Subido por MihaeL LA Cruz

(1) no soy un asesino serial

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Dan Wells
Foro Dark Guardians
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Dan Wells
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I AM NOT A
SERIAL
KILLER
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Primer libro Serie John Cleaver
Dan Wells
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SINOPSIS
John Wayne Cleaver es peligroso, y lo sabe.
Se ha pasado su vida haciendo lo posible para no estar a la altura de su potencial.
Está obsesionado con los asesinos en serie, pero en realidad, no quiere convertirse
en uno. Así que por su propio bien, y la seguridad de los que lo rodean, vive bajo
rígidas reglas que ha escrito para sí mismo, llevando una vida normal como si se
tratara de una religión privada que podría salvarlo de la condenación.
Los cadáveres son normales para John. A él le gustan, en realidad. Ellos no exigen
ni esperan la empatía que no es capaz de ofrecer. Tal vez eso es lo que le da la
objetividad para reconocer que hay algo diferente en el cuerpo que la policía acaba
de encontrar detrás de la lavandería Wash-n-Dry, y para apreciar lo que significa
esa diferencia.
Ahora, por primera vez, John tiene que enfrentarse a un peligro aparte de sí
mismo, una amenaza que no puede controlar, una amenaza para todos y todos los
que amaría, si pudiera.
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Para Rob, que me dio el mejor incentivo que un hermano menor puede dar:
consiguió que le publicaran un libro primero.
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AGRADECIMIENTOS
Traducido por DarkVishous
E
ste libro debe su existencia a muchas personas, la mayoría (que yo sepa) no es un
asesino serial.
En primer lugar debo mencionar a Brandon Sanderson, quien me encerró en el coche
un día y me dijo que dejara de hablar sobre ellos y sólo lo escribiera. Eso resultó ser
una buena idea. Esa idea fue más desarrollada y refinada por una serie de grupos de
escritura y lectores críticos, incluyendo a (pero no limitándolo) Pedro Ahlstrom, Karla
Bennion, Steve Diamond, Nate Goodrich, Nate Hatfield, Alan Layton, Jeanette
Layton, Drew Olds, Ben Olsen, Bryce Moore, Janci Paterson, Emily Sanderson, Ethan
Skarstedt, Isaac Stewart, Eric James Stone, Sandra Tyler, y Kaylynn Zobell.
En el ámbito profesional, tengo que agradecer a mi editor, Moshe Feder, y a mi
absolutamente increíblemente maravillosa agente, Sara Crowe. Sin su ayuda ese libro
aún podría estar bien, pero no sería increíble y nunca hubieras oído hablar sobre él. Si
encuentras que es impresionante, y si, de hecho, lo encuentras en absoluto, tienes que
agradecérselo.
Especiales agradecimientos a mi amada esposa, Dawn, que me ha apoyado a lo largo
de la escritura de este libro, y nunca me abandonó luego de leerlo. En otros miembros
familiares que tampoco me abandonaron incluyo a mi hermana Carmen, mi hermano
Rob, mi madre de ley, Martha, y mis pobres padres, Robert y Patty. A todos ustedes:
déjenme reiterar que este libro no es autobiográfico. Lo prometo.
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Traducido por Clyo
L
a señora Anderson estaba muerta.
Nada llamativo, simplemente por la vejez, ella fue a la cama una noche y nunca
despertó. Dicen que fue una manera pacífica y digna de morir, que supongo es
técnicamente cierto, pero los tres días que tomó para que alguien se dé cuenta de que
no la habían visto en mucho tiempo, se llevó la mayor parte de la dignidad en la
situación. Eventualmente su hija pasó por casa para ver cómo estaba y encontró su
cadáver podrido de tres días y apestando como un animal de carretera muerto. Y lo
peor no es la descomposición, son los tres días, los tres días enteros antes de que a
nadie le importara lo suficiente como para decir: “Espera, ¿dónde está esa señora que
vive por el canal?” No hay mucha dignidad en eso.
Pero, ¿pacífica? Por supuesto. Ella murió tranquilamente mientras dormía el treinta de
agosto, según el forense, lo que significa que murió dos días antes de que algo
desgarrara a Jeb Jolley de adentro hacia afuera y lo dejara en un charco detrás de la
lavandería. No lo sabíamos en ese momento, pero eso hizo que la señora Anderson sea
la última persona en el Condado de Clayton que tuvo una muerte de causas naturales
durante casi seis meses. El Asesino de Clayton tuvo el resto.
Bueno, la mayoría. Todas menos una.
Conseguimos el cuerpo de la señora Anderson el sábado dos de septiembre, después de
que el médico forense terminara con ella—o, creo que debería decir que mi mamá y mi
tía Margaret consiguieron el cuerpo, no yo.
Ellas son las que dirigen la funeraria; yo sólo tengo quince años. Había estado en la
ciudad la mayor parte del día, mirando a la policía limpiar el desorden con Jeb, y
regresé justo cuando el sol comenzaba a bajar. Me deslicé por detrás, sólo en el caso de
que mi mamá estuviera en el frente. En realidad no quería verla a ella.
Nadie estaba en la parte de atrás todavía, sólo yo y el cadáver de la señora Anderson.
Yacía perfectamente inmóvil en la mesa, bajo una sábana azul. Olía a carne podrida y
repelente de insectos, y la ventanilla de ventilación zumbando con fuerza sobre
nosotros no estaba haciendo mucho por ayudar. Me lavé las manos en silencio en el
fregadero, preguntándome cuánto tiempo tenía, y toqué suavemente el cuerpo. La piel
vieja era mi favorita, seca y arrugada, con una textura como de papel antiguo. Los
forenses no habían hecho mucho para limpiar el cuerpo, probablemente porque
estaban ocupados con Jeb, pero el olor me decía que por lo menos habían pensado en
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matar a los bichos. Después de tres días en el calor de fin del verano, probablemente
había un montón de ellos.
Una mujer abrió la puerta de la parte frontal de la funeraria y entró, con el aspecto de
un cirujano en sus batas verdes y máscaras. Me quedé inmóvil, pensando que era mi
madre, pero la mujer sólo me miró y se acercó a un mostrador.
“Hola John,” dijo, recogiendo unos trapos estériles. No era mi mamá para nada, era su
hermana Margaret, eran gemelas, y cuando sus rostros estaban enmascarados apenas y
podía distinguirlas. La voz de Margaret era un poco más clara, sin embargo, un poco
más... energética. Me imaginé que era porque nunca había estado casada.
“Hola, Margaret.” Di un paso atrás.
“Ron se está volviendo perezoso,” dijo, cogiendo una botella con atomizador de DisSpray 1. “Ni siquiera la limpió, sólo declaró las causas naturales y pasó por encima de
ella. La señora Anderson se merece algo mejor que esto.” Ella se volvió para mirarme.
“¿Sólo te vas quedar allí o me vas a ayudar?”
“Lo siento.”
“Lávate.”
Le di la vuelta a mis mangas con impaciencia y volví al lavadero.
“Sinceramente,” continuó, “ni siquiera sé qué es lo que hacen por allá, en la oficina del
médico forense. No es que estén ocupados, apenas y pueden mantenerse en el negocio
por aquí.”
“Jeb Jolley está muerto,” le dije, secándome las manos. “Lo encontraron esta mañana,
atrás del Wash&Dry.”
“¿El mecánico?” preguntó Margaret, su voz volviéndose más baja. “Eso es terrible. Es
más joven que yo. ¿Qué pasó?”
“Asesinado,” le dije, y agarré una máscara y un delantal de un gancho en la pared.
“Piensan que tal vez fue un perro salvaje, pero sus tripas estaban en una especie pila.”
“Eso es terrible,” dijo Margaret nuevo.
“Bueno, tú eres la que se preocupaba por quedarse fuera del negocio,” le dije. “Dos
cuerpos en un fin de semana es dinero en el banco.”
1
Dis-Spray es usado en el tratamiento de olores putrefactos y ofensivos. Es muy efectivo al rociar
heridas de cáncer, lesiones erupciones, heridas traumática y condiciones externas similares. Es
maravilloso para desodorizar y preservar áreas donde hay resbalamiento de piel, cuerpos ahogados,
restos exhumados y de hecho en donde sea que haya putrefacción, tanto temprana como avanzada.
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“Ni siquiera bromees de esa manera, John,” dijo ella, mirándome con severidad. “La
muerte es una cosa triste, incluso cuando paga por tu hipoteca. ¿Estás listo?”
“Sí.”
“Sostén su brazo hacia fuera.”
Agarré el brazo derecho del cuerpo y tiré de él hasta estirarlo. El rigor mortis hace que
un cuerpo esté tan tieso que apenas se puede mover, pero sólo dura un día y medio, y
éste había muerto hacía tanto tiempo que todos los músculos se relajaron de nuevo.
Aunque la piel parecía papel, la carne de debajo era suave, como la masa. Margaret
roció con desinfectante el brazo y comenzó a frotarlo suavemente con un paño.
Incluso cuando el médico forense hace su trabajo y limpia el cuerpo, nosotros siempre
lo lavamos de nuevo antes de empezar. El embalsamamiento es un proceso largo, con
un montón de trabajo muy preciso, y se necesita de un borrón y cuenta nueva para
empezar.
“Esto huele muy mal,” le dije.
“Ella.”
“Ella huele muy mal,” le dije. Mamá y Margaret eran inflexibles cuando se trataba de
ser respetuosos con la persona fallecida, pero parecía ser un poco tarde en esta etapa.
Ya no era una persona, era sólo un cuerpo. Una cosa.
“Ella sí que huele,” dijo Margaret. “Pobre mujer. Me gustaría que alguien la hubiera
encontrado antes.” Levantó la vista hacia la ventanilla de ventilación zumbando detrás
de la reja en el techo. “Esperemos que el motor no se nos queme esta noche.” Margaret
decía lo mismo antes de cada embalsamamiento, como un canto sagrado. El ventilador
continuaba crujiendo desde arriba.
“Pierna,” dijo. Me pasé a los pies del cuerpo y enderecé la pierna, mientras que
Margaret la rociaba. “Voltea tu cabeza.” Yo mantuve mis manos enguantadas en el pie
y me volví para mirar a la pared, mientras que Margaret levantaba la sábana para lavar
los muslos.
“Algo bueno salió de esto, sin embargo,” dijo ella, “y es que puedes apostar a que cada
viuda en el condado recibió una visita hoy, o va a recibir una mañana. Todos los que
oyeron hablar de la señora Anderson van a ir directamente a visitar sus propias
madres, sólo para asegurarse. La otra pierna.”
Yo quería decir algo acerca de cómo todos los que oyeron de Jeb irían directamente a
visitar a su mecánico, pero Margaret no apreciaba ese tipo de bromas.
Nos movimos por todo el cuerpo, de la pierna al brazo, del brazo al torso, del torso a la
cabeza, hasta que todo fue limpiado y desinfectado. El cuarto olía a muerte y jabón.
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Margaret arrojó los trapos en el compartimiento del lavabo y empezó a recoger los
materiales reales para el embalsamamiento.
Había estado ayudando a mamá y Margaret en la funeraria desde que era un niño
pequeño, desde antes de que papá se fuera. Mi primer trabajo había sido la limpieza de
la capilla: recoger los programas, volcar ceniceros, aspirar el suelo, y otros trabajos
ocasionales que un niño de seis años podría hacer sin ayuda. Tuve trabajos más
grandes conforme fui creciendo, pero no llegué a ayudar con las cosas realmente
divertidas—embalsamamiento—hasta que tuve doce años. El embalsamamiento era
como... no sé cómo describirlo. Era como jugar con una muñeca gigante, vestirla y
bañarla y abrirla para ver qué había dentro. Vi a mamá una vez cuando tenía ocho
años, husmeando a través de la puerta para ver cuál era el gran secreto. Cuando abrí de
un corte a mi osito de peluche la semana siguiente, creo que no se dio cuenta de la
conexión.
Margaret me entregó un trozo de algodón, y yo lo sostuve listo, mientras ella los metía
en pequeñas matas con cuidado debajo de los párpados del cuerpo. Los ojos estaban
empezando a hundirse, desinflándose a medida que perdían humedad, y el algodón
ayudaba a mantenerlos de la forma adecuada para la vista. También ayudaba a
mantener los párpados cerrados, pero Margaret siempre les agregaba un poco de crema
de sellado, por si acaso, para mantener la humedad y que se queden cerrados.
“Pásame la pistola de agujas, ¿quieres John?” pidió ella, y me apresuré a bajar el
algodón y coger la pistola de una mesa de metal en la pared. La pistola es un tubo
largo de metal con dos hoyos del tamaño de un dedo a un lado, como una jeringa
hipodérmica.
“¿Puedo hacerlo esta vez?”
“Claro,” dijo ella, tirando hacia atrás el labio superior del cuerpo y la mejilla. “Justo
aquí.”
Puse la pistola suavemente hacia arriba en contra de las encías y la apreté, integrando
una pequeña aguja en el hueso. Los dientes eran largos y amarillos. Añadimos una
aguja más a la mandíbula inferior y enroscamos un hilo a través de ellas, luego los
retorcimos con fuerza para mantener la boca cerrada. Margaret untó crema de sellado
sobre un soporte de plástico, como la cáscara de una tajada de naranja, y la colocó
dentro de la boca para mantener todo en su lugar.
Una vez que nos habíamos encargado de la cara, arreglamos el cuerpo con cuidado,
enderezando las piernas y doblando los brazos sobre el pecho en la clásica pose “estoy
muerto.” Una vez que el formaldehido se mete en los músculos, se levantan y se
quedan rígidos. Tienes que establecer las características primero, para que la familia no
tenga la vista de un cadáver deformado.
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“Sostén su cabeza,” dijo Margaret, y yo, obediente puse una mano en cada lado de la
cabeza del cadáver para que esté firme. Margaret probó con los dedos un poco, justo
encima de la clavícula derecha, y luego cortó una larga y profunda línea en el cuello de
la anciana. Casi no hay derramamiento de sangre cuando se corta un cadáver. Debido
a que el corazón no está bombeando, no hay presión arterial y la gravedad tira de toda
la sangre hacia abajo, a la parte posterior del cuerpo. Como éste había estado muerto
más de lo habitual, el pecho estaba flácido y vacío, mientras que la parte de atrás
estaba casi morada, como un hematoma gigante. Margaret metió la mano en el
agujero con un gancho de metal pequeño y sacó dos grandes venas—bueno,
técnicamente, una arteria y una vena—y colocó una cuerda alrededor de cada una.
Eran de color púrpura y pulidas, dos bucles oscuros que tiraban hacia fuera del cuerpo
por unos centímetros, y luego se deslizaban de vuelta al interior. Margaret se volteó
para preparar la bomba.
La mayoría de las personas no se dan cuenta de la cantidad de productos químicos
diferentes para embalsamar que se utiliza, pero lo primero que llama la atención no es
cuántos de ellos hay, sino cuántos colores diferentes se ven. Cada frasco—el
formaldehído, los anticoagulantes, los cauterizantes, germicidas, acondicionadores, y
otros—tienen su propio color brillante, como jugo de frutas. La fila de los fluidos de
embalsamamiento se ve como los sabores de jarabe en un puesto de conos de nieve.
Margaret escogió sus productos químicos con cuidado, como si estuviera eligiendo los
ingredientes para una sopa. No todos los cuerpos necesitan todos los productos
químicos, y averiguar la receta adecuada para aplicársela a un cadáver era tanto un
arte como una ciencia. Mientras trabajaba en eso, solté la cabeza y cogí el bisturí. No
siempre me dejaban hacer incisiones, pero si lo hacía mientras que no estaban
mirando, por lo general podía salirme con la mia. Yo era bueno en esto también, lo
cual ayudaba.
La arteria que Margaret había retirado se utilizaría para bombear por el cuerpo
completo el cóctel químico que estaba haciendo, mientras llenaban el cuerpo, los viejos
fluidos, como la sangre y el agua, se verían empujados hacia la vena expuesta y de ahí
a un tubo de drenaje, y desde allí hasta el suelo. Me había sorprendido al descubrir que
todo sólo se iba por el sistema de alcantarillado, pero en realidad—¿a dónde más
podría ir? No es peor que cualquier otra cosa allá abajo. Sostuve la arteria firmemente
y corté poco a poco a través de ella, con cuidado de no cortar completamente. Cuando
el agujero estuvo listo, agarré la cánula—un tubo de metal curvado—y deslicé el
extremo más estrecho en la abertura. La arteria era elástica, como una manguera
delgada, y cubierta con pequeñas fibras de los músculos y capilares. Puse el tubo de
metal suavemente sobre el pecho e hice un corte similar en la vena, esta vez insertando
un tubo de drenado, el cual se conectaba a una bobina larga de tubo de plástico
transparente que serpenteaba hacia abajo al desagüe en el suelo. Apreté las cuerdas que
Margaret había atado alrededor de cada vena, sellándolas y cerrándolas.
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“Eso se ve bien,” dijo Margaret, empujando la bomba encima de la mesa. Estaba sobre
ruedas para mantenerla fuera del camino, pero ahora ocupaba su lugar de honor en el
centro de la habitación, mientras que Margaret conectaba la manguera principal a la
cánula que había colocado en la arteria. Ella estudió el sello brevemente, asintió con la
cabeza en señal de aprobación, y vertió el primer químico—un primer anticoagulante
de color naranja brillante para disolver los coágulos—en el tanque en la parte superior
de la bomba. Pulsó un botón y la bomba se sacudió del sueño a la vida, sincopada
como un latido de corazón real, y ella lo miraba atentamente mientras jugaba con las
perillas que controlaban la presión y la velocidad. La presión en el cuerpo se normalizó
rápidamente, y muy pronto la oscura y espesa sangre iba desapareciendo por la
alcantarilla.
“¿Cómo va la escuela?” preguntó Margaret, quitándose un guante de goma para
rascarse la cabeza.
“Sólo han pasado un par de días,” le dije. “No hay mucho que suceda en la primera
semana.”
“Es la primera semana de la escuela secundaria, sin embargo,” dijo Margaret. “Eso es
muy emocionante, ¿no?”
“No realmente,” le dije.
El anticoagulante casi había desaparecido, por lo que Margaret vertió un
acondicionador de color azul brillante en la bomba para ayudar a que los vasos
sanguíneos estén listos para el formaldehido. Se sentó. “¿Conociste nuevos amigos?”
“Sí,” dije. “Toda una escuela nueva se trasladó a la ciudad durante el verano, por lo
que milagrosamente no me tengo que quedar con la misma gente que he conocido
desde el jardín de infantes. Y por supuesto, todos querían hacer amistad con el chico
raro. Fue muy dulce.”
“No deberías burlarte así de ti mismo,” dijo.
“En realidad, me estaba burlando de ti.”
“Tampoco deberías hacer eso,” dijo Margaret, y me di cuenta por sus ojos de que
estaba sonriendo ligeramente. Se volvió a poner de pie para agregar más productos
químicos en la bomba. Ahora que las dos primeras sustancias químicas se encontraban
recorriendo a través del cuerpo, ella comenzó a mezclar el líquido de embalsamar, una
verdadera crema hidratante y un ablandador con agua para evitar la hinchazón de los
tejidos, conservantes y germicidas para mantener el cuerpo en buen estado (bueno, tan
bien como podría estarlo en este punto), y el tinte para darle un brillo rosado, muy
realista. La clave de todo esto, por supuesto, es el formaldehido, un poderoso veneno
que mata todo lo que esté en el cuerpo, endurece los músculos, encurte los órganos, y
hace todo el “embalsamamiento” real. Margaret añadió una buena dosis de
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formaldehido, seguido por un espeso perfume verde para cubrir el penetrante aroma.
El tanque de la bomba era una olla de remolinante pegote de colores brillantes, como
la máquina de granizados en una estación de gasolina. Margaret cerró bien la tapa y
me hizo salir por la puerta trasera, la ventilación no era lo suficientemente buena como
para arriesgarse a estar en la habitación con esa cantidad de formaldehido. Ahora
estaba totalmente oscuro afuera, y la ciudad se había puesto casi silenciosa. Me senté
en los escalones de atrás, mientras que Margaret se apoyaba contra la pared, mirando a
través de la puerta abierta en caso de que algo fuera mal.
“¿Tienes algo de tarea que hacer?” preguntó.
“Tengo que leer las introducciones de la mayoría de mis libros de texto para el fin de
semana, lo que, por supuesto, todo el mundo siempre hace, y tengo que escribir un
ensayo para mi clase de historia.”
Margaret me miró, tratando de ser indiferente, pero sus labios estaban apretados y
empezó a parpadear. Yo sabía por una larga asociación, que esto significaba que algo
la estaba molestando.
“¿Te asignaron un tema?” preguntó.
Yo mantuve mi rostro impasible. “Las figuras importantes de la historia americana.”
“Así que. . . ¿George Washington? O tal vez Lincoln.”
“Ya lo escribí.”
“Eso está muy bien,” dijo, no lo decía en serio. Se detuvo un instante más, y luego
dejó caer su pretensión. “¿Tengo que adivinar, o vas a decirme sobre cuál de tus
sicópatas escribiste?”
“No son 'mis' sicópatas.”
“John. . .”
“Dennis Rader 2,” dije, mirando hacia la calle. Lo atraparon hace pocos años, así que
pensé que tenía un buen ángulo de 'los acontecimientos actuales'.”
“John, Dennis Rader es el asesino ATM. Es un asesino. Pidieron una figura grandiosa,
no un—”
“El profesor pidió una figura importante, no una grandiosa, así que los tipos malos
también cuentan,” le dije. “Incluso sugirió a John Wilkes Booth como una de las
opciones.”
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Dennis Rader es un asesino en serie que mató a diez personas entre 1974 y 1991. Era conocido como el
asesino BTK o el estrangulador BTK. BTK significaba “Bind, Torture, Kill.” (Ata, Tortura, Mata), que
era su infame firma.
Fue sentenciado a 10 cadenas perpetuas consecutivas.
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Dan Wells
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“Hay una gran diferencia entre un asesino político y un asesino en serie.”
“Ya lo sé,” dije yo, volviendo a mirarla. “Es por eso que lo he escrito.”
“Eres un chico muy inteligente,” dijo Margaret, “y lo digo en serio. Eres
probablemente el único estudiante que ya ha terminado con el ensayo. Pero no puedes.
. . no es normal, John. En verdad esperaba que vencieras esta obsesión con los
asesinos.”
“No asesinos,” le dije, “asesinos en serie.”
“Esa es la diferencia entre tú y el resto del mundo, John. Nosotros no vemos la
diferencia.” Ella volvió a entrar para empezar a trabajar en la cavidad del cuerpo—
succionar toda la bilis y veneno hasta que el cuerpo este purificado y limpio.
Quedándome fuera en la oscuridad, miré al cielo y esperé.
No sé qué es lo que estaba esperando.
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Traducido por DarkVishous
Corregido por Caroliberta
N
o nos dieron el cuerpo de Jeb Jolley esa noche, ni siquiera un poco después, y
pasé la semana siguiente anticipándolo sin aliento, corriendo a casa de la escuela
todas las tardes para ver si había llegado. Me sentía como en Navidad. El forense
estaba manteniendo el cuerpo mucho más tiempo de lo habitual con el fin de realizar
una autopsia completa. El Clayton Daily tenía artículos cada día sobre la muerte,
finalmente confirmando el martes que la policía sospechaba de asesinato. Su primera
impresión era que Jeb había sido asesinado por un animal salvaje, pero al parecer
había habido varios indicios que apuntaban a algo más deliberado. La naturaleza de
las pistas no estaba, por supuesto, revelada. Era la cosa más sensacional que había
ocurrido en el Condado de Clayton en toda mi vida.
El jueves nos devolvieron nuestros ensayos de historia. Recibí puntuación completa, y
un “¡interesante elección!” escrito en el margen. El chico con el que me juntaba,
Maxwell, perdió dos puntos por extensión y dos más por las ortografía. Él había
escrito media página sobre Albert Einstein, y escribió Einstein de diferente manera
cada vez.
“No es como si hubiera mucho que decir acerca de Einstein,” dijo Max, cuando nos
sentamos en una mesa en el rincón de la cafetería de la escuela. “Él descubrió e=mc2, y
las bombas nucleares, y eso es todo. Tengo suerte de haber escrito media página en
total.”
No me gustaba Max realmente, que era una de las cosas más socialmente normales
sobre mí—a nadie le gustaba realmente Max. Era de baja estatura, del tipo gordo, con
gafas e inhalador, y un armario lleno de ropa de segunda mano. Más que eso, él tenía
una actitud insolente y rayada, y también hablaba en voz muy alta y con autoridad
sobre temas que realmente conocía muy poco. En otras palabras, él se comportaba
como los brabucones, pero sin nada de fuerza o carisma que lo respaldara. Todo eso
me venía bien, porque tenía la cualidad que más deseaba en una amistad en la
escuela—a él le gustaba hablar y le importaba muy poco si le prestaba atención o no.
Era parte de mi plan para pasar desapercibido: Solos, éramos un chico raro que
hablaba de sí mismo, y un chico raro que nunca hablaba con nadie; justos, éramos dos
chicos raros que aparentaban tener una conversación. No era mucho, pero nos hacía
parecer un poco más normales. Dos errores hacían un acierto.
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Dan Wells
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La secundaria Clayton era vieja y se caía a pedazos, como todo lo demás en la ciudad.
Los niños se transportaban en autobuses de aquí a todas partes del condado, y supuse
que una buena tercera parte de los estudiantes procedían de granjas y pueblos fuera de
los límites de la ciudad. Había un par de chicos que no conocía—algunas de las
familias más alejadas educaban a sus hijos en casa hasta llegar a la escuela
secundaria—pero la mayor parte de los chicos de aquí eran los mismos viejos
compañeros con los que había crecido desde el jardín de infancia. Nadie nuevo llegaba
nunca a Clayton, ellos sólo pasaban por la interestatal y apenas miraban mientras
pasaban. La ciudad yacía y se deterioraba a un lado de la carretera, igual que un
animal muerto.
“¿Sobre quién escribiste?” dijo Max.
“¿Qué?” No había estado prestando atención.
“Pregunté sobre quién escribiste en tu ensayo,” dijo Max. “Supongo que de John
Wayne.”
“¿Por qué lo haría sobre John Wayne?”
“Porque llevas el mismo nombre.”
Tenía razón, mi nombre es John Wayne Cleaver. El nombre de mi hermana es Lauren
Bacall Cleaver. Mi padre era un gran fan de las películas clásicas.
“Ser llamado igual que alguien no quiere decir que ellos sean interesantes,” le dije,
todavía mirando a la multitud. “¿Por qué no escribiste tú sobre Maxwell House?”
“¿Es un hombre?” preguntó Max. “Pensé que era una compañía de café.”
“Escribí sobre Dennis Rader,” le dije. “Él era el ATM.”
“¿Qué es ATM?”
“Ata, Tortura, Mata,” le dije. “ATM era cómo Dennis Rader firmaba su nombre en
todas las cartas que escribió a los medios de comunicación.”
“Eso es enfermo, hombre,” dijo Max. “¿A cuántas personas mató?” Él obviamente no
estaba muy perturbado por ello.
“Tal vez diez,” dije. “La policía no está segura todavía.”
“¿Sólo diez?” dijo Max. “Eso no es nada. Cualquiera podrías matar a más que eso
robando un banco. Ese tipo en tu proyecto el año pasado era mucho mejor en ello que
eso.”
“No importa cuántos matan,” le dije. “Y no es impresionante, está mal.”
“¿Entonces porqué hablas de ellos todo el tiempo?” preguntó Max.
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“Porque lo malo es interesante.” Estaba sólo parcialmente dedicado a la conversación,
sobre todo pensaba en cuán genial sería ver un cuerpo que había sido desarmado
después de una autopsia.
“Eres raro, hombre,” dijo Max, dando otro mordisco a su sándwich. “Eso es todo lo
que hay que decir. Algún día vas a matar a un montón de gente—probablemente más
que diez, porque eres un sobre cumplidor—y luego van a tenerme en la TV
preguntándome si lo vi venir, y voy a decir, ‘Diablos sí, ese chico estaba gravemente
jodido.’”
“Entonces supongo que tengo que matarte primero,” dije.
“Buen intento,” dijo Max, riéndose y sacando su inhalador. “Soy, como, tu único
amigo en este mundo—no me matarías.” Él tomó una bocanada de su inhalador y se
lo guardó en el bolsillo. “Además, mi padre estaba en el ejército, y tú eres un delgado
emo. Me gustaría ver que lo intentaras.”
“Jeffrey Dahmer,” dije, sólo medio escuchando a Max.
“¿Qué?”
“El proyecto que hice el año pasado era sobre Jeffrey Dahmer,” le dije. “Él era un
caníbal que mantenía las cabezas cercenadas en el congelador.”
“Ahora me acuerdo,” dijo Max, sus ojos oscureciéndose. “Tus carteles me dieron
pesadillas. Qué pasada.”
“Las pesadillas no son nada,” le dije. “Esos carteles me dieron un terapeuta.”
***
Había estado fascinado—traté de no usar la palabra ‘obsesionado’—con los asesinos
seriales durante mucho tiempo, pero no fue hasta mi reporte de Jeffrey Dahmer en la
última semana de la escuela media, que mi madre y maestros se preocuparon lo
suficiente para meterme en terapia. El nombre de mi terapeuta era doctor Ben Neblin,
y durante el verano había tenido una cita con él todos los miércoles por la mañana.
Hablamos de un montón de cosas—como la ida de mi padre, y lo que un cuerpo
muerto parecía, y lo bonito que era el fuego—pero sobre todo hablamos de los asesinos
en serie. Él me dijo que no le gustaba el tema, que le hacía sentirse incómodo, pero eso
no me detuvo. Mi madre pagaba las sesiones, y yo realmente no tenía nadie más con
quien hablar, así que Neblin llegó a oír todo.
Después de la escuela comenzó el otoño, nuestras citas fueron trasladadas al jueves por
la tarde, así que cuando terminó mi última clase, cargué mi mochila con demasiados
libros y pedaleé las seis manzanas hasta la oficina de Neblin. A mitad de camino,
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doblé por la esquina del viejo teatro y tomé un desvío—la lavandería Wash-n-dry
estaba tan sólo dos manzanas más abajo, quería ir al lugar donde fue asesinado Jeb.
La cinta de la policía estaba caída, finalmente, y la lavandería estaba abierta, pero
vacía. La pared del fondo sólo tenía una ventana, una pequeña y enrejada, de un
amarillo que suponía pertenecía al baño. El terreno estaba casi completamente aislado,
el periódico decía que la investigación policial era muy dura—nadie había visto ni oído
el ataque, a pesar de que suponían que había sucedido en torno a la diez de la noche,
cuando la mayoría de los bares seguían abiertos. Jeb probablemente había estado
regresando a su casa de uno cuando murió.
Casi esperaba encontrar alguna figura de tiza sobre el asfalto—una para el cuerpo y
otra con los infames montones de tripas más cercanas. En su lugar, toda la zona había
sido lavada con una manguera de alta presión, y toda la sangre y la grava enjuagada.
Dejé mi bicicleta contra la pared y lentamente caminé alrededor para ver lo que
pudiera mirar, cualquier cosa. El asfalto estaba ensombrecido y fresco. Parte de la
pared había sido fregada también, casi hasta el techo, y no fue difícil averiguar donde
había estado el cuerpo. Me arrodillé y miré de cerca la tierra, localizando aquí y allá un
manchón púrpura en la textura del asfalto, donde la sangre seca se había aferrado y
resistido al agua.
Después de un minuto, me encontré con una mancha oscura en el suelo cerca de mí—
del tamaño de una mano, algo más negro y espeso que la sangre. Tomé un poco de ella
con mi uña y el pedazo de la misma parecía ceniza grasienta, como si alguien hubiera
limpiado una barbacoa de carbón. Me limpié el dedo en mis pantalones y me puse en
pie.
Era extraño, estar de pie en un lugar donde alguien había muerto. Coches zumbaban
lentamente por la calle, silenciados por las paredes y la distancia. Traté de imaginar
qué había pasado aquí—de dónde había venido Jeb, a dónde iba, por qué se dirigió a la
parte de atrás, y dónde había estado parado cuando el asesino lo atacó. Tal vez había
llegado tarde a algo y se apresuró para ahorrar tiempo, o tal vez estaba borracho y
tambaleándose peligrosamente, inseguro de dónde estaba. En mi mente, lo vi con la
cara roja y sonriente, ajeno de la muerte que lo acechaba.
Imaginé al atacante también, pensando—sólo por un momento—dónde podría
esconderme si fuera a matar a alguien aquí. Había sombras en todo el lote, diferentes
ángulos de cercas, paredes y suelo. Tal vez el asesino había estado al acecho detrás de
un viejo coche, o en cuclillas detrás de un poste telefónico. Me lo imaginaba al acecho
en la oscuridad, con ojos calculadores cuando Jeb tropezó, borracho e indefenso.
¿Estaba enojado? ¿Estaba hambriento? Las cambiantes teorías de la policía eran
nefastas y tentadoras—¿qué podía atacar tan brutalmente, pero con tanto cuidado, que
la evidencia señalaba tanto al hombre como a la bestia? Imaginaba las garras y los
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dientes brillantes rápidamente abriéndose camino a través de la luz de la luna y la
carne, enviando altos arcos de sangre en la pared de atrás.
Me detuve un momento más, absorbiendo todo culpablemente. El doctor Neblin se
preguntaría por qué llegaba tarde y me castigaría cuando le dijera donde había ido,
pero eso no era lo que me molestaba. Al venir aquí, yo estaba cavando los cimientos de
algo más grande y más profundo, arañando pequeñas líneas en la pared que no me
atrevía a violar. Había un monstruo detrás de esa pared, y la había construido tan
fuerte para mantener a raya al monstruo, que ahora se agitaba y se estiraba, inquieto
en su sueño. Había un nuevo monstruo en la ciudad, al parecer—¿despertaría esa
presencia al que yo mantenía oculto?
Era hora de irse. Volví a mi bicicleta y maniobré las últimas manzanas hacia la oficina
de Neblin.
***
“Rompí una de mis reglas hoy,” le dije, mirando hacia abajo a través de las persianas
de la ventana a las calles debajo de la oficina de doctor Neblin. Los brillantes coches
pasaban por delante en un desfile desigual. Podía sentir los ojos de Neblin en la parte
posterior de mi cabeza, estudiándome.
“¿Una de tus reglas?” preguntó. Su voz era constante y uniforme. Era una de las
personas más tranquilas que yo conocía, pero de nuevo, pasaba la mayor parte de mi
tiempo con mi mamá, Margaret y Lauren. Su tranquilidad era una de las razones por
las que venía aquí por propia voluntad.
“Tengo reglas,” dije, “para evitar que haga alguna cosa… mala.”
“¿Qué tipo de cosas?”
“¿Qué clase de cosas malas?” le pregunté, “¿O qué tipo de reglas?”
“Me gustaría oír ambas, pero puedes empezar con lo que quieras.”
“Entonces será mejor empezar con las cosas que estoy tratando de evitar,” dije, “las
reglas no tendrán ningún sentido para ti si no sabes esas.”
“Eso está bien,” dijo, y me di vuelta para mirarlo de frente. Él era un tipo bajito, calvo,
sobre todo en la parte superior y usaba pequeñas gafas redondas con finos marcos de
color negro. Siempre llevaba un bloc de papel y, en ocasiones tomaba notas mientras
hablábamos. Eso me ponía nervioso, pero él se ofreció a dejarme ver sus notas en
cualquier momento que le preguntara. Nunca escribía notas como ‘qué fenómeno’ o
‘este chico está demente’, sólo eran simples notas para ayudarle a recordar de lo que
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hablábamos. Estoy seguro de que tenía un libro de ‘qué fenómeno’ en alguna parte,
pero lo mantenía escondido.
Y si no tenía uno todavía, iba a hacer uno después de esto.
“Pienso,” le dije, observando su rostro por una reacción, “que el destino quiere que me
convierta en un asesino serial.”
Él levantó una ceja, nada más. Dije que él era tranquilo.
“Bueno,” dijo, “estás obviamente fascinado por ellos—has leído sobre el tema
probablemente más que nadie en la ciudad, incluyéndome a mí. ¿Deseas convertirte en
un asesino serial?”
“Por supuesto que no,” le dije. “Específicamente quiero evitar convertirme en un
asesino serial. Sólo que no sé cuantas oportunidades tenga.”
“Entonces, las cosas que tú quieres evitar hacer son, ¿qué? ¿Matar personas?” Él me
miró torcido, una señal de que yo había llegado a conocer que significaba que él estaba
bromeando. Siempre decía algo un poco sarcástico, cuando comenzábamos a meternos
en cosas realmente pesadas. Pienso que es su manera de enfrentarse a la ansiedad.
Cuando le conté sobre el momento en que disequé a una ardilla viva, capa por capa, él
salió con tres bromas seguidas y casi rió tontamente. “Si has infringido una regla tan
grande,” continuó, “estoy obligado a ir a la policía, sea confidencial o no.”
Aprendí las leyes sobre confidencialidad del paciente en una de nuestras primeras
sesiones, cuando hablé por primera vez sobre iniciar un incendio. Si él pensaba que yo
había cometido un delito, o que tenía intención de hacerlo, o sí él creía que yo era un
peligro legítimo para cualquier persona, la ley le obligaba a informar adecuadamente a
las autoridades. También era libre bajo la ley de discutir todo lo que yo dijera con mi
madre, teniendo una buena razón o no. Los dos habían tenido un montón de
discusiones durante el verano, y ella había hecho de mi vida un infierno a causa de
ellas.
“Las cosas que quiero evitar son mucho menores en la escala que matar,” le dije. “Los
asesinos en serie por lo general—casi siempre, de hecho—son esclavos de sus propias
compulsiones. Matan porque tienen que hacerlo, y no pueden detenerse a sí mismos.
No quiero llegar a ese punto, por lo que establecí reglas acerca de las cosas más
pequeñas—como la forma en que me gusta ver a las personas, pero no me dejo a mi
mismo observar a una persona durante mucho tiempo. Si lo hago, me obligo a ignorar
a esa persona durante una semana, y a ni siquiera pensar en ello.”
“Así que hay reglas para detenerte de las pequeñas conductas de asesinos seriales,”
dijo Neblin, “con el fin de mantenerte lo más lejos de las grandes cosas como sea
posible.”
“Exactamente.”
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“Creo que es interesante,” dijo, “que usaras la palabra ‘compulsiones’. Eso como que
elimina el tema de la responsabilidad.”
“Pero estoy asumiendo la responsabilidad,” le dije. “Estoy tratando de detenerlo.”
“Lo haces,” dijo, “y eso es admirable, pero comenzaste toda esta conversación
diciendo que el ‘destino’ quiere que seas un asesino en serie. Si dices que es tu destino
convertirte en asesino serial, entonces, ¿no estás realmente esquivando la
responsabilidad pasándole la culpa al destino?”
“Digo ‘destino’,” me expliqué, “porque esto va mucho más allá de algunas
peculiaridades de simples comportamientos. Hay algunos aspectos de mi vida que no
puedo controlar, y sólo pueden explicarse por el destino.”
“¿Por ejemplo?”
“Me llamo igual que un asesino serial,” le dije. “John Wayne Gacy, mató a treinta y
tres personas en Chicago, y enterró a la mayoría de ellos en el espacio que había
debajo de su casa.”
“Tus padres no te nombraron por John Wayne Gacy,” dijo Neblin. “Lo creas o no, le
pregunté especialmente a tu madre acerca de ello.”
“¿En serio?”
“Soy más inteligente de lo que parezco,” dijo. “Pero tienes que recordar que un
eslabón de coincidencia con un asesino serial no es un destino.”
“El nombre de mi padre es Sam,” dije. “Eso me hace el Hijo de Sam, un asesino serial
en Nueva York, quien contó que su perro le decía que matara.”
“Así que tienes vínculos coincidentes con dos asesinos seriales,” dijo. “Eso es un poco
extraño, lo admito, pero todavía no estoy viendo un conspiración cósmica en tu
contra.”
“Mi apellido es ‘Cleaver’” le dije, “¿Cuántas personas conoces que se llamen como dos
asesinos en serie y un arma homicida?”
El doctor Neblin se removió en su silla, dando golpecitos con el bolígrafo en contra de
su papel. Esto, lo sabía, significaba que estaba tratando de pensar. “John,” dijo
después de un momento, “me gustaría saber qué tipos de cosas te asustan, en concreto,
así que vamos mirar hacia atrás y ver lo que dijiste antes. ¿Cuáles son las reglas?”
“Te dije sobre lo de observar a la gente,” dije, “Esa es una grande. Me encanta ver a la
gente, pero sé que si veo a una persona por mucho tiempo, voy a empezar en estar
demasiado interesado en ellos—voy a querer seguirlos, ver a dónde van, con quién
hablan, y encontrar qué los motiva. Hace unos años, me di cuenta de que en realidad
estaba acechando a una chica en la escuela—literalmente la seguía a todas partes. Ese
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tipo de cosas pueden ir demasiado lejos en un apuro, así que hice una regla: Si veo a
una persona por mucho tiempo, entonces la ignoro durante toda una semana.”
Neblin asintió con la cabeza, pero no interrumpió. Estaba contento de que no me
preguntara el nombre de la chica, ya que incluso hablar de ella de esa manera se sentía
como si rompiera mi regla de nuevo.
“Luego tengo una regla acerca de los animales,” le dije. “¿Te acuerdas de lo que hice
con la ardilla?”
Neblin sonrió nerviosamente. “La ardilla seguramente ya no.” Sus bromas nerviosas se
estaban volviendo más patéticas.
“Esa no fue la única vez,” dije. “Mi padre solía poner trampas en el jardín para ardillas
y topos, y esas cosas, y mi trabajo, todas las mañanas, era comprobar y golpear
cualquier cosa que no estuviera muerta con una pala. Cuando tenía siete años empecé
a abrirlas, para ver qué aspecto tenían en su interior, pero después comencé a estudiar
a los asesinos seriales y dejé de hacerlo. ¿Has oído hablar de la tríada MacDonald?”
“Tres rangos compartidos por un noventa y cinco por ciento de los asesinos en serie,”
dijo el doctor Neblin. “Mojar la cama, piromanía, y crueldad hacia los animales. Tú sí,
admito, tienes las tres cosas.”
“Lo descubrí cuando tenía ocho años,” le dije. “Lo que realmente me afectó no fue el
hecho de que la crueldad hacia los animales podía predecir un comportamiento
violento—era que hasta que leí sobre ello, nunca pensé que fuera malo. Estaba
matando animales y destrozándolos, y yo tenía la reacción emocional de un chico
jugando con Legos. Es como si ellos no fueran reales para mí—no eran más que sólo
juguetes con los que jugar. Cosas.”
“Si no sentías que estuviera mal,” preguntó el doctor Neblin, “¿Por qué te detuviste?”
“Porque es entonces cuando me di cuenta de que yo era diferente de otras personas,”
le dije. “Allí había algo que hacía todo el tiempo, y no le daba importancia, y resulta
que el resto del mundo piensa que es totalmente reprensible. Fue entonces cuando supe
que tenía que cambiar, así que empecé a hacer las reglas. La primera era: No te metas
con los animales.”
“¿No matarlos?”
“No hacer nada con ellos,” respondí. “No tendré una mascota, no voy a acariciar a un
perro en la calle, y ni siquiera me gusta ir a la casa donde alguien tiene un animal.
Debo evitar cualquier situación que pueda llevarme de nuevo a hacer algo que sé que
no debo hacer.”
Neblin me miró por un momento. “¿Algunas otras?” preguntó.
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“Si alguna vez siento que quiero lastimar a alguien,” dije, “les doy un cumplido. Si
alguien realmente me molesta, hasta que los odio tanto que empiezo a imaginarme a
mí mismo matándolo, digo algo agradable y le doy una gran sonrisa. Me obliga a
pensar en cosas agradables, en lugar de malas, y por lo general hace que
desaparezcan.”
Neblin pensó un momento antes de hablar. “Es por eso que lees mucho sobre asesinos
en serie,” dijo. “No sientes el bien y el mal de la manera que otras personas lo hacen,
por lo que leyendo sobre ellos encuentras qué es lo que supones que debes evitar.”
Asentí. “Y por supuesto, ayuda que sean muy geniales para leer sobre ello.”
Él hizo unas notas en su libreta.
“Así que, ¿qué regla rompiste hoy?”
“Fui al lugar donde encontraron el cuerpo de Jeb Jolley,” dije.
“Me preguntaba por qué no lo habías mencionado todavía,” comentó. “¿Tienes alguna
regla que te mantenga alejado de las escenas de crímenes violentos?”
“No específicamente,” le dije. “Es por eso que era capaz de justificarme ante mí
mismo. Realmente no estaba infringiendo una regla específica, aunque estaba
rompiendo el espíritu de ellas.”
“¿Y por qué fuiste?”
“Porque alguien fue asesinado allí,” dije. “Yo. . . tenía que verlo.”
“¿Eras un esclavo de tu compulsión?” preguntó.
“Se supone que no debes voltearlo hacia mí.”
“En cierto modo, sí,” dijo Neblin. “Soy un terapeuta.”
“Veo cadáveres todo el tiempo en la funeraria,” dije, “y creo que eso está bien—mamá
y Margaret han trabajado allí durante años, y no son asesinas en serie. Así que veo un
montón de gente viva, y veo un montón de gente muerta, pero nunca he visto a una
persona viva volverse una persona muerta. Soy. . . curioso.”
“Y la escena del crimen es lo más cercano que puedes conseguir sin cometer un delito
por ti mismo.”
“Sí,” dije.
“Escucha, John,” dijo Neblin, inclinándose hacia adelante. “Tienes un montón de
factores predictivos de comportamiento de asesinos seriales, lo sé—de hecho, creo que
hay más factores predictivos de los que he visto nunca en una sola persona. Pero debes
recordar que las predicciones son sólo eso—predicen lo que puede suceder, no
profetizan lo que va suceder. Noventa y cinco por ciento de los asesinos en serie orinan
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la cama, y prenden fuego y lastiman animales, pero eso no quiere decir que el noventa
y cinco por ciento de los niños que hacen esas cosas se convertirán en asesinos en serie.
Estás siempre en control de tu propio destino, y siempre eres tú el que toma tus propias
decisiones—nadie más. El hecho de que tengas esas reglas, y que las sigas con tanto
cuidado, dice mucho de ti y de tu carácter. Eres una buena persona, John.”
“Soy una buena persona,” dije, “porque sé lo que las buenas personas se suponen que
hacen y las copio.”
“Si eres tan cuidadoso como dices que eres,” dijo Neblin, “nadie nunca sabrá la
diferencia.”
“Pero si no soy lo suficientemente cuidadoso,” le dije, mirando por la ventana, “¿quién
sabe lo que podría pasar?”
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3
Traducido por Nanao-chan
Corregido por anvi15
M
amá y yo vivíamos en un apartamento de un solo piso sobre la funeraria; las
ventanas de nuestro salón tenían vista a la entrada principal, y nuestra única
puerta conducía hacia una serie de escalones muy juntos hacia el camino de
entrada lateral. La gente siempre pensaba que era escalofriante vivir sobre una
funeraria, pero realmente era como vivir en cualquier otra casa. Seguro, teníamos
cadáveres en el sótano, pero también teníamos una capilla, así que se compensaba.
¿No?
Para la noche del sábado aún no teníamos el cuerpo de Jeb. Mamá y yo nos comimos
la cena en silencio, dejando que la pizza compartida y el ruido de la TV sustituyeran a
la compañía y la conversación de una relación real. Teníamos puestos Los Simpsons,
pero realmente no los estaba viendo—yo quería ese cuerpo. Si la policía lo retenía
mucho más tiempo, no seríamos capaces ni siquiera de embalsamarlo, simplemente lo
meteríamos en una bolsa y lo mantendríamos en un funeral con el ataúd cerrado.
Mamá y yo siempre estábamos en desacuerdo sobre qué pizza pedir, así que hacíamos
que el lugar donde las encargábamos las partiera por la mitad por nosotros: mi mitad
con salchicha y champiñones, y su mitad con pepperoni. Incluso Los Simpsons eran
algo negociado—los ponían después de las noticias, y desde que cambiar de canal
significaba un riesgo de pelea, simplemente dejábamos el siguiente programa.
Durante el primer corte comercial, mamá puso su mano sobre el mando a distancia, lo
cual normalmente significaba que iba a silenciar la televisión y hablar sobre algo, lo
que usualmente significaba que íbamos a meternos en alguna discusión. Descansó su
dedo en el botón de silenciar la televisión y esperó, sin presionarlo. Si ella dudaba todo
este tiempo, de lo que quería hablar era probablemente muy malo. Tras un momento
retiró la mano, cogió otro trozo de pizza y le dio un mordisco.
Nos sentamos tensamente durante la siguiente parte del programa, sabiendo lo que
estaba por venir y planeando nuestros movimientos. Pensé en levantarme e irme,
escapando antes del siguiente corte comercial, pero eso sólo la contrariaría. Mastiqué
despacio, mirando atontadamente como Homero saltaba y chillaba y corría por toda la
pantalla.
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Otro anuncio vino, y la mano de Mamá se cernió sobre el mando a distancia de
nuevo—sólo brevemente esta vez—antes de pulsar el botón de silenciado. Masticó,
tragó y habló.
“Hablé con el doctor Neblin hoy,” dijo ella.
Pensé que eso debería tener algo que ver con esto.
“Él dijo que. . . bueno, dijo algunas cosas muy interesantes, John.” Ella mantuvo sus
ojos en la televisión, en la pared, en el techo. En todas partes menos en mí “¿Tienes
algo que decir por tu parte?”
“¿Gracias por mandarme a un terapeuta, y siento que realmente lo necesite?”
“No seas insolente, John. Tenemos un largo camino por delante y me gustaría pasar lo
más que podamos antes de que nos volvamos insolentes.”
Tomé una profunda inspiración, mirando la televisión. Los Simpsons habían vuelto, no
menos loco con el sonido apagado. “¿Qué dijo?”
“Me dijo que tú. . .” Me miró. Tenía unos cuarenta años, lo que ella afirmaba era
bastante joven, pero en una noche como ésta, discutiendo en la enfermiza luz de la
televisión, con el pelo negro echado hacia atrás, los ojos verdes bordeados de
preocupación, lucía golpeada y superada. “Él me dijo que tú pensabas que ibas a matar
a alguien.” Ella no debería haberme mirado. No podía decir algo así y mirarme al
mismo tiempo sin que ninguna emoción emergiera a la superficie. Lo observé por el
sonrojo de su cara y el ácido en su mirada.
“Eso es interesante,” dije, “sobre todo porque no es lo que le dije. ¿Estás segura de que
esas fueron las palabras que él usó?”
“Las palabras no son la cuestión aquí,” respondió ella. “Esto no es una broma, John,
esto es algo serio. El...no sé. ¿Así es cómo va a terminar todo para nosotros? Eres todo
lo que me queda, John.”
“Las verdaderas palabras que usé,” dije, “fueron que seguía estrictas reglas para
asegurarme de que no hacía nada malo. Parece que estarías bastante feliz sobre eso,
pero por el contrario me estás gritando. Por esto necesito terapia.”
“‘Feliz’ no es un hijo que tiene que seguir reglas para mantenerse sin matar a nadie,”
explotó ella. “‘Feliz’ no es un psicólogo diciéndome que mi hijo es un sociópata 3.
‘Feliz’ es—”
“¿Él dijo que era un sociópata?” Eso era genial. Siempre lo había sospechado, pero era
agradable tener un diagnóstico oficial.
3
Sociópata: es una patología de índole psíquico que deriva en que las personas que la padecen pierden la
noción de la importancia de las normas sociales, como son las leyes y los derechos individuales.
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“Trastorno de personalidad antisocial,” dijo ella, alzando la voz. “Lo busqué. Es una
psicosis.” Desvió la mirada. “Mi hijo es un psicótico.”
“El TPA está principalmente definido como una falta de empatía,” dije. También lo
busqué hace un par de meses. La empatía es lo que permite a la gente interpretar
emociones, del mismo modo que los oídos interpretan el sonido; sin ella te vuelves
emocionalmente muerto. “Eso significa que no conecto emocionalmente con otras
personas. Me preguntaba si él se iba a dar cuenta de eso.”
“¿Cómo sabes eso?” preguntó. “Tienes quince años, por el amor de dios, deberías
estar. . . no sé, persiguiendo chicas o jugando a videojuegos.”
“¿Estás diciéndole a un sociópata que persiga chicas?”
“Te estoy diciendo que no seas un sociópata,” contestó ella. “Sólo porque estés abatido
todo el tiempo no significa que tengas un desorden mental—significa que eres un
adolescente, tal vez, pero no un sicópata. La cuestión es, John, no puedes simplemente
tener las notas de un doctor para sacarte de la vida. Vives en el mismo mundo que el
resto de nosotros, y tienes que lidiar con eso del mismo modo que el resto de
nosotros.”
Tenía razón, podía ver muchos beneficios de ser oficialmente un sociópata. Ningún
molesto proyecto de grupo en la escuela, por poner un ejemplo.
“Pienso que esto es todo por mi culpa,” dijo ella. “Te llevé dentro de la funeraria
cuando sólo eras un niño, y te confundí de por vida. ¿En qué estaba pensando?”
“No es por la funeraria,” dije. Se me erizaron los pelos ante la sola mención—ella no
podría quitarme eso. “¿Margaret y tú han trabajado allí durante cuando tiempo? Y no
han matado a nadie hasta ahora.”
“Tampoco somos sicópatas.”
“Entonces estás cambiando tu historia,” dije. “Acabas de decir que la funeraria me
confundió, ¿y ahora dices que me confundió porque ya estaba confundido? Si vas a ser
así, entonces no puedo ganar sin importar lo que haga, ¿verdad?”
“Hay muchas cosas que puedes hacer, John, y tú lo sabes. Deja de escribir en tus
ensayos sobre asesinos en serie, para empezar—Margaret me ha dicho que lo hiciste de
nuevo.”
Margaret, sucia soplona “Tuve puntos positivos en ese trabajo,” dije. “La profesora lo
adoró.”
“Ser realmente bueno en algo que no deberías estar haciendo no lo hace mejor de
ninguna manera,” dijo mamá.
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“Es clase de historia,” dije, “y los asesinos en serie son parte de la historia. Como
también lo son las guerras, el racismo y el genocidio. Supongo que olvidé firmar para
la clase de historia de “sólo cositas buenas,” lo siento por ello.”
“Sólo desearía saber el por qué.”
“¿Por qué, qué?”
“Por qué estás tan obsesionado con los asesinos en serie.”
“Todo el mundo tiene que tener un hobby,” dije.
“John, no te atrevas ni siquiera a bromear sobre esto.”
“¿Sabes quién es John Wayne Gacy?” pregunté.
“Lo sé,” dijo ella, lanzando hacia arriba sus manos, “gracias al doctor Neblin.
Desearía haberte llamado de otra manera.”
“John Wayne Gacy fue el primer asesino en serie sobre el que aprendí,” dije. “Cuando
tenía ocho años, vi mi nombre en una revista junto a la foto de un payaso.”
“Te he pedido hace sólo diez segundos que pararas con esta obsesión sobre asesinos en
serie,” dijo ella. “¿Por qué estamos hablando sobre esto?”
“Porque querías saber el por qué,” dije, “y estoy intentando decírtelo. Vi aquella foto y
pensé que tal vez era una película de payasos con el actor John Wayne—papá solía
mostrarme sus películas de vaqueros todo el tiempo. Resultó ser que John Wayne
Gacy era un asesino serial que se vestía de payaso en las fiestas del vecindario.”
“No entiendo a dónde quieres llegar con esto,” dijo mamá.
No sabía cómo explicar lo que quería decir; la sociopatía no era simplemente estar
emocionalmente sordo, sino también era estar mudo emocionalmente. Me sentí como
los personajes en nuestra TV silenciada, agitando las manos y gritando y nunca
diciendo una palabra en voz alta. Era como si mamá y yo hablásemos lenguajes
completamente diferentes y la comunicación era imposible.
