Ezequiel Fernández - CEFyT Memoria: esperanza y acción resucitadora “Nuestra memoria bien vivida, es nuestra esperanza bien cimentada” Pedro Casaldáliga Este trabajo no espera plantear una novedad. Es un trabajo de lecturas entrecruzadas en continuidad con lo dicho en un trabajo previo sobre la Memoria y la resurrección. Lo que de ahora en más se diga, es la posibilidad de ahondar, es la necesidad de redireccionar y potenciar algunas posibilidades de reflexión en torno a la resurrección como acción concreta en la historia. Jesús, “el Mesías que debía sufrir y que, siendo el primero en resucitar de entre los muertos, anunciará la luz a nuestro pueblo” (Hech. 26, 23) será el fundamento de esta lectura de la resurrección como tensión escatológica, profética y esperanzadora en la historia concreta del mundo. Desde la resurrección de Jesús pretendemos hacer una mirada a la acción resucitadora de Dios en el mundo, que hace justicia y provoca la vida en la muerte, en la vulnerabilidad del pueblo todo. Los puntos que pretendemos entrecruzar son aquellos que nos posibiliten una lectura de la escatología como acción liberadora y creadora del presente, en una tensión al futuro y con una mirada al pasado. Tal vez sea muy amplio es mosaico de posibilidades que desprenden de esta pretensión, pero no es más que el deseo de una mirada escatológica de la historia, no únicamente como categoría utópica, sino también como ejercicio de la memoria en acciones resucitadoras. Resurrección, como relato de esperanza Hablar de resurrección, mover la fe hacia el misterio que ella esconde, puede concatenar un sinfín de suposiciones y cuantas más proposiciones. Referirnos a la resurrección como relato de fe nos deja en evidencia dentro de un entramado de relaciones complejas, sabiendo que, en una época posmoderna, puede sonar desvalorizado hablar de un “relato”, ante la caída de lo hasta ahora monolítico. Resulta necesario entonces hacer un camino de conjunción entre el misterio de la resurrección, Memoria: esperanza y acción resucitadora la historia y la construcción de un relato que involucra la memoria, que supone un ejercicio activo por referenciar la Vida que se continua, nueva y novedosa. El misterio de la resurrección supone un asiento histórico desde donde se crea un relato. Los textos neotestamentarios nos otorgan un panorama de situaciones que articulan de modo narrativo un acontecimiento en la persona de Jesús y las repercusiones que causó en la comunidad discipular donde, de manera significativa, se suceden las apariciones y las gestualidades que las acompañan. Para la primera comunidad la resurrección es ya en sí mismo un acontecimiento escatológico, con el peso que le corresponde a cada palabra de la afirmación, que no puede necesariamente ser representada, por eso tal vez un cierto silencio verbal que habla en lo gestual dentro de los relatos sinópticos. Nosotros, para comprender que sucedió con Jesús, cómo fue la resurrección nos remitimos primero a la experiencia de la comunidad discipular, es decir, para saber qué sucedió con Jesús resucitado nos emparentamos con la experiencia de los discípulos1. Una primera aproximación al relato que dispone a “las cosas divinas” no puede llevar a firmar que “si contando la historia de Dios, también se ha relatado la historia de los hombres, la narración evidencia un potencial de sentido que reside en la capacidad para unir las dos orillas: la divina y la humana”2. Relatar se convierte en un trabajo por entramar gestualidades, para generar un contenido que involucren realidades terrenas con la trascendencia. Asumiendo lo anterior, donde la narración es un elemento necesario para crear relatos de la realidad, podemos empezar a vislumbrar situaciones históricas que se condensan en personas, procesos o acontecimientos y que necesitan ser narradas para la creación de una mirada del contexto. Para no abundar en palabras, podemos decir que la creación de