Subido por Fernando Cabal

Todo va a cambiar

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COVID
CORONAVIRUS Y CAPITALISMO
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TODO VA
A CAMBIAR
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Reflexiones sobre el coronavirus COVID-19
y sus repercusiones económicas, políticas, sociales,
culturales y espirituales
CORONAVIRUS Y CAPITALISMO
TODO VA A CAMBIAR
Relfexiones sobre el
coronavirus COVID-19
y sus repercusiones
económicas, políticas,
sociales, culturales
y espirituales
“Y la gente se quedó en casa. Y leyó libros, y escuchó,
y descansó, e hizo ejercicio, y arte, y jugó y aprendió
nuevas formas de ser, y se estuvo quieta. Y escuchó más
profundamente. Algunos meditaban, algunos rezaban,
algunos bailaban. Algunos se encontraron con sus sombras. Y
comenzaron a pensar de manera diferente.
Y sanaron. Y, en ausencia de personas que vivían en la
ignorancia, peligrosas, sin sentido y sin corazón, la tierra
comenzó a sanar.
Y cuando pasó el peligro, y la gente se unió de nuevo, lloraron
sus pérdidas, tomaron nuevas decisiones, soñaron con nuevas
imágenes y crearon nuevas formas de vivir y sanar la tierra
por completo, ya que habían sido curadas”.
~ Kitty O’Meara
Lo firma una misteriosa K. O’Meara y supuestamente data de 1800, el
mismo año en el que hubo la gran epidemia de peste. Sin embargo, en
las últimas horas se ha sabido que no fue escrito entonces. Su autora es
Kitty O’Meara, una antigua maestra y asistente espiritual en hospitales y
hospicios de Estados Unidos que se ha inspirado para escribir este texto
durante la pandemia actual de coronavirus.
EDICIÓN NO VENAL
Selección de textos: F.C.R.
Portada: V.C.R.
Maqueta y revisión: Prokomun
Selección de artículos tomados de internet sobre el coranovirus COVID-19
y sus implicaciones económicas, políticas, sociales, culturales y espirituales.
Se ha recopilado esta información con el fin de tener una perspectiva amplia
y diferentes visiones de los cambios necesarios para el futuro de este Planeta.
Es necesario repensarlo todo para que ese futuro sea posible: el capitalismo,
la globalización, la desigualdad, el hambre, la pobreza, el cambio climático, la
contaminación, la manipulación mediática, las pandemias, las guerras... Parece claro que muchas cosas están fallando.
¿Es quizá necesario un cambio de sistema global?
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PRIMERA PARTE
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REFLEXIONES
SOBRE EL CORANOVIRUS COVID-19
y sus repercusiones económicas,
políticas, sociales y culturales
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Un 15M universal
Para salir del encierro, para llegar mucho más lejos, porque esta vez se
tiene que poder. Un gran cambio ha comenzado y es nuestra la capacidad de
hacer que su rumbo sea autoritario o emancipador
Alberto San Juan 24/03/2020 / CTXT
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Hay dos batallas. La primera: frenar el coronavirus. Y en ella estamos el conjunto
de la población, encerradita a cal y canto. Y en primera línea de combate, exponiendo
sus cuerpos: personal de sanidad, limpieza, tiendas de alimentación, supermercados,
transporte, policías, periodistas y un largo etcétera. Personas, en su mayoría, de clase
trabajadora. Personas que están arriesgando la salud para atender las necesidades básicas
de la sociedad y a las que la sociedad no es capaz de ofrecer los elementos imprescindibles
de seguridad: mascarillas y guantes. Y esto último nos lleva directamente a la segunda
batalla: frenar la explosión de pobreza que está sucediendo y cuya dimensión futura aún
no conocemos. O, más claro: empezar ya a construir con nuestra imaginación y nuestros
actos la sociedad en la que, con suerte, podremos sobrevivir como especie, e incluso,
yendo más lejos, vivir bien, vivir gozosamente.
El pasado otoño, antes del coronavirus, ya había más de un cuarto de la población
española en riesgo de pobreza. Eso son doce millones de personas
Si la pobreza puede explotar, es porque la situación material de mucha gente ya estaba
al límite antes de comenzar la pandemia. ¿Qué parte de las personas que arriesgando hoy
su salud protegen la de todos llega holgadamente a fin de mes? ¿Cuántas de ellas, o de sus
familias, sufren sueldos precarios y/o alquileres abusivos? ¿Cuántas cuentan con ahorros
suficientes para hacer frente a imprevistos como el actual? Y más allá, ¿cuántas participan
de forma efectiva en las decisiones que determinan nuestra vida colectiva?
El presidente Sánchez ha advertido de la necesidad de una “reconstrucción social”
cuando se supere la pandemia. Pero es que esta necesidad ya existía antes de que apareciese el coronavirus. Y por esta razón, el hundimiento brusco de las condiciones materiales básicas es hoy una posibilidad real para gran parte de la población. El pasado otoño,
antes del coronavirus, ya había más de un cuarto de la población española en riesgo de
pobreza. Eso son doce millones de personas. Y dos millones y medio ya vivían en situación de pobreza severa. Así lo publicaba el pasado 16 de octubre, Día internacional de
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la erradicación de la pobreza, la Red Europea de Lucha Contra la Pobreza y la Exclusión
social.
Los más expuestos, y a la vez los más imprescindibles, el personal de Sanidad, son hoy
un conjunto mucho más débil que hace diez años. En esta década pasada, en todas las
comunidades del Estado (y muy especialmente en Madrid, Valencia y Cataluña) se ha
recortado considerablemente personal, camas y presupuesto sanitario en general. ¿Para
hacer frente a la crisis de 2008? No. Se ha hecho porque así lo dicta la razón neoliberal
que nos gobierna: todo ha de ser convertido en mercancía de la que extraer beneficio
económico. También la salud. Los recortes que mejor recordamos empezaron en 2010,
pero su origen es muy anterior. Los gobiernos de Felipe González desarrollaron y universalizaron la Sanidad Pública en España, probablemente se podría decir que la crearon.
Pero también legalizaron la posibilidad de su privatización. En 1997, el PSOE, con el
apoyo del PP, CIU y PNV aprobó una ley que, desde entonces, permite que la obligada
prestación sanitaria por parte del Estado se lleve a cabo indirectamente “mediante contratos con entidades privadas”. Allí empieza el camino de la progresiva privatización y
mercantilización de la Sanidad que hoy contribuye a que el personal médico tenga que
enfrentar su trabajo en condiciones heroicas y no de seguridad elemental.
Los gobiernos de Felipe González desarrollaron y universalizaron la Sanidad Pública.
Se podría decir que la crearon. Pero también legalizaron la posibilidad de su privatización
El Gobierno ha asegurado que nadie quedará abandonado. ¿Cómo, si no se logra dar
la vuelta al sentido dominante de una sociedad basada en el beneficio privado? ¿Cómo,
si no se construye un acuerdo social que garantice el bien común como principio organizador de toda convivencia? El Gobierno ha aprobado un decreto social para frenar el
golpe. Importante, como toda ayuda. Insuficiente, el propio gobierno lo reconoce. No
establece, por ejemplo, ninguna ayuda para las familias y personas que viven de alquiler.
En un momento en que los alquileres resultaban ya casi impagables para tantísima gente
desde antes, mucho antes del virus. La ministra de Economía, Nadia Calviño, dice que
los caseros no son bancos, sino familias que dependen de las rentas de sus propiedades
para vivir. Más del 90% de las viviendas en alquiler son propiedad de particulares, efectivamente. ¿En cuántos casos la renta de su propiedad es su único o principal ingreso?
¿En cuántos casos poseen una sola propiedad? ¿En cuántos, poseen varias viviendas que
alquilan, edificios enteros, incluso? La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, tiene
esta información. Pueden establecer distintas condiciones para una moratoria de alquileres, según los casos. Entre las empresas, Caixabank, Lazora, Blackstone, el Banco de
Santander, el Banc Sabadell y Goldman Sachs son los mayores propietarios de vivienda
de alquiler en España. ¿Tampoco para el caso de los bancos o los fondos buitre se puede
establecer una moratoria en el pago de los alquileres?
Cuando el Banco Central Europeo dice que va a inyectar miles de millones de euros
a la economía para frenar la crisis, lo que está diciendo es que va a prestar dinero a los
bancos a interés cero para que estos presten dinero a empresas y familias con el interés
que les parezca. Pero ni siquiera están obligados a prestar ese dinero: la legalidad europea
permite a los bancos dedicar la parte que consideren a la especulación financiera o direc5
tamente, guardarlo en paraísos fiscales. Eso sí, el BCE les pagará, además de prestarles el
dinero a interés cero, un 1% del porcentaje que empleen en conceder créditos. ¿No es el
momento para convertir Bankia, casi el 62% de cuya propiedad sigue siendo del Estado,
en una banca pública? ¿No resulta imprescindible una banca pública cuyo objetivo no
sea el lucro privado sino el bienestar social?
La legalidad europea impuso un techo de gasto tras la crisis de 2008. Y en España
se tradujo en la reforma del artículo 135 de la Constitución, gracias a un pacto entre el
PSOE y el PP por el cual, todo gasto público –por urgente que resulte, como ahora–
queda subordinado al pago de la gigantesca deuda contraída por los distintos niveles
del Estado con la banca (sobre todo alemana) tras la crisis de 2008. El mismo Estado
que prestó a la banca española 65.725 millones de euros para su rescate, de los cuales se
estima que se podrán recuperar unos 14.000 millones. La misma banca que ahora recibe
dinero del BCE a interés cero para prestarlo al interés que quiera, lucrándose con ello.
En línea con la reforma del 135, Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda con Rajoy,
estableció un techo de gasto para ayuntamientos y comunidades. La ley Montoro (en
realidad, son varias) sigue vigente y, gracias a eso, el conjunto de las comunidades y
ayuntamientos tienen hoy un total de 45.000 millones de euros bloqueados en depósitos
en las entidades bancarias para que, estas sí, hagan negocio. Hoy, cuando hay personal
sanitario infectándose porque no dispone de los equipos de protección necesario. Pero
es que, además, la propia Unión Europea ha suspendido los límites al déficit público
mientras dure la crisis. ¿Por qué el gobierno de España los mantiene?
Basta. No más saqueo. No más dolor innecesario.
Cuando se hace un repaso crítico de los años de González en el gobierno suelen
aparecer, en primer lugar, los GAL y la corrupción. Después, su conversión al neoliberalismo y la consecuente subordinación de los derechos del trabajo a los intereses
del capital. Pero hay un campo de crítica aún menos habitual en los análisis de aquella
etapa (fundamental, puesto que consolidó los fundamentos básicos de la democracia
posterior a Franco): la despolitización. Es decir, el proceso, fomentado desde el Estado,
por el cual dejamos de pensar en términos colectivos para centrarnos en la búsqueda de
soluciones individuales. O dicho de otra manera, el proceso por el cual enfrentamos la
vulnerabilidad, característica universal de la condición humana, buscando fortalecernos
individualmente, incluso contra el otro, y no a través de la ayuda mutua, con el otro.
La ley Montoro sigue vigente y, gracias a eso, las comunidades y ayuntamientos tienen
45.000 millones de euros bloqueados en depósitos en las entidades bancarias para que,
estas sí, hagan negocio
El masivo movimiento popular de la etapa 2011-2014, que resumimos en la expresión 15M, nos devolvió a la política, es decir, a pensar la sociedad en términos de relaciones de poder, a identificar nuestra situación en esas relaciones y encontrarnos con que
la inmensa mayoría somos reclusas, personas encerradas por unas condiciones materiales
precarias, y privadas de nuestra capacidad natural para decidir juntas cómo queremos
convivir.
Si el 15M fue la expresión colectiva de una profunda necesidad de justicia social y
participación política, hoy es urgente empezar a generar un 15M universal. Y puede que
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esté empezando. La sociedad humana ha explotado. Nada será igual tras la pandemia. La
inmensa mayoría seremos más pobres e indefensos. Y ese es un paisaje idóneo para que
se extreme el autoritarismo del sistema: papá, tengo miedo, ven y sálvame, aunque me
tengas que dar una bofetada de vez en cuando. Del encierro en casa saldremos antes o
después, pero tenemos que enfrentar ese otro encierro, anterior al coronavirus, y que se
puede extremar tras el pavoroso golpe de la pandemia. Tenemos un valioso patrimonio
acumulado en estos años: la politización, la capacidad de analizar críticamente nuestra
realidad y sabernos reclusas, pero vivas. No podemos perder el tiempo pensando si se
puede o no se puede. Se tiene que poder, no hay opción. O transformamos la realidad o
la realidad termina con nosotras, con la posibilidad de la buena vida. Con la posibilidad
de la vida, incluso. La inmensa movilización popular que ocupó las plazas en la primavera de 2011 está empezando a latir en las plazas virtuales, que nos permiten imaginar en
común cómo vamos a liberarnos del encierro que padecemos hace muchos años y que
va más allá de los límites de nuestra casa, hasta alcanzar nuestro núcleo más íntimo. La
imaginación también es una capacidad colectiva. Y no se puede confinar.
----------Alberto San Juan titiritero y socio de la cooperativa Teatro del Barrio.
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Pensamiento holístico
para las amenazas globales
Fuente: Project Syndicate Por AMY LUERS Presidenta de la Organización Future Earth
Aunque existe un consenso general sobre las mayores amenazas a las que se enfrentan la
humanidad y el planeta, cualquier estrategia realista para avanzar hacia un futuro más
sostenible no puede tratar estos riesgos de forma aislada.
MONTREAL - Además de costar vidas humanas, la temporada de incendios forestales de este año, de una gravedad sin precedentes en Australia, ha destruido unos 2.500
hogares, matado cientos de millones de animales, golpeado la economía y ejercido una
fuerte presión sobre el gobierno. Los incendios se producen después de los años más calurosos y secos de los que se tiene constancia, y ponen de manifiesto la profundidad y la
complejidad de los desafíos mundiales a los que nos enfrentamos. Asimismo, el brote de
COVID-19, que comenzó cuando un nuevo coronavirus saltó de un animal a un humano en China, ahora amenaza con perturbar la vida económica y social en todo el mundo.
Durante gran parte del siglo XX, nos gustaba pensar que cada problema tenía una
solución tecnológica simple. Las vacunas y los antibióticos nos mantendrían sanos, la
Revolución Verde nos alimentaría, y el crecimiento económico pagaría nuestras escuelas
y hospitales. Pero los incendios forestales y las epidemias de hoy en día demuestran que
los riesgos a los que se enfrenta la humanidad no son tan sencillos, y no serán gestionados por soluciones fáciles de una sola vía.
Consideremos el actual panorama mundial. Un millón de especies están ahora en
peligro de extinción, los desastrosos efectos del cambio climático son cada vez más evidentes para todos, los movimientos masivos de personas son cada vez más comunes, y las
democracias del mundo están en las garras de la polarización partidista y el escepticismo
hacia la ciencia y la pericia.
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El panorama general puede ser difícil de discernir desde cualquier punto de vista, por
lo que necesitamos una nueva narrativa que considere los desafíos de hoy dentro de la
complejidad de todo el sistema planetario. Con ese fin, la organización internacional de
investigación Future Earth publicó recientemente Nuestro futuro en la Tierra 2020, que
capta nuestras perspectivas de evolución conectando los puntos entre los resultados de
las investigaciones recientes y los acontecimientos que ya estamos experimentando, desde las inundaciones y la escasez de agua hasta el aumento del populismo. Aprovechando
los conocimientos de los investigadores de las ciencias físicas y sociales, el informe ayuda
a explicar qué es lo que está impulsando los acontecimientos actuales y cómo podríamos
avanzar en una dirección más sostenible.
El informe también encuesta a 222 científicos de 52 países para evaluar 30 categorías
de riesgos a los que se enfrentan la humanidad y el planeta. Los cinco riesgos principales
identificados por los encuestados son el clima extremo, la falta de mitigación y adaptación al cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el colapso de los ecosistemas,
las crisis alimentarias y la escasez de agua. Estas conclusiones representan una reunión
de mentes: los líderes y los encargados de adoptar decisiones que fueron encuestados
independientemente por el Foro Económico Mundial en enero identificaron los mismos
riesgos como los más urgentes.
Los científicos encuestados por Future Earth también subrayan que están muy preocupados por los vínculos entre las categorías de riesgo. Hay razones para esperar que
una crisis mundial pueda desembocar en otras. Las olas de calor, por ejemplo, pueden
acelerar la pérdida de agua y la escasez de alimentos, de la misma manera que la pérdida
de biodiversidad exacerba el cambio climático, y viceversa.
Además, los sutiles vínculos entre los 30 riesgos citados en el estudio podrían tener
importantes consecuencias para las futuras iniciativas de sostenibilidad. Consideremos
el vínculo entre el populismo político y la difusión de la tecnología de la información y
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las comunicaciones (TIC). Estos fenómenos han crecido juntos, y los políticos populistas utilizan sofisticadas técnicas de comercialización digital para llegar a las principales
grupos de votantes. Peor aún, con la desinformación y la propaganda que fluye libremente a través de las redes de medios sociales de comunicación actuales, en gran parte
no reguladas, el mensaje simplista de los populistas de “nosotros contra ellos” ha podido
viajar por todas partes, y los intereses arraigados han podido convencer a una parte importante del público de que ignore el peligro del cambio climático.
Pero las TIC digitales también tienen el potencial de hacer mucho bien, desde ofrecer
un megáfono a los activistas del clima hasta ayudar a las empresas a reducir sus emisiones
y capacitar a la gente para vigilar y proteger sus ecosistemas locales. De cara al futuro, los
líderes de las grandes empresas de tecnología deben reconocer que sus modelos de negocio no deben centrarse únicamente en sus propios resultados. Sus poderosos algoritmos
y plataformas podrían utilizarse para contribuir al desarrollo sostenible.
Cuando sólo queda una década para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible
de las Naciones Unidas, 2020 es un año crítico. Cientos de empresas y ciudades están
haciendo compromisos climáticos y desarrollando planes de acción. En la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se celebrará en noviembre, los
líderes mundiales intentarán de nuevo impulsar un programa para frenar las emisiones
de gases de efecto invernadero. Y en octubre, el Convenio de las Naciones Unidas sobre
la Diversidad Biológica establecerá nuevos objetivos de biodiversidad.
La biodiversidad de la Tierra no se limita a las exuberantes selvas amazónicas y a las
sabanas africanas, que son ideales para el turismo. Las especies de plantas y animales son
clave para nuestra propia supervivencia, sobre todo por sus contribuciones a la medicina
y la agricultura. Para alimentar a una población mundial en crecimiento, necesitaremos
sistemas de cultivo cada vez más productivos y diversos que puedan hacer frente a condiciones climáticas cada vez más extremas.
Sin embargo, para que los esfuerzos de sostenibilidad tengan éxito, debemos reconocer que los desafíos que enfrentamos están interconectados. Los riesgos que debemos
afrontar no pueden gestionarse de forma aislada unos de otros ni de otras dinámicas
políticas y sociales. Las soluciones a los actuales desafíos sanitarios, económicos y
ambientales exigen un enfoque multidisciplinario, multilateral y basado en sistemas. Esto requerirá repensar y transformar nuestras instituciones, sin mencionar
nuestras propias actitudes y estilos de vida.
Si bien la crisis de los incendios forestales de Australia se desató lejos de la mayoría
de nosotros, debería considerarse a nivel mundial con la misma energía y enfoque que
la epidemia de coronavirus. Ningún país, gobierno, sociedad, negocio o individuo
es una isla. En última instancia, todos estamos enfrentando las mismas amenazas,
porque todos estamos conectados a un planeta, con un futuro.
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La emergencia viral y el mundo de mañana
Byung-Chul Han
EL PAÍS
https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-
han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html?fbclid=IwAR0pyWrfALZvvtOBi2CqhUt4z1ehKWNeeKJ6LmHKV9Z5UorY3itxEyVnhbU
Los países asiáticos están gestionando mejor esta crisis que Occidente. Mientras allí se trabaja con datos y mascarillas, aquí se llega tarde y se levantan fronteras
22 mar 2020 - 20:17 CET
El coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene
mejor controlada la pandemia que Europa. En Hong Kong, Taiwán y Singapur
hay muy pocos infectados. En Taiwán se registran 108 casos y en Hong Kong
193. En Alemania, por el contrario, tras un período de tiempo mucho más breve
hay ya 15.320 casos confirmados, y en España 19.980 (datos del 20 de marzo).
También Corea del Sur ha superado ya la peor fase, lo mismo que Japón. Incluso
China, el país de origen de la pandemia, la tiene ya bastante controlada. Pero ni
en Taiwán ni en Corea se ha decretado la prohibición de salir de casa ni se han
cerrado las tiendas y los restaurantes. Entre tanto ha comenzado un éxodo de
asiáticos que salen de Europa. Chinos y coreanos quieren regresar a sus países,
porque ahí se sienten más seguros. Los precios de los vuelos se han multiplicado.
Ya apenas se pueden conseguir billetes de vuelo para China o Corea.
Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente.
Parece que Europa no puede controlar la pandemia. En Italia mueren a diario
cientos de personas. Quitan los respiradores a los pacientes ancianos para ayudar
a los jóvenes. Pero también cabe observar sobreactuaciones inútiles. Los cierres
de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos
sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre
el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera
exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco. Entre
tanto también Europa ha decretado la prohibición de entrada a extranjeros: un
acto totalmente absurdo en vista del hecho de que Europa es precisamente adonde nadie quiere venir. Como mucho, sería más sensato decretar la prohibición
de salidas de europeos, para proteger al mundo de Europa. Después de todo,
Europa es en estos momentos el epicentro de la pandemia.
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Las ventajas de Asia
En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria,
que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos
renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado.
Y no solo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse
al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan
que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la
pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten solo los
virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se
ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data
salva vidas humanas.
Varios ciudadanos, todos ellos con mascarilla, hacen cola para coger el autobús el
pasado 20 de marzo en Pekín.Kevin Frayer / Getty Images
La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente.
Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y
Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto
China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que
permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano
debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún
momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic,
cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios
críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy
peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado
de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado
número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social
porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet
y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En
el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.
En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una
técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro.
No es posible escapar de la cámara de vigilancia. Estas cámaras dotadas de inteligencia
artificial pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las
tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos.
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente
eficaz para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado
automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura
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es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde
en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para controlar
las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se dirige volando
a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una multa y se la deje
caer volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería distópica, pero a la
que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.
Los Estados asiáticos tienen una mentalidad autoritaria. Y los ciudadanos son más
obedientes
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur,
Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La
digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En
Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el
individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.
Al parecer el big data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa. Sin embargo,
a causa de la protección de datos no es posible en Europa un combate digital del virus
comparable al asiático. Los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten los datos sensibles de sus clientes con los servicios de seguridad y con los ministerios
de salud. El Estado sabe por tanto dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué
busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo. Es posible que en el futuro el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la
sangre, etc. Una biopolítica digital que acompaña a la psicopolítica digital que controla
activamente a las personas.
En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan
posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis
de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir
siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá
deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando
Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos
de soberanía.
La lección de la epidemia debería devolver la fabricación de ciertos productos médicos y farmacéuticos a Europa
No solo en China, sino también en otros países asiáticos la vigilancia digital se emplea a fondo para contener la epidemia. En Taiwán el Estado envía simultáneamente a
todos los ciudadanos un SMS para localizar a las personas que han tenido contacto con
infectados o para informar acerca de los lugares y edificios donde ha habido personas
contagiadas. Ya en una fase muy temprana, Taiwán empleó una conexión de diversos
datos para localizar a posibles infectados en función de los viajes que hubieran hecho.
Quien se aproxima en Corea a un edificio en el que ha estado un infectado recibe a través
de la “Corona-app” una señal de alarma. Todos los lugares donde ha habido infectados
están registrados en la aplicación. No se tiene muy en cuenta la protección de datos ni
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la esfera privada. En todos los edificios de Corea hay instaladas cámaras de vigilancia
en cada piso, en cada oficina o en cada tienda. Es prácticamente imposible moverse en
espacios públicos sin ser filmado por una cámara de vídeo. Con los datos del teléfono
móvil y del material filmado por vídeo se puede crear el perfil de movimiento completo
de un infectado. Se publican los movimientos de todos los infectados. Puede suceder que
se destapen amoríos secretos. En las oficinas del ministerio de salud coreano hay unas
personas llamadas “tracker” que día y noche no hacen otra cosa que mirar el material
filmado por vídeo para completar el perfil del movimiento de los infectados y localizar a
las personas que han tenido contacto con ellos.
Ha comenzado un éxodo de asiáticos en Europa. Quieren regresar a sus países porque
ahí se sienten más seguros
Una diferencia llamativa entre Asia y Europa son sobre todo las mascarillas protectoras. En Corea no hay prácticamente nadie que vaya por ahí sin mascarillas respiratorias
especiales capaces de filtrar el aire de virus. No son las habituales mascarillas quirúrgicas,
sino unas mascarillas protectoras especiales con filtros, que también llevan los médicos
que tratan a los infectados. Durante las últimas semanas, el tema prioritario en Corea
era el suministro de mascarillas para la población. Delante de las farmacias se formaban colas enormes. Los políticos eran valorados en función de la rapidez con la que las
suministraban a toda la población. Se construyeron a toda prisa nuevas máquinas para
su fabricación. De momento parece que el suministro funciona bien. Hay incluso una
aplicación que informa de en qué farmacia cercana se pueden conseguir aún mascarillas.
Creo que las mascarillas protectoras, de las que se ha suministrado en Asia a toda la población, han contribuido de forma decisiva a contener la epidemia.
Los coreanos llevan mascarillas protectoras antivirus incluso en los puestos de trabajo. Hasta los políticos hacen sus apariciones públicas solo con mascarillas protectoras.
También el presidente coreano la lleva para dar ejemplo, incluso en las conferencias de
prensa. En Corea lo ponen verde a uno si no lleva mascarilla. Por el contrario, en Europa se dice a menudo que no sirven de mucho, lo cual es un disparate. ¿Por qué llevan
entonces los médicos las mascarillas protectoras? Pero hay que cambiarse de mascarilla
con suficiente frecuencia, porque cuando se humedecen pierden su función filtrante. No
obstante, los coreanos ya han desarrollado una “mascarilla para el coronavirus” hecha de
nano-filtros que incluso se puede lavar. Se dice que puede proteger a las personas del
virus durante un mes. En realidad es muy buena solución mientras no haya vacunas ni
medicamentos. En Europa, por el contrario, incluso los médicos tienen que viajar a Rusia para conseguirlas. Macron ha mandado confiscar mascarillas para distribuirlas entre
el personal sanitario. Pero lo que recibieron luego fueron mascarillas normales sin filtro
con la indicación de que bastarían para proteger del coronavirus, lo cual es una mentira.
Europa está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar
ahí la distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una
situación así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo.
Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque
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entonces no lanzarían los virus afuera.
En la época de las ‘fake news’, surge una apatía hacia la realidad. Aquí, un virus real,
no informático, causa conmoción
En los países europeos casi nadie lleva mascarilla. Hay algunos que las llevan, pero
son asiáticos. Mis paisanos residentes en Europa se quejan de que los miran con extrañeza cuando las llevan. Tras esto hay una diferencia cultural. En Europa impera un
individualismo que trae aparejada la costumbre de llevar la cara descubierta. Los únicos
que van enmascarados son los criminales. Pero ahora, viendo imágenes de Corea, me he
acostumbrado tanto a ver personas enmascaradas que la faz descubierta de mis conciudadanos europeos me resulta casi obscena. También a mí me gustaría llevar mascarilla
protectora, pero aquí ya no se encuentran.
En el pasado, la fabricación de mascarillas, igual que la de tantos otros productos, se
externalizó a China. Por eso ahora en Europa no se consiguen mascarillas. Los Estados
asiáticos están tratando de proveer a toda la población de mascarillas protectoras. En
China, cuando también ahí empezaron a ser escasas, incluso reequiparon fábricas para
producir mascarillas. En Europa ni siquiera el personal sanitario las consigue. Mientras
las personas se sigan aglomerando en los autobuses o en los metros para ir al trabajo
sin mascarillas protectoras, la prohibición de salir de casa lógicamente no servirá de
mucho. ¿Cómo se puede guardar la distancia necesaria en los autobuses o en el metro
en las horas punta? Y una enseñanza que deberíamos sacar de la pandemia debería ser la
conveniencia de volver a traer a Europa la producción de determinados productos, como
mascarillas protectoras o productos medicinales y farmacéuticos.
El presidente de Corea del sur, el tercero por la izquierda, el pasado 25 de febrero en el
Ayuntamiento de Daegu.South Korean Presidential Blue House/Getty Images / South
Korean Presidential Blue H
A pesar de todo el riesgo, que no se debe minimizar, el pánico que ha desatado
la pandemia de coronavirus es desproporcionado. Ni siquiera la “gripe española”,
que fue mucho más letal, tuvo efectos tan devastadores sobre la economía. ¿A qué
se debe en realidad esto? ¿Por qué el mundo reacciona con un pánico tan desmesurado a un virus? Emmanuel Macron habla incluso de guerra y del enemigo
invisible que tenemos que derrotar. ¿Nos hallamos ante un regreso del enemigo?
La “gripe española” se desencadenó en plena Primera Guerra Mundial. En aquel
momento todo el mundo estaba rodeado de enemigos. Nadie habría asociado la
epidemia con una guerra o con un enemigo. Pero hoy vivimos en una sociedad
totalmente distinta.
En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La
guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico
parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve
en mi ensayo La sociedad del cansancio la tesis de que vivimos en una época en la
que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada
inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que
impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización
15
suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso
la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos
los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los
peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de
positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y
exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra
sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la
depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y
a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo
contra sí mismo.
Umbrales inmunológicos y cierre de fronteras.
Pues bien, en medio de esta sociedad tan debilitada inmunológicamente a causa del capitalismo global irrumpe de pronto el virus. Llenos de pánico, volvemos
a erigir umbrales inmunológicos y a cerrar fronteras. El enemigo ha vuelto. Ya no
guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene
de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta
porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en
una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente.
Pero hay otro motivo para el tremendo pánico. De nuevo tiene que ver con la
digitalización. La digitalización elimina la realidad. La realidad se experimenta
gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia.
Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la
realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa
una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un
virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en
función de esta conmoción por la realidad.
La reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la
expresión de aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas
en la economía mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva
constantemente creciente del índice bursátil, la arriesgada política monetaria de
los bancos emisores ha generado en los últimos años un pánico reprimido que
estaba aguardando al estallido. Probablemente el virus no sea más que la pequeña
gota que ha colmado el vaso. Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero
no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber
producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash
mucho mayor.
Zizek afirma que el virus asesta un golpe mortal al capitalismo, y evoca un oscuro
comunismo. Se equivoca
Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino. Žižek
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se equivoca. Nada de eso sucederá. China podrá vender ahora su Estado policial digital
como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su
sistema aún con más orgullo. Y tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más
pujanza. Y los turistas seguirán pisoteando el planeta. El virus no puede reemplazar a la
razón. Es posible que incluso nos llegue además a Occidente el Estado policial digital
al estilo chino. Como ya ha dicho Naomi Klein, la conmoción es un momento propicio que permite establecer un nuevo sistema de gobierno. También la instauración del
neoliberalismo vino precedida a menudo de crisis que causaron conmociones. Es lo que
sucedió en Corea o en Grecia. Ojalá que tras la conmoción que ha causado este virus no
llegue a Europa un régimen policial digital como el chino. Si llegara a suceder eso, como
teme Giorgio Agamben, el estado de excepción pasaría a ser la situación normal. Entonces el virus habría logrado lo que ni siquiera el terrorismo islámico consiguió del todo.
El virus no vencerá al capitalismo. La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera
ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su
propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una
solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No
podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga
una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también
nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima
y nuestro bello planeta.
Byung-Chul Han es un filósofo y ensayista surcoreano que imparte clases en la Universidad de las Artes de Berlín. Autor, entre otras obras, de ‘La sociedad del cansancio’, publicó
hace un año ‘Loa a la tierra’, en la editorial Herder.
Traducción de Alberto Ciria.
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El coronacapitalismo
Por Carlos Fernández Liria
Publicado el Mar 10, 2020
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«El capitalismo no genera ocio, sino paro, que no es lo mismo. Paro y trabajo excesivo;
pero de repartir nada, porque porque la economía se pondría enferma»
«La tecnología, bajo el capitalismo, no ha liberado ocio alguno: ha borrado las fronteras
entre el ocio y el trabajo»
«Hace ya varios siglos que la humanidad contrajo un virus fatal, una especie de pandemia
económica a la que, hoy en día, podríamos llamar coronacapitalismo”
El sentido común ha sido tan derrotado en las últimas décadas que vivimos acostumbrados al delirio como lo más normal. Aceptamos como inevitables cosas bien raras.
Por ejemplo, que el mayor peligro con el que nos amenaza el coronavirus no es que
infecte a las personas, sino que infecta a la economía. Resulta que nuestra frágil
existencia humana no resulta tan vulnerable como nuestro vulnerable sistema económico, que se resfría a la menor ocasión. Naomi Klein dijo una vez que los mercados tienen
el carácter de un niño de dos años y que en cualquier momento pueden cogerse una
rabieta o volverse medio locos. Ahora pueden contraer el coronavirus y desatar quién
sabe si una guerra comercial global. Los economistas no cesan de buscar una vacuna que
pueda inyectar fondos a la economía para inmunizar su precaria etiología neurótica. Se
encontrará una vacuna para la gente, pero lo de la vacuna contra la histeria financiera
resulta más difícil.
Para nosotros es ya una evidencia cotidiana: la economía tiene muchos más problemas
que los seres humanos, su salud es más endeble que la de los niños y, por eso, el mundo
entero se ha convertido en un Hospital encargado de vigilar para que no se constipe.
Somos los enfermeros y asistentes de nuestro sistema económico. El caso es que hace
cincuenta años aún se recordaba que este sistema no era el único posible, pero hoy en día
ya nadie quiere pensar en eso. Por otra parte, los que intentaron cambiarlo en el pasado
fueron tan derrotados y escarmentados que todo hace pensar que en efecto la
cosa ya no tiene marcha atrás y que cualquier día que los mercados decidan acabar
con el planeta por algún infantil capricho o alguna infección agresiva llegará el fin del
mundo y santas pascuas. “El mundo comenzó sin el hombre y terminará sin el hombre”,
decía Claude Lévi-Strauss. Estaremos aquí mientras así sea la voluntad de la Economía.
Lo mismo se pensaba antes de la voluntad de los dioses. La diferencia es que éstos, nor18
malmente, no tenían el carácter de un niño de tres años, ni se contagiaban del virus de
la gripe.
Sorprende leer algunos textos de hace un siglo, cuando todavía no habíamos ingresado en este manicomio global. Por ejemplo, es muy impactante releer una conferencia
que John Maynard Keynes impartió en Madrid en 1930 y que llevaba el significativo
título “Las posibilidades económicas de nuestros nietos”. Hace de ello casi cien años. Y
eso era lo que se planteaba Keynes, qué sería del mundo económico cien años después.
La cosa tiene incluso gracia. El gran genio de la economía del siglo XX pronostica, nada
más y nada menos, que en cosa de cien años (allá por el año 2020, vaya) “la humanidad
habrá resuelto ya su problema económico”, es decir, que nos habremos librado de la
“economía”, del problema de cómo “administrar recursos escasos”, sencillamente porque
ya no serán escasos. La cosa le parece evidente a la luz de lo que él considera una “enfermedad” que ha contraído la economía de su tiempo: el paro y la sobreproducción. Esta
“enfermedad”, al contrario que el “coronavirus”, anunciaba un futuro muy prometedor
y, en realidad, demostraba (¡increíble afirmación!) “que el problema económico no es el
problema permanente del género humano” (el subrayado es de Keynes). O sea, acuerdo
total con Aristóteles y desacuerdo con la filosofía subyacente a la ciencia económica: no
somos un homo economicus, sino un ser social que tiene un problemilla económico que
se puede remediar (en Aristóteles, teniendo esclavos; en la actualidad, con el progreso
técnico y la organización de la producción). Hasta el momento, la economía ha sido una
enfermedad congénita para la humanidad (o quizás, más bien, un virus que contrajo con
la separación de las clases sociales, porque en las sociedades neolíticas, según atestigua la
antropología, siempre se trabajó mucho menos que ahora). En todo caso, con la revolución industrial se habría descubierto la vacuna. En resumen, a Keynes le parece obvio
que, allá por el año 2020, los seres humanos podrían trabajar “quince horas a
la semana, en turnos de tres horas al día” y, aún así, seguiría sobrando riqueza: “tres
horas al día es suficiente para satisfacer al viejo Adán que hay dentro de nosotros”.
Así es que el bueno de Keynes se plantea un grave problema existencial: ¿qué hará
la humanidad con tanto tiempo libre?, ¿no le provocará ansiedad?, ¿nos pasará a todos
como “a las esposas de las clases adineradas, mujeres desafortunadas que ya no saben qué
hacer con su vida desocupada y aburrida”? El ocio puede ser un arma de dos filos,
pues el aburrimiento puede ser letal desde un punto de vista psíquico. Otro peligro es que no seamos capaces de reprimir nuestros instintos agresivos, impidiendo las
guerras, que todo lo destruyen. Es una cuestión de educación, habrá que acostumbrar a
la población a divertirse y a ser buena gente. Por lo demás, si dejamos que los especialistas en economía resuelvan los cada vez menores problemas económicos, del mismo
modo “que hacen los odontólogos, como personas honestas y competentes”, todo irá
bien.
En fin, sorprende que un genio económico como Keynes ni por un momento repare
en que bajo condiciones capitalistas es imposible repartir el trabajo y reducir la
jornada laboral, algo que Marx ya demostró en 1867. Y que, por tanto, el problema
no será el aburrimiento o la agresividad, sino el capitalismo. El capitalismo no genera
ocio, sino paro, que no es lo mismo. Paro y trabajo excesivo; pero de repartir
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nada, porque económicamente es imposible, porque la economía se pondría enferma con ese reparto, un auténtico virus letal desde el punto de vista de los negocios.
En cuanto a las guerras, bajo el capitalismo tienen poco que ver con la agresividad humana. Como muy bien dijo en los años ochenta el filósofo Günther Anders, “el capitalismo
no produce armas para las guerras, sino guerras para las armas”. Las guerras son, ante
todo, mercados solventes para la producción armamentística. Así son los caprichos de
eso que llamamos “la economía”.
Keynes no menciona eso del “capitalismo”, lo mismo que tampoco suele mencionarse
hoy. El capitalismo es sencillamente la vida económica de la humanidad, como se piensa
en Intereconomía y, en general, en nuestro actual modelo ideológico. Pero Keynes no
era un vulgar tertuliano y pensaba, como todo bien nacido, que ese “problema económico” se podía dejar atrás. Hasta el momento, como dijo Raoul Vaneigem en 1967, “supervivir nos ha impedido vivir”; pero ha llegado el momento de librarnos de la asfixiante
lucha por la supervivencia y comenzar a vivir un poco según lo que Marx llamaba
“el reino de la libertad” (en palabras de Aristóteles, no hay que conformarse con vivir,
sino con una vida buena). Así es que, como Keynes era una buena persona, sólo le queda
el recurso a la ingenuidad: la humanidad no será tan estúpida de seguir sin repartir el
trabajo y aprovecharse de la sobreproducción (que la sociedad de consumo demuestra a
diario de manera tan extravagante). Él no podía sospechar que los “especialistas odontólogos” que iban a acabar por gestionar la “economía” iban a ser Milton Friedman
y sus Chicago boys, y que, en el año 2020, lejos de “habernos librado del problema
económico”, íbamos a vivir en una cárcel económica asfixiante, temerosos de la que la
economía contraiga algún virus o estalle en alguna imprevisible rabieta. Actualmente,
lo primordial ya no es construir un Estado del Bienestar para la población, sino
estar pendientes del Bienestar de la Economía, que tiene sus propios problemas y
sus propias soluciones, que poco tienen que ver con las de los seres humanos.
Sorprende tanta ingenuidad en un hombre de la talla de Keynes. Qué diferencia con
el diagnóstico que hacían las izquierdas. Yo ya no creo mucho en eso de la célebre “superioridad moral de la izquierda”, pero sí creo que su superioridad intelectual fue
indiscutible. Aún recuerdo una entrevista en la televisión que hicieron durante la Transición a Federica Montseny, cuando regresó a España tan anciana. “Sigo pensando
lo mismo de siempre. Hay que superar el capitalismo, porque el capitalismo es incapaz
de repartir el trabajo”. Lo mismo que había diagnosticado Paul Lafargue, el yerno de
Marx, en su magistral ensayo El derecho a la pereza (1880)(Mandala ediciones), en
el que definía el comunismo como el medio para lograr que los avances de la técnica
se tradujeran en ocio y en descanso, en lugar de en paro y en sobreproducción. Si las
lanzaderas tejieran solas, había dicho Aristóteles, no harían falta esclavos. Pues, bien,
afirma Lafargue, las lanzaderas ya tejen solas. Cada descubrimiento técnico que doble
la productividad, debería ir seguido de una decisión parlamentaria: ¿preferimos tener el
doble y seguir trabajando lo mismo o trabajar la mitad y tener lo mismo que antes? Puro
sentido común. Lo mismo que dice Keynes. Lo que pasa es que Lafargue sabe que bajo el
capitalismo eso es imposible. Por eso era comunista, sólo que en un sentido enteramente
opuesto al estajanovismo y a la cultura proletaria que se instauró en la URSS y la China
20
maoísta (algo que seguramente tuvo poco que ver con el comunismo y bastante con el
hecho de estar continuamente en guerra o amenazados por ella).
Pero pensemos en otro eminente genio del siglo XX: Bertrand Russell. En 1932
escribió Elogio de la ociosidad, un texto en todo semejante al de Paul Lafargue, donde podemos leer: “El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas,
sólo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era
valioso, no porque el trabajo en sí mismo fuera bueno, sino porque el ocio es bueno. Y
con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el ocio, sin menoscabo para
la civilización”. Con la técnica moderna, sin duda que sí. Con el capitalismo no, como
bien se ha demostrado cien años después. Otro ingenuo. Aunque no tanto: Russell tiene
muy claro que, durante la guerra, la “organización científica de la producción” (lo que
en el lado comunista se llamaba “planificación económica”) había permitido fabricar
armas y municiones suficientes para la victoria. “Si la organización científica”, nos dice,
“se hubiera mantenido al finalizar la guerra, la jornada laboral habría podido reducirse a
cuatro horas y todo habría ido bien”. Pero, por el contrario, “se restauró el antiguo caos:
aquellos cuyo trabajo se necesitaba se vieron obligados a trabajar excesivamente y al
resto se le dejó morir de hambre por falta de empleo”. En los años 30, Bertrand Russell
protesta indignado con impaciencia: “¡Los hombres aún trabajan ocho horas!”. Ello lleva
a la sobreproducción en todos los sectores, las empresas quiebran, los trabajadores son
despedidos y arrojados al paro. “El inevitable tiempo libre produce miseria por todas
partes, en lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más
insensato?”. Russell no ve otra solución que reducir la jornada laboral a cuatro horas diarias. Eso acabaría con el paro y con la sobreproducción que hace quebrar a las empresas.
Vemos que coincide punto por punto con el diagnóstico de Keynes. En cambio, si hoy
en día se te ocurre decir la cuarta parte de esto, te consideran un demagogo populista.
Keynes y Russell están superados, debe de ser que ya tenemos gente más lista por ahí, en
las tertulias de la radio (o quizás en las Facultades de Economía).
“Cuando propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir
que todo el tiempo restante deba necesariamente malgastarse en puras frivolidades”,
continúa diciendo Bertrand Russell. No, porque él tiene confianza en las virtudes civilizatorias del ocio, del tiempo libre. De hecho, está convencido de que “sin la clase ociosa,
la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie”. Lo que ocurre es que, como bien
sabía Aristóteles y bien recordaba Paul Lafargue, para que haya existido una clase
ociosa siempre han hecho falta esclavos o proletarios. Pero ya no es así, los progresos técnicos de la humanidad nos auguran “un mundo en el que nadie esté obligado
a trabajar más de cuatro horas al día”, de modo que ahora es posible “democratizar el
tiempo libre” y que “toda persona con curiosidad científica pueda satisfacerla, y todo
pintor pueda pintar sin morirse de hambre, no importa lo maravillosos que puedan
ser sus cuadros”. El tiempo libre se invertirá en las artes y las ciencias, en la política y el
progreso moral de la humanidad. “Puesto que los hombres no estarán cansados en su
tiempo libre, no querrán sólo distracciones pasivas e insípidas” y muchos dedicarán sus
esfuerzos a “tareas de interés público”. La conclusión de Bertrand Russell es impactante
por ser muy de sentido común: “Los métodos de producción modernos nos han dado la
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posibilidad de la paz y la seguridad para todos; en vez de esto, hemos elegido el exceso
de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido tan activos como
lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios, pero no hay
razón para seguir necios para siempre”.
¿No? Que se lo pregunten a nuestros actuales tertulianos y a nuestras autoridades
económicas también. Sí hay una razón y se llama capitalismo. Porque Russell, como
Keynes, piensan que es una cuestión de necedad o de humana insensatez. Russell piensa
que es porque nos han comido el tarro con una ética del trabajo delirante. Estamos empeñados en que “el trabajo es un deber”. Empeñados en que “el pobre no sabría cómo
emplear tanto tiempo libre”. De ahí su angustiosa pregunta: “¿Qué sucederá cuando se
alcance el punto en que todo el mundo pueda vivir cómodamente sin trabajar muchas
horas?”. Pero Russell (como Keynes) se preocupaba inútilmente. Los tiempos iban a
demostrar que, mientras siguiera existiendo el capitalismo, eso no sucedería jamás, sino
todo lo contrario. Gozamos ahora de desarrollos técnicos inimaginables para él (y para
Keynes). Y no ha aumentado el tiempo libre, sino el paro y la precariedad. Y el trabajo
excesivo. Y sería demasiado sarcástico eso de intentar convencer a los precarios
y los parados de que si se empeñan en trabajar es porque hay una “ética del
trabajo” que les tiene comido el coco. No es una cuestión ética. Es una cuestión económica, que tiene que ver con un sistema que Lafargue, Montseny y Marx hacían muy
bien en llamar “capitalista”.
De hecho, ha ocurrido todo lo contrario de lo que pensaban Keynes o Russell. En
realidad, actualmente no es que trabajemos “todavía” ocho horas. La gente trabaja
mucho más. En un cierto sentido, incluso (como ha contado Santiago Alba Rico en
sus últimos libros), actualmente trabajamos 24 horas diarias, pues el capitalismo ya no
sólo explota el trabajo, sino también el ocio. La tecnología, bajo el capitalismo, no
ha liberado ocio alguno: ha borrado las fronteras entre el ocio y el trabajo. Así
que hasta los parados generan activamente beneficio y no sólo, como antes, en la medida
en que el paro era una función de la producción misma, sino porque están conectados
a la red y consumiendo no sólo mercancías baratas sino imágenes asociadas a grandes
empresas de la comunicación. El situacionista y anticapitalista Vaneigem, en 1967, sí
que era bien consciente de que esto empezaba ya a ocurrir: “Ahora, los tecnócratas, en
un hermoso aliento humanitario, incitan a desarrollar mucho más los medios técnicos
que permitirían combatir eficazmente la muerte, el sufrimiento, la fatiga de vivir. Pero
el milagro sería mucho mayor si en lugar de suprimir la muerte se suprimiera el suicidio
y el deseo de morir. Existen formas de abolir la pena de muerte que hacen que se la eche
de menos”.
En todo caso, la ingenuidad de Keynes, la sensatez de Russell, la genialidad de Lafargue, nos retrotraen a épocas en las que aún no se había perdido el sentido común, cuando aún se tenía el derecho a no estar loco. No porque el mundo no estuviera igual de
loco, como atestiguan dos guerras mundiales y no pocas crisis económicas devastadoras,
sino porque el sentido común no había sido todavía tan pisoteado. Aún no habíamos
perdido tantas batallas, como demuestra el espíritu del 45 que Ken Loach inmortalizó
en su magnífica película: “si el socialismo nos ha permitido gestionar la guerra, tiene que
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servirnos para gestionar la paz”, se decía por aquél entonces. La segunda guerra mundial
la habían ganado los comunistas. Pero es que también las grandes potencias aliadas, durante la guerra, habían sido socialistas a la hora de organizar su producción. ¿No podía
hacerse lo mismo para organizar la paz? Sin duda, así lo demostró la Europa del Bienestar durante dos décadas. Pero había otra guerra en curso, la de la lucha de clases. Y un
duro camino que recorrer hasta que el magnate Warren Buffett dijera su célebre frase:
“naturalmente que hay lucha de clases, pero es la mía la que va ganando”.
La derrota estaba servida. El “socialismo del bienestar”, que existió en Alemania
y los países nórdicos durante los años sesenta y setenta, como una especie de
lujo que los ricos se podían permitir, ha sido derrotado. Y los intentos de hacer lo
mismo que tuvieron los países más pobres, ensayando un socialismo compatible con el
orden constitucional y la democracia, fueron machacados uno tras otro mediante un rosario de golpes de Estado, invasiones y bloqueos económicos. Ahora bien, por lo menos,
no perdamos del todo la memoria y el sentido común. Recordemos qué es lo que ha pasado y no nos creamos más juiciosos que Keynes o Russell. Lejos de habernos librado del
“problema económico” vivimos sometidos a una economía cada vez más chiflada, cada
vez más vulnerable y cada vez más tiránica. Pero el que la economía se haya vuelta loca
no implica que nosotros nos volvamos locos también, olvidando dónde está el problema. En esa época, ni las izquierdas ni las derechas habían perdido el juicio como ocurre
actualmente (como empezó a ocurrir a partir de los años ochenta, cuando se inició la
hegemonía neoliberal). Fue un autor católico bien de derechas, como era G.K. Chesterton, quien mejor describió el problema psiquiátrico al que nos veíamos abocados y
lo hizo en 1935, poco más o menos en los años en la que han hablado Keynes y Russell.
Conviene releer ahora su magnífico artículo Reflexiones sobre una manzana podrida. Dependiendo de nuestras convicciones religiosas -nos dice- podemos o no creer en
los milagros. Y en los cuentos de hadas. Podemos creer que una planta de alubias puede
subir hasta el cielo, pues al fin y al cabo que existan las alubias ya es un misterio bastante
increíble. Pero lo que no puede ser es que cincuenta y siete alubias sean lo mismo que
cinco. O que multiplicar panes y paces dé como resultado menos panes y menos peces.
Una cosa es la fe o la credulidad y otra muy distinta la locura y el absurdo. “La historia
de los panes y los peces no convence al escéptico, pero tiene sentido. Pero ningún Papa
o sacerdote pidió jamás que se creyera que miles de personas murieron de hambre en el
desierto porque fueron abundantemente alimentados con panes y con peces. Ningún
credo o dogma declaró jamás que había muy poca comida porque había demasiados
peces”.
Y sin embargo, nos dice Chesterton, “esa es la precisa, práctica y prosaica definición
de la situación presente en la moderna ciencia económica. El hombre de la Edad del
Sinsentido debe agachar la cabeza y repetir su credo, el lema de su tiempo: Credo qua
impossibile”. La situación es tan absurda que “nos enteramos de que hay hambre porque no hay escasez, y de que hay tan buena cosecha de patatas que no hay patatas. Esta
es la moderna paradoja económica llamada superproducción o exceso de mercado”.
El problema fundamental estaba ya previsto desde hace mucho tiempo por Aristóteles, que descubrió la “economía” al tiempo que nos advirtió de sus peligros. El mayor
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enemigo de la ciudad, de la polis, nos dijo, es la hybris, la desmesura, el infinito, la falta
de límites. Y la economía corre demasiado el riesgo de devenir infinita. Un médico, por
ejemplo, en tanto que médico persigue la salud del paciente. Su actividad tiene un fin
que se completa y concluye con la sanación del enfermo. Por eso es muy importante que
el médico no cobre dinero (o como ocurre hoy día en la sanidad pública, que cobre un
sueldo fijo del Estado). Porque si el médico comienza a cobrar por sus curaciones, se
habrá iniciado un proceso que no tiene por qué tener fin, pues el fin ya no es la salud,
sino la ganancia y el ansia de ganancia no tiene por qué detenerse nunca, de modo que
la salud o la enfermedad se convierten más bien en medios para seguir haciendo girar la
rueda de los negocios. A este tipo de economía, Aristóteles le llamó “crematística” y la
consideró con razón el mayor enemigo de la ciudad. Y su temor tenía mucho de profético, porque apuntaba ya a una situación en la que la sociedad entera estuviera sustentada
por el infinito y la desmesura. Un monstruo tiránico para lo que todo serían medios
de enriquecimiento. Ni en la peor de sus pesadillas, Aristóteles habría podido
concebir el mundo actual, en el que la economía ha cobrado vida propia y tiene ya su
propio metabolismo que en absoluto coincide con el de la sociedad y los seres humanos
que la habitan.
Chesterton pone el mismo ejemplo: un hombre que vendía navajas de afeitar y luego
explicaba a los clientes indignados que él nunca había afirmado que sus navajas afeitaran, pues no habían sido hechas para afeitar, sino para ser vendidas. Lo mismo que
ahora los tomates, que ya no tienen porque saber a tomate con tal de que se vendan. Y
así con todo lo demás. Durante los años 80, las vacas gallegas se alimentaron de mantequilla. Puede parecer absurdo desde un punto de vista humano, pues la elaboración de
mantequilla lleva mucho trabajo y la mantequilla sale de las vacas. Pero desde un punto
de vista económico resultaba de lo más sensato. Todas las empresas que fabrican mantequilla intentan agotar el mercado, de modo que acaba sobrando mucha mantequilla.
La única salida a la crisis del sector es intentar imponerse a la competencia, procurando
ser el último en quebrar, lo cual requiere fabricar masivamente más mantequilla al mejor
precio. Y entonces se descubrió que las vacas alimentadas con mantequilla producían
mucha más mantequilla. Al fin y al cabo, la mantequilla no se producía para engordar,
sino para la venta. Ya lo había previsto Chesterton en 1935, porque en esos tiempos aún
quedaba algo de sentido común: “Si un hombre en lugar de fabricar tantas manzanas
como quiere, produce tantas manzanas como se imagina que el mundo entero necesita,
con la esperanza de copar el comercio mundial de manzanas, entonces puede tener éxito
o fracasar en el intento de competir con su vecino, que también desea todo el mercado
mundial para sí”. La sed de ganancia introduce el infinito en la ciudad, la hybris hace
reventar a todas las instituciones destinadas a administrar la modesta vida finita de los
seres humanos. De hecho, en la actualidad, el infinito económico ya no cabe en este
mundo, ha rebasado los límites de un planeta finito y redondo, y amenaza con hacerlo
reventar. No podemos seguir creciendo un tres por ciento anual en un planeta
como este, que más bien decrece por agotamiento de sus recursos.
Pero el diagnóstico de Chesterton, siendo genial como es, también tiene algo de ingenuo, aunque menos que el de Keynes o Russell. “El comercio”, nos dice, “es muy
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bueno en cierto sentido, pero hemos colocado al comercio en el lugar de la Verdad. El
comercio, que en su naturaleza es una actividad secundaria, ha sido tratado como una
cuestión prioritaria, como un valor absoluto”. Es como si el Dios del Génesis, en lugar
de contemplar su creación y ver que las cosas eran “buenas”, hubiera exclamado que eran
“bienes” destinados a ser comprados y vendidos de forma generalizada. En esto tiene
toda la razón, por supuesto. Pero Chesterton se olvida de explicar por qué el mercado
se ha convertido en un amo, en lugar de seguir siendo, como le correspondía, un buen
esclavo. Marx, en cambio, sí se empeñó en intentar explicarlo y concluyó que se debía
a una estructura de la producción, impuesta a sangre y fuego en los anales de la historia,
a la que había que llamar “capitalismo”. Si llamamos “comunistas”, ante todo, a los
que se empeñaron en luchar contra esa estructura capitalista, no cabe duda de
que, en ese sentido, los comunistas tenían (teníamos) toda la razón. Pero no vivimos en un mundo de fantasías, sino enfrentados a la cruda realidad. Hace ya tiempo que
perdimos la batalla de los hechos. Pero, por lo menos, que no nos hagan también perder
el juicio. El capitalismo existe. No es la economía natural del ser humano. Es un sistema
particular, que tiene su propio metabolismo, cada vez más neurótico, cada vez más vulnerable a todo tipo de virus y bacterias, pero que sigue siendo infinitamente poderoso,
por lo que, probablemente no acabará más que llevándose todo por delante. No parece
probable que el capitalismo, en su demente evolución, nos vaya a traer el comunismo,
como creyeron las filosofías de la historia marxistas del siglo XX. Es más probable que
nos traiga el Apocalipsis, si no es que ya vivimos en él.
Hace ya varios siglos que la humanidad contrajo un virus fatal, una especie
de pandemia económica a la que, hoy en día, podríamos llamar “coronacapitalismo”. Ese virus respira con más fuerza que todos nosotros juntos. Como una metástasis cancerosa tiene sus propios objetivos y no se preocupa demasiado del cuerpo de la
humanidad, al que acabará por exterminar.
25
Una nota sobre coronavirus y colapso
Carlos Taibo
www.carlostaibo.com
Me preguntan varias personas –y me hago yo también la pregunta- si lo que estamos
viviendo en estas horas cabe situarlo en la órbita general del colapso o, al menos, en la
antesala de éste. En realidad me he hecho la misma pregunta a menudo, en los últimos
meses, cuando he tenido que sopesar la condición de muchos de los movimientos que se
han registrado en escenarios dispares. Al fin y al cabo, los chalecos amarillos en Francia
y la revuelta chilena –propongo dos ejemplos entre varios-, ¿no bebían en su origen de
demandas vinculadas con el encarecimiento de las materias primas energéticas? A decir
verdad, no tengo respuestas firmes para esas preguntas o, lo que es lo mismo, ignoro
si fenómenos como los mencionados se sitúan en la lógica de funcionamiento normal
del capitalismo y sus crisis cíclicas o, por el contrario, remiten a algo más profundo que
mucho nos dice sobre el futuro que nos aguarda.
Cuando, tres o cuatro años atrás, escribí Colapso, me referí a dos causas mayores
de este último –el cambio climático y el mentado agotamiento de las materias primas
energéticas-, no sin identificar otras que, aparentemente secundarias, podrían oficiar
como multiplicadores de las tensiones. Y en esa segunda rúbrica situé a epidemias y
pandemias, y coloqué, también, la previsible expansión de los cánceres y las enfermedades cardiovasculares. A título provisional –no puede ser de otra manera- no veo motivo
mayor para alterar el análisis, tanto más cuanto que, en la trastienda, se hace valer un
elemento adicional importante.
Y es que el fortalecimiento del Estado y de las instituciones acompañantes al que
asistimos en estas horas no parece ser lo propio del colapso, aunque pudiera serlo, eso
sí, de su antesala. Me permito recordar la definición que propuse en el libro que acabo
de recordar: “El colapso es un proceso, o un momento, del que se derivan varias consecuencias delicadas: cambios sustanciales, e irreversibles, en muchas relaciones, profundas
alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas, reducciones
significativas en el tamaño de la población humana, una general pérdida de complejidad
en todos los ámbitos -acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso
de los flujos centralizadores-, la desaparición de las instituciones previamente existentes
y, en fin, la quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de
comunicación, del orden antecesor”.
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Es verdad, claro, que la consideración que acabo de formular en el párrafo anterior
tiene un aliento limitado y que, de resultas, el escenario en el que estamos permite otras
lecturas. Una de ellas sugerirá, sin ir más lejos, que la ineptitud palmaria de nuestros gobernantes, la inmundicia de la oposición –a la que no se le ocurre reclamar otra cosa que
la restauración de una deleznable reforma laboral que en los hechos sigue, infelizmente,
en pie- y el intento postrero de reconstruir una pirámide autoritario-represiva no reflejan sino debilidades que a duras penas ocultan la permanente sumisión de los diferentes
poderes a los intereses del capital.
Para cerrar el círculo, y en virtud de un camino bien diferente, lo suyo es recordar que
de por medio se han hecho valer fenómenos saludables que obligan a no descartar ningún escenario alternativo. Pienso en la reducción operada en los niveles planetarios de
contaminación, en la conciencia, cada vez más clara, de los tributos que ha habido que
pagar por el deterioro de los servicios sociales, en el freno brutal que ha experimentado
en estas semanas la turistificación o, en fin, en la proliferación de redes de apoyo mutuo.
Ignoro, claro, si todo esto será flor de un día o, por el contrario, está llamado a perseverar
en el tiempo. Entre tanto, no me queda sino confesar que, con todas las cautelas, muchas
de las circunstancias que nos rodean en estas horas me han recordado, y poderosamente,
a materias de las que hube de ocuparme cuando escribí Colapso.
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Ha llegado el lobo: coronavirus en la era del
capitalismo global
Carmen Barrios Corredera
nuevatribuna.es 17/03/20
Ha llegado el lobo y amenaza con zamparse a caperucita, a la abuelita, al cazador y
a la aldea entera. El lobo ha llegado infectado de coronavirus en la era del capitalismo
global. Un sistema depredador sin escrúpulos que practica el darwinismo social y
predica el individualismo cultural del sálvese quien pueda. Cuando las cosas van bien
ganan dinero a espuertas unos pocos y cuando van mal… también, es más, quieren
ganar todavía más.
La crisis desatada por el coronavirus está poniendo en evidencia que este sistema económico es insostenible, porque cuando sucede una amenaza social como esta
pandemia -que diezma la población, sobre todo en una franja de edad y con unas
condiciones económicas depauperadas- que es una amenaza social inesperada y real,
el sistema capitalista no da la talla, no está dispuesto a sujetar a las personas, más bien
se desprende de ellas como si fueran productos desechables de usar y tirar.
El Gobierno debe liberar recursos económicos no para gastar, sino para invertir en
vidas dignas y para eso, tendrá que saltarse el grillete de la ortodoxia económica ordo
liberal imperante
A escasos dos días de que entrara en vigor en España el real decreto de estado
de alarma para contener la expansión de la plaga y hacer sostenibles e intentar que
no colapsen los mermados sistemas públicos de salud (hay que recordar que desde
la crisis económica de 2008 los recortes han dejado tiritando la sanidad pública, en
beneficio de la privada), a escasos dos días como digo, se han empezado a producir
despidos por doquier, en catarata, en todo tipo de empresas, desde empresas grandes a
medianas y pequeñas. ¿Qué va a pasar con estos y estas trabajadoras, desposeídas de
repente de sustento? ¿Los devorará el lobo del capitalismo infectado de coronavirus?
¿O seremos capaces de impulsar entre todos un nuevo Estado protector que elabore
políticas para salir de esta con la gente dentro?
El Estado español está afrontando esta crisis con un brazo atado a la espalda. La
teoría dice, y hay un artículo de la Constitución, alevoso, -el 135- que lo sanciona, que
hay que pagar la deuda a los bancos antes que nada. Que los beneficios de la banca
privada están por encima del bienestar de las personas. Este carrusel, este mantra,
sigue dando vueltas dentro de las cabezas de los responsables de economía europeos,
también españoles. Hay que empujar un poco, a ver si de esta somos capaces de que
cambien el chip. Europa debe volver a ser lo que era.
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En la situación en la que nos encontramos, el Gobierno debe liberar recursos económicos no para gastar, sino para invertir en vidas dignas y para eso, tendrá que saltarse
el grillete de la ortodoxia económica ordo liberal imperante. De lo contrario, estamos
perdidos. Ahora muchos morirán por el coronavirus. Después, ¿de hambre? ¿de desesperación?, ¿de pobreza?
Se trata de poner en la balanza no solo toda la inversión en salud pública que se está
haciendo, sino comenzar a pensar en liberar grandes cantidades de recursos para que
esta crisis sanitaria, que se está convirtiendo a pasos agigantados en económica, no
recaiga en los hombros de la clase trabajadora, como ya sucedió durante la anterior.
Me felicito de que tengamos un Gobierno al mando con sensibilidad social. Me felicito de que PSOE y Unidas Podemos estén trabajando codo con codo juntos, y lo más
revueltos posible, espero (guardando el metro y medio de distancia, eso sí) para sacar
al país de esta emergencia social con un resultado sanitario satisfactorio y con un resultado social espléndido. No quiero ni pensar en lo que hubiera sucedido con el PP y sus
socios en el gobierno, pura distopía. Solo hay que ver las “medidas” que está tomando
Ayuso en la Comunidad de Madrid, para que nos entre una cagalera de peli de terror.
Confío de verdad en este Gobierno. En España tenemos la oportunidad de demostrar
que es necesario que el Estado funcione, que cuanto más Estado mejor, que una crisis
como esta se soluciona mucho mejor con organización, previsión y ayudas públicas y
que en eso deben contribuir también las empresas, las multinacionales y los bancos pagando impuestos, los que les corresponde por sus beneficios, y no lo que sucede ahora,
que somos deficitarios en esta emergencia porque ellos se escaquean, contribuyen lo
mínimo posible. Las empresas forman parte de la sociedad. Ellas mismas lo publicitan
a los cuatro vientos. Todas las grandes empresas se vanaglorian en sus publicidades de
ser parte de la sociedad. Que lo demuestren. Que arrimen el hombro. Que contribuyan.
Que condonen préstamos, facturas, etc, mientras dure esta emergencia, que se pueden
permitir perfectamente ganar menos un par de meses, o tres; que no despidan, que
soporten los salarios, que no se desprendan de la gente trabajadora como si fueran un
clínex después de sonarse los mocos.
La sociedad española necesita un #PlanDeChoqueSocial mediante el que se suspenda el pago del alquiler, de la hipoteca y de los suministros básicos (luz, agua y gas)
para aquellas personas que pierdan ingresos durante esta crisis. El Estado debe impedir
que haya despidos y habilitar de urgencia una renta básica para quienes se queden sin
ingresos. Y en tercer lugar, es necesario intervenir la sanidad privada sin compensación
económica.
El bienestar de la mayoría debe siempre estar por encima de los intereses privativos
de los poderosos. La democracia y el Estado de derecho está para proteger a los más
débiles.
Estamos capacitados como sociedad, todas juntas, para meter al lobo en un corral y
no permitir que nos coma vivas.
Carmen Barrios Corredera. Escritora y fotoperiodista
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Cuatro razones por las que nuestra civilización
no se irá apagando: colapsará
Craig Collins
| 18/03/2020 | Ecología social
Fuentes: Counterpunch
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Según se aproxima la fecha de caducidad de la civilización moderna, aumenta el número de estudiosos que dedican su atención a la decadencia y caída de las civilizaciones
del pasado. Dichos ensayos proponen explicaciones contrapuestas de las razones por las
que las civilizaciones fracasan y mueren. Al mismo tiempo ha surgido un mercado lucrativo en torno a novelas, películas, series de televisión y videojuegos post-apocalípticos
para aquellos que disfrutan con la emoción indirecta del caos y los desastres oscuros y
futuristas desde el confort de su sofá. Claro que sobrevivir a la realidad será una historia
bien distinta.
El temor latente a que la civilización tenga sus horas contadas ha generado un mercado alternativo de ingenuos “felices para siempre” que se aferran desesperadamente a su
confianza en el progreso ilimitado. Optimistas irredentos como el psicólogo cognitivo
Steven Pinker tranquilizan a esta muchedumbre ansiosa asegurándole que la nave titánica del progreso es insumergible. Las publicaciones de Pinker le han convertido en el
sumo sacerdote del progreso (1). Mientras la civilización gira alrededor del sumidero,
su ardiente público se reconforta con lecturas y libros llenos de pruebas elegidas cuidadosamente para demostrar que la vida es ahora mejor de lo que nunca ha sido y que
probablemente continuará mejorando. Sin embargo, cuando se le pregunta, el propio
Pinker admite que “es incorrecto extrapolar que tenemos el progreso garantizado solo por el
hecho de que hasta ahora hayamos progresado”(2).
Las estadísticas color de rosa de Pinker disimulan hábilmente el fallo fundamental de
su argumentación: el progreso del pasado se consiguió sacrificando el futuro, y el futuro
lo tenemos encima. Todos los datos felices que cita sobre el nivel de vida, la esperanza
de vida y el crecimiento económico son producto de una civilización industrial que ha
saqueado y contaminado el planeta para crear un progreso fugaz para una creciente clase
media –y enormes beneficios y poder para una pequeña élite.
No todos los que entienden que el progreso se ha adquirido a costa del futuro piensan
que el colapso civilizatorio será abrupto y amargo. Algunos estudiosos de las antiguas
sociedades, como Jared Diamond y John Michael Greer, señalan acertadamente que el
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colapso repentino es un fenómeno raro en la historia. En The Long Descent, Greer asegura a sus lectores que “el mismo modelo se repite una y otra vez en la historia. La desintegración gradual, no una catástrofe repentina, es el modo en que finalizan las civilizaciones”.
El tiempo que suelen tardar estas en apagarse y colapsar, por término medio, es de unos
250 años, y este autor no ve razones por las que la civilización moderna no vaya a seguir
esta evolución (3).
Pero la hipótesis de Greer es poco sólida porque la civilización industrial muestra cuatro diferencias fundamentales con todas las anteriores. Y cada una de ellas puede acelerar
e intensificar el colapso venidero además de aumentar la dificultad de recuperación.
Diferencia nº 1
A diferencia de todas las anteriores, la civilización industrial moderna se alimenta de
una fuente de energía excepcionalmente rica, no renovable e irremplazable: los combustibles fósiles. Esta base de energía única predispone a la civilización industrial a tener
una vida corta, meteórica, con un auge sin precedente y un descalabro drástico. Tanto las
megaciudades como la producción globalizada, la agricultura industrial y una población
humana que se aproxima a los 8.000 millones de habitantes son una excepción histórica
–e insostenible– facilitada por los combustibles fósiles. En la actualidad, los ricos campos
petroleros y las minas de carbón fácilmente explotables del pasado están casi agotados.
Y, aunque contemos con energías alternativas, no existen sustitutos realistas que puedan
producir la abundante energía neta que los combustibles fósiles suministraron todo este
tiempo (4). Nuestra civilización compleja, expansiva y acelerada debe su breve existencia
a esta bonanza energética en rápido declive que solo tiene una vida.
Diferencia nº 2
A diferencia de las civilizaciones del pasado, la economía de la sociedad industrial es
capitalista. Producir para obtener beneficios es su principal directriz y fuerza impulsora.
En los dos últimos siglos, el excedente energético sin precedentes proporcionado por
los combustibles fósiles ha generado un crecimiento excepcional y enormes beneficios.
Pero en las próximas décadas este maná de abundante energía, crecimiento constante y
beneficios al alza de desvanecerá.
No obstante, a menos que sea abolido, el capitalismo no desaparecerá cuando la prosperidad se convierta en descalabro. En vez de eso, el capitalismo sediento de energía y
sin poder crecer se volverá catabólico. El catabolismo es un conjunto de procesos metabólicos de degradación mediante el cual un ser vivo se devora a sí mismo. A medida que
se agoten las fuentes de producción rentables, el capitalismo se verá obligado a obtener
beneficios consumiendo los bienes sociales que en otro tiempo creó. Al canibalizarse a sí
mismo, la búsqueda de ganancias agudizará la espectacular caída de la sociedad industrial.
El capitalismo catabólico sacará provecho de la escasez, de la crisis, del desastre y del
conflicto. Las guerras, el acaparamiento de los recursos, el desastre ecológico y las enfermedades pandémicas se convertirán en las nuevas minas de oro. El capital se desplazará
hacia empresas lucrativas como la ciberdelincuencia, los préstamos abusivos y el fraude
financiero; sobornos, corrupción y mafias; armas, drogas y tráfico de personas. Cuando
la desintegración y la destrucción se conviertan en la principal fuente de beneficios, el
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capitalismo catabólico arrasará todo a su paso hasta convertirlo en ruinas, atracándose
con un desastre autoinfligido tras otro (5).
Diferencia nº 3
A diferencia de las sociedades del pasado, la civilización industrial no es romana,
china, egipcia, azteca o maya. La civilización moderna es HUMANA, PLANETARIA y
ECOCIDA. Las civilizaciones preindustriales agotaron su suelo fértil, talaron sus bosques y contaminaron sus ríos. Pero el daño era mucho más temporal y estaba geográficamente delimitado. Una vez que los incentivos del mercado perfeccionaron el colosal
poder de los combustibles fósiles para explotar la naturaleza, las funestas consecuencias
fueron de ámbito planetario. Dos siglos de quema de combustibles fósiles han saturado
la biosfera con un carbono que ha alterado el clima y que continuará causando estragos
durante las próximas generaciones. El daño causado a los sistemas vivos de la Tierra –la
circulación y composición química de la atmósfera y del océano; la estabilidad de los
ciclos hidrológicos y bio-geoquímicos; y la biodiversidad del planeta entero– es esencialmente permanente.
Los humanos se han convertido en la especie más invasora jamás conocida. Aunque
apenas somos un mero 0,01 por ciento de la biomasa del planeta, nuestros cultivos y
nuestro ganado domesticado dominan la vida en la Tierra. En términos de biomasa
total, el 96 por ciento de los mamíferos que pueblan el planeta son ganado; frente al 4
por ciento salvaje. El 70 por ciento de todas las aves son aves de corral, frente a un 30
por ciento salvaje. Se calcula que en los últimos 50 años han desaparecido en torno a la
mitad de los animales salvajes de la Tierra (6). Los científicos estiman que la mitad de
las especies restantes desaparecerán hacia el final del siglo (7). Ya no quedan ecosistemas
vírgenes o nuevas fronteras adonde las personas puedan huir del daño que han causado
y recobrarse del colapso.
Diferencia nº 4
La capacidad colectiva de la civilización humana para afrontar sus crecientes crisis se
ve paralizada por un sistema político fragmentado entre naciones antagonistas gobernadas por élites corruptas a quienes preocupa más la riqueza y el poder que las personas y
el planeta. La humanidad se enfrenta a una tormenta perfecta de calamidades globales
que convergen. El caos climático, la extinción desenfrenada de especies, la escasez de alimentos y agua dulce, la pobreza, la desigualdad extrema y el aumento de las pandemias
globales están erosionando a marchas forzadas las bases de la vida moderna.
Pero este sistema político díscolo y fracturado impide casi por completo la organización de una respuesta cooperativa. Y cuanto más catabólico se vuelve el capitalismo
industrial, más aumenta el peligro de que gobernantes hostiles aviven las llamas del nacionalismo y se lancen a la guerra por los escasos recursos. Por supuesto que la guerra no
es algo nuevo. Pero la guerra moderna es tan devastadora, destructiva y tóxica que poco
deja detrás. Ese sería el último clavo del ataúd de la civilización.
¿Resurgiendo de las ruinas?
El modo en que las personas respondan al colapso de la civilización industrial determinará la gravedad de sus consecuencias y la estructura que la reemplace. Los desafíos
son monumentales. Nos obligarán a cuestionar nuestra identidad, nuestros valores y
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nuestras lealtades más que ninguna otra experiencia en la historia. ¿Quiénes somos?
¿Somos, por encima de todo, seres humanos que luchamos por sacar adelante a nuestras
familias, fortalecer nuestras comunidades y coexistir con otros habitantes de la Tierra?
¿O nuestras lealtades básicas son hacia nuestra nación, nuestra cultura, nuestra raza,
nuestra ideología o nuestra religión? ¿Podemos dar prioridad a la supervivencia de nuestra especie y de nuestro planeta o nos permitiremos quedar irremediablemente divididos
según líneas nacionales, culturales, raciales, religiosas o de partido?
El resultado final de esta gran implosión está en el aire. ¿Seremos capaces de superar la
negación y la desesperación, vencer nuestra adicción al petróleo y tirar juntos para acabar con el control del poder corporativo sobre nuestras vidas? ¿Conseguiremos promover la democracia genuina, mejorar la energía renovable, retejer nuestras comunidades,
reaprender técnicas olvidadas y sanar las heridas que hemos causado a la Tierra? ¿O el
miedo y los prejuicios nos conducen a terrenos hostiles, a la lucha por los menguantes
recursos de un planeta degradado? Lo que está en juego no puede ser más importante.
Notas:
[1] Algunos de sus libros son: The Better Angels of Our Nature and Enlightenment
Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress.
[2] King, Darryn. “Steven Pinker on the Past, Present, and Future of Optimism” (OneZero, Jan 10, 2019) https://onezero.medium.com/steven-pinker-on-thepast-present-and-future-of-optimism-f362398c604b
[3] Greer, John Michael. The Long Descent (New Society Publishers, 2008): 29.
[4] Heinberg, Richard. The End Of Growth. (New Society, 2011): 117.
[5] Para más información sobre el capitalismo catabólico, léase: Collins, Craig. “Catabolism: Capitalism’s Frightening Future,”CounterPunch (Nov. 1, 2018). https://www.
counterpunch.org/2018/11/01/catabolism-capitalisms-frightening-future/
[6] Carrington, Damian. “New Study: Humans Just 0.01% Of All Life But Have
Destroyed 83% Of Wild Mammals,” The Guardian (May 21, 2018). https://www.
theguardian.com/environment/2018/may/21/human-race-just-001-of-all-life-but-hasdestroyed-over-80-of-wild-mammals-study
[7] Ceballos, Ehrlich, Barnosky, Garcia, Pringle & Palmer. “Accelerated Modern Human-Induced Species Losses: Entering The 6th Mass Extinction,” Science Advances.
(June 19, 2015). https://advances.sciencemag.org/content/1/5/e1400253
Craig Collins es autor de Toxic Loopholes, sobre el sistema disfuncional de protección al
medio ambiente de EE.UU. Enseña ciencia política y derecho medioambiental en la Universidad de California en East Bay y fue miembro fundador del Partido Verde de California.
Fuente:
https://www.counterpunch.org/2020/03/13/four-reasons-civilization-wont-decline-it-will-collapse/
El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo
https://rebelion.org/
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Sobrevivir al virus: Una guía anarquista
El capitalismo en crisis-Totalitarismo en ascenso-Estrategias de resistencia
CrimethInc.
La pandemia no va a pasar en las próximas semanas. Incluso si las estrictas medidas
de confinamiento logran reducir el número de infecciones a lo que era hace un mes, el
virus podría volver a propagarse de forma exponencial tan pronto como se suspendan las
medidas. Es probable que la situación actual continúe durante meses -toques de queda
repentinos, cuarentenas incoherentes, condiciones cada vez más desesperadas- aunque es
casi seguro que cambie de forma en algún momento cuando las tensiones en su interior
se desvanezcan. Para prepararnos para ese momento, protejámonos y protejamos a los
demás de la amenaza que supone el virus, pensemos en las cuestiones de riesgo y seguridad que plantea la pandemia y afrontemos las desastrosas consecuencias de un orden
social que nunca se diseñó para preservar nuestro bienestar en primer lugar.
Este texto ofrece consejos médicos para hacer frente al virus; en él se aborda la importancia de la ayuda mutua. Puede encontrar una lista de iniciativas de ayuda mutua en los
Estados Unidos aquí y en Alemania aquí.
Sobrevivir al virus
Las formas anarquistas de organización y seguridad de larga data tienen mucho que
ofrecer cuando se trata de sobrevivir a la pandemia y al pánico que está causando.
Formar un grupo de afinidad
La perspectiva de la cuarentena nos dice mucho acerca de cómo ya estábamos viviendo. Los que viven en familias unidas o en alegres casas colectivas están en una situación
mucho mejor que los que tienen matrimonios rotos y los que tienen grandes casas vacías
para ellos solos. Este es un buen recordatorio de lo que realmente importa en la vida. A
pesar de los modelos de seguridad representados por el sueño burgués de tener una casa
familiar nuclear y la política exterior de EE.UU. que lo refleja, la unión y el cuidado
son mucho más importantes que el tipo de seguridad que depende de cercar el mundo
entero.
El “distanciamiento social” no debe significar un aislamiento total. No estaremos más
seguros si nuestra sociedad se reduce a un montón de individuos atomizados. Eso no
nos protegería del virus ni del estrés de esta situación ni de las tomas de poder que los
capitalistas y las autoridades estatales se preparan para llevar a cabo. Por mucho que los
ancianos estén en riesgo de contraer el virus, por ejemplo, los ancianos ya están peligrosamente aislados en esta sociedad; cortarles todo contacto con los demás no preservará
su salud física o mental. Todos nosotros necesitamos estar integrados en grupos muy
unidos de manera que se maximice tanto nuestra seguridad como nuestra capacidad
colectiva para disfrutar de la vida y tomar medidas.
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Elija un grupo de personas en las que confíe, idealmente personas con las que comparta su vida diaria, todas las cuales comparten factores de riesgo y niveles de tolerancia
al riesgo similares. Con el fin de sobrevivir al virus, este es su grupo de afinidad, el bloque básico de la organización anarquista descentralizada. No es necesario que vivas en
el mismo edificio con ellos; lo importante es que puedas reducir tus factores de riesgo
a aquellos con los que todos compartes y con los que te sientes cómodo. Si tu grupo es
demasiado pequeño, estarás aislado, y eso será especialmente un problema si te enfermas. Si su grupo es demasiado grande, se enfrentará a un riesgo innecesario de infección.
Hablen entre ustedes hasta que lleguen a un conjunto de expectativas compartidas
sobre cómo se enfrentarán al riesgo de contagio. Esto podría ser cualquier cosa, desde
un aislamiento físico total hasta recordar usar un desinfectante de manos después de
tocar superficies en público. Dentro de su grupo, mientras nadie tenga el virus, pueden
seguir abrazándose, besándose, haciendo comida juntos, tocando las mismas superficies,
siempre y cuando estén de acuerdo sobre el nivel de riesgo que están dispuestos a tolerar
colectivamente y se comuniquen al respecto cuando surja un nuevo factor de riesgo.
Esto es lo que los anarquistas llaman cultura de la seguridad, la práctica de establecer
un conjunto de expectativas compartidas para minimizar el riesgo. Cuando nos enfrentamos a la represión policial y a la vigilancia del estado, nos protegemos compartiendo
información sobre la base de la necesidad de conocer. Cuando estamos tratando con un
virus, nos protegemos controlando los vectores a través de los cuales se pueden propagar
los contagios.
Nunca es posible evitar el riesgo por completo. El punto es determinar con qué riesgo
se siente cómodo y comportarse de tal manera que si algo sale mal, no se arrepentirá, sabiendo que ha tomado todas las precauciones que consideraba necesarias. Compartiendo tu vida con un grupo de afinidad, obtienes lo mejor de la precaución y la convivencia.
Para obtener recursos sobre cómo seguir organizándose a través de plataformas digitales seguras con otros compañeros a pesar del “distanciamiento social”, lea esto.
Formar una red
Por supuesto, su grupo de afinidad por sí solo no será suficiente para satisfacer todas
sus necesidades. ¿Qué pasa si necesitan recursos a los que ninguno de ustedes puede acceder con seguridad? ¿Qué pasa si todos ustedes se enferman? Necesitan estar conectados
a otros grupos de afinidad en una red de ayuda mutua, de modo que si algún grupo de
la red se ve abrumado, los demás puedan acudir en su ayuda. Participando en una red
como esta, pueden hacer circular recursos y apoyo sin que todos tengan que exponerse al
mismo nivel de riesgo. La idea es que cuando personas de diferentes grupos dentro de la
red interactúan, emplean medidas de seguridad mucho más estrictas, a fin de minimizar
el riesgo adicional.
La frase “ayuda mutua” ha sido lanzada mucho últimamente, incluso por los políticos.
En su sentido propio, la ayuda mutua no describe un programa que proporcione asistencia unidireccional a otros como lo hace una organización de caridad. Se trata más bien
de la práctica descentralizada de la atención recíproca mediante la cual los participantes
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en una red se aseguran de que todos obtengan lo que necesitan, de modo que todos tengan motivos para invertir en el bienestar de los demás. No se trata de un intercambio de
“ojo por ojo”, sino de un intercambio de cuidados y recursos que crea el tipo de redundancia y resistencia que puede sostener a una comunidad en tiempos difíciles. Las redes
de ayuda mutua prosperan mejor cuando es posible crear una confianza recíproca con
otros durante un largo período de tiempo. No tienes que saber o incluso como todos los
demás en la red, pero todos tienen que dar lo suficiente a la red que juntos, sus esfuerzos
crean un sentido de abundancia.
El marco de reciprocidad podría parecer que se presta a la estratificación social, en la
que personas de clases sociales similares con un acceso similar a los recursos gravitan entre sí para obtener el mejor rendimiento de la inversión de sus propios recursos. Pero los
grupos de diferente procedencia pueden tener acceso a una amplia gama de diferentes
tipos de recursos. En estos tiempos, la riqueza financiera puede resultar mucho menos
valiosa que la experiencia con la plomería, la capacidad de hablar un dialecto particular
o los lazos sociales en una comunidad de la que nunca pensó que dependería. Todo el
mundo tiene buenas razones para extender sus redes de ayuda mutua lo más lejos posible.
La idea fundamental aquí es que son nuestros lazos con los demás los que nos mantienen a salvo, no nuestra protección de ellos o nuestro poder sobre ellos. Los preparadores
que se han centrado en la creación de una reserva privada de alimentos, equipo y armas
están poniendo las piezas en su lugar para un apocalipsis de cada uno contra todos. Si
pones toda tu energía en soluciones individuales, dejando a todos los que te rodean luchar por la supervivencia por su cuenta, tu única esperanza es superar a la competencia.
E incluso si lo haces, cuando no haya nadie más para encender esas armas, serás el último
que quede, y esa arma será la última herramienta a tu disposición.
________________________________________
Cómo nos relacionamos con el riesgo
La aparición de un nuevo contagio potencialmente letal nos obliga a todos a pensar
en cómo nos relacionamos con el riesgo. ¿Por qué vale la pena arriesgar nuestras vidas?
Reflexionando, la mayoría de nosotros concluiremos que, siendo todas las demás cosas iguales, arriesgar nuestras vidas sólo para seguir desempeñando nuestro papel en el
capitalismo no vale la pena. Por otro lado, podría valer la pena arriesgar nuestras vidas
para protegernos, para cuidarnos, para defender nuestra libertad y la posibilidad de vivir
en una sociedad igualitaria.
Así como estar completamente aislado no es más seguro para los ancianos, tratar
de evitar el riesgo por completo no nos mantendrá seguros. Si nos mantenemos estrictamente al margen mientras nuestros seres queridos se enferman, nuestros vecinos
mueren, y el estado policial se lleva hasta el último vestigio de nuestra autonomía, no
estaremos más seguros. Hay muchos tipos diferentes de riesgo. Probablemente llegará el
momento en que tendremos que repensar qué riesgos estamos dispuestos a tomar para
vivir con dignidad.
Esto nos lleva a la cuestión de cómo sobrevivir a todas las tragedias innecesarias que
los gobiernos y la economía mundial están acumulando en el contexto de la pandemia,
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por no mencionar todas las tragedias innecesarias que ya estaban creando. Afortunadamente, las mismas estructuras que pueden permitirnos sobrevivir juntos al virus también
pueden equiparnos para hacerles frente.
Un enfrentamiento en Milán entre la policía y los anarquistas que expresaron su solidaridad durante los disturbios en las cárceles de Italia.
________________________________________
Sobrevivir a la crisis
Seamos claros: el totalitarismo ya no es una amenaza situada en el futuro. Las medidas
que se están implementando en todo el mundo son totalitarias en todos los sentidos de
la palabra. Estamos viendo decretos gubernamentales unilaterales que imponen prohibiciones totales de viaje, toques de queda las 24 horas del día, verdadera ley marcial y
otras medidas dictatoriales.
Esto no quiere decir que no debamos implementar medidas para protegernos unos a
otros de la propagación del virus. Es simplemente reconocer que las medidas que varios
gobiernos están implementando se basan en medios autoritarios y una lógica autoritaria. Piense en la cantidad de recursos que se están destinando al ejército, la policía, los
bancos y el mercado de valores, que a la atención sanitaria pública y a los recursos para
ayudar a las personas a sobrevivir a esta crisis. Todavía es más fácil ser arrestado por vagabundear que hacerse una prueba para el virus.
Así como el virus nos muestra la verdad sobre cómo ya vivíamos, sobre nuestras
relaciones y nuestros hogares, también nos muestra que ya vivíamos en una sociedad autoritaria. La llegada de la pandemia sólo lo hace formal. Francia está poniendo 100.000
policías en las calles, 20.000 más de los que se desplegaron en el punto álgido de las
protestas de Gilets Jaunes. Los refugiados que necesitan asilo están siendo rechazados a
lo largo de las fronteras entre los EE.UU. y México y entre Grecia y Turquía. En Italia y
España, bandas de policías atacan a los corredores en las calles vacías.
La policía ataca y golpea a un corredor en Sicilia.
En Alemania, la policía de Hamburgo ha aprovechado la situación para desalojar
una tienda de refugiados auto-organizada que había estado en pie durante varios años.
A pesar de la cuarentena, la policía de Berlín sigue amenazando con desalojar un bar
colectivo anarquista. En otro lugar, la policía, vestida con ropas de policía de pandemia,
hizo una redada en un centro de refugiados.
Lo peor de todo es que todo esto está ocurriendo con el consentimiento tácito de la
población general. Las autoridades pueden hacer prácticamente cualquier cosa en nombre de la protección de nuestra salud, hasta matarnos.
A medida que la situación se intensifique, probablemente veremos a la policía y al
ejército empleando una fuerza cada vez más letal. En muchas partes del mundo, son los
únicos que pueden reunirse libremente en gran número. Cuando la policía es el único
cuerpo social capaz de reunirse en masa, no hay otra palabra que “estado policial” para
describir la forma de sociedad en la que vivimos.
Ha habido señales de que las cosas se dirigían en esta dirección durante décadas. El
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capitalismo solía depender de mantener un número masivo de trabajadores disponibles
para realizar trabajo industrial - en consecuencia, no era posible tratar la vida tan barata
como se trata hoy en día. A medida que la globalización y la automatización capitalistas
han disminuido la dependencia de los trabajadores, la fuerza de trabajo mundial se ha
desplazado constantemente al sector de los servicios, realizando un trabajo que no es
esencial para el funcionamiento de la economía y, por lo tanto, menos seguro y bien
remunerado, mientras que los gobiernos dependen cada vez más de la violencia policial
militarizada para controlar los disturbios y la ira.
Si la pandemia se prolonga lo suficiente, es probable que veamos más automatización
-los automóviles autoconductores representan una menor amenaza de infección para la
burguesía que los conductores de Uber- y los trabajadores desplazados se dividirán entre
las industrias de represión (policía, militares, seguridad privada, contratistas militares
privados) y los trabajadores precarios que se ven obligados a asumir grandes riesgos para
ganar unos pocos centavos. Estamos acelerando hacia un futuro en el que una clase privilegiada conectada digitalmente realiza trabajo virtual en aislamiento mientras que un
estado policial masivo los protege de una clase baja prescindible que asume la mayoría
de los riesgos.
El multimillonario Jeff Bezos ya ha añadido 100.000 puestos de trabajo a Amazon,
anticipando que su compañía llevará a las tiendas locales de todas partes a la quiebra.
Asimismo, Bezos no dará a sus empleados de Whole Foods vacaciones pagadas a pesar
del constante riesgo que enfrentan en el sector de servicios, aunque les dará un aumento
de 2 dólares hasta abril. En resumen, sigue considerando que sus vidas no valen nada,
pero admite que sus muertes deberían estar mejor pagadas.
En este contexto, es inevitable que haya una revuelta. Es probable que veamos algunas reformas sociales destinadas a aplacar a la población -al menos temporalmente para
mitigar el impacto de la pandemia- pero que llegarán junto con la violencia cada vez
mayor de un Estado del que nadie puede imaginar prescindir, en la medida en que se le
malinterpreta como protector de nuestra salud.
De hecho, el propio Estado es lo más peligroso para nosotros, ya que impone la distribución drásticamente desigual de los recursos que nos obliga a enfrentarnos a tales
distribuciones desequilibradas del riesgo. Si queremos sobrevivir, no sólo podemos exigir
políticas más equitativas, sino que también tenemos que deslegitimar y socavar el poder
del Estado.
Estrategias de resistencia
Para ello, concluiremos con algunas estrategias de resistencia que ya están despegando.
Huelgas de alquiler
En San Francisco, el colectivo de viviendas Station 40 ha abierto el camino declarando unilateralmente una huelga de alquiler en respuesta a la crisis:
“La urgencia del momento exige una acción decisiva y colectiva. Lo hacemos para
protegernos y cuidarnos a nosotros mismos y a nuestra comunidad. Ahora más que nunca, rechazamos la deuda y nos negamos a ser explotados. No cargaremos con esta carga
38
para los capitalistas. Hace cinco años, derrotamos el intento de nuestro terrateniente de
desalojarnos. Ganamos gracias a la solidaridad de nuestros vecinos y amigos de todo el
mundo. Estamos llamando una vez más a esa red. Nuestro colectivo se siente preparado
para el refugio que comienza a medianoche en toda la bahía. El acto de solidaridad más
significativo para nosotros en este momento es que todos vayan a la huelga juntos. Les
cubriremos las espaldas, como sabemos que ustedes nos cubrirán las nuestras. Descansen, recen, cuiden los unos de los otros.”
Para millones de personas que no podrán pagar sus cuentas, esto hace una virtud de
la necesidad. Incontables millones que viven de un sueldo a otro han perdido ya sus
trabajos e ingresos y no tienen forma de pagar el alquiler de abril. La mejor manera de
apoyarlos es que todos hagamos una huelga, haciendo imposible que las autoridades
ataquen a todos los que no pagan. Los bancos y los propietarios no deberían poder seguir
beneficiándose de los alquileres e hipotecas cuando no hay forma de ganar dinero. Eso
es sólo sentido común.
Esta idea ya ha estado circulando en muchas formas diferentes. En Melbourne, Australia, la rama local de los Trabajadores Industriales del Mundo está promoviendo una
Promesa de Huelga de Alquiler COVID-19. Rose Caucus está pidiendo a la gente que
suspenda el alquiler, la hipoteca y los pagos de servicios públicos durante el brote. En el
estado de Washington, la Huelga de Renta de Seattle está pidiendo lo mismo. Los inquilinos de Chicago están amenazando con una huelga de alquiler también. Otros han
hecho circular documentos llamando a una huelga de alquileres e hipotecas.
Para que una huelga de alquileres tenga éxito a nivel nacional, al menos una de estas
iniciativas tendrá que ganar suficiente impulso para que un gran número de personas
estén seguras de que no se les dejará en la estacada si se comprometen a participar. Sin
embargo, en lugar de esperar a que una sola organización de masas coordine una huelga masiva desde arriba, lo mejor es que estos esfuerzos comiencen a nivel de base. Las
organizaciones centralizadas a menudo se comprometen al principio del proceso de una
lucha, socavando los esfuerzos autónomos que dan poder a esos movimientos. Lo mejor
que podríamos hacer para salir más fuertes de esta experiencia sería construir redes que
puedan defenderse independientemente de las decisiones de arriba.
Huelgas de trabajo y de tránsito
Cientos de trabajadores de los astilleros Atlantic en Saint-Nazaire se declararon en
huelga ayer. En Finlandia, los conductores de autobuses se negaron a aceptar pagos de
los pasajeros para aumentar su seguridad contra el contagio y protestar contra los riesgos a los que se exponen, mostrando en el proceso que el transporte público podría ser
gratuito.
Si alguna vez hubo un buen momento para que la clase obrera en conflicto y precaria mostrara su fuerza a través de huelgas y paros laborales, este es el momento.
Por una vez, gran parte de la población en general será comprensiva, ya que la interrupción de los negocios como de costumbre también puede disminuir el riesgo de
propagación del virus. En lugar de tratar de mejorar las circunstancias individuales
de determinados empleados a través de aumentos salariales, creemos que lo más
importante es construir redes que puedan interrumpir las actividades habituales, per39
turbar el sistema en su conjunto y apuntar a la introducción revolucionaria de formas
alternativas de vida y de relación. En este punto, es más fácil imaginar la abolición
del capitalismo que imaginar que, incluso en estas circunstancias, podría ser reformado para servir a todas nuestras necesidades de una manera justa y equitativa.
Revueltas en las prisiones
Las revueltas en las cárceles brasileñas e italianas ya han provocado varias fugas,
incluidas fugas en masa. El coraje de estos prisioneros debería recordarnos todas las
poblaciones objetivo que se mantienen fuera de la vista del público, que son las que
más sufrirán durante catástrofes como esta.
También puede inspirarnos: en lugar de obedecer órdenes y permanecer en la
clandestinidad mientras el mundo entero se convierte en una matriz de celdas de
prisión, podemos actuar colectivamente para escapar.
Further Reading
Ten Premises for a Pandemic—”A pandemic isn’t a collection of viruses; it is a social
relation among people, mediated by viruses.”
Monologue of the Virus: “I came to stop the machine whose emergency brake you
couldn’t find.”
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El colapso liberal global
Daniel Estulin
“Estamos presenciando el colapso liberal global”, afirma el analista de inteligencia
conceptual Daniel Estulin. ¿Estamos frente a una guerra biológica? Para Estulin el virus
“es indudablemente una arma biológica”, pero la misma no se explica por una lucha
entre países, sino por la crisis sistémica de la economía mundial: “Viene una quiebra
planetaria de los mercados. El 11-S sirvió para aplazar la quiebra. Coronavirus
será la excusa para desgravar las consecuencias de un inminente colapso económico
planetario”.
“Con el colapso de la economía global a la vuelta de la esquina, China es el mejor lugar
para testear un estado planetario de ley marcial, la élite global está observando detenidamente”,
sostiene. “Uno de los problemas críticos con el inminente colapso económico mundial
es el malestar social. Los chinos pudieron apuntalar su defensa civil al poner en cuarentena a 100 millones de personas. ¿Pensaron que era solo un problema de salud? Lo
que viene es toque de queda y ley marcial. Necesitas una crisis para eso” y compara:
“Esto es simplemente una excusa para desgravar la quiebra. Igual que el 11-S fue para
EEUU. El 11 de septiembre fue una excusa para el colapso sistémico en 2001. Esta es
otra excusa”.
¿Está acelerándose este colapso por los grandes medios internacionales detrás del pánico?
“Por los medios, no. Por la élite banquera financista“, responde Estulin.
Obviamente, los controles sociales se incrementarán junto a la caída de la economía, por
eso Estulin reflexiona: “Lo he dicho una y otra vez. Las cadenas de suministro se romperán. Las
grandes metrópolis no están preparadas para un colapso. Casi todo lo que compra en la tienda
o en línea es el resultado de un sistema mundial de comercio, finanzas y logística ridículamente
complejo. Veo a personas que se vuelven totalmente locas, peleando por papel higiénico, desinfectante de manos, en un mercado local. Se pondrá mucho peor. La mayoría de los estadounidenses
piensan que la comida proviene de un Burger King o Pizza Hut o una lata. ¡Adivinen qué! No
lo hace”. En su análisis, los controles que se apliquen, por motivos coyunturales, tenderán
a perpetuarse: “Si alguien piensa que estas medidas son temporales, están locos. Con la
quiebra sistémica, van a necesitar controlar a una masa de gente desesperada”.
Con respecto a los desarrollos de una vacuna, inicialmente anunciados por Israel y
EEUU, Estulin reafirma su idea del arma biológica: “Nadie lanza un virus sin tener la
vacuna de antemano” y advierte “estoy esperando por el anuncio de la vacunación obligatoria”.
“¿Por qué están cerrando todos los países?”, se pregunta en forma retórica, y allí el virus
emerge como la excusa ideal, cuando el verdadero motivo detrás es el “colapso del modelo de
crecimiento infinito de Bretton Woods”.
