como recordaremos, es la relación del orden y dosificación que la Trinidad hace de si misma para hacer posible el gobierno del mundo. Ya tenemos entonces la segunda operación para completar la máquina divina del gobierno del mundo. La primera fue la Trinidad que hacía frente al problema del monoteísmo en un contexto donde la mayoría de los pueblos que se anexaban al imperio romano eran visiblemente politeístas. La estabilidad del imperio requería igualmente una forma de pensar imperialista. Foucault dice que cada forma de poder debe de venir aparejada a una forma de saber que le brinde estabilidad y la legitime. Esta forma de pensar fue el eclecticismo. Por su forma de seleccionar partes precisas de distintas concepciones e integrar esas visiones del mundo en una cosmovisión hasta llegar a un complejo coherente, es que yo llamo a esta filosofía imperial. En un mundo acostumbrado a la adoración múltiple de dioses, pero al mismo tiempo, donde venía pujando con fuerza una concepción monoteísta, la solución para un imperio estable estuvo en una conciliación ecléctica de esas visiones del mundo. La armonía del imperio romano necesaria en un contexto de dioses paganos y la realidad de las Escrituras se conseguía por medio de un Dios trino y a la vez uno. Tomando las partes principales de dos mundos completamente distintos, es como se conseguiría el apreciado y delicado equilibrio que el sacro imperio procuraba. La oikonomía, la providencia, el orden, el infierno, la aclamación, son dispositivos agregados que enmiendan las aporías que la actividad sincrética desprendía. Todos estos artefactos o dispositivos constituyen el armazón de la máquina, pero la parte que le da vida y que activa su ejecución es la gloria. Así como la oikonomía daba una salida al problema del arche de las figuras hipostáticas, alardeando que la división no era ontológica sino práctica, y además que dicha praxis se debía jerarquizar y ordenar primeramente su interior a fin de estar en condiciones para trasferir su modelo al segundo orden, así la doxa theoû (gloria de Dios) define ahora la operación de glorificación recíproca entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, la cual sólo es posible ex ante una ordenación interna. La economía trinitaria es constitutivamente una economía de la gloria (Agamben 352: 2008). La exégesis encuentra está feliz armonía en el Evangelio de Juan en su capítulo 17: “Padre, la hora ha llegado. Glorifica [dóxason] a tu Hijo para que el Hijo te glorifique [dóxasei] […]. Yo te he 193 glorificado sobre la tierra cumpliendo la obra que me has dado para hacer. Ahora, Padre, glorifícame junto a ti con la gloria que tenía junto a ti antes de que el mundo estuviera junto a ti”. Aquí tenemos que la Trinidad para glorificarse tuvo que estar ordenada según la oikonomía de las tres personas. Una vez que cada parte hace su cometido, estas pueden proceder a glorificarse. La obra que Jesús ha cumplido sobre la Tierra (la economía de la salvación) es en verdad, la glorificación del Padre. La oikonomía del mundo ocultaba otro aspecto o, en su defecto, no era tan visible: al llevarse a cabo el gobierno del mundo, se lleva a cabo, del mismo modo, la economía de la gloria, que es al mismo tiempo glorificación del Hijo, por obra del Padre, o en términos más llanos, glorificación hacía sí mismo y por sí mismo. Si esto es cierto, se cumple perfectamente la idea de que la gloria precede la creación misma del mundo. Y no podría ser de otra manera, Dios es sin principio ni fin, así como el hijo es sin arche. Si los presupuestos de la máquina del gobierno del mundo son ciertos, desde la eternidad Dios ha estado ocupado glorificándose. Lo que, a su vez, también implica que la constitución del cosmos estaba ya en sus planes. Por eso Agamben dice que la idea de la gloria precede la creación misma del mundo y que, por lo tanto, ya estaba definida desde la eternidad la relación trinitaria (353: 2008). La economía de la gloria no tiene principio ni final, al igual que la oikonomía trinitaria, pues desde el principio Dios se ordenó, para sí ordenar el mundo. El mismo capítulo de Juan, sólo que versículos después, cierra el ciclo de la gloria al integrar a los hombres en ella, tal como habían adelantado las interpretaciones del Antiguo Testamento. En el 17: 10 se puede leer que Jesús dice: “Todo lo que es tuyo es mío y todo lo que es mío es tuyo, y yo he sido glorificado también en ellos”. En el 22 añade: “Yo les he dado la gloria”. A la economía gloriosa de la Trinidad le corresponde la glorificación entre los hombres y Dios (354: 2008). Las cartas de Pablo arrojan la claridad que se necesitaba para entender cómo es que se relaciona la oikonomía con la gloria de manera precisa. En la segunda epístola a los Corintios, Pablo retoma la idea del kabod que aparecía en el Éxodo, de la cual se desprende la “correcta” interpretación y la conexión entre oikonomía y gloria. El capítulo 194 tres, entre otras cosas dice que la gloria que envolvía a Moisés era decididamente de condenación, por lo que es inferior a la de justicia que ahora el Mesías efectúa. Si el código que administraba condenación fue glorioso, mucho más abunda en gloria la administración de la justicia”. Aún con esta gloria de grado inferior a la justa, los hijos de Israel no podían fijar la vista sobre Moisés, sino sólo a través del velo. Este velo era desactivado por Cristo. Las Escrituras luego exponen: “cuando hay un volverse a Dios, se quita el velo. Ahora bien, Dios es el Espíritu, y donde está su espíritu, hay libertad. Y todos nosotros, mientras con rostros descubiertos reflejamos como espejos la gloria de Dios, somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria”. Tenemos entonces, que la gloria resultante del servicio de redención de la oikonomía, cuyo acto final es la parousía, es mayor que la gloria resultante de la gloria de condenación. Pero ¿cómo entender el que una gloria de grado inferior no pueda ser accesible al ojo humano, en tanto que la mayor es completamente vinculante a la capacidad ocular humana? La respuesta es que el Mesías significa la desactivación del velo. ¿Pero, por qué? Para comprenderlo tenemos sólo que recordar la explicación de la providencia general y la providencia particular. La máquina del gobierno providencial del mundo, primeramente, para comulgar con las ideas estoicas y gnósticas, reúne la figura de un Dios ocioso (el soberano) y un dios actuoso (el hijo) a condición de que la asimilación sea económica y no ontológica. Esta división se efectúa para dosificar la omnipotencia divina, sin cuyo ordenamiento, el mundo sería el caos portentoso de una potencia insostenible. El hijo, por tanto, ya no es diferente a Dios Padre (todopoderoso), sino según la oikonomía, un modo de ser divino vinculante con una forma regulada de ejercer el gobierno. Una gloria bien regulada puede establecer contacto con el hombre. Cuando usemos nuestra libertad para buscar nuestra conveniencia, coincidiremos con la gloria divina y seremos arrastrados hacia la alabanza y contemplación. Así los hombres, sin necesidad de cubrirse o voltearse, reflejan como espejos la gloria de Dios (Moisés reflejó la gloria de Dios, tan sólo estando contra èl) a los otros, para que de la misma manera ellos sean transformados en la misma imagen: gloria de gloria. Por eso el katechón coincide con la no conversión de los judíos. Ellos no aceptan al Mesías, aún lo esperan. La Iglesia nace como forma de conducción que lleve a los seres 195 humanos al conocimiento de Dios y, por ende, a la glorificación. Una vez que se adquiera conocimiento de Dios, los hombres serán eminentemente seres que alaban. La fenomenología óptica de la gloria se desarrolla así de este modo: Dios, “el Padre de la gloria” (Eph., 1, 17), irradia su gloria sobre el rostro de Cristo, quien la refleja e irradia a su vez como un espejo sobre los miembros de la comunidad mesiánica (359: 2008), y estos a su vez, sobre los incrédulos. Los padres fundadores de los primeros siglos, quienes instauraron la economía trinitaria, ya habían dado los elementos de una teología de la gloria, mismo que constata una relación verdaderamente íntima entre Trinidad y gloria. Esto se comprueba con Ireneo, quien retoma la incognocibilidad del kabod y la opone a la revelación obrada por el espíritu profético a través de Hijo, a quien describe como verdadero y fiel exégeta (intérprete de las Escrituras), ecónomo y cantor de la gloria: “Es él quien ha cantado, armoniosamente para los hombres, en el momento oportuno y para su utilidad, las visiones de los profetas, la diversidad de las gracias y los ministerios, la glorificación [doxología] del Padre. Por eso se ha hecho ecónomo de la gracia del Padre por el bien de los hombres, por los que ha cumplido tan grandes economías, exhibiendo a Dios a los hombres y presentando el hombre a Dios” (en Agamben 360: 2008). La glorificación que emprende el logos, por donde quiera que se le vea en estos pasajes, es descrita en términos económicos. Desde que se arquitecturó y confeccionó la estructura de la máquina ya estaba impresa que el móvil, la gasolina que la echaría a andar, era precisamente la glorificación que es a la vez gloria. La gloria es al mismo tiempo lo que de otro modo permanecería inenarrable. Paradójicamente es el velo que cubre ese vacío de la inoperosidad del fin de los tiempos y antes de los tiempos (recodemos que la gloria cubre al mismo tiempo que revela). La gloria es la economía de las economías. Orígenes tiene una teología de la gloria en su libro XXXII, siendo un apartado dedicado a comentar el evangelio de Juan. Primeramente se retira de cualquier concepción pagana del término (gloria como alabanza constitutiva por parte de la masa reunida como multitud) y se centra en los pasajes canónicos de Éxodo, que como ya sabemos, hablan acerca del kabod de Dios, y también hace alusión a la lectura que Pablo hace de este mismo pasaje, centrándose en el intelecto plenamente purificado que consiste en volverse 196 del mal camino y de esta forma seguir lo que Dios quiere, para así irradiar su gloria. Debido a eso, Orígenes lo considera como un intelecto apartado y que ha trascendido las cosas materiales, para enfocarse en la contemplación atenta de Dios, y por medio de esto adquirir gloria, como la que se impregna en el rostro de Moisés, pero ahora sin necesidad de velo. Inmediatamente después, aplica esta exégesis al pasaje de Juan, que argumenta que el Hijo del hombre (Jesús) ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Vale decir lo mismo que el Hijo conociéndose a sí mismo, se glorifica, luego entonces, la glorificación precede y excede la creación del mundo. Este bien, es el más grande y conduce al conocimiento perfecto. (/) Aquí me aventuraré a proponer la siguiente hipótesis. La teología de la gloria puede ser también el resultado de la concatenación de varias corrientes filosóficas. Así, el conocimiento que tiene Dios de sí mismo, es similar a la inscripción que había en el templo del oráculo de Delfos que decía: “Conócete a ti mismo y conocerás el universo, y a los dioses”. Sentencia que retoma después Sócrates con su famoso: “conócete a ti mismo”. La modernidad, tal como la conocemos, con sus características egoístas, según hemos visto en la razón de Estado preocupada por sí misma, en el libre mercado preocupado por el goce de las necesidad y deseos personales y que configura el bien social, es el producto de un “conócete a tí mismo”. En definitiva, no es difícil encontrar la idea de que existe una luz que habita en nuestro interior. Luz que hay que interpretarla como kabod, después de todo somos hechos a imagen y semejanza de Dios. Retomando, se entiende que la economía de la pasión, la economía salvadora, el gobierno, coinciden con la economía gloriosa. El Hijo conoce al Padre, se conoce a sí mismo y de esa manera existe la glorificación, de la que puede ser participe el hombre al efectuarse la oikonomía divina. La gloria es el dispositivo que concilia aquello que parecía irresoluble: la trinidad inmanente con la trinidad económica, teología y economía, ser y praxis. La teología es el conocimiento que se tiene de Dios y que se expresa con gestos y acciones de alabanza, agradecimiento y adoración. No hay experiencia de salvación que no esté aparejada a una experiencia de agradecimiento. La fenomenología óptica de la gloria quedó ya asegura: el ser divino glorifica su propia economía, y la economía le devuelve la gloria por medio de alabanzas: la glorificación. En ese esplendor luminoso, 197 es donde coinciden por un instante ser y economía, reino y gobierno. El concilio de Nicea se vió en la obligación de incluir en el símbolo de la fe, la fórmula “luz de la luz”, o lo que es lo mismo, gloria de la gloria (Agamben 366: 2008). Esa zona donde se indeterminan ambos sentidos, también es la zona que más riesgo tiene de separarse. Esto es así porque la máquina se funda en la peligrosa noción de equilibrio, siendo como es el equilibrio, cualquier fuerza agregada a un lado de la balanza que sea lo suficientemente grande, creará la desestabilización. Y no se necesita una muy grande. Por eso la posición equilibrada siempre está en riesgo de naufragar. Aquí, aunque por un momento coincidan, el ser y praxis podrían terminar en una fuerte asimetría. Este es el precio que la máquina debe pagar después de acomodar el conjunto de corrientes de pensamiento en un cuerpo lo más coherente posible. El subordinacionismo no podía ser tolerado dentro de un esquema que trataba de posicionar todo dentro de una igualdad de status, igualdad que sólo se consigue al precio de abrir una fractura en la praxis, espacio donde pueden existir las jerarquías. En el lado de la ontología debe de existir el equilibrio, o de lo contrario, el funcionamiento de la máquina podría ponerse en peligro. El equilibrio es deseable porque, primeramente facilita la circulación interpersonal de la divinidad, luego el movimiento entre los dos polos, para luego cerrar el circuito con la alabanza. La economía debe convertirse en gloria y toda gloria en economía (367: 2008). Si no estacionamos aquí y creemos que la máquina del gobierno del mundo ha resuelto su último obstáculo estamos totalmente equivocados. La idea de que a la gloria que se accede por el conocimiento y que se celebra instantáneamente, coincidiendo, además, con el pleno ejercicio de la libertad, tiene un evento coyuntural que de quedarse hasta aquí, fisuraría y destruiría a la máquina. La gloria está marcada desde el comienzo por una disimetría en su base, en su fundamento, por la cual sólo la trinidad trascendental llega al cumplimiento final de los tiempos. Después del Juicio Final, cuando la economía de la salvación sea completada y se haga inoperosa, pues Dios será en todos, (1 Cor., 15, 28), la trinidad económica será asimilada por la trascendental y lo que quedará será solamente el cántico que no tiene fin. El equilibrio que trató de mantener a toda costa la máquina desde el inicio, es un esfuerzo fatuo pues desde el comienzo estaba comprometida a desaparecer. La liturgia paradisíaca se resuelve enteramente en la doxología. No habrá 198 protocolos, pues estos sólo se efectúan a condición de producir ciertos efectos, y los produce en función de un fin. Aquí el fin ya aconteció, no hay misa, ni liturgia, sólo himno de alabanza. Aquí la gloria revela su carácter completamente “anárquico” del Hijo. La economía es anárquica y no tiene fundamento en el ser de Dios y, sin embargo, el hijo es generado antes de los tiempos para una economía perecedera. Se supone que lo que no tiene fundamento, tampoco tiene fin, pero aquí aquello que no tiene fundamento desaparecerá en función de que su acción culmina una vez llegada la santificación de los hombres. Este es el gran misterio de la economía anárquica y, no obstante, efímera. Barth, es otro autor que se ocupó del problema de la gloria, y tampoco escapó a la circularidad que esta presenta. Su análisis, es el ejemplo perfecto de lo que pasa cuando el polo ontológico adquiere preminencia. Para llevar a cabo su análisis, primeramente, constata que la gloria en el Nuevo Testamento es el honor que el propio Dios se tiene, así como el de que es objeto por parte de las criaturas (la división bipartita que ya existía). Para él, la coincidencia de estos dos sentidos opuestos en el mismo término encierra una necesidad imperativa: las criaturas dependen esencialmente del acto de glorificar y dar gracias. Si hay algo como libertad humana, la hay sólo en la medida en que ella se hace libre por la gloria de Dios y no por un acto deliberativo de la misma. La circulación de la gloria llega aquí a su formulación ontológica: ser libre para la glorificación de Dios significa reconocerse constituidos en el propio ser de la gloria con que celebramos la gloria que nos concede celebrarla (en Agamben 375: 2008). El plano ontológico da una concesión al hombre para que se le de gloria a Dios de su propia gloria. La gloria es plena, completa, desde este punto de vista, el hombre no la puede expandir ni un ápice. Debido a eso, la concepción estética de la teología decía que si la praxis divina se ejerce, era primeramente para mostrarse con todo ese fulgor majestuoso. Dios venía para revelar y hacer ver su gloria, esa misma que se nos concede. Se cree que toda la ornamentación y lujo con que se adornaron los reinos paganos del mundo era en conformidad a esta pretensión: el resplandor no se debe ocultar para que así los hombres sean arrastrados a su glorificación. La estetización de la gloria sirve para cubrir la desigualdad de polo ontológico; para disminuir el carácter coercitivo que ejerce la omnipotencia divina en la existencia carnal, ennobleciendo así aquello que sería pura fuerza y coerción, promoviendo que la gloria sea pensada más allá del ámbito soberano. Es una jugada que 199 también despolitiza el término gloria y lo estetiza, permitiendo ver la inigualable belleza que se esconde en la procesión de personas de un dios unitrino. Sólo una máquina ontológicamente asimétrica tendrá que ser reconducida a la esfera estética. La estetización de la gloria tiene además otra motivación. Se trata de la gloria que los teólogos definen como subjetiva o formal (o también, externa), es decir la glorificación que los hombres (y con ellos los ángeles) le deben a Dios. Desde que hay gloria, hay glorificación. Y no sólo en la esfera profana Así, aquello que primeramente se pensó como la euritmia o el movimiento armonioso entra las partes, termina en una paradoja gloriosa, la cual se enuncia así: “La gloria pertenece exclusivamente a Dios desde la eternidad y permanecerá idéntica en él por la eternidad, sin que nada o nadie pueda aumentarla o disminuirla; y sin embargo, la gloria es glorificación, es decir algo que todas las criaturas continuamente le deben a Dios y que Dios exige de ellas. De esta paradoja se sigue otra: todo lo que Dios realiza, tanto las obras de la creación como la economía de la redención, lo realiza sólo para su gloria. Y sin embargo las criaturas le deben por esto gratitud y gloria” (en Agamben: 377: 2008) Versículos que toma la exégesis main stream para afirmar estos puntos, provienen de las cartas paulinas en donde se encuentran doxologías rituales donde se ve a Dios como amo de la gloria, único a través de todos los siglos. En Hebreos 13, 21: “Gloria a él por los siglos”. Doxologías profanas tempranas que le reconocen como: “Señor” o “Padre” de la gloria constatadas por la visión escatológica de Apocalipsis en 4, 3, donde es identificado también como “Señor” o “Padre” de la gloria. La nueva configuración de la máquina providencial del gobierno del mundo, la cual ahora tenderá al polo de la economía, implosiona en el lema de Ignacio de Loyola “para mayor gloria de Dios”. Este emblema resonaba como una manifestación completamente incoherente e inalcanzable; la actividad humana consistiría en una misión imposible, pues la gloria interna de Dios no puede ser aumentado por los hombres. Lo que no puede ser aumentado al interior por lo hombres, exige una expansión infinita en su sentido externo y objetivo. Esta coyuntura hizo que la glorificación comenzará a trabajar sobre la gloria: la idea de que los hombres podrían influir sobre la gloria divina, aumentándola. Cuando la glorificación toma un peso específico sobre la gloria, y puede influir en ella, es decir, 200 cuando no se entiende la glorificación como un acto reflejo de la gloria, sino como un componente que le presta auxilio, la máquina reestablece su equilibrio y se comienza a indeterminar nuevamente el centro, ese que esta vació y que sólo refleja el esplendor. Sin embargo, la actividad constante y sonante de la glorificación, desplazará progresivamente el acento de un lado al otro (Agamben 378: 2008). Leonardo Lessius, quien fue jesuita, en un tratado intitulado “Del fin último”, se da a la tarea de contestar la pregunta para ese entonces, espinosa e incomodísima: ¿Qué bien podría obtener Dios de la creación y del gobierno del mundo? La respuesta es categórica, Dios no puede sacar ningún bien para sí mismo. Infiere, por tanto, que tanta actividad sólo puede explicarse porque debe tener un objetivo exterior. El acrecentamiento y la adquisición de la gloria externa son consistentes con un mayor número de hijos de Dios que le conocen, reconocen y alaban (en Agamben 380: 2008). La intención de la máquina, cuando el polo económico esta sobrecargado, es la gloria externa de Dios. La exégesis que parece reforzar esta idea es la sacada de Isaías 48, 11: “Yo no daré mi gloria a otros”. Sobre esta tesis se pueden entender diversos fenómenos, como el fervor de las órdenes misioneras, la actividad imponente “para mayor gloria de Dios” y la política postridentina de la Iglesia (Agamben 380: 2008), que reafirmaba la validez de los siete sacramentos y la necesidad de las obras excelentes para obrar la propia salvación, lo que requería campañas para dar a conocer la gloria de Dios a todos aquellos ignorantes o recien nacidos. Estas campañas eran una respuesta a las visiones Luteranas, que decían que el hombre sólo se salva por su fe, sin la necesidad de inmutarse por obra alguna. También estaba contra la tesis de Calvino: la predestinación, que aseguraba a priori la salvación o la condena de los hombres. Lessius en “Del fin último” argumenta que cuando la beatitud paradisíaca sea completada y sean desactivados los ministerios, la tarea por excelencia será contemplar la infinita belleza de Dios. En el mismo sentido Eric Mascall, de la Universidad de Oxford, en 1951 dice que el verdadero carácter definitorio de la condición paradisíaca no es ni el amor ni el conocimiento de Dios, sino la alabanza, pero no es esa caracterizada por las escansiones y responsorios, en suma, no es el acto protocolizado. Se trata de pura glorificación. En 201 esta etapa, la máquina sobrevive nuevamente como puramente ontológica. La disimetría que se trata de disimular de una u otra forma aparece y reaparece. En la liturgia católica existe una doxología que lleva el curioso nombre de improperia. Resulta curioso, porque improperios significa etimológicamente levantar una injuria o hacer un reproche. Esta liturgia comienza con una antífona en donde quien suministra el reproche no son los hombres a Dios, sino que es al revés. El Todopoderoso se dirige a su pueblo con reproches tan desgarradores que es imposible no imaginar a un Dios contristado: “Pueblo mío, ¿qué te he hecho, en qué te he entristecido? ¡Respóndeme! En otras versiones, asegurando la procesión trinitaria, es Jesús quien lamentándose, exclama: ¿Qué más debo hacer que no he hecho? En la leyenda contenida en el menologio griego, no se limita a pronunciar los improperios; además provoca un terremoto, que no cesa hasta que el pueblo y el emperador entonan juntos la doxología: Sanctus deus, sanctus fortis, sanctus et immortalis, miserere nobis. La teoría de Lessius, que sugería que el fin del obrar divino no puede ser sino la glorificación, encuentra aquí una confirmación puntual. Según la anáfora de la liturgia de Basilio, no sólo “es algo verdaderamente digno, justo y conveniente a la grandeza de tu santidad alabarte, cantarte, bendecirte, adorarte, darte gracias, glorificarte”, sino que también Dios parece necesitar esta alabanza y esta adoración al punto de pedirles a los hombres la aclamación “tres veces santa” (triságios phoné) como la que ya en el cielo lo cantan los serafines (en Agamben 386: 2008). El punto neurálgico o decisivo es que Dios exige la adoración porque parece necesitarla. Es aquí cuando Agamben se pregunta si la aclamación, la cual conecta ambos polos de la máquina del mundo (cosa que logra asimétricamente), no tendrá un cometido subterráneo o algo que se está escapando. En 1986, con una tesis de doctorado incompleta, Marcel Mauss, hablando acerca de la plegaria, hace un llamado a analizar la eficacia de las palabras, como si hubiese descubierto en las palabras de la plegaria, una cualidad performativa, aquella que suspende su significado formal, para hacerlo coincidir con una realidad que crea. Les recrimina a los filólogos que nada más se centran en el significado de las palabras; a los antropólogos su obsesión por el estudio de las culturas primitivas dejando de lado los ritos, las plegarias, la doxología, pues superficialmente, parecen un producto tardío de la 202 evolución de las religiones. Para Mauss, la plegaria es un rito oral que, como todo acto ritual, atañe a las cosas sagradas y actúa sobre ellas. La plegaria incide en la potencia divina, no aumentándola, sino que la incita, la influencia a actuar en tal o cual dirección (en Agamben 394: 2008). De esta manera puede hacer una tipología entre los ritos cultuales: los mágicos y los religiosos. A los primeros les pertenece una cualidad inherente e inmanente. El efecto que puedan tener se da en el mismo proceso o ritual, se copertenecen; los segundos sólo podrán producir sus efectos gracias a la intervención de fuerzas exógenas, cuya existencia trasciende al rito. Así el primero no pretende influenciar a un ser supra terreno, sino que se encarga de modificar la realidad; mientras que los segundos: los ritos religiosos, actúan sobre los seres sagrados. El mentor de Mauss fue Sylvain Levi. Sostenía que la religión brahmánica no tenía carácter moral alguno, además de que los sacrificios que se hacían tenían efectos materiales. En otras palabras, el sacrifico no es solamente un acto eficaz que se limita a influenciar a los dioses, sino que los crea; esta es la materialidad de sus actos. Su discípulo, lo que hizo, fue equiparar sacrificios con las plegarias en tanto actúan de manera más o menos eficaz sobre los dioses. Agamben, repitiendo la misma dosis sincrética que los artesanos de la máquina del gobierno del mundo, propone que si esta hipótesis es cierta, significaría que no hay una primacía de la gloria por sobre la glorificación, sino que debe de considerarse una nueva perspectiva. La glorificación no es algo que se agregue al interior o al exterior, sino que es ella misma, en tanto ritual eficaz, gloria. Si esto fuera cierto, la máquina del gobierno del mundo establecería una euritmia, cuyo movimiento posicionaría en el centro un fulgor de inigualable belleza. La gloria es la sustancia de la divinidad y producirla es el verdadero cometido de la oikonomía (Agamben 396: 2008). Esta tesis tiene una conexión con Durkheim, quien decía que los hombres no pueden vivir sin los dioses, y estos a su vez, morirían si no recibirán su culto. El culto, por lo tanto, no tiene la función de promover una comunicación entre ambos polos de la máquina, sino la función de mantener, vitalmente hablando, los dos lados de la moneda (Durkheim, p. 494. en Agamben 399: 2008). La fórmula ecléctica que ya conocemos, involucrada en tomar de todas las corrientes de pensamiento, fragmentos descontextualizados para hacerlos coincidir en un todo 203 aparentemente uniforme, vuelve a aparecer aquí, cuando la fórmula anterior comulga con una expresión tergiversada de Meir ibn Gabbai, un cabalista español que cambia la expresión rabínica “por las necesidades del templo”, por “el culto es una necesidad del Altísimo ”legando así un precioso teorema teúrgico (en Agamben: 400: 2008). La teúrgia, es por definición una práctica mágico-religiosa que incide en la realidad creando a los dioses, después de crearlos influye en ellos, para atraer beneficios y sustento. La máquina del gobierno divino del mundo es una teúrgia que une sus lados para perpetuar su actividad. Es por esto que el centro permanece vacío. Todo el movimiento maquinal insinúa que no hay trascendencia, y que los hombres se encuentran operando en una realidad postmoderna, donde no hay fin ni verdad última. Lo único real y tangible es la materialidad con la que hay que comprometerse a regenerar, vez tras vez. Así, la máquina es autopoiética y sus creaciones, dioses y criaturas también. Charles Mopsik analiza también la literatura rabínica y la cábala y sigue la línea de investigación donde está presente la idea de que entre los comportamientos humanos y la gloria divina hay una estrecha relación. Los libros en los que concentró sus esfuerzos, al respecto de estos temas, son: “Los grandes textos de la cábala” y “Los ritos que hacen Dios” de 1993. El aporte que hace Mopsik es evidenciar los elementos teúrgicos que contiene esta literatura, elementos que se remontan a los primeros siglos. Es por eso que su tesis se enfrenta directamente a las concepciones que sostiene que el culto “no favorece ni daña a Dios”. El autor se vale del pasaje bíblico de Números 14: 17, en el cual se lee: “Ora pues, que se acreciente la fuerza de YHWH”. El acrecentamiento de la fuerza de Yahvé depende, entonces, de que los israelitas hagan su voluntad. De acuerdo con esto, los hombres cuentan con la capacidad de aumentar la potencia divina en cuanto se adhieran a sus estatutos. Los hombres consiguen su conveniencia y Dios aumenta su potencia, según armonicen en la dinámica de la máquina del gobierno del mundo. Mopsik, precisamente, viendo el carácter teúrgico de la cábala judía, lanza la hipótesis de que Durkheim siendo como era, un hijo de un rabino y que sus estudios se llevaron a cabo en la Escuela rabínica de París, no sorprende que su tesis tuviera tintes teúrgicos. Adelantaré aquí otra de mis tesis que enunciaré en el penúltimo apartado. El ciclo del sistema político caracterizado por dos lados y un centro negruzco, es la consagración de lo que en primera instancia fue la máquina providencial del gobierno del mundo. La retroalimentación es el 204 símil teúrgico y así como un sistema político tiene que tener forzosamente entradas y salidas para seguir renovando el ciclo, la gloria también necesita glorificación. Shem Tov, por otro lado, desde el gnosticismo, valiéndose del proceso del pléroma y sus emanaciones, desarrolla la idea de que las prácticas rituales provocan un desbordamiento del mundo celestial en el terrenal. El ser celestial alcanza su plenitud en la medida en que el ritual humano es eficaz. Las proyecciones que del ser divino escapan, strictu sensu, desde esta interpretación, son el producto de la competencia humana y la asistencia divina en conjunto. Sin lugar a dudas, está es otra interpretación teúrgica cultual: el hombre se une a la Gloria divina y se santifica cuando provoca un desbordamiento de la gloria superior, justamente como una lámpara que ilumina la casa (en Agamben: 401: 2008) Otra afirmación del carácter teúrgico del culto se da en la cábala medieval. Del Salmo 119, 126 que dice que “es tiempo de actuar para Dios” se interpreta “es tiempo de hacer Dios”. Y es que uno se podría preguntar ¿Qué se puede hacer por Dios que en su omnipotencia no pueda?, por lo tanto, ¿Por qué actuar por él? Esto sólo podría tener su explicación según un modelo teúrgico. Si se entiende esto, se entiende porque aquí resultan intercambiables los conceptos actuar y crear. Sin embargo, esta respuesta, causó controversia, pues como podría ser posible que, una religión encargada de denunciar con tanto ahínco la promiscuidad con la que los herejes se adherían y creaban dioses paganos, haya podido enunciar una idea tan radical, que implicaba que el hombre fuera el creador del Creador. Está maquina es, dicho sea de paso, muy ingeniosa. Desde el inicio ha preparado el terreno para asegurar la autopoiésis. Cubre un requerimiento que ya alguna vez Althusser, recordando curiosamente a Marx, mencionaba como un axioma; como algo que hasta un niño tendría la pericia de comprender, el cual decía así: una formación social que no reproduzca las condiciones de producción al mismo tiempo que produce, no sobrevivirá siquiera un año (1: 1970). La liturgia es una formación social constituyente y al parecer, se debe de encargar de su auto circulación si es que quiere mantenerse en vigencia. La Iglesia occidental tiene un canto, algo así como la doxología suprema, la superlativa: el Te Deum. Un himno bastante sui géneris por su estilo, cuyo análisis arroja que se trata de tres partes integradas en tiempos diferentes, hasta conformar 29 versículos. La primera 205 (vv. 1-13), la parte más antigua, es un himno a la Trinidad. Probablemente fue compuesta en época pre-nicena; la segunda (vv. 14-21), completamente cristológica, es quizá más reciente, porque parece testimoniar polémicas anti-arrianas; y la última (vv. 22-29) concluye la alabanza con una serie de citas de los Salmos (Agamben: 387: 2008). La táctica de la doxología es fácil de percibir. Los primeros diez versículos tienen como finalidad hacer santa toda alabanza dirigida a Dios. La segunda sección se refiere a la Trinidad y sirve para hacer inteligible que aquella alabanza santa está dirigida a un Dios unitrino. En la última sección se destaca el servicio de la gloria eterno e incesante. La última parte es digna de mostrarse, reza así: “Día tras día te bendecimos y alabamos tu nombre para siempre, por los siglos de los siglos” (391: 2008). El análisis de la teología de la gloria es sólo la sombra que nuestra interrogación sobre la estructura del poder arroja sobre el pasado. Que en última instancia las doxologías y las aclamaciones están dirigidas a producir y aumentar la gloria no puede, naturalmente, no interesarnos. Los problemas políticos se vuelven más inteligibles y claros si se los pone en relación con los paradigmas teológicos, porque las doxologías y las aclamaciones constituyen, de algún modo, un umbral de indiferencia entre la política y la teología. Y tal como las doxologías litúrgicas producen y refuerzan la gloria de Dios, las aclamaciones profanas no son simplemente un ornamento del poder político; lo fundan y lo justifican. Ahora ya podemos interpretar mejor el papel que la gloria desarrolla en el complejo estructural de la máquina del gobierno glorioso del mundo. La gloria es el dispositivo que permite soldar aquella fractura entre la teología y la oikonomía, aquello que la doctrina trinitaria nunca logró realizar de forma plena. Reino y gobierno se inscriben así en un ciclo de ida y regreso que mantiene a la fuerza vigente pero menos forzado que el que la Trinidad pretendía. Ahora bien, hemos visto muchas interpretaciones del carácter teúrgico en los dogmas profanos, pero no hemos visto una interpretación teúrgica convincente proveniente del ámbito ortodoxo. Pero la hay, y esto completa el ecumenismo que pretendía la máquina 206 del gobierno del mundo.41 La aclamación que dentro de las fronteras de la Iglesia adquiere tintes teúrgicos es el “amén”. En primera instancia era una aclamación de consenso en respuesta a una doxología; ahora cómo podemos atestiguar cada uno de nosotros, se usa como respuesta a no se cuanta cantidad de rezos con la que se pretende una frase de cierre o clausura. La exégesis da un significado del amén que se pretende extraído de las escrituras. En revelación 3, 14 Cristo es identificado como el Amén. Una interpretación que se tomó de manera muy literal. Al respecto el pasaje menciona: “Estas son las cosas que dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación por Dios”. A esta interpretación, le sigue a esta otra, siempre y cuando nos encuadremos a la máquina del gobierno providencial del mundo: el Amén es Dios, ya que es unitrino. La liturgia y la aclamación con el carácter constitutivo que ostentan, al momento en que todos se unen en consenso y responden, constituyen al creador, o mejor, lo mantienen. Para Agamben es muy interesante esta cuestión, pues la traducción del amén, es “así sea” y, curiosamente la historia se ha resistido a nombrarlo de esa manera, haciendo de este un término técnico conservándolo sin traducir (Agamben 404: 2008) Agustín es un autor que lamentó precisamente ese problema: el de la conveniencia o no conveniencia de la traducción del término al latín. Perfectamente consciente estaba del valor jurídico de la aclamación. Él menciona: “Hermanos míos, vuestro amén es vuestra firma, vuestro consenso, vuestra adhesión como garantes de un contrato” (Aug., Serm., fr. 3 en Agamben 405: 2008). El distingue dos términos que se resisten a la traducción: amén y aleluya. Para él, estos términos no se traducen para hacer más sagrada su autoridad. Para Agamben, esta tendencia tecnificadora de los términos va a acompañada de un proceso congruente con la pérdida del significado de las palabras, se vuelven asemánticas. Los testimonios muestran que, a partir del IV, los fieles empiezan a entenderlo simplemente como un responsorio que declara el fin de una plegaria, tal como 41 Debo decir que conceptos como ecuménicos, sincretismo, ecléctico e imperio son fundamentales para comprender el trabajo final de la máquina gloriosa del gobierno del mundo. Esto lo explicaré con calma en el siguiente apartado. 207 en la actualidad parece entenderse por todos los fieles del mundo cristiano, muy lejos ya del entendimiento de una aclamación que responde a un protocolo litúrgico. El proceso de asemantización es análogo al que se manifiesta en un concierto o alguna gran puesta en escena. La gente por lo general, al término de un espectáculo, pronuncia la aclamación “bravo” y aplaude sin conocer el sentido gramatical del término italiano, empero, sabe perfectamente el efecto que debe de producir: la acción aclamativa gratifica al actor en cuestión y a su vez lo obliga a reaparecer en escena. Son como su nutriente, aquello que los mantiene. Un proceso que, sin lugar a dudas, nos recuerda el ciclo teúrgico de la máquina gloriosa del gobierno del mundo. Para Agamben, esto significa sólo una cosa y es decisiva: el aspecto semántico en la esfera de las doxologías y las aclamaciones es desactivado y los términos parecen girar en un espacio vacío, donde si acaso algo se reconoce, será solo un efecto superficial que debe operar: el regreso del artista, el cierre de una doxología (407: 2008). En efecto, hay un ritual constitutivo que es vaciado de todo contenido y que se percibe como mero protocolo, sin significado aparente, en el que uno debe de participar de mala gana sólo porque la tradición y el decoro así lo designan. Hay un estudio de la teología de los Vedas, de la religión hindú, llevado a cabo por Maussun, en el que se focaliza en la noción de alimento (Anna). Según el autor, la noción de nutrimento, tiene un rasgo capital para los brahmanes. En el Rig-veda, el texto antiquísimo hindú, se ve que uno de los fines de los sacrificios es obtener nutrimiento. Agni, el dios del fuego, tiene una necesidad ineludible de obtener combustible, su Anna. De la misma manera, Indra, el dios bebedor de soma, se necesita nutrir de esa dulce ambrosía, esencia de la inmortalidad. Pero Anna no se limita simplemente a ser el nutrimento de los dioses, es el “nutrimento en general, Anna en sí, annadya, lo comestible y la posesión de lo comestible” (p. 8 en Agamben 408: 2008). Anna no constituye simplemente la materialidad, el alimento que podemos ingerir, sino que se despoja de sus cualidades para convertirse en el principio de la vida; es la fuerza que mantiene y perpetúa la vida. Si alguien buscará la teúrgia hindú, definitivamente tendría que tomar en cuenta la noción de Anna, pues el sacrificio mismo no es más que el nutriente del que participan los dioses y del que también extraen nutrimento los hombres, pero está concepción no 208 sería del todo satisfactoria por el simple hecho de que el sacrificio, se realiza por uno o pocos, con lo cual el carácter jurídico se difumina (ibíd.). Sin embargo, Agamben nota algo más decisivo, algo inesperado, pues encuentra un breve artículo donde Anna experimenta un desarrollo totalmente sorpresivo: el Anna- Viraj”. Viraj es una forma métrica védica compuesta por tres piezas de diez sílabas cuyo título se expresa como “El himno-nutriente”. El asunto capital es que el himno no produce simplemente el alimento, él es en sí mismo alimento. En la teología de los brahmanes, los dioses se alimentan de himnos y los hombres, entonando ritualmente el viraj (ibíd.), les proveen su alimento. ¿Qué quiere decir Agamben con esto? Muy fácil, trata de dar una respuesta decisiva a la pregunta ¿Qué sucede después de volverse inoperosa la economía? La función himnológica parece ser la respuesta. Inmediatamente después de esto, señala que el fin último de la palabra, es la celebración y en la forma específica del himno. Isidoro, estableció una definición del himno según tres elementos: debe de tener una alabanza (aclamación enunciada por la multitud), el objeto de esa alabanza es Dios y, por último, esta alabanza debe tener cadencia, debe ser un canto, una melodía. El himno es la aclamación hecha por la multitud hacia Dios en forma de un canto de regocijo y alabanza. Si hay alabanza, pero no es cantada, no es un himno; si hay una aclamación hecha por la multitud, pero no dirigida a Dios, no es un himno. A partir del siglo IV, la himnológica cristiana tuvo un imponente florecimiento (Agamben: 411: 2008) pero a finales del medievo la himnológica sagrada fue en declive terrible. Un caso que sobresale en el siglo XX dentro del ámbito poético, es el de Rilke, quien ha disfrazado un himno bajo la forma de un lamento, o eso es lo que cree Agamben, pues los primeros versos refieren inmediatamente a instancias celestes; en este caso interpela a las jerarquías angélicas “¿Quién, si yo gritara, me oiría entre las filas de los ángeles?”. Las elegías, título de esta obra poética, ven su cumplimiento en la octava y décima elegía nada más, pues ahí el himno va de la celebración hacia la esfera del lamento. Furio Jesi, analista de esta poesía, se pregunta si tiene sentido hablar en este caso de contenido. Dejando de lado el contenido doctrinal que pudiese contener, se centra en un fenómeno bastante peculiar, pues para él, el autor parece hablar de lo incognoscible. 209 Piénsese tan sólo en un himno en forma de lamento. Hasta qué punto es correcto hablar de una celebración que sea causa de lamento. Jesi sostiene que esta poesía no tiene contenido alguno, un habla que sólo resuena. Las modalidades del habla aquí, en esta obra poética, han sido vaciadas en términos totales. Para él autor, hay un nombre adecuado para la “Elegías”: la poesía que no tiene nada que decir, pura aseveración del núcleo asemántico de la palabra (Jesi. F. p 120 en Agamben: 414: 2008). De aquí se sigue que: una palabra gira en el sin sentido cuando en ella confluyen dos connotaciones totalmente dispares. En la actualidad, para Agamben, esto describe la realidad para los himnos en general y es la intención de toda doxología: los vacía de contenido y los hace girar en el vacío, sosteniendo nada más la pura facultad del habla. Son palabras que sólo resuenan, pero que en conjunto cumplen una función que escapa a todo ojo inexperto: darle vida a un ciclo. En efecto, el protocolo visto de manera vacua tiene la función escondida de preservar un ciclo, de reproducir un acto jurídico. Por si fuera poco, la alabanza culmina en el amén, que no dice nada. Si se le utiliza actualmente, será simplemente para hacer de cierre de algo que se ha dicho. El himno es la desactivación radical del lenguaje significante, hace a la palabra inoperosa y, sin embargo, se mantiene como tal (himno) en la liturgia (Agamben; 414: 2018). Esto puede ser explicado, si vemos a la gloria y a la liturgia como dos procesos análogos. La gloria activa un proceso lleno de significado y connotaciones en el que ambas partes están conscientes de lo que sucede, es decir, del proceso que mantienen. En la liturgia se recrea el mismo proceso, pero alejado de todo sentido, quien participa de ella sólo ve un esfuerzo sin sentido, palabrería que no tiene fin y algo pesado de lo cual es mejor desprenderse rápidamente. Sin embargo, aunque vaciado de contenido no por eso deja de ser un acto constitutivo que mantiene un ciclo. Otro poeta bastante peculiar es Hölderlin. Compuso una serie de poesías con el distintivo de que son visiblemente fragmentarias y aparecen bajo el nombre de “himnos”. En sentido técnico, si son himnos, porque su contenido concierne a los dioses, pero lo interesante es que no celebran la presencia de los dioses, sino su adiós. Tenemos entonces, unos himnos que se deshacen de los dioses, que los invitan a retirarse y, por lo tanto, el acto del que se 210 regocijan los que entonan tal cántico es una anhelada ausencia divina. El himno celebra la anhelada ausencia de gloria, la necesidad de la falta de resplandor, muy a pesar de que el resultado sea lobreguez y tinieblas. Estos himnos fácilmente, con toda la calma de mundo, pueden hacerla del reverso simétrico de las elegías de Rilke. En una no se entiende como una celebración es causa de sufrimiento, y en la otra, es difícil explicar cómo una causa de sufrimiento puede ser motivo de celebración. La forma de hacer poesía de Hölderlin no escapa a la atención de los críticos. Su forma peculiar de establecer una fragmentación prosódica la señala Adorno y la titula parataxis, como aludiendo a la ausencia de la sintaxis, es decir, un freno en la combinación de las palabras, así como sus relaciones sintagmáticas entre ellas. La ruptura hace imposible la ligazón entre una prosa y otra. Norbert von Hellingrath, por otra parte, realiza un análisis más atento. La fragmentación de la que son objeto los himnos de Hölderlin le permiten clasificar la sintaxis de las palabras en aquello que denominó articulación dura y articulación suave. La primera se caracteriza por el hecho de que las palabras o grupos de ellas se aíslan de su contexto semántico hasta constituir una especie de unidad autónoma, mientras que en la otra, el contexto sintáctico, sus reglas, subordinan a las palabras y las conectan (Agamben: 415. 2008). La articulación dura arranca la palabra de su contexto asociativo, para que la lectura de los versos y estrofas no sean más que el sucederse de las cesuras, de las escansiones, de la cadencia. Paraliza el significado de las palabras, las anestesia. Agamben observa que esto no es sólo exclusivo de los himnos contemporáneos, pues ya los alejandrinos definían la tendencia del aislamiento de las palabras como “estilo desligado”. En este sentido, la historia de la poesía siempre ha presupuesto al himno. La poesía como el campo donde la palabra es sólo voluntad de habla, que como tal, es carente de cualquier connotación, gravita en un vació. En Mallarmé encontramos la formulación extrema de los himnos. Para él, las doxologías no tienen nada que decir y son irrecitables de principio a fin, desde la apertura hasta el epílogo. Como tal, son la semilla que ha constituido la lírica moderna como liturgia teoalógica, donde no hay sentido alguno teológico, ni significado sagrado, ni profano, un himno carente de significado. 211 El himno carente de significado, sin ningún sentido y ausente de efectos, es la respuesta perfecta que ocupaba la pregunta ¿Qué pasará cuando el mundo llegué a su fin y la inoperosidad aniquilé todas las funciones? La gloria tiene una conexión especial con la inoperosidad y esta fractura se cierra cuando los hombres en la beatitud paradisiaca operen el himno, lo sigan suministrando, pero sin ningún efecto, ya no protocolizado como tratando de construir algo, ¡no!, simplemente un himno vació. Esto es consecuente con la idea que dice que después del Juicio Universal, la gloria coincide con el cese de toda actividad y toda obra. Algún intrépido podrá rápidamente argumentar que tan sólo la proliferación de los cánticos, por muy vacíos que puedan ser, consiste una actividad. La solución a esta cuestión proviene, en primera instancia, del judaísmo, particularmente de la imagen del sábado y luego del Nuevo Testamento. Las fiestas de los judíos se celebran por mandato los sábados, pues es el día en que Dios descansa de sus operaciones creadoras. Dios santifica el sábado y ordena a los israelitas que no se debe efectuar ningún trabajo ese día, sólo descanso, excepcionalmente fiestas para rememorar algún acontecimiento importante, cómo la salida de los judíos de Egipto. El sábado de esta manera relacionado con lo espiritual, es usado para conectarse con Dios, para alabarlo, para descansar. La exégesis interpreta abruptamente al sábado como una inoperosidad total, inoperosidad que, además, constituye el galardón que les espera a los hombres en tiempos venideros. Tal vez, por eso, en la actualidad se ve al trabajo como una actividad castigadora y pesada. El sábado como inoperosidad la cual, además, se proyectará en el paraíso como una condición eterna. El paraíso es un perpetuo sábado. En hebreos 4, 3, se lee: “Y Dios reposó en el séptimo día de todas sus obras”, pero justamente antes dice: “como juré en mi ira, no entrarán en mi reposo”. La causa de que algunos entren o no al descanso eterno es la desobediencia. Quien consiga entrar en su gloria, dejará todas sus obras. (Heb., 4, 9-10. en Agamben 419: 2008). De esto se sigue que podemos identificar sin reservas, inoperosidad, sabatismo y Reino de los cielos, tal como lo hizo Crisóstomo. En el texto “la ciudad de Dios”, Agustín le dedica un pasaje al problema de ¿qué harán los beatos en su cuerpo inmortal? Y en un difícil pasaje que requiere un análisis minucioso para entender lo que quiso decir, encontramos: “Sean inoperosos y vean que yo soy Dios 212 [vacate et videte quoniam ego sum Deus]. Y será realmente el sábado inmenso que no conoce ocaso […]. También nosotros seremos sábado cuando estemos saciados de su bendición y de su santificación. Entonces, perfeccionados por una gracia más alta seremos inoperosos eternamente [vacabimus in aeterno], viendo que es Dios, llenos de él porque él será todo en todos” (en Agamben: 421). Con esto lo que quería decir Agustín es que la condición final es un sábado potenciado, es descanso sobre el descanso. El hombre inoperoso ya en el paraíso realzará ese descanso cuando Dios sea todo en todos. La gloria que es inoperosidad, se multiplicó por el sabatismo de los beatos. Pero, aún no se responde la pregunta: ¿No acaso, el himno vaciado de contenido a Dios es una operación agotadora, desgástate, que se repite incesantemente? Ya sabemos que los beatos potenciarán la gloria de Dios mediante su participación en la alabanza hímnica, pero eso no contesta nada si hay desgaste o no de los beatos, por lo tanto, ¿es una actividad o no el canto hímnico? Queda entonces interrogar ese sentido íntimo entre gloria y sabatismo. ¿Por qué la gloria necesita de la inoperosidad? ¿Es posible pensar la inoperosidad fuera de la gloria? Hay un sintagma que nos puede dar una respuesta, el zoé aiônios o vida eterna, el cual señala la recompensa de los justos en el eón futuro. Zoé aiônios señala el cambio que adquiere la vida, no ya está sujeta a su acepción efímera, eventual y apesadumbrada, sino una sempiterna absuelta de toda actividad penosa. En el judaísmo se le define como la vida que realmente lo es. El bíos o la vida asignada a nosotros en la actualidad, esta signada por una dimensión especial de inoperosidad que anticipa la venidera. Y esto va del mismo sentido que se explicó antes. Jesús o el logos, cuyo arche representa una dosificación de la potencia divina para hacer posible el gobierno del mundo, al venir como milagro, desactiva el velo que tuvo que ponerse Moisés ante la gloria de Dios. Así todos al ver y escuchar al Mesías eran gloria de la gloria, pues transportaban el conocimiento de Dios a otros. La gloria como vimos resulta fácilmente intercambiable por sabatismo, Reino de los cielos o inoperosidad. Se sigue que cuando un individuo utiliza su libertad para obedecer y recibir la corona de la vida (que le signa su lugar en el nuevo mundo), al mismo tiempo, le copertenece una dimensión inoperosa al tiempo en que se mueve en la bíos. El espacio de indeterminación entre la zoé y el bíos es auspiciado por la providencia y su sistema dual conectado. Así, cuando e individuo entra en estado de gracia, coincide en este mundo, con el mejor de los 213 mundos posibles, trascendiendo esta vida. Esto también se puede extraer del siguiente texto bíblico. Claro, todo de acuerdo a la exégesis de los padres referente al texto de 1 Corintios 7, 30: “Les digo, entonces, hermanos, el tiempo se ha contraído; el resto es para que los que tengan mujer, vivan como si no [hos mé] tuvieran, los que lloran como si no llorasen, y los que tienen alegría como si no tuvieran alegría y los que compran como si no poseyesen y los que usufructúan del mundo como si no lo usasen”. Aquí la frase “como si no” declara que el bíos (la vida que se vive y que conocemos) no coincide totalmente con esta vida, sino que se eleva a una vida por la cual vivimos, por la cual soportamos las calamidades presentes. La espera o esperanza de la vida que realmente lo es, anula esta vida cada instante, le quita y resta importancia, lo que importa es concentrarse en lo venidero. Pablo la llamaba vida de Jesús, por eso la vida mesiánica es la imposibilidad de la vida de coincidir con esta forma predeterminada, es la anulación incesante del bíos para abrirlo a la zoé toû Iesoû. En la proposición 36 del libro V de la Ética, Spinoza con el término acquiescientia, designa una beatitud nacida del hecho de que el hombre se contempla a sí mismo, a su propia potencia y, este término designa también, la gloria misma. Verán el amor constante de Dios hacia los hombres (gloria), y el amor de los hombres a Dios (glorificación), puede ser englobado simplemente con el término gloria de acuerdo al ciclo que ya hemos descrito donde la inoperosidad es elevada a la potencia. El hombre al ser a imagen y semejanza de Dios, al contemplarse, comtempla también la beatitud divina, su gloria, a eso se le define aquiescencia del alma. Si llevamos esto hasta sus últimas consecuencias, se observará un movimiento que procede de Dios hacia los hombres y de los hombres hacia Dios (Agamben: 436: 2008). Entonces la auto-contemplación es gloria, es inoperosidad. La fórmula comienza a integrarse completamente. El hombre con uso de su libertad individual, al obedecer a Dios se escinde y desprende del biós para coincidir con la inoperosidad. Pero ahora surge un problema, o más bien el mismo que aún queda sin contestar ¿Cómo entender una actividad humana sin distinguirla de la gloria? ¿Cómo hacerlas coincidir? Filón escribió que la inoperosidad de Dios no significa inercia o ausencia de praxis, por el contrario, Dios ejerce una actividad en el sábado eterno, así como los beatos, pero esta 214 obra no implica agotamiento o sufrimiento. En efecto, sólo Dios es entre todos los seres inoperoso. La inoperosidad no es la apraxia, sino la actividad que no cansa, que no agota, que no desgasta. Quien no participa de la debilidad, aunque hace todas las cosas, no dejará nunca por la eternidad de ser inoperoso (en Agamben: 436: 2008). Dios que quiere ser todo para con todos, al integrar a los beatos a compartir su gloria, integrándolos a su ser se hacen inoperosos y su actividad resulta, aunque incesante, incombustible e incansable. Para comprender la máquina gloriosa del gobierno del mundo, más que centrarse en los intercambios litúrgicos entra las polaridades de la misma, hay que observar su centro fulguroso donde ahora comprendemos que lo político no es ni un bíos, ni un zoé (Agamben 438: 3008), no es la cotidianidad de la vida que transcurre tal como la vemos, ni es un ensimismamiento que da acceso a la gloria, sino la dimensión inoperosa de la contemplación que desactivando las praxis lingüísticas, así como el contenido asociativo de las palabras, asigna al viviente aquello que la gubernamentalidad presupone como su objetivo, el cual permanece como arcano debido al fulguroso resplandor que desprende: esto es hacerlo participe de sus protocolos exaltando, sin embargo, que está libre de constreñimiento alguno. La máquina de la gloria mantiene como arcana imperi, aquello que en Foucault era disfrazado por la teatralidad estatal. Este misterio inenarrable es la divina inoperosidad; la gloria tapa lo que Dios hace antes de crear el mundo y después del gobierno providencial. Cubre ese sábado, esa katapausis. Descanso que, sin embargo, es esencial para la máquina y que debe ser asumido y mantenido a toda costa en su centro bajo la forma de gloria. Pues bien, la vacua inoperosidad se ha hecho de un símbolo de poder muy característico y es interesante observar que no es una invención tardía de Occidente, sino que, por el contrario, la podemos encontrar desde la Grecia micénica. Se trata del trono vacío y se puede encontrar en la sala del trono en Cnosos. Los arqueólogos alardean que se trata de un objeto de culto y no un asiento destinado al uso, de ahí que se tenga como un símbolo. Se encuentra también en el relieve de la Villa Medici en Roma. Aquí se representa un trono vacío, sobre el cual se encuentra descansando una corona torreada. Para algunos autores este trono es parte integral de un culto en el ámbito de los rituales de la Magna Mater, diosa frigia (Picard, p. 11 en Agamben: 424: 2008). 