Subido por Yair Trujillo Real

CRUZADAS

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CRUZADAS
Un dato histórico.
“Cuando, en el año 636, el emperador de Bizancio, Heraclio, no pudiendo hacer
frente a la invasión árabe en Siria y en Jordania fue obligado a abandonar Jerusalén,
confió al que entonces era patriarca, san Sofronio, el encargo de entregar las llaves de
la ciudad al jefe de los árabes, Omar Ibn Al Khatab. El emperador tenía, en efecto, la
convicción de que éste era un hombre justo y honorable que respetaría las santas
peregrinaciones. Así sucedió y todavía mejor de lo que esperaba el emperador
Heraclio.
Omar estampó la famosa firma que confirió a los helenos muchos privilegios. Fue así
como se estableció el predominio de los helenos en Jerusalén y el patriarcado heleno
llegó a ser una institución que jamás nadie osó tocar. Es verdad que, en el curso de los
siglos, debido a fuertes presiones sobre el gobierno turco, ciertos privilegios fueron
otorgados a los católicos y a los armenios, sin embargo jamás se ha cuestionado el
predominio del patriarcado ortodoxo ni su grecidad. Todo esto fue, por lo menos,
confirmado recientemente, hace tres años, por el nuevo reglamento editado por el rey
de Jordania, Hussein…” (Proche orient chretien. Enero-marzo, 1963)
Comentario.
Se estaba muy lejos de pensar que el patriarca que, durante tantos siglos, fue
rodeado de privilegios y poder hasta llegar, en tiempos de Hussein, a ser el segundo en
el reino, llegara no a perder privilegios, sino a ser encarcelado y condenado a 12 años
de prisión. El intocable, ahora casi fue triturado. El golpe debió ser terrible. La caída del
patriarcado ortodoxo heleno ya empezó. Y es posible que esto que es presentado
como delito político por la guerra árabe-israelí sea aprovechado sobre todo por los
católicos para heredar los privilegios y el poder confiscados a los helenos.
Cuando el artículo, antes citado, considera las causas que pudieran hacer perder el
predominio del patriarcado heleno en Jerusalén, después de descartar el comunismo,
afirma: ‘Más concreto, probablemente, es el peligro que proviene de otras confesiones
cristianas; los católicos y los protestantes, particularmente los luteranos, disponen de
grandes medios financieros y hacen proselitismo… En fin, prosigue el artículo, se cree
que los católicos, en particular, utilizando los medios políticos, principalmente el apoyo
de ciertas grandes potencias cristianas, podrían reivindicar, un día, ciertos privilegios
que el patriarcado ortodoxo poseyó después de tantos siglos.’ (p. 39)
Cuando escribió este artículo ciertamente se temía algo: ‘La Iglesia de Jerusalén ha
pasado momentos difíciles. Ella sabe que muchos combaten su fuerza actual y sus
privilegios. Los clérigos de Jerusalén tienen miedo y guardan su distancia frente a
todos’ (p. 41).
¿Quién está interesado en el derrumbe del patriarcado ortodoxo en Jerusalén?
Ciertamente el gobierno de Israel, pues no deja de ser un obstáculo fuerte el poder de
estos árabes en su territorio: y desgraciadamente también los católicos que siempre
han buscado, de muchas maneras, acomodarse cada vez mejor en los lugares de
peregrinación, d ella misma manera otras confesiones cristianas.
Por eso cabe preguntarse ante los posibles despojos de la víctima: ¿de qué te serviría
poseer más metros cuadrados de tierra santa, si el precio fuera desear la muerte de tu
hermano?
LOS TEMPLARIOS
-En 1129, por primera vez, la Iglesia reconoció una orden religiosa que es militar.
-Su misión era proteger a los peregrinos en el camino a Jerusalén y defender los
Estados latinos de Oriente.
-Históricamente nació en 1120, en Jerusalén, pero fue reconocida, en 1129, por el
Concilio de Troya, permitiendo a sus miembros pronunciar los mismos votos que a los
monjes, pero sin ser clérigos, pues deben permanecer laicos para poder combatir.
-Fue entonces que se redactó una regla especial.
-Y, en 1139, la bula pontificia Omne Datum Optimum le concedió privilegios.
Situación coyuntural.
En Occidente se estaba dando una explosión económica, por dondequiera se estaban
levantando construcciones señoriales y, a la vez, se estaba dando un cambio en la
Iglesia, pues los laicos descubrieron que para salvarse no necesitaban entrar a un
convento; así mismo, la explosión demográfica dificulta el empleo para la
sobrevivencia. Recordemos que la organización de la sociedad de entonces se basaba
en las tres formas de vida: los que oran, los que combaten y los que trabajan.
Los cruzados.
Entre 1095 y 1099, surge la necesidad de enfrentarse a los musulmanes: el Papa
Urbano intenta ayudar a las Iglesias cristianas de Oriente, particularmente griegas del
Imperio Bizantino, amenazadas por las invasiones turcas y también liberar a Jerusalén,
lo cual se convierte como en el grito de batalla de la época. La cruzada alcanza su
objetivo en 1099 con la toma de Jerusalén.
Los francos habían conformado ya los primeros estados latinos en ciudades
conquistadas, como Edesa o el Principado de Antioquía en el norte de Siria. No
obstante, ante los musulmanes no tienen la fuerza necesaria.
En 1120, el rey Baudouin II, verá con buenos ojos la creación d ella orden del Templo
cuya misión será ‘la defensa de Tierra Santa.
Hugo de Payns, champañés, y un grupo de caballeros, venidos a la cruzada y que se
quedaron, son los iniciadores, primero al ser enviados a servir a los canónigos del
Santo sepulcro. Recordemos que este tipo de servicio ya se daba, por ejemplo a los
monasterios para cuidar sus bienes. En otras palabras, se daba un servicio estilo milicia
o seguridad privada. La Santa Sede tenía este tipo de servicio, al reclutar caballeros
laicos y nombrarlos Militia Sancti Petri. Igualmente en España, al fin del s. XI, cuando se
estaban dando las primeras etapas de reconquista se constituyeron cofradías de
caballeros para sostener y defender la ciudad o el castillo contra los musulmanes.
¿Por qué los templarios no se mantuvieron sólo como una pequeña cofradía de
caballeros, como tantos otros que, en Jerusalén, se dedicaban a proteger los lugares
santos y a los peregrinos?
Históricamente sabemos que Hugo de Payns y sus primeros compañeros iniciaron
así, pero luego intentaron llevar una vida religiosa haciendo votos religiosos de
abstinencia, castidad y pobreza, pero sin enclaustrarse y, al contrario, luchando en
defensa de la Tierra Santa con las armas.
Durante los primeros 9 años, sólo fueron 9 miembros, como lo escribió Guillermo de
Tyr, arzobispo de Tiro y gran historiador del Oriente Latino.
La pregunta planteada fue la siguiente: ¿Es compatible el ser una orden religiosa y, al
mismo tiempo, ejercer la misión militar para ejercer la violencia?
