UNDERGROUND (LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO) Escrito por Miguel Ferrer La habitación al fondo del pasillo Viví gran parte de mi infancia en un hostal. Mis padres lo compraron a mediados de los noventa. Creo que en el 95 o 96, no lo recuerdo bien. Estaba situado en pleno centro de Madrid, en el barrio de Malasaña, en un gran edificio de color amarillo. Se llamaba Hostal Antonio. Mi padre no se llamaba Antonio, pero el cartel ya estaba puesto y no pensaba cambiarlo ya que andábamos justos de dinero. Mi madre era dependienta de una mercería y mi padre jardinero. A mi madre no le importaba; siempre fue muy conformista, pero mi padre estaba hasta las pelotas. Había sido camarero, cocinero, fumigador, jardinero, electricista, segurata, vendedor ambulante… quería un negocio estable, no tener jefes, algo que alimentar cuatro bocas… En aquella época todo estaba lleno de yonquis, camellos, putas… en las plazas, los parques, las calles… Mi padre era un hombre gordo y grande. Tenía el pelo largo y negro, peinado torpemente hacia atrás. También poseía una abundante barba y unas gafas gruesas que aumentaban el tamaño de sus pequeños ojos. Podía ser muy amable o muy grosero. Mi madre, sin embargo, era bajita y delgada, con el pelo castaño y corto. Solía ser agradable con todo el mundo. Mis primeros recuerdos son confusos: mi padre colgando un cartel de prohibido fumar, mi madre volviendo de trabajar, mi primer día de clase, mi hermana jugando conmigo... Los recuerdos se mezclan entre sí, parte de lo que somos se vuelve difuso, pero hubo un instante, un momento que nunca se fue, siempre permaneció ahí, con fuerza. La habitación de mis padres estaba al fondo de un pasillo, un largo y oscuro pasillo. Mi padre solía desaparecer por épocas. De repente, dejabas de verle. Se encerraba en aquella habitación, aquella oscura habitación. Un día, una semana, un mes… desaparecía. Siempre me fascinó aquel sitio. Me transmitía tristeza, pero no podía dejar de mirar esa puerta. Supongo que me atraía desconocer que ocurría tras esas paredes. Presentía que el mundo era una mierda y que la gente pretendía engañar a los demás para fingir que eran felices. Un día, mi madre me llevó por el pasillo y al observar aquella puerta, me paré. -Mamá -dije. -Dime - dijo ella. -¿Qué le pasa a papá? -pregunté. -Está… está enfermo -me respondió. -Pero... lleva un mes enfermo -Algunas enfermedades duran más que otras -¿Como una pierna rota? -Sí, algo así -¿Y cuándo se pondrá bien? -No lo sé… no lo sé… Algunas heridas del alma son mucho más permanentes y profundas que una pierna rota. Siempre sentí que mi familia no era como las demás. Mi padre solía cambiar de humor bruscamente, pegandome si era necesario, besando mi mejilla cuando estaba alegre. Los inviernos siempre fueron duros. La tristeza estaba en todos lados, aunque mi madre intentase que no la viese. Mi hermana tenía seis años más que yo. Era una chica delgada, con el pelo largo y moreno, pómulos marcados y ojos marrones. Era demasiado insegura. Esa inseguridad hacia sí misma la proyectó en mí durante años, en una mezcla de envidia y odio. Es curioso como todo esos pequeños recuerdos parecen olvidarse, parece que se borraron, pero dejaron una huella permanente y me convirtieron en la basura que soy hoy. Hoy fue un día como otro cualquiera. Tengo 24 años. Soy una persona alcohólica, drogadicta y depresiva. Los años parecen que fueron días; todo parece que fue ayer. Es paradójico, soy feliz en la tristeza; la depresión te hace sentir único. Mientras abro otra litrona de cerveza, me asomó por el balcón de mi habitación. El cielo está rosa; parece que llora. La hierba se prende y el humo gira en espiral, marchándose con el viento, mezclándose con todo. Me siento solo porque lo estoy, todos estamos solos. A nadie le importa tus historias, tus depresiones, tus rayadas, tu autodestrucción, tu alma, morimos solos. Nunca seré lo suficientemente bueno, me dije. Nunca seré inmortal, inmortal como esos artistas, pero ya da igual. Mi habitación está al fondo de un largo pasillo, oscuro, tenebroso. Mi padre se fue, yo me quedé. Otra depresión en la habitación al fondo del pasillo. El partido de fútbol Actualmente ya no me gusta el fútbol, pero hubo una época en la que fue mi vida. Tenía seis años y estaba en primero de primaria. En aquellos tiempos todos queríamos ser amigos de Aitor. Él era un chico rubio y delgado, un líder nato. Me he topado en mi vida con muchos “líderes natos”; al final resultan estar tan perdidos como todos, solo que guiar a otros les hace sentirse menos perdidos. Quien era amigo de Aitor era popular, quien no, era un pringado; yo era un pringado. Siempre que salíamos al recreo jugábamos un partido de fútbol. Los equipos los decidía Aitor. SIEMPRE ganaba su equipo. Yo era el portero. El gordo era el portero; era la regla. Pero era bueno, me tiraba cuando era necesario. Los niños solían criticarse unos a otros por alguna jugada, como si fuera una final de Champions. En aquel entonces les veía regatear como si fueran Ronaldinho, ahora serían un par de críos estúpidos que no saben ni hacer un pase. El partido empezó y Aitor hizo el saque inicial. Nunca empezábamos nosotros. Se la pasó a Bryan y este se la devolvió. Aitor regateó a un par de defensas, mientras sus compañeros subían por las bandas, e hizo un pase al hueco. Bryan recibió el balón. Era ecuatoriano, bastante rápido para su edad. Se giró, amagó, se fue de uno, y después chutó. El disparo me resbaló entre los dedos y dio al larguero, marchándose fuera. -Joder, Miguel, eres un paquete -dijo un niño de mi equipo. -Mejor que tú, que te ha vacilado... puto pringado -grité. Siempre fui muy malhablado. Aitor se posicionó en la esquina, alzó la cabeza, miró al área y centró. El balón hizo una rosca burlando el marcaje. La defensa dejó huecos y Bryan marcó de cabeza. Uno a cero. -Puto gordo, eres un paquete -repitió el niño. -Te vas a cagar, hijo de puta -respondí. Salí corriendo detrás de él y le di una buena patada en el culo. Ese mierdas cayó al suelo. No volvió a repetirlo. -¡Organizaos, joder! - dije yo. El partido no fue a mejor. Defendíamos bien, pero no sabíamos atacar. El fin se acercaba. Entonces, un niño de mi equipo regateó a Aitor, chutó, dio a un defensa y el balón se fue a corner. Quedaban tres minutos para el final del recreo. El niño, al que pegue la patada, era el que sacaba de esquina. Estaba nervioso; no podíamos perder otra vez, otro día. Sin pensarlo demasiado, salí de la portería, corriendo hacia el área. El chaval me vió y centró. El balón se acercó lentamente hasta llegar a mi posición. Levanté la pierna e impacté aquella pelota gastada. Era algo mágico aquella sensación. Parecía que era el instante perfecto, el pase perfecto, la patada perfecta. Aquella esfera chocó contra mi empeine y salió disparada como un rayo hacia la esquina de la portería, entrando por la escuadra, ante la mirada impasible del portero. Lo conseguimos; lo conseguí. No me lo creía, los pringados habíamos plantado cara. Ese empate fue como una victoría. Sonó el timbre del recreo. Todo había acabado, nos habíamos ganado el respeto. Nos fuimos de allí contentos, victoriosos por un puto empate, pero el partido no había terminado. - ¿A dónde vais? -preguntó Aitor. - Pues... a clase -respondí. - El partido no ha acabado, nadie ha ganado. - Pero ya ha terminado el recreo. - Si queréis rendiros, vale, por mí bien. Miré a mi alrededor y observé los rostros de mis compañeros; todos decidimos seguir. Me coloqué en mi portería. Ellos sacaban. Aitor pasó hacía atrás y subió rápidamente por el centro, los demás subieron por las bandas. Se la pasaron a Aitor de nuevo, este la recibió e hizo un pase al hueco a Bryan, que le fue devuelta en forma de centro. Aitor saltó dentro del área, pero un defensa le arrebató el balón, impactando su cuerpo, posteriormente; contra él. El líder cayó fuertemente contra el suelo. -Eso es penalti -dijo un niño del equipo contrario. - Y una mierda -grité yo. - Es penalti -dijo Aitor. Aitor actuaba como árbitro y jugador. Se levantó del suelo, cogió la pelota, la puso en el centro del área y dio seis pasos hacia atrás. Respiró hondo y después me miró fijamente. Los niños observaban detrás suya, expectantes ante lo que podría pasar. Habían formado una especie de corro o semicírculo, bordeándonos a Aitor y a mí. Me puse nervioso, todos me miraban. Entonces, Aitor comenzó a correr, levantó la pierna, preparándose para chutar; e impactó el esférico. La pelota salió disparada violentamente hacia la escuadra de mi portería. Salté para detenerlo, sin embargo, fue imposible. El balón se entrelazó con la red simbolizando la derrota. -¡Goool! -gritaron los chupapollas de Aitor. Otra derrota, otro jodido fracaso. Daba igual luchar contra el poder establecido, siempre te jode, siempre te dan por culo. El que tiene el poder gana porque hace trampas. Todo es una gran mentira. Los niños se marcharon tristes y yo me quedé ahí, pensando en el poder. Éxtasis (1ª parte) Eran las doce de noche y ya iba por la sexta cerveza. Estaba con Carlos y Juan en un bar de Alonso Martínez. Juan estaba hablando de follarse a una puta que costaba doscientos pavos; mientras, Carlos se reía. La risa de Carlos era rara, como una carcajada gutural, una risa hacia dentro. Juan, en cambio, tenía una voz más brusca y tajante. Parecía que siempre estaba enfadado. -Este cabrón se deja todo en putas -dijo Carlos- en putas y revisiones del coche...eres un jodido forocochero nato -reía con su risa gutural- todo el día vendiendo "sapatones" y follandote putas. -Joder, callate que nos está escuchando todo el mundo -dijo Juan. Juan era un tipo peculiar. Parecía sacado de una película de Clint eastwood, como el Sargento de Hierro o alguna del estilo. Cuando se enfadaba, le cambiaba la mirada y parecía un lunático; aunque en el fondo era buena gente, si no le tocabas las pelotas. Tenía el pelo corto con una ligeras entradas por los lados, la piel pálida y blanca, unas gafas de patilla ancha, una nariz pronunciada y sobretodo… poca paciencia. Juan en realidad era un personaje único, un rara avis. Yo creo que era un putero nato. Perdió la virginidad con una puta a los catorce años. Lo gracioso de la historia es que lo hizo con su mejor amigo, Álvaro. Me dijeron que les ofrecieron un dos por uno, y bueno, aceptaron. Juan pensaba que las putas eran como las actrices porno y en pleno acto se acabó corriendo en su cara. La puta, con la cara manchada, se enfado, algo obvio. Pero Juan siempre fue ese gran putero. Los puteros no son todos iguales. Está el putero que va por necesidad, el putero borracho, el putero cocainómano, el putero ocasional, el putero fetichista, pero Juan era un putero de esos únicos, de los de para toda la vida. Aún teniendo novia o esposa, Juan será un putero para toda la vida. Carlos, en cambio, era alto y rechoncho, con amplia espalda y una gran cabeza, un buen cabezón. Tenía los mofletes gordos, y una papada incipiente. Su cabeza parecía un puto globo aéreo, un zepellin. Era un pijo cordobés, un paleto rico. Siempre me pareció uno de esos hijos de puta que nacen en una casa de un millón de euros, un auténtico cabronazo, típico niño rico que piensan que los pobres son chusma y que el valor de una persona se basa en el dinero que tiene. Carlos era una jodida escoria. En aquella época tenía pocos amigos y no me gustaba beber solo; tenía que aguantarme. Aun así tenía sus puntos buenos. Tenía aguante bebiendo, me seguía el ritmo y la verdad que era un cabrón gracioso. Solía vacilar y buscar la risa fácil. Normalmente lo conseguía, pero a veces se pasaba de la raya; no sabía donde estaba el límite. Mientras ellos hablaban yo terminaba mi sexta Paulaner. -¿Te han vuelto a hacer un beso negro? -preguntó Carlos -Que va tío, eso solo fue una vez -Contestó Juan. -Seguro que te fuiste con el culito bien limpito -respondió Carlos. -Más limpito que un bebé -Dije yo. Carlos y yo nos reímos mientras Juan hacía muecas de estar enfadado. De repente, sonó la melodía de un teléfono móvil. Era el móvil de Carlos. -¿Sí?... -dijo Carlos- Sí, sí, estamos aquí. Pues el Babuíno, el Gorilón y yo… A Carlos le parecía gracioso ponernos nombres de monos y llamarnos la gorilada. Él decía ser el gorila alpha, el espalda plateada. - Ea ¿pero estás en Ópera?... ¿sí?... ¿sí no?... ¿y está guapo o qué?... -¿Quién es? -dije. - Es el mono tití. - Ohh… ¿Va a venir? -pregunté. -¿Eh, vas a venir para acá?... venga, vente cabrón… y traete eso… vale, vale llámame cuando llegues. -¿Qué se traiga el qué? -dije. - Un xanax - ¿Un que? - Un xanax, un tranki - Buff... yo paso -respondí. - Ea, luego no me pidas - Bueno chavales... yo me voy a casa -dijo Juan. A Juan no le gustaban las drogas. Nos estrechó la mano y se marchó, alejándose por aquella larga calle, mezclándose con la gente. Viti, el mono tití, llegó a los 20 minutos. Era un chico delgado, bajito, con el pelo ligeramente largo, pero rapado por los lados. Era uno de esos tipos que no necesitaban hacer ejercicio, aunque comiese mucho. Envidiaba eso de él. También era un tipo fiel, al contrario que Juan, de esas personas que se toman a pecho demasiadas cosas porque quieren que les correspondan del mismo modo en todo momento. Nos saludó, se sentó y sacó un frasco. Dentro había tres trozos de trankimazín. -¿Dame un cacho, no?- dijo Carlos. Viti le dio una porción. Carlos se lo puso debajo de la lengua y Viti hizo lo mismo. Después se lo tragaron. No pasó ni diez segundos cuando Carlos me dijo: -Tómatelo… tómatelo coño, no seas pussy. Solía presionar a los demás para que se drogaran, apostaran o bebieran. Para él las personas solo eran un medio para divertirse, como un juguete. Le importaba una mierda las consecuencias. Se la sudaba si por su culpa acababas siendo un yonki o te daba una sobredosis. Solo éramos su entretenimiento. -Déjame en paz... yo solo fumo porros -dije. Aunque por dentro, en el fondo, quería. Quería drogarme para escapar, para huir de esa rutina que me mataba, esas depresiones de invierno, esa sensación de vacío, de no vivir, de malgastar segundos, horas, días, semanas, meses, putos años, tu puta jodida vida y no haber vivido de verdad. Lo necesitaba, pero dije que no. A Carlos, al cabo de quince minutos, le hizo efecto; el alprazolam hablaba por él. -Jodezz, esto ya me está afffectando. La lengua se le empezó a trabar. -Buaff, voy to ffiego. Todos nos reímos, un rato, pero Carlos nunca dejaba las cosas estar. Era uno de esos tercos que insistía e insistía hasta que cedieras. -Tómateloff, no zeazzz mierdazz. -Que no. -Tómateloff -No. -Tómateloff coñozz Puso la pastilla encima de la mesa. Dude 5 segundos y después me la tomé. Ya no había marcha atrás, pensé, ya no me podia rajar. Carlos seguía balbuceando, con la boca medio dormida, típicas chorradas de drogado. Nos pedimos una ronda esperando el colocón. Nos terminamos las cervezas y seguía sin sentir nada distinto. Pedimos otras y nos las bebimos. El tiempo pasaba y no me hacía efecto. Esperé media hora, pero nada. Eso es lo que más me jodía de todo, drogarte con algo que no te subía, tener expectativas de tener un buen colocón y que no te subiese una mierda; para eso prefiero no drogarme. Esa falsa expectativa es peor que el mono. En aquel punto de la noche, al no estar colocado, sólo queríamos pillar droga. Al final, acabamos adentrándonos en Malasaña, preguntando quién podía vendernos MDMA. Viti preguntaba a la gente, mientras Carlos y yo fumábamos porros de hierba y bebíamos latas de cerveza. -Ey ¿Sabéis donde pillar M? -preguntaba Viti. La gente solía darnos largas, nos decían que no tenían o que si tenían no era para vender. A eso de las 3 de la mañana, conseguimos pillar medio gramo de cristal, gracias a la ayuda de un vagabundo de la zona. Cogimos el medio gramo y nos fuimos a un callejón cerca de la plaza del Dos de Mayo. Aquel mendigo nos siguió, esperando poder probar la droga. Tenía la cara demacrada y roja. Parecía que llevaba todo el día bebiendo. Sus ojos eran azules y llenos de ojeras; su pelo, graso; su ropa, sucia y descosida… Estaba hecho una mierda. Carlos abrió el envoltorio, cogió una porción con el dedo y chupó. -Esto es buen eme -dijo. Viti le dio otra chupada. Los nervios invadían mi cuerpo. Era mi turno. Por un momento pensé en esos anuncios anti drogas de mierda ¿Acabaría siendo un yonki?¿Robando a gente? el problema no era ser un yonki, el problema era el mundo, este mundo que te machaca, que te hace débil, y tan solo te queda evadirte o autodestruirte, morir, hasta que todo acaba y tu alma vuelve a ser parte del universo; disfrutemos mientras tanto. Cogí una parte con el dedo. Un montón de cristales transparentes se pegaron a mi yema y entonces chupé; el sabor era asqueroso. Di un trago de cerveza, pero seguía sabiendo mal, le di un segundo sorbo, con el que me terminé la lata; pero el sabor continuaba siendo repugnante. -Joder que mal sabe esta mierda… ¿Siempre sabe así? -dije yo. Todos se rieron, incluido el vagabundo. -Me recordáis a mí cuando era joven -dijo el mendigo. Ese hijo de puta me acababa de joder el momento, mi puto momento ¿Por qué tuvo que decir eso el puto subnormal? yo no sería jamás como él o al menos esperaba que no. Me hice un porro de hierba para no pensar más en el asunto y nos fuimos a la plaza del Dos de Mayo para alejarnos del mendigo. Ya había pasado media hora y el MDMA no me hacía efecto. -Esta mierda no sube- dije yo. -Tarda media hora o 40 minutos- dijo Viti. -Seguro que nos han timado. Nos fuimos de la plaza bastante borrachos, buscando alguna discoteca o pub donde beber más. La droga comenzó a colocarnos sin que nos diésemos cuenta. Estábamos eufóricos, riendo sin control, caminando en dirección contraria, sin saberlo. Tenía calor, sed, la boca seca, y los ojos abiertos de par en par. Era una extraña mezcla entre euforia y relajación. Mientras subíamos la calle, dos chicas nos pararon para preguntarnos por algún bar. Todos comenzamos a hablar al mismo tiempo, sin parar, a contestar a la vez, a hacer preguntas raras, a reírnos a gritos... A una de ellas le hizo gracia, al principio, pero después de un tiempo dejó de tenerla. Se marcharon, pero tampoco nos importó. en ese momento daba igual todo. Sentía que sería una noche única, una historia especial. Esa sensación cuando sólo importa el aquí y el ahora, cuando todo lo demás da igual, cuando te sientes jodidamente vivo. Odio no poder sentirme así a diario. Creo que para sentirte libre tienes que pasar un tiempo enjaulado, sino se volvería otra condena, una rutina más. Cuando llegamos a Tribunal nos dimos cuenta que no sabíamos a dónde íbamos. Decidimos volver a bajar la calle y buscar un pub. Lo hicimos. En ese instante iba muy drogado. Entré al pub y en lo altavoces sonaba The Doors. Una sensación recorrió mi cuerpo. Sentía que era el momento. Todo iba lento, como una película, como un plano secuencia de Scorsese. Fluía. La música sonaba perfecta. Percibía esa especie de conexión. Toda mi puta vida queriendo drogarme con The Doors y ahí estaba sonando, mientras el éxtasis subía más y más sin saber a dónde nos llevaría. Me pedí una copa. Yo siempre tomaba red label con red bull. Suelo mirar a los camareros mientras sirven las copas, simplemente para que sepan que estoy observando. Odio pagar ocho euros por una copa de mierda y que encima te la den corta. Pero esta vez me dio igual. Me bebí la copa y me puse a bailar, a cantar, a improvisar una letra por encima de la canción. En los altavoces retumbaba “Shaman´s blues”. -Voy to puesto de cristal… -dije cantando. Mis colegas se rieron. Parecía que el más afectado era yo. Todo era bello, perfecto, hermoso, eterno. Me sentí eterno. Estaba bailando con el mundo y el mundo bailaba conmigo. La muerte carecía de sentido, de temor, de valor. La muerte no era nada porque todo es uno y nada muere. Agarré a mis dos amigos y me puse a saltar, a brincar. Las notas musicales rebotaban en mi cabeza. Felicidad. Energía. Amor. Paz. ¿Por qué me odio? ¿Por qué malgasto mi vida? a veces se vive más en un instante que en un año ¿Quien coño eres tú? yo soy esto, este instante, esta conexión. Lo demás no importa. Cuando vayas a trabajar, a gastar horas, a vender tu vida por pasta, ese no serás tú. Cuando busques la felicidad en dinero, sexo, fama, ese no serás tú. Yo soy lo etéreo. Yo soy eso que se siente, pero que no puedes explicar. Yo soy eso y lo demás no es nada. Las primeras borracheras Probé el alcohol por primera vez a los catorce años, a los quince ya bebía cada fin de semana. Era una buena época. Tenía novia, aprobaba los exámenes, no necesitaba casi dinero... me iba bien. Era unos de esos escasos años de libertad. Recuerdo que los viernes quedábamos todos los de cuarto, las tres clases, para beber en Moncloa. Todo el mundo traía una botella de lo que fuese, Eristoff, Bacardi, Negrita, Jb... La gente bebía sin control. Normalmente estaban separados en grupos; el ser humano siempre se divide. Mi grupo estaba formado por Juan, Miki, Viti y Herni. Solíamos merodear, buscando algún chino o tienda que vendiese alcohol a menores. A veces no lo conseguíamos a la primera o la segunda, pero acabábamos lográndolo. Esos días coincidieron con los primeros canutos. En aquella época la marihuana era algo nuevo para mi. Era como una especie de droga prohibida, como el maletín de Pulp Fiction. Tenía un halo de misterio. Ántes la hierba me producía algo distinto, ese algo se perdió con el paso del tiempo. Será que al final acabamos aburriendonos de todo, del alcohol, de las drogas, incluso del amor. Juan y Miki solían pedir las botellas. Ellos tenían barba y yo no. A la segunda tienda nos vendieron. Abrimos el whisky y bebimos a palo seco. Hacía frío y el calor en la garganta se agradecía. Le dí otro trago. -aahhh -dije exhalando. - ¿Por qué la gente dice “aahhh” después de beber? -dijo Miki -Yo creo que es porque exhalas el aire del trago -dijo Juan. - ¿No se puede beber echando el aire? -pregunté. Lo intenté, pero no pude. Era imposible. Todos nos reímos. Viti se encendió una ele de hachís. El humo desaparecía, delatándonos invisiblemente. - A tres caladas -dijo Viti. El porro se pasaba de mano en mano. Era un día especial, íbamos a celebrar el cumpleaños de Juan. Juan era un buen noqueador. Había noqueado a un par de tíos, o al menos eso decían. Tenía cara de poder ser un buen hijo de puta si le tocabas las pelotas ¿Pero para que le ibas a tocar las pelotas? supongo que siempre hay algún suicida. Fumamos, bajando la calle hacia la cancha de baloncesto del parque del oeste. La noche siempre me ha parecido un momento en el que eres libre de verdad, en el que las clases, los problemas, el trabajo, pierde valor. Solo importa el momento, esa noche. -Puto Juan... no sabes fumar -dije. -Pero qué dices, si me trago el humo. Juan nunca aprendió a fumar. Daba una larga calada, pero no aspiraba aire para que le llegase a los pulmones. El humo se le quedaba en la boca, que al hablar, hacía que su voz sonase más grave. De todas formas no quise insistir, Juan siempre fue un terco. Llegamos al parque. La gente estaba separada en sus grupos. Todos hablaban, bebían y contaban anécdotas… todos menos Herni. Herni siempre estaba callado. Parecía demasiado inseguro como para relacionarse con los demás. Era un chico gordo, bajito y con el pelo rapado. Era un tío raro de cojones. Cualquier cosa que le preguntabas te respondía con un no sé o me da igual. Mientras, Viti y yo solíamos ser los que más bebíamos o fumábamos, siempre buscando un colocón mayor. Era mi mejor amigo, el único en quien confiar. Los demás te acaban decepcionando, pero es normal, yo tambien me decepciono a mí mismo. Llegamos al grupo de los fumados. Allí estaba Tejero, Arturo, Kiko, Porras, Meirás, etc. Una lista de personajes increíbles, en los que hoy en dia a veces pienso y me pregunto: ¿Cómo podía quedar con semejantes subnormales? pero los idiotas tienen su gracia, te puedes reír de ellos sin que se den cuenta. Tejero y Arturo eran amigos de Herni. Eran a quien comprabamos la hierba, los típicos fumados asquerosos, los que no representan al gremio... unas ratas ladronas y tramposas. Tejero era como una especie de rata topera con ojeras. Era un chaval raquítico y de tez morena. Tenía unas gafas rectangulares de patilla fina, que escondían unos ojos achinados por los canutos. Su pelo era moreno y corto. Parecía árabe, aunque era español. Arturo, al contrario, era un niño pijo que le gustaba ir de malote. Su pelo era rubio y rizado. Tenía ojos azules y la cara chupada y huesuda. Luego estaba Kiko que era un chaval feo de cojones, parecía que sus dientes querían huir de su boca, buscando escapar de un ser tan estúpido. Debido a que escupía al hablar, sus dientes, y su pelo ondulado, le llamábamos la llama escupidora. Porras era su amigo. Era un tío rubio, alto y enérgico, típico borracho que le gusta dar la nota. Y Meirás, bueno este último era especial, debía de tener alguna carencia personal por lo que buscaba constantemente la aprobación de un grupo. Era rollizo, rubio, con el pelo rizado y tenía unos ojos azules que se escondían detrás de unas gafas. Y ahí estaba yo, rodeado de todos esos idiotas. Bebimos y fumamos, sin parar, sin querer detenernos. Me encanta sentirme joven, es como una droga en sí misma. Quiero rebelarme contra este sistema, quiero drogarme, quiero beber hasta vomitar, pero el pueblo perdió la batalla. La gente fue derrotada porque nos hipnotizaron con el consumismo, con un iphone, ropa cara, joyas, deportivos, mansiones, aparentar, instagram, twitter... asco de generación. Al menos siempre nos quedarán las drogas. Marihuana, setas, trufas, MDMA, alcohol… las buenas drogas. Y ahí estaba, con quince años, bebiendo, rodeado de gente. Solo era otro joven estúpido más. En esos momentos entre risas, colocones, gritos. En esos instantes rodeado de personas me doy cuenta de que nadie me conoce. Nadie nos llega a conocer de verdad. Es más, algunos no llegan a conocerse ni a sí mismos. Cuando estas rodeado de muchas personas te das cuenta que careces de importancia, que eres solo una historia más, una anécdota entre millones, un grano de arena. Todos nos creemos especiales, por nuestro ego, por ser nosotros, pero ¿Cuántos de nosotros realmente lo somos? casi ninguno. Bebimos y bebimos, fumamos y fumamos, hasta que nos caímos de culo. Estaba sentado en un banco, mi visión era borrosa, se movían y duplicaban las cosas. Todos estábamos jodidos. A mi lado estaba sentado Meirás y al otro extremo Juan. Meirás estaba noqueado, había mezclado demasiado. Se echó hacia mí, queriendo usarme de almohada, pero le empujé hacia el lado de Juan. Este hizo lo mismo y se quedó en el centro, con la cabeza apoyada en la tabla del banco, mirando hacia el cielo. En cuestión de segundos Meirás se reincorporó y vomitó. La pota estaba formada por un montón de lentejas. -Ostia, será hijo de puta- dijo Juan- que me ha salpicado el cabrón. La gente comenzó a acumularse alrededor de Meirás. Estaba grogui o semi-inconsciente. Empezó un desfile de ideas, a cual más estúpida que la anterior; como echarle agua en la cara, quitarle el abrigo para que el frío le despertara, gritarle, abrirle las pupilas y enfocarle con una linterna... No había manera. Miki, que estaba bastante borracho, se cansó, se acercó a él y probó a su manera. -La única forma de que se despierte es dándole un tortazo -dijo. Empezó a darle tortitas, después tortas y acabó pegandole auténticos guantazos. La cara de Meirás se volvió roja, moviendo su rostro al son de cada golpe. Seguía sin reaccionar. -Pero no le tratéis así al pobre chaval -dijo Tejero. Se acercó a él. -Ey ¿Estás bien? -preguntó. Entonces Meirás vomitó encima de las zapatillas de Tejero. -¡Será hijo de puta! -gritó él. Tejero le pegó una colleja, algo bastante inútil en ese momento. El tiempo pasaba y seguía sin reaccionar. La temperatura bajaba cada vez más, debíamos de estar a bajo cero. Terminamos por cogerlo entre ocho personas y llevarlo a cuestas hasta un lugar seguro. Mientras cargábamos con él, por aquel parque frío y oscuro, vimos unas luces azules intermitentes impactando en la oscuridad de la noche. Era la policía. Soltamos a Meirás sin dudarlo. Este impactó contra el césped. Intentó levantarse, pero cayó desplomado de nuevo, chocando su cara contra la hierba. Todos empezamos a correr. Huíamos, escapábamos jóvenes y libres, igual que huíamos de la vida, recurriendo a litros y kilos de evasión. Corríamos libres, ingenuos, sin saber que la vida, tarde o temprano, nos atraparía. La muerte He estado toda mi vida obsesionado con la muerte, preguntándome si habrá algo después, si todo acabara ahí, si no volveré a existir... Había algo que me atraía de ella ¿Cuál sería mi último momento? ¿Me recordarán o caeré en el olvido? ¿Moriré como un cobarde o un valiente? la vida carece de sentido sin la muerte. La muerte te impulsa a intentar lograr algo que merezca la pena, algo real. Cuando era un niño y estaba en clase, los profesores nos contaban historias sobre personas de otras épocas, gente que ya se habían ido. Hablaban de Cervantes, Goya, Machado, Mozart... genios que después de cientos de años seguían siendo recordados. Algún día sería uno de ellos, me decía. Me obsesionaban esas personas que se habían convertido en un mito, plantando cara a la parca y riéndose de ella. Tener el destino en tus manos, plasmar tu alma en arte para que sobreviva a tu cuerpo, morir por salvar a otros, ser la voz de un pueblo, un mártir, un profeta, un activista, un artista, dejar tu huella, ser inmortal. No he venido a este mundo para perder el tiempo. Algunas personas están predestinadas a cumplir su meta, otras no. No se si yo seré una de ellas, pero aún tengo esa batalla pendiente contra la muerte y de algún modo pienso vencer. Cuando era niño tenía un perro; se llamaba Piper. Era un bulldog inglés de color blanco, con manchas marrones. Un perro gordo y cabezón. Era gracioso. Cuando se enfadaba, usaba esa gran cabeza y embestía como un toro a los demás perros. Aunque, en realidad, parecía más un cerdo que un perro. Le encantaba rascarse la espalda y el culo con todo lo que encontraba. Se revolcaba en la arena como si fuese una pocilga, dando vueltas y vueltas alrededor de la tierra. La gente le miraba extrañada; les parecía gracioso. Llevaba conmigo desde los ocho años, era como un familiar. Con los años fue perdiendo esa gracia y esa vitalidad que tuvo de joven. Un día meó sangre en el pasillo de mi casa. Todos presentimos lo peor. La muerte llega rápido, sin avisar. Al día siguiente tuvimos que sacrificarlo. Su cuerpo inerte se convirtió en despojos, dejó de importar. Es curioso como algo que tiene vida deja de tenerla de un momento a otro, de un segundo a otro, de un suspiro a otro. La vida es más frágil de lo que muchos creen. La gente hace planes a largo plazo cuando, alomejor, no llegan a vivir más de veinte años. A veces malgastamos el tiempo creyendo que nos sobra y jamás llegamos a vivir el presente. Mi siguiente experiencia con la muerte fue peor. Mi abuela materna tenía demencia senil. No recordaba mi nombre, aunque a veces tenía instantes de lucidez. Tenía 97 años. Parecía invencible, que el mundo no podía acabar con ella, pero el mundo tarde o temprano acaba con todos. Un día se cayó al suelo y fue el principio del fin. Cuando tienes 97 años, las heridas no se cicatrizan y la piel es más fina que una hoja de papel. En el hospital nos acusaron de maltrato; todo iba a peor. Mi madre estaba rota, muerta por dentro. Su madre se iba para no volver. Solo quedaba la última escena del último acto, el último suspiro. Todavía recuerdo el último momento que la ví. Estaba con mi madre, ella lloraba al lado suya y yo estaba callado. La máquina, que respiraba por ella, no paraba de sonar. Los conductos le introducían líquidos. Ella miraba confusa, no sabía dónde estaba. Me levanté, miré su cara y en ese momento lloré. Ella me observó y por un momento entendió y asintió con la cabeza. -Ya está -dijo. Volvió a dormirse. No podía soportarlo. La muerte, el dolor, la incertidumbre. No podía soportarlo más y me escabullí, como un cobarde, lo que siempre he sido. Me despedí de ella y me fui del hospital por otra salida, para no ver a nadie, para estar solo. Llegué a Moncloa compré dos litronas de cerveza y papel de liar. Bebí llorando en silencio, tragando aquel barato licor hasta quedarme sin sentido, sin pensar. Adiós abuela. Tic Tac Tic tac, pasa el tiempo, tic tac, no para. La aguja se mueve, el sol sigue saliendo, los borrachos siguen bebiendo y los yonquis se siguen pinchado. Y yo, yo estoy solo, fumando, como siempre, mirando como gira el humo. El humo es como el alma, la echas como un exhalo y después desaparece y se mezcla con todo. Me gusta fumar: blunts, ocb, raw, indica, sativa, hachís, pero más me gustaba esa zorra. Las calles son grises y cae la lluvia, antes todo era fácil. Borracho, estoy borracho en calles sucias llenas de meadas. Vomito un trozo de mí. Los árboles bailan con el sonido del mundo, pero pocos saben apreciarlo. La mayoría son ciegos que creen ver. No siento nada; hazme daño. Sentirse mal es mejor que no sentir nada, dije, mirando mi reflejo en la botella. Todos ríen en el bar, todos celebran y beben, pero todos están muertos por dentro. La luna llena me miraba y yo sonreía. Solo soy un puñado de recuerdos, recuerdos que serán olvidados con el paso del tiempo. Dos minutos ¿que cambia la vida en dos minutos? Una bala, un revólver, una mano, un dedo, un segundo ¡¡Pum!!... Tic tac, pasa el tiempo, tic tac, no para. La aguja se mueve… El ciclo Cada dia era peor que el anterior. No salía de la cama. Me sentía cómodo en aquella oscuridad, a salvo del dolor, del pasado, del mundo exterior… estaba cansado de sufrir. Quería que el tiempo pasase muy rápido, dormir años de golpe o no despertarme más. La psicóloga decía que tenía una depresión y un trastorno de ansiedad. Me daba pastillas esperando que mitigase mi dolor, pero el dolor de un hombre no es algo químico. Me dolía saber que, en realidad, siempre había estado solo, que nadie te llegaba a conocer nunca. Veía esas falsas sonrisas y sus falsas afirmaciones. Notaba la verdad en sus caras, aunque sus palabras dijesen lo contrario. El problema de los artistas es que piensan que todo el mundo es una mierda menos ellos; yo pienso que todos somos una mierda, incluido yo mismo. La gente da asco. Estaba en un ciclo: dormir todo el día hasta las nueve de la noche, despertarme, comer dos sandwiches, beberme dos o tres litros de cerveza, fumarme cuatro porros y dormirme a las diez de la mañana. No quería que nadie me viese; quería no existir. Odiaba la vida. Era un sin sentido, una rutina. Todos los días la misma mierda que se repite, así hasta que mueres ¿Y qué sentido tiene? acortemos el proceso; Dios, matame ya. Solo me gustaba ese momento en el que estaba borracho, melancólico y la música sonaba de fondo, poniéndome los pelos de punta, haciendo sentir ese momento único y especial. Era como Dios dándote un respiro. Sentía una extraña energía en esos instantes. Siempre fui distinto al resto. La vida solo me daba derrotas y patadas en el culo. Siempre estaba depresivo, borracho, drogado, jodido, solo... Aunque había etapas, sobretodo en verano, que me sentía extremadamente feliz y creativo. Era raro, era una montaña rusa de emociones incontrolable. El otoño y el invierno en Madrid eran duros. Creo que la tonalidad y los colores de una ciudad influyen en ciertas personas. Las calles en esa época eran oscuras y frías. Sentía bajones de ánimo, me deprimía, dejaba de ir a clase, volvía al ciclo, el ciclo de dormir fingiendo no existir. Después se acercaba Mayo y regresaba a esa felicidad, esa hiperactividad, esa creatividad… me creía un genio, tal vez lo era en esos instantes. Escribía mejor que nunca, hacía fotos y videos mejor que nunca, hablaba, reía más que nunca. Pensaba que mis problemas eran fruto de mi visión de las cosas, que tenía un prisma que me hacía verlo todo peor de lo que era. En verano siempre pensaba que podría cambiarme, transformar mi vida, ser feliz, ser una persona normal; después llegaba el otoño y el invierno, y volvía al ciclo. Sin darme cuenta siempre volvía al ciclo. Pensé en el suicidio ¿Cuál sería la mejor forma? desde luego odiaba las alturas, esa no sería una alternativa ¿Cortarme las muñecas? ni de coña ¿y ahogarme? tampoco. Lo mejor era una sobredosis o tomar demasiados somníferos ¿Pero qué sería de mi madre y mi familia? les arrunaría la vida. Tal vez podría irme a vivir a Europa y no volver jamás, así no sufrirían tanto; pensarían que soy un imbécil, se olvidarían de mí, y, por fin, podría suicidarme y encontrar algo de paz. Estaba decidido, pero quería tomarme tiempo, estar totalmente mentalizado. Tal vez aguantar un año más para disfrutar un poco de las drogas y, al final, evaporarme. Fui a la asociación, compré un par de gramos de papaya kush y me senté en un sofá. Los sofás de aquel sitio eran incómodos y feos; las tablas de madera se te clavaban en el culo. Aún así, había buena hierba y merecía la pena. Fumé la marihuana y tras cinco minutos ya estaba realmente volado. Esa hierba era jodidamente buena, la mejor que probé en toda mi vida. Su sabor era como de un zumo tuti fruti. Era espectacular, era lo que buscaba. Fumaba todos los días, a todas horas, quería permanecer ahí, en el mundo de las ideas, en aquella nube, no volver. Me odiaba, odiaba este mundo y esta generación. Joder, al menos podría haber vivido la época hippie y drogarme a muerte con gente que pensase como yo y no sé, morir con treinta habiendo vivido más que un cabrón de ochenta, pero ni eso me daba esta mierda de vida. Puta generación de robots. Siempre pensé que llegué demasiado tarde para todo lo bueno. Estaba fumando esa Papaya Kush, meditando sobre que la vida no era tan mala cuando estás colocado, y en ese momento entró Richi en la sala y empezó a hablar conmigo. Richi era un tío con el que me gustaba conversar; era inteligente e interesante; aprendía mucho de literatura y cine con él. Tenía treinta años, estaba calvo, llevaba gafas y era dueño de una barba larga y pronunciada que se le rizaba y enredaba alrededor del cuello. -Oye ¿Has leído a Bukowski? -me preguntó. -¿Bukowski? no sé… ni idea. Richi sacó un libro de su mochila. -Si quieres te lo dejo… es un libro único -Dijo Richi. -Vale… Lo cogí y me lo llevé a casa. Lo deje apartado, con un montón de mierda desordenada, encima de la mesa. Seguramente no lo leyese. En aquella época pensaba que el cine era el arte supremo, que ser director y guionista era mi misión. Obviamente todavía no conocía la industria de lameculos narcisistas que rodeaba ese sector. Mi problema siempre ha sido hacer planes. Un bipolar no hace planes, improvisa sobre la marcha. Esa noche fumé esa kush y el colocón me hizo intrigarme por aquel libro; se titulaba “La senda del perdedor”. Abrí la primera página y empecé a leer. Estaba todo ahí. Parecía mi vida, mis jodidos traumas, mis adicciones, mi visión pesimista de la vida, mi autodestrucción... Por