215 En la época de los Césares en Roma podemos encontrar la sella curulis. Silla que el senado atribuía al César y que se exponía vacía en los juegos adornada de una corona áurea recubierta de piedras preciosas (425: 2008). También se tiene conocimiento de que Calígula hizo poner en el Capitolio un trono vacío al que los senadores tenían que rendir pleitesía cada vez que se presentaban ante ella. Llama poderosamente la atención que en los eventos deportivos se expusiera la figura de un trono vacío, sobre todo porque son lugares que incentivan y promueven la aclamación, es decir, el acto constitutivo. El estallido de júbilo no ocurre aleatoriamente, se da ante la victoria de algún gran atleta o competidor, como una respuesta a lo que alguien inquirió etc. Por lo tanto, es un acto protocolario. La corona del campeón aquí tiene mucha similitud a la corona de la vida con la que los beatos garantizan su participación de la gloria superlativa. Que los representantes del pueblo tengan que inclinarse ante un trono vacío, sólo quiere decir una cosa. Recordando esa ruptura del poder entre la auctoritas y la potestas, podremos entender el significado oculto en este acto. El pueblo fue en un inicio, debido a su consenso y al acto público de contratar, constituyente de la bestia magnífica que hoy deja caer su yugo sobre nuestros hombros. Después, de alguna manera, mediante criterios, tales como el que no todos tienen la conducción experta de los asuntos públicos, la democracia se volvió delegativa. El que los delegados rindan culto a la gloria del trono vacío significa que todo el pueblo debe estar envuelto en la misma acción; el poder que instauraron, los trascendió y ahora son llevados a repetir el ciclo, pero de forma vacua. La inoperosidad estaba ligada a los hombres desde la imagen del trono vacío. El hombre adhiriéndose al gobierno profano del mundo no hace otra cosa que afiliarse al orden providencial establecido por el cálculo del mejor de los mundos posibles. Ahora bien, dijimos que al igual que el protocolo gira en el vacío, tal como el lenguaje protocolizado y sus imágenes y figuras, así el objetivo del hombre es la inoperosidad potenciada, el vacío, la contemplación inoperosa que no fatiga. La política es la concepción providencial teoalógica o ateológica a la cual se enlista el hombre cumpliendo el orden teológico. En otras palabras, el hombre es libre de hacer lo que quiera dentro de 216 los límites que la política delimite. Mientras no los trasgreda, está en sintonía con el orden divino del mundo. Precisamente por esto los historiadores no tienen ningún tapujo para interpretar el trono vació como símbolo de la realeza, ya sea divina, ya profana. El trono vacío invita a pensar que no importa el polo del que se trate, ambos son parte de la misma máquina. Ponerle rostro y forma es establecer mayor valor a un lado por sobre otro. La máquina sobrevive manteniendo en su centro ese fulgor, necesita por lo tanto euritmia, belleza en la dinámica del movimiento. Por eso, autores como Picard sostienen que el valor del trono no aparece con tanta fuerza como cuando el trono está vacío (Picard, p. 1 en Agamben 426: 2008) Hay al parecer una última objeción al modelo de Agamben. En revelación el trono que se observa después de la guerra de Armagedón, ya casi para entrar al nuevo mundo o, apunto de que los beatos ingresen en la gloria de las glorias, hay sentado en el trono un ser anónimo “similar en aspecto a la piedra de jaspe y a la cornalina”, mientras que, como vimos, en las representaciones de la hetoimasía toû thronoû, aparece absolutamente vacío. En la Septuaginta (la traducción griega) se puede leer: “El Señor ha preparado en el cielo su trono” (Sal., 102, 19); “justicia y juicio son la hetoimasía de tu trono” (Sal., 88, 15); “Listo (hétoimos) está desde siempre tu trono” (Sal., 92, 2). Para Agamben Hetoimasía alude a un verbo participio que indica que la acción ya se ha hecho y no que se está haciendo. Significa, por lo tanto, que el trono está listo desde la eternidad porque la gloria de Dios es coeterna con él. No importa si el trono está vacío o sobre él se encuentra sentado Dios, los dos son lo mismo: gloria. Con esto Agamben llega al descubrimiento de que el trono no es un símbolo de la realeza o de la soberanía, sino de la gloria. El trono no pertenece al soberano, sino que el trono es símbolo de la inoperosidad, de Dios según lo que no hace. Como Dios es coeterno a su gloria, la gloria precede la creación del mundo y sobrevive a su fin (427: 2008). La gloria es íntimamente inoperosidad, sabatismo. De acuerdo con esto, las doxologías y todos los ceremoniales protocolizados son esenciales al poder porque existe la necesidad de capturar e inscribir esa inoperosidad o vacío de los seres en una esfera separada del bíos en el que acontecen, es decir, son arrastrados a ese centro luminoso. Haciendo vistosa la nada, la oikonomía del poder pone 217 en el centro, en forma de fiesta y de gloria, lo que aparece a sus ojos como inoperosidad del hombre y de Dios. En este sentido la vida humana siempre ha sido postmoderna, sin sentido y con el compromiso o asignación de autogenerarse. Está ausencia de objetivo es lo que incentiva al hombre a ser operoso y por eso se ha consagrado a la producción y al trabajo, ya que la desesperación de su ser sabático está totalmente privada de objetivo, de meta, de obra. La máquina oikonomica sólo puede funcionar poniendo esa inoperosidad en su centro y la oculta, para así hacer operosos a los individuos, para hacerlos participes de una praxis, la que la máquina se planteé como objetivo. Si la gubernamentalidad funciona es porque ha capturado en su centro el vacío que produce la inoperosidad de la esencia humana. Agamben cierra su investigación aquí, no sin antes aclarar algunos puntos y dar otros posibles temas sobre los cuales hay que investigar. De acuerdo a sus observaciones, las ceremonias, los protocolos, las liturgias sobreviven en todas partes, así como las instituciones monárquicas, con lo que refiere que ambos lados de la máquina, soberanía y gobierno siguen teniendo vigencia y vitalidad. El sucesor de Pedro, o sumo pontífice, todavía se sienta en la cathedra Petri y viste ornamentos y tiaras cuyo significado es ajeno al imaginario colectivo, pero que coincide con la estetización de lo que sería pura fuerza y vacío. Incluso, que el gobierno no sea competencia del monarca en la actualidad y que su figura sea en muchos sentidos ornamental, es un adelanto manifiesto de la apraxia que le pertenece a la gloria. Pero según vimos, el mismo vacío es el presupuesto para actuar. El bíos es por definición esta vida que no coincide con la que realmente lo es, con la que se espera: la práctica hímnica que no cansa al estar integrado a Dios. En tanto se espera esa vida, el hombre está resuelto a escindirse o no coincidir en esta vida, y lo hace por medio de Jesús o la facultad económica de la máquina gubernamental. La ética protestante al resolverse a una vida productiva esperando en este movimiento la gracia divina, no hace más que resolverse a emular el papel económico de Cristo. Por regla general las liturgias de la actualidad se encuentran reducidas al mínimo indispensable, al mínimo exponente. Agamben ve en la aclamación “Heil Hitler” y la de “Duce duce” las últimas ceremonias protocolarias que querían hacerse del gobierno o de la conducción de los hombres. Ceremonias que pretendían acaparar el acto jurídico 218 constitutivo de la multitud reunida en consenso para legitimar sus planes, para luego trascenderlas como potestas. Para Schmitt, el pueblo recobra bríos, adquiere su renacimiento en la esfera de la publicidad. La esfera pública es el nuevo lugar donde la población puede confluir para comentar, aclamar, debatir, rebelarse, oponerse a la agenda pública, a las políticas públicas, al gobierno. El pueblo sólo puede existir si hay publicidad. Agregando a la tesis de Agamben, se puede decir que la política es performativa a través de la publicidad, es decir, la política es un dictum que suspende la esfera real para hacerla coincidir con un enunciado que ella se propone. La publicidad es la nueva liturgia, es el nuevo espacio donde los hombres dan su aprobación en consenso a los protocolos emanados de la esfera soberana, es el protocolo que el hombre sigue sin ningún fin que mantener el ciclo capitalista y económico que los atraviesan todo el tiempo. El gran pretexto que se podría poner es que la publicidad regularmente influye, pero de manera individual. Y sin dudas es así, porque se quiere así. La potestas lo desea de esta manera porque lo que busca no es un acto jurídico por parte de la multitud reunida, sino sólo su aprobación. Para anular los efectos de un acto constitutivo tiene que dividirla y para legitimarla la da a conocer a todos, pero los hace participes de manera individual. Algo así como lo que ocurre con las elecciones de la democracia contemporánea, proceso que tanto le molestaba a Schmitt debido que significaba la anulación de los verdaderos efectos del pueblo o la multitud. La potestas es una forma de conducción que trasciende la esfera que la constituyó y, para mantenerse, celebra un protocolo en el que quita los efectos constitutivos de esa esfera. Sin esa capacidad queda asegurado el principio de la máquina cuyo modelo es Cristo: la ausencia de arche y, por tanto, de fin. La liturgia domina los actos constitutivos para hacer coincidir la realidad con la máquina; ella misma es un dictum que hace performativa la realidad. Schmitt también fue consciente de que desde la perspectiva de la auctoritas y de la potestas la manipulación de la opinión pública ocasiona riesgos esenciales para la democracia, pues podría dominar la opinión pública, controlarla, tergiversarla. Sin embargo, lo que para el significaba un proceso que había que evitar, coincide ahora en las democracias modernas en el ámbito de la opinión pública. Por lo tanto, los medios 219 masivos en las sociedades contemporáneas, adquieren un nuevo significado y una nueva urgencia (Agamben: 444: 2008). Los nuevos actos ceremoniales, los nuevos actos litúrgicos, se concentran en los medios masivos y por medio de ellos se diseminan y penetran en cada rincón social. La democracia moderna es una basada integralmente en la gloria. Es más que una curiosidad o una coincidencia que el término doxa griego sea el mismo que hoy día señale la opinión pública (446: 2008). Doxa era la aclamación producida en reunión eclesiástica bajo líneas protocolarias que hacían participes a los feligreses y a las autoridades religiosas. Doxa hoy es la opinión generada en un espacio (esfera) público (a); es la aclamación que se da en esta esfera, pero de manera individual para anular sus efectos, aunque la mayoría participa de ellos. Es fácilmente observable como actúan estos nuevos protocolos litúrgicos por medio de la publicidad que nos bombardea. Como dije, esta tiene la finalidad de hacernos participar de un proceso que se ha de legitimar. La publicidad al llegar masivamente a la mayoría de la población pero de forma individual, legitima vacuamente los procesos del poder y nos llegan no sólo a través de comerciales o spots publicitarios que nos orienten a efectuar determinada transacción, tiene que ver también con programas televisivos, de radio, de internet, con canciones y programas de estudio en las Universidades que nos llevan y comprometen a actuar de determinada manera. Todo al final termina en un reactivamiento de la economía, y esta es en última instancia, lo que la máquina trata de hacer, pues según su contenido, al coincidir con el papel económico de Jesús nos facilta desprendemos de esta bíos para alcanzar la zoé gloriosa. Las sociedades espectáculo que habitamos hoy son democracias gloriosas. En estas democracias la doxa (aclamación constituyente) es dirigida por los protocolos litúrgicos de la esfera pública, a fin de desmembrar la capacidad jurídica de la multitud en consenso. No hay que olvidar que la multitud en consenso era la forma en que la libertad de las criaturas animadas coincidía con la providencia. Ese pacto libre de su voluntad,no hacía más que coincidir con el segundo orden que Dios había establecido. Los hombres buscando su conveniencia coincidían en el arreglo divino. Aquí la aparente libertad del mercado, hace coincidir con este orden. La máquina disfraza la coacción con la gloria y 220 en la gubernamentalidad incidiendo en elementos limítrofes que, sin embargo, repercutirán directamente a la población. Así la investigación arroja que el Estado holístico basado en la presencia inmediata del pueblo aclamante y el Estado liberal, el que tiene poderes y funciones limitados, y por tanto un Estado neutralizado, se oponen sólo en apariencia. Son las caras de un mismo dispositivo. El reino y el gobierno sólo existirán en apogeo en la medida en que se pueden dividir. Además, en los dos, los componentes, aunque con divergencias, siguen siendo los mismos: gloria objetiva y gloria subjetiva, gloria mediática y objetiva de la población. A manera de conclusión, la sustancia política es la gloria en su doble aspecto: divino y humano, ontológico y económico, Padre e Hijo, y por eso las democracias modernas deben remitir ineludiblemente a la aclamación y a la doxa. Jesús coincide con Dios plenamente, es decir, ontología y praxis están íntegramente unidos, y los hombres se deben de entregar a un movimiento igual al de Jesús para así también coincidir con Dios, con ese sábado eterno. 6.9- Umbral Problemática central del “Reino y la gloria”: Conciliar el gobierno divino del mundo con una forma que respete el libre arbitrio humano. En otras palabras, se trata de conciliar dos proposiciones antitéticas: Dios quiere que los hombres, sin excepción alguna, se salven” y, “no todos podrán ser salvos” (465: 2008). Si el objetivo del gobierno de Dios es que se salven, el problema de este análisis es encontrar la mejor forma de efectuar el gobierno. Postulados que hay que tomar en cuenta: 1) Dios es omnipotente. Si quisiera, podría salvar a todos y cada uno de los hombres actuando a favor de cada uno de ellos, es decir, actuando particularmente. 2) El hombre es libre de ejercer su voluntad como le parezca. Puede actuar según su conveniencia natural (providencia particular), o si así lo desea, cualquier otra forma que considere conveniente (incluso actuando contra la voluntad natural). 3) Dios configuró el mejor mundo posible. Ir contra su propio arreglo facilitaría la lectura de un poder limitado en la divinidad. 4) Dios ha elegido el modo más simple, bello y general para ejercer el gobierno. ¿Cuál es este? 221 Desglosaré el problema de la siguiente manera: El Dios de la creación es también el Dios bondadoso. En su voluntad existe la genuina preocupación porque la entera humanidad alcance y obtenga salvación, incluyendo al hombre avieso, obtuso e impío. Sin embargo, este objetivo esta encontrado con su sabiduría infinita. El mejor gobierno será, por lo tanto, aquel que logre encontrar la relación más económica entre voluntad y sabiduría: La sabiduría de Dios, impidiéndole complicar sus vías y hacer milagros a cada instante, lo obliga a actuar de manera general, constante y uniforme. Debido a esto, no puede salvar a a todos los hombres, incluso queriendo realmente que ellos se salven (Malebranche en Agamben 466: 2008). A la aguda y atinada pregunta de Leibniz: ¿Cómo explicar que Dios quiera salvar a todos los hombres y no lo logre? Sólo se la puede contestar si la llevamos a su verdadero locus, que en este caso es el gobierno. Mucho tiempo esta cuestión permanecía sin una respuesta suficiente o concluyente debido a que se la pensaba desde los términos de la potencia divina. Aquí, claro está, no está en cuestionamiento su poder, pues él puede todo lo que se proponga, sino que lo que siempre estuvo en juego y de lo que casi nadie tomó consciencia, era la posibilidad del gobierno del mundo y, por tanto, las relaciones entre las leyes generales y el reino de las causas particulares. De acuerdo a esto, si Dios como comandante soberano actuase de principio a fin según su antojo, el universo estaría plagado de milagros portentosos, pero carecería de orden alguno, más claramente: de gobierno. De aquí deriva la siguiente máxima: al soberano no le compete la conducción, sino establecer el orden general que se ha de seguir. La soberanía según este esquema, sobrevive en las democracias contemporáneas con el plan de gobierno pensado como actos legislativos de alcance holístico o generales. A la sobernía o al ejecutivo le pertenece la facutad de promover un orden general que no administra. Que toda la vida hemos pensado que al ejecutivo le pertenece la capacidad de “ejecutar” esos programas es parte de un gran error que estamos a punto de revelar. En el siglo XVIII este debate (el modo en que Dios interviene en las causas segundas) estuvo en pleno hervor y tuvo como participantes a los jesuitas, molinistas, tomistas y jansenistas. Pascal documentó este intenso debate y lo resume así: “Su desacuerdo con respecto a la gracia suficiente se encuentra en esto: que los jesuitas pretenden que hay una gracia 222 dada de modo general a todos los hombres, sometida de tal modo al libre albedrío, que este la vuelve a su antojo eficaz o ineficaz sin ninguna otra intervención de Dios y, sin embargo, sin que por su parte nada falte para una acción efectiva; por esto llamamos a esta gracia suficiente, porque ya basta por sí sola para actuar. Los jansenistas, por el contrario, creen que no hay ninguna gracia actualmente suficiente que no sea también eficaz, lo que significa que todas aquellas que no determinan la voluntad efectivamente al actuar, son insuficientes, porque dicen que no se actúa nunca sin gracia eficaz. Los tomistas, en efecto, llaman suficiente a una gracia que no es tal, porque no basta para determinar la acción” (en Agamben: 454: 2008) Para los jesuitas, Dios dejó impreso en la entera humanidad el orden natural o general, el cual no somete la voluntad humana, sino que este se vuelve eficaz en tanto el libre albedrío individual coincide con el orden natural. Dado que el hombre busca su beneficio, los jesuitas llamaban a esa gracia suficiente. Los jansenistas criticaban esa concepción diciendo que una gracia eficaz y suficiente es aquella que determina la voluntad de actuar en primera instancia. De necesitarse un paso ulterior, esta deja de ser suficiente. Por otro costado, los tomistas llaman suficiente a una gracia que no es tal; es suficiente sólo nominalmente, pero no de facto (ibíd.). Quince años después al debate se uniría Malebranche, quien en 1680 publica su “Tratado de la naturaleza y de la gracia”. La cuestión sigue girando en torno a la providencia general (causa primera) y la providencia especial (causas segundas). La voluntad general la define como ley divina invariable, misma que no puede cambiar, dado que, de hacerlo, Dios aceptaría que no es omni-consciente. Cada cosa en la creación tiene su movimiento regular específico. La voluntad particular es aquella que produce sus efectos independientemente de la ley general. Con este sencillo esquema, la estrategia de Malebranche queda configurada: el gobierno del mundo se reduce a los términos de una providencia general conforme a una voluntad divina. Al respecto argumenta: “Los milagros, como los entes, non sunt multiplicanda extra necessitatem [no hay que multiplicarlos sin necesidad]”. De esta manera queda descifrada una característica del gobierno: lo que lo describe no es una actitud que tome en cuenta lo particular y lo privado, sino lo general, la ley. Lo que permanecía encriptado es que Dios no puede actuar para salvar milagrosamente a alguien, 223 porque de hacerlo, tendría que hacer lo mismo para con todos y crearía un pandemonium de milagros, un desorden. Para los estoicos un ser sabio debía actuar sabiamente. ¿Qué significa eso? Que Dios no puede ir contra sí mismo, no puede desmentirse. Elegir un método universal dado de una vez por todas y que funcione con todos, es símbolo e indicador de una mente infinita. La naturaleza como el conjunto de leyes que Dios ha establecido para conducir y conservar su obra del modo más simple. Esta idea de una naturaleza invariable y leyes propias embona perfectamente con la idea que tiene la ciencia moderna. La Ilustración se desarrolla sobre esta misma base: encontrar las leyes invariables del mundo para así poder ser amos y señores de aquello que se desconocía. En el recorrido del libro vimos dos causas ocasionales. En primer lugar, la oikonomía trinitaria. Esta causa ocasional hace eficaz en los particulares la gracia que Dios estableció a través de leyes generales (462: 2008), y lo hace por medio de la Iglesia de la que él es cabeza. Cristo actúa como jefe efectivo de la gubernatio de la que Dios es legislador supremo, de la que Dios es soberano. De la misma manera que la oikonomía no es una división de la ontología, la potencia de Cristo no implica una división de la soberanía, es decir, su gobierno no divide la soberanía, por eso muchas veces se menciona al Mesías como soberano. La segunda causa ocasional es la providencia, complejo de dos niveles, cuya exitosa articulación solda los polos de la máquina haciendo posible el gobierno divino del mundo. Gobierno terrenal que se ejerce por medio de una homologación del modelo angelical de la ciudad celeste. Modelo establecido por Dios como dosificación efectiva de su poder. El milagro en este esquema, es decir, la presencia de Cristo en la Tierra, tienen que ver con un acontecimiento que solda los polos de la máquina a perpetuidad. Cristo vino legitimar la soldadura de los dos niveles de la máquina del gobierno del mundo, para que los hombres comprobarán que la zoé se puede comenzar a vivir desde esta vida ejerciendo la libertad que comulga con la gloria. Con esta acción el mejor de los mundos posibles será eterno. Entender bien lo anterior sirve para replantearnos las cuestiones de las causas ocasionales y la teoría del Estado de excepción. Los milagros fueron presupuestados desde el cálculo inicial y por esto no están fuera del orden. La primera venida de Cristo y 224 la que falta estaban pactados desde el inicio y no pudieron escapar de forma alguna al cálculo del mejor de los mundos posibles; no son una enmienda que Dios implemento sobre la marcha del gobierno. Dios en su infinita capacidad no pude pasar por alto cosa alguna. Se sigue lo que Leibniz dijo de las causas particulares: Dado que Dios no hace nunca nada sin razón, incluso cuando actúa milagrosamente, se sigue de ello que él no tiene ninguna voluntad sobre los acontecimientos individuales, que no son más que la consecuencia de una voluntad general. [Leibniz, 2, 204-206, pp. 249-252 en Agamben 469: 2008). Así las causas ocasionales, que en primera instancia parecen ir contra el orden general, no son más que casos ya inscritos desde antes de los tiempos en el orden general. Los casos que se ven como excepcionales, como milagrosos, fueron presupuestados en el orden general, por lo que son una extensión de este y no hay división entre uno y otro; son parte de una misma economía. El milagro no está fuera del sistema legal, sino que representa un caso particular en el que una ley es desaplicada para permitir la aplicación de otra ley, con la cual Dios lleva a cabo el mejor gobierno posible (465: 2008). El Estado de excepción es, entonces, dentro del orden. La afirmación estatal o lo que en Foucault es un evento dramático y exasperante, es para Agamben, un evento necesario para llevar a cabo el buen gobierno. Nunca puede existir crimen de Estado, pues este evento es un requisito para la excelente conducción. El gobierno divino está en conformidad con la simplicidad y fecundidad para producir la mayor perfección posible. El cálculo del mejor de los mundos estableció este orden general que parecía tener acontecimientos que lo fracturaban, pero así como Cristo no implica división en la ontología, sino sólo es un modo de ser económico, así en el orden general lo que parece ser particular sólo es un modo de actuar que no implica división, sino que sólo es un modo de hacer más eficaz al gobierno. Los actos excepcionales ya no parecen tan drásticos como creíamos, son parte integrante del gobierno. Esto es sumamente interesante porque brindará explicación a la forma en que se ejercer el gobierno en la actualidad. Sabemos ya que el Estado se plantea como objetivo: una auto-reproducción incesante en un tiempo abierto. Lo cual, en primera instancia, puede parecer chocante, sobre todo cuando hemos visto que el objetivo debería ser llegar al sábado potenciado para ejercer la función hímnica de glorificar a Dios. No 225 obstante, la siguiente explicación parece ser suficiente para solventar esta cuestión: estarviviendo-en-el-mundo bajo el arreglo y condiciones de la providencia trinitaria significa estar escindiéndonos obstinadamente de la bíos; es una manera de trascender esta vida y una especie de adelantamiento de la siguiente. La zoé está identificada como una condición hímnica incesante integrada al Dios inoperoso. Por inoperoso no debemos entender la falta de actividad, sino la que no fatiga o desgasta. Si en el último estadio Dios es todo para con todos, entonces al participar de su gloria, la inoperosidad se transmite al hombre. Ser partícipe de la renovación del gobierno, sirviendo de apéndice de esta compleja máquina; sirviendo de engrane de todo su armazón estructural, significa participar de la gloria que mantiene y conserva el mundo. Conservación indefinida, por lo que el proceso se extiende a eternidad. Para legitimar este movimiento, el dispositivo de Trinidad se tuvo que constituir sin inicio. La necesidad de un Dios trino y a la vez uno tuvo que igualar el origen de las figuras. Dios es antes de todos los tiempos y siempre ha existido sin principio. Jesús de igual forma es sin arché. Jesús es también el ecónomo del gobierno del mundo, es su gobernante. El gobierno del mundo al no tener más objetivo que su reproducción, no hace más que coincidir con la zoé que nos espera. De esta manera el Estado sin arché coincidirá con la voluntad de Dios. El mal que existe en el mundo tiene su explicación como precio concomitante a pagar una vez efectuada la transacción que redunda en el mejor de los mundos posibles. El mal está contenido en el mundo como un efecto necesario a esta elección. Y así es como Malebranche explica la existencia de los monstruos y los sufrimientos: “es justo considerar que era mejor admitir estos defectos y estos monstruos, que violar las leyes generales”. Lo interesante de todo esto, es que el esquema de Malebranche fue tomado por un pensador político, mismo que trasmitió su influencia hasta la actualidad. Influencia que resulto ser muy nefasta sobretodo porque siempre mantuvo oculto el origen de este modelo, lo cual ocasionó munchos malentendidos en la teoría política. A pesar de que en su modelo se encuentra claramente la distinción entre soberanía y gobierno, aunque permaneciendo indivisibles, tal como en Dios no se puede separar reino y gobierno, la acción subrepticia marcó el camino de la teoría política y ocasionó que las distinciones 226 entre estas concepciones no fueran cabalmente percibidas. Agamben se refiere a Rousseau. Patrick Riley en su monografía “La voluntad general antes de Rousseau” traza una genealogía de las nociones de voluntad general y de la particular. Uno de sus principales hallazgos es que Rousseau no inventó esas nociones sino que son extraídas de los debates teológicos, su competencia sólo se limitó a transportar esta terminología a otro ámbito. Es por eso que la noción de voluntad general en Rousseau es una la secularización de las categorías de Malebranche, y en general del pensamiento francés, desde Arnauld hasta Pascal, desde Malebranche hasta Fénelon, dejando sólidos rastros en toda la obra de Rousseau. La tesis decisiva de Agamben es esta: a través del contrato social, la tradición republicana heredó acríticamente un paradigma teológico y una máquina gubernamental de la que no ha tomado conciencia. (473: 2008) Foucault en su curso de 1977- 1978 “Seguridad, territorio y población”, no hace más que delinear el problema que Rousseau ya había planteado tiempo atrás. Aquí trata de mostrar que el problema de la soberanía no ha menguado, sino que se muestra en su apogeo, precisamente en el momento mismo en que el arte de gobernar aparece en el primer plano de la política europea. Su problema central es este: dada la primacía creciente de las artes de gobierno, es necesario encontrar una forma jurídica y teórica de soberanía capaz de armonizar con la conducción (474: 2008). Como la conducción venía del arte de encargarse de una familia, el problema será: ¿cómo hacer coextensivo al territorio esa modalidad de la mejor manera posible? Para Agamben, la manera de gobernar de hoy se describe como abrir la caja de Pandora y sacar los lineamientos de la conducción de la casa hacia la gran mansión estatal. Para Rousseau es definir un principio de gobierno auxiliado de nociones como contrato o naturaleza que se ajuste con un principio jurídico de soberanía. Que la máquina del gobierno divino del mundo está siempre presente en el pensamiento de Rousseau se demuestra en la distinción aparecida tanto en “Economía política” como en el “Contrato social” de voluntad general y poder legislativo por una parte y, gobierno y poder ejecutivo por la otra. Además de las implicaciones que esta tiene, por ejemplo: la unión de estas dos polaridades en la máquina no representa división, así como en Rousseau estos principios no son una división sino una articulación de un único poder. 227 Por eso con ahínco siempre recalcó que la soberanía es inalienable e indivisible. Decía: “la voluntad es general o no lo es”. Las similitudes del contrato social con el modelo de la maquina teológica también salen a relucir por otros lados. Hablando acerca de la libertad humana, cuando esta coincidía con el orden general derivado de Dios, esta se encontraba en estado de gracia, era la más libre de las voluntades. El contrato social que es la unión de fuerzas, es la garantía de que los individuos no obedecerán a nadie más que a sí mismo, de tal suerte que resulten tan libres como antes, con la particularidad de que estarán más seguros por la misma potencia del contrato. Las implicaciones son idénticas: cuando un individuo se deja gobernar por Dios, es decir, cuando su arbitrio coincide con el orden general, los hombres dejarán actuar su propia naturaleza; cuando los hombres pactan en contrato, este no constreñirá su naturaleza, sino la garantizará. En efecto la distinción de soberanía y gobierno se encuentra perfectamente en el siguiente pasaje, que además se muestra como un reproche a los políticos por no entender esta diferenciación: “Pero nuestros políticos, al no poder dividir la soberanía en su principio, la dividen en su objeto; la dividen en fuerza y en voluntad, en potencia legislativa y en potencia ejecutiva, en derechos de impuesto, de justicia y de guerra, en administración interna y en el poder de tratar con el extranjero; a veces confunden todas estas partes y a veces las separan y hacen del soberano un ser imaginario formado de partes reunidas. Este error proviene del hecho de que son incapaces de formarse una noción precisa de la autoridad soberana, y por lo tanto, toman como partes de ella, lo que en realidad son sus emanaciones (Rousseau en Agamben 477: 2008). Como vemos en Rousseau es un error tratar separadamente las nociones de soberanía y gobierno que, aunque si implican distinciones, son parte de un mismo corpus. Sencillamente el gobierno coincide con la soberanía distinguiéndose sólo en su competencia, tal como el sentido de la vista se diferencia en un cuerpo del sentido del olfato, pero sin implicar división del mismo. De esta manera, Rousseau muestra afinidad y la influencia del modelo de Malebranche entre causas generales y particulares, así como al esquema de la providencia general y particular. Además, hay otro indicador sumamente interesante que nos hablan de que Rousseau derivó su modelo de concepciones teológicas. Que se valga del concepto de emanación 228 para recalcar la no diferenciación entre gobierno y soberanía es muy sugerente y da pistas de las influencias a las que estuvo expuesto. El gobierno emana de la soberanía pero sin implicar corte. Diderot en su artículo “Cábala” define lo emanativo como: “el eje en torno al cual gira la cábala filosófica y todo el sistema de las emanaciones, según el cual es necesario que todas las cosas emanen de la esencia divina” (478: 2008). El concepto de emanación nos lleva hasta el panteísmo y a la idea de un conjunto invariable de leyes naturales que el hombre puede percibir. La introducción de este término en un punto crucial de la teoría de Rousseau y, además, con implicaciones que cuadran excelentemente con la teología, no son un descuido, implica que Rousseau sabía perfectamente el contenido y sentido del mismo. Estos no sólo remitían a la cábala, sino más precisamente, a la procesión de la economía trinitaria, a la no división entre soberanía y gobierno. Y sólo puede ser así, dado que Agamben encuentra que hasta el siglo XVII, el término francés émanation [emanación] era unívoco. En este contexto, el término implicaba que el principio divino no se ve disminuido ni dividido por su articulación trinitaria. Rousseau se vale del término en este sentido, para excluir, contra aquellos pensadores a quienes llama irónicamente les politiques [los políticos], que la soberanía sea de algún modo divisible. Y, sin embargo, tal como ocurría en la economía trinitaria y en la teoría de la providencia, lo que no puede ser dividido es articulado a través de las distinciones potencia soberana/gobierno, voluntad general/voluntad particular, poder legislativo/poder ejecutivo (ibíd.). La atroz consecuencia fue que al no declarar abiertamente que se trataba de un dispositivo teológico, la tradición democrática se vio incapaz de entender bien la distinción de soberanía y gobierno, además de no entender a cabalidad las dinámicas de ambos, su economía. Por eso existe el equívoco de ver al poder ejecutivo como un poder que mantiene y efectúa la conducción, en suma, como un poder ejecutor, cuando la ejecución y administración le pertenece al gobierno. Este error colosal viene precisamente encubierto y disfrazado. Los politólogos, más que nunca, deben estar conscientes de las implicaciones de la máquina bipolar. Que la máquina este hoy cargada hacía el polo del gobierno, es quiza para Agamben, el costo a pagar por tan aparatoso error. Pero quizá en este error no sólo tengamos que ver como culpable Rousseau, hay otro filósofo, uno griego, que mantuvo siempre la unidad sin distinción entre soberanía y gobierno, hablo 229 de Aristóteles, cuya concepción del primer motor unificaba los dos conceptos, lo cual sin duda pesó hondamente en la tradición política de Occidente. Que en las democracias los hombres libre y secretamente designen a un presidente que los gobierne es sólo procurar un acto estúpido y vacío. 6.10- La mano invisible de Dios. Después de la Edad Media y como herencia de Reforma, el término oikonomía desapareció. El único rastro que quedó, fueron sus equivalentes dispositio y dispensatio, pero aunque se siguen usando, perdieron progresivamente su significado técnico y, sólo designa de modo genérico la actividad divina del gobierno del mundo. En el siglo XVIII cuando tomaba auge la noción de gobierno en Europa, reaparece en su forma latinizada oeconomia, con el significado que ya conocemos: la disposición ordenada de las cosas de acuerdo a un fin. Lo que extraña y no sin razón, es que parece surgir ex novo en la imaginación de los filósofos, de los políticos, de los economistas, prácticamente en todos, perdiendo así su ámbito originario y todas sus connotaciones y sentidos. No es causa de asombro que el término oikonomía y sus sentidos originales hayan permanecido en tinieblas durante unos cuantos siglos. Perfectamente entendible es si tomamos en cuenta que después del medievo, la Iglesia como institución divina pierde completamente su legitimidad, misma que después paso a la sociedad y a la figura del rey y al gobernante. Este movimiento se fortaleció por el periodo de desencantamiento del mundo. En este punto nace otro redentor en forma de empresario, pero su figura implica un ensimismamiento, una actitud egoísta que pronto desacredita la función de la conducción. Este desánimo generalizado provocó una especie de parálisis sobre la reflexión de este tema. Las Universidades ven como causa muerta los temas que tienen que ver con fe, puntualmente con el cristianismo. La ciencia y la fe al parecer no se llevan de la mano, y nunca podrán hacerlo ya que pertenecen a dos esferas completamente irreconciliables, o al menos, es lo que el discurso ampliamente extendido imparte como dogma. La razón que impera en las Universidades es ajena y extraña al campo de la fe. Ante un tema de índole espiritual es difícil encontrar posturas interesadas, por el hecho de que se ve en este campo un signo de involución, contrario al magnífico progreso. Si es que hay temas 230 que versen sobre este asunto, será casi siempre, y sin temor a equivocarme, porque esta fusionado con un tema progresista. Algo así como: “La homosexualidad desde un nuevo punto moral, o bíblico”. “El aborto justificado desde la fe”. Inclusive el papa se ha adscrito a este movimiento ya que en ocasiones puede vérsele comentando y justificando estos temas. Siguiendo con el tema, en 1749, Linneo publicó su “Ensayo académico de la economía de la naturaleza”. Agamben ve que el sintagma “economía de la naturaleza” influenciará vehementemente la noción de economía moderna y, por eso, cree necesario pararse a analizar un poco a Linneo. Por “economía de la naturaleza” se entendía: “la sabia disposición de los seres naturales instituida por el Creador soberano, según la cual estos tienden a fines comunes y ejercen funciones recíprocas. Todas las cosas contenidas en los límites de este universo celebran a viva voz la sabiduría del creador. Todo lo que cae bajo nuestros sentidos, todo lo que se presenta a nuestra mente y merece ser observado, por su disposición, concurre a manifestar la gloria de Dios, es decir, a producir el fin que Dios ha querido como objetivo de todas sus obras” (en Agamben 483: 2008) Linneo es un padre fundador de la taxonomía científica moderna, por lo que podemos decir que la ciencia en sus bases y con ella el progreso que la vuelve deseable, se constituyen sobre la base de una providencia general, es decir, sobre un modo de acción divina regular, perentoria y estable. Deberíamos considerar a la oeconomia naturae como la secularización de la providencia general ya que comprende un significado que nos resulta bastante familiar: la sabia disposición que el Creador imprimió en su creación por medio de la cual gobierna del modo más simple y efectivo según su cálculo omniconsciente. Once años después, el experimento es nuevamente ensayado en la “Disertación académica sobre la policía de la naturaleza”. Aquí la economía natural abre espacio para la política natural entendida como conocimiento y gobierno de la constitución interna de la sociedad humana (485: 2008). Con ello se sugiere un movimiento parecido al planteado por Foucault, quien hipotetizó que la razón de Estado, al tomar consciencia de las regularidades del medio cuasi-artificial, se resolvió sobre los lineamientos de la seguridad. La ciencia de la policía lejos de encargarse de las relaciones humanas en forma 231 individual, se preocupaba del Estado en forma general. Aparte, la policía es disciplinaria y por su acción correctora se le adscribe un archivo grande de tendencias humanas, lo que facilita la búsqueda de esos órdenes regulares generales. La policía es la base del orden; es un cuerpo ministerial secularizado que procura el orden. Un reino sin gobierno, sin orden y sin control se desmoronaría progresivamente. En un Estado, nosotros llamamos politia a la dirección y a la justa administración del todo: y esta concepción sólo puede ser confirmada si se sigue en lo posible la cadena de la naturaleza (ibíd.). El concepto de “economía de la naturaleza” también está en perfecta conformidad con los lineamientos de la escuela fisiócrata garante de los mecanismos de seguridad o en Agamben, garante del orden secundario derivado del cálculo del mejor de los mundos posibles. Así como Rousseau fue fuertemente influenciado por Malebranche, y con esto, toda la filosofía política, también Quesnay es influenciado por Malebranche y, con ello, la escuela fisiócrata y la economía en general. Ya sabemos sobradamente que el concepto de orden jugaba un papel importantísimo en el gobierno divino del mundo. Pues en Quesnay podemos encontrar el mismo movimiento, al respecto: La economía animal no designa al animal como tal, sino el orden, el mecanismo, el conjunto de las funciones y de los movimientos que mantienen la vida de los animales, cuyo ejercicio perfecto, universal, ejecutado con confianza, prontitud y facilidad constituye el estado más floreciente de la salud, en el cual la más pequeña molestia es, en sí misma, una enfermedad (en Agamben 487: 2008). Quesnay nunca dejó de ser médico, por eso en su definición aparece con fuerza el problema de la buena circulación interna del animal, tan es sí que cualquier impedimento a ese ciclo, es causa de enfermedad. Si trasladamos este modelo al Estado se puede decir que una mala circulación es causa de la pérdida de la salud estatal. De hecho, haciendo un ejercicio de memoria, podemos acordarnos de que la policía, secularización de la economía natural, tuvo problemas con la buena circulación por presentar trabas e impedimentos a la libre circulación. La buena circulación es síntoma de orden; el orden constituye el esquema del gobierno y se anexó al Estado por medio de la fisiocracia, la cual siempre permaneció muy solidaria al modelo teológico. El gouvernement économique d’un royaume [gobierno económico de un reino] no es más que el ordre naturel plus avantageux [orden natural más ventajoso] y esto resulta de las leyes inmutables que el Ser supremo ha instituido para la formación y la conservación de su 232 obra (490: 2008). No hay duda, la ciencia económica de los fisiócratas no es otra cosa que la noción providencial del orden trasladado al gobierno de las sociedades cuyo primer referente es el orden natural. Serie que va de la providencia general a la economía natural, de la que se desprende la economía animal, la cual se comienza a instalar en la sociedad con la ciencia de la policía hasta completarse con la economía política. Christian Marouby ha mostrado la importancia del concepto de “economía de la naturaleza” en Adam Smith (Marouby, pp. 232-234 en Agamben 491: 2008). Concepto que aparece, por vez primera, en su “Teoría de los sentimientos morales” de 1759 y donde sus nexos con el modelo divino del mundo son enteramente explícitos. Smith abiertamente subraya la afinidad entre su concepción y el paradigma providencial tomado de los estoicos, quienes creían que el mundo era gobernado por la potencia de un Dios sabio y bueno, de tal modo que cualquier acontecimiento tenía impreso, según un plan universal, la creación de un orden y felicidad general. Aquí los vicios y las locuras del género humano son partes constitutivas de ese plan. No me sorprendería que Leibniz hubiese sido influenciado por esta escuela. En efecto, el cálculo del mejor de los mundos posibles que concomitantemente trae el mal del mundo como efecto, no está nada peleado con la visión estoica. El mal es un efecto colateral de la prosperidad mayor. Sin temor a equivocarme, esta noción teológica fue la que movió a Smith a plantear el célebre pasaje según el cual “no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que esperamos nuestro almuerzo, sino por el cuidado que ellos tienen de sus propios intereses” (492: 2008). Los individuos al ejecutar la voluntad de sus propios intereses, por añadidura, configuran el beneficio social, dan paso al orden necesario de un buen Estado. Los individuos procurándose la ganancia mayor y pensando únicamente en su interés configuran el orden, tienden al equilibrio, lo cual ocurre como si una mano invisible condujese las transacciones en conjunto a un fin que nunca estuvo en sus intenciones. Smith aludía a que el hombre actuando naturalmente, esto es procurándose su conveniencia, coincidía con el orden trascendente, y por lo tanto, sólo podía emanar orden de ahí. 233 Esta metáfora tiene, fuera de toda duda, origen teológico. Sólo para reforzar lo ya dicho, la mano invisible que guía las cosas al mejor orden no fue obra exclusiva de Smith, desde antes esta idea ya estaba puesta sobre la mesa. Agustín ya la había propuesto cuando dijo: “Dios gobierna y administra el mundo, de las cosas grandes a las pequeñas, con un gesto oculto de la mano” (493: 2008). A partir del modelo de Adán Smith, la libertad del género humano, haga lo que haga, coincidirá con la providencia general. En efecto, el gran problema, a partir de este punto, será no constreñir la libertad humana, coartarla, pues significaría no adecuación al orden divino. Si a la libertad se la deja actuar de forma natural de modo que cada uno busqué su propia conveniencia, la mano invisible actuará de forma que todo reditué en el bien general. No dejarla actuar, ponerle trabas, implica una pérdida del orden. Incluso la maldad que pueda resultar de los movimientos del egoísmo humano fueron sopesados y balanceados en el análisis del mejor de los mundos posibles, por lo que son necesarios. Soberanía y gobierno no son antagonistas, permanecieron solidarios hasta el final, por lo que es evidente que el pensamiento teológico ha remontada hasta instaurarse en la modernidad y se resuelve sin residuos en la imagen del mundo actual. En su Traité du libre arbitre [Tratado del libre albedrío], Bossuet quiere conciliar a toda costa la libertad humana y el gobierno divino del mundo. Dios quiere, desde la eternidad, que el hombre sea libre, no sólo en potencia, sino en el ejercicio actual y concreto de su libertad (en Agamben 496: 2008). Para este autor, el gobierno divino del mundo no se anula en la libertad de los hombres, dado que este ha penetrado hondo en ellos. Dios ha inscrito su conveniencia en ellos con tinta indeleble para que puedan desear actuar según su decreto. Por lo que no es necesario que Dios nos coaccione para que actuemos según su designio, sólo ocupamos nuestra determinación para coincidir con Dios. Lo desconcertante y al mismo tiempo interesante es que, llegado este punto, la teología parece resolverse en ateísmo, en una pura acción humana dado que siempre actuará atinadamente. El providencialismo se resuelve en democracia, pues la acción de los hombres lo lleva a confeccionar la democracia, siendo esta la mejor forma de gobierno hasta ahora, aquella que brinda más libertades al individuo. Dios, entonces, ha credo al mundo como si quisiera que su creación no se asistiera de él, y como si quisiera que se 234 gobernasen por sí mismos. Se puede decir, en efecto, que Dios nos hace tal cual seríamos si pudiéramos ser por nosotros mismos (497: 2008). La forma más económica de conciliar la soberanía con el gobierno, según la máquina del gobierno divino del mundo, es aquella en la que el mundo creado por Dios se identifica con el mundo sin Dios, y Dios para ocultarse y configurar el mejor gobierno, se aparta y se oculta con su kabod al centro de la máquina para permanecer completamente inútil, totalmente sumergido en su descanso. El hombre ejerciendo su actividad egoísta, no hace más que coincidir con el propósito divino, escindiéndose del bíos en el que se desarrolla para no coincidir completamente, porque efectuando esta operación comienza a vivir la zoé. La modernidad, quitando a Dios del mundo, no sólo no ha salido de la teología, sino que, en cierto sentido, no ha hecho más que llevar a cabo el proyecto de la oikonomía providencial (ibíd.). Como la máquina trataba de salvar a todos, su actividad tuvo que ser imperial, ecuménica, ecléctica y totalizante, a fin de abrazar todo cuanto pudiera, haciendo participes a la mayoría del gobierno divino del mundo. Tenemos entonces tres pasos determinantes que afianzan y consolidan el gobierno divino del mundo. El primero: La Trinidad. Dispositivo encargado de abrazar los diferentes dogmas a fin de crear un imperio (ahora económico) armónico. El segundo: la providencia, encargada de articular un sistema de dos niveles que justificarán el gobierno que pesa sobre nuestra humanidad. Tercero: la gloria, cuya misión es unificar de una vez por todas, por medio de protocolos, los niveles que la providencia suministró. Los niveles al participar de un proceso de retroalimentación, bien controlados y escandidos, garantizan el recorrido entre ambos lados. Cuarto: Jesús anárquico, cuyo cometido es definir a este movimiento sin objetivo, ergo, eterno. 7. Metodología de Agamben. En un principio parecería que el modelo de Agamben es sumamente innovador. Un acercamiento sin precauciones puede resultar sumamente impenetrable y pudiera dejar perplejo al que es inexperto. Pero con un poco de análisis aquello sumamente rebuscado 235 se puede percibir claramente. No creo, de ninguna manera, que de su modelo, él sea el pionero. En signatura rerum, su libro donde explica su método, Giorgio Agamben admite de forma más o menos explícita, la influencia que ha tenido de Foucault en sus investigaciones. Esto es bastante peculiar, debido a que, en el Reino y la Gloria, parece criticar el método que califica como “precipitado” del francés. No obstante, al más puro estilo del debate de Schmitt contra Peterson, Agamben guarda gran familiaridad con las implicaciones del análisis foucaultiano, tan es así que, una vez tomando conciencia de esto, Agamben bien podría parecer un hombre sumamente petulante. La conferencia de mayo de 1978 impartida por el francés tocaba un punto importante: ¿qué debía entenderse por “saber”? Para él, este término implica todos los procedimientos y conocimientos que un campo específico esta decido a aceptar en un momento dado. El conjunto de técnicas y conocimientos esta sostenido por una dinámica de poder. El saber es conforme un conjunto de reglas y restricciones propias de algún discurso científico en alguna época. Dicho en otras palabras, el saber deriva del cumplimiento de ciertos requerimientos consistentes con alguna convención científica, racional o comúnmente admitida (Foucault 1994, III: 54-55). El carácter escondido de esto, es que no se sabe cuándo pueden cambiar los cánones para que algo sea considerado como saber. Para que esto suceda, deben cambiar las relaciones de poder que sostienen tal discurso científico. Es precisamente por esto que Foucault lanza una sentencia que debería ser considera como máxima categórica. Parafraseando, sería algo como que cada forma de saber viene aparejada con una forma determinada de relaciones de poder. Ahora bien, esto pudiese confundirse rápidamente con la concepción kuhniana que dice que muchas veces la ciencia no está sostenida por elementos endógenos e intrínsecos del paradigma, es decir, la ciencia no se sostiene debido a su coherencia interna, su capacidad explicativa etc., sino que muchas veces se sostiene por elementos exógenos a ella, como la política y demás convencionalismos. Pero con celeridad se presentan rasgos que son divergentes entre ambos esquemas. Por ejemplo, ya dijimos con Foucault que tendría que existir un reacomodo de poder para que cambie la forma de saber, en Kuhn, tendría que existir una fuerte crisis científica, un pánico extendido sobremanera sobre la matriz 236 disciplinaria en turno, que aterrada ante su incapacidad de resolver los puzzles científicos y sacudida por diversas perturbaciones, no puede hacer nada que dar paso a la revolución científica. Se bien que este argumento no puede ser definitivo, pero debemos hacer un esfuerzo para ver las diferencias, sobre todo porque el proyecto científico en los días de hoy obedece las directrices de los programas de investigación científica. A lo que me refiero es que, en el contexto actual, las relaciones de poder promueven la lógica de los programas descritos por Lakatos y no las revoluciones científicas de Kuhn. Pero con calma, vamos paso a paso para entender esto, pues al parecer Agamben ve que si hay atingencia entre la postura de Foucault y de Kuhn. Tal vez no con el primer Kuhn, pero si con otro más maduro con respecto de su pensamiento. Por lo pronto, con el Kuhn de las revoluciones científicas es difícil encontrar una comunión. Aún no describo los proyectos y metodologías científicas que han venido aparejadas a las formas de poder, esto es, al dispositivo de ley, al mecanismo disciplinario y al dispositivo de seguridad. Por el momento, sólo diré que a la seguridad viene aparejada a los programas de investigación científica. Ahora bien, estos programas no son efímeros o caducan rápidamente, sino que ante todo demuestran temple, perentoriedad, resiliencia, pero no porque sean verificables, sino por la imposibilidad de falsarlos, de probarlos o de dar una probabilidad etc., lo que los pone en una situación de suspenso. Con tan sólo esto, ya podemos advertir diferencias enormes con respecto de los paradigmas, que al contrario de los programas de investigación, son episódicos y eventuales. Lakatos incluso piensa la ciencia normal como un episodio psicológico de gran frenesí grupal correspondiente a una fuerte creencia de certeza con respecto del saber asequible a ese momento. Las crisis también responden a un sentimiento psicológico: un pánico paralizante. Hay que reconocer que es difícil reconocer la comunión de la que habla Agamben de Foucault con Kuhn. Sobre todo porque Kuhn reconoce dos acepciones de paradigma, y la primera parece ser con la que todos lo identifican. No cabe duda ¡las primeras impresiones son decisivas! Tratemos, por lo tanto, de arrancar del pensamiento la estructura de las revoluciones científicas. El reconoce que la noción de paradigma refiere a lo que es común en cierta comunidad científica, las técnicas asequibles a ellos y de las 237 que se valen los modelos y sus valores. Pero también entiende -y este es el que causa confusión y el que no permite un divorcio franco entre la concepción de saber foucaultiana y el paradigma kuhniano,- que un paradigma es un elemento singular de ese conjunto, algo que pertenece al mismo paradigma con un carácter vinculante que bien puede servir como un ejemplo común que sustituya las reglas explícitas que definen la investigación científica. Esto quiere decir que el paradigma puede hablar y decir: “no me aborden con estas categorías existentes porque no son atingentes a mí,”. El propio paradigma contiene, de alguna manera, las reglas con las que se ha de abordar. Los paradigmas o una parte interna de ellos, dictamina las reglas a seguir, una vez que ellos mismos surgieron (Agamben: 14). Como recordaremos una de las características de la investigación del francés es el papel secundario que juegan los elementos tradicionales del poder como la ley y posteriormente la norma en el momento en que la seguridad se entroniza. Foucault tiene el cuidado de precisar que aunque nunca se eliminan y continúan en vigencia en la gubernamentalidad, lo están por un respeto aparente: la gubernamentalidad los contiene sólo porque posibilitan y dan aires de justicia al juego. Las categorías universales así son despachadas y relegadas a un papel secundario. Si sirve la ley y se echa mano de ella, sólo será para legitimar un cambio entre las relaciones de poder o como límite y contención en momentos críticos. Su secundariedad también se percibe en que al menos en la sociedad que alcanzo a percibir, la aplicación de la ley no recae sobre los individuos de la misma manera. Por lo regular, el acaudalado y opulento tiene mejor acceso a la justicia. Por esto y muchas cosas más, lo importante en Foucault, no son las leyes, las normas o los reglamentos, sino los dispositivos concretos a través de los cuales el poder penetra en los cuerpos de los individuos y gobierna sus vidas. En este punto, ya no hay vuelta atrás, la analogía con los paradigmas kuhnianos en su segunda modalidad es bastante aproximada. En la segunda acepción de paradigma, este ya no obedece a cánones o metodologías exteriores o a las reglas que constituyen la ciencia normal. El paradigma ahora por sí mismo, puede modelar el comportamiento de los científicos, arrojar las reglas a los científicos, da enigmas y problemáticas a resolver, el paradigma trae la ciencia normal, y no el conjunto 238 de reglas exteriores que se creía definían la ciencia normal. En ambos autores parece haber una solidaridad que jamás estuvieron dispuestos admitir. Por un lado, el francés, cuestiona la primacía de los modelos jurídicos tradicionales, y en cambio encumbra, o por lo menos dice que lo importante son esas múltiples disciplinas y técnicas por medio de las cuales el Estado integra en su interior el comportamiento de los individuos. De la misma manera, el americano, separa la ciencia normal del sistema de reglas que la definen. En ambos parece que lo que en primera instancia fue el carácter constituyente, es escindido y superado por otra forma de poder que los constriñe, muy parecido al fenómeno descrito en el intercambio entre auctoritas y potestas. Refiriéndose a “Las palabras y las cosas”, Foucault admite que antes de este trabajo no había estado consciente de ese fenómeno, por lo que Agamben sólo continúo un camino trazado por el francés. Tanto el régimen discursivo (fenómeno genuinamente político) y el paradigma (criterio de verdad científica) tienen en común un elemento interno que se escinde de ellos y luego se postula como criterio. En el análisis del mismo Agamben podemos observar el mismo movimiento cuando el hombre ejerciendo su “libertad”, actúa según las rúbricas de un juego ya planeado. En los tres autores, la parte constituyente es dominada por lo constituido. Por cierto, las palabras de Foucault fueron estas: “Lo que le faltaba a mi trabajo era este problema del régimen discursivo, de los efectos de poder propios del juego enunciativo. Los confundía mucho con la sistematicidad, la forma teórica o algo así como el paradigma” (ibíd., III: 144). Foucault está admitiendo que no había tomado consciencia de que el régimen discursivo puede tener efectos sobre el propio discurso. Para muchos analistas, el silencio de Foucault, obstinado a no reconocer la influencia de Kuhn en su obra, es insostenible desde el momento en que parece usar como sinónimo de paradigma, umbral de epistemologización. Él define como umbral de epistemologización al fenómeno que ocurre en el juego de una formación discursiva, puntualmente a la superación de un conjunto de enunciados que pretenden valer como criterios de verificación y coherencia respecto al saber dominante (Foucault 1969: 243-244 en Agamben 19). Se describe un fenómeno en el cual, de un conjunto de enunciados, uno se recorta y, se eleva sobre el resto, haciéndose valer como criterio de aprobación. 239 Incluso parece haber otra similitud entre estos dos modelos, Agamben toma el panóptico como un prototipo del paradigma. Tiene razón cuando dice que el panóptico funciona a la forma de un paradigma, pues se trata de un objeto singular que valiendo para todos define la inteligibilidad del conjunto del que forma parte y que al mismo tiempo constituye (Agamben 21: 2010). Muchos no han percibido estás semejanzas en los modelos y los tratan de distanciar, pero este aparente alejamiento podría deberse a que la arqueología del saber, desde siempre, ha sido leída como una manifestación del discontinuismo historiográfico (Agamben: 20: 2010). Aunque Agamben no admite que su modelo sale del dibujo trazado por Aristóteles, al analizar el locus clásico de la episteme no puede no haber influencia por el esquema trazado por el griego, mismo que confecciona el modelo del justo medio. El estagirita distingue dos procedimientos de los paradigmas o de la episteme: el de la inducción y el de la deducción. Para Aristóteles, sin embargo, el paradigma no funciona como una parte respecto del todo, ni como un todo respecto de las partes, sino como una parte respecto de la parte. En la “Ética” decía que nosotros podemos conocer a través de lo cognoscible o derivando a partir de sistemas formales, vale exactamente lo mismo decir que un conocimiento nuevo, no es ajeno al todo. Ya sea en un sistema formal o un sistema susceptible de comprobarse directamente en la realidad, el conocimiento como una parte, siempre hablará de las otras partes (Primeros analíticos, 69a, 13-14). Mientras la inducción procede de lo particular a lo universal y la deducción de lo universal a lo particular, lo que define al paradigma es una tercera y paradójica especie de movimiento que va de lo particular a lo particular. La episteme es un punto en el centro de esos viajes inductivos y deductivos. Como para Aristóteles lo que importa y lo que da verdadera felicidad es el equilibrio ejercido por el hombre virtuoso, su conocimiento describirá el mismo proceso. Un conocimiento tendiente hacia lo meramente formal o a lo que le pertenece una realidad estrictamente directa es un vicio. La episteme es la indeterminación que se da por la conjunción equilibrada de estos saberes. Por eso la máquina del gobierno divino del mundo al final se resuelve en Agamben en un equilibrio: Dios realiza su propósito dejando actuar al hombre y el hombre al actuar no hace más que seguir el propósito divino. La máquina de Agamben nace de la noción de paradigma de Aristóteles y la perfeccionará con Melandri. Agamben retomando la obra “La línea y el 240 círculo”, demostrará que la analogía se opone a la lógica dicotómica que domina a Occidente: “Contra la drástica alternativa «o A o B» que excluye cualquier otra opción, la analogía hace valer el «ni A ni B». La analogía interviene en las dicotomías no para hacer una síntesis superior que traiga un producto u opción fuera del campo de ellas, sino que las transforma en un campo de fuerzas recorrido por tensiones polares, del mismo modo que en un campo electromagnético, perdiendo los dos términos sus identidades sustanciales. No aparece un término homogéneo a los dos, sino uno análogo, que se afirma como la desidentificación y la neutralización de los dos primeros, volviéndose indiscernible” (en Agamben: 30). De esta forma el acento glorioso que aparece en la máquina del gobierno del mundo, es uno que pretende con su esplendor tapar la vacuidad que oculta, porque sencillamente es la neutralización de los dos primeros. Otros ejemplos que utiliza Agamben para reforzar la concepción de la indeterminación en el juego constante de los polos es la producción de la ciencia platónica. Dicho autor distingue dos procesos diferentes para hacer a la ciencia. El primero es el procedimiento característico de lo que hoy día conocemos como ciencias duras o aquellas basadas en la matemática, reina de todas las ciencias. Aquí las investigaciones parten de principios conocidos tratados como axiomas o verdades fundamentales, por lo que no es necesario dar cuenta de su evidencia, pues sería como tautológico. La segunda forma que es la dialéctica, trata las hipótesis no como principios, sino propiamente como hipótesis, como escalafones a remontar para ir a lo no supuesto, hacia la verdad fundamental de todo, hacia el principio, y una vez ahí, descender a la conclusión. Para esta operación tenemos que instalarnos en el tercer mundo platónico: partiremos de ideas, nuestros vehículos serán ideas y terminaremos en ideas, no hay necesidad alguna de servirnos del mundo sensible y sensorial. Tratar a las hipótesis o supuestos como hipótesis, significa que nunca la cognoscibilidad de los supuestos estuvo en juego, nunca hubo pretensión de referirla al mundo sensible, sino que, por el contrario, su prestación específica es la suspensión y desactivación de la facticidad empírica. La hipótesis tratada como hipótesis es equivalente al paradigma en la segunda forma kuhniana (Platón VI, 511 b, 2-c, r en Agamben: 3335). Para más comprensión sólo hay que tener en cuenta que la ciencia se postula clásicamente como la consecución de la explicación de la realidad a través de modelos lógicos que se puedan reproducir factualmente. Pero contemporáneamente parece existir 241 una desactivación de ese cometido, una suerte de suspensión del carácter empírico, posicionando a la ciencia, en conjunto, en una zona de indiscernibilidad, donde todos los programas de investigación estarán vigentes, si y sólo sí, entregan un excedente empírico. Paradójicamente, el excedente empírico va de dos formas, o se encuentra en el mundo fenomenológico o bien, se espera por el dictum de un cálculo formal que por su sola constatación lógica se podrá esperar indeterminadamente. Los paradigmas se trazan a partir de modelos y de esos modelos se derivan las reglas de investigación y verificación, que bien podrían suspender la factidad. La segunda acepción kuhniana de paradigma coincide con los programas de investigación científica. En función de esta explicación podemos entender el círculo hermenéutico que define el procedimiento cognoscitivo de las ciencias humanas. En el Ser y tiempo de Heidegger, el círculo hermenéutico se funda en la pre compresión como una estructura que anticipa lo existencial (Dasein). Para aprehender el conocimiento del Dasein, no hay que salir del círculo, sino entrar en el de modo justo. Ahora bien, ¿cómo se ingresa de modo justo a esta circularidad? Heidegger sugiere que para acceder correctamente no hay que dejar que las circunstancias y la opinión común (doxa) impongan la pre comprensión, sino que hay que elaborarla a partir de las cosas mismas, de ella misma, hay que viajar sólo en ella (Heidegger: 153 en Agamben 38). Acceder a la pre comprensión significa suspender la opinión común y la factibilidad de las cosas, aunque las dos se conocen. El círculo hermenéutico es, en realidad, un círculo paradigmático. Con esto podemos entender la metodología de Agamben del libro que analizamos (El reino y la gloria) basada en la noción de paradigma. Los elementos que contiene y que lo caracterizan son los siguientes seis: 1) El paradigma es una forma de conocimiento, ni inductiva ni deductiva, sino analógica, que se mueve de la singularidad a la singularidad (de ahí que los dos polos embonen en la máquina). 2) Neutralizando la dicotomía entre lo general y lo particular, sustituye la lógica dicotómica por un modelo analógico bipolar. 3) El caso paradigmático deviene suspendido y, a la vez, exponiendo su pertenencia al conjunto. 4) No hay, en el paradigma, un origen o una arché: todo fenómeno es el origen, toda imagen es arcaica. 5) La historicidad del paradigma no está en la diacronía ni en la sincronía, sino en un cruce entre ellas. 6) El conjunto paradigmático no está jamás supuesto a los paradigmas, sino que permanente a ellos. (40-41). Ya está plenamente trazada la topografía de Agamben. 242 Últimas consideraciones a tratar. Del punto 4 se extrae y se hace entendible el por qué Agamben nunca pudo establecer un ámbito de origen, por ejemplo, de la liturgia como acto constituyente. Si todo fenómeno es origen, entonces lo mejor es fundir en una sola a la máquina, y para que los polos se mantengan el uno al otro, se facilita e incentiva el cruce eterno entre ellas. 8. Las signaturas. Habíamos dicho que una signatura es aquello que disloca y fractura la esfera estacionaria de un concepto o cosa y lo lleva al ámbito al que pertenecía originalmente, eso es al menos lo que expresó una y otra vez Agamben en su investigación de la máquina del gobierno del mundo. La concepción de signatura, el italiano la retoma de Paracelso, para quien todo lo externo, es decir, toda envoltura, tapa o forro es anuncio de lo interno. Lo que vemos en el exterior son signos por medio de los cuales el hombre puede conocer aquello que ha sido signado en las cosas. La signatura, latu sensu, es una ciencia encargada de revelar los arcanos, de evidenciar lo subrepticio en las cosas (Paracelso, III, 7: 131 y 259 en Agamben 44). Si el discurso de Agamben giro en torno al poder constituyente de la aclamación y, por añadidura, a la palabra, es por la influencia de Paracelso. Para él, el arte que signa las cosas (Kunst Signata), es la lengua. La lengua es el arte que signó primeramente las cosas y el primer signator fue Adán, quien imprimió en las cosas su justo nombre: “Nuestro padre Adán conocía perfectamente este arte y poco después de la creación dio a cada ser su nombre particular, a todo animal su nombre, a todo árbol, a toda hierba un nombre diverso, a toda raíz, a toda piedra, a todo mineral, a todo metal y a todo líquido [...] y cuando bautizaba y daba su nombre a cada cosa, esto agradaba a Dios, porque ocurría por una justa razón” (Paracelso, III, 6: 356 en Agamben: 469) Las signaturas siempre permanecen, no obstante, el sentido (sinn) de las palabras cambian en determinadas épocas y bajo circunstancias específicas que obedecen a cálculos y/o reacomodos de poder. Imperativo diferenciar entre una signatura y connotación o sentido de las palabras. Si creemos que ambas son lo mismo, se pueden originar severas confusiones. El cambio de sentido de las palabras se da en conformidad con tres fases, que enseguida expondré. 243 En Aristóteles las convenciones éticas están sujetas a la experiencia (cualidad intelectual) y a su conveniencia social (cualidad moral). Los cambios en las convenciones sólo pueden ir de la mano de esas dos cuestiones. Dijimos ya que a una forma de saber le pertenece una forma de poder, si el poder cambia, el saber que lo sustenta también lo hará, y por añadidura, también lo que es correcto para el Estado. Por ejemplo, la experiencia enseñó que lo mejor para la gubernamentalidad no era coaccionar al mercado, ni mucho menos la libertad de los hombres. El cambio de saber dejo de interpretar que la ley y la disciplina son efectivos para conducir a la sociedad. Con esto la concepción de gobierno cambia, pues ya no se identifica directamente como una designación soberana divina, sino que, aunque nunca se separa de ella, se entiende que la mejor forma de conducir es controlando a la libertad, coincidiendo con la providencia divina. Si queremos entonces entender los fenómenos subterráneos, hay que acceder a una comprensión cabal de la lengua, pues esta custodia el archivo de las signaturas. En efecto, el hombre no es el único signador de las cosas, para Paracelso la naturaleza y los astros han signado también a las cosas. Si pensamos en la naturaleza, en ella coexisten toda clase de cosas sobre las cuales podemos advertir mensajes que permanecían escondidos hasta que las observamos detenidamente, por ejemplo: La Eufrasia, que presenta una mancha en forma de ojo, devela de este modo su capacidad para curar las enfermedades de la vista. Si la planta conocida como specula pennarum cura los senos de las mujeres es porque su forma recuerda la de las mamas. Las semillas de la granada y los piñones, que tienen forma de dientes, alivian los dolores dentales (Paracelso, 1, 2: 234 en Agamben: 48). Ahora bien, lo interesante es la información que se desprende de las signaturas hechas por el hombre. Este tipo de análisis permanecía en el olvido, en el silencio, hasta que Foucault y Melandri lo resucitaron. Estos signos son de varios tipos y Paracelso enlisto varios. El primer ejemplo es el pequeño trozo de tela amarilla que los judíos llevaban cosido sobre su chaqueta o su capa. A las claras, era un signo que asignaba pertenencia a un colectivo. Hay otros que son aún más complejos. Las marcas con las cuales el artesano señala sus trabajos son signaturas que llevan al observador a reconocer en la obra al artista que hay detrás de la misma. 