“Piensa en una película de vaqueros,” dije, agarrándome el pelo. “Son todas iguales—
un vaquero con sombrero blanco cabalga disparando a vaqueros con sombrero negro.
Sabes quién es bueno, quién es malo, y sabes exactamente lo que va a ocurrir.”
“¿Y?”
“Así que cuando un vaquero mata a alguien ni siquiera pestañeas, porque pasa todos
los días. Pero cuando un payaso mata a alguien, eso es nuevo—es algo que nunca viste
antes. Aquí está alguien que pensaste que era bueno, y él está haciendo algo tan terrible
que las emociones normales humanas ni siquiera pueden lidiar con ello—y entonces
vuelve a cambiar y hace algo bueno de nuevo. Eso es fascinante, mamá. No es raro
estar obsesionado con esto, lo raro es no estarlo.”
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Mamá me miró fijamente por un segundo.
“Así que, ¿los asesinos en serie son una especie de héroes de película?” preguntó.
“Eso no es para nada lo que estoy diciendo,” dije. “Están enfermos y desviados, y han
hecho cosas terribles. Simplemente no pienso que es automáticamente enfermo y
desviado querer aprender más sobre ellos.”
“Hay una gran diferencia entre querer aprender más sobre ellos y pensar que tú vas a
volverte uno de ellos,” dijo mamá. “Ahora, no te estoy culpando—no soy la mejor
madre, y Dios sabe que tu padre era incluso peor. El doctor Neblin dijo que haces
reglas para ti mismo, para mantenerte alejado de malas influencias.”
“Sí,” dije. Finalmente ella estaba empezando a escuchar—a ver las cosas buenas en
vez de las malas.
“Quiero ayudar,” dijo, “así que aquí va una nueva regla: no ayudarás más en la
funeraria.”
“¡Qué!”
“No es un buen lugar para los niños,” dijo ella, “y no debería haberte dejado nunca
ayudar en la habitación trasera en primer lugar.”
“Pero yo—” ¿Pero qué? ¿Qué podía decir que no la asustara más de lo que estaba?
¿Necesito la funeraria porque me conecta con la muerte de una forma segura? ¿Necesito la
funeraria porque necesito ver los cuerpos abiertos como flores y que hablen conmigo y me digan lo
que saben? Ella me echaría a patadas de casa completamente.
Antes de que pudiera decir nada más, el teléfono móvil de Mamá sonó su enlatada
rendición de la obertura de William Tell que Mamá había asignado como tono de
llamada para la oficina del forense—una llamada al deber. Sólo había una cosa por la
que el forense podría estar llamando a las diez y media una noche de sábado, y ambos
lo sabíamos. Suspiró y escarbó en el bolso para coger el teléfono.
“Hola Ron,” dijo ella. Pausa. “No, está bien, estábamos terminando de todas formas.”
Pausa. “Sí, lo sabemos. Lo estábamos esperando.” Pausa. “Estaré abajo en un minuto,
así que cuando sea que puedas venir está bien. En serio, no te preocupes por eso—
ambos sabíamos el horario cuando firmé el contrato.” Pausa. “Tú también. Hablaré
contigo más tarde.”
Colgó el teléfono con un suspiro.
“Supongo que sabes de lo que se trataba,” dijo ella.
“La policía terminó con los restos de Jeb.”
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“Lo traerán en quince minutos,” dijo ella. “Necesito ir abajo. Yo. . . necesitamos
terminar esta discusión más tarde. Lo siento John, por todo. Ésta tenía que haber sido
una agradable cena familiar.”
Volví a mirar la televisión. Homero estaba estrangulando a Bart.
“Quiero ayudarte,” dije. “Son más de las diez, estarás allí toda la noche si lo intentas
hacer sola.”
“Margaret ayudará,” dijo ella.
“Y eso te llevará cinco horas en vez de ocho—aún es demasiado tiempo. Si ayudo
habremos terminado en tres horas.” Mantuve mi voz calmada y estable; no podía dejar
que me quitara todo, pero no me atrevía a dejarla saber cuán importante era para mí.
“El cuerpo está en condiciones penosas, John. Está partido en pedazos. Va a llevar
mucho tiempo juntarlo de nuevo, y va a ser muy perturbador y tú eres clínicamente un
sicópata.”
“Ouch, mamá.”
Levantó su bolso. “O te molesta, en cuyo caso no debes ir, o no te molesta, en cuyo
caso deberías haber dejado de ir hace mucho tiempo.”
“¿Realmente quieres dejarme aquí solo?”
“Encontrarás algo constructivo que hacer,” dijo ella.
“Vamos a juntar las piezas de un cuerpo,” dije, “¿qué es más constructivo que eso?”
Hice una mueca al instante, el humor negro no ayudaría a mi caso para nada. Había
sido un reflejo, cortando la tensión con un chiste de la forma en la que el doctor Neblin
lo hacía.
“Y no me gusta la forma en la que bromeas sobre la muerte,” dijo ella. “Los funerarios
están rodeados de muerte—la respiramos cada minuto de cada día. Ese contacto puede
hacer que le pierdas el respeto. Lo he visto por mí misma, y me molesta. Si la muerte
no te fuese tan familiar, serías un poco mejor.”
“Estoy bien, mamá,” dije. ¿Qué podía hacer para convencerla? “Sabes que necesitas la
ayuda, y sabes que no quieres dejarme solo.” Incluso si no tenía empatía, mamá sí la
tenía, y eso significaba que podría usarla contra ella. Donde la lógica fallaba, la culpa
podría salvar el día.
Suspiró y cerró sus ojos, estrujándolos contra alguna imagen mental que sólo podía
imaginarme. “Bien. Pero terminemos esta pizza antes.”
***
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Mi hermana Lauren se fue de casa hace seis años, dos años después de que papá lo
hiciera. Tenía sólo diecisiete años, y sólo Dios sabía en qué estaría metida cuando se
fue. La casa tenía muchos menos gritos ahora, lo que era agradable, pero los gritos que
quedaban estaban normalmente enfocados en mí. Más o menos hace seis meses,
Lauren volvió a Clayton, haciendo autoestop desde no se sabe dónde, y contritamente
le pidió a mi madre un trabajo. Ellas se hablaban, y nunca nos visitó o nos invitó a
visitar su apartamento, pero trabajaba como la recepcionista de la funeraria y se
llevaba lo suficientemente bien con Margaret.
Todos nos llevábamos lo suficientemente bien con Margaret. Era la goma de
aislamiento que mantenía a nuestra familia alejada de los chispazos y cortocircuitos.
Mamá llamó a Margaret mientras terminábamos nuestra pizza, y aparentemente
Margaret llamó a Lauren porque estaban ambas allí cuando por fin bajamos a la
funeraria—Margaret en su sudadera y Lauren arreglada para un sábado en la noche en
la ciudad. Me preguntaba si habíamos interrumpido algo en particular.
“Hey, John,” dijo Lauren, viéndose salvajemente fuera de lugar detrás del elegante
escritorio en la oficina principal. Vestía una chaqueta de brillante vinilo negro sobre un
top rojo brillante, y su pelo había sido recogido hacia arriba en un moño en estilo
ochentero sobre su cabeza. Tal vez era una noche temática en el club.
“Hey, Lauren,” respondí.
“¿Esos son los papeles?” preguntó mamá, mirando a Lauren por encima de mi
hombro.
“Casi termino,” dijo Lauren, y mamá fue hacia la parte trasera.
“¿Ya está aquí?” pregunté.
“Lo acaban de dejar,” dijo ella, escaneando los fajos de papeles una vez más.
“Margaret lo tiene en la parte trasera.”
Me giré para ir.
“¿Sobrevives?” preguntó. Estaba ansioso por ver el cuerpo, pero me volví hacia ella.
“Lo suficiente. ¿Y tú?”
“Yo no soy la que vive con mamá,” dijo ella. Permanecimos por un largo momento en
silencio. “¿Has oído algo sobre papá?”
“No desde mayo,” dije. “¿Y tú?”
“No desde Navidad.” Silencio. “Los primeros dos años él me mandó un regalo por
San Valentín en Febrero.”
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“¿Él sabía dónde estabas?”
“Le pedí dinero algunas veces.” Dejó en la mesa su bolígrafo y se levantó. Su falda
combinaba con la chaqueta, brillante vinilo negro.
Mamá la odiaría, por eso probablemente Lauren la trajo. Agarró los papeles en un
montón uniforme y caminamos a la habitación trasera.
Mamá y Margaret ya estaban allí, parloteando despreocupadamente con Ron, el
forense. Una bolsa para cuerpos pálida y azul llenaba la mesa de embalsamamiento, y
eso era todo lo que podía hacer para no correr y abrirla. Lauren le acercó los papeles a
mamá, quien les echó un rápido vistazo antes de firmar unas cuantas hojas y darle
todo el paquete a Ron.
“Gracias, Ron. Que tengas una buena noche.”
“Siento dejarte esto a estas horas de la noche,” dijo él, hablando con mamá pero
mirando a Lauren. Él era alto, con el pelo negro muy arreglado y echado hacia atrás.
“No es problema,” dijo mamá. Ron cogió los papeles y dejó la habitación trasera.
“He terminado con lo que necesitaban de mí,” dijo Lauren, sonriendo a Margaret y a
mí y asintiendo educadamente a mamá. “Diviértanse.” Caminó de vuelta a la oficina
principal, y un momento después escuché la puerta delantera abriéndose y cerrándose
con llave.
El suspenso me estaba matando, pero no me atreví a decir nada. Mamá estaba
tolerando apenas mi presencia allí, y sobreexcitarse ahora haría probablemente que me
echara a patadas.
Mamá miró a Margaret. Dándose tiempo para prepararse, parecían tan diferentes la
una de la otra, pero en una situación como esta—en ropa de trabajo gris y sin
maquillaje—apenas las distinguía. “Hagámoslo.”
Margaret encendió el ventilador. “Espero que este cacharro no se agote esta noche.”
Nos pusimos los delantales y nos lavamos las manos, y mamá abrió la cremallera de la
bolsa. Mientras que apenas habían manoseado a la señora Anderson, Jeb Jolley había
sido lavado y recogido tantas veces por Ron y por los forenses estatales que olía casi
por entero a desinfectante. El hedor de la descomposición se filtraba más despacio
mientras rodábamos el cuerpo fuera de la bolsa y lo colocábamos en la mesa. Tenía
una enorme incisión con forma de “Y” desde los hombros hasta más abajo del centro
de su pecho; en muchas autopsias esta línea hubiese continuado hasta la ingle, pero
aquí había degenerado hasta debajo de las costillas en una accidentada red de cortes y
desgarrones sobre la mayor parte de la sección central. Los bordes habían sido
arrugados y parcialmente cosidos, aunque algunas secciones de piel se perdían. Las
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
esquinas de una bolsa de plástico se dejaban ver a través de los agujeros de su
abdomen.
Inmediatamente pensé en Jack el Destripador, uno de los primeros asesinos en serie
recordados. Él destrozaba a sus víctimas tan viciosamente que la mayoría eran apenas
reconocibles.
¿Había sido Jeb Jolley atacado por un asesino en serie? Era realmente posible, ¿pero de
qué tipo? El FBI dividía a los asesinos en serie en dos categorías: organizados y
desorganizados. Un asesino organizado fue Ted Bundy—suave, encantador e
inteligente que planeaba sus crímenes y cubría las pistas tan bien como podía más
tarde. Un asesino desorganizado era como el Hijo de Sam, que luchaba por controlar
sus demonios internos y mataba precipitada y brutalmente cada vez que esos demonios
se liberaban. Se llamaba a sí mismo el Señor Monstruo. ¿Qué tipo de asesino había
matado a Jeb, el sofisticado o el monstruo?
Suspiré y me obligué a descartar el pensamiento. Esta no era la primera vez que había
estado ansioso por encontrar un asesino en serie en mi ciudad natal. Necesitaba
regresar con mi mente al cadáver en sí mismo, y apreciarlo por lo que era y no por lo
que quería que fuese.
Margaret abrió el abdomen del cadáver, revelando una gran bolsa de plástico que
contenía algunos de sus órganos internos. Estos eran habitualmente quitados durante
la autopsia, de todas formas, aunque por supuesto en el caso de Jeb habían sido
quitados o se los habían quitado un poco antes de su muerte. Incluso si habían sido
quitados, aún teníamos que embalsamarlos—no podíamos tirar una parte de la gente a
la que amabas porque no queríamos tratar con ello, y no estábamos equipados con una
incineradora. Margaret dejó la bolsa en un carrito y lo llevó hacia la pared para
trabajar en los órganos; estarían llenos de bilis y otros fluidos, cosas que el líquido de
embalsamar no puede combatir, así que tenían que ser succionado. En un
embalsamamiento normal, esto era hecho después de echar el formaldehido, pero lo
agradable de un cuerpo de autopsia era que podías hacer el embalsamamiento y el
trabajo de órganos al mismo tiempo. Mamá y Margaret habían estado haciendo esto
juntas durante tantos años que se movían suavemente, sin necesidad de hablar.
“Ayúdame, John,” dijo mamá, alcanzando el desinfectante—ella era mucho más que
perfeccionista como para no lavar un cuerpo antes de embalsamarlo, incluso uno tan
limpio como éste. La cavidad del cuerpo era grande y estaba vacía, aunque el corazón
y los pulmones estaban casi intactos, y la sección media de Jeb parecía un globo
desinflado y sangriento. Mamá lo lavó y lo cubrió con un tejido.
Un pensamiento vino sin consentimiento a mi mente—los órganos habían sido
apilados en la escena del crimen. Muy pocos asesinos se quedaban con los cuerpos tras
el acto, pero los asesinos en serie lo hacían. Algunas veces los posicionaban, los
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desfiguraban o jugaban como si fueran muñecas. A esto se le llamaba ritualizar la
matanza, y era bastante parecido a lo que le había pasado a los órganos de Jeb.
Tal vez sí había sido un asesino serial. Meneé mi cabeza para limpiarla de estos
pensamientos, y sujeté el cuerpo mientras mamá le echaba el spray con Dis-spray.
Jeb no había sido un hombre pequeño, y sus miembros estaban incluso más rellenitos
ahora que habían sido llenados con fluido estancado. Presioné mi dedo contra su pie y
la huella se quedó durante unos pocos segundos antes de que volviese a su forma
original. Era como darle golpecitos a un malvavisco.
“Deja de jugar,” dijo mamá. Lavamos el cuerpo, y entonces retiramos el tejido de su
cavidad torácica. Sus entrañas estaban ribeteadas de grasa. Aún había lo suficiente de
su sistema circulatorio en su sitio para usar la bomba, pero hacerlo mucho abriría las
heridas y el goteo haría que la bomba perdiera fluido y presión. Teníamos que cerrar
todo eso.
“Pásame el hilo,” dijo mamá. “Más o menos de diecisiete centímetros.” Me quité los
guantes de plástico, los tiré a la papelera, y comencé a cortar la longitud de hilo. Ella
trasteó en la cavidad e investigó algunas arterias mayores en mal estado, y en cada
ocasión en la que encontraba una yo le daba un trozo de hilo para atarlo. Mientras
trabajábamos, Margaret encendió el aspirador y comenzó a succionar todo los residuos
dentro de los órganos, uno por uno, usaba una herramienta llamada trocar, que era
básicamente una boquilla de aspirador con una cuchilla en el extremo. Lo pinchó en
un órgano, succionó todo el residuo, entonces se mudó a otro órgano.
Mamá dejó una vena y una arteria abierta en la cavidad torácica y comenzó a
conectarlas a la bomba y al tubo de drenaje; no había necesidad de abrir los hombros
cuando el asesino ya había abierto el pecho por nosotros. El primer agente químico en
la bomba era un coagulante, que viajaba despacio por el cuerpo y ayudaba a cerrar los
agujeros demasiado pequeños para coser a mano. Algunos de ellos comenzaron a
gotear en el torso vacío, pero este goteo paró tan pronto como el coagulante hizo
contacto con el aire, espesándose y cosiendo el cuerpo. Solía preocuparme que también
pudiese obturar el tubo de salida, pero la entrada era lo suficientemente larga como
para que no sea posible.
Mientras esperábamos, estudié los cortes en el abdomen del cadáver. Eran
probablemente hechos por animales, y un área de su lado izquierdo tenía lo que
parecía como una marca de garras—cuatro cortes andrajosos, más o menos dos
centímetros de ancho, que se extendían más o menos a unos treinta centímetros del
ombligo. Este era el trabajo del demonio, por supuesto, aunque nosotros no sabíamos
eso todavía. ¿Cómo podríamos? En ese entonces, ninguno de nosotros ni siquiera
sospechaba que los demonios eran reales. Puse mi propia mano sobre las marcas y me
pregunté si lo que fuera que las había hecho tenía una mano mucho más grande que la
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mía. Mamá me frunció el ceño, y estaba a punto de decir algo cuando Margaret
refunfuñó enojadamente.
“¡Mierda, Ron!” gritó ella. No tenía mucho respeto por el forense. La ignoré y volví a
mirar las marcas de garras.
“¿Qué sucede?” preguntó mamá, andando hacia ella.
“Nos falta un riñón,” dijo Margaret, atrayendo mi atención inmediatamente. Los
asesinos en serie a veces se quedaban con recuerdos de sus asesinatos, y las partes
corporales eran una de las opciones más habituales. “He buscado en la bolsa dos
veces,” dijo Margaret, “pensarías que Ron se las arreglaría para mandarnos todos los
órganos, por el amor de Dios.”
“Tal vez no había uno para mandar,” dije. Ellas me miraron, e intenté parecer
despreocupado. “Tal vez quienquiera que lo matara se lo llevó.”
Mamá frunció el ceño. “Eso es. . .”
“Totalmente posible,” dije interrumpiéndola. ¿Cómo podía explicar esto sin decir
asesinos seriales’? “Vistes el tamaño de esa marca de garra, mamá—si eso fuese un
animal dejándose llevar por sus instintos, no es tan descabellado pensar que comió
algo mientras estuvo allí.” Tenía sentido, pero sabía que no había sido ningún animal.
Algunos de los cortes eran demasiado precisos, y por supuesto estaban los ordenados
montones de entrañas. ¿Tal vez era un asesino en serie que cazaba con un perro?
“Comprobaré los documentos,” dijo mamá, quitándose los guantes y tirándolos en la
papelera mientras iba a la parte delantera. Margaret buscó en la bolsa una vez más,
pero meneó la cabeza; el riñón no estaba ahí. Casi no podía contener mi excitación.
Mamá regresó con una copia de los papeles que Lauren le había dado al forense. “Está
mencionado aquí en la sección de comentarios: ‘Riñón izquierdo perdido.’ Esto no nos
dice que estén reteniéndolo como evidencia y haciéndole pruebas, simplemente está
perdido. Tal vez se lo habían quitado antes o algo así.”
Margaret sacó el riñón restante, señalando al roto conducto que llevaría al riñón
perdido. “Esto es un corte reciente,” dijo. “No hay cicatrización ni nada similar.”
“Pensarías que Lauren podría haberlo mencionado,” dijo mamá airadamente, dejando
los papeles y poniéndose otro par de guantes de plástico de la caja. “Voy a tener una
charla con ella.”
Mamá y Margaret volvieron al trabajo, pero yo me quedé ahí, con un ramalazo de
energía llenándome y vaciándome al mismo tiempo. Ésta no era una muerte normal, y
no había sido un animal salvaje.
Jeb Jolley había sido víctima de un asesino serial.
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Dan Wells
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Tal vez había venido de otra ciudad, o tal vez esta era su primera víctima, pero era un
asesino en serie igualmente. Las señales eran obvias para mí ahora. La víctima había
estado indefensa, sin enemigos conocidos o amigos cercanos o familia. Sus amigos del
bar dijeron que había estado pacífico y feliz durante toda la noche antes de que se
fuera, sin peleas ni discusiones, así que no era un crimen pasional ni bajo los efectos
del alcohol. Alguien con la necesidad de matar había estado esperando en el solar tras
el Wash-n-Dry, y Jeb había sido un objetivo oportuno, en el lugar equivocado en el
momento equivocado.
El periódico y la escena del crimen en sí misma habían contado una confusa historia
de furia mezclada con simplicidad—de violencia animal dando paso a un calmado y
racional comportamiento. El asesino ordenó los órganos en un montón y,
aparentemente, se tomó el tiempo tras destrozar el cuerpo para calmarse y quitar un
solo órgano.
La muerte de Jeb Jolley era prácticamente un ejemplo de manual de una muerte por
un asesino desorganizado, arremetiendo ferozmente y después manteniéndose en la
escena, desprovisto de empatía, para ritualizar al cadáver—arreglarlo, coger un
souvenir y dejar los restos antes de que nadie lo viese.
No había duda de por qué la policía no había mencionado el riñón robado. Si hubiesen
dicho que un asesino en serie estaba robando partes del cuerpo, habría cundido el
pánico. La gente raramente se sentía segura tal como estaban las cosas, y ésta era sólo
la primera muerte.
Pero no sería la última. Esto era, después de todo, lo que define a los asesinos en serie:
siguen matando.
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Dan Wells
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4
Traducido por DarkVishous
Corrección por anvi15
E
ra principios de Octubre—la temporada de quema de hojas. El otoño era mi
época favorita del año, no a causa de la escuela, o la cosecha de verduras o
cualquier otra cosa mundana, sino porque los ciudadanos del Condado de
Clayton sacarían a relucir sus hojas y quemarlas, las llamas volando alto en el aire
fresco del otoño. Nuestro patio era pequeño y sin árboles, pero la pareja de ancianos al
otro lado de la calle tenía un gran patio lleno de robles y arces, y no tenían hijos o
nietos que cuidaran de ellos. En el verano cortaba su césped por cinco dólares a la
semana; en el invierno despejaba sus caminos de entrada por tazas de chocolate
caliente; y en el otoño rastrillaba sus hojas por la simple emoción de verlas arder.
El fuego es una cosa breve, temporal—la definición misma de impermanencia.
Comienza de repente, rugiendo a la vida cuando el calor y el combustible se unen y se
encienden, y baila hambrienta mientras todo a su alrededor se ennegrece y crespa.
Cuando ya no hay nada para consumir, desaparece, sin dejar nada atrás más que
cenizas del combustible utilizado—trozos de madera y hojas de papel que eran
demasiado impuras para arder, demasiado indignas para unirse al fuego en su baile.
Parece que el fuego no deja nada atrás—las cenizas realmente no son parte de las
llamas, son parte del combustible. El fuego cambia de una cosa a otra, extrayendo
energía y convirtiéndola en. . . bueno, en más fuego. El fuego no crear nada nuevo,
simplemente es. Si otras cosas deben ser destruidas para que el fuego deba existir, eso
está bien con el fuego. En cuanto al fuego se refiere, eso es para lo que estaban ahí en
primer lugar. Cuando se van, el fuego se va también, y aunque es posible encontrar
evidencia de su paso no encontrarás nada del fuego en sí—no luz, no calor, ningún
fragmento rojo de una llama. Desaparece de nuevo hacia donde quiera que venga, y si
siente o recuerda, no tenemos manera de saber si siente o se acuerda de nosotros.
A veces, mirando hacia el corazón azul brillante de la danzante llama, me pregunto si
se acuerda mí. “Nos hemos visto antes. Nos conocemos el uno al otro. Recuérdame
cuando me haya ido.”
Al señor Crowley, el anciano cuyas hojas quemé, le gusta sentarse en el porche, y ‘ver
el mundo pasar,’ como él lo llama. Si se me ocurría rastrillar el patio mientras él estaba
fuera, se sentaba y me contaba sobre su vida. Había sido un ingeniero del sistema de
agua del condado durante la mayor parte de su vida, hasta el año pasado, cuando su
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salud se puso demasiada mala y se retiró. Era viejo de todos modos. Hoy, deambuló
lentamente, y apoyó dolorosamente su pierna sobre un taburete después de sentarse.
“Buenas tardes para ti, John,” dijo él. “Buenas tardes para ti.” Era un hombre viejo
pero uno grande, ancho y poderoso. Su salud estaba yéndose, pero estaba lejos de
parecer débil.
“Hola, señor Crowley.”
“Puedes dejarlas, sabes,” dijo él, señalando el césped cubierto de hojas. “Hay muchas
más que caerán antes de haber terminado, y sólo tendrás que hacerlo de nuevo.”
“Dura más de esta manera,” le dije, y él asintió alegremente.
“Eso sí, John, lo hace.”
Rastrillé un poco más, juntando las hojas con movimientos suaves, incluso delicados.
La otra razón por la que quería hacer esto en su jardín esa tarde era que había pasado
casi un mes y el asesino serial no había atacado de nuevo. La tensión estaba
poniéndome nervioso, y necesitaba quemar algo. No le había contado a nadie de que
sospechaba que se trataba de un asesino en serie, porque, ¿quién me creería? Ya estaba
obsesionado con los asesinos en serie, me decían. Por supuesto que pensaba que éste
sería uno. No me importaba. No importa lo que piensan los demás cuando tienes
razón.
“Hey John, ven aquí un segundo,” dijo el señor Crowley. Él hizo un gesto hacia su
silla. Hice una mueca por la interrupción, pero me calmé y fui de todos modos. Hablar
era normal—era lo que las personas normales hacían juntas. Necesitaba práctica.
“¿Qué sabes sobre teléfonos celulares?” preguntó, y me mostró el suyo.
“Sé un poco,” le dije.
“Quiero enviarle un beso a mi esposa.”
“¿Quiere enviar un beso?”
“Kay y yo conseguimos estos ayer,” dijo, jugueteando torpemente con el teléfono, “y
se supone que podemos tomar fotos y enviarlas el uno al otro. Así que quiero enviarle
un beso a Kay.”
“¿Quiere tomarse una foto de usted mismo arrugando un beso y luego enviárselo?” A
veces no entiendo a la gente en absoluto. Mirar al señor Crowley hablar sobre amor era
como escuchar hablar sobre otro idioma—no tenía ni idea de qué estaba pasando.
“Suena como si lo hubieras hecho esto antes,” dijo él, entregándome el teléfono con
una mano temblorosa. “Muéstrame cómo se hace.”
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El botón de la cámara estaba claramente etiquetado, así que le mostré cómo hacerlo y
le tomé una inestable foto de sus labios. Le mostré como enviar la foto, y volví a mi
rastrilleo.
La idea de que yo pudiera ser sicópata no era nada nuevo para mí—había sabido desde
hacía un tiempo que no me conecto con las personas. No los entiendo, y ellos no me
entienden, y en qué idioma emocional hablaban estaba más allá de mi capacidad de
aprender. El trastorno de personalidad antisocial no podía ser diagnosticado de forma
oficial hasta que tuvieras los dieciocho años de edad—antes de eso, sólo se trataba de
‘trastorno de conducta.’
Pero seamos honestos: el trastorno de conducta era una forma amable de decirle a los
padres que sus hijos tienen un trastorno de personalidad antisocial. Yo no veía ninguna
razón para bailar en torno al tema. Era un sicópata, y era mejor tratar con ello ahora.
Rastrillé una pila de hojas a la gran fogata a un lado de la casa. Los Crowley utilizaban
hoyos para las fogatas y asaban hot dogs en el verano, e invitaban a todo el vecindario.
Vengo cada vez, haciendo caso omiso de las personas y tendiéndome únicamente al
fuego—si el fuego era una droga, el señor Crowley era mi mejor facilitador.
“¡Johnny!” gritó, el señor Crowley desde el porche, “¡ella me envió un beso de vuelta!
¡Ven a ver!” Le sonreí, obligándome a simular una ausente conexión emocional.
Quería ser un chico de verdad.
La falta de conexión emocional con otras personas tenía un curioso efecto de hacer
que me sienta separado y extraño—como si estuviera observando la raza humana
desde alguna parte, desapegado e indeseado. Me he sentido así por años, muchos años
antes de conocer al doctor Neblin y mucho antes de que el señor Crowley enviara
ridículas notas de amor en su teléfono celular. La gente se escabullía por allí, haciendo
sus pequeños trabajos y criando a sus pequeñas familias, gritando emociones sin
sentido al mundo y todo al mismo tiempo mientras sólo observas desde la barrera,
desconcertado. Esto lleva a algunos sicópatas a sentirse superiores, como si toda la
humanidad fuera simplemente animales que cazaban o desdeñaban; mientras que otros
sentían una rabia caliente, fuerte, celosa, desesperados por tener lo que no se puede.
Yo simplemente siento soledad, una hoja sentada a millas de distancia en una gigante
pila comunal.
Apilé algo de leña cuidadosamente en la base de la pila de hojas, y encendí un fósforo
en su corazón. Las llamas atraparon y crecieron, aspirando aire, y un momento
después, la pila estaba rugiendo con calor, el brillante fuego bailando perversamente
sobre ella.
Cuando el fuego apague, ¿qué dejará?
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***
Esa noche el asesino atacó de nuevo.
Lo vi en la televisión durante el desayuno; la primera muerte había atraído un poco de
atención fuera de la ciudad sólo por su naturaleza sangrienta, pero la segunda—tan
sangrienta como la primera, y mucho más pública—llamó la atención de un reportero
de ciudad y su equipo de filmación. Ellos estaban allí, para gran consternación del
sheriff del Condado de Clayton, transmitiendo a la distancia, borrosas imágenes de un
cuerpo destripado por todo el estado. Alguien debió de haber conseguido hacer la foto
antes de que los policías lo cubrieran y alejaran a los espectadores.
No había duda ahora. Era un asesino en serie. Mi madre vino desde la otra habitación,
su maquillaje a medio hacer; la miré, y ella me devolvió la mirada. Ninguno de los dos
dijo una palabra.
“Este es Ted Rask yendo hasta ustedes desde Clayton, una ciudad habitualmente
tranquila que hoy es escenario de un verdaderamente horripilante asesinato—el
segundo de esta naturaleza en menos de un mes. Éste es un informe exclusivo de Five
Live News. Estoy aquí con el Sheriff Meier. Dígame, Sheriff, ¿qué sabemos acerca de
la víctima?”
El Sheriff Meier estaba frunciendo los labios bajo el ancho bigote gris, y miraba con
irritación mientras el reportero se acercaba a él. Rask era famoso por el melodrama
sensacionalista, y por la mueca del sheriff, incluso puedo decir que él no estaba
complacido con la presencia del reportero.
“En este momento, no deseamos causar una angustia indebida a la familia de la
víctima,” dijo el sheriff, “o infundir un miedo innecesario en la población de este
condado. Agradecemos la colaboración de todos en mantener la calma y no difundir
rumores o información errónea acerca de este incidente.”
Había eludido por completo la pregunta del reportero. Por lo menos no fue voleado
por Rask sin pelear.
“¿Ya saben quién es la víctima?” preguntó el reportero.
“Llevaba una identificación, pero no queremos divulgar esa información en este
momento, esperamos la notificación de la familia.”
“Y el asesino,” dijo el periodista, “¿tiene alguna pista de quién podría ser?”
“No tenemos comentarios en este momento.”
“Con este incidente viniendo tan cerca detrás de los talones del primero, y por ser de
tan similar naturaleza, ¿creen que ambos podrían estar conectados?”
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El sheriff cerró los ojos un instante, un suspiro visual, y se detuvo un momento antes
de hablar. “No queremos discutir la naturaleza del caso en este momento, para ayudar
a preservar la integridad de nuestra investigación. Como he dicho antes, apreciamos la
discreción de todo el mundo y la actitud de calma en no difundir rumores acerca de
este incidente.”
“Gracias, Sheriff,” dijo el periodista, y la cámara giró de nuevo hacia el rostro del
reportero. “Una vez más, si usted acaba de unirse a nosotros, estamos en el Condado
de Clayton, donde un asesino acaba de atacar, posiblemente por segunda vez, dejando
un muerto y un aterrorizado pueblo a su paso.”
“Estúpido Ted Rask,” dijo mamá, acechando la nevera. “Lo último que esta ciudad
necesita es pánico de un asesino de masas.”
Un asesino de masas y un asesino serial son completamente diferentes, pero no quería
empezar una discusión sobre esa distinción en este momento.
“Creo que la última cosa que queremos son asesinatos,” le dije cuidadosamente. “El
pánico por asesinatos sería lo último.”
“En un pueblo pequeño como este, el pánico puede ser igual de malo, o peor,” dijo,
vertiendo leche en un vaso. “La gente se asusta y se va, o se queda en sus casas por la
noche con sus puertas cerradas, y de repente los negocios empiezan a fallar y las
tensiones aún más.” Ella tomó un trago de leche. “Todo lo que se necesita entonces es
una persona de mente pequeña para empezar a buscar un chivo expiatorio, y el pánico
se convierte bastante rápido en un caos.”
“No podemos mostrar el cuerpo en detalle,” dijo Rask en la televisión, “porque
realmente es un espectáculo espantoso, terrible y la policía no nos deja acercarnos lo
suficiente, pero sí tenemos algunos detalles. Nadie parece haber presenciado el
asesinato en sí, pero quienes han visto de cerca el cuerpo reportan que la escena del
crimen es mucho más sangrienta que el asesinato anterior. Si se trata del mismo
asesino, puede ser que lo próximo que haga sea más violento, lo que podría ser un
siniestro signo de lo que vendrá.”
“No puedo creer que esté diciendo eso,” dijo mamá, cruzando los brazos con rabia.
“Estoy escribiendo una carta para la estación hoy.”
“Hay una mancha de aceite o algo similar en el suelo cerca del cuerpo,” continuó
Rask, “posiblemente de una fuga de un motor en el momento en que a coche se huyó.
Traeremos más detalles según vayan llegando. Este es Ted Rask con un reporte
exclusivo de Five Live News: la Muerte Acecha El Corazón de América.
Volví a pensar en la mancha que había visto detrás de Wash-n-dry—negra y aceitosa,
como barro rancio. ¿Era la mancha junto al cuerpo de la nueva víctima la misma cosa?
Había profundas corrientes en la historia, y estaba decidido a entenderlas todas.
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***
“La cuestión central de los perfiles psicológicos,” le dije, mirando fijamente a Max
mientras comía su almuerzo, “no es ‘lo que el asesino hace’, sino ‘¿qué es lo que está
haciendo que no tiene que hacer?’”
“Amigo,” dijo Max, “creo que es hombre lobo.”
“No es un hombre lobo,” le dije.
“Has visto las noticias de hoy, el asesino tenía ‘la inteligencia de un hombre y la
ferocidad de una bestia.’ ¿Qué otra cosa va a ser?”
“Los hombres lobos ni siquiera son reales.”
“Dile eso a Jeb Jolley y al tipo muerto de la Ruta 12,” dijo Max, tomando otro bocado
y luego continuó con la boca llena de comida. “Algo los desgarró bastante bien, y no
era algún un asesino serial pensante.”
“La leyenda del hombre lobo se inició probablemente a causa de asesinos seriales,” le
dije. “Los vampiros también—son hombres quienes cazan y matan a otros hombres, y
eso suena como un asesino en serie para mí. Ellos no tenían esta psicología en ese
entonces, por lo que crear algún monstruo loco lo explicaba todo.”
“¿De dónde sacas estas cosas?”
“Bibliotecacriminal.com,” le dije, “pero estoy tratando de hacer un punto aquí. Si
quieres entrar en la mente de algún asesino en serie, tienes que preguntarte: ‘¿Por qué
está haciendo algo que no tiene hacer?’”
“¿Por qué querría entrar en la mente de un asesino serial?”
“¿Qué?” pregunté. “Por qué no—de acuerdo, escucha, tenemos que averiguar por qué
hace lo que hace.”
“No es así,” dijo Max, “para eso está la policía. Estamos en la secundaria, y lo que
tenemos que averiguar es de qué color es el sujetador de Marci.”
¿Por qué pasaba tiempo con este chico?
“Piénsalo de esta manera,” le dije. “Digamos que eres un gran fan de. . . ¿de qué eres
fan?”
“De Marci Jensen,” dijo él, “y Halo, Linterna verde, y—”
“Linterna Verde,” dije. “Comics. Eres un gran fanático de los comics, entonces
digamos que un nuevo autor de comics se muda a la ciudad.”
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“Genial,” dijo Max.
“Sí,” dije, “y él está trabajando en un nuevo comic, y tú quieres averiguar cuál es. ¿No
sería eso genial?”
“Acabo de decir que es genial,” dijo Max.
“Piensas en ello todo el tiempo, e intentas averiguar qué es lo hace, y comparas tus
teorías con las teorías de otras personas, y te encanta.”
“Seguro.”
“Eso es lo que esto es para mí,” dije. “Un nuevo asesino serial es como un nuevo autor
trabajando en un nuevo proyecto, y él está justo aquí, bajo nuestras narices y estoy
tratando de descifrarlo.”
“Estás loco, hombre,” dijo Max. “Estás realmente loco, como para un manicomio.”
“En realidad, mi terapeuta piensa que lo estoy haciendo bastante bien,” dije.
“Sí, lo que sea,” dijo Max. “¿Cuál es nuestra gran pregunta?”
“¿Qué es lo que está haciendo el asesino que no tiene hacer?”
“¿Cómo sabemos qué es lo que tiene que hacer?”
“Todo lo que técnicamente tiene que hacer,” dije, “suponiendo un objetivo básico de
matar gente, es dispararles. Esa es la manera más fácil.”
“Pero él los está destrozando,” dijo Max.
“Entonces esa es nuestra primera cosa: él se acerca a ellos en persona y ataca mano a
mano.” Saqué un cuaderno y escribí. “Eso probamente significa que él quiere ver a sus
víctimas de cerca.”
“¿Por qué?”
“No lo sé. ¿Qué más?”
“Él ataca de noche, en la oscuridad,” dijo Max. Se estaba metiendo en ello ahora. “Y
los agarra cuando no hay nadie más alrededor.”
“Eso probablemente pertenece a la categoría de algo que tiene que hacer,” le dije,
“sobre todo si los quiere atacar personalmente—no quiere que nadie más lo vea.”
“¿Eso no cuenta para tu lista?”
“Supongo, pero nadie que mate busca realmente ser visto, así que no es un rasgo muy
singular.”
“Sólo agrégalo a la lista,” dijo Max, “no siempre tienen que estar solamente tus ideas
en la lista.”
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“De acuerdo,” le dije, escribiéndola, “está en la lista: no busca ser visto; no quiere que
nadie sepa quién es.”
“O lo que es.”
“O lo que es,” dije, “lo que sea. Ahora vamos a seguir adelante.”
“Él saca las entrañas de sus víctimas,” dijo Max, “y los apila en un montón. Eso es
bastante genial. Podríamos llamarlo el Apilador de Tripas.”
“¿Por qué iba a apilar sus entrañas en una pila?” pregunté. Una chica pasó junto a
nuestra mesa y nos lanzó una extraña mirada, así que bajé la voz. “Tal vez él quiere
tomarse un tiempo con sus víctimas, y disfrutar de la matanza.”
“¿Crees que saca sus entrañas mientras aún están vivos?” preguntó Max.
“No creo que eso sea posible,” le dije. “Lo que quiero decir es, tal vez quiera disfrutar
de la matanza después del hecho. Hay una famosa cita de Ted Bundy que dice—”
“¿Quién?”
“Ted Bundy,” dije. “Asesinó a treinta personas o más en todo el país en los años
setenta—por él inventaron el término ‘asesino serial.’”
“Sabes una mierda extraña, John.”
“En fin,” dije, “en una entrevista antes de ser ejecutado, dijo que después de que matas
a alguien, si tienes el tiempo suficiente, ellos podían ser lo que quisieras que fueran.”
Max se quedó en silencio por un momento.
“No sé si me gustaría hablar más de esto,” dijo.
“¿Qué quieres decir? No te molestaba hace un minuto.”
“Hace un minuto, hablábamos de sacar tripas,” dijo Max, “y eso asqueroso, no
temeroso. Estas cosas son un poco más jodidas, sin embargo.”
“Pero acabamos de empezar,” le dije. “Estamos entrando en ello. Es el perfil de un
asesino serial, por supuesto que va a ser jodido.”
“Es sólo que me está asustando un poco, ¿okay?” dijo Max. “No lo sé. Tengo que ir al
baño.” Él se levantó y se fue, pero dejó su comida atrás. Por lo menos no se iba para
siempre. No es que me importara si lo hiciera.
¿Por qué no puedo tener una conversación normal con alguien? ¿Sobre algo de lo que
quisiera hablar? ¿Estaba realmente tan jodido?
Sí, lo estaba.
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Traducido por DarkVishous
Corregido por anvi15
H
ay un lago en las afueras de la ciudad, sólo unos kilómetros más allá de nuestra
casa. Su verdadero nombre es Lago Clayton, como era predecible, puesto que
todo en el condado se llama Clayton, pero a mí me gustaba llamarlo el Lago
Freak. Contaba con un kilómetro y medio de ancho, y unos pocos kilómetros de largo,
pero no era un puerto ni nada; las playas eran pantanosas y llenas de cañas, y el agua
se llenaba de algas cada verano, así que nadie iba a nadar allí tampoco. Dentro de un
mes o dos, se congelaría y la gente iría a patinar y pescar en el hielo, pero eso era
todo—en cualquier otra época del año, no había ninguna razón para ir allí y nadie lo
utilizaba para nada.
Al menos eso es lo que yo pensaba antes de encontrar a los fenómenos.
Sinceramente, no sé si son fenómenos o no, pero tengo que asumir que hay algo mal
en ellos. Los encontré el año anterior, cuando no podía soportar estar solo en casa con
mamá durante otro minuto, subí a mi bicicleta y pedaleé por la carretera sin ninguna
dirección. No iba al lago, sólo estaba yendo, y el lago pasó a estar en la misma
dirección. Pasé a un coche con un hombre en él, sentado allí, estacionado a la orilla de
la carretera, mirando al lago. Luego pasé a otro. Media milla más tarde, pasé un
camión vacío—no sé dónde estaba el conductor. Un centenar de metros más abajo
había una mujer fuera de su coche, apoyada sobre el capó—sin mirar a nada, sin
hablar con nadie, sólo apoyada allí.
¿Por qué todos estaban aquí? En el lago no había mucho que mirar. No había nada que
hacer. Mis pensamientos se dirigieron de inmediato a las actividades ilícitas—tráfico
de drogas, aventuras de amor secretas, personas deshaciéndose de un cuerpo—pero no
creo que eso fuera todo. Creo que ellos estaban allí por la misma razón por la que yo
estaba allí: necesitaban alejarse de todo lo demás. Eran fenómenos.
Después de eso, fui al lago cada vez que quería estar solo, que era cada vez más a
menudo. Los fenómenos estaban allí, a veces diferentes, a veces los mismos, dispuestos
a lo largo de la carretera ribereña como un collar de perlas rechazadas. Nunca
hablamos—no encajábamos en ningún otro lugar, así que era absurdo suponer que
encajaríamos mejor entre nosotros. Sólo venimos, nos quedamos, pensábamos, y nos
vamos.
Después del estallido de Max a la hora del almuerzo, se mantuvo alejado de mí el resto
del día, y después de la escuela, salí al Lago Freak para pensar. Las hojas habían
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pasado de largo la fase de color naranja brillante y se desvanecían en el marrón, la
hierba de la orilla de la carretera estaba rígida y muerta.
“¿Qué hizo asesino que no tenía que hacer?” dije en voz alta, dejando caer la bici en el
suelo, y quedándome de pie frente a un parche caliente de sol.
Podía ver los coches, pero ninguno estaba lo suficientemente cerca como para que la
gente me escuchara. Los fenómenos respetaban la privacidad del otro. “Robó un riñón
del primero, pero, ¿qué se llevó del segundo?” La policía no estaba hablando, pero nos
gustaría tener el cuerpo en la funeraria pronto. Recogí una piedra y la arrojé al lago.
Miré hacia debajo en la carretera, a unos cien metros, al coche más cercano; era blanco
y viejo, y el conductor estaba mirando hacia el agua.
“¿Eres el asesino?” le pregunté en voz baja. Había cinco o seis personas aquí, en
diversos puntos de la carretera. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que la predicción de
mamá se hiciera realidad y la gente empezara a culparse unos a otros? La gente temía
lo que era diferente, y quien era más diferente que la mayoría iba a ganar la lotería de
la caza de brujas. ¿Sería uno de los fenómenos que se escapaba en el lago? ¿Qué harían
con él?
Todo el mundo sabía que yo era un bicho raro. ¿Me culparían?
***
El segundo cuerpo llegó a la funeraria ocho días más tarde. Mamá y yo habíamos
hablado poco sobre mi sociopatía, pero me aseguraba de esforzarme más en la escuela
como una forma de sacarla fuera de la escena—haciéndola pensar en mis buenas
características en vez de las más perturbadoras. Al parecer funcionó, porque cuando
llegué a la funeraria después de la escuela y las encontré trabajando en el cuerpo de la
segunda víctima, mamá no me impidió ponerme un delantal y una mascarilla, y
comenzar a ayudar.
“¿Qué falta?” le pregunté, sosteniendo botellas para mamá, mientras ella vertía
formaldehido en la bomba. Margaret sólo tenía unos pocos órganos en el mostrador a
su lado, y estaba muy ocupada pegándolos con trocar y limpiándolos. Supuse que el
resto de los órganos ya estaban dentro. Mamá había cubierto el cuerpo con un tejido, y
yo no quería arriesgarme a mirar debajo de él mientras ella estaba de pie allí.
“¿Qué?” preguntó mamá, mirando las marcas en un lado del depósito de la bomba
mientras vertía.
“La ultima vez había un riñón desaparecido,” le dije. “¿Qué órgano es esta vez?”
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“Todos los órganos están allí,” dijo, riendo. “Dale un respiro a Ron—no siempre va a
perder algo. Sin embargo, hablé con tu hermana acerca de los trámites, como ella
necesita leerlos un poco más profundamente, y decirme sobre cualquier anormalidad
que encuentre. A veces no sé qué hacer con esa chica.”
“Pero. . . ¿estás segura?” pregunté. El asesino tuvo que tomar algo. “Tal vez fue la
vesícula biliar, y Ron pensó que este tipo se la había sacado ya, así que no lo notó.”
“John, Ron y la policía—y el FBI también, debería señalar—han tenido este cuerpo
durante más de una semana. Los expertos forenses le han pasado por encima con un
peine de dientes fino en busca de todo lo que pudiera permitirles atrapar a este
psicópata. Si un órgano hubiera faltado, se habrían dado cuenta.”
“Está goteando,” dije, señalando el hombro izquierdo del cuerpo. Un brillante químico
azul se filtraba debajo de la sábana, mezclada con remolinos de sangre coagulada.
“Pensé que lo había emparchado mejor que eso,” dijo mamá, coronando el
formaldehido y entregándomelo. Apartó la sábana para revelar el muñón de un
hombro, vendado fuertemente, la mitad inferior empapada de un púrpura azulado. El
brazo se había ido. “Qué fastidio,” dijo, y comenzó la caza de algunas vendas más.
“¿Su brazo no está?” Miré a mamá. “¿Pregunté qué faltaba, y no pensaste en
mencionar su brazo?”
“¿Qué?” preguntó Margaret.
“El asesino se llevó su brazo,” dije, dando un paso adelante, hacia el cuerpo, y
retirando la sábana. El abdomen estaba desgarrado, igual que el anterior, pero no tan
grotescamente; las heridas eran menores, y había muchas menos. La muerte del
granjero—Dave Bird, de acuerdo con su etiqueta—no había sido eviscerada. “La
evisceración y el amontonamiento de órganos—él no hizo eso esta vez.”
“¿Qué estás haciendo?” dijo mamá duramente, arrancando la tela de mi mano y
cubriendo el cuerpo hasta arriba. “¡Muestra un poco de respeto!”
Había estado hablando demasiado y lo sabía, pero no podía detenerme. Era como si
mi cerebro hubiera sido abierto, y cada pensamiento en su interior se hubiera
derramado al suelo.
“Pensé que estaba haciendo algo con los órganos,” le dije, “pero él estaba tamizando a
través de ellos para encontrar lo que quería. No estaba organizándolos o jugando con
ellos o—”
“¡John Wayne Cleaver!” dijo mamá con dureza. “¿Qué demonios estás delirando?”
“Esto cambia todo el perfil,” le dije, deseando por dentro callarme, pero mi boca
seguía en marcha. Mi nuevo descubrimiento era demasiado emocionante. “No es lo
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que hace con los cuerpos, es lo que toma de ellos. Sacarles todas las tripas era sólo una
manera fácil de encontrar un riñón y no el ritual de la muerte—”
“¿El ritual de la muerte?” preguntó mamá. Margaret dejó el trocar y me miró, podía
sentir sus ojos escudriñándome, y sabía que estaba en problemas. Había dicho
demasiado. “¿Te gustaría explicarte?” preguntó mamá.
Necesitaba arreglar esto de alguna manera, pero estaba profundamente dentro de ello.
“Sólo estoy diciendo que el asesino no estaba jugando con los cuerpos,” le dije. “Eso
es bueno, ¿verdad?”
“Estabas emocionado,” acusó mamá. “Estabas contentísimo sobre el cadáver de este
hombre y la forma en la que fue desgarrado.”
“Pero—”
“Vi alegría en tu rostro, John, y no creo haberla visto nunca antes, y era a causa de un
cadáver—una persona real, con una familia real, y una vida real, y no puedes
conseguir suficiente de ello.”
“No, eso no es—”
“Fuera,” dijo mamá, su voz estaba llena de firmeza.
“¿Qué?”
“Fuera,” dijo. “Ya no estás autorizado a estar aquí.”
“¡No puedes hacer eso!” grité.
“Soy la dueña y tu madre,” dijo ella, “y estás demasiado nervioso acerca de esto, no
me gusta la forma en la que estás actuando o las cosas de las que estás hablando.”
“Pero—”
“Debería haber hecho esto hace mucho tiempo,” dijo, poniendo una mano en su
cadera. “Te está restringida la habitación de atrás—Margaret no te dejará entrar
tampoco, y voy a hacérselo saber a Lauren, también. Ha llegado el momento para que
consigas algunos pasatiempos normales y unos amigos de verdad, y no quiero volver
oír hablar sobre esto.”
“¡Mamá!”
“Ya no,” dijo. “Ve.”
Quería golpearla. Quería golpear las paredes, y a los mostradores y al granjero muerto
sobre la mesa y recoger el trocar y estrujarlo en la estúpida cara de mamá y succionarle
el cerebro—
No.
Cálmate.
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Cerré los ojos. Estaba rompiendo demasiadas reglas. No podía pensar así, no podía
dejar que la ira se hiciera cargo. Mantuve mis ojos cerrados, y poco a poco fui
quitándome los guantes y mascarilla.
“Lo siento,” dije. “Yo—” No podía simplemente salir de aquí para nunca no volver,
tenía que pelear, y. . .
“Lo siento,” dije de nuevo. Me quité el delantal y salí por la puerta de atrás. Podría
hacer frente a esto más adelante. En este momento mis reglas eran más importantes.
Tenía que mantener ese monstruo detrás de su muro.
***
Odiaba Halloween. Todo era tan tonto—nadie estaba realmente asustado, y todo el
mundo caminaba cubierta de sangre falsa o cuchillas de goma, o peor de todo, en trajes
que ni siquiera eran de miedo. Halloween se suponía que era en la noche, cuando los
espíritus malignos caminaban por la Tierra—la noche cuando los druidas quemaban
niños en jaulas de mimbre. ¿Qué tenía eso que ver con vestirse como el Hombre
Araña?
Dejé de preocuparme por Halloween cuando tenía ocho años, casi al mismo tiempo en
que empecé a aprender sobre asesinos seriales. Eso no quería decir que dejara de
disfrazarme, sólo que dejaba de recoger mis propios trajes—cada año mamá se ponía a
hacer algo y yo lo usaría, lo ignoraría, y me olvidaría de ello hasta el año entrante.
Algún día tendría que contarle sobre Ed Gein, cuya madre lo vistió como una niña la
mayor parte de su infancia. Pasó la mayor parte de su vida adulta matando mujeres y
confeccionando ropa con su piel.
Este año, había pensado que Halloween sería bueno—después de todo, teníamos un
verdadero demonio en la ciudad, con colmillos, garras y todo. Eso debería contar algo.
Pero ninguno de nosotros lo sabíamos aún, así que en vez de asustarnos en nuestros
sótanos orando por la salvación, terminamos en el gimnasio de la escuela pretendiendo
disfrutar del baile de Halloween. No estaba realmente seguro qué era peor.
Los bailes escolares en primaria habían sido bastante terribles, y mamá me hizo ir a
todos ellos. Puesto que ella no tenía ninguna intención de cambiar esa política cuando
llegué a secundaria, esperaba que al menos los bailes mejoraran. No lo hicieron. El
baile de Halloween resultó ser estúpido—un momento en que todos los torpes,
desgarbados, medio desarrollados mutantes de la secundaria se reunían, como de
costumbre, a estar junto a las paredes del gimnasio mientras las luces de colores
brillaban animadamente y el subdirector reproducía viejas canciones por los
megáfonos de la escuela. Como parte de la iniciativa de mamá de ‘hacer algunos
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Dan Wells
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amigos reales’ ella estaba, como siempre, obligándome a ir, aunque en un gesto de
buena voluntad me permitió elegir mi propio traje. Porque sabía que se enfadaría, fui
como payaso.
Max estaba disfrazado de algún tipo de comando del ejército, vestido con una
chaqueta de camuflaje de su padre, y algunas manchas marrones de maquillaje en su
rostro. También había traído una pistola de plástico, a pesar de la repetida advertencia
de la escuela de no llevar armas, por lo que, por supuesto, el director la había tomado
en la puerta.
“Esto apesta,” dijo Max, golpeando su puño y mirando a través del gimnasio al
director. “Voy a ir a robarla de vuelta, perro, realmente lo haré. ¿Crees que me la
devolverá?”
“¿Acabas de llamarme ‘perro’? pregunté.
“Amigo, juro que voy a obtener mi pistola de vuelta, y él ni siquiera lo sabrá. Papá me
enseñó algunos dulces movimientos—nunca sabrá que estuve allí.”
“Estás usando el camuflaje equivocado,” le dije. Estábamos en nuestra posición
habitual, acechando una esquina, y yo veía, desde la pared, el flujo de las personas
yendo y viniendo desde los refrescos a las paredes.
“Mi papá obtuvo esta chaqueta en Irak,” dijo Max, “es lo más real que hay.”
“Entonces será impresionante cuando el señor Layton esconda tu arma en Irak,” dije,
“pero estamos en un baile escolar en el medio oeste de Norteamérica. Si no quieres que
te vea, necesitas vestirte como una víctima de accidente automovilístico. Hay un
montón de eso esta noche. O necesitas un orificio de bala falso en la frente.” Prótesis
baratas de sangre estaban a la orden del día por lo menos en la mitad de los chicos del
baile. Podrían pensar que dos horribles asesinatos en la comunidad harían a la gente
un poco más sensible al respecto, pero ahí lo tienen. Al menos, nadie se disfrazó de un
mecánico eviscerado.
“Eso hubiera sido dulce,” dijo Max, mirando pasar un agujero de plástico de bala.
“Eso es lo que voy hacer mañana en la noche de truco-o-trato—los asustará como la
mierda.”
“¿Irás al truco-o-trato?” se rió una voz. Era Rob Anders, pasaba caminando con un par
de sus amigos. Todos ellos me odiaban desde el tercer grado. “Un par de pequeños
bebés saliendo de truto-o-trato, ¡eso es para niños!” Se fueron riendo.
“Sólo voy por mi hermanita,” se quejó Max, mirando sus espaldas. “Voy a sacar mi
pistola; este disfraz se ve mucho mejor con una pistola.” Se alejó hacia la puerta del
fondo, dejándome solo en la oscuridad. Decidí ir a tomar un trago.
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La mesa de refrescos era bastante escasa—una bandeja de vegetales hervidos, un par
de medias donas, y un cuenco lleno de jugo de manzana y Sprite. Me serví una copa y
de inmediato la dejé caer cuando alguien me golpeó por detrás. El jugo volvió a caer
en el recipiente, junto con mi copa, salpicándome la muñeca y el brazo. Rob Anders y
sus amigos rieron mientras se alejaban.
