Subido por Maria de los Angeles Renteria

Psicosoluciones

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Psicosoluciones
Herder
Giorgio Nardone es psicólogo, funda­
dor y director del Centro de Terapia
Estratégica de Arezzo, donde desarro­
lla su actividad de psicoterapeuta y
dirige la Escuela de Especialización en
Terapia Breve Estratégica. Además,
es coordinador de NETWORK Europa
de Terapia Breve Estratégica y dirige
el máster que imparte el Instituto Gestalt de Barcelona en esta disciplina. Es
el exponente más destacado entre los
investigadores de la llam ada Escuela
de Palo Alto, y sus investigaciones en
el campo clínico han llevado a la puesta
a punto de innovadores, por eficaces,
modelos de terapia breve específicos
para formas particulares de patologías
(como los trastornos fóbico-obsesivos
o los trastornos de la alimentación).
En su creativo y no p o r ello menos
sistemático trabajo se inspiran estudio­
sos y terap eu tas de todo el m undo.
Giorgio N ardone da conferencias y
seminarios en Italia y en el extranjero,
y es autor de numerosas obras trad u ­
cidas a muchos idiomas, entre las que
destacam os El arte del cambio (con
Paul Watzlawick), Miedo, pánico, fo bias y Terapia breve estratégica (con
Paul Watzlawick).
PSICO SO LU CIO N ES
G IO R G IO N A R D O N H
PSICOSOLUCIONES
Cómo resolver rápidamente problemas
humanos complicados
Herder
Título original: Psicosoluzioni
Traducción: Juliana González
Diseño de la cubierta: Claudio Bado y Mónica Bazán
2a edición 2004
© 1998, RCS Libri S.p.A., Milano
© 2002, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN: 84-254-2181-0
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentim iento expreso
de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.
Imprenta: Reinbook, S.L.
Depósito legal: B - 26220 - 2004
Printed in Spain —Impreso en España
H crdcr
www.herdereditorial.com
ÍNDICE
E s tu d io s ................................................................................... ...... 11
P ró lo g o ............................................................................................ 13
1.
LA TEORÍA
................................................................................. 15
C onstruir realidades p a to ló g ic a s ................................... ...... 15
C onstruir realidades terapéuticas .......................................27
2.
LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
.............................................. ......39
R elatos de terapias aparentem ente « m ág ica s» .................39
Psicosis o supuestas p s ic o s is ................................................40
Caso 1: Los vecinos quieren verm e desnudo . . . .
40
C aso 2: Tengo una serpiente en la b a rrig a ............. ......45
Caso 3: D elirio y c o n tra d e lirio .......................................47
Caso 4: El im án que succiona e n e r g ía ..........................49
M iedo, pánico, fo b ia s .............................................................52
Caso 1: La fobia a los e s p e jo s .........................................52
Caso 2: El m iedo de salir s o la .........................................55
Caso 3: Sin ti me entra el pánico ............................ ..... 59
Caso 4: El incurable m iedo de perder el control . .
O bsesiones y co m p u lsio n es............................................
61
67
7
Indice
Caso 1: La obsesión de perder el control
de los esfínteres ............................................
67
C aso 2: Esterilizarlo todo para evitar contagios ..
72
C aso 3: La repetición de fórm ulas m e n ta le s .........
75
M anías y p a ra n o ia s...........................................................
77
Caso 1: El psiquiatra dependiente de la madre . . .
77
Caso 2: Todos la tom an c o n m ig o ............................
80
Caso 3: B loquear las respuestas para inhibir las
preguntas .......................................................
83
Anorexia, bulimia, vóm ito ...............................................
85
C aso 1: H acer com er negando el alim ento ...........
85
Caso 2: Te ayudam os a hacerlo m e jo r ....................
90
Caso 3: C om er y vom itar, ¡qué maravilla! ...........
95
Caso 4: Si quieres atiborrarte, ¡hazlo b i e n ! ...........
98
Depresión ...........................................................................
99
Caso 1: O frecer un pulpito al depresivo ...............
99
C aso 2: Sí, vivim os en un valle de lá g r im a s .........
101
Parejas en crisis ................................................................
105
Caso 1: La pareja que no lograba dejar de pelear .
105
C aso 2: El m uro del s ile n c io .....................................
108
Caso 3: Querido, ¡qué m acho eres cuando
me m altratas! ................................................
110
Bloqueo de la p e rfo rm a n c e............................................
112
C aso 1: El bloqueo a hablar en p ú b lic o .................
112
C aso 2: M otivar, frustrándolo,
8
al atleta b lo q u e a d o .......................................
114
C aso 3: La tesis sin fin ..............................................
116
índice
3 . EL «SELF-H ELP ESTRATÉGICO»: EL AUTOENGAÑO
TERAPÉUTICO ......................................................................
121
Identificar las propias soluciones in te n ta d a s .............
133
Increm entar las posibilidades de elección .................
135
C ada cosa conduce a otra cosa .....................................
136
L a técnica del e sc a la d o r..................................................
137
¿C óm o em peorar la situación? .....................................
138
Im aginar el escenario m ás allá del p ro b le m a .............
139
La técnica del «com o s i » ................................................
140
Las peores fa n ta s ía s .........................................................
142
E vitar e v ita r.........................................................................
143
Esforzarse por no e s f o rz a r s e ..........................................
145
Enm arcar los re c u e r d o s ..................................................
146
El «sano e g o ís m o » ...........................................................
148
Prescribirse la fragilidad ................................................
152
E p ílo g o ......................................................................................
155
B ib lio g ra fía .............................................................................
157
9
í íi t t i;
ESTUDIOS
Los seres hum anos poseen una form idable capacidad de com ­
plicarse la vida, pero el hecho que puedan m anifestar torm en­
tosas, retorcidas y persistentes patologías, no significa obliga­
toriam ente que sean necesarias terapias igual de dolorosas y
prolongadas. La experiencia de conocidos estudiosos y tera­
peutas ha dem ostrado, de hecho, que es posible m ediante tera­
pias psicológicas basadas en sugestivas y bien focalizadas in­
tervenciones estratégicas, conducir a las personas a elim inar
rápidam ente sus propios sufrim ientos.
A partir de tales consideraciones, se expone en este libro,
de m anera clara y cautivadora, la form a m ás evolucionada del
m odelo de problem solving estratégico de la Escuela de Palo
Alto, de la cual el autor es uno de los m ás acreditados investi­
gadores, en su aplicación a los problem as hum anos. Giorgio
Nardone guía al lector, m ediante anécdotas, m etáforas, diser­
taciones y relatos de terapias aparentem ente «m ágicas», a tra­
vés de un placentero y útil viaje al descubrim iento del arte de
resolver com plicados problem as hum anos m ediante solucio­
nes «simples».
Giorgio N ardone, psicólogo y psicoterapeuta, es fundador
11
Psicosoluciones
y director del C entro de Terapia Estratégica de Arezzo, do­
cente de Técnica de la Terapia Breve en la U niversidad de
Siena y representante oficial del M ental Research Institute de
Palo Alto. Entre sus obras, traducidas a m uchas lenguas, figu­
ran E l arte del cambio (con Paul W atzlaw ick); Miedo, pánico,
fobias, y Terapia breve estratégica (con Paul W atzlawick).
PRÓ LOGO
U na de las m ás nefastas convicciones de los últim os cien
años, en cuanto a tratam ientos terapéuticos, es aquella funda­
m entada en que si una persona tiene un patología psicológica
grave y persistente a lo largo de varios años, su terapia deberá
ser igual de com plicada y extensa en el tiempo.
Tal creencia pseudocientífica ha resistido durante decenios
tanto a la contraria evidencia de los hechos com o a la evolu­
ción de la ciencia, y todavía persiste en ciertos am bientes, en
los cuales quizás es m ás im portante defender la ortodoxia que
curar efectivam ente los sufrim ientos hum anos; en estos ca­
sos, com o dice Hegel, «si los hechos no concuerdan con la te­
oría, peor para los hechos».
Sin em bargo, a lo largo de los últim os treinta años, m uchos
estudiosos y autores, recuperando antiguos saberes y utilizan­
do las contribuciones de la m ás actualizada investigación
científica, han dem ostrado y divulgado cóm o es posible re­
solver eficazm ente y en tiem po breve la m ayoría de las pato­
logías psíquicas y com portam entales. Com o afirm a Occam:
«Todo lo que puede ser hecho con poco, inútilm ente se hace
con mucho».
13
Psicosoluciones
En este sentido, quien escribe ha intentado exponer, espero
que de form a clara, accesible y de placentera lectura, las ideas
y sugerencias derivadas de la experiencia de m ás de tres mil
casos tratados a lo largo de un decenio, la m ayor parte de los
cuales han sido resueltos en un lapso de pocas semanas. En
otras palabras, el propósito de este libro consiste en introducir
al lector en este fascinante «arte» de resolver problem as com ­
plicados m ediante soluciones aparentem ente simples.
1
LA TEORÍA
C onstruir realidades patológicas
«Soy como una marioneta rota, con los ojos caídos
hacia dentro».
Esta frase de un enfermo mental dice más que la tota­
lidad de los textos sobre la introspección.
E.M.
C
io r a n ,
Silogismos de la amargura
Con el fin de introducir mis argum entaciones acerca de la for­
m a en que los seres hum anos «construyen» sus propias pato­
logías, creo que puede ser útil basarm e en una anécdota real
que no viene directam ente de la práctica clínica, ya que opino
que los terapeutas deberíam os aprender m ucho no solo de
aquello que acontece en nuestras consultas sino sobre todo de
lo que sucede en las usuales interacciones hum anas; observar
cóm o cam bia la naturaleza de las cosas; cóm o los fenóm enos
sociales e interpersonales, según sus diferentes m anifestacio­
nes, producen patologías o estrategias para resolver patologí­
as; y aprender de estas observaciones cóm o afrontar los pro­
blem as para los cuales los pacientes nos piden soluciones.
15
Psicosoluciones
Hace algunos años, en Estados Unidos, un hom bre tenía un
m iedo m uy grande a volar, casi una obsesión, sim plem ente
porque tem ía encontrar una bom ba en su avión (nos encontrá­
bam os en la época de los atentados aéreos) y, al m ism o tiem ­
po, sentía un am or infinito por las capitales del arte europeo,
que no podía ir a visitar a causa de su indom able miedo.
D espués de m uchas reflexiones, el hom bre, que era un apa­
sionado de los cálculos de probabilidades, quiso saber cuántas
eran verdaderam ente las probabilidades de encontrar una
bom ba en su propio avión.
Com enzó a llam ar a agentes de viajes esperando que estu­
viesen inform ados y preguntó:
-D isculpe: ¿me puede decir cuántas probabilidades tengo
de encontrar una bom ba en el vuelo de N ueva Y ork a París?
Com o se puede suponer, la m ayoría de los agentes de viaje
le contestó:
-¡N o tengo tiem po de pensar en esas estupideces!
H asta que, casualm ente, por cuestiones del azar, encontró a
un agente de viajes tan apasionado com o él del cálculo de pro­
babilidades, que le respondió prontam ente:
-U n a probabilidad entre cien mil.
El pensó un poco en esto, y después preguntó:
-P e ro perm ítam e, ¿cuántas probabilidades tengo de encon­
trar dos bom bas en el m ism o avión?
Y el agente de viajes dijo:
-P u e s se tendría que hacer un cálculo exponencial, llám e­
me dentro de m edia hora y lo habré hecho.
El hom bre llamó después de m edia hora exacta, y el agente
afirmó:
16
La teoría
-B ie n , he hecho el cálculo exponencial: hay una probabili­
dad entre 100.000.000 de que usted pueda encontrar dos bom ­
bas en el m ism o avión.
El hom bre respondió:
-B u en o , entonces reservo un billete para el vuelo de la pró­
xim a sem ana de N ueva Y ork a París.
El hom bre fue arrestado en la puerta de em barque de la
TW A: llevaba una bom ba dentro de su m aletín, y sostenía que
obraba de ese m odo por el bien de todos porque reducía así,
en gran medida, las probabilidades de encontrar otra bomba
en el avión.
Esta anécdota extravagante introduce claram ente un concepto
de fondo, ya bien conocido por el filósofo Locke, quien afirm a­
ba que, en realidad, nosotros consideram os «insensatos a quie­
nes, partiendo de prem isas equivocadas y usando una lógica
correcta y convincente, llegan a conclusiones erróneas». Hoy
direm os, de acuerdo con la m oderna filosofía de la ciencia, que
cada persona crea su propia realidad sobre la base de lo que
hace, guiada por la perspectiva que asum e en la percepción de
la realidad con la cual interactúa. El lector puede, esforzándo­
se, asum ir el punto de v ista del hom bre de la anécdota y llegar,
así, a la com prensión del proceso lógico m ediante el cual fue
im pulsado a construir racionalm ente una acción tan irracional
com o la de llevar una bo m b a para evitar encontrar otra.
C ada realidad cam bia según el punto de vista de quien la
mira: esto conduce a reacciones diversas sobre la base de las di­
ferentes atribuciones que se pueden hacer a la m ism a realidad.
17
Psicosoluciones
En este sentido es ilum inadora la historia que sigue:
«En un día m uy caliente, en una ciudad del sur de Italia, un
padre y su hijo em prenden un viaje, con su asno, para visitar a
unos parientes que viven en una ciudad lejana de su comarca.
El padre va m ontado sobre el asno y el hijo camina a su
lado; los tres pasan delante de un grupo de personas, y el p a­
dre escucha que éstos dicen:
-M ire n eso, ¡qué padre tan cruel!: va sobre el asno y su hijito debe andar en un día tan caliente.
Entonces el padre baja del asno, hace subir al hijo y conti­
núan así el camino.
Pasan frente a otro grupo de personas y el padre escucha
que éstos dicen:
-P e ro miren: el pobre viejo camina, en un día tan caliente,
y el jo v en va m uy cóm odo sobre el asno; ¡qué clase de educa­
ción es ésta!
El padre, entonces, piensa que lo m ejor es que los dos va­
yan sobre el asno, y así continúan el camino.
Un poco después pasan frente a otro grupo de personas y el
padre escucha:
-¡O b serv en qué crueldad!: esos dos no tienen ni un poco de
m isericordia con ese pobre anim al que debe cargar tanto peso
en un día tan caliente.
Entonces el padre se baja del asno, hace bajar tam bién a su
hijo y continúan cam inando junto al asno.
Pasan enfrente de otro grupo de personas, que dicen:
-¡Q u é im béciles esos dos!: en un día tan caliente cam inan a
pesar de que tienen un asno sobre el cual montar...».
C om o el lector puede com prender, la historia podría conti­
18
j
La teoría
nuar hasta el infinito: lo que nos m uestra es cóm o de la m ism a
realidad se pueden tener percepciones y opiniones m uy diver­
sas, y cómo, sobre la base de cada una de éstas, las reacciones
de las personas cambian.
«No existe una realidad verdadera, sino tantas realidades
com o se puedan inventar», afirm aba O scar Wilde.
Por tanto, se debe constatar que no existe un conocim iento
realm ente verdadero de las cosas, solamente puede existir un
conocim iento idóneo, o bien un conocim iento instrum ental
que nos perm ita adm inistrar la realidad con la cual interactuamos. Lo anterior, que caracteriza el punto de vista de la filoso­
fía de la ciencia actual, conduce a tom ar distancias de las tesis
deterministas o positivistas que quisieran defender la posibili­
dad de un conocim iento científicamente verdadero, optando
por el estudio de los m odos m ás funcionales de proceder con
relación a una realidad nunca del todo verdadera, ya que ésta
es fruto de los puntos de vista que adoptamos, de nuestros ins­
trumentos cognoscitivos y de nuestros modos de com unicar­
nos. Este enfoque, denom inado constructivismo, sobre la base
de la conciencia de la im posibilidad de lograr una verdad defi­
nitiva, se encam ina hacia el perfeccionam iento de nuestra con­
ciencia operativa; o sea de nuestra capacidad de adm inistrar
estratégicam ente la realidad que nos circunda. Éste, sin em bar­
go, no es un conocim iento del todo moderno; ya Epicteto, el fi­
lósofo de la antigüedad, afirmaba: «no son las cosas en sí m is­
mas las que nos preocupan, sino la opinión que tengam os de
ellas».
Kant, en su Crítica de la razón pura, aseguraba que m u­
chas veces los seres hum anos confunden los resultados de su
19
Psicosoluciones
modo de definir, deducir o clasificar los conceptos con las co­
sas en sí m ismas.
En el antiguo budism o zen se tienen dos concepciones de la
verdad: la verdad de esencia y la verdad de error. La verdad
de esencia se alcanza m ediante la iluminación, o bien trascen­
diendo la realidad concreta, porque la esencia está en lo tras­
cendente y no en la vida terrena; por tanto, tal verdad no pue­
de ser alcanzada en el curso de la vida de un ser humano.
Las verdades de error son, en cambio, aquellas verdades ins­
trum entales parciales que se construyen en la relación con las
cosas terrenales para increm entar nuestra capacidad de gober­
narlas. Los seres humanos, en la m ejor de las hipótesis, podemos
perfeccionar nuestra capacidad de inventar «verdades de error».
Com o se puede ver, la m oderna epistem ología constructivista, o m ejor la contem poránea filosofía de la ciencia, reúne
antiguos saberes de Oriente y Occidente, aunque llega a tales
consideraciones m ediante la evolución experim ental de la
ciencia aplicada. Es, de hecho, gracias a las ciencias «exac­
tas» que se llega a la constatación de la absoluta im posibilidad
de tener certezas científicas definitivas.
Desde que Einstein y Heisenberg iniciaron la revolución
científica de la física contem poránea, introduciendo la relati­
vidad y el principio de indeterminación, la ciencia m oderna
se ha orientado hacia la búsqueda de un conocim iento instru­
m ental y operativo y ha dejado de lado la búsqueda de verda­
des absolutas. De la m ism a forma, desde que Gódel (1931)
con su tratado sobre las Proposiciones indecidibles dem olió
la posibilidad de una lógica rigurosam ente racional, la lógica
m atem ática ha evolucionado hacia el desarrollo de m odelos
20
i
La teoría
que contem plan la contradicción, el autoengaño y la paradoja
com o procedim ientos rigurosos y predictivos en la construc­
ción de las creencias y del com portam iento hum ano.
En palabras de V on G lasersfeld (1995), hoy se debe adap­
tar nuestro conocim iento a las realidades parciales, constru­
yendo, frente a los problem as, estrategias que se basen cada
vez m ás en los objetivos que nos trazam os, y que se adapten
paso a paso al desarrollo de tales realidades. De m odo que la
transición es de un conocim iento que pretende describir la
verdad de las cosas, el positivista y determ inista, a un conoci­
miento, el constructivista, que nos perm ite adaptam os eficaz­
mente a lo que percibim os y cuyo desarrollo se presenta m e­
diante un conocim iento operativo que nos enseña a gobernar
la realidad del m odo m ás funcional posible.
Después de estas divagaciones teoréticas, quizá tediosas
pero indispensables para dejar claro al lector el rigor científico
de las afirm aciones presentadas, podem os retom ar al ejem plo
del hom bre que carga en su m aletín una bom ba para reducir la
probabilidad de encontrar una bom ba terrorista en su avión, ya
que este ejem plo introduce otro aspecto fundam ental para el
conocim iento de los problem as hum anos, para saber cóm o se
construyen, y de qué m anera pueden ser resueltos; es decir que
lo que construye una patología y la m antiene es precisam ente
lo que las personas intentan hacer para resolverla.
Una tentativa de solución que no funciona, si es reiterada,
no solo no resuelve el problem a, sino que lo com plica, hasta
inducir a la construcción de un verdadero círculo vicioso, en
el interior del cual lo que se hace para cam biar alim enta la
persistencia de lo que debería ser cambiado.
21
Psicosoluciones
Esta idea, form ulada por prim era vez por los teóricos de la
Escuela de Palo Alto (W atzlaw ick y otros, 1974), puede acla­
rarse m ejor m ediante un ejem plo concreto: la persona que su­
fre un trastorno fóbico intenta usualm ente evitar las situacio­
nes que le desencadenan el m iedo, pero es precisam ente el
evitar tales situaciones lo que increm enta la reacción fóbica.
Cada fuga, de hecho, confirm a la peligrosidad de la situación
evitada y conduce a una nueva fuga, hasta que, en virtud de
este círculo vicioso de soluciones intentadas que aum entan el
problem a, el sujeto fóbico llega a sum irse en un aislam iento
casi total. Llegados a este punto habrá literalm ente «construi­
do» un trastorno fóbico generalizado.
Si a la estrategia de fuga personal de tales sujetos, com o es
usual en estos casos, se añade la tentativa de solución del so­
porte y de la ayuda ofrecida por los que viven en tom o a ellos,
el problem a se com plica ulteriorm ente. La ayuda recibida por
quien tiene m iedo de afrontar determ inadas situaciones, de
parte de personas queridas que lo acom pañan y lo apoyan, tie­
ne el efecto de confirm ar a éste, aún más, que solo no lo ha­
bría logrado (Nardone, 1993).
Así que la sum a de un intento de solución personal y una
tentativa de solución relacional, reiteradas en el tiem po, con­
ducen al efecto final de un increm ento form idable de la pato­
logía que habrían debido atenuar.1
1.
Las investigaciones desarrolladas por el autor y sus colaboradores
sobre m iles de casos de formas graves de trastornos fóbicos demuestran
concretamente tales afirmaciones: una patología grave viene a constituirse
sobre la base de las reacciones a fenóm enos inicialm ente tenues; tales reac­
ciones, que pretenden controlar el m iedo, en su disfuncionalidad lo incre­
mentan hasta conducirlo a una elevada expresión patógena.
22
La teoría
Lo que es sorprendente para m uchos es que lo que guía a las
personas a reiterar la práctica de actitudes y com portam ientos
disfuncionales no es un freudiano «instinto de m uerte» y m u­
cho m enos una «propensión genética» a la patología, sino el
aplicar, de m anera rígida, soluciones que anteriorm ente habí­
an funcionado en problem as del m ism o tipo; pero una buena
solución, em pleada para un m ism o problem a en tiem pos dife­
rentes puede convertirse en una pésim a solución, asim ism o un
com portam iento adecuado en una determ inada circunstancia
puede ser com pletam ente inadecuado en otra m uy sim ilar a la
anterior. El problem a, por lo tanto, radica en aplicar tentativas
de solución aparentem ente adecuadas y sobre todo en insistir
en su aplicación incluso después de com probar el fracaso.
Los seres hum anos, com o dem uestra la m oderna psicolo­
gía cognitiva y de las atribuciones, tienen dificultad en cam ­
biar sus puntos de vista y sus esquem as com portam entales
aun cuando éstos resultan inadecuados. Se dice, en efecto, que
el hom bre desea m ás reconocer que conocer. En otros térm i­
nos, todo esto reconduce a una antigua fábula griega que narra
la historia de «una m uía que todas las m añanas llevaba una
carga de leña desde la granja en el valle hasta la cabaña en la
m ontaña, pasando siem pre por el m ism o sendero a través del
bosque, subiendo por la m añana y regresando al anochecer.
Una noche, durante una torm enta, un rayo derribó un árbol
que obstruyó el sendero. A la m añana siguiente la muía, cam i­
nando por su habitual trayecto, tropezó con el árbol que le im­
pedía el camino. La m uía pensó: “El árbol no debe estar aquí,
está en un lugar equivocado” y continuó hasta golpear su ca­
beza contra el árbol, im aginando que éste se desplazaría, ya
23
Psicosoluciones
que ése no era su puesto. Entonces la m uía pensó: “Quizá no
he dado un golpe lo suficientem ente fuerte”; pero el árbol no
se m ovía. La m uía insistió repetidam ente». Dejo intuir al lec­
tor el trágico final de la antigua fábula griega.
Encuentro en esta m etáfora una excelente analogía con
aquello que los seres hum anos ponen en práctica cuando cre­
an una patología; y pensar que com o en el caso de la m uía la
m ayoría de las veces bastaría poco, solo algo de elasticidad
m ental, para evitar construir el problem a.
L a vida está llena de eventos problem áticos para cualquie­
ra; la diferencia está en «cóm o» cada uno de nosotros afronta
estas realidades, ya que esto conducirá a aplicar tentativas que
pueden llevar no solo a la no-solución del problem a que se
quería resolver sino, incluso, a su com plicación. Por tanto, lo
que construye un problem a no es tanto un error de percepción
y de reacción sino la rígida perseverancia en la posición asu­
m ida y en las acciones que derivan de ésta. Com o ya fue referi­
do, las patologías psicológicas, usualm ente, se construyen por
la utilización, por parte de la persona, de una o m ás soluciones
que a m enudo son reconocidas por el m ism o sujeto com o no
funcionales pero que no logra m odificar. Tal rígido sistem a de
percepciones y reacciones, con relación a una determ inada re­
alidad, m antiene el problem a, lo com plica, y con frecuencia
conduce al sujeto a desconfiar de la posibilidad de un cambio.
De m odo que las «soluciones intentadas» disfuncionales se
convierten en el problem a (W atzlaw ick y otros, 1974).
En otros térm inos, errar es hum ano pero es la incapacidad
de m odificar los propios errores lo que vuelve las situaciones
irresolubles. Tal dificultad de cam biar nuestras estrategias, a
La teoría
la que he aludido anteriorm ente, reside en el hecho de que
éstas derivan de experiencias precedentes de resultados favo­
rables al afrontar problem as de la m ism a tipología. En otras
palabras, com o dice Osc?.r Wilde: «es con las m ejores inten­
ciones que se producen los peores efectos».
La dem ostración experim ental de este asunto se deriva de
los fam osos experim entos realizados en la universidad de
Stanford p o r el psicólogo Bavelais, que som etió a varios suje­
tos al experim ento que sigue: el investigador dice al sujeto:
-A h o ra leeré un cierto núm ero de cifras de dos en dos; us­
ted debe decirm e si las cifras de las parejas se relacionan o no
entre sí».
Invariablem ente, al inicio de la prueba el sujeto quiere te­
ner inform ación m ás precisa respecto a cóm o estos núm eros
deberían relacionarse.
El investigador le explica que la tarea es precisam ente des­
cubrir tales nexos.
De esta m anera, se induce al sujeto a creer que su tarea está
vinculada con los experim entos de prueba y error, y que pue­
de, por lo tanto, com enzar a dar respuestas, que serán gradual­
m ente m ás precisas, hasta alcanzar la correcta.
A l com ienzo, el investigador declara siem pre incorrectas las
respuestas del sujeto; después, sin ningún nexo con la respuesta,
em pieza a declarar acertadas algunas respuestas. A m edida que
avanza el experim ento, el investigador incrementa la frecuen­
cia de las respuestas consideradas acertadas, de m anera casual,
sin ninguna valoración efectiva de la respuesta, y así procede el
experim ento, de m odo que el individuo tenga la im presión de
increm entar progresivam ente la certeza de sus respuestas.
Psicosoluciones
Cuando se ha llegado a un buen nivel de esta artificiosa y fal­
sa corrección, el psicólogo interrum pe el experim ento y pide al
sujeto que le explique cóm o ha form ado en su m ente los m ode­
los lógicos que lo han llevado a avanzaren el experim ento.
Norm alm ente, las explicaciones ofrecidas son com plicadí­
sim as, a veces absolutam ente incom prensibles. En este m o­
m ento, el investigador revela el truco y m anifiesta que al de­
clarar correctas o incorrectas las respuestas no había ningún
sentido lógico, se trataba solo de un guión prestablecido. No
existía ninguna coherencia real entre las preguntas y las res­
puestas, ningún nexo m atem ático, lógico, figurativo, etc. La
definición de los éxitos y los fracasos había sido independien­
te de las respuestas.
Lo que es oportuno para nuestro tem a, es que en este punto
la m ayor parte de los sujetos rehúsa creer al psicólogo y m ani­
fiesta una grandísim a dificultad en abandonar la visión que se
ha construido en su mente. A lgunos tratan, incluso, de con­
vencer al investigador de que existen verdaderam ente nexos
lógicos de los cuales él no se ha dado cuenta aún.
Este experim ento, com o m uchos otros del m ism o tipo, de­
m uestra claram ente cóm o una persona tiene grandes dificulta­
des en cam biar una convicción propia, después de haberla
creado m ediante un proceso experiencial vivido com o eficaz.
Todo esto deja claro cóm o, aún teniendo pruebas concretas,
las personas insisten en aplicar estrategias de soluciones dis­
funcionales con relación a una determ inada realidad, y cómo
lo que m antiene los problem as es lo que hacem os, sin éxito,
para resolverlos.
26
1
La teoría
Construir realidades terapéuticas
Reconducir algo desconocido a algo conocido alivia,
tranquiliza, satisface y da también una sensación de
poder. Lo incógnito conlleva además el peligro, la in­
quietud, la preocupación; el primer instinto es el de
abolir estas desagradables situaciones. Primer prin­
cipio: una explicación cualquiera es mejor que nin­
guna explicación. Ya que fundamentalmente se trata
solo de una voluntad de liberarse de ideas opresivas,
no se hila fino en cuanto a los medios para liberarse
de ellas: la primera idea que explica lo desconocido
como conocido hace tanto bien que ya se la «conside­
ra verdadera». [...] El instinto de las causas está en­
tonces determinado y avivado por el sentimiento del
miedo.
F rie d ric h N ie tz s c h e .
Cómo se filosofa a martillazos
De cuanto se ha expuesto hasta aquí parece evidente que lo
que se debe considerar en relación con el cambio no es enton­
ces el m odo en el que el problem a se ha form ado en el pasado,
sino cóm o éste se m antiene en el presente. Lo que debemos
interrum pir, cuando querem os cam biar una realidad, es su
persistencia; sobre su formación ocurrida en el pasado, no te­
nem os ningún poder de intervención.
