Subido por Lucero López

DON BOSCO ENCUENTRA A LOS JOVENES - Carlos Gastini

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DON BOSCO ENCUENTRA A LOS JOVENES
El secreto del Sistema Preventivo
Claudio RUSSO
UN MUCHACHO EN LA BARBERÍA.
Encuentro de Don Bosco con Carlos Gastini
1848. Don Bosco es un joven sacerdote de la Residencia sacerdotal de San Francisco. Un
sábado entra en una barbería para que le afeiten. Además del propietario, en aquel lugar
trabaja también Carlos Gastini, un joven aprendiz que está en sus primeros lances en el
oficio. Por ahora se dedica solamente a enjabonar a los clientes. Pero Don Bosco, que ha
visto en aquel bisoño un muchacho que podría acudir a su Oratorio festivo, quiere que sea
él quien le afeite para entablar amistad.
—¿Cómo te llamas? —pregunta Don Bosco al joven que se acerca para enjabonarlo.
—Carlitos Gastini.
—Viven tus padres.
—Sólo mi madre.
—¿Cuántos años tienes?
—Once.
—¿Has hecho ya la primera Comunión?
—Todavía no.
—¿Vas a la catequesis?
—Cuando puedo.
—¡Muy bien! Ahora en pago quiero que me afeites tú.
—Por favor —interviene rápidamente el propietario de la barbería que ha seguido el diálogo
entre los dos—, no se exponga, porque este muchacho está aprendiendo desde hace poco.
—No importa —responde Don Bosco—, si el novato no hace alguna prueba, no aprenderá
nunca.
—Perdone, reverendo: la prueba se la haré hacer con la barba de otro, no en la de un
sacerdote.
—¡Vaya, hombre! ¿Es que mi barba es más preciosa que la de cualquier otro? El muchacho
sabe afeitar muy bien a un c’a lè d’bosc [a uno que es de leño] —argumenta Don Bosco,
jugando con el doble significado de «bosc», entendido como madera y también como su
apellido.
—«Don Bosco salió de aquella “operación” como san Barto-lomé de los instrumentos de
tormento de los perseguidores», cuenta don Juan Bautista Francesia (Don Bosco amico
delle anime, San Benigno Canavese, 1908). Acabado el trabajo, Don Bosco dice al
muchacho: «No está mal; poco a poco te convertirás en un famoso barbero». Después, le
invita a que vaya al Oratorio el domingo siguiente. Carlos se lo promete y mantiene su
palabra. El domingo siguiente entra en el Oratorio festivo de Valdocco. Allí se divierte con
sus coetáneos. Terminados los juegos, Don Bosco le lleva a la sacristía, le prepara y le
confiesa. «Fue tanto el contento que el niño encontró en aquel acto, que no pudo contener
las lágrimas y se echó a llorar» (MBe 3,270). Desde aquel día el Oratorio se convierte para
el jovencito Carlos en su lugar preferido. Y la educación que recibe en el Oratorio forma su
sentido moral. Lo demuestra un hecho: cuando en la barbería algún cliente habla de modo
poco limpio, Carlos le interrumpe rápidamente:
«¿No le da vergüenza hablar de ese modo delante de un niño?».
En medio de la calle
Pocos meses después de aquel primer encuentro con Don Bosco, muere la madre de
Carlos. El hermano mayor es soldado. El dueño de la casa donde vivían le echa de ella
porque la madre no había podido pagar el alquiler durante su enfermedad. El mismo Carlos
se lo cuenta a Don Bosco, que lo encuentra lloroso cerca de Valdocco. Le toma de la mano:
«Ven conmigo. Soy un pobre sacerdote. Pero, aunque tuviese sólo un trozo de pan, lo
repartiría contigo». Muchos muchachos oyeron esa frase a Don Bosco y la recordarían toda
su vida; era un signo del cariño que aquel cura sentía por ellos. De este modo, Don Bosco
se convertía en un padre en el que podían confiar en cualquier momento, sobre todo en las
dificultades. Como le sucede a Carlitos. Don Bosco deposita en él muchas esperanzas,
aunque al principio el muchacho tiene un poco la cabeza en las nubes y encuentra dificultad
para estudiar. La religión no le interesa y no le gusta confesarse.
—Carlos, ¿cuándo vienes a decirme dos palabras? —le preguntaba con frecuencia Don
Bosco.
—Iré, iré. Seguro que mañana —prometía Carlitos, pero después no iba. Y el sacerdote
esperaba con paciencia.
