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Cecil Bowra, “El héroe” (Heroic Poetry, Londres, 1961, cap. III, pp. 91-131)
En la poesía de acción heroica las partes principales se asignan a hombres
de dotes superiores, que son presentados y aceptados como más importantes que
otros hombres.
Aunque buena parte de su interés yace en lo que les sucede y en las
aventuras por las que pasan, también hay igual interés en sus caracteres y
personalidades. Sus historias son más absorbentes porque ellos son lo que son. El
destino de Aquiles, Sigurth o Roldán es el destino no de cualquier hombre
abstracto, sino el de un ser individual que es ambas cosas, un ejemplo de hombre
superior, pero también enfáticamente él mismo.
Los héroes despiertan no solamente el interés por sus acciones, sino
también admiración, y a veces incluso sorpresa, por ellos mismos. Puesto que la
poesía heroica trata de acción y apela al amor a la valentía, sus principales figuras
son hombres que despliegan esa valentía en un alto grado, porque sus dotes son
de una calidad muy especial. Esto no significa que todos los héroes sean de una
misma clase. Del mismo modo que hay más de una clase de excelencia humana,
también hay más de una clase de héroe. Las diferentes clases reflejan no
solamente diferentes etapas en el desarrollo social, sino también diferentes
perspectivas metafísicas y teóricas que la concepción de un héroe presupone.
Un héroe difiere de otros hombres en el grado de sus poderes. En la mayor
parte de la poesía heroica, estos son específicamente humanos, aun cuando son
llevados más allá de los límites de lo humano. Aun cuando el héroe tiene poderes
sobrenaturales y es más formidable gracias a ellos, estos apenas logran
suplementar sus dotes esencialmente humanas. Lo primero que despierta es
admiración, porque tiene una gran abundancia de cualidades que otros hombres
poseen pero en un grado menor. La poesía heroica nace cuando la atención
popular se concentra no en los poderes mágicos de un hombre sino en sus
virtudes específicamente humanas, y aunque la concepción de este héroe puede
tener algunos vestigios, de puntos de vista anteriores, es admirado, porque
satisface nuevos modelos que establecen un alto valor a quien sobrepase a otros
hombres en cualidades que en algún grado todos poseemos.
En la poesía preheroica la magia juega un rol totalmente diferente, y el
énfasis en las cualidades humanas es mucho menos fuerte. El hombre principal
tiene un lugar privilegiado porque es un mago y sabe cómo controlar los poderes
sobrenaturales. Un típico ejemplo se puede ver en los lays finlandeses
incorporados en el Kalevala, donde los principales personajes no son guerreros
que prevalecen por la fuerza y el coraje, sino magos, que se destacan por la
destreza y el conocimiento especial. Por ejemplo, cuando Väinämöinen,
Ilmarinen y Lemminkainen roban el Sampo misterioso y lo sacan del barco, son
perseguidos por la Señora de Pohjola en un barco de guerra, y sigue una batalla
que se desarrolla de una forma muy inusual; cuando Väinämöinen ve el barco que
viene persiguiéndolos, crea un arrecife en el cual se destruye el otro barco.
Entonces la Señora de Pohjola se convierte a su vez en un monstruo volador
temible y lleva a todo su ejército por el aire para asaltar a los finlandeses desde el
mar. Cuando ella se para en el mástil, Lemminkainen la ataca con una espada,
pero en tal mundo las armas son inútiles, y ella es vencida solo cuando
Väinämöinen la asalta mágicamente con un timón y una lanza de roble. Luego
ella cae y todo su ejército junto con ella. En la poesía tradicional finlandesa el
hombre superior prevalece por conocimientos especiales; es el representante de
una sociedad en la cual el sacerdote-mago es una persona muy importante. Pero
su atractivo poético es limitado. No causa la admiración común por su poder
físico al que apela la poesía heroica.
La emancipación de la poesía heroica del ideal del mago puede ser ilustrada
desde dos países cercanos a Finlandia. La poesía autóctona de Estonia y del norte
de Rusia muestran algunos parecidos con la de Finlandia y tiene algunos temas e
historias en común. Pero ni en Finlandia ni en Rusia el mago es el personaje
principal. Puede haberlo sido alguna vez, pero ha sido superado por un héroe
real. Los poemas rusos se aproximan a los finlandeses cuando cuentan la historia
del héroe primitivo Volga, quien puede cambiar su forma convirtiéndose en una
orca en el mar, un halcón en el cielo, un lobo en la planicie, y vencer al zar turco
convirtiéndose en un lobo gris que mata a sus caballos o en armiño que arruina
sus armas. Esto es propio del estilo finlandés y sugiere que aun cuando Volga es
una versión distante de algún héroe histórico como Oleg, ha tomado algunas
características de los magos como Väinämöinen. Pero Volga no es
primordialmente un mago. Él usa sus dotes para pelear por su país y tiene
características de un príncipe medieval, cuando reúne una banda (druzhina) de
compañeros fieles en la cual es “el hermano mayor” entre “los hermanos
menores”, con los cuales caza y pesca, se encarga de que el tributo sea
adecuadamente pagado, castiga a quienes destruyen puentes y organiza la defensa
de su país contra enemigos extranjeros. En Volga el tipo más viejo del mago pasa
al verdadero héroe, pero aún conserva algunas características tempranas.
En los lays de Estonia, que Kreutzwald incorporó al Kalevipoeg, la
emancipación es más consciente y más enfática que en los poemas rusos sobre
Volga. El héroe principal es Kalevipoeg o hijo de Kalev, conocido en el Kalevala
como Kullervo. Su padre Kalev parece ser un héroe auténtico puesto que es
posible que sea el mismo Caelic, a quien Widsith hace rey de los finlandeses
(Widsith, 20). El mismo Kalevipoeg es un gigante de fuerza prodigiosa, pero
aunque sus acciones están más allá de las que el hombre común puede hacer,
triunfa por la superabundancia de sus cualidades humanas. Sus principales
enemigos son brujos y magos. Su madre, Linda, es secuestrada por un brujo
finlandés cuya declaración ella había rechazado. Kalevipoeg va a Finlandia y
asesina al brujo, después de una gran lucha contra ejércitos completos que el
brujo había creado soplando plumas. En este encuentro el poder físico se
enfrenta a poderes mágicos y los vence por la fuerza de las armas. La diferencia
entre los ideales finlandeses y estonios se puede ver en el tratamiento de Kullervo
en el Kalevala. Su personalidad y sus poderes son casi los mismos en el Kalevipoeg
pero es ridiculizado como una pobre criatura que carece de inteligencia y llega a
un final previsible cuando se mata con su propia espada. Väinämöinen lo juzga
como alguien que ha sido malcriado:
Nunca la gente, en el futuro,
críe a un chico de manera torcida,
acunándolo de una manera estúpida,
calmándolos para que duerman como extranjeros.
Los chicos criados de un modo equivocado,
los muchachos así acunados de una manera estúpida,
no crecen con inteligencia,
ni adquieren la discreción del hombre,
aunque llegan a viejos,
y llegan a ser bien desarrollados físicamente.
(Kalevala, XXXVII, 351-360)
Los poetas estonios se ocupan de la muerte de Kullervo con un espíritu
diferente. Ellos también cuentan que se mata con su propia espada, sobre la cual
ha jurado que mataría a su enemigo, el brujo; pero el hecho de que Kullervo sea
víctima de su propia arma solo ayuda a mostrar cuán poco heroica y cuán
repugnante es la magia. El héroe no debería haberla usado, y puesto que lo ha
hecho, sobreviene su ruina.
El proceso de cambio de una perspectiva chamanística a una puramente
heroica se puede ver en algunos poemas yakutos en los cuales los personajes
principales son chamanes pero de ninguna manera menos heroicos. Ellos
necesitan la magia porque sus oponentes generalmente son demonios o brujos,
pero cuando llegan a la prueba final, es el poder físico lo que cuenta, como
cuando Er Sogotokh lucha contra Nyurgun:
Ellos se precipitaron unos contra otros con las manos hacia adelante.
Comenzaron a golpearse unos a otros con sus manos,
el estruendo era como el retumbar del trueno en la tormenta,
ellos dispararon sus manos y martillaban unos a otros
con sus puños sobre las costillas,
de esa lucha dicen que un león lloró,
dicen que granizo y nieve comenzaron a caer,
y dicen que un grueso bosque se desplomó.
(Yastremski, p. 28)
En otro poema los personajes principales son dos mujeres que tienen
poderes chamanísticos, Uolumar y Aigyr. Si ellas no son del calibre de Guthrun,
ni acostumbran usar las armas de los hombres como ella, no por ello dejan de ser
valerosas y aventureras cuando son perseguidas y secuestradas por espíritus
demoníacos. Ellas enfrentan al rey de los muertos y por una mezcla de habilidad
y valentía ganan su libertad y son devueltas a sus casas, donde su valor es
recompensado por el nacimiento de hijos que llevan a cabo grandes proezas
(idem, 122-154). Los poetas yakutos pertenecen a un mundo donde el chamán es
todavía una persona importante que guía la vida religiosa y aun la social de la
tribu. Por lo tanto los poetas no van a ridiculizar al chamán pero son
suficientemente conscientes del valor de lo heroico para atribuirlo aun a mujeres
que practican la magia. Ellos se encargan de que, en acciones violentas, la fuerza y
el coraje resulten, al final, más acreditados que las dotes sobrenaturales.
Una vez que la sociedad concibe al héroe como un ser humano que posee
en un grado notable cualidades de cuerpo y mente, los poetas cuentan cómo este
hace su carrera desde la cuna hasta la tumba. Él es un hombre marcado desde el
comienzo, y es simplemente natural conectar su superioridad con un nacimiento
y una crianza inusuales. Los héroes más grandes son considerados tan
maravillosos que no pueden ser totalmente humanos, sino que deben tener algo
divino. Así Gilgamesh es “dos tercios divino y un tercio humano”, y su
compañero Enkidu, aunque no tiene linaje divino, está hecho del barro del
desierto por la diosa Aruru, para ser el doble de Ninurta, el dios de la guerra.
Aquiles es el hijo de una diosa, como se enorgullece de señalar a los
hombres que le son inferiores (Il., XXI, 109). También lo es el troyano Eneas
(idem, XX, 208 ss.), y en una generación previa, Heracles, como Perseo, eran hijos
de Zeus. Los héroes asiáticos a menudo nacen en circunstancias extrañas. El
narto Uryzmag nace en el fondo del mar (Dumézil, p. 24 ss.), mientras que
Batrazd nace de una mujer que ha sido mantenida virgen en una alta torre (idem,
p. 50 ss.). Los armenios Bagdasar y Sanasar nacen porque su madre bebe de una
fuente mágica (David Sasunskii, p. 11 ss.). Otros héroes como el kara-kirguís
Manas y el uzbeco Alpamys nacen cuando sus padres son muy viejos, y los
nacimientos son considerados como obra directa de los dioses en respuesta a
oraciones. Un caso particularmente elaborado es el del cananeo Aqhat, cuyo
padre lleva a cabo una vigilancia de siete días y siete noches en el santuario de
Baal, con el resultado de que Baal intercede ante el dios supremo El, y a su
debido tiempo nace Aqhat (Gaster, p. 270 ss.).
Cualquiera sea la índole del nacimiento de un héroe, y por supuesto a
menudo esta es lo suficientemente natural, se lo reconoce desde un principio
como un ser extraordinario, cuyas características y desarrollo físico no son los de
otros hombres. Hay algo en él ya predeterminado y premoniciones de gloria
suelen acompañar su nacimiento. Cuando Helgi Hundingsbane nace, dos cuervos
dicen:
Se encuentra vestido con traje de mensajero el hijo de Sigmundo
de medio día de edad, el día ha llegado;
sus ojos brillan mucho como los de los héroes,
él es amigo de los lobos, estamos muy felices.