Solía tener una lista de personas a las que iba a matar algún día. Eso estaba en contra
de mis reglas ahora, pero había veces que extrañaba mucho esa lista.
“¿Eres eso?” Preguntó la voz de una chica. Me volví y vi a Brooke Watson, una chica
de mi calle. Iba disfrazada un poco como mi hermana había estado la otra noche, con
ropa de los años ochenta.
“¿Soy qué?” pregunté, pescando mi taza de la fuente.
“El payaso de Eso, ese libro de Stephen King,” dijo Brooke.
“No,” dije, escurriendo mi manga en la taza salvada, y mojando las servilletas. “Y
creo que ese payaso se llamaba Pennywise.”
“No lo sé, nunca lo he leído,” dijo ella, mirando hacia abajo. “Está en la estantería de
mis padres, sin embargo, y he visto la portada, así que pensé que tal vez estabas
disfrazado de eso—no lo sé.”
Ella estaba actuando de manera extraña, como si estuviera. . . no podría decirlo. Me
había entrenado para leer las señales visuales en las personas que conocía bien, por lo
que me daba cuenta de lo que sentían, pero alguien como Brooke era ilegible para mí.
Dije lo único que pude pensar. “¿Eres punk?”
“¿Qué?”
“¿Que nombre tenían las personas de los ochenta?” pregunté.
“Oh,” se rió. Era una risa hermosa. “Soy mi madre, en realidad—quiero decir, ésta era
su ropa de la secundaria. Supongo que debería decir que soy Cyndi Lauper, supongo, o
algo, porque disfrazarse como tu madre es bastante patético.”
“Casi me visto como mi madre,” dije, “pero estaba preocupado por lo que diría mi
terapeuta.”
Ella rió de nuevo, y noté que pensaba que estaba bromeando. Probablemente fuera lo
mejor, ya que decirle que la segunda mitad del traje de mi madre—un gigante cuchillo
de carnicero falso atravesando la cabeza—probablemente la asustaría. Era realmente
muy bonita—largo cabello rubio, ojos brillantes y una amplia sonrisa, con hoyuelos.
Le devolví la sonrisa.
“Hey, Brooke,” dijo Rob Anders, caminado con una sonrisa maliciosa. “¿Por qué
hablas con este niño? Todavía va a hacer truco-o-trato.”
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“¿En serio?” preguntó Brooke, mirándome. “Iba a ir también, pero no estaba segura—
todavía suena divertido, incluso si estamos en secundaria ahora.”
No podía entender la clase de emoción que Brooke estaba transmitiendo, pero la
vergüenza era algo con lo que estaba muy familiarizado, y Rob Anders estaba
derramándola ahora como ondas.
“Yo. . . sí,” dijo Rob. “Creo que si suena un poco divertido. A lo mejor nos vemos por
ahí.”
Sentí un repentino impulso de apuñalarlo.
“Pero, ¿qué pasa con ese disfraz de payaso, John?” dijo, volviendo la atención hacia
mí. “¿Vas a hacer malabares para nosotros, o meterte todo entero en un coche?” se rió,
y miró hacia atrás para ver si sus amigos reían también, pero se habían alejado para
hablar con Marci Jensen—estaba disfrazada como un gatito, en un traje que hacía muy
evidente por qué Max estaba obsesionado con su sujetador. Rob miró por un
momento, luego se volvió rápidamente. “Entonces, ¿qué es lo que va a ser, payaso?
¿Por qué sonríes tan grande?”
“Eres un gran chico, Rob,” le dije. Él me miró de manera extraña.
“¿Qué?” preguntó.
“Eres un gran chico,” le dije. “Ese es un disfraz muy bueno, y me gusta especialmente
el agujero de bala en tu frente.” Esperaba que se fuera ahora. Decir cosas agradables a
las personas que realmente me enfadaban era una de mis reglas, para ayudar a evitar
que las cosas se agraven, pero no sabía cuánto tiempo podía seguir así.
“¿Te estás burlando de mí?” preguntó, mirándome fijamente.
No tenía ninguna regla para lo que sucedería si la persona a la que halagara no se
fuera.
“No,” dije. Traté de improvisar, pero ya estaba fuera de equilibrio. No sabía qué decir.
“Creo que sonríes porque eres un retrasado mental,” dijo, dando un paso más cerca.
“‘Derr, soy un payaso feliz’”
Él realmente estaba volviéndome loco. “Tú eres. . .” necesitaba un cumplido.
“Escuché que lo hiciste bien en ese examen de matemáticas de ayer. Buen trabajo.”
Era todo lo que pude imaginar. Debería alejarme, pero. . . quería hablar con Brooke.
“Escucha, bicho raro,” dijo Rob. “Esta es una fiesta para gente normal. La fiesta de
fenómenos es por el pasillo, en el baño de los góticos. ¿Por qué no te vas de aquí?”
Él estaba actuando rudo, pero era sólo un acto—la típica postura de macho de quince
años. Estaba tan enojado que podría haberlo matado allí mismo, pero me obligué a
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calmarme. Yo era mejor que esto—y era mejor que él. ¿Quería dar miedo? Le daría
algo que lo asustara.
“Estoy sonriendo porque estoy pensando en cómo luce tu interior.”
“¿Qué?” preguntó Rob, y luego se echó a reír. “Oh, gran hombre, intentas
amenazarme. ¿Crees que me asustas, bebito?”
“Me diagnosticaron clínicamente con sociopatía,” le dije. “¿Sabes lo que eso
significa?”
“Significa que eres un fenómeno,” dijo.
“Eso significa que tú eres tan importante para mí como una caja de cartón,” le dije.
“No eres más que una cosa—un pedazo de basura que nadie ha tirado todavía. ¿Es eso
lo que quieres que te diga?”
“Cállate,” dijo Rob. Todavía actuaba como rudo, pero podía que sus bravatas estaban
empezando a fallar—no sabía qué decir.
“La cosa con las cajas,” dije, “es que puedes abrirlas. A pesar de que son
completamente aburridas en su exterior, podrías ver por dentro algo muy interesante.
Así que, mientras tú estás diciendo todas esas cosas estúpidas y aburridas, me estoy
imaginando lo que sería cortarte y ver lo que tienes allí.”
Hice una pausa, mirándolo, y él me devolvió la mirada. Estaba asustado. Lo dejé
colgarse en el miedo un momento más, y luego volví a hablar.
“La cosa es, Rob, que no quiero abrirte. Eso no es lo quién quiero ser. Así que hice
una regla para mí mismo: en cualquier momento en que desee abrir a alguien, diré algo
agradable en su lugar. Es por eso que digo, Rob Anders de la calle Carnation al 232,
que eres un gran chico.”
La boca de Rob estaba abierta como si estuviera a punto de hablar, luego la cerró y se
apartó. Se sentó en una silla, sin dejar de mirarme, luego se levantó otra vez y salió del
salón. Lo observé todo el camino.
“Yo. . .” dijo Brooke. Me había olvidado que ella estaba allí. “Esa fue una interesante
manera de sacártelo de encima.”
No sabía que decir—ella no debería haber escuchado eso. ¿Por qué fui tan idiota?
“Sólo cosas,” le dije rápidamente, “yo. . . lo escuché en una película, creo. ¿Quién
habría pensado que se asustaría tanto?”
“Sí,” dijo Brooke. “Tengo que. . . fue un gusto hablar contigo, John.” Ella sonrió
insegura, y se alejó.
“Amigo, eso fue increíble,” dijo Max.
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Me di vuelta por la sorpresa. “¿Cuándo llegaste aquí?”
“Estuve aquí la mayor parte del tiempo,” dijo, viniendo por un lado de la mesa de los
refrescos, “y eso fue increíble. Anders prácticamente cagó en sus pantalones.”
“Igual que Brooke,” le dije, mirando en la dirección que se había ido. Todo lo que vi
fue una gran masa de gente en la oscuridad.
“¡Eso fue divertido!” dijo Max, recogiendo un poco de ponche. “Y después ella estaba
detrás de ti, también.”
“¿Detrás de mí?”
“¿Te. . . te perdiste eso? Estás ciego, hombre. Ella estaba por pedirte de ir a bailar.”
“¿Por qué me pediría ir a bailar?”
“Porque estamos en un baile,” dijo Max, “y porque eres un horno rugiente de un
caliente payaso encantador. Me sorprendería si alguna vez volviera a hablar contigo,
sin embargo; eso fue impresionante.”
***
La noche siguiente, Max y yo fuimos de truco-o-trato con su hermanita Audrey.
Hicimos su barrio primero, su mamá nos seguía nerviosamente con una linterna y esas
cosas de gas pimienta. Cuando terminamos allí, nos llevó a mi barrio, y el señor
Crowley negó con la cabeza cuando fuimos a su casa.
“No deberían andar tan tarde,” dijo, frunciendo el ceño. “No es seguro con un asesino
allí fuera.”
“Todas las luces de la calle estás encendidas,” dije, “y las luces de los porches, y
tenemos a un adulto con nosotros. Incluso hablaron en las noticias de poner algunos
policías extras. Estamos probablemente más seguros esta noche que la mayoría de las
demás.”
El señor Crowley se escondió detrás de su puerta para toser con fuerza, luego se volvió
hacia nosotros. “No estén demasiado tiempo fuera, ¿me oyen?”
“Tendremos cuidado,” le dije, y el señor Crowley nos entregó los caramelos.
“No quiero que esta ciudad viva con miedo,” dijo con tristeza, “solíamos ser tan felices
aquí.” Volvió a toser, y cerró la puerta.
Las cosas que habían parecido una tontería a la luz del día—sangre falsa y
extremidades protésicas—parecían más siniestras ahora en la oscuridad de la noche.
Más aterradoras. El asesino estaba de vuelta en la mente de todos, y estaban
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nerviosos—todos comprando en las tiendas, las máscaras de susto de Halloween
estaban siendo reemplazadas por verdadero terror de vida o muerte.
Fue el mejor Halloween de mi vida.
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Traducido por Fallen Star
Corregido por Endri_rios
“É
ste es Ted Rask con un informe exclusivo de Five Live News desde Clayton,
un pueblo tranquilo presa de una crisis en continuo aumento que algunos
llaman El Asesino de Clayton. Mucha gente aquí tiene miedo de salir de su
casa por la noche y algunos incluso tienen miedo durante el día. A pesar de este
penetrante sentido de temor, todavía hay esperanza. La policía y el FBI han hecho un
avance sorprendente en su investigación.”
Eran las seis de la tarde y yo estaba viendo las noticias. Mamá dijo que era raro
para un joven de quince años estar tan interesado en las noticias, pero como no nos
sintonizaba Court TV, las noticias locales por lo general eran lo único que me
interesaba. Además, el asesino serial era todavía un tema candente, y el
reportaje actual de Ted Rask se había convertido en el programa más popular de la
ciudad—pese a, o quizás debido a, su desalentador sentido del melodrama. En el
exterior, una tormenta de nieve de noviembre se propagaba con fuerza, pero adentro
entrábamos en calor gracias al fuego del frenesí de los medios.
“Como recordarán de mi primer informe sobre la muerte de un agricultor de la
zona, David Bird,” dijo Rask, “había una sustancia aceitosa encontrada cerca del
lugar. Inicialmente se sospechaba que había sido dejada por algún tipo de fuga de un
vehículo,
pero
las
pruebas forenses han demostrado
ser
de
naturaleza
biológica. Según una fuente anónima en la investigación, el FBI fue capaz de
encontrar en esa sustancia una muestra muy pequeña de ADN en un avanzado estado
de degeneración. Temprano esta mañana, se identificó que el ADN parecía ser
humano en su origen, pero que ahí, lamentablemente, es donde termina la pista. El
ADN no coincide con ninguna de las víctimas, ni tampoco coincide con ninguno
de los sospechosos actuales, con los casos locales de personas desaparecidas o con
cualquier persona en los registros estatales de ADN. Debo resaltar aquí que la base de
datos de ADN que estamos tratando es muy limitada—la tecnología es nueva y
hay muy pocos registros en cualquier ciudad que sean anteriores a cinco
años. Sin pruebas de ADN generalizado comparable con la base de datos de huellas
dactilares nacional, esta firma de ADN podría no ser identificada nunca.”
Él era tan férreo y serio, como si pudiera ganar un premio de periodismo a través de un
carisma impoluto. Mamá todavía lo aborrecía y se negó a verlo—Es sólo cuestión de
tiempo, dijo ella, antes de que empiece señalar con el dedo y que alguien salga
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herido. Las tensiones eran altas en el pueblo y la perspectiva de un tercer asesinato se
cernía sobre todos nosotros como una nube.
“Mientras la policía ha estado comprobando las evidencias de la escena del crimen,”
dijo Rask, “el equipo de Five Live News ha estado haciendo una investigación por su
cuenta y hemos encontrado algo muy interesante: un caso sin resolver de hace más de
cuarenta años en el que aparece una sustancia negra muy similar a la encontrada en
este caso. ¿Podría esto ayudar a atrapar al asesino? Sabremos más sobre esa
historia por la noche, en las noticias de las diez. Este es Ted Rask, Five Live News. Te
devuelvo la conexión, Sarah.”
Pero Ted Rask no regresó a las diez. El Asesino de Clayton lo atacó. Su camarógrafo
lo encontró poco después de las ocho y media en el callejón detrás de
su motel, destripado y sin una pierna. Untada en su cara y su cabeza había una
masa enorme de lodo negro y acre. Debía estar caliente, porque le habían salido
ampollas de color rojo como una langosta.
***
“Escuché que has
doctor Neblin.
estado aterrorizando
a
los niños en
la
escuela,”
dijo
el
Ignoré al doctor y miré por la ventana, pensando en el cuerpo de Rask. Algo en todo
aquello estaba. . . mal.
“No quiero que uses mi diagnóstico como un arma para asustar a la gente,” dijo
Neblin. “Estamos haciendo esto para que puedas mejorar, no para que puedas lanzar
tu patología en las caras de otras personas.”
Caras. La cara Rask estaba manchado con el lodo—¿por qué? Parecía humillante—
algo que el asesino nunca había hecho antes. ¿Qué estaba pasando?
“Me estás ignorando, John,” dijo Neblin. “¿Estás pensando en el nuevo asesinato de
ayer?”
“No fue un asesinato,” dije, “fue un asesinato en serie.”
“¿Hay alguna diferencia?”
“Claro que hay diferencia,” le dije dándome la vuelta para mirarlo. Me sentí casi. . .
traicionado por su ignorancia. “Eres psicólogo, tienes que saber eso. Un asesinato es. .
. bueno, diferente. Los asesinos son personas como borrachos y maridos celosos—
tienen motivos para lo que hacen.”
“¿Los asesinos seriales no tienen motivos?”
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“Matar es su única razón,” dije. “Hay algo en el interior de un asesino en serie que está
hambriento, o vacío, y el matando es como lo llenan. Llamar a esto asesinato lo hace. .
. mezquino. Lo hace sonar estúpido.”
“Y no quieres que un asesinato en serie suene estúpido.”
“No es eso, es. . . no sé cómo decirlo.” Me volví hacia la ventana. “Está mal.”
“Quizás estás intentando hacer a los asesinos en serie algo que no son,” dijo Neblin.
“Quieres darles algún tipo de significado especial.”
Lo ignoré, taciturno. Los coches en el exterior conducían lentamente sobre la capa de
hielo negro que cubría la calle. Tenía la esperanza de que uno de ellos atropellase a un
peatón.
“¿Viste las noticias ayer por la noche?” preguntó Neblin. Él me estaba tentando a
hablar mencionando mi tema favorito. Guardé silencio y miré por la ventana.
“Me parece un poco sospechoso,” dijo. “Ese periodista anunció que tenía una
pista relacionada con el asesino y luego murió justo una hora y media antes de tener
la oportunidad de revelar esa pista para el mundo. Me parece que había encontrado
algo.”
Bien pensado, Sherlock. Las noticias de las diez habían llegado a la misma conclusión.
“En verdad no quiero hablar de esto,” le dije.
“Entonces tal vez podamos hablar de Rob Anders,” dijo Neblin.
Volví a mirarlo. “Quería preguntar quién te habló de eso.”
“Recibí una llamada de la orientadora de la escuela de ayer,” dijo Neblin. “Hasta
donde yo sé, ella y yo somos los únicos que hablaron con él. Le provocaste pesadillas,
sin embargo.”
Sonreí.
“No es divertido, John, es un signo de agresión.”
“Rob es un matón,” le dije. “Lo ha sido desde tercer grado. Si quieres algunos
signos de agresión, sólo síguelo a todas partes durante unas horas.”
“La agresión es normal en un chico de quince años,” dijo Neblin, “matón o
no. Cuando me concierne es cuando la agresión proviene de un sociópata de quince
años que está obsesionado con la muerte—especialmente cuando, hasta ahora,
has sido un modelo de comportamiento no confrontacional. ¿Qué ha cambiado
recientemente, John?”
“Bueno, hay un asesino serial en la ciudad robando partes del cuerpo de la
gente. Podrías haberte enterado. Ha salido en las noticias.”
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“¿La presencia de un asesino en la ciudad te ha afectado?”
El monstruo de detrás de la pared se agitó.
“Está muy cerca,” le dije, “más cerca de lo que han estado nunca los asesinos que
estudio. Voy a sacar libros y conectarme a Internet y leer acerca de asesinos en serie
para—bueno, no por diversión, pero ya sabes lo que quiero decir—pero ellos están tan
lejos. Son reales, y su carácter real es parte de lo que es fascinante, pero. . . esto es
Ninguna Parte, EE.UU. . . . se supone que son reales en otro lugar, no aquí.”
“¿Tienes miedo del asesino?”
“No tengo miedo de ser asesinado,” le dije. “Las tres víctimas hasta el momento han
sido hombres de mediana edad, así que supongo que va a seguir ese patrón—lo que
significa que estoy a salvo, y mamá y Margaret y Lauren están seguras.”
“¿Y tu padre?”
“Mi padre no está aquí,” le dije. “Ni siquiera sé dónde está.”
“¿Pero tienes miedo por él?”
“No,” dije lentamente. Era cierto, pero había algo que no le estaba diciendo y podía
decir que él lo sabía.
“¿Hay algo más?”
“¿Debería haberlo?” pregunté.
“Si no quieres hablar de eso, no lo haremos,” dijo Neblin.
“Pero, ¿qué pasa si es necesario?” pregunté.
“Entonces lo haremos.”
A veces los terapeutas pueden ser muy abiertos de mente, era un milagro que no se
guardaran nada en absoluto. Lo miré fijamente durante un rato, sopesando los pros y
los contras de la conversación que sabía que iba a venir y, finalmente, decidí que no
podía hacerme daño.
“Tuve un sueño la semana pasada en el que mi padre era el asesino,” le dije.
Neblin no reaccionó. “¿Qué hizo?”
“No lo sé, ni siquiera vino a verme.”
“¿Querías que te llevara con él cuando matase?” preguntó Neblin.
“No,” dije, incómodo en la silla. “Yo. . . quería llevarlo conmigo a dónde no pudiera
matar nunca más.”
“¿Qué pasó después?”
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De repente, no quise hablar de lo que sucedió después, a pesar de que yo había sacado
el tema. Era contradictorio, lo sé, pero soñar con matar a tu padre puede hacerte eso.
“¿Podemos hablar de otra cosa?”
“Claro que sí,” dijo y escribió una nota en su papel.
“¿Puedo ver esa nota?” pregunté.
“Claro.” Neblin me pasó su cuaderno.
Primera razón: Asesino en la ciudad.
No quiere hablar sobre su padre.
“¿Por qué pusiste ‘primera razón’?” pregunté.
“La primera razón por la que asustaste a Rob Anders. ¿Hay más?”
“No sé,” dije.
“Si no quieres hablar de tu padre, ¿qué tal de tu madre?”
El monstruo detrás de la pared se agitó. Había llegado a pensar en él como un
monstruo, pero era sólo yo. O la parte más oscura de mí, por lo menos. Probablemente
piensen que sería espeluznante tener un verdadero monstruo escondido dentro de
ti, pero créeme—es mucho, mucho peor cuando el monstruo es en realidad tu propia
mente. Llamarlo monstruo parecía distanciarlo un poco, lo cual me hacía sentir mejor
con eso. No mucho mejor, pero tomo lo que puedo.
“Mi madre es una idiota,” le dije, “y ya no me dejará entrar a la parte de atrás de la
funeraria. Ha pasado casi un mes.”
“Hasta anoche, nadie ha muerto en casi un mes,” dijo. “¿Por qué quieres ir al cuarto
de atrás, si no hay trabajo que hacer?”
“Yo solía ir mucho allí, a pensar,” le dije. “Me gustaba.”
“¿Tienes algún otro sitio al que puedas ir a pensar?”
“Voy al Lago Freak,” le dije, “pero hace demasiado frío ahora.”
“¿Lago Freak?”
“Lago Clayton,” le dije. “Hay un montón de gente extraña allí. Pero prácticamente
crecí en esa funeraria—ella no me lo puede quitar.”
“Me dijiste antes que sólo habías estado ayudando en la parte de detrás un par años,”
dijo el doctor Neblin. “¿Hay otras partes de la funeraria a las que le tengas apego?”
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“Ese periodista murió ayer anoche,” le dije ignorando su pregunta, “y podríamos
conseguirlo—lo van a mandar a casa para el funeral, por supuesto, pero
podrían enviárnoslo a nosotros primero para embalsamarlo. Necesito ver ese cuerpo
y ella no me va a dejar.”
Neblin hizo una pausa.
“¿Por qué necesitas ver el cuerpo?” me preguntó.
“Para saber lo que está pensando,” le dije, mirando por la ventana. “Estoy tratando
de entenderlo.”
“¿Al asesino?”
“Hay algo mal con él y no lo puedo entender.”
“Bueno,” dijo Neblin, “podemos hablar del asesino, si eso es lo que quieres.”
“¿En serio?”
“En serio. Pero cuando hayamos
cualquier pregunta que te haga.”
terminado,
tendrás
que
responder
a
“¿Qué pregunta?”
“Ya lo sabrás cuando te pregunte,” dijo Neblin sonriendo. “Entonces, ¿qué sabes sobre
el asesino?”
“¿Sabías que le robó un riñón al primer cuerpo?”
Neblin ladeó la cabeza. “No había oído eso.”
“Nadie lo ha hecho,” dije, “así que no lo cuentes. Cuando el cuerpo llegó a la
funeraria le faltaba el riñón—todo lo demás parecía que había sido destrozado, pero el
riñón había sido cortado muy limpiamente.”
“¿Y qué pasa con el segundo cuerpo?”
“Él tomó el brazo,” dije, “y el abdomen fue acuchillado, pero no destripado—la mayor
parte de las entrañas aún se encontraban dentro.”
“Y en el tercero tomó una pierna,” dijo Neblin. “Interesante. Así que amontonó los
órganos como si el primer ataque fuera un incidente—no está ritualizando los
asesinatos, sólo toma partes del cuerpo.”
“Eso es exactamente lo que le dije a mamá,” dije, levantando las manos.
“¿Justo antes de que te echara del cuarto de atrás?”
Me encogí de hombros. “Creo que es una cosa bastante espeluznante que decir.”
“Lo que me interesa a mí,” dijo Neblin, “es la forma en que abandona los cuerpos—no
los toma o los esconde, simplemente los deja para que la gente los encuentre.
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Esto generalmente significa que el asesino en serie está tratando de hacer una
declaración, por lo que vamos a ver el cuerpo y obtener el mensaje que está tratando de
dejar. Pero si lo que dices es cierto, entonces él no está mostrando los cuerpos—
sólo golpea de forma rápida y desaparece, pasando el menor tiempo con
sus víctimas como le sea posible.”
“Pero, ¿qué significa eso?” pregunté.
“Por un lado,” dijo Neblin, “probablemente odia lo que está haciendo.”
“Eso tiene mucho sentido,” le dije asintiendo con la cabeza. “No había pensado en
eso.” Me sentí estúpido por no haber pensado en ello. ¿Por qué no se me ocurrió que
un asesino podría no disfrutar de un asesinato? “Pero desfiguró el cuerpo del
periodista,” dije, “así que tuvo algún tipo de motivo más allá de acabar con su vida.”
“Con un asesino en serie,” dijo Neblin, “el motivo es muy probablemente que sea
emocional: él estaba enfadado, frustrado, o confundido. No cometas el error de pensar
que los sociópatas no puede sentir—lo sienten muy profundamente, simplemente no
saben qué hacer con sus emociones.”
“Dijiste que no le gustaba matar,” le dije, “pero hasta ahora él ha tomado un recuerdo
de los tres. Eso no tiene sentido—¿por qué tomar las cosas de un acontecimiento que
no quiere recordar?”
“Esa es una buena para reflexión,” dijo Neblin escribiendo en su libreta, “pero ahora
es momento de mi pregunta.”
“Muy bien,” le dije suspirando y volviendo a mirar por la ventana. “Acabemos de una
vez.”
“Dime lo que estaba haciendo Rob Anders justo antes de que lo amenazaras de
muerte.”
“No lo amenacé con matarlo.”
“Has hablado de su muerte de forma amenazante,” dijo Neblin. “No vamos a hilar
fino.”
“Estábamos en el gimnasio de la escuela para el baile de Halloween,” le dije, “y él
estaba como molestarme—burlándose y golpeando mi bebida y cosas por el estilo. Así
que cuando estaba hablando con alguien, él se acercó y empezó realmente a burlarse
de mí, y yo sabía que las dos únicas maneras de deshacerse de él eran darle un
puñetazo o asustarlo. Tengo una regla de no hacer daño a la gente, por lo que lo
asusté.”
“¿No tienes una regla sobre amenazar con matar a la gente?”
“No había llegado todavía,” le dije. “Tengo una ahora.”
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“¿Con quién estabas hablando?”
“¿Por qué importa eso?”
“Tengo curiosidad acerca de con quién estabas hablando.”
“Una chica.”
El monstruo detrás de la pared gruñó, de forma baja y retumbante.
El doctor Neblin ladeó la cabeza. “¿Tiene un nombre?”
“Brooke,” le dije, de repente incómodo. “Ella no es nadie. Ha vivido en mi calle por
años.”
“¿Es linda?”
“Es un poco joven para ti, doctor.”
“Déjame expresarlo de otro modo,” dijo sonriendo. “¿Te atrae?”
“Pensé que estábamos hablando de Rob Anders,” le dije.
“Sólo era curiosidad,” dijo, haciendo una nota en su libreta. “Estamos a punto de
terminar por hoy de todos modos. ¿Hay algo más de lo que quieras hablar?”
“No lo creo.” Miré por la ventana, los coches pasaban con cuidado entre los
edificios, como los escarabajos en un laberinto. La camioneta de Five Live News se
deslizó poco a poco hacia el este—fuera de la ciudad.
“Parece que los espantó,” dijo Neblin, siguiendo mi mirada.
Probablemente tenía razón. . . espera. Eso era. Esa era la pieza que le faltaba.
El asesino los había espantado.
“No es un asesino en serie,” dije de repente.
“¿No lo es?” preguntó Neblin.
“Está todo mal,” le dije, “no puede ser. Él no huyó después—mostró el cadáver, justo
como dijiste, al untar ese lodo sobre él. Él no sólo estaba tratando de encubrir la
noticia, estaba tratando de asustarlos. ¿No lo ves? ¡Él tenía una razón!”
“Y crees que los asesinos en serie no tienen razones.”
“No lo hacen,” dije. “Busca a través de todos los antecedentes penales que tienes
y nunca encontrarás un asesino en serie que mate a alguien sólo porque se esté
acercando demasiado—la mayoría de ellos salen a su encuentro para obtener
más atención de los medios de comunicación, no menos. A ellos les encanta. La mitad
escriben cartas a la prensa.”
“¿No tener fama cuenta como una razón?”
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“No es lo mismo,” le dije. “Ellos no matan porque quieran atención, quieren llamar la
atención porque matan. Quieren que la gente vea lo que están haciendo. Matar
es todavía la principal razón—la necesidad básica que los asesinos están tratando de
satisfacer. Y este tipo tiene algo más. No sé lo que es, pero está ahí.”
“¿Qué pasa con John Wayne Gacy?” preguntó Neblin. “Él mataba gays porque
quería castigarlos. Esa es una razón.”
“Muy pocos de los hombres asesinados eran realmente gays,” dije. “¿Cuánto sobre
él has leído en realidad? La razón no era la cosa gay, era una excusa—él
necesitaba matar algo, y diciendo que estaba castigando a los pecadores lo hacía
sentirse menos culpable por ello.”
“Te estás sobreexcitando un poco, John,” dijo Neblin. “Tal vez deberíamos parar
ahora.”
“Los asesinos en serie no tienen tiempo para matar a los periodistas curiosos,
porque están demasiado ocupados matando a gente que se adapte a su perfil de
víctima: ancianos, niños pequeños, estudiantes universitarios rubios, lo que sea,” le
dije. “¿Por qué éste es diferente?”
“John,” dijo Neblin.
Podía sentir cómo me mareaba, como si estuviera hiperventilando. El doctor
Neblin tenía razón, era el momento de parar. Respiré hondo y cerré los ojos. Ya habría
tiempo para esto más tarde. Sin embargo, sentía un zumbido de energía, como el
sonido de un torrente de agua en mis oídos. Este asesino era algo diferente, algo
nuevo.
El monstruo detrás de la pared olfateó bruscamente el aire. Olía a sangre.
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Traducido por Maricel_Redbird
Corregido por verittooo
N
oté al vagabundo por primera vez junto al cine ubicado en el centro de la ciudad.
Clayton tiene una buena cantidad de vagabundos—gente que viene de manera
pasajera en busca de trabajo, comida, o un billete de autobús con destino al
pueblo contiguo—pero éste era diferente. No mendigaba, ni hablaba con la gente. Él
sólo estaba mirando. Observando. Nadie observaba tanto a la gente, y durante tanto
tiempo, a excepción de mí, y yo tenía serios problemas emocionales. Decidí que
cualquiera que me recordara tanto a mí mismo se merecía que lo vigilara—él podría
ser peligroso.
Mis reglas no me dejaban seguirlo, o incluso buscarlo, pero lo vi unas cuantas veces
más durante los días siguientes—sentado en el parque viendo a los niños deslizarse por
los bancos de nieve en el estacionamiento, o parado junto a la gasolinera, fumando y
mirando a la gente llenar sus tanques. Era como si nos estuviera evaluando,
comparándonos con alguna lista en su cabeza. Yo casi esperaba que la policía viniera
para llevárselo, pero no estaba haciendo nada ilegal. Él sólo estaba allí. La mayoría de
las personas—especialmente los que no leen libros de perfiles criminales sólo por
diversión, como yo—lo pasarían por alto. Él tenía algún tipo de extraña habilidad para
mezclarse, incluso en un lugar bastante pequeño como el Condado de Clayton, y la
mayoría de la gente no lo notaba.
Cuando las noticias reportaron un robo algunos días más tarde, él fue la primera
persona en la que pensé. Estaba alerta, era analítico, y había observado nuestra ciudad
el tiempo suficiente como para saber a quién valía la pena seguir a casa para robar. La
pregunta era si era sólo un ladrón, o algo más. Yo no sabía cuánto tiempo había estado
en la ciudad—si había estado alrededor durante un tiempo, bien podría ser el Asesino
de Clayton. Con mis reglas o sin ellas, necesitaba saber cuál sería su próximo
movimiento.
Era como estar parado al borde de un acantilado, tratando de convencerme a mí
mismo de saltar. Seguía mis reglas por una razón—me ayudaban a impedir que hiciera
cosas que no quería hacer—pero éste era un caso especial, ¿verdad? Si él era peligroso,
y si romper esta regla ayudaba a detenerlo—y era realmente una regla de menor
importancia, después de todo—entonces valdría la pena. Era algo positivo. Luché
conmigo mismo durante una semana, y finalmente racionalicé la idea de que era
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mejor, a largo plazo, romper esta sola regla y seguir al vagabundo. Incluso podría
salvar la vida de alguien.
El día previo al día Acción de Gracias no tenía clases, y aunque el cuerpo de Ted Rask
ingresó a la funeraria esa mañana, mamá se negó a que la ayude, así que mi día estaba
libre. Fui al centro y di vueltas por una hora hasta que lo encontré, sentado en el banco
de la parada de autobús junto a la ferretería Allman. Crucé la calle y me dirigí al
‘Hamburguesa Amigable’ y me senté en la mesa de la ventana para verlo.
Él era del tamaño adecuado como para ser el Asesino de Clayton—no enorme, pero
grande, y se veía lo suficientemente fuerte como para derribar a un tipo como Jeb
Jolley. Tenía el cabello castaño y largo, a la altura de la barbilla y lo usaba
enmarañado. No era un look extraño en el Condado de Clayton, especialmente en el
invierno—era extremadamente frio, y el cabello largo ayudaba a mantener las orejas
calientes. Le iría mucho mejor si tuviera una gorra, pero supongo que los vagabundos
no pueden elegir.
Su respiración era entrecortada y agitada—muy diferente a las largas y perezosas nubes
de las otras personas en la calle. Eso significaba que estaba respirando rápidamente,
que significaba que estaba nervioso. ¿Estaba buscando una víctima?
El autobús iba y venía, pero él nunca lo abordó. Estaba observando algo al otro lado
de la calle—frente a él, lo cual significaba que eso estaba del mismo lado que yo. Miré
a mi alrededor—la librería Estación Twain estaba a la izquierda de la hamburguesería,
y la tienda de Suministros de Caza de Earl estaba a su derecha. El vagabundo estaba
observando la tienda de caza, lo cual era un poco inquietante. La calle de enfrente
tenía un par de autos, uno de los cuales me resultaba familiar. ¿A quién conozco con
un Buick blanco?
Cuando el señor Crowley salió de la tienda de caza cargado con suministros de pesca,
supe por qué el coche me era tan familiar—pasaba la mayor parte del tiempo a quince
metros de mi casa. Forzarte a ti mismo a no pensar en la gente hacía que detalles tan
simples como ése fuesen difíciles de recordar.
Cuando el vagabundo se levantó y cruzó la calle corriendo en dirección al señor
Crowley, supe que la situación se había convertido en algo muy importante, muy de
repente. Yo quería escuchar eso. Salí a la calle, me arrodillé junto a mi bicicleta, e hice
todo un show pretendiendo abrir la cadena. Ni siquiera la había encadenado a nada,
pero estaba al lado de unos tubos y pensé que ni Crowley ni el vagabundo estaban
prestando demasiada atención. Estaba a uno buenos diez metros de distancia de
ellos—si tenía suerte, no me prestarían atención en absoluto.
“¿Pesca?” dijo el vagabundo. Parecía de unos treinta y cinco o cuarenta años, curtido
por el viento y la edad. Dijo algo más, pero estaba demasiado lejos como para oírlo.
Giré mi cabeza para tener un mejor ángulo.
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“Pesca en el hielo,” dijo el señor Crowley, sosteniendo un cincel. “El lago se congeló
hace una semana o dos, y pienso que ya es seguro para caminar sobre él.”
“No me digas,” dijo el vagabundo. “Yo solía ir a pescar en el hielo todo el tiempo en
mis viejos días. Pensaba que era un arte perdido.”
“¿Un compañero pescador?” preguntó el señor Crowley, animándose. “No mucha
gente de por aquí se interesa en la pesca en el hielo—Earl tuvo que encargar el nuevo
taladro especialmente para mí. Tan frío como lo está hoy, y con el viento soplando en
aumento, apuesto a que ni siquiera habrán patinadores—voy a tener todo el lago a mí
solo.”
“¿En serio?” preguntó el vagabundo. Fruncí el ceño—había algo en su voz que me
molestó. ¿Iba a robar la casa de Crowley mientras él salía a pescar?
¿Iba a seguirlo hasta el lago para matarlo?
“¿Estás ocupado?” preguntó el señor Crowley. “Es horriblemente solitario estar solo en
el lago, y me vendría bien algo de compañía. Tengo una caña de pescar extra.”
Crowley, idiota. Llevar a este tipo a cualquier lugar es una idea estúpida. Tal vez Crowley
tiene Alzheimer.
“Es muy amable de tu parte,” dijo el vagabundo, “pero no quisiera ser una molestia.”
¿En qué estaba pensando Crowley? Pensé en interceptarlo para advertirle, pero me
contuve. Probablemente sólo estaba imaginando cosas; este tipo seguramente estaba
bien.
Aunque el señor Crowley coincidía perfectamente con el perfil de las víctimas—
hombre mayor blanco con una estructura ósea de gran tamaño.
“No te preocupes por eso,” dijo Crowley. “Sube. ¿Tienes un gorro?”
“Me temo que no.”
“Entonces vamos y consigamos uno de camino al lago,” dijo Crowley, “y un poco de
comida extra. Un amigo con el cual pescar vale cinco dólares.”
Se subieron al coche y se marcharon. Casi me levanto nuevamente para advertirle,
pero yo sabía a dónde iban—y sabía que tardarían un tiempo en comprar la comida y
el gorro. Era un riesgo, pero podría ser capaz de llegar allí antes que ellos y
esconderme. Quería ver qué sucedía.
Llegué al tramo más usado del lago en tan sólo media hora, donde la pendiente desde
la carretera hasta la costa era más gradual, y se podía caminar por el borde. No había
señales del señor Crowley o de su peligroso pasajero, o de nadie más en realidad.
Tendríamos el lago a nosotros. Escondí mi bici en un banco de nieve en el lado sur del
claro, y me agaché en un pequeño conjunto de árboles hacia el norte. Si el señor
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Crowley en realidad venía con el objetivo de pescar, aquí es a donde lo haría. Me senté
a esperar.
El lago estaba congelado, como Crowley había esperado, y colmado de nieve blanca.
En el otro extremo, se levantaba una colina, alta solamente por su contraste con la
extensión plana del lago. El viento azotaba por ambos lados, creando vórtices,
remolinos, tornados y espirales de aire que se hacían visibles por la nieve dentro de
ellos. Me encogí en las sombras y me congelé mientras el viento formaba rostros en el
cielo.
Expuesto a la naturaleza—frío, calor, agua—es la forma más deshumanizante de
morir. La violencia es apasionada y real—los últimos momentos cuando luchas por tu
vida, disparando un arma o luchando contra un asaltante o pidiendo ayuda a gritos, tu
corazón bombea fuertemente y tu cuerpo hormiguea con energía; estás alerta y
despierto y, por ese breve momento, más vivo y humano que nunca. No es así con la
naturaleza.
A merced de los elementos sucede lo contrario: tu cuerpo se entumece, tus
pensamientos son lentos, y te das cuenta de cuán mecánico eres en realidad. Tu cuerpo
es una máquina, llena de tubos y válvulas y motores, de conexiones eléctricas y
bombas hidráulicas, y funcionan correctamente sólo dentro de cierta serie de
condiciones. Con el descenso de las temperaturas, tu máquina se rompe. Las células
comienzan a congelarse y se destruyen; los músculos utilizan más energía para hacer
menos; la sangre fluye muy lentamente, y a lugares equivocados. Tus sentidos se
desvanecen, la temperatura de tu cuerpo se desploma y tu cerebro dispara señales
aleatorias que tu cuerpo es demasiado débil para interpretar o seguir. En ese estado ya
no eres un ser humano, eres una anomalía—un motor sin aceite, cayéndose a pedazos
en su último esfuerzo inútil para completar su última tarea sin sentido.
Escuché a un auto aproximándose y me adentrarse en el claro. Giré la cabeza
imperceptiblemente para mirar desde la esquina de mi ojo, manteniéndome oculto
entre los árboles, y reconocí el Buick blanco de Crowley. El vagabundo salió primero y
miró oscuramente al lago, hasta que la otra puerta se abrió y Crowley tosió.
“No he ido a pescar en hielo desde hace algún tiempo,” dijo el extraño, mirando hacia
el señor Crowley. “Gracias de nuevo por permitirme acompañarte.”
“No es problema en lo absoluto,” dijo el señor Crowley, caminando hacia el baúl. Le
entregó al extraño una caña de pescar y un cubo lleno de herramientas, redes, un
taladro de hielo, y un par de sillas plegables, después cerró el baúl. Llevaba una caña
para él, y un pequeño enfriador. “Yo tengo dos de todo, por si acaso,” dijo, sonriendo.
“Hay suficiente chocolate caliente aquí para mantenernos a los dos cálidos y felices.”
“El almuerzo me dejo bien lleno,” dijo el vagabundo, “no te preocupes por eso.”
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“Aquí somos socios,” dijo Crowley, “lo que es mío es el tuyo, y lo tuyo es mío.”
Sonrió.
“Lo que es tuyo es mío,” dijo el extraño, y sentí que una sensación de peligro se
elevaba. ¿Qué estaba haciendo el señor Crowley? Recoger a un vagabundo de esta
forma podía ser mortal, incluso si no lo llevabas contigo al medio de la nada—incluso
si no hubiera un asesino psicópata suelto.
Miré las manos del vagabundo en busca de cualquier evidencia de algún arma en
forma de garras, pero eran normales. Tal vez no era el asesino después de todo. De
cualquier manera, me estaba muriendo de curiosidad—si él era el asesino, quería ver
cómo lo hacía.
Fruncí el ceño entonces, preguntándome a mí mismo. ¿De verdad estaba más
interesado en ver al asesino que en salvar la vida de Crowley? Sabía que no debería
estarlo—si yo fuera una persona normal, con empatía, salvaría la vida de Crowley.
Pero no lo era.
Así que miré.
El señor Crowley comenzó a caminar con cuidado por la pendiente del lago hacia la
costa, y el extraño lo siguió muy de cerca. Me encogí en mi refugio de árboles, en
silencio, tratando de mantenerme lo más pequeño y oculto como me fuese posible.
“Espera un minuto,” dijo el extraño, “ese café finalmente me está afectando. Tengo
que ir a mear.” Bajó cuidadosamente su cubeta y balanceó la caña cuidadosamente por
encima de ésta. “Sólo será un momento.” Él huyó de nuevo por la pendiente y me
estremecí, aterrado de que pudiera venir a mis árboles a hacer pis, pero se fue hacia el
lado más alejado del coche.
Mi bici estaba ahí. Sin duda, él la vería.
El hombre tardó tanto en elegir un buen lugar que empecé a sospechar. Eché un
vistazo a Crowley, y supuse que él también sospechaba. Arrugas de nervios cubrieron
su rostro, y miró de vuelta hacia el hielo como si se tratara de un reloj gigante y se le
estuviera haciendo tarde para algo. Tosió dolorosamente.
Yo esperaba que el vagabundo notara mi bici en cualquier momento y gritara, o sacara
una motosierra de entremedio de los árboles con un grito, pero no pasó nada.
Encontró un lugar que le gustaba, se detuvo, y tras una larga pausa, se subió la
cremallera y se dio la vuelta.
Se debe haber tropezado con mi bici prácticamente. ¿Por qué no dijo nada? Tal vez la
había visto, y sabía que yo estaba aquí, y se estaba tomando su tiempo cuidadosamente
hasta que pudiera matarnos a Crowley y a mí juntos.
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“Tengo que decir nuevamente que esto es extremadamente amable de tu parte,” dijo el
vagabundo. “Estoy muy en deuda contigo, y no sé cómo podría pagarte.” Se rió. “Lo
más bonito que tengo es este gorro, y tú eres el que lo compró.”
“Ya pensaremos en algo,” dijo Crowley, y se quitó el guante para rascarse su barba.
“Nada más voy a tomar el crédito por todos los peces buenos.” Él sonrió ampliamente,
después volvió a toser.
“Suena como si la tos fuese cada vez peor,” dijo el extraño.
“Sólo un pequeño problema con mis pulmones,” dijo Crowley, volviéndose hacia el
lago congelado. “Va a solucionarse muy pronto.” Dio un paso sobre el hielo,
testeándolo con un pie.
El vagabundo llegó a la parte inferior de la pendiente, y se quedó un momento junto al
cubo de herramientas. Se agachó para recogerlo, luego se detuvo, miró rápidamente
hacia la carretera, y llevó su mano dentro de su chaqueta. Cuando la retiró, tenía un
cuchillo—no era una navaja o un cuchillo de caza, sólo un largo cuchillo de cocina
cubierto de polvo y óxido. Parecía que lo había robado de un depósito de chatarra.
“Estoy pensando que debemos dirigirnos hacia allá,” dijo Crowley, apuntando hacia el
noreste. “El viento es igual de malo en todos lados, pero esa es la parte más profunda
del lago, y no está demasiado lejos del nacimiento del río. Vamos a tener un poco más
de corriente por debajo de nosotros, y eso nos servirá para una mejor pesca.”
El vagabundo se adelantó, su mano derecha apretada alrededor del cuchillo y su mano
izquierda de lado para mantener el equilibrio. Estaba a sólo un brazo de distancia de la
espalda de Crowley; un paso más y podría dar el golpe asesino.
Crowley se rascó la barbilla de nuevo. “Me gustaría agradecerte por venir aquí
conmigo.” Tosió. “Vamos a hacer un buen equipo, tú y yo.”
El vagabundo se acercó un paso.
“No tienes familia,” dijo Crowley, “y yo apenas puedo respirar.” Tosió. “Entre
nosotros dos, creo que hacemos casi una persona entera.”
Espera—¿qué?
El vagabundo hizo una pausa, tan perplejo como yo, y en esa fracción de segundo
Crowley se dio la vuelta y arremetió con su mano desenguantada—más larga ahora, de
alguna manera, y más oscura, sus uñas se alargaban imposiblemente en garras afiladas
de marfil. El primer golpe hizo volar el cuchillo de la mano del sorprendido hombre,
girando hacia adelante, cerca de mi grupo de árboles, y el segundo revés colapsó con la
cara del extraño, derribándolo sobre la nieve acolchonada. El vagabundo se puso en
pie, pero Crowley hizo a un lado el refrigerador y la caña y saltó sobre el hombre,
rugiendo como una bestia. Otra garra hizo su salida a través del otro guante de
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Crowley, desgarrándolo a medida que crecían y las dos garras se deslizaron por el
brazo en alto del extraño, rebanando la carne del hueso. El hombre estaba fuera de mi
vista ahora, profundamente en la nieve, pero podía oírlo gritar—un grito sin forma de
dolor y sorpresa. Crowley rugió de nuevo con la boca llena de relucientes dientes como
agujas. Dos viciosos golpes más tarde, y todo quedó en silencio.
El señor Crowley se inclinó sobre el cuerpo en una nube de vapor, sus brazos eran
demasiado largos, y sus garras sobrenaturales brillaban por la sangre. Su cabeza había
crecido bulbosa y oscura, sus orejas eran puntiagudas como cuchillas. Su mandíbula
estaba antinaturalmente baja, y erizada con dientes. Él jadeaba pesadamente, y
mientras lo observaba poco a poco volvía a la forma que conocía—sus brazos y manos
se acortaron, sus garras se echaron hacia atrás para convertirse en uñas normales, y su
cabeza se desinfló y reformó. Un momento más tarde, era el simple y viejo señor
Crowley nuevamente, tan normal como podía serlo. Si no fuera por las manchas de
sangre en su ropa, nadie hubiera imaginado en lo que se había transformado o lo que
había hecho. Tosió y tiró su andrajoso guante izquierdo, dejándolo caer pesadamente
al suelo.
Me senté en estado de shock, mi rostro picado por el viento y las piernas calientes por
mi propia orina. Yo ni siquiera recordaba el haberme orinado encima.
El señor Crowley era un monstruo.
El señor Crowley era el monstruo.
Yo estaba demasiado asustado como para pensar en esconderme—simplemente me
senté y observé, congelándome y con náuseas. Crowley extendió nuevamente su brazo
derecho con su mano en forma de garra y comenzó a cortar a través de las varias capas
de ropa del extraño.
“Trataste de matarme,” murmuró. “Te había comprado un gorro.” Lo alcanzó con
ambas manos e hizo una mueca, y oí un horrible chasquido—una, dos, tres, cuatrocinco-seis—toda una cadena de costillas rotas. Se inclinó más abajo, fuera de mi vista,
y se paró un momento después sosteniendo un par de ensangrentadas bolsas sin forma.
Pulmones.
Lentamente, el señor Crowley comenzó a desabrocharse el abrigo. . . luego su primera
camisa de franela. . . después la segunda. . . luego la tercera. Pronto su pecho quedó al
desnudo en medio del frío y apretó los dientes, respirando pesadamente y cerrando los
ojos. Él cambió los irregulares pulmones a su mano izquierda humana, llevó su garra
demoníaca hasta su vientre, y se abrió a sí mismo justo debajo de las costillas. Jadeé,
justo cuando un gruñido escapaba de los dientes apretados de Crowley; no parecía que
me hubiese escuchado. La sangre brotaba de su vientre abierto y se tambaleó, pero se
enderezó rápidamente.
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Yo estaba más allá de un estado de shock—demasiado entumecido por lo que había
visto como para hacer otra cosa además de mirar.
El señor Crowley volvió a toser, doblado por el dolor, y empujó los pulmones
desesperadamente por la herida en su abdomen. Cayó al suelo de rodillas, su cara
retorcida por el dolor, vi como el último pedacito de pulmón desaparecía dentro de él,
como si algo lo hubiese succionado desde el interior. Sus ojos se abrieron de repente,
más anchos de lo que creía posible, y su boca se movía con temor en un jadeo
silencioso e inútil en busca de aire. Algo oscuro brotó de la herida y lo alcanzó
rápidamente, sacando otro par de pulmones—similares a los primeros pero estos eran
negros y enfermizos, como los pulmones en los comerciales acerca del cáncer. Los
pulmones negros silbaron a medida que se deslizaban de su herida abierta, y los dejó
caer sobre el cadáver del extraño. Se detuvo un momento, suspendido en el silencio
absoluto de la asfixia, inmóvil y sin aire, luego inhaló abrupta y ruidosamente, como
un buzo que emerge de un estanque, desesperado por aire. Tomó tres bocanadas más
así, grandes y hambrientas, y luego comenzó a respirar a un ritmo más tranquilo y
medido. Su mano derecha volvió a la normalidad, cambiando de alguna manera de
monstruo a humano, y se agarró la herida abierta con ambas manos. El agujero se
selló, cerrándose solo como una cremallera. Medio minuto más tarde, su pecho estaba
como nuevo otra vez, blanco y sin cicatrices.
Las ramas por encima de mí se sacudieron repentinamente, tirando un montón de
nieve al suelo alrededor de mi escondite. Me mordí la lengua para no gritar en alarma,
y me lancé de espalda en el hueco entre los troncos. Ya no podía ver Crowley, pero lo
escuché cuando se puso de pie; me lo imaginé tenso y preparado para luchar—listo
para matar a cualquiera que hubiese sido testigo de aunque sea una parte de sus
acciones. Contuve la respiración mientras se dirigía a mis árboles, pero no se detuvo ni
miró, siguió de largo y se agachó para buscar algo en la nieve—el cuchillo descartado,
supuse—después de un minuto se incorporó y caminó hacia su coche. Oí el clic del
baúl al abrirse, y un ruido de plástico, después la puerta se cerró de un golpe y volvió
hacia el cadáver, sus pasos eran tranquilos y deliberados.
Acababa de ver morir a un hombre. Acababa de ver a mi vecino de al lado matarlo.
Era demasiado para procesarlo; sentí como comenzaba a temblar sin control, aunque
no sabía si era de frío o de miedo. Intenté de agarrar fuertemente mis piernas para
evitar que sacudieran la maleza y me delataran.
No estoy seguro de cuánto tiempo me quedé allí en la nieve, escuchándolo trabajar, y
rezando para que no me encontrara. Había nieve en mis zapatos, pantalones y camisa;
se había deslizado a través de mi cuello y por mi cinturón, todo eso estaba frío—tan
frío que quemaba. En el exterior, los huesos crujían, el plástico hacía ruido, y algo
húmedo era aplastado, una y otra vez. Eones más tarde escuché a Crowley arrastrando
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
algo pesado, seguido de un gruñido de esfuerzo y el clic de sus botas sobre el hielo del
lago.
Dos pasos. Tres pasos. Cuatro pasos. Cuando alcanzó los diez pasos me permití
levantarme—muy lentamente—y espiar por entremedio de los árboles. Crowley estaba
sobre la superficie del agua helada, una bolsa plástica negra sobre sus hombros y la
sierra de hielo colgando de su cinturón. Caminó despacio y con cuidado, probando sus
pasos y marchando a través del viento helado. Su silueta se hacía cada vez más
pequeña, y fuertes ráfagas cargadas con fragmentos de hielo soplaban a su alrededor
con furia, como si la naturaleza estuviera enojada por lo que había hecho—o como si
algún poder oscuro estuviera complacido. A un metro de distancia, su silueta solitaria
desapareció completamente en el viento y la nieve, y él se había ido.
Salí torpemente de entremedio de los árboles, mis piernas como gelatina y mi mente
corriendo. Sabía que necesitaba cubrir mis huellas de alguna manera, y rompí una
rama de pino que estaba lo suficientemente baja como para alcanzarla. Caminé de
espaldas hacia mi bicicleta, borrando mis huellas en el camino—había visto a un indio
hacerlo en una de esas viejas películas de John Wayne. No era perfecto, pero tendría
que funcionar. Cuando llegué a mi bicicleta, la levanté y corrí hacia el lado más
alejado los árboles, esperando que Crowley no alcanzara a ver mis huellas desde la
escena del asesinato. Llegué a la calle y salté a mi bici, pedaleando como loco para
llegar a la ciudad antes de que él regresara y me pase en su coche.
A mi alrededor, los pinos estaban oscuros como los cuernos de los demonios, y la
puesta de sol sobre los robles volvía sus ramas desnudas de un color rojo como huesos
sangrientos.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
8
Traducido por Nikky*
Corregido por Caroliberta
D
ormí muy poco esa noche, perseguido por lo que había visto en el lago. El señor
Crowley había matado a un hombre—lo mató, así como así. Un momento estaba
vivo, gritando y peleando por su vida, y al siguiente no era nada más que un saco
de carne. La vida, sea lo que sea, se había evaporado a nada.
Anhelaba volver a verlo y me odiaba por eso.
El señor Crowley era un monstruo de alguna clase—una bestia con forma humana que
pareció absorber los pulmones del hombre que había matado. Pensé acerca de la pierna
faltante de Ted Rask, el riñón de Jeb Jolley y el brazo de Dave Bird—¿Crowley había
absorbido esas partes también? Me lo imaginaba construido completamente con piezas
de muertos; el doctor Frankenstein y su monstruo en un sólo asesino impío. Pero,
¿dónde había empezado? ¿Qué había sido antes de que la primera pieza fuera robada?
Vi de nuevo una visión de piel oscura y curtida, una cabeza bulbosa y largas guadañas
como garras. Yo no era religioso y sabía casi nada acerca del ocultismo o lo
sobrenatural, pero la palabra que saltaba en mi mente era “demonio.” El Hijo de Sam
había llamado demonios a los monstruos en su vida. Me imaginé que si era lo
suficientemente bueno para el Hijo de Sam, lo era para mí.
Mi madre fue lo suficientemente inteligente para dejarme solo. Tiré mis orinadas ropas
en la lavandería cuando llegué a casa y me duché. Supuse que vio las ropas o las olió y
asumió que habría tenido uno de mis accidentes. Es raro para los que mojan la cama
perder el control estando despiertos, pero todas las razones por las que podrían
ocurrir—ansiedad intensa, tristeza o miedo—eran lo suficientemente sensibles que ella
evadió el tema esa noche y se quitó la frustración con la lavandería en vez de conmigo.
Cuando salí de la ducha, me encerré en mi cuarto y me quedé allí casi hasta el
mediodía del día siguiente, aunque estuve tentado a quedarme más tiempo. Era Día de
Acción de Gracias, y Lauren había rechazado venir; la tensión en la casa sería
abrumadora, después de lo que yo acababa de pasar, sin embargo, una cena tensa no
era nada. Me vestí y fui a la sala de estar.