relatos sustenta la vida, trasparentando experiencias. El acontecimiento Jesús, desde las aristas propias de la comunidades que contaron la Buena Noticia en contextos diversos, va creando y trasparentando experiencias que configuran un relato orientado a la fe de una comunidad. Ahora bien, nos cabe empezar a decir algo del relato de la resurrección como acción esperanzadora. Unas primeras líneas para determinar un horizonte hacia el cual pretendemos llegar. Una clave es aquella que nos ofrece Jon Sobrino que, desde una cristología situada en la vulnerabilidad latinoamericana, nos lleva a afirmar que la resurrección es un acto de justicia, porque la resurrección de Jesús mismo fue la justicia de Dios en una víctima. El discurso de Pedro, que denuncia la muerte de Jesús diciendo “ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, liberándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él” (Hech. 2, 23-24) “remite no simplemente a una muerte, sino a una cruz; no simplemente a muertos, sino a víctimas; no simplemente a un poder, sino a una justicia”3. 1 Cfr. SOBRINO, JON. La fe en Jesucristo. Trotta. Madrid 20073 p. 89. BEJAR, SERAFÍN. ¿Cómo hablar hoy de la resurrección? Khaf. Madrid 2010 p.101. 3 SOBRINO, JON. Fuera de los pobres no hay salvación. Trotta. Madrid 20072 p. 132. 2 2 Memoria: esperanza y acción resucitadora Con estas palabras, se nos posibilitan algunas definiciones en torno a la resurrección. Retomando lo dicho en la introducción, se vislumbra al acontecimiento de la resurrección como una esperanza en la realización de la justicia. La injusticia genera muerte y, en este sentido, es necesario afirmar que “la muerte es consecuencia del pecado”; la muerte es vista con distintos “sabores” según se nos presente en un aquí y ahora existencial, por tanto la resurrección también, como respuesta de la justicia, será algo concreto en un aquí y ahora de la historia. La memoria, como creadora de sentido En un trabajo anterior hicimos referencia a un acontecimiento de estos últimos años donde la creación de un relato en torno al proceso de Dictadura en Argentina ha permitido trasparentar un sinfín de experiencias que durante años estuvieron llamadas al ostracismo. Eran relatos que nadie quería escuchar, o aún escuchándolos no se les adhería un voto de credibilidad que le habilitase como verdadero. Muchas voces sobre un proceso, no conferían unicidad, ergo, el trabajo de valoración se tornaba un tanto más difícil. Fue necesario que la resistencia se tomase cuerpo en personas, en abuelas, en madres, en marchas, en organizaciones que abogaran por este relato que desenmascaraba un momento oscuro de la historia, oscuro por el horror, oscuro por la ignorancia. La memoria supo ser entonces un modo luminoso ante la oscuridad del silencio. En el relato creado para evidenciar la criminalidad, se gestó, en modo de slogan pero también en un modo de necesaria justicia, la preeminencia de la Memoria. La creación de comisiones, la declaración de un día para la Memoria y las disposiciones gubernamentales lograron sostener un relato que creó conciencia y a la vez develo lo que hasta el momento era sólo un silencio. Hacer este proceso de la memoria, ha posibilitado traer a colación una fuerza del pasado a un presente para tensionar algo de la existencia: el pedido de justicia. “En el sentido más básico, la memoria es necesaria para la identidad personal y comunitaria […] Las historias sobre la opresión humana revelan que la destrucción de la memoria es una maniobra típica de los gobiernos totalitarios”4. Estas palabras de Elizabeth Johnson nos otorgan claridad sobre el asunto. La memoria se torna creadora de sentido en tanto y en cuanto es la génesis de una identidad, donde la justicia hace su reclamo histórico. Dicho esto, podemos hacer un primer enlace. La génesis de relatos permite crear memoria, porque al contar un acontecimiento, con la densidad que le corresponde, se hace un salto al pasado para iluminar un presente que pretende un futuro nuevo, aunque esto último suene a perogrullada. Sin embargo, no es difícil dejar en evidencia algo: la creación de un relato requiere de sucesos que se concatenan y generan un camino con logros, tensiones y expectativas. La memoria, como esperanza subversiva 4 JOHNSON, ELIZABETH. Amigos de Dios y profetas. Herder. España 2004 p. 227. 