(Helgakvitha Hundingsbana, I, 6)
En el mismo espíritu el kara-kirguís Alaman Bet, nacido en China, enumera
de los signos que acompañaron su nacimiento:
Cuando salí del vientre
yo asusté a los lamas con mi llanto,
al parecer yo gritaba ¡Islam!
cuando fui levantado del suelo
una llama surgió de él.
(Manas, p. 175)
Cuando nace Manas, su padre, encantado, da una fiesta, en la cual los
huéspedes prevén un gran futuro para el niño diciendo que va a superar a los
demonios y a los chinos. Cuando todavía está en la cuna, Manas comienza a
hablar, y su padre le da un caballo, proclamando que ya estaba listo para montar
(Radlov, V, p. 2 ss.). Cuando Heracles todavía está en pañales, estrangula a dos
serpientes que Hera ha mandado para matarlo (Píndaro, Nem. I, 37 ss.,
presumiblemente de una fuente épica). La carrera del héroe comienza temprano y
muestra qué clase de hombre va a ser.
Una vez nacido, el héroe crece rápidamente en fuerza y estatura. Los
poetas armenios tienen una fórmula para este desarrollo:
Otros chicos crecen por años,
pero David crece por días.
(David Sasunskii, p. 142)
y muestran cómo son estos prodigios infantiles, como Sanasar y Bagdasar:
Los chicos crecían día a día,
tenían un año
pero parecían niños de cinco años;
salían a jugar con otros niños
pero los peleaban, los derrotaban y los hacían llorar.
Cuando habían pasado cinco o seis años,
Sanasar y Bagdasar
eran hombres fuertes y valientes.
(Ibid., p. 15 ss.)
El griego Digenis Akritas es de la misma estirpe:
Cuando tenía un año de edad tomó una espada; cuando tenía dos levantó una
lanza; y cuando solo tenía tres años, los hombres lo tomaron por soldado. Fue al
extranjero, los hombres hablaron de él, diciendo que de nadie él tenía miedo.
(Legrand, p. 187)
Digenis monta su caballo, se va a las montañas, desafía a los sarracenos, a
quienes pone en retirada en acciones de fuerza y toma sus caballos. Si no hay
seres humanos disponibles, el joven héroe puede impresionar con su
personalidad a elementos naturales y animales, como hace el ruso Volga:
Cuando Volga Buslavlevich tenía cinco años,
el señor Volga Buslavlevich avanzó por la tierra húmeda,
la madre tierra húmeda fue rasgada y las bestias se escaparon hacia los bosques,
los pájaros volaron hacia las nubes,
y los peces se esparcieron en el mar azul.
(Gilferding, II, p. 172)
Una vida así comenzada llega rápidamente a su clímax. Manas, después de
su portentoso comienzo, en seguida se mueve hacia una vida de acción. A los
diez dispara una flecha tan bien como un chico de catorce años, y pronto es un
guerrero hecho y derecho:
Cuando se convirtió en príncipe, se apoderó de moradas principescas;
sesenta padrillos y una centena de potrillos de tres años de edad
se llevó desde Kokand; ochenta jóvenes yeguas, mil kymkar
trajo de Bokhara;
los chinos se establecieron en Kashgar,
él se fue a Turfán,
los chinos se establecieron en Turfán,
él se fue aún más lejos a Aksú.
(Radlov, V, p. 6)1
A los quince años el armenio Mher estrangula un león con sus propias
manos (David Sasunskii, p. 107 ss.); a los dieciséis el calmuco Dzhangar roba los
caballos de un enemigo (Zhimunskii-Zarifov, p. 321); a los catorce el uzbeco
Alpamys invade el país de los calmucos (idem, p. 323). El héroe bate récords
desde el primer momento y es un hombre maduro cuando otros son todavía
muchachos.
El héroe posee esas cualidades de cuerpo y carácter que le traen éxito en la
acción y por las cuales es admirado. Puede ser fuerte, o rápido, o sufrido, o ser
una persona de recursos, o elocuente. No todos los héroes poseen la gama
completa de estas cualidades, pero todos tienen una porción de ella, y lo que
importa no es tanto la variedad de las cualidades sino el grado en que las posean.
Un héroe se diferencia de otros hombres por su fuerza peculiar y energía. Tal
como los griegos lo definen, como quien tiene un dunamiz o poder especial, del
mismo modo en todos los países es quien es dueño de una fuerza copiosa,
desbordante y segura, que se expresa en la acción, especialmente en la acción
violenta, y le permite hacer lo que está más allá de los mortales ordinarios. Esto
se despliega comúnmente en la batalla, porque esta provee las pruebas más
rigurosas no solamente de fuerza y coraje sino también de recursos y decisión.
Los héroes más grandes son, primordialmente, hombres de guerra. Pero, aun en
batalla, lo que realmente importa es la fuerza heroica, el espíritu decidido que
inspira a un hombre a tomar riesgos prodigiosos y le permite superarlos con
éxito, o por lo menos fracasar con distinción gloriosa. Su conducción y vigor
peculiares explican por qué a menudo los héroes son comparados con animales
salvajes, como los guerreros uzbecos son comparados con leones, tigres, osos,
lobos o hienas (idem, p. 306), o los guerreros homéricos con cóndores, leones,
jabalíes y animales por el estilo; mientras que Aquiles mismo, semejante a un
poder irresistible de la naturaleza, es comparado a su vez con un río desbordado,
una estrella fugaz, un cóndor que se arroja sobre su presa, un fuego que está
incendiando un bosque o una ciudad, un águila apoderándose de un cordero o un
niño.
Héctor sabe lo que este poder significa cuando decide enfrentarlo:
A él voy a enfrentar en batalla, aunque sus manos son como el fuego que consume,
las manos son como el fuego que consume, su poder es como el hierro que brilla.
(Il., XX, 371-2)
Este es el héroe esencial en su embestida irresistible y su poder de
destrucción.
Estas cualidades se ven en forma más aguzada cuando la moral del héroe es
elevada, y sus pensamientos se convierten en acciones valerosas. La sola
perspectiva de una batalla es suficiente para inflamar sus pasiones y desear
ardientemente la acción, como el héroe serbio Milos Stoicevic, cuando sale a
pelear con los musulmanes:
Me voy como mi caballo guerrero lo desea,
puesto que mi corcel está sediento de ir a la batalla,
y en mi brazo derecho la fuerza está brotando,
él de buena gana jugaría un rato con los musulmanes,
en mi cintura la espada está sedienta de sangre,
es la sed de sangre de héroes,
debo apagar la profunda sed de mi sable,
apagarla con la sangre de los héroes turcos.
(Karadzich, IV, p. 200)
El mismo espíritu está presente en el Kalevala, aunque está desplegado en
Kullervo, a quien los poetas desprecian. Cuando él sale a la guerra, él la anticipa
exultante:
Si yo muero en la batalla,
hundiéndome en el campo,
es hermoso morir entre el ruido de las espadas,
es exquisita la fiebre de la batalla.
(Kalevala, XXXVI, 28-32)
Cuando comienza una batalla, los héroes dan sus golpes con fuerza que
aturde y con placer delirante. La amistad de Gilgamesh y Enkidu comienza con
una tremenda lucha entre ellos en la cual cada uno muestra una energía
prodigiosa:
Enkidu trabó la puerta con su pie,
no iba a permitir la entrada de Gilgamesh.
Ellos miraban fijamente y resoplaban como los toros,
el umbral fue sacudido, la pared tembló,
mientras Gilgamesh y Enkidu se miraban fijamente y bufaban como toros,
el umbral fue sacudido, la pared temblaba.
(Gilgamesh, II, vi, 10-15)
Cuando Roldán ve a los sarracenos ante él, se convierte en una bestia
salvaje:
Cuando Roldán ve que debe combatir se lo ve más feroz que un león o un
leopardo.
(Roldán, 1110-11)
Este espíritu se puede trasladar a todo un ejército, cuando el llamado es
suficientemente fuerte y una situación desesperada requiere un coraje
desesperado. Es así como los griegos luchan en Missolonghi sitiada por los turcos
en 1822:
Los marineros están luchando con los cañones y trabucos,
los otros han desenvainado sus espadas y pelean con el hierro desnudo,
los comerciantes y los artesanos están peleando como locas serpientes,
ellos disparan sus rifles temerosamente y están armados con dagas filosas y largas;
nunca piensan en la muerte, se mueven como leones,
gritan, llaman a los turcos, y les hacen burla con risa,
solo esperan ayuda para poder caer sobre ellos y destruirlos.
(Legrand, p. 130)
La vitalidad de los héroes agudiza su deseo de batalla, y se transforma en
un frenesí y una furia sobrehumanos.
El poder que los héroes despliegan en acción se puede sentir en su sola
presencia. Cuando ellos aparecen, los otros hombres los reconocen como
superiores y se preguntan quiénes son. Por lo tanto, cuando el héroe uzbeco
Alpamys encuentra por primera vez al calmuco Karadzhan, quien luego será su
devoto amigo, Karadzhan dice:
Tu belleza es como la luna de los cielos,
tus cejas las comparo con el arco doblado,
en forma tú eres como el halcón gris azulado,
cuando te sientas ahí, aflojando tus riendas, eres como un señor que tiene
innumerables ovejas.
Hermoso señor, ¿a dónde estás yendo?
¿de qué extraño diamante estás hecho?
Tal guerrero como tú no pudo haber nacido de una madre humana,
¿de qué nido hiciste tu primer vuelo?
(Zhirmunskii-Zarifov, p. 309)
Alpamys pertenece a la clase de héroes, como Aquiles o Sigurth, que son
eminentes por su belleza. Pero la belleza no es necesaria a los héroes. No se le
atribuye a Roldán o Beowulf o Manas. Algunos héroes, como Odiseo, pueden ser
fascinantes pero bajos de estatura o de contextura robusta. La apariencia de un
héroe revela su esencial superioridad y lo distingue de otros hombres. Hay algo
diferente en él que revela fuegos inusualmente fuertes en su interior. La sangre
divina a veces puede ayudar, pero tampoco es esencial. Es su superabundancia de
vida lo que distingue a los héroes cuando emana de sus ojos o se trasluce en sus
gestos o en sus voces. Así el poeta calmuco describe a Dzhangar:
Sus bigotes son casi como las alas de las águilas,
el aspecto de sus mágicos ojos negros
es como el halcón listo para lanzarse sobre la presa.
(Dzhangariada, p. 97)
El kara-kirguís Manas pertenece a la misma estirpe y causa el mismo temor
cuando se exalta:
Cambia el aspecto en la cara de Manas,
en sus ojos ardía un horno,
era un dragón viviente...
Su mirada parecía de medianoche,
enojada como un día nublado.
(Manas, p. 54)
A veces una apariencia temible se combina con una voz cuyos tonos
producen silencio y asombro. Cuando Iván el Terrible está divirtiéndose en un
banquete, sus acciones son formidables aun en su misma trivialidad:
El terrible zar Iván Vasilevich se estaba divirtiendo,
fue a sus apartamentos,
miró a través de su ventana de cristales,
peinó sus negros rizos con un pequeño peine.
Cuando abrió su boca y anunció que en todos sus dominios no había más
traidores, el efecto fue espantoso:
Entonces ellos temblaron ante él,
sus súbditos estaban aterrorizados,
no podían pensar una respuesta,
el más alto se escondía detrás del más pequeño,
y el más pequeño, por su parte, estaba mudo.
(Kireevski, VI, p. 55; Chadwick, 194)
Frente a este modesto efecto podemos señalar la magnífica escena en la
Ilíada, cuando Aquiles, habiendo decidido volver a batalla, se para en la
plataforma y eleva tres veces su grito de batalla. //...// (Il., XVIII, 225-31).
El miedo y la destrucción causados por la simple vista de Aquiles y el
sonido de su voz son signos de su tremenda fuerza.