“Hola, John,” dijo Margaret. Ella estaba sentada en el sofá y veía el final del desfile de
Macy.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Mamá miró hacia arriba desde el mostrador de la cocina. “Buenos días, cariño.” Ella
nunca me llamaba cariño a no ser que estuviera tratando de compensar algo. Gruñí
una vaga respuesta y vertí cereal en un plato.
“Debes estar hambriento,” dijo mamá. “Vamos a comer en unas cuantas horas, pero
anda—no has comido desde el almuerzo de ayer.”
Odiaba cuando era tan buena conmigo, porque parecía como si sólo lo hiciera en
emergencias. Era como un reconocimiento abierto de que algo estaba mal; prefiero que
las cosas se agraven en silencio.
Mastiqué mi comida lentamente, preguntándome que harían mamá y Margaret si
supieran la verdad—que yo no me había estado escondiendo por el miedo o el tumulto
emocional, sino porque estaba fascinado por las posibilidades de un asesino
sobrenatural. Había pasado la noche juntando pedazos del rompecabezas y el perfil
criminal, yo estaba encantado por lo bien que funcionaba todo. El asesino estaba
robando partes para reemplazar otras que no funcionaban más—Crowley tenía malos
pulmones, así que él consiguió unos nuevos y tenía sentido que él hubiese matado a las
otras víctimas por la misma razón. Su pierna solía ser dolorosa, pero ayer él había
caminado sin cojear y sin esfuerzo—había reemplazado su pierna mala con una que le
robó a Rask. El fango negro encontrado por cada víctima venía de las viejas y
degeneraba partes que descartaba. Las víctimas eran hombres viejos y grandes porque
Crowley era un hombre viejo y grande, y necesitaba partes del cuerpo que le encajaran.
La doble naturaleza de los violentos asesinatos y los metódicos resultados venían de la
propia doble naturaleza de Crowley—un demonio en el cuerpo de un hombre.
O, más correctamente, un demonio en un cuerpo formado por otros hombres. La
historia de cuarenta años que Ted Rask había encontrado en Arizona era
probablemente la misma cosa—probablemente el mismo demonio. ¿Habría allí más
demonios como él? ¿Había estado Crowley en Arizona hacía cuarenta años? Rask, a
pesar de ser un idiota exhibicionista, estaba en algo, y él murió por eso.
A lo largo de mis pensamientos, seguí yendo atrás, al asesinato mismo, y la sangre, y
los sonidos, y los gritos de un hombre moribundo. Supe, académicamente, que debería
molestarme más—que debería estar vomitando, o llorando, o bloqueando mis
recuerdos. En vez yo simplemente comí un plato de cereal, y pensé sobre lo que haría
ahora. Podría enviar a la policía a su casa, pero, ¿qué evidencia encontrarían? La
última muerte había sido un vagabundo que nadie podría recordar, y mucho menos
extrañar, y Crowley había hundido el cuerpo y toda la evidencia en el lago; él se estaba
volviendo más inteligente. ¿Drenarían el lago por una información anónima?
¿Buscarían en la casa de un hombre respetado por la palabra de un quinceañero? No
podía imaginar que lo hicieran. Si quería que la policía me creyera, tenía que llevarlos
a la escena de un asesinato—tenían que cogerlo poseído por el demonio. Pero, ¿cómo?
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
“John, ¿puedes ayudarme con el relleno?” Mamá estaba parada con la tabla para
cortar apio, viendo el desfile en el otro cuarto.
“Seguro”, dije y me levanté. Me pasó el chuchillo y un par de cebollas del refrigerador.
El cuchillo era casi idéntico con el cual el vagabundo había intentado matar a Crowley.
Lo levanté un poco, entonces corté a través de las capas de cebolla.
“Tiempo para el jugo,” dijo ella, y sacó al pavo del horno. Recogió una larga jeringa,
pinchó el pavo y apretó el émbolo. “Vi esto en la televisión ayer,” dijo ella. “Es caldo
de pollo, sal, albahaca y romero. Se supone que es muy bueno.” Por fuerza de hábito
empujó el émbolo justo encima de la clavícula del pavo, justo donde habría insertado
el tubo de la bomba en el cadáver. La vi inyectar el caldo e imaginé la agitación del
pavo, embalsamado con sal y sazonadores, llenándolo con artificial perfección
mientras una corriente espesa de sangre y horror goteaba del fondo y huía en la tierra.
Pelé la piel de la segunda cebolla, seca y como papel, y corté el bulbo a la mitad.
Mamá cubrió el pavo y lo puso de vuelta en el horno.
“¿No necesitamos poner el relleno dentro?” pregunté.
“En realidad no cocinas el relleno dentro del pavo,” dijo, hurgando en la alacena. “Ése
es un caso de intoxicación por alimentos a punto de pasar.” Retiró una pequeña botella
de vidrio con un poco de líquido café en el fondo. “Oh no, se nos está acabando. John,
¿cariño?”
Allí estaba la palabra de nuevo. “Sí.”
“¿Puedes ir donde los Watson y pedir un poco de vainilla? Seguro que Peg tiene un
poco; al menos alguien en esta calle tiene su cabeza bien puesta.”
Ésa era la casa de Brooke. No me había permitido pensar en ella desde que el doctor
Neblim me preguntó sobre ella—podía sentir mi fijación por ella, pensando mucho en
ella, entonces mis reglas intervinieron y me detuvieron. Quería decir que no, pero no
quería tener que explicar por qué. “Seguro.”
“Lleva un abrigo, está nevando de nuevo.”
Me puse mi chaqueta y bajé las escaleras hasta la funeraria. Estaba oscuro y silencioso;
lo amaba así. Podría tener que volver más tarde, si podía hacerlo sin hacer que mamá
sospechara. Salí a través de una puerta lateral y miré al otro lado de la calle a la casa
del señor Crowley. La nieve había cubierto todo con una manta blanca de cinco
centímetros. Nada estaba sucio después de nevar, al menos no que pudieras ver; la
superficie de cada auto, casa y alcantarilla estaba blanca y calma. Pesadamente pasé
por la nieve a donde los Watson, dos casas más allá y toqué el timbre.
Un grito ahogado vino a través de la puerta. “Yo abro.” Escuché pasos y Brooke
Watson abrió la puerta. Estaba usando jeans y una sudadera, con su rubio cabello
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Foro Dark Guardians
curvado en un moño sostenido en su lugar por un lápiz. La había evitado desde el
baile, cuando había retrocedido con cautela. Ahora ella sonrío—verdaderamente
sonrió—cuando me vio. “Hey, John.”
“Hey. Mi mamá necesita vainilla o algo así. ¿Ustedes tienen?”
“¿Cómo, helado?”
“No, es café, es para cocinar.”
“Mamá,” llamó ella, “¿tenemos vainilla?” La mamá de Brooke dio un paso en el
vestíbulo, limpiando sus manos en una toalla, y me hizo señas para que entrara.
“Vamos, pasa—no lo dejes esperando allí afuera, Brooke, lo congelarás hasta la
muerte.” Ella sonreía cuando lo dijo y Brooke se rió.
“Mejor pasas,” dijo ella con una sonrisa. Me sacudí la nieve de mis zapatos e ingresé,
Brooke cerró la puerta.
“Es tu turno, Brooke. ¡Ven!” gritó una voz aguda, vi al hermano menor de ella, y a su
padre, sentados en el piso con un juego de Monopoly extendido frente a ellos. Brooke
se dejó caer en el suelo e hizo rodar el dado, entonces contó su movimiento y gimió.
Su hermano pequeño, Ethan, rió con alegría cuando ella contó una pila de monedas de
juego.
“¿Muy helado allá afuera?” me preguntó el padre de Brooke. Él aún estaba en pijama,
con calcetines de lana gruesa para mantenerse abrigado.
“Es tu turno, papá, anda,” dijo Ethan.
“No está tan mal,” dije recordando anoche. “El viento se ha ido al menos.” Y yo no
me estoy escondiendo en los árboles mientras mi vecino arranca los pulmones de un
hombre, y eso es bueno, también.
La mamá de Brooke volvió al cuarto con un pequeño Tupperware 4 de vainilla. “Esto
debería ser suficiente,” dijo. “¿Te gustaría una taza de chocolate caliente?”
“¡A mí sí!” gritó Ethan, saltó y corrió hacia la cocina.
“No gracias,” dije. “Mamá necesita esto para algo, y debería volver pronto.”
“Si necesitas algo más sólo házmelo saber,” dijo con una sonrisa. “¡Feliz día de Acción
de Gracias!”
“Feliz Día de Acción de Gracias, John,” dijo Brooke. Abrí la puerta y ella se puso de
pie para seguirme. Se veía como si fuese a decir algo, entonces sacudió la cabeza y rió.
“Nos vemos en la escuela,” dijo y asentí.
4
Tupperware: Es una maraca registrada por el Químico Estadounidense Earl Silas Tupper quién creó un
recipiente plástico donde transportar comida herméticamente.
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Foro Dark Guardians
“Nos vemos en la escuela,”
Ella saludó con la mano mientras yo bajaba los escalones, mostrando una amplia
sonrisa. Fue dolorosamente hermoso y me forcé a alejar la mirada. Mis reglas estaban
muy arraigadas. Ella estaba más segura de esta forma.
Caminé penosamente de vuelta a casa, empujé la vainilla bien al fondo en mi bolsillo y
apreté mis manos en puños para abrigarme. Cada casa se veía igual en la nieve—un
césped blanco, un porche blanco, un techo blanco, las esquinas redondeadas y los
pasos entorpecidos. Nadie habría adivinado, manejando por allí, que en una de estas
casas habitaba una familia alegre, en otra habitaba una media familia miserable, y otra
escondía la guarida de un demonio.
***
La cena de Acción de Gracias pasó tan bien como se podía esperar en mi casa. Cada
canal daba una película familiar o un partido de futbol, mamá y Margaret miraban con
suavidad mientras comían. Arreglé mi silla para tener una buena vista de la casa de
Crowley, miré por la ventana durante toda la comida.
Mamá pasó los canales inquieta. Antes de que papá se fuera, Acción de Gracias era el
día del futbol, desde el inicio hasta el final, mamá se quejaba de esto cada año. Ahora
cambiaba los juegos agresivamente, deteniéndose más tiempo en los canales de nojuegos, como si fuera a darle un mayor status. Estos no le recordaban a Papá, así que
eran mejor que el resto.
Mis padres nunca se llevaron súper bien, pero todo se puso peor el año anterior a que
se fuera. Eventualmente, él se fue a un apartamento al otro lado de la ciudad, donde se
quedó por casi cinco meses mientras el divorcio se abría camino por el tracto intestinal
de las cortes locales. Me quedé con él cada dos semanas, pero incluso el más pequeño
contacto que hacían mientras hacían el cambio era mucho para ellos y eventualmente
ellos sólo se quedaban en lados opuestos del estacionamiento del supermercado, tarde
en la noche cuando estaba vacío, yo acarreaba mi almohada y mochila de un auto a
otro en la oscuridad. Tenía siete años. Una noche, a medio camino del auto de mamá,
escuché el motor de papá rugir; él encendió las luces altas y se puso en la carretera,
dobló la esquina y desapareció en un enojado sonido. Fue la última vez que lo vi.
Enviaba regalos en Navidad y a veces en mi cumpleaños, pero nunca había una
dirección de remitente. Era como si estuviera muerto.
Nuestra cena terminó con pastel de calabaza comprado en la tienda y un bote de crema
batida. El cuerpo del pavo estaba agazapado en el centro de la mesa como una araña;
pensé acerca de la muerte del hombre en el lago, extendí la mano y arranqué una
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
costilla del pavo con mis dedos. La televisión zumbó en el fondo. Hubo una marcada
ausencia de conflicto: esto era lo más cerca que mi casa estaba de ser feliz.
“Buenas tardes, bienvenidos a Five Line News. Soy Walt Daines.”
“Y yo soy Sarah Bello. Mucha gente está escogiendo celebrar su fiesta de Acción de
Gracias con un pavo frito, pero las frituras pueden ser peligrosas. Más en un minuto,
pero primero una actualización del asesino del Condado de Clayton quien hasta el
momento ha reclamado tres vidas, incluyendo a nuestro reportero Ted Rask. Aquí está
Carrie Walsh con el reporte.”
Nosotros tres nos sentamos derechos con los ojos pegados en la televisión.
“La ciudad de Clayton tiene miedo,” dijo la joven reportera parada en el Wash-n-Dry;
ella probablemente había estado atascada en este trabajo, porque era muy menor para
pasar por encima de cualquier otro. Estaba mucho más brillante en televisión de lo que
estaba afuera en este momento, supuse que probablemente ella había filmado este
segmento cerca de las dos de la tarde. “La policía patrulla las calles a todas horas del
día e incluso ahora a completa luz del día, estoy acompañada por una escolta armada
de oficiales de la policía.” La cámara fue hacia atrás para mostrar que ellas estaba
flanqueada por un oficial en cada lado. “¿A qué le tienen tanto miedo?” dijo. “Tres
asesinatos sin resolver, en el periodo de tres meses. La policía tiene muy pocas pistas,
pero el reportero investigador Ted Rask descubrió evidencia muy sensitiva, el asesino
lo mató por ello.” Su voz era constante, pero sus ojos estaban inyectados en sangre y
sus nudillos agarrando el micrófono estaban blancos como un hueso. Estaba aterrada.
“Hoy, asistidos por el Agente Forman del FBI, nosotros le traemos esa evidencia, para
ayudar a atrapar al asesino.”
La escena se desvió a algún tipo de establecimiento de registros y el agente del FBI
explicó en una voz en off la historia de Emmett T. Openshaw, un hombre de Arizona
que desapareció de su casa hace cuarenta y dos años. Mostraron una foto: era adulto,
pero no muy viejo—¿cuarenta, quizás? No soy muy bueno adivinando las edades. Él
parecía vagamente familiar, en la forma en que todas las fotos lo parecen—esa
persistente impresión en la parte trasera de tu cabeza que si la persona tenía un corte de
pelo moderno y ropas modernas, podría ser alguien a quien ves cada día. La policía
encontró sangre y signos de violencia, pero ningún cuerpo. Lo más importante, y la
razón por la que la historia estaba relacionada con el Condado de Clayton, también
habían encontrado un charco de lodo negro en el medio del piso de la cocina de ese
hombre. La policía tenía algunas teorías, las cuales la reportera nerviosamente explicó,
pero ninguna de ellas coincidía con lo que yo había visto—¿cómo podrían?
Miré la pantalla de la televisión e imaginé al señor Crowley en Arizona. Él golpeaba
en una puerta, este hombre la abría y Crowley le contaba alguna historia acerca de un
auto roto o mapa perdido. Le pedía pasar y el hombre se lo permitía y cuando le daba
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la espalda, Crowley arrancaba la garganta del hombre y se robaba su. . . ¿qué? La
policía nunca encontró el cuerpo así que nunca supieron que el asesino le robado una
parte.
Pero, ¿por qué escondería los cuerpos en ese entonces y ahora no esconde los tres
primeros? No tenía sentido. Retrocediendo en las clasificaciones del FBI, era como si
solía ser un asesino organizado, pero ahora no. Y ahora el ataque al vagabundo se
había vuelto a mover al lado organizado del espectro. ¿Por qué?
Las imágenes de las noticias cambiaron para mostrar al agente del FBI, sentando en
una suave oficina para una entrevista que debía haber sido filmada temprano. “Las
pruebas de ADN han continuado en el caso Clayton,” dijo el Agente Forman, “y el
lodo encontrado junto a las tres víctimas es compatible—el FBI no pudo identificar de
quién es el ADN, pero sabemos que es definitivamente de la misma persona.”
¿La misma persona? Eso no tenía ningún sentido tampoco. Si el lodo venía de los
órganos descartados, y cada órgano viene de un cuerpo diferente, ¿el ADN no debería
ser diferente cada vez? Esa clase de ciencia estaba un poco más allá de un nivel de
décimo grado, desafortunadamente, así que no podría descubrirlo yo mismo, y desde
que estaba basando mis teorías en información que el agente del FBI no tenía, él no
ofrecía ninguna otra explicación tampoco.
“Emmett T. Openshaw murió hace muchos años desafortunadamente, así que una
prueba de ADN no es posible,” dijo el Agente Forman, “y nada del lodo encontrado
en su casa fue guardado como evidencia. Francamente, no sabemos por qué o si quiera
si esta información es significante—sólo que el asesino lo quiere mantener en silencio.
Si esta información significa algo para ti, o si tienes algo que nos conduzca a todo, por
favor habla con la policía. Tu identidad se mantendrá confidencial. Gracias.”
La pantalla cambió a la reportera, quién asintió secamente y miró a la cámara. “Ésta es
Carrie Walsh con Five Live News. Volvemos contigo, Sarah.”
¿Alguna pista en absoluto? ¿Incluso la más absurda?
Era obvio que el demonio era más que la suma de sus partes. Él podía transformar sus
manos—una de las cuales perteneció a un granjero dos meses atrás—en garras
demoníacas. Necesitaba partes de cuerpos humanos, eso parecía más seguro, pero
cuando las absorbía se convertían en partes de él. Ellas tomaron sus propiedades y
fuerzas y, aparentemente, su firma de ADN.
Pero si eso era verdad, ¿por qué el ADN era reconocido como humano? ¿Los
demonios tenían ADN?
Absurdo o no, necesitaba ir a la policía. La única otra alternativa era tratar de pararlo
yo mismo, y ni siquiera sabía dónde empezar. ¿Dispararle? ¿Apuñalarlo? Él podía
sanar de una herida seria, así que dudaba que eso fuera a funcionar. A demás, sabía
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Dan Wells
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que sería un error. Había pasado mucho tiempo protegiéndome de pensamientos de
violencia para tropezar en esto ahora. El monstruo detrás del muro se tensó y gruñó,
despierto y ansioso por ser liberado. No permitiría dejarlo libre—¿quién sabe qué
haría?
Mi único dilema, de nuevo, era cómo hacer que la policía me creyera. Tenía que darles
más que sólo mi palabra—tenía que ofrecer alguna clase de evidencia. Si venían y
miraban la casa del señor Crowley, probablemente no encontrarían nada. Él estaba
siendo tan cuidadoso ahora, escondiendo muy bien sus huellas. Si quería que ellos
supieran a ciencia cierta, tenían que ver lo que yo—tenían que atraparlo en el acto,
salvar a la víctima y ver sus garras de demonio por ellos mismos.
El único camino que podía tomar era estudiarlo, seguirlo, llamarlos cuando hiciera su
movimiento. Tenía que convertirme en la sombra del señor Crowley.
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9
Traducido por Sanmar
Corregido por Caroliberta
L
a parte más difícil fue el primer paso: salir por la puerta, cruzando la calle hasta el
camino hacia el porche delantero del señor Crowley. Dudé antes de llamar. Si él
me había visto en el lago—en el caso de que tuviera alguna sospecha de que
conocía su secreto—podría matarme sigilosamente. Llamé a la puerta. Estábamos a
varios grados bajo cero, pero mantuve mis manos fuera de los bolsillos, listo para
mantener el equilibrio si tenía que correr.
La señora Crowley abrió la puerta. ¿También ella era un demonio?
“Hola, John, ¿cómo estás hoy?”
“Bien, señora Crowley ¿Y usted?” Oí un crujido en la casa detrás de ella—Era el señor
Crowley moviéndose lentamente de un cuarto a otro. ¿Sabría ella lo que era en
realidad?
“Estoy bien, cariño, ¿qué te ha llevado hasta aquí en esta tarde tan fría?” La señora
Crowley era vieja y menuda, el mayor estereotipo de ‘ancianita bondadosa’ que había
visto nunca. Llevaba gafas y se me ocurrió que el señor Crowley no—¿robaría ojos
nuevos cada vez que se le estropeaban los suyos?
“Nevó anoche,” dije. “Quería despejarles las aceras.”
“¿En Acción de Gracias?”
“Sí,” dije. “En realidad no tengo nada mejor que hacer.”
La señora Crowley sonrió pícaramente. “Sé porque estás aquí en realidad,” dijo.
“Quieres un poco de chocolate caliente.”
Sonreí—una cuidada y ensayada sonrisa diseñada para mostrarme exactamente como
un chico de doce años al que habían cogido haciendo una travesura. Había trabajado
en ella toda la noche. La señora Crowley me daba chocolate caliente cada vez que
limpiaba su nieve; era el único momento en el que era invitado a entrar. Estaba allí
hoy, porque necesitaba que me invitaran a entrar—tenía que ver si el señor Crowley
estaba saludable o enfermo y lo mal que estaba. Con el tiempo tendría que volver a
matar, y si quería llamar a la policía para cogerle en el acto, necesitaba saber
exactamente cuándo pasaría.
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“Pondré un poco en el hornillo ahora mismo,” dijo. “La pala está en el cobertizo.”
Cerró la puerta y anduve alrededor de la casa, mis pies crujían suavemente sobre la
nieve. Había empezado.
El señor Crowley vino al porche unos minutos más tarde, era la imagen de la salud;
andaba alto y estirado y no tosió ni una vez. Sus nuevos miembros trabajaban bien
para él. Anduvo hasta el borde de la barandilla y se quedó mirándome. Traté de
ignorarle, pero estaba demasiado nervioso como para darle la espalda. Me puse de pie
y me encaré con él.
“Buenas tardes,” dije.
“Buenas tardes, John,” respondió más jovial de lo que nunca lo había visto. No podría
decir si sospechaba de mí o no.
“¿Ha tenido un buen día de Acción de Gracias?” pregunté.
“Muy bueno,” dijo, “Muy bueno. Kay prepara un pavo delicioso, te diría—el mejor
del estado.”
No me estaba mirando, estaba mirando alrededor, hacia la nieve, los árboles, las casas,
todo. Casi diría que estaba contento y supongo que tiene sentido. Tenía un nuevo y
flamante par de sanos pulmones, literalmente, tenía una nueva vida. Me pregunté
cuánto tiempo le iba a durar.
No iba a matarme. No parecía sospechar que yo conocía su secreto en absoluto.
Satisfecho porque estaba a salvo por ahora, volví al trabajo.
Durante las siguientes dos semanas, pasé mis días limpiando la nieve y las noches
rezando, porque hubiera más. Cada dos o tres días encontraba una nueva excusa para
visitar a los Crowleys—limpiar otro montón de nieve, cortar leña o ayudar en las
compras. El señor Crowley era tan simpático como siempre, hablando, bromeando y
besando a su esposa. Parecía el modelo de la buena salud, hasta que un día atisbé un
laxante mientras desembolsaba la compra del mercado.
“Es su estómago,” dijo la señora Crowley con una sonrisa maliciosa. “Nosotros los
ancianos no podemos comer como solíamos, las cosas empiezan a venirse abajo”
“Pensaba que se veía bastante sano.”
“Sólo un pequeño problema con su digestión,” dijo. “No hay de qué preocuparse.”
Bueno, a menos que el señor Crowley tuviera sus ojos puestos en tu sistema digestivo.
Pero no tenía miedo por ella, probablemente no valía la pena robar los órganos de una
persona de setenta años, pero había algo más que eso. Él la trataba bien; la saludaba
con un beso cada vez que entraba a la habitación. Incluso si ella era tan sólo una
coartada, no le haría daño.
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Dan Wells
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El nueve de diciembre, a altas horas de la noche del sábado, el señor Crowley salió de
su casa y le quitó las placas de la matrícula a su coche. Estaba viéndole desde mi
ventana, completamente vestido y tan pronto como hubo guardado las placas y se
hubo marchado, me deslicé silenciosamente escaleras abajo y crucé la puerta principal.
El viento soplaba lo suficiente como para cortar con frialdad a través de la bufanda que
llevaba sobre la cara y tuve que montar despacio para mantener el equilibrio sobre las
carreteras heladas. Le había quitado los reflectores a mi bici, haciéndola apenas visible
en la negrura, pero no tenía miedo de ser atropellado. Las carreteras estaban
virtualmente vacías.
El señor Crowley también estaba conduciendo despacio y seguí sus luces traseras a
cierta distancia. Los únicos sitios abiertos a esa hora de la noche eran el hospital y el
Flying J, cada uno en un extremo de la ciudad. Asumí que iba al último para intentar
recoger a otro vagabundo, pero en cambio se dirigió lentamente hacia el diminuto
centro de la ciudad. Tenía sentido, probablemente estaría vacío a esta hora de la
noche, pero si encontraba a alguien podría matarlo impunemente. No había negocios
abiertos, ni casas, ni testigos que oyeran los gritos.
De pronto, otro coche dio la vuelta en la esquina, muy por delante de mí, y se detuvo
cerca del señor Crowley en un semáforo. Era un coche de policía. Me los imaginé
preguntándole si todo estaba en orden, si necesitaba algo, si había visto algo
sospechoso. ¿Le estarían preguntando acerca de sus matrículas perdidas? ¿Se habían
dado cuenta? La luz se puso verde y ellos se mantuvieron quietos un poco más,
después se fueron—los policías siguieron rectos y Crowley giró a la derecha. Pedaleé
duro para alcanzarlo, anticipando su ruta y bajando por una carretera lateral para
evitar la luz de las farolas. No quería que me vieran, ya fuera Crowley o los policías.
Cuando le volví a encontrar, Crowley estaba estacionado, hablando con un hombre en
la acera. Los vi durante unos instantes, fijándome en que el hombre se irguió dos veces
observando la calle; no estaba buscando nada, simplemente observando. ¿Sería el
elegido? Llevaba un anorak oscuro y una gorra de beisbol, muy lejos de ir lo
suficientemente abrigado con este tiempo y a esta hora de la noche. Crowley estaba
ofreciéndole casi con total seguridad que subiera: “Ven, aléjate del frio, subiremos la
calefacción y te llevaré hacia donde necesites. A mitad de camino, te destriparé como a
un pez.”
El hombre volvió a observar. Le miré sin respiración. Francamente no sé si lo quería
dentro o fuera del coche. Iba a llamar a la policía, por supuesto, pero ellos podrían no
llegar a tiempo. ¿Qué iba a hacer si moría ese tipo? ¿Debería abandonar mi plan y
simplemente correr para avisarle? Si lo salvara, Crowley tan sólo buscaría a cualquier
otro. No podría seguirle el resto de mi vida, advirtiendo a la gente. Tenía que aceptar
el riesgo y esperar el momento correcto.
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Foro Dark Guardians
El hombre abrió la puerta del copiloto y se metió en el coche de Crowley. Ya no había
vuelta atrás.
Había un teléfono público fuera de la gasolinera en Main, y si podía alcanzarlo a
tiempo, podría llamar a la policía y decirles cómo encontrar el coche. Ellos podrían
arrestar a Crowley, podrían dispararle; de un modo u otro todo acabaría. El coche de
Crowley giró hacia la derecha y yo hacia la izquierda, manteniéndome en las sombras
hasta que estuviera fuera de mi vista.
Cuando alcancé el teléfono público, cubrí el micrófono con mi bufanda, usando
guantes para mantenerlo todo libre de huellas dactilares. No quería que nadie llegara
hasta mí rastreando la llamada.
“911, ¿cuál es el motivo de la emergencia?”
“El Asesino de Clayton tiene otra víctima, en su coche, ahora mismo. Dígale a la
policía que busquen un Buick LeSabre blanco en algún lugar entre el centro y la fábrica
de madera.”
“El—” el asistente hizo una pausa. “¿Has dicho el Asesino de Clayton?”
“Le vi coger una nueva víctima,” dije, “envíen a alguien ahora.”
“¿Tiene alguna evidencia de que ese hombre es el asesino?” preguntó el asistente.
“Le he visto matar a alguien más,” dije.
“¿Esta noche?”
“Hace dos semanas.”
“¿Reportó este incidente a la policía?” El asistente sonaba casi. . . aburrido.
“No te estás tomando esto en serio,” dije. “Va a matar a alguien ahora mismo. ¡Trae a
la policía!”
“Un coche patrulla ha sido avisado para patrullar el área entre el centro y la fábrica de
madera de Clayton por motivos de una denuncia anónima,” dijo el asistente aburrido.
“La número trece de esta semana, podría añadir. ¿A no ser que quisieras darme un
nombre?”
“Te vas a sentir realmente estúpido por la mañana,” dije. “Envía algunos policías
ahora, voy a tratar de detenerlo.” Colgué y salté sobre mi bicicleta. Tenía que
encontrarlos.
Habían girado hacia la fábrica de madera hacía unos diez minutos. Ahora podrían
estar en cualquier parte, incluyendo el Lago Freak. Volví hacia la calle principal donde
habían doblado, para intentar seguir o adivinar el camino que habían tomado, pero a
mitad de camino oí como se cerraba fuertemente la puerta de un coche y fui a
investigar. A una manzana y media, rodeado de escaparates silenciosos y a la débil luz
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de la luna, el coche del señor Crowley estaba aparcado detrás de otro a un lado de la
carretera. Crowley estaba andando desde el maletero hasta un bulto en el suelo. A
medida que me iba acercando, pude ver que el bulto era un cuerpo tirado sobre una
lona. Ya era demasiado tarde.
Dejé mi bici en las sombras y me acerqué más a Crowley mientras estaba de espaldas.
Alcancé una esquina, quedando a tan sólo media manzana de distancia, y me metí en
el hueco de un escaparate. Pensé que el segundo coche sería el de la víctima, averiado
en el peor lugar posible, en la peor noche posible—en la oscuridad, lejos de oídos
humanos, y cerca del señor Crowley. Probablemente Crowley le había encontrado
buscando ayuda, y se ofreció para echar un vistazo.
Cerca del cuerpo, sobre la lona, había un montón de lodo negro y humeante—Crowley
ya había realizado el cambio, de estómago o de intestinos o de cualquier cosa que
necesitara esta vez, y había tenido la precaución de preparar un manto de tierra para
cubrir las nocivas pruebas. Estiró las esquinas de la lona y empezó a enrollarla justo
cuando los faros de la policía se hicieron visibles. Me agaché mientras pasaba por
delante de mí y pude ver a través de la esquina de cristal como el señor Crowley dejó lo
que estaba haciendo, agachó la cabeza y lentamente se puso de pie.
Uno de los policías bajó del coche y apuntó su arma tras la cobertura que le daba la
puerta abierta; la silueta del otro se recortaba en el asiento del conductor, hablando por
radio. El cuerpo estaba enrollado en la lona y escondido, pero había sangre en el suelo
a causa del ataque inicial.
“Ponga las manos arriba,” dijo el policía. Conocía a algunos de ellos en la ciudad, pero
no podía reconocer a éste en la oscuridad. “¡Túmbese en el suelo, ahora!”
El señor Crowley se dio la vuelta lentamente.
“¡Señor! ¡No se dé la vuelta! ¡Túmbese inmediatamente!”
Crowley volvió a encararles, alto y fornido frente a los brillantes focos. Su sombra se
extendía detrás de él a lo largo de una manzana, un gigante hecho de oscuridad.
“Gracias a Dios que están aquí,” dijo Crowley, “Acabo de encontrarlo. Creo que ese
asesino lo alcanzó.” Los pantalones de Crowley estaban empapados en la sangre de la
víctima; me sorprendió que incluso intentara esa mentira.
“Dese la vuelta y túmbese sobre su estómago,” dijo el policía. Su arma era como una
extensión de su brazo, negra y erguida. Las garras de Crowley estaban escondidas
ahora, se veía perfectamente humano, aunque perfectamente amenazante. Sus ojos
eran estrechos y sombríos, su boca era una línea recta bien cerrada, carente de
emociones.
“Dese la vuelta y túmbese sobre su estómago,” dijo el policía. “No se lo volveremos a
pedir.”
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Los ojos de Crowley parecían taladrar al oficial, y yo me preguntaba que estaría
sintiendo. ¿Enfado? ¿Odio? Miré más de cerca, de modo que pude ver el destello de
una luz en su mejilla. Lágrimas.
Estaba triste.
El policía del lado del conductor abrió su puerta y bajó del coche. Era más joven que
su compañero, y sus manos temblaban. Cuando habló su voz era vacilante. “Los
refuerzos están en camino—” dijo, pero antes de que pudiera terminar la frase,
Crowley se abalanzó sobre ellos, aún en su forma humana, pero gruñendo
furiosamente. El policía más viejo gritó una advertencia y ambos hombres empezaron
a disparar, bala tras bala chocando contra el pecho de Crowley. Él cayó al suelo.
“Santa—” dijo el policía joven.
El policía más viejo bajó su arma lentamente y miró a su compañero. “Sospechoso
abatido,” dijo. “Nunca pensé que esa pista fuera nada bueno—cual es ésta, ¿la tercera
en una noche?”
“Cuarta,” dijo el policía joven.
“Bien, ¿y qué estás esperando?” preguntó el mayor. “¡Llama a una ambulancia!”
En un instante, Crowley se había levantado de nuevo, encontrándose al lado del
policía viejo, su cara se había alargado de una forma inhumana, su boca era una caja
de irregulares colmillos. Garras de hueso blanco acuchillaron los intestinos del policía,
el cual murió casi al instante. Crowley, el demonio, saltó sobre el coche patrulla hacia
el joven policía, quien gritó y disparó salvajemente, dándole a la esquina trasera del
coche del señor Crowley justo antes de que el demonio saltara sobre él haciéndole caer
fuera de mi vista. El policía gritó una vez más y se detuvo.
La violencia cesó tan rápido como había empezado. Los policías, el demonio, las
armas, la calle, el frío cielo nocturno—todo estaba silencioso como una tumba.
Crowley llegó por el lateral del coche de policía un momento después, llevando los dos
cuerpos con su brazo derecho, el izquierdo le colgaba inútil a un lado. Volvía a ser
completamente humano. Desenrolló la lona y dejó caer los cuerpos cerca de su
primera víctima; se detuvo por un momento observando la escena—tres cadáveres, un
mar de sangre, dos coches extras y un agujero de bala en su brazo. Nunca sería capaz
de cubrirlo todo antes de que llegaran los refuerzos.
Crowley volvió al coche de policía y apagó las luces, la carnicería quedó en una silueta
grisácea. Rebuscó en su interior un poco más y no pude oír otra cosa que crujidos y
arañazos hasta que salió, tirando un par de paquetes negros sobre los cuerpos. Me
imaginé que era la cámara del coche patrulla, pero no había forma de estar seguro
desde esta distancia.
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Todavía quedaba tiempo. El policía había pedido refuerzos, pero incluso si no lo
hubiera hecho, alguien tendría que venir y encontrar a Crowley. No era posible que
escondiera todo esto.
Se quitó el abrigo y la camisa de franela, tirándolos sobre la lona y se quedó ahí, pálido
y semidesnudo bajo la luz de la luna. Su brazo izquierdo estaba gravemente herido a
causa de la bala y se lo tocó dejando escapar un gruñido. Abrió la mano derecha—sus
dedos se convirtieron suavemente en garras—y los apoyó en el hombro. Se colocó
cuidadosamente sobre la acera, preparándose para algo, y saltó cuando sonó
fuertemente el teléfono móvil de su cintura. Cogió el teléfono móvil con la mano
buena y descolgó llevándoselo a la oreja.
“Hola Kay. Lo siento, querida, no podía dormir.” Pausa. “No te lo dije porque no
quería despertarte. No te preocupes, cariño, no es nada. Sólo insomnio. Fui a dar una
vuelta con el coche.” Pausa. “No, no es mi estómago, me siento bien.” Miró a la pila
de cadáveres que tenía a sus pies. “De hecho, mi estómago está mejor de lo que ha
estado en semanas, querida. Sí, volveré pronto a casa, duérmete. Yo también te quiero,
cariño. Te quiero.”
Así que ella no era un demonio, no sabía nada sobre aquello.
Apagó el teléfono y a tientas lo devolvió a su sitio. Entonces extendió la mano y la
deslizó por su hombro izquierdo, desgarrando la carne y dejando el hueso libre con un
chasquido enfermizo. Me caí de la sorpresa. Él jadeó, cayendo de rodillas, y lanzó el
brazo hacia la primera víctima, donde comenzó a chisporrotear y a contraerse. Una
vez separado de quién sabe qué energía mantenía vivo al demonio, el miembro se
convirtió en lodo en cuestión de segundos.
Torpemente, con un sólo brazo, Crowley hizo lo mismo con el cadáver de uno de los
policías, quitándole el abrigo y seccionándole el brazo izquierdo. Juntó el miembro
con su mutilado hombro y asombrado, pude ver como la carne parecía querer
alcanzarlo, envolviéndolo y atrayéndolo más, soldándolo y fluyendo juntos como si
fuera masilla. Poco después, el brazo se movía, levantándose sobre el hombro y
Crowley empezó a hacerlo girar en círculos, primero pequeños y cada vez más y más
amplios, comprobando su peso y movimiento. Satisfecho, y temblando de frío, cogió
un puñado de bolsas de basura del maletero y empezó a empaquetar los cuerpos.
Me descubrí a mí mismo preguntándome de entre todas las cosas, por qué no cogió el
brazo de su primera víctima—¿por qué complicarse en desvestir al policía cuando tenía
un cuerpo perfectamente bueno a su lado, ya preparado y listo?
Oí un coche acercándose, ruedas que surcaban pesadamente la nieve y miré hacia
atrás. Una Pickup pasó a una manzana y media de distancia, por la calle principal, de
un rojo brillante bajo la luz de las farolas. No había podido ver el espeluznante trabajo
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del señor Crowley desde tan lejos y en medio de semejante oscuridad. El camión
continuó y su ruido de perdió en la distancia.
Crowley trabajó rápida y eficientemente, colocando a los policías en el maletero del
coche averiado de la primera víctima. El dueño del coche, bien envuelto en bolsas de
basura, fue a parar al maletero del coche de Crowley, junto a los restos de su ropa
metidos en bolsas, la lona ensangrentada y el hardware robado del coche de policía.
Era un plan ingenioso—cuando los investigadores encontraran a los policías, podría
parecer que eran las únicas víctimas y el dueño del coche sería el natural sospechoso.
Si Crowley escondía bien el cuerpo del hombre, nunca descubrirían que también había
sido una víctima aquella noche—en cambio, lo tomarían como el principal
sospechoso, mandando a la policía y al FBI fuera de la pista de Crowley durante
semanas.
Crowley se metió en su coche, arrancó y se fue. Nadie había venido. Él se había salido
con la suya.
Se enfrentó con dos policías armados y volvía sin un raspón—de hecho, en mejores
condiciones que cuando había empezado. La evidencia se había ido, y las pruebas que
había dejado apuntaban a otro. Tan pronto como hubo conducido hasta que pude
perderle de vista, corrí a mi bici y pedaleé tan rápido como pude en la otra dirección—
lo último que quería era que alguien me encontrará allí y me asociara con el crimen.
¿Cómo podría alguien detener a ese demonio? Era virtualmente imposible de matar y
demasiado fuerte e inteligente para la policía. Habían hecho todo lo que habían
podido, empleando todo su entrenamiento y habilidad—le habían acribillado a
balazos, por el amor de Dios—y ahora estaban muertos. Todos los que habían visto a
Crowley aquella noche estaban muertos.
Todos excepto yo.
Menuda estupidez ¿Qué podía hacer yo? ¿Advertir a más policías y llevarlos hacía su
muerte como había hecho con esos dos? Estaban muertos por mi culpa—Crowley les
había matado, pero sólo porque yo lo obligué a hacerlo. Él sólo había querido matar a
un hombre esta noche y gracias a mi intromisión, dos más estaban pudriéndose en un
maletero. No podía repetirse. Tal vez hubiera sido mejor dejarlo en paz, dejarlo matar
a su ritmo, uno al mes en vez de tres en una noche. Yo no sería el responsable de más
muertes.
Excepto que ya no estaba matando una vez al mes—su última víctima había sido hacía
menos de tres semanas. Estaba aumentando la velocidad—tal vez su cuerpo se estaba
echando a perder más rápido. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que empezase con uno
a la semana? ¿O al día? Tampoco quería ser responsable de esas muertes, no si podía
evitarlas.
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¿Pero cómo? Paré de pedalear y me senté en la bicicleta, en mitad de la calle,
pensando. No podía atacarle, incluso si tuviera un arma, ya había visto lo estúpida que
era esa idea. Si dos policías entrenados en combate no pudieron matarlo, entonces
estaba claro que yo tampoco podría. No así.
El monstruo detrás del muro se abrió paso, despierto y hambriento. Yo puedo hacerlo.
No.
¿No?
Tal vez podría. Eso era lo que me daba miedo, ¿verdad? ¿Qué pudiera matar a alguien?
Bueno, ¿y si ese alguien fuera un demonio? ¿No estaría bien eso?
No, no lo estaría. Me controlaba por una razón—las cosas en las que solía pensar, las
cosas por las que construí ese muro para prevenir, estaban mal. Matar estaba mal. No
lo haría.
Pero si no lo hacía, el señor Crowley lo haría de nuevo, una y otra vez.
“¡No!” dije en voz alta—enfadado conmigo mismo, enfadado con Crowley.
¡Enfádate! ¡Déjalo salir!
No. Cerré los ojos. Sabía que tenía un lado oscuro y sabía de lo que era capaz, de lo
mismo que los asesinos seriales. Había leído sobre ello y estudiado sobre lo que podían
hacer. Maldad. Muerte. Las mismas muertes de las que era capaz el señor Crowley.
No quería ser como él.
Pero si paraba cuando hubiera terminado, no sería como él. Si lo detenía a él y después
conseguía detenerme a mí mismo, nadie más tendría que morir.
¿Podría hacerlo? Una vez tirado abajo el muro, ¿podría reconstruirlo?
¿Acaso tenía otra opción? La alternativa era contárselo a alguien, pero si eso llevaba a
algún inocente a una muerte segura, aunque sólo fuera uno, entonces sería la peor.
Sería mejor que lo matara yo mismo. Significaría menos muertes, menos dolor para
todos. Nadie sufriría en absoluto, excepto Crowley y yo.
Si lo hacía, tendría que ser cuidadoso. Crowley era una criatura de pura potencia,
demasiado poderoso como para enfrentarle cara a cara. Las estrategias que había
estudiado, los asesinos que yo podría imitar, estaban especializados en aplastar a los
débiles, dominando a aquellos que no podían defenderse solos.
De repente me hice a un lado, girando mi cabeza y vomitando sobre la carretera.
Había siete personas muertas, siete en tres meses. Y él estaba tomando velocidad.
¿Cuántos más morirían si no le detenía?
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Podía hacerlo, todo el mundo tiene debilidades, hasta los demonios. Él mataba a causa
de una, después de todo—su cuerpo se estaba cayendo a pedazos. Si tenía una
debilidad, podría tener más. Si conseguía encontrarlas y explotarlas, acabaría con él.
Podía salvar la ciudad, el país y el mundo. Podía detener al demonio.
Y lo haría.
No más preguntas, basta de esperar. Había tomado mi decisión, era el momento de
derribar el muro, de tirar las reglas que había creado para mí mismo.
Era el momento de dejar salir al monstruo.
Volví a subirme en la bicicleta y monté hasta llegar a casa, derribando las reglas a
medida que iba llegando. Ladrillo tras ladrillo, el muro se vino abajo y el monstruo
estiró las piernas, flexionó las garras, se lamió los labios.
Mañana, cazaríamos.
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Traducido por verittooo
Corregido por Caroliberta
N
os levantamos el día siguiente con una fresca nevada—apenas unos centímetros,
pero justo la excusa que necesitaba. Era una mañana de domingo inactivo, pero
crucé la calle a las ocho en punto, pala en mano. El auto de Crowley estaba en el
camino de entrada, cubierto de nieve, y me detuve sorprendido cuando me di cuenta
de que el agujero de bala en la esquina trasera había sido reemplazado una enorme y
arrugada abolladura. Las luces estaban destrozadas, y la pintura se había descascarado.
Parecía como si hubiera estado en un accidente automovilístico. Lo estudié por otro
momento, preguntándome qué había pasado, después caminé hacia el porche y toqué
el timbre.
El mismo señor Crowley atendió la puerta—alegre, humano, y viéndose tan inocente
como cualquier hombre podría verse. Lo vi matar a cuatro personas en el último mes,
pero aún así, casi dudé—sólo por un segundo—que un hombre como él pudiera
lastimar una mosca.
“Buenos días, John, qué te trae—bueno ya veo, sí nevó. No se te escapa una, ¿no es
así?”
“No, es verdad.”
“Bueno, no hay prácticamente nada ahí,” dijo, “y no necesito ir a ningún lugar hoy.
Por qué no lo dejas, y le damos la oportunidad de que caiga algo más antes de que te
tomes todo el trabajo. No tiene sentido pasar la pala dos veces.”
“No es trabajo, señor Crowley,” dije.
“¿Quién está en la puerta?” llamó la señora Crowley, apareciendo desde el interior de
la casa. “Oh, Buenos días, John. ¡Bill, aléjate de la puerta, vas a llamar a tu muerte!”
El señor Crowley se rió. “Estoy bien, Kay, lo prometo—ni siquiera un estornudo.”
“Estuvo levantado toda la noche,” dijo la señora Crowley, envolviendo un abrigo
alrededor de los hombros de él, “Dios sabe haciendo qué y dónde, y entonces me dice
que estrelló el auto. Será mejor que le echemos un vistazo al daño, ahora que hay luz
afuera.”
Le disparé una mirada al señor Crowley, que guiñó un ojo y se rió. “Derrapé un poco
en el hielo anoche, y ella piensa que fue un complot comunista.”
“No te burles, Bill, esto es—oh Señor, es peor de lo que pensaba.”
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“Estuve conduciendo anoche,” dijo el señor Crowley, saliendo para reunirse con
nosotros en el porche, “y derrapé con el hielo cerca del hospital—fui directamente
fuera de la carretera y hacia una pared de cemento. El mejor lugar para hacerlo, sin
embargo—un puñado de enfermeras y doctores estaba ahí a los pocos segundos para
asegurarse de que estuviera bien. Sigo diciéndole que estoy bien, pero ella sigue
preocupada.” Puso un brazo alrededor de sus hombros, y ella giró para abrazarlo.
“Sólo estoy agradecida de que estés bien,” dijo ella.
Asumiendo que se deshizo del cuerpo apropiadamente, la bala en el auto era el último
poco de evidencia que podría conectarlo con los asesinatos, pero él se había encargado
de eso admirablemente. Tenía que darle crédito, era bastante bueno en cubrir sus
huellas. Todo lo que tenía que hacer era sacar la bala y golpear esa esquina del auto
contra una pared lo suficientemente fuerte para esconder el daño previo. Haciéndolo
en el hospital había sido especialmente inteligente—ahora tenía todo un grupo de
testigos que pensaban que sabían exactamente lo que había pasado con su auto, y si los
presionaban, también podrían testificar que él había estado en el lado opuesto del
pueblo del lugar de los asesinatos. Había enterrado las evidencias y se había dado una
coartada al mismo tiempo.
Me volteé para verlo con nuevo respeto. Él era listo, muy bien—pero, ¿por qué ahora,
y no antes? Si era tan inteligente, ¿por qué dejó a los tres primeros cuerpos donde
cualquiera pudiera encontrarlos? Se me ocurrió que tal vez era nuevo en esto, y justo
ahora estaba aprendiendo cómo hacerlo bien. Tal vez él no había matado a ese hombre
en Arizona después de todo—o quizás había habido algo diferente sobre esa muerte
que no lo había preparado para esto.
“John,” dijo la señora Crowley, “quiero que sepas que apreciamos todo lo que haces
por nosotros—no podemos volver a las últimas semanas sin encontrarte ahí para
ayudar.”
“No es nada,” dije.
“Tonterías,” dijo ella. “Éste es uno de los peores inviernos en años, y somos
demasiado viejos para pasarlo solos—tú has visto cómo la salud de Bill viene y va. Y
ahora algo como esto, bueno, es bueno saber que nuestros vecinos nos están
cuidando.”
“No tenemos hijos propios,” dijo el señor Crowley, “pero tú eres prácticamente un
nieto para nosotros. Gracias.”
Los miré a ambos, estudiando las señales de gratitud que había llegado a reconocer en
ellos—sonrisas, manos entrelazadas, algunas lágrimas en las esquinas de los ojos de la
señora Crowley. Esperaba sinceridad de ella, pero incluso el señor Crowley parecía
emocionado. Levanté la pala y empecé a despejar los escalones.
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“No es nada,” dijo nuevamente.
“Eres un chico dulce,” dijo la señora Crowley, y ambos volvieron a entrar.
De algún modo se sintió apropiado que la única persona que pensaba que yo era dulce
era una mujer que vivía con un demonio.
***
Pasé el resto de la mañana limpiando sus veredas y caminos de entrada, y pensando
sobre cómo matar al señor Crowley. Mis reglas seguían saltando a mi mente,
espontáneamente—estaban demasiado arraigadas como para irse sin dar pelea. Pensé
en diferentes formas de matarlo, e inmediatamente me encontré diciendo cosas
agradables sobre él. Recorrí todo su horario en mi cabeza, e inmediatamente me sentí
desviar hacia otros temas. Dos veces, dejé de palear y me giré para ir a casa,
subconscientemente intentando distraerme antes de que se convirtiera en una obsesión.
Mis viejas reglas me hubieran dicho que ignore al señor Crowley durante una semana
completa, como me he forzado a ignorar a Brooke, pero las cosas eran diferentes
ahora, y las reglas se tenían que ir. Me había estado entrenando por años para
mantenerme alejado de la gente, para desterrar cualquier afecto que intentaba
formarse, pero todas estas barreras necesitaban derribarse; todos esos mecanismos
necesitaban ser apagados, o guardados, o destruidos.
Fue escalofriante al principio—como sentarse muy quieto mientras una cucaracha se
sube a tu zapato, sigue por tu pierna, y se mete debajo de tu camiseta, y no la alejas.
Me imaginé a mí mismo cubierto de cucarachas, arañas, sanguijuelas, y más, todas
retorciéndose, sondeando, y degustando, y yo tenía que permanecer inmóvil, y
acostumbrarme completamente a ellos. Necesitaba matar al señor Crowley (un gusano
arrastrándose sobre mi cara), quería matar al señor Crowley (un gusano arrastrándose
hacia mi boca), quería acuchillarlo (un enjambre de gusanos arrastrándose encima
mío, enterrándome)—
Los escupí y temblé, volviendo a la realidad, parado en la acera y alejando la nieve.
Esto tomaría un tiempo.
“¡John, entra y toma algo de chocolate!” Era el señor Crowley, llamándome desde la
puerta abierta. Terminé los últimos metros de acera, y entré para sentarme en la mesa
de la cocina y sonreí educadamente, preguntándome si acuchillar al señor Crowley
podría siquiera funcionar. Recordé el tajo en su estómago cuando robó los pulmones
del vagabundo, sellándose como una bolsa Ziploc. Podía curarse después de un
aluvión de disparos. Sonreí otra vez, tomé otro sorbo de chocolate, y me pregunté si
podía hacer que le volviera a crecer la cabeza.
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Pensamientos oscuros llenaron el resto de mi día, y una por una, destrocé mis reglas.
Cuando fui a la escuela a la mañana siguiente me sentí demacrado y aterrado—como
una nueva persona en un cuerpo viejo que apenas le queda. La gente me miraba por
encima, ignorándome como siempre, pero eran un par de ojos nuevos los que
devolvían la mirada, una mente nueva que miraba el mundo a través de este caparazón
extraño. Caminé por los pasillos, me senté en las clases, y miré a las personas a mí
alrededor como si las viera por primera vez. Alguien me empujó entre clases y lo seguí
a lo largo del pasillo, imaginando cómo sería vengarme lentamente, pedazo por
pedazo, mientras lo colgaba de un gancho en el sótano. Sacudí la cabeza y me senté en
las escaleras, respirando pesadamente. Esto no estaba bien; contra esto había luchado
toda mi vida. Los niños pasaban rápidamente como ganado en un matadero, como
sangre en una red de arterias. La campana sonó fuertemente y desaparecieron como
cucarachas, dispersándose y agrupándose hacia sus agujeros. Cerré mis ojos y pensé
acerca del señor Crowley. Por eso es que estás haciendo esto, a él es al que quieres. Deja en paz
al resto. Volví a respirar hondo y me puse de pie, limpiando el sudor de mi frente. Tenía
que ir a clases. Tenía que ser normal.
A mitad de clases, el director convocó a todos los profesores a una reunión especial.
Mi profesora de inglés, la señorita Parker, regresó quince minutos después, más pálida
de lo que había visto alguna vez en un cuerpo con vida. El salón quedó en silencio en
cuanto entró, y la vimos caminar lentamente hacia su escritorio, y sentarse
pesadamente, como si el peso de todo el mundo estuviera en sus hombros. Tenía que
ser algo relacionado con el asesino. Me preocupé por un momento de que Crowley
hubiera vuelto a matar, y me lo hubiera perdido, pero no. Era demasiado pronto.
Tenían que haber encontrado a los cuerpos de los policías.
Después de un minuto de silencio mortal, nadie se atrevía a hablar, la señorita Parker
levantó la mirada.
“Volvamos al trabajo.”
“Espere,” dijo Rachel, una de las mejor amigas de Marci. “¿No va a decirnos qué está
pasando?”
“Lo siento,” dijo la señorita Parker, “es sólo que recibí una muy mala noticia. No es
nada.” Entrecerró los ojos tan pronto como lo dijo, sus ojos rojos, y me pregunté si
empezaría a llorar.
“Suena como si todos los profesores recibieron muy malas noticias,” dijo Marci. “Creo
que nos merecemos saber qué fue.”
La señorita Parker frotó sus ojos y negó con la cabeza. “Debería estar manejando
mejor esto. Por eso le dijeron primero a los profesores—para poder hacérselo más fácil
al resto de ustedes. Obviamente no estoy haciendo un muy buen trabajo.” Secó sus
ojos y miró hacia arriba. “El director Layton nos acaba de informar que han
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encontrado dos cuerpos más.” Hubo un jadeo colectivo por parte de los estudiantes.
“Los cuerpos de dos policías fueron encontrados en el baúl de un auto en el centro de
la ciudad.”
Brooke no estaba en mi clase en este periodo, y me pregunté si su profesor estaba
compartiendo la misma noticia. ¿Cómo reaccionaría Brooke ante esto?
“¿Es el mismo tipo?” preguntó un chico llamado Ryan, dos filas detrás de mí.
“Ellos piensan que sí,” dijo la señorita Parker. “Las. . . heridas. . . en las víctimas se
parecen a las de las primeras tres. Y tenía la misma. . . cosa, la cosa negra.”
“¿Saben los nombres de los policías?” preguntó Marci. Ella estaba blanca como una
hoja. Su papá era policía.
“No era tu papá, cariño. Él es el que encontró el auto y llamó para reportarlo.”
Marci estalló en lágrimas, y Rachel se levantó para abrazarla.
“¿El asesino tomó algo de los cuerpo?” preguntó Max.
“En verdad no creo que eso sea apropiado, Maxwell,” dijo la profesora.
“Apuesto a que lo hizo,” gruñó Max.
“Sé que esto es difícil,” dijo la señorita Parker. “Créanme, yo. . . bueno, estoy tan
conmocionada como ustedes. Sólo tenemos a una consejera escolar, y cualquiera es
libre de ir a hablar con ella si quieren, pero si quieren hablar conmigo, o ir al baño, o
sentarse en silencio. . . o nosotros podemos hablar sobre esto como clase. . .” Escondió
el rostro en sus manos. “Ellos dicen que no debemos preocuparnos—que el patrón es
consistente, o algo así—no sé cómo se supone que eso debe confortarlos, y yo lo siento
tanto. Desearía saber qué decir.”
“Significa que sus métodos no han cambiado,” dije. “Están preocupados de que
pensemos que él está empeorando, porque dos cuerpos fueron encontrados esta vez en
lugar de uno.”
“Gracias, John,” dijo la señorita Parker, “pero no necesitamos obsesionarnos en los. . .
métodos criminales.”
“Sólo estoy explicando lo que querían decir los policías,” dije. “Ellos obviamente
piensan que eso nos hará sentir mejor.”
“Gracias,” dijo ella, asintiendo.