Ante los cuestionamientos sobre si era compatible el ser una orden religiosa y al
mismo tiempo ejercer la misión militar, es decir, la violencia, Bernardo de Claraval
jugará un papel esencial, en el Concilio de Troya, al defender la idea de la guerra santa.
No obstante, no contesta al cuestionamiento de si ¿una estructura religiosa puede
asociarse a una actividad que se basa en la violencia? Por ejemplo, Isaac de la Estrella,
de la misma orden de Bernardo, la denuncia como una monstruosidad. Otros auguran
que tales religiosos-caballeros cederán, tarde o temprano, a los demonios habituales d
ella clase caballeresca: violencia gratuita, búsqueda de vanagloria y orgullo.
La regla elaborada en Troya se basó en la regla benedictina (la misma de la Orden
clunisiense o cisterciense, adaptada a lo propio de los caballeros.
La historiadora Simonetta Cerrini, estudiosa de la regla, la califica como ‘anti
ascética y anti heroica’’:
-Anti-ascética, porque deben combatir, para lo cual requieren nutrirse bien y estar
exentos de penitencias que dañen su salud.
-Anti-heroica, porque no deben ser pretenciosos, dejándose llevar por el orgullo y
rechazando los elogios por sus logros; ya que la principal cualidad del ‘caballero de
Cristo’, dice la regla, es la humildad.
Según esta investigadora el maestro Evrard de Bares, en la mitad del s. XII, eligió la
regla cisterciense y no la de la Orden del Hospital, considerada menos dura.
-Se pregunta la investigadora: ¿esta funcionó? Sí, y prueba mejor es que los individuos
no aparecen. Nada o casi nada se sabe de ellos.
¿Cuándo surgió? En 1129 ya eran alrededor de una treintena, y en el máximo de su
poder, fueron 300 caballeros. Los primeros combates se dieron en Damas en 1130.
Apoyándose en la idea de una violencia legítima, los caballeros del Templo juntan lo
opuesto: santo y guerrero, temporal y espiritual. Se dio una especie de matrimonio
contra-natura, del monje que ora y del soldado que mata, bajo un mismo hábito.
Pero más increíble es que hayan atraído a un abogado incontestable como lo fue san
Bernardo que pasa por alto el sermón de la montaña: ‘Amen a sus enemigos y rueguen
por los que los persiguen…” (Mt 5, 44-45).
El problema comienza con la oficialización en el Concilio de Troya en 1129, donde la
comunidad de ‘pauperes conmilitones Christi Templique Salomonici’ , (pobres
compañeros de combate de Cristo y del Templo de Salomón) que inistituyó, en
Jerusalén, Hugo de Payns, logra una regla de espíritu benedictino en la que colaboró
san Bernardo, como él lo expresa en su célebre De laude novae militiae (elogio de la
nueva caballería). La exhortación que el santo dirige a los monjes templarios, como
delegado del Papa, así como de arzobispos, abades y demás prelados, reunidos en el
concilio de Troya, los autoriza a combatir y matar. ‘Vayan, pues, adelante con
seguridad, caballeros y pongan de rodillas ante ustedes, de corazón intrépido, a los
enemigos de la cruz de Cristo: por su caridad, ustedes están seguros, ni la muerte ni la
vida los podrán separar… ¡Cómo es glorioso su retorno después de vengar en el
combate! ¡Cómo es bienaventurada su muerte de mártir en el combate!’
Y, sobre todo, la arenga: ‘¡Maten a todos! Dios reconocerá a los suyos.’ De Arnaud
Amaury, legado del Papa, en la cruzada coantra los Albigenses, menos de un siglo
después.
He aquí pues que Bernardo, autoridad moral y espsritual del Occidente cristiano,
aceptó sin resrevas el naccimiento de esto que el historiador Jean Flori no duda de
llamar una ‘monstruosidad doctrinal’. En efecto: llamar en una sociead que distingue,
muy rigurosamente, los individuos en función de la orden a la que pertenecen
(aquellos que oran, aquellos que combaten y mandan, aqeullos que trabajan, los
monjes templarios llegan así también a constituir la ordo pugnatorum; ellos pueden
matar, no dependen ni de la Iglesia local, ni de Jerusalén, ni de ningún Estado, sino
directamente del Papa. Ellos se ponen por encima de las leyes humanas y, por lo que
respecta a las leyes de Dios, parece que hicieron lo mismo acomodándolas a sus
intereses.
Reconquista y cruzadas
No obstante que sean monjes, ellos son, ante todo, hombres que van a sacar ventaja
de este cheque en blanco, como su bata inmaculada barrada por una cruz roja. Esta
libertad sin límite es entonces, evidentemente, el veneno de lo imaginario. ¿Qué no
hicieron? ¿Hasta dónde no abusaron? ¿Y qué hubieran hecho ustedes en su lugar si se
les hubiera convencido de que todo lo que ustedes hicieran, lo hacían con el permiso
de Dios? Esto es una monstruosidad.” Que Felipe, el Hermoso, creyó terminar. Pero
¿cómo terminar con una abracadabresca invención? El mismo doctor Frankestein no
pudo deshacerse de su criatura. La prueba, nos dijo Humberto Eco en El Cementerio de
Praga: ‘Cuando la guillotina hizo caer la cabeza del rey Luis, un desconocido se subió al
cadalso, levantó esa pobre cabeza gritando: ‘¡Jacques de Molay, has sido vengado! Y
Molay fue el gran maestro de los Templarios que el rey hizo quemar en Parín, en el
extremo de la isla de la Ciudad’.
Por caer en la cuenta de que hasta los grandes santos se equivocan, recordemos el
caso de san Agustín de Hipona que recurrió a la fuerza del ejército imperial para
reprimir la herejía.
La gravedad de todo esto está en el hecho de que se abandona una tradición primera
basada en el no matarás que, curiosamente, Jesús pone en primer lugar en el
evangelio de Mt 5, 21. Y si recordamos la historia de los primeros tiempos de la Iglesia,
haremos una larga lista de testimonios de cristianos que desertaron del ejército
imperial romano prefiriendo ser ajusticiados a matar (no violencia).
En nuestra historia cristiana, la cristiandad, se nos dijo, habría rechazado a los
musulmanes, como en España al momento de la reconquista, después en Medio
Oriente con las cruzadas, el concepto de djihad, se tradujo por ‘esfuerzo cumplido de
la voluntad de Dios’. El valor del djijad, en realidad, es múltiple. Ella hizo, en función de
las épocas, desplazar un cursor que va del combate ofensivo al triunfo de la ‘verdadera
religión’ sobre la impiedad, o la ‘guerra’ que cada uno debe hacer dentro de sí mismo
contra sus enemigos interiores. Pero, por eso hace menos verdadera que el Islam, el
que desde el origen, no crea en el uso de la violencia armada. El Profeta no hace
diferencia ninguna entre la acción religiosa, política y militar. Él es un jefe guerrero. El
reino del Profeta de los cristianos, no es de este mundo. Él no vino a vencer en este
mundo sino a preparar a los hombres y las mujeres a quitar la violencia. ¿Qué interés
había entonces en conquistar Jerusalén y recuperar su tumba si la Resurrección pone
en evidencia la inutilidad de los combates vanos hechos en un mundo sin futuro?