3 Memoria: esperanza y acción resucitadora La historia se hace necesaria para un relato, pero durante algún tiempo, y también durante el actual, se ha creído que lo divino poco tiene que ver con el acontecer histórico. Para nosotros cristianos, la espera de la consumación del Reino de Dios supone la historia del día a día. Al hablar de consumación, al desear que “Dios sea todo para todos” (1 Cor. 15,23) “esperamos que la transparencia de la creación y de la historia al amor de Dios sea un día tan total que […] incluye necesariamente la muerte como dimensión esencial de la vida creada y de la historia”5. El anuncio de la vida resucitada requiere de la muerte, porque “el resucitado es el crucificado”, según afirmó Jon Sobrino. Para las primeras comunidades el kerygma supuso un enfrentar el misterio desde todas sus dimensiones, históricas y trascendentales, dolorosas y gozosas. En todo esto, el relato se sostenía por el ejercicio siempre activo de la memoria que era capaz de alimentar la esperanza. Rememorar las acciones de Jesús, hacer experiencia desde aquello que de Él se contaba fue un modo de sentirlo vivo; sus gestualidades, lo fascinante de su sensibilidad, fueron los elementos que lo hacían sentir resucitado. Cuando la comunidad se cuenta a sí misma el relato de la resurrección hace un ejercicio de memoria que es a la vez una posibilidad de esperanza. El acto de justicia de Dios sobre la historia en la persona de Jesús supone un nuevo paradigma, porque “la resurrección de Jesús es esperanza en primer lugar para los crucificados de la historia. Dios resucitó a un crucificado y desde entonces hay esperanza para los crucificados”6. Con lo dicho hasta ahora, es posible iluminar la situación que referíamos unos párrafos más arriba, sobre la Memoria en el relato sobre el proceso militar. Para muchos argentinos, posteriores al hecho dictatorial, la escucha de relatos nos posibilitó un acceso a la historia, un acceso no inocente y próximo a la verdad. Ha sido posible creer y crear la Memoria desde aquello que son búsquedas, identidades e ideales de quienes nos precedieron. En la Memoria se hicieron patentes luchas, expectativas e ideales de una generación que se hace presente en el “narrar” de unas experiencias. La memoria que sostiene un relato supone vitalidad en un modo exagerado por medio de gestualidades significativas, cargadas de sentido que llegan a constituirse, de algún modo, en sacramentales. Hacer esta afirmación supone que la acción de Dios se hace cercana a todos por medio de un lenguaje gestual revitalizante, y en esto no podemos dejar de lado la Resurrección como gran obra del amor de Dios. Metz, el padre de la teología política, nos aporta alguna luz sobre esto al referirnos al proceso de las memorias narrativas. Para él narrar la historia, descubrir el paso de Dios en ella, no supone sólo un proceso de fe inocente sino más bien un ejercicio subversivo de memoria sobre la vida de los pueblos y las “biografías” que se escriben en ellos en un mundo conflictivo. “La memoria y la narración brindan el contenido cognitivo, mientras que la solidaridad impulsa a la comunidad hacia la acción asegurando así el carácter práctico a la fe”7. Lo subversivo de las narraciones de la 5 KEHL, MEDARD. Escatología. Sigueme. Salamanca 1992 p. 232. SOBRINO, JON. La fe en Jesucristo. Trotta. Madrid 20073 p. 70. (cursiva propia del texto). 7 JOHNSON, ELIZABETH. Amigos de Dios y profetas. Herder. España 2004 p. 226. 