“¿Por qué la élite genera todo este problema, si estas medidas destruyen la economía glo41
bal?”, se pregunta también, para luego responder: “Porque tienen que desgravar deudas por
$4.000.000.000.000.000 en base a algo, probaron con ir a una guerra nuclear sin suerte,
¿cómo cancelar esa cantidad? Por razón de fuerza mayor”.
En este esquema, el rol de los grandes medios es fundamental: “Si los gobiernos no siguen
lo que dicen, los medios controlados por la élite pintarán al gobierno como irresponsable y si
la maquinaria de propaganda actúa contra el gobierno, tendrá muchas chances de perder las
próximas elecciones”.
¿Qué mensaje habrá dejado instalado la élite en la población luego de que pase el virus?
“La censura y el control es algo que debe ser querido y apreciado”.
¿Podrá la Reserva Federal con su emisión monetaria recuperar la economía?: “¿La Reserva Federal? No tienen solución. Bretton Woods está en su lecho de muerte. El globalismo
también está muerto. ¿Lo siguiente? Regionalización de las economías mundiales. ¿Y luego?
Ciudades-Estado de más de 30 millones de personas. Antes de fin de siglo, Lagos (Nigeria) será
la ciudad más grande del mundo con una población de 75 millones”.
Los cambios políticos globales serán drásticos: “En una generación (ya lo he dicho muchas
veces) van a desaparecer la mayoría de los Estados. Europa va camino de la Unión Soviética. De
hecho, para mi Europa de hoy es un calco de la URSS de finales de los años 80”.
El importante foco en Italia tiene también una explicación en su análisis: “114 principales bancos italianos están en quiebra. Italia estaba en quiebra… mucho antes de coronavirus”.
Lo que vemos en ese país tiene un propósito: “declarar un default y culpar de ello a la pandemia”. Sin embargo, los que peor la pueden llevar en Europa serán los españoles: “La cadena
de suministro es global. Como España no produce nada, su desenlace va a ser triste. Alguien me
pregunta por qué España no produce su propio papel higiénico. Porque es infinitamente más
caro que comprar a China. Pero, dado que la globalización está muerta, ¿qué van a hacer?
España no es un país soberano. No tiene ni dinero propio ni política monetaria propia ni plan
económico propio. No puede hacerlo sin permiso de Europa”, mientras que “Italia tiene industria. También es la sede de la Nobleza Negra y del Vaticano. No es comparable”.
Y continúa explicando: “Después de 1991 tienes 1 modelo económico global. No hay dos
modelos. En el siglo XIX, teníamos 4: británico, prusiano después de la guerra con Francia,
estadounidense y japonés. Después de la Segunda Guerra Mundial nos quedaban 2: capitalista
de Occidente y socialista soviético más sus satélites. Después de 1991 a 2008, 1 modelo. Hoy,
CERO”.
“¿Es este el final? El final del capitalismo, sí. El final del mundo, no. Lo hemos visto
dos veces en los últimos 2.000 años. Entre los siglos IV y VI, cuando el viejo orden murió y se produjo el feudalismo, y los siglos XVI y XVII con el fin del feudalismo y el nacimiento del capitalismo. Tendremos que inventar un nuevo modelo económico. Hoy
no existe. Es por eso todo lo que se habla sobre un Nuevo Yalta / Nuevo Bretton Woods.
El mundo financiero posliberal está a punto de nacer”. ¿Cuándo se dará la crisis final?
“Hay una ventana de 2 semanas. Si en la élite son capaces de cambiar el rumbo del colapso…
aguantará hasta marzo 2021. Si no, se desploma ahora. El final vendrá en septiembre de 2020
o en marzo de 2021”.
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La distopía nuestra de cada día
En vez de comprender la verdad de nuestros errores, empujamos la
basura bajo la alfombra
David Trueba
10 MAR 2020 - 00:36 CET
Se llevan las distopías, esas representaciones de un futuro alienado y hostil que invitan
a mirar el presente como un eslabón doloroso entre un pasado ficticio pleno de felicidad
y el porvenir fatal. Esa reinvención de lo vivido, que se filtra en las formas narrativas,
invade también la esfera política, donde la nostalgia se ha convertido en un reclamo para
el voto de los infelices. Parecen decirle a la gente: nosotros hemos fabricado la máquina
del tiempo y te vamos a devolver al lugar que te mereces. Y no, la madurez consiste ni
más ni menos en la aceptación del tiempo que te toca vivir. Por eso la distopía solo es
interesante si se maneja como un juego de espejos con la realidad, a favor de la decencia
y en contra de ese mirar para otro lado en el que nos hemos dejado arrastrar. Es decir,
aceptar que toda ciencia ficción, todo relato histórico, toda pieza de época, de lo que
habla es del presente en el que fue llevado a cabo.
Imaginen que el contagio del coronavirus se extiende por Europa de manera incontrolada mientras que en el continente africano, por las condiciones climáticas, no tiene incidencia. Aterradas, las familias europeas escaparían de la enfermedad de manera
histérica, camino de la frontera africana. Tratarían de cruzar el mar por el Estrecho, se
lanzarían en embarcaciones precarias desde las islas griegas y la costa turca. Perseguidos
por la sombra de una nueva peste mortal tratarían de ponerse a salvo, urgidos por la
necesidad. Pero al llegar a la costa africana, las mismas vallas que ellos levantaron, los
mismos controles violentos y las fronteras más inexpugnables invertirían el poder de freno. Las fuerzas del orden norteafricanas dispararían contra los occidentales sin piedad,
les gritarían: vete a tu casa, déjanos en paz, no queremos tu enfermedad, tu miseria,
tu necesidad. Si los guionistas quisieran extremar la crueldad, permitirían que algunos
europeos, guiados por las mafias extorsionadoras, alcanzaran destinos africanos, y allí los
encerrarían en cuarentenas inhóspitas, donde serían despojados de sus pertenencias, de
sus afectos, de su dignidad.
A esto se le llama la tragedia revertida y consiste sencillamente en tratar de ponerte
en los zapatos del otro, del que sufre, del que huye, de los que no tienen nada porque
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las guerras y la miseria les han arrebatado el suelo donde crecieron. Todo el mundo sabe
que la crisis sanitaria europea no tiene relación directa con el drama migratorio, y sin
embargo, el estado de ánimo de los europeos sí relaciona ambas cosas. Por ello, toleramos la mano dura y la degradación de los valores humanos en la crisis de refugiados
de la frontera greco-turca. La privatización del control migratorio, consumada con la
entrega de millones de euros para que Turquía ejerza de muro previo, se ha vuelto en
nuestra contra. Somos rehenes de una mafia que nos pide más dinero y nos chantajea
con enviarnos las masas hambrientas en plena crisis de contención y autocontrol de
movimientos. De la misma manera, mientras se lucha de manera esforzada y coherente
desde los servicios públicos de salud por frenar el contagio, la privatización de hospitales,
laboratorios e higiene sanitaria evidencia el error de bulto en nuestros cálculos sobre lo
que significa el concepto de salud pública. Por ahora, en vez de comprender la verdad de
nuestros errores, empujamos la basura bajo la alfombra.
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Salvemos a las personas, no a los
aviones
Ecologistas en acción
24/03/2020
Ecologistas en Acción se muestra contraria al rescate de aerolíneas mediante inyecciones de
dinero público.
Los recursos del contribuyente deben ser destinados a atender las necesidades de trabajadoras y trabajadores, al tiempo que se invierte en la transición hacia un modelo de transporte
más justo y sostenible.
Cualquier apoyo financiero al sector aéreo debe estar condicionado a una reconversión
de este modo de transporte que garantice su decrecimiento en volumen e impacto social y
ambiental.
La significativa reducción del número de vuelos a nivel global como consecuencia de
la gestión de la pandemia de coronavirus ha encendido las alarmas de la industria de la
aviación y, en concreto, de las aerolíneas. La semana pasada, la Asociación Internacional
del Transporte Aéreo (IATA) reclamaba a los Estados una ayuda de emergencia de unos
200.000 millones de dólares para paliar las pérdidas de los operadores aéreos. Al día siguiente, los ministros de Transporte de la UE se reunieron para debatir posibles medidas
urgentes de apoyo al sector.
Ante esta situación, Ecologistas en Acción se opone a los rescates millonarios a las
líneas aéreas y pide que las ayudas financieras públicas se destinen en primer lugar a
atender las necesidades de las decenas de miles de trabajadoras y trabajadores que en
estos momentos se encuentran en una situación de enorme precariedad e incertidumbre.
También que se orienten a fomentar un sistema de transporte más justo y sostenible
desde los puntos de vista social y ambiental.
Para la organización ecologista, ofrecer apoyo financiero con dinero del contribuyente a compañías que durante años han maximizado sus beneficios gracias a injustas
exenciones fiscales, resulta inaceptable. Según un estudio de la Comisión Europea, los
privilegios fiscales de las aerolíneas en la UE (no pagan impuestos por el combustible ni
el IVA de los vuelos internacionales) suponen un agujero en las arcas comunitarias de
unos 27.000 millones de euros al año.
Por otro lado, de forma paralela al crecimiento de sus emisiones de gases de efecto
invernadero, las líneas aéreas han visto aumentar sus beneficios durante los últimos años
de forma exponencial. Según el constructor Airbus, en el periodo 2015-2019 las aero45
líneas obtuvieron prácticamente los mismos beneficios que en las cuatro décadas anteriores. Sin embargo, en lugar de utilizar esos beneficios multimillonarios para sanear sus
cuentas y guardar recursos para afrontar momentos de crisis, las compañías han optado
por adoptar arriesgadas políticas de endeudamiento con el objetivo de aumentar sus
valores en bolsa y ofrecer pingües beneficios a propietarios y accionistas.
En opinión de Pablo Muñoz, responsable de la campaña de aviación de Ecologistas
en Acción, «las ayudas públicas no pueden destinarse a mantener de manera artificial
–algunas aerolíneas ya estaban al borde de la quiebra antes de la crisis del coronavirus– a
compañías que maximizan sus cifras de negocio a costa de dañar el planeta y que socializan las pérdidas mientras acumulan los beneficios en las manos de unos pocos».
Para la entidad ecologista, cualquier asistencia financiera con fondos públicos al sector tiene que estar enfocada a su reconversión, orientada a la reducción significativa de
los vuelos de corta y media distancia. También a poner fin a cualquier tipo de exención
fiscal (especialmente del IVA y el combustible), a la inversión en combustibles menos
contaminantes y al abandono de planes de ampliación de la capacidad del transporte
aéreo, tanto de flota como de infraestructura aeroportuaria.
Igualmente, frente los rescates multimillonarios a compañías privadas individuales,
Ecologistas en Acción defiende el empleo de los fondos públicos para el desarrollo de
una red de transporte más justa y sostenible, en especial, potenciando el transporte ferroviario, que debe ser una alternativa real a la aviación. Asimismo propone prestar el apoyo
necesario a trabajadoras y trabajadores para su recolocación en dicha red.
Los enormes descensos de los niveles de contaminación registrados a nivel global
durante los últimos días ponen de manifiesto la insostenibilidad del actual modelo de
movilidad, y demuestran que volver al modelo de movilidad previo a la crisis ya no es
una opción viable en un contexto de emergencia climática.
Según Muñoz, «resulta imprescindible aprovechar el parón causado por el COVID-19
para repensar la estructura de dicho modelo y hacerlo más justo y sostenible. Mientras
tanto, dediquemos el dinero de todas y todos a proteger a las personas –enfermas, cuidadoras, trabajadoras–, no a las empresas».
Nuria Blázquez, coordinadora de transporte de Ecologistas en Acción ha añadido:
«las compañías aéreas no pueden pedir ahora rescates con dinero público cuando no han
aportado apenas nada a las arcas públicas dado que el sector apenas paga impuestos».
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Lo que el coronavirus nos está diciendo
Edgar Morin
Fuente: Liberation - Por Edgar Morin, sociólogo - 12 de marzo de 2020
El virus está trayendo una nueva crisis planetaria a la crisis planetaria de la
humanidad en la era de la globalización. Y revela, una vez más, nuestra interdependencia. La respuesta sólo puede ser de solidaridad y una respuesta planetaria.
Apareció muy lejos en una ciudad desconocida en China. Inmediatamente, las
mentes compartimentadas, incluyendo la de nuestro entonces Ministro de Salud, nos
tranquilizaron: este virus no llegará a nuestro país. Pero el virus viaja de mano en
mano, de aliento en aliento, toma el camino, el barco, el avión, va de tierra a tierra,
de la tos a la saliva. Penetra con sigilo, aquí y allá, en Lombardía, en el Oise, y se
extiende por toda Europa. La contaminación gana. Se declara la alerta de pandemia.
El problema principal es obviamente la salud. Los hospitales, víctimas de ahorros
sin sentido, ya están abrumados, y el virus amplificará la crisis hospitalaria. La cura
es todavía desconocida, la vacuna no existe. Las declaraciones de los médicos son
contradictorias, algunas advierten de un gran peligro, otras tranquilizan sobre la baja
tasa de mortalidad.
Las autoridades públicas están adoptando medidas de protección que sólo pueden
aislar parcialmente a los enfermos o a los sanos en peligro.
Las medidas preventivas adoptadas en todo el mundo están afectando a las escuelas, las reuniones, frenando el comercio, inmovilizando los buques de carga y
de pasajeros, limitando los viajes internacionales, bloqueando los productos de exportación de China, especialmente los medicamentos, reduciendo el consumo de
combustible, desencadenando una crisis entre los países productores de petróleo,
provocando caídas en el mercado de valores y empezando a provocar una crisis económica en una economía mundial ya desregulada.
De hecho, el virus está trayendo una nueva crisis planetaria a la crisis planetaria
de la humanidad en la era de la globalización. Sin embargo, esta complejidad sigue siendo considerada y tratada en cuestiones y sectores separados en todas partes.
Cada estado cierra su nación sobre sí misma; la ONU no propone una gran alianza
planetaria de todos los estados. ¿Debemos pagar, en víctimas adicionales, por el sonambulismo generalizado y la falta de espíritu que separa lo que está conectado? Y
sin embargo, el virus nos revela lo que estaba oculto en las mentes compartimentadas
que se formaron en nuestros sistemas educativos, mentes que eran dominantes entre
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las elites tecno-económicas-financieras: la complejidad de nuestro mundo humano
en la interdependencia e intersolidaridad de la salud, lo económico, lo social y todo
lo humano y planetario. Esta interdependencia se manifiesta en innumerables interacciones y retroalimentaciones entre los diversos componentes de las sociedades y
los individuos. Así pues, la perturbación económica causada por la epidemia fomenta su propagación.
El virus nos dice entonces que esta interdependencia debe dar lugar a la solidaridad humana en la conciencia de nuestro destino común. El virus también nos revela
lo que he llamado la “ecología de la acción”: la acción no obedece necesariamente
a la intención, puede ser desviada, desviada de su intención e incluso volver como
un bumerán para golpear al que la ha desencadenado. Esto es lo que el profesor Eric
Caumes de la Pitié-Salpêtrière predice: “Al final, son las reacciones políticas a
este virus emergente las que conducirán a una crisis económica mundial... con
un beneficio ecológico”. La última paradoja de la complejidad: el mal económico
podría generar una mejora ecológica. ¿A qué costo? En cualquier caso, mientras nos
hace mucho daño, el coronavirus nos dice verdades esenciales.
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Empatía Viral
Sábado, 14 de Marzo de 2020
Por: Edna Rueda Abrahams
“Y así un día se llenó el mundo con la nefasta promesa de un apocalipsis viral y de
pronto las fronteras que se defendieron con guerras se quebraron con gotitas de saliva,
hubo equidad en el contagio que se repartía igual para ricos y pobres, las potencias que
se sentían infalibles vieron cómo se puede caer ante un beso, ante un abrazo.
Y nos dimos cuenta de lo que era y no importante, y entonces una enfermera se volvió
más indispensable que un futbolista, y un hospital se hizo más urgente que un misil. Se
apagaron luces en estadios, se detuvieron los conciertos los rodajes de las películas, las
misas y los encuentros masivos y entonces en el mundo hubo tiempo para la reflexión
a solas, y para esperar en casa que lleguen todos y para reunirse frente a fogatas, mesas,
mecedoras, hamacas y contar cuentos que estuvieron a punto de ser olvidados.
Tres gotitas de mocos en el aire, nos ha puesto a cuidar ancianos, a valorar la ciencia
por encima de la economía, nos ha dicho que no solo los indigentes traen pestes, que
nuestra pirámide de valores estaba invertida, que la vida siempre fue primero y que las
otras cosas eran accesorios.
No hay un lugar seguro, en la mente de todos nos caben todos y empezamos a desearle el bien al vecino, necesitamos que se mantenga seguro, necesitamos que no se
enferme, que viva mucho, que sea feliz y junto a una paranoia hervida en desinfectante
nos damos cuenta que, si yo tengo agua y el de más allá no, mi vida está en riesgo.
Volvimos a la ser aldea, la solidaridad se tiñe de miedo y a riesgo de perdernos en el
aislamiento, existe una sola alternativa: ser mejores juntos.
Si todo sale bien, todo cambiará para siempre. Las miradas serán nuestro saludo y reservaremos el beso solo para quien ya tenga nuestro corazón, cuando todos los mapas se
tiñan de rojo con la presencia del que corona, las fronteras no serán necesarias y el tránsito de quienes vienen a dar esperanzas será bien recibido bajo cualquier idioma y debajo
de cualquier color de piel, dejará de importar si no entendía tu forma de vida, si tu fe no
era la mía, bastará que te anime a extender tu mano cuando nadie más lo quiera hacer.
Puede ser, solo es una posibilidad, que este virus nos haga más humanos y de un diluvio atroz surja un pacto nuevo, con una rama de olivo desde donde empezará de cero”.
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No, el coronavirus no es responsable
de las caídas en las bolsas
ERIC TOUSSAINT
09/03/2020
Se asiste a una gran crisis de las bolsas de Wall Street, Europa, Japón y Shanghái y
algunos lo atribuyen al coronavirus. Durante la última semana de febrero de 2020, la
peor semana para la bolsa desde octubre de 2008, el índice Dow Jones bajó un 12,4 %,
el S&P 500 un 11,5 % y el Nasdaq Composite un 10,5 %. Y pasó también en Europa y
en Asia, en los mismos días. En la bolsa de Londres, el FTSE-100 bajó un 11,32 %, en
París, el CAC 40 un 12 %, en Fráncfort, el DAX un 12,44 %, en la bolsa de Tokio, el
Nikkei bajó un 9,6 %, las bolsas chinas (Shanghái, Shenzhen y Hong Kong) también bajaron. El lunes 2 de marzo, debido a (promesas de) intervenciones masivas de los bancos
centrales para sostener las bolsas, los índices comenzaron a subir. Salvo en Londres. El
martes 3, la FED, el Banco Central de Estados Unidos, entró en pánico y redujo su tipo
director en 0,50 %, o sea un descenso considerable. El nuevo tipo director de la FED
se sitúa ahora en una horquilla del 1 a 1,25 %. Y como la tasa de inflación en Estados
Unidos entre febrero de 2019 y enero de 2020 alcanzó el 2,2 %, en realidad el tipo de
interés real de la FED es negativo. Los medios de prensa más importantes dijeron que
esta medida tiene como objetivo sostener la economía estadounidense amenazada por la
epidemia del COVID-19. El diario francés Le Figaro titula: «El coronavirus precipita
un fuerte descenso del tipo director de la FED» y en inglés, un artículo de un periodista de la CNNBusiness comenta esa decisión).
Sin embargo, la mala salud de la economía estadounidense data de mucho antes de
los primeros casos de coronavirus en China y sus efectos sobre la economía mundial.
(Véase Pánico en la Reserva Federal y retorno del Credit Crunch sobre un mar de
deudas). En resumen, la FED, y la gran prensa, en consecuencia, no dicen la verdad
cuando explican la medida destinada a hacer frente al coronavirus. A pesar de la decisión
de la FED, el martes 3 de marzo, el S&P de nuevo bajó un 2,81 % y el Dow Jones un
2,9 %.. El 3 y 4 de marzo, varias bolsas asiáticas también sufrieron un fuerte descenso.
Sin embargo, el 4 de marzo hubo un aumento de la bolsa en Nueva York para celebrar el
retorno de Joe Biden a la carrera presidencial, en Estados Unidos durante las primarias
demócratas del 3 de marzo, ya que representa para ellos un alivio frente a Bernie Sanders.
Joe Biden es claramente el candidato del establishment demócrata y de los milmillonarios
que sostienen al partido. También hay que señalar que Donald Trump puso un tweet la
semana pasada ligando su suerte a la de Wall Street. El 26 febrero, llamó a sus colegas del
1 % más rico para que no vendieran sus acciones y para que sostengan la bolsa. Además
afirmó que si era reelegido presidente de Estados Unidos en octubre de 2020 la bolsa
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escalará enormemente mientras que si pierde habrá un crash bursátil de una amplitud
jamás vista (según el Financial Times, Trump anunció que « The market will “jump
thousands and thousands of points if I win,” … “and if I don’t, you’re going to see
a crash like you’ve never seen before . . . I really mean it.”) Lo que pasará realmente
en los mercados bursátiles en los próximos días y semanas es imprevisible, pero es muy
importante analizar las verdaderas causas de la crisis financiera actual.
Los grandes medios de comunicación afirman de manera supersimplificada que esta
caída generalizada de las bolsas es provocada por el coronavirus y esta explicación se expandió por las redes sociales. Pero no es el coronavirus y su expansión lo que constituye
la causa de la crisis, la epidemia es solo el detonador. Todos los factores para una nueva
crisis financiera estaban y están presentes y juntos desde hace varios años, al menos desde
2017-2018 (Véase Economía internacional: Todo va muy bien, señora marquesa, 4
de diciembre de 2017). Cuando la atmósfera está saturada de materias inflamables, en
cualquier momento, una chispa puede provocar una explosión financiera. Es difícil prever donde puede producirse la chispa. La chispa es como si fuera un detonador pero no
es la causa profunda de la crisis. Todavía no sabemos si la fuerte caída bursátil de fines
de febrero de 2020 «degenerará» en una enorme crisis financiera. Pero es una posibilidad
real. El hecho de que la caída bursátil coincidiera con los efectos de la epidemia del
coronavirus sobre la economía productiva no es fortuito, pero decir que el coronavirus
es la causa de la crisis es una falsedad. Es importante ver de dónde proviene realmente
la crisis y no dejarse engañar por las explicaciones que constituyen una cortina de humo
ante las causas reales.
Los grandes medios de comunicación afirman de manera supersimplificada que esta
caída generalizada de las bolsas es provocada por el coronavirus […]. Pero, la epidemia
es solo el detonador. Todos los factores para una nueva crisis financiera estaban y están
presentes y juntos desde hace varios años, al menos desde 2017-2018 El gran capital, los
gobiernos y los medios a su servicio tienen el mayor interés de adjudicarle a un virus el
desarrollo de una gran crisis financiera y luego económica, y eso les permitiría lavarse las
manos (discúlpenme la expresión).
La caída de las cotizaciones en las bolsas estaba prevista antes de que el coronavirus
hiciera su aparición.
La cotización de las acciones y el precio de los títulos de deuda (también llamados
obligaciones) aumentaron de una manera totalmente exagerada con respecto a la
evolución de la producción durante los últimos 10 años, acelerándose en los últimos
dos o tres años. La riqueza del 1 % más rico también aumentó mucho puesto que está
ampliamente enraizada en el crecimiento de los activos financieros.
Es necesario señalar que el momento en el que se produce la caída de las bolsas es
el resultado de una elección (no hablo de complot): una parte de los muy ricos (el
1 %, gran capital) decidió comenzar a vender sus acciones ya que considera que toda
fiesta financiera tiene su fin, y más que sufrir pérdidas prefiere adelantarse vendiendo
las acciones. Estos grandes accionistas intentan ser los primeros en vender con el fin de
obtener el mejor precio posible antes de que la cotización de esas acciones baje fuertemente. Grandes fondos de inversiones, grandes bancos, grandes empresas industriales
51
y milmillonarios ordenan a sus corredores de bolsa vender una parte de las acciones o
títulos de deudas privadas (es decir, obligaciones) que poseen con el fin de embolsarse el
15 o el 20% de la suba de los últimos años. Se dicen que es el momento de hacerlo: lo
llaman recoger «beneficios». A esa gente no le importa si sus acciones conllevan un efecto
de contagio en las ventas. Lo importante, para ellos, es vender antes que los otros. Sin
embargo, eso puede provocar un efecto dominó y degenerar en una crisis generalizada.
Lo saben y se consuelan diciendo que saldrán bastante bien parados como pasó con una
gran cantidad de personas de su clase en 2007-2009.
Y ese es el caso, especialmente en Estados Unidos, de los dos principales fondos de
inversión y de gestión de activos como BlackRock y Vanguard que salieron muy bien
parados, así como Goldman Sachs, Bank of América, Citigroup o los Google, Apple,
Amazon, Facebook, etc.
Hay otro elemento importante a señalar: el 1 % vende acciones de empresas privadas,
lo que provoca una caída de sus cotizaciones y arrastra la caída de las bolsas. Pero, al
mismo tiempo, están comprando títulos de la deuda pública considerados como valores
seguros. Este es el caso, principalmente en Estados Unidos donde el precio de los títulos
del Tesoro estadounidense aumentó debido a la fuerte demanda. Hay que señalar, que
un aumento del precio de los títulos que se venden en el mercado secundario hace que
baje el rendimiento de los mismos. Los ricos que compran esos títulos del Tesoro están
dispuestos a tener un rendimiento bajo, puesto que lo que buscan es la seguridad, en
un momento en que las cotizaciones de las acciones de las empresas están en descenso.
Como consecuencia, hay que subrayar que una vez más, los títulos de los Estados son los
que los más ricos consideran más seguros. No nos olvidemos de eso, y estemos preparados para decirlo públicamente ya que hay que esperar que retorne rápidamente la muy
conocida cantinela sobre la crisis de las deudas públicas y los temores de los mercados
con respecto a los títulos públicos.
El gran capital (el 1 %) redujo la parte que invierte en producción y aumentó la parte
que pone en circulación en la esfera financiera. Pero volvamos a lo que está pasando repetidas veces desde hace un poco más de 30 años, es decir, después de la profundización
de la ofensiva neoliberal y de la gran desregulación de los mercados financieros: [1] el
gran capital (el 1 %) redujo la parte que invierte en producción y aumentó la parte
que pone en circulación en la esfera financiera (incluso es el caso de una firma «industrial» emblemática como Apple). Hizo esto durante los años 1980 y produjo la crisis del
mercado obligatorio de 1987. Volvió a hacerlo en 1990 y eso produjo la crisis de .com
y de Enron en 2001. Dicha situación se repitió entre 2003 y 2006 y produjo la crisis de
las subprimes, de los productos estructurados y una serie de quiebras resonantes como la
de Lehman Brothers en 2008. Esta vez, el gran capital especuló principalmente al alza
sobre el precio de las acciones en la bolsa y sobre el precio de los títulos de la deuda en el
mercado obligatorio (es decir, el mercado donde se venden las acciones de las empresas
privadas y los títulos de las deudas emitidos por los Estados y otros poderes públicos).
Entre los factores que llevaron a la extravagante subida de los precios de los activos financieros (acciones en bolsa y títulos de deudas privadas y públicas), hay que tener en
cuenta la nefasta actuación de los grandes bancos centrales desde la crisis financiera y
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económica de 2007-2008. Analicé especialmente ese tema en La crisis económica y los
bancos centrales .
Sin embargo, este fenómeno no data de los días siguientes a la crisis de 2008-2009, ya
que es recurrente en el marco de la financiarización capitalista. Y antes de eso, el sistema
capitalista había conocido fases importantes de financiarización tanto en el siglo XIX
como en los años 1920, lo que llevó en la gran crisis bursátil de 1929 y el largo período
de recesión de los años 1930. Luego, el fenómeno de financiarización y de desregulación
fue en parte silenciado durante 40 años como consecuencia de la gran depresión de los
años 1930, de la Segunda Guerra Mundial y de la radicalización que se produjo de las
luchas de clases. Los gobiernos impusieron una disciplina financiera fuerte al gran capital por ejemplo con la separación entre bancos de ahorro y bancos de inversiones. Hasta
fines de los años 1970 ya no hubo grandes crisis bancarias ni bursátiles. Aunque hicieron
su reaparición cuando los gobiernos concedieron absoluta libertad al gran capital para
hacer lo que quisiera en el sector financiero.
Hasta fines de los años 1970 ya no hubo grandes crisis bancarias ni bursátiles. Aunque hicieron su reaparición cuando los gobiernos concedieron absoluta libertad al gran
capital para hacer lo que quisiera en el sector financiero.Pero volvamos a la situación de
los últimos años. El gran capital, que considera que la tasa de rentabilidad que obtiene
de la producción no es suficiente, desarrolla sus actividades financieras independientemente de la producción. Pero eso no quiere decir que abandona la producción, sino
que desarrolla en mayor medida sus inversiones en la esfera financiera que en la esfera
productiva. Y eso es lo que llamamos también financiarización o mundialización financiarizada. El capital «hace beneficios» a partir del capital ficticio mediante sus actividades
enormemente especulativas. Ese desarrollo de la esfera financiera aumenta el recurso
al endeudamiento masivo de las grandes empresas, incluidas compañías como Apple.
Escribí un artículo sobre ese tema: La montaña de deudas privadas de las empresas
estará en el corazón de la próxima crisis financiera
El capital ficticio es una forma de capital que se desarrolla exclusivamente en la esfera
financiera sin una verdadera relación con la producción (Véase el recuadro: ¿Qué es el capital ficticio?). Es ficticio en el sentido en que no se basa directamente en la producción
material y sobre la explotación directa del trabajo humano y de la naturaleza. Y remarco
explotación directa ya que evidentemente el capital ficticio especula con el trabajo humano y con la naturaleza, lo que generalmente degrada las condiciones de vida de los
trabajadores y las trabajadoras y a la propia naturaleza.
...................
Éric Toussaint es portavoz de la red internacional del Comité para la abolición de
las deudas ilegítimas, que contribuyó a fundar. De formación historiador, es doctor en
Ciencias Políticas por la Universidad de Lieja y la Universidad de París VIII.
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El amor en los tiempos del virus
10 Mar 2020 /Eugenia Rico
La escritora Eugenia Rico, que desde hace años vive en Venecia, ha escrito este artículo
sobre el coronavirus en la ciudad italiana.
Esta mañana Venecia se ha despertado con las campanas de un sueño que se está convirtiendo en pesadilla. Durante años los residentes han soñado una ciudad sin turistas,
sin grandes naves de crucero.
“Ten cuidado con lo que deseas, podría hacerse realidad”.
El teléfono sirve de tam tam a la realidad irreal:
—Carissima, ¿estás bien? ¿No se puede salir de Venecia, o no se puede salir de la
región?
—No se puede salir del Véneto, no se puede salir de Venecia, no se puede salir de casa.
Somos zona roja. Nadie puede salir. Nadie puede entrar. Estamos dentro de La peste de
Camus.
“Soy una víctima del coronavirus aunque no tenga fiebre, ni estornudos ni ningún
tipo de enfermedad. Y usted que me está leyendo es con toda seguridad también una
víctima”
Si me hubieran dicho que de la noche a la mañana muchas mujeres occidentales se
cubrirían el rostro, sin que ninguna religión o dictadura se lo impusiera, no lo hubiera
creído. Y sin embargo en la calle se ven odaliscas con mascarilla. Feministas con la cara
tapada que se ven obligadas a celebrar el Día de la Mujer como las favoritas de un harén.
Soy una víctima del coronavirus aunque no tenga fiebre, ni estornudos ni ningún tipo
de enfermedad. Y usted que me está leyendo es con toda seguridad también una víctima,
aunque según las estadísticas lo más probable es que no tenga los anticuerpos.
Vinieron a por los chinos pero yo no era chino, luego vinieron a por los italianos del
Norte y yo no era ni italiana ni del Norte y finalmente vinieron a por mí.
El virus me ha hecho veneciana y lo considero un honor. Algunas palabras son más
peligrosas que los virus, y como decía Artaud la peor peste es la que se contagia a través
de los sueños. Se habla de suspender el Salón del Libro de Torino, la cita literaria más
importante de Italia. Se han cancelado festivales literarios y presentaciones de libros, y
los lectores de Palermo me escriben incitándome a hacer presentaciones clandestinas.
Los libros han vuelto a su lugar de ser agitadores del pensamiento. Y desde la inteligencia
hay que pedir la calma.
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“El miedo al virus es una epidemia de pánico. Una psicosis colectiva como la “caza de
brujas” del Medioevo”
El hambre ha matado a ocho millones de personas el año pasado, el coronavirus miles.
Toda vida es importante y debe ser protegida. Toda precaución es poca para proteger
a los que amamos. Sin embargo la crisis económica es un riesgo para el mundo y para
usted mucho más real y palpable que el coronavirus.
Un día en Milán insultan y agreden a una mujer china llamándola “virus” y al día
siguiente niegan la entrada a los milaneses en todo el mundo. No tengo miedo a la enfermedad sino a la intolerancia y los prejuicios que esta psicosis colectiva pueda traer. Los
italianos ven cómo les deniegan la entrada a muchos países y les tratan como apestados
en lugar de reconocer que estamos en un mundo global en el que todos los problemas
son globales.
El miedo al virus es una epidemia de pánico. Una psicosis colectiva como la “caza de
brujas” del Medioevo.
La poesía es un virus cargado de futuro.
Del mismo modo, la salud mental ha sido la primera y la más importante víctima
del virus. Un virus que, según los expertos, no produce síntomas en nueve de cada diez
personas, y que resulta peligroso tan solo para aquellos que tienen patologías previas. De
hecho las muertes en Italia no han sido muertes por el virus sino muertes “con” el virus
en casos de pacientes en cuidados intensivos aquejados de cáncer, neumonía y de los más
variados bacilos hospitalarios. El virus hospitalario es una amenaza real pero no causa el
pánico, como este “virus chino” que nos recuerda el peligro amarillo de la Guerra Fría.
“Por mi parte yo sólo tengo miedo al miedo. A las discriminaciones y cuarentenas: a
las injusticias que provocar”
En Venecia el primer contagiado ingresado en el Ospedale Civile es un anciano de
88 años cuyo cuerpo afortunadamente parece estar venciendo la enfermedad, que ha
sido la causa de que se suspendiera el cierre del Carnaval mientras que más de veinte mil
personas estaban ya en la Piazza San Marco contemplando el Vuelo del Águila, la ceremonia en la cual un político se lanza desde el campanario hasta el palco sujetado por una
cuerda para clausurar el carnaval. Una metáfora de lo que ha sucedido con la decisión del
alcalde de Venecia y del presidente de la Región. No se sabe el daño que puede hacer el
virus, pero todos los venecianos sienten el daño económico por las cancelaciones de las
reservas de los hoteles de millones de turistas.
Es el miedo el que da miedo.
La epidemia de miedo para la que no tenemos anticuerpos.
Un bar en Cannareggio tiene un cartel en su escaparate: “No cerramos ni siquiera
bajo los bombardeos, no vamos a asustarnos ahora por algo que no se ve”. El miedo no
se ve, y sin embargo es más peligroso que las bombas. Los cafés de la Piazza San Marco
invitan a un spritz gratuito y la laguna es un paraíso por el que resuenan los pasos de sus
ciudadanos en lugar de la música de las ruedas de las maletas de los turistas.
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Por mi parte yo sólo tengo miedo al miedo. A las discriminaciones y cuarentenas: a
las injusticias que provocará. Un médico amigo mío me explicó que el virus ocasionará
más muertes por las patologías que no serán tratadas a causa del virus o por la paranoia
del virus que por sí mismo.
La verdad es la primera víctima en cualquier guerra, pero es que la guerra del coronavirus es una guerra contra la verdad.
“¿De dónde viene ese miedo? Está en nuestros genes. Todos y cada uno de vosotros
que me leéis sois los nietos (más bien tataranietos) de los sobrevivientes de muchas pestes
en Europa”
Para los seres humanos todo se limita a saber si somos queridos; como país, como
ciudadanos, como personas.
Un decreto del Gobierno Italiano prohíbe acercarse a más de un metro a cualquier
persona. Podrán prohibir los besos y los abrazos. No podrán prohibir el amor.
El amor se ha convertido en clandestino, como los encuentros literarios, igual que las
reuniones de demasiados amigos. La soledad es el principal mandamiento de la nueva
religión del miedo. Un mandamiento que, de momento, nadie cumple.
El virus es un test para saber si nos quieren. Todos los que te quieren te llaman y te
invitan a su casa. Ven, te abrazaré, no te tengo miedo. Y eres tú el que tiene miedo de
abrazarles, porque los quieres.
Los que te quieren menos, o a lo mejor te quieren más pero tienen más miedo, te
dicen «no vuelvas, no vengas. Te queremos pero no vengas, no entres a nuestra casa».
La gente dice que no teme a nada, pero no sale de casa.
¿De dónde viene ese miedo? Está en nuestros genes. Todos y cada uno de vosotros que
me leéis sois los nietos (más bien tataranietos) de los sobrevivientes de muchas pestes
en Europa, en primer lugar de la Peste Negra de 1340 que diezmó la población, hasta
el punto de que el hambre que siguió a la peste, porque no había nadie para trabajar la
tierra, fue aún peor.
Nuestros antepasados sobrevivieron a la peste y al hambre que siguió a la peste y nos
transmitieron no sólo los genes salvadores sino también un miedo atávico y primitivo a
la plaga. Un miedo que no es racional. Por eso las mascarillas, la huida.
La peste en Europa fue la excusa para la persecución de los diferentes, porque el virus
da rienda suelta a nuestros odios cuando deja libre nuestros miedos. Los judíos y las
brujas y también los gatos fueron las víctimas del odio medieval.
“Venecia, que inventó las cuarentenas y una isla lazareto para evitar las plagas, ve
ahora cómo todos le dan la espalda y nos cierran la puerta”
Hay que buscar un culpable para sentir que tenemos de nuevo el control, porque el
enemigo invisible al que no podemos devolver el golpe nos hace sufrir más que cualquier
otro. Este es el fantasma que el coronavirus ha despertado: el espectro de las pestes pasadas y el miedo a las futuras.
El cambio climático es más peligroso para la humanidad, pero nos da menos miedo,
porque de la peste tenemos el recuerdo ancestral, aunque sean los nuestros los que han
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sobrevivido. De la extinción de los dinosaurios por el cambio de clima no queda memoria, porque murieron todos.
La peste ha sido el gran tema de la literatura desde La mascara de la muerte roja. de
Edgar Allan Poe, a La peste de Camus. En Italia, en la misma Venecia la peste hizo a
todos ricos porque la epidemia mató tanta gente que los supervivientes se repartieron
sus palacios. El coronavirus no es la peste. No va a acabar con la población europea pero
podría acabar con la Unión Europea. Poco después del Brexit los estados miembros piden el cierre de fronteras. El miedo no tiene pasaporte. Es la convivencia, es la fe en los
otros, es la economía y la salud mental las que corren riesgo.
Venecia, que inventó las cuarentenas y una isla lazareto para evitar las plagas, ve ahora
cómo todos le dan la espalda y nos cierran la puerta. Pero en la isla de la laguna, la isla de
los comedores de loto, somos felices. Con libros clandestinos, con abrazos clandestinos,
hasta con besos clandestinos seguimos adelante.
Mientras tanto, en la zona prohibida los apestados comen y beben disfrutando cada
minuto como si fuera el último, porque con coronavirus o sin él nuestro verdadero problema y nuestra verdadera grandeza es que somos mortales y el tiempo es el único lujo
que nos podemos permitir.
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Reflexiones
FRANCESCA MORELLI / 16 Marzo 2020
En momentos de cambio social o transiciones abruptas, surgen siempre espacios
para la reflexón, para la conciecia y el sentir de manera global.
La evolución de la sociedad y la cultura está ligada a nuestra capacidad de cambiar
la forma de sentir y expresar las emociones. Una de esas voces se ha hecho “viral”
en redes sociales estos últimos días tan desconcertantes.
Se trata de la psicóloga Francesca Morelli, quien ha subrayado una serie de factores dignos de considerarse. Entre ellos está el hecho de que vivimos en un mundo
en desequilibrio, principalmente por un exceso de consumo de recursos naturales y
por una ideología basada en una felicidad hedonista, en completa ausencia de una
conciencia moral (principalmente de esta misma interdependencia).
Igualmente nuestra sociedad, que cultiva primordialmente la adquisición y acumulación de bienes materiales bajo a idea de satisfacer así su deseos, ha dejado de
tener riqueza interior y perdido en consecuencia cietos valores tradicionales.
Esto es relevante pues ahora muchos nos veremos obligados a pasar tiempo en
algún tipo de aislamiento, sin acceso a algunas de las cosas co las que llenamos el
“vacío” existencial. Morelli hace referencia al hecho de que debemos de ser capaces
de saber estar solos y en silencio (como notó Pascal)... y sin entrar en pánico. Igualmente debemos de ser capaces de vivir en familia y valorar la familia como el eje
fundamental de la vida humana.
Asimismo, el un plano global, debemos de ser capaces –y esto ocurrirá tarde o
temprano, de un modo u otro– de hacer una transición a una economía no basada en
el crecimiento infinito, en la que se predica el consumo sin ninguna reserva.
A continuación os dejamos con el brillante y certero texto de Morelli, dirigido
a sus vecinos italianos:
“Creo que el universo tiene su manera de devolver el equilibro a las cosas según
sus propias leyes, cuando estas se ven alteradas. Los tiempos que estamos viviendo,
llenos de paradojas, dan qué pensar...
En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por
los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros
tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa, pero
la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos
mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando...
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En un momento histórico en el que ciertas políticas e ideologías discriminatorias,
con fuertes reclamos a un pasado vergonzoso, están resurgiendo en todo el mundo,
aparece un virus que nos hace experimentar que, en un cerrar de ojos, podemos
convertirnos en los discriminados, aquéllos a los que no se les permite cruzar la
frontera, aquéllos que transmiten enfermedades. Aún no teniendo ninguna culpa,
aún siendo de raza blanca, occidentales y con todo tipo de lujos económicos a nuestro alcance.
En una sociedad que se basa en la productividad y el consumo, en la que todos
corremos 14 horas al día persiguiendo no se sabe muy bien qué, sin descanso, sin
pausa, de repente se nos impone un parón forzado. Quietecitos, en casa, día tras día.
A contar las horas de un tiempo al que le hemos perdido el valor, si acaso éste no se
mide en retribución de algún tipo o en dinero. ¿Acaso sabemos todavía cómo usar
nuestro tiempo sin un fin específico?
En una época en la que la crianza de los hijos, por razones mayores, se delega a
menudo a otras figuras e instituciones, el coronavirus obliga a cerrar escuelas y nos
fuerza a buscar soluciones alternativas, a volver a poner a papá y mamá junto a los
propios hijos. Nos obliga a volver a ser familia.
En una dimensión en la que las relaciones interpersonales, la comunicación, la
socialización, se realiza en el (no)espacio virtual, de las redes sociales, dándonos
la falsa ilusión de cercanía, este virus nos quita la verdadera cercanía, la real: que
nadie se toque, se bese, se abrace, todo se debe de hacer a distancia, en la frialdad
de la ausencia de contacto. ¿Cuánto hemos dado por descontado estos gestos y su
significado?
En una fase social en la que pensar en uno mismo se ha vuelto la norma, este virus
nos manda un mensaje claro: la única manera de salir de esta es hacer piña, hacer
resurgir en nosotros el sentimiento de ayuda al prójimo, de pertenencia a un colectivo, de ser parte de algo mayor sobre lo que ser responsables y que ello a su vez se
responsabilice para con nosotros. La corresponsabilidad: sentir que de tus acciones
depende la suerte de los que te rodean, y que tú dependes de ellos.
Dejemos de buscar culpables o de preguntarnos porqué ha pasado esto, y empecemos a pensar en qué podemos aprender de todos ello. Todos tenemos mucho sobre
lo que reflexionar y esforzarnos. Con el universo y sus leyes parece que la humanidad ya está bastante en deuda, y que esta epidemia nos lo está viniendo a explicar
a caro precio.”
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Detener el capitalismo para detener el virus
Por Francesco Ricci
Publicado el Mar 19, 2020
Artículo publicado originalmente en: [email protected]
Traducción: Natalia Estrada.
Socialismo o barbarie. Viene a la mente en esta hora la alternativa indicada por Friedrich Engels hace un siglo y medio, que luego hizo famosa Rosa Luxemburgo en las barricadas de la revolución alemana. Una frase que hemos repetido por décadas y a la que tal vez,
al repetirla, casi también nosotros revolucionarios nos habíamos vuelto adictos, haciéndonos
perder el sentido profundo de aquellas palabras. Pero estos días dramáticos nos ofrecen una
ilustración que no requiere subtítulos para lo que realmente significa: socialismo o barbarie.
El capitalismo con su barbarie es el legítimo padre del coronavirus. Es un sistema que
destruye al hombre y el ambiente en el cual vivimos, contrapone la producción con fines
de lucro con la salvaguarda del planeta, abriendo la caja de Pandora de la cual escapan nuevas enfermedades, epidemias como esta que está haciendo estragos en Italia y en el mundo.
Este sistema bárbaro, basado en la división en clases de la sociedad, produce monstruos
que no puede enfrentar. Al ser un sistema basado en las ganancias de un puñado de multimillonarios, el capitalismo no quiere –y no puede– detener la producción destinada a
las ganancias. Por esto, las zonas rojas, naranjas o amarillas y las medidas de los gobiernos
burgueses no detienen el contagio: porque a los trabajadores se les pide que no se congreguen después del trabajo y, al mismo tiempo, que se amontonen en silencio en las fábricas
y oficinas durante las horas de trabajo.
¿Cuáles son los motivos por los que la gente viaja?
Por otro lado, Marx ya explicaba que los gobiernos son los «comités empresariales de
la burguesía»: su tarea es preservar las ganancias de los patrones, no ocuparse con la salud
pública. Para esto agregan insulto a las lesiones: no solo nos han arrastrado a este desastre,
sino que ahora lo aprovechan para justificar, en nombre de un virus, la crisis económica de
su sistema social y para legitimar nuevas medidas antiobreras, despidos en masa, nuevos
cortes, en una espiral del Infierno del Dante.
Al ser un sistema social en el cual la vida de las masas no vale nada, el capitalismo corta
la salud pública (unos cuarenta millones desde el comienzo de la crisis económica mundial) para utilizar los recursos para salvar bancos; recorta fondos para hospitales, equipos y
personal para alimentar la salud privada y alimentar nuevas ganancias sobre la piel de los
proletarios.
Al educar a las masas con la ideología dominante de la ganancia como propósito de
la vida, y privar a las conciencias de una visión social y colectiva, el capitalismo también
difunde con el virus una concepción individualista, necesaria en un sistema basado en
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el mercado. Es por eso que es tan difícil incluso aplicar las medidas racionales necesarias
(aunque insuficientes en sí mismas) para evitar el contagio. Gobernantes y plumíferos
están indignados porque en las horas en que no están concentrados en el lugar de trabajo,
los trabajadores no respetan las distancias de seguridad, los jóvenes no quieren renunciar
al bar o la fiesta, y muchos se muestran indiferentes al contagio que también es causado
por estos comportamientos egoístas. Pero el egoísmo individualista también es un hijo
legítimo del capitalismo.
Algunos científicos argumentan ahora que la única forma de detener realmente el virus
sería detener la producción y reducir las actividades al mínimo indispensable por quince
días. Pero esto no puede hacerse mientras gobierne la burguesía, que no está dispuesta a
renunciar a sus ganancias. Es por eso que el coronavirus costará miles, si no más, vidas humanas. La vida de los ancianos (que ya se consideran prescindibles, dado que no producen
ganancias) y la vida de los jóvenes (porque a corto plazo el sistema de salud colapsará, al no
poder curar incluso otras enfermedades).
Se necesitaría una dictadura del proletariado, es decir, un gobierno de los obreros para
los obreros, el único capaz no solo de poner fin a la destrucción del planeta y del hombre,
sino también, en esta desastrosa situación, de tomar todas las medidas realmente necesarias
en lo inmediato: detener la producción (con la excepción de los de primera necesidad),
detener realmente el transporte, interrumpiendo así realmente la cadena de contagio del
virus; asignar los miles de millones necesarios para instalaciones adecuadas para tratar a
aquellos que ya están enfermos. Un gobierno que inmediatamente encontraría recursos
expropiando a los grandes industriales y banqueros.
Un gobierno obrero, el único verdadero gobierno de la “salud pública”, literalmente
Hoy todo esto parece distante, pero no se trata de un sueño: es una necesidad, que debe
involucrar de inmediato a los trabajadores y jóvenes en la construcción alrededor de un
programa revolucionario de su fuerza organizada, de su partido mundial de la revolución
socialista. En este camino estamos comprometidos como militantes de la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional.
Que no es un sueño lejano sino una pesadilla presente para la burguesía nos lo dicen las
imágenes de estos días (que sorprendentemente no están censuradas en las noticias ni son
ignoradas por toda la izquierda reformista) de los millones en la plaza en la revolución chilena, de las luchas de masa en tantas partes del mundo. Nos lo dicen, y queremos agregarlo
con orgullo, las banderas del MIT, la sección chilena de nuestra Internacional, que ondean
sobre las barricadas de Santiago de Chile, como símbolo de un proyecto revolucionario
internacional en marcha. Esas pancartas son, para decirlo con Trotsky, las banderas de una
posible victoria que se avecina, la única salida posible. Una victoria de las masas proletarias,
de ese socialismo sin el cual la humanidad está condenada a la barbarie del capitalismo y a
la muerte por sus virus, de este o del próximo. Una victoria que estamos comprometidos a
construir en todo el mundo en las luchas diarias de los trabajadores y los jóvenes.
¡Únete a esta lucha! Socialismo o barbarie.
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Coronavirus: es imperativo respirar…
pero también comer.
por KontraInfo/FF · 23 marzo, 2020
Por Lic. Guillermo Moreno * Dr. Claudio Comari* Lic. Sergio Carbonetto
Sobre llovido…mojado, decíamos la semana pasada, refiriéndonos a la irrupción
de la pandemia de Covid-19 que se extiende por el mundo y ha alcanzado, físicamente, “nuestras costas”.
El combate a esta nueva “peste” ha implicado abruptas modificaciones de orden económico en los países aquejados, alterando no solamente los mercados de
capitales, sino también afectando seriamente numerosas cadenas de producción y
circulación de bienes y servicios.
La reducción de la interacción social, que incluye las originadas en las actividades
productivas, forma parte del repertorio básico de medidas en contra de su propagación, anticipando escenarios que, para algunos países, serán dramáticos, al establecer
una tensión ineludible entre los cuidados de la salud de las poblaciones y el abasto
necesario para todos los miembros de cada comunidad.
Tal contraposición, conlleva la amenaza de consecuencias,de no ser bien administrada, tanto o más severas que las de la infección en sí.
La adaptación de las “soluciones generales” a las especificidades de cada sociedad, se erige así en una de las claves para la resolución exitosa de esta crisis o, al
menos, para la mitigación de los daños que inexorablemente provocará.
Es que, así como hay poblaciones expuestas a mayor riesgo en términos epidemiológicos, también existen las que padecen vulnerabilidades extremas ante
cualquier trastorno de la vida económica.
De allí que la protección simultánea de todos los segmentos poblacionales
amenazados requiera de procesos decisionales multidisciplinarios, pero, esencialmente, del adecuado balance en la intersección entre las ciencias de la salud y las
económicas.
El pan nuestro de cada día
Jamás será “buen momento” para lidiar con las amenazas de las enfermedades
transmisibles, pero es claro que existen circunstancias peores que otras.
Nuestra Patria enfrenta la pandemia de Covid-19 bajo el sino de la Supercrisis (1) de Cambiemos aún irresuelta, contexto que limita severamente los “grados de
libertad” y las capacidades de respuesta ante los trastornos concurrentes.
Tales características del entorno económico inmediato se superponen a una estructuración demográfica y del mercado de trabajo que no pueden ser ignoradas.
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Por una parte, el carácter predominantemente urbano de la distribución poblacional argentina, que impone, para la satisfacción de las necesidades básicas, acudir
a los mercados.
El acceso a los bienes y servicios implica, para la enorme mayoría (según el último censo, alrededor del 90% de los habitantes vivimos en localidades con 2.000 y
más residentes), su adquisición en el extremo de las cadenas de comercialización.
Allí intercambiamos dinero por mercancías.
Y, así como éstas deben estar disponibles (es decir, elaboradas y distribuidas),
también cada quien debe haber canjeado, previamente, su trabajo por los medios de
pago con los que podrá efectuar cada compra.
En este punto particular, un rasgo de nuestra Argentina (y de toda la Iberoamérica) asume especial importancia: el de la extendida informalidad económica, que
implica, para millones de compatriotas, una administración de su ingreso individual
y familiar que se resuelve día por día.
Sólo por caso, revisemos la información proporcionada por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, según la cual, iniciamos el corriente
año con 12.144.000 personas con empleo registrado, lo que representa sólo un
60% de una Población Económicamente Activa (PEA) estimada en alrededor de 20
millones.
En el conjunto restante conviven quienes están desocupados (2), con trabajadores
sin acceso a los regímenes de licencias que contemplan las leyes laborales ni alas
disposiciones oficiales que se van tomando, muchos de ellos ajenos, también, a los
programas de transferencias monetarias del sistema de seguridad social.
Vale señalar que esta situación es compartida por significativos contingentes
de los ocupados que están registrados en las modalidades más precarias, como
la de los independientes monotributistas, por ejemplo.
He aquí un extendido universo de personas y familias que dependen del trabajo
realizado en cada jornada para alcanzar un derecho tan básicoy fundamental como el
del plato de comida, y que, por su propio peso, se ubica como una de las dimensiones
prioritarias a contemplar en la definición de las políticas públicas.
Como en el relato del milagro
Las circunstancias imponen una excepcionalidad en cuyo desarrollo debe velarse
por evitar que “los remedios sean peores que la enfermedad”, por lo que la tensión
entre los cuidados sanitarios y los económicos exige resoluciones armónicas que
impidan la agudización de los padecimientos.
Tiempo atrás, en nuestra nota “Panes y peces” (3) ejemplificábamos los principales conceptos económicos mediante el relato bíblico del milagro de la multiplicación:
“…se presenta la enseñanza de que la satisfacción de las necesidades depende del
acceso a los bienes (o servicios) satisfactores y no de una mediata representación,
como es el dinero.
Y así como Jesús no habría podido alimentar a esa multitud mediante el reparto
de denarios, tampoco podrán atenderse las necesidades de los argentinos si no se
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producen, en cantidades suficientes, los bienes y servicios requeridos.”
Enfrentamos entonces la urgencia de proteger adecuadamente la salud de la población, cuidando también la supervivencia del entramado productivo, especialmente,
en sus segmentos más vulnerables.
Es claro que, en este crítico escenario, también resurge la tensión en el terreno
cultural e ideológico, entre los comportamientos inspirados en el individualismo,
con los intereses y necesidades de la sociedad toda.
Esta es una batalla que únicamente podrá ser ganada por la acción conjunta
y disciplinada de los estados, de las organizaciones libres del pueblo, y de cada
familia e individuo. En síntesis, por la comunidad organizada.
Sólo de ese modo será posible controlar la propagación de la pandemia, atender
a los afectados y garantizar el acceso de todas las personas a los bienes y servicios
imprescindibles para vivir con dignidad.
Es imperativo respirar…pero también comer.
* (1) Definimos como Supercrisis a la situación generada por el anterior gobierno
a partir de la convergencia de los desequilibrios macroeconómicos que, en términos
fiscales provocaron el colapso del gobierno de Alfonsín, y en el sector externo, el de De
la Rúa.
* (2) Considerando las correlaciones históricas entre la evolución del empleo registrado y el informal, conjuntamente al crecimiento vegetativo de la población, los cálculos
basados en los informes del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social nos
permiten estimar en más de 2,9 millones de personas el contingente de los desocupados
para todo el país.
* (3) Todos los evangelios del cristianismo relatan el milagro de la multiplicación de
los panes y los peces, narración que provee un prodigioso ejemplo de los principales
conceptos económicos.
Según se describe, Jesús pidió a sus discípulos que alimentaran a miles de personas
que se habían reunido ante su presencia, aunque inicialmente sólo contaban con cinco
panes y dos pescados para hacerlo. Una vez que comenzaron la tarea de distribuir los
alimentos, no sólo pudieron satisfacer el apetito de todos los concurrentes, sino que los
sobrantes fueron ingentes.”
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Coronavirus, crisis económica y renta básica
Es posible que la pandemia acabe siendo la chispa de la crisis económica mundial que se avecina, pese a no ser su causa fundamental. La situación desembocará
en un aumento de gente sin hogar y más bancarrotas
13 MAR 2020 - 00:09 CET
Guy Standing
En enero de 1918 estalló la pandemia conocida como “gripe española”; al terminar, en diciembre de 1920, habían fallecido más de 40 millones de personas. Con
suerte, las consecuencias de la pandemia de coronavirus no alcanzarán la dimensión
de aquella tragedia. Pero, paradójicamente, la crisis económica derivada será mucho
mayor.
El motivo es que hace ya varios años que tenía que ocurrir una crisis económica
mundial. El sistema económico global que se ha desarrollado durante los cuatro
últimos decenios es mucho más frágil que el de 1918, pese a que Europa estaba devastada tras la Gran Guerra.
Entonces, la potencia mundial ascendente, Estados Unidos, estaba en una situación económica razonablemente buena. Su deuda privada estaba justo por encima
del 50% de la renta nacional. A partir de entonces empezó a aumentar, hasta alcanzar el 140% durante la Gran Depresión. Hoy, por el contrario, cuando empieza una
recesión económica, con rápidas caídas de las bolsas de valores en todo el mundo y
con las fábricas chinas —el taller industrial del mundo— cerradas, la deuda privada
estadounidense está por encima del 150% de su renta nacional, solo un poco por
debajo de su pico, en la crisis financiera de 2008.
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Además, la deuda corporativa es más elevada que nunca, el 73% del PIB. Dado
que, con las cadenas mundiales de producción, las perturbaciones en una parte del
mundo se traducen en perturbaciones similares o peores en otros lugares, esa situación es un verdadero problema. Más del 90% de las empresas registradas en la lista
Fortune 1000 (las mayores del mundo) van a sufrir interrupciones de la cadena de
suministro por el coronavirus. Y ya antes de que surgiera la epidemia, estaba habiendo una desaceleración de la producción industrial en los países industrializados.
Puede que estos indicadores no signifiquen gran cosa para la mayoría de los lectores que no sean economistas. Pero señalan una increíble fragilidad económica,
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especialmente porque el endeudamiento privado y corporativo forman parte de las
economías nacionales. Vivimos en una época de capitalismo rentista, en la que llegan más rentas a los dueños de propiedades físicas, financieras e intelectuales, mientras que la inmensa mayoría permanece en una inseguridad económica estructural.
Si, como parece probable, las caídas de la bolsa de las últimas semanas y las
perturbaciones del sistema de producción se prolongan, las rentas de millones de
personas de todo el mundo disminuirán, por lo que no podrán pagar sus deudas. Y
otros millones más reaccionarán recortando sus gastos, lo que reducirá la demanda
y disparará el desempleo.
Teniendo en cuenta que en todo el mundo hay muchos más millones de personas
en situación de precariedad que hace una década, con ingresos inciertos y fluctuantes
y viviendo con una deuda casi insostenible, muchos serán muy vulnerables a cualquier parón económico. Dado que millones de trabajadores, dentro y fuera del precariado, carecen de apoyo para hacer frente a los avatares de la vida y de seguros que
les permitan acceder a las prestaciones estatales, la crisis económica tendrá fuertes
efectos multiplicadores que desembocarán en más gente sin hogar, más bancarrotas
y más morbilidad y mortalidad, aparte de las cifras relacionadas con la pandemia.
Como resultado, habrá una mayor fragilidad social, menor uso de las instalaciones
sanitarias y un debilitamiento de los sistemas inmunes. Y los efectos se agravarán
por los altos niveles de desigualdad y más personas pasarán a formar parte del precariado. Entre las consecuencias sociales, habrá un intento masivo de “aislarse”, de
permanecer lejos de los lugares de trabajo y de los centros de espectáculos y ocio, lo
que debilitará todavía más la economía.
Gobiernos e instituciones mundiales no deben repetir los errores cometidos tras la
crisis financiera de 2007-2008
Igual que el asesinato del archiduque de Austria en agosto de 1914 fue la chispa
que encendió la enfermedad de la Gran Guerra, pero no fue su causa estructural,
es posible que la pandemia del coronavirus acabe siendo la chispa que comenzó la
crisis económica mundial que se avecina, pese a no ser su causa fundamental. No
podemos permitir que los que han configurado o defendido el sistema económico
global actual culpen de la crisis económica al virus.
En estas circunstancias, lo primero que hace falta es encontrar formas de proporcionar a nuestras economías y a nosotros mismos mucha más capacidad de resistencia social, económica y política. Los Gobiernos y las instituciones mundiales no
deben repetir los errores cometidos tras la crisis financiera de 2007-2008.
Eso significa no caer en la nociva práctica de mezclar políticas de austeridad —el
recorte del gasto público en un intento prolongado de reducir los déficits presupuestarios, lo que debilitó los servicios sociales y las infraestructuras e hizo desaparecer
bienes comunes— con la llamada expansión cuantitativa, que consistió en que los
bancos centrales y el Banco Central Europeo inyectaran cientos de miles de millones
de dólares, euros y libras en los mercados. Todo ello enriqueció aún más a los financieros, a costa de un crecimiento más lento y una desigualdad más marcada. Puede
que no deseemos el crecimiento económico, por motivos ecológicos, pero lo que
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desde luego no queremos es más desigualdades.
Por el contrario, los Gobiernos deberían hacer caso omiso de las bolsas de valores
y dejar que el sector financiero se ajuste a lo que la mayoría de sus profesionales afirman creer que es, un mercado sin distorsiones ni la intervención directa del Estado.
Y, en lugar de ello, deberían proporcionar a la gente corriente los medios para tener
más resiliencia. La mejor forma sería garantizar a todos los miembros de nuestras
sociedades una seguridad económica básica.
Hong-Kong ya ha tomado la iniciativa, con un pago único a todos sus ciudadanos
de 10.000 dólares HK (alrededor de 1.140 euros) per cápita. Pero ese pago tiene un
doble inconveniente. Es una cantidad demasiado pequeña para ofrecer una capacidad sostenible de resistencia y, al mismo tiempo, lo bastante grande como para correr
el riesgo de que algunas personas se gasten todo de una vez.
Sería mucho más apropiado aprovechar la situación para introducir un sistema de
renta básica, para empezar, al menos, mientras se prolongue la pandemia, que dé a
cada residente del país una modesta retribución mensual sin condiciones, como derecho. La cantidad mensual podría ajustarse hacia arriba o hacia abajo dependiendo de
la gravedad de la recesión, como estabilizador económico automático, para mantener
la demanda agregada y proporcionar más resiliencia a las personas, las familias y las
comunidades.
La renta básica podría financiarse igual que se financió la expansión cuantitativa,
aunque también debería ir asociada a una nueva serie de impuestos ecológicos, empezando por un impuesto al carbono. Es perfectamente factible.
Además, un sistema de renta básica ayudaría a luchar contra la crisis médica y
contra la crisis ecológica que define nuestra época. Permitiría a las personas evitar
ir a los lugares de trabajo si consideran que hacerlo sería un riesgo para ellas y sus
seres queridos. Facilitaría la creación de un espíritu de descrecimiento, algo que
quienes estamos indignados y asustados por el calentamiento global y la amenaza de
la extinción de la naturaleza queremos tan desesperadamente. Podríamos aprovechar
para bajar la velocidad a la que vivimos y, sin llegar a “aislarnos”, al menos sí pasar
más tiempo con nuestras familias y en nuestras comunidades locales.
Serán necesarias otras políticas, por supuesto, incluida la disminución del capitalismo de rentas. Pero los que no se enriquecen con las finanzas y las bolsas deberían
ser prioritarios, y no quedar a merced de falsas promesas de que hay que reanimar el
crecimiento económico por medios más convencionales porque así acabará “filtrándose” y beneficiando a todos. Esta vez no debe haber espejismos. Tenemos que decir
a nuestros Gobiernos: “¡Haced algo!”
..........................
Guy Standing es profesor titular e investigador en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. Su último libro es La renta básica
(Pasado y Presente).
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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Jacques Attali:
“Debemos ponernos en economía de guerra
muy rápidamente”
Considerada una de las mentes más brillantes de Francia, el fundador del Banco Europeo
para la Reconstrucción y el Desarrollo ofrece las claves para afrontar la crisis del coronavirus.
Autor
Hernán Garcés
Contacta al autor
Pere Rusiñol
Contacta al autor
20/03/2020 11:27 - Actualizado: 20/03/2020 11:45
Jacques Attali (Argel, Argelia, 1943) es una de las grandes figuras intelectuales de Francia y Europa y sin duda una de las más influyentes en los
últimos 40 años. Fue el asesor de referencia del presidente François Mitterrand, entre 1981 y 1991, año en que se convirtió en el fundador y primer
presidente de la Banca Europea para la Reconstrucción y el Desarrollo
(BERD), un gran paso en el proyecto de construcción europea, y con posterioridad ha puesto su mente al servicio de con todos los presidentes de la
V República francesa sin excepción. Según ‘Le Monde’, la relación con el
actual inquilino del Elíseo, Emmanuel Macron, le viene incluso de antes
de incorporarse a la política, un paso que el hoy presidente dio precisamente con Attali como mentor. Economista, jurista e ingeniero, Attali ha sido
miembro del Consejo de Estado francés y su currículum acumula todo tipo
de distinciones, en Francia y en el extranjero. A sus 76 años, está entregado
desde hace días a la que quizá es la misión más importante de su vida: tratar
de convencer a las autoridades del mundo entero que para poder afrontar
con garantías de éxito el descomunal desafío del coronavirus, superarlo y
aliviar la vida de millones de personas, deben colocarse “en modo de economía de guerra”. Y hacerlo, además, “muy, muy rápidamente”.
Pregunta. Usted ha escrito hace ya más de una semana que hay que
“ponerse en economía de guerra. Fabricar respiradores y máscaras
como habríamos fabricado aviones o cañones”. ¿Puede desarrollar esta
idea?
Respuesta. Es una economía que permite enfrentar un peligro mortal con68
centrándola en lo esencial, en la defensa ante el enemigo. Es muy conocida,
ha sido practicada desde la Edad Media ante diferentes formas de epidemias
o pandemias: confinamiento, producción de los bienes esenciales, que son
salud, alimentación, energía, información, educación. Concentrar ahí la
economía, de manera que cada uno consagremos nuestro tiempo a lo que es
esencial producir, y desplazar a más adelante cosas menos importantes como
cambiar de vestido, de coche, etcétera. Quiere decir reorientar la economía a
producir equipos, máscaras, gel, respiradores...
Hay que proteger por consiguiente a cualquier precio a las empresas con
acciones, como se está empezando a hacer en algunos países
En algunas fábricas comienzan a entender con mucho, mucho retraso, que
lo pueden hacer si se les dan las especificidades. Sin limitación financiera
por parte del Estado, porque si no éste se encontrará en una situación catastrófica, la gente no irá a trabajar por miedo y la economía se parará. No
habrá donde apoyarse. Y muchas empresas que tendrán que cerrar no revivirán porque se habrán perdido. Hay que proteger por consiguiente a cualquier precio a las empresas con acciones, como se está empezando a hacer
en algunos países, como Francia, empezando desde anoche por el Banco
Central Europeo en particular. Fomentar todos los medios de producción.
La industria textil española puede producir máscaras; la industria mecánica,
respiradores; el Ejército, proveer o construir hospitales; las constructoras,
con los materiales de que disponen pueden crear rápidamente las condiciones para hospitales de emergencia…Se requiere la movilización general de
todos en su respectivo objetivo; oponerle el léxico presupuestario no es lo
importante.
Foto: Reuters.
P. Algunos insinúan que hay que poner los beneficios a largo plazo de la
economía por delante de la salud de las personas.
R. Una cosa no va sin la otra. Para salvar la economía hay que salvar las
vidas. Si no salvas las vidas la gente dejará de trabajar por miedo y la economía se hundirá. Se requiere pues a toda costa hacer las dos cosas al mismo
tiempo, no escoger una o la otra. Tenemos que tener medidas muy estrictas:
quedarse en casa, excepto si es para producir los bienes esenciales de los
que estamos hablando: equipos de salud, alimentación, energía, información, sistemas financieros, naturalmente, que forman parte de la información
y, por lo tanto los bancos y los medios del Estado, la soberanía y la seguridad.
P. El Ministro de Economía de Francia, Bruno Le Maire, admite que no
cabe descartar nacionalizaciones. Según los mercados financieros, si la
69
crisis se prolonga no puede excluiser la nacionalización de compañías
aéreas. ¿Puede ocurrir?
R. Si es necesario, habrá que hacerlo. Necesitamos que esas compañías
existan después de la crisis. En la historia ya ha habido nacionalizaciones,
privatizadas después.
P. Comentaristas del Financial Times, uno de los grandes diarios de
referencia de los mercados, dicen que el Estado está de vuelta. ¿Lo comparte?
R. Sí, evidentemente, el Estado tiene que jugar un papel central. Quienes lo
habían olvidado empiezan a descubrir lo que vengo escribiendo desde hace
más de 30 años. La salud es el sector clave de la economía del mañana, y
que lo sea para todos pasa por el Estado.
Hay que ir aún más lejos y que el Banco Central diga más claramente que va
a ayudar también a las empresas, grandes y pequeñas
P. ¿Qué le parecen las últimas medidas tomadas por el Banco Central
Europeo?
R. Excelentes. Hay que ir aún más lejos y que el Banco Central diga más
claramente que va a ayudar también a las empresas, grandes y pequeñas.
P. ¿No habría que profundizar la colaboración dentro de la Unión Europea?
R. Por supuesto. La UE es fundamental. Debemos trabajar todos juntos. Es
básico. Ya ha comenzado y debe acelerarse. Hace falta hacerlo a cualquier
precio, de manera coordinada, pero creo que ya estamos en ello.
P. ¿Y profundizar también la colaboración con China?
R. Naturalmente. Al igual que hemos ayudado a China al comienzo de la
epidemia originada allí, ahora hay que aceptar a toda costa su ayuda y encargar a los chinos la mayor cantidad posible de equipos. Tienen los medios
para proveer todo lo que estamos necesitando. Debemos beneficiarnos de
que parecen ir delante de nosotros, y hacerlo mejor.
P. Usted es considerado una de las mentes más brillantes de Francia y
su voz es respetada en todo el espectro político francés. Como consejero
del presidente François Mitterrand (1981-1991) tuvo que hacer frente a
muchas crisis. Si ahora un político le pidiera consejo, ¿qué le diría?
R. Primero, tomar conciencia de que nuestro modelo de desarrollo está cambiando. La lección más importante que aprendí de mi acción política es que
quien no actúa tomando como hipótesis que lo peor es posible, lo cierto es
que verá realizarse lo peor. Esto es para mí extraordinariamente importante.
P. Ha escrito recientemente que esta pandemia puede que nos permita
comprender que solo vale el tiempo.
70
R. La pandemia nos enseñará a tomar en serio que la única cosa en el mundo que es verdaderamente rara, que tiene verdadero valor, es el tiempo. El
tiempo útil. El de nuestra vida cotidiana, que no debemos perder en actividades fútiles. El de nuestra vida personal, que podemos alargar consagrándole
más medios. El de nuestra civilización, por último, que podemos preservar
dejando de vivir en la agitación, la superficialidad y la soledad. En un nuevo
equilibro entre nomadismo y sedentarismo.
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La histeria interminable
por Javier Aymat | Mar 22, 2020 | En tierra | 61 Comentarios
http://diariodetierra.com/category/en-tierra/
*Todos los datos y referencias están contrastados en las fuentes que pongo más abajo.
Wolfgang Wodarg, reputado epidemiólogo y expresidente de la Comisión de la Salud del Consejo de Europa, Manuel Elkin, descubridor de la vacuna contra la malaria
y Pablo Goldsmith, prestigioso virólogo, entre otros muchos científicos, cuestionan la
ola de pánico creada en torno al coronavirus y las medidas desproporcionadas y contraproducentes que se están tomando en países como España. Mientras, los medios
siguen ignorando por completo estas voces, demasiado preocupados en el conteo de
personas enfermas y fallecidas por un virus que parece ser el enemigo perfecto.
A estas alturas supongo que ya más de uno se habrá hecho la siguiente pregunta: ¿Cómo
pudimos sobrevivir el año pasado a 525.300 enfermos de gripe frente a 25.000 de
coronavirus y 6.300 muertes (de gripe) frente a 1.350 muertes (de coronavirus) sin
paralizar el país? ¿Y cómo lo sobrellevamos en 2018 que hubo 800.000 casos de gripe y
15.000 muertes?
La media viene a ser 17 muertos al día el año pasado (41 muertos al día en 2018).
Aunque realmente dividir y enfrentar ambos virus no es realmente correcto, ya que, tal y
como ha manifestado el epidemiólogo Wolfgang Wodarg, el coronavirus siempre ha
formado parte de la gripe.
Lo que ocurre es que esta vez se aisló una variante de coronavirus concreta para
luego hacer un conteo de sus efectos, las personas enfermas y las muertas.
Así que la pregunta sería: ¿Cómo podemos hablar de un virus más mortífero y
contagioso que la gripe si el año pasado llevábamos más casos y más muertes debido
a la gripe estacional?
Pero claro, como el año pasado no hubo este conteo ni hubo ningún seguimiento de
un coronavirus concreto, tampoco se tuvo en cuenta si mucha gente la padeció de forma
asintomática y luego la transmitió.
Este nuevo virus parece tener una tendencia a provocar neumonía y ser más contagioso.
Sin embargo, en enero de 2018 aumentó la mortalidad de la gripe en un 77% registrando, del 15 al 21 de enero, 121 fallecidos en una sola semana. ¿Fue un colapso
mundial? ¿O Simplemente se habló en 2018 de una gripe con mayor virulencia?
El problema que tiene la Organización Mundial de la Salud (OMS) con Wodarg es
que es considerado un experto mundial en la materia y, además, ha formado parte del
Bundestag. De hecho, el epidemiólogo ya ha solicitado un comité de investigación en el
parlamento, ya que, según él, está ocurriendo lo mismo que con la gripe A. Un caso
que él mismo denunció en 2009 y que terminó con una investigación en el Consejo
de Europa.
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El parlamentario socialista británico Paul Flynn, autor del informe sobre la denuncia
que Wodarg hizo en 2009 sobre la gripe A, concluyó que “la declaración de pandemia
ha sido irracional y ha hecho ganar miles de millones de euros a la industria farmacéutica”.
En esa misma línea se manifiesta el argentino afincado en París Pablo Goldsmtih,
virólogo, bioquímico, farmacéutico, psicólogo y una infinidad de especialidades más, aparte de voluntario de la OMS para un gran número de misiones humanitarias.
“Nuestro planeta es víctima de un nuevo fenómeno sociológico, el acoso científico-mediático” ha denunciado con vehemencia el virólogo. Goldsmith también denuncia
que el pánico que se está generando en torno a la cepa de coronavirus identificado en
China (COVID-19) es tan injustificado como el que se creó en 2003 con el síndrome
respiratorio agudo grave (SARS) o en 2009 con el virus de la gripe A.
Manuel Elkin, inmunólogo creador de la vacuna de la malaria, apunta que “estamos
entrando en un juego mediático sin sentido”. Advierte también que hay que tener los
ojos bien abiertos pero sin entrar en pánico ni en medidas extremas y contraproducentes.
Elkin ha declarado que lo lógico es asilar exclusivamente los casos de contagio y hacer
un estudio de los allegados al infectado. Con eso es suficiente, declara, y considera un
enorme error el aislamiento de personas y ciudades; “Muchos científicos en el mundo
no lo vemos lógico. Hay muchas voces de protesta que manifiestan que hay que tener
cuidado con el virus, no se puede ignorar, pero no instalar un sistema de histeria colectiva como el que hay”.
También Vageesh Jain, profesor de Salud Pública en el University College de Londres,
se plantea muy seriamente la conveniencia de “un escenario de apocalipsis zombi que
no ayuda en la coordinación operativa de actividades complejas de salud pública”.
Y también añade que un bloque de estas características “no solo es superfluo, sino que
también introduce nuevos problemas. La primera semana de cuarentena ha conducido
a hospitales abarrotados, escasez de alimentos y economías estancadas”.
Estas voces, junto a otras crecientes del mundo de la ciencia y la medicina, siguen poniendo en duda la validez del pánico que provocan estas medidas extremas contra la
libertad de la ciudadanía.
A mí, personalmente, no me deja de sorprender de qué manera nos hemos dejado
quitar las libertades básicas de un plumazo. Esos derechos constitucionales que tanto
nos han costado y con los que muchos de nuestros políticos se han llenado, hasta ahora,
falsamente la boca.
¿Razones para el pánico?
Primero me gustaría empezar explicando cómo hemos llegado a esta situación en la que,
precisamente, los medios han sido decisivos. Ningún telediario ha hablado de los datos
que muestro al principio. Sólo hacen el conteo de los casos de contagio y muerte por
coronavirus, no vaya a ser que la gente se despegue de las pantallas.
¿Qué hubiera ocurrido si el año pasado los medios hubieran hecho un conteo de
los 6.300 muertos de gripe? ¿Y los 15.000 de la anterior?
En la primera semana de febrero del año pasado contábamos 150.000 casos de
73
gripe estacional, frente a los 20.000 de coronavirus. Hay que recordar que, aunque
no fue noticia de alarma, la gripe de hace dos años fue tan virulenta en esas fechas que la
mortalidad rondaba el 10% de los ingresados.
Por lo tanto, esta frase continua de los medios de todo tipo de «el coronavirus está
colapsando los hospitales» es muy cuestionable.
Es evidente lo difícil que es que haya medios sanitarios para atender un virus de esta
envergadura. Pero muchos expertos como es el caso de Andreu Segura, expresidente de
la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria, opina que “las consecuencias negativas de tales procederes no se limitan a las derivadas de las injerencias e
interferencias en el trabajo, la economía y la vida cotidiana de las personas, sino que
distraen el funcionamiento habitual de los servicios públicos, incluidos los sanitarios,
que se someten a un estrés innecesario, como ocurrió durante la pasada pandemia
gripal”.
Es decir no es que sólo no haya medios para atender al virus, sino que no hay
medios, sobre todo, para atender al pánico creado en torno a él.
Hacia el abismo para evitar el abismo
La situación en la que estamos me recuerda a aquella persona, responsable principal
de una familia, que era muy austera y que decidió que su familia viviera en la pobreza para evitar la pobreza. Pues en este caso vivimos en la alarma y el colapso para
evitar la enfermedad. Evitar la enfermedad para convertirnos a todos en enfermos.
Como si el miedo no fuera la verdadera plaga.
Pongamos ahora el caso de que alguien que vive en Madrid te dice que tiene fiebre.
¿Qué es lo que piensas? Efectivamente, coronavirus.
¿Todos tenemos coronavirus?
Aquí se abre una situación contradictoria aunque, en el fondo, puede que no lo sea
tanto. Actualmente, en la Comunidad de Madrid hay 6.500.000 habitantes y unos
9.000 tienen coronavirus… Resulta que, según los mapas de conteo, sólo el 0´13%
de los madrileños han sido diagnosticados con coronavirus.
Aunque estamos convencidos de que nos vamos a encontrar con alguno o, incluso de
que somos uno de ellos la probabilidad es baja. A nivel nacional el riesgo de coronavirus
es del 0,05%.
Evidentemente el factor de riesgo varía si vives en Madrid y te dedicas a mezclarte con
miles de personas y no tienes ninguna precaución. Pero con medidas de higiene básicas
y un comportamiento responsable, las posibilidades siguen siendo escasas.
También es cierto que habrá personas que hayan pasado el coronavirus y no se han
enterado o simplemente han aguantado en sus casas. En todo caso, esto se convertiría en
una buena noticia ya que significa que el ratio le letalidad es menor del que le asignan.
Aun así, en los mapas de los periódicos ponen colores en la progresión de la enfermedad. Pero no figura que el máximo al que se llega en ese color oscuro (tono muerte) no va
mucho más allá del 0’2%.
Y la paranoia sigue aumentando. También considero un error pensar que la gente va a
hacerse responsable desde el miedo. Más bien, el propio pánico provoca fugas peores por
74
otros lados. Después de todo, desatando una alarma de este calibre no se puede esperar
que la gente actúe de una forma diferente en urgencias que en los supermercados.
Ante los medios, ocurre lo mismo; cuando la gente habla de «si le pego el coronavirus a mi abuela o a mi abuelo» da por hecho algo que es muy improbable pero que los
medios le han hecho ver como muy posible (sin que esto signifique no tomar medidas
con respecto a los mayores).
Por otra parte, lo que antes era algo rutinario o nada noticiable, que era que alguien
tenía gripe o tenía fiebre, ahora se convierte en algo que inmediatamente se cuenta en las
redes y por Wapp con el indudable apellido de coronavirus.
Mientras escribo estas líneas, la noticia en el telediario es que mueren “tres personas
jóvenes de menos de 65 años”. Ya la consideración de joven es sospechosa. Pongamos que
es así…
¿Fue noticia durante el año pasado o al anterior que de entre los 6.300 y 15.000 muertos
por gripe, había varias “personas jóvenes” por debajo de los 65 años?
Motivos para la calma
Yéndose al lado opuesto, lo más curioso de todo, es que, probablemente muchos ya
tuvimos coronavirus los años anteriores (no sabemos cuál en concreto porque no se
aisló para contar los casos como se ha hecho este año). Y la inmensa mayoría sobrevivimos sin caer en el caos de detener el mundo.
El epidemiólogo Manuel Elkin se queda muy asombrado cuando algunos políticos
dicen que del 70% al 80% de la población se verá afectada “no sé a quién consultará
[Boris Johnson] cuando dice eso pero me extraña porque Londres tiene excelentes expertos en enfermedades infecciosas”.
Y aclara que ser contagiado depende de tres factores; “la causa externa, el virus en
este caso, el medio ambiente y, sobre todo, el componente genético de cada persona”.
Que coincidan los tres factores en un tanto por ciento tan alto, según el Elkin, es
imposible.
De ahí que las cadenas de contagio que se dedican a multiplicar por doquier no sean
para nada exactas.
Esto, que cada vez denuncian más virólogos y especialistas, sería un motivo de tranquilidad. Pero la calma no vende mascarillas ni llena supermercados ni provoca un gasto en
vacunas desmesurado. Como primer indicio de este hecho, 810€ han llegado a cobrar
en un hospital privado madrileño Ruber Internacional por una prueba para detectar
coronavirus.
Aludiendo a lo más básico, en Ginebra ahora mismo el precio de las mascarillas es de
400€ por un pack de 20 unidades (indivisible, por supuesto). La producción de mascarillas ha subido un 8.000%. Así que, a partir de ahí, a multiplicar.
Que quede claro que no pongo en duda el trabajo de los sanitarios (al revés, están
siendo víctimas de la histeria colectiva y del propio virus), pongo en duda la negligencia
de crear un estado de alarma que no está acorde con el riesgo.
Resulta muy curioso que cuando Adhanom Ghebreyesus, director general de la
75
OMS anunció el estado de alarma, declarara también: «Nuestro mayor enemigo en este
momento no es el virus en sí mismo sino el miedo, los rumores y el estigma». Sin
embargo, pese al pánico creciente, días después lo declararon pandemia global. ¿Con
qué criterio?
El archivo que seguramente no recibiste
A estas alturas habrás recibido varias veces tanto el vídeo de la niña que chupa la
barandilla, los miles de memes del papel higiénico y otros tantos del estilo (¡bendito
humor!).
Por desgracia habrás recibido bulos sin parar, audios de una calidad extraordinaria igualmente falsos y un largo etc. La desinformación basada en el exceso de información. Si
le quitas el filtro del espíritu crítico llegamos a donde estamos.
Es menos probable que hayas visto un vídeo en el que Iñaki Gabilondo daba una reveladora noticia sobre la pasada gripe A en el que denunciaba que, el entonces presidente de
Salud de la Comisión Europea, Wolfgang Wodarg, acusaba al lobby de los laboratorios farmacéuticos de organizar la psicosis de la gripe A.
Además, atribuía a la OMS la responsabilidad de esa ola de histeria. Wolfgang Wodarg, médico y epidemiólogo denunció que no existía razón para justificar tal alarma.
Denunció también que, a partir de mediados de 2009, había bajado de forma incomprensible los criterios para declarar pandemia.
De esta forma, continúa Gabilondo, los gobiernos hábilmente pastoreados por los
laboratorios hicieron lo que les correspondía hacer; comprar millones de vacunas.
Hoy sabemos que la gripe A ha producido la décima parte de muertes que una gripe
estacional (apunto aquí que el coronavirus todavía no ha llegado ni siquiera a las
cifras de la gripe A).
El Consejo Europeo, concluye el periodista, abrirá una investigación sobre el negocio
más repugnante. El negocio del miedo.
Como contaba anteriormente, el Consejo de Europa investigó el caso, y denunció la
poca transparencia de la OMS y su servidumbre a los lobbies farmacéuticos.
Como ser humano y como periodista, aparte de sentir una profunda vergüenza por lo
que está pasando en los medios, considero alucinante que ninguno de ellos, excepto
el diario El salto, se haya preocupado por saber la opinión sobre el coronavirus de
la persona que destapó semejante escándalo en un caso tan parecido como el que nos
ocupa.
Datos reveladores
En el artículo del mencionado diario, publicado a principios de este mes, Wolfgang
Wodarg insiste en que no tiene sentido las medidas de pánico que están tomando
los distintos gobiernos.
«En vista del hecho bien conocido de que en cada ola de gripe entre el 7% al 15%
de las enfermedades respiratorias agudas (ERA) son causadas por coronavirus, el
número de casos que ahora se suman continuamente siguen estando completamente
dentro del rango normal».
Wodarg también denuncia el hecho de que cuando se dice que se convierte en «algo
76
más» debe ser por contraste con otros datos, pero no por criterios aleatorios o interesados.
¿De dónde parte el error?
Como ha demostrado Wodarg en su web y en varios vídeos y entrevistas, desde
2005 a 2013 comprobaron en un estudio en Glasgow qué virus ocurren entre las
enfermedades respiratorias. En este estudio se muestra claramente que las partes verdes que son el coronavirus siempre han formado parte de la mezcla. Aquí
lo podemos comprobar en las zonas verdes.
Cuenta también que la alarma partió en el momento en que en Wuhan los laboratorios
examinaron una nueva variante de coronavirus y esos datos se pusieron en conocimiento de
toda la comunidad científica.
Esta nueva variante del coronavirus fue transmitida a la OMS y fue admitida rápidamente. Denuncia el especialista alemán que no hubo test previos. Luego se compartió
con el resto de los científicos de todo el mundo sin haber hecho comparativas pertinentes (por eso no se sabe ni siquiera si es realmente nuevo).
“Un laboratorio de la clínica berlinesa Charité ganó la carrera en la OMS y se le
permitió comercializar sus pruebas internas en todo el mundo a varias veces el precio
habitual” añade Wodarg.
Poderosas preguntas
El epidimologo se pregunta entonces:
“¿Cómo es posible que sepamos que este virus es peligroso? ¿No es algo que ya
tuvimos el año pasado? ¿Cómo es posible que no se haya comparado con años anteriores?”
Pasando por alto toda esta lógica, el test ni siquiera se hizo sobre un abanico de población en general y él mismo duda de su eficacia. Se escogió una muestra de menos de 50
personas enfermas en Wuhan con lo que el grado de personas afectadas de coronavirus resultó ser muy alto y, en personas enfermas ya graves, subía aún más la mortalidad.
A partir de ahí, según Wodarg, los gobiernos consultaron a sus expertos que, a su
vez, consultaron a los expertos que iniciaron la alarma. “Los gobernantes han sido
seducidos por científicos que quieren formar parte de esto, que quieren dinero para sus
instituciones y otros que proponen aplicaciones, estudios, programas” y, añade con ironía,
“muchas ganas de ayudar y ganar relevancia”.
Goldsmith es de la misma opinión: “Se fueron replicando comunicados emitidos
desde China y Ginebra, sin que se los confronte desde un punto de vista crítico y,
sobre todo, sin subrayar que los coronavirus siempre han infectado a los humanos y
siempre provocaron diarreas y lo que la gente llama resfrío banal o resfrío común”.
El doctor en Medicina Darren Schulte, CEO de la compañía de análisis Apixio, también ha manifestado que “la reacción de los medios y de muchos gobiernos va a producir más daño a las sociedades de todo el mundo que el propio virus. Un perjuicio que
se extenderá además durante muchos años.”
Tom Jefferson, del centro de investigaciones independientes, Cochrane Nordic, dice
no reconocer nada nuevo en el hecho de que se descubra una nueva variante dentro
77
del coronavirus.
Al doctor Schulte la situación le recuerda a la crisis del coronavirus de 2003. Entonces
China tomó medidas parecidas de aislamiento. El Banco Mundial calculó que las medidas
contra el SARS supusieron unas pérdidas de 33.000.000.000 de dólares.
En ese sentido, Schulte está seguro de que la recesión económica, la pérdida de empleos,
el endeudamiento de familias y empresas… y ya, directamente, los venideros recortes
en sanidad “incrementarán el número de enfermedades evitables y de muertes por un
periodo de tiempo mucho más largo”.
Recuerda también que en el mundo mueren entre 300.000 y 650.000 personas por
gripe mientras la gente va libremente en transporte, va a los pubs, se celebran acontecimientos multitudinarios… Es cierto, recuerda, que el Covid 19 no tiene vacuna pero
debemos encontrar “un equilibrio entre la salud pública y la seguridad y las consecuencias
de interrumpir la vida diaria”.
Por eso, advierte, que sería mucho más adecuado y efectivo, aislar temporalmente a
las personas infectadas o que tienen un alto margen de riesgo, ponerse en mascarillas
en esos casos, mientras el resto toma medidas de higiene básicas.
En ese sentido también, John P.A. Ioannidis, profesor de medicina, epidemiología y
biomedicina expone que se están tomando decisiones muy exageradas sin un contraste
fiable de datos.
De hecho, todos parecen coincidir en que los gobiernos no se están rodeando de
científicos que realmente vean el problema con perspectiva, con datos fiables y comparados, con criterios desinteresados, ni con una coordinación con el resto de expertos del
mundo.
Virus mediatizado y viralizado
Desde que en Wuhan, con sus 11 millones de habitantes, con constantes neumonías y todo tipo de gripes y enfermedades, saltó la alarma se empezó una campaña muy sensacionalista. Se monitorizó la temperatura de sus habitantes y ya
entonces, de forma inmediata, hilamos cualquier temperatura alta con coronavirus
y, a su vez, relacionamos el coronavirus con una letalidad que, al final, va a ser mayor
que las medidas tomadas contra él.
A todo esto, se llenan los telediarios de datos sin contrastar con otras epidemias, de
ansia por engullir a la población en las pantallas sin darle tiempo a pensar ni a reaccionar, sometiéndola a un estrés y una psicosis irresponsable en busca de audiencias y de
competir a ver quién alerta más.
Lo que tampoco saldrá en los telediarios es que la propia Federación de Asociaciones de
Periodistas de España (FAPE) ha emitido un comunicado mediante el cual hace “un llamamiento a todos los medios de comunicación para que informen con rigor y datos reales,
verificados y contrastados sobre este problema, sin recurrir a enfoques amarillistas o
sensacionalistas que solo pueden crear situaciones de miedo generalizado”.
También en esa carrera por conseguir audiencias se han pasado por alto los derechos de
imagen e intimidad. De ahí que la FAPE también añada en el extenso comunicado: “[…]
respetemos el derecho de las personas a su propia intimidad e imagen, sobre todo en
el tratamiento informativo de los asuntos en que medien elementos de dolor o aflic78
ción en las personas afectadas”.
El propio Manuel Elkin denuncia que la propia denominación de pandemia ha hecho
mucho daño. “Llevamos diez años con alrededor de diez supuestas pandemias”. Ahora
pide con vehemencia “mesura en el manejo de la información sobre todo por parte de
los gobiernos y los medios”.
“Normalmente los medios cada vez tienen una menor asesoría científica” y también
añade; “No son suficientemente analíticos y convierten cualquier noticia en una razón para
el pánico universal”.
Según él también debe considerarse algo muy importante y es que “puede darse la situación de que una epidemia puede expandirse por el mundo entero, considerarse pandemia
y no tener la cifra suficiente para constituir una alarma como ocurre con el coronavirus”.
Resulta curioso también que en la audiencia del Consejo de Europa de 2009, el director
del centro colaborador en epidemiología de la OMS en Múnich, Ulrich Keil, ironizara
sobre los nuevos criterios para declarar una pandemia, comentando: “Con los nuevos criterios de pandemia, ¿podría declararse una epidemia de estornudos? Sí, podría.”
Excepciones al sensacionalismo
Por contraste, Lorenzo Milá en TVE hacía un llamamiento a la calma desde Italia
puntualizando información veraz y otros periodistas tales como Francino (SER) apelaba a Aristóteles para aplicar aquel sabio pensamiento de que “la virtud está siempre en el término medio”.
También en ese sentido, esRadio en una entrevista al investigador del CSIC Luis Enjuanes, el virólogo que lleva más de 30 años investigando este tipo de virus, cuando le
preguntaron sobre si estaba preocupado por el virus (a sus más de 70 años) contestó: “No
estoy preocupado en absoluto”.
Según manifestó en ese medio, la mayor parte de la gente no considera las amenazas de
forma global. Y como dato dice que en el año 2017 se infectaron 32 millones de personas
por gripe estacional en Estados Unidos.
Declaró también que los muertos por coronavirus son muchos menos este año y que
“alarma no debe existir en absoluto porque si no todos los años deberíamos vaciar los
supermercados”.
Eso no quita, añadió, que haya que seguir escrupulosamente las indicaciones sanitarias.
Los más perjudicados
Muchas personas están usando el argumento de que este encierro es para proteger
a los más vulnerables. Todo esto mientras los recursos no pueden llegar a toda persona mayor que está aislada, mientras las mujeres maltratadas están encerradas
con sus maltratadores, mientras muchas personas con enfermedades degenerativas ven restringidos sus tratamientos, mientras personas enfermas de Alzheimer no
pueden ver a sus familiares, mientras las mujeres que ejercen la prostitución quedan en custodia de sus explotadores…
¿Quién puede medir los daños psicológicos, emocionales y físicos de mantener a
una población aislada y lejos de sus seres queridos? ¿Cómo ha afectado esto a nuestro
sistema inmune? ¿Cuántas de las personas enfermas no lo están más por el nivel de estrés
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al que hemos sido sometidos? ¿Cuál va a ser el síndrome post traumático de todo esto?
Por otra parte, teniendo en cuenta que en España la primera causa de muerte no natural
es el suicidio; ¿Dónde están las cifras de suicidio actualmente? ¿Qué consecuencias ha
tenido el aislamiento y la falta de contacto en las personas con tendencia a la depresión o
enfermedades metales? ¿Cuántas mujeres han muerto por violencia de género en estos
días?
¿Qué ocurría si este colapso económico al borde del abismo nos sorprendiera algún
tipo de catástrofe natural como incendios o inundaciones de hace meses? ¿Cuántas
víctimas podrían venir ante un sistema paralizado y un pánico generalizado al contacto
con el otro? ¿Tendremos el próximo invierno o el siguiente otra edición de un nuevo
coronavirus?
Ningún medio ni contertulio se ha dignado a cuestionárselo; sólo importan los números del coronavirus.
Si seguimos con esta estrategia la enorme crisis golpeará precisamente a las personas
más vulnerables empezando por las personas más pobres, desempleados, autónomos,
pensionistas… haciendo que la curva de la desigualdad aumente hasta niveles imposibles
de sostener.
¿Responsabilidad?
Me parece curioso con qué facilidad la gente apela a la responsabilidad ante la situación. Pero lo siento, no creo en apelar a la responsabilidad después de que hayan
tenido la irresponsabilidad de haber creado este caos. Considero que la responsabilidad es también poner en duda medidas negligentes como alarmar a toda una
población ante un mal mucho menor al que nos hacen creer.
Yo no digo que la situación no sea terrible, especialmente para las personas que lo padecen y sus allegados. Lo que digo es que la gripe, como muchas otras enfermedades que
nos rodean, nos traen miles de tragedias todos los años. Todo depende de si pones un
foco constante en ellas o, por el contrario, les dedicas un tiempo proporcional en los
medios.
¿Hacia dónde miramos?
En Europa hay 800.000 muertes al año por contaminación ambiental. ¿No será que
estamos perdiendo el norte de lo que es realmente importante? ¿No estábamos
hace bien poco protestando en las calles para revertir esta masacre del planeta (y,
por lo tanto, de sus habitantes)?
¿Estamos mirando con perspectiva el problema o nos lo impide estar cegados en nuestro
propio ombligo?
Manuel Elkin declara casi como un mantra en sus entrevistas que si queremos ver las
cifras con perspectiva quizás deberíamos fijarnos en “la desproporción que supone que
la malaria aflige entre 230 a 250 millones de personas al año y, de ellos, mueren de
1.250 a 1.500 al día”. Así que los muertos por coronavirus en cuatro meses vienen a ser
los de una semana de malaria.
Hacinados
Agazapados en nuestros hogares, rendidos por el miedo y el acicate constante de los
medios, hemos hecho el virus mucho más grande de lo que es y, mientras, en nues80
tra idea de que nada es demasiado, los poderes han visto que ancha es Castilla a la
hora de arrasar con nuestros derechos más básicos.
Me parece muy curioso cómo, hasta hace bien poco, protestábamos contra la negligencia política, la corrupción, el abuso de la banca, ante siglas que nos gobiernan
cada vez más como el FMI, BCE, OPEP… pero que no son de ninguna manera democráticas ni elegidas por ningún pueblo. Ahora le ha tocado a la OMS que, desde luego, no
siempre se ha comportado de forma ejemplar en casos similares.
Ahora resulta que el enemigo del pueblo es un virus. Y toda la masa a luchar contra él.
Lo siento pero no me lo creo. Como dice el doctor Karmelo Bizkarra se le están dando
cualidades humanas al virus como si fuera un invasor, otorgando al virus lo peor de los
humanos cuando “es el ser humano el que actúa sobre el virus y no al revés”.
Cuanto menos me produce dentera pensar que han sido los medios los que más han
empujado hacia una situación de encierro. Quédate en casa para seguir pegado a nuestras pantallas alimentándote de miedo y alarma que justifique un siguiente estado de
encierro.
Porque, independientemente de lo que ocurra con el virus, lo más probable es que
lleguemos al estado de excepción (como Italia). Así que todos consumiendo terror y
plataformas televisivas mientras el ejército ocupa las calles. Llamadme loco pero no me
pinta nada bien. No estoy en contra del ejército ni considero que esto sea una conspiración
para volver a una dictadura.
Sólo considero que no puedo aceptar alegremente que me quiten la libertad de decidir
sobre mi destino, ni me rindo fácilmente cuando nos encaminan a un estado donde se
pueda detener personas si se cree que alteran el orden público, secuestrar publicaciones, ejecutar registros domiciliarios y prohibir huelgas entre otras circunstancias que
supone el estado de excepción (por mucha excepción que sea).
Llamadme loco si también me rechina que ayer estuviéramos en la calle gritando a
los balcones “¡No nos mires únete!” y ahora estamos desde los balcones grabando,
insultando y viralizando como chivos expiatorios a las pocas personas que se reúnen
en la calle.
Eso, junto a las catastróficas consecuencias económicas de todo esto, sí que debería
alarmarnos.
Confesión personal
Confieso que me he sentido muy cabreado con el mundo. He discutido con infinidad de personas sobre este asunto de llamada en llamada y, sobre todo, de chat
en chat. Mal terreno pero, dadas las circunstancias, no tenía más remedio.