¿Cómo el modelo musulmán de la guerra santa podrá entonces prevalecer en los
teólogos cristianos y permitir que se justifique la creación de una orden de religiosos
libres para infringir la Ley y uno de sus mandamientos primeros: ‘No matarás’? En
realidad, no se puede compartir la idea de que el camino que va de la no-violencia de
los primeros cristianos a la arrogancia guerrera de las cruzadas siga una evolución
consensuada. Miremos cómo.
Antes de la conversión de Constantino, los cristianos tomaron sus leyes del Imperio,
a excepción de aquellas que contradecían las leyes de Dios. Es evidente, por ejemplo,
que la fe cristiana y el servicio guerrero son incompatibles. Fue necesario esperar el
bautismo del emperador en su lecho de muerte y la cristianización del Imperio para
ver a los ciudadanos romanos de confesión cristiana en el ejército. La Iglesia se
empeña en considerar que será el clero, dirigido por los obispos, que asumirá en
conjunto los mandamientos de Dios. Ellos son el timón de la nave y su combate
virtuoso va por todos. Y más, el cristianismo entrará en el mundo y más esta élite
querrá salir. De esta desviación mundana de la Iglesia, el monaquismo y el
heremitismo serán la contraparte. Ellos serán los ‘milites Christi’’, los soldados de
Cristo. Mientras que los laicos, siempre podrán purificarse de haber infringido los
santos mandamientos y en el momento de la confesión se cargarán de penitencias,
entre ellas, la peregrinación y la cruzada serán lo más seguro.
Una guerra justa
Primera ‘monstruosidad dogmática’, un imperio ‘cristiano’. ¿Cómo entender el uso
de términos tan ambiguos? Pero Constantino y sus sucesores lo hicieron y lo
defendieron de los pueblos germánicos que lo amenazaban. Para apaciguar las malas
conciencias san Agustín argumenta, en la Ciudad de Dios, que si la Iglesia está ligada al
Imperio, ella no debe confundirse con él. Si es un aliado necesario, él no es eterno. La
Iglesia le sobrevivirá. En la espera, es necesario que él le sirva. El santo hace recuento
de que en el Antiguo Testamento, Dios haya legitimado muchas veces la guerra ya que
fue hecha para bien. El soldado que mata a un enemigo a fin de que no pueda dañar a
sus semejantes, no es culpable de homicidio. Estas fueron sus sutiles reflexiones que
permitieron justificar, por retomar la fórmula de Malcoln Barber, la maldad y hacer
caer el tabú de la angre. Tomás de Aquino completará el edificio, en su Summa
Theologica (1266-1273), con el concepto de ‘guerra justa’. Tres criterio permiten
distinguirla de otros conflictos que la Iglesia debe condenar: no se hace en razón de
intereses particulares sino por conducto d ella autoridad pública (‘autoritas principis’);
la causa que justifica la guerra debe ser justa como es justo, por ejemplo, defender a
los cristianos amenazados en su peregrinación a los lugares santos de Palestina (‘causa
justa’); en fin, la guerra debe ser llevada a cabo con recta intención (‘intentio recta’),
en otras palabras, debe ser conducida bajo derecho. Así, impedir que el adversario
haga mal, nos dice Tomás de Aquino que sigue a Agustín, es infligirle un golpe
provechoso. La descomposición del Imperio, la constitución de los reinos bárbaros, la
conversión de Clodoveo, la protección que los reyes merovingios y capitanes brindaron
a la Santa Sede, todo esto acentuó más la colusión entre lo temporal y lo espiritual.
Iglesias y monasterios son verdaderos señoríos feudales, como los demás, que reclutan
‘milicias de paz’ intentando defender la propiedad eclesiástica y la ‘paz de Dios’ que
reglamenta, en la sociedad feudal, el uso de la violencia. La guerra ‘justa’ por cuenta d
ella Iglesia, que anuncia la guerra santa, permite aproximarse a dos modelos vistos
hasta entonces como opuestos, lo santo y lo guerrero. ‘La ideología d ella liberación’
promovida por los papas reformadores como Gregorio VII, vienen entonces a concluir
el edificio doctrinal: ‘En la ideología hay una fuerte connotación dualista desarrollada
por Gregorio, la elección es pues clara: está por un lado Dios, Cristo, san Pedro, la Santa
Sede y sus seguidores; y por el otro, las fuerzas del mal, las de Satanás, el Anticristo y
sus seguidores herejes, cismáticos, infieles y paganos. El combate de los primeros es
sagrado, el de los segundos es diabólico’, dice el historiador Jean Flori.
Libertad ilimitada y derivaciones
El término ‘milites Christi’, que designa a los mártires no violentos, vino a evocar al
clero, después a los monjes y ermitaños antes de caracterizar, en la última etapa de
esta investidura teológica, a las cruzadas, los caballeros del Templo. Esta libertad sin
límite otorgada a los monjes guerreros permitió, más allá de la imaginación, todas las
derivaciones. Contribuyó también a quienes circulan, entre los mundos que se
rechazan los unos a los otros, energías espirituales y materiales que favorecerán
extraordinarias innovaciones y singulares reencuentros.
DE ONNAC Jean Philipoe. Les Héraut de la guerre sainte.
Le Monde des Religions (mayo-junio 2011, n. 47) pp. 23-25)
Los caballeros frente a los musulmanes.
Detestados por los musulmanes, para los cuales encarnan el fanatismo cristiano, los
Templarios se guían por un apolítica pragmática frente a sus adversarios. A pesar de
las empresas militares y de las creencia comunes, la animosidad permanece anclada
entre las dos comunidades.
¿A partir de cuándo la orden d ellos Templarios fue identificada por los musulmanes?
El interés de los Templarios llega de repente, y ante todo en un contexto militar. Una
treintena de años después de la fundación d ella orden (en los años 1150), se
encuentran ya las primeras menciones cconcernientes a los hermanos en autores
musulmanes como Al-Qalanisi. Los musulmanes ya son capaces de identificar a los
Templarios en medio d ellos ejércitos d ellos cruzados y el término para designarlos es
el de al-dawyyia, un término cuya etimología es discutida, pero que podría provenir del
latín devotus, ‘devoto’, ‘dedicado a Dios’, lo que subraya
ya el carácter
eminentemente religioso de los Templarios y comprendido como tal por los
musulmanes. A partir de Saladín, los cronistas van a citar muy seguido a los
Templarios, pero esta vez en un contexto de djijad, acentuando su fanatismo para
subrayar la necesidad e borrar d ella tierra su presencia. Se van a encontrar menciones
de la orden hasta su desaparición, y al final del s. XIII, serán alusiones elogiosas de
parte de los cronistas cercanos a los Mamelukos, que resaltarán su valor militar. Hay,
pues, una cierta ambivalencia en los textos: los Templarios son a la vez creyentes y
respetados, y al mismo tiempo detestados porque ellos encarnan el fanatismo
cristiano, y esto casi después de apenas fundada la orden.