Aunque la fuerza física es una parte esencial de las dotes del héroe, él no es
un animal, ni carece de inteligencia. Por el contrario, su sabiduría es otro de los
signos que lo hacen superior a otros hombres, y su empleo para asegurar finales
gloriosos es muy lícito. A pesar de que la acción directa es más impresionante, en
muchos casos resulta imposible. En un primer nivel puede argumentarse que, ya
que el designio principal del héroe es desplegar su propia inteligencia y conseguir
lo que desea, no hay razón para que este no use ardides. Cuando Manas pelea con
Er Kökchö, gana la primera vuelta en una pelea muy difícil; después Er Kökchö
propone un enfrentamiento con armas de piedra, y Manas lo pierde cuando es
golpeado por Er Kökchö, y vuela herido en su caballo. Cuando Er Kökchö,
caballerosamente, trata de curar las heridas de Manas, este se vuelve y mata al
caballo de su oponente (Radlov, V, p. 72). Esto no es leal, pero se acepta bajo el
principio de que todo está permitido en guerra. De hecho, podría haber para esto
otra interpretación: un héroe como Manas es tan grande que le está permitido
desplegar sus poderes como desee. Hay otros casos de esta índole –especialmente
se destaca en este sentido Mher, el Joven de Armenia–, pero no son muy
comunes y, ciertamente, no es la regla general. Por lo general, si el héroe se vale
de trampas, lo hace porque usarlas resulta tan peligroso como la fuerza, y es, en
determinadas circunstancias, el único medio de acción.
El artificio y la estratagema tienen sus propios peligros, como Abu Zeyd, el
héroe de El robo de la yegua, lo ilustra en alto grado. Él es un formidable hombre
de acción que no puede ser vencido en lucha abierta, pero para esta prueba
particular –el robo de una yegua muy bien guardada–, la astucia es el único medio
posible y justificable, porque el trance es extremadamente arriesgado y ser
descubierto significa la muerte. Abu Zeyd se introduce en su ardid con todo el
espíritu intrépido y amor a la aventura que muestra en el campo de batalla, y el
alto nivel de su astucia es simplemente otro ejemplo de superioridad heroica. Lo
mismo puede decirse de la brillante aventura de Alaman Bet en la casa de la bruja
Kanyshai. Cuando se disfraza de chino y avanza valientemente dentro de la
morada de la hechicera, en medio de una fiesta, está solo y es un extraño, pero
triunfa por la audacia misma de su estratagema. No hay duda de que lo mismo
podría decirse del poema griego perdido en el que Odiseo, disfrazado de
mendigo, entra en Troya como un espía; y aun a los huéspedes del Caballo de
Madera, con toda su ingenuidad y astucia, no les faltó coraje al estar dispuestos a
arriesgar su vida si eran descubiertos en la ciudad de sus enemigos. Quizá los
héroes más auténticos están por encima aun de estrategias tan peligrosas como
estas. No podemos imaginar a Aquiles, Gilgamesh, Sigurth o Roldán
empleándolas. Pero los hombres que las practican son guerreros eminentes que
acuden a trampas porque deben. De todos modos, el coraje es siempre necesario.
Entre los héroes famosos por sus recursos, Odiseo es el más completo. Él
también es un gran guerrero y un líder, que usa la astucia para salir de dificultades
a las cuales lo ha conducido su testarudo gusto por las aventuras. El clásico
ejemplo de su astucia es el manejo que hace de Cíclope. El gigante de un solo ojo
que mantiene a Odiseo en su cueva y luego decide comérselo es un enemigo
contra quien cualquier estratagema es buena, pero la prédica de Odiseo es el fruto
de su insaciable curiosidad y su deseo de nuevas experiencias. No hay necesidad
de entrar en la cueva, pero Odiseo desea saber quién vive allí, en la isla solitaria, y
espera un presente del dueño. Una vez apresado, él muestra todo su talento, y su
huida es una obra maestra de improvisación imaginativa. Es interesante comparar
la versión homérica de Odiseo y el Cíclope con las historias osetas de Uryzmag y
el gigante de un solo ojo, que tienen mucho en común. (...)
A pesar de que la mayoría de los héroes son movidos por motivos similares
y actúan de modo semejante, hay mucha variedad en los fines a los que se dirigen
las acciones. A pesar de que la necesidad principal y más natural del héroe es
desplegar su poder y ganar la gloria que siente que le pertenece, está listo para
hacerlo por causas que no conciernen directamente a su interés personal, pero lo
atraen porque le dan la oportunidad se mostrar su valor. Estas causas no
necesitan ser muy concretas. En realidad, en la mayoría de los grandes héroes es
simplemente un ideal de hombría y valentía al que siente que debe dedicar su
vida. Esto es lo que guía a Sigurth. A pesar de que está ligado a Gunnar por lazos
de lealtad y lo sirve honorablemente, el centro de su existencia es la concepción
de hombría que Gripir le profetiza:
De bajeza nunca estará tu vida cargada,
noble héroe, tenlo por seguro,
vivirás tan elevado como el mundo,
tu nombre será mensajero de batalla.
(Grípisspá, 23)
Sigurth acepta su destino y actúa de acuerdo con él. Sigue su instintiva
ambición de ser un gran guerrero. Cuando mata a Fafnir, le explica al monstruo
agonizante por qué lo ha hecho, tiene la necesidad de mostrar su valentía:
Mi corazón me condujo, mi mano lo ejecutó,
y mi brillante espada tan afilada.
(Fafnismal, 6, 1-2)
Este deseo de valentía está combinado con otras cualidades nobles que
también destaca Gripir:
Liberal con el dinero, lento para huir,
noble de mirar, y sabio en su decir.
(Grípisspá, 7, 3-4)
Pero el fundamento de la naturaleza heroica de Sigurth es su incuestionable
deseo de probar su valor más allá de los límites de su capacidad.
Aquiles pertenece a la misma clase. A pesar de que juega el rol principal en
la guerra troyana, que se lleva a cabo para rescatar a la esposa de Menelao, a quien
Paris había raptado, esta causa significa muy poco para Aquiles. Cuando los
enviados de Agamenón le piden que vuelva a la lucha, él se niega, y una de sus
razones es que no ve por qué debería arriesgar su vida por la esposa de otro
hombre. Más adelante revela sus verdaderos pensamientos. Su madre le ha dicho
que puede optar entre dos destinos: permanecer en Troya y ganar renombre
inmortal, o volver a casa y vivir una larga y poco gloriosa vida (Il. IX, 410 ss). Por
un momento duda, pero finalmente elige el primer camino y sigue la sugerencia
de su naturaleza heroica que considera la gloria como el destino correcto de un
hombre como él. Haciendo eso obedece el consejo que su padre una vez le había
dado:
Siempre busca ser el mejor, y sobrepasar a los otros hombres en acción.
(Ibid., XI, 784)
Es verdad que cuando Aquiles vuelve a la batalla, su mayor deseo es vengar
la muerte de Patroclo, pero aun allí su naturaleza heroica se impone, y su deseo
de venganza es trascendido por su deseo de gloria, cuando ejercita sus cualidades
físicas y goza de la alegría de la batalla y de la victoria. Destruye a sus enemigos
con un orgullo triunfante y burlonamente les dice que es mejor hombre que ellos.
Cuando recorre su camino de sangre y las ruedas de su carro están salpicadas con
sangre, no hay duda de qué es lo que le importa, ya que el poeta dice que el hijo
de Peleo buscaba ganar gloria (ibid., XX, 502). Como Sigurth, Aquiles está
inspirado por un ideal de hombre que considera que puede realizar en un grado
único, y aunque tiene otras cualidades como prudencia, cortesía y elocuencia,
estas son secundarias con respecto a su deseo esencial y dominante de ser un
gran guerrero.
El deseo de valentía como un fin en sí mismo puede ser ilustrado por el
poema oseto sobre el héroe Batradz. //...//
Aquiles, de acuerdo con la leyenda griega, fue hecho a prueba de armas
cuando su madre lo sumergió en fuego, ambrosía o en la laguna Estigia. Batradz
se hizo a sí mismo a prueba de armas a través de un método más exacto y
original, cuando se hizo tratar por el forjador divino.
El heroísmo por sí mismo es quizá excepcional. Comúnmente más héroes
consagran sus talentos a alguna causa concreta que les proporciona un espacio
para la acción y un fin al cual dirigir sus esfuerzos. El héroe es generalmente un
líder, un jefe de hombres, y siente obligación hacia aquellos que están bajo su
mando. Es por lo tanto sorprendente que los reyes de las historias heroicas sean
generalmente poco heroicos en sentido pleno. Ellos parecen tan agobiados con
las responsabilidades y ansiedades que no pueden desplegar en medida plena su
valentía individual. El Agamenón de Homero, Hrothgard en Beowulf, Carlomagno
en Roldán y Gunnar en la Edda Mayor son figuras impresionantes pero carecen del
sólido heroísmo de sus súbditos, Aquiles, Beowulf, Roldán o Sigurth. El solo
hecho de ser un rey lo aleja de una realización de hombre heroico. Sus deberes lo
previenen de fijar toda su atención en asuntos de guerra; está tan ocupado en
reinar que debe dejar las mejores oportunidades a otros. Puede también no actuar
por prevención, debido a su edad, como lo hubiera hecho en su juventud. Por
supuesto, cuando la ocasión lo requiere, Agamenón y Carlomagno muestran su
fuerza en la batalla, mientras que las últimas horas de Gunnar en los aposentos de
Atli pertenecen a la más alta tradición heroica. Por otra parte, entre los pueblos
asiáticos, el rey es a menudo el mayor de los guerreros, el hombre que posee en sí
mismo todas las mejores cualidades de su pueblo. Así, Manas Dzhangar y
Alpamys se ubican entre los mejores de los kara-kirguíes, calmucos y uzbecos. En
la gran guerra contra China es Manas quien al final toma el mando y ataca a los
más formidables oponentes; cuando las tierras de Dzhangar son invadidas en su
ausencia por un enemigo, él es el primero en reconquistarlas; Alpamys obtiene su
primera fama conduciendo a su pueblo contra los calmucos. Semejantes reyes
pertenecen a un nivel de sociedad más primitivo que sus contrapartes europeas, y
es por eso quizá que se les permite ejercer su naturaleza heroica plenamente.
De todos modos hay ocasiones aun en Europa en que el rey se convierte
en el campeón de su gente y ejerce sus poderes heroicos para ellas. En su
juventud, Beowulf mata a Grendel por motivos de puro heroísmo, pero en su
madurez pelea con el dragón en un sentido diferente, para salvar a su pueblo de
una peste mortal. Acepta inmediatamente su pedido de ayuda e insiste en pelear
solo contra el monstruo. Es su última pelea y muere a causa de heridas recibidas
en ella. //...//
Si los reyes no tienen a menudo un lugar de privilegio, sí lo tienen sus
seguidores y vasallos, y hay notables ejemplos de hombres que llevan a cabo
acciones heroicas por lealtad a su señor o soberano. A pesar de que Carlomagno
no desempeña un papel muy importante en el Roldán, inspira una lealtad absoluta
y recibe preciados servicios. A pesar de que Roldán no duda en discutir las
decisiones del emperador durante la escena del consejo, finalmente las obedece, y
esto se hace notable cuando se le ordena dirigir la retaguardia del ejército, a pesar
de que sabe que esto es parte del plan de Ganelon para ocasionarle la muerte.
Cuando recibe las órdenes, en un primer momento hierve de ira, pero obedece.
Una vez que ha aceptado la prueba, su honor le impide pedir ayuda, y esa es la
razón por la cual se niega a hacer sonar el cuerno. Siente que semejante acción
significaría traicionar la confianza de su señor (Roldán, 1115-19).