Quiero dedicarles a ellas también este artículo si es que alguna de ellas ha llegado hasta
aquí (que lo dudo). Sus argumentos, aunque la inmensa mayoría contrarios, también me
han ayudado mucho.
Lo cierto es que me he sentido un poco como en “La invasión de los ultracuerpos” (película más que recomendable para estos tiempos que corren, especialmente la de 1956).
Incluso con alguna persona con la que llegaba a coincidir en cierto nivel de razonamiento, al día siguiente me llamaba diciendo que, visto lo visto, estaba buscando mascarillas,
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comprando mucho más de lo que necesitaba o que se encontraba preocupada porque un
vecino tenía fiebre.
“Visto lo visto” me sumo a la locura que la cordura es muy solitaria, parecían decir.
Al fin y al cabo, aquí también es muy importante la pertenencia, aunque la pertenencia
signifique denunciar al vecino, insultar al que discrepa… aunque signifique el desastre y el
pánico, da menos miedo que la soledad. De ahí que los bulos apocalípticos corran como
la pólvora.
Yo veo pasar esa ola de locura y espero que cada vez más gente se baje de ella. Por supuesto, no descarto que el loco sea yo.
Naturaleza
Los pájaros se escuchan en las ciudades, el aire es más puro, el agua más cristalina,
los delfines y los cisnes vuelven a Venecia. La naturaleza recupera su espacio. Quizás
también debamos pensar en cómo se sienten los animales cuando les confinamos
en jaulas. Quizás debamos aprender mucho de esto a nuestra vuelta. Quizás debamos ralentizar nuestro ritmo, conformarnos con menos para obtener más.
Esperanza
Lloro, junto a mi pareja, cada vez que salimos a aplaudir al personal sanitario. Y
eso me da un chute de esperanza diario. Y me hace pensar que quizás despertemos de
la pesadilla de la misma forma. Desde el sentido de que los otros no son amenaza sino
la salvación.
Me llenan de fuerza las caceroladas de protesta, la población que despierta y reivindica.
Espero que pronto el grito sea de libertad. Los medios nos han dejado solos ante la bestia
que no es, precisamente, un virus. Pero con lo que no contaban es que en nuestra soledad, en nuestro encuentro con nosotros mismos, como la naturaleza, hemos resurgido desde mucho más adentro.
Y, por eso, desde este encierro tiro ahora este mensaje en una botella. Y desde que la lanzo me siento menos solo. Y tengo el sueño de que otros la reciban y, quizás al compartirla,
nos demos cuenta de que en verdad no estamos en soledad. Quizás, de alguna manera,
necesitamos estar más unidos y unidas que nunca para remontar todo esto.
Porque también he coincidido con personas últimamente que se cuestionan toda esta
locura y tengo mucha fe en que el resto se empiece a bajar de esa ola pronto para sentir de
nuevo el tacto, la palabra, el amor que nos evite la ruina interior y exterior. Cuanto antes
mejor, y así no perderemos tanto y, así, iremos de nuevo a por lo que es nuestro.
Fuentes:
Me gustaría apuntar que, aparte del desierto mediático de investigación en español, todos los
virólogos, médicos, epidemiólogos… que he encontrado. son hombres. Cuando salgamos ahí
fuera quizás deberíamos seguir luchando también por algo tan básico como la igualdad.
– ¡Lectura imprescindible! Acabo de leer este articulo del doctor Karmelo Bizkarra y me quedo muy sorprendido hasta qué punto coincidimos. Lo cierto es que él da otorga una visión mucho más completa desde el punto de vista médico:
Carta abierta ante la crisis del coronavirus
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– Única referencia en los medios españoles a Wolfang Wodarg traduciendo un artículo del epidemiólogo
«La solución al problema del coronavirus es aislar en cuarentena a los alarmistas»
– El Consejo de Europa reclama a la OMS “más transparencia” y un cambio en la definición
de “pandemia”
– Woflgang Wodarg explica el origen de todo el problema (traducido al inglés)
– Pablo Goldsmith: «El pánico es injustificado»
– La FAPE hace un llamamiento a los medios para que informen con rigor sobre el coronavirus
– Audio de Pablo Goldsmith desmontando la alarma
– Vídeo de Manuel Elkin desmontando el mito del coronavirusManuel Elkin explica en vídeo
varios conceptos sobre el contagio y el virus
– Informe sobre las investigaciones en torno al escándalo de la gripe A
– Conclusión investigaciones gripe A: «Estrasburgo no se fía de la relación entre la OMS y las
farmacéuticas»
– La sanidad privada ante el coronavirus: pruebas a 800 euros y derivando pacientes a la pública
– Los números de la gripe: Sistema de Vigilancia de la gripe en España
– Mapa de contagio del Covid-19
– Darren Schulte: ‘The novel coronavirus is a serious threat. We need to prepare, not overreact’
– Tres noticias sobre el colapso de los hospitales en 2018 y 2019: Epidemia de gripe : así sufre
un médico de Urgencias el colapso del sistema / Urgencias saturadas en Barcelona con la gripe
a punto de entrar en epidemia / Los sindicatos denuncian el colapso de urgencias antes de la
epidemia de gripe
– Gripe estacional: La epidemia de la gripe no da tregua en España y crece un 77% su mortalidad
– “Así queremos informar del coronavirus”. El directo de Lorenzo Milá moviliza a los periodistas
– Gripe A: El Consejo de Europa investigará a la OMS
– La opinión de Carles Francino: Aristóteles y el coronavirus | La Ventana | La opinión de
Carles Francino | Cadena SER
– Gripe estacional: La mortalidad por el virus de la gripe en 2018 ronda el 10% entre los
pacientes ingresados
– Entrevista Luis Enjuanes, Investigador del CSIC – esRadio
– Coronavirus de Wuham y gestión sensata de la incertidumbre, por Andreu Segura
– La OMS eleva a ‘muy alto’ el riesgo de expansión global del coronavirus
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Doctrina del shock
El relato oficial del coronavirus
oculta una crisis sistémica
Todo parece indicar que esta epidemia representa una ocasión ideal para justificar la recesión económica capitalista que se acerca
Joan Benach 10/03/2020
Sistemas de pánico
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El nuevo coronavirus (SARS-Cov-2) tiene muchas caras. La faceta relacionada con la
salud lleva semanas siendo minuciosamente examinada, o mejor dicho escrutada, por
los medios de comunicación. Desde la última semana de enero hasta el momento de
escribir este texto, el 9 de marzo, el coronavirus ha infectado de forma reconocida a más
de 114.000 personas en más de 100 países, ha causado la muerte de más de 4.000 individuos, y es más que probable que varios miles de fallecimientos más engrosen la cuenta
en las próximas semanas o meses en lo que ya se prevé será una pandemia.
Sin lugar a dudas, es un problema de salud serio, pero no el más importante, tal vez ni
siquiera el más urgente. Un ejemplo de ello es la tasa de letalidad, estimada en un 3,4%,
lo que se puede comparar con el 11% en el caso del SARS (síndrome respiratorio agudo
grave) o el 34% del MERS (síndrome respiratorio del Oriente Medio). Pensemos además que cada día mueren en promedio en España más de 1.100 personas de causas muy
diversas, y que la gripe común causa anualmente en nuestro país entre 6.000 y 15.000
muertes. No sabemos cuánta gente está infectada por el coronavirus, pero parece muy
probable que un elevado porcentaje de casos pase desapercibido, con una sintomatología
inadvertida o no registrada, lo que implicaría que la tasa de letalidad real sería bastante
menor de la registrada hasta el momento.
Ello no significa, sin embargo, que el coronavirus no sea un tema de salud relevante
o incluso preocupante.
Los pacientes deberán estar aislados hasta que dejen de ser contagiosos, lo que requiere de afinados sistemas de cribado, un elevado volumen de procesamiento de muestras
y una gobernanza integrada de salud pública
En primer lugar, la mortalidad generada por el COVID-19 en los grupos de edad más
avanzados o en las personas con patología previas es alta (cerca del 15% en mayores de
80 años) y su morbilidad y afectación general de salud puede ser importante.
En segundo lugar, tiene una elevada contagiosidad, lo que genera un problema de salud pública destacado en muchos países y potencialmente para todos. China, Corea del
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Sur, Japón, Irán e Italia son hasta el momento los más afectados. Y, aunque el riesgo de
mortalidad sea bajo, dado que el potencial número de afectados podría llegar a ser muy
elevado, esto podría llegar a implicar un recuento total de muertes muy alto.
Y tercero, el impacto de la epidemia sobre el sistema sanitario puede ser muy relevante
por razones diversas: el periodo de incubación en que las personas son contagiosas es de
cinco días; el número de casos es exponencial; un porcentaje elevado requerirá hospitalización bien sea por su situación clínica, vigilancia o aislamiento; los pacientes deberán
estar aislados hasta que dejen de ser contagiosos, lo que requiere de afinados sistemas
de cribado, un elevado volumen de procesamiento de muestras en centros de referencia,
y una gobernanza integrada de decisiones clínicas y salud pública para identificar los
pacientes cribados, puestos en cuarentena y si esta debe hacerse en domicilio o en un
centro hospitalario.
Además, una parte importante del trabajo de muchos profesionales sanitarios españoles se está destinando al abordaje de la emergencia en curso. A ello se añade que el
personal sanitario es el colectivo más expuesto y a la vez el que mayor riesgo alberga de
contagiar a individuos particularmente vulnerables frente a la infección, por lo que la
sobrecarga es doble.
Las sociedades científicas de diferentes especialidades médicas han realizado protocolos conjuntos y documentos informativos muy valiosos. Sin embargo, la complejidad y
el coste asociados a estas medidas excepcionales son altos y suponen un elevado estrés
para el sistema sanitario, que se traduce en un no menospreciable riesgo de desborde o
incluso colapso si los hospitales actúan durante un periodo prolongado como principal
frente de contención de la epidemia.
Por último, es también motivo para la preocupación la probabilidad de que, al menos
a corto plazo, se trate de una epidemia “recurrente” que pueda repetirse cada año. Parece
probable que el SARS-CoV-2 haya llegado para quedarse, y que permanezca entre los
virus que habitualmente afectan a la humanidad como ocurrió con la gripe A.
Parece probable que el SARS-CoV-2 haya llegado para quedarse, y que permanezca
entre los virus que habitualmente afectan a la humanidad como ocurrió con la gripe A
Además, pueden aparecer epidemias de origen similar al coronavirus actual o incluso
mucho más graves que podrían generar una pandemia con una mortalidad global mucho mayor. No hay olvidar que la causa del actual brote epidémico –y de otros previos
como el SARS-CoV en 2002, la gripe aviar (H5N1) en 2003, la gripe porcina (H1N1)
en 2009, el MERS-CoV en 2012, el ébola en 2013 o el Zyka (ZIKV) en 2015)– radica,
en gran medida, en la compleja transmisión a través de animales relacionada con el desarrollo de una agricultura y avicultura intensivas y de un creciente mercado y consumo de
animales salvajes y exóticos. A ello se une la capacidad actual de extensión de epidemias
debido a la falta de higiene y recursos adecuados invertidos en salud pública, la densidad
urbana, y la globalización turística, entre otros factores[1].
La globalización ha transformado la relación entre humanos y virus, donde lo local es
global y lo global es local. Y muchos países no tienen sistemas de salud pública efectivos
para hacer frente a los retos que se plantean, ni existe tampoco un sistema de salud pública global apropiado[2].
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En todo caso, la mayoría de los países con recursos sanitarios públicos efectivos y que
han aplicado medidas drásticas, como China, donde la ciudad de Wuhan, con 11 millones de habitantes, en la región de Hubei (58 millones), lleva desde finales de enero en
una cuarentena draconiana, o Japón que ha cerrado colegios durante semanas, o Italia y
España que progresivamente están ampliando el territorio de control y contención del
coronavirus, deberán ser capaces de contener la epidemia en un tiempo relativamente
breve, evitando así que el impacto en la salud colectiva se agrave con el paso del tiempo.
Una situación bien diferente puede ocurrir en muchos países pobres, con sistemas
sanitarios muy débiles y con determinantes sociales de la salud muy deficientes (pobreza,
hacinamiento urbano, sistemas de agua residuales defectuosos o inexistentes, negligencia
de la industria farmacéutica, sistemas de salud pública débiles, dietas alimentarias deficientes, etc). Es el caso de muchos países africanos, donde el riesgo de que la epidemia
cause daños muy notables o incluso extremos es elevado.
Pero si el problema de salud pública no es necesariamente tan extremadamente alarmante como se presenta en los medios, ¿por qué entonces se trata a esta epidemia como
una cuestión que merece una atención casi exclusiva y con un seguimiento a tiempo real?
El COVID-19 no es sólo un problema de salud global, sino también un problema con
otras caras interconectadas de tipo económico, ecológico y social. Estas lo convierten, de
hecho, en un problema sistémico y político sobre el que conviene reflexionar.
Desde el punto de vista económico, según numerosos analistas, consultoras o auditoras como Deloitte, el FMI, o la OCDE[3], la epidemia ha contribuido a frenar la
economía generando un menor crecimiento y un descenso en la producción, comercio,
consumo, turismo y transporte, o incluso la caída de las bolsas. Las fábricas y negocios
cierran; millones de personas no realizan sus viajes habituales; se promueve el teletrabajo, la videoconferencia o la posibilidad de una mayor producción local para proteger
las cadenas de suministro; amén de una fuerte subida en los precios de productos como
los geles desinfectantes o las mascarillas. En una economía tan interdependiente, caótica
y frágil como el capitalismo, donde la incertidumbre, la especulación y la constante
búsqueda del beneficio son esenciales, las complejas consecuencias sistémicas futuras
son una incógnita, pero todo apunta a la posibilidad de una cercana y grave recesión
económica.
Desde el punto de vista ecológico, estrechamente conectado con la economía, el frenazo económico ha reducido el consumo de combustibles fósiles, la emisión de CO2 y
la contaminación del aire. Por ejemplo, en China se ha reducido el consumo de petróleo
notablemente y las emisiones de gases en un 25%. Lo mismo ocurrirá en otros muchos
países.
Sus evidentes efectos negativos en la salud, la sociedad y la economía, a corto plazo,
son beneficiosos para la crisis climática y ecológica, y tal vez también para la salud, a
medio plazo
El impacto de la epidemia del coronavirus puede parecer paradójico: sus evidentes
efectos negativos en la salud, la sociedad y la economía, a corto plazo, son beneficiosos
para la crisis climática y ecológica, y tal vez también para la salud, a medio plazo. Como
en toda crisis económica, al frenar la actividad industrial y el transporte se reducen la
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mortalidad y morbilidad asociados a accidentes laborales, de tráfico, a la contaminación
ambiental, etc.
Esa aparente paradoja queda despejada cuando se comprende que la lógica de crecimiento exponencial y muchos de los desarrollos característicos del capitalismo son
altamente perjudiciales para la homeostasis del planeta y el desarrollo social y, por tanto,
para la salud colectiva.
Desde el punto de vista social, estamos ante una epidemia de pánico, cuyo origen podemos rastrear en algunas de sus características esenciales: no es una epidemia altamente
letal pero es nueva y de un origen aún no del todo esclarecido; no podemos predecir
su evolución, lo que crea una gran incertidumbre; no existe un tratamiento ni vacuna
efectivos; se ha extendido con rapidez en los países más ricos del planeta y, seguramente,
en todo tipo de clases sociales; los medios de comunicación y las redes sociales han magnificado su impacto entre una población que mayoritariamente siente fobia al riesgo; la
epidemia es una oportunidad para degradar y aislar a China, al tiempo que localmente
se generan respuestas racistas y xenófobas.
Pero, además, la crisis del COVID-19 plantea dos asuntos adicionales de importancia. Por un lado, el imprescindible papel de los gobiernos, los servicios y la investigación
pública para controlar de forma coordinada tanto la epidemia en sí como una probable
‘epidemia de autoritarismo’, visible en China con medidas de vigilancia y control extremas para detectar casos de infección inadvertidos y la aplicación de medidas restrictivas
poco transparentes, cuando no directamente represivas. La falta de claridad en la información difundida se refleja también en unos medios ciegos de inmediatez, atados al
poder de grandes corporaciones, que buscan audiencia mediante el impacto inmediato
emocional y el entretenimiento, y que son incapaces de transmitir un diagnóstico crítico
y sistémico de lo que ocurre.
En segundo lugar, la actual ‘epidemia mediática’ del coronavirus representa un coste
de oportunidad, en un sentido bien conocido por muchos políticos: cuando no se quiere
hablar de un tema que molesta se distrae la atención hablando de otro.[4] Ejemplos de
ello son los ataques de Clinton en Sudán y Afganistán para tapar su affaire con Monica
Lewinsky, o la la puesta en libertad por Berlusconi de políticos con cargos de corrupción
el mismo día que Italia se clasificó para la final de la copa del mundo de fútbol. Al hablar casi exclusivamente del coronavirus durante tantas semanas no hablamos de otros
problemas mucho más graves que pasan desapercibidos. Como ha señalado el filósofo
Santiago Alba Rico: “Desde que existe el Covid-19 ya no ocurre nada. Ya no hay infartos
ni dengue ni cáncer ni otras gripes ni bombardeos ni refugiados ni terrorismo ni nada.
Ya no hay, desde luego, cambio climático”. O también el economista Fernando Luengo
al decir que ya no se habla del “elevado endeudamiento de las corporaciones privadas
no financieras, el cordón umbilical que une la política de los bancos centrales a las grandes entidades bancarias y corporaciones”, o “el aumento de la desigualdad, la represión
salarial”, ni tampoco del drama de “las personas refugiadas en Lesbos, aplastadas por la
policía griega y la extrema derecha”, o “los asesinatos de mujeres”.Ni desde luego tampoco se habla de la atroz crisis ecológica que vivimos, que pone en peligro la vida en el
planeta y la propia existencia de la humanidad, o de la precarización laboral masiva que
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padecen miles de millones de personas en el mundo, incluso las investigadoras italianas
de la Universidad de Milán y el Hospital Sacco que aislaron la cepa del coronavirus.
El COVID-19 es un detonador complejo de la crisis sistémica del capitalismo, en la
que todos los factores anteriores están fuertemente interconectados, sin que se puedan
separar entre sí. Todo parece indicar que esta epidemia puede representar una ocasión
ideal para justificar la crisis económica capitalista que parece estar acercándose[5]. El
miedo produce una brusca caída de la demanda, que baja el precio del petróleo, lo que
revierte en la emergencia de una crisis anunciada hasta este momento. Muy probablemente el coronavirus no es el único responsable de las caídas en las bolsas, como se dice,
ni de una economía capitalista desacelerada, con las ganancias de las corporaciones y la
inversión industrial estancadas, sino que es la chispa de una crisis económica pospuesta
donde la mala salud de la economía es muy anterior a la epidemia.
Como han señalado diversos economistas críticos, como Alejandro Nadal, Eric Toussaint o Michael Roberts[6], aunque los mercados bursátiles son imprevisibles, todos los
factores de una nueva crisis financiera están presentes desde al menos 2017. El coronavirus sería tan solo la chispa de una explosión financiera pero no su principal causa[7].
Además, no debe menospreciarse el papel de los gigantes accionistas (fondos de inversión como BlackRock y Vanguard, grandes bancos, empresas industriales, y megamillonarios) en la desestabilización bursátil vivida en las últimas semanas. Estos agentes recogerían así los beneficios de los últimos años y evitarían pérdidas, invirtiendo en los más
seguros aunque menos rentables títulos de deuda pública, y exigiendo a los gobiernos
que una vez más echen mano de los recursos públicos para paliar pérdidas económicas.
La propaganda de los grandes grupos económicos y mediáticos oculta la realidad e
impide comprender adecuadamente lo que está ocurriendo. Transformar la compleja
estructura social de un tren sin frenos, como el capitalismo, requiere imaginar una sociedad distinta y realizar un cambio radical con políticas globales sistémicas en ecología,
economía y salud, que diseñen y experimenten formas alternativas de vida en un modelo
productivo y de consumo más justo, homeostático, simple y saludable. Un primer paso
necesario es no engañarnos con las informaciones incompletas, emocionales o tóxicas
del relato mediático hegemónico del coronavirus y tratar de comprender la crisis sistémica que oculta.
––––––––––
Joan Benach es profesor, investigador y salubrista (Grup Recerca Desigualtats en
Salut, Greds-Emconet, UPF, JHU-UPF Public Policy Center), GinTrans2 (Grupo de
Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas (UAM).
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Las enseñanzas del coronavirus
Joan Coscubiela
Esta catástrofe nos brinda una gran oportunidad para abordar un cambio social de
envergadura. Aunque antes tenemos que rearmarnos ideológicamente
Joan Coscubiela 24/03/2020
Patrice Calatayu
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La pandemia del coronavirus nos está dejando importantes enseñanzas que no deberían caer en saco roto.
Algunas son muy evidentes, como la importancia del Estado y su superioridad frente
al mercado para garantizar derechos básicos. Otras, corremos el riesgo de que pasen
desapercibidas.
Cada uno tiene su propia mirada, pero haríamos bien en dedicar un momento a
compartirlas y reflexionar sobre lo que vemos. Esta es mi particular observación, en la
que se mezclan miradas globales con otras más locales.
El riesgo cero no existe
La sociedad del riesgo cero no existe. Ese es un espejismo que responde al sueño humano de querer asemejarnos a los dioses para controlarlo todo, incluso la muerte, a la
que hemos expulsado de nuestras vidas.
La ciencia y el conocimiento son claves para afrontar un mundo que aún no entendemos, pero la mitificación de las innovaciones tecnológicas –a niveles de papanatismo
fundamentalista– nos ha llevado a creernos invulnerables. Especialmente las sociedades
opulentas poco dadas a aceptar los límites humanos y a soportar la frustración. En eso
detecto además una brecha generacional.
La inteligencia artificial, entendida como los sistemas de gestión del conocimiento
que dan soporte a las decisiones de los humanos, tiene grandes potencialidades. Pero de
ahí a creerse que hemos entrado en el transhumanismo o posthumanismo va un abismo
y este es otro espejismo interesado del que el coronavirus ha venido a despertarnos.
Mientras nos vendían y comprábamos la utopía del riesgo cero, lo que de verdad
se imponía en nuestra sociedad era una gran distopía, la externalización de los riesgos
como gran paradigma económico y social.
La sociedad contemporánea se ha construido sobre la cultura de la externalización de
riesgos a terceros. Se trata de una concepción insolidaria e ingenua
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Tenemos ejemplos a raudales. Un sistema logístico de transporte por carretera que
reduce costes a partir de la auto-explotación de los transportistas autónomos y las externalidades negativas hacia el medio ambiente. O cadenas globales de producción organizadas para que aquellos que controlan productos y mercados externalicen los riesgos
hacia otras empresas, trabajadores o países, situados en posiciones subalternas.
La sociedad contemporánea se ha construido sobre la cultura de la externalización
de riesgos a terceros. De unas clases sociales a otras, entre personas, de unos países a
otros, a la naturaleza, a las generaciones futuras. Se trata de una concepción insolidaria
e ingenua.
La cultura de la externalización es uno de los factores de mayor ineficiencia social, ambiental y económica. Se ha convertido hoy en nuestro principal riesgo, porque provoca
un efecto bumerán que multiplica el impacto de los riesgos.
Sucede cotidianamente en el terreno económico, pero cuando afecta a la salud y la
vida nos despierta abruptamente del sueño del riesgo cero. Por eso resulta incomprensible que se continúe negando en relación al medio ambiente.
Primera enseñanza: cuando se externaliza el riesgo a otros, este no se reduce sino que
aumenta para todos.
El reto del gobierno de la interdependencia
No me refiero solo a la interdependencia económica, muy evidente, aunque algunos
que profesan la fe terraplanista aún la niegan.
La crisis del coronavirus pone de manifiesto el gran reto del gobierno de la interdependencia política. Muchas de las decisiones que tomamos afectan a terceros que no
tienen ninguna posibilidad de incidir en nuestra decisión ni de protegerse frente a ellas.
La manera en que abordaron en un primer momento las autoridades chinas la aparición del coronavirus ha sido determinante para su primera expansión y ha acabado
afectando a toda la humanidad. La apuesta de Boris Johnson por la “inmunidad del
rebaño” nos implica a todos, seamos o no británicos y le podamos votar o no. La política
de Bolsonaro en relación al Amazonas tiene un impacto global que afecta al presente y
a las generaciones futuras. La obsesión de Alemania por el superávit fiscal impacta en
nuestra economía como si la decisión fuera nuestra. La lista de ejemplos sería inacabable.
Abordar este reto no es fácil. No se trata de cambiar los sistemas de elección de nuestros representantes. Tampoco se puede reconocer el derecho de voto a los que aún no
han nacido, ni a la naturaleza en abstracto ni a las personas que viven en otros países.
Pero sí se puede –es imprescindible– abordar un cambio cultural en la manera de entender la democracia global. La clave está en incorporar a los “otros” en los análisis de
los costes de nuestras decisiones, como sugiere en sus reflexiones Daniel Innerarity. Los
otros han dejado de ser los bárbaros que acechan nuestras fronteras para ser los destinatarios de las consecuencias de nuestras actuaciones o los que deciden sin tenernos en
cuenta a nosotros.
Segunda enseñanza de esta crisis, es urgente incorporar esta interdependencia en
nuestra cultura y en nuestras decisiones.
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Los riesgos del judeo-cristianismo y la conspiranoia
Esta crisis pone aún más de manifiesto uno de nuestros déficits cognitivos, la facilidad
con la que ante cualquier problema damos explicaciones judeo-cristianas basadas en el
comportamiento individual y la culpa. También evidencia la tendencia a concepciones
conspiranoicas para explicar lo que sucede.
Esa es una conducta tan vieja como la humanidad. Nos lo recordaba hace poco en
estas páginas Santiago Alba Rico en Apología del contagio: “Cada vez que un pueblo
ha tenido que afrontar una amenaza colectiva ha buscado un cuerpo concreto al que
atribuir la responsabilidad y en el que localizar el remedio. Es el chivo expiatorio, al que
los griegos llamaban pharmakos”.
Estamos entrando en la fase más peligrosa de la crisis en términos sociales. Unos científicos desautorizando a otros, algunos expertos trasladando la culpa a los responsables
políticos
En plena crisis sanitaria del coronavirus proliferan las explicaciones basadas en la culpa. Escuchamos cada vez más decir que no se está haciendo suficiente, que se ha hecho
tarde, que no se escucha a los expertos o por el contrario que los políticos se escudan en
los expertos.
Estamos entrando en la fase más peligrosa de la crisis en términos sociales. Unos
científicos desautorizando a otros, algunos expertos trasladando la culpa a los responsables políticos. Y en el caso extremo, personajes de la política intentando sacar rédito de
la situación usando nuestra propensión al judeo-cristianismo, la de todos –incluyendo
ateos, imbuidos de esa misma cultura–. Esta deriva no ha hecho más que comenzar y en
pocos días asistiremos al execrable espectáculo de echarse la culpa de los muertos de unos
a otros. “Pasarse la peste” lo ha llamado gráficamente Raimon Obiols, utilizando el símil
de un ancestral juego infantil que hunde sus raíces en pasadas epidemias.
Al judeo-cristianismo le suele acompañar la visión conspiranoica de las cosas, el complotismo.
Tenemos el ejemplo reciente de la suspensión del Congreso Mundial de Móviles
(MWC). Muchas y diversas fueron las voces que explicaron la decisión en clave de conspiración de las grandes empresas norteamericanas frente al poderío del 5G chino y que
lo enmarcaron en la batalla tecnológica entre EUA y China. A estas alturas ya es evidente
que aquella era una explicación, quizás no falsa del todo, pero sí simplista.
Lo peligroso de las visiones conspiranoicas es que se basan en datos parcialmente
reales pero ofrecen explicaciones muy simplistas a realidades muy complejas. Y con ello
nos eximen de analizar y buscar respuestas menos simplonas. El complotismo genera
deficiencias cognitivas para ver y entender que nos conduce a errores de diagnóstico que
suelen tener consecuencias muy graves. Baste imaginar los efectos que hubiera tenido la
no suspensión del MWC.
Estamos inmersos en una realidad desconocida, para la que no nos sirven viejas certezas. Percibimos que ahora todo es muy complejo, y no porque los retos pasados tuvieran fácil respuesta, sino porque a la complejidad de antaño ya le habíamos tomado
la medida.
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Si queremos afrontar este futuro –que ya es presente– con mínimas posibilidades de
éxito necesitamos huir del simplismo del judeo-cristianismo y del complotismo. Solo así
podremos entender la complejidad del mundo al que nos enfrentamos y tener alguna
oportunidad de encontrar respuestas. Por supuesto, no la respuesta en mayúscula que
es otro de los vicios humanos: buscar respuestas sistémicas que todo lo explican y todo
lo pueden.
Tercera enseñanza de la crisis: indaguemos en la complejidad. Huyamos del judeo-cristianismo y las lecturas conspiranoicas.
Tribu, religión y nación ya no nos protegen
A lo largo de la historia el ser humano ha ido buscando y construyendo espacios de
protección reales o aparentes frente a incertidumbres y riesgos. La tribu y la religión han
jugado un papel clave durante siglos, incluso después de que la Nación, una construcción tan reciente como efímera en términos históricos, haya intentado sustituirlas.
Pero si algo han demostrado todas las crisis de los últimos años, recesión económica,
terrorismo global y ahora la pandemia del coronavirus es que estas construcciones sociales no tienen la capacidad de ofrecernos protección. Pueden ofrecernos alivio espiritual,
soporte emocional, pero no nos protegen.
La última construcción social con esta lógica es la del Estado nación, que juega un
papel clave en la protección de las personas. Sobre todo en algunos países y en determinadas fases de su desarrollo, la del Estado Social, y especialmente para los más vulnerables y desfavorecidos.
En estos momentos corremos el riesgo de pedir más estado, más fuerte, más autoritario, más intrusivo en nuestras vidas
Como sucede siempre en los cambios de época, también en los que como el actual
comportan grandes disrupciones, nada desaparece súbitamente ni nada aparece de golpe. El Estado nación va a continuar jugando un papel importante en nuestras vidas, sobre todo si se identifica con los bienes comunes de la ciudadanía y no con las estructuras
de poder institucional.
Incluso en momentos de emergencia como este podemos vivir un nuevo espejismo, el
de un Estado nación fuerte. Lo vemos estos días en el que se refuerzan las intervenciones
públicas de los estados, en ocasiones con un exceso de gesticulación que pretende mostrar una musculatura de la que en realidad se carece y que en el fondo lo que pretende es
ocultar sus limitaciones, las de todos.
En momentos de gran incertidumbre y desconcierto corremos el riesgo de pedir más
estado, más fuerte, más autoritario, más intrusivo en nuestras vidas. Se está viendo estos días con las visiones simplistas – en todos los sentidos- sobre la actuación de China
frente al Coronavirus.
Sin negar el papel que están jugando los Estados nación, tendremos que convenir que
les vienen muy grandes la mayoría de riesgos que van a emerger –lo están haciendo ya–
en el siglo XXI. Aunque de momento aún no hemos sido capaces de articular –ni tan
solo imaginar– una nueva construcción social que lo mejore. De ahí proviene la desazón,
desconcierto, perplejidad e indignación en el que estamos instalados.
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Pero si el estado no es suficiente escudo protector frente a viejos y nuevos riesgos, el
tribalismo y el nacionalismo –todo nacionalismo, incluso o quizás más aquel que niega
serlo– en lugar de protegernos de los riesgos aumenta su capacidad destructiva. Lo llevamos comprobando en las últimas décadas.
La cuarta enseñanza: la tribu, la religión, la nación no nos sirven para protegernos de
los nuevos retos globales.
El falso trilema entre libertad, igualdad y seguridad
Esta crisis ha puesto sobre la mesa y nos obliga a discutir sobre un viejo trilema entre
libertad, igualdad y seguridad, que en la sociedad digital adquiere nuevas dimensiones.
Las informaciones que nos llegan de algunos países asiáticos –China, Corea del Sur,
Singapur– nos hablan de una estrategia para evitar la expansión del coronavirus a partir
de un uso intensivo del Big Data como mecanismo de vigilancia digital de la ciudadanía.
No deberíamos despreciar la gran potencialidad de las innovaciones tecnológicas
puestas al servicio de la salud, pero no podemos hacerlo a cambio de nuestra libertad
Ya hay quién defiende la superioridad de este modelo y lo confronta con la absurda
pretensión del control de las fronteras como ejercicio ucrónico y vacuo de una soberanía
que ya no existe y que frente a una pandemia global deviene estéril.
Lo de la obsolescencia de las viejas soberanías de control de fronteras me parece más
evidente que la supuesta superioridad del control digital de la ciudadanía. Este ciberleviatán puede, quizás, salvar vidas, pero igual nos conduce a la destrucción como sociedad.
No deberíamos despreciar la gran potencialidad de las innovaciones tecnológicas digitales puestas al servicio de la salud pública, pero no podemos hacerlo a cambio de
entregar nuestra libertad.
El coronavirus ha hecho aún más evidente un debate que ya estaba entre nosotros y
que estamos obligados a hacer como sociedad global. El de la titularidad común y no
privada de los datos, el de su regulación y los nuevos derechos que deberemos crear –o
mejor nueva regulación para defender viejos derechos– frente a los abusos privados y
públicos de la apropiación y utilización de esos datos.
Como siempre el uso de las innovaciones tecnológicas no es determinista y el trilema
no tiene por qué suponer inexorablemente el sacrificio de uno de sus vértices, la libertad,
la igualdad o la seguridad.
La quinta enseñanza, que es al mismo tiempo un gran reto: cómo usar las innovaciones de la sociedad digital sin afectar a la libertad, la igualdad, la seguridad.
La superioridad de lo público
Esta crisis de salud pública a nivel global ha confirmado la superioridad del modelo de
Estado social, en el que la salud no es una mercancía, sino un derecho humano universal.
Se ha puesto de manifiesto la barbaridad de las leyes del Gobierno Rajoy del 2012,
excluyendo a personas –entre ellas las inmigrantes– de la cobertura del sistema nacional
de salud y sustituyendo la lógica del derecho universal por la del aseguramiento.
Comienzan a llegar datos sobre el impacto que, en términos de desigualdad y de
salud, puede tener la pandemia del coronavirus en un país como EUA que, a pesar de
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su riqueza y de ser el que más recursos económicos dedica en términos de PIB a gasto
sanitario –mayoritariamente privado– no dispone de un sistema público de salud de
acceso universal.
Esta superioridad se demuestra también en el terreno económico. Es el Estado y no
el mercado el que está soportando el envite de la paralización económica, del letargo en
el que ha entrado la economía; el que garantiza unos ingresos mínimos a las personas; el
que puede ayudar a las empresas a soportar este tsunami para no desaparecer. La “mano
invisible” del mercado ha desaparecido de golpe.
Ahora solo hace falta que aprendamos también que el estado requiere capacidad fiscal.
Y que todo lo que se pretenda ahorrar en estado social se termina pagando más caro,
porque cuando se externalizan riesgos estos acaban rebotándonos con mayor intensidad
en nuestra cara.
Estos días se hacen comparaciones y en el centro de muchos comentarios aparece
Dinamarca. No deberíamos olvidar que el país de la sirenita tiene una capacidad fiscal
de más del 10,5% del PIB superior a la nuestra.
Estamos asistiendo al milagro de la súbita conversión de entusiastas liberales en fervorosos keynesianos. En ocasiones incluso con la fe de los “marranos”, a los que deberíamos recordar que no se puede ser ultra-liberal en la política fiscal y keynesiano en el
gasto social y de apoyo a las empresas.
Sexta enseñanza: la necesidad de reequilibrar el papel del Estado y el mercado y reforzar nuestro estado social con una fiscalidad suficiente, equitativa y eficiente.
El federalismo existe, la cooperación es posible
Una de las alegrías de esta crisis ha sido comprobar la capacidad de cooperación de los
técnicos y las autoridades sanitarias de las Comunidades Autónomas. Está siendo loable
y genera esperanzas porque rompe con una supuesta maldición bíblica.
Se puede y se debe cooperar. Se puede disponer de una gran descentralización de las
competencias y al mismo tiempo ir todas a una. Eso es mucho más fácil cuando en el
centro de las decisiones están las personas y no las estructuras de poder institucional.
La cooperación federal es posible, y ha demostrado su potencialidad. Necesitamos
trasladar esas enseñanzas a la construcción política de Europa
Pudiera parecer que esa colaboración se ha roto con la declaración de estado de alarma, pero es exactamente lo contrario. A pesar de las salidas de tono de algunos dirigentes
políticos y autoridades autonómicas –de diferentes colores por cierto– los responsables
sanitarios de las Comunidades Autónomas y de la administración central han continuado cooperando.
El federalismo, que incluye distribución del poder y lealtad, existe. La cooperación
federal es posible, y ha demostrado su potencialidad. Necesitamos trasladar esas enseñanzas a la construcción política de Europa.
Estamos siendo federalistas, aunque como sucede con los que escriben en prosa y no
lo saben, no somos suficientemente conscientes de ello. Estaría bien que esta actitud no
quedará reservada solo para las grandes crisis.
Séptima enseñanza: la necesidad de apostar por la cultura federal y el federalismo
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como forma eficiente de gobierno.
La centralidad social del trabajo
Mejor sería hablar de la centralidad de los trabajos. En pocos días se ha pasado de
teorizar sobre el fin del trabajo y mitificar la robotización a poner en valor el trabajo, los
trabajos.
En primer lugar, el de los empleados públicos, tantas veces maltratados con críticas a
perdigonadas. De golpe algunos se despiertan y descubren la importancia del trabajo de
los agricultores, de las personas que trabajan en la cadena de distribución de alimentos,
de la logística. Personas a las que en general suele ningunearse en las valoraciones sociales
y en las políticas empresariales y públicas.
También el trabajo de los cuidados. Algunos descubren ahora que, en esta sociedad,
trabajar y cuidar al mismo tiempo deviene una misión imposible y quienes lo intentan,
mayoritariamente mujeres, corren el riesgo de morir en el intento.
Deberíamos poner en valor todo ello y ser capaces de producir un cambio en nuestros
valores. Aunque de manera incipiente, lo hace el Real Decreto Ley 8/2020 que adopta
medidas económicas, sociales y laborales.
Cuando se reconoce el derecho a prestaciones de desempleo a las personas que vean
suspendido su contrato de trabajo, aunque no tengan cotizaciones suficientes, se sustituye la lógica contributiva que infunde nuestro sistema de protección social por la de
protección de necesidades sociales garantizando un mínimo vital.
Algo parecido sucede en relación a los cuidados. El derecho a cuidar se equilibra
en esta norma al de las necesidades organizativas de las empresas, lo que ha generado
incomprensibles críticas de la CEOE. Aún de manera insuficiente, y sin embargo, la
disrupción que contiene esta norma es culturalmente importante.
Si la renta garantizada de ciudadanía estuviera en funcionamiento, nos ahorraríamos
tener que improvisar regulaciones farragosas y de compleja tramitación
Deberíamos tomar nota de ello, porque en el futuro van a ser muy frecuentes las
situaciones en que nuestros modelos de protección social no van a poder dar respuesta
a nuevas necesidades. Y ahí aparece con fuerza la idea de las rentas básicas o las rentas
garantizadas de ciudadanía. De hecho, si la renta garantizada de ciudadanía estuviera en
funcionamiento, ahora nos ahorraríamos tener que improvisar regulaciones farragosas y
de compleja tramitación.
Otro de los velos que ha caído es el fariseísmo en relación al reconocimiento social
de los trabajos que consideramos imprescindibles para nuestras vidas, pero a los que
continuamos maltratando.
En medio de los aplausos al personal sanitario nos llega una sentencia del Tribunal de
Justicia de la Unión Europea que confirma lo que todos sabemos: el abuso hasta límites
insostenibles de la temporalidad del personal sanitario. Entre noticia y noticia acerca
de importantes investigaciones científicas sobre el coronavirus se nos cuela una que nos
advierte de que muchos de estos investigadores están en la peor de las precariedades laborales a pesar de que algunas llevan dos décadas de investigación a sus espaldas. Fíjense
que se trata de casos muy evidentes de externalización de costes desde el sistema hacia
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las personas y los riesgos que ello comporta.
Estos días reconocemos el esfuerzo de las trabajadoras de residencias, de profesionales
de servicios sociales, de atención a las personas, de limpieza, personas a las que en general
se les maltrata respecto a sus salarios y condiciones de trabajo. No es casualidad que en
su inmensa mayoría sean trabajos realizados por mujeres y que muchas provengan de la
inmigración. El ejemplo que mejor ilustra esta perversión social es el de las empleadas
domésticas de 24 horas, sometidas en muchos casos a condiciones draconianas de trabajo, como no se cansa de denunciar la activista social y sindicalista Carmen Juares.
Octava enseñanza: el trabajo, los trabajos, continúan teniendo una gran centralidad
social. Deberíamos resetear nuestra escala de valores, nuestros modelos retributivos y los
sistema de protección social.
El sistema económico hace aguas
La gran recesión nos los advirtió y como no se le hizo mucho caso, la pandemia del
coronavirus viene para recordárnoslo de manera brusca.
Las bases sobre las que se sustenta nuestro modelo económico no se sostienen. Ni
es el lugar ni tengo la capacidad para un análisis más exhaustivo, pero sí quiero aportar
algunas observaciones.
Es cierto que esta crisis global tiene un detonante muy puntual que se define como
pasajero, pero su impacto está siendo brutal porque irrumpe en un modelo socio-económico agotado.
El capitalismo financiero ha generado el espejismo de una sociedad de trabajadores
pobres que se pretende sean al mismo tiempo activos consumidores
Entre las causas profundas, que no deberían confundirse con el detonante del coronavirus, tenemos un aumento brutal e imparable de la desigualdad de rentas y de riqueza,
que se retroalimentan; la incapacidad de los instrumentos de reducción de las desigualdades en la distribución primaria de la renta (el sistema educativo y los mecanismos de
fijación de salarios); la pérdida de fuerza redistributiva ex-post de los sistemas fiscales,
afectados por un coctel explosivo de liberalización absoluta de los mercados de capitales
y no armonización de los sistemas fiscales.
La hegemonía del capitalismo financiero global ha generado el espejismo de una sociedad constituida por trabajadores pobres que se pretende sean al mismo tiempo activos consumidores, por la vía del endeudamiento. Eso fue lo que saltó por los aires con
la gran recesión pero continúa formando parte del paradigma dominante aún hoy. El
endeudamiento es un espejismo que no reduce la desigualdad social, sino que la agrava,
en la medida en que convierte la deuda en un poderoso soberano que termina ostentando un poder absoluto que sustituye a las instituciones democráticas. Lo comprobamos
durante la gran recesión con la condicionalidad de las ayudas a los países en crisis y aún
hoy algunos pretenden que la flexibilización de las reglas del Pacto de Estabilidad esté
condicionada a la adopción de determinadas políticas.
No saldremos de esta crisis endémica, agravada por el coronavirus, mientras los pilares
sobre los que se sustenta nuestra sociedad sean los que hemos descrito.
Todo apunta que se ha llegado a un punto de inflexión en el proceso de globalización
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económica. Lo que no está claro es hacia dónde nos dirigimos. La desglobalización, que
ya ha comenzado, puede canalizarse hacia más unilateralismo, proteccionismo económico con las consiguientes derivas aislacionistas y xenófobas. O bien puede ser un proceso
que combine una moderación del ritmo de globalización económica con el de una aceleración de las diferentes formas de globalización política.
En este sentido la Unión Europa puede, y debería, jugar un papel importante, que
no será –no puede– ser el de un Estado supranacional ni nada que se lo parezca. Esperemos que el coronavirus sea el punto de inflexión en la ceguera de los dirigentes
políticos de los Estados nacionales.
Novena enseñanza: la urgencia de alumbrar un nuevo modelo de globalización, en
el que sus vertientes económicas y políticas estén más equilibradas.
Cooperación versus competitividad
Quizás todas estas enseñanzas se pueden resumir en una que es la clave de bóveda. Necesitamos urgentemente restituir el equilibrio entre competencia y cooperación, el que nos ha permitido avanzar como humanidad y que cada vez que se ha
roto nos ha conducido al abismo.
Uno de los efectos más perversos de la contra-revolución conservadora de los
últimos cuarenta años ha sido la ruptura de este equilibrio, la exaltación de un gran
Dios, el mercado, como regulador de todas nuestras vidas –no solo la economía– y
de su profeta en la tierra, la competitividad a ultranza, sin límites ni contrapesos.
Un desequilibrio que se agranda en los últimos años fruto de respuestas unilateralistas y aislacionistas a la crisis de la globalización sin reglas ni derechos. No será
fácil restituir muchos de los equilibrios rotos, pero la única salida pasa por reforzar
la cooperación en todos los ámbitos, en el terreno de la ciencia, de la economía, de
las políticas.
Esta dialéctica cooperación versus competitividad no es una disquisición teórica.
Tiene muchas derivadas concretas, algunas de las cuales aparecen en esta reflexión.
La décima y gran enseñanza de esta crisis pasa por invertir los valores dominantes
de las últimas décadas, potenciando en todos los ámbitos de la vida la cultura de la
cooperación.
La crisis como gran oportunidad
Si algo caracteriza este mundo es la falta de certezas, porque las que teníamos se
han ido al garete. Por eso nadie es capaz de predecir qué pasará después de esta pandemia y de la crisis brutal que le acompaña. Todas las interpretaciones que hagamos
ahora serán más declaraciones voluntaristas o temerosas que otra cosa.
Ya ha comenzado el debate entre los que están convencidos que esta catástrofe nos
conducirá a repliegues identitarios, actitudes xenófobas, insolidaridad y autoritarismo como reacción a los miedos generados y quienes están convencidos o quieren
creer que se nos abre una oportunidad para construir nuevas bases económicas y sociales de convivencia que refuercen la cooperación y la solidaridad –que en el fondo
no es más que cooperación interesada.
Lo único que parece seguro es que el futuro no está escrito, no es determinista, que
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depende de nuestra capacidad para canalizarlo en una u otra dirección. En cambio
el pasado sí que nos envía algunos mensajes nítidos. En general la humanidad ha
avanzado después de grandes debacles, aunque no siempre después de la destrucción
vengan de manera inmediata los avances. Para ello son determinantes la acción colectiva de las sociedades y las políticas que esa acción impulsa.
Nadie es capaz de predecir qué pasará después de esta pandemia. Todas las interpretaciones que hagamos ahora serán declaraciones voluntaristas
Esta catástrofe nos brinda una gran oportunidad para, aprovechando sus enseñanzas, abordar un cambio social de envergadura. Aunque para ello lo primero que
tenemos que hacer es rearmarnos ideológicamente. Sin ello, el cambio será un mero
brindis al sol.
Gran parte de los paradigmas y valores dominantes de los últimos cuarenta años
han saltado por los aires, entre otras cosas porque ya quedaron debilitados con la
gran recesión. Pero sus raíces son muy profundas y no caerán por sí solos, como
fruta madura.
Como nos recuerda Piketty en su Capitalismo e ideología, las políticas igualitaristas nacidas después de la segunda guerra mundial tuvieron un humus que fue la gran
destrucción sufrida y la pérdida importante de riqueza, que forzó cambios políticos
importantes, especialmente en materia fiscal. Por supuesto también la capacidad de
intimidación que generó la aparición de un modelo social alternativo, la revolución
bolchevique, aunque después demostrara ser un espejismo.
Estos días en un hilo de twitter (parece que las redes sociales se pueden usar en
positivo) Luis Miler, sociólogo y científico del CSIC, resumía su optimista lectura
de la situación en tres ideas. Primera, las pandemias funcionan como grandes niveladores sociales en la medida que destruyen la riqueza de aquellos que más tienen
(ya veremos cómo evolucionan los mercados bursátiles, porque un escenario final
puede ser una mayor concentración en la propiedad del capital). Segunda, la ciudadanía (incluidos los más ricos, que también se ven concernidos por la pandemia) está
dispuesta a asumir políticas que suponen unos mayores sacrificios, como aceptar
aumentos impositivos que contribuyan a la reconstrucción después de la catástrofe.
Tercera, las crisis globales, y esta lo es, modifican nuestras preferencias sociales y
políticas, nos hacen más cooperativos y solidarios. Ojalá que así sea.
Pero los procesos históricos no tienen una sola explicación y además no entienden
de determinismos. Todo aquello que sucedió de una determinada manera pudo perfectamente evolucionar hacia otros vericuetos. Y eso puede volver a repetirse ahora.
Esta crisis, a diferencia de otras, viene originada por una pandemia de la que nadie se siente protegido, ni en términos de salud, ni en el plano económico. Ahora,
el coronavirus ya no distingue entre las cigarras del sur de Europa y las hormigas
del centro y el norte, el imaginario que de manera perversa se impuso en la gran
recesión. Desgraciadamente va a continuar afectando mucho más a quienes menos
tienen y a quienes menor protección disponen, pero nadie puede sentirse a salvo. Y
eso comporta un gran incentivo para actuar de manera cooperadora.
Por eso no deberíamos dejar pasar ni un día para desde ya, pero especialmente
98
cuando le ganemos la partida al coronavirus, reflexionar sobre las enseñanzas que
nos deja esta crisis y cómo las ponemos al servicio de un cambio social.
.........
Autor :
Joan Coscubiela
Joan Coscubiela Conesa es un sindicalista y político español, secretario general de Comisiones Obreras de Cataluña entre 1995 y 2008, diputado por Iniciativa per Catalunya-Verds entre 2011 y 2015. Ha sido diputado del Parlamento de Cataluña y portavoz
de Catalunya Sí que es Pot en el hemiciclo catalán
https://ctxt.es/es/20200302/Firmas/31471/coronavirus-oportunidad-cambios-crisis-medidas-joan-coscubiela.htm
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El virus, el balcón y las golondrinas
que no volverán
No es cierto que todas las personas se encuentren en la misma situación. No puede ser equiparable la situación del directivo de una gran empresa del IBEX que la
de un trabajador precarizado
La otra curva del coronavirus: ¿está España preparada para una nueva crisis
económica?
Joaquim Bosch
23/03/2020 - 22:23h
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Hace poco estábamos celebrando la entrada en 2020. Si observamos esas fotografías aún recientes, nos veremos alegres, algo despreocupados de cara al futuro,
empapados de ilusión ante la llegada del año recién estrenado. Eran frecuentes las
alusiones a unos nuevos “felices años 20”. No podíamos sospechar una ruptura en
nuestras rutinas diarias como la irrupción de una pandemia que nos encarcelaría en
nuestras viviendas y nos haría temer por nuestros seres queridos. La realidad supera
a la ficción y también la inspira.
Nos ha asaltado una especie de pesadilla inexplicable, entre una nebulosa confusa de impotencia, perplejidad e incertidumbre. Al mismo tiempo, son reiteradas
las arengas de las más variadas autoridades que nos aseguran un pronto retorno a la
normalidad. Pero eso no es cierto. O solo se trata de una verdad a medias. Sin duda,
el coronavirus será controlado por los conocimientos científicos, los generosos esfuerzos individuales y la capacidad organizativa de la especie humana. En cambio,
nos autoengañaremos si confiamos en que regresaremos a la situación anterior. La
imposible erradicación completa del virus en pocas semanas y la magnitud global
del zarpazo a la actividad económica van a generar obligatoriamente un impacto
muy negativo a nivel internacional.
Recordemos aquellos discursos similares tras el estallido de la crisis de 2007. Todo
volvería a ser como antes. Pero sabemos que no fue así. Los bancos desahuciaron
de sus viviendas a quienes no tenían culpa de la debacle económica y, ciertamente,
no volvieron a repartir dinero a manos llenas. Fueron despedidos muchos de quienes
ocupaban puestos de trabajo bastante estables; ya no los recuperaron o acabaron en
las catacumbas de la precariedad y la economía sumergida. Las desigualdades económicas se incrementaron, los servicios públicos se deterioraron y las prestaciones
sociales fueron podadas sin contemplaciones.
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La regresión económica provocará un menor volumen de bienes a repartir. Y habrá de afrontarse cómo se distribuyen. Las recetas de la Gran Recesión se pueden
volver a aplicar. Conocemos bien lo que sucedió en nuestro país: las élites económicas salieron reforzadas y más enriquecidas; los sectores más débiles de la sociedad
fueron duramente castigados. La historia nunca se repite, pero a veces rima. Una
conmoción colectiva como la que está causando el coronavirus puede estimular esa
forma de repartir los sacrificios.
Como nos explicó Naomi Klein, en estado de shock resulta bastante más sencillo
imponer a la ciudadanía soluciones injustas, ante el miedo de que la existencia pueda
ser aún peor. Lo comprobamos durante la crisis financiera. Además, en palabras de
Byung-Chul Han, bastantes dirigentes occidentales están cada vez más fascinados
por los métodos del autoritarismo digital de países como China o Corea del Sur, cuya
traslación a nuestras sociedades sería devastadora para las libertades y los derechos
sociales.
Otra de las consignas más repetidas estos días es que debemos remar todos en la
misma dirección, sin mostrar ninguna discrepancia. Efectivamente, en la respuesta
contra la pandemia resulta imprescindible la actuación conjunta. Debemos respaldar
sin fisuras el abnegado esfuerzo de nuestro personal sanitario. Debemos ejercer la
solidaridad con espíritu comunitario en cada gesto que impida la propagación del
virus. Debemos tejer lazos de esperanza en los balcones.
Sin embargo, no parece aceptable guardar silencio ante todo lo que se avecina.
En primer lugar, algunas decisiones presentes ya afectan a esa distribución de las
cargas de esta crisis. Por ejemplo, la recomendable medida de acordar un mayor
confinamiento de la población genera un conflicto entre los intereses empresariales
y el derecho a la salud de las personas, que debería resolverse a favor de limitar al
máximo los contagios.
Por otro lado, los sectores más desfavorecidos ya empiezan a sufrir consecuencias
lesivas, lo cual habría de llevar a medidas muy enérgicas de protección social. Es el
caso de trabajadores despedidos, autónomos sin actividad, pequeñas empresas que
perciben la amenaza del cierre. No es cierto que todas las personas se encuentren en
la misma situación. Por eso no pueden opinar del mismo modo. No puede ser equiparable la situación del directivo de una gran empresa del IBEX (con unas retribuciones millonarias que deseará amarrar a toda costa) que la situación de un trabajador
precarizado de la misma compañía.
Y, especialmente, no se puede callar ante situaciones estructurales que nos han
debilitado en esta emergencia colectiva, porque afectan a valores que han de estar
presentes en la futura reconstrucción comunitaria. Estamos asistiendo al hundimiento moral de quienes han erosionado nuestro Estado Social. Ahora podemos constatar
con más claridad algunos riesgos. La mercantilización de nuestros ancianos en residencias, los favores a la sanidad privada para hacer negocio, los recortes injustos
a la sanidad pública que nos han dejado a la cola europea en el número de camas
hospitalarias por habitante. Estamos ante una visible crisis del capitalismo clientelar.
Y también de los postulados de quienes han apostado por someter la salud de las
101
personas al parámetro del beneficio económico.
En su novela Ensayo sobre la ceguera, José Saramago nos mostró de forma admirable la trascendencia de la cooperación humana para curar la deshumanización
de los egoísmos individuales, en el marco de una epidemia que iba dejando progresivamente ciegas a todas las personas. En la nueva etapa que se abrirá tras el control
del virus, se impone una respuesta de exigencia de desmercantilización de los seres
humanos. Solo así se pueden garantizar sus necesidades básicas. Ahí el consenso no
parece probable. Los previsibles intentos de los sectores más privilegiados de eludir
sus responsabilidades sociales deben contrarrestarse con el espíritu de estos días: la
unidad de los balcones, los aplausos a quienes defienden a la colectividad, la música
que nos reconforta en este singular arresto domiciliario. Las palmadas de quienes no
vemos o apenas conocemos nos confirman que integramos una nueva sociedad que
podrá edificarse si aprendemos de las enseñanzas del pasado reciente.
En estos días extraños no podemos tocar a muchas de las personas que más amamos. Observamos que la muerte está llenando ataúdes y los familiares ni siquiera
pueden despedirse de sus parientes. En las crisis las viejas fórmulas ya no funcionan
y las nuevas todavía no han surgido. Como sabía Bécquer, a veces hay formas de
dicha que no regresan y golondrinas oscuras que se van para siempre. Pero pueden
llegar otros tiempos ilusionantes si los sabemos construir. Estamos empezando a
cimentarlos justo ahora, si no aceptamos imposiciones inaceptables. El futuro no se
puede adivinar, pero sí se puede consentir.
……….
Joaquim Bosch Grau es un magistrado y jurista español. Fue portavoz de la organización Juezas y jueces para la Democracia entre 2012 y 2016
102
Soberanía en tiempos de biopolítica: estado de
alarma y derechos fundamentales
Jorge León Casero
Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza
La declaración de un estado de alarma ante una crisis sanitaria no es una decisión
que responda únicamente a razones puramente científicas. Es un modelo de gestión
de la población propio de un régimen disciplinar orientado al control de la conducta
de los individuos.
Según el Instituto Nacional de Estadística, la última campaña de gripe en España
causó 525.300 casos y 6.300 muertes. A escala mundial, las epidemias por gripe
pueden llegar a causar hasta 5 millones de casos de enfermedades graves y unas
650.000 muertes por año. Por su parte, de los 80.000 casos de coronavirus detectados
en China desde el comienzo de la crisis, más de 60.000 están curados, la mayor parte
de los mismos sin un tratamiento mayor que el aplicado en un simple catarro. Por
supuesto, no estamos diciendo que no se deban tomar precauciones y modificar en
cierta medida aquellos comportamientos que puedan poner en riesgo a las partes más
vulnerables de la población. Simplemente creemos que deberíamos preguntarnos por
qué se declara el estado de alarma en el caso del coronavirus y no en el de la gripe.
¿Somos realmente conscientes de lo que supone anular algunos de nuestros derechos
más fundamentales, como es el derecho de reunión pacífica recogido en el art. 21 de
la Constitución Española o el derecho a circular libremente por el territorio nacional
del art. 19? Y lo que es más preocupante aún, ¿somos realmente conscientes de la
facilidad con la que renunciamos a nuestros derechos y otorgamos potestades soberanas al poder ejecutivo cada vez que se produce una situación de alarmismo social?
Después de que Naomi Klein mostrase en La doctrina del shock (2007) que la
mayor parte de modificaciones sustanciales de los regímenes políticos acaecidas durante el último medio siglo siempre han sido precedidas de agresivas campañas propagandísticas orientadas a provocar el miedo y el alarmismo social como estrategia
de aceptación de las medidas adoptadas, deberíamos plantearnos seriamente la posibilidad de que la declaración del Estado de alarma en España haya sido motivada por
factores políticos y económicos ajenos a un planteamiento puramente “científico” o
“biológico” de la crisis.
LA PESTE Y LA VIRUELA
Según Foucault, existen dos modelos paradigmáticos en la política de poblacio103
nes, que derivan directamente de dos posibles formas de enfrentarse a una epidemia:
el modelo disciplinar, derivado del tratamiento de la peste, y el modelo securitario,
derivado del tratamiento de la viruela. Mientras que el modelo del tratamiento de la
lepra se reducía a la simple expulsión de los infectados, el modelo disciplinar desarrolló grandes dispositivos de vigilancia y gestión del espacio con el objetivo de controlar la conducta de sus usuarios sanos. El objetivo ya no era excluir a los enfermos,
sino regular el comportamiento de aquellos que podían infectarse. Para lograrlo, la
gestión de la peste siempre se hacía mediante un control estricto de la movilidad y
los hábitos de todos los ciudadanos, indicando a la población cuándo podían salir,
cómo, a qué horas, qué debían hacer en sus casas, qué tipo de alimentación debían
seguir, qué tipos de contacto podían tener y cuáles no, obligándoles incluso a presentarse periódicamente ante inspectores o a dejarles entrar en sus casas. En palabras
del propio Foucault, el modelo disciplinar “fija los procedimientos de adiestramiento
progresivo y control permanente” de cada individuo.
Es preocupante la facilidad con la que renunciamos a nuestros derechos más fundamentales y otorgamos potestades soberanas al poder ejecutivo cada vez que se
produce un alarmismo social.
Por su parte, el modelo securitario no busca tanto la normalización de la conducta
de cada individuo como asegurar que el conjunto de la población se mantiene dentro
de unos márgenes controlados que no se alejan demasiado de la media estadística (de
individuos sanos). En este sentido, el control de la viruela no limitaba en modo alguno la libertad ni la movilidad espacial de los individuos, sino que se ejercía mediante
prácticas obligatorias de inoculación (vacunación), que asegurasen que siempre iba a
haber un número suficiente de individuos con los anticuerpos necesarios para no desarrollar, ni por tanto contagiar y diseminar, el virus. Las muertes de una minoría de
implicados eran aceptadas como algo completamente normal siempre y cuando existiese la garantía de que hay un número de personas no vulnerables a la enfermedad
que impiden su propagación a escala epidémica. Concretamente, Norbert Wiener
mostró hace más de medio siglo que las matemáticas con las que puede calcularse
el riesgo de propagación de un virus eran prácticamente las mismas con las que se
calculaba el riesgo de propagación de un incendio. En el primer caso, se trata de la
proporción existente entre el número de individuos susceptibles de contagio frente al
que han desarrollado los anticuerpos. En el segundo, de la proporción existente entre
el número de partículas combustibles frente al de partículas incombustibles. Tal y
como afirmaba Foucault, el “problema fundamental va a ser saber cuántas personas
son víctimas de la viruela, a qué edad [se producen la mayor parte de los casos], con
qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o secuelas [tiene], y qué riesgos se corren
al inocularse”.
Desde este punto de vista, la gran diferencia entre la gripe y el coronavirus radica
en que todas las epidemias mundiales de gripe que se suceden anualmente cuentan
con rápidas y efectivas campañas de vacunación que aseguran que la epidemia no se
descontrolará. En el caso del coronavirus en cambio, aún no hay vacuna, si bien cada
vez son más las personas curadas que han desarrollado o se espera que desarrollen en
104
los próximos días los anticuerpos necesarios que les permitan funcionar socialmente
como un cortafuegos de la epidemia. El Estado de alarma se ha tomado como una
medida preventiva para el control de contagios que funciona según el modelo disciplinar de gestión de la peste, mientras la mayor parte de infectados genera en su casa
los anticuerpos necesarios que permitan volver a instaurar un modelo de gestión securitario. A nivel de gestión de epidemias esto es algo suficientemente conocido que
no supone mayor problema. El problema que realmente debería preocuparnos a nivel
social no es tanto el control del virus ―cosa que se va a hacer tarde o temprano―,
como el origen económico de las principales presiones a las que ha sido sometido el
poder ejecutivo de España para declarar el Estado de alarma, y la facilidad con la que
dicha decisión ha sido obedecida por las instituciones políticas, así como socialmente aceptada (e incluso aplaudida y bienvenida) por la mayor parte de la población.
SOBERANÍA Y BIOPODER
Guste o no escucharlo, hace ya décadas que España no es un Estado soberano. La
Constitución Española podrá afirmar en su primer artículo que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, si bien la
práctica totalidad de las competencias que Jean Bodin o Carl Schmitt atribuían a la
soberanía, como eran el poder de emitir moneda o el derecho de última instancia,
ya no se encuentran entre los poderes del Estado. Del mismo modo, el principal
atributo del soberano según Schmitt ―la capacidad de declarar los estados de sitio
o excepción―, en nuestro caso reducido al estado de alarma, es una decisión cuyo
origen último debería ser buscado más en unos poderes fácticos que tratan de dar una
apariencia de dominio efectivo de la situación, ante unos posibles disturbios sociales
que suman al país en “la anarquía”, que como una medida única y exclusivamente
sanitaria. Lo que la declaración del estado de alarma está diciendo al mundo no es
que Europa es capaz de controlar una epidemia, sino que Europa tiene un soberano
que no es tanto el Parlamento o “el pueblo” como el Banco Central Europeo (BCE).
Si en el pasado el soberano era aquel capaz de declarar el estado de guerra, y por
tanto de identificar al enemigo público, ello se debía a que durante la mayor parte de
la historia la guerra ha sido uno de los mayores miedos de la población. En la actualidad, en cambio, si bien el terrorismo sigue siendo uno de los leitmotivs principales
con los que ejercer el poder soberano en perjuicio de los derechos fundamentales de
los individuos, está claro que el miedo a una pandemia es una cuestión todavía más
efectiva para ejercer un poder soberano que garantice el control de la movilidad de
los individuos, y ello con el pleno consentimiento de los mismos.
Lo primero que deberíamos temer no es tanto la epidemia en sí como nuestro oscuro deseo de un Leviatán que lo solucione todo “con mano firme”.
En un mundo cada vez más conectado y con una densidad poblacional nunca
vista ―recordemos que desde el año 2000 más del 50% de la población mundial
vive en ciudades y que el porcentaje se espera que llegue al 80% para 2050―, las
crisis epidémicas a nivel mundial van a ser cada vez más habituales. A este respecto,
resulta crucial tener en cuenta que el modo en que gestionemos esta crisis sanitaria
va a servir como pauta y modelo para una gran cantidad de casos futuros. El coro105
navirus pasará, pero las decisiones políticas tomadas durante esta crisis es probable
que duren mucho más. Debido a ello, deberíamos reflexionar mínimamente si el
recurso inmediato al alarmismo social, el saqueo de supermercados y la gestión soberana-autoritaria de la crisis por parte de los poderes políticos, desde el momento
en que el BCE dice que hay que tomar medidas drásticas, es el mejor protocolo que
podemos desarrollar.
En el caso de Roma, el paso de la República al Imperio se debió a una gestión
soberana del poder que pusiera fin a los disturbios y las guerras civiles. Del mismo
modo, el origen de la mayor parte de los Estados y monarquías absolutas europeas
a lo largo del siglo XVII fue consecuencia de las crisis y disturbios originados por
las guerras de religión. En la era de la biopolítica y la movilidad tecnológica, lo más
probable es que en caso de producirse un nuevo devenir autoritario de los regímenes
políticos occidentales, ello sea justificado por una gestión de los disturbios sociales
que pueda provocar una epidemia y/o un posible escenario de carencia de recursos.
A este respecto, no deberíamos olvidar nunca que es precisamente en los casos de
mayor alarmismo social cuando todo el mundo reclama un soberano que venga y lo
proteja. Ante esta situación, lo primero que habría que temer no sería tanto la epidemia en sí como nuestro oscuro deseo de un Leviatán que lo solucione todo “con
mano firme”. Ahora más que nunca, la primera cosa que deberíamos recordar no es
otra que la primera consigna de todo auténtico revolucionario libertario. Precisamente aquella que fue negada por el Hegel más conservador en su defensa del Estado:
Fiat iustitia, pereat mundus!
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¿A quién vamos a matar?
Las formas de producción, distribución y consumo propias del capitalismo son las que
están generando la crisis climática, no el mero aumento de la población. Sin embargo, la
desinformación o el desconcierto ante el covid19 ha dado relevancia a discursos teñidos de
la peligrosa ideología del ecofascismo.
Layla Martínez
25 mar 2020 06:01
Un jabalí pasea tranquilamente por la calle Balmes, en Barcelona. Atraviesa una
Diagonal desierta y silenciosa y sigue su camino. Alguien lo graba con el móvil y
lo sube a las redes sociales. En pocos minutos, el vídeo acumula miles de reproducciones. La imagen es hermosa, pero también inquietante. Se parece demasiado
a las escenas apocalípticas que hemos visto cientos de veces en el cine y la televisión. El vídeo se viraliza en unos minutos y comienza a extenderse por Twitter,
por Facebook, por WhatsApp. No es el único de este tipo que ha circulado por las
redes sociales en los últimos días. Hemos visto también pavos reales en las calles
de Madrid, delfines en el puerto de Cagliari, peces en los canales de Venecia. Los
vídeos aparecen acompañados de comentarios. Un buen número de ellos afirma que
esas imágenes son la prueba de que la verdadera pandemia es el ser humano, que el
verdadero virus somos nosotros.
No es la primera vez que leemos este tipo de afirmaciones desde la extensión del
covid19. La reducción de los niveles de contaminación en Wuhan, el primer foco de
extensión de la pandemia, también fue interpretada por un buen número de usuarios
de las redes sociales como una prueba de que el planeta se defendía de la nocividad
del ser humano creando una enfermedad para la que no teníamos cura. La Tierra se
purgaba de la plaga humana. Gaia se vengaba de nosotros.
La mayoría de estos tuits y posts no tenían una reflexión estructurada detrás. Eran
simples comentarios rápidos que mezclaban ecologismo mal entendido, culpa judeocristiana y cultura de la distopía. Sin embargo, aunque las personas que los lanzaban a las redes no fueran conscientes de ello, compartían un marco de pensamiento
peligroso. No solo porque eran tremendamente insensibles con el sufrimiento de
miles de personas que están viendo enfermar y morir a sus seres queridos, que están
luchando ellos mismos contra el virus o que están afrontando despidos y pérdida de
ingresos, sino también porque contribuían a extender el sustrato necesario para el
desarrollo de una ideología peligrosa, el ecofascismo.
Las semillas del ecofascismo
Detrás de la afirmación de que el ser humano es una plaga para el planeta está la
idea de que la solución a la crisis ecológica es la eliminación de parte de la población. En este marco de pensamiento, lo que se identifica como causa de la crisis es el
107
exceso de seres humanos, por lo que la muerte de una buena cantidad de ellos sería
la única posibilidad de restaurar el equilibrio ecológico.
La pregunta entonces es ¿quién va a morir? Parece difícil creer que las personas
que defienden este tipo de ideas estén pensando en organizar el suicidio colectivo de
su familia o asesinar a sus amigos. Lo más probable es que piensen que eso no va a
sucederles a ellos, que van a estar en el grupo de población que no se vea afectado
por esa medida. ¿A quién vamos a considerar “desechable” entonces? ¿Qué población vamos a eliminar? En una sociedad capitalista parece bastante plausible que se
esgrimiesen criterios de productividad y meritocracia, que en realidad solo encubrirían una tremenda violencia de clase contra los de más abajo. Los “desechables”
probablemente serían los expulsados del sistema, como las personas sin techo, los
inmigrantes ilegales o los habitantes de poblados chabolistas y barriadas de infraviviendas. Esto puede parecer exagerado, pero basta un vistazo a la historia de violencia contra estos colectivos para darnos cuenta de que no es tan lejano.
Otra posibilidad sería que, desde esta ideología ecofascista, se quisiese aplicar un
criterio demográfico. En la actualidad, la zona del mundo que presenta una mayor
tasa de crecimiento de población es el África subsahariana, así que parece bastante
probable que los países occidentales quisieran externalizar el exterminio de población a esta zona. La historia de violencia colonial niega cualquier tentación de considerarlo exagerado.
Si seguimos el razonamiento de muchos de los comentarios en redes sociales, parece que es el propio planeta el que se va a hacer cargo de la “purga” de la población
a través de pandemias y enfermedades
Más allá del exterminio directo de la población, se podrían optar por medidas
como la esterilización. De nuevo, surge la misma pregunta ¿las personas que piensan
que el ser humano es una plaga están considerando esterilizar a sus amigos, a sus
seres queridos? ¿A quién vamos a esterilizar? Las esterilizaciones masivas tampoco
son nuevas en la historia, ni ajenas a las democracias liberales: el Perú de Fujimori
esterilizó sin consentimiento a 300.000 personas, la mayoría mujeres indígenas, entre 1996 y 2001; Japón esterilizó a 25.000 personas con enfermedades hereditarias o
diversidad funcional entre 1948 y 1996 gracias a la Ley de Protección de la Eugenesia que buscaba “un Japón mejor”; Estados Unidos esterilizó forzosamente a más de
60.000 personas en la primera mitad del siglo XX, gracias a leyes de eugenesia que
daban potestad a los funcionarios públicos para esterilizar a personas consideradas
“no aptas” para tener hijos, la mayoría mujeres negras, indias, latinas y con diversidad funcional. Y podríamos seguir con decenas de ejemplos más por todo el mundo.
Otra posibilidad sería establecer políticas de limitación del número de hijos, como
la política del hijo único vigente en China durante varias décadas. Sin embargo, con
una natalidad desplomada en Occidente, lo más probable es que de nuevo esto se
aplicase, haciendo uso de un alto grado de violencia colonial, a las zonas del mundo
que tienen una tasa de fecundidad superior a la tasa de reposición, como África subsahariana o Asia occidental.
Si seguimos el razonamiento de muchos de los comentarios en redes sociales, pa108
rece que es el propio planeta el que se va a hacer cargo de la “purga” de la población
a través de pandemias y enfermedades. Esto va bien para descargarnos de la responsabilidad de tener que asesinar o esterilizar, pero lo cierto es que es bastante absurdo.
El planeta no es un ente con capacidad de pensar, no hace planes, no se venga del
daño que le han causado los humanos. Esta especie de ecofascismo místico que antropomorfiza al planeta no solo no resiste ningún tipo de razonamiento lógico, sino
que además es bastante desconsiderado con el sufrimiento de enfermos y familiares.
Tienes que ser una persona bastante terrible para decirle a alguien que acaba de perder a su madre que en realidad es un sacrificio de Gaia.
Desviar el foco
El marco ideológico del ecofascismo no es ajeno a algunos de los principales partidos de extrema derecha europeos. El Frente Nacional de Marine Le Pen o el Fidesz
de Viktor Orban ya han hablado en varias ocasiones de la necesidad de endurecer
el cierre de fronteras como medida de lucha contra el cambio climático. En una
entrevista hace unos meses, Le Pen argumentaba que la preocupación por el clima
es “inherentemente nacionalista” y que los “nómadas”, como llama a los migrantes,
“no se preocupan por el medio ambiente porque no tienen patria”. De momento, las
medidas que proponen no incluyen el exterminio o la esterilización forzosa de la
población, pero parece irresponsable alimentar en redes el sustrato de este marco
ideológico. Al fin y al cabo, solo hay un paso entre uno y otro, y la experiencia histórica ya nos advierte de lo sencillo que es recorrerlo.
Pero además de contribuir a extender las semillas del ecofascismo, los comentarios que señalan el exceso de población como causa de la crisis ecológica también
desvían el foco del problema principal: el capitalismo. Las formas de producción,
distribución y consumo propias del capitalismo son las que están generando la crisis
climática, no el mero aumento de la población. Esta misma población, con otra forma de organización social, podría vivir de forma sostenible.
Un estudio publicado en la revista Nature en enero de este mismo año mostraba
que el planeta sería capaz de alimentar a 10.000 millones de personas, casi 3.000
millones más que en la actualidad, sin sobrepasar los límites ecológicos. Para ello,
claro, serían necesarios cambios en la producción y en la dieta, como el descenso
en el consumo de carne, la sustitución de unos alimentos por otros o la reducción
del regadío y la fertilización química en determinadas zonas del planeta. El informe
partía de un escenario capitalista, por lo que es fácil imaginar lo que podríamos hacer
en otro escenario.
No necesitamos medidas de control de la población ni esterilizaciones masivas, y
tampoco necesitamos pandemias que lo hagan por nosotros
Responsabilizar de la crisis climática al conjunto de la población por igual también supone desviar el foco del problema de clase. La realidad, sin embargo, es que
el 10% de la población más rica del planeta genera la mitad de las emisiones derivadas de los hábitos de consumo. La mitad más pobre del planeta, en cambio, solo
contribuye con un 10%. Las medidas destinadas a reducir la población parecen poco
efectivas para hacer frente a una contaminación que es producida de forma mayori109
taria por un conjunto bastante pequeño de la población mundial.
Si de verdad nos preocupa la crisis ecológica y esta no es una mera excusa para
imponer políticas de cierre de fronteras y control de la población, deberíamos poner
el foco en las relaciones de producción y consumo capitalistas y no en la cifra global
de población. Y si nos preocupan las tasas de natalidad de algunas zonas del planeta
─según los datos de la ONU la global ya descendió hasta el 2,3 mujeres por hijo,
muy cerca de la tasa de reposición de 2,1─ deberíamos hacernos fervientes feministas, porque si algo nos ha demostrado la experiencia histórica es que las tasas de
natalidad descienden cuando las mujeres tienen el control sobre sus propios cuerpos
y pueden acceder libremente a métodos anticonceptivos y a abortos seguros.
No necesitamos medidas de control de la población ni esterilizaciones masivas,
y tampoco necesitamos pandemias que lo hagan por nosotros. Necesitamos acabar
con un sistema de producción y consumo que está llevándonos a una crisis ecológica
sin precedentes y que ha supuesto ya el exterminio de cientos de miles de especies.
Necesitamos entender que el capitalismo es un sistema fracasado que no es capaz de
garantizar la supervivencia en el planeta y que debe ser sustituido por otra forma de
organización social. Frente al riesgo de la extensión del ecofascismo, necesitamos
articular un ecosocialismo que será necesariamente diferente del socialismo del siglo
pasado, pero que nos permitirá garantizar la supervivencia de todos los habitantes
del planeta ─humanos y no humanos─ y asegurar la mejor de las vidas posibles
para todos, no solo para unos pocos. Quizá, como decía el filósofo Jason Read hace
unos días, la elección del siglo XXI ya no es entre socialismo o barbarie, sino entre
socialismo o extinción.
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Coronavirus: ¿reacción y represalia de Gaia?
Leonardo Boff / 2020-03-17
Todo está relacionado con todo: es hoy un dato de la conciencia colectiva de los
que cultivan una ecología integral, como Brian Swimme y tantos otros científicos y el
Papa Francisco en su encíclica “Sobre el cuidado de la Casa Común”. Todos los seres del
universo y de la Tierra, también nosotros, los seres humanos, estamos envueltos en intrincadas redes de relaciones en todas las direcciones, de suerte que no existe nada fuera
de la relación. Esta es también la tesis básica de la física cuántica de Werner Heisenberg
y de Niels Bohr.
Eso lo sabían los pueblos originarios, como lo expresan las sabias palabras del cacique
Seattle en 1856: “De una cosa estamos seguros: la Tierra no pertenece al hombre. Es el
hombre quien pertenece a la Tierra. Todas las cosas están interligadas como la sangre que
une a una familia; todo está relacionado entre sí. Lo que hiere a la Tierra hiere también
a los hijos e hijas de la Tierra. No fue el hombre quien tejió la trama de la vida: él es
meramente un hilo de la misma. Todo lo que haga a la trama, se lo hará a sí mismo”. Es
decir, hay una íntima conexión entre la Tierra y el ser humano. Si agredimos a la Tierra,
nos agredimos también a nosotros mismos y viceversa.
Es la misma percepción que tuvieron los astronautas desde sus naves espaciales y desde la Luna: Tierra y humanidad son una misma y única entidad. Bien lo declaró Isaac
Asimov en 1982 cuando, a petición del New York Times, hizo un balance de los 25 años
de la era espacial: “El legado es la constatación de que, en la perspectiva de las naves espaciales, la Tierra y la humanidad forman una única entidad (New York Times, 9 de octubre de 1982)”. Nosotros somos Tierra. Hombre viene de húmus, tierra fértil, el Adán
bíblico significa hijo e hija de la Tierra fecunda. Después de esta constatación, nunca
más ha apartado de nuestra conciencia que el destino de la Tierra y el de la humanidad
están indisociablemente unidos.
Desafortunadamente ocurre aquello que el Papa lamenta en su encíclica ecológica:
“nunca hemos maltratado y herido tanto a nuestra Casa Común como en los dos últimos siglos” (nº 53). La voracidad del modo de acumulación de la riqueza es tan devastadora que hemos inaugurado, dicen algunos científicos, una nueva era geológica:
la del antropoceno. Es decir, quien amenaza la vida y acelera la sexta extinción masiva,
dentro de la cual estamos ya, es el mismo ser humano. La agresión es tan violenta que
más de mil especies de seres vivos desaparecen cada año, dando paso a algo peor que el
antropoceno, el necroceno: la era de la producción en masa de la muerte. Como la Tierra
y la humanidad están interconectadas, la muerte se produce masivamente no solo en
la naturaleza sino también en la humanidad misma. Millones de personas mueren de
hambre, de sed, víctimas de la guerra o de la violencia social en todas partes del mundo.
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E insensibles, no hacemos nada.
No sin razón James Lovelock, el formulador de la teoría de la Tierra como un superorganismo vivo que se autorregula, Gaia, escribió un libro titulado La venganza de Gaia
(Planeta 2006). Calculo que las enfermedades actuales como el dengue, el chikungunya,
el virus zica, el sars, el ébola, el sarampión, el coronavirus actual y la degradación generalizada en las relaciones humanas, marcadas por una profunda desigualdad/injusticia
social y la falta de una solidaridad mínima, son una represalia de Gaia por las ofensas que
le infligimos continuamente. No diría como J. Lovelock que es “la venganza de Gaia”,
ya que ella, como Gran Madre que es, no se venga, sino que nos da graves señales de que
está enferma (tifones, derretimiento de casquetes polares, sequías e inundaciones, etc.);
y, al límite, porque no aprendemos la lección, toma represalias como las enfermedades
mencionadas.
Recuerdo el libro-testamento de Théodore Monod, tal vez el único gran naturalista
contemporáneo, Y si la aventura humana fallase (París, Grasset 2000): «somos capaces
de una conducta insensata y demente; a partir de ahora se puede temer todo, realmente
todo, inclusive la aniquilación de la raza humana; sería el precio justo de nuestras locuras
y crueldades» (p.246).
Esto no significa que los gobiernos de todo el mundo, resignados, dejen de combatir
el coronavirus y de proteger a las poblaciones ni de buscar urgentemente una vacuna
para combatirlo, a pesar de sus constantes mutaciones. Además de un desastre económico-financiero puede significar una tragedia humana, con un número incalculable de
víctimas. Pero la Tierra no se contentará con estas pequeñas contrapartidas. Suplica una
actitud diferente hacia ella: de respeto a sus ritmos y límites, de cuidado a su sostenibilidad y de sentirnos, más que hijos e hijas de la Madre Tierra, la Tierra misma que siente,
piensa, ama, venera y cuida. Así como nos cuidamos, debemos cuidar de ella. La Tierra
no nos necesita. Nosotros la necesitamos. Puede que ya no nos quiera sobre su faz y siga
girando por el espacio sideral pero sin nosotros, porque fuimos ecocidas y geocidas.
Como somos seres de inteligencia y amantes de la vida podemos cambiar el rumbo de
nuestro destino. Que el Espíritu Creador nos fortalezca en este propósito.
............
Leonardo Boff, es un teólogo, ex-sacerdote franciscano, filósofo, escritor, profesor y
ecologista brasileño. Su hermano, Clodovis Boff, es un teólogo católico de la orden de
los Siervos de María, cercano a la Teología de la Liberación.
112
COVID19 – Instrumento de control mundial
Damas y caballeros, la función va a empezar. No.... comenzó hace mucho, ¿Os
gustan los dramas de ciencia ficción?
Por Luis Felipe Ospitia Ramírez - 05/03/2020
A mi compañero de trinchera Alfonso Sánchez Santiago,
Desde hace años la poderosa industria cinematográfica y televisiva americana nos
inunda con sus mega-producciones apocalípticas, mostrándonos como el Armagedón
diezma a la humanidad, la amenaza biológica oportunamente es invisible y silenciosa
de la cual no se conoce cura y desconcierta a la comunidad científica, los investigadores
y personal sanitario ataviados con sus monos blancos y mascarillas, trabajan de forma
frenética atendiendo a los afectados y en la elaboración de la vacuna que salve a la raza
humana y ponga fin a esta pesadilla.
Mientras tanto el Estado en pos del bienestar general, decide de forma unilateral
la cuarentena de las áreas afectadas para impedir la propagación del patógeno, confinando a la población en guetos enfrentando dos grandes problemas, verse rodeados
de la enfermedad y afrontar la escasez de alimentos y medicinas.
Nadie puede salir y quien lo haga corre el riesgo de ser detenido y en el peor de los
casos acribillado.
Se deteriora la salud mental y física de los individuos que por la desesperación al ver
sus libertades y derechos limitados, los conduce irremediablemente a la desesperación,
irascibilidad y violencia hacia sus semejantes, el hombre se convierte en el lobo del
hombre y los infectados en parias sociales siendo un riesgo para los supervivientes.
Las áreas de control cada vez se hacen más extensas, desde un pequeño mercado de
abastos, un pueblo, una ciudad, hasta países enteros.
Pero los ciudadanos deben mantener la calma y seguir de forma ciega las indicaciones que se vierten desde la OMS con la complicidad de los políticos por medio
de los massmedia que bombardean a la población con información manipulada.
El Estado como buen padre, vela por nuestra seguridad y nos brinda su protección
expresada en las opresoras fuerzas de seguridad que a base de imponerse mantienen el
orden y la paz.
Es curioso como todo este material audiovisual está construido bajo la misma premisa,
son historias sencillas y directas alimentadas por el miedo, es así como en el imaginario
colectivo se ha normalizado que el esperpento del COVID19 es una amenaza porque previamente nos han sugerido la posibilidad que estas ficciones se conviertan
en realidad, respaldadas por la seudo ciencia siempre presente que corrobora el cuento,
113
explicando las situaciones con su dogma todopoderoso e incuestionable.
La realidad no ha superado la ficción, tan solo es un calco cutre.
La Seudo Ciencia de la que hace gala la OMS dicta los protocolos de actuación, su
proceder es al servicio de las farmacéuticas y el Capital Supranacional, no pasan del chamanismo y la superstición aprovechándose de la ignorancia para infundir miedo,
no es la primera vez que nos la juegan, anteriormente obligaron al aprovisionamiento
mundial de medicinas inútiles y con graves efectos secundarios, enriqueciendo a las
farmacéuticas Roche y GSK con sus respectivos medicamentos Tamiflu y Relenza, hoy
con el COVID19 la historia se repite, es solo cuestión de tiempo para que se anuncie
a bombo y platillo la cura milagrosa, estás amenazas aparecen de forma cíclica,
mañana vendrá otra cosa.
El COVID19 genera pérdidas en las economías domésticas como lo visto con la cancelación del MWC en Barcelona y próximos eventos están pendientes de confirmación.
Esta «amenaza» está deprimiendo la economía Italiana, los principales focos de contagio están localizados en Lombardía y Véneto, las regiones más ricas que suman aproximadamente 1/3 de la producción nacional y en torno a un 40% de las exportaciones.
Como profetizaban los enlatados americanos, pueblos y ciudades están en cuarentena, nadie entra ni sale, el turismo uno de los motores económicos del país se ha
visto paralizado.
Pero para cada problema siempre hay una solución, el Comisario europeo para salud y
seguridad alimentaria, Stelle Kyriakides, ha anunciado que la UE aportará 230 millones
de euros para combatir la amenaza que se repartirán de la siguiente forma:
– 114 millones de euros serán expoliados por la OMS, para el llamamiento y preparación mundial.
– 15 millones de euros, apoyo a países afectados.
– 100 millones de euros en financiación de investigación, desarrollo de vacunas y
tratamiento.
– 3 millones de euros para el suministro de equipos de protección personal y repatriaciones de ciudadanos de la UE.
Esta es una primera partida lo que se traduce en un mayor endeudamiento de los
países que requieran apoyo económico, os aseguro que no es solidaridad ni caridad, el
FMI y el Banco Mundial están deseando hacer caja.
Hoy es Italia, mañana afectará a otros países del entorno, el COVID19 es una herramienta muy oportuna para seguir asfixiando económicamente a los países del sur de
Europa, la excusa perfecta para una nueva crisis económica a nivel global.
¿Acaso no nos han estado preparando durante todos estos años para que
aceptemos sin titubear estás amenazas biológicas?, solo es cuestión de utilizar la lógica, me remito a los hechos, su modus operandi ha sido vendernos la moto mostrándonos
previamente sus características, antes que pretender que nos creamos el cuento sin antes
conocerlo, de lo contrario no hubiese colado.
Se necesita de la ignorancia para cultivar el miedo hacia un enemigo ficticio.
El COVID19 no pasa de ser una gripe más moderada que la normal, su tasa de
114
mortalidad es muy baja, las víctimas son personas mayores con problemas médicos
previos y quienes tienes su sistema inmunitario debilitado, como es normal, lo han dicho hasta la saciedad, por tanto su actual dinámica es una contradicción y una falta de
respeto a nuestra inteligencia.
Tenemos dos caminos a seguir, subirnos en el tren de la bruja hacia la casita del terror
tragando lo que dicte el capital, o imponernos socialmente en contra de este truco de
magia barato con el que pretenden recortar sutilmente nuestros derechos y libertades y
en que estos desaprensivos están deseando robarnos a cara descubierta, con sus pócimas
milagrosas y ayudas financieras.
..........................
Luis Felipe Ospitia Ramírez
http://
Nacido el 23 de abril de 1975 en Santa Fe Bogotá D.C. Sus dos patrias España y Colombia, estudió Ingeniería Técnica Industrial en la Universidad Distrital Francisco José
de Caldas, su vocación el trabajo y servicio social, implicado en derribar barreras para
hacer más accesibles los contenidos a personas con discapacidades visuales y auditivas.
Autor de un Audio Blog político con cerca de 100 publicaciones, en continuo proceso
de construcción. Residente en Huelva, militante activo y comprometido en todas las reivindicaciones sociales. Republicano su inclinación política es transversal y de Izquierdas.
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Alternativa España: por un programa de reconstrucción nacional y social
“Se puede decir que estamos ante un nuevo fracaso de Europa y que, para cambiar nuestra sociedad, hace falta partir de España como Estado nación”
“Hay dos problemas íntimamente conectados entre sí: la crisis del coronavirus y
la necesaria reconstrucción de un país devastado económicamente”
“El tipo de salida a esta crisis marcará el tipo de recuperación y de reconstrucción social en el país”
IdeasOpinión
Manolo Monereo El martes, 24 de marzo de 2020
Vecinos se asoman a sus balcones para animar con sus aplausos a los servicios
sanitarios que se encuentran en los hospitales atendiendo a los afectados por el
COVID-19, este lunes en Ourense. Brais Lorenzo (Efe)
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“Creo en ti, patria. Digo
lo que he visto: relámpagos
de rabia, amor en frío, y un cuchillo
chillando, haciéndose pedazos
de pan: aunque hoy hay solo sombra, he visto
y he creído”
Blas de Otero, 1955
Nada será igual. Lo que no sabemos es cuando se parará la crisis del coronavirus y,
sobre todo, sus costes morales, económicos, sociales y políticos. A mi juicio, la palabra
clave es memoria, tener memoria de lo que ha pasado, de dónde venimos y, desde ella,
hacerla fundamento de una propuesta de país, de eso que llamamos España. Hay que
partir de la crisis del 2008 y recordar aquellas cosas que hoy se repiten de nuevo: refundar el capitalismo, la inoperancia de la Unión Europea, la necesidad imperiosa de
la intervención del Estado, la promesa del reparto equitativo de la crisis y que nadie se
quedaría descolgado. Díaz Ferrán, presidente de la patronal y hoy creo que en la cárcel,
lo dijo dramáticamente: hay que suspender temporalmente el mercado y las instituciones deben de intervenir de forma inmediata y radical. Luego vino lo que ya sabemos.
Nunca se parte de cero y ya conocemos algunas cosas: 1) Nuestra fragilidad como
especie; nos hemos construido desde ella, inadaptados estructuralmente al medio y
carentes de especialización; somos una especie indigente que está obligada a construirse un “mundo” en el mundo, generando artefactos y obligados a un hacer consti116
tutivo. Es una dinámica omnipresente y sin límites. 2) Animales racionales y dependientes. No hay libertad fuera de la comunidad ni derechos fuera del Estado; somos
(inter)dependientes toda nuestra vida como seres humanos; lo que cambia es nuestra
autonomía (relativa); lo somos en la infancia, en la juventud, como adultos y como
ancianos. La contradicción más significativa es que el sistema (capitalista), no solo
no reconoce estas bases de la reproducción social, sino que se opone radicalmente a
ellas desde una lógica presidida por la mercantilización de las relaciones sociales. 3)
No hay economía sin Estado ni sector privado al margen de las instituciones públicas. Esto se desvela siempre en las crisis y nos viene a decir que el capitalismo vive
e hinca sus raíces en la reproducción social y de la vida y que, periódicamente, se
enfrenta a ellas necesitando imperiosamente la intervención de los poderes públicos.
4) El Estado nación como fundamento. Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero a la hora de la verdad, solo tenemos el Estado nación y sus fronteras. Uno
siente vergüenza ajena cuando se habla de este como si fuese un demiurgo totalizante
y totalizador; lo que hay es un sistema de Estados ordenados jerárquicamente que
institucionalizan un determinado sistema mundo. Hay muchos tipos de Estados en
sus relaciones con el capitalismo y en su modo de insertarse en la economía internacional.
Memoria, sí, memoria. Lo entiendo y lo comprendo: el sueño europeo ha marcado nuestra vida colectiva. Siglos de postración, de decadencia, han ido generando
un enorme complejo de inferioridad. Este relato ha sido una constante. Se perdió
el “tren” de la modernidad y solo era posible ya la modernización. Ser como ellos,
parecerse a ellos y fugarse de una España marcada por las guerras civiles, por una
oligarquía patrimonialista feroz, de los recurrentes golpes de Estado y de la dictadura. El gobierno de Felipe González significó eso, la fuga de España, de su historia,
de sus tradiciones, la modernización definitiva. Europa nos salvaría, nos financiaría
y nos ayudaría a construir el Estado de bienestar que nunca tuvimos. Todo esto se
convirtió en sentido común y en fundamento de un consenso social que todavía dura.
¿Cogido con alfileres? Sí, pero todavía dura, sobre todo en nuestras élites políticas.
La amargura con la que se habla hoy de Europa es muy parecida a la que vivimos
con las políticas de austeridad. Se puede decir que estamos ante un nuevo fracaso
de Europa y que, para cambiar nuestra sociedad, hace falta partir de España como
Estado nación. Las palabras engañan; ser o no europeo no se elige, lo somos o no
lo somos; podemos complicar el modelo y hablar de varias Europas y de diversas
y contradictorias culturas nacionales. Pero no se está hablando de Europa sino de
la Unión Europea que es otra cosa, a veces radicalmente diferente. La “ideología
europeísta” oculta que se está hablando, de un modo concreto y específico, de la
integración europea, la UE; es decir, un conjunto de instituciones, organizadas por
los Estados a través de tratados y que se ha ido configurando progresivamente en un
ordenamiento jurídico hegemónico frente a las constituciones de los Estados singularmente considerados. Cuando se dice, como antes y ahora, que la UE (atención, no
Europa) no está a la altura de las circunstancias, es equivocarse de análisis y olvidar
la memoria histórica.
117
La UE no está para resolver los problemas de los ciudadanos, ni siquiera para ayudar a los Estados a gestionar crisis económicas, pandemias o males sociales varios.
Es pedir peras al olmo; es decir, hacer ideología y no análisis de la correlación real
de fuerzas. La UE surge y se desarrolla para imponer una lógica social basada en las
cuatro libertades (libre circulación de capitales, personas, bienes y servicios) y en la
oposición radical al tipo de poder político surgido después de la II Guerra mundial;
es decir, al Estado social y al constitucionalismo democrático y, mucho más allá, a
un conflicto de clases que hacía ingobernables las democracias y que auspiciaban
un nuevo tipo de sociedad, otras estructuras de poder y unas relaciones personales
basadas en el control social de la economía.
La UE ha hecho bien su trabajo: despolitizó la economía pública, homogeneizó
a la clase política, neutralizó el conflicto social y constitucionalizó el neoliberalismo como el horizonte insuperable de nuestra época. Sus instituciones organizan,
disciplinan y dan coherencia a las distintas burguesías e implementan un conjunto
de políticas (ordo)liberales que construyen su mercado y unas nuevas relaciones
entre sociedad civil y política. La democracia como autogobierno desaparece y es
sustituida por complejos procedimientos multinivel que consagran el control de los
poderes económicos sobre los Estados. Pedir que la UE ayude a los ciudadanos está
bien como solicitud, pero pronto veremos que la “barra libre” para salvar Estados,
economía y, sobre todo, capital financiero, pasará factura a las clases trabajadoras y
a la ciudadanía.
Hay dos problemas íntimamente conectados entre sí: la crisis del coronavirus y
la necesaria reconstrucción de un país devastado económicamente, con problemas
sociales graves y moralmente sin horizonte. Los muertos, nuestros muertos, dejarán
huella y las poblaciones no creo que estén dispuestas a pagar los costes de la pandemia y, sobre todo, del conjunto de las medidas económicas que se van a poner en
práctica. Ahora todos somos buenos y nos queremos mucho; salir como sea y respirar. Sin embargo, el conflicto social seguirá y los poderes se moverán para dirigir a
unos países sin norte, con unas élites sin proyecto y con la inseguridad como horizonte. Para decirlo de otra manera, las sociedades van a cambiar y mucho. Esto es
inevitable; la dirección del cambio dependerá de la correlación de fuerzas, del sujeto
popular y de su capacidad de diseñar un proyecto alternativo de país.
Hay que decirlo con claridad, estamos ante una situación de emergencia sanitaria, económica, financiera y social de dimensiones desconocidas. Se habla, una y
otra vez, de economía de guerra pero se olvida lo fundamental, que esta supone la
supresión, más o menos temporal, del mercado y una planificación imperativa de la
vida económica y pública. Hay que hacer todo lo posible y lo necesario para salir de
una pandemia que está matando a miles de personas y que pone en riesgo a muchas
más. Ahora bien, el tipo de salida a esta crisis marcará el tipo de recuperación y de
reconstrucción social en el país. Los neoliberales saben mucho de eso; en el 2008
volvieron a usar la crisis como medio para imponer sus políticas, sus recortes sociales y de derechos y subordinar a las clases trabajadoras a la lógica implacable del
poder empresarial. Esto es lo que hay que entender ahora y no dejarse engañar por un
118
ambiente en el que el conflicto de clase desaparece, las contradicciones sociales se
opacan y las desigualdades de renta y de poder se difuminan. Tiempo habrá de hablar
de las medidas que se están tomando y se tomarán en el futuro próximo desde, hay
que entenderlo con precisión, una lógica marcada por la urgencia de la necesidad y
el tiempo del Estado de excepción.
El título de este artículo me ha dado cierto temor: reconstrucción nacional y social.
Creo que no hay otra y, de una vez, hay que solucionar la relación de la izquierda con
España. No se trata solo de disputarle la hegemonía a las derechas y a sus distintas
variantes asociadas al populismo; es algo más: construir un bloque histórico social
con voluntad de alternativa y de gobierno, teniendo como eje un nuevo proyecto de
país: Alternativa España. No será fácil y, para algunos, sonará a utópico. El realismo
de los “realistas” lo ha devorado ya esta crisis y ahora hay que improvisar aterrizando en la realidad que la normalidad ocultaba. Las propuestas alternativas están en
la sociedad, en el imaginario colectivo y en la memoria del 15M. Ahora mismo, de
lo que se trata es de tomar nota de la situación con ojos limpios; no dejarse engañar
por una coyuntura marcada por el miedo y la inseguridad y proponer un proyecto
viable y posible de reconstrucción nacional, económica, eco feminista y socialmente
avanzado.
.............................
Manolo Monereo es politólogo y fue diputado de Unidos Podemos (UP) por Córdoba.
119
Tiempo de virus
Manuel Castells
21/03/2020 00:13 Actualizado a 21/03/2020 01:52
Y de repente, todo cambió. Nuestra salud, nuestros hábitos, nuestra economía,
nuestra política, nuestra psicología, nuestro horizonte temporal y existencial. Aún
no hemos absorbido enteramente el choque brutal que esto representa para nuestras
vidas, en particular el miedo a la enfermedad o la pérdida de nuestros seres queridos.