primera vez no me sentí solo. Terminé el libro y compré más y más. Todo estaba ahí, frases que decía borracho, pensamientos que tenía cuando quería morir. Me hizo replantearme el suicidio. No estaba solo, había más gente que pensaba como yo. Tenía una esperanza. Aún así, llegué tarde. Siempre he sido demasiado joven. Nací en una época en que todas las historias ya estaban escritas, en que las revoluciones ya fracasaron, en que el realismo sucio ya se hizo. Una era superficial y desprovista de cualquier tipo de profundidad o libertad. Una vida llena de amistades falsas, mujeres que me desprecian, soledad, monotonía, adicciones y ganas de morir. Llegué tarde a todo. Y después de pensar eso, me metí en la cama y volví al ciclo. Al final siempre vuelvo al ciclo. La primavera A partir de Mayo pasa algo especial en las calles de Malasaña. Se huele en el ambiente, el olor a buen tiempo, a primavera... las fiestas, el alcohol, el amor... Es algo especial, difícil de describir. Las depresiones quedan atrás, el futuro es más prometedor que nunca, el alcohol sabe mejor, los porros colocan más. Me siento libre, después de tanto tiempo encerrado en el ciclo. El sol me da en la cara y me proporciona alegría, los rayos de luz caen en diagonal, dando magia al parque; las chicas van con shorts, mostrando su juventud efímera. Cuando veo eso no me apetece follar, me apetece enamorarme, vivir al máximo con una mujer especial. Sin embargo, las especiales no llegan y te conformas con chicas que no terminas de conectar, solo para follar, y el tiempo pasa mientras te sientes solo. Es normal, demasiadas expectativas; no esperes mucho de nada. Pero el verano, joder, el verano, sigo vivo gracias a esa época. La música suena y estamos bebiendo en el Parque del Oeste. El césped es cómodo, las hojas de los árboles se mueven, creando intermitentes rayos de luz; el sol se esconde tras el horizonte, el viento me da en la cara, los pelos se me ponen de punta, me recorre un escalofrío y entonces lo siento… eso que no se puede explicar. Me siento un hippie reencarnado en un puto millenial. Mientras me planteo tomar setas alucinógenas, sigo bebiendo más sangría, oyendo Strange days de The Doors. Que buenas risas echamos Viti y yo. Los colegas de verdad se agradecen, colegas que te digan que eres un subnormal a la cara, cuando lo eres; eso es ser un amigo de verdad. Dejé de pensar en setas. De momento me conformo con una ele de papaya kush, pensé. Habíamos quedado con Miki a las diez de la noche en el 100mon de Princesa y eran las nueve y cuarto. -¿Nos hacemos una flecha? -preguntó Viti. -Si sabes hacerla, vale -respondí. Viti se hizo una flecha. No recuerdo bien cómo; hizo virguerías con diversos papeles. Ese porro parecía una puta flecha. -Oye, ese porro parece una puta flecha -dije. Prendimos la punta de aquel canuto. Ardía con una llama rojiza, iluminando la oscuridad de mi mente. Lo pasamos a cinco tiros. Colocaba demasiado; era una locura. Los fumados siempre se han dividido en dos vertientes, los que fuman porque le gusta fumar y los que fuman porque les gusta estar fumados. Yo siempre fui de los segundos, cuanto más colocón, más cerca estaré de la paz. Terminamos la punta. Ese porro de mierda no nos iba a tumbar. Seguimos fumando, dando caladas. Empecé a sudar y a tener calor. Dimos más calos. Puff, puff, puff, sin parar… puff, puff, puff... Después de media hora lo terminamos. Estábamos fumadísimos. Nos quedamos en silencio, durante unos minutos, y después nos levantamos y fuimos a la calle Princesa. Llegamos y estaba Miki esperando. Le saludamos y nos sentamos en la terraza. Miki era amigo nuestro desde los quince años. Tenía el pelo negro con entradas, grandes cejas, amplía mandíbula, y ojos marrones. Siempre iba afeitado. Parecía italiano. Solía llevar ropa elegante, pero a la vez putera. Era todo un putero, pero no lo digo literalmente, sino como una especie de Julio Iglesias que sabe qué decir y cuándo decirlo. Un buen jugador. Es más, las entradas le quedaban bien, mejor que a muchos. Lo malo de Miki es que desaparecía de nuestras vidas durante un tiempo y al rato volvía a aparecer como si nada hubiese pasado, sin dar explicaciones. Siempre pensé que guardaba algo que no quería compartir. Aunque eso eran cosas suyas y me daba igual. Fui dentro del bar a pedir unas cervezas. Compré una jarra de un litro de paulaner para mí, una paulaner normal para Viti y una jarra de cruzcampo para Miki. Me regalaron un sombrero bávaro, por el litro de Paulaner, y me lo puse en la cabeza. Volví con las cervezas y me senté. Bebimos en aquella terraza. Esa jarra era enorme, debía pesar varios kilos. Después de un rato, me empezó a doler el brazo y la muñeca. Viti había conseguido un xanax. Queríamos una noche especial, algo que recordar cuando fuésemos esclavos de algún trabajo sin futuro. No le dijimos nada a Miki. Él no se drogaba. Es mejor no incitar a la gente que no se droga. Tras un rato acabamos las cervezas. Viti me empezó a dar patadas bajo la mesa. Le miré y él me hizo un gesto con la mirada. Era la hora. Fuimos a por más jarras y sin que Miki nos viese, tomamos media pastilla cada uno. El xanax era un ansiolítico que, mezclado con el alcohol, producía fuertes efectos sedantes. No pensabas en nada malo ni bueno, solo había paz. Mi flujo neurótico de pensamientos se detenía y me daba un colocón corporal orgásmico. Lo malo del xanax es que durante las horas que duraba el efecto sufrías lapsus de amnesia. Eso solía ser una putada. Me compre otra jarra de un litro y me senté en la mesa, esperando el efecto. Al cabo de diez minutos mi móvil empezó a sonar. Era Santa, un colega reciente. Le conocí porque le vendía porros. En aquella época era camello. Intentaba ahorrar lo suficiente para comprarme un equipo videográfico, focos, estabilizadores… Costaba demasiado y no tenía un duro. Siempre pensé que el cine era el mejor arte y a la vez el peor. Podía ser algo único, pero también dependía de demasiada gente, dinero, equipo, factores externos... Los mejores artes son los que se producen con poco dinero. Un escritor solo necesitaba algo donde escribir, muchas latas de cerveza, algo de hierba y soledad. Alomejor me equivoque de arte. Siempre fui demasiado antisocial como para dirigir a un grupo de gente. Odiaba a las personas, sobre todo las que no conocía. El móvil seguía sonando. Dudé en si cogerlo o no. Estaba agusto y no me apetecía vender. Un camello nunca debería hacerse amigo de sus clientes porque te exigen más cantidad, mejor calidad... piensan que se lo debes por ser su amigo. Al final se lo cogí. -Sí, dime -dije. -Oye mota ¿Dónde estás? Unos chavales me pusieron el nombre de mota porque fumaba, y fumó, la marihuana sin tabaco. El mota, el motaman, el motita... Les parecía una locura que solo fumase de esa forma. Solo fumaba hierba, nada de hachís o echarle una morita de un cigarro, solo hierba. Siempre me pareció estúpido mezclarlo con algo que te marea, da mal sabor y es más tóxico, pero supongo que cada persona piensa a su manera. -¿Te podrías hacer…? -preguntó. -Sí, sí, sí, háblame por whatsapp -le dije, cortándole bruscamente. Colgué. Abrí el Whatsapp y les indiqué con el móvil cómo venir. Al final, Santa y su novia, llegaron a la terraza. Santa era un chico gallego, muy alto, de un metro noventa, con grandes brazos y largas piernas. Su pelo era rubio y rizado. Tenía los ojos azules y la piel muy blanca. Su novia era bajita con el pelo negro y largo. Su tez era morena y sus ojos oscuros. Todo el mundo se saludó y nos sentamos de nuevo. Me compraron diez euros de polen y se pidieron unas cervezas. El xanax empezaba a hacer efecto. Estábamos bebiendo y hablando sobre la vida. A todos nos ocurrían cosas parecidas. Nuestras vidas no eran tan distintas, pero si la forma de verlas. La droga me empezaba a sedar, me sentía jodidamente relajado. Mi cuerpo era una sensación estática de placer, pero, cerebralmente, no sentía nada distinto. Me resultaba raro, la mayoría de drogas afectan tu estado anímico, sin embargo; con esta solo percibías la falta de pensamientos. Daba paz no pensar en nada, tan solo hablar y hablar bebiendo mientras pasaban las horas, drogados en secreto. La novia de Santa empezó a conversar conmigo. Estudiaba derecho; le gustaba la rama laboral. Me soltó una chapa de una hora y pico mientras yo asentía con la cabeza y le seguía el rollo. La amnesia retrógrada me empezó a afectar y deje de seguir el hilo de lo que aquella chica decía. Simplemente asentía borracho, fumado y drogado. No me importaba las palabras, solo me dedicaba a disfrutar. A disfrutar la brisa en la cara, el olor a mayo, la gente hablando de fondo, las luces de la ciudad. Viti estaba igual que yo. Nos miramos y nos reímos. Vaya cara de drogado tenía el muy cabrón. Supongo que la mía sería parecida. La gente acabó por marcharse, quedándonos nosotros dos solos. Llamamos a Carlos y quedamos en el casino de Colón. La noche no había acabado; Viti tenía más xanax. Llegamos al casino. Carlos ya estaba dentro, jugando al blackjack. Nos pedimos una copa de whisky y fuimos a la sala de fumadores. Viti sacó dos pastillas más y todos tomamos media. Después se guardó la media que sobró. Seguimos bebiendo. Al cabo de quince minutos, Carlos ya estaba colocado. Reía descontrolado con aquel sonido suyo tan particular. Me quedé hundido en el sillón; estaba flotando. Sentía puro placer físico. Empezamos a hablar con la lengua trabada, a reírnos de gilipolleces. -Pussyyyyyy -gritó Carlos. Solía decir esa mierda sin venir a cuento. En ese punto, la amnesia nos afectó como nunca. En algún momento salimos de la sala de fumadores y fuimos a jugar al blackjack, pero mi mente no lo recuerda bien. Entre esos lapsus de memoria solo sé que cambiamos varias veces de mesa y Viti perdió su chaqueta. Estuvimos una hora buscándola, drogados, dando la nota en mitad del casino. La gente nos miraba extrañada. Los crupiers, sin embargo, lo veían como algo habitual. Solo éramos otros drogados, otros perdedores que buscaban algo de suerte en un casino de mierda. Al final, encontramos la chaqueta en una silla de las mesas de black jack. Después salimos de allí. Mi colocón bajaba cada vez más. Me fume un porro y mire la hora; eran las seis de la mañana. Viti estaba muy drogado; caminaba en zig zag con los ojos medio cerrados, arrastrándose, a veces; contra la pared de algún edificio. Una de esas veces recorrió diez metros. La pintura del muro se le quedó manchada en la ropa. Tras terminar la calle llegamos al parque de los “mendigos”, es un parque que está detrás del casino de Colón, y nos sentamos en un banco. Viti y Carlos se repartieron la última pastilla. No se porque lo hicieron; ya no había nada que hacer. Carlos se fue a los cinco minutos, cogiendo su moto estando borracho y drogado. Viti y yo nos fumamos el último porro y nos fuimos, tomando cada uno su respectivo camino. Volvía a casa, solo. El cielo empezaba a mostrar los primeros rayos de luz del día y las nubes se movían lentamente, desplazándose ante mi mirada. El horizonte era un lienzo anaranjado, donde el sol y la luna compartían protagonismo mientras unas pocas estrellas daban los últimos destellos de la noche. Era algo tan bello y trágico al mismo tiempo. Me sentía especial, único, feliz; pero mañana volverían los mismos problemas de siempre. Solo era una tregua entre el mundo y yo. Es tan deprimente saber que nadie te conoce realmente, que estás solo. A veces miro atrás, en el pasado, y lo recuerdo. Ese cielo anaranjado, mágico, de aquella noche. Noches de mayo, siempre nos quedarán esas noches de mayo. Xin Yi Conocí a Xin yi en una plaza cerca de mi casa. Teníamos 10 años. Xin yi era un niño chino muy extrovertido. Era un chico delgado con el pelo largo y negro. Tenía una extensa coleta que le llegaba hasta la mitad de la espalda y unos dientes feos, como de conejo. En realidad, solo era chino en apariencia, era igual de español que yo. En seguida nos hicimos amigos. Un día estábamos en los columpios y me dijo: -¿Vamos a Gran Vía? -¿Para qué? -respondí. -Vamos al Picadilly. -¿Qué es eso? -pregunté. -Un sitio con videojuegos. -Mi madre no me deja ir más lejos de este parque -contesté. -Bueno, pues yo me voy… Se fue lentamente, dejando una estela de libertad a su paso ¿Qué habría más allá de este parque? un mundo afuera estaba esperándome. Por un momento tuve envidia. Seguí columpiandome. Me balanceaba y balanceaba hasta casi dar un giro completo y en ese momento saltaba. A veces alcanzaba los cuatro metros de longitud. Los pies se hundía en la arena, por dentro era más húmeda que por fuera, y las zapatillas se manchaban de un color marrón difícil de quitar. Entonces el padre de Xin Yi apareció en en aquél parque, se acercó a mí y me preguntó: -¿Dode...eta... Xin yi? Al contrario que su hijo, él pronunciaba mal el español. Era un señor bajito, con grandes gafas y pelo negro. Se dejaba una uña más larga que las demás. Me daba asco. Intentaba no mirar la uña cuando me hablaba, pero era difícil. Yo nunca le decía a donde se iba Xin Yi porque cuando le encontraba, le pegaba una paliza. - No sé… se acaba de ir. Su padre se marchó bruscamente, sin despedirse. Pasaba casi todos los días. Xin yi desaparecía, su padre le encontraba y le pegaba; así continuamente. Con el tiempo lo veía como algo normal. Actuaba como si no pasara nada, mientras, alrededor, la gente les miraba extrañados. Por alguna rara razón me caía bien. Alomejor hacía que mi vida no pareciese tan mala. Era buen amigo, una persona leal, divertida y curiosa por la vida. Aunque su mayor defecto era que se creía más listo que los demás, algo más propio de gente mediocre que de verdaderas personas inteligentes; ya que cuanto más sabes, más cuenta te das de lo ignorante que eres. Los genios son las personas más duras consigo mismas porque se dan cuenta de lo imperfectos que son. También era muy compulsivo. Cada año le daba por una nueva afición; recuerdo que la primera fueron los videojuegos. En aquella época casi nadie tenía internet u ordenador en casa y todos los niños íbamos al ciber. Jugábamos al Half life y al Counter. Yo era malísimo, pero me divertía. Xin Yi solía ser de los mejores. Conocía todos los trucos y secretos de cada mapa. Pasábamos horas y horas allí. También iban Aitor, Jandry, Anthony, Pablo “el yayo”, el Colombi, etc. Pasabamos tanto tiempo allí que mi madre tenía que bajar a buscarme. Nos dejabamos el dinero y las horas y, de golpe, se acabó. De un día para otro a todos les dió por hacer parkour. Íbamos a los parques a saltar vallas, escalar muros y hacer la bandera. Yo solo sabía hacer el pasamanos, que era saltar una valla apoyando una mano. Xin yi hacia el gato, la bandera, el 360, etc. Parecía un puto simio saltarín; en cambio, yo parecía un gordo retrasado. Le admiraba. Todo lo que se proponía, lo conseguía, yo no. Se cansó de hacer parkour y yo también lo dejé. Era un niño bastante influenciable. Empezamos a ir a los billares. Había un local, cerca de Callao, que tenía las mejores mesas. Se llamaba Shooters. La gente bebía y jugaba al billar. Nosotros teníamos once años. Una hora jugando, valía diez euros. Íbamos de cuatro en cuatro para que nos saliera más barato. Pasabamos el rato. Solíamos ir Aitor, Xin Yi, Jandry y yo, unos futuros fracasados. Todavía no sabíamos las ostias que nos daría la vida, todo parecía fácil. Jugábamos al billar sin preocupaciones, sin problemas en los que pensar. Recuerdo que Xin yi siempre quería ser el mejor en todo. Aprendió a golpear la bola con retroceso, para colocarla en el mejor lugar posible para el siguiente turno; también sabía cómo disparar contra los amortiguadores (paredes de la mesa) para dejarla donde él quería o si le molestaba una bola, sabía hacer saltar a la bola blanca por encima; era un espectáculo. Ganaba partidas en tres turnos. Era increíble. Parecía Paul Newman en El Buscavidas. Pronto se hizo famoso en aquel sitio. Los camareros le saludaban, le invitaban a coca colas, hablaba con el dueño, le retaban otros jugadores… Tenía su propia taquilla con su propio taco profesional y solo tenía once años. Poseía un carisma especial. Yo era todo lo contrario; siempre he vivido encerrado en mí mismo y mis pensamientos; no era sociable; no conseguía amigos fácilmente. Él lo sabía y hablaba por los dos. Todo iba bien, pero tarde o temprano siempre se joden las cosas. Un día estábamos jugando en Shooters, como siempre. Xin yi me ganaba, haciendo sus trucos y todo eso, lo habitual. Entonces unos chavales mayores, de nuestro barrio, entraron en la sala de billar. Eran unos fumados del instituto Lope de Vega. Xin yi ya les conocía. Solían burlarse de nosotros, intentando tocarnos las pelotas. En aquel momento parecía algo importante y hoy ni siquiera recuerdo sus caras o sus nombres ¿Que habría sido de ellos? jamás les volví a ver. Seguramente estén trabajando ocho horas al día por el sueldo mínimo. -Bueno, bueno…¿Qué te piensas chinito qué esto es el ping pong? -dijo uno de ellos. -¿Qué quieres? -preguntó Xinyi. -Este chaval se cree muy bueno con todos esos truquitos… pero no... solo es un flipado… Lo dijo en voz alta para que le oyeran todos. -Si quieres, te lo demuestro -dijo Xin Yi. -¿Me estás retando? -preguntó. -Te apuesto diez euros a que te gano Levantó su mano, ofreciendola para cerrar el trato. Xin Yi no tenía esos diez euros. Él era así, siempre estaba seguro de sí mismo. El chico se lo pensó unos segundos y accedió. -Vale… Estrechó su mano. La partida empezaba. -¿Quién saca? -preguntó Xin Yi. -Yo -respondió. -Como quieras… Sacó el triángulo, lo pusó encima de la mesa y colocó las bolas en su interior. Jugábamos al estilo Bola 8. Una rayada, una lisa, una rayada, una lisa... y la esfera negra en el medio. Se situó para sacar. Dió cera al taco y tanteó el golpeo, ojeando la bola blanca a ras de mesa; después disparó. La bola impactó furiosamente, consiguiendo meter dos lisas por el agujero. A Xin Yi le tocaban las de rayas. El chaval siguió metiendo lisas, bola tras bola. Primero, una roja en la esquina; luego, una azul que tenía en el extremo opuesto de la mesa; y para terminar, una verde que rozó de forma perfecta para que se metiese en la tronera del medio de la banda derecha. El cabrón... era bueno. Se situó para el siguiente turno. Todas sus bolas estaban tapadas por las de Xinyi; era difícil. Golpeó aquella esfera blanca e impactó contra la pared, rebotando y alcanzado una lisa. Sin embargo, no consiguió introducirla en ningún agujero. Los deportes deben de tener algo freudiano, siempre se basan en meter algo en orificios. Era el turno de Xin Yi. Cogió el taco, miró la mesa y se quedó en silencio. Después, le dió cera a su palo. Estaba pensando. Los buenos jugadores de billar planean sus jugadas en varios turnos; no se limitan a meter la bola más cercana, observan e intuyen la colocación de la bola blanca después de cada impacto, visualizando una estrategia. Xin Yi dejó de dar cera al taco y se colocó para jugar. Ya sabía qué hacer. La banda izquierda de la mesa estaba llena de esferas rayadas. Lo único que tenía que hacer era ir empujando una a una. Lo malo era el retroceso ¿Se quedaría corto o se pasaría? Empezó con la primera. Agarró el taco, cerró un ojo, tanteó dos veces y después disparó. El choque fue seco y preciso. Metió la rayada amarilla en la esquina y la blanca retrocedió, posicionándose de forma perfecta para el siguiente turno. A continuación, repitió el proceso. Dos, tres, cuatro...cinco. En un solo minuto no solo había remontado sino que le sacaba una bola de ventaja. Ahora lo tenía jodido. Estaba en la misma situación que su oponente unos turnos antes. Todas sus rayadas estaban tapadas por la lisas. Se paró y pensó ¿Que haría ahora? entonces lo vió claro. Golpeó aquel astro blanco e impactó contra la pared de la mesa. La bola rebotaba de pared en pared, sin tocar ninguna bola del oponente, hasta que alcanzó su objetivo. La bola de rayas verde se introdujo en la tronera de la esquina. Fue algo excepcional, fuera de lo común. Las personas de otras mesas se empezaron a acercar para ver el espectáculo. “Aquél chino era un prodigio”, decía la multitud. Solo quedaba una rayada más, y después, la bola ocho. Una lisa tapaba su meta. Una lisa morada, perfectamente pulida. Esta vez la gente le observaba. Se posicionó y midió la distancia. Una gota de sudor caía por su rostro. Estaba serio. La presión hace difícil algo que has hecho mil veces. Era su momento. Disparó la blanca contra una pared, rebotó y golpeó contra la rayada azul. La bola de rayas salió disparada contra el orificio. Comenzó a girar y girar. Todo el mundo contuvo la respiración. Poco a poco dejó de dar vueltas y entró en el hoyo. Todos lo celebraron. La gente le animaba. Los borrachos coreaban su nombre. -¡Chinooo! ¡Chinoooo! -cantaban los espectadores. Bueno, no era su nombre, pero al menos le animaban. Quedaba la bola negra, la puta bola ocho. Estaba situada en el medio de la mesa. Debía meterla en el lado opuesto a su última rayada. Es decir, en la esquina inferior derecha. Necesitaba un tiro perfecto, ya que pegada al agujero había una lisa. Si metiese involuntariamente una bola de su rival, perdería dos turnos. Esta vez no dudó. Se agacho, disparó y la bola fue directa. Todo acabó. La bola ocho desapareció, engullida por la mesa. Había ganado. Todo el mundo gritó y aplaudió. El bravucón estaba en silencio, avergonzado. Le dio los diez euros y se fue con su panda de subnormales. Diez euros. Ese billete significaba más que el valor material. Era la primera vez que Xin Yi hacía algo importante en toda su vida. Levantó el billete y lo miró con incredulidad. Jamás olvidaría ese color rojo. En ese momento, alguien se lo quitó de las manos. Era su padre. Ambos se quedaron mirando, en silencio. La gente seguía comentando la partida, las camareras servían cervezas y los borrachos hablaban a gritos. Todo parecía normal. Solo yo me fijé en lo que iba a pasar. Era la misma mierda de siempre. La espera acabó. Su padre le pegó un guantazo. Uno, dos, tres… La gente poco a poco dejó de hablar, produciéndose un sonoro silencio mientras todos les observaban. Siguió pegándole sin contemplación hasta que un camarero se acercó alertado y dijo: -Señor, debo pedirles que se vayan Entonces le cogió del brazo y le arrastró fuera del bar. Se terminó. Le prohibieron la entrada. Jamás pudo recuperar el único sitio donde había sido feliz. Con los años, Shooters cerró. Es triste ver como tus recuerdos mueren. En parte creo que por eso éramos amigos, conocíamos el dolor. En el fondo, todos buscamos nuestro Shooters… nuestro lugar... Éxtasis (2ª parte) Felicidad. Energía. Amor. Paz. ¿Por qué me odio? ¿Por qué malgasto mi vida? a veces se vive más en un instante que en un año ¿Quién coño eres tu? yo soy esto, este instante, esta conexión. Lo demás no importa. Cuando vayas a trabajar, a gastar horas, a vender tu vida por pasta, ese no serás tú. Cuando busques la felicidad en dinero, alcohol, drogas, sexo, fama, ese no serás tú. Yo soy lo etéreo, yo soy eso que se siente pero que no puedes explicar. Yo soy eso y lo demás no es nada. ¿Baile horas o fueron segundos? -Tu no sabes lo que es la buena coca -dijo un tipo que hablaba con Carlos. Salí aturdido de aquel bar. Carlos y Viti hablaban con unos chavales (dos chicos y una chica). Tenían pintas de pastilleros, aunque la chica tenía un buen polvo. Era morena y bajita, nada fuera de lo normal. Sin embargo, poseía esa mirada especial, morbosa, que pocas tienen. Los otros dos eran unos pobres perdedores. Apestaban a fracaso como la calle apestaba a alcohol y meadas. Uno era rubio y el otro moreno. Hablábamos de drogas mientras la chica machacaba la coca y pintaba una raya para cada uno. -Pues nosotros llevamos un ciego de mdma... que flipas… -dijo Viti. -Nosotros de todo…de speed, eme, coca, porros, alcohol… -dijo el rubio. -Ya ves, primo… -dijo la chica. Tenía un buen escote que mostraba parte de sus tetas. Me estaba poniendo cachondo, mirando a aquella choni pintar esas rayas. Puto éxtasis. -¿Y que te gusta más la coca o el eme? -la pregunté. -La coca… está claro -dijo la chica, respondiendo como si fuese algo obvio. Las rayas ya estaban listas. Uno a uno todos se metieron su línea y pasaron el móvil al siguiente. Entonces llegó mi turno. -No, yo no me meto por la nariz -dije. -Venga, primo… una rayita -dijo uno de ellos. -No… no, yo no me meto coca... -Pues más para mí -dijo la chica. Esnifó aquella pequeña horizontal y después se tocó la nariz. La droga llegaba rápido a sus cerebros. Todo era distinto aunque pareciese igual, como esta ciudad. -¿Pero quereis pillar? tengo de todo -dijo el moreno. Saco tres envoltorios de plástico llenos de droga, cada una de una sustancia distinta. -Esto es coca, esto eme marrón y esto speed. -Si vamos a comprar algo, que sea eme, que de lo demás no me pongo -dije yo. -Yo quiero coca, yo quiero coca -dijo Carlos. -Puff… que va -respondí -No me gusta ese eme marrón… prefiero coca -dijo Carlos. Carlos ya estaba decidido. -Primo, este eme no es malo… da igual el color -dijo el rubio. -¿Quieres un poco? - me dijo el moreno. -Vale… -respondí. Abrió el envoltorio y hundí el dedo en él, después me lo metí a la boca. Otra vez sentí ese sabor desagradable. -Es eme, tío. Pillemos esto -dije. Daba igual, Carlos ya había decidido. -Quiero coca...no me rayes, joder… eres un puto pesado. Le enseñaron medio pollo y lo abrió. Después olió el interior del envoltorio. -Esto huele muy poco a gasolina -dijo Carlos. -Primo, que es buena te lo juro -Dijo el moreno. -No sé… aquí no veo medio gramo -contestó Carlos. -Primito esta droga está buena, pero si no la quieres no la compres. Carlos al final cedió. En ese momento daba igual lo cara que estuviese, él solo quería drogarse. Los bares echaban sus cierres abajo y la gente salía a echar el último cigarro a la calle. Bajamos la avenida hacia la calle San bernardo, dejando atrás a la gente, buscando otra aventura que contar al día siguiente. -Oooohhh manasoooo… ahora hay que irse a un after -dijo Carlos. -Podría estar guapo -dijo Viti. -No sé… estoy sin dinero -dije. -Yo te invito -dijo Carlos El muy cabrón era siempre un tacaño, salvo cuando estaba puesto de coca. Cuando se metía un par de rayas, le importaba todo una mierda. Se dejaba cientos de euros en una sola noche. -Conozco un after donde hay enanos que se suben a las barras y sirven copas...hay que ir ahí… a ver a los “enanasos”... Cogimos un taxi, que pagó Carlos, y nos fuimos al after. Cuando llegamos ya era de día. Cada vez era más evidente que no tenía sentido seguir, pero continuamos, bebiendo y drogándonos, negándonos a volver a la aburrida realidad de nuestras vidas. Llegamos a aquel after. Había un puerta gigantesco en la entrada sentado encima de un taburete. La entrada costaba veinte euros por persona. Carlos pagó. Entramos en aquel antro oscuro. La gente bailaba ajenos a que afuera ya era de día. Parecía la última parada del trayecto, el sitio donde acababan los marginados, la escoria. Encima no había ningún jodido enano sirviendo copas ¿Qué hacíamos ahí? Entonces lo comprendí. Carlos se acercó a un chico negro y le compró otro medio gramo de coca. Viti y él iban al baño constantemente, dejándome solo en aquel lugar. Metiendose raya, tras raya, tras raya. Nunca entendí a los farloperos. Mientras el drogado de mdma está bailando en la pista, los farloperos pasan más tiempo en el baño que disfrutando, introduciendo esa prostituta blanca por su nariz agrietada, una y otra y otra vez. Me pedí una copa y me la bebí mirando alrededor. Parecíamos zombies, desechos sociales, muertos en vida. Un argentino, que estaba al lado mío, se giró y me dijo. -Wacho ¿te diste cuenta de que todos son travelos? Me giré, miré a mi alrededor y entonces lo vi. Era un after lleno de hombres y transexuales; no había ni una sola mujer. El argentino se rió, mirando mi reacción ¿Dónde coño me había traído este cabrón? Necesitaba tomar el aire. Me sentía raro. La energía que tenía antes, estaba desapareciendo; la felicidad, el buen rollo, la empatía, se habían esfumado. Algo pasaba. Salí a fumarme un porro y el argentino me siguió. Fumamos, sin embargo no me sentí mejor. Terminé el canuto y entré de nuevo ¿Dónde estaban estos putos retrasados? me habían dejado tirado por seguir esnifando. No estaban en la pista. Fui al baño para buscarles. Abrí la puerta y entró un fuerte pestazo a mierda. Aquel baño era repugnante, olía peor que una cuadra. Las paredes eran verdes y estaban manchadas de heces y orina. Había dos puertas de madera. Toqué la primera. -¿Carlos? Nadie respondió. Entonces llame a la puerta y repetí: -¿Carlos? -Ahhh...ahhh -se oía en el interior. Alguien estaba follando dentro. Se podía escuchar el choque de los cuerpos, las embestidas impactando contra la piel de alguien. Preferí no abrir para comprobarlo. Fui a la siguiente puerta y llamé. -¿Carlos? Entonces la puerta se abrió. Ahí estaban esos cabrones, esnifando, pintándose rayas. -Ahora salimos, ve afuera… -dijo Viti. Salí de allí; estaba harto de ese olor a mierda. Me senté en un escalón de un portal y me hice un porro. Me sentía deprimido, como si vivir careciese de sentido o, peor aún, de importancia. Nada sería igual. Es cruel el éxtasis, te hace volar, escapar de toda la mierda, alcanzar la mayor felicidad que se puede experimentar, llegar a lo más alto, huir; pero después, te hace bajar más profundo que nunca, vivir un infierno químico de paranoia, depresión y confusión. Ya no había nada que hacer. Volví arrastrándome a casa y me metí en la cama. Intenté dormir, pero no lo logré. Solo quedaba mirar el techo, esperando el sueño… Blackjack Carlos siempre se sentaba al final de la mesa; sentía que tener la última mano era una ventaja. La gente ya nos conocía, los camareros, los crupiers, los jefes de mesa, otros jugadores... Cuando vas a un casino a diario empiezas a quedarte con las caras, con rostros que se repiten. Solíamos ir cuando los bares cerraban para seguir enborrachándonos en algún sitio. Los camareros nos servían cervezas y copas gratis. Era un buen sitio para perder algo de pasta. Carlos era un jugador compulsivo, abría veintes, doblaba contra un diez, pedía con un diecisiete blando, le iba el riesgo. Algunas veces ganaba, pero si juegas todos los días, no juegas para ganar, juegas para recuperar. Carlos sacó un billete de cincuenta euros, de su cartera, y lo puso encima de la mesa de blackjack. El crupier recogió el dinero y se lo dio en fichas. Yo solo le di veinte. El camarero nos trajo una cerveza a cada uno. -Estáis invitados -dijo. Aquel hombre llevaba un ridículo traje. Tenía cara de ser un hijo de puta amargado con pajarita. Nos sirvió los vasos bruscamente y se fue dando largas zancadas. Cogí la cerveza y di un gran trago. Para jugar bien al black jack hay que jugar borracho, hay que echarle pelotas, sin dudar; no puedes verlo como si fuera dinero, solo son fichas. Aposté cinco euros, Carlos veinte. El crupier repartió. Mi primera carta era un diez, la de mi colega era un as y la banca tenía un nueve. El crupier lentamente sacó la siguiente tanda, me da un triste seis y a mi amigo un jodido black jack. -De puta madre un blaki... -dijo- puff vaya basura de 16 que te ha dado jajaj -añadió con su risa gutural. Carlos siempre se reía de mí cuando yo perdía y él ganaba, pero si lo hacía yo, se enfadaba. A veces pienso que nunca dejamos de ser niños. Carlos ya tenía esa mirada de ludópata que solía poner. Empezaba de la mejor forma posible; pensaba que se iba a forrar. Ten en cuenta algo, un adicto solo cuenta sus victorias. Me planté con ese 16, no es lo ortodoxo pero no me gusta pasarme. El 9 se convirtió en un 19. Carlos se empezó a reír por mi derrota. -Que mal empiezas -dijo. -Lo importante no es como empiezas, sino como acabas -le respondí. En la siguiente mano aposté otros cinco, Carlos treinta. Me tocó un 10 y a él un 15. La banca tenía un diez de corazones. Doblé. Salió un rey de picas, con lo que obtuve un veinte, y Carlos se plantó, ya que el seis se suele pasar. El crupier alargó el brazo y cogió la siguiente carta. El tiempo se ralentizaba en esas manos, sentías a algún chino hijo de puta perdiendo mil euros a la ruleta, sentías a las putas merodeando a los viejos ganadores, olías la hierba de los fumados que jugaban solo veinte euros, el olor a moqueta y colonia. El casino de Colón es como una droga, lo hueles a treinta metros, ese olor a moqueta y colonia. El crupier sacó un seis y después otro diez, haciendo que la banca se fuese a 26, todos ganábamos. La suerte iba por ciclos; la mesa nos quería pagar. Empezamos a subir de 20 a 50, de 50 a 80, de 80 a 120. Estábamos imparables, pidiendo copas gratis, borrachos, sedientos de más dinero. Carlos apostó la mitad de su dinero, 350 euros, a una mano, yo solo 10. El crupier nos dio dos veintes, la banca sacó rey de picas, ambos nos plantamos. Salió un diecinueve para la banca. Carlos se puso eufórico, gritando y golpeando la mesa de blackjack. Medio casino se giró a mirar que pasaba. Carlos ya tenía mil euros mientras yo solo tenía ciento setenta. Hicimos un descanso y fuimos, con nuestras copas, a la sala de fumadores. Era un patio techado con ruletas electrónicas. Ni para fumar nos dejan descansar, pensé. Carlos estaba eufórico, quería más, no le bastaban con esos mil euros. Estaba planeando estrategias, comiéndome la cabeza. Cuando los ludópatas ganan, piensan que la racha es para siempre y quieren llegar al máximo, el problema es que nunca sabes cual es el máximo que te va a pagar y cuando no te va a dar ni una buena mano. Yo asentía, dándole la razón como a un loco. Era inútil hacerle entrar en razón. Intentarlo solo servía para perder el tiempo. Terminamos nuestras copas y volvimos a la mesa. Había gente nueva (una mujer de treinta y pocos años, y un señor de cincuenta) lo que hacía que el orden de las cartas variase y alteráse todas las jugadas. La mujer era rubía con ojos azules, buenos labios, gran pecho, ropa cara, un bolso de guchi, unas gafas de dior y un anillo de diamantes. Estaba muy buena. Era la típica pija del barrio de salamanca. Seguramente estaba apostando la pasta de su familia rica o algún marido millonario, perdiendo manos de trescientos euros sin inmutarse. Uno aprende a apreciar ese tipo de cosas. Se nota cuando alguien pierde dinero que no es suyo. El viejo, en cambio, era un ludópata conocido en el casino, una cara familiar. Llevaba una gorra blanca, unas gafas de sol baratas y unos cascos para escuchar música. Era pálido y delgado, como si no saliera nunca de aquel lugar y no le diese la luz solar. Solía jugar con varias casillas a la vez, alterando gravemente la mesa. Pintaba mal. -Ahora hay que ir con cuidado -dijo Carlos -Sí, sí -respondí yo. Siempre que Carlos decía esa frase, apostaba más que nunca. No lo entendía, pero me daba igual. Apostó ochenta euros y el crupier repartió. Nos dio puta mierda a todos, treces y quinces contra un as. Ninguno pagamos el seguro y pedimos. La milf pidió y sacó un diecinueve, el viejo un veintidós y un dieciocho, yo pedí y me fui a veintitrés pasandome, y Carlos pidió y saco veintiuno. La banca sacó blackjack y todos perdimos porque nadie compró el seguro. Volvimos a apostar, yo cinco, Carlos cien. La banca sacó un seis, la rubia tenía un trece, el viejo un trece y un quince, yo un diez y Carlos un dieciocho. La mujer pidió. La cagó. Nunca se pide contra un seis. Le salió un veintitrés y se pasó. El viejo se plantó en ambas manos. Yo doblé ese diez y se fue a veinte, y Carlos, simplemente, se plantó. El crupier lentamente sacó un diez. Se pasa, pensé. Se pasa. Cogió la siguiente carta de la máquina y la puso encima de la mesa. Pasate. Pum, cinco. Un puto cinco, total veintiuno. Nos jodió a todos de nuevo. La mesa no estaba bien, pero a Carlos le dio igual. A partir de ese momento perdió la cabeza. Comenzó a hacer apuestas muy fuertes y arriesgadas: abrir un veinte contra un seis, doblar nueves contra ochos, abrir doses contra dieces… En cuestión de media hora perdió todo su dinero. No se lo creía. Sus ojos se mostraban incrédulos, preguntándose cómo había podido perder todo, los mil euros. El casino tiene un poder extraño en las personas, te hace entrar en una especie de trance en el que ninguna ganancia es suficiente, en un sueño en el que no sabes el tiempo que pasa, el dinero que tenías o si tus amigos se van; solo quieres seguir jugando. Aunque en realidad solo era otro perdedor más, el día a día de cada casino, casa de apuestas o timbas del mundo. Yo había bajado de ciento setenta a ciento veinte, era hora de irse. Aunque Carlos no quería marcharse, fue al cajero y saco doscientos más. Creía que, apostando fuerte, recuperaría los mil euros; los perdió en cuatro jugadas. Volvió a sacar dinero, volvió a perder, así tres o cuatro veces más. Estaba más enganchado que nunca. El veintiuno se repetía demasiado. Probablemente esa máquina barajase las cartas mediante ciclos de perder o de ganar, ganando solo cuando la máquina quisiese que ganases. La vida es una continua mentira. En ese punto de la adicción la gente no escucha. Intenté avisarle, pero me mandó a la mierda. Me fui de allí a las cinco de la mañana y Carlos siguió jugando hasta que el casino cerró, perdiendo varios miles de euros. En 2018 me volví un auténtico ludópata. Iba al casino dos o tres veces a la semana. Mi juego era el blackjack. Iba todos los fines de semana, sin falta. En verdad, no era tanto por jugar sino para escapar de mis problemas. Sabía que si me sentaba en aquella mesa, al menos por unas horas, lo que pasase en el mundo exterior no importaría. Mis problemas, por unos minutos, se olvidaban. Iba a clase, vendía porros, me deprimía, me destruía con drogas… pero, pasase lo que pasase, mi culo se sentaba en una de esas sillas de la mesa de blackjack. En realidad, los ludópatas no son ludópatas por el juego; igual que los drogadictos no son drogadictos por las drogas; al fin y al cabo, solo son formas de huir. El casino estaba lleno de gente acabada: divorciados, pensionistas, alcohólicos, farloperos, chinos endeudados, putas, fracasados… todos buscaban un pedazo de suerte, pero en el fondo sabían que jamás llegaría ese premio, y aunque llegase ¿De qué les serviría? seguirían sentando su trasero en aquel lugar porque ¿A dónde irían? a ningún sitio. Por eso, por más que ganasen, seguían jugando. No jugábamos para ganar sino porque no teníamos otro sitio a donde ir. En aquella época mis amigos se esfumaron, o trabajaban o tenían novia o no querían saber nada de mí. Estaba solo, sin nadie, jugando contra esa K de picas. Me iban a joder vivo, pero me daba igual. No iba a ganar, nadie va al casino a ganar. Solo quería jugar, olvidar las ganas de suicidarme. Los camareros me conocían. Me invitaban a varias cervezas, pues a la larga, me acababan costando 50 euros, y así quemaba el tiempo. Aunque hay que decir que a veces tenía buenas rachas. Un mes gané quinientos euros en cuatro días de black jack. Bueno, eso crees, que ganas. En realidad, solo recuperas el dinero que llevas perdiendo todo el