Este es el espíritu de caballería, tal como el siglo XII lo entendía. Roldán
debe actuar de acuerdo con un verdadero espíritu feudal hacia su señor, pero esto
no le impide ser un héroe auténtico.
Las posiciones relativas de señor y héroe pueden producir un drama de
relaciones personales. En los poemas kara-kirguíes un especial interés se concede
a la amistad entre el gran príncipe Manas y su subordinado, Alaman Bet. Alaman
Bet es de origen calmuco o chino. Se une a Manas porque ha fallado un intento
previo de servir al príncipe uigur Er Kökchö. Elige a Manas sin una razón más
importante que la búsqueda de aventuras, pero una vez hecha la elección, cumple
sus deberes con tanta lealtad que consigue un lugar especial en la consideración y
el afecto de Manas. El grado de confianza que le tiene Manas se muestra en lo
que dice a sus capitanes al comienzo de la gran expedición:
Solo a Alaman Bet le es conocido,
el distante camino a China,
sea él nuestro guía,
(Manas, p. 83)
Alaman Bet es un ejemplo notable del súbdito heroico que orienta su vida
al servicio de un señor y está protegido por la confianza que obtuvo.
Otra causa a la que un héroe puede servir es la religión. El temperamento
heroico a primera vista no parecería estar de acuerdo con los ideales de
autosacrificio del cristianismo o el budismo, pero en la práctica no aparecen
dificultades. Roldán está en medio de una guerra entre los paladines cristianos de
Carlomagno y los infieles sarracenos. El espíritu cristiano está a menudo presente
y juega un papel importante en la acción. Los cristianos pelean para convertir a
los infieles y Carlomagno insiste en el bautismo de capturados y conquistados.
Celebra misa y maitines en su campamento y cuando toma el campo para vengar
la muerte de Roldán, Dios le muestra su favor al detener el curso del sol. Esta
lucha está entrelazada en el esquema heroico sin demasiado esfuerzo. Los
cristianos desprecian y odian a los infieles porque adoran a dioses falsos y no
tienen honor de caballeros. El enfrentamiento está presentado entre lo correcto y
lo erróneo, entre verdad y falsedad, y esto da un carácter enfático al punto en
cuestión. Es por lo tanto entendible que, cuando los sarracenos son vencidos se
vuelvan hacia sus dioses y los acusen de ser inútiles y de no haberlos ayudado y
que, por otra parte, los cristianos, confíen en que morir por su causa es ganar el
paraíso. El arzobispo Turpín no duda acerca del resultado y antes que la batalla
comience, le dice a la hueste:
Mis señores barones, Carlos nos ha dejado aquí para esto,
él es nuestro rey, bien podemos nosotros morir por él:
ofrezcamos un buen servicio a la cristiandad.
Tendréis batalla, estáis destinado a ella,
a través de vuestros ojos veis a los sarracenos.
¡Rogad por la gracia de Dios, confesándole vuestros pecados!
Os doy la absolución de vuestras almas
entonces, si morís, viviréis como mártires benditos,
ganaréis tronos en el gran paraíso.
(Roldán, 1127-35)
Luego imparte la absolución y la bendición y la pelea comienza. Más tarde,
cuando Roldán es herido de muerte, confiesa sus pecados y es llevado por los
ángeles al paraíso, recibiendo la recompensa que había solicitado para los muertos
en la ladera de la montaña. //...// (ibid., 1854-6).
El esquema es claro y simple y encaja bien dentro del culto del honor.
Roldán solicita siempre manifestar su valor porque está seguro de que actúa en la
más santa de las causas y que la gloria que desea será hallada no solamente en la
memoria de los hombres sino en el cielo.
No hay otra religión que vuelque en la poesía un esquema tan completo
como este, pero hay veces en que el islam hace algo semejante. Los héroes karakirguíes son mahometanos y están orgullosos de serlo. Es verdad que parecen
haberse convertido recientemente, ya que un eco de esto sobrevive en la
referencia del príncipe uigur Er Kökchö:
Quién abre las puertas del paraíso,
quién abre las cerradas puertas de los bazares.
(Radlov, V, p. 18)
Pero, como otros conversos, el kara-kirguís siente cierto desprecio por
quienes no gozan de sus ventajas espirituales. //...//
En efecto, los kara-kirguíes creen que por ser mahometanos son más
civilizados y heroicos que los budistas y los idólatras y pertenecen a un orden
superior de humanidad.
Por otra parte, aunque los kara-kirguíes identifican su religión con su
orgullo nacional, son más tolerantes respecto de otras creencias que los cristianos
de Roldán. En tiempos de paz ellos invitan a calmucos y a paganos kara-nogayos a
sus festivales y en la fiesta de Bok-Murun ambas partes se unen en un espíritu
amistoso, aunque se considera correcto y propio que los kara-kirguíes ganen
todos los juegos. Así también en la guerra, aunque la lucha puede ser sangrienta,
los kara-kirguíes respetan a sus enemigos, y los poetas los presentan con
luminosidad heroica. Es verdad que usan magia para protegerse, a diferencia de
los kara-kirguíes, y sus personajes principales son de forma y tamaño
monstruosos. //...//
Los calmucos, a quienes los kara-kirguíes combaten y desprecian como
incrédulos, son budistas, y los espíritus y santos budistas reciben más atención en
los poemas calmucos que los santos cristianos en el Roldán. Ellos no toman parte
en la acción pero su presencia en el trasfondo es enfatizada, y los poemas
generalmente comienzan con un tributo a los signos visibles de su poder en el
montañoso dominio de Dzhangar. El poeta insiste en que la fe y la religiosidad de
los calmucos están más allá de todo reproche. //...// Dzhangar es el
representante y el campeón de esta fe:
Él afirma la regla universal como una roca,
él se regocija radiante con la fe budista como un sol.
(Dzhangariada, p. 142)
Una encarnación de Buda ha soplado en su mejilla; otra lo cuida cuando
duerme; un lama especial lo vigila. //...// Inspirados por una confianza absoluta,
Dzhangar y sus compañeros están convencidos de que tienen apoyo divino y que
su guerra contra el pueblo vampiro de los Mangus es una guerra entre aquellos a
quienes los dioses quieren y aquellos a quienes los dioses odian. Pero, a pesar de
que los héroes calmucos se consideran a sí mismos como instrumentos elegidos
del cielo, ellos son reconociblemente humanos y actúan como los héroes
acostumbraban hacerlo siguiendo su deseo de gloria. Como los kara-kirguíes, son
tan fuertes en la lucha que no necesitan de la magia, pero están capacitados para
conseguir lo que desean por la fuerza de su brazo. Su religión les proporciona un
espíritu inspirador en la batalla, pero se mueven primordialmente por su deseo de
gloria.
Lo que hace la religión en estos casos sucede más a menudo por el amor a
la patria. En muchos casos es casi inconsciente pero aflora ante un desafío. Así el
guerrero uzbeco Yusuf le dice a un enemigo lo que significa su patria para él:
Nuestro país es un buen país.
Los inviernos son como la primavera.
Los jardineros cuidan sus jardines,
y los árboles están colmados de frutas.
Sus mujeres ancianas descansan en blancos carros,
pero las jóvenes trabajan como deben.
Doncellas y jóvenes están siempre enamorados.
Su tiempo se llena con juegos y placeres.
(Zhirmunskii-Zarifov, p. 317)
Otro héroe dice:
Mi patria es mi vida,
mi patria es mi alma.
(Idem)
Estos sentimientos son muy comunes y es natural que los héroes, a veces,
deban pelear por ellos. Aquel que lucha y muere por su patria es conocido por
Homero y retratado en la Ilíada, no entre los aqueos que luchan por rescatar a la
esposa de Menelao, sino entre los troyanos, que pelean por defender su ciudad y
sus hombres. Héctor es el primer héroe que despliega sus poderes a favor de su
patria. Cuando el profeta Polidamo le dice que los agüeros son hostiles, Héctor
los desafía y dice:
Solo un presagio es el mejor,
luchar en defensa de nuestra patria.
(Il., XII, 243)
Mas tarde, cuando sus hombres están desalentados y parecen estar a punto
de abandonar la lucha, Héctor los exhorta utilizando el lenguaje del más puro
patriotismo:
Todos ustedes prosigan la batalla desde los navíos; y si a alguno el destino lo lleva a la
muerte, déjenlo morir. No es deshonroso morir por su patria, dejando tras sí a su mujer y
sus hijos vivos en incólumes, dejando su hogar y sus posesiones intactas, para que los
aqueos puedan volver a zarpar a la muy amada tierra que los engendró.
(Ibid., XV, 494-9)
Héctor no piensa tanto en la gloria como en el hogar, la familia y la ciudad.
En el fondo de su corazón sabe que Troya habrá de caer pero sin embargo está
dispuesto a hacer todo lo posible para evitar o posponer el día fatal. Actúa como
un héroe y obtiene un triunfo glorioso cuando está a punto de incendiar las naves
aqueas. Pero no piensa en hacer gala de sus proezas personales. En muchos
aspectos, la figura más humana y atractiva de la Ilíada no es su héroe principal.
Homero traza un contraste entre él y Aquiles, entre el campeón humano del
hogar y la familia y el héroe semidivino de escasos vínculos y lealtades. Quizá
podamos ver en Héctor la emergencia de un nuevo ideal de humanidad, el
concepto de que un hombre se realiza más plenamente en el servicio de su ciudad
que en la satisfacción de su propio honor, y en este caso, Héctor se encuentra en
el límite entre el mundo heroico y la ciudad-estado que lo reemplazó. Sin
embargo, Héctor tiene mucho del atractivo y la nobleza que pertenecieron al
verdadero héroe. Así como su fuerza y velocidad son inferiores a las de Aquiles,
es un guerrero formidable impulsado por su impetuosa potencia. En él, el amor a
la patria es el motor principal, pero a través de él lleva a cabo un destino
ciertamente heroico.
Un héroe concebido a la manera de Héctor es el representante de su
pueblo, su portavoz y su ejemplo. A partir de esta premisa, no estamos muy lejos
de encontrar al héroe no en el gran príncipe o en el líder sino en algún personaje
menos eminente que halla su hora más gloriosa en una crisis, o en un grupo de
personas que muestran su valía cuando su patria se encuentra en peligro. Tal es el
caso del poema anglosajón Maldon, en el cual quizás el principal personaje, y en
cierta medida el héroe, es Byrhtnoth. Es él quien da la primera respuesta
desafiante a los invasores vikingos, y al hacerlo habla en nombre de su rey y de su
tierra:
Mensajero de los hombres de mar, lleva el mensaje a tus amos,
cuenta a tu pueblo las nuevas más horrendas:
aquí existe un noble duque quien con sus soldados
osará llevar adelante la defensa de su tierra,
tierra de Aethelred, señor y maestro,
de su pueblo y de su suelo.
(Laborde, Maldon, 49-54)
Cuando Byrhtnoth muere, sus compañeros conservan su espíritu desafiante
y se muestran dignos de él. Aelfwine incita a los hombres a seguir luchando en
nombre de su señor muerto y para justificar las alabanzas que en su honor se
cantaron en el pasado. Uno a uno, diferentes guerreros, Offa, Leofsunu y
Dunnere apoyan este llamado, hasta que el Viejo Compañero, al ver que la lucha
se vuelve en contra de los ingleses, alza su voz hasta la máxima elocuencia
mientras solicita un último esfuerzo:
Seremos más audaces, nuestro corazón será más denodado,
nuestro ánimo irá creciendo a medida que nuestras fuerzas desfallezcan.
(Ibid., 312-13)
En su lucha por la defensa de su país, los hombres de Maldon están
movidos por un verdadero espíritu heroico y actúan en función de sus reglas
inmemoriales. En ellos, el grupo manifiesta el viejo orgullo del individuo y revela
conocer qué se aguarda de él en la hora del esfuerzo desesperado.