¿Existe una relación entre la fundación de la orden de los Templarios y la ribat, esta
institución islámica comparable a un monasterio, donde los hombres piadosos se
desenvuelven en la oración y el ascetismo participando en el djihad?
En efecto, se trata de una antigua teoría según la cual los templarios se habrían
inspirado en el ribat para fundar la orden. Pero actualmente, dicha teoría no parece
viable en lo que respecta a Tierra santa, sencillamente porque parece que no existía
ribat ni en Palestina ni en Siria. En cambio, la pregunta se coloca hoy concerniente a la
península ibérica, y concretamente en la frontera aragonesa; ahí existía efectivamente
los ribat y las cofradías de caballeros aparecen en los años 1120-1130, que coincide
exactamente con el mismo tiempo del Templo e Tierra santa. Sin embargo, ninguna
fuente escrita apoya la relación entre estas dos instituciones.
¿Cómo la reconquista de Jerusalén por Saladín, en 1187, fue vivida, a la vez por
Templarios y musulmanes?
Evidentemente para los musulmanes y para Saladín en primer lugar, este es un
triunfo que marca el fin de la humillación, de esta presencia cristiana en el tercer lugar
santo del Islam, vivido como una inmundicia: Es igualmente el símbolo que rompe la
unidad alcanzada por los musulmanes y la unificación del Medio Oriente por Saldin. Es
además Saladin quien, con la toma de la ciudad, lleva adelante la importancia para el
Islam de Jerusalén, un poco olvidada en los siglos X y XI. Del lado cristiano, y por tanto
d ellos Templarios, la toma de Jerusalén seguramente será como un trauma, aunque la
reconquista por los musulmanes no haya causado masacres como las que causará, en
años más tarde, la conquista por los cristianos (1099). Los Templarios, la toma de
Jerusalén seguramente será como un trauma, aunque la reconquista por los
musulmanes no haya causado masacres como las que causará, en años más tarde, la
conquista por los cristianos (1099). Los Templarios fueron obligados a abandonar su
cuartel general situado en la plaza misma del Templo de Salomón y a instalar su
comandancia en Acre. Desde luego desde ese momento hasta la desaparición de la
orden los Templarios nunca dudaron de poder recuperar, un día, la Tierra santa y,
primeramente Jerusalén.
¿Cómo se organizaron, a la vez, las relaciones entre los Templarios y los poderes
musulmanes en Tierra Santa y en la Península Ibérica?
En los dos casos, existía una situación de guerra larvada permanente en las fronteras
d ellos diferentes territorios. Un cierto pragmatismo, una cierta realpolitik se diría hoy,
debía pues reinar, y los Templarios no dudaron, sobre todo en Tierra Santa, de firmar
treguas con los musulmanes, al ver que concluían las alianzas temporales frente al
enemigo común. Fue bueno comprender que se trataba de hecho de dos mundos
donde se daba relieve al mismo estatuto social, es decir, la aristocracia. También los
desencuentros entre musulmanes y cristianos eran inevitables, entre otras cosas, a
nivel de embajadas, que tuvieron lugar, por ejemplo, entre los Templarios y la secta
ismaelita de Asesinos. Esta actitud pragmática fue, por lo demás, mal comprendida por
cruzados desembarcados en Tierra santa, incapaces de comprender la realidad del
escenario, acusaban a los hermanos de ateísmo, de inacción y de connivencia con el
enemigo musulmán.
Existe por el contrario una diferencia entre la Tierra Santa y la Península Ibérica en lo
que concierne a la libertad política del orden. En Oriente, los Templarios constituían
una verdadera fuerza política dotada de una cierta autonomía respecto al poder de los
príncipes y, a veces, los hermanos adoptaron una posición inversa a la de los príncipes
cristianos, por ejemplo, durante el ataque de Damas en 1148, donde los templarios
rehusaron participar en el combate. En la Península Ibérica, por el contrario, las
órdenes militares estaban sometidas al poder monárquico y no tenía la misma libertad
de acción. Las relaciones con los poderes musulmanes estaban muy influenciadas.
¿Hubo influencias entre Templarios, y más ampliamente entre cristianos y
musulmanes desde el punto de vista religioso o espiritual?
Pienso que se puede hablar de casos de sincretismo, que no implican solamente a los
Templarios, sino más generalmente a los cristianos de Oriente, y de intercambios que
evidentemente tuvieron lugar. Está el ejemplo célebre de la Iglesia ortodoxa de
Saydnayá en la región de Damas, y que tenía reputación por un icono, una santa virgen
que sudaba un aceite con poderes milagrosos. Esta Iglesia era un lugar de
peregrinación frecuentado a la vez por cristianos orientales y cristianos latinos, pero
igualmente por musulmanes. Será a partir del fin del siglo XII, que los Templarios
parecen haber jugado un papel no solamente en la difusión de la leyenda de este icono
milagroso, sino también en la distribución y venta de este aceite mágico. Es un
ejemplo, entre otros, de una especie de sincretismo.
¿Qué otras influencias hubo entre Templarios y musulmanes?
El caso más conocido tiene que ver con las acciones militares. Se sabe que los
Templarios se adaptaron a los métodos de combate desarrollados por los musulmanes,
sea en Oriente como en la península Ibérica. La acción más conocida es la de la
caballería. Muy pesadamente equipada del lato cristiano, y por el contrario, muy
rápida, por ligera, del lato musulmán. Esta caballería ligera se acompañaba de una
técnica, la torna fuga, del español volver a huir, que consistía, para el que ataca, en
hacer la finta de huir a fin de internar al enemigo. Se trataba de una táctica
típicamente musulmana, y ésta fue hecha suya por los cristianos, particularmente por
los templarios. Los hermanos igualmente implicaron a auxiliares autóctonos, llamados
Turcoplés, pues no se sabía muy bien si se trataba de cristianos orientales o de
musulmanes conversos, para que participaran con sus técnicas, en los combates contra
los musulmanes.
Además del proceso contra los Templarios, los hermanos fueron acusados de
acuerdos con el enemigo musulmán. ¿Mito o realidad?
Esta acusación que ha sido hecha en su contra es relativamente tardía, de la mitad
del s. XII. En realidad, no se puede probar la idea de que los templarios hayan podido
pactar con los musulmanes. Más bien, al contrario, se sabe que estuvieron prontos
para ser decapitados por el enemigo, antes que renegar d ella fe cristiana. Este fue, por
ejemplo, el caso en 1187 en Hattin, donde todos los Templarios capturados por Saladín
fueron decapitados. Evidentemente siempre hay la posibilidad de casos individuales de
apostasía, pero se trata más bien de casos aislados. En efeccto, las acusaciones de
idolatría, de renegar de Cristo, que están en el corazón del proceso, no tienen que ver
con el contacto directo con el Islam. Es necesario comprender dichas acusaciones
como mero producto de los juristas de Felipe el Hermoso, que moviéndose dentro de
un marco intelectual hacen referencias a la magia, fascinados por la demonología y la
magia negra. Toda una serie de procesos político-religiosos contemporáneos, incluso
en el de los templarios, meten por demás en la escena los mismos fantasmas ligados a
la magia y al ocultismo. Se trata, pues, de una construcción de acusaciones contra los
templarios.