244 Debe de quedar claro que si a esta serie de ejemplos les faltase la signatura, la materialidad de estos no brindaría por sí sola información relevante de los cambios de poder y sentido, al igual que los signos no nos dicen nada acerca de la composición de la materia y sus cualidades. Cuando ambas se conjuntan de buena manera tenemos información valiosa acerca de las dinámicas del poder. En el caso de la moneda, su constitución metálica por sí sola no puede hablar de nada. Sólo después que se le asigna un valor social podremos tomar consciencia de su uso. Estas distinciones no son duraderas, no al menos ampliamente. Durante un período prolongado un mercado puede perder fuerza frente a otro y, por ello, la moneda se devalúa. Estos cambios no los podemos notar en los signos que tiene la pieza metálica. La signatura no es sencillamente la relación semiótica de un signans y un signatum, sino es aquello que insistiendo en la relación, pero sin coincidir en ella, la desplaza. De esta forma la signatura con forma de ojo en la hoja de Eufrasia no es un signo que diga que signifique ojo, sino que esa planta actúa en el ojo, ya para mantenerlo sano, ya para combatir alguna infección (Agamben: 54,). La signatura no es, entonces, sólo la dirección descrita por el recorrido de un signo a su ámbito de pertenencia, sino aquello que da una información de un proceso que relaciona al signo con su esfera de pertenencia y cómo repercute en los hombres, en los signadores. Es aquella herramienta que ofrece inteligibilidad al mundo, ahora mudo y sin razón debido al proceso glorioso, debido a su falta de objetivo, el cual ha pesado atrozmente sobre el lenguaje y la semiótica. Bohme argumenta que si el mundo está vaciado de contenido, sin objetivo y mudo, es realmente porque los significados atribuidos a las cosas provienen de la vanidad de la historia (VI,14: 3-4 en Agamben: ). El procedimiento congruente en dotar de significado a la signatura, esto es el proceso de revelamiento de su real sentido, necesita un operador, pues de lo contrario, el signo permanecería dormido. El signo (por ejemplo, el ojo en la hoja) es inerte, no dice nada, necesita conocimiento por parte del signador para ser animado y cualificado. Este proceso hace al signo en signatura. La signatura es aquello que hace al signo inteligible. De esta manera el signo fue preparado en el momento de la creación pero producirá conocimiento sólo en un momento ulterior. 245 Para Bohme el arte signador no es el lenguaje natural, sino la cristología. Cristo es el logos, es la palabra y la palabra es el insumo del lenguaje. Todo cambio registrado en el ámbito cristológico y teológico tendrá repercusiones en lo político y, por tanto, en las palabras. El logos es la palabra de Dios y permanece en Dios, pero la provisión (su salida) es mediante su economía (potencia dosificada). Por consiguiente, el juego del cambio de los sentidos de las palabras cambia al son de los cambios de la forma en que se da la conducción. Así, las aporías de la teoría de las signaturas, repiten las de la Trinidad. La oikonomía de Dios tan omnisciente como vimos que es calculando el mejor de los mundos posibles, no paso por alto que los cambios de poder necesitaban también los cambios de sentido. La signatura es aquello que no va de un polo al otro, esto es, que va del signo al signador (de la naturaleza al logos), sino que su recorrido que puede ir de un lado a otro, se neutraliza y se dispone al centro del trayecto, tal como la gloria está inscrita en medio de la máquina. La signatura es la ciencia que da cuenta de aquello que permanecía como arcano, la releva al mismo tiempo que la oculta. Por eso en el Reino y la gloria, la signatura no nos llevaba de un extremo al otro, sino que nos revelaban el secreto del final de los tiempos y el de antes de los tiempos. 9. Aparentes diferencias entre Agamben y Foucault. Seguridad, territorio y población, como bien sabemos ya, es una genealogía de la gubernamentalidad. Para dar cuenta de ella se distinguen tres diversas modalidades en las que se ejerció el poder. Foucault tiene especial cuidado en advertir que estas modalidades no se suceden ni se eliminan definitivamente, sino más bien, el dominio de una técnica implica el uso atenuado de los dos restantes, las contiene. La primera modalidad es el sistema legal y corresponde al Estado territorial soberano, mismo que define a través de un código normativo aquello que está permitido y prohibido y establece un sistema de penas, siendo su más emblemática pena: la capital. Le siguen los mecanismos disciplinarios en los cuales a la ley, le es superpuesta una serie de técnicas policiales, médicas y penitenciarias. Aquí ya no se establece un castigo definitivo al individuo, sino que, modulando los cuerpos, los corrige, los ordena, los reintegra. La última fase corresponde al estado de población contemporáneo, la cual trae 246 una técnica característica llamada “gobierno de los hombres” descrita como una técnica que ofrece la libertad a los individuos que agrupa dentro de sí y que los deja actuar en tanto que no trasgredan los límites que ha marcado. Para evitar esa trasgresión, se sirve de incidir en elementos limítrofes que después repercutirán en la población haciéndola actuar de tal o cual forma. Aquí, en este estadio, la función soberana es menguada fuertemente, la prohibición (herramienta insignia de la ley) sólo sirve en algún momento para usarse como límite que no ha de transgredirse; en definitiva, puede alterarse u obviarse según convenga a la razón estatal. El estado de excepción que es la suspensión radical de cualquier forma de ley, es la forma en que el Estado se muestra como realmente es; es la fórmula que garantiza el buen gobierno. Estas técnicas gubernamentales consistentes con la conducción de los individuos se encontraron primero en el pastorado cristiano. Entiéndase por este, no la conducción de Dios a los hebreos, pues aquí no se avizora una guía vehemente que recae en los hombres todo el tiempo, sino la que se define como la “técnica de las técnicas” inscrita en la actividad de la Iglesia hasta el siglo XVIII y que se convierte en la directriz del gobierno político. No digo que en el pastorado hebreo no existiera una vigilancia hacia los hombres tan totalizante, sin embargo, esto sólo se puede decir de Dios, no así del trabajo del profeta que es la figura analizada por Foucault. El profeta debía estar consciente tanto de la totalidad del rebaño como de los individuos, pero su distintivo con respecto de la pastoral cristiana era su carácter oblativo y de servicio. A diferencia de la gubernamentalidad actual, no debía tener un conocimiento de la totalidad del medio para manejarla, puesto que fin y al cabo, Dios proveería. Por el contrario, la técnica gubernamental tiene el conocimiento de la totalidad de elementos que contiene, sus relaciones, sus procesos, sus mutaciones, sus tendencias, sus factores influenciadores, nada le escapa. Al tener el conocimiento extraído de la recalcitrante vigilancia del panóptico o su sistema penitenciario que le hizo advertir los procesos y variables de los movimientos humanos, se facilitó un control específico menos directo, más discreto sobre su población. De esta manera, el gobierno puede disponer de las cosas, distribuir los componentes y lograr una buena administración de su casa gigantesca. Por eso se dice que la gubernamentalidad se presenta bajo el modelo de una 247 economía. Si el pastorado cristiano se presentó en su momento como un oikonomía psychon o “economía de las almas”, la tarea de la política debía consistir en integrar la economía a sus planes para así conseguir el gobierno. El gobierno es el arte de ejercer el poder en la forma de una economía (Agamben 197: 2008). Y es aquí en donde se comienzan a percibir las desavenencias entre el francés y el italiano. Si bien, Foucault entiende que la economía es una forma de dirección y conducción consistente con un fin, deja de lado toda la carga semántica que este concepto podría esconder dentro de sí, traicionándose a sí mismo. Para él, las relaciones de poder vienen aparejadas a una forma de saber; formas de saber que modifican los sentidos de las palabras, de lo cual él mismo esta advertido. Si la oikonomía siempre presupone un orden, también presupone la idea de providencia: el orden deriva de la concepción providencial. Que Foucault nunca haya hecho mención de este término es en realidad muy sorprendente, sobre todo porque cita a Gregorio de Nacianzo, quien utiliza el término oikonomia siempre empapado de una carga teológica consistente con la función escatológica. Sólo se entiende este rodeo o la ausencia del término “providencia” cuando comprendemos que la microfísica del poder funciona sin universales, sin objetivos externos. La providencia es un orden presupuesto para una función que trasciende el plano en el que nos desenvolvemos y, por lo tanto, es un presupuesto que no encaja con los lineamientos de la microfísica. Agamben tiene el mérito (si así se le puede llamar) de hacer coincidir el mundo sin objetivos con el plan providencial. Para Foucault la aceptación de la parousía equivaldría a decir que la historia crítica de nosotros-mismos, es la historia de un origen, la historia de un objetivo aparte de la conservación de una carrera por la conducción. Foucault fue consciente de que una fuerza, una forma de poder, puede luchar contra sí misma, transformarse en el momento en que languidece, camuflarse, tener voluntad ascética para superarse, recobrarse en el momento de la agonía, pero no creo que le hubiera agradado la idea de una sola fuerza dominante a lo largo de la historia. En efecto, habla de que la nueva gubernamentalidad o la razón estatal tiene como ejemplos amonestadores a Babilonia, a Egipto, a Medo Persia, como aludiendo a fuerzas que desaparecieron, sin embargo, Agamben ve en todos los actos 248 libres humanos el trazo de un único plan, de una sola providencia. No obstante, en Agamben el plan providencial coincide con la renovación del proceso del juego de la conducción, de lo que se desprende que aunque existan muchas potencias en pugna, su juego es parte de un sólo plan. Una aporía que Foucault simplemente tomó por rodeo. Cuando se vale del término economía, lo hace sólo en su sentido secularizado, obviando primeramente su máxima: considerar que los conceptos mantienen su formación intacta, pretendiendo así, reducir al mínimo necesario cualquier reminiscencia teológica a fin de evitar las posibles contradicciones que presentaría un término que tendía hacia un fin externo. En la lección del 8 de marzo del 1978, Foucault hace un análisis del “De regno” de Tomás para mostrar que en el pensamiento medieval y, puntualmente en la escolástica, hay todavía una continuidad sustancial entra la soberanía y el gobierno. Continuidad que él debe de cercenar o de lo contrario no lograría un proceso recursivo gubernamental. Como sabemos al final de “Seguridad, territorio y población” logra conseguirlo de alguna manera, aunque no de modo definitivo. La seguridad sigue conteniendo a los otros dos (soberanía y disciplina), aunque con un papel infravalorado, ya no decisivo, pues las leyes y reglamentos no tienen otro fin más que sacrificarse o estar al servicio del mantenimiento del Estado. Por eso, el Estado se encuentra en un espacio flexible y un tiempo abierto, no ve más allá de él. Como recordaremos, el trayecto descrito por esa continuidad comenzaba (en el modelo de Foucault) con Dios, sus pastores, el individuo, la familia y el Estado. No obstante, la serie se rompe en el siglo XVI tras el advenimiento de una serie de paradigmas propios del campo de la astronomía y de la física, como el de Copérnico, Kepler y Galileo, los cuales mostraban que Dios no gobernada al mundo directamente sino sólo a través de leyes generales, inmutables y universales: “Dios reina, pero no gobierna”. Esquemas muy influenciados por las corrientes escolásticas, pues desde siglos atrás, la naturaleza era vista como un fuego artesano que avanza metódicamente a la creación y que mantiene las relaciones regulares entre las mismas cosas creadas. Foucault tuvo ante sí la idea de la providencia todo el tiempo, pero decidió tomarla como concepto secularizado: como simple economía natural. 249 Para Agamben, la división del reino y del gobierno no se produce tan tardíamente, sino que esa bifurcación la encontramos desde la oikonomía trinitaria, en la fractura entre ser y praxis. La Trinidad era el primer presupuesto de la economía providencial general, pues iba a ser la forma en que Dios dosificaba u ordenaba su poder para establecer el gobierno del mundo. Las distintas concepciones que derivaron de la providencia general, como economía natural, economía de la policía o la economía gubernamental, son en realidad parte de un cálculo supremo que previó el mejor de los mundos posibles y que pretendía conciliar la forma más económica de conciliar soberanía y gobierno. A diferencia de Foucault, quien ve un proceso genealógico donde la crítica en forma de contra-conducta (nodo de poder) se dedica a restablecer una mejor forma de gobierno o al menos más conveniente, en Agamben, los cambios son parte de una misma máquina bipolar que al momento de separarse vuelve a unificarse. Lo que le intriga más a Agamben en referencia a Foucault, es que utilizó de Tomás “De regno” y no “De gubentione mundi”, donde el término gubernatio es sinónimo de providencia. Los tratados del gobierno de mundo no son más que tratados sobre el modo en que Dios articula y desarrolla su acción providencial. Providencia como vimos es el nombre de la oikonomía en tanto que se presenta como fuerza regulada del gobierno del mundo. Así para Agamben, lo correcto es situar al paradigma gubernamental en el fondo económico-teológico de la providencia del que es solidario (198: 2008). Para el italiano, si aún hiciéramos un esfuerzo y tratáramos de obviar que la fractura no se sitúa tan tardíamente, tendríamos todavía el problema del traslado del pastorado eclesiástico al gobierno político que Foucault explica por medio del surgimiento de una serie de contra-conductas que se resisten al pastorado, problema que se aborda mejor por medio de la genealogía entre causas primeras y segundas, ordinatio y executio, a través de los cuales los teóricos de la providencia habían tratado de volver inteligible el gobierno divino del mundo (ibíd). La falla de Foucault es no haber realizado su método de forma cabal. La arqueología para Foucault es lo opuesto a lo trascendental; ni busca estructuras universales de conocimiento porque son meras invenciones de un grupo dominante de poder, ni tampoco toma en cuenta la moral en el sentido de reglas universales benéficas para todo hombre 250 en toda época. Rescata de Aristóteles la moral como una invención consumada por la práctica y la experiencia, encarnada después en tradición, la cual ha de ser conveniente a alguna forma de poder o quiza a alguna forma de conducción. Para Foucault tomar cuenta de esto, es tomar cuenta de que puede haber mejores formas de conducción, dado que lo que pensamos, decimos y hacemos son resultados emanados de relaciones de poder que se pueden deconstruir con la genealogía. La arqueología para Agamben es un proceso que devuelve un concepto a su esfera originaria después de haber sido sometido a varias transformaciones de su sentido. Foucault al no haber situado en su real locus problemático a la oikonomía, cae en una falla garrafal a consideración del italiano. Argumenta: “Cuando se emprende una investigación arqueológica hay que tener en cuenta que la genealogía de un concepto o de una institución política puede encontrarse en un ámbito diferente del que se supondría inicialmente (por ejemplo, no en la ciencia política, sino en la teología)” (199: 2008). Foucault estaba en conocimiento pleno de esto. Cuando abre la microfísica del poder, lo hace argumentando que tomar los conceptos tal cual los tenemos en una época, es equivalente a ignorar las trampas de la historia y sus combates. Con la genealogía y la arqueología podríamos desnudar época por época hasta llegar al sentido impoluto de un concepto, pero en el esquema de Foucault no se debe ir tan lejos, basta con aplicarle el procedimiento a la forma de conocimiento inmediatamente anterior. De ir más lejos la ciencia de las signaturas y la arqueología serían gemelas. Las signaturas son el procedimiento arqueológico llevado a sus últimas consecuencias. Pero en realidad, la signatura no está peleada con la genealogía, a pesar de que a Agamben se le llena la boca de presentarla como una invención. Ambas coinciden en la siguiente cuestión: la signatura tiene un arte signador que coincide con el paradigma trinitario, con el logos, por tanto su herramienta es el lenguaje. El lenguaje, en Agamben, está situado en la gloria, que es la parte de indeterminación de la máquina; la parte neutral donde las polaridades se anulan de forma que ya no se sepa cual lado es el dominante, trayendo como resultado que el lenguaje este falto de toda carga semántica. El emblema de este lenguaje es el himno o la pura voluntad de hablar que cuando se ejecuta, recrea un proceso. Esto coincide con Foucault en el sentido de que el lenguaje es la trampa de la historia. Tomar sus significados sin análisis, es equivalente a ignorar la lucha por el poder. La genealogía 251 significa conocer la forma que nos hizo articular lo que pensamos, hacemos y decimos para vaciar ese contenido y darle uno nuevo. La arqueología por eso no pretende ver universales en ningún sistema, sino que su compromiso es vaciar esos sentidos para confiarles nuevos y repetir ese proceso. La repetición de este proceso al infinito es la anulación del sinn de las palabras. Al final los dos esquemas coinciden en que por medio de ese proceso se revitaliza y recrea su sistema. Sin embargo, Agamben se jacta de decir que no haber tomado a cabalidad la metodología arqueológica, le impidió a Foucault articular hasta el final de modo convincente su genealogía, despojándolo de conclusiones satisfactorias y suficientes. A mí, por el contrario, me parece que sus conclusiones son bastante similares. Con todo y eso, es indiscutible que ambos encontraron y dieron con la misma fractura: la separación del reino y el gobierno. Lo que Foucault encontró en el siglo XVII, Agamben lo ve cocinándose desde el I siglo, pero es hasta el IV donde la ruptura se aprecia. Sus procedimientos no están tan en contra el uno del otro. Yo me atrevo a decir que Agamben simplemente evoluciona un poco la metodología de Foucault, sino es que sólo la lleva más lejos. Veamos que es la profanación para Agamben. Como recordaremos, la máquina del gobierno divino del mundo es una máquina de las signaturas que nunca específico cual era el lado dominante o el dominante y principal de sus polaridades. Lejos de eso, encontró que los dos polos se interconectaban íntimamente y que los conceptos viajaban por entre sus vías. Los conceptos al viajar sin cesar por las dos rutas hacían al centro de la máquina una zona de indeterminación. Esta zona de indeterminación hace que las dos tesis sobrevivan, la consistente con un mundo vivido como sin Dios, pero que coincide con su voluntad y un mundo donde todos serán con Dios en un sábado potenciado. El que hoy se perciba una preminencia de la primera tesis tiene su explicación en que sólo prestamos atención al polo al que pertenecemos. Una supremacía de un polo no tiene ningún sentido en una máquina que está perfectamente coordinada en un continuo dividirse y conjugarse. El mundo sin Dios no tiene finalidad y, el mundo de todos con Dios no tiene significado, es un mundo hímnico. La máquina ha sobrevivido ocultando en el centro la nada con el fulguroso brillo de la gloria. Pero ¿Cómo pasa esto? La 252 respuesta es que es una máquina profanadora, pero antes tenemos que explicar un par de cosas. Agamben en su libro de las profanaciones, en el capítulo “elogio de la profanación” comienza explicando lo que son las cosas sagradas: “las cosas que pertenecían de algún modo a los dioses” las cuales de ninguna manera podían ser asequibles a los hombres bajo ninguna circunstancia y bajo ningún fin. Sacrilegio era toda aquella acción que infringiera esa indisponibilidad humana. Consagrar (sacrare) es el término que designa el escape de la esfera del derecho humano. Está se podía ejecutar a través de los actos con capacidad jurídica, que según vimos, se encontraban en los actos litúrgicos protocolarios, pero también en los actos rituales que implicaban sacrificio, pues estos constituían dioses. Consagrar es la huida hacia una esfera inaccesible a los hombres: la sagrada, una vez que estuvo accesible a los hombres. Profanar, va del sentido contrario, pues todo aquello que ha sido sagrado, es situado al uso y propiedad de los hombres (Agamben 97: 2005). De todos estos movimientos puede seguirse una relación que los implique a todos en una misma cadena: Algo sagrado puede mediante sacrilegio ser profanado y, lo profanado puede volver a ser restituido a su esfera sagrada mediante la consagración. Cualitativamente algo sagrado es diferente de algo consagrado, aunque comparten el mismo espacio. El italiano identifica otra esfera que en primera instancia parece coincidir con la esfera profana: la pura. Pero creo encontrar diferencias significativas que hace a una y otra diferentes. En la profanación parece haber una relación muy significativa entre el uso y el acto profanatorio. Este último implica un cambio en el modo de empleo de la cosa profanada. Su utilización aparece como algo que no es natural, como una fuerza que imprime una violencia capaz de alterar la usanza corriente y específica de lo sagrado. Entre usar y profanar hay una relación peculiar que se debe aclarar. Para efectuar la profanación o la consagración se necesita un método que sólo se puede hallar en la religión, pues a esta se la define como: la instancia que puede sustraer las cosas de su esfera y transferirlas a otra esfera diferente. La religión es el ámbito en donde se producen necesariamente los intercambios; es el legítimo espacio para alterar el modo en que una 253 cosa se usa por medio del sacrificio. En el “Reino y la gloria” Agamben demostró, según cree él, que los sacrificios rituales en las religiones totémicas tendían no sólo a procurar la vitalidad de los dioses; ser su fuente de alimento, sino que también los creaban. Hubert y Mauss sentencian que el sacrificio sanciona el pasaje de algo que pertenece al espacio profano al ámbito de lo sagrado (98: 2005). En este sentido, lo sagrado una vez que ha sido dislocado y depositado en la esfera accesible al uso humano, mediante el sacrificio puede restablecerse a su esfera original por medio del ritual sacrificial. Como se dijo, la religión es el único ámbito reservado para los intercambios entre las esferas. Este espacio hace de intermediario entre una parte que no puede tocar la ofrenda y otra que no acepta lo corrompido. De ahí que una forma muy simple de profanación se realice por contacto. Así, por ejemplo, en el antiguo Israel los únicos cualificados para hacer subir los humos del sacrificio a Dios eran los de la tribu de Leví, específicamente los comisionados como sacerdotes. Nadie más podía efectuar tal acto so pena de morir. En Agamben, aquel que no tiene el conocimiento efectivo de ritual al entrar en contacto con la ofrenda, la profana. Entrará en contacto precisamente porque no consideraba que no se debía entrar en contacto con ella. Basta con que los que participan en el rito toquen la ofrenda fuera del protocolo para que estas se conviertan en profanas. Aquello que está destinado a la esfera sagrada por contacto fuera del ritual, es desencantado y restituido a un uso bajo. Debido a esto a la religión se le contrapone la negligencia, la inconstancia y la actitud relajada, distraída. Profanar puede ser causa de un acto consciente o inconsciente. De hecho, lo filólogos parecen encontrarse muy sorprendidos ante el doble y contradictorio significado que el verbo profanare conserva en latín. De un lado, tenemos su acepción corriente, hacer profano; por otro, sacrificar. Lo paradójico consiste en que el sacrificio puede restituir las cosas sacrílegas o profanas hacia una esfera sagrada. Profanar es la acción de conferir un nuevo uso o devolver el uso original. Si ambas acciones se conjugan y participan de un mismo proceso, tenemos un ciclo que se puede extender al infinito: La alabanza que Dios llega a exigir con improperios y el mantenimiento que Dios ofrece al mundo. La máquina del gobierno del mundo es una máquina de profanación que logra constituir una retroalimentación entre ambas partes 254 (Agamben 103-104: 2005) donde ninguna alcanza la supremacía o dominio sobre su contraparte, lo que es más, el intercambio las neutraliza y al centro crea una zona de indeterminación gloriosa donde sobrevive una inoperosidad hímnica que en realidad es una praxis que no se agota y que se reproduce incesantemente. A partir de aquí ya se puede entender la implacable seriedad que presenta la religión cristiana para asegurar la coherencia e inteligibilidad de los actos eucarísticos, pues son el medio por el que se solda el ciclo: los hombres que participan en los actos litúrgicos protocolarios constituyen el alimento o la conservación de Dios, la cual regresa la manutención a los hombres al participar estos de su cuerpo. El acto eucarístico no sólo es la forma en que se presenta el cuerpo de Cristo como alimento que ha de ser ingerido por los hombres a fin de que consigan su salvación y manutención, sino que también es la forma en que Dios, conservando a los seres, asegura su supervivencia, su alimento. Lo que estaba en juego era nada menos que la supervivencia de un sistema religioso que había involucrado al propio Dios como víctima en el sacrificio. Ahora Dios era la ofrenda que se entregaba a los hombres, y no los hombres quienes se entregaban para el beneplácito de Dios. Con esta estrategia se resuelve y se da consistencia a la noción que ponía en crisis la distinción entre lo sacro y lo profano, entre una naturaleza más alta y otra baja y caída. La máquina de profanación parece alcanzar un punto límite o una zona de indecibilidad en la cual la esfera divina esta siempre a punto de colapsar en la humana y el hombre traspasa ya siempre en lo divino a través de la liturgia del sacrificio (eucaristía) (Agamben 105: 2005). El recorrido de lo sagrado a lo profano se puede también dar a partir de un rehúso completamente incongruente con lo sagrado: el juego. Según las fuentes de Agamben, la mayor parte de los juegos que conocemos son herencia de antiguas ceremonias sagradas. Sólo por dar un ejemplo, jugar con la pelota reproduce la lucha de los dioses por la posesión de Sol. Para Emile Benveniste, el juego no proviene de la esfera sagrada sino que es completamente su inversión. Para este autor la potencia del acto sagrado reside en la conjunción del mito que cuenta la historia y el rito que la reproduce y la pone en escena (en Agamben 100: 2005). Sin embargo, el juego es un trasgresor de esta armonía dual. Su puesta en escena consta de la anulación de una de las partes sagradas; si es jugado, lo 255 sagrado sólo se cumple en la acción pero el mito deja de ser cantado. Si es sólo narrado, hay apraxia. De esta forma, cualquier juego está expuesto, dada su condición vacía, a ser objeto de algún nuevo contenido. La posibilidad de dotarlo de cualquier otro sentido esta siempre latente. No obstante, si el juego permanece en suspenso, en el sentido de que no se le asigna nuevo contenido, su estado o condición coincidirá con un ámbito puro, entiéndase: un espacio donde el concepto esta vaciado de contenido, pero se encuentra expectante o es susceptible de algún nuevo significado. Según hemos entendido, los límites de a gubernamentalidad y de la máquina del gobierno del mundo son flexibles, de hecho, el restringir, normar, prohibir o prescribir, resulta tan agobiante para la seguridad que es mejor olvidarse de las restricciones de manera tajante. Sabemos que los límites existen, pero su acción es tan tenue que no se perciben. La necesidad de la reproducción de un proceso regenerativo, a cuenta va de esto. La máquina del gobierno del mundo es perfectamente reducible a la máquina de la profanación, sobre todo si observamos que en ambas sobrevive un proceso, una praxis vacía de contenido. La máquina del gobierno del mundo hace coincidir la libertad humana carente de todo objetivo con el designio divino; la máquina de la profanación tiene un punto donde el proceso que iba de lo sagrado a lo profano se estanca en un espacio aparentemente consagrado, pero cualitativamente diferente dado que está libre de contenido, como negando un objetivo y origen. Ese espacio es el puro, y ahí sólo sobrevive una praxis. Ambas máquinas garantizan esta condición a perpetuidad incentivando la libertad humana. ¿Cómo? Dejar actuar a los hombres dentro de los parámetros de la ciudad significa dejarlos actuar sobre el problema de la circulación. Cada ser, individualmente hablando, siguiendo su propio interés, coadyuvará en la creación de un equilibrio colectivo. Este equilibrio se desarrolla perfectamente en el mercado, mismo que la máquina gubernamental postula como principio de orden. El capitalismo, entonces, es el agente que mantiene lo profanado como elemento puro, como elemento libre de todo contenido trascendental. El capitalismo es el juego que sólo reproduce la praxis sin algún otro contenido que la libertad de producir y consumir. El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Walter Benjamín. Es un pequeño tratado de unas cuantas páginas describe 256 y caracteriza al capitalismo de la siguiente manera: 1) Es la religión cultual más extrema que se haya visto sobre la Tierra. Toda ella adquiere significado en referencia al cumplimiento de un culto, pero no respecto de un dogma o idea. 2) El culto es permanente. Es la celebración de un culto que no tiene misericordia, todo el tiempo exige su actividad. Los días de vacaciones y de fiesta no interrumpen el culto, sino que lo integran. 3) El culto capitalista no está dirigido a la redención ni a la expiación de una culpa, sino a la culpa misma. La expansión de la desesperación hasta un estado religioso mundial del cual ha de esperarse la salvación. La trascendencia de Dios se ha derrumbado, pero no ha muerto, sino que está comprendido en el destino de la humanidad (W. Benjamín 9: 2014). Para Agamben, el capitalismo (siguiendo las reflexiones de Benjamín) lleva al extremo una tendencia siempre presente en el cristianismo: la actividad de separar las cosas de un fin externo, con la particularidad que es coextensivo a todo el ámbito social: todo lo hace a su imagen, según su semejanza. Enviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para hacerla totalmente indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano, es decir, neutraliza todos los actos de una posible connotación buena o mala, los separa y libera de distinciones morales. En su auténtica forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación sin que ya exista algo que separar (Agamben 107: 2005). Si no se entiende esto, sólo concéntrese en lo que incentivan los modelos que hemos ensayado. Seguramente pensaremos en la libertad. Pues bien, la fase terminal del capitalismo para Agamben es la sociedad espectáculo. Aquí todo se encuentra separado de sí: existe como praxis o como contenido. La exhibición es la separación en sí misma. El objeto cambia su condición a una simplemente visual. El objeto, aunque pueda tener una función que se ha de practicar de manera muy intuitiva, no por esta observación, está condenado o destinado a ejercer ese único cometido. Basta la volición o el capricho libre de un individuo para conferirle cualquier otro uso. La naturaleza o constitución del objeto no determina su finalidad, sino más bien, la libertad que tiene cada individuo puede dotar de significado al objeto en cuestión; libertad que se extiende a sus tareas y menesteres, así como a las herramientas que el utiliza. Es por eso que ahora no se le puede atribuir ninguna categoría a priori a ningún objeto o persona. Por eso ya no podemos decir que tal persona es hombre o mujer pues eso significaría constreñir la libertad del individuo. La religión capitalista, en su fase extrema, 257 apunta a la creación de un absolutamente improfanable (Agamben 107: 2005). Más cuando uno toma consciencia de que es una religión de culto consumista. Y el consumo es precisamente es la negación del uso (praxis). La esfera pura agota el sentido del uso al extremo y se refleja en el consumo, pues este es: aun en el acto de su ejercicio, siempre ya pasado o futuro y, como tal, no se puede decir que exista en la naturaleza, sino sólo en la memoria o en la expectativa. Por lo tanto, no se lo puede tener, sino en el instante de su desaparición. El uso es, así, siempre relación con un inapropiable; se refiere a las cosas en cuanto no pueden convertirse en objeto de posesión (Agamben 109: 2005). El capitalismo es la religión que hace de un objeto “lo que yo quiero que sea” por eso no puede existir en la naturaleza la función específica del objeto, término o lo que sea, sino sólo en la expectativa, pues es prerrogativa del individuo conceder el uso. Si prestamos atención a todo lo que nos rodea en nuestros días, esta tendencia es fácilmente perceptible. El “uso” en sí ha muerto. En efecto, todo va de la misma inercia: el amor perdió completamente su potencia, relaciones vienen y van, los productos, la tecnología, las modas y todo cuanto llegue a su cabeza seguramente sufre de los mismos síntomas. El capitalismo tiene el poder de cambiar el valor de uso de cuanto contenga. La imposibilidad de usar tiene un lugar emblemático en la actualidad: el museo. Ahora todo puede pertenecer a un museo, las ciudades, los animales, ancestros (humanos), artefactos. Museos para todo; comprende las creaciones humanas como las divinas. La museificación del mundo es hoy un hecho consumado. Una después de la otra, progresivamente, las potencias espirituales que definían la vida de los hombres -el arte, la religión, la idea de naturaleza, hasta la política se han retirado dócilmente una a una dentro del Museo. Museo no designa aquí un lugar o un espacio físico determinado, sino la dimensión separada en la cual se transfiere aquello que en un momento era percibido como verdadero y decisivo, pero ya no lo es más (ibíd.). El museo es la anulación de contenido, el centro glorioso que indetermina todo. El mundo moderno es testigo de un proceso que elimina el uso en sí, pues todo esta carente de fin. La gloria es la esfera donde ya no hay ni sentido ni praxis, sólo un procedimiento recreativo que no agota. Tanto en Foucault como en Agamben, la libertad juega un papel principal en sus esquemas. Y en ambos esquemas la libertad debe desenvolverse en un 258 mundo donde no hay trascendentales, ahí donde el mundo sin Dios coincide con el mundo que Dios quiere. En síntesis, los dos esquemas eliminan o borran al Dios del mapa. La museificación del mundo implica la actividad de abolir las nociones que antes se consideraban verdaderas, la actividad incesante de hacer de las cosas lo que se quiera de ellas, todo debido a la suspensión de su contenido; la situación que vivimos actualmente encaja perfectamente en esta descripción. Nos desarrollamos en una sociedad que incluso eliminó o trata de eliminar las diferencias naturales entre los individuos: la genética del hombre ya no puede dictaminar la preferencia sexual del individuo, pues este acto se constituiría obstáculo a su libertad. Este paso es importante debido a que la naturaleza implica la secularización de Dios. Eliminar las restricciones naturales implica alejarse de ese remanente divino-teológico que en la sociedad languidecía. Otro fenómeno que va del mismo impulso, quien sabe si consiga éxito o no, es el arrebato rabioso del lenguaje inclusivo. En este punto, el lenguaje es llevado a una zona de indeterminación donde su uso coincide con una suspensión denotativa. El “todos”, por ejemplo, usado para referirse a un conjunto de personas, tanto hombres como mujeres, de un momento a otro es visto como una designación peyorativa, dado que al parecer no confiere el debido lugar a las mujeres, ofendidas ahora, porque se les encapsula en un término patriarcal. Para no herir susceptibilidades de pronto las redes sociales y algunos espacios masivos fueron testigos y cómplices de una suspensión del lenguaje: el “todxs” o “todes” tomó el lugar del “todos”, términos que se consideran neutros y libres de coacción. El que las susceptibilidades de las personas en la sociedad se puedan herir de una manera tan fácil y tan tonta, habla de una sintomatología tan decadente y una condición tan decrépita que simplemente confirma que nos desenvolvemos en una sociedad recursiva, sin ningún otro objetivo externo más que enaltecer la libertad y, por añadidura, a la seguridad y a la máquina bipolar. Es, por lo tanto, una sociedad donde el bien y mal no tienen sentido y donde todo depende de los beneficios que una acción reporte en tal o cual momento. No esta demás señalar que la libertad que estos dos modelos celebran es una ilusión solamente. Del protocolo se ha removido la capacidad jurídica constituyente quedando como remanente una liturgia o protocolo sin sentido, vacío, sin capacidad de deshacerse 259 de lo que han construido en un principio; su creación los ha rebasado. Cuando la unión del pueblo coincide en aclamación, lo que se celebra no es el acto constituyente, sino la pérdida de esa capacidad, pues se encuentra bien controlada y limitada por la seguridad. En la sociedad actual, la auctoritas fue completamente amaestrada y aleccionada. Su puesta en escena tiene que ver con dar la ilusión de que nuestra libertad puede resolver los problemas inherentes a la libertad que desplegamos. Sin embargo, el proceso tan vacio como esta, no es capaz de nada más que de reproducir y legitimar el mismo proceso. Cuando el hombre celebra el himno, la liturgia, lo hace sin percatarse de la vacuidad de la que participa, su praxis deja de tener peso específico en el mundo, además de que ninguna actividad significa algo. En la gubernamentalidad el hombre se mueve con “libertad”, pero sus movimientos son el efecto de mecanismos que actuando en situaciones límite le imprimen el movimiento y sus direcciones. De esta manera el proceso que comenzó en la esfera divina, que siguió el tránsito a la esfera seculariza, que después, al conferir otro uso, arribó al campo de la profanación para librarse completamente de su contenido e instalarse en una esfera pura, provocará la necesidad de imprimir a la obra humana un contenido que no es trascendental sino sólo efímero, volátil y eventual, condenando a la entera humanidad a caer en un bucle infinito. La máquina del gobierno del mundo con su zona de indeterminación coincide con la dinámica profanadora y con la seguridad. Lo que para Agamben era una diferencia decisiva, al final no es tan significativa. En realidad no le resto mérito, su análisis del concepto de oikonomía o mejor, del por qué el gobierno en Occidente se desarrolla bajo los parámetros de una economía, reveló por medio del dispositivo trinitario un conjunto de implicaciones que escaparon de Foucault. Sin embargo, las conclusiones y consideraciones finales son muy similares. Los dos modelos tienen como principal componente la libertad. La libertad es el presupuesto de la circulación. La definición de libertad que viene en el Leviatán es: “la ausencia de obstáculos que facilitan el movimiento. Si no hay movimiento no hay libertad. Cuando la libertad está en su apogeo y esplendor, la circulación dentro del Estado es óptima. Claro hay ciertas restricciones, por lo que con óptima refiero el desplegué de la máxima libertad circunscrita a esas limitaciones. Esto es lo que se llama gubernamentalidad económica. 260 Lo que procura la razón de Estado es el libre mercado. En la máquina gubernamental la cosa va del mismo sentido. El mejor de los mundos posibles es aquel mundo contemporáneo en el que se vive como sin Dios, pero haciendo la voluntad de Dios. ¿Qué como es este mundo? Es uno donde la libertad de cada individuo al concatenarse con la totalidad de los movimientos individuales crea la mejor situación social, un equilibrio en el mercado. Este movimiento que no obedece más que a la volición individual coincide con el movimiento de una mano invisible que lleva las cosas a la mejor situación social. El presupuesto del gobierno es el orden, y el orden se consigue no constriñendo los movimientos. EL único mal que ahora existe en el mundo es constreñir, coaccionar, o coartar ese movimiento. En ambos modelos, el sentido de la libertad es más bien, si me lo preguntan, un espejismo. En Foucault hay un poder que mueve los hilos tras el telón como programando los movimientos al incidir en aspectos limítrofes pero decisivos. En Agamben, hay un poder que se escinde de la facultad constituyente y luego lo domina, me refiero a la auctoritas y la potestas. No obstante, este espejismo se presenta como un arte en Foucault, como un ethos, que toma lo heroico que hay en la realidad para aplicarle una violencia y reconstruirlo. Este proceso da aires de una libertad infinita. En Agamben la libertad está en sintonía con el orden, y el orden coincide en el ejercicio de la libertad humana y la providencia general divina conectados por un proceso litúrgico que transporta la gloria de un lugar a otro, cuya función es soldar las partes y mantenerlas. Debido a que los polos están conectados en un ciclo de retroalimentación, del cual es difícil establecer el inicio precisamente por su circularidad, Agamben nunca pudo establecer el ámbito originario de la liturgia. El elemento ritual que sobrevive a ambos lados es el himno: una alabanza cantada por la mayoría a Dios, pero vacía de contenido. Se ejerce praxis por praxis. Lo paradójico es que la praxis adicionada con el juego de la libertad resulta en una praxis improfanable, donde no existirá ya el uso “en sí”. Ningún uso podrá considerarse como “el uso”. El nuevo estadio encierra todo dentro de un proceso del que se antoja muy difícil escapar. Sólo quería puntualizar que las diferencias entre los autores nunca fueron decisivas. 261 10. Nuevos apuntes y aproximaciones para un acercamiento al poder. En estos dos modelos que abordan de una forma más global los procesos del poder, hemos observado que en ambos los individuos son importantes, pero sólo de manera global. En el biopoder, los cuerpos de los individuos son atravesados por dispositivos a fin de hacerlos actuar según una forma que covenga al poder en vigencia, pero sus acciones no importan como sujetos individuales, importan como sujetos en tanto sujetados globalmente, en tanto población. En la máquina gloriosa del gobierno del mundo, los individuos libres deben de coincidir en una esfera a-semántica como mayoría a razón de secundar un proceso de la potestas. Despojados de su cualidad constituyente, celebran su sujeción de una manera muy fulgurosa. Surge, por lo tanto, la siguiente pregunta: ¿El individuo no sufre de los efectos de la microfísica del poder y de la topografía de la máquina gloriosa? A mi parecer son los principalmente afectados y es sumamente visible cuando vemos que la mayoría piensa de determinada manera, hace las mismas cosas, se desempeña bajo mismos lineamientos y opina cosas muy similares. No es difícil en estos días entablar conversación con un universitario y darnos cuenta que los aparatos ideológicos del gobierno siembran el germen de la libertad. Que todos opinemos igual tiene que ver con que leemos los mismos libros, los cuales están escritos por un grupo de lumbreras que todo el mundo conoce, vemos los mismos programas de televisión, navegamos por espacios similares de internet y asistimos a escuelas con programas de educación más o menos similares. La teoría que puede postularse como la que impera en los días de hoy y de la cual participa la población se la puede definir como determinismo estructural. Teoría inaugurada por Matura consistente con un modelo de la ciencia, la epistemología y los seres vivientes. Es muy fácil percibir rápidamente coincidencias entre el determinismo estructural y los modelos de poder anteriormente referidos. Los componentes o características de este modelo son circulares, por lo que resulta difícil separar elemento por elemento. Mejor sigamos a Lukens quien describe las siguientes características de determinismo: a) los seres vivientes son entidades autopoiéticas, o lo que es lo mismo, están comprometidos con la misión de crearse a sí mismos. b) La ciencia sólo puede estudiar entidades 262 determinadas por estructuras. c) Los sistemas vivientes son cerrados. e) La objetividad no existe, hay que mantener entrecomillada (“objetividad”) para recordar que nosotros creamos aquello que creemos saber. f) La vida es sin propósito. g) Todos nuestros sistemas racionales se basan en premisas que comenzaron siendo irracionales. h) El lenguaje es una forma especializada de acción comunal y crea nuestras distinciones (Lukens and Lukens 45: 1993). Sin duda alguna, el determinismo estructural está fuertemente emparentado con la época posmoderna en la que coincidimos ahora, y tiene características idénticas a los modelos de poder revisados. Harvey argumenta que la filosofía contrajo tintes postmodernos una vez que se empapó del pragmatismo americano revitalizado y la ola posestructuralista y postmarxista, lo que Bernstein (1985. pág. 25) denomina como un encarnizamiento contra el humanismo y el legado de la Ilustración. Esto trajo una profunda aversión a cualquier proyecto que aspirará a la emancipación humana universal a través de la tecnología, la ciencia y la razón (Harvey: 58). Es interesante, señala Harvey, que nada menos que el papa Juan Pablo II entró en el debate para apoyar lo postmoderno. Esto es un asunto decisivo por una razón que enseguida expondré, pues tiene que ver con la creación de un campo de indeterminación tal como lo demostró la máquina gloriosa del gobierno del mundo. Al respecto, las palabras del papa fueron: “las filosofías del siglo XX han perdido su interés, su época ha pasado”. En efecto, la crisis moral a la que asistimos hoy es el producto del proyecto del Iluminismo que olvidando todo campo primigenio ha consolidado una nueva connotación en las palabras; connotaciones que ya no dejan salir de sus campos semánticos, impiden pensar cosas más allá de ellas. La Ilustración si bien auxilió a la humanidad para desprenderse del yugo medieval que ahogaba la libertad de los individuos, además de forjar un conocimiento alejado de concepciones místicas y teológicas, ha arrojado la afirmación del “yo sin Dios”. Siendo este un proyecto a gran escala. Tanto en lo micro como en lo macro hay una ausencia de fin espiritual e inexistencia de la moral. El postmodernismo es el último dispositivo ecuménico, ecléctico e imperial que se encargará de conciliar aquello que ocasionó la microfísica del poder y la máquina del gobierno del mundo, o como Harvey argumenta: el proyecto de la Ilustración trata de conciliar la fe y la razón. Pero es una reconciliación bastante peculiar dado que para que coincidan deben de mezclarse, perdiendo sus rasgos definitorios, algo 263 parecido al movimiento de indeterminación final entre los polos de la máquina del gobierno del mundo. Para Harvey existe un nuevo proyecto teológico posmoderno: “afirmar la verdad de Dios, sin abandonar los poderes de la razón” (Harvey 59: 1998). Afirmación que sólo puede llevarse a cabo a precio de comenzar el ciclo de la profanación, pues para conciliar la fe y la razón han de hacerse intervenir los postulados de la naturaleza, o como vimos los de una providencia general cuyo trasfondo es la Trinidad. Es una forma que muy sui generis de revitalizar a Dios, sin duda, debido a que la característica más vehemente del postmodernismo es la aceptación total de lo efímero, de la fragmentación, de la discontinuidad y lo caótico, sumada a una actitud de regocijo, como señalando que es eso todo lo que hay (Harvey 62: 1998). El poder tiene entonces una característica y la hemos descubierto por la constancia con la que se presenta: elimina de tajo los fines trascendentales. En la gubernamentalidad en necesario olvidarse de la clásica división: bueno o malo para empezar a pensar es términos de normalización o la capacidad de hacer tender hacia una curva deseable. En la topografía de la máquina gubernamental los polos se anulan en el orden. Lo importante tampoco es pensar en términos de bien y mal, ambos están contenidos necesariamente en el mejor cálculo, en el orden. El determinismo estructural también ve las cosas sin más fin que el de auto-reproducirse a perpetuidad. Esta nueva herramienta teórica sólo sirve para adquirir consciencia de que el hombre de manera individual trabaja a imagen del colectivo: no tienen más fin que el compromiso autopoiético. La posmodernidad también es ajena a cualquier verdad trascendental, para ella ninguna consideración puede tornarse como definitiva. Querer conjugar armoniosamente fe y razón desde la concepción trinitaria, es dar solidez y soporte a la máquina gloriosa. Para entender mejor estos movimientos del poder, que aquí se revelan fractales, esto es, que muestran en un orden inferior patrones de auto-semejanza, analizaré al individuo, no al colectivo, sino la particularidad de cada ser. Para efectos de esta exposición analizaré sumariamente a Ortega y Gasset. Entre 1940 y 1941 se estuvo cocinando un ensayo filosófico intitulado “Historia como sistema” del autor referido, que verdaderamente puede servir como prototipo del ser humano en tanto individuo posmoderno. Inmediatamente empezando su disertación, se 264 refiere a la realidad humana como la realidad superlativa, la realidad radical, ya que se quiere hacer alusión a otra realidad, ya sea presunta, ficticia o efectiva, hay que enmarcarla en ella. No se necesita ser un erudito o una lumbrera para captar el sentido de esta aseveración. Innegablemente lo que trata de decir, es que cualquier realidad metaterrestre o trascendental es mero producto de la competencia inherente de ser humano, en tanto, ser con capacidades de crear, de pensar. Aislado y ajeno a cualquier meta, objetivo o fin, el hombre se encuentra en la vida desnudo, por lo que lo más trivial, lo más común, pero al mismo tiempo más importante de la vida humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para sostenerse en la existencia (Gasset 29: 1984). El hombre simplemente se encuentra viviendo repentinamente, de pronto, sin conocimiento del ¿cómo? ni del ¿para qué? Pero esta vida que no decidimos y que no nos hemos credo, sino que es una dádiva, probablemente de un azar, es una vida que hay que realizar, que hay que hacer. Debido a esto, para Gasset la vida es un quehacer, pero no uno predeterminado, sino que cada cual, según su arbitrio, ya sea por afinidad, ya por cualquier cosa, selecciona el fin que más le acomode. Un hombre cargado de convicciones y de algún conocimiento es el único hombre que puede decirse que vive. El hombre, por lo tanto, debe de estar en alguna creencia que definirá la estructura de su vida. Por eso, para el autor los cambios verdaderamente decisivos de la humanidad son los cambios de creencias, su intensificación o su debilitación. Pero sería inocente pensar que en esta época, incluso en las antiguas, sólo existiera una sólo cosmovisión del mundo, por el contrario, es observable el repertorio, la cartera inmensa de convicciones o creencias que ha inundado la historia humana las cuales se presentan incongruentes entre sí, contradictorias o, por lo menos, inconexas (30: 1984). Como son estos sistemas de pensamiento los que han guiado a los hombres, es factible decir que la creencia no es sólo la que se piensa, sino precisamente la que se cree y orilla a actuar. Además, el que tengan estructura permite descubrir su orden secreto y entenderlas. Sin duda, rápidamente se logran ver las afinidades que tiene el hombre de Gasset para con los modelos de la microfísica, de la máquina gloriosa, del determinismo estructural y del posmodernismo. Sólo los mencionaré por fines didácticos aunque los considero muy claros. Este hombre que se ha encontrado de pronto viviendo sin saber cómo y por qué y que tiene que seguir haciendo algo para mantenerse viviendo, es un símil de lo que pasa 265 en la máquina gloriosa del gobierno del mundo. En la última fase, el orden de las cosas que es como sin Dios: el hombre viviendo sin propósito y adherido a la praxis sui generis capitalista, consagrada su vida al quehacer constante, precisamente porque esa ausencia de contenido lo obliga a actuar para coincidir con el orden divino. En la microfísica del poder, el hombre ejerce su libertad en función de una genealogía y arqueología; proyecto que se concibe como un ethos que brinda lo más deseable a la humanidad: la libertad, por lo cual el proceso recursivo ha de practicarse constantemente y sin cesar. El hombre de Gasset es uno que a través de su actividad autopoiética ha engendrado toda una cartera de cosmovisiones que han estado en pugna, pero esta reyerta nunca tiene un fin trascendental, ningún fin más que acometer la regeneración del ciclo del gobierno. Por eso para el autor los cambios decisivos son cambios de ideologías. Las formas ideológicas vienen enlazadas a una forma de gobierno o poder. Trazar semejanzas con el determinismo estructural es, partir de este punto, muy tautológico, se sobrentienden sus similitudes. Por otro lado, dado que el posmodernismo coincide con el uso pleno de la libertad y, por lo tanto, libre de cualquier visión definitiva, las consideraciones que se puedan extraer se reducen a las anteriores, y así también el posmodernismo coincide con todos los modelos anteriores. Lo interesante es que con Gasset, el hombre de manera individual, es también llevado a participar de un proyecto recursivo libre de sentido y sentimiento trascendental. Con la eliminación de las verdades totalizantes, adviene, por extensión, la eliminación de la concepción maniquea del bien y el mal, ya no hay hechos buenos o malos en sí mismos, simplemente existe la realidad fenomenológica: hechos y nada más. Debido a esta conducta la ley es sumamente quebrantable y modificable y la concepción de principio como verdad invariable u origen, impensable. De acuerdo con mi investigación, esto tiene origen en el momento que la razón de Estado entiende que su supervivencia depende de la circulación. Trabas a la circulación serán impedimentos para su supervivencia, así las concepciones moralistas las intercambia por nociones éticas. Es este el movimiento del cual se vale Agamben para configurar su máquina del gobierno del mundo. Pero como ya mencioné, Agamben no es para nada el pionero de un modelo bipolar cuyo centro sea un fulgor inigualable. En Aristóteles podemos encontrar ese mismo modelo en el justo medio, cuyo fin máximo es la eudaimonía, o el majestuoso florecimiento humano; esa 266 prosperidad fulgurosa a la que todas deben tender (aquí propongo ver ese florecimiento con el alineamiento a la ética que propicia esto: el orden). En el capítulo primero de la Ética, Aristóteles precisa que toda actividad tiene un determinado bien o un fin. Así, por ejemplo, el fin de la medicina es la salud, el de la estrategia la victoria, el de la economía la riqueza. Su tarea consiste, por lo tanto, encontrar el Bien supremo o aquel fin al que deben de tender todos los hombres y, por lo mismo, al que se deben supeditar todos los demás fines. Algo así como la realidad humana en Ortega, la cual constriñe todas las realidades secundarias. Con una fórmula que más tarde adoptará Foucault, Aristóteles busca la ciencia o conocimiento al que pertenece el bien superlativo. La política es la esfera por excelencia en la que se reúnen los individuos buscando la felicidad. Si se inauguró la política, es para que los hombres vivan bien entre sí y eso es idéntico a decir que los hombres buscan ser felices. Pero no cualquier felicidad, ya que mucha gente considera como felicidad cosas diferentes a la verdadera. Buscar esa felicidad implica ahondar en lo cognoscible para nosotros, lo que conocemos como realidad directa y lo que es absoluto. Aristóteles encuentra algunas concepciones de felicidad. Felicidad es muchas veces el placer, contrario del dolor, otros se decantan por la política y aún otros por la contemplación. Tres son las formas que al parecer adquiere la felicidad. A la primera se adhieren los espíritus más obtusos, a la segunda espíritus más elevados, pero a la última es a la que todos deben tender. La vida contemplativa es la forma más elevada de hacer política. La vida política es el presupuesto de la felicidad del hombre, pero una vez inaugurada, para que la política administre felicidad, el hombre debe de fundirse en una actividad contemplativa. La vida política, que es la vida feliz, es eminentemente contemplativa. No es coincidencia que la vida sabática sea el final del recorrido de Agamben y que además sea el presupuesto máximo del orden. Aristóteles no consideraba las primeras felicidades como inútiles, ¡claro que no! se necesitan, están contenidas en el fin último o bien supremo. Hace para esto una distinción entre bienes útiles y el bien por sí mismo. Todo asunto tiene una finalidad, pero es evidente que no todos son últimos y lo mejor para Aristóteles es lo último, de esta forma los bienes útiles están abrazados por el más grande de todos. El bien último, es así porque es autárquico en relación a los otros que están en condición de contendidos por el fin último. La felicidad, por lo tanto, debe ser completa. Pero ¿en qué consiste la felicidad 267 humana? Para el estagirita resulta fácil encontrar el sentido de la felicidad. Simplemente toma en cuenta aquello que es coperteneciente al hombre, aquello que lo caracteriza y lo diferencia de las otras formas vivientes. Su fin, entonces, no puede corresponder con la del nutrimento, pues las plantas se nutren, ni la vida sensitiva debido a que las bestias también poseen esa cualidad. Lo que le pertenece al hombre es el uso de la razón. La función del hombre es la actividad del alma conforme a la razón (Aristóteles 59: 2005). La felicidad humana es, por tanto, el uso virtuoso de la razón. Mientras Aristóteles describe estás cuestiones, empieza a trazar un dibujo del cual hasta ahora sólo contemplamos el bosquejo, pequeños trazos. Incluso él cree que su actividad es parecida a la de un arquitecto o un geómetra. Ahora bien, la virtud es doble, pues tiene una cualidad intelectual y otra moral. La primera toma su origen y progresa debido al incremento de aprendizaje, necesitando de tiempo y experiencia, por otro lado, la moral deviene de la costumbre. Resulta, entonces que la virtud es adquirida por la experiencia de lo que es deseable en un cierto momento y por lo mismo se conserva y se hace costumbre. A partir de ese momento, al menos en la política, ninguna cualidad moral es trascendental o en sí misma verdadera, sino que se deriva de una convención o acomodo social. La moral aristotélica resulta de la convencionalidad y de un comportamiento socialmente adecuado a ciertos tiempos con sus inherentes tradiciones. La moral es volátil y transitoria debido a que es susceptible de sufrir cambios. Por eso es mejor llamarle ético que moral. Las virtudes morales o mejor, las éticas, son el resultado de un proceso dual en el que primero tomamos conciencia de la importancia de determinado comportamiento, es decir, aprendemos la conveniencia social de dicho comportamiento y, en segundo lugar, esto es confirmado por la experiencia. Una vez que el aprendizaje ha concluido y se observa su conveniencia, se sostendrá. Cuando es largo el período, se hace costumbre, debido a que el aprendizaje no fue capaz, hasta ese momento, de encontrar otra forma de comportamiento social que brinde más beneficios. Empero, la infalibilidad de una cualidad moral en un momento específico, no significa que sea definitiva. Un mal manejo de la virtud puede terminar en el exceso; un hombre inconstante puede envilecer y perseguir sin tregua aquello que lo hace sentir bien, o puede, asimismo, huir con 268 demasiada celeridad de aquello que considere negativo y, por consiguiente, nunca ser capaz de dominarlo. La política figura como el arte supremo que coadyuvará al florecimiento de sus ciudadanos. Y así como el Estado en Aristóteles debe ser equilibrado (de ahí la división de poderes), de la misma forma, las virtudes deben estar atemperadas o, de lo contrario, todo terminarán en vicio. Sólo el equilibrio crea las virtudes, las aumenta y las conserva. Como la política es la virtud superlativa, su salida de escena nunca se pensará, sino sólo su forma de ejercerla que cambiará por la experiencia que enseña que determinada forma de manejo es socialmente más deseable. Tenemos, entonces, que hay cualidades morales susceptibles del cambio por su inconveniencia social en determinadas circunstancias. El degradamiento tiene que ver con la pérdida de la justa proporción entre dos polos. La virtud, según la definición genérica de Aristóteles, es un estado, o aquello en función de lo cual un individuo se halla bien o mal respecto a las afecciones y de la cual, además, se puede presumir que lleva a cabo la actividad para la que está constituida. Si el objetivo del bien supremo es equilibrar las pasiones de los hombres; para que sean buenos hombres cualquier registro de carencia de estás partes nos facultará decir que no es un hombre virtuoso. La virtud es la facultad de equilibrar las afecciones, los sentimientos, las capacidades, a fin de actuar de manera correcta. Cuando un individuo no es capaz de efectuar tal operación, tenderá hacia dos vicios, uno por defecto y el otro por exceso y perderá el término medio en el cual se debía posicionar. El término medio es la distancia equidistante entre los dos extremos ya referidos. La virtud es una condición intermedia entre estos dos polos (Aristóteles 85: 2005). El defecto es cierta condición de hombre donde carece de aptitudes para llegar a ese punto medio, por otro lado, el exceso es cierto estado humano caracterizado por la saturación o demasía de aptitudes, pasiones o impulsos que le impiden estacionarse en esa posición simétrica a los polos. El término medio es la templanza, el exceso la intemperancia y el defecto la inhibición. La constancia en el justo medio es la virtud que hará que el hombre sea feliz, que tenga eudaimonia, que florezca. Si el bien mayor consiste en el quehacer político, entonces el hombre virtuoso es el buen político. Ahora sabemos que el buen político es que el que promueve la libertad según los 269 lineamientos de la gubernamentalidad y la máquina gloriosa del gobierno del mundo, a su vez el buen ciudadano es el que se ha atemperado y exhibe la cualidad de la contemplación. Podemos derivar una verdad indudable en Aristóteles que a muchos se les escapa. La política es el Bien supremo al que deben tender los hombres, por lo que siempre debe existir política. No se discute si está debe o no existir, ese es sólo un acto de necedad y, en última instancia, la función del ciudadano es contemplativa. Sin duda esto nos recuerda al sabatismo potenciado de Agamben. Olvidarla (a la política) es equivalente a decir que no se quiere el florecimiento social, que no importa la justa proporción de los individuos en conjunto. Podrán cambiar las leyes, las tradiciones, pero sólo en el entendido que son convenciones morales sujetas al cambio en determinados momentos y obligados por las circunstancias, en suma, que no son el Bien supremo. Que la política figure en medio del dibujo aristotélico como la gran virtud y que la gloria este en el centro de la máquina gloriosa es más que una coincidencia feliz. 