Subido por Marcelo Quiroga

nueva cultura afectiva

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Nueva cultura afectiva (Articulo en diario La Nación 07/10/2003)
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Dos investigaciones de tipo cualitativo, una realizada entre 1998 y 2000 por la cátedra
de Sociología de la Cultura de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y la otra por
la Sociedad Argentina de Terapia Familiar (SATF), coinciden en que los jóvenes están
desarrollando una nueva cultura afectiva.
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La investigación sobre juventud y afectos realizada por el sociólogo Mario Margulis y
un equipo de la UBA, cuyos resultados parciales fueron reunidos en el libro Juventud,
cultura, sexualidad (Biblos), reunió los primeros resultados de una investigación entre
jóvenes de distintos sectores sociales de Capital Federal y Gran Buenos Aires. Los
sociólogos pusieron el foco en las pautas culturales, los valores, los mandatos y los
imaginarios que tienen vigencia en las nuevas generaciones y que inciden en sus
relaciones afectivas y en sus ideas acerca del amor y la familia.
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Algunas de sus conclusiones revelan nuevas modalidades:
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El surgimiento de una nueva cultura afectiva, la de los vínculos casuales o contingentes.
El noviazgo único o serio, que terminaba en el altar o en el registro civil es, para estos
autores, una especie en extinción.
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Aumento de uniones de baja intensidad e implicación amorosa. ? Pérdida de peso de
algunas palabras como "novio", "marido", "esposo", "familia", en favor de otras como
"amigovio", "pareja", "compañero".
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Los chicos viven su sexualidad con mayor libertad y muy frecuentemente en casa de sus
padres.
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Las familias influyen cada vez menos en la vida de los hijos; cuanto más jóvenes, más
peso tiene en ellos la opinión de los amigos.
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También el estudio realizado por la SATF entre 34 mujeres y 29 varones de entre 18 y
26 años revela una ambigüedad en el discurso que, por un lado, describe la búsqueda de
una relación profunda y duradera, un ideal de familia con el que el encuestado se
identifica y, por otro lado, aparece en ambos sexos la referencia a relaciones light, de
bajo nivel de compromiso. Este estudio, realizado por los psicólogos Diana Rizzatto y
Enrique Villanustre, coincide con un punto sensible del estudio sociológico dirigido por
Margulis: cuanto más jóvenes son los encuestados, más importancia le atribuyen a la
opinión de los amigos. También el lenguaje desnuda corazones: la palabra amor es
usada sólo en un tercio de las encuestas, usarla provocaba cierta vergüenza y actitudes
defensivas. Hay un claro viraje de la perspectiva romántica a una expectativa más
práctica respecto de la pareja: apoyo, contención, compañía, proyectos compartidos
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(Fines de los años 50 y principios de los 60):
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La mujer empieza a incorporarse masivamente al mercado laboral.
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Promedio de edad de la mujer en el momento del casamiento: 26 años.
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Comienzan a registrarse con fuerza incipiente las separaciones voluntarias.
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El promedio de hijos por mujer desciende drásticamente.
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Comienzan a tener gran incidencia en la socialización de los hijos los medios de
comunicación
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Familia posmoderna
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(Fines del siglo XX; principios del XXI):
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La edad promedio de la mujer en el momento del matrimonio es ahora de 27 años y el
promedio de hijos, 2,5.
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Consolidación de la modalidad de cohabitación consensuada.
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Disminución de los matrimonios legales y del casamiento por Iglesia.
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Al estar la mujer muchas horas fuera de la casa, los chicos empiezan a sociabilizarse
más temprano (guarderías, jardín de infantes a partir de los dos años) y permanecen más
tiempo en la escuela . La familia comparte su rol de transmisora de valores con esos
otros espacios y, sobre todo, con los medios de comunicación.
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Gran incremento de las familias monoparentales. Emergencia de un fenómeno: las
familias ensambladas. Reducción drástica de las familias extensas.
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Legalización de las uniones gay.