Entre estos mitos está, por ejemplo, de modo recurrente, la figura del Bafomet,
deformación del nombre de Mahoma, que aparecía bajo la forma de un cabrito o de
una cabeza barbuda. Esta figura aparece sobre todo en las zonas o los Templos donde
fueron torturados y principalmente en Francia, en la Midi. Ella pudo eventualmente
estar ligada a una leyenda oriental de una cabeza sacada de una unión necrófila, y en
la cual los Templarios jugaban, según ciertas versiones, un papel. Es la leyenda dicha
del gouffre de Satalie. El fantasma de la cabeza mágica de Bafomet (Mahoma) podría
estar ligada a cierta leyenda. Según las acusaciones, Bafomet era una especie de ídolo
que los Templarios habrían adorado más que a Cristo, o que, según las versiones, se
llevaba en un cinturón que los hermanos portaban atado a la cintura y que daba así
poderes ocultos. Son acusaciones de idolatría, tal vez ligadas a los procesos contra la
magia. Se trata, también esta vez, de acusaciones sin fundamento, de un mito que no
es más que producto de los juristas de Felipe el Hermoso.
MÉGEVAND Matthieu.
Le Monde des Religions. (MAI-JUIN 2011) N. 47 pp. 26-28)
LOS TEMPLARIOS, UNA ORDEN RICA E INFLUYENTE
Combatientes tenaces, grandes propietarios, funcionarios, financieros y diplomáticos
expertos: los Templarios van a adquirir, en un tiempo récord, un poder que ninguna
orden religiosa conocerá, tanto en Tierra Santa como en la Península Ibérica.
Desde que en 1129, la milicia de los ‘pobres caballeros de Cristo’ es reconocida como
una orden religiosa, ¿quién iba a adivinar su ascensión fulgurante? El movimiento no
contaba más que con algunas decenas de reclutas. En un tiempo record, va a tener una
pujanza que ninguna orden tendrá en el futuro. Los Templarios llegarán a enrolar a su
causa a numerosos discípulos. Las donaciones fluyeron de toda Europa, mientras que
candidatos prestigiosos se manifestaban saliendo para el Oriente. El ideal de un
valiente caballero va a depender de la sobrevivencia en Tierra Santa como un hecho de
nobleza.
Un aura de gloria.
¡Por tanto, entre 1129 y 1139, en las cuatro primeras batallas que llevan a cabo
contra los musulmanes, los Templarios tienen cuatro derrotas! Muchas tomas de
armas se vuelven una matanza: en 1153, después de la caída de Ascalon, lo Templarios
son exterminados hasta el último, el maestro incluido. La batalla de Hattin, en julio
1187, se cierra con la catastrófica pérdida de Jerusalén – que los cruzados no volverán
jamás a reconquistar, fuera de un corto intervalo entre 129-1244.
Sin embargo, sin la presencia de las órdenes militares (Templarios, Hospitalarios y
Caballeros teutónicos) en Tierra Santa, los Estados Latinos de Oriente habrían vivido
bajo el fuego. Su estancia en medio del ambiente hostil, de 1099 a 1291, se mantiene
casi de milagro… Y la tenacidad de los Templarios en combate les parece una aura de
gloria: ‘Siempre los primeros en el ataque, los últimos en retirarse, hasta que ellos
dejan la batalla, jamás preguntan el número de enemigos, sino que ellos los encaran’,
testimonio del obispo de Acre Jacques de Vitry. Una tenacidad que será bien pagada:
como su victoria en Montgisard en 1177, donde derrotan a más de 30mil Mamelucos.
De ahí la influencia política d ellos Templarios que llega a ser considerable fuera del
Mediterráneo.
Desplegando tesoros de energía en Tierra Santa, los monjes soldados actuarán
también al frente de la Reconquista en la Península Ibérica, donde los reyezuelos
cristianos se preguntan cómo liberarse de la presencia musulmana. Aun cuando la
Reconquista no acabará sino hasta 1492, después de la desaparición de la Orden, los
Templarios van a brindar un apoyo eficaz. Citemos la toma de Tortosa (1148, la de
Lérida (1149) o de Miravet (1152).
¿Cómo los ‘pobres caballeros de Cristo’ son capaces de financiar dichas operaciones
militares? Es necesario buscar la respuesta a esta pregunta en Occidente. Aquí, la
figura del monje caballero cede el lugar al monje campesino. No se trata, sin embargo,
de modestos agricultores, sino de poderosos explotadores que regentean varios
dominios, según las regiones y las épocas, de algunas decenas de miles de hectáreas. El
número exacto de encomiendas en Occidente es difícil de determinar – lo más seguro
algunas centenas, tal vez algunos millares, diseminados desde Francia a Inglaterra, de
la Península Ibérica a Alemania, pasando por Italia y Croacia… Si estos dominios
permiten a los hermanos vivir casi en autoabasto, el sobrante es pronto vendido; los
caballeros de Cristo, participan en las tres numerosas marchas, así como en los más
lucrativos rubros de provisiones, donde la puesta en venta de su productos (lana,
animales de buche, peces) les permite confortables entradas. Además, imponen a los
campesinos, que viven en sus tierras, impuestos múltiples: peaje, derechos de uso de
hornos, molinos y lagares, telares, picapedreros e impuestos. Además de distinguirse
en su bravura en los campos de batalla, mucho más fueron eminentes propietarios
funcionarios, los Templarios fueron también banqueros particularmente hábiles. Por
paradójico que parezca estos hombres de Dios que hicieron voto de pobreza serán
capaces de manipular las cantidades de especies contantes y sonantes: Lo que puede
parecer un poco chocante en nuestros días fue moneda corriente en la Edad Media:
una época en la que la inseguridad era todavía fuerte, fue frecuente que la gente
confiara sus bienes a los eclesiásticos a fin de ponerlos en secreto en sus conventos, en
principio, inviolables.
Letras de cambio y cheques.