Cuando una comarca se encuentra bajo una dominación extranjera, hay una
tendencia en cada uno de sus habitantes a transformarse en héroe que resiste a
los conquistadores o lucha contra ellos. Esto puede ser visto en numerosos países
sometidos al poderío turco. Muchos poemas griegos de los últimos dos siglos
hacen referencia a personajes que combatieron valerosamente contra la tiranía
extranjera y que de otro modo hubieran permanecido en la oscuridad. Tal el
capitán Malamos, quien se niega a último momento a someterse a los turcos,
porque son traicioneros, y vuelve a las montañas (Legrand, p. 80). Tal Xepateras,
que lucha solo contra un ejército , pese a lo cual se niega a rendirse y corta la
cabeza del soldado turco que se lo ordena (idem, p. 88). Tal el capitán, Tsolkas,
quien a lo largo de tres días y tres noches, sin agua, alimento ni auxilio, se abre
paso hacia el frente turco. Tal Maestro Juan, de Creta, que promueve una revuelta
pero es capturado por los turcos, quienes lo arrojan al mar para ser devorado por
los peces (idem, p. 98 ss.). Tal la madre de los hijos de Lazos, quien los denuncia
por haber abandonado la plaza fuerte del Olimpo y los amenaza con su maldición
en el caso de unirse a las fuerzas turcas (idem, p. 116). Tal el patriarca Gregorio,
ahorcado por los jenízaros turcos frente a su propia iglesia (idem, p. 124). Los
episodios son reducidos y los caracteres no demasiado prominentes, pero un
hálito heroico los envuelve por su participación en una magna causa y su
incansable desafío entre los turcos.
Los poemas yugoslavos sobre la resistencia contra los turcos presentan un
esquema más variado que los griegos, tanto en lo referente a su índole como a sus
diferentes episodios. Hay oportunidades en que la resistencia adquiere un carácter
verdaderamente heroico y en las que cada serbio se vuelve un héroe. Tal el
espíritu de los poemas sobre Kosovo, concentrado en las palabras que el rey
Lazar pronuncia cuando incita a su pueblo a la lucha:
Aquel que sea serbio, con antepasados serbios,
con sangre serbia y crianza serbia,
y no se presente a luchar en Kosovo,
no será bendecido por la presencia de descendientes,
varones y mujeres,
y nada florecerá bajo su mano,
ni el vino dorado ni el trigo ondulante:
¡que él y sus hijos se pudran para siempre!
(Karadzich, II, p. 271)
El llamado es escuchado y el pueblo serbio acude a Kosovo, donde será
vencido y perderá su independencia. Los héroes avanzan sabiendo lo que los
espera, pero ello no los atemoriza. Jugovicu Vojine representa el punto de vista
general cuando afirma:
Iré a la batalla de Kosovo,
derramaré mi sangre por la cruz gloriosa,
moriré por mi fe junto con mis hermanos.
(Idem, p. 116)
Este es el auténtico espíritu del heroísmo yugoslavo, pero no su única
forma. Los poemas sobre la rebelión contra los turcos entre los años 1804-1813
tienen aparentemente menos nobleza en la medida en que hacen una menor
referencia al sacrificio y son menos conscientes de la derrota y de la muerte. Pero
no por ello son menos heroicos. Los patriotas luchan alegre y gallardamente por
su país, y los poemas reflejan su confianza y su orgullo. En esta lucha, como en la
de Kosovo, no se destacan figuras singulares, pero el heroísmo es compartido
por los diferentes personajes que no dan tregua a los gobernantes turcos, a los
recaudadores de impuestos o a los jenízaros. Los grandes acontecimientos como
la batalla de Deligrado o la toma de Belgrado son la obra de muchos hombres
que trabajan juntos en pro de un fin común. Esta sublevación también fracasa,
pero ello agrega un grado más al enorme esfuerzo hecho en pro de la libertad. El
poeta refiere el final:
Entonces los turcos conquistaron la tierra una vez más,
cometieron iniquidades en todo el país;
esclavizaron a las esbeltas mujeres sumadias
y mataron a los jóvenes de Sumadija.
Ojalá uno solo hubiera quedado allí para dar testimonio
y para escuchar el horrible clamor
de los lobos aullando en las montañas
mientras alegres cantos turcos resonaban en las aldeas.
(Karadzich, IV, p. 269)
El sentido yugoslavo del heroísmo glorifica a todo aquel que lucha por su
patria y le confiere, al mismo tiempo, una dignidad trágica ante el fracaso final.
Dado que los yugoslavos han creado esta poesía de heroísmo nacional,
resulta paradójico que su héroe principal sea Marko Kraljevich, que no pertenece
a este linaje y cuyo patriotismo posee una cualidad ambigua. Por empezar, está al
servicio del sultán. Para esta circunstancia puede existir una justificación histórica,
puesto que, en efecto, muchos caudillos yugoslavos hallaron la manera de
encontrar una forma de subsistencia entregando su algo dudosa lealtad al Jefe de
los Fieles. Los poetas aceptan el hecho y lo manejan de la mejor manera posible
subrayando el airoso espíritu de independencia con que Marko trata a su amo.
Desobedece sus órdenes en lo relativo a no tomar vino durante el Ramadán,
despedaza jenízaros, convence a los serbios de no pagar los impuestos y
fanfarronea ante el propio sultán. Cuando Marko mata al turco que se ha
apoderado de la espada de su padre, se enfrenta fieramente con el sultán que lo
ha convocado y exclama sin temor:
Sí, si el mismo Dios hubiese entregado el sable
al sultán, yo hubiera matado al propio sultán.
(Idem, II, p. 316)
Marko sedujo a un pueblo que se encontraba bajo el yugo turco. Los
serbios habían hallado una forma de vida que no se apartaba demasiado de su
propio sentido del honor y moldearon en él una figura que, al tiempo que
aceptaba la situación real, estaba en condiciones de mantener su estilo y libertad.
Su vida no es la del héroe intransigente y concentrado en una única finalidad, sino
que en el a veces confuso mundo de la Serbia turca, pone de manifiesto que el
amor por la patria sigue teniendo valor para el sirviente de un déspota extranjero.
En los tiempos modernos, el héroe que defiende los derechos de un pueblo
ha adquirido una nueva forma, cuando la palabra “pueblo” sirve menos para
designar una raza o una nación que las masas anónimas incapaces de hacer valer
sus derechos sin la presencia de un líder. Cuando este líder aparece, puede, en
circunstancias favorables, asumir los atributos de un héroe. En el norte de Rusia,
la Revolución de 1917 ha inspirado poemas en los que Lenin asume las
características de este tipo de héroe. En La historia de Lenin de Marfa Kryukova, el
creador del sistema soviético ha adquirido muchos de los atributos del bogatyr
tradicional. La historia comienza con el arresto y la ejecución del hermano de
Lenin por haber atentado contra la vida del zar Alejandro III, y con el llamado de
la madre de Lenin a sus hijos para luchar por su hermano y “por la verdad, la
verdad del pueblo”. Lenin promete cumplir con ese llamado y expresa que siente
dentro de sí la confianza del éxito:
Porque siento dentro de mí un gran poder:
si ese anillo estuviese dentro de una columna de roble,
lo arrancaría junto con mis fieles camaradas
y cambiaría la madre tierra entera.
Poseo sabios conocimientos
pues he leído un librito mágico;
ahora sé dónde encontrar el anillo,
ahora sé cómo cambiar la tierra entera,
la tierra toda, nuestra entera y querida Rusia.
(Kaun, p. 186)
Kryukova escribe siguiendo el estilo tradicional y transforma los temas
modernos dentro del lenguaje aceptado de la poesía rusa. Así, utiliza aquí un
antiguo tema folclórico: el del anillo mágico que confiere poderes sobrenaturales,
tal como lo proclama el primitivo gigante Svyatogor:
Si quisiera recorrer la tierra toda,
fijaría un anillo al cielo,
ataría una cadena de hierro al anillo,
arrastraría el cielo hasta la madre tierra,
y confundiría la tierra con el cielo.
(Chadwick, p. 51)
El anillo de Lenin es más moderno, porque conoció su existencia a través
de un libro que no es otro que El capital de Marx. El héroe moderno utiliza su
propio tipo de magia. El anillo es el símbolo de la fuerza que Lenin puede
ofrecer. Así, más adelante en el poema, cuando regresa a Rusia para la
Revolución, el anillo vuelve a ser mencionado, y esta vez el pueblo lo comparte:
Todo el pueblo se reunió en tropel
junto al pilar maravilloso.
Se reunieron formando una fuerza poderosa,
se asieron del anillito, del anillito mágico,
del anillito difícil de arrancar,
pero con fuerza tenaz lo lograron.
Hicieron girar la tierra de nuestra gloriosa madre Rusia
hacia otro lado, hacia el lado justo,
y arrebataron las llaves de la pequeña Rusia
de las manos de los terratenientes, de los dueños de las fábricas.
(Kaun, p. 188)
De este modo Lenin, el héroe, cuenta ampliamente con la magia y está
autorizado a hacerlo porque posee el conocimiento y la astucia de los héroes.
Lenin es también un luchador. Tiene su propia idea de la lucha que lo
aguarda:
No será el honor de un valiente,
ni la gloriosa fama de un caballero;
matar a un zar es pequeña ganancia:
allí donde muere uno, otro se alza en su lugar.
Debemos luchar, debemos luchar de otra manera,
contra todos los príncipes, contra todos los nobles,
contra todo el orden establecido hasta ahora.
(Idem, p. 186)
Así, Lenin se convierte en el campeón de la gente común comprometido en
una gran lucha. Al igual que otros héroes, reúne a su compañía o druzhina
compuesta por “obreros” e “intelectuales”, y es una “gran fuerza popular”. Aun
cuando el pueblo le entrega las “llaves de oro de toda la tierra”, sus esfuerzos no
han acabado. Después de la Revolución sigue la guerra civil, y el intento de una
“feroz serpiente” de acabar con la vida de Lenin. Durante su enfermedad, su leal
camarada Stalin se dirige así a los soldados:
Escuchad, soldados del Ejército Rojo,
escuchad, obreros de las fábricas,
escuchad, campesinos, labradores de la negra tierra,
ha llegado un tiempo, un tiempo muy duro,
ha llegado un tiempo, un tiempo de guerra,
debemos reunir nuestras últimas fuerzas,
con nuestro valor debemos aplastar a nuestros enemigos,
aplastar a nuestros enemigos, dispersar a los agentes del mal.
(Idem, p. 189)
El discurso de Stalin obtiene los resultados esperados. Los soldados rojos
se arrojan sobre los generales invasores a través de mares, ríos y pantanos. A la
hora de la victoria, Lenin muere. La naturaleza llora por él, y la tierra se empapa
con las lágrimas del pueblo. El marco y el estilo del relato son tradicionales, pero
se adecuan a los acontecimientos de la historia contemporánea. Lenin aparece
como el campeón de un pueblo y actúa como tal. Su recompensa es la gloria que
obtiene tras la muerte.
Desde el punto de vista artístico, la carrera de un héroe necesita cierto tipo
de realización. Los esfuerzos y los preparativos pueden llevar a un final
impactante. Tal final es a menudo un éxito rotundo que muestra la calidad del
héroe y le confiere la gloria merecida. Así, el Manas kara-kirguís termina con la
toma de Pekín y los poemas calmucos con fiestas que celebran las victorias; la
Odisea termina con la reunión de Odiseo con su mujer; el Cid con la recuperación
del favor real y las bodas de las hijas del héroe con reyes. Otros poetas parecen
sentir la necesidad de llegar a un final más completo y cuyo único cierre adecuado
es la muerte del héroe. Así, el David armenio es muerto casi en forma casual
mientras bebe de una fuente; Beowulf muere al matar un dragón. En estos casos,
la muerte sobreviene sin provocar emociones violentas. En este tipo de vida
heroica no existen las paradojas. Las dificultades surgen y logran vencerse hasta la
llegada de su última hora. Este punto de vista se concentra en los poderes y
éxitos del héroe y no plantea interrogantes acerca de su vocación o su posición
dentro del modelo de las acciones humanas.