Esta consideración aparentem ente obvia descarta la m ayor
parte de los m odelos terapéuticos psicológicos y psiquiátri­
cos, los cuales, sobre la base de una epistem ología determ i­
nista o reduccionista, se ocupan de reconstruir las causas pa­
I
27
Psicosoluciones
sadas de un problem a presente, con la convicción que, una
vez éstas sean reveladas y hechas conscientes, el problem a
desaparecerá. En realidad no existe ninguna conexión «causal
lineal» entre cóm o un problem a se crea y cóm o éste persiste,
sobre todo no existe ningún nexo lógico entre cómo el proble­
m a se crea y cómo puede ser cam biado y resuelto. En cambio,
existe una «causalidad circular» entre cóm o un problem a per­
siste y lo que las personas hacen para resolverlo sin éxito.
Esto conduce a destacar que, cuando se pretende provocar
cam bios, lo im portante es concentrarse en las tentativas de so­
lución disfuncionales en curso; ya que cam biando o blo­
queando éstas se interrum pe el círculo vicioso que alim enta la
persistencia del problem a. U na vez interrum pida tal repetitividad se habrá abierto la vía al verdadero cam bio alternativo;
es m ás, esto no solo será probable, sino inevitable, en cuanto
la ruptura del equilibrio precedente conducirá a la necesidad
del establecim iento de uno nuevo, basado en las nuevas per­
cepciones de la realidad.
Para hacer com prensible un proceso de cam bio de este
tipo, es útil recurrir a otro ejem plo derivado de la psicología
experim ental (Orstein, 1986), o m ejor a una experiencia que
el lector puede desarrollar directam ente.
El experim ento es el siguiente: coloque tres baldes de agua
enfrente suyo, uno con agua m uy caliente, otro con agua muy
fría y un tercero con agua tibia. A hora sum erja la mano dere­
cha en el agua caliente y la izquierda en la fría. Después de al­
gunos m inutos m eta las dos m anos al m ism o tiem po en el
agua tibia. Tendrá una experiencia un tanto desconcertante.
Para la m ano derecha el agua será m uy fría, para la izquierda
28
La teoría
m uy caliente. A unque am bas reciben im pulsos del m ism o ce­
rebro, la m ano derecha no sabe lo que la mano izquierda hace
y lo que es verdaderam ente interesante es que según la per­
cepción de la mano derecha usted debería agregar agua ca­
liente y según la m ano izquierda tendría que agregar agua fría.
Entonces resulta evidente cóm o es nuestra percepción de las
cosas lo que construye literalm ente la realidad de nuestros
com portam ientos y cóm o nuestra percepción está construida
sobre la base de lo que hem os experim entado y creído prece­
dentem ente. En consecuencia, la intervención que conduce al
cam bio es la que provoca experiencias perceptivas concretas
que pongan a la persona en condiciones de sentir algo distinto
con relación a la realidad que debe cambiar, para abrir de este
modo la puerta a reacciones diferentes, ya sea de tipo em otivo
o com portam ental. De esta m anera se verifica no solo un cam ­
bio en el com portam iento, com o nos acusa algún crítico, ni
solo un cam bio en las cogniciones, ni un cam bio sim plem ente
en las em ociones; sino un cam bio que sucede tanto a nivel de
em ociones, com o de conocim ientos y com portam ientos a raíz
de una experiencia concreta que m odifica el m odo de percibir
la realidad.
Llevando al ám bito clínico lo que ha sido expuesto hasta
aquí, se deduce una form ulación de la terapia com pletam ente
distinta de las tradicionales, ya sea desde un punto de vista te­
órico ya sea aplicativo.
Considerados desde esta perspectiva, en efecto, los trastornos
mentales son vistos como el producto de una modalidad disfun­
cional de percepción y reacción, en relación con la realidad, lite­
ralm ente construida por el sujeto a través de sus reiteradas dispo29
Psicosoluciones
siciones y acciones; proceso «de construcción» en el interior del
cual, como ya fue demostrado, si cambian las modalidades per­
ceptivas de la persona cambiarán también sus reacciones.
La m entalidad del problem -solving estratégico, que es la base
de la terapia breve, está guiada por esta lógica aparentemente
simple que en la práctica clínica se expresa conduciendo al pa­
ciente, habitualmente mediante estratagemas, tram pas comportam entales, mentiras benéficas y métodos de refinada sugestión,
a experim entar percepciones alternativas de su realidad.
Tales experiencias perceptivas, nuevas y correctivas, com o
ya se ha dicho, llevarán a cam biar las precedentes disposicio­
nes disfuncionales em otivas, cognitivas y com portam entales
del sujeto.
La terapia estratégica es una intervención breve y focal
orientada a la extinción de los trastornos presentados por el
paciente. Este enfoque no es una terapia superficial y sinto­
m ática sino una intervención radical, ya que apunta a la rees­
tructuración de las m aneras en que cada uno construye la rea­
lidad que luego afronta.
El argum ento clínico de fondo consiste en que la superación
del trastorno requiere la ruptura del sistem a circular de retro­
acciones entre sujeto y realidad el cual m antiene la situación
problem ática. A esta prim era fase, le seguirá la redefinición y
la consiguiente m odificación de las representaciones del m un­
do que obligan a la persona a crear respuestas disfuncionales.
D esde esta perspectiva, el m étodo de conducción de la tera­
pia es radicalm ente distinto del tradicional de la psicoterapia a
largo plazo. Por ejem plo, el terapeuta, en vez de adoctrinar al
paciente con su teoría y su lenguaje, trata de entrar en su lógica
30
La teoría
y usar su m ismo lenguaje y sus m ism os m odelos de representa­
ción del m undo, con el fin de eludir las resistencias al cambio.
El recurrir a noticias o inform aciones sobre el pasado o so­
bre la llam ada «historia clínica» del sujeto representa solo un
m edio para poder preparar las m ejores estrategias de solución
de los problem as y no un procedim iento terapéutico com o en
las form as convencionales de psicoterapia.
La atención terapéutica está enfocada a:
a) Cóm o la persona y las personas que la rodean han inten­
tado y siguen intentando resolver el problem a sin obte­
ner éxito, o sea los intentos de solución que alim entan el
problem a.
b) Cóm o es posible cam biar tales situaciones problem áti­
cas del m odo m ás rápido y eficaz, o sea las estrategias
que puedan conducir a experiencias alternativas de per­
cepción y reacción.
Después de haber acordado con el paciente los objetivos de
la terapia se crean, sobre esta base, las estrategias terapéuticas
que apuntan a quebrantar las distintas m odalidades de persis­
tencia del problem a.
La prim era fase del tratam iento ocupa un rol extrem ada­
mente im portante, que consiste en abrir nuevas perspectivas al
paciente, que luego serán en poco tiem po reforzadas a través
de indicaciones concretas. Para tal fin, se recurre al em pleo de
formas de com unicación sugestiva que perm iten eludir las re­
sistencias al cam bio y disponer las prescripciones que llevarán
a la persona a experim entar una m odificación real y concreta.
31
Psicosoluciones
Si la intervención funciona, generalm ente el paciente m e­
jo ra rápidam ente; en la m ayor parte de los casos la patología
se desbloquea en las prim eras cuatro o cinco consultas. Tan
rápido cam bio conduce a una m odificación progresiva de la
percepción de sí m ism os, de los otros y del mundo; de la pre­
cedente rigidez patógena se pasa a una elasticidad perceptivoreactiva.
Tal cambio produce un progresivo aum ento de la autono­
m ía personal y un increm ento de la autoestim a, al recuperar la
fe en los propios recursos personales.
Visto de este modo, parece absurda la usual creencia según
la cual los problem as y m olestias que persisten desde hace
m ucho tiem po necesitan obligatoriam ente, para ser resueltos,
de un tratam iento igual de largo y torm entoso.
M uchas veces, m ediante un plan estratégico bien pensado
y aplicado, se pueden resolver, com o se expone en el próxim o
capítulo, en tiem pos cortos, a veces después de una sola con­
sulta, problem as y trastornos radicados desde hace años.
Obviam ente existen casos que requieren una terapia más
larga y otros una m ás breve. No obstante, estam os convenci­
dos de que si una terapia funciona los cam bios tienen que apa­
recer rápidam ente. Si esto no sucede, m uy probablem ente la
estrategia terapéutica em pleada no funciona y se hace necesa­
rio cam biarla por una m ás eficaz. Para tal fin, se necesita un te­
rapeuta con una gran elasticidad m ental, junto con un am plio
repertorio de técnicas de intervención para perm itir cam biar
de rum bo cuando los datos lo indiquen y estudiar estrategias
«ad hoc» para cada caso, m odificando a veces con creatividad
técnicas que ya han sido em pleadas con éxito en otros casos.
32
La teoría
A veces puede ser tam bién necesario frente a casos inusuales
inventar nuevas y originales estrategias de solución.
La prim era form ulación de un m odelo de terapia breve es­
tratégica la debem os al fam oso grupo de estudiosos del M ental
Research Institute de Palo Alto (W atzlawick y otros, 1974;
W eakland y otros, 1974). Estos investigadores sintetizaron el
fruto de sus pesquisas en la com unicación y en la terapia con
las familias, con las contribuciones técnicas de la hipnoterapia
de M ilton Erickson, llegando a la form ulación de un m odelo
sistem ático de terapia breve aplicable a una gran variedad de
patologías con resultados verdaderam ente sorprendentes.
Sin embargo, la tradición pragm ática y la filosofía del estra­
tagem a com o clave para resolver problem as, tienen una histo­
ria m ucho m ás antigua. Se encuentran, de hecho, contribucio­
nes estratégicas que no han perdido su actualidad, por ejem plo,
en el arte de la persuasión de los sofistas, en la antigua práctica
del zen o en el Libro de las 36 estratagem as de la antigua China.
A partir de los años setenta, la evolución de la terapia breve
fue casi epidémica, a pesar de algunas reticencias por parte de al­
gunos autores ligados a las teorías y prácticas clínicas tradicio­
nales. M uchas han sido las contribuciones hechas por investiga­
dores y terapeutas que han difundido intem acionalm ente este
enfoque de los problem as hum anos y de su solución.2
2.
W atzlawick-W eakland-Fisch, 1974; W eakland y otros, 1974; D e Shazer, 1982a, 1982b, 1984, 1985, 1988a, 1988b; M adanes, 1981, 1984, 1990,
1995; O ’Hanlon, 1987; O ’Hanlon-W ilk, 1987; O ’H anlon-W einer-Davis,
1989; Berg, 1994; Nardone-W atzlawick, 1990; Nardone, 1991,1993, 1995;
Omer, 1992, 1994; Cade-O ’Hanlon, 1993; B loom , 1995; W atzlawick-Nardone, 1997.
33
Psicosoluciones
Adem ás, la creciente dem anda por parte de usuarios m e­
nos preparados que reclam an intervenciones clínicas real­
m ente eficaces y eficientes, ha convertido a la terapia breve
estratégica en una exigencia form ativa inevitable aun para los
profesionales de la psicoterapia m ás tradicionalistas, quienes,
para afrontar la com petencia, necesitan incorporar técnicas
idóneas para resolver en tiem po breve los problem as de sus
pacientes.
A este respecto considere el lector, más allá de la aparente
extravagancia de ciertas intervenciones terapéuticas, que los
resultados obtenidos a nivel de real eficiencia terapéutica m e­
diante la aplicación de la terapia breve estratégica en sus for­
m as sistem áticas (W atzlawick y otros, 1974; Haley, 1973; De
Shazer, 1985-88-91; Nardone-W atzlaw ick, 1990; Nardone,
1991-93; C ade-O 'H anlon, 1993; W atzlawick-Nardone, 1997)
dem uestran inequívocamente que ésta es, absolutam ente, la
form a de psicoterapia que garantiza los m ejores resultados con
los m enores riesgos.
Existe, en efecto, una gran diferencia entre resolver una pa­
tología en dos o tres meses, o en dos o tres años, o bien en cin­
co o siete años, com o en el caso del psicoanálisis, ya que en el
prim er caso, con relación a los otros, la persona objeto del tra­
tam iento gana una considerable parte de su vida libre de sus
trastornos. Esta últim a realidad creo que es, m ás allá de las
polém icas académ ico-parroquiales entre las ortodoxias de la
psicoterapia, lo único que cuenta.
En 1974, el grupo del M ental Research Institute, sobre un
grupo estudiado de noventa y dos pacientes afectados por va­
riados tipos de patología psíquica y com portam ental, llega, en
34
La teoría
dos tercios de los casos, a la solución de los problem as pre­
sentados en un prom edio de siete consultas.
En 1988, Steve de Shazer y sus colegas m uestran cóm o en
m ás de 500 casos estudiados se ha encontrado la cura aproxi­
m adam ente para el 75% en un prom edio de cinco visitas.
En 1990, N ardone y W atzlaw ick presentan un estudio so­
bre la eficacia de un m odelo avanzado de terapia breve aplica­
do a m ás de 100 sujetos, que presenta resultados positivos en
el 84% de los casos en un prom edio de diez visitas.
En 1993, el autor de esta obra expone los resultados obteni­
dos m ediante un m odelo específico de tratam iento para los
trastornos fóbico-obsesivos generalizados: sobre 152 casos
tratados el 87% se resolvió en un prom edio de once visitas.
En 1997, por últim o, en una reseña sobre las contribucio­
nes m ás avanzadas de la terapia breve estratégica (W atzlawick-Nardone, 1997), se presentan los resultados obtenidos,
en diversas naciones, del estudio de miles de casos por parte
de varios autores, aún más significativos y estim ulantes, y
adem ás se pone en evidencia la aplicabilidad de este m étodo
terapéutico a la m ayor parte de las patologías psicológicas y
psiquiátricas.
A estas alturas, creo que puede quedarle claro al lector,
más allá de presunciones o falsas m odestias, que la terapia
breve estratégica es, según los resultados concretos, el m ode­
lo psicoterapèutico (entre los m ás de 500 actualm ente presen­
tes en el m ercado de la psicoterapia) que ofrece los resultados
m ás significativos por lo que se refiere a su eficiencia.
No obstante, com o el lector ya ha com prendido, el enfoque
estratégico no es solo un m odelo terapéutico sino una verda­
35
Psicosoluciones
dera escuela de pensam iento sobre cóm o los seres hum anos se
relacionan con la realidad, o mejor, sobre cóm o cada uno de
nosotros se relaciona consigo m ism o, con los otros y con el
m undo, y sobre cóm o m ediante tal proceso el sujeto construye
la realidad que él m ism o sufre o maneja.
Esta característica conlleva que tal m étodo encuentre con
éxito aplicación tam bién en ám bitos no clínicos, com o por
ejem plo el adm inistrativo y organizativo, contexto en el cual
la atención a la concreta eficiencia de las intervenciones en­
cuentra su m áxim a expresión. No es casual que la literatura
adm inistrativa de los últim os decenios esté repleta de contri­
buciones de enfoque estratégico.
M enos conocida y m enos estudiada es, en cambio, la apli­
cación de este m odelo a la lógica del autoengaño personal, o
sea cóm o un sujeto puede transform ar autónom am ente sus
propios autoengaños de disfúncionales a funcionales. Una
más am plia exposición, que considero decididam ente im por­
tante, sobre algunas estrategias creadas para este propósito, se
encontrará en la últim a parte de este volumen.
Para concluir este capítulo, dedicado a los aspectos teóri­
cos y aplicativos, creo que es im portante encuadrar m etafóri­
cam ente cuanto hasta aquí fue expuesto, e introducir al lector
a los capítulos sucesivos a través de una historia que encierra
en sí m ism a ya sea el «rigor» ya sea la «m agia» de una buena
intervención estratégica: «Alí Babá antes de m orir dejó a sus
cuatro hijos 39 cam ellos en herencia. El testam ento disponía
que tal herencia fuese distribuida del siguiente modo: al hijo
m ayor le correspondía la mitad, al segundo un cuarto, al terce­
ro un octavo y al m ás joven un décim o de los camellos. Los
36
La teoría
cuatro herm anos estaban discutiendo con anim osidad, porque
no lograban ponerse de acuerdo. Pasaba por ahí un sabio
errante, quien atraído por la disputa, intervino resolviendo de
esta m anera casi m ágica el problem a de los herm anos. El sa­
bio agregó su cam ello a los 39 de la herencia y em pezó a ha­
cer divisiones bajo la m irada atónita de los hermanos: al m a­
yor le entregó veinte cam ellos, al segundo le dio diez, al
tercero cinco y al m ás jo ven cuatro. Hecho esto m ontó sobre
el cam ello restante, considerando que era el suyo, y continuó
su errar». (Eigen, 1986, pág. 140).
Esta form a de intervención es «m ágica» solo aparentem en­
te, en cuanto es fruto de una aplicación altam ente rigurosa de
los principios de persistencia y solución de los problem as. T a­
les principios prevén, en su aplicación, una adaptación creati­
va a las circunstancias con el fin de que éstas sean capaces de
rom per los «encantam ientos» representados por los com pli­
cados y autoreverberantes problem as humanos. (Nardone,
1993, pág. 25).
37
2
LA INTERV ENCIÓN C LÍN ICA
Relatos de terapias aparentem ente «m ágicas»
Lo que distingue a las mentes verdaderamente origi­
nales no es ver por primera vez algo nuevo, sino ver
como nuevo algo viejo, conocido desde siempre, visto
y olvidado por todos.
F r ie d r i c h N
ie t z s c h e ,
Cómo se filosofa a martillazos
Este capítulo está form ado por el relato de una serie de ca­
sos clínicos ejem plares, que se refieren a las clases m ás im ­
portantes de patología psíquica y com portam ental, seleccio­
nados entre m ás de tres m il casos tratados por el autor y sus
colaboradores, a lo largo del últim o decenio, en el C entro de
Terapia Estratégica de Arezzo.
A lgunos de los casos representan ejem plos de estrategias
convertidas posteriorm ente en verdaderos protocolos especí­
ficos para el tratam iento de algunas patologías considerables
(N ardone-W atzlaw ick, 1990; Nardone, 1993; W atzlaw ickNardone, 1997), otros m uestran intervenciones creadas espe­
39
Psicosoluciones
cialm ente para un determ inado caso y por tanto pueden ser
consideradas puros juegos creativos.
La elección de la forma narrativa, en vez de una transcrip­
ción exacta de las videograbaciones, com o ha sido efectuado
en otros volúm enes más especializados (Nardone, 1991, 1993),
surge de la idea de hacer m ás placentera y accesible la lectura
del texto a un público m ás amplio, constituido no solo por
profesionales del sector sino por cualquiera que desee cono­
cer el arte de resolver problem as com plicados m ediante solu­
ciones aparentem ente simples.
Psicosis o supuestas psicosis
Caso 1: Los vecinos quieren verme desnudo
Éste es el caso de un hom bre que no tenía ninguna intención
de venir a terapia, y que por lo tanto fue traído a través de un
pequeño engaño: se pidió a los fam iliares que le com unicaran
que era necesaria su ayuda para curar a su hija afectada por
crisis depresivas. Tal estrategia, de invitar a un paciente rea­
cio a visitar al terapeuta no para tratarlo a él sino para ayudar a
un paciente cercano «enferm o», representa un excelente m é­
todo para iniciar una terapia indirecta.
El señor padecía una extraña form a de la denom inada para­
noia persecutoria: estaba convencido de que sus vecinos
lo observaban a través de unas cám aras de vídeo escondidas en
el techo, y que lo estudiaban, exactam ente en el m om ento en
que se iba a la cama, o sea m ientras se desnudaba. N o era un
40
La intervención clínica
«top m odel», solam ente un hom bre de casi sesenta años que te­
nía fija esta idea de que lo observaban m ientras se desnudaba.
Me visita, y m ientras hablam os al com ienzo sobre su hija,
en un cierto m om ento me dice:
-M ire, ya que estam os aquí, me han dicho que usted es un
experto en estrategias. Tengo un problem a con los vecinos.
Me espían con unas cám aras de vídeo. Es exactam ente com o
en una guerra. Usted debe darm e alguna estrategia, ya que es
tan estratégico.
Me muestro interesado por el problema, y sin contradecirlo ni
discutir la veracidad de sus afirmaciones, le pregunto qué había
hecho hasta el momento para combatir tales agresiones. Así que
me explica sus «soluciones intentadas». La primera había sido la
de cambiar de casa cada vez que se manifestaba el problema: lo
cual puso en práctica tres veces, hasta que, por seguridad, la última
vez se había mudado a un apartamento arriba del cual no habitaba
nadie. Parecía que las cosas habían mejorado verdaderamente.
Pero, por cuestiones del azar, sucedió algo imprevisible.
¿Q uién vino a vivir en el piso de arriba? El propietario de un
negocio de óptica que vendía cám aras de vídeo. Así que recom ienza su paranoia, de m anera aún más potente, induciéndolo
a cam biar de estrategia.
-U sted es me estudian, m e observan, ¡pues yo los perseguiré!
Así que com enzó a perseguir a los vecinos por m edio de
llam adas nocturnas am enazadoras y ellos se dirigieron a la
policía. Intim idado por las fuerzas del orden, debió abandonar
las agresiones a sus vecinos, pero encontró otra solución «ge­
nial»: colocar sobre su cam a un dosel con una gran tela negra,
de aquellas gruesas que no perm iten ver m ás allá.
41
Psicosoluciones
Él relata:
-M ire , en un com ienzo parecía que era una cosa definitiva
porque yo entraba en el interior de la tela negra, me desnuda­
ba en la cama, tiraba afuera la ropa; de la m ism a form a me po­
nía, en la m añana, la bata, me vestía bajo el dosel de m anera
que nadie podía observarm e.
Justo entonces com ienza la guerra del Golfo, y él, en m edio
de las im ágenes de la televisión descubre que existen algunas
cám aras que pueden ver más allá de las paredes. Por tanto su
fijación cobra vigor. Entonces recom ienza su batalla contra
los vecinos, todavía en curso.
D espués de haberlo escuchado atentam ente, le digo:
-B ien , pero ¿usted no ha pensado que hay un m étodo que
han usado, en la guerra, para bloquear la capacidad que tienen
las cám aras de los aviones de grabar im ágenes?
Él replica:
-N o lo conozco, dígam elo por favor.
Entonces le pregunto:
-¿C ó m o se hace para encandilar cualquier cosa?
Y él:
-¡E l flash, se usa un potente haz de luz para encandilar!
Yo digo:
-¡Perfecto! Si m andam os un fuerte haz de luz, las cám aras
no podrán ver. Así que, por favor, haga este experim ento a
partir de hoy y durante las próxim as dos semanas. Vaya a su
casa y com pre algunas lám paras potentes, póngalas alrededor
de la cam a, todas las noches antes de acostarse enciéndalas,
encandilará las cámaras.
El hom bre, en la siguiente visita, relató que fue a su casa, y
42
La intervención clínica
puesto que deseaba estar seguro de la eficacia de la estrategia,
com pró algunos faros arquitectónicos, de 300 vatios cada
uno, y los puso a los pies de la cama.
- L a prim era noche los dejé encendidos siem pre, los pusi­
m os verdaderam ente entre la espada y la pared. ¡Dejaron de
observarm e! La segunda noche quise saber cuánto podían re­
sistir los efectos de nuestra estrategia, entonces los encendí
durante una hora. D espués de una hora los apagué y quise sa­
ber si se hacían los listos, ¡pero no se atrevieron! D esde enton­
ces los he prendido siem pre solam ente una hora antes de ir a
la cama.
Y dice to d a v ía :
-¡Probablem ente hem os vencido!
Le respondo:
-P e ro no, no se fie, el enem igo siem pre actúa solapadam en­
te, así que le recom iendo que de aquí a los próxim os quince
días, antes de acostarse, dispare un fogonazo, aunque ellos no
enciendan sus cám aras, es preventivo, les hará sentir su poder.
Él m antiene las lám paras encendidas durante una hora,
después regresa y dice:
-S ab e , después de algunos días me he dado cuenta de que
no encendían m ás las cám aras, por el contrario creo que las
han quitado. Entonces he cesado los fogonazos.
Pero yo replico:
-A ú n debe estar atento, ellos pueden em pezar de nuevo
cuando m enos se lo espere. Le sugiero que de aquí a que nos
veam os, dentro de algunas sem anas, continúe disparando sus
fogonazos.
Regresa algunas sem anas después y relata:
43
Psicosoluciones
-P u e s bien, hem os vencido definitivam ente, las cám aras
no están m ás, no me observan más.
Y, con la voz un poco quebrada, m e dice:
-¿ Y si me lo hubiese inventado todo?
Yo lo observo y le respondo:
-P e ro según usted, ¿habríam os hecho todo esto si no hu­
biese sido real? ¡Continúe, por favor, no desista precisam ente
ahora!
V olvió después de un m es y me dijo:
-¡C reo que me lo he inventado todo verdaderam ente! Y
que usted m e ha hecho saberlo por m edio de sus estrategias.
Este ejem plo clínico, sim pático si querem os, m uestra cómo
se pueden efectivam ente curar en tiem po breve patologías
graves, y cómo, a veces, esto se puede efectuar indirectam en­
te, sin haber ni siquiera construido la idea de la terapia tradi­
cional. El señor del caso narrado no sabía que era objeto de
una intervención terapéutica. Solicitaba ayuda para un proble­
ma, casi una guerra entre él y aquéllos que, desde su punto de
vista, lo perseguían, m ientras en realidad él era el persegui­
dor. Para am inorar sus reticencias y conducirlo a cam biar su
percepción de la realidad, utilizam os su lógica y su m odo de
representarse la realidad conduciéndolo m ediante una serie de
concretas «experiencias em ocionales correctivas» a dudar de
sus anteriorm ente inquebrantables convicciones. Todo esto
hasta el punto que él m ismo, sin ninguna sugerencia directa,
llegó a descubrir en cuál tram pa mental se había m etido solo
después de haber salido concretam ente de ella, gracias a una
intervención que respetando su lógica la condujo a su paradó­
jic a saturación y ruptura.
44
La intervención clínica
Caso 2: Tengo una serpiente en la barriga
M e traen a un joven presa de una crisis terrible de angustia pro­
vocada por un «ataque de delirio»; los fam iliares relatan que el
jo ven hace m uchos años que está recibiendo tratam iento far­
m acológico con antipsicóticos y con psicoterapia analítica.
Ellos cuentan que, desde hace algunos días, el joven está
convencido de que tiene una serpiente dentro del vientre, por
esto no come, se revuelca en el piso cada vez que siente algo
dentro de la barriga, y se desm aya repetidam ente a lo largo del
día, com o si hubiese sido m ordido por la serpiente. Pide a sus
padres que lo lleven al cirujano para que le abra el vientre y
asesine a la culebra.
En este m om ento, después de haber hablado con los pa­
dres, hago entrar al joven y com ienzo a hacerle preguntas;
tam bién en este caso evito absolutam ente negar o contradecir
la realidad que me es presentada por el joven, más bien lo in­
vito a explicarm e cóm o hizo la serpiente para entrar en él,
cóm o la siente y qué ha intentado hacer hasta el m om ento
para liberarse de ella.
Sintiéndose com prendido, el joven me describe todo deta­
lladamente: refiere que la serpiente se introdujo en su cuerpo
de noche, m ientras dorm ía con la boca abierta.
C onsiderando esto le sugiero:
-B ien , ahora sabem os cóm o hacerla salir.
Él me observa sorprendido, pero no tanto com o los padres,
que probablem ente piensan que yo estoy tan loco com o él. Y o
continúo:
-C u an d o hoy te vayas a la cam a debes m antener la boca
45
Psicosoluciones
abierta absolutam ente toda la noche, ten cuidado para que no
se te cierre ni siquiera un segundo, acuéstate boca abajo con el
m entón apoyado y la cabeza derecha: en esta posición facili­
tarás la salida de la culebra. Que no se te olvide, debes perm a­
necer inm óvil toda la noche y con la boca abierta, de otro
m odo ella tendrá m iedo y no saldrá, y en consecuencia se es­
conderá aún m ás en tu barriga. Te lo ruego, debes m antenerte
com pletam ente relajado, porque si no ella pensará que es una
tram pa. Bien, llám am e m añana tem prano y hazm e saber exac­
tam ente en qué m om ento ha salido.
Y
así despedí a la fam ilia entera, con los padres que me ob­
servaban de form a extraña, m ientras que el joven, com pleta­
m ente sugestionado, salió con la expresión feliz de quien tie­
ne finalm ente la solución en sus manos.
A la m añana siguiente, recibí la llam ada que m e notificó que
la serpiente había salido de su barriga, pero que él, desgracia­
dam ente, no sabía exactam ente en qué m om ento de la noche.
Cuando volví a ver al chico, algunos días después, me rela­
tó que había sido m uy fatigoso quedarse toda la noche en esa
posición con la boca abierta, pero que en un cierto punto había
sentido su cuerpo libre de la serpiente.
En los últim os años he vuelto a ver algunas veces al joven,
quien vive trabajando en la em presa de su familia. Ahora ha
encontrado una com pañera, tiene una vida serena, pero cada
tanto entra en alguna crisis sim ilar a la de la serpiente. Cada
vez que le ocurre viene a mí, y yo com o una especie de «cha­
m án tecnológico», le prescribo un ritual de liberación basado
siem pre en la m ism a lógica de la patología, volcando, sin em ­
bargo, el sentido, con el propósito de poner la fuerza de la
46
La intervención clínica
persistencia a l servicio del cam bio, conduciendo así la pato­
logía a su autodestrucción. La antigua sabiduría china defini­
ría esto así: «H acer subir al enem igo a la buhardilla y quitar
la escalera».
Caso 3. Delirio y contradelirio
Fue enviado a nuestro centro una fam ilia con un sujeto defini­
do com o «esquizofrénico». Éste, un joven de un poco m ás de
veinte años, m anifestaba un estado de «delirio hilarante» casi
constante: hablaba de cosas sin sentido lógico y se reía solo.
La fam ilia entró en mi consultorio, en el cual estábam os
Gianfranco C ecchin1 y yo. El joven dirigiéndose a mi colega
dijo:
-T ú piensas que las centrales nucleares son 1.232, com o
los pelos de tu barba, pero te equivocas porque son 1.233.
¡Mira! Yo era un agente secreto de la KGB; huí de R usia pa­
sando a través de un túnel bajo el telón de acero... D espués fui
a trabajar para la CIA... y al final term iné en la A tlántida, pero
m e han echado de allí porque fumaba...