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Difusión de las técnicas de fertilización asistida.
La Nación. 07/10/03. Enfoques
--------------Otro artículo del año 2003, comenta tres textos muy interesantes, sobre familia actual.
Investigaciones, una realizada por la cátedra de Sociología de la Cultura de la Facultad
de Ciencias Sociales de la UBA y la otra por la Sociedad Argentina de Terapia Familiar
(SATF), coinciden en que los jóvenes están desarrollando una nueva sensibilidad
respecto de los afectos. Hablan concretamente del surgimiento de una nueva cultura
afectiva, la de los vínculos contingentes o casuales.
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Esa tendencia, sin duda, se inscribe en el marco general de un verdadero fenómeno de
nuestro tiempo que es la inestabilidad de los vínculos amorosos: en todos los sectores
sociales aumentan las separaciones y la modalidad de convivencia consensuada, sin
papeles. Según los datos recogidos por la socióloga Susana Torrado en su libro Historia
de la familia en la Argentina moderna (Ediciones de la Flor), en los últimos treinta años
el porcentaje de parejas consensuadas casi se triplicó: representaban el 7 por ciento del
total de uniones del país en 1960 y en 1991 llegaron al 18 por ciento.
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En la Ciudad de Buenos Aires el salto fue aun más espectacular: se pasó del 1,5 por
ciento en 1960 al 13, 6 por ciento en 1991. Y más: el índice de mujeres unidas
consensualmente respecto a las que están en pareja pasó del 7,7 por ciento en 1980 al
21,1 en 1999. Casi se triplicó en 20 años y la tendencia es aún más pronunciada en el
grupo de 25 a 29 años que en el de 35 a 64.
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Por otra parte, desde 1990 hasta hoy, la curva de divorcios no hace más que descender.
¿Mayor estabilidad de los vínculos matrimoniales? "No --dice Torrado--, cuando se
dictó la ley de divorcio, una gran parte de la población había llegado a la conclusión de
que era mejor no casarse. Hay menos divorcios porque hay menos casamientos y de las
disoluciones de los vínculos consensuales no quedan registros."
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Una familia muy normal
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Alertada por lo que considera un proceso de disolución familiar amenazante, la Iglesia
dedicó buena parte de su último plenario realizado el pasado noviembre a reflexionar
sobre "la problemática familiar signada por el crecimiento de las familias
monoparentales y las uniones de hecho" y sobre la legislación "divorcista y
antinatalista".
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¿La familia está en crisis? Una pregunta tan simple y sin embargo capaz de dividir
aguas. Para quienes no ven alternativas "sanas" al modelo tradicional, las nuevas
modalidades de vinculación familiar denuncian no sólo una crisis de valores sino
también su decadencia.
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Pero para quienes creen que sólo se trata de la crisis del modelo tradicional, lo que
estamos viviendo son procesos de transformación acordes con otros cambios igualmente
profundos de la vida social y cultural hoy consolidados, que se vienen gestando desde
los años sesenta: el ingreso masivo de la mujer a la vida laboral y profesional, la
invención de la píldora que abrió nuevos caminos para la experiencia de la sexualidad e
influyó decisivamente en el descenso de hijos por cada pareja, el surgimiento de una
conciencia centrada en las necesidades del individuo y no en los mandatos de las
instituciones.
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Médica, psicoanalista, doctora en psicología por la Universidad de Buenos Aires y
autora del libro Clínica de las transformaciones familiares (Grama), Déborah Fleischer
pone la palabra crisis en relación con otra que aparece como su oponente: ideal. Cuando
se habla de crisis, dice, se está hablando desde un ideal predeterminado de familia.
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De sus investigaciones no se desprende que la caída de la imagen paterna --signo
dominante de nuestra época-- y de la familia patriarcal sean la causa de los malestares
de la actualidad. "La familia moderna es esencialmente compleja porque sufrió
transformaciones en las tres dimensiones que conforman sus funciones organizativas
clásicas: la función de organizar la convivencia, la sexualidad y la procreación. "No hay
crisis, lo que sí hay son transformaciones que nos enseñarán configuraciones inéditas de
los lazos familiares."