año. Lo que de verdad me gustaba del blackjack es que la gente te habla como si te conociese de toda la vida. Te sientas en esa mesa y algo raro ocurre. La gente coge una confianza bestial, como si yo fuese Paco, su vecino de toda la vida. Pero para que nos vamos a engañar, me encantaba. A veces, los viejos comentaban lo absurda que era la vida, los jóvenes hablaban borrachos o las mujeres conversaban conmigo. Era un lapsus, un descanso del exterior. Yo no iba a jugar, yo pagaba porque aquel juego y aquellas personas me diesen un puto respiro. Después salía del casino y volvía haciendo eses a mi casa. Me encantaba ese tramo desde el casino a mi calle. Me solía hacer un porro para el camino. Me ponía los cascos, buena música y andaba hasta llegar a mi barrio. Normalmente solía amanecer en el trayecto. Amaba ese instante. No quería compartirlo con nadie, pues jamás lo entenderían. Era mi momento a solas entre el mundo y yo. Me fumaba un porro de marihuana y dejaba fluir mi mente. Seguramente jamás encontraría el amor verdadero porque ni yo podía explicar esas extrañas y placenteras sensaciones por las que daría mi vida. Levantad las copas y brindemos por los ludópatas. Profesores Nunca tuve buenas relaciones con mis profesores, ellos tampoco conmigo. Odiaba cualquier figura de autoridad, gente que te gritase, prejuzgase, sin saber mi vida, sin entender nada. Incluso los que me caían bien, en el fondo les odiaba. Algunos sentían una especie de desprecio y devoción hacia mí, viendo un tipo de potencial que moría, como una llama que dejaba de prender. Una de las profesoras que más odiaba era Ana Rada. Ana era una cincuentona hembrista. Odiaba a los hombres y nos lo inculcaba desde niños. Nos hacia encerronas psicológicas, buscando romper tu aguante, queriendo hundirte. Lo solía conseguir con los demás niños, pero conmigo no. Me convertí en su principal encrucijada. La clase entera estaba hablando. Yo charlaba con Antonio. Teníamos nueve años. Antonio era un niño con pelo largo en forma de casco, moreno, feo, con gafas y larguirucho. Uno de sus dientes era amarillo, por lo que recibió el mote de Cheto. Estaba hablando con Cheto sobre videojuegos y, de repente, Ana Rada me gritó. -¡Miguel callate! siempre hablando, dios, siempre hablando… este niño... -Pero si está hablando toda la clase. -¿Me estás contradiciendo? - preguntó desafiante. -Obviamente. -Ven aquí ahora mismo. Los adultos me parecían niños amargados que buscaban derrotarte, machacarte, romper precozmente tu inocencia; seguramente por envidia de no tener ya esa mágica luz interior. Me levanté y fui a la pizarra. -Que sea la última vez que me desafías ¿Te queda claro? -Dijo la psicópata trauma-niños. -Eres tu la que me desafías -respondí. -¿Cómo? -gritó alterada. Le empezó a temblar el labio superior, debido al enfado. Ana Rada tenía el pelo rubio y ondulado, ojos azules y labios exageradamente pintados. Solía llevar abrigos de piel con collares de perlas. Era una hortera. Ahí estaba, delante de mí, una cincuentona hortera con los labios pintados como un putón, siendo desafiada por un niño de nueve años. -Pués que eres tú la que me desafías, siempre que alguien habla me gritas a mi, siempre llamas a mis padres, siempre me ridiculizas delante de la clase, siempre yo. -Te has ganado un parte -Dijo. -Me da igual. -Tus padres deben estar orgullosos de ti. Esa zorra no era nadie para hablar de mis padres. -¿Y los suyos de una hembrista odia-hombres? Me empezó a gritar, pero me daba igual. Estaba acostumbrado a que me gritasen durante horas. Mis padres lo hacían, mis profesores lo hacían, la gente lo hacía. Solamente desconectaba. Me quedaba mirando esos labios de putón hortera, riéndome de ella por dentro. Algún día sería mayor y nadie me gritaría. Con el tiempo descubrí que no, siempre hay alguien por encima tuya, siempre hay alguien que te grita. La inocencia te permite creer que las etapas malas acaban, cuando en realidad, la felicidad solo son instantes de locura que te hacen estar cuerdo por un tiempo. Un año, un mes, una semana, una noche, media hora. El resto es tragar mierda, aguantar, esperando que vuelvan los días felices. Pero cuanto mayor eres, menos días regresan, hasta que llega una edad en la que solo te quedan días grises y viejos recuerdos, que poco a poco mueren y se olvidan. Salí de clase y me fui a casa. Sentía que había derrotado a esa zorra. Caminé por las entrelazadas calles de Malasaña hasta llegar a mi casa. Abrí la puerta del portal y subí las escaleras. Se oían gritos. Cuantos más escalones subías más claro se distinguía el timbre de la voz. Me paré un piso debajo del mío. -¡Que no me sale de la polla que la niñata esta me falte al respeto! -gritaba mi padre. -Tranquilizate, por favor -le decía mi madre. -¡Pero si no te he dicho nada! -gritó mi hermana llorando. -¡Vete! ¡Vete o te doy una ostia! -gritó mi padre. Mi padre empezó a tirar platos contra la pared. El sonido retumbaba en el patio de vecinos. El ruido de platos rotos, de portazos, de gritos, de mi madre llorando. No entré a casa. Bajé las escaleras y me fui a un parque. Nada más quería estar solo. Pasó el tiempo. Fui de profesor en profesor. Ninguno me caía bien, pero no odiaba a ninguno en exceso. Hasta que llegué a cuarto de la eso. En ese curso la mayoría me daban asco, pero por Antonio tenía un odio especial. Impartía tecnología e informática. Era un hombre de cuarenta años de estatura media. Tenía la piel blanca y pálida, su pelo era corto y castaño, con entradas por los lados; su boca era pequeña y con apenas labios, y llevaba unas gafas horteras y baratas. Su rasgo más peculiar es que no tenía cejas, carecía de pelo en esa zona. Intentaba ridiculizarme en clase, observando cada cosa que hacía, menospreciandome delante de todos, bajandome tres puntos de la media... me odiaba. Pero sus intentos estúpidos siempre fracasaron. Siempre le devolvía las bromas, siempre aprobaba con notables o sobresalientes, siempre salía de sus trampas. Recuerdo que todos íbamos en uniforme. Aquel pantalón gris hacía que me picasen las pelotas. Me rascaba los huevos, pero el picor no se iba. Odiaba ese comezón incesante y molesto. Rascaba y rascaba bruscamente, pero la sensación seguía ahí. Parecía un chaval de quince años con ladillas. -¡Miguel! deja de rascarte los putos huevos en clase… literalmente -dijo Antonio. Me mandó al fondo del pasillo para estar de pie toda la hora. Ya era algo habitual, me había pasado más horas de pie que sentado. Yo me dedicaba a mirar por la ventana. Delante había un parque. Los pájaros volaban, los perros corrían y jugaban, el viento mecía los árboles... Y yo estaba ahí, de pie, con la espalda rígida y cansada. Me sentía encarcelado. No entendía porque no podía vivir libre, hacer lo que quisiese cuando quisiese, estudiar lo que quisiese porque yo quisiese. Parecía que teníamos que seguir un patrón de vida rutinario y generalizado. Adoctrinaban a personas desde que eran niños. Premiaban la memorización, el pensamiento único, obedecer a un jefe, creerte la historia oficial; castigaban la creatividad, el pensamiento crítico, el individualismo... te anulaban como ser especial, te convertían en un número más de la masa, prefabricado y etiquetado, dispuesto a ser explotado. Antonio solo era una lucha más, otra batalla por no perder mi esencia. Los días continuaron y el seguía buscando cualquier excusa para ponerme de pie. Al final siempre terminaba mirando por la ventana. Llegó el examen final. Antonio ordenaba a los alumnos a sentarse en el orden que él viese conveniente. A mi me mandó ponerme en el ordenador que más lento iba. Empecé el examen. El ordenador casi no arrancaba, los programas tardaban en funcionar y hacía mucho calor. Me estaba poniendo nervioso. Ese calor sofocante hacía que la espera pareciese más larga. Después de cinco minutos se abrió. El ejercicio era sencillo: hacer un montaje, en Premiere, de un video; añadiendo transiciones, tanto en video como en música. El video consisitía en distintos planos de unos bebés gateando. Era un examen para retrasados. En menos de 5 minutos ya casi lo había terminado, pero, de repente; el ordenador se paró. No funcionaba. Llamé al profesor y vino. Entoncés se agachó, miró la pantalla y observó el problema con una sonrisa de satisfacción. Puto anormal sin cejas. -¿Qué hago lo reinicio o qué? - pregunté. -Si lo reinicias o lo apagas, suspendes -respondió. El cabrón me había jodido. Pensé en levantarme y darle una paliza, matarlo a golpes con la pantalla de un ordenador. Al final solo dí un golpe al monitor y grité: -Puto ordenador de mierda y putos niños retrasados. El profesor se giró con cara de loco. Podía ver violencia en sus ojos. Se acercó a mí con movimientos bruscos y me gritó: -¡Esos niños son mis hijos! Se acabó; me echó de clase. Me fui dando un portazo e insultándole. Ese instituto era una mierda. Ellos no me querían en el siguiente curso y yo tampoco quería seguir. Llegamos a un acuerdo, hacía mis exámenes en paz, aprobaba y me iba de ahí. Todo acabó bien. Aprobé y me fui de ahí con quince años. Me fui a otro instituto. Daba igual, distinto sitio, misma historia. Siempre he sido el tipo de alumno que es expulsado, que discute con los profesores o que choca con los demás. Odiaba a la gente, eran tan simples, tan ordinarios. Parecía que nadie podía entenderme. Me refugie en las drogas. Las drogas son como las mujeres, al principio te diviertes con ellas, pero al final acaban haciéndote daño. Todo el mundo te defrauda tarde o temprano. Seguro que yo también les defraudo. El ser humano es una jodida basura, aunque en algunos momentos brillamos. No se ni que te estaba contando. Solo estoy borracho en mi cuarto, recordando mi jodida vida ¿Es gris o solo es mi forma de verla? ¿Qué estaba diciendo? Ah sí, claro. Primero de bachiller, puto primero de bachiller. A Viti y a mí nos echaron, por otra historia que no me apetece contar, y acabamos en el mismo instituto. Era un centro privado, aunque no era caro. Nosotros fuimos ahí, o al menos yo, pensando que nos aprobarían fácil. Todo estaba lleno de pijos. Intentamos caer bien, pero era imposible; esa gente daba asco. Eran tan superficiales, tan hipócritas, que nos aislamos. Tenía 16 años. Era la época de fumar porros, la primera etapa de idealización. Pensábamos que la marihuana era como agua, que no afectaría en ningún aspecto a nuestras vidas, pero si consumes una droga a diario tarde o temprano te condiciona. Fernando era nuestro tutor. Era el profesor de filosofía. Cuando el entraba en clase todos se ponían de pie. El primer día flipé, parecía el puto franquismo. Todos esos adolescentes de pie, esperando a su caudillo... eran unos pobres estúpidos adoctrinados. Después entraba Fernando, caminando de forma muy lenta, observando a cada alumno. Se tomaba su tiempo. Mirando cara por cara a toda la clase. Hasta que él no nos diese permiso no podíamos sentarnos. A veces se recreaba un rato. Dejaba su boina y su mochila encima de la mesa y a continuación, se giraba nos miraba con una sonrisa a medias y decía: -Pueden sentarse… Parecía que disfrutaba el momento, o al menos eso me transmitía a mí. Fernando era calvo. La tonalidad de la piel de su cabeza era distinta a la de su cara. La primera era muy blanca y la segunda más morena, seguramente por el sombrero que usaba. Tenía una cara demacrada, unos ojos pequeños y achinados, y unas grandes ojeras moradas. Aunque su peor defecto era su aliento, apestaba a café y caries. Cuando hablaba contigo se acercaba mucho, invadiendo tu espacio vital, echándote ese aliento con olor a mierda en toda la cara. Podías saborearlo, degustarlo. Yo intentaba alejarme y a medida que me distanciaba, él se iba acercando más. Un tipo raro. Se fijó en nosotros desde el primer día; notó que éramos mentes que no habían sido domadas. Nos separó y nos sentó a cada uno en una punta de la clase. Estaba prohibido hablar en en el aula; no se podía decir ni una palabra, seis horas de puro silencio. El descanso era a las once y media. Solíamos bajar la calle y fumarnos un porro en la parte trasera del edificio. Un día estábamos haciendo lo de siempre, fumando. Nos fumamos una cañita de marihuana sin tabaco, y nos supo a poco. -Oye, ¿te haces otro? -pregunté a Viti. -Vale -respondió. Nos hicimos otro. -Hay que fumárselo rápido -dijo Viti. -¿A cinco caladas? -Pregunté. -Mejor a tres. Fumamos y nos pasamos el porro rápidamente. Era a tres caladas. Puff, puff, puff, y lo pasabamos. El sabor era afrutado, pero rascaba la garganta, lo que me hacía toser. Fumamos de aquel canuto hasta terminarlo y fuimos al instituto. Entramos al edificio y subimos las escaleras con los demás alumnos. Estaba aturdido por una mezcla del colocón de la marihuana y el griterío de los adolescentes. La gente nos observaba, aunque yo desconocía el motivo. Los chavales empezaron a murmurar y mirarnos ¿Qué cojones miraban esos retrasados? entonces alguien lo dijo. -Aquí huele a porro… Viti y yo nos miramos preocupados. Éramos nosotros. Apestábamos a hierba. Subimos las escaleras hasta el tercer piso y fuimos a la clase de inglés. La profesora no estaba. Entonces un un pijo de mi clase se nos acercó y dijo: -Vaya pestazo a hierba, chavales… Era Vito Scisors, también conocido como el tijeras, porque se había enrollado con dos de clase. El retrasado posaba con dos dedos en las fotos. Un completo subnormal. Se alejó riéndose y se sentó en su sitio. Nos fuimos al baño, nos cambiamos la ropa por la de gimnasia (teníamos clase ese día) y volvimos al aula. La profesora todavía no había llegado. Nos sentamos en nuestros respectivos asientos y nos quedamos en silencio. Estaba demasiado colocado. Los ojos me picaban y los párpados me ardían. Deberían estar rojos como el puto infierno. Alguna monja pasaría por uno de esos pasillos y pensaría que estaba poseído o algo peor, drogado bajo una de esas sustancias de Satán. Putas religiones, solo quieren dictar tu forma de vivir. Te dicen qué comer, cómo pensar, qué patrones seguir… puras doctrinas dogmáticas. Todavía no comprendieron que la verdad siempre estuvo dentro de uno mismo, solo hay que descubrirla. No te dejes llevar por las masas. Buscan etiquetarnos, dividirnos, meternos dentro de un grupo. Mantén siempre tu esencia, no la pierdas. Ríete, cuando todos vistan igual, cuando todos hablen del mismo modo, cuando todos hagan lo mismo, ríete. Ellos ya la perdieron. Entonces llegó Ana, la profesora de inglés. La llamábamos la Choches porque se parecía al personaje de una serie (Cámera Café). Aunque hay que decir, a su favor, que era más joven y más guapa. La Choches tenía un trato especial por Viti, parecía que estaba enamorada de él. A mí, al contrario, me tenía a raya; en cuanto hablaba, me echaba fuera. Nunca les he caído bien a las mujeres con poder. Entró en el aula, dió un vistazo rápido a la clase y puso su bolso encima de la mesa. Hizo un segundo tanteo a las caras y de repente nos vió. Sí, lo sabía. Sonrío y dijo: -Ya es época de alergia, ¿eh? Todos los alumnos se rieron y nos miraron. Nosotros nos hicimos los estúpidos, como si no supiésemos nada. La “teacher” comenzó a leer una página del libro. Su inglés era exagerado y antinatural, como la de todos los españoles que enseñan inglés. Me sumergí en mis pensamientos. Es una de las dos cosas que más me gusta de la marihuana, pensar. Me divierto pensando. Todo viene a tí como un fluido de ideas, un torrente de imaginación. A veces lo aprovecho, pero una buena parte del tiempo lo desperdicio meditando sobre gilipolleces. Aún así lo disfruto. La segunda cosa que amo de la marihuana es la parte espiritual. Buena música, una cerveza fría, un atardecer rojo y un césped donde tumbarme, y el momento se paralizaba, creando algo casi sagrado. Mire hacia la profesora, seguía hablando en inglés. Después miré la pizarra. Estaba llena de frases de la clase anterior Al lado de la pizarra había un reloj. El tiempo pasaba despacio. Miraba la aguja del segundero moverse, tic, tac, tic , tac... Después miraba al minutero, parecía que no se movía ¿Se desplazaba muy lentamente o lo hacía de golpe cuando dejaba de prestar atención? observé detenidamente aquel círculo con agujas. Tic, tac, tic, tac, tic, tac...En algún momento se me olvido el motivo de por qué hacía eso y pasé a otra cosa. Cuando fumas, siempre se te olvidan cosas. Los porretas inteligentes solo consumen cuando han acabado sus responsabilidades, el fumado de verdad fuma siempre. En realidad no son las drogas, es la gente. Hay personas que saben manejarlo y otros que pierden la cabeza. Yo era de los segundos, aunque todavía no lo sabía. Estaba apoyado, con mi cara en mi mano, encima de la mesa. Nunca he tenido interés por las clases. Prefería estudiar por mi cuenta. En ese momento sonó el timbre y me levanté. Nadie más lo hizo. Todo el mundo se rió de mí. Olvidé que, por algún extraño motivo, en la clase de inglés sonaban dos timbres. Se suponía que el primero era para alertar de que quedaban quince minutos. Me volví a sentar y miré de nuevo el reloj. Tic, tac, tic, tac… Al día siguiente, estando en clase, la jefa de estudios entró y nos pidió ir a su despacho. Caminamos por unos cuantos pasillos y al final llegamos. Primero entró Viti. Me quedé de pie, pensando. Era obvio que era por los porros. -Vale, ya estoy aquí, lo demás ya no lo puedo cambiar… -pensé- pero si lo niego todo, no pueden hacerme nada… no tienen pruebas… sí, un momento, no tienen pruebas ¡Sí, que les follen, soy inocente hasta que se demuestre lo contrario! Estamos en un país lib… bueno en un país que todos somos igual ante la… bueno, que tengo mis derechos, coño. Ya estaba decidido. -Sí, eso haré… no diré nada. La puerta se abrió. Viti y Fernando salieron del despacho. Viti estaba serio y enfadado, mirando hacia el suelo. -Vete a clase - le dijo Fernando. Antes de irse, me miró y resopló. Después se fue a clase. Estábamos jodidos. Eran los porros, fijo. -Miguel, entra… Entré a la habitación y me quedé de pie. Era un bonito despacho decorado con muebles de pino; parecía caro. Delante de mí estaba la jefa de estudios, sentada en un gran sillón detrás de su escritorio. Parecía poderosa, como una reina con un trono de cuero. Al lado suya estaba Fernando, de pie, observandome fríamente. Aquella calva reflejaba la luz contra mis ojos. Por algunos momentos me deslumbraba, cegándome momentáneamente. La jefa me miraba detenidamente, de arriba a abajo, parecía que era algo serio. No recuerdo bien el rostro de aquella mujer, aunque sí que era morena. Parecía enfadada. Como si ocultase las ganas de matarme. Matarme por haber mancillado el nombre de su sagrada institución. -Miguel, siéntate -ordenó Fernando. Me senté en ese sillón. Era suave y cómodo. Tan cómodo como para pararme a pensar esa estupidez en medio de ese puto lío. Estaba forrado de terciopelo y se agradecía el tacto en la piel. En realidad, no estaba asustado. No tenían pruebas. Entonces habló la jefa. -Nos han dicho que fumais chocolate en la calle de abajo del centro... -¿Chocolate? ¿pero eso se fuma? -respondí haciéndome el tonto. -Chocolate, chinas, hachís… -dijo Fernando. -No, yo solo fumo tabaco de liar. -Una profesora dijo que olíais a porro. Maldita perra traidora, pensé. -Pues no sé… yo solo fumo tabaco Insistió un par de veces más y, después, repetí mi versión. A continuación, se produjo un silencio. Fernando y la jefa se miraron y asintieron. -Vale, puedes irte -dijo la jefa. Me fui de allí, cerrando la puerta de su despacho, presintiendo lo que iba a pasar. No me expulsarían, pero llamarían a mis padres. Y así paso. Al llegar a casa tuve una discusión con ellos. Yo lo negué todo, aunque no sirvió de nada. En realidad, tampoco me importaba. Mis padres eran de otra generación, otra época en la que pensaban que todas las drogas eran basura. De los años de “la droga mata”, de los yonkis pinchándose en esquinas, de los tirones de bolso, de los kinkis… La droga mata, pero ¿qué droga? cada sustancia es un universo distinto. Las personas tienen reacciones diferentes a los mismos estímulos y drogas. Algunos aguantan bebiendo hasta la vejez, otros son unos fumados paranóicos y llenos de ansiedad, y otros se comen mil tripis y jamás tienen un flashback. No es la droga, es la persona. Pero la gente no quiere oir eso, quiere respuestas fáciles, sencillas. La gente no quiere pensar por sí misma, prefiere que la masa piense por ellos. Así era mi madre, una mujer dogmática y llena de prejuicios. Se pensaba que su pobre hijo estaba cayendo en la droga. Me hacía gracia que fuese tan ignorante. La gente bebe en las terrazas, fuma tabaco delante tuya, llenando tu nariz con ese olor a cáncer, pero si te fumas un porro eres un yonki. Otra generación. Ellos no me entendían. No volví a fumar cerca del instituto. Me iba a un parque que estaba a cien metros. El año terminó y dejé aquel lugar. Aprobé primero y pasé a segundo. Fui de instituto en instituto intentado aprobar, pero dejé de ir a clase. Era un alumno pésimo. Me dormía, hacía pellas, entraba fumado… A veces no iba en semanas. Compraba unas cervezas a las 10 de la mañana, me líaba un par de porros y simplemente caminaba hasta llegar a algún parque. Después me tumbaba en el césped y miraba las nubes del cielo. Me daba paz ver ese mar azul lleno de nubes blancas. El mundo es hermoso, pero no nos paramos a apreciarlo. Por fín era libre ¿Pero cuánto tiempo me duraría? tarde o temprano el sistema te caza. La única libertad posible es la que da la riqueza y yo no tengo nada. Jamás aprobé segundo. Los porros, el desamor, las depresiones, los ataques de ira, los deseos de morir ¿Quien podía ir así a clase? nunca me gustó el sistema educativo. Asistir a clase es como ir a trabajar sin cobrar; era algo estúpido. Se me hacía insoportable saber que las tres cuartas partes de lo que me enseñaban jamás me servirían de nada. No quiero decir que no me gustase estudiar, me pasaba horas enteras leyendo libros de filosofía, iluminación, guión, relatos, novelas, libros de historia, economía, política, ensayos... pero si me encerrabas en una clase y me decías: “toma lee esto”; yo simplemente no lo hacía, no sé por qué. Pienso que aprender debe ser algo libre, si dejas a una persona sola, tarde o temprano intentará buscar el porqué de las cosas. En cambio, en vez de potenciar esa creatividad, matamos la esencia de los niños programándoles en una rutina, preparándoles para la esclavitud de la madurez. Deje todo. Me dediqué a vender hachís y fumar porros durante años. Me daba igual. Estaba perdido y sin futuro. La libertad es como cualquier otra cosa en esta vida, tarde o temprano se acaba pagando el precio. El despertar Era otra noche más, otra borrachera cualquiera. Estaba con Viti bebiendo en un bar de la calle Princesa. La terraza se cerró y nos quedamos de pie frente a la puerta del bar. Nos pedimos un par de copas más. Aunque no había mucho que hacer, seguimos dando tragos. Sería otra noche olvidable, otra aburrida historia. Fui al baño a mear. Subí las escaleras, abrí la puerta, levanté la taza y meé. El suelo estaba lleno de orina. Las paredes estaban cubiertas de grafitis y números de teléfono. Había corazones pintados en la pared con nombres escritos de color rojo: Javier y Elena, Marcos y María, Juan y Patricia ¿Qué habría sido de ellos? seguramente ahora solo serían historias tristes, recuerdos pintados en el baño de un bar. Cuando regresé Viti estaba con un tío de treinta años. Me acerqué a ellos. No le conocía de nada ¿Quién era ese tipo? parecía un pobre loco enfarlopado, otro zombie de la ciudad. Sus pupilas estaban dilatadas y sus pómulos se marcaban en su cara demacrada. -¿Qué pasa? -pregunté. -¿Podéis hacer una llamada? -dijo el enfarlopado. Hicimos la llamada. Nos daba tono, pero nadie contestaba. Después saltó el buzón de voz. Aun así, aquel tipo seguía sin irse. Nos miraba con los ojos muy abiertos, de tal forma que parecía que se le iban a salir de las cuencas. Siguió insistiendo. Llamamos una segunda vez, y una tercera. Continuaban sin respondernos. Daba igual, no se iba. -Venga llamad otra vez -dijo. -Ya he llamado tres veces -respondió Victor. -Llama una vez más -Que no, tío -dije yo. -Os doy mil euros Viti y yo nos reímos. -Tu no nos vas a dar mil euros -dije. El farlopero se acercó hacia a mi y cogió su botellín, preparándolo para pegarme con él. -¿Pero qué haces? -dije. -A mi no me llames mentiroso. No tuve ningún tipo de miedo, iba de farol. Cogí mi vaso, fingiendo beber, por si tenía que golpearle. Al final se alejó. -Que yo estoy muy loco -dijo. Después de decir eso, se marchó. El bar cerró y nos fuimos a un parque al lado de mi casa. Compramos cuatro latas rojas de medio litro y nos quedamos en un banco. Sabía que, en media o una hora, Viti se iría y todo volvería al mismo aburrimiento. Después de un rato nos terminamos las birras. Estaba borracho, pero necesitaba más. No sé por qué, pero si bebía una cerveza, ya no había marcha atrás. No tenía control, era beber o no beber. Al final le convencí de comprar una lata más, la última cerveza. Volviendo del chino nos quedamos en una callejuela poco transitada. Abrí la lata y bebí. Estaba bastante borracho. Me apetecía una noche mágica, pillar éxtasis o algo similar. Llevaba un año sin drogarme. Empecé a rayar la cabeza a mi amigo. -Tío, pillemos algo de eme en el Dos de Mayo -dije gritando. Siempre que estoy borracho, no controló el tono de la voz. -Que pereza. -O no sé, unas setas ¿Si tuvieses unas setas ahora no te las tomarías?, yo me las comería de una. -dije. -Sí, pero no tengo setas -respondió Viti. Todo parecía perdido. Sería otra noche de alcohol y perder en el casino. La vida es una mierda, pero al menos estaba borracho. Me saqué un porro de la chaqueta, que ya tenía liado, y me lo encendí. Estábamos en medio de malasaña, en una de esas callejuelas oscuras donde en cualquier momento puede pasar un coche de maderos y joderte vivo. Multas, putas multas. Me puse paranoico, mirando constantemente a ambos lados de la calle, mientras el porro se consumía lentamente. Es gracioso, cuando quieres fumarte rápido un porro, te dura una eternidad, pero cuando estás en tu casa y quieres que te dure, porque es el último canuto que te queda; parece que se termina en diez caladas. A unos diez metros había un grupo de chavales. Estaban fumando cigarros y bebiendo copas. Uno de ellos nos miraba incesantemente ¿Que querría? comenzó a andar acercándose hacia nosotros. Terminó por llegar y nos habló. -Oye chavales, perdón por molestaros, pero es que os he oído hablar de setas… yo vendo setas... si queréis subo a mi casa y os bajo dos raciones. -Joder, estaría de puta madre -dije yo. Era la señal. Los astros se habían alineado; el universo había hablado. Me encanta esos momentos en el que las cosas surgen sin que las planees. Yo estaba decidido, aunque Viti se lo pensó un poco más. -¿Pero cuanto por la ración? -preguntó Viti. -Dos gramos -¿Son mexicanas? -pregunté. -Tengo mexicanas y ecuatorianas, valen lo mismo. Al final compramos mexicanas, pero solo dos gramos, uno para cada uno. Era la primera vez que tomaba psicodélicos, Viti no. Esperamos quince minutos a que nos bajase el colocón del alcohol. Compramos una botella de agua y bebimos. Tenía la certeza de que sería una experiencia única, algo extraordinario. La rutina parecía lejana en ese momento. La noche, de nuevo, era una un viaje impredecible. Subimos a mi casa y pesamos la ración, había 1,90 g. -Los camellos siempre ponen de menos… -dije. Separamos 0.95 para cada uno y volvimos a la calle. De vuelta al asfalto, lo comimos, sin dudar en ningún instante. Masticamos aquellos hongos una y otra vez. Tenían un sabor raro, como a champiñón crudo. No estaba mal, había comido cosas peores. A Viti, en cambio, no le gustó el sabor y me dió un trozo más, un 0,1. Mastique incesantemente, di un sorbo de agua y tragué. Ya no había otra opción. El viaje acababa de comenzar. Nuestro destino era el templo de Debod, la tierra prometida. Nos hicimos un porro para el camino y nos fuimos, andando, saliendo de Malasaña. Al cabo de quince minutos me empecé a sentir diferente. No estaba colocado, estaba distinto. Viti andaba tranquilo, normal. Parecía que el único afectado era yo. -¿Te sientes diferente? -pregunté. -No… -respondí. Seguí caminando, intentando fingir normalidad, y de repente, comencé a reirme sin control. -¿De que te ries? -Preguntó Viti. -No sé... Me quedé en silencio varios segundos y volví a reirme. Mi risa era histérica y lunática. Parecía un esquizofrénico o alguna especie de loco. Bajamos la calle Amaniel hacia Plaza de España. Poco a poco, fui perdiendo la risa, hasta quedarme en silencio. Me sentía muy raro, como una especie de malestar difícil de describir. Tenía hormigueos en las manos, pinchazos en la cabeza o la nuca, dolor de tripa, mareos, calor… estaba confuso. Entonces, por fin, llegamos a Plaza de España. El dolor, los pinchazos el calor, los mareos… todo desapareció. Todo era mejor que nunca. El mundo era distinto. Por fin podía huir lejos de mis depresiones. Jamás me había dado cuenta de la belleza que nos rodea a diario. Las luces eran más brillantes, los colores más intensos, el viento acariciaba mi cara, las estrellas parpadeaban desde el cielo... el mundo era una obra de arte. Rojo, verde, azul, amarillo. Los colores se veían más vívidos de lo normal. La droga me estaba afectando. -¡Miguel! ¡Ehh! -gritó Viti. El semáforo estaba en verde desde hace 15 segundos y no me había dado cuenta. Crucé al otro lado de la calzada. Me costaba caminar; estaba más torpe. De todas formas, daba igual, teníamos que llegar al Templo de Debod. Cada vez estábamos más cerca. Pasábamos delante de hileras de árboles. Andaba. Un paso, otro, otro paso más, árbol. Un paso, otro, otro paso más, árbol. Entoncés me paré y miré el árbol ¿Qué le estábamos haciendo al mundo? un árbol rodeado de triste cemento. Y entonces abracé aquel árbol. Ahora lo escribo borracho y pienso: vaya estupidez. Pero en ese momento tenía sentido. Lo hice. Abracé ese árbol y me sentí genial. Pensé, todo es uno. No hay un tú, un yo, un él… un alma individual, una unidad, un ser… todo es la misma energía… todo es uno. A partir de ahí, el verdadero viaje comenzó. Todo es uno, todo es uno, todo es uno. - ¿Sabes que he pensado? todo es uno - Claro… Viti no iba drogado. Pensaría que solo estaba colocado, que no era importante. Seguimos andando por aquellas extrañas calles. Eran las mismas calles que había pateado mil veces, pero ahora se veían distintas, todo parecía nuevo. La percepción del tiempo dejaba de existir; cinco horas podían convertirse en unos minutos y unos minutos en una vida entera. Solo era el principio. Llegamos al cruce que separa Plaza de España del Templo de Debod, que está dividido por dos largas calzadas, y cruzamos; solo quedaba el último trayecto para acabar en el templo. La zona parecía oscura y siniestra. Me sentí triste al adentrarme por allí. Sabía que algo malo pasaría si tomábamos aquel camino. -No quiero ir por allí -dije. -¿Por qué? -preguntó Viti. -Porque no quiero, me da mal rollo. Estaba en plena ensetada. Cruzamos, de nuevo, al otro lado. -Tú, tío, espera… que me estoy meando -dijo Viti. Se alejó, buscando un arbusto o algo donde mear y me quedé solo. El tiempo pasaba y me entró miedo. Estaba solo, otra vez. -Date prisa en mear, no me dejes aquí solo. No respondió. -Aunque estar solo no es malo. Me gusta estar solo. Es más, me gusta como soy… joder, me encanta quien soy. Estoy hasta la polla... tanto odiarme a mí mismo, me gusta mi mente, me encanta quien soy. Di un par de patadas a una valla. El ruido rebotaba, expandiéndose por el aire. -Me gusta quien soy... ¡joder!... estoy harto de odiarme… odiarme a mí mismo. -¡Ehh tío! cálmate, no armes jaleo -dijo Viti. Terminó de mear y subimos la calle, por la parte más iluminada, hacía Debod. Era un nuevo viaje, un nuevo mundo. Subiendo esa larga calle, cogí a Viti por el hombro, mientras caminábamos y le dije: -Tío, tu eres mi hermano, mi hermano de otra madre... eres mi mejor amigo, esta noche será única… un verdadero viaje... La psilocibina me subía más y más. En cambio, a Viti seguía sin colocarle. Experimentaba, también, un colocón físico, orgásmico, una sedación y relajación corporal acojonantes, parecida al xanax o el eme. Conseguí llegar a Debod, por fín, y me senté en un banco. Las luces producían estelas alargadas que rozaban el infinito. Todo parecía un sueño, igual lo fue. Comencé a reflexionar. -¿Sabes cuál es mi mayor problema? -¿Cuál? -me preguntó Viti. -Que me odio a mi mismo, sí, me odio a mi mismo... porque tengo potencial, veo que puedo lograr cosas, están ahí, tan cerca, pero cuando intento tocarlas, se esfuman como el humo… como un espejismo. Di un par de pasos en silencio y seguí hablando. -Si fuese un tonto, si fuese un mediocre, pues me daría igual… pero soy alguien con potencial, con mucho que ofrecer… y a la vez me jodo a mí mismo, me pongo la zancadilla continuamente… Los hongos hacían que las barreras impuestas cayesen. -Y no sé, mi vida siempre fue una mierda, porque todos los niños tenían infancias normales, corrientes, y yo veía a mi padre… bipolar, depresivo… gritos, peleas…mientras los demás niños jugaban felices... Y no sé, mi madre, ¡joder! es una puta pesada…es una pesada de mierda, pero tiene razón. Soy un vago, un borracho, un drogadicto...soy inteligente pero lo dejo todo para luego. Mi vida es un desorden, un caos. Estoy perdido. Soy un fracasado. Me canse de hablar y me callé. Tenía un colocón corporal difícil de explicar. Era como cuando te corres, todo el rato, perpetuándose. Las luces de las farolas cambiaban de intensidad, variando de potencia, como esos interruptores que regulan la luz, encendiéndose y apagándose lentamente. Todo era igual, pero se apreciaba distinto. Paradójicamente, me sentía más normal que nunca. Como si regresase a un lugar, un sitio en el que ya había estado, el alma universal. Volvía a casa, por fin, después de tanto buscar. Después de tantas epopeyas de autodestrucción y drogas, encontraba la meta final, esa esencia. Eso que se nota, pero que no sabes explicar. Por fín, entendía. Nos creemos tanto y somos tan poco. Un segundo en un billón de años. Un mosquito en un universo. El colocón de las setas va por subidas y bajadas. Dejé de pensar. Otra dosis de sedación corporal recorrió mi cuerpo. Las piernas y los brazos me pesaban, costaba bastante andar, moverse o estar de pie. Me senté en un banco y empecé a reirme, soltando grandes carcajadas sin control ninguno. El sonido era extraño, mi risa sonaba distinta. No podía controlar lo que decía. El ego disminuía, haciendo recordar quien eras. Cuando eres niño naces puro, pero la gente y la vida, te va moldeando, amargandote, convirtiéndote en aquellos que odiabas. Las setas te hacían recordar quién eras, cuál era tu verdadero ser. Te hacían volver a tu verdadero yo, a la pureza. -Somos tan egoístas… siempre yo, yo, yo.. .escucha mis problemas, mi vida es una mierda, he hecho esto y aquello, siempre hablando de mí… nunca escuchamos a los demás, solo esperamos nuestro turno para hablar… queremos ser mejores que los demás, tener ropa cara, un coche de lujo, una mujer atractiva, ser famosos, ricos, guapos, triunfadores… pero en verdad lo queremos para ser más que los demás, para alimentar nuestro ego, nuestro narcisismo, para mirar por encima a los demás... -Dije. Viti bostezaba mientras yo hablaba. -Y me da asco, porque todos formamos parte de ello… es una mierda…¿No nos damos cuenta? siempre nos jode el ego, el querer ser superiores a los demás, el aparentar, el malmeter, pero nadie es más que nadie. No somos nada, solo somos una cosa más de este mundo, un grano de arena en el universo… aunque el ser humano se crea el centro de todo. Las horas se hicieron minutos y los minutos segundos. El tiempo pasó volando. Cuando me di cuenta ya eran las cinco de la mañana. Viti quería irse; no estaba drogado y se aburría. Me levanté e intenté andar, pero me temblaban las piernas. Parecía que había olvidado andar o que tenía alguna discapacidad mental. Mi amigo se reía de mí mientras yo trataba de parecer una persona normal. Las piernas me pesaban demasiado. Seguí dando paso tras paso hasta que conseguí caminar con normalidad. El aire me daba en la cara y la luna se reflejaba en mi rostro. -Tengo frío -dijo Viti. A Viti le subiría más tarde, al llegar a casa, pero él todavía no lo sabía. Yo iba dando la nota, gritando demasiado, diciendo cosas raras. Un tipo vestido con pantalones marrones y sudadera verde se giró a escuchar lo que decíamos. Se paró esperando a que llegásemos a donde estaba él. Parecía un puto secreta. Me entró la paranoia y atravesé un largo cruce para llegar al otro lado de la calle; Viti me siguió. Bajamos unos diez metros y ahí estaba de nuevo, el mismo tío con la misma ropa ¿Era él o era otro tío con la ropa parecida? ¿O era solo una paranoia producida por la psilocibina? ¿Si era él cómo había llegado ahí? se metió por otra calle y desapareció. -¿Has visto lo mismo que yo? -pregunté. -Sí… Nos quedamos callados un rato. -¿Era él seguro? -preguntó Viti. -No lo sé. Bajamos la calle y llegamos a Plaza de España. Nuestros caminos se dividían. Viti me estrechó la mano y se fue en dirección contraria a la mía. Me quedé solo. Era una extraño sentimiento, como una locura pasajera. Mi visión periférica se incrementó considerablemente. Era algo parecido a un ojo de pez o gran angular. Los detalles se apreciaban más nítidos que nunca. Mi calle estaba a cinco minutos. Caminé torpemente, volviendo a casa. Mis oídos se agudizaron cada vez más. Escuchaba cualquier leve ruido, por pequeño que fuese; pasos de personas que estaban a cien metros, mis latidos,etc. Aunque lo mejor seguía siendo las luces; cambiaban de intensidad o de tonalidad; el color era el mismo, sin embargo, cambiaba la temperatura. Andaba haciendo eses, confuso y sobreestimulado. Una gota cayó sobre un charco y el sonido se repitió rebotando como un eco, igual que mis pensamientos. -¿Quien eres? eres, eres, eres… Estás loco, loco, loco…. -Mis pensamientos se repetían incesantemente, retumbando dentro de mi cabeza, a toda velocidad. Miré un espejo de un portal, observé mi cara por un segundo y seguí andando. La imagen se repetía continuamente en mi cerebro. Mis pupilas, eran enormes, y mi expresión facial era distinta. Parecía otra persona, que no era yo. Mi mente comenzó a hablarme: -Te vas a quedar loco, loco como tu padre. ¿Y qué era estar loco?, contesté, ¿Esto era estar loco o la verdadera locura era la del día a día? millones de personas malgastando sus vidas haciendo cosas que odian por un puñado de papeles, malgastando la aventura de vivir. Toda su vida en la misma ciudad, los mismos amigos, la misma novia, los mismos bares, la misma depresión, las mismas ganas de morir, la misma autodestrucción ¿Y esto era locura? ¿matarme bebiendo no era estar loco? ¿Quién es el cuerdo en un mundo de locos? Ya estaba cerca. Las calles eran oscuras, llenas de grafitis y rencor. Se notaba la energía negativa en el ambiente. Un conducto de ventilación, de