En este punto intervine, utilizando un «contradelirio»:
-V erdaderam ente en la A tlántida eran m uy severos... a mí
me hicieron la m ism a cosa porque tenía m al aliento... ¡Sabes!
Yo era un tiburón que vagaba cerca de las costas de M ozam ­
bique com iendo los cadáveres que tiraban los piratas de sus
navios... y éstos apestaban un poco...
1. Gianfranco Cecchin es uno de los fundadores de la terapia sistem áti­
co-familiar.
47
Psicosoluciones
El supuesto «esquizofrénico» m e m iró con asom bro y des­
pués preguntó a sus padres:
-¿ P e ro dónde me habéis traído? Yo necesito un doctor para
hablar de m is problem as, y éste dice cosas raras, seguro que
no puede com prender la rabia contra mi cuñado que me ha ro­
bado el puesto en la familia.
A estas alturas, considerando que el joven había puesto li­
teralm ente los pies en tierra, el colega prosiguió con la entre­
vista familiar. Ésta hizo em erger cóm o la patología del joven
estaba claram ente conectada con el ingreso en aquella familia
del m arido de la herm ana del paciente, una persona equilibra­
da y de cultura superior, quien se había convertido en el ver­
dadero punto de referencia para aquella fam ilia de origen hu­
m ilde y adem ás con un hijo psicológicam ente inestable. Sin
em bargo, durante la sesión varias veces m ás el joven, cada
vez que Gianfranco tocaba algún argum ento candente, recaía
en su delirio, y cada vez yo lo secundaba exagerando su pro­
puesta extravagante con contrapropuestas aún m ás extrava­
gantes. pero congruentes con la suya, con el efecto de reconducirlo a la realidad. «A pagar el fuego agregando m ás leña
hasta hacerlo sofocar», era una de las 36 estratagem as de la
antigua China.
Al final de la sesión, inventam os un ritual para que lo pu­
siera en práctica la fam ilia durante la siguiente sesión: un rito
de recoronación del joven príncipe, cuyo trono había sido
usurpado por un caballero sin escrúpulos, que sería castigado
y después perdonado por el m agnánim o príncipe. D espués de
las debidas preparaciones con la fam ilia el ritual fue realizado
y el supuesto «esquizofrénico», o «uno que piensa que dos
48
La intervención clínica
m ás dos son cinco y está m uy contento», se convirtió en un
buen «neurótico», o «uno que piensa que dos más dos son
cuatro pero está siem pre preocupado».
Tam bién en este caso com o en el precedente, fue necesario
volver a ver varias veces en el transcurso de los años al joven
y a su familia, pero nunca por una expresión patológica tan
m arcada com o la prim era vez.
Caso 4: El imán que succiona energía
U na colega me envía un paciente con quien no consigue avan­
zar en la terapia, debido, refiere ella, a la presencia de m ani­
festaciones delirantes.
El paciente, un hom bre que bordea los treinta años, declara
que su problem a consiste en una relación conflictiva con un
com pañero de trabajo que tiene el poder m agnético de succio­
narle la energía vital; por lo cual él se siente vacío y destrozado.
Com o es habitual, focalizándom e en sus «soluciones inten­
tadas», le pregunto cóm o ha intentado, hasta el m om ento, im ­
pedir que esto ocurriera o cóm o ha intentado com batir
el problem a. Él afirm a que trata de m antenerse «duro» y que,
a veces, agrede verbalm ente a su colega; pero que éste se que­
da frío y term ina finalm ente saliéndose con la suya y «succio­
nando su energía».
El lector com prenderá que probablem ente el colega del su­
jeto, intim idado por el com portam iento del paciente, se queda
callado e inm óvil para evitar posibles em peoram ientos de la
situación. Pero tal reacción significaba para nuestro sujeto la
estrategia fría y decidida de su succionador de energía.
49
Psicosoluciones
Com o a m enudo resulta útil hacer, después de haber escu­
chado la exposición de su problem a y sus intentos para solu­
cionarlo, le propongo una representación m etafórica de la si­
tuación que me ha presentado:
-E ntonces... si he entendido bien, es com o si él tuviese un
imán que atrae para sí tu energía... y cuando estáis cerca el
uno del otro esto acontece inevitablem ente...
Él replica rápidam ente:
-E xactam ente, doctor, él es el im án que m e succiona...
Yo le digo:
-B ien . Pues si él es un imán ¿cóm o se puede bloquear su
capacidad de atracción?
-N ecesitaríam os usar vidrio. ¡El imán no actúa sobre el vi­
drio! - exclam a él.
-S í, pero existe tam bién otra sustancia que se opone al
imán -resp o n d o yo, y continúo:
-C re o que hem os encontrado la m anera de vencer al imán.
A partir de ahora hasta cuando te vuelva a ver la próxim a se­
mana, consigue una de esas bolsas grandes de celofán, que es
un tipo especial de plástico, confecciónate un traje con ese
material y póntelo todas las m añanas debajo de la ropa; de
esta forma, im pedirem os que el imán atraiga tu energía y así
podrás recuperar tus fuerzas...
El paciente me observa y se despide con una extraña sonri­
sa de satisfacción.
La siguiente sem ana me dice que se siente com o un león
porque el plan funcionó, su energía dejó de ser succionada;
añade que sufrió bastante calor con el traje pero que lo im por­
tante era haber conseguido bloquear el imán.
50
La intervención clínica
Otro efecto, no m enos im portante que la «m agia» de la es­
trategia sugestiva, fue que el paciente, en el m om ento en que
sus percepciones cam biaron, refirió haber notado que la per­
sona-im án tam bién había cambiado, incluso le dio un poco de
pena porque ahora le parecía un pobre hombre inofensivo por
el cual ya no sentía ninguna rabia.
En este punto, utilizando una técnica de la cual hem os ha­
blado anteriorm ente, se pidió al paciente que pensara en
com portarse con su com pañero «com o si» éste fuera una
persona frágil y tím ida; y actuar cada día «com o si» en ver­
dad así fuera.
Mi colega, a quien se transfirió de vuelta el paciente para
que continuara con su trabajo, refirió, después de algún tiem ­
po, que su paciente no m anifestó nunca más «ideas extrañas»,
y que, por el contrario, los dos com pañeros de trabajo se con­
virtieron en amigos.
En este caso, prim ero se construyó una realidad inventada
que se ajustaba a las representaciones patológicas del pacien­
te, después ésta se utilizó para introducir un cam bio que fue
posible, precisam ente, a partir de la realidad que sustituyó,
durante la intervención terapéutica, a la realidad presentada
anteriorm ente por el sujeto. En otros términos: una realidad
inventada que produce efectos concretos.
El lector que tenga conocim iento de las últim as evolucio­
nes de la lógica, encontrará todo esto congruente con los m o­
delos de la lógica de la «creencia» y del «autoengaño»; por
otra parte, com o afirm aba George Lichtenberg, «todo lo que
se cree, existe».
51
Psicosoluciones
Miedo, pánico, fobias
Caso 1: La fo b ia a los espejos
Un jo v en estudiante universitario, casualm ente de la Facultad
de Psicologia, es transferido a mí por la psicoterapeuta que
lleva su caso desde hace m uchos años. Ella m e encom ienda
tratar de desbloquear una fobia del joven, tan extravagante
com o obstructora: el miedo de ser atraído por los espejos y de
estrellarse violentam ente contra éstos.
El joven, sobre la base de esta fijación fóbica, vivía asistido
desde hacía m ucho tiem po por personas que pudieran interve­
nir deteniéndolo cada vez que fuese atraído irresistiblem ente
por un espejo.
Había quitado todos los espejos de su casa, m enos uno pe­
queño que tenía en el baño. En la noche, para evitar el tem or
de ir al baño, dorm ía con un pañal, en el que realizaba sus fun­
ciones fisiológicas.
El paciente, en suma, estaba com pletam ente bloqueado por
esta fobia y por las estrategias que ponía en práctica para pro­
tegerse de la misma.
Se presenta acom pañado por uno de sus «asistentes-protectores» y me plantea el problem a. Yo evito indagar sobre su
pasado, sobre sus eventuales «traum as», sobre la estructura de
su familia, etc., y en cam bio le pido que me describa con deta­
lle todo lo que él y las personas que lo rodean han intentado
hacer hasta el m om ento para com batir este problem a.
Él me describe, com o ya se ha dicho antes, todas las estra­
tegias que pone en práctica para proteger su nariz de la atrae 52
La intervención clinica
ción de los espejos. En este punto lo miro y le digo que me p a­
rece m uy extraño que no haya pensado en una solución m ás
simple.
- S i tienes m iedo de estrellar tu nariz contra los espejos,
basta protegerla con aquellos objetos que se construyen para
evitar los choques.
El me m ira asom brado y dice:
-¿C u áles objetos?
Le respondo:
-¿T ien es presente los cascos de fútbol am ericano o los de
m otocross? No solo protegen la cabeza sino tam bién la nariz.
Podrías com prar un casco y llevarlo en la cabeza; todos los
m otociclistas tienen un casco, podrías fingir que tienes una
m oto cerca y así m overte librem ente protegido por el casco.
Pienso que ésta podría ser una estrategia m ejor que las que
has usado hasta ahora para protegerte de los espejos.
»Por lo tanto, te invito a que com pres un casco en los próxi­
mos días; elige uno que te parezca bien resistente y adecuado,
y verem os qué sucede; ¡creo que esto podría ayudarte!
El jo ven regresa después de una sem ana, con un casco rojo
en la m ano y relata que después de nuestro encuentro volvió a
su casa e inm ediatam ente com enzó a llam ar a las tiendas espe­
cializadas, prim ero buscando un casco de fútbol; después, al no
conseguirlo, optó por un casco de m otocross particularm ente
ligero, pero resistente. Con el frenesí de poner en práctica el ex­
perim ento, salió de su casa, solo, condujo su auto, lo que no ha­
cía hace años, se acercó a la tienda especializada, entró y com ­
pró el casco. Solam ente cuando salió de la tienda se dio cuenta
de que había hecho algo que nunca antes habría sido capaz de
53
Psicosoluciones
hacer, sin haberse golpeado la nariz en ningún espejo, además
refirió que se había encontrado con m uchos durante el trayecto.
En aquel m om ento salió con el casco en la m ano y pensó:
«Bien, si me da miedo me lo pongo, si no, lo llevo conm igo
por seguridad». Con tales ideas en la cabeza, volvió a salir du­
rante toda la sem ana, siem pre con el casco en la mano, pero
sin ponérselo nunca. Que yo sepa nunca se ha vuelto a poner
el casco, pero gracias a esta nueva presencia elim inó en breve
tiem po todas las otras «soluciones intentadas» (asistente-pro­
tector, pañal nocturno, aislam iento total).
D espués de algunos m eses, al darse cuenta de que gracias a
esta nueva estrategia había superado com pletam ente el miedo
de ser atraído por los espejos, abandonó finalm ente el casco.
«Surcar el m ar sin que lo sepa el cielo», es decir, desviar la
atención del intento de controlar el m iedo por m edio de la eje­
cución de una tarea distractora y prescrita sugestivam ente. La
persona, sin darse cuenta en ese m om ento, realiza algo hasta
entonces inconcebible, pero, indefectiblem ente, tal experien­
cia concreta lo conduce a tener, aunque solo sea por poco
tiem po, una nueva percepción de la realidad que m odifica la
percepción anterior en la cual la realidad era vista com o algo
irresistiblem ente aterrorizante. Esto conduce a la inevitable
ruptura de la rigidez del sistem a perceptivo-reactivo fóbico y
abre la puerta a la construcción de nuevas formas alternativas
de representación de la realidad, así com o a nuevas m odalida­
des com portam entales y cognitivas.
Perm ítam e el lector proceder con otros ejem plos antes de
explicar cóm o, a la luz de una lógica terapéutica avanzada, in­
tervenciones com o la descrita anteriorm ente, se han converti­
54
La intervención clínica
do, m ediante un trabajo de laboriosa y sistem ática investiga­
ción em pírico-experim ental, en el aspecto fundam ental de un
m odelo excepcionalm ente eficaz de terapia breve, específico
para las formas graves de m iedo, pánico y fobia.
Caso 2: El miedo de salir sola
Éste es un ejem plo de una de las intervenciones terapéuticas
probablem ente m ás aplicadas desarrolladas en nuestro cen­
tro. Me refiero al tratam iento de los trastornos de agorafobia y
ataques de pánico: aquellos tipos de fobia generalizada que
hacen que una persona no sea capaz ni de estar sola ni de ale­
jarse de un lugar seguro, a causa del terror de ser presa del pá­
nico.
Una señora de 46 años, tenía tras de sí 27 años de psicoaná­
lisis con tres analistas diferentes (los prim eros dos ya habían
fallecido), sin ningún m ejoram iento de su patología. Desde
hace años consum ía tam bién fárm acos de los cuales había
probado ya innum erables com binaciones. Su cuadro sintom á­
tico era el típico de un síndrom e de agorafobia con ataques de
pánico (DSM ), m anifestado a través de la com pleta incapaci­
dad de alejarse sola incluso a pocos m etros de su casa si no era
en com pañía de su esposo, quien era su verdadero protector.
Sin em bargo, incluso con la protección de su esposo, no era
capaz de tener una vida social, ya que tem ía sufrir un ataque
de pánico en cualquier situación en la cual se sintiera m ínim a­
m ente constreñida o sin la inm ediata posibilidad de fuga,
com o, por ejem plo, en una cena con am igos, una fiesta o sim ­
plem ente una ida al cine.
55
P s ic o s o lu c io n e s
Com o el lector com prenderá, la pareja llevaba una vida
sustentada en la protección del m iedo y en evitar afrontar
cualquier situación angustiosa.
La terapia se desarrolló siguiendo a la letra el protocolo del
tratam iento para este tipo específico de trastorno fóbico para­
lizante (Nardone, 1993), y com o sucede con frecuencia, a la
tercera visita, fue ordenada, después de algunos ejercicios pre­
paratorios, la siguiente prescripción, aparentem ente absurda:
-B ien , ya que ha sido capaz de efectuar todo lo que le he
pedido hasta el m om ento, ahora deberá hacer algo muy im ­
portante; vaya a la puerta y haga una pirueta, abra la puerta,
salga y haga otra pirueta; después baje las escaleras, junto a la
puerta principal haga una pirueta antes de salir y otra después
de salir; gire a la izquierda y camine haciendo una pirueta
cada 50 pasos, hasta que encuentre una frutería; entre al local
haciendo una pirueta, luego com pre la m anzana m ás grande y
más m adura que encuentre. Después de esto regrese, con la
m anzana en la mano, haciendo siem pre una pirueta cada 50
pasos y una antes y otra después de la puerta principal. Yo es­
taré aquí esperándola.
La señora me observó, com o si estuviese hechizada, y des­
pués salió, m ientras yo detenía a su m arido, quien, al ver des­
de la sala de espera cóm o su m ujer salía precipitadam ente ha­
cia la calle, creyó que había enloquecido. Le tranquilicé
asegurándole que seguía instrucciones mías. Se sorprendió
aún m ás al verla regresar, después de unos 20 m inutos, son­
riente y divertida, con una gran m anzana en la mano.
Habitualm ente, en efecto, m ediante esta orden sugestiva y
aparentem ente ilógica, se obtiene la m anzana y, por lo tanto,
56
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
la prim era «experiencia em ocional correctiva» im portante del
paciente.
He asignado personalm ente esta prescripción a m ás de
1.000 casos de pacientes, provenientes de distintos estratos
sociales y culturales, que padecen este tipo de problem a; y
ninguno lo ha rehusado nunca. M uchos alum nos y colegas, de
todo el mundo, se han quedado sorprendidos al ver tam bién
cóm o sus pacientes se m ostraban dispuestos a seguir tan ex­
traña prescripción, y cóm o esto conducía al desbloqueo de
una patología tan rígida en su persistencia com o es el síndro­
me de agorafobia con ataques de pánico.
El lector se preguntará cóm o ocurre todo esto.
M ediante la m anera en que se com unica la tarea, que debe
ser la típica de una inducción hipnótica y por lo tanto requiere
tal com petencia del terapeuta, se construye una realidad su­
gestiva dentro de la cual parece que hacer piruetas es un m ági­
co «ritual espanta m iedos». En el interior de tal realidad tera­
péutica es posible efectivam ente «surcar el m ar sin que lo sepa
el cielo» (otra de las 36 estratagem as de la antigua China).
La prescripción, puesta en práctica, coloca al paciente en la
condición de ser distraído sugestivam ente por tareas aparen­
tem ente absurdas, com o hacer piruetas y com prar una m anza­
na, cuyo cum plim iento com porta tam bién la realización de
éso que parecía im posible hasta entonces, por ser dem asiado
espantoso.
Una vez efectuada la tarea, la persona se da cuenta de que ha
superado realm ente el m iedo. Entiende el truco, pero tam bién
se dem uestra a sí m ism a, con una innegable acción concreta,
que es capaz de superar realm ente sus propias dificultades.
57
P s ic o s o lu c io r t e s
Obviam ente la terapia no term ina aquí, esto representa solo
el prim er desbloqueo sintom ático importante.
Regresando al caso narrado, la señora, al volver a mi estu­
dio después de su prim era aventura solitaria por el m undo,
tom ó conciencia, con extrem o estupor, no solo de haber he­
cho algo que ni siquiera habría im aginado hacer, sino de ha­
berse liberado incluso de cualquier m iedo; lo cual resultaba
decididam ente perturbador para ella.
En este punto, com o es frecuente hacer siguiendo el proto­
colo del tratam iento, prescribí, a la paciente, ejecutar en su
ciudad algo sim ilar cada día hasta nuestra próxim a cita:
-B ien , ya que ha sido tan valiente hasta el m om ento, prepá­
rese m uy cuidadosam ente durante la próxim a sem ana, todos
los días a la m ism a hora, fijándose bien en su vestuario y su
m aquillaje, salga de su casa haciendo todas las piruetas al
igual que lo ha hecho aquí, vaya al centro de la ciudad y todos
los días com pre un pequeño regalo para mí, ¡obviam ente si
considera que lo merezco!
La sem ana siguiente, la señora m e contó que había sali­
do cada día y colocó sobre mi escritorio todos los regalitos,
adem ás m e dijo que después de algunos días desistió de ha­
cer las piruetas, debido a que le parecía que ya no eran indis­
pensables. D espués de algunos m eses m e envió una postal
desde Cerdeña, donde estuvo sola durante un fin de sem ana
disfrutando del mar. En estos últim os diez años he recibido
centenares de estas postales enviadas por m is pacientes ex
fóbicos.
58
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
Caso 3: Sin ti me entra el pánico
La condición relacional ordinaria de quien sufre de m iedo, pá­
nico o fobias denota la im ponente dem anda de ayuda, bajo las
formas de presencia, soporte reconfortante y abnegación afec­
tiva que el sujeto fóbico reclam a a las personas m ás cercanas
a él. Esta dinám ica interactiva representa un verdadero alim entador del tem or y del sentim iento de inadaptación perso­
nal de quien sufre de m iedo (N ardone-W atzlaw ick, 1990;
Nardone, 1993); por otra parte se presenta com o el m odo más
eficaz para reducir instantáneam ente el pánico em ergente.
Considerando este doble efecto, del cual el segundo es el más
evidente, esta condición relacional resulta decididam ente re­
sistente al cambio; por lo tanto, es necesario preparar una m a­
niobra terapéutica bastante elaborada.
Al final de la prim era consulta, con todos los pacientes que
presentan un cuadro relacional com o el descrito anteriorm en­
te, que son la m ayor parte de los sujetos fóbicos, se procede a
la siguiente reestructuración:
-... Bien, bien, quisiera pasar a una prim era reflexión que le
invito a hacer la próxim a semana. Quisiera que usted pensara
que cada vez que pide ayuda y la recibe, recibe al m ismo
tiem po dos m ensajes; el prim ero, evidente, es «te quiero, te
ayudo y te protejo»; el segundo, m enos evidente, pero m ás su­
til y m ás fuerte, es «te ayudo porque solo no puedes hacerlo,
porque estás enferm o».
»Pero fíjese, no le estoy diciendo que se abstenga de pedir
ayuda, porque ahora usted puede no hacerlo. Le estoy incitan­
do solam ente a pensar que cada vez que pide ayuda y la reci­
59
P s ic o s o lu c io n e s
be, contribuye a que sus problem as persistan y se agraven. Sin
em bargo, recuerde, no se esfuerce en lograr que no pedir ayu­
da, ya que no está en condiciones de hacerlo. Piense solam en­
te que cada vez que pide ayuda y la recibe contribuye a em ­
peorar las cosas.
De esta forma, sin pedir al paciente ningún esfuerzo directo
de cambio, se enfrenta al m iedo contra el m iedo, incluso un
m iedo m ás grande, el de un posterior agravam iento, contra
uno m ás pequeño, la actual sintom atología; ya los latinos sa­
bían que «Ubi m aior m inor cessat».2
En la gran m ayoría de estos casos, que en mi casuística son
más de 1.500, la persona interrumpe inm ediatam ente su reperto­
rio com portamental sustentado en la dem anda de ayuda. Lo que
puede parecer sorprendente, para el lector, m ás no para el clíni­
co experto, es que a continuación de este cam bio se produce un
neto decrecimiento de la sintomatología fóbica, y no raras veces
se asiste a un com pleto desbloqueo de la patología. Todo esto
por el hecho de que, al dejar de pedir ayuda y soporte, el sujeto
debe afrontar él solo las situaciones que antes había resuelto
bajo protección, descubriendo así que es capaz de dominarlas.
El proceder de tal m ecanism o, de descubrim iento gradual
de las capacidades propias, conduce a la persona a atreverse
cada vez m ás hasta llegar, a veces, a la superación espontánea
de todos los m iedos precedentes.
En otros térm inos, m ediante la m aniobra descrita se produ­
ce la transform ación de un «círculo vicioso», caracterizado
2. Traducción: «Si está el mayor, cesa el menor», una cosa más grande
hace desaparecer la más pequeña.
60
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
por la búsqueda patógena de protección, en un «círculo vir­
tuoso», caracterizado por la recuperación de los recursos per­
sonales y de la autonom ía.
Caso 4: El incurable miedo de perder el control
El caso es el de una señora que llega después de haberse som e­
tido a m uchas terapias, entre ellas terapias farm acológicas y
psicoanalíticas a largo térm ino, para rem ediar su problem a, de­
finido por ella com o una form a gravísim a de ataques de hipo­
condría, pánico y agorafobia. Ella declara que hace m ás de diez
años que no es capaz de alejarse sola de su casa sino únicam en­
te distancias m uy cortas, y que no se im aginaría nunca venir au­
tónom am ente desde su ciudad hasta Arezzo, ni en auto ni en
tren; continuam ente siente el terror de ser víctim a de un grave
ataque y de m orir de un infarto, sufrir un ictus o enloquecer. La
señora tiene adem ás otra característica importante: com o es
doctora, ha leído y estudiado todos mis libros, por lo tanto se
presenta inm ediatam ente con una actitud retadora, afirmando:
-¿U sted no creerá, de ningún m odo, que m e hará hacer las
piruetas que les prescribe a sus pacientes? Yo no haré nunca
esas piruetas, no iré nunca a com prar una m anzana, com o us­
ted consigue que sus pacientes hagan según leí en un libro
suyo. ¡Así que invéntese algo diferente para mí, porque no
haré nunca esas cosas tan estúpidas!».
Yo la miro, y respondo:
-P ero , teniendo en cuenta que usted conoce tan bien los
trucos, creo que funcionarán aún mejor.
Y ella dice:
61
P s ic o s o lu c io n e s
-C laro que no, porque si conozco todos sus trucos, seré ca­
paz de inm ovilizarle; sabe, antes de usted m uchos han intenta­
do curarme.
Y
así me propina una lista de nom bres de todos los profeso­
res y los exim ios colegas que habían intentado curarla en
vano. La mujer, com o suelen hacer este tipo de pacientes, por
fortuna no m uy com unes, les criticaba en cualquier parte y
con quien fuera, casi com o si sintiese un perverso placer al ha­
ber vencido cada una de las batallas terapéuticas.
Consideradas estas características, com encé la terapia con
algunas acciones prelim inares para observar qué hacía la se­
ñora para oponerse a mis m aniobras. Com o es recom endable
hacer en estos casos, cada vez que ella oponía una resistencia
yo le prescribía la resistencia m ism a, por ejem plo:
-N ecesito toda la resistencia que me pueda oponer, porque
cuanto m ás me boicotee más m e estim ulará a ayudarla, cuan­
to m ás busque desacreditar m is ejercicios m ás sabré qué debo
hacer para ayudarla. Así que, por favor, insista en ello».
Com o el lector com prenderá, esta prescripción paradójica, o
com unicación paradójica, desarrollada durante la consulta, co­
loca a la persona en un estado tal, que si continúa boicoteando
cum ple con lo que yo le pido y si se rebela y no boicotea más,
cum ple con la terapia; de cualquier form a el poder que tenía en
sus m anos pasa a las mías. Sin em bargo, sin querer puntualizar
dem asiado en los límites de esta exposición cóm o fueron las
prim eras sesiones con esta difícil paciente, decido inducirla,
alrededor de la quinta sesión, a poner en práctica algunos ejer­
cicios que deberían producir en ella, com o en los casos anterio­
res, la prim era «experiencia em ocional correctiva», es decir
62
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
aquella experiencia concreta de cam bio de su percepción de la
realidad vista hasta entonces com o ingobernable, debido al ca­
rácter aterrorizante que ella le imprimía. La señora m e había
hablado de sus virtudes y cualidades, entre las cuales destacaba
el ser una persona am ante de los buenos vinos, de los buenos li­
cores, y el ser alguien que apreciaba cualquier form a de placer
que, sin embargo, solo podía experim entar en determ inadas si­
tuaciones, cuando estaba acom pañada, ya que tenía terror de
alejarse de casa o de estar sola en determ inados lugares. D eci­
do proponerle la siguiente prescripción, que com o estructura
es m uy similar a la de los dos casos anteriores:
-M u y bien, sé que usted no es capaz de venir sola, desde su
ciudad hasta aquí, aunque haya trenes m uy cóm odos; sé, so­
bre todo, que usted no es capaz de hacerlo sin los fárm acos.
Le digo esto, teniendo en cuenta que la señora usaba fárm a­
cos desde hacía m ucho tiem po, se autosum inistraba las dosis,
haciendo literalm ente una gran m ezcla entre distintos m edica­
m entos e inhibiendo así probablem ente la posible cualidad te­
rapéutica de algunos de ellos. Sin em bargo, le pido:
-M u y bien, sé que a usted no puedo hacerle una prescrip­
ción ordinaria, entonces harem os una prescripción exclusiva
para usted. Quiero que para la próxim a sesión, m e llam e por
teléfono antes de salir de su casa.
Ella me m ira y dice:
-¿ P o r qué debo llam arlo?
-P o rq u e yo hallaré el m odo para que usted venga sola.
-P e ro no, no es posible, yo no vendré nunca sola, no haré
nunca las cosas que usted les prescribe a sus otros pacientes.
-M u y bien, solo le pido que tom e los horarios de los trenes,
63
P s ic o s o lu c io n e s
que calcule el tiem po que em plearía para llegar en taxi a la es­
tación de su ciudad, y que m e llam e cuando esté preparada; si
después se siente incapaz de hacerlo, dígale a su esposo que la
acom pañe, com o siem pre.»
La señora se va un poco perpleja, pero siem pre con actitud
de desafío.
La siguiente semana, me llam a por teléfono un poco antes
de salir de su casa para dirigirse a tom ar el tren y venir a visi­
tarm e. En este punto, le pido a la señora que junte las m anos
entrecruzando los dedos, que apriete fuerte y que me diga cuál
es el pulgar que va arriba.
Y ella me dice por teléfono:
-¿Q u é me está pidiendo? ¿una estupidez? El derecho va arriba.
-B ien , ahora cám bielo, ponga el pulgar derecho abajo, el
pulgar izquierdo arriba y apriete fuerte, fuerte hasta sentir do­
lor. ¿Siente dolor? M uy bien, apriete fuerte, aún m ás fuerte;
bien, ahora separe las manos. Quiero que tome una de sus fa­
m osas botellas de grapa de las que me ha hablado, ésas que
tienen el cuello largo, largo y estrecho, esté atenta, debe estar
vacía, espero que tenga alguna, si no transvásela.
Ella responde:
-A h , pero eso no es un problem a, pero quiero entender cuál
es la estupidez que quiere que haga.
-M u y bien, tom e una de esas botellas vacías, tom e un saco
de frijoles, ¿tiene un saco de frijoles crudos en su casa?
-A h , ¿quiere que no los tenga?
-B ien , entonces tom e los frijoles, tom e el saco y la botella
con el cuello largo, m étalos en una bolsa, después, ponga aten­
ción, ármese de todos los fárm acos que ingiere usualm ente.
64
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
-¿ P e ro qué es lo quiere que haga? -rep lica la señora.
-T o m e todos los fárm acos que usualm ente está acostum ­
brada a tom ar en casos de em ergencia. Cuando haya prepara­
do toda la bolsa, vuelva a llamarme.
La señora me llama después de cinco m inutos; entonces le
digo:
-B ien , ahora vístase cuidadosam ente, tom e la bolsa con la
botella, los fárm acos y los frijoles dentro, llame a un taxi, y
después que haya llam ado al taxi entrecruce los dedos, apriete
fuerte, lo más fuerte que pueda, poniendo el pulgar derecho
debajo hasta que le duela; después baje las escaleras, súbase
al taxi, ¡esté atenta!, no descruce las m anos hasta que el taxi
haya llegado a la estación, ¡ponga atención!, debe sacar el di­
nero y com prar el tiquete sin desunir las manos. Cuando suba
al tren, siéntese teniendo siem pre las m anos juntas y los pul­
gares uno sobre el otro, recuerde, el derecho debajo.