No estábamos preparados para una pandemia de estas proporciones y con tal velocidad de propagación. La subestimamos cuando apareció, incluido yo mismo. Hay
esperanza de que podamos superarlo, al menos en su dimensión sanitaria, como
demuestra el hecho de que China y Corea ya parece que han conseguido doblegar el
contagio. Aunque China tardó más de un mes en tomar en serio la epidemia por ignorancia burocrática de los avisos que dieron los médicos de Wuhan, con el sacrificio
de la vida de uno de ellos.
Existe la tentación de resucitar fronteras y controles, desmintiendo la utopía liberal de “ciudadanos del mundo”
Ahora sabemos que lo único que funciona para detener la propagación es el aislamiento social. Así hicieron China y Corea con métodos diferentes. Además de hacer
pruebas a todo el mundo al menor síntoma, que fue esencial en Corea. Invirtiendo
masivamente desde el principio en material sanitario. En España no pudimos hacer
pruebas a todos simplemente porque no había instrumental suficiente. Esto ha cambiado, en parte mediante donación y compra de material, obtenido sobre todo de China, que está mostrando una solidaridad internacional que contrasta con otros países.
Claro que sólo nos veremos libres de esta plaga cuando tengamos fármacos de
ralentización del contagio y, después, una vacuna eficaz. Vacuna que probablemente
tendrá que aplicarse a la mayoría de la población del planeta para poder consolidar
las defensas que se vayan generando en nuestro sistema inmune. Si bien la capacidad
de mutación del virus aún se desconoce.
Ahora nos damos cuenta de la importancia de la ciencia y la tecnología para protegernos como especie de los desastres que nosotros mismos hemos generado. Porque la difusión masiva de un virus originado en un mercado de una ciudad china no
puede entenderse sin la globalización incontrolada en la que se basa nuestro sistema
económico y nuestra forma de vida. La globalización, que ha dinamizado la economía mundial y ha contribuido a la mejora de las condiciones de vida de una cuarta
parte de la población, también ha creado una interconexión para cualquier proceso,
sea el terrorismo, el cambio climático o epidemias antes localizadas.
120
Vivimos en una red global de redes globales que estructuran cada ámbito de la
actividad humana. De modo que todo lo que pasa funciona de acuerdo con una lógica
de red, en que cada nodo se comunica a múltiples nodos que a su vez amplifican las
conexiones a otros tantos nodos, lo que se llama small world phenomenon , en que
un solo nodo puede generar una gigantesca estructura dependiendo de su velocidad
de conexión. Así funcionan las telecomunicaciones y así funcionan los nuevos virus
que se expanden sin control hasta que encontremos el antídoto. Lo cual no previene
los futuros virus que pueda haber, en particular por transmisión de otras especies a
los humanos (por eso no deberíamos comer animales). Y como la globalización implica continuos movimientos de personas viajando de un continente a otro en pocas
horas, en un trasiego constante de actividades comerciales, burocráticas y turísticas,
la apertura de fronteras y relajación de controles que implica la globalización hacen
inoperantes los sistemas de protección del pasado. De ahí la tentación de resucitar las
fronteras y los controles de todo tipo, desmintiendo la utopía liberal de “ciudadanos
del mundo”. Tal vez el orden liberal sea la primera víctima de esta pandemia.
Más profundo aún es el cambio en lo personal. Nos vamos dando cuenta, sin
acabar de creerlo, como en una pesadilla, de la fragilidad de nuestras vivencias.
Rutinas instaladas en nuestro cotidiano y que ahora añoramos con la desesperación
de no haberlas valorado en su simplicidad. La maravilla de vivir y de relacionarse
libremente que en estos momentos se convierte en una amenaza constante, que vacía
de sentido lo que hacemos, aunque consigamos mantener nuestra sociabilidad por
internet, cuya utilidad ahora apreciamos en su justo valor.
Los problemas que se nos antojaban insoportables ahora cobran su verdadera dimensión de pequeñeces ante la amenaza de perder el trabajo, la enseñanza, la cultura, el respirar en un parque o mecerse en las olas. So pena de perder la salud o ser
sancionados por incívicos. Porque sólo aceptando esas limitaciones podremos salir
de esta crisis multidimensional, en que el virus corroe nuestros cuerpos, nuestra economía, nuestras aficiones y nuestras fantasías.
Saldremos, sí, pero no saldremos igual que entramos en este tiempo de virus.
Puede ser que tengamos que atravesar un largo periodo de cambio de modelo de
consumo. Pero también podría ser que salgamos regenerados, recuperando el simple
placer de vivir, anclados en nuestras familias, nuestras amistades y nuestros amores.
Porque más allá de la irritación normal de un largo periodo de encierro, son estos
sentimientos y nuestro apoyo mutuo lo que nos habrá sostenido. Tal vez reaprendamos el valor de la vida y ello nos permita prevenir las otras catástrofes que nos
esperan si seguimos en nuestra carrera destructiva y pretenciosa hacia no se sabe
dónde ni por qué.
..........................
https://www.lavanguardia.com/opinion/20200321/474278473999/tiempo-de-virus.html
Manuel Castells Oliván es un sociólogo, economista y profesor universitario español, ministro
de Universidades del Gobierno de España desde 2020. Está especialmente asociado con la investigación en sociedad de la información, comunicación y globalización.
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Salud urbana: en confinamiento, la desigualdad
se magnifica
Las medidas de control para superar la pandemia de COVID-19 afectan a unos y a otros
sectores de población de manera radicalmente distinta. En la actual situación, casi distópica,
se muestran con más claridad algunos determinantes sociales de la salud.
Manuel Franco
Casas y tiendas cerradas en Villaverde. La imagen forma parte del proyecto Photovoice Villaverde, cuyo investigador principal es el autor de este artículo.
La crisis del coronavirus en España continúa teniendo su foco en la ciudad de Madrid,
donde la transmisión comunitaria continúa aumentando. Hemos llegado a la fase del
confinamiento con restricciones de movimiento. No sabemos cuánto tiempo durarán.
Necesitamos que las medidas de distanciamiento físico entre personas sean efectivas.
También necesitamos saber ahora y en el futuro cercano cómo las medidas de control
para superar la pandemia de COVID-19 afectan a unos y a otros sectores de población
de manera radicalmente distinta.
Tenemos muchos ejemplos previos de cómo las crisis exacerban las desigualdades. En
la actual situación, casi distópica, se muestran con más claridad algunos determinantes
sociales de la salud. La capacidad de asumir el distanciamiento físico será mayor para
las personas confinadas que dispongamos de ciertos recursos en nuestras casas, barrios
y ciudades.
La capacidad de asumir el distanciamiento físico dependerá de factores sociales que
magnifican la desigualdad
Nos ayuda tener distracciones: televisión, películas, libros que no hemos leído todavía. Queremos comunicarnos con buenas conexiones a internet, teléfonos móviles y
tabletas. Es importante una buena tienda de alimentación cercana, un centro de salud y
un hospital donde nos atiendan o contesten al teléfono. Y, para que todo vaya bien, necesitamos un buen trabajo, la seguridad de no perderlo, una pensión digna, una buena
vivienda y una red de apoyo que nos escuche y ayude si algo va mal o muy mal.
Así, en esas condiciones, el confinamiento sería llevadero durante largo tiempo. Las
preguntas obligadas son entonces: ¿pueden todos los sectores de nuestra población
enfrentar esta crisis de salud con las mismas garantías? ¿Nos afecta a todos por igual
ahora mismo y en el futuro cercano?
Las desigualdades sociales perjudican tu salud
Las desigualdades sociales crean y perpetúan las desigualdades en salud. Esas inequidades sociales no son otra cosa que los procesos y fenómenos que ocurren en nuestras
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sociedades, países, ciudades, distritos, barrios y edificios, y que se relacionan directamente con la salud y las enfermedades que tenemos. Los determinantes sociales están
íntimamente relacionados con los trabajos y el nivel educativo, con nuestro género,
edad y con el lugar donde vivimos.
El tipo de trabajo y situación de empleo que tengamos nos va a permitir afrontar el
confinamiento de maneras muy diferentes. Por ejemplo, si no puedo teletrabajar es probable que tenga que desplazarme en transporte público, y ya hemos visto la situación
de los trenes y metros en hora punta, incluso una vez establecido el estado de emergencia. La posibilidad de teletrabajar va a determinar también cómo cuidamos de los
niños y niñas, cómo les ayudamos a seguir con su educación durante el confinamiento.
Hay trabajos y trabajos. En esta situación de crisis y tensión social aplaudimos a los
trabajadores sanitarios que están desarrollando una labor titánica. Está muy bien que lo
hagamos y, sobre todo, que tengamos muy en cuenta que el sistema de sanidad público,
sus investigadores y técnicos necesitan mayor apoyo, financiación y protección.
Los determinantes sociales están íntimamente relacionados con los trabajos y el nivel
educativo, con nuestro género, edad y con el lugar donde vivimos
Sin embargo, curiosamente, nos acordamos menos de los trabajadores de las tiendas
de alimentación de barrio y supermercados, de los bengalís, pakistanís, dominicanas,
reponedoras y cajeras de supermercado que, con sueldos mínimos y horarios infernales,
atienden con paciencia infinita a clientes con miedo. Sanitarios, personal de oficinas de
farmacia, trabajadores de la alimentación y muchos otros trabajadores que necesitamos
ahora mismo son las «personas imprescindibles» de las que escribió Bertolt Brecht, las
que luchan toda su vida desde su puesto de trabajo.
Y no olvidemos las condiciones y la seguridad del empleo. Aunque el Gobierno ya
ha lanzado un paquete de medidas sociales para paliar las consecuencias, el estado de
emergencia está poniendo en entredicho muchos empleos a través de ERTEs.
Como muy bien nos ha contado Ángeles Durán, las cargas por trabajo remunerado
y no remunerado son muy diferentes entre hombres y mujeres en nuestro país. Ya no
es solo quién tiene qué tipo de trabajo y su diferente remuneración, sino quién cuida a
quién. Hay trabajos fundamentales en nuestra sociedad realizados principalmente por
mujeres. Las migrantes cuidan de nuestros hijos, de nuestros mayores, de nuestras casas.
Estas semanas o meses van a cobrar menos, o no cobrar.
Mucho estamos hablando sobre las personas mayores durante esta crisis. Los mayores
que ya tienen enfermedades crónicas son los que presentaron un mayor riesgo de morir
en el hospital según los primeros estudios ya publicados en Wuhan China. Pero los mayores tampoco son todos iguales. Hay quienes viven solos y quienes viven en familia,
los que tienen viviendas adecuadas y los que no, los que todavía cuidan de nuestros pequeños y los que son cuidados. Los hay en residencias de 3.000 euros al mes y residencias
públicas.
Mujeres migrantes que cuidan de nuestros hijos y nuestros mayores estas semanas van
a cobrar menos
123
Hay mayores con pensiones máximas y una enormidad con pensiones mínimas. En
el informe sobre investigación interdisciplinar del CSIC “El ritmo de la senectud” , en
el que participé, concluimos destacando la relevancia de políticas de redistribución que
pongan el acento en una intersección crucial: la de género, edad y clase social.
En el momento de confinamiento preventivo que afrontamos, la calidad de nuestra
vivienda es fundamental. Hay casas espaciosas, bien iluminadas, ventiladas o con terraza
y jardín, frente a las infraviviendas, pequeñas, mal aisladas y sin ascensor de nuestros
barrios y ciudades. ¿Cómo se puede aislar un miembro de una familia numerosa en un
apartamento de 50 m2?
Aún se destinan muy pocos recursos, en comparación con otras áreas de investigación, para estudiar las desigualdades sociales por barrios y la salud urbana. Ahora, frente
a la crisis del coronavirus, la Comisión Europea acaba de seleccionar 17 proyectos de
investigación y en España participamos en 6 de ellos. Ninguno de estos 6 proyectos
incluye aspectos sobre cómo afrontar y de cómo va a afectar a los diferentes segmentos
de la población esta crisis.
La investigación que incluya enfoques interdisciplinares con aspectos y metodologías
de las ciencias sociales será la que mejor nos permita entender y planificar las actuaciones
más efectivas y equitativas ante problemas de salud pública como esta crisis.
Seguimos ciegos ante la realidad extremadamente desigual de nuestras sociedades. Hoy en día la desigualdad social se traduce en 15 o 7 años de diferencia de esperanza
de vida si pertenezco a una clase social u otra, si vivo en un barrio o en otro. Y todos
entendemos que se pueden hacer muchas y buenas cosas en 7 años. Estas desigualdades
son injustas y evitables. Una vez más, los gobiernos, nacionales y locales de las ciudades,
que más inviertan en servicios sociales serán las que tengan mayores niveles de salud
y menos desigualdades. Ante la crisis del coronavirus toca actuar política, administrativa y científicamente para que no se convierta en otro factor más que aumente las ya
alarmantes desigualdades en salud.
.............................
Manuel Franco es profesor de Epidemiología la Universidad de Alcalá en Madrid y la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins (EE UU). Es el investigador principal del proyecto
europeo Heart Healthy Hoods, que estudia la influencia del barrio de residencia sobre la
salud cardiovascular en los distritos de Madrid. Este artículo fue publicado por la Agencia
SINC. Lea el original aquí.
124
El orden mundial previo al virus era letal
Para el filósofo Markus Gabriel, la cadena infecciosa del capitalismo destruye
la naturaleza y atonta a los ciudadanos para convertirlos en meros consumidores y turistas. El pensador llama a impulsar “una nueva Ilustración global” que
deje atrás un modelo “suicida”
Markus Gabriel
25 MAR 2020 - 00:02 CET
El orden mundial está trastocado. Por la escala del universo, invisible para el ojo humano, se propaga un virus cuya verdadera magnitud desconocemos. Nadie sabe cuántas
personas están enfermas de coronavirus, cuántas morirán aún, cuándo se habrá desarrollado una vacuna, entre otras incertidumbres. Tampoco sabe nadie qué efectos tendrán
para la economía y la democracia las actuales medidas radicales de un estado de excepción que afecta a toda Europa.
El coronavirus no es una enfermedad infecciosa cualquiera. Es una pandemia vírica.
La palabra pandemia viene del griego antiguo, y significa “todo el pueblo”. En efecto,
todo el pueblo, todos los seres humanos, estamos afectados por igual. Pero precisamente
eso es lo que no hemos entendido si creemos que tiene algún sentido encerrar a la gente
dentro de unas fronteras. ¿Por qué debería causar impresión al virus que la frontera entre
Alemania y Francia esté cerrada? ¿Qué hace pensar que España sea una unidad que hay
que separar de otros países para contener el patógeno? La respuesta a estas preguntas
será que los sistemas de salud son nacionales y el Estado debe ocuparse de los enfermos
dentro de sus fronteras.
Cierto, pero precisamente ahí reside el problema. Y es que la pandemia nos afecta a
todos; es la demostración de que todos estamos unidos por un cordón invisible, nuestra
condición de seres humanos. Ante el virus todos somos, efectivamente, iguales; ante el
virus los seres humanos no somos más que eso, seres humanos, es decir, animales de una
determinada especie que ofrece un huésped a una reproducción mortal para muchos.
“En griego, pandemia significa “todo el pueblo”. Todos estamos unidos por un cordón invisible”
Los virus en general plantean un problema metafísico no resuelto. Nadie sabe si son
seres vivos. La razón es que no hay una definición única de vida. En realidad, nadie sabe
dónde comienza. ¿Para tener vida basta con el ADN o el ARN, o se requiere la existencia
de células que se multipliquen por sí mismas? No lo sabemos, igual que tampoco sabemos
si las plantas, los insectos o incluso nuestro hígado tienen consciencia. ¿Es posible que el
ecosistema de la Tierra sea un gigantesco ser vivo? ¿Es el coronavirus una respuesta inmune
del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia?
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El coronavirus pone de manifiesto las debilidades sistémicas de la ideología dominante del siglo XXI. Una de ellas es la creencia errónea de que el progreso científico y
tecnológico por sí solo puede impulsar el progreso humano y moral. Esta creencia nos
incita a confiar en que los expertos científicos pueden solucionar los problemas sociales
comunes. El coronavirus debería ser una demostración de ello a la vista de todos. Sin
embargo, lo que quedará de manifiesto es que semejante idea es un peligroso error. Es
verdad que tenemos que consultar a los virólogos; solo ellos pueden ayudarnos a entender el virus y a contenerlo a fin de salvar vidas humanas. Pero ¿quién los escucha cuando
nos dicen que cada año más de 200.000 niños mueren de diarrea viral porque no tienen
agua potable? ¿Por qué nadie se interesa por esos niños?
Por desgracia, la respuesta es clara: porque no están en Alemania, España, Francia o
Italia. Sin embargo, esto tampoco es verdad, ya que se encuentran en campamentos para
refugiados situados en territorio europeo, a los que han llegado huyendo de la situación
injusta provocada por nosotros con nuestro sistema consumista. Sin progreso moral no
hay verdadero progreso. La pandemia nos lo enseña con los prejuicios racistas que se
expresan por doquier. Trump intenta por todos los medios clasificar el virus como un
problema chino; Boris Johnson piensa que los británicos pueden solucionar la situación
por la vía del darwinismo social y provocar una inmunidad colectiva eugenésica. Muchos alemanes creen que nuestro sistema sanitario es superior al italiano y que, por lo
tanto, podremos dar mejor respuesta. Estereotipos peligrosos, prejuicios estúpidos.
Todos vamos en el mismo barco. Esto, no obstante, no es nada nuevo. El mismo
siglo XXI es una pandemia, el resultado de la globalización. Lo único que hace el virus
es poner de manifiesto algo que viene de lejos: necesitamos concebir una Ilustración
global totalmente nueva. Aquí cabe emplear una expresión de Peter Sloterdijk dándole
una nueva interpretación, y afirmar que no necesitamos un comunismo, sino un coinmunismo. Para ello tenemos que vacunarnos contra el veneno mental que nos divide en
culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en mutua competencia. En
un acto de solidaridad antes insospechado en Europa, estamos protegiendo a nuestros
enfermos y nuestros mayores. Por eso metemos a los niños en casa, cerramos los centros
de enseñanza y declaramos el estado de excepción sanitaria. Por eso se invierten miles de
millones de euros para volver a reactivar la economía.
Pero si, una vez superado el virus, seguimos actuando como antes, vendrán crisis
mucho más graves: virus peores, cuya aparición no podremos impedir; la continuación
de la guerra económica con Estados Unidos en la que ya está inmersa la Unión Europea;
la proliferación del racismo y el nacionalismo contra los emigrantes que huyen hacia
nuestros países porque nosotros hemos proporcionado a sus verdugos el armamento y
los conocimientos para fabricar armas químicas. Y, no lo olvidemos, la crisis climática,
mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento autoexterminio
del ser humano. El coronavirus no hará más que frenarla brevemente.
“Si, superado el virus, seguimos actuando igual, vendrán crisis mucho más graves:
virus peores, racismo y nacionalismo”
126
El orden mundial previo a la pandemia no era normal, sino letal. ¿Por qué no podemos invertir miles de millones en mejorar nuestra movilidad? ¿Por qué no utilizar la
digitalización para celebrar vía Internet las reuniones absurdas a las que los jefes de la
economía se desplazan en aviones privados? ¿Cuándo entenderemos por fin que, comparado con nuestra superstición de que los problemas contemporáneos se pueden resolver
con la ciencia y la tecnología, el peligrosísimo coronavirus es inofensivo? Necesitamos
una nueva Ilustración, todo el mundo debe recibir una educación ética para que reconozcamos el enorme peligro que supone seguir a ciegas a la ciencia y a la técnica. Por
supuesto que estamos haciendo lo correcto al combatir el virus con todos los medios. De
repente hay solidaridad y una oleada de moralidad. Está bien que sea así, pero al mismo
tiempo no debemos olvidar que en pocas semanas hemos pasado del desdén populista
hacia los expertos científicos a un estado de excepción que un amigo de Nueva York ha
calificado con acierto de “Corea del Norte cientifista”.
Tenemos que reconocer que la cadena infecciosa del capitalismo global destruye nuestra naturaleza y atonta a los ciudadanos de los Estados nacionales para que nos convirtamos en turistas profesionales y en consumidores de bienes cuya producción causará
a la larga más muertes que todos los virus juntos. ¿Por qué la solidaridad se despierta
con el conocimiento médico y virológico, pero no con la conciencia filosófica de que la
única salida de la globalización suicida es un orden mundial que supere la acumulación
de estados nacionales enfrentados entre sí obedeciendo a una estúpida lógica económica
cuantitativa? Cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica,
una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos
evadirnos. Vivimos y seguiremos viviendo en la tierra; somos y seguiremos siento mortales y frágiles. Convirtámonos, por tanto, en ciudadanos del mundo, en cosmopolitas
de una pandemia metafísica. Cualquier otra actitud nos exterminará y ningún virólogo
nos podrá salvar.
.........................
Markus Gabriel es filósofo alemán y autor de los ensayos Neoexistencialismo, Por qué
no existe el mundo y El sentido del pensamiento.
Traducción de News Clips.
127
COVID-19: El monstruo llama a la puerta
La globalización capitalista es biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura sanitaria pública internacional. Pero nunca existirá hasta que se acabe con el poder de
las farmacéuticas y la sanidad con ánimo de lucro
Mike Davis 16/03/2020
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apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte
pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete!
I.
COVID-19 es finalmente el monstruo que llama a la puerta. Los investigadores están
trabajando día y noche para caracterizar el brote, pero deben hacer frente a tres enormes
desafíos. El primero es que la constante escasez o ausencia de kits de prueba ha acabado
con cualquier esperanza de contención. Además, también está evitando que se puedan
realizar cálculos precisos sobre algunos parámetros clave como el índice de reproducción, la cantidad de población infectada o el número de infecciones leves. El resultado
es un caos en las cifras.
Al igual que lo hacen las gripes anuales, el virus está mutando a medida que atraviesa
poblaciones con composiciones etarias e inmunidades adquiridas diferentes. La variedad
que seguramente llegará a los estadounidenses ya es ligeramente diferente a la del brote
original de Wuhan. Las nuevas mutaciones podrían ser triviales o podrían alterar la
distribución actual de virulencia que aumenta con la edad, ya que los bebés y los niños
muestran escaso riesgo de infección grave mientras que los octogenarios se enfrentan a
un peligro mortal a causa de una neumonía vírica.
Aunque el virus mute poco, su impacto entre los menores de 65 puede ser radicalmente diferente en los países pobres y entre los grupos con alto grado de pobreza
Aunque el virus permanezca estable y mute poco, su impacto entre los menores de
65 puede ser radicalmente diferente en los países pobres y entre los grupos con un alto
grado de pobreza. Solo hay que pensar en la experiencia mundial de la pandemia de
gripe de 1918 (o gripe española) que se calcula que acabó con la vida de entre el 1 y el
2% de la población mundial. Al contrario que el coronavirus, era más mortal entre los
jóvenes adultos y esto a menudo se ha explicado como consecuencia de que su sistema
inmunitario, al ser relativamente más fuerte, reaccionó de forma desproporcionada a la
infección y desató unas “tormentas mortales de citocina” contra las células pulmonares.
Como bien sabemos, el H1N1 original encontró un nicho favorable en los campamentos militares y en las trincheras de los campos de batalla, en los que liquidó a jóvenes
soldados por decenas de millares. El fracaso de la Kaiserschlacht (ofensiva de primavera)
128
de 1918 y, por tanto, motivo del resultado de la guerra, ha sido atribuido al hecho de
que los aliados, al contrario que su enemigo, pudieron reabastecer sus tropas enfermas
con tropas estadounidenses recién llegadas.
Sin embargo, no muy a menudo se reconoce que un 60% de la mortalidad mundial
tuvo lugar en el oeste de la India, donde la exportación de cereales hacia el Reino Unido
y unas brutales prácticas de requisamiento coincidieron con una grave sequía. La escasez
de alimentos resultante condujo a millones de personas pobres al borde de la inanición.
Se convirtieron en víctimas de una siniestra sinergia entre malnutrición, que inhibió su
respuesta inmunitaria a la infección, y una neumonía bacteriana y vírica galopante. En
otro caso, en el Irán ocupado por los británicos, varios años de sequía, cólera y escasez
de alimentos, seguidos de un brote generalizado de malaria, sentaron las condiciones
previas para la muerte de aproximadamente una quinta parte de la población.
Durante la gripe de 1918, un 60% de la mortalidad tuvo lugar en el oeste de la India,
donde brutales prácticas de requisamiento coincidieron con una grave sequía
Esta historia, y en particular las consecuencias desconocidas de la relación entre malnutrición e infecciones existentes, debería alertarnos de que el COVID-19 podría seguir
un camino diferente y mucho más mortífero en los suburbios de África y del sur de
Asia. El peligro para los pobres del mundo ha sido ignorado casi por completo por los
periodistas y por los gobiernos occidentales. El único artículo que he visto publicado
afirma que como la población urbana de África Occidental es la más joven del mundo,
la pandemia debería tener allí solo un impacto leve. En vista de la experiencia de 1918,
la extrapolación parece ridícula. Nadie sabe lo que pasará en las próximas semanas en
Lagos, Nairobi, Karachi o Calcuta. Lo único que es seguro es que los países ricos y las
clases ricas se concentrarán en salvarse a sí mismas y prescindirán de la solidaridad internacional y de la ayuda médica. Muros y no vacunas: ¿puede haber un modelo más
malvado para el futuro?
II.
En un año puede que echemos la vista atrás y admiremos el éxito de China a la hora
de contener la pandemia y, al mismo tiempo, que nos sintamos horrorizados por el fracaso de EE.UU. (Estoy siendo valiente y dando por supuesto que la declaración de China
con respecto al rápido descenso en el número de transmisiones es más o menos correcta). La incapacidad de nuestras instituciones para mantener cerrada la caja de Pandora,
obviamente, no es ninguna sorpresa. Desde el año 2000 hemos observado en repetidas
ocasiones las grietas en la primera línea sanitaria.
El peligro para los pobres del mundo ha sido ignorado casi por completo por los periodistas y por los gobiernos occidentales
Por ejemplo, la temporada de gripe de 2018 desbordó a los hospitales de todo
EE.UU., y puso de manifiesto la sorprendente escasez de camas de hospital que acusa el
país tras 20 años de recortes motivados por el ánimo de lucro en la capacidad de pacientes ingresados (he ahí la versión de la industria sanitaria de cómo gestionar las existencias
mediante el método de producción justo a tiempo). El cierre de hospitales privados y
de beneficencia y la escasez de personal de enfermería también impuesto por la lógica
de mercado han arruinado los servicios sanitarios en las comunidades más pobres y en
129
las zonas rurales, y han trasladado la responsabilidad a los infrafinanciados hospitales
públicos y centros de administración de veteranos. La situación del departamento de
urgencias en esas instituciones ya es incapaz de hacer frente a las infecciones estacionales,
así que ¿cómo van a afrontar la inminente saturación de casos críticos?
Estamos en las primeras etapas de un Katrina sanitario. A pesar de los años de advertencias de la gripe aviar y otras pandemias, el inventario de algunos equipos de emergencia básicos como los respiradores no es el adecuado para hacer frente a la afluencia
prevista de casos críticos. Los sindicatos de enfermería más militantes se están asegurando de que todos comprendamos el grave riesgo que comporta la provisión insuficiente
de algunos equipos de protección como las mascarillas N95. Y más vulnerables son aún,
por invisibles, los cientos de miles de auxiliares sanitarios a domicilio y el personal de las
residencias de ancianos que están sobreexigidos y mal pagados.
Muchas residencias consideran que les sale más barato pagar las multas por infracciones sanitarias que contratar más personal
La industria de residencias asistidas o para personas mayores autónomas aloja a 2,5
millones de estadounidenses de la tercera edad (la mayoría de ellos con Medicare) y lleva
mucho tiempo siendo un escándalo nacional. De acuerdo con el New York Times, un
número increíble de 380.000 pacientes de residencias de la tercera edad muere cada año
por la negligencia de las instituciones a la hora de aplicar los más básicos procedimientos
de control de las infecciones. Muchas residencias, sobre todo en los estados del sur, consideran que les sale más barato pagar las multas por infracciones sanitarias que contratar
personal adicional y darles la formación adecuada. Pero claro, como ha sucedido en Seattle, docenas, quizá cientos de residencias para ancianos se volverán zonas de riesgo del
coronavirus, y los empleados que trabajan allí, y cobran el salario mínimo, lógicamente
decidirán proteger a sus propias familias y quedarse en casa. En ese caso, el sistema podría colapsar y no creo que podamos esperar que la Guardia Nacional vacíe los orinales.
El brote ha puesto de manifiesto de forma instantánea esa marcada división de clases
que existe en la asistencia sanitaria: aquellos con buenos planes de salud que también
pueden trabajar o enseñar desde casa están cómodamente aislados siempre que cumplan
con precauciones prudentes. Los empleados públicos y otros grupos de trabajadores sindicados que cuentan con una cobertura sanitaria decente tendrán que tomar decisiones
difíciles entre cobrar y protegerse. Mientras tanto, millones de trabajadores con bajos
salarios en el sector servicios, trabajadores agrícolas, empleados eventuales sin seguro,
desempleados o personas sin hogar serán arrojados a los leones. Aunque el gobierno consiga finalmente resolver el desastre de los kits de prueba y pueda suministrar un número
adecuado de ellos, los que carezcan de seguro seguirán teniendo que pagar a médicos u
hospitales para realizarse el test. Los gastos médicos de las familias en general treparán
por las nubes al mismo tiempo que millones de trabajadores pierden sus empleo y sus
seguros médicos de empresa. ¿Puede haber un argumento más sólido y urgente a favor
del Medicare para todos?
III
Pero la cobertura universal solo es un primer paso. Es decepcionante, por no decir
algo peor, que en los debates de las primarias ni Sanders ni Warren hayan subrayado
130
el abandono de la investigación y del desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales
por parte de las grandes farmacéuticas. De las 18 empresas farmacéuticas más grandes,
15 han abandonado esa actividad por completo. Las medicinas para el corazón, unos
tranquilizantes adictivos y los tratamientos para la impotencia masculina son los más
rentables, y no las defensas contra la infección de los hospitales, las enfermedades emergentes y las tradicionales enfermedades letales tropicales. Una vacuna universal contra
la gripe, es decir, una vacuna cuyo objetivo sean las partes inmutables de las proteínas
superficiales del virus, lleva siendo una posibilidad desde hace décadas, pero nunca ha
sido una prioridad rentable.
De las 18 empresas farmacéuticas más grandes, 15 han abandonado el desarrollo de
nuevos antibióticos y antivirales
Si la revolución de los antibióticos sigue retrocediendo, las viejas enfermedades volverán a aparecer acompañadas de nuevas infecciones y los hospitales se convertirán en
mortuorios. Hasta Trump puede oponerse de manera oportunista a los abusivos costes
de las recetas, pero necesitamos una visión más audaz que intente acabar con los monopolios farmacéuticos y facilite la producción pública de medicinas vitales. (Esto solía ser
así: durante la 2ª Guerra Mundial, el ejército alistó a Jonas Salk y a otros investigadores
para desarrollar la primera vacuna contra la gripe). Como escribí hace 15 años en mi
libro El monstruo llama a nuestra puerta. La amenaza mundial de la gripe aviar:
El acceso a las medicinas vitales, incluidas las vacunas, los antibióticos y los antivirales
deberían ser un derecho humano, y estar universalmente disponibles sin coste alguno.
Si los mercados no pueden proporcionar los incentivos para producir de forma barata
estos fármacos, entonces los gobiernos y las organizaciones sin ánimo de lucro deberían
asumir la responsabilidad de fabricarlas y distribuirlas. La supervivencia de los pobres
debe considerarse una prioridad mayor que las ganancias de las grandes farmacéuticas.
La actual pandemia profundiza el argumento: ahora parece que la globalización capitalista es biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura sanitaria pública verdaderamente internacional. Pero esa infraestructura nunca existirá hasta que
los movimientos populares no pongan fin al poder de las grandes farmacéuticas y la
asistencia sanitaria con ánimo de lucro.
--------------------------------Este artículo se publicó originalmente en inglés en el blog Haymarketsbooks.
Traducción de Álvaro San José.
131
Empieza el siglo XXI: el derecho a vivir
Con esta pandemia empieza el siglo XXI. Un siglo en el que defender el derecho a
vivir va a ser prioritario.
Montserrat Galcerán
Catedrática de filosofía.
24 mar 2020 13:14
Cuando desde los feminismos defendemos “poner la vida en el centro”, algunos enarcan las cejas y nos miran con suficiencia. La vida, creen ellos, se sustenta sola, se reproduce “naturalmente”, no tiene valor ni cuesta dinero, se da gratuitamente y se recibe sin
dar ni las gracias.
En medio de esta pandemia necesitamos cambiar esa idea; estamos viviendo una experiencia insólita: mantenernos con vida exige un esfuerzo descomunal. Es la primera
necesidad y el primer derecho.
Nunca hubiéramos pensado que hubiera que hacer un esfuerzo tan considerable y a
la vez tan nimio para ello. Encerrarnos en casa y protegernos; 10 minutos al día salir a
balcones y ventanas para dar nuestro cálido apoyo a todos los que están luchando para
que esto no vaya a más. Pedir ayuda a técnicos, profesionales, vecinos, voluntarios, en
una lucha expresada en términos belicistas: “guerra contra el virus”, “esta guerra la vamos
a ganar”… No me gustan las guerras, ni siquiera ésa.
Hablemos otro lenguaje: el de los derechos, el de lo común, el del cuidado mutuo. La
autocontención y la sensatez. Ese dogma de que “cada quien debe velar por sí mismo” y
el bien común se impondrá como consecuencia, se ha hecho astillas. Adiós al liberalismo
clásico y su pérfida reaparición neoliberal. Realmente con esta pandemia empieza el siglo
XXI. Un siglo en el que defender el derecho a vivir va a ser prioritario. Porque tal vez
por primera vez en la historia los “pocos” no pueden defenderse dejando en la estacada a
todos los demás. No sólo no hay otro planeta al que huir si éste se hunde, es que no va
a dar tiempo y la pandemia no discrimina.
Vivir frente a medrar, ése es el eslogan de este siglo. Ya no más el “enriqueceos” con el
que nos han taladrado la cabeza
Necesitamos otro imaginario con, al menos, dos principios: asegurarnos ese derecho
con un acceso irrestricto a la riqueza común. Una visión actualizada de los “bienes comunes”: una renta básica garantizada, algo así como lo que fue el salario digno en el siglo
XIX. Entonces se defendía el derecho a un trabajo remunerado, porque gran parte de la
población no lo tenía; tenía trabajo, pero sin paga. Ahora nos toca defender el derecho a
una renta. Lo de que nadie debe quedar atrás, va en serio. No es caridad, es supervivencia.
La segunda una nueva política. Se está demostrando que sabemos obedecer cuando nos
va la vida en ello. A su vez las Instituciones públicas deben poner toda la capacidad de
decisión que acumulan y que ejercen en nuestro nombre para defender ese primer dere132
cho. Estamos definiendo un nuevo principio de justicia: todo aquello que atente contra
el derecho de todas las personas a vivir dignamente, o sea las políticas austericidas, la
corrupción, la búsqueda del lucro personal en el ejercicio de la política, la especulación
inmobiliaria, la privatización de los bienes públicos, los recortes sociales, la precarización
del empleo, deberá considerarse un delito contra la supervivencia. Vivir frente a medrar,
ése es el eslogan de este siglo. Ya no más el “enriqueceos” con el que nos han taladrado
la cabeza en todas las crisis y guerras del siglo pasado. El dinero se necesita para vivir, no
para extorsionar a otros y el dinero público para propiciar y defender ese derecho. Ese
afán desmedido ha ido demasiado lejos. Se impone ponerle freno. Para eso necesitamos
la política.
Nietzsche dijo alguna vez que los cambios importantes llegan de puntillas, imperceptiblemente. Y Marx sabía muy bien que la historia avanza por el lado malo. Porque
el reto nos exige un esfuerzo de imaginación y una valentía de la que no nos creíamos
capaces. Pongámonos a ello.
El siglo XXI acaba de empezar.
133
El coronavirus es el desastre perfecto para el
‘capitalismo de desastre’
Naomi Klein
Fuente: Vice - Marzo 2020 - Por Marie Solis
Naomi Klein explica cómo los gobiernos y la élite mundial intentarán explotarán la
pandemia.
El coronavirus es oficialmente una pandemia mundial que hasta ahora ha infectado
10 veces más personas que el SARS. Las escuelas, los sistemas universitarios, los museos
y los teatros de los Estados Unidos están cerrando, y pronto, ciudades enteras también
lo harán. Los expertos advierten que algunas personas que sospechan que pueden estar
enfermas con el virus en Estados Unidos, siguen con sus rutinas diarias, ya sea porque
sus trabajos no proporcionan tiempo libre remunerado debido a fallas sistémicas en el
sistema de salud americano privatizado.
La mayoría de nosotros (N.T: por los ciudadanos americanos) no estamos exactamente seguros de qué hacer o a quién escuchar. El Presidente Donald Trump ha contradicho las recomendaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, y estos mensajes contradictorios han reducido nuestra ventana de tiempo para
mitigar el daño del virus altamente contagioso.
Estas son las condiciones perfectas para que los gobiernos y la élite global implementen agendas políticas que de otra manera se encontrarían con gran oposición si no
estuviéramos todos tan desorientados. Esta cadena de acontecimientos no es exclusiva
de la crisis desencadenada por el coronavirus; es el proyecto que los políticos y los gobiernos han estado siguiendo durante décadas conocido como la “doctrina del shock”,
un término acuñado por la activista y autora Naomi Klein en un libro de 2007 con el
mismo nombre.
La historia es una crónica de las “conmociones” -las conmociones de las guerras,
los desastres naturales y las crisis económicas- y sus consecuencias. Esas secuelas se caracterizan por un “capitalismo de desastre”, es decir, “soluciones” calculadas y de libre
mercado a las crisis que explotan y agravan las desigualdades existentes.
Klein dice que ya estamos viendo el capitalismo de desastre en el escenario nacional:
en respuesta al coronavirus, Trump ha propuesto un paquete de estímulo de 700.000
millones de dólares que incluiría recortes en los impuestos sobre las nóminas (que devastarían la Seguridad Social) y proporcionaría asistencia a las industrias que perderán
134
negocios como resultado de la pandemia.
“No lo hacen porque creen que es la manera más eficaz de aliviar el sufrimiento
durante una pandemia; tienen estas ideas por ahí que ahora ven una oportunidad para
ponerlas en práctica”, dijo Klein.
VICE habló con Klein sobre cómo el “shock” del coronavirus está dando paso
a la cadena de eventos que describió hace más de una década en La Doctrina del
Shock.
Esta entrevista ha sido editada ligeramente para que sea más larga y clara.
VICE: Empecemos con lo básico. ¿Qué es el capitalismo del desastre? ¿Cuál es su
relación con la “doctrina del shock”?
La forma en que defino el “capitalismo de desastre” es muy sencilla: Describe la forma
en que las industrias privadas surgen para beneficiarse directamente de las crisis a gran
escala. La especulación de los desastres y de la guerra no es un concepto nuevo, pero
realmente se profundizó bajo la administración Bush después del 11 de septiembre,
cuando la administración declaró este tipo de crisis de seguridad interminable, y simultáneamente la privatizó y la externalizó - esto incluyó el estado de seguridad nacional y
privatizado, así como la invasión y ocupación [privatizada] de Irak y Afganistán.
La “doctrina del shock” es la estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para
impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las
elites y debilitan a todos los demás. En momentos de crisis, la gente tiende a centrarse en
las emergencias diarias de sobrevivir a esa crisis, sea cual sea, y tiende a confiar demasiado
en los que están en el poder. Quitamos un poco los ojos de la pelota en momentos de
crisis.
VICE: ¿De dónde viene esa estrategia política? ¿Cómo rastrea su historia en la
política americana?
La estrategia de la doctrina del shock fue una respuesta al programa del New Deal por
parte de Milton Friedman. Este economista neoliberal pensaba que todo había salido
mal en USA bajo el New Deal: Como respuesta a la Gran Depresión y al Dust Bowl, un
gobierno mucho más activo surgió en el país, que hizo su misión resolver directamente la
crisis económica de la época creando empleo en el gobierno y ofreciendo ayuda directa.
Si usted es un economista de libre mercado, entiende que cuando los mercados fallan
se presta a un cambio progresivo mucho más orgánico que el tipo de políticas desreguladoras que favorecen a las grandes corporaciones. Así que la doctrina del shock fue
desarrollada como una forma de prevenir que las crisis den paso a momentos orgánicos
en los que las políticas progresistas emergen. Las elites políticas y económicas entienden
que los momentos de crisis son su oportunidad para impulsar su lista de deseos de políticas impopulares que polarizan aún más la riqueza en este país y en todo el mundo.
VICE: En este momento tenemos múltiples crisis en curso: una pandemia, la
falta de infraestructura para manejarla y el colapso del mercado de valores. ¿Puede
esbozar cómo encaja cada uno de estos componentes en el esquema que esboza en
La Doctrina del Shock?
135
El shock es realmente el propio virus. Y ha sido manejado de una manera que maximiza la confusión y minimiza la protección. No creo que eso sea una conspiración, es
sólo la forma en que el gobierno de los EE.UU. y Trump han manejado -completamente
mal- esta crisis. Trump hasta ahora ha tratado esto no como una crisis de salud pública
sino como una crisis de percepción, y un problema potencial para su reelección.
Es el peor de los casos, especialmente combinado con el hecho de que los EE.UU. no
tienen un programa nacional de salud y sus protecciones para los trabajadores son muy
malas (N.T: por ej. la ley no instituye el pago por enfermedad). Esta combinación de
fuerzas ha provocado un shock máximo. Va a ser explotado para rescatar a las industrias
que están en el corazón de las crisis más extremas que enfrentamos, como la crisis climática: la industria de las aerolíneas, la industria del gas y el petróleo, la industria de los
cruceros, quieren apuntalar todo esto.
VICE: ¿Cómo hemos visto esto antes?
En La Doctrina del Shock hablo de cómo sucedió esto después del huracán Katrina.
Grupos de expertos de Washington como la Fundación Heritage se reunieron y crearon una lista de soluciones “pro mercado libre” para el Katrina. Podemos estar seguros
de que exactamente el mismo tipo de reuniones ocurrirán ahora, de hecho, la persona
que presidió el grupo de Katrina fue Mike Pence (N.T: el que ahora preside el tema del
Coronavirus). En 2008, se vio esta jugada en el rescate de los bancos, donde los países
les dieron cheques en blanco, que finalmente sumaron muchos billones de dólares. Pero
el costo real de eso vino finalmente en la forma de programas extensivos de austeridad
económica [más tarde recortes a los servicios sociales]. Así que no se trata sólo de lo
que está sucediendo ahora, sino de cómo lo van a pagar en el futuro cuando se venza la
factura de todo esto.
VICE: ¿Hay algo que la gente pueda hacer para mitigar el daño del capitalismo
de desastre que ya estamos viendo en la respuesta al coronavirus? ¿Estamos en mejor
o peor posición que durante el huracán Katrina o la última recesión mundial?
Cuando somos probados por la crisis, o retrocedemos y nos desmoronamos, o crecemos, y encontramos reservas de fuerzas y compasión que no sabíamos que éramos capaces de tener. Esta será una de esas pruebas. La razón por la que tengo cierta esperanza de
que podamos elegir evolucionar es que -a diferencia de lo que ocurría en 2008- tenemos
una alternativa política tan real que propone un tipo de respuesta diferente a la crisis que
llega a las causas fundamentales de nuestra vulnerabilidad, y un movimiento político
más amplio que la apoya (N.T: Naomi Klein apoya a Bernie Sanders en las internas
americanas).
De esto se ha tratado todo el trabajo en torno al Green New Deal: prepararse para un
momento como este. No podemos perder el coraje; tenemos que luchar más que nunca
por la atención sanitaria universal, la atención infantil universal, la baja por enfermedad
remunerada, todo está íntimamente relacionado.
VICE: Si nuestros gobiernos y la élite mundial van a explotar esta crisis para sus
propios fines, ¿qué puede hacer la gente para cuidarse unos a otros?
“Yo me ocuparé de mí y de los míos, podemos conseguir el mejor seguro privado de
salud que haya, y si no lo tienes es probablemente tu culpa, no es mi problema”: Esto
136
es lo que este tipo de economía de ganadores pone en nuestros cerebros. Lo que un
momento de crisis como este revela es nuestra interrelación entre nosotros. Estamos
viendo en tiempo real que estamos mucho más interconectados unos con otros de lo que
nuestro brutal sistema económico nos hace creer.
Podríamos pensar que estaremos seguros si tenemos una buena atención médica, pero
si la persona que hace nuestra comida, o entrega nuestra comida, o empaca nuestras
cajas no tiene atención médica y no puede permitirse el lujo de ser examinada, y mucho
menos quedarse en casa porque no tiene licencia por enfermedad pagada, no estaremos
seguros. Si no nos cuidamos los unos a los otros, ninguno de nosotros estará seguro.
Estamos atrapados.
Estamos viendo en tiempo real que estamos mucho más interconectados unos
con otros de lo que nuestro brutal sistema económico nos hace creer.
Diferentes formas de organizar la sociedad promueven o refuerzan diferentes partes
de nosotros mismos. Si estás en un sistema que sabes que no cuida de la gente y no distribuye los recursos de forma equitativa, entonces la parte que acapara de ti se reforzará. Así
que ten en cuenta eso y piensa en cómo, en lugar de acaparar y pensar en cómo puedes
cuidarte a ti mismo y a tu familia, puedes hacer un cambio y pensar en cómo compartir
con tus vecinos y ayudar a las personas que son más vulnerables.
137
“Las camas de los hospitales se han suprimido
en nombre de la eficiencia”
NOAM CHOMSKY / FILÓSOFO
El filósofo y lingüista, presidente de honor de CTXT, concede una breve entrevista
sobre el Coronavirus a su traductora italiana
Valentina Nicoli (Il Manifesto) 20/03/2020
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Atrapado en casa como todos, o al menos como los afortunados, decido escribir
a Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) para saber, en primer lugar, cómo está y luego
preguntarle qué piensa de la crisis generada por el coronavirus y la reacción de la
opinión pública.
Últimamente hay quien da crédito a la idea de que el virus puede haberse propagado
deliberadamente, por intereses económicos o geopolíticos. El profesor Chomsky,
cuyos libros he tenido el privilegio de traducir durante unos años, me responde en
unas horas con su habitual amabilidad.
Me dice que está bien. Él, como nosotros, se queda en casa en Tucson con su esposa Valeria. No es que esto lo detenga, es imposible.
Me hace saber que está inundado de cientos de solicitudes de entrevistas cada día,
ahora más que nunca, y que tiene una “agenda torrencial, una agenda incandescente”. Me hubiera gustado preguntarle más, pero sé que me respondería si pudiera.
“La situación es muy grave”, dice. “Y no hay credibilidad en la afirmación de que
el virus se propagó deliberadamente.”
En cuanto a la actitud de los distintos gobiernos: “Los países asiáticos parecen haber logrado contener el contagio, mientras que la Unión Europea actúa con retraso”.
¿Qué hay de su propio país?: “La reacción de los Estados Unidos ha sido terrible.
Era casi imposible incluso hacer pruebas a las personas, así que no tenemos ni idea
de cuántos casos hay realmente”.
En sus respuestas –que minimiza diciendo “no sé si hay algo que valga la pena
publicar”– encontramos en pequeñas píldoras lo que necesitamos para entender el
núcleo de la verdad: “El asalto neoliberal ha dejado a los hospitales sin preparación.
Un ejemplo entre todos: las camas de los hospitales han sido suprimidas en nombre
de la “eficiencia”.
138
Para empeorar las cosas, el “Huracán Trump”. Sólo ahora parece que las cosas
están cambiando en Estados Unidos, pero “hasta ahora, tanto Trump como Kushner
[Jared, el yerno de Trump y su asesor cercano] han minimizado la gravedad de la crisis. Esta actitud se ha visto amplificada por los medios de comunicación de la derecha, por lo que muchas personas han dejado de tomar las precauciones más básicas”.
Chomsky resume en unas palabras lo que necesitamos saber sobre el sistema en el
que vivimos: “Esta crisis es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que
lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental. El gobierno y las multinacionales farmacéuticas saben desde hace años que existe una gran probabilidad de que se
produzca una grave pandemia, pero como no es bueno para los beneficios prepararse
para ello, no se ha hecho nada”.
Gracias profesor, espero verle pronto.
“Cuídate, quédate en casa”.
-------------------Este artículo se publicó originalmente en Il Manifesto, que ha cedido gentilmente
los derechos a CTXT.
Traducción: Alexandre Anfruns.
https://ctxt.es/es/20200302/Politica/31456/noam-chomsky-coronavirus-neoliberalismo-sanidad.htm
139
Pueblos indígenas, coronavirus,
y la hipocresía occidentalizada
en 03/19/2020 por Ollantayitzamnaen
Pandemia geopolítico, Pueblos indígenas y agenda
Para la modernidad, el genocidio y/o pandemia es tal sólo, si sólo sí, las víctimas
son blancos, machos, europeos u occidentalizados. Dura radiografía constitutiva de
la modernidad ciega.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al 18/03/20, había en el mundo
200 mil personas contagiadas por COVID-19, y más de 8 mil fallecidos producto de
esta pandemia, desde que se registró el virus.
Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), al día mueren por
desnutrición 8,500 niños menores de cinco años en el mundo. En 2017 murieron 6,3
millones de niños menores de quince años por esta u otras causas. ¡Cada 5 segundos
muere un niño en el mundo por desnutrición!
¿Por qué la desnutrición infantil no es declarada pandemia mundial?
La totalidad de los niños fallecidos por desnutrición son de familias empobrecidas, de
familias indígenas o campesinas, en especial en el área rural. En el caso de las víctimas de
COVID-19, son en su mayoría adultos o adultos mayores, blancos, de ciudades, en especial de ciudades modernas/desarrolladas. Incluido el Presidente del Banco Santander.
Incluso, 26 curas en Italia.
¿Será que para la ONU, y la moderna comunidad internacional, las y los 8.5 millones
de niños que diariamente mueren por desnutrición no son humanos, o son menos
humanos que los europeos, blancos, banqueros? ¿Será la aporofobia? ¿Será adultocentrismo racista?
Pandemias y genocidios contra pueblos indígenas
La civilización de la modernidad, nació en el siglo XV, inoculando viruela, sífilis,
gripe… contra los incómodos pueblos indígenas o pueblos subalternos que se resistían a
la civilización cristiana del miedo y del saqueo…
La viruela, sífilis… era más barato que la pólvora para dominar a los pueblos indígenas sin desaparecerlos por completo. En cuestión de años, la modernidad naciente
redujo biológicamente en más del 80% a la población indígena en Abya Yala. ¡El COVID-19, mata menos del 3% de los infectados! Sin embargo, ya fue declarado pandemia
mundial por la ONU.
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Dicen que los europeos repudiaron a Hitler no tanto por matar a seres humanos, sino
por matar a una población blanca en Europa. La modernidad legó privilegios a Europa
y USA gracias al “hitlerismo” que ellos instauraron impunemente en el resto del mundo,
desde hace más de cinco siglos.
Para la modernidad, el genocidio y/o pandemia es tal sólo, si sólo sí, las víctimas son
blancos, machos, europeos u occidentalizados. Dura radiografía constitutiva de la modernidad ciega.
COVID-19 será letal para los pueblos indígenas
Indígenas mayas. OI.
Con inmenso dolor leemos en las noticias que en 24 horas la pandemia del COVID-19 mata a 475 italianos. Las países modernos, muy a pesar de su infraestructura de
sanidad, seguridad, en cuestión de días, se convierten en epicentro letal de la pandemia
moderna.
Si esto ocurre en territorios provistos de presupuesto e infraestructura de sanidad,
¿qué ocurrirá si acaso COVID-19 llega a los territorios indígenas? Territorios con cerca
del 80% de sus niños en situación de desnutrición, sin infraestructura/presupuestos de
salud, sin Estado, ni derechos…
Las familias indígenas rurales en Guatemala, Perú, México… no tienen para los frijoles, mucho menos tienen para barbijos, desinfectantes… ni agua, ni saneamiento tienen.
No deseo imaginar lo que podría ocasionar este Frankenstein moderno, si acaso lograse ingresar en las poblaciones indígenas rurales.
Estos ensayos de biopolítica moderna, emprendidos por los poderes enfermos hegemónicos, es un motivo más para ejercer el control y autodeterminación en nuestros
territorios. Al parecer, el coronavirus no va únicamente por la salud/vida humana, sino
por la riquezas y por los rebeldes que aún subsisten en los territorios del mundo.
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¿Por qué no tratamos la crisis climática con la
misma urgencia que el coronavirus?
Fuente: The Guardian - Por Owen Jones - Marzo 2020
La acción urgente para prevenir una pandemia es, por supuesto, necesaria y apremiante.
Pero la crisis climática representa una amenaza existencial mucho más grave y mortífera.
Se trata de una emergencia mundial que ya ha matado a gran escala y amenaza con
enviar a millones de personas más a las tumbas. A medida que sus efectos se extienden,
podría desestabilizar economías enteras y abrumar a los países más pobres que carecen
de recursos e infraestructura. Pero esto es la crisis climática, no el coronavirus. Los gobiernos no están elaborando planes nacionales de emergencia y no se transmiten notificaciones urgentes a su teléfono para alertarle sin aliento de los dramáticos cambios y
acontecimientos desde Corea del Sur hasta Italia.
Más de 3.000 personas han sucumbido al coronavirus y, sin embargo, según la Organización Mundial de la Salud, sólo la contaminación del aire -sólo un aspecto de nuestra
crisis planetaria central- mata a siete millones de personas cada año. No ha habido reuniones de grupos especiales para la crisis climática, ni sombrías declaraciones del Primer
Ministro que detallen las medidas de emergencia que se están tomando para tranquilizar
al público. Con el tiempo, superaremos cualquier pandemia de coronavirus. Con la
crisis climática, ya estamos fuera de tiempo, y ahora nos queda mitigar las consecuencias
inevitablemente desastrosas que se precipitan hacia nosotros.
Mientras que el coronavirus es tratado comprensiblemente como un peligro inminente, la crisis climática se sigue presentando como una abstracción cuyas consecuencias
están a décadas de distancia. A diferencia de una enfermedad, es más difícil visualizar
cómo el colapso climático nos afectará a cada uno de nosotros como individuos. Tal vez
cuando incendios forestales sin precedentes devoraron partes del Ártico el verano pasado, podría haber habido una conversación urgente sobre cómo la crisis climática estaba
alimentando el clima extremo, pero no fue así. En 2018, más de 60 millones de personas sufrieron las consecuencias del clima extremo y el cambio climático, incluyendo
más de 1.600 que perecieron en Europa, Japón y los EE.UU. debido a las olas de calor
y los incendios forestales. Mozambique, Malawi y Zimbabwe fueron devastados por el
ciclón Idai, mientras que los huracanes Florence y Michael infligieron daños por valor
de 24.000 millones de dólares a la economía estadounidense, según la Organización
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Meteorológica Mundial.
Como ilustran las recientes inundaciones de Yorkshire, el clima extremo, con sus
terribles costos humanos y económicos, es cada vez más un hecho de la vida británica.
El hielo de la Antártida se está derritiendo más de seis veces más rápido que hace cuatro
décadas y la capa de hielo de Groenlandia cuatro veces más rápido de lo que se pensaba.
Según la ONU, tenemos 10 años para evitar un aumento de 1,5C de la temperatura
preindustrial pero, pase lo que pase, sufriremos.
Las pandemias y la crisis climática también pueden ir de la mano: las investigaciones sugieren que los cambios en los patrones climáticos pueden llevar a las especies a
altitudes más altas, poniéndolas potencialmente en contacto con enfermedades para las
que tienen poca inmunidad. “Es extraño que la gente vea la crisis climática como algo
del futuro, en comparación con el coronavirus, al que nos enfrentamos ahora”, dice la
co-directora ejecutiva de Amigos de la Tierra, Miriam Turner. “Puede que sea algo que se
sienta lejano cuando se está sentado en una oficina en el centro de Londres, pero la situación de emergencia de la crisis climática ya la sienten cientos de millones de personas”.
Imagina, entonces, que sentimos la misma sensación de emergencia sobre la crisis
climática que sobre el coronavirus. ¿Qué medidas tomaríamos? Como señala Alfie Stirling de la Nueva Fundación Económica, una estricta demarcación entre las dos crisis es
imprudente. Después de todo, el coronavirus puede desencadenar una desaceleración
global: las medidas económicas en respuesta a esto deberían estar vinculadas a la solución de la crisis climática. “Lo que suele ocurrir en una recesión es que los responsables
de las políticas se asustan y tratan de buscar soluciones fáciles y poner curitas”, me dice.
Por ejemplo, durante la crisis de 2008, hubo un recorte inmediato del IVA y de los tipos
de interés, pero el gasto en inversiones no se incrementó lo suficiente y se redujo drásticamente en nombre de la austeridad. Según la investigación del NEF, si el gobierno de
coalición hubiera financiado una infraestructura adicional de cero carbono, no sólo habría impulsado la economía, sino que podría haber reducido las emisiones residenciales
en un 30%. Esta vez, hay poco espacio para recortar los ya bajos tipos de interés o para
impulsar el alivio cuantitativo; la política fiscal verde debe ser la prioridad.
¿Qué se mencionaría en ese solemne discurso del Primer Ministro, transmitido en vivo
por las redes de televisión? Todos los hogares y negocios estarían aislados térmicamente,
creando empleos, haciendo que la gente pobre necesite menos combustible y reduciendo
las emisiones. Se instalarían puntos de carga para coches eléctricos en todo el país.
Actualmente, Gran Bretaña carece de los conocimientos necesarios para transformar
la infraestructura de la nación, por ejemplo, sustituyendo las estaciones de carga de
combustible, dice Stirling: se anunciaría, entonces, un programa de formación de
emergencia para capacitar a la fuerza de trabajo.
Se introduciría un impuesto de viajero frecuente para los pasajeros aéreos regulares, en
su inmensa mayoría de alto poder adquisitivo. Como dice Turner, todas las políticas del
gobierno se ven ahora a través del prisma del coronavirus. Se debería aplicar una lente
climática similar, y de forma permanente.
Esto sólo sería el comienzo. Amigos de la Tierra pide viajes gratuitos en autobús para
los menores de 30 años, combinado con una inversión urgente en la red de autobuses.
143
La energía renovable se duplicaría, produciendo de nuevo nuevos empleos, energía limpia, y reduciendo la mortal contaminación del aire. El gobierno pondría fin a todas las
inversiones del dinero de los contribuyentes en infraestructura de combustibles fósiles
y lanzaría un nuevo programa de plantación de árboles para duplicar el tamaño de los
bosques en Gran Bretaña, una de las naciones con menos densidad forestal de Europa.
Hay una diferencia clave entre el coronavirus y la crisis climática, por supuesto, y es
una vergüenza. “No sabíamos que el coronavirus iba a venir”, dice Stirling. “Sabíamos
que la crisis climática estaba en las cartas desde hace 30 o 40 años”. Y aún así, a pesar de
estar mal preparado debido a la falta de fondosy desfinanciación del sistema de salud, el
gobierno puede anunciar rápidamente un plan de emergencia para la pandemia.
El Coronavirus plantea muchos desafíos y amenazas, pero pocas oportunidades. Una
respuesta sensata al calentamiento global proporcionaría un transporte asequible, viviendas bien aisladas, empleos verdes cualificados y aire limpio. La acción urgente para
prevenir una pandemia es, por supuesto, necesaria y apremiante. Pero la crisis climática
representa una amenaza existencial mucho más grave y mortífera, y sin embargo no
existe el mismo sentido de urgencia. El virus del coronación demuestra que se puede
hacer, pero se necesita determinación y fuerza de voluntad, de las que se carece desesperadamente cuando se trata del futuro de nuestro planeta.
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El coronavirus como declaración de guerra
Publicada en 19 marzo 2020
por Santiago López Petit
Por la mañana me lavo las manos a conciencia. Así consigo olvidar los ojos
arrancados por la policía en Chile, Francia o Irak. Antes de comer, me vuelvo a lavar
las manos con un buen desinfectante para olvidar a los migrantes amontonados en
Lesbos. Y, por la noche, me lavo nuevamente las manos para olvidar que, en Yemen,
cada diez minutos, muere un niño a causa de los bombardeos y del hambre. Así puedo
conciliar el sueño. Lo que sucede es que no recuerdo por qué me lavo las manos tan
a menudo ni cuando empecé a hacerlo. La radio y la televisión insisten en que se
trata de una medida de autoprotección. Protegiéndome a mí mismo, protejo a los
demás. Por la ventana entra el silencio de la calle desierta. Todo aquello que parecía
imposible e inimaginable sucede en estos momentos. Escuelas cerradas, prohibición
de salir de casa sin razón justificada, países enteros aislados. La vida cuotidiana ha
volado por los aires y ya sólo queda el tiempo de la espera. Fue bonito oír ayer por
la noche los aplausos que la gente dedicaba al personal sanitario desde sus balcones.
Permanecemos encerrados en el interior de una gran ficción con el objetivo de salvarnos la vida. Se llama movilización total y, paradoxalmente, su forma extrema es el
confinamiento. “La mayor contribución que podemos hacer es ésta: no se reúnan, no
provoquen caos”, afirmaba un importante dirigente del Partido Comunista Chino. Y
un mosso que vigilaba ayer Igualada añadía: “Recuerde que, si entra en la ciudad, ya
no podrá volver a salir”, mientras le comentaba a un compañero: “el miedo consigue
lo que no consigue nadie más”. Pero la gente muere, ¿verdad? Sí, claro. Sucede, sin
embargo, que la naturalización actual de la muerte cancela el pensamiento crítico.
Algunos ilusos hasta creen en ese nosotros invocado por el mismo poder que declara
el estado de alarma: “Este virus lo pararemos juntos”. Pero solamente van a trabajar y se exponen en el metro aquellos que necesitan el dinero imperiosamente.
Cada sociedad tiene sus propias enfermedades, y dichas enfermedades dicen la
verdad acerca de esta sociedad. Se conoce demasiado bien la interrelación entre
la agroindustria capitalista y la etiología de las epidemias recientes: el capitalismo
desbocado produce el virus que él mismo reutiliza más tarde para controlarnos. Los
efectos colaterales (despolitización, reestructuraciones, despidos, muertes, etc.) son
esenciales para imponer un estado de excepción normalizado. El capitalismo es
asesino, y esta afirmación no es consecuencia de ninguna afirmación conspiranoica. Se trata simplemente de su lógica de funcionamiento. Drones y controles
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policiales en las calles. El lenguaje militarizado recuerda el de los manuales de la
contrainsurgencia: “En la guerra moderna, el enemigo es difícil de definir. El límite
entre amigos y enemigos se halla en el interior mismo de la nación, en una misma
ciudad, y en ocasiones dentro de la misma familia” (Biblioteca del Ejército de Colombia, Bogotá, 1963). Recuerden: la mejor vacuna es uno mismo. Esta coincidencia
no es extraña, ya que la movilización total es sobre todo una guerra, y la mejor guerra
—porque permanece invisible— es aquella que se libra en nombre de la vida. He
aquí el engaño.
Si la movilización se despliega como una guerra contra la población es porque
su único objetivo consiste en salvar el algoritmo de la vida, lo cual, por descontado, nada tiene que ver con nuestras vidas personales e irreductibles, que bien poco
importan. La “mano invisible” del mercado ponía cada cosa en su sitio: asignaba
recursos, determinaba precios y beneficios. Humillaba. Ara es la Vida, pero la Vida
entendida como un algoritmo formado por secuencias ordenadas de pasos lógicos,
la que se encarga de organizar la sociedad. Las habilidades necesarias para trabajar,
aprender y ser un buen ciudadano se han unificado. Éste es el auténtico confinamiento en que estamos recluidos. Somos terminales del algoritmo de la Vida que organiza
el mundo. Este confinamiento hace factible el Gran Confinamiento de las poblaciones que ya tiene lugar en China, Italia, etc. y que, poco a poco, se convertirá en una
práctica habitual a causa de una naturaleza incontrolable. El Gobierno se reestataliza
y la decisión política regresa a un primer plano. El neoliberalismo se pone descaradamente el vestido del Estado guerra. El capital tiene miedo. La incerteza y la
inseguridad impugnan la necesidad del mismo Estado. La vida oscura y paroxística,
aquello incalculable en su ambivalencia, escapa al algoritmo.
...............
Fuente: Crític y Comitédisperso
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¿Esto nos está pasando realmente?
El virus es la contingencia misma del mundo sin Dios; el estado de excepción planetario
sincroniza por primera vez desde 1945 nuestras costumbres y nuestras instituciones con una
amenaza “mundana” de alcance universal
Santiago Alba Rico
17/03/2020 - 22:09h / eldiario.es
La turística Puerta del Sol madrileña vacía durante el estado de alarma decretado por
el coronavirus Europa Press
Cicatero y gorrón en las redes, el sábado pasado se me ocurrió poner un tuit “filosófico”, cuya prolífica reproducción -al menos en relación con mis baremos habituales- confirma de algún modo la transversalidad de su contenido. El tuit decía: “Esta sensación de
irrealidad se debe al hecho de que por primera vez nos está ocurriendo algo real. Es decir,
nos está ocurriendo algo a todos juntos y al mismo tiempo. Aprovechemos la oportunidad”. Como en algunas respuestas se me ha pedido que explique más largamente este
aforismo, lo intento a continuación.
¿Qué es real? Real es la independencia del mundo.
Ahora bien, es más fácil para un machista reconocer la independencia de la voluntad
femenina o para un nacionalista español la independencia de Catalunya que para un ser
humano reconocer la independencia del mundo.
Eso ocurre raramente y por dos motivos. El primero es antropológico y tiene que ver
con lo que Jean-Paul Sartre, con inspiración muy heideggeriana, llamaba “la inmanencia
de la conciencia en la experiencia”. Estamos protegidos, es decir, por la inmediatez misma de nuestras experiencias en el espacio. Por el hecho de que experimentamos las cosas
con nuestro cuerpo y en un mundo que reconocemos como banalmente “nuestro”. Lo
“normal” es, de alguna manera, lo contrario de “lo real”.
El segundo es sociológico: me refiero al hecho de que el mundo ha sido suplantado
por toda una serie de estructuras -o respuestas sociales automáticas- que acabamos interiorizando de forma colectiva, pues de ellas depende nuestra supervivencia, como “reales”. Pensemos, en nuestro caso, en todas esas satisfacciones civilizacionales cotidianas
que damos por supuestas: del grifo sale agua, la luz se enciende, el cajero nos da dinero,
el supermercado está abierto, el móvil se recarga, el médico nos atiende.
Esta doble “inmanencia” (antropológica e institucional) determina la paradoja de que
la pobreza sea tan “real” para los pobres como la riqueza para los ricos. Si los pobres tuviesen un acceso privilegiado a la realidad del mundo su vida sería totalmente insoportable y tanto las revoluciones como los suicidios serían mucho más frecuentes. Cuando la
filósofa, militante y mística Simone Weil quiso compartir los sufrimientos de una cadena
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de montaje para clavarse “el aguijón de la realidad en la carne” descubrió el embrutecimiento salvífico del trabajo penoso y extremo: el trabajo mismo, con su inmanencia
brutal, pone a los trabajadores “fuera del mundo”. En cuanto a los suicidios, es sabido
que se suicidan mucho más los ricos que los pobres.
Raramente, pues, tenemos acceso a la independencia del mundo. Lo tenemos a través
del dolor, mediante el cual chocamos con el límite interno de nuestra propia vida; y lo
tenemos a través del amor, la primera vez que, enamorados, reconocemos el límite del
otro cuerpo como indomeñable y gozoso. Raramente, sí, nuestra vida nos parece mortal;
raramente un árbol nos parece un árbol; raramente los otros cuerpos nos parecen tan
propios e independientes como el nuestro. Sólo las madres de todos los sexos viven la
felicidad y el sufrimiento de sus hijos como realmente reales.
Durante siglos, es verdad, los humanos hemos estado mucho más expuestos que hoy
a la revelación de la independencia del mundo; es decir, a la irrupción disruptiva de lo
real. Sometidos a la naturaleza y sus injurias, a los virus y sus contingencias, la religión
nos ofreció un procedimiento manual para proteger nuestra inmanencia. El creyente que
declaraba (y aún declara) que Dios es más real que el mundo, inscribe la contingencia
en un orden y una voluntad, de manera que el mundo llega hasta nuestro cuerpo mitigado, a modo de caricia o de punición personal. Es lo mismo que hacemos -escribía el
otro día- cuando recurrimos al complotismo para negar la existencia e independencia de
las fuentes de dolor. Dios conspira a nuestro favor mientras que Trump -o Fumanchúconspiran en nuestra contra. Que el mundo lo controlen los malos, si es que Dios no
puede hacerlo, no deja de ser un alivio teológico.
Hoy nos hemos deshecho de Dios como de una chapuza primitiva -a igual título que
los caballos o las máquinas de escribir- que se estropeaba muchas veces y requería un
enorme esfuerzo de manutención individual (esfuerzo muy fecundo, por lo demás, en
literatura y filosofía, hoy perdido). Nos hemos deshecho de Dios y en su lugar hemos
introducido, a través del capitalismo de consumo, una estructura material y simbólica “automática” que asegura una inmanencia mucho más confortable, casi autista en
su clausura molusca: la tecnología, el consumo, los avances médicos han generado en
Occidente una ilusión de inmortalidad incompatible con la independencia del mundo.
Con nuestra cámara digital la buscamos ansiosamente al tiempo que ansiosamente la
negamos, prolongando tanto su ausencia como la nostalgia de ella. La buscamos y la
negamos, en los intersticios de la tecnología, a través del sexo intenso y soluble sin compromiso. La buscamos y la negamos en la droga, en el deporte onanista, en el ruralismo
dominical. Nunca una sociedad humana ha vivido más fuera del mundo que la nuestra.
Cuando titulaba mi último artículo “Apología del contagio” quería advertir sobre los
peligros de esta ausencia de mundo; es decir, de esta desinfección de realidad.
Y de pronto llega el coronavirus -con las medidas tomadas contra él- y nos revela de
nuevo la independencia del mundo. Protegidos por la inmanencia, que nos hace interiorizar como normal su ausencia, su comparecencia sólo puede presentarse de forma traumática y desconcertante para los sentidos. La comparecencia de lo real, cuando ocurre,
siempre se nos antoja irreal. Eso nos pasa, a nivel individual, cuando se nos diagnostica
un cáncer y los cuatro puntos cardinales se mezclan y voltean ante nuestros ojos. O
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cuando nos acontece tener entre los brazos, caliente y vivo, el cuerpo soñado que habíamos creído siempre inalcanzable. Pero ocurre mucho más cuando ese desvelamiento del
mundo en su independencia es compartido, sin escapatoria, por todos los humanos al
mismo tiempo. Este “sin escapatoria” es importante, pues lo que define el mundo real
-ya sea un árbol o un virus- es que no se puede escapar de él, ni para el bien ni para el
mal. No se puede escapar del compromiso con el amado; no se puede escapar del cepo
de la muerte.
Es verdad que se nos deberían haber mezclado los cuatro puntos cardinales muchas
veces antes de hoy, fuera de la confortable inmanencia de nuestros automatismos: con la
amenaza nuclear, por ejemplo, latente desde 1945, o con el cambio climático, que coincide con los límites del planeta y del que no hay huida posible. Pero si sólo con el coronavirus se ha apoderado de nosotros esta sensación de irrealidad que acompaña siempre
a la irrupción de la realidad es porque las medidas globales tomadas contra él han echado
por tierra al mismo tiempo la inmanencia antropológica y la inmanencia sociológica. El
virus es la contingencia misma del mundo sin Dios; el estado de excepción planetario
sincroniza por primera vez desde 1945 nuestras costumbres y nuestras instituciones con
una amenaza “mundana” de alcance universal que no podemos controlar. El gobierno,
suspendiendo el régimen autonómico, reconoce la independencia terrible del mundo,
desnudo de inmanencias rutinarias; el gobierno, alterando traumáticamente nuestra
vida cotidiana, nos arroja al mundo, donde hay menos libertad no porque la ley nos
obligue a quedarnos en casa sino porque nos atrapa, precisamente, en la realidad misma.
La globalidad de estas medidas da a este mundo una redondez asfixiante que nunca antes
había tenido. O que nunca antes habíamos percibido de un poco tan vívido e inmediato.
Que reconozcamos el mundo como real, ¿no es también una oportunidad? Debería
serlo. Como algunos llevamos años pidiendo, el mundo se ha parado: un ocio trágico
reemplaza a una producción suicida, el cuidado imperativo se impone al sentimentalismo nihilista, la propia crisis económica en ciernes, de una envergadura sin precedentes,
concede al mundo la posibilidad de intervenir en nuestros debates sobre recursos, distribución y protección ambiental. La realidad tiene momentáneamente la palabra. Habría
sido mejor, es cierto, que los árboles nos interpelaran pacíficamente y que el dolor de
los otros nos hubiese okupado razonablemente los cuerpos. Habría sido mejor -aunque
poco verosímil- que el mundo se declarara independiente ante nuestros ojos por la vía
de la razón y la sensibilidad. No podía ser. Tenía que hacerlo de esta manera, con una
sacudida de nuestras inmanencias y una amenaza a nuestras existencias. Lo cierto es que,
obligados a este parón, vamos a ver por fin cosas que teníamos delante de las narices, nos
vamos a aburrir hasta la rebelión, vamos a tensar al máximo nuestros resortes íntimos
y nuestra lengua común. La pregunta ahora, por tanto, no es si esta revelación podía
haberse producido de otra manera sino si estamos preparados para sacarle partido.
No va a ser fácil. Antropológicamente nuestro mundo es el más irreal de la historia.
Décadas de lo que Pasolini llamaba hace casi cincuenta años “hedonismo de masas” ha
producido un naufragio “moral” tan catastrófico como refinada y totalitaria es nuestra
tecnología: “El hedonismo del poder de la sociedad de consumo”, escribía en sus Scritti
corsari, “ha desacostumbrado de golpe, en menos de una década, a los italianos a la
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resignación, a la idea de sacrificio, etc.: los italianos no están ya dispuestos a abandonar
ese poco de comodidad y bienestar (aunque sea miserable) que de alguna manera han
alcanzado. Lo que podría prometer un nuevo fascismo, debería ser precisamente, por
tanto, “comodidad y bienestar”: lo que es una contradicción en los términos”. Esto que
dice Pasolini de los italianos se puede aplicar a todos los occidentales, pobres o ricos, e
incluso, en términos de imaginario desiderativo, a todo el planeta. Un poema suyo de
1974, titulado Recesión, anticipa ese regreso al mundo o regreso del mundo, con fábricas en ruinas, calzones con remiendos y crepúsculos vacíos de coches, en el que los ojos
“ya no demandan dinero sino amor”; el poema acaba recordando abruptamente que ese
mundo no puede ser deseable como catástrofe sino como “comunismo”, en el modo
muy particular -populismo católico y humanismo marxista- en que Pasolini interpretaba
este concepto. No estamos preparados para afrontar la independencia del mundo; y si los
europeos no nos ponemos las pilas, a esta disrupción de lo real sólo sobrevivirán, como
dice otro poeta italiano, Erri de Luca, “los indios, los bálticos, los Masai, los beduinos
protegidos por el viento y los mogoles a caballo”. Y seguramente los chinos.
Antropológicamente no estamos preparados. Pero mucho menos lo está el capitalismo
para hacer concesiones. En el año 2008 los ciudadanos rescatamos a los bancos; hoy sería
justo e imperativo que los bancos rescatasen a los ciudadanos. No ocurrirá. El capitalismo, esa descomunal fantasía, es capaz de succionar beneficios incluso de lo real disruptivo. La economía lleva algunos siglos y, sobre todo, algunas décadas negando el mundo
y va a seguir haciéndolo. Nuestro desafío como humanos repentinamente arrojados a él
es casi heroico: proteger la salud de cada cuerpo como si fuera nuestro propio cuerpo;
proteger nuestras estructuras sanitarias, erosionadas por los recortes y por el nihilismo
hedonista de algunos des-almados; proteger la democracia, que ya estaba debilitada y
que puede sucumbir mañana a un permanente estado de excepción, por muy justificado
que esté hoy; y protegernos, sobre todo, de una economía que nunca ha reconocido la
independencia del mundo y que, ante la comparecencia de lo real, decidirá una vez más
-entre el capitalismo o el mundo- sacrificar el mundo con todos sus habitantes.
Lo peor esperable, dice un amigo, es que cuando pase esta crisis volvamos a donde
estábamos, como si nada hubiese ocurrido. Hay otras dos opciones, excluyentes entre
sí. Una es que, traumatizados por lo real, con menos defensas que nunca, busquemos
nuevas inmanencias en regímenes autoritarios al servicio de un remozado capitalismo
“nacional”. La otra es que defendamos con uñas y dientes la independencia del mundo
revelada de la peor manera y, tanto en la esfera antropológica como en la política, a
nivel local y global, prolonguemos y gestionemos este parón y su dimensión auroral,
fundacional, constituyente. Para ello, frente a los des-almados y a los automatismos,
necesitamos buenos ejemplos. Y los tenemos. En el orden antropológico, ahí están los
médicos, los sanitarios, los “piquetes” vecinales de ayuda a los mayores, las cajeras y
reponedoras de los supermercados (“somos la tercera clase del Titanic”, se lamenta una
de ellas), cuya defensa de la realidad nos indica a todos el camino. En el orden político y
global, ahí está la OMS, una institución silenciosa, mucho más eficaz que la ONU, que
parece entender que la única manera de que nos salvemos cada uno de nosotros es que
nos salvemos todos al mismo tiempo.
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Las consecuencias del neoliberalismo
en la pandemia actual
Vicenç Navarro - marzo 17, 2020
En un artículo reciente señalé elementos importantes que habían contribuido a la
propagación de la epidemia –ahora pandemia– causada por el coronavirus, elementos
a los que no se les había dado la visibilidad que merecían en los principales medios
de información y que, de no entenderse y resolverse, crearían las condiciones para la
aparición de otras epidemias, una vez esta estuviera resuelta (Lo que no se ha dicho
de la epidemia de coronavirus, Público, 04.03.20). Entre estos elementos apuntaba
el comportamiento de las grandes empresas farmacéuticas, que sistemáticamente
anteponen su objetivo de optimizar sus beneficios a otros fines, como el prevenir
y/o curar enfermedades que, al extenderse, pueden convertirse en pandemias, como
ha ocurrido ahora. La importancia de esta comercialización y la sumisión de los
intereses generales a los intereses privados en sectores tan importantes para la salud
y calidad de vida de las poblaciones –como lo es la sanidad (incluyendo el sector farmacéutico)– ha sido la característica del período neoliberal, iniciado a partir de los
años ochenta en el mundo occidental con la amplia privatización de tales sectores vitales
para el bienestar de la población. Dichas prácticas fueron iniciadas a principios de los
años ochenta por el presidente Reagan en EEUU y la primera ministra Thatcher en el
Reino Unido, y continuadas más tarde en Europa por los gobiernos conservadores,
liberales y socialdemócratas (que hicieron suyas, estos últimos, tales políticas, como
fue el caso de los gobiernos presididos por Tony Blair en el Reino Unido, Gerard Schröder en Alemania y Zapatero –expandidas considerablemente por Rajoy– en España),
convirtiéndose en la ideología hegemónica en las instituciones nacionales e internacionales (como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Central
Europeo, y el Parlamento y la Comisión Europeos, entre otros). Las consecuencias de
su aplicación han sido enromes, contribuyendo en gran medida al establecimiento
de las bases que permitieron la expansión de la pandemia actual. Veamos los datos.
La contribución del neoliberalismo a la reducción de la capacidad de la sociedad
para responder a las epidemias
La expansión del neoliberalismo ha contribuido a que, desde los años ochenta, el
mundo haya visto nada menos que cuatro grandes epidemias (Ébola, SARS, MERS
y ahora el COVID-19), siendo la aplicación de sus políticas (esto es, la desregulación
de los mercados y su mundialización, así como las políticas de austeridad social) uno
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de los factores que más han contribuido a la expansión de tales enfermedades a los
dos lados del Atlántico Norte (lo cual explica que adquirieran gran visibilidad mediática, pues ha habido también otras epidemias que, al no afectar a estos países y haberse
limitado y contenido en los países subdesarrollados o en otros continentes, apenas han
sido noticia).
De entre estas medidas, dos han tenido especial importancia: una ha sido, como
acabo de citar, la desregulación del movimiento de capitales y del mundo del trabajo, creando una gran movilidad de personas y de productos de consumo a nivel
global, con un debilitamiento de las políticas de protección del trabajador y del
consumidor, así como una amplia desregulación de los mercados de trabajo. Y la
otra intervención, perjudicial también para el bienestar de las clases populares, ha sido
la reducción de servicios fundamentales para garantizar el bienestar de la población
como los servicios sanitarios y los de salud pública, así como los servicios del 4º
pilar del bienestar como escuelas de infancia y servicios a las personas dependientes
como los ancianos, que son imprescindibles para aminorar el enorme impacto negativo de la epidemia en la calidad de vida de las poblaciones.
Los países del capitalismo más desarrollado que han aplicado con mayor dureza
estas políticas neoliberales incluyen los EEUU (y de una manera muy especial, el gobierno del Partido Republicano presidido por Trump, que domina también la Cámara
alta, el Senado), España (durante los gobiernos Zapatero y, de una manera incluso más
acentuada, durante los gobiernos Rajoy, siendo a nivel autonómico el gobierno Artur
Mas en Catalunya uno de los más duros en sus recortes) e Italia (y muy en particular
durante la presencia en el gobierno de la ultraderecha de la Liga Norte con su líder,
Matteo Salvini).
La máxima expresión del neoliberalismo: los EEUU de Trump
Dos son las características que definen hoy EEUU. Una es el bajísimo nivel de protección social de las clases populares. El nivel de vida de la clase trabajadora se ha
reducido enormemente como consecuencia del gran aumento de la precariedad y el
pluriempleo en el mercado de trabajo estadounidense. Según un estudio reciente de
la prestigiosa Brookings Institution, publicado en 2019, el 44% de los trabajadores en
EEUU (más de 53 millones) son trabajadores con bajos salarios (con una mediana
de salarios de algo menos de 18.000 dólares al año), con lo cual el informe concluye
que “casi la mitad de los trabajadores obtiene unos salarios que no son suficientes
para proveer una seguridad económica”. Este porcentaje ha crecido muy notablemente durante la época Trump. Un indicador de esta escasa protección social es que
la gran mayoría de trabajadores no tienen sick leave, es decir, que si no trabajan por
estar enfermos, no reciben ningún salario o ayuda financiera, sea privada (proveída por
su empleador) o pública (por la Seguridad Social). Ello implica que los trabajadores
suelan resistirse mucho a dejar de trabajar porque ello les supondría interrumpir
sus ingresos. Esta es la causa de que muchas personas enfermas, infectadas por el
coronavirus, continúen trabajando y contagiando.
Pero la dimensión más dramática de esta escasa protección es que la mayoría de
los servicios sanitarios son privados. Casi 30 millones de personas en EEUU no
152
tienen ninguna cobertura sanitaria y otros 27 millones tienen una cobertura muy
insuficiente. Como resultado del escaso desarrollo del sector público, EEUU es uno
de los países con un número más bajo de camas hospitalarias por cada 1.000 habitantes en la OCDE (el grupo de países más desarrollados del mundo capitalista), con lo
que tiene un problema gravísimo para poder atender a la población.
La respuesta de Trump a la epidemia
La estrategia del gobierno del presidente Trump se ha centrado en negar que exista
un problema, atribuyendo al Partido Demócrata la creación de una inexistente epidemia que, según él, está basada en la difusión de noticas falsas (fake news en inglés). Ha
llegado incluso a ordenar a la máxima autoridad federal de salud pública, el Center
for Disease Control and Prevention o CDC (cuyo presupuesto, el gobierno de Trump
ha reducido en un 18% anual) que prohibiera las pruebas de identificación para mostrar si la persona está o no contagiada de COVID-19 (exceptuando las realizadas por
el propio CDC), lo cual ha limitado tal número de pruebas a una cantidad mínima
(sólo 26 pruebas de COVID-19 por cada millón de habitantes entre el 3 de enero y
el 11 de marzo, según datos de la BBC, cuando Corea del Sur había realizado 4.000
pruebas por millón durante el mismo periodo) en un país de más de 300 millones de
habitantes.
En realidad, el presidente Trump recortó en un 20% los Programas Federales para
Urgencias Infecciosas, eliminado a la vez la unidad de pandemias dentro del Consejo
de Seguridad Nacional, por lo que esta institución pasó a centrarse únicamente en la
seguridad militar, dejando de lado la seguridad en el bienestar. Hizo grandes recortes
en la investigación de los Institutos Nacionales de Salud (NIH), incluyendo investigaciones en los coronavirus (uno de los cuales ha sido el causante de la pandemia actual)
que, de haberse completado, hubieran podido haber prevenido tal pandemia.
La enorme alarma popular ha forzado al presidente Trump a reconocer que sí que
existe una epidemia, hecho del que se ha dado cuenta tras la caída de la bolsa en picado, más que del sufrimiento popular. Y a fin de estimular la economía, ha pedido reducir los salarios y bajar los impuestos y, muy en especial, las cotizaciones a la Seguridad
Social (como parte del intento de Trump en EEUU de eliminar tal programa federal).
Últimamente y, de nuevo, como resultado del gran enfado popular, ha ido tomando
decisiones como respuesta a la actividad propositiva del Partido Demócrata y del
Congreso de EEUU (hoy con mayoría de tal partido), que están utilizando la falta de
respuesta del gobierno Trump a la epidemia como elemento clave para su derrota en
las próximas elecciones. Por fin se está movilizando, utilizando un lenguaje ultranacionalista que llama a la movilización en contra del “virus extranjero” enviado por un
país hostil, China.
La experiencia en países con cobertura sanitaria pública
Un gran número de países en el mundo tienen sistemas de cobertura sanitaria universal
o casi universal, lo cual permite un mayor control del daño causado por la pandemia.
Desde que empezó hace más de dos meses en China, la epidemia ha alcanzado ya a más
de ciento cincuenta países con 175.000 casos de personas infectadas y 6.706 fallecidos. En
153
un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud de febrero de este año se
presentan datos de un gran interés sobre cómo se debería responder a esta pandemia
y la relación con las condiciones de los servicios sanitarios y sociales para atender a
la población. Y, entre las condiciones que favorecen una respuesta positiva a la pandemia
están el nivel de solidez y madurez de tales sistemas sanitarios y sociales, así como la estrategia para atacar la epidemia. Ello incluye poder detectar a las personas infectadas y atender
a los que tienen y desarrollan la enfermedad, asegurándose que se mantiene la capacidad
del sistema sanitario a fin de atender adecuadamente el creciente número de pacientes, a
la vez que se garantiza que se tienen los recursos profesionales suficientes para atender a
toda la población. La existencia de cada una de estas características es un indicador del
compromiso público y colectivo con la solidaridad ante a una amenaza común a la
que la sociedad debe hacer frente. Y son unas buenas bases para evaluar la respuesta
de los países a la epidemia.
Quiénes lo han hecho mejor
Siguiendo tal criterio, un reciente artículo en Lancet muestra cómo la exitosa estrategia de contención de Japón, Hong-Kong y Singapur (a los cuales deberían añadirse
Corea del Sur), además de China, se ha sustentado en la existencia de estas prácticas.
Ello ha permitido que los servicios públicos, altamente populares, hayan podido controlar
la extensión de la epidemia y atender a la población enferma. Ahora bien, ha habido
países a los que les ha faltado alguna de estas características, y algunas de estas deficiencias se deben a las políticas de neoliberales austeridad llevadas a cabo por los gobiernos. En el artículo “We need strong public health care to contain the global corona
pandemic”, escrito por Wim De Ceukelaire y Chiara Bodini, que pronto se publicará en
la International Journal of Health Services, se señala que la privatización de los servicios
que ha tenido lugar en muchos países europeos, como en Italia, junto con los recortes del
gasto público sanitario, han dificultado la pronta resolución de la pandemia, convirtiéndose el caso italiano en el mejor ejemplo europeo de colapso del sistema sanitario.
Los autores señalan en este aspecto que en “Italia, el país hasta ahora más afectado
en Europa, la regionalización de la atención sanitaria –como parte de una política
mucho más amplia de desmantelamiento y privatización progresivos del Servicio Nacional de Salud– ha retrasado significativamente la adopción de medidas coherentes
para contener la enfermedad y reforzar el sistema sanitario”.
“En la medida que sus sistemas sanitarios no han sido capaces de coordinar las
respuestas colectivas adecuadas, no debe sorprendernos que las medidas tomadas por
los gobiernos europeos se centren en las responsabilidades individuales de la gente.
El distanciamiento social de ha transformado en la pieza principal de sus planes de
mitigación del COVID-19”.
Ahora bien, los autores también señalan que aun cuando estas medidas que acentúan la responsabilidad individual son necesarias, el hecho es que son insuficientes.
Hay que añadir las intervenciones colectivas, las cuales deben incluir la provisión de
servicios públicos como, además de los servicios sanitarios, los servicios sociales y los
servicios de ayuda a las familias englobados en el 4º pilar del bienestar (escuelas de infancia y servicios a las personas dependientes como los ancianos), así como garantizar los
154
derechos laborales y sociales de la población para resolver los problemas creados por
la pandemia en los mercados de trabajo y en las sociedades sometidas a ella.
La epidemia y su respuesta en España
La respuesta en España a la pandemia se ha producido en el contexto de un sistema
sanitario prácticamente universal. Pero hay tres puntos débiles enormemente importantes para el tema que tratamos (la respuesta a los daños de la pandemia). Uno ha sido
su enorme subfinanciación, que he denunciado repetidamente en mis libros y artículos
(ver “Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante”, Anagrama, 2015; y “El enorme daño causado por los economistas neoliberales”, Público, 27.12.19). Los enormes recortes (de los más acentuados en la UE-15) han
dejado a este sistema en una situación de escasa capacidad para responder al enorme
daño que provocará la expansión inevitable de la enfermedad vírica. En realidad, tal
subfinanciación explica la dualidad en los servicios sanitarios, con unos servicios privados (de mayor sensibilidad hacia el usuario, pero peor calidad en su atención) para
el 20%-30% de la población de renta superior, y los servicios públicos para la mayoría (el 70-80% de la población). Los enormes recortes han aumentado el sector privado a
costa de reducir el público, acentuando la polarización por clase social que caracteriza
la sanidad española. De nuevo, los recortes en España han sido de los más acentuados
en la UE-15. Según datos de Eurostat, el gasto sanitario pasó de representar el 6,8%
del PIB en 2009 al 6,4% en 2014 (según el Servei Català de la Salut a partir de datos
de la OCDE, en el mismo período y en dólares per cápita, el gasto pasó de 2.197$ a
2.140$, a la vez que en el promedio de la UE-15 se pasó de 3.008$ a 3.389$). Este
bajo y reducido gasto sanitario se traduce en muchos otros indicadores. El número de
médicos -según la OMS- ha pasado de 47 por cada 10.000 habitantes en 2009 a 40
en 2016 (un 14% menos). En Suecia pasó de 32 en 2007 a 54 en 2016. Y en cuanto a
camas hospitalarias, a partir de datos de la OCDE se pasó de 3,3 camas a 3 por cada
1.000 habitantes, del 2007 al 2016. En Italia pasó de 3,7 a 3,2.
Y otra gran debilidad es el escaso poder que tienen en España las agencias de salud
pública, sesgadas a favor de los intereses y lobbies económico-financieros a costa de los
intereses de los usuarios, trabajadores y clases populares. Por regla general, los ayuntamientos (el nivel de gobierno donde se ubican gran parte de los departamentos de
salud pública) tienen muy poco poder. Esto se ha visto en las luchas constantes que
el ayuntamiento de Barcelona actual ha tenido con lobbies financieros y económicos
para proteger la salud y los intereses de las clases populares, con desautorizaciones
frecuentes por parte de los niveles superiores de gobierno o por el sistema judicial, profundamente conservador. La tercera debilidad es el escasísimo desarrollo de los servicios
clave de ayuda a las personas dependientes y las escuelas de infancia, necesarios para
la resolución de tal crisis, tal y como he señalado en la sección anterior de EEUU.
En realidad, la escasísima protección que tienen las familias en España y el limitado
desarrollo de los servicios de ayuda a estas familias (de nuevo, escuelas de infancia y
servicios a las personas dependientes, como las personas mayores), consecuencia, a su vez,
del escaso poder de la mujer, están deteriorando todavía más su bienestar (y muy en
particular de la mujer de clase trabajadora y otros sectores de las clases populares), pues
155
medidas como los cierres de las escuelas les crean problemas graves, ya que fuerzan
a cambios enormes en la compaginación de tareas profesionales con las responsabilidades familiares, que continúan siendo realizadas por las mujeres, dificultando su
integración en el mercado de trabajo.
En resumidas cuentas, la pandemia está mostrando las grandes insuficiencias del
Estado del Bienestar español y sus servicios, resultado de su escasa financiación (de
las más bajas de la UE-15) y su dualización por clase social, creando una polarización
social que rompe con la necesaria solidaridad que se requiere para resolver los grandes problemas que la pandemia crea. El gran dominio que las fuerzas conservadoras
(de sensibilidad neoliberal) han tenido y continúan teniendo sobre los aparatos del
Estado y sobre el establishment político-mediático del país ha conducido a una situación que muestra los enormes déficits que persisten en España, y que han sido
silenciados u ocultados por dicho establishment. Es necesario que se produzca una
amplia movilización en la sociedad para exigir cambios sustanciales y profundos, con
una expansión de tales servicios, presionando al nuevo gobierno de coalición de izquierdas para que aproveche las circunstancias excepcionales para corregir tales déficits, intentando, entre otras medidas, movilizar los fondos y los poderes públicos al
servicio de la ciudadanía, a base de una redistribución muy notable de la riqueza del
país que contribuya a obtener los fondos requeridos, disminuyendo las desigualdades
sociales que han estado deteriorando la calidad democrática del país y el bienestar
de la población durante el largo período neoliberal. La continuación de las políticas
neoliberales sería un suicidio para el país, incrementando todavía más el sufrimiento
de las clases populares. El espléndido ejemplo de la movilización que ha tenido lugar
para dar las gracias a los profesionales y trabajadores sanitarios es un ejemplo de la
solidaridad que la población en España puede ofrecer en un momento en el que el
bien común tiene que ser el único criterio de evaluación de las políticas del Estado.
Espero que este artículo ayude a entender las consecuencias negativas que ha tenido el
pensamiento económico dominante, que ha sido reproducido por los grandes medios
de información, y que aparece con plena claridad durante la mayor crisis que la mayoría de países -incluyendo España- han sufrido en estos últimos años. Agradecería
que este artículo se distribuyera ampliamente en el país.
.......
Vicenç Navarro ha sido Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Barcelona. Actualmente es Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Pompeu Fabra (Barcelona, España). Ha sido también profesor de Políticas Públicas en The
Johns Hopkins University (Baltimore, EEUU) donde ha impartido docencia durante 48
años. Dirige el Programa en Políticas Públicas y Sociales patrocinado conjuntamente
por la Universidad Pompeu Fabra y The Johns Hopkins University. Dirige también
el Observatorio Social de España.
Es uno de los investigadores españoles más citados en la literatura científica internacional en ciencias sociales
http://www.vnavarro.org/
156
El coronavirus nos obliga a decidir entre el comunismo global o la ley de la jungla
La epidemia no es solo una señal de los límites de la globalización mercantil, también señala el límite, aún más fatal, del populismo nacionalista que insiste en la soberanía absoluta
del Estado
Slavoj Žižek 17/03/2020
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A medida que se extiende el pánico al coronavirus, tenemos que tomar una decisión
definitiva: o bien promulgamos la lógica brutal de la supervivencia del más apto, o bien
alguna forma reinventada de comunismo con coordinación y colaboración global.
Los medios de comunicación no paran de repetir la fórmula “¡Que no cunda el pánico!”, para luego mostrar toda clase de informes que no hacen otra cosa más que generar
pánico. La situación se parece a la que recuerdo de mi juventud en un país comunista.
Cuando los oficiales del gobierno aseguraban al público que no había ninguna razón
para entrar en pánico, todos nos tomábamos tales afirmaciones como claros signos de
que ellos mismos estaban en estado de pánico.
Esto es demasiado serio como para perder tiempo con pánico
El pánico tiene su propia lógica. El hecho de que en Reino Unido, debido al pánico por el coronavirus, incluso los rollos de papel higiénico hayan desaparecido de las
tiendas me recuerda también a un extraño incidente ocurrido en mi juventud en la
Yugoslavia comunista. De repente comenzó un rumor de que no había suficiente papel
higiénico en las tiendas. Las autoridades aseguraron rápidamente que había suficiente
papel sanitario para el consumo normal, y, sorprendentemente, no solo esto era verdad,
sino que la mayoría de la gente creyó que era verdad.
En cualquier caso, el consumidor medio razonó de esta manera: “Sé que hay suficiente papel higiénico y que el rumor es falso, pero ¿qué ocurre si alguna gente se toma el
rumor en serio y, por el pánico, empieza a comprar reservas excesivas de papel higiénico,
causando así una falta real de papel higiénico? Así que mejor voy y compro reservas para
mí también”.
La extraña contrapartida de esta clase de pánico excesivo es la falta total de pánico en
los momentos en los que hubiese estado plenamente justificado
No es necesario creer que otros se tomarán en serio el rumor, es suficiente presuponer
157
que otros creerán que hay gente que se tomará seriamente tal rumor; el efecto es el mismo, a saber, la falta real de papel higiénico en las tiendas. ¿No es algo similar lo que está
sucediendo hoy en Reino Unido (y también en California)?
La extraña contrapartida de esta clase de pánico excesivo es la falta total de pánico en los momentos en los que hubiese estado plenamente justificado. En los últimos
años, tras las epidemias de SARS y ébola, nos decían una y otra vez que una epidemia
mucho más fuerte era solo cuestión de tiempo, que la pregunta no era ‘si’ sino ‘cuándo’
ocurrirá. A pesar de que estábamos racionalmente convencidos de la veracidad de estas
predicciones, por alguna razón no nos las tomamos en serio y fuimos reacios a actuar y a
prepararnos seriamente. El único lugar en el que lo hicimos fue en películas apocalípticas
como Contagio.
Lo que nos enseña semejante contraste es que el pánico no es la manera adecuada
de enfrentarse a una amenaza real. Cuando reaccionamos entrando en pánico no nos
tomamos la amenaza lo suficientemente en serio. Más bien al contrario, la trivializamos.
Pensemos simplemente en lo ridícula que es la compra excesiva de papel higiénico; como
si importase tener suficiente papel higiénico en medio de una epidemia letal. Así que,
¿cuál sería una reacción apropiada a la epidemia de coronavirus? ¿Qué debemos aprender y qué debemos hacer para confrontarla seriamente?
A lo que me refiero con comunismo
Cuando sugerí que la epidemia de coronavirus puede dar una nueva dosis de vitalidad
al comunismo, mi reivindicación fue, como era de esperar, ridiculizada. Parece que el
duro enfoque del Estado chino ha funcionado, al menos ha funcionado mucho mejor
que las medidas que se están tomando ahora mismo en Italia; sin embargo, la vieja lógica
autoritaria de los comunistas en el poder ha demostrado también sus claras limitaciones.
Una de ellas es que el miedo a llevar malas noticias a aquellos en el poder (y también
al público) importa más que los resultados efectivos. Esta es aparentemente la razón
por la cual aquellos que compartieron inicialmente información sobre un nuevo virus
fueron, según se cuenta, arrestados, y hay informes que indican que algo parecido está
sucediendo ahora.