un edificio, me sopló aire inesperadamente. Me escabullí de él asustado. La ciudad era extraña y terrorífica, llena de tristeza y dolor. Vivíamos en un hábitat antinatural, un ecosistema artificial. El ser humano cada vez era más parecido a un robot y menos a una persona. Estábamos siendo deshumanizados, viviendo en bosques de hormigón, en una jungla de coches. Hemos olvidado las raíces, el contacto con la naturaleza, con el universo. Tenemos que volver a la tierra. La única revolución que triunfará será la revolución espiritual. Tenemos que despertar, tener pensamiento propio, ser dueños de nuestro destino. Si uno por uno despertase, y tomase las riendas de su existencia, venceríamos. Ellos controlan toda nuestra vida, desde la ropa que te pones hasta el veneno que comes y los productos que echan a tu agua. Implantan deseos en tí que no necesitas, hacen que te vuelvas egoísta, narcisista y avaricioso. Te dan a elegir entre votar a un partido de mierda o votar a otro partido de mierda mientras el paripé amansa a los idiotas y gane quien gane todo sigue igual o peor. El problema no es el capitalismo, es el hombre. Muchas ideas nobles acabaron en genocidios. Llegué a mi portal, subí el ascensor y miré mi reflejo en el espejo. Mis pupilas ocupaban todo el iris de mis ojos. Subí al segundo, cogí las llaves dentro de mi pantalón y entré. Fui a la habitación, encendí el ordenador y puse música. Me tumbe en la cama. Me sentía realmente cansado, pero a la vez agusto. Me encendí el buenas noches. La música sonaba genial mientras la luz cambiaba de temperatura. Era la última subida. Me termine el porro y lentamente fui volviendo a la normalidad hasta que me quedé dormido. Reflexiones Solo quiero escribir, sin rumbo fijo, sin saber a donde irán estas líneas. Miro el hielo desecho al fondo del vaso ¿Donde están esos artistas? hoy en día solo quieren ser famosos. El ser humano destruye al héroe; nadie consigue cambiar nada. Tantos y tantos mártires que murieron por cambiar algo. Por más que escriba solo son líneas y renglones que no van a ninguna parte. El problema del mundo somos nosotros, tú y yo. Veo a diario supuestos salvadores, animalistas, veganos, comunistas… Solo son narcisistas. El coltán de sus móviles mata a más personas que las que intentan salvar. Hipocresía, solo veo hipocresía. Allá donde vayas les verás, falsos, judas, vendehumos. Feministas radicales de doble rasero, comunistas que critican dictaduras, salvo las de izquierdas; revolucionarios de twitter... Divago entre las subidas y bajadas de las drogas. Vuelvo a mi yo. Estoy solo en mi habitación. Juan y Miki no suelen quedar, ya ni les pregunto. Los amigos solo son gente para pasar el rato. Me gusta estar solo, beber solo, drogarme solo. Escribo a oscuras. No lo hago por los demás, no escribo para aumentar mi ego, tecleo para no morir, para liberar cada jodido trauma. Cada página hace que me conozca más a mi mísmo. Sin darme cuenta analizo a las personas, la vida, los defectos, la belleza. Los defectos suele ser lo que más caracteriza a alguien. Un culo amorfo, una calvicie incipiente, unos dientes feos, un lunar en la cara. Al principio los odias, pero al final forman parte de ti; son tú. La gente malgasta tanto tiempo en esconder quién es. Cuando lo hacen todos señalamos con el dedo y nos reímos, aunque por dentro envidiamos su valentía. Porque no queremos sentirnos débiles. Somos cobardes. Casi nadie tiene verdaderas pelotas cuando están solos, muchos nunca lo están, no se conocen. La soledad es como todo, tiene cosas buenas y malas. Las buenas son que hablas contigo mismo, en tu interior, y aprendes quién eres. Me encanta estar solo, pero no durante demasiado tiempo. La rutina y el aburrimiento acaban volviendo loco a cualquier persona, y la soledad, al final; termina convirtiéndose en hastío. Con el tiempo, volvía a salir de fiesta, hacía nuevos amigos, bebía, me drogaba, pero me acababa aburriendo. La diversión es tan efímera y el aburrimiento tan largo. Me siento como un niño en un parque de atracciones que no tiene la altura necesaria para montar en ningún puesto. El mundo es maravilloso si tienes dinero, si eres pobre eres la última mierda. Da igual. Me puse la ropa y salí a la calle. Cuando te das cuenta de las cosas, de la verdadera realidad de cómo funciona el mundo, de la manipulación, del sistema, de la élite, de tu alma, del universo, ahí es cuando más solo te sientes. Pocos llegan a entender cómo funciona el mundo y aún menos comprenden de qué trata la vida. El mundo se mueve por dinero, poder, drogas y control de la población; ascender, pisotear a los demás, arrinconar a tu adversario y si no se rinde matarlo; detener el avance de energías alternativas (energía toroidal), promover guerras, hacer atentados de falsa bandera, como el 11s; robar petróleo, ilegalizar la droga para meterte en la cárcel, pero dejar que entre para que todo empeore; permitir que las mafias controlen países sudamericanos y cuando el capo tiene demasiado poder matarlo o extraditarlo; matar a disidentes, artistas, activistas. La lucha nunca parará. Las sirenas suenan en las calles, las drogas se venden y el presidente se lleva su 15% por ciento. El mundo sigue girando mientras tu culo es pateado por algún cerdo vestido de azul. Y tú sigue pensando en ti, en ganar dinero, meterte droga, la vida padre. Despierta. Desde niños nos querían instaurar una verdad oficial, una historia del vencedor, falsas excusas para entrar en guerras y ganar miles de millones de dólares. Desde la revolución francesa hasta la guerra de Siria, crean los precedentes o influyen a que las cosas surjan y miran para otro lado. Todo se basa en dinero y control de la población. De eso trata el mundo. En cambio, el universo es diferente; es darte cuenta de que todo es uno, que nadie es más que nadie y que aunque seas un genio solo sabrás una puta mierda en cuanto a la verdad absoluta; es percatarte de que hay una energía única que hace que todo viva. Todo es uno. Mata tu ego. Alomejor repetimos vidas, alomejor reencarnamos en otra persona, igual todo es un sueño y morir es despertar. No lo sé. Sólo sé que hoy doy gracias de estar vivo. Mujeres Desde que tengo memoria me apasionan las mujeres, su belleza, sus sonrisas, esas miradas... Sabía lo que era el sexo sin que nadie me lo explicase; no recuerdo cuando lo aprendí. Las niñas eran distintas y especiales. Llevaban coloridos vestidos y cabellos largos. Los chicos jugábamos en el recreo, intentando llamar su atención, pero pocas veces lo lográbamos. A mí me gustaba una chica que se llamaba Elena. Elena no era guapa, sin embargo, tenía algo especial. Ella y casi todas. Tenían algo que me atraía. Deseaba saber qué había debajo de aquellas faldas que giraban y giraban mientras bailaban, aquellas niñas sonrientes de pendientes redondos. Sus pelos ondeaban al viento haciendo que su perfume llegase a mi nariz. Me encantaba esa sensación. Lo único malo de Elena es que era la hermana de Hugo, que era el niño más conflictivo de segundo, y podía meterme en problemas. Recuerdo que se sentaba al lado mío. A veces, mientras se reía, se recogía el cabello detrás de las orejas y me miraba de perfil. En esos momentos notaba algo en el pantalón, en la entrepierna, cobrando vida. Un día entre sonrisas esquivas, me miró fijamente y dijo: -¿Quieres ver mi coño? No podía creer lo que acababa de decir. Asentí incrédulo. -Sí -susurré. Entonces lentamente se abrió la falda. Tenía unas bragas blancas de algodón. Separó la braga y mostró su vágina. Era algo hermoso, excitante y prohibido. Estaba tan cachondo que tenía un calor inhumano. -Ahora tú -dijo. Bajé la bragueta del pantalón y saqué mi pene. Estaba erecto y ella lo observó con deseo. Después de un rato me lo guardé. -¿Puedes enseñármelo de nuevo? -pregunté yo. Accedió y volvió a mostrar su coño. Era algo hipnotizante. Lentamente acerqué la mano a sus labios inferiores, pero cuando estaba a punto de tocarlo, la apartó bruscamente. Me miró, se rió y se puso la falda. Las mujeres tenían un extraño poder. Sentía la polla a punto de estallar. Ella me miraba y yo observaba su boca, sus labios, sus ojos… Me lancé a besarla, pero el profesor me interrumpió. -¡Miguel! ¡Castigado en la esquina! -gritó. Me levanté y me fui a la esquina con el pene duro y una gran tienda de campaña en los pantalones. Al día siguiente los niños hablaban de mí y Elena. Éramos el chisme de todo el colegio. La campana del recreo sonó y todos bajamos desordenadamente las escaleras. Cuando llegué al patio la gente me observaba. El rumor había corrido por todos los cursos. Ví a Hugo al fondo de aquél lugar. Me miró y se acercó hacia mí. En esos momentos las cosas ocurren de forma más lenta; seguramente segreguemos dmt en situaciones límite. Hugo daba largos pasos, cada vez estaba más cerca. Podía notar el odio en su mirada. Al final llegó. -Hijo de puta ¿Te quieres follar a mi hermana o qué? -preguntó. -Yo no hice nada… fue ella. La gente comenzó a rodearnos. Querían espectáculo, algo de violencia.-¿La estas llamando guarra? -Bueno… un poco sí, pero eso es bueno. Después de decir eso, se enfadó y me empujó. Se aproximó a mí dando puñetazos a lo loco, sin precisión ninguna. Esquive un par, esperé el momento y le metí un gancho. Por un momento se paró y dudó. Me volvió a empujar y nos separaron. Hugo no quiso seguir; olí el miedo. Elena no volvió a hablarme. Le pedí que mostrase su coño, pero nunca volvió a querer. Así era la vida, tarde o temprano lo sabría; los colegas se van, los coños también, piensas que estás solo y no queda nada más, pero haces nuevos “amigos” y conoces nuevas mujeres. Todo es un ciclo, todo acaba y todo regresa de una nueva forma. Mis padres me cambiaron de colegio. Mi padre pensaba que mi hermana, que tenía seis años más que yo, se juntaba con porretas. Y así, de un día para otro lo decidió. No había marcha atrás. Cuando mi padre se proponía algo, se hacía; le daba igual la opinión de los demás. Nos matriculó en un colegio de monjas, una secta cristiana. Solo acabó fortaleciendo más, algo de por sí innato en mi forma de ser, esas ansías de libertad e individualidad extremas. Teníamos que vestir de uniforme. Llevaba un jersey azul marino, unos pantalones grises y unos zapatos negros y pesados. Parecíamos soldados de una guerra a favor del aburrimiento. Todo era estructurado y oscuro. Las cosas que me explicaban eran sencillas y repetitivas, me aburría. Necesitaba experimentar, crear, que me enseñasen a pensar, no a memorizar. Todo era una mierda, los niños no me querían ahí, no encajaba. Normalmente me quedaba solo o con Guille, también conocido por Boke. Tenía una cabeza apepinada y unos ojos feos y ahuevados, como de un pez. Boke corría como un estúpido; movía más los brazos que las piernas. Era gilipollas. Yo intentaba hablar más con las niñas. Quería encontrar a la próxima Elena, alguna chica que me enseñase su misterio. A los demás niños les caía mal; suele haber más maldad en edades ignorantes. Viti encabezaba el grupo. Era un niño bajito y débil, pero con gran poder de convicción. Por alguna razón, me cogió manía y manipuló a otros para que se burlasen de mí. Me llamaban Rufus, como la rata de Kim Posible, ya que tenía unos grandes dientes paletos. Yo intentaba pegarles y ellos salían corriendo. Corría y corría detrás de ellos, pero al estar gordo, no conseguía atraparles. Huían riéndose de mí, sin que yo pudiese hacer algo. Al final me rendía y dejaba de correr. Solo quedaba resignarse. Después de unos meses terminé por sentarme solo en un banco. Los niños jugaban alegres y felices mientras yo les miraba triste y callado. Debía de ser distinto al resto, un tipo raro. Un día cualquiera, Viti y sus amigos se acercaron a mí. Estaba rodeado de pequeños matones. Estaba Meirás, Hector, Viti y algún idiota de otro curso. Yo les miraba mientras me preguntaba dónde habrían aprendido a ser así. La maldad debe de ser innata en el ser humano. -¿Por qué no vienes con nosotros, eres marica o qué? -preguntó Viti. -No. -¿Entonces por qué vas con las niñas, como Joaquín? Joaquín era un niño alto y amanerado. Sus gestos y posturas delataban su condición sexual. Todos se rieron menos yo. -Son bonitas -respondí. Les hice gracia. Por primera vez se reían conmigo y no de mí. Lo curioso del bullying es que es como un chiste, cuando se repite muchas veces durante demasiado tiempo, acaba por perder la gracia. Se cansaron de mí y la tomaron con otro. Los años pasaban y me acostumbré a la soledad, hasta que llegó sexto. Tenía once años y a las chicas de clase ya les empezaban a crecer las tetas, los chicos ya se hacían pajas y los sobacos comenzaban a apestar. Era una edad de cambio. Había muchas chicas, pero la mejor era Andrea. Era una chica rubia de ojos azules con una bonita sonrisa. Tenía unos pechos bastante grandes para su edad. Todos estábamos enamorados de ella. Hablábamos con ella sin saber muy bien que hacer para conseguir besarla. Solo éramos niños jugando a ser adultos. Aún recuerdo que tenía un lunar cerca del labio que le daba un toque diferente al resto. Me obsesioné. Me pasaba horas observándola, admirando su belleza; aunque cuando se daba cuenta de que la estaba mirando, apartaba la mirada fingiendo desinterés. Tenía miedo a no gustarle. Era el chico gordo, el que ninguna chica quería. Viti tonteaba con ella en los pasillos. Se abrazaban, se reían, le apartaba el pelo de la cara… me ponía celoso. Veía esas caricias, esos momentos. Yo solo conseguía entablar tres frases con ella. Siempre ganaba otro. Viti empezó a salir con Andrea. Iban cogidos de la mano por el recreo, se sentaban en un banco y se besaban. Siempre era otro el que era feliz, no yo. Pero yo no era el único que estaba enamorado de Andrea, el Cheto también lo estaba. Andrea se cansó de Viti a los cuatro días y Cheto consiguió su oportunidad. Parecía que cualquier tonto podía conseguirlo menos yo. El tiempo pasó, sexto acabó y Andrea y Cheto cortaron. Las cosas cambiaban, parecía que la vida avanzaba sin esperar a nadie. Al final jamás ocurrió nada entre nosotros. Me olvide de ella. Es curioso como algo parece lo más importante de tu vida y al año siguiente no significa nada para ti. Pasé a primero de la eso. Las chicas cada vez eran más excitantes y sexuales. Se olían las hormonas en el ambiente. Ellas lo notaban y se remangaban las faldas, haciendo ver más trozo de pierna. Los niños éramos más violentos que nunca, parecíamos monos marcando su territorio, luchando por demostrar quién es el alfa, el líder. Viti había dejado de ser el cabecilla del grupo y Héctor empezó a meterse con él. El universo devuelve todo lo que das. En aquella época no tenía autoestima ni sabía quien era. Todo el mundo se reía de mí. En realidad, todos se reían de todo el mundo, solo que todavía no lo sabía. Me limitaba a ir con el grupo de los perdedores. Estaba Xin yi, Pilar, Irene y Atienza. Atienza era un chaval alto, larguirucho, con grandes mofletes y bastante feo. Coincidió con nosotros porque repitió sexto de primaria. Todavía sigo preguntándome cómo cojones pudo repetir sexto ¿No sabía dividir veinte entre cuatro o qué? sigo sin entenderlo. Pilar, sin embargo, era una chica alta, tímida y muy inteligente. Su pelo era negro y su cara era redonda con profundas ojeras. Era introvertida y depresiva. Solía discutir con su padre por teléfono. Después se marchaba nerviosa, sin dar explicaciones. Nunca nos contaba lo que le pasaba. Irene era una chica bajita y gordita. Tenía buen sentido del humor. Solía llevar dos trenzas negras, una a cada lado. Y después estaba Xin Yi. Qué más puedo decir de él... en aquella época era mi mejor amigo. A Irene y Pilar le gustaba el anime y los videojuegos. Nos reuiníamos todos en su casa, intentando aislarnos de la mierda que surgía alrededor. Jugábamos a videojuegos y tonteabamos, creando amistades inocentes. En clase todos atendían menos yo. No podía quitar los ojos de encima de Patricia. Era una chica con buen cuerpo, pero fea, aunque su cara no me importaba. Me gustaba porque trataba a todos por igual, sin hacer distinciones. Era un alma bella. Tenía el pelo rojizo y rizado, la piel pálida y suave, y unas bonitas piernas que acababan en un culo respingón. Me gustaba, aunque no sabía qué hacer para conseguirla, a ella ni a ninguna. Aún hoy no lo sé. Supongo que el truco es improvisar. A medida que el curso avanzaba, Atienza empezó a tontear con ella. Se abrazaban y se reían. Yo permanecía callado; nunca supe expresar mis sentimientos. Me ponía celoso verlos. Después, en el recreo, jugando al fútbol, conseguía mi venganza. Golpeaba sus costillas con rodillazos o le tiraba al suelo de un empujón. El caía resentido, preguntando el por qué, con el abdomen dolorido y la cara hinchada. Atienza terminó saliendo con Patricia. Yo me mantuve al margen. Recuerdo aquellos días lluviosos en los que sabía que no iba a ser feliz. Resulta duro recordarlo. Uno se hace a la idea de que la tristeza es solo un bache, una mala racha, pero en verdad siempre acaba perdurando, al menos en mi caso. Luchas y luchas y luchas, y todo sigue siempre igual ¿Cuánto más nadaré a contracorriente hasta darme por vencido y perderme en la profundidad? ¿Cuánto más? Mis amigos se enteraron y a su vez el resto de la clase. Los murmullos resultaban molestos. Me sentía observado y señalado. Atienza se plantó en el recreo y me gritó. -¿Quieres a mi novia o qué? La gente le sujetó. El se creció al ver que la gente estaba en medio. -¡Te voy a partir la cara! -gritó Me acerqué lentamente a él y mirándole a los ojos le dije: -Hazlo. Al final no hizo nada. Me marché de ahí lentamente mientras la gente me observaba. Pasó el tiempo y Patricia y Atienza rompieron. El tiempo soluciona todo; por fín tuve mi oportunidad. En ese momento solíamos hablar por messenger y compartir secretos. Un día nos quedamos solos en un pasillo. Ella me cogió de la mano y nos metimos en un baño. Empezamos a besarnos. Era mi primer beso. Tenía doce años. Nos besábamos sin saber muy bien como se hacía. Nuestras lenguas chocaban y se entrelazaban mientras mi mano subía lentamente desde su pierna hasta su culo. Era algo increíble ¿Por qué no había hecho esto antes? Empezamos a salir. Era algo asombroso, tenía novia. Yo tenía novia. Quedábamos en el pasillo para hablar antes de entrar. Hablábamos, nos abrazábamos y cruzábamos miradas. Después entrábamos a clase y nos sentábamos al fondo del aula. Aún recuerdo ese perfume a rosas. Le tocaba la pierna y lentamente subía hasta alcanzar sus bragas. Ella paraba mi mano y se reía. Era excitante. Los viernes, después de la última clase, íbamos a los baños de primero de la E.S.O. y nos besábamos durante media hora. Era feliz, jodidamente feliz. Pero el tiempo fue pasando y lo que al principio era nuevo y asombroso se acabó convirtiendo en algo aburrido y repetitivo. En seguida aprendí una lección: muchas veces sobrevaloramos lo que no tenemos. Después de un mes empecé a fijarme en otras chicas. Veía a Marta desfilar por los pasillos de primero y me olvidaba de cualquier otra. Era una chica guapa con grandes labios y bonitos ojos. Tenía unas bonitas piernas, un buen culo, y un gran pecho. Me encapriché de ella. El curso llegaba a su fin y estaba cansado de Patricia. Normal, solo era un niño que se había cansado de su juguete. Uno en esos años no es consciente del dolor que causa a los demás, simplemente fui egoísta. Un día lo decidí y la dejé. Acabé saliendo con Marta, pero ella me dejó por otro. Uno siempre recibe lo que da. De un curso para otro me hice amigo de Héctor y dejaron de reirse de mí. Uno piensa que odia a sus enemigos, cuando, en realidad, muchos solo quieren su aprobación. En tercero estábamos jodidamente locos. Un cóctel de hormonas y testosterona imprevisible. Los tíos se metían en peleas o discusiones y las chicas habían dejado de ser bonitas niñas inocentes y se habían convertido en adolescentes sexuales. Recuerdo que nos preguntaban cuánto nos medía la polla y cosas similares, respuestas a las que todos tendíamos a exagerar. Los chicos de mi clase eran Alejandro, Javier, Cheto y Meirás. Los dos primeros eran los supuestos tíos populares del instituto. Alejandro era un chico con el pelo moreno y ondulado. Tenía una físico formidable para su edad. Era zaguero derecho del Canoe (un equipo de rugby). Recuerdo que un día jugamos un partido y nadie podía pararle. Amagaba hacia un lado, después a otro, y se escapaba de tí rompiendote la cadera. Un buen hijo de puta. Javier era el guaperas. Un rubio que se ligaba a todas las tías buenas del instituto. Era un chico delgado con buen rostro, pero bajito y pequeño. Cuando íbamos al vestuario, después de la clase de educación física, los chavales se comparaban las pollas, intentando demostrar quien la tenía más grande. A mí siempre me pareció algo raro y bastante homosexual, así que nunca participé. El ambiente en esas clases era crispante. Se palpaba la energía violenta en el aire. Cada uno de los chicos tenía su mote. A veces nos burlabamos unos de otros, discutíamos o nos metíamos en alguna pelea. Alejandro era Moneti, porque tenía cara de chimpance; Javier era “el fideo” o “el gatillazo” (le dio un gatillazo con una chica); Antonio era Cheto, por su diente amarillo, o Harry Potter, por sus gafas y su pelo casco; Meirás era el nazi o Klaus, porque era rubio y tenía cara de alemán; y yo era el Rufus, por mis dientes paletos. Nos pegábamos en medio de clase, tirando mesas alrededor o rompiendo cosas; todo nos importaba una mierda. Los profesores no sabían qué hacer con nosotros. En el fondo nos caíamos bien, pero nuestro ego nos impedía verlo. Cuando eres un niñato quieres ser el mejor, el más chulo, el que más liga, el que mira por encima a los demás… pero con el tiempo la vida te va dando ostias hasta que aprendes lo que es la humildad. Aprendes que casi todos estamos igual de jodidos y sin rumbo que tú. Aprendes que todos somos unos perdedores fingiendo una vida de triunfos, un escaparate, un perfil de instagram... La gente más fuerte es la que tiene el valor a sufrir sin fingir, sin temor a que les vean los demás. Hasta entonces solo eres un niñato que malgasta tiempo. Había una chica que me volvía loco, Inés. Era una chica bajita, morena, con el pelo largo y liso, y una bonita sonrisa. Siempre estuve enamorado de ella y probablemente si la vuelvo a ver, lo estaré de nuevo. Era una chica atractiva, pero lo que más me gustaba era ella es que todo fluía sin necesidad de forzarlo. Era pura química. Lo malo es que siempre me vió como un amigo. La jodida friend zone. Todavía era un estúpido imbécil que pensaba que lo que querían las chicas era un chico gracioso, sensible, simpático, que las escuchase, las hiciera reir… puras chorradas. No quieren a un chico blando, quieren un hombre. Alguien seguro de sí mismo, con confianza, con pelotas, alguien que les de seguridad. En cambio si eres un puto idiota que habla mucho y no hace nada, solo conseguirás ser un pringado. No quieren a un pesado que vaya detrás de ellas, quieren alguien que las siga el rollo un rato y luego pase de ellas. En realidad, es un juego. No hay nada más atractivo que ver que algo que parecía tuyo, te lo arrebaten de repente. Tardaría mucho tiempo en darme cuenta. Puff Inés… lo que más me excitaba de ella era ese piercing en la lengua, le daba ese toque morboso. Al final, dos o tres años después, acabamos enrollandonos. Sin embargo, fue algo raro, habíamos sido amigos tanto tiempo que resultaba aburrido. Uno se pasa tanto tiempo deseando algo para luego darse cuenta que no es para ti. Inés decidió dejarlo y yo me obsesioné un tiempo. Siempre me obsesiono con las mujeres, pocas veces las amo. En los estudios me iba regular. Siempre fuí un alumno vago, pero notable. Aprendía rápido. En media hora acababa de estudiar lo que otros en dos, lo que me convirtió en un procrastinador. Todo lo dejaba para luego. A veces tenía un examen el martes y pretendía estudiarmelo el lunes. El lunes llegaba. Volvía de clase y comía. Después me tumbaba en el sofá y encendía la tele. Me decía a mí mismo: -A las cinco empiezo… solo un rato de tele. Llegaban las cinco. -A las seis, a las seis. Se hacían las seis. -A las siete, a las siete seguro. Y así hasta las doce. Entonces abría el libro, me estudiaba la mitad de lo que entraba y al día siguiente, desayunando; la otra mitad. Aprobaba. No solo no suspendía sino que encima sacaba notables o sobresalientes. Pero en tercero me importaba todo una mierda. Me quedaron siete para junio porque no me apetecía hacer nada. Entonces me entró el miedo a repetir. Era como el sonido de una bomba, acercándose la cuenta atrás. Cuando llegaba el verano terminaba por acojonarme y estudiar la última semana. Siempre terminaba aprobando todo ¿Para qué iba a malgastar un año si podía aprobar en una semana? pero el problema nunca fue ese, sino que me acostumbre a no dar nunca el cien por cien ¿A dónde habría llegado si me hubiese tomado las cosas en serio? probablemente ya sería escritor o director de cine y no un puto drogadicto que vive en casa de sus padres. Ya da igual, a veces hace falta sufrir para aprender ¿Acaso no dijo alguien que los últimos algún día serán los primeros? Llegué a cuarto de la E.S.O.. Un conjunto de factores hizo que este fuese el mejor año de mi vida. Conocí el alcohol, el sexo y la marihuana. Los rencores del pasado quedaron atrás. Ya no había enemigos, ni antiguas rencillas; todos fumábamos de la planta. Fue así de sencillo. Llegó la marihuana y todos nos hicimos amigos. Las drogas tienen algo espiritual. Si no conoces a alguien en algún lugar nuevo, invitale a un canuto. Es así de fácil. Bueno, al menos antes era así. Antes había un mayor sentimiento de hermandad o comunidad. Sí alguien era un fumado, había buen rollo. Ahora, todo el mundo quiere reirse de los demás, quiere ser superior. Idiotas que se creen trap y solo son unos ninis con ropa cara pagada por sus padres. Todavía recuerdo esos momentos con canciones de reggae y rap mientras fumábamos hierba mediocre y nos subía como una kush. Buenos tiempos, eran buenos tiempos. Cuando era el recreo intentábamos huir a la calle fingiendo ser de bachillerato, pero nuestro uniforme nos delataban. La monja, que vigilaba la puerta, era una anciana paciente y aburrida. Solía sentarse en una silla de mimbre delante de la puerta, vigilando quién entraba y quién salía. Sus arrugas marcaban el contorno de su cara. Tenía una gafas gruesas, como de culo de vaso. La llamábamos la Blasa. Tenía una vista periférica mediocre o nula. A veces conseguíamos escapar y nos fumabamos un cigarro. Yo le daba dos caladas y no quería más. El tabaco siempre me supo a ceniza, algo realmente asqueroso. Cuando no podíamos huir de allí, vagabamos por el edificio. Teóricamente estaba prohibido y solo podíamos estar en el patio, ya que nos podían poner un parte o expulsar varios días, pero a nosotros nos importaba una puta mierda. Nos hacía más gracia y todo. Nos colábamos en el salón de actos para ir a la sala del desván donde guardaban el futbolín. Jugábamos por turnos mientras alguien vigilaba. Héctor y Viti fumaban cigarros dentro, dejando una atmósfera de humo y efímera juventud. Todo estaba planeado. Estábamos mejor organizados que la mafia. Teníamos un vigilante y una puerta de emergencia para huir. La primera semana nadie se percató, pero un día Antonio me dijo: -Oye ¿Dónde vais en los recreos? ¿Sabéis que está prohibido salir del recinto no? Nos hicimos los locos. Aunque ese cabrón no lo dejaría ahí. Un viernes, como otro cualquiera, fuimos a jugar al futbolín. Jugábamos Viti y yo contra Héctor y Meirás. Saqué. Pegué un giro brusco al mango y el muñeco impactó en la bola, metiéndose a toda velocidad en la portería rival. -Ohhh... ¡Golazo! -grité -Te vas a cagar -gritó Meirás. Empezamos a descontrolar el nivel de voz. Hablábamos a gritos, discutiendo jugadas o celebrando victorias ¿Está o no está permitido girar la barra a lo loco? yo creo que sí, es mi única técnica. Pipo se encargaba de vigilar. Era un tipo extraño, físicamente hablando, tenía una teta mas grande que la otra. Es decir, su pecho izquierdo apenas tenía relieve y su pecho derecho parecía casi un seno de mujer. También poseía unos ojos feos y saltones, y unos dedos siniestros. Tenía la virtud de dislocárselos a voluntad. Daba grima ver esos dedos amorfos y torcidos. Aunque lo que más definía a Pipo es que era un vago y un despistado. En vez de vigilar, miraba como jugábamos. -Ahí, ahí… pierde, Rufus -dijo Pipo. -Vigila, cabrón. Entonces se giró y gritó: -¡Antonio, Antonio! Viti empujó la puerta de emergencias y todos salimos corriendo detrás de él. La alarma sonaba en todo el instituto. Riiing, riiiing, riiiing… llegamos a nuestras aulas y fingimos normalidad. Nos había salido perfecto. Nadie podía culparnos de nada; no tenían pruebas. Antonio llegó al pasillo a los cinco minutos. Me miró y me dijo: -Sé que habéis sido vosotros. -¿De qué hablas? -No te hagas el loco… Se fue enfurecido de allí. Al día siguiente fuimos y las puertas del salón de actos estaban cerradas con cadenas. Intentamos colarnos, pero solo pudieron Hector y Viti porque eran muy delgados. Entonces Meirás empezó a pegar patadas a una de las puertas, a lo que yo reaccioné haciendo lo mismo. Las cadenas cedieron y las puertas se abrieron. Fuimos al desván y jugamos al futbolín. Pipo vigilaba. -¡Estate atento puto teta amorfa! -gritó Meirás- que el otro día casi nos pillan por tu culpa. -Que sí Klaus, que sí. Entonces la cara de Antonio emergió detrás de Pipo. -¡Antonio! -grité. Intentamos huir por la puerta de emergencias, pero no servía de nada; estaba cerrada. Antonio sonreía de forma satisfactoria. Nos expulsaron tres días. Para mí que me expulsasen era algo normal; una vez me expulsaron un mes por insultar a una profesora, aunque esta vez era distinto. Al saber lo vago que era y que me lo iba a tomar como unas vacaciones, me hicieron ir todos los días al despacho de la directora. Era lo más aburrido del mundo, ver a esa vieja amargada leyendo en silencio mientras el tiempo se hacía eterno. Un día, tecleando en su ordenador, se tiró un pedo. Levantó la vista, me miró y siguió tecleando como si nada. Jodida cerda. Cuando volvimos a clase, después de la expulsión, tuvimos que tranquilizarnos un poco. Bajamos al recreo y nos sentamos en un banco de metal. Estaba jodidamente frío. Nos reuníamos y planeábamos los gramos de marihuana que compraríamos el fin de semana. Solíamos comprar veinte euros entre cuatro personas (hoy veinte euros me duran dos días) y hacernos porros grandes que rulasen para todos. Uno de esos días Patricia se acercó a nuestro banco y empezó a hablar conmigo. Era una chica guapísima de tez morena, pelo castaño y buen culo. La seguí el rollo preguntándome por qué, de todos esos capullos que me seguían, solo me hablaba a mí. Se fue meneando aquel culo magnífico debajo de esa falda gris. Al día siguiente volvío y al siguiente y al siguiente... La empecé a seguir en Tuenti. Tonteaba con ella por las noches. Le eche valor y la pedí quedar para tomar una copa. Conocía un bar que servían a menores, cerca de Ópera. Me dijo que sí. La encontré en Òpera. Estaba perfecta. Tenía un cuerpazo, al contrario que yo, que era un jodido fondón. Fuimos al bar, esperando que no me pidieran el D.N.I.. Nos sentamos en una mesa. El camarero se acercó. -Dos mojitos y dos chupitos -dije. Me miró fijamente y asintió dubitativo. Puff… menos mal. Trajeron lo que pedimos. Bebímos y hablabamos. La hice reir un poco, nos emborrachamos y nos fuimos de ahí. Bajamos las calles de Ópera y Palacio Real hacia Plaza España. El silencio era cortante y lleno de tensión sexual. Por fin llegamos a nuestro destino. Nos quedamos de pie mirándonos y nos besamos. Todo salió bien. Empezamos a salir. Aunque en el fondo siempre supe que faltaba algo. Patricia estaba buena, lo malo de ella es que siempre me pareció aburrida. No había esa conexión como había con otras. No había química, solo atracción sexual, al menos por mi parte. No era culpa suya, simplemente no estaba hecha para mí. Seguramente algún día conocería a algún aburrido y tendrían una vida insípida y repetitiva con unos hijos sosos y mediocres en una casa de color amarillo, pero yo no buscaba eso, prefería estar muerto antes que acabar así. En el fondo, siempre quise a una artista, una loca, una borracha, alguien que no me cambie sino que se destruya conmigo, viviendo mil aventuras por el camino, recorriendo el mundo con solo unos cientos de pavos. Ser libre. Muchos se les llena la boca de libertad, pero cuando les ofreces las liberación no tienen pelotas. Hay un mundo ahí fuera por recorrer y nadie quiere acompañarme. Tendré que irme solo. La segunda o tercera vez que quedamos fuimos al parque Sabatini. Llegué, me acerqué a ella y le di un beso. Después le cogí de la mano y fuimos dentro del parque. Hablamos sobre vanalidades, que si una amiga suya, que si esto, que si aquello… lo que fuera para poder enrollarme con ella. Lo llamaba los cinco minutos de cortesía. Consistía en dejar que hablase un rato antes de ir al grano. Empezamos a besarnos. Mi mano se adentró lentamente desde su pierna hasta su coño. Aparté la braga y metí dos dedos. Ella se apartó. -¡No, aquí no! -exclamó. -Vale, vale… da igual. Volvimos a besarnos. Subí mi mano por su pierna, sin llegar a tocar su vagina, y la deje ahí, simplemente. Nos levantamos y fuimos al fondo del parque, a una esquina rodeado de arbustos. Volvimos a besarnos. Al cabo de tres minutos dijo: -Hazlo… ¡Hazlo! Toqué sus bragas. Estaban mojadas. Introduje dos dedos. Al principio lentamente y poco a poco más rápido. Ella agarraba mi espalda con firmeza y gemía mi nombre: -Migueeel…¡Ahh, ahhh, ahhh! En algún momento llegó al culmen y poco a poco paré. Era mi turno. Me saqué la polla y empezó a masturbarme. Su técnica era horrible. Esa jodida paja me daba más dolor que placer. Encima no paraba de pasar gente. Cuando no era una puta vieja a ocho metros, era un perro que nos ladraba o putos policias a caballo. Después de cuarenta minutos conseguí correrme. El semen salpicó a discrección como una jodida uzi. Los proyectiles cayeron encima de las medias de Patricia, impregnándolas de ese magma blancuzco. El semen es la peor mancha para limpiar porque no solo ensucia sino que deja una costra reseca. Nos fuimos de allí, aunque supongo que nunca lo olvidamos. Esas primeras veces tienen algo de magia. Aunque fue la primera de muchas. A veces íbamos al baño de la rosaleda del templo de Debod. Me la chupaba de rodillas, mientras yo estaba sentado en el váter, succionando hasta que llegase al climax. Como ya dije, eran buenos tiempos. Buenos tiempos. Aunque por alguna razón, ella no pasaba de ahí. Nunca me follé a Patricia. Estaba obsesionada con que no la desvirgará, pero hacíamos todo lo demás ¿Cuál es el límite entre follar y no follar? que estupidez. Llegó el verano, terminó el curso y me pidió “darnos tiempo”. Necesitaba estar libre en verano para tener nuevas “experiencias” (nuevos tíos). Lo dejamos en Junio. Volveríamos a vernos esporádicamente unos años más, para enrollarnos y repetir sexo oral en algún baño, pero jamás sería igual. El final del curso se acercaba. Un día a Antonio se le ocurrió la “gran” idea de hacer un lid dup, es decir, un plano secuencia con una canción famosa de fondo y gente cantando y bailando en play back (una horterada que en aquel momento era trendic topic). Siempre odie las modas. Cuando hacía algo era porque a mi me gustaba. No escuchaba rap por creerme más callejero ni oía jazz para hacerme el culto, lo hacía porque me gustaba. A la gente le encantan las modas porque les da una falsa seguridad y personalidad. Es la personalidad de los que carecen personalidad. A esas alturas del curso eramos unos fumados. Recuerdo que Viti, Héctor y Meirás almorzaban en el comedor del centro (iba por pago mensual). La comida en ese sitio era una auténtica bazofia y ellos preferían ir a pedir a las calles para pillar porros y comer en el Burger King. Pero no pedían al azar, eran linteligentes y organizados. Cada uno se colocaba en una boca de metro concurrida. Por ejemplo, Viti se situaba en la salida de Plaza de España, donde antiguamente estaba el Café Jamaica; Héctor en la de enfrente del Starbucks y Meirás en Ventura Rodriguez. Mendigaban con la excusa de que se les había olvidado la cartera y el abono en casa y no podían volver. Al tener cara de niños e ir en uniforme, la gente les solía dar un euro o dos. Con la tontería ganaban cinco euros al día cada uno. Con ese dinero compraban tabaco, comida o hachís. Odiaba ese hachís de 2010. Era como una goma o una especie de chicle, con más corte que thc. Con el tiempo llegaron las buenas placas y el dry, sin embargo, en aquella época solo había hueva mala o marihuana mediocre; yo prefería la marihuana mediocre. De pedir en el metro pasaron a robar los euros que encontraban en los abrigos de clase, de la calderilla pasaron a los cascos de ipod y de eso a billetes de cinco o cajetillas de tabaco. Coño, era tan fácil que hasta yo me anime a robar cinco euros para la hierba y la cerveza del viernes. Entonces, claro, llegó el lid dup. El golpe perfecto. Todo el mundo estaba en el patio o en los pasillos del edificio, participando en el video. Aprovechamos la oportunidad. Eramos seis. Nos dividimos en parejas de dos, uno vigilaba y el otro robaba. Las parejas eran Viti y Héctor, Meirás y Miki, y Pipo y yo. Aunque, en realidad, Miki vigiló gratis, no quiso el dinero. Simplemente estaba en el pasillo observando lo que hacíamos. Viti y Héctor robaron 100 euros, Meirás 20 y Pipo y yo 10. La gente no tardó en enterarse y quejarse a dirección. El Lunes siguiente nos interrogaron de uno en uno. Todos teníamos la misma versión. Dijimos que estábamos viendo todo desde un mirador de las clases de cuarto, que en parte era verdad, y nos limitamos a negar las acusiaciones ya que no tenían pruebas. Primero pasaron los más sospechosos, es decir, Viti, Héctor y Meirás, sobretodo Meirás. El estúpido llevaba fardando un mes del dinero que sacaba para tabaco y porros. Los interrogatorios duraron horas. A eso de la una me tocó a mí ¿Qué sabrían? ¿Alguien se habría chivado? abrí la puerta y entré en el despacho de la directora. Dentro estaba la jefa de estudios, mi tutora y la directora. -Miguel… te hemos llamado porque, bueno… ya sabes que han robado 130 euros… -dijo mi tutora. -Sí, pero yo no sé nada -respondí. -Aquí nadie sabe nada -dijo- la directora. Esa zorra no me soportaba. -Hay gente que dicen que habeis sido vosotros… vuestro grupo… -dijo la tutora. -¿Mi grupo? yo hablo por mí y te digo que no he robado nada. -¿Entonces quién lo ha hecho? - Y yo qué sé… yo no tengo ni idea… alguien lo habrá hecho, pero yo no sé nada… Me dejaron ir, pero por poco tiempo. Al final nos acabaron pillando a todos, alguien se chivó. Nos expulsaron, aunque nos permitieron terminar el curso con la condición de cambiar de instituto al finalizarlo. En aquel momento no lo sabía, pero esa pequeña decisión afectaría toda mi vida. Perdí amigos, chicas, fiestas… me