»En este m om ento podrá separar las m anos y sacar la bote­
lla con el cuello estrecho y los frijoles, quiero que com ience a
m eterlos dentro del cuello de la botella, lentam ente; el cuello
es estrecho, así que m étalos uno por uno, hasta que logre lle­
nar la botella; una vez llena la botella, vacíela y com ience de
nuevo, hasta que llegue a la estación. Apenas llegue a Arezzo,
m eta todo en la bolsa, entrecruce de nuevo los dedos, ponga,
no se olvide, el pulgar derecho debajo del izquierdo, apriete
fuerte y venga hasta mi consultorio, que com o usted bien sabe
está m uy cerca de la estación.
La señora no replicó. U na hora después estaba enfrente de
mi escritorio, con expresión de asom bro y con las m anos cru­
zadas. M e dice:
P s ic o s o lu c io n e s
-¿ S a b e que me he divertido verdaderam ente m etiendo los
frijoles dentro de la botella? La gente m e miraba. Un señor me
preguntó: ¿pero qué está haciendo usted? Y yo le dije que esta­
ba practicando un juego para pasar el tiempo, que después de­
bía enseñárselo a los niños, le hice creer que yo era una m aestra
de escuela prim aria. Me he divertido m uchísim o mintiendo.
Entonces le pregunto:
-¿ P e ro cóm o le fue con las m anos cruzadas?
Y la señora me explica:
-L e debo decir que al com ienzo m e parecía m uy estúpido;
después me dije: «bueno, qué pierdo con probar». Com encé a
probar y m e di cuenta de que cuando tenía m iedo y apretaba
sentía que el m iedo se reducía, me parecía que era capaz de
controlarlo. Después, al llegar a Arezzo ya no lo necesitaba,
las he cruzado solam ente porque usted me lo pidió, porque
para mí ya no era necesario.
En este punto pregunto a la señora:
-¿C ó m o explica todo esto?
Ella me m ira con una expresión entre alegre y m olesta,
com o si hubiera perdido una partida:
-U sted m e engañó. Fue capaz de inducirm e a hacer algo
m uy sim ilar a las piruetas de los otros pacientes. Sin em bargo,
debo agradecérselo, porque ésta es la prim era vez que soy ca­
paz de hacer algo de este género.
En el lapso de las sem anas siguientes, la paciente continuó
viniendo a mi consultorio, viajando siem pre sola; es m ás, acor­
damos que debía hacer toda una serie de viajes; viajó por casii
toda Italia. En un lapso m uy breve de tiem po fue capaz de salir
sola y tam bién de quedarse sola en la casa. Este es un ejemplo
66
L a
in t e r v e n c ió n c li n ic a
óptimo para dem ostrar cóm o, sobre la base de la m ism a estruc­
tura de la m aniobra terapéutica de «surcar el m ar sin que lo sepa
el cielo», pueden ser aplicados creativam ente m uchos tipos de
variantes. Este caso presentado es solo una de ellas. Lo im por­
tante es que los ejercicios terapéuticos concuerden, com o he
subrayado otras veces, con el lenguaje del paciente, con su ló­
gica y su capacidad de percibir la realidad. Solam ente si las m a­
niobras terapéuticas se construyen adaptándose a todo esto, se­
rán aceptadas por los pacientes y serán puestas en práctica por
ellos, y, por consiguiente, existirá la posibilidad de producir la
ruptura del círculo vicioso que fue creado a partir de las ante­
riores soluciones intentadas que m antienen el problem a.
Obsesiones y compulsiones
Caso 1: La obsesión de p erder el control de los esfínteres
Frecuentem ente, sobre la base de una obsesión pueden des­
arrollarse reacciones de tipo fóbico m uy sim ilares a las del
síndrom e de ataques de pánico descritas en el parágrafo ante­
rior, pero en este caso si no se descubre la raíz de la dinám ica
patógena de tipo obsesivo el cambio conseguido será exclusi­
vam ente superficial y se presentarán en breve tiem po algunas
recaídas. En este sentido es im portante que el m édico sepa
identificar cuándo las reacciones fóbicas están sustentadas en
el m iedo y cuándo en la obsesión, ya que el tipo de tratam ien­
to deberá ser en ciertos aspectos sim ilar y en otros com pleta­
m ente diferente (Nardone, 1993).
67
P s ic o s o lu c io n e s
Exponer esta prem isa era necesario antes de presentar el si­
guiente caso, excelente ejem plo de una obsesión que conduce
a reacciones fóbicas.
Se presenta un señor de m ediana edad, elegante y refinado,
que al relatar el trastorno que lo ha traído desde una ciudad
m uy lejana hasta mí se expresa con un lenguaje extrem ada­
m ente intelectual y prolijo, pero expone un problem a verda­
deram ente tan grotesco en su naturaleza com o trágico en sus
efectos: el terror de hacer sus necesidades fisiológicas en pú­
blico. En otros térm inos, sobre la base de progresivos proble­
m as de colitis, el señor, que desarrollaba una profesión inte­
lectual y artística de alto nivel, por lo cual debía m ostrarse en
público frecuentem ente, había com enzado a im aginar la posi­
bilidad de perder el control sobre su intestino recto, durante
alguna de sus apariciones públicas, y por consiguiente perder
el control de sus esfínteres.
Si bien nunca antes había tenido una experiencia concreta
de este tipo, la duda que esto pudiera acontecer lo obligaba a
tom ar precauciones.
Se había dirigido a m uchos gastroenterólogos, quienes ex­
ceptuando una posible intolerancia alim entaria, habían inten­
tado tranquilizar al sujeto, pero com o ocurre norm alm ente
cuando se trata a una persona obsesiva, no se había contenta­
do con ello y, por lo tanto, había continuado buscando otras
posibles soluciones, m adurando, a lo largo de esta búsqueda
sin éxito, una verdadera sintom atologia ansiosa elevada y un
com portam iento fòbico.
La situación había presentado una escalation tal que en los
últim os años este famoso personaje casi se había retirado en
68
L a
in t e r v e n c ió n c lin ic a
una especie de aislam iento defensivo, evitando cualquier si­
tuación pública en la cual se pudiese m anifestar su problem a.
Todo esto, en vez de tranquilizarlo, lo había conducido a in­
crem entar cada vez más su fijación fóbica, hasta el punto de
inducirlo a tener siem pre necesidad, cada vez que salía de su
casa, de tener un baño cerca, para poder em plearlo en caso de
em ergencia. En la práctica, él tenía un m apa m ental de todos
los baños utilizables en caso de em ergencia dentro de su lim i­
tado territorio, adem ás com ía solam ente algunos alim entos
que tenía la seguridad de poder tolerar.
En su desesperación, ya había recurrido a una terapia far­
m acológica intensiva que le había reducido un poco la sintom atología ansiosa, pero sin incidir sobre el trastorno de fondo.
Se había dirigido tam bién a toda una serie de psicoterapeutas
que finalm ente term inaba por abandonar, teniendo en cuenta
los escasos resultados obtenidos.
Cuando llegó a mí, afirm ó que había venido por sugerencia
de una am iga cercana que conocía mi trabajo, pero que él era
m uy escéptico. Com o es habitual en estos casos, acepté su
desconfianza y reticencia, prescribiéndolas com o elem entos
de ayuda a la terapia.
Después de la prim era consulta caracterizada por ejercicios
prelim inares, las consultas posteriores se centraron en buscar
la interrupción de las dos «soluciones intentadas» del pacien­
te que m antenían el problem a, es decir, su intención obsesiva
de controlar el síntom a focalizándose siem pre en escuchar su
intestino y su resolución de evitar cualquier situación de ries­
go, incluidos m uchos alim entos y lugares en donde no hubie­
se un baño listo para el uso.
P s ic o s o lu c io n e s
La técnica fundamental em pleada en este caso fue la de la
peor fantasía, que se aplica tam bién en otros trastornos com o
el pánico, la depresión y los bloqueos de performance.
En la práctica, esta técnica se desarrolla m ediante una serie
de ejercicios sucesivos; el prim ero es el siguiente:
-B ien , supongo que usted tiene un reloj despertador en su
casa, de aquéllos que tienen un tim bre desagradable. Pues, to­
dos los días a la m ism a hora, que ahora acordarem os entre los
dos, deberá activar este despertador y program arlo para que
suene m edia hora m ás tarde. En esta m edia hora, usted se en­
cerrará en una estancia de su casa y, sentado en una butaca, se
esforzará por sentirse mal, se concentrará en las peores fanta­
sías relacionadas con su problem a. Pensará en los peores m ie­
dos, hasta producirse voluntariam ente una crisis de ansiedad
y pánico, perm aneciendo en este estado durante m edia hora.
Apenas suene el despertador, usted detendrá el timbre e inte­
rrum pirá la tarea; despejando los pensam ientos y las sensacio­
nes que se ha provocado, irá a lavarse la cara y regresará a sus
actividades habituales.
Al seguir tal prescripción, nuestro paciente refirió haber te­
nido una reacción para él im previsible, que por el contrario es
la m ás usual cuando se asigna este ejercicio. N o logró estar
mal, no consiguió ni siquiera provocarse una crisis de m iedo o
ansiedad. Aunque im aginaba las peores fantasías posibles le
llegaban fantasías incluso positivas, y todas las veces se había
relajado m ucho, dos veces incluso se había dormido.
De la m anera habitual, le dije que éste era el efecto deseado
y que ahora que había tenido una experiencia tan explícita,
podía com enzar a em plear esta técnica basada en la lógica de
70
L a
in t e r v e n c ió n c lin ic a
la paradoja, ejercitándose hasta aprender a cancelar el miedo,
exasperándolo deliberadam ente.
De este modo asigné la siguiente prescripción:
-D e aquí a la p róxim a sesión, en vez de retirarse durante
media hora para h acer nuestro ejercicio, usted lo realizará cin­
co veces por día durante cinco m inutos cada vez, en donde
esté, con quien esté, en los horarios que yo le daré: a las 9, a
las 12, a las 15, a las 18 y a las 21 horas; usted m irará su reloj
y durante cinco m inutos, en el lugar donde se encuentre, trata­
rá de esforzarse para que su trastorno se m anifieste; recuerde,
no se debe aislar, d eb e realizar la tarea en el m arco de las acti­
vidades que esté desarrollando a esas horas.
El señor me m iró asustado diciendo:
-¿ P e ro usted quiere que haga m is necesidades en público?
Y yo repliqué sonriendo:
-P o d ría tam bién suceder, pero usted ha tenido la innegable
dem ostración que cad a vez que se provoca voluntariam ente
este trastorno, éste n o llega. Entonces, siga mi prescripción;
además, acordam os en la prim era sesión que usted realizaría
cualquier cosa que y o le pidiera.
En la siguiente co nsulta, el paciente regresó por prim era vez
con una expresión sonriente, debido a que en la sem ana anterior
había estado definitivam ente m ejor. No sólo durante varios de
los cinco m inutos die ejercicio paradójico no se había sentido
mal, sino que, al darse cuenta de que de esta m anera su m iedo
decrecía, se había aventurado espontáneam ente a alejarse de su
casa, m ás allá de los usuales lím ites de los baños conocidos.
De aquí en adelante, la terapia prosiguió aum entando las
exposiciones al riesgo del sujeto, increm entando su confianza
P s ic o s o lu c io n e s
en la técnica de cancelar el m iedo provocándolo deliberada­
mente, hasta conducirlo a ponerla en práctica tam bién cuando
el tem ido trastorno surgía de repente.
Él refirió que a m edida que avanzaba en su recuperación, se­
m ana tras sem ana, había experim entado situaciones conside­
radas hasta entonces com o im posibles; efectivam ente, cuando
surgía espontáneam ente el m iedo o cualquier señal de su intes­
tino, bastaba con provocar el m iedo deliberadam ente para que
éste se desvaneciera, junto con las sensaciones som áticas.
En el lapso de diez sesiones nuestro intelectual recuperó com ­
pletamente la autonomía y la capacidad de presentarse en cual­
quier aparición pública, sin tener más el terror de hacer sus nece­
sidades en público, y además, recomenzó también por su propia
cuenta a comer alimentos de presunta intolerancia para su intesti­
no, descubrió que también podía tolerar y digerir alimentos gra­
sos y pesados que pensaba que nunca podría volver a consumir.
Caso 2: Esterilizarlo todo p ara evitar contagios
Un joven em pleado de banco, transferido a mí por su médico,
por una forma m anifiesta de obsesión com pulsiva, relata que
ha estado condicionado durante toda su vida por el terror de
ser contagiado por el virus del sida y que, basándose en tal
m iedo irrefrenable que él m ism o considera inm otivado tenien­
do en cuenta su estilo de vida, se obliga a evitar el contacto con
todo aquello que le pueda parecer potencialm ente contagioso.
D esafortunadam ente, en el transcurso del tiem po, las cosas
evitadas habían aum entado a tal punto que, por ejem plo, para
dar la m ano a las personas usaba guantes blancos con el fin de
72
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
evitar el contagio; hacía lo m ism o para trabajar en los com pu­
tadores que sus colegas utilizaban.
En su casa, todo estaba desinfectado, incluso su novia, que
para visitarlo debía presentarse asépticam ente después de ha­
ber recibido baños esterilizantes. Él, además, se lavaba repeti­
dam ente las m anos y las partes m ás expuestas del cyerpo, no
solo con jabón sino con alcohol u otros desinfectantes.
Este tipo de patología se sostiene, a nivel de estructura,
fundam entalm ente sobre los intentos por controlar una fija­
ción fóbica m ediante la ejecución de rituales de tipo defensi­
vo o propiciatorio (los rituales pueden ser los m ás disparata­
dos: baños descontam inantes, fórm ulas m entales repetidas,
com portam ientos inusuales irrefrenables, etc.).
La técnica puesta en práctica específicam ente para rom per
tal círculo vicioso patógeno es la siguiente prescripción (Nardone, 1993), presentada al joven em pleado de banca durante
la tercera sesión, después de los debidos ejercicios para adqui­
rir la posibilidad de influenciar directam ente sus acciones:
- A partir de hoy, hasta la próxim a sesión, cada vez que usted
haga un ritual, si lo hace una vez hágalo cinco veces, ni una vez
más ni una vez m enos; puede no hacerlo, pero si lo hace una
vez hágalo cinco veces, ni una vez m ás ni una vez menos.
»Por lo tanto, si se lava las m anos una vez, lo hará cinco ve­
ces; ni una vez m ás ni una vez m enos. Puede no hacerlo, pero
si lo hace una vez, lo hará cinco veces.
- S i desinfecta alguna cosa o alguna persona, hágalo cinco
veces, ni una vez m enos, ni una vez más. Puede no hacerlo,
pero si lo hace una vez, hágalo cinco veces, ni una vez m ás, ni
una vez m enos, cinco veces».
73
P s ic o s o lu c io n e s
El paciente me miró aterrorizado replicando:
-E s o es una tortura, pero si es necesario, lo haré.
Y o respondí:
-D isculpe, pero alguien com o usted tan acostum brado a
hacer cosas extrañas, puede hacer tam bién esto.
En la siguiente cita el joven, com o la m ayoría de estos p a­
cientes, refirió que había seguido la tarea al pie de la letra los
prim eros días; después le había parecido tan fastidioso y estú­
pido que había interrum pido todo, hasta los rituales anteriores.
Com o de costum bre, le pedí que m e explicara bien lo que
había acontecido, dem ostrando una aparente sorpresa ante sus
palabras.
El confirm ó que después de algunos días dejó de sentir la
necesidad de desinfectar o desinfectarse, al contrario esto le
parecía ahora decididam ente fastidioso. Afirm ó además, de
form a análoga a la m ayoría de sus hom ólogos tratados por mí,
que tam bién el miedo a los contagios se redujo considerable­
mente, tanto que hizo cosas que antes nunca había hecho. Fue,
en efecto, al restaurante con algunos colegas; fue tam bién a la
piscina con su novia, y añadió que allá una persona había p er­
dido sangre de la nariz en los vestuarios, pero esto, extraña­
m ente, no lo llenó de terror ante el contagio; al contrario, per­
m aneció indiferente ante el suceso.
En este punto pregunto:
-¿C ó m o se explica este cam bio? ¿Cóm o explica que cosas
que antes lo aterrorizaban ahora lo dejen indiferente?.
Él responde, dando inconscientem ente un ejem plo exce­
lente del proceso de un cam bió perceptivo-reactivo radical:
-T a l com o veía las cosas al principio, m e parecía lógico te­
74
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
ner m iedo y protegerm e con los baños y las dem ás cosas que
hacía, tal com o lo veo ahora me parece lógico no tener m iedo
y, por lo tanto, estúpido hacer ciertas cosas. No sé qué ha su­
cedido, pero ahora todo va bien. ¿Q uizá usted podría explicar­
me qué es lo que me ha ocurrido?.
A nivel de estructura lógica, esta prescripción, aparente­
mente simple, perm ite, al igual que otros ejercicios descritos,
«hacer subir al enem igo y quitar la escalera», con el propósito
de que nos adueñem os del síntom a irrefrenablem ente com ­
pulsivo convirtiéndolo en algo voluntario, y deshaciéndonos
de esta form a de éste.
En otros térm inos, «si te lo perm ites, puedes renunciar a
ello, si no te lo perm ites, será irrenunciable».
Esta prescripción, que es parte fundam ental del protocolo
para la terapia del síndrom e obsesivo-com pulsivo, aplicado
con éxito en centenares de casos, está form ulada y ordenada,
como el lector atento habrá notado, a través de un lenguaje al­
tam ente sugestivo, com o un com ando post-hipnótico, en el
cual prim ero se prescribe una «ordalía» y después se da el
perm iso de no realizarla...
Pero al dejar de realizar tal prescripción punitiva, el p a­
ciente tam bién deja de poner en práctica los rituales anterio­
res, ya que ésta no es m ás que una exasperación paradójica y
ritualizada de aquellas expresiones sintomáticas.
Caso 3: La repetición de fórm ulas mentales
Otro excelente ejem plo de cóm o se puede intervenir rápida­
m ente y con éxito en patologías de tipo obsesivo-com pulsivo,
75
P s ic o s o lu c io n e s
está representado en el caso de una joven víctim a de una serie
de pensam ientos obsesivos ritualizantes.
En la práctica, ella se sentía obligada a repetir m entalm ente
algunas fórm ulas de palabras o núm eros, varias veces al día
antes y durante la ejecución de algunas acciones, ordinarias
en su mayoría. Este síntom a la conducía a ralentizar cada acti­
vidad que realizaba y por lo tanto la torturaba enorm em ente;
adem ás, considerándose una persona decididam ente razona­
ble, no podía aceptar la idea de verse obligada a hacer cosas
tan irracionales.
En estos casos, se utiliza una prescripción paradójica que
ritualiza el ritual, com o en el caso anterior pero de form a m e­
nos com pleja desde el punto de vista lógico-form al; nos libra­
m os del síntom a com pulsivo transform ándolo. Esto con fre­
cuencia conduce a su autodestrucción.
Se le prescribió a la joven:
-D e aquí a la próxim a vez que nos veamos, cada vez que re­
pita una de sus fórmulas, repítala al revés; todas las repeticio­
nes que hace habitualm ente dígalas al revés. Por ejem plo, si re­
pite la palabra «hom bre», ésta se convierte en «erbm oh», por lo
tanto, usted dirá en su mente: «erbm oh, erbmoh, erbm oh...»,
todas la veces que sea necesario. Si la fórm ula está com puesta
de m ás palabras o núm eros, el ejercicio será más difícil, de to­
das form as usted tiene una m ente entrenada..., ¿no cree?.
En la siguiente sesión la paciente refirió que todo esto ha­
bía sido muy difícil pero que había surgido realm ente efecto,
ya que después de algunos días los rituales se habían reducido
y el día anterior había tenido solo dos episodios, que fueron
inm ediatam ente inhibidos al ejecutar la tarea prescrita.
76
L a
in t e r v e n c ió n c li n ic a
La joven fue invitada sim plem ente a aplicar lo que había
aprehendido, o sea «asesinar al enem igo con su propio pu­
ñal».
Manías y paranoias
Caso 1: El psiquiatra dependiente de la madre
Un psiquiatra se dirigió a nuestro centro para ser adm itido en
nuestro training de form ación para la Terapia Breve Estraté­
gica. Durante el coloquio de adm isión em ergieron algunos
m arcados problem as personales, por los cuales él no fue ad­
mitido en la Escuela. Después de tal negativa, él se dirigió a
mí para afrontar y resolver estas dificultades.
En la sede terapéutica, el psiquiatra presentó de m odo claro
y concreto el problem a de fondo que lo llevaba a estar tan in­
estable psicológicam ente. Él se consideraba víctim a de una
relación enferm iza con su m adre, quien lo tiranizaba m edian­
te un particular «chantaje sentimental».
Cada vez que ella dejaba de tener noticias de su hijo por
más de varias horas, se em briagaba cerem oniosam ente, argu­
m entando que lo hacía para calm ar su ansiedad y preocupa­
ción; si, al contrario, podía escuchar y ver a su hijo, su com ­
portam iento perm anecía equilibrado. Además, tal reacción
patógena de la m adre se m anifestaba tam bién cada vez que el
psiquiatra declaraba que tenía una novia. De modo que, cuan­
do él estaba con una amiga, su m adre lo llamaba por teléfono
llorando y presa de crisis depresivas que desem bocaban en
77
P s ic o s o lu c io n e s
grandes dosis de bebidas con una alta graduación alcohólica.
Él no se arriesgaba a desactivar su teléfono móvil, porque te­
m ía que tales reacciones tuviesen m anifestaciones aún más
virulentas; por lo tanto su m adre podía localizarlo a cualquier
hora del día y durante el desarrollo de cualquier actividad. La
situación había llegado a niveles casi increíbles, considerando
la edad bastante m adura del sujeto y su profesión. Vivía aún
con su m adre y su padre, com pletam ente doblegado ante su
m adre, y por m iedo a las reacciones de ella nunca había pasa­
do una noche fuera de casa, nunca había salido de vacaciones,
nunca había llevado una m ujer a la casa. Tenía una relación
am orosa, pero la m antenía en secreto. Tal relato reveló cóm o
el psiquiatra estaba atrapado en la clásica relación «víctim averdugo», en el interior de la cual lo que m antenía la situación
era un vínculo afectivo basado en una com plicidad regida por
intentos disfuncionales para no em peorar las cosas. De esta
m anera, el paciente confirm aba a su m adre la eficacia que te­
nían sus acciones de control sobre él, m ediante el chantaje
sentim ental que ejercía por m edio de sus crisis depresivas y
alcohólicas. Por lo tanto, después de haber negociado las re­
glas terapéuticas que el psiquiatra interesado en aprender
nuestro m odelo terapéutico conocía bastante bien, le prescribí
un ejercicio tendiente a volcar sobre sí m ism o el m ecanism o
de com unicación patógena entre m adre e hijo:
-D e aquí a la próxim a sem ana, todos los días deberás anti­
ciparte a tu m adre en las llam adas telefónicas, o sea, deberás
ser tú quien la llame. Con exactitud, deberás llam arla diez ve­
ces al día, m ás o m enos cada hora, y preguntarle:
-¿ E stá s bien m am á? Estaba m uy preocupado por ti.
78
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
»Apenas recibas la respuesta despídete y haz lo m ism o una
hora más tarde.
El psiquiatra, sorprendido y divertido con la idea, aceptó la
invitación. La sem ana siguiente afirmó que al principio su
m adre lo había tranquilizado asegurándole que estaba bien,
después gradualm ente había com enzado a cansarse, hasta lle­
gar a irritarse por las llam adas excesivam ente frecuentes de su
hijo. N o obstante, durante esos días la m adre no había m ani­
festado crisis de ningún tipo, por el contrario no dejaba de de­
cirle a su hijo que no se preocupara por ella y que m ás bien se
ocupara más de sí m ism o y de su profesión porque lo veía de­
m asiado estresado. La terapia prosiguió con el juego, incre­
m entando aún m ás las llam adas, realizando no diez al día sino
quince, con la m ism a fórmula. El efecto fue que la m adre co­
m enzó a insistir en que el hijo se ocupara de su propia vida y
dejara de preocuparse por ella, incluso que se tom ase unas va­
caciones para relajarse. Pero él recibió instrucciones de conti­
nuar con las llam adas, iniciando tem prano por la m añana y
continuando durante todo el día hasta bien avanzada la noche.
Después de un m es de este tratam iento el paciente reveló que
la m adre no había bebido ni había tenido crisis depresivas, y
que nunca había am enazado a su hijo. Al contrario, se había
vuelto m uy cariñosa y diligente con él, invitándolo repetida­
mente a que se cuidara, sugiriéndole incluso que quizá tenía
necesidad de una relación am orosa para sentirse m ejor y no
preocuparse tanto por ella.
En este punto, fue program ada la prim era noche fuera de
casa con ocasión de una convención. La m adre no solam ente
no tuvo ninguna crisis, sino que m anifestó abierta satisfacción
79
P s ic o s o lu c io n e s
por la valentía de su hijo al afrontar la prim era noche lejos de
casa.
Com o el lector com prenderá, de aquí en adelante la terapia
prosiguió con un increm ento constante de las salidas de casa,
propuestas directam ente por la m ism a m adre, y con una re­
ducción gradual de las llamadas. La consagración terapéutica
fue la declaración del hijo a la m adre de su relación amorosa,
presentada, sin em bargo, com o una conquista reciente. La
m adre m anifestó gran satisfacción por ello, ya que, quizá, se
consideraba artífice de tales progresos del hijo. Ella nunca
supo que había sido curada indirectam ente. Según la antigua
estratagem a china de «lanzar el ladrillo para obtener el jade»
y no «lanzar el jade para obtener ladrillazos», com o había he­
cho el psiquiatra anteriorm ente durante m ucho tiem po.
Caso 2: Todos la toman conmigo
Un hombre, que es conducido a nuestro centro por su esposa,
declara que en realidad él no tiene necesidad de recibir terapia
porque son los otros quienes le provocan los problem as.
Siguiendo esta tónica, relata toda una serie de agravios re­
cibidos constantem ente, actitudes ofensivas que los otros tie­
nen hacia él, m iradas retadoras, etc.
En realidad, sufre de m anías persecutorias y cree que todos
están en contra de él o que de cualquier m odo lo rechazan.
Después de haberle pedido que describiera detalladam ente
ejem plos de todo esto, le receté:
-Q u isiera que usted, a partir de ahora hasta cuando lo vuel­
va a ver, todas las m añanas cuando se prepare para ir al traba­
80
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
jo , piense: «¿C óm o me com portaría hoy de form a distinta a
com o m e com porto, haciendo “com o si” estuviese convenci­
do de aparentar ser un hom bre simpático, estim ado, deseable
y deseado?» Entre las cosas que le vengan a la m ente, escoja
la m ás pequeña y póngala en práctica, cada día haga una cosa
pequeña pero concreta «com o si» se sintiese así. Es un experi­
m ento, pruébelo.
El señor refirió, la sem ana siguiente, que habían sucedido
cosas m uy extrañas durante esos días. M uchas de las personas
que usualm ente lo hacían sentirse burlado y rechazado habían
cam biado de repente su actitud con respecto a él; ahora él te­
nía la im presión de que lo consideraban de m anera distinta y
no tenía ninguna explicación lógica de todo esto.
A nte lo cual, yo, paradójicam ente, le dije que no se ilusio­
nara ya que es raro que las personas cam bien tan repentina­
m ente sus actitudes y sus convicciones. Sin em bargo, sugerí
que continuara la tarea asignada increm entándola, es decir,
poniendo en práctica cada día dos de las cosas que haría
«com o si» los otros lo consideraran una persona am able, esti­
m ada, sim pática y deseable.
En la siguiente sesión, él declara que está confundido, p o r­
que parece de verdad que ahora todos se com portan de m ane­
ra diferente con él, parece incluso que ahora lo consideran
verdaderam ente sim pático y estim able, y según él no hay nin­
guna explicación razonable para ello.
Por el contrario, com o el lector im aginará, tales acciones,
pequeñas pero concretas «como si» la situación hubiese cam ­
biado, invierten efectivam ente la habitual interacción entre el
sujeto y su realidad, de m odo tal que en esos m om entos, al
81
P s ic o s o lu c io n e s
com portarse él de form a distinta, estim ula a los otros a que se
com porten tam bién de m anera diferente con relación a él,
conduciéndolo a experim entar el hecho de sentirse de verdad
sim pático y estimado.
Com o bien saben, además de los conocedores de la lógica,
los estudiosos de ciencias sociales, las profecías creídas se autode terminan.
Seam os todavía m ás claros en la explicación de esta téc­
nica terapéutica: im aginém onos que entram os en un local
convencidos de ser antipáticos e indeseables; obviam ente en­
trarem os con una postura rígida y con la m irada recelosa y cir­
cunspecta.
Ensayem os cam biar la perspectiva: pongám onos en la po­
sición de las personas que están en el local y que ven a un tipo
con actitud defensiva entrar y m irar de m anera desconfiada;
¿qué harán estas personas? Obviam ente responderán con pos­
turas rígidas y m iradas defensivas.
El efecto final será que habrem os obtenido la confirm ación
de nuestra suposición de ser antipáticos e indeseables, sin dar­
nos cuenta de que todo esto ha sido una construcción nuestra
de la realidad.
En la intervención sobre este tipo de problem a, nos con­
centram os en introducir un pequeño cam bio que produce una
reacción en cadena de cambios, hasta conseguir la com pleta
m odificación de la situación. Si se logra, entonces, cam biar
una vez al día, en m edio de una situación aparentem ente no
im portante, el com portam iento que conduce a la construcción
disfuncional de la realidad, se provoca una experiencia em o­
cional correctiva concreta que podrá increm entarse fácilm en­
82
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
te, aum entando las acciones y las actitudes «como si» del p a­
ciente, hasta llegar a construir una nueva realidad funcional
que sustituirá a la anterior.
Todo esto, com o dem uestra rigurosam ente la lógica m o­
derna no ordinaria, sobreviene sobre la base de un autoengaño
inducido, que invierte el sentido de la profecía creída (¡todos
la tom an conm igo!), provocando un com pleto vuelco de su
efecto en la experiencia de la persona, experiencia ésta, que
conducirá tam bién gradualm ente a la transform ación de sus
creencias y percepciones de la realidad.