11. El profeta de la gubernamentalidad. A pesar de que la microfísica del poder arroja una dinámica donde una fuerza nunca puede perpetrarse por más que se pertreche y se agazape, sino que siempre la libertad en forma de crítica avanzará para reemplazar las formas de gobierno vigentes, yo estoy ensayando la hipótesis de que bajo los lineamientos de la microfísica del poder: una historia de un sólo poder puede ser posible. Si tomamos el principio de la emergencia, una fuerza debe estar vigilante de ella misma, de sus capacidades, potencia, alcances y límites para presentar buena pelea a sus contendientes. De esta manera la fuerza es capaz de todo: mimetizarse, disfrazarse, fingir etc. Recordemos que lo importante de la razón de Estado (como una fuerza o potencia) es sobrevivir. Además, esta misma hipótesis puede ser reforzada según la máxima foucaultiana: “a cada forma de poder le pertenece cierta forma de saber”. Al final de este ensayo veremos que, en el último estadio, el poder y su forma de saber presentan una aporía irreconciliable entre ambos, misma que apunta a la confirmación de mi hipótesis. 270 Esta misma hipótesis puede desarrollarse mediante el modelo de Agamben. Hablo del tránsito que los conceptos describen. Recorrido consistente con un inicio sagrado, después secularizado, profanado y finalmente consagrado. Cuando veamos que la fuerza o potencia tenía inscrito en su ADN los principios desde el inicio, mismo que presenta en su última etapa, no tendremos duda de que la hipótesis puede ser verdadera. Lo importante de este trayecto es el cambio de sentido (sinn) que adquieren los términos, efecto que se explica en Agamben por los intercambios de la máquina, en cuyo centro al final se depositan los términos vaciados de contenido. Agamben no fue el pionero de este movimiento tampoco. El corto análisis de la siguiente obra literaria, nos brindará, además, una explicación del por qué la gubernamentalidad se reproduce al infinito, al igual que la máquina gloriosa del mundo. Siempre teniendo presente que estos dos modelos resultan en un compendio de la justificación del libre mercado, así como de sus implicaciones. Entre ellas que, para que el mercado se active los hombres deben de trabajar. El trabajo del hombre le reditúa en dinero, el cual se usa para poder moverse en la sociedad, de ahí que el estructuro funcionalismo vincule al dinero con el poder. En la novela de 1984, George Orwell (el profeta), con una elegancia aplastadora, plasmaba ya esta dinámica escalofriante en su obra. Sin hacer una sinapsis de la obra, me centraré en esos detalles específicos que lanzan guiños a ambas teorías del poder que nos han concernido hasta ahora. Para Foucault la microfísica del poder era el espacio destinado a las luchas por la conducción. Esto no está a discusión, las batallas de poder surgían para emprender otra forma de conducción, no para destruir la conducción. El acento estaba en conseguir nuevas y mejores formas de guía o simplemente una diferente y más afín a las circunstancias reales. Aquí las fuerzas estaban en pugna en una especie de entramado, donde la que mandaba en turno tenía que integrar a todos los otros nodos potenciales de poder a la dinámica que le convenía. Regalar aquí, retener allá, coaccionar, retirar, avisar, apoyar, nivelar, engañar, poner en contra, ceder, establecer alianzas etc., son estrategias para mantener la estabilidad de la estructura en turno. Auxiliado de estas estrategias, la fuerza dominante derivaba a las fuerzas opositoras según una ideología que los hace actuar de forma benigna para la estructura que se trata de conservar. La forma más 271 reconocida de derivación en la microfísica del poder es el lenguaje. De ahí que una forma de poder venga respaldada por cierta forma de saber. Para él, en el juego de la microfísica del poder una fuerza está compitiendo también contra ella misma. Manteniendo su vigor, sacando fuerzas de los momentos de flaqueza, dosificando su rigor cuando su potencia es copiosa, mostrando sabiduría en su guía y ante los cambios y su temple ante los embates. La fuerza debe estar entonces vigilante de ella misma si quiere mantener su vigencia y si quiere mostrar una resiliencia ante las diversas formas en que se presenten los ataques rivales. Su avance y permanencia la hacen desarrollar una consciencia de su supervivencia que ya tenía congénita, pero que se refina según las circunstancias. Así ella misma puede mutar, reducir, expandir, relajar, disfrazar, implementar etc., para preservarse en el tiempo. Recordemos que un sistema no se hace simplemente para dejarse sucumbir, sino que siempre trata de reproducir sus condiciones de existencia al tiempo que produce (Althusser 3). Cualquier sistema por más trivial que parezca, se autoimpone la urgencia y necesidad de sobrevivir. Así, la microfísica sobrevive mientras se ponga como premio la obtención de la conducción. La máquina del gobierno glorioso del mundo persiste elevando la potestas sobre la autorictas y, en un acto teatralizado, hacer recordar una antigua función jurídica constituyente que ahora a todas luces es inoperosa y vacía. Esa función del vaciado de contenido y la urgente necesidad de dar contenido a ese vació crean un espació puro donde se ha entronizado al consumismo o esa incapacidad de establecer un uso a las cosas, porque precisamente pueden tener el uso que más convenga de acuerdo a las circunstancias. Es la imposibilidad de establecer la certeza en algo; el consumismo es la imposibilidad de volver profanar, de volver a dar contenido. En Orwell también podemos encontrar este movimiento, me refiero al del consumismo desmesurado cuya única finalidad es reasumir su comienzo. Es la nada recobrándose una y otra vez; si alguien se beneficia de ella, es como diría el paradigma liberal, porque el sistema proveyéndose salpica las sobras a los otros. Al respecto de la guerra, Orwell opinaba (se supone que sólo es un argumento de la novela) que su finalidad principal consistía en usar los productos de las máquinas para no elevar el nivel general de la vida, o lo que era lo mismo, usar la guerra para destruir el 272 trabajo. En el horizonte del siglo XIX la humanidad veía con una confianza inquebrantable la asunción de un mundo fantástico donde el avance tecnológico y científico progresivo e ininterrumpido engendrarían una sociedad donde el hambre no reinaría, donde la regla era que las familias vivieran más o menos en opulencia, menos trabajo, más igualdad, en fin, un cuento de hadas a realizarse al paso de unos cuantos años. La única preocupación era la siguiente: en un mundo ya libre de carencias, ¿qué hacer con el sobrante de los productos de consumo? ¿Cómo la tecnología y la industria pueden seguir avanzando en un espacio donde ya no es imprescindible? Preocupación que se ve muy lejos de cumplirse. El mundo actual está desnudo, hambriento y lleno de desolación, además añade: aún más si lo comparamos con el futuro que las gentes de aquella época esperaban (156: 1952). La visión del mundo de una sociedad opulenta, ordenada, el mundo blanco como la lana, ideal de todas las personas cultas, nunca se presentó. Un parón en seco y sórdido de los avances científicos y tecnológicos no explicaba la situación. Sorpresivamente estos se desarrollaban a una velocidad prodigiosa y parece que nada los puede detener. ¿Quién o qué cosa era la responsable de tan ruin destino? Para Orwell las absolutas culpables eran la larga serie de guerras y revoluciones que se desarrollaban curiosamente cuando el ideal estaba por ser alcanzado. Pero las guerras no nacen de los árboles, ni se emprende un ataque nada más por diversión, siempre hay un trasfondo ¡Si las máquinas fuesen debidamente empleadas, entonces el hambre, la suciedad, el analfabetismo, las enfermedades y el cansancio serían necesariamente eliminados al cabo de unas cuantas generaciones! (157: 1952) Esto sólo significa una cosa: deliberadamente fue tramada la guerra. Esto se comprueba fácilmente ya que sin ser empleada con esta finalidad, la industria por un proceso automático produce excesiva riqueza que no queda de otra más que distribuir un poco de lo que genera. ¡Imagínense ahora si se empleara para combatir la pobreza! Cobra inteligibilidad el por qué coexisten en las metrópolis las más amplias disparidades económicas, aquellas cuyos deciles y quintiles evidencian. Para Orwell, el aumento extraordinario del bienestar, amenazada la base de una sociedad jerárquica. Donde todos son iguales, no vale distinguir a nadie. El mundo reluciente, como el que se pensaba llegaría, traería los ocios más virtuosos: los hombres pensarían sobre sí mismos, sobre las grandes preguntas que la ciencia aún tiene sin contestar, pensarían por ellos mismos, reflexionarían y, al final de 273 cuentas, tomarían conciencia de que no debe existir ninguna oligarquía privilegiada. Nadie tendría la facultad de imponerse a su semejante y, por lo tanto, la sociedad jerárquica sería un irrealizable. Para que esto no sucediera, el mundo en conjunto debía, por su “bienestar”, unirse al flujo bélico si quería algo así como la “paz armada”. El problema era mantener en marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo. La solución: los bienes deben ser producidos al infinito y, a su vez, destruidos al infinito. ¿Cómo se lleva a cabo tal actividad sin levantar sospechas? Mediante la guerra, pero un tipo especial de guerra: la guerra continua. El acto esencial de la guerra es la destrucción, pero no forzosamente de las vidas humanas, sino de los productos del trabajo (Orwell 158: 1952). La guerra es la táctica idónea para gastar trabajo sin producir nada que pueda ser consumido, al contrario, emplea trabajo para erradicar el trabajo ya realizado. Lo único que falta es pronunciar un enemigo que atente contra el sacro Estado liberal democrático, cosa que fenomenalmente los Estados avanzados saben hacer muy bien. Su certificado sellado figura en las salas presidenciales respectivas. El esfuerzo de la guerra, su misión y consigna es consumir todo aquello que sobra, todo el excedente, después de haber cubierto unas necesidades mínimas de la población, mismas que frecuentemente se calculan por abajo de lo necesario. Esto no debe parecer extraño a los postulados de la gubernamentalidad y la razón estatal económica. Recordemos, lo importante no es cubrir las necesidades de la población sino procurar el florecimiento del Estado. Siguiendo a Aristóteles, la magnificencia del Estado es causa del bienestar de todo lo demás. La virtud del hombre está en tender hacia este punto. Pero ¿sobre qué base ideológica podemos mantener el discurso de la guerra? Como siempre, es bueno recordar a Foucault. Una forma de poder viene con su respectiva forma de saber que la legitima. Aquí el discurso se articula sobre la base del terror, el peligro, la distinción del amigo y del enemigo. La sociedad capitalista y consumista, para seguir llevando a cabo su obra debe de postular enemigos a la libertad, los cuales a su vez son muy peligrosos, según la propaganda persuasiva. Discursos que tienen como objeto atravesar y cooptar la mente de los individuos. Fenómeno, ahora, muy distintivo de la gubernamentalidad, el cual estimula factores y elementos marginales o limítrofes para 274 incidir en el hombre. Si bien es cierto que los medios no son tan marginales, el principio de la gubernamentalidad se mantiene. En el fondo lo que se trama es que la población acepte a la guerra psicológicamente, que la interiorice en lo más recóndito de su ser, en sus mismas entrañas. 42 Y para que se acepte y sea de agrado, el hombre tiene que asimilarla como un proceso natural (coincidiendo así con el orden de Dios). Por principio se interioriza reproduciendo la guerra dentro de la sociedad. Ahora se entiende la necesidad de una sociedad jerarquizada, la urgencia de un sistema de lucha de clases. Marx que tanto decía odiar el capitalismo, al llamar a las armas a través del espíritu que inundaba toda Europa, juntando a los hermanos proletarios, no hacía otra cosa que vivificar a cada momento su madre capitalista. En este sentido Marx es el principal incentivador del espíritu capitalista. Pero el que la guerra sea continua indica que ha cambiado su sentido completamente. Anteriormente la guerra culminaba en un acto de inigualable proeza: la victoria, o en su defecto, la derrota. Secundado en muchas ocasiones por el ensordecedor desborde de gloria, por ese acto jurídico que indicaba la apertura del territorio, la extensión de las leyes, reglamentos, lineamientos y anexamiento de otras tierras. Carácter esporádico y efímero entonces. Pero ahora, la guerra es continua, desapareciendo toda necesidad militar. Si no hay necesidad de milicia alguna, la guerra es una impostura. Se podría 42 En principio sería muy sencillo derrochar el trabajo sobrante construyendo templos y pirámides, abriendo zanjas y volviéndolas a llenar o incluso produciendo inmensas cantidades de bienes y prendiéndoles fuego. Pero esto daría la base económica y no la emotiva para una sociedad jerarquizada. Lo que es realmente necesario, es que prevalezca el miedo, el odio, la adulación y una continúa sensación orgiástica del triunfo. En otras palabras, es necesario que ese hombre posea la mentalidad típica de la guerra. No importa que haya o no haya guerra, ya que no es posible una victoria decisiva. Lo único preciso es que exista un estado de guerra (Orwell 158: 1952) 275 comparar esto a la lucha entre ciertos rumiantes cuyos cuernos están colocados de tal manera que no pueden herirse (Orwell 163: 1952). Con todo y que es una impostura, no deja de estar privada de sentido. La guerra o la destrucción del trabajo sin descanso regalan la apariencia de que nunca se trabaja lo suficiente y que la producción siempre está por debajo de la capacidad humana. El trabajo es el espacio en el que el hombre se desarrolla sin nunca conseguir satisfacer sus necesidades. Además, la guerra sirve para conservar la atmósfera mental requerida para una sociedad disciplinaria (jerarquizada). Esto confirma los postulados de la gubernamentalidad. Dado que la guerra es contra el trabajo producido, por añadidura, se desprende que la guerra es contra el bienestar mismo de los ciudadanos que el Estado contiene, pues les priva de aquello por lo que en primera instancia se inauguró el Leviatán: su bienestar y seguridad. El Estado sólo se ocupa de los hombres cuando sus relaciones afectan su bienestar. Hacer la guerra o participar de ella, no quiere decir tratar de anexionar un territorio o defender el propio, sino mantener intacta la estructura de la sociedad. La palabra guerra es equivoca, está errada, no sirve para describir lo que ahora está aconteciendo. La guerra al hacerse continua ha dejado de existir. Y aquí es donde encontramos como las palabras pueden ser vaciados de su significado. Orwell lo resume así: “Una paz que fuera de verdad permanente, sería lo mismo que una guerra permanente. En este sentido la guerra es paz” (ibíd). Que el vacío o la indeterminación que recae en la sociedad orwelliana, sea en última instancia, explicado por el vaciamiento de la lengua es muy sugerente. Por lo tanto, tenemos que revisar rápidamente el papel que el lenguaje juega en esta novela espectacular. La trama se desarrolla en Oceanía, donde en ciernes y con una vitalidad que pretende derrocar a su similar, aparece la neo lengua. Siendo una novedad, en la novela no hay nadie que domine esta nueva forma de comunicación; no existe ningún experto o diestro en la neo lengua. Sin embargo, pasando el tiempo y a lo largo de un poco más de 60 años, se esperaba reemplazará al lenguaje tradicional. Mientras tanto, poco a poco, iba ganando terreno. Su construcción tenía como finalidad combatir y arreglar los problemas ideológicos del partido Ingsoc (socialismo inglés), y por eso sus miembros tendían a usar más palabras y construcciones gramaticales de la neo lengua que el resto. 276 El cometido era que la neo lengua una vez aceptada, fuera la precursora de un proceso de olvido de los pensamientos divergentes y heréticos con respecto a los principios de Ingsoc, es decir, la neo lengua estaba siendo confeccionada para que, en un determinado momento, se eliminara toda cualquier palabra que fuese en contra de los ideales del partido y para trocar todo el vocabulario a su favor. La neo lengua no sólo era el medio de expresión de la cosmovisión y hábitos mentales que Ingsoc exigía, sino también, la herramienta que limitaba cualquier otra forma de pensamiento. Para ello, se construía de modo que una palabra no fuera ambigua, ni vaga o polisémica, es más, hasta palabras de difícil pronunciación eran aborrecidas y abolidas. Esto también impedía a las palabras llegar a otros sentidos. Si una palabra era muy sugerente se inventaba una nueva o se contenía en otra. Si era muy ambigua, se le desvestía prenda a prenda hasta liberarla de cualquier significado heterodoxo. Por ejemplo, la palabra libre aún existía, pero sólo se podía usar en expresiones como: ese perro está libre de piojos. No se podían usar en su viejo sentido de políticamente libre o intelectualmente libre ya que la libertad política e intelectual ya no existían como conceptos (Orwell 242: 1952). Puntualmente, la finalidad de la neo lengua era estrechar el área de pensamiento y establecer un vocabulario afín a la ideología del partido. Las pocas palabras que contenía está neo lengua se dividían en tres vocabularios distintos: A, B y C. El vocabulario A. Comprende palabras de uso cotidiano indispensables para expresar acciones comunes necesarias a todos, como: beber, comer, trabajar, vestirse. Estás tienen un significado unívocamente práctico. Toda ambigüedad ha sido purgada. Si un viajero en el tiempo, por alguna circunstancia o razón llegará a la Oceanía del 2050, encontraría un leguaje con el que no puede emprender algún propósito literario, político, religioso o filosófico. La monádica intención de la neo lengua es expresar pensamientos simples y objetivos casi siempre relacionados con objetos concretos o acciones físicas (243: 1952). La gramática del vocabulario A tenía dos grandes peculiaridades. La primera era una intercambiabilidad casi total entre las distintas partes de la oración. Se podían usar como verbo, nombre adjetivo o adverbio. La palabra pensamiento, por ejemplo, no existía en neo lengua. En su lugar, existía pensar, que hacía la función del verbo y del nombre. No existía una palabra como 277 cortar, ya que su significado quedaba cubierto por el nombre-verbo cuchillo. Los adjetivos se forman añadiendo el sufijo lleno al nombre-verbo, y los adverbios añadiendo de modo. Así, por ejemplo, rápidolleno quería decir rapidez. A cualquier palabra, se le da sentido de negación, añadiendo el prefijo in. Se le da fuerza añadiendo el sufijo plus [Inbueno (malo) plusfrío (muy frío)] (ibíd). Como segunda característica sobresale la regularidad. Por esta se debe entender la inmutabilidad que todos los verbos muestran en pretérito y el participio, pues terminan en “e”. Por ejemplo: pensar- pensé. Entonces se eliminaban las palabras irregulares, y con terminaciones un poco más complejas ya que podrían requerir una capacidad más amplia de pensamiento. Inclusive una palabra que fuese difícil de pronunciar o que pudiese entenderse impropiamente, se estimaba ipso facto, una mala palabra, que habría que atender con celeridad (Orwell 244: 952). El siguiente vocabulario, el B, es congruente con un propósito decididamente político. Es un cúmulo de palabras que tienen la intención de imponer una conducta deseable mental en la persona que las utiliza. Todo aquel hablante de este lenguaje es un usuario de la conducta que el partido promueve. Para que esto suceda, el usuario o recipiente tiene que tener una comprensión profunda de las palabras de Ingsoc. Además de encaminar a los hombres hacia ciertas conductas, las pocas palabras que tenía este vocabulario cumplían la función de contenedor, siendo una especie de taquigrafía verbal que a menudo engloban una serie de conceptos expresados en unas pocas sílabas. Como crimenpensar que pretendía valer tanto para libertad e igualdad, como para ciencia y religión. El resultado era que siempre resultaban en un verbonombre como en el vocablo A, con la diferencia que estas palabras estaban cargadas ideológicamente. Por ello, la dificultad con la que tropezaban los compiladores del Diccionario de Neo lengua, era precisar, una vez inventadas las palabras, cuál era la serie de palaras que quedaban sin existencia y las que contenía cada término. Este estrechamiento del vocabulario, del significado y del pensamiento, por añadidura, invalidaba cualquier suerte de pensamiento herético más allá de la percepción del carácter herético; a partir de ese punto, no sólo faltaban las palabras necesarias, sino también los significados que pudieran ofrecer una idea de lo que se expresaba. Incluso los verbo278 nombre eran disminuidos, abreviados con la finalidad de alterar sutilmente el significado. Dicha reducción originaba una pérdida de asociaciones o ideas que de otra forma hubieran mantenido (Miniver, Minipax, Minimor). Puntualizando: las palabras deberían de ser cortas y de significado inequívoco cargado ideológicamente que pudieran pronunciarse rápidamente y que despertaran el mínimo de sugerencias en la mente del parlante. Su uso fomentaba, a la vez, una especie de conversación similar a un cotorreo, a la vez roto y monótono. El vocabulario se empequeñece en vez de agrandarse. Cada reducción era una ganancia ya que, cuanto menor es el área a escoger, más pequeña era la tentación de pensar. (Orwell 247: 1952). El vocabulario C se afianzaba sobre la misma base que los dos anteriores, con la particularidad de que sólo contiene términos científicos y técnicos. Un catálogo bien definido y librado de cualquier significado indeseable del que cualquier científico podía valerse para expresarse correctamente. Una vez que la consumación de la adopción de la neo lengua se efectuará, por ahí de los años 2050 (según la novela), sería imposible expresar opiniones heterodoxas de bajo nivel. Una frase como “Gran Hermano inbueno” rayaba en el absurdo dado que no habría argumentos para sostener dicho argumento ya que faltarían las palabras necesarias, y por lo tanto, las connotaciones necesarias. Un vocabulario ideológicamente cargado hacia un sentido, del cual es casi imposible de salir, pues a lo largo del tiempo, mediante la eliminación de las palabras y los sentidos, no habría espacio para pensar más allá. La neo lengua es la eliminación del pasado. Un lenguaje únicamente proclive a reafirmar su particularidad. Cuando pensamos en la interacción instructiva o el principio según el cual las estructuras no son estáticas, sino que cambian y evolucionan con la corriente natural (Lukens and Lukens 92: 1994) obtenemos que las estructuras tanto gramaticales como semánticas pueden cambiar. El determinismo estructural partía de la noción de que las concepciones del mundo que tenemos como objetivas son en realidad “objetivas”, por lo que su veracidad es obra del consenso, lo cual ya lo vimos también con Aristóteles. Cuando no se da por sentado, ni siquiera la etimología de un concepto, pues no hay nada objetivo ni nada trascendente, no podemos esperar que de un concepto sobreviva toda su carga semántica. Sobrevive, claro está, una signatura o un signo que es capaz de reestablecerlo 279 a su ámbito original, pero esto no impide que las estructuras cambien. Las palabras como contenedoras de hechos bien pueden expandirse y hacerse vagas, o bien, reducirse a un mínimo indispensable y cercenar sus significados. Los límites del lenguaje crean los límites de nuestro mundo, afirma Wittgenstein. Lo que se presenta como mera ficción en Orwell (un mundo donde la connotación del lenguaje cambia), Foucault lo desmiente diciendo: “no creer esto es creer en un mundo donde no existe la lucha”. A decir de Agamben, los eventos como las guerras son una de las principales fuentes de derecho constituyente; es el momento donde el consenso y la euforia explotan en consenso para abrir paso a un acto constituyente. Cuando la guerra se hizo constante (El capitalismo es la guerra contra lo producido, la gubernamentalidad es la guerra constante por la dirección de la conducción) se hizo necesario encontrar otras formas de llamar al consenso. Las fiestas nacionales y las tradiciones son un campo eminente de investigación que brindan derecho y legitimidad, es debido esto, que el capitalismo como religión no puede dejar descansar en estos momentos, sino que son su parte más importate. Lo que quería rescatar aquí, es que los conceptos pueden cambiar y ser vaciados de contenido y que de esto había tomado consciencia Orwell. 12. La naturaleza de los dioses. Con el análisis de la obra de Orwell podemos argumentar que la obstinación de ajustar todo en un punto medio por parte del Estado, no es un acto inconsciente. Su relato nos ayuda a plantear la hipótesis de que tal vez pueda ser el empuje de una fuerza añeja que se resiste a desaparecer. Se preguntarán ¿Cómo es que se efectúa este proceder? Foucault dijo que en la microfísica del poder, la fuerza vigente y en vigor, no sólo se encuentra en pugna con sus rivales, sino que ante todo debe estar al pendiente de la propia capacidad. La fuerza reinante debe periódicamente autoanalizar su capacidad en relación a las otras para implementar acciones que le permitan asirse de su posición. Walter Benjamín vio en el capitalismo vigente la religión más titánica y colosal de todos los tiempos: es la única que exige culto todo el tiempo. Foucault también señala que el tránsito de un mecanismo a otro puede darse por medio de contra-conductas que, en este caso, son movimientos que predican la necesidad de una nueva guía y que, por lo tanto, no cuestionan esta capacidad, 280 sino su modo de ejercerla. Que muchas contra-conductas hayan nacido en el mismísimo vientre de la fuerza dominante ya es algo muy curioso, sobre todo en momentos en que su operación era fuertemente criticada. La Reforma, según Foucault, fue la acción de una Iglesia que tenía fuerza suficiente para volverse sobre sí misma, castigar su cuerpo y su historia y espiritualizarse en una pura religión de la conciencia mediante una conducta ascética (Foucault 16: 1979). Que después de estos movimientos el pastorado sólo se haya intensificado, según mi hipótesis, es el resultado de una acción del mismo poder tratando de conservarse. Que hoy, según Benjamín, la sociedad capitalista aparezca como la religión más vehemente en cuanto a su rito y participación podría bien ser explicado con la misma táctica anterior. Que, en Foucault, la última fase se presente como una mutación de la razón de Estado en razón económica de Estado, sólo habla de un fortalecimiento o una fase sucesiva de la primera forma de conducción. De la misma mano va Weber quien explica por medio de un movimiento llamado secularización la expansión de las actividades eclesiásticas en la sociedad. Esta tesis también estaba muy marcada en Foucault, y con ella también se puede explicar el movimiento que iba del dispositivo de ley a los mecanismos disciplinarios. La caja de Pandora se abrió y con la secularización la Iglesia trasgredió sus límites, haciendo del Estado un convento. Otra característica de esta sociedad es que busca la aprobación divina mediante cualquier medio e hizo suya la creencia de que ante más opulencia adquiriera un individuo, más amado era por Dios, dándole vida a un capitalismo demasiado pujante. Que esta pueda ser una estrategia de la propia fuerza, en un intento por no desaparecer, es una resolución que le queda a la historia por juzgar, quizá puede ser una coincidencia, quizá no, lo cierto es que, mediante esta actitud, el ciclo económico se regenera a perpetuidad. Si nos ponemos un poco profundos, podemos tomar conciencia que la tesis de Benjamín no es muy distinta de la de Foucault. Si para Foucault el poder trae consigo una forma de saber que la sustenta, para Benjamín también, sólo que aquí el autor no tiene ningún pudor ni reparo y da claramente nombre y apellido de los autores que cree, han coadyuvado a que el capitalismo se legitime. Para él, Nietzsche y su superhombre son los artífices del culto al capitalismo; el superhombre no es más que el hombre que adora el capitalismo. 281 Las obras nietzscheanas son odas a la realidad directa, lo que envuelve al consumismo, a la gratificación instantánea. En efecto, también Marx es un embaucador para Benjamín, así como Freud. Aunque no los explica mucho, creo que ya dimos cuenta de porque pueda ser así en Marx. Lo que trato de decir es simplemente que la nueva configuración llegó con una nueva forma de entender las cosas, con un nuevo saber. Y propongo la hipótesis de que es un tipo saber que se ha ido perpetuando, y el cual no ha mudado su consistencia desde que se presentó en la humanidad. Claro que se han tenido que registrar una serie de acomodos y de ajustes y se han tomado formas que de repente y sin instrucción podemos tomar como enteramente diferentes, pero creo no equivocarme cuando veo un proceso, que si bien ha pasado por varias etapas, no deja de ser el mismo. ¿Cuáles son pues, estas etapas de las que tanto hablo? No son diferentes de las que hemos hablado hasta ahora, sólo que las pondré en un viaje lineal. Está propuesta tiene de diferente con respecto de Foucault, que es lineal, y no un proceso que se reproduce sin cesar, similar al que los hombres de la antigüedad veían en las puestas y salidas del Sol sin ningún fin más que el de reciclar el proceso. Este trayecto definitivamente tiene que comenzar del ámbito sagrado, pero este no pasará rápidamente a la esfera profana, antes aparece en una esfera secularizada, que corresponde no a un cambio de uso, sino a un cambio de espacio. Por ejemplo, en la esfera sagrada tenemos a Dios gobernante del mundo, en la esfera secularizada tenemos al rey soberano cuya acción pesa sobre su territorio. El siguiente paradero ahora sí, la esfera profanada, y después por último tenemos la esfera consagrada. A decir verdad, sólo agregaré una cosa al modelo de Agamben. Para él, como sabemos la máquina de profanación también era bipolar. En un polo se encontraba lo sagrado, en el otro lo profano y sus intercambios constituían al medio una zona consagrada, y cuando esta se amurallaba para hacerse impenetrable, era una esfera pura. Agregare a esto la siguiente hipótesis: los traslados del concepto de economía en los ámbitos referidos, no sólo cambian su estructura semántica, sino que configuran todo el espacio donde su influencia penetra, incluyendo a los hombres, cuya existencia autopoiética confirma que ellos son 282 también estructura y que, por lo tanto, también pueden cambiar. Dado que la economía es un dispositivo global, sus cambios afectan la totalidad de la sociedad. Pues bien, en Foucault parecía que había dos formas de ejercer el pastorado: la del Dios hebreo, y la que tenía la Iglesia. Como sabemos aquí Foucault ve una mutación que se precisaba evidente en el formato con relación a la verdad, a la ley y a la salvación. Foucault sabía que esta forma de conducción diferente del pastorado no coincidía tampoco con la conducción griega, que muchas veces era efímera y eventual. Sus explicaciones nunca fueron del todo satisfactorias y las desarrollara a partir del efecto de las contra-conductas, pero ¿porque una acción que era exclusiva de Dios pasó a manos de los hombres? Me refiero a la conducción. Ya sabemos con Agamben que los polos están conectados y que Dios, para gobernar, utiliza parte de su creación. En Foucault, sí podemos encontrar la respuesta, pero no como contra-conducta, sino en el modelo que precisaba que “Dios reina, pero no gobierna”. Él lo ve tardíamente en el siglo XVII, cuando el mundo parece olvidado de la guía de Dios y al encontrarse en pleno auge las luces y la noción de la existencia de un cúmulo de leyes naturales que parecen traer el mantenimiento y sostenimiento del mundo, poniendo en cuestionamiento el ejercicio de Dios para con el cosmos. ¿Si la ley natural se encarga del mundo, que hace Dios entonces? La inmutabilidad y persistencia de estas leyes, trae consigo la cuestión: Dios reina, pero no gobierna. Constatación que daba cuenta de que Dios no estaba tramando todo el tiempo el siguiente movimiento. La naturaleza, entonces, como primera gobernadora de los movimientos regulares de la creación. Digo primera porque aquí todavía no se anula a Dios, de hecho, Dios es el que efectúa estos movimientos mediante la providencia. Según la Ilustración, a la naturaleza se la puede dominar y este dominio es el que constituye de manera no sólo nominal, sino también fáctica, el proceso de la profanación. El haber reducido a Dios a la naturaleza es el proceso de la secularización, pues no implica un nuevo uso, sino sólo un nuevo lugar; un cambio de posición. Hay que tener en cuenta que la naturaleza era la providencia general divina y que la economía no está dividida de la ontología. Lo que ya estaba implícito en Foucault, Agamben lo hizo explícito con los efectos de la Trinidad económica. Así pues, la secularización obró un descenso del ámbito celeste al ámbito terreno, es decir, cambio de espacio. 283 12.1- Epicuro Sin más preámbulo, este apartado trata de la secularización del concepto de Dios, y la encontramos antes de la época cristiana, es decir, antes de la era común o de la primera manifestación de Cristo en la Tierra. Marco Tulio Cicerón tiene un libro titulado “La naturaleza de los dioses” donde captura un impresionante debate entre las escuelas principales de ese entonces, mismas que se entregan al interesante debate acerca de la existencia de los dioses y de cómo ejercen su guía. Las escuelas que en el libro tienen su encuentro son: los epicuristas vs los estoicos. Traer sus argumentos aquí nos ayudarán a ver que estos siguen en vigencia, a pesar de que estamos adelantados unos cuantos siglos. Sin duda estas escuelas siguieron el rastro y huella de Platón y Aristóteles. De aquí podemos extraer que la secularización del concepto económico ocurre desde antes de la venida del mesías y no como en Weber con el desencantamiento del mundo y, por lo tanto, el tránsito de la esfera sagrada a la secularizada ya estaba consumada mucho antes de lo que nos habían informado los grandes genios de la historia. La cuestión del debate, no era tanto mostrar que los dioses existieran, casi por unanimidad, por aquella época, según Cicerón, todos daban su voto de aprobación a aquella moción. La cosa giraba más bien en torno a probar la manera en que estos existían, siendo categórico el asunto concerniente a saber si los dioses están completamente ociosos e inactivos o, si, por el contrario, crearon y mantienen el cosmos (26: 1984). Los protagonistas de este intenso debate son Cayo Velleio, a quien los epicúreos consideraban su primera personalidad, Quinto Lucilio Balbo, adentrado en el pensamiento de los estoicos, que, en comparación a los griegos, sobresalía en esta doctrina. El campo de batalla era la casa del amigo de Cicerón, Cayo Cotta, quien trataba de evidenciar las deficiencias de ambas teorías en lugar de aportar una nueva, pues a él se le daba más debatir y ver las fallas de los sistemas de pensamiento, más bien que proponer uno nuevo. Cicerón sólo escucharía y actuaría imparcialmente. Velleio en un estallido de ardid, como defendiendo la posición más alta, sostiene que sus cuestionamientos tendrán fundamento y no serán simples ficciones como la hechicera adivina de los estoicos, la prónoia (providencia), y que tampoco sus aclaraciones se asemejarán a la opinión espuria de sus rivales consistente con un mundo dotado de 284 espíritu y sentidos propios: un dios esférico e ígneo, hecho de fuego y movimiento rotatorio43. Para Velleio aquello que tiene vida y sabiduría necesariamente tiene que adoptar una naturaleza propia de un espíritu inteligente del que una roca gigantesca e inanimada no parece dar cuenta, porque además los dioses al ser virtuosos, deben ser felices (37: 1984). En primera instancia, sólo critica las concepciones de los precursores del estoicismo y a sus exponentes, tildando a sus exponentes de locos y a sus aseveraciones como más nocivas que los cuentos ficticios de los poetas. Terminado este asunto, ahora si comienza explicando la doctrina de Epicuro. La primera respuesta que da Epicuro a la cuestión de la existencia de los dioses, es afirmativa, pues para él la naturaleza misma imprimió una noción de ellos en el espíritu humano, conocida como prolepsis, que era una especie de dibujo mental de una cosa preconcebida (52: 1984). Que el consenso global de toda la humanidad este de acuerdo con esta premisa, libra a la mente de toda violencia externa o coacción, como la costumbre o la ley y, le da mayor solidez a ese argumento. La existencia de los dioses, es entonces, ineludible y una inferencia necesaria. Una creencia que todos comparten de manera natural debe ser necesariamente verdadera. De idéntica manera, la naturaleza, ha hecho prolepsis en los hombres y les grabado en sus mentes que los dioses son bienaventurados y felices. Tenemos entonces que la naturaleza imprime en los hombres dos cosas: la existencia de los dioses y que estos gozan de una inaudita felicidad. De aquí Epicuro deriva su máxima: lo que es bienaventurado y eterno no puede conocer personalmente la turbación ni causar molestia a otro y, en consecuencia, no puede sentir ni ira ni inclinación favorable porque tales cosas son propias sólo de los débiles (ibíd). 43 Velleio argumenta: Por el momento me limitaré a sorprenderme de la estupidez de los que afirman que un ser que es inmortal y feliz tiene forma esférica, simplemente porque Platón dice que la esfera es la más bella de todas las figuras. Y, ¿qué forma de existencia se asigna a su divinidad esférica? Muy sencillo, se halla en estado de rotación, girando con una velocidad superior a todo lo imaginable; pero no acierto a ver qué aspecto de esta existencia puede residir una firmeza de espíritu y una vida feliz. 285 Con respecto de la figura que tienen los dioses, Epicuro afirma que esta debe parecerse a la humana, porque en la naturaleza “la figura humana es superior a todas las demás de los seres vivos, y si dios es un ser vivo, la divinidad debe de poseer la figura más bella entre todas, y puesto que se ha convenido que los dioses son sumamente felices y nadie puede ser feliz sin virtud, y la virtud no puede existir sin razón, y la razón solamente se encuentra en la figura humana, se sigue que los dioses poseen la figura humana. Sin embargo, su forma no es corpórea, sino que se asemeja a la sustancia corporal, ni contiene sangre, sino un elemento análogo a la sangre. (55: 198). Con este movimiento, Epicuro aseguraba que los dioses tuvieran uso de razón y, por consiguiente, susceptibles de diferenciar el bien y el mal. La bienaventuranza y la felicidad se explican por el completo ocio; no tener ninguna ocupación es sinónimo de felicidad para Epicuro, de ahí que la misma naturaleza tenga que informar al hombre de una existencia superior. Los dioses se deleitan en su propia sabiduría y virtud y se encuentran participes de una certeza absoluta de que disfrutarán de goces perfectos a la vez que eternos. Los estoicos, para Epicuro, fallan al igualar al mundo con los dioses, sobrecargados como están de trabajo no pueden ser felices. (57: 1984). El problema de la creación del mundo es enfrentado (pues un dios nunca debía haber trabajado para ser dios) estableciendo un elemento a priori: la presencia de átomos. Al parecer estos son coeternos con la divinidad y, por alguna extraña razón, siempre han existido. La inmensa anchura y longitud del cosmos no presento impedimento para que estos, aunque separados por el vacío, manteniendo coherencia mutua y aprehendiéndose los unos para con los otros formaran uniones de las que son creadas toda clase de figuras. Este es pues, el cuerpo del sistema de Epicuro, del cual Velleio creía que se debía de dar gracias por haber librado a la entera humanidad de las supersticiones que encarcelaban al espíritu humano con leyes a las cuales supeditarse y terrores de los cuales huir. Unos seres complacidos y arrobados en su infinita felicidad que no se causan ninguna molestia, no podrían causarla a los demás. El hombre debe de vivir en completa libertad. No les debe a los dioses, ni tributo ni gloria y tampoco fidelidad alguna, ya que no hay cánones a los que adherirse, por lo tanto, ni castigo ni galardón le espera. Simplemente son formaciones atómicas cuya coalición constituyó, sin pretenderlo, lo que el hombre es y sus alrededores. 286 La naturaleza como el artífice de todo cuanto existe; es incluso la creadora y vocera de esa forma de vida llamada dioses, que, si bien son poderosos, jamás se tomarán las molestias en probarlo. 12.2-El estoicismo Ahora bien, pasemos a interpretar la otra escuela: la estoica. Después de unos argumentos que refutaban la filosofía de Epicuro realmente bien esgrimidos por Cotta, recibe el turno y la palabra Balbo, docto y fiel seguidor de la escuela estoica, quien con un estilo fuertemente metódico, arranca la conversación diseccionando en cuatro apartados su disertación: “Es imperativo, antes que nada, demostrar que los dioses existen; en segundo lugar, explicar su naturaleza; luego, dar pruebas de que el mundo es gobernado por ellos y, finalmente, que ellos se cuidan de las cosas humanas.” (Cicerón 104: 1984). La primera sección apenas requiere revisarse, pues para Balbo hay suficiente evidencia manifiesta en la creación como para prescindir de la existencia de los dioses. El sólo acto de levantar la mirada hacia el firmamento y contemplar los cuerpos celestes evidencia un poder y una inteligencia trascendente por la que son gobernadas. Sin embargo, a pesar de que dijo que no se iba a detener en el primer apartado, se arranca profiriendo inmensidad de evidencia que corrobora a la divinidad. Lo cual, recapacitando dice que es necesario, pues todo cuerpo de conocimiento se enfrenta a un enemigo implacable: el tiempo. Esta borra las invenciones de la imaginación, los cuentos de las viejas y las supersticiones ociosas, pero confirman siempre los juicios de la naturaleza. Así, ya nadie cree en los monstruos marinos del mundo inferior pero la religión se hace cada vez más fuerte y profunda (106: 1984). Esta persistente obstinación es una prueba natural de que los dioses existen. La siguiente prueba son las profecías y las predicciones de los acontecimientos futuros, ¿quiénes, sino los dioses, pueden pronosticar revelar o predecir acontecimientos ulteriores cuya realización es completamente segura? Estos vaticinios son eje del esplendor de las repúblicas de aquella época, según Balbo. De hecho, tanto era el fervor que los mismísimos generales se ofrecían voluntariamente como víctimas a los dioses inmortales en beneficio de la república. 287 Además, si hay personas que reciben e interpretan estos mensajes tan sorprendentes cuya eficacia podría dejar perplejo a cualquiera, necesariamente tienen que existir los emisores de esos mensajes. Con todo esto, ¿quién no se sentirá forzado a confesar la existencia de los dioses? Sólo un insensato, puede afanarse en negar tal existencia, afirma Balbo. Recurriendo a autores en ese entonces en boga y uno ya reconocido por nosotros, cita a Crysippo, quien considera que si hay algo en el mundo que el espíritu del hombre, su razón, fuerza y capacidades sean incapaces de producir, el hacedor de tal cosa debe ser necesariamente superior al hombre. Ahora bien, la creación del mundo le escapa por mucho a las facultades innatas humanas por lo que el ser que fabricó tal operación de dimensiones astronómicas debe ser colosalmente superior, ¿qué mejor nombre se daría a este ser que el de dios? También le escapa al hombre, según Cleantes, como ya se dijo, la capacidad de vaticinar, moderar el clima al antojo, así como darle fertilidad a la tierra, los acontecimientos naturales de todo tipo y, por último, el movimiento y la revolución uniforme de los cielos (113: 1984). A las claras se ve que el hombre no tiene control alguno sobre las formidables cosas por las que se ve rodeado el ser humano. Se infiere entonces que esta amplia y hermosa casa que es el cosmos, no es la mansión del hombre, sino la habitación de los dioses. Increíblemente después de dar toda esta serie de argumentos, Balbo pasa a presentar a los dioses. Si alguien sin conocimiento alguno de los estoicos con respecto de la divinidad escuchará estas justificaciones, a su mente llegarían toda clase de figuras portentosas para hacerla de dios, pero jamás lo que Balbo presentará. El filósofo en cuestión continua y exclama: sin duda alguna, no existe nada entre todas las cosas que sea superior al mundo, nada que más excelente o más bello; y no solamente no existe nada superior a él, sino que ni tan siquiera puede concebirse nada superior a él. Y si no hay nada superior a la razón y a la sabiduría, necesariamente debe poseer estas facultades ese ser que admitimos superior a todos los demás (en Cicerón 115: 984). Lo mismo, pero en forma de silogismo es enunciado por Zenón en la forma siguiente: “Lo que posee la facultad de razonar es superior a lo que no tiene dicha facultad; ahora bien, nada es superior al mundo; luego el mundo posee la facultad de razón”. Utilizando este silogismo, podemos hacer del mundo lo que sea, un bailarín o el rapero más 288 aplastante, pero Zenón se conforma con hacerlo sabio, feliz y eterno, porque: “las cosas que poseen todos y cada uno de los atributos son superiores a las cosas que carecen de ellos, y nada es superior al mundo. Se sigue que el mundo o universo es dios. Y exactamente con el mismo argumento le da al mundo sensación, vida y razón, sólo que ya no lo repetiré, pues es sumamente aburrido. Balbo luego pasa a hacerla de físico y a dar evidentes e irrefutables pruebas derivadas del mundo natural para dar sentencia definitiva acerca de la divinidad del mundo. Para él, todo lo que es capaz de movimiento, es capaz de provisión de calor, en concreto, todo lo que posee una naturaleza cálida e ígnea se mueve; por otro lado, lo que es nutrido y crece, posee un movimiento uniforme y bien definido, por último, durante todo el tiempo que permanece ese movimiento al interior de cualquier ser, le brinda vitalidad. Todo lo animado, sea vegetal o animal, en tanto conserve el calor al interior, hará posible la vida. De aquí se deriva que el elemento vital: el calor, se extiende por todo el mundo (118: 1984). Para Platón el movimiento es de dos clases: uno espontáneo y otro infligido por una violencia externa; lo que se mueve espontáneamente es más divino que al movimiento comunicado por una fuerza que no es la propia. La primera forma de movimiento es característica del alma, considerada la única fuente y origen del movimiento. El mundo es la fuente del movimiento, es la fuente del primer calor y puesto que el calor se mueve espontáneamente y no en virtud de ningún impulso, se sigue de ello que el calor es el alma. El mundo es el proveedor de las almas (123: 1984). Pero si al mundo se le asignan el carácter de divinidad, de manera análoga debe extenderse la gratificación hacia los demás cuerpos llameantes que ocupan la gran bóveda celeste. Su constitución interna está hecha de calor ígneo y son completamente traslúcidas. Si tienen calor interno, crecen y se mueven, entonces son seres dotados de sentido e inteligencia. Debemos declaran a las estrellas como seres vivos. Además, se prueba mediante los sentidos su constitución ígnea, pues así lo evidencia el tacto y la vista. Por ello, la totalidad de estrellas encendidas son necesariamente dioses. Inclusive su divinidad queda mostrada por el trayecto que estos cuerpos describían, cuyo movimiento tenía una trayectoria orbital o cuasi-circular, ¿qué cosa puede ser más bella 289 que la figura que abarca y encierra en sí misma todas las demás figuras, la figura que puede carecer de rugosidad y de todo elemento molesto en su superficie, que carece de toda muesca o rugosidad, protuberancia o depresión? (132: 1984). Y ahora ya llegamos al núcleo, al punto decisivo que queríamos abordar de los estoicos, el punto crucial. Bien, según sigue abogando Balbo a favor del mundo como divinidad, y hasta aquí, debo decir, todo muy confuso, porque asigna divinidad a la completitud de cuerpos celestes, otras veces al mundo y en ocasiones al universo. Que unas veces se refiera a la divinidad aludiendo al mundo sin nosotros saber si repara en nuestro planeta o trata de aludir al cosmos en su inmensidad; que en otras hablé del universo tal cual, manifestando la totalidad de las estrellas y que en ocasiones deifique a todas las estrellas, impide ver que quiere referir en sí. Pero ahora descubriremos esa intención subterránea, ese arcano guardado dentro de toda esta palabrería estoica. Para sacar aquello que permanecía oculto, sólo debemos aplicar la operación consistente en extraer lo que hay de regular entre todos los elementos a los que alude. La bóveda celeste y todo cuanto contiene tiene en común la persistencia y constancia de sus movimientos: el orden. En última instancia, no es el calor el que merece el título de dios, esto sólo es la manifestación de su potencia. Así pues, el trasfondo es que la naturaleza tiene una potencia que se muestra en forma de calor que mantiene y crea las cosas. Balbo retrotrae a Zenón, no sin antes adularlo como un príncipe investigador de la verdad. Lo trae para hacer uso de su definición de la naturaleza: “es un fuego artesano que avanza metódicamente a la generación”. La naturaleza del mundo es lo que al parecer quería definir Balbo desde un inicio como dios ya que esta “contiene en su abrazo todas las cosas” y es una potencia artesana que todo lo planea y prevé con un uso y propósito (en Cicerón 139: 1984). Balbo adopta esta definición de naturaleza, pero añade: “es un principio de sostenimiento y gobierno del mundo, con un orden y cierta semejanza de plan o designio”. Luego, abruptamente introduce la idea de que “la naturaleza al ser el espíritu del mundo, puede ser designada correctamente como providencia”, cuya misión y encomienda es asegurar la estructura y orden del mundo en aras de su supervivencia, además debe evitar la escasez y, por último, hacer del mundo un lugar de ornamento total. 290 Ahora si refiriéndose a la totalidad del cosmos, Balbo declara que el mundo y todos sus partes fueron ordenadas al comienzo y han sido mantenidas durante todo el tiempo por la prónoia divina. Para comprobarlo, otra vez el estoicismo divide esta cuestión en tres: primero se debe de conceder la existencia de los dioses. Si es así, se sigue que es gobernada por su sabiduría. En segundo lugar: demostrar que todas las cosas se hallan bajo influencia de una naturaleza dotada de sensación y sabiduría, por lo que el que el universo es llevado por ella de la forma más bella. La tercera sección se reduce al tópico de la admiración que nos produce la maravilla de la creación celeste y terrestre. (151: 1984). De la primera sección se derivan dos opciones: o negar la existencia de los dioses como lo hace Epicuro al quitarles cualquier posible praxis, o bien, debe de concederles actividad. De dar la concesión, deberá ser la más insigne que pueda haber: la conducción del mundo. Si la divinidad no es la encargada de esta misión, entonces es lícito pensar la existencia de otra fuerza más poderosa que la divina, pero esto es una imposibilidad. Por lo tanto, Balbo da por probada la primera sección. La conducción providencial se da en el entendido de que, primeramente, siendo la artesana de las cosas, conoce perfectamente la composición y necesidades de su creación. Las provisiones que ofrece están en conformidad con su conocimiento. Que la totalidad del mundo es gobernada mediante una providencia o principio de orden consistente con una soberanía superlativa es evidente sobretodo porque la estructura total del mundo está libre de azar. La impecable coherencia con la que se manifiesta parece ser la obra de un magnífico arquitecto. Además, ¿cómo puede ser lógico que esta estructura cósmica titánica carezca de plan y razón? Tal vez lo filósofos tras el asombro de una primera mirada, quedándose perplejos y sin encontrar nada asequible a su razón, pudieron catalogar al mundo de un gran sin sentido gobernado por un azar y falto de coherencia. Pero luego, tras la conciencia de movimientos definidos, delineados y regulares, dotados de uniformidad inmutable, infirieron la presencia no sólo de seres más poderosos sino de principios rectores y gobernantes (en Cicerón 160: 1984). Si la inconmensurable bóveda celestial no tiene rastro alguno de olvido o azar, de la misma manera la providencia se encarga de todos y cada uno de los hombres. 291 Hasta aquí el debate de estas dos escuelas filosóficas que pretendían explicar la existencia de los dioses. El ambiente que parece querer dar Cicerón en la obra es el de una batalla encarnizada por la supremacía de un modelo: estoicos vs epicuristas. Planteando un duelo, como si dijéramos, a muerte. Esto condimentado por las introducciones y comentarios que cada representante hace de la escuela rival que, para variar, sólo son peyorativas. Pero en verdad digo que nunca había leído de dos modelos que tratarán tan obstinadamente de asirse de la gloria de la victoria teniendo como rival a uno idéntico, al menos en su fondo. Nunca había visto un teatro tan colosal entre dos posturas que, tratando de diferenciarse de la otra, no tomaban cuenta de que en sus fundamentos eran casi idénticos. En ambos casos existe la negación de una entidad trascendente con respecto de nosotros. En uno, hay un dios perfectamente anclado por la eternidad al éxtasis del placer y el ocio, siendo su máxima preocupación la de encontrar la forma de persistir en tal condición, negándose así, cualquier muestra de virtud o movimiento. En el otro la divinidad aparece igualada perfectamente con lo inanimado, sólo por pretender que las revoluciones que describen con regularidad “los cuerpos celestes divinos” hablan de una razón y virtud sin igual. Movimientos que, además, generan el calor responsable de dar vitalidad a todo; movimiento tildado con el nombre de naturaleza. La naturaleza es la secularización de Dios, pero no sólo eso, es la que asistirá una profanación profunda. No sólo se borra a Dios del mapa, sino que, en ambos, la gobernación pasa a manos de una naturaleza ahora divinamente entronizada. En ambos hay un cambio de representante, y por lo tanto, de lugar. En Epicuro, ya no son los dioses los encargados de la creación, sino que partículas de materia sólida e indivisible arrastradas por la fuerza de gravedad coalicionan fortuitamente produciendo el mundo tan complejo y elaborado como esta. Eso sí, para evitar el determinismo de la fuerza de gravedad que todo lleva a su centro, Epicuro tuvo que hacer uso del recurso de que las partículas en caída libre tienden a dirigirse ligeramente a la derecha. La escuela estoica, por otro lado, también le deja toda la tarea a una potencia ígnea artesana providencial que coincide con la naturaleza del mundo; una fuerza racional que construye todo con un propósito y uso definido. Dado que el mundo en cuanto composición, es ardiente y todo lo animado es caliente, su candidez inducirá al 292 crecimiento y aumento de vitalidad. El mundo con su abrazo confiere su alma a aquello que contiene; recordemos, el alma es el calor y el calor es la potencia de la naturaleza. Se diferencian únicamente en que Epicuro postula al hombre como imagen de la divinidad. En este sentido, es el precursor del antropomorfismo o la corriente que deposita al hombre como principio de intelección y centro de la realidad. Además, estos principios del hombre como intelección del mundo se refuerzan con los fuertes tintes hedonistas consistentes con maximizar el placer por sobre el dolor que los dioses de Epicuro tienen como principal característica. Luego entonces, la escuela de Epicuro prefigura la ineludible característica del sistema capitalista contemporáneo: el hombre siempre en busca de maximizar su rendimiento, beneficio y placer como agente tomador de decisiones. Práctica cultual interminable en el modelo de Benjamín como sempiterna es la condición placentera divina de la primera escuela aquí mencionada. Los epicuristas constituyen el primer prototipo del orden providencial vivido como sin Dios y, por lo mismo, de la razón gubernamental económica. Los estoicos, por otro lado, parecen sembrar la semilla del panteísmo, esa que sobrevivirá a través de los siglos y que retomará el afamado Albert Einstein. Sin temor alguno, y sobrado de seguridad, afirmo que el señor físico es completo deudor de la escuela estoica. El estadio religioso elevado que el bautiza con el nombre de sentimiento religioso cósmico, es sin duda, la continuación de la escuela mencionada. Claro, matizada según los estándares de la época en que vivió y según las necesidades políticas en las que se desenvolvió, pero en sus entrañas es completamente similar. Como siempre es mejor juzgar por uno mismo que de oídas, por ello daré un breve repaso exponiendo lo más significativo de la escueta bibliografía que Einstein tiene de este tipo (pensamientos teológicos), a fin de que cada quien pueda juzgar y tomar partido. Para Einstein existen tres estadios o fases religiosas que el hombre ha transitado a través de la historia y a lo largo de su vida. No obstante, la última fase es de difícil acceso y no cualquiera puede presumir de haber alcanzado tal sentimiento religioso, esto tanto en individuos como en sociedades. La primera fase es atingente a la experiencia del hombre primitivo, aterrado como estaba ante la visión de su desnudez y la vulnerabilidad ante aquellas fuerzas de las que se vio 293 rodeado. Panorama que los arrojó sin piedad a la religión, constituyéndose en un remedio a su terror. Y esto era precisamente así porque hablamos de una etapa alejada de la comprensión de las conexiones causales. Lo único a su alcance era su propia figura, la cual tiende a deificar creando seres ilusorios más o menos análogos a sí mismos, a los cuales, para ganarse su favor, ejecuta actos extravagantes y ofrece sacrificios (Einstein 224: 1984). Religión de miedo o fase religiosa del miedo. Einstein como veremos se va a postular en contra de esta tendencia humana antropomórfica, curiosamente resucitando el debate entre epicúreos vs estoicos. La segunda fase religiosa está basada en la falibilidad humana; se arraiga sobre la presunción de que el humano es profundamente imperfecto, después de todo, sigue siendo humano, demasiado humano como para poder establecer un orden social adecuado. Los impulsos por erigir una sociedad saludable lo llevarán a levantar el dogma religioso. La necesidad de apoyo y bienestar empuja a los hombres a crear el concepto social o moral de Dios. Este es el Dios de la providencia que protege, dispone, recompensa y castiga (225: 1984). Las Sagradas Escrituras son el ejemplo perfecto de la evolución de la religión del miedo a la moral. Como tal, la Biblia es un instrumento que garantiza la buena convivencia social, según Einstein. Las leyes y prescripciones que contiene son indicaciones de un carácter humano más elevado para organizarse. Así, los pueblos civilizados, especialmente los de Oriente, son pueblos con religiones morales. Pero aquí veo un error lexical que hay que corregir. El que lo socialmente deseable este sujeto a lo efímero y volátil le da un sentido completamente diferente a lo dispuesto en las Escrituras. Debido a esto, más que llamarle sociedades morales, prefiero nombrarles como sociedades éticas. Modificación hecha de acuerdo a los lineamientos de Aristóteles. Para el griego, el florecimiento del Estado requería un aprendizaje que se constituiría en costumbre o tradición debido a la conveniencia social que traía. Ese ethos o comportamiento conductual consistente con las necesidades del estado era denominado moral y, como sabemos, la moral estaba supeditada al cambio según las circunstancias sociales, favorecieran o no, su práctica. Sabemos que esta noción de moral es completamente distinta a la encontrada, por ejemplo, en las Escrituras, donde se registra como principio invariable. A la moral volátil y efímera le aplicaremos un intercambio 294 más ad hoc a su consistencia y le llamaremos ética (ethos) y su espacio por excelencia es el Estado. Para Einstein, el tránsito de la religión del terror a la de la moral (ética) no es definitivo, en cuanto a que el viaje no implica la eliminación tajante de la otra. “La verdad es que en todas las religiones se mezclan en cuantía variable ambos tipos, con esta diferenciación; que en los niveles más elevados de la vida social predomina la religión de la moral” (ética) [ibíd]. El último estadio es exclusivo y característico de individuos de dotes excepcionales y comunidades excepcionalmente idealistas que se elevan en una medida considerable por encima de los niveles estándares. Esta experiencia religiosa, es lo que Einstein denomina como sentimiento religioso cósmico y es una excepcionalidad encontrarla en estado puro. Este estadio está caracterizado por ver al mundo más allá de las ideas. Salir de la prisión del tercer mundo platónico brinda la oportunidad de hacer brotar el deseo de experimentar. Existe, en esta fase, un enaltecimiento amplio de la capacidad y libertad del hombre; sólo en los herejes de todas las épocas podemos encontrar a hombres equipados con este tipo de sentimiento. Hombres considerados como ateos por sus contemporáneos y también como santos. Pero, si esta religión no conoce dogma ni una noción definida de Dios, ¿Cómo comunicarla al resto de los individuos? La ciencia es la responsable de despertar ese sentimiento y mantenerlo vivo (226:1984) Para los individuos y sociedades avanzadas, aquellos con cualidades prodigiosas, la religión del sentimiento cósmico, la de la búsqueda de las causalidades universales, la de la unificación de la realidad en un algoritmo universal, no puede ni por un instante, ni uno sólo, pensar en la intervención de un ser en el curso de los acontecimientos, claro, siempre y cuando se tome la hipótesis de la causalidad verdaderamente enserio. Si se toma enserio, la existencia de Dios tiene que estar totalmente superada y, por lo tanto, hay que ir a buscar una serie de principios que mantengan y expliquen el universo, algo así como la providencia natural que con argumentos físicos, Balbo designaba como providencia. Esa razón artesana natural que da cuenta de la creación, aquí sólo se intercambia por causalidad. Detengámonos un momento, la naturaleza según la definieron los estoicos es: un fuego artesano que avanza metódicamente o un principio de sostenimiento y gobierno 295 del mundo, con un orden y cierta semejanza de plan o designio. Cuando Einstein habla de causalidad, irremediablemente alude a la providencia. La ciencia que en todo ve un orden, es deudora del estoicismo. La operación científica que trata de anular a Dios, todo el tiempo lo recuerda. Además, este sentimiento cósmico anulador de Dios, es la misma operación por la que Foucault se percató de que Dios reinaba, pero no gobernaba. Percatarse de la causalidad o de leyes uniformes e invariables que explican al Universo fue la oportunidad de dominar la realidad fenomenología y natural y, por ende, la posibilidad de desarrollarse de forma diversa a la que establecía la guía de un Dios. Ya no pensemos en un mundo movido como por un titiritero, sino concibamos los movimientos a través de principios regulares a los que uno es capaz de acceder por medio de la razón, inclusive llegando a incidir en ellos mediante experimentación. No obstante, ese sentimiento cósmico fue causa de un impecable odio para con los portadores del mismo. Las sociedades que se erigieron como morales de pronto atacaron sin piedad ni tregua a su concepción secularizada, dando como origen a un odio irreconciliable entre Iglesia y ciencia, al grado incluso de enviar a la hoguera a cuantas mentes maestras se cruzaron en su camino, a esas mentes herejes que buscaron una alternativa mucho mejor. Al respecto, Einstein recuerda: “¡Qué profunda debió ser la fe en la racionalidad del universo y el anhelo de comprender, débil reflejo de la razón que se revela en este mundo, que hicieron consagrar a un Kepler y a un Newton años de trabajo solitario a desentrañar los principios de la mecánica celeste!” (227: 1984) Einstein igual que los estoicos, le da una racionalidad a la naturaleza, y por añadidura al mundo. Empero, es una batalla bastante peculiar, pues Einstein nueve años después, en una conferencia matiza el contenido de la rivalidad entre esos dos campos, en razón de que no quiere que se malentienda su motivo y su reflexión. Movimiento que va a ser característico de la máquina divina y gloriosa del gobierno del mundo. Comienza afirmando que hay una opinión dominante entre las personas de ideas avanzadas: el conocimiento y la ciencia deben de sustituir a la fe. Todas las opiniones que no se apoyen en datos o teorías serán consideradas mera superstición, ilusión basada en sofismas, también doxa que habrá que combatirla. 