quedé solo. Los únicos que permanecieron ahí fueron Viti y Herni. Solíamos quedar en la cancha de baloncesto de El Parque Del Oeste. Íbamos pronto para aprovechar las máximas horas de luz. Nos sentábamos en el césped y nos colocábamos buscando huir de la tristeza. No hacíamos nada más. No íbamos a fiestas, a bares, no ligábamos… solo quedábamos en ese parque para beber y fumar. Y eso hice, todos los días durante años. Caí en ese abismo de drogas, depresión y alcoholismo del que jamás pude salir ¿Quién sería el chivato? ¿Por qué me jodí la vida por cinco euros? ¿Qué habría pasado si no lo hubiese hecho? probablemente hoy no escribiría estas líneas. Seguramente hoy no sería escritor. Pasé por muchos institutos, más de siete, y terminé en el Joaquín Turina, un instituto público de la calle Guzmán el Bueno. Era raro ser el nuevo, pero después de serlo tantas veces me importaba una mierda. Simplemente me limitaba a fumarme un porro en el recreo y, tarde o temprano, algún fumado terminaba por hacerse mi amigo. Uno de esos fumados era Carlos. Carlos era un chico de tez morena, alto, delgado, andaluz y con risa de fumado. Al contrario que yo, él era una persona positiva. Siempre veía el mejor lado de todo. A veces me irritaba, porque en el fondo, me hacía recordar que el problema no era el mundo si no yo mísmo. Aunque, a parte de eso, me caía bien. Después conocí a Sergio, Vladi, Mara, Mirko… es increíble la cantidad de gente que conoces repitiendo curso o cambiando de institutos. Un montón de rostros y nombres que en algún momento tuvieron cierta relevancia en mi vida, pero que ahora solo son alguién más. Nunca me fío de las amistades ya que son pasajeras. La verdad es que nunca duran mucho tiempo. En las malas, en las depresiones, cuando planteo suicidarme ¿Quién está ahí? nadie. Poco a poco fui cogiendo confianza con ellos. Aunque, en realidad, me daban igual, solo eran otras personas con las que fumaba porros y compartía clase. Pero ella, ella era única. Mara era una de esas chicas complicadas y salvajes, un coño problemático andante. Yo no busco una chica perfecta, busco esa esencia morbosa que me haga perder el culo y vender hasta mi alma por poder tenerla. Mara era una chica mona, sin ser guapa; delgada, con el pelo largo, teñido de rubio; y con un piercing justo encima del labio. Ya la conocía de mi anterior instituto, sin embargo, nunca habíamos hablado. Tenía fama de ser una guarra, aunque a mí jamás me importo. Por algún motivo se encaprichó de mí, no de un modo sexual, pero siempre estaba cerca. Yo solía llegar tarde a clase y como no tenía nada que hacer, me fumaba un porro hasta que fuese la segunda hora. La mayoría de veces coincidíamos. Nos sentábamos en un banco y hablábamos. Cuando no me miraba, observaba su rostro. No era precisamente una mujer extremadamente bella, pero tenía algo. No sé qué era, el piercing, sus ojos, su forma de ser… tenía algo. Entonces nos quedábamos callados y se producía un silencio. En esos momentos notaba algo electrizante entre nosotros, una especie de conexión. No hablábamos de ello, fingíamos que no pasaba nada, pero ambos lo sentíamos. Daría mi vida por esos instantes, esa magia. En el fondo ambos sabíamos lo que sentíamos, pero probablemente fui demasiado cobarde como para demostrarlo. Me daba miedo fracasar, que no la gustase... y no lo intentaba, no daba el paso. A veces lo recuerdo y me atormento con preguntas del estilo: ¿Y si hubiese tenido pelotas? ¿Y si me quería? ¿Y si la hubiese besado? ¿Qué habría pasado si...? pero ya da igual, hoy jamás lo sabré. El descanso era a las once de la mañana. Los fumados nos reuníamos en la esquina del bloque. Sacábamos chivatos y bolsas, llenos de hachís o marihuana, y prendíamos esa mierda. Solía quedar con Sergio, Vladi, Carlos y las chicas. Vladi era el que más solía hablar. Era un camello de las Rozas que siempre tenía alguna historia que contar (una agresión a un policía, la vez que compró un kilo de marihuana y casi le detienen…), luego estaba Sergio. Era un chaval simpático y extrovertido, aunque cuando no compartía tu opinión, solía ser un imbécil. Los viernes nos saltábamos las últimas clases e íbamos al 100 montaditos. Nos poníamos borrachos desde por la mañana. Había un buen rollo difícil de explicar, todos éramos unos niñatos sin rumbo disfrutando el momento ¿Qué sería de nosotros mañana? Mara, a veces, se sentaba encima mío buscando provocarme. Me miraba y se reía, mirando mi reacción. Después de beber, íbamos al parque que hay detrás del hospital Jiménez Díaz. Vladi siempre robaba la jarra del bar y la rellenaba con una litrona que compraba en el chino. Llegamos a aquel parque y nos sentamos en uno de esos bancos. Bebimos, fumamos y entonces lo entendimos. El futuro sería una mierda, pero hoy eramos felices. Nadie tuvo que decir ni explicar nada. Todos entendimos lo que significaba ese momento y lo compartimos sin intentar darle importancia. Yo sabía que, en el fondo, para Mara solo era un niño. Ella tenía dos o tres años más que yo, más experiencia sexual, más carretera. Yo, en cambio, era virgen; le quedaba corto en su juego. Sabía que podía manipularme cuándo y cómo quisiese. Ella no deseaba eso; ella buscaba algo difícil de conseguir. Mirko era amigo suyo. Era un chaval de barrio, atlético, con el pelo negro y corto, y mucha seguridad en sí mismo. Estaba federado en muay thay. Parecía tener los cojones bien puestos. A los dos nos gustaba Mara, ambos lo sabíamos, sin embargo; siempre hubo un respeto mutuo. Nos llevábamos bien. Nosotros no éramos enemigos. Al fin y al cabo, Mara sería la que elegiría. Solo competíamos por ver quién ganaría el primer puesto. La putada es que siempre he sido de los que quedan segundos. Mara acabó eligiendo a Mirko y yo empecé mi autodestrucción. Fue el primer gran palo que me dió la vida. Les veía besarse en los pasillos y me mataba por dentro. No quería verlos. No era culpa de ellos, pero me hacía daño. Dejé de ir a clase, suspendí y repetí. Esa es mi vida. Nunca supe afrontar el dolor y los problemas y, tarde o temprano, por más que intentase huir; acababan atrapandome. En realidad, lo malo de la vida no son los problemas sino cómo reaccionas a ellos. Yo reaccionaba como un cobarde. Huir jamás sirvió de nada. Bebía buscando el cese del dolor, aunque lo único que lograba era hundirme más en la mierda. Supongo que en esa época fue cuando me volví alcohólico. Uno, en realidad, es alcohólico antes de beber; un adicto es adicto antes de drogarse. No es la sustancia, es las ganas de destruirse, la manera de ver la vida. Moría cada noche y renacía de nuevo al día siguiente. Estaba en un eterno ciclo de autodestrucción y, en el fondo, me gustaba. Prefería esa sensación de dolor, prefería hacerme daño a no sentir nada, a resignarme. Soy un yonki del dolor. Con los años volví a encontrarme con Mara. Hablamos un rato, recordamos el pasado y me dio su número de teléfono. Odio encontrarme con gente del pasado, hacen que recuerde tiempos jodidos. Cuando volví a casa, me tiré en la cama y me quedé en silencio. Por un momento, recordé esa época. Que estúpido era, un estúpido romántico fracasado. No me apetecía volver a verla. Para mí, la gente que se pierde por el camino, no merecen la pena. Simplemente formaba parte del pasado. No tenía sentido intentar algo que debía haber pasado hace cinco años. Jamás llegué a hablarla. Repetí curso por primera vez en mi vida; no sería la única. Yo no suspendía por ser estúpido sino porque estaba depresivo. La gente no entiende lo que es la depresión. Se piensan que es como la tristeza, una ruptura sentimental, una mala racha… eso no es depresión. Eso solo son baches. Una depresión es sentirte muerto estando vivo, pensar que estás vacío, que todo carece de sentido, que te gustaría morir mientras duermes, que ojalá no hubieras nacido, que nada te satisfaga, ni te llene, que las personas te parezcan falsas y superficiales, que tus sueños te aplasten… beber, querer matarte bebiendo, llorar, desear suicidarte, estar a punto de hacerlo y ser un cobarde. Eso es la depresión. Lo peor es que para mí no era un bache, una mala racha, era mi forma de ver la vida, mi personalidad. Intenté cambiarme millones de veces y siempre terminaba en el mismo punto: autodestrucción. En el fondo, es una forma de llamar la atención por la falta de cariño que recibí de niño, como un mocoso que da pataletas para que la gente le mire, pero nadie le hace ni caso. Yo me destruía esperando que alguien viese mis gritos de auxilio, sin embargo, nadie me ayudó. Nadie me entendía ¿Qué carajo importaba que tuviese amigos y familia si estaba solo? eso fue siempre lo que más me jodió de todo. Estaba rodeado de personas que no comprendían mi visión de la vida. Quería vivir al máximo en todos los sentidos, romper los límites, recorrer el mundo, tener mil historias que contar, lograr el éxito artístico, tener aventuras, enamorarme, encontrar la verdadera libertad, exprimir cada puto segundo… y entonces llegaba esa gente, esas personas patéticas que solo aspiraban a ser un funcionario público o un currito sin futuro y pensaba ¿No hay nadie en este puto mundo que no esté muerto por dentro? odio a la gente, no por lo que son en sí, sino porque no se dan cuenta de lo que podrían ser. Puede que sea mi hipomanía, me hace idealizar todo. No hago arte y después vivo; vivo arte y después lo escribo. Dejo mi alma en esquinas y bancos de esta asquerosa ciudad, lágrimas y esperanzas en cada baldosa, y jamás llego a nada. No consigo salir de todo este remolino de destrucción. Necesito una mano amiga, necesito una mujer que me entienda. Siempre fui un romántico sin remedio. El sexo siempre fue secundario, igual que el dinero o las drogas. Toda mi vida es una búsqueda de ese instante único donde se para el tiempo y todo es como debe ser, eterno. Soy un adicto a ese momento. Al final daba igual la forma de conseguirlo, solo quería repetir esa sensación. La podía conseguir enamorandome de una mujer, escuchando la música adecuada, bebiendo, escribiendo borracho, melancólico, estando fumado, inspirado, ensetado… todo llevaba a esa sensación. Intento explicársela a mis amigos, pero jamás llegan a entenderme. A veces pienso que yo mismo provoco mis depresiones. De alguna forma disfruto más de la tristeza que de la felicidad. Aunque, en realidad, es una excusa que digo porque me da miedo triunfar, vivo agusto en el fracaso. Me gusta compadecerme de mí mismo, como todos los fracasados. Podría comerme el mundo y me quedo encerrado en mi habitación, matándome. Ese era el problema entonces y es el problema ahora. Para mí las depresiones jamás fueron baches, para mí eran la forma habitual de vivir y la felicidad era la racha que no perduraba. Iba al revés del mundo, como siempre. Llegué a las clases de segundo. Había gente nueva: una rubía de ojos azules, una chica grande y morena, algún fumado nuevo... y Ana. Ana era una chica que había repetido y se había cambiado a letras. Es decir, iba a mi clase. Desde el primer momento me fije en ella. Parecía una chica interesante y simpática. Tenía cierto carisma, como una especie de liderazgo entre las mujeres de mi aula. Tenía el pelo largo y moreno, unos bonitos labios, una preciosa sonrisa y una mirada única. Siempre pensé que lo mejor de una mujer era su mirada. No sus ojos, sino su mirada. Una buena mirada puede hacer que pierda el culo por una mala mujer. El curso empezó y al principio me lo tomé en serio. Iba a clase puntual, no fumaba hierba en el recreo, hacía los trabajos… Ana se sentaba al lado mío. En realidad, no recuerdo por qué, si nos asignaron o simplemente se sentó al lado mío. Era jodidamente sexy. Me encantaba como se tocaba el pelo y entonces me miraba y sonreía. Parecía su marca personal. A veces se sentaba encima de mi pierna, me miraba a los ojos y me susurraba al oído alguna frase que no recuerdo. Lo raro es que tenía novio ¿Estaba jugando sin más, intentando provocarme y ver hasta dónde podía llegar o me deseaba de verdad? a algunas mujeres les encanta jugar contigo. En realidad ligar, a veces, es una competición de poder, un juego por ver quién es el primero que se enamora, el primero que se rinde ante el otro, y, obviamente; si pierde el hombre, la mujer pierde el interés. Yo siempre he sido de los que se enamoran rápido. A las dos semanas no podía quitarme a Ana de la cabeza. Odio cuando eso pasa, esos juegos mentales. Era como volverte adicto a una droga que no se podía comprar: Ana. No la venden en ningún sitio como la marihuana, ni te la puedes esnifar como la coca. Era una chica salvaje y libre. Nadie la decía qué hacer. Era una de esas mujeres que te acabarían engañando, acostándose con otro, pero daría igual; merecía le pena correr el riesgo. Un día quedamos a solas en el Templo de Debod. Nos sentamos en el césped, y entonces, se aproximó a mí y me abrazó. Era el momento. No había nada más obvio que esa señal. Entonces me lancé a besarla, y de repente, ella se apartó. -Miguel ¿Qué haces? -dijo. -¿Qué hago? -respondí. -Sí, tío, no te me lances… -Vamos a ver ¿Qué coño esperabas si hemos quedado a solas y me abrazas a sí? La discusión se prolongó por horas. Fui un estúpido. Terminé contándole toda mis frustraciones y desilusiones. Estallé. No aguantaba más. Fue la primera vez que dejé de fingir que era feliz. Fue la primera vez que me mostré como era. Eso sí, en el peor momento y de la peor forma posible. Seguramente se reiría de mí con sus amigas, de ese pobre pringado. Aquella cobra me jodio de verdad. Era la demostración de que, por alguna extraña razón, carecía de suerte. Lo decía hasta mi madre. -Este chico está gafado… no entiendo tanta mala suerte… Estaba gafado por alguna extraña razón ¿Estaba pagando karma de vidas pasadas o era mi forma negativa de ver las cosas lo que atraía los problemas? ya no era ese niño gordo y feo; había adelgazado y no parecía el mismo. Sin embargo, por alguna razón seguía en los mismos errores. Empecé a ir al gimnasio con 16 años. Hacía una hora de musculación y después media de cardio. Con el tiempo bajé de peso y me puse en forma. Después de tres años conseguí un cuerpo musculoso y tonificado. Es curioso, las mujeres dicen que los hombres tratan a las mujeres como objetos, pero cuando estaba en forma, muchas me agarraban del brazo o del culo sin permiso, o andaba por la calle y pasaba una limusina y me gritaban guapo. En cambio, cuando estaba gordo, no existía para ellas. Las mujeres, no todas, predican lo contrario de lo que hacen. Dicen que el hombre trata a la mujer como un objeto cuando ellas van a ver chorradas de Mario Casas o del guaperas de turno de 50 sombras de gray. Aceptemoslo, somos iguales. El mundo es superficial. A nadie le importa la belleza interior de una persona que pesa 140 kilos. Estaba en forma, aunque el problema es que jamás aprendí a amarme a mí mismo. Seguía teniendo mentalidad de gordo. Todo es por la puta infancia. Por más que intentes cambiar, sigues siendo ese niño inadaptado. Quedaba con mis amigos del gimnasio. Íbamos a la calle Huertas, que estaba llena de pubs, y entrabamos a todo lo que se movía. El problema es que no entendíamos cómo hacerlo. Hablábamos borrachos, torpes y salidos. Las mujeres son seres sensuales, no sexuales. Nosotros íbamos al grano, de cabeza. Ahora lo entiendo, cuando peso 100 kilos y no estoy en forma. Cuando tengo el cuerpo, no tengo la mentalidad y cuando tengo la mentalidad, no tengo el cuerpo. Ahora lo entiendo. Ligar es como escribir, tienes que amar el proceso, tienes que fluir con ella, sentirlo de verdad; sino es mierda falsa, igual que el mal arte. Llegó el lunes. Tocaba Historia del Arte. Ana estaba esperando, en nuestra mesa, a que me sentase. Que la jodan, pensé. Que la den por el culo; no soy la mascota de nadie. Me senté en la mesa de detrás. Había una chica nueva. Era esa chica grande y morena. Me recordaba a una chica del año pasado que se llamaba Irene. -Ey ¿Qué tal? ¿Aquí no hay nadie no? -pregunté. -No -respondió. -¿Cómo te llamas? -María. -Te pareces a Irene del año pasado -¿A sí? -Te voy a llamar Irene María se rió, pensando: ¿Y este puto loco? puse la mochila encima de la mesa y me senté. Eladio empezó a dar la clase. Era un tipo gordo, calvo y con una barba extraña, cuyas puntas se rizaban a lo siglo XVIII. Solía llevar unas gafas de patilla fina y redondas. El muy cabrón parecía Góngora o alguna mierda así. Era un tipo excéntrico. Un día se llevó a su perro a clase. Era de una de esas razas que llevan las señoras mayores. Odio a esos perros. En medio de la clase empezó a ladrar y Eladio tosió para ocultar el sonido de los ladridos, pero, joder; había que ser subnormal para no darse cuenta. Todo nos quedamos mirándole asombrados. -¿Eso es un perro? -preguntó alguien. Al final, sacó al perró y lo encerró en su despacho. La clase, obviamente, estalló en risa ante esa extraña situación. Lo dicho, un tipo raro de cojones. Pues ese raro, me la tenía jurada. Ese calvo cabrón solo era otro profesor en mi lista. Me encanta. Dame odio cabrón, si total, me voy autodestruir igual. Explayate hijo de puta. Échame la bronca, así te desahogas. Estaba tan hasta los cojones de todo, tan jodido, que me saqué el hachís en medio de clase y me hice un porro. Esa zorra me había jodido bien, puta Ana. Siempre he sido un alma buena y me han devuelto puta mierda. Estaba hasta las pelotas. Me saqué el hachís, lo hice peseta y lo quemé con el mechero. Intentaba dar la nota lo máximo posible. Solo buscaba que me expulsasen, que mi padre me pegase una paliza o que me echasen de casa de una puta vez. Nunca he sabido afrontar los problemas. Quería destruirme. Sin embargo, nadie me prestó atención, bueno, María sí. -¿Qué haces? puto notas -dijo María. -Déjame… luego eres mi dos… -Pero que no te lo hagas en clase. -¿Qué más te da? Me líe el canuto y en cuanto sonó el timbre bajé a fumarmelo. Ese día no volví a clase después del descanso. Compré dos litronas, sin desayunar, y me fui a un parque. Me tiraba en el césped bebiendo hasta que pasasen las horas para volver a casa ¿Qué pensaría María/Irene de mí? no quería meterla en problemas, solo quería joderme a mí mismo. Por alguna razón le parecí gracioso. Seguramente habló a su amiga, Adriana, de ese puto zumbado que se había sentado al lado suya. Adriana era otra chica nueva, amiga de María, una rubía de ojos azules y buenas tetas. Aunque lo mejor de ella, era su forma de ser. Te embriagaba como una especie de droga. Te prestaba atención, haciendo que fueses el protagonista de su vida por unos minutos, y después te ignoraba durante días, arrebatándote lo que te dio en un principio. Me enamoré de ella en cuanto la ví, como nunca en la vida. En los recreos la observaba desde la distancia. Carlos y yo solíamos hablar sobre ella. -Joder tío, me he enamorado -le decía. Carlos se descojonaba. -Es increíble. Esos labios, esos ojos, esas tetas, encima rubia… -A ver, esta muy buena… yo también voy a intentarlo, ehh… -dijo. -¡Que te jodan! yo me la he pedido primero. -respondí. -Eso es cierto, pero me la suda… que gane el mejor. Me ofreció la mano para estrechársela y se la acepté; al menos iba de frente. Ese día nos acercamos a ellas para invitarlas a unos porros. María me reconoció. Se acercó al oído de Adriana, susurró algo sobre mí y ambas se rieron. Eso era muy típico de María. Le encantaba hablar de los demás. Solía poner esa sonrisa torcida para después criticar a alguien en voz baja. Aunque, supongo, que yo le caí bien. En aquella época no pensaba demasiado lo que decía, simplemente actuaba y después me arrepentía. Era más espontáneo que ahora. Me gustaba conocer personas nuevas. Era un estúpido. Iba de buen rollo con todos y no me daba cuenta de lo que en realidad pasaba. Por eso me volví un antisocial. Ahora veo venir a la gente a kilómetros. Huelo la falsedad, las frases con doble sentido, el interés… poco a poco perdí esa vitalidad e inocencia y me convertí en lo que soy hoy. Era un puto estúpido, pero envidio a ese chaval. Tenía una vida por delante, ganas de ser feliz, de amar… ahora solo soy alguien que vive porque sigue respirando. Ese día nos fumamos el primer canuto de muchos. Empezamos a llevarnos con Adriana y María. Quedábamos en un banco enfrente de una peluquería. Íbamos ahí porque estaba cerca del instituto y también del chino. Todos nos hacíamos un porro para cada uno, provocando que aquella calle apestase a marihuana y hachís. Molestábamos tanto a los vecinos y viandantes del lugar que se quejaron al instituto. Juan, mi profesor de historia y jefe de estudios, nos avisó un día. -Dejen de tomar estupefacientes en el banco ese… Obviamente no hicimos ni puto caso. Un día fuimos y lo habían quitado. No estaba. Arrancaron ese puto banco. Terminamos por encontrar otro sitio. Subiendo una cuesta, hacia el parque Isabel II, había unos portales donde no molestábamos a nadie. Empezamos a ir ahí. Adriana estaba buenísima, pero me enteré de que tenía novio, una especie de grafitero loco. Decidí olvidarla. Tampoco estaba pillado, simplemente me gustaba. Seguimos quedando con ellas para fumar, pero ya no intentaba nada. Me empecé a fijar en otras. May era una chica de mi clase con una cara corriente, pero unas tetas perfectas. Esa es la diferencia radical entre un hombre y una mujer. Al hombre le basta con que tenga buenas tetas, o sea guapa o tenga buen culo. Las mujeres, en cambio, te analizan como si fuesen un Terminator, percatandose de todos tus defectos, virtudes e inconvenientes. May me ponía cachondo. Era estúpida y simple, aunque perfecta para echarle un buen polvo. Las tontas no me enamoran, pero me divierten. A veces es preferible la diversión superficial al sufrimiento. May se sentaba cerca de mí y me hacía comentarios o preguntas comprometidas del estilo: ¿Cuánto llevas sin follar? ¿Sabes que se te marca la polla en el chandal? hablase de lo que hablase con ella, terminaba en tema sexual. Pero no porque se sintiese atraída por mí, que alomejor, sino que le pasaba con todo el mundo. Intentaba no prestar atención a su estupidez, pero era jodidamente difícil. Era un ser plano y vacio, eso sí, con unas tetas cojonudas. Era unas tetas andantes. Me cortaba bastante el rollo que fuese tan jodidamente tonta. Parecía que hablaba con una niña de nueve años. Así que al final lo dejé pasar. Me resultaba insufrible aguantar tanta estupidez comprimida en un solo cuerpo. Parecía que cuanto más me gustaban sus tetas, más subnormal se volvía. Hay dos tipos de tíos, los que les van los culos y los que les van las tetas. A mi me encantan las tetas. Unas buenas tetas abundantes hacen que pierda la cabeza y me estalle la polla. Pero toda regla tiene alguna excepción. Decidí no ligar en el instituto e intentar acabar segundo de una puta vez. Quedaba con mi colegas del gym, Yuri y sebas, y salíamos de fiesta. Un día conocí a… mmm… ¿Cómo se llamaba? bueno era ecuatoriana. Supongamos que se llamaba Jennifer. Jennifer era amiga de Sebas, que también era ecuatoriano. La conocí en el cumpleaños de Yuri. Estaba muy buena. Llevaba un vestido escotado, que también acentuaba su trasero, el pelo planchado y peinado, e iba bien maquillada. Ella se fijó en mí en cuanto me vió. No sé cómo lo supe, pero lo noté. En seguida sé lo que piensan de mí. Bebimos unas copas y empecé a hablar con ella. Me seguía el rollo, se reía de mis chistes, me tocaba el brazo; era algo obvio. Con alguna excusa barata, la aparté del grupo y nos quedamos a solas. Estaba nerviosa. Hablaba evitando un silencio incómodo. El silencio es bueno, crea tensión sexual. No intentes huir de él, pues, normalmente; el primero que habla es el que pierde. En este caso era ella la que no llevaba las riendas de la situación. Ya lo dijo Bukowski: No lo intentes. Siempre que me importaba una mierda, cuando me daba igual el fracaso o la victoria, era cuando ligaba. Me daba igual, no huía de ese silencio incómodo, ella sí. Por esa razón tenía el control del momento. Por más que hablaba evitando ese instante, al final llegaría. Entonces se calló. El silencio y la tensión sexual se produjeron. La miré a los ojos, después a la boca, ella sonrió y la bese. Fue un buen beso. Un buen beso, pero nada especial. No sentía esa magia. Aun así, me gustaba. Me apetecía divertirme. Nos aislamos del grupo y nos fuimos a un parque. Nos besabamos, borrachos, sin saber muy bien quienes éramos, ni dónde acabaríamos. Comencé a besarla el cuello, y a tocarla las tetas. Después la toqué la pierna y lentamente subí mis dedos a su coño. Entonces me cogió la mano y la apartó. -No vayas tan rápido -dijo. Nos besamos toda la noche, pero no llegó a nada más. A los dos días fui a clase con el cuello lleno de chupetones. Las chicas me hacían bromas y tonteaban conmigo. Yo creo que las atraigo más cuando tengo novia o rollo. Debe de ser alguna especie de secreto en el que nos valoran más por el éxito que tenemos con otras. Porque, piénsalo, nadie quiere al chico que nadie quiere ¿Me entiendes? era como si ganase valor cuando estaba con alguna chica. Ellas lo intuían, esa seguridad en tí mismo. Cuando no quieres ligar es cuando ligas. Por eso cuando tienes novia no paran de aparecer posibles polvos y cuando estas solo, te matas a pajas. Huelen la necesidad a kilómetros. Entonces pasó. Adriana lo dejó con su novio. Empezó a tontear conmigo en el recreo. Se sentaba encima de mi, restregando su firme culo contra mi polla. Me la ponía dura y ella lo notaba en sus nalgas, aunque fingía que no. Se recogía su precioso pelo largo y rubio y me miraba con esos ojos azules. Era un títere en sus manos. Cada vez que miraba esos ojos, perdía la noción de mi conciencia e incluso del tiempo. Me sentía como un niño débil e indefenso ante una diosa que tenía mi alma en sus manos. Intentaba hacer el truco, hacerme el difícil, pero con ella era imposible. Tenía una especie de don o poder sobre los hombres. Era mi Calíope. Era mi error. Era mi perdición. Me enamoré de ella de tal forma que no pensaba en otra cosa. Pero, cuando parecía que todo iba a salir bien, volvió con él. Me dolió como una puñalada en el bazo, solo que en vez de sangrar, vomitaba alcohol. De nuevo recaí en la autodestrucción. Otro año, otras personas, pero mismos errores. A veces quedaba con Jennifer, pero mi mente estaba pensando en Adriana. Es jodido fingir querer a alguien para olvidar a otra. Siempre me decía que la olvidaría, que encontraría a otra, pero hablase a la que hablase, pensaba en ella. Me encantaba hacerla reir. Estaba jodidamente enamorado de aquella rubia. Opté por ignorarla, no seguirla el rollo. Funcionaba un tiempo, pero entonces lo volvía a dejar con su novio y ella volvía a sus juegos. Jugaba conmigo como quería. Solo era su opción b. Recuerdo que un día quedamos en Nuevos Ministerios. También estaba María. Nos fumamos unos porros y pasamos el rato, lo de siempre. Entonces Adriana empezó a hablar de que se sentía sola, que su novio era un cabrón, etc. Y ahí fue cuando jugó conmigo como nunca. -¿Y tú Ferrer cómo que no tienes novia? -Pues no sé… -Ya llegará alguna que te guste... Entonces me miró con esos preciosos ojos y, de nuevo, me tuvo en sus manos. Nos largámos de ahí y fuimos al metro. Nos despedimos y nos separamos, María y Adriana en un andén, y yo en otro. Llegué al andén y esperé. Me senté en un banco metálico de color gris y observé a las mujeres que había alrededor. En el andén de enfrente estaban María y Adriana mirándome. Al lado mío había dos chicas de mi edad bastante atractivas. Las observé detenidamente, buscando alguna especie de contacto visual. Entonces Adriana gritó. -¡Eyy, que nadie ligue con ese chico porque es mi novio! Me hizo gracia. Me reí, aunque no sabía de qué rollo iba. -¡Tú eres mi novio, no tontees con otras! -gritó. ¿Estaba de coña o qué cojones quería decir? Entonces llegó el metro y desaparecieron. Aquella zorra siempre hacía eso, te daba una esperanza, sin dar explicaciones; y después desaparecía. Volví a casa dando vueltas en mi cabeza a lo que acababa de suceder. Posiblemente le gustaba. Tenía una posibilidad ¿Pero que paso al día siguiente? volvió con su novio. En el fondo siempre supe que jugaba conmigo, que le importaba una mierda. Sin embargo, siempre caía en sus juegos. Lo gracioso es que no era el único. Tenía decenas de pagafantas detrás. Ella lo sabía. Adriana solo era una niña caprichosa y egocéntrica que deseaba ser el centro de atención allá donde fuese. Era una persona tóxica y narcisista, un veneno que tarde o temprano, o estripas o te mata. Volví a quedar con Jennifer para olvidar a Adriana. A la tercera cita pensaba follarmela. De hecho, hasta robé un condón de la mesilla de mis viejos. Me dió un poco de asco comprobar que mis padres siguen chingando, pero un condón gratis, es un condón gratis. Puse todas mis cosas encima de la mesilla para hacer un recuento antes de irme. Estaba mi dinero, mi cartera, mis llaves, el móvil, los cascos, un porro, papel de liar, un mechero y el condón. Hice el recuento y me lo metí todo en el bolsillo. Quedé con ella en el parque del Oeste. No iba igual de arreglada que el día que la conocí, parecía otra. Estaba considerablemente menos atractiva. Sin el vestido, el maquillaje, los tacones, que realzaban el culo; y el pintalabios era una chica del montón. Caminamos hasta un sitio apartado y empezamos a besarnos. La cosa se fue calentando poco a poco. Entre morreo y morreo fui acariciando sus tetas. Después la quite el sujetador y se quitó la camiseta. Sus tetas eran feas y amorfas. Parecía que tenía más pezón que pecho en sí. Unas tetas con pezones enormes, unos pezones marrones y feos. Me cortó bastante el rollo, aunque, aun así; seguí. La quité las bragas e introduje dos dedos dentro de su chocho. Estaba caliente y húmedo. -¡Ahh! -exclamó. Ella metió la mano en mis pantalones y agarró mi polla. Empezó a masturbarme. Entonces pasó, comencé a pensar en Adriana. Intentaba concentrarme y disfrutar del momento, pero la imagen de su rostro no se quitaba de mi cabeza ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Pensaría en mí? seguí masturbando a Jennifer mientras pensaba en Adriana. Ella disfrutaba, pero yo estaba en otras cosas. Estaba pensando en esa rubia, en esa zorra que me amargaba la vida ¿Qué sentido tenía? a veces pienso que solo me enamoro de quien me hace daño. Siguió masturbando mi polla bajo el pantalón, pero mi pene no pasó de una erección a medias. Entonces lo dijo. -Fóllame Era el momento. Busqué entré mi bolsillo el condón. Rebusqué y rebusqué, pero no lo encontraba. Saqué el mechero, la cartera, el móvil, pero no estaba. No lo tenía ¿Dónde estaba el jodido preservativo? -Ostias, no tengo el condón ¿Tú tienes? -¿Yo? se supone que sois los tíos los que debéis llevar. Joder, el puto condón. Solo un gilipollas como yo se olvida de algo tan fudamental para follar. -Da igual, follame -dijo. -¿Sin condón? -Sí, da igual. -No sé… -Si te corres fuera no pasa nada. Pintaba mal. Era la típica situación de película donde un pringado la caga, preña a una niñata y se jode la vida. Mi polla me decía que sí, pero mi mente decía que no. No estaba dispuesto a joderme la vida por un polvo. Por un momento lo imaginé, una vida mediocre con hijos de piel morena y grandes pezones. Ni de coña. -¿Y si me la chupas? -pregunté. No le sentó muy bien esa proposición. Se levantó de golpe y dijo: -Vámonos. Nos despedimos fríamente y jamás nos volvimos a ver. A la semana siguiente le mandé un mensaje al móvil, pero no me contestó. Llegué a casa, abrí la puerta y entré en mi habitación. Ahí estaba el condón, encima de la mesilla ¿Por qué no lo cogí? seguramente porque estaba pensando en Adriana. Me importaba una mierda ese polvo. Nunca me arrepentí de no follarme a Jennifer. De hecho, no recuerdo ni su nombre. Follar, no follar, que más daba. Ninguna me llenaba como Adriana. Esta vez decidí ir a por todas. Flirteaba con ella en los descansos, en clase, en los pasillos... En el fondo sé que la gustaba. Solo era una cobarde como yo. Prefería al acabado de su novio porque era el único tío con el que había estado en toda su vida. Tenía miedo de que otro no la supiese follar como él, que no la reventase como él. Se notaba. Iba de digna, pero la gustaba los tíos que la trataban mal y la follaban duro. Se olía en su risa de zorra. Empezó el verano y lo volvió a dejar con su novio. Parecía que esta vez iba en serio. En verano trabajaba de socorrista en una piscina y me invitó a ir. Era la ocasión perfecta. Fui a esa piscina y, para mi sorpresa, estábamos solos. Tonteaba con ella, acariciándola y jugando, pero siempre que estaba a punto de lanzarme, me cortaba el rollo y se iba. Al final nunca pasaba nada y, cómo no, a la semana volvió con su novio. Cuando me enteré, me volví loco. Pegué un puñetazo al frigorífico de mi casa tan fuerte que casi me fracturo la mano. Se acabó; era la última vez que lo intentaba. Me estaba volviendo jodidamente loco. Se reía de mí. Sabía perfectamente lo que hacía. En el fondo, solo era un idiota más del que se mofaba. Me hundí como nunca. Me hizo sentirme tan débil, tan insignificante, que todo mi mundo se fue al carajo. Dejé el gimnasio, me drogaba a solas, bebía todos los días, comía sin control… engordé decenas de kilos. Lo hice aposta. Quería destruirme, de tal forma, que nadie me reconociese. Odiaba mi físico ¿De qué me servía estar en forma o ser atractivo si estaba jodidamente solo, si no tenía a la mujer que quería? odiaba verme bien. Prefería ser feo y gordo. Prefería que todo el mundo me ignorase y nadie se fijase en mí. Dejé el instituto y comencé el ciclo. El ciclo de fingir no existir. Engordé un montón, destruyendo mi aspecto. Era como matar mi ser. Entonces, del cuerpo, comenzaron a surgir un montón de cicatrices internas, estrías. Un montón de rayas rojas horribles. Primero empezaron en los brazos, después la tripa, las caderas, el pecho. En menos de tres meses estaba repleto de esas asquerosas líneas. Era repugnante. Había conseguido lo que tanto deseaba, destruir mi físico igual que mi mente. Sentía, por alguna razón, que esas estrías eran el reflejo material de mi sufrimiento interno, como si de alguna forma; las cicatrices de mi alma se tallaran en mi piel. Ahora no solo me odiaba a mí sino a mi cuerpo. Me encerré en mí mismo. María se fue a Alemania a trabajar, Adriana hizo un grado superior en otro instituto y Carlos se mudó a Sevilla. Cada uno tomó su camino, menos yo. Yo seguía en el pasado. Me torturaba mirándome en el espejo. Me pasaba horas delante de él, mirando esas asquerosas cicatrices. Era un ser horrendo ¿Quién podría quererme así? ¿Qué chica podría sentirse atraída de mi cuerpo? cuando me aburría contaba las estrías. Había cinco en un brazo, cinco en otro, diez en la tripa, veinte en las caderas, cinco en una pierna, cinco en el pecho… debía de tener cincuenta o cincuenta y cinco estrías. Las odiaba; parecían que estaba lleno de puñaladas. Me había destruido el cuerpo y lo peor de todo es que hiciese lo que hiciese jamás podría borrarlas. Permanecerían ahí hasta el día de mi muerte, recordándome el pasado, haciendo imposible olvidar esa época, haciendo imposible huir de ella. La llevo tatuada en mi piel, por eso jamás la olvidaré. Me jodí la vida por una zorra que no merecía ni un segundo de mi vida y esas cicatrices me lo recordarían hasta el final. Era algo triste. Siempre que me desnudaba, duchaba o miraba en el espejo veía esas marcas y entonces la recordaba, aquella zorra que me robó el alma. Jamás la recuperé; se evaporó como el humo de un porro. Dejé de pensar en mujeres. Me daba miedo volver a sufrir. Volví al ciclo, el puto ciclo. Un día, Viti y yo, estábamos jugando en la ruleta del sportium de Callao. Creo que tenía 19 años. Yo palmé en cinco jugadas, pero Viti no paraba de ganar. Estaba de racha. Parecía que cada apuesta era un triunfo seguro. Cebaba la zona del cero y ponía la máximo apuesta en el 26, el 0 y el 32. No solo caía en la zona del 0 sino que encima le tocaba en el 26. Subió y subió de pasta hasta llegar a 100 euros, entonces lo sacó. -Vamos fuera que me quiero fumar un cigarro -dijo Viti. Salimos fuera y nos sentamos en un banco. Yo estaba callado, pensando en mis cosas. -¿Qué te pasa? -preguntó Viti. -Nada. -No sé, tío… estás raro. -Que no me pasa nada, coño. -Tío ¿Te crees que no sé cuándo te pasa algo o qué? -Pues sí, me pasa algo… -¿Qué te pasa? -Las mujeres que están locas… -¿Ya estás pensando de nuevo en Adriana? -No es Adriana, son todas. Cuando no es ella, es Ana o Mara, o cualquiera. -Tío a millones de mujeres ¿Qué importa? -Pero yo no quiero a otras mujeres -No te rayes… Nos hicimos un porro y fuimos al 100 montaditos de la calle Montera. Nos compramos unas cervezas y bebimos en la terraza. En esa calle es frecuente que haya putas buscando clientes. Nosotros nos quedamos mirándo mientras bebíamos. Había una morena con un culo increíble; me estaba poniendo cachondo. Después de un par de tragos Viti dijo lo que ambos estábamos pensando. -Esas putas me están poniendo cachondo, tío. -Ya, yo igual. Nos quedamos callados un momento. Viti tenía más experiencia sexual que yo. Estuvo dos años con una rubia loca que se follaba en el desván. Al menos la había metido. Yo siempre era el último en todo. -Tío ¿y si te invito a una puta? -preguntó. -¿Estás de broma? jajaja -pregunté riéndome. -No, tío… he ganado pasta, que más da… te invito… así te olvidas de Adriana. -Tío, ni de coña. -¿Por qué no? cabrón, a ti lo que te pasa es que eres vírgen… -Bueno, no soy vírgen vírgen… -No es lo mismo que te chupen la polla a follar… -Tío que te follen… paso de perderla con una puta. -¿Por qué? ¿Te da miedo? -No… Seguimos bebiendo en silencio. En realidad, Viti solo quería ayudarme, eso sí de la peor forma posible. Seguí mirando a aquella morena. Joder, que culo tan bonito tenía. Después de diez minutos, y unas cervezas, cambié de opinión. -Venga, págame esa puta. Nos pusimos de pie y observamos el panorama. Las putas estaban divididas en grupos según su raza. Las negras se situaban en la calle Gran Vía, cerca del edificio de Telefónica, las rumanas estaban cerca del mcdonalds y las latinas pasando el 100 montaditos. Tanteamos la situación. Nos quedamos pensando. -Tú, pero ¿Esto cómo se hace? ¿Qué las decimos? -preguntó Viti. -Pues no se tío… -respondí. Nos acercamos a las latinas. Estábamos nerviosos. Terminamos hablando a la morena culona. -¿Cuánto? -preguntó Viti. -¿Qué? -respondió -¿Qué cuánto? -repitió. -¿Lo primero hola, no? soy una persona… -Emm… sí, hola. -hola -dije de fondo. -Hola chicos -¿Cuánto? -30 completo. -Vale, ahora volvemos. Nos fuimos y le dije: -¿Qué haces? -Cabrón, seguro que hay alguna por 25. Nos acercamos a una rumana. Tenía veintimuchos o treintaipocos. Era una chica morena, alta, con largas piernas y buen culo. Aunque tenía las tetas pequeñas. Era guapa, pero se la veía deteriorada. Seguramente, en algún momento, fue una guapa y joven chica con esperanzas e ilusiones, pero hoy estaba ahí, jodida. -Hola -dijo Viti. -Hola -respondió. -¿Cuánto? -25. Me miró con cara de: te lo dije. -Vale, pues es para él. -pero… ¿Pagas tú? -Sí. La puta