Pero en los Templarios, la actividad financiera conoció un desarrollo considerable, a
tal punto que se les ha calificado, de manera exagerada, por otros, como ‘los
banqueros de Occidente’. La orden del Templo no se contentó con hacer el servicio de
caja fuerte para custodiar los bienes y el dinero en depósito, sino que igualmente
prestaba dinero: a particulares (principalmente peregrinos) como a poderosos (en
particular al rey Luis VII de Francia). Para ofrecer tal servicio, los hermanos exigían
recibir en prenda los bienes del beneficiario, de este modo, si éste se viera
incapacitado de saldar su deuda, los Templarios se quedarían con ellos. Más de llamar
la atención fue que ellos practicaran de manera escondida, el préstamo bajo interés, a
pesar de estar prohibido pro la Iglesia… El hecho de estar implicados en las cruzadas y
con los peregrinos los llevó a innovar, creando en germen la letra de cambio y el
cheque dado bajo depósito. Su principio era el siguiente: el individuo, antes de hacerse
a la mar, confía a una casa del Templo una cierta cantidad, a cambio d ella cual se le
entrega un comprobante; una vez llegado a su destino, él podrá obtener de los
hermanos la suma indicada. De esta manera, no viajaba con dinero contante. Y la
orden del Templo que deposita en sus propios navieros se encarga de transportar los
fondos de Occidente a Tierra Santa.
Ser expertos en las cosas de finanzas fue tal que el Tesoro real (caja central del
Estado) se depositará regularmente en el Templo de París -bajo Luis VII, Felipe Augusto
y durante todo el s. XIII. Pero si el soberano inglés no tardó en imitar a su homólogo
francés depositando en el Templo de Londres una parte del tesoro real, los monarcas
nunca tuvieron la intención de abandonar el control de sus finanzas: los oficiales reales
le daban seguimiento con regularidad. Con sólo este hecho d ella confianza
manifestada por los reyes queda testimonio del poder de los Templarios.
Los privilegios combatidos.
Esta pujanza va a molestar a más de uno. ¿Los Templarios no son inmensamente
ricos? ¿No gozan de una gran influencia en la esfera política a través de embajadas y
diplomáticos? ¿No hacen a un lado al clero secular (sacerdotes y obispos), y se mueven
con autoridad gracias a los privilegios que les fueron concedidos por el papado? Por la
bula Omne datum Optimum (1139), Inocencio III puso a los caballeros de Cristo bajo la
autoridad directa del soberano Pontífice, lo que les permite sustraerse a la de los
obispos, tener sus propios sacerdotes y estar exentos del pago del diezmo (impuesto
pagado al clero). ¡Encima, la bula Militia Dei (1145) autorizó al Templo a tener sus
propias iglesias… para percibir donaciones, limosnas e impuestos! Y a los ojos de sus
señores, las comandancias templarias rivalizarán con sus propios dueños, generando
una falta de ganancia. Tanta que los hermanos del Templo llegan a asegurar el sostén d
ellos Estados Latinos de Oriente, estas críticas no eran graves: algunas muestras de
envidia… Pero la situación en Tierra Santa degeneraba. Y la historia va pronto a dar
razón al Papa Clemente IV: sin su apoyo, habría dicho a los fieros Templarios, la orden
no sobrevivirá dado el ambiente de animosidad… (LAROUSSE Virginie. Le Monde des
Religions. (MAI-JUIN 2011) n. 47 pp. 29-31).
La Orden sacrificada por razón de Estado.
En 1307, Felipe IV el Hermoso ordena el arresto de todos los Templarios bajo el sol
de Francia. Afirmando la supremacía de la autoridad temporal, el rey pone fin a dos
siglos de un poder militar-religioso cada vez más contestado, después de la pérdida de
Jerusalén en 1244 y la de San Juan de Acre en 1291.
Todo comienza por una operación de policía, excepcional, tanto por su envegadura
como por su eficacia. Guillermo de Nogaret, jurista emérito como tortuoso, consejero
cercano al rey, es la mano larga. El 14 de septiembre de 1307, Felipe IV el Hermoso,
que reina entonces después de 22 años, da una orden secreta para todo el reino: de
hacer arrestar en el amanecer del viernes 13 de octubre a todos los Templarios
presentes bajo el sol de Francia.
Una lenta agonía.
Esta orden será seguid y ejecutada al pie de la letra. Lo más admirable es que, entre
su emisión y su ejecución, haya habido un mes, el secreto fue muy bien guardado. No
se encuentra huella de la estrategia, más o menos organizada, ya que sólo un puñado
de caballeros (12 ó 20 según las fuentes) se sustraerá al golpe maestro en materia de
policía, que precipitó a los caballeros d ella orden del Templo en una debacle y una
agonía de muchos años. Lo que hizo un pequeño ruido, el 22 de marzo de 1312, en
Viena sobre el Rhin, fue cuando el Papa Clemente pronunció la ‘suspensión’ sine die de
la orden, él pone fin a dos siglos de una época extraordinaria, bañada tanto de luz
como de sombra. Esta sentencia dispara pro demás un interminable enredo judicial
cuyo último prolegómeno llegará, dos años más tarde, en las llamas para quemar
judíos, en París, donde perecerán el gran maestro Jacques de Molay y el comendador
de Normandía, Gufredo de Charney. En colisión con este grupito alto, el rey de Francia
Felipe IV el Hermoso pudo saborear su victoria. Para mandar a la muerte la orden del
Templo, él es el maestro. Sin embargo, si para eso no necesitó más que firmar una
orden, para despojar a los banqueros lombardos y después a los judíos, y acabar con la
orden del Templo, se llevará 7 años.
Una sacralización exorbitante.
Durante dos siglos, la orden había sido a la vez brazo armado del Occidente cristiano
en Oriente y la encarnación más visible, la más imponente del ideal supremo de la
época: la cruzada. Ideal supremo, una orden no de monjes. El pecado original del
Templo será, pues, la idealización misma. La conjunción desde el origen, de lo militar y
de lo religioso en los estatus iniciales de la Orden es una innovación en la que no se
midieron las consecuencias – el Templo es la única orden que estableció esta doble
dimensión de espada y cruz. Ninguna otra lo ha hecho ni lo hará. (Con el nombre, sí,
los legionarios de Cristo, y con la vestimenta, los Cruzados de Brasil).
Desastres militares y humillación.
Si este poder tricéfalo se pudo concebir cuando la cristiandad poseía todavía lugares
santos, ésta no se justifica más allá de Jerusalén, ya que San Juan de Acre se había
perdido definitivamente (1244-1291). Con los desastres de la época se volvió a la
humillación. El ideal de la cruzada se volvió sueño amargo y, en consecuencia
ineluctable, el poder de la Orden aparece más bien como un anacronismo intolerante.
La necesaria cercanía del rey.