Blaise Pascal, que ha sido uno de los personajes persuasivos
m ás efectivos de la historia, aunque en nom bre de Dios, pres­
cribía a los cristianos que estaban en crisis con su fe: «V ayan a
la iglesia, no im porta si ahora no creen, com pórtense «com o si»
creyeran: arrodíllense, recen, etc.; la fe no tardará en llegar».
Caso 3: Bloquear las respuestas p ara inhibir las preguntas
Se presenta, sum ida en la desesperación m ás profunda, una
persona que está atorm entada por dudas continuas y banales
pero irrefrenables, del tipo:
-¿ H e pensado esto del m ejor m odo? ¿He dicho bien esta
cuestión? ¿He hecho de la m ejor m anera esta otra cuestión?
¿He colocado de la m ejor m anera estos objetos?
La lista de este tipo de dudas y preguntas, por lo regular, es
inagotable. Obviam ente, todo esto coloca a la persona en un
conflicto continuo, ya que incluso los pensam ientos y las ac­
ciones m ás banales desencadenan una serie de dudas e incertidum bres, a las cuales el paciente quisiera dar respuesta para
83
P s ic o s o lu c io n e s
tranquilizarse. Este sujeto refiere que desde hace un tiem po se
siente bloqueado por tales «m anías», a tal punto que no logra
desarrollar ninguna actividad, ni profesional ni de esparci­
m iento, en cuanto vive atorm entado por dudas que se desen­
cadenan sin tregua en su mente.
En este tipo de patología psicológica, la «solución intenta­
da» disfuncional de fondo se expresa en el hecho que la perso­
na busca dar respuestas racionales y reconfortantes a dudas y
preguntas irracionales, y cuanto m ás ilógica sea la duda más
buscará dar una respuesta lógica, introduciéndose así cada
vez m ás en com plicados y dolorosos intentos por dar una res­
puesta racional a problem as irracionales.
Se presenta a este paciente, al igual que a todos los casos de
este tipo, la siguiente fórmula, com o técnica de reestructura­
ción de las percepciones del sujeto:
-S ab e..., no existen respuestas inteligentes a preguntas es­
túpidas. Pero si estas preguntas le llegan, usted no puede evi­
tarlas. Por el contrario, si busca evitarlas vendrán más, si in­
tenta no pensar en ellas pensará m ás, porque ¡pensar en no
pensar es ya pensar! ¡Debería conseguirse no pensar en pen­
sar que debería no pensar para no pensar! No obstante, usted
no puede bloquear las preguntas y las dudas, éstas vendrán a
su m ente inexorablem ente. Sin em bargo usted puede blo­
quear las respuestas, y si logra bloquear la respuesta inhibirá
gradualm ente la pregunta. Pero para bloquear la respuesta
debe pensar que, cada vez que intenta responder una pregunta
estúpida con una respuesta inteligente, convierte en inteligen­
te la pregunta y reafirm a su utilidad. De esta m anera, alim enta
la cadena de dudas. Por tanto, cada vez que dé una respuesta a
84
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
una duda abrirá la puerta a nuevas preguntas y estará nueva­
m ente en m edio del ju eg o sin fin que usted ya conoce bien.
Todo em peorará, no solo persistirá.
»De m anera que cada vez que usted responde a una duda es­
túpida con una respuesta inteligente alim enta la cadena. Pien­
se en ello, así logrará bloquear la respuesta.
En un lapso de algunas sem anas, las «dudas paranoicas»
fueron extinguidas y la persona tuvo la capacidad de retom ar
sus actividades cotidianas.
Tam bién en este caso debem os fijam os en la estructura lin­
güística y com unicativa de la m aniobra terapéutica, basada en
una dinám ica hiperlógica pero hipnóticam ente confusa con
redundantes articulaciones del hablante. De este m odo se
construye una «realidad» en el interior de la cual la fuerza del
síntom a obsesivo es vehiculada en contra del propio trastor­
no, provocando una suerte de cortocircuito en la dinám ica de
la persistencia del problem a. Siguiendo la antigua estrategia
de «enturbiar el agua para conseguir que los peces salgan a la
superficie».
Anorexia, bulimia, vómito
Caso 1: H acer com er negando el alimento
Se presentan en nuestro centro los padres de una joven anoréxica, una de esas chicas que dejan de com er y enflaquecen
tanto que a veces llegan al borde de la muerte. D eclaran estar
allí porque la hija no quiere venir a terapia. Todas las veces
P s ic o s o lu c io n e s
que han intentado llevarla a terapia, ella se ha rebelado brutal­
m ente hasta el punto que m uchas veces han explotado situa­
ciones violentas en la familia. Sin em bargo, ellos escucharon
decir que en este centro era posible hacer terapias indirectas,
es decir, guiar a los padres para que logren que su hija cambie;
por eso estaban allí.
Com o es habitual, en vez de preguntar la historia clínica de
la paciente, les pregunté qué habían hecho hasta el m om ento
para intentar resolver el problem a de su hija; com o de costum ­
bre, me respondieron con toda una serie de relatos de intentos
de terapias y consultas con varios psiquiatras y psicólogos, al­
gunos de los cuales habían ido incluso a su casa para ver a su
hija, quien había rechazado cualquier ayuda.
Yo pregunto, focalizando la atención sobre la familia, qué
hacen los padres para tratar de desbloquear la situación de su
hija. Me dicen que intentan insistir, tratan de hacer que coma,
buscan por todos los m edios que se siente a la mesa, que com a
con ellos; a veces ella va, pero com e poquísim as cosas, o hace
de todo por dem orarse, o bien hace de todo para no presentar­
se a comer.
Com o sucede con frecuencia entre los padres de las jó v e ­
nes anoréxicas, la m adre dice que intentó ponerle a escondi­
das un poco de azúcar en el té que tom a su hija, que es lo úni­
co que la jo ven consum e en abundancia, pero cuando la chica
se dio cuenta se disgustó m uchísim o, y desde entonces no
confía m ás en su m adre y no perm ite que le prepare nada.
La hija cocina sus alim entos sola, com e solo verduras y
frutas, alim entos que en los últim os tiem pos ha com enzado
tam bién a limitar, de m anera que en los últim os m eses ha
86
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
adelgazado m ás de 15 kilos. En este m om ento está por debajo
de los 40 kilos; los padres están francam ente preocupados.
P or otro lado, tam bién intentaron internarla en una clínica
especializada, pero la hija hizo todo lo que habitualm ente h a­
cen estas chicas cuando son obligadas a alim entarse por la
fuerza. Aceptó dura y silenciosam ente el tratam iento pero
apenas salió del hospital em peoró, exageró la dieta hasta per­
der m ás kilos de los que había recuperado en el tratamiento.
Los padres se encuentran desesperados y declaran que es­
tán dispuestos a hacer cualquier cosa; yo les advierto que en
estos casos lo que pido con frecuencia resulta extrem adam en­
te fatigoso para los padres, extrem adam ente arduo; pero ellos
m anifiestan que están dispuestos a hacer cualquier cosa para
ayudar a su hija.
En este punto, utilizando una forma de com unicación habi­
tual cuando se trata de padres que com o éstos siguen la lógica
del sacrificio y la actitud de protección, que son la m ayoría de
los padres de jóvenes con anorexia u otros síntom as alim enta­
rios graves, yo les digo:
-B ien , yo creo que han sido m uy valientes al venir hasta
aquí con el propósito de buscar ayuda para su hija, al perseve­
rar para que com a alguna cosa, al buscar el modo de no llegar
a situaciones aún más graves, pero creo que esto no resulta tan
difícil para ustedes com o lo que yo les pediré:
Y o les pediré sacrificios aún m ás grandes, sé que será muy
arduo para ustedes poner en práctica m is indicaciones.
Los padres me miran esperando a saber qué prescripción,
qué tarea dolorosa; yo les digo:
-D e aquí hasta cuando vuelva a verlos dentro de dos sema87
P s ic o s o lu c io n e s
ñas, deberán evitar hablar en absoluto del problem a de su hija,
deberán m antener lo que literalm ente nosotros denom inam os
«conjura del silencio», es m ás, deberán tener miedo de hablar
de ello, ya que cuanto m ás hablen m ás alim entarán el proble­
ma; entonces, así que estén atentos, conjura del silencio. Pero
no solo eso, quiero que, desde hoy hasta la próxim a sesión,
piensen que cada vez que intentan que su hija com a por m edio
de cualquier estrategia en realidad es com o si regaran la plan­
ta de su enferm edad; así que deberán tener m iedo de pedirle
que com a; al contrario deberán poner en práctica lo que nos­
otros llam am os una especie de boicot, debem os inducirla a
una posición de frustración de su síntoma. Por lo tanto, no
solo deberán evitar invitarla a com er sino directam ente desca­
lificar su problem a. ¿Cóm o? D ejando de ponerle un puesto en
la m esa, si ella dice: «¿pero cómo, no han preparado un pues­
to para m í?», ustedes responderán: «pero si tú no comes».
Eviten por com pleto invitarla a que se alim ente en cualquier
situación, y si de pronto ven que ella com e algo, estén atentos,
intervengan inm ediatam ente y recuérdenle que esto después
la hará caer en la desesperación porque se arrepentirá de haber
comido.
»Usted, la madre, diga a su hija, al m enos una vez al día,
que finalm ente ha com prendido lo que hasta ahora no había
entendido, es decir lo im portante que es para ella no com er y
que ahora ha com prendido que debe respetarla y colaborar, y
que si usted la ve com er estará lista a intervenir para recordar­
le que después se pondrá mal por ello.
Los padres, com o sucede con frecuencia, me contem plan
con la m irada espantada y dicen:
88
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
-¿ P e ro debem os hacer esto? ¿Y si deja de com er aún más?
¿Y si al hacer esto no com e nada?
Entonces yo los m iro y replico:
- S i todo lo que han hecho hasta el m om ento hubiese fun­
cionado no habrían llegado hasta aquí, les advertí que les pe­
diría algunas cosas que les parecerían absolutam ente difíciles
de llevar a cabo; pero hagan este experim ento, les pido dos se­
manas, solo dos sem anas, en todo caso llám enm e dentro de
una sem ana, si es necesario podrem os ajustar la estrategia.
Los padres se despiden bastante sorprendidos. La señora
me llam a por teléfono, después de una semana. A firm a que
está pasando algo m uy extraño; la hija no se sienta a com er
con ellos, ha aceptado esta orden de no ir a la m esa m irándo­
los un poco mal, pero la m adre se ha dado cuenta de que la
hija se levanta por la noche a escondidas y va a comer.
En este punto digo a la señora:
-B ien , deben sim plem ente insistir con la estrategia que he­
mos acordado.
A la sem ana siguiente los padres me dicen:
-S ab e, la cosa com ienza a funcionar. El otro día nuestra
hija se acercó a la m esa y dijo: «¿puedo probar tam bién yo lo
que cocinaste, m am á?» Y desde entonces continuó sentándo­
se a la m esa, no com e m ucho, pero ha com ido algunas cosas
que hasta ahora nunca com ía, ha com ido pasta, ha com ido
arroz, ha pedido por favor que no lo aliñara m ucho, pero ha
com ido con nosotros, no ha vuelto a hacer ninguna de sus es­
cenas. Adem ás, preguntó si era posible venir a hablar con us­
ted, porque se dio cuenta de que deseaba resolver el proble­
ma.
89
P s ic o s o lu c io n e s
Y
así com enzó la terapia con la hija, cuando en realidad lo
que debía ocurrir ya había ocurrido, la hija ya había sido des­
bloqueada. En este caso, com o en m uchos otros casos de ano­
rexia tratados indirectam ente a través de las indicaciones que
se dan a los padres, es m uy frecuente que la hija llegue a la te­
rapia cuando ya no es necesario llevar a cabo una terapia di­
recta, por lo m enos en cuanto al síntom a alim entario se refie­
re; obviam ente es necesaria por todo lo que conduce a que
este síntom a se produzca.
Se debe tam bién subrayar que a veces la paciente no llega
nunca a la terapia. En nuestra investigación sobre desórdenes
alim entarios, desarrollada en nuestro centro a lo largo de los
últim os cinco años, hem os com probado que en m ás del 20%
de los casos curados con protocolos específicos de tratam ien­
to para tales trastornos las jóvenes no han llegado nunca a la
terapia, en estos casos hem os curado al paciente interviniendo
solam ente sobre su familia, sin ver nunca directam ente a la
persona afectada; no obstante, el resultado ha sido positivo.
Caso 2: Te ayudamos a hacerlo m ejor
Tam bién en este caso, com o en el anterior, llega solam ente la
pareja de padres porque la hija se niega a venir afirm ando que
no tiene necesidad de un terapeuta. ¡Que vayan sus padres a la
terapia, son ellos quienes la necesitan, no ella!
Los padres presentan el problem a, desde mi punto de vista
definido im propiam ente com o bulim ia nerviosa, es decir, el
com portam iento alim entario caracterizado por com er en ex­
ceso y luego vom itar. Declaro la definición de bulim ia nervio­
90
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
sa im propia porque en nuestro trabajo de investigación, que
recom endam os al lector interesado en profundizar en el tema,
se ha dem ostrado que este tipo de trastorno no tiene nada que
ver con la bulim ia; sino que, en la m ayoría de los casos, es tí­
pico de chicas con tendencia a la anorexia que encuentran en
el vóm ito una buena solución para no bajar dem asiado de
peso y m ucho m enos engordar, o bien para continuar adelga­
zando pero sin d ejar de comer. No obstante, después de ejerci­
tar durante algún tiem po este tipo de com pulsión, esta técnica
se convierte en u na com pulsión verdaderam ente incontrola­
ble y entonces estas jóvenes, a veces tam bién algunos hom ­
bres, actúan com o si estuviesen poseídas por un dem onio que
las conduce a co m er en exceso y luego vomitar.
Los padres describen el caso y cuentan que han intentado
lim itar los daños de diversas formas, ensayando poner bajo
llave el alim ento, restringiendo el dinero que le dan a la hija
para que no pueda consum ir las grandes cantidades de com i­
da a las que está acostum brada; pero todo ha sido inútil por­
que cuando esconden el alim ento ella term ina por encontrar­
lo de cualquier forma, y cuando no le dan dinero, va a robar
al superm ercado, así que finalm ente han preferido darle di­
nero.
Finalm ente, han llegado a una postura de com pleta resigna­
ción. Ella no quiere curarse, quiere continuar con su trastorno
y desde hace un tiem po no hace más que com er y vom itar; no
sale casi nunca, tenía un novio al que dejó y tiene un grupo de
am igos que casi nunca frecuenta porque prefiere quedarse en
casa com iendo y vom itando.
Adem ás, ellos describen a su hija com o una persona des­
91
P s ic o s o lu c io n e s
cuidada, que se lava poco, que ya no se peina. Está allí, solo
com iendo y vom itando.
Tam bién en este caso, como en la anorexia o en la bulim ia
tradicional, han sido aplicadas en nuestro trabajo de investi­
gación algunas técnicas específicas para desbloquear la situa­
ción. La técnica prescrita a los padres es un ejem plo de lo que
se realiza cuando la hija no quiere venir a la terapia:
-M u y bien, creo que existe una m anera de intervenir sobre
su hija sin que ella venga, pero les costará un poco de sacrifi­
cio. Sin em bargo, creo que estarán dispuestos a hacerlo, ya
que veo que han hecho hasta lo imposible.
»Lo que les prescribiré no será tan arduo, m ás bien será un
poco extravagante. Por favor, tom en en serio lo que les estoy
pidiendo.
Los padres me m iran y responden diciendo:
-E stam o s dispuestos a hacer todo lo que nos pida, ya que
nos han dicho que ha intervenido en m uchos casos de este
tipo, de m odo que confiam os en usted.
La prescripción es la siguiente:
- D e aquí a la próxim a semana, yo quiero que usted, señora
-dirigiéndom e a la m adre-, despierte a su hija todas las m aña­
nas, no muy tarde pero tampoco m uy temprano, antes de salir al
trabajo y le pregunte: «¿Qué quieres hoy para com er y vomitar?»
La señora me m ira y dice:
-¿ P e ro debo hacerle esa pregunta?
-E x acto , esa pregunta precisam ente, querida señora, debe
preguntarle a su hija: «¿Qué quieres hoy para com er y vom i­
tar?» D espués quiero que usted tom e el m enú, el que su hija le
solicite y vaya a com prar todo lo que ella le indique.
92
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
»Si su hija rechaza darle un menú, creo que usted sabe bien lo
que ella acostum bra a com er para después vomitar. Así que
compre raciones m uy abundantes de estos alimentos; después
regrese a su casa y ponga todo sobre la mesa de la sala, no en la
cocina, en la sala, a la vista de todos. Consiga, también, esas es­
tampillas adhesivasp o st-it de color amarillo y escriba sobre una
de ellas: «Víveres para com er y vomitar», con el nom bre de su
hija, ¡atención!, ninguno de ustedes deberá tocar estos alim en­
tos, son solamente para su hija, solamente para el rito de su hija.
Los padres me observan, sonriendo asom brados, com o si
les hubiese propuesto algo aún m ás loco que el com porta­
m iento de su hija. El padre me dice:
-P e ro así ella estará feliz.
Yo lo miro y digo:
-Y a veremos.
Los padres regresan la sem ana siguiente y dicen que la hija
se rebeló violentam ente al ver los alim entos sobre la m esa, re­
chazó com erlos por com pleto e incluso los agarró y los escon­
dió dentro del armario. Entonces la m adre dice:
-P a ra continuar con la tarea que usted me asignó, todas las
veces sacaba los alim entos del arm ario y agregaba algunos
más; llegam os a tener una m ontaña de comida.
Yo la m iro y sonriendo le replico:
-S ab e , la com ida que sobre la enviarem os a los niños que
m ueren de ham bre en el m undo, a B osnia o quizá a otra parte.
Y ella me dice:
-P e ro lo verdaderam ente interesante es que su hábito de
com er en exceso se ha reducido m uchísim o, no ha desapareci­
do del todo, pero se ha reducido bastante.
93
P s ic o s o lu c io n e s
Y o respondo a los padres:
-B ie n , esto es lo que nos anim a y debem os continuar así.
Entonces, señora, esté atenta; ahora deberá hacer algo más;
tam bién usted, señor -dirigiéndom e al p ad re-, tendrá que re­
cordarle a su hija, varias veces al día, que puede ir a com er y
vom itar, que la com ida está allí.
-¿C ó m o ? -responden ellos-, ¿D ebem os tam bién invitarla
a hacer eso, ahora precisam ente que lo está haciendo menos?
¿Y si com ienza nuevam ente?
Yo los m iro y digo de nuevo:
- Y a verem os. Les recuerdo: al m enos cuatro o cinco veces
al día deberán invitarla a com er y vom itar, teniendo en cuenta
que han com prado todas esas cosas para complacerla.
Los padres se despiden, aún m ás asom brados que la vez an­
terior.
U na sem ana después regresan y me dicen que la sintom ato­
logia de la hija se ha reducido ulteriorm ente, es m ás, se enfada
cuando ellos le piden que vaya a com er y vom itar, y pregunta:
«¿Pero por qué me dicen eso?».
-¿ S a b e qué m e dijo tam bién mi hija, doctor? -d ic e la m a­
d re-: Que arruiné todo, que ahora no es com o antes, que si an­
tes le gustaba eso ahora le dejó de gustar y no va a hacerlo
más, además -co m o en el caso anterior de la joven anoréxica -, mi hija m e preguntó si podía venir a verle, porque quiere
resolver este problem a del todo.
Tam bién en este caso, cuando llega la hija, la sintom atolo­
gia no ha sido desbloqueada del todo, pero sí bastante reduci­
da, y entonces resulta m uy fácil proceder hasta llegar a la
com pleta extinción del trastorno.
94
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
Caso 3: Com er y vomitar, ¡qué maravilla!
Se presenta una jo v en de casi 30 años, consagrada profesio­
nalm ente. Una m ujer exitosa que declara tener el problem a de
com er y vom itar repetidam ente cada día, tanto en las com idas
principales com o entre horas. Dice que no es capaz de im pe­
dir esto en absoluto y cree que ni siquiera yo la puedo ayudar,
porque ya ha tenido experiencias terapéuticas y ninguno de
los doctores anteriores logró desbloquearla, ni con terapias
farm acológicas ni con psicoterapia, y por tanto duda que yo
pueda hacer algo por ella. Otra paciente que desconfía del te­
rapeuta. C om o describí anteriorm ente, yo em pleo su resisten­
cia prescribiéndosela.
Le pregunto si está dispuesta a hacer cualquier cosa. Ella
m e respode:
-S í, con tal de que no m e pida precisam ente dejar de com er
y vom itar, porque no lo lograría; con tal de que no m e pida h a­
cer algo q u e tenga que ver directam ente con esto, porque es
algo -c o m o frecuentem ente dicen estos pacientes con m uchos
intentos d e terapia a sus espaldas- que m e gusta m ucho y no
puedo d e ja r de hacerlo en absoluto.
Frente a este caso, com o en otros sim ilares que presentan
esta d em an d a paradójica del tipo «hágam e cam biar, sin cam ­
biarm e», refuto a la paciente afirmando:
-B ien , e l síntoma no puede ser tocado ya que es m uy pla­
centero; entonces, usted que es una experta, que lo vive tan
bien, tien e razón, el placer, fundam entalm ente, es lo m ejor que
podem os te n e r en la vida. De m anera que yo creo firm em ente
que el p la c e r debe ser cultivado, e incluso increm entado, así
95
P s ic o s o lu c io n e s
que descríbam e cóm o lo hace, ¿cóm o hace para hacerlo tan
bien?
Ella me describe de m anera exhibicionista todas las asque­
rosidades que logra hacer con la comida. Evito al lector el re­
sumen. Entonces digo:
-B ien , ¿pero no cree que podría especializarse en hacerlo
aún m ejor? Yo quisiera que, de aquí a la próxim a consulta, lo
haga, una vez al día, de la m anera m ás placentera posible. D e­
berá lograr que sea algo m aravilloso, así que escoja el lugar
adecuado y la hora justa. Piense, por ejem plo, después de m e­
dianoche, cuando todos duermen, im agine, qué bello... O m e­
jo r, prepare todos los alim entos con los que le gusta divertirse
y escoja el m om ento del día que le parezca m ás apropiado, se­
leccione el modo de com er y vom itar m ás placentero. En sín­
tesis: ¡Escoja lo m ejor y disfrútelo!
La jo ven afirma, bastante sorprendida:
-U ste d es una persona extraña, quizás tam bién come y vo­
mita, de otra forma, ¿cóm o hace para com prenderm e tanto?
En la siguiente cita, ella m e refiere que efectivam ente se­
leccionó lo mejor, lo cual la condujo a atiborrarse y a vom itar
una sola vez al día; en cambio antes hacía esto cinco o seis v e­
ces, pero no sintió ninguna falta de practicar tantas veces su
hábito, ya que este singular rito resultó tan placentero que no
tuvo necesidad de nada más.
En este punto, le sugiero que analice, después de tener es­
tas experiencias, dos cosas: cóm o em plear ahora todo el tiem ­
po que antes dedicaba a com er y vom itar, y la posibilidad de
hacer aún m ás placenteros estos m om entos, retardándolos
para aum entar su intensidad.
96
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
Ella dice que pensará en ello, pero que con respecto al uso
del tiempo ganado lo em pleará para dedicarse a su trabajo,
com o ya lo hizo en las sem anas anteriores; com portam iento
que le rebato, invitándola a pensar que m uy probablem ente
hay otras cosas m ás placenteras para hacer en la vida.
Después de una semana, durante la consulta, afirm a que es
definitivam ente m ucho más placentero «retardar», citándom e
incluso a Freud quien hablaba del «diferir», es decir, retardar
para aum entar el placer. De esta m anera, se ha dado cuenta de
que com iendo/vom itando una sola vez, después de algunos
días de «diferir», increm entaba en grandes proporciones el
p lacer del acto.
De este m odo, después de dos sem anas de practicar cinco o
seis ritos al día, pasó a dos o tres ritos por sem ana, sin ningún
sacrificio, sino más bien con un increm ento del placer por par­
te de la paciente. En otros térm inos, «reducir aum entando».
La paciente, además, com enzó a notar m ayores atenciones
p o r parte de los dem ás hacia ella y, a su vez, a sentir el deseo
constante de una m ayor vida social. La terapia prosiguió si­
guiendo el m ism o rumbo, con una reducción constante de la
frecuencia del rito, concentradándolo y destilándolo en su
perverso disfrute, m ientras la vida social de la m ujer se enri­
quecía de nuevas experiencias.
Después de casi tres meses, ella estableció una relación
am orosa m uy pasional, punto final de su patología, ya que co­
m enzó a olvidarse de su «rito de placer». Descubrió, proba­
blem ente, un rito aún m ás placentero, el natural de una rela­
ción am orosa a la cual ahora tenía la capacidad y el valor de
abandonarse.
97
P s ic o s o lu c io n e s
Caso 4: Si quieres atiborrarte, ¡hazlo bien!
Una joven, con un sobrepeso de casi 30 kilos, pide ayuda para
poder frenar su com pulsión de devorar com ida durante todo el
transcurso del día. Ella no devora com ida solam ente durante
las com idas principales sino tam bién entre éstas. Le pregunto
qué ha intentado hacer para controlar esta com pulsión irrefre­
nable. Ella dice que ha intentado de todo: ha tratado de m ante­
nerse alejada de la com ida, ha tratado de evitar el encuentro
con los alim entos, ha dicho a sus padres que le escondan los
víveres; todas las habituales soluciones intentadas que m an­
tienen y em peoran este tipo de problem as.
En estos casos, después de algunas consultas prelim inares,
regularm ente después de las dos prim eras sesiones, se llega a
dar una prescripción estandarizada que resulta ser verdadera­
m ente eficaz. Prescripción que tam bién fue dada a esta joven
mujer:
-E sc o ja una de las miles de dietas que conoce, porque en
este ám bito usted sabe m ás que yo, teniendo en cuenta todas
las que ha probado, a m enos que sea m uy restrictiva. Además,
cada vez que com a algún alim ento que esté fuera de la dieta,
deberá com er cinco raciones del m ismo: si come un chocola­
tín, com erá cinco; si com e un pedazo de torta, com erá cinco
pedazos, y así sucesivamente. C inco raciones o nada.
El resultado es, en general, que las personas relatan que no
com ieron del m odo descrito, sino que evitaron cualquier ali­
m ento que estuviese fuera de la dieta, o bien, que lo hicieron
algunas veces, pero que extrañam ente no significaba lo m is­
mo, así que lo dejaron. A sim ism o, esta joven regresó diciendo
98
L a in t e r v e n c ió n c lín ic a
que había perdido dos kilos en una sem ana, ya que después de
la prim era vez que com ió cinco pastelitos de chocolate no se
sintió bien. Al contrario, fue capaz de seguir sin ningún sacri­
ficio con la dieta que había escogido.
E n este punto, frecuentem ente, se m antiene la prescripción
«punitiva» aum entando el «riesgo». En otros térm inos, se
prescribe, en caso de transgresión, la orden de com er siete ve­
ces más, después sucesivam ente diez veces m ás y así progre­
sivamente.
Con frecuencia, las personas siguen adelgazando, hasta lle­
gar a su peso norm al, con la «espada de Dám ocles», que si
transgreden deben cruelm ente dejarse caer sobre la cabeza.
E sta estrategia terapéutica resulta ser verdaderam ente for­
m idable en los casos de bulimia, ya que de esta m anera se
transform a el placer anterior en una tortura que se debe evitar.
Depresión
Caso 1 : Ofrecer un pùlpito al depresivo
Llega desde una ciudad del sur de Italia una familia, que más
bien es un conjunto de familias conform ado por tres herm a­
nos con sus respectivas familias y los padres ancianos de és­
tos. Todos viven en la m ism a casa, cada uno en un piso dife­
rente.
El problem a que me presentan es el de uno de los herm a­
nos, quien, según afirm an ellos, cayó en depresión desde hace
algún tiempo.
99
P s ic o s o lu c io n e s
Com o sucede con frecuencia en esta patología, los intentos
para solucionarla son, generalm ente, la tendencia del sujeto de­
presivo a lamentarse y a hacerse la víctima, contrarrestada con la
actitud consoladora y proteccionista por parte de los familiares.
E sta tipología com portam ental, com o el lector com prende­
rá, está aún m ás enfatizada, en este caso, por la particular co­
hesión de este grupo fam iliar tan num eroso.
Al final de una interm inable consulta, durante la cual cada
uno de los integrantes de las cuatro fam ilias se prodigó en ex­
presar su afecto por el paciente y la auténtica disponibilidad
de hacer cualquier cosa para ayudarlo, les asigno la siguiente
prescripción:
-C onsiderados todos sus am orosos cuidados y su disponi­
bilidad, creo que todos estarán dispuestos a llevar a cabo una
labor m uy difícil pero definitivam ente im portante para él.
»De aquí a la próxim a sesión, todas las noches, antes o des­
pués de la cena, deberán reunirse todos. Se encontrarán en al­
guno de los salones de su casa, preferiblem ente en el de la
m am á y el papá, y se ubicarán en asientos enfrente del paciente,
quien estará de pie. A ctivarán un reloj despertador para que
suene m edia hora m ás tarde. D eberán m antenerse en religioso
silencio, escuchando. U sted-dirigiéndom e al pacien te-ten d rá
m edia hora para lam entarse todo lo que quiera y ellos estarán
oyéndolo; usted podrá hacerles saber lo mal que se siente cuan­
do se deprim e, cuando todo parece oscuro, nada parece ir del
m odo indicado y nada logra darle alegría, etc. Ellos deberán es­
cuchar en religioso silencio. Cuando suene el reloj, ¡STOP!
Hasta la noche siguiente. Deberá evitar hablar del problem a a
lo largo del día, ya que tiene el espacio nocturno para ello.