“Pero él sí mató a dos esta vez,” dijo Brad. Él y yo solíamos ser amigos, cuando
éramos pequeños, pero han pasado años desde que hicimos algo juntos. “¿Cómo
pueden decir que sus métodos no han cambiado?”
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La señorita Parker pensó por un momento sobre qué decir, pero devolvió una mirada
perdida. Después de un momento se volvió hacia mí. Yo era el experto.
“El punto que están tratando de hacer,” dije, “es que el asesino se tiene bajo control. Si
estuviera matando a un tipo diferente de víctima, o si estuviera matando más
viciosamente, o más frecuentemente, significaría que algo ha cambiado.” Todos los
ojos estaban sobre mí, y por una vez no estaban frunciendo el ceño o burlándose—
estaban escuchando. Me gustó. “Verán, los asesinos seriales no atacan aleatoriamente,
tienen necesidades específicas y problemas mentales que determinan todo lo que
hacen. Por alguna razón, este tipo necesita matar adultos masculinos, y esa necesidad
se acumula más y más hasta que no puede controlarla, y la suelta. Ese proceso toma
como un mes, en su caso, que es el por qué tenemos una víctima por mes.” Eran todas
mentiras—él estaba matando más frecuentemente, y no era un asesino serial regular, y
su necesidad era física en vez de mental—pero era lo que la policía estaba pensando, y
era lo que la clase quería oír. “La buena noticia es que esto significa que él no matará a
nadie en este salón.” Hasta que se desespere y suceda que estés en el lugar equivocado
en el momento equivocado.
“Pero hubieron dos víctimas,” dijo Brad otra vez. “Eso es el doble de personas esta
vez—eso me parece una gran diferencia a mí.”
“Él no mató a dos personas porque está empeorando,” dije, “mató a dos porque fue
estúpido.” No quería dejar de hablar—todavía estaba demasiado encantado de que
estuvieran escuchando de verdad. Yo estaba hablando acerca de lo que amaba, y nadie
me callaba, o decía que era un fenómeno; querían escuchar. Era un subidón de poder.
“Ustedes han visto la forma en que sólo deja los cuerpos a la vista para que cualquiera
los encuentre—probablemente sólo se abalanza sobre ellos al azar, agarrando al primer
tipo que pase, matándolo, y escapando. Esta vez el tipo resultó ser un policía, y los
policías tienen compañeros, y se dio cuenta demasiado tarde de que no podía matar a
uno sin matar a ambos, si quería salirse con la suya.”
“¡Cállate!” gritó Marci, parándose. “¡Cállate, cállate, cállate!” Ella me arrojó un libro,
pero siguió de largo y chocó contra la pared. La señorita Parker se levantó de un salto
para detenerla.
“Cálmese todo el mundo,” dijo la señorita Parker. “Marci, ven conmigo—toma su
bolso, Rachel. Eso es, vamos.” Ella puso su brazo alrededor de Marci, y la guió
cuidadosamente hacia la puerta. “El resto de ustedes quédense aquí, y quédense
tranquilos. Volveré tan rápido como pueda.” Ellas dejaron el salón y nosotros nos
sentamos allí por varios minutos, al principio en silencio, después en bajos murmullos
de conversaciones privadas. Alguien pateó mi silla y me dijo que dejara de ser un
idiota, pero Brad se acercó para hacerme una pregunta.
“¿De verdad piensas que sus métodos siguen iguales?” preguntó Brad.
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Foro Dark Guardians
“Por supuesto que no,” dije. Sin la señorita Parker podía ponerme un poco más vívido
en mi discusión. “Él solía atacar a una persona indefensa en cada ataque, y esta vez
mató a dos policías armados. Eso es un ascenso, ya sea que quieran decírnoslo o no.”
“Mierda, hombre,” dijo él. Los chicos a su alrededor negaron con la cabeza.
“Esto pasa todo el tiempo con los asesinos seriales,” dije. “Cualquiera que sea su
necesidad, una muerte al mes ya no lo está satisfaciendo. Es como una adicción—
después de un tiempo, un cigarrillo no es suficiente, así que necesitas dos, luego tres,
después todo un paquete, o lo que sea. Está perdiendo el control, y va a empezar a
matar mucho más frecuentemente.”
“No, no lo hará,” dijo Brad, inclinándose más. “Encontraron estos cuerpos en un auto,
lo que significa que pueden encontrar a este bastardo rastreando sus patentes. Y
entonces voy a ir a su casa y matarlo yo mismo.” Los otros chicos asintieron
sombríamente. La caza de brujas había comenzado.
***
Brad no era el único que quería venganza. La policía no reveló el nombre del dueño
del auto, pero un vecino lo reconoció en las noticias de las seis y para las noticias de las
diez, había una multitud fuera de la casa del tipo, tirando piedras y gritando por
sangre. Carrie Walsh todavía estaba atascada con esta noticia, y la cámara la mostraba
agazapada junto a la camioneta de noticias mientras la muchedumbre gritaba aireadas
frases pegadizas hacia la casa.
“Esta es Carrie Walsh con Five Live News, con ustedes desde el Condado de Clayton,
donde los ánimos, como pueden ver, están ardiendo peligrosamente.”
Reconocí al padre de Max en la multitud, gritando y sacudiendo su puño. Todavía
usaba su cabello muy corto, estilo infantería, por su tiempo en Irak, y su rostro estaba
rojo por la ira.
“La policía está aquí,” dijo Carrie, “y lo ha estado desde antes de que la muchedumbre
se formara. Éste es el hogar de Greg y Susan Olson, y su hijo de dos años. El señor
Olson es contratista y dueño del auto donde fueron encontrados los dos policías
muertos esta mañana. El paradero del señor Olson siguen desconocidos, pero la policía
lo está buscando en relación con los asesinatos. Ellos están aquí hoy para ambas cosas,
interrogar a su familia, y para protegerlos.”
En ese momento, la multitud empezó a gritar más fuerte, y la cámara giró y enfocó a
un hombre—el mismo agente del FBI de antes, el Agente Forman—guiando a la mujer
y al niño fuera de la casa. Un policía local los seguía con una maleta, y algunos más
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trabajaban para mantener a la muchedumbre atrás. Carrie y su camarógrafo
empujaron a través de la multitud, y ella le gritó preguntas a la policía. Los oficiales
ayudaron a la señora Olson y a su hijo a entrar a una patrulla, y el Agente Forman se
acercó a la cámara. De cada lado, gente furiosa gritaba y cantaba, “casada con un
asesino.”
“Disculpe,” dijo Carrie, “¿puede decirnos qué está pasando aquí?”
“Susan Olson está siendo puesta bajo custodia, por su propia seguridad y por la de su
hijo.” El hombre habló rápidamente, como si hubiera preparado la declaración antes
de dejar la casa. “En este momento, no sabemos si el señor Greg Olson es un
sospechoso o una víctima, pero él es ciertamente una persona de interés en este caso, y
estamos trabajando a contra reloj para encontrarlo. Gracias.” El Agente Forman
ingresó en el auto y se alejó manejando, dejando a varios oficiales de policía atrás para
calmar a la multitud y restablecer el orden.
Carrie lucía como si quisiera estar lo más cerca posible de la policía, sus manos estaban
temblando, pero encontró a un miembro de la muchedumbre y comenzó a
entrevistarlo—con sorpresa, me di cuenta que era el señor Layton, mi director.
“Discúlpeme señor, ¿puedo hacerle algunas preguntas?”
El señor Layton no estaba vociferando como la mayoría en la multitud, y se veía
avergonzado de estar de repente ante la cámara; me imaginé que se conseguiría una
buena charla de la junta escolar la mañana siguiente. “Um, seguro,” dijo,
entrecerrando lo ojos ante la luz de la cámara.
“¿Qué puede decirnos sobre los sentimientos en su pueblo hoy?”
“Bueno, mire a su alrededor,” dijo él. “La gente está enojada—están muy enojados. La
gente se está dejando llevar. Las muchedumbres siempre son estúpidas, lo sé, excepto
por ese breve momento en el que tú estás en una, y entonces tienen mucho sentido. Yo
ya me siento estúpido sólo por estar aquí,” dijo, mirando a la cámara una vez más.
“¿Siente que este tipo de cosas volverá a pasar con la siguiente muerte?”
“Puede volver a pasar mañana,” dijo el señor Layton, levantando las manos. “Puede
volver a pasar cuando sea que algo irrite a la gente. Clayton es una comunidad muy
pequeña—probablemente todos en el pueblo conocían a una de las víctimas, o vivía en
uno de sus vecindarios. Este asesino, quien quiera que sea, no está matando
extraños—nos está matando a nosotros; está matando personas con caras, nombres y
familias. Yo honestamente no sé cuánto tiempo esta comunidad pueda contener ese
tipo de violencia sin explotar.” Le entrecerró los ojos a la cámara de nuevo, y la
imagen se cortó.
A su alrededor, la muchedumbre se estaba dispersando, ¿pero por cuánto tiempo?
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Sólo tomó unos pocos días para que nuevas evidencias de ADN salieran a la luz, todas
exonerando a Greg Olson, y la policía lo empapeló por todas las noticias en un intento
de devolverles a la señora Olson y a su hijo un poco de sus vidas. La policía, por
supuesto, había limpiado la nieve en la escena del ataque y encontrado la acera
cubierta con sangre, la mayoría estaba casi segura que era del mismo Olson, en
cantidades que lo hacían casi seguro otra víctima. Los rumores se empezaron a
desparramar sobre un tercer juego de marchas de neumáticos, balas fantasmas que
habían sido disparadas pero no encontradas, y, el más contado de todos, un tipo de
ADN que era compatible con la misteriosa sustancia negra—sólo que esta vez, el ADN
no había salido del lodo, sino de una mancha sangrienta dentro del coche de policías.
Eso significaba que hubo cuatro personas en la escena de los asesinatos, no tres, y los
forenses del FBI estaban seguros de que la cuarta, no Greg Olson, era el asesino.
Por supuesto, algunas personas empezaron a sospechar que había una quinta.
“Te ves diferente hoy,” dijo el doctor Neblin en nuestra sesión semanal de los jueves.
Había estado derribando mi sistema de reglas por cinco días ya.
“¿Qué quieres decir?” pregunté.
“Sólo estás. . . diferente,” dijo. “¿Algo nuevo?”
“Siempre preguntas lo mismo junto después de que alguien muere,” dije.
“Siempre estás un poco diferente después de que alguien muere,” dijo Neblin. “¿Qué
piensas sobre eso esta vez?”
“Intento no hacerlo,” dije. “Ya sabes, reglas y todos eso. ¿Qué piensas tú sobre eso?”
Neblin pausó por sólo un momento antes de responder.
“Tus reglas nunca te habían detenido de pensar sobre las muertes antes,” dijo él.
“Hemos hablado bastante de ellas.”
Ese fue un error estúpido. Estaba tratando de actuar como si todavía estuviera
siguiendo mis reglas, pero aparentemente no era muy bueno en eso. “Ya sabes, yo
sólo. . . parece diferente ahora, ¿no lo crees?”
“Claro que sí,” dijo el doctor Neblin. Él esperó a que dijera algo, pero yo no pude
pensar en nada que no sonara sospechoso. Nunca intenté esconderle nada a Neblin
antes—era difícil.
“¿Cómo va la escuela?” preguntó.
“Bien,” dije. “Todos tienen miedo, pero es bastante normal supongo.”
“¿Tú tienes miedo?”
“No realmente,” dije, aunque estaba más asustado de lo que nunca lo había estado,
sólo que no por alguna razón que él supiera. “El miedo es. . . es una cosa extraña,
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cuando piensas en ello. La gente sólo está asustada por otras cosas, nunca tienen
miedo de sí mismos.”
“¿Deberían tener miedo de sí mismos?”
“El miedo es sobre cosas que no puedes controlar,” dije, “el futuro, o la oscuridad, o
alguien intentando matarte. No tienes miedo de ti mismo, porque siempre sabes qué es
lo que vas a hacer.”
“¿Tienes miedo de ti mismo?”
Miré por la ventana y vi a una mujer en la acera, parada en una acumulación de nieve
y mirando al tráfico. “Es como esa mujer,” dijo, señalándola. “Ella podría tener miedo
de que un auto la golpee, o de que el hielo la haga resbalar, o que el otro lado de la
calle no tenga ningún lugar donde pararse, pero no tiene miedo de cruzar la calle—
cruzar en su propia decisión, y está lista para lograrlo, sabe cómo hacerlo, y debe ser
bastante fácil. Ella va a esperar hasta que no haya autos, pisará cuidadosamente el
hielo, y hará todo dentro de su control para mantenerse a salvo. Pero son las cosas que
no puede controlar las que la asustan. Cosas que le pueden pasar, no cosas que hace.
Ella no se queda en la cama en la mañana y dice ‘espero no encontrarme con ninguna
calle hoy, porque tengo miedo de intentar cruzarla.’ Ahí va.”
La mujer vio una brecha en el tráfico y se apuró a través de la calle. No pasó nada.
“A salvo,” dije. “No pasó nada en lo absoluto. Ahora ella volverá al trabajo, donde
pensará sobre otras cosas a las que le teme—‘espero que mi jefe no me despida; espero
que la carta llegue a tiempo; espero que el cheque no rebote.’”
“¿La conoces?” preguntó Neblin.
“No,” dije, “pero está a pie en esta parte del pueblo a las cuatro de la tarde, así que
sólo hay un par de cosas que puede estar haciendo—probablemente no fue a buscar
nada, porque no estaba cargando con nada más que un bolso, así que el banco o la
oficina de correo parecen las opciones más obvias.” Me detuve de repente, volví a
mirar a Neblin. Nunca había teorizado sobre las personas frente a él antes—mis reglas
nunca me habían dejado pensar tanto sobre extraños al azar. Quería acusarlo de
haberme engañado, pero él no había hecho nada, sólo me había dejado hablar. Miré
sus ojos, buscando alguna señal de que supiera el significado de lo que había estado
haciendo. Él me devolvía la mirada, pensando. Analizando.
“Buenas suposiciones,” dijo Neblin. “Yo tampoco la conozco, pero apuesto a que
tienes razón sobre la mayoría de esas cosas.” Está esperando por algo—a que yo
admita lo que hice, tal vez, o que le dijera por qué mis reglas eran tan diferentes hoy.
No dije nada.
“La última noticia sobre las muertes de la semana pasada fue sobre una llamada al
911,” dijo él.
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Uh oh.
“Aparentemente alguien llamó desde un teléfono público—uno justo en la calle
principal—y reportaba un ataque por el Asesino de Clayton. Justo ahora, la teoría es
que el asesino mató a Greg Olson, algún testigo lo denunció, y cuando el despachador
envió a la policía, el asesino los mató también.”
“No había oído sobre eso,” dije. “Tiene sentido, sin embargo. ¿Saben quién llamó?”
“Él no se identificó,” dijo Neblin, “o ella no lo hizo, quizás. La voz estaba un poco
aguda, así que piensan que fue una mujer o un niño.”
“Espero que sea una mujer,” dije.
Neblin levantó una ceja.
“Lo que sea que pasara esa noche,” dije. “Estoy seguro de que no es el tipo de cosas
que un niño deba ver nunca. De verdad podría estropearlo.”
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11
Traducido por DarkVishous
Corregido por Serena
E
l señor Crowley despertaba cada mañana alrededor de las seis treinta. No hacía
uso de la alarma, él sólo despertaba—décadas de trabajar en el mismo empleo, día
tras día, lo tenían condicionado hasta que fue una segunda naturaleza, y ahora,
poco después de la jubilación, no podía valerse por sí mismo. Yo sabía esto porque vi
la calle a través de mi ventana por unos días, viendo qué luces se iluminaban, y una
vez que sabía dónde ir, me ponía en cuclillas y escuchaba fuera de su casa.
Normalmente no podría haberlo hecho sin dejar huellas incriminatorias en la nieve,
pero por un golpe de suerte, alguien mantenía el camino del señor Crowley
extraordinariamente limpio. Yo podía ir y venir como quisiera.
A las seis y media de la mañana, el señor Crowley despertó y maldijo. Era como un
reloj— era un reloj cucú viejo y vulgar, eso prácticamente podía definirlo. Era la única
vez que maldecía en todo el día, por lo que yo podía decir; supongo que le ayuda a
limpiar su mente y comenzar el nuevo día, reuniendo los pensamientos oscuros de la
noche en un tapón de moco mental y escupiéndolo en una sola palabra. Su dormitorio
estaba en la esquina posterior derecha de la casa, y después de sus maldiciones diarias,
caminó en la oscuridad hacia el baño y se lavó. Me imagino su cara, en el fregadero.
La luz se encendió, el inodoro fluyó, él mismo corrió a una ducha de agua caliente que
cuece al vapor en la ventana exterior. A las siete, estaba vestido y en la cocina.
Su desayuno lo determiné principalmente por el olor—él tenía un pequeño ventilador
en la campana por encima de la estufa y siempre que lo encendía, los olores se
derramaban en una nube. Comenzó con el calor anodino del agua hirviendo, el tenue
olor del café instantáneo y por último, el rico aroma de trigo y azúcar de arce, lo que
me hacía hambriento a cada momento. Desde mi lugar en la ventana de la cocina,
pude subir a la estrecha cornisa en los cimientos de la casa, invisible desde la calle, y
mirar a través de una brecha en la cortina para ver su brazo mientras él comía. Arriba y
abajo moviéndose lenta y rítmicamente, llevando la cuchara a su boca y luego cayendo
hacia atrás para esperar mientras masticaba. Podía avanzar más lejos si quería, para
ver más de lo que comía, pero sólo arriesgándome a ser descubierto. Estaba satisfecho
con permanecer fuera de la vista y llenar las lagunas con mi mente. Después que
terminó de comer, raspó la silla en el suelo, dio seis pasos al fregadero, y enjuagó su
tazón con una ráfaga de agua que sonaba como reventar la estática de una radio.
Usualmente, en ese momento Kay despertaba y entraba, y él le daba el beso de los
buenos días.
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Yo lo espié así durante una semana, una vez incluso omitiendo la escuela para
averiguar qué es lo que hacía durante el día. Lo que yo estaba buscando y no podía
encontrar, era miedo—si pudiera averiguar a qué le tenía miedo, cualquier cosa, yo
podría utilizarlo para detenerlo. Sabía que no me dirigía a una lucha directa; la única
manera en la que podía vencer a este demonio era engañarlo, entrar en una posición de
debilidad y aplastarlo como un insecto. Era fácil para la mayoría de los asesinos en
serie, porque atacaban a personas más débiles que ellos. Yo estaba atacando algo más
fuerte, así que sabía que no había ninguna posibilidad de que él me tuviera miedo;
tenía que buscar otra cosa a la que temiera. Una vez que lo encontrara, podía
aparecerme con eso y ver cómo reaccionaba. Si él reaccionaba bastante fuerte, podría
incluso engañarle con un estúpido error y darme una oportunidad.
No pude encontrar ninguna indicación de miedo en su comportamiento, así que decidí
volver a lo básico—el perfil psicológico había comenzado a construirse cuando
sospechaba primero que era un asesino en serie. Yo había excavado en mi portátil una
tardía noche y leí a través de mi lista: “Se acerca a sus víctimas en persona y ataca de cerca.”
Yo solía pensar que decía algo importante acerca de su psicología y por qué hacía lo
que hacía, pero ahora sabía mejor—él hacía lo que hacía porque necesitaba nuevos
órganos y les atacó en persona porque sus garras de demonio eran simplemente la
mejor arma que tenía.
El siguiente punto en la lista era exactamente lo que estaba buscando: “Él no quiere que
nadie sepa quién es.” Max me había hecho escribir eso, pero yo había pensado que era
demasiado obvio—el problema era, que era tan obvio que no lo había considerado. Era
el miedo perfecto: él no quería que nadie supiera lo que realmente era. Sonreí para mí
mismo.
“No es un hombre lobo, Max, pero casi.”
El señor Crowley era un demonio, y él no quería que nadie lo supiera. Incluso un
asesino normal no quiere que nadie sepa sus secretos. Lo que el señor Crowley temía—
el primer pedacito de la presión que podía comenzar ejercer sobre él—fue descubierto.
Ya era hora de que le enviara una nota.
Escribir la nota era más complicado de lo que esperaba. Al igual que la llamada al 911,
yo no quería que nadie fuera capaz de localizarlo hacia mí. No podía usar mi propia
escritura, obviamente, por lo que necesitaba una computadora para imprimirlo.
Aunque eso tuviera contratiempos—había leído una vez acerca de un caso de
asesinato, donde llamaron a un experto para demostrar en qué máquina de escribir fue
escrito la falsa carta de suicidio y por todo lo que sabía, se podía hacer lo mismo con
las impresoras. Estaba mejor prevenir que lamentar, lo que significaba que no podía
usar la impresora de nuestra casa. La impresora de la escuela era una posibilidad, pero
teníamos que registrarnos para poder utilizarla, lo que dejaría un claro registro
electrónico de quien había escrito la nota con exactitud. Me decidí en utilizar la
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impresora de la biblioteca, durante el momento más ocupado del día de allí, cuando
nadie tenía tiempo para prestar atención a un chico de quince años. Yo podía
escabullirme, escribirla, imprimirla e irme sin dejar rastro. Como el tiempo todavía era
frío, helado, podía incluso utilizar guantes sin que nadie sospechara, y así evitar las
huellas dactilares. Enterré la nota en el medio de líneas de texto sin sentido, sólo en
caso de que alguien llegue a la impresora y lea lo que estaba escribiendo. Cuando
llegué a casa, corté la frase que quería y lo pegué en una hoja limpia.
Mi primera nota fue simple:
SÉ LO QUE ERES
Entregar la nota fue tan difícil cómo hacerla. Tenía que estar en alguna parte dónde
Kay no lo encontrara, porque probablemente vaya derecho a la policía o, al menos, a
un vecino. Cualquier persona normal lo haría. El señor Crowley, por otro lado, sin
duda la mantendría para sí mismo; no querría revelar nada que pudiera recaer
sospechas sobre él. Sí él lleva la nota a la policía, querrían saber más acerca de él—
enemigos que pudiera tener, cosas que él podría haber hecho, cualquier cosa que pueda
hacer que alguien quiera venganza. Esas eran las preguntas que él no quería que la
policía siquiera hiciera, y mucho menos supiesen las respuestas. Él lo mantendría en
secreto, sí—pero sólo si él era el único que lo sabía.
El otro problema era encontrar una forma de entregar la nota sin que fuera obvio que
yo lo había hecho. Sería fácil de ocultarla en el cobertizo, por ejemplo, porque Kay
nunca la encontraría allí, pero yo estaba en el cobertizo todo el tiempo. Yo sería la
primera persona que viniera a la mente cuando tratara de adivinar quién la había
dejado. Tampoco quería esconderla en alguna parte que arrojara sospechas sobre el
futuro de mis varios puntos de vigilia alrededor de la casa. Si la deslizaba a través de,
por ejemplo, la ventana de la cocina, nunca sería capaz de ocultarme fuera y verlo
tomar el desayuno otra vez. Tuve que elegir mi método de entrega con mucho
cuidado.
Finalmente me decidí por su coche. Crowley y su esposa, cada uno lo conducía la
mitad del tiempo, pero había casos específicos cuando uno conduce sin el otro—Kay
abarrotándose de compra, por ejemplo, lo hacía todos los miércoles por la mañana y
siempre sola. Para el señor Crowley, eran los juegos de futbol, que veía la mitad del
tiempo en el bar del centro. Empecé a estudiar su horario de la tarde y compararla con
la guía de televisión, y descubrí que él iba al bar cada vez que había un juego de los
Seattle Seahawks en ESPN; supongo que él no conseguía ese canal en su casa. En el
siguiente juego de los Seahawks, me colé en el coche antes de salir y coloqué la nota
doblada debajo del limpiaparabrisas.
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Vi su camino de entrada desde mi ventana, mirando a través de una grieta en las
sombras tan pequeña que él nunca podría haber sabido que estaba allí. Él salió de su
casa, sonriendo alegremente acerca de algo, y se dio cuenta de la nota, mientras que
abría la puerta del coche. La recogió, la desdobló, y contempló la calle con los ojos
oscuros. Su alegría se había ido. Me volví hacia atrás, desapareciendo en la oscuridad
de mi habitación. Apenas podía ver al señor Crowley mientras se metía en su coche y
se marchaba.
***
Unas noches más tarde, tuvimos una fiesta en el vecindario, que es donde todos lo de
la cuadra se reúnen juntos en el patio del señor Crowley y conversan, ríen y fingen que
nada está mal, mientras que nuestras casas quedan vacías propensas al robo. Esta fiesta
en particular no se trataba sobre el robo, sin embargo, sino del asesino serial;
estábamos todos reunidos en un amplio grupo “seguro,” mirándonos el uno al otro.
Hubo incluso un pequeño discurso sobre la seguridad y el bloqueo de las puertas, y ese
tipo de cosas. Quería decirles que lo más seguro que podían hacer era no traernos a
todos al patio trasero del señor Crowley, pero parecía lo suficientemente manso esta
noche. Si él era capaz de voltearse hacia afuera y asesinar a cincuenta personas a la
vez, al menos estaba poco dispuesto a hacerlo en este momento. Sin embargo, yo no
estaba preparado para atacarlo, tampoco—todavía estaba tratando de aprender más
acerca de él. ¿Cómo puedo matar a algo que ya se había regenerado de una lluvia de
balas? Este tipo de cosas requiere de una planificación, y la planificación toma tiempo.
Más que hablar de la seguridad, el verdadero propósito de la fiesta era para
convencernos que no habíamos sido derrotados—que incluso con un asesino en la
ciudad, nosotros no teníamos miedo, y no nos derrumbaríamos en una multitud. Lo
que sea. Más que cualquier declaración hueca de valentía, era el hecho de que
habíamos asado hot-dogs, lo que significaba que tenía que avivar el fuego del fogón de
los Crowley.
Empecé con un fuego masivo, quemando enormes bloques de madera de un árbol
muerto que los Watson habían recortado de su patio trasero durante el verano. El
fuego era luminoso y cálido, perfecto para empezar la fiesta, y luego como la charla
sobre seguridad se prolongaba, me fui a trabajar con el atizador y un par de pinzas
largas, formando y cultivando el fuego para producir gruesas capas de carbón color
rojo brillante. Los fuegos en la cocina son diferentes a los fuegos normales, ya que
estás en busca de equilibrio, calor estable en vez de simple luz y calidez. Las llamas
dan paso a las erupciones bajas, y resplandor rojo brillante de la quema de la madera
desde el interior. Arreglé el fuego cuidadosamente, encaminando al oxígeno a través
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de chimeneas en miniatura para crear grandes hornos de calcinación. Justo a tiempo,
la reunión terminó y la gente se volvió para empezar a cocinar.
Brooke estaba allí con su familia, por supuesto, y sin hacerlo evidente, la miré a ella y a
su hermano mientras ensartaban una par de hot-dogs y se había acercado a la fosa,
Brooke sonrió cuando se agachó a mi lado con su hermano en el otro lado.
Sostuvieron a lo largo sus palillos en el centro de las llamas, donde éstas todavía
bailaban, y luché conmigo mismo por casi treinta segundos antes de atreverme a hablar
con ella.
“Prueba desde aquí,” le dije, señalando con mi pinzas una de las camas de carbón.
“Van a cocinarse mejor.”
“Gracias”, dijo Brooke, ella ansiosamente señaló el lugar a Ethan. Movieron sus hotdogs, que de inmediato comenzaron a oscurecerse y cocinarse. “Wow,” dijo, “eso es
genial. Sabes mucho sobre el fuego.”
“Cuatro años de Cub Scouts,” le dije. “Es la única organización que conozco que en
realidad enseña a niños pequeños a incendiar cosas.”
Brooke se echó a reír. “Debes de haber hecho grandes méritos en tu insignia de
incendios premeditados.”
Quería seguir hablando, pero no sabía que decir—había dicho mucho más en la fiesta
de Halloween. Probablemente la aterrorizaba, y no quería hacer eso de nuevo. Por otro
lado, me encantaba su risa, y quería volver a escucharla. De todas maneras, pensé que,
si ella hacía una broma sobre incendios, probablemente podría hacer una también sin
verme demasiado espeluznante.
“Dijeron que yo era el mejor alumno que habían tenido,” le dije. “La mayoría de los
exploradores sólo queman una cabaña, pero yo quemé tres cabañas y un depósito
abandonado.”
“No está mal,” dijo ella, sonriendo.
“Me mandaron a competir a nivel nacional,” añadí. “¿Te acuerdas del gran incendio
forestal en California el verano pasado?”
Brooke sonrió. “Oh, ¿ese fuiste tú? Buen trabajo.”
“Si, gané un premio por eso. Es una estatua, como un Oscar, pero tiene la forma de
Smokey, el Oso y lleno de gasolina. Mamá pensó que era un botella de miel e intentó
hacer un bocadillo.”
Brooke se rió en voz alta, casi dejó caer su palillo con el hot-dog, y luego se rió de
nuevo de su propio error.
“¿Están hechas ya?” preguntó Ethan, examinando su hot-dog. Era la quinta vez que lo
había sacado, y apenas había tenido tiempo para dorarse.
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“Así parece,” dijo Brooke, mirando su propio hot-dog, y poniéndose de pie. “¡Gracias,
John!”
Asentí, y vi como corrió de nuevo a la mesa de juegos para los panecillos y la mostaza.
Vi su sonrisa, y aceptar una botella de kétchup del señor Crowley, y el monstruo en mi
mente se irguió y mostró sus colmillos, gruñendo con rabia. ¿Cómo se atrevía a
tocarla? Parecía que tenía que mantener un ojo en Brooke, para mantenerla a salvo.
Me sentí empezando a gruñir, y obligué a mi boca formar una sonrisa en su lugar. Me
volví de espaldas al fuego, y vi a mi mamá sonriéndome sospechosamente desde el
otro lado. Gruñí interiormente—no quería tratar con algún estúpido comentario que
seguramente haría sobre Brooke cuando llegáramos a casa. Decidí quedarme en la
fiesta lo más tarde posible.
Ethan y Brooke no habían venido de nuevo al fuego a comer, y no tuve otra
oportunidad para hablar con ella esa noche, la vi entregando tazas de polietileno con
chocolate caliente, y esperaba que ella me diera una a mí, pero la señora Crowley le
ganó de mano. Bebí chocolate, y tiré la taza al fuego, observando la escoria
ennegrecerse en la madera y la curvatura de espuma de polietileno y la burbujas,
desaparecer en las brasas. La familia de Brooke se fue poco después.
Pronto, los hot-dogs estuvieron todos asados, y como la gente empezó a alejarse,
alimenté a los grandes fuegos con troncos, avivado en una columna de fuego rugiente.
Era hermoso, tan caliente que los rojos y naranjas se aceleraron en los amarillos y
blancos cegadores, tan caliente que la multitud se echó hacia atrás, tirando en mi
chaqueta. Era tan brillante y caliente como un día de verano junto a ese fuego, aunque
era de noche a finales de diciembre en todas partes. Caminé alrededor de los bordes,
empujándolo, hablándole, riéndome con él cuando devastó la madera, y aniquiló los
platos de papel. La mayoría de los fuegos crujen y estallan, pero eso no es realmente el
fuego hablando, es la madera. Para escuchar el fuego en sí, se necesita un gran fuego
como este, un horno tan poderoso que ruge con su propio viento. Me agaché lo más
cerca que me que atreví y escuché su voz, un grito en voz baja de alegría y rabia.
En mi clase de biología, hablamos acerca de la definición de la vida: para ser
clasificado como un ser vivo, una cosa tiene que comer, respirar, reproducirse y crecer.
Los perros lo hacen, las rocas no, los árboles lo hacen, el plástico no. Fuego, con esa
definición, está vibrantemente vivo. Se alimenta de todo, desde la madera a la carne,
excretando de los residuos en forma de ceniza, y respira el aire igual que un ser
humano, tomando el oxígeno y emitiendo carbono. El fuego crece, y cuando se
propaga, crea nuevos fuegos que se extienden y hacen nuevos fuegos por su cuenta. El
fuego bebe gasolina y excreta ceniza, lucha por el territorio, ama y odia. A veces
cuando observo a la gente caminando penosamente a través de sus rutinas diarias,
pienso que el fuego está más vivo que nosotros—más brillante, más caliente, más
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seguro de sí mismo y hacia dónde quiere ir. El fuego no llega a un acuerdo, el fuego no
tolera, el fuego no “sale adelante.” El fuego hace.
El fuego es.
“¿Con qué alas osó elevarse?” dijo una voz. Me di la vuelta y vi al señor Crowley,
sentado a unos metros detrás de mí en una silla de campo, mirando fijamente el fuego.
Todos los demás se habían ido, y yo había estado demasiado absorto en el fuego para
darme cuenta.
El señor Crowley parecía distante y preocupado, no me estaba hablando a mí, como
supuse al principio, pero sí con él mismo. O tal vez con el fuego. Jamás cambiando la
mirada, volvió a hablar. “¿Qué mano osó ese fuego sujetar?”
“¿Qué?” pregunté.
“¿Qué?” dijo, como si saliera de un agitado sueño. “Oh, John, todavía estás aquí. No
es nada, sólo un poema.”
“Nunca lo oí,” dije, volviendo de nuevo al fuego. Estaba más pequeño ahora, todavía
fuerte, pero no de larga rabia. Debería haber estado aterrorizado, solo en la noche con
un demonio—pensé de inmediato que tenía que haberme encontrado de alguna
manera, debía de saber que yo conocía sus secretos y le dejé una nota. Pero era obvio
que su mente estaba en otra parte—algo lo había alterado, obviamente, metiéndolo en
un estado de ánimo un tanto melancólico. Estaba pensando en la nota, tal vez, pero no
estaba pensando en mí.
Más que eso, sus pensamientos fueron absorbidos en el fuego, dibujándolo, y
empapados en él como el agua en una esponja. Mirando la forma en la que veía el
fuego, sabía que a él le gustaba lo que había hecho. Es por eso que hablaba—no porque
sospechara de mí, sino porque ambos estábamos conectados al fuego, y por lo tanto, de
alguna manera, entre sí.
“¿Nunca lo has escuchado?” preguntó. “¿Qué enseñan en la escuela estos días? ¡Es
William Blake!” Me encogí de hombros, y después de un momento volvió a hablar.
“Lo memoricé una vez.” Se deslizó hacia la ensoñación de nuevo. “‘¡Tigre! ¡Tigre!
ardiendo brillante, en los bosques de la noche, ¿Qué ojo o mano inmortal pudo idear tu
terrible simetría?’”
“Suena familiar,” le dije. Nunca había prestado mucha atención a español, pero me
figuré que me recordaba a un poema sobre el fuego.
“El poeta le pregunta al tigre quién lo hizo, y cómo,” dijo Crowley con la barbilla
enterrada en el cuello. “‘¿Qué martillo? ¿Qué cadena? ¿En cuál horno estaba su
cerebro?’” Sólo sus ojos eran visibles, pozos negros reflejando las llamas danzantes.
“Él escribió dos poemas así, sabes—‘El Cordero’ y ‘El Tigre.’ Uno de ellos fue hecho
de dulzura y amor, y el otro, forjado por el terror y la muerte.” Crowley miró hacia mí,
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
sus ojos oscuros y pesados. “‘Cuando los astros arrojaron sus lanzas, y humedecieron
sus lágrimas el cielo—¿sonrió al contemplar su obra? ¿Aquel que creó al Cordero, te
creó a ti?’”
El fuego crujió y se agrietó. Nuestras sombras bailaban en la pared de la casa detrás de
nosotros. El señor Crowley se volvió hacia el fuego.
“Me gusta pensar que el mismo hizo a ambos,” dijo. “Me gusta pensarlo.”
Los árboles situados fuera del fuego brillaban blancos, y los árboles de más allá se
perdían en la oscuridad. El aire estaba quieto y oscuro, y el humo suspendido como la
niebla. La luz del fuego atrajo a la niebla y la encendió hacia arriba, abrumando las
farolas y tapando las estrellas.
“Es tarde,” dijo el señor Crowley, aún inmóvil. “Corre a casa. Me sentaré con el fuego
hasta que los carbones se extingan.”
Me levanté y alcancé el atizador, preparándome para difundir las brasas, pero él
extendió una temblorosa mano para detenerme.
“Déjalo ser,” dijo. “No me gusta matar un fuego. Sólo déjalo ser.” Colgué el atizador y
crucé la calle hasta mi casa. Cuando llegué a mi habitación, miré hacia atrás y lo vi,
todavía sentado, todavía mirando.
Había visto al hombre matar a cuatro personas. Lo había visto arrancar sus órganos,
desprenderse su propio brazo, y transformarse ante mis ojos en algo grotescamente
inhumano. De alguna manera, a pesar de todo eso, sus palabras sobre el fuego esta
noche me perturbaron más de lo que cualquier cosa había hecho nunca.
Me pregunté de nuevo si él sabía sobre mí—y si lo hacía, hace cuanto tiempo tenía
antes de que me hiciera callar de la forma en que silenció a Ted Rask. Estuve a salvo
en la fiesta, y después, porque había muchos testigos. Si hubiera desaparecido en su
patio, después de que cincuenta o más personas me hubieran visto allí, sería levantar
demasiadas sospechas. Decidí que no había nada que pudiera hacer. Si él no lo sabía,
necesitaba seguir con mi plan, y si lo hacía, entonces no había mucho que pudiera que
hacer para detenerlo. De una u otra manera, sabía que mi plan estaba funcionando—
mi nota lo había molestado, tal vez muy profundamente. Tenía que mantener la
presión, aumentar más y más el miedo, hasta que estuviera aterrado, porque ése sería
el momento que podría controlarlo.
Al día siguiente enviaría otra nota, otra manera, de hacer claras mis intenciones:
YO VOY A MATARTE
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
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Traducido por Sanmar
Corregido por Serena
B
rooke se levantaba cada mañana alrededor de las siete; su padre lo hacía a las seis
y media, se duchaba, se vestía y entonces levantaba a los chicos mientras su
madre preparaba el desayuno. Iba a la habitación de Ethan y encendía las luces, a
veces tirando de las sábanas jugando o cantando en voz alta, y una vez le lanzó una
bolsa de brócoli congelado a la cama cuando no quiso levantarse. Brooke, por otra
parte, era una privilegiada—su padre simplemente llamaba a la puerta de su cuarto y le
decía que se levantara, yéndose sólo cuando escuchaba una respuesta. Ella era una
mujercita después de todo, más responsable que su hermano a la vez que más
necesitada de intimidad. Nadie irrumpía en su cuarto, nadie se asomaba, nadie la veía
hasta que ella así lo quería.
Nadie excepto yo.
El cuarto de Brooke estaba en la segunda planta de su casa, en la esquina izquierda
trasera, lo que significaba que tenía dos ventanas—una en el lateral que daba a la casa
de los Peterman, la cual tenía siempre con las cortinas echadas, y otra en la parte de
atrás, mirando al bosque, que siempre permanecía al descubierto. Vivíamos en las
afueras de la ciudad por lo que no teníamos vecinos ni casas detrás y en general no
había nadie en millas en aquella dirección. Brooke pensaba que nadie podía verla. Yo,
en cambio, pensaba que era preciosa.
La veía sentarse poniéndose a la vista, haciendo la colcha a un lado y estirándose
lujuriosamente antes de peinarse el pelo con los dedos. Dormía con anchos chándales
de color gris, los cuales se veían extrañamente aburridos para ella. A veces se rascaba
las axilas o el trasero—algo que jamás haría una chica si hubiera sabido que alguien la
estaba viendo. Ponía caras en el espejo; a veces bailaba un poco. Después de un
minuto o dos recogía su ropa y dejaba el cuarto directa a la ducha.
Me pregunté si podría ofrecerme para despejarles la nieve como hacía con el señor
Crowley, de modo que podría ponerla donde quería y conseguir más acceso al jardín.
Sería sospechoso, pensé, a no ser que lo hiciera en toda la calle y no tenía tiempo para
eso. Ya estaba demasiado ocupado con lo que tenía encima.
Cada día encontraba una nueva forma de entregarle una nota al señor Crowley—
algunas en su coche, como antes, otras pegadas en las ventanas o pegadas con celo en
los marcos de las puertas, más alto de lo que Kay podía alcanzar. Después de la
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
segunda, ninguna de las notas eran amenazas directas. En vez de eso, le mandaba
pruebas de que sabía lo que estaba haciendo.
JEB JOLLEY-RIÑÓN
DAVE BIRD-BRAZO
Como le dejaba notas sobre las víctimas, me aseguré de no incluir al vagabundo que
había matado en el lago—en parte porque no sabía su nombre y en parte por que
seguía teniendo miedo de que hubiese visto las huellas de mi bici en la nieve y no
quería que sumara dos más dos.
El último día de colegio le mandé una nota que decía:
GREG OLSON-ESTÓMAGO
Esa fue la más importante porque el cuerpo de Greg Olson aún no había sido
encontrado—por lo que Crowley sabía, nadie conocía lo del estómago. Después de
leerla, se encerró en casa, cavilando. A la mañana siguiente fue a la ferretería y compró
un par de candados, añadiendo seguridad extra al cobertizo y a la puerta del sótano.
Estaba un poco preocupado porque se volviera demasiado paranoico y que empezara a
perderle la pista, pero tan pronto como terminó de poner los candados vino a mi casa y
me dio una nueva llave para el cobertizo.
“He cerrado el cobertizo, John; nunca se es demasiado cuidadoso en estos tiempos.”
Me dio la llave. “Ya sabes donde están las herramientas así que tan sólo mantenlas
limpias como haces siempre y gracias de nuevo por tu ayuda.”
“Gracias,” dije. Aún confiaba en mí—por dentro estaba gritando de alegría. Le brindé
mi mejor sonrisa de ‘nieto adoptado.’ “Seguiré limpiando la nieve.”
Mi madre apareció por las escaleras a mi espalda. “Hola, señor Crowley, ¿Está todo
bien?”
“He puesto algunos cerrojos nuevos,” dijo. “Le recomiendo que haga lo mismo, ese
asesino todavía anda suelto.”
“Tenemos la funeraria cerrada muy bien cerrada,” dijo mamá, “y hay un buen sistema
de alarma atrás donde guardamos las sustancias químicas. Creo que estamos bien.”
“Tiene un buen chico,” dijo sonriendo. Entonces una expresión angustiada nubló su
rostro y echó un vistazo a la calle receloso. “Esta ciudad ya no es tan segura como
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solía serlo. No trato de asustarlos, simplemente. . .” Volvió a mirarnos. “Tengan
cuidado.” Dio media vuelta y caminó al otro lado de la calle con los hombros pesados.
Cerré la puerta y sonreí.
Lo había engañado.
“¿Vas a hacer algo divertido hoy?” preguntó mamá. La miré con recelo y alzó sus
manos inocentemente. “Sólo preguntaba.”
Pasé junto a ella y subí las escaleras. “Voy a leer un rato.” Era mi excusa habitual para
pasar horas en mi cuarto mirando la casa de Crowley desde la ventana. En ese
momento del día no podía acercarme, así que mirar por la ventana era lo único que
tenía.
“Has estado pasando demasiado tiempo en tu cuarto,” dijo ella siguiéndome escaleras
arriba. “Es el primer día de las vacaciones de navidad, deberías salir y hacer algo
divertido.”
Esto era nuevo—¿qué le pasaba? Había estado fuera de casa más tiempo que dentro,
arrastrándome alrededor de la casa del señor Crowley y de la de Brooke. Mamá no
sabía dónde iba ni lo que estaba haciendo, pero no podía pensar que pasaba mucho
tiempo en mi cuarto. Tenía otra cosa en mente.
“Está esa película que anunciaban,” dijo. “Por fin llegó ayer a la ciudad. Podrías ir a
verla.”
Me di la vuelta y de nuevo la miré fijamente. ¿Qué estaba haciendo?
“Sólo digo que podría ser divertido,” dijo, entrando en la cocina para evitar mi mirada.
Estaba nerviosa. “Si quieres ir,” gritó desde allí, “tengo algo de dinero para las
entradas.”
‘Entradas’ en plural—¿a que estaba jugando? De ninguna manera iría a ver una
película con mi madre. “Puedes ir a verla si quieres,” dije. “Quiero terminar este
libro.”
“Oh, yo estoy muy ocupada ahora mismo,” dijo saliendo de la cocina con un puñado
de billetes. Me los ofreció con una sonrisa ansiosa. “Puedes ir con Max. O con
Brooke.”
¡Aha! Esto era sobre Brooke. Sentí como mi cara se ponía roja, di media vuelta y fui a
mi cuarto. “¡He dicho que no!” pegué un portazo y cerré los ojos. Estaba enfadado
pero no sabía por qué. “Estúpida madre, mira que intentar mandarme a ver una
estúpida película con la estúpida de. . .” no podía decir su nombre a gritos. Se suponía
que nadie sabía lo de Brooke, ni si quiera ella lo sabía. Pateé mi mochila y se
desplomó, demasiado llena de libros como para volar a través del cuarto que era lo que
quería.
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Sentarse a oscuras con Brooke no estaría tan mal, pensé, sin importar la peli que fuera.
Podía oír su risa en mi cabeza y pensé en cosas ingeniosas que decirle para volver a
hacerla reír. “Esta película es un asco, deberían estrangular al director con su propia
cinta.” Brooke no se reiría con eso; pondría los ojos como platos y se largaría, igual
que en el baile de Halloween.
“Eres un fenómeno,” dijo. “Eres un enfermo fenómeno psicótico.”
“¡No, no lo soy—tú me conoces! Me conoces mejor que nadie en el mundo porque yo
te conozco a ti mejor que a nadie en el mundo. He visto cosas que nadie más ha visto.
Hemos hecho los deberes juntos, hemos visto la tele, hemos hablado por teléfono—”
Estúpido teléfono—¿con quien hablaba ahora por teléfono? Tenía que encontrarlo y
matarlo.
Maldije por la ventana y—
Estaba en mi cuarto, respirando con dificultad. Brooke no me conocía porque no
habíamos compartido nada, porque todo lo que habíamos hecho juntos en realidad
eran cosas que había hecho ella sola mientras la veía a través de su ventana. La había
visto hacer los deberes un par de noches antes y supe que teníamos la mismas tareas,
pero no contaba cómo hacerlo juntos porque ella no sabía que estaba allí. Y entonces
cuando el teléfono sonaba, ella lo cogía y le decía hola a algún otro, era como si
pretendiera separarnos. Ella sonreía al invasor y no a mí, lo cual me daba ganas de
gritar, pero sabía que nadie estaba interrumpiendo nada porque yo era la única persona
en el mundo que sabía que algo estaba pasando.
Me presioné los ojos con las palmas de las manos. “La estoy acechando,” murmuré. Se
suponía que no debía ser así; se suponía que estaba observando al señor Crowley, no a
Brooke. Rompí mis reglas por él y por nadie más, pero el monstruo había destrozado el
muro y tomado el control antes de que supiera qué estaba haciendo. Apenas pensaba
en el monstruo ahora, porque nos habíamos mezclado tan completamente que éramos
uno. Miré hacia arriba y paseé por la habitación hasta la ventana, mirando fijamente a
la casa del señor Crowley. “No puedo hacer esto.” Volví a mi cama y le di otra patada
a la mochila, más fuerte esta vez, arrastrándola por el suelo. “Necesito ver a Max.”
Cogí el abrigo y salí pitando sin decirle nada a mamá. Había dejado el dinero en el
borde de la encimera de la cocina y lo cogí cuando pasé, guardándolo en el bolsillo y
cerrando la puerta de un portazo detrás de mí.
La casa de Max estaba a tan sólo unas millas de distancia y podría llegar bastante más
rápido en mi bici. Miré a otro lado cuando pasé por la casa de Brooke y fui volando
por la carretera demasiado rápido, sin preocuparme por el hielo o por los coches. Me
vi a mi mismo poniendo las manos alrededor del cuello de Brooke, primero
acariciándolo y luego apretándolo hasta que ella gritaba, pateaba y se ahogaba hasta
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que cada uno de sus pensamientos estaba centrado en mí y en nada excepto yo,
entonces sería todo su mundo y—
“¡No!”
Mi rueda trasera pasó por una placa de hielo negro y se deslizó debajo de mí
haciéndome girar. Me las arreglé para permanecer en pie, pero tan pronto como me
mantuve de nuevo, salté de la bici, la levanté y la estampé contra un poste de teléfono.
Resonó y vibró en mis manos, sólida y real. La dejé caer y me apoyé en el poste,
rechinando los dientes.
Debería estar llorando. Ni siquiera puedo llorar como un humano.
Miré alrededor para ver si alguien me había visto. Pasaban algunos coches, pero nadie
me estaba prestando atención. “Tengo que ver a Max,” murmuré de nuevo y cogí la
bici otra vez. Hacía semanas que no lo veía fuera del colegio—pasaba todo mi tiempo
solo, escondiéndome entre las sombras y mandándole notas al señor Crowley. Lo cual
no era seguro, incluso sin mis reglas. Especialmente sin mis reglas. Mi bici parecía
estar bien—con algún arañazo pero no abollada. El manillar estaba torcido, demasiado
apretado como para enderezarlo sin mis herramientas. Fui directo a casa de Max y me
forcé a mí mismo a no pensar más que en él. Era mi amigo, tener amigos era normal.
No podía ser un psicópata si tenía un amigo.
Max vivía en un dúplex cerca de la fábrica de madera, en un barrio que siempre olía a
humo y a serrín. La mayoría de los residentes de la ciudad trabajaban en la fábrica,
incluida la madre de Max. Su padre conducía un camión, transportando normalmente
madera de la fábrica y apenas pasaba por casa. No me gustaba el padre de Max, cada
vez que iba a su casa lo primero que buscaba era la enorme cabina diesel. Hoy no
estaba, de modo que probablemente Max estaría solo en casa.
Dejé mi bici en el jardín y toqué el timbre. Llamé una segunda vez hasta que Max
abrió la puerta con cara de aburrimiento, al verme abrió los ojos como platos.
“Ven a echar un vistazo, tío. ¡Mira lo que me ha comprado mi padre!” Se lanzó al sofá
cogiendo el mando de una Xbox 360, levantándolo como si fuera un premio. “No va a
poder estar con nosotros en navidad así que me lo ha dado antes. Es alucinante.”
Cerré la puerta y me quité la chaqueta. “Genial.” Estaba jugando a algún tipo de juego
de carreras, respiré aliviado—era exactamente el tipo de pérdida de tiempo sin sentido
que necesitaba. “¿Tienes dos mandos?”
“Puedes usar el de papá,” dijo apuntando a la tele. Había otro mando al lado de ella,
con el cable perfectamente enrollado. “Sólo asegúrate de no romperlo, porque cuando
vuela, mi padre va a traer a Madden y vamos a jugar una temporada completa de
fútbol juntos. Se va a cabrear mucho si estropeas su mando.”
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“No voy a darle con un martillo,” dije enchufándolo y retirándome al sofá. “Vamos a
jugar.”
“En un minuto,” dijo, “tengo que terminar esto primero.” Le dio a continuar e hizo un
par de carreras, asegurándome entre una y otra que era un torneo y que acabaría
pronto pero que no sabía guardar el juego hasta que lo hubiera terminado. Finalmente
puso una carrera cara a cara y jugamos durante una hora o dos. Me ganaba
continuamente, pero no me importó, estaba actuando como un chico normal y no
tenía que matar a nadie.
“Apestas,” dijo finalmente. “Y tengo hambre. ¿Te apetece algo de pollo?”
“Claro.”
“Aún nos queda de anoche, era nuestra navidad adelantada para papá.” Fue a la
cocina y volvió con un cubo medio lleno de pollo frito, nos sentamos en el sofá tirando
los huesos de nuevo al cubo cada vez que nos acabábamos un trozo. Su hermana
pequeña pasó por allí, cogió un pedazo y volvió silenciosamente a su habitación.
“¿Vas a ir a algún lado estas navidades?” preguntó.
“No tenemos ningún sitio a donde ir,” dije.
“Nosotros tampoco.” Se frotó las manos en el sofá y busco entre los huesos para coger
otro muslito. “¿Qué has estado haciendo?”
“Nada,” dije. “Cosas. ¿Y tú?”
“Has estado haciendo algo,” dijo mirándome. “Apenas te he visto estas dos semanas,
lo que quiere decir que has estado haciendo algo por ti mismo. Pero, ¿qué podría ser?
¿Qué hace el joven psicótico de John Wayne Cleaver en su tiempo libre?”
“Me atrapaste,” dije. “Soy el Asesino de Clayton.”
“Eso también fue lo primero que se me ocurrió,” dijo, “pero él solo ha matado a. . .
¿Cuántas, seis personas? Tú lo harías mejor que eso.”
“Más no significa automáticamente mejor,” dije volviendo a ver la tele. “La calidad
tiene que valer para algo.”
“Apuesto a que sé qué has estado haciendo,” dijo apuntándome con su muslito. “Tú te
has estado haciendo a Brooke.”
“¿Haciendo?” pregunté.
“Enrollándose,” dijo Max, frunciendo los labios. “Poniéndola a tope, dándole
mambo.”
“Creo que ‘dar mambo’ tiene que ver con bailar,” dije.
“Y yo creo que mintiendo eres bueno,” dijo Max.
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“¿Te refieres a que soy bueno a que estoy bueno?” pregunté. “Contigo nunca se sabe.”
“Estas totalmente interesado en Brooke,” dijo, cogió un poco más de pollo y riendo
con la boca muy abierta. “Aún no has dicho que no.”
“No creo que tenga que desmentir algo que nadie podría creer,” dije.
“Sigues sin negarlo.”
“¿Por qué iba a estar detrás de Brooke?” dije. “Eso ni siquiera sabe quién soy yo—
¡diablos!”
“Whoa,” dijo Max. “¿Qué ocurre?”
Había llamado ‘eso’ a Brooke. Fue una estupidez, fue algo. . . horrible. Yo era mejor
que eso.
“¿He dado demasiado cerca del blanco?” preguntó Max relajándose de nuevo.
Le ignoré mientras miraba al infinito. Llamar ‘eso’ a seres humanos era un rasgo
propio de los asesinos seriales, ellos no pensaban en los demás como personas, sólo
como objetos, porque eso hacía que torturar y matar fuera más fácil. Era difícil herirle
a ‘él’ o a ‘ella,’ pero a ‘eso’ era fácil. ‘Eso’ no tenía sentimientos, ‘eso’ no tenía
derechos. ‘Eso’ sólo era una cosa y podías hacer lo que quisieras con ‘eso.’
“Hola,” dijo Max. “Tierra llamando a John.”
Siempre había llamado ‘eso’ a los cadáveres, incluso aunque mamá y Margaret me
hicieran parar si me oían. Pero nunca había llamado ‘eso’ a una persona antes. Estaba
perdiendo el control. Por eso había ido a ver a Max, para ganarlo de nuevo y no estaba
funcionando.
“¿Quieres ver una película?” pregunté.
“¿Quieres contarme que mierdas está pasando?” preguntó Max.
“Necesito ver una película,” dije, “o algo. Necesito ser normal—tenemos que hacer
cosas normales.”
“¿Cómo sentarnos en el sofá y hablar de lo normales que somos?” preguntó Max.
“Nosotros, la gente normal, lo hacemos todo el tiempo.”
“¡Vamos Max, estoy hablando en serio! ¡Todo esto va en serio! ¡Por qué crees que he
venido aquí!”
Sus ojos se entrecerraron. “No lo sé,” dijo, “¿Por qué has venido?”
“Porque yo estoy. . . algo está pasando,” dije. “Yo no soy. . . ¡no lo sé! Lo estoy
perdiendo.”
“¿Perdiendo qué?”
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“Todo,” dije, “lo estoy perdiendo todo. Rompí todas las reglas y ahora el monstruo
está fuera, y he dejado de ser yo mismo. ¿No puedes verlo?”
“¿Qué reglas?” preguntó Max. “Me estás asustando, hombre.”
“Tengo unas reglas para mantenerme normal,” dije. “Para mantenerme. . . a salvo.
