QUÉ ES LA INFIRMACIÓN DE LA PERSONA (los caminos de la infelicidad) Tres dinamismos son esenciales en la persona: sus dones puestos en juego para lograr la plenitud, la actuación desde un sentido y la experiencia de apertura y de relación en un contexto comunitario. Si la persona "no realiza sus posibilidades, se enferma, del mismo modo que las piernas se atrofiarían si no camináramos nunca (...) Esta es la esencia de la neurosis y la infelicidad: las posibilidades sin utilizar, bloqueadas por las condiciones adversas del medio y por los propios conflictos interiores" (May, R.: El hombre en busca de sí mismo Ed. Central, Buenos Aires, 1974, p. 87.). Del mismo modo, sólo es posible el desarrollo personal con otros, y no de cualquier forma sino en forma de experiencia comunitaria. Por último, sería imposible cualquier actividad sin un sentido por el cual llevar a cabo esta actividad. Para todo ello, hay un requisito previo: la apertura y el contacto con lo real. Utilizamos el neologismo ‘infirmidad’ para referirnos a los modos inadecuados de vivir como persona, esto es, a las formas de no vivir con firmeza en tanto que persona. La infirmitas, en realidad, es condición inherente al ser humano, en cuanto realidad lábil, finita, provisional, sin acabar. Pero, justo por ser así, es orientación a la plenitud. La infirmitas a la que nos referimos aquí se identifica con los falsos caminos hacia la plenitud, con las formas de no caminar hacia plenitud. La infirmidad consiste en las formas despersonalizantes de vivir, empobrecedoras, desestructuradoras, infelicitantes. La infirmidad deviene de elegir falsos caminos para hacerse persona o no vivir los adecuados. Se trata por tanto de no vivir como corresponde a su ser personal, de su introducción del desorden en el mundo, en sus relaciones y en su propio vivir personal. La infirmidad consiste en que el hombre, que está llamado a ser pleno, elige falsas formas de plenitud o rechaza dicha plenitud y elige vivir para ídolos, que está llamado a elevar su voluntad hacia lo trascendente y la inclina sobre sí, que está llamada a ser señor de su vida y sucumbe ante sus sentimientos, impulsos irracionales, debilidades. La infirmidad consiste en que se oscurece su inteligencia y no ve claro su fin, se ofusca su afectividad y no descubre lo que es realmente importante, se debilita la voluntad y no quiere lo bueno (Santo Tomás hablaba de los vulnera peccati, o heridas del pecado, que –visto desde la antropología teológica- son las causas profundas de toda infirmación por cuanto, por apartarse de Dios, trase como consecuencia la afección de la persona y sus diversas capacidades. El apartamiento de Dios trajo consigo la ruptura de la justicia original, quedando las diversas capacidades del ser humano destituidas de su orden. Cfr. Santo Tomás: S. Th. I-II q.85, a.3 c; Lorda, J.L.: Antropología teológica.cit. pp.335-351.). La psicología más naturalista o cientifista obvia este dato fundamental de la naturaleza humana (Cfr. Burgos, J.M: Repensar la naturaleza humana. Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2007.), por lo que impide el afrontamiento integral de la raíz de sus patologías y sufrimientos, de sus culpas y frustraciones. Partimos de la siguiente hipótesis, a modo de idea matriz: que existe un enfermar físico, un desordenarse psíquico y un infirmar de la persona (entendiendo que no es que la personeidad –en cuanto physis– enferme, sino que es el modo de vivir como persona el que no responde a la personeidad y, por tanto, decimos que no es firme, sino in-firme). La persona no puede enfermar ónticamente, pero puede no vivir de acuerdo con su ser persona. ¿Cuál es la clave de la infirmación?: no ser fiel a uno mismo como persona, llevar una vida impersonal que no responda al orden objetivo y a los valores personales, que es tanto como decir, en términos existencialistas, como llevar una vida inauténtica, esto es, que no responda a la propia llamada. Es patente, además, que las patologías biológicas se manifiestan biológicamente (con resonancias afectivas), que las patologías psíquicas se manifiestan biológicamente o psíquicamente (o de ambas maneras). Pero la aportación que ahora queremos hacer es que las infirmidades de la persona pueden y suelen manifestarse biológicamente y psíquicamente (Cfr. Cañas, J.L: Antropología de las adicciones. Psicoterapia y rehumanización. Dykinson, Madrid, 2004. Este excelente ensayo del profesor José Luis Cañas es claro y completo exponente de la raíz antropológica de diversos desórdenes bio-psicopatológicos de las personas.). Por tanto, habrá que tenerlas en consideración como factor etiológico último en muchas