No todos los héroes, sin embargo, están concebidos de este modo. Con
bastante frecuencia, sus carreras parecen llevar inevitablemente al desastre y
culminar con él. Cuando esto sucede, la historia gana en fuerza y profundidad,
puesto que el héroe que se encuentra en esta situación parece, durante sus
últimos momentos, ser más plenamente él mismo y llevar a cabo sus mayores
esfuerzos. Su vida, lejos de tener un final sereno, culmina con una gloriosa
llamarada que ilumina todo su carácter y su accionar. Si muere tras una lucha
heroica, revela que, al llegar a la prueba final, está dispuesto a sacrificarse por sus
ideales. Estas muertes son naturalmente más sublimes y conmovedoras que un
apacible final, y no es sorprendente que sean altamente apreciadas por los poetas.
Además, suscitan interrogantes respecto de motivos y modelos de conducta que
acrecientan la realidad dramática de la historia y dan al poeta la oportunidad de
presentar un tipo de conflicto espiritual que ilustra aspectos importantes del
punto de vista heroico. En estas ocasiones es difícil escapar de la sensación de un
destino que debe ser necesariamente cumplido, cualesquiera sean los esfuerzos
realizados para evitarlo: el héroe, no menos que los otros hombres, debe
confrontarse con el final que le ha sido conferido. Así, la historia pasa del relato
de hechos heroicos a algo más grave y más grandioso y sugiere sombrías
consideraciones acerca del lugar del hombre en el mundo y de la lucha
desesperada que lo enfrenta con su destino. Esta visión parece prevalecer sobre
todo en las sociedades aristocráticas, tal vez porque no se sientan enteramente
cómodas con respecto al ideal heroico y perciben que, por grande que sea la
recompensa, esta exige un precio no menor y que, en última instancia, el héroe
realiza su destino cuando surgen circunstancias que enfrenta pero que es incapaz
de vencer.
Esta idea del destino aparece claramente en el tema de la elección
equivocada, en el cual el héroe debe optar entre dos vías, cada una de las cuales
encierra, en cierta medida, una cuota de mal. Cualquiera sea su decisión, esta
conduce al desastre. La Edda Mayor sirve como ejemplo de esta circunstancia.
Cuando Gunnar cree que su mujer, Brynhild, ha dormido con Sigurth, se siente
tironeado por dos alternativas: o bien no puede hacer nada, y en este caso se
deshonra a sí mismo como hombre y como marido, o bien puede matar a
Sigurth, en cuyo caso falta a la palabra dada a un amigo fiel. En la Breve historia de
Sigurth, la resolución del conflicto es perfectamente clara: Brynhild exige la
muerte de Sigurth, sin lo cual abandonará a Gunnar. Gunnar consulta a Hogni y
le dice cuánto ama a Brynhild:
Por encima de todas las cosas amo a Brynhild,
la hija de Buthli, la mejor de las mujeres;
prefiero perder mi propia vida
que renunciar al amor de esta muchacha.
(Sigurtharkvitha en Skamma, 15)
Aunque Hogni le recomienda no tomar ninguna determinación, Gunnar
decide que Sigurth debe morir y evita un problema de honor encomendando la
tarea a su hermano Gotthorm. Los medios son por cierto cuestionables, pero
Gunnar se encuentra ante una situación sin salida. Cree, equivocadamente, puesto
que Sigurth es inocente, que para conservar el amor de su mujer debe vengar su
honor, en cuyo caso Sigurth debe morir. En este momento, Gunnar es víctima
del destino, y Brynhild, que está a punto de convertirse en una asesina, gana la
simpatía del lector por su concepto relativo al propio honor y por su decisión de
matarse una vez obtenida la venganza.
Guthrun se encuentra frente a una elección similar en Atlamál y Atlakvitha.
Pese a numerosas diferencias, ambos poemas bosquejan la trama de una misma
historia. Guthrun está desgarrada entre dos lealtades: una hacia su marido, Atli, y
otra hacia sus hermanos muertos por Atli. Dado que el mundo heroico nórdico
reconoce ambas lealtades, los poetas saben que Guthrun debe proceder a una
elección terrible. Por un lado, afirman que ella decide ser leal a sus hermanos y
matar a su marido, pero por otro explican su decisión de manera diferente. En
Atlakvitha mata a Atli porque este ha violado el juramento hecho ante sus
huéspedes y lo coloca de este modo más allá de toda obligación que Guthrun
pueda sentir hacia él. El asunto no es explicado con demasiada claridad, pero
Gunnar lo presagia antes de su muerte (cf. Atlakvitha, 32) y esto no puede ser
puesto en duda. En Atlamál Guthrun está convencida de que los lazos de sangre
son más fuertes que otros cualesquiera y que su deber es vengar a sus hermanos
muertos. El poeta insiste en los sentimientos de Guthrun y especialmente en su
amor hacia su hermano Hogni. Al enterarse de su muerte, le anuncia a Atli que
no habrá de perdonarlo:
Nuestra infancia transcurrió en la misma morada,
compartimos los mismos juegos, crecimos entre los bosquecillos.
Luego Grimhild nos dio oro y collares;
no lograrás nunca hacerte perdonar la muerte de mi hermano,
ni lograrás convencerme de que ello estuvo bien.
(Ibid., 68)
Gunnar hace su propia elección, que puede ser correcta de acuerdo con su
propio código, pero que no por ello es menos atroz. Gunnar y Guthrun están
primordialmente movidos por una pasión instintiva e irracional: él por su amor
hacia Brynhild, ella por sus vínculos de parentesco. Pero existe también otra clase
de elección hecha con plena conciencia y no por ello menos lamentable. El héroe
se enfrenta con alternativas que sopesa cuidadosamente pero que lo llevan al
desastre. Muchas comarcas están marcadas por la historia del padre que lucha
contra su hijo. Este es, en todos los casos, un asunto penoso, que asume especial
grandeza en Hildebrand. Desdichadamente, el poema nos ha llegado incompleto y
desconocemos su final, pero el fragmento conservado abunda en posibilidades
trágicas. El anciano guerrero Hildebrando, exiliado durante treinta años, se
encuentra durante el curso de una batalla con un joven que se prepara para
enfrentarlo en un combate singular. Se trata de su hijo Hadubrando. Antes de
comenzar el combate, Hildebrando lo interroga y descubre de inmediato de quién
se trata. Comienza entonces a contarle la verdad de los hechos:
Pero el alto Dios del cielo sabe
que hasta ahora nunca hablaste, valiente héroe, con un familiar tan cercano.
Saca luego de su brazo un anillo de oro y se lo ofrece a Hadubrando: “Por
amor te lo entrego”. Pero Hadubrando lo rechaza porque piensa que su
adversario miente y está tratando de engañarlo. Hildebrando se enfrenta así con
una dramática elección: debe, o bien rechazar el reto e de este modo ser acusado
de cobardía, o luchar contra su propio hijo. Se decide por la segunda alternativa, y
sus palabras señalan cuáles son sus motivos:
Ahora mi propio hijo habrá de golpearme con su espada,
derribarme con su lanza, o yo mismo habré de matarlo.
Mas, si eres suficientemente valiente podrás con facilidad
quitarle a un anciano sus armas,
apoderarte del botín, si ese es tu derecho.
Entre los godos del Este, el más cobarde sería aquel que te alejara
de la lucha que tanto deseas, del combate contra tu enemigo. Que pruebe el
predestinado
si podrá ahora vanagloriarse de esas armaduras
o de las corazas que reclama como propias.
(Hildebrand, 53-62)
Hildebrando decide luchar porque considera que el honor de un guerrero
no puede rechazar un reto. Desconocemos el final de la historia. En versiones
posteriores, como la de Kasper von der Rön (Henrici, Das deutsche Heldenbuch, p.
301 ss.), del siglo XV, y una de 1515 (Von Liliencron, Deutsches Leben im Volkslied
um 1530, p. 84 ss.), hay un final feliz con el mutuo reconocimiento de padre e
hijo. Pero, aparentemente, el poema en alto alemán terminaría con la muerte de
Hadubrando, por el tono trágico y funesto que lo impregna. Esta fue, por otra
parte, la versión conocida por Saxo Gramático (cf. Holder, p. 244). De todos
modos, cualquiera haya sido la resolución del conflicto, la elección que enfrenta
Hildebrando es indudablemente grave. Los afectos humanos lo llevan hacia una
dirección, mientras que el honor lo empuja hacia otra.
Una forma especial de elección trágica aparece en el poema yugoslavo La
caída del reino serbio. El profeta Elías entrega al zar Lazar un mensaje de la Madre
de Dios que le propone una elección:
Zar Lazar, príncipe de noble linaje,
¿cuál eliges ahora como tu verdadero reino?
Dime, ¿deseas un reino celestial?
¿O prefieres un reino terrenal?
(Karadzich, II, p. 268)
Si Lazar elige la primera alternativa, él y su ejército serán destruidos; si elige
la segunda, destruirá al enemigo. La elección es especialmente difícil para un
héroe, puesto que la introducción de una recompensa celestial desbarata todos
sus cálculos. El héroe común aceptaría sin duda la segunda alternativa, pero
como Lazar es el campeón de los cristianos serbios contra los turcos infieles,
debe, en último término, optar por la segunda. En su situación, tal es la única
conducta heroica, que implica su propia muerte y la destrucción de su reino.
Pero, como hombre de honor, debe anteponer todos sus intereses al servicio de
su fe; por eso decide:
Si eligiera ahora un reino terrenal,
ved aquí, un reino terrenal es algo pasajero,
pero el reino de Dios durará para siempre.
(Idem, p. 269)
En la elección de Lazar podemos en verdad detectar con cierta razón un
elevado orgullo heroico, aunque este esté colocado dentro del marco cristiano. Si
un héroe debe elegir entre la victoria y un magnífico desastre, es prácticamente
necesario para él elegir el desastre, puesto que ello muestra el grado de sacrificio
que está dispuesto a hacer. La apetencia de Lazar por un reino celestial es,
esencialmente, no demasiado distinta de la esperanza en el paraíso que sostiene a
Roldán en su última batalla en Roncesvalles. El espíritu heroico se relaciona
fácilmente con los grandes ideales de este tipo pero no por ello es menos heroico.
El poeta, por supuesto, aprueba la decisión de Lazar y le imparte su bendición:
Todo fue hecho con honor, todo fue sagrado,
la voluntad de Dios se cumplió en Kosovo.
(Idem, p. 270)
La identificación del honor con la voluntad de Dios no significa que el
sentido del honor de Lazar no pertenezca a la categoría más alta y más noble.
Aunque su posición es inusual y ajena al modo de vida heroico, ello le permite
una conducta digna de su posición y el poder llevar a cabo un destino de gloria.