Intolerante tanto como incompatible con la gran obra emprendida por Felipe IV el
Hermoso después de la ascensión al trono de Francia, en 1285. Esta gran obra no es
otra que, mutatis mutandis, la invención del Estado en su sentido casi moderno del
término. Desde 1285, el joven monarca laicizó las estructuras jurídicas de su propio
ámbito, así como las que tocan a su vasallos. Él descarta a la gente de Iglesia del
interés, en particular de juristas y financieros. Ya que hizo del Parlamento una
institución completamente aparte, permanente, que instaló en París. Él crea una
oficina de cuentas que no difiere de las que existen en nuestros días. Con él, el fisco
llega a ser una administración nacionalizada, terriblemente eficaz y redituable en sus
métodos. Por lo demás, al gran dam de su barones, el rey no lo exonera de
contrincantes jerárquicos feudales para la organización militar del reino. En fin, él se
empeña en convocar cada vez que hay necesidad de las tres órdenes (clero, nobleza y
burguesía de sus buenas ciudades) para aquello que no es todavía estricto sensu los
estados generosos del reino, sino que los anuncia claramente. En pocas palabras, el rey
sabe reinar. Y esto implica necesariamente la afirmación de la supremacía de la
autoridad real sobre cualquiera otra. Comenzando con el papa Bonifacio VIII,
reivindica, no sin arrogancia, notablemente en la bula Unam Sanctam de noviembre
1302: ‘Las dos espadas, la temporal y la espiritual están al servicio del poder de la
Iglesia… Declaramos, afirmamos y definimos que toda creatura humana está en todo,
por la necesidad de salvación, sometida al pontífice romano.”
Tales términos son evidentemente inaceptables para el rey. El conflicto surgió de
manera inevitable. El punto culminante será la tentativa del pontífice romano de
alentar al clero de Francia a desobedecer a Felipe, a romper todo lazo de alianza y de
dependencia con él, a lo cual se organiza nada menos que una respuesta de amenaza
de un concilio con el fin de destituir al Papa por herejía y usurpación. La muerte de
Bonifacio pondrá fin a este escándalo peligroso que, inclinó la balanza a fin de evitar
una situación cismática.
Ni siquiera la lucha de supremacía, ella, no muere con Bonifacio, y esto estuvo bien, a
menos de que el combate jurídico que afirmó la supremacía de lo laico sobre lo
religioso en los asuntos temporales, donde conviene considerar a los caballeros del
Templo. Ya que ellos logran que el Papa no los reduzca a nada, tanto en sus
prerrogativas como en su poder.
Por lo demás, ¿cómo un monarca, realmente visionario en cuanto a la necesidad de
instituir un Estado fuerte, se podría acomodar a coexistir con una institución
alimentada por tres poderes evocados desde lo más alto (religioso, militar y
financiero), que no releve, de alguna manera, su autoridad y, detalle no despreciable,
cuyo centro decisional se encuentre geográficamente fuera de su control, para acudir a
Jerusalén o a San Juan de Acre o a Chipre? Plantear la pregunta en estos términos hace
evidente la respuesta. Démonos cuenta que estamos lejos d ella caricatura convenida
que reduce el proyecto de capitanía a la captación de las riquezas templarias y a sus
propias personas para un tramposo sin fe ni ley, devorador con envidia. Se ha dicho, la
necesidad política o, si se prefiere, la razón de estado – dictado a Felipe II el Hermoso,
el proyecto d ella eliminación de la orden que va a encontrar apoyo gracias a la
impopularidad de sus miembros y la ceguera propiamente de sus dignatarios.
La justificación para privar a la Orden de su privilegios se justifica con la pérdida de
los lugares santos y el declive de la ambición real de la crudeza, la idea de los
Templarios para los contemporáneos se volvió crítica, según el dicho clásico: la crítica
se transforma pronto en denigración. Hasta ahí admirados, adulados, honrados,
incensados, los caballeros del Templo van ahora a estrellarse contra sus personas
desde el resentimiento hasta la humillación por parte d ellos altos mandos de la
cristiandad. Su impopularidad llega a ser tal que los papas deberán darles voz, sin
éxito, para que el pueblo deje de ensuciar las capas blancas en las calles y de
tumbarlos del caballo. Por otra parte, durante los arrestos, a lo largo de los años,
prácticamente ninguna voz se levantó en el reino para defenderlos, lo que el Papa
Clemente V no dejará de mencionar a la hora de emitir el veredicto de suspensión de
la orden.
La impunidad
Como lo anota el historiador Jules Michelet, ciegos de orgullo, los templarios no
encontraron la justa mesura. Los dignatarios no comprendieron que los mismos
estatus de su institución, sus privilegios y su impunidad organizada eran, al principio
del s. XIV, algo ya pasado. Sin duda esta fue su mayor falta. Lo que llama la atención es
que un Papa y un rey juntos, hayan pronunciado la condena de la Orden del Templo.
LABARRIERE Dominique. Le Monde des Religions (mai-juin 2011 No. 47) pp. 32-34.
Los enjuagues de un proceso inicuo:
Renegar de Cristo, patear la cruz, adorar un ídolo, a Mahoma, comercio carnal entre
hermanos: fueron la base de las acusaciones contra los templarios torturados,
juzgados y por fin condenados a la hoguera. Un proceso ante todo político.
Ya que el motivo fue ante todo político, el proceso de la Orden del Templo no escapó
a la sospecha de iniquidad. Su origen, así como su punto final, no tuvo que ver nada
con algo que estableciera y garantizara un principio de justicia. El proceso de los
Templarios no difiere en nada de lo que siempre han sido y serán, sin duda, siempre
los proceso políticos -su razón de ser se reduce, al fin, a un ejercicio del poder, a una
manifestación de autoridad que se pretende maquillar de derecho. En todas estas
manifestaciones, la justicia es un arma, no una exigencia.
Hay, al menos, en los medios empleados por los acusadores y los jueces delación y
tortura que hacen sospechar los índices de iniquidad en este proceso, así como en su
mismo origen. Voluntad de afirmar la preponderancia de la justicia del rey sobre la del
Papa, voluntad de abajar un poder no sujeto al poder del Estado: estos son los
predicados de la aplicación judicial de Felipe El Hermoso. No se trata, pues, aquí de
hablar de derecho tal como se acostumbra aplicar a todos en su momento, sino de
permitir que aflore una nueva forma jurídica y política. Lo que es de otra naturaleza.
Querido por el Estado, el proceso no podía llevar a otro punto que al pedido: la
anulación del poder temporal de la orden y la afirmación de la supremacía del Estado;
una orden y un poder real que no podían, de ninguna manera, cohabitar por mucho
tiempo sin reformas profundas, sobre las cuales, desde luego, la Iglesia y los príncipes
estarán de acuerdo, ya que miran desde hace largo tiempo a la fusión del Templo con
los Hospitalarios de san Juan de Jerusalén.
Una mala defensa.
En 1306, se proyecta la fusión de dos órdenes en una sola, después de un debate de
más de 30 años. Ello fue notablemente tocado en el Concilio II de Lyón, en 1274. 32
años después, en 1306, mientras que el gran maestro, todavía en funciones, Jacques
de Molay es convocado a Poitiers por el Papa Clemente V, el cual le pide, vagamente
ver la posibilidad de reactivar la cruzada, pero especialmente estudiar dicha fusión. Si
esta se hubiera llevado a cabo, el proceso no se hubiera dado. Pero Jacques de Molay,
así como su predecesor Guillermo de Beaujeu, en 1274, rechazó enrolarse en ese
asunto. Con disgusto, los argumentos que él presentó son irrisorios, malévolos y,
parecen más bien, una defensa mezquina de sus propios intereses y prerrogativas.