psicopatologías, como factor condicionante y, en algunas, como elemento determinante o explicativo último. De este modo, podemos proponer la siguiente clasificación de las patologías, en función de su origen o genos (corporal –somatógenas– o psíquicas –psicógenas– o personales – prosopógenas–) y en función de su manifestación (somática –fenosomáticas– o psíquica – fenopsíquicas–): Infirmación como camino de infelicidad Enfermedades somatógenas y fenosomáticas: ej., gangrena o una infección vírica (aunque se sabe que hay más o menos predisposición a la infección en función del humor o el nivel de alegría. En realidad, como han postulado pensadores como Weizsäcker o Rollo May, toda biopatología tiene una raíz psíquica y personal profunda, pues como señalaba Jaspers, “todo el cuerpo puede ser aprehendido como un órgano del alma (…) Ni siquiera las enfermedades orgánicas son independientes de la psique en su desarrollo (…) El alma busca, para su influencia patológica en el cuerpo caminos abiertos” (Jaspers, K: Psicopatología general.cit. p. 269.) ). También la diabetes está vinculada en su aparición o agravamiento a alteraciones afectivas y psíquicas o ciertas enfermedades autoinmunes como la de Graves-Basedow o el lupus eritematosus están claramente vinculadas con conflictos afectivos o personales no resueltos que se simbolizan en esa forma. Enfermedades somatógenas y fenopsíquicas: ej., Depresión somatógena y, en general, los síndromes afectivos orgánicos, causados por una enfermedad física grave como un tumor o un infarto, una alteración neurológica como el Párkinson o la esclerosis. Desórdenes psicógenos y fenosomáticos: conversión, lumbalgia (aunque posibilitado por determinadas condiciones físicas, como en el caso de que la lumbalgia pueda tener su causa próxima en una hernia. La psique elige inconscientemente el locus minoris resistentiae para manifestar su conflicto o bien un órgano con capacidad simbólica), convulsiones y desmayos histéricos (Creemos que el concepto tradicional ‘histerismo’, hoy periclitado en la literatura psicológica, permite sin embargo hacer referencia, con nitidez, a fenómenos sugestivos que los conceptos sustitutivos –conversiones, trastornos disociativos, etc.- no recogen en su amplitud.), somatizaciones, asma, colitis, aerofagia, dispepsia nerviosa. Dentro del ámbito de la psicosis encontramos la catatonía, la catalepcisa, la inmovilidad apática, estados hipercinéticos, las afasias, Desórdenes psicógenos y fenopsíquicos: estados obsesivos, compulsivos, los delirios propios de la esquizofrenia (las cuales, de todas formas, tienen resonancia bioquímica: al ser la persona un sistema unitario, no hay alteración en un aspecto psíquico que no esté acompañado por una modificación bioquímica y cerebral). Sin embargo, adelantemos ya la convicción de que muchos de las tradicionalmente llamadas psicopatologías neuróticas son, principalmente, problemas de la vida cotidiana o efectos de problemas de la vida cotidiana. Los trastornos de angustia, las fobias, los trastornos obsesivos, las somatizaciones y las conversiones, muchas de las depresiones y los llamados trastornos de personalidad (especialmente en el caso del histrionismo, el narcisismo, el trastorno antisocial o el trastorno por evitación) son en muchos casos meros estadios en el proceso de maduración de la persona a los que la psiquiatría académica los ha estigmatizado nosológicamente. Infirmidades (Queremos llamar la atención en que utilizamos en estas últimas el término ‘infirmidad’ para distinguirlas cualitativamente de las enfermedades, que se refieren a una parte y no al todo de la persona y, además, para no psicologizar nuestro discurso. No queremos que se entienda la infirmidad como patología sino, en todo caso, como patogénica.) prosopogena y fenosomáticas, como pueda ser un herpes labial, el asma, los dolores articulares en la espalda o el comer compulsivo, fruto de tensiones internas y conflictos sin resolver producidos por un no atreverse o no querer afrontar problemas, o por no aceptar la realidad, lo cual es una actitud de índole personal y no meramente psíquica. Infirmidades prosopógenas y fenopsíquicas. Estamos persuadidos de que muchísimas de las psicopatologías funcionales tienen esta raíz: depresiones, ansiedades, fobias, trastornos somatoformes, trastornos alimenticios, del sueño, sexuales, adicciones… tienen su causa última en la dimensión personal vivida de modo inadecuado. En este caso, como en el anterior, hasta que no se aborde la dimensión personal, no se soluciona el problema. Infirmidades prosopógenas asintomáticas. La persona con una prosopopatología puede ser muy sana en lo psíquico