No es lo mismo el error desastroso que la elección desastrosa. Aquel
presenta diversas formas, y en todas ellas una decisión equivocada es producto de
un error de cálculo o de un defecto de carácter. El resultado es siempre una
catástrofe que de otro modo hubiera podido ser evitada. La causa habitual de
tales decisiones es el orgullo del héroe que le impide tomar un camino que
considera deshonroso o que menoscabe su dignidad. Su elevado espíritu lo lleva a
esto, y así, cuando el desastre se produce, parece inevitable y hasta adecuado. Tal
es el caso de Maldon. Los vikingos han desembarcado sus fuerzas en una isla en el
río. Poco es el daño que desde allí pueden hacer, puesto que la única vía de
acceso es a través de un terraplén ocupado por la tropas inglesas. Cuando tratan
de abrirse un pasaje, son fácilmente detenidos. La táctica adecuada hubiera sido
mantener a los vikingos en la isla hasta verse obligados a volver a sus
embarcaciones o ser muertos en el intento de llegar a tierra firme. Pero el mundo
heroico actúa de otra manera. Los vikingos piden que se les permita pelear desde
tierra firme y Byrhtnoth da su consentimiento. //...// El resultado es que los
ingleses pierden la ventaja de su posición y son vencidos en la lucha. Las razones
de Byrhtnoth no son distintas de las de Hildebrando. Siente que como soldado
no puede negar a su contrincante la oportunidad de combatir. Pero, a diferencia
de Hildebrando, adopta una decisión equivocada porque permite que su sentido
del honor le haga olvidar sus obligaciones reales. Pero no habrá de ser juzgado
por ello. Su final es glorioso porque obedece a los dictados del honor heroico y
prefiere la muerte a un éxito sin gloria.
Roldán comete un error similar al comienzo del episodio de Roncesvalles.
Como leal vasallo de Carlomagno, toma el mando de la retaguardia del ejército
aunque sabe que se está preparando una traición y que su cometido es
extremadamente azaroso. Hasta aquí, sabe lo que debe hacer, y no hay
posibilidad de crítica. Pero en la medida en que su tarea consiste en preservar la
retaguardia, debe adoptar todas las precauciones posibles para llevarlo a cabo
adecuadamente. Al ocupar su posición, Roldán ve el ejército sarraceno que se
aproxima y sabe que todos sus temores se han confirmado. Su compañero
Oliverio toma conciencia de la situación, y tres veces le pide que haga sonar el
cuerno: Carlomagno habrá de oírlo y acudirá en su ayuda. Pero Roldán se niega y
sus palabras revelan su carácter y sus motivos:
Le respondió Roldán: “¡No agradaría a Dios
que mis parientes sean por mi causa afrentados
ni que la dulce Francia caiga en el menosprecio!
Con Durandarte, en cambio, lucharé sin descanso,
con esta buena espada que ciño a la cintura:
su hoja veréis bañada completamente en sangre.
Los paganos felones para su mal se unieron:
os juro que están todos a la muerte entregados.”
(Roldán, 106 2-69; tr. B. Arenas)
Roldán no acepta a causa de su orgullo heroico. Cree que la fuerza de su
brazo hará todo lo necesario, y esta confianza es una parte esencial de su carácter.
Más tarde, herido de muerte, admite su error y suena el cuerno, cuando ya es
demasiado tarde. Pero aunque Roldán muere a causa de su error, nadie hubiera
deseado un curso distinto de los acontecimientos. El error es una de sus
características, y al cometerlo, Roldán es fiel a sí mismo; su muerte es tanto más
gloriosa cuanto que ha debido luchar contra una tremenda disparidad de fuerzas.
Aquiles no es un héroe trágico en el mismo sentido que Roldán, pero sobre
él se cierne también un sentido de fatalidad similar. Está condenado a morir
joven y glorioso y es plenamente consciente de su destino. Él mismo habla de
ello más de una vez, y su suerte le es anunciada por su propio caballo y por
Héctor moribundo (Il., XIX, 409 ss.; XXII, 358 ss.). Lo que vuelve más dolorosa
esta situación es que, en el escaso tiempo que le queda de vida, comete un grave
error al abstenerse de luchar y pierde, en consecuencia, a su amigo Patroclo.
Toma esta decisión porque siente, no sin razón, que Agamenón lo ha insultado
exigiéndole la entrega de una muchacha que es su legítimo botín. Como héroe
que vive para el honor, no puede soportar la afrenta, y su respuesta consiste en
humillar a Agamenón negándole ayuda en la batalla. Pero aunque esta actitud
daña indudablemente a Agamenón y ofende a los aqueos al punto de que llegan a
rogarle a Aquiles que vuelva al combate; en última instancia, esta conducta es
mucho más perjudicial para el propio Aquiles. Cuando, en lugar de volver a la
lucha permite a Patroclo tomar su propio puesto en el combate, lo que hace es
enviarlo a la muerte. El remordimiento y la ira lo dominan a tal extremo que
enloquece de furia y trata a sus enemigos con actitudes muy poco caballerescas.
La tragedia de Aquiles no reside tanto en sus desdichas como en su propia alma.
Para esto, Homero crea un final incomparable cuando Aquiles se deja conmover
por los ruegos del anciano Príamo y devuelve el cuerpo de Héctor. Con este acto
de cortesía Aquiles recupera la serenidad y vuelve a ser él mismo. Sin embargo,
aunque la Ilíada finaliza en armonía, el daño ha sido hecho. El gran héroe ha
pasado a través de un oscuro capítulo y ha actuado de manera indigna de sí
mismo. Con él, como con Roldán, esto es inevitable porque su naturaleza heroica
lo vuelve sumamente sensible en cuestiones de honor, y su fuerza, tan formidable
en el campo de batalla, se convierte con demasiada facilidad en ira desmedida
contra sus amigos. Pero, aun en medio de la mayor de las furias, sigue siendo el
gran héroe, que lleva a cabo proezas maravillosas y no tiene igual en los hechos
de guerra.
El temperamento airado que daña a Aquiles encuentra un notable paralelo
en la Historia de Hamther nórdica. Guthrun envía a sus dos hijos, Hamther y Sorli,
a vengar a su hermana, Svanhild, contra Jormunrek, quien la ha asesinado
brutalmente. Parten para ejecutar su cometido y a poco se reúne con ellos su
medio hermano bastardo, Erp, quien ofrece su ayuda porque siente su
compromiso hacia Svanhild y porque no olvida que estos hombres son sus
hermanos. Sin embargo, estos rechazan con odio la mano que les tiende y Erp no
puede evitar una respuesta airada e insultante, tras lo cual sobreviene una lucha
durante la cual muere Erp. El episodio, corto y brutal, revela por ambos lados las
distintas facetas del espíritu heroico. Erp, deseoso de mostrar sus méritos, hace
una oferta generosa; al ser rechazada, debe luchar por su honor. Sus hermanos,
imbuidos de una excesiva autoestima, no desean su ayuda y la rechazan. Pero
habrán de pagar duramente su actitud. Después de haber herido de muerte a
Jormunrek, listos ya para partir, el rey agonizante llama a sus hombres en su
auxilio. Si Erp hubiera estado presente para ayudarlos, los hermanos hubieran
podido matar a sus atacantes; pero tal como están planteadas las cosas, son
derrotados y, antes de morir, comprenden que su suerte es el resultado fatal de su
crimen contra Erp. Hamther acepta su destino, y aunque admite su error, no se
avergüenza de ello:
“Su cabeza hubiera sido tronchada si Erp estuviera vivo,
Erp, el hermano entusiasta que matamos junto al camino,
el noble guerrero; fueron los norns quienes me llevaron
a matar al héroe que se sacraliza en la lucha.
”Hemos luchado duramente, hemos vencido a los godos,
los hemos abatido con nuestras espadas, y yacen como águilas sobre ramas.
Grande es nuestra fama, aunque vayamos a morir hoy o mañana;
nadie sobrevivió a la noche en que los norns hablaron.”
Luego Sorli se desplomó junto al gablete
y Hamther cayó tras la casa.
(Hamthismál, 28 y 30-31)
El error trágico parece ser inherente al temperamento heroico y genera
algunos de sus más conmovedores y espléndidos momentos.
El héroe que descubre dificultades dentro de sí mismo puede llegar a
enfrentarlas con la misma energía que aplica a sus adversarios. En su deseo de ser
fiel a sí mismo puede llegar a ofrecer batalla a las condiciones de vida mismas o a
los dioses que las impusieron. Aunque son pocos los poemas épicos en los que
los humanos se comprometen a una lucha estéril con los dioses, esta lucha existe
y asume características peculiares. Los héroes de la Ilíada comprometen dioses y
diosas en la batalla que se desarrolla en la llanura de Troya, y aunque durante un
breve lapso parecen salir victoriosos, resulta claro al cabo de poco tiempo que se
han embarcado en una empresa imposible. Así, aunque Diomedes no teme
desafiar a Apolo cuando el dios protege a Eneas, retrocede cuando la voz divina
le ordena rendirse porque no hay paridad entre los dioses inmortales y los
hombres que pisan la superficie de la tierra (Il. V, 440 ss.). Aun Aquiles, que
desafía al dios-río Escamandro y se dispone a luchar con él, se ve forzado a huir”
porque los dioses son más fuertes que los hombres” (ibid., XXI, 264). Odiseo
debe muchas de sus dificultades al hecho de haber provocado las iras de
Poseidón: está a punto de morir cuando el dios destruye su balsa y solo se salva al
tocar tierra firme. La moderación de Homero impide que sus héroes se aventuren
demasiado en contra de los dioses o que entablen con ellos conflictos demasiado
violentos. Aquellos que en la leyenda griega transgredieron estos límites, como
Tántalo, que trató mediante engaños de eludir a la muerte, o Ixión, que violó a
Hera, mujer de Zeus, representan ejemplos de un pecado horrible y son dignos
de castigo. Era demasiado peligroso enfrentar claramente a los hombres contra
los dioses, y Homero lo evita.
Este aspecto es presentado en una escala mayor y con un espíritu más
temerario en Gilgamesh, que es nada menos que la historia de un héroe que trata
de superar sus limitaciones humanas y fracasa. Al comienzo del poema,
Gilgamesh se siente tan seguro de sí mismo que no permite que nada obstruya
sus deseos. No hay hombres ni mujeres capaces de escapar a su violencia, y sus
procedimientos son tan atroces que, respondiendo a los ruegos de los hombres
de Erech, la tierra donde gobierna, los dioses deciden crear otro héroe tan
poderoso como él, destinado a vencerlo. Así surge Enkidu, extraña criatura
selvática, nacida de la arcilla del desierto. Pero Gilgamesh frustra el plan de los
dioses: vence a Enkidu en una lucha y traba con él una estrecha amistad. Los dos
héroes muestran su valor destruyendo el ogro Humbaba, lo cual lleva a una
segunda lucha con los dioses. La diosa Ishtar se enamora de Gilgamesh y le
propone casamiento. Este la rechaza con desdén y le recuerda los amantes que
traicionó o maltrató, acumulando contra ella injuria tras injuria. La ira de la diosa
llega a tal extremo que le pide a su padre que cree un toro celestial para matar a
Gilgamesh y a Enkidu. Pero esto también fracasa. El toro es un monstruo
terrible, pero los héroes logran destruirlo. Después de esto, los dioses deciden
que Enkidu debe morir. Así, en este segundo “tiempo” con los dioses, Gilgamesh
permanece invicto, pero ha perdido a su amigo y sus dificultades adquieren ahora
un nuevo sesgo.
Luego de esta etapa, Gilgamesh prosigue sus luchas con las circunstancias
de la vida humana, y el poema adquiere una noble grandeza conforme va
mostrando los sucesivos fracasos del héroe. La muerte de Enkidu es un golpe
amargo para él, en primer lugar porque ha perdido a un fiel y amado compañero,
y luego porque este hecho le revela el horror y la realidad de la muerte. Advierte
que él mismo, pese a sus enormes poderes, también deberá morir. El
pensamiento de la muerte lo persigue y lucha contra él tratando de hacer algo
para evitarlo:
¿Deberé, después de haber recorrido el desierto como un vagabundo,
reclinar mi cabeza en las entrañas de la tierra y dormir por los años de los años?
Que mis ojos vean el sol y se sacien de su brillo;
porque lejos queda la oscuridad si la luz se difunde.
¿Cuándo verán los muertos la luminosidad del sol?