6 4 Memoria: esperanza y acción resucitadora memoria es que se vence la caducidad que puede producir el olvido, se rompe con la caducidad de los ideales infundados para dar paso a procesos creadores de la historia. Nuestra acción resucitadora Los enlaces hechos hasta ahora nos llevan a congeniar con lo afirmado por el teólogo Libâno al decir “aquellos que sufrieron tanto en la historia terrestre, que conocieron hasta el máximo la flaqueza, la humillación, participarán entonces de la victoria, de la fuerza, de la gloria de Dios que resucitó a su Hijo”8. Se empieza a desprender entonces una primera conclusión, donde la acción creadora de Dios, que es también redentora, se pone del lado de los pobres de la tierra. La resurrección supone un quehacer histórico desde donde la Vida se hace presente como justicia, según lo afirmamos antes. Ahora bien, ¿qué parte de todo esto nos toca a nosotros si es que sólo pensamos en la resurrección como acción propia después de la muerte, como acontecimiento que se mantienen alejado en un umbral del “más allá”? ¿Qué podemos hacer nosotros en un “más acá”? Estas preguntas encuentran su respuesta en un proceso de creación en gestos sensibles y eficaces. Sobre todo creo que no es posible pensar únicamente en un más allá, y esto, en el desarrollo del trabajo creemos que quedó saneado al afirmar que la resurrección es un quehacer que sucede, que está “siendo”, según Kusch. En palabras de Sobrino, sostenemos un principio: “La resurrección de Jesús nos plantea, pues, el problema de cómo habérnoslas con nuestra propia muerte en el futuro, pero nos recuerda que tenemos que habérnoslas ya con la muerte injusta del otro en el presente”9 Como bautizados, hacemos parte de una acción resucitadora desde ese “nuevo nacimiento”; nos convertimos en profetas, y esa creemos que es la clave para encarar acciones de vida en medio del pueblo. Salvando las distancias para dar un paso más, sin entrar en muchas elucubraciones teológicas, será posible sintonizar ahora con las palabras de Walter Benjamin que afirma “Se nos concedió, como a cada generación precedente, una débil fuerza mesiánica sobre la cual el pasado hace valer una pretensión”10. Esta débil fuerza mesiánica es la que nos posibilita hacer de la memoria una acción reivindicativa y resucitadora. Creo que abundar en palabras puede ser engorroso, pero una afirmación necesaria es decir que la tensión escatológica de nuestro cristianismo supondrá una acción contaste del Espíritu en esta fuerza mesiánica que es nos hace parte del seguimiento de un Dios crucificado y resucitado. 8 LIBÂNO, JOAO BATISTA. “Esperanza, Utopía, Resurrección” en ELLACURÍA, IGNACIO – SOBRINO, JON (Eds) Misterium liberationis Trotta. Madrid 19942 p. 509. 9 SOBRINO, JON. La fe en Jesucristo. Trotta. Madrid 20073 p. 72. (cursiva propia del texto). 10 BENJAMIN, WALTER. Tesis sobre el concepto de historia. Tesis II. Sobre esta tesis, un estudio de Michael Löwy dirá: “Para que la redención pueda producirse, es necesaria la reparación –en hebreo tikkun- del sufrimiento, de la desolaci´pon de las generaciones vencidas, y el cumplimiento de los objetivos por los cuales lucharon y no lograron alcanzar” (LÖWY, MICHAEL. Walter Benjamin. Aviso de incendio. Fondo de cultura económica. Argentina 2005 p. 59). 5 Memoria: esperanza y acción resucitadora Hacer un ejercicio de la memoria es hacer un camino de resurrección donde se supone la creación de un relato de verdad que reúne gestualidades “resucitadoras”. Las marchas de la Memoria, el “Nunca más”, a su manera, son modos de resurrección porque reúnen lo vital de un relato que nos devela la Verdad y anhela la libertad. Resucitar es, de algún modo, rememorar y reconocer gestualidades: partir el pan, las manos, las palabras, la persona toda. Se entiende entonces que “la resurrección en el momento de la muerte encuentra en la resurrección de Jesús su modelo”11 porque desde el fin de la historia personal se empieza a tejer la memoria. Esto que afirmamos, lo decimos a grandes escalas, en movimientos