100
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
D espués de dos sem anas, la extensa fam ilia regresó rela­
tando:
-S í, las prim eras noches se lam entó m ucho, pero unos días
después no encontró de qué m ás lamentarse. La otra noche
nos contó algunos chistes y nos hizo reír m ucho, com o lo ha­
cía siem pre antes de la enferm edad.
Entonces, le pregunto al paciente cóm o se sintió:
-S ab e , lo m ás extraño es que de repente, un día cualquie­
ra, com encé a ver y a sentir todo com o antes, y m e pregunté
cóm o era posible haber estado tan mal. No m e falta nada,
tengo una fam ilia bellísim a, incluso usted lo puede ver, ¿ver­
dad? Tengo una bella m ujer que me ama, no tengo proble­
m as económ icos, puedo hacer lo que quiero. ¿U sted m e pue­
de explicar lo que m e pasó? ¿Por qué dejé de valorar todo
esto?
Esta es la antigua estratagem a de «m over la yerba para que
las serpientes escapen».
T am bién en este caso, después de esta prim era «experien­
cia em ocional correctiva», se procede a una reestructuración
gradual de las m odalidades perceptivo-reactivas del sujeto,
conduciéndolo, m ediante otros ejercicios específicos, a la
creación de un nuevo y funcional equilibrio personal.
Caso 2: Sí, vivimos en un valle de lágrimas
Llega una señora m uy deprim ida que m e describe, com o es
usual en estos casos, una realidad de desesperación. Ella lo ve
todo oscuro desde hace un tiem po, no hay nada que la divierta
y se siente desm otivada hacia cualquier actividad.
101
P s ic o s o lu c io n e s
Ella me dice que pasa la m ayor parte de sus días en la cama,
con la luz baja, ya que no le gusta hacer nada y se siente inútil
para los dem ás y para el mundo.
A firm a que tiene un m arido que no se preocupa por ella,
que pasa su tiem po entre el bar y los am igos, m anifestando
una com pleta indiferencia hacia su malestar. Además, sus dos
hijos se casaron y se alejaron de la casa. Desde hace un tiem ­
po ella tiene poco contacto con ellos, ya que entraron a formar
parte de la fam ilia de sus cónyuges. Por esto, ella se siente un
poco traicionada por sus hijos porque, al parecer, prefieren a
sus suegros que a sus padres.
En suma, el conjunto se presenta com o un clásico «cuadro»
depresivo, en el interior del cual la persona se siente víctim a
de la realidad com o si ella m ism a no fuese partícipe de ésta.
C on este tipo de personas, cualquier actitud consoladora,
aunque a m enudo es lo que ellos esperan, no produce ningún
efecto; por el contrario, la m ayoría de las veces, se da un pos­
terior arraigo de la posición de «víctima».
Por lo tanto, es decididam ente útil proceder com o sigue:
-U ste d tiene razón, en realidad la vida no es m ás que un va­
lle de lágrim as. V enim os al m undo, en el fondo y finalm ente,
solam ente para sufrir. Yo la com prendo bien porque tam bién
a m enudo m e pasa que lo veo todo oscuro y me parece que
nada vale la pena.
»Sabe, som os todos com o el personaje de un m ito griego,
Sísifo, quien por robarle a Zeus el fuego de la inteligencia y
donarlo a los hom bres, que después de todo no se lo m erecían
teniendo en cuenta el uso que hacen de éste, fue castigado y
condenado a cargar eternam ente una enorme roca y a subir
102
L a
in t e r v e n c ió n c lin ic a
por u n a m ontaña, para después, una vez que llegara a la cim a,
verla rodar cuesta abajo y recom enzar de nuevo. Yo creo que
nosotros estam os en la m ism a situación, cada tanto podem os
tener alguna pequeña alegría, pero después lo pagam os aún
más caro.
M ientras yo procedía con esta deprim ente y paradójica de­
finición de la situación existencial de cada uno de los seres
hum anos, la señora estaba ahí, m irándom e con los ojos desor­
bitados, hasta que m e interrum pió y me dijo, con una actitud
extrañam ente consoladora:
-P e ro ¡ánimo doctor!, no sea tan trágico, en el fondo tam ­
bién hay cosas bellas en la vida, desafortunadam ente pasan,
pero pueden llegar otras, por eso precisam ente usted se la­
m enta...
Yo insisto en m i actitud de «representan) el rol del depresi­
vo y ella continua tratando de consolarme.
Toda la consulta procede en esa forma, con la paradójica
situación de la paciente depresiva que intenta ayudar al doctor
depresivo, pero m ientras la paciente se esfuerza por levantar
el ánim o del doctor, es com o si saliera de su situación depresi­
va. De hecho, durante la sesión, la persona m anifiesta sonrisas
y reacciones decididam ente activas, m anifestaciones que no
son precisam ente las de un depresivo.
La sem ana siguiente, en la segunda consulta, la señora re­
fiere que durante esa sem ana se sintió extrañam ente tranquila,
sintió ganas de hacer cosas y de hecho, a veces salió a hacer
com pras y fue a ver a sus hijos, quienes «por prim era vez» es­
tuvieron contentos de verla, según le pareció a ella.
Con respecto a ello, respondo:
103
'
P s ic o s o lu c io n e s
-N o se ilusione, querida señora. A veces, parece que las
cosas van m ejor pero después es aún peor. Mire, después de
una ilusión, la desilusión es aún m ás fuerte. No espere nada
bueno, probablem ente le espera algo aún peor...»
Y
continúo hablándole en este tono a la señora, quien me
mira, con los ojos desorbitados, bastante sorprendida y co­
m ienza nuevam ente a rebatir mi opinión: que corresponde a
cada cuál anim arse, que se debe reaccionar, que no se puede
echar la culpa siem pre a los otros.
Com o el lector com prenderá, la situación se invierte com ­
pletam ente, la paciente dice lo que debería decir el doctor, y
viceversa.
La sem ana siguiente, ella refiere que estuvo todavía mejor,
que retom ó actividades abandonadas durante años, que fúe
varias veces a ver a sus hijos con quienes la relación parecía
realm ente haber cambiado. Incluso el esposo m anifestó un
poco de atención hacia ella.
Yo com ienzo de nuevo representando el papel del depresi­
vo, pero esta vez ella me interrum pe diciendo:
-S ab e , ahora entendí todo lo que usted ha hecho, así que
deje ya de sim ular que está deprim ido.
De esta form a la terapia continuó solam ente durante algunas
sesiones m ás, durante las cuales la señora y yo nos confronta­
m os de m anera dialógica sobre lo que era m ejor hacer para ella.
Con los «denom inados depresivos», el com portam iento te­
rapéutico m ás funcional es el de estar m ás deprim idos que
ellos, es com o em pujar aún m ás abajo a una persona que sien­
te que se está ahogando: intentará regresar arriba por todos los
medios.
104
L a
in t e r v e n c ió n c lin ic a
Parejas en crisis
Caso I: La pa reja que no lograba dejar de pelear
Un día, en mi consultorio, m ientras estoy despidiéndom e de
un paciente, escucho algunos gritos que vienen de la sala de
espera, abro la puerta y veo una pareja peleándose.
Les digo en voz baja y hablando lentamente:
-D isculpen, ¿ustedes vienen a verme?.
Los dos interrum pen la discusión y excusándose entran en
mi consultorio.
Com o puede verse, estaba frente a una pareja decididam en­
te conflictiva. Su problem a, de hecho, era un enfrentam iento
absolutam ente incontrolable: eran capaces de pelear varias
veces al día para luego hacer las paces después de cada pelea,
prom eterse tolerancia y después recaer en nuevas peleas.
A m enudo, ya que los dos se am aban m uchísim o, por la no­
che después de sus intim idades, considerando la dulzura de
esa atm ósfera, hablaban durante horas, explicándose serena­
m ente los m otivos de sus enfados, llegando incluso, la m ayo­
ría de las veces, a la recíproca com prensión.
Sin em bargo, a la m añana siguiente, al m ínim o desacuerdo
peleaban de nuevo de m anera furibunda.
Refieren, tam bién, que fueron a terapias de parejas durante
m ás de un año. Afirm an que la doctora a quien se dirigieron
era una persona verdaderam ente muy capaz, con quien habían
desentrañado todos sus problem as y sus respectivas causas; a
pesar de ello, esto no condujo a ninguna reducción de sus pe­
leas.
105
P s ic o s o lu c io n e s
Así que, estábam os frente a dos personas que tenían un per­
fecto conocim iento de su problem a y de sus causas, pero que
aunque se esforzaran no lograban cam biar m ínim am ente la si­
tuación.
Después de escucharlos atentam ente y de elogiar todos sus
esfuerzos voluntarios para no ir cada vez m ás en escalation,
les presenté la siguiente prescripción:
-Y o creo francam ente que es m uy im probable que ustedes
puedan dejar de pelear. Por lo tanto, creo que será absoluta­
m ente inútil pedirles que se esfuercen por no hacerlo. Al con­
trario, les pediré que lo hagan todas las veces que quieran,
pero siguiendo m is instrucciones. ¿Tienen en su casa una ha­
bitación que les guste m enos que las otras?.
Rápidam ente, cada uno propone una habitación diferente y
com ienzan a discutir sobre esto; en este punto los detengo y
procedo:
-B ien , bien, veo que term inan peleando incluso por la elec­
ción de la que se convertirá en la habitación de las peleas; ¡es
precisam ente un buen inicio! Entonces creo que seré yo quien
escoja la habitación entre las existentes en su casa.
Así, después de pedirles una descripción de su apartamento,
escojo una de las habitaciones, que no es el dorm itorio donde al
parecer las cosas van muy bien, y procedo diciéndoles:
-E n to n ces, com o hem os dicho, ésta será la habitación de
las peleas; quiero que am bos se com prom etan a llevar a cabo
lo siguiente. De aquí a la próxim a sesión, cada vez que se den
cuenta de que van a com enzar a pelear, quiero que entren en la
habitación de las peleas y que dejen de hacer todo lo que esta­
ban haciendo hasta que hayan term inado. En este m om ento
106
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
podrán salir de la habitación de las peleas. Recuerden, cada
vez que com iencen a pelear deben ir a la habitación y salir de
ahí solam ente cuando hayan term inado. De m anera que si p e­
lean m uchas veces al día todas las veces tendrán que ir a la ha­
bitación. Si están afuera, regresen a la casa, exclusivam ente
para pelear ahí dentro.
Los dos, muy sorprendidos pero al m ism o tiem po sonrien­
tes, ya que les divertía mi prescripción, dejaron el consultorio
bastante tranquilos.
En la sesión siguiente refirieron:
-S u ced ió algo extraño, doctor: estas dos sem anas pelea­
mos m uy poco. Es la prim era vez, desde que estam os casados,
que podem os pasar un período tan largo sin agredim os. Lo
m ás sim pático fue que las veces que com enzam os a discutir,
siguiendo sus indicaciones, fuim os a la habitación de las pele­
as; una vez allí nos m iram os y nos sentim os com o dos creti­
nos, y todas las veces term inam os riéndonos de aquello que
en otras ocasiones nos había llevado a perder el control de
nosotros mismos. C reem os que hem os entendido su truco,
pero funciona realm ente bien.
Seguí tratando a la pareja durante otras sesiones m ás, con
el fin de controlar que el efecto no fuese solo pasajero; éste,
en cambio, tuvo una evolución, cuya dirección fue desarrollar
la capacidad, por parte de la pareja, de sustituir la agresión re­
cíproca por la ironía y el hum or recíprocos, de m odo que lo
que antes conducía a furibundas peleas se convirtió en m otivo
de sim pático ju ego y brom as entre enamorados. Com o en una
clase de m agia m edieval «la tosca piedra fue transform ada en
oro».
107
P s ic o s o lu c io n e s
Caso 2: El muro del silencio
Al contrario que la pareja descrita anteriorm ente, pueden pre­
sentarse situaciones en donde no haya escalation de peleas,
sino una escasa com prensión recíproca.
Este es el caso de una pareja que llegó a m í con el problem a
de una com pleta indiferencia recíproca, caracterizada por el
rechazo sexual, el diálogo insuficiente y la profunda rabia del
uno hacia el otro. Considerando esta atm ósfera «alegre», se­
paré a los dos para hablar en privado con cada uno. Después
de estos coloquios individuales se vio que am bos tenían acu­
m ulada, a lo largo de los años, una rabia tal hacia el otro, que
por eso se castigaban con la indiferencia actual; sin embargo,
cada uno declaraba que estaba m uy unido al otro y que preci­
sam ente por eso no lograba perdonarle todo lo que en el pasa­
do éste le había hecho.
Lo interesante, para un observador externo a estas situacio­
nes de pareja, es que cada uno de los dos considera culpable al
otro y está seguro de estar en lo correcto; esto conduce, obvia­
m ente, a una interacción sim ilar a la que se podría tener entre
dos espejos: cada uno refleja al otro, por lo tanto se hace nece­
saria una intervención que detenga esa posición rígida de apa­
rente desapego por parte de cada uno de los dos.
D espués de haber hablado en privado con cada uno, los cité
a am bos y les prescribí la siguiente tarea, que debían desarro­
llar hasta el próxim o encuentro:
-D ed iq u en a esto m edia hora, antes o después de comer:
todas las noches vayan a su habitación, cojan un reloj desper­
tador y actívenlo para que suene quince m inutos después. U s­
108
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
ted, señora, siéntese, usted quédese de pie, tendrá quince m i­
nutos para «desahogarse» y para culpar a su m ujer por todo lo
que siempre ha querido culparla; no se olvide, libérese de to­
dos sus resentim ientos. Cuando suene el despertador, usted se
detendrá y cam biarán de papel; usted se sentará y usted, seño­
ra, se pondrá de pie. Tam bién usted tendrá sus quince m inutos
para decirle a su esposo todo lo m ás terrible que quisiera de­
cirle. Cuando suene el tim bre, STOP, pospongan todo para la
noche siguiente.
»Al otro día se invertirá el orden de quién com ienza prim e­
ro, para que ninguno piense que tiene la últim a palabra.
La pareja regresó, la siguiente semana, refiriendo que en
esa m edia hora se habían dicho cosas terribles que ninguno de
los dos habría esperado del otro.
Cada uno de los dos dijo tam bién que por prim era vez se
sintió libre al declarar toda la rabia acum ulada durante tantos
años y al culpar a su com pañero.
Sin em bargo, lo que extrañó a am bos fue que todo esto hizo
que cam biaran las cosas entre los dos, es decir, que se sintie­
ran m ás libres para expresar no solam ente la rabia sino tam ­
bién el afecto. Después de m uchos meses, en efecto, volvie­
ron a tener relaciones sexuales y el dom ingo fueron juntos al
m onte com o no hacían hace m uchos años.
En este punto, fue suficiente sugerirles que m antuvieran
cada día un espacio, quizá no tan form alizado com o el de la
tarea que les había asignado, para declararse recíprocam ente
todas las eventuales em ociones negativas.
Les expliqué que la rabia y los sentim ientos de culpa son
com o la crecida de un río, que cuanto m ás se busca frenar m ás
109
P s ic o s o lu c io n e s
aum entará, hasta que llega a rom per los diques que intentan
contenerla, trastornándolo todo; por lo tanto, en vez de colo­
car frenos a estos sentim ientos, es necesario dejarlos fluir ca­
nalizándolos, si es posible, ya que com o le ocurrió a la pareja,
la fuerza de la rabia puede convertirse tam bién en un recurso
positivo para hacer que renazcan sentim ientos y em ociones
afectivas.
Caso 3: Querido, ¡qué macho eres cuando me maltratas!
U na joven m ujer, casada hace algunos años, relata que desde
hace algún tiem po su m arido se ha vuelto intratable, la agrede
continuam ente, incluso cuando ella no tiene ninguna culpa o
responsabilidad, la descalifica y la m altrata incluso frente a
extraños. Por lo dem ás, en su relación no falta nada, afirm a
ella, ¡pero él tiene este «m al carácter»!
Pregunto a la señora, com o de costum bre, qué ha intentado
hacer para calm ar a su esposo. Ella responde que ha intentado
explicarle sus razones, hacerle entender que se equivoca, pero
cuando procede de esta form a él se enfurece aún m ás y le
dice: «¿ves cóm o no entiendes nada?».
Tam bién en esta situación, el com portam iento decidida­
m ente razonable de la señora no hace m ás que producir un in­
crem ento del com portam iento irracional del marido.
Por lo tanto, es necesario realizar una intervención que m o­
difique su com plicada «solución intentada».
-M u y bien, querida señora, creo que he entendido lo nece­
sario de su problem a para poder darle una indicación que po­
dría detener su infeliz situación, pero le advierto: esta pres­
110
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
cripción le parecerá un poco extraña, si no extravagante, pero
deberá seguirla al pie de la letra. Cada vez que su esposo la
agreda o la descalifique, usted deberá replicar así: «sabes, que­
rido, me he dado cuenta últim am ente de que cuando m e tratas
así m e gustas aún m ás, me despiertas algo sensual, anim alesco, me siento aún m ás atraída por ti; por favor, continúa ha­
ciéndolo.
La m ujer m e m ira asom brada y dice:
-P e ro esto no es verdad, ¡me da tanta rabia que lo asesina­
ría!
Yo replico:
-E sto lo sabem os, pero tengo curiosidad de ver la reacción
de su esposo ante esta declaración suya.
Ella replica aún:
-M e dirá que m e volví loca o imbécil, le dará aún m ás ra­
bia.
Yo insisto diciéndole:
-P u ed e ser..., pero podría suceder tam bién algo diferente...,
ya que usted está acostum brada a todo esto..., haga este expe­
rim ento..., es solo por una sem ana..., cada vez que su m arido
la agreda o la trate mal, responda diciéndole que esto la exci­
ta, que la atrae tanto hacia él que le cuesta frenar este im pulso
sexual.
La señora se presentó sonriente a la siguiente cita, pero no
fue sola; su esposo la acom pañó. Relató que el m arido se sor­
prendió por com pleto con su reacción y que detuvo inm edia­
tam ente la agresión hacia ella, y no solo eso, estaba ahí con
ella porque se dio cuenta de que necesitaba ayuda para apren­
der a dom inar ese nerviosism o incontenible.
111
P s ic o s o lu c io n e s
De tal m odo, la fase posterior de mi intervención estuvo
dedicada a conducir al m arido a que dom inara sus propias re­
acciones.
Éste es un óptimo ejem plo de cóm o, a veces, nada resulta
más dem oledor que una reacción aparentem ente absurda y
confusa. Otra vez se trata de la estratagem a de «enturbiar el
agua para que los peces salgan a la superficie».
Bloqueo de la performance
Caso 1: El bloqueo a hablar en público
Una em presaria de unos cuarenta años, bella y fascinante,
profesionalm ente m uy preparada y exitosa, pide una cita con
urgencia.
La recibo un día después de su llam ada, com o acostum bro
a hacer en casos de em ergencia; me presenta el problem a que
en ese m om ento está a punto de echar por la borda toda su
vida profesional. Desde hace algunos m eses ha m adurado el
terror a hablar en público, tanto que ha evitado hacerlo en las
últim as semanas; ella, que hasta ahora había afrontado im pá­
vidam ente convenciones con cientos de em presarios y que
desde hace años se ocupa de la form ación y supervisión de
m uchos altos dirigentes de su empresa.
Al describir su problem a, expone su m iedo a bloquearse du­
rante alguna reunión con sus colegas, m otivada por el hecho
que desde hace un tiem po su ansiedad ha aum entando asom ­
brosam ente, produciéndole toda una serie de som atizaciones,
112
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
com o taquicardia, respiración agitada, sudoración, etc., que le
hacen tem er lo peor.
Todo com enzó cuando ella, durante una de tantas conven­
ciones em presariales a las cuales debía acudir, a m enudo en
calidad de oradora, asistió al episodio de un colega que se vio
obligado a interrum pir su exposición a causa de una fuerte cri­
sis de ansiedad.
Desde entonces com enzó a tener el terror de que le suce­
diese a ella lo m ismo. En consecuencia, increm entó progresi­
vam ente su tendencia a controlar sus propias reacciones, ca­
yendo así en la tram pa de la profecía que se autorrealiza.
Cualquiera, en efecto, que se predisponga a querer contro­
lar sus propias funciones fisiológicas, term ina por alterarlas
precisam ente por el intento de controlarlas.
Por lo tanto, la joven em presaria se construyó literalm ente la
tram pa en la que entró después y de la cual no sabía cóm o salir.
En estos casos se debe desviar la atención del sujeto duran­
te su performance, es decir pasar de la fijación por controlarse
a sí m ism o a fijar la atención en cualquier otro fenóm eno, un
poco com o en los casos de los pacientes fóbicos y obsesivos.
Se prescribió a la m ujer la siguiente «sencilla» tarea:
-E n sus próxim as presentaciones en público, cuando usted
tenga que realizar alguna exposición ante una convención de
em presarios, haga lo que ahora le pido.
»Una hora antes de su presentación, intente traer a su m en­
te las peores fantasías posibles, concentre toda su ansiedad
durante esta hora, así después tendrá m ucha m enos. Después,
en el m om ento de hablar, diga antes de com enzar: «queridos
colegas, les pido que m e excusen con anticipación si durante
113
P s ic o s o lu c io n e s
esta presentación me ruborizo, com ienzo a sudar o pierdo el
hilo del discurso, ya que últim am ente no me siento muy
bien», y luego em piece a hablar.
La em presaria reaccionó diciendo que le estaba pidiendo
que hiciera una payasada, pero yo le respondi que, por el con­
trario, probablem ente podría tener alguna sorpresa agradable
que no le podía anticipar.
Volví a ver a la paciente después de dos semanas, pero ya
había recibido una llam ada telefónica de agradecim iento de
ella algunos días después de nuestra consulta, en donde me re­
firió que las cosas iban m uy bien.
Ella puso en práctica al pie de la letra todo lo que yo le
pedí, lo cual la condujo a afrontar su prueba ejem plarm ente y
sin ninguna ansiedad. Lo que francam ente la sorprendió fue
que, después de su presentación, algunos prestigiosos colegas
la felicitaron por la estratagem a retórica que em pleó para pre­
disponer bien al auditorio con respecto a ella.
La fragilidad declarada se convierte en fortaleza.
Caso 2: M otivar, frustrándolo, al atleta bloqueado
Se dirige a mí un psicólogo del deporte que lleva el caso de un
reconocido atleta y me expone la caída de rendim iento de su
paciente en los últim os tiempos.
El atleta, en efecto, desde hace un tiem po no logra obtener
resultados a su nivel. El psicólogo afirm a que lo encuentra
bloqueado e incapaz de desem peñarse mejor. Al preguntarle
por las «soluciones intentadas» que habían puesto en práctica,
me responde que habían aplicado todas las usuales técnicas de
114
L a
in t e r v e n c ió n c lin ic a
relajam iento y de autocontrol, propias del training de adies­
tram iento virtual e hipnótico, pero nada de esto había produci­
do ningún resultado. Adem ás, el atleta se encontraba bajo
fuerte presión a causa de la desilusión que su público m anifes­
taba al no verlo a la altura de sus expectativas.
Finalm ente, el psicólogo m e dijo, com o si fuese algo irrele­
vante, que todas las personas que rodeaban al atleta lo anim a­
ban benévolam ente, afirm ando que él continuaba siendo el
mejor.
D esde mi punto de vista, parecía claro que ésta era la clásica
situación del perform er «desm otivado» por carencia de retos.
O bien, un sujeto tan convencido por los otros de sus cualida­
des, que había perdido la m otivación interior para dem ostrar
sus capacidades.
La sugerencia dada al psicólogo deportivo fue que com en­
zara a frustrar al atleta, diciéndole que, probablem ente, su m e­
jo r época había term inado; otros atletas, en m ejor forma, esta­
ban em ergiendo y quizás todos esperaban de él algo que ya no
podía ofrecer.
Al m ism o tiem po, prescribí que se interrum pieran todos los
elogios alentadores y las atenciones benévolas, por el contra­
rio todo el sta ff debía m anifestar una actitud casi depresiva, tí­
pica de quien ha perdido las ilusiones y está resignado ante
una triste realidad.
El psicólogo, un poco incrédulo, pidió instrucciones aún
m ás detalladas para llevar a cabo, al pie de la letra, esta inter­
vención casi desesperada.
En las sem anas siguientes, leí en los diarios deportivos que
este atleta, com o por arte de magia, había vuelto a ser el de
115
P s ic o s o lu c io n e s
hace un tiem po, presentando rendim ientos que en algunas oca­
siones superaban todas sus m arcas anteriores.
Cuando volví a ver al colega, me dijo que sorprendente­
m ente, después de algunos días de poner en práctica mis in­
dicaciones, todo el sta ff y el equipo vieron a su m ejor atleta
desem peñarse con m ucha vehem encia, com o si les estuviese
dem ostrando que se equivocaban, que él no estaba en el decli­
ve de su carrera.
De esta m anera, recuperó energía y ganas de vencer, dete­
niendo así la situación de perform ance desm otivada.
C oncluí m i supervisión, invitando al psicólogo deportivo a
que continuara frustrando cada tanto al atleta.
Com o el lector com prenderá, algunas veces el m ejor m odo
para m otivar a alguien es tratar de desm otivarlo.
Caso 3: La tesis sin fin
Un señor m uy distinguido, de aproxim adam ente cuarenta años,
se presenta con un problem a un poco particular: desde hace
m uchos años no logra escribir su tesis de grado en filosofía.
H a aprobado todos los exám enes con notas bastante altas,
pero no es capaz de com enzar a escribir su tesis. Por otro lado,
desarrolla un trabajo directivo que le obliga a escribir informes
frecuentem ente, pero él no m anifiesta ningún problem a con
respecto a ello, incluso recibe a m enudo elogios por su capaci­
dad de focalizar y exponer claram ente argum entos cruciales.
En cuanto a la tesis, en cambio, parece que su dificultad
para escribir procede del hecho que él quisiera tener antes de
com enzar un com pleto dom inio del argum ento. D esafortuna­
116
L a
in t e r v e n c ió n c lín ic a
dam ente, el argum ento escogido p or él, el pensam iento del fi­
lósofo W ittgenstein, es un tem a sobre el cual se escriben con­
tinuam ente nuevos tratados. Desde hace m uchos años, él acu­
m ula nuevos textos para leer y consultar con el fin de redactar
su tesis.
Él llegó a la conclusión de que tenía un bloqueo psicológi­
co que no le perm itía afrontar el «rito de tránsito» del grado.
Después de haber intentado, sin ningún efecto concreto de
cambio, entender las causas de su problem a con un psicoana­
lista durante un año aproxim adam ente, decidió dirigirse a mí
para obtener una ayuda verdaderam ente incisiva.
Después de escucharlo atentam ente, le digo que yo tam ­
bién soy un gran adm irador de W ittgenstein y com ienzo a di­
sertar sobre las posturas lógico-filosóficas de este autor. Esta
conversación continúa placenteram ente por un buen rato, has­
ta que yo digo:
-B ien , m e doy cuenta con agrado de que tenem os un inte­
rés en com ún, pero me gustaría que usted, de aquí a la próxi­
ma sem ana, pensara cuál sería la m ejor frase para concluir su
tesis, o sea, el últim o párrafo de su disertación sobre W itt­
genstein. Piénsela, escríbala y tráigam ela; tengo m ucha curio­
sidad al respecto.
El señor regresa la sem ana siguiente con la sentencia final
de su tesis: «Las deudas se pagan siem pre anticipadam ente».
Yo me sorprendo, efectivam ente, ante la espléndida cita
presentada a modo de conclusión final.
-V erdaderam ente bella. Ahora quisiera que usted pensara
cuál sería la últim a página de su tesis antes de esta estupenda
sentencia final.
117
P s ic o s o lu c io n e s
Él se presenta a la consulta siguiente con la últim a página.
Y o la leo ante él y com ento el texto pidiendo algunas diluci­
daciones, a las cuales él responde diciendo que tales puntos se
aclararán en las páginas anteriores.
-M u y bien -d ig o y o -. Siento una gran curiosidad por leer
estas páginas anteriores donde encontraré las explicaciones a
sus conclusiones presentes; tráigam elas la próxim a semana.
Y así recibí el últim o capítulo com pleto de la tesis de gra­
do, diez páginas aproxim adam ente, que igualm ente leí ante
él, com entándolas y pidiendo aclaraciones.
En el lapso de tres m eses fue redactada la tesis entera, pro­
cediendo desde el final hasta el inicio y escribiendo por últi­
m o la prim era frase del m anuscrito.
Esto podría usarse com o ejem plo de la utilidad de hacer las
cosas al revés. Pero en realidad, tam bién ésta ha sido una es­
tratagem a para detener los m ecanism os m entales de este suje­
to que lo conducían al bloqueo real de su capacidad.
Al escribir sus argum entaciones, invirtiendo el sentido
usual, operación nada sim ple de seguir, logró disolver su pa­
tógena «solución intentada» de realizar un trabajo perfecta­
m ente actualizado.
Un equilibrista no puede pensar m ientras cam ina sobre la
cuerda floja. Escribir al revés es una clase de equilibrism o de
la escritura y de la argum entación que detiene las anteriores
elucubraciones bloqueadoras, com o recita el Tao: «la mente
llena coincide con la m ente vacía».
Después de esta reseña de casos ejem plares, el lector ten­
drá bien clara la diferencia entre un psicoterapeuta tradicional
y aquél que ha sido descrito aquí.
118
L a
in t e r v e n c ió n c lí n ic a
Este últim o aparece com o una clase de «cham án científi­
co»; cham án en virtud de su capacidad de construir, durante la
interacción con el paciente, realidades que tienen el poder
«m ágico» de conducirlo a cam biar sus anteriores disposicio­
nes perceptivo-reactivas; científico porque m uchas de las téc­
nicas descritas han sido sistem atizadas y som etidas a repeti­
ción y m edición de su eficacia, eficiencia y alcance.
Sin em bargo, no se tiene la presunción de haber presentado
una exposición exhaustiva y definitiva de las posibilidades te­
rapéuticas existentes en la interacción com unicativa entre dos
o m ás personas. En analogía con el juego de ajedrez, se reali­
zan una serie de estrategias para obtener el jaque m ate en po­
cos m ovim ientos según determ inadas tipologías de partida,
pero las posibles com binaciones y m ovim ientos del juego son
infinitos.