Para mantener a todo el mundo a salvo. Una de ellas es que tengo que salir por ahí
contigo porque tú me ayudas a estar normal y no lo he estado haciendo. Los asesinos
en serie no tienen amigos ni compañeros, simplemente están solos. Así que si estoy
contigo, estoy a salvo y no voy a hacer nada. ¿No lo entiendes?”
El rostro de Max se ensombreció. Lo conocía desde hacía lo suficiente como para
conocer sus gestos, lo que hacía cuando era feliz y lo que hacía cuando se enfadaba.
En ese momento, tenía los ojos medio cerrados y el ceño fruncido, lo que significaba
que estaba triste. Me cogió por sorpresa y le devolví la mirada en estado de shock.
“¿Por eso has venido aquí?” preguntó.
Asentí, desesperado por encontrar algún tipo de conexión. Sentía como si me estuviera
ahogando.
“Y por eso es por lo que llevamos tres años siendo amigos,” dijo. “Porque te fuerzas a
ti mismo, porque piensas que eso te hace normal.”
Mira quién soy. Por favor.
“Bien, felicidades John,” dijo. “Eres normal. Eres el mayor maldito rey de la
normalidad, con tus estúpidas reglas y tus amigos falsos. ¿Hay algo de lo que hagas
que sea real?”
“Sí,” dije. “Yo. . .” Allí, con él mirándome fijamente, no fui capaz de pensar algo.
“Si sólo estás haciéndote pasar por mi amigo, entonces en realidad no me necesitas
para nada,” dijo, levantándose. “Puedes hacer todo eso tú solo. Ya nos veremos por
ahí.”
“Vamos, Max.”
“Largo de aquí,” dijo.
No me moví.
“¡Fuera!” gritó.
“No sabes lo que estás haciendo,” dije, “necesito—”
“¡No te atrevas a culparme porque seas un bicho raro!” dijo a gritos. “¡Nada de lo que
hagas es por mi culpa! ¡Ahora, lárgate de mi casa!
Me levanté y cogí mi abrigo.
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“Póntelo fuera,” dijo Max abriendo la puerta. “Maldita sea, John, todo el mundo en el
colegio me odia. Ahora ni siquiera tengo a mi amigo fenómeno.” Avancé hacia el frío
y él dio un portazo detrás de mí.
***
Esa noche el señor Crowley volvió a matar, y yo me lo perdí. Su coche no estaba
cuando volví de casa de Max y la señora Crowley dijo que se había ido a ver el partido.
Esa noche no jugaban ninguno de sus equipos, pero pedaleé hasta el centro de todas
formas para ver si podía encontrarle. Su coche no estaba en su bar de deportes favorito,
ni en ningún otro, así que me acerqué al Fliying J para ver si estaba allí. No aparecía
por ningún lado. Llegué a casa pasado el anochecer y aún no había vuelto. Estaba tan
furioso que quería gritar. Tiré mi bicicleta de nuevo y me senté en la entrada para
pensar.
Quería ir a ver qué estaba haciendo Brooke—estaba desesperado por ver lo que estaba
haciendo—pero no lo hice. Me mordí la lengua retándome a mí mismo a hacerme
sangrar, pero en vez de eso me levanté y le di un puñetazo a la pared.
No podía dejar que el monstruo tomase el control. Tenía un trabajo que hacer y un
demonio que matar. No me podía permitir perder el control antes de hacer lo que
debía—no, eso no estaría bien. No podía perderlo totalmente. Tenía que estar
concentrado, tenía que coger a Crowley.
Si no podía encontrarlo, al menos podría enviarle una nota. Hoy me había distraído
mucho, no había preparado una aún y tenía que hacerle saber que aunque no pudiera
verle, sabía lo que estaba haciendo. Me devané los sesos buscando algo que pudiera
escribir sin que me incriminara. El despacho de la funeraria estaba cerrado, por
supuesto, y no me atrevía a subir a buscar un papel en caso de que mamá estuviera aún
despierta. Corrí al jardín del señor Crowley, apenas visible en la oscuridad y busqué
algo que me sirviera. Finalmente encontré una bolsa de sal para la nieve en su porche;
la tenía ahí para echarla en las escaleras y aceras por el hielo. Me dio una idea y se me
ocurrió un plan.
A la una de la mañana cuando Crowley llegó, su coche dio la vuelta y se detuvo de
repente, en mitad de la entrada. Allí, iluminada por los faros, había una palabra escrita
con cristales de sal. Cada letra se extendía noventa centímetros a lo largor del asfalto,
brillando bajo la luz:
DEMONIO
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Un momento después, el señor Crowley condujo hacia delante y emborronó la palabra
con su coche, luego se bajó y barrió los restos con el pie. Lo observé desde la oscuridad
de mi cuarto, mientras me pinchaba con un alfiler, haciendo muecas por el dolor.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
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Traducido por DarkVishous
Corregido por Endri_rios
“¡F
eliz Navidad!”
Margaret bullía en la puerta con un montón de regalos, y mamá la besó en su mejilla.
“Feliz Navidad para ti,” dijo mamá, teniendo algunos de los regalos y apilándolos
junto al árbol. “¿Tienes otra cosa en el coche?”
“Sólo la ensalada, pero Lauren lo está llevando para arriba.”
La mandíbula de mamá cayó, y Margaret sonrió con picardía.
“¿Está realmente aquí?” preguntó mamá en voz baja, asomando su cabeza por la
puerta para mirar hacia abajo por las escaleras. Margaret asintió. “¿Cómo lo hiciste?”
preguntó. “La he invitado unas cinco veces y no pude conseguir un sí de ella.”
“Tuvimos una muy buena charla anoche,” dijo Margaret. “Además, creo que su novio
la dejó.”
Mamá miró a su alrededor frenéticamente. “No estamos listos para cuatro—John,
corre y trae otra silla para la mesa, voy a poner otro lugar. Margaret, eres maravillosa.”
“Lo sé,” dijo Margaret, quitándose el abrigo. “¿Qué harías sin mí?”
Yo estaba sentado junto a la ventana, mirando intensamente a la casa del señor
Crowley a través de la calle. Mamá me pidió dos veces más por una silla antes de que
me levantara, tomara la llave y me dirigiera a la puerta. Fue sólo en los días pasados
que me dejó tomar la llave de nuevo, y sólo porque ella había comprado demasiada
comida para Navidad y había tenido que guardar lo que sobraba en la nevera de la
funeraria. Pasé a Lauren en las escaleras.
“Hey, John,” dijo ella.
“Hey, Lauren.”
Lauren miró a la puerta. “¿Está de buen humor?”
“Ella estuvo a punto de explotar serpentinas de sus oídos cuando Margaret le dijo que
estabas aquí,” dije. “Probablemente esté matando una cabra en tu honor en estos
momentos.”
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Lauren puso los ojos en blanco. “Veamos cuánto dura.” Miró por las escaleras.
“Mantente cerca, ¿de acuerdo? Puede que necesite un respaldo.”
“Sí, yo, también.” Hice otro paso en las escaleras, luego me detuve y la miré. “Te llegó
algo de parte de papá.”
“No puede ser.”
“Llegaron aquí ayer—una caja para cada uno.” Yo había agitado la mía, la hurgué, y
la alcé a la luz, pero todavía no pude saber que era. Todo lo que realmente quería era
una tarjeta—sería la primera noticia que tendríamos de él desde la Navidad pasada.
Conseguí una silla adicional de la capilla de la funeraria y la llevé escaleras arriba.
Mamá estaba revoloteando de una habitación a otra, hablando en voz alta mientras
tomaba los abrigos, y ponía la mesa y revisaba la cena. Era su estilo característico de
atención indirecta—sin hablar con Lauren o darle a ella un tratamiento especial, pero
mostrando que le importaba al mantenerse ocupada a causa de Lauren. Era dulce,
supongo, pero también era la etapa embrionaria de ‘yo hago mucho por ti y a ti no te
importa’ gritando partido. Le di tres horas antes de que Lauren saliera furiosa. Al
menos tendríamos tiempo para comer en primer lugar.
La comida de Navidad fue jamón y patatas, aunque mamá había aprendido la lección
en Acción de Gracias y no intentó cocinar por ella misma—compramos el jamón pre
cocido, lo almacenamos en el congelador de la sala de embalsamiento por unos días,
luego lo calentamos la mañana de Navidad. Comimos en silencio durante casi diez
minutos.
“Este lugar necesita un poco de alegría navideña,” dijo Margaret bruscamente,
soltando el tenedor. “¿Villancicos?”
La miramos fijamente.
“No lo creo,” dijo. “Bromas, entonces. Vamos a contar algo cada una y el mejor gana
un premio. Yo empiezo. ¿Has hecho ya lo de geometría, John?”
“Sí, ¿por qué?”
“Por nada,” dijo Margaret. “Entonces, hubo una vez que un jefe indio con tres hijas, o
indias. Todos los bravos en la tribu querían casarse con ellas, por lo que él decidió
celebrar un concurso para todos los valientes—todos los bravos saldrían a cazar, y los
tres que trajeran de vuelta las mejores pieles llegarían a casarse con sus indias.”
“Todo el mundo sabe ese,” dijo Lauren, rodando los ojos.
“Yo no,” dijo mamá. Yo tampoco sabía.
“Entonces voy a seguir adelante,” dijo Margaret, sonriendo, “y no te atrevas a
arruinarlo. Así que, en fin, todos los valientes salieron, y después de mucho tiempo
comenzaron a regresar con pieles de lobo y pieles de conejo y cosas por el estilo. El jefe
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no se dejó impresionar. Entonces un día, un valiente volvió con una piel de oso pardo,
que es bastante sorprendente, por lo que le permitió casarse con su hija más joven.
Luego, el siguiente hombre volvió con una piel de un oso polar, que es aún más
sorprendente, por lo que el jefe le permitió casarse con su hija mediana. Esperaron y
esperaron y, finalmente, el último valiente volvió con la piel de hipopótamo.”
“¿Un hipopótamo?” preguntó mamá. “Pensé que esto era Norteamérica.”
“Lo es,” dijo Margaret, “es por eso que una piel de hipopótamo era tan genial. Era la
piel más sorprendente que la tribu había visto nunca, y el jefe dejó que ese valiente se
casara con su hermosa hija mayor.”
“Ella es dos minutos mayor que yo,” dijo mamá, mirándome con una mueca burlona.
“Nunca me deja olvidarlo.”
“Deja de interrumpir,” dijo Margaret, “esta es la mejor parte. Las indias y los bravos se
casaron y un año más tarde todos ellos tenían hijos, la india más joven tuvo un hijo, la
hija del medio tuvo un hijo, y la india mayor tuvo dos hijos.”
Ella hizo una pausa dramática, y la miramos durante un momento, esperando. Lauren
se echó a reír.
“¿Hay una frase de remate?” pregunté.
Lauren y Margaret lo dijeron al unísono: “Los hijos de la india del hipopótamo era
iguales a los hijos de las mujeres indias de las otras pieles.”
Sonreí. Mamá rió, sacudiendo la cabeza. “¿Esa era la frase de remate? ¿Por qué es
incluso divertido?”
“Ese el teorema de Pitágoras,” dijo Lauren. “Es una fórmula matemática para. . .
algo.”
“Triángulos derechos,” dije, y miré fijamente a Margaret. “Te dije que ya había hecho
lo de geometría.”
Mamá pensó un poco, y luego volvió a reír cuando ella finalmente lo consiguió. “Esa
es la broma más tonta que he oído nunca. Y creo que la palabra “india” es ofensiva.”
“Entonces será mejor que pienses en algo mejor,” dijo Margaret. “Turno de Lauren.”
“Yo ayudé con la suta,” dijo, apuñalando un bocado de ensalada. “Eso cuenta.”
“Entonces,” dijo Margaret a mamá. “Sé que tienes algo gracioso en esa cabeza.”
“Oh, muchacha,” dijo mamá, apoyando su barbilla en su puño. “Broma, broma,
broma. Oh, ya tengo una.”
“Oigámosla,” dijo Margaret.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
“Dos mujeres entraron en un bar,” dijo mamá. “La primero de ellas miró a la otra y
dijo: yo tampoco lo vi.” Mamá y Margaret se echó a reír, y Lauren se quejó.
“Un poco corta,” dijo Margaret, “pero voy a dejar que pase. Muy bien, John, te toca a
ti, ¿Qué tienes?”
“Yo realmente no sé ningún chiste,” dije.
“Tienes que tener algo,” dijo Lauren. “¿Dónde está ese viejo libro de bromas que solías
tener?”
“Realmente no sé uno,” le dije. Me imaginé a Brooke riendo cuando hablábamos
sobre la medalla al mérito de incendio, pero no podía convertir eso en una broma.
¿Sabía yo algún chiste en absoluto? “Espera, uh, Max me dijo una vez una broma,
pero van a odiarlo.”
“No importa,” dijo Margaret, “ponla sobre nosotros.”
“Realmente van a odiarlo,” dije.
“Adelante con ello,” dijo Lauren.
“Siempre y cuando sea limpio,” dijo mamá.
“Eso es gracioso,” dije, “porque se trata de limpieza.”
“Estoy intrigada,” dijo Margaret, apoyada en la mesa.
“¿Qué haces cuando tu lavavajillas deja de funcionar?”
Nadie ofreció una respuesta. Tomé una respiración profunda. “Abofetearla.”
“Tienes razón,” dijo mamá con el ceño fruncido, “Yo lo odio. Pero las buenas noticias
son, que sólo te ofreciste a limpiar la mesa. Vayamos a la sala de estar, señoritas.”
“Yo digo que gané,” dijo Margaret, de pie. “Mi broma fue más divertida.”
“Pienso que yo gané,” dijo Lauren, “porque me las arreglé para no decirles ninguno.”
Ellas se fueron a la otra habitación y yo recogí los platos. Por lo general, odiaba
limpiar la mesa, pero hoy no me importaba, todo el mundo era feliz y nadie estaba
peleando. Podían durar más de tres horas después de todo.
Cuando terminé de apilar los platos en el fregadero, me uní a ellos en la sala de estar, y
nos entregaron los regalos. Había conseguido una loción de manos para todos. Mamá
me dio una lámpara de lectura.
“Pasas mucho tiempo leyendo,” dijo, “y, a veces tan tarde en la noche, pensé que
podías usarla.”
123
Dan Wells
Foro Dark Guardians
“Gracias, mamá,” le dije. Gracias por creer en mis mentiras. Margaret me dio una
nueva mochila de uno de esos tamaños grandes alpinistas con una botella de agua y un
tubo para botellas pegado a él. Siempre me reía de los niños que lo llevaban.
“La mochila que tienes se está cayendo a pedazos,” dijo Margaret. “Estoy asombrada
de que las correas todavía estén.”
“Hay una par de hilos que aún los sujetan,” le dije.
“Esto va a llevarte todos tus libros sin romperse.”
“Gracias, Margaret,” lo pongo a un lado con decisión de tratar de eliminar el tonto
tubo para botella después.
“Nunca leí esto, así que puede apestar,” dijo Lauren, y me entregó un regalo en forma
de libro. “Pero yo sabía que había una película, y el título parecía un poco apropiado,
si no era otra cosa.”
Lo abrí, y encontré un grueso libro, un comic, una novela gráfica, o como fuere que los
grandes lo llamasen. El título era Hellboy. Lo levanté y señalé el título, y Lauren sonrió.
“Son dos regalos en uno,” se rió, “un libro de historietas, y un apodo.”
“Yay.” dije rotundamente.
“La primera persona en llamarlo ‘Hellboy’ tiene que abrir sus regalos afuera,” dijo
mamá, sacudiendo la cabeza.
“Gracias, sin embargo,” le dije a Lauren, y ella sonrió.
“Es hora de abrir lo de su padre,” dijo mamá, y Lauren y yo tomamos cada uno
nuestras cajas. Eran simples cajas marrones de envío, las habíamos dejado de esa
forma por si acaso las cosas del interior no estaban envueltas. Nunca se sabía con
papá. La mía era pequeña, aproximadamente del tamaño de un libro de texto, pero
considerablemente más ligero. Utilicé mi llave de casa para cortar la cinta de embalaje.
Dentro había una tarjeta y un iPod. Abrí la tarjeta, lenta y deliberadamente, tratando
de no mostrarme emocionado. Tenían un tonto dibujo animado de un gato y uno de
esos horribles poemas acerca de lo gran hijo que era yo. Papá había escrito una nota en
la parte inferior, y lo leí en silencio.
Hey, Tigre. ¡Feliz Navidad! Espero que hayas tenido un gran año.
Disfruta del noveno año, mientras puedas, porque el próximo año
es la escuela secundaria y es un juego totalmente nuevo. ¡Las
chicas van a estar encima de ti! Te va a encantar este iPod. Lo
llené con toda mi música favorita, todas las cosas que solíamos
cantar juntos. ¡Es como tener a tu papá en el bolsillo! ¡Ya nos
veremos!
—Sam Cleaver
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Ya había comenzado la secundaria, por lo que estaba un año atrasado, pero estaba
intrigado también por lo de la música. Ni siquiera sabía dónde estaba viviendo papá.
Él no había puesto la dirección de remitente en el paquete, pero podía recordar montar
en el coche y cantar juntos a sus bandas favoritas: The Eagles, Journey, Fleetwood
Mac y otras. Me sorprendía, por alguna razón, que lo recordara también. Ahora podía
sacar mi iPod, seleccionar una canción, y estar más cerca de mi padre de lo que lo
había estado en cinco años.
La caja del iPod todavía estaba sellada. Rompí el plástico, confundido, y abrí la caja, el
iPod estaba sin tocar, y la biblioteca estaba completamente vacía. Se había olvidado.
“Maldita sea, Sam,” dijo mamá. Me volví y vi que había leído la tarjeta. Ella había
visto la metida de pata del año escolar y la promesa rota, y ella colgaba la cabeza con
cansancio, frotándose las sienes. “Lo siento mucho, John.”
“Eso se ve bien,” dijo Lauren, mirando por encima. “Tengo un reproductor portátil de
DVD y un DVD de Apple Dumpling Gang, al parecer lo utilizábamos para ver juntos, y
él pensó que era algo especial o algo así. No lo recuerdo.”
“Él me vuelve tan loca,” dijo mamá, poniéndose de pie y caminando a la cocina. “Ni
siquiera puede comprar su amor sin arruinarlo hasta arriba.”
“Un iPod parece muy bueno para mí, también,” dijo Margaret. “¿Hay algo malo en
ello?” Ella leyó la tarjeta y suspiró. “Estoy segura de que lo olvidó, John.”
“¡Ese es todo el problema!” gritó mamá desde la cocina. Ella estaba golpeando
ruidosamente alrededor de los platos, ventilando su ira sobre ellos, mientras los
estrepitaba contra el fregadero y en el lavavajillas.
“Sin embargo, a pesar de ello,” dijo Margaret, “es mejor tenerlo vacío de todos modos,
puedes llenarlo con cualquier cosa que quieras. ¿Puedo verlo?”
“Adelante,” dije, de pie. “Voy a salir.”
“Espera, John,” dijo mamá, corriendo desde la cocina, “vamos a comer el postre,
compré dos pasteles diferentes, y un poco de crema batida, y. . .”
La ignoré, agarrando mi abrigo del armario del vestíbulo, y caminando hacia la puerta.
Ella me llamó de nuevo, pero cerré la puerta, pisando fuerte por las escaleras y cerré la
puerta de la calle también. Me subí a mi bicicleta y me alejé, sin mirar atrás para ver si
me había seguido fuera, sin mirar hacia arriba para ver si estaban mirando por la
ventana. No me fijé en la casa del señor Crowley, no miré a la casa de Brooke, sólo
pedaleé mi bicicleta y observé las líneas en la marcha de la acera, y pedí a Dios, que en
la calle que cruzara un camión se estrellara contra mí y limpiara todo el pavimento.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Veinte minutos después, yo estaba en el centro, y noté que había andado casi
directamente hasta la oficina del doctor Neblin. Estaba cerrado, naturalmente, cerrado,
vacío y oscuro. Dejé de pedalear y me quedé allí, tal vez diez minutos, observando los
bucles de nieve azotados por el viento, girando alrededor y arronjándolos contra las
paredes de ladrillo. No tenía nada que hacer, a dónde ir, ni nadie con quién hablar. No
tenía ni una sola razón de existir.
Todo lo que tenía era al señor Crowley.
Había un teléfono en el final de la calle, el mismo que había usado para llamar al 911
un mes antes. Sin saber por qué, apoyé la bici en su contra, depositando un cuarto, y
marqué el número de teléfono del señor Crowley. Mientras sonaba, saqué la cola de mi
camiseta y la envolví en el otro lado del teléfono para ocultar mi voz, rezando para que
realmente funcionara. Después de tres tonos, respondió.
“¿Hola?”
“Hola,” dije. No sabía que decir.
“¿Quién es?”
Hice una pausa. “Soy el que te ha estado enviando notas.”
Colgó.
Maldije, saqué otra moneda, y marqué de nuevo.
“¿Hola?”
“No cuelgue el teléfono.”
Clic.
Sólo tenía dos monedas restantes. Llamé de nuevo.
“Déjame en paz,” dijo. “Si sabes tanto sobre mí, entonces sabrás lo que voy hacer si te
encuentro.” Clic.
Tuve que pensar en algo para mantenerlo en la línea, necesitaba hablar con alguien,
con cualquiera, demonio o no. Deposité mi última moneda y marqué de nuevo.
“¡Dije—!”
“¿Duele?” pregunté, interrumpiéndolo. Pude oír cómo respiraba con dificultad,
caliente y enojado, pero no colgó. “Arrancaste tu propio brazo,” le dije, “y cortaste tu
propio vientre. Sólo quiero saber si duele.”
Él esperó, sin decir nada.
“Nada de lo que hace tiene sentido,” le dije. “Tú escondes algunos cadáveres y no
ocultas otros. Sonríes a un tipo un minuto y extraes su corazón al siguiente. Ni siquiera
sé lo que—”
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“Duele como el infierno.” Se quedó callado un momento. “Me duele todo el tiempo.”
Me respondió. Había algo en su voz, una emoción que no pude identificar. No era
exactamente felicidad, no era del todo fatiga. Era algo en el medio.
¿Alivio?
Meses de curiosidad se derramaron en una inundación. “¿Tienes que esperar a que
algo se descomponga antes de remplazarlo?” pregunté, “¿Tienes que robar partes de las
personas? ¿Y qué hay de ese tipo en Arizona—Emmett Openshaw? ¿Qué le robaste a
él?”
Silencio.
“Robé su vida.”
“Tú lo mataste,” dije.
“No sólo lo maté,” dijo Crowley, “robé su vida. Él habría tenido una larga, creo yo.
Más que eso, al menos. Se habría casado y tendría hijos.”
Eso no sonaba bien.
“¿Qué edad tenía él?” pregunté.
“Treinta, creo. Le digo a la gente que tengo setenta y dos años.”
Había asumido que Openshaw era mayor, al igual que sus recientes víctimas.
“Tú escondiste su cuerpo—tan bien que nadie lo ha encontrado, entonces. ¿Por qué no
escondiste al de Jeb Jolley? ¿O a los otros dos después de ese?”
Silencio. Una puerta cerrada.
“Todavía no lo sabes, ¿verdad?”
“Estás actuando como un asesino por primera vez,” dije, tratando de descifrar a través
de él. “Lo has hecho para mejorar con cada uno, y has empezado a esconder los
cuerpos, lo cual tiene sentido si nunca has hecho esto antes, pero lo hiciste. ¿Es todo
un acto? Pero, ¿por qué pretendes ser inexperto si podrías seguir completamente
silencioso en su lugar?”
“Espera,” dijo y tosió. Él amortiguaba el teléfono, pero todavía podía escuchar la tos
fuerte. Tos falsa, que era como sonaba, y había algo detrás de eso. Un estruendo. Él
silenció el teléfono, pero era más difícil de escuchar que antes—había estática en la
línea, o un ruido blanco.
¿Qué estaba él haciendo?
“Actué inexpertamente porque lo era,” dijo. “He tomado más vidas de las que puedes
adivinar, pero Jeb fue el primero que no pude. . . conservar.”
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“¿No pudiste conservar? Pero—” ¿Podía conservar almas? ¿Podía absorber la vida, así
como partes del cuerpo?
¿O podía tomar la vida en lugar de partes del cuerpo?
“Te llevaste todo el cuerpo de Emmett,” dije, “y su forma. Y tomaste el cuerpo de otra
persona antes de eso, y de otra persona anteriormente. Tiene sentido. Nunca tuviste
que esconder los cuerpos antes, ya que te lo llevabas todo, y dejabas tu cuerpo viejo
atrás. Es por eso que no había tanto fango en la casa de Emmett—descartaste el cuerpo
entero allí, no sólo una parte, y tú—”
Ding. . . ding. . . ding. . .
“¿Qué es eso?” pregunté.
“¿Qué es qué?” dijo él.
“Ese ruido. Suena como un. . .” Golpeé el teléfono y agarré la bicicleta, buscando
frenéticamente el camino.
Era una señal de giro. Crowley estaba en su coche y me estaba buscando.
No había nadie en la calle principal. Monté en mi bicicleta y disparé hacia la esquina,
virando alrededor de ella con demasiada rapidez y deslizándome sobre el hielo. Él no
estaba en esta calle tampoco. Me enderecé y pedaleé tan fuerte como pude a la
siguiente esquina y di la vuelta, y bien, en otra dirección, lejos de su casa y la ruta que
probablemente seguiría.
Ése era el por qué había dicho tanto. El señor Crowley estaba en un teléfono celular, y
si tenía identificador de llamas, debe de haber escuchado que estaba en un teléfono
público, por lo que me mantuvo hablando mientras él salía, iba hacia su coche, e iba
en busca de mí. Sólo había dos, o tres teléfonos públicos en la ciudad, y probablemente
estaba comprobando todo. El Flying J, la estación de gasolina de la planta de madera,
y la gasolinera que estaba en la Principal. Se había cerrado por Navidad, gracias a
Dios, no habría empleados que me describieran al viejo y bondadoso señor Crowley
cuando apareciera haciendo preguntas. Pero la Navidad también era un problema—
cada edificio en el centro estaba cerrado, todas las puertas cerradas, y todas las tiendas
vacías. No había ningún lugar para esconderme.
¿Qué estaría abierto en un pueblo pequeño como el de Clayton? El hospital, pero no,
probablemente había un teléfono público allí también, y Crowley podría pasar para
comprobarlo. Oí un coche y me volví hacia la acera sobre un césped cubierto de nieve,
lo que me obligó a cambiar mi camino a lo largo de un lado del edificio de
apartamentos. Había un hueco entre dos edificios, y la mitad de un medidor de gas, me
apreté alrededor de él, y me agaché a un lado, mirando a la calle al final de un
desfiladero de ladrillo largo. El coche que escuché no pasó—no supe quien había sido,
o dónde había estado pasando, sólo necesitaba ocultarme.
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Me pasé el resto de la tarde y noche allí, temblando en la nieve. Pude sentir cómo mi
cuerpo reaccionaba, apagándose por el frío, pero no me atrevía a moverme. Me
imaginé los ojos de fuegos del señor Crowley yendo y viniendo a través de la ciudad,
tejiendo una red estrecha y apretada a mí alrededor. Cuando había estado a oscuras
casi una hora, me monté a mi bici de nuevo, mis rígidos miembros, mis manos y pies
ardiendo de frío. Hice mi camino a casa, vi que el coche de Crowley estaba aparcado
perfectamente en su camino de entrada y fui escaleras arriba.
La casa estaba vacía y silenciosa, todo el mundo se había ido.
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14
Traducido por Yuki_252
Corregido por Caroliberta
M
i conversación telefónica con el señor Crowley, sonó a través de mi cabeza una
y otra vez durante los próximos tres días, a la exclusión de todo lo
demás. Mamá llegó a casa la noche de Navidad llorando y gritando que habían
pasado todo el día buscándome, y dónde había ido, y que ella estaba tan contenta de
que estaba a salvo, y miles de otras cosas que no escuché porque estaba demasiado
ocupado pensando en el señor Crowley.
El día después de Navidad, Margaret vino y los tres nos fuimos a un restaurante de
carnes, pero no hice caso de ellos y ni de mi comida, sumido en mis pensamientos.
Estoy seguro de que ellas pensaron que estaba deprimido a causa del regalo de
Navidad de papá, pero prácticamente me había olvidado acerca de eso—todo lo que
podía pensar era en las pistas y las confesiones del señor Crowley, y no había lugar en
mi cabeza para nada más. Para el miércoles, mamá ya había dejado de tratar de
levantarme el ánimo, aunque a veces la pillé mirándome desde el otro lado de la
habitación. Yo estaba agradecido de tener por fin algo de paz y tranquilidad.
El señor Crowley casi me había confesado que él solía robar cuerpos enteros, pero que
ahora sólo estaba robando piezas. Le dio sentido de alguna manera—eso explicaba por
qué el ADN de los pedazos seguían apareciendo como la misma persona, ya que todo
el cuerpo había venido de Emmett Openshaw. También se explica por qué era tan
bueno matando, pero tan pobre en ocultar la evidencia. Es probable que matara a Jeb
Jolley por la desesperación, muriendo por la falta de un buen riñón, y simplemente no
pensó por adelantado qué hacer con respecto al cuerpo—porque nunca había tenido
que hacer nada con el cuerpo antes. Mientras el año fue pasando y él fue matando a
más personas, se hizo mejor en ello, e incluso comenzó a buscar víctimas anónimas, al
igual que el vagabundo solitario que llevó a Lago Freak. Incluso ahora, un mes más
tarde, nadie sabía que el hombre estaba desaparecido, y que el asesino de Clayton
había cobrado otra víctima justo antes de Acción de Gracias. Nadie sabía sobre el que
había matado poco antes de Navidad, tampoco— el que yo había pasado por alto—así
que supuse que era un vagabundo también, podría haber otros que incluso de los que
yo no sabía nada.
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También me dio una idea bastante clara de por qué él nunca toma más de una pieza de
cada víctima. Si se toma todo el cuerpo también le daría la apariencia de ese cuerpo, de
seguro probablemente estaba preocupado, que tomar demasiadas piezas de un cadáver
podría abrumar a la apariencia que estaba tratando de mantener. Su cuerpo podría
tratar con un brazo aquí y un riñón allí, pero si demasiado de esa víctima comenzara a
arrastrarse, él podría perder a Bill Crowley, la identidad que estaba luchando tanto por
mantener.
Así que, sí, se estaba volviendo cada vez mejor en matar de esta manera, en lugar de la
manera antigua, pero la pregunta sigue siendo: ¿por qué había cambiado? ¿Y por qué
había allí un periodo de cuarenta años sin ninguna muerte?
Traté de ponerme en su lugar—un demonio, vagando por la tierra. Matando a alguien
y robando su cuerpo para iniciar una nueva vida.
Si yo pudiera hacer lo que quisiera, ¿por qué iba a estar aquí en el condado de
Clayton? Si pudiera ser tan joven y tan fuerte como yo quería, ¿por qué iba a ser viejo,
tan viejo que me caía a pedazos? Si pudiera matar a una persona y desaparecer sin
dejar rastro, ¿por qué me quedaría, matando a una docena de personas, y dejando más
y más evidencia que la policía podría utilizar para encontrarme?
Traté de construir otro perfil psicológico, a partir de la misma pregunta clave: ¿qué
hizo el asesino que no tuviera que hacer? Se quedó en un solo lugar. Él mantuvo una
identidad, y se hizo viejo. Y mató, una y otra vez—eso tenía que significar algo. ¿Lo
disfrutaba? Él no parecía hacerlo. Pero si me las arreglé para averiguar cómo trabajaba,
entonces matar a esta cantidad de gente, era sin duda algo que no tenía que hacer. Él
tenía otra opción. Así que, ¿por qué lo estaba haciendo?
Si él no tenía que hacerlo, eso significaba que quería hacerlo. ¿Por qué quería
envejecer? ¿Por qué quiere quedarse en este olvidado pueblo en medio de esta nada de
hielo? ¿Qué tenía Clayton que el demonio no pudo encontrar en otro? No podía
averiguarlo por mi cuenta, necesitaba al doctor Neblin. Tenía una reunión con él el
jueves, lo que me dio un día para planificar mi estrategia—cómo conseguir las
respuestas que necesitaba sin dar nada a cambio.
Mamá me recordó mi reunión en el desayuno a la mañana siguiente, y parecía
realmente sorprendida de que por la tarde cuando en realidad me fui sin preguntar y
dirigí en bicicleta hasta el centro de la cuidad. Supongo que, desde su punto de vista,
fue la primera cosa activa que había hecho desde que me escapé el día de Navidad,
para mí, era sólo una oportunidad de hablar con alguien en quien confiaba.
“¿Cómo estuvo la Navidad?” preguntó Neblin, ladeando su cabeza para un lado.
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Lo hacía cuando estaba tratando de ocultar algo, probablemente él ya había oído todo
sobre Navidad por mamá. El doctor Neblin era un mentiroso terrible, algún día tendría
que jugar al póquer con él.
“Tengo un escenario para usted,” le dije. “Quiero su opinión.”
“¿Qué tipo de escenario?”
“Un falso perfil psicológico,” le dije. “He estado haciéndolos para divertirme durante
las vacaciones de Navidad, y tengo uno en el que estoy más o menos colgado.”
“Está bien,” dijo. “Dispara.”
“Digamos que eres un cambia-formas,” le dije. “Puedes cambiar tu cara, e ir a donde
sea que quieras, y ser quien quieras ser. Puedes ser de cualquier edad, de cualquier
tamaño, nacionalidad, y hacer lo que quieras. Ahora imagina que estás en una mala
situación, obligado a hacer cosas que no te gustan. Si tienes este tipo de libertad, ¿por
qué decidirías quedarte?”
“Así que es una cuestión de riesgo y recompensa,” dijo. “Yo me quedo y vivo con
dificultades, o me escapo de las dificultades a costa de perderme a mí mismo.”
“No eres tú mismo,” le dije, y me estremecí ante lo expuesto que me sentía, me estaba
abriendo a un montón de preguntas incómodas, sobre todo si él pensaba que yo estaba
oblicuamente refiriéndome a mí mismo. “Te perdiste a ti mismo hace mucho tiempo, y
has sido una cadena de alguien más quién sabe por cuánto tiempo.”
“Entonces es una cuestión de identidad también,” dijo. “Si soy alguien más, ¿es tan
bueno como ser yo? Si no puedo ser yo mismo de nuevo, ¿estoy mejor en no ser nadie
en absoluto, o escoger un nuevo ser para volverme?”
“Así es,” dije, asintiendo con la cabeza. “Puedes permanecer como una persona, en un
lugar, hacer una cosa para siempre, y odiarlo, o puedes ser libre de todo, sin
responsabilidades, sin problemas, sin equipaje.”
Se me quedó mirando un momento. “¿Hay algo que deseas decirme?”
“Quiero que me diga qué podría hacer que te quedes en una situación así,” le dije. “Sé
que piensas que esto es acerca de mí, pero no lo es, no puedo explicarle. Ahora en
serio—no tienes nada por un lado, y todo por el otro. ¿Por qué te quedaría?
Él lo pensó durante un par de minutos, dando golpecitos con el lápiz en su cuaderno, y
frunciendo el ceño. Fue por esto que vine al doctor Neblin, él me toma en serio, no
importa lo que diga o cuán loco suene.
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“Una pregunta más,” dijo. “¿Soy un sociópata?”
“¿Qué?”
“Éste es tu rompecabezas,” dijo Neblin “y como a menudo hemos discutido, tienes
fuertes tendencias sociópatas. Quiero saber si debo responder de una norma de estado
emocional, o de la falta de una.
“¿Cuál es la diferencia?”
El doctor Neblin sonrió. “Ahí está tu respuesta, dijiste que la segunda opción, salir y
comenzar una cadena de nueva vida, tiene libertad—no tiene ‘equipaje.’ Cuando un
sociópata ve equipaje, una personalidad típica vería las conexiones emocionales.
Amigos, familiares, seres amados, no todos nosotros podemos olvidarnos de ellos tan
fácilmente. Ellos nos definen y nos hacen ser quienes somos. A veces las
personalidades que nos rodean son las que nos hacen completos.
Conexiones emocionales. Seres queridos.
“Kay.”
“¿Qué?”
“Yo. . . dije que Okay.”
Era Kay Crowley. El señor Crowley realmente estaba enamorado de ella—no
fingiendo estarlo, no usarla como una cubierta, él estaba real y verdaderamente
enamorado de ella. Había tratado de ponerme en el lugar de Crowley y no funcionó,
no porque su mente era diferente, sino porque la mía sí lo era. El demonio amaba a su
esposa.
“Me tengo que ir,” le dije.
“Acabas de llegar.”
Crowley lo había hecho tal vez cientos de veces, tal vez unas miles de veces, saltando
de cuerpo en cuerpo, vida tras vida. Él se trasladó a una nueva ciudad y comenzó de
nuevo, y cuando los poderes de su demonio no podían sostener más al cuerpo, él los
dejaba y se pasaba al siguiente. Él dejó a Emmett Openshaw en Arizona y huyó aquí,
al condado de Clayton para ocultarse y volver a empezar, pero entonces conoció a
Kay, y ahora era diferente. Dejar este cuerpo significaba dejarla a ella, y él no podía
hacerlo, así que, en lugar de irse, se estaba parchando a sí mismo poco a poco—
arreglando cada parte, mientras éstas se rompían en vez de empezar de nuevo.
“¿John?”
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“¿Huh?”
“¿Hay algo de lo que desees hablar?” preguntó el doctor Neblin.
“No, no, yo. . . tengo que irme. Tengo que pensar.”
“Llámame, John,” dijo Neblin, de pie y sacando un tarjeta de visita. “Llámame si
quieres hablar, de cualquier cosa.” Él escribió un segundo número, el número de su
casa, supuse, en la parte posterior de la tarjeta, y me la entregó. Me di cuenta de que
repentinamente estaba preocupado—líneas de preocupación estaban grabadas en su
rostro como heridas, y él me miraba con ansiedad.
“Gracias,” murmuré, y salí de la oficina, recogí mi abrigo en la sala de espera y bajé las
escaleras, me subí en la bicicleta y pedaleé a casa. Fue, no sin rumbo, no
desesperadamente, tampoco nerviosamente, yo estaba tranquilo por primera vez en
semanas. Había encontrado su debilidad.
Amor.
***
Pasé la tarde encerrado en mi cuarto, revisando mis notas y mirando por la ventana
por el señor Crowley. El amor era la grieta en su armadura, lo sabía, pero no había
pensado en un plan para explotarlo todavía. Creé y descarté una docena de ideas
diferentes, desesperado por encontrar una que pudiera detenerlo antes de que él
volviera a matar.
Pero él ya estaba poniéndose muy enfermo, lo haría pronto y yo no estaba preparado.
Efectivamente, poco después de medianoche, el señor Crowley se tambaleó a su
coche. Se veía peor de lo que jamás lo había visto—él estaba esperando el mayor
tiempo posible para arreglarse él mismo. Me pregunté si podría tener que reemplazar
más de una cosa, y entonces me cuestioné si eso era posible—si tomaba mucho de una
persona, se volvería esa persona lo quisiera, ¿o no? Eso explicaría el por qué sustituye
un solo órgano a la vez.
Abrí mi puerta sin hacer ruido, mamá todavía estaba despierta, mirando Letterman.
Volví a cerrarla con llave, y fui a la ventana. Era una caída larga hasta el suelo, pero
Crowley se estaba escapando. Me envolví en mi abrigo, me puse mi nueva
adquisición—una máscara de esquí negro—y salté.
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El señor Crowley había ido demasiado lejos como para que pudiera seguir sus luces,
por lo que monté tan rápido como pude al Flying J, esperando que fuera allí por otro
vagabundo. El Flying J fue difícil de alcanzar con la bicicleta, así que monté a la base
de la colina detrás de éste y subí, evitando la autopista y las luces. Crowley estaba
estacionándose, solo, no había encontrado a nadie todavía. Me tambaleé hacia abajo
de la colina de nieve y rodé las pocas cuadras hacia la rampa de salida de la autopista
en donde lo vi volver de la ciudad, yendo en dirección hacia la planta de madera. Tal
vez él iba a tratar de conseguir un vigilante nocturno o algo así, un inocente don nadie
que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Su coche iba
desviándose peligrosamente, y me di cuenta que probablemente no podía esperar a que
una víctima don nadie apareciera—él tenía que matar a la primera persona que
encontrara, a la una de la mañana, que todavía sería casi imposible. Lo seguí a unas
pocas cuadras de distancia, tan negro como la noche.
Se dio la vuelta a unas calles, y cuando llegué a la esquina, lo vi levantarse detrás de
una cabina de diesel. El motor del camión se apagó, la puerta se abrió y un hombre
bajó de un salto; su aliento flotaba como un fantasma en el aire helado. El hombre
corrió hacia la parte delantera del camión, pero Crowley salió de su coche y le gritó. El
hombre hizo una pausa y le devolvió el grito. No pude oír lo que sea que estaba
diciendo. El hombre señaló a una la casa detrás de él—un dúplex.
Se me heló el corazón. Miré hacia arriba a la placa de la calle por encima de mí:
Redwood Street.
Ése era el padre de Max.
“¡No!” Grité, pero ya era demasiado tarde—el padre de Max miró hacia mí, y Crowley
se tambaleó hacia él, con las uñas hacia fuera, dejándolo en el suelo con una garra
brillante y luego cayó sobre él con una furia animal. El padre de Max era un torbellino
de sangre y garras, y Crowley se paró por encima de él tambaleándose por un
momento antes de caer al lado del cuerpo. Los dos hombres yacían inertes en el suelo
helado, la calle estaba silenciosa como una tumba.
Di un paso tentativo hacia adelante. Crowley se había empujado demasiado fuerte—
tal vez él mismo se había empujado más allá de su propia capacidad para regenerar. Él
ni siquiera había tomado un órgano todavía, tal vez el padre de Max estaba vivo
todavía, y yo lo podía ayudar. Las casas estaban oscuras y nadie había oído mi grito, o
el ataque. Troté lentamente hacia los cuerpos, casi deslizándome sobre un trozo de
hielo. Nada se movía.
Al acercarme, pude ver que el padre de Max estaba más allá de cualquier esperanza—
su cuerpo estaba hecho pedazos, roto y ensangrentado. Una pila de entrañas echaba
vapor sobre el asfalto congelado. Sentí al monstruo dentro de mí que se agitaba con
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más fuerza que nunca, me instaba a arrodillarme, sentir los órganos brillantes. Cerré
los ojos luchando por el control. Cuando abrí los ojos de nuevo miré a Crowley, boca
abajo, todavía medio demonio, con los brazos alargados, grabados con el músculo
inhumano. Sus dedos largos y negros terminaban en garras terribles blancas como la
leche. Al igual que las entrañas expuestas, el cuerpo de Crowley estaba humeante en el
frío.
Yo quería darle una patada, quería darle un puñetazo, golpearlo y arrastrarlo por la
calle hasta que no quedara nada—sin garras de demonio, sin un cuerpo humano, sin
ropa, sin memoria alguna. Mi mente rugía al pensar en todo el mal que él había hecho,
pero era más que eso. Yo estaba celoso. Se había matado a sí mismo, y quitado mi
oportunidad.
El vapor hervida a su alrededor, y de repente su cuerpo dio un espasmo. Salté hacia
atrás, deslizándome sobre el hielo y cayéndome sobre mi espalda. La cabeza del
demonio se levantó bruscamente, luchando por respirar a través de una boca
demasiada llena de colmillos para ser real. Yo revolví mis pies y me alejé de nuevo. El
demonio débilmente se empujó a sí mismo sobre sus brazos y se volvió hacia mí. Sus
oscuros párpados se deslizaban grotescamente sobre sus grandes ojos cristalinos, como
si no me pudiera ver con claridad. Sentí mi cara para asegurarme de que la máscara de
esquí todavía estuviera allí. En esta oscuridad, es probable que no pudiera decir quién
era. Sus colmillos brillaron débilmente en la oscuridad, pálida y fosforescente. Arrastró
hacia mí una titubeante garra antes de colapsar de nuevo sobre el hielo, tosió y volvió
la cabeza, en busca de algo, y cuando su mirada cayó sobre los jirones restos del padre
de Max, se olvidó de mí y penosamente se arrastró hacia ellos.
Di unos pasos rápidos a su alrededor, tratando de ver si podía mover el cuerpo,
arrástralo fuera del alcance del demonio, pero estaba demasiado cerca, había perdido
mi oportunidad. El demonio se va a regenerar, y luego iba a venir detrás de mí. Yo
sólo podía esperar que no me haya reconocido en la oscuridad. Si pudiera irme
rápidamente y mantenerme en la delantera, podría nunca saber que estuve allí.
Mi casa estaba a veinte minutos en bicicleta durante el día, pero lo hice en diez—
acelerando en el centro de calles vacías, pedaleando imprudentemente a través de las
intersecciones, tomando sólo el tiempo para permanecer fuera de la nieve con el fin de
no dejar pistas.
Puse mi bicicleta con cuidado contra el costado de la casa, tratando de coincidir con su
posición anterior lo más cerca que pude, sólo por si acaso; la casa estaba exactamente
a como cuando se fue, por lo que no sospecharía de mí. Me arrastré hasta la escalera y
escucho a través de nuestra puerta—el televisor estaba apagado, parecía que mamá se
había ido a dormir. Abrí la puerta sin hacer ruido y me deslicé en la oscuridad,
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
cerrándola con fuerza detrás de mí. Me quité los guantes y la máscara de esquí,
agradecido por el calor, y me dejé caer cansadamente sobre el sofá, estaba a salvo.
Pero algo andaba mal, y no podía acertar con mi dedo a señalar qué era.
Todo parecía bastante tranquilo, pero no demasiado tranquilo, el reloj de la cocina
seguía corriendo como si fuera normal, el horno estaba soplando como de
costumbre. Escuché a través de la puerta de mi mamá, frotando mis manos por el frío,
y la escuché bien bajo, incluso respirando. Todo estaba bien—
¿Por qué estaba frío? No me había fijado en un primer momento, porque estaba mucho
más cálido que en el exterior, pero me di cuenta ahora, sobre todo aquí en el pasillo,
estaba definitivamente más frio de lo que debería estar. Abrí la puerta para ver a mi
habitación, pero el picaporte no giraba, estaba cerrado con llave.
Había bajado por la ventana, no por la puerta, y la ventana seguía abierta.
El señor Crowley estaría en casa en cualquier momento, preguntándose quién lo había
estado observando, y vería mi ventana abierta y las huellas en la nieve por debajo de
ella. Lo haría sospechar, se preguntaría si la ventana estaba cerrada cuando él se
fue. Vendría a ver, y ahí estaré yo, fuera de mi cuarto, solo en la oscuridad, con la
puerta de mi habitación cerrada, despierto a la una de la mañana. Mamá se despertará
y preguntará—delante de él—cómo salí de mi habitación y él lo sabría, y nos mataría a
los dos.
Empecé a ir de nuevo hacia las escaleras, para salir a la calle y cerrarla, pero eso sería
aún peor—él llegaría a casa y me vería en el exterior, tratando de subir de nuevo por la
ventana del segundo piso y sabría que yo lo había seguido.
La puerta de mi habitación se abría para dentro, así que no podía hacer saltar a las
bisagras. Pensé en darle patadas para que se fuera hacia abajo, pero no sabía si podía—
y sabía que mamá me escucharía y despertaría, y nunca me perdonaría por la
destrucción de una puerta. Estaba sorprendió de que pudiera dormir en este frío, me
asomé por la ventana de la sala. La calle estaba clara. Él aún estaba fuera, todavía
había tiempo. ¿Qué podía hacer?
Crowley sospecharía si me veía tratando de ocultarme, ¿pero y si no me oculto en
absoluto? La calle estaba vacía; me quité el abrigo y me puse el viejo—que era de otro
color al del que él que había visto—y volví a salir sin mis guantes y mi lentes de
esquí. Llegué al banco de nieve por debajo de mi ventana y trepé sobre él justo a
tiempo. Las luces del señor Crowley aparecieron en el final de la calle, muy lejos. Lo vi
acercarse más y más, y al coche en sí salir a la luz, y del mismo modo que comenzó a
disminuir la velocidad, yo salí corriendo delante de él, agitando los brazos
137
Dan Wells
Foro Dark Guardians
frenéticamente hacia los faros. El coche se detuvo con un chirrido, y él desenrolló su
ventana.
“¿John, qué rayos estás haciendo aquí afuera?”
“¿Puedo dormir en su casa esta noche?” pregunté.
“¿Qué?”
“Mamá y yo tuvimos una pelea,” le dije. “Salté por la ventana, iba a huir,
pero. . . hace mucho frío. ¿Puedo, por favor, dormir en su casa?”
Él miró al otro lado de la calle a mi casa, mi ventana abierta, y mis cortinas ondeando
en la brisa tenue.
“Por favor,” le pregunté.
“No creo que eso sea una buena idea,” dijo. “Mi casa no es. . . no es seguro estar fuera
así en la noche, John, hay. . . merodeadores, no es seguro para ti o tu madre.
“No me lleve de vuelta,” le dije, tratando de evocar las lágrimas. No pude. “Yo no
quiero que ella sepa que me fui.”
Pensó un minuto. Me di cuenta de que estaba más sano que antes—más alerta, más
estable, y mucho más constante. Apenas se podía decir que había estado enfermo. “¿Si
te prometo no decirle a tu madre, te vas a casa?”
“La puerta de mi dormitorio está cerrada desde el interior, no puedo entrar de nuevo, y
si ella me ve en la sala de estar se dará cuenta eventualmente.”
Pensó un momento más, y miró nerviosamente alrededor del barrio; obviamente,
pensaba que su acosador lo estaba viendo. “Mi escalera llegará,” dijo al fin. “Te
podemos poner dentro de nuevo de esa forma, pero tienes que prometerme que no
tratarás de escaparte de esta forma de nuevo.”
“¿Y no le dirá nada a mamá?”
“Lo prometo,” dijo. “¿Trato?”
“Trato.” Pasó por delante de mí en la entrada de su casa, y juntos sacamos la escalera
extensible de su cobertizo, y la pusimos bajo mi ventana. “¿Puede guardarla usted
solo?” le pregunté.
“Soy un hombre viejo,” dijo sonriendo, “pero no un inútil.”
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
“Gracias,” dije, y subí a mi ventana. Entré, lo saludé con la mano, y él dobló la
escalera y se la llevó. Cerré la ventana con fuerza, cerrando también las cortinas, y lo
vi desde la oscuridad. Lo había engañado de nuevo.
El señor Crowley guardó la escalera y entró a la casa—pero no cerró la puerta. Seguí
mirando, intrigado, y un momento más tarde, volvió a salir e hizo algo que no me
esperaba—escribió algo en un trozo de papel y lo pegó con cinta adhesiva en su
puerta. Busqué en la oscuridad por los binoculares, y traté de centrarme en la nota, sin
mover mis cortinas, estaba muy oscuro para leer. Me senté junto a la ventana toda la
noche, esperando, y cuando llegó la mañana miré, leyendo a través de los binoculares
con las débiles luces antes del amanecer.
NO PUDISTE DETENERME Y NUNCA PODRÁS
Era una nota para su acosador, haciendo alarde de su poder y prácticamente
prometiendo seguir matando a más personas, una y otra vez. Apenas había pasado una
semana desde el último, ¿cuánto tiempo pasará para el siguiente? Él era un asesino a
sangre fría y malvado, no importa lo mucho que ame a su esposa o que ayude a su
vecino. Él era un demonio. Eso era un demonio.
Y tenía que morir.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
15
Traducido por Kar
Corregido por Caroliberta
L
a nueva muerte estaba por todas las noticias a la mañana siguiente. Roger Bowen,
conductor de camión local, esposo, y padre, fue encontrado desgarrado por la
mitad en la calle frente a su casa. El asesino ni siquiera se había molestado en
mover el cuerpo, olvídense de esconderlo.
Mamá lucía como si quisiera abrazarme―para reasegurarme a mí o a ella misma, que
todo iba a estar bien. Supongo que es lo que deben hacer las madres, y me sentí
culpable de que la mía no pudiera hacerlo. Sabía, por la forma en que me miraba, que
quería consolarme, y que sabía que yo no necesitaba ser consolado. Yo no estaba triste,
estaba pensativo. No me sentía mal porque él hubiera muerto, me sentía culpable
porque yo no había sido capaz de detener a su asesino. Me preguntaba, entonces, si yo
estaba haciendo todo esto porque quería salvar a los chicos buenos, o si sólo quería
matar al chico malo. Y me preguntaba si eso haría alguna diferencia.
Mamá me preguntó después de un rato si quería llamar a Max, y yo sabía,
objetivamente, que debería hacerlo, pero no sabía qué decir, así que no lo hice. Así
como nadie podía consolarme, yo no podía consolar a nadie más―eso era del reino de
la empatía, y yo sería completamente inútil. Supongo que podría haber dicho, ‘Hola,
Max, sé quién mató a tu papá, y voy a matarlo a él también,’ pero no soy
estúpido―psicópata o no, soy lo bastante inteligente para saber que así no es como la
gente se habla la una a la otra. Mejor mantenerlo todo en secreto.
Tan pronto como la policía desocupó la escena del crimen la noche del sábado, hubo
una vigilia por el padre de Max. No era un funeral―el equipo forense del FBI estaba
tan sólo empezando su autopsia―sino una simple reunión, donde todos íbamos juntos
y encendíamos velas y rezábamos o lo que fuera. Quería vigilar la casa de los Crowley
en vez de ir, pero mamá me hizo asistir. Sacó unas viejas velas de cena de un cajón
trasero de algún lugar y nos pasamos por ahí. Me sorprendí de cuán grande era la
vigilia.
Max estaba sentado en su pórtico, rodeado por su hermana, su madre, y toda la familia
Bowen que vivía fuera de la ciudad, quienes habían venido a consolarlos. Me parecía
que ellos querrían alejarse de una ciudad bajo amenaza de un asesino en serie y no
acercarse, pero, ¿qué sabía yo? Las conexiones emocionales te hacían hacer cosas
estúpidas, supongo.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Margaret se nos unió, y pusimos flores en la calle donde el cuerpo había sido
encontrado; ya había una gran pila ahí. Alguien había comenzado una segunda pila
para Greg Olson, también un hombre de familia, y que aún estaba desaparecido, pero
no era ni de cerca tan grande como la otra; mucha gente aún se aferraba a la idea de
que él era culpable de algo. La señora Olson y su hijo estaban ahí, mostrando
solidaridad con la comunidad, pero había una escolta policial rondando en las
cercanías, sólo en caso de que alguien iniciara una pelea.
Yo tenía frío, y estaba ansioso por volver a vigilar la casa de los Crowley, pero más que
todo estaba aburrido―todo lo que estábamos haciendo era estar de pie sosteniendo
velas, y no le veía el punto. No estábamos consiguiendo nada. No estábamos
encontrando al asesino, o protegiendo al inocente, o dándole a Max un nuevo papá.
Sólo estábamos ahí, dando vueltas, observando impotentes las pequeñas llamas que
derretían nuestras velas, gota a gota.
Al menos nuestra vigilia vecinal hubiera encendido un fuego. Yo podría encender uno
ahora―estaríamos calientes, tendríamos luz, y, bueno. . . tendríamos un gran fuego.
Esa era su propia recompensa. Miré a mí alrededor buscando algo que encendiera,
pero mamá me tiró de repente hacia el otro extremo de la vigilia.
“Hola, Peg,” dijo ella, inclinándose y abrazando a la señora Watson. Brooke y su
familia habían llegado, todos llorando. La cara de Brooke estaba húmeda con
lágrimas, redondas y levantadas como ampollas, y tuve que contenerme de inclinarme
para tocarlas.
“Hola, April,” dijo la señora Watson. “Es tan terrible, ¿no es verdad? Es simplemente
tan. . . Brooke, cariño, ¿puedes llevar las flores? Gracias.”
“John puede mostrarte donde están,” dijo mi mamá rápidamente, girando para
enfrentarme.