296 Un punto en el cual reflexionaremos un poco más adelante, es que la ciencia se afana en tildar de pseudociencia toda opinión basada en la experiencia de los individuos, opiniones que se conocen como doxa. Aquí doxa ya no se refiere a la manifestación jurídica inscrita dentro de las paredes de la Iglesia, sino al conocimiento tradicional de los individuos. Es interesante porque, así como este poder constituyente fue despojado de sus efectos, así también a la opinión tradicional se le despoja de cualquier veracidad, y se le hace caer el peso de la metodología científica a fin de expiarla de sus conjeturas La cuestión para Einstein es como combatir esa tendencia social de arraigar en los infantes la idea de una divinidad superior al hombre hacedora de todo cuanto vemos, además de librarlos de la influencia nefasta de una institución religiosa. La escuela debe tomar las riendas de esta misión y cumplir su cometido social. Es o debe ser el órgano destacado de educación del pueblo, es aquella que despertará el fuerte sentimiento cósmico por medio de la experiencia y el razonamiento claro. Se sigue que el mejor enfoque científico de todos era el racionalismo extremo. Pero esta posición extrema carece de fundamento y no ofrece ningún sentimiento que facilite el sostenimiento de la práctica científica. Por sí sola, sólo ofrece una metodología bastante fría y rígida, infértil cuando se trata de proporcionar un influjo que despierte el deseo de proseguir la encomienda científica. La ciencia, si ha de persistir, debe otorgar un sentimiento bastante similar al religioso, por eso es que Einstein, a los hombres inducidos por un claro ardid científico, los calificó de religiosos. Entonces la ciencia debe de tener, al igual que la religión, un motivo por el cual actuar y un combustible con el cual continuar sin bajar los brazos. La fe que procura y promueve la esperanza escatológica y una próxima parousía motiva a los hombres a segur sin desistir. La empresa científica si quiere persistir debe procurarse una base emotiva que haga a los hombres actuar a su favor; debe hacer un movimiento digno de una secularización, es decir debe tomar motivos teológicos e instalarlos en su propio seno, sin trastocar su sentido. Sólo en este entendido podrá brindarse, además de la demostración de los hechos en sí y como están mutuamente relaciones, un objetivo y finalidad de la empresa científica. Einstein lo explica esto de la siguiente manera: Uno pude tener el conocimiento más claro y completo de lo que es, y no ser capaz, sin embargo, de deducir de ello, lo que debería ser el objetivo de nuestras aspiraciones humanas. El conocimiento objetivo nos proporciona poderosos instrumentos para lograr ciertos fines, pero el objetivo último 297 debe venir de otra fuente. Esto es como decir, ¿con qué propósito queremos el conocimiento total del universo? ¿Qué haremos finalmente cuando accedamos a lo más recóndito de la naturaleza mediante el fuerte impulso cósmico? ¿En verdad viviremos todos sin temor, siendo más iguales? O ¿el hado nos prepara un camino semejante a la distopía orwelliana? Para Einstein el conocimiento en sí, es sumamente valioso y preciado, pero su utilidad como guía es escasa. No puede ni justificar el acceso a la verdad, tampoco puede erigir un defensa claro del para qué o el porqué de la magna empresa científica. Esto son los límites de la conciencia racional. Los más elevados principios de nuestras aspiraciones y juicios nos los proporciona la tradición judeocristiana. Son objetivos tan elevados que con nuestras pobres fuerzas su realización es parte del sopor más idílico, es un sueño al que nunca aspiraremos, pero que sin embargo, podemos usar a favor para el aseguramiento de la empresa científica. Si se logra esta desvinculación y su reasignación a la esfera del conocimiento, entonces estaremos en posibilidad de un desarrollo libre y responsable del individuo, de modo que pueda poner sus cualidades a punto libre y alegremente al servicio de la entera humanidad (231: 1984). En esta operación no sólo está coludida la secularización, sino también la profanación. Ya no sólo hay que transportar los conceptos de un lugar a otro, sino que es posible conferirles otra connotación o sentido debido a que se encuentran en condición vacía de contenido. ¿Pero cómo iniciar este proceso procurando no oponer fuertemente la religión y la ciencia, dando, además, la base definitiva para una práctica constante y sonante de la gaya ciencia? Esto sólo se logra a precio de no oponer tan fuertemente a la ciencia y a la religión. Años después de la disertación que aquí considerábamos, Einstein recula y da unos pasos hacia atrás y declara que la rivalidad no era tan marcada como se entendió, es más, según se percibe ahora, tienen más puntos en común y afinidades que cosas por enemistarse. Para aclarar es torpe y burdo malentendido, tenemos que revisar primeramente lo que se entiende por ambas partes. Por ciencia hay que entender un empeño secular ya, de agrupar por medio del pensamiento sistemático los fenómenos perceptibles de este mundo en una asociación lo más amplia posible (232 1984). Y dado que la empresa de definir a la 298 religión, teniendo en cuenta la totalidad de las religiones existentes es sumamente compleja, Einstein prefiere efectuar la operación de dividir y agrupar los puntos que caracterizan más bien a una persona religiosa. Por definición una persona religiosa es: una que no tiene duda alguna de la significación y elevación de aquellos objetivos suprapersonales que no requieren un fundamento racional ni son susceptibles de él (233: 1984). Además Einstein añade cual si se tratase de un movimiento característico de los lineamientos y parámetros de la predestinación, la idea de que una persona nace con fe o no. Esta ni se cultiva, ni crece ni decrece, es un precepto invariable congénito a ciertos seres. La fe existe como inevitabilidad y naturalidad de la misma forma en que un individuo existe. El debate entre ciencia y religión no existe y nunca existió pues se desarrollan en campos totalmente diferentes: una se dedica al ser y otra al deber ser. Desde esta óptica y perspectiva cualquier conflicto sólo es un malentendido. Nadie se puede enemistar con algo ajeno y con aquello que no le compete e interesa. Tratando de rubros tan dispares, la reyerta es sólo una confusión. Pero, aunque ambas esferas están claramente diferenciadas, también existen dependencias mutuas. La religión postula claramente un objetivo del que la ciencia esta desamparado, pero la ciencia puede suministrar los medios para llegar a este. Además, la ciencia sólo florece por un deseo profundo de alcanzar la verdad y la comprensión. Sentimiento que germina y brota en la esfera religiosa. Para Einstein esto puede ilustrase así: la ciencia sin religión esta coja, la religión sin ciencia, ciega (234: 1984). Dicho de otra manera, la ciencia produce de modo inmediato conocimiento y de modo indirecto medios de acción; lleva a la acción metódica a condición de tener objetivos definidos bien establecidos. Pero la función de establecer esos objetivos y de definir juicios de valor trasciende sus funciones y fuerzas (238: 1984). Dicha competencia sólo puede ser obra de la religión. De esta manera ciencia y religión siempre están apoyadas una de la otra. La ciencia se desempeña según los influjos motivacionales de la religión: trata de conseguir la verdad absoluta, es decir, tiene un objetivo. La ciencia aparece aquí como la purificadora de ese impulso religioso de la escoria del antropomorfismo, además de contribuir a una verdadera espiritualización religiosa. (237: 1984) ¿Qué quiere decir Einstein aquí? Como sabemos su concepción es panteísta, es decir, cree en un principio rector que gobierna el Universo y que lo hace inteligible. Su 299 concepción se puede conjuntar fácilmente con el pensamiento estoico que veía un orden auspiciado por un fuego artesano. Estando a favor de la concepción de un orden natural, jamás podría abogar a favor del antropomorfismo o la atribución de características humanas a Dios. Tan volátil e inconstante como es el hombre, una era o una época podría tener de Dios concepciones distintas. La consecuencia de esto es una multiplicación de las entidades divinas. Einstein sólo cree en un único principio, por lo que varios principios no entran en su cosmovisión. Esta es la razón de su conflicto con el antropomorfismo cuyo origen lo podemos rastrear hasta la escuela epicurista, debido a que sostenían la creencia de que la forma divina era una semejanza de la humana. Según alcanzamos apreciar, la concepción estoica transforma el sentido de la afirmación “el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios” por “Dios es hecho a imagen del hombre”. La indeterminación e intercambio polar se venía cocinando desde antes de Cristo y continuo a través de los años con autores tan emblemáticos como Nietzsche hasta llegar a nosotros como una indeterminación ya bien realizada. Los estoicos figuran entonces como el polo soberano consistente con la provisión de un esquema general de orden, mismo del que se desprende el segundo orden: el del gobierno. Soberanía y gobierno aparecen diferenciados, pero también con mutuas dependencias. Ciencia y religión, según Einstein, también están plenamente diferenciados, pero para que la ejecución de ambos sea efectiva, se necesitan el uno al otro. La ciencia necesita de la fe, de la religión, o al menos de sus preceptos, para que la práctica pueda ser sostenida por una comunidad científica. La Iglesia lleva a cabo sus intereses por medio de las herramientas provistas por la ciencia. De acuerdo con lo expuesto en este capítulo, un mismo conflicto se ha ido reproduciendo a lo largo de la historia, sólo que con el empleo de términos diferentes. Estoicos vs epicuristas es igual al combate panteísmo vs antropomorfismo. El difunto Marx tenía razón ahora más que nunca. La historia se ha repetido gracias a la competencia de una fuerza ascética que se mimetiza y que trata de conservarse. Que dos corrientes de pensamiento se enfrenten encarnizadamente en apariencia, no sólo es ridículo, sino que deja en evidencia procesos que pueden confirmar mi hipótesis. 300 13.-La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ahora emprenderemos el viaje que va de la secularización a la profanación. En el anterior apartado presenciamos y tomamos conciencia del combate de dos escuelas empeñadas en dar una adecuada concepción de la naturaleza de los dioses. Debo decir que se trató de una contienda y campaña bastante peculiar, pues desde su alba, eran dos escuelas con pilares idénticos tratando obstinadamente de removerse consideraciones limítrofes y sin importancia, permaneciendo sus centros prácticamente inmutables. Creo que con lo dicho basta para que se me conceda mi hipótesis, aquella que pregona que la providencia no es un concepto que trate de reafirmar la supremacía teológica al transportarla al ámbito social, sino que el movimiento se efectúa a efecto de conseguir un cambio de sentido semántico. Dios ya no es el responsable del mantenimiento del mundo, es más ni siquiera de la creación. Hay todo un conjunto de principios naturales o providenciales que le dan color y forma al mundo tal como lo asistimos y vivimos. La despersonalización de la esencia divina se observa cuando la naturaleza toma el lugar de Dios, ese movimiento efectúa un cambio formal de estadio y comienza el proceso de la asemantización. Ahora nos deleitaremos en la pérdida de toda connotación religiosa en ese nuevo ámbito. Si bien es cierto que la anulación ya existe en ese primer movimiento de facto, se le sigue requiriendo en el discurso de jure, y debido a eso, la providencia conserva sus tintes divinos. Si queremos encontrar un parentesco íntimo entre determinadas manifestaciones del espíritu protestante y de la moderna cultura capitalista no hemos de ir a buscarlo en un supuesto amor al mundo más o menos materialista, sino en sus rasgos puramente religiosos. La ética protestante y el espíritu del capitalismo son, según me parece, la base y fundamento de la microfísica del poder. ¡Claro!, no hay referencias directas de parte del francés, ni mucho menos le da créditos a Weber, pero esto es muy fiel a su estilo. Basta con el repaso que daremos aquí para captar las similitudes que existen entre ambas concepciones. La familiaridad es aterradoramente extraordinaria, tanto que sería mezquino no mencionar siquiera su parentesco. Incluso confieso que cuando hacia mi investigación este libro me parecía a todas luces el elemento decisivo para hablar del 301 último tránsito de los dispositivos; del disciplinario a la gubernamentalidad, y por concomitancia, de la profanación. Muy bien, la investigación de Weber es colosal, enorme. En efecto, es muy difícil que alguien lea a este hombre y no se maraville de su intelecto. Puntualmente en este libro discute un fenómeno que a él lo dejaba impactado, una tendencia sobradamente marcada. Al examinar los países notablemente más avanzados se percató de una cuestión: que estos eran los que habían tenido la urgencia de una reforma eclesiástica. La Reforma no significaba la eliminación del poder eclesiástico sobre la vida, sino la posibilidad de encontrar una forma diferente de dirección sobre la vida: una sustitución que no negaba la posibilidad de la dirección, sino que exigía una mejor. ¿A quién no le recuerda esto a la microfísica del poder? La Reforma en este contexto es una necesidad que adviene por el auge portentoso del capitalismo. Es decir, las exigencias puntuales del capitalismo exigían una reformación de los principios teológicos adscritos en la mente de los individuos, o en el imaginario colectivo, debido a que sin esta, no sería posible su realización. El tradicionalismo con el que vivía la gente sometería la inercia capitalista de no haberla reformado. Es por eso que en la introducción de su libro Weber menciona que el problema medular a enfrentar es: determinar la influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una mentalidad económica, de un ethos económico (33: 1984). Un movimiento religioso configuró la recelosa tendencia a no soportar los dogmas del capitalismo; otro movimiento religioso debía configurar la obstinada tendencia a realzar los preceptos del capitalismo. Los movimientos de Reforma, como esta constatado, son movimientos originarios dentro del recinto eclesiástico, si bien es cierto como dicen, se trataba de hombres imbuidos y dotados de un espíritu excelente que, perturbados por el mal manejo de las Escrituras, presionaron al más puro estilo de la contra-conducta de Foucault para obtener una mejor guía. La microfísica del poder postula que el poder vigente, si quería mantener la posición, debía no sólo estar alerta y pendiente de los diferentes puntos de poder a los que debía contener, integrar y derivar sino, además, la preocupación debía estar dirigida hacia sí mismo de tal forma que cualquier agotamiento, debilitamiento o paralizamiento fuese atacado rápidamente y solucionado. Parafraseando, era algo así como sacar fuerzas de la propia flaqueza para conservarse. Ese fin se puede 302 lograr mediante el disfraz o el engaño; es lícito postular que la fuerza puede camuflarse para conseguir sus cometidos. Y no es cosa descabellada, la microfísica del poder actúa según los rasgos de la gubernamentalidad, retrocediendo o dilatándose, encogiéndose o expandiéndose, cosa que ya ha quedado sobremanera explicada. El que una fracción religiosa haya actuado en detrimento de otra como plan efectivo para sobrevivir no es iluso, al final de cuentas el vaticano es una de las ciudades más ricas y poderosas del mundo. Hay que aclarar también un par de cosas antes de continuar a fin de hacer muy comprensible este texto y sus conexiones con la profanación y la gubernamentalidad. Por protestantismo no debe entenderse una religión unitaria, sino un movimiento de contraconducta que inicio con Lutero, el cual por lo menos se cristalizó en cuatro grandes religiones. De tal suerte que cuando digamos protestantismo no sólo entendamos calvinismo. Además, debemos entender que esta obra se llama “la ética protestante y espíritu del capitalismo” en función de que las concepciones son complementarias una de otra, sino es que lo mismo, debido a que sus rasgos son esencialmente iguales. Apercibidos de esto, continuemos. El problema que básicamente el sociólogo ve es que en un contexto de tolerancia y convivencia religiosa dentro de un Estado, es decir, donde existe la libertad de culto y preferencia religiosa, las esferas superiores de la clase trabajadora están dominadas por los hombres cuya afinidad esta con el espíritu protestante. Por consiguiente, las clases ricas son las que se han vuelto al protestantismo, y según se ve, estas clases residen en los Estados nación más adelantados. Surge un problema histórico: ¿Por qué eran precisamente estos territorios económicamente más adelantados los que tenían una peculiar e irresistible predisposición para una revolución eclesiástica? (Weber 41: 1984). Increíblemente lo que los reformadores censuraban o reclamaban, no era un exceso de dominación religiosa de la vida, sino su fortalecimiento, que como veremos, es el principio por el cual el capitalismo funciona: una regulación eficaz de la vida del individuo. Esa regulación, contraria al relajamiento y la no previsión de la vida, es lo que el empuje capitalista necesitaba. Para muestra lo siguiente: Los católicos prefieren en las escuelas una formación de corte humanista clásica, mientras que los protestantes optan 303 por una formación más empresarial por decirlo de alguna manera. Los católicos sienten una vehemencia a permanecer en algún oficio, imitando al hombre más grande de todos los tiempos: Jesús. Mientras que los protestantes pegan la carrera a la fábrica, apuntando siempre a los puestos más altos. Para Weber esto ha sido determinado por la educación religiosa a la que los infantes son expuestos. En una atmósfera religiosa católica no hay pujanza hacia un vehemente racionalismo económico, como si la exhiben los hombres protestantes. Al crecer, el católico estará dotado de un menor impulso adquisitivo, decantándose por una vida tranquila, aunque no holgada, sin la violencia que se registra por la adquisición de honores y riquezas. Mientras que el protestante en lugar de dormir bien, prefiere comer bien (Weber 46: 1984). Así pues, para Weber, el católico o el hombre de corte clásico de esa época, de ninguna manera podría ser un buen capitalista u hombre consumista, por el simple hecho de que su modus vivendi se encontrada infinitamente alejado de los estándares que exigía el capitalismo. Era precisamente esa relajación la que no encajaba en los planes del monstruoso capitalismo. El ascetismo monacal que en Foucault aparece como una forma de contra-conducta es lo que el impulso capitalista necesitaba copiosamente y con celeridad para poderse instalar. Esa forma férrea de conducirse por la vida es lo que se necesitaba; la regulación era apremiante. Los adversarios directos del procedimiento racionalizado del trabajo eran los trabajadores tradicionalistas así como los empresarios tradicionalistas. Weber explica que el moderno empresario para conseguir de sus trabajadores el máximo rendimiento puede utilizar la técnica del salario a destajo (esto es pagar por lo que se hace). El moderno capitalista lo que trataba de lograr era hacer coincidir su interés con el de sus trabajadores: obtener más ganancia en un tiempo más corto. Pero el empresario se equivoca al proyectar sus intereses a los trabajadores de corte tradicionalista. El obrero al ser partícipe de esta modalidad de trabajo bajará su productividad para igualar el salario anterior y así, estar sujeto a los preceptos bíblicos que dicen que hay que conformarse con lo necesario para vivir o que vale más comer un pan duro libre de los sacrificios de la riña. Así, cada vez que el moderno capitalista intentó acrecentar la productividad del trabajo humano 304 aumentando su intensidad, hubo de tropezar con la tenaz resistencia de este leit motiv pre capitalista (Weber 67: 1984). De igual forma, no podía haber empresarios tal como los conocemos ahora, ni como los ocupa el capitalismo si se hubieran mantenido los lineamientos de corte clásico. Un empresario católico debía ver con recelo e incluso odio a otro de corte protestante, esto porque existía el inminente peligro de caer en el desmesurado préstamo a interés, en otras palabras, el problema de la usura del cual el católico rehuía. El capitalismo no puede utilizar como trabajador al representante práctico del liberum arbitrium indisciplinado, así como tampoco puede usar al hombre de negocios que no sabe guardar la apariencia (Weber 65: 1984). Ahora, esta actividad ya no es sólo tolerada, sino que se percibe como una profesión. Para Weber la pregunta decisiva es: ¿Qué ideas fueron determinantes de que un tipo de conducta sin más finalidad aparente que el enriquecimiento fuese integrado en la categoría de profesión ante la que el individuo se sentía obligado? ¿De qué espíritu es hijo el racionalismo el cual dió origen a la idea de profesión y a la dedicación abnegada al trabajo profesional? Una verdad que se desprenderá de esta investigación es la consideración del trabajo como fin en sí, como profesión. La profesión es entonces una idea reformista religiosa que, a decir de Weber, sin pretender, se ajustó como anillo al dedo a las pretensiones y condiciones capitalistas como una coincidencia perfecta. Lutero va a hacer de puente o de bisagra del pensamiento tradicionalista al protestante, mismo que se adecúa sin conflicto a los lineamientos capitalistas. La palabra alemana profesión (beruf) tiene cuando menos una reminiscencia religiosa: la idea de una misión impuesta por Dios (85: 1984)44 Y a pesar de que en el lenguaje hebreo la raíz daba a 44 De los antiguos idiomas solo el hebreo posee expresiones de matiz semejante. Deriva de la raíz mandar, enviar y por eso significa primariamente misión. En las lenguas románicas, solo la palabra española vocación (en el sentido de llamamiento interior a algo), proveniente del oficio eclesiástico, posee un matiz parcialmente análogo al sentido literal de la palabra alemana, pero no se 305 entender, mandar o enviar, en su sentido actual, la palabra nació de las traducciones de la Biblia, osea del espíritu traductor y no de su texto original 45. Está traducción corrió a cargo de Lutero y en una de sus traducciones la utiliza en nuestro actual sentido. Es necesario aclarar que traducía la palabra profesión con dos conceptos totalmente distintos. Una la deja tal cual es, en el sentido de llamamiento por Dios a la salvación eterna encontrada en las cartas de Pablo y, en segundo lugar, la traduce como: “sigue en tu profesión, permanece en tu profesión, en tu lugar de trabajo”. En el latín tradicional se empleaba la palabra vocatio en el sentido de llamamiento divino a una vida santa en el claustro o como clérigo. Dominado e influenciado por este dogma fue que Lutero lo adoptó en el sentido profano. Los calvinistas, que son una corriente del movimiento protestante, al principio rechazaban este entendimiento, pero a consecuencia de una evolución que puso en primer plano la comprobación de la fe, la aceptaron y, más que eso, la acentuaron. Lo que Lutero ofrecía al mundo era considerar como conducta moral el cumplimiento de la tarea profesional generando así el concepto ético-religioso de profesión. De ahora en adelante Dios, al estilo de la ascesis monástica, impone aferrarse al trabajo y/o ocupación a través de todo el decurso de su vida y, por lo mismo, esta se convierte en profesión. Al inicio, Lutero estimaba que el trabajo del mundo, aunque es estimado por Dios, pertenece al orden de lo material, y como tal, podría relegar el orden espiritual a segundo plano. Pero una vez afirmado en la idea de la sola fides, se impuso su significación profana. Es más, la profesión ahora aparece con un valor y carácter oblativo, como una forma de interesarse por el prójimo y una forma de brindar amor. La regulación de la vida monástica es deseable, pero aislada de su práctica inicial, es decir, debe de proyectarse a lo social a fin de no ver en esta práctica un puro amor egoísta sustraído del usa en el sentido meramente externo que este posee. Las italianas vacazione y chiamamento se emplean en una significación análoga en parte en el lenguaje luterano y calvinista (Weber 87: 1984) 45 Todos los idiomas que han sufrido la influencia dominadora de las traducciones de la Biblia han formado la palabra, mientras que esto no ha ocurrido, al menos en este sentido, en aquellas lenguas que, como las románticas, no han sufrido ese influjo (88: 1984) 306 cumplimiento de los deberes. La vida profesional es una de las más enjundiosas aportaciones de la Reforma y tiene su inicio con Lutero, quien no es considerado parte de ese movimiento protestante, pues todo el tiempo lanzó diatribas contra la usura y el préstamo a interés, aunque, hay que decirlo, el movimiento reformista sigue sus pasos. Con la introducción de esta idea luterana el moderno empresario llegará a sentir una alegría vital bañada de un sentimiento profundamente idealista proporcionado por la satisfacción de haber dado trabajo a los demás y de esta manera consiguiéndose el favor divino mediante la ayuda al prójimo que, por si fuera poco, redunda en el florecimiento de la ciudad. Weber pensaba que esto fue lo que influenció a Adam Smith afirmar que la división del trabajo es una misión religiosa que obliga a cada cual permanecer en su lugar de trabajo en beneficio de todos. Sin embargo, esta consideración desapareció rápidamente, según el galope del capitalismo exigía libertad. Aquí la forma de agradar a Dios es mediante el cumplimiento de los deberes, deberes que cada quien se asigna, lo que implica que cualquier profesión posee el mismo valor (94-95: 1984). Parece lo mismo, pero no, es cualitativamente diferente. La primera te obliga y te determina en un sólo trabajo, la segunda te obliga de igual manera a trabajar, pero hay posibilidad de cambiar de deber. La Reforma tiene esta varianza con respecto de lo que planteó Lutero. Estamos en presencia de un nuevo sentido religioso que se acopla fácil y fatalmente a las consideraciones capitalistas. Un sentimiento religioso anclado en la noción de profesión que ejerce un influjo racional. Pero antes de seguir, tenemos que mencionar que se entiende por espíritu del capitalismo. Para Weber, es una individualidad histórica o un complejo de conexiones que se agrupan en un todo formando una cultura o un ethos. Pero estas conexiones no son el resultado de un proceso que tiene que ver con el orden histórico, es decir, como haciendo alusión a una cadena donde todo está interrelacionado. Por esto no puede definirse con arreglo al esquema genus proximum, differentia specifica. No hay nada que este de su lado a partir de lo cual mostrar una diferencia específica y, por consiguiente, definirla. Se trata más bien, de una peculiaridad individual. Esto parece figurar la genealogía foucaultiana donde la historia no es un proceso lineal, sino que es un proceso a partir del cual podemos derivar otro nuevo totalmente diferente al anterior. 307 El profeta del espíritu del capitalismo, y al que una necesidad ineludible hace preciso referenciar, es Benjamín Franklin. El pensaba que el tiempo es dinero, el crédito es dinero, que este es auto-reproductivo. Aquel quien se atreva malgastar una pieza de cinco chelines, asesina todo cuanto hubiera podido procurarse con ella: columnas enteras de libras esterlinas. Piensa acorde a lo que dice el refrán: un buen pagador es dueño de la bolsa de cualquiera. El que paga a tiempo puede recibir prestado en cualquier momento todo el dinero que sus amigos no necesiten (Weber 54: 1984) Es algo así como una filosofía de la avaricia honrada. El capitalismo promueve una avaricia correcta y su ideal de hombre es aquel honrado digno de crédito dispuesto siempre al interés de aumentar su capital, de circularlo racionalmente. La honradez hace simbiosis con la necesidad de obtener cada vez más y más. Es una ética cuya infracción no sólo consiste en estupidez, sino un olvido del deber. Este ethos es una forma de vida rentable y buena para todos, un modo ensalzado en la actualidad por el capitalismo y ya podemos decir, encumbrado. Incluso podemos, a partir de aquí, dar una tentativa explicación del por qué las multinacionales o sus dueños están por encima de los mismos reyes o gobernantes del mundo como algunas teorías de relaciones internacionales parecen argumentar. Y nuevamente, esto se puede explicar de la mano de argumentos teológicos. Para empezar Franklin, un deísta sin matiz confesional justifica el deber honrado de la avaricia capitalista echando mano del proverbio bíblico 22:29: “Si ves a un hombre solícito en su trabajo, debe estar antes que los reyes”. Los hombres más abnegados a su deber son por ende los dueños de las multinacionales y estos deben de estar antes o arriba de los reyes. La filosofía capitalista desde el comienzo, enervaba la posición del dispositivo legal o la ley, y ensalza la libertad de ejercer un empleo de manera solícita, procurándose el mayor beneficio posible. Este es el auténtico alfa y omega de la moral de Franklin. Esta actividad que en nuestros días simplemente se percibe con un carácter mercantil, en realidad tiene un trasfondo bastante profundo. Se podría pensar rápidamente que los capitalistas están transidos de un espíritu completamente anticlerical, en el mejor de los casos su actividad incesante es una respuesta a la preocupación por el sustento de la familia, pero esto no es así , lo específico de la Reforma es haber acentuado un matiz 308 ético, aumentando la prima religiosa o la influencia religiosa en el mundo; es trasportar la religión a la sociedad industrial mercantil con la fuerza y pujanza de los ascetas, sólo que ahora esa fuerza se da en forma de trabajo racionalizado como profesión: la conducta ascética del mundo es la superación y ascenso en el trabajo. La autoridad de la Biblia de la que Lutero se había servido para acuñar la idea de profesión favorecerá de ahora en adelante, interpretaciones de tipo tradicionalista (95: 1984). De un momento a otro lo tradicional no era vivir en el mundo como quien dice “al día”, sino vivir con vistas a la acumulación racionalizada. La era apostólica del cristianismo, de modo especial la doctrina de Pablo, tenía una visión tradicionalista del negocio. Estas generaciones estaban imbuidas de esperanzas escatológicas por lo cual no se preocupaban mucho por acumular tesoros en la Tierra, sino que preocupados por ganarse la vida ultraterrena, seguían con modestia el oficio en el que se encontraban. No obstante, como menciona Weber, Lutero leyó la Biblia con los lentes de su propia mentalidad. En un inicio estaba muy cerca de la tradición paulina, pero andando en el tiempo, estima más el trabajo profesional en la medida en que su amor por la opulencia crece y se enzarza en las disputas y negocios de este mundo; es cuando entonces se perfila a la idea de consagrarse a una profesión por disposición divina, obligando a cada cual permanecer en la situación en la que es encontrado por la providencia. Por eso la “profesión” empieza a empaparse de matices tradicionalistas. Así, como si de un truco mágico se tratara, por medio de una traducción y de un líder carismático, el tradicionalismo económico tendiente a no procurarse riquezas excesivas en este mundo, se vuelca desesperadamente a la creencia de la predestinación, pero sin desampararse por completo del corte tradicional, pues la profesión se entiende como lo que el hombre debe aceptar como trabajo por imposición divina. El aporte que realizo Lutero en el trabajo fue verlo como una asignación divina en la que hay que persistir (Weber 100: 1984). De esta concepción luterana se desprende el movimiento protestante cuyo revulsivo o estandarte es resueltamente la ejecución de una profesión con constancia que reditué en rendimientos holgados, en vez del aferramiento a la parcela, a la granja o cualquier otra modalidad que diera alimento al día. Creo que este cambio trae la idea de las jornadas de 309 trabajo y su constatación parece encontrarse en la idea de división social del trabajo de Smith. Al respecto, con la idea tradicionalista de Lutero, el hombre persistía en su actividad hasta que obtenía lo necesario para el sustento diario, pero con el movimiento de reforma, cada segundo desperdiciado es dinero perdido, por lo que se establece una jornada de trabajo que reditúa en beneficios, no sólo para compensar la actividad diaria, sino que debe existir la proyección a futuro. Los representantes del protestantismo ascético son fundamentalmente cuatro: primero, el calvinismo; segundo, el pietismo; tercero el metodismo; cuarto, las sectas nacidas del movimiento bautizante. Estos movimientos no son extraños entre sí e incluso sus separaciones no se hicieron con tanto rigor. Lo que hace diferente una de la otra, son pequeñas variaciones registradas debido a la dirección de sus líderes respectivos. El movimiento ascético es, por alguna extraña razón, conocido también por puritanismo. Tal vez sea por aquella cuestión abordaba por Foucault, quien explicaba que los ascetas (lo uso precisamente porque su modus vivendi se transportó a lo social) se comprometen consigo mismos en un reto ascendente que cada vez se hace más complejo, hasta llegar a la apatheia o la ausencia de pathos, esto es, la ausencia de voluntad y, por tanto, del deseo. Si esto es así, tenemos una cuestión chocante, pues un movimiento tendiente a hacer puro al usuario, liberándolo de sus deseos, súbitamente se haya arraigado a una misión que le confiere el medio para hacerse de cuantos deseos pueda cumplir. Cuestión bastante contradictoria, prima facie, pero mirando detenidamente no es así. El protestantismo es puritano en su método, no en su contenido, de ahí que se le conozca como un movimiento puritano. Si recordamos, la misión ascética consistía en vencer todo el mal por medio de sí mismo, para después no ser tentado. Un tránsito con aguante por todas las tentaciones de este mundo dotaba al asceta de la capacidad de no ser tentado después de pasadas las pruebas. La Reforma hizo lo mismo con los hombres: el tránsito por el camino del beruf de manera racional dotaba al individuo para que en opulencia, no fuera tentado a usar mal el dinero, sino a usarlo según reporte el mayor rendimiento social. En conjunto, estas cuatro vertientes protestantes preparan el terreno para el advenimiento del espíritu capitalista. Por eso Weber si quiere defender la hipótesis de que el protestantismo no crea al capitalismo, tiene que hacer especial énfasis en las disputas 310 encarnizadas entre las distintas corrientes protestantes. Mi hipótesis es más bien conforme la idea de que estas disputas tenían como objetivo remover toda raíz dogmática en la esfera social, o mejor, reducirla al mínimo indispensable. Si pensamos estos movimientos como una táctica del poder para renovarse y mantenerse (según el principio de la microfísica del poder) tenemos una explicación satisfactoria y suficiente que de cuenta del proceso de profanación, así como del poder en turno. Ahora pasaremos a analizar los impulsos psicológicos creados por estas corrientes protestantes que marcaron guías de orientación de vida. La lista empezará por el calvinismo, corriente que se utilizó como canon dogmático en los países más progresistas (Inglaterra, Francia, Países Bajos) desde el punto de vista del capitalismo. Su creencia máxima: la predestinación. Para llegar a la comprensión de esta doctrina se deben desglosa las siguientes proposiciones tomadas de la Westminster confession, de entre las cuales, las más importantes son las extraídas del: Capítulo 9 (del libre albedrío) número 3. Tras la caída del hombre en el pecado, su voluntad ha perdido completamente la capacidad de encaminarse al bien espiritual, de modo que el hombre natural, separado por completo del bien espiritual y muerto en el pecado, no es capaz de convertirse ni aun preparándose para ello. Capítulo 3 (Del eterno decreto de Dios) número 3. Para revelar su majestad, Dios por su decreto, ha destinado a unos hombres a la vida eterna y sentenciado a otros a la muerte. Número 5. Aquellos hombres destinados para la vida, han sido elegidos [...] antes de la creación. Número 7. Plugo a Dios olvidarse de los restantes mortales siguiendo el inescrutable designado de su voluntad. Capítulo 10 (Del llamamiento eficaz) número 1: Place a Dios llamar por su palabra y espíritu a todos aquellos a quienes ha destinado a vida en el tiempo conveniente y señalado. Capítulo 5 (De la providencia) número 6. Por lo que respecta a los hombres malos e impíos, los pone en relación con los objetos de los que su corrupción hace ocasión del pecado, entregándolos a sus propios placeres a las tentaciones del mundo y al poder de Satanás. (Weber 114-115). Se sigue que lo único que se puede dar por sentado es que una parte de los hombres ha sido seleccionada desde antes de los tiempos, esto es anárquicamente y que, por lo mismo, vivirán para siempre. Por lo que, una parte de los humanos se salvará y la otra comparecerá ante el tribunal inferna, tenderá hacia un destino fatal y al parecer esto ocurrirá como efecto colateral consciente. La porción humana que ha sido seleccionada desde antes de los tiempos para salvación tendrá su comprobación, según la doctrina 311 calvinista, por medio de la prosperidad económica al interpretarse como una concesión de la gracia divina. Debido a ello, los hombres deben estar inmersos en el desempeño de sus trabajos para agradecer la bienaventuranza. Este impulso psicológico imprime vitalidad al ciclo económico, o en su defecto, sirve como revulsivo, lo preserva, y así sucesivamente al transmitirse de generación en generación, aunque aquí, en esta etapa, no se percibe explícitamente. Esto realmente se apega al cuadro bosquejado topográficamente por Agamben, que de acuerdo con el misterio de la economía la máquina en su última etapa se auto-encomienda la misión de reproducirse al infinito, como sin final, y por ende, también a la recursividad genealógica de Foucault. A continuación, encontramos una tentativa explicación del por qué en este mundo no puede existir un gobierno meritocrático, pero la explicación sólo es a condición de ir contra la tesis weberiana y suponer que en realidad el protestantismo es el artífice del capitalismo y no simplemente una condición psicológica que se acopló casualmente al ímpetu capitalista. El obviar los movimientos de poder, el proponerlos como casualidades, es la principal razón de que muchas cosas del Estado permanezcan como arcana imperi. Una vez declarado esto, la explicación es la siguiente: en un contexto dominado por el hado, ninguna actividad humana puede incidir en los designios sagrados; el hombre nunca podrá modificar su destino, así haga lo que haga, puede ser el mejor de todos, pero si no está destinado a la bienaventuranza no podrá ocupar cargos altos o generar cierto status. El mal funcionamiento del Estado permanece dentro del arreglo divino (según la máquina del gobierno del mundo). Lo único que le queda al hombre es permanecer en su trabajo para que el espíritu divino fluya bien, pero esto no es incidir en el ser celestial: el hombre predestinado ve su situación de trabajo simplemente como una comprobación que lo libera de la incertidumbre y por lo tanto, es mejor desempeñar la profesión. Del Dios amoroso y comprensivo pasamos a uno trascendente e inaccesible a toda humana comprensión que, desde la eternidad ha trazado un hado para cada ser en particular (Weber 118: 1984), y por lo mismo, al no poder ir contra de su voluntad, no puede brindar ayuda. Cristo murió exclusivamente para los elegidos. Este es el principal postulado que trajo el desencantamiento del mundo provocando la pérdida de la eficacia de la salvación eclesiástico-sacramental, por lo que, ningún ritual 312 eclesiástico celebrado en la Iglesia se tomaría como una señal de salvación. Los hombres para salvación ya habían sido seleccionados. Por tanto, el desencantamiento del mundo tiene que ver con la ineficacia de la participación sacramental y eclesiástica. El calvinismo es, entonces, el pionero del desencantamiento del mundo que no es otra cosa que el repudio de esos actos aparentemente salvadores. El desencantamiento no significa un mundo sin Dios, sino un mundo predestinado del que nada se pude cambiar. El auténtico puritano huirá de todo vestigio mágico que pretenda incidir en los preceptos divinos, pues lo ve como necedad, charlatanería e ilusión. Por extensión, desaparece la confesión privada como medio de eliminación de culpas para acceder a la gracia divina. Pero el calvinismo se enfrenta a un enigma que lo puede hacer tambalear en sus cimentos. ¿Por qué un conjunto de hombres que aparentemente vivirán en el paraíso permanecen enlazados tenazmente a los negocios del mundo, en otras palabras, a esta Tierra? El tradicionalismo paulino ya había dejado ver que los hombres al tener la esperanza ultraterrena pasaban la vida sin molestarse demasiado en las necesidades económicas. Los nuevos santos realizaban un movimiento totalmente contrario. Bueno, la respuesta, por rara que pueda parecer, es que permanecer en esa posición, es la forma superlativa de amar al prójimo (Weber 124: 1984) y esto es, como vimos, para mayor gloria de Dios (según la máquina gloriosa), no para aumentarla internamente, pues no se puede, sino para prolongarla al exterior adaptándose la vida social a la estructura divina. El trabajo como amor al prójimo viene de Lutero, pero aquí constituye un verdadero elemento ético que sirve a la gloria de Dios. El trabajo es la forma moderna profanada de la aclamación; estar absortos en el trabajo da vida al dios de este mundo y coadyuva a recrear el ciclo a perpetuidad, coincidiendo así con el propósito divino: guiarnos como sin Dios. Entonces, para aclarar, los elegidos no tenían ninguna característica morfológica que los diferenciara de los condenados, con lo único que contaban era un sentimiento que los imbuía de la confianza finaliter perdurable. La necesidad de diferenciarse tenía que alcanzar una importancia primordial, sólo este sentimiento postulaba a un hombre como electi (Weber 129: 1984). Para saberse elegido, se tenía que rechazar cualquier duda; se tenía que estar excento de incertidumbre alguna acerca de la condición privilegiada. Aprehendido el sentimiento, sobrevenía un arraigo vehemente a la profesión creándose 313 así los santos modernos o los nuevos hombres de negocios. Sólo esta ocupación exagerada puede mitigar la duda del estado de gracia, sobretodo en un contexto con un mercado tan volátil como en el que vivimos. Esto va en completa coherencia con la doctrina reformista: ya no hay una unión mística con Dios debido a la trascendencia de él con lo caído. Por el contrario, el hombre calvinista no acepta una penetración efectiva de lo divino en la carne humana, sino que el hombre propenderá a un obrar ascético para aumentar la gloria divina; no para acercarse a él, ni para servir como instrumento, tal como Lutero sugería. De lo cual se deriva que los sentimientos y estados de ánimo por elevados que puedan parecer, son sumamente engañosos; la fe no necesita comprobarse por estados subjetivos, son inútiles, así como las buenas obras. La certeza que sienten los elegidos no pertenece a este ámbito. Contra la angustia que pudiera surgir por ocasión de la ruina y la quiebra, el individuo se comporta de manera que siempre obtenga más rendimientos, más ganancia, y así seguir diferenciándose del resto, asegurando la bienaventuranza. Si me lo preguntan, esto es igual a renegar de la fe que tienen. Un Dios que ha elegido a alguien desde el mismo inicio de los tiempos y sobre lo cual no hay nada que se pueda modificar, va completamente en sentido contrario a la actividad de dedicar toda una vida a la profesión por el simple motivo de permanecer en la seguridad de la gracia divina. Tenemos de dos opciones: o el hombre calvinista no es para nada calvinista y no ve tan inexorable la decisión divina precisamente por la volatilidad del mercado o, los verdaderos elegidos se enfrascan en una actividad por mero gusto de mostrarse frente a los demás como elegidos, destruyendo otra vez su doctrina, pues eso no tiene nada que ver con el amor al prójimo y con un comportamiento que propague la gloria de Dios. Pero bueno, Weber se las arregla para decir que el nuevo asceta es diferente del hombre religioso del medievo, observable sobre todo cuando se contrapone el comportamiento sistemático del nuevo santo con el cristiano corriente que vivía al día en el medievo que cumplía con sus preceptos teológicos más bien ocasionalmente, ya sea con el fin de reparar ciertos pecados, la proximidad de la muerte, por alguna expiación etc. (Weber 137: 1984). Su contraparte: el nuevo cristiano asceta, contaba con el impulso sistemático de obrar bien y amar a su prójimo haciendo uso de la profesión y sacando de ella el mayor 314 jugo posible para subrayar su condición; por añadidura, sólo por añadidura, el ciclo económico se vivifica (según la tesis weberiana). Esta sistematicidad se logró con el desencantamiento del mundo o la eliminación de la magia como medio de salvación como por ejemplo: el sacramento de la penitencia que limpiaba las culpas. Para el católico tradicional, su comportamiento relajado e inconstante podría ser limpiado de un momento a otro. No importaba mucho lo que hiciera, ¡claro, siempre y cuando cumpliera esporádicamente el rito perteneciente al mundo encantado! El nuevo Dios calvinista no exige una oscilación entre el pecado y el arrepentimiento, sino una santidad elevada a sistema, perdiendo así, el hombre religioso su carácter febril inestable e insistemático, sustituido por una planificación y metodización de la vida (138: 1984). Aunque yo corregiría esa expresión weberiana de “el nuevo dios calvinista exige” por la de la doctrina exige. Y es que en ningún momento del libro se entiende como un Dios, cuya voluntad fue trazada con infinita antelación, puede procurar un sistema inestable que exija del individuo su completa vida, a fin de permanecer agraciado, esto es, próspero económicamente hablando. No lo entiendo precisamente porque si Dios construyó un sistema inamovible ¿por qué el hombre debe gastarse por no desocupar su posición? ¿No que la elección divina era de una vez y por todas? Una forma de explicar la metodización del trabajo, siguiendo la tesis que hemos expuesto hasta ahora: “a una forma de poder le pertenece una forma de conocimiento”, es contextualizando el proceso. El cogito ergo sum que aparece para las mismas fechas influyó todo sistema filosófico de su momento e inclusive podemos decir que lo sigue haciendo hasta ahora. Bueno, este esquema fue acogido por lo puritanos y añadió a su doctrina un medio de racionalización y metodización que dio a la piedad un carácter ascético. En efecto ese ascetismo se encuentra en los jesuitas quienes llevan a la gloria de Dios hasta sus últimas consecuencias, con el lema “para mayor gloria de Dios”. La racionalización era el dominio de sí mismo exigido por Ignacio. Estos movimientos, como ya vimos con Foucault, son contra-conductas que trataban de ganarse el amparo divino cuando la Iglesia parecía que ofrecía la salvación al precio de la muerte (me refiero a las cruzadas). 315 Que el “pienso, luego existo” apareciera en una época donde el poder se transformaba (coincidiendo más o menos con Reforma) deja confirmada la tesis foucaultiana de que una forma de poder lleva siempre consigo una forma de saber. Adicionaré una pequeña modificación: una estrategia de poder, es una transformación del mismo poder en cuanto trata su preservación. “Pienso, luego existo” y la “mano invisible de Dios” son las formas de conocimiento que procuran el tránsito a la profanación. La racionalización de la vida del asceta es diferente para Weber de la del capitalista; este primer hombre vivía metódicamente en sentido religioso, vivía apartado del mundo, ya que su santidad le exigía alejarse del mundo. Pero no creo que tan diferente, pues Sebastían Franck supo ver la médula de la nueva forma de religiosidad cuando dijo que lo propio de la Reforma estuvo en convertir a cada cristiano en monje para toda su vida. A lo que se le agrega un nuevo contenido: la idea de la necesidad de comprobar la fe en la vida profesional. Al mismo tiempo, la fundamentación de la ética profesional en la doctrina de la predestinación hizo surgir en lugar de la aristocracia espiritual de los monjes, la de los santos en el mundo predestinados por Dios desde la eternidad (Weber 144: 1984). Cambiar de ámbito, darle un nuevo sentido: la profanación se empieza a vislumbrar. La consecuencia del calvinismo fue una conducta ética penetrante en toda la sociedad y este es su mayor y más notable legado. Con el discurso de que se buscaba, mediante el ejercicio profesional, la bienaventuranza y no la riqueza puramente utilitaria, el calvinista es metódico y se dedica a ahorrar su dinero en vez de despilfarrarlo, diferenciándose y marcando distancia con respecto del ricachón inexperto. Paradójicamente esta actitud le lleva a una opulencia profusa, opulencia que le transforma en el nuevo santo, en el nuevo hombre de negocios socialmente deseable. Efecto siguiente, su estabilidad se vuelve una exigencia categórica debido al sistema tan fluctuante como este en el que nos desenvolvemos, de ahí su esfuerzo ascético. Sin embargo, ese impulso sistemático sigue exhibiendo una desconfianza en los dictámenes sempiternos divinos. Ahora bien, la idea de la predestinación será el punto de partida de la dirección ascética que corrientemente se denomina pietismo. En un mundo dominado por el ansia de la comprobación por sobre el conocimiento divino (de las Escrituras), se comienza a 316 observar que muchos, aún sin conocer el dogma cristiano producían los frutos más sólidos de la fe o, lo que es lo mismo, una auténtica prosperidad económica. El saber teológico no representa de ninguna manera la garantía de haber sido elegidos. La diferenciación con los tradicionalistas empieza a ser muy notoria. Anteriormente los diversos rangos o jerarquías eran símbolo de mayor estado beatífico: los clérigos, los abades y los ministros de alguna u otra manera eran considerados más bienaventurados, en cuanto están más versados en la instrucción teológica. Ahora, con el cambio de ideología, se observa que no son ellos, o todos ellos, los que registran mayor auge económico. La tolerancia empieza a llegar a la sociedad y la invade completamente. En efecto, el pietismo es considerado como uno de los principales representantes de la idea de tolerancia. Tan sólo tómese en cuenta que la predestinación ya no fomentaba una determinada religión: cualquiera podía ser agraciado, incluso sin sentir afinidad alguna por el movimiento de reforma. El Estado libre y tolerante empieza a participar de su forma actual a través de impulsos meramente teocrático-reformados: integra la tolerancia y la libertad. Sólo por mencionar rápidamente, las principales fuentes del pietismo fueron: a) la pura razón de Estado; b) el mercantilismo; c) el cambio radical de la religiosidad calvinista. La consecuencia de esta tolerancia tenía que ser el voluntarismo, es decir, la creación de la believers church o la comunidad religiosa de los regenerados. Regeneramiento que se da al son del potencial económico. Cromwell y su ejército comienzan a defender la libertad de conciencia, a fin y al cabo, uno puede pensar y hacer lo que quiera; si un individuo es elegido, lo será de una vez y para siempre. Después, el parlamento de los santos llegó a proclamar la separación de la Iglesia y el Estado (Weber 155: 1984). Las capas más altas, tanto del gobierno como de los negocios, eran ocupadas por miembros pietistas piadosos. Todos los elementos característicos del Estado democrático, según presenciamos, estaban impelidos por una fuerza teológica, ya bastante laxa, pero al fin y al cabo sagrada. En suma, el pietismo se inauguró con una completa desconfianza en la Iglesia, desconfianza de sus actos sacramentales, de sus liturgias salvadoras y cualquier clase de acto penitenciario. Su acción se concentró en agrupar a sus adeptos en conventículos alejados de la Iglesia y el mundo. Instalados fuera del alcance de las tentaciones se les 317 imponía (a los iniciados) una disciplina estricta conforme a la voluntad divina. La bienaventuranza en el mundo consistía de seguir estrictamente esas prescripciones. Sin embargo, esta disciplina en algún punto tomó un carácter completamente histérico. La suposición de un estado frenético de éxtasis religioso por medio de la regeneración ascética reformista alternada con el sentimiento hondo de que cada vez se permanecía más anclado a los vicios de este mundo relajó los frenos que los reformistas pretendían, volcándose, los ascetas por completo al mundo. Otra ramificación pietista nace del luteranismo alemán, teniendo como representantes a Spener, Francke y Zinzendorff, quienes poco a poco se alejarán de la idea de predestinación. La certiduto salutis era ahora derivada de la vinculación por la fe, por lo que lo nuevo en esta nueva corriente reformista es no sobreponer el factor sentimental al racional. El trabajo profesional seguía siendo el medio ascético por excelencia pero anclado a un comportamiento religioso que pretendía librar de la desesperación al hombre opulento que se sentía falto de conexión celeste, como el pietista anterior. La creencia es que Dios bendice a los suyos dándoles éxito en su trabajo siempre y cuando obren excelentemente. Frankcle decía que la gracia sólo podía irrumpir en manifestaciones aisladas y peculiarísimas tras previa lucha expiatoria. La creación de un método de lucha expiatoria determinó, como consecuencia, que el logro de la gracia fuese también objeto de organización racional humana (Weber 161: 1984). Este pietista no toma simplemente como símbolo de gracia su riqueza, sino que, además, integra un comportamiento moral proveniente de la ley divina. Siguiendo sus preceptos racionalmente y actuando de igual manera en los negocios del mundo asegura su bienaventuranza. El advenimiento de esta doctrina inaugura la posibilidad de acceder al amor de Dios quien ya no se presenta a los ojos humanos como un ser inaccesible. Así, se elimina la duda creada por el calvinismo proveniente de un sistema económico fluctuante. Ahora el vaivén producido por el volátil ciclo económico podía explicarse en términos de relajamiento e inconstancia teológica por parte de los individuos. También se hacía frente a la necesidad espiritual que los primeros pietistas habían eliminado. El dogma y el comportamiento racional se unen en la profesión, la cual, si reditúa de manera profusa, da prueba de autenticidad de que se es participe de la gracia celeste. La aspiración racional 318 y sistemática de alcanzar el conocimiento de un estado beatífico ultraterreno cambia por la necesidad de reconciliarse con Dios en este mundo. Lo importante es asegurar la gracia terrenal no tanto la celestial. A este pietismo, por lo tanto, se le puede denominar también como sentimental, cualitativamente diferente del frío espíritu jurídico y activo del empresario burgués capitalista (Weber 166: 1984). Si bien tiene razón Weber, todavía falta un movimiento reformista, los cuales, vistos en su totalidad, darán a la Reforma todos los componentes para asimilarse y fundirse con el espíritu capitalista. De la conjunción de los rasgos ascéticos, la religiosidad sentimental del pietismo anterior y el repudio hacia los fundamentos del ascetismo calvinista, nace el metodismo. Dicho nombre revela el carácter sistemático de la conducta como medio de alcanzar la certiduto salutis, carácter que guiara toda la experiencia religiosa metodista. Su afinidad con el pietismo alemán o el segundo que hemos descrito, se descubre en el hecho de que el método aplicado va de una lucha expiatoria exacerbada dotada de tintes sentimentalistas intensos hasta llegar a la creencia de estar en posesión de la gracia inmerecida de Dios y, por consiguiente, ser partícipe de la reconciliación (168: 1984). El sentimiento es el agente certificador de la gracia divina cuyo origen debía de contrastar noche y día, hora a hora. Según esta doctrina, la perfección de la conciencia puede ser alcanzada internamente desde este mundo en función de la santificación reflejada en la conducta como signo de regeneración. La consecuencia adversa que tenía este sentimentalismo intenso, venía del mismo lado: la necesidad o seguridad de estar en posesión de la gracia divina todo el tiempo traía dos opciones: un sentimiento de pedantería y grandilocuencia o una inseguridad insuperable. Su mayor aportación fue haber propuesto el concepto de regeneración (seguridad de la salvación nacida sentimentalmente como fruto de la fe). El acto emocional se transformó en la aspiración racional de la perfección. Se pudo haber pensado que el sentimentalismo de este metodismo inhibiría todo carácter sistemático, pero por el contrario (como su nombre lo indica) la hizo de complemento de la conducta ascética. El sentimentalismo de este metodismo suministrará el impulso que necesita la pura actividad operativa del trabajo, trayendo como consecuencia que el hombre se volcará por completo al ejercicio del trabajo. En el metodismo se resuelven las aporías del calvinismo. 319 También tienen algo característico: el bautizo. Este no se efectuaba como una imposición al pequeño, sino que pasada la mocedad y en pleno ejercicio de las facultades cognitivas, el individuo estaba en posición de dedicarse o no. Por eso se pueden llamar bautizantes también. El sentimentalismo que les confirmaba su estado de gracia consistía en una especie de apropiación interior de la obra de redención efectuada por el espíritu divino. Se creían una representación plena de los representantes de los cristianos del primer siglo, quienes a su imagen, conformaban una comunidad mesiánica como hermanos de Cristo directamente señalados. La consecuencia nuevamente fue el alejamiento del mundo. Su lema era evitar a toda costa el contacto con las personas mundanas, exceptuando lo estrictamente necesario, sumado al imperio de la bibliocracia. Pero esa estricta observancia careció de una base sólida ante el carácter pneumático de la religiosidad. La palabra de Dios no contiene toda la verdad, sino sólo lo que a Dios plugo revelar. El apego a su palabra no generaba, entonces, la certeza plena de constituirse como verdadera Iglesia. Este entendimiento no desapareció la vigencia de la Biblia, pero si su imperio exclusivo. Los adeptos de ese dogma podían considerarse agraciados sólo por medio de sus sentimientos. Pero ¿quién puede decir con total seguridad que sus sentimientos consisten en una verdadera manifestación divina? Este punto lo llevaron al extremo los cuáqueros de tal forma que desapareció el bautismo y de la comunión. Aquí, el desencantamiento del mundo se lleva hasta sus últimas consecuencias. Ya no vale la palabra, no vale ningún sacramento, no vale ningún ritual eclesiástico. De modo que acontece lo que pasaba con la auctoritas y la potestas: un poder que trasciende a la capacidad jurídica que la instituyó. Este movimiento es el mismo que se ve en la máquina del gobierno divino del mundo y el que Foucault enseña con el nombre el Estado de excepción. Aquí todos los rituales primeramente constituidos quedan anulados en su efectividad y reducidos a un puro sentimentalismo. Esta es la doctrina de la luz del interior y sirve de forma contraria al calvinismo, en donde la certiduto salutis dependía de la competencia individual. Ahora al ser una certeza proveniente de Dios, no hay forma alguna de error, sólo que hay que aguardar la acción divina. Callar serenamente hasta que el sentimiento aflore. 