“La presión para hacer que China regrese al trabajo tras el paro por el coronavirus está
resucitando una vieja tentación: manipular los datos para que enseñe a los altos cargos
lo que quieren ver”, relata Bloomberg. “Este fenómeno se está dando al respecto del uso
de la electricidad en la provincia de Zhejiang, un centro de actividad industrial en la
costa este. Según informaciones cercanas, al menos tres ciudades de la zona han marcado
objetivos de consumo de energía a alcanzar por las fábricas locales, ya que están usando
los datos para mostrar un resurgimiento de la producción. Se informa de que eso ha
llevado a algunas empresas a hacer funcionar la maquinaria incluso cuando sus plantas
de producción se mantienen vacías”.
Se necesitaría un Julian Assange chino para mostrar al público este lado oscuro de
cómo China está lidiando con la epidemia
Podemos, a su vez, adivinar lo que ocurrirá cuando aquellos en el poder se den cuenta
de tal engaño: los gerentes locales serán acusados de sabotaje y severamente castigados
por ello, reproduciendo así el círculo vicioso de la desconfianza… Se necesitaría un Ju158
lian Assange chino para mostrar al público este lado oscuro de cómo China está lidiando
con la epidemia. Así que, si este no es el comunismo que tengo en mente, ¿a qué me
refiero con comunismo? Para saberlo, es suficiente con leer las declaraciones públicas de
la Organización Mundial de la Salud. Esta es una reciente:
El presidente de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo la semana pasada
que, a pesar de que las autoridades sanitarias en todo el mundo tienen la capacidad de
combatir con éxito la propagación del virus, la OMS está preocupada por el hecho de
que en algunos países el nivel de preocupación sea inferior al nivel de amenaza. “Esto
no es un simulacro. Este no es el momento de rendirse. Este no es un momento para
excusas. Este es un momento para hacer lo que sea necesario. Los países llevan preparándose durante décadas para escenarios como este. Ahora es momento de actuar según
esos planes”, dice Tedros. “Esta epidemia puede ser frenada, pero solo con un acercamiento colectivo, coordinado y comprehensivo que articule la completa maquinaria de
los gobiernos”.
Se podría añadir que dicho acercamiento exhaustivo debería llegar mucho más allá de
los meros mecanismos de los gobiernos. Debería abarcar la movilización local de la gente
más allá del control del Estado, así como una coordinación y colaboración internacional
fuerte y eficiente.
Si miles serán hospitalizados por problemas respiratorios, será necesario un número
cada vez mayor de máquinas respiratorias, y, para conseguirlas, el Estado deberá intervenir de la misma manera que interviene en condiciones de guerra cuando son necesarias miles de armas, así como deberá depender de la cooperación con otros Estados.
Igual que en una campaña militar, la información tiene que ser compartida y los planes
coordinados. ESTO es a lo que me refiero con el “comunismo” que hoy se necesita. O,
como dice Will Hutton: “En este momento está muriendo una forma de globalización
no regulada basada en el libre mercado, con su propensión a las crisis y las pandemias.
Pero está naciendo una nueva forma que reconoce la interdependencia y la primacía de
la acción colectiva basada en la evidencia”.
La necesaria coordinación y colaboración global
Lo que sigue predominando hoy en día es la postura de “cada país por y para sí mismo”. “Hay barreras nacionales a la exportación de productos clave como los suministros
médicos, con países recurriendo a sus propios análisis de la crisis en medio de desabastecimientos puntuales y azarosos y primitivos enfoques sobre la contención”, escribe Will
Hutton en The Guardian.
La epidemia del coronavirus no es solo una señal de los límites de la globalización
mercantil, también señala el límite, aún más fatal, del populismo nacionalista que insiste en la soberanía absoluta del Estado. Se acabó el “¡América (o quien sea) primero!”,
puesto que América solo podrá ser salvada desde la coordinación y colaboración global.
No estoy siendo un utopista. No apelo a una idealizada solidaridad entre la gente,
más bien al contrario, la actual crisis demuestra claramente cómo la solidaridad y la
cooperación global actúa en interés de la supervivencia de todos y cada uno de nosotros;
cómo es lo único que, racional y egoístamente, podemos hacer. Y no es solo el coronavirus, la propia China sufrió una desmedida gripe porcina hace unos meses y está siendo
159
amenazada por la posibilidad de una plaga de langostas. Además, como Owen Jones ha
señalado, la crisis climática mata mucha más gente en todo el mundo que el coronavirus,
aunque este tema no genere ninguna ola pánico.
Desde una perspectiva cínica y vitalista, uno estaría tentado de ver el coronavirus
como una infección beneficiosa que permite a la humanidad librarse de los viejos, los
débiles y los enfermos, como si de arrancar las malas hierbas se tratase, contribuyendo
así a la salud global.
Este enfoque comunista amplio que defiendo es la única manera de que dejemos atrás
un punto de vista vitalista tan primitivo. Ya pueden distinguirse en los debates actuales
signos de este cercenamiento de la solidaridad incondicional. Como puede verse en este
texto sobre el papel que tomaría el protocolo llamado “los tres Reyes Magos” si la epidemia tomase un rumbo más catastrófico en Reino Unido. “Médicos experimentados
avisan de que los pacientes del Servicio Nacional de Salud podrían ver negado su acceso
a atenciones de urgencia vital durante un brote severo de coronavirus si las unidades de
cuidados intensivos tuviesen grandes dificultades para lidiar con la situación. Siguiendo
un protocolo denominado ‘los tres Reyes Magos’, tres especialistas cualificados en cada
hospital se verán forzados a elegir cómo organizar el racionamiento de cuidados, como
los ventiladores médicos o las camas, en caso de saturación de pacientes”.
¿En qué criterios se basarán “los tres Reyes Magos”? ¿Sacrificar a los débiles y a los
ancianos? ¿Y acaso no abrirá esta situación un espacio para una incalculable corrupción?
¿No indican tales procedimientos que nos estamos preparando para promulgar la lógica
brutal de la supervivencia del más apto? Así que, de nuevo, la decisión definitiva es: esto,
o alguna clase de comunismo reinventado.
-----------------------Este artículo se publicó originalmente en inglés en RT.
Traducción de Marco Silvano.
160
SEGUNDA PARTE
NUEVAS REFLEXIONES
161
Italia o el espejo roto del coronavirus
Los italianos se afanan en transmitir la gravedad de la pandemia. Ellos van por delante,
y han visto con frustración que en España no creyéramos que podíamos estar ante nuestro
futuro inmediato
Alba Sidera
Roma , 17/03/2020
……
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………..
“Por favor, cuenta cómo es la situación aquí en Italia, porque en España parece que
no se dan cuenta de la gravedad de lo que les viene encima”. Esta frase me la repite prácticamente cada persona italiana con la que hablo desde hace más o menos diez días, que
son los que lleva Italia de ventaja en la lucha contra el COVID-19. Aquí llegó antes: es
el segundo país después de China en número de contagios –casi 28.000–, y también de
muertes, que superan las 2.000. Una manera gráfica de entender qué está ocurriendo es
el apartado de necrológicas de L’Eco di Bergamo, histórico diario de esta ciudad lombarda. Solo en la Lombardía, la región más afectada, han muerto casi 1.000 personas
infectadas por coronavirus. Se ha hecho viral el vídeo de un periodista que mostraba las
necrológicas de un día cualquiera de hace unas semanas: una página y media, como de
costumbre. El mismo día en que Pedro Sánchez anunciaba que más adelante decretaría
el estado de alarma en España, el viernes 13 de marzo, las necrológicas bergamascas
ocupaban ya 12 páginas. Esto quiere decir que en Bérgamo, donde la propagación del
coronavirus tardó más en contenerse que en otras ciudades lombardas que se aislaron
antes –Lodi, por ejemplo, se cerró el 23 de febrero; Bérgamo esperó hasta el 8 marzo–,
hay poca gente que no haya perdido a un ser querido antes de tiempo a causa del virus.
El primer error garrafal de Italia fue de comunicación: una tarde se filtró a los medios
que el día siguiente se cerraría la Lombardía. Hasta la madrugada no compareció el primer ministro para explicar cómo se llevaría a cabo el confinamiento
En las regiones de la Lombardía, el Véneto y la Emilia-Romaña, con una sanidad
pública de gran calidad a pesar de los sangrantes recortes y privatizaciones, los hospitales
están desbordados. No hay suficientes camas de UCI para los enfermos de coronavirus,
ya sin contar a todos los demás que necesitan cuidados intensivos por otros motivos. El
objetivo del confinamiento es ralentizar la gran velocidad con la que se difunde el virus,
para evitar en lo posible el colapso del sistema sanitario que se produciría si hubiera un
pico de enfermos –que todavía no ha llegado a su cúspide. Esos hospitales se encuentran
ya en una situación de gravedad nunca vista: faltan médicos, enfermeros, material, ca162
mas, ambulancias... Los teléfonos de emergencia están a menudo saturados y en ocasiones es imposible incluso hablar con un operador para obtener auxilio.
Los medios italianos han hecho mucho hincapié en que, mientras aquí se tomaban
medidas expeditivas –primero cerrar la Lombardía y catorce provincias más del norte,
principal foco de la infección, y poco después todo el país–, sus primos europeos continuaban como si nada. El caso de España chocaba particularmente, por la proximidad
de paisajes y costumbres. Desde Italia, mirar hacia el Estado español se parece mucho
a verse en un espejo que refleja el propio pasado reciente. Aquí también se pasó por la
sensación inicial de que nos estaban alarmando demasiado y sin motivo. ¿Qué me va a
pasar por seguir saliendo a tomar un aperitivo si yo estoy fuerte para superar una “gripe
un poco más fuerte”? Costó algunos días –y muchas pérdidas de seres queridos– hacer
entender que esto va en primer lugar de sentido de comunidad, de proteger a los más
débiles. En Italia hemos atravesado el desasosiego antes que el resto de Europa, sintiéndonos más solos que nunca porque nadie nos miraba con atención: quizás recordarlo
pueda ayudar a prepararse.
El primer error garrafal de Italia fue de comunicación: una tarde se filtró a los medios
que el día siguiente se cerraría la Lombardía, porque allí la infección avanzaba imparable. Hasta entrada la madrugada no compareció el primer ministro, Giuseppe Conte,
enfadado y superado por la situación, para explicar cómo se llevaría a cabo el confinamiento. Entretanto, ya se habían colapsado las estaciones de trenes con dirección sur y
desvalijado los supermercados. Se produjo un éxodo de miles de lombardos, sobre todo
de Milán, hacia el sur de Italia, que favoreció la propagación del coronavirus y creó situaciones parecidas a las de los madrileños en las localidades marítimas valencianas. También vimos a inconscientes milaneses desoyendo las prohibiciones y yéndose a esquiar
cerca de la frontera con Austria, como hicieron algunos barceloneses en la Cerdanya.
Aprendimos que las medidas hay que anunciarlas cuando ya están a punto, que deben
ser claras y que hay que facilitar que se puedan cumplir. Por ejemplo, no dejando en
manos de los empresarios la decisión de si los empleados tienen que ir o no a trabajar:
muchos propietarios obligaron a los obreros de sus fábricas a acudir al trabajo sin las
medidas de protección sanitaria adecuadas “porque no se podía parar la producción”, y
estos han ido a la huelga para reclamar su derecho a la salud.
Aquí se cerraron todos los negocios que no fueran necesarios, con más extensión
que en España. Tiendas de alimentación, farmacias, estancos (en Italia, en estos establecimientos se pueden pagar facturas, además de comprar tabaco y juegos de azar),
gasolineras, quioscos, repartidores, mecánicos y manitas de urgencias siguen operativos.
También los transportes públicos, aunque van bastante vacíos.
Para controlar que se cumpla el confinamiento, se ha establecido que para salir de casa
hay que llevar encima un documento –que cada cual tiene que descargarse e imprimirse–
en el que especifica dónde va y el motivo. Si no se lleva, la policía, que hace controles,
facilita uno. Si te pillan mintiendo, puedes recibir una multa de 206 euros y hasta tres
meses de cárcel.
Supervivencia emocional
En Italia hemos sido pioneros también en técnicas de supervivencia emocional contra
163
la soledad y la angustia por el temor de perder el trabajo. Contra la incertidumbre. La
autoorganización en los barrios se ha revelado esencial: han nacido grupos de voluntarios
para no dejar desatendidas a las personas ancianas o con poca movilidad. Se están volviendo habituales los aperitivos a través de videollamada, las conferencias, conciertos y
representaciones teatrales online. A los pocos días de empezar a aplaudir cada mediodía
al personal sanitario, se hizo lo mismo en el Estado español.
Aquí, como ocurre en España, cada día a las 6 de la tarde se sale a los balcones para
cantar una canción con los vecinos, y por unos minutos se siente la emoción de pertenecer a una comunidad que está sufriendo junta. Los vecinos, en tiempos de confinamiento, han adquirido una importancia fundamental. Aquellos con los que hasta hace
poco solo se mantenían conversaciones de conveniencia, ahora los percibimos como
seres humanos tan desorientados y necesitados de interacción social como nosotros. La
solidaridad vecinal está salvando en muchos casos la estabilidad mental durante la cuarentena, que ha llegado lentamente a su primera semana.
También hemos visto cómo afecta el confinamiento a los más vulnerables. Las personas sin hogar a menudo son las únicas que continúan en las calles, aún más solas y
desprotegidas. Muchos centros de día han cerrado, y ha habido casos en que la policía
incluso les ha multado por no estar confinadas, a pesar de no tener a dónde ir. Los voluntarios, como la Cruz Roja y asociaciones de barrio, recorren las calles para ofrecerles
comida, abrigo o conversación. Y uno de los problemas principales es que, según la Cruz
Roja, solo 3 de cada 10 instalaciones de higiene para personas sin hogar siguen abiertas.
Son los lugares donde aquellos que viven en la calle pueden ducharse. Ahora no hay capacidad para desinfectarlas y garantizar las medidas de seguridad anti-coronavirus, y por
eso muchas han cerrado. Mientras se repite que la principal arma contra el COVID-19
es lavarse bien las manos, a las personas sin hogar se les priva incluso de ducharse.
Portadas de varios periódicos italianos. Pietro Luca Cassarino
Otro colectivo que sufre por partida doble es el de las personas que ya tienen su libertad restringida. Se ha evidenciado que no estamos preparados para atender ni proteger a
los refugiados de los centros de internamiento para extranjeros, donde, al vivir hacinados, el virus se propaga como el fuego. Lo mismo sucede en las cárceles, donde los presos
han protestado al sentirse, con razón, abandonados y desprotegidos. Hemos vivido motines en casi todas las prisiones del país para pedir medidas de protección e higiene, que
han costado al menos ocho víctimas. Según la policía penitenciaria, por sobredosis, pero
las asociaciones de derechos de los presos, como Antígona, han pedido una investigación
para esclarecer las muertes. Las cárceles italianas son las más superpobladas de la UE, y
sus condiciones sanitarias son pésimas.
Hemos sido testigos también de la necedad de los políticos xenófobos en un afán de
utilizar el virus para estigmatizar colectivos de otros países. Antes de que Ortega Smith causara vergüenza ajena publicando un desconcertante vídeo en el que decía estar
luchando contra los “malditos virus chinos” con sus anticuerpos tan españoles, aquí
vimos a un gobernador del Véneto alimentar el racismo antichino con los tópicos más
despreciables.
164
En una entrevista en una televisión regional, el gobernador véneto Luca Zaia dijo que
los italianos estaban controlando mucho mejor la epidemia que los chinos (¡ja!), porque
ellos son mucho más limpios y aseados. “La higiene que tenemos nosotros, la formación
cultural, es de ducharse cada día…”, dijo el político de la Liga. “China, en cambio, ha
pagado un alto coste en esta epidemia por un hecho cultural… los hemos visto a todos
comiendo ratas vivas”, llegó a soltar, sin ser interrumpido ni cuestionado por el presentador ante tan demencial afirmación. Esto ocurría a finales de febrero, y ser racista contra
la comunidad china estaba de moda y no salía muy caro.
Solidaridad china
Poco después, el mismo día que Donald Trump suspendía todos los vuelos con Europa, en el aeropuerto romano de Fiumicino aterrizaba un Airbus 350 procedente de
China. Iba cargado con más de treinta toneladas de material sanitario y un equipo de
médicos especializados en el tratamiento contra el coronavirus. La acción se publicitó en
directo desde la embajada china en Italia a través de las redes, e hizo lo mismo el ministro
de Exteriores italiano, Luigi di Maio, desencadenando una oleada de agradecimiento y
simpatía. La comunidad china en Italia, como ha hecho en España, también ha dado
muchas muestras de solidaridad, repartiendo mascarillas entre los que no tienen, incluso
en los hospitales, o simplemente cerrando sus negocios por prevención antes de que
fuera obligatorio.
La embajada de la República Popular de la China colgó en Twitter una foto de médicos italianos en la provincia de Sichuan. Era de 12 años atrás, cuando un terrible terremoto asoló la región. “Los verdaderos amigos se ven en los momentos de necesidad”,
afirmaba el tuit, nada inocente. El coronavirus ha empezado a cambiar muchas cosas, y
lo mismo puede hacer con los equilibrios geopolíticos internacionales.
El mismo día que Trump suspendía todos los vuelos con Europa, en el aeropuerto
de Fiumicino aterrizaba un Airbus 350 procedente de China. Iba cargado con más de
treinta toneladas de material sanitario y un equipo de médicos especializados
El coronavirus también ha modificado el tipo de anuncios con los que bombardea
Facebook a sus usuarios. El mercado, siempre tan sutil, se adecúa e incluso adelanta
acontecimientos. En medio del mar de publicaciones con fake news sobre el coronavirus, tremendistas de una parte, y conspiranoicas y negacionistas de otra, aparecen en
bucle anuncios como este: “Ocasión: funeral completo a 1.250 euros, todo incluido”, y
la imagen de un féretro limpito y reluciente. Por este conveniente precio, te ofrecen un
apañado ataúd que transportarán en un coche marca Mercedes 4 –especifican– señores
en traje. La oferta incluye un bonito recordatorio con tu foto en color y un arreglo floral,
y aseguran que publicarán tu necrológica online y hasta se ocuparán del papeleo burocrático para eliminarte del registro de los vivos. Dado que ver esto genera desasosiego
y Zuckerberg lo sabe, a continuación aparece un anuncio de un gurú que vende cursos
online para enseñarte que “el miedo es solo un estado de ánimo”. Y por supuesto, mires
donde mires encuentras publicidad de mascarillas de todos los tamaños y colores.
Perder a un ser querido en Italia ahora mismo es doblemente cruel. Al dolor de la
pérdida se le suma el de no poder honrarlo en condiciones. Los funerales –igual que las
bodas– están prohibidos. De hecho, la policía ya ha desalojado algunos. Lo único que
165
se permite es que un reducido número de personas acuda al cementerio, al aire libre, y
sin abrazarse ni tocarse. Nada de velatorios ni muestras físicas de afecto: respetando el
metro de distancia. Además, cuando muere una persona con coronavirus –o sospechosa
de tenerlo– se activa un protocolo deshumanizante. Los trabajadores de las funerarias
no pueden vestir al muerto. No pueden tocarlo, y se limitan a introducir el cadáver en
un saco de plástico.
El aislamiento impuesto a las personas con coronavirus –incluso a las ya fallecidas– ha
comportado situaciones dantescas. En la Liguria, por ejemplo, una mujer tuvo que quedarse encerrada en casa con el cadáver de su marido muerto durante la noche. El hombre
presentaba síntomas compatibles con el coronavirus, y los servicios de emergencias se
negaron a trasladarlo hasta que al cabo de 24 horas se conociera el resultado del test.
También en la Liguria, una mujer sospechosa de tener coronavirus falleció en un hotel
de un ataque al corazón y ninguna funeraria quiso llevarse el cuerpo. Las autoridades
investigarán ambos casos.
Ofensiva de Renzi
Políticamente, el COVID-19 llegó en un momento en el que Matteo Renzi acababa
de hacer pública su voluntad de meter mano en el Gobierno y deshacerse del primer
ministro Giuseppe Conte. El florentino, declarado fan acérrimo de Maquiavelo, había
propuesto un gobierno de concentración nacional: o sea, llevar al gobierno a todos los
partidos. Como en el ejecutivo están el Movimiento 5 Estrellas y el Partido Demócrata,
además de la izquierda de Libres e Iguales e Italia Viva –el nuevo partido de centroderecha de Renzi–, en la práctica su propuesta consistía en invitar a la oposición al gobierno.
Es decir: la extrema derecha de Matteo Salvini y de los posfascistas Hermanos de Italia
y la derecha berlusconiana.
La coalición de estos tres partidos de derechas encabezados por Salvini, si hubiera
elecciones, arrasaría, y podrían rozar la mitad de los votos. Renzi tiene inclinación a
pactar con la derecha –lo hizo con Berlusconi cuando era primer ministro– y sueña con
ser el artífice de algo que le dé más peso del que tiene. Si hoy se votara, su partido ni
siquiera tendría asegurado entrar en el Parlamento, por lo que urde planes de este estilo.
Salvini primero dijo que sí, porque tiene sentido de Estado; luego que no, porque
al poder se llega votando. Con el confinamiento hizo lo mismo. Primero tuiteaba que
Milán no se detiene, para después ser el adalid del “yo me quedo en casa”. Al líder
xenófobo no le cuesta defender una cosa y la contraria. Su marca de continuidad son
más las formas que las propuestas: es un aspirante a tirano sin escrúpulos, populista y
autoritario, y se arrima a lo que más le convenga para llegar al poder. Por eso también le
resultó fácil pasar del federalismo-secesionismo de la vieja Liga Norte (“Roma ladrona”,
“Viva la Padania”, “Los napolitanos apestan”) a proclamarse el más nacionalista italiano
de todos, con odas permanentes a las maravillas del sur con bandera tricolor incrustada
en cada tuit.
El Ejecutivo ha anunciado que destinará 25.000 millones de euros a intentar paliar los
efectos del COVID-19. Entre las medidas, una ayuda de 600 euros para los autónomos
o el aplazamiento temporal del pago de las hipotecas
Cuando empezó a verse que el coronavirus sería un problema grave en Italia, Renzi
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quiso aprovecharlo para vender de nuevo su plan. ”¿Veis como es necesario un gobierno
de emergencia?”, dijo bajito, que aún queda pudor. Pero nadie le siguió. De hecho, de
toda esta crisis, quien ha salido beneficiado en términos de imagen ha sido Conte. Pero
no porque haya sabido gestionarla bien, sino porque por primera vez ha asumido un rol
protagonista (qué remedio), y su desdibujado personaje ha tomado forma. En concreto,
forma de caricatura de galán trasnochado de telenovela en los memes más compartidos
de TikTok en Italia.
Conte se ha hecho popular entre los adolescentes gracias a sus frases almibaradas a lo
Paulo Coelho. “Permanezcamos distantes hoy para volver a abrazarnos con más fuerza
mañana”, dijo el día que anunció de forma dramática el aislamiento en casa de 60 millones de personas. Viendo que se empieza a cantar el himno desde las ventanas, ha pronunciado esta otra frase (carne de meme): “Sí, hagamos sonar el himno de nuevo. Puede
separarnos una puerta, un balcón, una calle, pero nadie podrá separar nuestros corazones”. Todo con el habitual tono afectado y petulante de quien se escucha mientras habla.
A Conte, que se definió ideológicamente como “populista” en una convención de
la Liga, y que hasta ahora había sido poco más que un contenedor vacío que se ofreció
como independiente para defender por igual los valores de Salvini y del M5E, le va de
perlas el personaje de presidente coqueto que hace gracia a los jóvenes. Ahora, por fin, los
cómicos pueden imitarle. Además, el contraste con los bochornosos presidentes leghistas
de la Lombardía y el Véneto también le ha beneficiado. No ha brillado en nada, pero ha
mantenido un perfil institucional digno, a diferencia de los dos presidentes regionales
que le han atacado. El gobernador de la Lombardía, considerado, como el del Véneto –el
de que “los chinos comen ratas vivas”–, del ala moderada de la Liga, ha llegado a decir
que los inmigrantes ponen en peligro “la supervivencia de la raza blanca” en Italia.
Este lunes 16, Italia presentó un paquete de medidas para hacer frente a “una emergencia que no se conocía desde la Segunda Guerra Mundial”, según dijo Conte. En total,
se destinarán 25.000 millones de euros a intentar paliar los efectos del COVID-19. Entre las medidas, el aplazamiento temporal del pago de las hipotecas o una ayuda de 600
euros para los autónomos. Un total de 3.500 millones de euros servirán para reforzar el
sistema sanitario y la protección civil, y se incorporarán médicos y enfermeros militares.
Las medidas, que son solo las primeras de otras que vendrán, no se han acordado de las
reivindicaciones de los presos ni los refugiados. La crisis provocada por el coronavirus “es
el desafío más importante de las últimas décadas. Nada volverá a ser lo mismo”, ha dicho
Conte, tajante. Y en cómo y cuándo la afrontemos va nuestro futuro.
Autor >
Alba Sidera
https://ctxt.es/es/20200302/Politica/31390/Alba-Sidera-Italia-coronavirus-espejo-roto-expansion-pandemia.htm
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La destrucción de los ecosistemas, el primer
paso hacia las pandemias
Alejandro Tena
Las primeras reacciones ante una pandemia como la del coronavirus tratan de buscar
culpables. El pangolín o el murciélago podrían estar detrás de la propagación del virus. Sin
embargo, los expertos señalan al ser humano que, a través de la deforestación, la tala y el
comercio con animales exóticos, se expone a estas enfermedades.
El confinamiento nos hace buscar culpables. Unos, cargados de racismo, señalan a “los
malditos virus chinos”. Otros ponen el índice sobre el pangolín, mientras buscan en las
redes una imagen que les dé oportunidad, al menos, de saber cómo es este animal exótico.
También hay quien, lejos de cerrar filas en momentos de unidad, cargan contra el Gobierno, que parece no haber sabido gestionar la crisis sanitaria del coronavirus. Se puede
encontrar, incluso, personas que defienden de manera férrea que esta crisis viral responde a
intereses ocultos, lo cual ha sido desmentido por la ciencia en un estudio reciente que niega
que COVID-19 pueda haber nacido en una laboratorio.
Más allá de conjeturas, esta pandemia global pone sobre la mesa una evidencia relativa
a la repentina aparición de virus desconocidos en las sociedades: el ser humano y sus acciones sobre el medio ambiente favorecen que este tipo de organismos, ocultos en la naturaleza, entren en contacto con las sociedades. “Simplificamos los ecosistemas, reducimos el
número de especies y perdemos biodiversidad. Esto hace que desaparezcan especies intermedias que actúan como barrera, favoreciendo que estemos en contacto con otras especies
con las que nunca teníamos contacto y, por lo tanto, más expuestos”, explica a Público
Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del Centro Superior de
Investigaciones Científicas (CSIC).
La reducción de la Tierra a un producto es, sin lugar a dudas, un condicionante a tener
en cuenta a la hora entender la razón por la que este tipo de enfermedades –unas más
virulentas que otras– se propagan por el mundo con cada vez mayor periodicidad. “Existe
una vinculación probada científicamente entre la destrucción de entornos naturales y la
aparición de nuevas enfermedades”, expone Juantxo López de Uralde, diputado ecologista
y presidente de la Comisión de Transición Ecológica del Congreso. “Con la destrucción de
bosques tropicales para, por ejemplo, plantación de monocultivos, las especies desaparecen
y otras buscan refugio en zonas más cercanas al ser humano, que interactúa con el animal
a través de comercio de especies, o directamente se lo come, y termina contagiándose”,
resume el experto.
Primeros positivos en coronavirus de trabajadores de supermercados
El problema de eliminar bosques para llenar bolsillos va más allá de la moralidad ecologista y abre la puerta a que se aumenten los riesgos de propagación de enfermedades.
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Según explicaba esta semana en la BBC Peter Daszak, ecólogo e investigador clave en el
descubrimiento de los murciélagos como origen del SARS, se estima que en las zonas más
recónditas del planeta se esconden en torno a 1,7 millones de virus sin descubrir, lo que
revela hasta qué punto revertir espacios naturales al antojo de la economía –sea deforestación o sea tráfico de especies exóticas– puede aumentar los riesgos de una pandemia como
la actual.
“Estamos gastándonos una ingente cantidad de dinero en contener un fracaso, que es
lo que es el coronavirus”
“Uno de los mensajes más importante durante esta crisis es que la biodiversidad nos
protege. Es algo que debe de quedar claro. Estamos gastándonos una ingente cantidad de
dinero en contener un fracaso, que es lo que es el coronavirus, porque el éxito no es vencer
la pandemia, sino que no se produzca y para ello es necesario recuperar los ecosistemas y
mantenerlos intactos”, advierte Valladares, que pone el foco en el valor de la naturaleza
como “barrera” ante este tipo de fenómenos.
En el caso del coronavirus, las tesis principales hablan del murciélago como uno de
los animales que habría podido propagar el virus. Lo que no está claro es cómo y si hubo
animales intermedios –aquí podría entrar en juego el pangolín– que hubieran estado infectados por el mamífero volador y pudieran haber propagado el virus. En cualquier caso,
las similitudes con la propagación de otras pandemias como la del Sars o el Ébola son
evidentes: seres humanos que entran en contacto con animales con los que en el pasado no
guardaban relación alguna.
Lo que necesitas saber si tu empresa va a realizar un ERTE
Esta irrupción del ser humano en la naturaleza se convierte, según un informe reciente
del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en un “boomerang” que se vuelve contra
la salud global. Así, la expansión del COVI-19 se se debe, según las primeras publicaciones, a un proceso de zoonosis que, lejos de tener su origen en los mercados de especies
exóticas, comienza en las actividades de deforestación y construcción de infraestructuras en
territorios boscosos. Este es el primer paso para que animales prácticamente desconocidos
se acerquen al ser humano.
“El éxito no es vencer la pandemia, sino que no se produzca y para ello es necesario
recuperar los ecosistemas y mantenerlos intactos”
Los murciélagos estaban detrás del SARS, el mono pudo ser el paciente cero del VIH,
las gallinas, a su vez, extendieron la gripe aviar y, ahora, se señala al pangolín y al murciélago como posibles transmisores del COVID-19. “Tendemos a buscar un origen y siempre
recurrimos al animal, cuando el culpable real es el ser humano, que de manera directa o
indirecta ha sacado a las especies de sus ecosistemas”, argumenta López de Uralde.
“Hasta ahora hemos conservado los ecosistemas por pura ética, sin saber que estos ecosistemas nos protegen”, agrega Valladares, haciendo énfasis en que esta crisis puede servir
para entender el valor de protección que tiene la naturaleza. Así, el experto incide en que la
“victoria” sobre el coronavirus pasa por la “complejización” de los ecosistemas y para ello,
según explica, es necesario “cambiar las estructuras sociales y económicas” que favorecen
la depravación de la naturaleza. “Es la única forma de conseguir que dentro de un tiempo
no llegue otro virus desconocido a las civilizaciones”, zanja.
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Covid-19: El Orden Post Global es inevitable
Por Alexander Dugin
Traducción de Juan Gabriel Caro Rivera
por KontraInfo/FF · 23 marzo, 2020
La crisis que la humanidad está experimentando como resultado de la pandemia de
Coronavirus ha adquirido una escala mundial de la que es simplemente imposible volver
a la situación que existía antes. Si la propagación del virus no se detiene dentro de un
mes y medio o dos meses, el proceso se volverá irreversible y de la noche a la mañana
todo el orden mundial colapsará. La historia ha visto períodos similares que se asociaron
con desastres mundiales, guerras y otras circunstancias extraordinarias.
Si tratamos de mirar hacia el futuro con incertidumbre y apertura, podemos predecir
algunos de los escenarios más probables o circunstancias particulares.
La globalización se derrumba de manera definitiva, rápida e irrevocable. Hace tiempo
que muestra signos de crisis, pero la epidemia ha aniquilado todos sus principales axiomas: la apertura de las fronteras, la efectividad de las instituciones económicas existentes
y la efectividad de las élites gobernantes. La globalización ha caído ideológicamente
(liberalismo), económicamente (redes globales) y políticamente (liderazgo de las élites
occidentales).
Se creará un nuevo mundo post-globalista (postliberal) sobre los escombros del globalismo.
Cuanto antes reconozcamos este giro en particular, más preparados estaremos para
enfrentar los nuevos desafíos. La situación es comparable a los últimos días de la URSS:
la gran mayoría de la clase gobernante soviética se negó incluso a pensar en la posibilidad
de la transición a un nuevo modelo de estado, gobierno e ideología, y solo una minoría
muy pequeña se dio cuenta de la verdadera naturaleza de la crisis y estaba preparada para
adoptar un modelo alternativo. En un mundo bipolar, el colapso de un polo dejó solo al
otro, por lo que la decisión fue reconocer su victoria, copiar sus instituciones e intentar
asimilarse en sus estructuras. Esto es lo que condujo a la globalización de los años 90 y
el mundo unipolar.
Hoy, este mundo unipolar se está derrumbando, un hecho que ha sido reconocido
(en términos de ideología, economía y orden político) por todos los principales actores
mundiales, China, Rusia y casi todos los demás, y se ha encontrado con nuevos intentos
de independencia y en mejores condiciones. En consecuencia, las élites gobernantes enfrentan un problema más complejo: la elección entre un modelo que se derrumba en el
abismo y el total desconocido, en el que nada puede servir como modelo para construir
el futuro. Uno puede imaginar cuán desesperadas, incluso más que a fines de la era soviética, las élites gobernantes se aferrarán al globalismo y sus estructuras a pesar del colapso
obvio de todos sus mecanismos, instrumentos, instituciones y estructuras.
170
Por lo tanto, el número de aquellos que pueden navegar más o menos libremente en
el creciente caos será bastante pequeño incluso entre las élites. Es difícil imaginar cómo
se desarrollará la relación entre los globalistas y los post-globalistas, pero ya es posible
anticipar en términos generales los puntos principales de la realidad post-globalista.
La sociedad abierta se convertirá en una sociedad cerrada. La soberanía se convertirá
en el valor más alto y absoluto. Se declara que la bondad es la salvación y el soporte
vital de un pueblo concreto dentro de un Estado concreto. El poder será legítimo solo
si puede hacer frente a esta tarea: primero, salvar la vida de las personas en las condiciones de una pandemia y los procesos catastróficos que la acompañan, y luego organizar
una estructura política, económica e ideológica que le permita defender los intereses de
esta sociedad cerrada frente a los demás. Esto no implica necesariamente una guerra de
todos con todos, pero al mismo tiempo inicialmente determina la prioridad principal y
absoluta de este país y este pueblo. Ninguna otra consideración ideológica podrá anular
este principio.
Una sociedad cerrada debe ser autocrática. Esto significa que debe ser autosuficiente e
independiente de los proveedores externos en materia de alimentos, producción industrial, en su sistema monetario y financiero, y su poder militar en primer lugar. Todo esto
se convertirá en las principales prioridades en la lucha contra la epidemia, cuando los
Estados se vean obligados a cerrar, pero en el mundo post-globalista esto se convertirá
en una característica permanente. Si los globalistas lo ven como una medida temporal,
los post-globalistas deberían, por el contrario, prepararse para que se convierta en una
prioridad estratégica.
La autosuficiencia en el soporte vital, los recursos, la economía y la política deben
combinarse con una política exterior efectiva, en la que se destaque una estrategia de
alianza. Lo más importante es tener un número suficiente de aliados estratégica y geopolíticamente importantes que juntos formen un bloque potencial capaz de proporcionar
a todos los participantes una resistencia efectiva y una defensa suficientemente confiable
contra la probable agresión extranjera. Lo mismo se aplica a los lazos económicos y financieros que expanden el volumen de los mercados disponibles, no a escala global sino
regional.
Para garantizar la soberanía y la autonomía, es importante establecer el control sobre
aquellas áreas de las que depende la soberanía y la seguridad de cada entidad soberana.
Esto hace que ciertos procesos de integración sean un imperativo geopolítico. La existencia de enclaves hostiles en una proximidad amenazante del territorio nacional (potencial
o real) socavará la defensa y la seguridad. Por lo tanto, ya en las condiciones para combatir la epidemia, se debe prever y establecer un cierto modelo de integración.
El mundo post-globalista se puede imaginar en forma de varios centros grandes y
varios centros secundarios. Cada polo principal debe cumplir con los requisitos de la
autarquía. Sería el análogo de los imperios tradicionales. Esto significaría:
Un sistema vertical único de gestión rígida (en una situación de crisis con la dictadura
del máximo poder);
Plena responsabilidad del estado y sus instituciones por la vida y la salud de los ciudadanos;
171
La asunción por parte del Estado de la responsabilidad del suministro de alimentos a
su población bajo fronteras cerradas, lo que requiere una agricultura desarrollada;
La introducción de la soberanía monetaria, con la moneda nacional vinculada al oro
o la cobertura de productos básicos (es decir, la economía real) en lugar del sistema de
reserva mundial;
Garantizar un alto índice de desarrollo de la industria nacional suficiente para competir eficazmente con otros Estados cerrados (lo que no excluye la cooperación, sino solo
cuando el principio de independencia y la autarquía industrial no se ve afectado);
Creación de una industria militar eficiente y la infraestructura científica y de producción necesaria;
Control y mantenimiento del sistema de transporte y comunicación que asegura la
comunicación entre los territorios individuales del Estado.
Obviamente, para realizar tareas tan extraordinarias, es necesario:
Una élite muy especial (clase política posglobalista).
Por consiguiente, será necesario adoptar una ideología estatal completamente nueva
(el liberalismo y el globalismo no son muy adecuados para esto).
La clase política debe ser reclutada entre gerentes y empleados de instituciones militares. La ideología debe reflejar las características históricas culturales y religiosas de
una sociedad en particular y tener una orientación futurológica: la proyección de la
identidad civilizatoria hacia el futuro. Es importante tener en cuenta que casi todos los
países y bloques de países modernos, y aquellos que están completamente inmersos en
la globalización y aquellos que han tratado de mantenerse alejados de ella, tendrán que
pasar por algo como esto.
En este sentido, debe suponerse que tales procesos harán de los EE.UU. uno de los
jugadores más importantes del mundo al mismo tiempo que cambiará su contenido, de
ser la ciudadela de la globalización a una poderosa entidad autocrática que defiende solo
sus propios intereses. Los requisitos previos para tal transformación ya están contenidos
en parte en el programa de Donald Trump, y en la lucha contra las pandemias y los estados de emergencia, esto adquirirá características aún más distintas.
Francia y Alemania también están listas para seguir el mismo camino: hasta ahora,
bajo medidas de emergencia, otras potencias europeas ya se dirigen en esta dirección. A
medida que la crisis se profundiza y se alarga, estos procesos se acercarán cada vez más
a lo que hemos esbozado. China está relativamente lista para tal cambio, ideológica y
políticamente, como un estado rígidamente centralizado con una pronunciad poder
vertical. China está perdiendo mucho con el colapso de la globalización, que ha logrado
poner al servicio de sus intereses nacionales, pero en general, siempre ha puesto especial
énfasis en la autarquía, que no ha pasado por alto incluso durante sus períodos de máxima apertura.
Existen requisitos previos para una evolución posglobalista en Irán, Pakistán y en
parte Turquía, que podrían convertirse en los polos del mundo islámico. India, que está
reviviendo rápidamente su identidad nacional, comenzó a restablecer activamente los
lazos con los países amigos de la región en el contexto de la pandemia, preparándose
172
para los nuevos procesos. Rusia también tiene una serie de aspectos positivos en estas
condiciones iniciales:
La política de Putin en las últimas dos décadas para fortalecer su soberanía;
La disponibilidad de un poder militar fuerte;
Precedentes históricos de la autarquía total o relativa;
Tradiciones de independencia ideológica y política;
Fuertes identidades nacionales y religiosas;
Reconocimiento por la mayoría de la legitimidad del modelo de gobierno centralista
y paternalista.
Sin embargo, la élite gobernante existente, que se formó a finales de los tiempos soviéticos y postsoviéticos, no está cumpliendo el desafío de este tiempo en absoluto, siendo
los herederos del orden mundial bipolar y unipolar (globalista) y sus respectivos pensamientos. Económica, financiera, ideológica y tecnológicamente, Rusia está demasiado
estrechamente conectada con la estructura globalista, lo que de muchas maneras hace
que no esté preparada para enfrentar efectivamente la epidemia: si se convierte de una
emergencia a corto plazo en la creación de un nuevo e irreversible orden mundial – posglobalista -. Estas élites comparten una ideología liberal y basan sus actividades en cierta
medida en estructuras transnacionales: venta de recursos, deslocalización de la industria,
dependencia de bienes y productos extranjeros, inclusión en el sistema financiero global
con el reconocimiento del dólar como moneda de reserva, etc. Ni en sus habilidades, ni
en su visión del mundo, ni en su cultura política y administrativa, estas élites son capaces
de guiar la transición al nuevo estado. Sin embargo, este estado de cosas es común en
la abrumadora mayoría de los países, donde la globalización y el liberalismo han sido
considerados hasta hace poco dogmas indestructibles e irrefutables En este caso, Rusia
tiene la oportunidad de cambiar el estado de cosas, leyendo el estado y la sociedad para
ingresar al nuevo orden post-globalista.
173
El coronavirus pone en valor el campo y el
‘Made in Spain’
Por Aurelio Medel Vicente
Reproducimos, con permiso explícito de su autor, esta interesante reflexión de Aurelio
Medel, doctor en Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, publicada
recientemente en Cinco Días, sobre la importancia de la PAC y del sector primario en una
coyuntura como la actual.
La crisis mundial generada por la pandemia del coronavirus nos pone frente a situaciones que pensábamos imposibles, y que son similares a las que se producen en escenarios de guerra, como la escasez de determinados productos, que de repente se vuelven
esenciales. Esta situación puede que a algunos les sugiera el debate entre autarquía y
globalización. Quizás no dé para tanto, pero sí para repensar algunas cuestiones.
La mejora de la tecnología en la aviación ha acortado las distancias de tal manera que
la facilidad de movimiento de la humanidad ha crecido exponencialmente en las últimas
décadas. Esas facilidades han llegado igualmente al transporte de mercancías y han contribuido a la deslocalización. Muchas empresas se han llevado la producción de España
o de Europa a países con costes laborales más bajos, que no olvidemos son la suma de
menos salario y menos protección social.
La movilidad de las personas y de las fábricas define la globalización y ha traído unos
efectos secundarios que se han hecho evidentes con la eclosión del Covid-19. La contaminación de esta enfermedad se ha extendido casi a la velocidad de la luz y rápidamente
han desaparecido productos que ahora resultan esenciales, como los respiradores o las
mascarillas en los hospitales.
España ha entrado en lo que el Gobierno llama fase de contención reforzada del
Covid-19, lo que ha implicado serias restricciones a la ciudadanía, con el fin de evitar
que una expansión explosiva de la enfermedad colapse el sistema sanitario por falta de
medios. Estamos cerca de que se dé la circunstancia de que, aun teniendo recursos, no
podemos comprar determinados productos, ni siquiera el Estado. De repente hay acaparamiento de algunos productos, y el mercado, a eso que confiamos todo, no ofrece
respuesta. Es más, surge el egoísmo y el sectarismo por decreto. Alemania impide la
exportación de algunos productos y Estados Unidos no recibe europeos continentales,
británicos, sí.
Cuando los gobiernos, sea chino, italiano o español, han anunciado restricciones severas de movilidad, ha empezado el acaparamiento de alimentos y productos manufacturados vinculados al consumo diario o a la salud. Alimentación y manufacturas, y
174
obviamente los servicios sanitarios, se vuelven esenciales, y otros, secundarios. Todo lo
vinculado con la educación, la cultura y el ocio, puede esperar. Los servicios financieros
y las telecomunicaciones están semiautomatizados y se pueden manejar en remoto.
En la última década (2008-2018) el peso del sector servicios en el PIB de España
ha aumentado más de cinco puntos, hasta el 67,7%; mientras que el de la industria ha
bajado más de seis puntos, hasta el 19,9%, y el de la agricultura ha subido medio punto
y alcanza un 2,8%.
Por tanto, sería bueno que en determinados ámbitos de la Administración y la empresa se vaya tomando nota de las imperfecciones que el mercado está demostrando, para
que cuando nos venga otra, que vendrá, nos coja con los deberes hechos y un manual de
instrucciones aplicable.
Un primer análisis pone de manifiesto que esta crisis nos pilla con un sector industrial y manufacturero muy mermado. Tenemos mucha industria vinculada al sector del
automóvil, y es una suerte, pero en estos momentos es poco relevante, puesto que parar
la producción de coches es un mal menor. Sin embargo, apenas tenemos nada en el
sanitario, donde nuestra dependencia del exterior es cuasi total. En los hospitales vemos
muchas máquinas General Electric (USA), Siemens (Alemania) o Philips (Holanda),
seguramente procedentes de China, y poco Made in Spain.
Según datos de la Federación Española de Tecnología Sanitaria (Fenin) en 2018 este
sector, plagado de multinacionales, facturaba en España 7.800 millones, casi la mitad en
exportación, y empleaba a 25.500 trabajadores en más de mil empresas, lo que da idea
de que son compañías muy pequeñas, más comerciales que fabricantes.
Lo que está sucediendo debería hacernos repensar que no puede ser bueno que un
país (China) sea la fábrica del mundo y que España, Europa, hayan abandonado determinadas producciones sólo por el argumento de la eficiencia. Tampoco tiene sentido que
muchas empresas tengan fiada su cadena de montaje a un proveedor.
La exageración de la cultura empresarial del just in time, nacida alrededor de Toyota
y sus proveedores, resulta también un problema en estos momentos. Esta cultura está
fundamentada en mantener los stocks en mínimos, bajo la premisa de una altísima
eficiencia en el suministro de los pedidos. Esto ha llevado a que muchas fábricas estén
paradas ante la falta de piezas en su cadena de montaje.
El otro sector que obviamente es clave es el de la alimentación. En estos momentos
cobra especial valor el campo español, incluida la España vaciada, no sólo el cultivo bajo
plástico de Almería. Menos mal que seguimos teniendo un sector primario fuerte, aunque menospreciado. ¿De dónde nos íbamos a alimentar si avanzamos en el aislamiento?
Resultaba enternecedor ver en televisión a la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís,
hablando de las virtudes de Mercamadrid: “Cientos de camiones y millones de toneladas
de alimentos al día”.
Todo muy importante, pero sin agricultores y ganaderos no hay nada que transportar
ni reponer.
Si es necesario, el consumidor puede ir a comprar a la huerta, pero lo que no podemos
es improvisar una vaca o un campo de trigo. Por eso, y ahora que se está negociando el
175
presupuesto de la Unión Europea, conviene recordar que la política agraria común es
esencial, y que cuanto más autosuficientes seamos en alimentación, mejor.
Seguramente es el momento de producir mejor y con mayores garantías, aunque resulte más caro. En las circunstancias actuales algo más de inflación no sería un problema
si trae más empleo y menos costes sociales (paro) contra el presupuesto público. Porque
lo que está claro es que de esta crisis vamos a salir con más déficit y deuda pública, y ya
nos sobraba.
Tags: agroalimentación, alimentación, Campo, coronavirus, sector agroalimentario
Aurelio Medel Vicente
Doctor en Ciencias de la Información. Universidad Complutense.
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Renta básica, redistribución de riqueza
y conservación del patrimonio común
Carmen Molina Cañadas
Bióloga y miembro de EQUO
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¿Retos a futuro o cambiar el presente ya?
Un modelo capitalista que nos descapitaliza de lo esencial
Biotecnología vs. Ecología. Su aplicación en la Agricultura. Modelos agrarios
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Durante lo peor de la crisis de deuda en Grecia, allá por 2012, los niveles de pobreza
alcanzados en el país heleno nos mostraron con claridad a qué conduce una crisis económica que degrada las condiciones sociales. La deforestación en Grecia fue el primer efecto ambiental constatado, y es que, ante la imposibilidad de pagar el gasoil, centenares
de familias calentaban sus casas con madera extraída de los bosques que rodean Atenas
provocando una muy preocupante deforestación. Es decir, no se puede, en ningún caso
desligar, la situación económica, de la social y de la ambiental. Sucedió en Grecia con
la crisis de deuda, ha seguido produciéndose en otros lugares, y a nivel global también
corren paralelas las degradaciones en los tres ámbitos.
La degradación ambiental y social provocada por un modelo económico que ya no se
sostiene, tiene un impacto severo, que se extenderá en el tiempo, aunque tomemos decisiones hoy para frenarlo. Tenemos a disposición abundantes informes y análisis. Existen
diagnósticos disponibles. Pero faltan propuestas de tránsito que nos ayuden a limitar el
caos y evitar el colapso que nos amenaza en los tres niveles mencionados. Ambientalmente, necesitamos medidas de mitigación y adaptación a los escenarios que ya sufrimos
de cambio climático, hay que frenar la galopante pérdida de diversidad de especies y
funcional y, puede que más urgente, evitar los desequilibrios de los ciclos biogeoquímicos del nitrógeno y el fósforo. Medidas que le den la vuelta a una economía especulativa,
cada vez más financiarizada, que socializa pérdidas y acumula dinero y poder en menos
personas. Medidas para revertir los niveles de desigualdad crecientes en nuestras sociedades, todavía ricas del norte, y frenar con urgencia y revertir la insoportable desigualdad
con los países más explotados del sur empobrecido.
No podemos negar que la llegada masiva de refugiados nos incumbe. Personas que
huyen de situaciones y lugares en los que ya no pueden vivir. No estamos tan lejos de
encontrarnos en breve, en situación similar. Eso nos hace conscientes de cuán frágiles
son nuestras vidas y de la creciente precariedad que se acerca.
Ante este estado de cosas, no podemos optar por una salida individual. La condición
humana no se corresponde con la supervivencia o escapatoria individual. Es un deporte
de equipo. Cualquiera que sea el futuro que afrontemos, nos afectará a todas. Por tanto,
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tras el preocupante diagnóstico, hay que abordar con cierta urgencia un plan global
que contenga medidas simultáneas en los tres ámbitos: económico, social y ambiental.
Medidas transitorias para actuar sobre la economía y limitar la creciente precariarización
social, en especial de los más jóvenes. Y una medida imprescindible tiene que ver con
repensar el reparto del trabajo remunerado, la jornada laboral, la redistribución de la
riqueza, y la renta básica.
Hay que darle una buena vuelta a la cuestión del empleo y su relación con el tiempo
de vida del que disponemos. La estabilidad, la protección ante el despido o la negociación colectiva han sido pilares del derecho al trabajo y de la democracia. Sin embargo,
el capital empieza a prescindir del trabajo remunerado humano. El poder económico
ha construido formas de reproducir el capital en las que el trabajo humano es cada vez
más prescindible. El empleo que dependía de la lógica patriarcal y de la extracción de
cantidades ingentes de materias primas de territorios colonizados y de la generación de
cantidades ingentes de residuos, está llegando a su fin.
Una economía sana se diseña para prosperar, no para crecer. La premisa del crecimiento se debe abandonar, a la vez que asumimos, que nadie debería ser privado de los
recursos necesarios para su sustento. Por ello, una Renta Básica Universal e Incondicional (RBUI) es una de las soluciones apropiadas, cuando la tecnología nos amenaza con
dejar a la mayoría de la población sin empleo que cubra sus necesidades. Toca pues plantearnos en qué condiciones queremos vivir, qué queremos hacer con nuestro patrimonio
de tiempo y cuál es el sentido de nuestra vida. Suena a planteamiento filosófico, pero
estamos en una encrucijada y hay que decidir el rumbo.
La renta básica se opone a la idea imperante de que el trabajo remunerado es un derecho y cambia esta lógica por el derecho a vidas dignas. Vidas y economía que no socaven
las bases ambientales que las sostienen y que alivien la ansiedad causada por la máquina
neoliberal de grandes corporaciones con poder cuasi omnímodo que personajes como
Trump, Bolsonaro, Salvini… representan desde la política global, y contra el interés de
sus legítimos representados, los ciudadanos.
Según un informe de Naciones Unidas, hasta dos tercios de los empleos en los países
en desarrollo podrían desaparecer en un futuro próximo. El desempleo que genera la tecnología hará desaparecer los modestos logros conseguidos contra la pobreza y el hambre
crecerá. Hay gobiernos que luchan para dar una respuesta, y no tienen muchas opciones.
Una renta básica universal puede ser “LA OPCIÓN”.
En noviembre de 2018, la red europea de RBUI (UBIE, por sus siglas en inglés) se
reunió en Budapest para analizar la situación actual en Europa, discutir sobre la conveniencia de una posible Iniciativa Ciudadana Europea (ICE) sobre la RBUI y el tipo de
renta básica a desarrollar.
La RBU otorga dignidad al ser humano por el mero hecho de serlo, sin necesidad de
tener que dignificarse a través de un empleo. Es frecuentemente confundida -muchas
veces, intencionadamente- con las rentas mínimas y otros subsidios condicionados que
otorga el estado a los desempleados y personas con muy bajos ingresos. Bien al contrario, la RBUI es un ingreso pagado por el Estado a cada miembro de pleno derecho de
la sociedad, incluso si no quisiera trabajar de forma renumerada, independientemente
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de otras fuentes de rentas o de si es rico o pobre, y sin importar con quién conviva. No
sustituye a otras prestaciones universales e incondicionales, como la sanidad y la educación públicas. Es decir, su implantación no debe suponer merma alguna de los servicios
públicos ni de los derechos sociales (educación, sanidad, dependencia, vivienda, etc.)
que son derechos fundamentales de un Estado Social que se considere como tal.
Hoy es posible garantizar una RBUI a toda la población, financiándola de varias
posibles maneras:
con una subida de la imposición fiscal, que hiciese que el 20% más rico de la población pagara en concordancia a su riqueza
gravando actividades que generan beneficios a quien las acomete, pero suponen un
alto coste para la sociedad
aumentando los impuestos indirectos a quienes más consumen
exigiendo impuestos a las transacciones financieras (tasa Tobin) y a las emisiones contaminantes
luchando contra el fraude fiscal y los paraísos fiscales
Estas medidas no son excluyentes entre sí.
“…Con la RBUI se cuestionan varias creencias arraigadas en el sistema: la primera es
la de que el trabajo (o empleo) dignifica a los seres humanos; la segunda, que proviene
de la Biblia, nos condena a ganar el pan con el sudor de nuestra frente; la tercera, que
afirma que el sentido de la vida de las personas es el trabajo; la cuarta es la equiparación
de empleo a supervivencia; y la quinta, la de que la riqueza actual pertenece sólo a sus
propietarios “legales”, las grandes compañías multinacionales y lobbies financieros mundiales.” Así se recoge en textos trabajados por Humanistas por la Renta Básica Universal.
La implantación de una RBUI favorecería los trabajos vocacionales, voluntarios, el
cuidado de los niños, de los mayores y discapacitados y dotaría a mujeres víctimas de
violencia de género de independencia económica para alejarse de su agresor. Es la mejor
opción ante la creciente automatización de las labores en todos los sectores de actividad,
ya que, gracias al desarrollo de la tecnología, se prevé que desaparecerán en 20 años el
50% de los empleos actuales.
Con los medios de que disponemos, la RBUI mundial es perfectamente posible y
se vislumbra como alternativa plausible para el futuro que viene. Con ella tendríamos
libertad para aceptar o no, según qué empleos, y para negociar las condiciones de los
mismos, o para asociarnos con otras personas en cooperativas, o explorar modelos de
trabajo asociado distintos.
Sírvanos de ejemplo el “Fuero de los Bosques”, publicado en 1217 en Inglaterra. Este
corto y potente documento garantizaba los derechos de los plebeyos a las tierras comunales, que podían usar para labrar, pastar, recoger agua y para recolectar madera o frutos.
Otorgó reconocimiento oficial a un derecho humano: que nadie debería ser privado de
los recursos necesarios para el sustento. Y hoy sabemos, gracias a la premio nobel de economía Elinor Östrom, que se gestionan mucho mejor los recursos compartidos o bienes
comunes cuando la responsabilidad de su conservación y mantenimiento corre a cargo
de los que se benefician de esa conservación. Retomar el antiguo “Fuero de los Bosques”
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y el derecho de acceso a lo común se vislumbra como la mejor alternativa.
Los críticos de la renta básica, con frecuencia ponen pegas sobre cómo financiarla:
además de como cito mas arriba, ligándola a lo común. Así, en el estado americano de
Alaska, los recursos naturales son considerados propiedad común, por tanto, cada residente recibe un dividendo anual proveniente de los ingresos del estado por petróleo. Y
no se trata con ello de esquilmar el recurso.
El modelo de Alaska es popular y efectivo y el mismo enfoque se podría aplicar a otros
recursos naturales, como los bosques y las pesquerías. Los rendimientos serían distribuidos como un dividendo para todos. Este enfoque ayuda a proteger lo común contra el
abuso, permitiendo a nuestro Planeta margen para recuperarse.
El patrimonio natural no es de uso privativo, es común y no conoce fronteras, ¿por
qué no establecer una renta ligada a lo común? un fondo global que constituya un patrimonio de cada ser humano. El objetivo es la redistribución de la riqueza y la conservación del patrimonio común. Porque es fruto del esfuerzo de generaciones que nos han
precedido y herencia que legaremos a las generaciones que nos sigan.
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COVID-19 y la caída del Dominó Financiero
Global: el mundo es insolvente.
Por Charles Hugh Smith
por KontraInfo/FF · 17 marzo, 2020
“Si se restan las inmensas deudas, las grandes corporaciones tienen un patrimonio
neto negativo y, por lo tanto, el valor real de mercado de sus acciones será cero”.
Para comprender por qué las fichas de dominó financieras derribadas por la pandemia
de Covid-19 conducen a la insolvencia global, comencemos con un ejemplo familiar.
El objetivo de este ejercicio es distinguir entre el valor de mercado de los activos y el
patrimonio neto, que es lo que queda después de restar las deudas del valor de mercado
de los activos.
Este es un análogo exacto para toda la economía mundial, cuya pre-pandemia tenía
activos con un valor de mercado de U$S 350 billones (U$S 350.000.000.000.000) y
deudas de U$S 255 billones (U$S 255.000.000.000.000) y, por lo tanto, un patrimonio
neto de alrededor de U$S 100 billones.
Digamos que el hogar se ha desempeñado muy bien y posee activos por valor de $ 1
millón: una casa, un negocio familiar, cuentas de jubilación y una cartera de acciones y
otras inversiones. El hogar también tiene $ 500,000 en deudas: hipotecas de viviendas,
préstamos para automóviles, préstamos estudiantiles y saldos de tarjetas de crédito.
El patrimonio neto del hogar es, por lo tanto, $ 1,000,000 menos $ 500,000 = $
500,000.
Digamos que ocurre una típica crisis financiera y recesión, y los activos del hogar
caen un 30%. El 30% de $ 1 millón es $ 300,000, por lo que el valor de mercado de los
activos del hogar cae a $ 700,000.
Deduzca los $ 500,000 en deudas y el patrimonio neto del hogar ha caído a $ 200,000.
El punto aquí es que las deudas permanecen independientemente de lo que ocurra con
el valor de mercado de los activos que son propiedad del hogar.
Luego, las burbujas de activos especulativos se vuelven a inflar, y el hogar se endeuda
más en la expansión eufórica de la confianza para comprar una casa más grande, expandir el negocio familiar y disfrutar más de la vida.
Ahora los bienes del hogar valen $ 2 millones, pero la deuda ha aumentado a $ 1.5
millones. El patrimonio neto permanece en $ 500,000, ya que la deuda ha aumentado
junto con los valores de los activos.
Por desgracia, todas las burbujas explotan, y el valor de mercado de los bienes del hogar disminuye en un 30%, o $ 600,000. Ahora los bienes del hogar valen $ 2,000,000
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menos $ 600,000 o $ 1,400,000. El patrimonio neto de los hogares es ahora de $
1,400,000 menos $ 1,500,000 o negativo de $ 100,000. El hogar es insolvente.
Además de eso, el ingreso neto de la empresa familiar se desploma a casi cero en la
recesión, dejando ingresos insuficientes para pagar todas las deudas que el hogar ha
contraído.
Los U$S 11 billones que se han evaporado en el valor de mercado de las acciones
estadounidenses son solo una muestra de las pérdidas en el valor de mercado. Los mercados bursátiles mundiales han perdido U$S 30 billones, y una vez que los rendimientos
aumenten a pesar de las manipulaciones del banco central, U$S 30 billones en el valor
de mercado de los bonos desaparecerán en el aire.
El valor de mercado de los bonos basura ya se ha desplomado en billones, y eso ni
siquiera cuenta los billones perdidos en el capital de las pequeñas empresas, la banca en
la sombra y una serie de otros activos no negociables.
Luego está la burbuja de activos más masiva de todas: bienes raíces. Millones de propiedades que los propietarios delirantes todavía piensan que valen $ 1.4 millones pronto
volverán a una valoración más basada en la realidad de alrededor de $ 400,000, o tal
vez incluso menos, lo que significa que $ 1 millón por propiedad se derretirá en el aire.
Una vez que el valor de mercado de los activos mundiales caiga en U$S 100 billones,
el mundo quedará insolvente.
Todos los que esperan que los mercados financieros vuelvan mágicamente a los niveles
de enero de 2020 una vez que la pandemia muera es delirante. Todas las fichas de dominó de la caída de las valoraciones del mercado, la caída de los ingresos, la caída de las
ganancias y el aumento de los valores predeterminados eliminarán todas las valoraciones
basadas en la fantasía de los activos burbujeantes: acciones, bonos, bienes raíces, guano
de murciélagos, lo que sea.
El sistema financiero global ya ha perdido U$S 100 billones en valor de mercado y,
por lo tanto, ya es insolvente. La única pregunta que queda es ¿qué tan insolvente?
Aquí hay una pista: las empresas cuyas acciones valieron recientemente $ 500 o $ 300
tendrán un valor de $ 10 o $ 20 cuando esto termine. Los bonos que supuestamente
eran “seguros” perderán el 50% de su valor de mercado. Los bienes raíces tendrán la
suerte de retener el 40% de su valor actual. Y así.
Las empresas con ingresos negativos no tienen otro valor que no sea el efectivo disponible y el valor de subasta cercano a cero de otros activos. Resten sus inmensas deudas y
tienen un patrimonio neto negativo y, por lo tanto, el valor de mercado de sus acciones
es cero.
Aunque el patrimonio neto caiga por debajo de cero, las deudas permanecen. Los
préstamos aún deben ser atendidos o cancelados, y si los prestatarios no cumplen con
los pagos, o los prestamistas [bancos] o los contribuyentes deben absorber las pérdidas.
Si tenemos una repetición de 2008, los contribuyentes insolventes se verán obligados a
rescatar a las élites financieras insolventes.
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Ocho tesis sobre el Covid-19
10/03/2020 | Daniel Tanuro
1. El hecho que la ralentización económica sea previa a la aparición del Covid-10 no
tiene que llevarnos a negar ni el impacto económico de la epidemia (interrupción de determinadas producciones, ruptura de las cadenas de suministros, impactos sectoriales sobre
el transporte aéreo y el turismo, etc.), ni la seria amenaza que en sí misma constituye.
Fenómeno disruptivo con una dinámica exponencial, la epidemia constituye un amplificador específico de la crisis económica y social. También revela la fragilidad del sistema
capitalista y los peligros que supone el mismo para las clases populares, sobre todo debido
a su productivismo congénito basado en las energías fósiles, causa fundamental de la crisis
ecológica y climática.
2. Atajar la epidemia hubiera exigido adoptar de forma urgente estrictas medidas de
control sanitario de las personas provenientes de las regiones afectadas, identificar y aislar
a las personas contaminadas, limitar el transporte y reforzarlos servicios sanitarios. Atrapados en las políticas neoliberales con las que intentan hacer frente a la ralentización económica, los gobiernos capitalistas han tardado en adoptar esas medidas, y cuando las han
adoptado lo han hecho de forma insuficiente, lo que les obliga a posteriori a adoptar
otras más severas, sin lograr, a pesar de ello, dejar de correr detrás de la propagación del
virus. Con motivo de esta crisis es necesario poner en cuestión el sistema de cero stocks, la
austeridad presupuestaria aplicada al sector sanitario y al de la investigación, así como la
flexi-precariedad del trabajo.
3. Las y los científicos ya hicieron sonar la voz de alarma con ocasión del coronavirus
SRAS en 2002. Propusieron programas de investigación especiales en Europa y EE UU
que hubieran permitido conocer mejor este tipo de virus y prevenir su aparición bajo
nuevas formas. Pero los gobiernos se negaron a financiarlos. Una política absurda, pero
adecuada para relegar la investigación al dominio de la industria farmacéutica privada,
cuyo objetivo no es la salud pública sino el beneficio a través de la venta de medicamentos
en el mercado de enfermos [económicamente] solventes.
4. De entrada, la epidemia, como todo fenómeno disruptivo, suscita reacciones de negación, que a renglón seguido ceden el terreno al pánico y el pánico puede ser instrumentalizado tanto por los complotistas como por otros demagogos con el fin de hacer el juego a
estrategias autoritarias sobre control tecnológico de la gente y la restricción de los derechos
democráticos, como en China y en Rusia. Además, existe el riesgo de que el Covid-19 sea
utilizado por los fascistas como pretexto para justificar e intensificar las políticas racistas y
represivas hacia las y los migrantes.
5. En cualquier caso, la izquierda no puede contentarse con añadir el factor exógeno de
la crisis sanitaria al de la crisis económica endógena del capitalismo. Tiene que plantearse la
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crisis sanitaria en sí misma y realizar propuestas para combatirla de forma social, democrática, antirracista, feminista e internacionalista. A contracorriente del individualismo, debe
plantearse y extender a los movimientos sociales comportamientos colectivos responsables
para evitar la propagación del virus. Por ejemplo, a diferencia de las medidas que limitan el
uso del coche adoptadas por determinados gobiernos en repuesta al choque del petróleo,aquí nadie puede sustraerse a su responsabilidad en relación a la salud: la suya, las de quienes
le rodean y la salud pública, sin olvidar las responsabilidades en relación al Sur global. O
los movimientos sociales se hacen cargo de esta problemática de forma democrática y a
partir de la realidad social de las y los dominados, o las y los dominantes impondrán sus
soluciones liberticidas.
6. El principal riesgo de la epidemia es que supere el umbral de saturación de los sistemas hospitalarios. Ello conlleva inevitablemente una agravación del tributo a pagar para la
gente más pobre y la más débil (en particular, a las personas mayores), y que las tareas de
cuidados en la esfera doméstica siga recayendo sobre las espaldas de las mujeres. Evidentemente, ese umbral es diferente en cada país, dependiendo de sus sistemas de salud y de las
políticas de austeridad y de precarización aplicadas. Y ese umbral se alcanzará más rápido
en la medida que los gobiernos van a la zaga de la epidemia en lugar de prevenirla. Así
pues, esta epidemia requiere poner fin a las políticas de austeridad, redistribuir las riquezas,
refinanciar y desprivatizar del sector sanitario, poner fin a las patentes en el ámbito de la
medicina, implantar la justicia en la relación Norte-Sur y dar prioridad a las necesidades
sociales. Todo ello implica: prohibir el despido de las personas afectadas, garantizar el salario íntegro en caso de paro parcial, poner fin al control de la activación y las restricciones
contra los subsidios sociales, etc. Es fundamentalmente en torno a estas cuestiones sobre
las que hay que intervenir para hacer frente a las respuestas irracionales y los posibles derrapes racistas y autoritarios.
7. Los puntos comunes entre la crisis del Covid-19 y la crisis climáticas son muchos.
En ambos casos, la lógica de la acumulación a través del beneficio convierte al sistema capitalista en incapaz de evitar un riesgo del que, sin embargo, estaba prevenido. En ambos
casos, los gobiernos oscilan en la negación y la inadecuación de las políticas concebidas
prioritariamente en base a las necesidades del capital y no las de la gente. En ambos casos,
la gente más pobre, la racializada y la más en dificultad, sobre todo en los países del sur,
está en el punto de mira, mientras la gente rica piensa siempre que se salvará. En ambos
casos, los gobiernos utilizan estas situaciones para avanzar hacia un Estado autoritario al
mismo tiempo que las fuerzas de extrema-derecha tratan de sacar provecho del miedo para
presionar a favor de medidas maltusianas y racistas. En fin, en ambos caos, la ley social
del valor capitalista entra en contradicción frontal con las leyes de la naturaleza con una
dinámica exponencial (la multiplicación de la infección viral en un caso y el calentamiento
y sus retroacciones positivas en el otro).
8. Ahora bien, el riesgo climático es infinitamente más global y más grave que el del
virus. Y lo mismo se puede decir de sus consecuencias si las y los explotados y oprimidos
no se unen para poner fin a este modo de producción absurdo y criminal. El Covid-19 es
una advertencia; una más: hay que acabar con el capitalismo que conduce a la humanidad
hacia la barbarie.
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9/03/2020
http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article52343
Daniel Tanuro es autor de El imposible capitalismo verde y de ¡Demasiado tarde para
ser pesimistas! La catástrofe ecológica y los medios para detenerla en venta a partir de la
próxima semana.
Traducción: viento sur
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Ahora que tenemos tiempo
Elena Sevillano de las Heras
https://diario16.com/ahora-que-tenemos-tiempo/
17/03/2020 0
Con la casa limpia, la ropa lavada, mi gato alucinado por verme todo el rato y sin
ordenar los papeles porque eso ya sería demasiado apocalíptico, ha llegado el momento
de añadir más tinta, a la ingente cantidad ya escrita, sobre el bichito qué le está dando
un buen revolcón a nuestra forma de vivir.
Propongo una reflexión colectiva que mire hacia adelante, aprovechando un aislamiento que paradójicamente nos está uniendo más que nunca.
Y me planteo hacerlo, cambiando el sentido de lo ya leído sobre recesión, hecatombe,
comportamientos incívicos y demás, que no niego, pero que me parece terreno abonado.
Cambiarlo hacia unos derroteros, si me permitís más positivos, a riesgo de que me tilden
de “buenista flower-power”, me gustaría intentar extractar parte del aprendizaje que nos
puede regalar, la extraordinaria situación en la que nos encontramos.
Empezaré hablando bien del comportamiento de nuestros representantes políticos.
Creo sinceramente que lo están haciendo lo mejor que pueden. Otra cosa, es si son los
mejores posibles con nuestro sistema de elección, pero eso es otro cantar. Pienso que es
reseñable que estén actuando por primera vez, casi desde el inicio de la actual democracia con unanimidad en la práctica, aún con algunas excepcionales salidas de pata de
banco de los de siempre. Es decir, cuando el objeto de discusión es lo suficientemente
importante, se pueden poner todos a una. Quizá algún día, cuando pase esta crisis, el
bienestar de la mayoría social, o los problemas del modelo territorial, se puedan considerar también suficientemente importantes.
Aunque he de decir, que han tardado en explicar que más importante que no contagiarte -si no tenías patologías previas- era no contagiar a los demás para proteger el sistema sanitario. Que más importante que proteger tu salud era proteger la salud pública. Y
que más importante que tu miedo individual era tu responsabilidad colectiva. Cuando
lo han hecho, la cosa ha empezado a funcionar. Y es que hay dos cosas en la idiosincrasia
española, de las que particularmente me siento muy orgullosa y que siempre funcionan,
el humor y la solidaridad. Y que suponen, bajo mi punto de vista, nuestro comportamiento social más inteligente. Para muestra, la hora y media de cola para donar sangre
en La Paz, los aplausos colectivos, los bingos y veo veo de balcón a balcón, los miles de
memes o el twitter del @covid19.
Y aquí podemos extraer una primera lección primordial, que merece un artículo en
186
sí misma; lo valiosa que es una información suficiente, clara y veraz, más aún en una
emergencia.
Aseguraría que otro comportamiento de lo más saludable socialmente que habremos
obtenido antes de salir de esta crisis, es nuestra valoración como sociedad del sistema sanitario público. Aquel, que no fue cuidado como merecía en la anterior crisis, aquel, que
sin ir más lejos, aquí en la Comunidad de Madrid fue recortado, vilipendiado y salvado
in extremis de la privatización total con la presión de la calle, subida en la ola de la marea
blanca, hacia el dictamen de un juzgado.
Y en esa valoración, convertida en aplauso estos días, añado a todos los componentes
del sistema sanitario y del resto de servicios públicos y a todos y todas aquellas que nos
cuidan de diferentes formas. Por ejemplo el personal de recepción de llamadas, que se ha
visto absolutamente desbordado y qué se está dejando la piel. O a las mujeres -porque
lo son en su inmensa mayoría- de la limpieza, que están haciendo una labor de barrera
fundamental limpiando y desinfectando hospitales, residencias, 112, parques de bomberos, policías y todos aquellos lugares donde se sigue trabajando presencialmente, y
eso, sin refuerzos. Mujeres que se están “partiendo el lomo” por los salarios más bajos
de toda la administración pública y privada. Mujeres que dan ejemplo, igual que las
aparadoras, que sin derechos y por miserias nos cosen los zapatos y que hoy están cosiendo mascarillas voluntariamente. Personal de supermercados que están teniendo una
sobreexposición imprescindible para que la vida continúe o las y los transportistas que
garantizan el abastecimiento.
También ahora, que un cierre repentino de los colegios nos ha echado de repente la
conciliación y los cuidados encima, y que además no se los hemos, o no debíamos, haber
puesto a los hombros de las abuelas. Es un gran momento para valorar y exigir socialmente lo que el feminismo lleva tanto tiempo pidiendo, que no es otra cosa que llamar
a la responsabilidad colectiva y al refuerzo de los servicios públicos que garanticen los
cuidados, puesto que si los hombros de las mujeres dejan de sostenerlos gratuitamente,
el sistema se cae. Del mismo modo ocurre con las comidas, las compras, la limpieza, la
atención a nuestros mayores y dependientes y un largo etc.
Quizá sea un buen momento también, para resintonizar esa escala de valoración de
los trabajos y comenzar a apreciar más, aquellos que producen, cuidan y sostienen la vida
y poner en su justa medida aquellos que expolian sin sentido y especulan a su alrededor,
muchas veces con necesidades creadas para llenar vacíos imposibles y los bolsillos de
unos pocos.
Otro comportamiento de lo más saludable al que nos puede conducir esta situación es
a distinguir quién es quién y quién hace qué, para no volver a caer en los mismos errores
con los que “salimos” de la crisis anterior, con los ricos más ricos, los pobres más pobres
y una nueva clase social con un nivel añadido de desigualdad, la clase de los excluidos.
Escuchemos ahora, como aquel silencio de Rivera, lo callados que están aquellos del
“es el mercado amigo”, salvo para pedir precisamente que les venga a rescatar “papa
estado” o hacer, así sin decir ni mu, ERTEs a mansalva. Y es que, nuestro gran empresariado, lo del que el último en saltar tiene que ser el capitán del barco no lo ha entendido
nunca. Así que aprovechemos y hagamos entender. Un comportamiento social sano, es
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por ejemplo, usar la oportunidad y mandar al carajo el artículo, por el que el BCE vende
el dinero de todos, a los bancos, en lugar de dárselo a los Estados, para que estos, que
si son elegidos democráticamente, puedan hacer economía de expansión y salvar a los
náufragos, en vez de a un barco fantasma con su capitán y su tesoro intactos.
Para que nos entendamos, no nos puede volver a pasar que le demos 60.000 millones
a los bancos, con los que no abrieron líneas de crédito ni pararon los desahucios. Esta
vez, que el dinero vaya a las pymes autónomos y empresas con la condición de sostener los empleos y directamente a las y los despedidos cuando así sea. Y coloquemos en
su lugar, y conozcamos y marquemos socialmente a tiburones y aves de rapiña que se
aprovechan de esta situación, que sabemos temporal, sancionando duramente a quien
perjudique al conjunto. Tenemos el mecanismo democrático para hacerlo, para eso es
un estado de alarma. Y tenemos el mecanismo social, boicot de consumo, publicidad, y
censura en las urnas, a quienes nos los pongan por encima.
Para mí, queda claro, baste comparar unos países con otros, que las cotas de neoliberalismo salvaje a las que hemos llegado, hoy no solo no nos están siendo útiles, si no
contraproducentes. Este virus atacando por igual a ricos y pobres, está sacando a plena
luz la debilidad de un sistema económico generado por y para unos pocos. A los que
ayer les daba igual que en EEUU el que no podía pagarse la sanidad se muriera, y hoy el
que una prueba cueste 3000 dólares, empieza a preocuparles porque es un problema de
salud pública también para ellos. Busquemos mecanismos nuevos, reinventémonos en lo
que sea necesario y usemos los que conocemos. Acabemos con la ingeniería y la injusticia
fiscal, que los que más tienen contribuyan más, mira que es simple. Usemos también el
momento para que muchos entiendan, que una renta básica o llamémoslo x, no es un
privilegio para losers si no un colchón de seguridad para todos.
Creo que tenemos una buena oportunidad para entender que, de esta, no salimos
con el austericidio que ha hecho muy fuertes a unos muy pocos y tremendamente débil
y vulnerable a la sociedad en su conjunto. Salimos con expansión, con responsabilidad,
colaboración y sin dejar a nadie atrás. Entendiendo por la vía práctica lo que ya gritamos
en las calles, no somos mercancía, el centro de la economía y la política debe ser la vida
y no al revés.
Observemos también, que paradójicamente nos hemos visto obligados a poner en
marcha un montón de medidas que debíamos y no hicimos con la emergencia climática. Y no digo que paremos nuestra movilidad en seco y para siempre. Pero sí, que sería
un comportamiento global mucho más sano, darnos cuenta, que no es imprescindible
el volumen brutal que hemos mantenido de tráfico aéreo, que se puede teletrabajar y
conciliar de paso, en muchísimas más circunstancias de las que pensábamos y que se
pueden abrir muchísimas más líneas de comercio de proximidad y colaboración de las
que estábamos usando.
Y ahora que nos hemos quedado en casa y valoramos también el ocio en familia y en
red, más descentralizado, menos dependiente del dinero. También las posibilidades que
nos proporcionan las nuevas tecnologías, y la conexión con el resto. ¿Qué tal, si valoramos que esto pueda suceder al mismo nivel en las zonas rurales, y valoramos como se
merece la soberanía alimentaria y el cuidado social que nos proporcionan a todos, las y
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los que producen en nuestros sectores primario y secundario? ¿Y si empezamos a preparar de verdad, el más que necesario plan de retorno sostenible al medio rural ¿no sería un
comportamiento mucho más inteligente para todos?
Y a riesgo -que me da igual, alguien tiene que hacerlo- de que pasemos ya del buenismo a la utopía; ¿Y si ya que estamos, comenzamos a exigir la globalización de este tipo de
comportamientos, mucho más sanos para todos y si nos dejamos la política internacional y los dineros comunes, en lugar de sostener la ley de la selva o el comercio de armas,
en globalizar derechos humanos, laborales y desarrollo para aquellos que nos proporcionan las materias primas, que necesitamos para sostener una vida, menos opulenta para
todos, y sobre todo para unos pocos, pero mucho más razonable?
Ahora que tenemos al lobo cogido por las orejas y nos tenemos que plantear cómo
soltarlo. Es vital entender que el individualismo como base cultural, no nos sirve cuando
de verdad vienen mal dadas y un bichito nos pone a todos al mismo nivel de vulnerabilidad. Llamarme ilusa, pero creo para soltar esas orejas y salir bien parados, ahora que
la vida está de por medio, tenemos que desterrar esa cultura y utilizar la resiliencia que
tenemos como pueblo y que le falta a nuestro sistema económico. Neguémonos a volver
a la barbarie. Entendamos que somos seres colectivos y tenemos que salir de esta crisis
actuando y pensando como sociedad, de una forma más inteligente y más saludable para
nosotros y para nuestro planeta. Recuperemos aquello, de vamos despacio porque vamos
lejos, recuperemos la tela de araña, el tejido social real y aprovechemos la oportunidad
para ser mejores, porque la vida, que lo es también en forma de virus, nos está mostrando un atajo.
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Una sociedad al microscopio
Aquellos que consideran que aún es posible sacar tajada partidista de esta catástrofe terminarán por darse cuenta de que están errando el tiro y de que hay cosas que van a cambiar
sustancialmente cuando salgamos de esta
Elisa Beni
21/03/2020 - 22:50h
En estos días de zozobra todo es incierto. Ni los científicos son capaces de darnos esa
seguridad absoluta, que buscamos ansiosamente, para aferrarnos a ella y capear así nuestros propios y ocultos miedos. A veces tengo la sensación de que no es nuestra ingeniería
científica la que observa y mide y sopesa al virus en sus microscopios, sino que es este el
que nos ha puesto bajo su mórbida lupa y, variando su juego de aumentos, observa desde
las más profundas contradicciones de cada individuo particular hasta las incongruencias
de la sociedad y del aparentemente feliz sistema que nos dieron para vivir.
Yerran los que consideran que esta situación al límite puede ser analizada exclusivamente con los parámetros comunes en la última década. Venimos de una dinámica tan
perversa, que conserva aún su inercia, que tiene atrapados a todos los que pretenden
convertir esta desgracia de la humanidad en un argumento de política simple. Aquellos
que consideran que aún es posible sacar tajada partidista de esta catástrofe terminarán
por darse cuenta de que están errando el tiro y de que hay cosas que van a cambiar sustancialmente cuando salgamos de esta.
Es obvio que los actuales gobernantes no están llevando a cabo una gestión perfecta,
más que nada porque es imposible gobernar de forma perfecta el caos. Tampoco me cabe
duda de que otros, de otro signo, no estarían ahora en circunstancias diferentes. Sólo
hay que mirar la realidad. China no es un ejemplo. Sus gobernantes negaron los hechos
–e incluso reprimieron para ocultarlos– durante casi mes y medio. ¿Estaríamos aquí si
hubieran actuado de otro modo? No lo sabemos. Ahora que parece que todo está tan
claro, ahora que la realidad nos ha dado una hostia con todas las letras, resulta que era
un pecado de lesa autoridad el no haber tomado todo tipo de medidas totalmente restrictivas con mucha más anticipación. Eso sostienen, para sacar tajada, como si no fuera
más cierto que sólo el virulento crecimiento de la amenaza ha permitido que casi todos
los integrantes de esta sociedad, sus actores sociales, los actores económicos y hasta los
poderes fácticos, acepten una situación de anormalidad más parecida a la propia de un
conflicto bélico que a nuestra plácida, hedonista y frívola existencia anterior. La flaqueza
o insolvencia de los gobernantes, de esos a los que algunos votaron cuando les vendieron
humo y a los que ahora exigen que les den oro puro, no tiene componente ideológico
alguno.
Así, junto a nuestra crítica situación vemos el naufragio italiano pero también la res190
puesta francesa, aceptando unas elecciones aún el fin de semana pasado, cuando a ellos
les cupo el dudoso honor de tener un primer muerto mucho antes que nosotros. Macron no es un gobernante de izquierdas. Tampoco lo es Boris Johnson, ni el incalificable
Donald Trump y estos se siguen aún resistiendo a tomar medidas contundentes y han
protagonizado alguno de los episodios más bochornosos de la historia política siempre
flanqueados por sus expertos, lo que nos lleva a pensar que tampoco los expertos tienen
una solución única, acertada, milagrosa para que sociedades como las nuestras puedan
hacer frente a algo tan primitivo como un virus que ataca a nuestra constitución animal.
Los del rédito fácil, por ejemplo, no están teniendo ningún prurito en declarar doloso
el comportamiento ante las manifestaciones feministas del 8 de marzo. Como si nos
hubiéramos olvidado que ese día acudieron a coger la pancarta como el que más, desde
el PP a Ciudadanos, y de que en aquel momento la pelea consistía en si el feminismo
tenía dueño o si era democrático expulsar a unos y otros de una manifestación. Yo no
fui, por primera vez en tres años, a la convocatoria. No fui por miedo al contagio, al ser
grupo de riesgo, y así lo dije públicamente. Simón hizo en sus declaraciones las mismas
precisiones. Tampoco se me ocurrió entonces que hubiera que suspenderlas ni es factible
suspender todos esos derechos constitucionales de golpe sin una herramienta jurídica
adecuada. A ninguno de los que ahora se divierten, espero que desde el confinamiento,
en hostigar al feminismo con esta cuestión se les ocurrió, ni se les ocurre, que hubiera
sido buena cosa suspender esas manifestaciones y un congreso político y un partido de
fútbol en el Wanda y una actuación masiva y no sé cuantas cosas más que pasaron. Ahora
vemos que hubiera sido mejor, pero ahora no es entonces. Entonces no sabíamos que la
vida tal y como la conocíamos iba a quedar en suspenso.
El microscopio nos muestra también a los mezquinos, a los que anteponen su ridícula
lucha política –¿qué quieren? ahora casi todo parece ridículo y difícilmente importante–
al sufrimiento real y sañudo de decenas de miles de ciudadanos y al temor justificado y
humano de otros cuantos millones. Los ignominiosos que reprochan fuera de plazo o
que pretenden situarse en una situación de superioridad en el tratamiento de esta locura
que no les pertenece. Los listos que creen que ahora es el momento de desquitarse de la
acción política austericida del pasado. Los estúpidos que piensan que si en vez de unos
gobernaran otros tendríamos naves llenas de equipos de protección y de material médico
o que este se hubiera conseguido como por ensalmo en unos “mercados agresivos” en los
que cada país está intentando abastecerse como puede. Esta economía de guerra, porque
lo es y lo va a ser aún un tiempo, no tiene nada que ver con la alegre regulación de los
mercados, que ya en enero habían vendido casi todas las existencias de mascarillas de
nuestro país para que fueran enviadas a China. ¡Si hubiéramos sabido! ¡Ay, sí, pero no
sabíamos! Tampoco supo la OMS que a pesar de haber iniciado hace años un grupo de
trabajo sobre la teórica pandemia global de un virus gripal, no había logrado culminar
sus planes.
Se ven también ahora con aumento grotesco a los individualistas, a los libertarios de
su propio ego, a los que creen merecerse todo y están dispuestos a cogerlo aunque tengan que arrebatarle todo a los demás. Al microscopio todo se ve descarnado, bajo la luz
inclemente de la moral social y hasta de la individual, no nos olvidemos de las huidas
191
para asegurarse un entorno mejor para el encierro, aún a expensas de condenar a otros
seres humanos.
La cuestión no es qué nos muestra la lente ahora, como la cuestión no es cómo nos
muestra a un virus que ya ha pasado a ser nuestra imagen de cabecera. La gran pregunta
es qué hacemos con eso cuando consigamos salvarnos. Igual que el gran reto no es seguir
contemplando al coronavirus, sino que su observación nos permita combatirlo, crear
vacunas o antivirales, rechazarlo y vencerlo; tampoco lo relevante ahora es refocilarnos
en las miserias humanas y sociales descubiertas, sino ir pensando en que tendremos que
vencerlas. Sólo de una reflexión sobre lo sucedido y sobre el tipo de vida colectiva que
hemos propiciado podremos salir vacunados como individuos y como humanidad.
Esa sería nuestra gran victoria.
https://www.eldiario.es/zonacritica/sociedad-microscopio_6_1008309177.html
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Quién ganará la guerra entre EEUU y China
tras el coronavirus (y el papel de España)
Esteban Hernández
18/03/2020 20:18 - Actualizado: 18/03/2020 21:48
Hay una guerra abierta entre EEUU y China, que es comercial, económica, tecnológica y cultural, y que está recrudeciéndose estos días. El orden global se ha roto y el
coronavirus ha intensificado sus contradicciones, que no pararán cuando la pandemia se
ataje. De hecho, el Covid-19 se ha convertido ya en un escenario más de la contienda.
Pero quizá sea necesario, para entender bien el momento que vivimos, describir quiénes
se están peleando y cuáles son sus armas principales.
EEUU es la potencia dominante y fue la hegemónica desde 1989. Su modo de ejercer
el poder cambió con la llegada de la globalización, cuando decidió adoptar otros caminos de expansión. Con la libre circulación de capitales, las facilidades para desplazar recursos a paraísos fiscales y la rebaja de impuestos para las grandes empresas impulsada en
aquel momento, había mucho capital disponible que buscaba beneficios. Wall Street y
la City fueron su destino: el capitalismo se hizo financiero, EEUU ha sido y es su centro
y principal baluarte, y su dominio internacional ha ido ligado en las últimas décadas a
su fortaleza financiera.
EEUU asentó su poder internacional en las finanzas y la tecnología, pero dejó un
espacio libre a lo productivo que aprovechó China
La otra forma de expansión estadounidense fue la tecnológica, con Silicon Valley
como buque insignia. Grandes empresas del ámbito digital fueron consagrándose globalmente, tras años de pérdidas soportadas por sus inversores, en general grandes fondos, y firmas como Google, Amazon, Facebook, Apple o Microsoft se han convertido
en las empresas modelo de EEUU. Reunían modernidad, innovación y futuro, con lo
que se convirtieron en las compañías más valoradas y cotizadas. También a causa de sus
condiciones de funcionamiento, ya que gozaron de enormes ventajas y además tenían
el respaldo de su país, EEUU, que presionaba para que los mercados internacionales se
abrieran a ellas.
La fábrica del mundo
Al optar por las finanzas y la tecnología, EEUU dejó un espacio libre para lo productivo. Hubo una reorganización internacional del trabajo en la que EEUU se reservó el
papel de asegurar la rentabilidad del capital. China era el complemento perfecto para
ese nuevo orden, ya que su régimen dictatorial y la abundante mano de obra barata
aseguraban una producción eficiente, a tiempo y a precios muy bajos, que encajaba
como un guante en las necesidades del capitalismo financiarizado. China se convirtió
en la fábrica del mundo. Solo que no se conformó con ser la periferia. El régimen chino
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consiguió ingentes recursos y ‘know how’ de Occidente que utilizó para crecer como
potencia. Planificó, organizó y trazó planes estratégicos, justo lo que Occidente había
olvidado, ya que estaba pendiente de los resultados del próximo trimestre. Y su plan fue
desarrollándose coherentemente. Sus inversiones, mucho más que en lo especulativo, se
centraron en adquirir las materias primas que precisaba para su crecimiento, en asegurar
las infraestructuras precisas para sus rutas de venta y en participar en empresas que le
podían aportar algo de lo que carecía. China aprovechó las fortalezas que le brindaba
ser el centro productivo del mundo, pero no se conformó con eso, y fue adquiriendo
fortaleza financiera y construyendo una industria potente en aquello de lo que parecía
relegada, la innovación. Los teléfonos móviles chinos baratos inundaron el mundo, pero
ahora es la red 5G y mañana será la inteligencia artificial.
Bruno Le Maire, ministro de Finanzas francés, asegura que esta es “una guerra económica y financiera que será larga y violenta”
Había, pues, dos potencias enfrentadas, una que se apoyaba en lo financiero y lo tecnológico, y otra que se asentaba en lo productivo. Justo antes del coronavirus vivíamos
un momento peculiar, porque EEUU había optado por tratar de recuperar lo productivo, relocalizando parte de sus fábricas fuera del alcance chino, mientras que el régimen
de Xi Jinping quería seguir siendo la fábrica del mundo, pero había dejado claro que
también iba a participar en la tarta tecnológica.
Estamos bajo ataque
Ahora ha llegado el coronavirus, que no ha hecho más que acelerar las tendencias
que ya estábamos viviendo. Y en esos términos debemos interpretar lo que está pasando
estos días en la economía y en las bolsas occidentales. Lo resumió bien Bruno Le Maire,
ministro de Finanzas galo: “Francia está inmersa en una guerra económica y financiera
que será larga y violenta… Protegeremos a las compañías francesas importantes, recapitalizándolas, comprando acciones o incluso nacionalizándolas”.
Los países europeos temen que su fragilidad presente sea aprovechada por las dos
grandes potencias para crecer a su costa
Las declaraciones de Le Maire van en la misma dirección que las de Sánchez cuando
afirmó que impediría que las empresas españolas más importantes, que estaban a tiro de
opa, fueran adquiridas por firmas que no pertenecieran a la UE: estamos bajo ataque y
nos vamos a proteger. Por eso la bolsa española subió ayer. Los Estados europeos temen,
con toda la razón, que su fragilidad sea aprovechada por las dos grandes potencias para
seguir incrementando su poder a su costa.
Los sectores ganadores de la crisis
Esto también es parte de la guerra que se está librando. Si en el terreno privado el
efecto principal de una crisis es concentrar capital, recursos y poder en menos manos,
porque quien resiste esos momentos puede después comprar a precios muy baratos, igual
ocurre con las potencias. De las crisis y de las guerras emergen potencias ganadoras. Del
lado estadounidense, los grandes fondos van a sacar partido de este momento, intensificando el poder anglosajón. Al atajar la pandemia rápido, China también quedará en
buena disposición para desarrollarse y penetrar más en otras industrias, sectores y países.
Las empresas tecnológicas saldrán beneficiadas, y más tras la cantidad de datos que
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van a recoger de todos nosotros a todas horas por el encierro
Al mismo tiempo, no podemos olvidar que si un sector va a salir reforzado de la
cuarentena, ese será el de la economía digital. Amazon, Google, WhastApp, las firmas
de redes sociales, las empresas de telecomunicaciones y plataformas como Netflix, entre
otras, serán claras beneficiadas de este momento, y más aún con la cantidad de datos
que van a poder recoger de todos nosotros a todas horas. En ese terreno, la potencia más
beneficiada será EEUU, pero también China, que cuenta con empresas similares con
gran implantación, y que además tiene el 5G.
Ganan los dos
De modo que aquí tenemos una primera respuesta a la pregunta de quién ganará la
guerra entre EEUU y China: ambas potencias. O formulado a la inversa, si queremos
saber quién perderá, Europa tiene todas las papeletas, salvo que reaccione rápido. Y el
problema no es solo ahora, con la prima de riesgo ya castigándonos, sino que cuando
la crisis sanitaria haya pasado y los efectos económicos persistan, es probable que los
mercados nos pasen una factura grande y que las empresas europeas, y las españolas
más todavía, vuelvan a quedar expuestas. Y si la recesión afecta a las clases medias y a
las trabajadoras, las cosas van a complicarse en lo social. Seremos regímenes débiles en
términos económicos, financieros y sociales. Ocurre en todas las guerras: los territorios
que las pierden se reparten entre los ganadores. Esta situación está abriendo brechas profundas en la UE, y a menos que exista una reacción contundente y coordinada, nuestro
continente se va a partir.
El frente interno revela la fortaleza china y la debilidad estadounidense y europea
Hay otra vertiente sobre esta guerra entre China y EEUU en la época del coronavirus
que merece ser reseñada. La batalla comunicativa está siendo intensa, con la propaganda
y desinformación habituales, que ambos lados están amplificando. A China no le está
yendo mal en ese sentido, porque ha ofrecido una respuesta rápida y contundente al
caos, y eso suele valorarse. Además, hay países que están recibiendo su ayuda, mientras
Occidente se ha olvidado de ellos, y eso tiene un coste.
Cómo se pierde una guerra
Sin embargo, el aspecto esencial está en otro lado, en el frente interno. Ahí radica una
fortaleza china y una posible debilidad de EEUU. Si el coronavirus golpea con cierta
fuerza en EEUU, la situación se volverá muy tensa. Se trata de un país con situaciones
de elevada desigualdad y un sistema económico que deja a mucha gente fuera, con una
sociedad muy individualista, una sanidad pública muy deficiente y un número creciente
de individuos armados. Si el virus se extiende, la inestabilidad social puede ser muy
elevada. Por eso Trump ha tomado medidas contundentes, contemplando incluso la posibilidad de dar dinero a cada estadounidense. No controlar lo interno supone empezar
a perder la guerra.
El peligro es que el éxito del control social chino sea visto como una vía de futuro en
Occidente: que se crea que el autoritarismo es más eficaz
China ha manejado mucho mejor ese escenario por motivos culturales, por legitimidad adquirida entre sus nacionales (a ellos les ha ido mucho mejor que en décadas anteriores y se han convertido en una potencia de la nada, y eso cuenta) y por haber atajado
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el virus rápido. Desde luego, ser una dictadura ha ayudado en esa tarea por el tipo de
control social que puede imponer.
Y ahí radica un riesgo, no para los chinos sino para nosotros: el éxito del control social
chino puede ser visto como una vía de futuro para ser más eficaces y atajar las tensiones
sociales. Cuanto más eficientes se les perciba, más se creerá que es a causa de su régimen
político, y mayores serán las tentaciones occidentales de girar hacia sistemas menos liberales políticamente.
China no está aún en condiciones de ganarle la guerra a EEUU, pero EEUU sí puede
perderla
Pese a que en este momento China parece estar saliendo mejor parada en la guerra
del coronavirus, no está aún en condiciones de ganarle la guerra a EEUU. Las fortalezas
anglosajonas son sustancialmente mayores que las del régimen chino y es muy difícil que
eso cambie a corto plazo. Sin embargo, EEUU (como la UE, Alemania o España, por
otra parte) tiene un punto débil, sus élites económicas y políticas. Viven en un mundo
aparte, en una ciudadela que les impide entender el mundo real, aquel en el que viven,
y por tanto tomar decisiones adecuadas. La mala gestión de la crisis, entre deficiente y
nefasta, ha venido a ponerlo de manifiesto más explícitamente que nunca. Dicho de
otro modo, China no le puede ganar la guerra a EEUU, pero EEUU sí puede perderla.
Esta es una gran lección que nos ofrece el coronavirus, pero que no sé si hay alguien
fuera dispuesto a escucharla. Las guerras comienzan a ganarse o perderse en el frente
interno, en la cohesión social, en la legitimidad que generan, en el bienestar que ofrecen, en la capacidad de reaccionar frente a las crisis de sus dirigentes. Europa no lo está
haciendo, y España se está dejando llevar por unas dinámicas que nos resultan muy perjudiciales: vamos camino de ser el botín. La contienda entre EEUU y China la estamos
perdiendo nosotros, y algo deberíamos hacer para cambiarlo.
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El virus de la corona, la iglesia católica
y la “heroicidad” de la sanidad pública
Al rey emérito se le calculan 2.000 millones de euros de fortuna, a la iglesia católica se le
dan 11.000 al año -eximida hasta ahora del IBI- y las mascarillas nos las tienen que mandar
de China.
¿No pertenecemos a la UE? Nos ayuda China
Félix Población
www.diariodelaire.com
19 mar 2020 13:08
Según la revista Forbes, especializada en la contabilidad de las mayores fortunas del
universo mundo, la del rey emérito de las Españas podría rondar los 2.000 millones de
euros. Traducida en dólares, la suma alcanzaría los 2.300, que serían 1.800 millones de
euros, según el diario The New York Times.
Si se tiene en cuenta, tal como contaba este último periódico, que Juan Carlos I llegó
al trono en 1975 casi sin dinero –a pesar de los 85 millones de pesetas que se llevó su
abuelo en 1931, tras la proclamación de la segunda República-, es muy probable que
entre regalos y comisiones -como la de los 100 millones de dólares de la dictadura saudí
al término de su reinado- así haya logrado el rey emérito su patrimonio.
Ayer, con un lamentable y notable retraso sobre el acelerado ritmo de incidencia que
lleva la pandemia del Covid-19 en España (en torno a 600 fallecidos y creciendo), el Jefe
del Estado ofreció a sus conciudadanos un discurso plano y anodino de siete minutos,
como pocos se pueden elaborar de tan poca consistencia en las graves circunstancias que
vive el país. Después de dejar a su padre sin sueldo por los 100 millones de dólares saudíes, se conoce que a don Felipe de Borbón no le cupo en la cabeza ni en el sentimiento
un discurso medianamente humano ni medianamente inteligente que sintonizara con
el estado de alarma sanitaria y previsible crisis económica y social que se está dando y
dará en su reino.
Mientras el Jefe del Estado dejaba tras sus palabras un mensaje tan vacío de contenido y tan pleno de frases huecas, la sanidad pública española hacía y hace frente a una
situación que la desborda, después de haber sufrido en los últimos diez años una serie
de recortes presupuestarios que van de los 15.000 a los 21.000 millones de euros, con
una merma ostensibles en miles de puestos de trabajo y miles de camas hospitalarias que
hacen ahora necesaria la utilización de dependencias hoteleras.