Adem ás, consideram os indispensable aclarar, si no hubiese
quedado suficientem ente claro hasta aquí, que quien escribe y
quien practica lo que ha sido descrito, no desea de ninguna m a­
nera ser considerado un «gurú», sino sim plem ente un técnico
especializado en la solución de los problem as hum anos, una
especie de m ecánico que desatasca m ecanism os bloqueados.
Desde este punto de vista, debe estar tam bién claro que la
subdivisión de los parágrafos en áreas de patología psíquica y
com portam ental, estructurada en línea con la psicodiagnosis
internacional, debe ser considerada solo com o un artificio ex­
positivo, tendiente a crear en la m ente del lector nexos direc­
tos con realidades asociadas a ciertas definiciones ya de uso
común. De hecho, todos los m anuales psiquiátricos que tratan
de definir las diferentes patologías podrían, desde mi punto de
119
P s ic o s o lu c io n e s
vista, sintetizarse en una sim ple definición: persona bloquea­
da y atrapada por sus propias construcciones de realidad.
En palabras de Goethe: «las cosas en realidad son m ucho
m ás sim ples de lo que se puede pensar, pero m ucho más com ­
plejas de lo que se puede com prender».
120
3
EL «SELF-HELP ESTRATÉGICO»:
EL A U TO EN G A Ñ O TER A PÉU TIC O
Todos nuestros rencores se crean porque, al repri­
mirnos, no hemos sido capaces de alcanzar nuestra
meta. Esto no lo perdonaremos nunca a los otros.
E.M.
C
io r a n ,
Silogismos de la amargura
«Yo he hecho esto», dice mi memoria. «Yo no puedo
haber hecho esto», dice mi orgullo, y se mantiene
inamovible. Al final, la memoria se rinde.
F r ied r ic h N
ietz sc h e,
Cómo se filosofa a martillazos
Sobre la base de cuanto ha sido expuesto hasta aquí, puede
verse claram ente cóm o cada uno de nosotros, de m odo con­
creto, es capaz de construir y de m antener sus propios proble­
m as, y cóm o m ediante la intervención de un experto, éstos
pueden resolverse de form a efectiva, incluso en cortos perío­
dos de tiem po.
Lo que considero im portante analizar llegados a este punto
es el hecho que si los seres hum anos tienen una capacidad en
un determ inado sentido, tam bién pueden tenerla en sentido
121
P s ic o s o lu c io n e s
opuesto. En otras palabras, «lo que puede generar bienestar
puede, en determ inadas circunstancias, crear tam bién m ales­
tar»; pero tam bién lo contrario: «lo que puede generar m ales­
tar puede, en determ inadas circunstancias, generar bienestar».
Aclarado el hecho que los seres hum anos som os los artífi­
ces de nuestra realidad, se deriva de ello que podem os, dentro
de ciertos límites, orientarla tam bién hacia direcciones fun­
cionales y positivas.
El argum ento de este capítulo es, precisam ente, esta p o ­
sibilidad de construir autónom am ente realidades terapéu­
ticas.
A tendiendo a esto, no podem os dejar de considerar com o
fundam entales las dinám icas del autoengaño. O sea, las for­
m as m ediante las cuales nosotros m ism os construim os las
tram pas en las que, posteriorm ente, caem os y de las que des­
pués no sabemos salir solos.
Hasta aquí, nos hem os centrado, principalm ente, en «có­
m o» ayudar a alguien a salir de su tram pa m ental; de aquí en
adelante nos centrarem os en «cóm o» evitar construir tales
tram pas, o m ás bien, en «cóm o» evitar caer en ellas una vez
que no hayam os podido evitar construirlas. Y, finalm ente,
cóm o salir solos de algunas de ellas, no m uy profundas.
Esto es lo que nosotros definim os com o autoengaño tera­
péutico, en otros térm inos, la habilidad de un sujeto para
construir visiones de la realidad que lo conduzcan a cam biar
sus disposiciones y reacciones disfuncionales.
Hay que aclarar desde el principio que aquello que será ex­
puesto puede ser idóneo solam ente cuando el problem a cons­
truido no haya llegado a una com plicación y rigidez de persis­
122
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
tencia excesiva que requiera la ayuda de un experto, com o ha
sido descrito en las páginas precedentes.
Esto puede ser advertido con relativa facilidad por el m is­
mo sujeto, quien si se da cuenta que después de cualquier in­
tento de autoengaño terapéutico no se produce ninguna solu­
ción, y m ás bien la situación tiende a em peorar, com prenderá
que necesita de la ayuda de un sujeto externo para que lo con­
duzca a un verdadero cambio.
Es más, podem os decir que esta vigilancia de la posible
disfuncionalidad de nuestras soluciones intentadas representa
el paso prelim inar y el punto de partida ineludible, com o vere­
mos, para una posible utilización de la lógica del autoengaño
personal com o estrategia de self-help.
La literatura relacionada con la capacidad que tienen los
seres hum anos para autoengañarse, con el fin de vivir mejor,
es decididam ente abundante, pero ésta generalm ente resalta la
casi culpabilidad que hay en el fondo de quien se autoengaña,
com o si este proceso, inevitable para cada ser hum ano, fuese
un pecado original del que debiéram os em ancipam os.
Obviam ente, detrás de esa posición inquisidora con respec­
to al autoengaño, están los cim ientos del pensam iento absolu­
tista que proclam a los beneficios derivados del conocim iento
y la observancia de la «verdad».
Entonces, no debe sorprendem os tal ensañam iento filosófi­
co con los procesos m entales que subvierten de raíz la posibi­
lidad y, por tanto, el poder de la ortodoxia de la «verdad», a
favor de aquello que es «útil» o funcional creer.
En la actualidad, después de todas las ya conocidas evolu­
ciones de la ciencia desde lo «verdadero» a lo «probable» y el
123
P s ic o s o lu c io n e s
paso, en la lógica m atem ática, de lo «correcto» a lo «funcio­
nal», el sujeto no puede basarse m ás, en cuanto a la relación
consigo m ismo, en la búsqueda de la «verdad» de sí mismo,
sino solam ente en el intento de construirse los autoengaños
para él m ás funcionales. De otra m anera, se arriesga a caer en
el error del que ya nos prevenía Friedrich Nietzsche:
«N osotros no somos aquello que parecem os según los esta­
dos de ánim o, para los cuales solam ente tenem os conciencia y
palabras, y por consiguiente, elogio y reproche; nosotros nos
desconocemos', sobre la base de estas toscas m anifestaciones,
las únicas que alcanzam os a conocer, extraem os la conclusión
de un m aterial en el cual las excepciones prevalecen sobre la
regla, nos equivocam os al leer esta escritura aparentem ente
clarísim a de nuestro yo.
»Pero la opinión que tenem os de nosotros m ism os, que he­
mos hallado siguiendo estas vías erróneas el llam ado “yo”, de
ahora en adelante trabaja tam bién sobre nuestro carácter y
nuestro destino» (Nietzsche, Aurora, 1981, pág. 115).
Por lo tanto, se debe evitar tom ar por verdaderas y definiti­
vas las conjeturas relacionadas con nuestras características;
de lo contrario, éstas nos conducirán a construir creencias que
influenciarán efectivam ente nuestro ser. Profecías considera­
das verdaderas que se autorrealizan.
M ás cercanas a nuestro tiem po están las disertaciones de
Jon Elster sobre la relación entre creencias autoengañosas y
creencias relacionadas con la autorrealización de la persona
(1979, 1985). Este autor, partiendo de un atento examen de la
literatura filosófica y psicológica sobre el autoengaño, tom a
distancia de esta posición histórica tradicional que quisiera
124
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
ver el autoengaño com o un efecto de la debilidad de la volun­
tad o del escaso control de los impulsos. R em ontándose a los
estudios de D avidson (1980) y a los de A inslie (1981), Elster
define el autoengaño com o la tendencia a identificar la reali­
dad con los propios deseos en el proceso de form ación de las
creencias.
Por ejem plo, si me gusta pensar que un evento es real, pue­
do repetirlo en mi m ente, escribirlo y citarlo varias veces con
distintas form ulaciones, hasta persuadir a los otros de lo que
yo quiero convencerm e. Si logro cum plir este objetivo, per­
suadir a los otros, habré construido una creencia estable en mi
mente. Todo esto puede suceder, obviam ente, ya sea en creen­
cias positivas, ya sea en creencias negativas. De paso, el pesi­
m ista radical intentará siem pre convencer a los otros de que
las cosas son diferentes de com o deberían ser; si logra persua­
dir a otras personas de su visión, esto le confirm ará aún más la
veracidad de la misma.
M uy frecuentem ente, por citar otro caso de autoengaño, se
observan grupos de personas que, unidos por un estatus sim i­
lar, se confirm an el uno al otro: personas solteras que celebran
entre ellos las ventajas de estar solos; creyentes de una secta
que alaban unos a otros la virtud de su fe. Todo esto se puede
observar continuam ente en las interacciones com unicativas
hum anas, en las cuales la m ayoría de las personas tiende a
querer convencer a los otros de la veracidad de sus propios
autoengaños.
En otros térm inos, Elster define el autoengaño com o una
especie de irracionalidad m otivada, cuya base es la inclina­
ción a m odificar la realidad para ajustarla a las propias visio­
125
P s ic o s o lu c io n e s
nes. Esta perspectiva abre la puerta a un universo enorme de
posibilidades de utilización de los m ecanism os del autoengaño con el fin de producir cam bios estratégicos.
Desde este punto de vista, existe un precedente histórico
significativo: Blaise Pascal y su obra, Pensées. Este autor, con
el fin de reconducir a la fe cristiana a los seres hum anos que
han sido corrom pidos por las pasiones y los placeres del m un­
do, en vez de utilizar dem ostraciones físicas o m etafísicas,
com o intentaron hacer filósofos anteriores a él, em plea argu­
m entos psicológicos.
El ejem plo m ás form idable de esto es la apuesta que les
propone a los seres humanos.
Nadie, sostiene el autor, se abstiene de aceptar una apuesta
cuando sabe que lo que puede perder es infinitam ente m enor a
lo que puede ganar. Si uno cree, y Dios no existe, no pierde
nada; m ientras que si uno tiene fe, y Dios existe, obtiene el in­
finito.
¿A quién no le conviene tratar de creer en vista de la enor­
me ventaja que se derivaría de la victoria?
Con tal propuesta de apuesta, Pascal induce a cada indivi­
duo que se encontrara en la duda entre creer y no creer en
Dios, a que llegue, por m edio de un aparente cálculo lógico de
probabilidades realizado por él m ism o, a la elección de la op­
ción m ás ventajosa.
El resultado de todo esto es que la elección inducida m e­
diante una refinada estrategia retórica conduce a la persona a
creer que ha llegado a decidir qué debe hacer, sin ninguna for­
m a de m anipulación externa. En efecto, la propuesta de Pas­
cal no es una indicación directa sino una reestructuración,
126
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
com parable al lanzam iento de una bola de nieve que al co­
m enzar a rodar se hace cada vez m ás grande hasta convertirse
en un alud imparable.
Por otra parte, el m ism o Pascal, en su pensam iento n° 10
afirm a que: «nos convencem os m ejor, frecuentem ente, con
las razones que hem os encontrado nosotros m ism os que con
aquéllas presentadas por el intelecto de otros».
A ún m ás afín a lo que hem os tratado en este libro es, preci­
sam ente, lo que Pascal sugiere a los que «eligen» creer pero
que encuentran dificultad en hacerlo.
Él propone que se com porten «com o si» ya creyeran, ofre­
ciéndoles el siguiente autoengaño m anipulatorio: «vayan a la
iglesia, arrodíllense, recen, honren los sacram entos, com pór­
tense com o si creyeran. La fe no tardará en llegar».
El lector reconocerá en esta m aniobra persuasiva una de las
técnicas terapéuticas expuestas en el capítulo anterior, deriva­
da precisam ente de la lección de Pascal.
En efecto, es introduciendo en nuestro com portam iento el
autoengaño de com portam os «com o si» la realidad fuese la
deseada, aunque nuestras apreciaciones nos la hagan creer di­
ferente, com o se pone en m ovim iento un proceso a través del
cual «llegarem os» a ver literalm ente las cosas com o hem os
elegido verlas, basándonos en nuestros deseos, m ediante la
repetición de las acciones derivadas del «com o si» escogido.
De esta m anera, la influencia de lo que quisiéram os sobre
lo que es parece crucial. De esto se deduce que tales procesos
de autoengaño pueden ser em pleados con éxito con el fin de
construir percepciones y reacciones lo m ás funcionales posi­
bles para nosotros.
127
P s ic o s o lu c io n e s
Un excelente ejem plo de esto proviene de los estudios rela­
tivos al fenóm eno de las profecías que se autodeterminan. En
psicología social hay m uchas investigaciones y experim entos
que dem uestran cóm o la expectativa de que algo suceda pue­
de inducir, al sujeto que cree en esto, a reaccionar de m anera
tal que produzca, efectivam ente, lo que estaba esperando o lo
que quería evitar. Una brillante ejem plificación literaria de
ello procede de la relectura realizada por Popper (1972) de la
tragedia de Edipo, a partir de la cual Freud, olvidándose u
om itiendo un trozo del relato, extrajo la construcción del
com plejo de Edipo (a mi parecer, tam bién este ejem plo de
Freud representa un espléndido autoengaño, en cuanto él qui­
so ver en la tragedia de Sófocles lo que deseaba encontrar,
para confirm ar algunas de sus hipótesis/creencias apriorísticas).
Este filósofo de la ciencia, en efecto, analizando el relato
com pleto, resalta cóm o la trágica historia parte de la profecía
que Layo, padre de Edipo, recibió del oráculo de Delfos: «tu
hijo te m atará y poseerá a tu m ujer». Layo, para evitar el adve­
nim iento de esa profecía, en la cual cree, abandona a su hijo en
la selva y am arra sus genitales a sus pies para que no pueda co­
rrer sin provocarse graves heridas. El pequeño Edipo es reco­
gido y criado por una reina, con quien se casa cuando se vuel­
ve adulto. La reina y Edipo entran en guerra contra Layo, de
quien Edipo no sabe que es hijo. En una batalla Edipo m ata a
Layo y, según la costum bre, se convierte en rey del reino con­
quistado y, por lo tanto, posee a la m adre. Ésta, después de un
tiem po, revela a Edipo toda la verdad, y él, al conocer su trági­
ca historia, se enceguece para no ver todo lo que ha hecho.
128
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
La profecía creída se cum ple, en este caso, por m edio de
aquello que fue hecho para que no se realizara.
Paul W atzlaw ick (1981), en un brillante ensayo sobre este ar­
gum ento, ofrece, en cambio, algunas posibilidades relacionadas
con la form a en que las profecías positivas pueden ser autorrealizadas m ediante un procedim iento de benéfico autoengaño.
El m atem ático N ew ton Da Costa (1989a, 1989b), el autor
que m ás que cualquier otro se ocupó del estudio de las lógicas
no ordinarias, o bien, de las lógicas que em pujan la racionali­
dad m ás allá de lo racional, form uló algunos m odelos m ate­
m áticos rigurosos relativos a la construcción de las creencias
m ediante procedim ientos de autoengaño. Éste es el ejem plo,
desde m i punto de vista, m ás extraordinario sobre la form a en
que se pueden utilizar fenóm enos aparentem ente irracionales,
com o las paradojas, las contradicciones y los autoengaños,
com o instrum entos rigurosos para la construcción de m odelos
lógicos basados en una racionalidad m oderna que supera los
límites del rígido racionalism o aristotélico y cartesiano.
Este últim o, en efecto, im pondría la regla del «verdadero o
falso, tercero excluido». En otros térm inos, según la lógica
aristotélica, puede existir lo que es verdadero y lo que es fal­
so; otras posibilidades se excluyen. De esto deriva el bien co­
nocido «principio de no contradicción», el cual im pone que
los fenóm enos, para ser verdaderos, no pueden ser ni contra­
dictorios, ni paradójicos, ni autoilusorios.
Siguiendo este rum bo, la filosofía y la psiquiatría tradicio­
nal han deducido, realizando una transposición decididam en­
te arbitraria, el concepto que el estado de salud mental de una
persona equivale a la superación de sus contradicciones inter129
P s ic o s o lu c io n e s
ñas, «com o si» alcanzar un estado de congruencia y coheren­
cia interna se correspondiese con el bienestar de un individuo.
Me pregunto si tam bién esto no es m ás que un espléndido autoengaño.
Desde la antigüedad, esta visión rígidam ente racionalista ha
sido criticada e invalidada; basta pensar en la paradoja del men­
tiroso, que declara: «yo miento». ¿Él m iente o dice la verdad?
Éste, y m uchísim os otros dilem as lógicos, han conducido a
la filosofía y a la lógica contem poránea a superar el racionalis­
m o tradicional y a orientarse hacia perspectivas alternativas.
La cibernética, en sus evoluciones recientes (Von Foerster,
1987), dem uestra claram ente cóm o no existe observación sin
un observador y cóm o el observador está influenciado en sus
observaciones por sus creencias.
T am bién la psicología experim ental pone en guardia al in­
vestigador sobre el denom inado efecto halo, y sobre el efecto
de las expectativas del investigador en los resultados del ex­
perim ento.
Rosenthal, en sus famosos experim entos (R osenthal, Jacobson, 1968), m uestra cóm o, dando a un investigador los ratones
de laboratorio seleccionados casualm ente e inform ándole de
que están dotados de escasa capacidad, éstos obtienen resulta­
dos m ediocres en las pruebas experim entales. Los m ism os ra­
tones, presentados posteriorm ente al investigador com o muy
inteligentes, producen resultados excelentes. La prueba de esto
es que los ratones que anteriorm ente obtuvieron puntuaciones
altas en las pruebas, cuando se presentan nuevam ente al expe­
rim entador com o escasam ente capaces, producen resultados
de escaso nivel.
130
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
A ún m ás sorprendentes son los resultados de estos experi­
m entos en la relación profesor-alum no; tam bién en este caso,
las expectativas del m aestro respecto a las capacidades de los
sujetos afectan m arcadam ente a sus resultados efectivos.
U n m ecanism o de autoengaño, con resultados positivos,
que funciona m ás o m enos del m ism o m odo, es el del bien co­
nocido efecto placebo, o bien, el hecho que si se sum inistra un
fárm aco placebo, o sea una pastilla de azúcar declarada como
fárm aco con propiedades específicas, se observa, en un alto
porcentaje de los casos, que produce realm ente el efecto del
fárm aco. Lo im portante es que el sujeto crea que lo que está to­
m ando es específicam ente esta m edicina concreta. Por ejem ­
plo, se puede dem ostrar este proceso sum inistrando a una per­
sona que sufra de insom nio una pastilla de placebo en vez de
un verdadero som nífero; el paciente, en la m ayoría de los ca­
sos, dorm irá com o si realm ente hubiese tom ado el fármaco.
Todo esto dem uestra que el autoengaño puede tener efecto,
no solo sobre las creencias y convicciones, y los consiguien­
tes com portam ientos, sino tam bién sobre las reacciones fisio­
lógicas de nuestro organismo. Esto hace aún m ás significativo
el estudio de estos procesos com o instrum ento, en ciertos ca­
sos, de autocuración en algunas form as de patología.
Haciendo referencia a lo que ha sido dicho hasta aquí, y sobre
la base de la experiencia clínica que, como ya he dicho, se basa
mucho en los fenóm enos sugestivos que se pueden producir
mediante la com unicación interpersonal, en los últim os años
me he interesado específicam ente por la posibilidad de utilizar
la lógica del autoengaño com o estrategia personal de self-help.
El prim er punto de partida de mis reflexiones y de las consi131
Psicosoluciones
guientes experim entaciones, es, com o bien saben los expertos
en hipnosis, que la sugestión o la hipnosis, aunque sean induci­
das por la com unicación de otra persona, desencadenan de
cualquier modo un fenóm eno de autosugestión y de autohipnosis. Por lo tanto, tam bién la inserción de prescripciones tera­
péuticas sugestivo-hipnóticas, com o aquéllas del capítulo an­
terior, en realidad m ovilizan en el sujeto algunos m ecanism os
autoilusorios que producen en él algunos efectos concretos de
cambio. En otros térm inos, no se añade nada que la persona no
tenga ya en sí misma, m ás bien se ponen en m archa procesos
que m ovilizan en ella fenóm enos de autoengaño terapéutico.
En consecuencia, puede ser posible, aunque sea m ás difícil
en su aplicación, construir un tipo de m odelo para la lógica
del autoengaño terapéutico.
A lgunos autores, com o por ejem plo aquéllos de clara orien­
tación sistèm ica, afirm an que eso no es posible, ya que el suje­
to está dentro de su sistem a y no puede salir de éste para intro­
ducir allí nuevas ideas que conduzcan a un cam bio real.
Estos autores, desde mi punto de vista, perm aneciendo fir­
m em ente ligados a la teoría tradicional de los sistem as, subva­
loran los efectos de la autoreflexividad de la m ente, o sea, de
la capacidad que tienen los seres hum anos para construirse re­
alidades virtuales efectivas m ediante sus procesos de pensa­
m iento y de im aginación, que representan verdaderas formas
de salida del propio sistema, y que pueden tener el efecto con­
creto de conducir a nuevas disposiciones perceptivas y a con­
siguientes m odalidades nuevas de reacción.
Si es verdad, com o en la m etáfora utilizada de W atzlawick
( 1989), que los hum anos no pueden, com o el barón de M ünch132
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
hausen «después de haber caído en un pantano, salir fácilm en­
te de él em pujándose hacia arriba agarrado a su coleta con la
mano derecha, teniendo apretado entre las piernas al caballo»,
tam bién es cierto que pueden evitar crear en su m ente el panta­
no en el cual después puedan caer.
Con esto se quiere afirmar que hay m uchos grados de dificul­
tades y problemáticas hasta llegar a la patología, lo que hace la di­
ferencia es el nivel en el cual se encuentre el sujeto. Es evidente
que cuando el nivel de perturbación es elevado, la autocuración
es decididamente improbable. Pero cuando el nivel de dificultad
patógena no ha llegado a la constitución de una rígida m odalidad
perceptivo-reactiva, consideramos no solo posible sino auspiciable el recurrir a estrategias de autoengaño terapéutico; ya que si
esto funciona, la persona gana en autoestima, sentido de com pe­
tencia personal y recursos reales de problem-solving.
Lo que sigue es una serie de indicaciones derivadas de la
aplicación del m odelo de problem -solving estratégico descri­
to anteriorm ente, en su form ulación com o m odelo de psicote­
rapia para procesos de self-help.
Identificar las propias soluciones intentadas
El prim er ejercicio de self-help estratégico para poner en
práctica es observar y descubrir cuáles son las tendencias de
nuestras reacciones que se repiten en el tiempo.
Con ello, se quiere indicar toda la serie de redundantes m o­
dalidades de acción y reacción que cada uno de nosotros pue­
de fácilm ente identificar al valorar la forma en qué regular­
133
P s ic o s o lu c io n e s
m ente afrontam os los problem as que hasta el m om ento he­
m os encontrado en nuestro camino.
Obviam ente, se deben identificar tanto las soluciones in­
tentadas que han funcionado com o aquéllas que no han fun­
cionado, pero, sobre todo, debem os identificar las tendencias
de reacción de carácter repetitivo. Puede parecer una afirm a­
ción un poco dura, pero, com o revela la psicología que estudia
los procedim ientos de problem -solving, nuestra m ente tiende
a construir breviarios de estrategias que se repiten, tam bién,
con respecto a diferentes problem as.
Com o H enry Laborit ha dem ostrado en sus estudios expe­
rim entales, el cerebro hum ano construye circuitos sinápticos
relacionados con breviarios de reacciones com portam entales
específicas, con respecto a determ inadas situaciones que el
organism o ha encontrado anteriorm ente en otras ocasiones.
Estos circuitos hacen que cada vez que nos enfrentem os a si­
tuaciones sim ilares o del m ism o tipo, las reacciones se desen­
cadenen espontáneam ente, m ás allá de los razonam ientos y de
las anticipaciones cognitivas.
Todo esto deja claro cóm o cada uno de nosotros, sin m ucha
dificultad, puede identificar sus propias tendencias a em plear
redundantem ente habituales estrategias de solución.
Lo cual en sí m ism o no es patógeno; la patología surge,
com o expuse en el prim er capítulo, cuando esas tendencias se
vuelven rígidas y nosotros no som os capaces de m odificarlas,
ni siquiera frente a su evidente fracaso. Por lo tanto, el prim er
paso estratégico que debem os desarrollar con nosotros m is­
m os es adquirir la conciencia de nuestras propias «soluciones
intentadas» habituales.
134
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
Incrementar las posibilidades de elección
Una vez identificadas las propias soluciones intentadas, el
paso siguiente es analizar alguna de las situaciones problem á­
ticas y tratar de encontrar, m ás allá de lo que surge de forma
espontánea, al m enos otras cinco posibles estrategias de solu­
ción. Este procedim iento puede parecer simple, pero invito al
lector a que haga el experim ento.
No es nada fácil encontrar cinco diferentes posibilidades
para afrontar el m ism o problem a. En la experiencia de form a­
ción de mis alum nos, resulta bastante fácil para cada uno de
ellos llegar a tres posibilidades, pero proponer com o m ínim o
cinco soluciones resulta, la m ayoría de las veces, una tarea ar­
dua. Para em prender dicha em presa, la sugerencia m ás eficaz
es preguntarse, en el m om ento en que se nos presenten más
ideas alternativas, cóm o vería esa situación y cóm o reaccio­
naría ante ella otra persona que conozcam os, tratando durante
esta indagación de ponem os en el lugar de la persona elegida.
Esta sim ple estrategia, la m ayoría de las veces, desbloquea
nuestra capacidad de crear alternativas.
Una vez identificadas al m enos cinco posibilidades estraté­
gicas, debem os com enzar a aplicar la prim era y determ inar
sus efectos. Si en poco tiem po ésta no produce resultados, o si
los que produce son indeseados, se debe continuar con la se­
gunda posibilidad y proceder del m ism o modo. Este juego
m ental, aparentem ente sim ple pero laborioso, nos evita caer
en la tram pa de la rigidez de una determ inada estrategia; tram ­
pa m ental a la cual estam os naturalm ente predispuestos com o
ya expuse.
135
P s ic o s o lu c io n e s
Adem ás, este procedim iento hace m ás flexible y creativa
nuestra imaginación.
Cada cosa conduce a otra cosa
Cuando tenem os un problem a, a m enudo nos sentim os im po­
tentes porque lo vivim os com o algo insuperable en su com ­
plejidad, o bien, cuando tenem os varios problem as relaciona­
dos entre sí, nos parece im posible resolverlos porque son
dem asiados.
En este caso, bastante frecuente, se debe recordar que tanto
en la naturaleza com o en los fenóm enos m entales y sociales,
incluso el elem ento m ás grande está com puesto por m uchos
pequeños elem entos. Incluso dentro del sistem a m ás com ple­
jo y articulado, si se introduce un pequeño cam bio se produci­
rá una reacción en cadena que conducirá a subvertir todo el
equilibrio.
Por consiguiente, cuando se presentan grandes problem as,
es m ejor concentrarse en el cam bio m ás pequeño pero más
concreto que se pueda producir, el cual será seguido por otro
pequeño cambio, que a su vez será seguido por otro pequeño
cam bio, hasta llegar a la sum a de pequeños cam bios que con­
ducirán al gran cambio. En otros térm inos, se utiliza la estra­
tegia de «dispersar las tropas del enem igo para atacarlas en
pequeños grupos y tener así siem pre ventaja sobre ellas».
Todo esto, adem ás de hacer posible y hacer m ás fácil el lo­
gro de un cam bio efectivo de la situación problem ática, redu­
ce en gran m edida la ansiedad y el sentido de im potencia ini­
136
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
cial, increm entando desde el principio la confianza en el éxito
final.
La técnica del escalador
D irectam ente relacionada con la técnica anterior es la técnica
que toma su nom bre de la labor que realizan los guías exper­
tos en planear la escalada de una m ontaña. Ellos, en vez de
partir de la falda de una m ontaña para estudiar el recorrido a
seguir, com ienzan desde la cim a y descienden estudiando el
itinerario y sus respectivas etapas hasta llegar a la base de la
montaña. Se ha dem ostrado em píricam ente que por m edio de
este procedim iento se puede evitar la proyección de cam inos
divergentes respecto al objetivo de trazar el recorrido m ás fa­
vorable para llegar a la cima. Cuando se tiene un problem a
complejo, con el objetivo de construir una estrategia eficiente
además de eficaz, es m uy útil com enzar desde el objetivo que
se quiere alcanzar e im aginar la etapa inm ediatam ente ante­
rior, después la etapa aún m ás anterior, hasta llegar al punto
de partida. Todo esto con el fin de subdividir el recorrido en
una serie sucesiva de etapas; lo que supone fraccionar el obje­
tivo final en una serie sucesiva de m icroobjetivos.
Como el lector com prenderá, esta estrategia m ental perm i­
te construir m ás fácilm ente la técnica, anteriorm ente descrita,
de com enzar a enfrentar un problem a buscando producir con­
cretam ente un pequeño cambio.
137
P s ic o s o lu c io n e s
H asta aquí hem os expuesto algunas indicaciones de self-help
relacionadas con la construcción funcional de un proyecto de
cam bio o de una estrategia de solución de un problem a. De
aquí en adelante nos ocuparem os, en cam bio, de algunas técni­
cas que se pueden autoprescribir, con el fin de detener algunas
de nuestras tipologías de bloqueos em otivos o perceptivos.
Las estrategias descritas arriba están relacionadas con la
construcción m ental de estrategias de autoengaño, es decir,
secuencias de pensam ientos y de acciones cuyo objetivo es al­
canzar la m eta perseguida que ha sido fijada con antelación.
Por lo tanto, el procedim iento de dichas estrategias establece
tácticas y técnicas específicas idóneas para desbloquear parti­
culares situaciones em otivas o com portam entales.