(Gilgamesh, IX, ii, 10-14)
Imbuido de este espíritu, Gilgamesh consagra todas sus energías a tratar de
escapara de la muerte y emprende un largo y azaroso viaje al fin del mundo con el
objeto de encontrar a Uta-Napishtim, el Noé babilonio, el único de los hombres
exento de la muerte y capaz de ayudarlo. Esta búsqueda es la culminación de la
vida de Gilgamesh, su último y heroico esfuerzo por sobrepasar los límites de la
condición mortal. La prosigue con invencible coraje, sin pensar en las penurias
que debe padecer, sin prestar oídos a Siduri, la diosa del vino, cuando le propone
su evangelio de goces y facilidad. Rechaza su consejo de conformarse con la
felicidad corriente de los hombres y continúa su búsqueda. Sabe que es imposible
para un héroe como él tener una vida de calmo placer.
A su debido momento, Gilgamesh encuentra a Uta-Napishtim y escucha la
historia del diluvio y las causas por las cuales los dioses lo dispensaron de la
muerte. La conclusión es que Uta-Napishtim recibió esta recompensa a causa de
su perfecta obediencia a los dioses. Como es imposible que Gilgamesh acceda a la
inmortalidad por este motivo, trata, siguiendo la sugestión del patriarca, de
intentar otras vías para escapar a la muerte. Primero, debe consultar a los dioses
acerca de cómo lograrlo, y Uta-Napishtim le dice que debe permanecer despierto
durante seis días y seis noches. Pero esto es demasiado para Gilgamesh: sucumbe
al sueño y es despertado para enterarse de su fracaso. Pareciera que su poderosa
contextura física es demasiado insistente en sus requerimientos y le impide
encontrar el autocontrol necesario para hablar con los dioses. Así, en su viaje de
regreso, Gilgamesh intenta otra alternativa y busca en el fondo del mar una planta
que habrá de otorgarle la eterna juventud; pero una vez obtenida, una serpiente se
la arrebata y vuelve a perder otra oportunidad. Llega a su casa cargado de fracasos
e invoca el fantasma de Enkidu; ello solo le sirve para conocer la funesta
condición de los muertos. El poema finaliza con una conversación entre él y el
fantasma:
“¿Has visto tú a aquel que murió en la guerra?” “Lo he visto.
Su madre y su padre sostienen su cabeza, su mujer se inclina sobre él.”
“¿Has visto tú a aquel cuyo cuerpo yace en el desierto?” “Lo vi.
Su espíritu vaga por la tierra sin sosiego.”
“¿Has visto a aquel cuyo espíritu era incapaz de cuidarlo?” “Lo he visto.
Bebe las heces de las copas y come las migajas arrojadas a las calles.”
(Ibid., XII, i, 149-154)
Así, Gilgamesh se cierra sobre una nota de fracaso y vacío. Con mayor grado
de conciencia que cualquier otro poema épico, acentúa las limitaciones del estado
heroico y su incapacidad para obtener todo lo que desea, pero, al mismo tiempo,
confiere una especial grandeza al héroe que lleva a cabo semejantes esfuerzos
para dar concreción a todas las potencialidades de su naturaleza. Más aún que
Homero, el poeta de Gilgamesh diagrama los acontecimientos heroicos contra un
fondo de oscuridad y muerte que los vuelve más espléndidos porque valen por sí
mismos, sin ninguna esperanza o prospección de recompensa póstuma.
Gilgamesh sería mucho menos impresionante si hubiese logrado la inmortalidad.
Su fracaso es un tributo al implacable conflicto contra las reglas que rigen la
existencia humana.
El esplendor que irradia un héroe en la hora de la derrota o de la muerte, es
un rasgo especial de la poesía heroica. Aunque los héroes saben que libran una
lucha sin esperanza, no desfallecen y se entregan a ella con toda la medida de sus
capacidades. Esta es la gloria de su ocaso, la luz que brilla con inusual resplandor
durante sus últimas horas. Y lo que es cierto para los individuos, también lo es
para las naciones cuando parecen desfallecer tras alguna abrumadora catástrofe.
La edad heroica rusa tuvo un terrible fin cuando Kiev fue destruida por los
invasores mogoles en 1240. Esta circunstancia debía necesariamente dejar sus
huellas en el canto, y la Historia de la ruina de la tierra rusa, compuesta poco después
del acontecimiento, es un lamento que revela los alcances del desastre. La historia
sobrevivió a través de la memoria popular y pasó a las diferentes versiones de un
relato heroico sobre la caída de los héroes rusos. Dichas versiones varían mucho
en los detalles pero en su mayoría coinciden en que en determinado momento
Vladimir es atacado por los enemigos y convoca a todos sus caballeros para
luchar contra ellos. En un primer momento, los rusos logran aniquilar al ejército
invasor. Se jactan entonces de que sus hombros no están cansados ni sus armas
melladas, y esa jactancia adopta una forma fatal. Uno de los caballeros, Alyosha
Popovich u otro, pronuncia las palabras mortales:
“Aunque enviaron contra nosotros un ejército sobrenatural,
un ejército que no es de este mundo,
conquistaremos por entero ese ejército.”
(Sokolov, p. 99 ss.)
Dios escucha esa baladronada y dos guerreros desconocidos aparecen para
desafiar a los principales caballeros rusos:
“¡Concedednos un combate!
Somos dos. Vosotros siete. No importa.”
Los rusos aceptan el desafío, pero a medida que van cortando a los
extraños en dos, cada mitad se convierte en un nuevo guerrero vivo. La lucha
prosiguió durante todo el día y los enemigos fueron creciendo en número y
coraje. Por último, los rusos son presas del pánico.
Huyeron a las montañas rocosas,
a las oscuras cavernas.
Cuando un príncipe huye a la montaña,
se convierte en piedra.
Cuando otro huye,
se convierte en piedra.
Cuando huye un tercero,
se convierte en piedra.
Desde aquella vez, ya no hay más héroes
en la tierra de Rusia.
En esta historia, el mundo heroico ruso perece porque desafía a Dios. Al
final, su orgullo heroico es demasiado para él. Paga el último precio y deja de
existir.
Así como el poder de Kiev cayó ante los mongoles, así el antiguo reino de
Serbia pereció en Kosovo en 1389 cuando el zar Lazar y sus aliados fueron
vencidos por el ejército turco del sultán Murad. Este catastrófico acontecimiento
inspiró un ciclo de poemas que relatan los hechos anteriores y posteriores a la
batalla, más que la batalla en sí. A diferencia de los rusos, los serbios no
transformaron este desastre en un mito o una fábula y, aunque existe un
elemento sobrenatural en la elección ofrecida al zar Lazar, el resto de los poemas
son de índole realista y fáctica. Los acontecimientos que describen pueden haber
sido verdaderos, aunque sus características puedan haber sido distintas. Los
enemigos que vencen a los serbios no son seres sobrenaturales sino turcos que
desean conquistar Serbia. No hay tampoco ninguna sugerencia de que los serbios
fueron castigados por su orgullo. Por el contrario, su destrucción se debe a la
decisión del zar de preferir un reino sobrenatural a uno terrenal, y desde el punto
de vista de las pautas religiosas y morales, esto es inobjetable. El grado de
destrucción es enorme:
“¿Viste, alma mía, esas lanzas,
apiladas en enorme montón?
Allí corrió la sangre de los héroes;
subió hasta los estribos de los fieles caballos,
hasta los estribos y las cinchas,
hasta los cintos de seda de los héroes.”
(Karadzich II, p. 290)
Tampoco es Kosovo una batalla en la que solo toman parte héroes
eminentes; por el contrario, en ella participa todo el pueblo serbio y esta es su
última prueba heroica.
La paradoja del desastre de Kosovo es que está provocado por una
traición. Los poemas coinciden en que los turcos vencieron a los serbios porque
en un momento crucial de la batalla, Vuk Brancovich abandonó el campo junto
con sus tropas e hizo inclinar la balanza a favor de sus enemigos. De hecho, esto
no parece haber sucedido, pero la leyenda ha canonizado este episodio. //...//
Así como Ganelon traiciona a Roldán y lo conduce al desastre de Roncesvalles,
así Vuk traiciona a Lazar y provoca el desastre de Kosovo. Pero mientras que
Roncesvalles no tarda en ser vengada por Carlomagno, no queda nadie para
vengar Kosovo: la nación entera pereció en el campo de batalla. Ambos casos
muestran la fatalidad inherente al mundo heroico. El hombre que vive para su
propio honor es demasiado sensible a cualquier desaire y sus celos no vacilan en
llevarlo a traicionar a aquellos que se encuentran por encima de él. El orgullo
herido de Ganelon y Vuk los hace traicionar a sus camaradas. Desde su punto de
vista, esto no tiene nada de censurable, puesto que el orgullo es lo que determina
su propia escala de valores. Actúan como Aquiles cuando se resiste a luchar, pero
llevan a cabo sus propósitos en forma mucho más implacable y no se arrepienten
a tiempo. El sistema heroico se quiebra a través de su propia naturaleza. Aun así,
el desastre de Kosovo permanece glorioso en la memoria serbia a causa del
heroísmo que la nación entera puso allí de manifiesto.
Una catástrofe de este tipo, ya sea individual o colectiva, confiere un final
satisfactorio a una leyenda heroica. En cierto modo es correcto que los grandes
guerreros mueran, como han vivido, en medio de una batalla, y que se nieguen a
rendirse a poderes más fuertes que ellos. Esto significa que están dispuestos a
sacrificar sus vidas en pro de un ideal de humanidad heroica que no habrá de
rendirse nunca y que llevará hasta sus últimos límites el coraje y la resistencia.
Llegará siempre un punto en que los héroes encuentren un enemigo que no
podrán vencer y en el que no podrán eludir el problema sin volverse indignos de
sí mismos. Por último, sobreviene el obstáculo que no puede ser superado, la
lucha superior a las fuerzas del mayor y más fuerte de los héroes. Puede sucumbir
ante la mala fe como Sigurth o ante la traición como Roldán o ante algo casi
accidental y trivial como Aquiles frente a la flecha de Paris. Cuando cae de este
modo, su vida se vuelve completa y acabada, como difícilmente podría suceder si
alcanzara una serena ancianidad. Los griegos vieron en Aquiles un héroe de
mayor envergadura que Odiseo, porque muere joven en el combate, en tanto que
Odiseo, después de todas sus aventuras, morirá en medio de un pueblo satisfecho
de “una muerte tan gentil” proveniente del mar (Od., XI, 134 ss.). Su carrera
heroica no tendrá el cierre adecuado. Los grandes héroes son a menudo
conscientes de esta fatalidad. Saben que sus vidas pueden ser breves, pero esto no
es más que un incentivo. Cuando Gripir anuncia a Sigurth su futuro, este dice
simplemente:
“¡Que la suerte te acompañe! No eludiremos nuestros destinos.
(Grípisspá, 52, I)
y acepta casi alegremente el porvenir. Aquiles también sabe que su vida será
corta y que habrá de morir en la batalla, y aunque por un breve momento esto le
hace odiar la idea del combate y desea regresar a su tierra, pronto se convertirá en
un héroe aun mayor de lo que había sido y pronunciará las terribles palabras con
las que niega misericordia a Lycaon:
“Observa qué clase de hombre soy, fuerte y apuesto a la vez;
grande fue el padre que me engendró, una diosa la madre que me dio a luz;
sin embargo, sobre mí se yergue la muerte y la fortuna todopoderosa.
Llegará un amanecer, o un mediodía o un crepúsculo,
en que algún hombre me quitará la vida en medio del calor de una batalla,
derribándome con una lanza o con una flecha arrojada desde un arco.”
(Il., XXI, 108-13)
Consciente de la brevedad de su vida, Aquiles se vuelve más activo y más
heroico. En este sentido, constituye el modelo de todos los héroes predestinados
cuyas breves carreras reflejan en su abigarrada riqueza los ardores del alma
heroica.
Traducción de Gloria Chicote y Silvia Delpy
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