Estamos ante una de las más graves crisis que puede sufrir un país y la sanidad pública, encargada de resolverla, está careciendo de algo tan básico como es el vestuario para
que el personal de nuestros hospitales pueda atender a los enfermos de coronavirus sin
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riesgo de contagio. Ha tenido que ser la República Popular China, que tan exitosamente
está resolviendo la pandemia que se originó en su país, y no la Unión Europea a la que
pertenecemos, el Estado que ha suministrado a España algo tan elemental como medio
millón de mascarillas.
Puestos a contabilizar recursos y denunciar mensajes vacíos, no me quiero olvidar
del IBI que no paga la iglesia católica ni de los 11.000 millones que el Estado español
le entrega cada año, aunque sus obispos pasen estos días de mensajes de solidaridad y
apoyo y parezcan más preocupados por cómo sus fieles deben asistir a misa. El Opus Dei
desaconseja hacerlo en pijama, aunque la ceremonia sea on line.
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La invención de una epidemia
Giorgio Agamben
En una columna del 26 de febrero de 2020 en la rúbrica Una voce, Giorgio Agamben
analiza así la situación impuesta por la respuesta gubernamental italiana al coronavirus
en cuanto «emergencia internacional», una situación definida por medidas excepcionales
que habrían de justificarse en el miedo y el pánico de la población.
Ante las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente infundadas
para una supuesta epidemia debida al virus corona, es necesario partir de las declaraciones del Consiglio Nazionale delle Ricerche, según las cuales «no hay ninguna epidemia
de Sars-CoV2 en Italia». Y eso no es todo. En cualquier caso, «la infección, según los
datos epidemiológicos disponibles hoy en día sobre decenas de miles de casos, causa
síntomas leves/moderados (una especie de influenza) en el 80-90 % de los casos. En el
10-15 % de los casos, puede desarrollarse una neumonía, pero su curso es benigno en la
mayoría absoluta. Se estima que sólo el 4 % de los pacientes requieren hospitalización
en cuidados intensivos».
Si ésta es la situación real, ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se
esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un estado de excepción propiamente dicho, con una grave limitación de los movimientos y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?
Dos factores pueden ayudar a explicar este comportamiento desproporcionado. En
primer lugar, se manifiesta una vez más la tendencia creciente a utilizar el estado de
excepción como paradigma normal de gobierno. El decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno «por razones de higiene y seguridad pública» da lugar a una
militarización en sentido estricto «de los municipios y las zonas en que resulta positiva
al menos una persona cuya fuente de transmisión se desconoce o en que hay un caso
no atribuible a una persona de una zona ya infectada por el virus». Una fórmula tan
vaga e indeterminada permitirá extender rápidamente el estado de excepción en todas
las regiones, ya que es casi imposible que otros casos no se verifiquen en otras partes.
Considérense las graves restricciones a la libertad previstas en el decreto: a) prohibición
de traslado del municipio o la zona en cuestión por parte de todos los individuos de
todas formas presentes en el municipio o zona; b) prohibición de acceso al municipio o
la zona en cuestión; c) suspensión de manifestaciones o iniciativas de cualquier tipo, de
eventos y de cualquier forma de reunión en un lugar público o privado, incluidos los de
carácter cultural, recreativo, deportivo y religioso, aunque se celebren en lugares cerrados
y abiertos al público; d) suspensión de los servicios educativos para niños y las escuelas
de todos los niveles, así como de las actividades escolares y de educación superior, con la
excepción de las actividades de educación a distancia; e) suspensión de los servicios de
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apertura al público de museos y otras instituciones y lugares culturales, de conformidad
con el artículo 101 del Código del Patrimonio Cultural y del Paisaje, según el Decreto
Legislativo núm. 42 de 22 de enero de 2004, así como la eficacia de las disposiciones
reglamentarias sobre el acceso libre y gratuito a esas instituciones y lugares; f ) suspensión
de todos los viajes educativos, tanto nacionales como al extranjero; g) suspensión de los
procedimientos de insolvencia y de las actividades de las oficinas públicas, sin perjuicio
de la prestación de los servicios esenciales y de utilidad pública; h) aplicación de la medida de cuarentena con vigilancia activa entre los individuos que han tenido un contacto
estrecho con casos confirmados de enfermedad infecciosa difusa.
La desproporción frente a lo que según el CNR es una influenza normal, no muy diferente de las que se repiten cada año, salta a los ojos. Parecería que, habiendo agotado el
terrorismo como causa de las disposiciones de excepción, la invención de una epidemia
puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites.
El otro factor, no menos inquietante, es el estado de miedo que evidentemente se ha
extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en
una necesidad en sentido estricto de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia
ofrece una vez más el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de
la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad
que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo.
200
Insurgente
Ley mordaza, ejército y policías en la calle, despidos de trabajadores… el sueño de la derecha
x Insurgente
Sobre nacionalizar la sanidad privada o los sectores estratégicos no hay noticias.
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado podrán sancionar con la Ley de Seguridad Ciudadana de 2015, la conocida como ‘ley mordaza’, y con el Código Penal a
quien no cumpla las restricciones fijadas por el Gobierno en aplicación del estado de
alarma decretado para hacer frente a la pandemia por coronavirus, según han informado
fuentes del Ejecutivo. Todos los cuerpos policiales estatales, autonómicos y locales han
quedado desde este sábado bajo la coordinación del ministro del Interior, Fernando
Grande-Marlaska, que dictará en las próximas horas una orden para ejecutar policialmente las restricciones del real decreto de declaración del estado de alarma.
Miles de empresas están recurriendo a los ERTE para que sea el Estado el que pague
a los trabajadores, en caso de que hayan cotizado al menos 360 días por ellos. Varios
sindicatos denuncian ya que grandes empresas aprovechan la coyuntura para deshacerse
de miles de trabajadores. Un ejemplo claro es Vueling que ha puesto sobre la mesa ajustes temporales de empleo para toda su plantilla para hacer frente, dicen, del inminente
colapso del sector aéreo.
Sobre nacionalizar la sanidad privada o los sectores estratégicos no hay noticias.
201
Miedo y asco en el capitalismo global:
el coronavirus y la crisis de beneficios
La crisis traída a primer plano por la extensión del coronavirus, no es una crisis financiera
en origen, sino una crisis directa de la llamada “economía real”.
Isidro López
Es miembro del Instituto DM.
Emmanuel Rodríguez
@emmanuelrog, es miembro del Instituto DM.
20 mar 2020 10:49
La crisis global por la extensión del coronavirus va a desencadenar una profundísima
recesión mundial que puede dejar pequeña la de 2008. Desde luego, nada de lo que esta
sucediendo estos días en términos propiamente económicos, y están sucediendo muchas
cosas, pilla por sorpresa a quienes han venido siguiendo la situación económica global
en los últimos años. Recordemos: todavía hace dos años, estábamos un plácido dominio del modelo de relación entre territorios capitalistas, por la vía de lo que llamamos
globalización. Desde entonces ese entramado empezó a crujir ante las presiones, sobre
todo americanas, que apuntaban a una vuelta a un modelo centrado en la supuesta soberanía económica de los Estados nación por medio de la competencia generalizada entre
territorios y Estados. El aspecto más visible de este giro ha sido la guerra comercial a tres
bandas entre EE UU, China y la UE.
La guerra comercial y, en general, el reajuste de posiciones políticas que ha sufrido la
economía global en los dos últimos años, ha tenido como telón de fondo una perdurable crisis del beneficio capitalista que se arrastra con distintas intensidades desde 1973.
Como ya se ha repetido hasta la saciedad, la gran apuesta capitalista de salida a la crisis
de los años setenta fue la financiarización del capital, la reversión de tanta riqueza social
como fuera posible a formas monetarias y líquidas. Frente al capital cristalizado en estructuras físicas permanentes, con sus ritmos de amortización predeterminados, el dinero y sus sustitutos dio a la nueva clase capitalista dominante, las finanzas y los mercados
financieros, la posibilidad de centralizar el poder sobre el proceso de acumulación a través de la mas abstracta de las formas de poder: el dinero y los instrumentos monetarios.
La crisis asiática de 1998, la crisis de la burbuja tecnológica de 2001 y, finalmente, el
gran estallido de la burbuja inmobiliaria global en 2007, que con tanta fuerza se sintió
en España, nos han ido retirando sucesivamente la ilusión de un capitalismo en el que las
vías de beneficio fueran obtenidas por medios mayoritariamente financieros, principal202
mente por medio del uso extensivo de la deuda y el crédito para la recomposición de la
rentabilidad. Se han vuelto a dejar una vez más al descubierto los gigantescos problemas
de valorización y realización que arrastra el aparato productivo global, y que se experimentan como una situación de exceso permanente de capacidad productiva y competencia destructiva en los sectores capitalistas centrales, algo fácilmente comprobable en
su forma mediada a través de los Estados: de nuevo, la guerra comercial.
De alguna manera, el giro que tomó la geoeconomia global en 2017 hacia el conflicto
entre la triada EEUU-China-UE parte de un reconocimiento tácito de que la acumulación de capital, incluidas las vías financieras, no llega a producir beneficios para todos
los agentes capitalistas, no hablemos de satisfacer unos mínimos criterios de ordenación
política de las sociedades gobernadas por el capital financiero. Alguno de estos agentes
tiene que perder la batalla por la rentabilidad y, de forma derivada, su posición jerárquica
en el nuevo orden mundial. Este hecho se muestra en la debilidad del proceso de acumulación, del crecimiento o de la inversión, y en que durante los cinco o seis años los
bancos centrales hayan inundado de liquidez a las instituciones financieras, sin que esta
haya permeado significativamente al tejido productivo.
En este sentido, y ceñidos a la más inmediata actualidad, la crisis traída a primer
plano por la extensión del coronavirus, no es una crisis financiera en origen, sino una
crisis directa de la llamada “economía real”: de la actividad, de la inversión, del mercado
de trabajo. Esta vez no ha hecho falta que reviente un castillo de naipes financiero, ha
bastado una alerta de pandemia, para que el PIB se contraiga en todo el mundo, las quiebras se multipliquen y el paro amenace con desbordar todos los niveles conocidos. Por
supuesto, esta crisis del aparato productivo va a tener todo tipo de síntomas financieros,
y como bien se sabe, en la medida que son las finanzas quienes controlan los aparatos,
serán las finanzas las que tengan la última palabra, salvo que se encuentren con algún
obstáculo político serio, en la orientación que tome una crisis que, para mas excepcionalidad, no podrá ser sentida en toda su magnitud por sus protagonistas hasta que acaben
los actuales encierros y cuarentenas.
203
La hora de lo público
Javier Valenzuela
[email protected] @cibermonfi
Publicada el 11/03/2020 a las 06:00 Actualizada el 10/03/2020 a las 20:39
Ustedes lo recuerdan perfectamente: en 2008 comenzó una feroz crisis económica
que se tradujo en despidos masivos, rebajas de los salarios y recortes de las prestaciones
sociales en buena parte del planeta. Nadie discutió que el responsable de aquella catástrofe había sido la desenfrenada especulación financiera e inmobiliaria producida por
las políticas desreguladoras neoliberales. Y sin embargo, la respuesta a aquella recesión,
como ustedes también recuerdan, fue más neoliberalismo.
Pues bien, muchos aún seguimos convalecientes de aquella crisis cuando se extiende universalmente una epidemia, la del coronavirus, que, como consecuencia de los
recortes, las externalizaciones y las privatizaciones que tanto gustan a los neoliberales,
sorprende a muchos de los servicios sanitarios públicos aún más débiles que hace una
década. Es el caso de la Comunidad de Madrid, gobernada por el Partido Popular desde
hace un cuarto de siglo. La población de esta comunidad ha crecido en medio millón
de personas entre 2010 y 2018 mientras hay 3.300 profesionales menos en su sanidad
pública, según informaba ayer El País. Unos profesionales a los que estos días hasta les
faltan guantes y máscaras.
La situación es todavía más alarmante en la patria del neoliberalismo. Estados Unidos
a la zaga del mundo en detección y respuesta al coronavirus, titulaba este lunes La Vanguardia. Estados Unidos, referente de tantas derechas, es ese país donde no hay sanidad
pública y donde 28 millones de ciudadanos no pueden pagarse un seguro privado. Es
ese país en el que, según una encuesta Gallup de diciembre de 2019, el 25% de la gente
reconoce que no acude al médico ni tan siquiera en caso de enfermedad grave por no
poder pagárselo. Y donde ahora apenas hay unas decenas de miles de pruebas de coronavirus disponibles para 327 millones de habitantes.
No soy de los que critican al Gobierno de Pedro Sánchez por no haber actuado con
mayor alharaca frente al coronavirus. Me ha gustado la sabia moderación con que nos
ha ido informando el doctor Fernando Simón, coordinador de Emergencias Sanitarias.
Notaba que el Gobierno no quería gritar ¡fuego! con el teatro lleno. Intentaba no contribuir a sembrar un pánico que no mejora la situación sanitaria, pero sí puede dañar
irreparablemente a la economía. Ya me gustaría a mí que fuera de otra manera, pero
España vive en gran medida de actividades como el turismo y la hostelería que exigen
presencia y confianza.
La sociedad española ha demostrado entretanto un gran temple. No ha entrado en
204
pánico en las ya muchas semanas en las que las cadenas televisivas –tal es su naturaleza–
han convertido esta epidemia en espectáculo, en un Historias para no dormir basado en
hechos reales. El miedo, ya lo sabemos, es muy comercial.
Solo este pasado lunes la sociedad española comenzó a dar signos de pánico con cierta
compra masiva en supermercados tras las noticias sobre la suspensión de las actividades
educativas en Madrid y Vitoria. Y es que, al final, el Gobierno había tenido que adoptar
medidas espectaculares. En fin, puesto que eso es lo que se le exige, se me ocurre que una
de esas medidas contundentes podría ser situar a la sanidad privada bajo control público.
Nacionalizarla temporalmente, mientras dure esta crisis.
Se repite hasta la saciedad que el miedo es libre. Pues sí, lo es. Por ejemplo, yo no
tengo miedo a que el coronavirus me afecte grave o mortalmente a mí o a mi gente.
Comparto esto que escribió ayer Juan Carlos Escudier en Público: “Salvo que se nos
haya tomado el pelo desde el comienzo, no parece que el Covid-19 vaya a ser la causa de
nuestra extinción. De hecho, y no hay por qué dudarlo, todo indica que sus efectos son,
por lo general, ligeramente más fuertes que los de la gripe común, otro virus con el que
convivimos y que en España causa la muerte de unas 20.000 personas al año sin que se
considere obligado hacer un recuento diario. Obviamente son preocupantes las víctimas
de esta enfermedad, que nos era desconocida, pero en la inmensa mayoría de los casos la
fiebre no nos llevará al otro barrio”.
A lo que sí le tengo miedo, como F.D. Roosevelt, es al miedo en sí mismo. Y en este
caso, a los efectos socio-económicos del miedo. Me preocupa que se esté desencadenando otra recesión y que cientos de miles de españoles pierdan sus empleos, vean congelados o reducidos sus salarios y sus pensiones, pierdan servicios y prestaciones. No estoy
chalado: no creo que nadie haya inventado el coronavirus con tales o cuales fines. Pero
tampoco soy tonto: estoy seguro de que quienes van a pagar su factura son de nuevo las
clases populares. Trabajadores asalariados, trabajadores autónomos, pequeños y medianos empresarios y comerciantes.
Pablo Casado, el del PP, ya ha propuesto combatir el fuego con gasolina: bajar los
impuestos a las empresas, reducir la capacidad de gasto del Gobierno. Yo, en cambio,
creo que la recesión deber ser combatida con el agua de planes de estímulo a escala
gubernamental, europea y mundial. Los Gobiernos nacionales deben poder permitirse
–temporalmente, mientras dure la crisis– un mayor gasto público para intentar compensar la caída de la demanda privada. La Unión Europea debe olvidarse por un momento
de sus dogmas sobre el déficit y la deuda, y permitir que sus Estados miembros destinen
amplios recursos a frenar la recesión sin ser penalizados por ello. Y los bancos centrales
–incluido el europeo– deben poner dinero sobre la mesa.
Es la hora de lo público. Pero me temo que no va a ser así. La correlación de fuerzas
es la que es.
205
Lo que nos muestra el virus. Lo primero,
nuestra vulnerabilidad
Por Jesús Iglesias.
La vida surgió desde los seres vivos más pequeños. Es el reino de lo minúsculo lo que
la permite, lo realmente determinante para que sea posible, y no nosotr@s, sujetos al fin
y al cabo totalmente prescindibles. Pero con la agricultura y la ganadería, muchos de esos
seres microscópicos han pasado de otros animales a los seres humanos. Sin ir demasiado
lejos, la llamada ‘gripe española’ acabó con la vida entre 25 y 40 millones de personas.
Las décadas siguientes, nos recuerda Sonia Sha, han visto la aparición de centenares de
microbios patógenos (VIH, ébola, zika), la mayoría de origen animal, impulsada por la
constante destrucción de los ecosistemas.
Los efectos del coronavirus no alcanzarán esas cifras, pero sin duda han puesto
sobre la mesa, al menos, tres fragilidades esenciales de nuestro mundo. La primera es la
nuestra, a la que se ha referido recientemente el filósofo Santiago Alba: “nuestro miedo
arranca el fino velo de nuestras ilusiones de inmortalidad y nos devuelve al primer día
del cromañón, cuando estábamos a merced de las bestias salvajes”. Ser conscientes de
nuestra vulnerabilidad debe traducirse, en primer lugar, en motivo de reivindicación política de las prácticas del cuidado, por otro lado una reacción ante el neoliberalismo y su
dogma desregulador que han difuminado el paradigma relacional en favor de la ley del
más fuerte en una suerte de neodarwinismo social que dispara los niveles de desigualdad
y abandona a su suerte a l@s más desfavorecid@s. En este sentido, las reflexiones sobre el
cuidado se erigen como una herramienta fundamental para cuestionar los presupuestos
neoliberales -vectores centrales del diseño institucional de la vida pública-, pues reivindican la sostenibilidad de la vida y, en un sentido más general, conforman un ámbito en
el que estallan todas las barreras, en la medida en que superan el conflicto capital-trabajo
y visibilizan el conflicto capital-vida. “El actual sistema económico hoy” -cedo la palabra a la economista Amaia Pérez Orozco- “se erige sobre una tensión estructural entre
la acumulación de capital y la sostenibilidad de la vida, que es irresoluble, aunque se
intente callar”.
Así pues, es necesario que la vulnerabilidad generalizada -y también la dramática
extensión de la desigualdad- hagan del ejercicio del cuidado una praxis (sé que la palabra
nos viene grande) cada vez más relevante. Pero para ello, una tarea fundamental es revisar los presupuestos morales y políticos que rigen nuestras comunidades; proponer una
reformulación del vínculo social, porque la dimensión corporal es el escenario sobre el
que se ejercen la expropiación de la riqueza y la violencia gratuita. Los planteamientos
radicales son hoy los únicos mediante los cuales se puede promover una auténtica política de protección de las personas, también con vistas a una igualdad real, proceso que debería empezar sacando de foco el mercado, erigido hoy como eje vertebrador de nuestras
206
sociedades. Porque son las actividades de cuidados las que cobran la mayor importancia
al poner en el centro la sostenibilidad de la vida, la cual soporta el resto de esferas que
resuelven las necesidades humanas (incluyendo, por supuesto, el ámbito mercantil), y
porque los cuidados son los trabajos que reparan el daño hecho por los mercados y hacen
todo lo demás necesario para que la vida salga adelante. En último término, se trata de
romper con las dicotomías de público-privado, producción-reproducción, hogar-mercado, trabajo-no trabajo; los cuidados atraviesan esos espacios y categorías, por lo que
deben ser entendidos desde el conjunto social y como una cuestión política, lo cual
requiere un cambio integral en la organización social que incluya una remodelación de
los tiempos y los trabajos, cambios en la vida cotidiana, nueva estructura de consumo y
de producción, y por supuesto un cambio de valores.
En segundo lugar, y citando a Luis González Reyes, debemos por fin poner los pies
en la tierra, bajar de las alturas a las que nos ha ascendido el capitalismo tecnológico, dejar de actuar como dioses (parafraseanso al reconocido historiador Noah Yuval Harari) y
entender que somos parte de la vida. Liberarnos, en definitiva, de nuestra arrogancia antropocéntrica, que tanto criticó la gran Lynn Margulis: “no somos los más importantes
porque seamos tan numerosos, poderosos y peligrosos. Nuestra tenaz ilusión de poseer
una patente de corso oculta nuestro verdadero estatus de mamíferos erectos y enclenques”. No terminamos de aceptar nuestro lugar en el mundo, de entender que somos
partes de un organismo mayor, y por ello nos mostramos incapaces de un mínimo de
humildad frente al mito del progreso, idea central de una Modernidad que ya se tambalea. En este sentido, el coronavirus también nos recuerda nuestra interdependencia, que
según Edgar Morin “debe dar lugar a la solidaridad humana en la conciencia de nuestro
destino común”, y nuestra ecodependencia, que debería hacernos desacelerar, asumir
una frugalidad alegre y adoptar la simplicidad y sobriedad voluntarias. Promover, en
definitiva, escenarios más austeros y justos, pero también menos arriesgados y costosos
energética y ecológicamente. Un modo de vida más frugal también significa, en palabras
de Nicolas Ridoux, “devolver el protagonismo a la persona, restaurar el espíritu crítico
frente al modelo dominante del ‘cada vez más’ y abrir el debate sobre nuestra forma
de vivir y sus límites, saber tomarse tiempo para mantener una relación equilibrada
con los demás, ése es el camino que propone la filosofía del decrecimiento. Se trata de
sustituir el crecimiento estrictamente económico por un crecimiento ‘en humanidad‘”.
Efectivamente, lo más eficaz para generar una sociedad segura y sana -cito ahora a Luis
Prádanos- “no es el crecimiento económico, la construcción de muros, el extractivismo
necrótico la inteligencia artificial o la militarización de fronteras, sino la agricultura regenerativa, la reducción de la desigualdad y la promoción de cohesión social“. El camino
hacia una sociedad autónoma del decrecimiento, en el que los valores predominantes
sean la solidaridad, la empatía, el apoyo mutuo, el respeto por la naturaleza y la protección de los demás animales que conviven con nosotr@s es, conviene reconcerlo cuanto
antes, la única solución viable y realista desde el momento en el que asumimos nuestra
propia vulnerabilidad y, por qué no decirlo, cuando asumimos también la enorme deuda
contraída con los países del Sur y con las generaciones venideras, tan vunerables como
las nuestras.
207
Coronavirus y lucha de clases
La expansión de la pandemia del coronavirus, que ha provocado la declaración en nuestro
país del Estado de Alarma, la intromisión más acusada en los derechos individuales de los
ciudadanos desde la caída del franquismo, está mostrando, en su más palmaria brutalidad,
las contradicciones sociales principales del capitalismo terminal.
José Luis Carretero
Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión
16 mar 2020 12:20
Las grandes contradicciones sociales del capitalismo terminal están saliendo a flote
con la crisis del coronavirus. Por ejemplo: podemos subrayar la actualidad absoluta del
concepto de lucha de clases. Una lucha, entendida como conflicto, enfrentamiento y
presiones y tensiones recurrentes, que se expresa directa y crudamente en los centros de
trabajo a la hora de hacer cumplir las medidas de prevención básicas en los estratos más
precarios, más desorganizados o, incluso, más estratégicos en estas circunstancias, de la
fuerza de trabajo.
Hemos visto cómo en nuestras “democráticas y responsables” empresas, los jefes se
resguardan del virus y la salud de los trabajadores no es más que un dato macroeconómico a valorar junto al coste de geles, permisos o reducciones horarias
Durante esta pasada semana hemos visto cómo, en nuestras “democráticas” y “responsables empresas”, que se ufanan de estar siempre “preocupadas por la gobernanza y
los criterios sociales de la Agenda 2030”, los jefes ordenan y se resguardan del virus, y
los trabajadores ven cómo su salud no es más que un simple dato macroeconómico a
valorar junto al coste monetario de geles, permisos o reducciones horarias. Hay varios
ejemplos que lo ilustran.
En las grandes empresas del sector del telemárketing como Konecta, GSS Covisian
y otras, en las que trabajan centenares de personas en gigantescas naves, hacinados y
compartiendo en función de su turno todo tipo de materiales (auriculares, teclados de
ordenador, micrófonos…), la lucha para conseguir que haya geles desinfectantes, que los
equipos de trabajo sean de uso individual o que, simplemente, se limpien habitualmente los baños de los trabajadores, ha sido constante, y ha venido marcada por repetidos
altibajos derivados de las contradictorias señales enviadas al entramado productivo por
los poderes públicos, pese a haberse dado repetidos casos de positivos en coronavirus en
las instalaciones, que han sido enfrentados por las empresas con el aislamiento de los
trabajadores y la limpieza de los puestos adyacentes a los de los enfermos, y solo muy
tardíamente con la implantación del teletrabajo.
En el transporte público, la puesta en marcha de medidas de prevención de la enfermedad para proteger la salud de trabajadores y usuarios ha venido marcada por la
208
presión de las fuerzas sindicales más combativas. En el Metro de Madrid, solo tras la
amenaza de la sección sindical de Solidaridad Obrera de convocar una huelga indefinida
de 24 horas, la empresa se vio obligada —el viernes pasado—, a cumplir las recomendaciones sanitarias de la misma Comunidad de Madrid. En el Metro de Barcelona, solo
tras la aprobación de un decreto de la Conselleria de la Generalitat correspondiente, la
dirección acepta negociar con el Comité de Empresa la puesta en marcha de las medidas
que está exigiendo la comunidad médica.
En los ferrocarriles, durante toda esta semana, numerosos trenes circulan sin agua
corriente ni gel desinfectante, mientras las secciones sindicales presentes denuncian la
falta de limpieza de los filtros de aire acondicionado de los vagones y la puesta en marcha
de un protocolo de prevención que no toma medidas claras en defensa de la salud de los
trabajadores y usuarios, dedicándose casi exclusivamente a determinar qué hacer en caso
de que se identifique un enfermo de coronavirus viajando en un tren.
En la Administración Pública la situación es de caos absoluto los primeros días de la
semana, lo que lleva al cierre de la mayor parte de los centros de trabajo según avanza
esta. En el sector de la Enseñanza, la Comunidad de Madrid, mediante una Orden contradictoria y plena de ambigüedades, descarga la “patata caliente” de qué hacer en estas
circunstancias, en las direcciones de los centros educativos, ordenando que los profesores, personal de administración y limpiadores, acudan a los centros de trabajo “de la manera habitual”, al tiempo que se debe “fomentar el teletrabajo” y se “recomienda” —pero
no ordena— a los trabajadores de los grupos de riesgo que “no salgan de sus casas”, sin
indicar ningún permiso laboral para los mismos.
Una amalgama incomprensible que sólo termina de estallar cuando la declaración del
estado de alarma deja claro que es absolutamente innecesario que nadie acuda a los centros educativos. En el sector de ayuda a personas con discapacidad se suceden situaciones
semejantes, en las que se ordena a los trabajadores seguir las normas de prevención frente
al coronavirus, pero no hay ninguna iniciativa para promover que las sigan los usuarios,
que se presentan en los centros de día absolutamente desprotegidos.
En la limpieza, en el comercio, en todas partes, se agolpan los despidos, las restricciones para utilizar los permisos retribuidos o el bloqueo de las posibilidades de hacer
efectiva la conciliación laboral y familiar
En la limpieza, en el comercio, en todas partes, se agolpan los despidos, las restricciones para utilizar los distintos permisos retribuidos existentes en los convenios o el
bloqueo de las posibilidades de hacer efectiva la conciliación laboral y familiar en un
contexto de suspensión de las actividades presenciales en los centros educativos. Las gerencias empresariales —y, ¡lo que debemos anotar aún más, las de las grandes empresas y
entidades públicas!— se lanzan a una vorágine de pequeñas presiones, amenazas veladas
y restricciones en el cumplimiento del Derecho Laboral existente.
Todo ello en un escenario en el que el simple hecho de retrasar las medidas laborales previstas hasta el Consejo de Ministros del martes 15, y no aprobarlas junto a la
declaración del estado de alarma, aboca a la realización de numerosos Expedientes de
Regulación de Empleo (ERE) y Expedientes de Suspensión (ERTE) el mismo lunes 14,
sin que se prevea claramente por el gobierno que la nueva legislación sobre la posibilidad
209
de cobro y no consumo de la prestación de desempleo en EREs y ERTEs , sea aplicable
a estos trabajadores.
¿Existe la lucha de clases?
Los que han afirmado en las últimas décadas que el concepto “lucha de clases” estaba
“pasado de moda”, que “no explica ya la realidad” o que “es un invento no probado
científicamente de la teología marxista” deberían empezar a buscar otras cosas de las que
hablar, ya que tienen las poltronas académicas y mediáticas siempre abiertas a su servicio.
La lucha de clases se ha mostrado en toda su crudeza en esta crisis sanitaria, de una
manera directa, en los puestos de trabajo, como hemos narrado, pero también indirecta:
en los brutales efectos que el saqueo de los pilares básicos del Estado de Bienestar (del
salario indirecto de la clase trabajadora) ha producido en la última década.
La lucha de clases se ha mostrado en toda su crudeza en esta crisis sanitaria, también
en los brutales efectos que el saqueo de los pilares básicos del Estado de Bienestar ha
producido en la última década
Un sistema sanitario degradado, con falta de recursos, personal escaso y sometido a la
tensión permanente de la temporalidad en el empleo, acosado por procesos de privatización abierta o encubierta (por medio de los sistemas de “colaboración público-privada”).
Un sistema de servicios sociales incapaz de reaccionar y hacerse cargo de las personas
mayores que van a quedar abandonadas en esta crisis, de las personas en situación de
marginalidad y vulnerabilidad (empezando por los llamados working poors que, en muchos casos han perdido su empleo, y llegando a las personas sin hogar). Un sistema de
seguridad social y desempleo que no parece dispuesto a extender su manto protector a
todos los trabajadores y trabajadoras que ahora van a recibir su carta de despido, mediante una Renta Básica de Solidaridad que cubra suficientemente a toda la población
en esta situación de urgencia.
210
Una renta básica universal que inmunice ante
la pandemia de precariedad vital
Sarah Babiker
¿Lucha de Clases? Juan Roig afirma que Mercadona no va a cerrar en toda esta crisis. Se lo agradecemos, pero más se agradecemos a las miles de cajeras, reponedores,
limpiadoras, que van a hacer eso posible. Mercadona, siempre magnánima, se ofrece a
subirles un 20% el sueldo durante estos días de aislamiento social. No es que esté mal,
es que si no hubiera lucha de clases esas trabajadoras y trabajadores deberían repartirse
en pago de su arriesgada labor la totalidad de los beneficios que va a obtener la empresa
durante estas semanas (o quizás, solo el 80 %, dejando el 20% para los accionistas,
como muestra de humor retributivo).
Juan Roig afirma que Mercadona no va a cerrar en toda esta crisis. Se lo agradecemos,
pero más se agradecemos a las miles de cajeras, reponedores, limpiadoras, que van a
hacer eso posible
¿Lucha de clases? ¿Existe otra explicación para el hecho de que todos los responsables
políticos hayan repetido por activa y por pasiva que todo esto se está haciendo “por las
personas más vulnerables”, ya que los jóvenes, parece ser, no corren tanto peligro, y, sin
embargo, no se haya establecido ningún permiso laboral específico para diabéticos, personas inmunodeprimidas, enfermos crónicos, hipertensos o pacientes oncológicos? ¿Son
demasiado numerosos para que alguien se comprometa a pagarles el salario mientras la
situación persiste, pero si los podemos usar como justificación para limitar los derechos
individuales? Si no es esto, ¿qué es, exactamente, la lucha de clases?
Se habla de la capacidad china de enfrentar la enfermedad. Se hace hincapié en la
centralización y autoritarismo del modelo chino, muchas veces desde la indisimulada
nostalgia del socialismo “real” del Este Europeo. Pero se esconde que lo que de verdad
ha constituido el elemento diferencial del “modelo chino” frente al virus no es el autoritarismo ni la centralización, fácilmente imitables por nuestros Amados Timoneles del
Régimen del 78, como estamos viendo, sino la posibilidad efectiva, sostenida por las
supervivencias ideológicas del maoísmo en el PCCh, de disciplinar los capitales, de hacer
que el dinero haga lo que es necesario, que las empresas trabajen para el bien común. El
rastro de comunismo que queda en China, aún limitado, es preferible a la total ausencia
de comunismo. Y no tiene sentido volver a confundir comunismo con autoritarismo y
con Estado Absoluto. No se trata de la vuelta del Padrecito, sino de que lo común discipline comunitariamente a la pulsión de muerte del Capital.
También se habla de que esto, en la utopía pastoril de la Deep ecology no habría sucedido. Miles de años de reiteradas plagas como la peste negra o la gripe española nos indican que todo eso es una ensoñación bucólica. Mas lento, pero más mortífero, por la falta
211
de medios y de vías para compartir el conocimiento, todo habría sucedido. La naturaleza, queridos ecologistas reaccionarios —supuestos ecologistas, por otra parte— es más
fuerte, prolifera, muta, mata y sobrevive sin tenernos demasiado en cuenta. Necesitamos
la racionalidad y la tecnología para construir una sociedad vivible, pero también para hacer frente a estos embates de la vida que, precisamente, consiste en embates recurrentes
de un mundo natural que no es circular, sino proliferante, evolucionante, imprevisible.
El problema fundamental sigue siendo la brutal tensión constante cada vez que la
clase obrera quiere hacer cumplir las leyes que nos protegen a todos, pero disciplinan al
capital
La tecnología… ¿Pero qué tecnología? ¿En manos de quién está la tecnología? ¿Tecnología para el control en manos de unos pocos o tecnología para la salud en manos de
lo común? Quizás eso de la lucha de clases tenga algo que ver con todo esto, ¿no? Porque
el problema fundamental sigue siendo ese: hospitales públicos colapsados, trabajadores
sin medidas de prevención, población vulnerable abandonada a su suerte. Y una brutal,
cruenta, tensión constante cada vez que la clase obrera quiere hacer cumplir las leyes que
nos protegen a todos, pero disciplinan al capital.
Mañana todo volverá a esa “normalidad” cada vez más degradada, caótica y en crisis,
que ahora añoramos, aunque mucha gente sufrirá por el camino. Pero entonces deberemos recordar lo que está pasando ahora, no olvidar el dolor y las luchas que hemos
tenido que emprender para defender nuestra salud y actuar en consecuencia.
212
El coronavirus y el fin
del neoliberalismo posmoderno
Juan Antonio Molina
14/03/20
Es la hora de la reducción al absurdo del capitalismo en su versión neoliberal y la
posmodernidad como su soporte metafísico. Esta crisis del coronavirus pone en tela de
juicio a todo el mundo. Afecta gravemente a la salud de los ciudadanos, la vida de las
empresas, el destino de los empresarios, los trabajadores, los trabajadores precarios y
pobres. Todo en el mismo remolino porque hay, en las sociedades modernas, una “comunidad de destino” que nos une inextricablemente el uno al otro. Haber quebrado este
vínculo, incluso emocionalmente, al difundir el miedo al otro, el individualismo radical,
la insolidaridad social, el “sálvese quien pueda” que nos impone el neoliberalismo nos
hace más frágiles hoy, fruto de la perversa hegemonía cultural que resulta antagónica
cuando debemos unirnos para enfrentarnos a un enemigo común, del cual nadie puede
escapar solo.
¿Qué sería de la lucha contra el coronavirus con una sanidad absolutamente privatizada y volcada al único objetivo del beneficio empresarial?
El poscoronavirus será como un período de posguerra. Encontraremos sólo escombros. Entonces, ¿qué sentido tendrán todas las excrecencias neoliberales que se ha demostrado en esta crisis y en la de 2008 ser falacias sumarias para imponer el implacable
derecho de una minoría a explotar, marginar y depauperar a las mayorías sociales? Sobre
todo cuando el coronavirus nos impulsa a repensar el significado de nuestra vida, nuestra
forma de estar juntos, los peligros de la globalización, ya que es posible que nos devuelva
una normalidad diferente, un renacer distinto, incluidas las reglas financieras internacionales. El problema es que hemos perdido el sentido del equilibrio entre los diversos
componentes de nuestra sociedad.
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en el año 2001, escribió un artículo publicado en la revista Social Europe, The end of neoliberalism and the rebirth of history,
en el que señalaba las consecuencias negativas de la aplicación de las políticas neoliberales, que incluían reformas laborales encaminadas a debilitar a los sindicatos y facilitar el
despido de los trabajadores, así como políticas de austeridad con el intento de disminuir
la protección social mediante recortes del gasto público social, en la calidad democrática
de los países a los dos lados del Atlántico Norte (incluyendo España), así como en el
bienestar de las clases populares. Una de las consecuencias de esta realidad ha sido el
213
enorme crecimiento de las desigualdades en la mayoría de estos países en los que tales
políticas se han aplicado.
El neoliberalismo ataca todas las subjetividades e interpretaciones ideológicas de la
realidad compadecidas con la convivencia ya que no cree en la sociedad sino en individuos compitiendo entre sí en término desiguales. Predica la amplia liberalización de
la economía, el libre comercio en general y una drástica reducción del gasto público y
de la intervención del Estado en la economía en favor del sector privado, que pasaría
a desempeñar las competencias tradicionalmente asumidas por el Estado. Empero, esa
suplantación del Estado, por la supuesta incompetencia de lo público ante lo privado,
se disuelve cuando la ineficacia de los banqueros arruinan a las entidades financieras y se
solicita la intervención del Estado reconociendo implícitamente la gestión pública, pero
articulando la perversa ecuación de privatizar los beneficios y colectivizar las pérdidas,
¿Qué sería de la lucha contra el coronavirus con una sanidad absolutamente privatizada
y volcada al único objetivo del beneficio empresarial?
Esta economía posmoderna se sustancia en una visión apocalíptica del discurso político de los hacedores del capital. El Estado es considerado culpable, ineficiente, corrupto
y un lastre para la competitividad del mercado y sus leyes de la oferta y demanda. Cambian los referentes, los imaginarios y las palabras con respecto al Estado de bienestar.
El capitalismo se reinventa. Todo se modifica para dar cabida a un ser despolitizado,
social-conformista. Un perfecto estulto social. Las viejas estructuras ceden paso a un
orden social cuyas reformas exacerban los valores individualistas, el yo por encima del
nosotros y el otro es considerado un obstáculo, un competidor al cual destruir… Y en
esto llegó el coronavirus.
214
Mala ciencia con consecuencias catastróficas
Publicado el 09.09.2019 por Juan Ignacio Perez y Joaquín Sevilla
En algunas ocasiones nociones erróneas, por carecer de suficiente respaldo científico
o por ser claramente anticientíficas, han conducido a la adopción de medidas que han
causado gran sufrimiento humano. Lo más sangrante, además, es que quienes las han
aplicado lo han hecho con el objeto de promover un nuevo (y supuestamente mejor)
orden social y convencidos de que contaban con suficiente sustento científico a su favor.
Nos ocuparemos aquí de dos de esos casos, el de la eugenesia y el del lysenkoismo.
Francis Galton fue un polímata británico (primo de Charles Darwin) que, abogó en
1883 por apoyar a las personas más favorecidas para que tuvieran más hijos, en detrimento de las menos favorecidas. A este proceder lo denominó eugenesia, y se basaba
en una interpretación errónea de la teoría de la evolución por selección natural. La
eugenesia que proponía Galton era una eugenesia positiva, pues no pretendía actuar de
forma directa para evitar que los menos favorecidos tuvieran descendencia (eugenesia
negativa). Pero mucho de lo que vino después no lo era.
Las propuestas eugenésicas llegaron a ser aceptadas en varios países y se llegó incluso a
practicar mediante esterilizaciones masivas de personas que, supuestamente, tenían rasgos genéticos considerados indeseables. En el conjunto de estados que aprobaron leyes
eugenésicas en los Estados Unidos llegaron a esterilizarse a más de sesenta mil personas
a lo largo de varias décadas en pleno siglo XX. Todavía en la década de 1960, el endocrinólogo D. J. Ingle, miembro de la Academia de Ciencias, director del Departamento de
Fisiología de la Universidad de Chicago y fundador de la revista Perspectives in Biology
and Medicine, reivindicó la esterilización masiva de la población afroamericana para
“evitar el debilitamiento de la cepa caucásica”.
En Alemania, el gobierno del III Reich, a imitación del modelo estadounidense y
al servicio de las doctrinas raciales nacionalsocialistas, llegaron a esterilizar a más de
400.000 personas. En el programa, iniciado a partir del ascenso de Hitler al poder, era
conocido y apoyado por buena parte de los médicos y científicos que permanecieron en
Alemania. Tres de los científicos que más responsabilidad tuvieron en las esterilizaciones
fueron Ernst Rüdin, director del Instituto de Psiquiatría, y Ernst Fischer y Otmar von
Verschuer, directores del Instituto de Antropología. Los tres asesoraron a las autoridades
alemanas. Rüdin en concreto fue uno de los autores de las leyes de pureza racial y presidió el comité para “la higiene y la política raciales” que fijó los criterios para la castración
de criminales y la esterilización forzosa de mujeres consideradas inferiores.
Además de los Estados Unidos y Alemania, Canadá llevó a cabo miles de esterilizaciones forzosas hasta la década de los años setenta y otros países como Australia, Reino
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Unido, Noruega, Francia, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia y Suiza también desarrollaron programas de esterilización de personas que habían sido declaradas deficientes mentales.
Durante los mismos años en que se practicaban esterilizaciones forzosas masivas en
Norteamérica y Europa Occidental, en la Unión Soviética se inició un proceso de eliminación de la ciencia de la genética por razones puramente ideológicas. Al frente del
proceso se encontraba Trofim Denisovich Lysenko, un ingeniero agrónomo ucraniano
cuyo objetivo era obtener variedades de plantas que ofreciesen un mayor rendimiento.
Lysenko rechazaba los principios de la genética basada en los descubrimientos de Mendel porque pensaba que eran una construcción burguesa. Defendía, además, la visión
lamarckiana de la transmisión a la descendencia de caracteres que, supuestamente, se
adquieren como mecanismo de adaptación a las condiciones ambientales. Esa adaptación era según Jean-Baptiste Lamarck, padre de esa teoría, el origen de las diferencias
que presentan diferentes individuos de una misma especie y que, eventualmente, pueden
conducir a la aparición de especies diferentes.
Lysenko adoptó las ideas de Lamarck, que resultaron ser del agrado de las autoridades
comunistas. Postuló que las condiciones ambientales podían alterar la constitución genética del trigo y llego a proponer que el trigo, cultivado en un entorno especial, podía
convertirse de esa forma en centeno. El gobierno lo respaldó y le permitió dirigir los
destinos de la agricultura soviética durante décadas, a pesar de los sonoros fracasos que
cosechó. En 1945 llegó a presidir el Instituto de genética de la Academia Soviética de
Ciencias, puesto en el que se mantuvo hasta 1965. Muchos de quienes se opusieron a su
doctrina fueron eliminados o deportados a Siberia.
Los dos casos analizados tienen algo en común: al objeto de defender o promover
unas ideas, o construir un nuevo orden social, hay científicos que, consciente o inconscientemente, vulneran los principios básicos del funcionamiento de la ciencia. En
muchos casos ni siquiera es necesario “actuar” conscientemente de forma incorrecta.
Basta con dejar actuar a algunos de los sesgos que se han visto en una anotación anterior
sin tomar las medidas necesarias para impedirlo. Cuando de esa forma de proceder se
derivan actuaciones que afectan a numerosas personas, las consecuencias pueden llegar
a ser catastróficas.
Fuente:
Agin, D (2007): Ciencia basura. Starbooks, Barcelona.
Notas:
Esta es la décimo quinta entrega de la serie “Los males de la ciencia”. Las anteriores han
sido “El marco en que se desarrolla la ciencia”, “Las publicaciones científicas”, “El ethos de
la ciencia”, “Los valores en la filosofía de la ciencia”, “Los dueños del conocimiento”, “El
papel de los gobiernos en el desarrollo científico”, “No todos tienen las mismas oportunidades
de hacer ciencia”, “El fraude y las malas prácticas en ciencia”, “Ciencia patológica”, “Sesgos
cognitivos que aquejan a la ciencia”, “Sesgos ideológicos que aquejan a la ciencia”, “La crisis
de reproducibilidad en ciencia”, “Parte de la investigación científica es quizás irrelevante” y
“Conflictos de intereses en la ciencia”.
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Efectos colaterales del coronavirus
Cualquiera que sea el desenlace de la epidemia, está en juego el futuro de las relaciones
internacionales. No se aprecia un plan coordinado de los Gobiernos para hacer frente a la
situación
Juan Luis Cebrián
https://elpais.com/elpais/2020/03/08/opinion/1583685465_923480.html
Tras su difusión en las redes, un vídeo de la directora de Salud de Santa Clara, California, lamiéndose el dedo para mejor pasar las páginas de su discurso, y en el que conminaba a no tocarse nariz ni boca a fin de no propagar el coronavirus, puede convertirse en
icono de la improvisación y desorden reinantes en la lucha contra la potencial pandemia.
Espero y deseo que los esfuerzos de las autoridades de medio mundo y el comportamiento cívico de las poblaciones consigan evitarla. Mientras lo hacen, pueden ya registrarse
algunos efectos colaterales, perversos los más, aunque también otros potencialmente
beneficiosos, pues ya se sabe que las crisis provocan siempre oportunidades.
En general, la opinión pública parece consciente de los riesgos y acepta con resignación las restricciones de todo género a que están siendo sometidos los ciudadanos. Muy
distintos son en cambio los comentarios privados, que basculan de la psicosis a la indiferencia, pasando por la convicción extendida de que gran parte de la alarma provocada
se debe quizás a motivos ocultos y no a razones estrictamente sanitarias. La variedad de
respuestas adoptadas por los diferentes Gobiernos; la inexistencia de un plan coordinado
entre ellos; la abstinencia informativa en algunos casos frente a la exuberante verbosidad
de otros, y las inevitables consecuencias políticas y económicas del proceso, ponen de
relieve la ausencia de un poder global capaz de encarar una crisis planetaria. En nuestro
caso, las luchas partidarias entre el poder y la oposición y en el seno del poder mismo
han generado ya unas cuantas anécdotas, como las críticas del Ministerio de Sanidad al
comunicado hecho por el de Trabajo; las incoherencias entre las decisiones de algunas
autonomías y las del poder central, y la clamorosa ausencia del presidente del Gobierno
en las comparecencias públicas. Estas siguen encomendadas a un simpático individuo
capaz de sonreír y de hacer chistes mientras anuncia que un barrio entero ha sido declarado en cuarentena o que la decisión de ir o no a las manifestaciones depende de lo que
cada cual quiera hacer y no de la evaluación del riesgo de los movimientos de masas.
Mientras tanto, en La Rioja ya se ha movilizado a la Guardia Civil y la autoridad amenaza con multas millonarias a quien no obedezca. Quién va a pagar los platos rotos; quién
indemnizará a las personas privadas de su libertad de movimientos y de su derecho a
acudir al trabajo; quién a los empleados y propietarios de establecimientos públicos que
se clausuren, son cuestiones que permanecen en el limbo, aunque haya sido eliminado
217
de los catecismos de la Iglesia católica. La rendición de cuentas por el éxito o fracaso
de las gestiones emprendidas tendrá que ver en cualquier caso con el desarrollo de las
elecciones venideras.
La psicosis y el miedo que las sonrisas oficiales no logran despejar llevan a que muchos eviten la cercanía de los ciudadanos de origen chino; a no consumir manzanas
italianas y a apartarse con miradas de espanto de cualquiera que carraspee un poco en
el metro. Los nacionalistas a ultranza, orgullosos de su identidad, tuitean cosas como
“¿no queríais globalización?, pues toma globalización”. Sueñan quizás con la fecha en
que en nombre de la salud pública, además de restaurantes, hoteles y barrios, se puedan
cerrar fronteras, cancelar rutas aéreas, discriminar etnias o comunidades religiosas. Ya
pueden reencontrarse así con la cultura del enemigo y señalar a los culpables: China y
los chinos, individuos tan primitivos que se dedican a comer serpientes y murciélagos,
frente a quienes disfrutamos devorando sesos y testículos de cordero, tripas de bovinos,
caracoles, lampreas o percebes, como corresponde a la civilización occidental.
Las críticas al Gobierno chino pueden estar justificadas por su tardanza en reconocer
la existencia del virus y la inicial falta de transparencia. Pero lo que se está jugando ahora,
cualquiera que sea el desenlace de la epidemia, es el futuro de las relaciones internacionales. La tendencia a recrear un mundo bipolar, patente tanto en la Casa Blanca como
en determinados representantes del mandarinato comunista, es con todo mucho más
matizada en Pekín que en Washington. El multilateralismo que algunos pregonan solo
puede echar raíces si se desarrolla en un marco de relaciones regionales, en el que el continente asiático, con China a la cabeza, ocupará inevitablemente el liderazgo económico,
poblacional y tecnológico, pese a los esfuerzos americanos por impedir sus avances en
este último terreno. Si se prolonga la crisis del coronavirus, Occidente comenzará a sufrir
dificultades de aprovisionamiento y verá seriamente afectada su capacidad para producir
los medicamentos necesarios. La industria farmacéutica china es la mayor del mundo,
algunos ingredientes activos de numerosas medicinas y determinados antibióticos solo
se producen en aquel país, que manufactura también una ingente cantidad de maquinaria y tecnología médica y hospitalaria. Su gigantesco mercado interior y la decisión de
las autoridades de expandir al máximo el servicio nacional de salud han hecho además
que otros colosos occidentales del sector estén allí presentes. Puede decirse que no hay
respuesta válida a esta pandemia que no pase por la colaboración activa del Gobierno
chino, responsable quizá en cierta medida del problema, pero del todo indispensable en
su solución.
Urge una reforma del sistema internacional que permita ser más eficaces y rápidos en
el manejo de las crisis mundiales
La guerra comercial desatada por Trump y los problemas que atañen a la falta de
respeto a los derechos humanos en aquel país no pueden aplazar la necesidad urgente
de una reforma en el sistema internacional que permita ser más eficaces y rápidos en
el manejo de las crisis globales. Las actuales instituciones internacionales, incluidos el
Fondo Monetario y el Banco Mundial, no funcionan adecuadamente para resolver los
problemas de nuestro tiempo. Son consecuencia del mundo emergente de la II Guerra
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Mundial, cuyos parámetros han quedado definitivamente obsoletos. En todos los sectores, el financiero, el tecnológico, el comercial y el de la seguridad, China está llamada a
desempeñar un papel esencial con vistas al inmediato futuro. Solo una política inclusiva
y de cooperación con su Gobierno podrá además favorecer una evolución positiva de los
derechos humanos en un país cuya cultura e historia nada tienen que ver con los principios en que se basa la democracia occidental.
En el marco de las actividades del Instituto Berggruen he tenido repetidas veces ocasión de conversar con Zhen Bijian, que fue colaborador directo de Den Xiaoping y presidió durante años la Academia del Partido Comunista Chino. Respetado como uno de
los intelectuales más influyentes e importantes del régimen, insiste desde hace tiempo en
la necesidad de que China contribuya al liderazgo de un nuevo orden en el que la convergencia de intereses debe llevar a la cooperación y coordinación entre las principales
naciones. Una visión completamente opuesta a la de la Administración de Trump, que
eligió desde el primer momento el camino de la confrontación.
Las actuales instituciones multilaterales no funcionan para resolver los problemas de
nuestro tiempo
Entre los efectos posiblemente beneficiosos de la terrible amenaza de esta pandemia
quizás contemos en un futuro con la recuperación del diálogo y el consenso respecto a
los bienes y servicios públicos que las dos superpotencias pueden y deben garantizar,
singularmente en educación y salud. De manera menos ambiciosa y más concreta es
probable que los ensayos masivos de teletrabajo que algunas empresas vienen efectuando
con el objetivo de evitar el contagio entre sus empleados acaben por consolidar una nueva estructura de relaciones laborales. La enseñanza a distancia y la telemedicina, también
utilizadas de forma profusa por culpa del virus, van a descubrir a partir de esta experiencia nuevos campos de actuación. Pero nada de eso será suficiente si las instituciones
políticas, enfrentadas a la paradoja de proclamar absoluta tranquilidad al tiempo que
alertan a sus electores de peligros letales, no se esfuerzan en edificar un nuevo sistema de
gobernanza global.
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Cerrar las bolsas y controlar los movimientos
de capital. No hay otra.
Juan Torres López
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla.
Dedicado al análisis y divulgación de la realidad económica, en los últimos años ha publicado
alrededor de un millar de artículos de opinión y numerosos libros que se han convertido en
éxitos editoriales. Los dos últimos, ‘Economía para no dejarse engañar por los economistas’ y
‘La Renta Básica. ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene?’
Las bolsas de valores nacieron para desempeñar funciones esenciales en las economías
de mercado: canalizar el ahorro hacia la inversión que necesita la actividad productiva,
proporcionar liquidez a quienes venden títulos de cualquier tipo (empresas, Estado o
individuos), fijar el precios de los activos financieros y, como éste se establece en función
del beneficio esperado de los títulos que a su vez depende de cómo marchan las economías, actuar como una especie de termómetro de lo que ocurre en todas ellas, en las
empresas e incluso en la acción de los gobiernos.
Sin embargo, en las últimas décadas las bolsas se han desnaturalizado. En lugar de servir de instrumento para que el “papel” (los títulos financieros) financien y proporcionen
recursos que pongan en marcha la actividad productiva, los papeles se han convertido
en objeto mismo de las compras y ventas. La gran mayoría de las divisas que circulan,
por ejemplo, no se compran para ir de viaje, para comprar productos o para invertir en
otros países, sino sólo para tratar de obtener ganancias con el cambio de sus cotizaciones.
Y lo mismo ocurre con las acciones: la inmensa mayoría no se compran porque la empresa que la emitió vaya a ir bien y se deseen percibir sus buenos dividendos, sino para
obtener rentabilidad vendiéndola en cuanto suba un poco su precio. O, lo que es peor,
para generar a partir de ahí un “producto derivado”, un seguro o algo parecido, pero
mucho más complejo, que igualmente se vende y compra tratando de sacar rentabilidad
puramente especulativa.
Hace cuarenta o cincuenta años ese tipo de operaciones no valía la pena realizarlas
porque eran lentas, los intercambios costosos y las cantidades que se podían vender o
comprar no muy grandes. Pero la llegada de las tecnologías de la información cambió
todo. Con ordenadores y fibras súper rápidos y algoritmos que toman las decisiones automáticamente, se pueden realizar miles de operaciones en milisegundos. Así se obtiene
una ganancia muy pequeña en cada operación, pero como se hacen millones y millones
al cabo del día sin parar (pues las máquinas van enganchando una bolsa con otro alrededor del planeta) los beneficios son muy grandes. Los bancos (que ganan dinero prestando, es decir, generando deuda) vieron una oportunidad de oro en este tipo de negocios
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y se dispusieron a prestar todo lo que hiciera falta para financiarlas. Y así es posible que
cuando alguien se dispone a invertir, por ejemplo, 1.000 euros, disponga desde el principio y automáticamente de 1.500 o 2.000 o incluso 3.000, que se le prestan para que
multiplique el volumen de operaciones. Una de las causas del crecimiento exponencial
de la deuda en nuestras economías.
Las consecuencias de todo ello han sido muy claras. En primer lugar, los negocios
financieros especulativos se han hecho mucho más rentables que los que proporcionan ganancias produciendo bienes o servicios, vendiéndolos, cobrándolos, contratando
trabajadores, luchando y sufriendo todo tipo de vicisitudes... de modo que estos últimos cada vez tienen menos rentabilidad relativa y son menos atractivos. La actividad
financiera absorbe entonces los recursos que necesitaría la realmente productiva y esa
“financiarización” destruye empleo y produce la ralentización económica no virtuosa de
las últimas décadas. En segundo lugar, se producen muchas crisis porque los negocios
especulativos son muy volátiles, ya que en gran medida dependen de decisiones que
apenas tienen que ver con las condiciones objetivas de las empresas y de la economía en
general. En tercer lugar, se provoca un extraordinario incremento de la deuda. Y, por
último, todo eso condiciona de un modo muy perverso la actividad de las empresas: si
quieren financiación no será necesario que vayan bien y proporcionen buenos dividendos, sino que las cotizaciones de sus acciones sean lo más altas posibles. Esto ha dado
lugar a que en los últimos años un gran número de las mayores empresas del planeta
no hayan dedicado sus beneficios y ahorro a la actividad productiva sino a comprar sus
propias acciones o las de otras empresas. En Estados Unidos han dedicado 4,37 billones
de dólares a esas compras que eran muy rentables para los accionistas en la onda alcista.
Y ahora que su precio se ha derrumbado, el gobierno de Trump se dispone a gastar miles
de millones en comprar esas acciones para rescatar a los accionistas. Otra locura de las
bolsas que saldrá muy cara.
Las bolsas de hoy día no se dedican a desempeñar las funciones para las que nacieron
y que son efectivamente necesarias. Como escribió el Premio Nobel de Economía Maurice Allais, se han convertido en “casinos reales donde se juegan gigantescas partidas de
póker”. Ahora, los P, las operaciones especulativas sobre ellos y la deuda anexa crece sin
cesar y sin relación con el desarrollo de la actividad productiva. La circulación de divisas,
por ejemplo, que teóricamente sirve como instrumento del comercio internacional es
hoy día unas 21 veces mayor que el PIB mundial y 65 más que el volumen del comercio
internacional de bienes y servicios. Un sinsentido.
Las bolsas son la expresión de una locura insostenible incluso para la economía capitalista. Esta funciona gracias a que los mercados determinan los precios que sirven de
referencia para la toma de las decisiones, se supone que eficientemente. Pero si las bolsas
sólo siguen lógicas especulativas y sus vaivenes enloquecen, los precios lo hacen también
e inevitablemente se arrastra a la crisis al sistema productivo porque sus referencias, los
precios, son inadecuadas. No es casualidad, sino todo lo contrario, que de 1970 (cuando
comienza la desnaturalización de las bolsas) a la actualidad, se hayan producido 107
crisis bancarias, 177 de divisas y 42 de deuda en todo el mundo, según un estudio del
Fondo Monetario Internacional.
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La especulación y la locura de las bolsas son peligrosas siempre, en cualquier momento, pero cuando se desatan en medio de una tormenta sus efectos pueden ser catastróficos. Y eso es lo que está ocurriendo en la actualidad. Cuando la vida de millones de personas está amenazada por un virus y los gobiernos luchan para tratar de poner orden en
la economía, los fondos especulativos se comportan como auténticos buitres carroñeros
que trasladan la inestabilidad extrema de las bolsas al resto de la economía (e incluso al
conjunto de la sociedad, porque sus caídas producen miedo). En las llamadas operaciones a corto, por ejemplo, toman prestado un título (ni siquiera lo hacen suyo, de modo
que le dará igual lo que ocurra con él), lo aseguran apostando a que su cotización va a
bajar y luego hacen todo lo posible para que baje, algo que les resulta bastante sencillo
gracias a que manejan fondos millonarios y a que tienen gran poder político y mediático. Cuando lo han hecho caer, lo devuelven, cobran la prima del “seguro” y recogen los
beneficios. Eso lo pueden hacer 40.000 veces en el tiempo que se tarda en parpadear y
así no sólo pueden hundir la cotización de cualquier título financiero sino a un Estado,
arruinándolo por completo, tal y como ya ha ocurrido en varias ocasiones.
Mantener en funcionamiento esa locura es tiempo de bonanza ya es arriesgado, pero
hacerlo en medio de una crisis global como la que estamos empezando a vivir, cuando
una pandemia está paralizando las economías con efectos imprevisibles, pero en cualquier caso muy graves, es una barbaridad. Hay que cerrar las bolsas durante un tiempo
y cuanto antes para evitar que su locura especulativa destroce el sistema financiero, que
ponga en la picota a las economías nacionales y que imposibilite la recuperación de la
actividad productiva de las empresas justo cuando más se necesita. Y porque es una
inmoralidad y un crimen de lesa humanidad dedicar cientos de miles de millones a tratar de frenar inútilmente sus latigazos especulativos cuando hay cientos de hospitales y
sanitarios sin apenas recursos para salvar la vida de seres humanos.
Las bolsas se han cerrado ya en otras ocasiones y no solo no ha sucedido nada, sino
que el cierre devolvió la calma a los mercados y la razón a las empresas, evitándose pánicos y quiebras generalizados. En la situación actual sólo las empresas de comportamiento
menos correcto y los fondos especulativos más poderosos, ni siquiera todos y mucho
menos los ahorradores pequeños, son los que se benefician de lo que está ocurriendo.
Hay que cerrarlas y tengo la seguridad de que se van a cerrar antes o después en esta
crisis (Wall Street ya se ha tenido que detener tres veces en las últimas dos semanas). Pero
es necesario que eso se haga cuanto antes, y como resultado de una decisión global que
debería tomar un G7 ampliado o incluso el G20. Quienes, además, deberían asumir la
necesidad de impulsar y garantizar la reforma de su funcionamiento en todo el mundo,
una vez que pase la tormenta. Que nadie tenga duda: si se deja que las bolsas sigan funcionando como hasta ahora, será imposible evitar que más pronto que tarde se produzca
una catástrofe financiera.
Ahora bien, el imprescindible cierre de las bolsas mientras dure la situación de crisis
servirá de poco ante las convulsiones que nos esperan en las próximas semanas y meses
si al mismo tiempo no se establecen controles sobre los movimientos del capital especulativo. No basta con prohibir las posiciones a corto de las que he hablado, como ya se
ha hecho. Sobre todo, teniendo en cuenta que la especulación extrabursátil es cada día
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mayor y también más peligrosa.
No estoy proponiendo una barbaridad. Incluso el Fondo Monetario Internacional ha
reconocido que estos controles son necesarios cuando se producen flujos de entrada o salida “disruptivos”. Como ya están empezando a ser y como lo serán mucho más cuando
países grandes, como Italia o España sin ir más lejos, tengan que acudir a los mercados a
financiarse si no reciben el apoyo (sino la soga) de la Unión Europea
Mantener abiertas las bolsas, tal y como están funcionando, y dejar en libertad a los
movimientos especulativos de capital es como meter un perro rabioso en el quirófano
donde se lucha a vida y muerte para salvar al enfermo. Es una gravísima irresponsabilidad y nadie podrá extrañarse si no tomar ya esas medidas nos lleva, como he dicho, a la
catástrofe.
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El coronavirus ¿nos hará “libres de vuelo”?
Fuente: Independent - Marzo 2020 ¨Por @LenniCoffey
Esto podría romper la industria de la aviación tal como la conocemos.
La autora es periodista de viajes en Independent e hizo un propósito de no viajar en
avión para este año.
Sólo hay un tema que ha dominado la agenda de noticias de viajes - y todas las demás
- durante el último mes. El Coronavirus. Covid-19
Lo que comenzó como algo vagamente preocupante de lo que nosotros en Occidente
podríamos distanciarnos - “sólo afecta a los viajes a la China continental, después de
todo” - se ha intensificado salvajemente, con los casos confirmados aumentando en cientos por día y toda la población de Italia ahora en cierre
La situación está cambiando a tal ritmo que es difícil seguir el ritmo de los acontecimientos, pero una cosa es segura: se trata de una crisis casi sin precedentes para el sector
de los viajes y, en particular, para las compañías aéreas
Los transportistas comenzaron a cortar sus rutas, al principio de manera tentativa,
ahora con el equivalente a un machete, no por motivos de salud sino por una enorme
caída de la demanda. La gente está demasiado preocupada para viajar, y eso significa
reservas canceladas, aviones medio vacíos y una enorme disminución de los ingresos.
Eso sólo va a empeorar: El presidente Trump ha anunciado la prohibición de todos
los extranjeros que viajen desde los países de la Unión Europiea y la República Checa
acaba de cerrar sus fronteras a los ciudadanos de 15 países de “alto riesgo”, incluido el
Reino Unido.
A medida que los avisos de viaje se acumulan, la capacidad de las aerolíneas se reduce
aún más. Los viajeros se quedan en el lugar. Están castigados, como yo, aunque por una
razón muy diferente.
No es algo que haya pensado que alguna vez diría - aunque no es realmente algo que
quisiera decir, cuando pienso en toda esa tripulación de cabina, todos esos pilotos, todos
esos vacacionistas decepcionados - pero esto podría ser lo que rompa la industria de la
aviación tal y como la conocemos. El negocio de la aviación siempre ha sido precario,
como hemos visto en el caso de Monarch, Flybe y otros. Si se añade una pandemia mundial (y una economía que posteriormente cae en caída libre) y, honestamente, sólo las
aerolíneas más fuertes, más ágiles y más robustas pueden sobrevivir. El resto seguramente
seguirá el camino de Wow Air, Primera y Air Berlin (todas las cuales quebraron en los
últimos tres años).
Puede que no sea un pensamiento particularmente alegre, pero podría tener un efecto
224
muy importante: podría ponernos en posición de reducir el número de aviones en el
cielo, lo que muchos activistas y científicos sostienen que es vital si queremos superar la
crisis climática que se avecina.
Mientras más gente que nunca se une, inadvertidamente a mí en el movimiento de
no usar más aviones, espero que todos podamos hacer lo necesario para mantenernos seguros, para detener la propagación, para autoaislarnos donde sea necesario. Pero cuando
salgamos del otro lado de esto, espero que todos seamos capaces de apreciar verdaderamente la libertad que nos ha dado el viaje, sea cual sea el modo en que decidamos hacerlo. El paisaje de la aviación puede haber cambiado para entonces, pero la posibilidad de
hacer la maleta, elegir un lugar y dirigirse a un nuevo lugar para descubrir no cambiará,
ya sea que te quedes en casa o viajes en tren a través del Canal y más allá.
Es curioso pensar que, durante años, los gobiernos y las aerolíneas y todos los que
están en medio nos han estado diciendo que no podíamos reducir la cantidad que volamos: era imposible, decían. El mundo está más conectado que nunca, dijeron. Es
completamente impensable que pueda cambiar, dijeron.
Sí, el brote de virus es aterrador, horrible y devastador; pero también es lo que ha
hecho lo impensable, pensable.
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Lo público y el “virus” del neoliberalismo
Lorenzo Sentenac
09/03/2020 - 10:31h
“Faltan recursos materiales y humanos que han sido recortados especialmente en los
servicios públicos, base y fundamento del Estado de Bienestar”
Estos días en que se intenta, casi a la desesperada, contener la extensión del nuevo
coronavirus, lo cual sin duda entraña serías dificultades, y en que asistimos a toda una
panoplia de actitudes y respuestas según los países (¿falta coordinación?), mientras contemplamos como se intenta un difícil y sin duda polémico equilibrio entre los intereses
económicos y los imperativos de salud pública (“ni demasiado pronto, ni demasiado
tarde”), vemos no obstante la importancia que reviste tener un servicio público de salud
sólido y bien financiado. ¿Es nuestro caso?
Es conocido el acoso que los servicios públicos han sufrido y sufren en nuestro país y
en otros muchos de nuestro entorno, merced a estrategias de privatización inspiradas en
una ideología extremista y ultra liberal, y el recorte importante de recursos económicos
y humanos que han sufrido estos servicios con ese objetivo.
El informe reciente sobre España de Philip Alston, relator de la ONU contra la pobreza extrema, lo confirma así:
“La recuperación después de la recesión ha dejado a muchos atrás, con políticas económicas que benefician a las empresas y a los ricos, mientras que los grupos menos privilegiados han de lidiar con servicios públicos fragmentados que sufrieron serios recortes
después del 2008 y nunca se restauraron”.
Las bases legislativas para la privatización de la sanidad en nuestro país son obra del
PSOE, que contó para ello con el apoyo fiel del PP, el partido más corrupto de Europa, corrupción que también el PSOE ha practicado hasta casi hartarse. Aparentemente
muy distintos, ambos partidos han coincidido, sobre todo a partir de la época de Felipe
González, no solo en la corrupción ubicua sino también en una política de acoso a lo
público, privatizaciones, recortes, y deterioro deliberado, inspirada en el neoliberalismo
extremo.
Lo que se ha salvado de esa ofensiva contra lo público ha requerido unos enormes
movimientos de protesta ciudadana; en algunos casos una defensa en los tribunales (cierre de PAC en la atención primaria de Castilla-La Mancha); y también una base política
nueva comprometida con lo público para hacerle frente.
Vemos por ejemplo como en algunos centros de salud de nuestra atención Atención
primaria falta material esencial e indispensable para el buen servicio. Faltan profesio226
nales, que en muchos casos han huido a otros países por el maltrato laboral que aquí
reciben.
Se expulsa ahora de su puesto de trabajo a profesionales interinos capacitados tras
toda una vida laboral, debido a un fraude de ley del que han sido víctimas, fraude que
no tenía otro objeto que ahorrar costes constituyendo un cuerpo de personal en precario
y discriminado durante toda su vida laboral, ignominia en la que han colaborado (antes para la explotación y ahora para la expulsión) sindicatos adocenados y políticos sin
escrúpulos.
En resumen, faltan recursos materiales y humanos que han sido recortados especialmente en los servicios públicos, base y fundamento del Estado de Bienestar.
Sin embargo si que ha habido recursos públicos generosos, que además no se aspira
a recuperar, para rescatar autopistas privadas quebradas por un mal diseño del negocio
(inútiles con máster en codicia); como también los hay y no faltan, para rescatar a los
golfos de las finanzas, esos “excelentes” de esta extraña “gobernanza” posmoderna.
Pero sobre todo vemos, y esto es importante señalarlo, como Estados Unidos, donde
el neoliberalismo es norma, carece de un servicio público de salud preparado para hacer
frente a desafíos de este tipo. Desafíos que en el futuro serán cada vez más frecuentes, y
que por su naturaleza nos vuelven a recordar (por si lo habíamos olvidado) que lo “público” es una realidad tangible, también en el mundo globalizado, y la forma en que la
sociedad se organiza si quiere llegar a ser verdaderamente una sociedad.
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Crisis mundial de la economía capitalista y el
coronavirus
El lunes 9 de marzo se desplomaron las bolsas del mundo. Nuevo “lunes negro” para la
economía capitalista mundial.
Por Lucha Internacionalista
Publicado el Mar 11, 2020
Wall Street detuvo sus cotizaciones por 15 minutos. El precio del petróleo cayó a 33
dólares el barril. En enero estaba a 63 dólares. La interrupción de la cotización es un
movimiento de emergencia que Wall Street instauró durante la crisis de 2008 para tratar
de evitar las ventas de pánico. Pero el pánico entre los capitalistas, el capital financiero y
las multinacionales está instalado. Y no es solo por el coronavirus.
Wall Street sufrió la peor caída desde el 2008. Todas las bolsas del mundo cayeron. En
México y Brasil se devaluaron las monedas.
Muchos economistas y analistas patronales pretenden adjudicar el nuevo estallido y
derrumbe de la economía capitalista a los efectos de la epidemia del coronavirus. Indudablemente las consecuencias del coronavirus tienen influencia. Pero el coronavirus
no es la causa central del nuevo crack económico global. Desde ya que la epidemia del
coronavirus es muy importante. Ya son más 110.000 de infectados en el mundo y cerca
de 100 los países afectados.
El coronavirus vino a profundizar la ya existente crisis aguda de la economía capitalista mundial. El sistema capitalista-imperialista sigue sin poder superar la crisis económica
aguda abierta en 2007/8. Los datos de la realidad así lo demuestran.
“La economía capitalista mundial ya se había desacelerado hasta una ‘velocidad de
caída’ cercana al 2.5% anual. Estados Unidos está creciendo a solo el 2% anual, Europa
y Japón a solo 1%; y las principales economías emergentes de Brasil, México, Turquía,
Argentina, Sudáfrica y Rusia están básicamente estancadas. Las enormes economías de
India y China también se han desacelerado significativamente en el último año. Y ahora
la cuarentena por el COVID-19 ha llevado a la economía china a un abismo.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que representa las 36 economías más avanzadas del planeta, advierte sobre la posibilidad de
que el impacto de COVID-19 reduzca a la mitad el crecimiento económico mundial
este año en relación con su pronóstico anterior. La OCDE redujo su pronóstico de
crecimiento central del 2.9 por ciento al 2.4 por ciento, pero advierte que un «brote
de coronavirus más largo e intenso» podría reducir el crecimiento al 1.5 por ciento en
2020” (Michel Roberts, economista inglés, en Sin Permiso 7/3/2020).
El coronavirus le metió “más leña al fuego” a la crisis de la economía capitalista. El
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coronavirus surgió en China (ver “China: Coronavirus y dictadura”. www.uit-ci.org).
China es el mayor exportador del mundo y la caída récord que ha registrado su producción industrial, por el cierre de las empresas, tiene ya un impacto negativo en todo
el mundo capitalista. Ya trasciende los marcos de China. Se ve afectado, por ejemplo,
todo lo relacionado con la industria del turismo. Caen la producción y los precios del
petróleo. Se profundizará la crisis de la economía capitalista en curso desde 2007/08.
Las multinacionales están preocupadas por sus enormes pérdidas de ganancias en China
y en el mundo. Los juegos especulativos de las bolsas y de los precios del petróleo solo
expresan la búsqueda de salvar las riquezas de los multimillonarios del mundo. El gran
problema para la humanidad es que imperialismo y sus gobiernos van a tratar de profundizar los planes de ajuste y saqueo sobre la clase trabajadora y los pueblos.
También la sorpresiva aparición de la epidemia del coronavirus es expresión de la
decadencia del capitalismo. El crecimiento de la pobreza, del hacinamiento, de los cambios ambientales y el colapso de los sistemas de salud pública del mundo, son el terreno
propicio para el surgimiento y desarrollo de viejas y nuevas enfermedades.
La crisis capitalista y del coronavirus la deben pagar los capitalistas
Para peor la epidemia del coronavirus no se detiene en el mundo, aunque dicen que
en China los casos habrían bajado. Al momento de escribir este artículo ya había en el
mundo más 110.000 infectados, 3800 muertos y más de 100 países afectados. Italia
declara al país en cuarentena.
El sistema capitalista-imperialista y sus gobiernos no garantizan una respuesta adecuada esta crisis humanitaria que está afectando a millones (ver “Coronavirus y el rebrote
del dengue”. El Socialista N° 451 www. izquierdasocialista.org). Toman medidas como
suspender eventos de deportivos o artísticos masivos. Fomentan el pánico para cubrirse
de un mayor desastre sin ir a los problemas de fondo.
Los pueblos del mundo tienen que salir a reclamar a sus gobiernos verdaderas medidas de fondo ante la emergencia. Que los de arriba, los capitalistas, se hagan cargo.
Hay que reclamar que se vuelquen fondos urgentes para aumentar sustancialmente los
presupuestos de salud para atender la emergencia sanitaria. Fondos para, entre otras medidas, ampliar y mejorar las instalaciones sanitarias, dar aumento salarial a todos los profesionales de la salud, hacer nuevas contrataciones y que se den remedios gratuitos para
todos. Que esos fondos salgan de altos impuestos progresivos a los grupos empresarios,
al capital financiero y que se dejen de pagar las deudas externas. Por un sistema nacional
de salud único y estatal, con consultas, tratamientos y medicamentos gratuitos pagados
por el estado y administrado por los usuarios, médicos, trabajadores y profesionales del
sector. Por la nacionalización de los laboratorios de especialidades médicas y que pasen a
funcionar bajo el control de las y los trabajadores y científicos de la salud y la medicina.
Como decíamos más arriba, el imperialismo y sus multinacionales van a querer usar
el coronavirus para lanzar nuevos intentos de mayor explotación sobre los pueblos. Ya
se habla de centenares de miles de despidos y suspensiones en las empresas. Buscaran
rebajar los salarios con mayores devaluaciones de la moneda en las semi colonias y un
mayor saqueo con el mecanismo de la deuda externa.
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La crisis capitalista y del coronavirus no la pueden pagar los trabajadores y los pueblos. Ningún despido ni suspendido. No al pago de la deuda externa. Plata para salud y
trabajo. Que las empresas y los de arriba se hagan cargo de la crisis.
Las rebeliones de Chile, Francia, Líbano, Irak, Palestina y otras protestas sociales, que
crecen en el mundo, muestran que la pelea contra los planes de ajuste y por la defensa
de la vida de los pueblos continúa.
Miguel Sorans
Miembro de la dirección de Izquierda Socialista (Argentina) y la Unidad de Trabajadoras y Trabajadores (UIT-CI)
http://www.uit-ci.org/index.php/noticias-y-documentos/noticias-internacionales/2485-2020-03-10-00-57-16
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Las lecciones que puede dar el coronavirus a la
especie humana
Contemplamos a un diminuto virus desde lo alto del antropocentrismo, de Occidente, del
neoliberalismo y de la globalización; pero tal vez podamos aprender algo de él.
Luis González Reyes
12 mar 2020 07:00
En los últimos 6.000 años, pero sobre todo en los pasados 200 y, más concretamente,
a partir de los años 50, las sociedades humanas han ido tomando altura. Mucha altura.
Desde arriba, contemplamos a un diminuto virus y, tal vez, podamos aprender algo de
él.
Desde lo alto del antropocentrismo
El ser humano primigenio era un predador que también podía ser cazado por otros
predadores. Pero gracias a su increíble capacidad de coordinación y su desarrollo tecnológico ha conquistado la cúspide de la cadena trófica concibiéndose como invulnerable
y todopoderoso.
Sin embargo, la vida surgió desde los seres vivos más minúsculos y sigue basándose
en ellos. No en los superpredadores. El reino de lo pequeño es el que permite que exista
la vida en el planeta. Sin las bacterias no habría suelo fértil y muchas otras cosas. De
manera más general, sin ellas no sería posible la reutilización de los elementos (carbono,
nitrógeno, fósforo, etc.) en grados de reciclaje inimaginables por la tecnología humana
(del orden del 99,5-99,8%). No olvidemos que vivimos en un planeta en el que no entra
materia nueva, que tenemos que apañarnos con lo que hay.
El coronavirus puede servir para hacernos recordar que lo minúsculo es determinante
en la Tierra. Y que, en la trama de la vida, realmente somos prescindibles.
Desde lo alto del sistema agroindustrial
Para nuestro control de todos los seres vivos, el sistema agroindustrial resulta determinante. La domesticación de algunas especies animales y vegetales, y la transformación de
los ecosistemas para que puedan medrar estas y no otras.
Desde el principio de la agricultura y la ganadería, esto ha provocado que distintos
virus hayan saltado de otros animales a los seres humanos: de las vacas, el sarampión y la
tuberculosis; de los cerdos, la tosferina; o de los patos, la gripe. Esto no ha dejado de ser
así en las últimas décadas. Es más, es algo que se ha acelerado conforme se incrementaba
la destrucción de distintos ecosistemas. Como refleja Sonia Shah: “Desde 1940, han
aparecido o reaparecido centenares de microbios patógenos en regiones en las que, en
algunos casos, nunca antes habían sido advertidos. Es el caso del VIH, del ébola en el
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oeste de África o del zika en el continente americano. La mayoría de ellos (60%) son de
origen animal. Algunos provienen de animales domésticos o de ganado, pero principalmente (más de dos terceras partes) proceden de animales salvajes”. Este parece ser el caso
del coronavirus, que puede tener como huésped original a los murciélagos.
En un mundo donde la destrucción ecosistémica es la norma, el ser humano no solo
tiene cada vez menos defensas, sino que sufre amenazas crecientes
Por otra parte, el sistema agroindustrial también es uno de los factores directores del
cambio climático, como sabemos. Un reciente estudio muestra cómo el cambio climático ayuda a la transmisión de virus entre distintas especies de mamíferos. De este modo,
en un mundo donde la disrupción ecosistémica es la norma, el ser humano no solo tiene
cada vez menos defensas (por ejemplo, pierde potenciales principios farmacológicos,
pues la mayoría de ellos provienen de otros seres vivos), sino que sufre amenazas crecientes. El desequilibrio ecosistémico es en todas las escalas, también la microbiana, y afecta
de lleno a los seres humanos. Un ejemplo es el coronavirus.
Desde lo alto de Occidente
Entremos en las sociedades humanas, porque en ellas también se han producido escaladas de unas formas determinadas de organización social. La forma de vida occidental
ha arrasado con todas las demás. Se ha convertido en la hegemónica, lo que ha supuesto
una importante homogeneización social. Un ejemplo es la primacía de lo urbano, de lo
moderno, de lo tecnológico. Una primacía que ha ido igualando los espacios de sociabilidad humana en todo el planeta pero que tiene, indudablemente, su epicentro en las
regiones centrales.
El coronavirus pone en solfa esa primacía. La infección comenzó en el mundo urbano. En uno de sus territorios de mayor desarrollo y, desde ahí, se está expandiendo a sus
equivalentes marcando casi a la perfección cuales son las venas por las que corre la globalización. En todo caso, también es determinante que en el Hemisferio norte es invierno
(o como se soliera llamar a esta estación antes del cambio climático).
El virus se expande de manera sencilla porque hemos cercenado la diversidad humana
en una “aldea global”. En la historia de la vida, la aparición de formas más complejas no
ha conllevado la desaparición de las formas más simples, sino que se ha producido una
reacomodación simbiótica (desde la perspectiva macro). Esto ha permitido a los sistemas tener más resiliencia. Sin embargo, en las sociedades dominadoras —y más en el
capitalismo—, el incremento de complejidad ha destruido las formas menos complejas,
perdiéndose diversidad cultural, económica y política.
Desde lo alto del neoliberalismo
El capitalismo ha llegado a su paroxismo con la globalización y con el neoliberalismo,
aunque en realidad son dos caras del mismo proceso.
Una de las expresiones de la victoria del neoliberalismo es el desmantelamiento de lo
público. Tantos años de desmontaje de la sanidad pública para que ahora, de manera
dramática, descubramos que es lo único que tiene alguna posibilidad de parar el coronavirus y, a la vez, el sistema más vulnerable a la infección, ese por el que se cierras escuelas,
ciudades y países para que no colapse. Mientras, la sanidad privada está escudada tras sus
cláusulas de no atención en caso de pandemias.
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Tantos años de desmontaje de la sanidad pública para que ahora, de manera dramática, descubramos que es lo único que tiene alguna posibilidad de parar el coronavirus
La segunda es el desmantelamiento de lo común. Más dramático que el desmoronamiento de lo público ha sido el de lo común. El de las redes de apoyo mutuo sociales
que permiten procesos de autoorganización. Es la victoria del sálvese quién pueda. Del
individualismo absoluto. La epidemia del coronavirus muestra lo absurdo de esa estrategia. Las sociedades humanas están basadas en la hipercooperación (asimétrica, muy
asimétrica).
No hay posibilidad de que nadie se salve en solitario porque dependemos del trabajo
de muchísimas otras personas. Nos creemos individuos porque ocultamos las relaciones
de cooperación forzada (podemos llamarlas explotación) que sostienen nuestra “individualidad”. Pero el coronavirus llega más lejos. El aislamiento para no expandir el contagio es, probablemente, el torpedo a la línea de flotación de lo que somos como especie
más importante de la situación que estamos viviendo.
Desde lo alto de la globalización
El sistema socioeconómico actual tiene elementos de resiliencia importantes. Uno es
que la alta conectividad aumenta la capacidad de responder rápido ante los desafíos. Por
ejemplo, si falla la cosecha en una región, el suministro alimentario se puede garantizar
desde otro lugar del planeta —si es que interesa— y lo mismo se podría decir de una
parte sustancial del sistema industrial.
Sin embargo, la conectividad también incrementa la vulnerabilidad del sistema, ya
que, a partir de un umbral, no se pueden afrontar los desafíos y el colapso de distintas
partes afecta al conjunto. El sistema funciona como un todo interdependiente y no
como partes aisladas que puedan sobrevivir solas. A partir de un elemento cualquiera,
como el colapso por saturación de los servicios de emergencia, esta carencia se transmite al conjunto. En este sentido, demasiadas interconexiones entre sistemas inestables
pueden producir por sí mismas una cascada de fallos sistémicos. Además, una mayor
conectividad implica que hay más nodos en los que se puede desencadenar el colapso.
Pero el capitalismo global no solo está interconectado, sino que es una red con unos
pocos nodos centrales. El colapso de alguno de ellos sería casi imposible de subsanar y
se transmitiría al resto del sistema. Algunos ejemplos son: i) Todo el entramado económico depende de la creación de dinero (crédito) por los bancos, en concreto de aquellos
que son “demasiado grandes para caer”. Además, el sistema bancario se ha hecho más
opaco y, por lo tanto, más vulnerable con la primacía del mercado en la sombra. ii) La
producción en cadenas globales dominadas por unas pocas multinacionales hace que
la economía dependa del mercado mundial. Estas cadenas funcionan just in time (con
poco almacenaje), son fuertemente dependientes del crédito, de la energía barata y de
muchos materiales distintos. iii) Las ciudades son espacios de alta vulnerabilidad por su
dependencia de todo tipo de recursos externos que solo pueden adquirir gracias a grandes cantidades de energía concentrada y a un sistema económico que permita la succión
de riqueza. Pero, a su vez, son un agente clave de todo el entramado tecnológico, social
y económico.
El colapso de esta maraña interconectada no tendrá una única causa, sino que se
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producirá por la incapacidad del sistema de solventar una multiplicación de desafíos en
distintos planos en una situación de falta de resiliencia. El colapso se da en situaciones
de altos niveles de estrés en distintos planos del sistema. Igual que sucede con el coronavirus: las personas que mueren por la infección lo hacen porque ya tenían un cuadro
de patologías previas.
El Covid-19, más allá de una metáfora de la vulnerabilidad de los sistemas con múltiples desafíos, es un desafío más a este sistema
Pero el Covid-19, más allá de una metáfora de la vulnerabilidad de los sistemas con
múltiples desafíos, es un desafío más a este sistema, como argumenta Nafeez Ahmed. El
capitalismo global ya estaba en crisis antes de la pandemia de coronavirus —se puede
leer a Michael Roberts—, pero las medidas de salud pública que se están tomando la
refuerzan. Primero, al reducir de manera importante el número de personas trabajando
para la reproducción del capital. Segundo, disminuyendo el número de personas que
dan salida a los bienes y servicios producidos (el turismo es un ejemplo claro). Tercero,
porque la propia producción se ve comprometida por cortarse las cadenas de producción
(falta de actividad en unos lugares, falta de transporte en otros).
Más allá de estos elementos generales indispensables para la reproducción del capital,
hay elementos concretos en la actual coyuntura que son centrales. Las crisis capitalistas
conllevan un incremento de competencia entre los entes económicos respaldados por
sus Estados que puede ser fatal. Por ejemplo, en el campo energético, donde ya hay una
situación de crisis profunda fruto de haber alcanzado el pico del petróleo convencional
y de acercarse todos los demás, la lucha se ha recrudecido. Arabia Saudí ha hecho que
se desplomen los precios del crudo (ya bajos por la crisis económica). Con esto trata de
torcer la mano de Rusia, pero quien más puede sufrir por todo esto es EE UU.
De los tres gigantes de extracción de hidrocarburos, el último es, con diferencia,
quien tiene los costes de extracción más altos y, por lo tanto, quien va a sufrir más por
unos precios del crudo por los suelos. Y la cuestión no es solo de la industria petrolera
estadounidense, sino de su industria financiera, no en vano la primera está sostenida
por inversiones gigantescas de la segunda. Y decir que hay problemas con las finanzas
de EEUU es decir en realidad que están comprometidas las del mundo. Recordemos el
crac del 2007/2008.
La cuestión no es solo de una crisis del sistema económico, sino también de la organización política, del Estado. El Estado tiene cada vez menos capacidad de hacer frente
a crisis de amplio espectro. El coronavirus significa una desafío que pone al límite (ya
veremos si supera) al sistema de salud. Ahora entendemos en Europa la construcción en
Wuhan de un hospital gigantesco a marchas forzadas.
Si la mezcla entre desescolarización infantil y cierre de empresas se prolonga, ¿cuánto
tardaremos en ver estallidos de las poblaciones más vulnerables?
Pero la cuestión no es solo del sistema de salud. También está el control social. Hasta
ahora, el miedo al contagio y la responsabilidad cívica han permitido implantar medidas muy duras de control social. Lo que hemos visto en China no tiene precedentes, al
menos en las últimas décadas. Pero en Europa se está tomando un camino similar (con
las adaptaciones político-culturales pertinentes). ¿Hasta cuándo será eso posible? Por
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ejemplo, si la mezcla entre desescolarización infantil y cierre de empresas se prolonga,
¿cuánto tardaremos en ver estallidos de las poblaciones más vulnerables? No imaginemos estallidos organizados, sino más bien estallidos desorganizados en forma de pillajes
de supermercados. Unos estallidos que podrían reactivar la expansión del coronavirus,
añadiendo de paso más complejidad a todo.
Ante estos estallidos, podemos prever una respuesta muy virulenta —el adjetivo viene
que ni pintado— de la pujante extrema derecha, que pueda acrecentar la guerra que
tiene declarada a los grupos sociales más vulnerables. Esto podría complicar mucho más
la desestabilización sistémica si no logra tener éxito.
Tiremos de más hilos. Sin lugar a dudas, el Estado intentará responder a todos estos desafíos. Pondrá dinero para sostener las industrias petroleras, pondrá dinero para
sostener los fondos especulativos, pondrá dinero para reprimir a la población, pondrá
dinero para amortiguar el golpe en las clases más protestonas… Hasta que deje de poder
hacerlo. Esto puede ser más rápido que tarde en una situación de agotamiento de las
medidas tomadas frente a la crisis del 2007/2008, que aquí no hay espacio de desarrollar.
El coronavirus no es el factor que va a provocar el colapso de nuestro orden social,
pero puede ser el que lo desencadene en un contexto de múltiples vulnerabilidades del
sistema
Estos son solo algunos ejemplos, podríamos pensar en más. El resumen es que el coronavirus no es el factor que va a provocar el colapso de nuestro orden social, pero puede
ser el que lo desencadene en un contexto de múltiples vulnerabilidades del sistema (crisis
energética, climática, material, de biodiversidad, de desigualdades, agotamiento de los
espacios de inversión, deslegitimación del Estado, etc.). Y si no es el coronavirus, será
otra la gota que colme el vaso.
Desde lo alto de la tecnología
En el imaginario social está la idea de que, pase lo que pase, el ser humano será capaz
de resolverlo gracias a la tecnología. No lo decimos así, pero creemos que la tecnología
nos permite ser omniscientes y omnipotentes.
Sin embargo, esto no es cierto. La tecnología tiene múltiples límites. Uno central
—pero ni mucho menos único— es que para su desarrollo necesita grandes cantidades
de materia y energía, justo dos de los elementos centrales que están fallando en la crisis
múltiple que estamos viviendo. En el pasado, los cambios climáticos y las pandemias
fueron factores determinantes en la evolución poblacional humana. Si en la historia reciente esto no ha sido así, se ha debido a que hemos tenido a nuestra disposición grandes
cantidades de energía que, transformada en tecnología, nos ha permitido sortear estos
desafíos. Esta disponibilidad energética —y por ello tecnológica)—abundante va a dejar
de ser una realidad para siempre.
Pero, más allá de eso, la tecnología no genera soluciones inmediatas. En el caso de las
investigaciones médicas, diseñar una vacuna en casos óptimos puede llevar 12-18 meses. Y diseñar una vacuna no quiere decir tenerla disponible de manera universal, pues
después habría que resolver los problemas de rentabilidad, financiación, fabricación y
distribución, que no son nimios. Igual puede ser demasiado tarde para sortear una crisis
sistémica. Cuando las sociedades se enfrentan a múltiples vulnerabilidades, el tiempo
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cuenta, y mucho.
Por todo ello, uno de los principales aprendizajes que podríamos adquirir del coronavirus es que los seres humanos somos vulnerables, vivimos en cuerpos que se pueden
morir sin que podamos evitarlo.
Tomando tierra
En conclusión, igual lo que podemos aprender del coronavirus es que necesitamos tomar tierra. Bajar de las alturas del capitalismo hipertecnológico hasta entendernos como
parte de la trama de la vida. Desterrar el antropocentrismo.
Desde una mirada ecocéntrica, para el conjunto de la vida, para Gaia —de la que no
somos más que un simple organismo más—, el coronavirus es una excelente noticia.
Está significando un parón en la actividad económica que implica un freno a la destrucción ambiental, la primera de todas la distorsión climática.
Este tipo de frenazos en seco son los únicos que, a día de hoy, pueden evitar un cambio
climático desbocado, que sería una catástrofe para el conjunto de la vida inimaginable
No nos engañemos, este tipo de frenazos en seco son los únicos que, a día de hoy,
pueden evitar un cambio climático desbocado, que sería una catástrofe para el conjunto
de la vida inimaginable. Este es el resultado de un trabajo reciente, en el que hemos
mostrado cuáles podrían ser esas transiciones para la economía española. Lo único que
permitiría tener opciones de sortear el desastre climático sería abordar rápidamente la
triada decrecimiento-ruralización-localización con objeto de reintegrarnos de forma armónica en los ecosistemas. Ese es el camino que nos enseña el coronavirus.
El microorganismo también nos dice que para que esa reconversión se produzca con
algo de garantía para las mayorías sociales son imprescindibles fuertes repartos del trabajo y de la riqueza.
Uno de los organismos que componen Gaia, debido a una mutación, se ha convertido en una pandemia que está poniéndola en serio riesgo. El coronavirus de Gaia son el
antropocentrismo, el capitalismo o la tecnolatría. Por ello, hay que desterrarlos de forma
urgente y tomando las medidas draconianas que sean necesarias.
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BILL GATES ES EL DUEÑO DE LA PATENTE DEL CORONAVIRUS DE WUHAN Y GEORGE SOROS TIENE UN LABORATORIO BACTERIOLÓGICO EN
LA ZONA DE WUHAN
¿Qué hay detrás del coronavirus?
¿Miedo para tenernos controlados, intereses de las farmacéuticas, pandemia para diezmar a la población?
Magdalena del Amo
28 Ene 2020 - 17:54 CET
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“Hay que tomar las medidas para la reducción demográfica del globo terráqueo, aun
en contra de la voluntad de sus respectivas poblaciones. La reducción del índice de natalidad ha sido un fracaso. Por eso tenemos que aumentar la tasa de mortalidad por medios
naturales, por el hambre y por la inoculación de todo tipo de enfermedades”. Empiezo el
artículo con estas escalofriantes palabras del exsecretario de Defensa de Estados Unidos,
Robert Mc Namara, un ser nefasto y amoral que, entre otras lindezas, falsificó las pruebas para justificar que Estados Unidos se implicara a fondo en la guerra de Vietnam y,
como presidente del Banco Mundial, presionó a los países en vías de desarrollo para que
aceptasen las políticas de eugenesia de la International Planned Parenthood Foundation
(IPPF), a cambio de no ejecutar sus préstamos. ¡Todo un angelito!
Hay que conocer estos extremos para entender el fresco social de esta aldea global
recién estrenada, de parámetros nuevos, de dictaduras encubiertas, de censura velada y
de pensamiento único alimentado por eufemismos. Es la era de las noticias falsas –oficiales—, de la telebasura política y de las cortinas de humo programadas desde las alturas
para este rebaño de esclavos. En eso nos hemos convertido, en una gran manada de zombis que responde a instintos y emociones. Por eso estamos a merced de los depredadores,
que nos bombardean con el miedo continuo para mantenernos atados al pesebre sin
atrevernos a mirar qué hay detrás de lo aparente.
Miedo, caos, confrontación, incertidumbre, pandemia, remedios que siempre surten
efecto, porque resuenan en nuestro instinto más profundo, el de supervivencia. Virus,
pandemia, vacunas, intereses económicos, bigpharma, magnates, son conceptos que,
desgraciadamente, suelen ir asociados. Recordemos el Ántrax, las gripes aviar y porcina,
el virus del Nilo Occidental, el Ébola, el Zika y otras plagas más locales, como la chikunguña o la fiebre del dengue. Una detrás de otra se traduce en más miedo, más escándalo
mediático y más mentiras, que resucitan los viejos recuerdos de conspiraciones que no
son tales, sino realidades tejidas en los telares de la maldad, léase laboratorios de intereses
perversos.
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El miedo amansa y anonada. Lo saben los diseñadores de la sociedad, que lo fabrican
y se lo sirven en bandeja a los políticos de turno para que lo dosifiquen a conveniencia.
No queremos decir que no sean reales los virus, todo lo contrario. Lo son, y también
letales, hasta el punto de ser catalogados como armas bacteriológicas. Lo que pretendemos es arrancar la careta a estos creadores de terror y muerte que manipulan a la
sociedad consiguiendo el triple efecto: 1) Desviar la atención. Así, por ejemplo, quedan
minimizados los preliminares de la instauración del Nuevo Orden Mundial, la crisis
global, el aumento de los narcoestados, el auge de las mafias, la corrupción política y el
aumento de la pobreza. 2) Crear pánico para amansar a una masa que se rebela contra
este sistema oligárquico, injusto e inhumano expuesto en el punto primero. 3) Favorecer
a determinados laboratorios fabricantes de los medicamentos o vacunas para remediar o
paliar la pandemia programada. Hay un cuarto efecto —el más importante y decisivo,
que afortunadamente aún no se ha puesto en práctica masivamente—, que se sustanciaría en provocar grandes pandemias para diezmar la población, como se desprende de las
palabras de Mc Namara que encabezan este texto.
En los artículos ¿Qué se esconde detrás del virus del Ébola?, y en El Zika, una nueva
manipulación del sistema hablo ampliamente del origen de los virus del Ébola y el Zika
y de su manipulación, por eso eludo hablar de ello. He aquí los enlaces:
https://www.magdalenadelamo.es/el-zika-una-nueva-manipulacion-del-sistema/
https://www.periodistadigital.com/politica/opinion/20140818/ique-esconde-detras-virus-ebo-noticia-689403072243/
La triste verdad es que cuando se profundiza en la marcha de los acontecimientos, se
analiza su origen y se descorren los velos, más allá de lo que propagan los emporios de
noticias, que la prensa debe titular, el sistema corrupto y antihumano se muestra ante
nosotros en toda su esplendorosa perversión.
BILL GATES Y GEORGE SOROS DETRÁS DEL CORONAVIRUS
Ahora le toca el turno al coronavirus de Wuhan, surgido en un mercado de mariscos,
donde se venden animales vivos, que se propaga a través de la respiración y cursa con
síntomas similares a los de la gripe o la neumonía. Lo realmente preocupante es que la
patente de este virus pertenece nada menos que a Bill Gates, otro falso filántropo de
nuestro tiempo, del que hablamos abundantemente en el artículo El mecenas del mal,
Bill Gates, anuncia la muerte. He aquí el enlace: https://www.periodistadigital.com/
politica/opinion/20170228/mecenas-mal-bill-gates-anuncia-noticia-689403072425/.
Bill Gates predijo una gran pandemia no porque sea adivino, sino porque fabrica
vacunas, transgénicos y agroquímicos. Además, su fundación aporta miles de millones a
la Organización Mundial de la Salud, con lo cual tiene capacidad de decisión sobre qué
medicamentos se aprueban y cuáles se rechazan o retrasan. Increíble, pero cierto. Y para
más coincidencia, lo cual no nos extraña, George Soros es el propietario de un laboratorio de investigación bacteriológica ubicado en el sector de la ciudad china de Wuhan,
donde han aparecido los primeros contagiados. ¿No es extraña tanta coincidencia? ¿Se
dan cuenta de la gravedad?