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De todos modos, Fleischer no se pliega livianamente a las nuevos vientos: "Si bien no
todas las transformaciones son necesariamente patológicas, muchas veces sí hay
patologías, desvíos y no meras transformaciones, que se presentan sobre todo en casos
en los que se juega el todo vale", aclara.
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Así como el riesgo de quienes se atrincheran en la tradición es el prejuicio, dice, el
riesgo de la nueva época es el prejuicio del desprejuicio. "Los adolescentes se quejan de
que los padres, especialmente la madre, están demasiado tiempo fuera de la casa y los
dejan solos y, muy a menudo, de que a veces los adultos tienen conductas más liberales
que las de sus propios hijos. Los adolescentes de clase media hablan claramente de una
falta de parámetros."
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Desde otra perspectiva teórica, María Esther De Palma, presidenta de la SATF, registra
un malestar similar: "Los chicos demandan reglas de juego más claras. En las consultas
aparece nítidamente una gran crisis de autoridad en los adultos". Y desgrana otros
motivos que aparecen como causas frecuentes de desavenencias familiares: la
desorientación en los hombres, criados en el modelo del hombre proveedor hoy
jaqueado tanto por el desempleo como por el avance de la mujer en el terreno laboral, y
el agobio de las mujeres que, en la mayoría de los casos, han sumado a las tareas que
tradicionalmente les estaban destinadas el trabajo y los deseos de crecimiento
profesional.
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¿Será ese agobio el que motiva que, después del divorcio, las mujeres reincidan menos
que los hombres? Las estadísticas lo confirman por partida doble. Por un lado, así lo
indican los datos del Registro Civil porteño (entre los casados en 1998, el 12,1 por
ciento eran varones, contra el 7,4 de mujeres), que muestran que el porcentaje de
hombres que se casan en segundas nupcias casi duplica el de mujeres reincidentes en la
Ciudad de Buenos Aires. Por otro lado lo confirma el espectacular crecimiento de las
familias monoparentales, en las que mayoritariamente la jefa del hogar es la mujer.
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Las familias monoparentales pasaron del 9,4 por ciento de la población, en 1980, al 16,1
en 1999. Pero además, entre esas familias monoparentales, el 50 por ciento del total, en
el país, tiene a la cabeza a la madre. Y en la ciudad de Buenos Aires el porcentaje llega
hasta el 65 por ciento cuando, apenas once años atrás, era de un 48,3 por ciento.
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¿Por qué tantas mujeres separadas están solas? Una lectura apunta a una combinación
de cuestiones prácticas con marcas culturales. La mujer es quien suele quedarse con los
hijos, con lo cual su vida diaria es más complicada y, por lo tanto, también su
posibilidad de conocer a alguien; además, en el caso de una nueva relación, ella llega
con sus cachorros, lo que agrega cuestiones delicadas para cualquier relación de pareja.
Y el imaginario social con respecto al amor y al erotismo no es igualmente gentil para
ambos sexos: en la mujer el paso del tiempo está asociado a la idea de vejez, en el
hombre a la de madurez.
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Pero las investigaciones sugieren que hay algo nuevo bajo el sol en las clases medias y
medio altas, con mayor poder adquisitivo y, sobre todo, educativo y profesional. A
María Esther De Palma los números le confirman el registro no oficial que le da el
consultorio. "Muchas mujeres manifiestan su poco deseo de volver a un modelo de
matrimonio que les exige demasiado; de hecho la modalidad cama afuera va ganando
adeptos."