320 La fatalidad a la que se enfrenta el movimiento reformista es que al final el desencantamiento del mundo no toleró ninguna otra vía más que el ascetismo profano; se casó con él y sigue de su mano hasta nuestros días. Lo que es más sugerente es que los pioneros bautizantes practicaron como con corset los principios bíblicos, pero se atenuaron con las generaciones subsecuentes debido a que la Biblia perdió su primacía y al verse diezmada, las generaciones posteriores poco a poco se fueron desapegando más. Por si fuera poco, estas generaciones pertenecían a estratos burgueses bien acomodados (Weber 180: 1984). Al inicio los menonitas y los cuáqueros presentan una hostilidad marcada al estilo aristocrático de vida, pero amparados bajo la idea de que la decisión divina es para siempre, poco a poco fueron desprendiéndose de la Palabra, hasta preparar el terreno para para los auténticos capitalistas. No había de otra, había una contradicción que indefectiblemente apuntaba en una sola dirección. Solo hay que imaginar lo siguiente: una posición sumamente holgada y una conciencia sumamente moderada al inicio. La única opción es una superación de esos diques que frenan la actividad capitalista. Además, el trabajo constate y el ahorro (efecto de la moderación) creaba al inversionista o banquero. Pero esta no es la vez primera de la figura del banquero, este aparece en el auge de las cruzadas, cuando los feligreses daban todo al clero para sufragar los gastos de la campaña. Sólo se tenían que desatar los nudos que veían en la opulencia la más detestable herejía, para que el movimiento reformista concordará completamente con el espíritu capitalista. Los primeros movimientos reformistas liberaban poco a poco los bloqueos mentales dados por los dogmas tradicionales, es por eso que el calvinismo figura como una demora a la expansión de las energías individuales requeridas para la aspiración ascética capitalista. Un rasgo en común a todas las proyecciones reformista es la necesidad de que la vida religiosa sea efectuada fuera de las comunidades monacales, en el mundo. Concepción radicalmente opuesta a la conducta del cristiano tradicional que se refugiaba en soledad al huir del mundo. Otro rasgo de esta ascesis puritana es que premiaba a quienes seguían su método: los impulsos racionales bien definidos y ejecutados dentro del cuadro de acción modelo, generaban las ganancias propias del racionalismo económico. De esto se extrae que lo realmente reprobable no es la riqueza (símbolo de 321 puritanismo) sino el descanso en ella: horas de ocio vulgar y desviación de las aspiraciones propias de la vida santa. El descanso es precursor de la ruina: el reposo eterno del santo aguarda en la vida venidera, no así en la actual. Según la voluntad inequívoca relevada de Dios, lo que sirve para aumentar su gloria no es el ocio ni el goce, es el obrar. El principal pecado es la dilapidación del tiempo. Todavía no se lee explícitamente como en Franklin que el tiempo es dinero pero el principio tiene ya vigencia en el orden espiritual: el tiempo es infinitamente valioso puesto que toda hora pérdida es una hora que se roba al trabajo en servicio de la gloria de Dios. La contemplación inactiva es reprobable, por lo menos cuando se realiza a costa del trabajo profesional (Weber 189: 1984). Pero como y acostumbramos, este movimiento no inicio en la Reforma, sino que es una liberalización de los principios eclesiásticos. El primero en vivir con el tiempo repartido de una manera completamente metódica era el monje; las campanadas de la Iglesia tenían como intención dar por comenzada una tarea y señalar la clausura de otras. Además, con frecuencia era recitada la sentencia bíblica encontrada en los textos paulinos: “quien no trabaje que no coma”. De aquí se colgaron los impulsos reformistas, sobre todo porque valoraban el tiempo como medida de producción. A esto sólo le añadieron que el trabajo es el modo más antiguo y acreditado modo de vivir puritano y el preventivo eficaz contra las tentaciones del mundo. Contra la tensión sexual y contra la duda o angustia religiosa, se prescriben distintos remedios, pero sobre todo esta máxima: trabaja duramente en tu profesión. El trabajo es un fin absoluto de la vida prescrito por Dios (191: 1984). Aunque uno sea rico, debe de trabajar, ese es el nuevo entendimiento de tal manera que si un individuo claudica de su trabajo, su pago será no comer. El trabajo como el medio prescrito por Dios para mantener a los santos libres de las tentaciones del mundo. Y este es el jaque mate a todo atisbo teológico. En última instancia el hombre se desapego de la necesidad espiritual y se montó en el juego de la producción y la ganancia; ejercer técnica por técnica simplemente. Su proceso se apoyó fundamentalmente en una mecánica con un propósito al que pertenecía una realidad directa y tangible. Obviamente esto en las últimas generaciones. Y no podía ser de otra forma, la última fase reformista vio en la posibilidad 322 del lucro un llamamiento (calling) de Dios para el único fin que valía la pena (dar gloria a Dios). Gob blesset his trade (la riqueza es la compensa de una vida beata) es la frase que se aplica a estos santos que han cumplido con éxito los decretos divinos. En efecto, la riqueza del cristiano no era tanto para su estabilidad u ocio, sino que contenía en si el propósito para dar la gloria de Dios. Si el cristiano se resistía a la riqueza, ponía trabas a la función de honrar a Dios. Se podía ser rico no para ser esclavo de los pecados y la sensualidad, sino para honrar a Dios. Un comportamiento que resiste el llamado de sirena de la riqueza mediante el ejercicio de la profesión muestra un grado alto de gracia divina. Esta es la fórmula de los virtuosos, ni una riqueza aristócrata sumida en el ocio, ni un desorden que lleve a no tener posesiones, sino la virtud media burguesa. El hombre sólo es un administrador de los bienes que la gracia divina tendió a bien conceder y deberá rendir cuenta de cada céntimo que se le confía. La manera de dar gracias a Dios por el suministro de riquezas es no gastando la riqueza para sí mismo, sino en la inversión, la cual es reflejo de amor al prójimo. Cuanto mayor es la riqueza, tanto más fuerte el sentimiento de responsabilidad por su conservación incólume ad gloriam Dei y el deseo de aumentarla por el trabajo incesante (Weber 211: 1984). Todo el movimiento reformista estaba encaminado a dirigir las energías hacia la función social del amor al prójimo. Desde Lutero se cambió la indiferencia paulina hacia el mundo por una especialización de las profesiones. Ya no existe repudio y odio a las riquezas del mundo en la mente del cristiano, sino la esperanza de una recompensa utilitaria, un servirse al prójimo por medio del trabajo. La voluntad divina manifestada en la estructura finalista del cosmos sólo puede ser el bien de la colectividad, es decir, utilidad impersonal. El utilitarismo es la consecuencia de la configuración impersonal del amor al prójimo y de la negación a honrar al mundo, a menos de que sea por exclusivismo de un in majorem Dei gloriam (Weber 195: 1984). Este ethos caracterizado por una valoración incesante del trabajo sistemático y calculado en la profesión como medio ascético de comprobación segura de la regeneración y autenticidad de la fe tenía que constituir la palanca más poderosa de la expansión de lo que llamamos espíritu del capitalismo (213: 1984). Si a la estrangulación del consumo para poder dar gloria y honra a Dios combinamos el estrangulamiento de la posibilidad 323 del lucro para poder invertir e incidir en el beneficio social, el resultado ineludible será la formación del capital. Coacción ascética para el ahorro. De esta manera, el ascetismo no sólo favoreció al capitalismo sino que entre otras cosas, alentó la formación de la conducta burguesa racional. Nace el hombre económico, ese que en todas sus transacciones busca obtener más rendimientos; si busca cada vez más rendimiento, la inversión debe ser incesante. Por otra parte, legalizaba la explotación en el trabajo desde el momento en que ser empresario constituía una profesión (221: 1984). Al final de cuentas, se configuró un ethos que se acopló al florecimiento del Estado. Mientras que el Estado, siguiendo los dictámenes de la providencia general, elimina los frutos del trabajo mediante la guerra con el excedente producido para mantener al santo absorto en su profesión. A manera de cierre, valiéndose de un pasaje de Wesley, Weber enuncia la tragedia a la que llevo la práctica puritana reformista: donde la riqueza aumenta, la religión disminuye en medida idéntica. Necesariamente, la religión produce laboriosidad (industry) y sobriedad (frugality), las cuales son a su vez causa de riqueza. Pero una vez que esta riqueza aumenta, aumenta la soberbia, la pasión y el amor al mundo en todas sus formas. Los metodistas son, en todas partes, laboriosos y ahorrativos, de consiguiente, aumenta su riqueza en bienes materiales. Por lo mismo, crece en ellos la soberbia, la pasión, todos los antojos de la carne y el orgullo de vivir (220: 1984). La propuesta del ascetismo fue desde siempre transformar el mundo y realizarse en él. A esa modificación le pertenecía un auge económico brutal a tal grado que logró arrastrar a los hombres cual canto de sirenas. El nuevo espíritu del mundo es uno completamente egoísta, por más que en el discurso quiera quedar disfrazado como amor al prójimo. El mundo es un estuche vaciado de espíritu y ¿quién sabe si sea así definitivamente? De cualquier manera, el capitalismo descansa sobre fundamentos mecánicos: una vez puesto en marcha tiene la capacidad de auto reproducirse. Y no sólo murió el espíritu religioso ascético, sino que también su sucesora: la Ilustración. Queda claro que para Weber el relevo de la ascesis es la Ilustración. Pero según ya vimos, a toda forma de poder le corresponde una forma de saber. Hay una equivalencia entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. El futuro se avizora incierto y quien sabe que nos pueda deparar; tal vez esta inercia termine con alguna extraordinaria transformación fomentada por el surgimiento de algunos profetas o, si por contrario, las contra-conductas terminen 324 caminando sobre sus pasos y regresen al punto de partida, también puede la entera humanidad, a falta de un amor genuino, ser su propio lobo y destruirse, tal como decía Hobbes. Si esto acabará así, el acuerdo que empezó para vivir socialmente en seguridad, reproduciría al final el evento que se quería eliminar. Los últimos hombres podrían describirse con esta frase: Especialistas sin espíritu, gozadores sin corazón (Weber 224: 1984). 14. Discurso sobre el espíritu positivo. Todo el tratado de Compte se desarrolla con base en una necesidad categórica: construir una nueva moral que ayude al Estado a armonizar con la evolución intelectual. Por eso vemos desarrollarse en el libro una especie de guía para las generaciones positivistas, un ethos. La ineludibilidad de esta necesidad moralizante se da en razón de que la instalación del positivismo es a cuenta de superar todo lo que se tenía como conocimiento, incluyendo los principios morales. Para Compte, este movimiento da al positivismo un sentido social, pues el desarrollo de un ethos implica a todo el conjunto social y no una sola parte. La justificación social también va del lado de sus pretensiones más modesta y asequibles. Para Compte los estadios anteriores buscaban principalmente las respuestas a cosas trascendentales, mientras que el positivismo siente que no le compete la tarea de dedicarse a cosas sin realidad directa y tangible; su obsesión es más bien con lo que los sentidos perciben, con las impresiones de la realidad, con aquello susceptible de verse, medirse, y que como tal, aquello que tiene repercusiones directas en la sociedad. Sólo así, la sociedad podrá verdaderamente progresar saliéndose del molde que pretende una explicación absoluta y, con la cual, ya no hay hacia dónde ir. El positivismo imprime un ánimo en la sociedad que invita, a partir del análisis de los fenómenos, a promover diversas explicaciones que den cuenta de la realidad. Claro que para hacer esto necesita de una serie de pasos, de un método, en suma, de un orden, si es que su misión coincide con constituir un conocimiento verdadero y sustancial. Estos dos principios actuando en conjunto, son signo de una sociedad verdaderamente positiva: una preocupación social basada en la realidad que permita progresar mediante un orden. El orden y el progreso es la diada de la que el positivismo se nutre y activa. 325 Según vimos con Einstein, ninguna forma de hacer ciencia esta de totalmente aislada de la influencia teológica. Necesita un influjo que sirva de motor para que la empresa científica persista. Aquí el progreso se vislumbra como el objetivo especial de la humanidad a realizar tras la sustitución del fin escatológico. El mundo antiséptico e impoluto que se inauguró con el proyecto de la Ilustración es la búsqueda de una realidad paradisiaca directa en la Tierra. Esta nueva esperanza se acopla exitosamente a la evolución intelectual. Para Compte el conocimiento humano ha tenido tres estadios diferentes de manera general. Cada uno con sus propias ramificaciones o secciones. Sus denominaciones habituales con las que es fácil reconocerlos son: el ámbito teológico, el metafísico y el positivo. Del primero se puede decir que a pesar del esfuerzo olímpico que se ha practicado para anularlo, sobrevive como preparatorio. Del segundo se puede decir que es una degeneración del primero, por lo que, su destino no es más que transitorio y efímero y conduce al último estadio: el positivo, contenedor de la verdadera razón humana. La primera fase, de manera general, se compromete con la búsqueda del origen de las cosas; con las causas esenciales de los fenómenos que en su momento le despertaban al hombre interés y le impresionaban. Se puede describir con un par de palabras esta fase: interés por el conocimiento absoluto. Sin embargo, esta fase está integrada, a su vez, por otras tres. Su marcha natural (según Compte) comienza con el fetichismo, mismo que consiste en atribuir a los cuerpos exteriores una vida esencialmente análoga a la que poseemos, con la particularidad de que, además, se le confiere una energía más poderosa. Es la dotación que se da a los cuerpos sensibles de un poder que rebasa nuestra potencia para hacer de él objeto de adoración. El ejemplo más emblemático es la deificación de los cuerpos celestes. La segunda etapa es la politeísta. Aquí domina el libre ejercicio de la imaginación. Aquí se les sustrae la vida a los objetos materiales y es trasladada a seres ficticios cuya activa y continua intervención es la única explicación para los fenómenos naturales. La fase más adelantada de lo teológico es la etapa monoteísta. La razón ganó terreno y restringió el uso relajado de la imaginación hasta desarrollarse un sentido 326 universal, ese que dicta que los fenómenos naturales están adscritos a leyes invariables (Compte 28-30: 1984). La segunda fase de la evolución mental de la humanidad es el estado metafísico. Al igual que la teología, trata de buscar el fundamento de las cosas, llegar hasta lo más recóndito de su intimidad y desnudarlas a modo de obtener su esencia. Se diferencia de su antecesor en que no opera con agentes sobrenaturales sino que más bien obra de conformidad con abstracciones o entidades como la Naturaleza. Esta fase también es conocida como ontológica. Aunque no domina totalmente la imaginación, todavía no es la buena observación la que impera, por eso esta fase servirá de puente del siguiente estadio, sobre todo por el uso más agudo del razonamiento, con lo que se prepara, aunque confusamente, el ejercicio científico. Algo que me gustaría resaltar para los fines de esta investigación es que Compte ve en la naturaleza el equivalente débil del monoteísmo. Esto apoya mi tesis, ya que el Dios monoteísta se hace naturaleza en lo ontológico. Por eso, es corriente escuchar que la metafísica es una teología gradualmente debilitada, simplemente modificada por el ejercicio primario de la razón. Su hado estaba decidido desde su fundación y este era sólo servir de puente, ya que contenía las dos características principales de los dos estadios que figuraban a su lado. Por parte de la teología conservaba fuertemente la idea de esencia, pero al mismo tiempo preparaba el ámbito positivo pues ya hacía uso de una observación más precisa. Aunque en última instancia tendió hacia lo positivo, su estado decididamente dividido hacia que oscilará entre la restauración vana del estado teológico o la situación negativa de librarse del dominio del clero, no como anulando la guía, sino buscando otra, es decir, el espíritu metafísico intento en ocasiones restaurar las bases teológicas. La última fase es la positiva o real. A esta se le llega por el ejercicio no de la especulación, sino de la observación, base única del verdadero conocimiento. Como regla fundamental sostiene que si existe una proposición que no sea reducible a un enunciado de hecho, esta no puede tener ningún sentido real. Todo lo que tiene una realidad directa y tangible susceptible de contenerse en un enunciado es inmediatamente lo positivo. La inteligencia alcanza su madurez cuando se lanza a la averiguación de las leyes. Hay que hacer especial hincapié en esto último “las leyes” a fin de evitar confusiones. El monoteísmo y la 327 metafísica buscaban un universal, sólo uno: una gran explicación que da cuenta de todo el cosmos. El positivismo se abre a la posibilidad de una multitud de explicaciones a las que están adjuntas diversas leyes. La absolutización empieza a perder su potencial heurístico y lo relativo se empieza a entronizar. La reunión de diversas explicaciones para los distintos fenómenos, y aún para los mismos, remueve las pretensiones holísticas y las intercambia por lo relativo. También es relativo debido a que su conocimiento resulta de la evolución colectiva y continúa, por lo que siempre se encuentra en constante acomodo y arreglo. La colectividad le quita esa fijeza absoluta que fases anteriores habían promovido. La fase positiva tiende a liberalizar el conocimiento: su accesibilidad y, por ende, su metodología de investigación, de la que se desprenden investigadores y conocimiento. Cuando existe esta apertura, se puede decir que el conocimiento empieza a relativizarse, además de socializarse. Se nos habrá dicho hasta ahora, o al menos eso yo entendía en la Universidad, que hay dos formas de hacer ciencia: por medio de la inducción o por medio de la deducción. Una partía de lo general para ir a lo particular y la otra describía un movimiento totalmente inverso. Sin embargo, ya estamos en condiciones para no ejercer simple técnica por técnica, sino para dotarlo de trasfondo y contenido. La inducción es la forma de conocimiento universal cuya misión es encontrar una única esencia a todas las cosas, o en su defecto, al menos una de la que provienen todas las demás. La inducción es propia de las fases del conocimiento teológicas y metafísicas. Se parte de lo general: Dios o la naturaleza para explicar así las diferentes problemáticas. Es precisamente esto lo que criticaba Popper, y de ahí que, su método deductivo por contraste (con lo real) pretenda diferenciar entre ciencia y psudociencia. Un sólo origen servía entonces para describir y entender los diversos fenómenos. Por otro lado, el deductivismo plantea una situación completamente contraria, es el anverso de la inducción. A los diferentes fenómenos que se observan no les pertenece una sola explicación, sino que serán susceptibles de una multitud de explicaciones, siempre y cuando se atengan a cierto método, aquí descrito en ciernes por la observación. La diferencia radical estriba en no atribuir rápidamente a todo una sola explicación, sino que bajo el arreglo de nuestras capacidades, abordar las cosas en sus procesos naturales. De 328 aquí mismo que la metafísica, en realidad se presenta como el puente o bisagra para lo positivo. En palabras de Compte: la inducción procede a agruparlo todo en una única razón unificante de la cual deriva todo, la deducción es lo contrario, debido a que el positivismo tiene en sí un conocimiento relativo, los distintos fenómenos explicados no se agrupan en un punto, sino que estos fenómenos señalan y tienden a efectos heterogéneos (54 :1984). La inducción es propia de estadios teológicos, mientras que la deducción lo es de ámbitos progresistas. El positivismo conserva de los anteriores estadios (teológico y metafísico) la noción de orden derivada de la providencia general y la naturaleza, pero la conserva para investirla de una connotación diferente: los fenómenos no son estáticos, sino que son dinámicos y, por ende, una explicación dada de una vez para siempre no puede ser confiable, sin embargo, aún en el movimiento los fenómenos conservan un patrón ordenado, uno de filiación que los hace asequibles a la razón humana. La concepción de orden hace que los estadios no esten en marcada oposición, así la sucesión de fenómenos por filiación puede ir explicando la cadena fenomenológica, siempre y cuando este enmarcada en la concepción de un orden, esto es, de una providencia. La ciencia nace entonces sobre un trasfondo teológico que se fue difuminando a través del tiempo, pero esta separación que trata de efectuar el positivismo nunca es definitiva ni suficiente, pues siempre tiene que retrotraer concepciones teológicas para comenzar o justificar su tarea. El orden es precisamente el remanente de la esfera teológica y sobre la base de este concepto es que el espíritu positivo avanza gradualmente y con muchas reservas. Sólo a través del orden surge la convicción científica de lazarse a la búsqueda de leyes invariables y directrices que expliquen la regularidad de la realidad. El positivismo por más que trata renegar de su origen, siempre ha sido alcanzado por este. El positivismo está más en contra de la idea de la intervención milagrosa que de la providencia general. Esto es así pues la abstracción del primer motor aristotélico figura como un puente a la idea de leyes invariables y esta idea es la secularización de la providencia general. La providencia particular sólo puede acercarse a la irregular movilidad, naturalmente inherente a toda idea de voluntad, lo que contrasta bastante con la constancia de las relaciones reales (66: 1984). La regularidad de los fenómenos brinda 329 a la ciencia su facultad predictiva y es un rasgo que se utiliza para diferenciar entre pseudociencia. En este sentido, Compte piensa que la teología jamás puede pronosticar o revelar hechos ulteriores por estar sujeta a la voluntad de un ser que, dicho sea de paso, a Compte se le figuraba análoga a la humana, es decir, sumamente volátil. La necesidad de la secularización de Dios a unos principios rectores del mundo se da sobre la base del antropomorfismo, es decir, creer que Dios tiene una voluntad fluctuante semejante a la humana. Una voluntad con estas características sería una voluntad milagrosa que actúa siempre fuera del orden. La lenta evolución positiva también se debe a sus condiciones iniciales. Fijemos la atención a su postura. Claramente fue contra toda intención finalista o global, sellando así su destino: una serie fragmentaria de conocimientos que se debían superar el conocimiento adscrito a determinadas épocas. Con esto refiero a que este ámbito presenta al igual que su antecesora la teología, una serie de ramificaciones y de etapas. Esto es evidente si se pone sobre la mesa que el positivismo es el primer estadio que propone la observación como criterio especial de la ciencia. Las distintas etapas de la ciencia, sin excepción, tienen una relación íntima con la observación; se basan en ella o esperan comprobar sus teorías en ella. Esta sucesión o mutación del positivismo le ha venido bien, pues le dota de una base de la que antes prescindía en su ejercicio. Que su inicio estuviera marcado por una posición negativa, esto es, en contra de lo establecido, le forzó a irse desarrollando en el camino, sobre la marcha. A falta de un plan, tomo prestado los fundamentos de la metafísica, el razonamiento y el ánimo de explicar el mundo alejado de concepciones divinas. La abstracción del motor supremo coadyuvó a su vez, a pensar los fenómenos con una suerte de invariabilidad. Este es el fundamento de la capacidad reproductiva de la ciencia; la posibilidad de controlar variables para reproducir fenómenos. De este modo la metafísica se acercaba al positivismo y se alejaba de lo teológico. Rousseau ya había mencionado que lo más difícil de extirpar en una sociedad es la tradición una vez que se ha establecido y arraigado, por eso el principal impedimento para la fundamentación del positivismo fue la fe popular. Esta irremediablemente tendía a rechazar cualquier idea que no fuese la providencial. Antes de la instauración del 330 positivismo, la sociedad vivía una contradicción: por una parte el pueblo creía en la noción de naturaleza asociada al gobierno universal; las mentes cultivadas en cambio, ya veían en la naturaleza la idea de una anulación divina, de suerte que los fenómenos no necesitaban el gobierno de un ser celeste. Contradicción en tanto las dos concepciones tienen un mismo origen como ya bien hemos explicado. La sistematización del espíritu positivo sustituyó el dogma de las causas definitivas por el principio de condiciones de existencia. El positivismo poco a poco dejo de necesitar de las abstracciones provenientes de la metafísica una vez fortalecidos sus cimientos, en principio inexistentes, pues entraba al escenario como para criticar a la única forma global de explicar el mundo. Deshacerse de esa tendencia costo trabajo, sobretodo porque las explicaciones parciales en un inicio, eran explicaciones que flotaban en el vacío, sin ninguna asociación. Sentir afinidad por esta forma de proceder era difícil, sobre todo por lo contencioso y contrastante que resultaba. Sin embargo, con arreglo a una sistematización, adquirió la capacidad de comprobar sus proposiciones y fue capaz de reproducir los fenómenos. Esto le atrajo confianza y adhesiones, incluso fue tal el optimismo que se pensó que la ciencia podría conectar todos los fenómenos en un todo coherente y sistematizado, en un único origen. En sus fundamentos se podía leer que lo positivo designaba siempre lo real y se oponía a la quimérico, que su conocimiento emanado tenía fines sociales y, por consiguiente, una utilidad. El positivismo hace suyo el trabajo de reconfigurar a la sociedad una vez que las victorias le dan confianza. La cuestión es que los individuos se desarraiguen en la fe y comiencen a abrazar al positivismo. Es este el fundamento del progreso, la necesidad de que todos empujen hacia el mismo lado. El positivismo, en inicio sin fundamentos, va adquiriendo un matiz de desarrollo que tiene necesidad de pregonar para ganar adherentes. Es esta cuestión lo que hace que el positivismo empuje hacia un nuevo ethos. En el absoluto ámbito teológico ya no se puede ir hacia ningún lado porque todo está dado de una vez por todas. En cambio, pequeñas victorias parciales y derrotas traen la posibilidad del avance, del progreso, una vez que se esté adscrito a ciertas normas o pautas que indiquen el camino. El progreso sólo avanza con el orden. Como dijimos esa noción proviene de los anteriores estadios, pero ya no es un orden inexorable e impenetrable, 331 sino uno al que sí se puede acceder mediante la misma sistematización. Este orden se presenta siempre como orden artificial, como un orden que debe siempre consistir en una simple prolongación razonable, espontanea primero, sistemática luego, del orden natural que resulta de las leyes reales cuya acción efectiva es generalmente modificable por nuestra prudente intervención dentro de límites determinados46 (Compte 96: 1984). Sobre su base también se lee que lo positivo es contrario a lo negativo, es decir, lo positivo no está encaminado a destruir, sino a organizar. Así lo teológico y lo metafísico sobreviven en lo positivo. A semejanza de los mecanismos de poder que describe Foucault, la sucesión entre un ámbito y otro, no implica la eliminación de su antecesor, sino que se encuentra en él, agazapado, tal vez languideciendo, pero nunca totalmente eliminado. Así la oposición a lo quimérico no es absoluta. El positivismo no pronuncia jamás una negación absoluta, pues así se comportaría como sus antecesoras absolutistas. Las concepciones de nuestra imaginación, cualesquiera que sean, cuando la naturaleza las hace necesariamente inaccesibles a toda observación no son por ello susceptibles ni de negación ni de afirmación verdaderamente decisivas. Nadie demostró la existencia de Apolo o Minerva lo cual no ha impedido en modo alguno a la inteligencia humana abandonar irrevocablemente los dogmas antiguos cuando dejaron de convenir al conjunto de su situación (78: 1984). Pero el rasgo más prominente del positivismo es su tendencia a sustituir lo absoluto por lo relativo. Y esta característica no es un rasgo de obstinación severo ante la posibilidad de llegar al absoluto, sino es una precaución para llegar a un todo coherente decisivo. Es realmente sencillo ver como el positivismo ha dejado herencia entre las formas posteriores de hacer ciencia, por ejemplo: el falsacionismo, los programas de investigación científica, los justificacioncitas y empiristas etc. 46 Esto es importante porque evidencia la tendencia del poder a semejarse a las cosas naturales a fin de captar afiliaciones. Por ejemplo, ya vimos como la ética protestante termina en un espíritu del capitalismo, con rasgos idénticos, pero profanados a los del orden divino: el cristiano se puede esforzar sistemáticamente con un pleno conocimiento para resistir al mundo, pero acá lo promueve. La gubernamentalidad es otro ejemplo, la libertad rememora ese libre albedrío divino, pero acá esta confiscado sin saberlo, artificialmente, para un nuevo uso. La gubernamentalidad es un mecanismo artificial de la libertad, la población y el público. 332 Con esta sistematización llego plena la era positivista y la influencia metafísica y teológica se redujo al mínimo indispensable. Una sistematización implica la armonía entre método y doctrina. La metafísica, su puente, estaba desprovisto de esa relación. Un conocimiento susceptible de no probarse. La sana filosofía no separa nunca la lógica de la ciencia, pues no pueden ser juzgadas sino por sus verdaderas razones mutuas. No se puede en el fondo, dar a la ciencia y a la lógica un carácter universal mediante conceptos puramente abstractos. Por eso, la positividad abstracta, la nacida de la metafísica no podía brindar ninguna certidumbre fuera del plano ontológico y la positividad abstracta nacida de la influencia matemática no podía brindar más que un carácter especial, en muchos aspectos empíricos (83: 1984). Además, como se dijo, la metafísica es heredera del monoteísmo, y esta preparación mental afín al inductivismo no tardó en resultar opresiva al desarrollo científico deductivo. Por su naturaleza absoluta y, por consiguiente, esencialmente inmóvil, la metafísica y la teología no podrían significar, ni la una ni la otra, un verdadero progreso, o un avance continúo a una meta determinada, es decir, no podían plantearse el progreso (97: 1984). El régimen ontológico comenzó a sucumbir por el concurso espontáneo de los admirables impulsos mentales, uno científico debido a Kepler y Galileo, otro filosófico, debido a Bacon y a Descartes (Compte 84: 1984), o lo que es lo mismo, una vez que método y doctrina armonizaron reforzándose mutuamente. El orden y el progreso sólo pueden emprender cosas suntuosas mediante este conjunto; fuera de esta díada no se puede hacer mucho. En forma de sentencia sería: el sentido elemental del orden es inseparable de todas las especulaciones positivas. Lo mismo ocurre en cuanto al progreso. En opinión de Compte, los dos estadios del conocimiento anteriores se han puesto el pie ellos mismos para tropezar. El enfoque teológico, y esto resulta interesante, parece impotente para evitar las opiniones subversivas que ella misma ha propagado con frecuencia, por frívolos cálculos dinásticos (91, 1984). Según entendemos, la reestructuración eclesiástica viene después del auge de la Reforma. Para el autor, la misma Iglesia provocó su reajuste, no se dice si conscientemente o inconscientemente, lo decisivo es que para Compte, la misma Iglesia provocó su renovación. Resta a cada uno juzgar a la luz de la evidencia teórica presentada si es cierto no. Lo que si es una realidad, 333 es que la mayoría de los autores considerada que a partir de los movimientos internos de la Iglesia, la Reforma se inició. La metafísica por otra parte, nunca tuvo la estructura lógica sólida que requería su carácter revolucionario ya que aceptaba conceptos de los que pretendía alejarse. A partir de este punto, Compte insiste decididamente en la verdadera necesidad social requerida además por el positivismo: la moral, aunque ya dijimos que es mejor hablar de un ethos. La primera guía de convivencia entre los individuos es dada por las Escrituras, pero esta quedó obsoleta (según los autores analizados) en un contexto donde su validez se vio mermada por la competencia de sus titulares y dirigentes, lo que arrastró a la entera sociedad a hacerse una nueva afín a la característica que sociedad ocupaba. La asistencia teológica dejo de ser indispensable. No había otra alternativa a medida que la fe se extinguía. La repulsión del espíritu teológico inspiró y obligó a la razón moderna a formular nuevas bases de conveniencia social. La obra de Compte no es más que un llamado social a crear unas reglas de convivencia social una vez que las normas morales anteriores perdían su vigencia a causa de lo desdichadas y pobres que eran sus explicaciones del mundo. Es más, sin temor a equivocarse, el autor ve en las revueltas contemporáneas a su época, un instinto teológico que pretende restaurarlo; un espíritu teológico degenerado es lo que causa conflictos y reyertas en un contexto positivo. Si la sociedad en que se movió Compte mejoró, a pesar del desorden activo que sufrió, fue sólo gracias a la acción creciente del espíritu positivo (eso al menos es lo que creía). Cuando, por ejemplo, la teología protestante tendía a alterar gravemente la institución del matrimonio, la razón pública neutralizaba muchos de sus funestos efectos imponiendo casi siempre el respeto práctico a las costumbres anteriores conformes con el carácter de la sociabilidad moderna (107: 1984). El positivismo se encargaba de preservar, por alguna razón, costumbres teológicas a las que trasfería a un nuevo ámbito pero con un uso práctico afín a las necesidades modernas. No alterando en su base a las prácticas humanas sociales, el positivismo demostró que las dificultades a las que se enfrentaba la humanidad no eran políticas, sino morales, de suerte que su solución dependía de las opiniones y costumbres de donde son derivadas. Esto no es nuevo, Aristóteles ya se había percatado de que las normas de convivencia social se desprendían de la experiencia al revelarse su 334 eficacia especial, para luego ser tomadas por la mayoría haciendo de ellas costumbres. Costumbres consistentes con un punto medio entre dos vicios: el exceso y el defecto. La teología absolutista será el exceso y la metafísica el defecto por carecer en su base de fundamentos sólidos. El tercer estadio positivo es donde la esfera social se puede plenamente desarrollar. Su eficacia social depende de la plena realidad científica, es decir, de la exacta armonía, entre los principios y los hechos, lo mismo en cuanto a los fenómenos sociales que en cuanto a los demás. Si Compte tiene razón, los programas de investigación científica son la fase cúspide hasta ahora de la ciencia, o por lo menos, su última evolución, y esto lo trataremos a profundidad en el siguiente capítulo. Por lo pronto hemos de reconocer, según Compte que, a pesar de la victoriosa marcha del positivismo, sobreviven en la sociedad sedimentos de las fases anteriores que aunque no pudieron hacer nada contra el avance de la razón moderna, se avinieron en la tarea de cifrarse un respeto aparente del nuevo impulso social. Esto ya lo había notado Kant: “estableciendo de una parte que las opiniones teológicas, cualesquiera que sean, no implican ninguna verdadera demostración, y por otra parte que, la necesidad social obliga a mantener indefinidamente su imperio (en 108: 1984). Pero aún no se ha revelado nada del contenido de la nueva moral o ethos; mucho se ha hablado de su necesidad ante el desplome de las formas de conocimiento que ordenaban la vida anteriormente. También se han dado las características más sobresalientes del estado real, pero nada del ethos, o de lo que se espera de sus practicantes o participantes. ¿Cuál es pues, el contenido de esta moral tan misteriosa? En realidad, ya se ha venido hablando extensamente acerca de ello. Hasta se sobreentiende una vez que entendemos que el positivismo se sobrepone al absolutismo, a la opresión mental. El positivismo sólo logra el progreso mediante el ejercicio libre de las capacidades humanas. Ustedes pueden preguntar: si la tarea del positivismo es liberalizar las capacidades humanas a su máxima expresión ¿dónde queda el orden del positivismo? La liberalización no es total, pues se necesita un arreglo que evite el caos convulso de la barbarie y sus pasiones. A mí no me parece coincidencia que este ethos este en conformidad con los principios de la gubernamentalidad. Si recordamos esta funciona bajo la rúbrica del laissez faire, dejar hacer y dejar pasar, o mejor, bajo los cálculos fisiócratas, que en lugar de poner amplias 335 restricciones dejan la libre circulación y acción de las personas, de tal forma que todo se va a regular por la acción en conjunto individual. Este ejemplo es adecuado, porque en la fisiocracia se incide sobre zonas limítrofes que forzarán a algún movimiento preconcebido dando la apariencia que las circunstancias así lo conformaron. Esta nueva moral, como inevitable corolario, resultará en reglas de conducta conformes al orden universal y que, por consiguiente, tendrán que resultar generalmente las más favorables a la felicidad individual (110: 1984). El ethos positivista trae el florecimiento el Estado mediante el movimiento de dotar al individuo de libertad. Así mientras el individuo persigue su deseo y florecimiento, persigue también el florecimiento de los demás y del Estado, cual si una mano invisible guiará todas las transacciones. La libertad es la máxima moral positivista y también es el ingrediente principal de los mecanismos gubernamentales, así como del orden planteado por la máquina gubernamental. Dejar actuar para ver tendencias y actuar sobre ellas. Ya no sujetar directamente al individuo, sino planteándose como objetivo elementos limítrofes susceptibles de modificar los comportamientos sociales. En suma: al procurarse bienestar individual, por añadidura, se procura el del resto. Es esta naturaleza digna representante del desarrollo del sentido social. En el ámbito teológico la transacción era la siguiente: resisto la tentación del mundo para poder ser salvo y ganar la vida ultraterrena. El espíritu teológico contaba con una tendencia personal, por lo que no podía, en su defecto, mediante artificios estimular la conjunción social. Una operación que no reditúa en el bien común, sino sólo en el personal. Ahí está la diferencia cualitativa. El triunfo del positivismo es haber ordenado a la sociedad mediante la libertad garantizando al mismo tiempo el florecimiento del estado y el impulso necesario para activar la economía. La nueva filosofía tenderá a poner de manifiesto la relación de cada uno con todos. El bien privado como el medio más seguro de garantizar el bien público (119: 1984). A su vez, el espíritu metafísico, nunca podría llegar a alguna teoría efectiva más que al desastroso sistema del egoísmo. Para cada uno de sus adeptos la idea dominante es siempre la del yo; todas las demás existencias, cualesquiera que sean, incluso humanas, van confusamente implícitas en un solo concepto negativo: el no-yo (Compte 115: 1984). El obstáculo más férreo al ímpetu positivista una vez eliminados los atisbos de las fases anteriores serán los positivistas mismos. Compte confiaba en el curso del positivismo. Su 336 triunfo estaba en eliminar la especialización ciega y dispersa. Su mismo progreso (recordemos que el positivismo nace sin bases) fomentaría la aparición de hombres de ciencia sensatos que removerían muchas opiniones científicas falsas propias del nacimiento de su etapa, así como la exclusividad del conocimiento. Si se quiere hacer un ethos social, la forma sensata de lograrlo es por medio de la enseñanza continua, no sólo de una clase social, sino de todas. El éxito del positivismo se encuentra en evangelizar a la clase proletaria que, por regla, se encuentra mentalmente calibraba a la manera de los estadios anteriores, con una primacía mayor del ámbito teológico. La razón real estaba asequible sólo a los espíritus cultivados y especiales, a los hombres de carácter elevado sin temor a cuestionar las inconsistencias de las anteriores etapas, por lo que la misión del positivismo era predicar el nuevo conocimiento a todos los rincones del mundo. Para que la absorción de la clase proletaria sea completada y para que el positivismo sea perpetuado en el tiempo, se deben cumplir dos requisitos. El primero es la ley de clasificación, ramificada por una necesidad dogmática y otra histórica. La primera consiste en ordenar las ciencias según su dependencia sucesiva, de suerte que en cada se apoye en su precedente y preparé la siguiente. Esta jerarquiza y ordena las distintas fases del conocimiento. El segundo requerimiento es la equivalencia espontanea debida a una fundamental identidad inevitable entre la evolución individual y la evolución colectiva, las cuales, teniendo un mismo origen, un destino análogo y un mismo agente, deben siempre presentar fases correspondientes, salvo las variaciones de duración, intensidad y velocidad inherentes a la desigualdad de sus organismos (143-144: 1984). Los mismos efectos que se proponga en lo social deben presentarse en cada individuo, y viceversa. Aquí mi tesis puede encontrar un aliado sin precedentes. La ciencia entonces se puede descomponer en tres grandes bloques: la astronomía, la química y la biología. De esta forma la lógica se impone a la filosofía natural y esta es preámbulo de la filosofía social. La primera refiere el origen del espíritu científico, mientras que la última representa su destino esencial. En medio de estos bloques se pueden insertar otras ciencias para cuajar bien la cadena. Entre la astronomía y la química se pone la física (que en realidad hasta Galileo fue que tomó existencia). En la punta ha de ponerse la madre de todas las ciencias: la matemática. Y al final de la cola se pone a la sociología. Se llega así a descubrir la invariable jerarquía histórica y dogmática de las 337 seis ciencias fundamentales: la matemática, la astronomía, la física, la química, la biología y la sociología. Para Compte, la matemática siempre tuvo en su sangre el destino de constituirse como punto de partida exclusivo de toda ciencia, y la última no es más que la consecuencia inevitable de este movimiento; era el fin al cual se debía de llegar. La utilidad de esta cadena es determinar la marcha de la verdadera educación en medio de los prejuicios irracionales y de los viciosos hábitos propios de los primeros pasos del sistema científico (Compte 148: 1984). La ciencia que comenzó con la matemática, una vez que se fue haciendo de victorias parciales, hizo de todo acontecimiento objeto de estudio, incluso los fenómenos sociales donde poco a poco se comenzaban a reconocer tendencias. Para facilitar el uso de esta fórmula jerárquica se agrupan de dos en dos las ciencias, hasta reducirlas a tres parejas: una inicial, matemático-astronómica; otra final biológicosociológica, separadas y unidas por la pareja intermedia, físico-química. Lo interesante, y que muchos obvian de esta jerarquía es que aplica convenientemente a la ley inicial de los tres estados. Esto quiere decir que la díada encabezada por la matemática tiene soportado en su interior la fase teológica. Incluso algunos filósofos llegaron a creer que la matemática era la ciencia regalada por Dios. Su exactitud tiende a querer conformarlo todo en una única fórmula que dé cuenta de la totalidad del cosmos; es inductivista en sus pretensiones. El grupo físico-químico encaja con la metafísica. Ya hay una naturaleza dotada de leyes a la que es posible acceder por medio de la observación, que en este estadio es incipiente. Obviamente el positivismo hizo que esto se depurará. El conjunto biológico-social encaje con la pretensiones positivas, cuya misión es encontrar en las ciencias una función social y un ethos que posibilite la rápida absorción de las medidas sociales. Que la gubernamentalidad tome a los hombres en su acepción biológica, en relación con el medio y sus regularidades, confirma totalmente lo dicho por Compte y según este modelo, es una pretensión con la que la ciencia inicio. 15. Los programas de investigación científica. De acuerdo con la tesis que implemente: la de una historia como pasaje lineal donde una fuerza ha persistido al paso del tiempo y donde, además, esta fuerza debido a sus 338 mutaciones recrea el conocimiento que la sostiene pero sin transformar de fondo su estructura, me veo obligado a analizar las transformaciones que han tenido las formas de saberes que han venido adjuntas a los poderes que se han ejercido y, por lo tanto, establecer sus puntos de contacto y afinidad. La primera consideración que se extrae es que si han existido cambios en los saberes es que porque nunca se han considerado absolutos desde el comienzo. La pretensión de la libertad siempre ha estado arraigada, pero nunca con tanta potencia como ahora. Esto confirma la hipótesis de que los poderes siempre han estado comprometidos con el determinismo estructural, pues según una de sus principales reglas, la objetividad “en sí” no existe, y son sólo distinciones socialmente funcionales y, por añadidura, aptas para ejercerse mediante una forma de poder. También, por medio del análisis de Compte podemos decir que el ethos que se buscaba mediante el orden y el progreso siempre estuvo en sus venas, sólo que los frutos se dieron después de un constante riego intelectual y una tierra fértil propiciada por los acomodos y reacomodos de los juegos del poder. La historia humana como la historia por el juego de la conducción garante de la máxima libertad. Empero, ya casi para culminar esta investigación, la complementariedad del saber y del poder revelan al final la aporía más espectacular que se pueda imaginar. Por un lado, el poder necesita el juego de la libertad para que su recreación sea infinita: una historia sin comienzo y final, con un tiempo abierto y un espacio flexible. Su colega, el saber, por otro lado, para legitimarse y dar un golpe de ánimo a su comunidad ha tenido que investirse un objetivo: alcanzar algún día la meta de tener el conocimiento más puro. Que el último gran científico, el sucesor de Sir Isaac Newton, Stephen Hawking, se haya comprometido en vida a conjuntar en un todo coherente dos paradigmas contradictorios en sus fundamentos, pero bien cimentados científicamente: la relatividad y la cuántica, lo micro y la macro, es una prueba irrefutable de que la misión de la ciencia, al menos para mantenerse en vigencia, necesita postular un objetivo final. Como bien vimos, esto es un remanente de la esfera teológica, según Compte, o es un influjo necesario para su acción según Einstein. Lo importante es que estas dos: el poder y el saber no pueden desembarazarse uno del otro pero tampoco al final constituir una díada óptima y un matrimonio ideal ¿Por qué el saber necesita del poder? Como algunos científicos han 339 mencionado, muchas veces el quehacer científico no se sostiene por una coherencia interna impoluta, esto es su propia estructura interna (comúnmente conocidos como paradigmas), su parsimonia, sus impecables cálculos, etc., sino que a veces suelen ser factores exógenos los que las mantienen: política, cultura. Esto es entendible bajo el entendido de que nuestro conocimiento es sólo “objetivo”. Que el método me resulte una camisa de fuerza o de poder para mantener nuestro pensamiento en ciertos límites viene de esta explicación. Esta investigación se trata, por tanto, de obviar todas esas recomendaciones en forma de señalamientos que pretenden hacernos creer que hay un “método” cuando hemos visto que la ciencia cambia de lineamientos constantemente. Sabemos que aquello encumbrado como funcional, difícilmente puede extirparse, sobre todo cuando lo típico o tradicional es valerse de aquello como medio para conseguir tal fin o celebrar tal acto. Además, al hablar de una tradición, hablamos también de una afiliación cuantiosa en cuanto a individuos. De manera similar, en la práctica científica tenemos diversos campos a los que le pertenecen diversas matrices disciplinarias obcecadas con sus caminos. Tales cofradías se desgarran las vestiduras ante cualquier desviación metodológica y descartan cualquier clase de conocimiento alterno al ser considerado doxológico, obtuso e irracional. Sin embargo, en el fondo esta misma ciencia ha nacido ametodológica. Cuenta la leyenda que un buen día, un prócer con facultades de raciocinio superlativas vio de pronto leyes en la naturaleza al ser golpeado en la cabeza por un fruto caído de un árbol. Además, no es secreto que los mayores logros científicos han sido por serendipia o casualidad. Que claro, algunos de sus defensores argüirán inmediatamente que hubo un trabajo anterior a tal descubrimiento y que, por lo tanto, no se trata de un mero accidente, sino que esta orquestado por el mismo proceso que se ejecutaba. Pero cuando el proceso arranca en busca de algo específico y no encuentra eso que ha procurado sino que, saliéndose del protocolo, capta algo inesperado, entonces no podemos afirmar que se trata de un método eficaz. Menos aún, cuando la frecuencia en que presenta es sobrecogedora. Si esto es así en las llamadas ciencias duras, la cuestión agobia en las ciencias suaves. No digo que el proyecto científico este del todo fallido, la cuestión podría pasar por la forma en que se realiza y los efectos que trae consigo. 340 El enredo actual que se presenta en las ciencias sociales en el estudio de fenómenos abstractos, como el poder, a los que no les pertenece realidad directa o tangible, es el resultado de no haber tomado consciencia del origen que estos han tenido. Por el contrario, los equívocos que se han trazado se han seguido ciegamente como cánones metodológicos. Agamben por su parte dijo que si hemos tenido problemas para diferenciar el gobierno de la soberanía es porque Rousseau heredó a Occidente un esquema que negaba su origen. Además de que otros han seguido a autores como Aristóteles ciegamente sin reparar en que el primer motor conjuntaba dos modelos diferentes. La ciencia al emplear un método se casa con una única forma de acceder al mundo. Esto es igual a afirmar que el método que utiliza es infalible aunque sus resultados puedan ser extremadamente falaces. De acuerdo con Paul Feyerabend, la ciencia pide a sus adeptos alinearse a la condición de consistencia misma que exige que las nuevas hipótesis concuerden con las teorías aceptadas. Pero esto no es razonable porque favorece a la teoría más antigua, no la teoría mejor (18: 1986). Además, no hay que pensar que nuestras distinciones son infalibles, la condición de consistencia puede preservar los vicios inherentes al modelo. Andar en el sendero del conocimiento, quiere decir, transitar un largo viaje llevando a cuestas toda esa posible carga anómala sin esperanza de despojo. De esto da constancia la irremediable parálisis en la que se encuentran algunos términos por su presunta ambigüedad y vaguedad. Que no podamos definir bien al poder, que se supone que es lo que estudia en particular mi disciplina, va a cuenta de esto también. Seguimos caminos que se han proyectado a partir de la competencia de cientos de eruditos que nos son desconocidos, lo mismo que sus ideas, vidas, contextos, etc., ni que decir de la historia a la que accedemos por medio de los afamados aparatos ideológicos del estado y libros redactados mayoritariamente por flamantes próceres, aquellos que ocupaban los lugares suntuosos y superiores. Así que, como acto de fe, debemos seguir la estela dibujada por el acontecer científico. Es más, para hacer investigación ni siquiera tenemos que pormenorizar desde su origen, pues no hay tiempo para ello, basta con partir del estado de la cuestión. Resolver partir de un estado de la cuestión es acometer una práctica científica acompañada de vicios que nunca comprenderemos en su complejidad y que nunca aprehenderemos en su auténtica realidad. Esto es el coste a pagar por no tener 341 precauciones arqueológicas y genealógicas realmente precisas y por no cuestionar a las mismas. ¿Quiere decir esto que no existe un conocimiento genuino y qué, su progenitora, la gaya ciencia, es una embustera embaucadora que nos ha perdido en un laberinto? Tiene sin duda en nuestros días aplicabilidad suficiente para defenderla y poner nuestras esperanzas en ella. Aquí no me propongo decir que la ciencia no sirve, sino sólo revelar las aporías que tiene en conjunción con el poder ¿Podremos descartar como por decreto, que todo el conocimiento anterior es caso perdido? Así como algún día trato de hacer Hume, cuando expresó: Si tomamos en nuestras manos cualquier volumen de teología o de metafísica escolástica, por ejemplo, podemos preguntarnos: ¿contiene algún razonamiento experimental sobre temas fácticos y existenciales? Si la respuesta es un rotundo ¡no!, arrojémoslo entonces al fuego porque nada contendrá que no sean sofismas e ilusiones (Hume en Lakatos 5: 1989). La respuesta, aunque tardía a la pregunta ¿realmente podemos confiar en el razonamiento experimental, en la ciencia? es contundente. Lakatos dice: Tendríamos que definir el razonamiento experimental antes de comenzar la quema de libros humeante (ibíd.: 6). De igual modo, actualmente no hay que dinamitar aquella senda por las perturbaciones que la amedrentan; antes bien se nos pide que depositemos nuestra confianza en ella debido a que cuenta con criterios de honestidad científica imparciales e inmaculados que ponderan todo de acuerdo a la verdad (aunque yo sugeriría que el término adecuado es “verdad”). Parafraseando a Lakatos, todo aquello que no resista ese examen, será considerado mera conjetura, pseudo-ciencia pecaminosa; una herejía en el seno de la comunidad científica. Sólo así se garantiza, que el crecimiento de la ciencia no sea el crecimiento del caos. Sólo así, la ciencia no será una auténtica Babel en donde reine la confusión. Pero hay que decirlo, dichos criterios de honestidad científica no son tan estáticos como habrían de suponerse. A lo largo de su trayecto, la ciencia ha respondido a diversos estándares, a diversos parámetros que modifican la forma en la que se aplica y la manera en que se hace la ciencia. De acuerdo a Lakatos, podemos decir que esos criterios, en primer lugar, valoraban las instancias que confirmaban una teoría. No repasaré cada una de las formas en que se hacía ciencia y su criterio de verificabilidad, sino las más 342 trascendentales, y que por ello las toma Imre Lakatos en su libro “Los programas de investigación científica”. Para que una teoría fuese aceptada tenía que tener evidencia confirmadora que respaldará cualquier proposición o enunciado hecho. Como partidarios de esta primera forma tenemos a los justificacionistas. Para los justificacionistas aprender acerca de una nueva teoría es aprender cuanta evidencia confirmadora la apoya; nada se aprende de las teorías refutadas. En síntesis, el justificacionismo es la identificación del conocimiento con el conocimiento probado. La honestidad científica exigía que no se afirmara nada carente de prueba (Lakatos: 14-15: 1989). Su base empírica no estaba constituida por un conjunto restringido de proporciones fácticas al estilo de los empiristas clásicos, ni tampoco probaban sus proposiciones de manera extra-lógica como los intelectualistas clásicos. Preferían no recurrir a un cuerpo corroborador anteriormente formado de enunciados, ni a revelaciones o intuiciones; su corazón más bien estaba con lo que sus sentidos le suministraban, en un punto medio, justificaban el conocimiento por razonamiento o por experiencia. Es por eso que los «hechos sólidos» estaban constituidos por un razonamiento sólido aunado a un enunciado factual. El pensamiento coherente debía conjugarse a las impresiones obtenidas en la experiencia. La ciencia inicia como la forma a la que se puede acceder al mundo y a la realidad por estar configurada por regularidades que persistían al tiempo. El considerar a la realidad como base de su validez, da la idea de que en ella había impreso un orden. Este orden si bien no es providencial ya, si lo tiene como base. De ahí que podemos decir que el justificacionismo, en su seno, es inductivista. Parte siempre de un origen. El dispositivo de ley acompaña al justificacionismo. En segundo lugar, hallamos al falsacionismo dogmático, el cual como criterio de verdad sostenía la falibilidad de todas las teorías sin gradaciones; todas son igualmente falibles, pero retiene una base empírica infalible. Es estrictamente empirista sin ser inductivistas: niega que la certeza de la base empírica pueda ser transmitida a las teorías (Lakatos. 16: 1989), o lo que es lo mismo, aunque tengan una base empírica certera, esta certeza nunca la podrá enviar a sus extensiones. Sus axiomas son verdaderos pero sus proposiciones nunca, por eso su distintivo es caracterizar el acontecer científico como el acontecer conjetural. En este sentido la contra-evidencia empírica es el argumento a esgrimir si se 343 quiere pasar como ciencia. Las anomalías confirman que una teoría, enunciado observacional o hipótesis son científicas. Insistencia en las instancias refutadoras. Para el falsacionista naturalista una teoría es falsada por un enunciado observacional que entra en conflicto con ella (o que decide interpretar como si entrara en conflicto con ella) por estar en contra de su base empírica. La ciencia no puede probar ninguna teoría. Pero, aunque la ciencia no puede probar, sí que puede refutar (ibíd.) Tal es el criterio de demarcación que demanda el Popper47. La ciencia debe ser sintética, es decir, su negación no será contradictoria sino lógicamente posible (28: 1980). Un enunciado sintético es aquel que para determinar su valor de verdad requiere auxilio empírico, comprobación en la realidad. Ahora es fácil entender el criterio de demarcación popperiano, pues este autor llama problema de demarcación a un criterio que permita distinguir entre las ciencias empíricas, por un lado, y los sistemas metafísicos por otro (34: 1980). Como la teología y la metafísica proporcionan verdades absolutas pero de difícil comprobación por su desapego de la realidad, inaccesibles para todo aquel que intentará ponerla a prueba, se califican inmediatamente de sofismas, palabrería, charlatanería. Por eso su metodología esta desde este punto, carente de fin metametodológico. No sorprende que las demandas de Popper sean más modestas. No exigía un sistema científico susceptible de ser seleccionado de una vez y para siempre. A las claras su intención es alejarse de esos sistemas completos que para él pretenden abarcarlo todo sin ofrecer pruebas fehacientes más que las que se suministran por fe. Enfrentando enunciados sintéticos a los enunciados analíticos48 es como pretende aislarse, apartarse, de aquello que califica con desdén y que a su vista daña la empresa del conocimiento. Popper veía en la inducción el siguiente problema: “la verdad no puede ser puramente lógica, como una tautología o un enunciado analítico. Por tanto, el principio de inducción tiene que ser un enunciado sintético49” (28: 1980). El inductivismo se refiere a un origen. 47 En la terminología de Lakatos, estamos aludiendo al Popper-cero, o una etapa muy incipiente de este teórico. 48 En general, las proposiciones analíticas son aquellas cuyo valor de verdad puede ser determinado en virtud del significado de los términos involucrados. Un término remite al otro, y este a su vez vuelve al mismo punto y así se comprueba la verdad por redundancia. 49 Debido a que el falsacionismo dogmático postula su base empírica como sólida, el psicologismo no tendrá acceso a esa base, debido a que prestar demasiada atención a los factores 344 La ciencia inicia con el influjo de una providencia que imprime en todo un orden. La tautología que hay que enfrentar es que ese orden (providencia) es obra de un creador. Espero que puedan ver lo tautológico del asunto. Para contrastar con esto, la demarcación exige falsación, no verificación. La ciencia sólo es ciencia en la medida en que se puede refutar. Es inherente a sus parámetros la falibilidad. Dicho de otro modo: una teoría es «científica» si tiene una base empírica (Lakatos: 18: 1989). La constatación de un enunciado científico se daba de manera inversa respecto del justificacionismo. Los justificacionistas corroboraban por adecuación, mientras que para los falsacionistas naturalistas la tarea es corroboran por inadecuación. Por un lado, un enunciado es científico si se comprueba, por otro, es científico sino está en conformidad con su base. Por tanto, la honestidad científica consiste en especificar por adelantado un experimento tal que, si el resultado contradice la teoría, esta debe ser abandonada. (Lakatos: 17:1989). Para el dogmático la producción científica es aquella que está destinada al estancamiento, es decir, a generar condiciones de mínimo crecimiento hasta tender a cero. El trabajo del falsacionista dogmático a fuerza de salir del escepticismo justificacionista que conducía un callejón sin salida por el hecho de que no se podía ir más allá de un origen, decidió falsarlo todo, obteniendo sólo una base certera. Pero según me parece, ambas trabajan a partir de un origen. Para este falsacionismo las teorías no nos ayudan a acceder al conocimiento sino a despejar el camino de conocimiento pueril, hasta llegar a la base. Su proyecto científico no tiene que ver con dibujar un camino que lleve al conocimiento, sino en despejar de nuestra mente aquellas conjeturas, entelequias y quimeras que nos entregan a la lobreguez. Ellos no piensan a los hombres como tablas rasas inmaculadas sobre las que es posible calcar de forma impecable el conocimiento natural, más bien piensan en remover de ellas todo rastro de toda impureza. Una teoría es calificada como científica si es falsada por diez anomalías, -por decir algo-, pero una falsada por seis es aún más psicológicos termina por encaminarnos al problema en que terminaron los justificacionistas: el escepticismo. La base es liberada de argumentos extra-lógicos y de todo aquello que no necesite comprobación, como los enunciados analíticos, pues su comprobación consta de su constitución, está contenida en ellos mismos. 345 científica. La quintaesencia de la cientificidad sería una teoría que puede refutarse por una sola observación (Lakatos. 24: 1989). El fracaso atribuido a las anteriores formas de hacer ciencia parecía dar la razón a los escépticos: la ciencia no es sino especulación ociosa y no existe progreso en el conocimiento científico. Si la actividad científica iba a continuar necesitaba responder a una pregunta urgente: ¿Podemos salvar a la crítica científica del falibilismo? ¿Es posible contar con una teoría falibilista del progreso científico? En particular, si la práctica científica es falible, ¿sobre qué bases podemos eliminar una teoría? (ibíd.) El falibilismo natural comulgaba con las teorías del conocimiento activas o con la forma de pensar que sostiene que el conocimiento genuino es el resultado de la actividad de la naturaleza en una mente inerte. Empero, pensaban al hombre como el portador de una mente activa. De acuerdo con esto el hombre accedía a la visión no del mundo en sí, sino del «mundo», aquel moldeado y sazonado con nuestras emociones y expectativas. Distorsión de la realidad era el producto de una mente activa, luego entonces, cualquier postulado o enunciado emanado de dicha mente es falible. Para Kant somos prisioneros de nuestros «marcos conceptuales» a perpetuidad. Sus seguidores, los pesimistas, argumentaban que el mundo real será incognoscible, hágase el esfuerzo que sea, no variará el resultado. Para los optimistas, nuestros marcos conceptuales se ajustan al mundo por obra divina: Dios los creo de tal forma que coinciden. El falsacionismo natural, como su nombre lo indica, a pesar de su esfuerzo, no puede salir de la fase inductiva, y por lo tanto, su acción se manifiesta en el incipiente traslado del ámbito teológico al metafísico. Se comienza a vislumbrar una serie de prescripciones que se deben atender para considerar a un enunciado científico por lo que su acción puede manifestarse en los mecanismos disciplinarios, pero aun no del todo. No tardó en surgir la idea del activismo revolucionario. Si nosotros creamos nuestros propios marcos conceptuales con el trabajo de nuestra mente, mediante la crítica podemos destruirlos. Pero esto sólo retrotrae el mismo problema, pues si nuestras concepciones del mundo sólo son «del mundo», nuestras críticas, por añadidura, serán etéreas, superfluas, de «ese mundo». Nada aportan, a menos de que quisiéramos construir un vociferante pandemonio. El problema es evidente: se necesita dosificar la crítica, no su anulación 346 pues también se le estima. Aparatos o técnicas de contención que poco a poco la promuevan o que poco a poco la frenan. Por decisión metodológica, a favor de la salud científica, el convencionalismo dicto que: tras un período considerable de éxito empírico inicial, los científicos pueden decidir no permitir que la teoría sea refutada. Una vez adoptada esta decisión, solucionan (o disuelven) las anomalías aparentes mediante hipótesis auxiliares u otras «estratagemas convencionalistas» (Lakatos: 25:1989) A esto se le conoce como convencionalismo conservador. 