Pero hay más. Tres meses atrás, el científico Eric Toner del Centro John Hopkins
para la Seguridad de la Salud, realizó una simulación de una pandemia global con un
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coronavirus denominado Caps. En este proyecto colaboró el Foro Económico Mundial
y la Fundación Bill &Melinda Gates –otra vez el inefable—. Se trataba de ver las consecuencias de una pandemia originada en una granja de cerdos en Brasil. En la simulación,
el coronavirus era resistente a cualquiera de las vacunas existentes en la actualidad. El
simulacro del brote empieza en una escala muy pequeña, pero a los seis meses se había
propagado por todo el mundo. A los 18 meses el total de fallecidos había alcanzado
la cifra de 65 millones de personas. Se destaca en este proyecto ficción el hecho de no
disponer de una vacuna para detener las muertes. No dudamos que, si al sistema le
interesa, Bill Gates o uno de sus socios megalómanos conseguirán sacar una vacuna al
mercado, que se dispensará sí o sí con carácter obligatorio. Lo que contendrá la vacuna
en sí lo ignoramos, pero podemos columbrar que nada bueno. Quizá algo que nos libre
de la muerte momentánea, pero que nos esclavice de por vida. No creo que sea en esta
oportunidad, pero según datos que tememos, los “señores” del NOM aprovecharían un
estado de alerta mundial para implantar el chip de manera obligatoria. Se trata de una
jugada maestra, porque ninguno de nuestros políticos podría defendernos al tratarse de
medidas globales.
La simulación de la pandemia se ocupa también de otros efectos colaterales, como la
economía. Según Toner, el coronavirus podría acarrear consecuencias económicas importantes. Esto ya se ha empezado a ver, si tenemos en cuenta el desplome de un 2,8%
de la bolsa de Hong Kong el pasado martes, debida en parte a los sectores del transporte,
aerolíneas, restaurantes, artículos de lujo o parques de atracciones que dependen del
turismo. Bajan las acciones de las aerolíneas y suben las de las farmacéuticas. Es el juego
del Monopoly, pero con gente de carne y hueso.
Las especulaciones sobre las consecuencias económicas se basan, principalmente, en el
brote del SARS, originado en el 2003 en China, que infectó a más de 8.000 personas en
todo el mundo, de las que cerca de 800 acabaron falleciendo. Los daños económicos se
calcularon entre 36.000 y 72.000 millones de euros, según datos del Instituto Nacional
de Salud de Estados Unidos. La crisis financiera global desencadenada en la simulación
de Toner hace caer las bolsas entre un 20% y un 40% provocando que el PIB mundial
se desplome en un 11%, según información de Business Insider.
De momento, no se puede hablar de pandemia, pero, aparte de los de varios lugares de China, hay casos registrados en Nepal, Japón, Corea del Sur, Tailandia, Taiwán,
Singapur, Malasia, Arabia Saudí, Estados Unidos, Francia y Alemania, con más de 100
muertos y cerca de 5.000 afectados. No es de extrañar que los ciudadanos se llenen de
miedo y, en su histeria, desabastezcan las mascarillas de las farmacias, cosa que ha ocurrido en España.
Estamos en sus manos, pero no somos sus esclavos, al menos no todos. La resistencia
frente a estos mafiosos del sistema está en marcha, aunque de manera sutil y silenciosa.
Conocemos sus planes y no nos tragamos sus estrategias. Somos más de los que parece y
no tenemos ningún miedo. Pero como hay que defenderse, porque son capaces de todo,
aconsejo tener en casa, plata coloidal y MMS. Son los mejores agentes contra bacterias,
hongos y virus, pero como no son rentables, no se comercializan. Recomiendo visionar
en Youtube –mientras no los censuren—los vídeos de Teresa Forcades, una monja muy
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simpática, doctora en salud pública, que armó un gran revuelo en plena crisis del Ébola
con sus recomendaciones. Y si esto lo acompañamos de buenos pensamientos, buenas
palabras y buenos actos, en definitiva, amor a todo y a todos, reforzaremos nuestro sistema inmunitario y estaremos completamente a salvo. Así que ¡fuera miedos!
Autor
Magdalena del Amo
Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.
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Cultura Contra Virus
22/03/2020
Manel Barriere Figueroa
Prohibido tocarse, prohibido besarse, prohibido salir a la calle, prohibido reunirse,
prohibido tocarse, prohibido tocarse. Prohibido tocarse y nos saludamos con la mano
desde la ventana, encerrados en casa hablamos por teléfono, nos vemos a través del
teléfono, nos reunimos a través del teléfono, tan inteligentes. El cuerpo y la mirada
aislados el uno de la otra gracias a la tecnología, al progreso, a la economía y quienes la
cabalgan. Nos han llevado hasta aquí. La tecnología salva a los hundidos como occidente
salvó oriente con sus exportaciones: ferrocarriles, modales, fronteras, canales, banderas,
fusiles, fusiles, fusiles.
Estamos hundidos en la ciénaga del progreso. La globalización sirvió para normalizar
la evasión fiscal, comerciar con armas, des-localizar empresas, privatizar. Mientras las
paredes se iban acercando, estrechando las habitaciones de nuestra vida, de nuestros
hospitales, de nuestras escuelas y universidades, de nuestros puestos de trabajo. La pared
del fondo nos empujaba hasta echarnos por la puerta.
Y la guerra estalló. Cayeron las torres gemelas y nos mandaron a la guerra. Una guerra
perpetua contra todos los cuerpos. O somos máquina o somos deshechos, más allá de
una frontera real coronada de alambre de espino. La frontera virtual nos atraviesa, nos
aísla, nos cura del contacto con la carne i el aliento. Las caricias ya se estaban prohibiendo antes del covid19.
Nos hemos puesto enfermos y ha vuelto la guerra. Estamos en guerra, hablamos de
combates y de héroes, apelamos a la unidad, al esfuerzo colectivo. El lenguaje expresa
la realidad, pero en el proceso, la transforma. Guerra y cierre de fronteras en boca de
quienes crearon las condiciones para que los daños sociales fueran mayores.
Hablemos de daños, de cuerpos dañados más allá de la máquina, fuera de la máquina.
Hablemos de cuidados, de ternura, de solidaridad. La cultura de la guerra nos trajo más
guerra, más terrorismo, más muerte. Porque la guerra no cabe en la cultura, destruye la
cultura desde una pantalla.
Hablemos de los cuidadores y cuidadoras, de apoyo mutuo, de una nueva sociedad
donde los recursos, tan humanos, contados más en cuerpos que en ceros y unos, sirvan
para el buen vivir de la mayoría. Sin guerras, porque no se vence la enfermedad, se cuida
a los seres humanos enfermos. Con cultura, para seguir tocándonos cuando todo pase,
y besándonos, y saliendo a la calle, y reuniéndonos, y seguir tocándonos, y tocándonos
cuando todo vuelva a empezar.
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El virus que bloquea el mundo
Cómo en menos de tres meses el patógeno SARS-Cov-2 ha ralentizado la economía global,
ha agudizado las tendencias al repliegue, ha modificado las costumbres cotidianas, ha reavivado miedos ancestrales y ha puesto en cuestión a los líderes del planeta
Marc Bassets
París 8 MAR 2020 - 02:21 CET
El mundo miraba a otro lado. Eran los últimos días de 2019 y los primeros de 2020
y los motivos de inquietud abundaban. Eran reales, pero no los correctos.
Al ordenar la ejecución del general Qasem Soleimani, hombre fuerte del régimen
iraní, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, avivó los temores a un nuevo
incendio en Oriente Próximo, incluso a un conflicto global. Los incendios en Australia
lanzaban una alerta de otro tipo: la urgencia del cambio climático. Las grandes economías ofrecían signos de debilidad. En Europa, los preparativos del Brexit, sumados a la
fortaleza de los movimientos nacionalistas, el miedo a la inmigración y el descontento
con las élites gobernantes reflejaban una crisis más profunda de un sistema bajo tensión.
DIRECTO Sigue en directo toda las actualizaciones sobre el coronavirus
Un solo coronavirus puede generar 100.000 ‘hijos’ a partir de una sola célula humana
Pero la crisis que hace temblar a parte de la humanidad en este inicio de década venía
de otro lugar y era otra cosa. Finalmente el big one —la gran crisis, el gran terremoto,
la amenaza agazapada que podría cambiarlo todo— no apareció bajo forma de atentado
masivo, guerra ni recesión económica. No tenía el rostro de Vladímir Putin ni de un
oscuro terrorista del moribundo Estado Islámico. Era algo distinto: un agente minúsculo —unos 125 nanometros, es decir, 0,000125 milímetros— localizado quizá en un
mercado de una populosa ciudad en China, aunque el origen exacto sigue envuelto en
una nebulosa.
Y este virus, técnicamente SARS-Cov-2, causante de la enfermedad Covid-19, ha
puesto en jaque a Gobiernos que se consideraban invulnerables y poderosos; ha gripado
la máquina que hace funcionar la globalización —el comercio, los viajes, la industria—;
ha colocado la economía en el momento más crítico desde la crisis financiera de 2008;
ha despertado en muchos ciudadanos miedos atávicos y les ha recordado que son mortales, y empieza a alterar nuestras costumbres, posiblemente de forma duradera. El balance
supera los 100.000 casos en todo el mundo y los 3.500 muertos. Y deja a poblaciones
enteras en zonas acomodadas de países desarrollados, sin memoria reciente de situaciones similares más que por alusiones literarias o fílmicas, en un estado de semiexcepción.
La noticia, este sábado, de que el Gobierno italiano se prepara para sellar la región de
Lombardía y 11 provincias en las regiones de Piamonte, Emilia Romaña y Véneto es
242
una evidencia tanto de la preocupación que la plaga suscita en las autoridades como de
su carácter excepcional. Si se aplican las medidas, unos 16 millones de personas verán
restringidos sus movimientos hasta el 3 de abril.
Observar cómo la irrupción del coronavirus ha ocurrido en un periodo tan breve —
un abrir y cerrar de ojos en la escala del tiempo acelerado de la información 24 horas y
el flujo turbio de las redes— y cómo ha trastocado desde las agendas globales a las personales, tiene una doble utilidad. Primero, es como si se extendiese un producto revelador
sobre el planeta: muestra —y amplifica— sus debilidades y sus fallas. Y segundo, posee
la capacidad de acelerar procesos en curso: desde el frenazo en la globalización a la tendencia a levantar fronteras en las democracias occidentales.
Todo comienza en diciembre en China, en un mercado —hasta donde se ha podido
saber— y el origen del virus se encuentra probablemente en un murciélago desde el que
se contagió, acaso por medio de otro animal, al ser humano. He aquí, de entrada, dos
elementos determinantes. Uno, bien visible, rotundo, colosal: China. Otro, invisible,
microscópico: los virus llamados zoonóticos, es decir, trasmisibles de animales a humanos, que causan algunas de las enfermedades más destructivas de las décadas recientes.
China representa el 17% de la economía mundial; el 11% del comercio, el 9% del turismo, el 40% de la demanda de algunas materias primas. Es el país más poblado: 1.400
millones. Es la fábrica del planeta, un experimento de turbocapitalismo gobernado por
un régimen autoritario, la potencia que ya no es solo económica y disputa a EE UU la
hegemonía mundial, el gran triunfador de la última etapa de globalización de los bienes
y servicios iniciada hace una treintena de años.
El segundo elemento son los virus que pasan de animales a seres humanos. Las enfermedades causadas por ellos incluyen desde la gripe de 1918, que mató a 50 millones de
personas según algunas estimaciones, al sida, del que han muerto 32 millones de personas, pero también el ébola, el SARS, la gripe aviar y la Covid-19. Siempre han existido,
pero, como explica David Quammen, autor de Spillover. Animal infections and the
next human pandemic (Desbordamiento. Infecciones animales y la próxima pandemia
humana), vivimos “una era de enfermedades zoonóticas emergentes”.
“Hay muchos virus viviendo en animales, plantas y bacterias en los ecosistemas. Probablemente millones. Algunos pueden infectar a los humanos, además de las criaturas
en las que estén. ¿Por qué algunos virus se desbordan e infectan a los humanos?”, dice
Quammen en una conversación telefónica desde Montana. “Es porque estamos entrando en contacto con estos animales, plantas y criaturas. Perturbamos ecosistemas diversos. Destruimos la selva tropical. Construimos pueblos y minas en estos lugares. Talamos
árboles. Nos comemos los animales que viven en estos bosques. Capturamos animales
salvajes y los enviamos a mercados en China. Con estas acciones nos exponemos a estos
virus”.
Es un enigma cuándo el SARS-Cov-2 empezó a circular y cuándo supieron de los
primeros casos. La única fecha segura, por ahora, es la del 31 de diciembre. Ese día, el
Gobierno chino confirmó los primeros casos de una neumonía de origen desconocido.
243
Todo fue rápido desde entonces. El 7 de enero, investigadores chinos identificaron el
nuevo virus. Cuatro días más tarde, se declaró el primer muerto: un hombre de 61 años,
cliente del mercado de Wuhan, ciudad de 11 millones de habitantes en el centro de China. Y 10 más tarde se declararon los primeros casos en Japón, Corea del Sur y Tailandia
y las autoridades chinas impusieron el aislamiento de Wuhan. La crisis ya no era china:
se transformó en asiática. El 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud decretó
la “emergencia sanitaria global”.
Muchos de los dilemas que surgirían en las semanas siguientes, cuando los recuentos
diarios de enfermos hubiesen dejado de ser un asunto lejano fuera de Asia, ya estaban
allí. ¿Es posible aislar el mal y derrotarlo? ¿O hay que conformarse con gestionarlo lo
mejor que se pueda para atenuar su impacto? ¿Sirven las cuarentenas? Y otra pregunta
fundamental: para gestionar una epidemia como esta e imponer medidas drásticas a la
población, ¿están mejor equipados los Estados autoritarios o los democráticos?
El Gobierno chino fue criticado al principio por su opacidad, y el descontento se
reflejó en las críticas tras la muerte, el 7 de febrero, del doctor Li Wenliang, reprendido
por dar la alarma en diciembre y primer mártir de la pandemia. Después, sus medidas
de choque para frenar la enfermedad recabaron el aplauso de las autoridades sanitarias
internacionales.
“La pregunta es: ¿quiénes están mejor protegidas? ¿Las dictaduras o las democracias?”,
dice la profesora Anne-Marie Moulin, médica y filósofa en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas francés. “Está claro que un país autoritario, con poblaciones
acostumbradas a medidas absolutas, puede parecer más favorable a la defensa contra las
epidemias. Pero una democracia en la que la información circula y en la que los ciudadanos se sienten solidarios, también puede ser un país más vigilante y que está mejor
organizado, y en el que llamar para avisar de que hay un caso no parezca una denuncia.
¿Sabe lo que habría que hacer? Tomar dos países con la misma epidemia: uno autoritario
y que no respete las libertades y otro que las respete, y ver qué ocurre. Es una experiencia
que nunca ha ocurrido, así que debemos conformarnos con las especulaciones”.
Si los dos modelos fueran claros y diáfanos como en la Guerra Fría, quizá sería más
simple. Hoy el virus circula por un planeta gobernado por Xi Jinping y Donald Trump,
“dos grandes rivales que parecen debilitados por la epidemia”, comenta Dominique
Moïsi, consejero especial del laboratorio de ideas Institut Montaigne, con sede en París,
y autor de libros como La geopolítica de las emociones. En EE UU, “la crisis, al principio, estuvo también bastante mal gestionada por Trump, quien la despreció e hizo declaraciones improvisadas”, explica Moïsi. “En China, se ha visto que quienes lamentaban
la centralización excesiva del poder, el retorno a un modo imperial de gestión, usaban
la crisis para criticar al poder”, añade. “¿Acabará Xi Jinping debilitado? ¿O podrá decir
que fue sorprendido al principio, que el gusto por el secreto ralentizó la capacidad para
afrontar la crisis pero, a fin de cuentas, la centralización de un régimen autoritario permitió contenerla?”.
El 2 de febrero se registró el primer muerto fuera de China, en Filipinas, y dos semanas después, el primero fuera de Asia, un turista chino de 80 años en París. Hoy son
más de 400 los muertos fuera de China, con dos focos críticos, Irán e Italia, y una onda
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expansiva que pone patas arriba lo que hace cuatro días parecía sólido.
Se anulan competiciones deportivas y congresos internacionales —suena fuera de
lugar hoy el escepticismo con el que muchos reaccionaron ante la decisión de suspender el Mobile World Congress en Barcelona— y se cierran escuelas hasta dejar a 290
millones de alumnos en casa. En Francia, el Gobierno recomienda dejar de saludarse
con un apretón de manos y, peor, renunciar a la bise —los dos besos preceptivos cada
vez que se saludan—, un rasgo cultural que, si desaparece, supondrá un cambio considerable para el art de vivre francés. En Miami, un hombre va a un centro médico para
hacerse la prueba del coronavirus y, como publicó el diario Miami Herald, sale con una
factura de 3.270 dólares: el SARS-Cov-2 revela los riesgos de un sistema sanitario predominantemente privado. Arabia Saudí cierra la entrada a los peregrinos que van a La
Meca y el santuario de Lourdes cierra los baños con agua de la gruta milagrosa. Marcas
estadounidenses como McDonald’s y Starbucks clausuran comercios en China, las líneas
aéreas suspenden temporalmente los vuelos a este país y el tráfico de contenedores en el
puerto de Los Ángeles —punto de entrada principal de los productos chinos a EE UU
y nodo de la globalización— cae en un 25%. La caída de entre un 15% y un 40% de la
producción en algunos sectores industriales clave de este país ha reducido en un cuarto
las emisiones de gases de efecto invernadero, según datos del Centro de Investigación
sobre la Energía y el Aire Limpio, una organización finlandesa.
El dilema es que, cuanto más drásticas sean las medidas y cuanto mayor el miedo,
peor será el impacto tanto en la oferta —las fábricas y oficinas paran, las tiendas se vacían— como en la demanda. En el escenario más optimista, la OCDE contempla una
rebaja del crecimiento mundial en 2020 del 2,9% al 2,4%. Sería el nivel más bajo desde
la crisis financiera de 2008. En el peor escenario, la economía global crecería un 1,5%.
Impulsado por la globalización, que abre fronteras a la circulación de mercancías,
personas y también virus, el SARS-Cov-2 amenaza con matarla, como si 2020 fuese a
cerrar definitivamente el ciclo abierto en 1989 al caer el Muro de Berlín. “La epidemia
interviene en un momento en el que ya poníamos en causa la mundialización”, resume el
veterano politólogo Moïsi. “Y acelera y confirma potencialmente la idea según la cual la
mundialización feliz era una ilusión temporal que iba a durar unos pocos años, mientras
que afrontamos la mundialización infeliz”.
En la hora del nacionalismo y el populismo, los mensajes de recelo del extranjero,
como las teorías de la conspiración, encuentran nuevas cámaras de eco. Es la tentación
del repliegue: desde quedarse en casa para teletrabajar a cerrar las fronteras a los refugiados de Siria. Y todo esto, bañado en la sensación de irrealidad sobre la gravedad real de
algo que no vemos y que asusta más por lo que podría ser que por lo que todavía es. “La
crisis del coronavirus acelera y profundiza una cultura del miedo que ya estaba presente”,
observa Moïsi. Y, con una nota de humor, lo compara con una comida: “Es como si nos
guardásemos lo peor para el final”.
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Vivir en la sociedad del riesgo
Nuestro destino personal está ligado al colectivo. No es cuestión de llenar los carros de la
compra, sino de retomar la cordura y aprender a vivir pensando en la colectividad
Maria Novo
13/03/2020 - 22:34h
Nos ha tocado vivir en tiempos difíciles. No porque la vida sea compleja –siempre lo
fue- sino porque nuestra relación con la naturaleza ha contribuido a desarticular los sistemas naturales que constituyen el hábitat de muestra especie. Hemos desbordado los límites
de la Biosfera y roto la variabilidad de muchos procesos ecológicos, lo que nos ha traído
a un mundo incierto y lleno de riesgos. En este escenario, la moda del “aquí y ahora” ha
impregnado el imaginario colectivo. Hemos preferido quemar las naves del presente antes
que prever un futuro sostenible para nuestros hijos y nietos.
Los actuales sistemas de vida son muy vulnerables. No solo por su tamaño, sino por la
intrincada red de relaciones de todo tipo que los mantiene. En esas condiciones de alta
complejidad, cualquier pequeño fallo en una parte del sistema afecta seriamente al conjunto. Y un diminuto virus, una bacteria, pero también una colilla en un bosque o una decisión equivocada a la hora de pulsar un botón, pueden poner en jaque a toda la sociedad
mundial. Este es el mundo que hemos creado. Nos guste o no, es lo que hay.
Así que sería bueno que no nos asombrásemos tanto cuando nos ocurren sucesos extraordinarios como el que estamos viviendo con el coronavirus. Porque el mundo ha entrado en una nueva época –el Antropoceno- en la que lo extraordinario va a ser bastante
frecuente y tendremos que aprender a vivir así. La incertidumbre y el riesgo se han convertido en nuestros compañeros de viaje, espoleados por la emergencia climática. Y ya no vale
lamentarse, sino aprender a gestionar esa incertidumbre con serenidad y sentido común
porque, querámoslo o no, ese es el horizonte de la humanidad de aquí en adelante.
El espectáculo de la gente vaciando los supermercados nos dice, sin embargo, que muchos creen todavía en la “salvación” individual, que acumulando comida o dinero estaremos a salvo de los efectos indeseables de cualquier emergencia. Pero esa es una simplificación que muestra la falta de información y formación que hoy reina en nuestra sociedad
sobre el momento histórico que estamos viviendo. También de la falta de solidaridad y de
sentido común.
Comencemos por lo primero. Quienes trabajamos en temas ambientales no hemos contado con el suficiente apoyo para difundir el mensaje del Antropoceno a la población. Y
aunque lo hemos explicado aquí y allá, las televisiones y la mayor parte de los medios han
preferido edulcorar el presente teniéndonos entretenidos antes que contar con toda su
crudeza la situación del planeta, que es – no podría ser de otro modo- la de la humanidad.
246
En cuanto a la formación, hemos dejado que prosperase la idea de que lo grande es
siempre mejor. Eso nos ha llevado a más de una catástrofe, porque, en la dialéctica entre
lo grande y lo pequeño, lo apropiado es, generalmente, lo que nuestros maestros (Bateson,
Schumacher…) llamaban “el tamaño óptimo”. Un óptimo definido con criterios que no
están guiados por el beneficio a corto plazo sino por la adaptabilidad y viabilidad de una
vida sobre el planeta tanto ecológica como socialmente. Eso incluye el largo plazo, visión
de futuro.
¿Y qué decir de la solidaridad en un mundo globalizado en el que el sálvese quien pueda
no vale de nada? Pues, lo primero, que ser solidarios se impone como criterio ético para
que no nos devoremos unos a otros y que no pierdan siempre los mismos. Pero también
que es absolutamente necesario como criterio estratégico, para aprender a compartir recursos escasos en un planeta finito. Porque viajamos todos en un mismo barco y, a la hora de
salir adelante, o lo hacemos colaborando y remando juntos, o el barco se acabará escorando
con riesgo de naufragio.
Éste no es el mundo ideal, ni siquiera el mundo que habíamos soñado para nuestros
hijos. Es un fruto de nuestros aciertos y errores, en el que estos últimos han generado la
que ya hace décadas Ulrich Beck definió como “sociedad del riesgo”. Nos toca aprender a
vivir en ella. Nos guste o no.
La situación actual no se ha generado por arte de magia. Es el resultado de algunas
opciones que, mayoritariamente, han ido adoptando las sociedades humanas. En el breve
espacio de este artículo me referiré someramente a tres que, a mi juicio, están en el trasfondo del panorama actual: la opción por lo grande, lo lejano y lo rápido.
La primera, esa fascinación por lo grande, nos ha llevado a optar por megalópolis imposibles de gestionar en términos de sostenibilidad; ha creado grupos financieros que escapan
a cualquier control y usurpan el poder de los Estados… La opción por lo lejano ha hecho
que deslocalizásemos las economías perdiendo autosuficiencia y dejando sin empleo a millones de trabajadores. Y ha generado esa manía colectiva de estar todo el tiempo viajando
como si una vida tranquila, un paseo por un parque, fuesen algo sin valor. Y lo rápido –esa
sacralización de la eficiencia a cualquier coste- ha traído el estrés a las generaciones jóvenes
y la pérdida de saberes y valores que no encajan con las prisas.
En esta deriva, se nos ha olvidado lo esencial: somos miembros de la familia humana y
vivimos en una casa común que es el planeta. Nuestro destino personal está absolutamente
ligado al colectivo. No es cuestión de llenar los carros de la compra y poner hasta arriba
la despensa de nuestra casa, sino de retomar la cordura y aprender a vivir pensando en la
colectividad.
El panorama se presenta lleno de cisnes negros, situaciones imprevistas, conflictos inéditos, que hemos de afrontar con imaginación y creatividad, no con miedo. Tenemos que
aprender a gestionar esas crisis en un difícil equilibrio entre prudencia y riesgo. La primera
para anticiparnos e intentar reforzar nuestra resistencia y resiliencia como individuos y
sociedades. La segunda para aprender la sabiduría de la inseguridad.
Para ir avanzando, tal vez podríamos probar qué tal nos va con lo pequeño, lo cercano
y lo lento…
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El tiempo de actuar con éxito se acaba
Miguel A. Hernán|Santiago Moreno
11 Mar 2020 - 00:30CET
No es el fin del mundo, pero tenemos que prepararnos para una emergencia sanitaria.
Vienen días en los que tendremos que poner a prueba nuestro civismo.
Empecemos por los hechos. Estamos en el principio de una pandemia por un coronavirus nuevo que causa la enfermedad Covid-19 (por sus siglas en inglés). Muchos
millones de personas se infectarán. La mayor parte no tendrá síntomas o solo síntomas
de resfriado común. Una minoría necesitará ingresar en un hospital. Probablemente,
menos del 1% morirá. Como sucede con la gripe estacional, los ancianos y personas
con enfermedades crónicas tienen un mayor riesgo. Sin embargo, este coronavirus es
claramente más letal que el virus de la gripe estacional.
Como en toda epidemia, el objetivo inicial fue la contención, algo que ya parece
inviable: más de 100 países han reportado Covid-19 y los números siguen creciendo,
especialmente en Europa y Estados Unidos. De hecho, cuantas más pruebas diagnósticas se hacen, más casos emergen. El virus está transmitiéndose entre la población. Cada
vez que damos la mano a alguien o tocamos el pomo de una puerta somos potenciales
eslabones en la cadena de transmisión.
El objetivo actual ya no es prevenir que la gente se infecte, sino prevenir que se infecten demasiado rápido. No se trata de detener una pandemia imparable sino de ralentizarla para evitar la saturación del sistema sanitario. Es posible que no podamos evitar
un millón de infecciones, pero debemos evitar que ese millón de infecciones ocurran de
forma masiva en las próximas semanas. Un goteo continuo de casos graves está creando
problemas en los hospitales; una riada seria catastrófica. Nuestro futuro está viéndose
actualmente en Italia: hospitales desbordados, UVIs improvisadas en los pasillos, personal sanitario al borde de la extenuación y con múltiples bajas por infección, llamadas
desesperadas a médicos jubilados para unirse a la lucha…
El objetivo es aplanar la curva epidémica para impedir un pico de casos que deje a
miles de pacientes sin recibir atención sanitaria adecuada. Ganar tiempo para que los
pacientes actualmente ingresados vayan volviendo a casa y dejando sitio a los futuros.
Pero el tiempo de actuar con éxito se nos acaba. España ya ha reportado más de 1.600
casos. Italia, con una población mayor, alcanzó ese punto hace solo 9 días. Para reducir
la transmisión necesitamos implementar medidas temporales de distanciamiento social:
evitar aglomeraciones, cancelar manifestaciones y otras actividades públicas (grandes
conciertos, servicios religiosos, reuniones científicas...), mantener a los más vulnerables
fuera de la calle, facilitar el teletrabajo y, como ya se ha empezado a hacer, suspender
clases en colegios y universidades. Hay que tomar estas medidas drásticas para asegurar
248
que miles de pacientes puedan recibir atención sanitaria adecuada.
Los ciudadanos deben entender que su participación es clave para que el distanciamiento social funcione. Cada uno de nosotros podemos complementar estas medidas
con pequeñas cosas: lavarse las manos con jabón varias veces al día, limpiar frecuentemente las superficies expuestas, toser en el interior del codo, mantener las manos fuera
de nariz, ojos y boca… Durante las próximas semanas, no dar la mano a alguien no será
una falta de educación sino un signo de responsabilidad cívica. Cada beso en la mejilla
a nuestra amiga puede convertirse, de rebote, en el beso de la muerte para su anciana
madre.
Las medidas de distanciamiento social tendrán un enorme impacto económico y personal. Pero la alternativa es peor.
..............
Miguel A. Hernán es catedrático de Epidemiología de la Universidad de Harvard y
Santiago Moreno es jefe de servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital U. Ramón
y Cajal.
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La realidad virtual será el nuevo opio del pueblo
Miguel Ángel Quintanilla, filósofo
Entrevistar a un catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia siempre enriquece. Pero si
además ha sido secretario de Estado de Universidades e Investigación y senador durante casi
una década por Salamanca, en cuya universidad ejerce la cátedra, sabes de antemano que vas
a encontrarte con un pequeño ensayo filosófico de actualidad en cada una de sus respuestas.
Miguel Ángel Quintanilla acaba de publicar ‘Filosofía ciudadana’ (Trotta Editorial, 2020),
un compendio de reflexiones sobre política, ciencia y tecnología de un filósofo más cercano al
periodismo que al academicismo. Y en el que abarca casi todos los temas que nos atañen hoy
día, desde el big data hasta el cambio climático, pasando por la peligrosa alarma social que
puede desatar una epidemia vírica.
¿De verdad, ese videojuego me hizo más listo?
– “Tenemos los mejores instrumentos que nunca ha tenido la humanidad para entender el mundo y para transformarlo de acuerdo con nuestros deseos”, dice al principio de
su libro. ¿Qué ha ocurrido, entonces, para que tengan tanto auge en pleno siglo XXI los
movimientos creacionistas, los negacionistas de la llegada del hombre a la Luna e incluso
los defensores del terraplanismo?
No lo sé. Supongo que siempre ha habido personas que prescinden del conocimiento
racional y piensan cosas absurdas. Pero creo que ahora son menos -muchos menos- que
en el pasado. Durante siglos, nuestros antepasados creyeron que la Tierra era plana, que
Dios había hecho al hombre como un alfarero hace un puchero, y que la Luna era un diosa
inaccesible. Ahora son un grupito de iluminados quienes dicen cosas así. Y yo creo que la
mayoría lo hace por diversión, o con la intención de llamar la atención, no porque lo crean
realmente. En cualquier caso, si hubiera una cantidad enorme de sujetos que desprecian
el conocimiento que la humanidad ha conseguido a lo largo de los siglos, seguiría siendo
cierto que hoy sabemos más que nunca sobre cómo es el universo y cómo podemos cambiarlo, conservarlo, cuidarlo…
«falta un héroe que se mueva por el ciberespacio»
– ¿Cree que se puede ganar la batalla de la posverdad, o de las fake news, o es un mal
irremediable fruto de la globalización?
Espero que podamos ganar esas batallas. Pero el primer paso es convencernos de que
tenemos que darlas. Ante una patraña difundida por la red siempre puede haber quien esté
predispuesto a aceptarla como una verdad auténtica. Pero confío en que siempre habrá
también algunos ‘vigilantes’ de la cultura que puedan señalar al mentiroso y al manipu250
lador. Hoy es más fácil difundir mentiras por la red, pero también es más fácil combatir
las mentiras con el conocimiento, usando adecuadamente los mismos recursos de la red.
La globalización facilita la difusión de fake news, pero también el combate contra ellas.
Simplemente necesitamos un nuevo tipo de héroe que pueda moverse por el ciberespacio,
y no solo por las calles y mentideros del barrio en el que vive.
En su libro ya ha tratado el tema de la gripe A. ¿Cómo valora un filósofo ciudadano,
permítame llamarle así, la alarma desatada por la expansión del coronavirus?
Me tocó vivir en directo algún episodio de alarma social en torno al fenómeno de la
gripe A en 2010. Fue una situación muy parecida a la que se está viviendo ahora. Pero creo
que la sociedad está reaccionando hoy de forma mucho más razonable, a pesar de que la
tentación del alarmismo siempre está ahí. Las estrictas medidas de cuarentena que se han
impuesto en China y la celeridad y precisión con la que se está informando a la población
en casi todos los países afectados son ejemplo de cómo hay que gestionar la comunicación
científica en situaciones de crisis. Creo que en general se está haciendo mejor que hace
10 años. Quizás sea porque hemos aprendido de los errores de entonces. Ahora también
estamos cometiendo algunos errores, pero somos más críticos y precavidos. Por ejemplo, la
suspensión del MWC de Barcelona pudo parecer una medida desproporcionada. Pero por
lo menos ha servido para alimentar la confianza, para transmitir la idea de que la seguridad
de las personas está por encima de los intereses económicos. Y… bueno, la confianza es el
capital más preciado para hacer frente a situaciones de crisis como la que padecemos con
la epidemia vírica actual.
– Plantea la necesidad de que los ciudadanos sean capaces de “aprender a aprender” en
internet, a discriminar los conocimientos relevantes de los irrelevantes. ¿Es fácil para un
adulto cuya vida ha sido analógica hasta hace apenas dos décadas ? ¿Se está educando en
este camino?
El nivel de conocimientos necesarios para desplegar una vida humana plena ha aumentado y sigue creciendo exponencialmente. Por eso cada uno debe dedicar cada vez más
esfuerzos a actualizar su bagaje cultural, incorporando a él toda la cultura tecnológica que
necesitamos para desarrollar nuestro proyecto vital humano. Pero no habrá problemas,
siempre que el conocimiento sea accesible a todo el mundo. Para garantizar que sea así, tenemos que aceptar como una obligación cívica la de promover y mejorar constantemente
nuestra propia alfabetización tecnológica, esforzándonos por entender aquello que marca
el devenir de nuestros tiempos, incluso aunque esté en las antípodas de nuestros intereses,
como me ocurre a mí, por ejemplo, con las redes sociales.
«promovamos el acceso gratuito a la red»
– ¿No cree que la brecha digital puede suponer la aparición de miles de marginados de
toda edad, clase y condición?
Las innovaciones tecnológicas radicales siempre generan brechas sociales: la tecnología
permite hacer más cosas y hacerlas de forma más eficiente; pero no garantiza que todo el
mundo tenga las mismas oportunidades reales de acceder a ellas y, de esa forma, constituyen una nueva fuente de posible desigualdad. Por eso deberíamos diseñar un mundo
en el que la prevención y la compensación de la brecha digital venga ya incorporada en el
251
diseño de la innovación, como una dimensión más a tener en cuenta. Si este tipo de criterios se asumieran como obligatorios en el diseño de interfaces de usuario o de plataformas
digitales, cambiarían muchas cosas en la tecnología actual. Algo se ha avanzado ya, por
ejemplo, definiendo criterios de accesibilidad para personas con necesidades específicas y
capacidades diferentes. Pero el principio de accesibilidad universal podría ser ampliable a
un principio de igualdad de oportunidades tecnológicas. Por ejemplo, podríamos promover el acceso gratuito a la red o el diseño de teléfonos móviles y de ordenadores personales
asequibles para todo el mundo. ¿Por qué no?
«UN ASISTENTE PERSONAL NO PUEDE SER UN ESPÍA»
– Habla en su libro de la conocida como Ley Cero de la robótica: un robot no debe
actuar nunca en perjuicio de la humanidad. Sin embargo, se viola constantemente. ¿Siri o
Alexa nos facilitan la vida o les estamos facilitando que nos espíen la vida?
Se dice pronto que la robótica no debe perjudicar a la humanidad. Pero es un poco
más complicado, es cierto, juzgar en la práctica si este principio se cumple de verdad. El
desarrollo tecnológico está lleno de bifurcaciones y cada vez que optamos por un camino
generamos nuevas oportunidades y nuevos problemas que no habíamos previsto. La Ley
Cero de Asimov debe servir como principio moral para el análisis de la tecnología: si desarrollo un asistente personal robótico no puedo usarlo como un mecanismo de vigilancia.
Los poderes públicos deberían actuar contundentemente en esos casos, como ya lo hacen
en casos de fraude o adulteración de productos tecnológicos. Si alguien te ofrece un asistente doméstico y en realidad lo que te vende es un espía comercial instalado en tu cuarto
de estar, debería pagar por ello una seria multa.
– ¿Hasta qué punto la ciudadanía tiene acceso al conocimiento y regulación de las tecnologías? ¿Cómo habría que regular ese acceso?
En el siglo XIX, los sindicatos obreros impusieron reformas políticas e institucionales
para luchar contra la explotación laboral. Hoy tenemos no solo los sindicatos sino también
las asociaciones de consumidores, los movimientos ciudadanos en pro de una tecnología
abierta y accesible, las organizaciones no gubernamentales y otros muchos instrumentos institucionales que se pueden crear para facilitar la participación ciudadana: oficinas
parlamentarias de ciencia y tecnología, consejos ciudadanos, clubes de cultura científica
cívica… Todos estos instrumentos pueden facilitar el acceso de los ciudadanos a la información científica y tecnológica relevante para tomar decisiones políticas.
«LOS PARTIDOS SE APOYAN EN IDEAS OBSOLETAS»
– Filosofía y política: ¿Están cada vez más alejadas? ¿Si ni siquiera hay autocrítica en los
partidos, cómo va a haber una mirada crítica para gestionar el poder en la esfera pública?
Los partidos políticos son instrumentos para la participación ciudadana en los procesos
de formación y selección de representantes políticos y en la elaboración de programas
de gestión de los asuntos de interés público. El problema es que muchas de las ideas que
imperan en el espacio público y en las que se apoyan los partidos políticos, son ideas obsoletas. Una vez más, la solución tiene que venir de los ciudadanos: estos deben dotarse
de una filosofía ciudadana, racionalista y crítica, y deben estar dispuestos a participar en
la vida interna de los partidos o de otras instituciones sociales que faciliten el desarrollo de
252
políticas democráticas.
– El fracaso de la cumbre del clima celebrada en Madrid ha agrandado la brecha entre
gobiernos y ciencia a la hora de afrontar el calentamiento global. ¿Qué haría falta para
reducir este abismo entre las grandes potencias y la ciencia a la hora de afrontar la crisis
climática?
El balance general de la lucha contra el cambo climático no es tan negativo como parece
a primera vista. Hasta hace unos años, los dirigentes políticos se podían permitir el lujo de
menospreciar a los científicos que alertaban sobre los peligros de cambio climático. Hoy
la mayoría de los políticos mundialmente influyentes siguen sin tomar medidas efectivas
para paliar el cambio climático. Pero por lo menos ahora saben que es un asunto que no
pueden ignorar. El problema en realidad es que el cambio climático es un problema global
y, para hacerle frente, necesitaríamos disponer de un poder político de alcance también
global. La ONU es lo más parecido a eso, pero su Asamblea General no tiene capacidad
para imponer sus decisiones a los países más poderosos.
– Hay un ejemplo claro de cómo las empresas usan la tecnología en contra de la ciudadanía: la obsolescencia programada. ¿Ha hecho algo algún gobierno para parar tal aberración?
En algunos países se están adoptando políticas inspiradas por el modelo de economía
circular que apuntan en esa dirección. Pero queda mucho por hacer y no es una tarea fácil,
porque la lucha contra la obsolescencia programada es solo una parte de un modelo alternativo de desarrollo tecnológico.
– ¿Habría que tener con los transgénicos la misma precaución que con la manipulación
genética? El caso de las niñas nacidas tras la manipulación genética por parte del médico
chino que ya cita en el libro es para reflexionar seriamente al respecto…
No, no es lo mismo. En principio, y si se cumplen las especificaciones establecidas por
las diferentes normas jurídicas, los alimentos transgénicos son seguros y beneficiosos para
mejorar la producción de alimentos. Otra cosa es que el régimen del mercado sea el más
adecuado para su incorporación a la economía, sin un control adecuado de los riesgos de
prácticas monopolistas que impiden el acceso abierto a semillas transgénicas, por ejemplo.
En el caso de las niñas lo que estamos haciendo es manipular la base de la dotación genética
humana sin garantías respecto a las consecuencias que tal manipulación va a tener en el futuro y sin posibilidades de mantener el proceso bajo control. Es uno de los casos llamativos
en los que es preciso aplicar el principio de precaución.
«SERÁ DIFÍCIL IMAGINAR CóMO PUDIMOS VIVIR SIN WIKIPEDIA»
– Todo el saber humano está en la Wikipedia. Todo el mundo puede acceder a ella. Pero
¿cree que eso logrará que mejore la cultura de la gente?
Sinceramente creo que sí. Pronto nos será difícil imaginar cómo ha sido posible sobrevivir sin Wikipedia… Pero también aquí será necesario incrementar el nivel de vigilancia
para evitar que este bien común sea absorbido por el poder absoluto del mercado.
Saca también a relucir en su libro el concepto de alienación marxista: “No solo no
actuamos como ciudadanos autónomos en la selección de nuestras opciones tecnológicas,
253
sino que ni siquiera actuamos como consumidores responsables; somos simples peones
secundarios de un sistema económico que nos trata como esclavos del consumo”. ¿Cuál es
actualmente el opio del pueblo?
Todavía no lo es, pero pronto lo serán: los videojuegos y todo lo que se deriva de ellos
respecto a nuestra visión de la realidad, en concreto todas las actuaciones en la red que conducen a sustituir la realidad por lo que llamamos impropiamente “realidad virtual”. El opio
del pueblo ya no es la visión de un paraíso en la otra vida, sino una ilusión permanente en
el mundo de representaciones digitales al que hemos confinado nuestra vida real.
Apunta que la solución a tanto desamparo podría estar en las llamadas tecnologías entrañables ¿En qué consisten y que posibilidades hay de tender hacia ellas?
La idea de las tecnologías entrañables se refiere en realidad a un conjunto de criterios
que pueden inspirar un nuevo modelo de desarrollo tecnológico. El punto esencial es que
no deberíamos apostar por tecnologías que puedan escapar al control humano, que produzcan en nuestro entorno cambios irreversibles que puedan terminar haciendo imposible
la vida humana. No se trata de apostar por tecnologías blandas frente a tecnologías duras,
sino de no perder el control del desarrollo tecnológico. Las distopías ‘posthumanistas’ ahora de moda, están basadas en una visión determinista del desarrollo de la técnica, y es una
visión errónea. Podemos apostar por un mundo de ‘cyborgs frankensteinianos’ en continua tensión con sus creadores, o por un mundo amable, de tecnologías abiertas, dóciles,
polivalentes, controlables, sostenibles, cooperativas, transparentes, reversibles. Esas son las
tecnologías entrañables.
– Como catedrático de universidad, ¿qué retos cree que debe afrontar la educación en
España en estas próximas décadas?
Debemos educar a nuestro hijos de forma que puedan actuar como ciudadanos responsables en un mundo que gira en torno a la ciencia y la tecnología. Para ello la educación
obligatoria debe garantizar no solo unos niveles aceptables de cultura científica y tecnológica, sino también una formación cívica que facilite y promueva la participación en la
vida pública.
– No voy a preguntarle por el Gobierno, pero sí por una decisión que le afecta de lleno:
la separación de Ciencia y Universidad. ¿Está justificada la alarma entre la comunidad
científica?
Hace unos años las competencias en política científica y universitaria estaban unificadas
en una única Secretaría de Estado que a su vez se integraba en el Ministerio de Educación
y Ciencia. Ahora el mismo elenco de competencias y partidas presupuestarias se reparte en
dos ministerios. No hay ninguna razón técnica que lo justifique, aunque sí una motivación
política, fácil de entender. Conozco personalmente a ambos ministros y creo que ambos
tienen un elevado perfil profesional, social y político. Contar con los dos en la misma mesa
del Consejo de Ministros no hace sino incrementar el peso del binomio ciencia+universidades en esa mesa. Vista así la situación, no creo que esté justificada ninguna alarma. Al
contrario: puede ser una buena oportunidad para las políticas de ciencia, tecnología y formación superior, siempre que ambos ministros sean capaces de actuar de mutuo acuerdo
en el ámbito de sus competencias.
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América Latina puede convertirse en la mayor
víctima del COVID-19
La región es una de las que menos invierte en la salud pública. ¿Cómo podrán los países
latinoamericanos hacerle frente al coronavirus?
Por Miguel Lago
El autor es politólogo brasileño.
19 de marzo de 2020
• • RÍO DE JANEIRO — América Latina ha sido hasta ahora una de las regiones
menos afectadas por el COVID-19. El primer caso fue detectado el 26 de febrero en
Brasil, la primera muerte, el 7 de marzo en Argentina.
La pandemia ha tardado en llegar a la región, pero esta semana el Ministerio de la
Sanidad brasileño ha anunciado el inicio de la fase de transmisión comunitaria del virus,
que consiste en el contagio local entre personas que no han viajado a zonas de riesgo en
el extranjero ni han estado en contacto con personas provenientes de esas zonas. Esto
significa que el simple aislamiento de la región y de los infectados no será suficiente: los
casos de COVID-19 crecerán en América Latina.
Es preocupante porque la región no está preparada para la propagación del virus y se
puede esperar un escenario aún más complejo que el europeo —donde se han registrado
más de 4000 muertes y más de 80.000 casos— e incluso volverse la mayor víctima del
COVID-19, si las autoridades sanitarias y los gobiernos de nuestros países no adoptan
acciones inmediatas para fortalecer sus sistemas de salud. Combatir una pandemia que
afectará a una parte significativa de la población no solo es cuestión de inversión sino
de un agresivo y eficaz redireccionamiento de los recursos existentes para disminuir sus
efectos.
A diferencia de Estados Unidos, gran parte de los países latinoamericanos tiene la
salud como un derecho social garantizado por la constitución, tal es el caso de México
y Perú. Las constituciones brasileña y venezolana van más allá y la establecen como “derecho de todos y un deber del Estado”. Sin embargo, cuando vemos la proporción de
recursos que esos países asignan a la salud pública, nos damos cuenta de cuán lejos están
de otros países que se proponen también proveer salud para todos.
De acuerdo con un estudio del Instituto de Estudos para Políticas de Saúde (IEPS)
—un centro de investigación independiente enfocado en la creación de políticas públicas de salud en Brasil—, México destina el 3 por ciento de su PIB a la salud pública y
Venezuela, el 1,7 por ciento, mientras que el promedio en los países de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) es de 6,6 por ciento. Italia,
por ejemplo, el escenario más terrorífico del coronavirus en estos días, destina el 6,7
255
por ciento de su PIB a la salud pública. Si se toma en cuenta la inversión total en salud
(pública y privada) por habitante, vemos que la región es una de las que menos invierte
en salud: 949 dólares per cápita, casi cuatro veces menos que los países miembros de la
OCDE e incluso menos que el promedio de los países de Medio Oriente y el norte de
África.
La clara limitación de la oferta de estos servicios se agrava por el hecho de que América Latina presenta un panorama epidemiológico —es decir, las principales causas de
morbilidad y mortalidad de una población— más complejo que otras partes del mundo.
En la región se combina la prevalencia de enfermedades no transmisibles —característica
de países desarrollados— con enfermedades infecciosas de países pobres. Los sistemas
de salud latinoamericanos tratan tipos de enfermedades totalmente diversos —de la
hipertensión y la diabetes al dengue y el zika— y que requieren acciones de salud muy
distintas.
A eso se suma una otra especificidad de América Latina que pesa en el sistema de
salud: las victimas de violencia. En esa región, donde vive solo el 8 por ciento de la población mundial, se registra el 33 por ciento de los homicidios de todo el mundo. Un
cuarto de todos los asesinatos del mundo se producen en México, Venezuela, Brasil y
Colombia.
Tomando en cuenta ese contexto, ¿cómo podrán los países de la región hacerle frente
al coronavirus?
Un estudio reciente del IEPS proyecta que solo los costos con unidades de cuidados
intensivos (UCI) de pacientes de COVID-19 pueden llegar a consumir el equivalente
al gasto total del gobierno brasileño en hospitalizaciones en 2019. Según el estudio, con
cada punto porcentual de la población infectada de esta nueva cepa de coronavirus habrá
que gastarse 1 billón de reales (equivalente a 250 millones de dólares) en hospitalización. Si un 20 por ciento de la población se infecta, el costo de hospitalización de estos
pacientes sería equivalente al 98 por ciento del costo total de producción hospitalaria
cubierto por el gobierno en todo 2019. Brasil tendría por lo tanto que doblar su capacidad de UCI o redireccionar todos los recursos de UCI solo para atender a los pacientes
de COVID-19.
Pero es poco realista esperar que América Latina invierta más en los sistemas de salud.
Incluso antes del brote del virus, las proyecciones indicaban un crecimiento económico muy bajo para la región en los próximos dos años. Esto hace poco probable que se
invierta más en salud, y en especial en salud pública. Lo más seguro es que veamos un
redireccionamiento de la oferta de salud para enfrentar la nueva emergencia sanitaria.
Eso significa que los gobiernos movilizarán recursos financieros o asistenciales suplementarios solo para tratar a los pacientes de COVID-19 y podrían dejar sin esos recursos
a otros pacientes. Tal situación puede agravarse si a ella se superponen brotes de otras
enfermedades infecciosas. En 2019, se registraron 1501 muertes por el dengue en la
región, un récord histórico.
Si una parte significativa de la población es infectada, los sistemas de salud tendrán
que elegir entre atender a las víctimas del COVID-19 o a los portadores de todas las
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otras enfermedades. Tal escenario es dramático y convertiría a América Latina en la
mayor víctima del coronavirus.
Para evitarlo es esencial que los gobiernos nacionales tomen dos importantes decisiones. En primer lugar, la más urgente, que inviertan masivamente en medidas de contención de la propagación de la epidemia, creando todos los incentivos posibles para que los
ciudadanos eviten la circulación. En segundo lugar, y a largo plazo, que inviertan más y
mejor en sus sistemas de salud para garantizar el acceso de todos los ciudadanos a la atención médica y asegurar que la región no esté tan desprotegida ante nuevas epidemias.
Miguel Lago es politólogo, director ejecutivo del Instituto de Estudos para Políticas
de Saúde (IEPS), un centro de investigación basado en Brasil que se dedica a estudiar
políticas y sistemas de salud.
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Diez claves del mundo que nos espera después
del coronavirus
En este presente todos nos preguntamos cómo será el futuro tras el coronavirus. Es evidente
que con el COVID-19 comienza un nuevo orden mundial. Las grandes catástrofes y los escenarios más traumáticos suelen dar lugar a nuevos modelos sociales, económicos y geopolíticos
Nacho Temiño
21/03/2020 - 06:00h
Aumenta el control sanitario y de cuarentena en el aeropuerto de Sheremetyevo (Moscú) debido al brote de coronavirus en China. Igor Ivanko/Kommersant/EuropaPress
Visionarios como Bill Gates o los muchachos de Google viven en el futuro, y de vez
en cuando nos mandan un mensaje desde el más allá. En 2015, el fundador de Microsoft
dio una charla donde aseguró que “no estamos listos” para la próxima crisis mundial, y
aseguró que ésta no iba a deberse a una guerra sino a un virus. Aquí lo tenemos.
En este presente todos nos preguntamos cómo será el futuro tras el coronavirus. Es
evidente que con el COVID-19 comienza un nuevo orden mundial. Las grandes catástrofes y los escenarios más traumáticos suelen dar lugar a nuevos modelos sociales,
económicos y geopolíticos.
Estos son los diez principales cambios que traerá el coronavirus:
1- El libre mercado como lo conocemos ha muerto. Países como Estados Unidos o el
Reino Unido empiezan a cambiar sus políticas ante una crisis sanitaria a la que el sistema
actual no es capaz de responder. Los mecanismos habituales no funcionan porque no
nos enfrentamos ante una crisis normal.
Nuestro sistema se basa en la iniciativa privada y en el trabajo-recompensa. La crisis
del coronavirus no solo ha dañado el tejado del sistema, sino que sus propios fundamentos han explotado. El cambio de sistema económico es, por tanto, una necesidad.
El capitalismo se verá obligado a adaptarse a esta crisis. El nuevo modelo económico
deberá tener en cuenta tres factores esenciales:
La salud
El bienestar
Nuestra relación con el planeta
2- La clase media es cosa del pasado
En líneas generales iremos hacia una sociedad más igualitaria, con una pequeña clase
alta que vivirá a unos niveles que el resto sólo podrán soñar. Es posible que la renta básica
universal sea una alternativa para algunos gobiernos.
En un primer momento las clases trabajadoras y los más desfavorecidos sufrirán más
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económicamente el impacto del coronavirus. Sin embargo, a largo plazo la clase media
(formada por un grupo muy variado) es la más vulnerable por representar un sistema de
vida que ya está obsoleto.
Y ojo con invertir en ladrillo, porque el precio de la vivienda bajará. En el mundo
post- coronavirus especular con la vivienda será más difícil y los alquileres desorbitados
también.
3- Se reforzará el papel de los Estados
Los Gobiernos son conscientes de que la economía en manos de corporaciones y
empresas privadas no es capaz de responder a crisis sanitarias como la del COVID-19, lo
que hará que volvamos a economías más intervenidas y controladas. Este escenario puede hacer que algunos países tengan la tentación de mutar hacia sistemas más autoritarios.
4- Se acelerará la robotización y la digitalización
La robotización y digitalización es un proceso en curso que se acelerará tras el coronavirus. La economía tiene que estar preparada para hacer frente a crisis como ésta, y el
empleo de máquinas y sistemas de inteligencia artificial es a día de hoy la mejor opción.
Esto abre un espacio nuevo y nuevas oportunidades de negocio para quienes se adapten
a la nueva tendencia.
Pero mientras nos dirigimos a ese escenario 4.0, se multiplicarán los empleos precarios, el llamado proletariado digital. De los gobiernos depende que esa flexibilización y
desregulación del empleo se haga en condiciones justas para que las personas que hacen
posible que compremos por Internet, pidamos comida a domicilio desde nuestro teléfono o solicitemos un transporte con un click no sean esclavos digitales sino trabajadores
con todos los derechos.
5- El dinero en efectivo tiene los días contados
Esto no es nuevo, pero el proceso se acelerará. Usar tarjetas es más higiénico y limita la
economía sumergida. La contrapartida es la pérdida de libertad. Los pagos electrónicos
harán más fácil fiscalizar nuestros gastos. Imagínese que usted es fumador y su seguro
médico privado penaliza el hecho de fumar. Mentir será más difícil. Sus hábitos quedarán registrados en su hoja de gastos.
Al mismo tiempo, los gobiernos necesitarán ingresos para hacer frente a la deuda contraída para superar esta crisis sanitaria. Nos esperan subidas de impuestos, pero también
medidas creativas para aumentar la recaudación. Posiblemente veamos a medio plazo la
plena legalización de la marihuana. Solo en España supondrá más de 3.000 millones de
euros anuales para las arcas del Estado.
6- Empujón al teletrabajo y al comercio electrónico
El teletrabajo ya es una tendencia en alza en zonas como el norte de Europa. Ya ha
llegado y llegará para quedarse. Así que esas cafeterías repletas de empleados que aprovechan la pausa del café para charlar o la saturación de los transportes públicos a primera
hora serán poco a poco cosas del pasado.
Nuestro hábitos cambiarán y pasaremos a hacer más vida en casa y a interactuar
mucho más a través del universo digital. Sobre el comercio electrónico, es evidente que
es un fenómeno imparable que el coronavirus va a acelerar. También veremos como la
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telemedicina, la realidad virtual, el voto electrónico o los estudios online pasan a formar
parte de nuestra cotidianeidad.
7- Las emociones dominarán el discurso político
El discurso emocional en la política es propio de crisis como la que ahora atravesamos. En este caso, al tratarse de una situación de que pone en riesgo nuestra salud, ese
discurso se va a acentuar y mantener. Posiblemente marque la tendencia en las próximas
décadas. El político que dé la cara lo hará cada vez más recurriendo a las emociones y
menos a los hechos. Esto también puede degenerar en más demagogia y manipulación.
Al mismo tiempo, la segunda línea de la política, esa en la que se toman las decisiones, estará dominada por tecnócratas, personas formadas que determinarán realmente
el futuro de los gobiernos. Se acabó el político de segunda línea sin experiencia y conocimiento en el área de su departamento. Vamos a una sociedad más tecnificada y no
podemos permitirnos que las decisiones las tomen personas que no están preparadas.
8- Entramos en la era del dragón
China ha logrado dominar la narrativa del éxito en esta lucha contra un virus que
viene de la propia China. Hoy los ojos de todo el mundo miran hacia el gigante asiático,
que además se está permitiendo ofrecer a otros países su ayuda. China aprovecha esta
crisis para blanquear su imagen y confirmar su posición hegemónica. No nos olvidemos
que gran parte del mundo necesita los productos made in China para hacer frente al
COVID-19.
China ya no es solo el productor, China es para muchos la esperanza para superar la
crisis del coronavirus, mientras Estados Unidos sigue sin reaccionar con decisión y habla
del “virus chino”. Igual que la crisis del Canal de Suez de 1956 supuso el la pérdida de
protagonismo del Reino Unido en el mundo, posiblemente el COVID-19 rubrique el
fin del dominio estadounidense y el comienzo de la era del dragón. Si además China
logra desarrollar la vacuna contra el COVID-19, entonces tendrá una alfombra roja para
reinar en el mundo.
9- Más multilateralismo
Si la II Guerra Mundial dio paso al nacimiento de la ONU, el coronavirus también
dará lugar a instituciones multilaterales más fuertes. Una Organización Mundial de la
Salud con más poder puede ser determinante para enfrentar crisis como la del COVID-19. Y es posible que el coronavirus no sea la última pandemia que enfrentemos.
El futuro de la Unión Europea deberá ir por esa línea: o asume un protagonismo
decidido y refuerza sus instituciones, o dejará que otras organizaciones internacionales
más fuertes ocupen su lugar.
Por supuestos los pequeños nacionalismos y regionalismos tendrán que adaptarse a
esta situación. Las mentalidades cavernícolas no tendrán mucho sentido en el mundo
post-coronaviurs. Florecerá un nuevo patriotismo más asociada a la solidaridad y al sentimiento de comunidad, donde personajes que promueven el odio, por ejemplo buscando la separación artificial de territorios unidos por vínculos emocionales e históricos,
deberían quedar fuera de juego.
10- Menos globalismo económico
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Producir al otro lado del mundo la mayoría de lo que consumimos es un disparate,
como ha quedado patente con la crisis del coronaviurs. Además es terriblemente antiecológico y potencia las desigualdades entre los países.
El coronavirus impulsará el transporte menos contaminante. Si hay que trasladar
productos a mercados lejanos, habrá que hacerlo de una forma que tenga menos impacto para el medio ambiente. En todo caso en el mundo post-coronavirus se reforzará el
consumo de productos de proximidad y la producción nacional. También el turismo de
cercanía crecerá frente a los viajes al otro lado del mundo. Los viajes en avión se reducirán y estarán más controlados.
https://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/claves-mundo-espera-despues-coronavirus_6_1007959214.html
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El Covid-19 hace de Bin Laden,
entre otras 11 verdades incómodas
Nazanín Armanian
Dejé la mitad de mi vida en mis tierras persas, y cuando aterricé en esta península
de acogida, entrañable plataforma de reclamo de pan y paz para todos, me puse a ejercer el desconcertante oficio de exiliado: conocer, aprender, admirar, transmitir, revelar
y denunciar, estos últimos aprovechando las clases de la Universidad, los medios de
comunicación y una docena de libros como ‘Robaiyat de Omar Jayyam’ (DVD ediciones, 2004), ‘Kurdistán, el país inexistente’ (Flor del viento, 2005), ‘Irak, Afganistán
e Irán, 40 respuestas al conflicto de Oriente Próximo’ (Lengua de Trapo, 2007) y ‘El
Islam sin velo’ (Bronce, 2009).
Este coronavirus se parece asombrosamente al terrorista saudí y el agente de la CIA
Osama Bin Laden, no el de los años ochenta sino el de la década de 2000: es invisible,
tiene una gran capacidad de movilidad, puede aparecer en cualquier rincón del planeta
y en cualquier momento, su amenaza es novedosa, terrorífica, y ni el despliegue del
conjunto de los países más poderosos del mundo puede acabar con él hasta dentro de
unos años. Incluso si llega a “morir”, puede tener varios dobles que continúen con la
buena vida.
La psicosis impulsada por los gobernantes y sus medios de comunicación, que en
una astuta división de trabajo, unos invitan a la calma (para mantener el control sobre
la población) y los otros no paran de inyectar el pánico en las masas, convirtiendo a coronavirus en el UNICO tema de la prensa de masa. Así, el bicho ha conseguido apartar
el drama de los refugiados de Idlib, los bombardeos sobre Yemen y el asesinato de un
niño cada 10 minutos por el hambre impuesto por EEUU-Arabia; o la naturaleza de la
supuesta paz entre EEUU y los terroristas Talibán, entre otros.
Las analogías históricas a veces nos ayudan a visualizar unas perspectivas que hoy se
manifiestan opacas, borrosas. Al igual que hubo un antes y un después del 11S., tanto
para la clase dominante mundial como para los ciudadanos y las poblaciones vulnerables
de diferentes estados, habrá un “nuevo” mundo después del Covid-19: los ciudadanos
asustados renunciarán por “su propio bien” a su libertad de movimiento, comunicación,
asociación, manifestación, etc. y aceptarán que las grandes compañías farmacéuticas,
entre otras, devoren los fondos que iban a ser destinados a crear puestos de trabajo,
paliar las brutales desigualdades existentes, etc. aumentando la fortuna de este 1% de
la población mundial que acapara el 82% de la riqueza del planeta. La fuerte caída de
262
los mercados no hará más pobres a los trabajadores, ya que en un país como EEUU el
10% más rico de la población representa más del 80% de las acciones de las empresas.
Con este virus gana, por ejemplo, la británica GlaxoSmithKline y la Coalición para
las innovaciones en preparación para epidemias (CEPI), aumentando el valor de las
acciones de Big Pharma en la bolsa. La propia OMS, poderoso organismo de farsantes
que dirige nada menos que la salud internacional, y está compuesta por comerciantes
de la industria médica, declaró en 2009 el brote de gripe porcina como una “pandemia
global”, pronosticando que “hasta 2.000 millones de personas podrían infectarse en los
próximos dos años”, forzando a los gobiernos a gastar miles de millones de euros en la
compra de vacunas que luego tuvieron que tirar.
Aunque fuese por un objetivo legítimo como controlar la propagación del virus, un
gobierno, en este caso el chino, consiguió algo sin precedente en la historia: impedir
el movimiento, primero de 11 millones de habitantes de Wuhan, y después de los 57
millones de la provincia Hubei, mientras los drones sobrevolaban el cielo de Hubei para
vigilar la aplicación de la medida, que se consiguió gracias a una combinación de la confianza de la gente en las autoridades y la fuerza bruta contra los rebeldes. El experimento
ha sido copiado por el gobierno italiano que ha bloqueado a 16 millones de ciudadanos,
una cuarta parte de la población, mientras otros estados barajan probarlo, aunque no
haga falta. ¡Luego nos acostumbraremos! Desde el 11S, ya se ha normalizado que, por
ejemplo, millones de ojos de las cámaras nos vigilan por doquier, o nos traten como tontos en los aeropuertos durante los controles, ¡como si antes de pasar por el aro no se podía hacer estallar un petardo en el recinto! Antes de China, en EEUU y tras el 11S. The
Model State Emergency Health Powers Act (MSEHPA) para controlar las epidemias y
actuar en caso del bioterrorismo, otorgó un amplio poder a las autoridades para poner
en cuarentena a las poblaciones enteras, forzarles a ser vacunadas e incluso movilizar a los
militares para actuar bajo el pretexto de “contener el brote”. MSEHPA ha sido criticado
por ser un asalto sin precedentes a los derechos constitucionales de los ciudadanos.
El Covid-19 podrá ser presentado por los gestores del capitalismo, no como resultado
del sistema, sino el causante de la grave crisis económica que se avecina.
El “Nuevo peligro amarillo” y el “Virus chino” forman parte de la campaña sinófoba
de las fuerzas fascistas, como Matteo Salvini o Marine Le Pen, que han culpado a los
inmigrantes por la propagación del virus.
Trump que no ganó la guerra comercial contra China, ahora ve cómo el mundo
entero ha congelado sus transacciones con su enemigo, aislándolo. Esta es la segunda
pandemia que sufre China durante la guerra comercial con EEUU: la primera fue en el
2018 y por la gripe aviar H7N4, y la gripe porcina africana que además de matar a cerca
de 600 personas eliminó a millones de pollos y cerdos, obligando a China comprar productos derivados a EEUU. La ciudad Wuhan tuvo un crecimiento del 7.8% en 2019, y
es la sede de unas 300 de las 500 principales compañías del mundo y planeaba crear en
2020 unos 220,000 nuevos empleos. Aun así, es difícil contener a China: alrededor del
80% de los medicamentos de EEUU, por ejemplo, se fabrica en este país, entre ellos los
antibióticos, los suministrados para el cáncer, el Alzheimer o el VIH. La construcción
de un hospital en Wuhan de 25.000 metros cuadrados en 10 días fue uan pequeña ex263
hibición de un poder que hay que tomarlo muy en serio. En 2003 levantaron en Pekín
el Hospital de Xiaotangshan en tan solo siete días para combatir el SARS. A pesar de su
crítica situación, Beijing ha enviado expertos y material médico a España, Italia e Irán
para ayudarles en contener la enfermedad, mientras en la otra punta Trump ha suspendido durante 30 días de vuelos procedentes de Europa, sin siquiera avisar a sus aliados.
La realidad del virus ha desnudado a los reyes incompetentes, líderes populistas, déspotas mentirosos y los bufones. En vez de declarar la sanidad pública y gratuita, el
germenófobo presidente Donald Trump, encerrado posiblemente en la habitación de
pánico, y con el grito de “¡Necesitamos el muro!” aprovecha el virus pensando en su
reelección, que justamente por este agente va a tenerlo algo más complicado que antes.
El virus aumentará la deuda de los estados al FMI y el Banco mundial. Irán, por
ejemplo, que sufre un bloqueo brutal por parte de EEUU, ha pedio al FMI unos 5.000
millones de dólares para prevenir y curar a los afectados.
En el marco de la “Destrucción creativa” del capitalismo, esta es la oportunidad para
dar un salto en la aplicación de la inteligencia artificial, sustituyendo a los trabajadores
por robots “impidiendo el contagio”.
Es es probable que Covid-19 haya aparecido por casualidad, y hasta hoy no se ha localizado ni identificado el ‘paciente cero’, aun así, han aparecido varias “teorías” al respecto:
a) COVID-19 es chino: y hay dos ideas: 1) el diario Washington Times refleja el relato opaco de Danny Shoham, que afirma ser un ex oficial de inteligencia militar israelí,
de que el Instituto de Virología de Wuhan podría estar colaborando con el programa de
guerra biológica del ejército chino, aunque no dice que el virus se haya escapado de este
laboratorio, ni que el brote fuese el resultado de un arma biológico. Y 2) Que los animales salvajes vendidos el mercado de en Wuhan fueron el origen de nacimiento del virus.
El portal chino de investigadores científicos ChinaXiv lo niega. Además, “aunque el COVID-19 se descubrió por primera vez en China, no significa que se originase en China”,
afirma el principal especialista en enfermedades respiratorio del país, Zhong Nanshan.
b) COVID-19 nació en EEUU: y hay dos ideas: 1) en agosto del 2019, Los Centros
para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC) clausuraron el laboratorio USAMRIID de investigación militar de armas biológicas de Fort Detrick en
Maryland- que trabaja con agentes patógenos más peligrosos del mundo como el ébola,
el ántrax, la bacteria Yersinia pestis-, por no cumplir con los estándares de seguridad
establecidos que eviten la pérdida de los patógenos (como carecer de sistemas capaces
de descontaminar las aguas residuales o la formación continua para trabajar en los laboratorios) y “poder representar una amenaza grave para la salud pública”. Los CDC no
proporcionaron más detalle por “razones de seguridad nacional”, informó el New York
Time. Una opacidad que impide saber si el virus se escapó de este laboratorio, o cuántos
estadounidenses están infectados. Y 2) Que COVID-19 es un arma biológica de EEUU
contra China: En 2013, el coronel de la Fuerza Aérea de China, Dai Xu, acusó al gobierno de los EEUU de liberar el virus de la gripe aviar H7N9 en China como un acto de
guerra biopsicológica. Xu recordó la epidemia SARS del 2003 y que “en ese momento,
EEUU estaba luchando en Irak y temía que China aprovechara la oportunidad -concluye- Toda China cayó en crisis y eso fue exactamente lo que EEUU deseaba”. ¿Insinúa
264
que Trump echando mano a este virus pretende conseguir lo que no ha obtenido de
su guerra comercial o en su batalla contra Huawei? Sin duda, el aislamiento de China,
perjudica también a Rusia e Irán para la felicidad de Washington. Todos recordamos el
5 de mayo del 2003, cuando el Secretario de Defensa de EE. UU., Colin Powell llegó
a mostrar en el Consejo de Seguridad de la ONU un tubo con tiza y juró que era una
muestra de los 25.000 litros de ántrax que poseía Iraq, y que Sadam Husein los metía en
unos sobres y los enviaba por el correo postal a EEUU matando a bebés y ancianos. Este
fue uno de los pretextos de Bush para bombardear Iraq, aunque luego la prensa confesó
que el autor-terrorista era un compatriota llamado Bruce E. Ivins, empleado durante 18
años en el Instituto Militar para el Estudio de Enfermedades Infecciosas. Habia liberado
las bacterias de ántrax, según el FBI, para probar la vacuna sobre humanos afectados: él
“murió” en la cárcel para que nunca sepamos la verdad. Que los dos principales focos del
contagio hayan sido China e Irán -países con los que EEUU está en “guerra” económica-, aumenta esta sospecha.
c) Otra hipóstasis sitúa el origen de los últimos brotes epidémicos, - el SARS, la gripe
aviar, la gripe porcina, el MERS, el ébola, y el Zyka en la agricultura, y la cruel industria
ganadera intensivas. El lema del capitalismo “reducir los costos para aumentar los beneficios” recorta la inversión en la investigación de las enfermedades del ganado, o utiliza
menos espacios para los animales amontonados y enfermos enjaulados, provocando al
final la “venganza poética de los animales” oprimidos y explotados contra el inhumano
sistema en el que vivimos.
La actual crisis económica, que ha eliminado 6 billones de dólares de las acciones
en la bolsa, se asemeja a la Gran Depresión: como consecuencia ¿habrá un nuevo ciclo
de grandes guerras bélicas (más allá de la guerra comercial y política), -adaptadas a los
avances tecnológicos del siglo XXI-, para un nuevo equilibrio de fuerzas y un nuevo
reparto de las zonas de influencia a nivel global? Sin duda, aprovecharán la ausencia de
un movimiento contra las guerras imperialistas, y la indiferencia social y política ante
la muerte diaria de al menos 100.000 personas solo por el hambre, de las que 8.500
son niños. Sólo en 2017, cerca de 6,3 millones de niños menores de 15 años murieron
por causas prevenibles, o sea, un niño cada 5 segundos. Y aquí, en los países europeos,
nuestros políticos nos enseñan cómo lavarnos las manos.
265
Si quedarse en casa es incondicional, la renta
básica también
Quizás estemos a tiempo para dar un paso más hacia un nuevo mundo donde todos tengamos garantizado un mínimo para vivir en condiciones. Queremos seguir vivas, pero no de
cualquier manera
Nuria Alabao 19/03/2020
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No llevamos ni una semana encerrados en casa y el mundo parece ser otro. El orden
se ha trastocado. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: neoliberales pidiendo que
el Estado gaste, Vox aplaudiendo al Gobierno por la cuarentena y hasta rentistas ávidos
de una moratoria de alquileres cerca de la puerta de Tannhäuser. Quizás porque esta vez
no nos pueden culpar por hipotecarnos y lo único que intentamos es no morir o que no
mueran los nuestros. No, no es culpa de nadie, pero como no lo es ¿por qué tendrían
que pagar los de siempre? Hoy parece más transparente que nunca: no solo queremos
vivir, queremos vivir bien. La Renta Básica parece incluso posible, parece casi la única
posibilidad.
Me dice una amiga de la PAHC del Bages que se les ha muerto una compañera y
que no han podido ir al entierro. También me dice que no saben qué van a hacer con la
crisis que viene, que la gente que les llega no tiene ya que ver con las hipotecas, que les
desahucian por impago de alquileres o directamente porque están ya en la “puta calle”.
Así lo dice: “En la puta calle”. ¿A dónde va la gente que desahucian en una cuarentena?
¿A dónde va un día normal?
Las medidas de emergencia que ha presentado el Gobierno son importantes, pero
están pensadas fundamentalmente para preservar un mundo de empleo estable e hipotecas. Un mundo que hace años que se está diluyendo. Las dos reformas laborales impuestas en la crisis precarizaron el empleo, de manera que muchos de los que hoy tienen
uno de esos contratos temporales sin derechos –uno de cada cuatro– en este contexto
de parón económico simplemente no van a ser renovados. Y a la calle –a la cuarentena–.
Todo el empleo del sector turístico al que la pandemia ha hundido está pavimentado con
estos contratos, que pueden llegar a ser el 40% de las contrataciones. Para ellos y para
ellas –es un sector muy feminizado– no hay ayudas especiales si no tenían ya derecho a
paro; sus condiciones no han cambiado, simplemente no van a recibir nada. Esta es la
principal diferencia con los que provienen de un ERTE –con contratos más estables–,
que además de conservar el puesto de trabajo tienen condiciones especiales para acceder
a la prestación de desempleo. De nuevo nos olvidamos de los precarios y precarias, la
masa de trabajadores que sostienen los servicios –y muchas de las tareas de cuidados
266
remuneradas– y ya estructuralmente fuera de un sistema de prestaciones pensado para
un mundo de empleo estable en claro retroceso.
Las medidas de emergencia que ha presentado el Gobierno son importantes, pero están pensadas fundamentalmente para preservar un mundo de empleo estable e hipotecas
Muchas de estas personas, además, viven en hogares donde hay otras situaciones difíciles desde antes de la crisis. Recordemos: esta recesión vírica se monta sobre una situación que ya era intolerable. 2,5 millones de personas ya sufrían “privación material
severa”, según el lenguaje de los informes. 12 millones estaban en riesgo de pobreza o
exclusión social. Y más de la mitad de los españoles ya tenía alguna dificultad para llegar
a final de mes. Podemos estar hablando también de un 23% de paro real si se cuenta a
los desanimados –los que no buscan más– y las jornadas parciales.
A todas estas personas las ayudas de emergencia casi ni les rozan: lo que han anunciado son medidas, como la prohibición de cortes de luz y gas, que ya existían. Han puesto
dinero para garantizar el cumplimiento de las leyes autonómicas que ya existen. Pero que
ya antes de esta crisis no estaban garantizando un mínimo a la mayoría de personas que
lo necesitan, las mismas que hoy, en una situación de parón económico y con menos
posibilidades de encontrar trabajo, siguen teniendo que pagar el alquiler, comprar comida y enfrentar muchos otros gastos básicos que no tenían cubiertos en momentos de
“normalidad”. No lo hacen en cuestión de vivienda y no lo hacen a partir de los sistemas
de rentas mínimas existentes –con la excepción de Euskadi–, que no están funcionando
por las altísimas trabas burocráticas. Llegan solo a un pequeño porcentaje de gente que
la necesita. (Como ejemplo, hay más de 200 mil personas que por nivel de ingresos podrían optar a la renta garantizada catalana pero solo la reciben 32.000, según un estudio
de Lluís Torrens.) ¿Va a mejorar eso en caso de encierro, en caso de alarma?
El Gobierno ha intentado apuntalar una realidad de trabajo estable, y a los propietarios. Un mundo que cada vez se parece menos a este país. Ya había muchas personas que
se quedaban fuera de esta situación y que ahora verán empeorar sus expectativas, quizás
por mucho tiempo. La duración y profundidad de la crisis es difícil de valorar hoy. La
apuesta es a salir rápidamente por la vía de la reactivación de la demanda postcuarentena, pero hay dudas. Para algunos, esta recesión se produce en una situación inestable
previa. Por eso decimos que las medidas que se han presentado son insuficientes.
Se nos pide un esfuerzo, ¿qué se nos da a cambio?
La sanidad lleva infrafinanciada desde la crisis del 2008. La que fue un ejemplo mundial de gestión pública de la salud estaba también en decadencia, al menos, no estaba lista para los retos que teníamos delante. Los contratos que la propia administración ofrecía a los sanitarios eran precarios, a veces de unos meses, y demasiados se jubilaban sin
cubrir sus puestos. En muchas comunidades, muchos servicios estaban externalizados,
o parcialmente privatizados –sobre todo Cataluña y Madrid–. No, la sanidad no estaba
preparada. Tampoco hubo previsión de recursos extras por si un caso así se presentaba.
Hoy los sanitarios trabajan sin los equipos necesarios en jornadas imposibles.
Se ha organizado una gran campaña cívica para que nos ‘unamos’ contra el virus. Pero
el encierro no implica lo mismo para todos; para algunos supone un altísimo coste
Nos han pedido que nos encerremos para controlar el virus. Y lo hacemos. Se ha
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organizado una gran campaña cívica para que nos “unamos” contra el virus. Pero el
encierro no implica lo mismo para todos; para algunos supone un altísimo coste: personas con niños que habitan casas en situación de hacinamiento, a veces sin calefacción,
mujeres y menores que sufren violencia en sus hogares. Otras son obligadas a trabajar en
medio de la pandemia en lugares sin medidas de seguridad cuando tienen personas a su
cargo que quizás son población de riesgo. Buena parte de ellas no pueden elegir. Muchas
no pueden teletrabajar o no saben qué hacer con sus hijos sin cole y sus trabajos basura
que no se han suspendido. Algunas dicen también: y menos mal, porque las facturas
no se pagan solas. ¿Y qué reciben a cambio por echarse encima por igual los problemas
derivados del encierro?
Hoy nos preguntamos, ¿podría haber habido una gestión diferente de la crisis que no
implicase tanto sufrimiento social, el sacrificio del encierro? Ahora ya es tarde y esta es la
única opción, se nos dice. Aceptamos pues por el bien colectivo. Aceptamos el encierro
y que no todas llegamos a él en las mismas condiciones. Aceptamos quedarnos en casa
aunque muchos no saben hasta cuándo tendrán casa. Asumimos, por inevitable, bajar la
persiana, dejar de trabajar, de buscar trabajo, de hacer chambas, de recibir salarios, ¿pero
toleramos no tener derecho a ninguna ayuda?
Hoy, se percibe ese rumor, que es casi clamor por un reconocimiento de todos esos
trabajos invisibles. Un reconocimiento en forma de Renta Básica de Cuarentena
Hay también hoy una gran retórica de relegitimación del Estado. Pero esta crisis
sanitaria –que es también de cuidados– está siendo salvada fundamentalmente por las
personas que se cuidan mutuamente y a los suyos. ¿Hay un reconocimiento de esta situación por parte el Estado? Más bien se sigue ignorando en los discursos públicos, se
militariza las relaciones sociales –en la calle tienes que justificar a un policía si quieres
ir a atender a una amiga–. Ahora todo va de número de enfermeros, camas y doctores.
Expertos que saben lo que tenemos que hacer y control de nuestras relaciones. Pero es
nuestro comunismo de la vida el que sigue haciendo funcionar el mundo. Queremos un
reconocimiento en dinero –en facilidad para seguir funcionando– porque cuando todo
se pone jodido seguimos charlando, limpiando y alimentando a los nuestros con amor
y no dejamos que se nos mueran entre las manos. Porque sin eso no hay sistema institucional de salud ni Estado del bienestar.
Hoy, se percibe ese rumor, que es casi clamor por un reconocimiento de todos esos
trabajos invisibles. Un reconocimiento en forma de Renta Básica de Cuarentena. Hay
todo tipo de ayudas a las empresas que quizás sean necesarias para mantener los puestos
de trabajo –¿también las de aquellas que tienen beneficios millonarios?–. Es tiempo
también de ayudar a todos los que se han quedado fuera del sueño fordista –que aquí
ni siquiera sabemos si existió o si todas las partes de este contrato son deseables–: trabajo estable, casa en propiedad, la mujer encargándose de la casa, los niños y personas
dependientes. Ese mundo revienta hoy por las costuras de las realidades materiales del
trabajo precario, el altísimo paro estructural, los alquileres inciertos por las nubes, las
mujeres que no queremos y no podemos quedarnos a cuidar. La pandemia hace eso
más cristalino. La renta de cuarentena vendría a obturar la emergencia social y se podría
hacer de manera urgente, por lo menos unos meses, por mucho menos de lo que cuesta
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todo el paquete de ayudas que está implementado. Después de la pandemia, seguiremos
hablando, quizás se demuestre como la mejor manera de sostener la vida en su nuevo
marco de inestabilidad que es la nueva normalidad.
Esta crisis ha sido un golpe inesperado y supone un enorme experimento. ¿Vendrán
más? No sabemos. “Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en
la lluvia”. Pero quizás estemos a tiempo para dar un paso más hacia un nuevo mundo
donde las crisis ya nunca más las paguemos los de abajo, donde todos tengamos garantizado un mínimo para vivir en condiciones. Queremos seguir vivas, pero no de cualquier
manera. La pandemia nos deja un aprendizaje: queremos renta –y repartir el trabajo–
para poder atender a los nuestros en condiciones.
...................
Autor >
Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología. Es miembro de la Fundación de los Comunes.
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Terminó la Hegemonía Estadounidense: Guerra
de Petróleo y Covid 19 para un Giro Global hacia China
Por Pablo Heraklio Publicado el Mar 17, 2020
Para los que nunca habían visto caer un imperio aquí va una brevísima cronología de
una semana. Si el imperio romano tardó en caer 100 años el imperio estadounidense
tardó 7 días. Todo un logro del Fast Fashion. El covid19 es el cisne negro que todos
esperábamos.
Como siempre no hace falta tener una central de inteligencia para reconocer los planes de los aparatos de poder capitalistas de turno. Solo hace falta leer los titulares y unir
los puntos.
Ganadores de los premios MTV EMAs 2019
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Dic 2019 – Llega el covid19 a China
27.2.2020 El covid 19 afecta a la producción China y con esta al mundo
https://www.bbc.com/mundo/noticias-51645409
29.2.2020 EEUU cierra fronteras terrestres
https://www.efe.com/efe/america/sociedad/trump-endurece-los-viajes-al-pais-tras-elprimer-muerto-por-coronavirus-en-ee-uu/20000013-4184991
Empieza el Septem Horribilis
Todo empieza el 9 de marzo.
– Se desencadena la Guerra del Mercado de Petróleo
9.3.2020 Caen las bolsas mundiales, cae el petróleo un 30%
https://www.nst.com.my/business/2020/03/572994/asian-markets-collapse-covid19-spreads-oil-prices-crash
11.3.2020 Reunión de la OPEP para ajustar la producción.
Rusia se niega a bajar su producción de petróleo para contener precios
Arabia Saudita incrementa su producción. Comienza la guerra del petróleo.
https://expansion.mx/economia/2020/03/11/arabia-saudita-intensifica-su-guerra-petrolera-con-rusia
El mismo día el mercado de fracking americano se hunde
https://www.energy-reporters.com/production/us-fracking-giant-feels-pain-of-pricecrash/
No cave duda de que China, Rusia, Arabia Saudita e Irán decidieron no contenerse.
Este ha sido un golpe de oportunidad y los rivales de EEUU han aprovechado la coyun270
tura para forzar su retirada de los mercados, excluyéndolo del juego mundial. No ha sido
difícil, ya que EEUU ha sancionado desde 2016 a medio planeta autoimponiendose así
restricciones más que afectando a sus socios.
Como se menciona las sanciones económicas son un verdadero aislamiento que lleva
generando el propio EEUU desde 2016 e intensificándose en 2018. Espacios vacíos
llenados por sus competidores. Ahora vemos cómo avanzan en medio de la catástrofe.
El ejército de EEUU no puede defender los intereses americanos si los políticos no
implementan las medidas políticas que ayuden a mantener el poder en el medio-largo
plazo. Como los políticos americanos son principalmente militares y empresarios, personas centradas en el corto plazo, son incapaces de desarrollar planes estratégicos más allá
de un trimestre o tener una visión de conjunto. Y en caso de tenerla, como demuestran
los análisis de inteligencia publicados, son incapaces de intervenir si eso supone una
mengua en los beneficios inmediatos, como los casos del Quantitative Easing de la Fed
o del Fracking petrolero.
¿Qué podemos esperar?
A la espera de la recesión mundial.
A la espera de que el crack de las petroleras americanas arrastre a los bancos.
https://tarcoteca.blogspot.com/2020/03/la-crisis-ya-esta-aqui-coronavirus.html
A la espera de que USA despliegue el paraguas de medidas creativas de 2008 que le
avocarán a la ruina y permitirán la transición al nuevo modelo político que guiará a la
humanidad hacia por la senda del descenso energético y el declive medioambiental.
https://kaosenlared.net/crisis-mundial-2020-y-transicion-al-postcapitalismo/
Golpe definitivo al modelo americano individualista y progresión hacia la chinificación:
En lo económico Regulación y Control frente a la desregulación y descontrol impuesto por el neoliberalismo de Estados Unidos/ Wall Street. Tendencia acentuada en 2019 a
raíz de la protestas globales en defensa del medio ambiente solicitando controles tanto a
la producción como al consumo. Las miradas se giran al modelo capitalista chino. Esto
no quiere decir que las élites no se enriquezcan a expensas de las trabajadores. Significan
que lo harán más lentamente dando oportunidad al sistema a adaptarse a las nuevas
situaciones de carestía y aumentando el conformismo. Como en China. Los estados volverán a establecer controles en los mercados conforme avanza la influencia china. Aquél
que no lo haga irá a la ruina como EEUU, o será absorbido por el pez grande. Este es el
caso de la Unión Europea, primero en la órbita norteamericana y ahora cazada como un
ratón en la órbita china.
En lo político: Gobernanza, concepto muy en boga de las élites y promovida por
todas las instituciones internacionales. Como hemos visto, gabinetes técnicos ocupan
los lugares de toma de decisión desplazando a los políticos. Práctica evidente con la
pandemia actual, pero su verdadero alcance fue visto en 2008 en Italia con el Gobierno
técnico de Mario Monti, hombre de Goldmand-Sachs. Una vieja receta que volverá. Las
dudas se aclaran en cuanto que estos gabinetes técnicos están formados por consejeros
271
de las grandes empresas.
En lo social es difícil de discernir, porque está influenciado por lo político y lo económico. La fragmentación social es total en el mundo occidental, pudiendo entenderse
que las desigualdades han llevado a una completa disociación social como informa el
relator de la ONU sobre EEUU en 2018. Los escasos datos e informes sobre China no
permiten dilucidar una imagen clara. Parece que se han establecido fuertes medios tecnológicos que no han evitado efectos tales como la destrucción de las familias extensas,
el desarraigo, el aislamiento, pero si la paz social por el control y el trabajo.
Si algo queda claro es que el modelo neoliberal es totalmente incapaz de abordar los
grandes problemas de nuestro tiempo, como son la transición energética, el deterioro
ambiental, o una simple pandemia. Pero tampoco problemas locales como el terremoto
de Haití, los huracanes del caribe, las inundaciones de Mozambique o las hambrunas
africanas. Cae el gigante verde de pies de barro.
Fuente – https://tarcoteca.blogspot.com/2020/03/guerra-de-petroleo-y-covid-19-semana.html 14.3.2020
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PLANETA FUTURO
El mundo tiene que prepararse para la próxima gran pandemia letal
Un comité de expertos entrega a la ONU un análisis sobre el riesgo de una emergencia
sanitaria global y qué hay que hacer para prevenirla. ¿La mayor amenaza? Una gripe masiva
y mortal
Patricia Peiró
Nueva York 5 OCT 2019 - 17:38 CEST
Si un brote de un nuevo y agresivo tipo de gripe estallara mañana, el mundo no
tendría herramientas para evitar la devastación. Morirían entre 50 y 80 millones de
personas y liquidaría el 5% de la economía global. No contamos con las estructuras suficientes para hacer frente a la próxima pandemia letal. Esta es la cruda realidad sobre la
que alerta un grupo de expertos de la OMS y el Banco Mundial, reunidos en una junta
recién creada y llamada The Global Preparedness Monitoring Board (GPMB), a los que
la ONU encargó una evaluación tras la última epidemia de ébola en África subsahariana,
con el objetivo de aprender de los errores del pasado.
Los especialistas han analizado las infraestructuras, el dinero disponible para emergencias, el número de profesionales capacitados para solucionarlas y los mecanismos
de coordinación entre países. Según las conclusiones de su primer Informe anual sobre
Preparación Mundial de Emergencias Sanitarias, “el espectro de una urgencia sanitaria
global se vislumbra en el horizonte”. “Sería genial decir que estamos preparados para lo
que puede venir, pero no es así. Tenemos que hacer una serie de cambios y vamos a controlar que se lleven a cabo”, explica la supervisora de este análisis, Harlem Brundtland,
que fue primera ministra de Noruega (1981, 1986-1989 y 1990-1996) y directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre 1998 y 2003. El documentó
se presentó en Nueva York la última semana de septiembre coincidiendo con la cumbre
de la ONU de cobertura sanitaria global.
¿Por qué no hay aún una vacuna para el VIH?
“La inversión que ha hecho España contra las pandemias se puede perder”
“Se puede acabar con el sida, la malaria y la tuberculosis en 2030”
La junta que ha elaborado este informe está compuesta por 15 miembros entre los
que hay técnicos, políticos y altos representantes de diferentes organismos. “Durante
mucho tiempo hemos permitido que se suceda un ciclo de pánico y abandono: prodigamos los esfuerzos cuando surge una amenaza grave y nos olvidamos rápidamente cuando
remite”, reza el documento entregado a la ONU. ¿Qué hay que cambiar? “El escollo
273
principal es la financiación. Sigue sin invertirse lo suficiente, aun siendo lo más inteligente desde el punto de vista económico. Por cada dólar invertido en vigilancia, ahorras
10 en servicios médicos”, apunta Elhadj As Sy, secretario general de Cruz y Media Luna
Roja, y otro de los responsables del estudio. Los expertos señalan acciones muy concretas que adoptar por parte de los países más ricos, como por ejemplo destinar cantidades
significativas a fondos destinados a la salud global, el Fondo Mundial de lucha contra la
malaria, el sida y la tuberculosis, la alianza Gavi (destinada a promover la vacunación), y
la Asociación Internacional de Fomento, que ofrece préstamos asequibles a países en desarrollo. España, por ejemplo, acaba de anunciar que volverá a aportar dinero al Fondo
Mundial después de ocho años.
Compromisos para prevenir una epidemia masiva
Estos son algunos de los objetivos concretos que determinan los autores del informe
sobre preparación mundial para emergencias sanitarias:
Elaborar un plan de seguridad sanitaria, determinar los recursos y nombrar a un coordinador de alto nivel para aplicar estas medidas.
La OMS y el Banco Mundial, en colaboración con los países, tienen que elaborar y
aplicar intervenciones prioritarias que puedan financiarse en los ciclos presupuestarios
actuales
Los donantes y los países deben establecer plazos para la financiación y desarrollo de
una vacuna universal contra la gripe y antivíricos de amplio espectro.
Fortalecer la I+D antes y durante el estallido de una epidemia
La ONU y la OMS tienen que definir con claridad las funciones y responsabilidades
y los mecanismos de activación oportunos para la respuesta coordinada en caso de emergencia sanitaria.
También encarga a estos organismos realizar dos ejercicios de formación y simulación,
uno de ellos sobre un patógeno respiratorio letal.
Otra de las recomendaciones del informe comienza con la preocupante advertencia
de que “hay que prepararse para lo peor”. Esto quiere decir que nadie es ajeno a las consecuencias más nefastas. “Europa y Norteamérica se sienten muy a salvo, pero hay que
explicar a la gente que, en un mundo interdependiente, cualquier brote puede afectar,
como mínimo, a los países vecinos. Creo que todavía no somos conscientes de lo conectado que está este planeta a través del transporte aéreo. En cuestión de horas puedes
haber llevado cualquier enfermedad de un lado del globo a otro”, recalca Brundtland.
“Si queremos empezar a prepararnos ya, hay que instalar laboratorios en zonas en riesgo,
preparar personal cualificado como epidemiólogos e informar a la población para que
ellos mismos sean los primeros que den la voz de alarma. Pero no estoy diciendo nada
nuevo: 189 Gobiernos ya se comprometieron en la cumbre de Abuya de 2000 a destinar
el 15% de su presupuesto a mejorar la sanidad y no lo han hecho”, apunta As Sy. “Yo era
directora general de la OMS durante esa cumbre, recuerdo el entusiasmo cuando se llegó
a ese acuerdo, y comprobar 20 años después que estamos tan lejos de ese objetivo...”, se
lamenta su compañera.
Un ejemplo actual lleva al terreno de todo lo que dice este análisis sobre el papel.
274
David Gressly, quien coordina la respuesta de la ONU al último brote de ébola en República Democrática del Congo (RDC), explica que uno de los ejes en los que ya están
trabajando, incluso antes de que la epidemia finalice, es el después. “Este brote ha estallado porque la vigilancia no ha sido buena, y la respuesta se retrasó mucho. Nos hemos
dado cuenta de que el enfoque clásico ya no funciona realmente. Y si no previenes bien,
la respuesta después es más costosa”, señala.
El experto defiende con datos la necesidad de actuar de un modo diferente: “Esta es
la décima epidemia en RDC desde 1976. Las últimas cuatro se han producido en los
últimos cinco años. Los brotes no solo estallan cada menos tiempo, sino que además
son más complejos porque la población se aglutina cada vez más en grandes ciudades”.
ONU Hábitat estima que para 2050, el 70% de la población mundial será urbana. Este
proceso ya es visible. Muchas ciudades, especialmente en países menos desarrollados,
crecen sin control y, por tanto, sin una previsión de servicios, incluidos los sanitarios y
asistenciales. Una característica que en el futuro dificultará, y mucho, anticipar la transmisión de una enfermedad.
Los expertos de este informe se han comprometido a analizar dentro de un año qué se
ha hecho y qué no. Aseguran que ya están trabajando en recopilar el suficiente número
de datos para señalar quién está obviando las amenazas y quién toma medidas.
La realización de este artículo ha sido posible gracias al apoyo de UN Foundation.
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Coronavirus, la justificación de los capitalistas
para salvar su moribundo sistema económico
PCOEMar 12, 20200
Todos los medios de comunicación, mejor dicho de manipulación, de masas del Capital en las diferentes potencias imperialistas no dudan en sembrar un clima de terror,
de pánico, entre los pueblos con respecto de la enfermedad COVID-19, más conocida
como coronavirus.
Si bien de este virus se empezó a hablar en China en el mes de diciembre de 2019,
cuando los medios iniciaron su campaña de atemorizar a sus ciudadanos, debemos fijarla
en torno al 25 de enero del presente año, ubicando el epicentro de dicha enfermedad en
Wuhan, una ciudad industrial de la parte central de China.
Los capitalistas, lejos de ver el coronavirus como una de las muchas enfermedades que
a lo largo de la historia ha tenido que combatir el ser humano, han visto en este momento una oportunidad para, por un lado, justificar la bancarrota de su sistema económico
a nivel planetario, del imperialismo y, por el otro, aplicando la manipulación social a
través de los medios de masas generando el miedo entre los ciudadanos de los distintos
países, una fórmula para recortar derechos y libertades a los pueblos, a los trabajadores,
y adaptar la base económica a la realidad a la que nos está llevando la descomposición
del capitalismo monopolista unida al desarrollo tecnológico a favor de los monopolios,
y de paso inyectar liquidez a las empresas, a los bancos, y hacer una nueva redistribución
de la riqueza decantándola, todavía más, a favor de los grandes monopolios y banqueros.
Un mensaje que los medios del capital se encargan de reiterar es el de la caída de la
economía mundial y nacional, culpabilizando de ello al coronavirus. Sin embargo, este
mensaje es totalmente falso, como lo acredita la situación económica mundial existente
en el mundo antes de que se oyera hablar del coronavirus. Un informe del banco de
inversiones suizo UBS de finales de septiembre, señalaba que el 55% de las empresas
que controlan las inversiones de las familias multimillonarias a nivel mundial, con un
capital promedio de 1.300 millones de dólares, consideraba que habría una crisis económica global en el año 2020. De hecho, de los ricachones encuestados por UBS, el
45% admitieron que ya habían comenzado a tomar posiciones más conservadoras con
sus inversiones, apostando por bonos y propiedades inmobiliarias en lugar de acciones.
Es decir, los grandes monopolios ya advertían que habría una crisis económica en 2020
y tomaban posiciones ante ello, mucho antes de que nadie hubiera oído hablar del coronavirus. Asimismo, un 42% de los capitalistas encuestados están incrementando sus
reservas de capital ante el temor de las consecuencias de la guerra comercial entre EEUU
276
y China y del Brexit.
Es decir, los capitalistas reconocían que cada vez retraían más su capital sobre la actividad productiva salvaguardándolo en actividad especulativa, en putrefacción. Ello se
corroboraba atendiendo a los índices de producción industrial manifestados en los meses
de octubre y noviembre, los cuales a lo largo de 2019 señalaban que se habían retraído
en la mayoría de las potencias imperialistas.
Las políticas monetarias llevadas a cabo durante estos años, tanto por el BCE como
por la FED, al objeto de salvar a los bancos, salvar a las corporaciones financieras y salvar
a Estados quebrados, han llevado a la inyección masiva de liquidez – darle al botón de la
máquina de hacer dinero ficticio – generando tipos de interés bajos, negativos incluso,
de tal modo que han alimentado el capitalismo putrefacto, financiero. Lo han alimentado de tal manera que, con el exceso de liquidez provocaron la depreciación progresiva de
los productos financieros, de tal manera que los han estado ahogando en su propia salsa
de la liquidez, el capitalismo financiero putrefacto. El imperialismo apostó la salida de la
crisis de 2008 al endeudamiento, de tal modo que el mundo cada día está más endeudado y, lejos de estimular el crecimiento por la vía de la producción y de la inflación, ambas se contraen e, incluso, muchos analistas llevan años anunciando escenarios futuros
deflacionarios. Siendo esto último un efecto contrario a lo que pretende conseguirse con
estas políticas monetarias realizadas. Un ejemplo de esto último, los monopolios persiguen el endeudamiento antes que, incluso, las operaciones al contado ¿por qué? Porque
prevén escenarios deflacionarios, de tal modo que en el caso de endeudamiento a futuro
el margen de beneficio sería menor para ellos ya que el valor de endeudamiento de hoy se
prevé superior al valor de endeudamiento en el futuro. Sin embargo, esta realidad traerá
otra consecuencia: el incremento de los impagos de deuda.
Antes de que nadie hubiera hablado sobre el coronavirus, la realidad nos mostraba de
manera inapelable que el actual proceso de crisis del capitalismo, a nivel mundial, es por
su duración y magnitud, el tercero más importante. La más extensa fue la que aconteció entre 1870 y 1890 que desembocó en la Primera Guerra Mundial y en la Gloriosa
Revolución de Octubre; la segunda crisis más extensa se produjo tras el Crack del 1929
culminando con la Segunda Guerra Mundial que ensanchó las filas del comunismo.
Una característica de estos periodos de crisis es el proteccionismo y sus consecuentes
guerras de carácter económico en términos arancelarios, que como hemos visto, tenía su
expresión en la guerra comercial entre EEUU y China. El proteccionismo, el fascismo y
la guerra imperialista van, todos ellos, cogidos de la mano.
Podríamos seguir hablando del incremento de la deuda impagable norteamericana,
donde su curva de rendimientos nos llegó a mostrar que en el caso de los bonos de deuda
norteamericana con vencimiento a dos años, su rédito para los usureros era mayor que
el bono de deuda a 10 años, evidenciándose una duda de estos usureros respecto del
retorno de la deuda a dos años norteamericana. Podríamos hablar del estancamiento
de la producción a nivel mundial, y también en los países emergentes. En definitiva,
podríamos hablar de la crisis general del capitalismo, de la agonía que el imperialismo
vive a nivel mundial, situación que existía mucho antes de que el coronavirus saliera a
la palestra.