Me encogí de hombros. “Vamos,” dije, y Brooke y yo caminamos a través de la
multitud. “Es bueno que esté aquí,” dije, medio bromeando, medio molestándola. “Es
bastante difícil encontrar la gran pila de flores en medio de la calle.”
“¿Lo conocías?” preguntó Brooke.
“¿A Max?”
“A su padre,” dijo ella, limpiando sus ojos con un dedo enguantado.
“No muy bien,” dije. Yo sí lo conocía bastante bien en realidad―era ruidoso,
arrogante, y fanfarroneaba de cualquier cosa de la que tuviera al menos media opinión.
Lo odiaba. Max lo idolatraba. Estaba mejor sin él.
Llegamos a la pila y Brooke dejó las flores.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
“¿Por qué hay dos pilas?” preguntó.
“Esa es por el tipo desaparecido, Greg Olson.”
Ella se arrodilló y sacó una flor de su buqué, y avanzó un paso hacia la pila más
pequeña.
“Brooke,” dije, luego me detuve.
“¿Qué?” Su rostro se ensombreció. “No crees que él sea el asesino, ¿o sí?”
“No, yo sólo. . . ¿Crees que esto ayuda? Tiramos algunas flores en la calle, y mañana él
asesina a otro. No estamos ayudando en nada.”
“Yo creo que quizás sí,” dijo Brooke. Sorbió y se limpió la nariz. Sus ojos estaban
rojos por el llanto. “No sé qué pasa cuando morimos, o a dónde vamos, pero tiene que
haber algo, ¿verdad? Un cielo, u otro mundo. Quizás ellos nos observen, no lo
sé―quizás pueden vernos.” Depositó sus flores en la pila de Greg Olson. “Si así es,
quizás los anime saber que no los olvidamos.” Se envolvió con sus brazos temblando
en el frío, y miró hacia la oscuridad.
“Max recuerda a su padre condenadamente bien,” dije, “pero eso no se lo devuelve. ¿Y
qué hay de todos los otros? Él ha asesinado a gente que ni siquiera conocemos—debe
haberlo hecho. Si escondió el cuerpo de Greg Olson, probablemente haya escondido el
de alguien más. Si recordar es importante, entonces, ¿qué pasa con ellos? Nadie los
extraña siquiera.”
Los ojos de Brooke se humedecieron de nuevo. “Eso es terrible,” su rostro era de color
rojo brillante por el frío, como si alguien le hubiera dado una fuerte bofetada en ambas
mejillas. Mirarla me hizo enojar, y sentí como se aceleraba mi respiración.
“No pretendía ponerte triste,” dije. Me quedé mirando mi vela, en lo profundo en el
corazón de la llama. Recuérdame. . .
Brooke tomó otra flor de su buqué y la puso a un lado, comenzando una tercera pila en
la calle.
“¿Para qué es eso?” pregunté.
“Para los otros,” dijo ella.
Pensé en el vagabundo al fondo del Lago Freak. ¿Le importaba a él que una chica
estúpida pusiera una flor en la calle? Él aún estaba en el fondo del lago, y el hombre
que lo puso ahí aún estaba matando, y esa flor no iba a evitar ninguna de las
situaciones.
Me volteé para alejarme, pero alguien pasó por delante y depositó otra flor en la nueva
pila de Brooke. Me detuve un segundo, mirando las dos flores cruzadas en el asfalto.
Un momento después, una tercera se les unió.
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Dan Wells
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Todos parecían saber qué estaba sucediendo. Era como mirar una bandada de pájaros
dando vueltas en el cielo, volteándose y cayendo y alzándose sin ninguna
orden―simplemente sabían qué hacer, como un pensamiento compartido. ¿Qué
pasaba con los otros pájaros―aquellos que no podían leer las señales, y siguen yendo
derecho cuando la bandada tomaba un giro amplio y comunal?
Oí una voz familiar y miré hacia arriba―el señor Crowley había llegado, con Kay a su
lado, y estaban hablando con alguien a sólo tres metros de distancia. Él estaba
llorando, justo como Brooke―justo como todos menos yo. Los héroes en las historias
tenían que luchar con demonios horribles de ojos rojos y brasas ardientes; los ojos de
mi demonio sólo estaban rojos por las lágrimas. Lo maldije entonces, no porque sus
lágrimas fueran falsas, sino porque eran reales. Lo maldije por mostrarme con cada
lágrima y cada sonrisa y cada emoción sincera que tenía, que yo era un fenómeno. Él
era un demonio que mataba por capricho, que dejó al padre de mi único amigo
yaciendo en piezas en un camino congelado, y aún así se adaptaba mejor que yo. Él
era innatural y terrible, pero pertenecía aquí, y yo no. Yo estaba tan lejos del resto del
mundo que había un demonio entre nosotros cuando intentaba mirar hacia atrás.
“¿Estás bien?”
“¿Qué?” pregunté
Era Brooke, mirándome con extrañeza. “Dije, ¿estás bien? Estabas apretando los
dientes―lucías como si estuvieras listo para matar a alguien.”
Por favor ayúdame, le rogué en silencio. “Estoy bien” No estoy bien, y voy a matar a
alguien, y no sé si seré capaz de parar. “Estoy bien, regresemos.”
Caminé de vuelta hacia mamá. Brooke me siguió, sus manos metidas en sus bolsillos,
sus ojos mirando mi cara cada pocos pasos.
“¿Podemos irnos?” le pregunté a mamá. Ella se volteó hacia mí, sorprendida.
“Me gustaría quedarme un rato más,” dijo, “no he hablado con la señora Bowen
todavía y tú no has visto a Max, y—”
“¿Podemos irnos por favor?” Mantuve mis ojos en el suelo, pero sabía que todos me
estaban mirando.
“Comenzamos una nueva pila de flores” dijo Brooke, rompiendo la incómoda tensión.
“Hay una por el señor Bowen, y una por el señor Olson, pero empezamos una nueva
por las víctimas que no conocemos. Sólo por si acaso.”
Le lancé una mirada, y ella me sonrió, débil y. . . algo. ¿Cómo se supone que yo
supiera? La odié entonces, y a mí mismo, y a todos los demás.
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Dan Wells
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La gente aún me estaba mirando, y no podía decir si estaban mirando a un humano o
a un monstruo. Ya ni siquiera estaba seguro de cuál era.
“De acuerdo,” dijo mamá, “podemos irnos. Fue agradable verte, Peg. Margaret, por
favor, dale nuestros recuerdos a los Bowens.” Caminamos hacia el auto y yo entré
silenciosamente, frotando mis piernas en el asiento helado. Mamá encendió el carro y
echó a andar la calefacción, pero aún tomó unos cuantos minutos antes de que algo se
calentara.
“Eso fue muy dulce de tu parte, lo de empezar una nueva pila,” dijo mamá, a medio
camino.
“No quiero hablar,” dije.
Podía sentirme empeorando—pensamientos oscuros se arrastraban sobre y a través de
mí como gusanos en un cadáver, y eso era todo lo que podía hacer para acabar con
ellos. Quería matar al señor Crowley, pero a nadie más. El monstruo estaba
confundido, y sacudía mi cabeza como los barrotes de una jaula. Susurraba y rugía,
suplicándome constantemente que cazara, matara, y que lo alimentara. Quería más
miedo. Quería poseer. Quería la cabeza de mamá en un poste, y la de Margaret, y la de
Kay. Quería a Brooke atada a una pared, gritando sólo por nosotros. Durante las
últimas semanas, me había encontrado gritándole que se detuviera, o hiriéndome para
herirlo, pero era más fuerte que yo. Podía sentir como se deslizaba mi control.
Anduvimos en silencio el resto del camino, y cuando llegamos a casa vertí un bol de
cereal y encendí el televisor. Mamá lo apagó. “Creo que tenemos que hablar.”
“Dije que no quiero—”
“Sé lo que dijiste, pero esto es importante.”
Me puse de pie y caminé de vuelta a la cocina. “No tenemos nada de qué hablar.”
“Eso es exactamente de lo que tenemos que hablar,” dijo ella, mirándome desde el
sofá. “El papá de tu mejor amigo ha sido asesinado―siete personas han sido
asesinadas en cuatro meses―y obviamente no estás lidiando con esto muy bien.
Apenas me has dicho una palabra desde Navidad.”
“Apenas te he dicho una palabra desde el cuarto grado.”
“Entonces, ¿no es hora ya?” preguntó, poniéndose de pie. “¿No tienes nada que decir,
acerca de Max, o tu padre, o algo? Hay un asesino en serie en la ciudad, por el amor de
Dios, eso es lo que más te gusta en el mundo. No podíamos hacer que dejaras de
hablar de eso hace algunos meses, y ahora estás prácticamente mudo.”
Me moví hasta quedar fuera de su vista detrás de la pared de la cocina y comí otro
poco de cereal.
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“No huyas de mí,” dijo, siguiéndome a la habitación. “El doctor Neblin me contó
sobre tu última visita.”
“El doctor Neblin necesita callarse la boca,” dije.
“Él está tratando de ayudarte,” dijo mamá. “Yo estoy tratando de ayudarte. Pero tú no
nos dejas entrar. Sé que no sientes nada, pero al menos dime en qué estás pensando.”
Arrojé el bol de cereal a la pared tan fuerte como pude, rompiéndolo. La leche y el
cereal se esparcieron por la habitación.
“¿Qué demonios crees que estoy pensando?” grité. “¿A caso te gustaría vivir con una
madre que piensa que eres un robot? ¿O una gárgola? ¿Crees que puedes simplemente
decir lo que quieras y rebotara? ‘¡John es un loco! ¡Apuñálalo en la cara―no puede
sentir nada!’ ¿Crees que yo no puedo sentir? ¡Lo siento todo, mamá, cada puñalada,
cada grito, cada susurro tras mis espaldas, y estoy listo para apuñalarte de vuelta, si eso
es lo que se necesita para llegar a ti!” Azoté mi mano contra el mostrador, encontré
otro bol y lo lancé contra la pared. Recogí una cuchara y la tiré hacia el refrigerador,
luego cogí un cuchillo de cocina y me preparé para lanzarlo también, pero de pronto
noté que mamá estaba rígida, su rostro pálido y sus ojos como platos.
Estaba asustada. No sólo asustada―estaba asustada de mí. Estaba aterrada de mí.
Sentí que me recorría un escalofrío―un disparo de luz, una ráfaga de viento. Estaba
ardiendo. Me sorprendió el poder de ésta, de emoción pura, sin filtrar.
Esto era. Esto era lo que nunca había sentido antes―una conexión emocional con otro
ser humano. Había probado la amabilidad, había probado el amor, había probado la
amistad. Había tratado de hablar, compartir y observar, y nada había funcionado hasta
ahora. Hasta el miedo. Sentí su miedo en cada centímetro de mi cuerpo como un
zumbido eléctrico, y estaba vivo por primera vez. Necesitaba más justo entonces o el
anhelo me comería vivo.
Levanté el cuchillo. Ella se estremeció y retrocedió. Sentí su miedo de nuevo, más
fuerte ahora, en perfecta sincronía con mi cuerpo. Era una descarga de vida pura―no
sólo miedo, sino control. Agité el cuchillo, y el color huyó de su rostro. Avancé y ella
se echó hacia atrás. Estábamos conectados. Estaba guiando sus movimientos como un
baile. Supe en ese instante que así es como el amor debía ser―dos mentes en paralelo,
dos cuerpos en armonía, dos almas en unidad absoluta. Ansiaba avanzar de nuevo,
dictar su reacción. Quería encontrar a Brooke y encender este mismo miedo abrasador
en ella. Quería sentir esta unidad brillante y gloriosa.
No me moví.
Éste no era yo.
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El monstruo estaba entrelazado a mí alrededor tan completamente que no podía decir
dónde terminaba y comenzaba yo, pero aún estaba ahí, en algún lugar.
¡Más! gritaba él.
Mi muralla se había ido, la jaula del monstruo, destruida, pero los escombros aún
estaban ahí, y de alguna manera en ese instante encontré esa muralla de nuevo. Estaba
de pie sobre los escombros de una vida que yo había construido meticulosamente
durante años―una vida que nunca disfruté, de cuya felicidad me había apartado, pero
una vida que valoraba, alegre o no. Valoraba las ideas tras ella. Los principios.
Eres malvado, me dije a mí mismo. Eres el Señor Monstruo. No eres nada. Eres yo.
Cerré los ojos. El monstruo se había dado un nombre ahora―había robado su nombre
de el Hijo de Sam, quien se llamaba a si mismo Señor Monstruo en una carta al
periódico. Le había rogado a la policía que le pegara un tiro, así no asesinaría de
nuevo. No podía detenerse.
Pero yo podía. No soy un asesino serial.
Bajé el cuchillo.
“Lo siento,” dije. “Siento haberte gritado. Siento haberte asustado.”
Su miedo fluyó fuera de mí, la exquisita alegría de la conexión me fue drenada, y los
vínculos cortados. Estaba solo de nuevo. Pero aún era yo.
“Lo siento,” dije de nuevo, y caminé bordeando la esquina, bajé por el pasillo y entré a
mi cuarto. Cerré con llave.
Me aferré desesperadamente a una ligerísima capa de auto-control, pero el monstruo
aún estaba ahí, aún fuerte, y más molesto que nunca. Yo lo había vencido, pero sabía
que saldría de nuevo, y no sabía si podría vencerlo una segunda vez.
Así era como el Hijo de Sam había terminado su carta: “Déjame cazarte con estas
palabras: ¡Volveré! ¡Volveré!”
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Traducido por Sofy Gutz y Arantxa Rodríguez
Corregido por Caroliberta
L
a víspera de año nuevo transcurrió sin incidentes—algunos fuegos artificiales en la
televisión, un poco de champán falsa del supermercado, y nada. Nos fuimos a la
cama. Salió el sol. Era el mismo mundo que siempre había sido, sólo que más
viejo. Un paso más hacia el final del tiempo, que apenas vale la pena celebrarlo en
absoluto.
Casi todo lo que hice en estos días era observar al señor Crowley, asomándose por mi
ventana durante el día y mirando hacia la noche. Un día, ayudando en los quehaceres,
me robé la llave de su sótano, y la metí en un pequeño agujero en el forro de mi abrigo.
Conocía su horario cada minuto, y el diseño de su casa al más mínimo detalle. Pronto
se fueron juntos en un viaje de compras combinado—ella necesitaba alimentos, él
necesitaba un nuevo grifo para el fregadero de la cocina—y al mismo tiempo que se
habían ido, me deslicé por la puerta del sótano. Allí estaba el laberinto de
almacenamiento en el sótano, que conduce a las habitaciones de arriba. Allí estaba la
silla donde él veía la televisión, y en la cama donde dormían juntos. Dejé una nota
debajo de su almohada:
ADIVINA ¿QUIÉN SOY?
En la mañana del viernes 5 de enero, el padre de Max llegó a la funeraria, limpio,
analizado y sacado de la camioneta de policía en tres bolsas blancas. Crowley le había
cortando y arrancado por la mitad, y sabía que el FBI le debe haber cortado más allá,
en busca de pruebas. Mamá necesitaría una foto sólo para juntarlo de nuevo. Me
quedé en el borde de la bañera y miré a la ventana del baño como Ron, el forense, y
alguien con una placa del FBI llevaba las bolsas a la sala de embalsamiento. Mamá y
Margaret salieron, y los cuatro charlaron mientras hacían la transferencia y firmaban
los papeles. Pronto, los hombres volvieron a su camioneta y se alejaron. El ventilador
de embalsamiento cobró vida debajo de mí, y cerré la ventana.
Mamá estaba subiendo las escaleras, probablemente en busca de una merienda antes
de empezar. Me retiré rápidamente a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí;
había estado evitándola casi patológicamente desde que la amenacé de la otra noche.
Para mi sorpresa, el eco de sus pasos iba por la cocina, el cuarto de baño, la sala de
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lavandería e incluso en su propio dormitorio. Ella llegó al final del pasillo y llamó a mi
puerta.
“John, ¿puedo pasar?”
No dije nada, y miré por la ventana a la casa de Crowley. Él estaba en su sala, pude
ver la luz, y los destellos azules en la cortina, reflejándose desde el televisor.
“John, tengo algo que hablar contigo,” dijo mamá otra vez. “Una ofrenda de paz.”
Yo no me moví. La oí suspirar y sentarse en el pasillo. “Sé que hemos tenido tiempos
difíciles—hemos tenido un montón—pero todavía estamos juntos, ¿verdad? Quiero
decir, somos las dos únicas personas en la familia que han logrado seguir juntas.
Incluso Margaret vive sola. Sé que no somos perfectos, pero. . . seguimos siendo una
familia, y somos todo lo que hemos tenido.”
Me moví en la cama, mirando fuera de la ventana a su sombra debajo de la puerta. Mi
cama crujió cuando me moví, casi imperceptiblemente, pero yo sabía que lo había
oído. Ella volvió a hablar.
“He estado hablando mucho con el doctor Neblin, acerca de lo que estás sintiendo y
necesitas. Me gustaría hablar contigo en su lugar, pero. . . bueno vamos a intentar algo.
Sé que esto es una locura, pero. . .” Pausa. “John, sé que amas ayudarnos a
embalsamar, y yo sé que no has sido el mismo desde que te lo prohibimos. El doctor
Neblin piensa que lo necesitas más de lo que pensaba. Dice que podría hacer algo
bueno. Estabas mucho más. . . controlado de ese entonces, de todos modos, así que tal
vez tiene razón, y eso ayude. No sé. Es el único momento real que pasamos juntos
también, por lo que pensé. . . Bueno, el cuerpo del señor Bowen está aquí, y vamos a
empezar, y. . . eres bienvenido a venir a ayudarnos si lo deseas.”
Abrí la puerta. Se paró rápidamente, y me di cuenta, cuando se levantó, de que su
cabello estaba un poco más gris de lo que recordaba.
“¿Estás segura?” pregunté.
“No,” dijo ella, “pero estoy dispuesta a darte una oportunidad.”
Asentí con la cabeza. “Gracias.”
“Hay unas reglas que debes saber en primer lugar,” dijo mamá, y bajó las escaleras.
“Número uno, no le digas a nadie sobre esto, excepto tal vez el doctor Neblin.
Especialmente no a Max. Número dos, haz exactamente lo que decimos, cuando lo
decimos. Número tres—” Llegamos a la sala de embalsamiento y se detuvo en la
entrada. “Este es un cuerpo muy horrible, John. El señor Bowen se rasgó por la mitad
en el tronco, y la mayor parte de su abdomen ni siquiera existe. Si tienes que salir, por
el amor de Dios, sal—estoy tratando de ayudarte aquí, no de marcarte de por vida.
Ahora muéstrame que puedo confiar en ti, John. Por favor.”
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Asentí, y miré su cara por un momento. Sus ojos eran una mezcla de tristeza y
determinación. Me preguntaba si podía ver a través de mis ojos como ventanas, en la
obscuridad, y el monstruo que acechaba allí. Abrió la puerta, y entramos.
El cuerpo de Roger Bowen estaba en la mesa de embalsamiento en dos piezas, con una
diferencia de cinco o seis centímetros de la parte superior a la inferior que no acababa
de reconocer. Su pecho estaba marcado con una gran ‘Y’ de la incisión—hombro con
el esternón, hombro con el esternón, y bajando por el centro desde el esternón hasta lo
que quedaba de su cintura. La incisión fue cerrada ligeramente atada, con una colcha
raída. Margaret estaba en el mostrador de lado, clasificando los órganos internos de la
bolsa de la autopsia y preparándose para su limpieza con el trocar.
Estaba en casa de nuevo. Las herramientas en las paredes estaban acomodadas en sus
lugares, la bomba de embalsamiento estaba obedientemente acomodada en el
mostrador, el formaldehido y otros productos químicos de colores parecían festivos en
filas a lo largo de la pared. Me sentí caer en los familiares patrones de limpieza,
desinfección, costura y sellado. Su rostro estaba golpeado, y su mandíbula estaba rota,
pero la reconstruimos con masilla y lo coloreamos con maquillaje.
Mientras trabajábamos, pensé en Crowley, y cómo se había derrumbado en la calle
después de matar al padre de Max. Había ido demasiado lejos, esperando hasta el
último momento posible antes de la matanza. Pero tenía sentido—dejando pasar el
tiempo entre las muertes, le hacía más difícil de rastrear, y le dio tiempo de que el
escándalo público se calmara. La gente se había hecho menos cuidadosa ahora. Esta
vez, sin embargo, había sido casi demasiado tiempo—apenas logró remplazar sus
órganos en crisis y regenerarse. Peor que eso, había tenido un testigo—yo—
prácticamente en sus manos, y luego se había visto obligado a dejarme escapar. Eso
parecía una debilidad que podría utilizar, pero, ¿cómo?
Siempre había estado el ángulo del miedo—no quería ser descubierto y ahora había
sido, de manera irrefutable, y en forma de demonio. Ahora sabía que quienquiera que
le envió esas notas no era un farol.
Pero viéndolo esa noche reveló más de su miedo, había revelado algo acerca de cómo
el demonio trabajaba, biológicamente. Ya me había imaginado que su cuerpo se caía a
pedazos, pero no me había dado cuenta de lo frágil que era. Si pudiera estar tan cerca
de la muerte sólo por esperar demasiado tiempo, entonces yo no tenía por qué matarlo,
sólo impedir la regeneración, y que muera por su propia cuenta. Una herida a través de
su estómago, una bala en el hombro—eran heridas que podían curar, tal vez en
cuestión de segundos. Sin embargo, sus órganos internos eran diferentes por alguna
razón. Cuando dejaban de funcionar, él dejaba de funcionar. Todo lo que necesitaba
era una manera de asegurarme de que dejara de funcionar permanentemente.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Utilizando una foto, mamá y yo terminamos la reconstrucción de la cara del señor
Bowen, después, comenzó el embalsamiento real. El cuerpo estaba demasiado dañado
para embalsamarlo normalmente, lo que hizo nuestro trabajo más difícil y más fácil, al
mismo tiempo. En el lado positivo, sólo hemos tenido que preparar la mitad del cuerpo
para la visualización, la mitad superior se vistió y se mostró, mientras que la mitad
inferior y los órganos fueron cuidadosamente en un par de grandes bolsas de plástico,
para ser empujado hacia abajo en la mitad inferior de la caja, fuera de la vista. No
importa cómo muere alguien, nunca es una buena idea mirar en la mitad inferior del
ataúd. A pesar de que empresarios fúnebres preparan el cuerpo entero para el entierro,
que sólo tienen que hacer parte de éste presentable. Si ya no hay nada de eso que
puedas ver, lo más probable es que no quieras ver nada en absoluto.
La parte más difícil, por supuesto, era que tenía que inyectar los productos químicos de
embalsamiento en tres lugares diferentes: una inyección en el hombro derecho, y una
en cada una de sus piernas. Hicimos nuestro mejor esfuerzo para sellar los vasos
sanguíneos principales antes de la extracción en un coagulante para cerrar los más
pequeños, y luego mamá comenzó a mezclar el cuidado coctel de tintes y fragancias
que acompañará al formaldehido. Puse un tubo de drenaje, y vimos como la sangre
vieja y la bilis se drenaba de forma segura.
Margaret miró al ventilador girando tenazmente por encima de nosotros. “Espero que
el motor no falle.”
“Vamos a salir, por si acaso,” dijo mamá. “Nos merecemos un descanso, de todos
modos.” Era tarde, y ya estaba por debajo de los cero grados centígrados, así que nos
retiramos a la lúgubre capilla, en lugar del estacionamiento, y nos relajamos en los
bancos finamente tapizados, mientras que el cuerpo se curaba lentamente en la otra
habitación.
“Buen trabajo, John,” dijo mamá. “Lo estás haciendo muy bien.”
“Es verdad,” dijo Margaret, cerrando sus ojos y masajeando sus sienes. “Todos
estamos haciendo un buen trabajo. Casos como estos me hacen querer perder el
control y comprarme un jacuzzi.”
Mamá y Margaret se estiraron y suspiraron; estaban cansadas y aliviadas de haber
terminado, pero yo estaba ansioso por hacer otro. Esta clase de trabajo seguía
fascinándome—la meticulosa atención a los detalles, las habilidades finamente pulidas,
la precisión requerida para cada paso. Fue mi padre quien me enseñó lo que tenía que
hacer, primero me llevó cuando tenía apenas siete años, y me mostró las herramientas,
recitó sus nombres, me enseñó a ser respetuoso en presencia de los muertos. Fue ese
respeto que unión a mis padres en un principio, por lo que la historia cuenta—dos
directores fúnebres, desesperados por compañía viviente e impresionados por su
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respeto mutuo por los difuntos. Ellos trataban su trabajo como si fuera una profesión.
Si alguno de los ellos hubiera sido la mitad de bueno con los vivos como lo eran con
los muertos, probablemente aún estarían juntos.
Me quité el delantal y me dirigí a la oficina principal. Lauren estaba ahí, obviamente
aburrida—apenas había que hacer, y ella estaba jugando Buscaminas en la
computadora mientras esperaba que fueran las cinco en punto. Eran las 4:54.
“Te dejaron ayudar,” dijo Lauren, sin levantar la mirada del monitor. La pantalla
volvía su rostro pálido y fantasmal. “Nunca me podría meter en esas cosas. Es mejor
aquí.”
“Es mucho menos animado aquí, irónicamente,” dije.
“Eso es correcto, frótalo,” dijo Lauren. “¿Crees que quiero pasarme mi día entero aquí
sin hacer nada?”
“Tienes veintitrés años,” le dije. “Puedes hacer todo lo que quieras. No tienes que
andar por aquí.”
Ella hizo clic en los cuadrados en su pequeño campo minado, marcando los puntos
con banderas, analizando el área alrededor de ellas cuidadosamente. Ella hizo clic mal,
y la pantalla explotó.
“No te das cuenta de lo que tienes aquí,” dijo al final. “Mamá puede ser una bruja a
veces, pero. . . nos ama, ¿sabes? Te ama. No olvides eso.”
Miré por la ventana. La calle ya estaba oscureciendo, y la casa del señor Crowley se
inclinó amenazadoramente en la nieve.
“El amor no es la cuestión,” dije al fin. “Sólo hacemos lo que siempre hacemos, y
seguimos adelante.”
Lauren se volvió hacia mí. “El amor es la única cuestión,” dijo. “Apenas puedo
soportar estar cerca de ella, pero es sólo porque ella está tratando demasiado duro
amarnos, y mantenernos juntos, y tomar la iniciativa. Me tomó mucho tiempo darme
cuenta.”
Una ráfaga de viento sopló por la ventana, presionándose contra el cristal y aullando
fuertemente entre las rendijas de la puerta principal.
“¿Qué pasa con papá?” pregunté.
Ella se detuvo por un momento. “Mamá te ama lo suficiente para cubrirte de él, creo.”
Hizo una pausa. “Y yo también.” Eran las cinco de la tarde, y ella se puso en pie. Me
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preguntaba qué hora sería donde estaba papá. “Mira, John—¿por qué no vienes alguna
vez? Podemos jugar cartas o ver una película o lo que sea. ¿Suena divertido?”
“Sí, claro,” le dije. “En algún momento.”
“Nos vemos, John.” Apagó la computadora, se puso su parca, y caminó a través del
viento. El aire helado se abrió paso a través de la puerta, y tuvo que luchar para
cerrarla detrás de ella.
Subí las escaleras pensando en lo que había dicho—el amor puede ser una fortaleza,
pero también, era una debilidad. Era la debilidad del demonio.
Y yo sabía cómo usarla.
***
Cogí mi iPod de mi habitación, todavía sin usar desde que lo había dejado de lado en
Navidad, me subí a mi bicicleta y me empecé a pedalear a Radio Shack. El estúpido
regalo de mi padre me iba a venir muy bien, después de todo.
Al principio, cuando empecé a acechar al señor Crowley, había estado buscando una
debilidad. Ahora, tenía tres, y juntas hacían una oportunidad. Lo pensé,
cuidadosamente, mientras manejaba, pedaleando con precaución a través de la capa
fina de nieve de la tarde.
La primera debilidad era su temor de ser descubierto, y con ello su determinación de
esperar un tiempo entre los asesinatos. Él esperará y esperará, posponiéndolo hasta el
último momento posible—lo he visto pasar, y he observado ‘el último momento
posible’ acercarse más y más precariamente. Creo que esto va más allá del miedo—él
evitaba matar como si lo odiara, como si no pudiera soportarlo hasta que la necesidad
biológica lo forzara. La próxima vez que él matara, yo estaba seguro, él estaría al
borde de la muerte, listo para caer. Ni siquiera tenía que presionarlo al borde, sólo
detenerlo de arrastrarse de vuelta.
Ahí fue donde su segunda debilidad se produjo: su cuerpo se estaba degenerando más
rápido de lo que podía arreglarlo. La noche que mató al padre de Max, casi había
muerto, y si no hubiese tenido una víctima recién muerta justo en frente de él,
probablemente no hubiera sobrevivido. Si fuera capaz de distraerlo de su caza, y
atráelo antes de que tuviera la oportunidad de matar a nadie, él no sería capaz de
regenerarse, en absoluto. Me lo imaginaba desesperado, incapaz de alcanzar una
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víctima a tiempo, sudando y maldiciendo y, al final, derritiéndose en un charco
hirviendo de lodo negro como la tinta.
Me detuve en Radio Shack, apoyé la bicicleta contra la pared, y entré.
“Me dieron esto en Navidad, pero ya tengo uno,” dije, sacando la caja del iPod abierta
y poniéndolo en frente del empleado. No tenía uno pero, por alguna razón, pensé que
sonaría mejor si lo hiciera. Realmente necesitaba que esto funcionara. “¿Puedo
cambiarlo por crédito de la tienda?”
El empleado se levantó y abrió el costado. “Ya ha sido abierto,” dijo.
“Mi madre lo hizo,” dije, acumulando las mentiras. “Ella no sabía nada sobre su
política. Pero, está sin usar—ella lo encendió una vez, por diez segundos, y eso fue
todo. ¿Todavía puedo cambiarlo?”
“¿Tienes el recibo?”
“Me temo que no,” le dije, “fue un regalo.” Me quedé quieto y lo miré, deseando que
dijera que sí. Finalmente, él revisó su registro y miró a la pantalla.
“Te voy a dar crédito parcial por él,” dijo. “¿Quieres una tarjeta de regalo?”
“Está bien,” dije rápidamente. “Voy a tomar algo ahora y traértelo.”
El empleado asintió con la cabeza, y me dejé llevar de vuelta a los sistemas GPS. Esto
iba a funcionar. Estaba seguro de que podía matar a Crowley de esta manera—sólo
tenía que distraerlo lo suficiente para que dejara de regenerarse, y él moriría. Yo había
visto su cuerpo casi fallando una vez, y estaba seguro de que podría ocurrir de nuevo.
Y sabía la mejor forma de distraerlo: su tercera debilidad. El amor. Él haría cualquier
cosa por su esposa—incluso le había visto contestar el teléfono en medio de un ataque
para hablar con ella. Si recibiera otra llamada, y algo en el teléfono le convenciera de
que su esposa estaba en peligro inmediato, dejaría lo que sea que estuviera haciendo y
se iría.
Y con la preparación adecuada, podía enviarle alguna evidencia muy convincente.
Finalmente encontré lo que estaba buscando: un rastreador GPS, emparejado con un
teléfono para decirte exactamente dónde estaba el rastreador a todo momento.
Comprobé el precio, lo llevé al frente, y lo coloqué en el mostrador.
El empleado lo miró curiosamente, tal vez preguntándose por qué un adolescente
cambiaría un iPod por un aburrido GPS, pero se encogió de hombros y lo hizo sonar.
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“Gracias,” dije, y caminé hacia el exterior. Me sentía ansiosamente preocupando
ahora que tenía un plan. Quería volver corriendo en ese momento y empezar mi
ataque, pero sabía que tenía que esperar. Necesitaba alguna forma de ocultar la
evidencia de todo lo que iba a hacer, para que la policía nunca lo pudiera vincular
conmigo. Y cuando llegara el momento, tenía que hacer la amenaza a su esposa
perfectamente creíble. Sería difícil de lograr.
Pero si funcionaba, el demonio estaría muerto.
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Dan Wells
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Traducido por Fran 
Corregido por Endri_rios
E
l domingo por la mañana me acerqué al demonio directamente, bajo la apariencia
del bondadoso John Wayne Cleaver, y le pregunté si había cualquier tarea que
podría hacer. No había nevado desde hacía tiempo, aunque la nieve estaba
apilada muy alta a lados de la carretera, y por lo que a mí me tocó palear la nieve,
aquello era muy usual. Le dije que estaba trabajando en la reparación de su hogar para
mi insignia de mérito, y le mostré la lista de las reparaciones que necesitaba hacer en
su casa, y nos pasamos el día itinerante en su casa, arreglando los grifos que
goteaban y retocando la pintura de sus paredes. Me aseguré del aceite de las
bisagras de la puerta de su dormitorio—eso muy útil. Él estaba alegre todo el tiempo,
pero yo lo observaba atentamente, y podía decir que estaba enfermo. Sus pulmones de
nuevo, tal vez, o su corazón. Había pasado apenas una semana, pero estaba
muriendo otra vez. Mataría de nuevo más tarde.
Había un puñado de temas relacionados con el coche en la lista de insignia de
mérito, y aunque el coche no estaba teniendo ningún problema, él estaba encantado
de dejarme cambiarle el aceite y practicar colocar el neumático de repuesto. Hacía
demasiado frío afuera como para que se quedara conmigo mucho tiempo, sin
embargo, y eventualmente se retiró al interior para sentarse en un sillón caliente,
agarrándose el pecho. Aproveché la oportunidad para ocultar mi rastreador de
GPS en uno de los asientos, bien pegado para que no se sacudiera por ahí. Las
baterías se suponían que deberían de durar casi un mes, pero supuse que podría ir a
cazar esa misma noche. Lo comprobé cuando llegué a casa, sacando mi teléfono y
reduciendo a cero en la señal del coche. El mapa no era increíblemente detallado, pero
era suficiente para salir adelante. Su coche apareció como una flecha. Kay hizo un
viaje hasta la farmacia por la tarde, y vi la flecha parpadeante salir a la calle, condujo
hasta el centro de la ciudad, y entró en el estacionamiento de la farmacia. Vi cada
paso, y vi cómo esperaba cada semáforo y se detenía en cada señal de stop. Fue
impresionante.
Antes de que ella regresara, me colé en su patio trasero y me subí a la pared del fondo,
aferrándome con cuidado a los ladrillos. Éste era el momento de la siesta del
demonio, y yo lo escuchaba para asegurarme de que estaba dormido. Su respiración
era regular, pero marcada por jadeos y resuellos. Él estaba cada vez peor. Pegué una
nota a su ventana, y me bajé, desapareciendo a través de los paseos palados
con cuidado sin dejar una sola huella.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
NO FALTA MUCHO.
Recogí varias cosas para mi mochila, así estaría listo para salir en cualquier
momento. Necesitaba un poco de cuerda o tiras de tela para Kay, y encontré lo que
necesitaba en la propia basura del demonio: unas viejas cortinas, remplazadas en
Navidad, y desechadas cuando colgó las nuevas por fin. Las tomé silenciosa
y furtivamente, escapé a mi patio trasero, donde la rompí en tiras largas y robustas y
las guardé en mi mochila. No sé si se puede levantar una huella digital de una cortina,
pero yo llevaba guantes por si acaso.
El demonio se despertó poco después de que Kay volviera, y su respiración se volvió
más agitada, casi por una hora. Pude ver que iba y venía frente a sus ventanas,
cojeando lentamente, deteniéndose de vez en cuando para agarrarse el
pecho. Agarró el sofá con la otra mano para mantener el equilibrio, haciendo una
mueca. Él no iba a durar mucho.
Las nubes se volvieron de un negro siniestro en el cielo, y cuando cayó la noche, vino
como un manto de la oscuridad más pura que borraba las estrellas. Apenas unas horas
más tarde, cuando el demonio no aguantó más, se fue temblando a su coche y se
marchó en busca de otra víctima.
Era el momento de reunirme con la mía.
Ya estaba vestido—con ropa abrigada color negro, la máscara de esquí para ocultar mi
rostro, y guantes para ocultar mis huellas. Me puse mi mochila, y me
deslicé silenciosamente al exterior. Mamá ya estaba dormida, y yo esperaba que todos
los demás en la calle estuvieran dormidos también. Quería entrar a escondidas en el
patio del demonio por la parte trasera, fuera de la vista, pero de esa manera dejaría
huellas en la nieve sin derretir. Era mejor correr a través de la calle arada y paladas a
pie, en las que no dejaría rastro. Siempre había sido receloso de ser visto o identificado
husmeando, pero ésta noche mi paranoia se había multiplicado un millón de veces. No
había vuelta atrás en esto, yo no sería capaz de escapar de las cosas que pensaba
hacer. Revisé la calle por última vez cuando llegué a la puerta de afuera, me aseguré
a mí mismo de que estaba completamente vacía, y atravesé la calle. Por lo menos no
teníamos alumbrado público.
Llegué a casa de los Crowley y corrí alrededor de la puerta del sótano, sacando la
llave. El interior estaba completamente negro, y cuando entré en escena y cerré la
puerta detrás de mí, estaba completamente ciego. Saqué una linterna pequeña de mi
bolsillo, y encontré mi camino a través de las cajas y los estantes a la base de las
escaleras. Las filas de tarros de cristal devolvían el guiño del resplandor de mi pequeña
luz, y aunque sabía que no eran más que remolacha y melocotones en conserva, me los
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imaginaba llenos de de órganos en vinagre—riñones, corazones, vejigas y cerebros,
mostrados como especiales en un estante de tienda de comestibles. Cuando llegué a las
escaleras, bajé lentamente, contando cada paso—yo había aprendido antes que el sexto
peldaño chillaba con fuerza en el lado derecho, y el séptimo chillaba suavemente del
lado izquierdo. Evité los lugares cuidadosamente y subí las escaleras.
Las escaleras me llevaron a la cocina, que parecía cruda e incolora en la luz de la
luna. Revisé la unidad GPS y vi que el demonio siguió manejando, en algún lugar del
centro. Buscando víctimas, supuse—quizás de camino a la carretera para
encontrar polizones y otros viajeros. Lo que quiera, siempre y cuando se mantenga en
movimiento.
Caminé con cuidado por el pasillo, mi linterna extinguiéndose. Me
movía por medio de memoria ahora, recordando los trabajos de reparación que había
hecho el sábado. El demonio me había dado un completo recorrido por la casa, y
como mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, me di cuenta de dónde estaba y dónde
tenía que ir. La sala de la cocina se extendía hacia atrás en la casa y, cerca de la puerta
de atrás, la escalera principal se levantaba y serpenteaba hacia el frente, hasta el
segundo piso.
La casa estaba en completo silencio. Comprobé una
demonio seguía manejando. Subí.
vez
más el
GPS—el
En la parte superior de las escaleras conté las puertas, y me acerqué a la segunda de la
derecha. El dormitorio principal. Abrí la puerta lentamente, temeroso de un chillido,
pero las bisagras no hicieron ningún ruido en absoluto, sonreí, satisfecho con
mi previsión en aceitar. La habitación estaba a oscuras, iluminado sólo por un radioreloj en un antiguo vestidor. La señora Crowley estaba dormida, pequeña y
frágil. Incluso con un edredón pesado más grande que ella, se veía diminuta, como si
su fuerza de vida se hubiera retirado para pasar la noche, y su cuerpo se había
replegado sobre sí mismo. La cama parecía tragársela. Si no fuera por el
aumento visible y la caída de su respiración, habría dudado de ella aún estaba viva.
Esta diminuta mujer era lo que el demonio quería, tanto que estaba dispuesto a hacer
cualquier cosa para quedarse con ella. Dejé mi mochila, contuve la respiración, y
encendí una lámpara.
Ella no se despertó.
Tomé la cómoda, empujando a un lado las gafas y los estuches para joyas, hasta que
encontré lo que necesitaba: el teléfono celular de la señora Crowley. Lo abrí,
caminé de nuevo hacia la puerta, frente a la cama, y comencé a tomar fotos con el
teléfono—clic, guardar, paso, clic, guardar, paso, clic, guardar, paso, cada vez más
cerca. Tendría un buen efecto dramático cuando los envíe. Me incliné más cerca para
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Dan Wells
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la última foto, sosteniendo el teléfono justo encima de su cara para un primerísimo
plano. La imagen era horrible e invasiva, era perfecta. Empezando la fase dos.
Bajé el teléfono, las fotos espeluznantes estaban almacenadas de forma segura en la
memoria, y caminé lentamente hasta el otro lado de la cama. Me detuve y me acerqué
a ella, pensando. Yo no podía hacer esto—no había forma de que yo pudiera hacer
esto. Mi monstruo ya se había desatado una vez, amenazando a mi mamá y bebiendo
de su miedo, como un elixir para salvar vidas. Si tomo este último paso, y
sigo adelante con mi plan, el monstruo volvería a salir—yo estaría manteniendo la
puerta abierta, invitándolo a salir. Renunciaría a todo el control de mis instintos más
oscuros, y no quedaría nada que lo detuviera de enloquecer y quemar el mundo. No
me atreví a hacerlo.
Pero tenía que hacerlo. Sabía que tenía que hacerlo. Había llegado demasiado lejos
para dar marcha atrás, y si me detenía ahora estaría condenando a muerte a un
hombre—cualquiera que Crowley estuviera cazando, él lo matara, porque yo
no estaría allí para detenerlo. Y si no terminaba esta noche, nunca se detendría, y
Crowley volvería a matar, de nuevo, de nuevo, una y otra vez, y otra vez, hasta que
no quede nadie. Tenía que tomar una postura, y tenía que tomarla ahora.
Tomé una profunda respiración y deslicé la funda fuera de la almohada del señor
Crowley, sosteniéndolo sobre la cabeza de Kay. Dudé, sólo una fracción de un
segundo, mientras el monstruo rugía dentro de mí, me suplicaba, rogaba, me maldecía
para hacerlo. Esto era lo que el monstruo quería, ¿verdad? Esta es la razón porque lo
dejé escapar en primer lugar—para hacer las cosas que yo no podía. Me quedé
mirando un momento mirando a Kay, me disculpé en silencio, y dejé salir al
monstruo. Mis manos abrieron la bolsa y la puse sobre la cabeza de la anciana.
Ella se agitó, despertándose por la sorpresa, pero tenía tiempo de sobra para tirar la
bolsa hacia debajo de su clavícula firmemente. Ella gruñó algo, todavía medio
dormida, y lanzó un golpe con un brazo. Su golpe fue débil. Extendí la mano y
arranqué el radio-reloj de la pared, haciendo estallar el cable, y la golpeé en el costado
de la cabeza. La señora Crowley se atragantó con un grito, convirtiéndolo en un
gemido, y rodó hacia mí, fuera de la cama. Le golpeé de nuevo, la parte gruesa del
radio golpeó horriblemente la funda de almohada, y cuando ella no dejó de moverse, le
golpeé por tercera vez. No tenía la intención de pegarle en absoluto, pero su débil
resistencia fue lo que me llevo a hacerlo. Estaba tratando de noquearla, lo que siempre
parecía tan fácil en las películas, sólo un golpe rápido y ya está, pero esto fue
prolongado y brutal, rompiendo la radio en su cabeza una y otra vez. Cuando por fin
estaba en calma, grotescamente tendida en el suelo, me incliné sobre ella, jadeando.
Me abalancé sobre ella otra vez, ansioso por terminar de matarla, hambriento por el
increíble impacto del peso en los huesos, y la emoción megalomaníaca de tener una
víctima completamente en mi poder. Me incliné sobre ella, pero agarré del borde de la
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cama en el último momento, tirándome hacia atrás y forzándome a mirar hacia otro
lado.
¡Es mía!
No. La máscara de esquí me estaba sofocando, al igual que la funda de
almohada sobre Kay. Me arranqué la máscara y jadeé en busca de aire, luchando por
el control. Me incliné hacia Kay otra vez, y tuve que alejarme, tropezando contra la
pared. Me sentí como si estuviera jugando a uno de los videojuegos de Max, pulsando
a tientas los controles desconocidos y viendo como mi personaje en la pantalla
corre desesperadamente en círculos. El monstruo rugía otra vez, y yo mismo me di un
puñetazo a un lado de mi cabeza, saboreando el dolor agudo en los nudillos y el ring
opaco en mi cabeza. Caí de rodillas, respirando profundamente, y una neblina parecía
caer sobre mis ojos. Yo ardía en deseos de atacar de nuevo, desesperado, y el monstruo
se rió. No podía parar. Levanté el radio-reloj de nuevo.
Mi mano se detuvo en el aire, los nudillos blancos alrededor de la radio, y pensé en el
doctor Neblin. Él me podía sacar de este estado. Apenas podía pensar, pero sabía que
si hablaba con él en este momento, iba a salvar mi vida y la de Kay. No pensaba en las
consecuencias, no pensaba en las evidencias que dejaba, no pensaba en la
confesión que estaba a punto de hacer—simplemente me acurruqué en el suelo,
saqué la tarjeta de visita que Neblin me había dado, y marqué el número de su casa.
El teléfono sonó seis veces antes de que contestara. “¿Hola?” Su voz era cansada
y áspera—probablemente lo había despertado. “¿Quién es?”
“No puedo parar.”
El doctor Neblin se detuvo un momento. “No puedo parar. . . John? ¿Eres tú?” Él
se despertó casi al instante, como si reconocer mi voz había encendido un
interruptor en su cabeza.
“Está afuera ahora,” dije en voz baja, “y no puedo volver a meterlo. Todos vamos
a morir.”
“¿John? ¿John, dónde estás? Cálmate, y dime dónde te encuentras.”
“Estoy en el borde, Neblin, estoy fuera del borde. Estoy por encima del borde y estoy
cayendo en el infierno del otro lado.”
“Cálmate, John,” dijo. “Podemos trabajar con esto. Sólo dime dónde estás.”
“Estoy abajo, en las grietas de las aceras,” le dije, “en la suciedad, y la sangre, y las
hormigas están mirando arriba, estamos todos condenados, Neblin. Estoy en las
grietas y no puedo salir.”
“¿Sangre? Dime lo que está pasando, John. ¿Has hecho algo malo?”
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“¡No era yo!” declaré, a sabiendas de que estaba mintiendo. “No fui del todo yo, era el
monstruo. No quería dejarlo salir, pero tenía que hacerlo. Traté de matar un demonio,
pero creé otro, y no puedo parar.”
“Escúchame, John,” dijo el doctor Neblin, más grave e intenso de lo que yo nunca lo
había oído. “Escúchame. ¿Estás escuchando?”
Apreté mis ojos cerrados y rechiné los dientes.
“Ya no es John, es el Señor Monstruo.”
“No, no lo es,” dijo Neblin. “Es John. No es John Wayne, o el Señor Monstruo, o
cualquier otra persona, eres John. Tú tienes el control. Ahora, ¿me estás escuchando?”
Me balanceo hacia atrás y hacia adelante.
“Sí.”
“Bien,” dijo. “Ahora debes prestar mucha atención: no eres un monstruo. No eres un
demonio. Tú no eres un asesino. Eres una persona buena, con una voluntad fuerte
y una moral alta. Lo que sea que has hecho, puedes conseguir atravesarlo.
Podemos hacer lo correcto de nuevo. ¿Todavía estás escuchando?”
“Sí.”
“Entonces, dilo conmigo,” dijo, “Podemos hacer lo correcto de nuevo.”
“Podemos hacer lo correcto de nuevo.” Miré el cuerpo de Kay Crowley, desplomada
en el suelo con una funda de almohada sobre su cabeza. Sentí que debería llorar, o
ayudarla, pero en lugar de eso simplemente pensé, sí, puedo hacer lo correcto nuevo. Mi
plan seguirá funcionando. Todo esto valdrá la pena si mato al demonio.
“Bien,” dijo el doctor Neblin, “ahora dime dónde estás.”
“Me tengo que ir,” dije, levantándome a mis rodillas.
“¡No cuelgues!” gritó Neblin. “Por
que decirme dónde te encuentras.”
favor,
quédate en
el
teléfono. Tienes
“Gracias por su ayuda,” le dije, y colgué el teléfono. Me di cuenta que el radio-reloj
estaba todavía en mi otra mano y la arrojé a un lado con asco.
Miré a Kay. ¿La había matado? Le arranqué la almohada tan bruscamente
como había arrancado la máscara, y comprobé su cabeza en busca de signos evidentes
de daño. Se
sentía bien, sin
sangre o
roturas, y
estaba respirando
entrecortadamente. Ver su cara era demasiado para mí, así que volví la cabeza. No
quería pensar en ella como persona. No quería pensar que lo que acababa de hacer se
lo había hecho a un ser vivo, un ser humano. Era más fácil sin un rostro.
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El teléfono sonó abruptamente, sorprendiéndome, así que miré al identificador de
llamadas. El doctor Neblin. Por primera vez, se me ocurrió que mi llamada dejaría
pistas—evidencias en su teléfono, y en el de la señora Crowley, que llevarían a los
investigadores inevitablemente de vuelta hacia mí. Respiré hondo. No había forma de
parar ahora—con o sin evidencia, necesitaba matar al demonio.
El pensamiento del demonio me inundó de miedo, y comprobé el GPS. El
coche seguía avanzando, todavía tenía tiempo. Cerré los ojos para no ver a Kay y le
puse de nuevo la funda de almohada sobre la cabeza, más suave en esta ocasión, y
cogí el teléfono para tomar más fotos. La llamada de Neblin había dejado de sonar, y
momentos después, un pequeño pitido me dijo que había dejado un mensaje de voz.
Mis imágenes ahora eran más elaboradas, ya que me tomé el tiempo para arreglar el
cuerpo.
Estaba tirado en el suelo, en camisón de flores, pequeños calcetines azules de
hospital en los pies, y una funda de almohada en la cabeza.
Ella estaba sobre su espalda, la radio rota junto a su cabeza.
Estaba tendida en el suelo, mi sombra ominosa cae sobre ella.
Saqué las tiras de tela desgarrada de cortina de mi mochila y le até las muñecas, tan
fuerte como pude. Sus huesos eran delgados y frágiles, y pensé que probablemente
podría romperlos a la mitad si quería. Me di cuenta de que ya estaba apretando con
una mano, presionando hacia el punto de quiebre, y me aparté.
¡Déjala en paz!
Suavemente, estiré las muñecas atadas por encima de su cabeza, y las até de forma
segura a un radiador debajo de la ventana. Hice lo mismo con sus tobillos,
atándolos primero uno al otro y luego a los pies de la cama. Todo el rato, sacando
fotos, disparo tras disparo, manteniendo un ojo en el GPS portátil.
El coche del demonio dejó de moverse.
Dejé caer el teléfono, agarré el GPS con ambas manos, con los ojos pegados a la
pantalla débilmente resplandeciente. Él estaba en el lado lejano de la ciudad, cerca de
donde vivía Lauren, en una intersección. Contuve la respiración. Él comenzó a
conducir de nuevo, y la dejé salir. Falsa alarma.
Quité la funda lo suficientemente lejos para ver la boca de la señora Crowley, y la
amordacé con otra tira de la cortina. Ella todavía estaba inconsciente, y seguía
respirando en forma uniforme, pero yo no quería correr ningún riesgo de que
despertara y pidiera ayuda. Tomé otra foto de su cara, y luego empujé la funda hacia
abajo. Tenía suficientes fotos ahora. El monstruo rugió otra vez dentro de mi cabeza—
una imagen de sus brazos, atados en el centro del piso, sería tan efectiva—pero me
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esforzaba por ignorarla. Con un ojo puesto en el GPS re-empaqué mi mochila. Era el
momento de la fase tres.
Y entonces el demonio se detuvo de nuevo.
La esquina de la calle en la pantalla era desconocida, pero las dos calles fueron
nombradas después, con nombres de flores, entonces, pude adivinar en qué vecindario
se encontraba. Los Jardines, justo de este lado de las vías del tren que va por la
ciudad hasta la planta de madera. Estaba muy cerca de donde había matado al
padre de Max. Estaba seguro de que estaba siendo vigilado, y estaba tomando un gran
riesgo. Tal vez había sido detenido por un policía. Tenía la unidad de GPS en una
mano y el teléfono en la otra, a la espera. El coche estaba inmóvil. Era ahora o
nunca. Había creado un mensaje de texto, en el que se adjuntaba la primera foto de
Kay, y marqué el número del señor Crowley:
MI TURNO
Tan pronto como envié el mensaje, había creado uno nuevo, luego el tercero, y luego
más, dejé caer la unidad GPS, y usé ambas manos sobre el teléfono para enviar una
avalancha de horror. Pronto dejé de enviar mensajes del todo, sólo fotos, una tras
otra, en un registro paso a paso como un catálogo de todo lo que la esposa
del demonio había sufrido. Me detuve un momento para echar un vistazo a la pantalla
del GPS y maldije en voz alta a la flecha inmóvil. ¿Por qué no se mueve? ¿Qué estaba
haciendo? Si no lo agarra a tiempo, mataría a alguien, y todo el plan—todo lo que
había hecho—se perdería. No quería dejarlo matar a nadie, ni siquiera una persona
más. ¿Había esperado demasiado tiempo?
El teléfono volvió a sonar, y casi lo dejé caer. Miré el identificador de llamadas y vi
que era el número del señor Crowley—tenía toda su atención. No hice caso de la
llamada y le envié más fotos: Kay durmiendo, Kay encapuchada y amordazada, Kay
atada al radiador. Un momento después la flecha en la pantalla echó hacia atrás, se
volvió y salió disparada a la carretera. La carnada había funcionado, pero, ¿sería
suficiente? Miré fijamente la pantalla, esperando que el coche disminuyera la
velocidad, o se cayera por un lado de la carretera—cualquier signo de que su cuerpo se
hubiera destruido finalmente a sí mismo. Pero nada cambió.
El demonio estaba saludable, el demonio estaba loco como el infierno, y el demonio se
dirigía directamente hacia mí.
162
Dan Wells
Foro Dark Guardians
18
Traducido por Maddie
Corregido por Afroday
L
a flecha del equipo GPS corrió más cerca. Miré alrededor de la habitación, a las
sabanas revueltas sobre la cama, el desorden disperso sobre la cómoda, y el cuerpo
golpeado de mi vecina de al lado extendido, atado y amordazado en el suelo. No
pude limpiar nada de eso—apenas tendría tiempo para salir antes que el demonio
vuelva, mucho menos de encontrar un lugar para esconderme. Estaría muerto en unos
pocos segundos y Crowley desgarraría mi pecho y sacaría mi corazón. Después de lo
que le he hecho a su esposa, probablemente él mataría a toda mi familia también, sólo
por venganza.
Bueno, toda en la familia excepto papá—buena suerte encontrándolo. A veces vale la
pena estar alejado de tu hijo psicópata.
Sin embargo, incluso si me hubiera dado por vencido, el monstruo dentro de mí no lo
hubiera hecho. Levanté la vista de mis pensamientos fatalistas y me encontré
reuniendo mis cosas—el equipo GPS, la máscara de esquí, la mochila—y dirigiéndome
a la puerta de la habitación. Mientras mi intelecto se encontraba con mi instinto de
auto preservación, volví sobre mis pasos a la habitación, pasando la vista por el suelo
por cualquier cosa que podría haber caído. Las pruebas de ADN no me preocupan—
había pasado tanto tiempo en casa por razones legítimas que probablemente podría
explicar todo lo que la policía encontrara. Me dije a mí mismo que los registros
telefónicos también podrían ser explicados o borrados, y que de alguna manera,
todavía podía ocultar quién era yo. Llevé el teléfono conmigo, sólo para estar seguro.
Como acto final, apagué la lámpara y me deslicé en el oscuro pasillo.