50 Sin embargo, había partidarios que sugerían criterios más objetivos, tal como una base empírica que tuviera más que convencionalismos acudidos para restauran con celeridad aquello que se desmoronaba. Fue entonces cuando desde lo aposentos del circulo de Viena, un centelleante filosofo de la ciencia –que ya se integraba, ya se desafiliaba por sus críticas- propuso el falsacionismo metodológico 51. Nuevamente hablo de Popper, pero ahora en su versión uno, o al menos así lo identifica Lakatos en el seminario de Bedford College de 1964. El falsacionismo metodológico de Popper es a la vez convencionalista y falsacionista, pero «difiere de los convencionalistas (conservadores) al defender que los enunciados aceptados por acuerdo no son espaciotemporalmente universales, sino espaciotemporalmente singulares» y difiere del falsacionista dogmático al mantener que el valor de verdad de tales enunciados no puede ser probado por los hechos, sino que, en algunos casos, puede decidirse por acuerdo (Lakatos: 26: 1989). Ya no es sólo un ensayo prueba-error sin cesar hasta coincidir con la base empírica natural, sino que se reconoce esta práctica en una base empírica convenida, una base que bien podría ser una prisión que repele mejores explicaciones. Este convencionalismo revolucionario protege por fiat (mandato/ consentimiento) aquellos enunciados que, auxiliados por técnicas experimentales en boga y moda, ofrecen a cualquier iniciado la aceptabilidad del mismo enunciado. Además, también reconoce 50 Para Lakatos hay problemas latentes en el convencionalismo conservador. Una vez tomada la decisión metodológica es difícil salir de nuestra prisión autoimpuesta una vez concluido el período inicial de ensayo y error. En otras palabras, el poder de la evidencia empírica disminuye. En un inicio es contundente, pero después sólo tiene el poder para refutar teorías jóvenes o prematuras. 51 Este Popper cuyos escritos salieron en las publicaciones del circulo de Viena, son de los años de 1920, por lo que se refieren a la Lógica de la investigación científica. El Popper cero, así como el uno, están integrados en este escrito al parecer. 347 que en estas técnicas experimentales relevantes están introducidas concepciones falibles. En última instancia, propone que la base empírica es tendencialmente falible y aquellas técnicas que utiliza para falsarlas son igual de desconfiables. La desconfianza en los falsadores de las teorías adviene de dos flancos: en primer lugar, aquella técnica utilizada como falsador de una la teoría es igualmente producto de una convención, resultado del trabajo de una comunidad científica. En segundo lugar, esa falsación se da por mediación de dispositivos o instrumentos elaborados para tal cometido –incluso un falsador puede ser un cálculo matemático fuertemente contrastado-, mismos que se piensan como extensiones de nosotros, pues por medio de ellos falsamos. Tenemos entonces que ya no sólo no «observamos», sino que, al hacerlo por intercesión instrumental, ««observamos»». Este fenómeno de observación de segundo grado es intrínseco de una práctica que en primer término se alejó del conocimiento en sí, y ahora trata de separar su «conocimiento» que es convenido (consensuado) de los argumentos doxológicos o ««conocimiento»» vulgar no aprobado, no convenido. La lista de estas técnicas experimentales falsadoras va desde repetir el experimento (cuántas veces es un asunto convencional) de modo que se fortifica al falsador potencial mediante una «hipótesis falsadora muy corroborada» (Lakatos: 28: 1989), hasta aquellos métodos sumamente sofisticados que implican una cualificación amplia. Y recalco, es a los científicos a quienes les pertenece el veredicto que postula y estipula dichos métodos de falsación. De este modo establece su «base empírica» el falsacionista metodológico. Esta «base» difícilmente puede ser llamada base de acuerdo con criterios justificacionistas; en ella no hay nada probado: se trata de unos «cimientos de arena». Ciertamente si esta «base empírica» entra en conflicto con una teoría, puede decirse que la teoría está «falsada», pero no en el sentido de haberse probado su falsedad. La «falsación» metodológica es muy diferente de la falsación dogmática (ibíd.). El falsacionismo metodológico efectúa una gran innovación: separa el rechazo de la refutación, concepciones que habían permanecido hasta entonces unidas. Proponiendo de esta manera, según Lakatos, un nuevo criterio de demarcación: una teoría es «científica» (o «aceptable») si tiene una «base empírica». En otras palabras, una teoría es científica si en su génesis hay por los menos dos decisiones metodológicas: 1ra) los enunciados básicos o su base son fruto de una convención –decisión- proveniente de una comunidad científica 348 que considera su «conocimiento» como asequible a un espacio-tiempo singular y, 2da) la selección de los falsadores o técnicas experimentales hechas por consenso dentro de la comunidad científica. Concretamente, la segunda decisión tiene que ver con la autoselección de las técnicas e instrumentos «falsadores». Puede haber una tercera decisión, la cual brinda el status de científica a las teorías probabilísticas. Por probabilidad entendemos un grado de certidumbre asociado a un evento ulterior, expresado regularmente con un número que va del 0 al 1. Aquí es donde se encuentra la complicación pues cuando la probabilidad no es 1; cuando no hay certeza, va a existir un rango de posibles resultados que reciben el nombre de espacio muestral Ω (Montes Suay: 1: 2007). Si no se presenta el resultado (ω) esperado, no por esto es susceptible de ser falsada la teoría, pues en las mismas condiciones puede o no presentarse tal fenómeno. Por eso son conocidos como fenómenos aleatorios, pues los resultados variarán en condiciones estables. A partir de esto, los científicos pueden especificar ciertas reglas para el rechazo que convierten a la evidencia estadísticamente interpretada en «inconsistente» con la teoría probabilística (Lakatos: 30: 1989). La parametrización o hacer constante un criterio para diferenciar entre clases (Morlino: 92: 2014) puede ser la solución que se busca. Procediendo de esta manera pueden controlar el impacto del resultado y no darles una probabilidad dentro del campo espectral idéntica a los posibles resultados, para así hacer posible la «falsación». Si se fija un parámetro o límite a los casos, puede ser que la constancia que presente el fenómeno esperado sea mayoritaria a los otros resultados posibles y así, podemos presumir su cientificidad, pues fue «significativo» bajo condiciones controladas. Me entrego a esta firme convicción pues Lakatos dice que: “ni siquiera estas tres decisiones son suficientes para que podamos «falsar» una teoría incapaz de explicar nada «observable» a menos que nos asistamos de una cláusula ceteris-paribus (30.1989)”. La forma correcta de interpretar la cláusula ceteris-paribus cuando se entromete con la estadística es la siguiente: afirmación acerca de lo que ocurre en la mayoría de los casos más bien que respecto a lo que ocurre en todos los casos (Mäki: 9. 2003), y añado, en una muestra prestablecida. Generalmente al método se le conoce por mantener constantes todas las variables de una situación, menos aquella cuya influencia se desea estudiar. En 349 este caso se tiene noción de que existen otros resultados igualmente probables. Con el límite fijado pueden variar las probabilidades de cada uno, a continuación, se procede a contrastar cada uno por separado. Si muchos de ellos quedan refutados quedando el porcentaje mayoritario para el fenómeno previsto, la cláusula ceteris-paribus se considerará como corroborada. La cuarta decisión metodológica, después del límite imaginario (parametrización) que se fijó para la contrastación, se acepta el valor imaginario mayoritario que designa la «cientificidad» de la probabilidad. En otras palabras, como la falsación estadísticamente hablando es imposible, es necesario fijar un parámetro artificial que brinde la posibilidad de «falsar» o «corroborar» una vez adoptada la tercera decisión. La base empírica en estudios o análisis probabilístico es inexistente. La «base empírica» es consumada mediante los procesos volátiles que acabamos de describir. Procediendo de idéntica manera con las decisiones metodológicas anteriores, se puede salvar un poco el problema de como entregar confianza a una metodología que pretende «interpretar las leyes naturales o las teorías como... enunciados que son parcialmente decidibles; esto es que por razones lógicas no son verificables, pero que, de modo asimétrico, son falsables», es decir, si estamos navegando en conocimiento que no puede ser verdadero en sí, porque pensamos que podemos falsar las teorías. (Lakatos: 39: 1989). Sin la cláusula ceteris-paribus que contrasta los fenómenos posibles de un espacio espectral con un límite fijado, no tendría la metodología científica la propiedad de otorgar algo de confianza a su sistema formalizado-consensuado, pues no habría métodos efectivos para hacerlo decidible. Puede también existir una quinta decisión, la cual traería la posibilidad de obviar incluso teorías «sintácticamente metafísicas», esto es, teorías que, como los enunciados todosalgunos» o los puramente existenciales no pueden tener «falsadores potenciales» espaciotemporalmente singulares debido a su forma lógica (Lakatos: 41: 1989). Sin embargo, estas decisiones pueden extraviarnos de forma catastrófica. El falsacionista metodológico es el primero en admitir esto. Pero, según él, tal es el precio que debemos pagar por la posibilidad de progresar. Debemos apreciar la actitud osada de nuestro falsacionista metodológico carente de dogmas, que sin poder consolidarse en un lugar 350 estable se siente como un héroe al afrontar alternativas catastróficas y, valiéndose de su repertorio metodológico elige la que es menos peor, depositando confianza en sus cálculos y los enunciados observacionales reforzados52. Así, el falsacionista metodológico no elimina toda teoría por alguna anomalía u enunciado observacional que presente inadecuación, solo lo hará una vez que mediante sus decisiones metodológicas sopese entre alternativas y decida qué camino adoptar según las necesidades espaciotemporales singulares. 53 Lakatos no permanece indiferente ante esta decisión metodológica. A las claras se aprecia que es un precio muy alto el que se tiene que pagar. Sobre todo, cuando las decisiones metodológicas no dicen nada de los eventos fácticos. Una proposición sólo puede ser derivada a partir de otra proposición; no a partir de los hechos; lo mismo vale para las decisiones metodológicas, estas derivan de otras decisiones basadas en criterios espaciotemporales singulares auxiliados por cálculos y comprensiones hasta ese punto pertinentes. Esta es una cuestión básica de lógica elemental, pero relativamente pocos la comprenden incluso hoy en día (Lakatos 26). Además, cuando una teoría es «falsada», aunque su valor de verdad en sí no se desmiente (pues todavía puede ser verdad) metodológicamente la decisión resulta concluyente. Concluyente en el sentido de que no se trabaja con ella, ¿puede ser cierta?, ¡quizá!, pero a nadie le importa mientras no se adapte o no acate los requerimientos metodológicamente seleccionados. Al científico iniciado o a aquellos animados por su afán de conocer, les queda simplemente inquirir de los enunciados espaciotemporalmente singulares, establecidos por técnicas adyacentes a esta práctica para «conocer». De ahora en adelante al hombre de ciencia no le importa el conocimiento en sí, sino apegarse a los estándares funcionales. Le quita el sueño aprender 52 La repetición de un experimento o demostración de un cálculo n número de veces confiere status de “aceptabilidad” o “falsacion” a un sistema teórico, siempre y cuando las decisiones metodológicas se encuentren operando y sea fácil categorizar la teoría. 53 En primer lugar, debemos recordar el descubrimiento metodológico de los convencionalistas según el cual ningún resultado experimental es capaz de matar a una teoría; cualquier teoría puede ser salvada de los contraejemplos bien mediante algunas hipótesis auxiliares o mediante las adecuadas reinterpretaciones de sus términos. Los falsacionistas ingenuos solucionaron este problema relegando (en los contextos cruciales) las hipótesis auxiliares al terreno del conocimiento fundamental no problemático 351 a aplicar aquellos métodos o reglas que se le exigen, no el develar los misterios de la existencia. De la excesiva regulación del falsacionismo metodológico se deriva que a ella están adscritas muchas prescripciones. Esto es signo de un mecanismo disciplinario y un estadio positivo incipiente. Hay un último Popper que sofisticó sus entendimientos. In extenso, propone que una teoría que pretenda ser llamada científica debe de conseguir un excedente empírico, esto es ir más allá que las teorías predecesoras, explicar un poco más. Pero ese excedente puede ser, en primera instancia, sólo lógico-matemático «aceptabilidad1», para luego así pasar a corroborarlo empíricamente «aceptabilidad2»54. Lo realmente novedoso, es que no hay un tiempo definido para la comprobación factual. Si una teoría espera algún fenómeno informado por calculo lógico, lo podrá esperar por tiempo indefinido, si y solo sí, cubrió el contenido no refutado de sus predecesoras o rivales. Esta nueva forma de hacer ciencia hace hincapié en que las teorías o proposiciones fácticas siempre pueden ser reconciliadas con la ayuda de hipótesis auxiliares (Lakatos: 48). De acuerdo con esto, en condiciones rigurosas y bien especificadas, salvar una teoría con hipótesis auxiliares55 equivale al progreso científico. Estas condiciones exigen adecuación al conocimiento ya existente. Peyorativamente, Popper las identifica como “hipótesis ad hoc” o “estratagemas convencionalistas” 56. Como consecuencia, la evaluación a realizar no recae sobre una teoría aislada, sino sobre series de teorías, o teorías que comprenden y contienen a las predecesoras. Una hipótesis auxiliar “corroborada” pasa al conocimiento no problemático de la teoría ensanchando el núcleo 54 Por eso una serie de teorías teóricamente progresivas, también lo son en sentido empírico (Lakatos: 49). 55 El falsacionismo metodológico heredo de los convencionalistas la capacidad de no eliminar todo por anomalías observacionales, tal como anteriormente lo hacia el falsacionismo dogmático. Sin embargo, se separa de laos convencionalistas al descartar la teoría por un refuerzo una vez fijados ciertos parámetros derivados de sus convenciones o decisiones. Así mientras en el convencionalismo existían decisiones que nunca eliminaban teorías en competencia en un campo desordenado de teorías existentes, el falsacionismo metodológico sofisticado exige que, para evitar la barbarie científica, es mejor que las teorías en competencia expliquen lo mismo, y que vayan más allá. 56 Precisamente por la falta de criterios que contengan la existencia de múltiples teorías rivales en el desorden y caos. 352 de la misma, a su vez, otra hipótesis auxiliar aparece para hacer frente a las nuevas anomalías, y así sucesivamente, cláusula tras cláusula, amalgama tras amalgama, lo cual da forma a las series. Para este último Popper, las clausulas auxiliares son nuevas teorías o hipótesis que tratan de explicar el estado de la cuestión científica actual, pero con la ambición de adelantar la empresa científica. Esto tiene varios efectos, 1) pueden aparecer nuevas hipótesis auxiliares sólo a condición de demostrar el conocimiento anterior, 2) esto hace que la proliferación de hipótesis auxiliares o generales sea contenida hasta cierto punto, 3) la contienda entre estas hace posible la falsación cuando otra la supera en tanto mayor contenido corroborado y, 4) antes de producirse la falsación, las cláusulas e hipótesis conviven en un mismo espacio tratando de comprobar lo que sus cálculos han informado. De producirse la corroboración de una hipótesis ad hoc frente a otra, se integra al núcleo teórico no problemático, la otra se falsa. De tal forma, el nuevo empuje popperiano enfrenta las osadas decisiones del falsacionismo metodológico de una forma menos indiferente. Regala un poco más de tiempo en el proceso de falsación y legitima el conocimiento científico. Si los hombres se encontraban escépticos ante la ciencia principalmente porque parecían sospechosas ciertas decisiones metodológicas aprobadas por la comunidad científica (si es que se tuvo conciencia de esto alguna vez), aquí estaba el aliciente. Un proceso menos arbitrario de eliminación, pero diseñado para actuar enclaustrado entre las decisiones metodológicas. Un hecho dado se explica científicamente sólo cuando otro hecho nuevo queda explicado además del primero (Lakatos: 50). No importa si la evidencia experimental es contundente y significativa, si otra teoría explica lo mismo, pero sobrepasando, será mejor, siempre y cuando este comprometida con las cláusulas metodológicas. Ningún enunciado observacional per se o hipótesis falsadora puede falsar, eso sólo es competencia de las series. Es una invitación clara a no derrumbar, sino a contribuir. Es un “no critiques si no tienes nada que ofrecer”. La crítica es más difícil, imposible de acceder a ella si no partes desde su génesis y la envías más allá, se la contiene apelando a su carácter histórico. Cuando un análisis experimental arroje contra-evidencia nada se puede hacer con eso, está aislada, no conoce su historia; la contra-evidencia o 353 experimentos cruciales sólo pueden reconocerse bajo el abrazo de una teoría superadora. Lo que es lo mismo, ya no importan en sí mismas las instancias refutadoras, de lo cual sigue que la ciencia puede avanzar sin las mismas. El crecimiento no se dará por negación teórica. El progreso científico se pueda dar mediante una teoría nueva que acopló en un seno una hipótesis auxiliar que la remontaba. El progreso ya no requiere de la falsación rapaz y sin tregua, depende más bien de la proliferación controlada de las hipótesis auxiliares y teorías que aporten a la causa. Sin embargo, el problema de la base empírica nunca se afrontó, sino sólo el problema de hacer a la «base empírica» más sofisticada. Debido a las precauciones tomadas, es evidente que las decisiones metodológicas se modifican. En lo que respecta a la cuarta decisión podemos de hablar de una eliminación por redundancia, pues ya no es necesario fijar un límite o un parámetro que dé cuenta de la corroboración o falsación de una teoría o clausula, pues como ya se argumentó, ningún experimento crucial por recalcitrante o vehemente que sea puede por sí sólo hacer algo. Hablando de la quinta decisión, estas ya no se despachan de un plumazo por considerarlas meramente lógicas o sintácticamente metafísicas. Se pueden retener si acrecientan el contenido explicando casos problemáticos en tanto hipótesis auxiliares anejas a una serie teórica. Vale lo mismo decir que, si una teoría cualquiera es contendida por una sintácticamente metafísica, corroborando los hechos y esperando otros, se considerará como metafísica valiosa. La entrada en conflicto con una teoría bien corroborada no la descarta, a menos de que a la larga produzca un cambio regresivo y haya una teoría metafísica superior (Lakatos: 59). Si se sugiere que se descarta la metafísica por otra de similares condiciones, se entiende que es interesante su existencia para el progreso de la ciencia. Ya no se les considera como hechas de un lenguaje ajeno a la ciencia, antes bien, ahora se pueden vincular con la realidad que la ciencia intenta explicar. Y esto es precisamente porque la ciencia ya no estudia la realidad a partir de la base empírica, sino que parte de la «base empírica», esto es, que su acción ya no se encuentra sustentado por el criterio de aceptabilidad 2 arriba señalado, sino que la mayoría de las veces se encuentra en la navegando en la aceptabilidad 1. Andar en el mundo lógico es similar a andar en el tercer mundo platónico. Por eso ahora pueden convivir bien las metafísicas. 354 Las decisiones primera, segunda y tercera no pueden ser borradas, pues es importante para el progreso establecer criterios sobre el valor de la verdad de los enunciados observacionales (cláusula 2). La honestidad científica ha hecho que en este punto se pregunten: ¿En verdad hay precisión cuando manifestamos el carácter no problemático de un «enunciado básico»? ¿Habrá fundamentos para defender una «teoría falsada»? Bueno, esta metodología sofisticada propone un procedimiento de apelación para reducir un tanto la arbitrariedad. La función de este tribunal no es verificar el veredicto del experimentador, para así desechar o apoyar cierta teoría. El interés apunta a la teoría interpretativa que propone el valor de la verdad (Lakatos: 60), pero como las interpretaciones están sujetas al estado de conocimiento actual, no se eliminan las teorías, sino más bien se reservan para futuras revisiones a la luz de nuevas luces teóricas, instrumentos, hallazgos etc. El acento ahora consiste en cómo reparar una inconsistencia entre la «teoría explicativa» que se contrasta y las teorías «interpretativas» (Lakatos: 62). En su manía por contribuir, en su invitación a ayudar, por fiat se ha establecido que, si una teoría explicativa no armoniza con una teoría interpretativa, o lo que es lo mismo, si una teoría explicaba una realidad restringiendo o esperando determinados hechos, pero no se presentan, una nueva interpretación o clausula puede surgir, reparando las inconsistencias entre ambas o reconstruyendo y mejorando la articulación lógico deductiva o suministrando nuevos hechos 57. Cuando una teoría interpretativa es integrada de mejor manera a la explicativa, sustituyendo las partes incongruentes, tenemos la serie teórica. La lección que se extrae, es que los experimentos no destruyen simplemente a las teorías y que ninguna teoría prohíbe unos fenómenos especificables por adelantado (Lakatos: 63), además que los elementos inconsistentes son intercambiables según el conocimiento actual, lo cual vale para todos los elementos, hasta la misma «base». Lakatos lamenta que, aunque se ha postergado el proceso de falsación con esta metodología, inevitablemente en un momento determinado tiene que tomarse la decisión de aceptación o rechazo; la decisión temeraria parece sólo haberse pospuesto. La libertad que necesita el progreso y 57 En palabras de Lakatos el problema es: decidir qué teoría vamos a considerar como teoría interpretativa suministradora de los hechos sólidos, y cuál como teoría explicativa que los explica tentativamente. 355 el mecanismo de seguridad, todavía está más restringida de lo que se necesita. La metodología sofisticada de Popper coquetea con el progreso y el mecanismo de gubernamentalidad, pero todavía debe aliviar algunas restricciones para lograrse instalar completamente. A partir de aquí Lakatos bosqueja lo que para él es la metodología de los programas de investigación científica. Retiene vehementemente las series de teorías científicas y su lógica concomitante: el crecimiento en cambios progresivos o su contraparte regresiva. La continuidad es la clave y, es que la ciencia, según entiendo a Lakatos, para serla, tiene que estar en constante continuidad. Una continuidad sostenida por reglas metodológicas. El corazón de la ciencia, actualmente son las reglas. Ellas señalan las rutas de investigación que deben seguirse (heurística positiva) y aquellas con las que es mejor no entrometerse (heurística negativa)58. Con la novedad de que no piensa están reglas como aludiendo a la ciencia como un todo, sino a programas de investigación particulares. Cada serie teórica que cubra los requerimientos demandados: progreso teórico o progreso empírico con sus nuevas expectativas, tendrá su par heurístico, asegurando que ulteriormente aumente su contenido de forma consistente. Esto es considerar a un programa de investigación como un programa de investigación con cambio empírico intermitentemente59 progresivo (Lakatos: 67). Todo programa de investigación científica tiene un «núcleo firme» 60, ese núcleo firme estará cercado. La cerca es la heurística negativa y decíamos que no hay que meterse con ella porque resulta muy contestataria. Se conforma por hipótesis auxiliares, ejemplos corroboradores etc., que evitarán a como dé lugar la temida modus tollens, y cualquier anomalía o contraejemplo que le venga mal al programa. Para esto será ajustado, 58 Según Popper, luego secundado por Lakatos, tales reglas pueden ser consideradas como principios metafísicos. Si se entendió lo que esto quiere decir, se comprenderá que son principios que no se pueden falsar o refutar, o que en su defecto carece de falsador potencial (Lakatos: 65). 59 Recalcar que no importa que el paso no produzca inmediatamente un hecho observado. Esto ya debió de haber quedado claro. Si la teoría lo espera, es suficiente para avanzar y continuar con el programa, buscando observar el hecho y así sucesivamente. 60 Las viñetas ironizan la firmeza de ese núcleo. Claro no puede ser destruido, por fiat se ha decretado. Sin embargo, es difícil sostener su veracidad. 356 reajustado o completamente sustituido 61, es decir, muy raras veces se registran cambios en el centro, aunque puede existir el caso; si regularmente en la cláusulas auxiliares. Esta heurística negativa o este conjunto de hipótesis auxiliares, habrán demostrado su “temple” si no permiten que las «refutaciones» transmitan la falsedad al núcleo firme, mientras aumenta el contenido empírico corroborado del cinturón protector de hipótesis auxiliares. No obstante, cuando la generación de hipótesis auxiliares no anticipa nada y esto durante un tiempo prolongado, es necesario el abandono de dicho programa. Tomando en cuenta las especificaciones del abandono de los programas de investigación seriales, tenemos que hacer conciencia de que no es el mar de anomalías lo que produce su cesión, sino su incapacidad de prever eventos. Por lo que, dicho programa puede navegar entre anomalías, contraejemplos o puzzles, si cuenta con un protocolo preconcebido que se dicta con independencia de las anomalías conocidas. Este protocolo es la heurística positiva y consta de un conjunto estructurado de pasos y pistas de cómo desarrollar el cinturón protector refutable (Lakatos: 68). Esta es una guía que indica a los científicos cómo y hacia dónde dirigir sus esfuerzos a fin de que no se pierdan dentro del caos teórico que representan todas esas inconsistencias recalcitrantes. El científico iniciado, de ahora en adelante, es aquel sujeto 62 que crea y recrea modelos hasta agotar las posibilidades tanto de su conocimiento, de su comunidad como del estado tecnológico actual. La situación irremediablemente es así cuando se trata de modelos, y es que por definición son condiciones iniciales, en conjunto con teorías observacionales de las que se sabe deben ser sustituidas en el desarrollo ulterior del programa e incluso como debe ser sustituido (Lakatos: 70). Debido a que el modelo sigue guiando, no hay interés en las anomalías, según esto, el mismo modelo las predice, por lo que centrarse en ellas es tiempo muerto. Las perturbaciones se ignoran bajo el supuesto de que el modelo, en determinado tiempo, puede explicarlos como efecto colateral al seguir avanzando en su 61 De lo que se sigue que puede haber cambios en las condiciones iniciales. El auténtico centro firme del programa realmente no nace ya dotado de toda su fuerza como Atenea de la cabeza de Zeus. Se desarrolla lentamente mediante un proceso largo, preliminar, de ensayos y errores (Lakatos: 67) 62 Sujeto en tanto que esta sujetado a una serie de normas o dispositivos que encaminan su obrar. 357 camino, o en el peor de los casos, bajo la premisa de que no son útiles en ningún sentido como herramienta metodológica. Para quien no se dio cuenta, la originalidad de esta metodología es considerar al modelo como la anomalía que hay que remediar. De tal forma que la verificación de la serie teórica auspiciada por su respectiva clausula auxiliar, esto es (n+1), es la refutación de “n”, donde por “n” entendemos la serie anterior. Las anomalías en el sentido anterior, dejan de tener importancia, la anomalía en su nueva concepción viene a ser el modelo que lo guía. Increíblemente esto explica en la metodología de los programas de investigación científica la autonomía relativa de la ciencia teórica. El iniciado en cierta matriz disciplinaria es trasladado de la realidad al umbral del razonamiento lógico-matemático para navegar ahí constantemente. En el mundo de las ideas y de la lógica se pueden encontrar premisas que adelanten al programa, y una vez instalados ahí, pueden seguir sin freno aparente adicionando más excedente empírico de la clase uno. Claro que es urgente la corroboración factual, sino pregunten a la comunidad científica del CERN que trata de observar, por ejemplo, partículas esperadas de acuerdo a los cálculos, como el gravitón. Pero esa preocupación disminuye en un mundo donde la comprobación empírica del exceso escasea y la abundancia excesiva de teorías e hipótesis es permitida precisamente por sus exigencias: ir más allá de lo ya establecido. Sin duda podemos ver que la forma en que se desarrolla el curso de la ciencia no se corresponde con la pauta popperiana de conjeturas y refutaciones, esto es, la pauta de ensayo-mediante-hipótesis seguida de error-descubierto-por-experimentación. (Lakatos 94). No hay tal esquema mecanicista que permita desarrollar la ciencia de manera universal, no hay dicho camino. Quien crea que hay una serie de pasos definidos a priori con los cuales se hace “la ciencia”, es un justificacionista que no ha tomado cuenta de los vicios que esto conlleva. La historia de la ciencia ha mostrado que sus “avances” no se dan según el modelo predeterminado acatando fielmente la metodología hasta ese momento seguida. Si se observa retrospectivamente, se tomará conciencia de que algunos cambios importantes han sido llevados a cabo por programas de investigación científica injertados, esto es que eran claramente inconsistentes, como pertenecientes a otro cuerpo. La coexistencia puede comenzar incluso como hipótesis auxiliar dispuesta para hacer 358 frente a anomalías, pero la simbiosis puede hacerse competitiva si surge un aparato teórico (de la hipótesis) que consideré muy insensato al programa del que ahora se trata de desprenderse y sustituir 63. Con relación a los programas injertados (él observa) que hay dos posiciones extremas: 1) la posición conservadora consiste en frenar al programa emergente hasta que se solucione la inadecuación con el programa predecesor, en términos precisamente de este. El nuevo programa explicado en términos del antiguo. El máximo exponente de esta modalidad es Sir Isaac Newton.64 2) La posición anarquista tiene que ver sobre andar sobre fundamentos temporalmente inconsistentes y fue adoptada por Albert Einstein. Básicamente ignora el caos fundamental sobre el que construye 65. De acuerdo con esto, un injerto o intruso del programa de investigación puede alcanzar su independencia si concibe un plan que remonte a su recipiente. Por lo que nuevos programas tienen oportunidad de demostrar su poder heurístico, y en primera instancia, de emerger en un contexto donde existen programas de investigación encumbrados. La emergencia no se da según principios psicológicos, a semejanza del pánico extendido kuhniano 66, o como consecuencia lógica del otro programa. Emerge como programa que va, por tiempo indefinido, a explicar el universo, a remodelarse según la situacion le demande, a buscar ingeniosamente hipótesis que la auxilien, a encontrar casos “corroboradores” y seguir proponiendo otros en función de ciertos requisitos. 63 Lakatos ilustra lo anterior con el siguiente ejemplo: existía una malformación en la arquitectura de la teoría, porque el átomo de Bohr se asentaba como una torre barroca sobre la base gótica de la electrodinámica clásica (78). 64 La mecánica clásica de Newton estada injertada en la a mecánica cartesiana del empuje, inconsistente con la teoría newtoniana de la gravitación. Newton trabajó en su heurística positiva (con éxito) y en un programa reduccionista (sin éxito) (Lakatos: 80), o lo que es lo mismo, a pesar de sus esfuerzos por conciliar al programa progenitor con el nuevo, no lo consiguió. 65 A partir de la nueva teoría cuántica, posterior a 1925, resultó dominante la posición «anarquista», y la física cuántica moderna, en la «interpretación de Copenhague», se convirtió en uno de los principales portaestandartes del oscurantismo filosófico. Esto originó una derrota de la razón en el seno de la física moderna y un culto anarquista al caos inexplicable. Einstein protestó; «La filosofía (¿o religión?) tranquilizadora de Heisenberg y Bohr está tan cuidadosamente creada que por el momento suministra una cómoda almohada para el creyente auténtico» (Lakatos: 81) Esto es que están tan bien creadas que todo creyente en la ciencia debe quedar satisfecho. 66 La heurística positiva aminora la crisis en cierta medida, al tener un plan preconcebido de hacia dónde dirigirse o que hacer. De acuerdo con esto es fácil notar que la “crisis” solo es un miedo irracional. 359 Otra moraleja que nos deja la historia de la ciencia, es que la consideración de un experimento como «crucial» depende de la clase de conflicto teórico en que está involucrado. Conforme las suertes de los contendientes aumentan o se desvanecen, puede cambiar la interpretación y la evaluación del experimento. Sin embargo, nuestro folklore científico está repleto de teorías acerca de la racionalidad instantánea. (Lakatos: 115). Stricto sensu no existen ni existirá un experimento crucial, ese que pueda destruir a otro programa instantáneamente por mostrar “evidencia”67. Un caso paradigmático 8si se me permite la expresión) que ejemplifica esto es el de Bohr, quien ante experimentos supuestamente corroboradores de adversarios, no quedó muy impresionado por la «autoridad» de los físicos experimentales. No puso en duda su «precisión experimental» o la «fiabilidad de sus observaciones» sino que atacó su teoría observacional (Lakatos: 85). Y así como no hay experimentos que causen el cisma teórico, tampoco debe existir una preocupación vehemente por los «datos disponibles», pues bien, se le podrían aplicar las mismas condiciones y podría resultar una pérdida de tiempo. En cualquier caso, la heurística positiva del programa lo impulsa hacia adelante. Pero se preguntarán, ¿adelante con respecto de qué? Con respecto de su plan, con respecto de sus directrices. Por supuesto, no es que hayan sido establecidos de una vez por todas. Pueden ir sufriendo alteraciones, pero estas alteraciones obedecen a un principio de consistencia, es decir, su conjunción es permitida según un modelo donde la interpretación de sus enunciados descriptivos resulte cierta (Lakatos: 78). No obstante, se debe de entender que la consistencia es sólo es en razón de su propio modelo, no según los modelos de otros programas rivales. Y deberá seguir así, hasta que se alcance el modelo superlativo, tal como el modelo que hoy día trata de conjuntar a la relatividad y a la física cuántica. De igual forma, en estos momentos, resulta imposible hablar de una razón en sí misma no al menos en el estado actual de la ciencia-, así como no hay una base empírica y un método universal. 67 Pero por supuesto, los científicos no siempre juzgan las situaciones heurísticas correctamente. Un científico puede pretender que su experimento derrotó a un programa y puede suceder que algunas secciones de la comunidad también lo crean. 360 No hay que pensar tampoco a la heurística positiva como una guía infalible. Bien dice Lakatos: “La interacción entre el desarrollo del programa y los frenos empíricos puede ser muy diversa; la pauta para que se cumpla en la realidad sólo depende de accidentes históricos. No todos los desarrollos del programa fueron previstos y planificados cuando se esbozó por primera vez la heurística positiva” (Lakatos: 88). Así la dialéctica no es unidireccional, no es una guía (heurística positiva) que dé una explicación (heurística negativa) de la realidad, a veces la realidad altera la guía que se debe seguir y es necesario renovarla, así como una hipótesis ad hoc puede desprenderse, desligarse y entonces fungir como programa de investigación independiente. Nunca se debe permitir que un programa de investigación se convierta en una Weltanschauung, en un canon de rigor científico del mismo modo que el rigor matemático se erige como árbitro entre la prueba y la no-prueba. Desgraciadamente esta es la postura que defiende Kuhn: realmente lo que él llama «ciencia normal». La historia de la ciencia ha sido y debe ser una historia de programas de investigación que compiten (o si se prefiere, de «paradigmas»), pero no ha sido ni debe convertirse en una sucesión de períodos de ciencia normal; cuanto antes comience la competencia tanto mejor para el progreso. El «pluralismo teórico» es mejor que el «monismo teórico» (Lakatos: 92). Para contener la emergencia de los programas de investigación se han fijado ciertos requerimientos que liberan a la comunidad científica de un asfixiante tráfico teórico. Estas pautas también brindan la posibilidad, dentro del corto plazo, de “progresar”. Básicamente, lo que se le pide al nuevo programa es cubrir lo que hasta ahora se conocía o entendía y tener mayor «poder heurístico». Pero estos requerimientos tienen sus debilidades y al parecer transportan las mismas debilidades a su sistema. Para empezar, cuando se requiere de un nuevo programa, la cobertura de los programas antecesores, decimos que ocupamos que la teoría nueva (t2) explique lo que (t1) ya tenía resuelto. Pero afirmar esto presupone que puede existir un «nivel observacional» puro, sin mezcla de teoría e inmune al cambio teórico (Lakatos: 95), cuando en realidad nuestras teorías son los anteojos con los que vemos el mundo. El segundo criterio a llenar es adelantar con respecto del programa antecesor, tener excedente empírico. Pero al igual que lo que se observa sólo obedece a determinada técnica observacional, lo que se espera podría ir en el mismo sentido, así fundamentalmente el significado que atribuyamos a la expresión 361 «novedad fáctica» depende de lo que consideremos novedad fáctica o de la técnica observacional que se use. Con todos estos “inconvenientes” se entiende porque no se pueden eliminar de tajo los programas científicos en pugna y, por qué la concesión de tiempo que se les da en busca de sus hechos «genuinamente nuevos» es indeterminada (Lakatos 94). Así es que, mientras un programa de investigación, ya sea nuevo o viejo, siga siendo capaz de producir un cambio de problemática, se le deberá de mantener. Si es nuevo se le debe proteger y ofrecer la oportunidad de esclarecer el potencial de su poder heurístico. Decantarse en estas instancias por determinado programa, es decir, pregonar su superioridad por sobre otro, representa un sin razón. El proceso que describen es más o menos el siguiente: Tenemos un programa científico (p) en recesión (n) pues su capacidad de explicar nuevos hechos ha ido en detrimento. A su vez su programa rival (p´) ha adelantado pues su situación es n+1. Digamos que hay otro programa (p´´) que se encuentra en situación n+1´, todo aconteciendo en un tiempo (t). Posteriormente, es decir, en el tiempo t´, y tras una serie de impugnaciones, p se encuentra adelantado según sus técnicas interpretativas 68 con respecto a sus dos rivales (p´) y (p´´), pues convirtió inconsistencias en “instancias corroboradoras”, mientras que los otros no han sabido dar cambios de problemáticas, pero no por esto se les debe descartar. Así se desarrollará el juego hasta que en el mejor de los casos los programas se amalgamen y se llegue a una explicación “universal”. Si somos pesimistas, se desarrollará hasta que la imaginación y la competencia científica no sea capaz de emitir más defensas, esto es, hipótesis auxiliares. Esto ilustra las enormes dificultades que existen para decidir exactamente qué es lo que aprendemos de la experiencia, qué es lo que ésta prueba y qué es lo que refuta. Un experimento puede ser considerado, en un primer momento, como un «puzzle» rutinario inserto en un programa de investigación, para después, ser promovido casi a instancias de un experimento crucial, y posteriormente degradado de nuevo al nivel de un «puzzle» rutinario distinto; todo ello en función de la cambiante perspectiva global teórica y empírica (Lakatos: 110). 68 Einstein insistía sarcásticamente en que «toda teoría es cierta en el supuesto de que se asocien adecuadamente sus símbolos con las cantidades observadas» (Lakatos: 97) 362 Umbral. La historiografía de la ciencia no corresponde en lo absoluto a la filosofía de la ciencia. Se ha encontrado que no existe el criterio de verdad, sino que el pensar filosófico ha emanado “criterios de verdad” correspondientes a instancias espacio-temporales singulares una vez que el mito de la base empírica fue despejado. Sin lugar a dudas la forma de hacer ciencia (su metodología) ha cambiado principalmente en función de estos “criterios de verdad”. Cuando el hombre de ciencia creía que podía explicar la totalidad del universo a partir de lo que le suministraba la experiencia, optó por construir una base, a partir de la cual definiría la veracidad y falsedad de los enunciados científicos. Si un fenómeno inferido a partir de otras proposiciones ya probadas, concordaba con la base empírica69 y si se contrastaba en la experiencia, era considerado como una verdad probada. A esta posición rigorista se le conoce como inductivismo. La crítica escéptica sobrevino para el inductivismo rápidamente, y esta forma de hacer ciencia perdió su brío. Fundamentalmente si en la experiencia acaecían toda clase de hechos, ¿por qué unos eran considerados certeros mientras que otros eran falibles? Es decir, nunca tuvo la capacidad de suministrar una explicación racional «interna» de por qué ciertos hechos fueron seleccionados en lugar de otros (Lakatos: 138). Le siguieron los neo-justificacionistas, quienes conferían status científico a todo hecho o enunciado que fuera, ya no certero, sino probable (en el sentido del cálculo de probabilidades) o si ha sido corroborada hasta un grado probado. Pero otra vez, esta forma de hacer “ciencia” tuvo sus detractores, pues el cálculo de probabilidades requiere un ambiente controlado o delimitado para poder demostrar su “temple”. El panorama era desolador, se había perdido la esperanza de probar la certeza de los hechos e incluso su probabilidad. Fue cuando la historia vio la tenacidad en los hombres que ha movilizado el curso de la ciencia. En efecto, este decurso es una de las claves que muchos teóricos dejaron de observar y es un supuesto al que se aferra Lakatos para implementar la idea de los programas de investigación. La tenacidad con la que la ciencia 69 Enunciados básicos, es decir, ya probados mediante experiencia de los cuales era posible inferir otros enunciados de segundo orden, que de ser corroborados se podrían adherir a esa base. 363 en conjunto prosiguió su actividad, Lakatos la transporta a los programas de investigación individualmente. Idea que había permanecido oscurecida por las concepciones volátiles e intercambiables con que se pensaba a la ciencia. Esta tenacidad orilló a los científicos a inaugurar un período convencionalista, caracterizado por el establecimiento de reglas de «aceptación» y «rechazo». Una «base empírica» que en primera instancia es universal y que hará de casillero para los enunciados postulados que aspiren a obtener el status científico. Dicha “base” se elabora por consenso de cierta comunidad científica que considera pertinente ciertos «enunciados básicos» para la edificación arquitectónica de la ciencia. Aquí es preferible lo sencillo a lo complejo, después de todo, ¡no queremos que el gran edificio de la ciencia se caiga por el peso de las constantes reparaciones! Por eso sus métodos preferidos son aquellos que exijan parsimonia o que conlleven a la resolución más simple, como la cuchilla de Ockam, es decir, aquellos que no suponga una remodelación excesiva de sus casilleros, los cuales deben preservarse lo más intactos posible. Un cambio abrupto en su arquitectura o diseño, de tal forma que se obtenga un edificio tosco y grotesco, es intolerable. La restructuración se hace en la periferia y sólo lo indispensable. Por eso el convencionalista no considera a ningún sistema de casillas como verdadero por haber sido probado, sino sólo como «verdadero por convención» (Lakatos: 138). Si constantemente fuera modificada la convención, entonces deja muchas dudas el quehacer científico y se viene abajo, no sólo porque se tiene que recurrir a una base o principio metafísico, sino porque evidenciaría falta de credibilidad de parte de la misma comunidad científica y cualquier cambio sería sólo acomodaticio a ciertos intereses. El único camino al «progreso» es edificando sobre la “base”, y tal cuestión gira en torno a la conveniencia («simplicidad»). No obstante, se estaba en la certeza de que esto no impedía que su quehacer estuviera exento de consecuencias verídicas. Al contrario, trabajan reconociendo que supuestos falsos pueden tener capacidad predictiva; es un enfoque meramente «instrumentalista», así tratan de olvidar que sus cimientos son arena con la panacea predictiva. Si es capaz de dar cuentas de un acontecimiento ulterior, entonces funciona y esto prueba que su obra no es infructífera. Sin embargo, este convencionalismo no puede suministrar una explicación del por qué algunos hechos y tipos de casillas son elegidos en una etapa donde su éxito es incipiente aunado al soporte 364 motivacional personal del científico, o en otras palabras la explicación de ¿qué motivo al científico para persistir en su obra antes siquiera de predecir un hecho? La explicación de este asunto muchos la remitían a la «falsa conciencia», a la psicopatología, a la historia externa de la ciencia, historia que irradió motivos para impulsar el acontecer científico, o como dice Einstein a la esfera teológica. Fuera de esto, se entroniza una forma de explicar el mundo sin supuestos axiomáticos a priori de los cuales derivar consecuencias verdaderas. La propaganda con que se vende es: ¡puede ser verdadero porque funciona! La metodología de los programas de investigación es, digamos, la última trasformación de la forma en que se hace ciencia. A su autor le gusta pensarla como ciencia madura consistente en series de programas de investigación que además de anticipar hechos, anticipan teorías que las van a asistir (teorías auxiliares) y guían en su camino. Se olvida del pedestre procedimiento mecanicista o la remendada secuencia de ensayos y errores, y se intercambia por un poder heurístico que, entre otras cosas, libera al programa de los acontecimientos exteriores blindándolo o generando autonomía. Cuando tiene autonomía el programa, se pueden olvidar concepciones como experimento crucial, crisis, conversión etc. Ya no hay descarte por naturaleza, pues no se puede acceder a ella de una manera que consideremos certera ni por convenciones del tipo que se quiera. La naturaleza o la convención tal como la conocemos puede decir no, pero no importa, lo que importa es la competencia del científico y su habilidad para instaurar explicaciones70 que mantengan a flote su programa, adelantándolo en relación al conocimiento empírico. Cuando los sueños de los científicos se niegan en la manifestación empírica y consistente, se habla de «cambio regresivo de problemática». Pero, no porque otro lo superé quiere decir que se le aplica la pena capital instantáneamente. Antes bien se archiva por un tiempo indeterminado (según el contexto 70 La dirección de la ciencia está determinada fundamentalmente por la imaginación humana creadora y no por el universo de hechos que nos rodea. La imaginación creadora probablemente hallará nueva evidencia corroboradora hasta para el más absurdo programa si la búsqueda tiene el ímpetu suficiente. Los científicos sueñan fantasías y después emprenden una caza muy selectiva de hechos nuevos que se ajusten a aquellas fantasías. Este proceso puede describirse como «la ciencia creando su propio universo» (Lakatos: 131) 365 lo permita o no) para conceder un respiro a los científicos cuya filiación está en el programa deprimido, a fin de que puedan lanzar una defensa efectiva. Las ventajas con que cuenta una de las partes nunca pueden considerarse como absolutamente concluyente. Ahora bien, los programas de investigación, con semejante autonomía trazan una marcada distinción entre lo que antes se consideraba interno a las metodologías científicas y lo que se consideraba como externo. Las soluciones a las teorías eran externas (en su lugar se ponía otra considerada mejor) pero los problemas que la aquejaban provenían de una sintomatología interna. Al hacerse públicas las anomalías, estallaba el llamado para que nuevas soluciones acudieran a llenar las vicisitudes de la que se quería suceder (fenómeno externo). Empero, tales remiendos estarían sujetos a factores psicológicos; el interés científico motivacional bien podría ser sólo una respuesta a la llamada seductora de la vanidad y ambición por la fama, en lugar de motivos plenamente racionales. 71 En los programas de investigación científica existe una correspondencia entre lo interno y lo externo. Predomina lo interno, no cabe duda, siempre permanece ocupada tratando de observar los hechos que pronóstico. En la filosofía de Popper este vínculo parece cortado. Las reglas del juego, la metodología, se mantienen sobre sus propios pies, pero esos pies reposan en el aire, sin soporte filosófico (Lakatos: 149). Esto es por su identificación fuertemente pragmática que elimina cualquier fin que no sea la funcionalidad. No hay una justificación de la encomienda científica. Tratando de eliminar la arbitrariedad de la «base empírica», crea otra del mismo calibre, aunque vacía. El problema de la inducción, como señaló Popper correctamente, era, en su origen, idéntico al problema de la demarcación. Los justificacionistas subordinaron rigurosamente las reglas del juego a la finalidad de la ciencia, al descubrimiento de la estructura del universo (ibíd). Esto es evidente, la definición de la ciencia se igualaba a su metodología; cada avance de la ciencia era un pedazo de la estructura universal y su metodología consideraba como científico aquellos criterios que se creía daba cuenta de la realidad, de ahí que sus problemas fueran idénticos. La teoría disponible y cualquier tipo 71 El pragmatismo que caracterizaba las formas anteriores de hacer ciencia y que no brindaban un soporte para el quehacer científico, originaba que se sustituya rápidamente por una motivación psicológica individual bastante baladí. El quehacer científico estaría realizándose en función de conceptos psicológicos no racionales. 366 de explicación interna coincidían exactamente con algún referente empírico, cuya realidad era directa y tangible. No existía disonancia entre lo interno y lo externo, entre el afuera y el adentro. Paradójicamente, la relación significativa que existía entre lo interno y externo, entre lo fáctico y lo lógico se vino abajo una vez que los razonamientos de los teóricos científicos lanzaron ataques insuperables. Popper para librar el problema de la inducción, pues la metodología ya no permitía verificar las hipótesis o teorías, ni siquiera ya hacerlas muy probables, desplaza el centro de gravedad hacia el problema de la demarcación y separó este del problema de la inducción. Solucionó el problema de la demarcación sin justificar el juego mediante su subordinación a una finalidad última. El juego es autónomo, uno no puede (ni necesita) probar que el juego realmente progresa hacia un fin. La ciencia se emprende así misma sin finalidades ulteriores (ibíd.). 72 De esta forma, pareciera que la ciencia se olvida de su constatación fenomenológica, por una racionalidad instrumental adecuada a medios y fines espaciotemporales singulares. Bueno, pero si esto es sí ¿por qué es que la ciencia debe ser sintética? Podrías caer en la trampa de que el principio sintético es el que enlaza lo interno (la teoría) y lo externo (la experiencia), pero esto no es así. Hay que tener cuidado porque lo que se hace no es corroborar, sino “falsar”, así la relación nunca se conjuga, aunque es un dispositivo que, si no se examina correctamente, así lo podría parecer. Teniendo en cuenta este punto, Lakatos dice con seguridad que el crecimiento (reconstruido racionalmente) de la ciencia esencialmente tiene lugar en el mundo de las ideas, en el «tercer mundo» de Platón y de Popper (153: 1989) Para Lakatos, sus programas de investigación científica si tienen autonomía y está son relativamente grande, no obstante, mantienen relación con la realidad, en tanto se busque la “confirmación empírica”. Es cierto que pasa a un papel secundario, especialmente cuando la ciencia ahora no es aquella que reconoce sus hechos en la experiencia, sino aquella con capacidad heurística. En efecto, este método «histórico» para evaluar 72 Por supuesto, no tardo mucho tiempo Popper en decir que la finalidad de la ciencia era ciertamente la búsqueda de la Verdad. Sin embargo, su sistema ya no se modificó, pareciendo, más bien, una respuesta instintiva antes los aprietos que podría significar tal clase de declaración. De cualquier forma, Popper se sentía cubierto, pues al final la ciencia podía, como máximo, detectar errores de forma tentativa, lo que posibilitaba de cierta manera que se pudiera encontrar la Verdad. 367 metodologías rivales es consistente a las siguientes cláusulas: 1) primera: cada programa de investigación científica determina una demarcación característica (y tajante) entre la historia interna (que es fundamental) y la historia externa (que es secundaria), y, 2): tanto los historiadores como los filósofos de la ciencia deben considerar la interacción crítica entre factores internos y externos (Lakatos: 1989). Claramente la relación entre lo interno y externo es solicitada, aunque se relega a un segundo plano. Lakatos está consciente de esto y por eso llama a su enfoque cuasi empírico. No basta la autoridad de las convenciones para confiar en el curso de la ciencia. Muy a pesar de su maestro73, Lakatos señala la necesidad de una influencia dual en la ciencia 74: por un lado tenemos la sabiduría del tribunal científico integrada a las leyes de los filósofos, es decir, la autoridad de las convenciones unidas a la experiencia (Lakatos: 198). El enfoque «cuasi-empírico», habilita el progreso intermitente, o lo que es lo mismo los cambios de problemáticas paulatinos, pues esta forma de pensar y hacer ciencia predice (o, si se quiere, «postdice») nuevos hechos históricos, inesperados a la luz de las historiografías (internas y externas). Las anomalías ya no son un peligro, pues toda proposición ya nace falsada y en un mar de inconsistencias. El nuevo juego consiste en dar el beneficio de la duda al programa antes de archivarlo indefinidamente, brindándoles la capacidad de erigir su defensa mediante una heurística positiva que pueda explicar eventualmente, bien por alguna reconstrucción racional mejor o por alguna teoría empírica «externa», aquello que lo perturba. Debe de entenderse que la anomalía no 73 Lakatos culpa a Popper porque parece tener una confianza bastante ingenua en el poder de su ley sobre el comportamiento científico, olvidando que hasta ahora todas las «leyes» propuestas por los filósofos de la ciencia han resultado ser falsas interpretaciones. Incluso lo acredita como hipócrita porque siempre ha pedido que los científicos especifiquen sus potenciales falsadores, mientras que el elabora su esquema partiendo del modelo de Newton. Pide que todo sea falsado por adelantado, pero en su obra nunca habló de la falibilidad de su ídolo. 74 En realidad, la metodología de los programas de investigación historiográfica implica un sistema de autoridad pluralista, en parte porque la sabiduría del tribunal científico y su casuística no ha sido ni puede ser completamente integrada en el código del filósofo, y en parte porque en ocasiones puede suceder que el código del filósofo esté en lo cierto, mientras que sea errónea la opinión del científico. La metodología de los programas de investigación historiográfica específica las formas en que aprende tanto del filósofo de la ciencia como del historiador de la ciencia. 368 brinda una guía de trabajo, se espera que se resuelvan, pero como efecto colateral, una vez que la explicación del programa se hinche lo suficiente como para dar explicación de lo que en su inicio omitía. Por tanto, el progreso se caracteriza por incidencias verificadoras de un exceso de contenido en lugar de incidencias refutadoras, ya sean lógicas o empíricas, aunque en primera instancia, las dos son válidas mientras adelanten. Pero para postular que hay un avance se necesita postular algún principio inductivo extra-metodológico para poner en relación (aunque sólo sea de forma tenue) el juego científico de aceptaciones y rechazos pragmáticos con la verosimilitud. Sólo con tal «principio inductivo» podemos convertir el mero juego de la ciencia en un ejercicio racional desde un punto de vista epistemológico. (Lakatos 148: 1989). La ciencia al final de cuentas si necesita trazarse un objetivo para sostener y revitalizar su ejercicio. Tal principio restaura y da sentido a los programas de investigación científica. Les confiere sentido al ofrecerles una encomienda que va en busca de algo exterior a sí misma. Ya no la ciencia autárquica cuyo fin sólo apunta hacia ella, ahora extrametodológicamente apunta hacía las preguntas fundadoras de la ciencia. El precio que debe de pagar es la proliferación de programas de investigación, aunque hay mecanismos reguladores que contienen la efervescencia masiva, mismos que además de asegurarse de no crear un pandemonio teórico, garantizan la crítica constructiva y el progreso. La metodología de los programas de investigación insiste en la duradera rivalidad técnica y empírica de los principales programas de investigación, en los desplazamientos progresivos o regresivos de problemática y en la victoria, que emerge lentamente, de un programa sobre otro (Lakatos 154: 1989). La honestidad científica de Lakatos es plausible, sabe absolutamente que todas las metodologías, todas las reconstrucciones racionales pueden ser «falsadas» historiográficamente; la ciencia es racional, pero su racionalidad no puede ser incorporada en las leyes generales de una metodología. Dice abiertamente: “Pronto hube de descubrir que, al menos en el sentido descrito en esta sección, también mi metodología (y cualquier otra) puede ser «falsada» por la sencilla razón de que ningún conjunto de juicios humanos es completamente racional y, por tanto, ninguna reconstrucción racional puede coincidir 369 nunca con la historia real'". Esta convicción me llevó a proponer un criterio constructivo (Lakatos 170: 1989). En efecto, Lakatos acepta intercambiar su lógica, si y solo sí, aparece en escena una que sea mejor. Para finalizar el capítulo conviene advertir algunos efectos sociales que trae consigo la forma que tiene como estandarte, ya no una lógica mecanicista de sustitución, sino la que se presente en forma de un programa de duración indeterminada. El anhelo popperiano se desvanece por la habilitación de una serie de programas en competencia, todos con la capacidad de, en última instancia, reclamar la corona, o en el mejor de los casos, una reconciliación entre varios programas al juntarse todos en un mismo programa. Para probar que no es mentira lo que digo tenemos como ejemplo el trabajo de Stephen Hawking, quien trató de unificar la relatividad general y la teoría cuántica en un todo (fórmula) coherente. Cabe aclarar que a eso lo orilló su propia investigación, ya que para él las leyes básicas que gobiernan el universo implicaban que el espacio y el tiempo tuvieran como principio el estallido colosal conocido como “Big bang” y su final en un agujero negro, lo cual requería un arreglo entre estos dos programas altamente incompatibles. El criterio de demarcación se disuelve por completo. La exigencia que estipulaba que la negación no debería ser contradictoria sino lógicamente posible, esto es que los científicos declararán los falsadores potenciales para que se pudiera dar el juego de la lógica de la investigación científica, es cambiada por la de los programas de investigación obstinados, lo que hace que la negación sea contradictoria; la negación se niega a sí misma, se anula ella misma, y lo que queda es un conjunto de programas que no pueden ser falsados. Todos suspendidos en espera de que alguno de con la respuesta superlativa. Antes de que eso sucede, todos los programas están en boga, y tienen potencialmente capacidad heurística. En este sentido, todo vale hasta prueba contraria. Hay mecanismo de contención para que no se desate una efervescencia descontrolada por explicar al mundo. Pero esto no evita que haya explicaciones diversas para un mismo fenómeno. Recordemos que lo que se quiere es que se explique lo mismo y hasta un poquito más. Así develamos a los programas de investigación como herederos sucesores del pragmatismo que se vino desarrollando desde los convencionalismos hambrientos de 370 simplicidad. Mientras funcionen en sentido práctico, un programa estará de maravilla, sino se reservará para el momento propicio. Después de todo, hay que ser considerado con cada programa en particular en función de las deficiencias humanas de no poder establecer falsadores o verificadores, además de ofrecerles un tiempo para que levanten su defensa. Defensa que será suficiente si logra armar una proposición lógica consistente con la espera de un evento factual. El pragmatismo no sólo deja sentir sus efectos en su aplicabilidad, también en su quehacer. La ciencia en los términos propuestos por los programas de investigación, es dinámica. El científico maduro, así como el iniciado, deberán estar ocupados y consumar sus esfuerzos ya sea creando una heurística negativa o mejorando la heurística positiva. La ciencia exige movimiento, cualquier tendencia estática es peligrosa (la vitalidad de los programas depende en gran medida de los sueños del científico). Hay que moverse ingeniosamente, a lo mejor sin rumbo, pero es imperativo hacer algo. Tal vez esto explique la enorme cantidad de trabajo teórico que se realiza, mucha de la cual pasa desapercibida; sin pena ni gloria, pero se tiene que seguir trabajando en ello. Por si esto fuera poco, tenemos un efecto que bien puede explicar un mundo de contrariedades en el ámbito teórico. Hablamos de los problemas referentes a la semántica. El que un mismo fenómeno se explique por diversas formas, formas que potencial o tentativamente puedan ser “verdaderas” arroja connotaciones diversas a un mismo término, arropándolo de vaguedades, ambigüedades y arbitrariedades. A esto le podemos sumar otra desventaja, y concierne a la etimología, es decir cómo hacer coincidir el significado original de las palabras con la “verdad” pragmática de las palabras dominadas por varios sentidos. Son sólo consideraciones que pueden ser susceptibles de una investigación futura. Otra particularidad, la cual, a decir verdad, me tiene muy intrigado, es la vehemencia con la que se llama a los pasantes de las universidades a realizar sus proyectos de manera que sigan el método científico. A la luz de lo programas de investigación científica, sabemos que no hay tal cosa, sino que sobreviven incluso las metodologías pasadas. El programa de investigación científica no pertenece a una categoría popperiana que regala un 371 conjunto de reglas mecánicas apriorísticas a seguir, ese ya debió de haber quedado claro. Pues parece un acto de arrogancia modelar la naturaleza con un corset. En suma, la sociedad en la que vivimos es una en la que todo el conocimiento generado es, de alguna manera, significativo. Es por eso que en un lado y en otro vemos surgir estudios estúpidos o correlaciones realmente vergonzosas. Seguirá esta tendencia debido a que la ciencia ya no se las arregla para dar cuenta de la realidad, sino para afianzar su proyecto, por eso es que cada vez más y más se sofistica. Los hombres se encuentran ante la incertidumbre de que estudio, recomendación o conocimiento seguir, dado que todo es igualmente válido. Sólo la determinación de su voluntad decidirá porque bando decantarse. En conclusión, los programas de investigación científica se empeñan en que los hombres puedan ejercer la libertad de elegir de entre un catálogo de saberes. De tal modo que, la paranoia producida por un mal resultado, sea la crisis de la aparente selección propia e individual. Al igual que los mecanismos ya expuestos en esta investigación, los programas de investigación científica funcionan a cabalidad suponiendo el ejercicio de la libertad. 