miró a Viti con cara de admiración. -Vale, como queráis. Viti me dio el dinero y seguí a esa prostituta hasta un portal cercano de la calle Montera. Llamó al timbre y entramos. Era un edificio cutre y mugriento. Parecía el burdel de Taxi Driver. El interior estaba viejo y desfasado. Las escaleras y las paredes parecían que acumulaban roña de hace 40 años. En medio de las escaleras había una especie de portero/proxeneta que controlaba quién entraba y quién salía. Subimos a la parte de arriba y entramos en un piso. Dentro había un gran salón con habitaciones. -Dame el dinero. Se lo di. A continuación, entramos en una de las habitaciones. Era un sitio bastante hortera. Una especie de celda de 3x2 con paredes ennegrecidas por el humo y una cama con sábanas arrugadas y de dudoso aspecto. Se quitó la ropa, mostrando un culo magnífico, y después me quitó los míos, bajando mis calzoncillos y dejando mi polla al aire. Me la agarro apreciandola y después me miró. -Túmbate en la cama. Me tiré en el colchón. Me la meneó un poco y me puso un condón. Entonces empezó a chuparmela. Puff, que dolor. Aquella zorra te destrozaba la polla con los dientes. Seguramente lo hiciese aposta para que no me empalmase. -Para, para… dios, que dolor. Intento chuparmela de nuevo, pero volvía ese desagradable dolor. -Mejor follemos… -terminé diciéndola. Entonces se puso de espaldas, cogió mi polla y se la introdujo en el coño. Puff, que gusto. Sentí una gran sensación de calor y excitación. Empezó a follarme con su culo, dando vaivenes en mi pene. Plash, plash, plash… Después de diez minutos se cansó y me dijo: -Ahora tú. Me reincorporé, me cogí la polla y se la metí a cuatro patas. Comencé a dar embestidas torpes e inexpertas. -Dame más fuerte, joder. Empecé a bombear aquel coño. Dando embestida, tras embestida, introduciendo una y otra vez mi polla hasta el fondo de su chocho. Tras diez minutos llegué al culmen. La puta se apartó, se pusó las bragas y se encendió un cigarro. Yo me quité el condón y lo tiré a una papelera; después me vestí. En cuanto me corrí, lo supe; la había cagado. Toda mi vida recordaría que mi primera vez fue con una puta. Ella empezó a hablar mientras yo estaba ausente. -Tienes un buen amigo… te ha pagado un polvo… cuidale. -Sí -dije, sin prestar mucha atención a lo que decía. Me fui de allí y me encontré con Viti. Nos fumamos un porro y después nos fuimos a casa. Al llegar a mi habitación me senté encima de la cama y me quedé en silencio. Me sentía raro ¿Por qué todo me tenía que salir tan mal? empecé a llorar. Toda la vida recordaría ese momento. Parecía que estaba destinado a ser un fracasado. Pasó un año y seguía sin ligar. Con el tiempo empecé a irme de putas. No por vicio, sino por necesidad. Iba cada tres meses. No me gustaban las putas callejeras, ni los burdeles, buscaba chicas independientes que trabajaran en su casa. Una especie de novia por horas. No me sentía cómodo siendo un putero; de hecho, nunca lo fui. Iba porque estaba solo; si hubiese tenido novia, no habría ido. Siempre me pareció patético pagar por tener sexo, pero cuando llevas unos meses sin follar, tu polla manda más que tu cerebro. La falta de sexo puede volver loca a la gente. Para mí era como ir a extirpar un veneno. En cuanto me corría, me quitaba meses de rayadas y depresiones. Aunque no solía durar mucho esa felicidad, tres o cuatro días. Era como poner el cuentakilómetros a cero. Después de ese polvo, acumularía horas y días de stress y depresión hasta que expulsase el veneno de nuevo. Algunos polvos eran mediocres, otros normales y algunos excepcionales. En realidad, odio a la gente que habla de la prostitución sin haber sido cliente porque no tienen ni puta idea. Se piensan que las putas son esclavas de mafias sexuales cuando eso es la minoría del sector. En realidad, las putas son mujeres que ganan mucho dinero. No son santas; son personas que cobran seis mil euros al mes. A algunas les gusta su trabajo más a otras menos, pero todas están ahí porque prefieren chupar pollas a trabajar en el supermercado; no nos engañemos. Tambien hay putas que les gusta su trabajo; esas son las mejores. Suelen ser chicas independientes que te abren la puerta de su casa en sujetador y bragas y te tratan como una persona normal. Yo no trató a las putas como seres inferiores o despreciables, para mí solo son mujeres. Por eso, supongo, que me tratan mejor de lo normal. En realidad, muchas putas son mejores personas que mujeres que no lo son. Un día vi un anuncio de una argentina. Tenía un apartamento en la plaza de los Cubos. La foto pintaba bien. Tenía un buen par de tetas, un cuerpo esbelto y un culo bonito, aunque no destacable. Le hablé por Whatssap y concerté una cita. Me presenté cinco minutos antes. Estaba nervioso y ligeramente empalmado. Le envié un mensaje para avisarla. Me hizo esperar cinco minutos en la calle y después abrió el portal. Subí hasta uno de los últimos pisos y después salí del ascensor. Estaba en medio de un pasillo enorme ¿Por dónde era? -A ver, número once… por aquí -pensé. Llegué al número once y toqué el timbre. Entonces abrió la puerta. Era increíble. Estaba jodidamente buena. Una argentina con el pelo largo y castaño, una cara angelical, un pecho grande, y unas piernas largas y preciosas. Me dio dos besos, me agarró de la mano y me llevó dentro de su habitación. -¿Te pago ahora? -pregunté. No respondió. Se quitó el vestido que llevaba y se quedó desnuda. Su cuerpo era puro sexo. Me quedé hipnotizado mirando esas preciosas y abundantes tetas. Tenían el tamaño perfecto de pezón. Su piel era blanca y sensual, y sus pezones rosados. Agarré sus tetas y empecé a besarlas y chuparlas. Estaba cachondísimo. Entonces me quitó la ropa y me quedé en calzoncillos. Me agarró la polla con la ropa interior, la manoseó un poco y después me miró con una sonrisa. Me quitó el boxer y empezó a chuparmela. Era una viciosa. La chupaba como una puta loca, sin parar. -Uff.. -dije. Entonces agarró mi pene y empezó a darse ostias en la cara ¿Qué cojones? me encanta esa locura desenfrenada. -Dame polla -dijo. Le di un par de pollazos en la cara y volvió a metérsela dentro de la boca. Chupaba sin cesar, mirándome con cara de zorra. Entonces se la sacó y se quedó obsevándola, colgando hilos de saliva desde mi pene hasta sus labios. Me la pajeo un poco y dijo. -Follame el culo. -Sí -dije yo. -¿Me vas a romper el culo? -preguntó. -Puff, sí… Esa zorra era una ninfomana. No había conocido a ninguna puta que estuviese tan loca. Me puso el condón con la boca y se sentó en la cama a cuatro patas. Entonces abrió sus nalgas, con la ayuda de su mano y dijo. -Metemela, rompeme el culo. Se suponía que íbamos a follar por el coño, pero no puse objeciones. Cogí mi miembro, rodeado de plástico, y se la metí lentamente hasta el fondo. -¡Ahhh! -gritó. Empecé a follarmela poco a poco aumentando el ritmo progresivamente. Pam, pam, pam… Mi pubis chocaba contra sus glúteos. La follaba sin parar, a saco. Parecía que una especie de trance se había apoderado de mí. La reventaba a embestidas sin detenerme mientras ella gritaba: -¡Ahhh! ¡Así! ¡Rompeme el culo, destrozame! La jodía furiosamente, como si cada embestida la llegase a lo más profundo de su cuerpo. La jodía sin parar, queriendo expulsar todos mis problemas, hasta que por fin… -¡Ahhh! -grite. Me corrí como nunca. Mientras esa zorra meneaba su culo, exprimiéndome las últimas gotas. Entonces nos tumbamos en la cama. Me encendí un cigarro y me quedé en silencio. Ella no paraba de hablar. No le prestaba mucha atención; estaba a mis cosas. Por algún motivo, me sentí triste. En el fondo, sabía que follarme putas no me llenaba. No me atormentaba la falta de sexo sino la soledad, y ese vació no se puede llenar pagando a nadie. Ella seguía hablando mientras pensaba. En algún momento se calló y dijo: -¿Estás bien? -Sí ¿Por qué? -pregunté extrañado. -Te noto triste. -No estoy triste. -Vale… Me reincorporé, sentándome en la cama, y seguí fumando. Entonces ella se sentó al lado mío y lentamente acercó su rostro hacía mí. Me miró fijamente a los ojos, me abrazó en silencio y me besó en el cuello y la mejilla. -Tú no necesitas sexo sino algo de amor… Aquel gesto me puso más cachondo que todo el sexo anterior. Soy un romántico sin remedio. Me sentí débil, por primera vez en muchos años. En el fondo, no ligaba porque no quería. Había chicas de mi clase que me lanzaban indirectas, chicas que les gustaba, pero tenía miedo. En realidad, me aterraba volver a abrirme con una mujer. Me daba miedo volver a sufrir. Huía de cualquier relación sería o compromiso porque estaba acojonado de que me volviesen a hacer daño. Prefería estar solo, follarme putas, matarme. Huía de esos momentos. Me aterraba volver a enamorarme. Me puse nervioso ante aquella demostración de afecto y me vestí rápidamente. La puta se quedó sorprendida ante mi reacción. -¿Estás bien? -preguntó -Sí… Me puse las zapatillas y me fui por el pasillo. Entonces lo recordé, el dinero. Si no lo hubiese recordado, no me lo habría pedido. Me apiadé de ella, volví a la habitación y le dije: -Tu dinero, se me olvidaba… La pagué. Se levantó, me dió dos besos y me marché de allí. Al llegar a casa estaba profundamente deprimido. Toda mi vida era una continua insatisfacción crónica. Nada me era suficiente porque en el fondo sabía que necesitaba una mujer como yo y seguramente jamás la encontraría. Solo necesitaba dejar de sentirme vacío. Fui a la cocina, abrí el cajón de los cubiertos y cogí un cuchillo. Después fui al baño, aparté la mampara y me senté en el plato de ducha. Acerqué el cuchillo a mi muñeca. Era la hora. Era la única forma de dejar de sufrir. Me desengraría lentamente hasta huir de una vez por todas. Miré la hoja; estaba afilada. Mis ojos se reflejaban en ella. El filo rozaba mis venas. Solo necesitaba un simple gesto, un movimiento de muñeca, y me iría. Estaba decidido. Miré la hoja y a la vez observé mis ojos. Tenía ojos de viejo. Mi mirada transmitía una mezcla de destrucción, dolor y caos. Era un viejo de 22 años. Apoyé la hoja contra mis venas, pero, entonces; oí el sonido de la puerta. Era mi madre. Anduvo por el pasillo hacía el baño y yo salí rápidamente de la ducha y me quedé mirándome en el espejo con el cuchillo en la mano. Entonces llegó hasta el baño, me miró y dijo: -¿Qué haces con el cuchillo en el baño? -Nada, que no podía abrir una cosa… Dejé el cuchillo en el cajón y me fui a la calle a beber. María volvía cada medio año y quedábamos para tomarnos unas cervezas. Ahora tenía novio, un chico llamado Dani. Era un chaval serio, mayor que ella, y de apariencia corriente. Pelo corriente, cara corriente, cuerpo corriente, un tipo corriente. Lo que al principio me extraño de él es que no podía calarle. No sabía que pasaba por su cabeza ¿Le caía bien o mal? quién sabe. Tenía, lo que en el mundo del juego se llama, una cara de poker perfecta. Probablemente, si hubiese sido más listo, habría ganado millones, pero ahí estaba bebiendo frente a Matt Damon en The Rounders. No podía leer sus cartas y me ponía nervioso. La gente no lo sabe, pero me encanta psicoanalizar a las personas; tengo un don. Por eso me desconcertaba ese tipo; era imposible de psicoanalizar. Un tipo corriente. Con el tiempo descubrí que no podía calarle porque no había nada que calar; era lo que veías. Me caían bien. Eran un poco bordes y directos y eso lo apreciaba. Odio a los bienquedas. Me gusta la gente que me diga su opinión a la cara, aunque esa opinión sea errónea. Lo que María no sabía es que odiaba esas reuniones semestrales. Al principio me apetecía, pero conforme pasaba el tiempo, me daba cuenta de que cada vez que ellos venían, yo seguía exactamente igual, en el mismo punto. Sus vidas avanzaban sin parar, mientras yo continuaba igual que hace seis años. Fingía que no pasaba nada, ya que ellos no tenían la culpa, pero siempre que les veía me volvían las depresiones. Odio encontrarme a gente del pasado porque regresan todos esos recuerdos que creía tener enterrados. Entonces tomaba éxtasis, xanax... cualquier droga dura en forma de pastilla. Ya que, al beber y fumar todos los días, cuando estaba jodido de verdad, necesitaba algo más fuerte. Mi única regla era: ni drogas que se esnifan, ni drogas que se pinchan. Desfasaba unos fines de semana y después volvía a mi lenta destrucción etílica. Dicen que los suicidas son unos cobardes, pero yo opino que hay que tener un buen par de pelotas para hacerlo. En el fondo es gente que decide su destino. Muchos no lo entienden. Cuando tu vida es solo dolor, la muerte es una liberación. A veces me iba a dormir deseando no despertar. La muerte dulce. Por eso me drogaba, porque en el fondo anhelaba la muerte. Tenía la esperanza de que cualquier día una sobredosis, un fallo renal, un coma etílitico, un cáncer hiciese el trabajo que no tenía huevos de realizar. María sabía que no ligaba. Seguramente pensaba que era un pajero, un asexual o un maricón reprimido. Intuía que algo me pasaba, pero no intuía el qué. Lo que me pasa es que soy un kamikaze, un suicida, un loco idealista… En el fondo, nadie me quería porque me odiaba a mi mismo. Odiaba mi aspecto y mi forma de ser. Odiaba la vida, odiaba a la gente, odiaba la soledad, odiaba mis cicatrices, odiaba mis vicios, odiaba levantarme por las mañanas, odiaba odiarme, odiaba odiar… ese era mi mayor error, me pasaba la vida viendo el lado negativo de todo. Me destruía por mujeres que no merecían la pena porque buscaba una aprobación externa. Necesitaba sentirme valorado, pero si no te valoras tú mismo quién cojones va a hacerlo. Con el tiempo las mujeres llegaban a mi vida, principalmente locas, drogadictas y borrachas, pero jamás terminaban de llenarme. El amor ¿Qué es el amor? yo creo que es la droga más fuerte que existe. Te hace sentirte más vivo que nunca y cuando todo se estropea solo queda dolor y una sensación de vacío y soledad. El amor. El amor es como el mdma, te hace sentirte vivo, llegar al éxtasis, pero tarde o temprano te acaba pegando el bajón. Lo que la gente no quiere entender es que nada ni nadie es para siempre. Basan su felicidad en la compañía de esa persona especial y, tarde o temprano, cuando se esfuma, se hunden en la mierda. El ser humano pocas veces ama de verdad, la mayor parte del tiempo posee, intentando alargar algo efímero. El amor no está hecho para toda la vida. Nada está hecho para siempre. Todo tiene fecha de caducidad ¿Por qué nos atormentamos en vez de disfrutar el momento? ¿Porque no exprimimos cada puto segundo? porque nos aterra estar solos. Jamás conocerás la verdadera felicidad si primero no has visto el peor lado de la vida. No temas el dolor, abrázalo. Es como un sabio anciano que te susurrará secretos al oído. Aprende de él; no lo reprimas. Es peor dejar de sentir que matarte lentamente. Jamás dejes de sentir. Aprende del dolor. Ese viejo amigo. No, no me da miedo la soledad, de hecho, la disfruto. Si no puedes ser feliz solo, no serás feliz jamás. La gente teme estar sola porque teme conocerse. Saben que están vacíos y perdidos y no lo quieren afrontar. Prefieren seguir patrones generalizados. Terminan el instituto, consiguen su licenciatura, trabajan de 9 a 5, consiguen una mujer sosa, una casa fea, unos niños chillones… y lentamente mueren. Otra vida más, nada especial ni peculiar, otro número más de la masa. Parecía que todos querían los mismos objetivos. No lo entendía ¿Era yo el raro? pensaba en el futuro y me daba igual tener familia o no, me importaba una mierda tener hijos o estar casado, solo quería experimentar la vida como una aventura. Salir del barrio, salir de Madrid, de España… sentía que mi vida estaba fuera, en ningún lugar en concreto, sin rumbo específico, sin nadie, solo yo, mi coche, unos cuatro pares de litros de cerveza, una bolsa de 5 gramos de marihuana y un portátil para escribir. Ese era mi sueño. Me daba igual el amor, la amistad, crear una familia… solo quería alejarme de todo y perderme hasta que nadie ni nada me recordase y en ese instante ser yo. Ser por fin yo al 100%. Conocerme realmente. Uno nunca sabe quien es porque vive condicionado por su entorno. Crees saber quien eres, pero solo basas tu percepción según la percepción que tienen los demás de ti ¿Quién era? ¿Era el Miguel familiar, el camello, el amigo que se droga, el alcohólico, el suicida, el putero? ¿Quién era? no lo sabría hasta que me largase de aquí. Hasta ese momento seguiría repitiendo los mismos errores, cayendo en los mismos patrones de conducta, en los mismos hábitos ¿pero cómo podía cambiar? el tiempo pasaba y seguía en la misma casa, con los mismos amigos, con los mismos vicios y en los mismos bares. No podía seguir malgastando mi vida. Necesitaba exprimir el presente, porque en el fondo, sabía que algún día moriría y de alguna forma sentía esos pequeños instantes de placer como una victoria. Exprime cada segundo. El presente es tuyo; el futuro no es de nadie. Una mirada Nos perdimos en ciudades sin alma, buscando droga en las esquinas. Sólo queríamos una salida a este infierno, una huida, una excusa para dejar de sufrir. Tragamos aquel químico de sabor ácido y esperamos. Siempre odie esperar, sabía lo que quería y lo quería ya. Nunca supe esperar, lo que espantada mis posibilidades de éxito. Ansiaba y presionaba al mundo y a las personas, haciendo que huyesen de mí. Todavía no lo sabía, pero el truco de la vida era fluir con el mundo, sin pedir ni necesitar nada, sin exigir algo a cambio. Hasta que no llegue ese momento solo serás otro esclavo más del tiempo. Cada segundo hace que estés más cerca de la muerte. No temo a la muerte. La muerte me hace sentir jodidamente vivo, hace que este instante entre tú y yo sea eterno, le dije a esa rubia mientras miraba sus ojos azules. Una mirada. Solo pido eso, una mirada. Tu culo perfecto y tus bonitas piernas se marchitarán, pero siempre recordaré esa mirada. Esa expresión hacia que mi alma sintiese una fuerte punzada, como una especie de puñalada que revolvía todo mi interior. En esos pequeños momentos dejaba de sentirme vacío. Eran hermosos esos pequeños segundos, valían más que una década, valían más que muchas vidas. Borracho -Siempre he estado confundido ¿No soy feliz o no se vivir? ¿Cuál será la clave de todo? sigo en las mismas esquinas con olor a orina y potas de bar. Sigo aquí, matándome. Bebo muerte y fumo temor ¿Dónde está esa puta salvadora? no te pago una copa, te pago una sonrisa. Volverán los buenos días, las noches mágicas, grandes botellas de ron y muchas bolsas de maría. Y mientras, la percepción de quien eres muere. Es precioso. Toma lsd y muere. Muere y renace nuevo. Es aburrido escribir siempre alrededor de una historia. Es más bonito improvisar, como un poeta, un saxofonista o un vividor. No quiero la misma vida aburrida que los demás robots. Señor, a mí póngame dos copas de whisky y kilómetros que recorrer. No te fíes. No te fíes de la gente. Te engañarán, te mentirán, te contaran solo su parte de la historia. Tampoco te fíes de ti. Tú también te mientes. La realidad es solo una alucinación. Todo es una percepción ¿Cuál es el punto de vista correcto? pagando alcohol con horas de vida, malgastando horas de vida por el alcohol ¿Esto es todo? quiero más. Salí de aquel bar con mi última cerveza y di un par de pasos. Fui a sacar el móvil, para mirar la hora, y entonces, se me cayeron las llaves. El sonido tintineante me alertó. Miré hacía abajo, me agaché y las cogí. En ese momento la cerveza se me resbaló de los dedos, haciendo malabares entre mis manos, para al final acabar estrellándose contra el suelo, produciendo un estruendoso ruido ¿Dios, te ríes de mí? ¿Acaso soy un puto bufón para tí? ¿Soy tu puto comediante particular? ¿Por qué tienes que joderme la última puta botella? jodida mierda. Me fui andando torpemente por aquellas estrechas calles. En realidad, no vamos a ninguna parte, solo queremos hacer tiempo mientras tanto. La tienda estaba cerrada. Me tocaba ir al 24 horas. Había 10 minutos de camino. Me hice un gran porro y empecé a andar. Tras dar mi primer paso comenzó a llover. Soy un chiste andante y dios debe de ser un cabronazo con un raro sentido del humor. Seguí andando, fumandome aquel peta. Por el camino tropecé, metiendo mi pie en un gran charco, y caí contra el asfalto. Mis manos se rajaron por el impacto. La sangre se mezclaba con el agua de la lluvia, formando un arroyo que acababa en la alcantarilla. Mis manos estaban magulladas y llenas de arañazos, el porro estaba aplastado y mojado, y mi pie estaba empapado. Llegué al 24 horas, pero nadie abría la puerta. Tras diez minutos, un empleado me abrió. Me miró extrañado. Sí, hijo de puta, he tenido un mal día, no me toques las pelotas, pensé. Pagué mi botella de whisky y salí de allí. Andé diez metros y de repente la bolsa se rompió. La botella cayó contra el suelo, convirtiéndose en un puñado de cristales. No hay suerte para los buenos. Los días cada vez pasan más rápidos, igual que los años ¿Os acordáis cuando empezamos a beber? éramos unos buenos cabrones. Buenos tiempos, eran buenos tiempos. Todavía recuerdo cuando nos juntábamos todos en casa de Herni y bebíamos hasta no poder más. Todos los viernes alguien echaba la pota. Era una divertida lotería ¿Quién se acordará de mí cuando haya muerto? Vosotros, seguro. Un día vomité tanto que casi me ahogo. Los espaguettis se quedaron atascados en mi laringe. Un segundo más y habría muerto. Titular: Un hombre muerto por vomitar espaguettis. Mi vida es un chiste cruel ¿Recuerdas cuando eramos libres? ¿Lo recuerdas Viti? -Joder… está muy borracho -dijo Viti a Miki. Me encontraba tirado en un portal. Balbuceando, escupiendo palabras, sin saber bien a quien iban dirigidas. Miki y Viti me agarraron y me llevaron a mi edificio. Subí las escaleras tambaleándome. Todo se movía alrededor. Tanteé la cerradura con la llave y después de un rato conseguí abrir la puerta. Llegué a mi habitación, me quite la ropa y me tumbé en la cama. -¿Seguimos igual no? no cambias. Algún día conseguirás lo que tanto deseas, destruirte. Mientras tanto bebo, no voy a ninguna parte solo estoy haciendo tiempo -dije, pensando en voz alta. El sentido Estaba obsesionado con las setas ¿Cuál sería el siguiente nivel? ¿Cuánto más podría aprender? quería llegar hasta el final. Siempre he sido una persona compulsiva. Cuando descubría una nueva afición o probaba drogas por primera vez, repetía y repetía, hasta que me cansaba o me hacía daño. Ahora era el turno de los hongos. Era sábado, me aburría y no tenía nada que hacer. El día anterior había comprado una ración de dos gramos por quince euros, pero llegué tan borracho a casa que me quedé dormido. No sabía si tomármelo o no; no me apetecía demasiado. Cuándo estás borracho haces o compras muchas gilipolleces. Estuve indeciso todo el día. Siempre que voy a tomar setas, dudo y me pongo nervioso pensando en las posibles consecuencias negativas de la psilocibina ¿Será esta vez? ¿Me sentarán mal? ¿Tendré un mal viaje? La incógnita me producía un cierto rechazo, aunque las ganas de un buen colocón siempre se anteponían. A eso de la una de la noche dudaba entre cenar o tomarme la dosis; opté por lo segundo. El sabor era más asqueroso que otras veces. Mastiqué aquella especie de champiñones, di un sorbo de agua y tragué. Mis padres estaban durmiendo en la habitación de al lado. No podía hacer mucho ruido o me descubrirían. Me empecé a emparanoyar ¿Y si empezaba a gritar y entraban por la puerta? Definitivamente, sería la última gota para que me echasen de casa. Aquello me preocupó, aunque, como muchos drogatas ya saben, uno no piensa en las consecuencias hasta que ya está drogado. A los cinco minutos, el dolor de tripa empezó. El principio de los hongos siempre es una auténtica mierda: ansiedad, dolor de tripa, sensaciones extrañas, punzadas u hormigueos en el cuerpo, náuseas. Era como estar mareado en un coche que toma muchas curvas. Mi cuerpo y mi mente sabían que se aproximaba algo fuerte, una gran ola que surcar. Era una sensación extraña y desagradable, algo difícil de explicar con palabras. Para evitar los mareos y las náuseas fumaba marihuana, sin tabaco, y remitía el malestar. Me sentía raro, como nervioso o paranoico. Me obsesioné con la idea de que mis padres entrarían por la puerta en cualquier momento, descubriendo mi extraño estado, así que decidí irme. Cogí una mochila y la llene con un grinder, papel de raw, cartón, un gramo de marihuana, mechero, una botella de agua, mi móvil, mi cartera y veinte euros. Salí de mi casa en dirección a la cancha de baloncesto del parque del oeste. Bajé hasta la calle Princesa, me metí por la plaza de los Cubos y llegué al Templo de debod. Entonces el malestar regresó, sin previo aviso, como un gancho inesperado a la mandíbula. Odio esas horribles punzadas en el estómago, son como pequeñas puñaladas, como pequeñas sanguijuelas que te devoran por dentro. Crucé la acera y me adentré en un laberinto de callejuelas. Saqué un porro, que llevababa liado, y lo encendí. Di un par de caladas y exhalé el humo. Nubes blancas desvaneciendose en el olvido, pensé. Estaba inmerso en otra aventura más. En el fondo, nunca dejaremos de ser niños grandes. Niños que quieren jugar, divertirse y explorar el mundo para, al fin, conseguir encontrar su lugar, y de paso, a sí mismos. Bonita reflexión, pensé. Por un momento sentí que había dejado todo atrás: mi casa, mi familia, mis amigos, mi ciudad. Tenía la percepción de que estaba abandonando todo. Era un viajero sin destino. No viajaba por llegar a un sitio si no por la experiencia de vivir. La vida se presenta como tal cuando dejas que te sorprenda. Caminaba y caminaba, pero parecía que no avanzaba. Los pensamientos eran fluidos y desordenados. Los sonidos se escuchaban distintos. Después de andar tres minutos, que parecieron treinta, pasé delante de un grupo de fumados y todos me miraron fijamente. Me sentía amenazado y observado. Decidí mirar al suelo. Daba un paso y después otro. Cada paso duraba una eternidad; era algo acojonante. Intentaba aumentar mi velocidad, sin embargo, no servía de nada; todo estaba ralentizado. Di un paso y otro y otro. Después de veinte pasos me alejé de aquel grupo. Seguramente pensarían que era una especie de yonki o esquizofrénico. Saqué el móvil y miré la hora. Solo habían pasado quince minutos desde que salí de casa ¿quince minutos? ¿Cómo era posible? Al menos debía de haber transcurrido una hora. No tenía sentido. Al darme cuenta de lo lento que había pasado el tiempo, me reí de forma histérica. Ya estaba cerca, a menos de 250 metros, sólo quedaba pasar un pequeño parque infantil, bajar una cuesta, cruzar la rotonda y llegar a la cancha. Cada sitio por el que pasaba parecía un pequeño ecosistema o mundo. La gente me miraba de forma extraña, como si supiese la condición pasajera por la que me veía afectado. El barro de la tierra del parque parecía resbaladizo y peligroso. Sorteé los charcos, caminando como si fuese Jack Sparrow, y pasé de largo aquél raro mundo bajo la mirada incrédula de un cincuentón aburrido ¿Que debía pensar de mí? mejor dicho ¿Qué importaba? nos pasamos la vida perdiendo el tiempo pensando en que opinan los demás de nosotros. Qué importancia tenía lo que opinase de mí, él jamás experimentaría una sensación tan humana. Sería un robot más, un npc. Me sentí triste por él. Da pena que la gente no llegué a nuevas percepciones. Percepciones que cambiarían su existencia para siempre. Descendí por la cuesta que llevaba hacía la cancha de baloncesto. Mis pensamientos surgían sin control: tristeza, felicidad, paranoia, incertidumbre... Las sombras de mi cuerpo, que producían las farolas, me observaban. Parecía que tenían vida, que me estaban acechando, como si cada sombra representase un sentimiento o una personalidad de mí mismo. En ese momento, la luz disminuyó poco a poco hasta que me quedé casi a oscuras. Y de repente, como una punzada en la nuca, sentí que había alguien detrás mío; me giré; no había nadie. La luz regreso paulatinamente hasta volver a la realidad. Continué bajando la calle, observando aquellos amenazantes seres que me seguían, imitando mi aspecto en otro plano. Un montón de camiones de basura se organizaban a lo largo de la rotonda, haciendo estruendosos sonidos y emitiendo luces intermitentes, sobreestimulando mi cerebro. Mi visión se convirtió, de nuevo, en un gran angular. Por alguna extraña razón me sentía perseguido y amenazado, lo que hacía que mirase constantemente a mi alrededor. Por fín llegué a la cancha y me senté en un banco. Estaba agotado; parecía que llevaba días andando. Mis sentidos se agudizaron como nunca. Oía cualquier leve sonido o ruido; mi visión era perfecta; mi tacto se apreciaba diferente... Me sentía en alerta, preparado para que alguna especie de depredador me atacase en cualquier momento. Me giraba, vigilando mi espalda continuamente. Sabía que era una estupidez, pero no podía evitarlo. Por algún motivo sentía esos instintos innatos de supervivencia. Decidí hacerme un porro para tranquilizarme. Saqué el grinder, metí medio gramo de hierba y lo piqué. Mientras, alrededor, la luces de las farolas se apagaban y encendían lentamente. Los efectos eran parecidos a otras veces. Saqué la hierba del grinder, la extendí en el papel y le puse el cartón. Mis manos estaban entumecidas, no tenía movilidad en los dedos, salvo en el pulgar. Parecía que había olvidado utilizar mis dedos de forma normal, como si tuviese la mano de un simio. Me lié el canuto y lo encendí. Di una larga calada y expulsé una gran nube blanca. Me sentí muy agusto. Era uno de esos momentos que sabes que recordarás toda tu vida. Un lugar en el tiempo sagrado y especial. Le di otra calada y el colocón me hizo subir realmente alto. La mente, por segundos, se evade de tu cuerpo. Olvidas todo lo demás mezclándote con el presente inmediato.. ¿Por qué había estado tan paranoico cinco minutos antes? no tenía sentido. Me había comportado como una especie de superviviente perdido en la selva. En ese instante lo comprendí, con el paso de los años, de la evolución y del avance tecnológico, hemos olvidado lo que somos, el origen, lo que nunca dejamos de ser. En realidad, solo somos animales, solo somos otro ser vivo más que se volvió consciente de su existencia y evolucionó, olvidando quien era por el camino, obviando nuestros instintos innatos, pero esos instintos jamás se olvidan. Los psicodélicos te hacen reconectar con el hombre primitivo, el ser humano tribal, la verdadera esencia natural de nuestro ser. Porque por más que pasen los años, por más dinero, ropa, móviles o coches que tengamos, siempre tendremos esos instintos animales. Siempre seremos ese hombre o mujer de la tribu. Se ve todos los días en todas partes, hombres que compiten entre sí por una mujer o que hacen ostentación de bienes materiales y estabilidad económica, mujeres sobreprotectoras con sus hijos o con vocaciones más empáticas (psicólogas, profesoras, cuidadoras…), etc. Los hombres somos más agresivos y territoriales porque en el ámbito natural era el rol que desempeñábamos para proteger a nuestras familias de depredadores o enemigos. En cambio, las mujeres son más selectivas sexualmente porque necesitaban un hombre fuerte que protegiese y abasteciese a sus familias. Rápidamente saqué el móvil y me grabé explicando esta reflexión. Sin embargo, las palabras no me salían, me costaba hablar o terminar una frase. Tras unos segundos, por fín, lo logré. -Las setas… las setas te hacen… volver al origen… al ser humano primitivo… Después de decir eso miré el móvil. No me lo podía creer, la grabación duraba cinco minutos ¿Cuánto tiempo había transcurrido realmente? volví a descojonarme, lanzando carcajadas al viento. Mi risa daba miedo, sonaba a locura, si es que la locura suena a algo. Me miré la cara en la cámara del móvil. Era jodidamente feo. Mi rostro cambiaba según la percepción y los segundos que me quedase mirando. Era un feo hijo de puta. A lo mejor por eso se me daban mal las mujeres, la supervivencia del más apto. Los machos con peores dones físicos son descartados por la hembra de su especie. Estaba claro, estaba destinado a la muerte sin descendencia. Me cansé de pensar y puse música. Elegí Blessed de Schoolboy Q. La instrumental, instantáneamente, me hizo experimentar un colocón único. Como si mi mente saliese por breves centésimas de segundo de mi cuerpo. El loop me elevaba, mientras los pequeños matices de la voz, el bombo y los efectos envolvía todo como una especie de ambiente onírico. Estaba realmente drogado. La música se escuchaba mejor que nunca, era algo orgásmico, sagrado, ritual. Empecé a bailar. Dando vueltas en círculos, como si fuese una especie de indígena o chamán. Bailaba y bailaba, apreciando el instante. Danzaba con la muerte. Estaba vivo. Algún día me marcharía de aquí, pero hoy estaba vivo. Era libre. En algún momento, el baile se convirtió en un trance, fundiéndome con la energía del universo. Miré al cielo y di las gracias. Me quedé de pie unos minutos, admirando las pocas estrellas que se veían. Que diminutos somos. No soy nada. Las estrellas son granos de arena desde mi ventana. Me senté en el banco y me terminé el porro. Ya no había nada que hacer allí, aquel sitio me había dado todo lo que podía ofrecer. Me levanté y me fui buscando más experiencias. Cada sitio cambiaba mi colocón, cada lugar me aportaba algo nuevo. Estaba en medio de una extraña aventura psicodélica. Amo vivir en la incertidumbre del futuro, fluir con el mundo esperando la siguiente sorpresa. Decidí volver a Plaza de España. Primero tenía que ir a la calle Rosales y volver por donde había ido. Me adentré en una especie de bosque y subí por una cuesta de tierra. La oscuridad envolvía aquella zona tenebrosa. Subí la pendiente y mis sombras aparecieron de nuevo, observándome más amenazantes que nunca. Me miraban, esperando cualquier momento de debilidad, pero, como yo no las dejaba de prestar atención, no podían hacerme nada. Llegué arriba y me lie un canuto. Era el peor peta que me había hecho en esta vida. Estaba blando y lleno de bolsas de aire. Parecía el primer porro hecho por el hombre. Regresé por el mismo camino que había ido, fumandome aquel largo y raro canuto. Kendrick Lamar y su HiiiPower retumbaba en mi móvil. Los tambores y bombos de la música me hacían pensar que formaba parte de una tribu que caminaba hacia la victoria vital de nuestra existencia. Sin mirar hacia atrás, solo pensando en el futuro, en el mañana. Miré hacia atrás y entonces lo entendí; no tenía sentido vivir en el pasado ya que el pasado ya no existe. Estaba feliz; me sentía unido con el mundo. Caminé de vuelta al Templo de Debod y por el camino me encontré con los mismo fumados que antes. Esta vez no me prestaron atención. El tiempo no se ralentizó. Me entró sed y cogí la mochila. Mi cerebro tuvo una especie de bloqueo ¿Qué era esa cosa y como se abría? parecía un chimpance descubriendo el fuego. Después de un rato, abrí la mochila y bebí un largo trago de agua. Seguí andando, feliz, riendome solo. La música sonaba tan jodidamente bien, mejor que fumado, borracho o puesto de éxtasis, mejor que nunca. Nada importaba, pero porque, en realidad, casi nada es importante de verdad. Me sentía un miembro desterrado de una tribu, un solitario que estaba buscando su lugar en el mundo. Andaba y andaba persiguiendo el sentido. Caminaba con el universo. La música transmitía bellas vibraciones alrededor. La vida puede ser tan jodidamente bella y a la vez tan cruel. Todo es contradictorio. Después de caminar cinco minutos, llegué al Templo de Debod. Miré a mi alrededor. Estaba rodeado de grandes colinas. En ese momento, ví a cuatro o cinco chicos en uno de esos montes. Era una emboscada; esa puta tribu iba a matarme. Podía distinguir sus sombras, escondiéndose detrás de los setos, dispersandose para rodearme. Estaba jodido. Andé un par de pasos y me di cuenta de la gilipollez que acababa de creer. Los instintos. La música cesó en algún momento sin que me percatara del motivo. Era increíble como la vida cambiaba radicalmente al quitar la música. Deben de ser por las frecuencias o las vibraciones. En el fondo, este universo es frecuencial. Atraemos lo que pensamos porque vibramos en una determinada frecuencia. Me paré y la puse de nuevo. El buen rollo regresó. Llegué a Plaza de España. Estaba en el centro de esa extraña ciudad. Era la misma ciudad de siempre, pero se veía muy distinta. Un charco reflejaba el color rojo de un semáforo, las luces de los coches creaban estelas que se alargaban, los colores eran más saturados... Miré los coches y a los edificios ¿Qué estábamos haciendo al planeta? ¿A donde habíamos llegado? dejamos de estar en armonía con el mundo y la naturaleza, y nos convertimos en una plaga. Tenemos que volver a los pueblos, el campo, las playas, la montaña, la tierra... tenemos que huir de esos ecosistemas prefabricados y reconectar con el universo o sino estaremos perdidos. Todavía no era el momento de regresar a casa. Quería ir a la plaza de la Catedral de la Almudena. Siempre fue un lugar especial para tomar setas. La estatua de San Pedro tenía algo hipnótico, complicado de entender. Crucé hacia los Jardines de Sabatini para llegar al Palacio real. En la plaza había un montón de mendigos durmiendo, colocados en filas, tumbados sobre cartones y protegidos por sucias mantas. Apagué la música para no despertarles. Por unos segundos sentí su sufrimiento. Era una putada ser un sin techo, pero tenía que seguir mi camino. Todos tenemos que seguir nuestra propia senda. Subí la cuesta hacia la plaza del palacio real y me percaté de que todo el mundo me miraba raro ¿Se me notaba tanto? caminaba de forma torpe, las piernas me bailaban, el cuerpo me pesaba y tenía calor. Verme caminar debía de ser un espectáculo. Decidí parar para beber agua y esperar a que la gente dejase de mirarme. Al minuto, seguí mi camino. Llegué al Palacio Real. Me sentía en otra época. Las antiguas farolas, que se disponían a lo largo de la plaza, parecían encendidas por llamas blancas en vez de bombillas. Empecé a oir unos tambores y unos cánticos tribales que provenían del final de la calle. Había un grupo de personas al fondo. Lentamente se fueron acercando. El sonido me envolvía en una especie de experiencia mística o trance. Cuando por fin pude comprender lo que pasaba, me di cuenta de que era un grupo de ultras de algún equipo de fútbol y lo que sonaba era reggaeton. Creo que en ese momento empecé a alucinar levemente. Llegué a la plaza de la Catedral de la Almudena. Andaba lentamente, encendiendo lo que quedaba de la ele. Los pájaros piaban en aquel sitio creando un ambiente reconfortante. Caminé hasta el fondo, lentamente, como el que pasea un domingo por la mañana sin pretensiones de llegar rápido a ninguna parte. Las prisas matan el presente ¿Y qué es la vida sin apreciar el instante? un puñado de ilusiones que fracasan. Miré hacía el cielo. La luna se veía enorme ¿Sería producto de las alucinaciones? -Solo somos animales con demasiado ego. Ni somos el centro del universo ni somos importantes. Solo somos