Hasta que un día Don Bosco cambia de estrategia. Corta un papelito y escribe: «Carlos, si
murieses esta noche, ¿dónde iría tu alma?». Y después lo pone bajo la almohada del
muchacho. Después de las oraciones de la noche, Carlos sube al dormitorio y se prepara
para acostarse. Al levantar la almohada, cae al suelo el papelito. Lo recoge, lo lee y
enseguida entiende quién se lo ha puesto y se deshace en un copioso llanto. Después sale
corriendo del dormitorio y se precipita a la habitación de Don Bosco. Llama. La puerta se
abre.
—¿Tú? ¿Qué quieres? —le pregunta Don Bosco.
—¡Confesarme! Lo necesito —responde el muchacho.
Carlitos confiará después a Juan Bautista Francesia que pocas veces fue a acostarse con
el alma tan tranquila como aquella noche.
No todo se ha perdido
Desde aquel día, Carlos se vuelve más serio, su entrega a los estudios es más constante.
Don Bosco le ayuda haciéndole estudiar con los compañeros que obtienen mejores
resultados en la escuela.
El camino de Gastini sigue su curso, y en 1851 es ya seminarista. Comienza día y noche
su servicio como asistente de los muchachos acogidos en el internado. Pero en la primavera
de 1854, Carlos se ve implicado en un desagradable episodio. Se lee en el registro de
conducta: «Viale, Olivero, Luciano y Gastini la noche del 7 de mayo salieron sin permiso y
volvieron a casa cuando todos estaban ya en la cama». Junto a otros tres compañeros,
Gastini había desobedecido. Señal de que algo estaba en crisis en aquel muchacho. Al año
siguiente deja la sotana de seminarista y el Oratorio. «Fue a vivir por su cuenta», se lee
junto a su nombre en el registro académico 1855-1856 que llevaba Don Bosco.
Pero lo que Don Bosco había sembrado en Gastini no se perdió. Carlos seguirá siendo
siempre un amigo querido y un colaborador en muchas iniciativas de la casa de Valdocco.
Con ocasión de fiestas y juegos, Gastini, jefe de los ex alumnos del Oratorio, declamaba y
cantaba poesías piamontesas, interpretaba dramas y papeles cómicos, ejecutaba cantatas.
Un día, al final de una interpretación suya, Carlos recibe de un espectador algunas
monedas, que él lleva inmediatamente a Don Bosco. Y ante quien le había dado aquel
dinero, se justifica diciendo: «Nosotros somos todo de Don Bosco. Aquí no hay nada
nuestro, sino que todo es suyo».
Y habrá también una predicción de Don Bosco sobre Gastini. Carlos había preguntado a
Don Bosco hasta qué edad iba a vivir. «¡Vivirás hasta los setenta años!» (MBe 6,385),
respondió el santo. Y en efecto, Gastini morirá en 1901, al día siguiente de haber cumplido
setenta años.
REFLEXIÓN
Salvar el alma
«Carlos, si murieses esta noche, ¿dónde iría tu alma?» Es la pregunta que le hace Don
Bosco a Carlos Gastini. Es la única estratagema que logra mover al muchacho de su
inmovilismo.
Para Don Bosco la salvación del alma tiene una importancia especial. Son muchas las
frases que pronunció, los escritos que nos han llegado y los episodios concretos que lo
demuestran. Como el del 13 de febrero de 1865. Durante unas «buenas noches» Don
Bosco informa en primer lugar a sus muchachos de los hurtos, de la indisciplina y de otros
episodios desagradables sucedidos en casa, y después les anuncia qué ha decidido hacer:
«He tomado una decisión que es la de mano dura con los autores de todos estos
escándalos. Don Bosco es el hombre más amable que hay sobre la tierra; estropead,
romped, haced trastadas: sabrá compadeceros; pero no se os ocurra dañar a las almas,
porque entonces es inexorable» (J. B. Lemoyne). A quien conoce el cariño con el que Don
Bosco trataba a los muchachos, le suena como un látigo leer que «el padre y maestro de
los jóvenes» es también capaz de llegar a ser para ellos «inexorable» si…
Con frecuencia, cuando se encontraba con un joven de su Oratorio o con un exalumno al
que no veía desde hacía tiempo, le preguntaba: «Y del alma, cómo estás». Se preocupaba
ante todo de su salud moral. Pero enseñaba también que no basta con preocuparse de
salvar la propia alma. Es importante también ayudar a los demás a salvar la suya: esta obra
de caridad será una ayuda para salvar la propia. A Domingo Savio le aconseja Don Bosco,
como primera sugerencia, que para hacerse santo tenía que entregarse a «ganarle almas
a Dios» (J. BOSCO, Vida del jovencito Domingo Savio, p. 53). Y añadía: «No hay nada en
el mundo más santo que cooperar al bien de las almas».
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