La casa estaba negra del todo, y me tomó un momento para que mis ojos se
acostumbraran a la oscuridad. Trastabillé ciegamente hacia las escaleras, mi mano en
la pared sin atreverme a usar mi linterna de bolsillo. Sentí mi camino cuidadosamente
por las escaleras, un paso a la vez. A mitad del camino, vi un rayo de luz de la ventana
en la puerta de atrás. La luz de la luna, tenue y sobria. Llegué a la planta baja y giré
hacia las escaleras del sótano, pero otra luz estaba creciendo en las ventanas de
enfrente amarillo pálido y el monótono rugido de un motor aumentó rápidamente a un
grito furioso.
Crowley estaba de vuelta.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Olvidé el sótano y corrí a la puerta de atrás, desesperado por estar fuera de la casa
antes de que el demonio entrara. La perilla se atascó, pero giré con fuerza y saltó un
pequeño botón, desbloqueando el pestillo. Abrí la puerta, salí al exterior e hice que se
cerrara detrás de mí tan rápida y silenciosamente como pude.
El coche chirrió en la entrada y los arboles distantes de detrás de repente se inundaron
con un resplandor amarillo intenso, deslumbrando a medida que los faros delanteros
del coche llegaban por el patio lateral y hacia afuera a través de la nieve. Escuché la
puerta del coche abriéndose y el demonio rugir, y me di cuenta demasiado tarde que
no logré bloquear la puerta trasera detrás de mí. Todavía estaba agachado junto a ella
por el miedo, si él la comprobaba, yo estaría muerto. Quería abrirla otra vez y bloquear
la perilla, pero el sonido de la puerta principal abriéndose me dijo que era muy tarde, el
demonio estaba en la casa. Salté unos pocos pasos por el concreto y corrí hacia la
esquina de la casa. Caminando alrededor significaba enfrentar a la luz de los faros,
donde sería imposible esconderse, pero quedarme aquí significaba que él me vería
cuando abriera la puerta trasera. Tomé un respiro profundo y corrí a través de las
luces, zambulléndome en la oscuridad del cobertizo del jardín.
No hubo ningún sonido detrás de mí. La puerta trasera no se abrió. Me maldije a mí
mismo por estar asustado de algo tan pequeño—por supuesto que él no se daría cuenta
del diminuto botón en la perilla desbloqueada, no cuando estaba corriendo a toda prisa
para rescatar a su esposa. Un momento después, escuché un alarido desde el segundo
piso, confirmando mis suposiciones. Había ido directamente a Kay y yo podría ser
capaz de escapar después de todo.
Me deslicé de vuelta a la luz, furtivo y cauteloso, listo para correr y convencido de que
si él me veía, correr no haría ninguna diferencia. No sabía cuánto tiempo tenía. Él
podría desatar a Kay inmediatamente o tal vez podría esperar hasta que recupere su
forma humana; el podría quedarse y cerciorarse de que ella estaba bien, o podría
precipitarse de regreso afuera para encontrar a la persona que la había herido. No tenía
ninguna manera de saberlo, pero sí sabía que mis posibilidades de escapar disminuían
con cada segundo que me retrasaba. Tenía que irme ahora.
Me quedé cerca de la casa, caminando rápidamente hacia las deslumbrantes luces.
Mantuve mi mirada advertida, protegiéndolos de la luz tanto como era posible, para
que fuera más fácil que se adaptaran a la oscuridad de más lejos. Cuando alcancé el
coche de Crowley, salí corriendo alrededor del último carril, lejos de la casa. Me
agaché en el neumático y pude mirar por encima del coche y ver la parte delantera de
la casa de Crowley: La puerta entreabierta y las cortinas aún levantadas firmemente.
Miré mi propia casa, a un millón de kilómetros lejos de la calle. Hielo y nieve la
rodeaban, como minas terrestres y alambre de púas, esperando para hundirme, o
mostrar una huella, o simplemente retrasarme mientras corro por el refugio de casa. Si
pudiera llegar al otro lado y entrar a mi casa, estaría a salvo—Crowley nunca podría
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
sospechar que yo había estado involucrado—pero era un largo camino a través de una
calle abierta. Todo lo que bastaría era una sola mirada a través de la centena y todo
habría terminado. Me preparé a mí mismo para echar una carrera. . .
. . . y fue entonces cuando vi el cuerpo en el asiento del pasajero.
Desplomado por debajo de la línea de la ventana, pero en la penumbra de la puerta
abierta pude verlo—un hombre pequeño, mitad escondido en la sombra y un abrigo de
lana gris, tendido sobre una piscina de sangre.
Me dejé caer sobre el pavimento congelado, paralizado por el impacto. No me había
detenido al demonio de matar en absoluto—yo ni siquiera le había ralentizado, había
tomado demasiado tiempo con las imágenes, y con Neblin, luchando con mis impulsos
más oscuros, hasta que ni siquiera me importó. Y para el momento en que me distraje,
el demonio ya había encontrado una víctima y robado un órgano. Él ya se había
regenerado y todo porque no pude controlarme a mí mismo. Quería golpear la puerta
del coche, o gritar, o hacer algún tipo de sonido, pero no me atreví. En cambio, el
monstruo dentro de mí, suave e insidioso, se deslizó hacia adelante para mirar el
cadáver. En todos estos meses de asesinatos y embalsamientos, nunca había estado
todavía a solas con un cuerpo recién muerto. Quería tocarlo mientras estaba todavía
tibio, mirar la herida, para ver lo que el demonio había tomado. Era un impulso
estúpido y un riesgo más estúpido todavía, pero no me detuve. El Señor Monstruo
estaba demasiado fuerte ahora.
El lado del conductor estaba abierto, pero yo estaba en el lado del pasajero, lejos de la
casa, y abrí la puerta silenciosamente. El coche aún estaba marchando en vacio, y
esperé que el ruido bajo enmascarara cualquier sonido que hiciera. Abrí el abrigo del
cuerpo, buscando por el corte en el abdomen, que se había vuelto tan familiar en otras
víctimas del demonio.
No había ninguno.
La cabeza estaba deformada grotescamente, con la cara plantada en el asiento, pero
cuando miré desde la puerta, pude ver que la garganta había sido cortada,
probablemente por una de las garras del demonio. Esa era la única herida. El abrigo no
tenia daños y la carne debajo de él se sentía bien. La sangre en el asiento y en el suelo
parecía venir únicamente de la herida del cuello.
¿Qué había tomado? Me asomé a ver la nuca más de cerca. Aún estaba ligado, pero las
venas y el cuello habían sido cortadas enteramente. Nada parecía haberse perdido del
todo. Finalmente, Miré la cara del hombre, girando atrás el cuello y removí a un lado
la sangre y el cabello enmarañado, y en aquel instante casi grito.
El hombre muerto era el doctor Neblin.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Me tambaleé hacia atrás, casi cayéndome del coche. El cuerpo cayó lentamente de
vuelta al asiento, sin vida. Miré hacia arriba a la casa de Crowley en estado de shock,
luego de vuelta al coche.
Él había matado al doctor Neblin.
Mi mente buscó es significado de la revelación. ¿Crowley estaba detrás mí? ¿Él ya
había elegido como blanco a la gente que conocía? Pero, ¿por qué Neblin cuándo mi
madre estaba cruzando la calle? Porque necesitaba un cuerpo masculino, supuse. Pero
no—era muy extraño. No podía creer que él supiese que yo estaba involucrado. Yo
hubiera visto algún indicio de eso.
Pero entonces, ¿por qué Neblin?
Me quedé mirando su cadáver recordando nuestra llamada telefónica, y sentí
enfriarme. Neblin me había dejado un mensaje de voz. Saqué el teléfono y marqué,
asustado de lo que sabía que iba a escuchar.
“John, no deberías estar solo ahora mismo, necesitamos hablar. Voy en camino—ni siquiera sé si
estás en casa o en algún otro lugar, pero puedo ayudarte. Por favor déjame ayudarte. Estaré allí
en pocos minutos. Nos vemos pronto.”
Él había venido para ayudarme. En medio de una helada y fría noche de enero, él
había dejado su casa yendo a las calles desiertas a ayudarme. Calles desiertas donde un
asesino estaba cazando presas frescas y sin hallarlas, hasta que un pobre e indefenso
doctor Neblin caminó directamente a su vista. Él era el único hombre en el pueblo que
el demonio podía encontrar.
Y él lo había encontrado por culpa mía.
Me quedé mirando el cuerpo, pensando en todos los demás que se habían ido antes:
Jeb Jolley y Dave Bird; los dos policías a los que había llevado a su muerte; el
vagabundo del lago al que no hablé por salvarlo; Ted Rask y Greg Olson y Emmett
Openshaw y no obstante de muchos otros de los que no supe. Eran un desfile de
cadáveres, descansando inertes en mi memoria, como si nunca hubieran estado vivos
en absoluto—una hilera de cadáveres eternos extendiéndose a través de la historia,
perfectamente conservados. ¿Cuánto tiempo había estado ocurriendo esto? ¿Cuánto
tiempo más seguiría? Sentí que estaba condenado a seguir la fila por siempre, lavando
y embalsamando cada cadáver nuevo como un sirviente del demonio—jorobado,
lascivo y mudo. Crowley era el asesino y yo su esclavo.
Yo no lo haría. Esa fila de cadáveres terminaba esta noche.
El demonio no había tomado ningún órgano de Neblin aún, lo que significa que de un
momento a otro, él volvería a salir de su casa, desesperado por regenerarse. Si primero
escondo el cuerpo, él podría marchitarse y morir. Agarré el cuerpo por los hombros y
lo puse de pie. Mis guantes se deslizaron húmedamente a través de la sangre de la
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
herida, y lo dejé ir abruptamente—estaba envolviéndome a mí mismo con evidencia.
Di un paso atrás, luchando con mi paranoia. ¿Me atrevía a vincularme a mí mismo
con el crimen? Había sido muy cuidadoso—moviéndome silenciosamente, ocultando
mis pistas, planeando por meses mantenerme completamente distanciado de
cualquiera de los ataques y de cualquiera de mis respuestas a ellos. No podía tirarlo
todo por la borda ahora.
¿Pero había algún otro camino? Ocultar el cuerpo era mi única oportunidad para matar
al demonio, pero no podía hacerlo cubriéndome con la sangre de Neblin—si trataba de
mantener la sangre fuera de mí, arrastrando el cuerpo por el pie, dejaría un rastro de
sangre que arruinaría todo el plan. Necesitaba mantener el cuerpo fuera del piso y eso
significaba llevarlo todo sobre mí mismo. Me saqué mi abrigo, envolviéndolo
alrededor de la cabeza y los hombros de Neblin como una venda, y lo agarré por los
hombros.
Un súbito aullido de la casa cortó a través de silencio. Caí de nuevo, mis ojos
precipitándose primero a la puerta trasera, luego adelante, atrás y hacia adelante,
preguntándome de qué dirección podría surgir el demonio. El Señor Monstruo gritaba
en mi cabeza, me dijo que corriera, que me escapara de allí para salir de manera segura
y volver a intentarlo la próxima vez. Eso era lo más inteligente que hacer, lo más
analítico que hacer. El demonio viviría, pero también lo haría yo. Podía detenerlo
eventualmente sin arriesgar nada por mi cuenta.
Mi mirada cayó en Neblin. Él no se hubiera marchado, pensé. Neblin había salido de su
casa en medio de la noche, sabiendo perfectamente que había un asesino en serie
suelto, porque quería ayudarme. Él hizo lo que necesitaba hacer, a pesar de que lo
puso en peligro. Tengo que dejar de pensar como un psicópata. O me pongo en peligro o
Crowley vuelve a matar. Hace dos meses, incluso hace dos horas, la elección hubiera sido
obvia: salvarme a mí mismo. Incluso ahora sabía, objetivamente, que eso era lo más
inteligente que hacer. Pero Neblin había muerto tratando de enseñarme a pensar como
un humano normal—a sentir como un humano normal. Y a veces los seres humanos
arriesgaban sus vidas para ayudarse unos a otros por la forma en que se sentían.
Emociones. Conexiones. Amor. Yo no lo sentía, pero le debía al Neblin intentarlo.
Agarré a Neblin por las axilas y tiré de él hacia mí, sintiendo su camisa ensangrentada
golpear contra mi abrigo y cubriéndome del ADN incriminatorio. Hubo otro alarido
en la casa pero lo ignoré, teniendo a Neblin de espaldas y sacándolo del coche hasta
sus piernas—todavía limpias de sangre—se dejaron caer sobre la calzada. La sangre se
quedó en mi ropa en vez de caer al suelo, apreté mis dientes y comencé a moverme. El
cuerpo era más pesado de lo que parecía. Recordé haber leído que los cadáveres y
cuerpos inconscientes son más difíciles de levantar que los activos, debido a que los
músculos flácidos no compensan el movimiento y equilibrio. Él se sentía como un saco
de cemento mojado, desgarbado e imposible de llevar. Mantuve su cabeza y sus
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
hombros presionados firmemente contra mi pecho, mis brazos envolviendo sus axilas y
cerrados a través de su esternón. Girando mi cuerpo cuidadosamente, me equilibré en
un pie y tiré la puerta con mi otro pie, casi consiguiendo cerrarla antes de que el brazo
de Neblin cayera a un lado y el peso de su cuerpo cambiara torpemente. Yo caí contra
el coche, aferrándome firmemente al cuerpo y tratando de mantenerlo erguido. Nada
de sangre había goteado, por lo menos no aún.
Hubo un estallido de algún lugar dentro de la casa, como si Crowley hubiera caído
contra algo—o rotó en un ataque de rabia. Di un codazo a la puerta del coche y se
cerró a su vez. Yo estaba totalmente en la calle, empecé a retroceder lentamente al
patio trasero de Crowley. Fui cautelosamente, paso a paso, dependiendo de mi
memoria para que me guiara con seguridad más allá de la nieve, sin molestar ni dejar
rastros. Paso a paso. Oí otro choque, ahora más cercano, en algún lugar de la planta
baja, y apreté los dientes. Estaba casi allí.
Alcancé el cobertizo y maniobré las piernas de Neblin más lejos en el camino de
entrada. El cobertizo estaba situado en paralelo al camino de entrada, con la puerta
hacia la calle, por lo que siempre estaba limpia una pasarela delante de él, lo que lleva
fuera de la calzada. Eran sólo unos metros de largo pero fue lo suficiente para mí, para
pasar por el otro lado del cobertizo y tirar el cuerpo en la estrecha brecha entre el
cobertizo y la cerca de madera de tablilla. Arrastré a Neblin tanto como pude sin
meterme a mí mismo detrás del pequeño cobertizo y lo dejé caer pesadamente en la
nieve.
La puerta trasera resonó y contuve mi respiración. Los pies de Neblin aún sobresalían
pasando la parte delantera del cobertizo, aunque sólo unos cuantos centímetros. Toda
esta brecha estaba a la sombra de los todavía brillantes faros por un muro de nieve, así
que el demonio podría no ver los pies. Pero si venía a buscar por aquí, si hubiera
dejado cualquier clase de rastro visible, lo vería con seguridad.
Contuve mi respiración por siglos, escuchando cada sonido: El ruido bajo del coche, el
suave campaneo del tablero de instrumentos, los latidos de mi propio corazón. El
demonio dio unos cuantos pasos al otro lado del cobertizo, arrítmico y débil, luego dio
un paso o se tambaleó hacia la nieve. La capa superior helada crujía bajo sus pies—
una vez, dos veces, tres veces, de nuevo acompañadas por pasos normales a través del
cemento. Él estaba inestable y lento. Esto podría funcionar.
Escuché los pasos arrastrarse a sí mismos hacia abajo, al camino de la entrada: pasoparada, paso-tropiezo. No me atreví a respirar, cerrando mis ojos y rezando que el
demonio se vuelque y muera, que se diera por vencido y se termine para siempre.
Paso-parada, paso-pausa, paso-gruñido. Se movía más lento de lo que alguna vez lo
había hecho. Me quedé completamente inmóvil, temeroso de moverme una pulgada y
el frio, la nieve, el aire amargo empezó a tener efecto en mí. Otra vez sentí la misma
sensación de deterioro físico, lo había sentido cuando descubrí por primera vez al
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Dan Wells
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demonio, cuando me había ocultado en la nieve en el Lago Freak, consciente de cada
lento latido y vacilante sentido. Mis manos y pies estaban en llamas con alfileres, que
se desvanecía a un el hormigueo, que se desvanecía a nada en absoluto. Mi cuerpo
estaba gastado como una máquina de relojería pasada, silenciosamente liquidado hasta
que el último equipo vuelva, la última primavera aparezca y toda la cosa se detenga
para siempre.
Equilibrándome cuidadosamente, sin buenos lugares para poner mis pies por el
estrecho hueco, me agaché y poco a poco, imperceptiblemente, puse el pie de Neblin
detrás del cobertizo. Pulgada a pulgada, sin hacer un sonido. Los pasos en el camino
de entrada continuaron, deteniéndose y atormentando. Plegué las rodillas de Neblin
hacia arriba y cuidadosamente—oh, tan silenciosamente—las apoyé contra el
cobertizo. Una sombra negra pasó enfrente de los faros, llenando la valla y el cobertizo
y el patio detrás de mí con una enorme forma de demonio: una cabeza bulbosa y diez
uñas como guadañas, con su pesado abrigo y pantalones colgando flojos sobre sus
delgadas extremidades, inhumanas. Me preguntaba si incluso había tenido la
oportunidad de volver a su forma humana, o si había sido obligado a ayudar a Kay así.
Él debe estar muy cerca de la muerte.
Di un delicado paso hacia delante, colocando mi pie cuidadosamente y miré a
hurtadillas alrededor del borde del cobertizo. El demonio luchó por mantenerse en pie
y se tambaleó alrededor del coche, sus garras arañando a través de la pintura al
inclinarse en el capó por apoyo. Se abrió camino lentamente hacia el asiento del
pasajero, se detuvo por un momento, casi se dobló y cogió el mango. Cuando su mano
dejó el coche, perdió su equilibrio y cayó de costado en la nieve, con un pesado
aterrizaje. Se cortó la respiración en mi garganta y mi corazón ya esforzándose, se
aceleró aún más. ¿Qué fue eso? ¿Estaba muerto? Con un gemido patético, el demonio
se levantó sobre sus rodillas, se aferró a su pecho, y chilló inhumanamente. Aún no
estaba muerto, pero estaba muy cerca, y lo sabía.
El demonio se arrancó su pesado abrigo y se lanzó hacia adelante, cayendo contra el
coche. Sus garras enormes y blancas parecían brillar y se excavaron en el metal, con
una fuerza aterradora, para levantarse de nuevo en posición vertical. Una mano tomó
la manija de la puerta con sus garras, luego se detuvo en el aire. Se quedó mirando el
coche, sin moverse.
Había visto el sitio vacio. Sabía que su única esperanza estaba perdida. Él demonio
cayó en sus rodillas y lloró—no un rugido o un bramido, sino un lamento, un llanto
agudo.
Ése era el sonido que después de esto siempre asociaré con la palabra desesperación.
El llanto del demonio se convirtió en un grito—de rabia o frustración, no podría
afirmar—y volvió a luchar con sus pies. Lo observé dar un paso hacia atrás por el
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Foro Dark Guardians
camino de entrada, luego un paso hacia la calle, demasiado confundido para decidir,
luego colapsó otra vez sobre sus rodillas. Avanzó un poco, usando sus garras para
gatear, y finalmente cayó boca abajo al suelo. Me sentía como colgado en ese
momento por horas, esperando por una contradicción, o una embestida, o un grito—
pero no vino nada. El mundo entero estaba congelado e inmóvil.
Esperé otro momento, largo y desesperante, antes de atreverme a dar un paso afuera.
El demonio estaba inerte en el camino de entrada, sin vida como el cemento en el que
estaba acostado. Salí de mi escondite y avancé hacia adelante, sin apartar la vista del
cuerpo. Débiles volutas de vapor iban a la deriva en el aire de la noche. Caminé
lentamente hacia él, entrecerrando los ojos contra la embestida luminosa de los faros y
lo miré.
La sensación era peculiar, como una construcción de una emoción visceral que se
superaba rápidamente—éste no era sólo un cuerpo, era mi cuerpo, mi propio cadáver,
acostado inmóvil. Era como una pieza de arte, algo que yo había hecho con mis
propias manos. Estaba lleno de un fuerte sentimiento de orgullo y entendí por qué
tantos asesinos seriales dejan sus cuerpos para ser descubiertos: cuando creas algo tan
hermoso, quieres que todos lo vean.
Estaba finalmente muerto.
Pero, ¿porqué no se estaba desmoronando? me pregunté, como los órganos gastados
siempre habían hecho antes. ¿Si la energía que lo mantenía unido se había ido, por qué
estaba todavía. . . unido?
Un destello de luz llamó mi atención, mi cabeza se levantó bruscamente. La luz había
venido de la primera ventana de mi sala. Un segundo más tarde, las cortinas fueron
puestas a un lado. Era mi mamá—ella debió haber oído el rugido del demonio, y ahora
estaba buscando una explicación. Me agaché al lado del coche, fuera de las luces, a
sólo centímetros de distancia del demonio. Ella se quedó en la ventana un largo tiempo
antes de alejarse y dejar la cortina caer de nuevo a su sitio. Esperé que la luz se apagara
pero se quedó encendida. Un momento después la luz del baño se encendió, sacudí mi
cabeza. Ella no había visto nada.
El demonio se contrajo.
Instantáneamente, toda mi atención volvió al demonio caído, tan cerca que
prácticamente podía tocarlo. Su cabeza rodó a un lado y su brazo izquierdo se sacudió
salvajemente. Me levanté de cuclillas y di un paso atrás. El demonio agitó su brazo
otra vez antes de plantarlo firmemente en el suelo y levantarse. Levantó los hombros,
aun con la cabeza gacha, luego temblorosamente pateó su pierna hacia un lado. Luchó
con su pierna un momento antes de rendirse y llegar con su otro brazo. Estaba
arrastrándose hacia adelante.
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
Alcé la vista justo a tiempo para ver otra luz encenderse, esta vez en mi habitación.
Mamá había ido a verme y ahora sabía que no estaba allí.
¡Haz Algo! Me grité a mí mismo. El demonio se tiró hacia delante con toda la longitud
de su larguirucho brazo, luego avanzó con el otro. De alguna manera había logrado
revivirse, al igual que lo había hecho cuando mató al papá de Max. Sólo que esta vez
no tenía un cuerpo fresco extendido a unos metros de distancia—la fuente más cercana
de órganos era yo y aparentemente él no sabía que yo estaba allí. En su lugar él estaba
arrastrándose. . .
Hacia mi casa.
Sus garras cavaron en el asfalto más allá de la alcantarilla y empezó a arrastrarse de
nuevo hacia adelante. Sus movimientos eran lentos, pero deliberados y poderosos.
Cada movimiento que hacía parecía un poco más fuerte, un poco más rápido.
Otro pedazo de luz y una ráfaga de movimiento—mi mamá había abierto la puerta de
servicio y se quedó en su luz como un faro, su pesado abrigo envuelto sobre su
camisón. Sus pies estaban metidos en sus botas para la nieve de soporte alto.
“¿John?” su voz era clara y fuerte, y tenía un borde crudo que había aprendido a
reconocer como preocupación. Ella había salido a buscarme.
El demonio extendió otro brazo hacia adelante emitiendo un sobrenatural gruñido a
medida que se acercaba más a mi casa—ahora más rápido que antes y más ansioso.
Estaba dejando trozos negros de sí mismo pegados al asfalto, chisporroteando con un
calor antinatural mientras se descomponían en segundos. Mamá debió haberlo oído,
porque se volteó para mirarlo. Estaba casi a la mitad del camino ahora.
“¡Ve adentro!” grité y eché a correr hacia ella. La cabeza del demonio se irguió y se
acercó salvajemente con sus largos brazos mientras pasaba. Corrí hacia un lado,
dándole un amplio espacio, pero se levantó en sus pies y se abalanzó sobre mí. Me
tropecé hacia un lado y el demonio cayó, perdiéndome por centímetros. Se golpeó de
espaldas a la calle, aullando de dolor.
“John, ¿qué está pasando?” gritó mi mamá, aún mirando con horror al demonio en la
calle. Ella no podía verlo claramente desde donde estaba, pero vio lo suficiente para
estar aterrorizada.
“¡Ve adentro!” volví a gritar, corriendo junto a ella y tirando de ella hacia la puerta.
Mis guantes dejando manchas rojas oscuras en su abrigo.
“¿Qué es eso?” preguntó ella.
“Mató a Neblin” dije, tirándola de vuelta a la casa. “¡Vamos!”
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
El demonio estaba de vuelta en la pista, arrastrándose en línea recta hacia nosotros con
su boca brutalmente luminosa y colmillos como agujas. Mamá comenzó a cerrar la
puerta, pero la agarré y la forcé de nuevo a abrirla.
“¿Qué estás haciendo?”
“Tenemos que dejarlo entrar,” dije, tratando de empujarla hacia la funeraria. Ella no
se movía. “Tenemos que hacérselo fácil o puede ir a la puerta de lado.”
“¡No lo vamos a dejar entrar aquí!” chilló ella. Él había alcanzado nuestra calzada.
“Es la única manera,” dije y la empujé hacia atrás. Ella perdió su control sobre la
puerta y se desplomó contra la pared, mirándome con el mismo horror con el que
había mirado al demonio. Era la primera vez que había apartado la vista del demonio
y sus ojos se movían a través de la sangre que manchaba mi pecho y mis brazos. El
monstruo dentro de mí se cabreó, recordando el cuchillo de la cocina, ansioso por
dominarla de nuevo con miedo, pero me calmé y abrí la puerta de la funeraria. Vas a
matar muy pronto.
“¿A dónde vamos?” preguntó mamá.
“Al cuarto de atrás.”
“¿A la sala de embalsamiento?”
“Sólo espero que pueda encontrar el camino,” la jalé conmigo al vestíbulo de la
funeraria, encendiendo las luces y corriendo hacia el cuarto de atrás. La puerta dio un
golpe detrás de nosotros, pero no nos atrevimos a mirar. Mamá gritó, y corrimos hacia
la sala de nuevo.
“¿Tienes las llaves?” pregunté, empujando a mamá contra la puerta. Ella buscó en el
bolsillo de su chaqueta y sacó un llavero. El demonio gritó desde el vestíbulo y yo
vociferé de regreso, sacando mi tensión en un rugido primario. Se tambaleó alrededor
de la esquina justo cuando mamá abrió la cerradura. Fue casi chorreando ahora que su
cuerpo se desmoronaba. Entramos por la puerta más allá a la sala. Mamá corrió al
fondo buscando a tiendas las llaves otra vez, pero yo encendí las luces y fui
directamente al lado de la habitación. Enrollado en una pila ordenada estaba nuestra
única esperanza—el trocar aplanado, encaramado como una cabeza de serpiente en la
punta de su larga manguera de aspiración. Di la vuelta al interruptor para ponerlo en
marcha y miré hacia el abanico del ventilador lentamente farfullando a la vida.
“Esperemos que el ventilador no se queme,” dije y me lancé contra la pared, justo al
lado de la puerta abierta. A través de la sala, mamá abrió la cerradura y lanzó la puerta
de par en par al exterior, mirando hacía mi con terror abyecto.
“¡John, ya está aquí!”
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Dan Wells
Foro Dark Guardians
El demonio entró en la habitación, llegando a ella con las garras como brillantes
cuchillas de afeitar. Blandí el trocar zumbando con todas mis fuerzas directamente a
través del pecho de demonio. Se tambaleó hacía atrás, con los ojos más abiertos de lo
que jamás habría creído posible. Escuché el ruido sordo como de algo húmedo—su
sangre tal vez, o todo su corazón—se desprendieron de su casi podrido cuerpo, y se
deslizaron por la válvula de vacío. El demonio cayó de rodillas a medida que más
fluidos y órganos eran aspirados y escuché el familiar y repugnante silbido de carne
degenerándose a fangos. La válvula de vacio curvada y ahumada por el calor. Me
aparté y vi como el cuerpo del demonio comenzó a devorarse a sí mismo, sacando
fuerzas y vitalidad de cada extremidad para regenerar los tejidos que se estaban
perdiendo. El demonio parecía descomponerse ante mis ojos, ondas lentas de
desintegración viajaban por sus manos y pies, sus brazos y piernas y luego
arrastrándose oscuramente sobre el torso.
No me di cuenta que mamá vino a mi lado, pero a través de una bruma, me di cuenta
que me agarró firmemente mientras mirábamos horrorizados. Yo no la sostenía del
todo—sólo me quedé mirando.
Pronto el demonio apenas estaba ahí en absoluto—un pecho hundido y una cabeza
retorcida me miraron desde un charco de humeante alquitrán con forma de hombre.
Jadeó por aire, aunque no podía imaginar que sus pulmones estaban del todo
suficientes como para tomar aliento. Poco a poco me quité mi máscara de esquí y di un
paso hacia adelante, presentando una visión perfecta de mi cara. Esperaba se que
sacudiera, enloquecido por la rabia y el dolor y desesperado por recoger mi vida y
salvarse a sí mismo. Pero en vez de eso, el demonio se calmó. Me vio acercarme, ojos
amarillos me siguieron hasta que me quedé encima. Le devolví la mirada.
El demonio tomó una respiración profunda, con sus pulmones irregulares aleteando
con esfuerzo. “Tigre, tigre. . .” dijo. Su voz era un ronco susurro. “Ardiendo vivo.”
Tosió con dureza, lagrimeando de agonía con cada sonido.
“Lo siento,” dije. Eso era todo lo que podía pensar para decir.
Atrajo otra respiración entrecortada, ahogándose en su propia materia en
descomposición.
“No quería lastimarte,” dije, casi suplicante con él. “No quería lastimar a nadie.”
Sus colmillos colgaban en su boca como hierbas marchitas. “No. . .” dijo, luego se
detuvo en un terrible ataque de tos, luchando por componerse. “No les digas.”
“¿No decirles a quienes?” preguntó mamá.
El horrible rostro se contorsionó una última vez, de rabia o de esfuerzo o miedo, y esa
voz insoportable jadeó una frase final: “Recuérdame cuando ya no esté.”
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Dan Wells
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Asentí. El demonio levantó la vista hacia el techo, cerró sus ojos, y se hundió en sí
mismo, desmoronándose y disolviéndose, fluyendo lejos en un montón deforme,
candente y negro.
El demonio estaba muerto.
Afuera, la nieve empezó a caer.
174
Dan Wells
Foro Dark Guardians
19
Traducido por Fallen Star
Corregido por Afroday
M
e quedé mirando el negro desastre en el suelo, tratando de entender todo lo que
había sucedido. Sólo un minuto antes, aquél lodo había sido un demonio—y
sólo una hora antes había sido mi vecino, un amable anciano que amaba a su
esposa y me daba chocolate caliente.
Pero no, el lodo era sólo lodo—algún remanente físico de un cuerpo que nunca
había sido realmente suyo en primer lugar. La vida detrás de eso, la mente o el alma o
lo que sea que lo hizo vivir en un cuerpo vivo, había desaparecido. Era un fuego,
y nosotros éramos su combustible.
Recuérdame cuando ya no esté.
“¿Qué fue eso?”
Miré hacia arriba y vi a mi mamá. Me di cuenta que sus manos
me agarraban con fuerza por los hombros, su cuerpo sólo un poco por delante del
mío. Se había colocado entre mí y el monstruo. ¿Cuándo había hecho eso? Mi mente
estaba cansada y oscura, como una nube de tormenta cargada de lluvia.
“Era un demonio,” le dije, alejándome de ella y caminando hasta el interruptor de
vacío. Lo apagué y el zumbido claro de ruido se desvaneció, dejando sólo silencio. El
tubo de vacío estaba deformado grotescamente, fundido en una pila humeante
de nocivos rizos de plástico. Parecían como los intestinos de una bestia mecánica. La
hoja del trocar estaba untada con lodo, y lo saqué con cuidado, con dos dedos, de la
masa del suelo.
“¿Un demonio?” preguntó mi madre dando un paso atrás. “Qué. . . ¿por qué? ¿Por qué
un demonio? ¿Por qué está aquí?”
“Nos quería comer,” le dije, “más o menos, es el Asesino de Clayton, mamá, él que ha
estado robando partes de cuerpos. Los necesitaba para sobrevivir.”
“¿Está muerto?”
Fruncí el ceño ante la masa del suelo. Se parecía más a una vieja fogata que a un
cuerpo. “Creo que sí. No sé muy bien cómo funciona.”
“¿Cómo sabes todo esto?” preguntó ella, volviéndose hacia mí. Sus ojos miraban
mi cara en busca de algo. “¿Por qué estabas fuera?”
175
Dan Wells
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“Por la misma razón que tú,” mentí. “Oí un ruido y salí. Estaba en casa de los
Crowley, haciendo algo—matándolos supongo. Oí gritos. El doctor Neblin estaba en el
auto de los Crowley, muerto, así que lo alejé a arrastras donde el demonio no pudiera
encontrarlo. Ahí fue cuando saliste tú, y vino hasta aquí.”
Ella miró mi cara, mi abrigo empapado de sangre, mi ropa empapada de nieve
derretida y el sudor frío. Vi como su mirada me abandonaba y viajaba por toda la
habitación, teniendo marcas ensangrentadas de mis huellas dactilares en las paredes y
encimeras, y el humo, cenizas fangosas en el suelo. Casi podía leer sus pensamientos a
medida que se dibujaban en su rostro—conocía a esta mujer mejor de lo que conocía a
nadie en el mundo, y podía leerla casi con más facilidad que a mí mismo. Ella estaba
pensando en mi psicopatía y mi obsesión por los asesinos en serie. Estaba pensando
en el momento en el que la amenacé con un cuchillo, y en la forma en la que yo
miraba a los cadáveres, y sobre todo en lo que había leído y oído y temido desde la
primera vez que había descubierto, hacía años, que yo no era como los demás
niños. Tal vez estaba pensando en mi padre con sus propias tendencias violentas y se
preguntaba hasta dónde estaba llegando yo—o qué tan lejos había llegado—por el
mismo camino. Pensó en ello una y otra vez, ordenando cada uno de los escenarios,
y tratando de averiguar en qué pensar. Y entonces hizo algo que probó, sin lugar a
dudas, que realmente no la entiendo en absoluto.
Me abrazó.
Abrió los brazos y me atrajo, tirando de mi espalda con una mano y mi cabeza con
otra y
lloró—no con
tristeza,
sino con
aceptación. Lloró aliviada, balanceándose suavemente
hacia
atrás
y
hacia
adelante, atrás y adelante, cubriéndose de la sangre de mi abrigo y guantes, y sin
importarle en absoluto. Puse mis brazos alrededor de ella también, sabiendo que a
ella le gustaría.
“Eres un buen chico,” dijo, apretándome más fuerte. “Eres un buen chico. Has
hecho algo bueno.” Me preguntaba cuánto había adivinado, pero no me atreví a
preguntar. Simplemente la abracé hasta que estuvo lista para parar
“Tenemos que llamar a la policía,” dijo, dando un paso atrás y frotándose la nariz.
Cerró la puerta de atrás y cerró con llave. “Y tenemos que llamar a una ambulancia, en
caso de que él hiriera a los Crowley también, como has dicho. Todavía podrían estar
vivos.” Abrió el armario lateral y sacó la fregona y un cubo y luego negó con la
cabeza y los empujó hacia dentro de nuevo. “Tienen que verlo tal como está.”
Ella bordeó la orilla del lodo con cuidado y se dirigió hacia el pasillo.
“¿Estás segura de que deberíamos llamar?” pregunté, siguiéndola de cerca. “¿Nos
creerán siquiera?” La seguí por el pasillo hasta la oficina, caminando casi sobre sus
talones, como tratando de disuadirla de esto. “Podemos llevar a la señora Crowley al
176
Dan Wells
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hospital nosotros—pero tendría que cambiarme primero, estoy cubierto de sangre. ¿No
sería sospechoso?” Me vi en la cárcel, en el juzgado, en una institución, en una silla
eléctrica. “¿Qué pasa si me arrestan? ¿Qué pasa si ellos piensan que maté a Neblin y a
los otros? ¿Qué pasa si leen los archivos de Neblin y piensan que soy un psicópata y me
mandan a la cárcel?”
Mamá se detuvo, se volvió y me miró directamente a los ojos. “¿Has matado
a Neblin?”
“Por supuesto que no.”
“Por supuesto que no,” dijo. “Y no mataste a nadie más.” Dio un paso atrás y abrió su
abrigo, y me mostró la sangre en los bordes y en el camisón. “Los dos tenemos
sangre,” dijo, “y somos los dos inocentes. La policía entenderá que tratamos de
ayudar, y tratamos de mantenernos con vida.” Soltó su abrigo y dio un paso hacia mí,
agarrándome los brazos con fuerza y agachándose ligeramente para tener nuestros
rostros a sólo pulgadas de distancia. “Pero lo más importante es que estamos juntos en
esto. No voy a dejar que te lleven a ninguna parte y nunca voy a dejarte, nunca. Somos
una familia. Siempre estaré aquí para ti.”
Algo hizo clic en algún lugar, en lo más profundo de mí y me di cuenta que había
estado esperando escuchar esas palabras durante toda mi vida. Ellas me aplastaron y
me liberaron al mismo tiempo, encajando en mi alma, como una pieza del
rompecabezas perdida hace mucho tiempo. La tensión de la noche, de todo el día, de
los últimos cinco meses, fluía en mí como la sangre de una vena abierta, y me vi por
primera vez como mi madre me veía—no un psicópata, no un acosador, no un
asesino, sino un niño triste y solitario. Caí en la cuenta, por primera vez en años, de
que era capaz de llorar.
***
En los pocos minutos antes de que llegara la policía, mientras mi madre entraba en la
casa de los Crowley para comprobarlos, tomé el teléfono celular del señor Crowley de
su destrozada chaqueta. Por si acaso, miré en los bolsillos de Neblin y lo tomé
también. No tenía tiempo para disponer de ellos adecuadamente, por lo que los tiré
junto con el teléfono de Kay—por encima de la cerca de atrás de los Crowley y hacia el
bosque de más allá. No había huellas allí, sólo acres de nieve intacta, por lo que
esperaba que estarían a salvo hasta que pudiera encontrarlos y deshacerme de ellos de
manera más permanente. En el último momento, justo a tiempo, me acordé de mi
set de GPS, y saqué la segunda unidad del sitio donde la había escondido en el auto
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Dan Wells
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de los Crowley. Los arrojé en el bosque también, justo cuando la primera sirena
estuvo lo suficientemente cerca como para oírla.
Pronto las taladrantes sirenas fueron seguidas por luces intermitentes y una larga línea
de coches de policía, ambulancias, un equipo de materiales peligrosos, e incluso un
camión de bomberos. Los vecinos miraban desde los porches y ventanas, temblando
en sus abrigos y zapatillas, como un ejército de uniformes, se extendieron por toda la
calle y aseguraron toda la zona. El cuerpo de Neblin fue hallado y fotografiado; Kay,
todavía inconsciente, fue tratada y llevada al hospital, mi madre y yo fuimos
interrogados; y el desorden en nuestra funeraria fue cuidadosamente estudiado y
catalogado.
El agente del FBI que había visto en las noticias, el Agente Forman, entrevistó a mi
madre y a mí en la funeraria la mayor parte de la noche—juntos al principio, luego de
uno en uno, mientras el otro limpiaba. Le dije, y a todos los demás que me
preguntaron, la misma historia que le había dicho a mi madre—que había oído un
ruido, había salido fuera para comprobarlo y vi al asesino entrar en la casa de
los Crowley. Me preguntaron si sabía dónde estaba el señor Crowley, y les dije que no
lo sabía. Me preguntaron por qué había decidido trasladar el cuerpo de Neblin y no
pude pensar en una razón que no pareciera una locura, así que sólo dije que
parecía una buena idea en aquel momento. El lodo en el fondo de la habitación
fue más o menos ignorado: dijimos que no teníamos idea de cómo llegó allí. No podría
decir si nos creyeron o no, pero al final todo el mundo parecía satisfecho.
Antes de irse, me preguntaron si necesitaba ver a un consejero que me ayudara a hacer
frente a la desaparición simultánea de dos hombres que yo conocía bastante bien, pero
dije que ver a un segundo terapeuta para hablar de mi primer terapeuta me parecía un
poco desleal. Nadie se rió. El doctor Neblin lo habría hecho.
Por la mañana, la historia se había extendido y mutado: el Asesino de Clayton había
matado a Bill Crowley mientras éste estaba conduciendo tarde en la noche, y luego
mató a Ben Neblin en su camino de regreso de la casa de los Crowley. Allí, el
asesino había comenzado a golpear y torturar a Kay hasta que sus vecinos—mamá y
yo—notamos que algo andaba mal y lo interrumpimos. El asesino vino después por
nosotros, pero huyó cuando nos resistimos, dejando detrás de sí nada más el lodo
negro y misterioso reconocible en los ataques anteriores. Nadie creería que el atacante
era una especie de monstruo de desintegración, por lo que no nos molestamos en
explicarlo de esa manera.
Había varios finales perdidos de la historia, por supuesto, aquellos en los que los
rumores comenzaron a volar—no había cuerpo, ni del asesino ni de Crowley, por lo
que por supuesto, todavía podría estar vivo en algún lugar—pero yo sabía que el largo
calvario había terminado. Por primera vez en meses, me sentía en paz.
178
Dan Wells
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Me imagino que más sospechas podrían haber caído sobre mí si Kay no hubiera sido
mi más firme defensora—ella juró a la policía que yo era un buen chico, y un buen
vecino y que nos queríamos como si fuéramos familia. Cuando encontraron
mis pestañas en su dormitorio, ella les dijo cómo había ayudado al señor Crowley con
las bisagras de la puerta; cuando encontraron mis huellas dactilares en las ventanas de
su coche, les dijo cómo la había ayudado a revisar el aceite y la presión del
neumático. Todas las preguntas que tenían podían ser respondidas por el hecho de
que me había pasado casi todos los días en su casa durante dos meses consecutivos. La
única prueba irrefutable de verdad estaba en los celulares, pero hasta ahora, nadie los
había encontrado.
Además de todo eso, yo era un niño—no creo que alguna vez realmente me tomaran
seriamente como un sospechoso. Si yo hubiera tratado de encubrir lo que había
sucedido aquella noche, estoy seguro de que habría parecido más sospechoso,
pero yendo directamente a la policía con todo, parecía que me había ganado un poco
de confianza. Después de un tiempo, era casi como si nunca hubiera ocurrido.
Esperaba que la muerte del demonio me llevara a perseguir mis sueños, o algo así—
pero me encontré una y otra vez centrado en las últimas palabras del demonio:
‘Recuérdame.’ No estaba seguro de querer hacerlo—era un asesino despiadado y
malvado, y yo no quería volver a reflexionar sobre alguna de esas cosas de nuevo.
La cuestión era que había un montón de cosas en las que yo no quería pensar—cosas
que había pasado años sin pensar—e ignorándolas nunca habían llegado realmente a
ninguna parte. Creo que era hora de seguir el consejo de Crowley y recordar. Cuando
la policía finalmente la dejó sola, fui a visitar a Kay Crowley.
Ella me abrazó cuando abrió la puerta. Sin palabras, sin felicitaciones, sólo un
abrazo. No me lo merecía pero me abrazó. El monstruo rugió, pero le hice bajar la
vista, me recordaba que esta mujer era frágil y sabía lo fácil que sería de matar,
pero concentré toda mi energía en el autocontrol. Esto era mucho más difícil de lo que
quería admitir.
“Gracias por venir,” dijo con los ojos llenos de lágrimas. Su ojo derecho estaba
morado y me sentí mal.
“Lo siento mucho.”
“No lo sientas querido,” dijo ella, llevándome dentro de la casa. “No hiciste nada más
que ayudar.”
La miré de cerca, estudiando su rostro, sus ojos, todo. Éste era el ángel que
domesticaba al demonio, el alma que lo atrapó y lo retuvo con una potencia que nunca
había sentido antes. El amor. Ella vio la intensidad de mi mirada y miró hacia atrás.
“¿Qué sucede, John?”
179
Dan Wells
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“Háblame de él,” le dije.
“¿Sobre Bill?”
“Bill Crowley,” le dije. “He vivido en la calle toda mi vida, pero no creo que
realmente lo conociera en absoluto. Por favor, cuénteme.”
Era su turno para estudiarme—sus ojos tan profundos como pozos, mirándome desde
un pasado muy temprano.
“Conocí a Bill en 1968,” dijo ella, llevándome a la sala y sentándome en el sofá. “Nos
casamos dos años después—el próximo mes de mayo habría sido nuestro cuarenta
aniversario.”
Me senté frente a ella y escuché.
“Los dos estábamos en nuestros treinta,” dijo, “y en esos días, en esta ciudad, ser
soltera con treinta años me hacía una solterona. Me había resignado, supongo, pero
entonces un día, Bill llegó en busca de un puesto de trabajo. Yo era la secretaria en la
oficina de agua en aquel momento. Era muy guapo y tenía una ‘alma anticuada’—no
estaba en esas cosas hippie, como tantas personas por aquel entonces. Él era educado
y de buenos modales, y me recordó un poco a mi abuelo, en la forma en que
siempre llevaba un sombrero, y abría las puertas a las damas, y se ponía de pie cuando
alguien entraba en una habitación. Él consiguió el trabajo, por supuesto, y lo veía cada
mañana cuando entraba—él siempre fue muy amable. Fue quien empezó a
llamarme Kay, sabes—mi verdadero nombre es Katherine, y todo el mundo
me llamaba Katie o señorita Wood, pero me dijo que incluso Katie era demasiado
largo y lo acortó a Kay. Estaba siempre en movimiento—siempre haciendo algo nuevo
y corriendo de un lado a otro. Tenía pasión por la vida. Puse mis ojos en él después de
sólo un par de semanas.” Ella se rió en voz baja y sonreí.
El pasado del señor Crowley se desplegó ante mí como una pintura, rica en color y
textura, y la profundidad con la comprensión de su tema. No era un hombre
perfecto, pero por un tiempo—por un muy largo tiempo—había sido uno bueno.
“Salimos durante un año antes de que se declarara,” continuó la señora Crowley.
“Entonces un domingo, estábamos cenando en casa de mis padres con todos mis
hermanos y hermanas y sus familias, todos estábamos riendo y hablando y él se
levantó y salió de la habitación.” Ella tenía una mirada lejana en sus ojos. “Lo seguí y
lo encontré llorando en la cocina. Me dijo que nunca lo había ‘entendido’ antes; lo
recuerdo con tanta claridad, la forma en la que lo dijo: ‘Nunca lo había entendido
antes, Kay. Nunca lo entendí hasta ahora.’ Él me dijo que me amaba más que a
nada en el cielo o el infierno—era muy romántico con sus palabras—y me pidió allí
mismo que me casara con él.”
Ella se sentó en silencio por un momento con los ojos cerrados, recordando.
180
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“Se comprometió a estar a mi lado para siempre, en la enfermedad y en salud. . . En
sus últimos días, estaba más enfermo que sano—tú viste la forma en que estaba—
pero él me decía de nuevo, todos los días: ‘Me quedaré a tu lado para siempre.’”
***
No creo que mi mamá se diera cuenta de que una nueva persona se había mudado a
vivir con nosotros ese día, pero había estado con nosotros desde
entonces. Mi monstruo estaba fuera ahora para siempre y yo no podía dejarlo a un
lado. Traté—todos los días lo intentaba—pero no funciona de esa manera. Si fuera
tan fácil de quitárselo de encima, no sería un monstruo.
Una vez que el demonio estaba muerto, traté de reconstruir el muro y poner
mis reglas en su lugar, pero mi propia naturaleza más oscura se defendió en todo
momento. Me dije que no me permitiría pensar en herir a la gente nunca más, pero en
cada momento de descuido, mis pensamientos se dirigían hacia la violencia de forma
automática. Era como si mi cerebro tuviera un protector de pantalla lleno de sangre y
gritos y si alguna vez lo dejaba inactivo durante mucho tiempo, esos
pensamientos se abrirían y se harían cargo. Empecé a adquirir aficiones que mantenían
a mi mente ocupada—leer, cocinar, juegos de lógica—cualquier cosa que detuviera a
ese protector de pantalla mentar de volver. Funcionó por un tiempo, pero tarde o
temprano, tendría que dejar las aficiones e ir a la cama y luego yacería allí, solo en la
oscuridad, y lucharía con mis pensamientos hasta que me mordía la lengua y golpeaba
mi colchón y pedía clemencia.
Cuando finalmente me di por vencido en tratar de cambiar mis pensamientos,
decidí que las acciones eran la siguiente cosa mejor. Me obligué a comenzar a dar
cumplidos a la gente una vez más, y me obligué a permanecer lejos de los patios de los
demás—prácticamente le agarré un miedo patológico a las ventanas, sólo
de forzarme a no mirarlas. Los pensamientos oscuros seguían allí, por debajo, pero mis
acciones quedaron limpias. En otras palabras, era muy bueno fingiendo ser normal. Si
me encontrabas en la calle, nunca imaginarías lo mucho que quería matarte.
Había una regla a la que nunca reiniciaría; el monstruo y yo optamos por ignorarla por
diferentes razones. Apenas una semana había pasado antes de que mamá me obligara
a hacerle frente. Estábamos cenando y viendo Los Simpsons otra vez—momentos como
aquél era prácticamente las únicas veces que hablábamos.
Estábamos cenando y viendo Los Simpson otra vez, momentos como aquel eran
prácticamente las únicas veces que hablábamos.
181
Dan Wells
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“¿Cómo está Brooke?” preguntó mi madre silenciando la tele. Mantuve mis ojos fijos
en la pantalla.
Está genial, pensé. Tiene un cumpleaños dentro de poco y me encontré con la lista de invitados
completa para su fiesta de pijamas arrugada en la basura de su familia. A ella le gustan los
caballos, el manga y la música de los ochenta, y siempre llega justo lo suficientemente tarde como
para tener que correr para alcanzar el autobús escolar. Sé su horario de clases, su GPA, su
número de seguridad social, y la contraseña de su cuenta Gmail.
“No sé,” dije. “Está bien, supongo. No la veo muy a menudo.” Sabía que no debería
estar siguiéndola, pero. . . bueno, yo quería. No quería renunciar a ella.
“Deberías invitarla a salir,” dijo mi madre.
“¿Invitarla a salir?”
“Tienes quince años,” dijo mi madre, “casi dieciséis. Es normal. Ella no tiene bichos.”
Sí, pero probablemente yo los tenga. “¿Se te olvidó todo lo sociópata?” pregunté. Mi
madre frunció el ceño. “No tengo ninguna empatía, ¿cómo se supone que voy a formar
una relación con alguien?”
Era una gran paradoja de mi sistema de reglas: si me obligaba a no pensar en
las personas en las que más tendía a pensar, evitaría cualquier mala relación, pero
evitaría cualquier buena relación con la misma intensidad.
“¿Quién dijo algo acerca de una relación?” dijo mi madre. “Puedes esperar hasta los
treinta para tener una relación si quieres—sería mucho más fácil para mí. Sólo estoy
diciendo que eres un adolescente y debes divertirte.”
Levanté la vista hacia la pared. “No soy bueno con la gente, mamá,” le dije. “Tú más
que nadie deberías saber eso.”
Mamá se quedó en silencio por un momento y traté de imaginar lo que estaba
haciendo—frunciendo el ceño, suspirando, cerrando los ojos, pensando en la noche en
la que la amenacé con un cuchillo.
“Has estado mucho mejor,” dijo al fin. “Ha sido un año difícil y no has sido tú
mismo.”
Había sido más yo mismo en los últimos meses de lo que nunca lo había sido en mi
vida, en realidad, pero no iba a decírselo.
“Lo que tienes que recordar, John,” dijo mi madre, “es que todo es cuestión de
práctica. Dices que no eres muy bueno con la gente—bueno, la única manera
de mejorar es salir y hacerlo. Hablar. Interactuar. No vas a desarrollar habilidades
sociales sentado aquí conmigo.”
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Dan Wells
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Pensé en Brooke, y los pensamientos sobre ella llenaron gran parte de mi mente—
algunos buenos, otros muy peligrosos. No quería renunciar a ella, pero no confiaba en
mí mismo a su alrededor tampoco. Era más seguro de esta manera.
Mamá tenía un punto, sin embargo. La miré rápidamente—el rostro cansado, la ropa
desgastada—y pensando en lo mucho que se parecía a Lauren. Lo mucho que se
parecía a mí. Ella comprendió lo que estaba pasando, no por experiencia, sino a partir
de la empatía pura y despejada. Ella era mi mamá y me conocía, pero yo apenas la
conocía en absoluto.
“¿Por qué no empezar con algo más fácil?” le dije, cogiendo mi pizza. “Voy a, ya
sabes, llegar a conocerte y después seguir desde allí.” La miré de nuevo, esperando
algún tipo de comentario despectivo sobre cómo hablar con otras personas era ‘seguir’
para ella, pero en su lugar vi sorpresa. Sus ojos estaban muy abiertos, su boca
estaba apretada, y había algo en la esquina de su ojo. Vi como se desarrollaba una
lágrima.
Ella no estaba triste. Conocía los estados de ánimo de mi mamá lo suficiente como
para decir eso. Este tipo de lágrimas, eran algo que nunca había visto antes.
¿Shock? ¿Dolor?
¿Alegría?
“Eso no es justo,” le dije, señalando la lágrima. “Ponerse sentimental conmigo es
hacer trampa.”
Mi madre ahogó una carcajada y me dio un gran abrazo. La abracé con torpeza,
sintiéndome estúpido, pero del tipo contenido. El monstruo miró a su cuello, delgado
y sin protección y se imaginó cómo sería romperlo por la mitad. Me fulminé con la
mirada a mí mismo y retiré el abrazo.
“Gracias por la pizza de esta noche,” le dije. “Está buena.” Era el único cumplido que
podía pensar.
“¿Por qué dices eso?” preguntó.
“No hay ninguna razón.”
***
Mientras las semanas se convertían en meses, la investigación continuaba, pero con el
tiempo se dieron cuenta de que las matanzas se habían detenido para siempre, y el
condado de Clayton se deslizó lentamente hacia una apariencia de normalidad.
183
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Sin embargo, la especulación era común, y las teorías crecieron más salvajemente con
el tiempo: tal vez era un vagabundo o un asesino en busca de una emoción; tal vez se
trataba de un hombre que cosechaba órganos para el mercado negro; tal vez se trataba
de una secta diabólica que utilizaba a las víctimas en los indecibles rituales. La gente
quería que la explicación fuera tan grande y llamativa como los propios asesinatos,
pero la verdad era mucho más aterradora: el verdadero terror no proviene
de monstruos gigantes sino de los pequeños y de aspecto inocente. Personas como el
señor Crowley.
Personas como yo.
Tú nunca nos verás venir.
FIN DEL PRIMER LIBRO
184
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MR. MONSTER
Maté a un demonio. No sé si
técnicamente era un demonio de
verdad, pero sí sé que era una
especie de monstruo con garras y
colmillos y todo el asunto, y que
mató un montón de gente. Así que lo
maté. Creo que era lo correcto. Al
menos se detuvieron las muertes.
Bueno, pararon por un rato.
En I Am Not a Serial Killer, John
Wayne Cleaver salvó a su pueblo
de un asesino aun más espantoso
que los asesinos en serie que
estudia
obsesivamente.
Pero
resulta ser que incluso los
demonios tienen amigos, y la
desaparición de uno de ellos ha
atraído a otro al Condado de
Clayton.
Pronto hay nuevas víctimas para
que John trabaje en la morgue, y un nuevo misterio que resolver. Pero John ha
probado la muerte, y la naturaleza oscura que usaba como arma, la persona oscura que
él llama “Sr. Monstruo”, puede que ahora lo esté usando a él.
Nadie está a salvo en Clayton, a menos que John pueda vencer a dos adversarios de
pesadilla: el demonio desconocido que debe cazar, y el demonio interno del que nunca
puede escapar.
En esta secuela de su brillante debut, Dan Wells sube las apuestas con un thriller que
es igual de fascinante e incluso más intenso. Se disculpa por adelantado por las
pesadillas.
¡NO TE LO PIERDAS!
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