Como se verá adelante, Santiago de Molay no supo medir la situación.
La esperanza de una ‘absolución secreta’.
Paralelamente, ya que tales cosas venían desde hacía años, las acusaciones contra la
orden, surgidas ese día, no se vieron como graves. Si así las percibe, así las toma. Una
formulación de la época habla mejor que toda esta gravedad: los Templarios son en
efecto acusados de lanzar al Cristo “injurias más graves que las que sufrió en la cruz”.
Nada menos. Nos encontramos, en efecto, ante el cuerpo cargos habituales en los
procesos de la época en las cuestiones de religión: herejías, blasfemia, costumbres
disolutas, simonía y traición a la Iglesia. Todos los crímenes habrían cometido,
principalmente en una ceremonia nocturna y confidencial para admitir a miembros
nuevos. Si se miran las acusaciones, la más grave sería la de renegar de Cristo, la
adoración de un ídolo y la incitación a la depravación sexual entre hermanos – ésta,
circunstancia agravada, promovida y practicada en secreto absoluto, pues la muerte
era lo que seguía a los indiscretos.
Así pues, sobre la base de este catálogo de ignominias fue que los Templarios,
presentes bajo el sol de Francia, fueron arrestados el 13 de octubre de 1307. Pronto
los acusadores se sentirán realizados. El gran maestro Jacques de Molay y otros
dignatarios de primer rango. No es excesivo afirmar que el comportamiento de la élite
templaria, en estos primeros días, llevó a la tragedia a la Orden entera. Mismo que
Jacques de Molay no haya sido el hombre del momento a la hora de la propuesta de la
fusión de las dos órdenes, él no está en desventaja ante la tormenta que debe afrontar
en el presente en que es la autoridad suprema.
Su actitud se revela desconcertante. Mismo que él no haya sufrido la tortura, él pasa
sólo unos días arrestado, e invita a sus hermanos a seguir el camino. Él se retracta
tiempo después, en 1308 en Chinon, ante tres cardenales enviados por el Papa y en
presencia de dos representantes del rey. Él esperaba obtener, a través del Papa
Clemente V, una ‘absolución secreta’.
Más que la oportunidad de defender no tanto su persona, cuanto a la orden, se le
ofreció al año siguiente, pero adujo falta de capacidad intelectual. Una tal humildad es
más interpretada como pusilanimidad. En efecto, Molay parece estar animado, en este
negocio, como los demás en su oposición a la fusión de las órdenes que en salvar su
persona, esperando ser finalmente entendido y juzgado por el Papa, no por el rey. En
esto se equivocó. En los dos casos se revela como un hombre que no está a la altura de
los acontecimientos. Pudo haber sido un héroe o un santo, pero Jacques de Molay no
fue nada de eso. Su gloria póstuma nace de las llamas de la hoguera donde su vida se
acaba una tarde de marzo de 1314 en un acto sublime, aunque tardío en que afirmó la
inocencia de sus hermanos así como la suya. En cuanto a la maldición que habría
lanzado desde la hoguera contra el Papa, el Rey y su descendencia, es una invención
posterior.
Suplicios terroríficos.
No queda más que proceder contra el Templo y pasar por la monstruosidad que es la
tortura. Contrariamente a una opinión expandida, todos los caballeros del Templo no
fueron doblegados, especialmente lo vimos en el gran maestro y otros dignatarios. Sin
embargo, algunos hermanos que sufrieron suplicios terroríficos: privación de agua,
alimento, de sueño, marca a fierro ardiente, pies quemados hasta los huesos,
suspensión del techo colgados de los testículos… ¿Cuántos murieron con sufrimientos
inauditos? ¿cuántos perdieron la razón? Que otros hayan confesado todo lo que
querían oír de ellos es comprensible, justificado y perdonable. Estos son los verdaderos
mártires de esta tragedia. Felipe el Hermoso reforzó su economía con esta barbarie, lo
cual no lo hace más grande. Pero su aura en nuestra historia es muy diferente.
Hechos turbadores.
Hay además otro episodio muy sombrío para llevar al pasivo del capitán y de sus
ejecuciones: el 12 de mayo de 1310, uno de ellos, el obispo de S. Philippe de Marigny,
hizo morir en la hoguera, en París, a 54 hermanos que condenó como relapsos porque,
después de haber tenido individualmente algunas faltas, pretendieron afirmar la
inocencia d ella orden como institución. Esta ejecución colectiva no es más que un
crimen de Estado. Sobre todo porque las confesiones fueron obtenidas bajo tortura, es
decir, exageradas, ampliadas por el rey y sus secuaces, lo cual impide darles valor
verdadero. No obstante, fueron expresadas por algunos miembros de la orden donde
se sabe con certeza que no fueron torturados. Tal es el caso de hermanos ingleses o de
aquellos en el servicio del Papa, del gran maestro y de otros eminentes d ella orden.
Ellos también reconocen los hechos contenidos en la acusación, observados fuera d
ella ceremonia, de la entronización de nuevos hermanos. Notablemente la negación de
Cristo, patear la cruz, adorar un ídolo proteiforme llamado Bafomet y el comercio
carnal entre hermanos.
¿Una perversión de ritos?
Estas confesiones a las que no puede faltar crédito a cierto fondo de verdad,
plantean cuestiones: ¿cómo algunos miembros de la orden pudieron llegar a este
punto de transgresión? ¿En los últimos decenios de existencia, la orden no conoció una
cierta forma de secta? ¿La pérdida de los lugares santos no tuvo por corolario la
pérdida de sentido, cuán rico, exaltado, de los inicios? Y cierta pérdida de sentido ¿no
era provocada, en los tiempos, por la perversión de rituales, los desplazamientos d ella
esfera de lo sagrado en ella, ciertas posiciones, aunque lejanas, del sacrilegio? Es
necesario también decir que el examen desapasionado de las piezas del oficio no deja
excento el lugar a la duda en sus puntos sensibles.
Sin embargo, esto no debe ocultar el hecho de que el procedimiento contra la Orden
está plagado de iniquidad. Ella lo es, ciertamente, por los medios empleados
chocantes, pero ella lo es también más precisamente todavía por su justificación
inicial. Una justificación que es evidentemente el hilo conductor del conjunto de la
acción judicial. Nos encontramos, así, en un cierto enredo complejo más claro, ante
una suerte de la determinación de justicia deliberada, asumida. Es lo que la
historiadora Julia Michelet resume en esta fórmula clara y un poco abusiva: ‘El diablo
es jurista’. Sin duda, pero conviene no olvidar que este cambio tendrá virtud - toda
política es verdadera – de constituir el acto fundador de la emancipación de lo
temporal en relación a lo espiritual en los asuntos del Estado. Este fue el precio. Y, eso
tratará de ayudar a toda la modernidad.
LABRRIERE Dominique. Le Monde des Religions (MAI-JUIN 2011) N. 47 pp. 35-37)
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