y acontecimientos sociales patentes, pero a la vez también puede decirse en sucesos cotidianos, en gestualidades populares como son la colocación de un cuadro con la foto de un ser querido fallecido, enarbolando memoriales, en la oración por los difuntos o en el sencillo acto de recordarle por un decir, por una receta, por un gesto de bondad. Acciones resucitadoras son aquellas que se viabilizan por la compasión y la misericordia, las que hacen de la justicia un acto cotidiano en relación a la verdad y la libertad de las personas. La Memoria es resurrección, y esto puede ser un recurso de la fe para hablar de aquello que nos sobrepasa en su categoría de Misterio, donde lo importante es animar la esperanza en el “Dios de vivos” (Mc. 12, 27), “en su poder de resurrección [porque] es la esperanza en una revolución en favor de todos: los que sufren injustamente, los hace tiempo olvidados y también los muertos”12 que resucitan con la Memoria activa. Conclusión: nuestro constante esjaton, como deseo de plenitud Para dar algunas palabras de conclusión, permítaseme una larga nota de Jon Sobrino que fue acompasando el desarrollo del trabajo: “Ponerse al servicio de la resurrección es trabajar siempre, contra esperanza muchas veces, al servicio de los ideales escatológicos: justicia, paz, solidaridad, vida de los débiles, comunidad, dignidad, celebración… Y estas resurrecciones “parciales” pueden generar la esperanza de la resurrección definitiva, la convicción de que es verdad que Dios realizó lo imposible, dio vida a un crucificado y dará vida a los crucificados”13. Para finalizar, nos atrevemos afirmar que el ejercicio de la memoria, como relato que revela verdad es un modo de la resurrección que no distingue estratos sociales, que se hace “popular” en lo más amplio de su definición y que, además, permite la Vida de aquellos a quienes queremos, ya que no hay peor muerte que el olvido. Jon Sobrino supo darle nombre a la acción resucitadora: “bajar de la cruz a los pobres”. Una acción y un modo concreto de expresar la vida necesariamente desde una vertiente mística y profética. Lo esencial es creer, caminar humildemente con Dios teniendo una sensibilidad especial por la presencia del Otro, sosteniendo “una fe con 11 LIBÂNO, JOAO BATISTA – BINGEMER, MARIA CLARA. Escatología cristiana. Paulinas. Buenos Aires 1985 p. 214. METZ, JOHANN BAPTIST. La fe, en la historia y la sociedad. Cristiandad. Madrid 1979 p. 95. 13 SOBRINO, JON. La fe en Jesucristo. Trotta. Madrid 20073 p. 79. 12 6 Memoria: esperanza y acción resucitadora obras, amor con fatigas y esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia” (1 Tes. 1,3). Acciones resucitadoras al escuchar, al mirar, al tocar… un compromiso corpóreo con los cuerpos vulnerados, que no incurra en una idealización del pobre sino en una aproximación a la situación de marginalidad. Nuestro constante esjaton es aquel que nos impele a la acción profética, personal y comunitaria. Finalmente creemos que este trabajo sólo intentó entrecruzar lecturas, como se dijo al principio, pero queda en la posibilidad de gestar un elemento clave en un camino de mística popular, de gestualidades festivas y resucitadoras en el dolor que se hace esperanza. Bibliografía: • • • • • • • • • BEJAR, SERAFÍN. ¿Cómo hablar hoy de la resurrección? Khaf. Madrid 2010. ELLACURÍA, IGNACIO – SOBRINO, JON (Eds) Misterium liberationis Trotta. Madrid 19942. JOHNSON, ELIZABETH. Amigos de Dios y profetas. Herder. España 2004. KEHL, MEDARD. Escatología. Sigueme. Salamanca 1992. LIBÂNO, JOAO BATISTA – BINGEMER, MARIA CLARA. Escatología cristiana. Paulinas. Buenos Aires 1985. LÖWY, MICHAEL. Walter Benjamin. Aviso de incendio. Fondo de cultura económica. Argentina 2005. METZ, JOHANN BAPTIST. La fe, en la historia y la sociedad. Cristiandad. Madrid 1979. SOBRINO, JON. Fuera de los pobres no hay salvación. Trotta. Madrid 20072. SOBRINO, JON. La fe en Jesucristo. Trotta. Madrid 20073. 7