y lo físico. Resulta elocuente la situación de conocidos dirigentes nazis asesinos que a pesar de sus atrocidades no sentían culpa, ni ansiedad, aparentan estar muy en equilibrio. También es el caso de personas que tienen una sobrecarga de trabajo y no siente ansiedad, o que no echa de menos una vida afectiva o familiar de más calidad. O también el caso de personas cuyo único móvil biográfico sea la codicia, siendo capaces de traicionar y robar impunemente a familiares, conocidos y compañeros, pareciendo siempre estar relativamente contentos y sanos en cuerpo y mente. Al contrario, puede haber personas dañadas en lo físico o en lo psíquico y muy sanas como personas. Incluso la enfermedad puede ser motivo de crecimiento personal, si se afronta adecuadamente. Es conocido el caso de la personalidad depresiva de san Juan de la Cruz, siendo su persona sana y creativa de modo excelente. En las infirmidades de la persona es el ser humano, como tal, lo que se ha desintegrado. Con Rosenzweig diremos “hemos ganado el convencimiento de que el hombre todo y sólo el hombre todo, de que el hombre como todo integral, se ha puesto enfermo” (Rosenzweig, F.: El libro del Sentido común sano y enfermo. Caparrós, Madrid, 1992, p.33.). La etiología de muchísimas enfermedades físicas y psíquicas encuentran aquí su causa última y, consecuentemente, la terapia debe hacer necesaria referencia a la dimensión personal. De este modo, creemos las principales causas de la infirmación personal son: Bloqueo de muchas dynamis o capacidades personales por promoción sólo de alguna, que resulta absolutizada: actividad sólo intelectual sin compromiso práctico, desarrollo de las capacidades físicas sin cultivo intelectual, cultivo afectivo sin desarrollo de la inteligencia, etc. El fracaso de la función le revelará el fracaso más profundo: la de no poner en marcha lo que es. Pérdida de sentido personal substituyéndolo por otro exterior. Esto supone substitución y negación de la vocación personal, proyecto inadecuado a la persona, malinterpretación de lo que sucede y distorsión en el encuentro con los otros, que son tomados como socios. Esta pérdida de sentido personal supone, al cabo, una desmoralización larvada, un no optar o no saber optar por lo adecuado a la persona. De un modo especial, esta pérdida de sentido manifiesta desconocimiento u ocultamiento de la propia vocación, incapacidad para leer la realidad como posibilitante y clausura respecto de los demás como fuente de sentido. Pérdida de la dimensión comunitaria, viviendo en mundos institucionalizados, entre objetos, normas, instituciones, pero no en un mundo de personas. Se hace imposible el encuentro. Esta pérdida comunitaria se vive, empíricamente, como carencia afectiva. Es la falta de amor de otros lo que propicia la falta de amor por uno mismo, siendo esta causa de múltiples patologías y disfunciones comportamentales. Ruptura del contacto con lo real (por enmascaramiento, por dispersión y repliegue). Se puede dar una atomización de la persona (perdiendo así aspectos de lo real, como ocurre cuando la persona se reduce a lo intelectivo, lo volitivo, lo afectivo o lo corporal), por substitución de lo real por lo imaginado, por ideologización, por adoctrinamiento. Huída de la finitud, incapacidad para aguantar el dolor físico o espiritual, quizás fruto de sobreprotección en la infancia y juventud, y de huída en la edad adulta. A la vista de todo ello, creemos que no se puede reducir la salud y la enfermedad sólo a procesos de buen funcionamiento biológicos o, incluso, psíquicos, pues estos estados pueden darse en personas realmente inmaduras, o insensibles axiológicamente, o pobres personalmente. Por el contario, muchas personas, precisamente gracias a su enfermedad física o psíquica han alcanzado mayores cotas de autoconocimiento, de comprensión ajena, de madurez, de valoración de lo importante. El nivel al que nos situamos es, pues, más profundo. Estos factores producen una falta de firmeza en la vida personal, un repliegue respecto de la realidad, de las relaciones con otros, con el mundo, con su cuerpo. Y, por otro, dispersión en lo inesencial de sí, no desarrollar los propios mecanismos. Por otra parte, el enfermar física o psíquicamente –como hemos señalado– es la otra cara de la moneda de nuestra finitud, de la que son especialmente conscientes los creadores, los santos, los hombres despiertos que perciben con nitidez la distancia entre lo que hacen y aquello que aspiraban a hacer, entre lo que son y aquello a lo que se sentían llamados. Tomar conciencia de la limitación, enfermedad y, sobre todo, la muerte, es causa de sanación y lucidez personales.