una mierda en medio de algo enorme, aunque da igual. El problema del ser humano es que no acepta su papel en este juego. Queremos abarcar más de lo que somos. Todo es dios, todo es uno. Nuestra individualidad seguramente muera, salvo los que alcanzan la iluminación. Me da igual. Me da igual morir. Hay que estar agradecido al universo por cada segundo. En realidad la vida no trata sobre todo lo que creemos. La vida trata sobre alcanzar la iluminación -pensé. Y de pronto, algo sorprendente pasó. Comencé a escuchar a un búho. Un jodido búho en medio de la ciudad. No era posible. Debía de ser una alucinación. Aún así, preferí ignorarlo. Me daba igual; estaba demasiado cansado. Me pesaba el cuerpo y los párpados. Las farolas de la plaza estaban colocadas sobre bloques cuadrados de piedra. Harto de pensar, me senté en uno de los salientes. Necesitaba descansar. Parecía que, en cualquier momento, podía quedarme dormido. Dejé la mente en blanco durante quince segundos, mirando al suelo, y entonces lo comencé a ver. Del suelo surgieron, poco a poco, un montón de mandalas que giraban en patrones simétricos perfectos. Era algo extraordinario. Miré incrédulo unos instantes. Esos mandalas no paraban de girar, hipnotizándome. Sentí paz. Una paz que jamás había experimentado. No se cuanto tiempo fue ¿10 o 15 segundos? ¿Quizás 5 minutos? no lo sé. Perdí totalmente la percepción temporal. Entonces, de golpe, me entró un extraño terror. Un miedo que no había sentido nunca. Aún no estaba preparado para llegar a esos niveles de consciencia. Aparté la vista de aquellos patrones y giré mi cabeza hacia la catedral. Intenté pensar en otras cosas y huir de aquel estado, pero sin darme cuenta, entré en una especie de trance místico del que no podía escapar. Mi cara se movió involuntariamente, hacía los mandalas. Los patrones giraban y giraban. Era algo sagrado o divino. De repente, perdí la sensación de mi cuerpo y lentamente todo mi mundo se volvió oscuro salvo aquellas extrañas figuras. Entonces, mi cara se movió, de nuevo; involuntariamente. Miré ligeramente hacía arriba y de repente, sentí una acumulación de energía descomunal en la zona de la frente denominada como tercer ojo. Estaba a punto de salir de mi cuerpo. Lo sabía y me asusté ¿Será este mi destino? ¿Y si no puedo regresar? ¡Noooo! ¡No quiero irme! ¡Todavía es demasiado pronto para mí! y de golpe volví a la normalidad. Me levante repentinamente con la boca abierta y sin saber que cojones hacer ¿Qué había pasado? -¿Qué cojones? -grité. Me levanté bruscamente. No me lo creía. No podía soportar tanta realidad. Me levanté asustado y me fuí. El búho volvió a sonar insistentemente. Parecía que no quería que abandonase aquel lugar. Los mandalas surgían del suelo indicando el camino de vuelta. Me paré. No sabía qué hacer ¿Qué habría al otro lado? ¿Podría regresar? definitivamente no estaba preparado. Me alejé de allí y los mandalas lentamente desaparecieron. Seguía en shock ¿Qué coño había pasado? continué andando. Las luces de los vehículos producían estelas alargadas, casi infinitas. Delante mía había una pareja. Ambos tenían el cabello muy largo y llevaban prendas holgadas. Parecían Jesús y María. Podía ver su aura alrededor, solo en ellos. Debían de tener cierta energía especial, puro amor. Crucé el puente de Segovia, siguiendo a aquellos seres angelicales. Continué andando hasta que terminó la recta. El tiempo estaba ralentizado, de tal forma, que los coches dejaban un rastro de su movimiento. Ahora entendía todo. No eran alucinaciones, eran distintas percepciones del mundo. Igual que el estado de conciencia corriente, solo es una percepción e interpretación del cerebro. Esta droga me había hecho llegar a un nivel superior de conciencia en el que podía ver el tiempo ralentizado. Aun así, me sentía extraño, como Alicia perdida en un mundo onírico. Comencé a asustarme. Todavía seguía en subida y habían pasado cuatro horas ¿Cuándo cojones bajaría? lo peor del viaje empezó. Me di cuenta que las caras de la gente se veían borrosas y deformes debido a mi distorsión del tiempo y el movimiento. Estaba rodeado de coches y caras distorsionadas en un mundo ralentizado. Definitivamente era hora de volver a casa. Me costaba pensar con claridad, recordar quien era. Mi ego se había diluido. Solo seguía a mi instinto de superviviencia que me hacía saber que tenía que volver a casa, estar a salvo. Sentía el cuerpo demasiado ligero, como si fuese a salir flotando. Era como no sentir el cuerpo; poder andar, ver, oir, pero no sentir el peso de tu cuerpo. Por momentos, olvidé quién o qué era. Empecé a pensar que me quedaría así para siempre, que no volvería a la normalidad, que había alcanzado un grado de iluminación. Entré en pánico. Había abierto el tercer ojo por ser demasiada buena persona, así que tenía que volver a ser un hijo de puta egoísta. Pasé de nuevo por donde los mendigos y pensé: -Puta chusma de mierda, putos inmigrantes… Funcionaba, los efectos remitían. -eemm...Heil Hitler...si, eso… Franco era la polla… y… Fidel Castro. Me reí como un cabrón, despertando a uno de esos pobres bastardos. Estaba claro que no pensaba eso de verdad, solo era para que se me bajase el ciego. Aunque sirvió de poco; al cabo de diez pasos volvieron los efectos. Fuí a un chino y compré comida. Engullí como si fuese un antídoto a un veneno. Aquellos rostros siniestros abundaban por esta extraña ciudad. Sentía que lo que estaba viviendo no era real, que era un sueño. Estaba atrapado en un universo lisérgico y no podía escapar de él. De vuelta a casa me encontré con un conocido. Era Paraguas, el paraguayo. -Ey men ¿Qué tal? ¿Nos fumamos unos porros? -Ehh… -dije confuso. -Ey ¿Estás bien? Su rostro se deformó creando un aspecto jodidamente horrible. Mi expresión cambió radicalmente. Ese pobre cabrón debió de ver en mí una cara de auténtico terror. Me fui de allí sin darle una explicación. Entré en mi portal y subí las escaleras. Abrí la puerta de casa y fui a la cocina, cruzando el pasillo. Había fotos de mi familia encima de las mesas. Comenzaron a tornarse siniestras. Las imágenes sobresalían del marco como si tuviesen relieve. Parecía que esos ojos me observaban, espiándome, amenazándome. Abrí la nevera y engullí, sin mucho apetito, la máxima cantidad de comida que pude. Después cogí un tarro de azúcar y me fui a la habitación. Me tiré en la cama y me tumbé. Observé mi cuerpo. Se veía raro, como si no me perteneciese. Abrí el tarro de azúcar y metí el dedo atrapando aquella sustancia blanca una y otra y otra vez. El efecto no pasaba ¿Qué coño haría? encima tenía que trabajar en nueve horas. Me tumbe a oscuras en la cama y me puse a llorar. Se acabó. Me había vuelto loco, me había quedado en el viaje. Todo era una mierda. Entonces comencé a llorar. Me había quedado en el viaje y jamás regresaría. Cerré los ojos intentando dormir, sin embargo, un montón de figuras y formas aparecieron en mi mente. Por ejemplo, una especie de hipercubo que se destruía y regeneraba continuamente, hileras de hojas de marihuana que desfilaban ante mí, patrones infinitos… dormir así, era imposible. Me levanté, encendí la luz y pusé una película. Necesitaba algo que me hiciese alejar los malos rollos. Me puse Miedo y asco en las vegas. A los cinco minutos había olvidado que estaba drogado. Simplemente me limitaba a tomar azúcar, como si fuese una especie de antídoto a mi locura, mientras Hunter S. Thompson (Johnny Depp) cruzaba el desierto con su abogado samoano (Benicio del Toro). El viaje en busca del sueño americano. El sueño americano no era más que la búsqueda del sentido de la existencia. Los hippies intentaron buscar el verdadero significado de su nación para, de alguna manera, encontrar su significado como individuo. Me encantaba ver al tito Hunter tragando esos ácidos. Me hacía partícipe de una época que no pude vivir. Algunos solo encontramos la estabilidad en el exceso. La rutina y el vacío existencial mata a más hombres que las drogas. Pocos están vivos y los que lo están son tachados de locos. Hunter era un cabrón drogadicto, pero era fiel a sí mismo. Había encontrado su razón de existir, ese camino que le llevaría a la muerte ¿Y Acaso eso no es eso lo que buscamos todos? La película terminó. Me levanté, fui al baño, me eche agua en la cara y me miré en el espejo. Tenía el rostro pálido y con abundantes ojeras, aunque me sentía normal, algo mareado, pero normal. Salí a la calle para confirmar si todo era como siempre. Los coches avanzaban sin dejar rastros, las luces eran normales, las caras también… Había sobrevivido. Volví a mi casa, me metí en la cama y me dormí pensando en aquellos extraños mandalas. Volveré eternamente La luna se reía mientras los cobardes humanos luchaban entre sí. Las bombas caían en la ciudad. La gente moría; los bancos ganaban. Dime si este será mi final, el último dulce trago. Celebremos con vino que abandonamos Roma para ir a la eternidad. La música de las musas retumbaba en mis oídos, bailando desnudas. Baco me esperaba con un buen whisky en la cima. Toda una vida luchando para no llegar a nada, esos hijos de puta. Salid de mi mente porque ya soy libre. No hay mentiras, una vez quitas las vendas. Dios soy yo, eres tú, es todo, energía que se transforma continuamente. Dame mi victoria, esta vez, y todos entenderán; derrotame y volveré eternamente. En la ciudad de las drogas, la jungla de coches, buscamos sentir como antes; pero el humano ya no es humano. Cerebros lavados por pantallas de cuarenta pulgadas. Dejame ser libre, volver a mezclarme con la vieja madre. Crecen mentiras de los árboles porque las raíces estaban podridas. El sacerdote se convirtió en puta. Vendidos al dinero, a ese papel. Confundieron libertinaje con libertad. Algún día despertarán. Mi padre ¿Quién es mi padre? es el mayor enigma de mi vida. Seguramente nunca lo sabré ¿Quién eres si un día actuas como una persona y otro día como otra? es demasiado complicado. Todavía recuerdo los primeros años; le quería mucho o le odiaba, aquel hombre de gran barba y gafas gruesas. Mi infancia fue tan rara, tan jodidamente triste. Notaba la tensión y la depresión en el ambiente. Recuerdo que vivíamos en un piso de alquiler, dos pisos debajo de la pensión, y mi padre se sentaba en su sillón a ver la tele. Se pasaba horas ausente delante de la pantalla. En ese momento yo no lo sabía, pero estaba jodido. La vida le había aplastado, como a mí, como a tí tarde o temprano. Da igual, hoy o dentro de cinco años, cuando la vida te jode, te deja sin nada. Aceptamos que perdimos. Perdimos contra el sistema, contra nuestros sueños de juventud, contra nuestros padres. Acabamos siendo lo mismo que todos. Otro padre machacado por la vida que no llega a fin de mes y cuyos sueños han muerto, otro robot, otro drogado, otro suicida, otro alcohólico, otro don nadie… Después se encerraba en su habitación y desaparecía. Mis padres subarrendaban las habitaciones de ese piso. Supongo que no llegaban a fin de mes. Mi padre miraba nervioso por la mirilla ¿Le pillarían esta vez? ¿los vecinos se quejarían a la policía? la gente entraba y él salía al rellano a mirar si todo estaba en orden; después regresaba dentro. Lo hacían para pagar el alquiler. Sin embargo, al final tuvimos que volver a la pensión. Es raro crecer con gente entrando y saliendo de tu casa continuamente. Un niño correteando rodeado de desconocidos. Algunos me caían bien, otros eran raros. Había un argentino que jugaba conmigo y me regalaba chips ahoy, otros se quejaban de que hacía ruido o simplemente fingían que no existía. No entendía porque tenía que crecer con extraños. Quería gritar, correr, ser libre. Mis padres estaban demasiado ocupados para llevarme al parque. Me tiraba horas viendo la tele, aburrido. No había nada más que hacer. Entonces llegaba mi padre, entraba en la habitación y decía: -Todo el puto día viendo la tele… este niño. Me quitaba el mando, se sentaba y miraba la tele. Odiaba que fuese tan contradictorio; lo fue toda la vida. Si jugaba a la play con dieciocho años, venía y me decía: -Todo el puto día con los videojuegos… eso crea adicción, eso crea adicción… ya verás. Después se sentaba delante de su ordenador y se tiraba diez horas seguidas sin levantarse ni para mear. Un día, estaba corriendo por el pasillo, como cualquier niño, y de repente mi padre me vio; se paró en seco, y vino hacia mí. Su rostro mostraba una ira que me aterrorizó. Me dio tres golpes que me tiraron al suelo y gritó: -¡Te he dicho que no corras en la pensión, joder! Me pego dos veces más y, a continuación, me agarro de la camiseta y me arrastró por ese largo pasillo hasta su habitación. Me dió un último guantazo y me dejó en paz. No era la primera vez, ni fue la última, pero por algún motivo se quedó marcado en mi memoria. Yo solo era un niño que quería jugar, pero no podía, estaba encerrado en aquella puta pensión, solo y sin libertad. Siempre fue así. Ahora, con 24 años, a veces pienso en el pasado y me doy cuenta de porque soy lo que soy. Solo soy ese niño que quiere jugar en libertad. Aunque no todo era malo; si mi padre era feliz, todos lo éramos. Cuando nos íbamos de vacaciones todo era perfecto. El estrés del día a día se quedaba atrás y se portaba como un padre normal. Íbamos a la playa a las once de la mañana, todos cargados con una silla plegable o una bolsa o una nevera, y cogíamos sitio. Mi padre era el encargado de colocar la sombrilla. Agarraba el palo, lo clavaba violentamente, y después lo giraba en círculos. Cuando estaba lo suficientemente profundo, preparaba un montón de arena con el pie y enterraba aquella barra. Después nos sentábamos. Mi padre no solía beber, pero en la playa siempre compraba unas cervezas y unos periódicos deportivos. Se bebía las birras ojeando los próximos fichajes del Real Madrid y exclamando lo que pensaba en voz alta. -Si es que el fútbol de Capello no sirve para el Madrid… y el diarrea ese a tomar por culo ya… Se quedaba horas debajo de esa sombrilla; odiaba el sol. A mi me encantaba el mar, sobretodo las olas. Tenía una tabla de body surfing y me tiraba siguiendo aquellas crestas. Era una auténtica adicción. Saltaba para ojear las olas que venían y dejaba pasar las peores. Algunos estúpidos se tiraban en una ola mediocre y desperdiciaban la gran ola. Yo siempre sabía cuándo era la gran ola. El mar retrocede con tanta fuerza que lo presientes. Entonces había que esperar el último momento para impulsarse con más fuerza que nadie y salir despedido hacia la orilla. Era tan bonito, sentir que deslizas a toda velocidad, era casi como volar. Me tiraba horas y horas enteras hasta que mi madre entraba al mar a sacarme. Ella solo se metía hasta la rodilla, ya que no sabía nadar, así que remoloneaba un par de minutos más. Mi madre siempre fue un poco paleta. Cuando le contaba un problema, me respondía con algún refrán o me hablaba de su pueblo. Los mejores días para surfear eran los que había bandera roja. Me metía con mi tabla, atada a mi pie, y esperaba hasta que llegase el momento. Entonces llegó; era la ola más grande que había visto en mi vida. Por un momento dudé, pero era mi destino. Tomé la ola y me impulsé a decenas de kilómetros por hora. La ola se rompió bruscamente, engullendome en el interior del mar. Di cuatro volteretas, chocándome contra la tierra, e intenté salir a la superficie; pero la puta tabla que tenía atada al pie me lo impedía. La corriente me tenía atrapado, girando sin control. Me estaba quedando sin aire, dentro de poco moriría ahogado. Entonces con mis últimas fuerzas, apoyé el pie en la tierra, me impulsé hacia la superficie y respiré. Me desplomé en la orilla, mientras la tabla se movía con las idas y venidas del mar, golpeándome el cuerpo. Tosí y escupí un chorro de agua. Volví a toser y vomité más. A continuación, di una gran bocanada de aire; era suficiente surf por hoy. En las vacaciones siempre pasaba lo mismo, mi padre se acababa enfadando. Por ejemplo, un día fuimos a una playa vírgen. La arena era blanca y alrededor estaba llena de exsuberante vegetación. Mi madre había llevado empanada y mi padre colocaba la sombrilla, como siempre. La puso y se sentó. El viento era insoportable. Era tan fuerte que te empujaba. Entonces intentamos comer. Nos sentamos en círculo, rodeados por un sistema de dos sombrillas que había ideado mi padre, e intentamos tragar aquel trozo de empanada. Masticamos en silencio. De repente, el viento empezó a soplar más fuerte que nunca, llenando nuestra comida, de tierra. -Joder...puta mierda de playa… -dijo mi padre. El viento nos atizó más fuerte aún, tambaleando las sombrillas. -¡Me cago en la puta! -exclamó Parecía que cuanto más se enfadaba, más viento había. En ese momento, la corriente de aire se llevó volando una sombrilla. Mi padre fue a cogerla, pero se tropezó con la arena y se cayó, desplomándose por el suelo. Era un hombre derrotado por el viento. Todos nos reímos, todos menos mi padre. No le hizo ni puta gracia. Todo cambiaba de un momento a otro. Pasaba de ser feliz a estar amargado. Nos fuimos de allí y metimos todas las cosas en el coche. En el trayecto, mi madre y mi padre discutieron. Mi padre siempre echaba la culpa a mi madre cuando los planes salían mal. Tenían una extraña relación de poder que consistía en que mi padre gritaba y mi madre se callaba. Después de cinco minutos, se calmaba y dejaba de hablar. Nos castigaba con el silencio. A partir de ese momento las vacaciones se volvían en discusiones. Le cambiaba la expresión, la mirada y su forma de ser. Parecía otra persona, de un día a otro, sin previo aviso. Ese estado le solía durar tres meses, después cambiaba de nuevo. Era lo mismo todos los años. La misma mierda en todas las vacaciones. Aunque no siempre todo era malo. También tengo recuerdos felices: las bromas, las risas, las peliculas, las charlas… Mi padre era un hombre inteligente y curioso. Un día le pregunté: -Papá ¿Cómo puedo ser feliz de mayor? Se río levemente, respiró hondo y meditó unos segundos. A mi padre no le gustaba contestar a la ligera, se tomaba su tiempo para pensar y después hablaba. Entonces me miró y dijo: -Trabaja en algo que ames… así no será un trabajo. Jamás lo olvidé. ¿Quién era mi padre? ¿Era el padre cariñoso y comprensivo o el loco, borde, depresivo y amargado? Un día me recogió en la escuela. Estaba lloviendo. Las calles eran feas y grises, y los pocos árboles que habían, carecían de hojas. Mi padre llevaba un paraguas que nos protegía de la lluvia. Caminaba callado, resguardado tras un gran abrigo tres cuartos, fumándose un gran puro. Estaba enfadado porque mi hermana y yo siempre nos peleabamos. Andamos todo el trayecto sin hablar. Unos diez o quince minutos en silencio. No sé porque hay recuerdos que se te quedan grabados. Esas calles frías y oscuras, el olor a puro, aquel abrigo, el silencio… ¿Se arrepentiría de tener hijos? no le gustaba su vida. Yo no veía felicidad en ningún lado, solo un montón de gente fingiendo serlo, sonriendo, levantándose por las mañanas, intentando vivir día a día, sabiendo que desperdiciaron el tiempo. -Yo quería ser director de cine… -decía mi padre. Todos los viejos tenían sueños que jamás cumplieron ¿Me convertiría en él? probablemente. En realidad, la gente teme intentarlo, les aterra conseguir sus metas o sus sueños. Me explico, por una parte les da miedo fracasar y por otra triunfar. Triunfar conlleva cambios y las personas no quieren cambiar. Prefieren excusarse, ser fracasados fingiendo que podrían haberlo conseguido si hubiesen querido. La verdad es que jamás creyeron poder conseguirlo. Yo prefería fracasar habiendo puesto mi alma en lograrlo, a no intentarlo jamás. Siempre me dio igual el dinero, la fama, la droga… solo quería la inmortalidad, el respeto, el legado…plasmar un trozo de mí. De una u otra forma, mi alma está escrita en estas líneas y nadie podrá borrarlas. Mi padre podía haber sido un genio, pero no quiso. Le dio miedo. Era lo que más me molestaba de él. No sabía porque, pero le consideraba un fracasado. Ahora, con los años, lo recuerdo y por fin lo entiendo. Despreciaba eso de él porque era mi mayor temor. Me asustaba tener el mismo desenlace. Me aterraba ser otra persona sin rumbo ni esperanza, que simplemente trabaja para sobrevivir hasta que un día muere delante del televisor. Despreciamos y criticamos a los demás por los defectos que más odiamos de nosotros mismos. Mi padre no era un tirano ni un santo. Era solo otro ser humano complejo y lleno de frustraciones. La vida le puteaba como a todos y cuando el mundo te aprieta a veces lo pagas con los que quieres. En aquellos años no entendía esas ganas de morir. Simplemente pensaba que estaba loco, que no estaba bien. Cuando la verdad es que era más cuerdos que la mayoría. Los verdaderos locos son los que les gusta esta sociedad represiva, consumista y superficial. Perdimos nuestra identidad entre el bullicio de las calles de la gran metrópoli. Vivimos en la matrix. Controlados, sesgados, censurados, mal informados… somos estúpidos niños que miran desde la cuna como giran los artilugios del techo. Nos distraen e idiotizan. Los medios de comunicación, la prensa, la tele… están controlados por las élites a las que tendrían que perseguir. Difunden noticias según sus intereses. Condicionan tu forma de pensar. Nos acercamos a un nuevo orden mundial de características orwellianas; lo raro es no estar loco. El problema entre mi padre y yo es que éramos muy parecidos, por eso chocábamos. Un día estábamos comiendo, tenía 18 años, y empezamos a hablar de algo, a ambos nos apasionan las mismas cosas; y de un momento a otro, comenzamos a discutir. Todavía no recuerdo cuál fue el motivo, pero la discusión poco a poco fue a más y acabó casi en una pelea. Mi padre es una persona que si discutes del tiempo que va a hacer mañana, te echa en cara algo de hace tres años. Entonces, se levantó y se encaró conmigo. -¡Eres un niñato de mierda! ¡Te voy a partir la cara! -gritó acercándose a mí. Pensé en golpear ese viejo rostro, rematando los resquicios de virilidad que quedaban en ese cincuentón, aunque no pude. Era mi padre. Por muy cabrón e hijo de puta que fuese, por mucho que se lo mereciese, jamás podría hacerlo. Me marché a mi habitación, agarré la ropa que pude y la metí dentro de una mochila. Cogí todo el dinero, que había ahorrado de vender porros, y me marché. Mi padre me persiguió hasta el fondo del pasillo, gritando y riéndose de mí. -¡Lárgate, eso, lárgate! Esta es mi casa ¡Míaaaa! largate y no vuelvas -gritó desde el interior del domicilio. Me fui a la primera tienda que ví y compre tres litros de cerveza, cigarros y un paquete de embutido. Después caminé hasta el parque del oeste y me senté en el primer banco que ví. Solo tenía 400 euros. Con esa cantidad no podía sobrevivir ni 1 mes ¿Que haría en un par de semanas? Todo era una mierda. Toda mi vida era una derrota continua, una esperanza que no llega. Solo pedía algo de suerte y en vez de eso, recibía un escupitajo en la cara y una patada en los huevos. Me bebí los tres litros, me fumé un par de porros, escuchando música; y me tumbé en el banco intentando dormir. Usé la mochila de almohada y me incorporé buscando la postura más cómoda. Era imposible. Me dolía la espalda, las costillas y la columna vertebral. No importaba, no podía volver, sería como darle una victoria. Intenté conciliar el sueño. Cerré los ojos. El tiempo pasaba y no lo conseguía. Tras una hora, desistí. No tenía madera de mendigo ¿Cómo lo haría esa pobre gente para poder vivir así? pobre gente. Me senté pensativo. Me lié un canuto y me lo fumé. Sabía que no había nada que hacer. Volví a casa. Perdía de nuevo. La familia de mi padre era bastante extraña. No nos llamaban, no nos hablaban, apenas les conocía. Jamás vi a mis tías. Por lo que sé, fueron yonkis en los ochenta, otras víctimas de la coca y el caballo, como tantos jóvenes de esa generación. Sus maridos murieron de sobredosis, aunque ellas pudieron salvarse, pero un yonki nunca deja de serlo. A mis abuelos paternos solo los ví una vez en mi vida. Fue en un viaje que hicimos a Valencia Para mi no eran mis abuelos sino los padres de mi padre. Tenía ocho años y todavía no les conocía; sentía curiosidad. El motivo del viaje era asistir a la boda de un primo de mi padre. Metimos las maletas en el coche de mi padre, un viejo wolksvagen passat de color granate, y condujo aquel trasto culón y hortera hasta Albal, un pueblo de Valencia. Al llegar nos recibió una señora bajita y rechoncha. Era la madre de mi padre. Parecía una mujer llena de sufrimiento y paciencia. Mi padre le saludó fríamente, como si no fuese su madre. Entramos en su casa. Era una edificio de dos plantas, bastante grande, pero mal organizado. Las habitaciones y pasillos emergían de forma caótica y sin sentido. Al fondo, en la cocina, estaba el padre de mi padre. Se llamaba Miguel, como su padre, como su hijo, mi padre; y como yo. Formaba parte de una extraña costumbre generacional. Mi nombre y mi apellido sería lo único que me daría aquel extraño anciano. Tenía pinta de haber sido un bastardo hijo de puta. Te miraba serio, con el ceño fruncido y cara de pitbull. Poseía una gran mandíbula que apretaba, mientras te observaba fijamente, algo que me provocaba ansiedad. Mi padre le saludó, mi madre igual. Siempre supe ver la mente de mi madre en cada reacción, gesto o ademán que hacía, y puedo asegurar que no le tragaba. Nos sentamos a comer. La tensión era asfixiante. Cada trozo de comida que atrapaba con esa especie de tridente, al que llamamos tenedor, estaba interrumpido por algún comentario déspota o un silencio incómodo. -¿Cómo te va con el albergue? -dijo el padre de mi padre. -Es un hostal… -respondió mi padre. -Lo que sea… -Bien, nos va bien. Mi padre estaba enfadado, lo notaba. Ese comentario le había molestado. Cogió una porción de comida con su cubierto y se la metió en la boca, masticando mientras miraba hacia el plato. -A tu hermana Ana le va genial… tiene unos niños guapísimos... -dijo la matriarca. -Y tu otra hermana igual, estamos muy orgullosos de ellas -dijo el patriarca. Parecía que nosotros éramos gente sin importancia en sus vidas. En realidad, lo que quiso decir es que solo estaban orgullosos de sus hermanas, no de él. Mi padre ignoró los comentarios y siguió masticando. Al día siguiente fuímos a la boda. Todos nos metimos en el coche de mi padre y fuimos hacía la Iglesia. Mi padre arrancó y nos metimos en la carretera. -¡Por ahí, no, por ahí, no! era por el otro lado… eres un estúpido. -dijo el padre de mi padre. -Que no, que es por aquí -respondió mi padre. -Venga acelera, coño… conduces como una mujer… -Voy a la velocidad permitida. -Acelera, joder… acelera… -insistió aquel anciano. -No le hagas caso, Miguel -dijo mi madre. -¿Quién tiene los pantalones aquí?... no tienes pelotas. Mi padre siguió conduciendo a su manera, sin hacer caso a los insultos de su padre. Apenas recuerdo la boda o el banquete, pero jamás olvidé ese momento. ¿Quién era mi padre? mi padre era solo una víctima de su padre, al igual que yo. Solo somos peones de un ciclo autodestructivo que nunca acaba. Aunque por esa época no sabía su historia, la verdadera historia. Mi padre dejó el instituto a los trece años. Su padre prefería que trabajase con él, que era fumigador de campos, en vez de que fuese a clase. Se despertaba a las seis de la mañana e iba con los demás currantes al campo. Fumigaba metros, hectáreas, kilómetros. Trabajaba diez o doce horas, después volvía a su habitación y se desplomaba en la cama. Así día tras día. Al finalizar el mes, el cheque del sueldo llegaba al buzón. Entonces su padre lo cogía y se quedaba el 90% de su salario. Solo le daba un par de miles de pesetas para todo el mes mientras que a sus hermanas, mis tías, les daba todo el dinero que pedían sin trabajar en nada. Los años pasaron y mi padre se cansó. Un día cogió una maleta, ropa y las 1400 pesetas que tenía. Caminó hasta la carretera principal e hizo autostop, esperando que algún coche le recogiese. Al cabo de unas horas lo consiguió. Se esfumó. Primero llegó al norte de España, después a Francia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia… trabajaba de aquí y allá, en lo que fuera. Vivió al límite durante años. Sin barreras, sin ataduras, sin familia… solo él y el mundo. Un auténtico culo inquieto. Hasta que, un día, conoció a mi madre y formó una familia. Probablemente era eso lo que le deprimió, dejar de huir. Ya no podía huir de su pasado, ya no podía ser ese culo inquieto. Estaba atrapado. Había experimentado la máxima libertad posible y ahora estaba atrapado, atadado, por las deudas, por alimentar a sus hijos, pagar las facturas. El sistema tarde o temprano te atrapa a no ser que tengas el dinero suficiente para pagar tu libertad. Es una mierda, pero es así. Me hubiese gustado conocerle de joven. Antes de la familia, del trastorno bipolar, de la rutina... en sus años de libertad. Algún día seré un culo inquieto como él. Algún día recorreré el mundo sin ningún rumbo específico, solo para viajar y perderme sin ir a ninguna parte, para así, encontrarme a mí mismo. Con los años dejé de odiar a mi padre ya que, sin darme cuenta, sigo sus pasos en cada cosa que hago. Comprendí que no tenía sentido guardarle rencor ya que odiaba de él los defectos que más despreciaba de mí mismo. En el fondo, solo era otro persona derrotada por la vida, un reflejo envejecido de mí. Política Cuanto más estudias, más te das cuenta de que la gente habla sin tener ni puta idea de nada. Comunistas que no han leído el manifiesto comunista o el capital, gays con camisetas del che guevara, libertarios estatistas, anarquistas socialistas , liberales fascistas... La contradicción es el defecto más llamativo de la estupidez. La principal diferencia entre el comunismo y el capitalismo es que el comunismo reparte y el capitalismo crea. No soy una persona materialista y consumista, pero no soy estúpido. El capitalismo no es el enemigo del ser humano, sino el Estado. Esa jodida mafia organizada dispuesta a robarte. Te quita la mitad de tu sueldo y te devuelve un cuarto. Piensalo, es una máquina de recaudar dinero. Iva, ibi, irpf, isr, impuesto de sucesiones, multas, impuestos del alcohol, del tabaco… impuestos, impuestos, impuestos. No paran de recaudar millones y luego no hay dinero para la sanidad… jodidos ladrones. El capitalismo es algo innato en el ser humano, ya que es solo el libre intercambio de bienes y servicios. El verdadero problema es que el ser humano, cuando consigue poder y dinero, se vuelve corrupto y avaricioso. No es que el capitalismo sea un mal método, de hecho es el único con sentido común, sino que la naturaleza del humano es perversa. Da igual el sistema o el modelo económico, el poder es corrupto y malvado. Aunque el grupo de los progres, del que un día fui parte, no se dan cuenta. El rico es el que genera riqueza por más que les duela a los socialistas. No debemos robar a los ricos para repartirlo a los pobres, ya que cuando ese dinero se acabe y los ricos se hayan exiliado ¿Qué tendremos? lo que tenemos que hacer es crear riqueza, facilitar que las personas dejen de ser empleados o funcionarios y se vuelvan emprendedores. Los pobres son pobres porque no persiguen sus sueños; prefieren ser asalariados sin dolores de cabeza. Ser rico no significa ser mala persona. Hay ricos que son buenas personas y ricos que son basura. En realidad, el pobre odia al rico porque le envidia; mataría por ser él. Yo no guardo rencor a los ricos porque solo tengo lo que necesito. No les odio; solo odio a las malas personas. El comunismo es una mentira. No se puede llegar a la absolución del Estado creando primero un Estado enorme. Los estúpidos se dejan engañar por las modas. Ser de izquierdas es guay, es de hippie, de libertario; cuando, en realidad, es el movimiento más opresor que existe. Crean un Estado que controla todo, lo que piensas, donde trabajas, que comes, la prensa, la economía, la riqueza, tu libertad de pensamiento… tu individualidad se esfuma. Eso no es libertad. De hecho, no hay casi ninguna diferencia entre el fascismo o el nacional socialismo y el comunismo soviético salvo por el patrón trabajo, el racismo y ser un movimiento nacionalista y no internacionalista. Muchos se olvidan que pactaron para invadir Polonia. Simplemente eran totalitarios con diferentes intereses. Los principales enemigos son el Estado y los bancos, la élite. Los que te permiten ascender mientras cumplas sus directrices. Los sionistas, masones, Club Bilderberg… llámalo x. Da igual como se llamen o que símbolos pongan, eso es lo de menos. Son esos mismos que financian el independentismo, el feminismo radical, la España federal, el radicalismo progre, esos poderosos que son capaces de hacer quebrar la libra esterlina… los mismos que controlan la prensa y los medios, buscando dividirnos y romper nuestra soberanía nacional para conseguir un gobierno mundial. Que te de jodan George Soros; no somos estúpidos. Nos controlan como quieren, el FMI, el Banco Mundial, el Club Bilderberg, la Unión Europa… perdimos nuestros derechos constitucionales y nuestra soberanía debido a la UE y nadie dijo nada. Encima lo llaman democracia. El sistema representativo de partidos no tiene sentido. Es una completa estupidez. Puedo ser liberal y odiar los toros, el patriotismo exacerbado, la homofobia… o la gente puede ser socialista sin tener que apoyar el independentismo, el feminismo radical… pero nos lo empaquetan todo en unas siglas. La gente vota por postureo, como el que apoya a un equipo de fútbol, sin entender muy bien lo que hacen, y los pocos que votan con cabeza solo están de acuerdo en el 20% del programa electoral. Hay que romper con este sistema, hay que crear una democracia directa en la que cada cuestión de importancia se vote a referéndum sin que intervengan ideologías o idealismos estúpidos. Tenemos que alejarnos de este sistema engañoso y corrupto que recurre a idealizaciones y temas sociales buscando el voto fácil. Hay que votar medidas concretas de forma racional. Hasta que no lleguemos a esa situación no seremos libres. Y si ni eso funciona... solo nos quedará la opción de llegar a una revolución espiritual/psicodélica que acabé con el egoísmo y narcisismo del ser humano, evolucionando hasta dejar todo atrás, rompiendo con todo el pasado. Amsterdam Amsterdam fue un punto de inflexión en mi vida: la primera vez que salí de España, mi primer viaje en avión, mi primera gran aventura, el inicio de mi madurez… No fue algo planificado, simplemente surgió. Estaba harto de Madrid. Fantaseaba con largarme, con no regresar jamás. Solía contar a mis colegas mis sueños, mis futuros viajes. Ellos me seguían la corriente, sabiendo, en el fondo, que no lo haría. Todos lo hacíamos constantemente: Miki quería un catamarán para cruzar el mar Mediterráneo, Juan quería putas y ferraris, y yo quería viajar y ser artista. Todos teníamos nuestras mierdas. Sabíamos perfectamente lo que eran, simples sueños, pero aun así nos seguíamos el rollo. A veces, cuando no tienes nada solo te queda eso, simples sueños. Me encanta soñar despierto. Uno, primero, consigue las cosas en su mente y después las proyecta. Sin sueños, no hay victorias. Era un soñador, un borracho idealista. Lo malo es que jamás llevaba mis ideas a la práctica. Solo era otro porreta, otro pajero que se quedaba en la teoría. Me llenaba la boca hablando de disfrutar cada puto instante, de vivir aventuras, de vencer a la muerte, y jamás había salido del país. Era un fraude. No quería ser como Miki o Juan o tantos otros que teorizan y hablan de proyectos que nunca realizan, quería vivir mis fantasias, hacerlas realidad. Necesitaba irme. Intenté convencer a mis amigos, pero ninguno quería acompañarme. Tenía 1.500 euros ahorrados, gracias a la venta de hachís, y nadie con quien ir de viaje. Estaba solo. No importaba. Busqué en internet y empecé a comparar precios de hotel, avión… mientras, me bebía una copa. Una gota de whisky con Coca Cola se derramó de mi vaso y terminó impactando en un billete de 20 euros que tenía encima de la mesa. La gota se expandió como una mancha negruzca. Me quedé unos segundos mirando el billete y después me encendí el canuto y seguí fumando. Sería un viaje caro, pero podía pagarlo. Si nadie quería ir conmigo, iría solo. Estaba harto de esperar, harto de que mi vida dependiera de otras personas. Iría a Amsterdam solo o con alguien, pero iría. Me sentí mejor. Me terminé el canuto y me dormí. Al día siguiente hablé con Jaime (también conocido como el berretín). Le comenté la idea de Amsterdam y le gustó el plan. Al final, sin quererlo, se apuntó. Lo malo es que Jaime era un rayado, como yo, un fumado paranóico. Era un tipo alto, más que yo, de los que son delgados, alargados y con grandes extremidades. Pegaba buenas patadas, aunque carentes de técnica. Tenía la tez morena y poseía un alargada perilla. Era uno de esos rayados que en cualquier momento me amargaría el viaje, como yo a él. Él y yo lo sabíamos. Aun así, preferí viajar con él a hacerlo solo. Compramos los billetes y reservamos el hotel. Era oficial. El 5 de septiembre a las 7 de la madrugada salí en un Boeing 787 del Aeropuerto de Barajas. Reservamos los asientos 30k y 31k, es decir, su asiento estaba delante del mío. El subnormal no reservo el asiento que estaba al lado porque quería ventanilla. Yo también quería ventanilla, así que nos sentamos uno delante del otro como dos auténticos retrasados. El despegue fue suave, nada fuera de lo esperado. Volar, al fin y al cabo, era como ir en un autobús gigante. Observé por la ventanilla el paisaje. El cielo rojizo de Madrid nos despedía entre nubes de algodón de cocaína. Adiós, ciudad deprimente. Sin darme cuenta me quedé dormido. Me desperté a las dos horas con una larga y espesa baba que descendía desde la comisura de mis labios hasta el cuello de mi camiseta. -Mierda -pensé- es mi camiseta de Snoop Dogg. Una mancha reseca y viscosa estaba encostrada en la prenda. Rasqué quitando la costra, pero la mancha no se fué. Jodida mierda. Mi camiseta de The Doggfhater. Bueno, qué importa. -Atención, vuelvan a sus asientos y abrochesen sus cinturones… Please, return to your seats and fasten seat belts -dijo una voz femenina que salía de los altavoces. De repente, sonó un ruido estremecedor. Las ruedas del avión estaban siendo desplegadas. Podía oírse el abrir de las compuertas y el ruido de los mecanismos internos. Entonces, el avión comenzó a descender. Miré por la ventanilla; estábamos en Holanda. El paisaje era hermoso, una tierra fértil llena de campos verdes y espesos prados, de grandes lagos y finas carreteras. El avión fue perdiendo altura poco a poco hasta llegar al suelo. En ese momento sentí un leve impacto. Aquella especie de autobús volador se deslizó por la autopista como una polla entrando en un amplio coño, hasta poco a poco parar y eyacular gente. Salimos del avión por los túneles levadizos y llegamos al aeropuerto de Amsterdam Schiphol. Sentíamos una mezcla de aturdimiento, resaca y sueño. Nos habíamos pasado la noche bebiendo y fumando porros para no dormirnos. No