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Las estadísticas, una vez más, ofrecen pistas para pensar el tema. Hacia 1930 los sexos
estaban parejamente alfabetizados; en los años 40 y 50, ellas alcanzaron y aun superaron
la matrícula de los varones en la primaria y secundaria; a partir de los 60 persiguieron la
matriculación femenina en la universidad hasta alcanzarla y, en las últimas décadas,
superarla. La feminización de la fuerza laboral es otro dato: hacia 1947, por cada 100
mujeres activas había 402 hombres activos; en 1980, la relación era por cada 100, 264.
Y aún no se sabe en dónde habrá quedado el nivel de las aguas después del maremoto
de la crisis. Con las estadísticas de educación e inserción laboral femenina en la mano,
Torrado arriesga su hipótesis: antes el matrimonio era para las mujeres soporte
económico y llave de entrada a la vida social; estando eso hoy garantizado por otras
vías, el matrimonio ya no es una necesidad.
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¿Seguirá siendo un deseo?
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Como el fin de las idelogías o de la historia, el de la familia tuvo su lugar entre tantas
anunciadas muertes simbólicas. La crisis del paradigma tradicional desencadenó una
variedad de profecías apocalípticas. Sin embargo, algunos autores, como la
psicoanalista francesa Elizabeth Roudinesco en su reciente libro La familia en desorden
(Fondo de Cultura Económica), se preguntan por qué ahora, después de décadas de
cuestionamientos y críticas virulentas, la familia --en su versión fin de siglo, menos
autoritaria-- volvía a ser aquello en lo que todos, incluso los réprobos del ayer, como los
homosexuales, por ejemplo, querían ser incluidos.
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La lucha de los gay por los derechos civiles en nuestro país parece confirmarlo. Aunque
la norma sancionada en septiembre, de alcance limitado a la Ciudad de BuenosAires, no
habla de la formación de una familia sino de la concreción de una unión civil --con
consecuencias de tipo legal y administrativo--, el presidente de la Comunidad
Homosexual Argentina (CHA), César Cigliutti, desnuda el alma del proyecto: "En la
enunciación de derechos nosotros hablábamos de familia y de cónyuge, pero nos
objetaron justamente la palabra familia. Nos dimos cuenta de que eso todavía era
intolerable para algunos sectores de la sociedad y, como lo importante era sacar la
norma, lo aceptamos. Pero la futura ley nacional sobre los vínculos gays tendrá que
incluir dos grandes temas: los derechos de herencia y el derecho a adoptar".
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No sólo a los gays se les retacea la categoría de familia. Para muchos sectores, las
familias monoparentales son una familia incompleta que habrá que completar para que
sea "normal" y las ensambladas son la figura emblemática de la familia posmoderna,
directamente un escándalo. La extendida costumbre de que los adolescentes se inicien
en la vida sexual en casa de sus padres y entren y salgan de ella según la suerte que
corran con sus experiencias de pareja también deja preguntas abiertas. "De las
consecuencias a largo plazo de algunas transformaciones familiares los analistas todavía
no tenemos experiencia --admite la doctora Fleischer--. ¿Qué va a pasar, por ejemplo,
con los niños criados por matrimonios gay o con los hijos de procreación asistida cuyo
padre "es la ciencia"? Si eso va a traer o no síntomas es imposible de predecir. De
muchas familias promiscuas han salido hijos que formaron hogares estables y también,
al revés, de hogares tradicionales, hijos que caen en la droga, en el hastío o en el
aburrimiento. No hay una relación directa causa-efecto."
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No son pocos los interrogantes que despiertan las piezas que se incorporan al
rompecabezas de los nuevos modelos familiares. Si la mayor independencia para
resolver la vida afectiva supone que la gente se está escuchando más a sí misma y está
más atenta a sus propios deseos que a los mandatos heredados, como sugiere el libro de
Torrado; si, en realidad, los hombres y mujeres, también en su condición de padres, se
dejan llevar por el prejuicio del desprejuicio o si, como piensa el filósofo polaco
Zygmunt Bauman, este desapego en los vínculos anuncia una cultura del egoísmo que
terminará por debilitar los lazos sociales y familiares, es algo que tal vez no pueda
saberse todavía.
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