17. El sistema político. Para finalizar la investigación, quiero en estas páginas hacer mención de la increíble semejanza que guarda la microfísica del poder y la topografía de la máquina gloriosa con la concepción de sistema político de David Easton. Si esto es cierto, estamos aún muy lejos de tomar consciencia de los orígenes y caminos de los conceptos que usamos corrientemente en el análisis político, además de confirmar las hipótesis que he venido manejando. La pregunta fundamental del análisis de Easton es: ¿Cómo se las arregla un sistema político para persistir en un mundo tan dinámico y donde prima el cambio, la libertad? No es una pregunta nada ingenua, sobre todo si consideramos que, en la microfísica del poder, los titulares del gobierno, según cree Foucault, están en latente suspenso ante las amenazas que quieren desbancarlos. Esta pregunta, además, es importante, porque revela los procesos vitales de los sistemas políticos, esos procesos que los dan estabilidad ante el cambio y equilibrio en un contexto febril. 372 Easton para hacer dar una repuesta, da una serie de presupuestos que es necesario tomar en cuenta para poder desmantelar esos procesos. Primeramente, se tiene que dar por sentado que las interacciones políticas de una sociedad constituyen un sistema de conducta (Easton 221: 2001) o lo que es lo mismo, las relaciones políticas que acontecen en la sociedad son un ethos bien específico, con sus características bien definidas. Por consiguiente, las relaciones políticas están bien diferenciadas. En segundo lugar, en la medida en que es aislable el conjunto de interacciones políticas, hay que interpretarlas como susceptibles de ser incididas por otros sistemas perfectamente delimitados y por su ambiente, esto es factores influenciados por factores físicos, biológicos, sociales y psicológicos. El tercer punto ese consistente con ver al sistema político abierto a las influencias de los sistemas restantes. Por su misma naturaleza, debe considerarse expuesto a influencias procedentes de los demás sistemas a los que está incorporado (222: 2001). El último supuesto, es la resiliencia o la capacidad innata del sistema a responder a los estímulos que se le presentan, ya sean externos o internos. Esto se extrae de la persistencia que tiene algunos sistemas. Si se les puede volver a ver después de una etapa crítica, es porque supo responder a esas perturbaciones y, por consiguiente, adaptarse. No es maravilla que Easton utilice un lenguaje fuertemente influenciado por la biología. Con Foucault, la gubernamentalidad se daba justamente en el momento en que la razón de Estado tomaba consciencia de la importancia de las variables ambientales. En efecto, la masa de individuos se vuelve población cuando la razón de Estado las posiciona en relación con su medio. Una gubernamentalidad armada con esta táctica, tiene el conocimiento y la capacidad de acción rápida ante las perturbaciones que se le presenten por parte de otros sistemas. La gubernamentalidad en relación con el medio es capaz de una eficaz homeostasis. Y no es que antes no existiera esta capacidad, sino que ahora tiene una mejor planificación. Cargado de este arsenal de conocimiento, el sistema político y la gubernamentalidad tendrán una capacidad extraordinaria para responder de variadas maneras a las circunstancias, sean cuales sean. Y algo importantísimo que expone Easton es que los sistemas políticos, para persistir, son capaces de regular su propia conducta, transformar su estructura interna y hasta remodelar algunas metas (223: 2201). Que la microfísica del poder se pueda describir como una batalla de diferentes nodos de poder que tratan de adquirir la supremacía del gobierno, en la cual, el titular 373 vigente para sobrevivir no sólo presta atención a la emergencia y a la procedencia, sino también, así mismo, siendo capaz de en momentos álgidos o estratégicos, camuflarse, mimetizarse, actuar, replegarse o aislarse, muestra muy bien los puntos de contacto entre las dos concepciones. Los dos autores tratan de referir, a las claras, que un sistema político es capaz de sobrevivir. ¿Qué es el sistema político? El sistema político será por definición el sistema más importante de todos, al cual están circunscritos los demás, de forma que, este contiene dentro de sus límites al régimen político como a su respectiva forma de gobierno. El sistema político es un concepto amplio. Aparte, según vimos en la máquina gubernamental, el gobierno se desprende de la soberanía, pero nunca se puede efectuar una división fáctica entre ambos. Los dos esquemas son solidarios entre sí. De las cuatro consideraciones de Easton, se desprende que la virtud de la constancia del sistema político deriva de su capacidad para mantener el estado de equilibrio frente las influencias ambientales. De ahí que sea habitual examinar el sistema en función de su tendencia a volver a un presunto punto de equilibrio (224: 2001). Algo que puede dar mucho de qué hablar, es que, para este autor, la estabilidad no se puede conseguir en un mismo punto. El Estado bien puede fijarse otras metas más bien que aferrarse inexorablemente siempre al mismo punto. Para mantenerse, puede bien emplazar el punto de equilibrio hacia otro punto. Easton lo dice textualmente así: “Nosotros juzgamos más útil idear un enfoque que reconociera que los miembros de un sistema pueden desear a veces destruir mediante acciones positivas, un equilibrio anterior e incluso alcanzar algún nuevo punto de desequilibrio continuo” (ibíd). Para él, esto ocurre en circunstancias bien específicas, como cuando las autoridades en su afán de persistencia, fomentan tumultos internos o peligros externos. Seguramente esto ya les sonó demasiado a las implicaciones del Estado de excepción o ¿me equivoco? No cabe duda que bien Foucault pudo estar influenciado, al dibujar su esquema, de la noción sistémica de David Easton. Easton no podría negar, por otro lado, que estuvo fuertemente influenciado por las concepciones biologicistas. La unidad básica de su análisis es la interacción, misma que proviene de esa esfera, además de que su modelo esta delineado según la serie "insumo-conversión-exumo-retroalimentación", que en su 374 formulación general originaria proviene de la Teoría General de los Sistemas, sostiene Domenico Fisichella. Es imposible negar la referencia al sistema natural. Ahora bien, si recordamos la gubernamentalidad y la máquina gubernamental, guardan una especial afinidad con la noción biologicista. En efecto, la escuela fisiócrata de la que se apoya la gubernamentalidad, es una que siente gran simpatía, no sólo por la libertad, sino por esta en relación con el medio. De igual forma, el doctor Quesnay, pionero de la escuela fisiócrata, comenzó a ensayar su modelo a partir de la estructura interna biológica de los animales de donde extrajo la noción de la circulación. Una vez abordadas las categorías generales de Easton, es necesario bajar a las categorías específicas para aprehender los detalles de su modelo. Podemos comenzar por definir puntualmente al sistema político como: las interacciones por medio de las cuales se asignan autoritaria y autoritativamente los valores a una sociedad (225: 2001). El ambiente o su contexto, es decir, los puntos de donde provienen los focos de tensión y perturbación bien pueden ser internos (intrasociales), bien pueden provenir de fuera (extrasociales). Easton aclara que el sistema político al ser el más globalizante, en su interior acapara y contiene otros sistemas bien específicos que comprenden series de conducta, actitudes e ideas tales como la economía, la cultura, la estructura social y las personalidades individuales (ibíd), las cuales, a su vez, constituyen el ambiente interno. Por ambiente extrasocial, se comprenderán los sistemas bien diferenciados fuera de ese sistema político. Aquí podemos encontrar las relaciones internacionales, una cultura mundo de interdependencia compleja y globalizada. En conjunto, los dos sistemas son el ambiente total del sistema político. Constituirán una fuente de tensión, perturbación e influencia que tratarán de actuar sobre el sistema político y modificarlo (226: 2001). Si el sistema persiste ante los embates y estocadas producidos por la perturbación, hay que adjuntarles un éxito en su función de asignar valores, haciendo que la mayoría los acepte y se dirija por ellos, cuando menos la mayor parte del tiempo. La asignación y la aceptación como las dos variables decisivas del sistema político. Si no fuera por su presencia, no podríamos decir que una sociedad tiene vida política alguna. Podemos decir que se produce tensión cuando existe peligro de que dichas variables sean impulsadas más allá de lo que cabe denominar su margen crítico (ibíd.). Un ejemplo de una 375 circunstancia que pueden debilitar la asignación de los valores, son las crisis económicas, pues provocan desorganización y descontento, las que de no tratarse echan el sistema abajo por no ser capaz de reproducir su ciclo vital. Lo que también evidencia que la conducta de los miembros del sistema frente a las crisis, bien puede o intensificar esa tensión o bien puede aliviar esa perturbación. Todo depende de que tan deseable sea esa asignación autoritaria de valores en esa sociedad. Por simplicidad metodológica, el modelo del sistema político no toma cada cambio que existe en el ambiente como una perturbación que deba ser abordada independientemente. Lo que hace ante el posible problema de inconmensurabilidad que surge de una sociedad dinámica, es generalizar los impactos del ambiente, a fin de reducirlos a un número manipulable en dos grandes indicadores: inputs y outputs. Estos dos indicadores se van a asociar en un flujo y reflujo o intercambios y transacciones. El término intercambio, es para designar la reciprocidad de las relaciones entre el sistema político y los demás sistemas del ambiente. El concepto de transacciones, se usa para destacar la influencia de un sistema sobre otro (227: 2001). Lo anterior esta fuera de discusión, los intercambios existen a pesar de que dentro de sistema político hay otros sistemas y fuera de este, otros. De alguna forma coexisten entrelazados en un contexto de dependencias, pero también de tensiones. Una transacción o intercambio entre sistemas será considerado como un enlace que adopta la forma de relación input-output. (ibíd.) Con esto se puede ya dibujar el esquema del sistema político. Los inputs son variables resúmenes, es decir, variables que aglutinan todo cuanto es relevante en el ambiente para crear tensión política o que tenga miras en aminorar la legitimación de los valores que asigna el sistema. Para no perdernos en un mar de posibles acontecimientos generadores de tensión, se pueden dividir los inputs en dos principales: las demandas y el apoyo. Ya se había dicho que la actitud de los individuos, en momentos de tensión y perturbación pueden acrecentarla o aminorarla. La pueden acrecentar con las demandas y peticiones o la pueden disminuir con los apoyos. Estos también se pueden presentar en épocas normales. Lo importante es que, a través de estos dos indicadores, se refleja, resume e influye en la vida política (228: 2001). 376 Los outputs, en general, son las acciones de los miembros titulares del sistema o autoridades que pretender dar una respuesta adecuada a esos inputs. Debemos concederles algo a estas autoridades: deben de tener información relativa a los efectos de cada tanda de outputs, es decir, es preciso que conozcan que sus acciones-respuesta serán efectivas y que no agravarán el problema. La gubernamentalidad también tiene en consideración esta preocupación. De acuerdo con su esquema, después de ensayar un conjunto de medias, seleccionaba la óptima de acuerdo a sus fines y normalizaba los elementos, es decir, los hace converger en un punto. Lo que sigue es un proceso que ha de repetirse una y otra vez. Easton lo llama de retroalimentación (feedback loop). El proceso se repite debido a que siempre hay tensión generada en el ambiente que debe ser aliviada. El circuito es consistente con las siguientes partes: 1) tensión generada y enviada al sistema político, 2) una parte de ese sistema: las autoridades, elaboran outputs como respuesta a determinada problemática en función de información relativa a la tentativa respuesta de los otros sistemas, 3) respuesta de los sistemas de la sociedad a los outputs, 4) comunicación a las autoridades de la reacción y 5) resoluciones posteriores o retroalimentación. Según alcanzamos a apreciar, un aspecto fundamental de este arquetipo reside en las entradas y salidas y no tanto en los procesos de elaboración y manufacturación de las respuestas. Incluso Easton, trata siempre de simplificar el proceso argumentando que muchas cosas pueden ser inputs y outputs, por lo que es mejor reducirlas a variables operativas. Los procesos al interior del sistema político, son una caja negra, de la cual sabemos solamente que unas autoridades emanarán una solución. Si las soluciones siempre son dadas al interior del sistema político, los ciudadanos entonces actuarán en un contexto donde un conjunto de valores y prácticas moldean las metas y objetivos generales, así como los procedimientos que los ciudadanos sienten que deben ser usados (229: 2001). Al ciudadano sólo le queda incomodarse con asignación autoritaria, la cual de ser insoportable, llegará a la caja negra en forma de input, acto seguido, el sistema arrojará una modificación de esas asignaciones, claro está, dependiendo del contexto al que el ciudadano se debe supeditar y así ad infinitum. 377 Cualquier estudio del sistema político que parta de concepciones estáticas será un estudio que no captará absolutamente nada, más bien, su análisis tiene que darse sobre la base de su dinamismo. Apreciamos la urgente necesidad de interpretar los procesos políticos como un flujo continuo y entrelazado de conductas (230: 2001). Llegados a este punto, creo que es intuitivo, si se ha seguido el hilo del libro, que el esquema del sistema político se funde perfectamente en el modelo de la máquina gloriosa bipolar. Esta imagen sin duda es grandiosa. El sistema político como fuente de respuestas que hacen frente a la tensión, no es más que el polo soberano que establece el orden providencial; es el establecimiento de principios generales que darán estabilidad a la creación, por un lado, y la asignación autoritaria de valores (outputs) que garantizarán el orden estatal, por el otro. El polo gubernamental, que es el polo de la praxis económica, coincide con el input. Esto es así porque en ambos la libertad de los individuos es el principio de conservación. La tensión de un sistema político sólo pone en jaque las reglas del juego, no así la necesidad de gobierno. La rueda sigue su curso y lo seguirá haciendo, pues la demanda (input) sólo exige una mejor conducción; así, los inputs sólo alientan al gobierno o, mejor, a un mejor gobierno. Por otro lado, en la máquina del gobierno del mundo, la libertad de los individuos coincide, en última instancia, con el gobierno divino que es como viviendosin-Dios: una libertad carente de propósito: no se le puede agregar nada a nuestra realidad dado que es la mejor de todas los posibles, restándole al hombre sólo una praxis incombustible, en tanto participa en unidad con la gloria divina, extendiendo al exterior lo que no puede extenderse al interior de Dios. Práctica que coincide con el quehacer económico en el mundo, proceso que mantiene a la máquina. Cuando la Iglesia abre sus puertas para que salgan al exterior sus liturgias, lo hacen en forma económica. Los oficios desplegados dentro de la Iglesia con la intensión de conferir salvación pierden su capacidad de suministrar gracia. El hombre es capaz, por sí mismo, de suministrársela por medio de la incesante actividad económica. Participar del trabajo como profesión, significa escindirse de la bíos y coincidir, en la medida de lo posible, con la zoé. Esta es la liturgia profunda que enlaza (loop) ambos polos. Creo que ya se puede ver, sin reservas, que el modelo del sistema político es un modelo polar, en donde en un lado está un input (praxis) y en el otro el output (soberanía) 378 enlazados (loop) por la necesidad de la supervivencia. Al centro, en ambos esquemas, figura un vacío esplendoroso y una black box. Si decimos que la gloria tapa al mismo tiempo que revela, las coincidencias son escalofriantes. Aquí se ve una característica fundamental del poder: reproducir el ritual que lo mantiene y reproducirlo en un ambiente sumamente controlado. El sistema político también tiene sus afinidades y puntos de contacto con la microfísica del poder. Si pensamos a los sistemas insertos en un ambiente y sujetos a posibles influencias ambientales que amenazan con llevar sus variables esenciales más allá de su margen crítico, ello induce a suponer que el sistema, para persistir, debe ser capaz de reaccionar con medidas que atenúen la tensión. Las acciones emprendidas por las autoridades son particularmente críticas en este aspecto; para que puedan llevarse a cabo, necesitan obtener información sobre lo que ocurre, a fin de reaccionar de buena manera. Contando con información, estarán en condiciones de mantener un nivel mínimo de apoyo para el sistema. De igual forma, en la microfísica del poder, el nodo en vigencia está sujeto al derrocamiento. Esto lo conduce a ingeniárselas para mantener la vigencia, es decir, es llevado a idear respuestas ex ante a los combates a fin de persistir. El principal insumo de estas estrategias es la información generado por las relaciones del ambiente cuasi-natural que atraviesa a los sujetos. La máxima de cualquier sistema es producir las condiciones de supervivencia al tiempo que produce sus efectos normales, esto lo sabemos desde Althusser. Entonces podemos decir que el poder en turno cuenta con un gran archivo o acervo de conocimiento que le ayuda a seleccionar la mejor opción dentro de un catálogo disponible para hacer frente a las amenazas. Se extrae un principio de aquí: a medida que un poder se conserva en vigencia, es más difícil derribarlo o provocar su cisma. A mayor tiempo, mayor posibilidad de preservarse; hay una relación muy significativa. Que el conocimiento es poder, es realmente cierto desde esta perspectiva. 18. Proposiciones generales de la teoría de poder. La primera cuestión que propuse para poder ver aspectos diferentes del poder es desprenderse de las teorías en vigencia o main stream. Para realizar tal empresa, inserte una adecuación a la frase que Sir Isaac Newton parafraseaba de Chartres, tomando como forma final: “si se ha podido ver más lejos, es porque me he desmontado de esos gigantes. 379 Iniciar con el estado de la cuestión de algún campo en específico significa apuntar en el objetivo ya trazado. Claro que por serendipia uno puede esperar cualquier cosa increíble, pero en este caso, mi deseo era ensayar y probar las teorías de algunos teóricos que veían en el campo teológico el real campo de origen de la política. La historia a la que accedí se hace a condición no sólo de creer que la historia se percibe por lo escrito en los libros, sino atreviéndose a hipotetizar con ella y teniendo como criterios de verificabilidad diversas cuestiones fuera de lo que comúnmente se enseña. Después de todo cuando se hace lo mismo, uno no puede esperar resultados diferentes, esto según un físico muy afamado. Esto nos llevó a analizar la microfísica del poder foucaultiana, sobre la cual me declaro en contra. Puntualmente estoy totalmente en desacuerdo con la ontología histórico crítica de nosotros mismos, cuya asistente es la genealogía y la arqueología. Analizar la historia de esta manera es creer que la historia no tiende a ningún fin más que la recursividad de su proceso. Creer esto es, de antemano, ir en contra de los mismos postulados foucaultianos. Recordemos que para este autor uno ejerce cabalmente su libertad cuando sale del estado de tutela. Pero esta salida no es un “me dirijo por mí mismo todo el tiempo”, puesto que esto equivaldría a decir que somos completamente autárquicos. Esta salida implica el uso de nuestra conciencia y facultades de raciocinio, tanto para crear una forma de conducción como para afiliarse a otra. No ensayar pues la teoría de Foucault y tragarla nomás porque él lo dijo, es lo mismo a estar bajo su tutela. La libertad de la crítica se debe ejercer todo el tiempo. Siguiendo su propio consejo, me encuentro en posición contraria a su percepción mitológica de la historia, esto es, verla como un ciclo sin fin. El ver a la historia como un mito es retrotraer la visión primitiva de nuestros ancestros que veían en lo que los rodeaba un ciclo condenado a reusarse a perpetuidad. Ellos nada más veían el acontecer consistente con la salida y la entrada del sol, veían las revoluciones estelares cíclicas y se conmovían y se sobrecogían tanto que, pensaban, era el ciclo de la vida. Si la Ilustración consistió realmente en alejar al hombre del mito, ha fallado. Pero puede ser, que en realidad ese no era su objetivo. Según mi hipótesis, que no es otra cosa que el seguimiento puntilloso de un axioma o premisa de la teoría foucaultiana, la cual dice que una fuerza o 380 potencia es ascética, en el sentido de que se imprime a sí misma la necesidad de superación para librar los obstáculos a su realización, o su equivalente, la fuerza que se vigila a sí misma en relación a las demás para saber cómo acometer la defensa con respecto de las otras fuerzas, entonces bien puede ser que la Ilustración sea la extensión de ese criterio. Si la necesidad máxima de un sistema es persistir, sus formas para hacerlo podrán variar, así como sus tácticas, estrategias, personajes o herramientas, pero nunca una fuerza va contra sí misma hasta conseguir desaparecer. Puede ir contra sí misma, clara esta, es una estratagema, pero nunca hasta auto aniquilarse. Las luces podrían ser, en realidad, alentadora del mito, alentadora de la forma de libertad recursiva. ¿Cómo o con base en que argumentos puedo esgrimir semejante diatriba? Muy fácil, el poder siempre viene acompañado de una forma de saber que lo legitima. Ya vimos que la última forma de hacer ciencia, en la actualidad navega, en primera instancia, en el tercer mundo platónico, en el mundo de las ideas. Tal como en el mito no abundaba nada más que la libre especulación, ahora su pariente, la especulación lógica se ha entronizado. Pero no sólo eso, la pareja saber-poder presentar una aporía irreconciliable. El saber para sobrevivir se tiene que dar una consigna espiritual, esto es, un objetivo trascendente. Mientras que el poder lo elimina sin tregua alguna. Según vimos, no podemos plantear la supremacía de un lado o de otro, ambos se necesitan íntegramente. Pero esto tiene una explicación, la contrariedad es absolutamente necesaria, sobre todo para hacer posible un vaivén entre los polos y las fuerzas, a fin de gastar su contenido hasta vaciarlo. ES por eso que los polos siempre deben estar en mutua relación, así como en mutua repulsión, nunca se alejan ni separa por completo. Ahora podemos agregar un rasgo bien específico del poder. Este siempre viene aparejado de una forma de saber. Muy bien, eso ya lo sabemos hasta el cansancio. Pero ahora vemos que esta forma de saber, se puede presentar contrariando a su compañero como táctica bien específica para potenciar los efectos del poder. ¿Cuál es este efecto? Hasta donde nuestra investigación llega, el principal efecto del poder es fomentar una libertad sui generis. Es un tipo de libertad en donde el hombre cree que su determinación es su obra al cien por ciento. Nada interviene en sus movimientos más que sus propias facultades. Después de todo, ellos eligen que forma de gobierno pactar para que, por medio de esta, 381 permanezcan tan libres como antes de ejercerla. Ellos mediante sus cálculos egoístas van al mercado y lo regulan de una manera impecable. Ellos fomentan las fiestas y celebraciones de sus antepasados por simple tradición. No se dan cuenta, sin embargo, que, en aquello constituido, hay un poder que se escinde y que los supera, que los controla, quedando una reproducción vacía, libre de cualquier acto jurídico-constitutivo. La reproducción ineficaz y patética del acto constitutivo tiene su propósito: dar apariencia de que aún las riendas permanecen en el brazo social, de que cada cual este limitado por la propia barrera de su voluntad. El hombre en la actualidad simplemente es participe de actos protocolarios vacíos; actos litúrgicos modernos bien diseñados y, por lo tanto, bien controlados en sus efectos. El hombre es esa autoridad constitutiva al que se le despojó la potestad de ejercerla, pero que, en el ritual se le figura que aún las tiene. Que el poder se ejerza de esta manera, no es casualidad, y tiene que ver con un factor psicológico que, de no tratarse, traería repercusiones catastróficas. Dijimos que el poder no actúa en el vacío o si ningún tipo de conocimiento que lo auxilie para tomar la mejor decisión. Pues bien, todo el archivo del que es dueño el gran Leviatán, consideró para sus propósitos que el mejor elemento es la libertad y, que esta, se debe integrar a sus partes componentes, pero no debe forma total, pues existe un problema con la libertad totalista. Este problema muy bien lo analiza Erich Fromm en su libro “El miedo a la libertad”. Al respecto argumenta: “hemos de reconocer que millones de personas […] están tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella. Por eso ¿puede la libertad ser una carga tan pesada al hombre, al punto de querer eludirla? ¿No existirá tal vez, junto a un deseo innato de libertad, un anhelo instintivo de sumisión? (28: 1993). Para entender esto es necesario retrotraer nuevamente la función del gobierno. Se mostró en todo el análisis que el modelo del gobierno viene prácticamente del modelo de guía del Dios hebreo y, que su intención es la organización y disposición óptima de sus componentes según su objetivo, el cual, además, según Agamben, sufre variaciones, o mejor, arreglos ex ante previstos en el orden hecho por el cálculo del mejor de los mundos posibles. Tan es así que, inmediatamente, nuestras acciones coinciden con el orden providencial mientras ejercitemos nuestra libertad. 382 Todo bien hasta aquí, pero nunca ahondamos en la ineludible necesidad de elegir a nuestros miembros gobernantes, es decir, nunc cuestionamos el por qué la rueda debe siempre seguir su curso. En el libro de Jeremías se puede leer: “porque al hombre no le pertenece siquiera dirigir su paso”. De acuerdo con esto, existe una necesidad congénita en el hombre, que le impele el deseo de asirse o colgarse de una dirección. El rey o el ministro, es la secularización de un Dios guía al que le pertenece una realidad directa y tangible, necesidad que se vislumbra en su máximo apogeo una vez que Dios se deja de presentar a la humanidad. En el final del tiempo venturoso, dado que al hombre no le pertenece su guía, se debe asignar uno con aptitudes cuasi divinas. La profanación de esta guía es, sin temor a equivocarme, no el inversionista o el hombre de negocios, sino en conjunto, el sistema mercantil. Este da las pautas de cómo te tienes que dirigir en la vida, si lo que se busca es el éxito. Además, alivia el problema de una libertad sin límites. En este mundo sin límites, un bolsillo vacío significa la incapacidad para moverse. Si uno, en cambio, se afana en trabajar constantemente, su cartera puede verse profusamente llena, pero siempre uno estará limitado de alguna u otra manera. Sólo hay que imaginar lo siguiente: un individuo puede verse sumamente “agraciado” monetariamente hablando, tan es sí que es capaz de comprarse un rascacielos con el propio bolsillo, además, claro está, de permanecer en posibilidad de brindarle su mantenimiento anual. Sin embargo, una gran crisis económica puede empujarlo al punto de que, a la larga, al no obtener los rendimientos esperados, se quede sin el propio dinero para mantenerlo. Esto además sin considerar los propios impuestos de los que es sujeto. Si persiste la condición, de un momento a otro puede verse en la necesidad de vender el edificio o declararse en banca rota. Esto ilustra muy bien que uno siempre está a expensas del mercado. Según esto, entre más cosas tiene uno, más necesidad de producir ganancias, si es que se quieren conservar. Cuando esto no sucede, las cosas tienden a desaparecer. El límite entonces siempre es el propio mercado, tan es así que, si no le seguimos el paso, puede actuar cruelmente y despojarnos de todo. El sistema mercantil es lo que alivia el freno de la libertad total con la que no sabríamos que hacer. Este problema ya lo había expuesto John Stuart Mill en su ensayo “Sobre la libertad”. Su objetivo era afirmar un sencillo principio destinado a regir absolutamente las relaciones de la sociedad con el individuo […]. Ese principio consiste en afirmar que 383 el único fin por el cual es justificable que la humanidad, individual o colectivamente, se entrometa en la libertad de acción de cualquiera de sus miembros, es la propia protección (37. 1984). El mercado, por tanto, es nuestro guardián, sin él estaríamos pasmados de terror, paralizados de miedo ante una libertad portentosa. Y según el modelo de la máquina bipolar gloriosa, nos protege configurándonos a su imagen, según su semejanza. El individuo en el libre mercado afirma su libertad. Es el espacio donde al afirmarse como ser individual, por extensión, reproduce el rito de manutención del mercado, e tanto forman parte de una misma máquina profana del sacrificio. El mercado así, a su vez, puede proveer los medios necesarios para que el hombre sobreviva y satisfaga sus deseos infinitos, como infinito es el ciclo del mercado ¡Gusten y vean como el sistema moderno sigue siendo un mito! La siguiente frase clímax de Mill nos ayudará a reforzar la idea anterior. El ensayo sobre “La libertad” se podría resumir con la siguiente sentencia: “Considero la utilidad como la suprema apelación en las cuestiones éticas; pero la utilidad, en su más amplio sentido, fundada en los interés permanentes del hombre como ser progresivo” (39: 1984). La ética o esa forma apta en que los hombres se deben desarrollar en el esquema político es de acuerdo a los esquemas del progreso, los esquemas que nos impiden supeditar a alguna idea trascendental, al tiempo que nos induce a un ciclo eterno, sin propósito más que la recursividad. El progreso funda la libertad, la cual activa el libre mercado y así ad infinitum. La conclusión de este asunto es, siguiendo a Agamben que, la finalidad del gobierno es que nosotros nos desarrollarnos como sin gobierno, pues así seguimos los lineamientos de la máquina providencial. No es coincidencia que el dispositivo para activar este movimiento fuese desde el inicio la Trinidad, que esencialmente es, un dispositivo sin arche. Ergo, todas sus extensiones o ramificaciones debían tener el mismo sentido. Todo lo que es hecho bajo un molde sale con las condiciones de este, no con cualidades y aptitudes variables. Nadie espera que de un molde circular resulte un producto consistente con una forma rectangular. Ahora bien, el mercado es totalizante, es holístico, por eso en sus inicios el esquema Trinitario aglutinó muy bien esta necesidad. Según mi descubrimiento el dispositivo trinitario nace con la necesidad de convocar e invocar todas las concepciones del mundo 384 en una; una unificación que, tratada perfectamente, podría resolver el problema de un mundo monoteísta y uno politeísta. Si en su inicio el mercado quería perpetuarse, debía aglutinar de forma eficaz todos los dogmas en uno. La trinidad o el dios trino sintetiza este problema. Por un lado, los partidarios del politeísmo estarían contentos pues se preservan varias figuras. Por otro lado, los monoteístas tienen que contentarse porque esa tríada no lo es ontológicamente sino sólo económicamente. La trinidad es un dispositivo que pretendía tender una alianza global y sumergir con su gravedad a todo un mundo. El mercado que resulta, en última instancia, del orden divino, ahora ya tenía los argumentos para extenderse hasta el último rincón del mundo. Después, este dispositivo tuvo que implementar una serie de complejas divisiones internas a condición de subsistir. La primera división es la ontología y la economía, luego providencia general y providencia especial, hasta llegar a un espacio de indeterminación glorioso que trata de solventar el problema de una unificación fallida. La gloria es indeterminación, de esa forma no es posible cuestionar la supremacía u origen de las cosas, lo que sobrevive es un ciclo de retroalimentación donde ambos polos se necesitan inexorablemente. El trasfondo de esto es que no importan mucho los polos sino la supervivencia del ciclo glorioso. Además, por si esto no fuese suficiente, el hombre puede desarrollarse en el mercado con confianza debido a que, según una hipótesis de Agamben, cuando llegó por primera vez el Cristo a la Tierra, el imperio se dejó sentir también con fuerza, como si fuera un efecto concomitante de su presencia. Cuando el Cristo pago el impuesto del Templo, enseño que se debían de pagar los impuestos del Estado. Así, la forma en que sobrevivía el Estado era por medio del orden divino: el mercado. Según la Trinidad, Dios es uno ontológicamente, la muerte del Cristo por tres días significa que, el mundo persistió aún en ausencia de Dios. El orden que dejó, estaba hecho a prueba de todo inconveniente. Después de todo fue el orden establecido por la omnicomprensividad de Dios. Sin embargo, si Dios no tiene principio ni final, ¿cómo se le puede considerar muerto por tres días? Es una pregunta bastante interesante que aún queda por explicar, y una pregunta que quien sabe si la gloria puede resolver. Es por esto que Agamben brillantemente alude siempre el punto de la muerte de Cristo. En su “El 385 reino y la gloria” no la ví aparecer en ningún lado. Le hago el reclamo de esta evasión con el mismo ahínco que él presentó a Foucault por esquivar la noción de providencia. El mundo moderno actúa como si a Dios se le encontrara en el mercado. El sistema de retroalimentación que se instituyó con la Trinidad y las liturgias eclesiásticas, en última instancia, se funde en el ciclo económico. El reto de armonizar la soberanía con el gobierno se cumple en el sistema económico actual. Un sistema donde la influencia de las grandes trasnacionales rivaliza con el poder soberano de los Estados, pero donde ninguno se elimina. Ambos se necesitan, según ya vimos en la microfísica del poder: la conducción necesita integrar a su juego las leyes a fin de desenvolver más controladamente su labor. Ahora unas consideraciones finales acerca del poder. Aprendimos que el poder actúa como un sistema dinámico de dos polos, cuya existencia presupone la consecución de un fin. Su finalidad es la autopoiésis o vale lo mismo decir que su organización estructural artificial está comprometida con el proceso de producir más de sí mismo, de regenerarse. Así, el sistema es un conjunto de componentes o factores que tiene cohesión entre sí (los dos polos deben estar eficientemente conectados), cuyo objetivo es la consecución de este fin predeterminado, el cual en primera instancia reproducirá las condiciones de su propia existencia al tiempo que produce. La consecución de los objetivos exige una serie de interacciones, relaciones y disposiciones propias del mismo, de manera estructurada y ordenada calificados como esfuerzos endógenos de auto-preservación. La vida de cualquier sistema presenta la suma remanente de ecuaciones desbalanceadas inherentes a su configuración. Por eso la eventualidad de una anomalía que a pesar de esfuerzos constantes no se eliminan, fungen como una característica o capacidad armoniosa. Entonces, las cargas constantes generadas por las anomalías no son, sin embargo, inesperadas dentro de los parámetros de control, a lo mucho genera inexorablemente fluctuaciones inmanentes dentro de la configuración y la estructura sistémica. Los esfuerzos intra-sistémicos deben mantener con brío los límites de compatibilidad frente a las tensiones generadas por el ambiente. Se llama límite de compatibilidad al rango de variación que puede tolerar un sistema sin que modifique su propia estructura (Melucci: 360). Si el sistema demuestra temple, 386 entonces podemos decir que exhibe una cualidad resiliente. Todo movimiento (hablando ya del sistema configurado por el poder) que se presente dentro del sistema con miras a derrocarlo, pero que no altera los límites de compatibilidad, pueden calificarse como contra-conductas controladas cuyo objetivo era actuar a nivel psicológico, tanto de los individuos como de la población. La sentencia “todos los movimientos” puede ser muy drástica, pero el sólo hecho de movilizar una gran cantidad de recursos para poder incidir en los límites de compatibilidad del sistema resulta en una gran proeza, proeza que no sería posible con las desnudas fuerzas poblacionales. Aparte la bibliografía no se cansa de decir que la masa reunida es irracional y que tiene nula capacidad relacional. Cuando Wallerstein se preguntaba en su obra “¿Qué significa hoy ser un movimiento sistema?” ¿Por qué los grandes movimientos revolucionarios no tuvieron éxito? Su respuesta fue que los movimientos nunca vislumbraron que el sistema que querían hostigar era uno de dimensiones colosales, es decir, querían desestabilizar una estructura a nivel mundial. No veo como la población pueda hacerse de una movilización de recursos tan grandes cuando el 96% de las doscientas mega-corporaciones que prevalecen en los mercados mundiales y cuyos ingresos totales alcanzan los 7,1 billones de dólares por año –equivalentes a la riqueza combinada del 80% de la población mundial– tienen sus casas matrices en ocho países, están legalmente inscriptas en los registros de sociedades anónimas de esos mismos ocho países y se encuentran protegidas por las leyes y los jueces de “sus estados” (Boron: 4). De aquí deriva otro principio del poder: los movimientos de contra-conducta que se manifiestan en el pueblo o la población revolucionaria son panaceas para justificar la arbitrariedad del poder. Brindan la ilusión de que algún día, confiando en este mismo sistema, la rueda dejará de girar como lo hace ahora. Por alguna razón en el imaginario colectivo retumba y relumbra la idea de que con los medios que brinda el sistema, con la ideología que suministra, con el conocimiento que administra y con los medios que libera, algún día se podrá alcanzar la organización social más idílica. También quiero resaltar, a partir de esta sumaria concepción de sistema, que la libertad con la que funciona ya tiene sus parámetros de movilidad bien delineados. El individuo puede bien estar contra el sistema y, sin embargo, su acción figurar en los planes del mismo. De tal forma que los movimientos que tratan de derrocarlo han sido completamente controlados. Es más no hablemos de derrocarlo, sino sencillamente de 387 reformarlo: las marchas pro aborto, los movimientos a favor de la liberalización sexual, la legalización de los estupefacientes etc., son todos movimientos que el mercado necesita a fin de llegar a cada rincón y, por lo tanto, hablamos de movimientos bien organizados estatalmente. Sabemos a partir del análisis de “Seguridad, territorio y población” que cuando la gubernamentalidad quiere trazar un camino por el cual debe transitar la población, lo hace incidiendo en factores marginales. Ya sabemos que entre los principales aparatos ideológicos del Estado figura la Universidad. Al respecto, Galbraith argumentaba que cuando el mercado necesito de gente especializada para dirigir las empresas mercantiles, hubo un boom universitario enfocado alrededor de esa área. Cuando el mercado necesito de una mentalidad poblacional más afín al mercado, tal mentalidad se pregonó y se esparció por medio de las universidades: “ hasta muy entrado este siglo la comunidad pedagógica de los Estados Unidos era muy reducida y se dedicaba sobre todo a la enseñanza primaria. Esta situación ha cambiado explosivamente durante los últimos tiempos. Los docentes de colleges y universidades, que eran 24.000 en 1900 y 49.000 en 1920, sumaban 381.000 en 1960 y 907.000 en 1972, lo que representa una multiplicación por cuatro en menos de 80 años. Sólo 238.000 estudiantes estaban matriculados en todos los colleges y universidades en 1900; eran 3.216.000 en 1959, 8.519.000 en 1973 y se prevé que serán 9.685.000 en 1977. Menos de 700.000 estudiantes cursaban la enseñanza media en 1900; eran 9.600.00 en 1959, 13.647.000 en 1967, y un total de 15.427.000 en 1973 […]. Antes del desarrollo del sistema planificador hacían falta pocas personas con conocimientos o capacidades técnicas superiores. (412: 1984). Todo movimiento de gran calibre será sembrado primeramente en la población “culta”, de la cual una parte está inscrita en la Universidad. Con el paso del tiempo florecerá dicha semilla. En mi alma mater, por ejemplo, casi la totalidad de compañeras salen haciendo investigaciones acerca del feminismo o, en su defecto, muy interesadas en el tema. La penetración en la sociedad es ineludible e inevitable. Pretendemos ser muy soberanos con respecto de nuestros pensamientos y acciones, pero el hecho es que el poder considera a la manipulación cognitiva de importancia vital. La tecnostructra sabe también que la manipulación de la demanda es trascendental, reacciona a la defensiva, declamando seriamente la importancia que tiene la publicidad para la salud y la supervivencia del sistema económico. Y en realidad esas declamaciones tienen más verdad que lo que comúnmente se cree. Así nace la paradoja. La economía exige, para tener éxito, el engaño público organizado. Pero, al mismo tiempo, alimenta a una clase numéricamente creciente (los 388 intelectuales) que se siente superior a esa estafa colectiva y la lamenta como una corrupción intelectual (Galbraith 424: 1984). Clase intelectual que arremete duro contra las prácticas gubernamentales. Pero las deja ser y las deja pasar sencillamente porque sabe que no desestabilizará sus márgenes, además de dar el impulso psicológico que hace deseable al Estado. Sí todo movimiento contrario es deseable. Mi tesis, en este sentido, resulta ser una manifestación intelectual controlada. Que todos estos movimientos de contra-conducta que emergen y procedente según los dictámenes de la microfísica del poder no tengan efecto alguno sobre los límites de compatibilidad de la seguridad, revelan una máxima: entre más prolongado sea el tiempo en que una fuerza domina a las demás, más difícil es derrocarla, sobre todo cuando la fuerza se dota minuciosamente de un archivo lo suficientemente capaz de anticipar y leer los movimientos intra-sistémicos. Así, los movimientos de contra conducta, de desobediencia civil, inclusive puede que las revoluciones y guerras funjan como la cualidad armónica del sistema. Orwell ya lo explico brillantemente, tanto que no es necesario volver a mencionarlo. Sólo añadiré que la libertad que ensalza el sistema puede ser usada en varias direcciones, y no por eso, afectarlo. Antes bien, le dan vitalidad, le rejuvenecen. Este sistema es súper totalizante, tanto que no podemos resistirnos a participar de él. Todo es culto, todo es cultura. Es la religión que exige culto en todo momento. Integra dentro de sí todo, hasta los días de descanso y las festividades. ¡Ustedes díganme si las multinacionales cierran en días festivos! Se percatan que, muy por el contrario, estos días las alimentan, las refuerzan. Hasta aquí, por ahora, mis consideraciones del poder. A la pregunta ¿Qué es el poder? Se puede responder lo siguiente: Es un proceso o protocolo que integra dentro de sí los principios de soberanía y gobierno y se da la encomienda de ejercerlos indeterminadamente por medio del mercado. Para hacer su gestión eficaz, tiene que integrar en la práctica humana un protocolo vaciado de contenido a fin de que sobreviva sólo la función operativa. El vaciado que se efectúa es con respecto de los orígenes de la noción de gobierno y soberanía y la función operativa tiene que ver con la “libertad individual” de satisfacer el “propio deseo”. Además, para preservarse, se vale de un archivo inmenso de datos que le permiten controlar de buen modo todos los 389 movimientos que florezcan dentro de sus límites. Y, dado que se vale de una actividad vacía de contenido y su reproducción es sin objetivo su símbolo por excelencia es el trono vacío. Terminaré citando un fragmento que se despertara reacciones Mat 6:24 :”Nadie puede servir como esclavo a dos amos; porque u odiará al uno y amará al otro, o se apegará al uno y despreciará al otro. No pueden ustedes servir como esclavos a Dios y a las Riquezas. Anexo. Laicidad y laicismo. Existe un encendido debate acerca de la terminología correcta para definir la concepción del Estado según la cual es libre de toda asociación religiosa, es decir, la discusión gira en torno a la correcta definición de un Estado que no es afín a ningún credo pero que, sin embargo, tolera la diversidad de instituciones religiosas. El asunto es que existen dos modelos para entender a un Estado sin afinidad dogmática trascendental: el modelo liberal-pluralista y el modelo republicano. El primer modelo se contenta con definir a este Estado con el término laicidad, mientras que el segundo lo define como Estado laico a condición de que exista el laicismo. El laicismo, en este sentido, propende a laicidad. La tesis que propongo es, en realidad, un movimiento muy intuitivo si atendemos puntualmente el modelo de la máquina gloriosa del gobierno del mundo y el de la microfísica del poder. Si esto es cierto, el combate entre estas dos concepciones es sólo una manifestación ridícula entre dos bandos con los fundamentos idénticos que no tienen a bien investigar el trasfondo de lo que defienden, reproduciendo algo similar a la reyerta entre epicuristas vs escolásticos. Según vimos, estos encendidos y encolerizados debates se dan sobre la base de no tener suficientes precauciones arqueológicas y genealógicas. Digo arqueológica y genealógicas no en el sentido recursivo auspiciado por la crítica, sino en el sentido que propuse, inspirado, claro está, por la crítica, pero usada como herramienta contra la prisión de la recursividad. De lo que se desprende que la ontología histórico crítica de nosotros mismos puede ser usada para arrancar todo fundamento de raíz, dejando sólo la necesidad de organizarnos para ser conducidos y, por lo tanto, tener sólo como cimiento la necesidad de una guía y gobierno o, puede ser usada para defender cierto estilo de gobierno y, por consiguiente, todo su contenido. Recordemos que la ontología histórico crítica es usada para salir del estado de tutela. No obstante, por salida 390 no debemos entender simplemente el escape hacia otra esfera espacial, semántica, temporal, etc., sino la pertenencia, afinidad y adherencia auxiliada por la crítica: una afiliación consciente. La tesis que defendí fue la de una fuerza que se ha perpetuado a lo largo del tiempo y que para conseguirlo se vale de un conjunto de estrategias tales como: ir contra sí misma, mutar, disfrazarse, fingir, expandirse, replegarse, liberalizar, confiscar, conferir, quitar etc. De esta forma el modelo republicano y el pluralista liberal son sólo fases de una misma fuerza y, por lo tanto, debatir sobre la primacía de una por sobre al otra no sólo resulta penoso, sino cansado y sin sentido. La empresa es similar a tomar por rodeo una senda de manera infinita; a bailar como locos en la palma de una deidad sin posibilidad de escape y pretender que con ello que “progresamos”. En efecto, la concepción de progreso en un plano recursivo y una sociedad líquida no tiene valor alguno, sin embargo, la vemos emplearse por la fuerza vigente de manera constante, lo que es muy sugerente, pues puede confirmar mi hipótesis: si cada fuerza trae aparejada una forma de saber (conocimiento), el conflicto entre la finalidad de ambas puede revelar las verdaderas intenciones del poder. Sobre la base de esto y a efectos de corroborar mi teoría, digo que, si el conocimiento se ha trazado un objetivo finalista, su fuerza concomitante lo tiene también. La recursividad aparece como un objetivo con verdadera intención, mucho más allá de un rehúso infinito inevitable e inherente a nuestra organización, mucho más allá de una simple fatalidad. Queda para investigaciones futuras el análisis de esa intención. Lo que aquí respecta es el tema del laicismo y la laicidad, tema vinculante a una realidad compartida donde sus características no son mutuamente excluyentes, sino que permanecen muy solidarias. El contenido de estos debates pseudo-intelectuales de los que hablo, argumentan que hay más consenso en definir «laicidad» que en hacerlo con el «laicismo». Por la primera entienden la condición emancipada del Estado, de las instituciones y servicios públicos y de los ciudadanos de toda injerencia doctrinaria que les reste la universalidad necesaria a una democracia que cuida de la igualdad y de la libertad (Osés Gorraiz 143: 2013). Un Estado laico debe de alejarse de la temible e inquisidora esfera trascendental debido a que el despliegue de la competencia eclesiástica dotó de un sentido aprisionador y asfixiante 391 a la esfera pública. Dichas prescripciones y normaciones son agobiantes para uno de los principales principios de la gubernamentalidad: la libertad. El Estado, por lo tanto, se guarda de profesar credo alguno sobre la base de su compromiso fractal, es decir, de su compromiso de crear patrones de auto-semejanza de sí mismo en niveles inferiores. Un Estado libre debe generar individuos libres. Con esto no se quiere decir que nos desarrollamos en un Estado ateo, pues dicha acción sería equivalente al quebrantamiento de la libertad, en tanto ateísmo implica una posición con respecto de las doctrinas dogmáticas. La laicidad, es pues, un hecho político y jurídico de separación del Estado e Iglesia, que nada tiene que ver con la religión como tal, sino con su régimen de derecho en la esfera pública. Es decir, que el espacio público quede libre y en condiciones de igualdad para todos (ibíd.). (/) Que la laicidad no tiene nada que ver con la religión hay que replantearlo, pues ese mundo libre tiene como trasfondo una trinidad, una providencia, un orden y una gloria: es decir el mundo como sin Dios es la encumbración máxima de la voluntad de Dios. Nos desarrollamos como sin Dios porque, según el modelo de Agamben, esa es la voluntad de Dios según el cálculo del mejor de los mundos posibles. Esto puede tener su confirmación con los defensores del modelo plural-liberar. Maclure y Taylor no se contentan con admitir que la laicidad sea simplemente un hecho político, sino que la entienden como principio, lo cual aproxima en buena medida los conceptos «laicidad» y «laicismo» a pesar de que estos dos autores no mencionan el último (Osés Gorraiz 146: 2013). Estos autores ven a la laicidad como un principio y como una condición, cosa que el modelo republicano tiene que separar. Por el laicismo se puede entender, in extenso, un movimiento militante para llegar a la conquista de la emancipación laica, a la laicidad estatal. Pero este principio este contenido en la laicidad siempre y cuando cumpla con una serie de requerimientos si ha de cristalizarse y, para “sorpresa” de todos, hay que remitirnos a la Grecia clásica. Exactamente, esa Grecia que fundó varios de los términos que hicieron posible la zona de indeterminación en la máquina gloriosa. El laicismo como principio se debe dar sobre la base de un conjunto de individuos sin ninguna distinción entre sí; individuos despojados de privilegios, jerarquías, divisiones, derechos y obligaciones que marquen diferencias entre ellos y que cercenen la libertad 392 que necesita el modelo laico. El laos griegos, diferente del demos, es el término predilecto para el Estado laico y se entiende como el conjunto de personas que son capaces de darse unas reglas de convivencia que comportan una moral que «une sin coaccionar» (145: 2013). Término diametralmente opuesto al demos sobre el cual hay aparejados matices completamente diferentes ya que es vinculante a derechos políticos, a ciertas prerrogativas y a una territorialidad clásicos de una República. La división clásica de ciudadanos y de no ciudadanos, por sólo decir algo, revela las diferencias que imposibilitan el uso pleno de la libertad. Así, en el laos, no existen las reglas de exclusión en la res pública características de las polis griegas. Es por esto que nunca debemos poner como fundamento del laicismo a la democracia, son dos concepciones, hasta el momento, antitéticas. El fundamento categórico del laicismo lo debemos encontrar en el conjunto de principios que los individuos sin distinción expiden para regularse entre sí, mismos que son insertados en un marco del que no puedan ser eximidos: la Constitución como el principio de la laicidad y por ende del laicismo (146: 2013) o según nuestra investigación, el ethos volátil que los hombres por consenso suponen lo mejor para su convivencia de acuerdo a un momento y circunstancias bien específicas. Concepción también muy griega, por cierto. Sin esta dimensión teórica la práctica del laicismo seria irrealizable. Tendría pies de barro y, por lo tanto, stricto sensu, seria paralítica e insostenible. Camina funcionalmente sobre la idea de que su ética episódica y efímera respeta el atributo individual, no comunitario, de la libertad, quinta esencia y deseo de todo ente viviente. La Iglesia al constituir una verdad absolutamente divina no tiene lugar para instalarse en el espacio público toda vez que su introducción implicaría levantar cadenas sobre la libertad. Pero esto no quiere decir que a la religiosidad se le borre de un plumazo o que sea candidata para que se la dilapide. Su eliminación constituiría un obstáculo a la libertad de los individuos con esa pasión y afinidad. Es sobre esta base que la Iglesia sobrevive en el Estado y también es este atributo individual y libre que opera en el ámbito político el que nos aproxima al fondo del laos. Entonces, tenemos que en el modelo pluralista sólo utiliza el término laicidad prescindiendo del término laicismo a condición de contener un laos, diferente del demos y por lo tanto individuos completamente libres de principios y arraigos dogmáticos listos 393 para constituirse en un Estado libre de credo. Empero el tránsito histórico dista mucho de la concepción de un Estado libre de dogma. La destrucción de los fundamentos jurídicopolíticos de la igualdad de los ciudadanos nos lleva al modelo republicano. Supongo que este el meollo de todas las discrepancias. La República por definición tiene una muy marcada división entre los ciudadanos que la cohabitan. En ella encontramos a la realeza, la clase artesana, el ejército y los esclavos. ¿Cómo pensar a una República laica si los individuos no son iguales? Difícil si pensamos en esa Grecia plagada de múltiples divinidades, pero es fácil si analizamos la cultura romana, la cual resulta beneficiaria de todo el contenido griego. La Trinidad que vemos configurarse aquí, funciona como un dispositivo de laicismo que aglutinando y conciliando los contenidos doctrinales monoteístas y politeístas establece un campo neutro, libre de contenido trascendental. Entonces podemos decir que la armonización de ambas partes cobra factura estableciendo un campo neutro, libre de toda pretensión celeste o trascendente. La Trinidad que es el dispositivo que inaugura este movimiento, en el fondo es económica y tiene dentro de sí el germen de configurar una conducción de mundo como sin Dios y libre de cualquier otro dogma. Si la laicidad es la separación de la Iglesia y el Estado para tener un espacio público libre de pretensiones divinas que encadenen la libertad, entonces el laicismo es un dispositivo fundamento que paulatinamente fue preparando el terreno público liberado de toda manifestación superior. Aparte, el mundo republicano con todas sus divisiones jerárquicas interiores porta la semilla del laicismo desde el momento en que para conducir de buena manera, inicia el ciclo de separación y unión del polo soberano y del polo del gobierno por medio de la figura del filósofo-rey. En la actualidad vivimos en la culminación de este proceso. Nos desarrollamos en un sistema que no pactamos y del cual resulta un espacio público libre de toda relación y justificación trascendental, pero con la implicación de que, aunque no fuimos cofundadores de tal proceso, nos encontramos en condiciones de ejercitar una libertad holgada. Es decir, como individuos no ejercitamos nuestras facultades jurídicas-constituyentes, y a pesar de eso, tenemos un rango considerable de libertad. El laicismo como principio fundador de la laicidad en el modelo republicano se desarrolla y evoluciona sobre la marcha y a la par del dispositivo de seguridad y la máquina bipolar. 394 Esto sin duda nos pone en relación con dinámica de la auctoritas y la potestas. En la actualidad los individuos se desarrollan en un espacio público libre de cualquier dogma, donde además impera una “libertad” bastante considerable, pero encontrándonos desnudos ante la posibilidad de reconfigurarla. Es por eso que las críticas al modelo republicano comienzan por dudar de la completa emancipación de los individuos puesto que la laicidad emancipada de la religión cae en otro tipo de alienación: adoptaría «el concepto del mundo y del bien de los ateos y de los agnósticos y, en consecuencia, no trata con la misma consideración a los ciudadanos que conceden un lugar para la religión en su sistema de creencias y valores (148: 2013). El Estado también podría caer en la tentación no sólo de garantizar el espacio público libre de dogmas, sino que podría querer penetrar hasta el último reducto de la libertad del individuo: su esfera personal. La idea de un ser completamente económico y racional tendiente a maximizar sus rendimientos en todo momento es la afiliación al dogma estatolario. Por lo que el Estado no se mantiene neutral de manera absoluta Como consideraciones finales hay que decir que para el republicanismo el laicismo es un principio trascendental que posibilita la existencia de lo político en cuanto laos. El laos en el modelo republicano no surge suponiendo en los individuos una igualdad inherente a la condición humana (por definición la república esta segmentada) sino que surge creando un espacio público donde coexistirán todas las libertades posibles. El laicismo es un estatuto constitutivo de la reunión o agrupamiento político que libera a los individuos de todo tipo de referencias, pertenencias u otras categorías trascendentales que puedan plantear problemas (149: 2013). El laicismo es pues una corriente con contenido líquido que ya no se presta a una discusión sobre referentes sólidos en el ámbito moral y en la episteme ya no alardea de una verdad finalista. Más que de verdad se habla de utilidad, de un consenso intersubjetivo socialmente funcionable sin la fijación a esencialismos. La verdad se teje en el lenguaje, no en los hechos a los que supuestamente éste se refiere: El pensamiento pos metafísico se orienta prioritariamente hacia una ontología del debilitamiento que reduzca el peso de las estructuras objetivas y la violencia del dogmatismo (134: 2013). Con todo Kintzler se da cuenta de la debilidad que, para algunos, puede ofrecer un concepto trascendental para la fundamentación del laicismo y 395 matiza oportunamente: es un concepto crítico, fundador y formador de la experiencia política (149: 2013). Algunos de los valores que acompañan al laicismo es la completa inclusión social, nadie debe quedar fuera de la posibilidad de considerar al mundo libre de trascendentales, salvo que cada uno, en pleno ejercicio de sus facultades, decida lo contrario. Decisión que no debe de arrastrar al ámbito público pues significaría querer tender lazos a la libertad de los otros. Para asociarse en la esfera público ha de olvidar sus afinidades dogmáticas. La paradoja del ciudadano es que debe primero retirarse de toda pertenencia para poder formar asociación política (150: 2013). Otro valor es la igualdad. En el espacio público también se indeterminan las jerarquías. Se supone quee ninguna opinión debe de tener un peso específico mayor a la de otro individuo, no importando sus decisiones efectuadas en la esfera personal. La implicación que resulta es que en el espacio público hay creyentes, otros que no y algunos más indiferentes, pero que se guardan de utilizar este espacio como trampolín de sus inclinaciones. Estos hechos son conocidos en el laos, pero no reconocidos por la ley del mismo. Luego la separación de la esfera religiosa respecto del ámbito común es otro supuesto básico del laicismo: no sólo no existe religión oficial, sino que no puede existir ni tan siquiera religión civil alguna. A este resultado es al que muchos llaman laicidad. (151: 2013) Como último valor esta la libertad de conciencia. Este valor en realidad se desprende de los demás y se desarrolla sobre la base de que el Estado debe crear condiciones propicias para que a nadie se le imponga un estilo de vida diferente de lo que su cuerpo de creencias le sugiere e imprime. La conciencia es el último resquicio individual cuya integridad debe procurarse. Es la capacidad de elegir cada cual la dirección de sus vidas. Es la fuente de nuestra identidad práctica: es el hombre efectivo (153: 2013). La paradoja del Estado resulta en que nunca puede permanecer neutro con respecto de esta acción, pero al mismo tiempo debe de garantizar, al menos de jure, la protección de este espacio. Nuestras acciones influyen siempre a los demás, eso no debe quedar en duda ni en tela de juicio. Somos individuos que marcamos a otros a partir de nuestras acciones y convicciones y 396 que somos marcados de igual forma: tendemos a imitar. Con el Estado funciona de idéntica manera. A manera de conclusión, he de decir que me sorprende tanto alboroto por parte de los teóricos de hoy en día, los cuales se desagarran las vestiduras por seleccionar entre laicismo y laicidad como término adecuado del Estado separado de sus reminiscencias teológicas. Según alcanzo a entender, la laicidad es una configuración estatal libre de preferencias últimas que, además, debe generar un espacio imparcial donde los individuos puedan reunirse a debatir y opinar de su situación social. Este término debe de liberar a los individuos de contenido que suspenda su libertad, y para ello opta por seleccionar como fundamento un laos caracterizado por la ausencia de diferencias. Ahora bien, la humanidad nunca tránsito por ese camino, antes bien ha visto evolucionar una condición donde los hombres permanecen diferentes en tanto esfera individual, pero en el ámbito público poco a poco se les ve como iguales. En esta esfera es donde podemos encontrar al laos diferente del demos de nuestras democracias. En esta situación podemos decir que estamos en laicidad. Así lo que el modelo pluralista quería garantizar se da de idéntica manera en el modelo republicano. Si pensamos, de acuerdo a mi tesis, que el modelo republicano es el antecedente del modelo pluralista en el que vivimos hoy día, entonces no hay ninguna diferencia entre ambos, toda vez que vemos que en el republicanismo esta la semilla de la laicidad. La laicidad es el ethos decisivo de la gubernamentalidad y ha avanzado a la par de la evolución de la máquina bipolar del gobierno del mundo, la cual vio sus primeras etapas en los dispositivos de ley y disciplinarios consistentes con modelos republicanos. 397 20- Bibliografía Adorno, T, W. Horkheimer, M. (1998). La dialéctica de la Ilustración. Madrid, España: Editorial Trotta. Agamben, G. (2005). Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora S.A. Agamben, G. (2006). Homo sacer I. El poder soberano y la nuda vida. España: Pre-textos. Agamben, G. (2008). El reino y la gloria. Una genealogía teológia de la economía y el gobierno. Homo sacer II. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora S.A. Agamben, G. (2010). Signatura Rerum. Sobre el método. Barcelona, España: Editorial Anagrama. Agamben, G. (2015). ¿Qué es un dispositivo? Barcelona, España: Editorial Anagrama. Althusser, L. (s.f.). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Aristóteles. (2005). Ética a Nicomaco. 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