277
Sin embargo, este coronavirus es el chivo expiatorio que los imperialistas van a emplear para excusar a su sistema económico, el cual ha demostrado durante décadas su inviabilidad y su nocividad superlativa para el género humano y para la vida en el planeta.
Pero no sólo va a servir el coronavirus como excusa, también los capitalistas lo van a
usar como justificación para adaptar la base económica al grado de putrefacción máxima
al que nos conduce el imperialismo, para reestructurar las plantillas, para dar el tiro de
gracia a determinados sectores de la producción y, también, para moldear la superestructura de manera acorde a los cambios operados en la base, esto es, recortando derechos
y libertades al proletariado, a las clases populares, y profundizando en la reacción, en el
fascismo, que es lo único que hoy ya el capitalismo puede ofertar.
En el Estado español, el Gobierno de Pedro Sánchez ha adoptado medidas para responder a la crisis desencadenada por dicho virus que se reducen a dos grandes bloques:
Por un lado restringir la libertad de movimientos de la población – cerrando museos,
centros educativos, suspendiendo viajes, oposiciones, etcétera – y, por otro, acometiendo
una serie de medidas económicas orientadas, fundamentalmente, a satisfacer los intereses económicos de los empresarios, al objeto de garantizarles la liquidez por la vía del
crédito, de forma que, gestionado por la banca, el Estado avalará la deuda contraída por
los empresarios a través de la utilización de dichos créditos y, también, aliviar todavía
más la ya de por sí aliviada carga fiscal que soportan los empresarios.
Y en la dirección de servir a los empresarios no podían faltar los traidores sindicatos
CCOO y UGT, los cuales entre el catálogo de propuestas que han extendido a la Patronal para luchar contra el coronavirus incluyen la agilización de los Expedientes de Regulación de Empleo, EREs y ERTEs. Y es que el coronavirus va a permitir a los empresarios
ajustar sus plantillas, algo que tenían pensado hacer antes de que el coronavirus saltara
a la palestra mediática, y para CCOO y UGT es una oportunidad que se les abre para
seguir con lo que llevan haciendo en los últimos 40 años: sacar tajada firmando todo lo
que les pongan por delante la Patronal, incluyendo los puestos de trabajo. Y es, bajo estas
condiciones, como el oportunista gobierno encara una nueva reforma laboral.
Según el Ministerio de Sanidad, la crisis del coronavirus durará entre dos y cuatro
meses, quiere decir que en ese tiempo el Gobierno adoptará las medidas políticas que
necesita el capitalismo monopolista de Estado para satisfacer los intereses de la burguesía, que serán medidas orientadas a redistribuir la riqueza de manera aún más desigual
a favor de la burguesía, establecer un marco normativo en materia laboral que sirva a
los intereses de la patronal, reducción de impuestos para los más ricos y, como no, un
recorte de libertades para el pueblo.
Pero esto no es nuevo, el terrorismo yihadista – que recibía el apoyo de EEUU – sirvió
para recortar las libertades y explotar el debate sobre la dualidad de perder libertad para
ganar seguridad al objeto de justificar los recortes de libertades y, también, las guerras
imperialistas. La burguesía ahora utilizará un supuesto problema de salud pública para
arremeter contra el pueblo.
En el mundo hay una población de 7.625 millones de seres humanos. En todo este
tiempo se han producido algo más de 140.000 casos de coronavirus en 120 países, lo que
significa que este virus ha afectado al 0,0018% de la población mundial. Según los casos
278
de coronavirus confirmados y el número de muertes por dicho microorganismo, el coronavirus presenta una mortalidad del 3,32%, es decir, que hay datadas 4.647 muertes.
La gripe común, según la OMS, provoca 650.000 muertes cada año. El sarampión mató
a más de 110.000 personas en 2018 según la OMS. Sin duda, los números no justifican
el clima de histeria colectiva y de pánico que los medios del capital están sembrando en
los pueblos, en el mundo.
Los imperialistas, que sobre todo durante el año 2019 han escrito ríos de tinta sobre el
colapso económico mundial de 2020, han pergeñado su táctica para seguir sometiendo a
los trabajadores, para salvaguardar su moribundo sistema económico, y el asunto del coronavirus, sin duda, atiende a dicha estrategia. Y es que los capitalistas bien saben que el
momento de los pinchazos de las burbujas creadas – de deuda, inmobiliaria, financiera,
…- llegó y saben que sólo pueden mantenerse sometiendo a los trabajadores, reprimiéndolos y explotándolos hasta la extenuación y haciendo lo único que saben hacer: saquear
a sangre y fuego.
Ya el coronavirus les ha dado frutos a los monopolios: pueblos atemorizados, conflictos abiertos han sido soterrados, y los monopolios se enriquecen más como consecuencia
de la especulación.
El capitalismo es un obstáculo para el desarrollo de la humanidad. No sólo ha demostrado su inviabilidad, sino que acredita que únicamente se puede mantener a costa
de liquidar al ser humano y a la naturaleza. El imperialismo sólo se puede sostener por
la violencia y únicamente puede ofertar más miseria para las masas proletarias, para los
campesinos, y más represión, más reacción, más fascismo, y en este escenario también
se halla el Estado español. Hoy más que nunca, tanto en el mundo como en el Estado
español, adquiere una dimensión mayor la consigna ¡Socialismo o barbarie!
¡Fortalece el Partido Comunista Obrero Español!
¡Por el Frente Único del Pueblo!
¡Socialismo o barbarie!
Madrid, 12 de marzo de 2020
Comité Ejecutivo del Partido Comunista Obrero Español (P.C.O.E.)
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Pedro Baños: “El coronavirus determinará el
nuevo orden económico del planeta”
El coronel, que ha sido jefe de contrainteligencia del Cuerpo del Ejército Europeo, ha
impartido en Huesca una conferencia sobre geopolítica.
viernes, 28 febrero 2020, 14:27
Isabel García Macías
El coronel del Ejército de Tierra y Diplomado de Estado Mayor Pedro Baños ha
asegurado este viernes en Huesca que el coronavirus será un factor determinante en el
nuevo orden mundial que se está fraguando y que ha coincidido con la aparición de esta
crisis que afecta a la salud pública. Según ha dicho, la aparición de esta enfermedad “se
está aprovechando claramente para otro tipo de intereses geopolíticos”.
Pedro Baños, que ha sido jefe de contrainteligencia del Cuerpo del Ejército Europeo y
ha participado en diversas misiones en Bosnia, es especialista en geoestrategia, escritor y
colaborador habitual en diferentes programas de televisión. Este viernes ha sido el invitado del desayuno/coloquio organizado por la Asociación de Mujeres Empresarias de la
Provincia de Huesca (Amephu) y la Subdelegación del Ministerio de Defensa en la provincia de Huesca. El coronel ha impartido una conferencia titulada ‘Al trono mundial
por la tecnología y la economía’, sobre los movimientos que se están produciendo en
el orden económico mundial, donde la hegemonía de Estados Unidos se ve “seriamente
amenazada por el gigante chino”.
El sistema 5G
Baños ha insistido en que la aparición del coronavirus tendrá una gran repercusión
en un momento en el que China estaba despegando y adelantando tecnológica y económicamente a Estados Unidos, que verá beneficiado en temas como el del 5G, donde
los chinos eran punteros. No obstante, ha señalado que todavía no pueden adelantarse
las consecuencias de esta crisis porque “aún estamos al principio”. “Pero pueden ser muy
significativas y variar el curso que llevaba China, que estaba superando al resto del mundo en todos los aspectos”, ha aseverado.
El coronel, que está en situación de reserva, ha insistido en que la situación se está
aprovechando para poner freno al gigante asiático porque a Estados Unidos “le beneficia
un desgaste por la parte propagandística de esa China que era su gran competidor. De
todas formas, ha apuntado que hay muchas más partes afectadas por el coronavirus y
“veremos cómo habrá cada vez más casos de infectados en África, donde puede que no
se estén haciendo test o donde, a falta de una sanidad tan robusta como la que tenemos
en España se esté confundiendo con una gripe o una neumonía”. A este respecto, Pedro
280
Baños ha señalado que “ tenemos un sistema sanitario muy robusto y con medios y
personal motivado y que, hoy por hoy, con los datos que tenemos no tenemos por qué
tener ningún miedo”.
El desayuno-coloquio, en el Sancho Abarca, ha estado muy concurrrido.Pablo Segura
El experto en geopolítica ha explicado que “hay un gran movimiento subterráneo
entre la diplomacia y los servicios de inteligencia de China y Estados Unidos”, que presionan a los países europeos, “unos para que se adopte el sistema 5G y otros para que no
lo hagan”. Baños ha recordado que hace pocos días, durante la conferencia de seguridad
de Munich, el secretario de estado estadounidense, Mike Pompeo, dijo bien claro que
“el enemigo ahora es China y eso significa que tiene que ser también enemigo de todos
los países europeos”. “El problema es que el 5G de China no solo es que sea bueno sino
que tiene una ventaja que no tienen los demás, que es mucho más barato”, ha apostillado
el coronel.
La suspensión del Mobile
Como ejemplo de esta “guerra” se ha referido a la suspensión del Mobile World Congress (Congreso Mundial de Móviles) que se organiza en Barcelona. En su opinión, está
claro que detrás de esa decisión estaba Estados Unidos. “El Mobile era la gran muestra
del desarrollo tecnológico de China, y no solo del 5G sino del resto del conjunto de los
móviles”, ha comentado Pedro Baños. Según ha indicado “Huawei vende 250 millones
de teléfonos al año cuando en 2011 vendía 20 millones y esto impresiona a Estados
Unidos, que ve que ese está quedando relegado y, al final, la economía es lo que te da el
poder absoluto en todo el planeta”.
En este escenario, Europa tendrá que “reinventarse”. El coronel Baños ha manifestado
que “vamos camino de la irrelevancia si no nos reinventamos porque el desarrollo tecnológico que teníamos desaparecido”. “Ya no estamos en la punta de lanza y quien no tiene
la tecnología no vende, no tiene ingresos y al final se desgasta a sí mismo”, ha apostillado.
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Cuántas mentiras...
Pedro Burruezo Navarro
Dios mío... Cuántas mentiras... Ahora resulta que todos los políticos del mundo, de una
ideología y de otra, están extraordinariamente preocupados por la salud de la población.
De repente, la salud de la ciudadanía es lo único que les preocupa. Me troncho. Llevo 20
años trabajando, además de en la música, en The Ecologist. He leído cientos y cientos de
informes y de casos sobre cómo todos los grupos políticos habidos y por haber, de todos los
países, han hecho la vista gorda ante ciertos problemas de gravísimas consecuencias para
salud de las personas y de la Naturaleza. He visto y comprobado una y otra vez cómo los
lobbies de las grandes empresas han presionado hasta la saciedad a los gobiernos, meros
títeres, para que no se cumpla el Principio de Precaución ante la puesta en marcha de proquctos químicos, fármacos, tecnologías, etc. he visto cómo ciertas legislaciones internacionales y estatales han destrozado las economías locales que permitían el sustento de sistemas
de vida en armonía con la Tierra. Nuestro mundo está saturado de sustancias químicas
y de todo tipo de peligrosísimas consecuencias que causan cáncer, esterilidad, todo tipo
de disfunciones, obesidad, diabetes, enfermedades neurológicas, patologías mentales... La
contaminación química, nuclear, electromagnética, acústica, lumínica... campan a sus anchas. Nuestros alimentos están muy contaminados. El cambio climático... La destrucción
de la Naturaleza, de las sociedades tradicionales, de los ecosistemas... ¿Y qué pasa con la
pandemia de cáncer? Cientos y cientos de miles de muertes en todo el planeta cada año
por causas bien conocidas reportadas por miles y miles de científicos independientes que
ponen en peligro sus trabajos y sus sueldos para enfrentarse a empresas todopoderosas que
nos están matando a poco. Pacientes que pasan a ser enfermos crónicos... ¿Qué han hecho
mientras nuestros políticos? En el mejor de los casos, mirar hacia otro lado. Nada más. Y
dar cobertura a científicos a sueldo de esas grandes empresas que han intentado ocultar los
informes y trabajos de los especialistas más concienciados. El afán de lucro, ese ídolo, ha
guiado a empresas, políticos, científicos corruptos... Ellos sí que han puesto en peligro a la
Humanidad y a las generaciones futuras. Los resultados de sus actos han sido devastadores.
¿Qué diferencia a la actual crisis? Que los resultados de esta crisis son inminentes. En el
caso de la contaminación química, o nuclear o electromagnética, son a largo plazo, pero
igualmente desastrosos o mucho más incluso. El Sistema se hunde desde dentro y un simple virus pone en jaque el endiosado homus tencologicus. Que sirva para que el ser humano despierte ante las mentiras con que los poderes oscuros que gobiernan el mundo están
intentando que vivamos arrodillados. Seamos prudentes ante el virus, sí, pero rebeldes y
conscientes: el aborregamiento sólo conduce al caos. Y un caos, por más compartido que
sea, no deja de ser caos. Reforzad vuestro sistema inmunológico. Mucha vitamina, muchos
alimentos ecológicos, más vegetales que animales, mucho amor y ternura. Y buena música
que eleve el alma ante la oscuridad que se cierne. Los que corrompen el mundo tendrán
que dar cuenta, tarde o temprano, de sus actos....
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Lecciones impartidas por el coronavirus de la COVID-19: El
decrecimiento “ordenado” es posible
Publicado el 16/03/2020 por Pepe Galindo
Muchos han muerto y otros morirán por culpa de la enfermedad del COVID-19. Si
una muerte ya es algo dramático, una pandemia es algo muy triste. Pero este episodio
nos deja unas cuantas lecciones impartidas que podemos aprender (o no). Veamos:
El decrecimiento, algo que parecía una utopía para muchos, se ha hecho realidad,
aunque sea temporalmente. Esta es la principal lección que debemos aprender y practicar. Reducir la contaminación es posible y deseable. Por malo que sea este coronavirus,
la reducción en la contaminación ha salvado más vidas que los fallecidos. El frenazo en
la producción ha supuesto un respiro para toda la biosfera (Homo sapiens incluidos).
La segunda gran lección que debemos aprender es la humildad. Los seres humanos
somos vulnerables y la tecnología no resuelve todos los problemas. Los problemas que
resuelve la tecnología requieren grandes cantidades de energía y materiales. Cuando no
tengamos acceso a ello, las soluciones tecnológicas no estarán disponibles. Actuar unidos
y con sensatez es el mayor poder del ser humano, en cualquier contexto.
Resolver los problemas a tiempo tiene ventajas respecto a dejarlos para el final. Los
problemas ambientales ya son demasiado graves y tenemos un amplio abanico de soluciones que tenemos que aplicar urgentemente. ¿A qué estamos esperando?
Este virus ha servido para tomar conciencia de que viajamos demasiado y de que es
muy fácil viajar menos. Millones de vuelos han sido cancelados y la humanidad no ha
percibido graves efectos más allá de inconvenientes a minorías. Tenemos que replantearnos el turismo y las relaciones profesionales. Con virus o sin virus, deben evitarse los
viajes en coche o avión que sean prescindibles. El avión es el medio de transporte más
contaminante jamás inventado (con más problemas aún si es low cost).
La globalización tiene grandes ventajas y grandes inconvenientes, pero podemos minimizar los problemas. Una enfermedad en China se convierte en pandemia global.
Igualmente, la contaminación en China mata a personas por todo el globo, aunque eso
no sea tan evidente a pesar de que los científicos lo han dejado claro.
Los cambios radicales son aceptados y entendidos por la sociedad, cuando los gobernantes los explican apoyados en la ciencia.
Las TIC nos ofrecen mecanismos para trabajar desde casa, evitando pérdidas de tiempo y contaminación. Hasta el gobierno español ha hecho videoconferencias (con los
presidentes de las distintas comunidades) ahorrando también pingües gastos de dinero
público. La asistencia a congresos con dinero público debería ser exclusivamente a distancia.
Reducir la jornada laboral es algo positivo para las personas y el planeta y no tiene que
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ser necesariamente algo negativo para las empresas. Lo importante no es estar presentes
en el lugar de trabajo muchas horas sino cumplir objetivos. Para no ser calificados de
“radicales”, pedimos al menos probar una microrreducción de la jornada laboral, algo
fácil de implementar en casi todos los trabajos y que seguramente conlleva un aumento
de la productividad (como ha ocurrido anteriormente).
No todos los empleos son igual de necesarios. Hay sectores que son muy importantes (sanidad, educación, redes eléctricas, trenes…) pero otros son muy prescindibles
o directamente perjudiciales. Debemos hacer una transición sensata a una economía
verde, potenciando los sectores importantes desde lo público, lo cual nos garantiza una
respuesta controlada y equitativa ante cualquier contratiempo. La transición es obligatoria. Nosotros podemos decidir si hacerlo ordenadamente, o hacerla cuando un colapso
ecológico nos obligue de forma poco agradable.
Se pueden cancelar actos contrarios a la vida y a la ética sin trastornos. El coronavirus
ha hecho cancelar eventos de tauromaquia y jornadas de caza. Miles de animales han
salvado su vida y cientos se han salvado, por el momento, de una tortura atroz.
Se pueden escuchar los pájaros en las ciudades o simplemente el silencio. ¿No nos
avergüenza a los humanos ser más productores de ruido que de música?
Se puede relajar el objetivo de déficit para las cosas importantes. La Comisión Europea lo ha hecho con Italia (pero no lo hizo con las crisis de Grecia ni de España). Algunos
dicen que es “porque el coronavirus también mata a gente rica y amenaza con un nuevo
derrumbe económico global“. Es muy urgente eliminar la norma que imposibilita que
el BCE preste dinero a Estados (Art. 104.1 del Tratado de la UE). El objetivo de ese
artículo es evidente: no importa el bien común, lo importante es que llegue a los bancos
el dinero de los de abajo.
Rescatemos la solidaridad y la unidad. En tiempos convulsos, surge lo mejor (y puede
que lo peor) de algunas personas, pero la solidaridad siempre está presente. Debemos
potenciarla para que la conciencia de equipo y el bien común estén por encima de
intereses particulares. El coronavirus nos ha servido para darnos cuenta de la calidad
humana de muchos profesionales (médicos, enfermeros, trabajadores de tiendas de alimentación, distribuidores, centrales eléctricas…). Por solidaridad y justicia, las grandes
fortunas y las grandes empresas tienen mayores compromisos para con esta transición.
Los paraísos fiscales son un cáncer que nos impide avanzar en la dirección correcta.
David Trueba ha inventado una distopia posible: Imaginen que el coronavirus se extiende por Europa incontroladamente. Si África fuera un lugar seguro, ¿emigrarían allí
los europeos? ¿Aceptarían los africanos la llegada de europeos pobres?
Así pues, la crisis del coronavirus nos ha mostrado que podemos hacer grandes cambios, sin grandes trastornos. Algunas personas han salido perdiendo con estos cambios,
pero el bien común es más importante que el bien particular.
El impacto en la economía será muy fuerte, pero muy necesario y una excelente
oportunidad para reformular muchos planteamientos (fomentar turismo local, reducir
jornada laboral, quitar privilegios a los bancos y a los coches…). No obstante, las pequeñas empresas y los más vulnerables deben ser ayudados ante estos cambios. Recordemos
que el primer mundo tiene muchos tipos de pobreza y la solución es siempre la misma.
284
Un posible riesgo asociado al confinamiento de la población por el coronavirus es que
dentro de 9 meses haya un boom demográfico. Los científicos han concluido que tener
un hijo tiene un impacto ambiental descomunal (comparado con otras acciones como
dejar de viajar en avión, reciclar o usar renovables). Uno de los objetivos ambientales
más difíciles de controlar es la superpoblación.
Conclusiones
La emergencia climática es una emergencia sanitaria de mayor gravedad y urgencia
que la del COVID-19. Pase lo que pase con el coronavirus, algunas medidas tomadas
deberían mantenerse. Y otras medidas urgentes no deben postergarse más. Por ejemplo,
la agricultura ecológica será parte de la solución, sea cual sea ésta (como explica Vandana
Shiva).
Para terminar, la primera letra erre de la ley de las tres erres es REDUCIR: reducir la
producción, reducir el consumo, reducir los viajes, reducir las horas de trabajo, reducir la
natalidad… Algunas demandas ecologistas “clásicas” han sido implementadas de forma
inmediata por culpa de un virus que, al fin y al cabo, es menos letal que la contaminación atmosférica. Hemos aprendido que podemos hacerlo. Y además, sin virus es más
fácil organizar y pensar las cosas con calma y con sentido ambiental.
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¿El coronavirus, es de izquierdas o de derechas?
Por Rafael Cid Publicado el Mar 11, 2020
Después de conocerse que la epidemia ha dejado fuera de combate al diputado de
Vox Ortega Smith, y pendientes aún de datos sobre si también hubiera contaminado
a los asistentes al mitin de Vistalegre, celebrado el pasado fin de semana en Madrid, la
posibilidad de un coronavirus anticapitalista, o al menos de izquierdas, ha comenzado a
gestarse en algunas testas intelectuales de reconocido prestigio.
Amparados en la <<doctrina del shock >>, un capitalismo del desastre cuyo auge
anunciaba la activista canadiense Noami Klein, que reporta calamidades, guerras y cataclismos como la doma que utiliza el orden neoliberal para imponer su cartilla de racionamiento económico-social, algunos analistas de profundis están escrutando en la
epidemia una especie de ángel exterminador del sistema. Otros, en el envés del mismo
registro, cifran en sus efectos la treta del poder para postrarnos mansamente a sus pies.
Adicto al primer supuesto, y con la deslumbrante pirotecnia acostumbrada, destaca
el profesor esloveno Slavoj Žižek. El que fuera candidato a la presidencia de su país en
1990 por el Partido Liberal Democrático, y hoy best seller de fervorosas multitudes pret
a porter, acaba de dejar en Russia Today (RT) su inapelable veredicto sobre el coronavirus. Se trata, ha aventurado el pensador que un día se definió como <<filósofo estalinista
radical>>, de un <<golpe al capitalismo a lo Kill Bill que podría reinventar el comunismo>>. Como un padre devorando a su hijo pródigo, así, la China de los sistemas, verde
por fuera y roja por dentro, habría espabilado la epidemia para volver a dónde solía. Al
comunismo de la revolución pendiente.
10 efemérides europeas del año 2019
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Escenario difícil pero no inviable, aunque precisaría de <<patologías previas>> en el
seno aparato del Partido Comunista Chino que vigila hasta los sueños de la población en
aquella inmensa fortaleza. Tal acaba de ponerse de manifiesto a raíz del acuartelamiento
social decretado por el mando supremo de Pekín. Pero, lo intenso de Žižek, siempre rizomático, es que ve el proceso en marcha capaz de preñar otro mundo posible. <<Quizás
otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectara:
el virus de pensar una sociedad alternativa más allá del estado-nación”. La conspiración
biopolítica de las plagas como partera de la historia. En el contexto de la cabalística del
modelo Žižek nada resulta inverosímil. De momento Vladimir Putin, el padrino del
medio que ha difundido su arenga, ha sido reelegido por la Duma para ostentar la presidencia de Rusia hasta el 2036 sin necesidad de ser investido Zar.
El otro exponente de la comunidad de sabios que ha contemplado el estallido del coronavirus como una especie epifanía (mortal en su caso) ha sido Giorgio Agamben, me286
diante un discurso que contiene una asimilación ortodoxa de lo predicado por la señora
Klein. Lo ha hecho cargando contra las medidas de emergencia adoptadas por las autoridades de su país que califica de <<frenéticas, irracionales y completamente injustificadas
para una supuesta epidemia>> El autor de obras tan influyentes como Homo sacer. El
poder soberano y la nuda vida considera que las limitaciones de movilidad impuestas y
la alteración de las condiciones de vida y de trabajo tienen que ver con <<una tendencia
creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno>>.
Ciertamente, la inclinación de las democracias de mercado a reprogramar la sociedad
civil en la servidumbre voluntaria ha sido un objetivo central de los trabajos de Agamben
a lo largo de su ya extensa y brillante trayectoria. Lo nuevo ahora es que el italiano ha
creído ver en esas disposiciones ejecutivas el signo de emergencia de un nuevo tipo de
paternalismo totalitario, un algoritmo del sometimiento. <<Parecería –asegura en el texto citado- que habiendo agotado el terrorismo como causa de las medidas excepcionales,
la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá
de todos los límites>>.
Viento del este, viento del oeste, lo evidente aquí y ahora es que el coronavirus les
prefiere ultras.
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El coronavirus desata el pánico
ROSA MARÍA ARTAL
El coronavirus está haciendo una radiografía nítida de la sociedad, desnudando la maldad
y la decencia, los verdaderos intereses y la madurez de la ciudadanía
Decenas de personas cargadas de provisiones esperan para poder pagar en un supermercado en Madrid. Europa Press
Y de repente el coronavirus irrumpió en la sociedad. Primero fue a por los chinos –
remedando casi a Martin Niemöller-. Y nada se hizo por ellos, naturalmente. Culparles,
dejar de ir a sus comercios y restaurantes, acrecentar el racismo. El coronavirus se fue
extendiendo después, a Corea del Sur primero, a Italia, a la región más rica de Italia,
a Irán. En poco tiempo, la epidemia se ha propagado a más de un centenar de países.
Y ha terminado viniendo a por nosotros. La sociedad que creía tenerlo todo previsto y
controlado se ha sumido en el desconcierto. Más aún, ha asomado el pánico al dictarse
medidas de protección que implican cierres y aislamiento.
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Cómo funcionan y quién debe hacerse las pruebas de coronavirus
Un nuevo virus que provoca síndrome respiratorio agudo y que aún no se sabe cómo
tratar. Lo desconocido aterra más que nada a la sociedad inmadura. El índice de mortalidad es bajo comparado con otros patógenos similares, pero mata. Enferma y tumba a
hombres y mujeres, ricos y pobres, conservadores y progresistas, aunque preferentemente ancianos y con enfermedades previas. El mal se ha disparado sin control causando una
pandemia de miedo.
Sin control, pero con ayudas. La del temor. De la desinformación y el sensacionalismo, por descontado. Vivimos en esa era, es la que ha gestado la infantilización de la sociedad. Los males encapuchados, los fantasmas, pierden su poder con el conocimiento,
cuando se les quita la sábana. Hay que seguir atentos a lo que cuenten los científicos y las
autoridades sanitarias y, entretanto, tener en cuenta algunas premisas básicas. Extremar
la racionalidad sería la primera. Y para afrontar la enfermedad contar con un servicio
público de salud eficiente, recuperar lo que las políticas neoliberales de la derecha destrozaron. Aunque lo hayan paliado con su esfuerzo los excelentes profesionales de los
que disponemos.
Madrid, por ejemplo, la comunidad con más casos y más víctimas mortales en nuestro país, cuenta con medio millón de personas más que hace diez años y con 3.300 sani288
tarios menos; suprimieron camas, plantas enteras, consultas y dejaron la sanidad pública
“en la UVI”. Casi parece una burla que se explique como un bien para los ciudadanos las
suspensiones ahora de operaciones y consultas no urgentes, cuando es evidente la falta
de medios. Bien es verdad que Madrid ya copa la mitad de los afectados por coronavirus
en España y 21 de los 36 muertos.
La práctica aplicada en la Comunidad de Madrid por el PP se extendió por la ancha
España y hospitales de diseño de gestión privada creaban el espejismo que tapaba las
carencias. Echen un vistazo a la Castilla-La Mancha de Cospedal. Hay que ser muy mala
persona para, con ese historial, intentar sembrar la incertidumbre sobre las medidas
adoptadas por el Gobierno.
La epidemia va a tener consecuencias económicas, aunque la actividad la paraliza
más el temor que el propio virus. El primer plan de contingencia económica no es bajar
impuestos a los empresarios, es dotar de medios a la sanidad. Porque las neumonías, en
UCIs y con respiración asistida, tienen mucho mejor pronóstico que ahogadas a pelo sin
medios, porque se ha saturado o colapsado el sistema.
El Presidente Sánchez ha anunciado un plan choque que abarca cuatro grandes ámbitos para ayudar a superar esta crisis, en colaboración también con la Unión Europea que
anuncia un fondo de 25.000 millones, como corresponde a un problema de esta envergadura. Pedía confianza y unidad en la respuesta. Algunas preguntas de los sentados en
la rueda de prensa han incidido en las tesis de la derecha, sobre una supuesta tardanza en
la reacción. TVE ni siquiera ha conectado en directo en la primera cadena.
El coronavirus está haciendo una radiografía nítida de la sociedad, desnudando tanto
la maldad como la decencia, los verdaderos intereses y la madurez de la ciudadanía. No
todos lo ven, hundiéndose más en el pozo de sus miedos y rencores. Quienes desde la
política, como Pablo Casado del PP hizo el lunes, aprovechan la coyuntura para sacar tajada, muestran una actitud deleznable. Tampoco ayudan nada los bulos que circulan por
WhatsAPP dado que hay mentes débiles, especialmente porosas a este tipo de trampas
dañinas. Ni las exageraciones mediáticas.
“Se les ha ido de las manos”, dicen incluso desde actitudes racionales algunas personas. ¿El qué? ¿A quién? Lo primero que hay que entender es que no todo está previsto,
ni en España ni en parte alguna y que entre otras muchas cosas, los virus operan con sus
propios mecanismos que no nos consultan.
Algunas nociones elementales no estarían de más. Los virus proceden de una escisión
en el árbol de la vida al separarse de humanos, animales y plantas. Son elementos muy
básicos. La mayoría no tiene ADN, sino ARN, el ácido ribonucleico que por cierto
descubrió el científico español Severo Ochoa al punto de conseguir el Nobel en 1959.
El virus pone a trabajar para él a la célula que invade. Un titular sensacionalista alertaba
de que cada unidad produce 100.000 “hijos” del virus en la célula. Pero se estimahay
37 billones de células distintas y los cien mil hijos de una sola hay que situarlos en ese
contexto. Y no olvidemos que, por supuesto, el organismo suele reaccionar al invasor. El
cuerpo humano combate por sí mismo los virus. De ahí por ejemplo las vacunas que la
idiotez supina ha venido cuestionando cuya labor es reforzar ese rechazo. Toses, estornudos, son los mecanismos que el virus encuentra para salir a colonizar otros organismos.
289
El coronavirus tiene al parecer menor contagio por aire que a través de las manos donde
permanece más tiempo. Y desde luego no está creciendo de forma exponencial, sino
lineal, por más que venga en la prensa. A tenor de los datos disponibles,no se multiplica
por sí mismo.
Es primordial saber que las bolsas de valores no se hunden por el temor a que mueran
ciudadanos. Una de las causas principales de este cataclismo ha sido la enorme dependencia de la producción china, desde que entró en el mercado mundial en 2005. Antes,
cuando los derechos humanos importaban, no se le había permitido. Y entró abaratando
costes y trabajo, ya saben ustedes. Añadan también las guerras comerciales y de poder
estratégico que se están librando ahora mismo y que muestra la caída del petróleo. Hasta
un 30%, el lunes. De todos modos, las bolsas son muy emocionales y lo mismo que
bajan, suben.
Europa, medio mundo, se nutría de la producción china en tecnología y componentes –que difícilmente quedarán del todo postergados- y en textil y moda. Ahora
descubren que ya no hay fábricas donde volver a coser cerca, las hundieron los precios
más bajos. El coronavirus lo ha alterado todo. No el afán de lucro. Buscarán donde sigan
cosiendo barato. Lo más esencial, la vacuna efectiva, se guía en su investigación con el
mismo propósito. Una vacuna no se improvisa en dos días, precisa de ensayos y comprobaciones clínicas, pero ya se trabaja en su búsqueda. Sin cooperar entre las distintas
investigaciones, importa más el beneficio que la salud. Ojalá sirviera esto para operar
cambios profundos en las mentalidades.
El coronavirus está cambiando drásticamente las costumbres como se intuía hace
ya semanas. Los niños sin colegio y en casa como ocurre ya en Vitoria o La Rioja, y en
Madrid desde este miércoles han disparado las alarmas. En Madrid son millón y medio
de alumnos con padres que trabajan, no todos con abuelos. Y cierran universidades.
Y se suprimen las visitas a las residencias de ancianos que por otro lado son necesarias
anímicamente. Y no funcionan tampoco los centros de día para mayores. Italia impuso
normas así de drásticas con 9.000 casos y 463 muertos. Personalmente, me planteo si en
España, con 1.200 casos el lunes y 30 muertos, el balance entre beneficios y perjuicios es
positivo. Aunque la presión política y la psicosis mediática influyen y mucho.
Ha dado positivo el diputado del congreso, concejal en Madrid y líder de Vox Ortega
Smith y se ha suprimido la activdad parlamentaria dl Congreso esta semana. Es una
medida prudente. Desde su formación culpan al Gobierno, pero eso no es noticia, no es
nuevo. Santiago Abascal se reunió en Nueva York con el senador repúblicano Ted Cruz,
que hubo de someterse a cuarentena por ser portador también de coronavirus. Este fin
de semana ambos participaron en un acto en Vistalegre, Madrid, estrechando manos y
ante centenares de personas. Han pedido disculpas por ello.
La histeria se palma en Madrid, por ejemplo, vaciando estanterías de supermercados
como si se acercara literalmente la peste, que no es el caso. No se habla de otra cosa, no
se teme otra cosa. Entre desorbitar las precauciones y tomárselo a broma, hay un abismo.
Porque, ¿hasta dónde encerrarse previene el contagio? En Wuhan, el foco en China, ha
funcionado y disminuyen los casos ya. Según la OMS, el 70% de los 80.000 casos reportados en China se han recuperado. Pero ¿dónde se para la cadena aquí? ¿Pueden trabajar
290
desde casa las cajeras de los supermercados? ¿Y los conductores de transportes públicos?
¿Médicos y el resto del personal sanitario y no sanitario de los centros asistenciales?
El pánico –y la insolidaridad- desabastecen supermercados y recursos de los disponibles. La sociedad programada para la comodidad descubre, como decía el escritor
Fernando Aramburu, que en caso de emergencia la prioridad es limpiarse el culo. Se
han producidohasta peleaspor el preciado elemento que no tiene tantos años de historia.
Atrás quedaron las hojas de lechuga, y el agua corriente corriendo. Ya decimos, la grandeza y la bajeza, lo que se considera esencial y accesorio, quedan retratados en la sociedad
del coronavirus. Noticias decisivas, corrupciones al más alto nivel, quedan ensombrecidas ante temores reales o supuestos.
De entrada, vemos que se ha prohibido enfermar de ninguna otra cosa en la práctica
en algunos lugares o una serie de personas se lo han prohibido a sí mismos. Ya no hay
catarros, ni gripes comunes, ni dolores reumáticos, ni de estómago. Se han descongestionado las urgencias. Espero que todavía quede espacio para atender piernas rotas o cólicos
intensos, nacimientos y situaciones críticas. En cierto modo estamos volviendo a la vida
de varias décadas o siglos atrás. Los males leves se curan en casa, sin pasar por el galeno.
Y es por miedo al contagio.
Algunos aviones vuelan vacíos para no perder su sitio en los aeropuertos, porque se
están resintiendo los viajes. La gente no va o va menos a restaurantes y tiendas. Ni a
espectáculos. Retornan a la casa y a las redes de Internet –no olviden limpiar las pantallas de móviles y tablets, ya puestos-. El saludo japonés es la última moda. No se tocan,
no se besan. Piénsenlo dos veces, si merece más la pena sembrar y contagiar el miedo o
tomárselo con prudencia, sin duda, y cierta filosofía.
Un día u otro esto pasará. El coronavirus habrá ido y venido a por unos cuantos. Las
otras amenazas también, la manipulación, el uso en abuso, la idiotez, y es una incógnita
saber hasta qué punto las personas habrán aprendido a vivir de otra forma, más responsable, calibrando mejor sus prioridades y sabiendo valorar lo importante.
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Una renta básica universal que inmunice ante
la pandemia de precariedad vital
Por Sarah Babiker Publicado el Mar 17, 2020
Entre amigas y conocidos, en las redes sociales y las redes afectivas virtuales que estos
días están en efervescencia, empiezo a diferenciar dos ámbitos de discurso. El primero
tiene que ver con aprovechar el tiempo de pronto liberado para hablar con nuestra gente, para ver películas sin fin, hacer limpiezas generales, reflexionar sobre la aceleración
vacua en la que se desarrollan nuestras existencias, apostarle al decrecimiento, conversar
sobre utopías mientras te tomas un vino ante la pantalla con alguien a quien te gustaría
abrazar.
El otro ámbito de discurso ahonda en el miedo a la intemperie, la certeza de no poder
permitirse meses sin trabajo para quien aún lo tenga, un horizonte de crisis para quien lo
estuviera buscando. Logística familiares frágiles que zozobran ante un huracán incierto.
Autónomos haciendo números, partes de guerra económicos que me llegan en angustiadas conversaciones de teléfono o irónicos whatsapp.
Ambos campos discursivos pueden brotar y brotan de las mismas personas, todas
hemos caído en las mismas aguas, todas braceamos como podemos, pero cada vez habrá
más gente a quien le cueste mantenerse a flote. Ayer sábado, mientras esperábamos que
el presidente saliese a anunciar qué iba a hacer el gobierno ante esta situación de inédito
colapso, pensaba en esto. Luego leí algunos artículos de periódicos serios. Hablaban de
un choque dentro del gobierno.
10 efemérides de América del Sur del año 2019 (parte 2)
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Todas hemos caído en las mismas aguas, todas braceamos como podemos, pero cada
vez habrá más gente a quien le cueste mantenerse a flote
Decían que desde Unidas Podemos se peleaba por medidas económicas que amortiguasen el impacto que tiene sobre las personas que dependen de su trabajo, quedarse sin
el mismo. Decían que desde el PSOE se temía el coste que esto pudiese suponer. Coste.
Leí mucho esa palabra, asociada a lo que implicaría proteger a la gente de la inseguridad
económica. Coste. Somos un coste a modular, a racionalizar, a ponderar. Todo no se
puede.
Es muy bonita esta contención emocional que nos estamos dando, estas redes de
preocupación por las otras y de reconocimiento para quienes están enfrentando al Coronavirus desde quirófanos, con sus batas de limpiadoras, con sus uniformes de supermercado. Son muy bonitos los hashtag que apelan al ánimo y la responsabilidad colectiva,
las píldoras de optimismo que nos vamos lanzando. Todo es muy bello, pero sin base
material que sostenga esos ánimos, sin dinero en la cuenta con el que acudir a los centros
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de alimentación, los chistes sobre la escasez de papel higiénico pierden toda su gracia.
No hace mucho que regalamos miles de millones de euros a la banca, no falta nada
para que se le dan cariñitos a las grandes empresas, pero para que quien se quede sin trabajo reciba un triste subsidio, para que las familias accedan a una mínima ayuda, vamos
a necesitar horas de negociaciones a cara de perro en el gobierno, porque hoy, en este
estado, la supervivencia material de la población no es un derecho.
Quienes llevamos tiempo reclamando una renta básica universal e incondicional estamos hoy volteando la mirada al cielo, no puede ser que en una sociedad como la nuestra
el derecho a una seguridad económica sea siempre objeto de regateo. Podemos lo supo
también, como lo sabe gran parte de su militancia, y aunque agradecemos el pulso que
están dando en el gobierno, no podemos dejar de lamentar sus renuncias pasadas.
Renunciar a defender la renta básica universal como un derecho innegociable nos
ha dejado una vez más negociando burbujitas de aire, mientras otros acapararán para sí
todo el oxígeno.
De haber seguido peleando por esa renta básica que defendieron en sus orígenes, quizás estaríamos más cerca hoy de un escenario totalmente distinto. Muy probablemente
hubiesen fracasado, pero rendirse por adelantado a defenderla —como ayer salimos a
defender una sanidad pública y universal a nuestros balcones— como un derecho innegociable, nos ha dejado una vez más negociando burbujitas de aire, mientras otros
acapararán para sí todo el oxígeno.
Es domingo, primer día de confinamiento. Hoy siguen en la atmósfera los dos ámbitos discursivos, el que parte de lo que podemos hacer con tiempo para nosotras, lo que
hacemos cuando nos sentimos juntos ante un mismo desafío, lo que podemos pensar en
común cuando al capitalismo le obliga a pararse una pandemia. Y también el otro, el del
terror económico, el miedo a ser abandonados por una gobierno que va a movilizar todo
los recursos posibles para que nos quedemos responsablemente en casa, pero que aún no
nos ha dicho cómo van a comer millones de personas en los próximos meses.
Queda mucho confinamiento por delante, mucha angustia, mucha intemperie. Una
forma de conciliar ambos ámbitos de discurso: el de usar el tiempo que tenemos para
pensar en común otros horizontes y el de la urgencia de garantizar nuestra supervivencia
en tiempos de colapso —y en general siempre— como un derecho, podría desembocar,
quien sabe, en que acabemos saliendo a nuestros balcones a reclamar como un derecho
esa Renta Básica Universal que nos inmunice a todas contra la precariedad vital que
vemos estallar en estos tiempos.
El Salto
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Todo el poder para lo público
Si en lugar de dopar a la economía financiera se hubiese apostado por hacer inversión
publica y reforzar nuesros servicios públicos, seguramente nuestro músculo para afrontar esta
crisis sería más poderoso.
Sira Rego
eurodiputada de Izquierda Unida por Unidas Podemos
20 mar 2020 05:26
Las situaciones excepcionales suelen sacar lo peor y lo mejor de nosotras. Y desde
luego revelan las debilidades de los sistemas. La crisis del coronavirus es una de estas
situaciones excepcionales en nuestro país, pero también en Europa, que repentinamente
nos instala en la distopía del aislamiento, de la distancia social. Cada una en su hogar o
en su casa, sin piel, sin contacto. Los países parados, la economía en un letargo primaveral, la vida reducida a los ciclos de reproducción de lo básico, que de forma imprevista
se ha convertido en lo importante.
Y así discurren nuestros días de rutinas reducidas a distancias cortas y a pensamientos profundos. Porque una cosa que nos ha traído el aislamiento es la recuperación de
las unidades del tiempo como eran antes. Parece, incluso, que los primeros afectados
por esta crisis son los Hombres Grises de Momo (Michael Ende, 1973). Es como si
de pronto nos hubieran devuelto nuestro tiempo robado y encontráramos momentos
para lo pequeño y para lo importante. Y con esa quietud florecen los pensamientos y las
reflexiones, no solo en abstracto, no solo filosóficas, sino reales. Casi podemos tocarlas
con las manos.
Años de políticas orientadas solo a beneficiar a unos pocos, a rescatar bancos recortando servicios públicos, a priorizar el beneficio en lugar de la vida, el bienestar y seguridad
de nuestros pueblos, están poniendo en riesgo nuestro futuro y nuestro presente
Mi primera reflexión: el centro de todo son los cuidados, no el mercado, no las bolsas.
Mantenernos vivas y con un nivel aceptable de confort y felicidad es la mas grande de
todas las tareas, requiere un esfuerzo constante y exigente. Vertebra nuestra sociedad,
nuestro mundo, y es algo profundamente político. Las mujeres, hartas de soportar esta
carga en soledad, llevamos tiempo exigiendo justicia y reparto. Cuidar es desagradable
muy a menudo, y nosotras llevamos esa carga y una deuda histórica sobre nuestras espaldas. Quizá ahora tengamos la oportunidad de repensar las cosas.
Mi segunda reflexión: el capitalismo es un fiasco. Sí, ¡ya se!! Las comunistas siempre
igual. Pero en este caso se constata que años de políticas orientadas solo a beneficiar a
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unos pocos, a rescatar bancos recortando servicios públicos, a priorizar el beneficio en
lugar de la vida, el bienestar y seguridad de nuestros pueblos, están poniendo en riesgo
nuestro futuro y nuestro presente. Es inevitable pensar qué sucedería si en lugar de dopar a la economía financiera se hubiese apostado por hacer inversión publica y reforzar
nuestros servicios públicos. Seguramente nuestro músculo para afrontar esta crisis sería
más poderoso.
Mi tercera reflexión: el mundo ya no volverá a ser igual después de esto. Seguro que
esta crisis, el aislamiento y la necesidad de tener certezas y seguridad nos ponen, como
comunidad, en otro lugar. Y sin duda hay dos formas de salir de esto: por la vía autoritaria, o por la vía de la solidaridad y el apoyo mutuo.
La primera salida ya nos ha dejado alguna muestra. Trump, Johnson y la propia
Unión Europea, son buenos ejemplos de ello. Cierre unilateral de fronteras, la economía
por encima de las personas, intento de control de las fórmulas de las vacunas para hacer
negocio, incapacidad de coordinar mecanismos comunes, etcétera.
Necesitamos lo público para que nadie se quede atrás, y la riqueza y la fortaleza de un
pueblo se construyen con las manos de su gente trabajadora
Ejemplos de lo segundo los tenemos a diario en nuestras vecinas y vecinos quedándose en casa y cumpliendo las recomendaciones. En las medidas de nuestro Gobierno,
que libera recursos públicos de forma extraordinaria para reforzar lo publico y garantizar
que nadie se queda atrás, en las imágenes de esos aviones cargados de equipos sanitarios
y médicos cubanos y chinos que vienen a prestar la ayuda que la UE ha sido incapaz de
coordinar entre sus países y, por supuesto, en cada sanitaria, cada cajera, cada transportista y cada trabajador que sostiene nuestro mundo en estos momentos.
La pandemia nos ha puesto a prueba. Como seres humanos y como países. Sabemos
que las medidas nos exigen esfuerzos individuales, personales, pero sabemos también
que, aunque parezca contradictorio, es una acción común. Estrecha nuestros vínculos
comunitarios.
Este fenómeno seguramente se deriva de dos hechos que siempre estuvieron ahí presentes ante los ojos de todo el mundo. Tan evidentes que pasaban desapercibidos: necesitamos lo público para que nadie se quede atrás, y la riqueza y la fortaleza de un pueblo
se construyen con las manos de su gente trabajadora.
Nos toca seguir tejiendo red desde nuestro aislamiento para impedir que vuelvan los
tiempos de los recortes sociales y de derechos
De forma inevitable, esta bella revelación comienza a tejer un sentido común que
avanza a cada hora de aislamiento, con cada aplauso desde nuestros balcones, terrazas o
ventanas. Y aunque hay oportunistas que hasta hace unos días defendían la privatización
de la sanidad pública y el adelgazamiento del Estado y que ahora corren a abrazar nuestros servicios públicos para seguir saliendo en la foto, también es cierto que no dudarán
en saltar en el momento adecuado para llevarnos de nuevo hacia su sentido común de
competitividad, recortes y autoritarismo.
Así que nos toca seguir tejiendo red desde nuestro aislamiento para impedir que vuel295
van los tiempos de los recortes sociales y de derechos. Seguir defendiendo que la inversión pública es lo prioritario, lo central. Queremos todo el poder para lo público.
Seguir defendiendo que el trabajo decente y bien remunerado es clave, porque quienes nos están sosteniendo en este momento de incertidumbre son los trabajadores y
trabajadoras más precarias, con peores contratos y salarios. Y que ya no es momento de
reglas de gasto, ni de control del déficit. Tampoco es momento de esperar a una Unión
Europea impotente e incapaz de impulsar mecanismos de cooperación solidarios.
Estamos en el tiempo de alimentar el clamor popular que exige salir de esto juntas,
unidas. Sin dejar a nadie atrás.
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Lo peor no es el coronavirus
Tania Causse – Diartio Gramma
02/03/2020
Ha sido una semana larga. Parece mucho más, pero realmente hace unos diez días que
Irán hizo pública la muerte de los dos primeros casos confirmados de coronavirus. Todo
se ha trastocado, y aunque eso es lo «normal» o «esperado» en una situación como esta,
lo cierto es que a los persas pocas cosas, muy pocas cosas los hacen cambiar el ritmo y
cadencia de su andar cotidiano, su rutina, su legendaria paciencia. Esto, sin embargo,
lo ha logrado.
Si algo se respira en estos días es un pánico extendido que algunos disimulan y otros
exageran… En casi tres años hemos asistido a terremotos, inundaciones, peligros de
guerra, desestabilización interna (inducida), y nunca los había visto arrugar el ceño,
posponer afectos o acaparar comida.
Usar máscaras no les es ajeno ni novedoso, las llevan con frecuencia por los tremendos
niveles de contaminación que acechan principalmente a Teherán, pero bueno, todos
sabemos que no es lo mismo que en ello te vaya un catarro o la vida.
Por lógica precaución, las escuelas están cerradas y se valora que no reabran hasta
abril. Las familias tienen un horario y una realidad totalmente diferente.
Coinciden estos días con el arribo próximo del fin de año persa o Nowruz, fechas en
las que tradicionalmente los iraníes viajan dentro y fuera del país. Este año eso cambiará
drásticamente: siete fronteras se han ido cerrando parcial o totalmente a los persas, hay
aerolíneas que han detenido sus operaciones. Son muchas las acciones desmedidas o
pobremente justificadas que parecieran tener otro matiz o rasero a la hora de aplicarse,
en dependencia del país en cuestión.
Horas después del anuncio, muchas farmacias cercanas colgaban el cartel de «No
tenemos máscaras, ni gel antibacterial, ni guantes», y eso, créanme, es un hecho nuevo.
No, lo peor no es el coronavirus. En eso también son potencia regional.
Entonces, ¿qué pasa?, ¿qué ha cambiado?, ¿qué realidad los marca?
Bueno, pues pasa lo que nos pasa a nosotros hace 60 años, y en el último «con esa
fuerza más»: un sistema de sanciones y máxima presión desde el imperialismo yanqui
que aún sigue a pie juntillas el memorando de Lester Mallory : «provocar el desengaño
y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria».
Ni siquiera en las condiciones actuales ha sido levantada una sola sanción contra la
compra de medicamentos e insumos a Irán. Nadie se sorprenda, si fuera en Cuba igual
297
no lo harían. El compromiso de los organismos internacionales involucrados en el combate a la epidemia no es tan claro ni tan firme a la hora de exigir, como se debe, que esta
forma de guerra pare de una vez y por todas.
Hay mucha ciencia y talento puestos en función de detener el nocivo virus. Hay
mucho altruismo y entrega. No tengo dudas de que será contenido. Pero, ¿y contra
aquellos que nos agreden a cada segundo, que nos privan de acceder no solo a los últimos adelantos, sino incluso a los medicamentos básicos, que limitan nuestra capacidad
de defendernos y proteger a nuestra población?, ¿cuándo se actuará en marcha unida y
determinante contra esas acciones? No, lo peor no es el coronavirus.
(Tania Causse / Diario Granma)
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III PARTE
NUEVAS REFLEXIONES
26/03/2020
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Hay que frenar al coronavirus,
pero no a cualquier precio
Bernd Riegert
Por supuesto que el menor número posible de personas debe morir por coronavirus. Pero
¿es necesaria una catástrofe económica para lograrlo? Bernd Riegert opina que no es necesario
aislar a todo el mundo.
El presidente estadounidense Donald Trump dijo en una rueda de prensa que el tratamiento no debe tener peores consecuencias que la propia enfermedad. El errático Trump
no es el autor de esta frase, por supuesto, ya el filósofo británico Francis Bacon había
escrito hacia 1.600 que la cura no puede ser peor que la enfermedad, al referirse a las
consecuencias de las rebeliones políticas. Lo que quería decir es que las medidas contra
un mal deben ser proporcionadas y que hay que meditar bien sus efectos.
En Europa, parece que la protección de los grupos de riesgo durante la epidemia de
coronavirus tiene absoluta prioridad. El “remedio” supone una paralización de la actividad económica y de la vida social que nos cuesta muchos miles de millones de euros
al día. El rendimiento económico diario de la UE es de 45 mil millones de euros como
promedio.
Un terremoto global
Tengo mis dudas sobre si este remedio no será peor que la propia epidemia. La prohibición de la actividad económica, el cierre de fronteras, la restricción de movimientos de
las personas y la extraña competición de ver quién impone las medidas más duras conducen a una gigantesca recesión, de proporciones hasta ahora desconocidas. Un derrumbe económico que impactará negativamente nuestro bienestar y conducirá a los Estados
a la bancarrota. El colapso del orden hasta ahora conocido está muy cerca, porque esta
paralización de la vida empresarial supone un terremoto global.
Nadie sabe cuánto durará esta situación. ¿Serán semanas o meses? Realmente no creo
que ningún Estado, por más rico que sea, pueda sustituir durante mucho tiempo los
ingresos de sus habitantes ni salvar de la bancarrota a cientos de miles de empresas. Por
eso, las promesas de que se hará todo lo posible y a cualquier precio para lograrlo son
vacías. Los 150 mil millones que el Gobierno alemán quiere asumir como deuda este
año podrían servir para sustituir el rendimiento económico alemán durante 16 días. Lo
que está pensado como medida preventiva y de cura se puede convertir cada vez más en
el problema.
Si se quiere proteger de la epidemia a los grupos de riesgo, debería aislarse solo a estos,
pero no obligar a toda la sociedad a un estado de parálisis. Si los ancianos y las personas
300
con patologías previas, como enfermedades pulmonares, diabetes, problemas hepáticos
y adicción a la nicotina son realmente más vulnerables ante el COVID-19, deben permanecer dos meses aisladas en cuarentena. Claro, solo en Alemania estaríamos hablando
de unos 30 millones de personas, pero, aun así, es una cifra alejada de los 83 millones
que ahora se ven obligadas a guardar “distancia social”.
¿Estado de excepción durante meses?
Si se trata de que los sistemas sanitarios no se saturen, una mirada a las cifras de camas
hospitalarias y tasas de infección demuestra que esto solo es posible si la pandemia se
extiende durante muchos meses. Pero aplanar la curva de infección tiene un precio tan
elevado que es una política que no se puede mantener a largo plazo. El caso de Italia
demuestra que, incluso tomando medidas draconianas, es inevitable una sobrecarga del
sistema. Esto tampoco podrá evitarse en Alemania ni en otros países. Debemos darnos
cuenta de que esta pandemia se cobrará muchas víctimas mortales y que nuestros sistemas sanitarios no son suficientes para contenerla. Es una catástrofe natural que no se
puede impedir.
Si faltan camas de hospital y aparatos médicos respiratorios, los gobiernos deberían
utilizar los muchos miles de millones que prometen para apoyar a la economía para erigir hospitales de campaña y formar lo antes posible a personal sanitario. Eso tendría más
sentido que cerrar universidades, permitir que trabajadores pierdan su empleo y dejar
que la gente salga de casa solo para hacer deporte.
Es imposible impedir la propagación
El llamado “distanciamiento social” solo ralentizará la propagación del virus, pero no
la impedirá. Los virólogos y hasta la propia canciller alemana Angela Merkel dicen que
al final se contagiará entre el 60 y el 70 por ciento de la población. No todo el mundo
se enfermará. Tenemos que hacernos a la idea de que, según el actual estado de conocimiento de la enfermedad, un porcentaje de los enfermos morirá a lo largo del proceso
masivo de contagio.
Por supuesto, hay que hacer lo humanamente posible para salvar a los pacientes que
sufren COVID-19. Pero las “curas” deben tener unos límites para no conducir a toda la
sociedad a una crisis desconocida que deje pequeñas las consecuencias de la enfermedad
original. No todos los países reaccionan con el pánico y la desproporción de la mayoría
de Europa. En Suecia, por ejemplo, hay llamados a tener comportamientos sensatos,
pero al gobierno no se le ocurre paralizar la vida económica.
Desproporción
Queda abierta la cuestión de por qué el coronavirus ha generado una reacción nunca
vista. En Alemania y en Italia, por ejemplo, mueren anualmente más de 3.000 personas
en accidentes de tránsito, lo que es malo y lamentable, pero ¿a alguien se le ocurriría
prohibir conducir? Eso sería igual de desproporcionado que restringir durante semanas
los movimientos de la población y paralizar la vida económica y social europea debido al
coronavirus.
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UN PROPÓSITO ESPIRITUAL
BILL GATES
Bill Gates dice que el coronavirus nos vino a enseñar que todos somos iguales
El fundador de Microsoft, , que donó £ 85 millones para combatir el virus el mes pasado,
cree que a pesar del caos, hay “un propósito espiritual detrás de todo lo que sucede”.¿Qué nos
enseña realmente el virus Coronavirus?
24 de Marzo de 2020
Bill Gates, ha publicado un poderoso mensaje sobre lo que podemos aprender de la pandemia de coronavirus que está arrasando el mundo.
En una carta abierta, titulada “¿Qué nos enseña realmente el virus Corona / Covid-19?”
escribió 14 puntos para explicarlo:
UN PROPÓSITO ESPIRITUAL
“Creo firmemente que hay un propósito espiritual detrás de todo lo que sucede,
ya sea percibido como bueno o malo.”
“Mientras medito sobre esto, quiero compartir con ustedes lo que siento que el virus
Corona / Covid-19 realmente nos está haciendo.”
Nos recuerda que todos somos iguales, independientemente de nuestra cultura,
religión, ocupación, situación financiera o cuán famosos somos. Esta enfermedad nos
trata a todos por igual, tal vez deberíamos hacerlo. Si no me crees, solo pregúntale a Tom
Hanks.
Nos recuerda que todos estamos conectados y que algo que afecta a una persona
tiene un efecto en otra. Nos recuerda que las fronteras falsas que hemos puesto tienen
poco valor ya que este virus no necesita pasaporte. Nos está recordando, al oprimirnos
por un corto tiempo, a aquellos en este mundo cuya vida entera se gasta en la opresión.
Nos recuerda cuán preciosa es nuestra salud y cómo nos hemos movido para descuidarla al comer alimentos manufacturados pobres en nutrientes y beber agua contaminada con productos químicos sobre productos químicos. Si no cuidamos nuestra salud,
por supuesto, nos enfermaremos.
Nos recuerda la brevedad de la vida y lo que es más importante para nosotros, y es
ayudarnos unos a otros, especialmente a aquellos que están viejos o enfermos. Nuestro
propósito no es comprar papel higiénico.
Nos recuerda cuán materialista se ha vuelto nuestra sociedad y cómo, en
momentos de dificultad, recordamos que es lo esencial lo que necesitamos (alimentos,
agua, medicamentos) en lugar de a los lujos que a veces damos valor innecesariamente.
302
Nos recuerda lo importante que es nuestra vida familiar y hogareña y cuánto lo
hemos descuidado. Nos está obligando a volver a nuestras casas para que podamos reconstruirlas y fortalecer nuestra unidad familiar.
Nos recuerda que nuestra verdadera tarea no es nuestro trabajo, eso es lo que
hacemos, no para lo que fuimos creados. Nuestro verdadero trabajo es cuidarnos, protegernos y beneficiarnos mutuamente.
Nos recuerda que debemos mantener nuestros egos bajo control. Nos recuerda
que no importa cuán grandes pensemos o piensen que somos, un virus puede detener
nuestro mundo.
Nos recuerda que el poder del libre albedrío está en nuestras manos. Podemos elegir cooperar y ayudarnos mutuamente, compartir, dar, ayudarnos y apoyarnos mutuamente o podemos elegir ser egoístas, atesorarnos, cuidarnos solo a nosotros mismos. De
hecho, son las dificultades las que resaltan nuestros verdaderos colores.
Nos recuerda que podemos ser pacientes, o podemos entrar en pánico. Podemos
entender que este tipo de situación ha sucedido muchas veces antes en la historia y
pasará, o podemos entrar en pánico y verlo como el fin del mundo y, en consecuencia,
causarnos más daño que bien.
Nos recuerda que esto puede ser un final o un nuevo comienzo. Este puede ser un
momento de reflexión y comprensión, donde aprendemos de nuestros errores, o puede
ser el comienzo de un ciclo que continuará hasta que finalmente aprendamos la lección
a la que estamos destinados.
Nos recuerda que esta Tierra está enferma. Nos recuerda que debemos analizar la
tasa de deforestación tan urgentemente como la velocidad a la que los rollos de papel
higiénico están desapareciendo de los estantes. Estamos enfermos porque nuestro hogar
está enfermo.
Nos recuerda que después de cada dificultad, siempre hay facilidad. La vida es
cíclica, y esto es solo una fase de este gran ciclo. No necesitamos entrar en pánico; esto
también pasará.
Mientras que muchos ven el virus Corona / Covid-19 como un gran desastre, prefiero
verlo como “un gran corrector”
Y cierra la carta con este párrafo:
Esta carta se envía para recordarnos las lecciones importantes que parece que hemos
olvidado y depende de nosotros si las aprenderemos o no.
303
Contra las pandemias ¡La ecología!
¿De dónde viene el coronavirus?
Sonia Shah
La creciente vulnerabilidad humana frente a las pandemias no hay que buscarla en
algún animal, sino en una causa más profunda: la destrucción y manipulación acelerada
de la naturaleza. Si bien la transformación de microbios benignos en agentes mortales
no es nuevo, en la medida en que la huella humana sobre el planeta aumenta, también
lo hace la probabilidad de pandemias.
¿Será un pangolín? ¿Un murciélago? ¿O incluso una serpiente, como se dijo tiempo
antes de ser desmentido?
La cuestión es quién será el primero en incriminar al animal salvaje que está en el
origen de este coronavirus, oficialmente llamado Covid-19, cuya trampa se ha cerrado
sobre varios cientos de millones de personas, puestas en cuarentena o excluidas detrás
de cordones sanitarios en China y en otros países. Si bien es fundamental elucidar este
misterio, estas especulaciones impiden ver que nuestra creciente vulnerabilidad frente
a las pandemias tiene una causa más profunda: la destrucción acelerada de los hábitats.
Desde 1940, centenares de microbios patógenos aparecieron o reaparecieron en regiones donde, a veces, jamás habían sido observados antes. Es el caso del HIV, del Ébola en
África Occidental, o incluso del Zika en el continente americano. La mayoría de ellos (el
60%) son de origen animal. Algunos provienen de animales domésticos o de cría, pero
la mayoría (más de dos tercios) provienen de animales salvajes.
Encuentros cercanos
Pero estos últimos no tienen nada que ver. Mal que les pese a los artículos que, apoyándose en fotografías, designan la fauna salvaje como el punto de partida de epidemias
devastadoras (1), es falso creer que esos animales están particularmente infestados de
agentes patógenos mortales listos para contaminarnos. En realidad, la mayor parte de sus
microbios viven en ellos sin hacerles ningún daño. El problema está en otra parte: con
la deforestación, la urbanización y la industrialización desenfrenadas, ofrecimos a esos
microbios los medios de llegar hasta el cuerpo humano y adaptarse.
La destrucción de los hábitats amenaza de extinción a muchas especies (2), entre las
cuales hay plantas medicinales y animales en los que siempre se apoyó nuestra farmacopea. En cuanto a aquellas que sobreviven, no tienen otra opción que la de conformarse
con los pequeños espacios de hábitat que les dejan los asentamientos humanos. El resultado es una mayor probabilidad de contactos cercanos y repetidos con el hombre,
los cuales permiten que los microbios que ellos albergan pasen a nuestro cuerpo donde
dejan de ser benignos para convertirse en agentes patógenos mortíferos.
El Ébola lo ilustra bien. Un estudio realizado en 2017 reveló que las apariciones del
304
virus, cuya fuente fue localizada en diversas especies de murciélagos, son más frecuentes
en las zonas de África Central y Occidental que recientemente sufrieron deforestaciones.
Cuando se talan sus bosques, se obliga a los murciélagos a ir a colgarse en los árboles
de nuestros jardines y de nuestras granjas. A partir de ahí es fácil imaginar lo que sigue:
un humano ingiere saliva de murciélago al morder un fruto que está cubierto de ella
o, tratando de cazar y de matar al visitante inoportuno, se expone a los microbios que
encontraron refugio en sus tejidos. Es así como una multitud de virus de los que son
portadores los murciélagos, que en ellos son inofensivos, logran penetrar en poblaciones
humanas; citamos por ejemplo el Ébola, pero también el Nipah (sobre todo en Malasia
o en Bangladesh) o el Marburgo (especialmente en África Oriental). Este fenómeno es
calificado de “pasaje de la barrera de especies”. Si ocurre con frecuencia, puede permitir
que los microbios surgidos de los animales se adapten a nuestros organismos y evolucionen al punto de volverse patógenos.
Los mosquitos
Otro tanto ocurre con las enfermedades transmitidas por los mosquitos, puesto que
se estableció un lazo entre el acaecimiento de epidemias y la deforestación (3), con la
salvedad de aquí que no se trata tanto de la pérdida de los hábitats como de su transformación. Con los árboles, desaparecen la capa de hojas muertas y las raíces. El agua y
los sedimentos chorrean más fácilmente sobre ese suelo despojado y en adelante bañado
de sol, formando charcos favorables a la reproducción de los mosquitos portadores del
paludismo. Según un estudio realizado en doce países, las especies de mosquitos que
son vectores de agentes patógenos humanos son dos veces más numerosos en las zonas
deforestadas que en los bosques que permanecieron intactos.
La destrucción de los hábitats actúa también modificando la población de diversas
especies, lo que puede aumentar el riesgo de propagación de un agente patógeno. Un
ejemplo es el virus del Nilo occidental, transportado por los pájaros migratorios. En
América del Norte, las poblaciones de pájaros cayeron en más del 25% durante los
últimos cincuenta años a causa de la pérdida de los hábitats y otras destrucciones (4).
Pero no todas las especies son afectadas de la misma manera. Los llamados pájaros especialistas (de un hábitat), como los carpinteros y los rálidos, fueron golpeados más duramente que los generalistas, como los petirrojos y los cuervos. Si los primeros son pobres
vectores del virus del Nilo occidental, los segundos, por su parte, son excelentes. De ahí
una fuerte presencia del virus entre los pájaros domésticos de la región, y una mayor probabilidad de ver un mosquito que pique a un pájaro infectado, y luego a un humano (5).
El mismo fenómeno se repite cuando se trata de las enfermedades vehiculadas por
las garrapatas. Al apropiarse poco a poco de los bosques del Nordeste estadounidense,
el desarrollo urbano echa a animales como las zarigüeyas, que contribuyen a regular las
poblaciones de garrapatas, al tiempo que deja prosperar especies mucho menos eficaces
en ese aspecto, como el ratón de patas blancas y el ciervo. Resultado: las enfermedades
transmitidas por las garrapatas se difunden más fácilmente. Entre ellas, la enfermedad
de Lyme, que hizo su primera aparición en Estados Unidos en 1975. En el curso de los
últimos veinte años se identificaron siete nuevos agentes patógenos cuyo vector fueron
las garrapatas (6).
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Apetito carnívoro
Los riesgos de emergencia de enfermedades no son acentuados solo por la pérdida de
los hábitats, sino también por la manera en que se los reemplaza. Para satisfacer su apetito carnívoro, el hombre arrasó una superficie equivalente a la del continente africano
(7) con el objeto de alimentar y criar animales destinados al sacrificio. Algunos de ellos
toman luego los caminos del comercio ilegal o son vendidos en mercados de animales
vivos (wet markets). Allí, especies que probablemente nunca se hubieran cruzado en la
naturaleza se encuentran enjauladas lado a lado, y los microbios pueden pasar alegremente de una a otra. Este tipo de desarrollo, que ya engendró en 2002-2003 el coronavirus responsable de la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SRAS), está quizá
en el origen del coronavirus desconocido que hoy nos asedia.
Pero mucho más numerosos son los animales que evolucionan en el seno de nuestro
sistema de cría industrial. Centenares de miles de animales amontonados unos sobre
otros en espera de ser conducidos al matadero: condiciones ideales para que los microbios se transformen en agentes patógenos mortales. Por ejemplo, los virus de la gripe
aviar, albergados por las aves acuáticas, producen estragos en las granjas repletas de pollos en cautiverio, donde mutan y se vuelven más virulentos; un proceso tan previsible
que puede ser reproducido en laboratorio. Una de sus cepas, el H5N1, es transmisible
al hombre y mata a más de la mitad de los individuos infectados. En 2014, en América
del Norte, fue necesario sacrificar a decenas de millones de aves de corral para frenar la
propagación de otra de esas cepas (8).
Las montañas de deyecciones producidas por nuestro ganado ofrecen a los microbios
de origen animal otras ocasiones de infectar a las poblaciones. Como hay infinitamente
más desechos del que pueden absorber las tierras agrícolas en forma de abonos, a menudo terminan por ser almacenados en fosas con pérdidas, un refugio soñado por la bacteria Escherichia coli. Más de la mitad de los animales encerrados en granjas de engorde
estadounidenses son portadoras de esa bacteria, pero allí es inofensiva (9). Entre los
humanos, en cambio, E. coli provoca diarreas sangrientas, fiebre, y puede acarrear insuficiencias renales agudas. Y como no es raro que las deyecciones animales se vuelquen en
nuestra agua potable y nuestros alimentos, 90.000 estadounidenses son contaminados
cada año.
Raíces de las pandemias
Aunque el fenómeno de mutación de los microbios animales en agentes patógenos
humanos se acelera, no es nuevo. Su aparición data de la revolución neolítica, cuando el
ser humano empezó a destruir los hábitats salvajes para extender las tierras cultivadas, y
a domesticar a los animales para convertirlos en bestias de carga. A cambio, los animales
nos ofrecieron algunos regalos envenenados: les debemos el sarampión y la tuberculosis
a las vacas, la tos ferina a los cerdos, la gripe a los patos.
El proceso prosiguió durante la expansión colonial europea. En el Congo, las vías
férreas y las ciudades que construyeron los colonos belgas permitieron a un lentivirus
alojado en los macacos de la región perfeccionar su adaptación al cuerpo humano. En
Bangladesh, los británicos avanzaron sobre la inmensa zona húmeda de los Sundarbans
para desarrollar el cultivo de arroz, exponiendo a los habitantes a las bacterias acuáticas
306
presentes en esas aguas salobres. Las pandemias causadas por esas intrusiones coloniales
siguen siendo de actualidad. El lentivirus del macaco se convirtió en el HIV. La bacteria
acuática de los Sundarbans, en adelante conocida con el nombre de cólera, ya provocó
siete pandemias hasta el día de hoy, la más reciente de las cuales sucedió en Haití.
¿Qué hacer?
Felizmente, en la medida en que no somos víctimas pasivas de este proceso, también
podemos hacer mucho para reducir los riesgos de emergencia de estos microbios. Podemos proteger los hábitats salvajes para hacer que los animales conserven sus microbios
en vez de transmitírnoslos a nosotros, como se esfuerza particularmente el movimiento
One Health (10).
Podemos establecer una vigilancia fuerte de los medios en los cuales los microbios de
los animales son más susceptibles de mutarse en agentes patógenos humanos, tratando
de eliminar a aquellos que muestren veleidades de adaptación a nuestro organismo antes de que desencadenen epidemias. A esto precisamente se consagran desde hace diez
años los investigadores del programa Predict, financiado por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid). Ellos ya identificaron más de novecientos
nuevos virus ligados a la extensión de la huella humana en el planeta, entre los cuales
se encuentran cepas hasta entonces desconocidas de coronavirus comparables a la del
SRAS (11).
En la actualidad, una nueva pandemia nos acecha y no solamente a causa del Covid-19. En Estados Unidos, los esfuerzos de la administración Trump para exonerar a las
industrias extractivas y al conjunto de las actividades industriales de toda reglamentación no podrán dejar de agravar la pérdida de los hábitats, favoreciendo la transferencia
microbiana de los animales a los humanos. Al mismo tiempo, el gobierno estadounidense compromete nuestras probabilidades de localizar al próximo microbio antes de
que se propague: en octubre de 2019 decidió poner término al programa Predict. Por
último, a comienzos de febrero de 2020 anunció su voluntad de reducir en un 53% su
contribución al presupuesto de la Organización Mundial de la Salud.
Como lo declaró el epidemiólogo Larry Brilliant, “las emergencias de virus son inevitables, las epidemias no”. Sin embargo, solo seremos perdonados por estas últimas si
ponemos tanta determinación en cambiar de política como la que pusimos en destruir
la naturaleza y la vida animal. Notas:
1. Kai Kupferschmidt, “This bat species may be the source of the Ebola epidemic that
killed more than 11,000 people in West Africa”, Science Magazine, Washington, DC –
Cambridge, 24 de enero de 2019.
2. Jonathan Watts, “Habitat loss threatens all our futures, world leaders warned”, The
Guardian, Londres, 17 de noviembre de 2018.
3. Katarina Zimmer, “Deforestation tied to changes in disease dynamics”, The Scientist, Nueva York, 29 de enero de 2019.
4. Carl Zimmer, “Birds are vanishing from North America”, The New York Times,
19 de septiembre de 2019.
5. BirdLife International, “Diversity of birds buffer against West Nile virus”, Science307
Daily, 6 de marzo de 2009, www.sciencedaily.com
6. “Lyme and other tickborne diseases increasing”, Centers for Disease Control and
Prevention, 22 de abril de 2019, www.cdc.gov
7. George Monbiot, “There’s a population crisis all right. But probably not the one
you think”, The Guardian, 19 de noviembre de 2015.
8. “What you get when you mix chickens, China and climate change”, The New York
Times, 5 de febrero de 2016.
9. Cristina Venegas Vargas et al., “Factors associated with Shiga toxin-producing Escherichia coli shedding by dairy and beef cattle”, Applied and Environmental Microbiology, Vol. 82, N° 16, Washington, DC, agosto de 2016.
10. Ibid.
11. “What we’ve found”, One Health Institute, https://ohi.sf.ucdavis.edu
*Periodista. Autora de Pandemic: Tracking Contagions, from Cholera to Ebola and
Beyond, Sarah Crichton Books, Nueva York, 2016, y de The Next Great Migration. The
Beauty and Terror of Life on the Move, Bloomsbury Publishing, Londres, a publicarse
en junio de 2020. Este texto se editó en The Nation.
Traducción: Víctor Goldstein
Sonia Shah
Periodista. Autora de Pandemic: Tracking Contagions, from Cholera to Ebola and
Beyond, Sarah Crichton Books, Nueva York, 2016, y de The Next Great Migration. The
Beauty and Terror of Life on the Move, Bloomsbury Publishing, Londres, a publicarse
en junio de 2020. Este texto se editó en The Nation.
308
La agroindustria está dispuesta a poner
en riesgo de muerte a millones de personas
Rob Wallace
Publicado: Martes, 24 Marzo 2020 09:40
Traducción de la entrevista a Rob Wallace por Yaak Pabst, para la revista Marx21
(11/03/20)
(Disponible en català en LaDirecta)
El coronavirus mantiene al mundo en estado de shock. En lugar de combatir las
causas estructurales de la pandemia, los gobiernos solo se están centrando en medidas
de emergencia. Conversamos con Rob Wallace sobre los peligros del COVID-19, la responsabilidad de la agroindustria y las soluciones sostenibles para combatir las dolencias
infecciosas. Wallace es biólogo evolutivo y filogeógrafo para la salud pública en Estados
Unidos. Ha investigado las nuevas pandemias durante 25 años y es autor del libro Big
Farms Make Big Flu (Las grandes granjas producen grandes gripes).
¿Cuán peligroso es el coronavirus?
Depende de donde te encuentres en el momento del brote local de COVID-19: nivel
inicial, pico máximo o fase tardía. ¿Cómo está respondiendo el sistema de salud de la
región? ¿Cuántos años tienes? ¿Eres inmunológicamente vulnerable? ¿Cuál es tu estado
general de salud? Por añadir una posibilidad no diagnosticable: ¿tu inmunogenética, la
genética que subyace a tu defensa inmunológica se alinea contra el virus o no?
¿Así que todo este alboroto alrededor del virus es solo una estrategia para asustar
a las personas?
No, en absoluto. El COVID-19 registraba una tasa de letalidad (CFR, Case Fatality
Rate) de entre 2 y 4 % en la fase inicial del brote en Wuhan. Fuera de Wuhan, el CFR
parece caer más o menos al 1% e incluso por debajo, pero también parece aumentar en
puntos aquí y allá, incluso en lugares de Italia y EE. UU. Su rango no parece muy elevado en comparación con, por ejemplo, el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS),
que es del 10%; la gripe de 1918, del 5-20 %; la gripe aviar H5N1, del 60%; y, en algunos puntos, el ébola, con una tasa de mortalidad del 90 %. Pero, ciertamente, supera
el 0,1% de CFR de la incidencia de la gripe estacional. Sin embargo, el peligro no es
solo una cuestión de tasa de mortalidad, sino que también debemos afrontar lo que se
309
denomina penetración de la tasa de ataque comunitario: qué penetración tiene el brote
entre el conjunto de la población mundial.
¿Puede ser más específico?
La red global de viajes tiene una conectividad récord. Sin vacunas ni antivíricos específicos para el coronavirus ni ninguna inmunidad en estos momentos, incluso un virus
con solo un 1% de mortalidad puede suponer un peligro considerable. Con un periodo
de incubación de hasta dos semanas y cada vez más evidencias de que hay transmisión
antes de la dolencia –antes de que sepamos que las personas están infectadas–, pocos
lugares estarían libres de infección. Si, por ejemplo, el COVID-19 registra un 1% de
víctimas mortales, el proceso de infección de cuatro mil millones de personas supondrá
40 millones de muertes. Una pequeña proporción de un gran número aún puede representar una gran cantidad.
Estas son cifras alarmantes para un patógeno considerablemente menos virulento…
Absolutamente, y solo estamos a comienzos del brote. Es importante comprender que
muchas infecciones nuevas cambian en el transcurso de las epidemias. La infectividad, la
virulencia o ambas pueden atenuarse. Por otro lado, otros brotes aumentan en virulencia. La primera oleada de la pandemia de gripe, la primavera de 1918, fue una infección
relativamente leve. Fueron la segunda y tercera oleada de aquel invierno y hasta el 1919
las que mataron millones de personas.
Pero los escépticos de la pandemia sostienen que hay menos personas infectadas
y menos muertes por el coronavirus que por la gripe estacional típica. ¿Qué opina?
Seré el primero en celebrarlo si este brote demuestra ser un fracaso. Pero estos esfuerzos para descartar el COVID-19 como un peligro menor citando otras enfermedades
mortales, especialmente la gripe, son una estratagema retórica para presentar la preocupación sobre el coronavirus como inadecuada.
Así que la comparación con la gripe estacional es engañosa.
No tiene mucho sentido comparar dos patógenos en las diferentes secciones de su epicurva, es decir, su curva de desarrollo. Sí, la gripe estacional infecta a muchos millones
de personas en todo el mundo, y la Organización Mundial de la Salud estima que hasta
650.000 personas mueren por su causa cada año. Sin embargo, el Covid-19 solo está en
el principio de su desarrollo epidemiológico. Y a diferencia de la gripe, no tenemos ni
vacuna ni inmunidad colectiva para frenar la infección y proteger a las poblaciones más
vulnerables.
La aparición de múltiples infecciones capaces de desencadenar una pandemia y
afectar a poblaciones enteras de manera combinada debería ser la principal preocupación.
Aunque la comparación sea engañosa, ambas enfermedades son causadas por virus que pertenecen incluso a un grupo específico, los virus ARN. Ambos pueden
causar enfermedades. Ambos afectan a la boca y la garganta y a veces también a los
pulmones. Ambos son bastante contagiosos.
310
Estas son similitudes superficiales que no tienen en cuenta una diferencia importante
entre los dos patógenos. Sabemos mucho sobre la dinámica de la gripe. Sabemos muy
poco sobre el COVID-19, que está lleno de incógnitas. De hecho, hay mucha información sobre el comportamiento del COVID-19 que no conoceremos hasta que el brote
se desarrolle por completo. Al mismo tiempo, es importante comprender que no se trata
de COVID-19 versus gripe estacional, sino del COVID-19 y la gripe. La aparición de
múltiples infecciones capaces de desencadenar una pandemia y afectar a poblaciones
enteras de manera combinada debería ser la principal preocupación.
Ha estado investigando epidemias y sus causas durante varios años. En su libro
Big Farms Make Big Flu intenta establecer conexiones entre las prácticas agrícolas
industriales, la agricultura ecológica y la epidemiología viral. ¿Cuál es su visión?
El verdadero peligro de cada nuevo brote es el fracaso o, mejor dicho, la negativa a
comprender que cada nuevo COVID-19 no es un incidente aislado. El aumento de la
incidencia de los virus está estrechamente relacionado con la producción de alimentos
y la rentabilidad de las empresas multinacionales. Cualquiera que pretenda comprender
por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe investigar el modelo industrial
de agricultura y, más concretamente, la producción ganadera. En la actualidad, pocos
gobiernos y pocos científicos están preparados para hacerlo. Más bien todo lo contrario:
cuando surgen nuevos brotes, los gobiernos, los medios de comunicación e incluso la
mayoría de las instituciones médicas están tan concentrados en las emergencias por separado que ignoran las causas estructurales que llevan a múltiples patógenos marginales
a convertirse en un fenómeno global inesperado.
El aumento de la incidencia de los virus está estrechamente relacionado con la
producción de alimentos y la rentabilidad de las empresas multinacionales. Cualquiera
que pretenda comprender por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe
investigar el modelo industrial de agricultura y, más concretamente, la producción
ganadera.
¿Quiénes son los responsables?
He mencionado la agricultura industrial, pero hay un panorama más amplio. El capital encabeza el acaparamiento de tierras en los últimos bosques primarios y explotaciones agrarias de pequeños propietarios en todo el mundo. Estas inversiones impulsan la
deforestación y un desarrollo que conduce a la aparición de enfermedades. La diversidad
funcional y la complejidad que representan estas vastas extensiones de tierra se unifican
de tal manera que los patógenos, previamente encerrados, se están extendiendo a la
ganadería local y a las comunidades humanas. En resumen, los centros del capital mundial, lugares como Londres, Nueva York y Hong Kong, deben ser considerados nuestros
principales focos de enfermedades.
¿De qué enfermedades hablamos?
En este momento, no hay patógenos libres de la influencia del capital. Incluso las
regiones más remotas se ven afectadas aunque sea desde la lejanía. El ébola, el zika, los
coronavirus, la reaparición de la fiebre amarilla, una variedad de gripes aviares y la peste
311
porcina africana se encuentran entre muchos de los patógenos que salen de las zonas más
remotas del interior hacia los circuitos periurbanos, las capitales regionales y, finalmente, hacia la red mundial de viajes. Solo hay unas pocas semanas de diferencia entre los
murciélagos del Congo, que se cree que transmiten el virus del ébola, y los bañistas de
Miami que fallecen a causa del virus.
¿Qué papel desempeñan las empresas multinacionales en este proceso?
El planeta Tierra es hoy en día en gran parte una gran fábrica agrícola industrial, tanto
en términos de biomasa como de uso de la tierra. La agroindustria tiene como objetivo
acaparar el mercado de alimentos. El proyecto neoliberal está diseñado para ayudar a las
empresas de los países industrializados más desarrollados a robar tierras y recursos de los
países más débiles. Como resultado, muchos de estos nuevos patógenos previamente
ligados a ecosistemas forestales que se habían desarrollado durante largos períodos de
tiempo están siendo liberados y amenazan al mundo entero.
¿Cuáles son los efectos de los métodos de producción de la agroindustria?
La agricultura, organizada según las necesidades capitalistas y en sustitución de la ecología natural, proporciona los medios exactos por los que un patógeno puede desarrollar
los fenotipos más virulentos e infecciosos. No se podría diseñar un mejor sistema para
generar enfermedades mortales.
La expansión de los monocultivos genéticos de animales de granja elimina cualquier
barrera inmunológica que pueda estar disponible para ralentizar o frenar la transmisión.
¿Cómo es eso?
La expansión de los monocultivos genéticos de animales de granja elimina cualquier
barrera inmunológica que pueda estar disponible para ralentizar o frenar la transmisión.
Las grandes dimensiones y las altas densidades de población facilitan mayores tasas de
transmisión. Estas condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmunológica de
los animales. El alto rendimiento de los animales, como parte indisoluble de cualquier
producción industrial, proporciona a los virus un suministro constante de nuevos animales huéspedes, lo que promueve su virulencia. En otras palabras, la agroindustria está
tan orientada a los beneficios que la decisión de utilizar un virus que podría matar a mil
millones de personas parece compensar el riesgo.
¡¿Qué?!
Estas empresas pueden simplemente trasladar el coste de sus operaciones de riesgo
epidémico a todos los demás: los propios animales, los consumidores, los agricultores,
las comunidades locales y los gobiernos de todas las jurisdicciones. Los daños son tan
grandes que la agroindustria tal como la conocemos estaría acabada para siempre si incluyéramos estos costes en las cuentas de la empresa. Ninguna empresa podría soportar
el coste de los daños causados.
En muchos medios se afirma que el punto de partida del coronavirus fue un mercado de alimentos exóticos en Wuhan. ¿Es cierto?
Sí y no. Hay pruebas espaciales que lo respaldan. El rastreo de los contactos asociados
312
con las infecciones conduce al mercado mayorista de mariscos de Hunan en Wuhan,
donde también se venden animales salvajes. Al parecer, las muestras han identificado el
extremo occidental del mercado donde se guardaban los animales salvajes. Pero ¿cuánto
debemos remontarnos en la investigación? ¿Cuándo empezó la emergencia exactamente?
El foco en el mercado pasa por alto los orígenes de la agricultura silvestre en el interior
y su creciente mercantilización. En todo el mundo, y también en China, los alimentos
silvestres se están convirtiendo cada vez más en un sector económico estructurado. Pero
su relación con la agroindustria va más allá de simplemente compartir la misma fuente
de ingresos. A medida que la producción industrial (de cerdos, aves de corral y similares)
se expande en el bosque primario, presiona a los productores de alimentos silvestres para
que se adentren más en los bosques en busca de las poblaciones originales, aumentando
así la interacción con los nuevos patógenos, incluido el COVID-19, e incrementando
su propagación.
El COVID-19 no es el primer virus que se desarrolla en China y que el gobierno
trató de encubrir.
Sí, pero este no es un caso especial chino. Los Estados Unidos y Europa también han
servido como “puntos cero” para las nuevas infecciones virales, más recientemente el
H5N2 y el H5Nx, y sus representantes multinacionales y neocoloniales impulsaron el
surgimiento del ébola en África occidental y del zika en el Brasil. Y durante los brotes de
gripe porcina (H1N1) en 2009 y de gripe aviar (H5N2), los funcionarios de salud de los
Estados Unidos encubrieron a la agroindustria.
La OMS ha declarado ahora una emergencia sanitaria de interés internacional.
¿Es adecuado este paso?
Sí. El peligro de un patógeno de este tipo es que las autoridades sanitarias no tienen
un control sobre la distribución estadística del riesgo. No tenemos idea de cómo puede
responder el patógeno. Hemos pasado de un brote en un mercado a infecciones en todo
el mundo en cuestión de semanas. El patógeno podría simplemente morir. Esto sería
genial, pero no lo sabemos. Una mejor preparación aumentaría las probabilidades de
reducir la velocidad de propagación del patógeno. La declaración de la OMS también es
parte del que yo denomino “teatro pandémico”. Las organizaciones internacionales han
muerto por inacción. Me viene a la mente la Sociedad de Naciones. El grupo de organizaciones de la ONU siempre está preocupado por su relevancia, poder y financiación.
En cambio, tal activismo también puede converger en la preparación y prevención que
el mundo necesita para interrumpir las cadenas de transmisión de COVID-19.
La reestructuración neoliberal del sistema de atención médica ha empeorado
tanto la investigación como la atención general de los pacientes, por ejemplo, en
los hospitales. ¿Qué diferencia podría comportar un sistema de salud mejor dotado
para combatir el virus?
Existe la terrible pero reveladora historia del empleado de una emprsa de dispositivos
médicos de Miami que, al volver de China con síntomas similares a la gripe, hizo lo correcto para su familia y su comunidad y exigió que un hospital local le hiciera la pruba
de COVID-19. Temía que su exiguo seguro médico de la Obamacare no cubriera las
pruebas. Y estaba en el correcto, dado que la prueba costaba 3720 dólares. En el caso
313
de los Estados Unidos, una de las demandas podría ser la aprobación de una ordende
emergencia que exija que durante el brote de una pandemia, el gobierno federal se haga
cargo de todas las facturas médicas relacionadas con las pruebas de infección y el tratamiento tras un resultado positivo. Queremos animar a la gente a buscar ayuda en lugar
de esconderse —e infectar a otras personas— porque no pueden pagar el tratamiento.
La solución obvia es un servicio sanitario estatal que cuente con el personal y el equipo
adecuados para esas emergencias en toda la comunidad, de forma que nunca se desanime la cooperación comunitaria.
Utilizar la crisis del coronavirus para probar los últimos métodos de control
autocrático es un sello distintivo del capitalismo desastroso.
Tan pronto como se descubre el virus en un país, los gobiernos de todas partes
reaccionan con medidas punitivas autoritarias, como la cuarentena de regiones y
ciudades enteras. ¿Están justificadas esas medidas drásticas?
Utilizar la crisis del coronavirus para probar los últimos métodos de control autocrático es un sello distintivo del capitalismo desastroso. En lo que respecta a la salud pública,
prefiero atenerme a la confianza y la compasión, que son variables importantes en una
epidemia. Sin cualquier de las dos, los gobiernos pierden el apoyo de la población. El
sentido de solidaridad y de respeto mutuo es una parte fundamental para sobrevivir
juntos a tales amenazas. Las cuarentenas autoimpuestas con el apoyo adecuado –ayuda
vecinal, camiones de suministro de alimentos de puerta a puerta, permiso de trabajo y
seguro de desempleo– pueden generar este tipo de cooperación.
Cómo sabrá, en Alemania, la AfD es un partido nazi ‘de facto’ con 94 escaños en
el Parlamento. La ultraderecha y otros grupos en asociación con políticos del AfD
usan la crisis del coronavirus. Difunden falsos informes sobre el virus y exigen más
medidas autoritarias en el gobierno: restringir los vuelos y la entrada a las personas
migrantes, el cierre de fronteras y la cuarentena forzada.
La prohibición de viajar y el cierre de fronteras son demandas con las que la ultraderecha radical quiere “racializar” lo que ahora son enfermedades globales. Esto es, por supuesto, un sinsentido. En este punto, dado que el virus ya se está propagando por todas
partes, lo único sensato que se puede hacer es asegurar que el sistema público de salud
sea lo suficientemente fuerte como para tratar y curar a cualquier persona infectada. Y,
por supuesto, debemos dejar de robar la tierra a los pueblos originarios y provocar los
emigración masiva en primer lugar, solo así podremos evitar que los patógenos emerjan.
¿Cuáles serían las soluciones sostenibles para luchar contra las enfermedades
infecciosas?
Para reducir la aparición de nuevos brotes de virus, la producción de alimentos debe
cambiar radicalmente. La autonomía de los agricultores y un sector público fuerte pueden reducir el efecto de las cadenas de contagio unidireccionales y las infecciones descontroladas. Esto incluye la promoción de la biodiversidad de ganado y de cultivos, y
la reforestación estratégica, tanto en cada explotación agraria como en todo el ámbito
regional. Se debe permitir que los animales destinados a la alimentación se reproduzcan
314
localmente para transmitir los mecanismos de inmunidad. Se trata de combinar una
producción justa con una circulación equitativa de los bienes. Esto incluye subvenciones
a la agricultura ecológica y a los precios de venta, y programas para los consumidores.
Estos proyectos deben ser protegidos frente a las limitaciones impuestas por la economía
neoliberal tanto a los individuos como a las comunidades y defendidos contra la amenaza de la opresión del Estado dirigida por el capital.
La producción de alimentos altamente industrializada depende de prácticas que
ponen en peligro a toda la humanidad y, en este caso, contribuyen a desencadenar una
nueva pandemia mortal.
¿Qué debería exigir la izquierda ante la creciente dinámica de los brotes de
enfermedades?
La agroindustria como forma de reproducción social debe ser abolida para siempre,
aunque solo sea por una cuestión de salud pública. La producción de alimentos altamente industrializada depende de prácticas que ponen en peligro a toda la humanidad y, en
este caso, contribuyen a desencadenar una nueva pandemia mortal.
Deberíamos exigir que los sistemas alimentarios se socialicen de tal manera que estos
patógenos peligrosos no puedan desarrollarse. Para lograrlo, la producción de alimentos
debe reintegrarse a las necesidades de las comunidades rurales. Esto requerirá, en primer
lugar, prácticas agroecológicas que protejan el medio ambiente y a los agricultores que
cultivan los alimentos. El panorama general es este: necesitamos curar la grieta metabólica que separa nuestra ecología de nuestra economía. En resumen, tenemos un mundo
que ganar.
Yaak Pabst, para la revista Marx21
315
316
ÍNDICE
I PARTE - REFLEXIONES INICIALES
Un 15M universal / Alberto San Juan 24/03/2020 / CTXT
4
Pensamiento holístico para las amenazas globales / Amy Luers 8
La emergencia viral y el mundo de mañana / Byung-Chul Han 11
El coronacapitalismo / Carlos Fernández Liria 18
Una nota sobre coronavirus y colapso / Carlos Taibo 26
Ha llegado el lobo: coronavirus en la era del capitalismo global / Carmen Barrios Corredera 28
Cuatro razones por las que nuestra civilización no se irá apagando: colapsará / Craig Collins 30
Sobrevivir al virus: Una guía anarquista / CrimethInc. 34
El colapso liberal global / Daniel Estulin
41
La distopía nuestra de cada día / David Trueba 43
Salvemos a las personas, no a los aviones / Ecologistas en acción
45
Lo que el coronavirus nos está diciendo / Edgar Morin
47
Empatía Viral / Edna Rueda Abrahams 49
No, el coronavirus no es responsable de las caídas en las bolsas / ERIC TOUSSAINT 50
El amor en los tiempos del virus / Eugenia Rico 57
Reflexiones / FRANCESCA MORELLI
58
Detener el capitalismo para detener el virus / Francesco Ricci 60
Coronavirus: es imperativo respirar… pero también comer. / Lic. Guillermo Moreno 62
Coronavirus, crisis económica y renta básica / Guy Standing 65
Jacques Attali: “Debemos ponernos en economía de guerra muy rápidamente”
68
La histeria interminable / Javier Aymat 72
El relato oficial del coronavirus oculta una crisis sistémica / Joan Benach 84
Las enseñanzas del coronavirus / Joan Coscubiela 89
El virus, el balcón y las golondrinas que no volverán / Joaquim Bosch
100
Soberanía en tiempos de biopolítica: estado de alarma y derechos fundam. / J. L. Casero 103
¿A quién vamos a matar? / Layla Martínez
107
Coronavirus: ¿reacción y represalia de Gaia? / Leonardo Boff 111
COVID19 – Instrumento de control mundial / Luis Felipe Ospitia Ramírez 113
Alternativa España: por un programa de reconstrucción nacional y social / Manolo Monereo 116
Tiempo de virus / Manuel Castells
120
317
Salud urbana: en confinamiento, la desigualdad se magnifica / Manuel Franco
122
El orden mundial previo al virus era letal / Markus Gabriel 125
COVID-19: El monstruo llama a la puerta / Mike Davis
128
Empieza el siglo XXI: el derecho a vivir / Montserrat Galcerán 132
El coronavirus es el desastre perfecto para el ‘capitalismo de desastre’ / Naomi Klein 134
“Las camas de los hospitales se han suprimido en nombre de la eficiencia” / NOAM CHOMSKY 138
Pueblos indígenas, coronavirus, y la hipocresía occidentalizada / Ollantayitzamnaen 140
¿Por qué no tratamos la crisis climática con la misma urgencia que el coronavirus? / Por Owen Jones 142
El coronavirus como declaración de guerra // Santiago López Petit
145
¿Esto nos está pasando realmente? / Santiago Alba Rico 147
Las consecuencias del neoliberalismo en la pandemia actual / Vicenç Navarro
151
El coronavirus nos obliga a decidir entre el comunismo global o la ley de la jungla / Žižek 157
II PARTE - MÁS REFLEXIONES
Italia o el espejo roto del coronavirus / Alba Sidera 162
La destrucción de los ecosistemas, el primer paso hacia las pandemias / Alejandro Tena 168
Covid-19: El Orden Post Global es inevitable / Alexander Dugin 170
El coronavirus pone en valor el campo y el ‘Made in Spain’ / Aurelio Medel Vicente 174
Renta básica, redistribución de riqueza y conservación del patrimonio / Carmen Molina Cañadas 177
COVID-19 y la caída del Dominó Financiero Global: el mundo es insolvente. / Charles Hugh Smith 181
Ocho tesis sobre el Covid-19 / Daniel Tanuro 183
Ahora que tenemos tiempo / Elena Sevillano de las Heras 186
Una sociedad al microscopio / Elisa Beni 190
Quién ganará la guerra entre EEUU y China tras el coronavirus (y el papel de España) / Esteban Hernández 193
El virus de la corona, la iglesia católica y la “heroicidad” de la sanidad pública / Félix Población 197
La invención de una epidemia / Giorgio Agamben 199
La hora de lo público / Javier Valenzuela 204
Lo que nos muestra el virus. Lo primero, nuestra vulnerabilidad / Jesús Iglesias 206
Coronavirus y lucha de clases / José Luis Carretero 208
Una renta básica universal que inmunice ante la pandemia de precariedad vital/ Sarah Babiker 211
El coronavirus y el fin del neoliberalismo posmoderno / Juan Antonio Molina
213
Mala ciencia con consecuencias catastróficas / Juan Ignacio Perez y Joaquín Sevilla 215
Efectos colaterales del coronavirus / Juan Luis Cebrián
217
El coronavirus ¿nos hará “libres de vuelo”? / LenniCoffey
224
Lo público y el “virus” del neoliberalismo / Lorenzo Sentenac 226
318
Crisis mundial de la economía capitalista y el coronavirus / Lucha Internacionalista 228
Las lecciones que puede dar el coronavirus a la especie humana / Luis González Reyes 231
¿Qué hay detrás del coronavirus? / Magdalena del Amo 237
Cultura Contra Virus / Manel Barriere Figueroa241
El virus que bloquea el mundo / Marc Bassets 242
Vivir en la sociedad del riesgo / Maria Novo
246
El tiempo de actuar con éxito se acaba / Miguel A. Hernán|Santiago Moreno 248
La realidad virtual será el nuevo opio del pueblo / Miguel Ángel Quintanilla 250
América Latina puede convertirse en la mayor víctima del COVID-19 / Miguel Lago 255
Diez claves del mundo que nos espera después del coronavirus / Nacho Temiño 258
El Covid-19 hace de Bin Laden, entre otras 11 verdades incómodas / Nazanín Armanian 262
Si quedarse en casa es incondicional, la renta básica también / Nuria Alabao 266
Terminó la Hegemonía Estadounidense: para un Giro Global hacia China / Pablo Heraklio
270
PLANETA FUTURO / Patricia Peiró
273
Coronavirus, la justificación de los capitalistas para salvar su moribundo sistema económico / PCOE 276
Pedro Baños: “El coronavirus determinará el nuevo orden económico del planeta” / Isabel García Macías 280
Cuántas mentiras… / Pedro Burruezo Navarro
282
Lecciones impartidas por el coronavirus: El decrecimiento “ordenado” es posible / Pepe Galindo 282
¿El coronavirus, es de izquierdas o de derechas? / Rafael Cid 286
El coronavirus desata el pánico / ROSA MARÍA ARTAL 288
Una renta básica universal que inmunice ante la pandemia de precariedad vital / Sarah Babiker 292
Todo el poder para lo público / Sira Rego 294
Lo peor no es el coronavirus / Tania Causse 297
III PARTE - NUEVAS REFLEXIONES
Hay que frenar al coronavirus, pero no a cualquier precio / Bernd Riegert
UN PROPÓSITO ESPIRITUAL / Bill Gates
300
302
Contra las pandemias ¡La ecología! ¿De dónde viene el coronavirus? / Sonia Shah
304
La agroindustria está dispuesta a poner en riesgo de muerte a millones de personas / Rob Wallace 309
319
320
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