queríamos perder el vuelo y, bueno, no lo perdimos, pero estábamos hechos una puta mierda. Había dormido una hora u hora y media, y el Berretín igual. Nos dejamos llevar por una de esas pasarelas movedizas que abundan en los aeropuertos o estaciones de tren. -¿Por dónde salimos? -pregunté a Jaime. -No sé… -respondió Ese sería el primer “no sé” de muchos. Siempre que había un problema se quedaba con la boca abierta mirando alrededor durante 15 minutos o media hora hasta que yo decidía por él. Acabamos en una sala enorme llena de cintas giratorias que traían maletas facturadas. Las nuestras eran equipaje de mano y no teníamos que esperar. La tensión era espesa y la frente me empezaba a sudar. Odio ese sudor frío. Lo peor de viajar es viajar. En el futuro tendrían que inventar un teletransportador que te lleve a donde quieras, sin aviones, sin putos paneles en otro idiomas, solo apretar un botón y aparecer en Amsterdam. -Es por ahí -dije. Señalé un montón de gente apelotonada que salía por la misma puerta. -¿Seguro? -preguntó Berretín. -Joder ¿no lo ves? -respondí. Avancé sin pensarlo y me metí en el pelotón que salía por la puerta mientras el Berretín se quedaba atontado sin saber qué hacer. Al final me siguió. Salimos del aeropuerto y por fín llegamos a la calle. Hacía frió, pero el aire se respiraba limpio. La gente se apreciaba distinta. Todo el mundo era más alto que en España, también más rubios y mejor vestidos. Sonreí. Era una sensación nueva y refrescante; estaba saliendo de una rutina de 23 años. Anduvimos, dando vueltas, por la estación sin saber muy bien qué autobús o tren coger para ir al centro. Nuestra única cosa en mente en ese momento era llegar a un coffee shop. El hotel y dormir podían esperar. Después de media hora cogimos un tren hacia Amsterdam Centraal. Costaba 5.50 euros el billete. Bajamos al andén y subimos al tren. Parecía un tren de mercancías más que de personas. Se apreciaba muy distinto a los españoles. Los vagones estaban pintados de azul y amarillo. Parecían duros y pesados. Era una tosca serpiente metálica que se deslizaba a cien kilómetros por hora a través de las afueras de Amsterdam. En diez minutos llegamos al centro. En cuanto salimos de la estación de tren, olimos el aroma a kush de calidad. No es que oliese a simple marihuana, como en España, sino que el aroma se apreciaba distinto. Se notaba, simplemente con oler esa fragancia, que eran cepas de una calidad increíble. No olía a marihuana; olía a kush, haze, iceolator, skunk… El paraíso de cualquier fumado. En frente nuestra había un lago enorme. Los ferris llegaban todo el rato mientras las bicis inundaban el asfalto. El lago separaba Amsterdam Centraal del Norte. Un gran gordo azul dividiendo ambas zonas de tierra. Miré a Jaime; estaba absorto mirando el lago. Sus ojos abiertos de par en par, delataban una cara demacrada y con ojeras. Éramos los típicos turistas de amsterdam, unos fumados buscando aventuras, fiestas, drogas y sexo. -Tío, el centro está hacia el lado contrario… eso debe de ser el norte -le dije. -¿Seguro? -preguntó. Nunca se fiaba de mí. Miró el google maps y, tras perder otros veinte minutos, fuimos en la dirección que había dicho desde un principio. Entonces lo vi, Amsterdam. Los canales, las bicis, el tranvía, la marihuana, los restaurantes, los carteles, los barcos, las mujeres... Un montón de estímulos bombardeaban mis sentidos simultáneamente. Amsterdam es una ciudad única. Tienen otro ritmo. Nosotros esquivábamos bicis, tranvías y coches, mirando a todos los lados y el color del suelo (el carril bici es de color rojo), mientras ellos lo hacían de forma inconsciente. Costaba adaptarse. Después de andar quince minutos encontramos un coffee shop. Era el Bulldog, un sitio con bastante prestigio. Entré y me acerqué a la barra. Habían dos ingleses, con fuerte acento londinense, pidiendo unos gramos de silver haze. Esperé mi turno. El sitio no era grande. Era como un café normal. Tenían unas cuantas mesas y gente fumando marihuana o tomando cafés o muffins. Afuera tenían una terraza con dos mesas y poco más. Los coffees solían ser sitios pequeños y con buen rollo. Los ingleses pagaron por su marihuana y se fueron. Era mi turno. -Hi -dije. -Hi -dijo Jaime. -Hi, guys. -nos respondió el dependiente. Miré la tabla de porros. Marihuanas haze, afghan, kush, iceolator, hachís marroquí… Estaba claro que no había ido hasta Amsterdam para fumar puto hachís marroquí. Elegí una super Lemon Haze, una Super Silver Haze y una O.G. Kush. El gramo valía entre doce y catorce euros. Jaime compró su parte y después compramos un grinder básico. Eran solo cuatro pavos. Tenía el logo del coffee, un Bulldog, en la parte trasera. Al no haber ninguna mesa libre, nos fuimos de allí. Las calles de Amsterdam estaban pavimentadas de piedra, algo que le otorgaba un toque antiguo y a la vez especial. El neón de los carteles impactaba en nuestras retinas mientras cruzábamos canales y esquivábamos bicis. Después de andar un par de minutos vimos otro coffee. Era un sitio bastante cutre y pequeño. Dentro había una chica trabajando de dependiente. Era una mulata de piel clara y pelo largo con trenzas. Era preciosa. Me quedé embobado mirando su cara hasta que reaccioné. -Two coffees with milk, please -dije yo. -You must buy weed -respondió. -¿Qué dice? -le pregunté a Jaime. -Que tenemos que comprar hierba -me respondió. -But I have weed -dije. Ella no reaccionó. Nos quedamos en silencio un rato y después salimos de allí. Seguimos andando y encontramos otro coffee; la calle estaba repleta de ellos. Este sitio si era elegante. La carta de porros era muy amplia. En realidad, teníamos marihuana de sobra, solo necesitábamos comprar un gramo para que nos dejasen fumar dentro. Elegí una llamada Gelato. Valía catorce euros el gramo. Después nos sentamos en una de las mesas. Los sofás eran cómodos y modernos. Parecían de cuero. Sacamos la marihuana y el grinder y nos líamos unos porros. Encendí el mechero y prendí el borde llenando todo de un humo mágico. La marihuana tiene algo especial, es como enamorarse del momento que vives. Sonreí. Estaba en Amsterdam. Por fin estaba en Amsterdam. Aunque era una sensación rara, parecía que no terminaba de creermelo. Una camarera del coffee se nos acercó y pregunto: -Hey guys, Do you want coffee or something? -o algo parecido. Yo miré al Berretín sin saber muy bien qué decía aquella chica y el pidió dos cafés con leche. Aquello se convirtió en una constante. Cada vez que me hablaban en inglés, miraba a Jaime como si fuese mi traductor y él entonces me explicaba lo que decían. Después miré mis zapatillas y entonces me percaté; el suelo era de cristal y debajo había una enorme pecera llena de animales. Los peces pasaban a toda velocidad debajo de mis suelas mientras yo me fumaba el porro. Esa gelato era increíble. Su gusto era afutrado y suave. El humo entraba limpio, puro, perfecto… no se apreciaba nada de producto. La ceniza era blanca y uniforme (algo que destaca la calidad de una buena marihuana). Terminamos los porros y el café y nos fuimos de allí. No sabíamos qué línea de metro tomar y no queríamos coger un taxi, así que fuimos andando. Dos horas de caminata arrastrando una maleta y fumando porros. Definitivamente fue una mala idea, pero una vez se elige una mala idea se debe de llevar hasta el final. Llegamos al hotel, nos registramos y nos fuimos a dormir. El despertador empezó a sonar. Eran las 20:00. Desperté a esa puta marmota y nos fuimos al centro. Allí cenamos en un restaurante. Me pedí una lasaña cojonuda y una cerveza enorme ¿Resultado? un sablazo de 25 euros y una tripa llena y satisfecha. Esos cabrones saben hacerlo de tal forma que te vayas satisfecho, aunque te hayan vaciado la cartera. A continuación, nos adentramos por el Barrio Rojo. Fumábamos marihuana por las calles como si fuese tabaco, como si fuese normal. Al principio cuesta acostumbrarse. El futuro, esto es el futuro, pensaba para mis adentros. Seguimos andando y nos paramos en un bar. Me dispuse a entrar, pero entonces un puerta me paró el paso y dijo: -Good evening. Me detuve sin saber que decía. Jaime, que no lo había oído tampoco, no supo qué hacer. -Good evening- repitió. -Dice que buenas noches -me dijo Jaime. -Aaahh ok, thanks- contesté. -¿Where you from? -Spain -contesté. -Ahh -dijo entre risas. Parecía que, al ser españoles, entendía nuestra poca habilidad con el inglés. Solo éramos otros españoles catetos que no dominaban el único idioma universal. Me sentí inferior por unos instantes. -Welcome -dijo finalmente el puerta. Después de ese comentario abrió la puerta. Entramos y nos acercamos a la barra. El sitio estaba repleto de gente. Nos abrimos paso como pudimos y pedimos una cerveza. -Two beers, please -dije- heineken -añadí tras unos segundos. -Wich size? -preguntó. -What? -respondí. -small, medium or big? -big, please. Nos sirvieron dos grandes pintas de heineken y bebimos en silencio mirando a nuestro alrededor. No había mucho que decir ni qué hacer. No nos apetecía hablar entre nosotros y no podíamos relacionarnos con los demás, al no hablar bien inglés , así que nos bebimos las pintas y salimos de allí. El agua de los canales reflejaba fuertes luces rojas de los escaparates. Ahí estaba Cassa Rosso, uno de los lugares más míticos de Amsterdam. En él se representaban espectáculos sexuales de todo tipo. Lo curioso es que en la cola había tanto hombres como mujeres, puede que incluso más mujeres que hombres. Algo maravilloso de amsterdam es que las mujeres se te quedan mirando igual que los hombres las miramos a ellas. Caminabas por la calle y se producía uno de esos momentos que yo llamo conexiones sexuales, esos cruces de miradas donde una química surge. En España no era muy frecuente, aquí era todo el puto rato. A cada paso que dabas, tenías uno de esos instantes. Nos hicimos unos porros de kush y curioseamos por las calles. No teníamos intención de follarnos ninguna puta; era simple curiosidad. Una de esas calles era llamativamente estrecha. En ella estaban las mujeres más atractivas que había visto en mi vida. Auténticas supermodelos. Te miraban, sonreían y restregaban sus abundantes tetas en el cristal. Es imposible negar que tuve una erección. Esas mujeres me estaban poniendo muy cachondo. En el fondo, solo somos animales que se mueven por estímulos e instintos. Pero no habíamos venido a eso sino a ligar, a beber, a fumar y sobre todo a tomar trufas psicodélicas. Esa era nuestra misión. El Berretín estaba igual que yo, con la boca abierta. Llegamos al final de la calle y acabamos en un canal. Nos hicimos un porro para cada uno y encendimos ese suave humo con fragancia a frutas. Entonces me percaté, en la parte trasera del barrio rojo estaban las putas mas feas y los transexuales. Era un gran contraste con lo que acabábamos de ver. Un montón de cuarentonas, gordas y transexuales se acumulaban en los escaparates de los edificios. Para diferencias a las mujeres de los transexuales, Amsterdam decidió poner una luz rosa para las primeras y una luz morada para las segundas. En ese instante, un inglés borracho entró en una cabina de luz morada. A los 30 segundos salió enfadado y alzando la voz. No debía saber lo de la luz morada, pensé. Comencé a reírme a carcajadas para después toser humo blanco. Se lo expliqué al Berretín y el tambien se rio. Después de eso buscamos un bar. Entramos en un bar muy elegante. Un hombre con el pelo negro y largo, recogido con una distinguida coleta a lo último patriota, nos sirvió dos cervezas. Le pedí la más barata, en la carta ponía Jupiler. -Two Jupiler -dije. -Yupila, Yupila -dijo, corrigiendo mi fonética. Nos la sirvió y bebimos. Bebimos una tras otra, tras otra. En una de esas veces me levanté y fui a la barra. En la barra una chica cogió mi vaso y dijo algo en inglés. Era una rubia preciosa. Parecía que quería ligar conmigo. Me lo repitió de nuevo y, al no entenderla, desistió y se marchó. En ese momento entendí que aunque ligase, sin hablar inglés, iba a ser inútil. Bebimos hasta las 3 y nos fuimos del bar. Después cogimos un taxi y nos fuimos a casa. Al día siguiente, nos despertamos con resaca. Nos vestimos, nos duchamos y bajamos a recepción. Queríamos alquilar unas bicis para recorrer la ciudad. Había llevado mi cámara, una canon 80d, y quería patearme toda Amsterdam. Cuando eres fotógrafo o videógrafo y estás en un país extranjero, captas la verdadera esencia de ese lugar. Los nativos están tan acostumbrado a ver las mismas calles, parques o monumentos que pierden la visión de su país; lo normalizan, igual que yo normalizaba Madrid. Es raro, solo se aprecia lo que sabes que es efímero, fugaz. Por eso el amor pierde la pasión cuando se vuelve estable, por eso odias tu trabajo, porque se vuelve rutina. A cada paso que daba por Amsterdam veía un encuadre nuevo, una foto nueva, un vídeo nuevo, una idea nueva. El individuo debe salir de su zona de confort, porque en ella está estancado en la monotonía y la rutina. El ser humano olvidó su condición innata de nómada. Amamos explorar y experimentar sensaciones y lugares nuevos. Llegó nuestro turno. Alquilamos dos bicis y firmamos sin leer el contrato. Teníamos prisa; llevábamos 15 horas sin comer. En el hotel había máquinas de comida, pero solo se podía pagar con tarjeta. Una de las cosas malas de Amsterdam, a parte de lo caro que es el transporte público, es que casi todo se paga con tarjeta de crédito, casi todo. Hay supermercados en los que, incluso, no puedes comprar en efectivo. Éramos el estereotipo español, unos chavales con un inglés mediocre y dinero negro. Ninguno tenía dinero en la tarjeta, así que cogimos las bicis y pedaleamos hasta el primer coffee shop que encontramos para desayunar algo. Nuestro hotel estaba a 7 u 8 kilómetros del centro. A los 15 minutos llegamos a un coffee. Se llamaba coffee shop Jamaica. Entramos. Era un sitio pequeño, pero acogedor. Se notaba que era un coffee de barrio, no de turistas. Dentro había una mujer de treinta y pocos años, rubia, ojos azules, piel suave, bonito cuerpo… las mujeres en Amsterdam son preciosas. Nos atendió amablemente y nos dispensó un par de gramos de marihuana. A continuación, compramos café y bollos para desayunar. Nos sentamos en la ventana del coffe para vigilar nuestras bicis. No las habíamos atado. El candado de las bicis de Amsterdam es distinto al de otras partes del mundo. Normalmente metes la llave en la cerradura, giras y ya está. En Holanda, tenías que accionar una palanca que estaba a la altura del freno y después girar la llave. Aunque esto no lo sabíamos. Después de quince minutos intentando cerrar la bici desistimos y entramos al coffee. Por eso estábamos en la ventana. No quitaba ojo de mi bici. Masticaba ese muffin y bebía el café sin despistar mi mirada de aquella bicicleta blanca. Ese desayuno sabía de puta madre. La leche, el queso y los dulces saben mejor en Holanda que en España. Después de mi último bocado, saqué la marihuana, el grinder el papel, el cartón y mi lie un gran porro. Jaime hizo lo mismo. Entonces, justo antes de prenderlo, la dependienta nos dijo que fuésemos a la sala de fumadores. Me pareció bastante raro. Normalmente, los coffee shops, son sitios sin salas de fumadores o restricciones. Entramos en aquel sitio. Era una diminuta habitación. En el techo había extractores que aspiraban el humo. Dentro había un tipo de treinta años. No parecía turista. Saqué la marihuana, me hice un canuto y me lo fume rápido; no quería dejar las bicis solas mucho tiempo. Al cabo de un minuto, me terminé el porro y salí del coffee, pero al llegar a la calle, me di cuenta, mi bici ya no estaba. Lo gracioso es que la de Jaime seguía ahí, cabrón con suerte. No me lo podía creer. No había pasado ni 2 minutos. Volví dentro y se lo conté al Berretín. Salimos de nuevo ¿Qué haría ahora? me acababan de robar una bici alquilada. La había cagado. En ese momento pensé que era otra prueba irrefutable de que el universo me odiaba, jodiendome la vida una y otra vez. Ni en otro país me escapaba de mi mala suerte. Anduvimos de vuelta al hotel. Al llegar, Jaime le explicó al dependiente lo que había pasado. Nos dijo que daba igual denunciarlo a la policía y que, según el contrato que habíamos firmado, tenía que pagar 475 euros de multa al hotel. Claramente yo no tenía esa pasta. Al no tener dinero encima, me obligó a dejar una señal. Le di 100 euros y subimos de nuevo a la habitación. La había cagado. Debía 375 euros y solo tenía 150 encima. Pensé en dejar el hotel sin pagar la multa, aunque luego recapacité. Si fuese España lo habría hecho, pero en un país del norte de Europa no lo haría ni de coña. Seguramente el hotel me denunciaría, la policía me retendría en el aeropuerto y perdería el vuelo. Tenía que pagarlo. Me quedaban quinientos euros de mis trapicheos. Era todo lo que tenía. Llamé a mi madre y le dije que cogiese el dinero y lo ingresase. Mientras, Jaime miraba la tele. Podía notar en su rostro un halo de satisfacción. Sabía que podía haber sido él, en vez de yo. Estaba contento por no estar en mi situación. Lo podía apreciar. A la media hora se fue de la habitación, cogió su bici y pedaleó hasta el centro. Me dejó solo. Mi día se había vuelto una auténtica mierda. Llamé de nuevo a mi madre y me ingresó los 500 euros. Después miré la hora en mi móvil. Ya eran las 7 de la tarde. Cogí el abrigo y salí del hotel. El metro estaba a 10 minutos andando. Tenía que atravesar un enorme parque, hasta llegar a él. Miré hacia el cielo, que estaba formado por un montón de nubes grises, y entonces comenzó a llover. Parecía que el día iba de mal en peor. Estaba gafado, como siempre. Saqué el canuto que tenía liado y cuando me dispuse a encenderlo, me di cuenta de que no tenía el mechero. Era demasiado tarde como para volver al hotel, así que seguí mi camino. Crucé por debajo de las vías del tren, que estaban sujetas por enormes pilares, y me adentré en el parque. En ese momento solo pensaba en una cosa: llegar a tiempo al smart shop y comprar una ración de hongos mágicos. Miré el reloj; ya eran las ocho menos cuarto. Tenía que darme prisa. Caminaba lo más rápido que podía, pero, aun así, parecía que no lograba avanzar. Solo llegaba a calles que conducían a otras calles y el parque no terminaba. Después de quince minutos llegué a un lago enorme. Las vías de los trenes y las carreteras se disponían por encima como un alargado puente. El camino seguía hasta debajo de las vías. Los pilares se ocultaban tras dos largas vallas alambradas que se perdían en el infinito junto a las líneas que conformaban el camino. En medio de la calle había un tipo, un blanco cuarentón con extraño aspecto. Continué. Cuando llegué a donde se situaba, le dije: -Hey ¿Do you have fire? -pregunté -¿Fire? Con mis manos gesticulé, indicando que me referería a un mechero. -¡Ahh! Lighter -respondió, -so ¿Do you have? -pregunté de nuevo. -Nope Ese cabrón estaba borracho. Parecía que se reía de mí. Sonrío levemente y seguí mi camino. A los 10 minutos por fin salí del parque. Este terminaba en una gran avenida en la que al fondo se disponía el tren levadizo. Me gustan las ciudades en las que el metro va por encima del suelo, son más cinematográficas. Tienen algo especial. Llegué al metro y pagué. El metro en Amsterdam es distinto a Madrid. No se puede pagar con billetes. Algo que era una gran putada. Además, no podía usar la tarjeta hasta el día siguiente porque la tenía bloqueada al no haberla usado nunca antes. Me sentía un puto pardillo. Pagué y me adentré al metro. Tenía que coger la línea 2. Me senté en un banco y esperé. Al fondo del andén había una pareja de policías o guardias. Poco a poco se acercaron a mí. Cuando por fin llegaron me pidieron el ticket. Se lo enseñe y se fueron. Holanda es un país serio, al contrario que España. Me resultaba admirable cosas que para ellos pasaban desapercibidas. La limpieza en las calles, la libertad individual, la seriedad, el civismo… España es un país de gente corrupta. Una sociedad en la que todo el mundo se aprovecha del Estado o de otras personas en la mayor medida que puede y encima saca pecho de ello. Una sociedad en la que si te cuelas en el metro, si ganas dinero negro, si te pagan por hacer el ridículo en la tele o si te aprovechas y te ries de los demás, eres mejor por ello. El eterno complejo de lazarillo de Tormes. España es un país desaprovechado por gente vaga y corrupta. Si estuviese legalizada la marihuana en España ¿Quién iría a Amsterdam a empaparse bajo la lluvia? El tren llegó a mi parada. Se abrieron las puertas de los vagones, entré y me senté en uno de los asientos. Las paredes estaban pintadas con un gris blanquecino de un color metálico. El tren arrancó y me alejé de allí. A cada paraba, a la que llegaba el tren, entraba más gente. Ese vagón era el claro ejemplo del multiculturalismo. Indios, negros, chinos, blancos, italianos, españoles… en diez metros cuadrados podías escuchar cuatro idiomas. Es bonito escuchar tu idioma en un país que no es el tuyo. Es como compartir algo que otros no tienen. Por primera vez supe lo que era ser una minoría. No hablar bien un idioma, estar en un país extranjero, perderte en una ciudad que no es la tuya… ahora podía entender lo que era ser inmigrante. Eso es lo bueno de viajar fuera de tu país, pensé. Te saca de tu contexto y entonces te das cuenta de que lo que creías que era normal, no lo es; solo es normal en tu país. En ese momento, podías llegar a ver los defectos de tu nación como sociedad. Viajar es la mejor forma de romper estructuras mentales subjetivas. Las puertas del tren se cerraron de golpe. Miré mi reloj. Eran las 9 menos cuarto. Me tenía que dar prisa. Los smart shops cerraban sobre las 9 y media y no sabía dónde estaban. Amsterdam Centraal era la siguiente parada. El tren llegó a la estación, abrió sus puertas y salí al exterior. Las luces de la ciudad impactaban sobre el suelo de las aceras produciendo alargadas sombras en las personas. Tenía hambre, no había comido en 10 horas. Compré un kebap y lo devoré por el camino. Si hay algo abundante en Amsterdam es restaurantes y coffee shops. Parece que los organizan de tal forma para que cuando te dé el bajón siempre haya uno cerca. Cuando me terminé el kebap fui hacia el barrio rojo. Si había coffee shops, debería de encontrar un smart shop. Sin querer me perdí y llegué a una zona llena de farolas, que emitían luces de color rosa, y restaurantes elegantes. Mire en el google maps. Debía de estar cerca, aunque no me quedaba mucho tiempo. Eran las diez menos cuarto y las tiendas de setas cerraban a las diez. Después de dar un par vueltas, vi el logo de una seta enorme en medio de la calle ¿Si no es esa mierda no sé qué es? empecé a correr hacia esa dirección y, de golpe, la iluminación de la seta se apagó. Joder, va a cerrar, pensé. Corrí hacia aquella seta y entré en la tienda. Un tipo de cuarenta años con apariencia de árabe me frenó en seco y dijo: -¡Hey, sorry! I just sell you if you know the type of magic mushroom you want. -Yes, mexican mushrooms. -Ok -dijo. Había llegado en el último momento. Un minuto después y me habría quedado sin setas. El hombre me preguntó la cantidad que quería y le pedí diez gramos frescos. En Amsterdam, te dan trufas en vez de setas. La principal diferencia es que el colocón de las trufas es más lineal, al contrario de las setas que son una montaña rusa. Me dio una caja etiquetada y con especificaciones en inglés. En ella describía los efectos, las pautas que seguir y qué no hacer. Me resultó extraño que contraindicasen el uso de marihuana bajo la influencia de la psilocibina ya que era su mejor aliado. Vaya, pensé, que raro. Me alejé de la tienda. La lluvia impactaba de nuevo en el asfalto como una ex insistente que se negaba a marcharse. Me refugié debajo de un toldo y me hice un porro. Tenía las setas. Al menos tenía las setas. Me rulé ese cilindro, chupando insistentemente la pega y lo encendí. Espirales mágicas giraban alrededor de mí. El destino estaba trazado de forma que solo tenía que seguir los pasos predestinados de mi existencia. Me llenó una extraña sensación. No tenía escapatoria del presente ni del futuro, pues ya habían sucedido en el espacio. Solo tenía que transitar esos estados para que se hicieran realidad. Me metí en el metro y volví a mi hotel. Cuando llegue a mi habitación, me encontré con el Berretín tumbado en la cama. Había dejado un rastro de ropa mojada a su paso. -¿Qué tal? -le pregunté. -Bien, fui a un coffee shop, me fume un par de porros, luego fui a un bar me bebí unas cervezas y volví aquí. -¿Y qué? ¿Te lo pasaste bien? -De puta madre, tío. Estuve dando vueltas por el Vondelpark. Me lo he pasado de puta madre, la verdad. -Me alegro -respondí. En el fondo, no me alegraba. Sentía que Jaime me había abandonado a mi suerte, como una rata que salta de un barco a punto de hundirse. -¿A qué no sabes lo que he comprado? -le pregunté. Saqué el paquete de trufas. -Ohh… ¿Son setas alucinógenas? -preguntó. -Sí -respondí. -¿Te las vas a tomar ahora? -Hombre, sino para qué cojones me las he comprado. Abrí el paquete mientras Jaime ponía una película en Netflix. -Pon esa -le dije. -¿Cúal? -preguntó. -La de el gran Lebowski -respondí. Me parecía la película idónea para tomar setas. Abrí el paquete y me comí poco a poco las trufas. Eran esferas marrones con un sabor horrible. Mastiqué aquella mierda intentando no vomitar. -Dios, esta mierda sabe peor que las setas -dije. Entonces me dio una arcada. -¡Aahhh! -exclamé. -Joder ¿Tan mal sabe? -preguntó. -Puff, ni te lo imaginas -respondí. Seguí masticando esas esferas, tapandome la nariz, hasta que me las acabé. Tocaba esperar. Siempre he odiado esperar. Fui al baño, eché un trago de agua y me senté en la cama. Esperaba el efecto, pero el efecto, como las sorpresas, te golpean cuando menos te lo esperas. Jaime se arropó con las sábanas de su cama y se quedó dormido. La pantalla retransmitía la película, el típico humor negro de los hermanos Coen. Me centré en la película, olvidándo mi vida. El poder de una pantalla o una historia se suele subestimar. A veces, consigue atraparte, de tal forma, que olvidas todo lo demás. Olvidé todo. Olvidé la bici, Amsterdam, mis penas, mis alegrías, las trufas… Entonces, de repente, lo sentí. No se puede explicar, simplemente se siente. El tiempo se ralentizó y las imágenes de la pantalla comenzaron a distorsionarse como una estela que persiste al paso del tiempo. Sentí eso, que poca gente llega a experimentar en su vida, el tiempo deteniéndose. Un escalofrío lleno mi cuerpo. Me escondí debajo de las sábanas, pero fue inútil. El frío y la tiritera incontrolables se adueñaron de mi cuerpo. Era la tormenta que precedía a la paz. Luché contra ella, pero no servió de nada. A veces, tienes que dejarte llevar por el mundo y la vida. Combatir ciertas cosas no sirve de nada, solo sirve para cansarte y ahogarte en el río mientras nadas a contracorriente. Decidí sufrir para después sentirme libre. Después de cinco minutos esa sensación terminó. El frío se convirtió en calor. Me despojé de las sabanas, tirándolas violentamente al suelo, y me apoye en la almohada. Entré en una especie de trance. Las paredes de la habitación estaban formadas por círculos blancos pintados sobre un fondo negro. Los círculos empezaron a distorsionarse, aumentando y disminuyendo su tamaño. Sin darme cuenta, comencé a entonar una canción tribal. Era similar a la melodía de My Wild Love de The Doors. Solo transmitía vocales mientras la música inundaba mi cuerpo. Golpeaba mi pecho, encima de mi corazón, reafirmando esa sensación única. Y, de repente, el Berretín se despertó, me observó y exclamó: -¿Qué cojones haces? Esa pregunta me sacó del trance. No respondí porque no sabía qué contestar. -¡Madre, que pupilas tienes! Mis pupilas parecían astros que abarcaban toda la cuenca de mis ojos. -Tengo…. tengo que salir de aquí -dije. Agarré mi abrigo, me puse los pantalones, cogí un porro de marihuana y salí de allí. Abrí la puerta de la habitación y, al entrar en el pasillo, me sentí extraño. Parecía Hunter S. Thompson en las Vegas. Todo era tan distinto a como me había acostumbrado a verlo. Era la misma realidad, pero diferente. La moqueta, que conformaba el suelo, producía ondas frecuenciales que podía captar con mi vista. Caminé torpe hasta el ascensor, pulsé el botón y esperé. Cuando el ascensor llegó a mi planta, me introduje en él. El espejo que había dentro escupía un reflejo distorsionado de mí mismo. Parecía alguien distinto, extraño. Mi mirada estaba llena de locura y a la vez de verdad, de una verdad que solo se alcanza tras haber sufrido un periodo de crisis ¿Era yo o solo era una percepción distorsionada por las drogas? El ascensor llegó a la planta baja y salí del hotel. Me hice un porro de marihuana y caminé por la alargada calle. Era una recta perfecta, invariable. Parecía que aquella horizontal podía atravesar todo el planeta hasta encontrar eso que buscaba y que no sabía qué era. La meta. Me dejé llevar por mi intuición. Algo me decía que tras todos esos pasos que daba, encontraría lo que necesitaba. Me encendí el canuto, puse música y caminé sin saber muy bien a dónde iba. La calle estaba desierta. Estaba en las afueras de Amsterdam. Los caminos estaban rodeados de fértil tierra verde que impactaba en mi visión como un croché directo a los ojos. Cuando tomo psicodélicos, algo me hace querer caminar. No por llegar a un sitio sino por disfrutar del camino. Caminaba por caminar, dándome cuenta de que la vida solo es el presente que vivimos en este instante. No es que no mereciese la pena malgastar los segundos pensando en el pasado, es que tampoco tenía sentido pensar en el futuro. El futuro puede que no exista, puede que muera mañana. Por qué gastar mi vida pensando en algo que ha pasado o en algo que pueda pasar. Prefería vivir el instante, lo único verdaderamente palpable. Amy Winehouse cantaba desde mi móvil. Las ondas sonoras llenaban todo mi ambiente de una sensación mágica e inexplicable. Hay momentos tan únicos que dan ganas de llorar. Las lágrimas descendían por mis mejillas. Sabía que, no solo que era un momento que recordaría toda la vida, sino que sería imposible de explicar. Sería algo privado entre el mundo y yo. Algo que jamás nadie llegaría a entender. Algo que daría sentido a mi vida y cuando, por fin muriese, me haría darme cuenta de que no he desperdiciado esta aventura, esta vida. La libertad es solitaria. Es tan solitaria que no la debes compartir con nadie, ya que es como un hechizo que pierde efecto delante de otras personas. Seguí dando pasos hasta que llegué a un canal. Entonce me paré y observé el río. Este se prolongaba hasta el infinito. Rodeado de árboles, el cauce arrastraba bonitas flores de loto. Estaba viviendo un Rembrandt o un Monet. Estaba viviendo arte. Me sentí ridículamente insignificante y, a la vez, enorme. Formaba parte de un todo. Que imagen más preciosa. Si tuviese una cámara, pensé. Si tuviese una cámara haría una foto que recordase toda la vida. Espera un momento, si tengo una cámara, pensé. Estaba en el hotel, en mi habitación, en la caja fuerte. Regresé, volviendo atrás, siguiendo mis pisadas hasta llegar allí. Subí de nuevo a la habitación e intenté abrir la caja fuerte, donde estaba mi cámara. La combinación era la fecha de mi cumpleaños, 26-6-95. Introduje el código y le di a aceptar, pero me daba error. Lo hice de nuevo y nada. Puto Berretín, pensé. Este cabrón a puesto otra combinación. Estaba durmiendo. En otro momento, no le habría despertado, pero en esta ocasión iba demasiado drogado como para ser empático. -¡Ehh, despierta! -dije golpeando su manta. -¿Qué? -dijo medio dormido. -Tío, pongo la combinación y no me deja abrir la caja fuerte. -Y yo que sé… déjame dormir. El Berretín dio media vuelta y se arropó de nuevo. -Cabrón, que la caja no se abre. -Tío… pon la clave. -Y qué te crees que hago -respondí. -Déjame, joder. Estoy durmiendo. -Tío ¿Qué coño haces durmiendo? estamos en puto Amsterdam y tú estás durmiendo a la puta una de la noche ¿En serio, tío? -Sí, joder. Déjame dormir, coño. Después de decir eso, cogió su almohada y la puso encima de su cabeza para no oirme. Bueno, que haga lo que quiera, pensé. Me acerqué, de nuevo, a la caja fuerte y puse el código. Error. Error. La caja se bloqueó. Me cago en la puta madre que me parió, pensé. Nada, que ni para hacer unas putas fotos tengo suerte. Decidí bajar a recepción a ver si podían arreglar esa puta caja. De nuevo en el ascensor, observé mi reflejo. Mis pupilas abarcan todo el blanco de mis ojos, como el dinero y el sexo abarcaba todo el deseo de los hombres. Al llegar a la planta baja, me acerqué a la recepción e intenté explicárselo a los dependientes. Unas estúpidas palabras salieron de mi boca como el balbuceo de un borracho. No es que no supiese expresarme en inglés, que tampoco, es que aunque lo hubiese hecho en español, no habría podido. Después de unos cuantos minutos desistí, les expliqué que estaba demasiado fumado como para hablar, nos reímos un rato, y salí del hotel. Era raro, en otra ocasión me habría molestado no poder sacar la cámara de la caja fuerte, pero en aquel momento lo acepté. No tenía sentido darle más vueltas. Me hice un porro a la salida del complejo, caminando lentamente alrededor como si fuese el dueño de aquel sitio. Es increíble, la seguridad y paz que te dan los hongos. Caminas sin preocupaciones ni complejos, como si fueses el dueño de tu vida. Aquella sensación me encantaba. Le di un par de tiros a ese porro y me entró un hambre atroz. Qué cojones y si me voy al centro a por un kebap, pensé. Nada me ataba a este sitio. Por qué no. Abrí la cartera y observé un billete de veinte euros. Qué cojones, me voy a por una kebap, vocalicé en el interior de mis pensamientos. Volví a aquella horizontal. Caminé y caminé hasta que encontré una pareja. Sus rostros eran difusos como el futuro que me precedía. Reí como un niño que descubre un nuevo chiste. Por más que intentaba enfocar sus caras, resultaba imposible. Lo acepté, como si fuera una parte del juego. Con la experiencia, lo que aterra en los primeros viajes psicodélicos, causa gracia en lo posteriores. Seguí mi camino. Los ciclistas aparecían, de repente, cruzando el carril bici ante mi mirada. Una estela de su pasado permanecía en mi visión. El pasado. El pasado era tan palpable como el presente. Entonces, pensé en la bici, en la multa y en mi vida. Me resultaba gracioso. Me creía especial, único, inteligente, un genio y solo era un turista pardillo. Un pringado al que le habían robado la bici, le habían timado y no podía expresarse con los demás. Toda la vida creyéndome más que el resto, pensando que era especial y ahora solo era un extranjero estúpido que no sabía expresarse en otro idioma. La vida me golpeaba para darme humildad. Acéptala o muere. Yo la acepté y di gracias. No soy nada ni nadie. No soy más que cualquier ser. Seguí mi camino como el que sigue su vida sin saber muy bien dónde acabará. Qué vida. Me reí. Qué vida más rara tengo. Alguien podría escribir sobre ella; sería un buen libro. Entonces lo recordé. Yo era el narrador de mis propias líneas. En aquel momento, comprendí el sentido de mi vida, mi destino, la razón de esta vida. Había vuelto a este mundo con un propósito. Lo sentía en lo más profundo de mi alma. Desde que era niño, lo intuí. Lo malo es que al ser adulto, lo olvidas. Niegas tus instintos. Escucha tus instintos pues es la única verdad. Mi vida, tanto lo bueno y lo malo, me había llevado hasta aquí. Hasta este momento preciso en el espacio y el tiempo. Estaba siguiendo una senda predestinada. Estaba en el camino. Mi destino, como el de todo el mundo, era aprender de esta vida. Volvemos, regresamos una y otra vez para aprender. Vivimos en una especie de purgatorio en el que, tarde o temprano, descubrimos la verdad. Estaba tan cerca de la verdad que podía sentirla. Había vuelto a este mundo con una meta, escribir. No escribía para aumentar mi prestigio o mi ego, escribía porque era mi destino para, de esta forma, encontrar la verdad y mostrarla al mundo. Daba igual todo; no importaba. Comprendí que las mujeres, las drogas, el amor, el dinero, era algo secundario. El amor era una trampa, una estafa. La gente no se enamora, se obsesiona. Se obsesiona de una persona que le atrae y quiere poseer. El verdadero amor nace en uno mismo. La realidad es que estamos solos todos los días de nuestra vida. Pateamos nuestro camino, solos o acompañados, pero tarde o temprano nos enfrentamos a la realidad. Solo necesitamos encontrar la verdadera libertad. Esa libertad que nos hace entender que la vida es solitaria. El amor nace en el interior de nuestro ser. El amor es aceptación. No necesitaba una persona para completarme, necesitaba sentirme completo por mí mismo. Ese era el fallo que había cometido toda mi vida. Esa soledad era una ilusión. Nadie está solo y todos lo estamos a la vez. Uno deja de sentirse solo cuando aprende a amarse de verdad. Cuando aprende a fusionarse con el mundo, pues todo está conectado. En ese momento, sentí el verdadero amor. Me amé por primera vez en mi vida. Me enamoré del mundo y del presente porque es un regalo único. No necesitamos a nadie, solo a nosotros mismo, pero desgraciadamente solemos ser nuestro mayor enemigo. Solemos buscar la aceptación de otros para sentirnos valiosos cuando, la realidad, es que no la necesitamos. No necesitamos la valoración de nadie porque nadie nos conoce como nosotros mismos. Ahí estaba, a 1800 km de mi hogar. Caminando, perdido, sin saber muy bien dónde estaba, pero sí a dónde me dirigía. Me dirigía a donde estoy ahora mismo, escribiendo estas líneas, hablando contigo, lector. Lo demás es anecdótico. Echar un polvo, drogarme, salir de fiesta, conocer gente, reirme con mis amigos. Todo eso era anecdótico. Todo es secundario salvo tu mismo. Dentro de mi ser, comprendí. Cuando me quise dar cuenta, era demasiado tarde. Estaba perdido en algún lugar de Amsterdam. Desorientado en las afueras de una ciudad desconocida. En otro momento habría sentido pánico, pero en ese instante me sentí más vivo que nunca. Uno, a veces, debe perderse para olvidar su contexto. No eres quien la gente piensa que eres. El único que sabes quién eres, eres tú. Y en ese momento supe quién era. No era Miguel, no era el hijo de mis padres, no era el amigo drogadicto, no era ese amante obsesivo, no era nada de eso. Yo solo era yo. Yo solo era presente y puro ser. Yo solo era yo cuando estaba solo. Y, de pronto, algo que había percibido como un castigo durante toda mi existencia se convirtió en un regalo, la soledad. La soledad te lleva al autoconocimiento, el autoconocimiento a la verdad de tu ser, y la verdad de tu ser a la iluminación. Somos mortales con potencial de dioses. Sonreí. El sistema nos atrapa porque nos teme, porque sabe que más tarde o más temprano nos convertiremos en los superhombres que Nietzsche predijo, abandonando nuestro cuerpo terrenal y sumergiéndonos en el plano astral. Y cuando lo logremos, no habrá barreras ni límites para nuestra conciencia.