A continuación se expondrá una breve reseña de estas tácti­
cas y técnicas.
¿Cómo empeorar la situación?
Esta técnica representa, la m ayoría de las veces, el prim er
paso que uno m ismo debe hacer para producir reacciones al­
ternativas a las que están en curso.
La técnica se expresa al preguntarse repetidam ente, duran­
te algunos días: «¿Cóm o podría em peorar las cosas?, ¿cómo
podría, si quisiera, voluntaria y deliberadam ente, increm entar
la situación problem ática en la que me encuentro?, ¿cóm o de­
bería pensar o no pensar para em peorar aún más las cosas?».
Al realizar este tipo de preguntas, la persona que se encuen­
tra en una situación difícil y aparentem ente sin solución se
138
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
obliga a tratar de orientar la propia construcción estratégica
hacia el objetivo de em peorar la situación en vez de m ejorarla.
El efecto de esto norm alm ente puede ser de dos tipos:
a) la persona descubre toda una serie de m odalidades de
pensam iento y de acción para em peorar la situación. En
este caso sabrá qué tendrá que evitar hacer o pensar, y
esto es ya una form a de detener las eventuales «solucio­
nes intentadas» que m antienen o com plican el problem a;
b) m uy a m enudo, cuando estim ulam os nuestra fantasía en
la dirección de com plicar nuestros problem as, surgen
involuntariam ente soluciones alternativas nunca im agi­
nadas hasta el momento. Éste es el efecto, bastante cono­
cido, de recurrir a la lógica paradójica en la com unica­
ción entre la m ente y la mente misma: com o en m uchas
técnicas que hem os descrito, se utiliza el diálogo autorreflexivo, propio del ser conscientes, com o campo de
aplicación de estrategias de cambio.
Lao Tsé, hace 4.000 años aproxim adam ente, afirmaba: «si
quieres enderezar algo, prim ero intenta retorcerlo aún más».
Imaginar el escenario más allá del problema
Esta técnica puede tener m uchas variantes; su objetivo es des­
viar nuestra atención del problem a actual y proyectarla en un
futuro sin el problem a.
En otros térm inos, se debe, proyectándose m ediante la im a­
ginación de situaciones concretas m ás allá del problem a pre­
sente, tratar de reconocer cuáles podrían ser nuestras percep­
139
P s ic o s o lu c io n e s
ciones, pensam ientos y acciones en tal contexto. Para que sea
m ás fácil, se pueden utilizar algunos expedientes fantasiosos.
Steve de Shazer propone «la fantasía del milagro»: «Im agina
que despiertas m añana por la m añana; durante la noche ante­
rior se ha producido un m ilagro y tu problem a ha desapareci­
do, ¿cóm o podrías darte cuenta de ello? ¿Cuáles serían los in­
dicadores que te podrían decir que las cosas han cam biado?
¿Q ué te gustaría hacer?».
Utilizando una técnica m enos sugestiva, ustedes mismos
pueden im aginar el escenario concreto de la situación futura
en la cual ya no existe el problem a.
De todas formas, lo que se está provocando es, en prim er lu­
gar, un efecto sugestivo del tipo «profecía que se autorrealiza», ya que si yo imagino la posibilidad de un cam bio m ilagro­
so o de una situación en la cual el problem a se ha solucionado,
abro, de esta m anera, m is expectativas hacia esta dirección; ya
hem os explicado cóm o esto puede tener en sí m ism o un efecto
terapéutico. En segundo lugar, el desviar nuestra atención de
un presente problem ático y fijarla en un futuro no problem áti­
co, produce un relajam iento de la tensión actual y un bloqueo
de las actuales «soluciones intentadas»; todo esto produce un
alivio concreto y abre la posibilidad de m odalidades percepti­
vas reactivas de carácter alternativo.
La técnica del «como si»
Estrecham ente vinculada con la técnica anterior, pero mucho
m ás orientada a una intervención activa sobre el presente pro­
140
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
blem ático, es la técnica del como si, a la cual ya hem os hecho
referencia varias veces durante la exposición. D icha técnica se
expresa al preguntarse: «¿qué haría hoy de diferente?, ¿cómo
m e com portaría hoy si el problem a que tengo desapareciera?».
Entre las cosas que aparezcan en la mente, buscarem os escoger
la más pequeña y la pondrem os en práctica.
Cada día nos harem os esta pregunta y todos los días pon­
drem os en práctica la acción m ás pequeña de las que hemos
im aginado, com o si el problem a ya no existiera.
De esta m anera, com o ya se ha explicado, se produce cada
día un pequeño cam bio que producirá una reacción en cadena
de cam bios posteriores, hasta llegar a subvertir totalm ente las
anteriores m odalidades de percibir y enfrentarse de forma
contraproducente al problem a.
Como en la teoría de las catástrofes (Thom, 1990) se produce
el «efecto mariposa», es decir, el aleteo de la mariposa que, en un
espacio y un tiempo determinados, produce una reacción en ca­
dena de eventos naturales que crearán un ciclón a algunos miles
de kilómetros de distancia de aquel pequeñísimo evento inicial.
Esta técnica de autoengaño, al basarse en la creación de ac­
ciones como si una realidad fuese de un m odo determ inado,
aunque sepam os que dicha realidad es ficticia, em puja a nues­
tras resistencias a desarrollar pensam ientos y acciones alter­
nativos a los anteriorm ente utilizados.
Un engaño funciona m ejor que una acción realm ente creí­
da, m as el engaño reiterado se convierte en realidad.
La m agia de este autoengaño está precisam ente en que
transform a gradualm ente nuestra form a de construir la reali­
dad y así la persona que la sufría pasa a manejarla.
141
P s ic o s o lu c io n e s
Las peores fantasías
C uando nos ocurre que sufrim os por algo que nos ha salido
mal, o por alguna culpa, o por algún incidente desagradable
vivido en el curso de nuestra existencia, casi todos nosotros
tenem os la tendencia a tratar de contener nuestro sufrim iento
intentando racionalizar lo que ha sucedido o tratando de no
pensar en ello, esforzándonos por olvidar. Pero racionalizar
un sufrim iento em otivo es el m ejor m odo para sacar por la
puerta algo que vuelve a entrar, después, por la ventana. De
esta m anera, el dolor parece cada vez m ás fuerte, entonces,
esto no solo es inútil sino que la m ayoría de las veces incre­
m enta el sufrimiento.
El tratar de no pensar en algo resulta ser el m ejor m odo
para pensarlo más, ya que pensar en no pen sar es ya pensar.
Esforzarse por olvidar, además, teniendo en cuenta que el
acto de olvidar es algo involuntario, hace voluntario lo que no
lo es, con el resultado que term inam os por inhibirlo; por lo
tanto, el efecto será que m antenem os m ucho m ás presente en
nuestra m em oria lo que queríam os cancelar.
En este caso, la técnica que tiene un poder verdaderam ente
sorprendente es aquélla de hallar un espacio a diario, específi­
cam ente planeado, con un com ienzo y un final, en el cual con­
centrem os al m áxim o las fantasías que m ás nos hacen sufrir,
con el fin de que podam os canalizar y exteriorizar nuestro su­
frim iento.
Por lo regular, el efecto puede ser que:
a) se logra estar peor en este espacio. Esto produce un ali­
vio del sufrim iento, a lo largo del día, al estar fuera de
142
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
este espacio, conduciendo gradualm ente a que m etabolicemos y superem os el sufrim iento;
b) dentro del espacio predeterm inado para sufrir, por
efecto paradójico, no se logra estar mal. M ientras más
se busca estar mal, m ás se tienen reacciones contrarias.
Este es el caso m ás frecuente, con base a ello nos po­
demos ejercitar en la utilización de esta técnica com o
estrategia constante para com batir los m om entos crí­
ticos.
Se puede ejercitar tal tipo de exasperación paradójica de las
sensaciones y de los pensam ientos negativos, cada vez que és­
tos aparezcan. En otros térm inos, se puede «tocar el fondo
para regresar a flote» cada vez que com enzam os a sentim os
ahogados en nuestros estados de ánimo.
Emil Cioran relata en su obra Ejercicios de admiración,
cóm o aprendió, cada vez que se enfurecía con alguien, a to­
m ar papel y lápiz, y a escribir las peores cosas sobre esa per­
sona. Refiere que cada vez que hacía esto, se atenuaban, des­
pués de poco tiem po, la rabia, el odio o la depresión, hasta que
desaparecían del todo. Después afirm a que, gracias a esta es­
trategia, logró soportarse a sí m ism o y a m uchas de las cosas
del mundo.
Evitar evitar
Una de las tendencias más com unes entre los seres hum anos
cuando tienen un problem a es tratar de evitarlo o evitar las si­
tuaciones que lo pueden exasperar.
143
P s ic o s o lu c io n e s
De esta m anera, sin em bargo, com o ha sido descrito en la
prim era parte de este volum en, confirm am os nuestra incapaci­
dad de afrontar el problem a. C ada escape conduce a otro esca­
pe que confirm a el anterior y prepara el siguiente, pero tal ca­
dena de escapes alim enta e increm enta nuestra sensación de
inseguridad e incom petencia personal. Por lo tanto, es necesa­
rio prescribirse «evitar evitar», asum iendo ésta com o regla de
fondo en nuestra interacción con la realidad que continuam en­
te construim os y por la cual después sufrim os.
Esta form a de autoengaño terapéutico no debe ser confun­
dida con la exhortación de ponerse a prueba constantem ente,
en cuanto esta estrategia es, com o verem os después, decidida­
m ente contraproducente, a veces realm ente catastrófica en sus
efectos. Evitar evitar significa no renunciar a ninguna de las
situaciones que nuestra existencia ordinaria nos propone, por
el m iedo a sufrir por ellas o por no ser capaces de afrontarlas.
Es necesario enfrentarse a las realidades que nos causan te­
m or com o si fueran ocasiones para adquirir nuevas experien­
cias de aprendizaje y de crecim iento personal, incluso las de­
rrotas. M ás bien, utilizar el m iedo de los efectos dañinos que
podría producim os el evitar repetidam ente el enfrentam iento
con los problem as, com o recurso para superar el m iedo de
cada singular situación que quisiéram os evitar. Usar el miedo
contra el m ism o miedo. El límite de cada m iedo es, en efecto,
un m iedo m ás grande.
Se evita, de tal forma, la construcción de la triste realidad
descrita por el poeta Pessoa: «En este m om ento estoy llevan­
do las heridas de todas las batallas que he evitado».
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Esforzarse por no esforzarse
Para algunos de nosotros, lo que se produce com o tendencia
natural frente a una dificultad es una reacción de m ayor em pe­
ño, m ayor esfuerzo en el intento de enfrentar las cosas que nos
están saliendo mal. La m ayoría de las veces, esto se m anifies­
ta en la tendencia a insistir obstinadam ente en aplicar solucio­
nes tentativas que no funcionan o en ponerse continuam ente a
prueba, buscando siem pre nuevas confirm aciones de las capa­
cidades propias, con el efecto de increm entar la necesidad de
confirm ación y la consiguiente inseguridad personal.
En otros casos, el esfuerzo está dirigido al control de las
propias em ociones y de la propia im pulsividad; tam bién en
este caso el resultado m ás frecuente es la incapacidad, aún
mayor, de controlar nuestras reacciones emotivas.
Es igualm ente interesante resaltar que quien logra frenar su
im pulsividad, la m ayoría de las veces term ina desencadenan­
do un proceso de control obsesivo de sus propias reacciones,
que conduce al establecim iento de una com pulsión basada en
una incontrolable necesidad de control, incluso en cosas irre­
levantes.
El resultado final es que el control alcanzado conduce a
una form a de pérdida de control del control mismo, o bien tal
inclinación se convierte en compulsión.
En otros térm inos, el autoengaño del esforzarse por no es­
forzarse, para increm entar la confianza en los propios recur­
sos, puede ser m etafóricam ente resum ido en la historia «del
dragón que busca la perla de la virtud suprema. Él la busca
por todas partes, por m ar y tierra, en las selvas y en los desier­
145
P s ic o s o lu c io n e s
tos, sin lograr encontrarla nunca, y continuará buscándola
hasta el infinito si no se m ira en un espejo de agua, para darse
cuenta de que la perla de la virtud está incrustada sobre su
cresta, exactam ente sobre sus ojos».
Enmarcar los recuerdos
¿Q uién de nosotros no tiene algún recuerdo desagradable o
triste? Nadie.
Esta sim ple sentencia, casi banal, debe hacem os reflexionar
sobre la im portancia de las atribuciones que dam os a nuestros
recuerdos desagradables; ya sean cercanos o lejanos, no pue­
den ser algo irrelevante para nuestros estados de ánim o actua­
les. Sobre este argum ento se ha trabajado y escrito mucho,
desgraciadam ente casi exclusivam ente con enfoque psicoanalítico, es decir, con la necesidad «terapéutica», aún por com ­
probar del todo, de buscar en nuestra m em oria los «traum as»
del pasado que han producido los problem as del presente.
A quello que, en cambio, no se ha estudiado en profundi­
dad, es nuestra capacidad, m ediante específicas form as de autoengaño terapéutico, de transform ar los recuerdos y de m an­
tener su efecto positivo en nuestro presente (M adanes, 1992).
Todos nos relacionam os con nuestra m em oria a través del
m odo particular en que la representam os, que está profunda­
m ente influenciado por nuestros estados de ánim o actuales
que, a veces, son influenciados por m alos o buenos recuerdos.
Considerada esta influencia recíproca y circular entre estados
m entales actuales y m em oria, se puede utilizar el autoengaño
146
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
para orientar ese m ecanism o en la dirección m ás funcional
para nosotros.
Una técnica para gobernar positivam ente nuestra m em oria
es im aginar que construim os en nuestra m ente una galería con
m uchos cuadros bellos, cada uno con una imagen im portante
de nuestro pasado.
O bviam ente, dentro de esas im ágenes existirán al m enos
algunas que nos causarán sufrim iento; entre ésas deberem os
tratar de encontrar por lo m enos una que nos provoque tam ­
bién una sensación positiva. Aun en las experiencias m ás tris­
tes se puede encontrar, observando bien los antecedentes, o
eventualm ente las reacciones posteriores, algo bello o placen­
tero. Esta im agen será la que debem os destacar en el cuadro
de aquel recuerdo, de m odo que al volver a verlo, éste no nos
produzca un sentim iento desagradable, sino al m enos una
sensación placentera, aunque sea mínima.
De tal forma se construye en nuestra mente una especie de
galería de obras pictóricas nuestras, que contienen recuerdos
placenteros y no placenteros, pero cada uno con una im agen
que provoca una inm ediata sensación de agrado. Gracias a
este proceso de autoengaño podem os transform ar, orientán­
dolo hacia resultados positivos, el efecto de la m em oria sobre
nuestro estado de ánim o presente.
Perm ítasem e dar un ejem plo concreto para ilustrar esta téc­
nica que, de otro m odo, podría parecer poco clara en su apli­
cación.
Pongam os el caso que yo tenga en mi pasado una serie de
historias am orosas, cada una con su particular dinám ica, entre
las cuales alguna me ha dejado un sabor am argo en la boca.
147
P s ic o s o lu c io n e s
Yo puedo construir mi galería de cuadros de los recuerdos con
un cuadro para cada una de estas historias, enm arcando para
cada una de ellas la im agen m ás bella que ha quedado en mi
m emoria.
De este m odo, será nostálgico pero agradable de vez en
cuando, tal vez cuando estem os solos, ir a visitar a nuestra
propia galería de recuerdos, que, al devolvernos sensaciones
placenteras, asociadas a aquellas bellas im ágenes de nosotros
m ism os que anteriorm ente seleccionam os, influenciará posi­
tivam ente nuestro estado de ánim o presente, y a su vez el re­
cuerdo de aquellas personas.
Debo confesar al lector que éste es uno de los autoengaños
terapéuticos de los que he hecho m ás am plio uso.
El «sano egoísmo»
Todos nosotros hemos sido educados para sentim os culpables
cada vez que actuamos, o incluso pensam os, algo que resulte di­
rectam ente ventajoso para nosotros m ismos. Tal reacción se de­
riva del hecho que se asocia cualquier com portamiento egoísta
con una ventaja propia en perjuicio de los otros, com o si fuese
inevitable que mi ventaja se correspondiera con la desventaja
ajena.
Esta concepción, que tiene raíces antiguas en la cultura m o­
ralista occidental, tiene algunos efectos bastante negativos so­
bre lo que pensam os de nosotros m ism os y de nuestras accio­
nes, conduciéndonos exactam ente a que nos considerem os
m alas personas en el m om ento en que perseguim os egoísta­
148
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
m ente un objetivo. A causa de tal convicción, se tiende a incre­
m entar la frecuencia de actitudes y com portam ientos de tipo
altruista. Sin em bargo, si se analiza bien, desde un punto de
vista estrictam ente lógico, el altruism o no es m ás que una for­
m a perversa de egoísm o, ya que el altruista disfruta dando a
los otros, pero de este m odo tam bién disfruta él.
A dem ás, incluso cuando el com portam iento altruista es el
del sacrificio, costoso para el individuo, el efecto de esto no
resulta tan m aravilloso com o el m oralism o tradicional quisie­
ra indicar.
El com portam iento altruista, en efecto, com o Elster (1979)
resalta, conduce a la construcción de interacciones sociales
basadas en la realidad de unos que dan y otros que reciben,
pero el altruista necesita de egoístas, com o verem os «insa­
nos», que reciben lo que él da. La interacción entre altruistas
se convierte en una insostenible escalation sim étrica, ya que
el altruista necesita del egoísta para sobrevivir com o tal. En
realidad, el tipo de relación que se basa en el com portam iento
altruista tiende a construir, por otra parte, personas que se ha­
bitúan a recibir sin dar y que, en consecuencia, no desarrollan
su propio sentido de responsabilidad.
El m ejor ejem plo de todo esto se obtiene observando la his­
toria de la fam ilia italiana en el últim o decenio, caracterizada
por un sólido increm ento del hábito sobreprotector de los pa­
dres respecto a sus hijos. Esta sobreprotección relacional, que
no es m ás que un efecto del sacrificio altruístico de los padres
por a sus hijos, ha producido una realidad juvenil constituida
por relevantes inseguridades y escaso sentido de la autonom ía
y la responsabilidad. Esta consecuencia del intento bien logra­
149
P s ic o s o lu c io n e s
do por parte de las familias, de allanar el cam ino a los hijos,
buscando evitarles los obstáculos y los sufrim ientos propios
de su crecim iento, sacrosanta vocación de los padres al sacrifi­
cio, conlleva tam bién, sin em bargo, el negarle a los hijos la po­
sibilidad de conocer sus propios recursos y de obtener seguri­
dad personal m ediante la experiencia de superar obstáculos.
Este proceso conduce al establecim iento, en quien recibe,
del com portam iento egoísta com plem entario al altruism o, ca­
racterizado por la tendencia a tom ar o recibir sin ningún es­
fuerzo o sin dar nada a cambio; es esto lo que podríam os defi­
nir com o egoísm o patógeno para sí m ism os y para los otros.
Cuanto ha sido escrito hasta aquí, aunque puede parecer
una disertación puram ente filosófica, conduce a asumir, y éste
es el im portante autoengaño terapéutico, que si debemos sen­
tim os culpables cuando realizam os algo de forma egoísta, de­
beríam os sentim os aún m ás culpables cuando realizam os algo
en form a altm ista.
El lector se preguntará cóm o es posible escapar de este di­
lema.
Pues bien, una vez más el lógico noruego Jon Elster nos indi­
ca una salida, definida por mí com o el «sano egoísmo». Este au­
tor, proponiendo un cálculo rigurosam ente lógico-matem ático,
m uestra cóm o un com portam iento egoísta inteligente puede ser
el com portam iento social m ás adecuado. El, en efecto, afirma
que el egoísta estratégico es aquél que estim a que, para obtener
los m áxim os beneficios en la relación con los otros, el com por­
tam iento m ás efectivo es com enzar a dar para recibir. Él distri­
buirá su capacidad de dar en pequeñas porciones a un m ayor
núm ero de personas, quienes, en sum atoria, le retribuirán con
150
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
m ás de lo que él ha dado. Este m ecanism o, además, puede ser
utilizado tam bién por los otros, ya que el com portam iento entre
egoístas de este tipo es com plem entario, o sea, se m antiene re­
cíprocam ente. El com portam iento del egoísta insano necesita
del altruista y el del altruista necesita del egoísta insano.
En otros térm inos, aquél que adopta la actitud del egoísta
sano, sigue la indicación de Lao Tsé: «si quieres recibir, co­
m ienza dando». Esa persona transform a la interacción con los
otros, pasando de una interacción en la cual alguien gana y al­
guien pierde, lo que en la teoría de los juegos se define com o
un juego a sum a cero, en una interacción en la cual o todos ga­
nan o todos pierden, un juego con una sum a diferente a cero.
Lo interesante es que tal efecto de cooperación ventajosa para
todos se obtiene partiendo de un com portam iento declarada­
mente egoísta que produce el efecto de un intercam bio sano
altruístico entre los seres hum anos.
Toda esta disertación ha sido necesaria para indicar bien al
lector la necesidad de transform ar el autoengaño de sentirse
obligado consigo m ism o a evitar los com portam ientos egoís­
tas, por un autoengaño basado en el prescribirse el «sano ego­
ísmo». Nos libera de nuestra tendencia a querer hacer el bien
de m anera excesiva a nuestras personas queridas, convirtién­
donos en personas incapaces de construir relaciones sanas y
funcionales, con nosotros m ism os y con los dem ás. Esta nue­
va actitud, adem ás, nos em ancipa del sentim iento de culpa
cada vez que hacem os algo sólo para nosotros m ism os, ya
que, desde esta perspectiva, buscar nuestro bienestar corres­
ponde a que las personas que están a nuestro alrededor estén
mejor.
151
P s ic o s o lu c io n e s
N o olvidem os que el egoísm o en el fondo no es m ás que
«la visión en perspectiva de la realidad; todo lo que se aleja de
nosotros se em pequeñece». (Nietzsche, La ciencia elegante).
Prescribirse la fragilidad
La últim a sugerencia que puede ser indicada, en la óptica de la
utilización de procesos de autoengaño funcional, es la relativa
a la relación que cada uno de nosotros tiene con sus propias
debilidades. Tam bién en este caso, tenem os la opinión gene­
ral que la fragilidad o la flexibilidad corresponden siempre
con algo absolutam ente negativo. Sin detenerse dem asiado en
la evidente inverosim ilitud de esa creencia, es útil partir de la
constatación de cóm o «cada supuesta virtud volcada sobre sí
m ism a se convierte en un defecto, así com o cada supuesto de­
fecto puede, asim ism o, convertirse en una virtud».
Del m ism o m odo, nuestra debilidad puede convertirse en
fortaleza si no es negada sino dirigida y utilizada.
La negación de la propia fragilidad, en efecto, expresada en
el rechazo a aceptar nuestros límites y nuestras debilidades,
contribuye a que éstas sean ingobernables y que, por lo tanto,
en determ inadas situaciones nos trastornen. Si, al contrario,
nos ponem os en la posición de quien no sólo acepta su propia
fragilidad sino que se la prescribe, el efecto es, en la m ayoría
de los casos, la reducción o el anulam iento de los resultados
negativos que esas debilidades pueden producim os. El ejem ­
plo m ás concreto es el relativo a los considerados hom bres sin
miedo: aquellas personas que practican actividades extrem as
152
E l « s e lf - h e lp e s t r a t é g ic o » : e l a u t o e n g a ñ o t e r a p é u t ic o
(exploradores de los límites, equilibristas, etc.,); estas perso­
nas en realidad, com o ellos m ism os afirman, no están exentos
de sentir m iedo, por el contrario lo sienten, lo aceptan y lo em ­
plean com o recurso para afrontar las condiciones extrem as a
las cuales se som eten. De m anera que, en este caso, obvia­
mente extrem o, los tem blores se convierten incluso en una es­
pecie de placer.
Lo que resulta significativo incluso para las personas co­
m unes, quienes no deben exponerse a situaciones de extrem o
riesgo o sufrim iento, es el autoengaño paradójico dirigido a
ellos m ismos, ya que por m edio de esta terapia no dejan de ex­
presar su propia debilidad, sino que se la prescriben. Si yo
hago voluntario, com o ya he referido, algo que podría presen­
tarse espontáneam ente, inhibo su carácter incontrolable, y por
consiguiente, reduzco su potencial disfuncional. Se usa, en­
tonces, el m ism o proceso que en otra situación conduciría a la
construcción de una patología, en la dirección contraria. «Sim ilia sim ilibus curantur».
El juego, en este caso, consiste en transform ar algo que su­
frimos en algo que controlamos.
Una persona que declara serenam ente, en determ inadas
circunstancias, su fragilidad a los dem ás, se m uestra no sólo
com o alguien que no es frágil sino com o alguien m uy fuerte;
porque es necesario tener m ucho m ás coraje y fuerza para de­
clarar la propia debilidad que para ocultarla.
Viene a la m em oria el viejo sabio que benévolam ente dice
a su nieta, que está llorando: «A veces, sabes, se debe tener
m ucho coraje y m ucha fuerza para llorar...».
Para resum ir, el autoengaño terapéutico consiste en auto153
P s ic o s o lu c io n e s
convencerse de que nuestras fragilidades, desde el m om ento
en que nos las prescribim os, se vuelcan sobre sí m ismas, con­
virtiéndose en recursos; m ientras que si intentam os reprim ir­
las o contenerlas, nos trastornan. Tal solución autoinducida
conduce, adem ás, a evitar evitar las situaciones tem idas, a es­
forzarnos p o r no esforzarnos en el control de nuestros im pul­
sos y a com portam os «com o si» fuésem os capaces de superar
nuestros límites, de m anera que podrem os reorientar una espi­
ral de actitudes y com portam ientos disfuncionales en una es­
piral inversam ente positiva; se transform a así un círculo vicio­
so en un círculo virtuoso.
Por otra parte, hace algunos m ilenios, Lao Tsé ya afirmaba:
«Las m ás flexibles entre todas las cosas pueden ganar a las
m ás rígidas [...]. Que lo flexible venza a lo resistente y lo frá­
gil a lo duro es un hecho bien sabido por todos, pero de lo cual
nadie se beneficia [...]».
154
EPÍLOGO
Considero que la m ejor conclusión para la presente exposi­
ción es la de enm arcar sugestivam ente la obra, resaltando al­
gunos detalles relevantes que puedan quedar placenteram ente
anclados en la m ente del lector.
El prim ero de ellos es, con palabras de Herm án Hesse: «No
se puede enseñar la verdad [...] porque la paradoja de las para­
dojas es que el contrario de la verdad es igualm ente verdade­
ro» (Siddharta).
Se puede aprender, en la m ejor de las hipótesis, a ser ope­
rativamente conscientes y capaces, por lo tanto, de gobernar
estratégicam ente nuestra realidad.
El segundo se refiere a cómo, al final de esta lectura, ha
quedado claro lo que George Lichtenberg afirm aba ya hace
m ás de dos siglos: «El hom bre es tan perfectible y corruptible
que puede volverse loco m ediante su razón».
Si este proceso funciona en una dirección, puede funcionar
tam bién en la dirección contraria, o com o decía el B uddha Sakyam uni: «Vosotros sois los artífices de vuestra condición pasa­
da, presente y futura. La felicidad o el sufrim iento dependen de
vuestra m ente y de vuestras interpretaciones de la realidad».
155
P s ic o s o lu c io n e s
T ercer detalle: cada uno de nosotros vive de inevitables autoengaños; lo que constituye la diferencia es la dirección en
que éstos están orientados. La terapia, entonces, consiste en
conducir al sujeto a construir los autoengaños que le resulten
m ás funcionales; o sea, guiar a la persona hacia nuevos descu­
brim ientos sobre sí m ismo, pero con las palabras de M arcel
Proust: «el verdadero descubrim iento no es ver nuevos m un­
dos, sino cam biar la mirada».
Todo esto puede obtenerse rápidam ente, si se enseña a las
personas no qué y p o r qué pensar sino cómo observar y cómo
actuar.
Incluso los problem as m ás com plicados, en efecto, pueden
resolverse en cortos períodos si se encuentra la clave indicada.
La últim a cuestión que me gustaría fijar en la m ente del
lector, ya que desde mi punto de vista resum e en clave positi­
va todo lo dem ás, es la siguiente sugerencia de Lichtenberg:
«C onvertir cada instante de la vida en el m ejor posible, de
cualquier form a que el destino nos lo envíe: en esto consiste el
arte de vivir».
156
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O tras obras de Giorgio N ardone
Miedo, pánico, fobias
304 págs. ISBN: 84-254-2007-5
No hay noche que no vea el día
136 págs. ISBN: 84-254-2349-X
Las prisiones de la com ida
288 págs. ISBN: 84-254-2225-6
El arte del cambio
(con P. Watzlawick)
212 págs. ISBN: 84-254-1811-9
Terapia breve: filosofía y arte
(con P. Watzlawick)
280 págs. ISBN: 84-254-2084-9
Modelos de familia
(con E. Giannotti y R. Rocchi)
160 págs. ISBN: 84-254-2332-5
E n el c e n tro d e e sta b re v e o b ra se e n c u e n tra n
a b u n d a n te s casos clín ico s, a g ru p a d o s p o r los
tip o s c o r r ie n te s d e s ín to m a s . L as e x p o sic io ­
nes se c e n tra n en el síntom a y son b re v es, claras
en la lógica de la estra te g ia y siem pre v an acom ­
p a ñ a d a s d e u n a iro n ía a m a b le q u e m a n ifie sta
el e s p íritu d e este en fo q u e de la te ra p ia b re v e:
to m a r p le n a m e n te en serio el sín to m a q u e hace
la v id a im p o sib le al p a c ie n te , p e ro m o s tra n d o
al m ism o tiem p o q u e no es m ás q u e u n a co n s­
tru cc ió n in a d e c u a d a , q u e p u ed e ser desm ontada
p a r a d a r lu g a r a o tra c o n stru c c ió n m ejor.
Herder
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